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1905
INTRODUCCIÓN
Poco cultivado fué en España durante los siglos pajSados el género autobiogi'áfico,
ya que no podemos incluir en éste las numerosas vidas espirituales que nnesti'as reli-
giosas escribieron, donde los hechos externos quedan relegados al olvido ó mencionados
ligeramente; rara excepción entre ellas es la de Santa Teresa, en cuyo privilegiado
espíritu se unieron la contemplación y la acción , carácter que se refleja en sus obras,
-las cuales contienen no solamente los favores divinos é iluminaciones interiores que
logró aquella mujer extraordinaria, mas también un relato de los mil trabajos que sufri(5
hasta realizar la santa empresa que le estaba encomendada (').
Bastaba , pues , la rareza de dichas autobiografías seculares para tenerlas en sumo
aprecio , el cual debe acrecentarse teniendo en cuenta la importancia de esta forma
histórica que nos presenta la evolución completa de los hechos, desde el pensamiento
nacido en el alma como efecto del medio social ó de condiciones individuales hasta su
realización. Los documentos, por regla general, y más los cancillerescos, son para la
Historia algo parecido á cuerpos muertos , en los cuales el genio de ilustres escritores
como Macaulay y Taine inspira un aliento vital que parece resucitar los cadáveres de
sus tumbas. La gran ventaja de las autobiografías consiste en ser documentos vivos,
útiles sobre toda ponderación si no ofreciesen un escollo inherente á la condición humana:
la vanidad, que hace falsificar los hechos ó exagerarlos cuando menos, por cuyo motivo
han sido miradas con prevención bastantes de ellas , temiendo confundir en ocasiones lo
que era pura novela con la narración histórica. Aun así, las autobiografías poco verídicas,
cual es, por ejemplo, la de Duque de Estrada, nos transmiten datos inapreciables acerca
del estado social en su época, de costmnbres y de oü-as mil cosas desdeñadas por los
(1) En su Vida y más todavía en el Libro de las fundaciones, pues en aquélla predomina la parte
ascética. Sabido es que estas dos obras fueron impresas por vez primera en Salamanca, año 1588, y
cuidó de la edición nada menos que el autor de la Profecía del Tajo'j de Los Nombres de Cristo. De
las innumerables ediciones posteriores sigue siendo la mejor, por sus notas críticas é históricas, la
que incluyó D. Vicente de la Fuente en la Colección de autores españoles. De estas y las demás pro-
ducciones de Santa Teresa trato extensamente en mi Biblioteca de escritoras españolas..
AüTODIOaRAFÍAS Y MEMORIAS. 1
II AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
cronistas oficiales ó por los historiadores clásicos. Escritas algunas de ellas por hombres
de humilde condición, soldados y aventureros, nos muestran cuan profundas raíces tenía
en la realidad la vida picaresca tal como se halla descrita en multitud de libros; pasajes
hav en las vidas de D. Alonso Em-íquez, de Miguel de Casti'o y de Conti-eras que pare-
cen copiados del Lazarillo, del Oran Tacaño ó de Qiixmán de Alfarache.
Con el mayor desparpajo del mundo se nos presentan sus autores como rufianes,
tahm-es mendigos ó rateros, pues aunque se ha ponderado mucho la hipocresía de
nuestros antepasados, acaso reinara entonces mayor franqueza que ahora; cuando menos
no se había inventado el convencional eufemismo con que actiialmente se disfrazan las
acciones más viles y censm^ables.
Campo son , por tanto , las autobiografías donde el historiador, el literato y aim el
sociólogo pueden recoger no pocos materiales que en otra parte difícilmente se hallarían.
II
El Diccionario de la Real Academia Española da esta definición de la autobiografía:
«Yida de una persona, escrita por ella misma». Definición que, como bastantes de las
etimológicas, no debe interpretarse literalmente, pues la palabra vida no puede entenderse
en la totalidad de ella , sino en su mayor tiempo ó en un período considerable por su
extensión ó por la importancia, ya absoluta, ya relativa, de los sucesos en él ocuiTidos.
Mas aun tomada en el sentido que hemos dicho la palabra autohiografia^ no puede
coincidir con la denominación de género autobiográfico, siendo éste de mayor extensión,
pues comprende hasta las cartas , relaciones de sucesos particulares, de méritos y otros
escritos breves que una persona redacte acerca de su vida , los cuales no se deben
llamar autobiografías; su verdadera denominación es la de documentos autobiográficos.
Por estas razones comprendo en la palabra autobiografía^ no solamente las relaciones
de la mayor parte de la vida , sino también aquellas que abarquen un período relativa-
mente extenso, ó que siendo más corto trate de sucesos importantes, y excluyo los
documentos breves y relativos á un hecho aislado , pues aunque pertenecen al género
autobiográfico, no pueden ser reputados como autobiografías.
Y hechas estas aclaraciones, manifestaré que no voy á ocuparme de las autobiografías
meramente espirituales, obras casi en su totalidad de religiosas, pues de ellas trato en
mi Biblioteca de escritoras esjmñolas , premiada por la Biblioteca ISTacional en el con-
curso público del año 1898 y que se está imprimiendo actualmente. Tampoco hablaré de
los que he llamado documentos autobiográficos, exceptuando ajgunos en que se refieren
sucesos notables de nuestra Historia.
A fin de evitar el desorden en la exposición, he clasificado las autobiografías segilu
la condición de las personas á quienes pertenecen , teniendo en cuenta que el elemento
INTRODUCCIÓN' iii
subjetivo predomina en ellas y que suele destacarse sobre los hechos la figura pequeña
ó grande, obscura ó gloriosa del autor que los cuenta.
Tal método me ha parecido preferible al cronológico, no obstante que éste tendría la
ventaja de ofrecer un cuadro de nuestros tiempos pasados, agrupando en cada siglo los
personajes de diferentes clases que narraron toda ó parte do su historia, donde se verían
las varias manifestaciones de la vida nacional: el escritor hablándonos de sus obras, el via-
jero de sus peregrinaciones y el aventurero de sus dramáticos sucesos.
Fijándome en el estado, profesión ó género de vida que distinguió principalmente á
cada uno de los personajes, he ordenado sus autobiografías de la siguiente manera:
Capítulo I. — De reyes.
II. — De ministros, políticos y funcionarios públicos.
— III. — De navegantes y conquistadores.
— IV. — De viajeros.
— ■ Y. — De militares.
— VI. — De aventureros.
— VIL- -De oradores y escritores.
— VIII. — De clérigos y religiosos.
— IX. — De mujeres.
CAPITULO PRIMERO
T. Don Jaime el Coís-quistadok. — II. El Emperador Carlos V. — III. Fernando YII
Vivamente se ha disputado sobre la autenticidad de la Crónica de Jaime el Conquis-
tador ( * ), monumento que puede colocarse entre las obras más notables de la Historio-
grafía española en la Edad Media. Es verdad que casi todos los escritores suelen citarla
sin hesitación algima, dándola por obra del mismo D. Jaime, y aun los Sres. Flotats y
Bofarull, quienes la ti-adujeron al castellano en el año 1848, no se cuidaron en el prólogo
de probar que era genuina; suponiendo que la cuestión estaba resuelta y que ninguna
duda podía ofrecerse acerca del particular, la ati-ibuyeron desde luego al valeroso conquis-
tador de Mallorca y Yalencia. Sin embargo, hacía mucho tiempo que bastantes eruditos
habían formulado dudas sobre la autenticidad de la mencionada Crónica. Zurita escribía:
«Como se afií'ma en la historia del Rey D. Jaime que se ordenó en su nombre» (^). Igual
recelo manifestaba Dameto: «Refiere la historia escrita en nombre de dicho Rey» {^).
A últimos del siglo pasado D. José Villarroya publicó una serie de cartas queriendo
demostrar que la Crónica ati"ibuída á D. Jaime era apócrifa (*).
(*j Chronica o commentari del gloriosissim e invictissim Rey En lacme per la gracia de Deus Rey
de Arago, e de Vrgell, et de Muntpesller; feyta e scrita per aquell en sa llengua natural e ireyta del
Archiu de la insigne ciutat de Valencia hon staua custodida. Valencia. En casa de loan Mey, 1557,
1 vol. en fol.
Historia del Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, escrita en lemosin por el mismo; traducida
y anotada por Mariano Flotats y Antonio de Bofánill. Barcelona, Impr. de Mayol, 1848, 1 vol. en 8.°
Una parte de la Crónica de D. Jaime se había impreso en la siguiente obra:
Aureum opus regalium Privilegiorum Civitatis et Regni Valentice, cum Historia Christianissimi
Regís Jacobi ipsias primi conquistatoris. Valentiíe, Typ. D. Gumiel, MDXV. Comprende la con-
quista de Valencia y su reino.
The chronicle of James /, hing of Aragón, surnamed the Conquereor (written hy himself) translated
from the catalán hy the late John Fosfer, Esq. M. P. for Berwick. With an historical introduction.
notes, appendix, glossary and general index hy Pascual de Gayangos. London, R. Clay Sons, 1883,
2 vol. en 4."
(^) Alíales de Aragón, libro III, cap. LXXV,
(3) Historia de Mallorca, libro II, título I.
(*) Colección de cartas histórico-criticas en que se convence que el Rey D. Jaime I de Aragón no
fué el verdadero autor de la Crónica ó Comentarios que corren ú su nomhre. Valencia, Oficina de
D. Benito Monfort, MDCCC, 1 vol. en 4."
Nicolás Antonio (Bihliotheca vetas, tomo I, núms. 143 á 145) da como auténtica la Crónica de
D. Jaime y atribuye á éste Lo libre de la saviesa, obra apócrifa á todas luces.
VI autobiografías y memorias
He aquí los argumentos en que se apoya: Ramón Muntaner, que nació en el reinado
de Jaime I, al escribir su Crónica nada dice de la de este Monarca. Jaime II encargó á
Pedro Mai'silio que relatase las conquistas y hazañas de su abuelo Jaime I, cosa incom-
prensible si existía ya un libro cuyo autor era el mismo protagonista y libro que no se
podía ocultar á Jaime 11. Aparte de lo cual, abundan tanto en la mencionada Crófiica
los anacronismos, errores y pretericiones injustificadas de hechos memorables, que no
cabe tenerla por obra de D. Jaime I. ¿Cómo tergiversar la conquista de Valencia, callando
el convenio celebrado entre D. Jaime y Zaén á 28 de septiembre de 1238? ¿Cómo doña
Violante de Ai-agón, mujer de Alfonso X, podía ser Reina de Castilla en 1238, á la edad
de año y medio, cuando Alfonso X no heredó el Trono hasta la muerte de Fernando lU,
ocurrida en 1252? Pase que en la Crónica se refiera la muerte de su autor, pudo aña-
dir el capítulo algún cm'ioso; pero lo que no puede admitii-se es que D. Jaime, al contar
su vida, cometiese bastantes yerros en cosas que forzosamente debía saber. Pero si
D. Jaime no escribió la Cróoiica, ¿á quién debe ati-ibuirse? Muy difícil es averiguarlo de
una manera positiva; hay solamente presunciones de que la redactara Fr. Pedro Marsilio,
y nada tiene de extraño el que D. Jaime hable en primera persona, pues lo mismo sucede
en la Crónica de Pedro IV de Ai-agón ó Libro del Rey En Pere, cuyo autor es Bernat
de Sclot.
La argumentación de Villarroya no nos parece decisiva ni mucho menos; al confesar
que indudablemente D. Jaime escribió unas Memorias de su reinado, que aprovechó
Fr. Pedro Marsilio, echa por tierra los testimonios de Muntaner y de Jaime 11, quienes
desconocían tales Memorias; y si á pesar de esto existían, ¿por qué no podi'á decirse otro
tanto de la Crónica? Verdad es que ésta contiene algunos errores y lagunas, mas pueden
explicarse fácilmente por olvidos muy naturales en quien, como D. Jaime, fué siempre
hombre de acción, atento de continuo á los negocios políticos y guerreros. A nuesti'o
juicio, la crónica de D. Jaime es auténtica; hay en toda ella un aire de verdad y una
sencilla ingenuidad que subyugan el ánimo, y en sus relaciones tal cúmulo de detalles y
tan personales, que solamente un testigo ocular pudo consignarlos; de ninguna manera
im historiador posterior á D. Jaime, que ni siquiera había conversado con éste una vez.
Sirvan de ejemplo los capítulos en que refiere la trágica muerte del altivo señor don
Pedro Abones, admirables páginas donde se halla reü^atada la nobleza aragonesa á prin-
cipios del siglo XTii, celosa de sus prerrogativas, de seguir al nivel de los reyes y de evi-
tar á toda costa que éstos robustecieran su autoridad. D. Pedro Abones no había acudido
al llamamiento del monarca cuando éste fué á pelear contra los moros de Valencia, y cele-
brada ya una ti-egua con el emir Zeid se dispone á violarla, entrando en las tierras del
musulmán; en el camino de Teruel á Daroca se encuentran D. Podro, que iba con cin-
cuenta caballeros, y D. Jaime, quien le ruega vaya con él hasta Bm^baguena; aquí le
increpa su conducta y suplícale que desista de sus proyectos, á lo cual se resiste D. Pedro,
y antes de verse preso echa mano á la espada; luchan ambos á brazo partido; los servido-
res de D. Jaime ven la escena con glacial indiferencia, hasta que acude la gente de
Aliones y separan al monarca do su soberbio vasallo. Huye éste, pero es alcanzado, y
Sancho Martínez de Luna lo hiere mortalmente de una lanzada; el Rey prohibo que sus
soldados se ensañen con el moribundo, y manda enterrar el cadáver en Daroca.
Cuadros tan vigorosos y animados como éste abundan en la (yró?¿¿ca,- pinceladas tan
valientes sólo pudo darlas quien fué protagonista de los sucesos que refiere; quien como
INTRODUCCIÓN VII
D. Jaime había tenido que luchar con una aristocracia que sólo veía en el soberano un
compañero, había plantado el estandarte de la cruz en Mallorca y Valencia después de
mil fatigas y combates j preparado la Monarquía aragonesa para ftituras expansiones y
para influir poderosamente en naciones exti'aujeras.
El mismo Yillarroya considera muy probable que Jaime I dejase al morir algunas
memorias de su vida, que servü-ían de base para redactar la Crónica, completando los
vacíos que ofi-ecían; si bien añade que es imposible distinguir en el texto que ha llegado
á nosoti'os el de aquéllas, y menos teniendo en cuenta que, dada la unidad de estilo que
se observa en toda la obra, el compilador se debió fijar en las ideas sin ceñirse á la mate-
rialidad de las palabras.
n
Tan ilustre guerrero el Emperador Carlos V como Julio César, quiso también, á
imitación de éste, dejar unos Comentarios de su reinado, obra de la que se ha perdido
el original y tan sólo se conoce una traducción portuguesa hecha hacia el año 1620.
Yalióse para escribirlos de su confidente Van Malen, á quien se los dictaba en francés,
acaso con el propósito de que éste los ti-adujera luego al latín ('). Comenzólos el día 14
de junio del año 1550, yendo embarcado por el Rhin desde Colonia á Magimcia, y los
contümó después en Augsburgo. La existencia de estos Comentarios no puede ponerse
en duda, pues la afií-ina Van Malen en mía carta dirigida á Luis de Praet con fecha 17
de julio de 1550, donde dice:
«En los ocios de su navegación por el Rhin, el Emperador, entregado en su buque
á las más liberales ocupaciones, ha emprendido el escribir sus viajes y expediciones desde
el año de 1515 hasta el presente. La obra es admirablemente correcta y elegante, y su
estilo demuestra una gran fuerza de talento y de elocuencia. De seguro, yo no hubiera
creído fácilmente que el Emperador poseyera semejantes cualidades, y él mismo me ha
confesado que no las debió en nada á la educación, y que las había adquirido entera-
mente á fuerza de meditaciones y de trabajo. Por lo demás, la autoridad de la obra y lo
que tiene de agradable consisten sobre todo en esa exactitud y gravedad á las cuales
debe la historia su poder y su crédito» .
Algunos temores abrigaba Carlos V de las consecuencias que pudiera tener la divul-
gación de sus Comentarios^ por lo cual se proponía entregarlos á Granvela y al príncipe
D. Felipe para que los examinasen.
Hallándose en Inspruck en el año de 1552 y obligado á retirarse ante la infidelidad
de Mauricio de Sajonia, quiso evitar que sus Comentarios cayesen en manos de los
protestantes y los envió á Felipe 11 precedidos de la sigu ente advertencia:
«Esta historia es la que yo hice en romance quando venimos por el Rhin y la acabé
en Augusta. Ella no está hecha como quería, y Dios sabe que no la hice con vanidad,
(1) Gacliard afirma la existencia de los Comentarios de Carlos V en estas palabras:
«II est constant que Cliarles-Quint, comme César, ecrivit des coininentaires; nous avons sur ce
fait des temoignages qui le mettent hors de toute contestation».
Retraite et mort de C. hurles- Quint au monastere de Yuste. Bruxelles, C. Muquardt, 1855, tomo II,
página CXLII.
Cnf. Lettres de Van Male sur la vie intérieure de V Einpereur Charles- Qaint, publiées poiir la pre-
miére Jois par le Barón de Reijfenherg. Bruxelles, 1843, 1 vol. en 8."
VIII AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
y si della Él se tuvo por ofendido, mi ofensa fué más por ignorancia que por malicia.
Por cosas semejantes Él se solía mucho enojar: no querría que por esto lo uviese hecho
agora comnigo. Ansí por esta como por oti-as ocasiones, no le faltarán causas. Plegué á
Él de templar su yra, y sacarme del trabajo en que me veo; yo estuve por quemarlo
todo, mas porque, si Dios me da vida, confío ponerla de manera que El no se deservirá
della, para que por acá no ande en peligro de perderse, os la embío para que agays que
allá sea guardada y no abiei-ta» .
¿Cuál fué el paradero de los Comentarios de Carlos Y? Xadie lo sabe; indudable-
mente no los -quemó Felipe 11, pues que aún existían en el año 1620, y tres más ade-
lante parece haberlos examinado Gil González Dávila. Tampoco está probado que Yan
Malen los pusiera en lengua latina como se proponía.
Rápida y concisa es la narración de Carlos Y en sus Comentarios^ que empiezan con
el año 1515, y casi ningfm nuevo dato aportan para la historia de su reinado aun en
aquellos sucesos donde se detiene, como es la guerra con los protestantes alemanes,
cuando la batalla de Mulberg, Hasta aquella parte que pudiéramos llamar interna, á
saber, los móviles que le impulsaron á varias empresas y la razón de su política, tiene
menos importancia de lo que podía esperarse (').
in
Decretada en el Congreso de Yerona de 1822 la abolición, por cualquier medio que
fuese, del régimen constitucional en España; invadido al año siguiente nuestro país por
el Duque de Angulema, Luis Antonio de Borbón, ejecutor de aquel acuerdo, y sus
100.000 hijos de San Luis., que ni ftieron 100.000 ni todos eran franceses, puesto que
buena parte de este ejército la constituían realistas españoles, vióse obligado Fernando YII
á beber las heces del cáliz de amargm"a tan merecido por su mala fe y rematada perfidia;
como prisionero más que como monarca salió de Madrid para abrir de nuevo las Cortes
en Sevilla, donde había de sufrir el insulto mayor que podía recibir: ser declarado inca-
paz por el Congreso, á petición de Alcalá Galiauo, en la memorable sesión de 11 de junio;
nombrarse la regencia de Yaldés, Ciscar y Yigodet y ser llevado á Cádiz, donde, al fin,
vería la muerte de la Constitución, precisamente en la misma ciudad que había sido
su cuna.
De todo este período tan breve cual borrascoso escribió, ó mejor dicho, dictó Fer-
, nando YII á su secretario Salcedo un Diario que empieza á 14 de febrero do 1823 y
acaba á 13 de noviembre, cuando, ya abolida la Constitución, entró pomposamente en
Madrid. Este opúsculo era desconocido por completo hasta que el Sr. Conde de Casa
Yaleucia lo publicó ha pocos años; ni Alcalá Galiano ni D. Modesto Lafuente tuvieron
noticia de libro tan hiteresante. Aimque á primera vista parece que un Diario debe ser
escrito á medida que se verifican los sucesos, Fernando YII dictó el que nos ocupa en
el año 182-1, siendo de notar cuan prodigiosa memoria tenía aquel Maquiavelo coronado
(•) Commentaires de ChwUs-Quint, puhliées j)our la premiére fois imr le Barón Kervyn de Lettcn-
hove. Briixelles, Iinp. de V.'^ P.irent et fils, 1862, 1 vol. en 8 " d.
Comentarios del Emperador Carlos V, publicados por la primera vez en Bruselas por el Barón
Kervyn de Lettenhove y traducidos al castellano por D. Luis de Olona. Madrid, Impr. de Manuel
G-iliano, 1862, XLIV-150 págs. en 4.»
INTRODUCCIOÍT ix
para recordar día por día cuanto de particular vio ó sucedió en su viaje hasta Cádiz; y no
se diga que ti-ata sólo de hechos para él de recuerdo imperecedero por lo desagradables,
pues no se olvida de pormenores insignificantes: de los pueblos en que descansaba ó
que se veían desde el camino; las horas invertidas en cada jornada; las fiestas con que
era agasajado, j oti-as muchas menudencias. Con todo esto se dejó en el tintero muchas
cosas: unas porque le perjudicaban; oti-as por descuido, pues las sabía indudablemente;
otras por odio á ciertas personas, que ni nombrarlas quería (').
Así no designa qué diputados componían la Comisión nombrada por el Congi-eso á
fin de ver si estaba enfermo de veras cuando alegaba sus dolencias para no ir á Sevilla;
ocasión en que recibió crueles insultos, pues Alcalá Galiano redactó el parecer de la Comi-
sión empedrándolo de frases irónicas, j varios diputados le amenazaron en las Cortes con
que si no podía ir á Sevilla en coche lo llevarían «ati-avesado j atado en un burro» (^).
Al ocuparse de cuando fué incapacitado en Sevilla por el Congreso, no menciona los
diputados que tomaron parte en la discusión y consagra pocas palabras á este hecho.
Por conveniencia calla que Vigodet y Ciscar, antes de aceptar el oficio de Regentes,
le consultaron y aceptaron el cargo á ruego suyo; tal omisión se comprende en quien
de la manera más infame los condenó luego á muerte apenas acabó el régimen consti-
tucional. También por conveniencia y porque comprendía que era imposible, se abstiene
de justificar su conducta con los liberales después de haber prometido solenmemente
«un olvido general, completo y absoluto de todo lo pasado sin excepción alguna» (^).
¿Cómo podría defender el decreto de 1.** de octubre, por el cual condenaba á|la horca á
Vigodet y Ciscar, cuyo delito era haber aceptado la Regencia en Sevilla por consejo
del mismo Fernando YII?; pena que no se ejecutó gracias á la humanidad de los gene-
rales franceses Bom-mont y Ambrugeac. Sobre semejantes iniquidades, que indignaron
al Duque de Angulema, tiende un velo. Sin embargo de esto, su mismo Diario es la
mejor prueba de cuan vil era aquel Monarca, indigno de que el pueblo español derra-
mase torrentes de sangre en su defensa. Al suscribir en Cádiz el decreto de amnistía
de 30 de septiembre de 1823 rechazó una cláusula, para demostrar que todo lo demás
era de su agrado; no obstante, en el interior de su alma abrigaba el propósito de apelar
después al recurso de siempre, la coacción que había sufrido, para en oti'o decreto dar
riendo suelta á sus rencores: «aprobé, dice, el decreto, excepto una cláusula que sonaba
mal, y además para que no creyesen que me la habían hecho poner, por estar en estado
de coacción» (*).
Por todas estas razones el Diario de Fernando YII, si bien digno de ser leído, no
modifica ni mucho menos el juicio que la Historia ha formado de aquel Rey, ídolo un
tiempo de los españoles y luego aborrecido por los partidos más opuestos, tanto por los
liberales como por los defensores del Pretendiente.
(') Itinerario de la retirada que el Gobierno constitucional obligó á hacera Sus Majestades y toda
su Real familia, á la ciudad de Cádiz, en febrero de 1823, á causa de hallarse amenazada la España
de una invasión por el ejército francés, dictado por S, M. el Sr. Rey D. Fernando VII (Q. E. G. E.)
á su secretario particular D. A. M. de S. en el Palacio de Madrid y año de 1824.
Publicado por el Sr. Conde de Casa Valencia en sus Estudios históricos. Madrid, Imp. de For-
tanet, 1895, paga. 139 á 249.
(2) Diario de Fernando VII, pág. 157.
(3) Manifiesto que dio en Cádiz á 30 de septiembre de 1823.
(4) Diario, pág. 241.
CAPITULO II
I. AiíTOOTO PÉEEZ. — II. Don Gtakcía. de Silva. — III. Don Jacobo
Francisco Fitz James Stuabt, DuQinE be Liria. — lY. Don Manuel Godoy.
V. Don José Gtarcia de León y Pizarro.— YI. Don Augusto Conté".
Todo el ingenio y arte con que en sus Relacio7ies (') trató de vindicarse el célebre
ministro de Felipe II Antonio Pérez, son j serán siempre insuficientes para disculpar las
ignominiosas ü'aiciones que cometió conti'a su pati'ia y su Rey, y esto suponiendo que
recayese por completo sobre Felipe II la culpa del asesinato de Escobedo, cosa que dista
mucho de ser verdadera. Del considerable número de documentos que copia ó exti-acta,
sólo resulta en claro que Escobedo murió por orden de Felipe 11 y que Antonio Pérez
fué el encargado de realizar aquella sentencia sin proceso, parecida á las justicias de
Alfonso X con su hermano D. Fadiique, de Alfonso XI con D. Juan el Tuerto y a las
de Pedi-o el Cruel. Mas lo que no prueba es su falta de interés personal en aquel hecho
ni que dejase de engañar al Monarca exagerando los planes de D. Juan de Austria, á
quien calumniosamente supone que tenía el proyecto de desti-onar á Felipe 11, y menos
aún demuestra que sus relaciones con la Princesa de Éboli fuesen menos íntimas de lo
que todo el mimdo sabía; relaciones ilícitas según consta en muchos documentos y que
por tales las reputa el biógrafo de doña Ana, D. Gaspar Muro, en su preciosa monografía
acerca de esta dama (■). De oti-o lado incm-re Antonio Pérez en contradicciones palpa-
bles; si estaba convencido de ser errónea la doctrina de Fr. Diego de Chaves (^) al sentar
por máxima de derecho político que los Reyes eran dueños de la vida de sus subditos, á
quienes podían ejecutar sin formación de causa, ¿por qué no se resistió á obedecer los
mandatos de Felipe 11? ¿Por qué no se sublevó entonces su conciencia conti-a lo que él
(1) Relaciones de Antonio Pérez, Secretario de Estado, que fué, del Rey de Esparia Don Phelip-
pe II. deste nombre. Irapresso en París, con Privilegio del Rey Christianissimo. M.D.XCVIII (en
la portada un grabado que representa la cárcel y muchos instrumentos de suplicio), 1 vol. en 4."
De este rarísimo libro hemos visto un ejemplar en la Biblioteca Nacional.
Existen otras ediciones posteriores, de las que solamente citaremos las de Genova, 1631; Gine-
bra, 1654 y 1676; Colonia, 1676, y Madrid, 1849. Hay una sin año, hecha en Lyon, que parece ser lu
segunda, y no la primera, como algunos han creído.
(2) Vida de la Princesa de Eholi, por D. Gaspar Muro, con una carta por vía de prologo del
Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo. Madrid, Impr. de Aribau y C.*, 1877, I vol. en 8."
(3) En la pág. 13 escribe: «Que aunque diga allá Fray Diego de Chaves que el Rey tiene poder
sobre la vida de sus vasallos, yo pienso que Dios solo es el Rey que tal poder tiene. Señor solo es
Él de la vida y de la muerte».
XII autobiografías y memorias
juzgaba crimen aborrecible? Harto acomodaticia y flexible era su moral cuando luego
condenaba en teoría lo que había llevado á la práctica; acongojado por los remordi-
mientos de que ningún traidor se libra, temía ser herido con su mismo cuchillo j veía
por todas partes sicarios dispuestos á hacer Con él lo mismo que había hecho con Esco-
bodo: quitarlo de en medio por supuestas razones de Estado. Pareciéndole poca la guarda
que para segm-idad de su persona le concedió Enrique lY, errante como Caín y oyendo
siempre que la sangi-e de su víctima pedía venganza, quiso escudarse con doctrinas que
nunca había profesado.
Más pobre es aún la defensa que hace de su conducta en la Secretaría, pues mayor
crédito que sus palabras tienen las declaraciones de hombres tan respetables como el
Arzobispo de Sevilla, D. Rodrigo de Castro, el conde de Fuensalida y otros, unánimes en
afirmar los gravísimos cargos que resultaban conti-a Antonio Pérez: venta de destinos
públicos y de la justicia; cuantiosos donativos que recibía de los Príncipes y Yirreyes de
Italia; una profunda inmoralidad que no se cuidaba de recatar, confiado en su poder. De
estas imputaciones se defiende con fábulas, cual es la de haber comprado tapices, alliajas
y coches para colocar en ellos aquellos jeroglíficos del Centam'o en el Laberinto con los
lemas in spe y iisque adhuc, a fin de representar gráficamente su inocencia.
La relación que hace de su vida en el extranjero es bochornosa; arrasti'ándose vil-
mente á los pies de nuestros encarnizados enemigos, quienes al mismo tiempo que lo
utilizaban cual se utiliza el puñal y le concedían pensiones lo despreciaban en el fondo
de su alma, probó de cuántas maldades era capaz su corazón. Sus continuas amenazas
de descubrir secretos contra Felipe II cuando ya nada más podía escribir en perjuicio de
éste, no le dieron el resultado que esperaba ni le evitaron el morn en la soledad, pobreza
y abandono que mereció su conducta.
En cuanto al mérito literario de las Beladones de Antonio Pérez, creemos que se
ha exag-erado bastante; verdad es que el lenguaje os generalmente castizo, expresivo y
conciso, mas en ellas como en sus demás escritos peca en ocasiones de obscm-idad y de
consti'ucciones defectuosas; únese á la afectación cierto aire declamatorio y la repetición
de sentencias comunes, propias de quien tomaba la Historia como ocasión de filosofar y
mostrar dotes do consumado estadista.
II
Diferencias de sectas, odios de razas é intereses incompatibles fueron causa de que
entre las naciones persa y turca hubiese luchas frecuentes en los siglos xvi y xvii, con
gran satisfacción de los pueblos cristianos, que veían ocupadas en Oriente las armas del
Sultán. Tal fué el motivo de que tanto Carlos Y como Felipe HI mantuviesen relaciones
amistosas con el Sofí de Persia y procurasen aliarse con éste. Persiguiendo el mismo
objeto Felipe HI, acordó enviar al Sofí una Embajada que encomendó á D. García de
Silva y Figueroa, cuyo talento diplomático le era conocido (').
(1) Commentarios de Don García de Silva que contienen su viaje á la India y de ella á Persia.
Cosas notables que vio en él y los successos de la Emhaxada al SopM
Manuscrito original, consta de 389 hojas foliadas, más 83 al principio sin numeración. Contiene
un mapa de la isla de Goa y al fin ocho dibujos que representan esculturas de Persépolis.
INTRODUCCIÓN XIII
Hacer el viaje por tierra era en aquella época empresa del todo imposible, dado
el odio que los turcos profesaban á los españoles, sus mortales enemigos, y la dificultad
inmensa de atravesar el Asia Menor y la Mesopotamia, no yendo con buena escolta; así
que D. García resolvió entrar en los dominios del Sofí por la región que baña el Golfo
Pérsico, aprovechando las comunicaciones que los portugueses tenían con sus colonias
de dicho golfo y de la India. Habiéndose aprestado una pequeña armada en Lisboa,
el Embajador salió de este puerto á principios de abril de 1614, y después de rodear el
inmenso continente africano, de cuya navegación redactó un diario minucioso, llegó á
Goa en febrero de 1615. Un libro extenso (el II de su obra) dedica Silva á describir
aquella ciudad, perla de los dominios portugueses; llamábanle la atención extraordinaria-
mente los bmmenes con sus costumbres y religión y las penitencias á que muchos se
sometían; no obstante, afirma Silva que en general eran «los más relaxados y perdidos
hombres del mundo» . En cuanto á quemarse las viudas de los brahmanes en las piras
de sus maridos, declara que se hallaba casi en desuso.
Muy á mal llevaban los portugueses la embajada de Silva, poniéndose de manifiesto,
igualmente que en otras ocasiones, la poca armonía que había entre ellos y los castellanos
no obstante ser regidos ambos pueblos por el mismo monarca. Así que el gobernador de
Goa, D. Jerónimo de Acevedo, puso cuantos obstáculos pudo buenamente al viaje de
Silva, y éste, aburrido al verse «por todas vías engañado» , se embarcó para Ormuz en
una pequeña nave con su comitiva y veinte moros de tripulación el 19 de marzo de 1617.
Con bastantes incomodidades se hizo la travesía; el piloto, que era persa, llevaba en vez
de brújula un instrumento «muy extraño y grosero, de hechura de peine, con algunas
cuerdas que salían del y muchos dados en ellas; con esta invención de que generalmente
usan todos los malemos ó pilotos árabes, tomaba nuestro Mustafá la altura de la estrella
polar» . Llegaron por fin á Máscate, posesión entonces de los portugueses, y Silva se
hospedó en el convento de San Agustín, recreándose al ver tanta variedad de naciones,
moros, árabes, banianos y judíos, que moraban en aquella ciudad, fijándose en las
costumbres de cada una, las cuales describe minuciosamente.
Repuesto de sus fatigas y dolencias prosiguió el viaje á la isla de Ormuz y an*ibó
después de sufrir violentas tempestades, de las cuales se libró gracias á su previsión; el
lasti'e de arroz suelto usado en los mares de Persia, aglomerándose á un lado en las
Este precioso manuscrito perteneció á D. Pascual de Gayangos y hoy se guarda en la Biblioteca
Nacional. En la misma se guarda otro manuscrito de dicha obra; fue copiado en la primera mitad del
BÍglo xvii y consta de 441 hojas en folio. Contiene solamente los libros III, JV y V,
Al principio de él se dice en una nota:
«Fue continuando D. Garcia estos sus comentarios diurnos, extendiéndolos aun por otros tres
libros y dando noticias particulares de los sucesos de aquel tiempo en Oriente y de su negociación
con aquel Rey, y de su vuelta á Goa y embarcación para España, con los acontecimientos de cada un
dia y casi hasta el de su muerte que sucedió á 22 de julio de 1624. Y liabiéndose después juntado en
Madrid los referidos Comentarios y los demás papelea concernientes á la embajada, se han sacado
de su original los tres libros y dibujos que van en este volumen».
Para vergüenza de España, donde aun yacen inéditos los Comentarios de D. García, fueron pu-
blicados en francés con el siguiente título;
L'amhassade de Garcías de Silva Figueroa en Perse, eontenant la politique de ce grand Empire,
les moeurs dii Roy Schach Abbas & une Relution exacte de toas les lieu.c de Perse & des Indes, ok cet
Ambassadeur a esté. Traduite de VEspagiiol par Monsieur De Wicqfort. Paris, Jean Du Puíh,
M.DCCLXVII, 1 vol. en 4."
XIV autobiografías y memorias
tormentas por los bruscos movimientos del navio, era causa de naufragios; por eso empleó
Silva lastre de piedra, y no tuvo que arrepentirse de tal medida. En Ormuz, ciudad
importante y centro de un gran comercio, habíanse establecido los portugueses en tiempo
del Virrey de la India Alfonso de Alburquerque. La población era abigarrada sobre-
manera; hasta los dominadores habían adquirido un sello especial que los distinguía de
sus hermanos de Europa; las portuguesas de Ormuz, dice Silva, «hablan persiano,
aprendido con la comunicación y trato de las mujeres de la tierra; el hábito de los hombres
es también como el de la India; el color dollos y dellas muy menos blanco, porque demás
de haberse mezclado muchos de ellos con gente de la tierra, el sitio desta isla es abrasado
rigurosamente del sol» .
Despedido de D. Luis de Gama, capitán de la fortaleza de Ormuz, navegó á la costa
de Bandar, donde le esperaba Ka9en Bec en nombre del Sofí, y comenzó el viaje por
tierra yendo en un palanquín; atravesó la provincia de Carmania, estéril y desnuda de
vegetación; en Cabrestán fue hospedado por el gobernador, de cuya casa dice Silva que
«habiendo de subir por una escalerilla á lo alto de ella, era tan agria y angosta que se
padeció gran trabajo en subir arriba y después mucho mayor en pasar dos ó tres puer-
tas hasta salir á un terradillo descubierto, siendo menester ponerse casi de gatas para
poder entrar por ellas, no teniendo estas puertas mejor fábrica que los agujeros que tie-
nen los pajares de los labradores de España hechos en las paredes» . Detalles hay en la
relación de Silva que no hemos de pasar en silencio; maravillábase de ciertas rocas con-
glomeradas, que él comparaba á la argamasa de los romanos, y excitada su curiosidad
halló que había incrustadas en aquellos peñascos «conchas no enteras del todo, sino en
pedazos mayores y menores, siendo propiamente de las que el mar cría y produce y de la
mesma forma que las que en España por devoción los romeros y peregrinos que vienen de
Santiago traen cosidas en los sombreros» . Siendo notable que D. García no considerase
estos fósiles como caprichos de la Naturaleza, según era costumbre en aquellos tiempos
que la Geología estaba por nacer. En Lar, capital de Carmania, fue recibido atentamente^
por el Gobernador y estuvo descansando desde 28 de octubre á 9 de noviembre; prosi-'
guiendo su viaje en camellos, comenzó á pasar por regiones fértiles pobladas de árboles
y habitadas por los turcomanos en rústicos aduares. Y después de entrar en Xiras y
atravesar el río Bramiro, entramos en un episodio de primer orden que hay en la rela-
ción de Silva: la descripción de las ruinas de Persépolis hecha sobre el terreno; cuando
nada sabía Europa de los monumentos persas ni de las inscripciones cuneiformes. Silva
llamó la atención acerca de aquellos venerandos restos de una civilización tan prodigiosa
como la griega ó la romana ('); pasmóse ante aquella cindadela, cuyos muros de blan-
(') «Entre la variedad de imágenes y formas que aquí se pudieron notar fue un muy venerable
personaje sentado en un alto escaño ó silla, que tenía debajo de los pies un escabel ó banquillo
pequeño muy bien labrado, cuyos pies parecían torneados, no más alto de una tercia ó pie común,
según la proporción del hombre que estaba en la silla, á las espaldas de la cual, que tenía un descanso
ó espaldar más levantado del medio, en figura piramidal como las cátedras episcopales, estaba otro
personaje en pie, del mesmo traje y autoridad del que estaba sentado; el uno y el otro tenían gran-
des barbas que les llegaban muy abajo de los pechos, con el cabello de la cabeza crecido, que les
cubría las orejas, toda la cerviz y parte del cuello posterior; tenían bonetes redondos y bajos en las
cabezas y vestidas unas grandes ropas que les llegaban á los pies, muy anchas y con muchos plie-
gues, no del todo diferentes de las togas y ropaje antiguo de los romanos, y más propiamente como
las de los magníficos y senadores de Venecia, con larguísimas mangas y tan anchas de boca que les
INTRODUCCIÓN xv
quísimo mármol parecían de ima sola pieza; las columnas, esti-iadas y altísimas, eran
modelo de perfección; los bajos relieves indicaban tal adelanto en la escultui'a, que sólo
viéndolo podía creerse; entusiasmado ante mai-avillas de aquel génei'o mandó á im pin-
tor que copiase varias figuras de aquellos relieves, y gracias á un español los monarcas
aqueménides se presentaron en Em"opa á resucitar las antiguas memorias que de ellos
nos conservaban los clásicos griegos. Silva marchó á Ispaháu, que le pareció una ciudad
decadente; ninguna mezquita había notable, y la tan celebrada plaza del Maydán era
obra harto \'ulgar del Sofí reinante, con una mezquita en construcción. La gente, al verlo
tan envejecido, creía que tenía ciento veinte años y que era brujo. De Ispahán fué á
Caxen y lo obsequiaron con luchas de toros y de carneros, rara diversión que le agradó.
Las costumbres persas le repugnaban en extremo; el recato de las mujeres en los hare-
nes conti'astaba con una profunda inmoralidad pública, y las turbas de niños criados en
el afeminamiento y para los vicios orientales le conti-istaban.
Como el Key persa se encontraba á la sazón en Kasbín se dirigió á esta población
D. García, anheloso de terminar su cometido. Luego que presentó los regalos que
Felipe ni destinaba al Sofí, intentó comenzar las negociaciones diplomáticas y vio con
sorpresa que el persa se mostraba rehacio, pues recordaba que en otras ocasiones no
había luchado España contra los tm-cos con la decisión y empeño que él deseaba; además,
recién apoderado de Bahrein, Comorán y Queixome, posesiones portuguesas, de ningima
manera quería devolverlas. Es verdad que aparentaba sumo respeto hacia el monarca
castellano, y aun con singular hipocresía besaba un Evangelio en persa que le había
entregado Silva; mas dilatando conceder audiencia al Embajador y dando respuestas
evasivas, llegó á cansar la paciencia de D. García; éste, recelando quedarse solo en Kas-
bín, pues los soldados de su escolta se desbandaban y el Sofí anunciaba marcharse,
hubo de regresar, y, pasando por las ruinas de Babilonia, Bagdag y Bassora, tornó á
Ormuz cuando ya de nuevo comenzaban las hostilidades.
llegaban á la rodilla; el que estaba sentado tenía en la mano izquierda un báculo ó bordón y en la
derecha un trozo de bastón, en cuya cabeza y parte de arriba parecía engastado un vaso de la forma
de una escudilla, de que salían unas llamas, como que allí hubiese fuego encendido ; teniendo así
mesmo el que estaba en pie á las espaldas de la silla en la mano derecha otra insignia semejante
á esta».
((Mandó el Embajador al mesmo pintor que también sacase al natural un renglón de una inscrip-
ción grande que estaba gravada en el triunfo de la escalera, la cual está en el medio de aquella
pompa tri-infal, en una tabla de aquel pulido marnior, de cuatro pies de alto y poco menos de ancho,
cuyas letras estaban cavadas y labradas muy hondas en la piedra, compuestas todas de pirámides
pequeñas puestas en diferentes formas, de manera que distinctamente se diferenciaba el un carácter
del otro».
«En algunas partes (había) inscripciones de letras del todo incógnitaf, siendo mayor su antigüe-
dad que las hebraicas, caldeas y arábigas, no teniendo semejanica alguna con ellas y mucho menos
con las griegas y latinas».
Las ruinas de Persépolis se conservan actualmente casi lo mismo que cuando las visitó D. García
de Silva. Puede verso su descripción en F. Lenorman: Histoire ancienne de VOrient; París, 1888,
tomo VI, págs. 81 á 87.
La arquitectura es más bien egipcia que persa, y en aquellas soberbias construcciones de Jerjes
y Darío son de notar las columnas por su esbeltez; las esculturas pertenecen al estilo asirio.
Dieulafoy llega á preguntarse, al contemplar tan soberanas bellezas, «si los monumentos religio-
sos de Egipto y los templos de la Grecia podrían producir en la mente de espectador una impresión
tan viva como los palacios del Gran Rey».
XVI autobiografías y memorias
Tal es en breve resumen el contenido del libro de D. García; libro de lo más notable
que en el siglo xvii se escribió acerca de Persia y aun de oti'as regiones asiáticas y
em'opeas; de los cosacos de Dniéper, por ejemplo, nos da extensas y peregrinas noticias,
y lo mismo puede decirse del Cáucaso y Armenia,
Sorprendió la muerte á D. García mientras navegaba por la costa de Loanda, de
regreso á España. Sus apuntes llegan al 28 de abril de 1624.
m
Solamente para ilustración de sus bijos, y sin ánimo de publicai-los, escribió el
Duque de Liria y Jérica, D. Jacobo Francisco Fitz James Stuart, los Diarios ( ' ) de sus
embajadas en Eusia, Polonia y Austria (años 1727 á 1731). Fracasados en éstas sus
proyectos, quiso demosti-ar con cuánto celo y perspicacia había ti-abajado en bien de
la patria, procm*ando la alianza de Eusia y España contra Inglaterra y la elección del
Infante D. Felipe para el trono de Polonia; disuadiendo el mati-imonio de la Czarina
con el Infante de Portugal y defendiendo el ti-iunfo del partido nuevo ruso, que luchaba
con el de los secuaces del antiguo aislamiento nacional. No fueron pocas, en verdad, las
eminentes condiciones de hábil diplomático que desplegó el Duque de Liria en el
desempeño de su cargo; tal ascendiente logró en la Corte rusa, que recibió de la Czarina
pruebas elocuentes de afecto y aun dinero para cumplir con las cuantiosas deudas que
había conti-aído. Pero abandonado casi completamente de nuesti-o Gobierno, falto de
recursos y algo manirroto, pasó los años de su embajada llamando á las puertas de
usureros judíos, lamentándose inútilmente de su pobreza y hasta empeñando el Toisón ó
vendiendo su vajilla y caballos en momentos de escasez. Toda esta larga serie de
obstáculos y la inutilidad de sus esfuerzos le agriaron el carácter, ya de suyo inclinado
á la maledicencia; en los juicios que emitió acerca de los magnates, gobernantes y
Embajadores con quienes trató, empleó un lenguaje crudo y naturalista, ajeno por
completo al eufemismo que parece ti'adicional y de rigor en los diplomáticos; de la
Duquesa de Mecklembm-go escribe: «Es muy gorda y muy puerca, y tiene mucha
inclinación al sexo masculino» ('); del Príncipe Juan Dolhorouky, que «era capaz de
concebir un odio cruel; no tenía crianza ni erudición, y, en una palabra, hubiera sido
reputado en todas partes por un majadero» (^); del Príncipe Miguel Dolhorouky, que
«tenía poco entendimiento, mentía mucho, era falso y furbo » ; del Feldmariscal Sapieha,
que «se emborrachaba todas las noches» ; del Conde Wratislao, que «era poco cortés con
todos y aun con las damas, más á propósito para divertir á unos niños con cuentos de
viejas que para Ministro» ('*); de T\íi'. de Hoclilienholzer, que «era hombre de bien, pero
(1) Relación del viaje á Moscovia del Embajador Duque de Liria y Xerica (1727-1730).
Publicada en la Colección de documentos inéditos para la Historia de España; tomo XCIII, pá-
ginas 1 á 474. En-el mismo tomo, págs. 474 á 486, iiay otro escrito del Duque de Liria, rotulado:
Diario de mis viajes y negociaciones en Varsovia y Viejia (1730-1731).
(2) Pág. 363.
(3) Pág. 364.
i4) Págs. 3G7, 371 y 372.
INTRODUCCIÓN xvn
animal, ignorante, borracho y de buen corazón» ('); del Barón de Cram, que «tenía la
cara de una mona y la traza de un pedante de escuela» (").
Largas son sus quejas del Ministro Patino, en quien veía un enemigo ocultó; del
Marqués de la Paz, porque éste le reprendía sus derroches, necesarios según el Duque
para ejercer la fascinación del boato y conquistar con dádivas las voluntades; convencido
de que todo lo puede el oro, creía que el más sagaz diplomático nada conseguiría si
vivía modestamente.
En cuanto á la parte histórica y descriptiva del libro, que no es corta, merece
bastante aprecio .y da una perfecta idea del Imperio ruso en el primer tercio del
siglo xviiT, cuando en aquella nación luchaba el espíritu moderno, infiltrado gracias á
los heroicos esftierzos de Pedro I , con el rancio ti-adicionalismo y con la civilización
semiasiática de los siglos anteriores.
IV
Desterrado de España y execrado generalmente aquel favorito que manchó con su
lascivia el tálamo Real é hizo de nuestra Corte im segundo Versalles en tiempo de
Luis XV, se creyó en el deber de escribir la apología de su vida política, con la defensa
del infeliz Monarca á quien había deshonrado y de la Mesalina del siglo xviii, doña María
Luisa. Desde luego no hay que buscar en tales Memorias (^) verdad ni sinceridad com-
pletas; son una defensa ante el tiibunal de la Historia, hecha por un hombre que, si bien
no gobernó tan desacertadamente como suele afirmarse, ejerció el poder á guisa de Seyano
en tiempo de Tiberio ó de los déspotas y corrompidos eimucos del imperio bizantino, man-
cha que no podrán lavar los argumentos más hábiles y todos los esfuerzos de ingenio.
Y, sin embargo, tiene Godoy pretensiones de haberse inclinado con el imbécil Monarca al
régimen constitucional, pues escribe:
«En su juicio (de Carlos IV) no cupo la inconcebible idea de que todo lo hecho (en las
Cortes de Cádiz) ftiese destruido, ni que fueran perseguidos los que entre algunos yerros,
hijos de la lealtad y del fervor de aquellos tiempos, habían hecho tantos servicios seña-
lados» (*).
Las penalidades que sufrió durante los últimos años de su vida y el tesón con que
le persiguió Fernando VII, haciendo que el Papa lo desterrase de Roma, habrán podido
despei-tar un sentimiento de compasión hacia el prepotente favorito de María Luisa, pero
jamás absolverlo.
Poca es la modestia que resplandece en las Memorias de Godoy. Ufano de su no-
bleza, ensalza la hidalguía de su familia; cuando entró en la Orden de Santiago, las
pruebas fueron tales, «que en muchos años no se había ofrecido una prueba de nobleza
(!) Pág. 375.
C») Pág. 157.
(') Cuenta dada de su vi'hi imlitica por D. Manuel Godoy, Principe de la Paz, ó sean Memorias
criticas y apologéticas para la historia del reinado del Señor D. Carlos IV de Borbón. Madrid, Im-
prenta de I. Sancha, 1836-1842, 6 voliinienes en 8.°
(*) Memorias, t. I, pág. 7.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. 2
xviii autobiografías y memorias
más completa» ( ' ). No tuvo que acudir, según murmurabau los maliciosos, á genealo-
gías apócrifas ó mal probadas. Rechaza la pretendida pobreza de sus padres y también
lo imperfecto de su educación, pues estudió Letras humanas, Historia, Moral, Política y
Filosofía. Niega lo do ser excelente guitarrista y cantar á la maravilla tonos nacionales;
esto iba contra Arnault y Jay, quienes habían escrito que Godoy pagó á su patrón en
Madrid, á poco do establecerso, «con coplas de bolero» ; afirmación que tiene las aparien-
cias de esos cuentecillos que tanto agradan a los franceses.
Pero donde Godoy se ve apurado y en medio de un profundo atolladero es al exponer
las causas de su rápida elevación.
La explicación que da es tan oscura como lo sería el hecho mismo, si no constaran y
fuesen harto conocidos los móviles á que obedeció. «Yo mismo, dice, estuve algún
tiempo sin saberlo» . Mas pensando el negocio, dio al cabo con la solución del enigma;
afligidos los Reyes ante los tremendos probleinas suscitados por la Revolución francesa,
«concibieron la idea de procurarse un amigo incorruptible, obra sólo de sus manos» . ¿Y
no es verdaderamente absurdo que Carlos IV solamente pudiera encontrar este «amigo
incorruptible» en la entonces humilde y desconocida persona de un guardia de Corps?
Por de contado que Godoy ni aun se atreve á refutar la especie de sus amores con doña
María Luisa, recordando sin duda aquella frase de Horacio: Iticedo ijer ignem (^). Con
tildar á Floridablanca de perplejo y al conde de Aranda do terco y confiado cree demos-
ti-ar que nadie sino él podía regir la nave del Estado.
Mas ya tenemos á Godoy, joven de veinticinco años, interviniendo activamente en
el gobierno de España cuando la tempestad rugía en el reino vecino y Luis XYI iba
muy pronto á subir las gradas del patíbulo. Godoy se esfuerza por probar que en tan
graves circimstancias procedió con el mayor tino. Enemigo de un rompimiento con
Francia, hallábase dispuesto á reconocer la República con tal de salvar la vida de
Luis XYI; á este fin ofreció la mediación, acto glorioso para España, pues ella sola se
ati-evió á intervenir amistosamente en favor de aquel desdichado Monarca y puso en
juego cuantos medios disponía, incluso el comprar votos en la Convención; todo resultó
inútil y, mejor dicho, contraproducente; los republicanos vieron en la mediación una
prueba de hostilidad; Godoy exigió explicaciones por creer herida la dignidad de
Carlos lY, y desde entonces la guerra fué inevitable.
Preciso es confesar que Godoy no anduvo muy desacertado y que se hacía casi
imposible vivir en paz con Francia. La Revolución tenía desde sus comienzos tal fuerza
expansiva, que forzosamente había de traspasar las fronteras; aquel profundo cambio de
instituciones verificado en el centro de Europa no cabía que se desarrollara pacíficamente;
la declaración de los derechos del hombre era un nuevo código político, que sus defen-
sores propagarían con la espada desenvainada. Así que no es justo culpar á Godoy de
tantas calamidades como experimentamos. «¿Quién fué, escribe éste, entre los vecinos
do la Francia el que entonces no vio hollado el suelo patrio sin bastar á defenderle, sus
(') Memorias, t. I, pág. 25.
(*) «Mas no pasó largo tiempo, escribe Miiriel, sin que su albedrío (de doña María Luisa) fuese
dominado por el amcr de un joven, al cual alzó precipitadamente y con particular empeño á los pri-
meros empleos de Palacio y al gobierno de la Monarquía. Este joven fué D. Manuel Godoy.
Historia de Carlos IV, por D. Andrés Muriel, tomo II, pág. 47.
Publicada en el Memorial histórico español, tomos XXX á XXXIV,
INTRODUCCIÓN xix
estados revueltos, sus leyes alteradas, sus dominios mutilados, sus riquezas devoradas
y su honor de rodillas?»
La paz de Basilea fué hecha en condiciones bastante favorables por España, dado el
sesgo que llevaba la guerra, no obstante los laureles que había recogido el irmiortal
Ricardos.
Calm'osamente defiende Godoy el tratado de San Ildefonso, renovación en cierto
modo del Pacto de familia., acto censuradísimo por casi todos los historiadores. España,
dice Godoy, «se ligó sólo contra la Inglaterra que la comprometía, que la agraviaba, que
prometía oprimirla, que amenazaba sus dominios, que insultaba su pabellón en todos
los mares. Un año y más de un año soportó con paciencia estos agravios» (*). A pesar de
esta defensa fué unánime la opinión en contra del Tratado, y más cuando se echaron de
ver las consecuencias que trajo; infame lo llamó el Conde de Floridablanca. Godoy sale
al paso á éste recordándole su intervención en la independencia de los Estados Unidos,
que considera verdadera infamia. Más hábil para atacar que para defenderse, hace
resaltar lo imprudente de aquella política, «que establecía un precedente ominoso de
subversión, que ponía en boga y hacía buena la rebelión de las naciones contra sus
Gobiernos legítimos» (-).
Al hablar de su retiro del poder en 1798, Godoy se esfuerza por demostrar que
obedeció al deseo de recobrar la ti-anquili dad, molestado por las calumnias desús enemigos;
por lo demás, el Eey seguía dispensándole su protección, y cuando al fin Carlos lY
accedió á ello, sacó el decreto «de su bolsillo, con los ojos humedecidos, me alargó la
mano de la amistad y sin hablar ni una palabra se salió á otro aposento» (^).
Bien de otra manera cuenta lo sucedido don Andrés Mmiel, al decir que «llegó
el Rey á extender un decreto terrible de proscripción contra Godoy, que entregó á
Saavedra» {^).
Cean Bermúdez, en sus Memorias para la vida de Jovellaiios., aíh'ma «que era grande
el descontento del Rey y el horror con que miraba» al favorito.
Godoy se alaba, y con fundamento, de haber restablecido las buenas relaciones de
España con el Sumo Pontífice Pío YII, enojado por el decreto que expidió el Ministro
Urquijo á 5 de septiembre de 1799, y que venía á realizar las doctrinas del Concilio de
Pistoya, constituyendo la Iglesia española en manifiesto cisma. Contra aquel decreto, que
aunque parezca extraño, fué aprobado y aun defendido por no pocos obispos, elevó su
voz el Nuncio; por indicación de Godoy cayó Urquijo y se dio una satisfacción á Pío YII
publicando la bula Aactorem fidei^ como especie de retractación (').
Muy envanecido Godoy de la protección que dispensó á las Ciencias, Letras y Bellas
Ai'tes, traza un cuadro do la cultura española á fines del siglo xviii, citando multitud
de autores y de obras, y casi da á entender que sin él nada de aquello habría
existido (**), pues escribe: «No hubo tasa en mi tiempo á los ingenios; hubo libertad, hubo
('} Memorias, touio 11, pág. 27.
(2) Memorias, tomo II, pág. 67.
(3) Memorias, tomo II, pág. 333.
(*) Historia de Carlos IV, tomo IV, pág, 115.
(") Memorias de Godo//, tomo III, págs. 04 á 87. Véase Menénficz y Pelayo, Historia de los
heterodoxos espafioles, tomo III, págN. 172 d 180.
[_'>} Memorias, tomo II, págs. 225 á 275, y tomo V, págs. 1 á 69.
XX autobiografías y memorias
fausto, hubo grandeza, hubo emulacióu, competencia, y en muchas cosas triunfo y
adelantos sobre los días antiguos y gloriosos de la España» (*).
Enumera las obras que por su iniciativa publicó la Calcografía Real; su proyecto de
encomendar á personas competentes un viaje histórico y pintoresco por España para
estudiar los monumentos y riquezas artísticas; la restauración de la arquitectura, debida
á Rodríguez y Villanueva; su protección á los músicos; el cuidado que puso en hacer
magnífícas ediciones de los clásicos griegos y latinos y el amor que profesaba á la poesía.
Meléndez Valdés y Quintana le entusiasmaban: «Yo no leo á Meléndez sin sentir como
una especie de bálsamo divino que me penetra, me deleita y me conforta alma y cuerpo.
Yo no leo á Quintana sin parecerme que el brazo de algún Hércules con alas me arrebata
en pos suyo, aquí á la soledad y al dolor, allí á las cimas de los montes á tronar conti'a
las tiranías y los errores de la tierra» (^).
Hasta la Filosofía dice Godoy que le debía estar agradecida: «Por mis esfuerzos y con-
tinuas luchas contra la ignorancia y las viejas preocupaciones de amor propio y de intere-
ses personales, Bacon de Yerulamio, Descartes, Locke, Malebranche y Condillac, encon-
ti-aron ya en España paso abierto y se hicieron comunes en nuestras mismas aulas» (^).
Si las ideas que emite Godoy acerca de la América española no fueron concebidas
después que este país alcanzó su independencia, es forzoso reconocer que vio claramente
la gravedad del problema allí planteado y quiso resolverlo del mejor modo posible. Mas
¿por qué dejó las cosas tal como estaban? El reconocía que siendo una cosa la infancia
de los pueblos y otra su adolescencia, no era posible continuar gobernando las colonias
como en siglos anteriores; las reformas se imponían. El pensamiento de Godoy parece
que tendía á la formación de monarquías independientes regidas por Infantes; respecto de
la Luisiana, no cabe duda que pensaba de esta manera, pues escribe: «Más de una vez,
en mis conversaciones por la noche con los Reyes, les proponía mis desvarios sobre la
Luisiana, el de una monarquía libre y franca, emancipada de los trenes y de las vanidades
de las Cortes de Europa, con leyes apropiadas á las circunstancias de una nación
nueva» (^).
En cuanto á las demás colonias dice: «Mi pensamiento fué que en lugar de Yirreyes
fuesen nuestros Infantes á la América, que tomasen el título de Príncipes regentes^ que
se hiciesen amar alh; que llenasen con su presencia la ambición y el orgullo de aquellos
uatm-ales; que les acompañase un buen Consejo con ministros responsables; que gobernase
allí con ellos un Senado, mitad de americanos y mitad de españoles; que se mejorasen y
acomodaran á los tiempos las leyes de Indias, y que los negocios del país se terminasen
en ti'ibunales propios» (").
Semejante proyecto, acariciado veinte años antes por el Conde de Ai-anda, acaso
hubiera sido beneficioso, sobre todo para América, cuyas regiones, en vez de constituirse
en repúblicas, desde luego habrían formado, como el Brasil, monarquías separadas sin
violencia ni guerras de la madre patria, y se hubieran visto libres del período anárquico
que siguió á la independencia y no ha concluido en algunas por completo.
(') Memorias, tomo II, pág. 227.
C*) Memorias, tomo II, pág. 243,
(•') Memorias, tomo II, pág. 255.
(*) Memorias, tomo III, págs. 44 y 45.
(*^ Memorias, lomoIII, pág. 386.
INTRODUCCIÓN XXI
A la célebre causa del Escorial dedica Godoy largas páginas (') para demostrar que
todo se redujo á ima conjura de sus enemigos, especialmente de Escóiquiz, preceptor de
Fernando YII, quien redactó los papeles que fueron hallados en la cámara de éste;
papeles que, según quiere Godoy, fueron hallados casualmente por el Monarca cuando
cierto día entró en la habitación del Príncipe para ofrecerle un libro. Relación que tiene
visos de amañada, pues todo hace presimiir que Carlos IV tenía conocimiento de lo que
se urdía y buscó los famosos documentos en que Godoy era comparado á Sisberto,
María Luisa á la arriana Goswinda, Fernando TU á San Hermenegildo y Carlos IV,
apocado en extremo, á Leovigildo, Rey de los más enérgicos y decididos que se han
conocido en España. Naturalmente, Godoy quiere hacer creer que su papel fué el de
víctima, y aunque aborrecía profundamente al Príncipe, se limitó á pintarlo cual
joven mal aconsejado y rodeado de palaciegos ambiciosos ó intrigantes.
Un rasgo que cuenta Godoy al hablar de este asimto da idea del miedo que puso en
el pecho de los Reyes la Revolución francesa. Fernando VII, á hmiadillas y para entre-
tener sus ocios, ti-aduce la obra de Vertot Revoluciones romanas; ayudado por D. Juan
Antonio Melón, la publica con sus iniciales; presenta el libro ya impreso á su madre, y
ésta, al ver el título, exclama: «Revoluciones no, Fernando mío; ¿ tú sabes lo que odiamos
este nombre y lo que se padece en todas partes por las revoluciones?» (^).
Si descaradamente falta á la verdad algunas veces Godoy en sus Memorias, nunca
lo hace con tal desfachatez como al negar su proyecto de formarse, con el auxilio de
Napoleón, un trono en los Algarbes, siendo mediador en estos frates el Embajador
de España en París, Izquierdo. «Ni Izquierdo, dice Godoy, recibió jamás encargo mío de
pedir cosa alguna á Bonaparte, ni él de su propia idea se adelantó á pedirle nada en mi
provecho, ni se ocupó en París de objeto alguno que no fuese en beneficio de la
patria» (^). Pero sobre esta afinnación están los documentos originales que desmienten
á Godoy; documentos que no extractaremos por hallarse en una obra de todos conocida:
la Historia de España (^) por D. Modesto Lafuente; sólo citaremos un párrafo del más
decisivo, y es una nota de puño y letra de Godoy, en que dice éste: «El todo del
despacho se reduce á que si la Casa de Etrm-ia pasa á Portugal, dividiéndole en dos,
mitad para el Rey y mitad para mí, el enlace con el Rey, cuya edad es igual, podila
hacer que este país vuelva á im pie más respetable » .
Sensible es que no se pueda tener plena confianza en las Memorias de Godoy, llenas de
noticias y pormenores acerca del reinado de Carlos IV; en la imposibilidad de comprobar
todos, queda el ánimo perplejo, sin saber á quién creer, si á Godoy ó á otros autores
contemporáneos. Hasta en aquellos sucesos que por su publicidad parece que debían
ser referidos de una manera idéntica, varía la relación. Así, tratándose del motín de
Ai-anjuez, niega Godoy que la Tudó saliese de noche en carruaje y fuese detenida por
los amotinados; también la especie de haberse escondido en un rollo de esteras, asegu-
rando haber estado en un desván; refuta el que Fernando VII hubiese manifestado su
propósito de no salir de Ai-anjuez (■'), A pesar de tantas dificultades como ofrecen las
(1) Memorias^ tomo V, págs. 159 á 292.
(*) Memorias, tomo V, págs. 169 á 171.
O Memorias, tomo V, capítulo XXIX
(1) Tomo XVI, cap. XVIII. Edición de Barcelona, 1889.
(•'') Memorias, tomo V, pág. 37.
XXII autobiografías y memorias
Memorias de Godoy, son un libro de primer orden para conocer el reinado de Carlos lY,
y cuyo valor irá en aumento á medida que con el estudio de los documentos coetáneos
se vayan aquilatando las aseveraciones del favorito y derramando luz sobre aquel período
tenebroso de iutiñgas palaciegas.
V
En cuatro partes se pueden dividir las Memorias de D. José García de León y
Pizarro, no ha mucho publicadas en la Colección de escritores castellanos ('), En la
primera se ocupa de su juventud y primeros cargos diplomáticos; en la segunda, la más
importante sin duda alguna, de su intervención en el gobierno, especialmente como Ple-
nipotenciario en el Congreso de Praga y como Ministi'o de Estado (años 1812 y 1816 á
1820). La tercera se reduce á un Diario de los sucesos ocurridos en 1833. La cuarta
sólo contiene documentos justificantes de las anteriores. Pizarro comienza su obra mani-
festando cuan iltiles son las del mismo género para el conocimiento de la Historia.
<'Las Memorias de la vida de los hombres públicos es una lectura útil á los hombres
de Estado y entretenida para todos aun más que la Historia. Como ésta está sujeta á
reglas severas, no permite ciertos pormenores é individualidades domésticas y sociales,
que forman precisamente la parte más picante de las Memorias y la que más ceba la
curiosidad y el amor propio del lector, al mismo tiempo que la satisface y explica con
ejemplos vivos los enigmas de la vida humana. La Historia presenta el corazón humano
en sus grandes resultados, y las Memorias siguen paso á paso sus movimientos, escudri-
ñando uno á uno sus pliegues y tortuosidades» (').
La parte menos interesante de las Memorias de Pizarro es aquella que precede á su
enti-ada en la Secretaría de Estado, reducida á una relación de su vida juvenil. Nacido
en Madrid á 19 de octubre del año 1770 pasó á Quito en 1777, cuando su padre fué
nombrado Presidente y Yisitador general de aquel Reino. Allí comenzó sus estudios y
tomó el grado de Bachiller en Filosofía. En 1785 regresó á España, y dando muesti'as de
su carácter aventurero y decidido huyó do la casa paterna con ánimo de embarcai'se en
Cádiz. Yuelto á Madrid sin realizar su proyecto curso Leyes en Alcalá, y apenas acabada
su carrera logró una plaza de Agregado en la Embajada española de Berlín, donde era
Ministro D. Horacio Borgheso, italiano «sin más instrucción que la gramática parda» y
Secretario 1). Guillermo Curtoys, inglés «fi'ío, tímido y muy melancólico». El trato de
Pizarro con estos dos señores no fué muy cordial y quéjase frecuentemente del egoísmo
que manifestaron no prestándole apoyo alguno. «Jamás so vio joven más desamparado
de auxilio y consejo que yo al principio de mi carrera. Allí empecé á aprender que el
defecto más común y más ruinoso de los españoles es la desunión, la envidia, el despre-
cio de su país y la ceguedad por los demás con envilecimiento propio» . Palabras que
desgraciadamente se cumplen aún en nuestros días. Nada diremos de los contratiempos
amorosos que tuvo Pizarro y que él refiere en breves fi-ases; su Circe «acudió al medio
más usado en Berlín en materias amorosas, que es formarse una sucesión y á escote, y
(•) Memorias de la Vida del Exorno. Señor D José García de León y Pizarro, escritas jior él
mismo. Madrid, Est. Tip. Suc. de Rivadeneyra, 1894 á 1897, o vol. en 8.° Son los tomos 104, 109 y
112 de la Colección de escritores castellanos.
(«) Tomo I, pág. 7.
INTRODÜCCIOÍÍ" XXIII
luego, amparándose de la legislación, endosarla al conocido más podiente y de quien se
quiere sacar más partido» . Bastantes pesares y gastos le costo salir del atolladero en que
había caído, y esto le hizo ser más prudente en lo sucesivo. Las ocupaciones diplomá-
ticas no le estorbaron consagrar largas horas al estudio, de manera que llegó pronto á
dominar la lengua alemana y redactó varias obras originales; también tradujo á dicho
idioma El delincuente honrado^ de Jovellanos, Trasladado á la Embajada de Yiena,
regresó en 1793 á España y entró en la Secretaría de Estado.
Pizarro traza de esta oficina un cuadro que parece una página de la administi'acióu
romana ó bizantina en tiempo de los Césares y de sus favoritos más corrompidos ó
ineptos. El desacierto, la rutina y la ignorancia corrían parejas con la ausencia com-
pleta de moral y decoro. Godoy en nada pensaba sino en destruir la influencia del viejo
Conde de Aranda. El Oficial mayor estaba ccasi siempre borracho» , y los negocios se des-
pachaban de una manera tan estúpida como lo prueba el siguiente: La hija de D. Timoteo
Escalani solicita ima pensión en vista de los relevantes servicios prestados por su padre
al propagar la vacunación; Pizarro se interesa por la huérfana, cuya fealdad hacía pre-
sumh" una eterna soltería; para . conmover el corazón del Monarca acaba su informe
hablando de la inoculación antivariolosa; la petición es una y oti'a vez desechada, hasta
que cierto amigo de Pizarro dice á éste: «No se canse usted; los Borbones odian tan gran
invento, pero tienen un miedo tremendo á la viruela; describa usted en el párrafo último
los horrores de esta enfermedad y conseguirá lo que pretende» . Hácelo así Pizarro y la
hija de Escalani obtiene una renta vitalicia.
Pizarro, aimque ciertamente no era, ni mucho menos, partidario de Godoy, calla lo
que sucedía en más altas esferas y se limita á describir los escándalos que había en su
oficina. El demonio de la corrupción se presentaba á las veces con talegas, pero las más
en forma de mujer. «La concurrencia de señoras á la Secretaría era cosa verdadera-
mente escandalosa; se habían hecho los agentes generales de todos los negocios de sus
familias y de las ajenas; jamás parecían maridos, hermanos ni primos á promover soli-
citudes; señoras y mujeres eran las que llevaban su voz en el gabinete del Ministi-o
favorito y en la antesala do la Secretaría, subdividiéndose el gran serrallo en varios oti'os
serrallitos particulares pertenecientes á cada negociado ('). El retrato de Godoy, mani-
fiestamente exagerado, pues no fué este político tan ignorante y vulgar como se ha
escrito por muchos, es el de un hombre cegado por la lascivia y sin oti-as miras que hacer
daño á sus adversarios. «Su teatro de hazañas era la audiencia de señoras y destruir con
la pluma á sombra de tejado, si no los enemigos de Estado, á lo menos los que creía
podían hacerle sombra ú ofenderle» (-).
Cuando se trató la cuestión del comercio de granos con Marruecos, los Gremios intri-
garon cuanto pudieron á fin de que se resolviera en beneficio suyo; en los Negociados de
África «ardían en sobornos de dinero y de mujeres una multitud de contrincantes pode-
rosos» (^). Los Gremios, codiciosos de obtener el privilegio exclusivo, se valieron de ima
«doña Rosa Sanabria, intriganta de la más infame especie; vivía en la Corte sostenida
por D. Luis Rigalt y otros sujetos, á quienes estañiba y engañaba con mentiras» {'").
(1) Tomo I, págs. 105 y 106.
(2) Tomo I, pao-. 112. -
(') Tomo I, pág-. 94.
(*) Tomo I, pág. 102.
XXIV AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Pizarro trata con severidad, acaso uo justificada, á otros personajes; Jovellauos le
parece muy inclinado á favorecer sus paisanos con razón ó sin ella; D. Pedi'o Ceballos,
lo mismo; Azara, un intrigante sin consecuencia en sus ideas; únicamente tiene palabras
de elogio para el regalista Urquijo, que nada ó poco llevó á cabo de provecho.
Pero censui-ar es en verdad empresa mucho más fácil que gobernar con acierto, y
eslo lo demostró prácticamente Pizarro cuando, después de haber sido Secretario del
Consejo, ocupó el ministerio de listado (año 1812); la independencia de América se acer-
caba y Pizarro uo vio más allá que sus compañeros; se limitó á censiu-ar, ponderando el
ningún acierto con que fneron hechos, los nombramientos de Virreyes y Gobernadores,
pues regían las colonias «un arzobispo en México, caduco; un Yenegas indeciso, un Cis-
neros sordo y sin aliento, im furioso Elío, un estúpido Yigodet» .
Iniciada la sublevación americana, ofrece Inglaterra ima mediación acaso conveniente;
Pizarro se opone á ella y fracasa el proyecto.
Enemigo de que el ejército británico, aliado del español en la guerra contra Napoleón,
fuese el elemento director, se resiste á que Wellington obtenga el título de generalísimo,
y deja la cartera sin haberse desacreditado, pero también sin haber demostrado inicia-
tivas provechosas ni dotes extraordinarias de hombre público,
Kestablecido Fernando YII en el trono, Pizarro ocupó de nuevo el ministerio de
Estado (años 1816 á 1820), y probví ser más flexible de lo que debiera quien se pinta á
sí mismo como hombre de carácter independiente. En sus Memorias confiesa ingenua-
mente el servilismo con que procedió:
«Mi conducta en la Secretaría fué siempre la de un buen compañero y de im jefe
indulgente y favorable, menos en cuanto al ti-abajo, que exigía vivamente y sin excusa.
» Algunas veces se me presentaban oficios vergonzosamente extendidos, y al ir á
devolverlos, sin firma, procuraba salvar el amor propio, ó bien poniendo algo que pare-
ciese adición más bien que enmienda, ó dejando caer el tintero como por inadvertencia,
ó bien por advertencia indirecta al oficial mayor» (*).
Ni una frase tiene Pizarro para condenar la conducta de Fernando YII, cuyo per-
verso maquiavelismo hace de él una figura odiosa en la historia patria.
De la Corte y repugnante camarilla calla por completo, y sólo cuenta algún chisme-
cilio, cual es que las Princesas María Isabel y María Francisca, hijas del Regente de
Portugal D. Juan, casadas la primera con Fernando YII y la segunda con el Infante
D. Carlos, «fueron entregadas sin el dote prometido y aun con un ajuar poco decoroso
y digno» . Lardizábal, á quien Pizarro supone autor de estas bodas, se propasó á burlarse
del Rey en una carta que le interceptaron, y hubo de salir desterrado para Yalladolid.
Pizarro salta en sus Memorias del año 1820 al 1833, probablemente por uo verse
en el caso de juzgar el período constitucional con sus borrascas y agitaciones, y la inter-
vención extranjera reclamada por un monarca aborrecido del pueblo y poco merecedor
de la tremenda lucha que por defenderle había sostenido la nación contra el imperio de
Bonaparte.
(«) Tomo 11^ págg. 27} 28.
INTEODUCCÍON
VI
Los Recuerdos de un diplomático por D, Augusto Conté, personaje distinto del céle-
bre filósofo positivista, y gaditano, si bien de origen fi'ancés, son el último libro de su
género publicado en España ( ' ). Su autor comienza exponiendo con ingenuidad las causas
que le han impulsado á redactar su biografía:
«Hallándome, dice, ya avanzado en edad y falto de ocupaciones obligatorias, hame
venido la idea de escribir mis recuerdos en forma de una autobiografía, no tan sólo
para mi propio entretenimiento, sino también para que los que gustan de las relaciones
de los viejos puedan leer la que voy á hacer de las cosas que he visto ú oído desde que
tengo uso de razón» . Tarea muy laudable, aunque no diese otro resultado que añadir
una obra más á la autobiografía española.
Para dar mayor amenidad á su libro el Sr. Conté, acaso viendo que una mera rela-
ción de su vida resultaría de poca animación, escasa de interés y aun muy breve, pues
pocos capítulos bastarían para contar sus estudios y cargos diplomáticos en Méjico du-
rante la invasión norteamericana, en Lisboa y en Roma cuando esta ciudad se sublevó
contra el gobierno de Pío LS, mezcla sus Recuerdos con algunas noticias de Historia
contemporánea, casi todas ellas conocidísimas, con descripciones de los países que reco-
rrió en Europa y América, y aun con extensas reflexiones acerca de Filosofía, Litera-
tura y Arte, etc.; muchas de ellas tan poco afortunadas como calificar de pesado el estilo
de Jovellanos (^); considerar á Campoamor el poeta más eminente de los nuesti-os en el
siglo XIX, excepción hecha de Espronceda y Zorrilla (^); afirmar que Chateaubriand fué
el primero en sentir la poesía de la religión y de la Naturaleza (*); que la Catedral de
Cádiz «es sumamente linda» (^), y otras semejantes. De los reyes afirma que casi siem-
pre sus amores fueron con «mujercillas de la plebe. De Fernando VH se decía que iba
á visitarlas en sus humildes casas, llevándole el caduceo un Grande de España, quien
probablemente se quedaría en la antesala en conversación con alguna provecta Celes-
tina» (®); Madrid y las costumbres de sus habitantes se hallan descritas cual si se tra-
tara de Samarkanda, Timbuctu ú otra ciudad perdida en medio de vastos continentes y
apenas accesible á los viajeros; como si el clima de la Corte fuese el de Ai^kangel, dice
que «es un obstáculo para la poesía de la vida, al menos para la poesía al aire libre» ( ');
los madrileños son tan holgazanes y acaso más que los negros del Congo, pues «raro es el
(') Augusto Conté, Recuerdos de un diplomático. Madrid, Impr. de J. Góngora y Alvarez, 1901,
tomo I, 505 pág3. en 8.°
El autor nació en Cádiz á 5 de septiembre del año 1823 y cuenta en este volumen, al que seguirá
otro cuando menos, los sucesos de su vida hasta el año 1852.
De este libro se ha ocupado el Sr. Gómez de Baquero en La España Moderna, 1." de septiembre
de 1901, págs. 178 á 184.
(») Página 158.
(3) Página 166.
(*) Página 349.
(B) Página 46. • ~
(6) Página 18.
C) Páginas 124 á 137.
XXVI autobiografías Y MEMORIAS
madrileño medianamente acomodado que se levante de la cama antes de la doce del día,
por cuya razón se pregunta imo muchas veces cómo y cuándo desempeña cada cual las
obligaciones de su casa y oficio» { ' ).
(') Del Palacio Real de Madrid escribe: «Sin ser suntuoso ni comparable con los que poseen otros
Soberanos de segundo y tercer orden, es por lo menos de una arquitectura sólida y agradable. Lásti-
ma grande que esté situado justamente al Norte y mirando al frío Guadarrama, lo cual condena al
Re}^ de España, al poseedor del Jardín de las Hespérides, á soportar inviernos rigurosos, suspirando
quizás, como Mignon, por el país donde los limoneros florecen» (pág. 129).
Además de estos escritos autobiográficos hay otros que mención iremos brevemente.
El Licenciado D. Pedro de la Gasea escribió varias relaciones en que consignó lo que hizo en el
Perú cuando fué enviado para restablecer el orden en aquel país alterado por las turbulencias de
Gonzalo Pizarro.
Han sido pabüjadas en la Colección de documentos inéditoH para la Historia de España, tomo
XLIX.
Don Pedro Yenegas de Córdoba escribió una relación de eu embajada á Marruecos por mandato
de Felipe II en el año 1579. Acerca de ella publicó un notable estudio D. Francisco Guillen Robles
en La España Moderna, septiembre y octubre de 1889.
Memorias de Buenaventura Vivó, Ministro de 3íéj¡co en España durante los años 1853, 1854
y l'^55. Madrid, Impr. de M. Rivadeneyra, 1856, 1 vol. en 4 °
Tratan exclusivamente de los negocios en que el Sr Vivó intervino como representante de
Méjico y contienen gran número de documentos intercalados; la cuestión cubana se halla tratada
largamente.
Ernesto García Ladevese, Memorias de un emigrado (Aumentadas con capitulas inéditos). Madrid
Impr. de Ricardo Fé, 1892, 1 vol. de 277 páginas en 8.°
El autor cuenta la parte que tomó en las conspiraciones de Ruiz Zorrilla para el restablecimiento
de la República en España durante la Restauración, en las sublevaciones militares del año 1883 y en
el pronunciamiento del brigadier Villacampa
CAPITULO III
I. Cristóbal Colóit. — 11. HerxIn Cortés.
III. Alvar Nú5ez Cabeza de Vaca. — lY. Gonzalo Jiménez de Quesada.
Y. Pedro de Yaldivia. — YI. Andrés de Urdaneta.
Para quien no considere la epopeya según las reglas ele una poética convencional y
artificiosa, las relaciones de Colón son un poema épico de colosal grandeza, á pesar del
humilde lenguaje en que está referido el hecho más culminante en la historia del género
humano después de la Kedencióu, según lo calificaron nuestros cronistas. Europa, cuyo
ideal en la Edad Media fué la conquista de un sepulcro vacío, halla la cuna de futuros
pueblos y ve renovarse ante sus ojos en cierto modo el espectáculo de la Creación.
Seis son los escritos propiamente autobiográficos de Colón que han llegado á nos-
oti'os, ya en el texto original, ya en extracto ('), á saber:
1." La relación del primer viaje, cuyo manuscrito autógrafo tuvo presente el Padi'e
Las Casas é hizo de ella dos extractos. Uno de éstos se conserva en la Biblioteca Nacio-
nal en un códice de puño y letra de Fray Bartolomé j fué publicado por Fernández de
Navarrete ('); á nuesti'o juicio difiere muy poco de la redacción colombina, y es en cierto
modo un calco de ella. El segundo extracto, hecho con mayor libertad y más concisa-
mente, fué inserto por el Padre Las Casas en su Historia de las Indias (^). Dirigió Co-
lón dicha relación á los Reyes Católicos.
(•) Publicados en la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles
desde Jines del siglo XV, coordinada é ilustrada p)or Don Martin Fernandez de Navarrete. Madrid, en la
Imprenta Real, año de 1825. Loa demás escritos de Colón, como son cartas, memoriales, (A Libro de
las profecias y las glosas que puso á diferentes libros, aunque contienen datos inapreciables para su
vida, no deben ser considerados como documentos propiamente autobiográficos. Puede verse el cata-
logo y ediciones de ellos en la Bibliogrufia Colombina , enumeración de libros y documentos concer-
nientes á Cristóbal Colóny sus viajes, obra que publicó la Real Academia de la Historia. ^ladrid, Est.
tip. de Fortanet, 1892, páginas 195 á 220. También la obra de José Sabín, intitulada: Dictíonary of
Books relating to América, from its discovery to the preserJ time, de la cual van publicados 19 volú-
menes.
(2) Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los espaíioles desde afines del si-
glo XV, tomo I, páginas 1 á IGG.
En este extracto dejó el P. Las Casas, sin modificar una palabra, bastantes párrafos, incluso el
prólogo,
(3) Libro I, capítulos XXXV y siguientes {Colección de documentos inéditos para la Historia de
España, tomo LXII,. También contiene íntegros el prólogo de Colón y otros fragmentos.
Acerca de la primera carta de Colón, véase el notable estudio de D. José María Asensio, publi-
cado en la España Moderna do octubre 1891, páginas 1 á 21.
xxvili AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
2." La carta al escribano de Ración de los señores Reyes Católicos, Luis de San-
tángel, copiada por Fernández de Navarrete (') del original existente en el Archivo de
Simancas. Versa también sobre el primer viaje.
3.° La carta á Rafael Sánchez, y de la cual sólo conocemos una versión latina hecha
por Leandi'O Cosco, publicada en Roma, en el año 1493. Consta que fué escrita por Colón
en castellano. La traducción ha sido reimpresa varias veces; incluyóla Navarrete en su
Colección de viajes (^).
4." La relación que del tercer viaje dedicó á los Reyes Católicos (').
5.° La carta al ama del Príncipe D. Juan, escrita á ñnes del año 1500, referente al
anterior viaje {^).
6,° La relación del cuarto viaje, enderezada á los Monarcas de España {^).
Hause perdido otras no menos interesantes, cuales eran la carta á Pablo Toscanelli,
mencionada por Sacrobosco en su Sphera; la relación del tercer viaje, citada por Las Ca-
sas (^), y aquel Libro en que escribió lo que cada día le subcedía, ansi en la ida como
en la venida de la jornada del ijrimer descubrimiento de las Indias; libro que poseía
en 1554 D. Luis, nieto de Colón, y que pensó publicar, pues obtuvo una Real cédula (^)
para ello, mas no llegó á efectuarlo.
Fray Bartolomé de las Casas, que tuvo la envidiable suerte de examinar los papeles
de Colón, extractó varios de ellos, copiando á veces fi'agmentos de alguna extensión, es-
pecialmente en su Historia de las Lidias, y por cierto que con admirable escrupulo-
sidad (^).
Más de un crítico ha reparado en que ninguna de las obras poéticas inspiradas en el
descubrimiento de América corresponde á la magnitud del asunto (*). Y en verdad es
éste tan grande que todas las ficciones palidecen ante la realidad, por cuyo motivo el sen-
cilb relato que Colón hizo de su primer viaje interesa y conmueve al lector de menos ima-
ginación y sentimiento. Aquellos navegantes, los más audaces que ha conocido la Historia,
se engolfan en mares llenos de legendarios terrores y llegan á desesperar del buen éxito;
sólo Colón, firme en sus convicciones, los anima y exhorta mostrándoles las aves de tie-
rra que se paraban en los mástiles, cual mensajeras de un continente desconocido, y oti'os
signos que anunciaban la proximidad de islas; y cuando al fin, después de tan angustio-
sos momentos, Rodrigo de Triana da el grito deseado y desembarcan, puestos de hinojos
consagran el nuevo mundo á Cristo y lo declaran propiedad de los Reyes Católicos.
(1) Obra citada, páginas 167 á 175.
C-*) Navarrete, tomo I, páginas 178 á 195.
(3) Navarrete, tomo I, páginas 242 á 276.
(*) Navarrete, tomo I, páginas 265 á 276.
{^) Navarrete, tomo 1, páginas 296 á 312.
(8) Historia de las Indias, libro I, capítulo XCIX.
(') Publicada por D. Marcos Jiménez de la Espada en sus Relaciones geográficas de Indias,
tomo II, y por D. C. Fernández Dnro en Colón y la historia postuma, pág. 129.
(8) Hirtoria de las Indias por Fr, Bartolomé de las Gasas, publicada en la Colección de documen-
tos inéditos para la Historia de España^ tomos LXII y LXIII.
El prólogo de la relación del primer viaje se halla transcrito en el tomo I, páginas 261 á 263.
(9) D. Marcelino Menéndez y Pelayo, en su estudio De los historiadores de Colón {Estudios de
crítica literaria, segunda serie. Madrid, Suc. de Rivadeneyra, 1895), páginas 202 á 304. Había sido
publicado con anterioridad en la revista El Centenario, 1892.
INTRODUCCIÓN xxix
El espectáculo de los indios autillauos, iuofeüsivos y sencillos, parecía á Col(3n un
recuerdo del paraíso, complaciéndose en describirlos:
«Los cuales después venían á las barcas de los navios adonde nos estábamos nadan-
do, y nos traian papagayos y hilo de algodón en ovillos, y azagayas y otras cosas mu-
chas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas do
vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenian de buena vo-
luntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos
como su madre los parió, y también las mugeres, aunque no vide más de una tarto moza,
y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta
años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras. Ellos no traen
armas ni las cognocen, porque les amosti-ó espadas y las tomaban por el filo y se corta-
ban con ignorancia » .
La vegetación americana, exuberante, llena de vida y de grandeza, llenaba á Colón
de entusiasmo, y aunque ajeno á la Botánica, describe las plantas que vio con exactitud
maraiVillosa. En las selvas vírgenes de las Antillas sentíase dichoso rodeado de íí'atm-a-
leza tan maravillosa; de la isla Fernandina escribe:
«Yide muchos árboles muy disformes de los nuestros, y dellos muchos que tenian
los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro
de otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo; un ramo tenia las fojas á
manera de cañas y otro de manera de lentisco, y así en un solo árbol de cinco ó seis de
estas maneras, y todos tan diversos» (*).
Y por si algo faltaba en aquel pensil, que á Colón parecía sueño de la fantasía, «vino
el olor tan bueno y suave de flores ó árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del
mundo» ('). Su admiración va en aumento cuando desemboca en la isla Isabela.
«Es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la isla son todos verdes y las yerbas
como en el abril en el Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hom-
bre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que ascureceu el
sol, y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es maravi-
lla» C).
«Plugo á nuestro Señor de le mosti'ar siempre una cosa mejor que otra, y siempre
en lo que hasta allí habia descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arbole-
das, y yerbas y frutos y ñores, como en las gentes» .
El navegante insigne, que tantas amarguras había experimentado viendo su empresa
considerada como un imposible, y él reputado por iluso, á quien tantas contradicciones
suscitadas por la envidia de los hombres pequeños de espíritu habían afligido en España
y otras naciones, siente un regocijo indescriptible al hallarse entre aquellos indios, que
parecían exentos del pecado original á juzgar por su bondad é inocencia, y se complace
al referir que en Bayamo, . «todos, así hombres como mugeres, los venían, á ver, y apo-
sentííroules en las mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y los
pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo y así se lo daban á entender» .
«Dávanles de comer de lo que tenían. En llegando los llevaron de brazos los más
(') Navarrete, tomo I, página 29. Libro á que me refiero en los notas sucesivas referentes á
Colón.
(«) Página 34.
(J'i Página 36.
XXX AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
honrados del pueblo á la casa principal y diéronles dos sillas en que se asejitarou, y ellos
todos se asentaron en el suelo en derredor de ellos... Después saliéronse los hombres y
entraron las mugeres y sentáronse de la misma manera en derredor dellos, besándo-
les las manos y los pies, atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos» ( ' ),
El alma de Col(5n está maravillosamente pintada en las relaciones do sus viajes;
hombre para quien un idealismo, que raya en místico, no excluía cierto realismo y codi-
cia de riquezas, lo mismo se afana por encontrar el oro que por hallar el sitio en que
debió, á su juicio, estar el paraíso y persiste en su idea de conquistai' el Santo Sepulcro.
Semejantes cavilaciones no le impiden estudiar la í^aturaleza con intuición prodi-
giosa, formulando leyes que nadie había sospechado; él fué quien observó la desviación
de la aguja magnética; él quien descubrió las corrientes del Océano y relacionó este
hecho con la forma de las Antillas.
«Muy conoscido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de Oriente á Occi-
dente con los cielos, y que allí en esta comarca cuando pasan llevan más veloce camino,
y por esto han comido tanta parte de la tierra, porque por eso son acá tantas islas, y
ellas mismas hacen desto testimonio, porque todas á una mano son largas de Poniente
á Levante y Norueste á Sueste, ques un poco mas alto é bajo, y angostas de Norte á
Sur» C).
Mas todas estas glorias de Colón se habían de anublar cual si Dios quisiera ense-
ñarle cuan poco debemos confiar en los bienes de este mundo; su inexperiencia en
asuntos administrativos y de colonización y la envidia de sus enemigos le harían volver
á España cargado de cadenas como un delincuente. Si la relación de su primer ^laje es
un canto lírico lleno de inspiración y alegría, la del cuarto es una elegía donde se des-
ahoga contando sus tribulaciones; «me han guerreado fasta agora como á moro» , decía
en una carta al ama del príncipe, y en otro lugar escribe: «Si mi queja del mundo es
nueva, su uso de maltratar es de muy antiguo. Mil coriibates me ha dado y á todos
resistí fasta agora, que no me aprovechó armas ni avisos; con crueldad me tiene echado
al fondo. La esperanza de Aquel que crió á todos me sostiene; su socorro fué siempre
muy presto. Otra vez, y no de lejos, estando yo más bajo, me levantó con su brazo divino,
diciendo: ¡Oh hombre de poca fe! levántate que yo soy, no hayas miedo» (^).
Sólo un consuelo mitiga su dolor en cuantos momentos angustiosos se halla: la
plena convicción de que Dios le guiaba, pues le había hecho instrumento de su Providen-
cia para el hecho grandioso du hallar un nuevo mundo. Las palabras de Colón tienen
al hablar de esto un acento místico que conmue^'o; refiriendo las desventuras de su
último viaje escribe estas palabras, cuya sublimidad se necesita estar ciego para no
admirarla:
«Cansado, me dormecí gimiendo; una voz muy piadosa oí, diciendo: ¡Oh estulto y
tardo á creer y á servü- á tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo Él más por Moyses ó por
David su siervo? Desque naciste, siempre El tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te
vido en edad de que Él fué contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la
tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repar-
(•) Pagina 50.
(2) Tercer viaje, página 260.
(3) Carta á doña Juana de la Torre.
INTRODUCCIÓN " xxxi
tiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que
estaban encerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves» ( ' ).
Aquí es donde se halla la verdadera j astiticaci(5n del inmortal viajero; quien tan hon-
damente grabados tenía los sentimientos religiosos y tan lleno está do la divinidad, no
pudo ser un malvado como gritaban sus adversarios, siquiera no viviese libre de man-
chas, según han afirmado sus entusiastas panegiristas falseando la Historia.
II
La magia del estilo, el brillante colorido de las descripciones, la exposición clara y
metódica que realzan la justamente celebrada obra de D. Antonio Solís ha hecho que los
primitivos historiadores de Méjico sean poco leídos, no obstante que como fuentes directas
tengan un valor incalculable. Solís, aunque escritor ya lejano do los sucesos que refiero
y compilador de segunda mano, ha enterrado en cierto modo los escritos de López de
Gomara, Bernal Díaz del Castillo y de Cortés. Y sin embargo, las cartas de éste son un
monumento de tan subido valor cual los Comentarios de Julio César, demostrando en
ellas que con tanta destreza manejaba la espada y conquistaba dilatados imperios como
consignaba sus valerosos hechos en estilo sencillo, varonil y conciso, propio de los grandes
capitanes.
De las cinco cartas-relaciones que Hernán Cortés escribió solamente se conservan
cuatro. La primera se ha perdido, y ya en el siglo pasado el docto bibliotecario de la
Nacional, D. Andrés González de Barcia, desesperó de encontrarla (■). Las dos siguientes
habían sido publicadas por Juan Cromberger en Sevilla, años 1522 y 1523; la cuarta
salió á luz en Toledo, año 1525, y la quinta se hallaba copiada en dos manuscritos: imo
de la Imperial de Yiena y otro de la Nacional de Madrid. Las cuatro existentes fueron
reproducidas en la Biblioteca de autores españoles, tomo XXII.
En la carta segunda, y primera de las que existen. Cortés refiere las maquinaciones
de los partidarios de Velázquez y la sumisión completa y sincera de los indios de
Cempoalla, oprimidos por el tiránico gobierno de Motecuhzoma, quien «les tomaba sus hijos
para los matar y sacrificar á sus ídolos» ; la expedición que emprendió para visitar al Rey
mexicano y las penalidades que sufrió al atravesar la sierra de Sienchimalen; la sumisión
de Tlaxcala, hecho en que demostró Cortés sus eminentes cualidades de militar y político,
logrando con la amistad de aquella república auxiliares de gran provecho en las futuras
campañas. Cortés, que no podía concebir existiese en América una ciudad populosa y
(•) Carta sobre el último viaje.
(2) La existencia de esta carta con-ta por el testimonio de Cortés, quien al comienzo de la se-
gunda dice: «En una nao que de esta Nueva España despaché á 16 de julio del año de 1519, envié á
vuestra alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo á ella
vine, en ella sucedidas». Publicó Barcia lascarlas de Cortés en sus Historiadores primitivos de las
Indias, tomo I,
Otras varias cartas de Hernán Cortés á S M., menos intere.'ííintes que las mencionadas, lian sido
impresas en hi Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización
de las antiguas posesiones españolas de América y Oceania, tomo XII, páginas 287 á 291, 367 á 370,
470 á 480 y 541 á 544.
xxxii autobiografías Y MEMORIAS
sabiamente administrada, pondera las grandezas do Tlaxcala: «La cual ciudad es tan
grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que della podria decir deje, lo
poco que diré creo es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte
y de tan buenos edificios y de muy mucha más gente que Granada tenia al tiempo
que se ganó. Hay en esta ciudad un mercado en que cuotidianamente, todos los dias, hay
en él de treinta mil ánimas arriba vendiendo y comprando. Hay joyerías de oro y plata
y piedras y de otras joyas de plumaje, tan bien concertado como puede ser en todas las
plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de todas maneras y muy buena y tal
como la mejor de España».
Y cuando, después de ver desde los montes el rico valle de Anahuac, entra impávido
en la capital de Motecuhzoma, refiere hecho tan prodigioso con la mayor sencillez y sin
afectación algima,
«Nos salió á recebir aquel señor Muteczuma con fasta doscientos señores, todos des-
calzos y vestidos de oti-a librea á manera de ropa, asimesmo bien rica á su uso, y venian
en dos procesiones muy arrimados á las paredes de la calle, que es muy ancha y muy
hermosa y derecha, que de un cabo se parece el otro y tiene dos tercios de legua, y de
la una parte y de la otra muy buenas y grandes casas, así de aposentamientos como de
mezquitas; y el dicho Muteczuma venia por medio de la calle con dos señores, el uno á
la mano derecha y el otro á la izquierda.... y como nos juntamos yo me apeé y le ftií
á abrazar solo; é aquellos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que
no le tocase, y ellos y él ficieron asimismo ceremonia de besar la tierra» .
Imposible parece que después de lo consignado por Cortés en esta carta haya cundido
la absm-da leyenda de quemar sus naves, hecho que ensalzó D. Nicolás Fernández de
Moratín en un conocido poema. No fué tea., fué borreiio., se intitula un curioso artículo
que D. Marcos Jiménez de la Espada publicó acerca del particular ('). Cortés lo refiere
en estas palabras:
«Creyendo que si allí los navios dejase se me alzarían con ellos, y yéndose todos los
que desta voluntad estaban yo quedarla casi solo, por donde se estorbara el gran servicio
que á Dios y a Yuestra Alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera como so color que
los dichos navios no estaban para navegar los eché á la costa, por donde todos perdieron
la esperanza de salir de la tierra» (").
Por admirable que sea el laconismo con que César anunció su victoria contra Farna-
ces, es mayor la concisión y sobriedad con que Cortés refiere la prisión de Motecuhzoma,
hazaña á cuyo lado nada significa la del capitán romano:
«Le hice echar unos grillos, de que él no recibió poco espauto; aunque después de le
haber tablado aquel dia se los quité y él quedó muy contento» .
En las cartas segunda y tercera ti-aza Cortés un cuadro tan sencillo como exacto de
Méjico y de su cultura, y haciendo resaltar la mezcla de barbarie y de civilización que
se notaba en aquella ciudad; una sabia administración, no pequeño desarrollo de la
industria y el comercio y un arte, aunque incipiente, no despreciable, contrastaban con la
barbarie del culto y los sacrificios humanos. Y sin faltar á la verdad histórica por conve-
niencias cuenta sencillamente ya sus desgracias en la retirada de Méjico, la Noche triste
{•) Boletín de la Real Academia de la Hisioria, tomo XI, pág-s. 235 y siguientes.
(■2) Carta segunda.
INTRODUCCIÓN xxxni
por antonomasia, ya sus triunfos, cuando después de prolongado y tenaz sitio acaba para
siempre con el imperio azteca.
En las cartas tercera y cuarta se ocupa de las conquistas que sucedieron á la toma de
Tenoclititlán (Méjico). Las provincias de Coatzacoalcos, Tutestepec y Guaxaca, como tam-
bién la de Panuco, fueron sometidas de grado ó por fuerza; castigadas severamente las
sublevaciones de los indios tributarios; fimdada la ciudad de Medellín; deshechas las tenta-
tivas armadas del adelantado Francisco de Garay, quien pretendía poblar en el Panuco
manteniendo inteligencias con Diego Yelázquez y el obispo de Burgos D. Alonso de
Fonseca, mortal enemigo de Cortés; Pedro de Alvarado partió á poblar la regi()n do Gua-
temala, apenas conocida, y como si im nuevo sol comenzase á brillar después de aquella
formidable guerra que convirtió en ruinas la bella ciudad do Medico, ésta, gracias á
la diligencia de Cortés, renacía de sus cenizas, contando ya 30.000 vecinos. <De hoy
en cinco años, decía Cortés, será la más noble y populosa ciudad que haya en lo
poblado del mundo y de mejores edificios» . Con aquella previsión que fué su rasgo
cai-acterístico acordó explorar las costas americanas por los mares del Sur y del Norte en
busca do un estrecho que abreviaría el viaje de las tierras oceánicas á España. Por eso
comunicaba al Rey el grande empeño que tenía en «saber el secreto de la costa que está
por descubiir entre el rio de Panuco y la Florida, que es en lo que descubrió el Adelan-
tado Juan Pouce de León; y de allí la costa de la dicha Florida por la parte del Norte,
hasta llegar á los Bacallaos, porque se tiene por cierto que en aquella costa hay estrecho
que pasa á la mar del Siu'» .
m
Dos relaciones existen de las empresas realizadas por Alvar Núñez de Yaca en Amé-
rica y de las grandes desdichas que allí sufrió ('). De la primera, rotulada Naufragios
de Airar Nnücr Cabexa de Vara tj relación de la Jornada que hixo ú la Florida con
el adelantado Panfilo de Xarraex, es autor el mismo Núñez; la segunda, en que se re-
fiere la gobernación de éste en el Río de la Plata, fué escrita por su escribano Pedro
Fernández.
Pocos conquistadores de América tuvieron tan relevantes condiciones como Alvar
Núñez y pocos fueron tan desdichados en sus viajes y expediciones; reunía á un valor
extraordinario gran previsión y diligencia, sin que puedan atribuírsele las crueldades y
tiranías con que otros mancharon su nombro, no obstante las acusaciones de que fué
objeto cuando tumultuosamente lo depusieron de su gobierno del Río de la Plata. Pero
una especie de hado fatal parecía seguirle á todas partes y con él la desdicha. Nombrado
tesorero de Panfilo de Narváez, quien marchaba á conquistar las tierras situadas desde
(') Publicadas ambas con el siguiente título:
Relación y comenturios del gouernador Aluar Nuñez Cabera de Yaca,^ de lo acaescido en las dos
jornadas que hizo á las Indias. Valladolid, por Francisco Fernandez de Cordoua, 1555, 1 vol. en 4."
Reimpresa en el tomo XXII de la Biblioteca de autores españoles, l ágs. 517 á 590.
También escribió Alvar Núñez la Relación del viaje de Narcaez al rio de las Palmas hasta la
punta de la Florida (uño 1527). Publicada en la Colección de documentos inéditos^ relativos al descu'
britniento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, to-
mo XIV, págH. 269 ú 279.
AÜTOBIOQRAFÍAS Y MEMOBIAB. — 3
xxxiv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
el río de las Palmas hasta el Cabo de la Florida, ve estrellarse eu el puerto de Trinidad
(Cuba) dos navios cu que iba con el capitán Pantoja á recoger víveres, hechos astillas
por ima furiosa tempestad. Llegados á la Plorida los expedicionarios se encuentran con
indios, no tímidos y débiles cual los antillanos, sino valientes y robustos, decididos á
morir luchando antes que someterse al invasor, <; Cuantos indios vimos, todos son fleche-
ros: y como son tan crescidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes.
Es gente á maravilla bien dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerzas y lige-
reza» ('). Aquellos antepasados de los seminólas, con tanto trabajo vencidos en uuesti-o
siglo por los norteamericanos, estaban dotados de fuerzas hercúleas; «yo mismo, dice
Alvar Núñez, vi una flecha en im pie de álamo, que entraba por él un geme » . Una vez
([ue se internai'on los españoles comenzaron á sentir las acometidas de los indios, las
emanaciones palúdicas en país tan lleno de lagunas, la falta de bastimentos y el cansan-
cio. Xo hallándose con fuerzas para retroceder á los navios por tierra, construyeron cinco
barcas y se entrai'on por unas marismas con ánimo de ir por mar en busca de aquéllos.
Las olas volcaron los improvisados barquichuelos eu las playas de una isla, y, náufragos,
imploraron la piedad de los indios, teniendo la fortuna de que éstos no se mostraran en
son de guerra, pues según escribe Alvar Núñez, « de ver el desastre que nos habia venido
y el desasti'e en que estábamos, con tanta desventiu'a y miseria, se sentaron entre nos-
otros, y con el gran dolor y lástima que ovieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron
todos á llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podia oir, y esto les áui-ó más
de media hora; y cierto, ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, á manera de
brutos, se dolian tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros cresciese más la pasión y
la consideración de nuestra desdicha» ('). Dieron los nuestros á la tal isla el nombre de
Mal-Hado, y con razón, pues de ochenta mmieron en poco tiempo sesenta y cinco.
El mismo Alvar Núñez cayó enfermo y hubo de quedarse im año, siendo reducido á
esclavitud por los indios de las cercanías, quienes le obligaban « á sacar las raices para
comer debajo del agua y entre las cañas donde estaban metidas en la tierra, y de esto
traia yo los dedos tan gastados, que ima paja que tocase me hacia sangre» (^).
Decidido á recobrar la libertad lo intentó ti-es veces, y otras tantas fué nuevamente
cautivado; á la cuarta, más afortimado, huyó con Alonso del Castillo y otros; cuántas
fatigas padecerían lo dice el itinerario que siguieron: desde la Florida anduvieron por
tierra hasta Culiazan (Méjico), y tal hambre sufrieron, que en más de una ocasión
comieron cai-ue de perro, cortezas y raíces, é ingeniándose para remediar calamidades
semejantes, se hicieron médicos improvisados y cm-aban los enfermos que en varias ran-
cherías les presentaban los indios.
Mas pasados su cautiverio y demás trabajos, que duraron diez años, había de expe-
rimentar nuevos infortunios. Nombrado gobernador del Río de la Plata, aunque acre-
ditó su arrojo yendo por tierra desde el río Iguazu, frente á la isla de Santa Catalina,
hasta la Asunción, pasando por regiones inexploradas, y ya en el Paraguay, sometió á los
aguces, venció á los guaycurúes y remontó el cm-so del río llegando cerca de los indios
xarayes en los confines del Perú, vióse destituido en la Asunción por una conjm-ación
(1) Naufragios, capítulo VI.
('•*) Naufragios, capitulo XII.
(•) Naufragios, capitulo XVI.
INTRODUCCIÓN xxxv
del contador Felipe de díceres y otros. Preso, maltratado y á piiuto de perder la vida,
regresó á España, sucediéudole en el gobierno Domingo Martínez de Irala. El ciclo de
sublevaciones y discordias, comenzado en América por los desventurados que dejó Colón
en el fuerte de la Española al volver de su primer viaje, no había acabado aún con la
intervención enérgica del poder Real y la ñrmeza del inolvidable D. Pedro de la Gasea.
IV
Afirma el Padi-e Simón en el prólogo de sus Noticias historiales ( * ) , que el con-
quistador de Nueva Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada, retirado en su vejez á la
granja que poseía en Suesca, población del Estado de Cuudinamarca (Colombia), escribió
una crónica de sus hechos militares, denominándola Ratos de Suesca; si como todo hace
creer ha existido realmente este libro, es de lamentar su pérdida, pues sería un documento
de primer orden en la historia de América, ya que las campañas de Quesada ftieron de las
más atrevidas y feciuidas realizadas en América. Su marcha por el río Magdalena, por
regiones desconocidas hasta atravesar las montañas de Opón y entrar en las ricas llanu-
ras de Timja y Bogotá, poderosos reinos que conquista, fueron hechos dignos de paran-
gonarse con los más ilustres de Coi-tés y Francisco Pizarro; y además del atractivo que
por este concepto ofrecerían sus Memorias, contendrían segui-amente un cuadro de la
civilización de los chibchas, pueblo casi tan civilizado como los de Méjico y el Perú,
dándonos también nueva luz para juzgar la historia de su autor, el conquistador menos
recompensado y más injustamente perseguido de su tiempo, pues no logró apenas galar-
dón de sus servicios á España. Nadie molestó á Pizarro por haber ajusticiado al inca
Atahualpa ni á Cortés por haber hecho lo mismo con Cuauhtémoc; mas Jiménez de Que-
sada sufrió no leves disgustos por la muerte que dio al zipa de Bogotá, y se vio deste-
ri-ado de las Indias antes de alcanzar el título de Mariscal, de Nueva Granada y oti'as
mercedes justamente ganadas.
El docto americanista D. Marcos Jiménez de la Espada publicó un Epítome de la
conquista del nuevo Reino de O r amula ('), atribuyéndolo al mismo Gonzalo Jiménez
de Quesada. Mas con ser tan respetable la autoridad del Sr, Espada, nos permitimos du-
dar, cuando menos, de que dicho Epttoufe sea obra de Quesada, pues el autor habla de
éste siempre en tercera persona y de sí mismo en primera: d mi parecer; acortándome.
Por lo cual opinamos que debió escribirlo algún soldado anónimo de los que asistieron
á la conquista de Nueva Granada. El Epítome es una relación concisa en demasía al
tratai" de los hechos militares, dilatándose en cambio cuando se ocupa de la cultm'a
chibcha, su religión, templos, costumbres, arte bélico y riquezas.
(1) Primera ¡jarte de las Noticias historiales de las Conquistas de tierra firme en las Indias occi-
dentales. Compuesto por el Padre Fray Pedro Simón, Provincial de la Seráfica Orden de San Fran'
cisco, del Nueuo Reyno de Granada. En Cuenca, por Domingo de la Iglesia, año de 1627, 1 vol. en
folio.
('■*) Insertóla al fin del estudio: Juan de Castellanos y su Ilistoria del nuevo Reino de Granada,
publicado en la Revista Contemporánea del año 1889. El Epítome ocupa las páginas 178 á 196 del to-
mo LXXV.
xxxM autobiografías Y MEMORIAS
Hecho digno de notar es que los más emiuentes conquistadores de América fueran
historiadores de sus hechos, lo mismo Cortés que Pizarro, Jiménez de Quesada y Pedro
de Valdivia (').
La carta que éste dirigió al Emperador á 15 de octubre del año 1550 es mi com-
pendio tan modesto como sincero de cuanto hizo desde que en 1537 fué nombrado go-
bernador de Chile, tierra «infamada» porque Almagro la había desamparado para
enredarse en contiendas con Francisco Pizarro, hasta la sublevación de los indios y las
campañas del Biobío. Contra lo que era de esperar, refiere brevemente las guerras con
los terribles araucanos; mas en su prosa incorrecta pinta admirablemente aquellas luchas
tan encarnizadas como pocas se han conocido, pues el mismo Yaldivia, hombre de sen-
timientos generosos, llega á endurecerse de tal manera que se excede en la venganza; en
mía batalla refiere que « matáronse hasta mili é quinientos ó dos mili indios, y alanceá-
ronse oti-os muchos, y prendiéronse algunos, de los cuales mandé cortar hasta doscientos
las manos y narices». Escrita su relación en medio del estruendo bélico, tiene en oca-
siones ñ-ases de extraordinaria energía, cuando cerca del Biobío se vieron los españoles
acometidos á media noche por 20.000 indios «con tan gran ímpetu y alarido que parecían
hundir la tierra» . Con mayor extensión que de la guerra habla Yaldivia de la adminis-
tración del país; los apiu-os en que él se encontraba con ft-ecuencia, aislado en medio do
bárbaros, y la fundación de Santiago, A^alparaíso, La Concepción, Yaldivia y otras ciu-
dades, gracias á las cuales se fué consolidando la dominación española. Y atento á de-
mostrar al Emperador con cuánta fidelidad le había servido, no obstante sei- hechura de
los Bizarros, expone el auxilio que prestó á D. Pedi'o de la Gasea en la batalla de Xaqui-
xaguana, donde fué vencido Gonzalo Pizarro, y exagerando acaso, llega á decir que, al
saber la sublevación de éste, le « temblaron las carnes que un tan soez hombrecillo y
poco vasallo hobiese, no dicho, pero imaginado, cuanto más intentado tan abominable
traición contra el poder de un tanto y tan cathólico monarca. Rey é señor natural
suyo» (').
YI
Entre las muchas cuestiones coloniales que preocupaban á los españoles en el reinado
de Carlos Y había dos que importaba resolver sin demora: el hallazgo de un camino á
las islas llamadas de la Especiería (Célebes y Molucas) por los mares de Occidente, y el
(') Relación hecha por Pedro de Valdivia al Emperador^ dándole cuenta de lo sucedido en el d<;8-
cubrimiento, conquista y población de Chile y en su viaje al Perú.
Publicada en la Colección de documentos inéditos relatioos al descubrimiento y conquista de
América, tomo IV, págs. 5 á 68.
También Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala y compañero de Cortés, escribió dos
breves relaciones de sus campañas en Cliapotulan, Utatlan y otras ciudades de aquel país. Firmó
la bcgunda á 28 de julio de 1524 y ambas fueron dirigidas á Cortés.
Diego Godoy envió á éste otra relación de lo que hizo y notó ea Chatnula (Méjico).
Reimpresas las tres en la Colección de atdores españoles, tomo XXII, págs. 457 á 470.
(') Obra citada, pág. 27.
INTRODUCCIÓN xxxvii
evitar que éstas v otras oceánicas fiieseu ocupadas por los portugueses, cou quienes me-
nudeaban las cuestiones á pesar de los convenios celebrados para evitarlas. A este fin, ya
descubierto el estrecho de Magallanes, en 1525 se preparó una armada compuesta de
siete naves, que debía plantar la bandei-a española en las islas Molucas. Confi(5se el mando
de la expedici(3n á D. García Jotre de Loaysa; en ella iban Juan Sebastián del Cano,
digno de eterna memoria, y Andrés de Urdaneta, quien luego escribió una relación de
cuanto hizo y vio en aquella larga navegación de once años (1525 á 1536), legándonos
un apreciable fragmento autobiográfico, al mismo tiempo que una página de nuestra
historia náutica ( ' ) . Era la vez primera que Urdaneta, acreditado por sus campañas en
Italia y Alemania, se embarcaba con rumbo á mares tan lejanos como apenas conocidos.
La pequeña escuadra salió de la Coruña la víspera de Santiago de 1525; navegó á
Canarias, costa del Brasil y Río de la Plata, llegando al esti-echo de Magallanes, que
tardaron en cruzar desdo mediados de enero de 1526 á primeros de mayo. Allí pudo
estudiar muy á su gusto los indios patagones, de cuya estatm'a y fuerzas hercúleas se
contaban no pocas exageraciones en España:
«Trajeron un patagón á las naos en el esquife, al que le dieron de comer y beber
vino, y le dieron oti-as cositas con que holgó mucho; en demás con un espejo, que como
vio su figura denti"0 él, estaba tan espantado que era cosa de ver las cosas que hacía;
también le amostraron oro é plata, mas no hizo mudamiento alguno. El era grande de
cuerpo y feo, y traia vestido una pelleja de zebra, y en la cabeza un plumaje hecho de
plumas de avestruces, y su arco, y unas abarcas en los pies» (■).
Con tristes auspicios enti-ó la armada en el mar Pacífico; á 30 de julio murió el
capitán de ella Frey García de Loaysa, y á 4 de agosto el insigne Juan Sebastián del
Cano, su sucesor, quedando encargado del mando Toribio Alonso de Salazar. Haciendo
escala en las islas de los Ladrones, cuyos habitantes, según dice Urdaneta, no conocían
el hierro y labraban con pedernal, arribaron á la de Tidor, cuyo monarca celebró con
entusiasmo la llegada de los españoles, enemigo decidido que era de los portugueses.
Muy luego hicieron éstos visible su enojo conti-a la expedición castellana y abrieron las
hostilidades; vencidos en pequeños combates navales apelaron al crimen; oigamos la
terrible acusación que lanza Urdaneta contra el gobernador portugués D. Jorge de
]\Ieneses:
«Determinó este dicho D. Jorge de Meneses de nos matar con ponzoña, mandándola
echar en un pozo de que bebíamos, lo cual fué descubierto por un cléi-igo de los portu-
gueses que escribió á nuestro capellán de como la pi-imera vez que fuesen allá portu-
gueses determinaban de echar ponzoña en el pozo de agua de que bebíamos; é así nos
guardamos desta vez, cei-rando el pozo sin peligrar ninguno» .
(1) Relación del viaje hecho ú las islas Molucas ó de la Especiería por la armada á las órdenes
del comendador Jo/re de Loaysa, hecha por el capitán Andrés de urdaneta.
Hállase en la Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y organiza-
ci'in de las antiguas posesiones españolas de América y Oceania, tomo V, págs. 5 á 67.
Habíala publicado con anterioridad D. Martín Fernández de Navarrete en su Colección délos
viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde el siglo XV, tonoo V, págs. 401
á 439.
Casi todo este volumen se compone de documentos relativo.^ ú dicha expedición.
(2) Página 10.
xxxvili AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
«Estando yo allá (en Gilolo) vinieron unos poi-tugueses á la isla de Tidore en acha-
que de querer hacer paces con nosoti-os, é dieron ponzoña al dicho capitán Lliguiz en
una taza de vino, de lo cual murió luego» .
Yencidos los portugueses al principio, fueron luego más afortunados al rendir la
guarnición castellana de Tidor, y ajustóse una ti-egua que ellos aprovecharon para ven-
garse de los isleños de Ternate, alzados contra la tiranía lusitana.
Viéndose los nuesti-os escasos de fuerzas y que las deserciones iban en aumento,
acordaron regresar á España, circunnaAegando el globo como antes lo hiciera El Cano,
tocando en Java, península de Malaca y Cochín; rodearon el Afi-ica y anibaron en Lis-
boa á los once años de su partida. Urdaneta había demostrado una pericia náutica extra-
ordinaria, por lo cual, aun después que profesó en la Orden de San Agustín, le enco-
mendó Felipe II (1559) el mando de la escuadra aprestada para la conquista de las islas
Filipinas, en la cual iba el valeroso Legazpi (*).
(1) Además de las mencionadas existen otras relaciones autobiográficas de navegantes y con-
quistadores, como son las siguientes:
Relación e proceso quel Licenciado Gaspar Despinosa, alcalde mayor, hizo en el viaje que por
mandado del muy Magnifico SeTior Pedrarias de Avila, Teniente General en estos reynos de Castilla
del Oro por Sus Altezas, fue desde esta cihdad de Panamá a las provincias de Paria e N^afá é a las
otras provincias comarcanas (año 1519).
Publicada en la Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, caciquista y organiza-
ción de las antiguas posesiones españolas de América y Oceania, tomo XX, págs, 5 á 119.
Relación hecha por Gaspar de Espinosa, alcalde mayor de Castilla del Oro, dada á Pedrarias de
Avila, Lugarteniente general de aquellas provincias, de todo lo que le sucedió en la entrada que hizo en
ellas, de orden de Pedrarias. (Obra citada, tomo II, págs. 467 á 522.)
Sumaria relación de Pedro Sarmiento de Gamboa, Gobernador y Capitán General, del estrecho de
la Madre de Dios, antes nombrado de Magallanes, y de las poblaciones en él hechas y que se han de
hacer. (Obra citada, tomo V, págs. 286 á 420.)
Viage al Estrecho de Magallanes, por el Capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, en los años de
1579 y 15S0 y noticia de la expedición que después hizo para poblarle. En Madrid, en la Imprenta Eeal
de la Gaceta, año de 1768; LXXXIV, 402 y XXXIII páginas en 4.°, con tres láminas.
Contiene al final la «Declaración que de orden del Virre}' del Perú D. Francisco de Borja, Prin-
cipe de Esquiladle, hizo ante escribano Tomé Hernández, de lo sucedido en las dos poblaciones fun-
dadas en el Estrecho de Magallanes por Pedro Sarmiento de Gamboa».
La Relación de Sarmiento fué extractada por Bartolomé Leonardo de Argensola en su Conquista
de las islas Malucas, libros III y IV.
Diario general del viaje flubial que yo Fray Francisco Murillo, del Orden sercifico, boy describien-
do de les sucesos y acaecimientos observados en el descubrimiento de los rios de Jujuy, Tarija y Gran-
de, en calidad de Capellán nombrado por el Superior Gobierno con el objeto indicado, cuya expedición
con despacho del Señor Virrey de Buenos A y res está á cargo del Capitán subalterno y Coronel Don
Juan Adrián Cornejo, vecino de Salta.
Mss. autógrafo, 14 hojas en folio. Bibl. Nac., Pp.- 83-1.
El viaje fué hecho en el año 1780.
CAPITULO IV
I. Relaciones de viajeros árabes. — II. BEN.JAjnN de Tudela.
III. ÁNÓíímO FRANCISCANO DEL SIGLO XIY. — IV. EuY GloNZÁLEZ DE CLA^^JO.
\. Pero Tafur. — YI. El Peregrino de Puey de Monzón. — YII. D. Pedro Cubero
Sebastián. — YIII. Fernán ]\Iéndez Pinto. — IX. D. Jorge Juan
Y D. Antonio Ulloa. — X. D. Dojhngo Badía Leblich.
Las ]-elacioues de viajes y navegaciones, forma en general primitiva de la autobiogra-
fía, excepción hecha de la literatura latina, que posee los Comentarios de Julio César, el
Monnnientun) A)ic¡jrmin}u, cuya redacción quizá sea del mismo emperador Augusto,
y las Confesiones de San Agustín, datan de fecha más antigua enti-e los musulmanes
españoles que entre los cristianos; así escribieron Aben Koxaid, de Ceuta (1260-1312),
El Xuxi-isí (127-1) y El Abderí (1288) rihJas 6 Itinerarios de sus viajes por España
y Afi'ica; Aben Chabir (siglo xiv) y Abú-1-Kasom Almohanna (1274-1349), dos rela-
ciones análogas llamadas Barnamech; el célebre historiador Aben Jaldún (1332-1406),
su Itinerario de África; Aben Aljatib (siglo xiv), un libro acerca del mismo asunto,
obra que se completa con oti"o suyo, cuyo título, modelo de extravagancia, al menos para
nosoti'os, es el de Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje ó eniigrcu-iini á
país extranjero (').
n
Pocos libros de via,jes hay tan olvidados en España como el Itinerario (') de Benja-
mín de Tudela, judío así llamado por ser natural de esta población; baste decir que con
(í) Ensayo hio-hibliográfico de historiadores y geógrafos aráhigo-españoles , por Francisco Pons
Boigues. Obra premiada por la Biblioteca Nacional en el concurso público de 1S93. Madrid. Est. tip. de
San Francisco do Sales, 1898, págs. 310 á 314, 317, 318, 326, 327, 334 á 347 y 350 á 362.
(2) Itínerarivm Beniamini Tvdelensis; in qvo res viemorabiles, qvas ante qvadringentos annos totum
fere terrarum orbem notafis itineribus dimensus vel ipse vidii vel a fide dignis sum atatis liominibus acce-
pit breuiter atque dilucidé describitntur. Ex Hebraico Latinum factum Bened. Aria Montano interprete.
Antverpiaj, Ex-officina Christopliori Plantini Architypographi regü, M.D.LXXV, 1 vol en 8.°
El texto hebreo había sido publicado por vez primera en Constantinopla, año de 1543. De esta
obra hay traducciones en inglés, francés, alemán, holandés y dance, cuya descripción puede verse en
la Bibliographie des voyages en Espagne et en Portugal, publicada por Mr. Foulclié-Delbosc en su
jRevue hispanique, año 1896.
XL autobiografías y memorias
haber sido traducido en los idiomas fi'aucés, inglés, alemán, danés ó italiano, nunca se ha
publicado en castellano, aunque á un español, al sapientísimo Arias Montano, es debida
]íi primera versión latina de obra tan cuiüosa y útil para el estudio de la geografía en el
siglo XII.
Bi-eve en su relato Benjamín de Tudela, describe concisamente los países que recoirió
desde que salió de Zaragoza hasta que enti-ó en París, después de haber viajado por Cata-
hma, la Provenza, Italia, Morea, Tracia, Siria, Palestina, Mesopotamia, Egipto y Alema-
nia, socorrido en tales peregrinaciones por sus correligionarios. Sus observaciones y noti-
cias son de sumo valor, aun tratándose de países conocidos, mucho más las refei'entes á
Bagdag y otras ciudades poco accesibles entonces á los em-opeos ( * ) .
III
Vivamente se ha discutido si el libro rotulado Del conorhuíento de todofí los reinofi,
tierras ij señónos que son por el muwlo, escrito según pai-ece por un franciscano á
mediados del siglo xiv, es narración autobiográfica ó solamente una relación de viajes
imaginarios hecha en vista de un mapa semejante al catalán de 1375 (-). El Sr. Jiménez
de la Espada, que lo dio á luz, afirmó en el pi'ólogo que no se ti-ataba de una falsifica-
ción, pues ya en el año 1404 Juan de Béthencourt, conquistador de las islas Canarias,
codicioso de agregar á sus dominios las costas del Cabo Bojador, encomendó á los Padres
Bontier y Le Yerrier que le describiesen exactamente dichos países, y aquellos religiosos
se limitaron en su informe á extractar la obra del anónimo franciscano, pi-ueba de que la
consideraban genuina y veraz. Argumento que en nuesti-o humilde juicio nada prueba,
una vez que los Padres Bontier y Le Verrier pai-a nada tuvieron en cuenta ni les impor-
taba ser ó no el libro relación de viajes efectivos; buscaban solamente un cuadro geográ-
fico del Cabo Bojador, y se aprovecharon del trazado por el franciscano español sin más
averiguaciones.
(•) De la cueva de Hebrón, donde están sepultados Abralián y otros patriarcas, liace la si-
guiente descripción:
aludteo cuipiam accedenti, & mercedem ianitoribus porrigenti, spelnnca ostenditur porta férrea
patefacta, qua- a diebus antiquis illic adliuc manet. Descenditque homo inferius lampade accensa in
primaní speliincam, in qua nihil invenitur, ñeque etiam in secunda, doñee tertia subeatur, in qua sex
monuinenta sunt Abraliam, Isaac & laacob, Sane & Rebecca^, atque Li;^; alterum e regione alterius:
singulaque , characteribus incisa sunt, noniinibusque distincta singuloriim, hoc modo, sepvlcrvii
ABHAHAM PATitis NOSTRi, SVPER QVEM FAX siT, &c. ad ¡dem exemphun ardet autem lampas nocte atque
die in spelnnca, ministris templi oleum & pabulum ministrantibus assidue. Sunt etiam in eadeni
spelunca dolia plena ossibus Israclitarum antiquorum, illuc a familiis Israel asportata, quaj in hodicr-
8um usque diem eodem illo iu loco manent. In ipso vero duplicitatis agro antiquaj domus patris nostri
Abralia monumentaadhuc extant & visuntur, & fons ante illam scaturit, neminique Hcet illic domum
edificare propter Abraliai obscivaiitiam». (Edición de Amberes del año 1575, págs. 47 y 48.)
('■*) El libro del conocimiento de todos los reinos, tierras y señoríos que son por el mundo, que escri-
lió unjranciscuno español á mediados del siglo XIV, y ahora se ¡mhlica por ]}rimera vez con notas de
Marcos Jiménez de la Espada. [Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, tomo II, págs. 7 á 66,
97 á 141 y 185 á 210.)
INTRODUCCIÓN xli
Frente á la opinión del Sr. Jiménez de la Espada sostuvo el docto publicista francés
Mi'. A. Morel-Fatio (') que el libi'O del franciscano se reducía á un fraude literario,
afirmación ya hecha antes por Otto Peschel (') y Mr, Majoi- (^); opinión que, á nuesti'o
juicio, está fundada en sólidos arg-umentos que hacen insostenible la defendida por el
Sr. Espada.
Basta leer el libro para convencerse de su falsedad; el autor viajja por todos los países
conocidos en su tiempo, sin que deje de penetrar en los más recónditos y apartados de que
se tenía noticia, y con la misma facilidad que si dispusiera de los poderosos medios de
locomoción inventados en nuestro siglo. Atraviesa la Europa en varias direcciones, llega al
interior del continente africano, entra en las estepas de Tartaria, en las vastas regiones de
la China y hasta en Java y otras islas oceánicas. De ser cierta su nai-ración nos encontra-
ríamos con el viajero más audaz y afortunado que registra la Historia, al lado del cual
Marco Polo resultaría un vulgar tuiista. Además, nada más natm-al que si el franciscano
incógnito visitó tantos pueblos y se puso en contacto de tan varias civilizaciones ó bar-
baries, consignara mil datos referentes á costumbres, religión, gobierno, etc., de aquéllos,
en vez de limitarse á un árido y seco relato, donde los viajes parecen hechos por el aire,
sin molestias ni dificultades: « Pai-tí de reinado de Organa ó pasé al reinado de Tauser» ,
« Dende fui á otro reinado que dizen Dangola» , Esto sin contar las mil fábulas y dis-
parates que refiere como testigo presencial; en Hibernia (Irlanda) «aria árboles que la
fruta que llevavan eran aves muy gordas, ó estas aves eran muy sabrosas de comer; ó en
esta isla son los ornes de muy grand vida, que algunos dellos viven dozientos años los
que y ( allí ) son nascidos o criados; de manera que non pueden morir de mientra que
están en la isla, e quando son muy flacos de virtud sácaulos de la isla ó mueren luego» (*).
Longevidad que acaso explicaría el franciscano por alimentarse los irlandeses de las aves
antes mencionadas.
¿ Y qué diremos de aquellas hoi-migas « gi-andes como gatos » que recogían el oro en
sus formigueros cerca del reino de Oi'gana? {')•
Así, pues, el libro en cuestión es mei-ameute im compendio geográfico, en ningima
manera relato de viajes reales, y solamente por un efecto de esas alucinaciones que á veces
padecen los eruditos encariñados con un autor ó una obra, se puede explicar que sostu-
viese lo conti'ario un hombre de tan acertado criterio y vasta ilustración cual era el
Sr. Jiménez de la Espada ('').
(') Revue critique d'IIiüíoire et de Littérature, 12 de junio de 1875,
(2) Geschichte der Erdkunde, pág. 174.
(') The Canarum^ or boohs of the conquest and conversión of the canarians in the year 1402, hy
messire Juan de Bethencourt, edited by Richard Henry Mayor, London, 1872.
(*) Obra citada, pág. 39.
(^) Ídem, pág. 104.
(•>) Igual entusiasmo que el Sr. Jiménez de la Espada sentía por este libro D. Antonio Cánovas,
quien en su discurso acerca de Sebastián del Cano (Problemas contemporáneos, II, pág. 433), dice:
((Por lo que hace á documentos inéditos, pocos podrán rival zar en curiosidad é importancia con el
Libro del conocimiento de todos los reinos, tierras y señoríos que son por el mundo, escrito á media-
dos del siglo XIV por un franciscano español cuyo nombre se ignora, obra de sabrosísima lectura
para los profanos, á la par que objeto de consideración solicita para los geógrafos nacionales y
extranjeros».
xLii autobiografías y memorias
IV
Bi'eve, turbulento y agitado cual fué el gobierno de Castilla por Enrique III, ofreció,
sin embargo, algunos sucesos notables que hacen lamentar la prematui'a muerte de aquel
monai-ca, tan flaco de cuerpo como de voluntad íii-me, que supo refrenai' los excesos de
los nobles, hecho que condensó la imaginación popular en la ftimosa cena de Burgos,
Durante su reinado comenzó la expansión de Castilla, y con la conquista de las islas Cana-
rias el prólogo de nuesti-as futm-as adquisiciones coloniales. Noticioso de las victorias que
alcanzaba en Asia Timm-bec con sus hordas tártaras, concibió el pensamiento de aliai'se
con 61, acaso para algún día conseguir el medio de contrarrestar el predominio de los
musulmanes en las costas del Mediterráneo. Tal era el objeto que debió perseguir con la
embajada de Ruy González de Clavijo, historiada por este mismo (').
Ya había enviado antes Em'ique III dos embajadores á Timurbec, que fueron Payo
de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, los cuales se hallaron en la batalla de
Angora, donde cayó prisionero el sultán de los tmTos Bayaceto I, y, como dice Clavijo,
Timm-bec «hizoles mucha onra y tóuolos consigo, y fizóles grandes conbites, e dioles
ciertas dádiuas » . Es más: siguiendo la costumbre oriental de regalar mujeres, les dio
para el rey español dos hermanas de gran belleza halladas por los mogoles en el campa-
mento de Bayaceto, las que venidas á nuesti'a patria y bautizadas, recibieron los nombres
de Angelina de Grecia y 3Iaría Gómez, casando la primera con Diego González de Con-
ti'eras, regidor de Segovia (').
Animado Enrique III con el éxito que acababa de conseguir, se determinó á enviar
(•) Historia del Gran Tamorlan e itinerario y enarracion del viage y relación de la Enhaxada
que Ruy Gongalez de Clavijo le hizo, por mandado del muy poderoso Señor Rey Don Henrique Tercero
de Castilla y vn hreve discurso feclio por Goncalo Argote de Molina, ixira mayor inteligencia deste Libro.
Dirigido al muy lUvstre Señor Antonio Pérez, del Consejo de su Magestad y su Secretario del
Eátado. Impresso en Sevilla, en casa de Andrea Pescioni, año de M.D.LXXXII. 63 folios en 4."
doble, mas 10 al principio sin numeración.
Precede á la Relación un «Discurso hecho por Gonealo Argote de Molina, sobre el Itinerario de
Ruy González de Clavijo»; la «Vida del Gran Tumorlán, escripia por Pero I\Iexía)), y otra «Vida del
mismo por Paulo lovio, obispo de Nochera», traducida por Gaspar de Baeza.
D, José Amador de los Ríos se ocupa del Itinerario de Clavijo en su Historia crítica de la Lite-
ratura española, tomo V, págs. 275 á 278, si bien reproduce los errores de Argote de Molina,
Mayores inexactitudes comete Baena (Hijos ilustres de Madrid, tomo IV, pág. 302) al hablar
del mismo libro, pues dice que sólo Clavijo volvió de la embajada, cuando consta que regresó tam-
bién Fr, Alonso Páez de Santa María. Gómez de Salazar falleció en Nixaor, antes de llegar á Samar-
kanda.
(2) En alabanza de doña Angelina escribió Alfonso Alvarez de Villasandino estos versos:
«Ora sea Tarta ó Griega
en quanto la pude ver
su disposición non niega
grandioso nombre auer
que deue sin duda ser
muger de alta nación
puesta en gran tribulación
depuesta de gran poder».
INTRODUCCIOlí" xLiii
una segunda embajada, compuesta de Frey Alfonso Páez de Santa María, Gómez de
Salazar y Ruy González de Clavijo, Embarcáronse éstos en Cádiz á 21 de mayo de 1403,
y pasando frente á Tánger se dirigieron á Ibiza y luego á Italia por el estrecho de Boni-
facio, enti-e Córcega y Cárdena; prosiguieron su itinerario por Gaeta, estrecho de Mesina,
el Ai-chipiélago y llegaron á Constantinopla, donde frieron recibidos benévolamente. «Al
Emperador hallaron en un estrado un poco alto, con unos tapetes pequeños y en el uno
dellos puesto un cuero de león pardo y á las espaldas una almohada de tapete prieto con
unas labores de oro. E desque ouo estado con los dichos Embaxadores luia gran pie(,'a
mandóles }t para sus posadas, y un gran cierno que entonces troxieron al dicho Empe-
rador unos sus monteros mandólo fraer á la posada de los dichos Embaxadores; é el
Emperador tenía allí consigo á la Emperaü'iz su muger é tres fijos pequeños machos, e
el mayor dellos podría auer fasta ocho años» ('). En Constantinopla visitaron las princi-
pales iglesias: la de San Juan Bautista, rica en mosaicos; la de Santa María; la espléndida
de Santa Sofía, delante de la cual se alzaba todavía la estatua ecuestre de Justiniano, y
la de San Juan; en ésta les enseñaron los monjes reliquias estupendas; oigamos el relato
de Clavijo: « Encendieron muchas hachas é cüios e tomaron las llaues, e cantando sus
cantos sobieron a una como torre, do estauan las dichas reliquias, e con ellos un caua-
llero del Emperador e deciudieron un arca colorada, e los monges venían trabados della
deziendo sus cantos muy dolorosos é las hachas encendidas». Denfr-o de aquella arca
«estaña el pan quel jueves de la Cena dio nuesti-o Señor lesu Christo á ludas; una
redomita con sangre del Salvador; el fierro de la lanza de Longinos; un fragmento de la
caña y esponja con que le dieron hiél y vinagre en la cruz».
Unas ü-es mil iglesias dice Clavijo que habría en la ciudad, cosa que se comprende
teniendo en cuenta que el rito griego sólo consiente por regla general un altar en cada
templo; así que éstos se multiplican considerablemente más que en Occidente.
Desde allí partieron á Sínope; luego á Trebisonda, gobernada por Espandiar, aliado
de Timm-bec y enemigo de los turcos; en Ai'singa frieron obsequiados por Pitalibet, señor
de la ciudad, cuyos palaciegos, sin miramientos á la ley coránica, hacían frecuentes liba-
ciones: «el vino no cesaiia, e desque dm"ó un rato esto truxeron una ta^a e daua el con
su propia mano á beuer á ciertos caualleros suyos e beuianse todo el vino, ca non auía
de dexar nada, que sería gran fealdad para su costumbre; e desque el señor fue enojado
de dar á beuer tomauau aquellos sus caualleros aquella taza grande e dauanse unos a
oü'os á beuer, fasta que los mas dellos fueron bien beodos » .
Yendo por Armenia pernoctaron en un castillo sin puertas, situado en lo alto de
una montaña; mandaba en él una mujer, y la historia de aquella fortaleza es ejemplo de
la justicia y severidad con que reinaba Timurbec. Asilo de ladi'onos que asaltaban los
caminos, Timurbec tomólo por fuerza, quitó la vida al dueño y mandó que jamás
hubiese puertas, encomendándolo á la viuda del señor que antes lo poseía.
En Macu hallaron un convento de dominicos á guisa de oasis en medio de un de-
sierto. Macu era ima fortaleza en la cumbre de un cei-ro escarpado y casi inexpugnable,
tanto que Timm-bec no había podido conquistarlo y contentóse con que el señor, llamado
Noradín, armenio católico, se reconociese feudatario.
Los embajadores castellanos, continuando su viaje, atravesaron la región del Caucase;
(1) Historia del Gran Tamorlan, folio 9.
xLiv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
yendo por Tauí-is, entraron en la Persia, caminaron por la tierra de Hora^ania (Khora-
siin) y tuvieron ocasión de estudiai- las costumbres de los tártai'os invasoi-es: «Esta gente
quando les el señor manda llamar para ir en hueste van luego con todo lo suyo, con
ganados e facienda, e muger é hijos, e estos bastecen la hueste e las tierras do llegan de
muchos ganados, señaladamente de carneros e camellos e cauallos; e con estas gentes ha
hecho el señor gi-andes hechos e vencidas muchas batallas; e son gente de grande afán e
caualgadores, escargadoi-es de arcos; e son gente fuerte pai-a en el campo, ca si han de
comer comen, e si no lo han passan con leche e carne, sin pan». Después de sufrir no
poco en su peregrinación atravesaron las lamosas Puertas de Hierro, entraron en Darbanto
(Derbeut) y luego á 8 de septiembre en Samarcante (Samarkauda), residencia de Timur-
bec. Obtenida audiencia de éste y pi'ovistos de los regalos que le mandaba Enrique III se
encaminaron al palacio, que estaba rodeado de anchos jardines; á las puertas varios ma-
ceres impedían la entrada de la muchedumbre que se aglomeraba, excitada su cui-iosidad
por la presencia de los extranjeros, y aun el embajador que había venido á España lla-
maba la atención por volver trajeado al uso de Castilla. Llegaron por fin á verse en pre-
sencia del feroz conquistador, cuyas hazañas eran oídas con temor y admiración por todo
el Universo; escuchemos á Clavijo al naj^rar aquel episodio: «Tomaron á los dichos Em-
baxadoi-es por los bragos e llenáronlos hasta que estuviesen todos juntos ante el señor, e
hizieroules hincaí" los hinojos, ó el señor dizieudo que llegassen adelante; o esto cuidó
que lo fazia por los mirar mejor, ca non veia bien; ca tan viejo era que los párpados de
los ojos tenia todos caldos; e non les dio la mano á besar, ca non lo han de costumbre: e
de sí preguntóles por el señor Rey, diziendo: ¿como está mi fijo, é como le va, é si era
bien sano?» .
Grande fué el regocijo que Timurbec recibió con la embajada; hizo calurosos elogios
del inonarca español, y habiendo el maestro de ceremonias colocado á los nuestros en un
sitio más bajo que el ocupado por el enviado de Chuy lean, empei-ador del Catay, mandó
que se pusieran antes que aquél y prorrumpió en insultos contra su señoi", llamándolo
«ladrón, mal home» y diciendo que el mejor día lo mandaría ahorcar. Acto continuo
empezó un banquete sei'vido en vajilla de oro.
Los orígenes de Timurbec, según refiere Clavijo, no podían ser más humildes ni me-
nos honrosos. Hijo de un chacatay que apenas podía mantener cuatro ó cinco hombres
armados, se dio en su juventud á robar ganado; cual más adelante el bandido español
José María, «era home de buen esfuer(,'o e de buen corayon, e pai-tia bien lo que tenia» .
3íuy pruuto aumentó la cuadrilla y contó con 300 jinetes, que despojaban á los mercade-
res en los caminos; sorprendido cierta noche por la gente del país recibió tantas heridas
que lo dejaron por muerto, y aunque sanó de ellas quedó para siempre cojo y manco.
Su audacia llegó á tramar una conspiración contra el rey de Samarkanda; apodei'óse
de esta ciudad y casó con la reina viuda, llamada Caño. Muy luego ensanchó sus domi-
nios con la Horayania (Khorasán), y comenzó la serie de triunfos que engrandecieron
su nombi-e.
La coi-te de Timurbec da idea de lo que sería la errante y movediza do Atila en el
siglo V; alzábanse lujosas tiendas forradas de seda y pieles de marta; mil objetos artísti-
cos ó de i-icos metales constituían verdaderos tesoros en aquel campamento. La empora-
tiiz Caño tenía dos puertas doradas, en que estaban las imágenes de San Pedro y San
Pablo: procedían del tesoro de Bayaceto, quien las guardaba en Biu-sa; un arca de gran-
INTRODUCCIÓN xlv
des dimeusiones y adoi'iiada con piedras preciosas encerraba tazas y redomas de oro: junto
al arca había una mesa de oro, alta de dos palmos. Las costumbres de aquella gente eran
groseras y rústicas en grado superlativo. En el banquete que dio á los españoles la nuera
de Timurbec «traxiei-on mucha vianda en demasía de cavallos .asados, e cameros e oti-os
manjares de carne adobada, e comieron todo esto con grande ruydo, e unos a otros se
ari'ebatavan la carne e faziau juegos con este comer» . El dios Baco hacía las delicias de
aquellos bárbaros, dando ejemplo la princesa Hausada: «Tanto fué el bever que se caían
delante della los homes beodos, so(;'<abrados, e esto han ellos por muy gran nobleza, ca
entendei'ian que non seria plazer ni reguzijo donde no oviese homes beodos» {').
Los elefantes habían llegado á ser para los em-opeos unos animales casi fabulosos y
solamente eran conocidos por los recuerdos de las guerras púnicas y de Pirro; así vemos
que cuando los ai-tistas querían reproducirlos en las miniaturas de los códices los pinta-
ban con incorrección sunia,
Clavijo se complace en describir los elefantes que vio en Samarkanda, dándoles el
nombre de marfiles: «E los marfiles que el señor tenia eran catorze e traian cada uno un
castillo de madera encima, que eran cubiertos de un paño de seda, e en cada uno quatro
pendones amarillos e verdes, e en cada castillo cinco o seys homes, e en el pescuezo de
cada uno un home con un íozino en la mano, que les fazia correr e fazer juegos: e los
dichos marfiles eran negros e no han pelo ninguno, salvo en la cola, la qual han como
camello, con unas pocas de sedas; e eran gi'andes de cuerpo, que podian sei* como quati-o
o cinco toros grandes, e el cuerpo han mal fecho sin talle como un gran costal que estu-
viesse lleno, e las cintas han derrocadas fazia yuso como búfano, e las piernas muy grue-
sas e parejas, e el pie redondo, todo carne, e tiene cinco dedos en cada uno, con sus uñas
como de home, uegi*as, e no han pescuezo ninguno; e han las orejas muy grandes e
]-edondas e farpadas e los ojos pequeños» (^).
Al mismo tiempo que Clavijo llegaba á Samarkanda una embajada de rusos, nación
entonces sumida todavía en la barbai'ie y apenas conocida en Occidente. De aquellos em-
bajadores traza un notable retrato: «El mayor dellos traia vestido uno como tavardo do
pellejos, el pelo a fuera, e eran estos pellejos mas viejos que nuevos; en la cabo(,'a ti-aia
un sombrero pequeño, e un cordón en el peto, e el sombrero era tan pequeño que por
fuerya le entrava en la cabe9a; e todos quantos con el venian traian vestidos de pellejos:
dellos ti-aian el pelo a fuera, e dellos adentro, e tan bien apostados que parecían terreros
que salían de labrar fierro, e traian presente al señor de pieles de martas por adobar, o
de sebelinas, c de raposas blancas e falcones» (^) .
Dos siglos más tarde escribía de los cosacos rusos D. García de Silva:
«Sus armas son cimitarras y arcabuces cortos de pedernal como los que usan los ban-
doleros en Cataluña ó en el reino de Ñápeles, trayendo cada uno dos y tres arcabuces,
de que son diestrísimos tiradores; en fin, si como andan divididos en cuadrillas y en di-
ferentes rios, estuviesen unidos y tuviesen á quien obedecer, serian formidables, no solo,
como lo son, á los vecinos, pero á los que estuviesen mas lejos. No tienen cabeza ni para
su pirática milicia ni para su miserable y bestial género do vivienda, careciendo de todo
el consorcio y pulicía humana, sin lugares poblados en que poder pasar con alguna co-
(') Obra citada, folio 49.
(2) Obra citadií, folios 52 y 53.
(3) Obra citada, folio 47.
xLví autobiografías y memorias
modidad la vida, ni fortalezas en que poder defenderse de sns enemigos; sino que como
ñeras viven el tiempo que no andan robando escondidos en la espesm-a de los bosques,
carrizos y cañaverales qu.e se crian en las orillas de los rios, eligiendo temporalmente
por pocos dias y conforme las ocasiones que se les ofrece los capitanes que les parecen.
No tienen mujeres propias, y las que prenden en sus robos y asaltos por mar y por tierra,
después de haberse algunos dias servido dellas, las venden y truecan con las naciones
vecinas » .
La embajada de Clavijo y su compañero no podía tener resultados prácticos; esta-
ban demasiado lejos los dominios españoles de Timm-bec para que los dos reyes pudie-
sen tavoi"ecei-se, y por tanto se ti'ataba de un acto de cortesía fomentado por la cmiosidad
(lue excitaban las conquistas de los tái-taros. Y para que la empresa fuese más estéril
cayó enfermo Timurbec de su última dolencia; «el señor, dice Clavijo, era muy flaco e
avia perdido la habla, e estava en punto de muerte » .
Entonces Clavijo fué avisado de cuánto les convenía retirai'se por el peligro que
corrían si había guerras civiles ó alborotos á la muerte de Timurbec, que no tardó en
acaecer; despidiéronse de la Corte y regi'esaron siguiendo el mismo itinerario que á la
ida, A 24 de marzo de 1406 llegaron felizmente á la villa de Alcalá de Henares, donde
se hallaba el rey Don Em-ique III.
Como el libro de Clavijo no se publicó hasta el año 1582 y las copias manuscritas no
debieron multiplicarse mucho, pues sólo se conserva actualmente un códice del siglo xv
(Biblioteca Nacional, Bb, 72), creemos exagerada la influencia que tuvo según D. José
Amador de los Ríos (Historia crítica de la Literatura española, tomo V, pág. 278),
(luien escribe «que vino á encender más y más el espíritu aventiu-ero, á que habían
dado exti'aviado impulso, respecto de los estudios históricos, las ficciones de la caba-
llería llamando al cabo la atención de los hombres de verdadera ilustración » .
La autenticidad de este libro ha sido combatida por el Sr. Jiménez de la Espada,
neo'ando que sea obra de Clavijo; pero los argumentos que aduce no nos parecen convin-
centes v mientras otros más poderosos no se aleguen hemos de reputar, siquiera provi-
sionalmente, á Clavijo por autor del Itinerario. Nada prueba el que en este libro se hable
de Clavijo en tercera persona, pues de igual manera se expresan Carlos V en sus Comen-
tarios y Silva en su Viaje á Persia, obras tenidas y con razón por geuuinas. Este modo
impei-sonal de referir ha sido siempre muy frecuente y ya en la antigüedad dio ejemplo
César cuando histoiió sus campañas. Ni es lícito en buena lógica rechazar la autoridad
de Aro-ote cuando afirma que vio el manuscrito autógrafo de Clavijo, mannscrito que al
menos debía ser de fecha respetable, fimdáudose en que el docto genealogista padece
varias equivocaciones al exponer la vida del embajador castellano. ¿De que Ai'gote de
Molina hao-a morir á Clavijo sin descendencia, siendo así que según coiista por el testi-
monio de Gonzalo Fernández de Oviedo (Batallas >/ Quincuagenas.^ folio 72) tuvo uno
llamado por nombre Pedro Clavijo, se deduce que no pudo ver el códice que le sirvió
para la impresión del libro? (').
(1) Este libro fué reimpreso en el siglo pasado por Llaguno y Amirola (Madrid, 1782), y aunque
Pérez Bayer en sus notas á la Bibliotheca vetus de Nicolás Antonio diga que el texto fué copiado de
un manuscrito déla Nacional, es lo cierto que Llaguno se limitó á reproducir la edición de Argote,
sin añadir otras ilustraciones que unas «Noticias del Gran Tamurlan, sacadas del libro V de los
Comentarios mss. de D. García de Silva, de la embajada de Persia, año de M.DC.XVIII».
INTRODUCCIÓN
V
Olvidado yacía euti'e el polvo de miestra;^ bibliotecas, hasta que lo exliumo D. Marcos ,
Jiménez de la Espada, im libro de los más peregrinos qne se escribieron en el siglo xv
y obra de uno de los viajeros más audaces é incansables que hubo por entonces, de Pero
Tafur, quien provisto de altas recomendaciones para reyes, prelados y magnates, y no
escaso de dinero, quiso ver cuantas grandezas oía de lejanos países (').
Cuando Tafm* comenzaba sus viajes embarcándose en Sanlúcar, asistió al sitio de
Gibraltar por el conde de Niebla D. Enrique de Guzmán y presenció la muerte de éste
en un ataque á la plaza, desgi'acia que hizo á los cristianos levantar el cerco. Yuelto á
Sanlúcar entró en una carraca que salía juntamente con otras dos de los venecianos Este-
ban y Jerónimo Doria; visitó las ciudades de Arcila, Tánger y Ceuta, «donde se crian
más leones reales que en parte del mundo, é puercrespines, é ximios, é on^.as e ossos e
puercos infinitos » , la costa de Andalucía, Málaga, Almuñécaí- y Almería, costeando la
península por Alicante, Valencia y Cataluña, y enti'ó en el golfo de Lyon. En Genova
admiró la actividad y riqueza de sus habitantes: «Es gente muy pujante por la mar,
mayormente sus carracas son las mejores del mundo, é si non fuese por los grandes
vandos que antiguamente ovo é ay en ellos, su señorío se avria estendido mas por el
mimdo; é es gente de graut industria é poco viciosa, mayormente en los deleytes, que
non es la tierra dispuesta para ello» (-),
Tafur ati'ibuye á los genoveses mía costumbre tan extravagante como increíble:
«Toman á las mugeres por medida, é la que mas alta es con menos dote la resciben» .
En Puerto Yéneris ( Poi"to venere ) fué testigo de la sublevación contra el rey de Ara-
gón, que tenía la ciudad por cesión del duque de Milán. De Bolonia menciona el sepulcro
de Santo Domingo de Guzmán y alaba la Universidad: «En esta cibdat son uno de los
mejores estudios del mundo todo, é de todas ^ien(,'ias, é ansí continuamente de todas
naciones é gi-audes hombres se fallan en estos estudios». Muy de prisa pasa Tafur por
Yenecia; en cambio demórase al hablar de Roma, donde tanto como le asombraron las
grandezas pasadas y las de la Iglesia, le impresionó la degradación de sus habitantes,
hijos de aquellos que dominaron el Universo y pudieron mosti'ar su orgullo exti-aor diñarlo
al exclamar: Civis romanus sum. « Pluguiese á Dios que ya ellos fuesen para regir á sí
mismos, é non fuesen como los ytalianos dizen por ellos, que son vituperio de la gente,
dados á todos vicios; é ansí todos los malti'atan. Jamás fallé im honbre que me sopieso
(') Andanras é viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo ávidos (1435-1439). Madrid,
Imprenta de Miguel Ginesta, 1874; 1 vol, en 8.", de XXVII-618 páginas.
Lleva un docto prólogo de D. Marcos Jiménez de la Espada, y de este sabio americanista son el
Vocabulario geográfico y el Catálogo hiográfico, modelo de erudición, que ocupan las páginas 303 á
618. En verdad que pocos de nuestros libros antiguos se han publicado tan sabiamente ilustrados
como éste.
Recientemente ha encontrado nuevos datos biográficos de Tafur el ilustrado cordobés D. Rafael
Ramírez de Arellano, según dice en un precioso artículo publicado en el Boletín de la Real Acade-
mia de la Historia, diciembre de 1900, donde consigna hallazgos notables referentes á D.* Beatriz
Enríquez de Arana, amiga de Cristóbal Colón y madre del bibliófilo D. Fernando Colón.
(2) Página 13.
xLviii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
dar razou de aquellas cosas antiguas porque yo demaudaua; mas creo que lo supieran
dar de las tavernas é lugares deshonestos » .
Aunque Tafur no era arqueólogo ni apenas conocía las antiguas historias, siente cierto
entusiasmo al ver aquellos arcos de triunfo, las rotas columnas del Forum, los restos del
Coliseo, «el mejor é mas rico edificio que en el nuiudo fue fecho»; la estatua «de aquel
Muí^io que de(;ercó á Roma, ó pensando matar al Rey mató al privado » . Pasando á la
Roma católica describe sus templos y las veuei-andas reliquias en ellas custodiadas; es
cm-iosa la noticia de cómo se guardaba y mostraba la santa Verónica; hallábase encerrada
en lo alto de un pilar, « é quando la van á mostra)-, en la techumbre alta de la yglesia
está un agujero, é cuelgan por unas mai-omas un arca de madera en que vienen dos clé-
rigos é defienden en aquel torrejon, é luego suben el arca arriba, é ellos con grandissi-
ma reverencia sacan la Verónica é muóstranla á las gentes».
La antigua señora del mundo había llegado á tal decadencia, que recordaba aquello
de los Trenos: ¿qiio)nodo sedet sola ci vitas? «partes ay del nuu-o adentro, escribe
Tafur que non paresce sinon una montaña espesa, ó ay muchas salvaginas que crian en
aquellas cuevas, ansí como liebres é raposos, é lobos, é ciervos, é dizen que puer-
crespines».
Se veía patente la huella de las maldiciones que en el Apocalipsis fulminó el Evan-
gelista contra la ramera sentada sobre las siete colinas y aun parecía oirse el alarido de las
huestes de Alarico y Genserico.
Salido Tañu- de Roma continúa su peregrinación á Tierra Santa: atraviesa la Italia
por Viterbo, Asís, Rímini, Gubio y Venecia; navega por los mares Adriático, Jónico y
Egeo á vista de las islas de Corfú, Sapienva, Citerea y Creta; entra en Rodas, pertene-
ciente á los Caballeros de San Juan; pasa por Bafa (Chipre) , desembarca en Jaffa y muy
pronto ve realizados sus deseos: postrarse ante el sepulcro del Redentor. Con ser Tafur
sin duda algima profundamente cristiano, en vano se buscarán en su descripción de Jeru-
salén V los Santos Lugares aquellas ardientes efusiones de piedad que á nuestro juicio debía
experimentar el peregrino de la Edad Media, cuando sin las facilidades de nuesti'os días, á
costa de grandes molestias y dispendios, besaba la tiei-i-a humedecida con la sangre del
Salvador. Taím- es un pintor que i-eti-ata la Natin-aleza, el ai-te, la religión y la sociedad
de Oriente, sin que su ánimo se encienda demasiado contra los dominadores; tal vez cre-
yera que sin ellos acaso hubiese menos paz, morando en Jerusalén nada menos que
«siete maneras de cristianos», no muy bien avenidos entre sí.
Tafur viajaba ante todo por curiosidad, para satisfacer ese deseo que todos sentimos
por ensanchar la esfera de nuesti-os conocimientos con el estudio dii-ecto del nuuido, por
cambiar de horizonte y salir de la monotonía en que suele deslizarse nuestra existencia.
Por eso en Jerusalén, y con harto peligi-o, visita la mezquita de Omar: « Yo rogué á un
moro renegado, que fué natural de Portugal, que le daria dos ducados é me metiese
aquella noche á ver el templo de Salomón, é ñ'zolo ansí; é á una hora do la noche yo
entré con él vestido de su ropa, é vi todo el templo, el qual es una nave sola, toda de oro
musayco labrada, é el suelo é paredes de muy ferm osas losas blancas, é tantas lámparas
colgadas que pares9e que se juntan unas con otras».
Decidido luego á visitar el Monte Sinaí marchó á la coi-te de Chipre, cuyo soberano,
viendo las cai-tas que llevaba de Juan II de Castilla, lo obsequió y le dio otras pai-a el
Soldán de Egipto. Era almirante en Chipre un español, Mosén Suárez, muy protegido
INTRODUCCIÓN xlix
del rey Jauíis 11, que le debía el haber couseguido la libertad estando cautivo en El
Cairo. En el viaje al Sinaí pasó Tafur no pocos riesgos y fatigas: «Partimos del Cayi'o,
é yendo por aquellas arenas muertas del Egypto con muy grande trabajo é gi-ande peli-
gro, la calor tan grande que dudaba onbre de poderlo sofrir» , Poco más de ima semana
estuvo en el monasterio de Santa Catalina, y aprovechando la ocasión de cruzar una
caravana por allí se agregó á Nícolo de Contó, C[uien le refü'ió largamente cuanto sabía
del fabuloso Preste Juau, de las Indias orientales y de sus habitantes, débiles ecos que
llegaban del Oriente mezclados con leyendas (').
Sin hartai'se jamás Tañu' de ver tierras nuevas se embarcó en Damieta, y por las islas
de Chipre, donde presencia una sublevación contra Jacobo Guiri, favorito del monarca,
las de Kodas y Chíos, se encaminó á Constantinopla, preocupado con esclarecer lo refe-
rente á su linaje, pues se creía descendiente de los emperadores de Oriente por su ante-
cesor el famoso Pero lUán. Después visitó en el mar Negro los puertos de Trebisonda y
Cafa; aquí, dice: «Compré yo dos esclavas é un esclavo, los quales oy tengo en Cíírdova
é generación dellos » .
En la antigua Bizancio contempló Tañu' la agonía del Imperio y vio cuan pronto
sería destruido por los tm-cos. Acababa de llegar la noticia de que el sultán pasaba con
su ejército cerca de la ciudad de paso para someter algimos pueblos rebeldes de la Tracia,
y los griegos, no obstante estar en paz con aquél, se echaron á temblar, Tafui' se alegró
de ver aquel formidable ejército, terror del Oriente.
Desde Constantinopla se embarcó para Yenecia, donde encontró á Gutierre Quijada
y oti"os españoles; atravesó los Alpes, pasó por Basilea á la sazón que se verificaba el
Concilio de su nombre; por las márgenes del Rhin llegó á Flaudes , cuyas ciudades
admiró, sobre todo la de Brujas, por su opulencia; enti'ó de nuevo en Alemania, llegó hasta
Bohemia y acabó la serie de sus viajes cruzando de Norte á Sm- la península italiana, y
arribando á las costas de Túnez, desde donde regresó á España, llena la memoria de mil
observaciones y recuerdos que traía de tan distintas naciones por las cuales había pere-
gi'inado.
VI
Enti-e los muchos libros árabes y aljamiados que aparecieron al hundir una viejísima
casa en Almouacid de la Sierra (Zaragoza), hallóse la relación que en verso escribió
ciei-to alhichaute de Puey de Monc^ón (-), de su peregrinación á la Meca en el año
1603 (•■'). Su narración, escrita en octavillas, cuyos versos con ft-ecuencia no riman y
están faltos ó sobrados de sílabas, aparece, como casi todas las obras aljamiadas, en un
('^ Con ser, en general, verídica la.relación de Pedro Tafur, liay en ella desatinos increibles,
como es decir que desde el monasterio de Santa Catalina iba de paseo al mar Rojo, cuando la dis-
tancia y lo montuoso del país hacen esto imposible ó muy diEícil. ,
(2) Las coplas del Peregrino de Puey Moncon. Viaje a la Meca en el siglo XVI, por D. Mariano
de Puno y Euata, correspondiente de la Real Academia de la Historia, con una introducción de don
Eduardo de Saavedra, de la Real Academia de la Historia. Zaragoza, Tip. de Comas, 1897; 1 volu-
men de XLVI-303 páginas en 8."
(3) Esta es la fecha que da como más probable el Sr. Paño, aunque bien pudiera ser la del
año 1672.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. 4
L autobiografías y memorias
castellano que cualquiera creería ser del siglo xv, siu que á nuestro juicio haya en ella
«elevación en ocasiones» ni «descripciones vivas y animadas» , según afirma el Sr. Paño,
editor y comentador de las Coplas. Trátase de un documento que únicamente tiene valor
filológico, y algo, aunque poco, de histórico, pues el relato del Peregrino es conciso en ex-
tremo. Embarcado nuestro morisco aragonés en Valencia, ve los puertos de Túnez y otros
del Afi-ica hasta llegar al de Alejandría; visita El Cairo, cuyo esplendor admira; en compa-
ñía de otros alhichautes va á la Meca y Medina y luego al Monte Sinaí; en cuanto al viaje
de regreso á España, si es que lo hizo, no dice una palabra el buen morisco tafjarhio.
VII
Difícilmente se podrá encontrar relación más sencilla y fidedigna de viajes que la
que nos dejó D. Pedro Cubero Sebastián acerca de su vuelta á la tierra y predicación
del Catolicismo en un libro rotulado: Peregrinación general del mando {'), El autor
jamás habla por referencias ni lecturas, ocupándose tan sólo de aquello que ha personal-
mente visto. Cubero es breve en lo referente á su juventud; nacido en Frasno (Comuni-
dad de Calatayud), en el año 1645, estudia en los jesuítas en Zaragoza. Hecho presbítero
va á Roma, donde la Congregación de Propaganda Pide lo nombra predicador apostólico,
y él se dispone á recorrer aquellos países en que la i'eligión católica se hallaba oprimida
ó poco propagada. Parte de Roma, y yendo por Veuecia, Transilvania y Bohemia, llega
á Polonia cuando acababa de fallecer el rey de esta nación Miguel. Recibido benévola-
mente por el embajador de España y provisto de recomendaciones se dirige á Rusia, de
cuya capital, Moscou, hace una preciosa descripción, sin que falte detalle ni requisito;
asistió á la bendición del río, ceremonia que por lo ostentosa le impresionó hondamente.
Para que se vea cuan interesante es el libro de Cubero, extractaré lo que escribe acerca
de la audiencia que le concedió el Zar. El día y hora señalados marchó Cubero al palacio
real, acompañado de un intérprete y del residente polaco; pasan un arco y entran en
el Ej'emlíu; después de atravesar muchas estancias, en todas las cuales había un altar,
llegan á la antecámara; el maestro de ceremonias descorre una cortina de martas y pene-
tran en la sala del trono. Oigamos á Cubero:
O Breve relación de la peregrinación qve ha hecho de la mayor parte del mundo Don Pedro Cvhero
Sebastian^ Predicador Aiioslólico del Asia. Escrita por el mismo. En Madrid, por luán Qaiciii Infan-
9on, año 1680; 1 vol. en 4.° Hay otra eclición de Zaragoza, 1688.
Peregrinación del mundo del Doctor D. Pedro Cubero Sebastian, Predicador apostólico. Dedicada
Al Ex celentissimo Señor D. Fernando loachin Faxardo, de Reqvesens y Zuñiga, Marqves de los
Velez, &c. Virrey y Capitán General del Reyno de Ñapóles. En Ñapóles, por Carlos Porsile, IG82.
Peregrinazione del Mondo. Tradotta dalla lingua spagiiola per il Sign. Don Francisco Antonio
de la Serna. Dedicata alV Eccmo. Sr. D Gasparo d Haro e Gusmano, Márchese del Carpió. Ñapóles,
C. Porsile, 1683; 1 vol. en 4.°, con el retrato del autor.
Cubero es además autor de las siguientes obras:
Descripción general del mundo, y notables sucessos que han sucedido en el, con la armonia de sus
tiempos, ritos, ceremonias, costumbres y trages de sus naciones, y varones ilustres que en el ha huvido.
Segunda impression. En Valencia, por Vicente Cabrera, 1697; 1 vol. en 4." Hay otra edición de
Madrid, 1739.
Vida, crueldades y tirantas de Muley Ismael, emperador de Marruecos. Ms. de la Bibl, Nac,
V.-72.
INTRODUCCIÓN Lt
«Estava (el Zar) sentado en luia rica y hermosa silla de bronce dorado; tenia un ropón
de brocado aforrado en cebollinos, todo guarnecido de piedras preciosas y la mayor can-
tidad era de perlas; tenia sobre los hombros una cosa como á modo de escapulario, y allí
gravada una imagen de Chi-isto nuestro Redemptor, y otra que le correspondia á las espal-
das, de la Virgen Santísima, adornada de hermosissimas y ricas piedras; tenia en sus
manos un báculo como á modo de muleta, muy rico; sus dedos todos llenos de soiüjas
con preciosas piedras; tenia sobre su cabera una corona á manera de mitra, amique no
abierta, y sobre el remate de la corona una hermosissima cruz de diamantes; estava con
tanta gravedad que parecia uno de los patriarcas del Antiguo Testamento, porque su barba
llegaba hasta la cintura, con que lo hacía mucho más grave; era de edad, á mi parecer,
de hasta cincuenta años, entrecano y muy blanco de cara» . Apenas el Zar vio á Cubero
comenzó á persignarse repetidas veces, según era costumbre entre los rusos; nuestro
viajero llegó al trono, y puesto de rodillas entregó una carta que llevaba del rey de
Polonia. El Zar contestó que le daba permiso de enseñar la religión católica con ciertas
restricciones ('), Pasado algún tiempo salió Cubero de Moscou y llegó á la ciudad de
Astrakán y por el mar Caspio á Teherán, capital del Gran Sofí; de esta ciudad pondera
los jardines, acequias y varios edificios suntuosos; se contaban cuatro conventos de agus-
tinos, carmelitas descalzos, capuchinos y jesuítas. Allí vio con dolor veinticuatro cañones
que ostentaban el escudo de Felipe II, tomados á los portugueses en la pérdida de Or-
muz. Siguiendo su peregrinación llegó á este puerto y embarcóse para Goa. Después de
visitar la isla de Ceilán, Malaca y las Filipinas, arribó en Méjico al puerto de Acapulco;
embarcóse en Yeracruz, y llegó á España satisfecho de haber dado la vuelta al mundo.
VIII
Perdida ya la afición á los libros de caballerías, la imaginación del vulgo, que se
complace en cosas fantásticas y disparatadas , comenzó á alimentarse de otras lecturas
semejantes, aunque tenían un fundamento histórico y geográfico más sólido. El vacío que
las novelas ridiculizadas por Cervantes dejaron se llenó muy pronto con relaciones de
viajes, donde salían á relucir gigantes, reinos maravillosos, aventuras peligrosas y mil
cosas nunca vistas ni oídas. A este género pertenecen las Peregrinaciones (-) del portu-
gués Fernán Méndez Pinto, obra que, no obstante la Apología con que lo exornó en su
traducción castellana el canónigo Herrera Maldonado, es im centón de disparates.
O Una de las cosas que llamaban la atención de Cuben» en Rusia era el poco aseo de sus habi-
tantes: «El tugurio del rústico moscovita es pequeño y muchas veces ay una y dos familias, y den-
tro tanto género de animal, como son gallinas, terneros, cochinos, corderos y bacas; todos están ence-
rrados dentro de este tugurios.
))Pue8 ¿qué diré de lo asqueroso y hediondo destos rústicos? pues siendo ellos en si una gente
tan sucia y puerca, se les añade el ir vestidos de pellejos de carneros y ovejas y venados, y como no
están bien curados y con la calor de la estufa, es tanta la hediondez que no le igualan perros muer-
tos» (capítulo XX).
(*) Hiütoria oriental de kis peregrinaciones de Fernán Méndez Pinto portugves, adonde se escriven
invehas y muy estrañas cosas que vio y oyó en los Reynos de la China, Tartaria, Sormto, que vulgar-
mente se llama Siam, Calomiñam, Peguu, Martuuan, y otros muchos de aquellas j)artes Orientales, de
I.II autobiografías y memorias
Por cualquier parte que se abra el libro hay cosas imposibles. Tal os la descripción
de Pekíu, donde Feruáu Méndez Pinto dice haber residido; segiín éste, aquella ciudad
tenía treinta leguas de circimferencia; en las afueras había 24.000 capillas, «que son otros
tantos entierros de Mandarines; edificios pequeños, pero que están cubiertos de oro» (').
Sabido es que los chinos apenas conocen el vino; sin embargo, Méndez Pinto dice que en
Pekín había 14.000 taberneros. ¿Y qué pensar de la tierra de Gangitanuu, en las inme-
diaciones de China, cuyos moradores eran «blancos, rubios y colorados» , raza por nadie
vista en aquellos países del Extremo Oriente (').
Así, pues, las Peregrimiciones de Méndez Pinto no son oti-a cosa que una novela de
viajes, á pesar de lo cual se reimprimió varias veces y fué muy leída, acaso por lo mismo
que abundaba en ficciones y pinturas legendarias.
IX
Página de las más gloriosas que registra la historia científica de España son las ob-
servaciones que dos hombres ilustres, D, Jorge Juan y D. Antonio de Ulloa, hicieron para
determinar la figura de la Tierra (^). Averiguado ya que nuestro planeta, lejos de ser una
esfera perfecta, tenía la figura elipsoidal, dudábase si el diámetro mayor sería el de ambos
polos ó el del Ecuador, problema que sólo podía resolverse midiendo varios grados en la
línea equinoccial y en el círculo polar. Y como de los países cortados por el Ecuador nin-
guno ofrecía condiciones tan ventajosas cual la región de Quito, habitados los de África y
Oceanía por naciones bárbaras, Luis XY solicitó de Felipe Y que diese tal comisión á dos
personas inteligentes, nombrando el rey español á D. Jorge Juan y D. Antonio de Ulloa,
sub-brigadier de guardias marinas el primero y ambos sabios matemáticos. La relación
que éstos imprimieron luego de sus viajes, observaciones y estudios constituye un mo-
que en estas nuestras de Occidente ay muy poca o ninguna noticia. Casos famosos, acontecimientos admi-
rables, leyes, gouierno, trages, Religión y costumbres de aquellos Gentiles de Asia. Tradvzido de por-
Ivgves en castellano por el Licenciado Francisco de Herrera Maldomido, Canónigo de la santa Iglesia
Real de Arbas. Al Excelenti.ssimo Señor Ramiro Felipe de Gvzman, Señor de la Casa de Gvzrnan,
Duque de Medina de las Torres. Principe Destillano, Duque de Sauioneda, Marques de Toral, Duque
de Mondragon y de Tracto, Marques de Monesterio y de Piadena .... en Valencia, En casa de los
herederos de Chrysostomo Garriz, año 1645; 482 págs. en 4.° d. mas 12 hojas de prels. y 4 de Tabla
de capítulos.
Historia oriental de las peregrinaciones de Fernán Méndez Pinto p)ortvgves, a donde se escriven
muchas y mvy estrañas cosas que vio y oyó en los Reynos de la China, Tartaria, Sornao, que vulgar-
mente se llama Siam, Calamiñan, Pegun, Martauan y otros muchos de aquellas partes Orientales
Tradvcido de portugves en castellano por el Licenciado Francisco de Herrera Maldonado, canónigo de
la santa Iglesia Real de Arbas. Al Señor Don Antonio de ürvtia y Agvirre, caballero del Orden de
Calatraua, del Consejo de su Magestad en el Real de las Ordenes, &c. En Madrid, por Melchor Sán-
chez. Año de 1G66. 452 paga, en 8." d. m. mas 11 hojas de prels. y 4 de Tabla de capítulos.
(V Capítulo CV.
(2) Capítulo LXXIII.
(3) Relación histórica del viage á la América meridional hecho de orden de S. Mag. ¡Jara medir
algunos grados de meridiano Terrestre, y venir por ellos en conocimiento de la verdadera figura y mag-
nitud de la Tierra; por Don Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa. Madrid, Imprenta de Antonio
Mario. M.DCC.XLVIII.
INTRODUCCIÓN Liii
numento de gloria imperecedera, y la medición del meridiano que llevaron á cabo, jimta-
meute con los franceses Bouger y La Condamine, en Quito, durante los años 1736 y 1737,
una muestra de su profunda ciencia. En tal operación sufrieron molestias y fatigas inde-
cibles; ascendieron á la cumbre del Pichincha, donde el frío y los vientos eran tan ásperos
que tenían « los pies tan hinchados y doloridos que ni el calor era soportable en ellos, ni
posible el pisar sin una gran penalidad; las manos por lo consiguiente cuasi heladas, y
los labios hinchados, encogidos y rajados, que al movimiento de hablar ú otro semejante
empezaban á verter sangre » ( ' ) .
Y en otro lugar escriben: «Era tal la fuerza de los vientos en aquel paraje que des-
lumhraba la vista la ligereza con que hacía correr las nubes y se aterrorizaba el ánimo
con el estrepito causado por los peñascos que se desquiciaban y hacían con su precipita-
ción y caída no sólo estremecer todo aquel picacho, si también llevar consigo cuantos
tocaba en el discurso de la carrera».
Arsenal es esta obra de noticias valiosas para la Geografía, Etnología, Botánica, Zoo-
logía y aun para la historia de América del Sur, pues los dos sabios, lo mismo en Carta-
gena de las Indias que en Portobelo, Panamá, Guayaquil, Quito, Trujillo, Lima, islas de
Juan Fernández, Valparaíso, Santiago de Chile y otras localidades que visitaron, estiTdia-
ron con tanto afán como inteligencia el país y sus moradores, recogiendo un cúmulo in-
menso de noticias que constituyen la más completa descripción de aquellas colonias hecha
en el siglo xviii. Y como llegaron á tener tan exacto conocimiento do aquellas socieda-
des y de los yerros que se cometían en su gobierno, comprendieron cuántos peligros ofre-
cerían muy pronto si los males no se remediaban con prudentes reformas, pronosticando
la futm-a independencia de nuestras colonias si España cerraba los ojos ante la realidad,
en im informe secreto publicado á principios de este siglo.
X
Godoy refiere con alguna extensión la misión que encomendó á D. Domingo Badía,
héroe que más que histórico parece de novela (^). La misión tuvo humildes principios;
se ti-ataba solamente de un viaje científico per Oriente, que realizarían Badía y el natu-
ralista Rojas Clemente. Mas disputado el ti'ono de Marruecos al fanático sultán Muley
Solimán por Ahmet, concibió Godoy el pensamiento de que Badía, profundo conocedor
del árabe clásico y del vulgar, fuese á Marruecos, y fingiéndose un príncipe descendiente
de Mahoma se captase la confianza de Muley y le inspirase una alianza con España á
trueque de hacer á esta nación algunas concesiones. Valiente, de sangre fi'ía y dotado de
clara inteligencia, Badía cumplió á la maravilla su cometido é hizo creer á Muley y á la
Corte marroquí que era un musulmán nobilísimo; mas no logrando vencer el odio que
el sultán profesaba á España, enti'ó en ti-atos con su competidor Ahmet, y éste prometió
(1) Obra citada, tomo I, pág. 310.
(2) Nacido on Darcelona á 1.° de abril del año 1767, sin cursar en Universidad alguna estudió
Matemáticas, Física, Geografía y Astronomía. A los catorce años era administrador de utensilios en
la costa de Granada; á los diez y nueve, contador de Guerra con Iionores de comisario; á los veinti-
séis, administrador de Tabacos en Córdoba En abril de 1801 presentó al Gobierno un proyecto de
viaje científico por África.
Liv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
que si España le ayudaba en la contienda cedería las ciudades de Tetuán, Tánger, Lara-
che y Salé. Godoy, entusiasmado ante semejante perspectiva, se apresuraba á poner por
obra la intercesión en favor de Ahmet, cuando la extremada meticulosidad de Carlos IV
se lo impidió (').
La inteligencia y el valor que demosti'ó Badía en sus viajes exceden á toda ponde-
ración (■). En Londres, donde había ido para adquirir los instrumentos científicos que
necesitaba, se somete á la cruel operación de circuncidarse, y tanto suft-ió que Rojas
Clemente se acobardó y no quiso llevar el sello de musulmán ni por fin le acompañó á
Marruecos.
Apenas Badía llegó á Tánger se pi'esenta al kaid diciendo ser un príncipe de Alepo;
el kaid le cree ciegamente, le proporciona hospedaje acomodado á su rango y lo presenta
al sultán cuando visitó dicha ciudad. El fingido Alí Bey habla á éste de las ciencias que
ha estudiado en Em'opa y el emperador se complace viendo algunos aparatos para él des-
conocidos. De Tánger va á Fez y disputa con los teólogos y hombres de ciencia, quienes
estudiaban la geometila de Euclides «en dos grandes tomos en folio muy apelillados»,
y les enseña algunas nociones de astronomía, confundida por ellos con la asti'ología. La
ignorancia de hombres que pasaban por doctos era tal, que dice Badía: « Si se ve á algu-
nos leer con rapidez el Corán ú otro libro, es porque lo saben de coro. No hablo sin
haber hecho la prueba muchas veces; si hacía parar á los lectores, aimque tuviesen el
libro delante no podían continuar ni reconocer en la página el lugar donde se habían
quedado; de modo que aquellas gentes leen sin ningima diferencia como papagayos, no
sirviendo el libro que tienen á la vista más que para darles aire de sabios ó de impor-
tancia» (^). Y, sin embargo, aquella ciudad era la Atenas de África, á cuyas escuelas
concmTÍan más de 2,000 alumnos; de modo que puede comprenderse la ignorancia que
reinaría en las demás poblaciones.
A fin de repj'esentar mejor su papel, Alí Bey se casó con una negi*a, si bien el matri-
monio resultó aparente: lleváronsela á su casa después de bañada y piu'ificada en cuanto
cabe pm-ificar tales mujeres; « mas no sé, escribe aquél, en qué consiste el no haber
podido ^vencer mi repugnancia á una negra de labios gruesos y nariz aplastada; de modo
que la pobre habrá quedado sin duda muy engañada en sus esperanzas» ('). El empe-
rador seguíale honrando, y ya ambos en Marruecos, le hizo donación de una magnífica
posesión llamada Semelalia, cercana á dicha ciudad.
«Hallábame en mi habitación cuando se presentó uno de sus ministros y puso en mis
manos un flrnuin, por el cual el sultán me hacía donación absoluta de una casa de recreo
llamada Semelalia, con bienes raíces que consistían en tierras, palmeras, olivares, huer-
tas, etc., y una casa grande en la ciudad, conocida con el nombre de Sidi Benhamed
Duqueli » .
« El castillo y plantaciones de Semelalia fueron comenzados por el sultán Sidi Moha-
(') Memorias de Godoy ^ tomo IV, págs. 75 á 101.
(*) Viajes de Ali Bey el Abbasí (Don Domingo Badia y Leblich) por África y Asia durante los
años 1803, 1804, 1805, 1806 y 1807. Traducidos del francés por P. P. (Pascual Pérez). Valencia,
imprenta de José Ferrer de Orga, 1836; 3 vol en 8.°
Badia había publicado esta obra en francés, año 1814.
(•) Obra citada, tomo I, pág. 117.
(*) ídem, tomo I, pág. 175.
INTRODUCCIÓN lv
med, padre de Miiley Solimán, que fijó en ellos su híibitación. Hizo plantar las más bellas
y mejores especies de árboles frutales j la adornó con deliciosos jardines. Grande abun-
dancia de agua, que viene del Atlas por un conducto magnífico, aumenta el encanto de
aquella habitación, que tiene más de media legua de terreno^ cercado todo de mu-
rallas» (').
Prosiguiendo sus viajes visitó la Meca y Palestina y peneti'ó en los sitios vedados con
pena capital á los cristianos, cual era la mezquita de Hebrón, donde se conservan los
restos de Abraham, Sara, José y otros patriarcas. Continúa su ruta por Damasco y Alepo;
entró en Constautiuopla y volvió á España por la Turquía Em-opea, Austria y Francia,
llegando éu ocasión que Carlos IV acababa de ceder el trono á Bonaparte.
Cuando después de tan extraordinarios viajes regresó Badía á España visitó en Bayona
á Carlos lY ( 10 de mayo de 1808) , y habiendo mostrado á este imbécil monarca varios
planos y dibujos relativos á sus excursiones, obtuvo esta respuesta: «Ya sabrás que la
España ha pasado al dominio de la Francia por un tratado que verás. Ve de nuestra parte
al Emperador y dile que tu persona, tu expedición y cuanto dice relación á ella queda á
las órdenes exclusivas de S. M. » .
Badía siguió los consejos del abyecto Carlos IV y se puso á las órdenes de Napoleón;
intendente en Segovia y prefecto en Córdoba, se retiró á Francia apenas acabó la guerra
de la Independencia. Hecho allí mariscal de campo, fué comisionado para explorar la
India fingiéndose musulmán, y en el camino envenenado por el bajá de Damasco, espía
de los ingleses según se dice.
Los viajjes de Ab' Bey fueron en su tiempo una revelación para las naciones euro-
peas, donde se conocía de una manera imperfecta la civilización, ó mejor dicho, la bar-
barie de Marruecos y de otras regiones afi-icanas. Y sube de punto el valor de dicha obra,
teniendo en cuenta la maestiía con que Badía describe las costumbres, religión, ceremo-
nias, edificios y el aspecto de los países que recorría, para lo cual servíanle de poderosa
ayuda los múltiples conocimientos científicos que poseía y el manejo del idioma árabe,
como también el haber hecho sus observaciones directamente, sin valerse de narraciones,
muchas veces inexactas, ni de intérpretes ignorantes ó embusteros (-).
(») Tomo I, págs. 213 y 214.
(*) Gomo no nos proponemos hacer una Bibliografía de viajes, que sólo estudiamos desde el punto
de vista autobiográfico, Bibliografí i cuyo germen se encuentra ya en los índices de la Bihliotheca
nova de Nicolás Antonio, citaremos solamente algunos de los más notables, aparte de los estudiados,
comenzando por los verificados á Tierra Santa.
Verdadera información de la tierra sancta según la disposición en que en el año de mil y quinientos
y treynta el autor la vio y passeó. Agora nueuamente impresa. Toledo. En casa de Juan Ferrer. M.DLI.
1 vol. en 4.° letr. gót.
Fray Antonio de Medina, Estaciones y mysterios de la Tierra Santa, 1573. En 8.° Fué traducida
luego al italiano por Pedro Bonfanti y publicada en Florencia en el año 1590.
Viaie de la Tierra Santa, y descripción de lerusalen, y del santo monte Líbano, con relación de
cosas marauillosas, assi de las prouincias de Leñante como de las Indias de Occidente, con un Itine-
rario para los peregrinos, compvesto por Ivan Ceuerio de Vera, presbytero y Acolito de la santidad
de Clemente VIII. En Madrid, por Luis Sánchez; año 1697, 1 vol. en 8." de 172 hojas.
Miguel de Matas, Devota Peregrinación de la Tierra Santa. Barcelona, 1604. En 8."
Fray Pedro de Santo Domingo, Del viage que hizo á Gentsalem el año de MDC. Ñápeles, 1604.
En8.«
Pedro González Gallardo, Viage de Hierusalem. Sevilla, por Juan de León, 1605. En 8.°
Lvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Fray Blas de Bui^a, Relación de los sagrados lugares de Jerusalen y toda la Tierra Santa. Sala-
manca, 1624. En 8 °
Fray Bernardo Italiano, Viage á la Santa Ciudad de Jerusalem; verdadera y nueva descripción
suya, y de toda la Tierra Santa, y peregrinación al Santo Monte Sinai. Ñapóles, 1632. En 8.°
El viage de lervsalen qve hizo Francisco Gverrero, racionero y Maestro de Capilla de la santa
Iglesia de Seuilla , Dirigido al Ilvstrissimo y Reuerendissimo Señor don Rodrigo de Castro, Cardenal
y Ar<;ohispo de la S. Iglesia de Seuilla. En Madrid. Por María de Quiñones, Año de 1644. 64 hojas
en 8." Se publicó por vez primera en Cádiz, año de 1620. y fué reimpresa en Sevilla, en el de 1645-
Tratado ¡nvy devoto del viage e misterios de la Tierra Santa de Jerusalen e del Monte Sinay, según
lo recuentan dos Religiosos sacerdotes de la Orden del glorioso Muestro y Doctor de la Iglesia Padre
San Gerónimo, professos desta santa casa e monasterio de Nuestra Sarita Madre de Guadalupe; en el
qual se contienen muchas cosas de gran devoción para consolación de las ánimas devotas. Ms. de la pri-
mera mitad del siglo xvi; 420 hojas en 4 ° Bib. Nac. Jj.-6.
Al principio se lee:
« En este tratado que se intitula Viage de la Tierra Sancta se contiene una larga epistola por capí-
tulos que el Padre Fray Diego de Merida.. .. enibió desde la ciudad de Candía, que es en la isla de
Creta, de hi Señoría de Venecia, el año del Señor de 1512, escripta de su letra y firmada de su nom-
bre. En la qual requenta todo el viaje que hizo después que partió de Venecia para visitar el Santo
Sepulcro. Se toma e añade enxeriéndolo en las partes é lugares donde conviene, de la rellacion que
el Padre Fray Antonio de Lisbona escrivió de su propria mano».
El Peregrino moderno. Relación sucinta del viaje que de Spaña á Gerusalen y de Gerusalen á Spaña
hizo por su devoción y con licencia de sus Prelados, año de 1691, el P. Fr. Alonso Romero, Predicador,
hijo de la Santa Provincia de los Angeles, de la regular y reformada observancia de Nro. Santo Padre
San Francisco. Ms, del siglo xvii; 170 hojas en 8.° Bibl. Nac. Mss. de Gayangos. N.° 120.
El libro más leído de cuantos relativos á Palestina se publicaron en el siglo xvii fué el del
P. Antonio del Castillo; hemos visto de él las siguientes ediciones:
El devoto peregrino. Viage de Tierra Santa. Madrid, Imprenta Real, 1656. En 4.°, con grabados y
estampas.— Madrid, Impr. Real, MDGLXIV. En 4.°— París, 1664, En 4.«— París, Antonio Mureto,
año 1666. En folio menor.— Madrid, Impr. Real, 1705. En 4 "—Madrid, Imprenta de la Viuda de
Barco López, año MDCCCVI.
Viage que hizo el R.'^" Padre Fr. Rafael Sandoval a Tierra Santa en el año 1 766. Autógr. 74
hojas en 4.° Bibl. Nac. Mss. que fueron de D. Pascual Gayangos. N.** 93.
Breve tratado del viaje que hizo á la ciudad santa de Jerusalen D. Francisco Guerrero, en el cual
se da noticia verídica de todos los santuarios, sitios y lugares en que Nuestro Redentor estuvo, donde
nació y murió. Madrid, Libr. de Hurtado, 1801; 1 vol. en 8.", con grabados.
Itinerario del Reino de Aragón, por D. Juan Bautista Labaña. Obra impresa y publicada por la
Excma. Diputación provincial de Zaragoza. Est. tip. del Hospicio provincial, 1895; 1 vol. en 4.°
mayor.
Relaciones de Pedro Teixeira del origen, descendencia y succession de los Reyes de Persia y de
Hormuz, y de un viage hecho por el mismo autor dende la India Oriental hasta Italia por tierra.
Ambcres. En casa de Hieronymo Verdussen. M.DC X. 1 vol en 8."
Discurso de mi viaje, dando muchas gracias á Dios por las muchas mercedes que en él me ha
hecho á mi Simón Pérez de Torres. Publicada por D. Andrés González Barcia en sU colección de His-
toriadores pranitivos de las Indias Occidentales; tomo III, "45 págs. en 4." doble. Simón Pérez dio la
vuelta al mundo, viajando por América, Oceanía, la India Oriental, Persia y Siria.
D. Gaspar de Salcedo, Relación de un viaje que hizo desde Madrid á Palermo. Palermo, 2 de
febrero de 1634. Ms. autógr. 12 liojas en folio. Bibl. Nac. Mss P. V.-Fol. C. 8, N." 64.
Itinerario de las misiones que hizo el Padre F. Sebastian Manriqve, Religioso Eremita de S. Agus-
tin, Missionario Apostólico treze años en varias Missiones del India Oriental, y al presente Procurador
y Diffinidor Oeneral de su Prouincia de Portugal en esta Corte de Roma. Con una Suinmaria Rela-
ción del Grande y Opulento Imperio del Imperador Xaziahan Corrombo Gran Mogol, y de otros Reys
Infieles, en cuios Reynos assisten los Religiosos de S. Agustin. Al Eminentiss. Señor el Señor Carde-
nal Pallotto, Protector de la Religión Agustiniana. En Roma, por Francisco Caballo, MDCXLIX. 476
páginas en 4."
INTRODUCCIÓN Lvii
Hallándose el P. Manrique ea Cochim en el año 1628, recibió orden de ir á Bengala, pur
cuyo país viajó; recorrió luego los reinos de Pegú y Cochinchina, y otros de la India transgangética,
y estuvo en China y las Filipinas, Describe con bastante fidelidad la religión y costumbres de los
brachrnanes, cuyos ritos le extrañaban.
Copia de la relación y diario critico náutico de el viage que desde la ciudad de Cádiz á la de Car-
tagena de Indias hizo con sus compañeros el R.'"" Padre Maestro Fr. Francisco de Soto y Mame.
Madrid, por Bieco, 1573; 1 vol. en 4.°
Bre^^e noticia del viaje que hizo el P. José Quiroga por el rio Paraguay con la partida que fué á
poner el marco en la, boca del Jaurú (1753-1754). Inserta en la Colección de documentos inéditos
para la Historia de España; tomo OIV, págs. 449 á 484.
Diario de li navegación y reconocimiento del rio Tebicuari. Obra pódtuma de D. Fé iz de A/ara,
47 págs. en folio. Publicada en la Colección de Angelis, tomo II.
Relación del viage que, por orden de su, Magestad y acuerdo del Real Consejo de Indias, hicieron
los capitanes Bartholome Garda de Nodal y Gonzalo de Nodal, hermanos, naturales de Pontevedra, al
descubrimiento del estrecho nuevo de San Vicente, que hoy es nombrado de Maire, y reconocimiento del
de Magallanes. Cádiz. Por D. Manuel Espinosa de los Monteros, s. a. (¿1766?); 1 vol. en 4 "
Diario de viaje y navegación hecho por el P. de la Compañía de Jesús José Garda Alsué, desde su
misión de Cailin en Chiloe, hacia el Sur, en los años 1766 y 1767. Publicólo en 1809 el geógrafo ale-
mán Cristóbal Teófilo de Murr y fué reproducido en el Anuario hidrográfico de Chile de 1889.
Diario que ha formado D. Juan Ruiz, teniente de artillería del fuerte de San Carlos, comandante
de la expedición de reconocimiento del Archipiélago y tierras del Sur de la provincia de Chiloe. Año 1 770,
Mss. del siglo xviii. Academia de la Historia, 12-26-4. D. 91.
También hay no pocas noticias autobiográficas en el Viaje literario á las Iglesias de España, por
Fray Jaime Viilanueva, Madrid, 1803 á 1852; 22 vols. en 8.° Lo mismo sucede con las obras de don
Antonio Ponz: Viaje de España en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de saberse
que hay en ella. Madrid, por D. Joaquín de Ibarra. MDCCLXXXVI-MDCCXCIV; 18 vols. en 8."
Viaje fuera de España (por Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda). Madrid, por D. Joaquín de
Ibarra, MDCCLXXXV; 2 vols. en 8."
Apuntes del diario ó itinerario de mi viaje á Francia y Flandes, en compañía de mi alumno el
Excmo. Sr. D. Francisco de Silva y Bazan de la Cueva, Marqués del Viso, primogénito del Excelentí-
simo Sr. Marqués de Santa Cruz, de su esposa la Excma. Sra. Z)." María Leopolda, de los padres de
esta señora Excmos. Duques del Infantado y de toda su familia y comitiva, en los años de 1777 y 1 778.
Por D. José de Viera y Clavijo. Santa Cruz de Tenerife. Impr. y libr. Isleña, 1849; 1 vol. en 4."
Diario de los viajes hechos en Cataluña, por D Francisco de Zamora. Año de 1787. Ms. orig. 1 vol.
en fol. Bibl. Nac. Mss. de Gayangos. D. Francisco de Zamora fué alcalde del crimen en Barcelona
desde el año 1784. Aficionado á la Arqueología hizo varias excursiones por el Principado, y escril)ió
en este libro sus observaciones, que no dejan de tener bastante originalidad.
Relación de los via,jes por la América Meridional y Septentrional del emigrado español Francisco
de ligarte Videa. Madrid. Oficina de Ortega, 1834. 74 págs. en 8."
Viaje curioso é instructivo de Manila « Cádiz, por China, Batavia, el Brasil y Portugal, con una
descripción de los usos, costumbres, comercio y de las cosaz mas notables de dichos [mises, por don
Rafael Díaz Arenas. Cádiz, Impr. de D. Ferós, 1840; 1 vol. en 8."
Viajes de D. Jacinto de Salas y Quiroga por la isla de Cuba, Puerto- Rico y las Antillas Madrid,
[mpr. de Boix, 1840; 1 vol. en 4."
Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840 y 1841. Su autor, e! Curioso Parlante. Madrid,
Imprenta de M. de Burgos, 1841; 1 vol. en 8,°, de IV-332 páginas.
Viajes de Fr Gerundio (D. Modesto Lafuente) por Francia, Bélgica] Holanda y orillas del Rhin.
Madrid, Impr. de F. de P. Mellado, 1843; 2 vol. en 8." mayor. Hay otra edición hecha en la misma
imprenta un año después.
Viajes jjor Italia con la expedición española, por D. José Gutierre/, de la Vega Madrid, imprenta
de Aguirre, Badia y C ", 1851; 2 vol, en 8." Esta obra fué traducida al italiano en el mismo año y
publicada en Rieti.
De Madrid á Ñapóles, pasando por París, Ginebra, el Mont-Blanc el Simplón, el Lugo Mayor,
Turin, Pavía, Milán, el Cuadrilátero, Venecia, Boloniay Módena, Parma, Genova , Pisa, Florencia,
Lviii AÜTOBIOGKAFÍAS Y MEMORIAS
Roma y Gaeta. Viaje de recreo, realizado durante la guerra de 1860 y sitio de Gaeta en 1861, por don
Pedro Antonio de Alaicón. Míidrid, Impr. de Gaspar y Koig, 1861; 1 vol. en 4.°
Las Afortunadas, viaje descriptivo ti las Canarias, por D. Benigno Carballo Wangüemert. Madrid,
Imprenta de Manuel Galiano, 1862; 389 págs. en 8."
Los confinados á Fernando Póo é impresiones de un viaje a Guinea, por Franciüco Javier Balnia-
seda. Nueva York, Irapr. de La Revolución, 1869; 288 págs. en 8,°
De la Puerta del Sol á las Pirámides Viaje al Istmo con escala en Jerusalén, por Arturo Baldá-
sano y Topete. Madrid, Impr. de Fortanet, 1870; 126 págs. en 8.»
Un viaje 2}or Oriente. De Manila li Marianas, por D. Juan Alvareií Guerra. Madrid, Impr. de
O. Moliner, 1872; 236 págs. en 8.°
Viajes por Oriente. De Manila á Tayahas, por D. Juan Alvarez Guerra. Manila, Est. tip. de
C. Miralles, 1878; 308 págs. en 8."
Viaje á Oriente de la fragata de guerra ííArapilesy) y de la comisión científica que llevó a su bordOf
escrito por el doctor D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, presidente de dicha Comisión. Barce-
lona, Impr. de J. Jepús Roviralta, 1876; Tip. de «La Academia», 1878; 2 vol. en folio.
Una Embajada á Marruecos en 1882. Apuntes de viaje, por D. Wenceslao Kamircíi de Villa-
Urrutia. Madrid, Impr. de Rivadeneyra, 1883; 64 págs. en 8 °
Expedición geográJico-miUtar al interior y costas de Marruecos, por Julio Cervera Baviera, capi-
tán de ingenieros; septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1884. Barcelona, Est. tip. de Fidel
Giró, 1885; 181 págs. en 4."
Del Atlántico al Pacifico. Apuntes é impresiones de un viaje á través de los Estados Unidos, por
D. Juan Bustamante y Campuzano. Madrid, Impr. á cargo de Víctor Saiz, 1885; 439 págs. en 8.°
De Madrid á Panamá. Vigo, Tuy, Tenerife, Puerto Rico, Cuba, Colón y Panamá. Crónica de la
expedición enviada por el Excmo. Sr. Marqués de Campo, escrita por D. F. Peris Mencheta, ilustrada
por D T. Campuzano, con un prólogo del Excino. Sr. D, J. Navarro Reverter. Valencia, Impr. de
G. Guix, 1886; 320 pág. en 8.»
Impresiones de viaje, por D. Segismundo Bermejo, capitán de navio. Cartagena, Impr. de
H. García, 1886; 166 págs. en 8." Este viaje fué hecho por Francia, Suiza, Austria, Alemania é
Italia.
Viaje á Tierra Santa (Egipto y Siria) en la primavera de 1888, por D, Ángel María de Barcia
y Pavón. Madrid, Irapr. de M. Tello, 1889; 1 vol. en 8."
De la Peña al Sahara. Apuntes de viaje. El Tell, el pequeño desierto, el Sahara y la frontera
de Marruecos, por Juan Felipe de Lara. Madrid, Impr. de Infantería de marina, 1888; 195 páginas
en 8."
Filipinas. Notas de viaje y de estancia, por el malogrado Regente interino de la Audiencia de
Manila D José Fernández Giner, con un prólogo de D. Luis de Rute. Madrid, Impr. Popular, 1889;
XVI.207pág8. en 8."
Ocho días en Tánger. Impresiones de un viaje agradable y corto de cuatro buenos amigos, sin
equipaje, por Ángel Muro. Madrid, Tip. de los huérfanos, 1891; 63 págs. en 8."
De Palma á ConsUxntinopla y de Constantinopla á Palma. Impresiones de viaje, por D. Pedro
Martínez y Rosicli, con un prólogo de D. Alejandro Roselló y Pastors. Palma, Tip. de J. Colomar y
Salas, 1892; VIII-lSl págs. en 8."
Viaje á América. Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago, México, Cuba y Puerto Rico,
por Rafael Puig y Valls. Barcelona, 1894; 2 vols. en 8.°, de 235 y 262 págs.
Apuntes sobre Marruecos, por el comandante de ingenieros D. Eduardo Cañizares y Moyano,
Madrid, imprenta del Memorial de Ingenieros, 1895; 223 págs en 4." Contiene la relación de algunos
viajes hechos por el autor en Marruecos, minuciosamente descritos en las páginas 113 á 211.
El viage de Ambrosio de Morales por orden del Rey D. Phelipe II á los Rey nos de León y Gali-
cia y Principado de Asturias, editado por el P. Henrique Florez (Madrid, 1765), no tiene de tal otra
cosa que el título.
CAPITULO Y
I. DuEGO García de Paredes. — 11. Bernal Díaz del Castillo.
TTT. D. Antonio de Qüiroga. — FV. Domingo de Toral. — V. Miguel de Castro.
VI. Alonso Soleto Pernía.— YII. D. Félix Nieto de Silva.— VIIL D. Juan Van-Halen.
IX. D. Manuel Llauder.— X. D. Francisco Espqz y Mina. — XI. D. José
M. Paz. — XII. D. Fernando Fernández de Córdoba.
Desde hace mucho tiempo se ha venido reimprimiendo una Relación atribuida al
Sansón de Extremadm-a, Diego García de Paredes, en la cual éste cuenta varios de sus
hechos ('). Como auténtica fué admitida por Tamayo de Vai-gas, y hasta nuestros días na-
die paró mientes en que dicha Relación era, si no manifiestamente apócrifa , sospechosa
cuando menos. Tal es la opinión de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, quien dice:
(') Summa de las cosas que acontecieron á Diego García de Paredes y de lo que hizo; escrita por
el mismo quando estaua enfermo del mal de que morió. Ms del siglo xvi; 4 hojas en folio; Bibl. Nac,
G. 77, folioB 186 á 189.
Diego García de Paredes nació en Trujillo hacia el año 1466; militó varias veces en el ejército
pontiíicio y luego con el Gran Capitán en Ñapóles; peleó en la célebre batalla de Ravena. Murió en
Bolonia á consecuencia de una caída en el año 1530.
Acerca, de la relación que dejó dice Tamayo de Vargas: «Escribió en este [tiempo] la breve
summa de su vida i liechos que o¡ go9amos, con tan poca ambición, que aun lo que le pudiera dar
maior gloria olvida, i lo que refiere es con tanta sencillez que aun los estraños hacen dello los enca-
recimientos que él no admitía, aunque verdaderos».
Diego Garda de Paredes i relación de sv tiempo. Al Rei Catholico N. S. D. Phelipjje IV. Por Don
Thomas Tamaio de Vargas. (Al fin ) En Madrid. Por Luis Sánchez. Año de M.DCXXI. 141 hojas
en 4.0 Folio 137.
La Relación de que hablamos fué publicada en la siguiente obra, sin razón atribuida á Hernán
Pérez del Pulgar:
Coronica llamada las dos Conquistas del reyno de Ñapóles^ donde se cuentan las altas y heroycas
virtudes del serenissimo principe Rey don Alonso de Aragón. Con los hechos y hazañas maravillosas que
en paz y en guerra hizo el Gran Capitán Gonzalo Hernández de Aguilar y de Córdoba. Con las claras
y notables obras de los Capitanes don Diego de Mendoza y don Hugo de Cardomi. el conde Pedro Na-
varro, Diego García de Paredes y otros valerosos capitanes de su tiempo. Fué impressa en la muy
noble y leal ciudad de Zaragoza en casa de Agustín Millan. Acabóse á quince dias del ties de Setiembre
de mil y quinientos y cincuenta y nueve años. 1 voi. en fol. letra gótica.
Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes. La qual el mismo la escriuió, y la dexó
firmada de su nombre, como al fin della parece. (Jaragoca, luán Larumbo. Año de 1613. 6 hojas en 4."
Últimamente la ha reproducido el Sr. Menéndez y Pelayo en las Obras de Lope de Vega, publi-
cadaspor la Real Academia Española; tomo XI, págs. CXXVII á CXXXII. Hállase incluida, entre
las doctísimas advertencias con que ilustra el sabio director de la Biblioteca Nacional, la comedia de
Lope intitulada: La contienda de Diego García de Paredes y el Capitán Juan de ürbina.
Lx AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
«Basta pasar los ojos por esta Relación para sospechar que, si no es enteramente
apócrifa (y por su estilo no lo parece) , está á lo menos corrompida é interpolada»,
«Ha de considerarse, pues, este Sumario, ó como un rifaci mentó de memorias origi-
nales, cuya existencia no nos atrevemos á negar de plano, ó como una leyenda popular
y soldadesca, forjada por autor desconocido, con recuerdos algo, confusos y anacrónicos
de las andanzas del hercúleo extremeño» (').
En efecto: los campeones del desafío de Barleta no fueron doce, como escribe García
de Paredes, sino once; éste se equivoca por completo al dar los nombres, como también
al afirmar que mm-ieron todos los caballeros franceses, cuando consta por Hernando del
Pulgar que sólo perdió la vida uno á los golpes de Diego de Vera; ninguna de las dos
partes pudo envanecerse de haber ganado la contienda, por cuyo motivo el Gran Capitán
dijo á García de Paredes: «Por mejores os envié yo» (').
Según dicha Relación, Paredes es un hércules incapaz de sentir el miedo, mas tam-
bién un pendenciero sin entrañas y hombre malvado con ribetes de fanfarrón. Estando en
Roma de alabardero disputa con un caballero sobre quién tiraba mejor la barra y armado
de ésta hiere y mata á varios criados de aquél. Siendo su alférez Juan de ürbina escala
los mm-os de Biu-go de la Tierra, y no encontrando la llave de las puertas arranca violen-
tamente el cerrojo con las manos; desafía al capitán Cesáreo Romano y le corta la cabeza.
Hecho prisionero por los franceses poco después de la batalla de Ravena, abrázase á cuatro
hombres que lo conducían al pasar un puente y sálvase nadando mientras los enemigos
perecen ahogados. Tiene un duelo con el coronel Palomino; combaten ambos « con espada
sola, en calzas y en camisa», y Paredes corta á éste ima mano, derribándole al suelo.
Lucha en singular batalla con un francés, siendo gruesas porras el arma escogida, y le
magulla la cabeza al primer golpe. Más adelante viene á España, y en una posada de Coria
se encuentra con unos bulderos, dos rufianes y dos mujeres de la casa llana; hácenle varias
preguntas y á ninguna responde; propásanse á burlas con él, y entonces, irritado, des-
envaina la espada, abre la cabeza á un rufián y arroja al fuego mujeres y bulderos, que
salieron medio chamuscados.
n
Al género autobiográfico pertenece la Verdadera historia de los sucesos de la cmi-
quista de la Nueva España, compuesta por el rudo soldado de Medina del Campo Bernal
Díaz del Castillo, Retirado en la vejez á su quinta de Chiquimula, creía mal recompen-
sados sus servicios, y habiendo leído la OrÓ7iica de la conquista de la Nueva EsiJaña,
que publicara López de Gomara en el año 1552, donde se enaltecían los méritos de Cortés
con detrimento de quienes tanto cooperaron á las inmortales empresas de éste, valido de
su memoria, que debía ser prodigiosa para acordarse con tal fidelidad de infinitos deta-
lles, escribió la obra citada con ánimo de poner las cosas en su pimto (•^).
(>) Obra citada, págs. CXXXII y GXXXIII.
(') Véanse los Anales de Zurita, libro V, cap. III.
(3) Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por Fernando Cortes, y de las cosas
acontecidas desde el año 1518 hasta la su muerte en el año 1547, y después hasta el de 1550, escrita por
el Capitán Bernal Diaz del Castillo, uno de sus conquistadores, y sacada a luz por el P. Alonso Memon.
Madrid, 1632; 1 vol. en folio.
INTRODUCCIÓN lxi
Hombre incapaz de velar sus juicios, usa generalmente de un lenguaje crudo, pero
sin que la pasión lo llevara á cometer injusticias, demostrando que no era pequeña la
generosidad de su alma. Aunque resentido de Cortés, á quien tilda de parcial y de olvi-
dar sus más fieles servidores, rechaza las murmuraciones y calumnias que contra éste
corrían. Había consignado el Padre Las Casas, inclinado siempre á la maledicencia, ima
versión absurda de la traición hecha por Cortés á Velázquez cuando salió de Santiago
con rumbo á las playas mejicanas. Bernal Díaz, testigo presencial, afirma que Cortés «se
fué á despedir de Diego Velázquez» ('), mientras que, según Las Casas, salió furtiva-
mente, sin consentimiento y aun con desprecio del gobernador.
Verdad es que censura el suplicio de Cuauhtémoc, ordenado por Cortés, « muerte que
le dieron muy injustamente dada» (- ) ; pero disculpa á éste del tormento que antes sufrió
aquél para que descubriese sus riquezas, pues consintió en acto tan bárbaro á fin de probar
que no estaba en inteligencia con el cautivo monarca ni quería arrebatarle él solo sus
tesoros (').
Incapaz de reticencias, habla de varios compañeros suyos con un lenguaje que, de
pm-o franco, resulta modelo de naturalismo, hecho que da al rústico estilo de Bernal Díaz
no escasa energía; tal es el retínate de aquel Raugel, encargado de someter los zapotecas,
á pesar de que «estaba siempre doliente y con grandes dolores y bubas, y muy flaco, y
las zancas y piernas muy delgadas, y todo lleno de llagas, cuerpo y cabeza abierta», por
lo cual se malogró la expedición, pues « el pobre Rangel, dando voces del dolor de las
bubas » , se encontró con indios hábiles flecheros, habitantes en llanuras pantanosas, de
modo que retrocedió sin fruto alguno (^).
De Al varado, «vicioso en el hablar demasiado» (^), niega el célebre salto, «porque
ya que quisiera saltar y sustentarse en la lanza en el agua, era muy honda, y no pudiera
allegar al suelo con ella; y demás desto la abertura muy ancha y alta, que no la podría
saltar por muy más suelto que era» ("). Pero niega que dejase perecer á Juan Veláz-
quez con doscientos soldados, según decía Caray, autor de pasquines y libelos difama-
torios. Y en verdad que nadie como Bernal Díaz podía referir la conquista de México y
aun de otras regiones comarcanas. Había asistido al descubrimiento de Yucatán por
Francisco Fernández de Córdoba (1517), militado con Juan Pouce de León en la Flo-
rida, ido con Grijalva á las playas de México (1518) y luego acompañado á Cortés en
su extraordinaria epopeya, tomando parte en los hechos más notables, de modo que pudo
escribir con orgullo de sí mismo:
« Por manera que, á la cuenta que en esta Relación hallarán, me he hallado en ciento
y diez y nueve batallas y reencuentros de guerra, y no es mucho que me alabe dello,
pues que es la mera verdad; y estos no son cuentos viejos ni de muchos años pasados,
de historias romanas ni ficciones de poetas, que claros y verdaderos están mis muchos y
notables servicios que he hecho á Dios primeramente y á Su Majestad y á toda la cris-
tiandad » .
(*) Obra citada, cap. XX.
(2) ídem, cap. CLXXVII.
(3) ídem, cap. CLVll.
(*) Capítulo CLXIX.
(S) Capítulo XGVII.
(;«) Capítulo CXXVIIJ
Lxn autobiografías Y MEMORIAS
III
Como iutermetlio entre la verdadera autobiografía y las alejs^acioues de servicios puede
ser considerada la Memoria de lo sucedido á D. Antonio de Qu i rocín ('), que éste dejó
escrita, limitada á consignar las campañas que hizo en América peleando contra los
araucanos.
En el año 1573 se reclutaba una compañía de soldados para que en Chile peleasen
contra los araucanos, siempre rebeldes; de ella fué nombrado capitán D. Antonio de Qui-
roga, quien antes de estar reunida la gente se embarcó, y después de sufrir una furiosa
tempestad llegó á Panamá; desde Panamá fué á Los Reyes, donde á la sazón estaba el
virrey del Perú D. Francisco de Toledo visitando el país; llegado á Chile, cuyo goberna-
dor era su tío D. Rodrigo de Quiroga, se reunió con sus soldados, que desembarcaron en
Valparaíso, y muy pronto entró en campaña. Ganó por asalto un fuerte levantado por los
rebeldes cerca del río Biobío; en 1578 se apoderó de otro levantado en el cerro de Yilla-
gra, donde recibió algunos flechazos; junto con el gobernador entró en la provincia de
Tucapel, ya vencida la de Arauco, Pocas guerras habían emprendido los españoles tan
formidables cemo aquélla; derrotados los araucanos rehacíanse muy luego y hostilizaban
de continuo á sus enemigos, llegando su audacia hasta incendiar por la noche los pueblos
en que éstos se acuartelaban. Es más; en ocasiones tomaban la ofensiva, como sucedió
junto al río LleoUeo; asaltaron el campamento de los españoles, quienes estaban descui-
dados, y en breves momentos se hallaron ya dentro; D. Antonio de Quiroga, apoyado en
el tronco de un árbol, peleó contra un grupo numeroso de indios, quienes le ati-avesaron
la adarga de cuatro lanzadas; recibió un flechazo en la boca y varios golpes de macana.
Costó sumo trabajo rechazar la acometida de los araucanos.
Muerto el gobernador D. Rodrigo de Quií'oga, fué proveído este cargo en D. Alonso
de Sotomayor, quien lejos de agradecer á D. Antonio sus muchos servicios, le quitó una
encomienda que había obtenido cuatro años antes. Viéndose entonces sin hacienda y car-
gado de deudas por su generosidad, pues daba de comer á veinte soldados pobres, vino
á España para que el Consejo de Indias le hiciera justicia.
IV
El capitán Domingo de Toral, nacido en Villaviciosa (Asturias) en el año 1598, con-
signó brevemente los principales hechos de su vida, sin descender á menudencias ni
perder el tiempo en relatar amoiíos que solamente para los protagonistas pudieron ofre-
cer algún interés, distinguiéndose en esto de Miguel de Castro y otros soldados' fanfarro-
nes que dedicaron largos párrafos á transmitirnos los nombres y hechos de sus coimas,
(') Memoria de lo sucedido á Don A7ito7iio de Quiroga desjmes que dexó la casa de sus padres, para
por ella, siendo Dios servido, disponer su alma para darle cuenta, y á sus hijos y deudos y personas á
quien tiene ohligacinn en el mundo. Ms. del «¡glo xvil, G7 págs. en fol. (Bibl. Nac. Mea. G.227.)
Publicada en el toiuo XCIV de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España,
págs. 3 á 71.
INTRODUCCIÓN lxiii
y de pasajes que sólo pueden servir para ilustrar el Dafoar il otra obra del mismo género.
Hijo Toral de pobre familia, sirvió eu Madrid á un señor; ávido de libertad huyó
muy joven de aquella casa y anduvo «cuatro años peregrinando por España como otro
Lazarillo de Termes» , Vuelto á la Corte, poi- ciertas estocadas que dio, se decidió á sentar
plaza en la compañía de Cosme de Médicis; embarcóse en Lisboa para Flandes, y allí
sirvió bajo las órdenes de D. Francisco Lasso. Más tarde lo vemos ir á la India oriental
con el gobernador D. Miguel de Noronha, militai- en Goa, reconocer el puerto de Ormuz
y tomar parte en el sitio de Bomba(,'a (Mombaza), ciudad del África. Enemistado con el
virrey determinó venir á España atravesando la Persia, viaje peligrosísimo que realizó
yendo desde Ormuz á Ispahán y luego por Babilonia á la Siria; embarcóse en Alejandreta
y llegó á Barcelona en el año 1634. La narración de Toral, escrita sin afectación, pare-^-e
bastante fidedigna ( ' ) .
Menos veraz que Toral se mosti'ó en su Vida el soldado Miguel de Castro, tipo cum-
plido del miles gloriosiis, tal como lo concibió el gran cómico latino; su relación, aunque
no despreciable por las referencias que hace á personajes y hechos de su tiempo, es una
serie inacabable de amoríos, requiebros y pendencias; muy pagado de sí mismo, apenas
si habla de otra cosa que de sus proezas. Con todo, como no hay libro que no contenga
algo de bueno. Castro nos dejó en el suyo una descripción notable de la Corte de los
virreyes de Ñápeles, dándonos exacta y minuciosa idea del esplendor y boato con que
éstos vivían (^).
Por esta razón y la prolijidad con que se ocupa Castro de sns amigas, de sus escapa-
torias nocturnas y de sus pendencias, tiene el aspecto su autobiografía, más que de libro
histórico, de una novela sin invención ni episodios dramáticos, escrita en estilo difuso,
oscuro y modelo de incorrección. Los hechos de armas ocupan pocas páginas; fuera del
asalto de Dm-azo (Albania) por la armada del marqués de Santa Cruz, y de la derrota
y muerte del Adelantado de Castilla D. Juan de Padilla en la Mahometa, jornadas á las
qne asistió nuesti'O soldado, de nada importante se ocupa éste. En cambio dedica inter-
minables páginas á sus relaciones amorosas con la cortesana Luisa Sandoval, como si la
sensualidad de un soldado pudiera interesar á nadie sino á él.
Para colmo de inverosimilitud. Castro dice claramente (^ue todas las hazañas aludidas
las había realizado desde los once á los diez y ocho años de su edad; ahora bien: ¿cabe
en un muchacho de doce años tal precocidad para el vicio y aun para el crimen, que
en Salofre (Ñapóles) sedujera á la viuda Virgilia, matase á dos parientes de ésta que le
perseguían y, con objeto de evitar ((ue su infeliz amante declarase eu el tormento, la
envenenase traidoramente ?
(•) Relación de la vida del Capitán Dominan de Toral y Vahlés, escrita por el miamo Caiñtún.
Publicada en la Colección de documentos inéditoíí para la Historia de España, tomo LXXT, pá^s. 49y
á547.
C'^) Vida del soldado español Miguel de Castro (Ió9;í-1G11), escrita jmr el mismo; piililicada por
A. Paz y Melia. Barcelona, Tip. L'Aven9, 1900; 1 volumen en 4."
autobiografías y memorias
VI
El grande interés que tiene la relación autobiográfica de Alonso Soleto ( ' ) para la
historia geográfica de América y el estar inédita, sin que nadie la haya estudiado hasta
ahora, nos ha movido á copiarla íntegra y dar algunas noticias, en parte nuevas, acerca
de los hechos realizados por aquél en busca del Dorado.
Los errores geográficos y las leyendas han tenido en la Historia una influencia más
positiva en ocasiones que la misma realidad, cuya esfera se dilataba mientras se corría
tras un ideal fantástico. Las filbulas del Cipango y el concepto equivocado que Colón
tenía del globo terráqueo le impulsaron á sus maravillosos descubrimientos. Otra, la del
Dorado, fué ocasión de viajes y exploraciones en la América del Sur, que no se habrían
realizado sin ella; viajes y exploraciones que abrieron nuevos horizontes á la ciencia geo-
gráfica y al comercio. La leyenda del Dorado, reino al que se daban también los nombres
de Manoa y Faytiti, nació apenas conquistado el Perú, cual si los indios, viendo hundido
el secular imperio jle los Incas, se consolasen creyendo en que una monarquía de su raza
guardaba su independencia allá en países remotos y poseía más tesoros que todos los
arrebatados por los españoles en los templos del Cuzco, en los palacios de Atahualpa y
en las guacas de sus antepasados.
Del Paytiti y de su camino se daban detalles parecidos á los de aquellos que figuran
en los libros de caballerías, según Lorenzo Caballero (-):
«Para llegar adonde está la riqueza han de pasar por una angostura de dificultades,
que son estas: á mano izquierda unos pantanos que á pié ni á cavallo no podrían pasar,
y á mano derecha una montaña sembrada de yndios que comen carne humana; y pasadas
todas estas dificultades llegarían á unas provincias de yndios desnudos que adoran en
peces y páxaros, poblados en raso á verá de una laguna grande con una piedra cuadrada
en medio».
Diego Felipe de Alcayaga, cura de Hataca, refiere de la siguiente manera la leyenda
del Paytltl ó Dorado, según la leyó en los apuntes de su padre el capitán Martín Sánchez
de Alcayaga, considerada por ambos como histórica. Antes de que llegasen los españoles
al Perú, codicioso el rey Inca Mango de añadir nuevas provincias á sus dominios, encargó
á su hijo Guacané la conquista del país de Grigota (Güelgorlgotá); llegado éste con pode-
roso ejército á los valles de Mizque, entró en Savaypata, donde estableció sus reales;
fabricó un acueducto subterráneo, cuyas aguas se den-amaban en una fuente á modo de
caracol, y consti'uyó un fuerte castillo de piedra labrada. Provisto de hachas de cobre,
(') Vi este curioso documento el año p.isado en el Archivo de Indias; hállase copiado con otros
varios tocantes al Dorado ó Paytiti. Todos ellos son copia autorizada en la ciudad de Potosí por el
escribano Jerónimo Flores Bohorques, á 23 de marzo de 1636. Consta de 40 hojas en folio. Signa-
tura: Audiencia de Charcas, Est. 74, Caj. 4, Leg. 6.
Contiene las declaraciones que acerca del Dorado prestaron Diego Felipe de Alcayaga, varios
chiriguanos, cuyos dichos recogió Gonzalo de Solís, el P. Jerónimo de Villarnao, los Capitanes Gre-
gorio Jiménez y Diego López Roca, el sargento Bartolomé de Heredia, Juan de Limpias, Lorenzo
Caballero, Vasco de Solís y Lugo, Juan Antonio Justiniano y el P. Juan Blanco; al fin está la rela-
ción autobiográfica del Capitán Alonso Soleto y Pernia.
(2) Informaciones acerca del Paytiti.
INTRODUCCIÓN lxy
medias lunas de plata y vestidos de cnmbe, entró en los llanos j obtuvo con estos regalos
que el cacique le prestara vasallaje, como también otros caciques llamados Goligoli, Vitu-
pue y Tendi. Entonces Guacané procuró descubrir minas de oro y las halló en el cerro
de (^aypuru. Ufano con tan ricas adquisiciones, pretendió que su padre el Inca le conce-
diese título de rey, y á este efecto le despachó un correo pidiéndole tal merced y que le
enviai-a su hermano Condori por capitán del Qaypuru óChaypurim. Accedió el Inca á la
proposición de Guacané, quedando éste rey de Qavaypata y Condori de los valles comar-
canos; los dos hermanos llevaron del Cuzco sus concubinas y eunucos, establecieron su
corte y aumentaron sus posesiones con las tierras vecinas, habitadas por « gente bruta
desnuda y nada belicosa » . Así vivían los dos monarcas, descuidados en absoluto de todo
peligro, cuando la noticia de sus riquezas llegó á los indios guaraníes del Paraguay, y
reuniéndose 8.000 de ellos, excelentes flecheros, juntamente con sus mujeres é hijos,
remontaron el Pilcomayo hasta llegar á los xarayes, «gente deshonesta, altiva, labrada
la cara y cuerpo desnudo*. Allí se dividieron: 1,000 quedaron en la provincia de Itatín;
3.000 se encaminaron al Perú y ftierou aniquilados por los chiquitos, que usaban de
saetas envenenadas; los 4.000 restantes enti-aron en la región donde más adelante se fimdó
la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, é impusieron á los indígenas un yugo insoportable;
pasaron el invierno haciendo «grandes matanzas en estos desnudos naturales, comiendo
criaturas y gomando de sus mugeres como de las suyas propias » . Acabado el invierno
pasaron el río Guapay y de repente cayeron sobre el campamento de Guacané, quien
murió en la pelea, y yendo á las minas de (^aypuru prendieron á Condori, haciéndose
dueños de riquísimo botín. En (^avaypata fueron recibidos con hartas lágrimas por las
coyas ( concubinas ) de Guacané y Condori y hallaron gran cantidad de oro y plata; sin
embai'go, los indios quichuas habían tenido tiempo de enterrar muchos jarros, pepitas y
tejos de aquellos metales, tesoro buscado con afán cuando Alcayaga escribía esto.
Sabedor del triste suceso, el Inca determinó vengarse de los guaraníes y levantó un
ejército cuyo mando dio á su pariente Lucana ó Turumayo; mas éste fué vencido y murió
en el campo de batalla, derrota que fué seguida de una victoria ganada por el cacique
Grigota, quien no obstante su fidelidad al rey peruano pasaba en el Cuzco por hombro
traidor y de mala fe, tanto que, habiendo enviado mensajeros á dicha ciudad. Mango los
mandó atar « desnudos en los extremos más altos de unos cerros nevados, atados de pies
y manos, y allí con guarda que les puso quedaron una noche, adonde amanecieron muer-
tos» . De esto tuvo origen el nombre de chiriguano llevado por los indios de la provincia
de Santa Cruz, pues al saber el Inca que los emisarios de Grigota habían ya fallecido
helados, exclamó con alegría: halla, halla, chiripsfjuanachini; así, así, que les he dado
escarmiento en el fi'ío.
Por aquel tiempo el Inca encargó á su sobrino Mango la conquista de los chunches,
}• éste aceptó la empresa, bien que temeroso de que su tío le quitase la dignidad de rey
que le había conferido luego que sometiese aquellos bárbaros; comenzó á internarse en
lejanos países, donde la autoridad del Inca no era ni siquiera conocida. Granjeóse el afecto
de las tribus por cuyas tierras pasaba, dándolos medias lunas de plata para la cabeza, y
atravesando el río Guapay llegó al Manatí, que corre al pie de una alta cordillera, acor-
dando que allí comenzasen los límites de su reino, para lo cual puso como señal un car-
nero de piedra; pasadas las montañas halló una inmensa y fértil llanura cubierta de árboles
frutales y regada por multitud de corrientes, habitada por diferentes naciones que so dedi-
AÜT0BI00RAFÍA8 Y MEMORIAS. — 5
i,xvi autobiografías y memorias
caban á la agricaltiira y usaban ropas de algodou; sometidas pacíficamente por Mango,
fundó éste allí el reino de Paytiti y una ciudad que fué la capital-, al mismo tiempo envió
su hijo Guaynoapoc al Cuzco para que llevase al Paytiti las mujeres de Mango, encar-
gándole que no diese cuenta al Inca de las riquezas descubiertas en este país, diciendo
solamente que se había hallado un cerro con mineral de plomo, y de aquí se originó el
nombre de Paytiti, pues en el idioma quichua pay significa aquel y //// plomo. Cuando
Guaynoapoc llegó al Cuzco vio que los españoles acababan de conquistar el país y retro-
cedió, bien que acompañado de 20.000 indios obstinados en no reconocer la dominación
de Pizarro y llevando consigo muchos ganados. Gracias á estos elementos creció la monar-
quía del Pa}i;iti, aislado en medio de extensas regiones donde jamás habían penetrado
los españoles. Su rey tenía grandes tesoros en unas casas á manera de templos y oft-ecía
todos los meses á sus ídolos un niño de dos años, con cuya sangre rociaba á los circuns-
tantes. Alcayaga da tales noticias acerca del templo en que estas ceremonias se verifica-
ban, que no parece sino que lo había visto personalmente; nunca D. Quijote describió,
en medio de su alucinación, tan menudamente los palacios encantados de sus caballe-
rescos libros. Alzábase el templo en medio de una gran plaza murada y contenía nume-
rosos ídolos en forma de pájaros, sapos, culebras y aves; sobre un altar rodeado de seis
gradas estaba el dios principal, que tenía «una nariz encorbada y grande, dos ojos ras-
gados y ima boca grande con quatro dientes fieros; el bra^o derecho levantado y en la
mano una escoba» .
Domingo de Ibargoyen y Vera decía que el Dorado se hallaba entre las gobernacio-
nes de Cumaná, Venezuela, Popayán y Quito. Él en una expedición había estado no lejos
de aquel país, y le constaba existir allí « infinita cantidad de oro ;> , que sacaban de las
minas los indios «con grandes supersticiones, ayunando primero ti-es días» (').
Ya en el año 1548 se presentaron á D. Pedro Gasea unos indios que decían ser del
Marañón y contaban maravillas de un reino llamado Omagua, el futiiro Dorado. Tanto
crédito alcanzó su relación que el virrey D. Andrés Hurtado de Mendoza, marqués do
Cañete, encomendó á Pedro de Orsúa (-) una expedición á país tan codiciado; expedición
en que fué asesinado este capitán y se convirtió en insurrección contra Felipe II, movida
por aquel díscolo y cruel Lope de Aguirre, quien en sus cartas al monarca español estam-
paba frases tan violentas como ésta: « Por cierto tengo que van pocos reyes al infierno,
porque sois pocos, que si muchos fuésedes ninguno podría ir al cielo, porque allá creo
seríades peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre
humana ;>. Carta que acababa así: «Rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope dr.
AguirreT) ('').
(1) Memoria del descubrimiento del Dorado por el Maestre de Campo Domingo de Ibargoyen y
Vera, publicada en la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento y conquista de Amé-
rica y Oceania, tomo VI, págs. 5G1 á 564.
Carta del Gobernador Agustin de Ahumada al Señor Virrey Dan Martin Enriquez, en que le da
noticia de una provincia que piensa ser el Dorado. Quito, 25 de octubre de 1582. Publicada en la ante-
rior Colección, tomo XIX, págs. 547 á 549.
C^) Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado^ hecha por el Gobernador
Pedro de Orsúa. Madrid, 1881. El autor de esta Relación parece haberlo sido Francisco Vázquez.
(^) Publicada varias veces; hállase en la obra anterior, págs. 144 á 153,
Relación breve fecha por Pedro de Monguia, capitán que fue de Lope de Aguirre, de lo mas subs-
tancial que ha acontecido, segiin lo que se me acuerda, de la jornada del Gobernador Pedro de Orsúa.
INTRODUCCIÓN lxvii
En 1568 D. Pedro Malaver de Silva capituló con Felipe 11 la conquista del soñado
reino é hizo dos entradas en busca de éste: la primera yendo por Borburata y Valencia
teniendo que regresar, sin sacar más que fatigas, á Barquisimeto; en la segunda fué con
dos hijas suyas hecho prisionero y degollado por los indios caribes del Orinoco ( ' ) .
D. Agustín de Ahumada, gobernador de Quito, ciei-to de que al íin se había descu-
bierto el Dorado, escribió á 25 de octubre de 1582 al virroy del Perú D. Martín En-
ríquez:
«Quedo en esta ciudad tratando con la Eeal Audiencia della que favorescan y aluden
a que desta ciudad salgan comigo hasta cien hombres para yr en demanda de ber
cierta prouincia que unos vezinos desta gouernacion dieron en ella y la vieron, la mas
rrica de gente y oro que se a visto, que segim lo que della quentan y señas que dan, se
cree sin duda deue de ser El Dorado, en demanda de quien tantos y tantas bezes se an
perdido mil capitanes y gentes; y está tan cerca de Auila, uno de los pueblos desta gouer-
nacion, que en ocho dias de camino se está en ella; yo me e mouido a olio con mun-
chas beras, no tanto de cobdi(,'ia, como porque creo se a de hazer eu ello gi'¿ui seruicio
a Dios y a Su Mag."*, pues sin tener mas comodidad para meter esta gente que enpeñar
a Don Loren90 de ^epeda, mi sobrino, en tres o quatro mil pesos para ello, piensso
poner el negocio en punto de poblar un pueblo, siendo la tierra tal que me pai-esca me-
re9e hazerse en ella esto, y sino negocio habrá sido de poco daño para mí y para los que
fueren» (^).
Lorenzo Caballero declaró que salió de San Lorenzo con Gonzalo de Solís Holgiün
hacia el año 1623, y pasando por San Francisco de Alfaro llegaron al país de los tapa-
curas, quienes pidieron ser defendidos de otros indios que solían acometerles: accedió á
ello Solís, y subiendo á los montes vecinos cautivaron una mujer y por ella supieron
que moraban cerca los torococíes, establecidos alrededor de una laguna, señas parecidas
á las del Paytiti; una vez entrados eu los pueblos torococíes, no sin recias peleas, vieron
una cruz y oyeron que los indios daban voces llamando al Yaya, que debía residir al
Norte, del cual se reconocían tributarios. Todas estas indicaciones que los indios hacían,
sin duda para engañar á los españoles, no debieron convencer á Solís, quien ordenó la
retirada, ainique murmuraban los soldados, codiciosos de dar en los tesoros del Yaya y
aun llevarse los enanos de éste como recuerdo: «al padre y la matb-e en las alforxas y
los hijos para paxes en las bolsas de la silla».
Bartolomé de Heredia manifestó que yendo con el gobernador Gonzalo de Solís Hol-
guín desde San Francisco, en la provincia de los Chiquitos, á descubrir el Dorado, les dio
noticia un indio que cautivaron de residir cerca de aquel paraje la nación de los toros;
{Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento y conquista de América y Oceanía,
tomo IV, págs. 191 á 215.)
Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el rio del Marañon, en la provincia del Dorado,
hecha ¡wr el Gobernador Pedro de Orsi'ia .... y de la muerte del dicho Pedro de Orsúa. (En el mismo
tomo que la anterior, págs. 215 á 282.)
(1) Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, escrita por D. José de Oviedo
y Baños, ilustrada con notas y documentos, por C. Fernández Duro; Madrid, Impr. de Y. Saiz, 1885;
tomo 11, págs. 77 á 82 y 99 á lOG.
(2) Carta del Gouernador Agustín de Aumada al S."'' Virrey Don Martin Enrriquez, en que le da
noticia de una prouincia que piensa ser el Dorado. Original con firma autógrafa, 2 hojas en folio;
Bibl. Nac, J., 53, folios 517 y 518.
Lxviii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
adelaütóse Heredia cou treinta soldados, y subiendo á lo alto de un cerro vieron gran-
dísimos llanos habitados por los toros^ y bajando entraron en cierto pueblo de cerca de
trescientas casas, cuyos moradores, aunque muy aseados y limpios, iban completamente
desnudos; estos indios dijeron á Heredia que el reino de Yaya, esto es, el Paytiti, se
hallaba más adelante, y conñrmaban la idea de haber allí mucha plata.
En el año 1603 salió de Santa Cruz de la Sierra el general D. Martín Vela Granado
con sesenta hombres, y al cabo de tres meses llegó á una ti-ibu de chiriguanos, cuya
lengua entendieron por ser la hablada en otras regiones conocidas; aquellos indios les
dijeron que si querían recoger mucha plata la encontrarían pasadas unas altas sierras
más allá de los parechíes, donde vivía un pueblo numeroso y rico; la mala fe del capitán
Santiago de Avendaño impidió que se continuase la expedición, y D. Martín, después de
pelear con los indios que halló al paso, tuvo que retroceder. López Koca muestra el
camino que siguieron, y fué al Sur de los Chiquitos y de San Francisco de Alfaro, cami-
nando siempre hacia el Norte.
En busca del imaginario Paytiti consumieron parte de su vida los capitanes Maldo-
nado y Peranzules, que lo buscaron por el Cuzco; por Cochabamba entró el general Hiuo-
josa; por Chuquiabo Pedro de Legui; por el Paraguay Domingo Martínez de Irala y Ñuño
de Chaves; por los Chiquitos D. Lorenzo Suárez de Figueroa; por el río Guapay D. Juan
de Mendoza, y otros aventm-eros en distintas direcciones. El Dorado, espectro en cuya
busca iban, retrocedía siempre y quedaba rodeado de brumas, y cual haciendo ver que el
trabajo es la única fuente de riqueza, dejaba á sus perseguidores poi- único fruto el des-
cubrimiento de fértiles regiones donde podían desarrollar su actividad los españoles y
obtener abimdantes frutos, regiones de cuya hermosm-a y fertilidad traza una poética
desci'ipción Lorenzo Caballero.
También el célebre político, escritor, navegante y corsario AValter Kaleigh, que in-
tentó fundar las primeras colonias inglesas en América, cayó en la tentación de hallar el
Dorado, y jactóse de haberlo enconti-ado en el año 1595. No contento con esto publicó
un libro lleno de invenciones, en que daba toda clase de pormenores con referencia á
lo que había sabido por ciertos indios de la Gnayaua ('). Más fatal que para nadie fué
para Raleigh el Dorado. En 1617 equipó una escuadra de 12 buques á fin de conti-
nuar sus expediciones en la Guayaua, y no obstante la promesa que hizo á Jacobo I de
respetar los dominios españoles atacó la ciudad de Santo Tomás, donde mmió un her-
mano de D. Diego Sarmiento de Acuña, embajador de Felipe III en Londres. Enton-
ces Sarmiento puso el hecho en conocimiento del monarca inglés y éste mandó ajusti-
ciar á AYalter Raleigh apenas volvió de su viaje, suplicio que tuvo lugar á 29 de octubi'o
do 1618 (^).
(1) The discoverie ofthe large, rich and heautiful empire o/Guiana, v/Uh a relation of (he great and
ffolden city of Manoa, and of the provinces of Emeria, Arrómala, etc , performed in the year 1595.
London, 1596; 1 vol. en 4.o
Hemos visto la siguiente traducción francesa:
Relation de la Guiane, du Lac de Far'imé & des provinces d' Emeria^ d'Arromaia & d'Aniapaia,
decouvertes por Walter Raleigh. Amsterdam, che:: J. Frederic Bernard, 1722.
(2) En la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (marzo de 1902) hemos publicado algunos
documentos de D. Diego Sarmiento de Acuña, en que se comunicaban á Felipe III los proyectos
de Raleigh y los excesos que luego cometió. Tan favorable se mostró hacia España Jacobo I, que
algunos historiadores ingleses lo han acusado de traidor.
INTRODUCCIÓN
Vil
Con el principal intento de ensalzar las gloiias de la Virgen de la Peña de Fj-ancia
escribió sus Memorias (1651 á 1690 ) D. Félix Nieto de Silva, marques de Tenebróu,
hermano de D. Luis, célebre corregidor de Zamora por los años 1651 á 1654 (*), donde
ejerció su mando con mayor insolencia y tiranía que pudiera hacerlo el más déspota de
los pretores romanos. Convencido el marqués de Tenebrón de que dicha Virgen le había
salvado de cuantos peligros y accidentes corriera, nos cuenta los principales episodios de
su vida, comenzando desde la niñez hasta, acabar cuando ejercía en Oran el cargo de
gobernador en el año 1690, Gran parte del libro trata de las campañas contra Portugal
y de las mil peripecias que sufrió en ellas el devoto marqués, quien acaba siempre la
narración de los favores que debía á la Virgen con ima alabanza á ésta. Dada la tenden-
cia de semejantes Memorias^ se comprende que D. Félix de Silva hiciera caso omiso de
muchos hechos de su vida, acaso tan interesantes como los que consignó por escrito (').
vm
Más arte en la exposición que en otras Memorias, amique acaso menos exactitud,
hay en la Narración autobiográfica de D. Juan Van-Halen (^), descendiente de una
familia belga establecida en la isla de León ( Cádiz ) , hombre de carácter algo voluble,
modelo de actividad y tipo del soldado medio condotiero lleno de audacia. En el siglo xvi
habría sido uno de aquellos aventureros que recoi-ríau los dominios españoles y aun toda
Em-opa, acomodándose á las circunstancias más opuestas con ima sin igual facilidad de
adaptación.
(1) Memorias de D. Félix Nieto de Silva, Marqués de Tenebrón, Conde del Arco y de Guaro, Mar-
qués de Yilhifiel, Vizconde de Alba de Tajo, Señor de Villanueva de Mesla y la Higueruela, Alcalde y
Juez del Real Soto de Roma, del Consejo suprimido de Guerra, Gobernador y Capitán General de las
plazas de Oran, Mazarquivir, reinos de Tremecén y Túnez y su Justicia mayor y Caballero de la Orden
de Alcántara. Publícalas la Sociedad de Bibliófilos españoles. Madrid, Impr. de M. Ginesta, 1888.
XXII, 272 págs. en 8.° doble. Lleva una Introducción de D. Antonio Cánovas del Castillo, en que
se encarece la importancia de las autobiografías.
(^) El Corregidor de Zamora, por D. Carlos Frontaura. Artículos publicados en La Ilustración
Española y Americana del año 1880, tomo II, págs. 195, 210 y 226.
(3) Memorias de D. Juan Van-Halen, Jefe de Estado Mayor de una de las divisiones del ejército
de Mina en los años de 1822 y 1823, en que se refiere su cautiverio en los calabozos de la Inquisición
de España en los años de 1817 y 181S, y su evasión, con documentos justificativos. París, imprenta de
Gaultier-Laguionie, 1827; 2 vols. en 12.0 j^g y^^ traducción del francés, hecha y publicada sin con-
sentimiento del autor, quien en la Adcertencia de la edición del año 1828 lo consigna así.
Narración de D. Juan Van-Halen, Jefe de Estado Mayor de una de las divisiones de Mina
en 1822 y 1823, esa-ita por él mismo, ó relación circunstanciada de su cautividad en los calabozos de la
Inquisición, su evasiúny su emigración. París, imprenta de Paul Renoiiard, 1828; 2 vols. en 8."
Narración de D. Juan Van-Halen, mariscal de campo de los ejércitos nacionales y teniente gene-
ral del ejército belga, escrito por él mismo; su cautividad en los calabozos de la Inquisición, su evasión
y su repatriación. Madrid, Impr. de F. de P. Mellado, 1842; 2 vols. en 4.°, de 262 y IV-254 pági-
nas. Excepto el primer pliego del tomo I y la portada del II, lo demás parece impreso fuera de
España.
Lxx autobiografías y memorias
Después de pelear algún tiempo eu la guerra de la ludepeudeucia contra José I, reco-
nociü la soberanía de éste, á quien le teco el turno de la decepción, pues Yan-Halen,
queriendo purificarse de aquella deshom-a, entendióse con el comandante en jefe de las
tropas leales en Catahüla, y falsificando unas órdenes del mariscal Suchet, cuya clave
conocía, logró que se entregasen á nuestro ejército las plazas de Lérida, Monzón y Mequi-
nenza. Conspirador infatigable, en los años 1814 á 1817 vióse en las cárceles del Santo
Oficio por masón, liberal y cómplice eu proyectos contra el absolutismo; habiendo con-
seguido fugarse emigró á los Estados Unidos y volvió á Europa; desde Londres marchó
á Rusia, donde le reconocieron el grado de teniente coronel y combatió en el Caucase á
las órdenes del general Yermolow ( ' ) ; repatrióse cuando la sublevación de Riego; estuvo
ou Cataluña á Los órdenes de Espoz y, Mina y tornó á emigrar en el año 1823; en Bél-
gica se distinguió más adelante combatiendo por la independencia, y tanto que fué nom-
brado teniente general; después intervino en la serie de levantamientos que hubo en
España durante el gobierno progi-esista, y acabó por ser ministi-o del Consejo Supremo
de GueiTa y Marina en los años 1854 á 1856.
La Narración de Yan-Halen se refiere en su mayor parte al proceso que le formó
el Santo Oficio, al desdichado fin de Yidal y sus compañeros en Yalencia y á las perse-
cuciones que López Pinto y otros liberales sufi-ieron en los años 1818 y 1819. Hombre
de imaginación nada común, quiso hacer odiosa la memoria de aquel tribunal degene-
rado, vil instrumento del absolutismo, describiendo sus padecimientos en las cárceles y
su evasión gracias á los buenos oficios de la criada Ramona, de tal manera que su rela-
ción tiene los caracteres de una novela histórica bien pensada, circimstancia que explica
el agi'ado con que fué leído el libro, como revelación de im mundo de horrores, y las varias
ediciones que de él se hicieron. Y como la generalidad no concibe proceso inquisitorial
sin tormento, Yan-Halen describe el que le aplicaron á fin de que descubriese sus cóm-
plices; tormento que no ei-a ya ninguno de los usados en los siglos XVI y xvil, á saber:
la toca, el potro, la mancuerda y el braserillo, sino oti-o nuevo.
« Me suspendieron y quedé pendiente por los sobacos de dos muletas ú horquillas
elevadas sobre el pavimento; ligaron todo mi brazo derecho á la de aquel costado, y el
otro le pusieron horizontalmente extendido y la mano abierta, encajonada en im guante
de madera muy ajustado que cerraba apretado como un brazalete por la muñeca, y de
donde pariían derechos hacia el hombi'O dos barrotes, á mi parecer de hierro, los que
ligados por su extensión hasta el antebrazo, mantenían el todo en la posición que lo
habían colocado. Del mismo modo sujetaron mi cintm-a y piernas entre aquellos dos
pilares donde yo estaba suspendido, de suerte que en breve quedé sin otra acción que la
precivsa para respirar. Mis brazos, después de cuarenta y ocho horas en aquella otra suje-
ción de que pocos minutos antes acababa de desembarazarlos, eran casi insensibles á
cuanto hasta aquel instante se practicó conmigo» (').
El misterio con que la Inquisición procedía, la crueldad de sus jueces, lo sombiío de
(•) Dos años en Rusia, obra redactada á la vista de las memorias y manuscritos originales del
general D. .Juan Van-Halen, por D. Agustín Hendía, seguida de un apéndice original de este últi-
mo, titulado: Rusia desde Pedro el Grande hasta nuestros días. Valencia, Impr. de D. José Mateu
Garín, 1849; 1 vol. de VIII-454 págs.
(*) Narración, tomo I, pág. 182.
INTRODUCCIÓN lxxi
lüs calabozos, se describen con fuerte colorido, á fin de que la impresión del relato fuese
lo más honda posible, hasta que como ángel redentor aparece la sirviente Ramona, que
se apiada de Yan-Halen y le facilita los medios de ftigarse (').
IX
Dignas son también de mención las Memorias de D. Manuel Llauder (■), militar en
la guerra de la Independencia, capitán general en Cataluña, ministro de la Guerra durante
la primera sublevación carlista y á quien se atribuyó haber prociu-ado la perdición del
desdichado Lacy, cargo de que se defiende; aunque enemigo del partido liberal en los
años 1820 á 23. adliirióse desde luego á la causa de Isabel II, que defendió con gran
celo.
Militares son casi exclusivamente las Memorias (^) del general Espoz y Mina,
memorias cuyo principio es ima de las páginas más gloriosas de nuestra insurrección
contra Bonaparie. Con la sencillez propia de quien abandonó la laya para convertirse
en héroe infatigable, pinta la resistencia encarnizada que hallaban los franceses en Nava-
n-a, la movilidad pasmosa de nuestras guerrillas y su audacia sin igual, ti-azando las
semblanzas de hombres que, como Sarasa y Górriz, no sabían leer ni escribir, pero des-
cendían por línea recta de aquellos vascones siempre levantiscos é indomables. Menos
entusiasmo despierta la continuación por la naturaleza misma del asunto: refugiado Mina
en Francia al regreso de Fernando Vil, nada piensa sino en la manía de conspiraciones,
causa principal de nuestra decadencia política; afiliado al partido liberal, se empequeñece
(M En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se conservan algunos documentos referentes á
la evasión de D. Juan Van-Halen; son las diligencias que luego se hicieron para capturarle; el pri-
mero dice así:
«En la noche del 30 de Enero último, á las 7 de ella, poco mas ó menos, se fugó de las cárceles
secretas de este Santo Oñcio el Teniente Coronel D. Juan Van-Halen, Capitán del Regimiento do
Caballería Cazadores de Madrid, que se hallaba preso en ellas, y cuyas señas son: su edad 32 ó 33
años; su estatura 5 pies y de 5 á 6 pulgadas; regularmente grueso y bien formado; pelo castaño muy
claro, acercándose á rubio; rostro lleno, bien configurado; color blanco y encarnado; nariz mas que
regular; ojos muy vivos y exaltados; su natural inquieto y violento. — Inquisición de Corte 3 de
Febrero de 1818. — D. Luis Cubero, D. Vicente Alonso de Verdejtn.
(Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Toledo. Legajo 118, núm. 47.)
(-) Memorias documentadas del Teniente General Don Manuel Llauder, Marqués del Valle de
Rifas, en las que se aclaran sucesos importantes de la historia contemporánea, en que ha tenido parte el
autor. Madrid, Impr. de D. Ignacio Boix, 1844; 1 vol. en 8.", de 167-119 págs.
Llegan estas Memorias hasta el año 1843 y contienen un largo apéndice de documentos justifi-
cativos.
(^) Memorias del General Don Francisco Espos y Mina, escritas por ¿I mismo. Publícalas su Viuda
Doña Juana María de Vega, Condesa de Espoz y Mina. Madrid, Impr. de M. liivadeneyra, 1851-1852;
5 vols. en 4.°, con un retrato del autor.
El tomo V, que contiene los sucesos del tiempo que mandó Espoz en Navarra, desde 4 de noviem-
bre de 1834 hasta 18 de abril de 1835, no fué escrito por éL
Lxxii autobiografías y memorias
la figura del veterano guerrillero; ya no es el campeón de su patria, sino el de un partido
más ó menos racional; á ti'ueque de ver la Constitución de Cádiz restablecida, llega á
pensar que sería prudente reconocer la independencia de nuestras colonias americanas,
con tal que éstas aj^udasen á derribar el gobierno absoluto. Vuelto á España ti-iunfal-
mente en el año 1820, gasta sus energías en aquellas luchas frati*icidas originadas por
la terquedad, exageración y fanatismo de los partidos, y pelea contra los facciosos en
Cataluña. Nuevamente expatiiado en Liglaterra, medita y realiza la llamada expedición
de Yera y sigue el detestable sistema de conti-aer deudas á nombre de España para luego
llevar á ésta la guerra civil.
XI
Dignas de recuerdo son las Memorias del general argentino D. José M. Paz, que com-
batió en la sublevación de su país contra España, y ya independientes las provincias del
Río de la Plata peleó en la guerra con el Brasil cuando aquel imperio quiso anexionarse
el Uruguay; como unitario ftié enemigo del federalista Lavalle y más aún del dictador
Rosas, quien lo tuvo preso algún tiempo; más adelante coadyuvó al levantamiento de
Urquiza, vio cómo el tirano maldecido huía á Inglateri'a y logró la cartera de Guerra y
Marina en aquella república devastada por luchas intestinas ( ' ) .
Redactadas estas Memorias en la vejez del autor y sin ayudarse de apuntes, adolecen
de inexactitud en bastantes hechos; en cuanto á juicios referentes á personajes contem-
poráneos, son con frecuencia nada imparciales (-).
Xll
Con el calificativo algo impropio de Iniimas, pues no se refieren en ellas solamente
hechos secretos, estados y evoluciones de la conciencia ó luchas del alma, y sí guei'ras
civiles, viajes, altos cargos desempeñados por el autor y otras cosas acompañadas siem-
pre de notoriedad y estruendo, publicó D. Fernando Fernández de Córdoba, Marqués de
Mendigorría, sus Memorias, dadas á luz primeramente en La Ilustración Española y
Americana y luego recogidas en tres gruesos volúmenes lujosamente editados. Comien-
zan con el reinado de Fernando YII y acaban con el destronamiento de Isabel II (''),
pues aimque el autor llegó á escribir hasta más adelante, no quiso entregar al público la
continuación de ellas, temeroso de que sus revelaciones ó juicios acerca de personas que
aun vivían ó de hechos recientes encendiese el fuego de las pasiones políticas, mal encu-
bierto aún bajo las cenizas del tiempo. Y aunque la mayor parte de los sucesos que refiei-e
(') Memorias postumas del Brigadier General D. José M. Paz. Comprenden sus campañas, servi-
cios y padecimientos desde la guerra de la Independencia hasta su muerte, con variedad de otros docu-
vuntos inéditos de alta importancia. Buenos Aires, Impr. de Lii Revista, 1855; 4 vols. en 4.°
(2) Lo mismo sucede con las Memorias de otro General argentino: de D. Jo'íé Rondeau, contem-
poráneo de Paz,
(3) Mis Memorias intimas, por el Teniente General Don Fernando Fernández de Córdoba, Mar-
qués de Mendigorría. Madrid, Est. tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1886-1889; 3 vol. en folio.
INTRODUCCIÓN lxxiii
eran ya sabidos, esto uo priva á las Memorias inti/nas de su valoi-, pues siempre lo tiene,
y grande, el testimonio de quien fué en ellos protagonista ó espectador al menos; valor
que se acrecienta con los muchísimos documentos que como comprobantes intei'caló, no
queriendo que nadie le diese fe bajo su palabra, y con mil detalles que dan novedad al
relato. Y no queriendo limitarse Fernández de Córdoba al círculo de sus propios hechos,
ya cuando peleó valerosamente contra los ejércitos del Pretendiente, ya en sus campañas
contra Espartero, de quien fué decidido adversario, ya en la expedición á Roma cuando
Pío IX volvió á ocupar el trono apoyado en las bayonetas extranjeras, hizo unas
Memorias de familia, dedicando largas páginas á ensalzar los hechos de sus ascendientes
y de su hermano D. Luis Fernández de Córdoba, por quien sentía tanta admiración como
afecto íM.
(1) De las siguientes Memorias ó Relaciones autobiográficas de militares nos limitamos á dar
noticia:
Relación que Pedro Serrano hizo de su naufragio en la isla de la Serrana entre Cartagena de las
Indias y la Habana en el aíio 1528 y su estancia allí por espacio de ocho años. Archivo de Indias: Rela-
ciones y descripciones; legajo segundo.
Relación de su vida y conquistas en Nuevo León (México), hecha por Luis de Carvajal. Publicada
por D. Vicente Riva Palacio en México á través de los siglos; tomo II, págs. 444 á 446.
Relación de Pero Hernández Paniugua. Trata de lo que hizo en el Perú, principalmente cuando
se sublevó Gonzalo Pizarro (1546-1547). Publicada en ¡a Colección de documentos inéditos para la His-
toria de España; tomo XLIX, págs. 110 á 155.
D. Iñigo López de Mendoza, Marqués de Mondéjar y Capitán General del reino de Granada,
escribió una relación de lo que hizo en la guerra contra los moriscos durante el año 1569. Impresa
en UEspagneau XVI" et au XVZI" siécle. Documents historiques et litteraires , publiés et annotés
par Alfred Morel-Fatio. Bonn, Impr. de Charles Georgi, 1879; págs. 13 á 56.
Memorial de sus servicios, hecho por D. Martín de Arrese Girón, Caballero de Calatrava, en tiempo
de Felipe IV. Impr., sin lugar ni año; 4 hojas en folio. Bibl. Nac, Mss. Q., 301 bis.
Memorias diarias de la gverra del Brasil, por discvrso de nveve años, empecando desde el de
M.DC.XXX. Escritas por Dcarte de Albvrqverque Coello, Marques de Basto, Conde, i Señor de Per-
nambuco, i de las Villas de Olinda, San Francisco, Magdalena, Buen-Sucesso, Villahermosa, i Igaracit,
Gentil-hombre de la Cámara de su Magestad, i de su Consejo de Estado en el de Portugal. A la Cató-
lica Magestad del Rey Don Felipe Qvarto. En Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, año 1654; 287
hojas en 8.", más 8 de preliminares.
Diario de un viage a Salinas Grandes en los campos del Sud de Buenos Aires, por el coronel don
Pedro Andrés García. Publicado en la Colección de obras y documentos relativos á la Historia antigua
y moderna de las provincias del Rio de la Plata, ilustrados con notas y disertaciones por Pedro de
Angelis; tomo III, XXÍI-70 págs. en folio.
Diario del Capitán D. Francisco Graell en la expedición contra los siete pueblos de la banda orien-
tal del Uruguay {1755-1756). Publicada en la Colección de documentos inéditos para la Historia de
España; tomo CIV, págs. 407 á 448.
Memorias militares de D. Jaime Miguel de Guzman Dávalos Spinola, Marques de la Mina, Duque
de Palata, Conde de Pezuela de las Torres, Grande de EspaFia de primera clase, Caballero del Toisón
y de Sancti Sjñritus, San Genaro y Calatrava, Capitán General de los ejércitos de S. M., Director Gene-
ral del Cuerpo de Dragones, etc., etc., etc., sobre la guerra de Cerdeña y Sicilia en los años de 1717 á 1 720
y guerra de Lombardia en los de 1724 á 1736. Publicadas á expensas del Teniente General Excelentí-
simo Sr. D. Eduardo Fernández San Román, Marqués de Sa7i Román. Precedidas de una Introduc-
ción y de la biografía del autor, por el Excmo. Sr, D. Antonio Cánovas del Castillo, y de un informe del
Excmo. Sr. D. José Gómez de Arteche. Madrid, Est. tip. de Fortanet, 1898; 2 vol. en 4." mayor, de
CCCXXIV-546 y 616 páginas.
El General Ricardos escribió sus Diarios de campaña. (Cnf. El General Ricardos y la campaña
Lxxiv autobiografías y memorias
del Rosellón. Conferencia dada el 13 de marzo de 1893 por el Dr. D. Francisco López Cerezo y An-
dreii; Madrid, 1893; pág. 56.)
Recuerdos de mi vida, con otras varias apuntaciones curiosas, por J. R. Izquierdo Guerrero de
Torres. Mss. autógr. de 236 hojas en 8.° Bibl. Nao., Mss. de Gayangos, n.* 128.
El autor fué natural de Madrid y subteniente en la guerra de la Independencia; afiliado al partido
liberal, huyó á Inglaterra en el año 1823 y allí vivió miserablemente. Nada tan extravagante y abiga-
rrado como este libro, donde alternan versos piadosos con páginas obscenas ó recetas de medicina.
Su autor era tan ignorante que escribía hayga, liberta y otras lindezas.
Memorias de los años 1S14 y 1820 al 24, escritas por el Teniente General Excmo. Señor Don Fran-
cisco de Copom y Navia, Conde de Tarifa, Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden espa-
ñola de Carlos III, y de la militar de San Fernando y San Hermenegildo. Las publica y las entrega á
la Historia su hijo Don Francisco de Copons Navia y Asprer, Coronel del arma de Caballería. Madrid,
imprenta del Atlas, 1858; 238 págs. en 4.°
Memorias y documentos para la historia de la independencia del Perú, y causas del mal éxito que
ha tenido ésta. Obra postuma de P. Pruvonena (Riva Agüero). París, Impr. de la V, de Belin, 1858;
2 vol. en 4.°, de XII-700 y 814 págs.
Memorias del General José Hilario López, antiguo presidente de la Nueva Granada, escritas por
el mismo. París, Impr. d'Aubiisson y Kugelmann, 1857; 1 vol. en 8.°, de XV-359pág3.
Memorias del General Gregorio Araoz de la Madrid. Publicación oficial. Buenos Aires, Impr. de
Guillermo Kraft, 1895; 2 vol. en 4.°, de 602 y 545 págs.
Memoria sobre la guerra de la isla de Cuba y sobre su estado político y económico desde abril
de 1874 hasta marzo de 1875, por el Capitán General de ejército Marqués de la Habana. Madrid, Es-
tablecimiento tip. de R. Labajos, 1875; 179 págs. en 4.°, con un mapa de Cuba.
Ejército del Centro desde su creación en 28 de julio de 1874 hasta el 1.° de octubre del mismo uño,
por su General en Jefe el Teniente General Don Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque. Madrid,
imprenta de M. Minuesa de los Ríos, 1878; 244 págs. en 4."
Memoria que al Senado dirige el General Blanco, acerca de los últimos sucesos ocurridos en la
isla de Luzón. Madrid, Est. tip. de El Liberal, 1897; 202 págs. en 8.°
Relación documentada de mipolitica en Cuba. Lo que vi, lo que hice, lo que anuncié. Por el Teniente
General Marqués de Polavieja. Madrid, Impr. de Emilio Minuesa, 1898; 356 págs. en H.°
CAPITULO VI
I. D. Alonso Ejíbíqxjez de GuzmI^í. —II. Juan Pérez de Saa\'edra.
m. Bartolomé de Villalba y Estaña. — IV. Juan Méndez Nieto.
V. D, Juan de Persia. — VI. D. Pedro Ordóñez de Ceballos. — VII. D. Juan
Valladares de Valdelomar. — VIII. Diego Galán. — IX. Alonso de Contreras.
X. D. Juan de Peralta. — XI. D. Diego Duque de Estrada.
XII. Francisco G amacho.— Xm. D. Gómez Arias.— XIV. D. Santiago
González ]\Iateo. — XV. Francisco Mayoral.
Con bastante desconfianza fué recibido entre algunos eruditos el Libro de la vida y
costumbres de D. Alonso Enrique", , escrito por él mismo; creyóse que éste engrandecía
unas hazañas é inventaba otras, v que en general su testimonio debía considerarse como
sospechoso mientras no fuesen acreditadas sus afirmaciones con documentos indubita-
bles. Tal juicio es á nuestro parecer exagerado. Ciertamente que el autor habla con cierta
vanidad inñuitil de las entrevistas que celebró con personas reales, añadiendo circuns-
tancias inverosímiles y dando á entender que había tenido parte, y no pequeña, en asun-
tos de importancia; pero acaso haya en esto y en otras cosas, más que propósito deliberado
de engañar á los lectores, la hipérbole característica de las imaginaciones meridionales.
El hecho es que en lo más interesante de su vida, la estancia en el Perú y la parte que
tomó en las guerras civiles de Pizarro y AlmagTO, la relación de D. Alonso concuerda
con lo que dicen Cieza de León y otros primitivos historiadores de aquellos sucesos. De
otro lado, hay muchos rasgos de ingenuidad en lo que cuenta el noble desbaratado,
quien ciertamente habría ganado más con callarlos; él mismo se nos pinta mendigo en
Sicilia, nifián en Ñapóles, i-atero y judío en Colonia. Ni deja de ser apreciable el libro
do Enríquez bajo oti'os conceptos; en él nos conservó dos composiciones poéticas, de las
más antiguas que se escribieron en el Nuevo Mundo, referentes al trágico fin de Alma-
gro, á cuyo partido había sido fiel con harto peligro de su vida.
Viéndose D. Alonso huérfano de padre y sin bienes de fortuna, aunque de ilustre
ascendencia ('), abandona su patria, que era Sevilla, con todas las ilusiones que puede
concebir un joven á los diez y ocho años. Provisto de cartas para el Almirante de Casti-
lla se dirige á Barcelona, donde se hallaba á la sazón (1519) Carlos V y pide á éste un
iiábito de Santiago y un empleo en la Keal cusa. Entonces comenzó su carrera do des-
(') Era pariente del Duque de Mediiui-SiJonia D. Juan Alonso Pérez de Guzruán y á éste dedicó
su libro.
Lxxvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
engaños; después de gastar los pocos dineros que llevaba, se ve obligado á « tomar una
pica» y marchar á los Gelves, isla célebre ya por el descalabro que había sufrido en
ella el ejército de D. García de Toledo en el año 1510. La en que iba D. Alonso, man-
dada por D. Diego de Moneada, no tuvo mejor éxito; atacados por los fanáticos moros
que desafiaban la muerte lanzándose ciegamente al combate, los españoles hubiei-on de
reembarcarse malparados. Enríquez llega á Xápoles «desnudo de ropa y de dinero y
vestido de presunción » .
Hospedado en casa del Marqués de Luchito, cuya mujer se llamaba Doña María Enrí-
quez y tenía afecto á los de este linaje, descansa de sus infortunios. Mas ido á Colonia,
terco en su idea de que el Emperador le diese un hábito, cae de nuevo en la miseria:
«unas veces me iba á las tabernas y hurtaba qué comer; oti-as veces pedía por amor de
Dios en el arrabal; otras veces pasaba por la otra parte y me hacía judío y me daban de
comer» . Por una acción de guerra en Yalencienues se vio al fin caballero de San-
tiago, bien que se le aguó la dicha, pues se vio desterrado á causa de un desafío y perdió el
hábito. Acabado el destierro comienza una serie de aventuras que el lector más crédulo se
resiste á dar por ciertas sin tener pruebas acerca de ellas. En Alicante se apodera de la nave
en que iba el capitán Machín, autor de revueltas « en que hubo muchas vírgenes corrom-
pidas y monjas forzadas y altares robados y otras fealdades»; entregado el malhechor á
D. Pei'o Maza, gobernador de Alicante, fué largamente premiado, encargándole de una
expedición que se dirigía á Mallorca, cuyo Virrey, D. Miguel de Urrea, trabajaba por
sofocar las alteraciones populares. En Ibiza, casi despoblada por las incursiones de los
piratas, pelea contra los moros y sale vencedor, hecho que comprueba D. Enrique copiando
varias Keales cédulas y oti'os documentos. Cautivo en la batalla de Pavía el Rey de
Francia, nuestro aventui-ero es encargado de comunicar noticia tan grata á los Reyes de
Portugal, y éstos lo agasajaron menos con seguridad de lo que en su hipérbole andaluza
aquél refiere,
Al regresar de Portugal D, Alonso se encuentra con el Duque de Alba, y debe ser
pm-a novela aquella familiaridad con que ambos hicieron el viaje, á Guadalupe, á cuyo
monasterio se dirigía el Emperador; mas puesto á mentir el buen Emíquez no se para en
baiTas; pregúntale el Monarca por los Reyes de Portugal, y aquél pretende que dio la
siguiente contestación: « Señor, vi un rey gordo, pequeño de cuerpo, con pocas barbas,
mancebo y no muy discreto». No eran el Duque de Alba ni Carlos V hombres que se
preciaran de chanzas, á pesar de que, siguiendo las costumbres de la época, mantuvieran
bufones en sus palacios. Mas ¿cómo no se había de bi-omear con Carlos V im hombre que
llega á envanecerse de haber contribuido al casamiento de aquél con doña Isabel de Por-
tugal? Es verdad que desconfía de ser creído y escribe: «Si no queréis creer que ayudé
yo á ello, creo que no desayudé, y si mi obi-a no tuvo autoridad, que tuvo amor y vo-
luntad» (').
Pero muy imaginarios debieron ser estos servicios cuando la Reina se excusó de ayu-
darle en sus pretensiones de siempre: el deseado hábito de Santiago. Sólo consiguió des-
pués de tantos desengaños una Cédula en que se le hacía merced de 70.000 maravedís,
pagados en las reutas de Sevilla. Mas la parte que mayor interés tiene en la Vida de
D. Alonso es, como ya hemos dicho, su viaje y estancia en el Perú. El mismo nos dirá
0) Capítulo XXVII.
INTRODUCCIÓN Lxxvii
las causas que le impulsaron á pasar á las ludias, refugio común de gente perdida:
« Viendo la cruel crueldad que el Emperador usa conmigo, así en las pocas mercedes y
hacienda que en mí ha hecho, y lo mucho que le he servido defendiendo sus villas y
lugares de moros y franceses, siendo su capitán por su mandado, y el poco remedio que
me pone en los agravios que este tirano y cruel apasionado juez me hace, banderizando
contra mí en favor de mis contrarios, acoi'dé de efectuar mi ida á las Indias » ( ' ) . Es de
advertir que andaba procesado por unas coplas hechas en Sevilla contra un regidor y un
jm-ado. Condenado á destierro, embarcóse á 30 de septiembre de 1534, y acordándose de
sus aficiones poéticas, se despidió de la patria en estos versos:
Navegando mi sentido
por el golfo del cuidado,
llevando en popa el olvido,
por la proa me ha embestido
memoria de lo i)asado.
Quisiera, viendo el afrenta,
no menos en la tormenta
amainar mis pensamientos;
mas quien los hace contentos
no consiento que consienta.
Llegado á Santo Domingo obtuvo á poco tiempo una comisión que le dio la Chanci-
llería: el mando de la gente que iba á pacificar la pi-ovincia de Santa Marta, cuyos indios
andaban alzados; ya se disponía á salir cuando vino el nombramiento real para dicho
cargo en favor de D. Pedro de Lugo, Adelantado de Canarias, y Enríquez, maldiciendo
su fortuna, marchó á Castilla del Oro, nombre con que entonces era designado el Perú,
cuyo Monarca había tres años antes (1532) caído en poder de Pizarro. D. Alonso, des-
pués de contar brevemente la conquista de aquel reino y de notar lo más interesante que
vio en él, pasa á referir sus hejchos. Benévolamente acogido en Lima por Francisco
Pizarro «como hombre que ya me conocía y me era en cargo», marchó al Cuzco. La
causa de aquella jornada fué el ir con Almagro á la conquista de los chiriguanos, empresa
que no se i'ealizó. Hallóse en el sitio del Cuzco por los indios sublevados contra sus
dominadores, suceso de los más notables que registra la historia de los españoles en
América ('). D. Alonso niega que el cerco fuese levantado por los auxilios do Alvarado
y da como único libertador á Diego de Almagro. Y cuando Alvarado fué al Cuzco en
nombre de Pizarro y comenzó aquella lamentable disputa sobre las gobernaciones, Eurí-
(|uez foruió parte de la Comisión que se adelantó á conferenciar con aquél. Afilióse al
partido de Almagro y se indispuso con los Pizarros, por lo cual escribo de Hernando
Pizarro: «Es un mal cristiano, poco temeroso de Dios y menos del dicho nuestro Rey,
con sobra de soberbia, la cual reinaba tanto en este con el poco temor de Dios y del
Rey, que me quiso hacer matar sin culpa alguna» (^).
(>) Obra citada, pág. 223.
(2) Hablando del sitio del Cuzco dice A-u,tín de Zarate: «Hernando Pizarro y sus hermanos la
defendían valerosamente con otros muchos caballeros }• capitanes que dentro estaban, especialmente
Gabriel de Rojas y Hernán Ponce de Lcon y D, Alfonso Enriqnez». Historia del descubrimiento y
conquista del Perú, libro III, cap. III.
(") Obra citada, pág. 279.
Lxxviii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Derrocado el poder de Almagro en la batalla de Salinas y hecho prisionero, Enrí-
quez, que había quedado defendiendo la ciudad del Cuzco, vióse condenado á muerte,
librándose de ella por una especie de milagro; dos veces pusieron los verdugos fuego al
arcabuz y dos veces falló el tiro, viendo lo cual desistieron de su intento. D, Alonso des-
cribe con dolor el suplicio de Almagro, borrón que manchará siempre la historia de
Francisco Pizarro, y cuando regresó á España escribió al Emperador una larga relacióu
de aquellos sucesos, vindicando la memoria de tan valeroso caudillo (*), y presentó ante
el Consejo real una acusación contra Hernando Pizarro, acusación que copia á la letra.
Muchos han puesto en cuarentena las noticias que de sus aventiu"as en América
cuenta D. Alonso; pero abramos la Guerra de las Salinas, escrita por Pedi-o Cieza de
León (^), cuya veracidad y exactitud es universalmeute reconocida, y nos servirá como
piedra de toque para comprobar lo que Em-íquez dice de su estancia en el Perú. Afir-
ma (^) que fué nombrado arbitro, en unión de Diego Núñez de Mercado, áfin de zanjar
las diferencias euü-e Pizarro y Almagro. Cieza de León (') lo coníii-ma, añadiendo nume-
rosos detalles. Los comisionados de Almagro, y entre ellos Eimquez, se dirigían á Los
Reyes, donde moraba Pizarro; mas en el camino estaba apostado para detenerlos el capi-
tán Alonso Alvarez en nombre de Pizarro, y así lo hizo, quitándoles cuanto oro lleva-
ban; la escena, según la refiere Cieza, fué propia de bandidos, y Enríquez demostró una
cobardía suma. Amenazado por Cristóbal PizaiTO con darle una cuchillada, echó á correr
diciendo: «Dádsela (á Juan de Guzmán), que á mí no me la daréis». Los enviados de
Almagro hubieron de retroceder sin conseguir su objeto. Alguna contradicción hay enti'e
Cieza de León y Enríquez; dice éste que no se halló en la batalla de Salinas, y hemos
de creer que ningún interés tenía en faltar a la verdad; por lo que debe de andar equi-
vocado el primero cuando lo coloca en el ejército de Almagro, alrededor del estandarte
con otros caballeros. Enríquez afirma que se quedó guardando el Cuzco con objeto de
no dejar la ciudad sin defensa. Derrotado Almagro, cuenta Cieza que Enríquez fué preso
y uno de los Pizarros al verlo dijo: «El señor D. Alonso es, ninguno le haga mal», al
mismo tiempo que con una mirada indicaba todo lo contrario (^).
(í) Ocupa las páginas 340 á 356 del libro de que tratamos.
Los versos á que antes hemos aludido son las estrofas de arte mayor que empiezan:
Católica, Sacra, Real Majestad,
Cesar augusto, muy alto monarca
y el romance que principia:
Porque á todos los presentes
y á los que dellos vernán
(Págs. 369 á 389.)
(2) Publicada en la Colección de documentos inéditos para la Historia de£spaña, tomo LXVIII.
(3) Página 293 de su Vida.
(*) Obra citada, caps. XXVJ y XXVII. Agustín de Zarate (libro III, cap. VIII) escribe acerca
de los tratos que mediaron entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro antes. de la batalla de Sali-
nas: «Y como don Diego supo la gran pujanza de gente que el Marques tenía, determinó tomar algún
partido con él, y aun de moverle el por su parte, enviando á ello con su poder á don Alonso Enrí-
quez y al factor Diego Xuñez de Mercado y al contador Juan de Guzman».
(^) En la Colección de documentos inéditos para la Historia de Chile desde el viaje de Magallanes
hasta la batalla de Maipo (1518-lSlSj, publicados por J. T. Medina, hay los siguientes acerca de
D. Alonso Enríquez:
Real provisión nombrando á Alonso Enríquez de Guzmán capitán de cierta gente y armada que
INTRODUCCIÓN lxxix
II
Tantos son los absiu'dos contenidos en la relación autobiográñca atribuida al falso
Nuncio de Portugal Juan Pérez de Saavedra, que dudaríamos hasta de la existencia de
este personaje si no se hallase comprobada por la autoridad de Gonzalo de lUescas, quien
escribe:
«Siempre que me acuerdo de este Nicolao Laurencio, me parece su negocio al de
aquel Nuncio que vimos en nuesti'os dias, que con letras falsas hizo creer al Rey de Por-
tugal que le enviaba el Sumo Pontífice Papa Paulo III á él por su Legado, y él se hubo
tan discretamente en todo lo que pudo durar la disimulación; y entre oti-as cosas muy seña-
ladas que hizo fue una inti-oducir en el Reino de Portugal el Santo Oficio de la Inquisi-
ción al modo de Castilla, de donde se ha seguido en aquel Reino gi-ande servicio de Dios.
Llamábase este buen hombre Sayavedra, y era, según oí, natm-al de la ciudad de Cór-
doba, grandísimo escribano, y tenia otras muchas habilidades; y después le vi yo en las
(jaleras de Su Magestad reinando, adonde estuvo muchos años, hasta que se le dio
libertad y murió en ella pobremente» (').
Párrafo que es un precioso ejemplo de la suma cautela con que se han de admitir
las afirmaciones históricas, aun tratándose de escritores que fueron coetáneos de los su-
cesos. El establecimiento de la Inquisición en Portugal por el fingido Nimcio Saavedra
es una fábula refutada en el siglo xvíii por el Padre Feijoo (^), y ya Páramo (^), á quien
se despaclió parala provincia de Santa Marta. Santo Domingo, 12 de diciembre de 1534 (IV, 312
á314).
Real cédula para que D. Alonso Enríquez se vaya á los reinos de España. Barcelona, 14 de
Marzo de 1538 (V, 114 y 115).
Acusación de ciertos delitos en las alteraciones del Perú entre Pizarro y Almagro, por el Fiscal
de S. M. con D. Alonso Enríquez de Guzmán, vecino de la ciudad de Sevilla, y descargos presenta-
dos por él. Años 1538 á 1544 (V, 124 á 211).
Informe del Fiscal de las Indias á S. M. acerca de varias materias relativas á D. Alonso Enrí-
quez. Madrid, 13 de septiembre de 1541 (VI, 183 y 184).
Fee de cierta probanza e abtos e escripturas de D. Alonso Enríquez contra Hernando Pizarro .
Años 1541 á 1546 (VI, 206 á 257).
Real cédala sobre cierto litigio de D. Alonso Enríquez de Guzmán. Valladolid, 30 de enero
de 1544 (VII, 11 y 12).
Real cédula relativa á un juicio seguido por D. Alonso Enríquez contra Hernando Pizarro. Va-
lladolid, 31 de julio de 1545 (VII, 13).
Real cédula relativa á un pleito seguido por D. Alonso Enríquez contra Hernando Pizarro.
Madrid, 17 de abril de 1546 (VII, 76 y 77).
O Historia Pontifical, libro VI, cap. IV.
(2) Fábula del establecimiento de la Inquisición en Portugal. Ocupa las págs. 151 á 160 del
tomo VI del Theatro crítico universal.
(3) De origine et progressv Inqvisitionis, eiusqiie dignitats & vtilitate. de Romani Pontíficis potes-
iate & delegata Inquisitorum : Edicto Fidei, & ordine iudiciario Sancti Officii. qiicestiones deccn,
Libri tres. Autore Ludovico d Paramo. Matriti, Ex Typographia Regia, CIO.IO.XOIIX.
En el capítulo rotulado: Compendiosa de Sahahedra narratio pro Inquisitione Lusilania (págs. 228
á 232), Páramo traduce la relación más breve de las dos atribuidas al falso Nuncio, y luego dice:
«Didacus de Sylua, frater Decalciatus, Ordinis sancti Francisci Asiensis, loannis Regis III con-
Lxxx AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Feijoo, llevado de su ligereza, atribuye dar fe al cuento de Saavedra, había cousiguado
que el Santo Oficio del vecino reino había sido creado en el año 1536, antes de 1539,
fecha en que se suponen verificadas las imposturas del falso Nuncio.
Otros disparates hay en la relación atribuida al fingido Nuncio, Dice éste que falsi-
ficando cuantos documentos quiso, logró una encomienda de la Orden de Santiago, y es
el caso que en el Archivo de ésta no se conserva la menor noticia. Existen, sí, las pruebas
hechas para recibir el hábito un Juan Pérez de Saavedra, contemporáneo del otro y
andaluz también, pero distinto personaje á todas luces {').
De la autobiografía que se dice escrita por Saavedra hay dos textos que, conformes
en lo sustancial, difieren en extensión y en algunos detalles; el más minucioso fué pu-
blicado en el siglo xviii por D. Juan Bernardino Rojo (-), el más breve se halla en un
manuscrito de la Biblioteca Nacional ('') y lo copiamos aquí:
«Lo que V." S." 111.""' me mandó, ago con el deuido acatamiento como es obligazion,
Y diré brebisimamente el progresso de mi bida asta que llegó el tiempo de mis trauajos,
de la propria manei'a que el Rey Don Phelippe nuestro señor la tiene escrita de mano
de Antonio Pérez, Secretario de Estado, en la forma y manera siguiente.
» Yo soy hijo del Capitán Juan Pérez de Saabedra y de Doña Ana de Guzmau, su
lijitima muger, vezinos de la ciudad de Jaén, a quien conoció muy bien Morillo, caualle-
rizo de V.* Sj^ Fui tenido por el mayor escriuauo do nuestros tiempos y de mediano ingenio
para hacer y granar sellos y armas; y faltándome mi padre me bine contra la boluntad
de mi madre á la Corte, donde por mi abilidad y pluma dibersos señores procuraron ser-
birse de mi; mas yo con mi ynclinaciou natural y pensamientos altiuos, pretendiendo
siempre que excediesen algo al vso común de los hombres y que uayde hubiesse hecho;
y ansi trate de sacar y hurtar las firmas del Consejo Real y el de Ordenes; yce mi pri-
mero asiento con un fiscal del Consejo Real y del de Ordenes, que llamauan el Dotor
Torres, por escriviente suyo, adonde y de cassa del relator Páramo hube a mis manos
todas las firmas del Consejo Real y de Ordenes, las quales de ordinario traya en el pecho
fessarius, Episcopus Ceutensis in África, Inquisitor Generaüs creatiis est anno salutis 1536 de inense
Octobris».
D. Luis Zapata, en su curiosa Miscelánea (págs. 29 á 31), atribuj-e estos hechos á un Elmicio,
natural de Huelva, hijo de un cardador llamado Buitrago.
(1) A 12 de febrero de 1533, Juan Pérez de Saavedra, «uno de los veynte e quatro ca valleros de
regimiento de la dicha cibdad» de Córdoba, presentó ante Fray Mateo de Illana, Prior de Santiago
en Porcuna, una Real cédula de Garlos V dada en Madrid á 29 de enero del mismo año. En las decla-
raciones prestadas por varios testigos, como fueron D. Juan Manuel de Lando y Gonzalo Fernández
de Córdoba, resultó que el pretendiente era hijo de Gonzalo de Saavedra y D." Francisca de Casti-
llejo, vecinos de Córdoba, hijosdalgo notorios.
(2) Vida del falso Nuncio de Portugal Alonso Peres de Saavedra, escrita por el mismo, á instan'
cia del Eminentísimo Seíior Don Gaspar de Quiroga, Arzobispo de Toledo y Cardenal de la Santa
Iglesia de Roma, y la del fingido Obispo griego Francisco Camacho, publicada por don Juan Bernar-
dino Roxo, Capellán mayor de los Reales Exércitos, en que se refieren sus raros y graciosos hechos.
Madrid, en la imprenta de don Antonio Espinosa, año de 1788; 1 vol. en 8.", de XVI-125 págs.
(') Los notables y atroches echos de Juan Pérez de Sabedra, que con formas y firmas falsas de Car-
denales y del Papa, Principes y Emperador Carlos quinto y Ministros, pusso la Inquisición en PorlU'
gal a disgusto de el Rey y del Reyno, como se berá en este brebe discurso que el mismo escriuio a yns'
tanda del Ilustrissimo Señor Cardenal Arzobispo de Toledo Don Gaspar de Quiroga, cuyo original
quedó en su librería. Mss. del siglo xvii; 8 hojas en 4.°, Signatura T. 299, folios 26 á 33.
INTRODUCCIÓN l^xxi
eu un pergamino a manera de borrador. Y estando un dia en cassa del Lie/'" Alderete
bino alli una pobre mujer de Yillanueba de los Infantes a pedir la muerte de su marido
a quien ciertos contrarios abian muerto, y a causa de ser pobre tenia su negocio malis-
simo despacho; yo mobido de conpassiou, biendo que la negaban su justicia prociu'é
acer en su remedio prueba de mi yntento y perbersa abilidad, y ansi yce luego ima pro-
uision, que ftie la primera de mi mano, despachada en toda forma, para im juez pesqui-
sidor, la qual el llenó y executó como si fuera de todo el Consejo Real, y los delinquentes
pagaron lo que tan justamente debian y se atajaron con esto muchos males y grandes
ynconbenientes, como adelante se bio. Después me bine a Toledo, donde por una póliza
u leti-a falsa de mi mano cobre 12.000 ducados sin que asta oy se aya sabido la falsedad.
Con este dinero me comencé a poner en borden y me bolbi a la Corte, donde asistí asta
que ube a mis manos la forma y fírma del Emperador Carlos Quinto y del Rey Felippe
Segundo, su hijo, y con esto yce luego una prouission de Su Magestad, que a la sa9on
estaua ausente, y me fiugi benir por su mandado, y con ella me fuy al Consejo de Or-
denes, por la qual se le mandaua se me diesse luego el abito de Santiago con 4.000 du-
cados de renta, los quales cobré pacificamente 17 años; y el dia que me hize Cardenal y
pusse el capelo en Seuilla ti-aspassé este abito y encomienda con decreto y prouission
mia, como si fuera de el Rey, en un mi mayordomo el qual oy dia lo possee, con orden
ciei-ta y espresa de Su Magestad, por auer bisto ser todo guiado por voluntad particular
de el cielo y estar esta encomienda como conejada y ocultada según se supo después que
yo fuy presso, porque entonces se lo concedió el Papa Paulo tercero a Su Magestad, do
la manera que está oy dia, diciendo aber sido esta orden diuina por quedar aora conce-
dido lo que jamas quisieron conceder otros Pontífices.
» Aora, S."" 111.""", diré la orden y manera que tube en acer mi casa y la entrada
en Portugal, que todo tubo este principio. Yo, Señor, me bali de pólizas que hize per-
misibas de Su Magestad; yzelo a costa de Su Magestad sin tomar ni cobrar blanca de
hombre particular, sino solo de Su Magestad, y esto de cosas suyas perdidas y del todo
punto olvidadas; y con dichas pólizas pedia cierta cantidad y la señalaba en diuersas
partes en depósitos de Su Magestad y poníalo a dibersos años y tiempos que se podian
pasar eu letras que yo dejaba firmadas de Su Magestad; y en su nombre las personas de
quien yo pedia estas cantidades las cobraban de los depósitos y depositarios, y biendo
los receptores las dichas libranzas a cobrar en cada año y bistas las fii*mas de Su Ma-
gestad que yo dejaua, las recluían en quenta y pasaban adelante. De este modo certifico
a Y." S.* 111.'"* que si no me metiera en bestírme de colorado y acerme Nuncio, que
jamas en el mmido ni parte del se descubriera este hecho y maraña con auer yo sacado
y cobrado en la forma que he dicho grandes cantidades de ducados; pero permitió Nues-
tro Señor que mis trauajos passasen adelante, como en fin pasaron, asta que su dibina
magestad los ataxó con el remedio; y ansi abiendo cobrado con las letras dichas asta
42,000 ducados me fuy a Sebilla el año de 1537, adonde yce luego acer una muy rica
bajilla y algunas literas preuiniendo otras muchas cosas a este tono, con acuerdo de este
mi mayordomo y secretario, sin que otro alguno supiesse cossa, a los quales solo me des-
cubrí debajo de un juramento muy solemne que yelmos de que si permitiera Nuestro
Señor que yo por mis pecados fuesse descubierto y biniese a padecer, que por mi caussa
ellos no padecerían ni jamas seria manifiesta la culpa, y que justamente yban conmigo;
y ansi quando me prendió el Marques de Yillanueba de Barcarrota pensando que yo
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. 6
I.XXX1I autobiografías Y MEMORIAS
fuese ytaliano, como me conoció y supo quien era, bei-daderamente se compadeció de mi
y le pesso de auerme presso; y conociendo yo esto me atrebi a pedille dejase yr libres a
los que me seguian criados mios, que heran mas de 100, certificándole y asegurándole
conjuramento que si abia culpa que yo solo la tenia; de lo qual no solo quedó cierto y
asegiu-ado, pero quedólo asimismo el rey de Portugal, y asi le hizo que los dejase yr
libres a todos, cei-titicandose aun mas de esto el Marques diciendo que si ellos fueran cul-
pados no binierau adonde yo estaña; de donde se bia que ynocentes estañan de mis
hechos y maldades y que me tenian realmente en lo que representaua. En este medio
me llevaron a Badajoz, adonde yo antes abia estado esperando 20 dias licencia del rey
de Portugal para entrar en aquel reyno, como adelante contaró; de alli me trujeron a
Madrid, Corte de Su Magostad, y me entregaron a Don Juan Tañera, ai-zobispo de To-
ledo, Cardenal, Inquisidor general y gobernador de España, ayo de el Piincipe nuestro
señor, el cual inbio el processo de mi caussa al Papa Paulo tercero, con los demás qua-
dernos ansi de relasos como de reconciliados y penitentes; y abiendolo bisto todo muy
bien y el eñecto que tubieron todas mis firmas falsas y echos tan estraordinarios, se enten-
dió y percibió en si aber sido todo esto peimission de la diuina mano que me abia esco-
jido para hacer y ordenar cosas tan grandiosas y justas, que reyes ni Papas jamas pu-
dieron acabar como yo tan bien lo acaué y siempre yendo con supuesto firme de no acer
cüssa ynjusta; y ansi mandó Su Santidad se me diesse alguna penitencia piadossa y que
si de mi se entendiesse que gustarla de yr a la corte romana que me llenasen allá, por-
que deseaba berme; y hiendo el Consejo Real que el Ai'zobispo trataua de librarme
diciendo era gusto de Su Santidad, presumiendo que lo quería hacer mobido de algún
pai-ticiilar ynteres (y ya no le abia porque quando me prendieron me tomaron quanto
me aliaron) pidieron y requirieron al Cardenal me pusiese y eutregasse a la cárcel de
Corte y remitiesse a su juycio mi caussa, alegando para esto que abia robado de los depó-
sitos de estos reynos con firmas falsas mas de tres millones de sola moneda; lo qual el
Cardenal hubo de hacer como Gouernador de España, y entonces me dijo consolándome
y esfor(,'audome: no temas, que también allá seré yo sobre ellos como lo e sido sobre el
casso de la Ygiesia porque as estado aqui asta aora; y assi el proprio hizo benir un Brebe
de Su Santidad para que yo pudiesse elij ir jueces, como fuessen hombres de leti-as y con-
ciencias como el casso requería, y por auer recusado al Consejo Eeal. Yo abiendo bisto
quanto bien me abia hecho el Cardenal y la gana grande que los de el Consejo tenian
do darme la muerte, no quise que fuesse otro que él mi juez, no obstante que me rogó
dibersas heces con la ynstancia que pudiera mandármelo elijiesse otro algún letrado,
íiayle o clérigo, quel aria que me sentenciase piadosamente, pues tenia entendida la vo-
luntad de Su Santidad. Asi, como estaña fií-me eu que no abia de nombrar otro ningún
juez, me remitió al Dotor Ai-abia, ynquisidor.de Llerena, el qual me condenó en 10 años
do galeras a ynstancia y requerimiento del Consejo Real y a que en toda mi bida tomase
pluma para escribir, so pena de cortarme la mano dei-echa. Luego me llenaron a galeras,
aunque nunca remé, adonde por mis pecados estube diez y ocho años sin los dos que
estube en la cárcel de Corte y cassa de el Cardenal. Aora a sido Nuestro Señor serbido
(lue el Papa Paulo tercero dio un Breue para los ynquisidores en que mandó me saquen
de galeras y por aliarse eu el puei'to de Santa María le enbió Su Santidad al obispo de
Tarazona y él le ynbió al arzobispo de Sebilla para que lo tratase con Su Magestad, e
qual mandó que me soltasen y que yo biniesse a berme en su presencia y me abisasen
INTRODUCCIÓN lxxxiii
en pai-te uingmia parase ni escriuiesse asta hacer esto y ordenase lo qne de mi se abia
de hacer; con esto bine a la Corte, donde bessó la mano a Su Magestad y después me yzo
la merced que a todos dije en Seuilla, de dos mili ducados de renta.
»Aora contaró, lU.""* Señor, brebemente la manera y traza que tuve para acer las
letras y como junté y hice mi casa en Sebilla y la entrada en Portugal. Saliendo' yo de
aquel reyno, que abia ydo a ber la tierra y la dispussicion que tenia, pai-a mi yntento de
entrar la Inquisición, y hiñiendo a el Andalucía, topé con un teatino ó padre de la Com-
pañia, que fue el primero que abia visto, porque en aquella sa(,íou acauaba el Papa Paulo
tercero de fundar su orden u aproualla; al qual oy mi sermón el dia de San Andrés, y
pareciendome hombre docto, deseando comunicar con el le combidó á comer y le tube
algunos dias en mi compañia; y tratando de diuersidad de cossas y admii-andose él de
mi abilidad y plimia, bino de lance en lance á mostrarme un Brebe que traya de Roma
para fundar una cassa de la Compañia de Jesús en Portugal y me dijo que se olgaria
mucho que su Brebe que el traya siih annullo Piscatoris ansi como trataua de el solo
tratara también de su compañero, y tomándoselo yo saqué luego de dicho Brebe sin que
el lo biesse un tanto acomodándosele a su proposito y como el deseaua, que re^aua a los
dos compañeros; con lo qual se alegraron no poco y hiéndelos yo tan contentos y agra-
decidos a lo que abia hecho diles parte y descubriles la yntencion mia y como deseaba
y andaba buscando modo como meter la Ynquisicion santa en Portugal. Viendo ellos
mi abilidad y yudustria y que con ella podia sacar todas las cantidades de dinero que
quissiese y acer qualesquier firmas falsas, despachando poderes necessarios de el Empe-
rador y otros Príncipes y de la Corte Komana y de todas las demás cosas que menester
fuessen para la auctoridad de este negocio, de los quales y de otros señores grandes y
potentados traya yo fií-mas originales, mo dijo el teatino primero que ablé: por cierto,
señor, en el mundo todo pudierades aliar otro hombre como vos para un negocio como
este do tanta ynportancia y de que tanto se a de serbir Nuestro Señor; pero seria neces-
sario que espressamente biuiese a esto un Cardenal con bula misiba, legado a latere^ y
con las proprias beces que el Sumo Pontífice, trayendo también con esto poderes otrosi
del Emperador, dándoselos para esto, y su auctoridad plena, y que lo pidiesse y requi-
riesse para ello al Rey de Portugal de parte de la fee catholica, porque esto mismo an
yntentado algunos papas y jamas lo han podido acabar, y si vos lo fraguasedes seriades,
no hombre, sino algún anjel enbiado do el cielo de la mano do Dios, por ser, como es,
una cosa tan ynportante. Con lo qual y con otras pláticas que tratamos me bino a dar
toda la luz y orden que debía tener y guardar en un negocio tan arduo y el tenor y traga
de la bula missiua, la qual escriui luego y el teatino se fue con Dios. De allí me bine
a oti'o pueblo de el Algarbe que llaman Tabira y alli hice grabar los sijillos y sellos pen-
dientes; con esto me partí luego al primer lugar de Castilla que llaman Ayamonte,
adonde tube noticia de im frayle francisco, provincial de su Horden, que estaba allí y
benia de Roma, al qual por satisfacerme yo de mis bulas y sijilos y si estañan bien saca-
dos, yce la yntroduccion que dü-e a Y. S. 111,™'
» Sabrá Y. P. Reverendissima que hiñiendo por cierto camino, a tantas leguas de aquí
topó con seys hombres que todos juntos corrían la posta y cerca do donde los topé alié
imas letras y escrituras en pergamino con los sellos pendientes, que bengo aqui á mos-
trar á Y. P. para que me diga que cosa es esta, pues lo entiende; con presupuesto, si
fuere cosa de ynportancia, tomar la posta e yrme luego en su seguimiento aunque me
Lxxxiv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
cueste muchos dineros y dias asta dalles sus escrituras. Yieudo el Provincial los papeles
y hiendo mi prática, encargóme mucho la conciencia sobre que lo hiciesse asi y rogó
después con gmndissima ynstancia que luego al punto fuese o ynbiase a buen recado
estos papeles, porque eran de muy grandissima ynportancia y serbicio de Nuestro Señor;
que me acia saber para que con mas cuydado lo hiciesse que aquellos papeles no eran
menos que Bulas apostólicas para meter la Ynquisicion en el reyno de Poi-tugal, cosa que
tanto abian deseado tantos Papas y reyes y en particular toda la república de Castilla, y
que los reyes de Porüigal lo abian contradicho y defendido grandemente; pero que agora
con esta bula tan en forma y con la carta y poderes del Emperador y benir a ello un
Cardenal en persona, que era uno de aquellos que corrían la posta, sin duda se aria el
negocio bien, y que aquel Cardenal, que era uno de aquellos, que seria mozo y por abre-
biar tomarla posta; que le hallaría en Badajoz; sino que passase a Seuilla, que allí pon-
di-ia cassa en forma coniforme a la calidad de su persona y al negocio que benia, para
desde allí abisar al rey de Portugal de su benida y a lo que hera enbiado y encaminarse
luego allá, y que esto lo narraban y decían las bulas misiuas y ordenes que ti-aya.
» Quedando yo con esto bien certificado, satisfecho y asegurado de mis buenos des-
pachos, passé de alK a Seuilla, cobrando de camino el dinero que queda dicho; yceme
en Sebilla aber llegado allí de Roma por la posta, adonde determínaua hacer mí cassa,
como la hice; al punto receuí mayordomos y secretarios y todos los demás officiales que
pide semejante cassa; yce la mejor y mas rica bajílla, ti-es literas y capilla formada y
todos los demás personajes y requisitos necesarios para Ynquisicion; recluí para criados
asta cien personas, a las quales todas acomodé y aposenté en diuersas partes de la ciudad
y ellos mismos me buscaban ,1o que sabían abia yo menester y me lo trayan echo, y yo
escojia lo que me parecía, que para todo abia dinero abundante sin ningún temor que
pudiesse faltar; todo esto lo hacían los officiales de quien yo me fiaba y yo que horde-
naua me estaua encubierto, y me estube asta tenello dispuesto y dejallo todo muy a
punto y bien ordenado; y diciendo ellos que aun yo no abia llegado, todos me estañan
esperando cada día, asta que cierta noche yo fiíijí benia por la posta a las cassas que ellos
me tenían adere9adas, que heran las arzobispales; así como llegué salieron mí mayordomo
y secretario y me abrazaron y con ellos los demás criados que me abian recibido, y luego
me comenzó a bissitar todo el clero y seglares como legado a latere. Estube allí 20 días;
en ellos cobré de los albaceas y bienes de el Marques de Tarifa 15.000 ducados, diciendo
que aquellos se auian quedado debiendo en Roma quando estubo allá el Marques, por
ciertas cédulas que yo ti-aya contrahechas, y enseñándoselas a su mayordomo dijo que
era aquella su letra y firma, pero que tal deuda no se deuía, por mil i-azones que para
ello alegaua; mas al fin se pagaron como yo lo pedía, y sabida la berdad ellos se deuiau
a la Sede apostólica, y sí yo no los sacara se estubíeran asta sécula fin anegados.
»Con esto salí de Seuilla con toda mi cassa y aparato y mas de 120 criados y minis-
tros y caminé a Badajoz y teniendo noticia de algimos lugares de Castilla por donde pasaba
que abia Yuquisicion en Llerena y otros, los bíssitaua, corregía y castígaua según pedía
mí officio, y entre ellos escojí ti-es ynquisidores en Seuilla y Llerena, los mas doctos y
experimentados que alié y llévelos conmigo y estos dejé después por ynquisidores en
Portugal y oy en día acen sus ofíicios con mucha rectitud, que son el Dotor Pedro
Alvarez Ve9era y el Dotor Don Alonso Bazquez y el Lie.'*" Luys de Cárdenas; con ellos
llegué a Badajoz, de donde con uno de mis secretarios escribí y enbié las bulas apostólicas
INTRODUCCIÓN txxxv
y letras al rey de Poi-tiigal, el qual como las bio se sobresaltó j turbó de tal manera que
mi secretario con el miedo que cobró tubo por bien de salirse sin respuesta y se bolbio
a mi, diciendome que en todo casso mudase de parecer, que seria ynpusible salir con lo
que pretendia ni que el Rey quisiese venir en ello; que me acia saber que abia uydo de
su presencia con mas miedo que berguenza de solo ber quan mal lo tomaron el Eey y
los suyos, diciendole palabras enojosas; y reprendiéndole yo por auerse benido de aquella
suerte y sin respuesta me dijo que biesse lo que quería que yciesse, que no discreparía
im pmito de mi orden aunque le costase la bida; y ausi le mandé bolber allá con toda
brevedad y que a nayde diese a entender ni supiessen abia salido de la Corte, sino que
bolbiesse á su Alteza y le dijesse le diesse respuesta con ressolucion, que solo esso
aguardaua perdiendo mucho tiempo, porque su amo el Legado demás de que era hom-
bre mozo tenia salud para bolberse por la posta a Roma y siendo necesario de Roma a
Portugal; que esto le dijesse con mucha efficacia y que mirase su Alteza lo que hacia en
caso tan graue y ynportante a la fee catholica y república cristiana, y que ñiesse serbido
de responder y proueer como tan cristianissimo, proueyendo en la caussa con la justifi-
cación que debia, faboreciendola por ser de Nuestro Señor y obligación suya, y de quien
abiau de tomar exemplo todos los principes de la cristiandad y quedar nombre y fama
en la Yglesia de ser tan obediente a ella y obserbar y guardar sus hordenes y que se
limpie todo jenero de macula, para que la fee de Chi'isto quede tan y limpia como el sol
a medio dia, y otras cosas para ati-aelle a mi proposito muy efficaces. Esto yzo ansi mi
secretario y con el me escriuio su Alteza que si posible ftiesse me entretubiesse 20 dias
para podello comunicar con su Consejo y tomar acuerdo y resolución; y hiendo yo que
por mucha priessa que se diese no podia en estos 20 dias ynbiar a Roma a ynformarse,
me determiné a esperarlos, al cabo de los quales me ynbio el Rey al Duque de Abero
Alencastro por Embajador, diciendome que yo entrasse muy enhorabuena, que a dos
leguas de alli estaua una ciudad de su reyno que llamaban Yelbes, de donde podia
comunicalle y acer mi officio y todo lo demás que Su Santidad mandaua; pero que olga-
ria me ftiesse a su Corte y me biesse con el para que el me guiasse en lo que mas con-
biniesse y fuesse necesario tocante al casso, y asi lo hice y fuy recibido de su Alte9a y
del clero con mucha autoridad y aplausso y estube en la Corte ti-es meses, andube bissi-
tando el reyno y asentando las cosas de la Ynquisicion en Lisboa y en Coymbra, esco-
jiendo para los officios de ella las personas mas eminentes en vida y letras, dándoles
grandes poderes y auctoridad para la execucion de todo, como oy dia está asentada y
perbalece, y lo confirmó todo Su Magostad y Su Santidad después con bulas apostólicas.
» Riendo Nuestro Señor que tenia ya hecho esto por mano de este mal ministi-o, no
queriendo su dibina magostad que pasase mas adelante y que hiciesse otros ynsultos
perniciosos, me ató los passos cumpliéndose lo del Evangellio: que no abrá cosa por
oculta que sea que no se revele; y por su diuina prouidencia me dio un Judas que me
bendiesse, que fue un bicario de Mora en quien yo me abia fiado, el qual me conbidó a
caza un dia de Sant Ileffonso y diciendo que dejassemos yr la jente y que por otra parte
podríamos yr a aguardar a ciertos pueblos, me metió en una litera y cerrando las ben-
tanillas de ella me llenó como pajaro en jaula orilla del rio, adonde estaua aguardando
el Marques de Yillanueba, con quien estaua concertada mi prission, y me hizo pasar el
rio con mas de 100 hombres de a pie y de a cauallo que traya, llenándome preso, y lo
mismo quisso acer de mis criados y le pedí los dejasse yr, como queda dicho; yo pasé
Lxxxvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
después mis trauajos ciertos, como mis pecados los merecian y sane Y. S. 111.™' a quien
guarde el Cielo para padre de necesitados » ,
m
Como eslabón que enlaza el género autobiográfico con la novela se debe considerar
el extraño libro escrito por el doncel de Xérica^ Bartolomé de Yillalba y Estaña. Xadie
pane entela de juicio la realidad de los viajes que hizo por diversas regiones de España,
visitando generalmente santuarios célebres; la exactitud y riqueza de las descripciones y
pinturas hace imposible creer que las Memorias del pelegriiw sean producto solamente
de la imaginación ü obra de un erudito, compuesta en el silencio y retiro de un gabinete,
sirviéndose de otras ajenas. Tipo singular es el de aquel hidalgo que, no sintiéndose con
vocación pai-a echarse al hombro una pica y marchar como soldado á Italia ó Flandes,
se dedicó á la vida errante y vagabunda, movido en parte de la devoción y en parte del
deseo de satisfacer su curiosidad y ser libre como el ave. ¡Lástima que tengamos tan
sólo una pai-te, y no la mayor, de su obra, publicada por el Sr. Gayangos en la Colección
de los Bibliófilos españoles/
De enconti-arse los libros que faltan tendríamos una España y sus monumentos tal
como podía escribirla en el siglo xvi un hombre que poseía ciertamente escasa ilustra-
ción, pero que no estaba desprovisto de cierto amor al arte y de sentimiento de la Natura-
leza, en cuyo seno se complacía, huyendo de vivir encerrado en las poblaciones.
Poeta, aunque sin inspiración casi siempre, urdió en sus Memorias una mezcla de
realidad y ñcción, intercalando varias leyendas, gracias á las cuales conocemos algunas
tradiciones locales. Como obras literarias son malísimas, pero tienen su valor histórico;
en una de ellas notó Gayangos que había alusiones veladas á los célebres amores de
D. Fadrique, hijo del gran duque de Alba, y que tan caros le costaran (').
Salido el peregrino de su pati-ia visita el monasterio franciscano de Chelva, y atrave-
sando las áridas llanuras de la Mancha llega a Aranjuez, quedando entusiasmado al ver
«la altui-a de los árboles, tan iguales que parece se precia la Naturaleza de producir allí
las cosas á gusto de nuestro rey». Eq Madrid no hay iglesia ni convento que deje de
mencionar; en la de Santo Domingo el Real ve el sepulcro de Pedro el Cruel, y lo des-
cribe así:
«Está hecha de bulto de un mármol maravilloso, hincado de rodillas, con un misal
delante, calzadas sus mismas espuelas; está al vivo retratado; muéstrase por su aspecto
y fisonomía ser hombre severo, feroz y sanguinolento, que bien mirado y considerado,
parece que da miedo mirarle de hito en hito» (^).
C) El Pelegrina curioso y grandezas de España, por Bartholomé de Villalva y Estaña, donzel de
Xérica. Madrid, Inipr. de M. Ginesta, MDCUCLXXXVI y MDCCCLXXXIX, 2 vol. eo 8.° mayor.
[Bihlinfilos espartóles, tomos XXIII y XXVI.)
En la Biblioteca Nacional se guarda el siguiente opúsculo de Villalba:
Copia de lo que Bartholomé de Villalua y Estaña escriuio al Rey Don Pkilipe tercero, muerto su
Caiholico padre. Xérica, 28 de septiembre de 1598. Da al Rey varios consejos para el mejor gobierno
de su monarquía. Manuscrito del siglo xvn, 7 hojas en 4.° (KK. Varios papeles, n." 32.)
(■■*) El Pelegrina curioso, tomo I, pág. 153.
INTRODUCCIÓN Lxxxvii
En las Descalzas contempla la sepultura de Doña Juana, madre de í). Sebastián de
Portugal, y «no pudo dejar de enternecerse, porque la había conocido moza, hermosa
sobre cuantas mujeres habían nacido en España, liberalísima, ejemplar y de pocos años,
y ver que tanta gallardía y tanta calidad en tan breve tiempo pudriría la tierra» (').
Como, según hemos dicho, el Pelegrino viajaba no solamente por devoción, mas
también por curiosidad, da noticias de cuantas cosas le admiraban; en las Reales caballe-
rizas había 200 caballos, riquísimos arneses, y ¡cosa estupenda! un clavo de la Cruciñ-
xión. Desde Madrid se dirige á Toledo, donde celebra el talento de los pantomimos y
fai"santes que tenía el cabildo para representar los Autos sacramentales. El célebre artificio
de Juanelo le llamó extraordinariamente la atención; y puesto que tan poco se sabe
de aquella obra de ingeniería, copiaré la descripción que hace nuesti-o Pelegrino:
«Iba notando aquel acueducto tan artificioso y aquel modo de enexar ó engoznar un
cazo con otro, los cuales son de bronce hechos, con una vuelta como unos cucharones
que desde abajo al rio Tajo, donde el artificio está, que es el primer móvil de toda esta
máquina, que pocos ó ninguno la han visto, van subiendo, porque con el ingenio primero
toma el agua del rio, y el caño que la recibe está hecho de tal artificio y asentado sobre
tales ruedas,' que la misma agua le hace mover de manera que al punto que llega al oti-o
caño que ha de recibir el agua, de. tal manera vacia, que recibe oti-a tanta agua, y así
va encajonando uno con otro y subiendo para arriba. Es artificiosa cosa, porque el con-
cierto y compás de los caños no discrepa jamás, y son todos machos y hembras, que el
mismo que da recibe, y con tanto tiento que sube el agua sin perderse al Real Al-
cázar» (^).
En Talavera se enteró con avidez de aquellas extrañas fiestas llamadas >noiidaf<, que
no eran sino las paganas de Ceres, acomodadas al cristianismo. Devoto hasta la creduli-
dad se complace en enumerar cuantas reliquias le mostraban en los santuarios; en el
célebre de Guadalupe se conservaban nada menos que ti-es cabezas de las once mil víi--
genes, una muela de Santa Polonia, un dinero de los treinta en que fué vendido Cristo
y oti-as tan auténticas como éstas. En Guadalupe admiró lo suntuoso del templo, alrede-
dor del cual habia 900 cadenas de cautivos rescatados; la comunidad de Jerónimos cons-
taba de 120 frailes, cuyos bienes les producían 60.000 ducados de renta y 30.000 de
limosnas, simia enonne dado el valor del mmierario por aquel tiempo.
De la Abadía, finca espléndida que tenía en Extremadura el duque de Alba, habla
extensamente el Pelegrino, maravillándose de tantos estanques y fuentes adornados con
ricas estatuas de que salía el agua; en un lago había « diez gigantes de más do veinte
palmos de altura; los cabellos erizaba ver su braveza de salvajes tan fieros». En una
fuente estaban ¡ cosa i-ara y aun grotesca ! las estatuas del duque y de la duquesa de
Alba echando agua poi- ojos y boca. Dada la celebridad que gozaba el santuario de la
Peña de Francia, era natural que el Pelegrino lo visitase, como lo hizo en efecto; y es
de notar (jue nada diga de las Batuecas ni de sus fabulosos habitantes, lo cual prueba
que no se había formado todavía la leyenda que llevó Lope de Vega al teatro }' ha sido
tomada en serio por muchos hasta mediados del siglo xrx.
De- Salamanca poco dice de notable; pasa'por alto la Universidad, y después de con-
(') El Pelegrina curioso, tomo I, pág. 15-4.
(2) El Pelegrino curioso, tomo I, págs. 194 y 195.
Lxxxviii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
tar los frailes de cada convento, recoge las noticias que Fray Alonso de Yillanueva le
dio acerca del santo agustino Fray Juan de Sahagún. Desde Salamanca va el Pelegrino
á Santiago pasando por Zamora y Benaveute; de paso refiere la historia de Magdalena
de la Cruz, monja embaucadora, tenida por santa hasta que se descubrió el engaño y
fué condenada por el Santo Oficio. En Santiago se recrea en ver tal variedad de naciones
y de ropajes en los peregrinos que le parecía la torre de Babel. Extrañóle la singular
manera que había de venerar la imagen del Apóstol, subiendo por ima escalera y besán-
dole la cabeza, hecho que le inspiró una frase satírica conti-a los gallegos, frase que pone
en boca de un canónigo: «Habéis de saber, pelegi-iuo, que la gente gallega con ese pacto
es cristiana, que les han de dexar abrazar y besar al Santo toda vez que ellos quisieren» .
Del hospital, fimdado allí por los Reyes Católicos, pondera la suntuosidad y riqueza.
A medida que avanza la obra del Pelegrino va tomando cada vez más aspecto de
novela, y tanto es así que el tomo II de su obra casi todo se compone de versos en que
refiere la leyenda de Los amantes de Teruel y oti-as. La parte narrativa se refiere á los
viajes que el autor hizo por Galicia y Portugal, donde visitó las ciudades de Yalencia
del Miño, Braga, Coimbra, Santarem y Lisboa.
En los libros IX á XX, libros que desgraciadamente se han perdido, pero de los
cuales conocemos el índice, refería el Pelegrino sus aventuras en Andalucía, Segovia,
Yalladolid, Burgos, Navarra, Aragón, Cataluña y Yalencia.
lY
Inédito se halla todavía un notable manuscrito de la Biblioteca Real, acerca del cual
dio un informe la Academia de la Historia en el año 1878; más tarde se propuso publi-
carlo el sabio americanista D. Marcos Jiménez de la Espada, pero quedó en proyecto
este deseo. Nos referimos á los Discursos medicinales (') de Juan Méndez Nieto, hombre
atrevido, ingenioso y de vida agitada, que refií-ió en el manuscrito citado. Como gran
parte de los aventureros de entonces, después de correr muchas peripecias en su patria,
se embarcó para las Indias, donde estuvo en la Española, Tierra Fü-me y Cai-tagena, enri-
queciéndose con su profesión, que era la de médico. Sólo un fragmento de los Discursos
medicinales dio á luz el Sr. Jiménez de la Espada, con el título de Las cuartaims del
Prnicipe de Eholi (*), y basta para formarse idea de lo peregrina que es la vida de
doctor tan audaz cual Juan Méndez Nieto, según lo probó cuando en el año 1559 curó
las fiebres intermitentes que sufría el ñivorito de Felipe II, Ruy Gómez de Silva.
Sin embargo de esto, el libro no tiene la importancia que con notoria exageración
i}) Discursos medicinales compuestos po?- el Lie'" Juan Méndez Nieto, que tratan de las maravi-
llosas curas y sucesos que Dios nuestro Señor ha querido obrar por sus manos en cinquenta añcs que a
que cura, ansí en España como en la ysla Española y reyno de Tierra Firme. Escritos en Cartagena
indiana años de 1607 y de la edad del autor 76. Manuscrito del siglo xvil, en folio.
Méndez Nieto conaenzó á los ocho años sus estudios en la Universidad de Salamanca y allí oyó
las lecciones del «Maestro La Torre, ciego famoso que en aquel tiempo havia llevado la cátreda de
Prima al Comendador Griego, y oyendo del y del Maestro León, que á la sazón era catredático de
Bisperas».
(') Revista Conitmporánea^ año 1880, tomo I, págs. 153 á 177.
INTRODUCCIÓN Lxxxix
le atribuyó el Sr. Jiménez de la Espada; gran parte de su contenido se reduce á prolijas
descripciones de casos clínicos para demostrar el autor que su ciencia era admirable.
Y
Por si á comienzos del siglo xvn faltaban en España aventureros, llegó uno de
Oriente que después de adquirir celebridad tuvo un tin trágico; tal fué D. Juan de
Persia, hijo de Alí Bec Bayat, de la Cámara del Sofí Mahamet, que se había distinguido
como General en varias campañas y murió peleando contra los tiu-cos en el cerco de
Tauris, sitiada por los persas. D. Juan siguió también la carrera de las armas y tomó
parte en algunas expediciones (').
Posteriormente habiendo el Sofí resuelto mandar una Embajada á los Reyes europeos
que más poderosos creía, confirió el cargo á Uzén Alí Bech, quien salió de Ispahán el
día 9 de julio de 1599 en compañía de D.Juan, de dos fi-ailes portugueses, llamado uno
de ellos Fr. Nicolás de Meló, y quince ingleses. Embarcáronse en el mar Caspio, y
llegando al puerio de Astrakhán penetraron en Rusia, remontaron el Yolga y pasando por
Kazan enti-arou en Moscou, donde ftieron recibidos por el Zar. «Quando llegamos á la
puerta del palacio hallamos el Mayordomo del Rey, de estatura casi de gigante, el qual
tenia cerca de si un perro ferocissimo, attado de ima cadena, y aquel sueltan de noche;
y aquel Mayordomo nos enti-ó hasta la segimda puerta, adonde auia otro Mayordomo, y
aquel nos entró hasta a la tercera puerta, y el Mayordomo de la tercera puerta nos lleuó
hasta la sala del Rey, adonde hallamos quinientos Caualleros, todos con ropas de brocado
aforradas en martas, y gorras con mucha pedrería y otras muchas joyas que trayan
puestas, de increyble valor. Estos Caualleros nos recibieron y acompañaron hasta el fin
de la sala, que era adonde estaua el Rey; porque esta sala es tan grande que con difi-
cultad desde el principio de la puerta se puede distinguir lo que se haze al fin della. El
modo de su hechm-a es como una galería o ñaue de yglesia, pero tan larga como se ha
dicho; cuyas bouedas y cimborios se sustentan a trechos sobre quarenta columnas de
madera dorada, con grandes follajes y molduras; el gruesso con dificultad le abra9aran
dos hombres. Quando llegamos al fin de la sala hallamos al Rey, el qual estaua sentado
sobre una silla encima de muchas gradas, y la silla era de oro macizo, guarnecida de
(') Belaciones de Don Ivan de Persia. Dirigidas á la Magestad CaihoUcade Don Philippe III,
Rey de las Españas y señor nuestro. Divididas en tres libros, donde se tratan las cosas notables de Per-
sia, la genealogía de sus Reyes, guerras de Persianos, Turcos y Tártaros, y las que vido en el viaje que
hizo á España; y su conuersion y la de otros dos Caualleros 'Persianas. Año 1604. En Valladolid, por
luán de Bostillo; 175 folios en 8.", a.ás 12 al principio y 13 al final sin numeración.
En los libros primero y segundo trata D. Juan de Persia de la geografía, costumbres é histo-
ria de su patria; la relación es en general verídica; algunos detalles parecen absurdos ó al menos fabu-
losos; tales son aquella torre de Nispechalian, cuyo capitel «es hecho de treynta mil calaueras de
benados y c¡en:os muertos por el Rey Tahamas en un dia de oxeo, en que affirman que de solos caga-
dores lleuó veynte mil personas» (folio 5j. Más verosímil es para quien conoce la ferocidad de los
pueblos asiáticos en sus guerras lo que afirma de otra torre en la ciudad de Guienche, «hecha desde
los cimientos para la pyramide de arriba de calaueras de cabe9as de turcos, que deuen de ser el número
mas de cinquenta mil, que mezcladas con las piedras y argamasa hazen una monstruosa torre, la qual
labró el Can Ciadogli, auiendo vencido en una batalla campal al Turco» (folio 7).
xc AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
piedras finissimas. Tenia el Rey vestido uua ropa de tela de oro afondada de martas, con
muchos botones de diamantes, y un sombrero al modo de miti-a, y en la mano un sceptro
como báculo pastoral; y atrás del Rey auia quarenta caualleros en pie, con sccptros de
plata» (').
El Zar se mostró bondadoso con los persas y los invitó auna comida, en la cual «los
panes que servian eran tan grandes que un pan con difficultad lo podian traer dos
hombres».
Cinco meses estuvieron en Moscou detenidos por las nieves y pasado el tiempo fueron
á embarcarse en el puerto de Ai-kangel, de cuyos habitantes los lapoues escribe D. Juan:
«Xo tienen barba los hombres ni cejas, y son de muy pequeña estatura; y si de alguna
gente del mundo se puede verifícar lo de los Pygmeos, es de esta, porque son menores
que los menores enanos que traen en España. Estos hombres andan caualleros en venados
y cieruos y tienen los ojos tan pequeños que apenas parece poder ver. Soú muy supei'sti-
ciosos y hechizeros» (*).
Desde Arkangel navegaron á Emden en Alemania. «Lo que vimos, dice, notable en
esta tien-a fue el modo de los tocados de las mugeres, el qual es como una rodela gi-aude
y sobre el rostro haze ima punta como las tejas que en España salen de los tejados
afuera, y estas son para guardar el rostro de las continuas lluvias y nieaes. Pareceme en
general no auer visto a una mano tantas mugeres hermosas en ninguna tierra de las
vistas».
Como tenían que visitar al Emperador de Alemania, ati-avesarou la Turiugia y Sajonia
y se encaminaron á Praga, residencia de la Corte. Continuando su peregrinación llegaron
á Roma, pues el Papa era uno de los soberanos que el Sofí había oído ponderar más.
Tan largo viaje acabó en España, donde los persas ofrecieron sus respetos á Felipe III,
que moraba á la sazón en Yalladolid. « Nos ti-uxeron a una muy buena casa que estaua
aperciuida para nuestro aposento, muy bien colgada y aderezada, con muy ricas camas
y tapizerias de telas y terciopelos de colores, y en ella nos seruian criados de Su Magestad
y temamos parte de la guarda tudesca y española» . Es ciu-iosa la presentación de sus
credenciales hecha por el Embajador asiático: «Llegó, y sacando la carta, la qual era al
modo de Persia, escripta con letras de oro y de color, en un pliego de mas de vua bara
en largo, y el modo de las dobladuras era peregrino, y tan larga la carta como medio
pliego de papel de los de España y tan cancha como tres dedos, que la lleuaua el Emba-
xadoi- metida en una bolsilla de tela de oro y puesta en el turbante y tocado de la cabe9a,
(le donde la quitó y besó y dio á Su Magestad» (^),
Cumplida su misión los Embajadores persas visitaron la ciudad de Segovia, el Esco-
rial, Aranjuez y oti-os sitios, cuyas bellezas naturales y monmiientos pondera D. Juan.
Yendo á Portugal tuvieron en Mérida un grave percance; el alfaquí que llevaban fu6
muerto de uua puñalada á la .puerta de su casa y no pudieron dar con el autor del
crimen. «Enterramos al Alfaqui Amyra a la usanza de Persia. con las cerimonias do
Uá, en el campo. Cosa que salió toda la ciudad a verla y causó mucha risa».
Yueltos de Lisboa sucedió la conversión de D. Juan al catolicismo. ¿Cuál fué la
(«) Folio 135.
(2) Folio 141.
(3j Folio IGl.
INTRODUCCIÓN xci
causa de esto? ¿Acaso, como dice él mismo, la gracia divina ú otros motivos? ¿Pensaría
quizá en ganar aquí protección haciéndose cristiano? ('), Según D.Juan fueron los jesuítas
de Valladolid el iusü-umento por cuyo medio le comunicó Dios la gracia de la fe; aquellos
«tan discretos como grandes religiosos» . Mas cualquiera que ftiese la causa de su conver-
sión, ésta pareció sincera; bautizóse en la Corte siendo padrino D. Alvaro de Carvajal,
limosnero de Felipe III, y mostróse firme en su cambio, no obstante las asechanzas que
le armó el Embajador persa. Viendo y con razón que si regresaba á su patria en busca
de su mujer é hijos sería ajusticiado renunció á ello y vivió siempre en España.
Más singular aún fué la conversión de Boniat Bec, luego D. Diego de Persia, el acu-
chillado por Salas Barbadillo, según consta en el proceso que á éste se fomió, publicado
por D. Francisco R. de ühagón. En cierta ocasión D. Juan de Persia y el mercader
veneciano Nicolao Clavel referían á Boniat Bec la venida del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles, cuando «enti-ó una paloma blanca, sin saber de donde venia, ni cuya fuesse,
y se assentó encima del bufete en medio de todos, donde estañamos hablando; y auiendo
sossegado un poco, sin espantarse boluió a bolar y se fue, con no pequeña admiración
de los que allí estañamos, atribuyéndolo a un grande milagro» (^). Bautizóse en el Es-
corial, donde se hallaba la Corte; «le vistieron de raso blanco, y llenándole al palacio, en
la Capilla Real, apadrinándole Su Magostad y la Duquesa de Lerma, le baptizó don
Aluaro de Carauajal y Sus Magostados le honraron mucho».
Acaba D. Juan la historia de sus aventuras diciendo: «Su Magostad como Príncipe
tan christiano, viéndonos ya christianos y estraños de nuestra patria tantas leguas, nos
mandó con su christiana y Real mano señalar a cada uno mil y duzientos escudos de
renta cada año; mandónos dar con que poner casa, y que se nos diesse de aposento en
su Corte y oti'as muchas mercedes».
D. Juan aprendió pronto el idioma castellano, y aun tuvo sus pujos de versificador;
á la conclusión de sus Relaciones publicv> unas redondillas en que expone varias sen-
tencias morales de los persas. Murió en Valladolid (año 1605) á manos del Embajador
do su nación, quien lo aborrecía por haberse hecho cristiano (''),
(1) Lo cierto es que estos señores persas no observaron una conducta irreprensible. Así consta
en el prólogo de Dos novelas de D. Alonso de Salas Barbadillo. Madrid, Impr. de la Viuda é hijos de
M. Tello. MDOCOXCIV. Forma parte de la Colección de los hihliófilos españoles.
En la introducción se copia íntegro el proceso instruido contra Salas Barbadillo por haber acu-
cliillado á D. Diego de Persia.
(2) Folio 172.
(3) He aquí lo que de D. Juan de Persia y sus compañeros cuenta en su Fastiginia Thomé
Pinheiro da Vega:
aHoy 15 de mayo mataron aquí (en Valladolid) al embajador de Persia, y fué la cosa de esta
manera: habia el jefe de la embajada (llamado Husain Ali Bek) muerto en el camino, y sobre quien
liabia de sucederle en el cargo y presentar las credenciales que de su Rey traia, hubo diferencia y
disputa entre un principal señor de aquel reino y otro que convertido después á la fé católica se llamó
D. Juan, el cual compuso un libro sobre la historia de su tierra. Salió el D, Juan herido de la con-
tienda; mas interviniendo los demás, hicieron las paces los dos y quedó la embajada en el otro. Lle-
gada esta á Valladolid, el D. Juan, tocado por Dios en el corazón, hubo, según queda dicim, de aban-
donar su Mahoma y abrazar nuestra f¿, con lo cual, si bien logró favor y crecida pensión del Rey
Felipe, hubo de malquistarse con los suyos. Un dia de la semana pasada que D. Juan venia en su
carroza por la calle del Rey, vio venir ciertos criados de su casa, que un alcalde de Corte mandara
azotar por una ofensa, muy leve, poco má^ de nada. Viéndolos así volver después de azotados, D. Juan
xcii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
VI
Difícil es averiguar cuánto hay de verídico y cuánto de fabuloso en un libro publi-
cado por D. Pedro Ordóñez de Ceballos, nacido en Jaén á mediados del siglo xvi, con
saltó abajo de su coche, y tirando de un terciado hizo adenaan de atacar á los alguaciles que los lle-
vaban. Así lo hubiera liecho á no habérselo estorbado con ruegos y súplicas varios señores que acaso
por allí pasaban, y principalmente una dama de la Corte que se apareció con su coche, instándole a
que desistiese de su loca empresa, puesto que ya sus criados, aunque azotados por orden del alcalde,
volvían á su casa.
»Fué el que hacia de embajador á visitar á D. Juan en su alojamiento, y es voz y fama que sobre
lo ocurrido en aquella misma mañana se trabaron los dos de palabra, y llamóle cobarde y villano por-
que habia dejado azotar á sus criados sin tomar venganza, de cuyas resultas hubieron de venir á las
manos, muriendo el D. Juan de una estocada; caso muy lastimoso en verdad, puesto que según queda
arriba diclio, el Persiano, que ya hablaba algo nuestra lengua, se habia convertido á la fé católica y
hacia reverencia á las santas imágenes.
íMuy sentida fué su muerte de todos cuantos le conocían, y sin embargo, su cadáver fué puesto
con poco respeto dentro de un carro de mimbres, cubierto con un paño sucio, ccn las piernas de fuera
y arrastrando, ¡áeguian el carro como unos trescientos muchachos del pueblo, pugnando por destapar
el cuerpo muerto y gritando á más no poder: ¡Por Mahoma! De esta manera le llevaron á un barranco
próximo al pueblo de Argales, y lo arrojaron allí, comiéndole perros las piernas por no haberle dado
decente sepultura; cosa en verdad muy fea y que más mo escandalizó de cuantas en mi vida he visto,
porque siendo el D. Juan embajador de un señor tan poderoso como el Sofí de Persia, con tanta ó mas
renta que el Rey de España, parece cosa fea é inusitada el tratar así á uno de sus principales vasa-
llos, que venia á ratificar el tratado de alianza defensiva y ofensiva contra el Gran Turco; sobre todo,
siendo cosa muy sabida que los reyes bárbaros, como aquí los llaman, tratan con respeto á nuestros
embajadores, honrándolos en todo y por todo, aunque sean de diferente ley. Díjome un cortesano á
quien hablé en este particular: En verdad que no merecía el Persiano mejor suerte, porque en su
aposento hallaron acaso un libro de cuentas en que el muy perro iba apuntando sus gastos, y entre
otras partidas figuraba una del tenor siguiente: mugeres que me han concedido sus favores: el día
tantos de enero, doña Fulana, esposa de D. Fulano de tal ; costóme la fiesta tantos cruzados, y fué
de esta manera tiene la tal señora buenas pantorrillas y un lunar en tal parte..... Traia un vestido
de tafetán de tal color, y las medias eran de seda y azules.
^Aseguróme el caballero á que aludo que pasaban de ciento las señor is así nombradas en el libro
del Persiano, y que deseando mucho volver á su tierra, no dejaba nunca de apuntar en é] los nom-
bres y señas de las cortesanas, de quienes fue siempre muy acariciado y agasajado, por ser él de muy
gallarda presencia, rico y enamorado. Si así fue, bien mereció el pobrecillo el triste fin que tuvo; mas
creo que todo ello fue mentira é invención, por mas que lo afirmó así aquel caballero, añadiendo que,
habiéndole llevado el libro al Rey y hallando inscritas en él algunas señoras de la Corte harto cono-
cidas, lo mandó qucníar».
Las Memorias de Tomé Pinheiro da Vega, notables para el conocimiento de la Corte de Vallado-
lid en tiempo de Felipe III, llevan el extravagante título de Fastiginia ou Fastos Geníaes tirados da
tumba de MerVm, onde forao adiados com a demanda do Santo Brial pello anphispo Tarpino. El ma-
nuscrito, que parece original, se conserva en el Museo Británico. D. Pascual de Gayangos publicó en
la Revista de España dos artículos en que copió lo referente á la descripción de Valladolid, descrip-
ción que el autor llamó Pincigrafia, y á las aventuras de D, Juan de Tassis y Peralta, segundo conde
de Villamediana.
Véanse: Cervantes en Valladolid, Revista de España, tomos XCVII, págs. 481 á 507; XOVIII,
págs. 161 á 191, 321 á 3G8 y 508 á 543; XCIX, págs. 5 á 32.
La Corte de Felipe III y aventuras del Conde de Villamediana, Revista de España de 18S5, tomos
CIV y CV, págs. 481 á 526 y 5 á 29.
INTRODUCCIÓN xciii
el exti-avagante título de Historia y viage del minido del clérigo agradecido ('). Sí que
deben ser ciertas en líneas generales, no en detalles, las aventuras del autor por América
afines del siglo xvi; pero llevan el sello de fantásticas las sucedidas en Cochinchina,
donde convirtió nada menos que á la Reina y á oti-os personajes, quienes, por lo visto
podían tan poco que no le evitaron ser reducido á prisión. Ordóñez compendia así sus
méritos en un documento que insei-ta como certificación del Consejo de Indias, de cuya
autenticidad no respondemos:
« Atento á que ha ti-einta años que sirve, y antes que se ordenase, siendo seglar, de
Alférez Real en las galeras, y después en las Indias, fué Capitán conti-a los negi-os ci-
marrones de Cartagena que estañan revelados, y prendió y sacó más de quati-ocientos, de
que cupo á Su Magostad más de ciento y sesenta, que se vendieron, y montó mucha
suma de ducados, y asseguró los caminos y la tierra; y buelto, el Golífernador le embió
contra dos nauíos de la Rochela, y los venció y echó á fondo; y en la jornada de Uraua
y Caribana metió á su costa ti-einta y seis soldados y seis negros, y después fué nombra-
do por Maese de Campo della, en la qual tuvo diversas batallas y gua9auaras, y peleó
cuerpo á cuerpo con im indio valentísimo, y por su vencimiento quedaron de paz y se
poblaron dos ciudades, la Concepción y Santiago de los Caualleros; y después la Audien-
cia del nuevo Reyno le nombró Visitador de Antioquía y Popayan, y después por Gouer-
nador de Popayan; y siéndolo ñié contra los indios pixaos y paeces y los retiró y soco-
rrió al Capitán Diego Soleto, que le tenian cercado los sutagaos, y en mucho riesgo, y
auió la gente del Capitán Juan López de Herrera, y con el socorro se fundó la ciudad de
Alta Gracia de Suma Paz. Y siendo sacerdote fue Cura y Vicario de Pamplona y dos
veces Visitador general del nuevo Reyno. Y auiéndose embarcado eu Acapulco para ii-
al Perú, por auerse derrotado con temporal fué á parar al Reyno de la Cochinchina, y en
el dicho viaje de ida y vuelta peleó con navios flamencos y turcos cosarios y aportó á
una isla y socorrió algunos españoles que estañan perdidos; y entrándose en el dicho Rey-
no baptizó á la Reyna y algunos virreyes y Gouernadores suyos y mucha gente del Reyno
y los instruyó y los enseñó todo lo tocante á la fe, y por ello fué preso y condenado á
muerte y al fin desterrado; y saliendo del rescató algimos nauíos portugueses que estañan
detenidos en él y les socorrió y les dio lo necesario para auiarse, y bolvió hasta cerca del
estrecho de Magallanes y enconti-ó con muchos nauíos de Inglaterra y peleó y echó a
fondo dos dellos y salió muy herido, y por Buenos Ayres bolvió al Perú y á la provin-
cia de los Quijos, estando rebelados los indios, con quarenta hombres para reducirlos, y la
libró y entró á los indios de guerra que avía y sacó de paz; enseñó, docti-inó y baptizó
más de catorze mil dellos, y de ellos pobló doze pueblos y rescató muchos que ellos mis-
(•) Historia y viage del mundo del clérigo agradecido D. Pedro Ordoñez de Zevallos, natural de
la insigne civdad de Jaén, á las cinco partes de la Europa, África, Asia, América y Malagánica, con
el Itinerario de todo él. Contiene tres libros. Con licencia. En Madrid, por Juan García Infanzón. Año
de 1691, A costa de Joseph Vascones, Mercader de libros; 432 págs. en 8." mayor.
La primera edición de este libro es de Madrid, por L. Sánchez, año 1616.
Escribió además Ordóñez de Ceballos: Cuarenta triunfos de la Santa Cruz de Cristo N. S. Mairid,
por Luis Sánchez, 1614; en 12.°, con el retrato del autor.
Tratado de las relaciones verdaderas de los Reynos de la China, Cochinchina y Champoa. Jaén,
por Pedro de la Cuesta, 1628, 4°
También comenzó una Historia de Jaén, que fué acabada por Bartolomé Ximéaez Patón y publi-
cada en aquella ciudad, imprenta de P. de Cuesta, año 1628, 4.*
xciv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
mos vendíau, y fiindó im pueblo y los dio á todos libertad, en que gastó más de veinte
mil ducados; y de allí ftié por cura de Pimampiro, donde enseñó y baptizó gran cantidad
de indios y entre ellos repartió de limosna más de quatro mil ducados».
Otros varios episodios refiere, si no absiu-dos, por lo menos inverosímiles; difícil i-e-
sulta creer la historia de aquella dama española que encontró en la isla de Malta vestida
de soldado, fugitiva de España por dar muerte al calumniador de su hom-a, á quien cortó
lengua, nariz, orejas y manos; oti-o tanto decimos de aquella expedición que las galeras de
Malta }' Ordóñez en ellas hacen al mar Negro, llegando hasta la entrada del lago Meotis
(mar de Azof), pasando forzosamente por el Bosforo. Imaginario es también aquel Maho-
mad, Bajá de Túnez, que profesaba el cristianismo y obsequió con mil amores á nuestro
héroe y le regaló varios cautivos, enti-e ellos im exgobernador de Indias y tres mujeres.
Sospechosos son los viajes que realizó por Eiu-opa juntamente con el Marqués de Peñafiel,
llegando bástala TieiTa Verde (Groenlandia) (^).
YII
Retirado en sus últimos años á la Iglesia el cordobés D. Juan Valladares, quiso dar
noticia á la posteridad de su vida agitada y llena de peripecias.
Había nacido á 29 de agosto de 1553. Su padre fué capitán de caballos, y era cono-
cido por el nombre del Toreador; asistió á la batalla de Pa"\áa y se halló en el acto
de rendirse Francisco I. Y puesto que ahora, gi'acias al ingenioso erudito libro del
señor Conde de las Navas (■), está de moda hablar de los toros en la Historia, transcri-
biré lo que dice D. Juan Valladares acerca de su padre: «Espera va un toro en cima vn
cauallo, con solo vn puñal en la mano, y al arremeter, hurtándole el cuerpo al mismo
punto, le hería con él en el celebro y caya muerto. Y si daua lauQada en fiesta pública,
hería al toro con tanta fuer9a que cía vana con la lau{,'a la cabera en el suelo » .
También era excelente jinete: « Para mostrar su ligereza corrió algunas veces el caua-
llo sin cincha ni pretal, por cima de una pared muy alta que caía al rio, de ti-es palmos
de anchura y se remataua en vnos molinos, y parando alli el cauallo le hazía boluer en
(1) Las aventuras de D. Pedro Ordoñez fueron llevadas al Teatro por el mercenano Sr. Alonso
Remón, quien escribió:
Frí mera parte de la famosa comedia del Español entre todas las naciones y clérigo agradecido.
Comjmesta por el padre maestro fray Alonso Remon de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes.
Dirigida á don Andrés de Godoy Ponce de León, Cavallero del Habito de Santiago, Corregidor y Iiis-
íicia mayor de la ciudad de laen, con la de Andujar y sus tierras. Con licencia. Iinpressa en laen,
por Pedro de la Cuesta. Año de 1629; 4."
Segunda parte de la famosa comedia del Español entre todas las naciones y clérigo agradecido.
Compuesta por el piadre maestro fray Alonso Remon, de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes.
Dirigida ¿i la Excelentissima Señora doña Catalina Fernandez de Cordova, duquesa de Segorve y Car-
dona. Con licencia. En laen, por Pedro de la Cuesta. Año de 1629; 4.°
(-) Cavallero venturoso; primera piarte, con sus extrañas aventuras y prodigiosos trances, adversos
y prósperos; historia verdadera; verso y 2»'osa admiralle y gustosa, por D. Juan Valladares de VaKIe-
loniar, clérigo presbítero de la ciudad de Córdoba. Manuscrito autógrafo en 4 » de 289 hojas.
Este libro, que tiene tanto de novela como de autobiografía, ha sido publicado por el editor
D. Bernardo Piodrígnez Serra, con un Prólogo de D. Adolfo Bonilla y del autor de eatas líneas.
INTRODUCCIÓN xcv
dos pies eu el ayre hazia la parte del rio, }- assi tornana á desliazer la caiTera con grande
admiración del pueblo».
Valladares escribe eu el prólogo de su libro las siguientes ft-ases, que merecen co-
piarse: «Hallarás, pues, que no te pongo aquí ficciones del Cauallero del Febo; no sátiras
y cautelas del agradable Picaro; no los amores de la péi-fida Celestina y sus embustes, ti-
zones del infierno; ni menos las ridiculas ij disparatadas fisgas de Don Quijote de la
Mancha, que mayor la dexa en las almas de los que lo leen, con el perdimiento de tiem-
po; sino doctrina pura y sincera, casos verdaderos fielmente tratados, ágenos de artificio
y doradura». Donde se echa de ver la injusticia con que los secuaces de Lope de Vega
solían ti-atar al inmortal Cervantes aun después que éste había muerto.
D. Juan Valladares desde su niñez comenzó á ejercitarse en las armas, y también se
dedicó á la pintura, escultura y música. « De edad de diez años sintió en sí una abun-
dante vena de poesía, de modo que casi quanto hablaua y escreuia eran razones medidas
como verso». A los catorce quedó huérfano de padre; siendo de diez y nueve trocó el
manteo y el bonete por la espada y se alistó en la compañía que levantaba cierto Teniente
y saliendo de Cartagena en la armada de D, Juan de Austria llegó á Ñapóles,
Aquí empieza su carrera de aventuras. Desde Mpoles va á Tarento y allí se enamora
de él la manceba de un Capitán, dama « no menos hermosa que deshonesta» ; celoso el
Capitán lo aprisionó en una torre. Sale de la cárcel y se dirige á Roma, donde había « diez
mil españoles auecindados, sin los peregrinos, dispensantes y pasageros... Como allí no se
pueden traer armas, tenía dado á guardar en una ostería la espada y daga, y sin ser aues-
truz, en pocos días se las comió; y como gentil hombre de la boca andana eu cuerpo, visi-
tando los espítales con mucha deuociou, no hazieudo en esto obras pías, sino recibiéndolas» ,
En Roma sufre de nuevo prisión por creerlo cómplice en el robo de la vajilla de un Car-
denal; declarado inocente, vuelve á España y continúa sus estudios. Mas sabedor de que
el Rey D. Sebastián proyectaba una expedición al África, marcha á Lisboa y sienta plaza
de soldado.
Vuelto á su patria se enamora de Mayorinda, de quien es correspondido hasta el punto
de ser admitido ima noche en su habitación; en agradecimiento la celebra en este soneto:
Un oro crespo al aire desordena
por un sereno claro y firmamento,
cumbre de aquellas luces que á un momento
dan gozo al triste y al alegre pena.
El sabeo espirar que dulce suena
por perlas y rubíes, cuyo aliento
con olor de medido apartamiento
la primer gloria á la segunda ordena.
No hay mayor gloria humana que gozaros
ni maj'or gozo viendo esa alma linda
que suba a mayor grado al que os merece.
La mayor desventura es no alcanzaros
por señora y esposa, Mayorinda,
que á un venturoso mayor bien se ofrece.
Mayor pena padece
mi corazón, que nunca tuvo amores,
y con vos se alzará ahora á mayores.
xcvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Estos versos y otros muchos que hay en el libro hablan muy poco eu favor de las
dotes poéticas de Valladares, quien se vio precisado por su Mayorinda á dar cuchilladas,
que le costaron el ser desterrado. Después de nuevas peripecias, como el ser condenado á
muerte por sospechoso de im homicidio, asiste á la jornada de Larache; más adelante
cae en poder de unos corsaiios berberiscos y logi'a rescatarse. Cansado de tantas aventu-
ras, en el año 1589 se hace ermitaño en la casa de Miramar de Mallorca, «fundada por
el Rey Don Jaime de Aragón a instancia del insigne Doctor illuminado y Mart\T Raimun-
do LuU para seminario de ermitaños, que de ella sallan dos cada año á predicar en arábi-
go á los infieles » .
Al encerrarse en aquel retiro compuso unas quintillas que empiezan:
Alma mia, guardad medio
y no busquéis mas extremos,
pues sin ellos bien podemos
conseguir nuestro remedio
si el amor de Dios tenemos.
Si no vivís recatada
siendo el pecar tan propicio,
y en todo santo ejercicio
procuráis ser extremada,
mirad que el extremo es vicio.
Y pues que nos trajo Dios
en aquesta soledad,
con santa seueridad
le hemos de seruir yo y vos
en hervor de caridad.
En el año 1591 fundó en Navarra una congregación de ermitañoá con el título de San
Juan de la Penitencia, y se retiró á un desierto: « en lo mas áspero del frabricó una celda
de diez pies en largo y cinco en ancho, con bóbeda debaxo y cámara encima. Puso su
cerca de piedra á la redonda, de dos estados de alto, con bardas encima y con su puerta y
campanilla, dexaudo dentro campo para sembrar una hanega de trigo y ortaliza, metiendo
dentro seis nogales y quatro euzinos de bellotas dulces y un oliuo; que aimque lugar
siluesti'e parecía que lo tenía todo Dios guardado para este fin. Treynta pasos de la cerca
buscando agua, halló una pequeña fuente que á mala pena se podía beuer con la mano;
pero cabando salió un golpe de agua delicada y fría, como un bra(,'0» . Allí, según cuenta
el mismo Valladares, fué á visitarlo Felipe 11 cuando en el año 1591 se dirigía á Bar-
celona; el solitario obsequió al Rey con « costras de viscocho, nueces, uvas, peras y be-
llotas para hacer un presente á la Infanta». Mas el Caballero venturoso, aun después de
hecho ermitaño, no podía resignarse á vivir perpetuamente aislado del mundo ni renun-
ciar á sus hábitos de vida andariega y errante; así que realizó bastantes viajes á la Corte,
á Italia y á Valencia.
Da fin la relación de Valladares en el año 1615, contando los trabajos que pasó al ir
á Madrid desde Valencia.
INTRODUCCIÓN
VIII
Del cautiverio de Diego Galán tenemos una relación escrita por él mismo. Según
ésta, salió de Cousaegra á la edad de catorce años en el de 1589; se embarcó en Málaga,
cayó en poder de los piratas, fué vendido en Argel y adquirido por el Bajá de esta ciudad.
Habiendo el Gran Turco enviado otro gobernador, Diego Galán partió con su amo para
Constantinopla, cuyo sitio y grandezas encarece. Desde allí hizo varias jornadas á los
mares de Italia con el renegado Zigala, y cuando el príncipe de la Yalaquia se alzó con-
tra el Sultán Mahomet III, tuvo ocasión de recorrer este país; más tarde acompañó á su
Señor en una expedición á Hungría. Hallándose en Constantinopla huyó, no sin correr
graves peligros, de tal manera que se vio precisado á esconderse en una cueva por espa-
cio de cuarenta días hasta que pudo continuar su viaje, llegando al convento de Samaxa
y después al cabo de Mayut, donde se embarcó para la isla de Creta, y en ésta con direc-
ción á Sicilia. Logró por ñn regresar á Consuegra, su pueblo natal, alcanzando la paz
apetecida tras años borrascosos, en los que sufrió trabajos sin cuento (').
IX
Varias cualidades enaltecen la autobiografía del capitán madrileño Alonso de Con-
treras, que publiqué el año 1900 en el Boletín de la Real Academia de la Histoi'ia;
en primer término su veracidad, que es fácil observar con una rápida lectura, sin decir
por esto que resulten comprobados hasta los detalles más insignificantes; lejos de limi-
tarse á consignar aquellos hechos que podían redundar en gloria suya, cuenta otros para
él no muy agradables, cual es la mala partida que le jugó su mujer, faltando á la fidelidad
conyugal. De otro lado es rápida, concisa y huye de hastiar con interminables relatos
faltos de interés, como son las aventuras amorosas en que Miguel de Casti'o y otros solían
espaciarse con delectación morosa; con estilo incorrecto y desaliñado narra sus expedicio-
nes por Levante, su vida de soldado en España y otros países y su viaje á las Antillas;
todo sazonado con ligeras digresiones acerca de sucesos ó personas de su época, que dan
no poca animación al libro ( ^ ) .
Nacido Controras en Madrid de humildísima familia, siendo casi un niño alistóse en
las tropas del Príncipe Alberto, que marchaba á gobernar los Estados de Flandes. Sentó
plaza en la compañía del capitán Mejía, de la cual desertó al poco tiempo, y yendo á Pa-
lermo entró en las galeras del General D. Pedro de Toledo, con quien realizó una expe-
dición á Pati'ás en la Morea, ciudad que tomaron á saco. Dedicado al corso contra los
(•) Cautiverio y trabajos de Diego Galán^ natural de Consuegra y vecino de Toledo. El manuscrito
original se conserva en la Biblioteca del Escorial. Consta de 256 liojas en 4.°
(*) Hállase en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, autógrafo indudablemente; comenzóla
á escribir en octubre del año 1630, con objeto, al parecer, de no continuar; mas luego añadió lo que
le había acaecido en años sucesivos, sin que podamos saber hasta dónde llegó por faltar la conclu-
sión; las últimas cuatro hojas son de distinta letra; consta dicho manuscrito de 195 hojas en 4,", sig-
natura T, 247.
AÜTOniOORAFÍAS Y MKMORIAS. 7
xcviii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
pií-atas berberiscos y tarcos, estuvo (1601) en el asalto de la Mahometa (Hammainet),
y hecho capitáü de una fragata llevó á cabo hechos notables apresando galeotas tiu-cas en
el Ai'chipiólago y llegando hasta el Píreo. Como siempre defendía á los cristianos, qui-
sieron hacerle su general en la isla de Estampalia (Astypalaia), poblada de griegos, y
aun darle en matrimonio la hija de uno muy principal, cuyas ofertas rechazó por servir
á la Orden de Malta, en cuya escuadra militaba. Yuelto más adelante á España es nom-
brado alférez de la compañía de D. Pedro Jaraba, y en Hornachuelos (Badajoz), pueblo
morisco, encuentran sus soldados un depósito de armas que aquéllos tenían. Hallóse luego
en la infeliz jornada que emprendió el Adelantado de Castilla contra la Mahometa, y
viendo que sus méritos no eran premiados cual merecían se hizo ermitaño en el Mon-
cayo, de donde lo sacaron por suponerle cómplice en la conjm-ación de los moriscos, de
quienes, según decían, era rey oculto. Absuelto de este inicuo proceso militó en Flan-
des; vuelto .á España, hizo un viaje á Puerto Rico, llevando refuerzos al gobernador don
Felipe de Beamonte; socorrió el puerto de la Mámora en África y levantó en Madrid
ima compañía, cosa inusitada por sus circunstancias ( ' ) . En Italia sii-vió al Conde de
Monterrey, Virrey de Mpoles, y allí gobernó la ciudad de Aquila, donde mostró la ente-
reza y severidad de su carácter, hasta que, disgustado de aquél, regresó á su patria.
Uno de los episodios más ciu'iosos que refiere es su amistad con Lope de Vega,
hallándose en Madrid sin empleo por haberse disuelto la compañía que mandaba (1625).
« Lope de Vega, sin haberle hablado en mi vida, me llevó á su casa, diciendo: Señor
Capitán, con hombres como vmd. se ha de partú' la capa; y me tuvo por su camarada más
de ocho meses, dándome de comer y cenar y aun vestido me dio. ¡Dios se lo pague ! Y
no contento con eso, sino que me dedicó una comedia en la Veinte parte del Rey sin
reino, á imitación del testimonio que me levantaron con los moriscos » .
En efecto, Lope de Vega hace en la dedicatoria de esta comedia un elogio de Con-
treras, mencionando sus hechos más notables: «Si vmd., dice, Sr. Capitán, hubiera na-
cido en Roma en aquellos dorados siglos de su Monarquía, cuando fué cabeza del mmido
por las armas, pienso que no le hubiera faltado corona de las que se concedían á los va-
lientes soldados por hazañas heroicas, mm-ales, navales y castrenses » . Enumera luego
los principales hechos de Oontreras, desde que probó la espada en Petrache, cuales son
la toma de la galera Axema; el reconocimiento de la armada turca y aviso al gobernador
de Ríjoles; la prisión de los esclavos que huían de Malta; el viaje al Nilo; la emboscada
que le prepararon 1.500 moros peregrinos de la Meca; el robo en los Despalmadores de
Chíos de la húngara amiga de Solimán de Catania; los servicios prestados en Mahometa;
venida á España, donde sirvió á las órdenes de D. Pedro Jaraba: la jornada á Flandes y
aventimis en Lyón. Acaba Lope ofreciendo referir en un poema las proezas de Contre-
ras: «Pienso en dilatados versos honrarme de escribir sus valerosos hechos, para no envi-
diar los que pusieron la pluma en los de García de Paredes, Urbina y Céspedes» ; promesa
que no llegó á realizar el fénix de los ingenios ("). En la dedicatoria de otra obra dra-
{}) En el archivo del Ayuntamiento de esta Corte ae guarda copia de la Real cédula relativa á este
asunto y comprueba cuanto dice Conüeras acerca de él,
(*) Esta comedia fué publicada por Lope en la Parte XX (1625). Su asunto son las turbulencias
que precedieron en Hungría á la elección de Matías Corvino, hijo de Juan Huniades, Ha sido reim-
presa por D. Marcelino Menéndez y Pelayo en la edición de las obras del Fénix que publica la Aca-
demia Española, tomo VI, págs. 557 á 597.
INTRODUCCIÓN xcix
mática, El mejor mozo de España ( ' ) , que enderezó Lope al célebre alguacil Pedro
Vergel, tau maltratado por el satíi'ico Yillamediaua, se hace meuciou de Coutreras como
dispuesto á defender con su espada la honra del injuriado ministril, ya que Lope lo hacía
con la pluma ( ' ) .
Si bien Contreras, según 61 mismo nos dice, no recibii) instrucción algima en su juven-
tud, dotado de clara inteligencia y de un espíritu observador, llegó á conseguir notables
conocimientos náuticos y cosmográñcos; tanto que compuso un Derrotero del Mediterrá-
neo, fundado en lo que él había visto durante sus continuos viajes; obra de la cual existe un
manuscrito en la Biblioteca Nacional. Contreras nos cuenta cómo la escribió: «Tenía, dice,
afición á la navegación, y siempre practicaba con los pilotos, viéndoles cartear y hacién-
dome capaz de las tierras que andábamos, puertos y cabos, marcándolos; que después me
sirvió para hacer un derrotero de todo el Levante, Morea y ISTatolia y Caramania y Suria
y Atiica, hasta llegar á cabo Cantin en el mar Occéano; islas de Candía y Chipre y Cer-
deña y Sicilia, Mallorca y Menorca, costa de España desde cabo de San Vicente, cos-
teando la tierra, Sanlúcaí-, Gibraltar hasta Cartagena, y de ahí á Barcelona y costa de
Francia hasta Marsella, y de ahí á Genova, á Liorna, río Tíber y Ñápeles, y de Ñápeles
toda la Calabria hasta llegar á la Pulla y golfo de Veuecia; puerto por puerto, con pun-
tas y calas donde se pueden reparar diversos bajeles, mostrándoles el agua; este derro-
tero anda de mano mía por ahí, porque me lo pidió el Príncipe Filiberto para velle y se
me quedó con él» ( ^ ) .
X
l)e cuantas Memorias escribieron nuestros aventureros de los siglos xvi y xvil,
ningunas tan amañadas y artificiosas cual las del caballero toledano D. Juan de Pe-
ralta (^). Únicamente puede admitirse en ellas como histórico la existencia del prota-
gonista y su residencia en América, donde sirvió á D. García Sarmiento de Sotomayor,
Conde de Salvatierra, Virrey de México por los años 1642 á 1648. Lo demás parece
comedia de capa y espada, con su exposición, nudo y desenlace conforme á la preceptiva
dramática en uso. Noticioso D. Juan de que su querido amigo el madrileño D. Lope de
(1) Inserta en el tomo X de la anterior edición. El mejor mozo es Fernando el Católico y la
comedia una de las más infelices que compaso Lope, por no haberse aprovechado bien de un
episodio tan hermoso cual fué la boda de aquél con doña Isabel y de otros hechos tan verdaderos
como de interés dramático.
(*) No hay que confundir á nuestro Alonso de Contreras con otro de iguales nombre y apellido
que fué Alguacil de la Casa y Corte del Rey y puso tres quintillas al principio del Viage entretenido
en alabanza de su autor.
Cnf. El viage entretenido do Agustín de Rojas, natural de la villa de Madrid. Con una exposición
de los nombres Históricos y Poéticos, que no van declarados. A Don Martin Valero de Franqueza,
Oauallero del hábito de Santiago y gentil hombre de la boca de su Magostad. En Madrid en la Im-
prenta Real, MDG.IIII, 749 págs. en 8."
C) Capítulo II de su Vida. El manuscrito de este Derrotero se custodia en la Biblioteca Nacio-
nal. Fué copiado en el primer tercio del siglo xvii y consta de 107 hojas en 4.°, signatura J, 137.
{}) El suceso ó novela de D. Jtian de Peralta, caballero indiano, contado por el mismo. {Revista
Contemporánea, año 1882, págs. 277 á 302 del tomo III; 16 á 38 y 151 á 168 del tomo IV.)
El manuscrito de donde fué tomada esta relación perteneció á D. Pascual de Gayangois.
c AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOBIAS
Avellaneda marchaba á las Indias con el Conde de Salvatierra, concibe tal dolor que se
resuelve á ir con él, no pudiendo sufrir ausencia tan penosa, y entra en la servidumbre
del Conde, Ya en México, traba relaciones nada platónicas con una dama llamada Pru-
dencia, á la sazón que el Virrey le confiere el gobierno de Jalapa, y sin abrigar duda
alguna de su amigo D. Lope, le encarga que proteja á doña Prudencia mienti-as él esté
fuera. En Jalapa destierra varios abusos, suprime gravosos impuestos y con todo gana
durante dos años 16,000 pesos. Vuelve á México deseoso de compartir su riqueza con
doña Prudencia; mas sabe que D, Lope, quebrantando las leyes de la amistad^le ha suplan-
tado en el afecto de aquélla, y esto origina mi desafío en que D, Juan sale herido grave-
mente. Apenas restablecido, sediento de venganza, busca de nuevo á D. Lope, y como
éste había huido á España, va en su persecución. Hallándose en Madrid se enamora de
una dama y es correspondido; mas ¡ cuál no sería su asombro cuando resulta que la tal
dama era hermana de D. Lope, con quien la encuentra un día ! Danse mutuas explica-
ciones los dos antiguos amigos y termina la aventura con dos bodas: la de D. Juan con
la hermana de D. Lope y la de éste con otra hermana del primero.
Tal es el contenido de la relación escrita por D. Juan Peralta, juzgada poi* el señor
Jiménez de la Espada, cuando la publicó, histórica en el fondo, pero revestida de forma
novelesca, dando orden y trabazón á episodios que bien pudieron suceder atendidas las
costumbres del siglo xvii, cuya sociedad retrata Peralta con exacto colorido, no obstante
lo incorrecto y afectado del lenguaje.
XI
De un hombre desengañado del mundo y retirado á la soledad del claustro podía jus-
tamente esperarse que al consignar su vida fuese verídico y no se dejara ai-rastrar por la
vanidad y el deseo de aparecer como personaje dramático y autor de notables hechos.
Sin embargo, D. Diego Duque de Estrada, que escribió su vida en un convento de Cer-
deña, la rodeó de circunstancias tan inverosímiles que algunos la tomaron por novela,
donde todo era supuesto, hasta la existencia del protagonista. Gayangos, que la publicó,
no pudo menos de poner en duda la veracidad de Estrada, diciendo que las aventuras,
galanteos y duelos de D. Diego parecían más bien «pasos de comedia que sucesos rea-
les». Por esta razón sería un trabajo titil para la historia depurar aquellos sucesos que
refiere, dejándolos reducidos á lo que hubo de cierto. Sin embargo, nadie podrá negar
que en el libro de Estrada hay datos importantes que ilustran nuestras costumbres del
siglo XVII, y entre muchas fábulas otros referentes á la dominación española en Italia ( ' ).
Acaso D. Diego no sufrió el tormento en Toledo; pero lo describe minuciosamente tal
como solía aplicarse, y esto es un curioso documento. Lo mismo que de éste ptiede decirse
de otros varios episodios ( ^ ) .
Lo gracioso del caso es que el ilustre publicista D. Pascual de Gayangos tomó en
O Lo que se refiere de la célebre conspiración de Véncela, si bien no está desnnentido de manera
indubitable, tiene más bien carácter de lej'cnda que de historia.
(2) Comentarios del desenqafuido ósea Vida de D. Diego Duque de Estrada, escrita por él mismo.
(Ilállanse en el Memorial Histórico Español, Colección de documentos, opúsculos y antigüedades que
publica la Real Academia de la Historia, tomo XII, 532 págs. en 8." mayor )
INTRODUCCIÓN ci
serio las fábulas del bueu Estrada y les puso uotas en cierto modo C(5micas á fuerza de
ingenuas. Estrada inventa una expedición á la Mahometa (Hammamet, en el golfo de su
nombre, al SE. de Túnez), realizada en el año 1600, y Gayangos la comenta con estas
palabras: «De esta jornada no trata ninguno de nuestros historiadores que sepamos» . Ya
había caído antes en el lazo cuando consignó en la introducción que «la presente obra
es, pues, una de las que pueden contribuir á ilustrar la historia de aquellos rei-
nados» (').
Algo aventurado nos parece afirmar ó negar rotundamente la intervención del Duque
de Osuna y del Marqués de Bedmar en la célebre conjuración de Venecia. Mientras no
se descubran pruebas más terminantes de las exhibidas hasta ahora, debemos creer que
ambos magnates fueron ajenos á ella. De todos modos es imposible que las cosas suce-
dieran según dice Estrada, no obstante que se las echa de testigo y aun de actor muy
principal, pues era cabo de los 400 hombres que debían apoderarse del atarazanal. Aque-
llos 400 hombres, con armas deba,jo del capote, paseándose libremente, sin excitar sos-
pechas, con ánimo de entrar en los principales edificios y apoderarse del Bucentoro con
todo el Senado para llevarlo preso á Ñápeles, es una fábula demasiado absurda aun para
argumento de obra dramática (^).
Largo sería enumerar los amores, riñas y estocadas de Estrada; baste decir que á los
veintidós años se nos pinta «lleno de vicios, muertes, heridas, amancebamientos, trayendo
mujeres de lugar en lugar» (^) . Y cuando fué puesto al tormento en Toledo (1611) «salió
en la negra colada la muerte del mozo de espuelas, la de doña Isabel, la de D. Juan, la
del ladrón de Antequera, las heridas del Pardillo, sacrilegio de las estocadas de Perafan
en la iglesia, desafíos de la Andalucía, otras muchas heridas dadas de noche, cuestiones
y amancebamientos » {'*).
Con tantos delitos á cargo, natm'al es que ensayaran en él todos los géneros de supli-
cio á fin de que cantase: la mancuerda, las palas de hierro candentes, los ladrillos hechos
ascuas, las célebres tocas y su apéndice el hierro del bostezo. Menos mal que halló una
receta para cm-ar pronto de sus heridas y era: «grasa de hombre, unto de culebra, de oso,
de león, de víbora, de ranas, por partes iguales, deshecho todo á fuego lento con aceite de
almendras dulces». Con este bálsamo de Fierabrás se halló muy luego nuestro caballero
andante en disposición de acometer nuevas aventuras, las cuales por cierto no se hicieron
esperar mucho tiempo; frente á la cárcel había un convento fundado en 1482 por dos hijas
del Conde de Cifuentes; cierta monja de él, «hermana de uno de los mayores señores de
España», se prenda de D. Diego y le escribe con desenvoltura; amores que á despecho
de ambos quedan en platónicos.
(«);Página VI.
(3) Discurso del Sr. D. Aureliano Fernández Guerra xj Orbe sobre la conjuración de Venecia
de 1618, vindicando la memoria del Duque de Osuna y de los Marqueses de Bedmar y de Villa/ranea,
calumniados con ocasión de aquel suceso. Publicado en los Discursos leídos en las sesiones públicas de
la Real Academia de la Historia, tomo I, págs, 337 á 376.
El gran Duque de Osuna y su marina. Jornadas contra turcos y venecianos, 1602-1824. Por el
Capitán de navio Cesáreo Fernández Dnro, de la Real Academia de la Historia. Madrid, Est. tip.
Sucesores de Rivadeneyra, 1885; 458 págs. en 8.°
(') Comentarios del desengañado, pág. 46,
(*) ídem, pág. 52.
cíi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Lo más penoso eu los Comentarios de Estrada es que no podamos señalar el límite
euti'e el fondo de ellos, indudablemente histórico, y los innumerables episodios, á todas
luces fabulosos, con que va mezclado. Que compuso versos es cosa indiscutible, pero que
escribiese las comedias cuyos títulos menciona parece invenci(3n de su vanidad. Tampoco
debe mentir cuando habla de su asistencia á la Academia de los Ociosos en Ñapóles,
jH'esidida por el Conde de Lemus; mas acaso no tuvo en ella la intervención que preten-
de. Sus desafíos en Ñapóles y Palermo (1614 y 1623); sus amores con doña Francisca
en Milán, que le sigue vestida de hombre (1622), y con una bellísima judía en Transil-
vania, son puramente novelescos á no dudarlo.
Y descartando muchos de los hechos valerosos con que mezcla sus hechos militares,
opinamos que asistió efectivamente al Duque de Osuna en sus guerras con Venecta; á
D. Octavio de Aragón en sus expediciones á Levante y al Marqués de Santa Cruz por las
costas de Trípoli; que estuvo en la campaña de Genova contra el Duque de Saboya (1625)
y la de los treinta años (1630 á 1633), si bien necesita confirmación lo de haber hecho
al Duque de Sajonia alzar el sitio de Fraumberg con pérdida de 1.000 hombres. Muy con-
veniente sería que alguno de nuestros eruditos depurase lo que hay de cierto en los
Comentarios de Estrada, separando lo ficticio de lo histórico. Mientras esto np se haga
será imposible fundar en la autoridad de D. Diego aserto alguno, y su libro servirá úni-
camente para darnos á conocer las costumbres y estado social de España y sus dominios
en la primera mitad del siglo xvii.
XII
Si mereciese crédito la afirmación de D. Juan Bernardino Rojo, sería auténtica la
relación que publicó de los fraudes cometidos por el soldado Francisco Camacho, á quien
tuvo más adelante de criado en su casa. En dicho opúsculo, cuyo autor pretende ser
Camacho, éste expone la manera que halló para fingirse Obispo griego y Legado de Su
Santidad en España; fué la siguiente: militando en una compañía de granaderos cuando
la guerra de sucesión, encontróse en la batalla de Brihuega; ya derrotados los enemigos
salló al campo á recoger los heridos y halló tendida junto á un bari-anco una muía car-
gada con dos baúles; abriólos y vio que contenían algunos ornamentos episcopales y una
cartera con papeles; recogió todo en su morral, y llegado poco tiempo después á Fuente
la Higuera contó el caso á un hermano de su patrón, fraile que andaba por la montaña
como capitán de miqueletes. Examinó el religioso los papeles que llevaba Camacho, y
resultando ser los títulos de un Obispo griego que venía á España por Subdelegado pon-
tificio, concibió el proyecto de que nuestro soldado, una vez instruido en liturgia, fingién-
dose tal Subdelegado, explotara la buena fe del clero, dando participación de las ganan»-
cias; dicho y hecho: al año y medio, Camacho, cubierto de moradas hopalandas, recorre
las ciudades de Pamplona, Zaragoza, Cuenca, Valencia, Sevilla y otras, visitando igle-
sias, imponiendo multas, celebrando públicamente misa y agasajado de los obispos. Des-
cubierto el fraude por culpa de sus cómplices, que huyeron antes con el dinero allegado,
fué reducido á prisión en Carmena y enviado al castillo de Ceuta.
Tal es el relato que como verdadero publicó Rojo, relato inverosímil, cuento de pre-
INTRODUCCIÓN ciii
sidiario acogido por un hombre crédulo, que no poco debía serlo el Capellán Mayor de
los ejércitos de S. M. (*).
XIII
Con vanidad infantil y propia de un estudiante que al salir del colegio pondera su.s
travesui'as escribió su vida el astrólogo zamorano D. Gómez Arias, en estilo incorrecto,
pero no exento de gi-acia en ocasiones y con tono festivo, imitando el de la novela pica-
resca. El autor, hijo de D. José Arias, Comisario de Guerra en Galicia y sobrino del Car-
denal Arias, tuvo una vida agitada desde su niñez, si es cierto cuanto refiere: fué «fraile
(de los Clérigos Menores), monacillo, señor, pobre, soldado, abogado, astrólogo, médico
y casado en breve tiempo (■); habiéndoseme olvidado que, en uno de los lugares de Cas-
tilla que corrí en el tiempo de mis peregrinaciones, fui maesti'o de niños, en otro precep-
tor de Gramática, y en la ciudad de Toro astrólogo confirmado, pues viví y junté dine-
ros diciendo á todos el signo » ( '' ) .
XIY ^
Job del siglo XVIII se llamó á sí mismo D. Santiago González Mateo en un libri-
llo {*) donde cuenta las varias peripecias que corrió en su vida desordenada y poco edi-
ficante; pero dado el grosero cinismo con que se expresa, le cuadraría mejor el título de
Diógenes del siglo XVIII, y aun creo que el cínico griego fué un modelo de circunspec-
ción al lado de González Mateo. Tales ati-ocidades refiere éste, que con harto trabajo me
convencí de que el libro no era novela compuesta en odio á los frailes y á la Inquisición
por mi seudónimo; mas comprobada la existencia del autor y de los personajes á que
alude y después de una lectm-a detenida, creo que es una autobiografía, si bien la más
desvergoiizada que se ha escrito. González Mateo principia su vida asegurando que era
hijo de un fi-aile llamado Pradejón, á quien retrata como el hombre más ignorante y brutal
que puede concebirse: «Era barrigudo, cargado de espaldas, cara esopiana y en todo aná-
(') Vida y sucesos del fingido chispo griego Francisco Camacho, hijo de Francisco, natural de
Manganilla, Arzobispado de Sevilla, Soldado en la Compañía de Don Joseph Cano y Aguilar (que
Dios tenga), del Segundo Batallón de la Real Artillería, y al presente se halla en los Inválidos de dicha
Sevilla; y es graciosa, cierta y verdadera historieta, conforme él mismo refiere; si bien se duda si tiene
otro nombre en sii Patria mudado por disimulo de s'JS errores, que no se le preguntó (Publicada con la
Vida del falso Nuncio de Portugal Alonso Pérez de Saavedra, por D. Juan Bernardino Rojo, pági-
nas 65 á 125).
(2) Había nacido en el año 1712 y escribía en el de 1744.
(3) Vida y sucesos del astrólogo Don Gómez Arias, escrita por el misno Don Gómez Arias, Maes-
tro de Philosophia, Bachiller en Medicina y Profesor de Mathemúthicas y buenas Letras. Dedicada
ú la Excelentissima Señora Doña María Benita de Rozas y Drumond, Hija legitima de los Señores
Don Joseph de Rozas y Doña Francisca Drumond, &c. En Madrid, en la imprenta de Manuel Moya,
año de 1744; 44 págs. en 4."
(*) Vida trágica delJoh del siglo XVIII y XIX, D. Santiago González Mateo, Presbítero y Bene-
ficiado de la Villa de Laguardia. Año de M.DCCCIX. Ms. en 8." de 204 págs. más 7 hojas al prin-
cipio y 4 al íinal sin numeración
Perteneció al Sr. Asenjo Barbieri y hoy se conserva en la Biblioteca Nacional.
civ autobiografías y memorias
logo con mi triste figura » . Y para demostrar cuáu obtusa era la inteligencia de este sátiro
monacal, refiere la siguiente anécdota:
«Sucedió, echando Pradejón una lección de difuntos en el coro, que por pronunciar
¿quare de vulva ediixisti me? dijo: ¿qnare de burra eduxisti me? á cuya expresión sol-
taron la risa todos los Padres, conociendo su carácter, y el Guardian dijo: Sí, Padres, de
burra debía haber nacido ese bestia, solo racional i)or ¡)rivilegio)> (*).
González Mateo hace alarde de su ascendencia, que supone judaica, fundado sola-
mente en que los apellidos en z son de origen israelita; y no contento con arrojar sobre
su familia este borrón, que por tal era tenido en la centuria pasada el parentesco hebraico,
traza un burlesco retrato de su padre putativo D. Ramón González, el cual supone ami-
císimo de frailes, siempre compartiendo con ellos su fortuna y codicioso de pertenecer á
cuantas hermandades había; pocas veces un hijo habrá hecho real aquella frase de Hora-
cio: minxerit in ¡Jcitrios ciñeres, como González Mateo hablando de su padre:
«Nació mi padre D. Ramón (padre digo según la común opinión y porque pagó el
real del baptizo) en la villa de La Puebla, provincia de Álava, correspondiendo su edu-
cación á los buenos sentimientos é ilustración de mis abuelos; estudió Gramática y Filo-
sofía, que es á lo más que suele llegar la instrucción de los mayorazgos en la Rioja; pero
llegando á ser suijuris, comenzó á degenerar en toda especie de preocupaciones, siendo
la dominante la ridiculez en el extraño y raro modo de vestir, el cual nadie puede ima-
ginar sin verlo; porque unas veces parece capuchino, con su gabán pardo á la romana;
otras parece molinero, con sombrero blanco y chupa de San Antonio; hoy clérigo muy
reverendo con redecilla valenciana, corbatín y ropón negros; mañana monja, con montera
dorada y aletas de terciopelo que le cubren toda la cara, asomando en punta otra aleta
hacia la frente en figura de toca monial; otro dia representa un cartujo, figurando capilla
perfecta con el forro del alzacuello de dicho gabán, que volviéndolo al revés le sirve de
gorra; ya gracioso de teatro con casaca antigua, descolgando unas largas vueltas de las
bocamangas á usanza de los agustinos» (^).
Lindezas semejantes escribe D, Santiago de su tío Fray Diego González, quien si bien
nada tenía de escritor elegante y sus obras sólo sirven ya para llenar espacio en las biblio-
tecas, no era tan despreciable como suponía su sobrino, cuyas caricaturas abundan en
rasgos que parecen escritos por la pluma de Yoltaire:
«Mío tio Fr. Diego y hermano de mi abuelo, fraile francisco en la provincia de Bur-
gos, fué eterno esci-itor de Moral, Filosofía, Teología escolástica, defensa de la Venerable
Madre María Jesús de Agreda y otros asuntos abstractos, que hoy solo se hallan en con-
ventos de su Religión, oficinas de boticarios y tiendas de especiería; por sus abultados
escritos ha sido preconizado hombre verdaderamente docto, y principalmente por la admi-
ración con que se expresó el Pontífice Benedicto XI Y, diciendo por sus escritos: ¿quis
est hic qui tanta et tam barbare loquitur?^ (■').
(>) Página 15.
(') Páginas 4 y 5.
(3) Páginas 14 y 15.
Hemos visto de Fray Diego González Mateo las siguientes obras:
Apodixis Agredatuí pro Mystica Chñtate Dei technas de.tegens Eusebianas. Matriti, MDCOLl; folio,
Bellum theologicum adversus diabólicas violentias circa externa de re prava et turpia. Pompe-
lone, MDCCXLV; folio.
INTRODUCCIÓN cv
D. Santiago González Mateo había nacido en la Puebla de la Barca (Álava) á 9 de
abril de 1765. Tuvo un hermano llamado Judas Tadeo (' ) , abogado y catedrático de leyes
en Osma. Su vida fué poco accidentada y las aventuras de ella se reducen á travesuras
de chico mal criado y á su viaje á Barcelona, desde donde quería ir á Roma para que le
ordenasen de presbítero; ya hecho sacerdote y nombrado beneficiado en Laguardia, fué
procesado por el Santo Oficio hacia el año 1799. La relación de su causa no deja de
ser interesante por trazar un cuadro exacto de cómo funcionaba la Inquisición á últimos
del siglo XVIII. Habiendo afirmado ciertas proposiciones malsonantes y escandalosas,
denunciólo su mismo padre, y hallándose en Laguardia fué sorprendido por dos familia-
res del Santo Oficio; lleváronlo á Logroño atado con una soga y entró en la cárcel; dos
días después comparecía ante los jueces:
«Fui presentado en una sala donde estaba sentado un Inquisidor calvo y melancólico
bajo im magnífico solio, y el Secretario al lado de una mesa sobre la cual habia un Cristo,
el que tomado por el Inquisidor, hallándome yo en un banquillo despreciable á usanza
de los zapateros de viejo, me mandó jurar en la llaga del costado de decir verdad».
Veintiún días se pasaron en las declaraciones de los testigos, cuyo contenido no se
manifestaba al procesado; en vista de ellas el Fiscal pidió que se diese tormento al reo,
mas no se llevó á cabo; el Prior del Carmen y el P. Malo, franciscano, calificadores de
la causa, opinaron que debía abjurar de levi y así fué acordado por el tribunal:
«Me presentó el alcaide en una sala la mas obstentosa y patética; toda ella estaba
entapizada con terciopelo; al frente de la entrada habia un magnífico solio con su dosel,
con tres sillas para los tres inquisidores; á la mauo izquierda aparecía otro dosel de menos
obstentacion para el Inquisidor nato, que lo fue el Provisor á nombre del Obispo; el Secre-
tario estaba arrimado á una grande mesa en la que habia un Cristo con dos velas, un misal
y una vara; todos los que tenían empleo en la Inquisición estaban sentados en la circun-
ferencia arrimados á las paredes; veinticuatro sacerdotes ( los catorce seculares y los diez
regulares) formaban en medio de la sala dos filas, y en medio, como presidiendo, me
mandaron sentar en un banquillo despreciable, con sotana sin cuello, en hábito peni-
tente».
«Concluida la causa se siguió la publicación de la sentencia, reducida á destinarme
por tres años al Colegio apostólico de misioneros franciscos de la ciudad de Olite en Nava-
rra, y cinco años desterrado catorce leguas de Madrid, sitios Reales, Logroño, Laguardia
y mi lugar La Puebla de la Barca. En el Colegio se me intimó hiciese confesión general,
ocupando en ella un mes; que siguiese todos los actos de comunidad; que ayunase todos
Mística Civitas Dei vindicata ab observationibus R. D. Eusebii Arnort. Matriti, 1747.
Otra edición de esta obra se imprimió en Augusta Vindelicorum (Augsburgo), año 1748.
En el Archivo Histórico Nacional, Papeles de la Cámara de Castilla, Matricula de impresiones,
hemos visto el expediente original incoado por Fr. Diego González Mateo, «religioso franciscano con-
ventual en Logroño», para que se le permitiese dar a luz dos tomos de Teología escolástica sobre el
libro tercero de las Sentencias. Hállase en el legajo del año 1762, n." 16,
(') D. Tadeo González Mateo publicó el siguiente folleto:
Reflexiones de un patriota a la plebe de Madrid con motivo de los arrastrados y demás ocurrido la
tarde del dia 14 del que rige. Firmado en Madrid á 16 de octubre de 1808. Impr. s. 1. n. a., 16 págs.
en 8.»
Censura la muerte que el populacho de Madrid dio á dos tenidos por afrancesados y aconseja la
mayor prudencia en aquellas circunstancias.
cvi autobiografías y memorias
los viernes del año y que leyese media hora en la Ouia de pecadores de Fr. Luis de
Granada» (').
Cuando más adelante los franceses entraron en Logroño huyeron los inquisidores y
sus procesos rodaron por las tiendas de comestibles, pues fué saqueado el archivo del
Santo Oficio; D, Santiago halló por casualidad los documentos de su causa y pudo ente-
]-arse de las declaraciones, desconocidas por él hasta entonces,
D. Santiago acabó por afiliarse á José I, demostrando que quien había sido mal hijo
y poco recomendable sacerdote debía ser también mal patriota.
XV
Bastante raro es ya un librillo en que el fingido arzobispo de Toledo Francisco Mayo-
ral consignó sus embustes y trapacerías (^).
Sargento primero en el regimiento de Ciudad Eodrigo, del cual ora comandante el
teniente coronel D, Pedro Quintanilla, cayó prisionero de los invasores en dicha plaza a
10 de julio del año 1810. Conducido á Francia después de un conato de evasión, viendo
que los ñ-ailes eran mejor tratados, hallándose en Bayona se fingió religioso francisco.
Luego en Cahors estafa á una comunidad de religiosas comprometiéndose á compo-
nerles el órgano, aunque nunca había desarmado semejante insti'umento; el órgano quedó
en peor estado y nuestro sargento con 300 francos en el bolsillo. Prosiguiendo sus aventu-
ras picarescas, á guisa de otro Gran tacaTio^ marcha á Brives la Gaillarde, y allí, en oca-
sión de tocar el piano, conoce á la señorita Mavil... hija bastarda del obispo de Limoges y
protectora en lo sucesivo del audaz soldado, quien ingeniosamente le hace creer que era.
nada menos que el Cardenal de Borbón, Arzobispo de Toledo. Las relaciones entre Mayoral
y la señorita Mavil... llegaron á ser íntimas y el supuesto mitrado halló una mina á su
disposición. Trasladado á Sedán representa con el mayor descaro su peligroso papel;
obsequiado por las religiosas y hasta por el mismo Prefecto, so ve en el compromiso de
celebrar misa pontifical y lo elude fingiendo en la iglesia un desmayo. Convencidos los
franceses más adelante, por las declaraciones del capitán Palafox, de que el tal Arzobispo
no era sino un truhán desvergonzado, va á Tolosa y se hospeda en casa de la Baronesa de
Cambr... que tenía una bellísima hija, de la cual quedó prendado Mayoral, quien entonces
(») Táginas 154 y 156.
('■^j Historia verdadera del sargento Francisco Mayoral, natural de Salamanca, fingido Cardenal
de Borhon en Francia. Escrita por él mismo y dada á luz por D. J. V. Zaragoza, Impr. de R. Gallifa,
año 1844; 1 vol. en 8." menor, de X-176 págs.
En la Advertencia preliminar afirma el editor que había procurado seguir en cuanto le fué posi-
ble el manuscrito original. «Oomo no me he propuesto formar una novela, sino dar á luz lo escrito
por el mismo interesado, no se encontrarán en esta iiistoria bellezas de imaginación. He adoptado un
estilo llano para que se aparte menos del original, que he seguido en un todo, excepto en algunas
cláusulas y expresiones pesadas ó mal sonantes. El orden de materias, los pensamientos, los heclios
con todas sus circunstancia» y uní gran parte de los períodos y palabras de la composición, es todo
del original de nuestro Sargento)).
Del sitio de Ciudad Rodrigo trata D. José Gómez de Arteche en su Guerra de la Independencia,
Historia militar de España de 1803 á 1814, tomo VIH, cap. IV.
La fecha de la rendición es la misma que da Mayoral,
INTRODUCCIÓN cvii
hacía en secreto el papel de Obispo. «Yo había, dice éste, salido maestro en el arte de
amar místicamente, y supe conducirme tan bien, que la señorita dio muestras de estar
místico-prendada de mí hasta el punto de desear venir una temporada á España conmigo,
si su madre le diera licencia» (').
La influencia de Mayoral en casa de la Baronesa aumenta con virtiendo á ésta al Cato-
licismo, religión que ya profesaba la hija, cuya familiaridad con el soldado-obispo iba en
aumento: « Nos declaramos mutuamente que el uno no se hallaba bien sino en compañía
del oti'o. Hubo suspiros y desmayos y una verdadera declai ación de amor» (^). Después
de este idilio, que acabó con el rapto de la baronesita, Mayoral tornó á España acabada
ya la guerra con Francia y comenzaron sus desdichas; preso en la cindadela de Barce-
lona falleció al cabo de pocos meses, dejando escrita la relación de los sucesos mencio-
nados, unos versos que intitulaba Reflexiones y un drama cuyo asunto eran las peripe-
cias de su vida en Francia (^).
(1) Página 159.
{V Página 166.
(3) También es digna de mención esta autobiografía:
Inforivnios qve Alonso Ramírez^ natvral de la chidad de S. Juan de Pverto Rico padeció, asii en
poder de Ingleses Piratas que lo apresaron en las Islas riúlipinas como naverjando por si solo, y sin
deri'ota, hasta varar en la Costa de lueatan: Consiguiendo por este medio dar vuelta al mundo. Descri-
velos D. Carlos de Siguenza y Gongora, Cosmographo , y Cathedratico de Mafhematicas del Rey N.
Señor en la Academia Mexicana. Con licencia en México, por los Herederos de la Viuda de Bernardo
Calderón, en la calle de San Agustín. Año 1690. En 8.°
Infortunios de Alonso Ramirez. Descrihelos D. Carlos de Siguenza y Gongora. Relación de la
América Septentrional por el P. Luis Ilennepin. Madrid, Impr. de la Viuda de Gabriel Pedraza, 1902;
en 8.0
La autobiografía de Alonso Ramírez, y que parece copió á la letra D. Carlos de Siguenza y
Gongora, ocupa las páginas 27 á 132.
CAPITULO VII
I. Juan del Excina. — II. Cristóbal de Villalón.
III. Francisco de Encinas. —IV. Esteban de Gtaribay. — Y. Diego Suarez.
YI. Luis de Belmonte Bermúdez. — YII. D. Cristóbal del Hoyo, Marqués
DE LA Yilla de San Andrés. — YIII. D. Diego de Torres Yillarroel. — IX. D. Leandro
Fernández de Moratín y D. Gaspar Melchor de Jove Llanos. — X. D. Antonio
Alcalá Galiano. — XI. D. Ramón de SIesonero Romanos. — XII. D. José
Zorrilla. — XIII. D. Emilio Alcalá Galiano, Conde de
Casa Yalencia. — XI Y. La novela autobiográfica.
Hastiado del mundo y de sus placeres, arrepentido de la vida poco edificante ó im-
propia del estado clerical que llevara el patriarca de nuestro arte dramático, Juan del
Encina, se dispuso á entrar en el sacerdocio y celebrar su primera misa en los Santos
Lugares. Abandonó la Ciudad Eterna, donde había obtenido aplausos con sus comedias,
especialmente con la de Plácida y Yitoriano, representada ante personas de alto rango,
pero de moralidad poco severa, y visitando la casa de Loreto se dirigió á Yenecia por
Ancona. La reina del Adriático le inspiró versos menos prosaicos que los demás de la
relación en que consignó su itinerario é impresiones del piadoso viaje ( * ) . Yeíala deca-
dente por haber cambiado el rumbo del comercio; sin embargo, aun mostraba señales de su
antigua grandeza:
No sé quién la puede saber comparar,
según el extremo que en ella se encierra,
que estáis en la mar y andáis por la tierra
y estáis en la tierra y andáis jíor la mar;
las más de las caUes se j)ueden andar
por mar y por tierra, por suelo y por agua;
de Palas es trono, de Marte gran fragua,
que bien cien galeras, y aun más, puede armar.
O Lo publicó en Roma, año 1521, con el título de Tribagia, o via sacra de Hierttsalem, por Juan
de la Encina. Así lo dice Nicolás Antonio. Fué reproducida luego varias veces. La edición más co-
nocida es la de Madrid, 1786, rotulada: Viaje y peregrinación que hizo y escribió en verso castellano el
famoso poeta Juan del Encina, en compañía del Marqués de Tarifa, en que refiere lo mas particular de
lo sucedido en su Viaje y Santos Lugares de Jerusalem. 1 vol. en 8."
La relación de D. Fadrique Enríquez se publicó con los versos de Encina en las ediciones de Lis-
boa, 1580; Sevilla, 1606, y otras.
Acercado Encina y de su viaje es notable el estudio de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, publi-
cado en su Antología de poetas líricos castellanos desdi la formación del idioma hasta nuestros días,
tomo VII, págs. I á C.
ex AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOKIAS
Allí se incorporó con el Adelantado mayor de Andalucía D. Padriqíie Enríquez de
Eibera, quien también nos legó un relato de su peregrinación en estilo tosco y desaliñado.
Juntos navegaron por el Adriático; tocaron en la isla de Rodas, j sin que á sus mentes
acudieran los poéticos recuerdos que suscitan las islas del Archipiélago, desembarcaron
en Jaffa, yendo á Jerusalén en medio de un calor sofocante. Encina, poeta ingenioso y
festivo, pero incapaz de sentir la verdadera inspiración lírica, ti'aza un cuadro pobrísimo
de la Tierra Santa; oigamos las elocuentes palabras con que el Sr. Menéudez y Pelayo
juzga la prosa rimada de Encina: «Su descripción es un puro inventario, sin ningún color
poético, en versos que apenas lo parecen, y que allá se van con la prosa rudísima de su
compañero de viaje el Marqués de Tarifa. Tres noches oró y meditó en el Santo Sepulcro
Juan del Encina, con pío y contiito corazón, pero sin que una centella de poesía bajase
á su alma. El carbón de Isaías no encendió sus labios; quizá fuera este el mayor castigo
de sus devaneos anteriores» ('). Temperamento sensual, imaginación de pocos vue-
los, ofrecía una grande analogía con el Arcipreste de Hita; ambos escribían versos
llenos de gracia y de vida cuando cantaban el amor ó las cosas que hablan á los sen-
tidos, mas tenían el corazón apergaminado y seco para sentir impresiones y afectos de un
orden puramente espiritual é idealista. Compárense si no estos versos, en que refiero
su primera misa:
Con el Marqués mesmo me comuniqué,
que un capellán suyo nos comunicó,
y aquél fue jDadrino que administró
en mi primer misa, que allá fui á decilla
al Monte Sión
con los no menos detestables en que el buen Juan Kuiz celebra el triunfo de Cristo sobre
la muerte:
sacó de las tus penas á nuestro padre Adán
a Sant Johan el Bautista con muchos patriarcas
que los tenies en las penas, en las tus malas arcas,
al cabdillo de Moysen, que tenias en tus barcas.
Sarta de desatinos que indica una incapacidad casi absoluta de elevarse á la poesía
en alas de la fe.
Encina acaba su crónica rimada en Venecia, despidiéndose del Marqués y marchando
á Eoma, ciudad donde le placía vivir, é imprimió su Viaje.
Ya que va incluido en esta colección de autobiografías y memorias el Viaje de Tur-
quía, obra de Cristóbal de Villalón, conviene demostrar la autenticidad de este libro.
Para conseguir esto haremos ver cómo indudablemente El Crótalon y el Viaje de Tur-
quía son de una misma pluma, probando después que Yillalón es autor de E¿ Crótalon.
(') Antolofjia de poetas líricos, tomo VII, págs. XX y XXI.
INTRODUCCIÓN cxi
A primera vista quizás parezca á muchos que hubiera sido mejor comparar el Viaje de
Turquía con El Escolástico, obra que pertenece á dicho escritor indiscutiblemente. No
hemos seguido este camino, porque el Viaje de Turquía ofrece mayores analogías con
El Crótalon que con El Escolástico^ lo cual nos permite probar uuesü'o cometido con
mayor suma de argumentos.
El Crótalon y el Viaje de Turquía^ ¿ son de un mismo autor? Puede afirmarse que
sí con toda certeza. Las ideas que en ambos libros se exponen son idénticas y las ten-
dencias iguales, lo cual acusa una misma paternidad. Quien escribió El Crótalon no era
en modo alguno luterano, pues jamás vierte una proposición herética, antes bien anate-
matiza los errores de los protestantes; alégrase de la derrota de éstos por Carlos V junto
al río Elba; coloca en el infierno las abnas de los reformadores y admito dogma tan pecu-
liar de la Iglesia católica como el Purgatorio. Pero si no es hereje, es imitador y dis-
cípulo de Erasmo. Tj'uena contra los abusos que motivaron la aparición del protestan-
tismo; censura dm'amente la ambición de los clérigos; describe con sin igual fi-uición las
groserías que imagina cometían éstos en sus banquetes; no se libran de sus tiros los frai-
les y las religiosas, á quienes moteja de hipócritas y gente corrompida, y pasando á las
demás clases de la sociedad, reprende vigorosamente las supersticiones á que daban fácil-
mente crédito y los vicios á que muchos se entregaban, lanzando, por último, impreca-
ciones contra «tantas maneras de santidades, fingidas romerías, bendiciones y peregrina-
ciones» (').
El mismo espíritu domina en el Viaje de Turquía. No hallamos en este libro tesis
alguna heterodoxa, pero sí las amargas invectivas que en El Crótalon se dirigen contra
todas las coiTuptelas en lo sagrado y en lo profano introducidas.
En él son acremente juzgados los peregrinos que iban á Santiago, á quienes se des-
cribe como hombres holgazanes y de malas costumbres. «No hay despensa de señor
mejor proveída que su zurrón, ni se come pan con mayor libertad en el mundo; no dejan,
como los mas son gascones y gabachos, si topan algima cosa á mal recado, ponerla en
cobro cuando entran en las casas á pedir limosna, y cuando vuelven á sus tierras no van
tan pobres que les falten seis piezas de oro » .
En el siguiente pasaje no son mejor tratados los que venían de los Santos Lugares:
« La romería de Hierusalen, salvo el meior juicio, tengo mas por incredulidad que por
santidad, porque yo tengo de fe, que Cristo fue crucificado en el Monte Calvario y fue
muerto y sepultado y todo lo demás que la Iglesa cree y confiesa; ¿pues no tengo de
pensar que el Monte Calvario es un monte cpmo otros, y la lanza como otras, y la cruz
que era entonces en uso como agora la horca, y que todo esto por sí no es nada, sino por
Cristo que padeció ? Cuanto más, que Dios sabe cuan poca paciencia llevan en el camino
y cuantas veces se arrepienten y reniegan de quien hace jamás voto que no se pueda salir
afuera; y lo mesmo siento de Santiago y las demás romerías.
» Juan. — No tenéis razón de condonar las romerías, que son santas y buenas.
» Pedro. — Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que me parece
y he visto por la luenga experiencia, pues á los que allá van no se les muestra la mitad
de lo que dicen, porque el templo de Salomón, aunque den mil escudos, no se le dejarán
ver; no faltan algunos frailes modorros que les muestran ciertas piedras con unas pintas,
O El Crótalon, canto XX.
cxii xVUTOBIOGRAFIAS Y MEMORIAS
las cuales dicen que sou de la sangre de Cristo, y ciertas piedrecillas blancas, como de
yeso, dicen que es leche de nuesti-a Señora, y oti-as cosas que no quiero al presente decir.
»E1 camino real que lleva al cielo es el mejor de todos y el más breve, que es los
diez Mandamientos de la Ley, muy bien guardados á mazo y escoplo, y esto sin caminar
ninguna legua » ( ' ) .
Con sátira no menos incisiva se censura la ambición y poca elocuencia de los cléri-
gos: «Andan pretendiendo y echando mil rogadores una infinidad de confesores, por qui-
tarle los perrochanos de lustre á Juan de voto á Dios; mas sobornos trajo el otro dia mío
para que le diesen un domingo el pulpito de la Reina, por procurar alguna entrada como
contentar, para si pudiese alcanzar á confesarla. Revolvió toda la corte hasta que lo al-
canzó, y si fuera con buen celo no era malo, mas creo que lo hacen por estas mitras, que
son muy sabroso manejar. Con su pan so lo coman, que este oti-o dia vi en un lienzo de
Flandes el infierno bien pintado, y había allí hartas mitras puestas sobre unas muertes
y algunas coronas y bastones de Reyes sobre otras; plegué á Dios que no parezca lo
vivo á lo pintado» {^).
«Tienen menester ser los pulpitos de acero, que de otra manera todos los hacen pe-
dazos á voces; parésceles que á porradas han de persuadir á la fe de Cristo» (').
Ni trata con más lenidad á los encargados de administrar justicia, cuando refiere:
«La mujer de un corregidor vi un dia, no muy lejos de Madrid, que porque estaba pre-
ñada y no se le alborotase la criatui-a, rogó á su marido que no ahorcase un hombre que
ya estaba sobre la escalera, y en el mesmo puncto le hizo quitar y soltáronle como si no
hubiera hecho pecado venial en vida» (^).
Búrlase el autor del Viaje de Turquía de la esplendidez con que se edificaba el
hospital de la Resurrección de Valladolid, por parecerle una ostentación perjudicial á
los necesitados. «El pobre, dice, que toda su vida ha vivido en ruin casa ó choza, ¿qué
necesidad tiene de palacios? Sino lo que se gasta en mármoles, que sea para manteni-
miento; que la casa sea como aquella que tenía por suya propia; mas haya esta diferen-
cia, que en la suya no tenía nada y en esta no le falta hebilleta» {^). Ni aun el Papa se
libra de sus tiros. Dice de Julio II que en vez de gastar sumas enormes en la viña que
llevaba su nombre habría sido mejor rescatar cautivos y no «haber dejado un lugar á
donde Dios sea muy ofendido en banquetear y borrachear y rufiauar » . De los Cardenales
escribe que algunos iban «disfrazados dentro de un carro triunfal á pasear damas». No
trata mejor á los «Obispos de quince en libra» (®) que abundaban en Roma, ni á los Dea-
nes y Arciprestes españoles, que solían vivir en esta ciudad « con mucho fausto de muías
y mozos y audar con una capa llana y gorra, comiendo de prestado». Dirige sus invec-
tivas contra los predicadores de nuestra patria porque desconocían el Evangelio y los
Santos Padres; «las capas de los teólogos que predican y nunca leyeron todos los Evange-
lios pluguiese á Dios que tuviera yo, que pienso que seria tan rico como el Rey* C).
(*) Viaje de Turquía, fol. 18.
(2) ídem, fol. 33.
(3) ídem, fol. 34.
(») ídem, fol. 118.
(5) ídem, fol. 17.'
{•>) ídem, fol. 90.
(7) ídem, fol. 89.
INTRODUCCIOÍÍ cxiii
El autor del Viaje de Turquía muestra el mismo odio á los clérigos (|uo el de hí
Ci'ótalou, cuando escribe: « Solo la medicina dicen que ha menester experiencia: no hay
facultad que juntamente con las letras no la tenga necesidad, y más la Teología. Plu-
guiese á Dios, por quien es, que muchos de los teólogos que andan en los pulpitos y
escuelas midiendo á palmos y á jemes la potencia de Dios, si es ñnita ó infinita, si de
poder absoluto puede hacer esto, si es ab eterno^ antes que hiciese los cielos y la tierra
donde estaba , supiesen por experiencia medir los palmos que tiene de largo el i-emo de
la galera turquesca y contar los eslabones de la cadena con que le tenían amarrado y
los azotes que en tal golfo le habían dado » ( ' ) .
¿ No es verdad que esto se parece mucho á lo que leemos en El Crótalou de los filó-
sofos que medían exactamente por pies y pulgadas la extensión de los cielos y en cam-
bio ignoraban cuántas leguas había do Valladolid á Cabezón ?
Veamos cómo satiriza las falsas reliquias y el ti'áfico que se hacía con ellas:
«Juan. — Xo nos falta reliquia que no tengamos en un cofrecito de marfil; solamente
taita pluma de las alas del ángel Saut Gabriel,
;> Pedro. — Esas, dar con ellas en el rio.
»Mata. — ¡ Las reliquias se han de echar en el rio ! Grandemente me habéis turbado;
mirad no trayais algmia punta de luterano desas tierras extrañas.
» Pedro. — No digo las reliquias, sino esas, que yo no las tengo por tales,
»Mata. — Por amor de Dios, no hablemos mas sobre esto, sino de aquellas reliquias;
los cabellos de Nuestra Señora, la leche, la espina de Cristo, las otras reliquias de los san-
tos, al rio, que dice que lo trajo 61 mismo de donde estaba.
» Pedro, — ¿Es verdad que trajo un gran pedazo del palo de la Cruz'/
»Mata. — Aun ya el palo de la Cruz, vaya; que aquello no lo tengo poi- tal, por ser
tanto que parece de encina.
>> Pedro. — ¿Qué, tan grande es?
»Mata. — -Buen pedazo; no cabe en el cofrecillo.
» Pedro. — Ese, tal garrote sei'á, pues no hay tanto en Saut Pedro de Koma y Jeru-
salen.
;>Mata. — Pues tiejra santa teníamos en una talega que bien se podrá hacer un huerto
dello» (-).
El autor del Viaje de Turqaia censura duramente la insolencia de nuestros soldados
en el extranjero; la rapacidad de nuestros capitanes, quienes eran « como los sastres, que
no es en su mano dejar de hurtar en poniéndoles la pieza de seda en las manos» ( '), y
el orgullo de nuestra raza, cuando escribe: «Entre todas las naciones del mundo, sojnos
los españoles los más malquistos de todos, y con gi-andísima razón, por la soberbia, que
en dos dias que servimos queremos luego ser amos, y si nos convidan una vez á comer,
álzamenos con la posada. Veréis en el campo del Key y en Italia unos rojíavejeruelos y
oficiales mecánicos, que se huyen por ladi'ones, con imas calzas de terciopelo y un jubón
de raso, jurando de contino, puesta la mano sobre el lado del corazón y á fe de caba-
llero» {').
(í) Viaje de Turquía, fol. 90.
("-) ídem, fol. 20.
(3) Ideiri, fol. 26.
(*) ídem, fol. 24.
AÜTOBIOaRAFÍAS V MEMOUIAS, — 8
cxiv autobiografías Y MEMORIAS
Tanto El Crótalon como ol libro citado están escritos en Yalladolid á pi-iucipios del
leinado de Felipe U y bajo seiidoaiino. Quien compuso ambas obras era doctísimo hele-
nista j entusiasta imitador de los clásicos griegos y latinos. Es más, en El Q-ótalon se
mencionan algimas aventuras minuciosamente referidas en el Viaje de Turquía. Así en
ol c-anto XIX i-ecuerda el Gallo haberse visto < en una muy triste y profunda cárcel, donde
todos los dias y noches, aherrojado en grandes prisiones, en lo obscm-o y muy hondo de
una torre, amarrado de garganta, de manos y pies, pasé en lágrimas y dolor». Refiere
también que había sufrido dos tempestades: luia en los mares de Inglaterra, oti-a en los
de Grecia. De tales episodios se habla largamente en el Vi^/je de Turquía. Además de
esto, hay en El Crótalon j-eminiscencias de los viajes que su autor había hecho por el
Oriente. Contando el Gallo á MíqíIo los sucesos de su vida, cuando antes de sei" ave fué
clérigo dice: «Por Dios que estoy bien con la costumbre que tienen los sacei'dotes de
Grecia que todos trabajan en particulares oficios, con los cuales ganan de comer para sí
y para sus hijos.
»Mi9iL0. — ¿Pues como, y casados son?
»El Gallo. — Eso es lo mejor que ellos tienen, porque de allí van mejor dispuestos
al altar que los de acá» .
Cristóbal de Yillalón publicó en el año 1558 una Grainática de la lengua castellana,
en cuyo prólogo censui-a con durísimas palabras la de Nebrija, diciendo que éste había
•dejado nuestro idioma, « según común opinión, en su prístina barbaridad » .
La misma prevención tiene contra Nebrija el autor del Viaje de Turquía, como so
ve por el pasaje siguiente:
«Pedro. — ¿Todavía se lee la Gramática del Antonio?
»JuAN. — Pues, ¿cual se habia de leer? ¿Hay otra cosa mejor en el mundo?
» Pedro. — Agora digo que no me maravillo que todos los españoles sean bárbai-os,
porque el pecado original de la barbarie que á todos nos ha tenido es esa arte.
» Juan. — No os salga otra vez de la boca, si no queréis que cuantos letrados hay os
tengan por hombre extremado y aim necio.
» Pedro. — ¿Que agravio me hará ninguno desos en tenerme por tal como él es? No
me tenga por mas i-uin, qiie lo demás yo se lo perdono. Entre tanto que estii el pobre
estudiante tres ó cuatro años decorando aquella borrachería de versos, ¿ no podrá saber
tanto latin como Cicerón? ¿No ha menester saber tanto latin como Antonio cualquiera
que entender quisiere su arte? ¿Que es la causa que para la lengua latina, que bastan
dos años, se gastan cinco años y no saben nada sino el arte de Antonio?
» Juan. — Antonio dexó muy buen arte de enseñar, y vosotros decid lo (pie quisié-
redes, y fué español y hémoslo de honrar.
» Pedro. — Ya sabemos que fué español y docto, y es muy bien (|ue t-ada uno pro-
curo de imitarle en saber como él; ¿mas si yo lo puedo hacer por otro rain i no mejor
que el que él me dejó para ello, pon/ue no lo haré?».
En vista de las razones expuestas, nos parece que se puede afirmai- rotundamente ser
el autor del Viaje de Turquía el mismo que el de El Crótalon. Que este libro haya sido
escrito por Cristóbal de Yillalón lo prueba su comparación con El Escohistico. Los dos
han sido compuestos por un distinguido helenista y amante fervoroso de la literatura clá-
sica, en la cual era versadísimo; su estilo es idéntico; hasta en las cosas más pequeñas se
ven rasgos de la misma pluma. Todos conocen aquel tan gracioso como inofensivo paso
INTRODUCCIÓN cxv
de Lope de Rueda, El Convidado; pues bien: el hecho que le sirve de argumento y que
parece histórico, es referido en El Escolástico casi con las mismas palabras que en El
Crúlaloii^ atribuyéndose la burla á un estudiante llamado Durango.
Ambas relaciones son de la misma pluma, y aunque en la primera el estudiante bur-
lado es llamado Guillen y en la segunda Jerónimo, esto mismo confií-ma nuestra opinión,
pues los dos figuran como interlocutores en la Ingeniosa comparación entre lo antiguo
y lo presente^ estando, sin duda, unidos con Villalón por vínculos de amistad.
Hay otra razón atendible en pro de nuestra tesis, y es que los dos manuscritos cono-
cidos de El Crótalon^ que pertenecieron á los Sres. Gayangos y Marqués de la Romana,
están escritos por la misma mano qne El Escolástico^ y aunque no son autógrafos, pare-
cen copias hechas bajo la dirección del autor, pues nadie sino éste se hubiera atrevido á
suprimir y cambiar párrafos enteros.
El uso del diálogo, la introducción en éste de personajes mitológicos y de animales,
la intención satírica y cierto desenfado en la expresión que vemos en el peregrino libro
de Francisco de Sosa, Endecálogo contra Antoniana Margarita, pudieran inducir á
considerar como escritos por la misma pluma El Crótalon y el Viaje de Turquía^ pero
basta un ligero estudio para destruir tal sospecha. Nada vemos en el Endecálogo de las
imitaciones é influencias erasmianas, tan frecuentes en las últimas obras; sus censuras
no son tan acres, y los recuerdos biográficos que de su autor conocemos no concuerdan
en modo alguno con los contenidos en El Crótalon y el Viaje de Turquía (').
Una sospecha pudiera ocurrir, y es la de que el Viaje de Turquía fuera tan sólo una
especie de novela dialogada, sin fundamento alguno en la realidad. A esto se opone lo
que su autor expone en la dedicatoria: «Al muy alto y muy poderoso, católico y cristia-
nísimo señor don Felipe, Rey de España, Ingalaterra y Ñapóles» :
«He querido pintar al vivo en este comentario, á manera de diálogo, á Vuestra Majes-
tad, el poder, vida, origen y costumbres de su enemigo, y la vida que los tristes cautivos
pasan, para que conforme á ello siga su buen propósito. Para lo cual ninguna cosa me
ha dado tanto ánimo como ver que muchos han tomado el trabajo de escribirlo, y son
como los pintores que pintan á los ángeles con plumas, y á Dios Padre con barba larga,
y á San Miguel con arnés á la marquesota, y al diablo con pies de cabra, no dando á su
escriptura más autoridad del diz que y que oyeron decir á uno que venia de allá. Y
como hablan de oidas las cosas dignas de consideración, unas se les pasan por alto, otras
dejan como casos reservados al Papa Dos años enteros, después de las prisiones, estuve
en Constantinopla, en los cuales entraba, como es costumbre de los médicos, en todas las
partes donde á ninguno otro es lícito entrar, y con saber las lenguas todas que en aque-
llas partes se hablan y ser mi habitación en las cámaras de los mayores príncipes de
aquella tierra, ninguna cosa se me ascoudia de cuanto pasaba» (').
Además de esto, el profundo conocimiento que Cristóbal de Villalón muestra de la
lengua y literatura turcas, cosa que no era fácil aprender en España durante el siglo xví,
O Endecálogo ronlra, \ Anloniana Marf/artta en el qual se | tratan muchas y muy delica | da»
razones y autoridades: \ con que se pi'ueua que los \ hYutos sienten y por si \ se mueuen. Traíanse \ ansí
mismo algunas \ sabrosas kisto \ rias dignas \ de ser ley \ das | Dirigido al muy magni \fico cuuallero
Diego I de Ribera. \ Con licencia impresso \ En Medina del Campo, por \ Mutheo del Canto. |
Año 1556. (8.", letra g(')t., 50 liojas sin foliar.)
(J) yi'ije de Turquía.^ folios 1 y 2.
cxvi aütobioghafías y memorias
y la exacta descripción de las costumbres del Oriente, tanto musulmán como cristiano,
nos persuaden de la veracidad de tan peregrino libro. No pretendemos, sin embargo, afir-
mar con esto que sea cierto cuanto en 61 se refiere; quizá el amor propio del autor le lle-
vara á exagerar algo sus aventuras, poro, en general, debe ser considerado como una auto-
biografía digna de crédito.
Es muy probable que naciera Cristóbal de Villalón en el pueblo de su nombre ó en
el de Valbuena del Duero, á principios del siglo xvi, y no en Valladolid, como algunos
creen. Apoyamos tal aserción en que ól mismo nos dice que su madre vivía diez leguas
de Valladolid, distancia que separa la antigua capital del reino de las villas menciona-
das, y además, en lo frecuentes que eran dm'ante el siglo xvi los apellidos patronímicos.
Parece que era de familia humilde; su madre ejercía el oficio de partera; de su padre nada
sabemos; tuvo cuatro hermanos.
No cabe duda alguna de que estudió en la Universidad de Alcalá, pues cuenta en el
Viaje de Turquía que, disputando con un módico judío, dijo «ciertos versos griegos que
en Alcalá había deprendido de Homero» . Hace también mención en otro lugar de sus
excursiones á los pueblos inmediatos de la antigua Cómpluto. «¿No os acordáis — pre-
gunta á sus interlocutores - cuando fuimos á Santorcaz á holgamos con el cura?» Allí
se entregó con entusiasmo y sin igual vocación al estudio de los clásicos, y principal-
mente de los griegos; de la lengua de éstos adquirió no vulgares conocimientos, que luego
completó en sus viajes por el Oriente.
Su carácter mordaz y satírico, desprovisto por completo de preocupaciones y algo
licencioso, se debía manifestar en la conversación y vida, como después en sus escritos.
En el Viaje de Turquía le dice uno de sus antiguos camaradas: «Venís tan trocado,
que dubdo si sois vos; dos horas y más ha que estamos parlando, y no se os ha soltado una
palabra de las que solíais, sino todo sentencias llenas de filosofía y religión y temor de
Dios» ; á lo cual replica Cristóbal de Villalón: «Parescióme que valía más la enmienda
tarde que nunca, y esa fue la causa por que me determiné á dejar la ociosa y mala vida,
de la cual Dios me ha castigado con un tan grande azote» (').
Más adelante escribe: «Me quieren todos mal, porque digo las verdades; estamos en
una era que en diciendo uno una cosa bien dicha ó una verdad, luego le dicen que es
satírico, que os maldiciente, que es mal cristiano; si dice que quiere más oir una misa
rezada que cantada, por no parlar en la iglesia, todo el mundo á uua voz le tiene por
hereje que deja de ir el domingo sobre sus finados á oir la misa mayor y tomar la paz y el
pan bendito» (-).
Puedo afirmarse con bastante probabilidad que no fue militar, pues en el Viaje de
Turquía, donde tantos pormenores de su vida consigna, no se halla el menor recuerdo
de tal profesión; tampoco fue clérigo, aunque tenía el grado de licenciado en Teología (^).
Consta que residió en Salamanca, pues él mismo escribe:
C) Viaje de Turquía, fol. 19.
(») ídem, fol. 90.
(') Sólo en un pasaje parece indicar que había ejercido la milicia. Hablando de la rapacidad de
loa capitanes escribe: aYo os lo diré, como quien ha pasado por ello: cada capitán tiene de tener tan-
tos soldados, y para tantos se le da la paga; pongamos por caso trescientos; él tiene doscientos, y
para el dia de la reseña busca ciento de otras compañías ó de los oficiales del pueblo, y dales el quinto
como al Rey y tómales lo deniáso. Viaje de Turquía, fol. 26.
INTRODUCCIÓN" cxvii
«En el año del Señor de mil y quinientos y veinticinco yo me hallé en esta bien-
aventurada Universidad, trabajando en mi estudio por coger della aquel ft'uto qae suele
disti'ibuir» (').
Allí, como deducimos de El Escolústico, dedicóse á la enseñanza, acaso en el Cole-
gio Trilingüe, y conoció á Hernán Pérez de Oliva y otros varones distinguidos por su
saber y posición social, á los cuales introduce como interlocutores en la obra mencionada.
íTo es fácil concretar el tiempo que vivió en la Atenas española, pero debió ser enti-e los
años 1525 á 1538, pues ya en 1539 residía en Valladolid; así consta de la Ingeniosa
comparación entre lo antir/KO ij lo presente.
En la dedicatoria del Tratado de cambios se reconoce antiguo servidor y criado de
D. Francisco de Navarra, elegido Rector de la Universidad salmantina en el año 1528 (');
en la Ingeniosa comparación declara haber sido familiar de D. Alonso de Virués, Obispo
de Cananas.
Que viajó bastante por Italia, lo dice él mismo en varios lugares del Viaje de Tur-
quía; es probable que acompañase á D. Francisco de Bobadilla, Gobernador de Sena,
Maesti'escuela que fué de la Iglesia Catedral de Salamanca en el año 1528. El hecho es
que antes del año 1553 había estado en Palermo, Trápani, Ñapóles, isla de Capri, Milán,
Roma, Yenecia, Lyón y París (^). De la isla de Capri escribe lo siguiente:
«Tres leguas de Ñapóles hay una isla pequeña que se dice Capri, y el Obispo della
no tiene de otra cosa quinientos escudos de renta, sino del diezmo de las codornices que
se toman al ir y al venir, y no solamente he estado yo allí, pero que las he cazado, y el
Obispo mesmo es mi amigo > (*),
También asogm-a que habia visto en Pozuoli la cueva de la Sibila Cumana, el monte
Miseno y la laguna Estigia. En otro lugar dice que había «andado la tercera parte del
mundo» (''). Parece que después estuvo algún tiempo en Flandes; de este país hallamos
en El Crótalon no pocas reminiscencias C).
Ai'día la guerra enti-e el Emperador Carlos Y y los protestantes de Alemania, auxi-
liados por el Rey de Francia. Este, que no omitía medio alguno de alcanzar la victoria,
(') El Escolástico, lib. I, cap. II.
(2) Descendía D. Francisco do Navarra, al decir de Gil González Dávila, de los reyes de aquella
nación. Fué discípulo del célebre Martín Navarro Azpilcueta, á quien dio una canonjía en Ronces-
valles; gracias á él, éste explicó en la Universidad de Salamanca y entró más adelante al servicio de
los Reyes de Portugal. Azpilcueta le dedicó su libro de Penitencia, D. P'rancisco de Navarra fué nom-
brado Obispo de Ciudad Rodrigo hacia el año 1540, y de Badajoz en 1555, Hallóse en el Concilio de
Trente, sesiones 5.", 6.% 8.* y 9.* En el año 1556, Felipe II le propuso para la Sede metropolitana de
Valencia, donde sucedió á Santo Tomás de Villanueva. Murió á IG de abril de 1563, en Torrente,
pueblo de su diócesis. Gams (Series episcoporum ) dice que fué Obispo de Ciudad Rodrigo desde
1546 á 1556. Cnf. D. Francisco de Navarra, por D. M. Arigita y Lasa. Pamplona, 1899. En 4."
(3) Viaje de Turquia, folios 02 y 137.
(«) ídem, fol. 85.
Era Obispo entonces de Capri I). Alonso Cabrera, quien gobernó la Iglesia de aquella isla desde
el año 1551 á 1555. En su tiempo unióse á este obispado la isla Dragonaria.
(3) Ídem, folios 91 y 124.
(5) Hizo un viaje á Inglaterra en fecha que ignoramos, y durante el cual sufrió una formidable
tempestad; dos veces habla en El Crótalon de ésta y de otra que padeció en los mares de Grecia; la
verdad de la segunda se halla probada por el Viaje de Turquía; el modo con que habla de la primera
indica manifiestamente que se trata de un hecho real.
cxvili autobiografías Y MEMORIAS
siquiera fuese una alianza con los infieles, envió un Embajador á Solimán II, ofreciendo
poner 20.000 hombres en Ñapóles si le auxiliaba con la escuadra que mandaba Sinán
Bajá ('), el conquistador de Trípoli. Accedió á ello el turco, y ordenó á su almirante que
con 106 g-aleras partiera de Gallípoli y abriese los pliegos que llevaba al pasar por la
Morea. A principios del año 1552 desembarcó en Ríjoles y lo incendió; llegó después á
Ñapóles, mas no se ati'evió á saltar en tierra. Supo entonces que Andrea Doria, quien
había ido á Genova desde Málaga conduciendo algunas ti-opas, se dirigía á Ñapóles,
llevando 2.000 soldados tudescos que guarnecieran esta ciudad, y se apostó con 150 velas
en las islas de Ponza, á fin de sorprender la armada cristiana, que constaba solamente
de 39 galeras. Siguió en esto los consejos del corsario Dragut, quien asegm-aba que habían
de pasar por allí, sin duda alguna, las naves de Andrea Doria, Sospechando éste los pro-
pósitos de Sinán juntó en consejo á D. Juan de Mendoza, que mandaba las galeras espa-
ñolas, y á Marcos Ceutui-ióu, resolviendo los tres unánimemente no aproximarse á las
islas de Ponza. Fuera culpa ó descuido de los pilotos, el hecho es que la noche del 4 de
agosto llegaron cerca de ellas, y como había luna fueron vistos por los turcos, que salie-
rijn á su encuenti'o. Viendo Andrea Doria la inferioridad de sus fuerzas, dispuso reti-
rarse en buen orden; mas yendo los enemigos á su alcance, apresaron aquella noche dos
galeras y á la mañana siguiente otras cinco (■). Al decir de Cristóbal de Villalón, se
hubieran salvado todas las naves cristianas á no ser por la cobardía do los capitanes, quie-
nes no se atrevían á castigar la chusma para que remase con fuerza, temerosos de la ven-
ganza de sus contrarios si caían en sus manos, por componerse aquélla casi exclusiva-
mente de cautivos moros y turcos ( ') . Entonces comenzaron sus trabajos y aventuras en
Turquía, que omitimos por ir en este volumen la relación de todas ellas.
(1) Varios bajas de este nombre liubo en Turquía durante el siglo xvi y comienzos del xvu.
Algunos escritores hablan de ellos sin distinguirlos, por lo cual incurren en bastantes inexactitudes
al atribuir los heclios de uno á otro. El Sinán de que nos ocupamos es, á nuestro juicio, el mismo
que en el año 1514 estuvo con Selim I en la guerra contra el Egipto, y en el de 1515 conquistó la
Aladulia, provincia situada en las fronteras de Persia, y distinto del que se apoderó de la Goleta
en 1574 y murió el año 159G. Otro Sinán Bajá hubo á principios del siglo xvii: era Bey en Chipre,
y fué derrotado y hecho prisionero por D. Octavio de Aragón en 1G13.
Cf. Unistoire de la decadence de VEmpire Grec et etablissement de celiiy des Tures par Chal-
condyle Athenien. Avec la continuation de la mesme histoire depuis la ruine du Peloponese jusqua Van
MDCXII. Parts, Chez Sebashen Cranoisy, MDOXIII; 2 vols. en fol.
El segundo contiene además Íes annales des Sultans ou grands Seigneurs des Tures. Traduitcs
de la versión latine de Jean Leunclavius.
Acerca de Sinán Bajá Cicala se ha publicado recientemente un notable estudio en La Civiltá
Cattolica, con el título de Clemente VIII e Sinaii Bassii Cicala, seeondo documenti inediii.
(2) Carlos Sigonio, Vida de Andrea Doria. Panzano Ibáñez, Anales de Aragón desde 1540 á 15S8,
página 437. Vicente Roca, Hystoria en la qual se trata de la origen y guerras que han tenido los
Turcos desde su comiendo hasta nuestros tiempos, fols. CXX y siguientes. Gonzalo de Illescas, Historia
pontifical, lib. VI, pág. 299. Lo que éstos escriben está en armonía con lo que se refiere en el Viaje
de Turquía acerca de este suceso.
(') Lo mismo afirma Carlos Sigonio en la obra citada cuando dice: « I Turchi dalla meza notte
sino alie dicesette hore del seguente giorno habendo seguitato gagliardamente la caccia pigliarono
alia fine sette galere Christiane, le quali per non babero bone ciusme non si erano valute molto del
remo». Las galeras apresadas fueron la Marquesa, y la Btirhara, de Ñapóles ; la Leona, de Ñapóles;
la Leona, de Antonio Doria; la Perra., la Doria, la Esperanza y la Burlara, de España; ésta luchó
con otra de Dragut, pero al fin hubo de rendirse.
INTRODUCCIÓIí cxix
Pocas noticias tenemos de Villalón después do las aveutm*as que cuenta en su libio.
Parece que se dedicó á la enseñanza de Humanidades y residió bastante tiempo en Valla-
dolid. Aquí es donde compuso El Ciótalon^ el Viaje de Turquía y el Libro de las tram-
fbrmaciones. En la dedicatoria de su Gramática castellana dice que vivía en mía aldea
cuando escribió tal libro, publicado en el año 1558; debió retirarse á algún pueblo inme-
diato á la Corte para descansar de las fatigas pasadas. Ignoramos la fecha de su muerte.
Una vez que Cervantes fué rescatado por los Padres Trinitarios en el año 1580, creyó
oportuno hacer una información auténtica de su buena conducta como español y como
católico, para sincerarse de las calumnias contra él lanzadas por el traidor Blanco de
Paz. Enü-e los testigos que declararon ñgura Cristóbal de Villalón, natural de Valbueua.
¿Era éste el mismo de quien nos hemos ocupado, cautivo de nuevo en poder délos musul-
manes ? Cosa es que no podemos afínnar ni negar sin pruebas indiscutibles. Por un lado
tenemos la identidad de nombre y apellido; á niiis, el ser del mismo país, pues ni Val-
buena del Duero ni Valbuena de Pisuerga distan mucho de Valladolid; pero hay el incon-
veniente de que el Villalón compañero de Cervantes tenía en el año 1580 cuarenta y
cinco de edad, y el autor de El Escolástico debía contar á lo menos sesenta, una vez que
ya en 1536 había publicado, siendo bachiller, la Tragedia de Mirrha. ¿Habrá un error
de edad, cosa que era frecuente con tales informaciones, y ambos sei'án el mismo ? Si esto
sucediera, se explicarían fácilmente las relaciones que hay enü-e El Crútalon y el Colo-
ijüio de los perros Gipióii ij Berganxa, pues Villalón pudo leer ó dar idea á Cervantes
de aquel libro. Dejemos la cuestión indecisa, esperando que nuevos documentos la ilu-
minen (').
(') A la generosidad de mi sabio amigo D. Cristóbal Pére/5 Pastor debo los siguientes documen-
tos relativos á un Cristóbal de Villalón que á mi juicio es distinto del escritor, no obstante qie vivió
por el mismo tiempo y fué también vallisoletano.
Curaduría de Rafaela de Cárdenas, hija de Cristóbal de Villalón:
«Muy magnifico señor: Rafaela de Cárdenas, hija legítima de Cristóbal de Villalón e de Catalina
de Cárdenas, su legitima muger, defuntos, digo que entre otros hijos y herederos que quedaron de
los dichos mis padres, yo quedé por tal su hija y heredera y menor de veinte é cinco años y hasta
agora no he sido provehida de tutor ni curador para poder cobrar e administrar mi persona e bienes
después de su fin y muerte; a mi noticia es venido que Luis de Villalón mi hermano defunto es muerto
ab intestato sin ser sujeto a religión ni matrimonio e sin dejar otros hijos ni herederos legítimos
ascendientes ni descendientes sino á mi y á los demás mis hermanos, é á mi como á uno dellos me
pertenece la parte de la herencia del dicho Luis de Villalón mi hermano, e para la poder cobrar e
acebtar ó repudiar e hacer en ello lo que mas á mi derecho conviene tengo necesidad de me proveer
de tutor y curador de mi persona e bienes por ser menor de veinte e cinco años, e yo quiero e señalo
e nombro por tal mi tutor e curador á Antonio de Villalón mi hermano que al presente está en la
villa de Madrid, ausente; pido y suplico, etc., á v. m. mande dar su carta requisitoria... dirigida á
la Justicia de Madrid...»
(En 17 de octubre de 1562 el Licenciado Merchante dio la dicha requisitoria, y en 11 de diciem-
bre del mismo año el Doctor Gago de Castro, teniente de corregidor de la villa de Madrid, pidió
juramento á dicho Antonio de Villalón; éste lo dio, y al día ¡siguiente lo repitió ante el escribano,
aceptando la dicha curaduría y obligándose á cumplir fielmente el oficio de curador.)
Probanza de Antonio de Villalón y sus hermanas en un pleito con los herederos de Rodrigo de
Salcedo:
ftCédula de S. M. el Rey D, Felipe. — Sepades que pleito esta pendiente en la nuestra Corte e
Chancillería que está y reside en la villa de Valladolid, ante el Licenciado Alvar García de Toledo,
nuestro alcalde en ella, sobre razón que por parte de los herederos de Rodrigo de Salcedo del Rio,
cxx autobiografías Y MEMORIAS
Los datos (j[uo aquí publicamos no coustituyen una biogi-afía completa, pero son sufi-
cientes para formai- una idea precisa del carácter de Cristóbal de Villalón y de su evolu-
ción como escritor. Distinguido helenista desde su juventud, amplía sus no vulgares cono-
vecino que fué de la ciudad de Soria, se pidió execucion en las personas e bienes de Hernán Nuñez
de Artiaga e Luis de Villalón, mercaderos andantes en corte, e en qualquiera dellos, por quantia
de ciento y setenta y tantos mili maravedises y les hizo la dicha execucion en ciertos bienes de los
susodichos; a el dicho pleito se opusieron Casal de la Vega y Antón de Villalón y sus hermanos como
sus acrehedores y terceros opositores al dicho pleito, y sobre las otras causas y razones en el proceso
del dicho pleito contenidas, el qual por las dichas partes fue concluso y por el dicho nuestro alcalde
rescebido á prueba con plazo e termino de treinta dias primeros siguientes que corren y se quentan
desde ocho dias del mes de Mayo del año de la data desta nuestra carta, e agora paresció ante el dicho
nuestro alcalde la parte de! dicho Antonio de Villalón y hermanos».
interrogatorio de los testigos:
«Primeramente serán preguntados si conocen á las dichas partes y si conoscieron á Cristóbal de
^ ¡Halón e Catalina de Cárdenas, su muger, def unctos, e si tienen noticias del suelo e casas que fue-
ron del dicho Cristóbal de Villalón e de Baltasar de Villalón, que son en la Trapería desta villa, que
se quemaron, que lindan con casas de Cristóbal de Palacios, mercader, e con casas de Alonso de Ver-
desoto e de Pedro Hernández de Portillo e por detras el rio de £sgueva e por delante la calle publica,
e si conocieron á Luis de Villalón, difunto.
«ítem si saben que los dichos Cristóbal de Villalón e Baltasar de Villalón compraron las dichas
casas contenidas en la primera pregunta ambos á dos del bachiller Luis Salcedo e de otros cuyas pri-
mero fueron, por cierta quantia de maravedís que por ellas les dieron e pagaron puede haber veinte
e cinco añop, poco mas o menos, según que paresce por esta scriptura de venta que de las dichas casas
les hicieron signada de Domingo de Santa Maria, escribano que fué del número de esta villa, que
está presentada, que pido sea mostrada á los testigos.
Dltem si saben que por virtud de la dicha venta los dichos Cristóbal e Baltasar de Villalón tubie-
ron e poseyeron las dichas casas viviéndolas e morandolas cada uno dellos e sus mugeres e hijos,
gozándolas e aprovechándose dellas como cosa suya propia hasta que fallecieron, y quando el dicho
Cristóbal de Villalón fálleselo dexó la dicha mitad de casas como cosa suya propria entre otros bienes
á los dichos Antonio de Villalón e Francisca e Rafaela e Maria e Luisa de Cárdenas, sus hijos legíti-
mos y herederos.
J)ltem si saben que el dicho Cristóbal de Villalón fue casado e velado según lo manda la santa
madre iglesia con la dicha Catalina de Cárdenas su muger y durante entre ellos el matrimonio ovie-
ron e procrearon por sus hijos legítimos e naturales á los dichos Antonio de Villalón e Francisca é
Rafaela e Maria e Luisa de Cárdenas; sus hijos é hijas les llamaron y ellos á ellos padre e madre, e
por tales sus hijos legítimos y naturales fueron e son habidos e tenidos.
»Item si saben que el dicho Cristóbal de Villalón e Catalina de Cárdenas su muger son falles-
cidos desta presente vida e la dicha Catalina de Cárdenas fálleselo primero en esta villa de Vallado-
lid puede haber diez e nuevo años, poco mas ó menos,}' el dicho Cristóbal de Villalón fálleselo después
en la villa de Madrid habrá dos años, poco mas ó menos, y al tiempo de su muerte dexaron á los dichos
Antonio de Villalón y Francisca y María e Rafaela e Luisa de Cárdenas por sus hijos legítimos y here-
deros en la dicha mitad de casas y otros bienes que dexaron al tiempo de su muerte, loa quales los
aceptaron e tomaron como sus hijos y herederos que son: digan lo que saben.
«ítem si saben que el dicho Luis de Villalón siendo vivo el dicho Cristóbal de Villalón, su padre,
vivió 8 moró la dicha mitad de casas teniendo su tienda de paños en ella y aprovechándose della por
tiempo y espacio de diez años que corrieron desde el año de quarenta y nueve años hasta el año de
cinqnenta e nueve, la qual dicha mitad de casas á justa e común estimación valia de renta en cada
un año de los dichos diez años veinte mil maravedís, que en los diez años suma e monta doscientos
mil maravedís, los quales justamente vallan de renta por ser como era la dicha cantidad de casas
grande e muy buena y estar en la Trapería desta dicha villa; digan lo que saben.
»Item si saben que todo lo susodicho es publica voz e f ama e publico e notorio, =EI Lie. Peña»
(Archivo de protocolos de Madrid, Protocolo de Tomás de Rojas, años 1562 y 1564.)
INTRODUCCIÓN cxxi
cimientos en sus viajes por el Oriente. Como había tenido ocasión de observar multitud
de |2:entes, creencias y costumbres, libró su espíritu de las pequeneces y preocupaciones
propias de quien nada conoce más allá de su patria. Así le vemos dotado de un criterio
tan independiente, á lo cual también contribuyó la lectiu-a de Erasmo y oti'os escritores
del Renacimiento. Por su vida y carácter semejase no poco á Cervantes: la misma sere-
nidad de ánimo en los peligros; igual decisión para acometer una empresa, por arries-
gada que fuese. Ambos en la más dm-a esclavitud consiguieron granjearse el respeto de
sus enemigos y hacer patente cómo una fií-me y enérgica voluntad se sobrepone á los
rigores y contratiempos de la fortuna.
Cristóbal de Yillalón escribió las siguientes obras:
Tragedia \ de Mirrha, en la qual se recuentan \ los infelices amores que ouo con \
el Ben ZinirassK padre. Coni \ puesta por el Bachiller \ Villalon: dirigida cd j licen-
ciado Diego Martinex ('), su \ muy gran \ de ami \ go. M.D.XXJÍVI.
(Al ñu.) Fue i)npresa en Medina \ del Campo ¡Jor Pe \ dro Toucins.
Un vol. en 4.", letra gót.— 14 hojas sin foliar.— Signaturas A-B, la primera de 8 y
la segimda de 6 hojas, á dos columnas.
Portada con una orla de figuras igual á la que Pedro Tovans puso en la Segunda
Celestina.— Al v.°, carta del autor dirigida al licenciado Diego Martínez, su mug gran
señor y amigo. — Texto que acaba en el v." de la sexta hoja de la sign. B, con este final:
Femsce la Tragedia de Mirrha: en la qual se recuentan los infelices amores que ouo
con el Sey (sic) Ziniras su padre.— Qoloíón.
Es una novela dialogada, cuyo asunto se ha tomado del libro X de las Metamorfosis
de Ovidio.
Ingeniosa comparación \ entre lo cuitiguo y lo presente. Hecha por el Ba \ chiller
Villalon. Dirigida al Illustre y reuereMíssi \ mo Señor Don Fray Alonso de Virues,
Obispo I dignissimo de Canaria: predicador y del Con \ sejo de la Cathólica y Cesárea
Magestad. \ En la qual se disputa qucindo ouo \ mas sabios, agora o en la anti \ gúe-
dad. Y para en prne \ ua desto se tremí todos \ los sabios &. in \ imitares anti \ guos
y ! presentes en todas \ las sciencias y artes. | Año M.D.XJOÍIX.
(Colofón.) Fenesce la ingeniosa comparación de las dos edades^ antigua y presente,
en la qual se disputa quando ouo mas sabios en qualesquiera sciencias y artes. Fue
compuesta por el Bachiller Villalon. E impresa por maestre Nicholas Tyerri, impresor
en la muy noble cilla de Valladolid. Acabóse á quince de Enero. Año de 15S9.
Un vol. en 8." de 20 hojas.— Signaturas A-C: A y B, de 8 hojas; C, de 4.
Gramática | castellana. — Arte breue y compendiosa para saber hablar y escreuir
en la lengua cas \ tellana, congrua y de \ centemente. | Por el Licenciado Villalon. ¡
(Escudo del impresor: un muchacho dentro de una colmena, con la leyenda «Dulcís
mixta malis».) En Anvers. \ En casa de Guillermo Simón, a la \ enseña del Abes-
trux. I MDLVIII. ¡ Con gracia y priuilegio. 1 vol. en 8."
Prouechoso tracta \ do de cambios y contrataciones de merca \ deres y reprouacion
de usuras \ por el licenciado Cristoual de Uillalon \ graduado en Sancta Theologia. \
Dirigido al muy llhistrissimo \ y Rene retid issim o señor \ don Francisco de Na \
(í) Creemos que este Diego Martínez es el mismo que en el año 1576 publicó en Medina ck-l
Campo un Formulario de provisiones de Prelados. Hay otra edición del año 1578.
cxxii AUTOBK^GRAFÍAS Y MEMOKIAS
mrrn. Obispo de \ Cíhdad rodri \ go, Prior de Roneesva \ lies: y del consejo de \ la
sancta \ ¡nqui \ sicion. \ Frou-echoso para conoscer los \ tratantes en qite pecan \ ij
¡le/'emrio para los \ confesso res sabe \ Uosjuxgar. \ Visto por los señores ijnqmsido-
res. \ Ano de M.D.XLI.
(Colofón.) A gloria y alubanxri de jur estro seíior fenesce el \ presente libro eontrn
la vsura: hecho por el licen \ ciado Villalon: gmpresso en la muy no \ ble inlla de
Valhdolid, cerca de las \ escuelas mayores, por Fran \ cisco Fernandex de Cardona \
ymprcjtsor. Acabosse j ew xx dias del mes de \ Dexiembre: \ año del nascimiento de
nuestro saluador \ de mili é quinientos y quarenta y uno.
Un vol. en 8." m. de 46 fols. nums. | Sign. A-F{').
El tScholastico, en el qual se forma una académica \ república o scholastica uni-
versidad con las con \ diciones que deuen tener el maestro y discípulo j para'ser varo-
n/is dignos de la vivir. He \ cho por el licenciado Cristóbal de Villalon, dirigido al \
muy alto y muy poderoso Principe \ don Phelipe nuestro señor hijo del \ muy i/ivie-
tissimo emperador | Carlos Quinto deste \ nombre nuestro Rey \ y Seftor.
Manuscrito de mediados del siglo xvi. Un vol. en folio de 163 hojas.
Este manuscrito perteneció en el siglo xvi á D. Alonso Mejía de Tobar, y luego á
D. Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar, según consta en el catálogo de la
biblioteca de éste; al fol. 175 se lee: Cristóbal de Villalon. El Scholástico, en el qual se
forma imn Académica república; después fué á pai-ar á la que formó D, Luis de Salazar
y Casti'o, y ahora pei-tenece á la Academia de la Historia. El catálogo citado se conserva
en la Nacional, con la signatura Uu-^<d. Un vol. en fol., letra de principios del siglo xvii.
El Crótalon de Christóphoro Gnosopho.
Dos manuscritos se conocen de este peregrino libro. El priinero se conserva actual-
mente en la Biblioteca Nacional, y antes perteneció al señor marqués de la Romana. Es
un tomo en 4.° que consta de 5 hojas de preliminares y 172 de texto. El segundo ftió
propiedad del Sr. Gayangos, que lo adquirió hace bastantes años, y hoy para en la Nacio-
nal; tiene 5 hojas de portada, índice y prólogo y 210 de texto; en 4." La letra de ambos
es igual á la de El Escolástico que posee la Biblioteca Real. En el del Sr. Gayangos
faltan algunas líneas y aun párrafos que se encuentran en el del Marqués de la Romana,
lo cual ha hecho presumir que éste sea el boirador y aquél c(>pia en limpio. Los dos pa-
recen escritos á mediados del siglo xvi.
Fué publicado por los Bibliófilos españoles y forma el tomo IX de su Colección.
Viaje de Turquía.
Dos manuscritos se conservan de esta curiosa obra cu la Biblioteca Nacional. El
primei-o, que es indudablemente el borrador, fué empezado á escribir, según consta en
la dedicatoria a Felipe 11, el 1." de marzo do 1557; consta' de 150 hojas en folio. AI
principio tiene un minucioso índice, como si el libro fuese destinado á imprimirse; sigue
el texto, en que se refieren las aventiu-as de Pedro de Urdemalas (Cristóbal de Villalon);
en el folio 133 comienza una descripción de Constantinopla, y desde el 139 hasta la
conclusión contiene la historia de los emperadores y sultanes de aquella ciudad. Tiene
dos numeraciones: la primera poi- folios y la segunda poi- páginas; es lástima que falten
(. ) Tres ediciones más se lucieron de esta obra, á saber: en Valladolid, por Francisco Fernández
de Córdoba, años de 1542 y 1546; en Sevilla, por Dominico de Robertis, año 1542,
INTRODUCCIÓN cxxm
algimas hojas, á saber: desde la página 182 á la 218. Los interlocutores son designados
en las primeras hojas con los nombres de Apatílo, Panurgo j PolHropo. Después se
cambian en los de Juan de voto á Dios, Mátalas callando y Pedro de Urdemalas. El
segundo es una copia exacta de éste y con las mismas lagunas, hecha en el último tercio
del siglo XVI, Ambos manuscritos pertenecieron á D. Diego Sarmiento de Acuña, Conde
de Gondomai", según consta eu el índice ( ' ) de su biblioteca.
Oti'o manuscrito vi(5 Gallardo en la Biblioteca de Campomaues ('). Ignoramos su
paradero.
Diálogo de las transfonnaciones. Debo el conocimiento de este libro al sapientísimo
escritor D. Marcelino Menóndez y Pelayo, quien lo conserva en su rica biblioteca do
Santander, Es un manuscrito en folio de poca extensión, copiado en la segunda mitad
del siglo XVI. Si bien no consta eu él quién lo compuso, puede afií-marse que es de
Villalón, por las íntimas relaciones que tiene con El Crótalon, tanto en la forma como
en las ideas y el estilo. Sus interlocutores son igualmente MÍ9ÍI0 y el Gallo; también se
imitan los diálogos de Luciano: El sueño ó El Gallo y Lucio ó el Asno (*,).
m
En el año 1862 la Sociedad de Historia de Bélgica daba á luz una obra de sumo
inteiús para el reformismo español: las Memorias (*) del protestante Francisco de Enci-
nas, elegante traductor del Nuevo Testamento, de Luciano, Tucídides y Plutarco.
Dichas Memorias no constituyen una autobiografía completa; nada dice el autor do
su nacimiento, infancia y juventud, dejando sin narrar uno de los episodios más notables
de su vida: las causas que motivaron su conversión al luteranismo y el estado psicoló-
gico que precedió á resolución de semejante transcendencia para su porvenir. Encinas se
propuso nada más que referir las persecuciones de que fué objeto cuando después de
estudiar eu Witemberg y hospedarse eu casa de Melauchton fué procesado en Lovaina,
donde acababa de presentar con singulai- audacia al Emperador Carlos V su versión del
Nuevo Tesüxmento. Preso por mandato de Granvela fué conducido á Bruselas; pero
como la cárcel estaba mal custodiada pudo fugarse, y vuelto á Witemberg se quitó la
máscara para vivii- eu adelante cual fervoroso protestiinte. Las Memorias de Encinas han
sido juzgadas por el sabio historiador de Los heterodoxos españoles en las siguientes
palabras: «El autor poseía facultades narrativas y dramáticas muy poco comunes y
dibuja vigorosameuto las situaciones y los caracteres, hasta el punto de dar á sus Memo-
rias toda la animación de una novela. Es de los pocos españoles que hau sobresalido en
el género autobiográfico» ( ').
(1) Tomo II, folio 1G9.
(''') Descrito en el tomo I de la Biblioteca española de libros raros y curiosos.
(3) Después de escrito esto lo lie leído impreso en el tomo I de la presente Biblioteca de autores
españoles.
(*) Mémoires de Francisco de Enzinas. Texle latín inédit avec la traduction francaise du XVI
siécle en regard; 1543-1645. Puhliés avec notice et annotations par Ch. Al. Campan. Imprimé ;i Bru-
xelles, cliez M, Weissenbrucli, 1862; 2 vols, en 4.°, el 1.» de XXV-6G5 págs. y el 2." de 537.
(5) De Francisco de Encinas trata extensamente el Sr. Meriéndez y Pelayo (Historia de los hete-
rodoxos españoles^ tomo II, págs. 223 á 246). Por esta razón y por ser las Memorias qne, nos ocupan
un libro bastante conocido renunciamos á más detalles acerca de ellas y de su autor.
cxxiv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
IV
Las Memorias ( ') de Esteban de Garibay son curiosísimas, no solamente para cono-
cer la biografía de este cronista, mas también por las noticias que nos da de muchos
personajes contemporáneos, cuales fueron Santa Teresa de Jesús, Arias Montano, Ambro-
sio de Morales, Páez de Castro y Pedro de Isunza, el célebre amiyo de Cervantes, por
cuyas comisiones en Andalucía sufiió éste no pocos disgustos, mientras aquél, según
dice Garibay, «augmentó de tal modo su hacienda que vino á ser tenido por hombre de
ti-ecientos mil ducados y dende arriba, y uno de los mayores créditos de toda la Corte
entre los tratantes» (•). Bien hubiera hecho en consignar también que mientras Isunza
se enriquecía, Cervantes, su subordinado, recorría como un vulgar recaudador las villas
andaluzas, manteado por las justicias no menos que Sancho en la venta (^).
Infórmanos menudamente del tiempo y esfuerzos que le costó escribir su Compen-
dio de las Chronicas: «Después de haber cenado algo tornaba á los estudios, y en los in-
viernos jamás me acosté hasta después de las doce de la media noche, y no raras veces
me sucedió contar las dos de la mañana sin entrar en el primer sueño» ('*). Cosa des-
usada en el siglo xví, que se solía ti-asnochar poco y madrugar mucho, al contrario de
lo que ahora sucede. Cuéntanos las peripecias de su libi'O desde que lo aprobó el doctí-
simo Páez de Castro hasta que pudo verlo impreso en Amberes después de algunos con-
tratiempos, cual fué este que refiere: «Habiendo dado el primer cuaderno original de la
obra á un Guillermo, se embriagó y se le cayó del seno de su sayo, y como yo daba prisa
por él á Plantino y él no me osaba decir el suceso desgraciado, dio noticia de esto á los
bm'gosmaestres de la ciudad y por su mandado fué luego preso el Guillermo y puéstole
guardas, é después, saliendo un atambor por toda la ciudad se hicieron tales diligencias
que por particular misericordia de Dios se halló todo el cuaderno entero en poder de un
mozo de caballos que acaso le habia hallado en la iglesia pari'ochial de su casa» (^).
Garibay cuenta minuciosamente sus viajes por Francia y varias regiones de España,
ora en busca de documentos como en los monasterios de la Eioja y Navarra, ora con dife-
rentes comisiones: las ñindaciones piadosas que realizó y lo que intervino en la trasla-
ción de los cuerpos de Santa Leocadia y San Vicente Eerrer. Todo esto mezclado con
largas disertaciones genealógicas, á las que tenía suma afición, sobre todo más cuando
se trataba de su familia, y de algunas supersticiones cual es la de dar crédito á los horós-
copos de astrólogos: Mai-tín Gómez lerantó el de un hijo que tuvo Garibay y éste siguió
creyendo que no podían menos de cumplirse los pronósticos del médico navarro, y que el
pequeñuelo, influido en su nacimiento por el Sol y por Venus, tendría gran valor, rique-
zas y larga vida.
(í) Memorias de Garibay, dadas á luz en el Memorial Histórico Español, Colección de documen-
tos, opúsculos y antigüedades qiie publica la Real Academia de la Historia; tomo VII, págs. 1 á 626.
(2) Memorias, pág. 385.
(3) Acerca de D. Pedro de Isunza y su familia ha publicado el Sr. Apraiz un libro rotulado:
Los humas de Vitoria; Bilbao, Impr. de la Biblioteca Bascongada, 1897, 214 págs. en 8.° Es el
tomo X de la Biblioteca Bascongada.
(4) Página 282.
(5) Obra citada, pág. 304.
INTRODUCCIÓN cxxv
Breve es la, autobiografía que Diego Snárez Corvín escribió al frente de su Crónica
de Oran (') para lograr de los gobernantes que premiasen sus largos servicios. Y en
verdad pasma la facilidad con que los hombres de los siglos xvi y xvii, aun nacidos
en baja cuna y sin haber adquirido en su juventud instrucción alguna, se hacían auto-
didactos y llegaban íx figurar con más ó menos brillo entre los escritores. Nacido Suárez
en el concejo de Lena (Asturias) cá 1." de mayo del año 1552, huye en 1574 de la casa
paterna, y yendo por El Escorial, entonces en construcción, se dirige á Andalucía y entra
al servicio de un labrador; después se hace pastor y también se cansa del oficio por algu-
nos contratiempos que le suceden. En 1577 va á Oran como soldado y trabaja en las for-
tificaciones. En 1592 comienza la Crónica de Oran. Preso por el Conde de Alcaudete,
contra quien se afirmaba que había organizado un motín , sale al fin absuelto. Vién-
dose mal recompensado vuelve a España y alcanzado un entretenimiento de doce escu-
dos en Italia se embarca para Ñapóles. El deseo de publicar su Crónica de Oran le trajo
de nuevo á España. Y con esto se acaba su relación, consignando que tenía otra más
extensa, á la cual se remite.
VI
Atribuyéndola al eminente poeta sevillano Luis de Belmente Bermúdez, publicó el
Sr. Zaragoza (-) una historia de los viajes y descubrimientos hechos en Oceanía por Alvaro
de Mendaña (1567 y 1595) y Pedro Fernández de Quirós (1605), á quien Belmonte
acompafió en calidad de secretario. Los argumentos que en pro de su afimación expuso
D. Justo Zaragoza no son concluyentes ni mucho menos. Cierto es que Belmente escri-
bió La historia y descubrimiento de las regiones australes.^ mas sería preciso demostrar
la identidad entre esta obra y la que nos ocupa, identidad que no prueban los versos de
la Hispálica, citados por Zaragoza, cual es aquel:
«La falta de escriptor que yo suplía»,
aludiendo Belmonte á la expedición en que fue con Quirós.
Razones de cronología se oponen á que dicho poeta fuese autor de la obra; nacido
(*) De la Crónica de Oran sólo se ha publicado una parte, que es la Historia del Maestre último
que fue de Montesa y de su hermano Don Felipe de Borja; la manera como gobernaron las memorables
plaqas de Oran y Marzaelquivir, reynos de Tremecen y Tenez en África, siendo allí Capitanes gene-
rales, uno en pos del otro, como aquí se narra. Compuesta por Diego Suarcz, natural del Principado de
Asturias de Oviedo. Madrid. Impi. de M. Tello. MDCCCLXXXIX Es el tomo XXVII de la Colec-
ción de los bibliófilos españoles.
La autobiografía de Diego Suárez lleva el título de Discurso verdadero de la naturaleza, pere-
grinación, vida y partes del autor de la presente historia. Publicada por Mr. A. Morel-Fatio en el
Bulletin hispaniquCf año 1901, págs. 14G á 157.
(*) Historia del descubrimiento de las regiones australes, hecho por el General Pedro Fernández
de Quirós^ publicada por D, Justo Zaragoza. Madrid, Impr. de M. G. Hernández, 187G-1882; 3 vola,
en 4.". La relación atribuida á Belmonte ocupa el tomo I.
Es lástima que el Sr. Zaragoza en sus notas críticas, en vez de enseñarnos dónde están Lima,
Caracas y México, hubiese identificado las islas exploradas por Quirós, sin contentarse con decir que
la llamada por éste del Espíritu Santo es una de las Hébridas, etc.; aun detalla menos de otras, pues
se Umita á indicar su latitud tal como la determinaron Mendaña ó Quirós.
cxxvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
hacia el año 1587, mal pudo ir con Mendaña en su viaje de 1595, j por consiguiente
ni hablar en primera persona al referirlo.
Ignoraba el Sr. Zaragoza que la relación del segundo viaje de Mendaña, idéntica en
absoluto á la que él publicaba, se hallaba inserta por Cristóbal Suárez de Figueroa en su
libro de los Hechos de D, García Hm'tado de Mendoza, quarto Marqués dé Cañete ('),
sin decir en modo alguno que la había tomado de Belmente, sino de los papeles de Quirós.
La Academia de la Historia opinó así, y en un informe redactado por D. Javier de
Salas contradijo la aserción de Zaragoza, inclinándose á juzgar que acaso el verdadero
autor del libro lo fuese Pedro Fernández de Quirós, hipótesis que también tiene en
contra no leves razones (■).
No habiendo, pues, en dicha obra nada que pueda tomarse por autobiografía de Bel-
mente, nos abstenemos de juzgarla; sólo diremos que constituye una de las relaciones más
notables de viajes por lo bello de su narración, siquiera no sea tan elegante como el
Sr. Zaragoza pretendía, y la última página de nuestros descubrimientos marítimos. El
poderío de España declinaba y en vano Quirós plantó nuestra bandera en la isla del Espí-
ritu Santo, que denominó Austrialia (no Australia, como generalmente se escribe), en
honor de la casa reinante; aquellas tierras quedaron abandonadas y los vastos proyectos
del navegante portugués, que nos hubieran dado la preponderancia en Oceanía, fueron
sistemáticamente desechados.
* *
Tarea no fácil es deslindar cuanto hay de histórico y cuanto de novelesco en las
Relaciones del poeta D. Luis de UJloa Pereira, quien se encubrió en ellas con el seudó-
nimo de Suldlno Dovalle. Desde luego está comprobado cuanto refiere de su vida turbu-
lenta; de su amistad con el Conde-Duque de Olivares, al cual debió generosa protección,
y aun que tuvo algunos disgustos de familia con su hermano Jerónimo. Tal enojo con-
cibió D, Luis por los desaires de éste, que lo retrató con negrísimos colores, dándole el
nombre de Fraudelio Carlhet, pues aunque escribió las Relaciones como desahogo
doméstico y sin ánimo de publicarlas, eran demasiado fuertes los insultos para no velarlos
de algún modo. A las maldades de Fraudelio contrapuso las buenas cualidades de otro
hermano, á quien Hama Bonifacio. Este se distingue por su caballerosidad, valor y
cariño fraternal; milita en Italia y los Querquenes; Carlhet vive en la Corte dado al
juego, en que logra inmensas ganancias; comparte sus riquezas con deshonestas mujer-
zuelas y hace cuanto daño puede á Suklino, quien se había sacrificado por él. De todas
maneras hay en la pintura de Carlhet tantas exageraciones y tal aire declamatorio y retó-
rico, que es á no dudarlo fantástica en gran parte. En cuanto al origen de Carlhet, que
resulta, no verdadero hermano de Siddino^ sino hijo de cierto criado inglés que hubo
en casa de sus padres, quien por el conocido procedimiento de sustitución hace que un
niño suyo pase por el legítimo, parece una fábula ( ').
(*) Publicado en Madrid, Imprenta Real, año 161.3.
(*) Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo I (1877), paga. 155 á 179.
i^) De estas Memorias hay dos manuscritos. Uno de ellos lo posee D. Marcelino Menéndez y
Pelayo; es del siglo xvii y consta de 266 páginas en 4.°. Contiene intercaladas las poesías de D. Luis
de Ulloa, algunas de ellas inéditas.
El otro es el siguiente: Relaciones en que se manifiesta el nacimiento de Fraudelio Carlhet,
INTRODUCCIÓN cxxvu
Vil
A principios del siglo xviii floreció en las Canarias un escritor curas obras so distin-
ííuen por la gracia y desenfado de su estilo; nos referimos á D. Cristóbal del Hovo v Solór-
zauo. Marqués de la Villa de San Andrés j Vizconde del Buen Paso, cuya vida agitíida,
libre y llena de dramáticas peripecias corrió parejas con sus libros. Nacido en Tazacorte
(isla de Palma) á 31 de diciembre del año 1677, fué hijo de D. Gaspar del Hoyo, Caba-
llero de Calatrava. Hizo sus estudios en Palma y luego viajó por España, Portugal Fran-
cia, Inglaterra y Holanda. En 1716 se enamoró de su sobrina doña Leonor del Hoyo v
parece que las relaciones fueron más íntimas de lo que el decoro femenil debe consentir;
el hecho es que, enemistado con el Sr. Conejero, Obispo de Canarias, éste apoyó las ins-
tancias de doña Leonor para que I). Cristóbal se casase con ella; entretanto que el asunto
se arreglaba y llegaba la dispensa de Roma, vióse reducido á prisión, que dui-ó ocho años.
Por fin logró huir de la prisión y del matrimonio, pues se fugó á las islas de Madera
cu 1732; más adelante residió en Portugal, y pudo, ya absuelto del proceso, regresar á
su patria. Largo sería contar sus aventuras, su amistad con el libertino gallego D. Benito
Gabriel Lozada y su casamiento con una hija de éste. El mismo consignó sus fechorías
on dos tomos de cartas que publicó, cuyos ejemplares fueron en gran parte recogidos v
([uemados por el Santo Oficio, que los consideraba poco edificantes y algo volterianos.
Otro libro escribió, en cuyo título, por singular coincidencia, se menciona un fraile ima-
ginario cuyos nombre y apellidos son muy semejantes á los del protagonista de ima
celebrada novela de Pereda ( ' ) . Falleció en La Laguna, á la avanzada edad de ochenta
y cinco años (^),
VIII
Menos rico en caracteres originales el siglo xviii que los dos anteriores, ofrece, sin
embargo, algunos personajes dignos de estudio, cual fué D. Diego de Torres Villarroel;
mezclábase en él la ciencia con las supersticiones populares que explotaba; autor de
Pronósticoíi^ que le hicieron famoso, y de muchos otros opúsculos llenos de sal é ingenio;
hombre que parecía un Quevedo redivivo, tal como podía existir en la pasada ceuturia,
2)seudo hermano de Suldhio Dovalle y la diferencia de sus fortunas y correspondencias. Escriuelas libre
de pasión quien las dirige á la verdad, virtud católica. Manuscrito del siglo xvii; 50 hojas útiles en
4.". Biblioteca Nacional. Departamento de Msg., V.-115.
En este manuscrito no están las poesías de üiloa, quien dice fingidamente que no había
podido copiar los versos de Suldino Dovalle, cuyo ingenio celebra.
(1) Carta del Marques de la Villa de S. Andrés y Vizconde de Buen-Passo, respondiendo á un
Amigo svyo lo que siente de la Corte de Madrid. Dedicada á la muy ilustre Señora Doña María
Tlieresa Velez del Hoyo y Sotomayor. Y dada á luz por el M. R. P. Fr. Gonzalo González de San
Gonzalo, Lector Jubilado y Padre mas antiguo en la Provincia de San Joseplt en el lieyno del Perú,
Impr, s. 1. n. a.; 601 págs. en 4,". A la conclusión hay alí^unas poesías a varios asuntos.
(■2) Biografías de Canarios célebres, por Agustín Millares. Gran Canaria. Impr. de V. Dorestc,
año 1875, tomo I, págs. 298 á 327.
cxxvili AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
trató (le las materias mím inconexas: lo mismo de terremotos que de medicina, de asti-o-
logía y de historia (').
Su novelesca biografía hié la del Gran tacaño puesta en acción. Siendo muy joven
adoptó la extravagante resolución de ser ermitaño en las cercanías de Mundin (Tras os
Montes) y se juntó con un solitario llamado Juan del Valle; los motivos que le induje-
ron no fueron muy elevados ni espirituales, pues se redujeron á las « segiu-idades de la
soledad y el retiro, y sus ponderaciones, y unos trozos de pemil que so asomaban por
las rotm-as de luia alforja que llevaba su borrico, me arrastraron á probar la vida do
santero» (').
Del yermo vuelve al siglo y se transforma en maestro de danza; también le cansa
este oficio v so dedica á la tam'omaquia: «vestido con las sobras de un torero llamado
Manuel Phelipe, me eiiquadernó en la tropa y juntos todos tomamos el camino de Cas-
tilla» C).
Su ingenio alegre y jovial, como pocos, le impulsaba á satirizar cuanto le parecía con-
vencional ó absm-do, y así, riéndose de las sutilezas y cavilaciones escolásticas, decía á
un grave maestro en Teología:
«Todos somos locos, Reverendissimo, los unos poi' adentro y los otros por afuera.
A V, Reverendissima le ha tocado ser loco por la parte de adentro y á mi por la de
afuera y solo nos diferenciamos en que V. Eeverendissima es maniático, triste y mesu-
rado y yo soy delirante de gracia» (^).
Por su afán incesante de probar todo se consagra á las matemáticas ( ') y gana una
cátedra de estii ciencia en la Universidad de Salamanca, de donde salió más adelante
desterrado por supuesta complicidad en unas heridas.
Conjurador de duendes en casa de la condesa de Arcos, pasaba entre el vulgo por un
ser dotado de estupendas cualidades; cuando recorrió Portugal, según nos cuenta en su
Vida: «Convocábanse en los lugares del paso y la detención las mujeres, los niños y los
hombres á ver el Piscator^ y como á oráculo acudían llenos de fe y de ignorancia á soli-
citar las respuestas de sus dudas y sus deseos. Las mujei-es infecundas me pregunta-
ban por su sucesión, las solteras por sus bodas, las aborrecidas del maiido me pedían
remedios para reconciliarlo, y detrás de estas soltaban otras peticiones y preguntas
raras necias é increíbles. Los hombres me consultaban sus achaques, sus escrúpulos,
sus pérdidas y sus ganancias. Venían unos á preguntar si los querían sus damas, otros á
(1) Viday ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor D. Diego de Torres Villurroel,
Catedrático de Prima de Matemáticas en la Universidad de Salamanca. Escrita por el mismo D. Diego
de Torres Villarroel. Barcelona. Por Juan Francisco Piferrer. S. a 399 págs. en 8"
Cnf . Don Diego de Torres Villarroel (Estudio de su vida y ohras)^ por Miguel Gutiérrez. Revista
Contemporánea, tomo LX, págs. 28 á 44 y 145 á 170.
(2) Página 25.
(3X Página 30.
(4) Página 46.
(5) Al decir de Villarroel, las matemáticas eran casi un misterio en su tiempo, cuando
florecían en ellas hombres tan eminentes como Jorge Juan y Ulloa, escribiendo con notoria
exageración :
(.(Una figura geométrica se miraba en este tiempo como las brujerías y las tentaciones de San
Antón, y en cada círculo se les antojaba una caldera donde hervían á borbollones los pactos y los
comercios con el demonio». (Su Vida, pág. 42.)
INTRODUCCIÓN cxxix
saber la ventura de sus empleos y pretensiones y, finalmente, venían todos á ver cómo
son los hombres qne hacen los pronósticos» ,
No ofrece grandes vicisitudes la vida de D. Diego de Torres, y sin embargo, es libro
([ue se lee á gusto por la gracia y desenfado con que está escrito.
IX
Autobiografías son en realidad los Diarios de Moratín y de Jovellanos. Escrito el
del primero en una especie de ciñ-a, donde van mezcladas palabras latinas con otras cas-
tellanas, inglesas y francesas, es de lo más árido que puede imaginarse; ninguna expan-
sión del ánimo, nada de afectos ni de aquello que constituye la vida interior. ¡Con qué
fr-ialdad y laconismo anota Moratín la muerte de su padre! Obiít pater: ego tristis; y al
día siguiente (12 de mayo de 1780): Sepelivenint. Fechas amargas consignadas ni más
ni menos que otras insignificantes y prosaicas sobre toda comparación, como éstas: Obra-
dor. Al anochecer buñuelos. (Día 2 de octubre de 1780.) (Día 1.° de febrero de 1781).
Obrador. Sueldo, 239 reales. Fontana. Refresco, seis (cuartos) (•).
Más sentimiento y datos íntimos hay en los Diarios de Jovellanos, inéditos en gran
parte, si bien Nocedal los copió y tenía algunos de ellos en letras de molde con objeto
de publicarlos en la Biblioteca de autores españoles; mas habiendo quedado sin acabar tal
empresa, las capillas de estos Diarios son una curiosidad bibliográfica por su rareza.
Actualmente los está dando á luz el Sr. Menéndez y Pelayo, y acaso pronto los eruditos
podrán recrearse leyendo páginas tan hermosas cuales hay en dichos Diarios.
En el primer Diario, que comprende desde el 20 de agosto á 28 de octubre del año
1790, Jovellanos refiere lo concerniente al viaje que en virtud de Real orden hizo á las
montañas de Asturias para inspeccionar las minas de carbón de piedra, cuya importancia
ya se conocía y empezaban á ser explotadas. Dichas minas se hallaban en Rivadesella,
Riera de Colunga, Tamón, Carbayíu y otras localidades. En éste, como en los demás
Diarios., Jovellanos ostenta sus variadas aptitudes científicas. Al ir de Madrid al princi-
pado de Asturias apunta lo más notable que veía en cada pueblo por donde pasaba ó en
su territorio, recogiendo de esta manera innumerables noticias y consignando mil obser-
vaciones tocantes á Geología, Agricultura y Bellas Ai-tes. Así en Martín Muñoz le llaman
la atención los cigüeñales, sencilla máquina de riegos que deseaba se introdujese en
muchas otras regiones de Castilla; en Valdesoto, la sementera y la recolección del maíz.
Describe los antiguos cráteres que todavía existen en varias montañas de Asturias,
la forma de las cordilleras y los minerales de que se componen.
En Villacastín examina las pintm-as de la iglesia parroquial, obra de Alfonso Herre-
ra, cuyo estilo le parecía semejante al de Zuccaro; en Covadonga toma nota de cómo
iban las nuevas construcciones; en Fano ve un templo antiquísimo de arquitectura
románica.
C) Obras postumas de D Leandro Fernández de Moratín, publicadas de orden y á expensas del
Gobierno de S. M. Madrid, Impr. de Rivadeneyra, 1867-68; tomo III, págs. 229 á 300.
cincho más interesantes son para la biografía de Moratín las relaciones de sus viajes por Ingla-
terra é Italia y sus cartas á D. Juan Melón, publicadas en loa tomos I y II.
AüTOBIOaRAFÍAS Y MEMORIAS. 9
cxxx autobiografías Y MEMORIAS
No ha muchos años publico D. Julio Somoza algunos Diarios de Jorellanos, y son
los iutitulados: Camino del destierro; fragmento de un Diario en Valldemuxa; De
vuelta del destierro; Diario del riaje de Cádi^. á Muros ('). El primero de ellos uo
pertenece á Jovellanos en su mayor parte, que parece haber sido redactada por su com-
pañero de viaje D. Andrés de la Sauca, si bien es indudable la colaboración de aquél;
así lo dan á entender estas palabras con que acaba: «La hora de nuestra separación se
acerca, Pero mi compañero, seguro de su inocencia, se entrega en los brazos de la Pro-
videncia Divina, y ambos concluimos este Diario, que en tan largo viaje nos ha ofrecido
su honesto é inocente entretenimiento» .
Es notable que en este Diario no haya alusión alguna á las persecuciones sufridas
por Jovellanos, y tanto que sin estai- en antecedentes nadie vería en él la peregrinación
de un hombre inocente desten-ado sin formación de causa v contra toda justicia, sino la
expedición de un turista. Dando al olvido sus amarguras y mostrando una grandeza do
ánimo incomparable, fija su atención en los pueblos que atraviesa y especiahnente en la
a"-ricultma y producciones naturales de los países por donde iba. El itinerario empieza
en León, y el camino del destierro continúa por las provincias de Yalladolid, Palencia,
Burgos, Logroño, Zaragoza, Lérida y Barcelona, despidiéndose Jovellanos y Sauca en
Molius del Roy. Noticias de Bellas Artes escasean on este Diario; muy rápidamente
habla do tres altares con bellísimas pintm-as de Goya que hal)ía en la iglesia de Monte-
Torrero (Zaragoza).
En el Diario De vuelta del destierro, libre ya Jovellanos de su inicua prisión, sin
dar rienda suelta á su alegría y manifestando una ecuanimidad fi.losófica,,sin exhalar
quejas ni rencores conti-a sus enemigos ni proyectos de venganza, sigue ti-asladando al
papel las impresiones que recibía, lo cual había llegado á ser para él una especie de
necesidad. Solamente á la conclusión habla con alguna dureza del «bribón de Muzquiz,
arzobispo de Santiago, y el hipócrita obispo de Valladolid Soto Yalcarcel», si bien pono
estas palabras en boca de D. Antonio de la Cuesta, pi"ocesado por la Inquisición. En lo
demás. del Diario^ que comienza apenas salió del castillo de Bellver (5 de abril de 1808)
hasta su estancia en Jadraque (Guadal ajara) desde 1.° á 23 de junio, le vemos afanoso
por consignar sus impresiones y preocupado con las noticias que recibía de los graves
sucesos ocurridos en Madrid y del alzamiento contra los franceses.
En este Diario vuelve á engolfarse en sus estudios artísticos; en Mallorca estudia las
principales obras artísticas que había en iglesias y en galerías de particulares, como eran
los marqueses de Vivot y Ariany; en Barcelona la catedral, < obra soberbia del más rico
gótico, de incomparable belleza por aquel gusto;> ; en Candasnos (Zaragoza) un retablo
con pintm-as de principios del siglo xvi, cuyo estilo semejaba el de Berruguete; en Tara-
zona escultm-as de la escuela de Gaspar Becerra; en Jadraque un San Juan de Palo-
mino, donde admiraba «la sabiduría del autor en el colorido y claro-oscuro, así como en
el dibujo» . Y al llegar á este pueblo Jovellanos comienza á verse envuelto en el mar
proceloso de los asuntos públicos; Napoleón le apremiaba para que marchase á Asturias
y con su autoridad sofocase el patriótico levantamiento contra los pérfidos invasores, cre-
yendo que Jovellanos sería capaz de hacer traición á su pueblo.
{}) Escritos inéditos de Jovelkinos, dispuestos para la impresión por Julio Somoza de Montsoriu.
Barcelona, Eit. tip. «Arte y Letras», 1891; 1 vol. en 4.»
INTRODUCCIÓN cxxxi
El ft-agmeuto de im Diario en Valldemuza y el del viaje de Cádiz á Muros tieueu
escaso interés: el primero por su bi-evedad; el segundo porque probablemente no es sino
una transcripción del cuaderno de bitácora (').
X
Dos obras compuso D. Antonio Alcalá Galiano con los recuerdos de su agitada exis-
tencia, dejándonos en ellas un rico tesoro do noticias, no sólo para nuestra historia polí-
tica en el pi-imer tercio de este siglo, mas también para la de nuestra Literatura y
costumbres (-); modelos ambas de claridad y buen orden en la exposición, resplandecen
por su estilo castizo, espontáneo y claro, si bien algunas veces peca de incorrecto y difuso.
Con toda su democracia, Alcalá Galiano se muestra engreído de sus nobles ascen-
dientes, ci-eyendo ciegamente en cuantas fábulas consignan las obras de genealogías.
Eemouta su abolengo hasta Guillen de Alcalá, personaje que vivió en el siglo xii, y
se envanece del «apellido de Pareja, también ilustre» . Destinado á vivir en época tor-
mentosa, llama la atención sobre el hecho de haber nacido ocho días después de la toma
de la Bastilla; si bien luego reconoce que tal reflexión era impertinente^ pues en la misma
fecha nacerían miles de niños cuya existencia so deslizaría oscuramente.
Por mucho que ensalza su precocidad intelectual, afirmando que antes de los siete
años improvisaba versos, había leído con gusto la Historia de Cario Magiw y El. Qui-
jote^ siendo admirado cual prodigio de la naturaleza, nadie por mucha credulidad que
tenga dará á la relación de los sucesos comprendidos entre los años 1789, fecha en que
nació Alcalá Galiano, y 1800, el valor de recuerdos personales, excepto en algunos de
los que á él atíiñen. Y esto resulta más evidente, considerando que las Memorias fueron
compuestas en los años 1847 á 1849, ya sexagenario el autor.
En dos partes podemos considerar divididas las Mcuwrias: destinada la primera á
narrar la juventud y primeros cargos públicos del autoi'; la segmida al período constitu-
cional de los años 1820 á 1823, época en que tuvo pai-ticipación más inmediata en los
sucesos ó cuando menos un conocimiento más directo de ellos.
Desde luego este período en la vida de Alcalá Galiano es el menos importante, limi-
tándose á contar su viaje á Xápoles en el navio que debía traer los Príncipes de aquel
reino; sus estudios; las tertulias literarias que frecuentaba; los escritores célebres, como
Quintana, Martínez de la Rosa y oti-os con quienes mantuvo relaciones amistosas; los prin-
cipios de su matrimonio y las desventuras que en él experimentó, juntamente con los em-
(1) Ocupan las págs. 81 á 83 y 139 á 141 de los Escritos inéditos de Jocellanos, antes citados.
(2) Memorias de D. Antonio Alcalá Galiano, publicadas por su hijo. Madrid, Impr. de E. Rubi-
ños, 1886; 2 vols. en 4."
Recuerdos de un ancianu, por el Excino, Señor D. Antonio Alcalá Galiano. Madrid, Impr. Cen-
tral, á cargo de Víctor Sáiz, 1878; 1 vol. en 8.** Forma parte de la Biblioteca clásica. Es la segunda
edición de una colección de artículos publicados en la revista titulada La América, dirigida por don
Eduardo Asquerino.
Cnf. Alcalá Galiano. — El período constitucional de 1S20 á 1823. — Causas de la caida del sistema
constitucional. — La emigración española hasta 1833. Por D. Leopoldo Alas.
Publicada en La España del siglo xix, Colección de conferencias históricas (dadas en el Ateneo
científico, literario y artístico de Madrid). Curso de 1885-8(3. Tomo II, págs. 469 á 520.
cxxxn AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
pieos que obtuvo eu la carrera diplomática; todo esto mezclado cou noticias de la caída
de Godoy, batalla de Trafalgar, guerra conti-a napoleón y Cortes de Cádiz, hechos que
refiere, ya como testigo presencial, ya por meras referencias. La importancia que para
uuesti-a historia tienen las Memorias es capital desde el momento en que Alcalá Galiauo
comienza á conspirar en las logias masónicas, de cuya organización, fines y aun socios
habla cou extensión, y en las cuales llegó á tener grande influencia por su talento ora-
torio sus fií-mes convicciones liberales, rayanas en fanatismo político, y su actividad in-
fatigable.
Lo que más simpáticas hace estas Memorias es que su autor sólo quiso en ellas refe-
rir los hechos sin hacer apología de sistema político alguno, llegando en su sinceridad
hasta referir aquellos extravíos más ó menos ocultos que pudiesen mancillar su nombre.
Aiuique afiliado siempre al partido liberal, nos presenta una historia del período constitu-
cional en los años 1820 á 1823, donde generalmente domínala imparcialidad; los años y la
experiencia habíanle llevado á juzgar debidamente las personas y las cosas; así hácenos
ver lo falso de aquel movimiento, de aquella revolución que apenas tenía raíces en nues-
tro estado social (*); la figui-a del general Riego queda empequeñecida {') y reducida á
sus justas dimensiones; es la de un vulgar ambicioso lleno de vanidad, falto de inte-
ligencia, incapaz de elevadas miras, rebajándose en las calles á cantar el Trayala con la
miserable tui-ba de curiosos y chicuelos que le seguían, insultando groseramente en Cór-
doba á un pobre clérigo realista y buscando siempre ridículos aplausos. Minuciosamente,
y á veces hasta con difusión, presenta la historia de aquel paréntesis liberal y su inter-
vención en los sucesos públicos, desde que coopera á la antipati-iótica sublevación de
Quiroga y Riego, para quienes el triunfo de su partido valía más que la conservación de
nuestro inmenso imperio colonial, hasta que huye á Gibraltai*, derrocada la Constitución
por Fernando VII con el apoyo de las bayonetas extranjeras; liberal exalüido, masón
fanático, orador de club en la Fontana de Oro, intendente, en Córdoba, enemigo de los
moderados, hasta el pimto de haber intentado una alianza en contra de éstos con el mis-
mísimo Fray Cirilo de Alameda; aborrecedor del hipócrita Monarca, cuyo grotesco viaje
á Sevilla procuró con todas sus ftierzas, para luego allí declararlo incapacitado y casi loco
del todo, casi siempre está lejos de referir los sucesos al través de ima idea que los
representa desfigurados con un falso espejismo. Ni siquiera vacila eu confesar sus yerros
y en formular duros juicios acerca de algunos discursos que pronunció huecos y llenos
de sofismas, no obstante que si alguna vanidad tenía era la de sus facultades orato-
(}) «La revolución de España había sido obra de la conjuración de unos pocos y de la quietud y
asombro de la muchedumbre, y la nueva forma de gobierno establecida no descansaba ni en la opi-
nión general ni en el interés de clases poderosas».
«En la plebe el número de los constitucionales era cortísimo, reinando en ella vivo é intenso el
amor á la monarquía antigua y á la persona del monarca reinante».
«Si la Constitución estaba así en todas las paredes, no tanto en los ánimos, aunque fuese muy
común tomar por amor á ella una desobediencia rebelde, por la cual estaba hollada toda ley y faltaba
toda especie de orden». {Memorias, tomo II, págs. 68, 88 y 223.)
(2) «Tenía Riego alguna instrucción, aunque corta y superficial; no muy agudo ingenio ni sano
discurso, si bien no dejaba de manifestar del primero algunos destellos; condición arrebatada, valor
impetuoso en los peligros, á la par con escasa fortaleza en los reveses y con perenne inquietud; cons-
tante sed de gloria, la cual, consumiéndole, procuraba satisfacerse, ya en hechos de noble arrojo, ya
en puerilidades de una vanidad increíble». [Memorias^ tomo I, pág. 479.)
INTRODUCCIÓN cxxxm
rias, grandes en efecto. De sentir es que no pudiese acabiu- sus Meuwrias^ interrumpidas
en octubre del año 1823, pues los demás apimtes que redactó hasta el año 1850 son
brevísimos y constituyen solamente el esqueleto de una relación más larga, que no llegó
á escribir.
Los Recuerdos son un extracto de la obra anterior, si bien hay capítulos que no se
hallan en ésta, cuales son las preciosas descripciones de Cádiz y Madrid en los primeros
años del siglo xix; descripciones que compiten con las más amenas que escribió Meso-
nero Komanos en sus Memorias.
XI
Serie inimitable de cuadros á lo Velázquez, modelos de elegante naturalismo real-
zados con una sal verdaderamente ática y chispeante, son las Memorias de un seten-
tón (*), libro en que Mesonero Eomanos dio á la Historia toda la belleza y atractivo de
la más acabada novela. En ellas, cuando el asunto lo exigía, supo trazar con rica ento-
nación de colorido y magisti-almente dibuiadas las figuras, aquellos heroicos episodios de
nuestra lucha titánica conti-a Bonaparte, haciendo ver, según dije al principio de este
estudio, cuánta ventaja lleva la Historia compuesta por quienes tomaron parte activa en
los sucesos ó de algún modo se mezclaron en ellos á las narraciones posteriores, máxime
si el que éstas escribe no tiene la intuición psicológica necesaria para ahondar en el cora-
zón humano, sin la cual los personajes resultan abstracciones sin vida y los hechos, con
frecuencia, enigmas inexplicables. Mesonero Romanos, testigo del glorioso 2 de mayo, del
Año del hambre (1811) y de la ocupación francesa de Madiid, dedica á tales sucesos
páginas de tanta verdad como elocuencia, que nada tiene de afectada, sino que parece
brotar del mismo asunto. Incapaz de faltar á la verdad, aunque ardiente pati'iota, hace
justicia al gobierno del rey intruso, reconociendo que adoptó muchas resoluciones útiles
y laudables. Afiliado siempre al partido liberal, ve con ironía lucianesca cuánto había de
falso y convencional en el nuevo sistema, si bien patentiza que al fin y al cabo repre-
sentaba un progreso innegable sobre el antiguo régimen, cuya restauración le inspira
anécdotas y fr-ases que nimca morirán. Sin entusiasmos de progresista exaltado, píntanos
á Riego como un vulgar conspirador, ávido de aplausos y de gloria popular; ríese de la
manera con que se formó por aclamación de los madrileños el Ayuntamiento constitu-
cional de 1820 (■); de los indicios de horrores hallados en las cárceles inquisitoriales,
reducidos á unos clavos « que más parecían haber servido para colgar jamones ({uo para
atormentar á los reos» , y censm-a las discordias que torpemente dividieron á los constitu-
cionales, abriendo un portillo por donde entraría la reacción.
Mas al mismo tiempo graba im estigma indeleble sobre el hipócrita y falso monarca,
que representaba lo pasado con todos sus males, sin las pasadas grandezas, y cuyo go-
bierno degenerado era un insulto á la nación. Los hombres más eminentes por su ciencia
y servicios á la patria eran destei-rados 6 presos injustamente, mientras Femando VII
compartía la gobernación del Estado con una camarilla de hombres abyectos, á quienes
(•) Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid, escritas por D, Rainóa do Mesonero
Romanos. Madrid, Impr. de Aribaii y C.% MDCCCLXXX; 492 págs. en 8.°
(2) Pagina 205
cxxxiv autobiografías Y MEMORIAS
despreciaba eu el fondo de su alma. Los uegocios más graves se tomaban á juego, y el
monarca, dado á chanzas inoportunas, escribía en la provisión de un obispado: «Perdone
por esta vez doña Inós;> , aludiendo á las intrigas de una mulata que servía al Presidente
del Consejo. De consejeros tan viles solía deshacerse recluyéndolos en algún convento, y
todo esto, según dice Mesonero, lo ejecutaba «con el mayor donaire y socarronería, así
como cosa de juego, amenizando sus mudanzas con cigarros y caramelos, tecleando con
los dedos sobre la mesa o rascándose la oreja y la frente» (').
Hasta las Bellas letras cayeron desde 1814 en im terrible marasmo; proscritos Galle-
go, Quintana y otros inspirados poetas, sólo quedaron medianías ó insulsos copleros:
«Estas alimañas, luego que se vieron solas y pudieron campear á su sabor... agi-
tando sus alas y extremando sus graznidos, diéronse á la más irreverente orgía é infernal
aquelarre, y apoderándose ¡insensatos! de las doi-adas liras y ti"ompas épicas, que yacían
abandonadas, y esforzándose á profanarlas con sus torpes dedos y con sus groseros labios,
pj'odujeron la más abominable algarabía, capaz de aturdir y sonrojar al mismo Apolo» (■).
Modelo de tales buhos poéticos ftié Rabadán, figura retratada por Mesonero, cou tal
verdad, como pudiera hacerlo Yelázquez con los bufones de Felipe lY. Sus versos, llenos
de ridiculas adulaciones al Monarca, publicados á guisa do crónica oficial en el Diario
(le Madrid, muy decaído de sus buenos tiempos, son el prototipo de la necedad y la extra-
A'agancia.
Admirable es también Mesonero en su descripción del antiguo Madrid y en las sem-
blanzas de la generación romántica que abrió un nuevo período literario; con él asisti-
mos al Parnasillo y vemos reunidos en aquel zaquizamí á Espronceda mezclando sus
arrebatos líi'icos con excépticas frases, á Larra mordaz y cáustico en sus juicios, á Yqw-
tura de la Yega siempre ingenioso, y á cuantos brillaban ó habían pronto do brillar por
sus escritos; con él penetramos en la Fontana de Oro y en otros cafés convertidos en clubs
durante el período revolucionario y en focos del entusiasmo popular; nos internamos por
las estrechas y nada aseadas calles de la Corte para despedirnos de itipos y costumbres
que muy luego desaparecerían con la invasión de modas francesas y con el cosmopoli-
tismo de nuestro siglo. Todo en el libro esta lleno de vida, y produce tal fascinación su
lectura, que causa el efecto de una visión directa de los sucosos. ¡Tan grande es la
influencia que sobre el espíritu ejerce la Historia, cuando la esculpe en bollos monu-
mentos un escritor á la vez que fiel, rico de imaginación y clásico eu su estilo.
xn
Escasa fe merecen los Recuerdos que el ilustre poeta U. José Zorrilla compuso en
sus últimos años, pues consta que, ya fuese por debilidad senil, ya por otros motivos,
se eq[uivocó frecuentemente aun tratándose de hechos personales ('). Comenzóse en
(<) Página 184.
(2) Página 150.
(^) He aijiií lo qnc acerca de un episodio de los Recuerdos escribe D. Marcelino Menéndez y
Pelayo:
KSübre los orígenes de El puñal del godo se ha formado una especie de leyenda literaria, cre-
yéndose por muchos que este drama en miniatura fué improvisado en pocas horas á consecuencia
INTRODÜCCICW cxxxT
Fl Imparcial del año 1880 la publicacióu de estos liecuerdos ('), libro que no obs-
tante su poca veracidad seguirá, leyéndose con placer cuando muchos versos de aquel
genial poeta estén olvidados. Con más exactitud, los Recuerdos serían una de las obras
cuyo género aquí más escasea: la historia íntima, la misteriosa evolución de un alma poé-
tica, la génesis y desarrollo de sus producciones, realzada con las bellezas del estilo, rico,
fácil y castizo; las mil ft-ases llenas de sal ática y de tinísima irom'a, y aquella concepción
poética del mundo y de la vida, donde el aspecto ideal va siempre mezclado á las decep-
ciones y pequeneces de lo real; se teudi-ía ima autobiografía, la más original é intere-
sante de cuantas se escribieron en España durante el siglo xix.
La imaginación ardiente de Zori'illa sabe poetizar los más sencillos y aun triviales
episodios de su vida, si bien á costa de la verdad, dándoles la animación creciente de un
drama, cuyo desenlace se va poco á poco adivinando; ¡qué impresión de honda melanco-
lía deja en el ánimo la lectura del viaje á Cádiz y la historia de Mónico Maggioroti y su
nieta, la bellísima Stella, á quien Zorrilla contempla «en un lecho que no exhalaba
más que virginales emanaciones ni excitaba más que castas ideas» , pálida, con la cabeza
doblada sobre las almohadas, los ojos abiertos y ñjos en espantosa inmovilidad, víctima
de una hereditaria epilepsia ! Y lo mismo que de éste puede afirmarse de otros episodios,
cuales son el desafío de su cínico y testarudo amigo Fermín y la vida de su condiscípulo
Rico de Oropesa; encanto que hace mayor aquel fondo supersticioso que había en el alma
de Zorrilla, bien como de un hombre cuya exuberante fantasía apenas tuvo rival en su
centuria, y que de niño veía huir el diablo en el caballo de San Martín, cuyas figm'as
contemplaba en una iglesia de Valladolid, y la pálida imagen de su difunda abuela en
un cuarto abandonado de su casa.
Habifísimo en ti-azar descripciones, nos las dejó incomparables de sus viajes y mil
peripecias, originadas en ocasiones de prosaicos motivos, y de su estancia en México,
cuando hastiado de su vida huyó al N'uevo Mundo á perderse entre las selvas vírgenes.
de lina apuesta. El mismo Zorrilla, en las entretenidas pero muy poco seguras memorias que escri-
bió con el título de Recuerdos del tiempo viejo, cuenta á su manera la historia de El puñal, afir-
mando que lo escribió en dos días, y sin más preparación que haber abierto a! azar la Historia del
P. Mariana, leyendo allí las pocas líneas que dedica al paradero del último rey godo. Algo de ver-
dad puede haber en esto, y sería temerario y de mal gusto negar el crédito en estas cosas á quien
parece que debía saberlas mejor que nadie; pero tengo motivos para sospechar que Zorrilla, aquí como
en otras partes de sus Recuerdos, cedió á la manía romántica de suponerse más ignorante de lo que
era y desacreditar sus propias obras como abortos de una improvisación desenfrenada. Poco importa,
en rigor, que El puñal del godo se escribiese en dos días ó en quince, pero lo que resulta claro es
que su autor había leído algo más que la Historia del P, Mariana antes de escribirlo. La fuente
inmediata y directa, pero no confesada jamás por Zorrilla, sin duda por flaqueza de memoria, fué
el Roderick de Southey, que quizá no habría leído en su texto original, puesto que él no sabía
inglés, á lo menos en aquella fecha, pero de cuyo argumento hubo de tener cabal noticia por medio
de cualquier amigo suyo literato de los que conocían y aun escribían aquella lengua, Villalta, por
ejemplo, ó el mismo Espronceda». (Obras de Lope de Vega, publicadas por la Real Academia Empu-
ñóla, tomo VII, págs. LX y LXI.)
(') Recuerdos del tien>,po viejo, por D. José Zorrilla. Barcelona, Impr. de los Sucesores de Ramí-
rez y C.% 1880; XlII-272 págs. en 4."
Recuerdos del tiempo viejo, por D. José Zorrilla. Madrid, Tip. Gutenberg, 1882-1883; 3 vols.
en 8." maj'or.
El tomo III se rotula: Hojas traspapeladas de los Recuerdos del tiempo viejo.
cxxxvi autobiografías Y MEMORIAS
olvidando por algún tiempo hasta los versos que antes fueron sus delicias, y aun que-
riendo olvidarse de sí mismo, pues aparte de las contradicciones que hallaba, le acom-
pañó siempre algo de esa nostalgia que á las imaginaciones soñadoras produce lo limi-
tado y pequeño de lo real; nostalgia que exageró no poco por imitar á los gi'andes román-
ticos que le habían precedido; sus amarguras se le acrecentaron en sus últimos días
viendo que su Don Juan y otras obras habían enriquecido á muchos, en tanto que él
mendigaba solicitando del Gobierno una mezquina pensión como recompensa á quien
ñié el poeta más español del siglo xix.
XIII
Dos pequeños volúmenes ha dedicado el Sr. Conde de Casa Valencia á consignar su
biografía. El primero, en que se ocupa de sus viajes á los Estados Unidos (1854) y Mé-
xico (1855), redactado con sencillez y sin contener nada de particular en la descripción
de aquellas repúblicas, de sus costumbres y gobierno, se lee con agrado. Pero como las
segundas pai-tes son con frecuencia malas, el otro tomo de los Recuerdos (•) resultó infeliz,
pues difícilmente se podrá encontrar un libro escrito con más ingenuidad, pero también
con menos arte y de tan escaso interés.
De pocas vicisitudes y nada dramáticas la juventud del autor, vese éste precisado á
referir hechos ti-iviales, cuales son sus juegos infantiles en la Plaza de Oriente y su estu-
dio del latín; de las tertulias y bailes «muy bonitos» á que asistía habla largamente,
enorgulleciéndose de que «Eugenia Moutijo» le llamase «el rey de los pollos» . Cuando en
el año 1849 se hallaba la Corte en la Granja, la reina doña Isabel^ que contaba diez y ocho
años, le dispensaba el honor de bailar únicamente con él, y aun ambos sostenían conver-
saciones de balcón á balcón. Agregúese á todo esto unas cuantas anécdotas olvidadas por
todo el mundo de puro sabidas y la mención de sucesos políticos que están consignados
hasta en los compendios de nuestra Historia, y se tendrá idea de lo que es el libro en
cuestión, que pudiendo contener íntimas y preciosas noticias de algunos hombres ilus-
tres con quienes el ,Conde trató, casi nada curioso nos refiere acei'ca de ellos; así, por
ejemplo, del Duque de Rivas consigna que vivió en la Plazuela de la Concepción Jeró-
nima y fué Ministro de Marina en el Gabinete presidido por Istúriz; de El Solitario, que
era «ingenioso escritor malagueño y afectuoso amigo (sic) y protector de Antonio Cáno-
vas del Castillo». Cosas todas que algún crítico malicioso consideraría sólo dignas de ser
contadas en familia, y si fuese posible
al son de las castañas
que saltan en el fuego,
pero indignas de ponerse en letras de molde ad perpchiam rei metnoriain.
(') Recuerdos de la juventud. Mis dos viajes á América^ por el Conde de Casa Valencia, de las
Reales Academias Española y de Ciencias Morales y Políticas. Madrid. Est. tip. de Fortanet, 1898;
1G4 paga, en 8.°
Recuerdos de la juventud de 1S31 á 1854, por el Conde de Casa Valencia, de las Reales Aca-
denoias Española y de Ciencias Morales y Políticas. Madrid, Iinpr. de Fortanet, lí>01; 130 pági-
nas en 8*
INTRODUCCIÓN cxxxvii
Los Recuerdos (') del unigiiayo D. Antonio N. Pereira, hijo del Presidente que fué
de aquella República D. Gabriel Antonio Pereira, tratan solamente de la niñez y adoles-
cencia del autor, quien desciende hasta los más pequeños detalles de su vida y de cuanto
había presenciado en Montevideo, su patina; reina en ellas cierto candido optimismo que
hace ver al Sr. Pereira grandes cualidades en casi todos los personajes de que habla,
quienes fueron: si abogados, elocuentes; si militares, grandes tácticos y de valor rayano
con la temeridad; si políticos, de altas miras y perspicaces. El defecto mayor de este libro
es la lentitud fatigosa del relato, pues solamente los recuerdos de la niñez ocupan 285
páginas escritas sin arte y con el mayor desaliño posible C^).
(1) Recuerdos de mi tiempo, por Antonio N. Pereira. Montevideo, Impr. El Siglo Ilustrado, de
Tiirenne Varzi y C/, 1891. En 4." Pereira fué autor de un Ensayo sobre la Historia del Rio de la
Flata. Montevideo, Tip. Renaud, 1877, En 8.°
(■■^) Literarias son en gran parte las Memorias del estrafalario y mediocre poeta aragonés D José
Mor de Fuentes ("), natural de Monzón, cuyo nial gusto llegaba hasta decir que los versos de Melén-
dez Valdés superaban á los de Garcilaso, Fr. Luis de León y otros ingenios del siglo xvi, dando
pruebas de que su crítica y su inspiración corrían parejas. No obstante, se las quiso echar de precep-
tista, y en competencia con Martínez de la Rosa escribió un Arte poética en doce cantos. De ésta y
de sus versos líricos, poemas, novelas y aun libros científicos habla con frecuencia en el Bosquejillo,
mezclando su biografía literaria con los recuerdos de su carrera de marino y la comisión que desem-
peñó en la sierra de Segura para cortar pinos con que fabricar navios; el relato que como testigo
ocular hace del Dos de Mayo y del primer sitio de Zaragoza; su profesorado de Humanidades en el
ceminario de Comillas, donde se acarreó la enemistad del Obispo de Santander D. Rafael Luarca,
«tjue era una especie de asturiano tontiloco que solía poner sus decretos en coplas ridiculas y estra-
falarias», y su emigración á Francia cuando en 1823 fué derrocado el Gobierno constitucional, aca-
bando con un prolijo relato del viaje que á París hizo en el año 1833.
Además de las obras citadas son dignas de mención las siguientes:
Don Pascual de Gayangos publicó un extracto de las Memorias de Pedro Barrantes Maldonado,
como Apéndice á]a. obra de éste: Ilustraciones de la Casa de Niebla, tomo II, págp. 471 á 537. (Me-
unorial histórico espafiol, tomos IX y X.)
El sabio naturalista D. Simón de Rojas Clemente dejó escrita su autobiografía, de la cual se
publicó un extracto en el Diario de Avisos de Madrid de 1827.
Episodios contemporáneos. Impresiones y recuerdos. Artículos publicados en el Diario de Cádiz. —
Cádiz, Impr. de la Revista Médica, de D. F, Joly y Velasco, 1895. 423 páginas en 4.". Contiene rela-
ciones autobiográficas de J. Larrahondo, A. G. de Arboleya, Alfonso Moreno Espinosa, Patrocinio
de Biedma, José M. Carpió, Romualdo A. Espino, Dr. Thebussem, Juan M. Pineda, Genoveva,
J. M. de Ortega Morejón, Manuel Martín de Mora, P. González del Alba, Juan Gómez Hemas,
F. Peña Otero, Manuel M. Espartal, Manuel Gómez Imaz, A. Salcedo Ruiz, Rafael de la Viesca,
Federico Parreño Ballesteros, Miguel Mancheño, E. Gautier Arriaza, V. Rubio y Diaz, R. García
(*) Bosqucjülo de la vida >j escritos de ü. José Mor de Fuentes, delineado por el mismo. Barcelona, Iinintiiia ile
D. Antonio Bcrgnes, 1856. En IG."
D. José Mor de Fuentes, traductor del Werlher, do La nueva Heloisa, de la Historia de. la Rcmliic'ión francesa,
por Tliicrs y de otras obras, compuso por su cuentii no pocas, como son las siguientes:
Poesías varias. Madrid, Imp. Real, 1798. En 8.»
Las Estaciones, poema. Lérida, Imp. de Coroniinas, 1819. En 8.'
El calavera, comedia. Madrid, Imp. de Cano, 1800. En 8."
La mujer varonil, co;nedia. Madrid, Imp. de Cano, 1800. En 8.''
El erjoista (i el mal patriota, comedia. Madrid, Imp. de Kepullés, 1813. En 8.0
La fonda de París, comedia. Barcelona, Imp. de A. Bergnes, 183Ü. En 16.<*
El combate naval del ¿I de Octubre de lüO',, ola. México, Ofic. de D. Mariano de Zúñiga y Ontivcros, 1800. En 4.'^
La Serafina, novela. Tercera edición. Madrid, Imp. de RepuUés, 1807. 2 vol. en 12."
Elufíio de Miguel de Cervantes Saavedra, por D. José Mor de Fuentes. Segunda edición. Barcelona, Imprenta de
D. Antonio Bergnes, 1837. En 16.0
autobiografías y memorias
XIV
Que La Dorotea, preciosa novela de Lope de Vega, sea eu el fondo una relación auto-
biográfica, nadie lo ponía en tela de juicio después de lo que escribieron sobre el par-
ticular Fauí-iel ('), Ticknor ('), Lafond (^) y La Barrera. Este, en su Nueva biografía
lie Lope de Vega, con que empieza la monumental edición de las obras del Fénix, enco-
mendada á la sabiduría de D, Marcelino Monóndez y Pelayo por la Real Academia
Española, acepta dicha novela como histórica, y de ella se aprovecha para esclarecer la
juventud del gran poeta. Gracias á La Dorotea conocemos los primeros años de Lope:
su aplicación á las letras y estudios con el matemático Juan Bautista Labaña; su fuga de
la casa paterna con un amigo y la prisión en Segovia cuando quisieron vender una cadena
de oro; sus amores nada platónicos con Dorotea, que más tarde le costarían no pocos dis-
gustos, y finalmente ser desterrado á Valencia.
Todo esto ha recibido últimamente plena confirmación con el hermoso libro rotulado
Proceso de Lope de Vega por libelos contra unos cómicos, anotado por D. A. Tomillo
y D. C. Pérer^ Pastor, é impreso á expensas del Excmo. Señor Marqués de Jerex de
los Caballeros. Madrid. Est. tip. de Portanet, 1901.
Gracias á este libro se ha esclarecido en la vida de Lope un período oscurísimo,
sobre el cual sólo conocíamos la narración, de intento enigmática, consignada por Mon-
talbáu on su Fama postuma ; sabemos ya ciertamente la causa é incidentes del destierro
á Valencia; que el D. Fernando de La Dorotea es Lope y Dorotea su amante Elena
Osoi-io; D. Bela, el afortunado rival de Lope, D, Juan Tomás Perrenot de Grauvela. Es
más, guiados por esta luz han podido los Sres, Tomillo y Pastor atribuir al Fénix no pocos
romances, bellísimos algunos de ellos, que anónimos andaban impresos en el Romcin-
cero general.
Histórico es en el fondo El riaje entretenido del madi'ileño Agustín de Rojas, y tanto
que casi todos los datos biográficos de éste contenidos en el estudio del Sr. Cañete no reco-
Rojas, José M. Leóa y Domínguez, J. Sievert Jackson, J. Zurita, Juan de Madariaga, M. Guilloto
Deinouclie, Pedro Canales y Brassetti, Manuel Grosso y Romero, Juan Gallardo Lobato, Ramón
de Cala, J. M. Duque, R. Auñón, Rosa Martínez de Lacosta, Manuel M. de Martín Barbadillo,
J. Navarrutc, E. Benot, M. Ranees, Adolfo de Castro, Domingo Sánchez del Arco y Rafael de
Medina.
Recuerdos, por D. José Ecliegaray. Publicados en La España Moderna, años 1894 á 1897;
tomos 72 á 81, 83 ú 89, 91, 92, 94, 90, 97 y 100.
El teatro Real por dentro. Memorias de un empresario, por D. Manuel González Araco.
Madrid, 1898 370 páginas en 4."
Curiosidades j)oliticas y literarias. El Regimiento de literatos españoles en 1845, por D. Eduardo
de Lustonó. Publicadas en El Imparcial, números de IG, 23 y 30 de diciembre de 1901 y 6 de enero
de 1902. Páginas sueltas, por D. Manuel del Palacio. Publicadas en El Imparcial, 11, 18 y 25 de
noviembre y 9 de diciembre de 1901, 6 de enero y 26 de mayo de 1902.
Recuerdos de mi vida, por D, Santiago Ramón y Cajal. Los está imprimiendo actualmente en la
Revista de Aragón y en Nuestro tiempo.
O Revuc des Deiix Mondes, septiembre de 1839.
(2) Historia de la Literatura española, tomo 11, pág. 260.
(■'í) Elude sur la vie et les ceuvres de Lope de Vega. París, 1857.
INTRODUCCIÓN cxxxix
iioeeu oti-a fiieute ('). Paje á la edad de nueve años, soldado á los catorce en la Bretaña,
viajero por Italia y el Mediterráueo, escribiente de uu pagador en Málaga, donde le suce-
den prósperas aventuras amorosas y adversas de otro género; farsante acreditado en
Andalucía, Toledo, Burgos y otros lugares; escribano del Obispado de Zamora y ermi-
taño en la Siei-ra de Córdoba, Kojas es el prototipo del aventurero español en el siglo xvi,
Heno de ingenio, de audacia, sujeto á mil pasiones, pero con un fondo religioso que fre-
; cuentemente so sobreponía á todas ellas. Verdadero polítropo^ pudo escribir con cierto
] orgullo: «Sabrás, pues, que yo fui cuatro años estudiante, fui paje, fui mercader, fui
caballero, fiii escribiente, fui soldado, fui picaro, estuve cautivo, tiré la jábega, anduvo
al remo y vine á ser representante > .
De Índole semejante á La Dorotea es la Vida del escudero Marcos de Obregón, crea-
ción del rondeño Vicente Espinel (1550-1624). Conjunto de graciosísimos cuadi-os y de
tipos singulares, como el Doctor Sagredo, está calcada eu parte sobre la biografía de aquel
músico y poeta, quien la llama «breve relación de mis trabajos, que para instrucción do
la juventud y no para aprobación de mi vejez he propuesto manifestar á los ojos del
mundo» . Aunque no constasen por otro conducto los estudios de Espinel en Salamanca,
sus servicios al Conde de Lemos D. Pedi-o de Castro y sus viajes por Italia, bastaría la
lectura de su novela para convencernos de que uo son imaginarios (^).
(1) El viaje entretenido de Agustín de Rojas, natural de la villa de Madrid. Reproddcción de la
primera edición completa de 1G04. Con vn estudio critico por D, Manuel Cañete. Madrid, Impr. de
A. Marzo, MCMl; tomo I, págs. 7 á 27.
Ea el to¡no II, págs. 270 á 27G, puede verse la bibliografía de esta obra, por D. Adolfo Bonilla
y San Martín.
(2) Onf. Vicente Espinel y su ohra, por D. Jjan Pérez de Giizmán. Publicóse con la Vida del
escudero Marcos de Obregón por el maestro Vicente Espinel. Barcelona, Tip. de C. Verdaguer, 1881,
págs. I á XXXII.
CAPITULO VIII
I. D. Pedro Gómez Alyarez de Alborisoz. — 11. San Ignacio de Lotola.
ni. El P. JERÓ^^M0 Nadal. — lY. D. JIartín Pérez de Ayala. — V. D. Diego
DE Simancas. — VI. Jijan Nicolás Sacharles. — YII. Fr. Jerónimo Gracián.
XUI. El P. José Tamayo.— IX. Pr. Jitan del Santísimo Sacramento y Eobleda.
X. D. Joaquín Lorenzo Villanueva. — XI. D. Juan Antonio Llórente.
Xn. Fr. Hipólito Antonio Sánchez Eangel de Fayas.
Brevísimos son los apuntes que de gran parte de su vida (1336 á 1372) dejó escritos
en las cubiertas de un Decreto de Graciano D. Pedro Gómez Alvarez de Albornoz; la
mayor parte de ellos están consagi-ados á referir las guerras que hubo entre D. Pedro el
Cruel y su hermano D. Enrique. Datos biografíeos de Albornoz hay pocos; limítase á
referir sus estudios y grados en la Universidad de Bolonia, su elevación al sacerdocio,
su magisterio en esta ciudad, donde leyó Derecho canónico, su promoción al obispado
de Lisboa por Urbano Y y luego al arzobispado de Sevilla. Redactados en latín estos
apimtes, no acreditan que su autor fuese consumado en el idioma de Cicerón y Yirgilio;
la locución es pedestre y llena de bai-barismos, cuales son las palabras estomachatus,
(janaveram, etc. (').
n
Instado San Ignacio de Loyola en sus últimos años por varios religiosos de su Orden
pai-a que refiriese los hechos más notables de su vida y del origen y progresos de la
Compañía, resistióse á condescender; pero al ñn, un año antes de pasar á otra existencia,
después de orar fervorosamente, accedió á los ruegos de sus hijos en Cristo y fué haciendo
al P. Luis González de Cámara una relación autobiográfica, que éste consignaba luego
por escrito, conservando en cuanto le era posible las mismas palabras del Santo. El
texto original de este curioso libi'o, por razones que ignoramos, permanece inédito;
solamente se dio á luz una versión latina hecha por el P. Aníbal Ducoudray en las Acta
Sanctoriint (^). Esta relación es tan breve é incompleta, y se halla escrita en lenguaje
tan humilde y poco literario, que el P. Rivadeneyra, cariñoso amigo del Santo, creyó lo
mejor hacer una nueva biografía, que resultó modelo do elegancia, ya que no de exac-
titud á veces,
(') Hay una copia de este documento en la Biblioteca Nacional ; Mss. Colección de Burriel^
üd. 42, folios 53 á 56.
(2) Tomo VI, mes de julio.
cxLii AUTOBIOGRxVFIAS Y MEMORIAS
De otro defecto peca la autobiografía del Santo; recitado por éste cuando en su veje/
tenía ya la memoria muy débil, se equivocó á menudo ó no pudo recordar fechas y nom-
bres. Al hospital de Antezana de Alcalá, donde estuvo en otro tiempo hospedado, llamá-
bale la Tararana; no logró precisar el tiempo en que en dicha ciudad se le formó segundo
proceso, etc. Poj- cuyas razones, aunque documento fidedigno en el fondo, por ser de
hombre tan veraz y escrupuloso, merece escasa confianza en cuestión de pormenores,
que conviene casi siempre comprobar con otras fuentes { ' ).
ID
El P. Jerónimo Nadal, que nació en Palma de Mallorca á 11 de agosto de 1507.
ingresó en la Compañía á 29 de noviembre de 1545 y alcanzó en ésta altos cargos, escri-
bió dos libros de carácter autobiogi'áfico. En el primero, rotulado Chronicon NataJIx
iam i rule a principio roeationis s/fcie, empieza refiriendo su estancia en París, dond''
conoció á San Ignacio, sus viajes á la ciudad de Aviñón }' á Mallorca y sucesos poste-
riores hasta 1546. En el segundo, intitulado Eplieinerides, prosigue desde este año \
cuenta sus viajes por España, de los que traza un curioso itinerario, y por Francia, Itali;',.
Países Bajos y Alemania, ya para fundar colegios, ya pai'a cumplir delicadas misioii's
que le fueron encomendadas. Acaba en el año 1562 (-).
IV
El carácter que distingue á la autobiografía (^) de D, Martín Pérez de Ayala, obispo
de Segovia y más adelante arzobispo de Valencia, es la ingenuidad con que se halla
escrita: nada de simulación ni de convencionalismo-, el autor no recata su fe en las influen-
cias planetarias, cosa rara en un obispo del siglo xvi; el día en que nació se encontraba
el sol en el tercer grado de Sagitario; «por nacer oriente solé fui algo apasionado de la
vista, y por el accidente que tuve del Sagitaiio fui del medio cuerpo abajo peloso y afi-
(í) Acaso algunos de los errores que contiene se deban á lo imperfecto de laá copias en que ha
llegado á nosotros.
(2) Ambos han sido publicados con las E2)ístolas del P. Nadal en los Monumenta hislorica Socic-
tutis Jesu, tomo I, págs. 1 á 25, y tomo II, págs, 1 á 97.
(3) Discurso de la vida del III."^" Señar Don Mnrtia de Ayala, Arzobispo de Valencia, escrita j)or
el mismo, sacada de una copia que hizo por el original que estaba en Uclés el 'sargento Torrijas, y
añadido al fin un catálogo de erratas y sus enmiendas. Ms. del siglo xviii en 63 hojas útiles en 4.";
Bibl. Nac, T. 265. Es copia de la que hizo Torrijos hacia el año 16.^4.
En el folio 2 se lee: «Tiene muchas erratas conocidas, y por el consiguiente otras que no sabe-
mos, y en especial en señalar dias y años; pero copióse sin enmendar cosa alguna».
En el folio 3 hay una dedicatoria de la copia, hecha por el sargento Luis de Salcedo Torrijos
á D. Felipe de Salcedo, Prior del convento de Uclés.
Esta copia fué propiedad del P. Burriel. El ms. original de D. Martín había desaparecido j'a en
el año 1718,
Vida de D. Martin Pérez de Ayala, del Orden de Santiago, Arzobispo de Valencia, para gIo¡ ia
de Dios y confianza de pobres desvalidos. Ms. de últimos del siglo xvii, 110 págs. en folio.
Perteneció al Sr. Gayangos, y en la numeración provisional tiene el número 923.
INTRODUCCIÓN cxLiii
ciouado al campo y cosas de grande dificultad» . Otro hubiera explicado su ingreso en
i'elígión por un llamamiento divino; el da la razvín diciendo que fué impulsado á ello
«por alguna devoción» , y también porque ccomo pobre no podia hacer otra cosa» .
El claustro no parece que ofrecía para él grandes ati-activos, y fuertes luchas interio-
res hubo de sostener antes de decidii'se por abandonar el siglo: «Determinaba casarme,
pero esto era contra la voluntad de mi madre que deseaba fuese clérigo y me había
criado con grandes trabajos para ello, y tampoco se socorría su necesidad con esto,
porque ordinariamente los casados quieren mas para sus mujeres é hijos» .
Por fin tom(5 el hábito de Santiago é hizo su noviciado en üclés: «Entré en aquel
convento, parte forzado de mis necesidades, parte por servir á Nuestro Señor... Después
de liaberme confesado generalmente, como es costumbre, propuse de hacer de la necesi-
dad virtud y hacer penitencia de mis pecados» . Ya ordenado de subdiácouo y con voto
en el capítulo hubo de sufrir algunas persecuciones por no consentir en elecciones que él
creía injustas. Nombrado un nuevo Prior á últimos del año 1527 dish'utó Ayala de paz,
y en noviembre de 1528 fué al Colegio que la Orden tenía en Salamanca; allí estudió la
Suma theológica do Santo Tomás con Fr. Francisco de Vitoria, varón de ciencia pro-
fundísima, fundador del Derecho internacional y digno precursor de Grocio; en 1529
pasó á la Universidad de Alcalá y oyó las lecciones del doctor Juan de Medina, célebre
escolástico de aquellos tiempos; con general aplauso recibió el título de Licenciado y
Maestro en Artes, obteniendo el segundo lugar en la calificación. A la sazón acababa
de restaurar los estudios en Granada Carlos V; D. Gaspar de Avalos, arzobispo de esta
ciudad y protector de su Universidad, llevó de catedrático á D. Martín de Ayala, quien
explicó la Filosofía de Aristóteles «no dejando de cumplir con la sofistería de metafí-
sica que entonces se usaba», y escribió unos comentarios sobre los nni versales de Porfi-
rio, donde juzgaba las doctrinas que acerca del particular profesaban los tomistas, los
escotistas y los nominalistas. «Fué libro bien acepto y bien trabajado, y fuéralo más si
escribiera diez ó veiute años ati-ás, cuando más prevalecían las metafísicas y absti-ac-
ciones y compuestos metafísicos» . La explicación de su cátedra le ocasionaba molestias
no pequeñas: «Como yo leía dos liciones de Teología y escribía muy colérico, quemába-
seme la sangi-e y de dos á tres meses me había de sangrar y tenía perpetuo dolor do
cabeza, de manera que no podía durar en aquel ejercicio» , En vista de lo cual entró de
confesor en el palacio de D. Francisco de Mendoza, electo obispo de Jaén, con quien
marchó al Concilio de Trente. En el año 1543 salió del puerto de Kosas junto con
D. Francisco de Mendoza, D. Gaspar de Avalos, arzobispo de Santiago y D. Martín de
Urrea; iban en la armada Real que conducía al Emperador y desembarcaron en Genova.
Como la celebración del Concilio sufrió tantas dilaciones, Ayala marchó á Lovaina y se
consagró al estudio de las lenguas griega y hebrea: «Pasó todos los libros de los herejes
que tenían algitn nombre, porque allí hay privilegio del Papa que lo puedan hacer los
doctores que residen, y leí á muchos y leí á vueltas muchos de los Doctores santos,
porque no hacía otra cosa ni tenía en que distraerme ni ocuparme, por ser la tierra y
lengua extraña» . Anunciada la Dieta de Spira fué á ella en calidad de teólogo por man-
dato del Emperador y disputó lai-gamente con los luteranos por espacio de nueve
meses. De Alemania regresó á Flandes y explicó en un monastoiio las epístolas de San
Pablo «porque diesen de comer á mis bestias y á mí á las veces, aunque su modo de
comer no me placía porque era todo cerveza y manteca» . Allí tuvo una singular visión:
cxLiv autobiografías y memorias
soñó que se le aparecía uua doncella de rosti'o angelical que lo paseaba por cierto
palacio con dorados artesones y racimos de oro, diciéndole: «no estés triste, porque ya
son acabadas todas tus necesidades» . Poco después recibía una cantidad de dinero y la
noticia de ser propuesto para el obispado de Cartagena. Desde Amberes fué á Mastrich
y luego con el Emperador á Eatisbona, sufriendo hartas molestias en el viaje. Inaugu-
rado ya el Concilio de Trente marchó sin pérdida de tiempo á esta ciudad, y por falta
de recursos hubo de hospedarse en casa del embajador de España D. Diego Hui-tado de
Mendoza. En las discusiones del Concilio, según dice Ayala, no dejaban de influir los
sucesos políticos; Paulo III, deseoso de abrir una zanja enti-e Carlos Y y los protestantes
alemanes, quería condenar inmediatamente la doctrina de éstos acerca de la justificación,
pues de otra manera podrían unirse el Emperador y los alemanes y exigir la reforma de
la curia romana; fiel Ayala á las instrucciones de Mendoza, pidió que antes do examinar
los errores tocantes á la justificación se vieran otras cuestiones previas: así habría lo
{¡ue suele llamarse lui compás de espera. Quizá no se equivocaba Ayala; derrotados los
protestantes junto al Elba, el Papa disolvía el Concilio, pues «los Legados y los que los
seguían echaron fama falsa de peste que fingieron que había en Trente, y se salieron y
disolvieron el Concilio» . Por entonces fué nombrado obispo de Guadix, y aunque no le
agi'adó mucho aceptó la ti-aslacióu y partió al momento para su diócesis, pues las sesio-
nes del Concilio quedaban interrumpidas. Reanudadas éstas, en el año 1550 volvió á
Trente, y caminando por Francia en compañía de sus familiares se vio detenido por unos
hombres armados que él tomó por bandidos, no obstante que afirmaban ir en nombre de
la autoridad judicial; Ayala discm-rió un ingenioso expediente para salir del paso: « Aun-
que entendí que traían mal ánimo díjele (al Preboste): comamos juntos, que todo es
aire, y el se quietó como buen francés y comimos y bebimos todos; yo les hice beber con-
vidándolos, hasta que se cayeron y durmieron por más de una hora» . Entonces el Pre-
boste convino en llevar los españoles á Narbona, donde sufi-ieron muchas vejaciones
porque se creyó que eran espías; veintinueve días estuvieron detenidos. Al fin llegó
D. Martín á Trente el 15 de mayo de 1551.
La parte más extensa, y acaso la más importante de la autobiografía de Ayala, es la
que trata de su asistencia al Concilio de Trente, donde se opuso á las tendencias ultra-
montanas, y como los demás obispos españoles trabajó calurosamente por la reforma de
la curia i'omana. Al tratar de la Penitencia se discutió si en ciertos casos podía el Ro-
mano Pontífice reservarse la absolución; Ayala opinaba que no debían existir casos reser-
vados al Papa, y habiendo los Padres del Concilio resuelto lo contrario, puso el hecho en
conocimiento del Emperador para que éste consiguiera la modificación de aquel deíreto,
cuyo único fundamento, según Ayala, era que «tocaba á la autoridad y utilidad de la
Curia» .
Cuando se trató la cuestión del Sacramento del Orden, defendían unos que los Obis-
pos recibían su potestad del Romano Pontífice, otros que inmediatamente de Dios; esto
opinaban los prelados españoles, cuales eran el Arzobispo de Granada y Ayala, quien se
acarreó la enemistad del Cardenal de Mantua, Legado Pontificio: «Fue tanto, que si Dios
no se lo llevara desde á tres meses pensaron que me armara alguna zalagarda antes
(pie saliéramos *de Italia; y por ventura lo hiciera, porque era poderoso, y estos italianos
son vengativos y sin alma alguna; pero él acabó, y este fué uno de los riesgos grandes
de que me libi-ó Dios por su misericordia» .
^
INTRODUCCIÓN cxLv
La indepeudeiicia con tj[ue escribe Ayala de lo sucedido eu el Concilio demuestra la
entereza de su alma, pues deseaba anteponer la reforma de la Iglesia á las mezquinas
pasiones que trabajaban por la conservación de antiguas corruptelas. «Vino el Cardenal
Morón, hombre doblado; pero aunque más me quiso halagar, no por eso dejé de usar de
mi libertad en favor de la Iglesia uuiversaL> . Llega á decir que los Legados pretendían
establecer dogmas sin discutirlos. «Por un protesto que hice en la postrera congregación
de la penúltima sesión sobre ciertas cosas que habían los Legados con mala manera
pervertido estando ya* votadas, es á saber, sobre las primeras instancias y ejecuciones
de cabildos, que estaban quitadas del todo y las tornaron á hacer votar con intención de
renovarlas, porque en la postrera sesión eligieron diputados casi todos ellos italianos y los
más enemigos de la reformación, entre los españoles no eligieron sino á mí solo que les
pudiera hacer resistencia, por lo cual esta vez no quise aceptar la diputació>i, aunque el
Embajador me lo rogó mucho» .
Luego que regresó á España fué á Segovia, de donde había sido nombrado Obispo; de
esto, igualmente que de su ascenso al Arzobispado de Yalencia, habla Ayala muy poco,
siendo de sentir que no refiera extensamente lo mucho que trabajó en la conversión de
los moriscos, para uso de los cuales compuso un catecismo. Acaba Ayala su autobio-
grafía pocos días antes de su muerte, cuando á 28 de julio del año 1566 se hallaba «espe-
rando la misericordia de Dios» . No le engañaban sus presentimientos, pues falleció á 5
de agosto, dejando justo nombre de varón justo y sabio, modelo de prelados y honra de
España ('). Escribió los siguientes libros:
Breve \ cofnpendio \ pora bien exantinar la con \ scieneia en el jiiyxio de la con-
fession ¡ sacranientaJ: compuesto por el Illa \ siríssimo ij Reuerendissijno señor \ clon
Martin de Ayala Arcobis \ po de Valencia, j Agora nuenamente corregido, \ y aña-
dido por sil Reiiere)i \ dissima señoría. \ Impresso en Valencia, eu ¡ casa de loan
Mey. I 1567.
84 hojas en 12.", más 4 sin foliar á la conclusión.
Catechismo para \ instrvccicni de los nve \ vamenle convertidos | de moros. \ Im-
presso por orden del \ Patriarcha de Antiochia y Arrobispo de Valencia | Don luán
de Ribera. \ (Escudo de éste con la leyenda: ¿Tibi post hcec fili mi vltra qvid faciam?)
Kn Valencia.^ En casa de Pedro Patricio Mey, junto a S. Martin, MDXCIX. (Al fin.)
En Valencia.^ En casa de Pedro Patricio Mey, junto a S. Martin. Año 1599.
Un vol. de 442 págs. eu 4,°, más 3 hojas al principio y 5 á la conclusión sin foliar.
Que la obra es de D. Martín Pérez de Ayala consta por estas palabras de D, Juan
(le Ribera eu su carta á los rectores, predicadores y confesores de su arzobispado, que
(•) Después de escrito lo que precede he visto que se ha comenzado á imprimir la autobiografía
de D. Martín de Ayala en la Revista critica de Historia y Literatura españolas, portuguesas é hispano-
americanas (tomo VII, págs. 141 á 155),
Es singular la desgracia que ha tenido este precioso libro; todas las copias que de él se conser-
van están llenas de errores, y tal como lo publican en la Eevista critica, según un traslado que faci-
lit(') D. Gabriel Llabrés», es modelo de incorrección, pues se lee: qui surcitat de pulugre eqenuin, por
qui suscitat de pulvere egenum (pág. 142); universales de ¡^ortijiris, por universales de Porfirio (pá-
gina 152); el Cardenal llegado Juan Moyon, por el Cardenal Legado Juan Morón (pág. 154), etcé-
tera. Puntos y comas se han dejado, por regla general, para que el paciente lector los vaya poniendo
tn su ejemplar. En cambio se escriben con mayúsculas sustantivos y adverbios, resultando equívocos
como éste; en la Iglesia Cave Anduxar, por en una iglesia, cabe Andújar.
AUTOBIOGEAFÍAS Y MEMORIAS. — 10
cxLví autobiografías y memorias
\'d al frente de la obra: «Este catechismo llegó á mis manos sin nombre de autor, pero
con opinión que era compuesto por el Reuerendissimo señor Don Martin de Avala,
Arzobispo desta santa iglesia; la qual opinión se confií-mó con tantas conjecturas, que
vino a ser certeza. Porque no solo se halló entre los papeles del señor Ai'9obispo, }'
escrito de mano del Reuerendissimo Don luán Bautista Pérez, que era en aquel tiempo
su Secretario, y después ftie obispo de Segorue; pero (lo que mas es, y deue quitar toda
duda) estaua en muchas partes enmendado y añadido con sobrepuestos de la misma letra
del señor Aj-9obispo» .
Commeittaria in Universalm Porphyrii. GranatcB, 1537.
Un vol. en folio.
Gmipendio i) deolara \ cion de lo que son obligados a guardar, \ los Caualleros \
de la Orden de Santia \ go, asi por los votos, fin de su Or \ den ij disposición de su
Re I gla, como por los estatu \ tos y loables rsos y co \ stumbres della. \ Juntamente
con im breue Tra \ ctado para bien confessar (escudo de la Orden de Santiago en tinta
roja) Compuesto por el Reveren \ dissimo S. D. Martin de Ayala, \ Obispo de Guadix.
Un vol. en 8.* de 42-39 hojas, más 4 al principio sin foliar.
La dedicatoria á los «YUusti-es y muy Magníficos Señores, los Caualleros de la orden
de San Tiago del espada», fechada en Trento á 17 de abril del año 1552.
De divinis apostoUcis atque ecclesiasticis traditio)úbus^ deque authoritate ac vi
earum, sacrosancta adsertiones ceu libri decem. Parisiis, Aptid Gulielnmm lulia-
num. 1562.
354 hojas en 8.°
Doctrina Chri \ stiana, en leu \ gua Arauiga, y Castellana: \ Conipvesta, \ E
impressa por mandado del Rlustrissinw y Reueren \ dissimo Señor don Martin, de
Ayala Ar ^•obispo de \ Valencia: para la instruction de los )iueuamente \ co?mertidos
deste Reyno. \ En Valencia, en casa de loan Mey. | 1566.
24 folios en 8.°
Sólo es de D. Martín el texto castellano y de ningún modo la versión ai'ábiga, como
se ve por es'tas palabras de la epístola dedicatoria: «Recebid, hijos muy amados eu
Christo, de vuestro Pastor y padre espiritual ( que de todas enti-añas dessea vuestra sal-
uacion) esta breue Summa de la Doctrina Christiana, que para vuestro prouecho hemos
recogido, y mandado traduzir en la lengua Arauiga vulgar deste Reyno».
Doctrina Cristiana para los que entienden algo mas de lo que a los niños se les
suele enseñar comivnmente, por modo de diálogo. Milán, 1554; 1 vol. eu 8.°
Vida y hechos de Fray Pedro Alfonso, Caballero de Santiago y Prior de Uclés y
San Marcos de León.
Manuscrito que el Obispo de Segovia D. Jerónimo Mascareñas afirmó á Nicolás
Antonio haberlo visto eu el convento de Uclés.
• V
Tal apasionamiento reina en las "Memorias de D. Diego de Simancas, Obispo que íiió
de Badajoz y luego de Zamora, que parecen dudosas algunas de sus afirmaciones y oti'as
se han de tener por falsas, y aun casi por invenciones del odio. Gran parte de ellas está
INTRODUCCIÓN cxr.vii
dedicada á referir el proceso del Aj-zobispo Carranza, á quien Simancas profesaba gran-
dísimo aborrecimiento; fné de los que votaron sn prisión; prosiguió luego en España la
causa j en Roma trabajó por espacio de bastantes años hasta ver con satisfacción la sen-
tencia dada contra su aborrecido enemigo, á quien en toda la relación ti-ata con despre-
cio, burlándose de su ruin gesto, como si hubiese estado en la mano de Carranza el tener
un semblante más ó menos apacible. Tratándose de este desdichado personaje, Simancas
llega á los límites de la calumnia; en vez de referir aquella solemnísima declaración de
ortodoxia hecha por el reo ñt artienlo mortís, dice que Cari-anza ninguna protestación
de fe llevó a cabo por haberse retirado el notario sin escucharle y que aquél deseaba nada
más que repetir la fórmula protestante do considerar remitidas sus culpas solamente por
la muerte de Cristo. Afirma que Carranza visitó las iglesias eu cumplimiento de su peni-
tencia con poca devoción y muy de prisa, yendo en coche, cuando consta por el testi-
monio de Azpilcueta que invirtió en ello un día entero y que por sus achaques no pudo
hacerlo á pie, tanto que falleció pasados unos días. Pero si no encontraba Simancas pala-
bras bastante fuertes contra sus adversarios, en cambio se prodigaba á sí mismo los más
hiperbólicos elogios, y no una, sino cien veces, complaciéndose en escribir su panegírico
con trozos de cartas pm'amente de cortesía; todo esto mezclado con fingidas protestas de
humildad y desprecio de los bienes terrenales, á que tenía mucho apego, como hombre
algo tacaño y aun codicioso. Irreverente con el Santo Pontífice Pío V, á quien llama á
veces el Pío, murmura de la elección de Cardenales en clérigos sin litiaje, como si esto
del linaje no fuese la cosa más anticristiana del mundo. Quéjase del Rey Felipe II por-
(pie no le daba un arzobispado en Sevilla ó Toledo, y sí el obispado de Zamora, cuyos
rendimientos le habían ponderado y luego resultaban inferiores á sus cálculos. Estas
amargas lamentaciones y la defensa que de su caridad y esplendidez hace Simancas dan
á sus Memorias el carácter de una apología dictada por la soberbia. Con todo, su lectura
es provechosa para conocer las interioridades de los tribunales y de la administi-ación en
el siglo XVI y el proceso de Carranza, por lo cual no dudamos en publicarlas, anotando los
pasajes que requieren aclaraciones (').
yi
Atribuyéndolo á un español llamado Juan Nicolás Sacharles se publicó eu Londres,
año 1G21, cierto libro intitulado El Español reformado. Sacharles cuenta cómo fué fraile
Jerónimo y nada menos que bibliotecario del Escorial; convertido al protestantismo huye
á Francia, donde se gradúa de bachiller en medicina; más adelante va á Inglaterra y es
perseguido cruelmente por los católicos, quienes intentan asesinarlo. El Sr. Meuéudez y
Pelayo (Heterodoxos, II, págs. 500 á 502) ha puesto en claro los absurdos que encierra
(1) De la Vida de D. Diego de Simancas liay un manuscrito en la Biblioteca Colombina, copiado
en el año 1685 de otro que perteneció á D. Juan Suárez de Mendoza, oidor de la Casa de Contrata-
ción de Sevilla, y luego paró en manos de D. Alonso Martínez de Herrera, administrador del Hospi-
tal de Santa Marta en dicha ciudad.
D. Marcelino Menéndez y Pelayo posee otro manuscrito copiado en el siglo xviii; consta de 178
hojas en folio.
Nos ha servido para esta Colección de Memorias y AutoViografias una copia del primero que
mandó hacer por encargo nuestro el Sr. Torres Lanzas, jefe del Archivo de Indias.
cxLviu autobiografías Y MEMORIAS
la obra atribuida á Sacharles, y opiua quo este personaje es imaginario y El Español
reforuiado una novela fingida, en la que se quiere imitar la historia del protestante Juan
Díaz, asesinado por su hermano Alfonso en Neoburg.
VII
Penosa en extremo fué la cautividad del dii-ector espiritual de Santa Teresa de Jesús,
ül Padre Jerónimo Graeián, ilustre escritor místico ('). Expulsado de la Religión Carme-
lita á consecuencia de las cuestiones suscitadas á raíz de la muerte de su egregia Refoi-
míidora, se dirigió á Roma creyendo que el Sumo Pontífice le haría justicia. Grande fué
su tribulación al ver que éste, dando la razón á sus perseguidores, le ordenaba ingresar
en otra Orden monástica. Intentó cumplir este precepto, mas todas, excepción hecha de
la augustiniana, le cerraron sus pnertas. En medio de tales angustias fué apresado por
el corsario Elisbey en el año 1592, yendo desde Mesina á Roma. Despojado por los moros
del hábito que llevaba, quedó, según él refiere, en el traje de Adán, «del cual ya no
podían despojarle»; el hambre, la sed y el calor que padeció, y la estrechez y hedor del
calabozo que tuvo en la galera, son superiores á toda ponderación. Había escrito con suino
estudio un libro llamado Armonía h/ístiea, y los piratas, á cuyas manos fué á parai-, lim-
piaron con sus hojas los mosquetes.
Desde Biserta fué conducido á Túnez y allí adjudicado al Dajá, en lo cual tomó éste
mucho empeño por creer que se trataba de persona importante, nada menos que Cardenal
do la Iglesia Romana. La vida de los cautivos, con ser penosa en extremo, tenía también
sus libertades y expansiones; en los baños oían misa y asistían á las ceremonias de su
culto, los moi-os se compadecían muchas veces de ellos; celebraban con iiiusitado aparato
las festividades cristianas, y no faltaban representaciones de comedias y otros espectáculos
que regocijaban sus corazones con el recuerdo de la patria: así pudo el P. Graeián desde
la mazmorra en que fué recluido exhortar á los indecisos, convei-tir los renegados y aun
hacer alardes de intolerancia en las pláticas que dirigía á los españoles, llamando á
Mahoma perro maldito. Aunque era bienquisto de los moros estuvo expuesto á ser que-
mado vivo por su celo en la salvación de las almas y por las cédulas que daba á los i-ene-
gados que huían, para que la Inquisición de España no los procesai-a por su abjuración.
Quiso, en fiu, la suerte que fuera rescatado por mediación de un judío llamado Simón
Escauasi, y llegó después de pasados algunos contratiempos á Ifi ciudad de Genova. El
Padre Graeián ingresó de nuevo en la Orden del Carmen, según él creyó, por una espe-
cie de milagro, y mm-ió en Flandes el año 1614. Escribió gran Jiúmero de libi'os, muchos
de los cuales se han perdido; de todos ellos hacen prolija enumeración el licenciado Andrés
del Mármol en la obra antes citada y Nicolás Antonio en su liiblioiheca nova.
(') El P. Graeián dejó consignados los sucesos de su esclavitud en unos diálogos intitulados
Peregrinación de Anastasio entre Cirilo y Anastasio. Tan curiosa obra se La perdido y conocemos sola-
mente un extracto publicado por el licenciado Andrés del Mármol, con esta portada: Excelencias,
vida y trabajos del Padre Fray Jerónimo Gradan de la Aladre de Dios, Carmelita. Recopilada de lo
que escribió del Santa Teresa de Jesús y otras personas. En Valladolid por Francisco Fernandez de
Córdoba. Año 1619. Un vol. en 8." que es ya libro muy raro. Ha sido reproducido por D, Vicente de la
Fuente en \o. Biblioteca de autores españoles, de Rivadeneyra, como apéndice á las obras de Santa
Teresa de Jesús.
INTRODUCCIÓN
vm
Del P. José Tamayo, qaieu cayó eu mauos do los piraüís berberiscos el año 1U-I4,
tenemos un curioso libro en que refiero sus trabajos (*). Habíale ordenado el P. Juan
Antonio Velázquez, Provincial de Castilla, ir á Italia, con objeto de reclamar al Conde
de Beljoyoso la legítima de su hermano el P. Juan Giacomo Barbiano, con cuyo impoi-te
se proyectaba la fundación de un Colegio en la Casa y solar de Loyola, El Secretario del
Consejo de Italia le dio unos pliegos para que los entregara al Gobernador de Milán. Como
á la sazón ardía la guerra civil en Cataluña y los franceses protegían á los insurrectos,
determinó hacer el viaje por mar y embarcóse en el Grao en una tartana que salía con
rumbo á la isla de Mallorca; entre los pasajeros se contaba cierto moro que huía de España
disfrazado de peregrino. Al día siguiente vieron im gran bajel que con velas desplegadas
navegaba hacia ellos: era un buque inglés que acababa de librai-se de los piratas; temiendo
que perteneciese á éstos, acordaron refugiarse en la isla Conejera, cerca de Ibiza, mas
antes de que lo consiguieran fueron hechos prisioneros por los moros, quienes se ensa-
ñaron con el P. Tamayo por ser religioso, dejándolo «vestido de sí mismo» . El supuesto
peregrino dijo á sus compatriotas que aquel sacerdote era Procurador de la Ctu-ia Romana
y personaje de importancia. Pudo escaparse uno de los cautivos y dio aviso de lo suce-
dido al Gobernador de las Baleares, D. Lope de Francia, quien mandó al instante que
saliesen tres fragatas en busca de los corsarios y procurasen los gentiles hombres que
iban en ellas el rescate de los prisioneros; alcanzáronlos, mas el arráez, que tenía por
nombre Andrahaman Benliobissa, se negó á entablar trato alguno y dirigióse al puerto
de Argel, donde llegó pasados cuatro días. Gobernaba allí en nombre del Sultán Maha-
met Chileni, quien solía tener bastantes consideraciones con los sacerdotes cristianos.
Jamás castigaba á los cautivos que intentaban fugarse por mar y sí á los que se escapa-
ban por tierra, pues creía que esto « era locm'a de unos hombres fatuos » . Cuando le fué
presentado el P. Tamayo dijo á éste en la jerga de los piratas: ti estar teati¡io\ clonar
para tai mucho áspero; ¿tú sabes (janar para vií? anda no arer pattra; mi facer bien
contiyo. Luego mandó que lo llevasen al baÍLO, donde el infortunado cautivo pasó traba-
jos sin cuento; solo comía pan diu'o y dormía sobre la tapa de un arca. El día de Pente-
costés quiso predicar á sus compañeros, pero le detuvo el estar en camisa; cierto don.ado
ft-anciscano le dio un sayo, y así, vestido como exigía la decencia, pronunció su plática.
Buscábase el sustento pidiendo limosna por las tabernas, en las cuales se embriagaban
los turcos sin respeto alguno á las prohibiciones del Coráu.
Transcm-iido algún tiempo supo por conducto de José Espada, cautivo napolitano,
que pronto lo enviarían á Tetuán, donde las penalidades de los cristianos eran mayores
que en Ai'gel. En vano suplicó á Mahamet que lo retuviese en esta ciudad; al día siguiente
(1) Lleva por título: Memorias del caiJÜverio del P. Joseph Tamai/o de la Comparda de Jesús. El
manuscrito original se conserva en la Biblioteca Universitaria de Salamanca. Es un vol. en 4.", de 40
hojas foliadas. También compuso el P. Tamayo la siguiente obra: Comiiendiosa relación de las cos-
tumbres, ritos y gobierno de Berbería^ á Don Francisco Tamnyo su hermano. Hállase en la misma
Biblioteca que el anterior; es un manuscrito en 4.°, de 94 hojas, todo autógrafo.
Se publicó en El Mensajero del Sagrado Corazón del año 1807.
CL AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOEIAS
tuvo que embarcarse para Tetuán; allí fué confiado á la custodia de uu morisco llamado
Maese Juan y también Abrahau Cardud, el cual no había perdido por completo el afecto
al Cristianismo ni la venei'ación á los religiosos, como lo demostró cuando dijo al Padre
Tamayo al encerrarlo en la mazmorra: «Quisiera daros oti-a mejor posada, pero no dis-
pongo yo en este particular» , En aquella prisión había dos frailes franciscanos, dos agus-
tinos y un mínimo. En ella escribió el P. Tamayo su obra intitulada Job paciente en
tfmh{(s fortunas (*).
Cuatro meses estuvo sin salir de la cárcel, á consecuencia de lo cual se desmejoró
tanto que lo hubieron de llevar á casa de un italiano llamado Miguel Ángel. Después,
merced á la fianza que puso por él D. Antonio Tabares, rico portugués que comerciaba
en Ceuta, se vio libre de residir en la mazmorra. Por entonces los religiosos Mercenarios
llevaron á cabo ima importante redención de cautivos en Tetuán, mas no rescataron al
Padre Tamayo, pues no llevaban encai-go expreso á causa de que el P, Bei'nabé de Padilla
ci'eyó que el dinero debía ser entregado en Argel. Nuevos sufrimientos esperaban al des-
dichado jesuita. Desarrollóse en Tetuán una terrible epidemia, dm-aute la cual fallecie-
i'on 12,000 moros; Mahamet Chileni envió al Hachi Zarrat pai'a que se encargase de los
cautivos si Maese Juan moría; falleció éste á consecuencia de la peste, y su viuda. Lela
Marien, encomendó al P. Tamayo el arreglo de sus cuentas, lo cual ati-ajo á nuestro cau-
tivo la enemistad del Zarrat, quien mandó encerrarle de nuevo en el baño. Después de
varias peripecias fué rescatado cuando el Gobernador de Tetuán marchó á Ceuta para
ratificar con el Conde de Torresvedras un ti-atado de paz. Desde Ceuta se dirigió á Gibral-
tar y luego á Sevilla, donde llegó el 31 de julio de 1683; había estado cautivo cerca de
dos años.
IX
Interesantes son las noticias que de su cautiverio nos proporciona Fj-ay Juan del San-
tísimo Sacramento y Robleda, lego franciscano. Con propósito de visitar los Lugares
Santos salió do Alicante en el año 1725 y llegó felizmente al puerto de Alejandría; desdo
allí se dirigió al Cairo y luego á Palestina, cuyos principales sitios recorrió (-). Al vol-
ver se embarcó en San Juan de Acre en una fragata que iba á Chipre, de donde partió
en otra nave con rumbo á Marsella; cerca de la isla de Creta salieron al encuentro los
corsarios de Trípoli, y por más que la tripulación se defendió valerosamente algún
tiempo hubo de rendirse. Los piratas se condujeron como siempre; despojaron de sus
ropas á los cautivos y los encerraron en la bodega; allí los tuvieron diez días sin darles
otro alimento que pan duro. Cuando llegaron á Trípoli descargaron varios cañonazos,
(') Job paciente en ambas fortunas. Escribiólo el P. Joseplí de Tamayo Velarde de la Gompañíii
fie leaús estando cautivo en Berbería. Sacólo á luz el Dr. Diego de Castrillo, Letrado de Cámara del
Illustrissimo y Reverendissimo Arzobispo de Granada. En Granada, por Francisco Sancliezy Balta-
sar de Bolívar. Año de 1643. Un vol, en 8."
(2) y/cye, I y peregrinación de | Jerusalen, | qite hizo el Hermano | Fr. Juan de el Santissimo \
Sacramento, \ Religioso lego de el Orden de nuestro Seráfico Padre \ San Francisco, y hijo de la pro-
vincia de San Ga \ briel, y morador que fue en el Colegio Semina | rio de Arcos. Dedicado á el Rey
Z). í/?íaHmíesíro 5e)lor. Lisboa, en la Emprenta de Domingo Gonzales. M.DCCXLIV. Un vol. en 8.*
de 327 págs., más 20 hojas al principio sin foliación.
En el capítulo XXIII habla de los trabajos que sufrió cuando fué cautivo de los moros.
INTRODUCCIÓN CLi
cuyo estampido hizo que los prisioneros se regocijaran creyendo que se trataba de un
combate con buques europeos; pronto se desvaneció tan grata ilusión. Sacáronlos de su
encierro y los llevaron en cueros al palacio del virrey delante de imiiunerable gentío.
Preguntó el virrey quiénes eran los cautivos de larga barba, y respondiendo que papa-
ces los condenó á morir. Fray Juan fué recluido á una oscm-a mazmorra, en la cual
gemían cien cristianos, y de tal manera que, á semejanza del infierno.
Quivi sospiri, jñanti ed alti guai
Risonavaii 2)6r l'aer senxa stelle (').
«No se oía en aquel calabozo más que suspiros, unos pidiendo libertad, otros suspi-
rando por su patria y todos quejándose del descuido de sus parientes ó amigos que no
los rescataban y libraban de tan acerbo padecer» (^). Algunos que no tenían valor para
suft'ir tan ásperos tormentos apostataban; Fr. Juan procuraba con sus exhortaciones que
volvieran al seno de la Iglesia, por lo cual indignado el virrey le mandó que abrazase
la religión mahometana, á lo que replicó: «Yo, Señor, es mi voluntad y gusto que este
cuerpo corruptible padezca los mayores y más atroces tormentos á trueque de que mi
alma no dexe á su Criador. Potestad tienes al presente de quitiu-le á mi cuerpo la vida;
pero no podrás estorbar que si yo padeciera con constancia y amor de mi Dios, el que
mi alma suba á gozar los premios de la gloria». Irritóse el infiel al oir estas pala-
bras y ordenó que metiesen á Fr. Juan en un inmundo pozo, cuyo cieno le llegaba á la
cintiu'a; allí lo tuvieron tres días; cuando lo sacaron apenas daba señales de vida. Viendo
los moros que el ft-aile cautivo se mantenía firme en sus creencias, echaron mano de una
diabólica esti-atagema; quizá exagere al referirla el mismo Fr, Juan, cuyas palabras trans-
cribimos:
«Apenas acabó de decii- esto, quando por una puerta salieron dos Tm*cas muy biza-
rras y bien bestidas; las quales con palabras y acciones deshouestissimas me incitaban
á que las recibiese por mugeres, y que con esto seria el mas querido del Rey en toda
aquella corte. Yo quando vi tal desemboltura baxé mis ojos á tierra, y lebantando mi
corazón á Dios nuestro Señor y á su Purísima Madre, le pedi me librase de aquellos
dos enemigos, que eran para mi dos Demonios. Viendo un renegado que no miraba aque-
llas deshonestas mugeres, tomándome por la barba me lebanto la cabeza para que las
mirase, y yo entonces lebauté los ojos al cielo, sin querer mirar lo que tanto daño me
podia hacer. Lo que mas sintió mi corazón fue, que quien mas me incitaba para que
dexase la Fe de Jesu Christo, era el renegado que me lebantó la cara para que mirase á
las Turcas» .
Por entonces llegó la noticia de que se acercaba el Bey de Túnez con un ejército
considerable, y esta circunstancia favoreció el rescate de Fr. Juan, quien fué sacado ú
venta y adquirido por un griego en 700 piasti-as, el cual luego lo cedió á cierto merca-
der veneciano; poco después recobró su perdida libertad. Se embarcó para Malta y desdo
allí se dirigió á España.
(') Divina Comedia, canto III del Infierno.
(2) Viaje y peregrinación; cap. XXIII.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
X
Restablecida la mouarqvu'a absoluta en el año 1823, D. Joaqiiíu Loreüzo Villa-
nueva, corifeo del partido liberal, tuvo que emigrar á Londres y allí publicó su Vida
literaria ('), libro cuyas páginas rebosan de pedantería y vanidad inofensivas, y donde
el autor elogia de continuo las múltiples obras, casi todas impregnadas del espíritu rega-
lista y jansenista, que con actividad infatigable había dado á luz. Al mismo tiempo com-
binó sus memorias con los sucesos de personajes contemporáneos, y obsesionado contra
la autoridad pontiñcia, llenó no pocos capítulos con discusiones y documentos para refu-
tar las doctrinas llamadas nltramontanas. Villanueva expone así el plan de su Vida al
comienzo del Prólogo:
«Aunque ésta que llamo rida literal ¿a parece pertenecer á mí solo y á mis escri-
tos, tiene relación con el estado de la opinión pública de España en materias religiosas
y políticas, y con varios sucesos notables de que fui testigo, enlazados con la historia
nacional, literaria, eclesiástica y civil de estos últimos tiempos, y de los cuales, especial-
mente de los secretos, debo presumir que si yo no los escribiese no quedaría memoria» ,
No esperemos en la Vida literaria de Yillanueva aquella serenidad de juicio que
debe siempre acompañar al historiador, pues casi siempre considerará los hechos y las
personas á través del sistema político y religioso que profesaba. Desde sus primeras pági-
nas censura á las órdenes mendicantes porque inculcaban en el pueblo las doctrinas de
la infalibilidad pontificia y juzgaban la Sede apostólica como única fuente y origen de
toda autoridad eclesiástica. Hace ver que desde su juventud profesó las mismas ideas que
en la madurez, pues por defender ciertas conclusiones canónicas, nada ulti-amontanas,
dejó su cátedra del Seminario de Orihuela. Elogia calurosamente á Campomanes, calum-
niado por el fanatismo. Ye dos grandes enemigos de la ilustración en el «predominio de
1a corte de Roma y las tinieblas del llamado Santo Oficio» (^), Que Olavideera filósofo.,
esto es, librepensado)", consta de manera indubitable, y sin embargo, Villanueva pretende
que sus errores consistieron únicamente en censurar el culto externo en los nuevos pue-
blos de Sierra Morena, añadiendo que influyó mucho en aquel proceso «la fiínática pre-
ocupación de algunos frailes y clérigos, para quienes es impío el que no ensalza ciertas
prácticas lucrativas que llaman ellos devotas» (''). Sin embargo, hace la confesión de que
el Santo Oficio era el sostén de la moralidad, sobre todo en el clero, cuando escribe:
«Díjome un día el Sr, Bertrán (Obispo de Salamanca): si no fuera por la Inquisición, el
confesonario sería un burdel» (^). Censura el desagravio que de las disposiciones cismá-
ticas de Urquijo dio Godoy á la corte Romana, concediendo el Exequátur á la Bula
Auctorem fidei, pues se había convertido el Príncipe de la Paz en obispo y añadido un
nuevo rayo á los del Vaticano. Manifiesta su odio al confesor de la Reina María Luisa,
i}") Vida literaria de D." Joaquín Lorenw Villanueva , ó memoria de sus escritos y de sus oiñnio-
ne.i eclesiásticas y políticas, y de algunos sucesos notables de su tiempo. Con un apéndice de documentos
relativos á la historia del Concilio de Trento. Londres, J. MasintOih. MDCCCXXV. 2 vol. en 8.°
(}) Obra citada, pág. 10.
(a) Tomo I, pág. 18.
(i) ídem, pág. 37,
INTRODUCCIÓN cLiH
D. Rafael de Muzquiz, llamado comÜDmente D. Opas, qiiieu trajo de Roma «una gi-aii
colección de libros atestados de doctrinas y máximas ultramontanas» ('). Duélese de que
el índice expurgatorio de 1790 condenase escritos «piadosísimos», cual el de La fre-
cuente comunión, de Antonio Arnauld, los de Nieole y otros solitarios jansenistas de
Port-Real. Encomia la edición de la colección canónica visigoda, pues con ella se vindi-
caban las libertades de nuestra antigua Iglesia y se ponía «un candado en la boca á los
pregoneros de las reservas y nuevas máximas de la Curia» . Defiende la autoridad de ios
prelados en materias litúrgicas, censurando el Breviario romano por estar lleno de «fal-
sedades ridiculas» (-), falsedades que á sabiendas amparaba la Corte Romana. De Fray
Francisco Al varado, el Filósofo rancio, á quien trata con notoria pasión, dice que con
sus cartas «reprodujo la necia cantinela jesuítica conti-a los que llaman ellos jansenistas
(que son los enemigos del probabilismo y de la moral relajada), pegando esta tostada sin
ton ni son á diesti'o y siniestro. íío le faltaba talento y viva imaginación, pero estaba
educado al estilo moderno de su Orden, esto es, imbuido en grandes preocupaciones,
encerrado en un estrecho cíi-culo de ideas; en sacándole de esta esfera veía, como sueleii
ver sus hermanos, espectros y duendes» (^).
Con extensión habla Villanueva de las obras que publicó, siempre encareciendo los
méi'itos de ellas y la utilidad que reportaron á sus lectores. Su Año cristiano de España
ora el «pasto diario» del arzobispo Lorenzana; analiza muy satisfecho su libro De la
lección de la Sagrada Escritura en lenguas vulgares y sus Cartas eclesiásticas^ donde
procuró que campasen «la soltura y la gala del estilo y la pureza y propiedad del len-
guaje» , cosa que no consiguió, pues el estilo de Villanueva nada tiene de suelto ni de
elegante en ninguna de sus producciones; su Kempis de los literatos fué «muy apre-
ciado» , y su perdido Diccionario etimológico de la lengua castellana constaba de 40,000
artículos.
No limitándose Villanueva en sus memorias á consignar sus hechos, incluye datos
muy apreciables de varios contemporáneos suyos, refií'iendo los procesos que la Inqui-
sición formó á Samaniego, fabulista moral en público y obsceno en secreto; á D. Tomás
Liarte, á Bails y á Normante; del destierro de Jovellanos nada cierto sabía en cuanto á
las causas, limitándose á decir que según unos fué obra de los inquisidores y según
otros intriga de Godoy.
En las Cortes de Cádiz, á las que consagra largos capítulos, ensalzó la necesidad de los
Concilios nacionales, que á su juicio no necesitaban de la confirmación .pontificia, ([ue-
riendo ftindar una especie de Iglesia española independiente de la romana, unida tan
.sólo á ésta por los vínculos del dogma y del nominal Primado pontificio, ideal á que
aspiraba Villanueva. En las mismas combatió la autoridad temporal de los Papas, llamada
por él «escandaloso error» y opuesto á las enseñanzas de Cristo (').
Como Villanueva había sido en las Cortes de Cádiz campeón de la escuela liberal y
defensor de la soberanía nacional, que quiso demostrar con las doctrinas de Santo Tomás
de Aquino en sus Angélicas fuentes, vióse desterrado en el año 1814 al monasterio de
la Salceda (Guadalajara), hoy on ruinas y célebre por la estancia en él de Cisneros. Allí
(«j Tomo I, pág. 71.
(2) ídem, cap, XV.
(3) ídem, pág. 208.
(4) ídem, cap. XXX I.
cLiv autobiografías y memorias
escribió su tratado de la Divina Providencia^ á imitación de los Nombres de Cristo, do
Fray Luis de León, su traducción de los Salmos y otras poesías que alaba con vanidad
inocente. «Entre aquellos peñascos volvió á prender en mi ánimo el fuego poético que
desde mi mocedad había estado envuelto en cenizas; con rayar ya entonces en los sesenta
años, salieron de mi mano composiciones muy vivas y amenas, de que llegó á formar
cuati-o volúmenes cierta persona á quien las iba enviando.»
Y acto continuo inserta algunas de ellas, que no pasan de mediocres.
Procesado por el Santo Ofício, recobró la libertad cou el advenimiento del régimen
liberal en 1820 y fué elegido diputado á Cortes. Como siempre, defendió sus teorías en
materias eclesiásticas, ya en discursos, ya en sus Cartas ds B. Roque Leal, obra que
suscitó polémicas violentas. Por lo cual fué insensata la conducta del Gobierno al nom-
brarle Ministro plenipotenciario en Roma, pues harto debía saber que no habría el Pou-
tífíce de admitir como á tal á im hombre que siempre manifestaba sentimientos de hosti-
lidad conti-a aquella Corte y contra la autoridad del Papa. Desairado Yillanueva por éste,
y obligado á regresar desde Turín, se desahogó en violentas diatribas; en Roma veía «en-
mascarada la crueldad, atropelladas las leyes y máximas sociales que respeta hasta el
diván de Constantinopla» ('), y combatió la comunicación del Nuncio áD. Evaristo San
Miguel, Ministro de Estado, cuando protestó de que el Gobierno español, en represalias
de haber rechazado el Papa á Yillanueva, le diera sus pasaportes. Acaso esta contradicción
exacerbó las ideas jansenistas de Yillauueva; emigrado á Inglaterra en 1823, estuvo á
punto de abjurar el Catolicismo, aunque él nada dice de esto; en lugar de abogar por los
católicos británicos, justificó su opresión, pues «mienti-as los tenga Roma atados al yugo
de sus reservas, fuera meter en las Cámaras la Corte de Roma y ponerle en la mano las
armas de la esperanza y del temor para que á su placer las jugase con los miembros del
Parlamento» ('). ¡A tamaños absurdos le conducía el despecho! (^).
XI
De muy diversos modos ha sido juzgada la personalidad de D. Juan Antonio Llórente,
no sólo desde el punto de vista literario, mas también en lo referente á su vida y opiniones.
Nada tiene de particular el que se granjease un odio casi universal en España quien puso
con sus escritos la segur al tronco del carcomido árbol inquisitorial, obra acaso la más
laudable que realizó. De su Historia de la Inquisición han dicho unos que era monu-
mento de gran valor, otros lo han reputado libelo calumnioso; opinión falsa, pues si
bien contiene multitud de ori-ores, debo considerarse que la escribió sin tener á la vista
los innumerables papeles del Santo Oñcio que en otro tiempo examinó. Con todo, las últi-
mas investigaciones, hechas algunas de ellas por un jesuíta, el P. Fidel Fita, le van dando
la razón en muchas cosas. Más difícil es y será siempre vindicar á Llórente de otro pecado
más cierto: la traición á su pati'ia; dolor causa ver que un español censurase la guerra de
la Independencia como una locura y llegase á decir que «la plebe de Madrid, la de Toledo
(>) Tomo II, pág. 235.
(2) ídem, pág. 391.
(^) Las afirmaciooes de Villanueva en este libro fueron combatidas por D. Antonio Puigblancli
en sus cínicos y groseros Opúsculos gramáüco-satiricos.
INTRODUCCIÓN clv
y las de todos los pueblos capitales fuerou puestas eii iusurreccióu por alguuos nial iuten-
ciouados ó vendidos al iutluxo iugiés> ('). Ingrato hijo era quien tan escaso afecto pro-
fesaba á su nación y no comprendía la sublimidad del heroico esfuerzo que España hacía
contra el colosal poder de Bonaparte.
Como entre la^ virtudes de Llórente no sobresalía la humildad, publicó su vida (^), se-
^ún dice en el Prólof/o^ á instancias de una sociedad de literatos alemanes que le pidió &u
biografía. En ella no pierde ocasión tle alabarse, comenzando desde las primeras páginas;
búrlase de las informaciones de limpieza de sangre, pero consigna que su familia era
noble desde tiempo inmemorial; se llama á sí mismo sabio: «tenía yo entonces la opinióu
(que aun ahora conserva el mayor número de los sabios) de ser tiempo perdido y ocnpa-
cióu perniciosa dedicarse á tales historias (genealógicas)» . Su vida no abundó en peripe-
cias, salvo las que le ocasionaron sus doctrinas jansenistas y su afrancesamieuto. Pupilo
desde la niñez de D. Manuel de Medrano en Calahorra, estudiante de Leyes en Zaragoza,
Vicario general interino en Calahorra, consultor de la Duquesa do Sotomayor en Madrid,
comisario del Santo Oficio }' canónigo en Toledo, pasó la mayor parte de su vida con-
sagrado á los estudios históricos, en los que mostró alguna precipitación y pecó por el
afán de querer probar tesis preconcebidas; tal sucede con las dos obras suyas que aun son
y serán por mucho tiempo más ó menos consultadas y leídas: las Noticia f! históricas de
kis tres pro iiiucias rascoit(/((fla>f y la Historia di' la Lifiaisicián (^).
(') Su Vida, pág. 125.
(2) Noticia hiogrúfica de D. Juan Antonio Llórente, o memorias para la Jiistoria de su vida, escri-
tas por él mismo. París. En la imprenta de A. Bobee, 1818, XXÍV-239 págs. en 8." con un retrato del
autor grabado por Blancliard.
Complemento de este libro es el que publicó Llórente con el título de Defensx canónica y poli-
tica contra injustas acusaciones de fingidos crímenes. París, Imp. de Plassan, s. a. 173 págs. en 8.*
(3) Fray Pedro Bautista escribió una Relación de su embajada á Taikosama, emperador del
Japón, en nombre del Gobernador de Filipinas D. Gómez Pérez das Murinhas (año 1593). Extrac-
tóla Fr. Juan de Santa María en los primeros capitules del tomo II de su Clironica de la Provincia
de San loseph de los Descalzos de la Orden de los Menores de nuestro Seráfico Padre San Francisco .
En Madrid, en la Imprenta Keal. M.DCXVIII.
La preciosa cuanto exacta descripción del Japón hecha por Fr. Juan de Santa María fué tomada
en gran parte de lo que escribió Fr. Pedro Bautista.
En un manuscrito de la Biblioteca Nacional, rotulado Testimonios auténticos de los originales de
todas las diligencias que liizo la Religión Seráfica enla santa provincia de Pliilipinas acerca del mar-
tirio de los Santos San Pedro Baptista y sus compañeros, protho-máriires del Japón, hay copia de cuatro
cartas de Fr. Pedro, dirigidas al Gobernador Gómez Pérez das Marinhas y firmadas en Meaco y Naga-
Baki á 7 de enero, 4 de febrero. 6 de marzo y 12 de octubre del año 1594 (folios 68 á 78 y 96 á 103).
Tratan de su embajada al emperador Taikosama del Japón.
Memorias de un prisionero, por el P. José R. de Prada. El autor cuenta los trabajos de su cauti-
verio en poder de los tagalos cuando éstos se sublevaron contra España en el año 1898 y se apode-
raron los yanlcees de las islas Filipinas. Se han publicado en La Ciudad de Dios, tomos LIII, pági-
nas 92 ú 99, 172 á 181, 353 á 360, 510 á 520 y 576 a 584; LIV, págs. 126 á 130, 298 á 305, 350
á 359, 428 á 439, 508 á 516 y 590 á 599, y LV, págs. 30 á 36, 106 á IIG^ 270 d 278 y 333 á 340.
CMi AUTOBIOGRAFLAS Y MEMORIAS
xn
Pocos libros tau extiavagautes y al misino tiempo de tan subido precio para el estu-
dio de la geografía peruana se couoceu como la Pastoral relicjioso-política de ¥r. Hi-
pólito Antonio Sánchez Rangel, primer Obispo de Maiuas ('). Conjunto más heterogé-
neo y abigarrado ni siquiera puede concebirse, ya que su autor mezcló en este libro re-
cuerdos de su episcopado; de los viajes que hizo por aquella región, evangelizada en el
siglo XVII por los misioneros jesuítas ("), y de su fuga á España cuando en el año 1821
se acercaron las tropas del General San Martín; hay epístolas á Pío V]I y al rey Feí-
nando (^); alocuciones político-piadosas á los españoles; oraciones con sus antífonas; des-
cripciones de minerales, plantas y animales; observaciones meteorológicas, y por haber
de todo, la segunda parte, ó sea la Carta pastoral vigésinfa prima del Obispo de Mai-
uas {*), se halla escrita en décimas estrafalarias, como son éstas:
Descansar podemos; ¿cuándo?
¿Y en dónde? ¡Agua del cielo!
Sapos, culebras, mal suelo.
Boguemos; vamos cenando.
Si es así, ve preparando.
¿Qué es del pan? ¿galleta alguna
Podrá haber? ¡Qué! ¿hay? ninguna.
El pastor calla, y al alba
Los pájaros le hacen salva.
De estas noches basta una.
«Fueron muchas en las (jue nos vimos deste modo en las tres fugas por agua y por
tieiTa, en la visita y en la entrada al Obispado y salida á Lima» (").
Paurpas ó llanuras interminables que bañan el Marañón, el Ñapo, el UeaijaU,
Fuiumaijo, etc.
Al buen pastor arrimando
Su artesa, en el surgidero
Le recibe un mosquitero;
Lo aflige y va desangrando.
O Pastoral reliffioso-poUüca geográfica. Lugo, Impr. de Pujol, 1827, 260 paga, en 4."
Sániliez Rangel escribió alemas: Fragmentos de una pastoral escrita en M' anas en la fuga de su
primer Obispo. Madrid, Impr. de E, Aguado, 1825. En 4."
(2) La Compañía de Jesús fundó á mediados del siglo xvii algunas relucciones en el país de
]os Mainas; acerca de ellas escribió un precioso Informe en 1661 el P. Francisco de Figneroa, del
cual se aproveclió el P. Maroni, ó quien sea el autor de las Noticias auténticas del famoso rio Maraíióu,
publicadas por D. Marcos Jiménez de la Espada en el Boletín de la Sociedad Geográfica (tomos XXVI
á XXXIII).
(3) La dedicatoria á éste comienza así: <(Como V. M. tuvo á bien preguntarme dónde estaba
Mainas, recogiendo mis pensamientos, con algunos apuntes que traía h^ compuesto este libro qne
presento á V. M.».
Cualquiera diría que Sánchez Rangel se burlaba de Fernando VII como de monarca tan igoo-
rante que ni aun tenía ligeras y vagas noticias de sus dominios.
(4) Páginas 71 á 118.
(5) Página 105.
INTRODUCCIÓN cr.vn
¡Sus alesnas va clavando
Por los ojos, barba y boca!
Toda diligencia es poca.
¡El sol se nubla! y la plaga
Aquí lo hiere, allí amaga.
¿Y él? Firme como una roca.
«Eli Sau Joaquíu de Omaguas, docti'ina del Marañón, fuerou tanto los zaucudo.s y el
calor que me acometierou á la eutrada, en la visita y eu las fugas, que sofocado estuvo
á pique de insultarme) (')•
Recopilación de todos /o.v rersos:
Con todo, entre tantas penas
Viviendo y muriendo á coros,
De tigres, monos y loros
Se encuentran cosas muy buenas.
Da gusto ver las amenas
Praderas, montes, regiones;
Abismos, tantas naciones,
Ríos, pampas, que en largueza
La madre naturaleza
Enriquece en producciones {^).
Lo más estupendo es que á estas décimas siguen largas notas que constituyen un
valioso documento geográñco digno de crédito, como redactado por quien había reco-
riido los inmensos bosques tropicales del Ueayali. del Ñapo y del Putumayo.
(1) Pá,^^na 109.
(2) Página 115.
CAPITULO IX
I. Doña Leonor López de Córdoba. — II. Doña Catalina de Erauso, La Moííja Alférez.
I
Uuo de los más antiguos escritos femeniles en castellano es el llamado Testamento
de Doña Leonor López de Córdoba, donde ésta refií'ió la serie de inicuas persecucio-
nes que sufrieron ella y su marido por haber sido fieles en vida y muerte al Rey
D. Pedro; relación que difiere en algunas cosas de lo consignado por el Canciller Pero
López de Ayala en su Crónica del Rey D. Pedi'o (año XIX, cap. VII) y en la Crónica
del Rey D. Juan I (año VI, caps. I y II).
Fué hija de D. Martín López de Córdoba, á quien el Rey D. Pedro dio la encomien-
da de Alcántara y luego hizo Maestre de Calati'ava, y de Doña Sancha Carrillo, sobrina
de Alfonso XI. Nació en Calatayud en la casa de este monarca, y fueron madrinas suyas
las Infantas, quienes más adelante llevaron á ella y á su madre al Alcázar de Segovia.
Allí murió muy pronto Doña Sancha, quedando Doña Leonor huérfana de poca edad.
A los diez y siete años conti-ajo matrimonio con Ruy Gutiérrez de Finestrosa, hijo de Juan
Fernández de Finestrosa, Camarero mayor de D. Pedro y Mayordomo mayor de Doña
Blanca. Ruy Gutiérrez era bastante rico; podía armar ti'escientos hombres de á caballo;
poseía quinientos moros y moras, dos mil marcos de plata en vajilla y cuarenta madejas
de aljófar «tan grueso como garbanzos»; esto sin contar las joyas y preseas, cuyo inventa-
rio no se pudiera «escrebir en dos pliegos de papel» . A Doña Leonor entregó su padre
como dote veinte doblas. Cuando ésta residía en Carmona con el Maesti-e de Calatrava, con
su marido, cuñados y un hermano suyo llamado Lope López de Córdoba Carrillo, fué
sitiado en Montiel D. Pedro por D. Enrique el Bastardo. El Maestre se preparó á soco-
rrerlo, y sabida la muerte de su Rey se retiró de nuevo á Carmona, villa que sitió don
Enrique, y no pudiendo tomarla por la fuerza de las armas, logró que sus defensores se
entregaran á condición de respetar sus vidas y haciendas, pacto que el Bastardo que-
brantó ignominiosamente ordenando la decapitación de D. Martín López de Córdoba en
la Plaza de San Francisco de Sevilla y confiscando los bienes de éste y su yerno, á quien
con Doña Leonor metió en un calabozo. Nueve años pasaron en aquella prisión, donde
á consecuencia de la peste fallecieron los cuñados y hermano de Doña Leonor. Esta y su
marido fueron puestos en libertad al advenimiento de D. Enrique III. Ruy Gutiérrez in-
tentó en vano recobrar su hacienda, y viendo que nadie le hacía justicia, «anduvo siete
años por el mundo, como desventurado, é nunca halló pariente ni amigo que bien le ficiese
ni hubiese piedad del» . Enti-etanto Doña Leonor se fué á Córdoba en casa do su tía Doña
María García Carrillo, y considerándose abandonada de su esposo trató de entrar en un
cLx AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
monasterio de Guadcilajara, fimdado por sus bisabuelos. Mas antes de realizai-lo volvió
á su lado aquél «eucima de su muía, que valía muy pocos diueros, é lo que traia ves-
tido uo valia treinta maravedís» . Tan pobres se hallaron los dos, que viviendo en una
casa contigua á la de su tía, salían á comer en la de ésta, con harta vergüenza de verse
menospreciados por los caballeros de la ciudad. En esto Doña Leonor tuvo un sueño:
«Vi, dice ella, en la pared de los corrales de San Hipólito un arco muy grande e muy
alto, e que entraba yo por alli e cogia flores dé la sierra, e veia muy grande cielo» .
Aquel sueño fué en cierto modo protético; poco después los clérigos de San Hipólito le
concedían el corral donde liabía contemplado el arco, á condición de fundar una capella-
nía por el alma de Alfonso XI. Allí, escribe, «con la ayuda de la señora mi tía y de la
labor de mis manos hice en aquel corral dos palacios y una hortezuela, e otras dos ó tres
casas» .
Dotada de profundos sentimientos religiosos y de inagotable caridad, hallándose en
Aguilar, donde huyó de la peste que se cebaba en Córdoba, cuidó á un moro que llegó
de Ecija «con dos cánceres en la garganta y tres carbunclos en el rostro» ; lo hospedó en
casa de un criado de su padre, y á taita de otra persona hizo que acompañase al doliente
un hijo suyo, Juan Fernández de Eiuestrosa, de edad de doce años; éste se contagió y
pasó á mejor vida ('). Doña Leonor mitigó tan amarga desgracia recitando una anti-
gua oración, cuyo principio nos ha conservado:
Madre Santa Maria — de vos gran dolor habia
E vuestro hijo bien criado — vístelo atormentado
Con su gran tribulación— amortecí ósevos el corazón.
Desjiues de su tribulación — puso vos consolación
Ponédmela á mí Señora — que sabéis mi dolor.
De Doña Leonor López de Córdoba trata Fernán Pérez de Guznián en sus Genera-
ciones y semblan vas (cap. XXX), censm-audo la influencia que logró con la Reina Doña
Catalina:
«Hernán Alonso de Robles fue natural de Mausilla, una villa del Reyno de León,
hombre de escuro e baxo linaje. Leonor López de Cordova hizole Seci'etario de la Rey-
na Doña Catalina, con quien el ovo gi-au lugar»; y más adelante, hablando del servilismo
y abyección de magnates y eclesiásticos, dice, que se sometían «no solo a este simple
hombre, mas a una liviana e pobre mujer, ausi como Leonor López, e a, un pequeño
e raez hombre, Hernán López de Saldaña» .
II
Hasta hace pocos años se creía generalmente en la autenticidad del libro que D. Joa-
quín María Ferrer dio á luz, atribuyéndolo á la famosa Monja Alférez ('^). Pero como
hizo ver el Sr. Sánchez Moguel en. un artículo que publicó en la II ast ración Española
(') Relación que deja escrita para sus descendientes Leonor de Córdoba. Copiada en este año de 1733
de la original que se encuentra en el Archivo del Real convento de San Pablo, de la ciudad de Córdoba.
Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo LXXXI, págs. 33 á 44.
(2) Historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma. Ilustrada con
INTRODUCCIÓN clxi
// Americana del año 1892, sou tantos los errores cronológicos en que abunda y tan
absurdas muchas aventuras, que es preciso considerarlo apócrifo. Así, por ejemplo, afir-
ma haber nacido en el año 1585, estando probado que nació en el de 1592, Es, sin em-
bargo, histórico en el fondo, y muchos de sus datos han sido comprobados por los docu-
mentos del Al-chivo de Indias, donde se conserva el Memorial de méritos y servicios
del Alférez Eranso, cuyo encabezamiento es una verdadera autobiografía.
Doña Catalina de Erauso nació en San Sebastián, año 1592, como consta de su par-
tida de bautismo. Fué hija del capitán Miguel de Erauso y de María Pérez de Galarza,
Muy joven entró en un convento de su ciudad natal, donde permaneció hasta el año 1607.
Aviniéndose mal su carácter inquieto y turbulento con la vida pacífica del claustro, huyó
vestida de hombre y pasó al Nuevo Continente; allí sirvió en el esjército y peleó como
valiente en la batalla de Purén, D, Luis de Céspedes Xeria certificaba en el año 1625
que el Alférez Erauso había militado más de diez y ocho años, distinguiéndose en varios
encuentros. Hacia el año 1623, con ocasión de unas heridas de muerte que tuvo, declaró
su verdadero sexo y condición al Obispo de Guamanga; volvió á Europa, y divulgán-
dose las aventuras que había corrido compuso Montalván una comedia inspirada en
ellas, Pedro de la Valle, que la conoció en Koma, escribe:
«Es de estatura grande y abultada para mujer, bien que por ella no parezca no ser
hombre. No tiene pechos, que desde muy muchacha me dijo haber hecho no sé qué re-
medio para secarlos y quedar llanos, como le quedaron; el cual fué un emplasto que le
(lió un italiano que cuando se lo puso le causó gran dolor, pero después sin hacerle otro
mal surtió el efecto.
» De rostro no es fea, pero no hermosa, y se le reconoce estar algún tanto maltratada,
pero no de mucha edad. Los cabellos sou negros y cortos como de hombre, con un poco
de melena como hoy se usa. En efecto, parece más eunuco que mujer; viste de hombre
á la española; trae, la espada bien ceñida, y así la vida; la cabeza un poco agobiada, más
de soldado valiente que de coi'tesauo y de vida amorosa. Sólo en las manos se le puede
conocer que es mujer, porque las tiene abultadas y carnosas y robustas y fuertes, bien
que las mueve algo como mujer» .
La seudoautobiografía de Doña Catalina de Erauso está plagada de anacronismos y
absurdas invenciones. Equivoca la fecha de nacimiento y hace cometer á la protagonista
en América desmanes imposibles, pues mataba hombres con la misma facilidad que se
rompen muñecos de alfeñique; en La Concepción (Chile) dio muerte á nn hermano suyo;
notas ij documentos por Don Joaquin María de Ferrer. París. Ea la imprenta de Julio Didot. 1829.
Un vol, en 8," de 311 págs., con un retrato de Doña Catalina. — Port — Prólogo del editor, — Texto. —
Notas finales del nianuscrito de D. Cándido María Trigueros, — Apéndice.— Lrt Monja Alférez, come-
dia famosa de D. Juan Pérez de Montalván.
Historia de la Monja alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma é ilustrada con notas
D documentos, por D. J. M. D. F. Burcelona, imprenta de José Tauló, 1838; 1 vol, en 8," de 19.")
páginas,— Anteport. — Port. — líetrato de Doña Catalina.- Prólogo del editor.— Texto.— Notas finales
del manuscrito de D. Cándido María Trigueros. — Apéndices. — índice de los capítulos.
Die Nonne Fdhnrich oder Geschichte der Catalina de Erauso von ihr selbst geschrieben Heraus'
gcgehen von don Joaquín de Ferrer und ins Deusche iibersetzt vojí Obersten U. Schepeler. Leip^.ig, Ver-
lag von P. U. Mayer, 1830; 1 vol. en 8.° de XX.231 págs. Al principio un retrato de Doña Catalina;
es el mismo de la edición anterior. No lia mucho i'uc traducida al francés por el eminente poeta
Heredia,
AUTOJilOGRAFÍAS V MKMOIUAS. 11
cLxii AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
en el Cuzco á un soldado llamado nuevo Cid, v en todas pai-tes se ostenta como un joven
enamoradizo y pendenciero. Hay motivos bastantes para presumir que este libro fué
compuesto por Trigueros en vista de algunas relaciones que corrieron á nombre de Doña
Catalina, cual es la siguiente: Belácion verdadera de las grandes haxañas y valerosos
hechos que una ¡nuger hiw en fegnte g quatro años que siruio en el Reyno de Chile g
otras partes al Reg nuestro Señor, en abito de soldado, g los honrosos oficios que tuuo
ganados por las armas, sin que la tuuieran por tal muger hasta que le fue fuer^M el
descubrirse, dicho por su mesma roca rinie/ulo nauegando la buelta de España en el
galeón San loseph^ de que es Capitán Andrés de Onion, del cargo del Señor General
Tomas de la Baspuru, que lo es de los galeones de la plata, en 18 de setiembre de 1624
años. Sacada de un original que dexó e)> Madrid en casa de Bernardino de Guxnian,
donde fue impressa, año de 1625, g en. Sevilla por Simón Faxardo (1625). 2 hojas en
folio (•).
Madrid 3 de jimio de 1902.
M. Seükano y Sakz.
(1) Además de las oliriis estudiadas ó citadas en esta Introducción mencionaremos las siguientes:
Comentarios de los sucesos de Aragón en los ai'ios 1591 y 1592, escritos por D. Francisco de
Gurrea y Aragón, Conde de Luna. Publícalos D. Marcelino de Aragón y Azlor, Duque de Villa-
hermosa, de la Real Academia Española. Madrid, Imp. de A. Pérez Dubrull, 1888; XlTI-635 pági-
nas en 4.**
Memorias del Marqués de Ayerhe sobre la edancia de D. Fernando VII en Valenray y el
principio de la guerra de la Independencia. Ordenadas y publicadas por D. Juan Jordán de Urries,
actual Marqués del mismo título. Zaragoza, Est. tip. de M. Salas, 1893; 308 págs. en 8.°
Escritos del conde de Ofalia, publicados por su nieto el Marqués de Heredia, Senador j)or derecho
propio. Bilbao, Imp. de La Propaganda, 1894. En 4.°
Al principio (págs. 11 á 100) va la biografía de D. Narciso de Heredia, escrita por D, Fernando
Alvarez. Hay en este libro algunos escritos autobiográHcos de Heredia.
Memorias para escribir la Historia contemporánea en los siete primeros años del reinado de
Isabel II. Por el Marqués de Mirajlores, Conde de Villapaterna, Grande de España, Ministro Pleni-
potenciario de S. M O. en Londres en el año 1S34, Embajador extraordinario en Londres y París en
los años 1838, 1839 y 1840, Procer y Senador en las épocas desde 1834 á 1841. Madrid, Impr. de la
Viuda de Calero, 1843 1844. 2 vol. en 4.° de LXXV-TÚO y 883 págs.
Don Manuel Ruiz Zorritla ante la A. R. M. Noticias sobre la formación y desarrollo de la misma.
Historia de la conspiración militar que produjo la sublevación de Badajoz y la Seo de Urgel y detallen
interesantes al ejército. Escrito todo por Sifjler. — 725, Secretario de la Junta republicana militar, en
defensa de su honra y aclaración de los hechos ocurridos. Madrid, Imp. de José de Rojas, 1883. 98 pá-
ginas en 8.*'
Enrique Polo de Lara, En justa defensa (Refutación documentada de las falsas aseveraciones
de un fraile agustino), por el último Gobernador civil español de ambos llocos, con una carta de Fran-
cisco Rodríguez Marín. Sevilla, Imp. Sauceda, 1900. 20G págs. en 8."
Relación verdadera de los trabajos y fortunas que un pussado los que fueron el uiaje del Rio de
la Plata. Escrita por Andrés Martínez, vezino desta ciudad de Seuilla,
(Al jin) . Impressa en Seuilla, en casa de Alonso de Coca, impressor. 2 hojas en folio.
La Relación está fechada en Santo Domingo á 15 de agosto de 1559.
En la Colección de documentos para la Historia de Chile, 2)ublicados por J. T, Medina, hay las
siguientes relaciones autobiográticas de navegantes:
INTRODUCCIÓN CLxui
Diario ó derrotero del viaje de Magallanes desde el cabo de San Agustín en el Brasil hasta el
regreso á España de la nao Victoria, escrito por Francisco Albo. Tomo I, págs. 213 á 256,
Relación e derrotero de Diego Garda que salió de la Coruña en 15 d' Enero de 1526, en el Mar
Occeano, e llego en 27 al Rio Paraná, donde navego muchas leguas tierra adentro la Armada de
Sebastian Caboto. Describe las generaciones que habitan en las orillas deste Rio e su riqueza. Añade
que quinze años antes abia estado alli e abia descubierto aquellas tierras, de donde traxo gran porción
de plata. Tomo III, págs. 40 á 48.
Relación de Francisco Davila, sobresaliente de la nao S. Gabriel, asi de la navegación de Louisa
desde la Coruña hasta el Estrecho de Magallanes, como de los acaecimientos particulares de aquella
nao después que se separo de la armada. 4 de junio de 1527 . Tomo III, págs. 48 á 58.
Cartas de D. Rodrigo Acuña sobre algunos acontecimientos del viaje deLoai^a.
Son dos: fechada una á 15 de junio de 1527; la otra sin fecha. Tomo III, págs. 58 á 64.
Relación de las cosas que sucedieron en la armida de Simón de Alcazaba, el cual iba por Gober-
nador á la provincia de León por parte de la mar del Sur, escrita por Alonso Vehedor en el año 1530
Tomo III, págs. 330 á 344.
Relación hecha por Juan de Mori de la expedición de Simón de Alcazaba al estrecho de Maga-
llanes desde que salió de Sanlucar de Barrameda en veinte y uno de setiembre de mil quinientos treinta
y quatro hasta que llego á Santo Domingo en agosto de mil quinientos treinta y cinco; dirigida á un
amigo suyo de Sevilla, á 20 de octubre de 1535. Tomo III, págs. 31G á 330.
Carta del Adelantado D. Pedro de Alvarado á S. M. dándole cuenta de lo que le sucedió cuando
saliendo de Guatemala tuvo que arribar á la Gobernación de don Francisco Pizarra.
San Miguel 15 de enerO de 1534. Tomo IV, págs. 193 á 196.
Carta á S. M. del Adelantado D. Pedro de Alvarado, sobre las contrariedades que sufría de Piza-
rra y estado de los descubrimientos en Guatemala.
Santiago de Guatemala 12 de mayo de 1536. Tomo IV, págs. 350 á 363
Diario del viaje, de (*) la Corte á Italia, de dos caballeros curiosos (15 de marzo á 9 de julio
del año 1681).
Ms. original al parecer; 55 hojas en folio. Bibl. Nac, I, 68.
Relación histórica del viaje hecho á la ysla de A mat, por otro nombre Olahití, y descubrimiento
de otras adyacentes, por D. José de Andia y Várela, en los años de 1774 y 1775,
Ms. del siglo xvm; un vol. en 4." (Museo-Biblioteca de Ultramar).
Diarios ejecutados á los países del Gran Chaco en los años de 1776 y 1781 por el Rdo. P. Prior
del Orden Seráfico, Fr. Antonio Lapa, cura doctrinero de la reducción de Nuestra Señora del Pilar
de Macapillo.
Ms. autógr. que se conserva en la Biblioteca Nacional; 14 hojas en folio.
Breve descripción de los viajes hechos en América por la, Comisión científica enviada por el
Gobierno de S. M. C. durante los años de 1862 á 1866, acompañada' de dos mapas, por D. Manuel
de Almagro. Madrid, Imp. de M. Rivadcneyra, 18GG. 174 págs. en 4."
De dicha Comisión formó parte el insigne americanista D. Marcos Jiménez de la Espada
Correspondencias de un viaje desde Filipinas á Europa por Sicilia, Ñapóles, Roma, Italia. París,
Londres y España. Comprenden la descripción de varias poblaciones del tránsito, incluso Cantón en
China, con los sucesos del viaje en la ida y vuelta. Por Faustino Villa/ranea, prebendado de la Iglesia
Catedral de Manila.
Manila, Imp. de la Revista Mercantil, 1870. 283 págs. en 4.'*
Viaje de Ccylán á Damasco, Golfo Pérsico, Mesopotamia, ruinas de Babilonia, Ninivey Palmira,
y cartas sobre la Siria y la isla de Ceylán, por D. Adolfo Rivadeneyra. Madrid, Imp. de M. Rivade-
neyra, 1871. 398 págs. en 8."
Viaje al interior de Persia, por 1). AdolCo Rivadcneyra. Madrid, Imp. de Aribau y C*, 1880.
3 vol. en 8.°
Del Timbó al 2'artagal. Impresiones de un viaje á través del Gran Chaco, por Leopoldo Amaiul,
con un prólogo de Juan José García FeWoso. Buenos Aires, Imp. de El Rio de la Plata, 1889.
XIII.304 págs. en 8."
(*) do está ¡lur desde.
cLxiv AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
El Caiiiagüey. Viajes pintorescos por el interior de Cuba y por sus costas, con descripciones del
país, por el F. Antonio Perpiñá, escolapio. Barcelona, Imp. de Fidel Giró, 1889. 448 págs en 4.°
Sombras chinescas (Recuerdos de un viaje al Celeste Imperio), 1900-1901, por Luis Valera.
Madrid, Imp. de M. Tello, 1902. En 8 " Tomo I.
Se habían publicado ya estos Recuerdos en el folletín de El Imparciu.l.
Miguel Leitfio de Andrade, soldado que fué en la desdichada campaña de D. Sebastián en
África, consignó sus recuerdos en su tan heterogénea como curiosa Miscellanea (Lisboa, lü29).
Relación del sargento Diego Ruiz Maldonado en el viaje que llevó al socorro de la Guayana por
orden de don Martin de Saavedra, acerca del Orinoco (año 1638).
Iiichiida en los Nuevos autógrafos de Cristóbal Colón y relaciones de Ultramar, hos publica la
Duquesa de Benvick y de Alba, Condesa de Siruela.
Madrid, Imp. de Rivadcneyra, 1902. Págs. 100 á 121.
Servicios del Maestre de campo Alvaro de Paz Villalobos á los Reyes Felipe II y III, en Italia,
Flandes, Portugal y las Indias. 1612 ;Obra citada, pág.s. 80 á 85).
[Relación que de sus méritos y servicios hizo Sebastian Hurtado de Corcuera], Córdoba 10 de julio
de 1653, Impresa sin indicación de lugar ni de año; 4 hojas en folio (Biblioteca-Museo de Ultramar).
Hurtado de Corcuera refiere que estuvo en Flamles, en el tercio de D. Iñigo de Borja, hasta el
año 1616; liecho alférez militó con el Maestre de campo Simón Antúnez hasta 1623; luego pasó al
Perú y fué en el Callao Tesorero de la Real Hacienda, y en Panamá Gobernador, Capitán general
y Presidente de aquella Audiencia; después obtuvo el Gobierno de las Filipinas, donde peleó contra
los moros de Miudanao y fortificó la ciudad de Manila, amenazada por los holandeses. Todo esto no
impidió que fuera reducido á prisión por su sucesor D. Diego Fajardo. Acaba su relación pidiendo
al Rey que le hiciera justicia.
Mis Memorias, ó sea un recuerdo pasado y un presente recuerdo, por José Garda Monzón. Ms. del
siglo XIX, en 4." (Biblioteca-Museo de Ultramar).
El autor nació en Zaragoza á 11 de septiembre de 1831. Fué soldado en Puerto Rico. Sus Me-
morias llegan hasta el año 1859.
Mi cautiverio. Carta que, con motivo del que sufrió entre los moros piratas joloanos y sámalos
en 1857, dirige el Teniente Coronel de Infantería D. Luis Ibañez y García á su hermano D. Joaquín,
Capitán de fragata de la Armada destinado al apostadero de la Habana. Madrid, Imp de Gabriel
Alliambra, 1859. 29 págs. en 4.»
Diario de un testigo de las operaciones sobre los insurrectos de la isla de Cuba, llevadas á cabo por
la columna á las órdenes del Excelentísimo Sr. General Conde de Valmaseda, por D. Teodoi'ico Feijóo
y de Mendoza Habana, Imp. de la Viuda é Hijos de Soler, 1869. 63 págs. en folio.
Los manhises, Memorias de un prisionero, por el Capitán de Infantería D. Antonio del Rosal.
Madrid, Imp. de D. Pedro Abienzo, 1874. 44 págs. en 4 "
Españoles é insurrectos. Recuerdos de la guerra de Cuba, por el Coronel retirado D. Francisc > de
Oamps y Feliu. Habana, Imp. de A. Alvarez y Comp.% 1890. 424 págs. en 4."
Recuerdos histó icos de la ciudad de Veracruz y costa de Sotavento del Estado durante las cam-
pañas de ((.Tres años>\ «La Intervencióm) y cíEl Imperio'», por el Mayor de Infantería Sebastián I.
Campos. México, Ofic. tip. de la Secretaiía de Fomento, 1895, 492 págs. en 4."
El manuscrito de un combate ó el 3 de julio desde el «.Vizcaya», por Tomás Benítez Francés. El
Ferrol, Imp. de El Correo Gallego, 1898. 243 págs, en 8.»
Manuel Corral, ¡El desastre! Memorias de un voluntario en la campaña de Cuba. Barcelona,
Tip. Moderna, 1899. 236 págs. en 8."
¡La guerra! Cuba (Diario de ?m testigo), por Ricardo Btirguete, del Ejército español. Barcelo-
na, 1902. 204 págs. en 8 °
¡La guerra! Filipinas (Memorias de un herido), por Ricardo Burguete. Barcelona, 1902;
239 págs. en 8.°
Diario turolense de la primera mitad del siglo XVI, escrito por Juan Gaspar Sánchez Muñoz,
Caballero de la noble familia de los Muñozes de Teruel. Publicado con una introducción y notas por
el Dr. D. Gabriel Llabréí y Quintana. Madrid. Est. tip. de Fortanet, 1902. 80 págs. en 8."
Memorias de un empresario, por D. Felipe Ducazcal; publicadas en el Heraldo de Madrid, núme-
ros de 4, 8, 12, 22 y 28 de noviembre, y 4 y 17 de diciembre de 1890.
INTRODUCCIÓN clxv
Descripción de España, por D. Fernando Colón.
Ms. en parte autógrafo; un volumen en 4." Se conserva en la Biblioteca Colombina.
Refiere en esta obra D. í>rnando sus viajes por E-paña; comenzó su itinerario á 3 de agosto
de 1517.
El poeta y naturalista canario D. José de Viera y Clavijo escribió sus Memorias en el año 1-99,
las cuales se han publicado con su Diccionario de Historia natural de las islas Canarias. Son lu
fuente que más aprovecharon Millares [Hijos ilustres de las islas Canarias) y D. José Román {Elorjio
de Viera) para la biografía de este hombre ilustre.
Las tertidias de la Zarzuela, Páginas de la vida literaria, por Eduardo Saco; insertas en el
Heraldo de Madrid, 22 de febrero; 5,' 1.5, 21 y 30 de marzo; 17 de abril; 8 y 27 de mayo, y 26 de
junio de 1891.
Recuerdos de Filipinas. Cosas, casos y usos de aquellas islas; vistos, oídos, tocados y contados,
por Francisco Cañamaque. Con una caria-prólogo del Excmo. Sr. D. Patricio de la Escosura.
Madrid, Imp. de J. Cruzado, 1877; Iinp. de Aribau y Comp.% 1879. 2 vol. en 8."
Diario de un testigo de la guerra de África, por D. Pedro Antonio de Alarcón, soldado voluntario
durante la campaña. Segunda edición, corregida. Madrid, Imp. Central á cargo de Víctor Sáiz, 1880.
3 vol. en 8."
Cuatro años en Méjico; Memorias intimas de un periodista español, por D. Ramón Elices Montes.
Con vn prólogo de D. Emilio Castelar. Tomo I. Méjico en la actualidad. Madrid, Imp. de la Viuda de
J. M. Pérez, 1885. ün vol. en 8."
Nada tienen de intimas estas Memorias, pues se reducen á una descripción de Méjico, tal como
puede verse en cualquier obra de geografía.
Víctor Gálvez, Memorias de un viejo, Escenas de costumbres de la República Argentina. Buenos
Aires, Imp. de Pablo E. Coni é Hijos, 1888-89. Tres vol. en 8.»
The Ufe of the Rev. Joseph Blanco White, written hy hrmself; loith poriions ofhis correspondence .
Edited byJohi Hamilton Thom. London, 1845. 3 vol. en 4." de XII-501, IX-362 y X-480 páginas.
Este libro se formó con cartas y otros documentos de Blanco White, quien había ya publicado
una autobiografía en sus Lettersfrom Spain, con el título de Afeiofacts connected whitli tlieforma-
tion ofthe intellectual and moral character of a spanish clergyman (páginas 06 á 134).
El insigne filólogo y religioso apóstata D. Juan Calderón redactó su biografía en una carta .i
Benjamín Wiffen, publicada en el año 1855 por D. Luis Usoz del Río. Cnf. Historia de los hetero-
doxos españoles, por D. Marcelino Menéndez y Pelayo; tomo III, págs. 070 á 673.
El catalán D, Ramón Montsalvatge , fraile capuchino, luego soldado carlista y por último
agente de sociedades bíblicas, compuso una autobiografía novelesca, aunque histórica en el fondo,
traducida a! inglés y publicada en Londres, año 1846, con el título de The Ufe of Ramón Mont-al-
vatge, a converted spanish monlc of the order of the Capucins.
Resumen de un siglo. Personas, cosas y sucesos q^te han pasado y yo he visto en el siglo XIX.
Por Aliitonio] Miaría] G[arcia] B[lanco]. Osuna, 1887. En 8."
Reciente está aún la memoria de este personaje, tan célebre por sus conocimientos hebraicos
como por sus e.\travaganeias.
Memoria histórica de S. M. la Reyna de Elruria, escrita por ella misma en italiano. Publícala en
español D. Marcos Gándara. En Valladolid, Imp. de Santander, año de 1815; 42 págs. en 8.", más
tfes hojas de prels.
Port.— El traductor.— Memoria histórica de S. M. la Reyna de Etrtiria, escrita por ella misma
en italiano. Esta reina fué D " María Luisa de Borbón, hija de Carlos TV de España.
Recuerdos de Cádiz y Puerto Real (1841-1S50), por Fulana de Tal. París. Tip. Garnier, 1899;
110 págs. en 8."
Como autobiografía puede considerarse el libro siguiente, ar.nquc no fué redactado por su pro-
tagonista, cuyas aventuras más ó menos fingidas se propahiron á fin de excitar en los Estados Unidos
el odio contra España:
The story of Evangelina Cisneros (Evangelina Betancourt Cosío y Cisneros) told by herself. Her
rescue by Karl Decker. Introduction by JuUan Hawlhorne. Illustrations by Frederic Remington,
Thomas Fleming and others. New York, MDCCCXCVIII. 257 págs. en 8."
Nicolás Antonio {Bibliotheca nova) habla de las siguientes obras que no hemos podiilo examinar:
cLxvi AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
El Pretendiente á la corona lusitana y rival de Felipe II. D. Antonio, Prior de Ocrato, escribió
sus Memorias, que se intitulaban Primeira e segunda parte da Historia do Rey Doni Antonio,
Antonio de Sousa Diniz, Discursos de sua vida.
Libro de sus sucesos, por D. Pedro de la Mota Sarmiento.
Pablo de San Mauro, Cousas da sua vida.
El P. Luis de Valdivia, S, J., Relación de su entrada en el reino de Chile para cipaciguar aquellos
rebeldes el año de 1612.
El P. Gonzalo Piodríguez, Carta da sua Einbaixada a Etiopia^ e do que la le sucedeo con n sen
Reí/ Claudio.
Publicóla casi íntegra Nicolás Godinlio en su libro De rebus abissinorum (libro 11, cap. LVill)
Del portugués Francisco Alvarez se tradujo y publicó en Zaragoza, año 1561, un libro semejante,
rotulado Historia de las cosas de Ethiopia, referidas muchas de ellas como testigo ocular.
Después de escrito lo que pre'.ede se ha publicado el tomo II de los Recuerdos de un diplomá-
tico, por D. Augusto Conté; abarca el período comprendido entre los años 1852 y 1865, cuando su
autor residió en Florencia, Turín, Ñapóles y Londres. Lo ha juzgado discretamente en La España
Moderna (abril, págs. 158 á 165) D. Eduardo Gómez de Baquero.
Antonio Vico. Mis memorias. Cuarenta años de cómico. Impresiones por Echegaray , Leopoldo
Cano y Zapata. Madrid. Imp, de A. Pérez y 0/ [1902]. 182 págs. en 8 °
Están sin acabar dichas Memorias, que en su mayor parte se refieren á las campañas teatríilos
de Vico por la América del Sur.
En La España, Moderna (julio y agosto del presente año) se ha reimpreso el estudio de don
Adolfii de Castro: Memorias de una dama del siglo XIV y XV (de 1363 á 1412), Doña Leonor Ló-
pez de Córdoba.
VIAJE DE TURQUÍA
POR
CRISTÓBAL DE VÍLLALON
(1)
AL MUY ALT<1 Y MUY PODEROSO, CATHOLICO Y CHRISTIANISSIMO SEÑOR DON PHELIPE,
REY D'ESPAÑA, Y^NGALATERRA Y ÑAPÓLES
EL AUTOR, SALUD Y DESEO DE SINZERA FELICIDAD Y VICTORIA.
Aquel insaciable y desenfrenado deseo de
saber y conos^er que natura puso en todos
los hombres, Cesar invictissinio, subjetandonos
de tal manera que nos fuerza a leer sin fructo
ninguno las fábulas y fictiones, no puede me-
jor executarse que con la peregrina9Íon y ver
de tierras estrañas, considerando en quanta
angustia se enzierra el animo y entendimiento
que está siempre en un lugar sin poder exten-
derse a especular la infinita grandeza deste
mundo, y por esto Homero, único padre y
autor de todos los buenos estudios, habiendo
de proponer a su ülixes por perfecto dechado
de virtud y sabidnria, no sabe de que manera
sp entonar mas alto que con estas palabras:
'Avopx ¡jiot iVV£ir£, MoQaa, TioXúxponov, o; ¡xáXa
[TcoXXá
«Xá^yer,
Ayúdame a cantar ¡o musa! un varón que rio
muchas tierras y diversas costumbres de hom-
bres. Y si para confirmar esto hai necesidad de
mas exemplos, ¿quien puede con mejor titulo ser
presentado por nuestra parte que Vuestra Ma-
gestad como testigo de vista a quien este vir-
tuoso deseo tiene tan rindido, que en la pri-
mera flor de su jubentud (como en un espejo)
le ha representado y dado a conoscer lo que
en millones de años es dificil alcanzar, de lo
qual España, Ytalia, Flamees y Alemania dan
testimonio? Conos^iendo, pues, yo, christianis-
simo principe, el ardentissimo animo que Vues-
tra Magestad tiene de ver y entender las cosas
raras del mundo con sólo zelo de defender y
augmentar la sancta fe catholica, siendo el pilar
de los pocos que le an quedado en quien más
estriba y se sustenta, y sabiendo que el mayor
contrario y capital enemigo que para cumplir
su deseo Vuestra Magestad tiene (dexados apar-
te los ladrones de casa y perros del ortolano)
es el Gran Turco, he querido pintar al bibo en
este comentario a manera de dialogo a Vues-
tra Magestad el poder, vida, origen y costum-
bres de su enemigo, y la vida que los tristes
cautibos pasan, para que conforme a ello siga
su buen proposito; para lo qual ninguna cosa
me ha dado tanto animo como ver que muchos
an tomado el trabajo describirlo, y son como
los piuctores que pintan a los angeles con plu-
mas, y á Dios Padre con barba larga, y á Sant
Migel con arnés a la marquesota, y al diablo
con pies de cabra, no dando a su escriptura
más autoridad del diz que, y que oyeron dezir a
uno que venía de alia; y como hablan de oidas
las cosas dignas de consideración, unas se les
pasan por alto, otras dexan como casos reser-
vados al Papa. Dize Dido en Virgilio: Yo que
he prohado el mal aprendo a socorrer a los
miseros; porque cierto es cosa natural dolemos
de los que pades^en calamidades semejantes a
las que por nosotros an pasado. Como los ma-
rineros, después de los tempestuosos trabajos,
razonan de buena gana entre sí de los peligros
pasados, quie'n el escapar de Scila, quién el
salvarse en una tabla, quién el dar al trabes y
naufragio de las sirtes, otros de las ballenas y
antropófagos que se tragan los hombres, otros
el huir de los corsarios que todo lo roban, ansi
a mí me ayudará tornar a la memoria, la cau-
tiuidad peor que la de Babilonia, la servidum-
(•) Lo publicamos con arreglo al manuscrito original, ó sea el 31. 529. Cuando en éste faltan palabras por
hallarse estropeada alguna hoja, hacemos uso del U. 378, que es una copia exacta y casi coetánea.
Como en esta obra no hay división de capítulos, á fin de facilitar su lectura la hemos dividido en Coloquios
y puesto en ellos epígrafes.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
bre llena de crueldad y toraiento, las duras
prisiones y peligrosos casos de mi huida; y no
mire Vuestra Magestad el ruin estilo con que
va escrito, porque no como erudito escriptor,
sino como fiel interprete y que todo quanto
escribo vi, he abracado antes la obra que la
aparen^ia, supliendo toda la falta de la recto-
rica y elegantia con la verdad, por lo qual no
ha de ser juzgada la imperfection de la obra,
sino el perfecto animo del autor; ni es de ma-
ravillar si entre todos quantos cautibos los
turcoá an tenido después que son nombrados
me atreba a dezir que yo solo vi todo lo que
escribo, porque puedo con gran razón dezir lo
que Sant Juan por Sant Pedro en el 18 capi-
tulo de su escriptura: discipulus autein ¿lie
erat notas pontijici et introiuit cum lesu ¿n
atrium pontificis, Petrus mitem stahat ad os-
tium (^)foris. Dos años enteros'despues de las
prisiones estube en Constantinopla, en los
quales entraba como es costumbre de los mé-
dicos en todas las partes donde a ninguno otro
es lÍ9Íto entrar, y con saver las lenguas todas
que en aquellas partes se hablan y ser mi avi-
tacion en las cámaras de los mayores principes
de aquella tierra, ninguna cosa se me ascon-
dia de quanto pasaba. No ai a quien no mueba
risa ver algunos casamenteros que dan en sus
escripturas remedios y consejos, conformes á
las cabezas donde salen, cómo se pueda ganar
toda aquella tierra del turco, diziendo que se
juntasen el Papa y todos los principes chris-
tianos, y a las dignidades de la Iglesia y a
todos los señores quitasen una parte de sus
haziendas, y cada reino contribuyese con tanta
gente pagada, y parescicndoles dezir algo en-
cares9en el papel, no mirando que el gato y el
ratón, y el perro y el lobo no se pueden iun-
zir para arar con ellos. Ningún otro aviso ni
particularidad quiero que sepa Vuestra Mages-
tad de mí más de que si las guerras de acá
9Íbiles diesen lugar a ello y no atajasen al me-
jor tiempo el firme proposito de servir a Dios,
no menos se habria Solimán con Philipo, que
Dario con Alexandro, Xerse con Temistocles,
Antiocho ccn Judas Macabeo. Esto he conos-
9Ído por la esperiencia de muchos años y desta
opinión son los miseros christianos que debaxo
la subie9Íon del turco están, cuio numero ex-
cede en gran quantidad al de los turcos; tienen
grande esperanza que su deseo ha de haber
efecto, esperan que Vuestra Magestad tiene de
ser su Esdra y su Josué, porque semejantes
profecías ai no solamente entre los christianos
mas auix entre los mesmos turcos, los quales
entre muchas tienen esta: padUfa omoz guie-
l/'vr chajerum memelequet alitr, qicizil aJviaa-
(*) Ms., hostii/m.
lur capqeiler, iedigil chiaur quelezi isic maze,
oniquiil onlarum bigligeder, ene yapar, bagi
dequier tmbaglar, ogli qidezi olur, oniqui gil-
den zora, christ/'anon quielecM chicar, turqvi
cheresine tuscure: «verna nnestro rei y tomara
el reino de un prin9Ípe pagano y una man9ana
colorada, la qual reduzira en su ser, y si dentro
de siete años no se levantare la espada de los
christianos, reinará hasta el duodécimo, edifi-
cará casas, plantará viñas y zercarlas ha, hará
hijos; después del duodécimo año aparescera
la espada de los christianos, la qual hará huir
el turco jj. Llamannus ellos a nosotros paganos
y infieles. La man9ana colorada entienden por
Constantinopla, y por no saver desde quándo
se an de comenzar a contar estos doze años y
ver ya la cibdad en tanta puxanza y soberbia
que no puede subir más, tienen por 9¡erto que
el tiempo es venido, y todas las vezes que leen
esta profe9Ía acaban con grandes sospiros y
lagrimas, y preguntándoles yo muchas vezes
por que lloraban aie dezian la profe9Ía; y lo que
por muy averiguado tienen los modernos es que
breuemente y presto el rei christiano los tiene
de destruir y ganar todo su imperio, y el Gran
Turco con la poca gente que le quedare se tiene
de recoger en la Mecha y alli hazerse fuerte, y
después tornará sobre los christianos y ven9er-
los ha, y alli sera el fin del mundo. Y no lo
tenga Vuestra Magestad a burla, que no ai dia
que todos los principes no hazen leer en sus
cámaras todas estas 23rofe9Ías y se hartan de
llorar porque el tiempo se les azerca. Verdadero
prof'^ta fue Balam fuera de Israel, y entre los
paganos ubo muchas Sibilas que predixeron la
verdad, y por eso es posible que fuera de los
christianos haya quien tenga spiritu profetice,
quanto más que podria ser la profe9Ía que éstos
tienen de algún sancto y haberla traduzido en
su lengua. Yo no lo afirmo, pero querría que
fuese verdad y ellos adivinasen su mal. i< uese
Dios servido que las cosas de acá dexasen a
Vuestra Magestad, y veria cómo todo sus9ede-
ria tan prósperamente que ninguna edad, nin-
gún seso, ningún orden ni na9Íon desampara-
rla las armas en servÍ9Ío de Vuestra Magestad.
Cada turco ternia en casa un esclabo que le
matase y en el campo que le vendiese y en la
batalla que le desamparase. Todos los christia-
nos griegos y ármenos estiman en poco la furia
del turco, porque le conos9en ser fortissimo
contra quien huye y fuga9Íss¡mo contra quien
le muestra res¡sten9Ía. Levántese, pues, Dios,
y rómpanse sus enemigos, huyan delante del
aquellos que le tienen odio. Falten como falta
el humo, y regálense delante la cara de Dios
como la zera junto al fuego. Plegué a Dios
omnipotente, Cesar invictissimo, que con el
poder de Vuestra Magestad aquel monstruo tur-
CRISTÓBAL DE VILLALON
queseo, vituperio de la natura humana, sea des-
truido y auicliilado de tal manera, que torne
en livertad los tristes christiauos oprimidos de
grave tiranía, pues ciertamente después de
Dios eu solo Vuestra Magestad está fundada
toda la esperanza de su salud. i\.me pares^ido
dedicar este libro de las fatigas de los christia-
uos cautivos a Vuestra Magestad, que el mundo
conos9e ser solo aquel que puede y quiere dar
remedio a estos trabajos, y esperamos que en
breue lo hará. Conserve Dios a vuestra cesárea
Magestad por muchos años con augmento de
salud, para que con felices victorias conquiste
la Asia y África y lo poco que de Europa le
queda. A primero de marco 1557.
Alegremente respiuió Artaxerxes, rei de
Persia, el agua que con entrambas manos le
ofreseio un dia caminando un pobre labrador,
por no tener otra cosa con que servir, conos9Íen-
do su voluntad, no extimando en menos resf ibir
pequeños servicios que hazer grandes mercedes.
Sola la voluntad de mi baxo estilo, con que
muestro las fatigas de los pobres cautiuos, res-
ciua Vuestra Magestad, pues cognos9e el mundo
ser solo el que quiere y puede dar el remedio y
en quien está fundada toda la esperan9a de su
salud. Por muchos años y con augmento de
salud conserue Dios a vuestra cesárea Mages-
tad para que con felices victorias conquiste la
Asia y África, y lo poco que de Europa le
queda (•).
Initium sapientiae tímor Domini.
COLOQUIO I
Salen de pasen Apatilo ) Panurgo por el camino líeal ó francés
(le Valladolid.— Invoclivas contra los peicgrinos y incndifíos
que iban por allí.— Encuénlr;;nse Panuigo y Apaiilo con nn
fraile extranjero. — Conversación con éste. — Les descubre sor
su atitlguo amigo Politropo ó Pedro do IJrdeinalas (Cristóbal
de Villalón) y i)roniete referirles sus aventuras. — Censura
Pedro de Urdenialas el hospital que liabian hecho aquellos.—
Anochecido entran en la ciudad.
Apatilo. Panurgo. Politropo ('•*),
Apatilo. — La más deleytosa salida y más
a mi gusto de toda la cibdad y de mayor re-
creación es ésta del camino (•*) francés, ansi por
(•) A este prólogo sigue en el nianuíserito M. 529
una Tabla »n/i/ ropiosa do todan lan eomH que an este
libro se rontiaiieri. Comprende siete hojas á dos co-
lumnas No lo publicamos porcjue ningún objeto lle-
naría en la presente edición.
(') Lds tres nombres se derivan del griego: Apati-
lo, de £;i-axíü) (engañar); Panurgo, de 7:avoupYO<^
(astuto), y Politropo, de TroXüxpoTxoj i multiforme)
También Kabelais llamó Patiiirgo á uno de los per-
son.ajes de su afamada novela, ticaso conocida por
Villalón.
(=•) (Tachado) Pveal.
la frescura de las arboledas, como por gozar de
la diuersidad de gentes, variedad de naciones,
multitud de lenguas y trajes que Señor Santia-
go nos da por huespedes en este su p regrinaje.
Panurgo. — Como todas las cosas que de-
baxo de la luna están tienen su haz y embes,
tampoco esta se puede escapar, por donde yo la
tengo poco en uso.
Apatilo. — Al menos es cierto que aunque
Dios la criara perfecta, en vuestra boca no le
tiene de faltar un sino, como es de costumbre;
¿qué tacha ó falta tiene?
Panurgo. — No me la iréis a pagar en el
otro mundo, ansi Dios me ayude.
Apatilo. — Si no habláis más alto, este aire
que da de cara no me dexa oyr.
Panurgo. — Digo que es gran trabajo que
por todo el camino a cada paso no abéis de ha-
blar otra palabra sino Dios te ayude. Verdade-
ramente, como soi corto de bista, aquel árbol
gru[e]so y sin ramas questá enmedio del ca-
mino todas las vezes que paso junto a él, pen-
sando que me pide, le digo: Dios te ayude.
Apatilo. — Buen remedio (*).
Panurgo. — Eso es lo que deseo saver.
Apatilo. — Darles limosna y callar.
Panurgo. — A sólo a^os es posible tal reme-
dio, que como sois de la compañía de Juan de
Voto á Dios no pueden faltar (^ , por más que
se dé, las cinco blancas en la bolsa, pero á mí
que soi pobre, mejor iii'esta demandar que dar.
Apatilo. — Nadie es tan pobre que alguna
vez no tenga que dar una blanca, o un poco de
pan, o al menos un pedazo de compasión de no
tener que dar y dolerse del pobre; pero vos sois
amigo de beber la tarja que sobra y no acordar
c[ue ai mañana.
Panurgo. — La mayor verdad es que al pro-
posito se puede dezir, y por tal no la contra-
digo, y pues jugamos el juego de dezirlas,
quiero también yo salir (•*) con la mia.
Apatilo. — Ño de manera que muerda ni
queme.
Panurgo. — No dexará señal más que un
rayo. Veinte y más años a que nos conosce-
mos y andamos por el mundo juntos y en todos
ellos, por más que lo e advertido, me acuerdo
averos visto dar tres vezes limosna; sino al
uno: t'poi' qȎ no sirves un amo.'; al otro: gran
necesidad tenía Santiago de ti; al otro: en el
ospital te darán de cenar; y á bueltas desto,
mil consejos airadamente porque piensen que
con buen zelo se les dize. Pues el Dios te ayn-
(') (Tachado) para cño.
A fin de evitar repeticiones, diremos que mientras
no se indique otra cosa toilas las variantes con el texto
definitivo son palabras tachadas en el nis. M. 529.
(') faltaros.
(^) dezir.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
(le, ¿yo de quién lo aprendí sino de vos, que en
mi tieiTa a solos los que esternudan se les dize
esa salutación? Creo que pensáis que por ser
de la casa de Vota a l)ios sois libres de hazer
bien, como quien tiene ya ganado lo que spera;
pues mandos yo que a te no estáis más cerca
que los que somos del mundo, aunque más ospi-
tales andéis fabricando. Mas dexado esto apar-
te, en todo el año podiamos salir a tiempo más
a vuestro proposito ¿no miráis quánto bordón
y calabaza? ¿cómo campean las plumas de los
chapeos? Para mí tengo que se podría hazer un
buen cabezal de las plumas del gallo de señor
Sancto Domingo. Bien aya gallo que tanto
fructo de sí da. Sí como es gallo fuera oveja,
yo fiador c^ue los paños vaxaran de su precio.
¿Pensáis que sí el clérigo que tiene cargo de
rrepartirlas ubiera c[uerido tratar en ellas que no
pudiera aber embiado muchas sacas á Flaudes?
Apatilc— Mirad aquel otro bellaco tullido
qué regozijado va en su caballo y qué gordo le
Ueba el vellaco; y esta fiesta jiasada, quando
andaba por las calles a gatas, qué bozes tan
dolorosas y qué lamentaziones hazia. El inten-
to del ospital de Granada que hago es por me-
ter todos estos y que no salgan de allí y que se
les den sus razioues ('). Para éstos son propios
los espítales y no los abían de dexar salir dellos
sino como casa por carzel, dándoles sus razio-
ues suficientes como se pudiesen substentar.
Panürgo. — Si eso ansí fuese, presto abria
pocos pobres aplagados. ,
Apatilc. — Claro es que no quedaría nin-
guno.
Panürgo. — ISTo lo digo por eso, sino porque
en viéndose enzerrados, todos se ahorcarían y
buscarian maneras cómo se matar. ¿Luego
pensáis que los más sí quisiesen no ternian
sanas las llagas?
Apatilo. — ¿Por que no lo hazen?
Panürgo. — Porque ternian enfermas las
bolsas, las quales agora están bien aforradas.
No ai hombre destos quen un librico no traiga
por memoria todas las cofradías, memorias,
procesiones, ledanias y fiestas particulares de
pueblos para acudir a todo por su orden; de-
zid (^), por amor de mí, ¿quántas ferias abéis
visto que en la cíbdad ni sus derredorcs se ha-
gan sin ellos?
Apatilc, — Opinión es de algunos de nues-
tros theologos que son obligados a restitución
de todo lo que demandan más de para el subs-
tentaraiento de aquel día, so pena de malos
xpianos.
Panürgo. — Mejor me ayude Dios, que yo
(') El intento del ospital que hago en (Jran.ida es
por meter todos estos y que no salgan de alli [sino]
que se les den sus razioues.
(*) maft dezid.
[no] los tengo por xpianos quanto máspor bue-
nos. Ni precepto de todos los de la leí guardan.
Apatilo. — Eso es mal juzgar sin más saber.
Panürgo. — Ellos, primeramente, no son
naturales de ningún pueblo, y jamas los vi con-
fesar, ni oír misa, antes (') sus bozes ordinarias
son a la puerta de la iglesia en la misa mayor
y en las menores de persona en persona, que
aún de la devoción que quitan tienen bien
que restituir, y no me espantan éstos tanto
como el no advertir en ello los que tienen car-
go, que jamas ubo obispo, ni probisor, ni visi-
tador, ni cura, ni governador, ni corregidor que
cayese en la quenta de ver como nunca estos
que piden por las iglesias oyen misa, y si la
oyen quando; al menos yo en todas las horas
que se dizen, mirando en ello todo lo posible,
no lo e podido descubrir; aun quando alzan
apenas se ponen de rodillas, ni miran alia; en
lo (■■^) que dixistes de la restitución, querría pre-
guntaros, no quanto os an restituido, porque no
tienen, que pues tampoco les abéis dado; pero
¿quánto abéis visto u oído que an restituido?
Apatilc. — Restituir no les vi jamas, pero
vender hartas camisas y pañízuelos que mujeres
devotas les dan, infinitas ('), entre las quales,
por no ir lexos, esta semana vendió uno tres, y
se andaba con todo el frío que hazia en vivas
carnes.
Panürgo. — ¡Qué bien andada tenía la mitad
del camino para los cient azotes que merescia
si el corregidor lo supiera hazer! Mas ai al-
gunos ministros destos quel reí tiene para la
justicia, tan ipocritas en estos pequeños nego-
cios, que pensarían que pecaban gravisima-
mente en ello, aunque más acostumbrados es-
ten a pasar sobre peine casos más graves.
Apatilo.— ¿No es poco grabe éste?
Panürgo. — ^Llamo casos grabes, como ellos
también, los de importancia que ai en que
ganar y de que sacar las costas; y estos otros
bordoneros, ¿pensáis que en las aldeas no saben
zebar las gallinas con el pan del zurrón y to-
marles la cabeza debaxo el pie (*)? Bien podéis
creer que no se dexan morir de hambre, ni se
cansan de las jornadas muy largas; no hai des-
pensa de señor mejor probeida que su zurrón,
(') d/' antes.
(^) pne/i en lo de.
(S) inKnitas rezcs.
(*) ¡Siguen copiados otra vez y tachados estos párra-
fos, en los que hay no pocas vanantes:
«que yo los tengo por christiaoos, quanto más por
buenos. Ni precepto de todos los de la lei ellos guar-
dan; sino dezidme /quantas vezes los habéis visto con-
fesar y oír missa? Pues en lo de la restitución nos
quiero preguntar qnanto os han restituido, porque no
tienen que, pues tampoco les habéis dado; ¿pero quan-
to les habéis visto ó oido?
.Juan.— Restituir no les he visto, pero vender mu-
chas camisas y paiiizuelos que mugeres devotas les
CRISTÓBAL T)E VILLxVLON
ni se come pan con maj'or liuertad en el mun-
do; no dexan, como los más son gascones y
gabachos, s¡ topan alguna cosa a mal recado,
ponerla en cobro, quando entran en las casas a
pedir limosna, y quando buelven a sus tierras
no van tan pobres que les falten seis piezas de
oro y mantenidos.
Juan (}). — Gran devoción tienen todas estas
naciones estrangeras; bien en cargo les es San-
tiago .
Mata. — Más que á los españoles, principal-
mente a los vezinos de Orense y toda Galicia,
que en verdad que tengo por cierto que de mili
animas no va allá una, ni aun creo que de diez
mili.
Juan. — ¿Qué es la causa deso?
Mata. — Que piensan, que por ser su vezino
que ya se le tienen ganado por amigo, como
vos (''), que por tener el nombre que tenéis, os
pare9e no es menester creer en Dios ni hazer
cosa que lo parezca.
Juan. — Mira lo que dezis y reportaos (''),
porque salis del punto que a ser yo cristiano
deueis.
Mata. — IsTo lo digo por injuriaros ni pen-
sar que no lo sois; pero, como dizen, una pa-
labra saca otra; dexemonos de metrificar; ao-
ra sepamos...
dan, infinitas vezes, entre las qiiales, sin ir más lexos,
esta semana vendió uno tres y se andaba con todo el
frió que hazia, en carnes
Mata. — El medio camino tenía andado si la justi-
cia supiera hazer su oficio.
.TUAK. — jComo.'; (-porque para darle los ciento azo-
tes que merescia no hera menester desnudar?
Juan. — Son tan ipocritas los juezes que pensarían
que pecaban en ello.
Mata.— ¡Quautas vezes se deben por esas ipoere-
sias de descuidar en hazer su ofiriol Y estos otros bor-
doneros, ¿pensáis que no saben en las aldeas zebar las
gallinas con el pan del zurrón y tomarles la cabeza
debajo el pie.')i
(') Desde aquí se cambian los nombres de los inter-
locutores: Aputilíi, en Juan de Voto á Dios; Panur-
f/o, en Mátalas Callando; PoUtrojyo, en Pedro de Ur-
idemalas, ó sea Villalón.
A través del velo de estos nombres es posible
identificar á los dos primeros con Alonso de Porti-
llo y el clérigo Granada, quienes en el año 1553
fundaron en Valladolid el íamoso hospital de la Re-
surrección Para más detalles, véase mi Intvuducción,
á la Ingeniosa conijjaraeióii entre lo antiguo y lo
prenente, publicada por los Bibliófilos españoles.
SI Viaje de Turquía es la primera obra, que yo
sepa, donde figura como protagonista Pedro de Z'r-
demalas, encarnación popular de la astucia y de la
travesura. De las posteriores sido citaré El súbtil cor-
dores Pedro de Urdemnlas, novela de Alonso Jeróni-
mo de Salas Barbadillo, y la comedia de Cervantes,
llena de ingeniosos rasgos, donde el famoso picaro, ase-
sor de un alcalde de monterilia, casamentero, gitano,
ciego fingido y falso ermitaño, hace gala de su auda-
cia. También escribió Lope otra comedia con un asun-
to parecido.
(*) vos, qve 2)ensais,
C^) en lo que dezis.
Juan. — Estos clérigos que aqui ban, en sus
tierras no deben de tener benefi9Íos, que de otra
manera no irian pidiendo.
Mata. — También a vueltas destos suelo
haber algunos vellacos españoles que hazen de
las suyas, y se juntan con ellos, entre los qua-
les vi una vez que andaban seis confesando y
tomaban el nombre del penitente, y escribiau
algunos de los pecados y comunicabanselos uno
a otro. Después venía uno de los compañeros
que se trocaban, y tomábale en secreto diziendo
que porque no se emendaba, que Dios le ha-
bia rebelado que tenía tal y tal vicio, áp lo cjual
quedaba el pobre penitente muy espantado y
lo creia, y con esto les sacaban dineros en quan-
tidad (•).
Juan.— ¿Y a esos qué les hizieron, que dig-
nos heran de grande pena?
Mata. — 'No nada, porque no los pudieron
cojer; que si pudieran, ellos fueran a remar
con lesu Christo y sus Apostóles y el Nuncio
que están en las galeras.
Juan. — También fue la de aquellos solemne
vellaqueria.
Mata. — Bien solenemente la pagan. Ansi
la pagaran estos otros, y cp;iza no ubiera tan-
tos vellacos.
Juan. — ¿Mas quién se va a confesar con ro-
meros ni forasteros, teniendo sus propios curas
y confesores?
Mata. — Las bulas de la Cruzada lo permi-
ten, que antes a todos los forzaban a confesar-
se (^) con sus curas; mas hai algunos idiotas y
malos christianos que no an tenido vergüenza
de peccar contra Dios, ni de que Dios lo sepa
y lo vea, y temen descubrirse al confesor que
conoscen, paresciendoles que quando le encon-
traren los ha de mirar de mal ojo, no mirando
que es hombre como ellos, y buscan estos tales
personas que los confiesen que nunca más las
ayan de ver de sus ojos; pues las oras canó-
nicas que estos clérigos rezan, de como salen
de sus tierras fasta que buelvan, se vayan por
sus animas, que yo no les veo traer sino unas
Oras pequeñas, francesas en la letra y porto-
guesas por de fuera con tanta grosura.
Juan. — Pues la mejor invención de toda la
comedia está por ver; ya me maravillava que
nbiese camino eu el mundo sin fraircs. ¿Vistes
nunca al diablo pintado con ahitos de monje?
Mata. — Hartas vezes y quasi todas las que
le pintan es en ese habito, pero vibo ésta es la
primera; ¡maldiga Dios tan mal gesto! ¡valda-
riedo, saltatrás, Jesús mili vezes! El mesmo
habito y barba que en el infierno se tenía debe
(') De estos impostores, llamados zarlos ó espineles,
se habla en el canto IV del Crótalon.
(') que tnbiesen quenta.
G
autobiografías y memorias
de aber traído acá, que esto en ninguna orden
del mundo se usa.
Juan. — Si ubieses andado tantas partes del
mundo eonio yo, no barias esos milagros. Ha-
gote saber que hai mili quentos de invenciones
de fraires fuera d'España, y este es fraire es-
trangero. Bien puedes aparejar im Dios te
iii/ude, que hazla nosotros endre9a su camino.
Mata. — Siempre os liolgais de sacar las cas-
tañas con la mano ajena ('). Si sacáis ansi las
animas de purgatorio (■■*), buenas están. Abran
Inicia.
Juan. — Deogracias, padre.
Pedro. — Metánia .
Mata.— ¿Qué dize?
Joan. — Si queremos que taña.
Mata. — ¿Qué tiene de tañer?
Jdan. — Alguna finfouia que debe de traer,
como suelen otros romeros.
Mata. — Antes no creo que entendistes lo
que dixo, porque no trae aun en el abito capilla
quanto más flauta ni guitarra.¿ Qué dezis padre?
Pedro. — O Theos choren.
Mata. — Habla aqui con mi compañero, que
ha estado en Jerusalemy sabe todas las lenguas,
Juan. — ¿Üe que paris estar bos?
Pedro. — Ef logite pateies.
Juan.— Dice que es de las Italias, y que le
demos por amor de Dios.
Mata. — Eso también me lo supiera yo pre-
guntar; pues si es de las Italias ¿para qué le
habláis negresco? Yo creo que (^) sacáis por
discreción lo que quiere, más que por entendi-
miento. .Vora yo le quiero preguntar: ¿Dicatis
focis latines.^
Pedro. — Oisque afendi.
Mata. — ¡Oiste á bos! ¿Cómo, puto, pullas
me echáis?
Pedro. — Grego agio Jacobo,
Mata. — Mala landre me dé sino le tengo ya
entendido que dize que es griego y ba á San-
tiago.
Juan. — Mas ha de media hora que le tenía
yo entendido, sino que disimulaba, por ver lo
que vos dixerais.
Mata. — ¿Media hora dezís? más creo que
ha (*) de veinte años que lo disimuláis; sois
como el tordo del ropavejero nuestro vezino,
que le pregunté un día sí sabía hablar aquel tor-
do, y respondióme que también sabía el Pater
noster, como la Abe Maria. Yo para mí tengo
que habláis también griego como turquesco.
Juan. — Quiero que sepáis que es vergüenza
pararse hombre en medio el camino a hablar con
un pobre.
(') No Be yo.
(') bien.
(■•) lo.
(') mas.
Mata. — Bien creo que os sera harta ver-
güenza si tudas las vezes han de ser como
ésta; mas yo reniego del compañero que de
quando en quando no atrabiesa un trumpho.
Debéis de saber las lenguas en confession.
Juan. — ¿En qué?
Mata. — En cont'ussion, porque como sabéis
tantas, se deben confundir unas con otras.
Juan.— Es la mayor verdad del mundo.
Pedro. — Agapi CJnistii elemnsini.
Juan. — Dize qué...
Mata. — Dalde vos, que ya yo entiendo cjue
pide limosna. ¿Queríais ganar onrra en eso
conmigo? Cristo, limosna ¿quien no se lo en-
tiende? Las berzeras lo costruiran. Pregun-
talde si sabe otra lengua.
Juan. — ¿Saper parlan /ranches o altra lin-
gual
Mata. — Más debe savcr de tres, pues se ríe
de la grande necedad que le paresce aber vos
dicho con tanta ensalada de lenguas.
Juan.— El aire me da que hemos de reñir.
Mátalas callando, antes que volbamos á casa.
Mata. —¡Cómo! ¿Tengo yo la culpa de que
esotro no entienda?
Jdan. — Yo jurare en el hará consagrada
que no sabe, aunque sepa cient lenguas, otra
más elegante que esta.
Mata. Eso sin juramento lo creo yo, que
el no sabe tal lengua, que por eso no responde.
Juan.— Pues que estáis hecho un spiritu de
contradiction, ¿sabrá ninguno (') en el mundo,
agora que me lo hazeis dezir, hablar donde
Juan de Voto a Dios habla?
Mata. — No por cierto, que aun en el mun-
do C'^) no se debe hablar tal lenguaje.
Pedro. — No pase más adelante la riña,
pues Dios por su infinita bondad (el qual sea
veiidito por siempre jamas) me ha traído a ber
lo que mis ojos mas han deseado, después de la
gloria, ¡ó mis hermanos y mi bien todo!
Juan. — Deo gracias, padre, teneos alia,
¿quién sois?
Mata. — ¡Hideputa,el postre! ¡Chirieleison,
chirieeleison ! Bien de^ia yo que éste hera el dia-
blo. ;Per signvm crucis atrás y adelante!
Juan.— Esperadme, hermano, ¿donde vais?
¿qué animo es ese?
Mata. -No oigo nada; ruin sea quien vol-
biere la cabeza; en aquella ermita si quisieres
algo.
Juan. — Tras rosotros se viene; si el es cosa
mala, no puede entrar en sagrado; en el humi-
lladero le espero; y (•') si es diablo, ¿cómo dczia
cosas de Dios? (*); acá somos todos.
(') ángel.
(') cielo.
(■') pero.
(*) Mata.
CRISTÓBAL DE VILLALON
Mata. — Agora venga si quisiere.
Jdan. — De parte de Dios nos di quién heres
ó de qué parte somos tus hermanos.
Pe URO — Soi muy contento si primero me
dais sendos abrazos. Nunca yo pense que tan
presto me pusierais en el libro del olvido. Aun-
que rae veis en el abito de fraire peregrino,
no es esta mi profesión.
Mata. — ¡O más que felicissimo y ventu-
roso día, si es verdad lo que el coraron me da!
Juan. — ¿Qué es, por ver si estamos entram-
bos de un parescer?
Mata. — ¡O, poderoso Dios! ¿éste no es
Pedro de Urdimalas, nuestro hermano? Por el
sol que nos alumbra él es. El primer abrazo me
tengo yo de ganar. ¡O!, que sea tam bien ve-
nido como los buenos años.
Pedro. — Nos lleguéis tanto a mí, que quiza
llevareis más jente de la que traéis con vos-
otros.
JuAX. — Aunque pensase ser hecho tajadas,
no dexare de quebraros las costillas a poder de
abrazos.
Pedro. — Esos dádselos vos a esotro com-
pañero.
JüAN. — ¡Quan cumplida nos ha hecho Dios,
vendito él sea, la tan deseada merced! A mí se
me debian de razón todas estas albricias.
Mata. — Es ansi, porque me traxistes por
este camino; pero con más justa rracon las habia
yo de aber, que con estar tan disimulado le
conosci el primero.
Pedro. — Ya yo pense que las ubierais
ganado de mi madre ]\Iaricastaña, que está
diez leguas de aqui. Según el correr que de-
nantes llevabais huyendo de mí, no sois bueno
para capitán; pues huis de un hombre mejor
lo haréis de muchos.
Mata. — No m'espantéyo de vos en quanto
hombre, sino, para deziros la verdad, como yo
jamas he visto desos trajes otra vez, me pares-
cistes qualque fantasma; y si no lo eréis, tomad
un espejo y a vos mesmo pongo por testigo.
Juan. — Pues hermano Pedro, ¿qué tal ve-
nís? ¿donde os preguntaremos? ¿en que lengua
os hablaremos? ¿qué habito es éste? ¿qué rome-
ría? ¿qué ha sido de vos tantos mili años ha?
Mata. — ¿Qué diremos desa barbaza ansi
llena de pajas? ¿desos cabellazos hasta la cinta,
sin peinar.' ¿y vestido de d'estameña con el frió
que haze? ¿Como y tanto tiempo sin hauer es-
crito una letra? más ha de quatro años que os
teníamos con los muchos, sin aber ya memo-
ria alguna de vos.
Pedro. —Una cabeza de yerro que nunca se
cansase, con diez lenguas, me parcsce que no
bastarla a satisfazer a todas esas preguntas.
Al menos yo no me atrebere, si primero no
vamos a beber, a comenzara responderá nada.
Juan. — Tal sea mi vida como tiene razón;
mas primero me paresce que sera bien que Má-
talas Callando vaya por vn sayo y vna capa
mia para que no seáis visto en ese abito, y en-
tre tanto nos quedaremos nosotros aqui.
Pedro. — ¿Mudar havitos yo? Hasta que~los
dexe colgados de aquella capilla de Santiago
en Compostella, no me los vera hombre despe-
gar de mis carnes.
Juan. — No lo digo sino por el dicho de la
jente. ¿Qué dirán si os ven desa manera?
Pedro. — Digan, que de Dios dixeron; quien
no le paresciere bien, no se case conmigo.
Mata. — Obligados somos a hazer muchas
cosas contra nuestra voluntad y probecho por
cumplir con el vulgo, el cjual jamas disimula ni
perdona cosa ninguna.
Juan. — No se sufre que hombre os vea ansi
¡valame Dios! No heran menester otros toros
en la cibdad. Luego los muchachos pensarían
que tenían algún duende [en] casa.
Pedro. — Como dixo Pilatos: quod scrtpsi,
scr/psi, digo lo que dicho tengo.
Mata. — Yos doi mi fe no fuese con vos
ansi como vais por la cibdad, avnque me diesen
mili ducados. Paresceis capellán de la varea de
Charonte.
Pedro. — Lo que yo podré hazer es que,
pues ya el sol se quiere poner, esperemos a que
sea de noche para no ser visto, y estonces en-
traremos en vuestra casa, y holgarme he dos
dias y no más, y éstos estare secreto sin que
hombre sepa que estol aqui, porque ansi es mi
voto. Después de hecha mi romería, y dexado
el abito, haced de mí (') zera y pabilo; y hasta
que esto sea cumplido no cale irme a la mano,
porque es excusado. Aun a mi madre, con estar
tan zerca, no hablaré hasta la vuelta, ni quiero
que sepa que soi venido.
Mata. — Por demás es apartarle de su pro-
posito. Esa fue siempre su condición; mejor es
dexarle hazer Jo que quiere. Es él amicissimo
de nuebos trajes y ynvenciones.
Pedro. — Hablemos en otra cosa, y sobre
esto no se dé más puntada. ¿Cómo estáis?
¿Cómo os ha ido estos años? Las personas, bue-
nas las veo, gracias a Dios. Verdaderamente
no paresce que híi pasado dia ninguno por vos-
otros. Lo demás vaya y venga.
Juan. — Si los dias son tales como este de
oi, no es mucho que no haian pasado por
nosotros. ¿Cómo queréis que estemos, sino los
mas contentos hombres que jamas ubo?
Mata. — Quan contento estaba denantes,
estol agora de descontento, en ver que no nos
hemos de olgar mas de dos dias.
Pedro. — Mas serán de dos mili, con el ayu-
(') 411:111.
8
autobiografías y memorias
da de Dios; pero agora tened pa9Íen9Ía hasta
la vuelta, no seáis como el otro que se andubo
toda la vida sin sayo y después mató al sastre
porque no se le hizo el dia que se le cortó.
Mata. — Estoi por dezir que tubo la maior
razón del mundo.
Juan. — ¿Por qué.'
Mata. — Porque harto bastaba haber sufri-
dlo toda su vida sin pasar aquel dia también, el
qual era mucho mayor que todo el tiempo
pasado ('),
Pedro. — ¿En qué se han pasado todos estos
años pasados después que yo estoi fuera d"Es-
paña, que es lo que haze al caso.'
Juan. — Yo acabé de oir mi curso de Theo-
logia, como me dexastes en Alcalá, con la cu-
riosidad que me fue posible, y agora, como veis,
nos estamos en la corte tres o quatro años ha,
para dar fin, si ser pudiese, a mis ospitales que
hago.
Pedro. — ¿Nunca se acabó aquél que estaba
(piasi hecho?
Juan. — Han sido los años, con estas guer-
ras, tan re9Íos, y están todos los señores tan al-
canzados, que no hai en España quien pueda
socorrer con un marabedi.
Mata. — Y también es tanto el gasto que te-
nemos Juan y yo, que quasi todo lo que nos
dan nos comemos y aun no nos basta,
Pedro. — ¿Pues la limosna que los otros dan
para obras pias os tomáis para vosotros?
Juan. — Que no sabe lo que se dize, sino ('•^)
como la obra va tan sumptuosa y los marmoles
que traxeron de Genova para la portada costa-
ron tanto, no se pares^e lo que se gasta.
Pedro. — Desos habia bien poca neyesidad.
Más quisieran los pobres pan y vino y carne a
basto en vna casa pagiza.
Mata. — Beso, gracias a Dios y a quien nos
lo da, bien abundante tenemos la casa, que
antes nos sobre que falte.
Pedro. — Bien lo creo sin juramento. No
digo yo, sino los pobres. ¡O, vanitas ranitatum
et oinnia vanitas; las paredes de marmol y los
vientres de viento!
Juan. — Pues qué ¿decis que es vanidad ha-
zer ospitales?
Pedro. — La mayor del mundo universo si
han de ser como esos, porque el cimiento es
de ambición y soberbia, sobre el qual quanto se
armase se caerá. Buen ospital seria mantener
cada vno todos los pobres que su posibilidad li-
vianamente pudiese sufrir acuestas, y socorrer
a todas sus necesidades, y sino pudiese dar a
cuatro, contentasese con vno; si vieseis vn hom-
bre caido en vn (•') pantano que sino le dabais la
(•) junto.
(5) que.
(') barran[co].
mano no se podria levantar, ¿nos paresce que
seria grande necedad, dexando aquel, ir dando
la mano a quantos topaseis en vn buen paso,
que no han caido ni tienen peligro de caer.'
¡(Quantos y quantos rricos hai qne se andan
dando blancas y medios quartos por el pueblo, -
y repartiendo las vísperas de Pascuas celemines
de trigo [a] algunas viejas que saben que lo han
de pregonar!; y tienen parientes dentro de se-
gundo y tercero grado, desnudos, muriendo de
vina hambre detras de dos paredes, y si alguno
se lo trae a la nieaioria, luego dize: ¡o, señor!,
que es vna jeute de mala garganta, en quien no
cabe hazer ningún bien, qne todo lo hecha a
mal; mili vezes lo he probado y no aprobecha.
Y esto es porque allí es menester socorrer por
más grueso.
Mata. — En eso, avnque jo no soi letrado,
me pares9e que hazen mal, porque no se lo dan
por amordellos, sino de Dios. Después queso
les da, qne se ahorquen con ello.
Juan. — Bolvamos a lo de nuestros ospitales,
C[ue estoi algo escandalizado.
Pedro. — Gentil refrigerio es para el pobre
que viene de camino, con la nieve hasta la cin-
ta, perdidos los miembros de frió, y el otro que
se viene a curar donde le regalen, hallar vna
salaza desgTimir y otra de juego de pelota, las
paredes de marmol y jaspe, que es caliente como
el diablo, y vn lugar muy sumptuoso donde pue-
de hazer la cama, si trae ropa, con su letrero do-
rado enzima, como quien dize: Aqui se vende
tinta fina; y que repartidos entre cinqnenta dos
panes, se vayan acostar, sin otra cena, sobre vn
poco de paja bien molida que está en las camas,
y a la mañana luego si está sano le hazen una
señal en el palo que trae, de como ya cenó alli
aquella noche; y para los enfermos tienen vn
asnillo en que los llevan a otro ospital para des-
cartarse del, lo qual, para los pasos de romeria
en que voi, que lo he visto en vn ospital de los
sumptuosos d'España (') que no le quiero nom-
brar; pero se que es Real.
Juan. — Eso es mal hecho (2) y habian de ser
visitados muchas vezes. No sé yo como se des-
cuidan los que lo pueden hazer.
Mata. — Yo si..
Pedro.— ¿Cómo.'
Mata. — Por que aquellos a quienes incumbe
hazer esto no son pobres ni tienen necesidad
de ospitales; que de otra manera yo fiador que
ellos viesen donde les daban mejor de zenar las
noches y más limpia cama.
Juan.— Ya para eso probén ellos sus probi-
sores, mayordomos y escribanos y otros oficia-
les que tengan quenta.
(') el qua'.
(') poique.
CRISTÓBAL DE VILLALON
Pedro.— Eso es como quien dize ya pro-
been quien coma la renta que el fundador dexó
y lo que los probres habrían de comer, porque
no se pierda.
Mata. — Mejor seria probeer sobre probiso-
res y sobre oficiales.
Pedro. — Vos estáis en lo cierto; pero, bol-
viendo a lo primero, de todos los ospitales lo
mejor es la intercion del que le fundó, si fue
con solo zelo dehazer limosna; y eso solo queda,
porque las raciones que mandó dar se ciernen
desta manera: la mitad se toma el patrón, y lo
que queda, parte toma el mayordomo, parte el
escribano; al cozinero se le pega vn poco, al
enfermero otro; el enfermo come solo el nom-
bre de que le dieron gallina y oro molido si
fuese menester. De modo que ciento que estén
en vna sala comen con dos pollos y vn pedazo
de carnero; pues al veber cada dia hai necesidad
de hazer el milagro de arcbitriclinos, porque
como quando hazen el agua vendita, ansi a vn
cangilón de agua hecban dos copas de vino.
Lleváronme vn dia en Genoba por ver vn hos-
pital de los mas sumptuosos de Italia y de más
nombre, y como vi el dificio, que cierto es so-
berbio, diome gana destar vn dia a ver comer,
por ver que limosna hera la de Italia; y sen-
tados todos en sus camas, que serian basta
trecientos, de dos en dos, y las camas poco o
nada limpias, vino vn cozinero con vn gran
caldero de pan cocto, que ellos llaman, muy
vsada cosa en aquellas partes, que no es otra
cosa sino pan hecho pedazos y cozido en agua
fasta que se haze como engrudo, sazonado con
sal y aceite, y comienzan de destribuir a todos
los que tenian calentura; y a los que no luego
se siguia otro cozinero con otra caldera de vaca
diziendo que hera ternera, y daba a sendas ta-
jadas en el caldo y poco pan. El medico, otro
dia que purgaba al enfermo, le despedia diciendo
que ya no habia a que estar; y como los pobres
estonces tenian más necesidad de refrigerio y
les faltaba, tornaban a recaer, de lo qual morian
muchos. Dicen los philosofos que vn semejante
ama a otro su semejante. El pobre que toda su
vida ha vivido en ruin casa ó choza ('c^ué nece-
sidad tiene de palacios, sino lo que se gasta en
marmoles que sea para mantenimiento, y que
la casa sea como aquella que tenía por suya
propia? Mas haya esta diferencia, que en la
suya no tenía nada y en ésta no le falte hebi-
lleta.
Mata. — Gran ventaja nos tienen los que
han visto el mundo a los que nunca salimos de
Castilla. ¡Mirad como viene filosofo y quan
bien habla! Yo por nosotros juzgo lo que dize
todo ser mucha verdad, que estamos en vna
casa, qual presto veréis, muy ruin, pero como
comemos tam bien que ni queda perdiz ni capón
ni trucha que no comamos no sentimos la falta
de las paredes por de fuera, pues dentro ruin
sea yo si la despensa del rei está ansi. Acabad
presto vuestro viaje, que aqui nos estaremos
todos, y no hayáis miedo que falte la merced de
Dios, y bien cumplida. Algunas veces estamos
delgados de las limosnas, pero como se confie-
san muchos con el señor Juan y comunican
casos de conciencia, danle muchas cosas que res-
tituya, de las quales algunas se quedan en casa
por ser muerta la persona a quien se ha de dar
o por no la hallar.
.loAN. — ¡Maldiga Dios tan mala lengua y
liestia tan desenfrenada, y a mí porque con tal
hombre me junte que no sabrá tener para si
vna cosa sin pregonarla a todo el mundo!
Pedro. — Esa es su condición, que le es tan
natural que le tiene de acompañar hasta la
sepultura; nos debéis enojar por eso, que aqui
todo se sufre, pues ya sé yo de antes de agora
las cosas cómo pasan, y aqui somos como dizeu
los italianos: Padre, Hijo y Spiritu Santo (•).
Juan. — ¿Pensáis que hiziera más si fuera
otro qualquiera el que estaba delante?
Mata. — El caso es que la verdad es hija de
Dios, y yo soi libre, y nadie me ha de coser
la boca, que no la dexaré de de^ir donde quiera
y en todo tiempo, avnque amargue por Dios
agora que acuerda con algo a cabo de mili años.
Mejor sera que nos vamos, que ya haze oscuro,
y yo quiero ir delante para que se apareje de
zenar; y en verdad que cosa no se traiga de
fuera, porque vea Pedro si yo miento. Vosotros
idos a entrar poi' la puerta de Sant Francisco,
que es menos frequentada de jente.
Juan. - ¿Nos paresce que tengo grande sub-
sidio en tener este diablo acuestas?
Pedro. — No; pues ya le conosceis, lo mejor
es darle livertad que diga, quiza por eso dirá
menos.
Juan. — Yo quiero tomar vuestro consejo si
lo pudiere acabar con mi condición. Esta es la
puerta; abajad vn poco la cabeza al subir d»
la escalera.
Pedro. — Vendito sea Dios por siempre ja-
mas, que ésta es la primera vez que entro en
casa hartos clias ha. Buena quadra está esta
por cierto.
Juan. — Para en corte, razonable.
Mata.— Pues mejor la podríamos tener sino
porque no varrunten nada de lo que pasa.
Juan. — Badajear y a ello.
(') Tachado Spiritu Santo y ymeato arriba: prego-
nero.
10
autobiografías y memorias
COLOQUIO II
Cenan juntos los Iros amigos. — Pedio censúralas peregrinario-
nes ;i Jerusalen. — ETnbiistes y suporclierias de .Iiian y Máta-
las falsas reliquias ion que traficaban. — Coniitnza Pedro á
referir su cautividad. — Sorpresa de la Armada esjiañola poi'
Sinán Bajá en las islas de l'onza. — Cae Pedro en manos de
los turcos. — Finge ser médico porque no lo destinasen al
remo. — Trabajos que sufrían cautivos y galeotes. — So-
berbia y pedantería de los españoles que iban á países ex-
tranjeros.— Kajiacidad de nuestros cai>ilanes. — \ ida de los
forzados. — Uegresa porGi'ecia la escuadra turca á t;onstanti-
nopla.— Entrada en esta ciudad. — Es adjudicado Pedro á Si-
nán.— Su cautiverio y enfermedad en Calata.
Mata. — Sus, padre frai Pedro, que ansi
os quiero llamar; lo asado se pierde; manda
tomar esta silla y ruin sea quien dexare bocado
desta perdiz.
Pedro. — ^^míís Ubi gratixs, Domine, pro
univevsis donis et beneficiis tuis; qut vivis et
regnas per omnia sécula secidorum.
Juan. — ¡Balame Dios! ¡qué animo es ese!
¿Agora os paráis a llorar.' ¿Qué más hiziera vu
niño? Comed y tened buen animo, que no ha de
faltar la merced de Dios entretanto que las
animas sustentaren nuestros cuerpos. Bien sa-
béis que en mi vida yo nos he de faltar.
Mata. — Estas son lagrimas de plazer; que
no es más en sí de detenerlas que a mí las ver-
dades.
Pedro. — ¿Qué más comida para mí de la
merced que Dios este dia me ha hecho?
Juan. — Aquel adobado por ventura porná
apetito de comer, o sino vna pierna de aquel
conejo con esta salsa.
Pedro. — Vna penca de cardo me sabrá me-
jor que todo; con juramento, que ha seis años
qne no vi otra.
Mata. — Eso sera para después; agora, si no
queréis nada de lo asado, comed de aquella
cabeza de puerco salvaje cozida, y si queréis, a
bueltas del cardo o de vn rábano.
Juan. — Ya sabéis que en palacio no se da
a beber a quien no lo pide. Blanco y tinto hai:
escojed.
Pedro. — Probarlo hemos todo, y beberemos
del que mejor nos supiere: este blanco ¿es ba-
liente?
Mata. — De Sant Martin y a miebe reales y
medio el cántaro, por las nuebe horas de Dios;
pues probareis el tinto de Ribadabia, y diréis:
¿qué es esto que quasi todo es a vn precio?
Juan. — Ya me paresce que habéis estancado.
¿Que hazeis?
Pedro. Yo no comeré más esta noche;
estoi satisfecho.
Juan. — Vna cosa se rae acuerda que os quise
oi replicar quando hablábamos de los ospitales,
y habiaseme olvidado, y es: si fuese ansi que
no vbiese ospitales, ¿qué harían tantos pobres
peregrinos que van donde vos agora de Fran-
cia, Flaudes, Italia y Alemana? ¿dónde se po-
drían aposentar?
Pedro. - El mejor remedio del mundo: los
que tubiesen que gastar, en los mesones, y los
que no, que se estubiesen en sus tierras y casas,
que aquella era buena romería, y que de allí tu-
jiiesen todas las devociones que quisiesen con
Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus rome-
rías, ni ellos tanpoco, según la intención? Que
el camino de Hierusalem ningún pobre le pue-
de ir, porque al menos gasta quarenta escudos
y más, y por alia maldita la cosa les aprobe-
dla pedir ni importunar.
Mata. — A fe que frai Pedro, que dize esto,
que debe de traer aforrada la bolsa.
Pedro. — Yo no pido, por 9Íerto, limosna;
y a trueco de no oír vn Dios te ayude de quien
sé que me puede dar, lo hurtaría si pudiese.
Mata. — Sino fuese porque faborescereís a
los de vuestro oficio, nos dexíiria de preguntar
qué tanto mérito es ir en romería, porque yo,
por dezir la verdad, no la tengo por la más
obra pía de todas.
Pedro. —Por eso no dexaré de dezir lo que
siento: porque mí romería va por otros nortes.
La romería de Hierusalem, salvo el mejor juicio,
tengo más por incredulidad que por santidad;
porque yo tengo de fe que Christo fue crucificado
en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y
que le abrieron el costado con vna lan^a, y todo
lo demás que la Iglesia cree y confiesa; pues ¿no
tengo de pensar que el monte Caluario es vn
monte como otros, y la lanza como otras, y la
cruz, que hera estonces en vso como agora la
horca; y que todo esto por si no es nada, sino
por Christo que padesció? Luego si vbiese tan-
tas Hierusalenes, y tantas cruzes, y lanzas y
reliquias como estrellas en el cíelo, y arenas en
la mar, todas ellas no valdrían tanto como \\\&
minima parte de la hostia consagrada, en la
qual se enzicrra el que hizo los cíelos y la tie-
rra, y á Hierusalem, y sus reliquias, y esta veo
cada día que quiero, que es más; ¿que se me da
de lo menos? quanto más que Dios sabe quán
poca pacieny.ia Ueban en el camino y quantas
vezes se arrepienten y reniegan de quien haze
jamas voto que no se pueda salir afuera. Lo
mesmo siento de Santiago y las demás romerías.
Juan. — No tenéis razón de condenar las ro-
merías, que son sanctas y buenas, y de Christo
leemos que apáreselo en ese abito a Lucas y
Cleopbas.
Pedro.-— Yo ñolas condeno, ni nunca Dios
tal quiera; mas digo loque me paresce y he visto
por la luenga experien9¡a; y a los que alia van
no se les muestra la mitad de lo que di^en:
porque el templo de Salomón avnque den mili
escudos no se le dexarán ver; ni demás desto
a los devotos no faltan algunos fraires modtj-
CRISTÓBAL
rros que les muestran ciertas piedras con vnas
pintas coloradas, en el camino del Calvario, las
quales dicen que son de la sangre de Christo,
que avn se está allí, y ciertas piedrecillas blan-
cas, como de yeso, dizen que es leche de Nues-
tra Señora, y en vna de las espinas está tam-
bién cierta cosa roja en la punta que dizen
que es de la mesma sangre, y otras cosas que
no quiero al presente dezir; y e'stas como las sé
antes de muchos dias lo sabréis. En lo que dc-
zis (') de la romería de Christo y los aposto-
Íes es cosa diferente; porque ellos iban la ro-
mería vrebe, y es que no tenían casa ni hogar,
sino andarse tras su buen maestro y depren-
der el tiempo que les cabia después enseñar y
predicar. Marabillome yo de vn theologo como
vos, comparar la vna romería con la otra.
Mata. — Que tampoco no se mataba mucho
para estudiar, sino poco a poco cumplir el
curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teo-
logía como pensáis; mas yo queria saver quál
es la mejor romería.
Juan. — Ninguna si a Pedro de Vrdimalas
creemos.
Pedro. — El camino real que lleba al cielo es
la mejor de todas, y más breue, que es los diez
mandamientos de la lei nmy bien guardados a
ma90 y escoplo (2); y estos sin caminar ninguna
legua se pueden cumplir todos. ¡Quántos pere-
grinos reniegan y blasfeman, quántos no oyen
misa en toda la jornada, quántos toman lo que
hallan a mano!
Mata. — De manera que haziendo desde
aqui lo que hombre pudiere, según sus fuerzas,
en la observancia de la lei de Dios, sin ir a
Hierusalera ni Santiago, ¿se puede salvar?
Pedro. — Muy lindamente.
Mata. — Pues no queria saver más deso para
estarme quedo y servir a Dios.
Juan. — Quítese esta mesa y póngase silen-
cio en las cosas de acá, que poco importa la
disputa. Sepamos de la buena venida y de la
significación del disfraz y de la avsencia pasada
y de la merced que Dios nos ha hecho en do-
xarnos ver.
Pedro. — Tiempo habrá para contarlo.
Mata. — Por amor de Dios, no nos tengáis
suspensos, ni colgados de los cabellos. Sacad-
nos de dubda.
Pedro. — El caso es, en dos palabras, que
yo fui cautivo y estube alia tres o quatro años.
Después sálveme en este abito que aqui veis,
y agora voi a cumplir el voto que prometí y
dexar los ahitos y tomar los mios propios, en
los quales procuraré servir a Dios el tiempo
que me diere de vida; esto es en conclusión (*).
(«) que.
(') sin mas.
(^) 8olu9Íon.
AUTOmOrtUAFÍAS V MEMORIAS.— 12
DE VILLALON 11
Joan. — ¿Cautivo do moros?
Pedro. — De turcos, que es lo mesmo.
Juan. — ¿En Berbería?
Pedro. — No, sino en Turquía.
Mata. — Alguna matraca nos debe de querer
dar con esta fiction. ¡ Por vida de quien hablare
de veras, no nos haga escandalizar!
Juan. — Avnque sea burlando ni de veras, yo
no puedo estar mas escandalizado; ni me ha
quedado gota de sangre en el cuerpo. No es
de buenos amigos dar sobresaltos a quien bien
los quiere.
Pedro. — Nunca de semejantes burlas me
pagué. Lo que habéis oido es verdad, sin dis-
crepar vn punto.
Juan. — ¡Jesús! pues, ¿dónde o cómo?
Pedro.— En Constantinopla.
Juan. — ¿Y dónde os prendieron?
Pedro. — En esos mares de Dios.
Juan. — ¡Qué desgraciadamente lo contais y
que como gato por brasas! Pues ¿quien os
prendió, o quándo, o de qué manera, y cómo
salistes, y qué nos con tais?
Mata. — Bien os sabrá examinar, que esas
tierras mejor creo que las sabe que vos, Juan
de Voto a Dios, que, como recuero, no haze sino
ir y venir de aqui a Hierusalem.
Juan. — No cae hazia allá; nosotros vamos
por la mar de Venecia, y esta postrera vez que
vine fue por tierra.
Pedro. — Pues ¿cómo os entendían vuestro
lenguaje?
Juan. — Hablaba yo griego y otras len-
guas.
Mata. — ¿Como las de oy?
Pedro ('). — ¿Quántas leguas hai por tierra
de aqui alia?
Juan. — No sé a fe.
Pedro. — ¿Por qué tierras buenas vinistes?
¿por que cibdades?
Juan. — Pasado se me ha de la memoria.
Pedro. — Y por mar, ¿adonde aportastes?
Juan. — ¿^Vdonde habíamos de aportar sino a
Hierusalem?
Pedro. — ¿Pues entrabais dentro Hierusa-
lem con las naves?
Juan. — Hasta el mesmo templo de Salomón
teníamos las ancoras.
Pedro. — Y las naves ¿iban por mar o por
tierra?
Juan. — No está mala la pregunta para
hombre platico ¿Por tierra van las naos?
Pedro. — En Gerusalem no pueden entrar
de otra arte, porque no llega alia la mar con
veinte leguas.
Mata. — Avn el diablo sera este examen,
quanto y mas si Pedro ha estado alia y nos dc-
(•) Y.
12
autobiografías y memorias
cubre alguna celada de las que yo tanto tiempo
ha barrunto. Quiza no fue por ese camino.
Juan. — Ha tanto tiempo que no lo anduve,
que estoi priuado de memoria, y tampoco en
los caminos no advierto mucho.
Mata. — Agora digo que no es mucho que
sepa tanto Pedro de Vrdimalas, pues tanto ha
peregrinado. En verdad que venis tan trocado,
que dubdo si sois vos. Dos horas y más ha que
estamos parlando y no se os ha soltado vna
palabra de las que soliais, sino todo sentencias
llenas de philosofia y religión y themor de
Dios.
Pedro. —A la fe, hermanos. Dios, como
dicen, consiente y no para siempre, y como la
muerte jamas nos dexa de amenazar y el de-
monio de asechar y cada dia del mundo natu-
ral tenemos veinticuatro horas de vida menos,
y como en el estado que nos tomare la muerte
según aquel ha de ser la maior parte de nues-
tro juicio, paresciome que valia más la emienda
tarde que nunca, y esa fue la causa porque me
determine a dexar la ociosa y mala vida, de la
qual Dios me ha castigado con vn tan grande
azote que me le dexó señalado hasta que me
muera. Digolo por tanto, Juan de Voto a Dios
que ya es tiempo de alzar el entendimiento y
voluntad destas cosas peres9ederas y ponerle
en donde nunca ha de aber fin mientra Dios
fuere Dios, y desto me habéis de perdonar que
doi consejo, siendo vn idiota, a vn theologo.
Juan. — Antes es muy grande merced para
mí y consuelo, que para eso no es menester
theologias.
Pedro. —Ansi que, pues aqni estamos los
que siempre hemos vivido en vna uiesma vo-
luntad, y ésta ha de durar hasta que nos he-
chen la tierra acuestas, bien se sufre dézir lo
que haze al caso por más secreto que sea (').
Yo estoi al cabo que vos nunca estubistes en
Hierusalem ni en Roma, ni avn salistes d'Es-
paña, porque loquela tua te manije shan fecit,
ni avn de Castilla; pues ¿qué fructo sacáis de
hazer entender al vulgo que venis y vais a Ju-
dea, y a Egipto ni a Samarla? Paresceme que
ninguno otro, sino que (-) todas las vezes que
venga viio, como agora yo, os tome en mentira.
Mata. — Otro mejor fructo se s;xca.
Pedro.— ¿Quál?
Mata. — El aforro de la volsa, que de otra
manera peresceria de frió; pero a fe de hombre
de bien que lo he dicho yo hartas vezes, entre
las quales fue vna que nos vimos con tres mili
escudos (•*) de fabrica para los ospitales, y resti-
tución de vnos indianos o peruleros. Jamás
quiso escucharme, y ansi y todo se nos ha ido
(') que necesidad.
(') 81.
(•>) de limosna.
dentre las manos con diez pórfidos y otros
tantos azulexos.
Juan. — Presupuesta la estrecha amistad y
vnidad de corazones, responderé en dos pala-
bras a todo eso, como las diria al propio confe-
sor. No ha pocos dias y años que yo he es-
tado para hazer todo esto, y parespe que Dios
me ha tocado mil vezes convidándome a ello:
pero vn solo inconviniente ha vastado para es-
torbármelo hasta oi, y es que como yo he vi-
bido en honrra, como sabéis, teniendo tan fa-
miliar entrada en todas las casas de illustres
y ricos, ¿con qué vergüenza podre agora yo dezir
publicamente que es todo burla quanto he dicho,
pues avn al confesor tiene hombre empacho
descubrirse? pues si me huyo ¿a dónde me cale
parar? y ¿qué dirán de mí? ¿quién no querrá an-
tes mili ynfiernos? (•).
Mata. — Desa te guarda.
Pedro. — Más vale vergüenza en cara que
mancilla en cora9on.
Mata. — ¿Y qué habíamos de hazer de todo
nuestro relicario?
Pedro. — ¿Quál?
Mata. — El que nos da de comer principal-
mente: ¿luego nunca le habéis visto? Pues en
verdad no nos falta reliquia que no tengamos
en vn cof recito de marfil; no nos falta sino plu-
ma de las alas del arcángel Sant Gabriel (^).
Pedro. — Esas dar con ellas en el rio.
Mata. — ¿Las reliquias se an de hechar en
el rio? Grandemente me habéis turbado. Mirad
no traíais alguna punta de luterano desas tier-
ras estrañas.
Pedro. — íí'o digo yo las reliquias, sino esas
que yo no las tengo por tales.
Mata. — Por amor de Dios, no hablemos
más sobresto; los cabellos de Nuestra Señora,
la leche, la espina de Xpo., el dinero, las otras
reliquias de los sanctos, al rio, que dize que lo
traxo el mesmo de donde estaba (•').
Pedro. — ¿Es verdad que traxo vn gran pc-
daco del palo de la cruz? (*).
Mata. — Avn ya el palo de la cruz, vaya, que
aquello no lo tengo por tal; por ser tanto, j)a-
resee de encina.
Pedro. — ¡Qué! ¿tan grande es?
Mata. — Buen pedazo. No cabe en el cofre-
cillo.
Pedro. —Ese tal, garrote sera, pues no ha¡
tanto en Sanct Pedro de Roma y Gerusalem.
(') (Entre linra«) muertes.
Este y otros pasajes fueron enmendados posterior-
mente por un lector demnsiado piadoso que taclió al-
gunas palabras y aun líneas y las sustituyó con otfas.
(») ¡Solamente falta pluma de las alas del gallo de
Santo Domingo.
(5j C Entre lineas) sino de aquellas reliquias granes
que dize traxo de Santiago.
{}) que de allí lo traxo?
CRISTÓBAL DE VILLALOIS"
13
Juan.— Todo se traxo devna mesma parte.
Dexad hablar a Pedro y callad vos.
Mata. — Pues si todo se traxo de vna parte,
todo sera y no; ¿y el pedazo de la lapida del mo-
numeato?; agora yo callo. Pues tierra santa
harta teníamos en Ana talega, que bien se po-
dra hazer vn huerto dello.
Juan. — El remedio es lo más dificultoso de
todo para no ser tomado en mentira del aber
estado en aquellas partes. Vn libro que hizo vn
fraire del camino de Hierusalen y las cosas que
vio, me ha engañado, que con su peregrinaje
ganaba como con cabeza de lobo.
Peduo. — ¡Mas de las cosas que no vio! ¡tan
grande modorro hera ese como los otros que
hablan lo que no saben, y tantas mentiras dice
en su libro!
Juan. — Toda la corte se traia tras si quando
predicaba la Quaresma cosas de la passion.
Luego señalaba cada cosa que de^ia: fue Xpo.
a orar en el Huerto, que sera como de aqui a
tal torre, y entró solo y dexó sus discípulos a
tanta distancia como de aquel pilar al altar; lle-
váronle con la cruz acuestas al monte Calvario,
que es de la 9Íbdad como de aqui a tal parte: la
casa de Anas de la de Caiphas, es tanto; y
otras cosas ansi.
Pedro. — De manera que en aber dos pulga-
das de distancia de más o menos de la vna a la
otra parte está el creer o no en Dios. Y ¿que'
se me da a mí para ser christiano que sean más
dos leguas que tres; ni que Pilato y Caiphas
viban en una mesma calle?
Mata. — Quien no trae nada de nuebo, no
trae tra si la gente; yos prometo, con ayuda de
Dios, que vos hagáis hartos corrillos.
Pedro. — Desos me guardare yo bien.
Mata. — No sera en vuestra mano; y tam-
bién es bueno tener que contar.
Juan. — Hablemos en mi remedio, que es lo
que importa. ¿Qué haré? ¿cómo bolvere atrás?
¿cómo me desmentiré a mí mesmo en la plaza?
Pues qué ¿dexaré mi borden por hazcrme tea-
tino ni fraire? 'No es razón; porque alia dentro
los mesmos religiosos me dariau más matracas
porque entrellos hai mas que ayan estado alia
que en otra parte ninguna.
Pedro. —No hai para qué pregonar el aver
mentido, porque Dios no quiere que nadie se
disfame a sí raesmo, sino que se enmiende.
Mata. — Yo quiero en eso dar vn corte con
toda mr poca gramática y menos saber, que me
paresce que más hará al proposito.
Juan. — No me haríais este pesar de callar
vna vez en el año.
Pedro. — Dexalde diga; nunca deshecheis
consejo, por que sino es bueno, pase por alto,
y si lo es aposentalde con vos ; dezid lo que
queríais.
Mata.— Agora me habia yo de hazer de ro-
gar, mas no hai para qué; digo yo, que Pedro
de Vrdimalas nos quente aqui todo su viaje
desde el postrero dia que (') no nos vimos fasta
heste dia que Dios de tanta alegría nos ha dado.
De lo qual Juan de Voto a Dios podra quedar
tan docto que pueda hablar donde quiera que
le pregunten como testigo de vista; y en lo de-
mas, que nunca en ninguna parte hable de Hie-
rusalem, ni la miente, ni reliquia ni otra cosa
alguna, sin-; dezir que las reliquias están en A-n
altar del ospital, y que nos demos prisa a aca-
barle, avnque enduremos en el gasto ordina-
rio; y después, allí, con ayuda de Dios, nos reco-
geremos, y lo que está por hazer sea de obra tos-
ca, para que antes se haga; y quien no quiere
hablar de tierras estrañas con quatro palabras
cerrará la boca a todos los preguntadores. Si
el consejo n'os paresce bien, tomadme acuestas.
Juan. — Loado sea Dios, que habéis dicho
vna cosa bien dicha en toda vuestra vida. Yo
lo acepto ansi.
Mata. — Hartas he dicho, si vos ío vbierais
hecho ansi.
Pedro. — Ansi Dios me dé lo que deseo, que
yo no cayera en tanto; bien paresce vn ne9Ío
entre dos letrados. El agrabio se me liaze a
mi porque soi muy enemigo dello, ansi por que
es muy largo como por el refrán que dize: los
casos de admiración no los cuentes, que no sa-
ben todas jentes como son.
Mata. — Ello se ha de saver tarde ó tem-
prano todo a remiendos; más vale que nos lo
digas todo junto, y no os andaremos en cada dia
amohinando y haréis para vos vn probecho, que
reduciréis a la memoria todos los casos par-
ticulares.
Juan. — Paresce que después que éste habla
de veras se le escalienta la boca y dize algunas
cosas bien dichas, entre las quales esta es tam-
bién que yo comiendo de aguzar las orejas.
Pedro. — Yo determino de hazer en todo
vuestra voluntad; mas antes que comience os
quiero hazer vna protesta porque quando con-
tare algo digno de admiración no me cortéis el
hilo con el hazer milagros; y es que por la 1¡-
uertad que tengo, que es la cosa que más en
este mundo amo, sino plegué a Dios que otra
vez buelua a la cadena, si cosa de mi casa pu-
siere ni en nada me alargare, sino antes perder
el juego por carta de menos que demás ; y las
condiciones y costumbres de turcos y griegos
os contaré, con aprescibimiento que después
que los turcos reinan en el mundo, jamas vbo
hombre que mejor lo supiese, ni que alia más
privase.
Juan. — No hemos menester más para creer
(•) ae fue.
14
autobiografías y memorias
eso, sino ver el arrepentimiento que de la vida
pasada tenéis, y hervor de la enmienda y aquel
estar tan trocado de lo que antes herais.
Pedro. — No sé por donde me comienze.
Mata. — Yo si: del primer dia, que de alli
adelante nosotros os iremos preguntando, que
ya sabéis que más preguntará vn necio que res-
ponderan mil sabios. ¿En donde fuistes preso
y qué año? ¿Quién os prendió y adonde os
llevó? Responded a estas quat'-o, que después
no faltará, y la respuesta sea por orden.
Pedko. — Vispera de Nuestra Señora de las
Niebes, por cumplir vuestro mandado, que es a
quatro de agosto, iendo de Genova para Ñapó-
les con la armada del Emperador, cuio general
es el principe Doria, salió a nosotros la armada
del turco que estaba en las islas de Ponza, es-
perándonos por la nueba que de nosotros te-
nía, y dionos de noche la caza y alcanzónos y
tomo siete galeras, las más llenas de jente y
más de lustre que sobre la mar se tomaron des-
pués que se navega. El capitán de la armada
turquesca se llamava Zinan Baxa, el qual traia
ciento y ginquenta velas bien en orden.
Juan. — ¿Y vosotros quántas?
Pedeo. — Treinta y nuebe no mas.
Mata. — ¿Pues cómo no las tomaron todas,
pues había tanto exceso?
Pedro.— Porque huyeron las otras; y avn
si los capitanes de las que cazaron fueran hom-
bres de bien y tubieran buenos oficiales, no to-
maran ninguna, porque huyeran también como
las otras; pero no osaban azotar a los galeotes
que remaban, y por eso no se curaban de dar
prisa a huir.
Juan.— ¿De qué tenian miedo en castigar la
chusma? ¿No está amarrada con cadenas?
Pedro. — Sí, y bien rezias ; pero como son
esclabos turcos y moros, temíanse que después
que los prendiesen, aquellos habían de ser libres
y dezir a los capitanes de los turcos cómo he-
ran crueles para ellos al tiempo que rremaban.
Mata. — ¿Pues qué, por eso?
Pedro. — Quando ansí, luego les dan a los
tales vna muerte muy cruel, para que los que
lo oyeren en las otras galeras tengan rienda en
el herir. Dos castigaron delante de mí el dia
que nos prer^dieron: al vno cortaron los br¿izos,
orejas y narizes y le pusieron vn rotulo en la
espalda, que decía: Quien tal haze tal halla; y
al otro empalaron.
Juan. — ¿Qué es empalar?
Pedro. — La más rabiosa y abominable de
todas las muertes. Toman vn palo grande, hecho
a manera de asador, agudo por la punta, y po-
nenlc derecho, y en aquel le espetan por el fun-
damento, que llegue quasi a la boca, y dexanse-
le ansí vibo, que suele durar dos y tres días.
Juan. — Quales ellos son, tales muertes dan.
En toda mi vida vi tal crueldad; ¿y qué fue del
primero que justiciaron?
Pedro. — Dexaronsele ir para que le viesen
los capitanes christíanos, y ansí le dio el prín-
cipe Doria quatro escudos de paga cada mes
mientras vibiere.
Mata. — ¿Peleastes o rindistesos?
Pedro. — ¿Qué habíamos de pelear, que para
cada galera nuestra había seis de las otras? Co-
menzamos, pero luego nos tiraron dos lombar-
dazos que nos hizieron rindir. Saltaron dentro
de nuestra galera y comenzaron a despojarnos
y dexar a todos en carnes. A mí no me quita-
ron vn sayo que llebaba de cordobán y vnas
calzas muy acuchilladas, por ser enemigos de
aquel traje, y ver que no se podían aprobechar
del, y también porque en la cámara donde yo
estaba había tanto que tomar de mucha ympor-
tancia, que no se les daba nada de lo que yo te-
nia acuestas: maletas, cofres, bnules llenos de
vestidos y dineros, barriles con barras de plata
por llevarlo mas escondido, y avn de doblones
y escudos.
Mata. — ¿Qué sentiais quando os vistes
preso?
Pedro. — Eso, como predicador, os lo dexoyo
en contemplación: bofetones hartos y puñadas
me dieron porque les diese si tenía dineros, y
bien me pelaron la barba. Fue tan grande el
alboroto que me dio y espanto de verme quál me
había la fortuna puesto en vn instante, que ni
sabía si llorase ni reyese, ni me maravillase, ni
dónde estaba, antes dizen mis compañeros, que
lloraban bien, que se maravillan de mí que no
les pares^ia que lo sentía más que si fuese libre,
y es verdad qne de la repentina mudanza por
tres dias no sentía nada, porque no me lo po-
día creer a mi mesmo ni persuadir que fuese
ansí. Luego el capitán que nos tomó, que se
llamaba Sactan Mustafa, nos sentó a su mesa
y dionos de comer de lo que tenía para sí, y al-
gunos bobos de mis compañeros pensaban que
el viaje había de ser ansí; pero yo les consolé
dizíendo: Veis alli, hermanos, como entre tan-
to que comemos están aparejando cadenas
para que dancemos después del vanquete; y
hera ansí, que el carzelero estaba poniéndolas en
borden.
Juan. — ¿Y qué fue la comida?
Pedro. — Vizcocho remojado y vn plato de
miel y C)tro de azitunas y otro chico de queso
cortado bien menudo y sutil.
Mata.— No hera malo el vanquete; pues
¿no podían tener algo cozínado para el capitán?
Pedro — No, porque con la batalla de aquel
dia no se les acordaba de comer, y pluguiera a
Dios, por quien él es, que las Pascuas de quatro
años enteros hubiera otro tanto. Llegó luego
por fruta de postre, a la popa, donde estábamos
CRISTÓBAL DE VI LL ALÓN
lá
coa el capitán, vu turco cargado de cadenas y
grillos, y couienzonos a herrar, y por ser tantos
y no traer ellos tan sobradas las cadenas, nos
metían a dos en vn par de grillos, a cada vno
vn pie, vna de las mas vellacas de todas las pri-
siones, porque cada vez que queréis algo, abéis
de traer él compañero, y si él quiere os ha de
llevar; de manera que estáis atado a su voluntad
avnque os pese. Esta prisión no duró más que
dos dias, porque luego el capitán hera obligado
de ir a manifestar al General la presa que habia
hecho. Llegóse a mí vn cautiuo que habia mu-
chos años que estaba alli, y preguntóme qué
hombre hera y si ternia con qué me rescatar, o
si sabia algún ofi9Ío; yo le dixe que no me
faltarian do9Íentos ducados, el qual me dixo
que lo callase, porque si lo dezia me ternian por
hombre que podia mucho y ansi (') nunca de alli
saldria; y que si sabia ofi9Ío seria mejor trata-
do, a lo qual yo le rogue que me dixese qué ofi-
cios estimaban en más, y dixome que médicos
y barberos y otros artesanos. Como yo vi que
ninguno sabia, ni nunca acá le deprendí, ni mis
padres lo procuraron, de lo qual tienen gran
culpa ellos y todos los que no lo hazen, imaginé
quál de aquellos podía yo fingir para ser bien
tratado y que no me pudiesen tomar en mentira,
y acordé que, pues no sabia ninguno, lo mejor
hera dezír que hera medico, pues todos los he-
rrores habia de cubrir la tierra, y las culpas de
los muertos se habían de hechar a Dios. Con
dizir Dios lo hizo, auía yo de quedar libre; de
manera que con aqxiella poca de Lógica que ha-
bia estudiado podría entender algún libro por
donde curase o matase.
Mata. — Pues qué ¿hera menester para los
turcos tantas cosas, sino matarlos a todos quan-
tos tomarais entre las manos?
Pedro. — No es buena cuenta esa, que no
menos omicida seria quien tal hiziese que a los
xpianos. Quando fuese en licita guerra, es ver-
dad; pero fiándose el otro de mí, sería gran
maldad; porque, en fin, es próximo. Al tiempo
que nos llevaron a presentar delante el General,
comenzai-ou de poner a vna parte todos los que
sabian ofi9Íos, y los que no a otra para echar al
remo. Quando vinieron a mí, yo dixe liberal-
mente que hera medico. Preguntándome si me
atrebería a curar todos los heridos que en la
vatalla pasada habia, respondí que no, porque
no hera zirujano, ni sabía de manos nada hazer.
Estaba allí vn renegado genoves que se llama-
ba Darmux Arráez, que hera el comité (■^) Real,
y dixo al General que mucho mayor cosa hera
que zirujano, porque hera medico de orina y
pulso, que ansí se llaman, y quiso la fortuna
que el General no traía ninguno para que me
(•) yo me
(») del
examinase, y alia avijque hai muchos médicos
judíos pero (') pocos son los buenos.
Juan. - ¿Que quiere dezír comité?
Pedro.— El que govierna la galera y la rije.
Mata. — ¿Y arráez?
Pedro. — Capitán de vna galera. Quiso tam-
bién la fortiina que el General se contentó de
mí y me escogió para sí. De todas las presas
que hazen por la mar tiene el Gran Turco su
quinto; pero los generales toman siempi-e para
sí los mejores y que saben que son de rescate, o
que tienen algunos oficios que serán de ganan-
cia. Los soldados, pobres y lacayos de los caba-
lleros dan al reí, pues que nunca los ha de ver.
Mata. — ¿Para qué los quiere?
Pedro. — Metenlos en vna torre, y de allí
los embian a trabajar en obras de la señoría,
que llaman.
Juan.— ¿Qué kmtos desos terna?
Pedro. — Al pie de tres mili.
Mata. — Y quando os tomo el General, ¿vis-
tióos luego?
Pedro. — No, sino calzóme, y bien.
Juan. — ¿Cómo?
Pedro. — Lleváronme luego a xn banco don-
de estaban dos remadores y faltaba vno, y pu-
siéronme vna cadena al pie de doze eslabones
y enclabada en el mesmo banco, y mandáronme
remar, y como no sabia comenzaron de darme
de anguílazos por estas espaldas con vn azote
diabólico empegado.
Juan. — Ya los he visto, que muchos cauti-
bos que pasan por aquí, que se han escapado,
los traen camino de Santiago.
Pedro. — Otra buena canalla de vagamun-
dos. Todos esos, creed que jamas estubieron
allí; porque ¿en que seso cabe, si se huyen, que
an de llevar el azote, que jamas el comité le
dexa de la mano? Ansí engañan a los bobos.
Mata. — Bien pintadas debéis de tener las
espaldas.
Pedro. — Ya se an quitado las mas ron-
chas; pero vno me dieron vn día que me ziño
estos ríñones, que después acá a tiempos me
duele. Quiso Dios que como tomaron tanta
jente y tenían bien quien remase, que acorda-
ron, pues yo les parescía delicado y no lo sabia
hazer, y hera bueno para servir en mi ofi9¡o,
que entrase cada vez en mi lugar vn gitano;
pero no me quitaron de la cadena, sino alli me
metía donde poca menos pena tenía que sí re-
mara, porque había de ir metida la cabeza entre
las rodillas sentado, y quando la mar estaba
algo alvorotada, venia la onda y dábame en
estas espaldas y remojábame todo. Llamase
aquel lugar en la galera la banda, que es la que
sirvo de necesaria en cada vaneo.
O hai
16
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Juan, — ¿Y qué os daban alli de comer?
Pedro. — Lo que a los otros, que es quando
hai bastimento harto, y estábamos en parte,
que cadadia lo podian tomar. Daban a cada vno
26 on^as de A'izcocho; pero si estábamos donde
no lo podian turnar, que liera tierra de enemi-
gos, 20 oncas y vna almueza de mazamorra.
Mata. — ¿Qué es vizcocho y mazamorra?
Pedro. — Toman la harina sin cerner ni
nada y hazenla pan; después aquello hacenlo
quartos y recuezenlo hasta que está duro como
piedra y metenlo en la galera; las migajas que
se desmoronan de aquello y los suelos donde
estubo es mazamorra, y muchas vezes hai tanta
necesidad, que dan de sola ésta, que quando
habréis apartado a vna parte las chinches muer-
tas que están entrello y las pajas y el estiércol
de los ratones, lo que queda no es la quinta
parte.
Juan. — ¿Quién diablos llevó el ratón á la
mar?
Pedro. — Como se engendran de la bascosi-
dad, mas hai que en tierra en ocho dias que
esté el pan dentro. .
Mata. —Y á beber ¿dan riño blanco ó tinto?
Pedro. —Blanco del río, y avn bien ludiendo
y con más tasa que el pan.
Juan. — ¿Y qué más dan de razion?
Pedro. — ¿No basta esto? Algunas vezes
reparten a media escudilla de vinagre y otra
media de azeite y media de lentejas ó arroz
para todo vn mes; alguna pascua suya dan
carne, quanto vna libra a cada vno; mas destas
no hai sino dos en el año.
Mata. — ¡Mal aventurados dellos; bien pa-
rescen turcos!
Pedro. — ¿Pensáis que son mejores las de
los xpianos? Pues no son sino peores.
Juan. — Yo reniego desa manera de la mejor.
Y la cama ¿hera conforme á la comida?
Pedro. — Tenia por cortinas todo el cielo de
la luna, y por frazada el aire. La cama hera
vn banquillo quanto pueden tres hombres caber
sentados, y de tal manera tenia de dormir
alli, que con estar amarrado al mesmo vaneo y
no poder subir encima la pierna, sino que habia
destar colgando, si por malos de mis pecados
sonaba tantico la cadena, luego el verdugo es
taba enzima con el azote.
Mata. — ¿Quién os lavaba la ropa blanca?
Pedro. — Nosotros mesmos con el sudor que
cada dia manaba de los cuerpos; que vna que
yo tube, a pedazos se cayo como ahorcado.
Juan. — Paresce que me comen las espaldas
en ver quál debia estar de jente.
Pedro. — A eso quiero responder que por la
fe de buen xpiano, no más ni menos que en vn
hormigal hormigas los veia en mis pechos quan-
do me miraba, y tomábame vna congoja de
ver mis carnes vivamente comidas dellos, y
llagadas, ensangrentadas todas, que, como avn-
que matase veinte pulgaradas no hazia al caso,
no tenía otro remedio sino dexarlo y no me
mirar; pues en vnas votas de cordobán que tenía,
por el juramento que tengo hecho y por otro
mayor si queréis, que si metia la mano por
entre la vota y la pierna hasta la pantorrilla,
que era en mi mano sacar vn puñado dellos
como granos de trigo.
Juan. — ¿Y todos están ansí?
Pedro. — No, que los que son viejos tienen
camisas que mudar; no tienen tantos con gran
parte, y laban allí sus camisas con agua de la
mar, atándola con un pedazo de soga como
quien saca agua de algún pozo, y alli las dejaban
remojar un rato; quasi el labar no es más sino
remojar y secar, porque como el agua de la mar
es tan gruesa, no puede penetrar ni limpia cosa
ninguna.
Mata. — Caro cuesta desa manera el ver co-
sas nuebas y tierras estrañas. En su seso s'está
Juan de Voto a Dios de no poner su vida al
tablero, sino hablar como testigo de oidas, pues
no le vale menos que a los que lo han visto.
Pedro.— Yos diré quán caro cuesta. Sien-
do yo cautibo nuebo, que no habia sino vn mes
que lo hera, vi que junto a mí estaban vnos
turcos escribiendo ciertas cartas mensajeras; y
ellos, en lugar de firma, vsan ciertos sellos en
vna sortija de plata que traen, en donde está
esculpido su nombre o las letras de cifra que
quieren, y con este, vntado con tinta emprimen
en el lugar donde habían de firmar, su sello, y
cierto queda como de molde.
Mata. — Yo apostare que es verdad sin más,
pues no lo puede contar sin lagrimas.
Pedro. — Mas heche allá quando pasó; y
como a mi me parescio cosa nueba, entre tanto
que zerraba vno las cartas, como en conversa-
ción, tomé en la mano el sello y como vi que
no me dezian nada tomé tinta y vn poco de
papel para ver si sabria yo ansi sellar. De todo
esto olgaban ellos siu dárseles nada; yo lo hize
como quiera que era cien9Ía que vna vez bastaba
verla, y conténteme de mí mesmo haber azerta-
do; torné á poner la sortija donde se estaba, y
como de alli a vn poco me acordase de lo mes-
mo, quise tornar a ver si se me habia olvidado,
y así del papel que estaba debaxc de la sortija,
pensando que estaba encima, porque estaba
entre dos papeles, y cáese la sortija de la tabla
abajo y da consigo en la mar, que estábamos
estonces en Sancta Maura. Los turcos, quando
me vieron vaxar a buscarla, pensando que no
fuese caida, ásenme de las manos presto por
pensar que yo la habia hecho perdidiza.
Juan. — '¿De qué os reis desto o a que pro-
posito?
CRISTÓBAL DE YILLALON
17
Mata. — Porque voi viendo que según va el
quento, al fin todos lloraremos de lastima y
para rehazer las lagrimas lo hago.
Pedro. — Como no me la aliaron en las
manos, viene vno y méteme el dedo en la boca,
quasi hasta el estomago, que me uviera alio-
gado, por ver si me la habia metido en la boca.
Mata. — ¿Pues no le podiais morder?
Pedro. — Quando esto fue, ya no tenia dien-
tes ni sentido, porque me habian dado dos bo-
fetones de entrambas partes, tan grandes que
estaba tonto.
Juan. — ¿No podian mirar que herais hombre
de bien y que en el avito que llebabais no herais
ladrón ?
Pedro. —El avito de los esclabos todo es
vno de malos y buenos, como de fraires, y avn
las mañas también en ese caso, porque quien
no roba no come. Luego llamaron al guardián
mayor de los esclabos, que se llamaba Morato
Arráez, y dieron como ellos quisieron la infor-
mación de lo pasado, la qual podia ser senten-
cia y todo, porque yo no tenia quien hablase
por mí, ni yo mesmo podia, porque no sabía
lengua ninguna. Luego como me cato todo, que
presto lo pudo hazer, porque estaba desnudo, y
no lo halló, manda luego traer el azote y pusié-
ronme de la manera que agora diré. Como los
vancos están puestos por orden, como renglones
de coplas, pusiéronme la vna pierna en vn
vaneo, la otra en otro, los brazos en otros dos,
y quatro hombres que me tenían de los brazos
y piernas, quasi hecho rueda, puesta la cabeza
en otro.
Juan.— Ya me pesa que comenzastes este
cuento, porque me toman calofríos de lastima.
Pedro. — Antes lo digo para que más se nia-
niñesten las obras de Dios. Puesto el guardián
el vn pie sobre vn vaneo y el otro sobre mi pes-
cuezo, y siendo hombre de razonables fuerzas,
comenzó como relox tardío a darme quan largo
hera, deteniéndose de poco en poco, por mayor
pena me dar, para que confesase, hasta que
Dios quiso que bastase; bien fuera medio quarto
de oi'a lo que se tardó en la justicia.
Juan.— ¿Pues de tanto valor era la sortija
que los xpianos vuestros compañeros de remo
que estaban alderredor no lo pagaban por no
ver eso.'
Pedro, — A^'aldria siete reales quando mucho;
pero ellos pagaran otros tantos porque cada día
me dieran aquella colación.
Mata,— ¿Luego no heran xpianos?
Pedro. — Sí son, y por tales se tienen; pero
como el maior enemigo que el bueno tiene en
el mundo es el ruin, ellos, do gracia, como
dizen, me querían peor que al diablo, de embidia
porque yo no remaba y que hazian algún caso
de mí, y porque no los sirbia allí donde estaba
amaiTado, y lo peor porque no tenia blanca que
gastar; vltimamente, porque todos heran italia-
nos, de diferentes partes, y entre todas las na-
ciones del mundo somos los españoles los más
mal quistos de todos, y con grandissima razón,
por la soberbia, que en dos dias que sirbimos
queremos luego ser amos, y si nos conbidan
vna vez a comer, alzamosnos con la posada; tene-
mos fieros muchos, manes no tanto; veréis en el
campo del reí y en Ytalia vnos ropavejerue-
los y oficiales mecanices que se huyen- por la-
drones, ó por deudas, con vnas calzas de ter-
ciopelo y vn jubón de raso, renegando y descre-
yendo a cada palabra, jurando de contino puesta
la mano sobre el lado del cora9on, a fe de caba-
llero; luego buscan diferencias de nombres: el
vno. Basco de las Pallas, el otro, Ruidiaz de las
MendoQas; el otro, que echando en el mesón de
su padre paja a los machos de los mulateros
desprendió, bai y galagarre y goña, luego so
pone Machin Artiaga de Mendarozqueta y dize
que por la parte de oriente es pariente del rei
de Francia Luis, y por la de poniente del conde
Fernán González y Acota, con otro su primo
Ochoa de Galarreta, y otros nombres ansí pro-
pios para los libros de Amadis. No ha quatro
meses que vn amigo mío me hizo su testamen-
tario, y traia fausto como qualquier capitán
con tres caballos. Hizo vn testamento conforme
a lo que el bulgo estaba engañado de creer.
Llamábase del nombre de vna casada principal
d'España. Al cabo murió, y yo, para cumplir
el testamento, hize inventario y abrí vn cofre-
cico, donde pense aliar joyas y dinero, y la
mayor que halle', entre otras semejantes, fue
vna carta que su padre de acá le habia escrito
en la qual iba este capitulo: ctEn lo que dczis,
hijo, que habéis dexado el oficio de tundidor y
tomado el de perfumero en Francia, yo huelgo
mucho, pues' debe de ser de mas ganancia»,
Quando este y otros tales llegaban en la posada
del pobre labrador ytaliano, luego entraban ri-
ñendo: ¡Pese a tal con el puto villano; á las 14
me habéis de dar de comer! ¡reniego de tal con
el puto villano! ¡cada día me habéis de dar fruta
y vitella no mas! corre, mocjo, mátale dos galli-
nas, y para mañana, por vida de tal, que yo
mate el pabon y la pana; no me dexes pollas-
tre ni presuto en casa ni en la estrada.
Mata, — ¿Qué es estrada? ¿qué es vitela?
¿qué presuto? ¿qué pollastre?
Pedro. — Como en fin son de baxa suerte
y entendimiento, avnque estén alia mili años,
no deprenden de la lengua más de aquello que
avnque les pese, por oírlo tantas vezes, se les
encasqueta de tal manera que por cada bocablo
ytaliano que deprenden olvidan otro de su
propia lengua. A cabo de tres o quatro años no
saben la suya ni la ajena sino por ensaladas
18
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
como Juan de Voto a Dios quando hablava con-
migo. Estrada es el camino; presuto, el pernil;
pollastre, el pollo; vitela, ternera.
Mata. -Ño menos me hnelgo, por Dios, de
saber esto que las cosas de Turquía, porque
para quien no lo ha visto tan lexos es Ita-
lia como Grecia. ¿No podia saber qné es la cau-
sa porque algunos; quando vienen de alia, traen
vnos bocablos como barreta, belludo,fudro, esti-
hal, manca, y hablando con nosotros acá, que
somos de su propia lengua? Este otro dia no
hizo más vno de ir de aqui a Aiagon, y estubo
alia como quatro meses, y volvióse y en llegando
en casa tómale vn dolor de ijada y comento a
dar vozes que le portasen el menge. Como la
madre ni las hermanas no sabian lo que se de-
9Ía, tornábanle a repreguntar qué quería, y a
todo decia: el menge. Por discreción dieronle vn
jarrillo para que mease, pensando que pedia el
orinal, y el a todos queria matar porque no le
entendían. Al fin por el dolor que la madre vio
que le fatigaba, llamó al medico, y entrando
con dos amigos a le visitar, principales y d'en-
tendimíento, preguntóle que qué le dolia y [de]
donde venía. Respondió: Mosen, chi so stata
Saragosa; de lo qual les dio tanta risa y sonó
tanto el quento, que el quisiera más morir que
aberlo dicho, porque las mesmas palabras le
quedaron de allí adelante por nombre.
Juan. — Lo mesmo, avnqne parezca contra
mí, acontesfio en Logroño; que se fue vn mu-
chacho de casa de su madre y entróse por Fran-
cia. Ya que llegó a Tolosa, topóse con otro de
su tamaño que venia romeriUo para Santiago.
Tomaron tanta amistad, que, como estaba ya
arrepentido, se volvieron juntos, y viniendo por
sus pequeñas jornadas llegaron en Logroño, y el
muchacho llebó por huésped al compañero [á]
casa de su madre. Entrando en casa fue resci-
bido como de pobre madre, y que otro no tenía.
Luego echo mano de vna sartén, y toma vnos
huebos y pregunta al hijo cómo quiere aquellos
huebos, y qué tal viene, y si bebe vino. El res-
pondió, que hasta allí no había hablado: Ma
mes, parlen bus a Fierres, e Fierres parlara a
moi, quo chi non so res cV España. La madre
turbada, dixo: No te digo sino que cómo quie-
res los huebos. Entonces pregunto al francesi-
11o que qué decia su madre. Ella, fatigándose
mucho, dixo: ¡pues, malaventurada de mí, hijo!
avn los mesmos zapatos que te llebaste traes,
y tan presto se te ha olvidado tu propria len-
gua. Ansí que (') tiene mucha razón Mátalas
Callando, que estos que vienen de Italia nos
rompen aqui las cabezas con sus salpicones de
lenguas, que al mejor tiempo que os van con-
tando vna proeza que hizieron, os mezclan vnos
(') es muy grande
bocablos que no entendéis nada de lo que dizen:
«Saliendo yo del cuerpo de guardia para ir a mi
trinchera, que era manco de media milla, vi que
de la muralla asestaban los esmeriles para los
que estábamos en campaña; yo calé mi serpen-
tina y llebele al bonbardero el bota fogo de la
mano)j ; y otras cosas al mesmo tono.
Pedro. — Pues si esos no hiziesen como la
zorra, luego serian tomados con el hurto en la
mano.
Mata.— i Qué haze la zorra?
Pedro. — Quando va huyendo de los perros,
como tiene la cola grande, ciega (') el camino
por donde va, porque no hallen los galgos el
rastro. Pues mucho mayores necedades dizen en
Italia con su trocar de lenguas, avnque vn dia
castigaron a vn bisoño.
Juan. — ¿Cómo?
Pedro. — Estaba en vna posada de vn la-
brador rico y de onrra, y hera razien pasado
d'España, y como no entendia la lengua, vio
que a la muger llamavan madona, y dixole al
huésped; Madono porta manjar, pensando que
dezia muy bien; que es como quien dixese mu-
gero. El otro corrióse, y entre él y dos hijos
suyos le pelaron como palomino, y tubo por
bien mudar de allí adelante la posada y avn la
costumbre.
Mata. — Si el reí los pagase no quitarían
a nadie lo suyo.
Pedro. — Ya los paga; pero es como quando
en el banquete falta el vino, que siempre hai
para los que se sientan en cabezera de mesa,
y los otros se van a la fuente. Para los gene-
rales y capitanes nunca falta; son como los pe-
ces, que los mayores se comen los menores.
Conclusión es averiguada que todos los capi-
tanes son como los sastres, que no es en su
mano dexar de hurtar, en poniéndoles la pieza
de seda en las manos, sino solo el dia que se
confiesan.
Mata. — Ese dia cortaría yo siempre de bes-
tir; pero ellos ¿cómo hurtan?
Pedro. - Yo os lo diré como quien ha pa-
sado por ello: Cada capitán tiene de tener tan-
tos soldados, y para tantos se le da la paga.
Pongamos por caso 300; él tiene dofientos, y
para el dia de la reseña busca ^iento de otras
compañías o de los oficiales del pueblo, y dales
el quinto como al reí y tómales lo demás; al
alférez da que pueda hazer esto en tantas pla-
zas y al sargento en tantas ; lo demás para
nobis.
Juan. — Y los Generales ¿no lo remedian eso?
Pedro. — ¿Como lo han de remediar, que son
ellos sus maestros, de los quales deprendieron?;
antes éstos disimulan, porque no los descubran,
O va zegando
CRISTÓBAL DE YILLxVL()N
19
que ellos lo hurtan por grueso, diziendo que al
rei es licito vrtarle porque no le da lo que ha
menester.
Mata. — Y el rei ¿no pone remedio?
Pedro, — No lo sabe, ¡qué ha de hazer!
Juan. — ¿Pues semejante cosa ignora?
Pedro. — Si, porque todos los que hablan
con el rei o son generales o capitanes, o oficia-
les a quien toca, que no se para a hablar con
pobres soldados; que si eso fuese, él lo sabría y
sabiéndolo lo atajarla; pero ¿queréis que vaya
el capitán a dezir: Señor, yo vrto de tres par-
tes la vna de mis soldados; castígame por ello?
Joan. — Y el Consejo del rei ¿no lo sabe?
Pedro. — No lo debe de saber, pues no lo re-
media; mas yo reniego del capitán que no ha
sido primero muchos años soldado.
Mata. — Esos soldados fieros que de^iais
denantes en el escuadrón al arremeter, ¿qué
tales son?
Pedro. — Los postreros al acometer y pri-
meros al retirar.
Joan. — Buena va la guerra si todos son
ansi.
Pedro. — Nunca Dios tal quiera, ni avn de
treinta partes vna; antes toda la religión, crian-
za y bondad, está entre los buenos soldados,
de los quales hai infinitos que son vnos Cesares
y andan con su bestido llano y son todos gente
noble y illustre; con su pica al hombro, se andan
sirviendo al rei como esclavos invierno y verano,
de noche y de dia, y de muchos se le olvida al
rei, y de otros no se acuerda, y de los que restan
no tiene memoria para gratificarles sus ser-
vicios.
Joan. — Y esos tales, siendo ansi buenos,
¿qué comen? ¿tienen cargos?
Pedro. — Ni tienen cargos, ni cargas en las
bolsas. Comen como los que más ruinmente, y
visten peor; no tienen otro acuerdo ni fin sino
a servir a su lei y rei, como dizen quando en-
tran en alguna cibdad que an combatido. Todos
los ruines son los que quedan ricos, y estos
otros más contentos con la victoria.
Joan. — Harta mala ventura es trabajar
tanto y no tener que -gastar y estar subjeto vn
bueno a otro que sabe que es más astroso que él.
Mata. — La pobreza no es vileza.
Pedro. — Maldiga Dios el primero que tal
refrán inventó, y el primero que le tubo por
verdadero, que no es posible que no fuese el
mas tosco entendimiento del mundo y tan gro-
seros y ciegos los que le creen.
Mata. — ¿Cómo ansi a cosa tan común que-
réis contradezir?
Pedro. — Porque es la mayor mentira que
de Adán acá se ha dicho ni formado; antes no
hai mayor vileza en el mundo que la pobreza y
que más viles haga los hombres; ¿qué hombre
hai en el mundo tan illustre que la pobreza no
le haga ser vil y hazer mili quentos de vilezas?
y ¿qué hombre hai tan vil que la riqueza no
ennoblezca tanto que le haga illustre, que le
haga Alexandro, que le haga Cesar y de todos
reberenciado?
Joan. — Paresceme que Ueba camino; pero
acá bamonos con el hilo de la jente, teniendo por
bueno y aprobado aquello que todos an tenido.
Pedro. — Tan grande necedad es esa como
la otra. ¿Porqué tengo yo de creer cosa que
primero no la examine en mi entendimiento?
¿qué se me da a mí que los otros lo digan, sino
Ueba camino?; ¿so yo obligado porque mi padre
y abuelos fueron necios, a sello? ¿pensáis que
sirbe nadie al rei sino para que le dé de comer y
no ser pobre, por huir de tan grande vileza y
mala ventura?
Mata. — Razonablemente nos hemos apar-
tado del proposito a cuia causa se comenfo.
Joan. — No hai perdido nada por ello; por-
que aquí nos estamos para volver, que también
esto ha estado excellente.
Pedro. — ¿En qué quedamos, que ya no me
acuerdo?
Mata. — En el quento de la sortija y la ene-
mistad que os tenían los otros mesmos que re-
maban. Beamos: y allí ¿no curabais o estu-
diabais?
Pedro. — Yinome a la mano vn buen libro
de medicina, con el qual me vino Dios a ver,
porque aquel contenía todas las curas del cuerpo
humano, y nunca hazia sino leer en él; y por
aquel comenze a curar vnos cautíbos que caye-
ron junto a mi enfermos, y salíame bien lo que
experimentaba; y como yo tengo buena me-
memoria, tómelo todo de coro en poco tiempo,
y quando después me vi entre médicos, como
les dezia de aquellos testos, pensaban que sabía
mucho. En tres meses quasí supe todo el oficio
de medico.
Mata. — En menos se puede saber y mejor.
Pedro. — Eso es imposible. ¿Cómo?
Mata. — Si el oficio del medico, al menos el
vuestro, es matar, ¿no lo hará mejor quanto me-
nos estudiare?
Joan. — Dexemonos de disputas. ¿En la ga-
lera hai barberos y cirujanos?
Pedro. — Cada vna trae su barbero, ansí de
turcos como de xpianos, para afeitar y san-
giar. Acontesciome vn dia con un barbero por-
togues que hera cautibo en la galera que yo
estaba, muchos años había, no habiendo yo más
de cinquenta dias que hera esclavo, lo que oiréis:
Al banco donde yo estaba al remo me traxeron
vn turco que mirase, ya muy al cabo; y como
le miré el pulso, vi que le faltaba y que estaba
ya frió, y dixeles, pensando ganar honrra con
mi prognostico, que se moriría aquella noche.
20
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
¿Que qué le querían hazor los couipañeros del
enfermo? Como bieron la respuesta dixeron: Al-
guna bestia debe e'ste de ser; llamen al barbero
de la galera que nos le cure, que sabe bien
todos nuestros culsos, el qual vino luego y
preguntó que' liabia yo dicho, y como lo oí dixe:
que se morirá esta noche; y comenze a philoso-
far: ¿No beis que' pulso? ¿qué frió está? ¿qué
gesto? ¿qué lengua? ¿y quán vndidos los ojos y
qué color de muerto? Dixo él: Pues yo digo
que no se morirá; y comienza de fregarse las
manos y dezir: sus hermanos, ¿qué me daréis?
yo os le daré sano con ayuda de Ala. Ellos di-
xeron que biese lo que sería justo. Respondió
que le diese[n] quinze ásperos, que son tres
reales y medio de acá, para ayuda de las medi-
cinas, y que si el enfermo vibiese le habian de
dar otros cinco más, que es vn real.
Juan. —¿Pues no ponía mas diferenfia de
muerte a vida de va real?
Pedro. — Y hera harto, según él sabia; lue-
go se los dieron y fuese al fogón, que es el lu-
gar que trae cada galera para guisar de comer,
y en vna oUica mete un poco de vizcocho y
agua, y haze vno como engrudo sazonado con
su azeite y sal, y delante de los turcos tomó vna
pedrezica como de anillo, de azúcar cande, y me-
tióla dentro diziendo: Esta sola me costo" a mí
lo que vosotros me dais. Fue a dar su comida,
y engargántesela metiéndole la cuchar siempre
hasta el estomago. Yo a todo esto estaba algo
corrido de la desvergüenza que el barbero habia
vsado contra mí; y los que estaban conmigo al
remo comentaron a tomarme (') doblado odio
porque yo podia aber ganado aquellos dineros
para que todos comiéramos y no lo habia hecho,
y blasfemaban de mí diziendo que hera vn trai-
dor poltrón y que maldita la cosa yo sabía, sino
que por no remar lo hazia fingido, y otras co-
sas H este tenor; y de quando en quando, si me
podian alcanzar alguna coz o cadena^o con la
cadena, no lo dexaban de hazer. El pobre en-
fermo aquell^ noche dio el cuerpo a la mar y el
anima al diablo. Este barbero cada dia le qui-
taban la cadena y a la noche se la metían; quan-
do supo que hera muerto, dixo que no le des fe-
rrasen aquellos dos dias porque tenía muchos
vnguentos que hazer, que no estaba la galera
bien probeida. Como no habia quien curase,
mandaron que me quitasen a mí la cadena; y
como fui donde el barbero estaba, preguntóme
como me llamaba. Respondí que el licenciado
Pedro de Vrdimalas. üixome: Pues noramala
tenéis el nombre, tened el hecho. ¿Pensáis que
estáis en vuestra tierra que por prognostícos ha-
béis de medrar? Cúmpleos que nunca desau-
cieis a nadie, sino que a todos prometáis la sa-
(*) conmigo.
lud luego de mano; porque quiero que sepáis
la condición de los turcos ser muy diferente de
la de los xpianos, en que jamas hechan la culpa
de la umerte al medico, sino que cada vno tie-
ne en la frente escrito lo que ha de (') ser del, y
que es cumplida la hora; y demás desto, sabed
que prometen mucho y nada cumplen; dezir os
an: si me sanas yo te daré tanto y haré tal y tal;
en sanando no se acuerdan de vos más que de
la niebe que nunca vieron. Para ayuda de las
medicinas cojed siempre lo que pudieredes, que
ansí se vsa acá, qve no se recepta, sino vos las
tenéis de poner, y si tenéis menester quatro
demandad diez. Yo que antes tenía grandissi-
mo enojo contra él, me quedé tan manso y se lo
agradesci tanto que más no pudo ser; y más
me dixo: que de miedo no le tornasen a pidir
los dineros que le habían dado no habia querido
que lo desherrasen fasta que se olvidase de allí
a dos dias. Los turcos que dormían en mí ba-
llestera no dexaron de notar y maravillarse,
que nunca habian en su tierra visto tomar pul-
so, que por tentar en la muñeca dixese lo que
estaba dentro y que muriese.
Mata. — ¿Qué cosa es ballestera?
Pedro. — Vna tabla como vna mesa que tie-
ne cada galera entre banco y banco, donde ban
dos soldados de guerra.
Juan. — ¿Pues no tienen más aposento de
vna tabla?
Pedro. — Y ese es de los mejores de la ga-
lera. ¡Ojala todos le alcanzasen!
Mata. — ¿Y quántas desas tiene (^) cada ga-
lera?
Pedro. — Vna en cada vaneo.
Mata.— ¿Quántos bancos?
Pedro. — Veinticinco (^) de vna parte y
otros tantos de la otra, y en cada A'anco tres
hombres al remo amarrados; y algunas capita-
nas haí, que llaman bastardas, que lleban
quatro.
Mata. — ¿De manera que ha menester 150
hombres de remo?
Pedro. — Y más diez, para no menester
quando los otros caen malos, que nunca faltan,
suplir por ello.
Joan. — ¿Y soldados quántos?
Pedro. — Quando van bien armadas, 50
y diez o doze gentiles hombres de popa, que
llaman, amigos del capitán.
Mata. — ¿Y esos an de ser marineros?
Pedro. — No haí para qué, porque los mari-
neros son otra cosa; que van vn patrón y vn
comité y otro sota comité, dos consejeros, dos
artilleros y vn alguazil con su escribano y otros
veinte marineros.
(•) hazer y.
vna.
a cada.
í'l
CRISTÓBAL DE VILLALOÍÍ-
21
Juan. — ¿Parescera al infierno vna cosa tan
pequeña con tanta jente? ¡Que' confusión y he-
dentina debe de aber!
Pedro. — Ansi lo es verdaderamente infierno
abreviado, que con toda esta jente ordinaria
que va, quando es menester pasar de vn reino
a otro por mar llebarán oient hombres más
cada vna con todos sus hatos.
Juan. — Buenos xpianos serán todos esos de
buena razón, pues cada ora traen tragada la
muerte.
Pkdro. — Antes son los más malos del mun-
do. Quando en más fortuna y necesidad se ven.
comienzan de blasfemar y renegar de quanto
hai del cielo de la luna, hasta el más alto, y de
la falta de paciencia de los remadores no es
de tanta maravilla, porque verdaderamente ellos
tienen tanto afán, que cada hora les es dulze Ja
muerte; mas los otros bellacos, que lo tienen
por pasatiempo, son en fin marineros, que son
la más mala gente del mundo.
Juan. — ¿Pues tan infernal trabajo es re-
mar?
Pedro. — Bien dixistes infernal, porque acá
no hai a qué le comparar; para mí tengo que
sy lo lleban en paciencia que se irán todos
al cielo calzados y vestidos, como dizen las
viejas.
Mata. — ¿Cómo puede vn solo hombre tener
quenta con tantos?
Pedro. — Con vn solo chiflito que trae al
cuello haze todas las diferencias de mandar que
son menester, al qual an de (') estar tan promp-
tos que en oyéndole en el mesmo punto quando
duermen an de estar en pie, con el remo en
la mano, sin pararse a despabilar los ojos, so
pena que ya está el azote sobre e'l; dos andan
con los azotes, el vno en la mitad de la galera,
el otro en la otra, como maestros que enseñan
leer [a] niños.
Juan. — Con todo eso, puede el que quiere
hacer del vellaco quando ese buelve las espal-
das, y hazer como qne rema.
Pedro. — Ni por pensamiento. ¿Luego pen-
sáis que hai música ni compases en el mundo
más acordada que el remar?; engañaisos, que en
el punto que eso hiziese, estorba a sus compa-
ñeros y suenan vn rem<» con otro y deshazese
el compás, y como buelve el comité, si le había
de dar vno le da seis.
Juan. — Y esos mal aventurados ¿cómo viben
con tanto trabajo y tan poca comida?
Pedro. — Hai veréis cómo se manifiesta la
grandeza de Dios, que más gordos y ricos y
lufios los veréis y con más fuerzas que estos
cortesanos que andan por aqui paseando cada
dia con sus muías. Tienen vn buen remedio, que
(') es meneí5ter.
todos procuran de saber hazer algunas cosillas
de sus manos, como calzas de aguja, almillas,
palillos de mondar dientes, muy labrados, bo-
neticos, dados, partidores de cabellos de muje-
res labrados a las mili maravillas y otras cosi-
llas, ansi quando hai viento prospero, que no
reman, y quando están en el puerto; lo qual
todo venden quando llegan en alguna cibdad y
a los pasajeros que van dentro, y desto se re-
median, y suelen, temporadas hai [tener] que
comer mejor que los capitanes; y mira quán
grande es Dios, que todos, por la mayor parte,
son ricos y hai muy muchos qi;e tienen cient
ducados y do9Íentos, que no los alcanza ningún
capitán de Italia, y hombres hai dellos que jue-
gan cient escudos vna noche con algún caballe-
ro, si pasa, o con quien quisiere; y si el capitán
o los oficiales tienen necesidad de dineros, éstos
se los prestan sebre sus firmas basta que les
den la paga.
Mata. — ¿Nunca se les alzan con ello?
Pedro. — No, ni pueden avnque quieran;
antes lo primero que el pagador haze es satis-
facerles, y tampoco se los prestarán de valde,
sino que si le dan 15, que le hagan la cédula de
16. No faltan también inabiles como yo que ni
saben oficio ni tienen que comer; pero éstos
sirben a los otros de remojar el bizcocho y co-
zinar la olla y poner y quitar las mesas y comen
con ellos.
Juan. — ¡Y qué tales deben de ser las mesas!
Pedro. — Vna rodilla bien su^ia, si la alcan-
zan, y los capotes debajo; la propia mesa es co-
mer bien; que avnque esté sobre vn muradal,
no se me da nada.
Mata. — ¿En qué comen? ¿tienen platos?
Pedro.— Vna escudilla muy grande tienen
de palo, que llaman gabeta, y vn jarro, de palo
también, que se dÍ9e chipichape; esto hai en
cada banco; y antes que se me olvide os quiero
dczir vna cosa y es que me vi vna vez con
quince (•) caballeros comendadores de Sant
Juan, y entre todos no había sino vna gabeta
en la qual comiamos la carne y el caldo y bebía-
mos en lugar de taza, y orinábamos de noche si
era menester.
Juan. — ¿Y no teniais asco?
Pedro. — De dia no, porque con todo eso
teníamos gana de bíbir; y de noche menos, por-
que más de tres meses cenamos a escuras, y
esto hera en tierra en Constantinopla, porque
viene a proposito de las gabelas.
Jcan. — ¿Nos daban siquiera vn candil, ni
miraban que fuesen caballeros?
Pedro. — Antes adrede maltratan más a esos
tales, por sacarles más rescate, como a gatos de
Algalia.
(') yiiico.
22
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Mata. -No salgamos, por Dios, tan presto
de galera. A los soldados y gente de arte ¿qué
les dan de comer?
Pedro. Sus rabiones tienen en las de los
xpianos, de atún y pan vizcoclio y media zum-
bre de vino, y a terzer dia mudan a darles
vaca si están donde la puedan aver, y dos du-
cados al mes razonablemente pagados.
Juan. — ;Y pueden sufrir por tan poco suel-
do esa vida?
Pedro. — Y están muy contentos con ella por
la grandissima livertad que tienen sin obedescer
rei ni (') Roque; en los de los turcos no les dan
nada a los soldados sino quatro escudos al mes
y ellos se juntan de quatro en quatro o seis en
seis y meten en la galera arroz y vizcocho, azú-
car y miel; que no an menester vino, pues no
lo pueden beber.
Juan. — Y en las de xpianos /oyen nunca
misa y traen quien los confiese?
Pedro. — Si, bien cada domingo y fiesta; si
no navegan, les dizen misa en tierra donde pue-
dan todos ver, y en cada galera traen vn cape-
llán, y los turcos también vno de los suyos.
Mata. — Vamos adelante con la jornada, que
la galera ya está bien entendida.
Pedro. — De Sancta Maura fuimos a otro
puerto de vna cibdad, cerca, que se llama Le-
panto, y Patras, que está junto donde Sant
Andrés fue martirizado. Aili estubimos con esta
vida vnos veinte dias y despalmamos las ga-
leras.
Joan. — ¿Qué es despalmar?
Pedro. — Darles (*) por debaxo con sebo vna
camisa para que corra bien, y que la yerba que
hai en la mar donde no está muy honda y la
bascosidad del agua no se pegue en la pez de la
galera, porque (^) no podria de otra manera ca
minar; y esto es menester hazer cada mes, para
bien ser, o de dos a dos a lo más. De alli cami-
namos a Puerto León, que es en Athenas, y
llámase ansi porque tiene vn grandissimo león
de marmol a la entrada.
Juan. — ¿Llega la cibdad de Athenas a la
mar?
Pedro. — No; pero hai vna legua no más.
Mata. — Pues ¿qué nos diréis de Athenas?
¿es gran cosa como dizen?
Pedro. — No la vi estonces hasta la buelta,
que verná a proposito; yo lo diré. De Puerto
León fuimos a Negroponto, y de alli pasamos
por Sexto y Abido y entramos en la canal de
Constantinopla, que es el Hellesponto, y fui-
mos a Gallipol y a la isla de Mármara, y de
alli a Constantinopla, que es metrópoli que Ua-
(•) no.
(') Untarlas.
p) como no pudiese.
man; como quien dice cabeza de toda la Tur-
quia, donde reside siempre por la mayor parte el
Gran Señor y concurre todo el imperio.
Juan. — ¡Grande sería la solenidad de la en-
trada !
Pedro.— Mucho, y de harta lastima. Salió el
Gran Turco a vn mirador sobre la mar, porque
bate en su palacio, y comenzaron de poner en
cada ga^.era muchos estandai*tes, en cada vaneo
el suyo; en lo más alto las vanderas de Maho-
nia, y debaxo dellas los pendones que nos ha-
blan tomado, puestos los crucifixos y imágenes
de Nuestra Señora que venian dibuxados en
ellos, las piernas hazia riba, y la canalla toda
de los turóos tirándoles con los arcos muchas
saetas; luego las banderas del Gran Turco y
debaxo delías también las del Emperador y el
principe Doria, hazia baxo, al rebes puestas;
luego comenzaron de hazer la salba de artille-
ría más soberbia que en el mar jamas se pudo
ver, donde estaban ciento y cinquenta galeras con
algunas de Fran9Ía, y más de otras trescientas
nabes, entre chicas y grandes, que se estaban
en el puerto y nos ayudaban ; cada galera sol-
taba tres tiros y tornaba tam presto a cargar;
duró la salva vna hora, y metimonos en el
puerto y desarmamos nuestras galeras en el
tara^anal, que es el lugar donde se hazen y
están el imbierno, y no tardamos tres horas en
desbaratar toda la armada, y el Gran Señor
quiso ver la pi'esa de la jente, porque no los
habia podido ver dentro de las galeras, y ensar-
táronnos todos, que seriamos al pie de dos mili,
con cadenas, todos trabados vno a otro; a los
capitanes y oficiales de las galeras hecharon las
cadenas por las gargantas, y con la música de
trompetas y atambores que nosotros nos lleba-
bamos en las galeras, que es cosa de que ellos
mucho se rien, porque no vsan sino clarines,
nos llebaron con nuestras banderas ( ' ) arras-
trando a pasar por el zerraje del Gran Turco,
que es su palacio, de donde ya iban señalados
los que habían de ser para él , que le cabían de
su quinto, y entrellos principalmente los capita-
nes de las galeras; y estos llebaron a Galata,
a la torre del Gran Señor, donde están aquellos
dos mili que arriba dixe, para sus obras y para
remar al tiempo.
Juan.— ¿Donde es Galata? Por ventura es la
que San Pablo dice ad galatas.
Pedro. — Creo que no, porque esa es junto
a Babilonia. Esta se llamaba otro tiempo Pera,
que en griego quiere dezir dése cabo, y llamá-
banla ansi porque de Constantinopla a ella no
hai más de el puerto de mar en medio, que sera
vn tiro de arcabuz, el qual cada vez que quisie-
redes pasar podréis por vna blanca; y sera de
(«) y todo
CRISTÓBAL DE VILLALüX
23
tres mili casas, y en esta ha¡ en la muralla mu-
chas torres, en vna de las quales metieron a
todos los que heramos esclabos de Zinan Baxa,
el General, que seriamos en todos 700, de los
quales empresento obra de ciento, puestos to-
dos en vn corral como obejas. Tornaron a re-
preguntar a cada vno su nombre y patria, y
qué oficio sabia, y ponian a todos los de vn ofi-
cio juntos; y repartieron a los más, porque
para todos no habia, sendas mantas para dor-
mir y capotes de sayal y zaraguellles de lo mes-
mo, de lo qnal fue Dios servido que alcanze
mi parte; y los barberos que hablan tomado de
las. galeras fueron siete, en el numero de los
quales fui yo escrito. Dieronnos por superior
vn zirujano viejo, hombre de bien y cudicioso
de ganar dineros, por lo qual, como tenia cré-
dito, s'enLremetia en curar de medicina y todo,
y mandáronnos obedescerle en todo lo que él
mandase. Como heramos los más cautibos nue-
bos y la vida rain, comenzó de dar vna modo-
rra por nosotros, que cada dia se morían mu-
chos, entre los quales yo fui vno.
Mata. — ¿Que os moristes?
Pedko. — No, sino herido. Dio industria este
barbero o medico, o qué hera, que nos metiesen
los enfermos apartados en vna gran caballeriza,
adonde, por estar fuera de la torre, habia buen
aparejo para huir, y por eso nos ensartaban a
todos por las cadenas que teníamos con vna
muy larga y delgada cadenilla, y a la mañana
entraba el viejo cirujano con los otros barberos
a ver qué tales estaban, y probeia conforme a
lo que sabia, que hera nonada. Traia vn jarro
grande de agua cozida con pasas y regaliz, que
hera la mejor cosa que sabía, y dábanos cada dos
tragos diziendo que heraxarabe, y al tiempo que
le parescia, sin mirar orina ni nada, daba vnas
pildoras o vna bebida tal qual, y en sangrar
hera muy cobarde, por lo qual entre ciento y
treinta enfermos que estábamos, cada dia habia
una docena o media al menos de muertos que
entresacar.
JüAX. — Alli, pues estabais en tierra, razona-
bles camas tubierais.
Pedro. — Peores que en galera y menos lu-
gar mili vezes; estábamos como sardinas en
cesto pegados vnos con otros. No puedo dezir
sin lagrimas que vna noche, estando muy malo,
estaba en medio de otros dos peores que yo, y
en menos espacio de tres pies todos tres y en-
sartado con ellos; y quiso Dios que entrambos
se murieron en anocheciendo, y yo estube con
todo mi mal toda la noche con quan larga hera,
que el raes hera de nobiembre, entre dos muer-
tos; y de td manera, que no me podia rebolver
sino caia sobre vno dellos. Quando a la mañana
vinieron los guardianes a entresacar para llebar
a enterrar, yo no hazia sino alzar de poco a
poco la pierna y sonar con la cadena para que
viesen que no hera muerto y me llebasen entre-
llos a enterrar. Y los bellacos de los barberos,
con el maioral, llamábanme el 7nato, que quiere
dezir en italiano el loco, porque les hazia que
me sangrasen muchas vezes, y lieran como dixe
tan avarientos, que avn mi propia sangre les
dolia. Al fin me vbieron de sangrar quatro ve-
zes y quiso Dios que mejorase, lo qual ellos
no debian de querer mucho porque no vbiese
quien entendiese sus herrores.
Juan. — Y los muertos ¿dónde los entierran?
¿hai iglesias?
Pedro. — Si hai; pero en la caba de la zerca,
y no muy hondo, los hechan.
Juan. — Esa es grandissima lástima.
Pedro. — Antes me paresce la mayor mise-
ricordia que ellos con nosotros vsan. ¿Qué dia-
blos se me da a mí, después de nmerto, que
me entierren en la caba o en la horca murien-
do buen xpiano.' Quando la calentura me dexó
al seteno, quedé muy flaco y debilitado y no
tenia la menor cosa del mundo que comer, y
no podia dormir, no por falta de gana sino por
que no me ayude Dios si no me podían barrer
los piojos de acuestas, por que ya habia cerca
de quatro meses que no me había desnudado
la camisa.
Juan. — No se le es d'agrade9er que se haya
trocado y no se acuerde del mundo hombre que
semejantes mer9edes ha rescíbido de Dios.
Pedro. — De beras lo diréis quando aca-
bare.
Mata. — ¿Y qué os daban allí de comer en
tan buena enfermería.'
Pedro. — Vna caldera grande como de tinte
hazían cada dia de azelgas sin sal ni azeíte, y
de aquéllas avn no daban todas las que pudie-
ran comer, y vn poquito de pan. Vn hidalgo de
x4.rbealo, hombre de bien, me fue a visitar vn
dia, que habia quince años que hera cavtibo; al
qual le dixe, que bien sabía yo que hera impo-
sible y pidir í>ullurias en golfo, como dicen los
marineros, pero que comiera vna sopa en vino;
el qual luego fue y me traxo vn buen pedazo
de una torta, y media copa de vino, y comilo;
y como ocho dias había que no comía bocado,
quedé tan consolado y contento, y credlo sin
jurarlo, como si me dieran lívertad, y otro dia
siguiente me tornó a dezir sí comería dos ma-
nos de carnero con vinagre. Respondí qu^í de
buena voluntad, avuque pense que burlava;
el me las traxo. Y como estubiese razonable,
luego me metieron en la torre con los demás,
y el sobre barbero me mandó que vaxase cada
dia a servir a los enfermos, de darles de comer;
y siempre, como dizen arrímate a los buenos,
procuré tomar buena compañía y procuré d'es-
tar con la camarada de los caballeros, que he-
24
autobiografías y memorias
ran, entre comendadores y no, quince; y como
me conoscian algunos, cayó vn ginobés allí jun-
to a mí, que tenía dineros, y rogóme que le cu-
rase; y quiso Dios que sanó, y diome tres reales,
con los quales fui más rico que el rei ; porque la
bolsa de Dios es tan cumplida, que desde aquel
dia hasta el que esto hablamos nunca me faltó
blanca. El sobre barbero, como iba por la cib-
dad y ganaba algunos escudos, y entre esclabos
no nada, probó a ver si se podria eximir del
trabajo sin probecho, y mandóme que delante
del otro dia hiziese vna visita general, para
probarme, y no le descontenté; descuidóse por
seis dias, en los quales yo no sabía qué medi-
cina hazer; sino como conosci que aquel sabía
poco o nada y morían tantos, hize al rebes todo
lo que el hazía, y comienzo a sangrar liveral-
mente y purgar poco, y quiere Dios que no
mnrio nadie en toda vna semana, por lo qual
yo vi ciertamente al ojo que no hai en el mundo
mejor medicina que lo contrario del ruin me-
dico, y lo he probado muchas vezes, y qual-
quiera que lo probare li> aliará por verdad.
Fueron las nuebas a mi amo desto, de lo qual
se holgó, y embió su mayordomo mayor a que
yo de alli adelante curase a todos, y que no me
llebasen al campo a trabajar con los otros. Yo
pidi de merced que los barberos me fuesen sub-
jetos, lo qual no querían, antes se me alzaban a
mayores. Fueme otorgado, y más hize vn razo-
namiento diciendo que cada xpiano valia sesenta
escudos, y que si muchos se morían perderían
muchos escudos, y rno que se moria, si se pu-
diera librar, pagaba las medicinas de todos;
por tanto, me hiziesen merced de comprarme
algunas cosas por junto. Parescioles tan bien
que me dieron comission que fuese a vna bo-
tica y alli tomase hasta quarenta escudos de lo
que yo quisiese, y cumpliólo muy bien.
Juan. — ¿Pues hai alia boticas como acá?
Pedro. — Más y maiores, y avn mejores.
En Galata hai tres muy buenas de xpianos ve-
necianos; en Constantinopla bien deben de
pasar de mili, que tienen judíos.
Mata. — ¡Qué buen clabo debistes de echar
en la compra!
Pedro. — Y ava dos, porque el boticario me
dio dos escudos porque lo Uebase de su bo-
tica; y yo me concerté con él que Uebase c^ua-
rentu escudos por aquello a mi amo, y no mon-
taba sino treinta y seis, y me diese los otros
quatro.
Mata.— No hera mala entrada de sisa esa;
mejor hera que la del otro pobre barbero que
contastes; buen dicipulo saco en vos.
Juan. — Harta miseria había pasado el mal
aventurado antes de cojer eso.
Pedro. — Pocas noches antes lo vierais; (jue
estábamos quinzc caballeros y yo vna noche
entre muchas sin tener que yenar otra cosa sino
media escudilla de vino que vn cautibo nos
habia dado por amor de Dios, y diónos otro
vn cabo razonable de candela, como tres dedos
de largo, que fue la primera que en tres meses
hablamos tenido. Tubimosla en tanto que no
sabíamos qué hazer della. Fue menester botar
entre todos de qué sirviria. Yo dezia que zena-
semos con él; otro dixo que se guardase para
si alguno de nosotros estubiese in articulo
movtis; otro que hiziesemos para otro dia con
él y con vizcocho migas en sebo; dixo el que
más autoridad tenía y a quien todos obedecía-
mos, porque hera razón que lo merescia, que
mejor sería que le gastásemos en espulgarnos,
pues de dia en la prisión no habia suficiente
luz para hazerlo. Yo repliqué que, pues la
zena hera tan liviana, que bien se podria todo
■junto hazer, y ansí se puso la mesa acostum-
brada, y puesta nuestra cena en medio, que ya
gracias a Dios teníamos pan fresco, avnque
negro ('), pero ciertamente C"^) bueno, y desta-
jamos que ninguno metiese dos rezes su sopa
en la escudilla de vino, sino que, metidas dentro
tantas quantos heramos, cada vno sacase la suya
por orden; y luego hechabamos vn poco de
agua para que no se acabase tan presto; y esto
duró hasta que ya el vino era hecho agua clara;
y con esto hubo fin la cena, que no fue de las
peores de acjuellos dias. Tras esto cada vno se
desnudó, y comen9amos de matar jente, de
cada golpe no vno sino quantos cabían en la
prensa.
Juan. — ¿Qué prensa?
Mata. — ¿No eres mas bobo que eso?; las
vñas de los pulgares. ¿Y bastó la candela
mucho?
Pedro. — Mas de quince horas en tres no-
ches.
Mata. — Esa, hablando con reberencia, de
las de Juan de Voto a Dios es; ¿tres dedos de
candela quince horas? Venga el cómo; sino no
lo creré. ¿Son las horas tan grandes alia como
acá?
Pedro. — Por tanto como eso soi enemigo
de contar nada; mas pues lo he comenzado a
todo daré razón. Ubo vn acuerdo de consenti-
miento de todos, que cada vno el piojo grueso
le pusiese en aquel poco sebo derretido que está
junto a la llama para que se quemase. Comento
cada vno de poner tantos, que tubo la llama
para gastar todo este tiempo que dixe.
O algo.
{^) avnque poco.
CRISTÓBAL DE VILLALON
25
COLOQUIO III
Trabajos á que eran dedicados los cautivos. — Mala íe de sus
capataces. — Iiilriíias, ambición é ignorancia de los cléiigos
españoles. — Comienza Pedro á ejercer la medicina en Cons-
tantinopla. — Enfermedad de Sinán Bajá. — Confía éste su cu-
ración á llrdemalas. — Disputa con un mrdico judío. — Moj<ira
Sinán y en recompensa manda quitar á Pedro la cadena (pie
llevaba. — Expedición á las ruinas de NicoraeJia. — Pretende
Sinán que su cautivo abrace la ley de Malioma. — Nié^rase á
ello Pedro y en castigo es condenado á trabajar como albañil
en la construcción de un palacio que Sinán bacía en Cons-
tanlinopla.
Mata. — Desde aqui hago voto y prometo de
creer quanto dixeredes, pues tan satisfecho que-
do de mi dubda.
Juan. — Ya quando bullia el dinero de la sisa
debiais de comer bien.
Pedro. — Razonablemente; hizimos vn ca-
ballero cozinero que lo hazia lindamente.
Mata. — ¿Dónde lo habia deprendido siendo
caballero?
Pedro. — Habia sido paje, y como son golo-
sos, nunca salen de la cozina. Heramos (') ya
señores de sendas cuchares y vna calabaza y
olla. Comíamos muchas vezes a las noches; en-
tre dia no quedaba nadie en casa.
Juan. — ¿Qué sehazian?
Pedro. — En amanesciendo, los guardianes,
que son en aquella torre treinta, dan bozes di-
ziendo: Baxa bajo tuti, y habren la puerta de
la torre, y todo el mundo baxa por contadero
al corral, y en el paso está vno con vn costal
de pan, dando a cada vno vn pan que le basta
aquel dia; cada oficio tiene su guardián, que
tiene cargo de llpbar y traer aquéllos ; luego di-
9en: Fuera carpenteros; quien no saliere tan
presto siéndolo, llebara veinte palos bien dados ;
luego, afuera herreros, lo mesmo; y serradores,
lo mesmo; y ansí de todos los oficios; estos que
se llaman la maestranza van al tarazanal a tra-
bajar en las obras del Gran Turco, y gana cada
vno diez ásperos al dia, que es dos reales y me-
dio, vna muy grande ganancia para quien tiene
esclabos. Tenia mi amo cada dia de renta desto
más de treinta escudos, y con vno hazia la cos-
ta a seiscientos esclabos. Los demás que no
saben oficio llaman ergates , los quales van a
trabajar en las huertas y jardines, y a cabar y
cortar leña y traerla acuestas, y traer cada dia
agua a la torre, que no es poco traer la que an
menester tanta jente; y con los muradorcs o ta-
piadores y canteros cjue van a hazer casas, para
habrir cimientos y servir, y por ser en Cons-
tantinopla las casas de tanta ganancia, no hai
qnien tenga esclabos que no emprenda hazc-r
todas las que puede; y con quanta prisa se ha-
gan yo lo contaré quando viniere a proposito
de vnos palacios que hizo Zinan Baxa mi amo.
(') Teníamos.
Suélense al salir a trabajar muchos esconder
debaxo de las tablas y mantas; algunos les
aprobecha, a otros no, porque cada mañana con
candelas andan a buscarlos como conejos. Vn
esclabo de los más antiguos es escribano y es
obligado a dar quenta cada dia de todos; y ansi
entrega a cada guardián tantos; y pone por
memoria: Fulano llebó tantos a tal obra; y al
venir los rescibe por la mesma quenta.
Juan.— ¿Tanto se fian del esclabo que le ha-
zen escribano?
Pedro . — Más que del turco en caso de
guardar xpianos; antes son de mayor caridad en
eso (') que nuestros generales xpianos para con
ellos. Ordinariamente hazia Zinan Baxa y cada
general, cada pascua suya, siete o ocho los más
antiguos, o por mejor dezir los mayores bella-
cos de descaras, parleros, que -entre todos había,
guardianes de los mesmos xpianos, a los cuales
dan livertad. Desta manera permitenles andar
solos adonde fueren, y danles vna carta de li-
vertad con condición que sirvan lealmente sin
traición tres años, y al cabo dellos hagan de si
lo que quisieren ; y en estos tres años guardan
a los otros, y son bastantes ocho para guardar
quatrocientos, lo qual turcos no bastan cin-
quenta.
Juan.— ¿Cómo puede eso ser?
Pedro. — Como ellos an primero sido es-
clabos, saben todas las mañas y tratos que para
huir se buscan, y por alli los guardan, de lo
qual el turco está inocente. También, como es-
tán escarmentados de la prisión pasada, des-
belanse en sei-vir por no bolver a ella.
Juan. — ¿Cómo lo hazen esos con los xpianos?
Pedro. — Peor mili vezes que los turcos, y
más crueles son para ellos (^) ; traenlos quan-
do trabajan ni mas ni menos que los agua-
dores los asnos ; vanles dando quando ban
cargados palos detras sino caminan más de
lo que pueden, y al tiempo del cargar les ha-
zen tomar maior carga acuestas de la que sus
costillas sufren, y quando pasan cargados por
delante el amo, por parescer que sirbe bien,
alli comienza a dar bozes arreándolos y dando
palos a diestro y a siniestro; y como son ladrón
de casa ya saben, de quando estaban a la cade-
na, quál esclabo alcanza algunos dinerillos y
aquel dan mejores palos y no le dexan hasta
que se los hazen gastar en tabernas todos, y
después también los maltratan porque no tie-
nen más que dar; si algún pobre entre merca-
deres tiene algún crédito para que le probean
alguna miseria, éstos los lleban a sus casas
para que negocien, pero no los sacarán de la
torre si primero no les dan algunos reales, y
(•) ese caso.
(2) que.
26
autobiografías y memorias
después de lo que cobran la mitad o las dos
partes ; ni los dexan hablar con los mercaderes
en secreto por saber lo que les dan y que no se
les encubra nada; y si ven que tiene buen cré-
dito de rescate, luego se hazen de los conseje-
ros, diziendo que digan que son pobres y que
ellos serán buenos terceros con el señor, y que
por tal y tal via se ha de negociar, y banse al
señor y congraciándose con él le dizen que
mire lo que haze, que aquel es hombre que tie-
ne bien con qué se rescatar.
Juan. — ¿Esos guardianes no se podrían hnir
si quisiesen con los otros cautibos?
Pedro. — Facilissimamente si los bellacos
quisiesen; pero no son desos, antes les pesa
quando se les acaba el tiempo de los tres años,
por no tener ocasión de venirse en livertad.
Mata. — ¿Pues quieren más aquella vida de
guardar xpianos que estar acá?
Pedro.— Sin comparación, porque (') acá an
de vibir como quienes son, y alia, siendo como
son ruines y de ruin su[e]lo, son señores de
mandar a muchos buenos que hai cauiibos, y
libres para emborracharse cada dia en las ta-
bernas y andarse de ramera en ramera a costa
de los pobres subditos.
Mata.— (2) ¿Hai putas en Constantinopla?
Pedro. — Desas nunca hai falta dondequiera.
Mata. — ¡Mira qué os dize, Juan de Boto a
Dios!
Juan. — Con bos habla y a bos responde.
Pedro. — Y avn bujarrones son los más,
que lo deprenden de los turcos. Finalmente,
¿queréis que os diga? sin información ni mas oir
habia el reí, en viniendo alguno que dixese que
por su persona le hablan dado los turcos liver-
tad y habia sido alia guardián de xpianos, de
mandarle espetar en vn palo y que le asasen
bibo; porque aquel cargo no se le dieron sino
por bellaco azezinador y malsin de los xpianos
que nunca hazen quando están entrellos antes
que les den livertad sino acusarlo? que se que-
dan a las mañanas escondidos, que son de res-
cate, que tienen dineros, que tienen parientes
ricos; y quando están trabajando con ellos, que
ban a andar del cuerpo muchas vezes por hol-
gar, y otras cosas ansinas semejantes, por don-
de se rescatan pocos; porque el pobre que tenia
cient escudos ya le han levantado que tiene
mili, y que si no los da que no saldrá (3), y
como la pestilencia anda muy común alli, de
vn año a otro se mueren todos: no se entiende
que a todos los que ellos dan livertad sin dine-
ros les hablan de hazer esta justicia (^), porque
hai muchos que caen en manos de turcos hon-
(•) no hai.
(5) Pues.
C) de alli.
(*) sino.
rrados particulares que no tienen sino dos o
tres y los traen sin cadenas en la Notolia, que
propiamente es la Asia, junto a Troya, y andan
en la ]abran9a, y como les han servido muchos
años, danles livertad y dineros para el camino,
sino a los que an sido guardianes, pues por
parleros les dieron el cargo.
Mata. — A esa quenta cada dia habria acá
hartas justicias desas si a los malsines y par-
leros vbiesen de asar; porque no hai señor nin-
guno que no se deleite de tener en cada pueblo
personas tales quales habéis pintado; veo guar-
dianes que les van a dezir qué dixo el otro pa-
seándose en la plaza quando vio el corregidor
nuebo, y qué trato trae, y cómo vibe y el trigo
que compra para rebender, sin mirar la costa
que el otro tiene en su casa; y que le oyó dezir
que hera tan buen hidalgo como su señoría, no
mirando en todo la viga lagar de su ojo sino
la mota del ajeno, de donde nascen todas las
disensiones y pleitos entre señores y vasallos;
porque como (') creen las parlerías, quando
van [a] aquellos pueblos luego mandan: a Fu-
lano echádmele doblados huespedes, y a Fula-
no dalde a executar por la resta de la alcabala
que me debe, y al otro quitadle el salario que
le doi, y comienza a no se querer quitar la gorra
a nadie y mirarlos de mal rostro y detenerse
alli mucho tiempo para mas molestar, y traer
vn juez de residencia que castigue las cosas
pasadas y olvidadas y los acusadores que acu-
saren Ueben la mitad de la pena.
Pedro (''). — Esa les daria yo muy bien;
porque a los parleros que (') fueron la causa
daria la pena que los guardianes merescen, y a
estotros la mitad della, y avn los señores que se
pagan de parleros no se me irían en saibó.
Mata. — No hayáis miedo que se le vayan a
Dios tarde o temprano.
Juan. — Harto los pico yo sobreso en las
confesiones, avnque no aprobecha mucho.
Pedro. — También los confesores servis al-
gunas vezes de pelillo y andáis a sabor de pa-
ladar con ellos, por no los desabrir; para mi
santiguada que si yo los confesara que les hi-
ziera temblar quando llegaran a mis pies; y que
si en dos o tres confesiones me confesasen vn
mesmo pecado, sin emienda, yo los embiase a
buscar el Papa que los absolviese, y a los par-
leros absolveria con condición que fuesen aquel
que tienen robada la fama y le dixesen: Señor,
pidos perdón que he dicho esto y esto de vos,
en lo qual he mentido mal y falsamente; y por
no lo ir a hazer otra vez, procurara de enmen-
dar la vida, ya que no mire la ofensa que a Dios
haze.
(•) lo en.
I») Juan.
('') dieron.
CRISTÓBAL DE VILLALON
27
Mata. — ¡Por Dios, gentil consejo hera esc
para tener nosotros de comer! bien podriamos
desde luego tomar nuestro hato y caminar al
ospital, porque podria bien tocarse la vigüela sin
segunda, que nadie volbería.
Pedro. — Querria mas vn quarto; mayor es
la bolsa de Dios que me los pagara mejor, y si
todos los confesores liiziesen ansi, ellos volve-
rían avnque no quisiesen.
Mata. — ¿Quie'n pensáis que volverla segun-
da vez?; que andan pretendiendo y hechando
mili rogadores vna infinidad de confesores por
quitarle los perrochanos de lustre a Juan de
Voto a Dios? ¡Más sobornos traxo el otro dia
vno para q^ue le diesen vn domingo el pulpito
de la reina ('), por procurar alguna en-
trada como contentar, para si pudiese alcan-
zar a confesarla! ('^); rebolvio toda la corte
hasta que lo alcanQÓ, y si fuera con buen zelo
no hera malo: mas creo que lo hazen por es-
tas (*) mitras, que son muy sabroso manjar, y
para faborescer a quien quisieren.
Pedro. — De creer es; porque si por otra via
lo hizieseu no ternian (*) que rogar más a los
ricos que a los pobres, y ellos harian que los fue-
sen a rogar y huirían dello; pero con su pan se lo
coman, que este otro dia vi en vn lienzo de Flan-
des el infierno bien pintado, y habia alli hartas
mitras puestas sobre vnas muertes y algunas
coronas y bastones de reyes sobre otras. Plega
Dios que no parezca lo vibo a lo pintado. ¡Más
que pensado devia de ir aquel sermón y qué de
extremos ternia buscados por no parescer que
dezia lo que los otros!
Mata. — En esto lo vierais, que no predicó
del Evangelio de aquel dia, sino tomó el tema
de vna lection que dezia que habia recado a la
mañana en las laudes, y entró declarando el
Evangelio, y al cabo que le dixo todo en roman-
ce mandó le prestasen atención, porque aquello
que habia dicho hera la corteza del sermón, y
entró por vnas figuras del Testamento viejo, sin
más acordársele de tema ni Evangelio, con cier-
tas comparaciones, y dio consigo en la passion
de Xpo. y acabó con vnas terribles voces dizien-
do que se acercaba el dia del juicio.
Pedro. — Buena estaba la ensalada, por mi
vida. En Ytalia, donde son gente de grande en-
tendimiento, en viendo el predicador que se
mete en qualquiera desas cosas, luego ven que
es idiota y trae cosas de cartapacio, si no es
dia (^) que la Iglesia haze mención dellas. ¿Y
supo acabar; porque la mayor dificultad que
semejantes predicadores tienen es esa?
(') para vu domingo.
(') la Reina.
(') negras.
I*) aqui.
(8) de.
a uroiiiOG rafias y memorias. — 13
Mata. — Alia predicó sus dos horas o zerca,
por si otra vez no le dieran el pulpito.
Pedro. — Vna cosa veo, hablando con relie-
ren9Ía de la teulogia de Juan de Boto a Dios, la
mas re9Ía del mundo, en los predicadores d'Es-
paña (*), y es que tienen menester ser los pul-
pitos de azero, que de otra manera todos los
hazen pedazos a bozes; pare'sceles que aporra-
das an de persuadir la fe de Xpo.
Juan. — ¿Qué es la causa deso?
Pedro. — La Retorica q\;e no les devc de so-
brar; en tiempo de los romanos los retóricos
como Cicerón y de los griegos Demosthenes y
Eschines heran procuradores de causas que iban
a dezir en los senados, lo que agora los juristas
dan por escritos, y procuraban con su rectorica
persuadir, y esta es la cosa que más hablan de
saver los letrados; de la qual no se hable, por-
que están llenos como colmenas de letras bar-
baras y no saben latin ni romance, quanto más
Rectorica; los médicos algunos hai que la saben,
pero no la tienen menester; de manera que toda
la ne9esidad della ha quedado en los theolo-
gos ('^), de suerte que no valen nada sin ella,
porque su intento es persuadirme que yo sea
l3uen xpiano, y para hazer bien esto han de ha-
zer vna oración como quien ora en vn theatro,
airándose a tiempos , amansándose a tiempos,
llevando siempre su tono conzertado y muy
igual, ansi como lo guardan muy gentilmente
en Italia y Francia, y desta manera no se can-
sarían tanto los predicadores.
Juan. — Algunos de los que an pasado alia
an traido esa costumbre y de dezir la misa re-
zada a bozes, y todo se lo reprehenden porque
dizen que no se vsa.
Pedro. — ¿Qué se me da a mí de los vsos,
si lo cine hago es bien hecho? En verdad que lo
de dezir alto la misa que es vna muy buena
cosa; porque el precepto no manda ver misa
sino oiría, y es muy bien que avnque haya mu-
cha gente todos participen igualmente.
Mata. — Alia se avengan'; determínenselo
ellos. ¿Cómos fue después con vuestros enfer-
mos y las medicinas que tomastes?
Pedro. — Bien, por pierto; que luego di a vn
barbero la llabe de la caja en donde estaban y
que él fuese el boticario, y sabía hazer vnguen-
tos, que hera grande alivio; en fin, todos sana-
ron, y de alli en adelante no cayan tantos. Esto
duró seis meses, que yo tenía toda la carga y
el zirujano viejo curaba los turcos que en casa
de Zinan Baxa habia, con alguna ganancia y no
tanto trabajo como yo tenía (^). Al cabo destos
seis tenía yo ya algunas letras y experiencia,
que podia hablar con quien quiera, y fama que
(*) Juan.
(^) que uo.
(^) El Baxá.
28
autobiografías y memorias
no faltaba, y veníanme a buscar algunos turcos
all!, y yo pidia licencia para salir de la torre, al
guardián mayor, y éste me la daba con condi-
ción que le diese parte de la ganancia, y dába-
me otro hombre de guardia, que iba conmigo,
el qual también queria la suya; y entre muchos
curé a vn privado de Dargute, el qual me dio vn
escudo, que vino a buen tiempo porque no ha-
bia tras que parar; y los turcos que curaba,
como me habia dicho el barbero al principio,
prometian mucho y después no cumplian nada
quando estaban buenos. Zinan Baxa mi patrón
tenia vna enfermedad que se llama asma, doze
años habia, el qual no habia dexado medico que
no provase. y a la sazón estaba puesto en ma-
nos de aquel ziruxano viejo, que le daba nuiy
poco remedio, y los a^identes crescian. Dixeron-
le que tenía vn christiano español medico, que
por qué no le probaba; luego me ymbió a lla-
mar, y andaba siempre con mí cadena al pie,
de seis eslabones, rodeada a la pierna, como
traen también en tierra todos los cautibos, y
quando llegué adonde él estaba, hize aquel
acatamiento que acá hiziera a vn pricipe, lla-
mándole siempre de Ex9elen9Ía, y quando le lle-
gué a tomar el pulso hinqueme de rodillas y
vesele el pie y (•) tras él la mano; y mirando el
pulso, torné a vesarle la mano y retíreme atrás.
Los renegados que estaban presentes refirié-
ronle todo lo pasado, como entendían la vna y
la otra lengua y lo que acá y alia se vsa ; y muy
contentos de lo que había hecho tubíeron en
mucho la buena crianza, la qual los otros xpia-
nos que hast'alli habían hablado con él no
habían vsado, pensando que por ser turco no
lo entendiera, y no habia necesidad dello, o por
no lo saber hazer, antes le trataban de tu, y sí
le daban alguna medi[ci]na, llebabanla sin nin-
guna reberencía en vnas vasijas de a blanca (2)
sin hazer más caso. El dixo a los gentiles hom-
bres que estaban con él: Bien pares^e éste ha-
berse criado entre gente noble; y a mí me co-
menzó a contar su enfermedad por vno de los
interpretes; y dixome si me bastaba el animo a
sanarle: Yo le respondí que no, porque Dios
hera el que le habia de sanar y otro no; pero que
lo que en mí fuese estubiese cierto que no falta-
ría. Ellos son amigos que luego el medico diga
que le dará sanidad, y tornóme a replicar que en
quántos dias le daria sano. Yo dixe que no sabía
y que aplicaría todos los remedios posibles, de
tal manera que lo que yo no hiziese no lo haría
otro medico, y en lo demás dexase hazor a Dios
y él se dispusiese a hazer quanto yo mandase,
porque de otra manera no se podia hazer nada.
A esto respondió que a él le páresela aver ha-
(«) luego.
(') y en
liado hombre a su proposito, y desde lu[e]go
comenzase. Yo fui presto a la votica y tomé
vnos xarabcs apropiados en vn muy galán vidro
veneciano, y llebeselos con aquella solemni-
dad que a tal principe se debía, y holgóse en
verlos tam bien puestos y preguntóme cómo los
habia de tomar ('). Mandé que me traxesen
vna cuchar {^) y tomé tres cucharadas grandes
y comimelas delante del, y dixe: Señor, ansína.
Luego él tomó su cuchar y comenzó a comer,
dando gracias a Dios de que le hubiese dado
vn hombre a su proposito, no estimando en
menos la salba que la crianza pasada; y hecho
mano a la faldriquera y sacó vn gran puñado
de ásperos, que serian tres escudos, y diomelos,
mandando que prestamente me quitasen los
bestidos de sayal y me diesen otros de paño.
Dieronme una sotana cjue ellos vsan, que lla-
man dolaman, y vna ropa enzima hasta en pies;
la sotana de paño morado aforrada en vocazí;
la otra de paño azul, aforrada en paño colo-
lado; mas no me quitaron la cadena ni la guar-
da, antes me la dieron doblada de allí adelante.
Acabados sus xarabes, dile vnas tal^letas para
la tos, y habiéndole de dar vna tarde cinco pil-
doras, no supe como hazer dellas la salba, por-
que siempre iba con cautela como quien estaba
entre enemigos. Hize seis y quando se las di le
dixe que había de tomar aquella noche (^) cinco.
Preguntado cómo, porque no pensase que la
que yo había de tomar llebaba señalada y le
daba a él algún veneno, diselas todas seis en la
mano y pídele vna. Díomela, y tragúemela de-
lante del. Tomólas y hobró bien con ellas y vbo
mejoría.
Mata.— El ardid fue por cierto como de
Pedro de Urdimalas. ¿Y él vsaba antes curarse
a fuer de acá, o ai médicos como acá?
Pedro. — Médicos y voticarios no faltan,
principalmente judios; hai médicos muchos, los
quales para ser conoseidos traen por divisa
vna barreta colorada, alta, como vn pan de
azúcar.
Jdan. — ¿Son letrados?
Pedro. — Muy pocos hai que lo sean, y esos
an ido de acá; pero allá no hai estudios, sino
vnos con otros se andan enseñando, y quasi
va por erencia, que el padre dexa la barreta y
vn libro que dize en romance: para curar tal
enfermedad, tal y tal remedio; sin poner la
causa de donde puede venir; algunos hai que
saben arábigo y le[e]n Abizena, pero tampoco
entienden mucho. Turcos y griegos no saben
letras, sino los médicos que hai todos son echí-
zeros y supersticiosos. Hera tan Imeno mi amo
que porque los otros que le habían curado no
/«) Yo.
(*) y traída.
(s) aquellas.
CRISTÓBAL DE VILLxVLÜN
29
se desabriesen uie de9Ía: Si te preguntaren a
quién curas, di que a vn camarero mió; Iiera
balientissimo hombre, de cuerpo como vn gi-
gante, colorado y cierto lindo hombre. Yo de-
terminé de sangrarle si él se dispusiese a ello,
y fue tan contento, que se dexó sacar de los
brazos dos libras de sangre en dos vezes, y
aquel dia, como lo supo vn judio medico que
antes llebaba su salario, quedo atónito, porque
son cobardes en el sangrar, y vino a la cámara
del Baxa, que se holgaba siempre con él, y (')
venía cargado con vna alforja, dentro de la qual
traia vn libro grande como de iglesia, escrito
en ebraico, y dixo a mi amo que me queria pro-
bar que las sangrias hablan sido mal hechas.
Yo fui llamado y sentamonos en el suelo sobre
vna alombra, que ansi se vsa, y traxeron vn
escañico sobre que poner el libro, y dixome a
lo que venía. Yo no dexé de temer vn poco,
pensando que sabía algo, y pregúntele que en
qué lengua. Dixome que en fina castellana,
pues hera común a entrambos. Yo dixe que no,
sino latina o griega. Respondió que no sabía
ninguna de aquéllas, de lo qual me holgué mu-
cho y comen90 de abrir el libro y (^) preguntar-
me que qué enfermedad hera aquélla. Yo dixele
que me lo dixese el a mi, que habia tantos años
c^ue la curaba. Dixo que le plagia, que el me la
mostrarla alli en el libro. Quiso Dios que yo
tenia vn librico dorado como vnas Horas, que
habia ávido de medÍ9Ína y traíale siempre en la
fratiquera, y dixele: Si vos sois medico, este
libro habéis de leer, que en ebraico ningún
autor hai que valga vn quarto; más yo reniego
del medico que ha d'estudiar cada cosa quando
es menester, que mucho mejor sería tomarlo en
la cabeza y traerlo dentro; que ya yo tenía en-
tendido que él no lo sabía, pues nunca le habia
dado remedio, y porque no se cansase supiese
que hera asma y la difinicion hera aquélla y se
habia de curar de tal y tal manera; y comenze
de dezirlo en latin y declarárselo en romance.
El Baxa se hazia de^ir todo lo que pasaba, de
los interpretes, y estaba tan {^) regocijado
quanto el judio de confuso. Dixo: no busco en
este libro sino que le habéis sacado mucha san-
gre, porque el cuerpo del hombre no tiene sino
diez y ocho libras, y comenzó de leer ebraico.
Yo quando esto vi dixe ciertos versos griegos
que en Alcalá habia deprendido de Homero, y
declaroselos en castellano al proposito contrario
de lo que él dezia; y quanto a lo de las sangrias,
que ellas estaban muy a proposito y bien; y que
lo de las diez y ocho libras de sangre era gran
mentira, porque vnos tenian ¡)i)ca y otros mu-
cha, según eran gordos o ñacos, y la grandeza
(«) traxo.
(.-) (Ie<,'ir.
(5) muy.
del cuerpo, y dado que fuese verdad que todos
los hombres tenian a diez y ocho libras, que el
Baxa tenia 9Íncuenta, porque no hera hombre
sino gigante. Movióse gran risa en la sala, y
sabido el Vaxa de qué se reian les ayudó. El
judio acabó los argumentos dÍ9Íendo que lo que
habia hecho era para tentarme si daria razón de
mí, y que él hallaba que mi amo tenía buen me-
dico, y encargóle al Baxa que no ex9ediese en
nada de lo que yo mandase y despartióse el tor-
neo. Con las sangrias y beber cada dia agua
miel, quedó tan sano que no tosió más por aque-
llos dos años,
Juan. — ¿Nunca os quitó la cadena en sa-
nando.'
Pedro. — Luego, estando vn dia con sus re-
negados ('), les mandó que me tomasen jura-
mento solene, como nosotros vsamos, de no me
huir ni azerle traÍ9Íon y me quitarla la cadena.
Hizolo ansi vno que se llamaba Amuzabai, va-
lenciano y avn de buena parte, y tomóme sobre
vna cruz mi juramento bien en forma, a lo qual
dixo el Baxa que no estaba satisfecho, porque
los xpianos tenian vn papa en Rroma que luego
los absolvía de cjuantos pecados cometían en la
lei de Xpo; mas que ello estarla si puesta la
mano sobre el lado izquierdo prometía en fe de
bxien español de no hacer traición. Yo lo hize
como el lo mandó y volvióse a sus gentiles hom-
bres y dixoles: Sabed que agora éste está bien
ligado, porque el rei d'España todas sus for-
talezas fia destos y de ninguna otra nación, y
antes se dexarán hazer piezas que ha9er cosa
contra esta jura; y digo mi pecado, que por
aquel buen concepto que de nosotros tenía, yo
quedé tan atado que primero me atrebiera a
cj^uebrar tres juramentos como el primero, que
aquél, avnque fuera más pecado. Llegó de
presto el herrero con su martillo y quebrantóme
la cadena y dexaronme andar sin ella.
Mata. — ¿Solo y a do quisieseis?
Pedro. — Solo no; antes traia doblada guar-
da; pero adonde quisiese sí, con condición que
a la noche fuese a dormir a la torre con los
otros esclabos y a curarlos; mas del tiempo que
me sobraba buscaba de comer para mí y para
mis compañeros.
Juan. — Mucho os debia de querer después
que sanó ese Baxá.
Pedro. — Tanto que me andaba él mesmo
acreditando y buscando negocios y avn forzan-
do algunos, por poco mal que tubiesen, porque
yo ganase algo, que se curasen conmigo; y
muchas vezes me llamaba aparte y me dezia:
Mira, xpiano, yo de ti estol uniy satisfecho, y
no quiero ([ue pierdas onrra; hagote saber que
estos turcos son vna jento algo de baxa suer-
(') me-
30
autobiografías y memorias
te, que vaos creen y otros no; quíuiclo vieres
que la enfermedad es tal que no puedes salir con
ella, dexala y no vuelbas más alia avnque yo te
lo mande, porque soi muchas vezes molestado.
Juan. — ¡ Palabras, por cierto, de grande amor
y dignas de tan gran principe! Y ese tiempo
¿que' os daban de comer?
Pedro. — Ninguna cosa más que antes, sino
dos panecillos al dia, porque sabia[n] que yo me
ganaba que gastar, y él también me daba de
quando en quando algunos dineros para vino.
Mata. — ¿Y no os pagaban mejor los que
curabais después de aber hechado fuera los cax-
cabeles y el pelo malo?
Pedro. — Todos me tinian ya harto de pro-
meterme liuertad si los sanaba, y montes de oro;
después no hazian mas caso que si nunca me
ubieran visto; quando mucho el cozinero mayor
del Gran Turco me dio, teniéndome prometida
liuertad y dos ropas de brocado, quatro reales,
de lo qual yo quedé tan corrido y escarmen-
tado, que de alli adelante me valió harto porque
comenze, acordándoseme del consejo del varbero
portogues, a hurdir algunas (') y vínome a la
mano vn caballero que tenía vn gran cargo, que
se llamaba el Arnin y es como probedor de las
armadas, y hizo a mí interprete que yo me traía
que me dixese que le sanase y me daría liuer-
tad y montes de oro como los pasados. Yo le
dixe : Dile que no soi esclabo suyo, sino de
Zínan Baxa; que me pague y yo le daré sano sí
Dios quisiere. Preguntáronme quánto quería.
Respondí que vn escudo al día, y que yo me
p(>rnía las medicinas. El dolor que le acusaba
me fue faborable a que se le hifiese poco, y ansí
duró vna o dos semanas lo que había que gas-
tar con los compañeros.
Juan. — ¿Vuestro patrón os dio interprete o
hera menester buscarle cada vez?
Pedro. — Vno de los que me guardaban sir-
via deso y desotro, que por la gracia de Dios y
nuestros pecados hartos hai alia que sepan las
dos lenguas. No duró muchos días que no en-
trase Satanás en el corazón del Baxa, con el
grande amor que me t?nía, para persuadirme
que fuese turco, y comenzó de tentarme con el
hec oninia tihi dnbo, mostrándome vna multitud
de dineros y de ropas de brocados y sedas, dí-
ziendo que me haría vno de los mayores de su
casa y protomedico del Gran Señor, y otras cosas
al tono, con las quales a otros venzen; a todo
lo qual, y a otros que mo liechaba que me lo
rogasen, Dios, que jamas faltó en tales tiempos
sí por nosotros no quiebra, particularmente pro-
beyo todo lo que habia de responder, fortificán-
dome para que no me derribasen, y dixele que
suplicaba a su excelencia no me mandase tal
(') de allí a.l[clautej.
cosa ni me hablase sobrello, porque yo hera
xpiano y mí linaje lo había sido y tal había de
morir; y que sí me quería para medico, que yo
le seruíria estando xpiano con más fidelidad y
amor que de otra manera, como lo habia visto
por la hobra (') y lo vería de alli adelante, y si
fuese turco luego me había de procurar huir;
ansí por estonces, vista la osadía, se resfrío por
quín9e días que más no se habló sobrello.
Mata (^). — Gran deseo tenia de preguntar
sobreso; porque an venido por acá algunos rene-
gados diziendo que por fuerza los an hecho ser
moros o turcos; otros que an estado cautíbos
cuentan milagros de los grandes martirios que
les daban porque renegasen; también se dexan
dezir otros que al que reniega luego le hazen
vno de los principales señores. A todo esto de-
seo ser satisfecho.
Pedro. — No hai mas satisfacion de que to-
dos mienten como Judas mintió; porque quanto
a lo primero, mí voluntad, con todo su poderío
ni todos los tormentos del infierno, no me la
pueden forzar a que diga de sí donde no quie-
re; y los que dizen que por fuerza se lo hizie-
ron hazer son vnos bellacos, que porque les
dixeron que los matarían o les dieron cient pa-
los luego dan su sí.
Juan. — Eso es gran maldad, porque obliga-
dos son a morir mili muertes por Chrísto y res-
cibir martii'io como hizíeron tantos mártires
como ha habido.
Pedro. — Quanto más que no lo pueden ha-
zer conforme a su leí; sino que todos- esos, por
miedo de los otros chrístíanos que están con él,
no le corran, avisan a los turcos que le tomen y
le aten y le circumcíden.
Mata. — Como algunas damas que dan vozes
y dizen que las fuerzan y huelgan dello.
Pedro. — Es verdad; yo vi por estos ojos
dos casos desos mesmos a dos entalladores muy
primos, y vinieron a tomar consejo conmigo;
yo les dixe que avnque los matasen tubiesen
firme, que vien aventurados ellos sí aquel dia
morían ; y de allí a quatro horas ya habían vsa-
do aquella maña de que por fuerza los habían
cortado. La segunda mentira es de los que
se rescatan o se huyen, que dizen que res9Íbian
alia porque renegasen muertey pasión. No pue-
den, como dicho tengo, hazerles más de persua-
dírselo tres vezes, y sino quisieren, dexarlos,
sino es que algunos los amenazan; pero estos
tales ya van contra su leí. Allende desto no se
les da vn quarto que sean turcos; antes, porque
los an menester dexar andar solos y que no re-
men más, les pesa que nadie diga que quiere
ser turco, y muy muchos vi yo que andaban a
(') onira.
(«) Juan.
CRISTÓBAL DE VILLALON
31
rogar que los hiziesen turcos, y no qnerian, sino
echábanlos con el diablo diziendo que lo hazian
porque quitándoles la cadena y prisión ternian
mejor aparejo para huir, y el Baxa me dixo vn
dia hablando en eso conmigo, que si quisiese
abrir tienda a circumcidar todos los que c|uisie-
sen, que muy pocos quedariau en las torres que
no lo hiciesen por salir dellas, lo qual andando
más el tiempo vi claramente ser ansi.
Juan. — Qnando esos tales reniegan ¿quedan
libres?
Pedro ('). — No, sino más esclabos; porque
primero teniau solamente el cuerpo y después
anima y todo; acontesje como acá: si vno tiene
vn moro que ha comprado y se bautiza en su po-
der ¿no se queda como de primero por su amo?
Mata. — Ansi se me entiende.
Pedro. — ¿Y (^) hazenle acá quando se chris-
tiana grande señor?
Mata, — Quanto a Dios sí, si sabe perseve-
rar; mas quanto al mundo con su mesmo sayo
y capa se queda.
Pedro. — Pues no le falta punto a lo de
alia: solamente a los que son buenos artesanos,
digo que saben algunos buenos ofi9Íos y puli-
dos, como son aquellos dos que arriba dixe y
algún eminente artillero, o zerrajero, o armero,
o medico, o cirujano, o ingeniero. Estos tales
son rogados y casanlos, y danles alguna mise-
ria de paga con que pasen entre tanto que ha-
zen hijos y se han al infierno. Después que se
han hecho turcos ninguna palabra oyen de los
superiores buena, sino a dos por tres les llaman
hombres sin fe, vellaco, que si tú fueras hombre
de bien, no dexaras tu fe, avnque fuera peor, y
otras palabras que los lastiman; mas el diablo,
con el almagre que los tiene ya señalados por
suyos, les tiene amortezidos los sentidos a que
no sientan el aguijón. De los nnichachos nin-
guno s'escapa que no (jircum^iden sin mirar su sí
ni su no. De las mugeres, las viejas, porque no
se lo ruegan, no suelen ser turcas; pero las
mozas, como hai entrellos hombres como acá,
presto las engaña el diablo como ya son amigos
de tiempo immemorial acá.
Mata. — ¿Torno a se calentarse el rogaros
que fueseis turco?
Pedro. — Pasados aquellos quince dias que
se calló, tubo el Vaxa ne9es¡dad de ir con diez
galeras aNicomidia,que agora se llama Ezmite,
para hazer traer por mar ciertos marmoles que
aquella provin9Ía da de edificios antiguos que
alli habia, para vna grande mezquita que el Gran
Señor haze, lo qual incumbe traer al General de
la mar, que es de Constantinopla distancia de
treinta leguas. Llebome consigo y armamos se-
(') Antes quedan.
(») clanlc,
senta tiendas en aquel campo, que hera por
mayo, adonde estubimos vn mes, y en este
tiempo yo conoscia algunas yerbas y tenía vn
libro donde están dibuxadas, de medicina, que
se llama herbario y tomaba algunas dellas y yba-
me al pabellón del Baxa y mostrabaselas vibas
y pintadas juntas, de lo qual estaba el más con-
tento hombre del mundo, por ser cosa que nun-
ca habia visto ni alli se vsa, y muchas vezes,
saliendo por aquellas huertas, cogia quantas no
conos9Ía, y venido a la tienda luego mandaba
llamar al xpiano y preguntaba de cada vna qué
cosa fuese , y deziaselo mostrándosela siempre
pintada, el qual (') se tenía el libro alia para
mirar entre si.
Juan. — ¿Pues qué, tanto sabíais vos de co-
noscer yerbas?
Mata. — Todo aquello que no podía dexar de
saver siendo hijo de partera, primo de barbero
y sobrino de boticario.
Pedro. — Mátalas Callando dize bien todo lo
que hai.
Mata. — Quanto más que el baria como los
herbolarios de por acá, que en no conos9Íendo
la yerba luego le dan para quien no los entien-
de vn nombre francés : la gerba de Notro Señora
y la gerba de Sant Juan y de Santhaque, y si
entiende francés dize que el griego la llama al-
chorchis y el bocablo latino no se le acuerda.
Pedro. — Acabaré mi cuento. Ya que estaba
contentissimo de mí, diole alarma Satanás otra
vez, y en achaque de que fuésemos a buscar
yerbas, tomóme por la mano solo con vn inter-
prete y llebome vn bosque adelante, rogando
como solia que fuese turco. Respondí (^) que no
quería. Llegamos a vnas matas donde estaban
dos renegados amigos suyos. El vno hera Amu-
zabai, aquel balen9Íano que arriba dixe. El
otro, el comité real Darmuz Arráez, con vn
berdugo. Dixome que aquella hera mi hora
sino lo quería hazer, porque me haría cortar la
cabeza ; a lo qual yo respondí que hera su es-
clabo y podía hazer de mí lo que quisiese; mas
yo no habia de hazer lo que el quería en aquel
caso; dixo al verdugo: baxi chiez, que quiere
dezir: córtale la cabeza. El otro desembainó
vna zimitarra, que es alfange turquesco, y
fue para mí. Llegó vno de aquellos dos i'ene-
gados, y tubole, mandándole esperar, y echá-
ronse entrambos a los pies del Baxa pidién-
dole de merced que esperase a que ellos me ha-
blasen. Otorgoselo y comenzaron de predicarme
reprehendiéndome, diziendo que para qué que-
ría perderme, vn man9ebo tan docto como yo,
que mirase qué amor tan grande me tenía mi amo
y qué mercedes tan soberbias rae haría; y el
(') siempre.
(*) como solía.
32
autobiografías y memorias
otro dezia: Di de si, avnque guardes en tu
corazón lo que quisieres, que nosotros, avnque
nos ves en este habito, tan christiauos somos
como tú. Dixeles: ¿No basta, señores, haber per-
dido vuestras animas sin [o] (') querer perder la
mia también? ¿Cómo podéis vosotros servir dos
señores? ¿Pensáis engañar a Dios? Sabed que
dixo Christo en el Evangelio: Qui me negaverit
coram hominibus , negaba tllum coram patre
meo, qui in celis est: El que me negare delante
los hombres, negarle he yo delante de mi padre,
que está en el cielo. Ansi, que vana es vuestra
cluMstiandad, y no me habléis más sobrello. El
Baxa preguntó qué dezia, y, referido, con ira
dixo otra vez que cortase. Hizieron lo mesmo
los renegados, y respondi lo mesmo segunda
vez, y volvime al verdugo, alumbrado del Spi-
ritu Sancto, que ya hera la muerte tragada, y
dixele: Haz lo que te an mandado. Vino para
mí el Vaxa, atribuyéndolo a soberbia, y dixome:
Pues, perro traidor, ¿avn de la muerte no tie-
nes miedo? Respondi: No tengo de qué, por
que mi madre tiene otros quatro hijos mejores
que yo con que se consuele. Estonces escupió
sobre mí diziendo: ¡O, mal viaje hagas, perro
enemigo de Mahoma! espérame vn poco, que yo
te haré que me vengas a rogar y no querré yo.
Y fuese el bosque adelante y el verdugo em-
bainó su espada y llebaronme a la tienda.
Mata. — Con ningún cuento me habéis hecho
saltar las lagrimas como con este.
Juan. — Griinde merced os hiziera Dios en
que os mataran estonces , que la muerte no es
máb del trago que pasastes. ¿Y después en qué
paro la amenaza?
Pedro. — Habia determinado de hazer vnos
palacios muy sumptuosos en vna plaza de Cons-
tantinopla que se dice Atmaitan que quiere
dezir plaza de caballos, para lo qual compró
tres9Íentas casas pequeñas que alli habia para
sitio, y por el quento desta obra entenderéis
cómo son los christiauos tratados en tierra para
refrigerio de la pena que en galera se pasa; y
como desta diré entenderéis de todas las otras
obras que los otros con el sudor de los pobres
cautibos hazen. Todo el mundo pensó que para
solo derribar tantas casas y sacar la tierra, y
abrir cimientos serian menester siete o ocho
meses, y por Dios os juro que dentro de seis
estaban hechos los palacios y hera pasado el
Baxa a bibir a ellos, que tienen de zerca poco
menos de (^) media legua.
Mata. — Si os sabe mal el iros a la mano,
dad el cómo sin que os le pidan; porque a pri-
ma facje no se puede hazer sin negroman^ia.
PEono. — Andaban cada dia mili y quinien-
(') aber por
(') tres.
tos hombres entre maestros y quien los sirvia,
los quales heran guardados de dozientos guar-
dianes, que los guardaban y los arreaban dando
toda la prisa y palos que podían ; y porque pue-
do también hablar de experiencia quicrome me-
ter dentro y hc.blar como quien lo vio y no de
oidas. Aconsejaron al Vaxa ciertos renegados
que, pues yo no habia querido ser turco, nin-
guna mejor venganza podia tomar de mí que
mandarme hechar dos cadenas, en cada pie la
suya, y embiarme a trabajar con los otros; por-
que él sabia que los españoles heramos fantás-
ticos, y como antes me habia visto en honrra
sin cadena, y bien vestido, y como rei de los
otros cautibos, sería tanta la afrenta que resci-
biria en verme caido de aquello, que de pura
verguen9a de los otros yo haria lo que él quisie-
se, y renegaría mili vezes. Tomó el acuerdo de
tal manera, que en llegando a Constantinopla
mandó fuese todo esto executado, y lleváronme
con mis dos cadenas, estando él allí mirando en
qué andaba la obra, y en entrando comenzaron
aquellos turcos de darme prisa que tomase vna
cofa, que dizen, como espuerta, y acarrease con
los demás tierra. Yo lo obedes^i sin mostrar
más flaqueza que antes, y para más me moles-
tar tenía el Baxa dado aviso que todos los guar-
dianes tubiesen quenta conmigo, y hazialos po-
ner en vna escalera por donde habíamos de su-
bir tantos a vna parte como a otra y quando yo
pasase alzasen todos sendos bastones que te-
nían y cada vno me alcancase poco o mucho, y
más que para que no descansase, entre tanto
que se hinchian las espuertas, a mí se me tu-
biese vna siempre aparejada llena, para trocar
en llegando.
Mata.— ¿Y mudastes el avito como los otros
cautibos, ó andabais con vuestros fandularios
doctorales?
Pedro. — No quise dexar la sotana, sino
arremangúela como fraire, y ansi andaba, y mi
amo el Baxa estaba en vnos cori'edores mirando
y sonreyéndose en verme, y embiome un tru-
hán que me dixese, como que salia del, que me
quitase aquel abito y le guardase para quando
estubiese en gracia. Al qual yo respondi de
manera que el Baxa lo oyese: Guarde Dios la
cabeza de mi amo, qxie quando éste se rompiere
me dará otro de brocado. Senti que respondió
el, de arriba: Más sabe este perro de lo que yo
le enseñé. Mas no obstante esto, como vio que
los primeros días no se me hazia de mal, y
quán perdida tenía la verguen9a al trabajo dán-
doseme poco, caile en desgracia por ver que no
pudiese con todo su poder contra vn su esclabo,
y disinuiló el hazerme trabajar, c[ue yo pensaba
que lo hazia para tentar, como el cortar de la
cabeza, pero hasta el poner de la§ tojas y el ba-
rrer de la casa después de hecha no me dixo
CRISTÓBAL DE VILLALüN
33
¿qué Iiazes hai?, sino siempre trabajaba como el
que más.
Juan. — Cou tanta jente, ¿cómo se podian
dar manos a la obra.' ¿no se confundían vnos a
otros?
Pedro. — Antes andaba mejor orden que en
vn exercito. Los principales maestres de cada
oficio, que llaman cabemaestros, no heran escla-
bos, sino griegos libres ó turcos, y e'stos toma-
ban a cargo cada vno los esclabos que hai de
aquel ofi9Ío para mandarles lo que han de
hazer. üormiamos en vn establo dozientos,
allá en la mesma obra, y los otros venian de la
torre del Gran Turco y la del Baxa, que estaban
en Galata, y hera mes de junio quando- el sol
está mas encumbrado; y dos horas antes que
amanesciese salia vna voz como del infierno
de un guardián de los xpianos, cuyo nombre no
hai para que' (') traer a la memoria y dezia:
biste ropa, christianos. Desde a vn credo dezia:
Toca trompeta. Salia vn trompeta, esclabo tam-
bién, y sonaba de tal manera que cada dia se
representaba mili vezes el dia del juicio. Alli
vierais el sonar de las cadenas para levantarse
todos, que dixerais que todo el infierno estaba
alli. Terzera voz del verdugo, digo del guardián
hera: Fuera los del barro; los otros reposa vn
poco. En saliendo los que hazian el barro de9Ía:
Fuera todos y no se asconda nadie, que no le
aprobecha. Y tenía razón: hera tan de mañana,
que los maestros no verian trabajar, pero no
faltaba que hazer hasta el dia. Llebabannos á
la mar, que estaba de alli vn tiro de ballesta,
donde descargaban la madera, piedra y ladri-
llo y otros materiales que heran menester, y
traíamos dos caminos entre tanto que hera de
dia, y no se permitía tomar acuestas poca
carga ni caminar menos de corriendo, porque
iban detras con los bastones dando a todos los
que no corriaii, diziendo: Yurde, yurde, que
quiere dezir: camina, camina. Quando hera
hora del trabajo, nietiamonos todos dentro de
vn patio, puestos por orden todos, los que no
sabiamos oficio a vna parte, y los oficios todos
por sí cada vno. Subíase el maestro de toda la
obra y dezia: Vayan tantos canteros y parede-
ros a tal parte y tantos a tal. Luego los tomaba
vn guardián que habia de dar quenta dellos
aquel dia, y preguntábales: ¿quántos esclabos
abran menester de servicio?; y los que pidian
les daban del montón donde yo estaba, con
otro guardián (pie andubiese sobrellos. De cada
vno de los otros ofi9Íos repartía por esta mes-
ma orden toda la jente que habia, y sobre los
mesmos guardianes había otros sobre estantes
que les daban de palos sino arreaban a los
xpianos para que trabajasen mucho.
(' ) ilezir.
Juan. — ¿Qué os daban de comer, que con
tanto trabajo bien hera menester?
Pedro.— Sonaba el trompeta a comer, que
llaman faitos , y dábannos por vna red cada
sendos quarterones de pan.
Mata. — ¿No más?
Pedro. — Y avn esto tan deprisa, que quan-
do los postreros acababan de tomar ya sonaban
a manos a labor.
Juan.— Yo m'estubiera quedo.
Pedro. — No faltara quien os quebrara la
cabeza a palos si no respingabais en oyéndola.
Guisaban también vna grandissima caldera de
habas ó lentejas, pero como dixo Sant Philipo
a Christo: ¿Quid ínter tantos? Por mí digo que
maldita la vez las pude alcanzar; todo mi re-
medio hera, que sin él me muriera, copia de
agua fresca, que estaba alli zerca vna grandis-
sima fuente y buena, que traxo Ibraim Baxa a
vnos sus palacios.
Juan. — ¿Nunca les daban nada a esos oficia-
les, siquiera para que nodixesen: nunca logres
la casa?
Pedro. — De quando en quando nos (') da-
ban a todos sendos reales con que a las noches
hazíamos nuestras ollas; mas como el dia hera
tan largo quanto la noche de corta y no toca-
ban la trompeta a recojer fasta que vían la es-
trella, cuando llegábamos a la caballeriza donde
hera nuestro aposento, más queríamos dormir,
según andábamos de alcanzados de sueño y
molidos (2) de los palos que aquel día habíamos
llebado, juntamente con el infernal trabajo. No
me ayude Dios si no me acontes9Ío algunas
vezes hallarme quando nos levantábamos al tra-
bajo la tajada de baca en la boca, que ansí me
había quedado sentado como 9enaba.
Mata.— ¿Sin desnudar?
Pedro. — ¿Ya nos tengo dicho la cama de
galera? ; pues ansí es la de tierra ; demás de los
piojos, que nos daban de noche y de día músi-
ca, lleioaban los tiples la infinidad de las pul-
gas, que nos tenían las carnes todas tan apla-
gadas como si tubieramos sarampión.
Juan. — No me marabillo si do9Íentos hom-
bres estabais en solo un establo; y ¡qué heden-
tina vbíera!
Pedro. — Peor que en galera, porque como
estábamos todos zerrados no estaba desabahado
como en la mar ; estando zenando vnos y otros se
sentaban en vnos barrílazos grandes que habia
en lugar de ne9esaria y refrescaban el aposento.
Para hazer trabaxar mucho a todos los que
íbamos a la mar a traer los materiales, vsaba
desta astu9Ía: que ponía premio al que más
carga trajese acuestas, dos pares de ásperos,
(«) les.
(') cargado.-
34
autobiografías y memorias
que quasi es vn real; al que primero llegase en
casa, otros quatro. Habia vnos vellacos que en
su biela acá liabiau sido sino peores y más nial-
habenturados, que [cuantos] alia estaban, que
sin pasión porganar aquellos dos premios corrían
con vnas cargas de bestias; y hera menester, so
pena de palos, siguirlos en la carga y en el paso,
diziendo que también teniamos brazos y piernas
como ellos.
Mata. — Gran cosa fue con ninguna desas
cosas no perder la pa^ienjia; a Juan de Voto
a Dios, yos seguro que no le sobrara.
Pedro, — Vna o dos vezes, a la mi fe, ya
tropeze; habianme hecho vn dia cargar dos la-
drillos que heran de solar aposentos, de vn
palmo de grueso y como media mesa de an-
cho, de los quales hera vno suficiente carga
para vn hombre como yo; y yendo tan fatigado
que no podia atener con los otros, ni via, por-
que el grande sudor de la cabeza me caia en
los ojos y me zegaba, y los palos iban espesos,
alzé los ojos yn poco y dixe con vn sospiro bien
acompañado de lagrimas : ¡ Perezca el dia en que
nas^i! Hallóse zerca de mí vn judio; que como
yo andaba con barba y bien vestido, y los otros
no, traia siempre infinita gente de judios y grie-
gos tras mí, como maravillándose, diziendo vnos
á otros: Este algún rei o gran señor debe de ser
en su tiena; otros: Hijo o pariente de Andrea
de Oria. En fin, como tamboritero andaba (')
muy acompañado (^) y no sé qué me iba a
decir.
Mata. — Lo que os dixo el judio quando se
acabo la pafien^ia.
Pedro. — ¡Ha!, dize; ¡ánimo, ánimo, gentil
hombre, que para tal tiempo se ven los caba-
lleros! Y llegóse a mí y tomóme el vn ladrillo
•y fuese conmigo a ponerle en su lugar. Res-
pondile: El animo de caballero es, hermano,
poner la vida al tablero cada y quando que sea
menester de buena gana; pero sufrir cada hora
mili muertes sin nunca morir y llebar palos y
cargas, más es de caballos que de caballeros.
Quando los guardianes que estaban en la se-
gunda puerta de la casa vieron dentro el judio,
maravillados del avito, que no [le] hablan visto
trabajar aquellos dias, preguntáronle que qué
buscaba ; dixoles cómo me habia ayudado a traer
aquella carga, porque yo no podia; respondie-
ron: ¿Quién te mete a ti donde no te llaman?;
¿somos tan necios que no sabemos si puede o
no? Y diziendo y haziendo, con los bastones,
entre todos, que heran diez o doze, le dieron
tantos que ni él ni otro no osó más llegarse a
mí de alli adelaiite.
Mata.— En verdad que he pensado rebentar
(') siempre.
(*) y dixome como digo el judio.
por las ijadas de risa, si no lo templara la falta
de paciencia pasada; pero por lo que dcfiais de
barba, ¿los otros cautibos no la traen?
Pedro. — Ni por más fabor que tenga[u] no
se lo consentirán; cada quince dias les rapan
cabello y barba, ansi por la limpieza como por
la insigña d'esclabo que en aquello se ve; y si
eso no fuese, muchos se huirian.
Juan.— ¿No es mejor herrarlos en el rostro
como nosotros?
Pedro. — Eso tienen ellos a mal y por pe-
cado grande; también en las galeras de chris-
tianos rapan toda la chusma cada semana por
la mesma causa.
Mata. — A mí me pares9e que ser esclabo
acá es como alia, y ansi son de vna manera las
galeras, aunque todavía querría yo más remar
en las nuestras que en las otras.
Pedro. — Estáis muy engañado; por mejor
ternia yo estar entre turcos quatro años que en
éstas vno. La causa es porque en éstas estáis
todo el año, y alia no más del verano; en éstas
no os dan de comer bizcocho hasta hartar, y
aquello todo tierra; en las turquescas muy buen
bizcocho, y rancho, si no es algunas vezes que
falta; que sobre Bonifacio, en Corzega, quando
la tomamos, treinta habas vendían por vn áspe-
ro, que es vn cuartillo; y en Constantinopla,
estando en tierra, no falta mucho y buen
pan (^) y la merced de Dios, que es grande.
Sola vna cosa tenéis buena si estáis en las de
acá, y es el negociar, que cada dia pasan jentes
que os pueden llebar cartas y rogar por vos,
que aprovecha bien poco, y avn ¡ojala!, después
de haber cumplido el tiempo por que os hecha-
ron, con servir otros dos años de gra9Ía, os de-
xen salir; pues azotes, yos prometo que no hai
menos que en las otras; la ventura del que es
esclabo es toda las manos en que cae: si le
lleba algún capitán de la mar, hazed quenta
que va condenado a las galeras; si em poder de
algún caballero o particular, allá lexos de la
mar, tratanlos como los que acá los tienen en
Valladolid, sirviéndose dellos en casa y dando-
Íes bien de comer de lo que en casa sobra, y a
éstos también, quando losamos mueren, quedan
en los testamentos libres.
Mata. — ¿Qué oficios os mandaban hazer a
vos en ese trabajo?
Pedro. — Mejor os sabría dezir que no me
mandaban. Los primeros días servimos vn ca-
pitán y yo a quatro maestros que hazían vn
horno, de traer la tierra y amasar el varro y
servírselo; otros después con vnas angarillas,
que llaman alia vayardo, entre otro y yo traía-
mos la argamasa que gastaban muchos maes-
tres; quando me querían descansar un poco,
(') a comprar varato.
CEISTOr.AL PE VILLAL()N
35
porque faltaba rripia, con vna gran maza de
yerro me Iiazian quebrar cantos grandes, y si
me volvía a rascar la oreja, el sobreestán te me
tocaba con el bastón, que no me comia allí más
por aquellos días. Sobre la cabeza, en vnas ta-
blas, acarreaba muchos dias de la argamasa,
que me hazia devilitar mucho el zelebro, fasta
tomarlo en costumbre. Vn dia de Sant Verna-
be, que es el dia que el sol haze quanto puede,
me acuerdo que en donde mejor reberberaba
nos hizieron a tres capitanes y a mi zerner vna
montannela de tierra para amasar barro, y que-
daron por aquellos dias las caras tan desolladas,
que no se les olvido tan presto.
Mata. — ¿Para qué querían tanto barro?
Pedro. — No quieren los turcos hazer per-
petuos edificios, sino para su vida, y ansí las
paredes de la casa son de buena piedra y lodo,
y por la vna y la otra parte argamasa, que no
es mal edificio. Vsó el Vaxá con los ofi9Íales
otra segunda astu9Ía de premios: puso á los
alvanires y canteros, encima las paredes que
iban ha9Íendo, vna pieza de diez varas de bro-
cado vaxo, que valdrian ^inquenta escudos, di-
ciendo que el que aquel dia hiziere más obra,
trabajando todos aparte, que fuese suyo el bro-
cado; a los zerrageros: al que más piezas de
zerrajas y vísagras y esto hiziese, aquel dia se-
rian dados treinta escudos, y cincuenta al car-
pentero que más ventanas y puertas diese á la
noche hechas. Ya podéis ver el pobre esclabo
cómo se deshiziera por ganar el premio; pares-
ció hecha mucha obra a la noche, y cumplió
muy bien su palabra como quien hera; pero
dixo al que llebó la pieza de brocado: tomad
vuestro premio, y en verdad que sois buen
maestro: nos descuidéis de trabajar, porque me
quiero pasar presto a la casa; tantos pies de
pared habéis hecho oy; el dia que hizierodes
vno menos que oy, os mandaré dar tantos pa-
los como hilos tiene la ropa que llebastes; y los
que no han llebado el premio, a cada vno Q)
doi de tarea igualar con la obra de oi. Vn en-
tallador, con solo un aprendiz- que labraba lo
tosco, hizo do^e ventanas, al qual, vno sobre
otro, dio los 9Ínquenta escudos, pero con la
mesma salsa; y consiguientemente a todos los
demás ofi9Íales hizo trabajar executando la
pena, de modo que le ahorraron lo que les dio.
Si se comenzaban a la mañana los 9Ímientos
donde había de aver vna sala, a la tarde estaba
tan acabada que podían vivir en ella.
Mata. — Dos dedos de testimonio querría
ver deso, porque de papel avn pares9e impo-
sible.
Pedro. — Soi contento dároslo a entender:
en el instante que se comenzaba venia el enta-
(') me de
llador por la medida de la ventana que habían
de.dexar, y de la puerta, y ponía luego dili-
genfia de hazerla en el aire; llegaba el aerrajero
con sus yerros todos que heran menester, y an-
tes que se acabase la pared ya las ventanas y
puertas estaban en su lugar; el pedazo de pared
que estaba hecho de (') obra gruesa iban otros
maestros haziendo de obra prima; y ansí venia
todo a cumplirse junto.
Joan. — Dios os guarde de tener muchos
oficiales y que los podéis mandar C-^) a palos.
Está Mátalas Callando acostumbrado de las
mentiras de los ofi9Íales de por acá, que de dia
en dia nos traen todo el año. ¿Quál fue la se-
gunda vez que se quebró la pa§ien9Ía?
Pedro. — Como trataba con la cal, habíame
comido todas las yemas de los dedos por den-
tro y las palmas, que avn el pan no podía to-
mar sino con los artejos de fuera; y mandáron-
me vn dia que se hazia el tejado, para más me
fatigar, que subiese con vna destas garruchas
tejas y lodo, y la soga hera de zerdas. ¡Imagi-
nad el trabaxo para las manos que el pan blan-
do no podian tomar! Y después de subidas
hera menester subir al tejado a darlas a la mano
a los retejadores. Hazia razonable sol, y vime
tan desesperado, que si n9 fuera porque sabia
cierto irme al infierno, no me dejara de hechar
alli avajo de cabeza postponíendo toda la leí de
natura y orden de no se aborres9er a sí mesmo.
Aquella mesma tarde me mandaron en vna
herrada traer vn poco de argamasa para el alar
del texado; y quando la hinchí, con el peso,
queriéndola cargar, quitosele el suelo y vime el
más confuso que podía ser, porque me daban
prisa. Tomé el mesmo suelo y llebé vn poco,
porque no holgasen los maestros. Quando el
guai-dian lo vio, preguntóme: Perro, ¿qué es
eso?, y en hablando yo la desculpa, diome tan-
tos palos con su bastón, corriendo tras mi, que
se me acuerda oi dellos para contároslos, y por
despecho me hizo ir a traer más en vn 9esto
como de sardinas, para que se me ensucíase
bien la sotana, y caíame quando venía, como
hera líquido, por las espaldas, y todo lo quema-
ba por donde pasaba, hasta que me deparó Dios
vn capacho, el qual me defendía puesto en la
cabeza.
Mata. — ¿No había en todo ese tiempo na-
die de los que habías curado que rogase por
vos, siquiera que no os mataran?
Pedro. — Más holgara yo que alcanyavan
que me ahorcasen. Todavía vno vino este mesmo
día, acarreando yo lodo, que jamas le había visto
ni le vi sino aquella vez; creo que debía de ser
nmy privado del reí; y estando yo hinchendo
(') tosco
^') como
36
autobiografías y memorias
la espuerta de lodo, púsose detras de mí, mirán-
dome, con vna sotana de ter9Íopelo verde y vna
juba de brocado enzima, que bien parescia de
arte, y dixime: Di, xpiano, aquella pliilosopliia
de Aristotil y Platón, y la medicina del Galeno,
y eloquencia de CÍ9erou y Demosthencs, ¿qué
te han aprobechado? No le pude responder muy
de repente, ansi por la prisa del guardián y
miedo de los palos como por las lagrimas que
de aquella lanzada me saltaron, y en ponién-
dome la espuerta sobre los homliros, volvi los
ojos a él y dixele: Ame aprobechado para saber
sufrir semejantes dias como éste.
Juan. — ¿Y en que lengua?
Pedro.— En esta propia. Satisfizose tanto
de la respuesta, que arremetió conmigo y quí-
tame la espuerta y cárgasela sobre sí, y base a
donde estaba el Baxá mirando la obra, y entra
diziendo: Seilor, yo y mi muger y hijos quere-
mos ser tus esclabos porque no mates seme-
jante hombre, que allanís pocos como éste, en
lo qual contradÍ9es a Dios y al Rei. Atónito el
Baxá de verle ansi, fue para abrazarle diziendo
que se hiziese todo lo que mandase; y mandóme
que no trabajase más y me fuese a casa, y aquel
turco diome vncs no sé quantos ásperos. Ya
podéis contemplar el gozo que yo llebaria yen-
dome a casa libre del trabajo.
Mata. — Como quien sale del infierno, si no
duró poco.
Pedro. — Hasta la mañana quando mucho,
que me quedé muy repantigado, quando los
otros se fueron, en la cama, y el sobreestante
de toda la obra hechome menos, y habiéndole
mandado el Baxá que me hiziese bolver al tra-
bajo, embió por mí y diome la estada de la cama
y bolvimos al mesmo juego de prin9Ípio.
Juan. — ¿No caia alguno malo entre tanto
que fuera privado?
Mata. — Buena fuera vna poca de asma de
quando en quando y no la haber desraigado.
Pedro. — Vno cayó y me hizieron irle a ver,
que tenia mucha fe conmigo, y dexabanme le ir
a ver dos vezes cada dia; no dexaba de ser pro-
lixo en la vista y dezir que hera menester estar
yo viendo lo que el voticario hazia, porque no lo
sabria hazer, por halentar siquiera vn poco.
Gozé tres días razonables, pero en fin no le supe
curar.
Jdan. — ¿Cómo? ¿Murióse o no le conos9Ístes
la enfermedad?
Pedro. — No sino que sanó muy presto, que
quando luenos me caté, queriéndole ir vna ma-
ñana a ber, le veo pasar a caballo.
Mata. — Tiene razón, que a estos tales hera
bien alargar la cura, como suelen los médicos
hazer a otros.
Pedro. — Los cirujanos diréis, que el medico
es imposible.
Mata. — ^¿Qué mas tiene lo vno que lo otro?
Pedro. — Mucho, porque el medico es coad-
jutor de natura y si él se descuida viene natura-
leza, dale vn sudor, o vnas cámaras o sangre
de narizes, que le haze dar vna hega al medico;
mas el zirujano, quando quiere ahonda la llaga;
quando quiere la ensu9Ía, prin9Ípalmente si no
se iguala o no le pagan. Todos son crueles en
eso; apenas hallai'eis quien haga rectamente su
ofi9Ío; demás deso, son tiranos; al pobre no curan
de gra9Ía; los más, como lo tienen jurado, no
es más en su mano dexar d'ensu9Íar la llaga
quando sienten dineros, que en el sastre dexar
de hurtar puestas las manos en la masa.
Mata. — ¿Por qué dezis de hurtar?; buen
aparejo teníais siendo medico de hazerlo, pues
entrabais donde habia qué.
Pedro. — No me lo demandará Dios eso,
porque jamas me pasó por el pensamiento, como
fuese pecado, que si se sabia perdia toda la
honrra y crédito. Quando trabajábamos, es la
verdad que a la noche quitábamos los mangos
a la pala de yerro o azadas que podíamos cojer
y rebujábamos con el capoto para vender á los
judios que compran por poco dinero; todavía
nos daban tres o quatro ásperos por cada vna,
que habia para vna olla, y esto hazia quasi por
vengarme del trabajo que aquel dia pasaba con
ello.
Mata. — ¿Pues tantas palas y azadas heran
que habia para todos que hurtar.
Pedro. — Donde andaban tantos hobreros,
menester heran erramientas, quanto más que
los herreros no sirbian de otro si no de hazellas,
que ya los sobreestantes tenían por cierto que
hurtábamos las que podíamos, pero no lo podían
remediar, que heramos tantos que no sabia qué
hazerse ('); la maestranza que va al tarazanal
a trabajar en las obras del Gran Señor, a la
noche siempre trae algo hurtado que vender
para su remedio, como los que hazen remos,
plomo; los carpinteros, clabos; algunos, yaque
otro no ])uedon, alguna tabla o maderueJos
para bancos. Quisiéronles poner grande estre-
cheza vna vez que supieron que habia hombres
que llevaban valia de su ducado cada noche, y
hazianlos pasar por contadero y catábanlos a
todos de manera que al que topaban algo le
azotaban y se lo quitaban; pero supiéronles la
maña, porque hizieron sendos barrílles como
pipotes de azitunas, colgados de vna cadeni-
lla, para llebar agua, que otros lo vsahan, y el
tempano se quitaba y ponía, y al salir metían lo
que habían hurtado dentro, y toniaban su barril
acuestas y salíanse, que nadie lo imaginava;
hasta que vn vellaco por inibidia y hazer mal a
los compañeros lo descubrió; mas no obstante
(*) también.
CRISTÓBAL DE VILLALON
87
eso siempre buscan buenas y nuebas invencio-
nes como se remediar. Traen los turcos vnas
fintas muy galanas a manera de toallas de tafe-
tán muy labrado y largas que les den tres buel-
tas, que cuesta dos ó tres escudos; hai algunos
esclabos que no hazen sino comprar vna, la
más galana que pueden haver, y mótenla dentro
de vna volsa de lienzo muy cojida; traen jun-
tamente otra bolsa ni más ni menos que aquella
con vnas rodillas ó pedazos de camisa viejos, y
quando van por la calle y ven algún turco que
les pares^e visoño que viene a comprar algunas
cosas, de los quales cada dia hai vna infinidad,
dizenle si quiere comprar aquella cujanqa, que
ansi se llama, y miiestransela con rrezelo, mi-
rando a vna parte y a otra, dándole a entender
que la trae hurtada y Ueba abisado el guardián
que le de prisa y demanda por ella poco, como
por cosa que no le costo más de tomarla; como
el otro ve que es esclabo y le paresce no la haber
podido aber sino hurtándola, luego se acubdÍ9Ía
y va recatadamente regateando tras e'l, y el
guardián dándole prisa; quando se con9Íerta
dizele quedico que la tome y no la torne a des-
coger, porque no le vean, y dale sus dineros y
el esclabo le da la otra bolsa en que uan los pe-
dazos, con que va muy vfano, hasta que ve el
engaño en casa.
Juan. — El mejor quento es que puede ser,
pero no se podra hazer muchas vezes porque
ese engañado abisará a otros y quando topare
con el esclabo procurará vengarse.
Pedro. — No se puede hazer eso ni esotro;
¿pensáis que Constantinopla es alguna aldea de
España que se conosíjen vnos a otros?; que no
hai dia, como tiene buen puerto, que no haya
tanta gente forastera, como en Valladolid na-
tural; pues conoscer más el cautibo, vueltas las
espaldas, es hablar en lo excusado, porque avn
vnos compañeros a otros no se conoscen. Lo
mesmo suelen hazer con vnas vainicas de cu-
chillos muy galanes, guarnes9¡dos de plata, que
ellos vsan; moneda falsa se bate poca menos en-
tre esclabos que en las casas de la moneda; diez
pares de ojos habéis menester quando compráis o
hendéis; a doze ásperos os darán el ducado falso,
que le pasareis por bueno, que vale 60; ¡tanto es
de bien hecho !^ y os le venderán por falso.
Juan. — ¿Y eso no se castiga?
Pedro. — ¿Que les han de hazer? ¿Hecharlos
a las galeras? Ya ellos s'estan; ninguna cosa
aventuran a perder.
Mata. — ¿Pues quie'n se los compra?
Pedro. — Mili gentes, para pasarlos por bue-
nos. Thesoreros de señores, para quando les
mandan dar quantidad de dineros de alguna
merced; entre los buenos ducados dan algunos
destos, poi'que saben que a quien dan, como
dÍ9e el refrán, no escojo ni an de ir á dczir
este es falso. También los pasan los cautibos
comprando algunas cosas de comer, y los que
más pulidamente lo hacen, son 9Íertos esclalios
fiados que andan sin guardianes y se ban a la
calle de los cambiadores, que son judios los
más, y es ofi9Ío que mucho se corre.
Mata. — ¿Pues tanta moneda corre alia?
Pedro. — Tanta, por 9Íerto de oro, quanta
acá falta, que no os trocarán vn ducado si no
pagáis vn áspero; y si queréis comprar el du-
cado habéis de pagar otro áspero.
Mata. — Vamonos alia, compañero, a ha9er
ospitales, que lo de acá todo es piojería; mas
con todo bien tenemos este año que comer. ¿Y
qué ha9en esos con los ducados falsos en la
calle de los cambiadores? ¿Por ventura engañan
a los judios?
Pedro. — Deso están bien seguros, que no
son jente que se maman el dedo. Tienen vuo
en la boca y aguardan los visónos que van a
trocar algún buen ducado; y como quando no
es de peso, el cambiador no le quiere, si no se
escalfa lo que pesa menos, base a otra tienda,
y estonces el esclabo le llama, ha9Íendosele en-
contradizo, dÍ9Íendole ¿que que había con aquel
puto judio? Luego él dÍ9e: En verdad, herma-
no, quiéreme quitar de un ducado bueno tantos
ásperos; responde: As de saber que este es vn
vellaco y muy escrupuloso; ¿el ducado es bueno?
El otro se le da simplemente para que le vea y
toma el ducado y llévale a la boca para hincarle
el diente, a ber si se doblega, y saca el otro falso
que tenia en la boca y dáselo y dÍ9e: Miente,
que éste es muy fino y bonissimo ducado; por
tanto vete aquél, que es hombre de bien, y el
dará todo lo que vale sin pesarle, y señálale
vno qualquiera de los cambiadores ; y en bol-
viendo las espaldas, él se va por otro camino y
se desapares9e.
Mata. — ¿Pues qué más harian los gitanos?
Pedro. — Tan hábiles son los esclabos como
ellos, porque tienen el mesmo maestro, que es
la necesidad, enemiga de la virtud.
COLOQUIO IV
Cébase una pestilencia en los cautivos.— Enferma la mujer de
Rustan Bajá.— Es llamado Pedro á curarla. — Lazos que á
ésle ponían sus enemigos. — Cuestiones con los miélicos ju-
díos.— Sangra á la Stillana, quien recupera la salud.— Ob-
tiene aquél por esto algunas mercedes. — Ejerce su profesión
en la ciudad.— Nueva enfermedad de Si n.-in.— Disputa Urde-
malas otra vez con los judíos.— Púnese el Raja en manos de
curanderos supersticiosos y embaucadores. — Opera el cautivo
á Sinán, quien sana de la hidropesía. — Alcanza Pedro su
carta de libertad y la privanza de Sinfín.— Recaída y muerte
de ¿ste. — Crueldades que había cometido con varios cristia-
nos prófugos. — Sus funerales. -Almoneda de sus bienes.—
Crecido número de cautivos que había en Constantinopla. —
Resuelve Pedro huir de allí.
Mata. — El fin sepamos del trabajo. ¿Cómo
so acabó la casa?
38
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Pedro. — Fue, como tengo contado, fasta
que vino la pestilencia y entró en nuestro esta-
blo algo enojada y comenzó de dezmarnos de
tal manera, que de quatro partes murieron las
tres, y yo fui herido entrellos, y fue Dios ser-
vido que quedase, habiéndose muerto en tres
dias de nuebe que comiamos juntos los siete.
Joan. — Nunca he visto pestilengia tan agu-
da como es esa,
Pedro. — Viene un carbunchico como vn
garbanfo, y tras el vna seca a la ingre o al so-
baco; a esto sus9eden sus ayidentes y calentura,
de tal suerte que o muere o queda lisiado para
siempre de algún miembro menos o tal que
cosa; quando viene la seca sin carbuncho, es
muy pestilencial; por marabilla escapa hombre;
y quando es con el grano, muchos escapan. Es-
taba yo herido en vna pierna, y hizeme sacar
dos libras de sangre de vna vez, abiertos jun-
tamente entrambos brazos, y purgúeme sin xa-
ropar, y estube 9Ínquenta dias malo sobre vn
pellejo de carnero que por grande limosna ha-
bía alcancado. Harto peor servido que en la
primera enfermedad os conté, porque como te-
nia la landre todo el mundo huia de mí.
Juan. — Y que ¿tan contina es alli esta mala
cosa?
Pedro. — Jamas se va en imbierno ni en
verano, saibó que menos jente muere el im-
bierno.
Juan. — ¿Y no la aciertan a curar los médi-
cos de aquella tierra?
Pedro. -Ni ellos la curan ni la entienden;
la mayor cura que le hallé yo alia, que por acá
tampoco la habia visto, es sangrar mucho y
purgar sin xaropar el mesmo dia.
Mata. — ¿No hera mejor poco a poco?
Pedro. — Si do9e ó quince horas os descui-
dabais, luego se pintaba y perdona mucho.
JüAN. — ¿Qué llamáis pintar?
Pedro. — Quando se quieren morir les salen
vnas pintas leonadas, y quando aquellas están,
avnque le parezca estar bueno, se muere de tal
arte que jamas se ha visto hombre escapar des-
pués de pintado, si las pintas son leonadas o
negras; si son coloradas, algunos escapan.
Mata. — ¿Y esa no podria remediarse que
no la ubiese?
Pedro. — Dificultosamente, porque los tur-
cos no se guardan, diciendo que si de Dios está
no hai que huir, y ansi acabado de morir,
vno se viste la camisa del muerto, y otro el
jubón, y otro las calzas, y luego se pega como
tina.
Juan. — ¿La casa se debió de acabar entre
tanto que tubistes la enfermedad?
Pedro. -Es ansi, y no fue mi amo a posar
en ella con poco triimipho; porque demás que
hera General de la mar, el (jran Turco so par-
tió para Persia contra el Sophi, y dexóle por
governador de (') Constantinopla y todo el Im-
perio.
Mata.— ¿Llevaba mucha gente el Turco en
campo?
Juan. — No mezclemos, por amor de Dios,
caldo con berzas, que después nos dirá la vida
y costumbres de los turcos; agora, como ba, aca-
be de contar la vida suya. ¿Qué fue de vos des-
pués de sano de la pestilencia?
Pedro. — Luego me vino a la mano la cura
de la hija del Gran Señor, que habia dos meses
que estaba en oy se muere, más mañana; y ya
que habia corrido todos los protomedicos y mé-
dicos de su padre, vinieron a mí a falta de
hombres buenos en grado de apelación ; y quiso
Dios que sanó.
Mata. — ¿Pues vna cosa la mas notable de
todas quantas podéis contar dezis ansi como
quien no dice nada? ¿A la mesma hija del Gran
Señor ponían en vuestras manos?
Pedro. — Y avn que es la cosa que más en
este mundo él quiere.
Mata. —¿Pues qué entrada tubistes para
eso?
Pedro. — Yo os lo diré: su marido hera her-
mano de mi amo, y llamábase Rustan Baxá; y
como no aprobechaba lo que los médicos ha-
9Ían, mí amo mandóme llamar, que habia qua-
tro meses que no le habia visto, para pidirme
consejo qué le harían, y el que me fue a llamar
díxome: Beato tú si sales con esta empresa,
que creo que te llaman para la Sultana, que
ansí la llaman. Yo holgueme todo lo posible,
avnque iba con mis dos cadenas. Y quando lle-
gué á mí amo Zinan Baxá, que estaba en su
trono como rreí, díxome que qué harían a vna
mujer que tenía tal y tal indisposición. Yo le
dixe que viéndola sabríamos dar remedio. El
dixo que no podía ser verla, sino que ansi di-
xese; a lo cual yo negué poderse por ninguna
vía hazer cosa buena, sin vista, por la informa-
ción, dando por excusa que por ventura la que-
rría sanar y la mataría, y que no permitiese, sí
era persona de importancia, que yo la dexase de
ver, porque de otra manera ningún beneficio
podría rescibir de mí, porque el pulso y orina
heran las guías del medico. Como él me vio
firme en este proposito y los que estaban alli
les parescia llebar camino lo que yo dezia, que
verdaderamente andaba porque me viera para
que me hiziera alguna merced, mandóme sen-
tar junto á sus píes, en una almohada de bro-
cado y dixo a vn interprete que me dixese que
por amor de Dios le perdonase lo que me había
hecho, que todo iba con zelo de hazerme bien,
y con el grande amor que me tenía, y que estu-
(') todo.
CRISTÓBAL DE VILLALOÍÍ
39
biese ^ierto que él me tenia sobre su cabeza, y
me liazia saber que la enferma era vna señora
de quien él y su hermano y todos ellos depen-
dían; de tal arte, que si ella moria, todos que-
daban perdidos; por tanto me rogaba que, no
mirando a nada de lo pasado, yo hiziese todo lo
que en mí fuese, que lo de menos que él baria
seria darme livertad ; a lo qual yo respondí, que
vesaba los pies de su excelencia por la merced
y que mucho mayor merced habia sido para mí
todo lo que conmigo habia vsado que darme li-
vertad, porque en mas estimaba yo ser querido
de vn tan gran principe como él que ser libre,
pues siendo libre no hallara tal arrimo como te-
nia siendo esclabo, y en lo demás me dexase el
cargo, que en muy poco se habia de tener que
yo hiziese lo que podía, sino lo que no pedia; y
ansi me embió a casa del hermano. El qual co-
mento de parlar conmigo, que era (') hombre de
grande entendimiento, para ver si le paresye-
ria ne9¡o, y procuraba, porque son muy celosos,
que le diese el pares9er sin verla, lo qual nunca
de mí pudo alcanzar; y, como diré quando ha-
blaré de turcos, siempre están marido y mujer
cada vno en su casa, embió a dezir a la soltana
si ternia por bien que la viese el medico esclabo
de su hermano, y entre tanto que venia la res-
puesta comenyome de preguntar algunas pre-
guntas de por acá, entre las quales, después de
aberme rogado que fuese turco, fue quál era
mayor señor, el rei de Francia o el Emperador.
Yo respondí a mi gusto, avnque todos los que
lo oyeron me lo atribuyeron a ne9edad y sober-
bia, si quería que le dixese verdad o mentira,
üixome que no, sino verdad. Yo le dixe: Pues
hago saber a Vuestrn Alteza que es mayor se-
ñor el Emperador que el rei de Fran9Ía y el
Gran Turco juntos; porque lo menos que él
tiene es España, Alemania, Ytalia y Flandes;
y si lo quiere ver al ojo, mande traer un ma-
ppa mundi de aquellos que el embaxador de
Fran9¡a le empresentó, que yo lo mostraré. Es-
pantado dixo: Pues ¿qué gente trae consigo?;
no te digo en campo, que mejor lo sé que tú.
Yo le respondí: Señor, ¿cómo puedo yo tener
quenta con los mayordomos, camareros, pajes,
caballerizos, guardas, azemileros de los de lus-
tre? Diré que trae más de mili caballeros y de
dos mili; y hombre hai destos que trae consigo
otros tantos. Dixome, pensando ser nuestra
corte como la suya: ¿Qué, el rei da de comer y
salarios á todos? ¿Pues qué bolsa le basta para
mantener tantos caballeros? Antes, digo, ellos,
señor, le mantienen a él si es menester, y son
hombres que por su buena gra9Ía le sírben, y
no queriendo se estaran en sus casas, y si el
Emperador los enoja le dirán, como no sean
(') verdaderamente.
traidores, que son tan buenos como él y se sal-
drán con ello; ni les puede de justÍ9Ía quitar
nada de lo que tienen, si no hazen por qué. Zo-
rro la platica con la mas humilde palabra que
á turco jamas oy, dizíendo: honda hepbiz cular,
que quiere dezir: acá todos somos esclabos. Yo
le dixe cómo la diferenfia que habia, porque el
Gran Turco hera más rico hera porque se tenia
todos los estados y no tenía cosas de iglesia, y
que si el Emperador todos los obispados, duca-
dos y condados tubiese en sí, vería lo que yo
digo. En esto A'íno el mappa y hizele medir
con vn compás todo lo que el Turco manda, y
no es tanto como las Indias, con gran parte, de
lo que quedó marabillado; y llegó la licen9Ía de
la Soltana que la fuese a ver, y fuimos su ma-
rido y yo al pala9Ío donde ella estaba, con toda
la solemnidad que a tal persona se requería, y
llegué a su cama, en donde, como tengo dicho,
son tan zelosos que ninguna otra cosa vi sino
vna mano sacada, y a ella le habían hechado vn
paño de tela de oro por en9Íma, que la cubría
toda la cabeza. Mandáronme hincar de rodi-
llas, y no osé vesarle la mano por el zelo del
marido, el qual, quando hube mirado el pulso,
me daba gran prisa, que bastaba y que nos sa-
liésemos; a toda esta prisa yo resistía, por ver
si podría hablarla o verla, y sin esperar que el
interprete hablase, que ya yo barbullaba vn
poco la lengua, dixole: Obir el vera Zoltana,
que quiere dezir: déme Vuestra Alteza la otra
mano. Al meter de aquella y sacar de la otra,
descubrió tantico el paño para mirarme sin que
yo la viese, y visto el otro, el marido se levantó
y dixo: Anda, [ajeábamos, que avn la vna
mano bastaba. Yo muy sosegado, tanto por
verla como por lo demás, dixe: Dilinchica Sol-
tana: Vuestra Alteza me muestre la lengua.
Ella, que de muy mala gana estaba tapada, y
avn creo que tenia voluntad de hablarme, arrojó
el paño quasí enojada y dixo: ¿iVe exium chajir
deila?: ¿qué se me da a mí? ¿no es pagano y de
diferente lei? de los quales no tanto se guardan;
y descxibre toda la cabeza y bra90s algo congo-
xada, y mostróme la lengua; y el marido, co-
nos9Íendo su voluntad, no me dio mas prisa,
sino dexome interrogar quanto quise y fue me-
nester para saber el origen de su enfermedad, el
qual había sido de mal parir de vn enojo, y no la
habían osado los médicos sangrar, que no había
bien purgado, y sus9edíole calentura continua.
Yo propuse que, si ella quería hazer dos cosas
que yo mandaría, estaria buena con ayuda de
Dios: la primera, que habia de tomar lo que yo le
diere; la segunda, que entre tanto que yo hazia
algo, ninguna cosa había de hazer de las que
de los otros médicos fuesen mandadas, sino que,
pues en dos meses no la habían curado, que
probase conmigo diez ó quince dias, y si no ha-
40
autobiografías y memorias
liase mejoría, hai se estaban los médicos ; y que
esto no lo hazia por no saver delante de todos
sustentar lo que habia de hazer, sino porque yo
hera xpiano y ellos judios, y dos turcos tam-
bién liabia, y podíanle dar alguna cosa en que hi-
ziesen traÍ9Íon por despecho o por otra cosa, y
después dezir que el christiano la habia muerto;
los judios ya yo sabia que (*) sin haberme
visto, de miedo que si yo entraba descubrirla
su poca 9Íencia, andaban diziendo que yo no
sabia nada y que era mo9o y otras calumnias
muchas que ellos bien saben hazer, con las qua-
les perdieron más que ganaron, porque me hi-
zierou soltar la maldita; y la Soltana me dixo
que lo aceptaba, pero que si se habia de poner
en mis manos también ella queria sacar otra
condición, y hera que no la habia de purgaj* y
sangrar, porque le hablan dado muchas purgas,
tantas que la hablan debilitado, y para la san-
gría hera tarde; yo, como vi 9errados todos los
caminos de la medÍ9Ína, Señora, digo, yo no soi
negromantico que sano por palabras; pero yó
quiero que sea ansi, mas al menos un xarabe
dulze grande ne9esidad hai que Vuestra xil-
teza le tome. Ella dixo que de aquello hera
contenta, y se disponía a todo lo que yo hi-
ziese; y fuimonos su marido y yo a su aposento,
donde tenia llamados todos los protomedicos y
médicos del rei, y como comen9aron a descoser
contra mí tanto en turquesco, y yo les dixese
que me diesen quenta de toda la enfermedad,
como habia pasado ('-), tubieronlo a pundonor, y
mofaban todos dÍ9Íendo que qué grabedad te-
nía el rapaz christianillo; y dicen a Rustan
Baxá cu turquesco, que ya me han tentado y
que no sé nada, ni cumple que se haga cosa de lo
qiie yo le dixere, quanto más que soi eselabo y
la matare por ser su enemigo. Vn paje del Rus-
tan Baxá,, que se me habia afi9Íonado y hera
hombre de entendimiento, que habia estudiado,
dixome, llegándose a mí, todo lo que los médi-
cos hablan dicho. A los quales, yo, señores,
digo, que no pensé, para derribaros en dos pa-
labras de todo vuestro ser y estado, que soi
venido a enmendar todos los herrores que ha-
béis hecho en esta Reina, que son muchos y
grandes; y digo al interprete: Dezid hai a Rus-
tan Baxá que los médicos que primero curaron
esta señora la han muerto, porque cuanto le
han hecho ha sido al rebes y sin tiempo, y la
mataron, al prin9Ípio por no la saber sangrar,
y con qualquiera de las purgas que le an dado
m'espanto cómo no es muerta. ¡0, por amor de
Dios, señor, tened quedo, no digáis nada, dixe-
ron al interprete, que lo crerá Rustan Baxá y nos
(') Dedistinta letra: Mata, ¿llera hermosa?— I'e-
Diio. Como Diana; no la lini de aquí allá más. ('Ja-
chado) No habéis visto por
C) estimaron.
matará a todos. Dezilde ('), digo también, que
los haga que no se bayan de aqui hasta que les
haga conos9er todo lo dicho ('■') ser verdad.
Este fue otro ego sum para derribarlos en tie-
ri'a; y muy humilldemente dixeron: Hermano,
no pensamos que os habláis de enojar; nos-
otros haremos todo lo que vos mandáis, y no se
le diga nada al Baxá, que sabemos que sois le-
trado y tenéis toda la ra9on del mundo; sabed
que pasa esto y esto, y se le ha hecho esto y es-
totro. Yo lo iba todo contrad¡9Íendo y ven9Íen-
dolos.
Mata. — ¿Y á los médicos del Rei ven9Íais
vos? Yo ya tenía conos9Ído lo poco que sabian.
Pedro. —¿Luego pensáis que los médicos
de los reyes son los mejores del mundo?
Mata. — ¿Y eso quién lo puede negar que
no quiera para sí el Rei el mejor medico de su
reino, pues tiene bien con que le pagar?
Pedro. —Y avn eso es el diablo, que los pa-
gan por buenos sin sello. Si la entrada fuese
por examen, como para las cathedras de las
Vniversidades, yo digo que tenéis razón; pero
mirad que van por fabor, y los pribados del Rei
le dan médicos por muy buenos, que ellos, si
cayesen malos, yo fiador que no se osasen po-
ner en sus manos, no porque no haya algunos
buenos, pero muchos ruines, y creedme que lo
sé bien como hombre que ha pasado por todas
las cortes de los mayores prin9Ípes del mundo,
Ansi como en las cosas de por acá es menester
más maña que fuerca, para entrar [en] casa del
Rei, mas industria que letras, yo me vi, por
acortar razone.^, como el azeite sobre el agua
con mis letras, que avnque p<;cas, heran buenas,
sobre todos aquellos médicos en poca rato, y
prometiéronme de no hablar más contra mí para
el Dios de Habraham, sino que hiziese en la
cura como letrado que hera y ellos me ayuda-
rían si en algo valiesen para lo que yo manda-
se; y fuime á la torre con mis compañeros, que
ya me hablan quitado las cadenas, y di orden
de hazerle un xarabe de mi mano, porque do
nadie me fiaba, y llebandoscle otro dia topé vn
caballero renegado, muy principal al pares9er y
dixome: Yo he sabido, christiano, quién tu he-
res y tenido gran deseo de te conosyer y serbir
por la buena rela9Íon que de ti hai. Yo se lo
agrades9Í todo lo posible. Pasó adelante la pla-
tica diziendo cómo sabia que curaba a la Sol-
tana y si queria ganar livertad que él me daria
industria. Yo le hize 9Íerto ser la cosa que más
deseaba en el mundo. Dize: Pues pares9es pru-
dente, hagote saver que este tu amo Zinau
Baxá y su hermano Rustan Baxá son dos tira-
nos los más malos que ha habido, y dependen
(') añadí.
(*j que di{;o.
CRISTÓBAL DE A^LLALON
41
dosta señora, la qual s¡ muriese estos no serian
más liombres. Yo soi aqui espia del Empera-
dor; si tu le das alguna cosa con que la mates,
yo te esconderé en mi casa y te daré 400 es-
cudos con que te vayas, y te porne segura-
mente en tierra de christianos y darte he vna
carta para el Emperador, que te haga grandes
mercedes por la proheza que has hecho. Fue
tan grande la confusión y furor que de repente
me cayó, que me pares9Ía estar borracho; y si
tubiera vna daga yo arremetía con él, y dixele:
No se sirve el Emperador de tan grandes trai-
dores y bellacos, como él debia de ser, y que se
me fuese luego delante ni pasase jamas por
donde mis ojos le viesen, sopeña que quando
no le empalase Rustan Baxá yo mesmo lo ba-
ria con mis manos, porque mentia vna y dos
vezes en quanto de^ia, y no hera yo hombre
que por veinte liuertades ni otros tantos Em-
peradores habia de hazer cosa que ofendiese a
Dios ni al próximo, quanto más contra vna tan
grande prinyesa.
Mata. — Que me maten si ese no hera he-
chado aposta de parte de la mesma Reina para
tentaros.
Pedro. — Ya me pasó a mí por el pensa-
miento, y conformó con ello que quando llegué
con el xarabe entre tanto que habian ido por
liíjen^ia para entrar, el Rustan Baxá comento
de parlar conmigo y darme quenta de la sub-
je9Íon que tenia a su muger, y diziendo que vna
esciaba que la Soltana mucho queri|i le ponia
siempre en mal con ella, y que deseaba matar-
la, que le hiziese tanto plazer le dixese con qué
lo podria hazer delicadamente; lespondile que
mi facultad hera medicina, que serbia para sa-
nar los que estaban enfermos y socorrer a los
que habian tomado semejantes venenos, y si
desta se queria servir yo lo baria, como esclabo
que hera suyo; pero lo demás no me lo manda-
se, porque no lo sabia, y los libros de medÍ9Ína
todos no contenian otra cosa sino cómo se cu-
rará tal y tal acídente. No obstante eso, dize:
te ruego que pues te conozco que sabes mucho
en todo, me digas alguna cosa, c{ue no me va
en ello menos que la vida. Concluí diziendo:
Señor, la mejor cosa que yo para eso sé, es vna
pelotica de plomo que pese vna drama, y hará
de presto lo que ha de hazer; él. algo contento,
pensando tenerme cojido, preguntóme el cómo;
digo: Señor, metido en vna escopeta cargada y
dándole fuego, y no me pregunte mas Vuestra
Alteza en eso, que no sé más, por Christo. Y
fuiuionos a dar el xarabe a la Princesa, la qual
le tomó de buena gana, creo que por lo que ha-
bia precedido.
Juan. — Por fe tengo que si en aquellos
tiempos os moriais, que ibais al cielo, porque en
todo eso no se apartaba Dios de vos.
Mata.— Yo lo tengo todo por rebelaciones-
Pedro. — Yos diré quanto, para que me ayu-
déis a loarle (') que no lo habian apuntado a ha-
zer quando estaba al cabo del negocio, y de alli
adelante me comencé a recatar más, y todas las
medicinas que heran menester las hazia delante
de Rustan Baxá yo mesmo junto al aposento
de la Soltana, Uebandome en la fratiquera los
materiales que yo mesmo me compraba en casa
de los drogueros; y para más satisfacion mia,
por si muriese, hazia estar alli los médicos y
dábales quenta de todo lo que hazia, lo qual
siempre aprobaban, ansi por el miedo que me
tenian como por no saber si hera bueno ni malo;
quexaronse vna vez a mi amo de mí que h era
muy fantástico y para ser esclabo no hera me-
nester tanta fantasia; que quando so hazia al-
guna cosa de medicina para la Soltana, sin más
respecto a vnos mandaba majar en vn mo rtero
raices o pólvoras; a otros soplar debaxo la va-
sija que estaba en el fuego, porque no podían
decir de no, estando delante el Baxá, haziendole
entender que hera gran parte para la salud ir
maxado de mano de médicos, y él no hazia na-
da sino biiscar que majar y fuesen piedras.
Llamóme mi amo y quasi enojado dize: Perro,
¿parescete bien estimar en tan poco los médicos
del Reí que se me han quexado desto y esto, y
que tú no hazes nada sino mandar? Mayor tra-
baxo, digo, señor, es ese que majar; Vuestra
Excelencia, avnque no rema en las galeras, ¿no
tiene harto trabajo en mandar? Pues manden
ellos, que yo majaré, y pues no saben mandar
que majen, que yo no soi mas de vno y no lo
puedo hazer todo. Diose vna palmada en la
frente y dixo: Yerchec vara: verdad dices; anda
vete y abre el ojo, pues sabes quanto nos va.
Como vi la calentura continua y la grande ne-
cesidad de sangrar que habia, determiné vsar
de maña y dixele: Señora, entre sangrar y no
sangrar hai medio; necesidad hai de sangría,
mas pues Vuestra iVlteza no quiere, será bien
que atemos el pie y le meta en vn bazin de
agua muy caliente para que llame la sangre
abaxo y esto bastará; y holgó dello, para lo
qual mandé venir vn barbero viejo y dixele lo
que habia de hazer, y tubiese muy a punto vna
lanceta para cenando yo le hiziese del ojo, pi-
case. Todo vino bien, y ella, descuidada de la
traición, quando vi que parescia bien la vena
asile el pie con la mano, y el barbero hirió
diestramente. Dio vn gi-ande grito diziendo:
Perro, ¿(¡ué as hecho, que soi muerta.^ Consoló-
la con dczir: No es mas la sangría; desto ni
hai de que temer; si Vuestra Alteza quiere que
no sea, tornaremos á zerrar. Dixo: Ya, pues
que es hecho, veamos en que para, que ansi
(') a Dios.
42
autobiografías y memorias
como ansi te tengo de hazer cortar la cabeza.
Sintió nmclio alivio aquella noche, y otro dia,
qiiando me contó la raejoria, habrile las nnebas
diziendo como del otro pie se avia de sacar otra
tanta, por tanto prestase paciencia, lo qual
a9eptó de buena voluntad, j mejoró otro peda-
zo. Habia tomado dosxarabes (•) y quedaba que
liabia de tomar otros dos; pero purga hera im-
posible. Yo liize vn xarabe que llaman rosado
de nuebe infusiones, algo agrete, y dile cinco
on9as qne tomase en las dos mañanas que que-
daban, el qual, como le supiese mejor que el
primero, tomó todo de una vez y alvorotola de
manera que hizo treze cámaras y quedó algo
dismayada y con miedo. Rustan Baxá, espan-
tado, embiome a llamar y dixome: Perro cor-
nudo, ('qué toxico as dado a la Soltana que se
va toda? A mi es verdad que me pesó de que
lo ubiese tomado todo, y pregúntele quántas
habia hecho; y quando respondió que trece
consolele con que yo quisiera que fueran trein-
ta, y fuimos a verlas, y era todo materia, como
de vna apostema. Llamados alli los médicos
dixeles: Señores, esto habláis de aber sacado
al principio, y no eran menester tantas purgas,
porque no hai para qué sacar otro humor sino
el que haze el mal. Quiso Dios aquella noche
quitarle la calentura.
Mata. — ¿Qué os dieron, que es lo que haze
al caso, por la cura?
Pedro. — A la mañana, quando fui, antes
que llegase sacó el brazo y alzó el dedo pulgar
a la fran9esa, que es el maior fabor que pueden
dar, y dixome: Aferum heqiiim Baxa; buen via-
je hagas, cabeza de médicos; y llegó vn negro
eunucho que la guarda y hechóme vna ropa de
paño morado, bien fina, aforrada en zebellinas,
acuestas. Quando le miré el pulso y la hallé
sin calentura alzé los ojos y di gra9Ías a Dios.
Dixome que ella hera tan grande señora y yo
tan bajo, que qualquiera merced que me hiziese
seria poco para ella; que aquella ropa suya tra-
xese por su amor, y que ya sabia que lo que yo
mas querría hera livertad, que ella me la man-
darla dar. De manera que dentro de doze dias
olla sanó con la ayuda de Dios, y embio a dezir
a Zinan Baxá que me hiziese turco y me asen-
tase vn gran partido, o si no queria que luego
me diese livertad. Respondió que lo primero no
aprobechaba, porque me lo habia harto rogado;
que mi proposito hera venirme en España; que
él me traería quando saliese el junio la armada,
y me pornia en livertad.
Juan. — ¿En qué mes la curastes?
Pedro. — Por Navidad.
Mata. — Y el marido ¿n'os dio nada?
Pedro. — Todavía me valdria dos dozenas
(') habia de.
d'escudos; que alia, quando hazen mer9ed los
señoi-es, dan vn puñado de ásperos y que sea
tan grande que se derramen algunos.
Juan. — No son muy grandes mer9edes esas.
Pedro.— No son sino muy demasiado de
grandes para esclabos. Bien pares9e que habéis
estado .poco en galeras de xpianos para que vie-
rais qué tales las hazen los señores de acá; que
con los que no son cautivos tan largos son en
dar como los de acá y más, y avn con los cau-
tibos: plugiese a Dios que acá se hiziese la mi-
tad de bien que alia.
Juan. — Fama y onrra a lo menos harta se
ganaría con la cura.
Pedro. — Tanta que quando a la mañana
iba a bisitar desde la torre en casa de Zinan
Baxá, si en todas las casas que me llamaban
quisiera entrar, no llegara hasta la noche alia.
Mata. — ¡Qué! ¿Tan lexos sera?
Pedro. — Aunque habláis con malicia, sera
media legua. Yo me deshize luego de curar los
cautibos de la torre, remitiéndolos a los otros
barberos, sino fuese algún hombre honrrado,
porque quando me hizieron trabajar, con ha-
berles yo hecho mili servÍ9Íos y regalos a todos,
se holgaron tanto de verme alia como si les
dieran livertad; y también como lo más que
corría hera pestilencia, yo me guardaba quanto
podía della. En casa de Zinan Baxá nunca fal-
taban enfermos ; como la casa hera grande, y
el tiempo que sobraba gastaba en curar gente
de estofa, prin9Ípalmente mugeres de capitanes
y mercaderes, que vnas querían parir y otras
que les viniese su regla, otras de mal de madre
viejo, a todos prometía a dos por tres en qual-
quier enfermedad de darlos sanos, y no bisitaba
a hombre más de vna vez al día, y aquella a la
hora que yo quisiese, por no los poner en mala
costumbre. Al principio siempre coxia para las
medÍ9Ínas dos o tres ducados, y si no me paga-
ban, luego les dezia que no iría más allá y siem-
pre daban algo.
Mata. — ¿Andabais ya sin guardia?
Pedro. — Avn no, que si eso fuera, yo fuera
rrico, que aquella me destruía. Tenia con vn
boticario hecho pacto que me habia de dar las
medicinas a vn precio bueno, que él gánase,
pero no mucho, como con otros, porque yo le
gastaba do9Íentos escudos en dos meses, y al-
gunas también me hazía yo.
Mata.- — Cierto haziais bien en visitar pocas
vezes; que yo lo tengo por chocarrería esto
d' España visitar dos vezes a todos, avnque no
sea de enfermedad peligrosa.
Pedro. — La mayor del mundo, y señal que
saben poco.
Mata. — Son como las mugeres, que en no
siendo hermosas son virtuosas para .suplir lo
que naturaleza faltó en hermosura con virtud.
CRISTÓBAL DE VILLALÚN
43
Ansí los médicos idiotas suplen con visitar
muchas vezes su poca ciencia; pero ¿cómo osa-
bais prometer salud a todos? ¿Todos sanaban?
¿Todas las estériles se empreñaban? ¿A todas
les venia su tiempo quantas tomabais entre
manos? ¿A todas se les quitaba el mal de
madre?
Peduo. — No por cierto; pero algunas, con
hazerles lo que por via de medizina se sufre,
alcanzaban lo que deseaban; a otras liera im-
posible.
Mata. — Y las que no sanaban ¿n'os toma-
ban a cada paso en mentira? ¿cómo os eximiais?
Haí no solo era menester vrdir, pero texer.
Pedro. — La mejor astu9Ía del umndo les
vrdi. Hize vna medizina en quantidad, que te-
nia en vn bote, que llaman los médicos gerapli-
ga logadiov, que es compuesta de las cosas más
amargas del nuindo; y ella lo es de tal modo,
que la yel es dulze en su couipara^ion della; y
quando veia que no podia salir con la cura, ha-
biendo hecho todos los remedios que hallaba
escritos, procuraba de rescibir todos los dineros
que podia para ayuda de hazer la principal me-
dÍ9¡na, que liera aquella, y dábale vn botecito
muy labrado lleno della, que serian {}) dos on-
zas, mandándoles cada mañana tomasen vna
dragma desatada en cozimicnto de pasas ; y esto
hablan de tomar 19 mañanas a reo al salir el
sol, de tal arte que no interpolasen ninguna.
Ello hera tan amargo que no hera posible hom-
bre ni muger pasarlo, y la que con el deseo de
parir porfiaba tomaba algunos dias, mas no
todos CO.
Mata. — ¿Y si porfiando los tomaba todos o
la mayor parte?
Pedro. —Nunca faltaba achaque: o que dexó
vno, o que interpoló alguno, o que no lo tomó
siempre a vna hora, y que hera menester co-
menzar de prinyipio.
Juan. — ¿Y a todos curabais des'arte en qual-
quier enfermedad?
Pedro. — Nunca Dios tal quiera, que los que
estaban de peligro curábanse como hera ragon;
pero los males viejos y yncurables an menester
maña. Quando me tomaban en la calle algunos
que por amistad querían que les curase males
viejos, de setiembre adelante, luego les pregun-
taba para escabullirme del quanto tiempo habia
que tenían aípiclla enfermedad (') ; en respon-
diendo tantos años, le dezia: Pues yo (piiero
nuiy de proposito curarte, pero es menester que
como has sufrido lo más sufras 1<) menos y ten-
gas pa^ien^ia desde aqui a marzo, que vernan
las yerbas buenas y podremos hazer medirinas
a nuestro proposito, y con esto los embiaba
(') tres.
C) (Nota viarginal). Para el mi Alonsito.
(^) Luego.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. — 14
muy contentos; y esto acostumbraba tanto, que
elguardian mío, que hera interprete, quando me
via que oia de mala gana, luego me dcoia: Este,
¿remitirle hemos a las yerbas?; y avn algunas
vezes respondía sin darme a mi parte.
Mata. — Y venidas las yerbas ¿nunca os pi-
dian la palabra?
Pedro. — Hartas vezes; pero para ellos y
para los que pidian remedio <3n verano habia
otro achaque, que hera la luna; avnque fuesen
dos dias no más de la luna, les dezia que se apa-
rejasen, que a la entrada de la que venia los que-
ría sanar, y como la 9Íbdad es grande no podía-
mos siempi"e toparnos.
Juan. — ¿Pagaban los que sanaban después
quando andabais de reputación mejor que antes?
Pedro. — Todo se iba de un arte. Vn merca-
der turco venia de Alexandria y cayó malo, y
viéndose con calentura continua me prometió
diez escudos si le sanaba. Yo pidi para las me-
dicinas dos, y diomelos, y en tres dias sanó con
sangrarle y purgarle bien ; y a tiempo después
diome vn ducado y dixome que avn le quedaba
cierta tos, y en sanando della me darla la resta.
Comenze de hazerle remedios para aquello, que
le costaron dos ducados otros. Ya como el ve-
Uaco iba engordando [y] no podia desimular la
salud, por no me pagar nunca dezia que habia
mejoría de la tos. Dixome vn paje suyo renegado
que no estaba muy bien con él: Mira, christia-
no, no te mates por venir más acá, que en ver-
dad nunca tose sino quanto te siente subir. Fui
a él, y preguntado cómo estaba, respondió que
malo de su tos. Dixele: ¿Tú quieres sanar de
tal manera que jamas padezcas tos ni romadizo
avnque bibas mili años? El dixo: Oxala tú me
dieses tal remedio, que no ando tras otro. Digo:
Pues hagote saber que para Zinan Baxá he
mandado hazer vn letuario de mucha costa, y el
boticario creo que guardó vn poco para sí; ha-
gamos que te lo dé, y embia vn paje, que yo seré
intercesor; tres escudos le daban por ello para
vn arráez, mas no lo quiso dar; yo te lo haré
dar por lo que fuere justo. De vergüenza de
yiertos tui'cos que estaban con él no pudo dexar
de embiar conmigo el paje, el qual traxo el bote-
qíco de la gera logodion, más labrado que otros
la solían Uebar, y fue menester rogar harto al
boticario que se lo diere por los tres ducados,
de los quales vbo medio y yo la resta.
Mata. — Pues se (') que a(jucl no estaba de
parto ni (pieria parir, ¿para qué le dabais medi-
cinas de nial de madre?
Pedro. — Para (jue pariese aciuellos tres du-
cados y no volver más alia, perdonándole la
resta.
Mata. — No había mucho que perdonar, por-
(') se está por si.
u
autobiografías y memorias
que poco á poco me pares9e que os eiitregastes
de todos diez.
Joan. — ¿Qué tanto haría de costa de las me-
dicinas en todo?
Pedro. — Más en verdad de medio esculo.
Mata. — No liera mala cabeza de lobo la ge-
ra ])lie(ja, que no costaría toda vn escudo.
Pedro. — Vno y avn dos costó, pero bjen se
sacaron della.
Mata. — Con pocos botes desos se acabaría
nuestro ospital,
Juan. — ¿Tubistcs más conquistas con los
médicos del Reí?
Pedro. — La mayor está por dezir, que fue
con Ciñan Baxá.
Joan. — ¿De qué estubo malo? ¿Tornóle la
asma?
Pedro. — No, sino como había quedado por
gobernador de Constantinopla, de rondar de
noche la 9Íbdad, resfrióse y hinchosele el vien-
tre y estomago de ventosidades, que quería re-
bentar, y los judíos, como son tan entremetidos,
fueronle todos a ber, y yo que fui el primero
quísele dezir que tomase vna ayuda, y no se lo
osaba el interprete dezir porque lo tienen por
medio pulla, y todos, avnque buxarrones, son
muy enemigos dellas. Yo pregunté cómo se lla-
maba y dixeronme que hocna, y dixeselo, y ad-
mitiólo y res9Íbiola; pero los judíos no dexaron,
estando picados, avnque no lo mostraban, de
tornar a sembrar zízania, y también por ser
hombres de respecto mí amo hazia lo que man-
daban, y hera todo como vna jara derechamente
al rebes. Dábanle a comer espinacas, lentejas y
muchos caldos de abe y carnero y leche, que la
quería mucho, y en fin concedíanle comer lo
que queria para ganarle la boca y tenerle con-
tento. El protomedico principal, que se llamaba
Amon Vgli y tenia cada día de salario más de
siete escudos, párese iondole ({ue había vn poco
el Baxá mejorado, teniendo presentes los otros
médicos y algunos de los pribados que tenían
sobornados, dixo que por algunas causas en
ninguna manera le cumplia curarse con el espa-
ñol christiano: la vna porque hera U1090 y po-
dría ser que en su tierra él fuese líuen medico,
pero (jue alia heran otras complexiones y otra
diversidad de tierras, que yo no podia alcanzar,
dando exemplo del durazno que mataba en Per-
sia y no en Egipto: lo otro, porque yo hera su
esclabo, y por qualquier cosa que algún enemi-
go suyo me prometiese podria darle con qué uux-
riese, por ser libre, y esto no podia abcr habido
efecto en la Soltana porque en la nniertc della
no ganaba como en la suya; a esto ayudaban
todos de mala, de tal suerte que le persuadieron,
y yo veía que andaban muy vfanos dándole mil
bebrajcs y no hacian caso de mí. Vn paje de la
cámara, amigo mío, dixome lo que había pasa-
do, y queriendo el Baxá tomar vn xarabe dixele
que le dexase si no quería morir por ello, hasta
que, venidos allí todos los médicos, les probase
ser toxico. Pusele (') tanto miedo que los embió
a llamar, y yo procuré que se hallasen allí tur-
cos principales de mi parte, y venidos comencé
con muchas sofisticas razones a dar los incon-
venientes dello, dizíendo que él estal)a lleno de
viento y que aquel xarabe hera frío y se con-
vertiría todo en puro viento, y el dar de la leche
hera gran maldad, porque, tomado el exemplo
acá fuera, quando poca leche cueze en vn cal-
dero se alza de tal modo que no cabe, y lo mes-
mo hazia tocado del calor del estomago; y ya
yo comenzaba a hablar turtiuesco sin interprete;
como ellos vieron que el exemplo hera palpable
y que tenia razón, dixeronme: Habla la lengua
que entendemos. ¿Para qué habláis la que nt>
sabéis? ¿Pensáis por ventura que los turcos os
entienden?
Mata, — Porque no lo entendiesen lo hazian;
porque dando bozes muy altas y todos contra
vos, quien quiera que no entendiera pensara que
ellos vencian.
Juan. — Costumbre y remedio de quien tiene
mal pleito.
Pedro. — Dixe a mí amo y a los otros que
estaban alli, en turquesco: Señores ¿entendéis
esto? Todos respondieron de sí; y cierto (*) mi-
lagrosamente me socorría Dios con bocablos,
porque ninguno ignoraba. Satisfizole mucho el
exemplo de la leche al Baxá y a los demás que
estaban alli, y dixeron que yo tenia razón.
Quando vi la mía sobre el ito (^) pidi de merced
me oyesen las satisfacíones que a ciertas cosas
que de mí decían queria dar. Hizolo el Baxá de
buena boluntady comenzepor la primera. Quan-
to a lo primero que estos médicos me acusan,
que avnque en mi tierra yo sea buen medico acá
no es posible ni puedo alcanzar como ellos las
complexiones, digo que es al rebes, que yo soi
bueno para acá y ellos para España, porque la
medicina que yo sé es de Ilippocrates, que fue
cient leguas de aqui no más, de vna isla que se
llama Coo, y de Galeno, que fué troyano de
Pergamo, vna eibdad que no es más de treinta
o quarenta leguas de aqui, y de Aecio y Paulo
Egincta, no más lexos de Constantinopla que
los otros. La que estos señores saben, que es
poca o nada, es de Abicena y Aberrees, que el
vno fue cordobés y el otro de Sevilla, dos C'b-
dades d'España, ansi que la mía es propia para
acá y la suya para alia; y si fuese que Vuestra
Excelencia, para vengarme de mis enemigos los
españoles, yo los embiuria alh'i, porque verdade-
ramente en pocos años mataran nn'is que todo
{') En el mñ. 2>uesele.
(') verdaderamente.
("•) dixe que.
CRISTÓBAL DE VILLALON
-15
el t'xerc'itü del Tuau; y para probar esto tenia
alli vn cozinero mayor del Baxá, alemán nmy
gentil, latino y muy leido, y hizeselo leer en vn
rimero de libros que alli teniTi aposta yo traídos,
y otro de junto a Venecia, que siendo tlieologo
renegó, también se halló presente.
Juan. — La satisdación estubo muy aguda,
como de quien hera, y avnque el Baxá fuera
vn leño no podía dexar de entenderla y qnedar
satisfecho. ¿Qué dezian los judios a eso?
Pedro. — El Baxá reir y ellos callar, y hacer-
me del ojo que callase; y yo no queria mirar
alia por no los ver guiñar. Quanto a lo que
hera mo^o y no tenia experiencia, avnque hera
poca la que yo tenia, hera mili vezes más qtie la
suya, porque con letras y entendimiento y ad-
vertir las cosas se sabia la experiencia, que no
por los años, que a esa quenta, las muías y
asnos que andaban en las norias y tahonas
sabrian más que ellos , pues heran más vie-
jas, y las comadres y los pescadores viejos; y
tras esto vna parábola pues la otra les ha-
bla contentado: Si Vuestra Excelencia parte en
amanesciendo en vna barquilla (que estábamos
en la ribera del mar) para ir de aqui alli, seña-
lando vn trecho, y no lleva sino dos remos y
desde a dos o tres horas parto yo en vn bergan-
tín bien armado con muchos remos, ¿quál lle-
gara primero? Respondió: Tú. Pregúntele el
porque'. Dize: Porque llevas mejor vareo. Digo:
¿Pues vuestra excelencia no partió primero tres
horas? No haze, dixo, eso al caso. Pues tampo-
co les haze, digo, al caso, a estos judios haber nas-
Cido tantos años antes que yo, porque van caba-
lleros en asnos, que son sus entendimientos, y yo
corriendo a caballo en el mió, y con ver yo vna
vez la cosa la sé, porque estudio, y ellos, avn-
que la vean mil vezes, no. Lo mesmo acontesce
en el camino, que vno le va mili vezes y no va
advirtiendo, y cada vez ha menester guia, y
otro no le ha ido más de vna y da mejor cuenta
que él y le podría guiar; que no hai senda ni
atajo que no sabe, ni casa, ni pueblo en medio
que no os diga por nombre.
Mata. - Ño menos bueno es todo eso que lo
primero, y es cierto que también concluirla;
exemplos son que cada dia veréis acá, que an-
dan vnos mediconacos viejos con las chinelas
y bonetes de damasco y mangas de terciopelo
raso pegadas al sayo, tomando morcillas y todo
si les dan, en vnos caballazos de a tres varas
de pescueco, y tienen sumidos los buenos letra-
dos y metidos en los rincones, con ira bisitar
sin que h)a llamen, tliciendo que por amigo le
visitan aquella vez; y quaudo salien (pie el doc-
tor tal le cura, luego con vna risa falsa dize
que, avnque es moro, sera bonico si bibe; y co-
mienca luego a dar tras los manzebos diziendo
que son médicos del templecillo y amigos de se-
tas nuebas. Y como tienen canas, pensando que
saben lo que dicen, los cree el vulgo. Como la
verdad sea que si los mocos son griegos y los
otros barbaros saben más durmiendo que ellos
velando, y tienen más experiencia, verdad es
que si el viejo tiene tan buenas letras, lo me-
jor es, que las canas con buenas letras y tra-
bajo, más sallen.
Juan. — ¿N'os acordáis quando fuimos a San-
torcaz a holgamos con el cura, que topamos
vna mañana vn medico de la mesma manera
como los habéis pintado y salía de vna casa
donde le habían dado vna morcilla que llebaba
en la fratiqíiera?
Pedro. — Se (^) que yo también me hallé hai
quando le hizimos ir a jugar con nosotros a los
bolos; y quando jugaba, vn galgo del cura, como
olía la morcilla, siempre se andaba tras él del
juego a los bolos y de los bolos al juego, hasta
que vna vez tomo la bola para sacar siete que
le faltaban, y tomó la alda derecha, que como
hera tan larga l'estorbaba, y púsola sobi-e la
otra, y como acortó, descubrióse la fratiquera;
el perro como la vio, pensando que aquella hera
la morcilla, arremete y haze presa en fratiquera
y todo, que todos juntos no le podíamos hazer
que la dexase, de lo que quedó el más corrido
del mundo.
Mata. — Cada vez que se me acuerda, avn-
que esté solo me da vna risa que no me puedo
valer; como dixo después: hera vna pobre c^ue
, no tenia qué dar y habia matado un lechon, y
empresentomela para mi huéspeda, que está
preñada y no puede comer cosa del mundo ni
verla. La terzera satisfacion sepamos.
Pedro. — Quanto a lo que dezian que hera
esclabo y no guardarla fidelidad, yo hera chris-
tiano y guardaría mejor mi fe que ellos su leí;
desto era el Baxá buen testigo, y en la fe de
Christo tanto pecado hera matarle a él como
a vn principe christiano; y demás desto, los es-
pañoles gmirdamos más fidelidad en leí de
hombres de bien que otras naciones; y ya que
todo esto no fuese, ¿á quién importaba más su
vida que a mí? ¿dónde hallaría yo otro padre
que tanto me regalase ni principe que tantas
mercedes me hiziese.' No habia yo de ser omi-
Cida de mí mesmo, ni ganal)a yo para Dios en
ello, nada más de irme al infierno; ni para mi
Rei, pues muerto el que no hera más de vn
hombre, luego le suscederia otro; y desde eston-
ces comencase a recatarse y traer la barba so-
bri' el hombro, porque lo que se piensa y nego-
cia de dia es lo que de noche se sueña, y aque-
llos judios debían de vrdirle alguna muerte; y
no se fiase en ([ue hera más poderoso que ellos,
(pie a Christo, con ser quien hera, ellos le mu-
(') Se por si.
46
autobiografías y memorias
taron, porque muy presto se conforman cu lo
que lian de liazer. Y con esto quedó por mí el
campo; mas como habian pasado algunos días
que ellos le hablan curado y hartado de leche,
teníanle quasi hidrópico, y los remedios que yo
le comenze a hazer no pudieron sanarle del
todo en dos dias, y luego tornaron a estudiar,
con el grande odio que me tenian, sobre lo de
la leche que yo le habia quitado, que por aque-
llo no habia ya sanado. Quisiéronme argüir que
la de la camella, al menos, fuese buena.
Juan. - ¿Por qué aA^toridad se guiaban? ¿No
les podiais hazer traer alli los avtores, que no
es posible que hombre del mundo fuera tan ne-
910 que escribiera tal contrariedad?
Pedro. — No me acotaban otro avtor, sino
todos los libros. Dizen todos los libros esto;
dizen todos los libros estotro. Yo desviviame
acotando del Galeno avtoridades y llevándolos
libros alli y interpretes turcos que fuesen jue-
zes. Al cabo concluian con que la del camello
hora buena. Como no habia en aquellos dos
dias sanado y los turcos son amigos de primera
información, que se buelven a cada viento, ni
más ni menos que vna veleta, acordaron de po-
nerme perpetuo silencio en que so pena de 9¡ent
palos en ninguna cosa les contradixese ni ha-
blase con ellos, avnque viese claramente que le
mataban, porque él estaba determinado de acu-
dir a la mayor parte de pares^eres.
Juan. — Pues con quanto os habia visto ha-
zer y en él mesmo lo del asma, ¿no se persua-
día a creer más a vos que a los otros?
Pedro. — No, porque el diablo en fin los trae
engañados. Se que más cosas vieron hazer los
judios a Xpo, y con todo siempre estubieron
pertinazes y están; y los turcos no ven, si quie-
ren abrir los ojos, el herror en que están. Yo
determiné de callar y estar a la mira; y ellos
comenzaron do curarle vnos dias y acabar lo
que habian comentado, de hazerle del todo hy-
clropico. Y ensoberbezieronse tanto, que deter-
minaion pagarme el majar de la Soltana en la
mesma moneda; y estábamos en vn jardin que
se dize Vegitag, legua y media de Conátanti-
nopla, porque hera verano, y cada hora me em-
biaban por vnas coSas y por otras; y el pobre
Pedro de Vrdimalas, algo corrido de las matra-
cas que todos los otros le daban, sin osar ha-
blar, y también buscaban cosas que majar a
costa de mis brazos.
Mata. — Al menos quando os embiabau por
esas cosas ¿no habia algo que sisar?
Pedro. — Más vellacos heran, que tanto que
quando se habia de tocar dinero ellos emviaban
a vno dellos, que partia la ganancia con todos;
hizieron vn dia, por malos de sus pecados, vna
rezetaza de vn pliego, toda de cosas de poca
impcn-tancjia para ayudas y emplastos, muchas
redomillas de azeites, manadillas de yerbas se-
cas, taleguillas de simientes y flores secas, y
]jregnntaronle& quanto costarían; dixeron que
quinze escudos podrían todas valer; mas que
hera bien que viniese todo junto. Despachába-
me a mí el chiaya, que es mayordomo mayor,
que fuese por ello; dixo el Amon Vgli: Mejor
sera que vaya vno destos, que a ese no enten-
derán, ni lo sabrá escojer; y denle también di-
neros, que pague lo que ha traido el christiano.
Fue tan presto hecho como dicho, y bailóles la
burla mas de diez y siete escudos.
Mata. — ¿No podiais descubrir vos esa pe-
lada?
Pedro. — ¿Qué tenia de descubrir, que valia
más su mentira estonces que mi verdad? Hera
tarde, y el judio que fue por ello no habia de
venir hasta otro dia; yo como les dolian poco
mis pies, fui a traer recado para vna ayuda y
venir presto; y Rustan Baxá entre tanto vino
a visitar a su heraiano, que estaba bien fatiga-
do, y de lastima saltaronsele las lagrimas, y a
mi amo de miedo, pensando que lo hazla por
haberle dicho los médicos que se moria. Retra-
xosele el calor adentro y desmaj'ose, y estubo
asi vn rato, hasta que medio tornó en sí. Fuese
el Rustan Baxá, porque no vsan hazer visitas
mas largas de preguntar cómo está y salirse.
Mata. — ¿Pues cómo siendo hermanos?
Pedro. — Porque son tan recatados que pen-
sarían, si mucho hablasen, que vrdian traición
al Rei. Vierais los judios huir como no le halla-
ron pulso, en vna barca con todos sus libros,
que se estaban ya en el jardin de proposito, y
el camino se les hazia bien largo; y tópelos (}),
y dixeles dónde iban; dixeronme como mi señor
hera muerto, y que la ayuda bien la podia de-
rramar. En llegando al jardin vi que todos llo-
raban ; y entré de presto á tomarle el pulso, y
hállele sin calentura y como vn hombre atran-
cado que no podia hablar, y apretele la mano
diziendo: ¡Qué animo es esc! Vilestra Excelen-
cia no tema, que la mejor señal que liai para
que no se morirá es de que los judios van todos
huyendo y le dexan por muerto sin saber la
causa del azidente. Y mandé traer presto dos
cucharadas de aguardiente y hizeselas tomar, y
dixele que si desta moria me cortasen la cabe-
za. Estubo bueno y regozijado a(j[uella noche,
que estaba propio para hazer mercedes, y esti-
mó mi consejo en mucho y el ver quán firme-
mente tenia yo (|ue no hera nada. Sabiendo
aquella noche los judios la mala nueba de que
por el presente 110 queria morirse, helos aquí a
la mañana con todo su ajuar, ansi de libros
como de medicinas.
Mata. — ¿Y osaron pares^er entre jente?
(') en camino.
CRISTÓBAL DE VILLALON
47
Bien dizen que quien no tiene vergüenza todo
el mundo es suyo.
Pedro. — Como si no vbiera pasado cosa
por ellos; ¡tan hechizado tenian ya a mi amo
con su labia!
Mata. — ¿[De] dónde defian que venian?
Pedro. — De buscar mili recados que para
sanarle traian, y tener acuerdo con los libros
que tenian en casa, para mejor le curar.
Juan. — ¿Y creyólos?
Pedro. — Como de primero.
Joan. — ¿Pues qué diablo de gente es (')?
Mayor pertinacia me paresce esa que la de los
judios, pues lo que tantas vezes veian creian
menos.
Pedro. — Siempre quando se quexau dos
gana el primero, y en cosa destos pares^eres el
postrero; y como los vellacos sabian tan bien la
lengua, siempre hablaban a la postre; avnqiie
le tubiese de mi parte le mudaban luego. Co-
mienzan de sacar drogas de vna talega y mos-
trar al Baxá, y los manojuelos de poleo y mes-
tranfos y calamento y otros; ansi dezian: ¿Ve
Vuestra Excelencia esto? viene de Chipre, es-
totro de Candia, aquello de tal India, estotro
de Damasco; y sin vergüenza ninguna de mi;
yo, algo enojado, dixe al Baxá al oido que me
hiziese mei-^ed de, pues hera cosa que le iba la
vida, mandase que yo hablase alli y me diesen
atención; lo qual hizo de buena gana, porque
la noche antes habia cobradonie vn poco de cré-
dito, y dixeles: señores...
Mata. — ¿En qué lengua?
Pedro.— En turquesco, que nunca Dios me
faltaba; no por via de disputa ni de contradezir
cosa que haréis sino para saber: ¿esas yerbas no
serian mejores y de más virtud frescas que
secas? Dixo el Amon: Bien habéis estado aten-
to a lo que hemos dicho. ¿No oistes que ésta
viene de docientas leguas, y estotra de mili;
aquella de Indias, la otra de Judea? ¿Pensáis
que estáis en vuestras Españas, que hai destas?
Ya lo tengo, digo, señores, entendido, y no
digo sino si las vbiese, por si Dios me lleba en
mi tierra, que dezis que las hai, sepa alguna
cosa de nuebo. Respondieron todos a vna: No
hai que dubdar sino que si se hallasen serian
mili vezes mejores. Pregunté al Baxá si abia
entendido lo que dezian, y él dixo que sí; y
tornoselo el mesmo a preguntar, y refirmáronse
en sus dichos; estonces yo digo: Pues, señor,
mande Vuestra Excelenyia poner la caldera en
que sean de cozer al fuego, con agua, y si an-
tes que yerba no traxese todas estas yerl)as
frescas y algunas mas, en llegando quirro que
se me sea cortada la cabeza; ponpie vuestra
excelencia vea cómo éstos no saben nada más
(') esa.
de robar. Respondió el Amon: Si vos trajere-
des ésta, mostrándome vn poco de zentabra, yo
os daré vn sayo de brocado, si no vais a Espa-
ña por ella. El Baxá prestamente mandó ser
puesto todo por la obra, y voi con mis guar-
dianes y vn azadón a vna montañuela que es-
taba del jardin vn tiro de vallesta pequeño,
donde yo algunas vezes quando curaba á la Sol-
tana habia ido por todas las yerbas y raizes
que habia menester, y donde sabia claramente
que estaban todas, y comienzo de arrancarlas
con sus raizes y todo, y tomo vn grande haz
dellas y otras que ellos no habian traido, y en-
tro cargado con mi azadón y todo en la cáma-
ra del Baxá, donde estaba toda la congrega-
ción, y arrojé junto a mi amo el haz, bien su-
dando, y que no me alcanzaba vn huelgo a otro,
y comencé de tomar vn manojuelo de secas y
vna rama de verdes, y juntábalas y mostrándo-
selas a mi amo decía: iSoltan buhephir deilal
¿Señor, esto no es todo vno? A lo qual respon-
día, como no lo podia negar: ierchec: es grande
verdad; y tomaba otra y degia lo mesmo; has-
ta que no habia más de las secas, y comencé de
mostrar otras que también hazian al proposito,
y heché la zentaura sobre la cabeza del judio y
dixele: Dadme vn sayo de brocado, y toma esta
yerba.
Mata. — El os diera dos por no la ver. ¿Y
qué dixo a eso? No faltara alli confusión; ma-
ravillóme no alegar el testo del Evangelio: in
Belzebict, principe demoniorwn ejicit demonia.
Pedro. — Antes respondieron lo mejor del
mundo, que el diablo que los guia, como yo des-
pués les dixe, les faltó al tiempo que más hera
menester. Salió Amon Vgli y dixo: Señor, yo,
en nombre de todos ('), te juro por el Dios de
Abraham y por nuestra lei embiada del yielo,
que tienes en casa al que as menester, y que si
ese no te cura, nadie del mundo baste a hazello;
y como ya sabe Vuestra Excelengia, nosotros,
por la grande subjecion que os tenemos, no osa-
mos salir al campo a buscar si hai estas cosas,
porque nos matarian por quitarnos las capas;
no pensábamos que tal cosa vbiese, y ansi con
las nabes que van a esos lugares que dixe, em-
biamos a probemos de todo. Salidos alia fuera
en conversación, yo les dixe: Señores, pidos
por merced que n'os toméis conmigo, que mal-
dita la honrra jamas ganéis, porque por virtud
del carácter del baptismo sé las lenguas todas
que tengo menester para confundiros, y gana-
reis conmigo más por bien que por mal.
Juan, — Razonablemente de contento queda-
ra vuestro amo.
Pedro. — Como si le dieran otro estado más
como el que tenia; y os diré que tanto, que
(') dezimos.
48
autobiografías y memorias
aquel mesmo dia hizo testamento muy solemne
y la primera manda (') es dexarme libre si se
niuripro; y mandóme venir delante del con mis
guardianes y diomo vna sotana de muy buen
paño, morada, y a ellos sendas otras de vn paño
razonable y cada quatro escudos; y dixoles: Yo
os agradezco mucho la buena guarda que deste
cln'istiano me habéis tenido fasta agora; pues
Dios le ha hecho libre, de aqui adelante dexadle
andar, y vosotros idos a mi torre a guardar los
otros christianos, que éste guardado esta; y
desde aquel dia adelante comente de gozar al-
guna livertad y serbir con tanta afiction y amor,
que no me hartaba de correr quando me man-
daban algo, y comediame tanto, que si veia que
el Baxá mandaba alguna cosa a vno de sus
criados, yo procuraba ganar por la mano y ha-
zerla. Vino la priuanca a suliir tanto de grado
y estar todos en casa tan bien conmigo, como
ya sabia la lengua, que vn dia, estando purga-
do el Baxá algo fatigado, levantóse al serbidor,
y cierto en aquella tierra ni saben servir ni ser
servidos; y como yo vi que ningún regalo ha
zian a la cama siquiera ygualarla, dexo caer
mi capa en tierra, y abrazo toda la ropa y
quitóla de la cama y hago en el aire la cama
bien hecha, de lo que quedó el Vaxá tan espan-
tado y contento, que mandó que sirltiese yo en
la cámara, y dendc a pocos dias proveyó al ca-
marero vn cargo y mandóme que yo fuese ca-
marero suyo, lo qual acepté con grande aplauso
de toda la casa; y de tal manera, que no se le-
vantara por ninguna via ni se rebolviera si yo
no lo liazia. Cada mañana habia yo de ir a la
C09Ína y ordenarle la comida; y quando qneria
comer hera menester que yo sirbiese de mastre-
sala, y en ninguna manera se le llebara la co-
mida si yo no iba con vna caña de Indias en la
mano a dezir que la traxesen; y venia delante
della y yo por mi mano se lo cortaba y daba de
comer, y me comia delante del los rcliebes.
Mata. — ¿Desa manera l)ien liberal fuerais en
mandar lo que habia de comer?
Pedro. — Más al menos que los jndios.
Juan. — ¿Pues no son liverales en el ordenar
la comida?
Pedro. — Yo os diré ('*): vn dia que el Ba-
xá se purgaba fueron a la cocina y dixeron al
cozinero que coziese media abe y diese del cal-
do sin sal media escudilla, y después la sazo-
nase porque habia de comerla el Vaxá. Yo,
como los vi Jiiandar aquello, atéstelos de hides-
putas, vellacos, y mandé poner quatro ollas de-
lante de mí y en cada vna heehasen dos aves.
En la vna se cociesen sin sal, con garbanros;
en la otra, con raizes de perejil y apio; en la
(') que en él haze.
(') que.
otra, con cebollas y lentejas; la vltima, con mu-
chas yerbas adobadas, y asasen otras dos tam-
bién por si quisiese asado. Ellos luego dixeron:
(Vt quid jK'rd/t/o liec? Digo: porque sepáis que
nunca cnrastes hombre de bien; ¿cómo? ¿á vn
tan gran señor tratáis como se habia de tratar
vno de vosotros?; cómanse estas gallinas des-
pués los mo90s de copina. No dexé de ganar
honrra con mi amo quando lo supo.
Juan. — Con los cocineros creo que no se
perdió.
Mata. — ¿Pensáis que es mala amistad en
casa del señor? No menos la querría yo que la
del más prinzipal de casa.
Juan. — Y de alli adelante, ¿mejoraba o peo-
raba?
Pedro.' — ^ Oras mejoraba, oras se sentía
peor, como la hydropesia estaba ya confirmada.
Juan. — ¿Hera subjeto a medicina? ¿Tomaba
bien lo que le dabais?
Pedro. — Por lo que pasó con el caldo sin
sal de la primera purga que le di lo podréis juz-
gar; porque le dexé vn dia ordenado, habiendo
tomado las pildoras, que media hora antes de
comer tomase vna escudilla de caldo sin sal;
pensando que para cada dia se lo mandaba, le
duró 40 dias, que lo tomaba cada dia, fasta que,
como le sabia tan mal, vn dia me rogo que si
podía darle otra cosa en trueco de aquello lo
hiziese, porque estaba ya fastidiado. Venido a
saber cpié era, contome cómo cada dia tomaba
aquel vebrajo. Yo le desengañé con de^ir que
hera muy bien que le ubiese tomado, mas que
yo no lo habia ordenado más de para el dia de
las pildoras.
Juan. — En proposito he estado mili vezcs
de preguntar esto del caldo sin sal a que pro-
posito es, o si se puede excusar, porque a raí y
avn a muchos es peor de tomar que la misma
purga. Pares9cnie a mí que (juatro granos de
sal poco hazen ni deshazen.
Pedro. — Es como la necedad connin del re-
frán de la pobreza que no es vileza; que se van
los médicos al hilo de la jente sin más escudri-
ñar las cosas a qué fin se hazen. No se me da
más que sea con sal que sin sal, ni que sea cal-
do que agua cozida. El fin para que los que es-
crivieron lo dan es para lavar la garganta y .tri-
pas y estomago, y en fin todas las partes por
donde ha pasado, porque no quede algún po-
quillo por alli pegado que después haga alguna
mordicación y alltorote los humores. Esto tam-
bién lo haze con sal como sin ella.
Mata. — A mí me cuadra eso; y vn medico
nuiy grande, francés, que pasó por aqui vna
vez, curando aciertos señores les daba el cf.ldo
con sal, y agua con azúcar otras vezes.
Pedro. — Eso mesmo se vsa en todo el mun-
do, sino que muchas cosas se dexan de saver
CRISTÓBAL DE VILLALON
49
por no les saber buscar el origen; sino porque
mi padre lo hizo, yo lo quiero hazer.
]\Iata. — ¿Qué se Jiizo do los judins? (Nunca
más pares^ieron?
Pedro. — Yo hize que los despidiesen a to-
dos, sino a dos los principales que estubiesen
alli.
Mata. — ¿Para qué?
Peduo, — Eso mesmo me preguntó mi amo
vn dia; que pues no se hazia más de lo que yo
mandaba, ¿para qué tenia alli aquellos médicos
a gastar con ellos? Dixele: Señor, esos yo no
los tengo para Vuestra Excelencia, sino para
mi satisfaoion; si Dios quisiere llcbar de este
mundo á Vuestra Ex^elen^ia, no digan que yo
le maté, y también para que vn pi-in^ipe tan
grande se cure con aquella avtoridad que con-
viene, pues tiene, gracias a Dios, bien con qué
lo pagar.
Juan. — ¿Contrade(;ian[v]os en algo?
Pedro. — Antes estábamos en grande her-
mandad, y de9Ían mili bienes de mí en avsen-
cia al Baxá; y quando le venían a ver primero
hablaban conmigo, preguntándome cómo ha-
bia estado, y lo que yo les respondía aquejlo
mesmo decian dentro.
Juan. — 'No entiendo eso.
Pedro, — Si yo decía que tenia calentura,
ellos también; si que no la tenia, ni más ni me-
nos; ya no me osaban desabrir ellos.
Mata. — ¿Y otros?
Pedro. —Cada dia teniamos médicos nuebos
en casa, a la fama que tenia de ser liveral.
Mata. —Sé que ya no los creía.
Pedro. — Como si no vbiera pasado nada
por él; pero heran médicos de las cosas de su
leí, con palabras y sacrificios, a lo qual ni los
judíos ni yo no osábamos ir a la mano, y nin-
guno venia que no prometiese dentro de tres
días darle sano, y a todos creía. Díxeronle los
letrados do la leí de Mahoma que los médicos
no entendían aquella enfermedad ni la sabrían
curar; que hera la causa della que algunos que
le querían mal hal)ían leído sobre él, que es vna
Ruperstícion que ellos tienen, que sí quieren ha-
zer a vno mal loen cierto libro sobre él, y luego
le hazen o que no hable y que no ando, o le cie-
gan, o semejante cosa; y el remedio para este
hera que buscase grandes lectores y que leyesen
contra aquellos, y deste modo sanaría. Costóle
la l)urla más do siete mili ducados.
Mata. — ¿De sólo leer? ¿Marabedis diréis?
Pedro. — No, sino ducados, y avn de peso,
porque hizo poner vn pabellón muy galán en-
niodio el jardín , que podían caber debaxo del
C-inquonta hombros, y de día y noche por mu-
chos días venían allí nnirhos letrados a leer su
Alcorán y otros libros, y velaban toda la noclie,
y a la mañana se iban con cada quatro piezas
de oro, y venían otros tantos, de manera que
nunca se dexase de leer; tras ésto mil hechize-
ros, vnos hincando clabos, otros fixando car-
tas, otros dándole en la taza qne bebía vna car-
ta para que se deshiziese alli.
Juan. — ¿Y todos esos prometían a tres dias
la salud?
Pedro. — Todos, y nadie salía con ella; vino
vna muger que a mí gusto lo hizo mejor que
nadie, y tenía grande fama entrellos, que cada
día la primera cosa que veía por la mañana ha-
zia que fuese vna cabra negra, y tras esto pa-
saba tres vezes por debaxo de la tripa de vna
borrica, con ciertas palabras y c^rinionias, y
hera la cosa que más contra su voluntad hazia,
porque hera vn hombrazo y con vna tripa ma-
yor que vn atanilior, ya podéis ver la fatiga que
rescibiria. Entre estas y estas le daba vn le-
tuario lleno d'escamonea, que le hazia echar
las tripas, Díxo que hera menester hazer vn
pan en vn horno edificado con sus cei'íiiionias,
y probeyose que en vn punto fuesen los maes-
tros con ella y la obrerica necesaria, y que jun-
tamente le llebasen cpiatro carneros. Yo fui a
ver lo que pasaba, por el deseo c¿ue de la salud
de mí amo tenía, y en vna parte de la casa,
donde hera l)uen lugar para el horno, tomó vna
espada, y con ciertas palabras, mirando al cíelo,
la dosembainó y comenzó d'esgrímir a todas las
partes, y puso en quadro los carneros maniata-
dos donde el horno había d'estar y dio al cor-
tador el espada para que los degollase con ella,
y después de degollados mandólos dar a vnas
hijas suyas arriba, y sobre la sangre comenca-
ron a edificar su horno con toda la prisa posi-
ble, de suerte que en vn día y vna noche esta-
ba el mejor horno que podía en Constantinopla
haber, y alli echo un bollo con sus ceremonias y
llebosele al Baxá, diciendo que comiese aquél,
con el qual había de ser luego sano, y no de-
xase ¡jara que se cumpliesen los nuebe dias ha-
zer lo do la cabra y la asna, Ella se fue a su
casa, y dexose a mi amo peor que nunca,
Juan. — Ella lo hizo muy avisadamente, por-
que no quería mas de tener orno y carnero para
cecina, y merescia muy bien ese Baxá todas
esas burlctas pues lo creía todo,
Pedro. — Vino tras esta otro que díxo que
veinte y quatro horas podía tener el mal, y no
veinte y cinco, sí luego le daban recado; y pi-
dió vna mesa ahí delante y tras esto cinco du-
cados soldaninos cine llaman, que tienen letras
arábigas, y que fuesen nuebos. No fue menes-
ter, por la gracia de Dios, irlos á buscar fuera
de casa. Quando los tubo sobre la mesa dize:
Traiganmcí a(|UÍ vn clabo de vn ataut de judio,
y vna mancana do palo que tienen los atantes
de los turcos, en que Ileban el tocado del
muerto, y la tabla de otro ataut de chrístíanos.
50
autobiografías y memorias
Todo fue con breuedad traído, y puso la tabla
sobro la mesa y los ducados sobre la tabla, y
tomó la mancanilla con vna mano y el clabo en
la otra; y alzados los ojos arriba, no sé que se
murmuraba y daba vn golpe en el ducado y
agujerábale, y tornaba a de9¡r más palabras y
daba otro golpe; en fin, los agujeró todos, y di-
xo que aparejasen el almuerzo porque a la ma-
ñana no habria más mal en la tripa que si nunca
fuera, con lo que liabia aquella noche de hazer
en las letras de los ducados, y tomó sus duca-
dos en la mano y fuese hasta o¡, avnque l'es-
peraban bien.
Mata. — ¡Dios, que meres^ia ese yna corona,
porqiie hizo la cosa mejor hecha que imaginarse
puede, porque sepan los bellacos a quién tienen
de creer y a quien no!
Jdan. —De allí adelante, al menos, bien es-
caiiiientado quedara,
Pedro. — Maldito; lo más que si ninguna
cosa ubiera pasado por él destas; porque otro
dia siguiente A^no otro que le liazia beber cada
dia media copa de agua de vn P090, y cada dia
leia sobre el P090 vna hora; y mandó al cabo
de ocho dias que fuesen a buscar si por ventura
aliasen algo dentro; y entró vn turco y sacó vn
esportillo, dentro del cual estaba vna calabera
de cabrón con sus cuernos, y otra de hombi-e y
muchos cabellos, y valióle vn vestido al bellaco
del hechizero, no considerando que él lo podia
aver echado.
Juan.— ¿Pues qué dicia que significaba?
Pedro. — Que el que lo hecho causó el mal,
y habia de durar hasta que lo sacase; mas no
curó de esperar mas fiestas. Dieronle dos du-
cados, con los quales se fue y sin pelo malo.
Tras todo esto vino vn medico judio de quien
no rebaba la Iglesia, que se llamaba él licencia-
do, y prometió sy se le dexaban ver que le sa-
narla. El Baxá, por ser cosa de medÍ9Ína,
quando vino remitiomelo a mí rogándome que
si yo viese que hera cosa que le podria hazer
probecho por embidia no lo dexase. Yo se lo
prometí, y quando vino el señor lÍ9en9¡ado co-
men9Ó de hal)lar de tal manera que ponía asco
a los qiie lo entendían. Yo le dixe: Señor, ¿en
quántos dias le pensáis dar sano? Dixo que
con la ayuda del Dio en tres. Repliqué si por
vía de medÍ9¡na o por otra ('). El dize que no,
sino de medÍ9Ína; porque aquello hera trópico y
le habían de sacar, que hera como vn gato, y
otros dos mili disparates; a lo qual yo le dixe:
Señor, el grado de lÍ9enciado que tenéis ¿ubis-
tesle por letras o por herencia? Dixo tan sim-
plemente: No, señor, sino mi agüelo estudió en
Salamanca y hizose lÍ9en9Íado, y como nos he-
cbaron d'España, vinose acá, y mi padre fue
(•) Via.
medico que estudió en sus libros y llamóse
ansí lÍ9en9Íado, y también me lo llamo yo. Di-
go: ¿Pues a esa quenta también vuestros hijos
después de vos muerto se lo llamarán? Dize:
Ya, señor, los llaman lícen9Íaditos. No pude
estar sin reírme, y el Baxá preguntó que qué
cosa hera, si cumplía o no. Respondíle que no
sabía; reprehendióme dÍ9Íendo que ¿cómo hera
posible que no lo supiese? Digo: Señor, si
digo a Vuestra Ex9elen9Ía que no sabe nada,
luego me dirán que le destierro quantos médi-
cos hai que le han de sanar; si le digo quesa! e
algo, sera la mayor mentira del mundo, y anme
mandado que no mienta; por eso es mejor ca-
llar. A^yudaronme de mala los protomedicos
que allí estaban, y tubímos qve reír vnos días
del señor licen9Íado con sus lÍ9en9Íaditos.
Juan. — De rebentar de risa hera razón,
quanto más de reír. ¿Y en estos medios haziais-
le algunas medifínas o dexabais hazer a los
uegromanticos?
Pedro. — Siempre en el dar de comer asado
y vizcochos y tomar muchos xarabes y letuarios
apropiados a la enfermedad continuábamos
nuestra cura, hasta que quiso Dios que se le
hincho la bolsa en tanto grado, que estaba ma-
yor que su cabeza, y comen9e de ponerle mili
emplastos y ungüentos, que adelga9aron el cue-
ro y comen9Ó de sudar agua clara como del río,
en qué manera, si pensáis que le agujeré la cama
para que cayese en vna bazia lo que destilaba,
y hallé pesándolo que cada hora caían tres on-
9as y media de agua, por manera que si no me
fueseis a la mano os diría el agua toda que sa-
lió quánto pesó.
Mata. — Como sea cosa de creer, ¿quién os
tiene de contradezir?
Pedro. — Pues no lo creáis sí no quisieredes,
mas yo os juro por Dios verdadero que pesó
on9e ocas.
Juan. — ¿Quánto es cada oca?
Pedro. — Quarenta on9as; en fin quatro li-
bras medicinales.
Mata. — ¿Qué es libra medÍ9¡nal?
Pedro. — De do9e on9as.
Mata. — ¿De manera que son cuarenta y qiia-
tro libras desas?
Pedro. — Tantas.
Mata. — Porque vos lo dezis yo lo creo, pero
otro me queda dentro.
Juan. — Yo lo recreo, por el juramento que
ha hecho, y sé que no está agora en tiempo de
mentir, quanto más que qué le va a él en que
sean diez ni ciento.
Mata. — Ello por vía natural, como dÍ9en,
¿podíase convertir el viento en agua?
Pedro. — Muy bien.
Mata. — Desa manera yo digo que lo creo,
que se engendraba cada día más y más.
CRISTÓBAL DE VILLALON
51
Pedro. — No menos indiada quedó siendo
salida tanta agua que si no saliera nada, porque
la parte sutil salió y quedóse la gruesa, por no
aver por donde saliese; lo qual fue causa de rom-
per toda nuestra amistad, porque viendo yo que
se tornaba de color de plomo y dolia terrible-
mente y se canceraba, fui de paresoer que luego
le abriesen, y losprotomedicos que no en ningu-
na manera; ¡tanto es el miedo que aquellos mal-
aventurados tienen de sangrar y abrir poste-
mas! Yo dixe, como hera verdad, que si espe-
raban a la mañana el fuego no se podria atajar;
por tanto, luego mandasen hazer junta de to-
dos los cirujanos y médicos que hallasen, los
quales vinieron luego, y propuesto y visto el
caso no habia hombre que se atrebiese sino solo
aquel mi compañero viejo de quien arriba he di-
cho, y llegúeme a la oreja a vn cirujano napo-
litano judio que habia estado en Italia y se lla-
maba Rabi Ochanan, y dixele: Si tú quieres ga-
nar honrra y probecho, ven conmigo en mi opi-
nión, que todos éstos son bestias, y yo haré que
quedes aqui en la cura. El fuese tras el inthe-
rese y dixo que estando e'l con el Marques del
Gasto habia curado dos casos ansinas y ningu-
no habia peligrado; no sabia por qué aquellos
señores contrade9Ían tanto. Yo hable el postre-
ro de abtoridad y digo: Contra los que dizen
que se abra no tengo que argüir, porque me pa-
res^e tienen gran razón ; pero los que dizen que
no, ¿como lo piensan curar? Dixo el Amon
Vgli: Con emplastos por de fuera y otros vn-
gueñtos secretos que yo me sé. Digo: Pues
¿por qué estos dias no los habéis aplicado? Res-
pondióme: Porque no han sido menester. Digo:
¿Pues no beis que mañana estará hecho can9er,
y lo que está dentro, que es materia gruesa, si
no le liazeis lugar, por donde ha de salir? El
Baxá, visto el dolor mortal, embió a dezir a su
hermano Rustan Baxá el consejo de los médicos,
y cómo la mayor parte de^ia de no y qué le pá-
resela que hiziese. La Soltaua le embió su eunu-
cho a mandar expresamente que ninguna otra
cosa hiziese sino lo que el christiano español
mandase, y lo mesmo el hermano, y a mí que
me rogaba que mirase por la salud de mi amo
y no consintiese hazerle cosa que a mí no me
pares9¡ese ser buena y probada. Despidieron y
pagai'on los médicos todos, que no quedó sino
vno, yerno del Amon, que se llamaba Jozef, y
el 9Írujano Rabi Ocanan ; y otro dia por la ma-
ñana mándeles a los 9Írujanos se pusiesen en
orden y le abriesen, lo que pusieron por obra, y
salió infinita materia; pero porque no se desma-
yase yo lo hize zerrar y que no saliese más, por
sacarlo en otras tres vfzes.
JcAN.— ¿No hera mejor de vna, pues era cosa
corrompida? ¿Qué mal le tenia de hazer sacarle
la materia toda?
Pedro. — Podiase quedar muerto, porque no
menos debilita sacar lo malo que lo bueno.
Juan. — El por qué.
Pedro. — No es posible que a bueltas de lo
malo no salga grande quantidad de bueno; y
como iba saliendo, él sentia grandissima mejo-
ría, y cuanto más iba más; y de aquella vez
quedó muy enemigo con todos los médicos que
no le querian abrir, diciendo que claramente le
querían matar.
Mata. — ¿Y vos entendíais algo después de
abierto de su mal?
Pedro. — ¿Como si entendía?
Mata. — Digolo porque ya hera caso de 9Íru-
xia y los médicos no la vsan.
Pedro. — No la dexan por eso de saber, an-
tes ellos son los verdaderos 9Írujanos.
Mata. — Pues acá, en viendo una herida, o
llaga, o ínchazon, luego lo remiten al 9Írujano
y él comienza a recetar muy de gravedad.
Pedro. — Esa es una gran maldad, y mayor
de los que lo consienten; porque ni puede pur-
gar ni sangrar más que vn barbero sin lÍ9en-
9Ía del medico, sino que los malos phisícos han
íntrodu9Ído esa costumbre, como ellos no sa-
bían medifiua, de descartarse; y los confesores
no los habían de absolver, porque son omicidas
mili vezes, y pues no escarmientan por el mie-
do de ofender a Dios, que la justÍ9Ía los castí-
gase.
Mata. — Pues ¿qué es el oficio del 9Írujano,
limpia y christianamente vsado?
Pedro.— El mesmo del verdugo.
Mata. — No soi yo 9Írujano desa manera.
Pedro. — Anse el medico y el 9Írujano como
el corregidor y el verdugo, que sentencia: a éste
den 9Íent a90tes, a éste traigan a la Avergüenza,
al otro corten las orejas; no lo quiere por sus
manos él hazer, mándalo al verdugo, que lo
exer9Íta y lo hará mejor que el por nunca lo aver
probado, pero ¿claro no está que el verdugo pues
no ha estudiado, no sabrá qué sentencia se ha de
dar a cada vno?
Mata. - Como el christal.
Pedro. — Pues ansí el medico ha de guiar al
9Írujano: corta este bra90, saxa este otro, mu-
da esta vizma, limpia esta llaga, sangralde
porque no corra allí la materia, poned este vn-
guento, engrosa esa mecha, dalde de comer esto
y esto, en lo que mucho consiste la cura.
Mata. — Y sí ese tal ha estudiado, ¿no lo
puede hazer? \
Pedro. — Ese (') ya sera medico y no querrá
ser inferior vn grado.
Mata. — Pues muchos conozco yo y quasi to-
dos que se llaman bachilleres y avn lÍ9en9Íados
en 9Írujia.
(«) tal.
52
autobiografías y memorias
Pedro. — ¿Habéis visto nunca graduados en
ahorcar y descuartizar?
Mata. Yo no.
Pedro. — Pues tampoco en cirugia liai gra-
dos.
Mata. — -¿Pues en qué Facultad son estos
que se lo llaman?
Pedro. — Yo os diré también eso: ¿nunca
habéis visto los que tienen bacadas guardar al-
gunos nobillos sin capar, para toros, y después
que son de tres años, visto que no valen nada,
los capan y los doman para liarar, y siempre
tienen vn resabio de más brabos que los otros
bueyes, y tienen algunas puntas de toros que
ponen miedo al que los junce?
Mata. — Cada dia, y avn capones que les
quedan algunas i'aizes con que cantan como
gallos.
Pedro. — Pues ansi son éstos, que estudia-
ban Súmulas y Lógica para médicos, y como
no vallan nada quedáronse bachilleres en artos
de tibi quoque; sus padres no los quieren más
probeer, porque ven que es cojer agua en 9esto,
y otros avnque los probean, de puros olga9ancs
se quedan cu medio del camino, y luego compran
vn estuche, y alto, a emplastar incordios, que-
dándose con aquel encarar a ser médicos,
Juan. — Está tan bien dicho, que si me ha-
llase con el Rei le pediría de mer9ed que man-
dase poner en esto remedio, como en los sal-
teadores, porque deben de matar mucha más
gente.
Mata. — Y avn robar más volsas.
Pedro. — Pues los barberos también tienen
sus puntas y collares de cirujanos, pares9Íen-
doles que en hallándose con vna lanceta y vna
navaja, en aquello solo consiste el ser cirujano.
Vna cosa os sé dezir, que donde yo estol no
consiento nada desto, si lo puedo estorbar.
Juan. — Sois obligado, sopeña de tan mal
christiano como ellos.
Pedro. — Ansi tenia aquellos 9Írujanos del
Baxá, que ninguna cosa hazian si no la man-
daba yo primero. El judio hera algo fantástico
y quisosome al9ar a mayores porque se vio fa-
bores9Ído; mas yo luego lo derribé tan baxo
quan alto queria subir; en fin, determinó nm-
dar costumbre y liizoso medio truhán, qu(! de9Ía
algunas gracias.
Juan. —¿Y era buen oficial?
Pedro.— Todo hera palabras, que yo á falta
de hombres buenos le tomé. Siempre el otro lo
haziatodo, y éste, por pares9er que hazia algo,
tenia la candóla al curar y estaba tentando y
jeometreando porque pensasen que enseñaba al
otro viejo; los sábados, comenzando del viernes
a la noche, no alumbraiía, por([ue conforme a su
leí no podia tíiuer candela en la mano, pero to-
davía parlaba. Tenia 30 vn dia la candela, y son
tan ipocritas, que por ninguna cosa quebranta-
ran aquello, y hazen otros pecadazos gordos ; y
fue no9esidad que yo fuese a no sé qué y dábale
la. candela que tubiese entre tanto, y él huia
las manos, y yo ibame tras ellas con la llama y
quemábale, lo cual movió al Baxá a grandissi-
uui risa, y más qnando supo la 9erimonia y la
hipocresía de guardarla delante del. Aquel dia
habían traído vn cesto de moscateles enpresen-
tado de Candía, porque en Constantinopla,
avnque hay grande abundan9Ía de ubas, no hai
moscateles, y pidió el Baxá que se los mostra-
sen, y traxeron vn plato grande dellos, y tomó
vnos granos, pidiéndome lÍ9en9Ía para ello, y
después tomó el plato y hizo merced dellos al
judio, que no era poco fabor, y diomele a mí
que se le diese; quando se le daba estendio la
mano y asió el plato; yo tiré con furia, eston-
ces, y no se le di y dixe: Binwiin tut maz em-
tepzi tutar: ¡hi ele jyuta! ¿no jjodeis tomar la
candela y tomáis el plato, que pesa como el dia-
blo? a Je qne no los comáis. El Baxá, harto de
rreír, mandóme, movido a compasión de cómo
había quedado corrido, que se los diese y muy
de veras; al qual respondí que no me lo man-
dase, que por la cabeza del Gran Turco y por
la suya grano no comiese, y senteme allí de-
lante y comime todas mis ubas, con gran con-
fusión del judio, que siempre me estaba pidiendo
dellas quando las comía, y de allí adelante vio
que no se habían de guardar todas las cerímo-
nias en todo lugar, y tomaba ya los sábados
candela, con proposito de hazer poníten9Ía dello.
Juan. — ¿Y vos, guardabais allí zerimonías?
Pedro. — Quanto a los diez mandamientos,
lo mejor que podia, porque nadie me lo podía
impedir; mas las cosas de jure postti?'o ni las
guardaba ni podia; porque si el bicrnes y qua-
resma no comía carne sentándome a la mesa do
los turcos, que siempre la comen, yo no tenía
otra cosa que comer, y fuera peor, según el
grande trabajo que tenia de dormir en suelo,
junto a la cama de mi amo, y avn ojala dor-
mir, que noventa días se me pasaron sin sueño,
dexarmc morir, quanto más que se me acor-
daba de Sant Pablo, que dize que si quis infi-
delis ros vocauerit et imltis iré, quidquid appo-
net edite, nihil interrogantes propter conscien-
tiam; Domini si quidem est térra et plenitudo
ei'us. No os lo quiei-o declarar, pues lo enten-
déis.
Mata. — Yo no.
.ÍUAN. — Dice Sant Pablo que si algún infiel
os combidare y queréis ir, comed do quanto de-
lante se os pusiere sin preguntar nada por la
conciencia, que, como dize David, del Señor es
la tierra, y quanto en ella hai. Poro mirad, se-
ñor, que se entiende quaudo Sant Pablo predi-
caba a los judíos para convertirlos, y después
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
acá hai muchos Concilios y Estatutos con quien
hemos de tener cuenta, que la Iglesia ha hecho.
Pedro. — Ya lo sé; pero estando yo como
estaba y en donde estaba, me pares^cí estar en
aquel tiempo de Sant Pablo quando esto dezia,
no teniendo que comer sino lo que el judio o el
turco me daban, y mayor pecado fuera dexarme
morir. El oir de la missa no lo pedia executar,
porque con el oficio que tenia de camarero no
hera posible salir un punto de la cámara, y
otras obras ansi de misericordia, avnque la de
enterrar los muertos bien me la habiau hecho
executar, haziendome Uebar el muerto acuestas
a echar en la caba.
Mata. — ¿Pues hai quien diga misas alia?
Juan. — Eso sera para quando hablemos de
Constantínopla; agora sepamos en que paró la
cura del Baxá.
Pedro. — A lo primero respondo, porque
Mátalas Callando no quede preñado, que quien
tiene livertad oirá misas todas las que quisiere
cada dia, y todos los oficios, como en Roma, y
desto no más, hasta su tiempo y sazón. Quiso
Dios que el Baxá sanó de su enfermedad de
hydropesia, y de la abertura de la bolsa, y la
pascua suya tienen por costumbre dar de bestir
a toda su casa y hazer aquel dia reseña de to-
dos, que le vienen vno a vno a vesar la mano; y
como avnque sanó estaba flaco en conualecen-
9.ia, mandóme que le vistiese como yo quisiese,
y pusele todo de tela de plata y brocado blanco
y saquele a vna fuente muy rica que tenia en
vna sala, en donde tardó con grandissima mu-
sica gran pieza el besar de la mano; y quando
todos [se] vbieron ya con sus ropas nuebas
hecho, vino el mayordomo mayor y hechonie
vna ropa de brocado acuestas porque veáis la
magnifi9en9Ía de los turcos en el dar, y el tlic-
sorero me dio vn pañizuclo con 9Ínquenta du-
cados en oro, y quando me hinqué de rodillas
para vesar la mano a mi amo, tenia la carta de
livertad hecha y sellada, rebultada como vna
suplicación, y pusomela en la mano y comen-
carón de disparar mucha artillería y tocar mu-
sicas, y tornando a porfiar para vesarle el pie,
asióme por el brazo y abrazóme, y diome yn
beso en la frente, diciendo: Ningunas gracias
tienes que me dar desto, si no á Dios que lo ha
hecho, que yo no soi parte pxra nada. Avnque
agora te doi la carta, no te doi lií^enricc para
que te riayas á tu tierra fasta que yo esté en más
Juen-as; ten parienria hasta aquel tiempo, que
yo te prometo por la cabeza del Oran Turco de
te emhiar de manera que no digas alia en cris-
tianidad que has sido esc I abo de Zinan Ikixá,
sino su medico. Yo le respondi, inclinándome a
besarlo otra vez el pie y la ropa, que vesnba las
manos de su ex9elen9Ía y no ukí tubiesc ])or
tan cruel que le habia de dexar en semejante
tiempo hasta que del todo estuhiese sano, an-
tes de en cabo del mundo que me hallara tenia
do venir para servirle en la convales9en9Ía, don-
de más nepesidad hai del medico.
Juan. — Estoi tan afi9Íouado a tan humano
prin9Ípe, que os tengo enibidia el haber sido su
esclabo, y no dexaria de consultar letrados para
ver si es lÍ9Íto rogar a Dios por él.
Pedro.— Después de muerto {}) tengo yo el
escrúpulo, que en vida ya yo rogaba mili ve-
zes al dia que le alumbrase para salir de su
herror.
Mata. — Y la carta ¿qué la hizistes? ¿traíais-
la con vos o confiabaisla de otro?
Pedro. — El mayordomo mayor, acpiel que
me dio la ropa de brocado, con temor de que
estaba en mi mano y me podria venir quando
cpiisiese, sin que nadie me lo pudiese estorltar,
me la pidió para guardármela fasta cpie me qui-
siese venir, y entre tanto, para entretenimiento,
me dio vna polica por la qual me hazian medi-
co del Gran Turco con va ducado veneciano de
paga cada dia, de ayuda de costa.
Joan. — ¿Quánto es el ducado vene9Íano.
Pedro.— Tre9e reales.
Mata. — No dexara yo mi carta por cient
mili ducados vene9Íanos del seno.
Pedro. — -Hartos ne9Íos me han dicho esa
mesnia ne9edad. ¿Luego pensáis que si yo no
viera que el Vaxá lo mandaba ansi que no la
supiera guardar? No pude hazcr menos ; que si
por malos de mis pecados dixera de no o refun-
fuñeara, luego me levantaran que rabiaba, y me
quería ir, y fuera todo con el diablo, rocin y
man9anas.
Juan. — A vsuadas, mejor consejo tomastes
vos, quanto más que la honrra y probecho de
medico del Gran Turco valian poco menos que
la livertad. ¿Y que dio a los judios?
Pedro.- — Cada 9Íent ducados y sendas ropas
de brocado. ¿Mas los triunqihos que cada dia
haziamos por Constantinopla me decid? El pri-
mer dia que fue a Duan, que es a sentarse en
el Consejo Real en lugar del Gran Señor, iba
en vn bergantín dorado por la mar, todo cu-
bierto de ter9Íopelo carmesí, y ninguna perso-
na iba dentro con él sino yo, con mi ropa de
brocado; y en otro vergantin iban los gentiles
hombres, y los médicos judios, y no habia dia
que no repartiesen dineros para vino a todos,
cada tres o quatro escudos. Fue grandissima
confusión para los médicos mis contrarios que
al cabo de quatro meses vbiese salido con la hi-
dropesía curada, y de tal manera pesó al Amen
Vgli, que cayó malo y dentro d(^ ocho dias fue
a ser medico de Belzebut, y los que ((uedaron
grandissima envidia de verme medico del Rei, y
(') que en vida.
54
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
con más salario del primer salto que ellos o los
más en toda su vida.
Mata. — ¿Y sabiaislo representar?
Pedro.-— Hera como águila entre pájaros yo
entre aquellos médicos; todos me temblaban.
Mata. — ¿Pues tan para poco heran que no
podian vn dia mataros o hazerlo hazer?
Pedro. — No podían lo vno ni lo otí'o, por-
que mi cabeza hera guardada con las suyas;
más subjeta jente es que tanto ni avn al9ar los
ojos a mirarme no osaran, porque no tenian
mayor enemigo en el mundo que a mi amo; a
ellos y a sus casas y linajes pusiera fuego.
Mata. — Que, ¿no faltara vn bocadillo para
que nadie lo supiera?
Pedro. — Bobo es el mo90 que tomara cola-
9Íon ni cosa de comer en sus casas. Convidá-
banme hartas vezes, pero yo siempre les de9Ía
que ya sabían que mi fe lo tenia vedado, por
tanto no me lo mandasen.
Mata. — Y al cirujano viejo aquel christiano,
¿no le dieron nada o no sirvió?
Pedro. — También, que todo lo que de ciru-
gía se hizo se habia de agrades^er a él, que el ju-
dio no estaba más de para lo que os dixe (•). Le
dieron su carta de livertad, y la depositó en la
mesma parte dÍ9Íendo que nos habíamos de ve-
nir juntos. No penséis que no se torno otra vez
de nuebo a perder la amistad de los judíos, que
le vino vna herisipela que se paro como fuego,
y yo, avnque estaba flaco, fui de pares9er de
sangrarle, en lo qual fui contradicho de todos
los médicos, que no menor copia había mandado
venir que al tiempo del abrir, los quales de9Ían
que vn hombre que habia pasado lo que él, y
estaba tan flaco, juntamente con la sangre
hecharía el anima. No me aprobechando dar
bozes dÍ9Íendo que se en9endia en fuego de la
gran calentura y mirasen tenia tanta sangre
que le venia al cuero, y que por estar flaco no
lo dexasen, que quanto más gordo es el animal
tiene menos sangre, como claramente vemos en
el puerco, que tiene menos que vn carnero,
éntreme dentro en la recamara y dixele el con-
sejo de todos los médicos, y como ni por pen-
samiento le consentían sangrar; que [sí] de la
sangre ajena heran tan avarientos ¿qué hizieran
de la suya propia? Üixome: ¿pues qué te pares-
9e a tí? Entonces tómele a solas por la mano
y apretándosela como de amistad digo: Señor,
por Christo, en quien creo y adoro, que lo que
alcan90 es que sí no te sangras te mueres sin
aprobecharte nada tan gran peligro como has
huido de la hydropesia, y soi de paresfer que
entre tanto que ellos acaban de consultar el
cómo te an de matar, entre el 9Írujano chris-
tiano y 9erremos la puerta y saquemos vna es-
(>) También.
cudilla de sangre. El lo aceptó, estendiendo el
bra90 y dÍ9Íendo: Más quiero que tú me mates
que no ser sano por sus manos; pero ¿qué dire-
mos, que querrán entrar al mejor tiempo? IXigo:
Señor, para eso buen remedio; de9Ír que estás
en el seruidor. Y quedamos a puerta zerrada vn
gentil hombre que se llamaba Pcrbis Aga, the-
sorero suyo y el más privado de toda la casa,
que me tenia tanta y tan estrecha amistad como
sí fuéramos hermanos y el que jamas se aparto
de la cama del Baxá en toda su enfermedad, y
el barbero y yo y vn paje. A puerta 9errada le
saque zerca de vna libra de sangre, la más pes-
tilen9Íal que mis ojos vieron, verde y 9enicienta,
y habrímos la puerta que entrasen los que qui-
siesen, escondida la sangre, y allí estubieron en
conversa9Íon vna hora, en la qual el Baxá sin-
tió notable mejoría, y muy contento les pre-
guntó el ínconvíniente de la sangría, 9ertifican-
doles estar quasi bueno con haber hecho dos
cámaras. Ellos respondieron que no habia otro
sino que no podía escapar sí lo hiziera. No pudo
sufrirlo en pa9Íen9Ía, y airadamente, mostrán-
doles la sangre, les mandó que se le quitasen
delante, llamándolos de omicídas, y que sí mas
le iban a ver, avnque los llamase, a todos los
mandaría ahorcar. Fueronse, baxas sus cabezas,
a quejar al hermano y a la Soltana, y descul-
parse que si so muriese no les hechasen culpa
ninguna. El hermano le embió a visitar y re-
prehender porque vbiese ansí refutado su con-
sejo; y él le embió la sangre que la viese, la qual
vio también la Soltana, y andaba entre señores
mostrándose como cosa monstruosa; y ala tarde
yo le saqué otra tanta, con que quedó sano del
todo.
Mata. — ¿Qué os de9Ían después los judíos?
Pedro. — Que no se maravíllal)an de que
vbiese sanado, pero la temeridad mía los abo-
baba. Vn hombre que habia salido con tantas
cosas y con victoria y estaba ya libre, y si mo-
ría su amo con el pares9er de todos quedaba más
libre y con mucha honrra, atreberse a perder
todo lo ganado en vn punto, ya que si moría en
sus manos la mayor mer9ed que le hizieran
fuera atenazarle; lo mesmo me dixo vn dia el
Rustan Baxá, al qual respondí: Señor, quando
yo voí camino derecho, a sólo Dios temo, y a
otro no; mas quando voi tor9Íendo, vna gallina
pienso que me tiene de degollar, avnque esté
atada. Y a los judíos dixe también: Sabed que
la mejor cosa de la fortuna es siguir la victoria.
Mata. — Al menos hartas cosas había visto,
por donde, avnque le pesase, ese vuestro amo
os había de creer más que nadie.
Pedro. — Eso fuera si estubiera bien con
Dios; pero como le traía el diablo engañado, ha-
bíale de dexar hasta dar con él en el infierno;
dos meses más le dio de vida.
CRISTÓBAL DE VILLALÜN
55
Juan. — ¿Cóiuo?
Pedro. —Andaba en el mes ele diziembre, al
prin9Ípio, con vna caña en las manos, como
si no tnbiera ni vbicra tenido mal, y al cabo
que habia caminado vna legua se me quexaba
que le dolían vn poco las piernas y que le cu-
rase. Yo lo echaba por alto di^iendole: ¡Se-
ñor, vn hombre que seis meses ha pasado lo
que Vuestra Ex9elen9¡a se espanta deso! Las
piernas avn están algo débiles y no pueden sus-
tentar como de primero tan grande carga como
el cuerpo, sin hazer sentimiento, fasta que tor-
nen del todo en su ser. Guárdese Vuestra Ex-
»;elen9Ía del diablo y no haga medÍ9Ína nin-
guna, que le matará. Vino a él vn judio boti-
cario que se hazia medico y todo, el más mal-
aventurado que habia en Judea y más pobre,
que se llamaba Elias, y como sabia que pagaba
bien, dixole en secreto: Yo, señor, he sabido
que Vuestra Ex9elen9Ía ha estado mucho
tiempo ha malo, y mi ofi9Ío es solamente de vn
secreto de hazer a los flacos que por más que
anden no se cansen. Podrete servir en ello,
pero ha de ser con condÍ9Íon que este christiano
español no sepa nada, porque luego hará burla
y dirá que no sé nada y no quiero que deprenda
por mili ducados mi secreto. El Vaxá, que es-
tábamos de camino para Persia al campo del
Gran Turco, tubolo en mucho, y no solo le pro-
metió que yo no lo sabria, mas juróle todos los
juramentos que en la lei de Mahoma más estre-
chamente ligan, y luego comenyó de esconderse
de mí y tomar 9Íertos bocados que aquél le
daba, llenos de escamonea, que le hazia hechar
las tripas; purgóle on9e días mañana y noche,
que al menos le hizo hazer 9Íento y ochenta cá-
maras, y da con él en tierra.
Mata. — ¿Pues él no se sentía peor?
Pedro. — Sí; pero el otro le hayia creer que
aquello que salía hera de las piernas, y que no
debilitaba nada, y que él ponía su cabeza que
se la cortasen sí no saliese con la cura. Ya que
se vio muy decaído acordó de mandarme dar
parte de todo lo pasado, y quando lo supe, que
aquellos dias yo me andaba paseando por la
9Íbdad como no le ha9Ía ninguna u)edÍ9Ína, há-
llele quasi muerto, devilítado y con vna calen-
turilla, y reñile mucho el herror pasado. Y como
vino allí el judio, quisele matar, y los pribados
del Vaxá, entre los quales hera el mayordomo
mayor y el thesorero, que debían d'estar con-
certados con él que le despachase, no 7ne dexa-
ron que le hablase mal ni le reprehendiese cosa
de quantas hazia. Yo vime perdido, y estando
la sala llena de caballeros y dos ]íaxás amigos
suyos, que le habían venido a ver, como ({uien
toma por testimonio le protesté y requerí que
no hiziese más cosa que aquel le mandase, por-
que si lo hazia no llegaría a nuestra pascua.
que hera de allí a veinte dias, y me maravi-
llaba de vna cabeza como la suya, que gober-
naba el imperio todo por mar y por tierra,
ygualarla con la de vn judío el más infame de
su lei. Sí quería por via de medÍ9Ína judíos,
habia honrrados y buenos médicos; llámaselos
y enrásese con ellos, y no les diese aquella higa
a todos los médicos. Gran venganca, digo, sera,
que después de muerto corten la cabeza del ju-
dío. Pregunto: ¿Qué gana Vuestra Ex9elen9Ía
por eso? A todos les páreselo bien y de allí
adelante cada día a qiiantos me preguntaban
cómo estaba mi amo les respondía: Muerese. El
judio no dexó de perseverar su cura, con dezir
que ya él habia dicho que yo le había de con-
tradecir; mas por bozes que diese no depren-
dería el secreto y que tomase lo que le daba y
callase, lüo dexó de mejorar vnpoco, porque ce-
só de darle purgas, y reíase mucho de que yo le
dixese quando le tomaba el pulso que se moría.
Como no sanaba dentro del plazo constituido,
dixole: Señor, yo hallo por mis escrituras que
contra el mandado y voluntad de Dios no se
puede ir; hagote saber que sí no vendes (') vna
nabe que tienes, por la qual te a benido el mal,
que ningún rremedio ay. Manda luego sin nin-
guna dila9Íon se diese por qualquier pre9Ío,
porque él se acordaba que del día que aquella
nabe se cayo en la mar tenia todo su mal.
Juan. — ¿Qué nabe? ¿qué tenía que ayer el
mal con la nao?
Pedro. — Tenía vna muy hermosa nao, la
qual vn día dentro el puerto, dándole carena,
que es 9Íerto baño de pez que le dan por debaxo,
cargáronla sobre vnas pipas, y por no la saber
poner se vndio toda en la mar; a sacarla con-
currió infinita gente, que casi no quedó esclabo
en Constantinopla. Con muchos yngenios, en
ocho dias, a costa de los brayos de los christia-
nos, sin lesión ninguna la sacaron. J)e9Ía agora
aquel judio que la nabe causaba el mal. Hizo-
sela hender en 9Ínco mil ducados, balíendo ocho
mil, con el agonía de sanar.
Juan. — ¿Y no ahia otra causa más para he-
char la culpa a la nabe? ¿qué decíais vos a eso?
Pedro. — Quando yo lo vi, concedí con el
judío que desde entonces tenia el mal, y el ca-
(*) Falta una hoja en el manuscrito original; la-
puna que suplimos con la copia contenida en el ma-
nuscrito R. 37S. En el primero se intentó llenar el va-
cío añadiendo algunas lineas de letra diferente, la úl-
tima de las cuales está cortada; dicen así: «si no te
buelues cristiano y te encomiendas a Dios, yo no te
hallo cura, y de hazer esto se te seguirá provecho en
el cuerpo y en el alma.
Mata — ;I'ues tan indiscreto eras ([iie le de<;ias cosa
con que... aconsejas al pagano lo (\ue le conviene y si
no lo hiziere yrse Con sus pecados al infierno?
[l'EüUo.] - En fin, él murió y ubo tantasyiiimonias
y llantos quanto te podre encarecer, de manera que en
muriendo, yo estava temblando...
56
autobiografías y memorias
horse la uabe abia sido la causa de la enferme-
dad; mas que ni el judio ni él no sabian el poi-
qué como yo, y si me perdonaba yo lo diria.
i)iome luego lÍ9en9Ía y aseguróme; dixe:
¿Vuestra Ex^elen^ia tiene memoria que aquel
dia crucifico vn xpiano y le tuuo delante de los
otros más de quatro horas cruyificado? Pues
Dios está enojado deso.
JüAN. — ¿Cru9Ííicar xpiano?
Pedro. — Sí en verdad.
Juan. — ¿En criiz?
Pedro. — En cruz.
Juan'. — ¿Bibo?
Pedro. - Bibo.
Juan. — ¿Y ansi aspado?
Pedro. — Ni más ni menos que a Xpo.
Juan. — ¿Pues cómo o por qué? ¿bos bistes
tan gran crueldad?
Pedro.— Con estos ojos. Hay dos o tres
galeras en Constantinopla que llaman de la
piedra.
Mata. — ¿Son hechas de argamasa?
Pedro. — No, si no como las otras; mas por-
que sirben de traher de contino, ynbierno y be-
rano, piedra para las obras del Gran Turco las
llaman de la piedra. En rrespecto de la de éstas,
es parayso estar en las otras ; traen sin arboles
ni helas, saibó vna pequeñita que está en la
proa, que se dize trinquete, y los que an hecho
de los turcos tan granes delitos que merecen
mili muertes, por darles más pena los hechan
alli, donde cada dia an de cargar e antel y des-
cargar, como si tanbien quando faltan malhe-
chores meten xpianos cautibos.
Juan. — ¿Por qué no tiene árbol ni velas?
Pedro. — Porque como es tan infernal la
bida, los que aran (') dentro se hirian con la
mesma galera, que aun sin velas se huyó tres
vezes estando yo alli, entre las quales fue esta
quando vn gar9on9Íto destos concertó (^) con
todos los que con él rremaban que matasen los
guardianes y se huyesen; vinieron a executar
su pensamiento, y lebautaronse contra los que
estaban dentro y i-indieronseles, matando algu-
no, e hvyeronse. Aquel vngaro, no contento
con esto, ya que estaban rrendidos estaua mal
con el arráez, porque le azotaua mucho, y
quando se bio suelto arremete a él y dale de
puñaladas, y al)rele el pecho y sacó el cora9on,
el qual se comió a bocados, y otro compañero
suyo tomó al canite y a vn liijo del arráez hi
hÍ90 otro tanto. No fue Dios serbido de darles
buen biaje. Bolvio el biento contrario, y dieron
al traues 9Íncuenta leguas de (Jonstantinopla,
y fueron descubiertos de la gente de la tierra y
presos todos y Uebados a Constantinopla quan-
(' ) Esto es, reman.
(') Ms., desiorctó.
do esta ñaue se sacaba. Quando se huyen xpia-
nos, los turcos a los capitanes que los enponen
en que se huyan, castigan, que a los demás no
los hazen mal, sino dizen que los otros los en-
gañaron y lo an de pagar. Como la bcllaqueria
que aquel vngaro y su compañero hablan hu-
sado hera tan grande, (^inan Bajá, coukj virrey
mandó que aquel dia, que todos los cautibos
estañan sacando, junto en la nabe fuesen cru9Í-
ficados, bibo el que mató al capitán, y el otro
enpalado después de cortados bracos y horejas
y narÍ9es; éste luego murió, mas el que estaua
en la cruz bien alta, entre vna nabe y otra, es-
tuuo con gran calor medio dia, asta que yo con
mi privanza fui a vesar el pie del Bajá, que
nuichos abian ydo y no abian alcan9ado nada;
hizome la mer9ed de que yo le hiciese cortar la
cabeza, con la qual nueua fui tan contento
como si le hiciera la merced de la uida.
Juan. — Grande lastima es esa. En mi bida
oy dezir que fuesen tan crueles; por mayor
mer9ed tengo aquella que el alcanyar la uida.
¿Murió xpiano?
Pedro.— Yo no entendí su lengua; pero a
lo que dijeron todos los que le oyau y enten-
dían, como vn martil.
Juan. — Bienauenturado él, que no sé qué
más martirio del huno y del otro. ¿Y los xpia-
nos qué dezian?
Pedro.— Ayudarle con vn pésame. ¿Qué
queréis que hiciesen? Lastimas artas; y los
mercaderes bene9Íanos y griegos todos estaban
mirándole y animándole.
Mata. — -Y al Baxa ¿pesóle lo que le dixis-
teis, porque yo por fe tengo que liesa fue la
causa?
Juan. — ¿No hos paree9e que hera bien sufi-
9Íente?
Pedro. — Hecholo en rrisa y dijome; Mucho
caso haze Dios de vuestro Xpo en el 9Íelo con
toda su mejoría y hender de nao. El día de
Santo Tomé, pidióme, estando sentado, vn es-
pejo y vu peyne, y preguntóme, estándose mi-
rando, quando hera nuestra pasqua. Yo le rres-
pondi que de alli a quatro dias. Díjome: Gen-
til pronostico as hechado si no he de bibir más
de asta alia. Con nuicha rrisa yo le dixe: Vues-
tra Ex9elen9Ía, (pie no ay cosa en el mundo
que yo más dessco que mentir en tal caso; pero
como yo beia el camino que este malabentura-
do de judío trae, procuraba apartar a Vuestra
Excelen9Ía de que no muriese a sus manos.
Di jome: Pues si es hora de comer, trábeme la
comida y baya el diablo para rruin, que yo no
he tenido mejor apetito muchos meses ha. To-
ni(' mi caña de Yndias, como tenia de costum-
bre, y fui á la co9Ína y mandé (pie llebasen la
comida; yendo yo delante de los (pie la Ueba-
ban, bi vn negro que a grande priesa bajava la
CRISTÓBAL DE VILLALON
57
escalera dioiendo: Yulco,yulco; (ujua, agua /ro-
sada. Salté arriba por ver quién estaua desma-
yado, y alié al pobre Qiuaii Baxá con el espejo
en la vna mano y el peyne en la otra, muerto
ya y frió; y por si o por no, y de miedo que
algún turco no me diese algo que no me supie-
se bien, pues pares^eu mal los médicos en las
cámaras de los muertos, retrajeme a mi apo-
sento que hera baxo del de el Baxá y zerreme
por dentro.
Mata. — Yo me huyera.
Pedro. — Gentil consejo; agora os digo que
habéis borrado quanto bueno toda esta noche
habéis ablado, ¿Pares9eos que hera bueno,
donde no tenia culpa, liazerme omÍ9Ída y don-
de hera libre tornar a ser cautibo? Antes gané
la mayor honrra que en todas las curas ni de
Sol tana ni prin9Ípe ninguno; porque con la
protesta que le hize y el prognostico, todos
quedaron señalándome con el dedo d¡9Íendo el
verefilius De¿ erat iste. Si a éste creyera, nunca
muriera. Desde mi cámara vi toda la solemni-
dad y pompa del enterramiento, y llantos, y
lutos, lo qual, si queréis, os diré agora; sino re-
mitirlo he para su lugar.
Mata. — ¿Qué más a proposito lo podéis de-
zir en ninguna parte que aqui?
Juan. — Dicho se estara.
Pedro. — Pues presuponed que en su casa
tenia muchos gentiles hombres y criados que se
pusieron luto y le lloraban por orden y compa-
ses, diciendo vno la voz y respondiendo todos
llorando. El luto es sobre la toca blanca que
traen, que llaman turbante; se ponen la 9Ínta
que traen 9Íñida de manera que el tocado se
cubra y parezca o todo no blanco, sino entre-
berado, o negro o de otro Cíjlor como es la cin-
ta. No hai más luto deste ni dura sino tres
dias; y con éste llevan los vestidos que quieren,
que avnque sea brocado es luto. La boz del
llanto dezia: ¡llci, Zinan Baxá! ¡Hei! respon-
dian todos. ¡Hei, hei biziim afendi! ¡Hei, hei!
respondian siempre. ¡Hei denis beglerbai; hei,
hei, Stainhol bezir! ¡hei, hei andabulur biryuile
captan anda! A esto todos: ¡Vhai, vai, vai!
Quiere dezir: ¡Hai! Zinan Baxá, ¡hai! nuestro
patrón y señor, almirante de la mar, governador
del imperio, (dónde se hallará im capitán como
éste? ¡Guai. guai, guai! Yo, 9erradas mis ven-
tanas, en mi cámara me heché de hozicos sobre
vna arca y apretaba los ojos fuerte, y tenia muy
a mano vn jarro de agua, con que los mojaba, y
el pañizuelo también, para si alguno eutnist' que
no pares9Íese que no le lloraba; y u la verdad,
entre mí holgábame porque Dios le habia ma-
tado sin que yo tubicse en qué entender con él;
y como en la muerte del asno no pierden todos,
quedaria libre, y me podria venir; lo qual si
viviera siempre tenia themor que por más car-
tas de livertad (jue me diera nunca alcanzara
lÍ9en9Ía.
Mata. — No me pares9o que dexó de ser
crueldad no os pesar de veras y avn llorar, que
en fin, avnque hera pagano, os habia hecho
obras de padre a hijo.
Pedro. — Yo a el de Spiritu Sancto; bien
pares9e que nunca salistes de los tÍ9ones y de
comer bodigos, que de otra manera veríais quan-
to pesa la livertad y cómo puesta en vna valan-
9a y todas las cosas que hai en el mundo, sa-
cada la salud, pesa más que todas juntas. No
digo yo Zinan Baxá, pero todo el mundo no se
me dieríi nada que se muriera, por quedar yo
libre. No dexé, con todo esto, de meter basti-
mento para si no pudiese salir aquellos dos
dias, de vna calabaza de vino que siempre te-
nia, y queso y pan, pasas y almendras. Luego
le pusieron sobre vna tabla de mesa y con mu -
cha agua caliente y jabón le labaron muy bien
todo.
Mata. — ¿Para qué?
Pedro. ^Es costumbre suya hazer ansi a
todos l(js turcos. Y metiéronle en vn ataut de
fipres, y tomáronle entre quatro Baxás, con
toda la pompa que acá liarian al Papa, que no
creo que hera menor señor, y llebaronle a vna
mezquita que su hermano tenia hecha, que se
llama Escutar, vna legua de Constantinopla, y
para la buelta habia muchos sacrifi9Íos de car-
neros, y mucho arroz y carne guisado, para
dar por amor de Dios a quantos lo quisiesen.
Otro dia que le habian enterrado yo sali a la
cozina, a requerir si habia qué comer, muy del
hipócrita, puesto el pañizuelo en los ojos, mo-
jado, con lo qual movi a grandissima lastima a
todos quantos me vieron, y dezianse vnos a
otros: ¡Oh, cuitado, mezquino deste christiano,
que ha perdido a su padre! Eu' la cozina me
dieron vn capón asado. Emliolvile en vna torta,
sin quererle comer alli, por fingir mas soledad
y dolor, y fuime a la cámara, harto rego9Íjado
dentro. Como informaron al mayordomo ma-
yor y al thesorero de mi gran dolor y tristeza,
fueron, que no fue poco fabor, con otros diez o
doze gentiles hombres a visitarme a mi cáma-
ra, y por hazerme más fiesta quisieron que alli
se hiziese vn llanto con)o el otro y llebase yo la
voz, por el anima del Baxá. Fui for9ado a ha-
zerlo, y con llorar todos como vna fuente, yo
digo mi culpa, no me pudieron hazer saltar la-
grima ; digo de veras, (jue del cántaro liarto más
({ue ellos. No veia la hora que se fuesen con
l)ios; ¡tanto hera el miedo que tenia de reirme!
Mata. -¿Qué se hizo de la liazienda? ¿Te-
nia liijos?
Pedro. — C^uedó la Soltana por testamenta-
ria o albazea, y llebaronle alia todo quanto ha-
bia, que no fueron pocas cargas de oro y plata.
58
autobiografías y memorias
Estad pierios que eran en dinero mas de vn
millón y en joyas y muebles más de otro; dejó
dos hijas y vn hijo; y después que yo vine he
sabido que el hijo y la vna hija son muertos;
en fin todo le verná al Gran Turco poco a poco ;
dia de los Reyes fue el primero que sacaron a
vender por las calles en alta voz los esclabos,
no menos contentos que yo; porque dÍ9e el
italiano: chi cangia j^atron, cangia ventura:
Quien trueca amo trueca ventura. Como hera
tan grande señor y tan poderoso, no se le daba
nada por recatar christianos, antes lo tenia a
pundonor, y ansi muchos, avnque tenian con-
sigo el dinero, estaban desesperados de ver que
estubiosen en manos de quien no tubiese ne^e-
sidad de dineros. Comen9aron a sacar a todos
mis compañeros, y avncjue heran caballeros an-
daban tan 'baratos, por no tener oficios, los res-
cates dubdosos y la pestilencia cada dia en casa,
que nadie se atrebiaa pasar de do9Íentos duca-
dos por cada vno, entre los quales muchos ha-
bían rogado con seiscientos a (') Zinan Baxá
y podian dar mil. Yo quisiera aquel dia más
tener dineros que en toda mi vida, porque los
daban a luego pagar como si no fueran nada, y
como no tenia andaba estorbando a todos los
que veia que tenian gana dellos y se alargaban
en la moneda, diziendo como amigo que mirase
lo que hazia, que yo le conopia d'España y que
avnque deyia que hera caballero lo hazia porque
no le hiziesen trabajar tanto como a los otros,
mas en lo cierto hera vn pobre soldado que no
tenia sino deudas hartas acá, y por eso se ha -
bia ydo a la guerra. Siendo cosa de intherese,
todos tomaban sospecha ser verdad lo que yo
les de^ia y nadie los queria comprar.
Mata. — ¿Pues ellos, que ganaban en eso?
¿No fuera mejor que los comprara algún hom-
bre de bien que los tratara como caballero?
Juan. — ¿Ño veis que acaba de decir que
vale más ser de vn particular que de vn señor?
Pedro. — Y avn de vn ¡jobre que de vn rico;
porque como el pobre tiene todo su caudal alli
empleado, dales bien de comer y regálalos, y es
compañero con ellos, porque no se les mueran,
y lo mejor de todo es que por poca ganauyia
que sienta los da por haver y asegurar su dine-
ro; lo qual el rico no haze, porque ni les habla
ni les da de comer, pudiendo mejor sufrir él que
los poljres la perdida de que se mueran. Al que
yo conoscia ({ue hera pobre y hombre de bien le
deeia: compra a éste y á éste, y no te extiendas
a dar más de fasta tanto, (jue yo los fio que te
darán cada vno de ganancia vna jvba de grana
(jue valga quince escudos; y ansi hize a vno
c[ue comprase tres Comendadores de Sant Ivan
por docientos ducados, y él tenia vn hermano
(') Rustan.
cautibo en Malta, y de ganancia; quando le
diesen los docientos ducados, le habian de dar
al hermano; y dentro de tres meses se vinieron
a su religión bien varatos; a otros dos hize que
comprase otro por ciento veinte ducados, los
quales sobre mi palabra dexaba andar sin cade-
nas por la cibdad.
Mata. — ¿Tanto fiaban de vos?
Pedro. — Avnque fueran mili y diez mili;
no lo hayáis a burla, que vno de los principales
y (jue más amigos tenia alia hera yo.
Mata. — ¿Cómo aquistastes tantos?
Pedro. — Con procurar siempre hazer bien
y no catar a quién. Todos los oficiales y genti •
les hombres de casa de Zinan Baxá pusieran
mili vezes la vida por mi, tanto es lo que me
querian; y el mayor remedio que liallo para te-
ner amigos, es detras no murmurar de hombre,
ni robarle la fama, antes loarle y moderada-
mente ir a la mano a quien dize mal del; no
ser parlero con el señor es gran parte para la
amistad en la casa que estáis. ¿Sabéis las parle-
rías que yo a mi amo dezia? Que no hubo hom-
bre de bien en la casa a quien no hiziese subir
el salario que en muchos años no habia podido
alcanyar y le pusiese en privauca con el Baxá.
Tenia esta orden: Que quando estaba solo con
él, siempre daba tras el oficio de que más ve-
nia al proposito; vnas vezes le dezia: Muchas
cosas, señor, he visto de reyes y pricipes, mas
tan bien ordenada como esta ninguna, por la
grande solicitud que el mayordomo mayor trae,
del qual todo el mundo dize mili bienes; y so-
bre esto discantaba lo que me paresyia. Otras
vezes del thesorero: Señor, yo soi testigo que
en tantos dias de vuestra enfermedad no se des-
nudó ni vbo quien mejor velase. Del cocinero
otras vezes: Yo me estoi maravillado de la li-
veralidad y gana de servir del, y del gusto y
destreza; que tengo para mí que en el mundo
[no] hay Rei que mejor cozinero mayor tenga;
(juando de noche voi a la cozina para dar algún
caldo a Vuestra Excelencia, le hallo sobre la
mesma olla, la cabeca por almohada, no se
fiando de hombre nascido, bestido y calzado.
Hasta los moyos de despensa y de cocina pro-
curaba darle a conocer y que les hiziese merce-
des. Luego veia otro dia al vno con vna ropa
de brocado, al otro con vna de martas y con
más salario, o mudado de ofiyio, venirme a abra-
zar, porque algunos pajes que se hallaban de-
lante les dezia: Esto y esto ha pasado ©1 chris-
tiano con el Baxá de vos. Si entraba en el
horno, despensa o cozina, todos me vesaban la
ropa; pues avn((ue yo tubiera cada dia cicnt
combidados no les faltara todo lo (|ue en la
mesa del Baxá podian tener ('). Tened por en-
(•) Pues.
CRISTÓBAL DE VILLALüN
59
tendido qne si dixera mal dellos, ni más ni
menos lo supieran, que las paredes han oido, y
fuera tan malquisto como hera de bien, de más
del grandissimo desservÍ9Ío que a Dios en ello
se haze. Son gente muy encojida, y avnque se
mueran de pura hambre no hablaran en toda su
vida al amo, ni vnos por otros; y por liabJar yo
ansi tan liberalraente con él me queria tanto.
El numero de los arraezes no es 9Íerto, que pue-
den hazer los que el Baxá de la mar quiere; yo
pidia, como supiese que cabia en e'l, para mu-
chos la merced y la alcanzaba, y no les queria
Uebar blanca, avnque me acometian a dar siem-
pre dineros. Veis aqui, hermanos, el modo de
aquistar amigos donde quiera, que, en dos pa-
labras, es ser bien criado y liveral y no hazer
mal a nadie, porque donde hai avarÍ9Ía o inthe-
rese, maldita la cosa hai buena.
Mata, — ¿No os aprobechastes de nada en
esos tiempos?
Pedro — Si, y mucho; deprendí muy bien la
lengua griega, turquesca y ytaliana, por las qua-
les supe muchas cosas que antes ignoraba, y vine
por ellas a ser elchristianomás pribado que des-
pués que hai infieles jamas entre ellos vbo.
Mata. — ¿No digo yo sino de algunos dineros
para rescataros?
Pedro.— ¿Qué más dineros ni riqueza c[uie-
ro yo que saber? Estas me rescataron, éstas me
hiziero privar tanto que fui interprete dellas con
Ciñan Baxá, de todos los neg09Íos de impor-
tanyia dellas, y avn con todo se están en pie, y
los dineros fueran gastados; qnanto más que, si
yo más alia estubiera, no faltara, o si mi amo
vibiera.
JuAK. — Volviendo a nuestra almoneda, ¿to-
dos se vendieron?
Pedro. — No quedaron sino obra de 9Íento
para hazer vna mezquita en su enterramiento,
y acabada también los venderán.
Juan. — Pues de las limosnas d'España que
hai para redemption de cautibos ¿no podían ha-
zer con qué rescatar en buen pre9Ío hartos?
Pedro. — ¿Qué redemption? ¿qué cautibos?
¿qué limosna? Córtenme la cabeza si nunca en
Turquía entró real de limosna.
Mata. — ¿Cómo no, que no hay dia que no se
pide y se hallega harto?
Pedro. — ¿No sabéis que no puede pasar por
los puertos oro, ni moro, ni caballo? Pues como
no pase los puertos, no puede llegar alia.
Mata. — Mas no sea como lo de los ospita
[les]... no digo nada.
Pedro. — Tú dixiste. Yo lo he procurado de
saber por acá y todos me dÍ9en que por estar
cerca d'España Berbería van alia, y de allí los
traen; bien lo creo que algunos, pero son tan
pocos, que no hai perlado que si quisiese no
traheriacada año más, quedándole el brazo sano,
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS.— 15
que en treinta años las limosnas de los señores
de salba. No hai para qué dezir, pues no lo han
de hazer como los otros: sola la medÍ9Ína dÍ9en
que ha menester experiencia; no hai Facultad
que, juntamente con las letras, no la tenga ne-
cesidad, y más la Theologia. Pluguiese a Dios,
por quien él es, que muchos de los theologos
que andan en los pulpitos y escuelas midiendo
a palmos y a jemes la poten9Ía de Dios, si es
finita o infinita, si de poder absoluto puede
hazer esto, si es ab eterno ; antes que hiziese
los cielos y la tierra dónde estaba, si los ange-
les superiores ven a los inferiores y otras co-
sas ansi, supiesen por experien9Ía midir los
palmos que tiene de largo el remo de la galera
turquesca y contar los eslabones que tenia la
cadena con que le tenian amarrado, y los azo-
tes que en tal golfo le habían dado, y los dias
que habia que no se hartaba de pan cozido,
sin 9erner, vn año habia, lleno de gusanos,
y las arrobas de peso que le habían hecho Ue-
bar acuestas el dia que se quebró, y los puña-
dos de piojos que iba echando a la mar vn
dia que no remaba; ¡pues qué, si viesen las ani-
mas que cada dia reniegan, mugeres y niños y
avn hombres de barba! Pasan de treinta mili
animas, sin mentir, las que en el poco tiempo
que yo allí estube entraron dentro en Constan-
tinopla: de la isla de Llipar, 9.000; de la del
Gozo, 6.000; delTripol, 2.000; de la Panta-
nalea y la Alicata, qnando la presa de Bonifacio,
3.000; de Bestia en Apulla, 6.000; en las siete
galeras, quando yo fui preso, 3.000. No quiero
dezir nada de lo que en Ungria pasa, que bien
podéis creer que lo que he dicho no es el diez-
mo dellos; pues pluguiese a Dios que siquiera
e! diezmo quedase sin renegar. Lo que por mí
pasó os diré; embiaron de Malta vna comisión
que se buscasen para rescatar todas las animas
que en el Gozo se habían tomado, y como yo lo
podia hazer, dieronme a mí el cargo; anduve
flechando los bofes por Constantinopla y no
pude hallar, de seis mili que tenia por minuta,
sino obra de 9Íento y 9Íncuenta viejos y viejas.
Mata. — ¿Pues qué se habían hecho?
Pedro. — Todos turcos, y muertos muchos,
y estos que quedaron, por no se lo rogar creo
que lo dexaron de hazer. Juzgad ansi de los de-
mas. ¿Qué más queréis que se hablan las len-
guas de la Iglesia romana, como italiano, ale-
mán y vngaro, y español, tan común como acá
y de tal modo que no saben otra? ¿Pares9eos
que, vistas las orejas al lobo, como ensanchan
sus con9Íen9Ías ensancharían las limosnas y las
questiones, si es lÍ9Íto el sacerdote tomar armas,
y serían de pares9er que no quedase clérigo ni
fraire que, puestas sus aldas en cinta, no fuese
a defender la sancta fe catholica como lo tiene
prometido eu el baptismo? A vos, como a theo-
60
autobiografías y memorias
logo, os pregunto: si vna fuerza coiuo la de Bo-
nü'a9Ío, o Tripol, o Rliodas, o Buda, o Velgrado
la defendieran clérigos y fraires con sus picas y
arcabuzes, ¿fueranse al infierno?
Juan. — Para uii tengo que no, si con solo el
zelo de servir a Dios lo hazen.
Mata. — Para mí tengo yo otra cosa.
Pedro. — ¿Qué?
Mata. — Que es eso hablar adefeseos, que ni
se ha de hazer nada dcso, ni habéis de ser oydos,
porque no hai hombre en toda esta corte de
tomo, letrado, ni no letrado, que no piense que
sin haber andado ni visto nada de lo que vos,
porque leyó aquel libro que hizo el fraire del
camino de Hiorusalem y liabló con vno de aque-
llos vellacos que deciaisque fingen haberse esca-
pado de poder de moros, que les atesto las ca-
bezas de mentiras, no les harán entender otra
cosa avnque vaxase Sant Pablo a predicársela;
yos prometo que si mi compadre Juan de Voto
a Dios topara con otro y no con vos, que nunca
él toryiera su bra^o, pues conmigo avn no le ha
querido torcer en tantos años, sino hechome en
creer del 9Íelo Rebulla.
Pedro. — No tengo que responder a todos
esos mas de vna copla de las del redondillo, que
me acuerdo que sabia primero que saliese de
España, que dize:
Los 9¡egos desean ver,
oir desea el que es sordo
y adelgazar el que es gordo
y el coxo también correr;
solo el neyio veo ser
en quien remedio no cabe,
porque pensando que sabe
no cura de mas saber.
Mata. — Agora os digo que os perdonen
quauto habéis dicho y hecho contra los theolo-
gos, pues con solo vn jubón habéis vestido a la
mayor parte de la corte.
Pedro. — Pocos tran9es desos pensareis que
he pasado con muchos señores que ansi me pre-
guntan de alia cosas, y como no les diga lo (|ue
ellos saljen, luego os salen con vn vos mas de
media vara de largo: Engañaisos, señor, que no
sabéis lo que de9Ís; porque pasa dcsta y desta
manera. Preguntado que cómo lo saben, si han
estado alia por dicha, ni avn en su vida vieron
soltar vna escopeta, y por esto yo estoi delibe-
rado a no contar cosa ninguna jamas si no es a
quien ha estado alia y lo sal)e.
Mata. — ¿Ni del Papa ni nadie nunca fue
alia limosna de rescate?
Pedro. — ^Ni del que no tiene capa.
Juan. — ¿Y del Ilei?
Pedro. — No, cpie yo sepa; porque si algunas
habia de aber hecho, había de ser en los sol-
dados de Castilnovo, que después que en el
mundo hai guerras nunca vbo más lialerosa
jente ni que con más animo peleasen hasta la
muerte, que tres mili y quinientos soldados es-
pañoles que alli se perdieron, lo qual, avnque yo
no lo vi, sé de los mesmos turcos que me lo con-
taban, y lo tienen en cabezera de todas las ha-
zañas que en sus tiempos ha havido, y a esta
postponen la de Rhodas, con averiguarse que
les mataron los Comendadores mas de 9Íent
mili turcos.
Mata. — ¿Quánto tiempo ha eso de Castil-
nobo?
Pedro. — Habia quando yo estaba alia 17
años, y conos9Í muchos pi^bres españoles dellos,
que avn se estaban alli sin poner blanca de su
casa. Podria el Rei rescatar todos los soldados
que alia hai, y es vno de los consejos adefeseos,
como vos de9Íais denantes, que las bestias como
yo dan, sabiendo que el Rei ni lo ha de hazer ni
avn ir a su notÍ9Ía; mas, pues no tenemos quien
nos de prisa en el hablar, hechemos juiyio a
montones. Ya habéis oido cómo por antigüe-
dad, o porque quieren, dan los turcos a algunos
christianos cartas de livertad con condÍ9Íon que
sirvan tres años, (juedandose por todos aquellos
tres tan esclabo como antes, y no menos conten-
to, avnque no le dan de comer, que si ya estubiese
en su tierra. ¿Quánto más mei'ced le seria si el
Rei los sacase y les quitase de cada paga vn ter-
9Í0 fasta que se quedase satisfecho de la devda?
Y haría otra cosa; que el esquadron de mili
hombres desta manera valdría, sin mentir, con-
tra turcos, tanto como vn exercito, como pri-
mero se consentirían hazer mili peda90S que tor-
nar a aquella primera vida.
Mata. — ¿Habéis dicho? Pues bien podéis
hazer quenta que no habéis dicho nada, y aun
que metáis ese consejo en vna culebrina, no ha-
yáis miedo que llegue a las orejas del Rei; por-
que si las dignidades solamente de las iglesias
de España, con sus perlados, quisiesen, que
es también hablar al aire, no habria necesidad
del ayuda del Reí para ello; mas ¿no sabéis
que dize David: /Non est i/u¿ factat bonitm, non
est nsqiie ad unum.' No se nos vaya, señores,
la noche en fallas ¿Qué fue después de la almo-
neda?
Pedro. — Ya que vendieron a todos, yo de-
mandé la carta que tenia de livertad, depositada
en el mayordomo mayor del Baxá, el qual fue
a la Sultana y le hizo rela9Íon de la venta de los
christianos, y que no quedaba más del medico
español; si mandal)a Su Alteza que se le diese
la carta que estaba en deposito. Ella respondió
(jue no, por quánto Anión Vgli hera muerto, el
})rotoniedico de su padre, y no habia quien me-
jor lo pudiese ser ((ue yo, ni de quien el Gran
Turco mejor pudiese fiarse; por tanto, que me
tomasen con dos jenÍ9aros, que son de la guarda
CRISTÓBAL DE VILLALON
01
del Rei, y me llebasen alia, que ella le quería
liazer aquel presente.
Mata, — ¿Dónde estaba el Gran Turco es-
ton9es?
Pedro. — En Ama9¡a, vna ^ibdad camino
de Persia, quince jornadas de Constantinopla;
y, como sabéis no liai mejor cosa que tener
donde quiera amigos, vn paje desta Soltana,
ginoyes, que habia sido de Ciñan Baxá capado,
que yo quando no sabia la lengua hera mi in-
terprete, dio a vn barbero que entraba a sangrar
vna mujer alia dentro, dos renglones, por los
cpiales me avisaba de todo lo que pasaba; por
tanto viese lo que me cumplia. Yo fui luego al
Papa suyo y dixele (que hera uuiy grande señor
mió, ([ue le liabia curado) todo como pasaba;
digo el depositar de la carta, y cómo no me la
daban y el miedo que habia que la Soltana no
hubiese mandado que no me la diesen ¿qué re-
medio tenia si la quisiese sacar por justicia; si
podría, pues la ultima voluntad del testador
hera aquella, y tenia muchos testigos, y él mes-
mo confesaba tenerla? Respondióme que tenia
mucha iustÍ9Ía y me la haria guardar; mas que
me hazia saber que habia entrellos (') vna lei (^)
que si caso fuese que el cautibo que aorrasen
fuese eminente en vna arte, no fuesen obligados
a cumplir con él la palabra que le luibian dado,
por sercosaque conviene a la república que aquel
tal no se vaya. Si esto, dize, os alegan, no os fal-
tará pleito, mas yo creo que no se les acordará;
lo que yo pudiere hazer por vos no lo dexaré.
COLOQUIO V
Concierta Pedro su fuga con un griego llamado Estainati. — Sale
con éste, disfrazado de monje, en compañía de un cirujano
\ieio. — Encuentran -c al poco tiempo en el camino con vatios
jenízaros que iban en su persecución. — No son conocidos y
marclian todos juntos algunos días. — Peligrosas distracciones
del cirujano. — Embjrcanse Pedro y su amigo en La Caballa
con nimbo al monte Athos. — Llegada á éste pasando por la
isla de Skiatbos. — Primera entrevista ron los monjes grie-
gos.— Son acogidos en un convento. — Manifiestan los fugiti-
vos quiénes eran y el superior del moTiastcrio se niega á
ocultarlos. — Viajes por el monte Atlio?. — Costumbres y cere-
monias de los monjes.
Mata. — ¿Todo eso tenemos a cabo de rato.'
¿Pues qué consejo tomastes?
Pedro. — El que mi tia Celestina, buen siglo
haya, daba a Parmeno, nunca a mí se me olvi-
dó, desde la primera vez que le o¡, que hera bien
tener siempre vna casa de respecto y vna vieja,
a donde si fuese menester tenga acojida en todas
mis prosperidades; con el miedo do caer dcUas,
siempre, ptua no menester, ttibe vna casa de vn
griego, el (pial en necesidad (•') me encubriese
(') su ley.
(") que deyia.
{■') si fuese nieuester.
a mi o a quien yo quisiese, pagándoselo bien, y
dábale de comer a él y vn caballo muchos meses,
no para mas de cpie siempre me tubiese la
puerta abierta.
Mata. — No creo haber abido en el mundo
otro Dédalo ni Vlixes, sino vos, pues no pudo
la prosperidad cegaros a que no mirasedes ade-
lante.
Pedro. — ¿Vlises ó qué? Podéis creer como
eréis en Dios, que yo acabare el quento, que no
paso de diez partes vna, porque lo de aquel di-
zelo Homero, que hera 9Íego y no lo vio, y
también era poeta; mas yo vi todo lo que pasé
y vosotros lo oiréis de quien lo vio y pasó.
Juan. —Pues ¿qué griego hera aquel? ¿hera
libre? ¿hera christiano? ¿a quién estaba subjeto?
Pedro. — Presuponed, entre tanto que más
particularmente hablamos, que no porque se
llame Turquia son todos turcos, porque hay
más cliristianos que viben en su fe que turcos,
avnque no están subjetos al Papa ni a nuestra
Iglesia latina, sino ellos se hazen su Patriarca,
que es Papa dellos.
Mata. — Pues ¿cómo los consiente el Turco?
Pedro. — ¿Qué se le da a él, si le pagan su
tributo, que sea nadie judio ni christiano, ni
moro? En España, ¿no solía haber moros y ju-
díos?
Mata.— Es verdtxd.
Pedro.— Pues de aquellos griegos hai algu-
nos que viben d'espias, de traer christianos es-
condidos porque les paguen por cada uno diez
ducados, y la costa, hasta llegar en saibó, que
es vn mes, y si aportan en Raguza o en Corfó,
}as 9Íbdades les dan cada otros diez ducados
por cada uno.
Juan.— La gananyia es buena si la pena no
es grande.
Pedro. — -"No es mayor ni menor de empa-
lar, como he visto hazer a muchos; que al chris-
tiano cautibo que se huye qumdo mucho le dan
vna dofena de palos, mas al que le sacó empa-
lanle sin ninguna redemption.
Mata. — ¿Pues hai quién lo ose hazer con esa
pena .'
Pedro. — Mil quentos: la ganan9Ía, el di-
nero, la ne9esidad y yntherese, hazen los hom-
bres atrebidos; sé que el que hurta bien sabe
cpie si es tomado le han de aliorcar, y el que
nabega, cpie si cae en la mar se tiene de aogar;
mas, no obstante eso, nabega el vno y el otro
roba. Por 9Íerto, la espia que yo traxe ha-
bia ya hecho diez y nueve caminos con chris-
tianos, y con el mió ftieron veinte.
Juan. — ¿Cómo se llamaba?
Pedro. — Estainuti.
Mata. — ¿Y ([ué hazia? ¿De ipié os serbia?
Pedro. — De mostrarme el camino, y ser-
virme en él.
02
autobiografías y memorias
Juan. — ¿Y traxo a bos solo?
Pedro. — Como yo vi la respuesta que el
Papa turco uie dio, comencé de pensar en mí
quién me mataba tomar pleito contra el Reí, va-
liendo más salto de mata que ruego de buenos
hombres; yo determiné de huirme y tomé los
libros, que heran muchos y buenos, y dilos em-
bueltos en vna manta de la cama a vna vezina
mia, de quien yo me fiaba, que los guardase, y
saqué de vna arquilla las camisas y zaragüelles
delgados que tenia, labradas de oro, que val-
drian algunos dineros, que serian vna dozena,
que me daban turcas porque las curaba, y fui-
me en casa de la espia y topé en el camino
aquel cirujano viejo mi compañero, y contele lo
que habia pasado, y dixele: Yo me voi huyen-
do; si queréis venir conmigo, yo os llebaré de
buena gana, y si no, y os viniere por mí algún
mal no me hecheis la culpa. Fue contento de
hazerme compañia, mas quiso ir a casa por lo
que tenia, que hera cosa de poco precio. Digo
yo: No quiero, sino qne se pierda; si habéis de
venir ha de ser desde aqui, si no quedaos con
Dios. El pobre viejo, que más valiera que se
quedara, fuese conmigo a casa del griego, y alli
consultamos en qué habito nos trairia. Dixo
que el mejor, pues yo sabia tan bien la lengua,
seria de fraire griego, que llaman caloiero, que
es este (') con que espanto á Mátalas Callando,
pues teníamos las barbas que ellos vsan, que
hera también mucha parte. Yo di luego dine-
ros para que me traxeren vno para mí y otro
para mi compañero.
JüAN. — ¿Pues véndense publicamente?
Pedro. — No, sino que se los tomase a dos
fraires y les diese con qué hazer otros nuebos;
y traxolos. Dile luego 9Ínco ducados para que
me comprase vn par de caballos.
Mata. — Tenedle, que corre mucho.
Pedro. — ¿Que decís?
Mata. — ¿Que si corrian mucho?
JüAx, — No dixo sino vna malicia de las que
suele.
Mata. — Pues 9Ínco ducados dos caballos
¿quién lo ha de creer? Avnquc fueran de corcho.
Pedro. — Y avn creo que me sisó la quinta
parte el comprador. No entendáis caballos para
que rúen los caballeros, sino vn par de camino,
como éstos que alquilan acá, que bastasen a lle-
varnos treinta y siete jornadas, y estos no valen
más alia de a dos o tres escudos.
Mata. — ¡Quemado sea el tal barato!
Pedro. -Este griego vsaba tenerse en casa
escondidos los cautibos vn mes o dos bebo-
rreando, hasta desmentir y que no se acorda-
sen; mas yo no quise estar en aquel acuerdo,
antes aquella noche, a media noche, quise que
(') que veis.
nos partiésemos, haziendo esta quenta: como
yo ando libre, el primero ni segundo dia no me
buscarán; pues cuando al tercero me busquen
y embien tras mí, ya yo les tengo ganadas tres
jornadas, y no me pueden alcanzar.
Mata. — Separaos con qué tantos dineros
os hallastes al salir.
Pedro. — Obra de pincuenta ducados en oro
y vna ropa de brocado y otra de terciopelo mo-
rado, y las camisas y calfones y otras joyas.
El viejo no sé lo que se tenia; creo que lo
habia empleado todo en piedras, que valen en
buen precio. Salimos a la mano de Dios, y la
primera cosa que topé en apartándome de las
percas de Constantinopla, que ya queria ama-
nes^er, fue vna paloma blanca que me dio el
mayor animo del mundo, y dixe á los compa-
ñeros: Yo espero en Dios que hemos de ir en
salbamento, porque esta paloma nos lo pro-
mete.
Mata. — Y si fuera cuerbo ¿volvieraisos?
Pedro. — No penséis que miro en aguaros;
aquello creia para confirmación d'esperanpa;
pero no lo otro para mal. Ibanos dando la es-
pia lection de lo que habíamos de hazer, como
nunca habíamos sido fraires, y es que al que
saludásemos, si fuese lego, dixesemos, baxando
la cabeza: Melania, el Dto gratias de acá
(quiere dezir penitencia), que es lo que os dixe
quando nos topamos, que interpretaba Juan de
Voto a Dios tañer tamboril o no sé qué. A esto
responden O Theos xoresi, que es el por siem-
pre de acá (quiere de^ir Dios te perdone); si son
fraires a los que saludáis, habéis de dezir: Eflo-
gite, pateres: venderid, padre . Heranme a mí tan
fáciles estas cosas, como sabia la lengua griega,
que no hera menester más de media vez que
me lo dixeran ,
Mata. — ¿Y el compañero, sabia griego?
Pedro. — Treinta y quatro años habia que
estaba casado con vna griega de Rodas, y en
su casa no se hablaba otra lengua; y él nunca
supo nada, sino entendía vn poco; pero en ha-
blando dos palabras se conoscia no ser griego,
y nunca el diablo le dexó deprender aquellas
palabras ('). Topamos vna vez vn turco que
entendía griego y llegase a él, por decirle meta-
nia y dixole asthenia.
Mata. — ¿Qué quiere de^ir?
Pedro. — Dios te dé vna calentura hectica
o, si no queréis, el diablo te rebiente. Como el
turco lo oyó airóse lo más del mundo y dixo:
¿Ne sniler su chiipec.^ ('qué dixo ese perro? Yo
llegué y digo: ¿Qué habia de de^ir, señor, sino
metania? El turco juraba y perjuraba que no
habia dicho tal; en fin, alia regañando se fue.
Yo reprehendile diciendo: ¿Pues vna sola pala-
(') Principal.
CRISTÓBAL DE VILLALON
63
bra que nos ha de sainar o condenar, no sois
para deprender? Habiendo caminado siete le-
guas no más, llegaron a nosotros a caballo dos
genicaros que, como diré, son de la guardia del
rei, y dixeron: Christianos, no quiero de vos-
otros otra cosa más de que nos deis a beber si
llehais vino: porque avnque el turco no lo
puede beber conforme a su lei, quando no le
ven, muy bien lo bebe hasta emborrachar. Yo
llevaba el recado conforme al avito.
Juan. — ¿Cómo?
Pbdro. — ¿Habéis nunca visto fraire caminar
sin bota y baso, avnque no sea más de vna le-
gua? Yo heche' mano a mi alforxa, y mandé al
compañero que caminase, que aquello yo me lo
haria y le alcanzarla, porque no fuese descu-
bierto por no saver hablar, y comente de escan-
ciarles una y otra, y yban caminando junto con-
migo en el alcance de los compañeros ; pregun-
táronme [de] dónde venia; digo: Constanti-
nopla.
Juan. — ¿En qué lengua?
Pedro. — Quándo griego, quándo turquesco,
que todo lo sabían. Dixeronme: ¿Qué nuebas
hai en Constantinopla? Digo: Eso a bosotros
incumbe, que sois hombres del mundo, que yo
que le he dexado no tengo quenta con (''^) nueba
ni vieja; si de mi monesterio queréis saber, es
que el Patriarca nuestro está bueno y esta se-
mana pasada se nos murió vn fraire. Pregun-
tóme el vno, llegándose a mí, quántos años ha-
bla que era fraire. No me supo bien la pregunta
y dixele, haziendo de las tripas cora9on, que
seis. Preguntóme en dónde. Respondí que
parte en la mar Negra y parte en Constantino-
pía. Asióme el otro del abito y dixo: Pues
¿cómo puedes, pobreto, con esta estameña re-
sistir al frió que haze?
Mata. — A fe que meterla el asir las cabras
en el corral.
Pedro. — Yo le dixe que debaxo traíamos
sayal o paño. Fue la pregunta adelante, y dixe-
ron: ¿Dónde vas agora? Respondí que a Monte
Sancto.
Juan. — ¿Qué es Monte Sancto?
Pedro. — Vn monte que terna de 9erco quasí
tres jornadas buenas, y es quasí isla, porque
por las tres partes le bate la mar, en el qual
haí veinte y dos monasterios de fraires desta
mi orden, y en cada vno do9Íentos o tres9Íentos
fraires, y ningún pueblo hai en él, ni vive otra
jente ni puede entrar muger, ni hay en todo él
hembra ninguna de ningún generode animal (*);
a este monte son sus peregrinajes, como acá
Santiago, y por eso no se hecha de ver quiéu va
ni viene tanto por aquel camino. Ya que nos jun-
(•) el.
(') abstinen.
tamos con los compañeros dixeles: ¿Y vosotros
a dónde vais? Respondió el vno: En busca de
vn perro de christiano que se ha huido a la Sol-
tana, el mayor bellaco traidor que jamas vbo,
porque le hacian más bien que él mereseia y
todo lo ha postpuesto y huidose (pares9e ser
que aquella noche le habia dado vn dolor de
ijada, y habíanme buscado, y como supieron
que habia sacado los libros, luego lo imagi-
naron). Digo: ¿Y dónde hera?; que del viejo
no se hacia caso que se fuera [o] que estu-
bieras Dice: De alia de las Españas. Tórnele a
preguntar: ¿Qué hombre hera? Comenzóme á
dezir todas las señales mias.
Juan. — 'Pues ¿cómo no os conoscio?
Pedro. — Yo os diré; ¿veis esta barba?, pues
tan blanca nie la puso vna griega como es ago-
ra negra, y al viejo la suya blanca, como está
esta mia, y toda rebuxada como veis; el diablo
nos conos9Íera, que ninguna seña de las que
traia veia en mi: la caperu9a, el sayo, la ropa,
todo se habia convertido en lo que agora veis.
Dixeles: Pues, señores, ¿adonde le vais a bus-
car? Respondieron : Nosotros vamos, hasta Sa-
lonique, que es diez y siete jornadas de aqui, a
tomarle todos los pasos, y por mar han des-
pachado también vn vergántin para si acaso se
huyó por mar. Yo estonces les digo: Pues ese
mesmo camino, señores, llebo yo. Ellos dixeron
que por 9Íerto holgaban de que fuésemos juntos.
La espia y el compañero desmayaron, pensando
que ya yo me rindia o estaba desesperado.
Mata. — ¿Pues no tenian racon? ;¿no hera
mejor o caminar adelante o quedar atrás?
Pedro. — Ni bos ni ellos no sabéis lo que os
decis; atrás no hera seguro, porque ellos dexa-
ban toda la jente por donde pasaban abisada, y
sobre sospecha heramos presos en cada pueblo;
adelante no bastaban los caballos. ¿Qué más
sano consejo que, viendo que no me hablan co-
nos9Ído, hazer del ladrón fiel, y más la seguri-
dad del camino, q\ie es el más peligroso que
hai de aqui allá? si el Rei, por hazerme grande
merced, me quisiera dar vna grande y segura
compañía, no me diera más que aquellos dos
de su guarda; es como si acá llebara vn alcalde
de Corte y vn algua9Íl, para que nadie me ofen-
diese; ¿n'os pai-eye que hiria a buen recado?
Quanto más que de otra manera nunca alia lle-
gara, porque los jenÍ9aros tienen tanto poder
que por el camino que van toman quantas ca-
balgaduras topan, sin que se les pueda resistir,
y quando hazen mucha mer9ed, por vn ducado
o dos las rescatan; en solas siete leguas me
hablan tomado ya a mí mis caballos, porque to-
dos los caminos por donde yo iba estaban lle-
nos de jenÍ9aros, y por ir en compañía de los
otros nadie me osaba hablar.
Joan. — No fue de vos ese consejo. Por vos
64
AUTOBIOGRAFI
so puede decir: Beatus es, Simón Barjona, quia
caro nec sanguis non rei'ehwit tihi; sed Pnter
meus qui in celis est. Agrade9edselo a quien
nunca faltó a nadie.
Pedro. — Llegáronse a mí los dos mis com-
pañeros rozagaudose y comentaron do decirme
que para qué habia destruido a mí y a ellos.
Yo le respondi que poco sabia para haber he-
cho tantas vezes aquel camino. Respondióme:
Si bos solo fuerais, yo bien creo que fuera bien;
¿mas no veis ({ue por este viejo, que ninguna
lengua sabe, somos luego descubiertos? ¿Qué
haremos.' ¿Dónde iremos? Consolóle diciendo
no ser inconviniente, avnque no [supiese la
lengua; pero que lo que cumplia hera que no
hablase. Dixo que habia ne9esidad de que se
hiziese mudo por todo el camino; donde no,
bien podiamos perdonar; lo que más presto,
digo, nos hechará a perder es eso, porque es
cosa tan común que todos lo hazen en donde
quiera cenando no saben la lengua, y se está ya
en todas estas tierras mucho sobre el aviso, que
dirán: Fraire y mudo, ¿quién le dio el avito?
Guadramaña hai. El es viejo y estarle ha muy
bien que se haga sordo, y qualquiera que le
hablare se amohinara de replicar a bozes mu-
chas vezes lo que lia de dezirle, y ansi respon-
deremos nosotros por él; desto hai tanta nece-
sidad, que en hazerlo o no está nuestra salba-
9Íon y con algunas palal)rillas que sabe de grie-
go, y no tener a qué hablar mucho, sera mejor
encubierto que nosotros.
Mata. — Bien dicen que quien quiero ruido
compre vn cochino. ¿Qué necesidad teníais vos
de salir con nadie sino salvaros a vos?
Pedro. — Oiréis y veréis, que avn esto no es
nada: mili vezes estube movido para hediarlo
en la mar por salvarme a mí.
Mata. — Ya que hizistes el yerro, vrdistes
la mejor astucia de vuestra vida ; porque hablar
con vu sordo es vn terril)le trabajo; al mejor
tiempo que os habéis quebrado la cabeza, os
sale con vn ¿qué? puesta la mano en la oreja;
y al cabo, por no jmresQer que no oyó, responde
vn disparate.
Pedro.— Muy bien le páreselo al espia; mas
cosa fue para el viejo que en tres meses do pe-
regrinación nunca la pudo deprender.
Mata, — Pues ¿qué haliia que deprender?
Pedro. — No más de a no lialilar; que para
vn liombro viejo y que habia sido barI)ero os
muy oscuro lenguaje y cosa muy cuesta arriba;
al mejor tiempo, mili vezes qu(i hablábamos en
las posadas en conversación, diclio ya que hora
sordo, como entendia el griego, rcspoiulia dos-
cuidado, y motia (') su cucliarada (^) ([no a
(') a meter.
(') en la conversayion.
AS Y MEMORIAS
todos hacia advertir cómo oia siendo sordo.
Yendo nuestro camino con los genicaros, yo
les tenia buena conversajion, y ellos a mí, como
sabíamos bien las lenguas ; el espia y el viejo
se iban hablando por otra parte; llegamos la
noche a la posada, y yo, como sabia las mañas
de los turcos, que querían que les rogasen con
el vino, liize traer harto para todos, pues ellos
no podian ir a la taberna, y para mejor disi-
mular pusimonos a comer vn poco apartados
dellos, como que cada vno comia por sí, y el
griego nunca hacia sino escanciar y darles,
hasta que se ponian buenos. Mándele también
al griego que los sirviese mejor que a mí y
mirase por sus cavallos.
Juan. — ¿Hai por alia mesones como por acá?
Pedro. — Mesones muchos hai, que llaman
carahanza; pero como los turcos no son tan re-
galados ni torrezneros como nosotros, no hai
aquel recado de camas, ni de comer, antes en
todo el camino no vi carabanra de aquellos que
tubiese mesonero ni nadie,
Mata, — ¿Pues cómo son?
Pedro. — Vnos hechos a modo de caballe-
riza, con vn solo tejado encima, y dentro por
vn lado y por otro lleno de chimineas y alto a
manera de tableros de sastres, avnque no es de
madera, sino de tierra, donde se aposenta la
jente.
Mata. — ¿Sin más camas ni recado?
Pedro. — W\ avn pesebres para los caballos,
sino entre tantos compañeros toman vna chi-
minea destas con su cadahalso, y alli ponen su
hato, sol)re el qual duermen hechando dobaxo
vn poco do heno. Yna ropa aforrada hasta en
pies lloba cada turco de a caballo en camino, la
qual le sirve de cama.
Joan. — ¡O de la bestial jente!
Pedro. — No es sino buena y belicosa.
Mata. — ¿Pues donde comen las bestias?
Pedro.— A los mosmos pies do sus amos,
en el cadahalso o talilado, lo liechan fono harto,
que en aquella tierra es de tanto nutrimento,
que si no trabaja la bestia esta gorda sin ceba-
da, y cada vna Ueba consigo vna bolsa que lla-
man trasta, que le cuelga de la cabeza como
acá suelen hazer los carreteros, y dentro los he-
dían la odiada.
Juan. —Paos si no hai huespodos ¿quién los
da cebada y todo lo que lian menester?
Pedro. — Mili tiendas que hai cei'ca del me-
són, que de quanto hai los probcran, qu(> por la
jiosada no pagan nada, (jue os una cosa hecha
do limosna para (piantos pasaron, pobres y ri-
o^)R; en ontrando a apearse llegan alli muchos
con colinda, lona, arroz, heno y lo que mas hai
necesidad. A las bestias en aquella tierra tienen
Ilion acostum liradas que nunca comen de dia,
sino de noche les ponen tanto que les baste.
CRIST(3BAL DE YILLALON
65
Mata. — ¿Desa manera tampoco se gastará
tanto en el camino como por acá?
Pedro. — El que cada dia gasta dos o tres
ásperos en comer él y la bestia es mucho, por-
que la cebada vale varata, y el pan; y vino no
lo beben la jente, con (') quémenos se les da por
el comer, llizimos nuestras camas y hechamo-
nos, no con menos frió que agora haze, todos
juntos, la alforja frairesca por cabezera y el te-
xado por fracada, y a primo sueño comienza a
tomar el diablo a mi compañero, y hablar entre
sueños, no ansí como quiera, sino con tantas
bozes y tanto Ímpetu y cozes como vn endemo-
niado, y decir levantándose: ¡Mueran los trai-
dores vellacos que nos roban! ¡ladrones, ladro-
nes! y con esta juntamente dar puñadas a vna
y a otra parte; no solamente despertamos todos,
mas pensamos que hera verdad que nos mata-
ban; la lengua española en que liablaba escan-
dalizó mucho a los jenízaros que allí dormían
y preguntaron qué hera aquello y yo les dixe
cómo soñaba.
Mata. — La vida os diera hazer del mudo
con tan buena condición.
Pedro.— Avn con todo eso no les podía
quitar á los turcos de la imaginación el hablar
diferentemente de lo que ellos todos, lo qual
me dio las más malas noches cpie en toda mi
vida pasé.
Juan. — ¿En qué?
Pedro. — Porque y* no me osaba fiar, sino
tenerle de contíno asida la mano, para quando
comentase despertarle presto.
Juan. — ¿Y soñaba desa manera cada noche?
Pedro, — Y avn de día, si se dormía, y no
menos ferozes los sueños; que avnque he leído
muchas vezes de cosas de sueños que los mé-
dicos llaman turbulentos, y visto algunos que
los tienen (^) no tan continuos y tan brabos;
contemplad agora y hechad seso a montones
¿qué sintiera vn hombre que venía huyendo y
estalla entre sus enemigos durmiendo y por solo
él hablar español lialna de ser conoscido, y las
noches de henero largas, y hechado en el suelo,
sin ropa, y no poder, avnque tenia grande gana,
dormir, por no le osar dexar de la mano?
Mata. — No me dé Dios lo que deseo sí no
me paresfje que vn tal hera mérito matarle si se
pudiera hazer secretamente; alo menos hecharle
en la mar; yo hizíeralo, porque en fin muchas
cosas hazen los hombres por salvarse; luás va-
lia (jue muriera el vno que no todos. ¿Y quán-
tos dias duró ese subsidio?
Pedro. — Con los genícaros treze.
Juan. — /Pues, treze dias vinistes siempre
con vuestros enemigos.'
(*) En el ms
{') pero.
Pedro. — Y avn que reseibia hartos sobre-
saltos cada día.
Juan. — ¿Cómo?
Pedro. — Sentándonos a la mesa hartas ve-
zes daba vn suspiro el vno dellos dizíendo:
Hei (juidi imanzizis, qidm eizimhulur nase mos-
tulii colur: ¡ha, cornudo sin fe, quie'n te topase
que buenas albri(¡ias se hahria! ¿Qué os paresce
que sintiera mí coraron? No podía ya tener pa-
ciencia con el viejo, viendo que de los pensa-
mientos y torres de viento del dia procedían
los sueños, y llegúeme vn dia a él, apartado de
los genÍ9aros, y pregúntele en qué iba pensan-
do, porque con las manos iba entre sí esgri-
miendo. ¿Sabéis, digo, qué querría yo que pen-
saseis? La miseria del trabajo en que hamos y la
longura del camino, y que sois vn pobre barbei'o
y no capitán ni hombre de guerra, y de setenta
años, y quando llegaréis, si Dios quiere, en
vuestra casa, o vuestra muger sera muerta, o ya
que biba, como ha tanto que vos faltáis, no po-
dra dexar de averos olvidado, y vuestras hijas
por casar y cada dos vezes paridas. Esto id vos
contemplando de día. que no creo yo que esca-
pa de ser verdad, y soñareys de lo mesmo.
Mata. — ¡Por Dios que vos le dabais gentil
consuelo! ¿Y vos consolabaísos con eso, o pa-
sabais este rosario que traéis a la ^inta, muchas
vezes?
Pedro. — Siempre al menos iba vrdiendo
para quando fuese menester tejer.
JuAK. — ¿Malicias?
Pedro. — No en verdad, sino ardides que
cumpliesen a la salvación del camino.
JüAN. — Pues ese el mejor hera ayuno y ora-
tion. ¿Quántas vezes pasabais cada día este ro-
sario?
Pedro. — ¿Queréis que os diga la verdad?
Juan. — No quiero otra cosa.
Pedro. — Pues en fe de buen christiano que
ninguna me acuerdo en todo el viaje, sino solo
le trayo por el bien pares^er al abito.
Juan. — Pues ¡qué erejía es esa! ¿ansí paga-
bais a Dios las mercedes que cada hora os ha-
zia?
- Pedro. —Ninguna quenta tenía con los pa-
ter nostres que rezaba, sino con solo estar aten-
to a lo que decía. ¿Luego pensáis que para con
Dios es menester rezar sobro taja? Con el co-
racon habierto y las entrañas, daba un arcabu-
zazo en el cíelo que me parescia que penetraba
hasta donde Dios estaba; cpie decía en dos pa-
labras: Tú, Señor, que guiaste los tres reyes
de Lebante en Yelem y libraste a Santa Su-
sana del falso testimonio, y a Sant Pedro de
las prisiones y a los tres muchachos del horno
de fuego ardiendo, ten por bien llevarme en este
viaje en salvamento ad laudem et f/loriaiu om-
nipotentis nominis tai; y con esto, algún pater
66
autobiografías y memorias
noster; lio fiarla do toda esa jente que trae pa-
ter nos tres en la mano yo mi anima.
Mata. — Quanto más de los que andan en
las plazas con ellos en las manos, meneando
los labios, y al otro lado diciendo mal del que
pasa, y más (|ue lo vsan agora por gala con
viva borlaba.
JüAX,— Vosotros sois los verdaderos maldi-
cientes y murmuradores, que por ventura le-
vantáis lo que en los otros no liai.
Mata. — Buen callar os perdéis, que vos no
sois parte en eso.
Juan. — Mejor os le perdéis vosotros, que
quando no tenéis de qué murmurar dais tras
vna cosa tan santa, buena y aprobada como los
rosarios en la mano del christiano.
Pedro. — Pues como no sea de derecho diui-
no el rosario, avnque sea de los que el general
de los fraires vendimió, podemos de9Ír lo que
nos pares9e.
Juan. — Sí, codío no sea contra Dios ni el
próximo.
Mata. — Aora, sus, y con esto acabo. A mí
me quemen como a mal christiano si nunca
hombre se fuere al infierno por rezar ocho ni
diez pater nostres de más.
Juan. — ¿Pues eso quién lo quita?
Mata. — Pues si no lo quita, ¿qué necesidad
hai para con Dios de rezar, como dijo Pedro
de Vrdinialas, sobre taja, habiendo dado Dios
9Ínco dedos en cada mano, ya que queríais
quenta, por los quales se pueden contar las es-
trellas y arenas de la mar?
Pedro. — Por los dedos puédese contar sin
que la gente lo bea, debaxo de la capa, como
quien no haze nada, y no andan ellos tras eso;
mas ¡que de vezes saltan desde el qui es in celis
en el remissionem pecatornm quando ven pasar
al deudor!
Mata. — Yo veo que Juan de Voto a Dios
no puede tragar estas pildoras. Vaya adelante
el quento. Al cabo de los treze días ¿dónde
aportastes con los turcos?
Pedro. — Llegamos a vn pueblo bueno, que
se llama la Caballa, que ya es en la mar, por-
que hasta alli siempre había procurado de no
pasar por entre los dos castillos de Sexto y
Abido.
Mata. — ¿Aquéllos que cuenta Boscan?
Pedro. — Los mesmos.
Mata. — ¿Dónde están?
Pedro. ^ — A la entrada de la canal que lla-
man de Constantinopla, los quales son toda la
fuerza del Gran Señor, porque no puede entrar
dentro de Constantinopla ni salir nabe, galera,
ni barca, que no se registre allí, so pena que la
hecharan a fondo, porque han de pasar por con-
tadero.
Juan. — ¿Qué tanto hai del uno al otro?
Pedro. — Vna culebrina alcanza, que sera
legua y media.
Juan. — ¿Y son fuertes.'
Pedro. — Todo lo possible; al menos están
lo iiiejor artillados que entre muchos que he
visto hai, y de jente no tienen mucha, porque
cada y quando fuere menester dentro de dos
días acudirán a ellos cinquenta mili hombres.
Juan. — Y la Caballa donde llegastes ¿es
deste cabo o del otro?
Pedro. — No, sino deste. De alli a Salonique
herau tres jornadas, y a Monte Sancto, veinte
leguas por mar; yo determiné de no tentar
más a Dios, y que vastaban tre9e jornadas con
los enemigos. El camino real es el más pasajero
del mundo; yo soi muy conosfido entre judios
y christianos y turcos; no sea el diablo que me
engañe, y me conozca alguno; más quiero irme
por agua- a Monte Sancto; y despidime con
harto dolor y lagrimas de los geni^aros, que les
contentaba la compañía, dÍ9Íendo que yo quería
irme en vna barca a mis monesterios, y me pe-
saba de perder tan buena compañía y los servi-
cios que les había dejado de hazer. Ellos res-
pondieron que por 9Íerto holgaran que el cami-
no y compañía fuera por mucho mayor tiempo,
y ansí se fueron. En la posada bien sabían quién
yo hera, porque conos9Ían el espía, y había alli
vn sastre9Íllo medio remendón, candióte, que
también solía ser espía, con los quales vebimos
largo aquella noche.
Juan. — ¿Cómo podías sin cama sufrir tanto
frío y sin ropa?
Pedro. — Hartándome de ajos crudos, y
vino, que es brasero del estomago, avnque no
todas vezes hallaba la fruta; mas a fe que
quando la podia aver luego iba a la alforxa. Tu-
bimos consejo entre los dos espías y yo con el
mesonero griego, quál seria mejor: pasar ade-
lante siempre por tierra o ir a Monte Sancto
alquilando vna barca. Todos dixeron que ir a
Monte Sancto (') y yo lo acepté, estando nmy
engañado con pensar que harían a fuer de acá
los fraires en recojer a los huidos y malhechores,
quanto más a mí en tal caso; y donde tantos
frain's hai, no es menos sino que les agradaré
con mis pocas letras griegas y latinas, y tener-
me han fasta que pase por ahí alguna nabe o
galera de christianos, que como están en la ri-
bera de la mar muchas vezes pasan, con la qual
me vernía fasta QÍ9Ília. El espía y los compa-
ñeros no veian la hora de apartarse de mí, por
el peligro en que andaba; y con pensar que en
el punto que pusiese el píe en Monte Sancto
seria libre, porque ansí me lo dezian los griegos,
hize que me alquilasen vna barca que me llevase
al primer monesterio, y traxeronme vna igua-
(') hera lo mejor.
CRISTÓBAL T)E VILLALON
67
lada por 9¡nco ducados, para aver de partir otro
dia por la mañana. Hize quenta con el espia con
pensar que ya no le habría menester, y akan-
come quarenta ducados vene(,'ianos, sin dozeque
yo le habia dado, los quales le pagué doblados
porque tomó mis vestidos de brocado y seda y
las camisas de oro y pañizuelos y otras joyas en
descuento, al precio que él quiso, y empresentele
dé más desto vn caballo de aquellos y el otro
vendi por dos escudos.
Mata. — Pues ¿quánto le dabais cada dia al
espión?
Pedro. — Quatro ducados venecianos, que
son 9Ínquenta y dos reales, y de comer a él y a
vn caballo.
Juan. — Y el viejo ¿no pagaba su mitad?
Pedro. — No me ayude Dios si yo le vi en
todo el viaje gastar mas de 9Íent ásperos, que
el mal viejo todo lo llebaba empleado en piedras,
y por no nos parar a venderlas y ser descu-
biertos, yo no hazia sino gastar largo entre
tanto que durase. A la mañana despedi la es-
pia y tomé probision, y metime en la barca, y
aquel sastre^illo griego quiso irse conmigo por-
que el dueño de la barca le daba parte de la ga-
nancia si le ayudaba a remar. Partimos con vn
bonico viento y caminamos obra de tres leguas,
y alli volbio el viento contrario, y hechonos en
vna isla que se llama Schiatho, dos leguas y me-
dia de la Caballa, [de] donde habiamos salido.
Dixome el sastre9Íllo: Hagoos saber que habe-
rnos, gra9Ías a Dios, aportado en parte que por
ventura sera mejor que Monte Sancto, porque
esta es vna muy fértil isla de pan y vino, aceite
y todas frutas, y en este puerto vienen siempre
muchas nabes grandes y pequeñas que van al
Chio, y a Candia, y a Vene9Ía a tomar basti-
mento. Estarnos hemos aqui hasta que venga
alguna; y subimonos al pueblo que estaba en vn
alto. El marinero pidió dineros de la barca, y yo
le daba dos ducados y no quiso menos de todo.
Digo: Hermano ¿pues cómo? Yo te alquilé para
beinte leguas a Monte Sancto y no me has
traido sino tres, y ¿quieres tanto por éstas como
por todo él viaje? Dixome: Padre, tornaos con
Dios y con el viento, que yo no tengo culpa; el
sastre ayudó de mala, como habia de aver la
mitad y dixo: Dele vuestra reveren9Ía, padre,
todo, que avnque no tenga justÍ9Ía, no os tiene
nadie de sentir por ello. Dile sus 9Ínco ducados
y avn en oro pagados, y tomamos en el pueblo
vna posada donde estaba vn mercader que traia
sardinas en quantidad, griego, y como nos sen-
tamos a comer ('), yo heché la vendÍ9Íon sin
estar advertido el como lo habia de hazer, sin
pensar que fuese menester. Aquel mercader y
otros griegos preguntáronme si hera sacerdote.
(*) el viejo.
Yo dixe que no; luego vieron que yo ni el otro
no heránios fraires, y llegóse a mí el mercader
y comen9ome de de9Ír en italiano (*): Yo co-
nozco a ese sastre, que es vn gran tacaño, y os
trae engañados; agora esta jente barrunta, como
creo que es verdad, que no sois fraires y luego
os hará prender.
Juan. — Pues ¿qué jente era la del pueblo?
Pedro. — Christianos todos, sino sólo el go-
vernador que hera turco.
Juan. — Pues ¿qué miedo teniais de los chris-
tianos?
Pedro. — Antes desos se tiene el miedo, que
del turco ninguno; porque fa9Íl cosa es engañar
a vn turco que no sabe las particularidades de
la fe y lengua, y 9eriraonias, como el griego. Si
conos9en aquellos griegos de aquella tierra que
el cautibo christiano va huido, luego le prenden
y dan con él en Constantinopla.
Mata. — Pues ¿por qué, siendo christianos?
Pedro, — Por ganar el allazgo, lo vno; lo
otro porque si después hallan al esclabo, luego
pesquisan: con éste habló, aqui durmió, aquel
otro le mostró el camino, y destruyenlos, lle-
bandoles las penas, y avn muchas vezes los ha-
zen esclabos. Yo ningún miedo jamas tube de
los turcos; pero de los christianos grandissimo,
porque re9Ío caso eshazernos vn italiano" o fran-
9es a los tres, como estamos, entender que es
español avnque hable muy bien nuestra lengua,
que en el pronunciar, que en vn bocablo muy
presto se descubre no sei'le natural la lengua,
ansí que dÍ9e: El mejor consejo que vos podéis
tomar me pares9e (*), que luego os vaxeis aba-
xo y os metáis en aquel baxel que va a Sidero
Capsa, y de alli en vn dia podréis por tierra iros
a Monte Sancto. Yo metidas las cabras en el co-
rral, acepté el consejo, y dixeselo al sastre, el
qual dixo que no quería sino quedarse alli, que
habia mucho que remendar; que si me quería
quedar con él, hera mejor, y si me quería ir él
con9ertaria que me llevasen en el vaxel.
Mata. — ¿Qué llamáis vaxel?
Pedro. — Es vn nombre general que com-
prehende nabe grande y pequeña y galera, en
fin qualquier cosa que anda en la mar. Sidero
Capsa es vna 9Íbdad pequeña, donde se hunde
todo el oro y plata que se saca de las minas que
hai en aquella isla del Schiatho, donde yo esta-
ba, y en la Caballa, las quales son tan caudalo-
sas que dubdo sí son más las del Perú.
Mata. — ¿Qué tanto hai de las minas, a don-
de se hunde?
Pedro. — Veinticinco leguas por mar; sirben
9Íent nabe9Íllas que llaman caramu(^alides, y acá
corchapines, de Uebar solamente de aquella tie-
í*) español.
(') que es.
68
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
rra que produze ciorto horo finissimo de muchos
qnilaíps, y plata, y lo qxie más es en grándissi-
ma quantidad. Pagué porque me llebasen den-
tro vn ducado, y qnando me vi alli, los del va-
xol imaginaron que, pues tanto les habia dado
siendo fraire, podrian sacarme más, que dobia
de tener nmelio, y en descargando la tierra de
la mina, para bol ver por más, dixome: Yo os
querría hecliar en tierra; mas quiero que sepáis
que el poco camino que tenéis de andar hasta
Monte Sancto por tierra está lleno de ladrones,
que cierto os matarán; dadnos otro ducado y
poneros hemos por mar en vna meto.ria de los
í'raires, que es lo que acá llamamos granja. Con-
certeme con él y disele, porque me parescio que
tenia razón, [y] avn que también estaban con
gran sospecha de los sueños del compañero, que
yo 9Íerto tengo que estaba spritado. Desembar-
camos junto a la granja, que hera vna torre don-
de habia vn Fraire mayordomo y otros seis frai-
res que le servian y cababan las viñas. Ya yo
pense estar en España; y como llegamos con
nuestro hato acuestas llamamos y no quisieron
abrir para que entrásemos, que no estaba alli el
íconomo, que ansi se nombra en griego. Espera-
mos, y quando vino a la tarde saludárnosle y
respondióme como fraire, en fin, de granja.
Mata. — Siempre dan esos cargos de man-
dar a los más ca[z]arros y desgraciados.
Pedro. — Luego dixe: Noramala acá veni-
mos, si todos los frairos son como éste; ya con
las cejas caldas sobre los ojos, a media cara, con
sus cabellazos hasta la cinta y liarbaza, dixo:
subi si queréis, padre, a hazer colación, avnque
acá todos somos pobres.
Mata. — ¿Luego la primera cosa que todos
tienen es esa?
Pedro.— ¿Qué?
Mata. -r- Predicar pobreza.
Pedro. — Es verdad; y subimos y comen9ode
preguntarme y repreguntarme [de] dónde hera.
Yo le dixG que de la isla del Cilio, porque si
acaso liablase alguna palalira que no pareciese
griego natnral no se marabillasen, por respec-
to que en aquella isla se habla también italiano,
y tftdos los griegos lo saben. Scntamonos a ce-
nar en [ol] suelo sobre vna ma[n]ta vieja y
dieron gracias a Dios y comenzaron de sirvir
míinjares.
Mata.- ¡Y avn qné tales debian de ser y
qué dcllos!
Pedro. — No linbo fruta do principio nin-
guna.
Mata. — Ni .avn de medio creo yo.
Pedro. — La principal cosa que sacaron fue
habas remojadas de la noche antes en agua fria
y con vnos granos de sal encima, sin moler, tan
grandes como ellas, y tras esto vn plato de azi-
tunas sin aceite ni vinagre, que yo quando las
vi pense 9Íerto que fuesen pildoras de cabras,
porque no heran mayores; añadieron por los
huespedes tercero plato, que fue media cebolla.
JtJAN.— ¿Y ansi comen siempre?
Mata. — Que son mañas de fraires quando
hai huespedes forasteros, por comprobar la po-
breza que tienen predicada; mas entre sí y'os
prometo cpie lo pasan bien y tienen alguna ra-
zón, porque luego les acortarían las limosnas
por la fama que los huespedes les darian.
Pedro.— De los de acá yo bien creo lo que
vos decis, mas de aquellos no, porque lo sé
muy bien que hazen la mayor abstinen9Ía del
mundo siguiendo siempre ellos y los clérigos
griegos la orden evangélica. Llegamos de alli
en el primer monasterio de Monte Sancto,
yendo por vna espesura muy grande, que es de
esclabones, que alia se llaman Imlgaros, y el
nombre del monesterio Chilandari; y en lle-
gando estaban vnos fraires sentados á la puerta
de la portería, y encima de todas las puertas
hai vna imagen de Nuestra Señora, a la qual
los c{ue van en romería han de hazer primero
oration que hablen a nadie, y en esto tienen
grande scrupulo. Yo, como no sabia aquello, en
viendo los fraires los saludé con el grande pla-
zer que tenia, pensando hallar la charidad y
acogimiento que en Burgos. Ellos respondie-
ron: Bre ¿ti camis? padre ¿qué hazeis? señalán-
dome la imagen. Yo luego cai en la quenta, y
hize mi oration como ellos vsan.
Juan. — ¿Qué vso es el suyo?
Pedro. — En toda la Iglesia griega no so
hincan de rodillas, y las orationes particulares,
como no sean misa ni horas de la Iglesia, son a
la apostólica, muy breues : ha9en tres vezcs vna
cruz como quien se persina, tan larga como es
el hombre, de "manera que como nosotros llega-
mos al pecho con la cruz elloó a la garganta
del pie, y dicen: Agios o TJieos, Agios schiros,
Agios athanatos, eleison imas. Esto, como digo,
tres vezes o cuatro, y en la-iglesia añaden un
pater noster.
Mata.— ¿Qué (juieren decir aquellas pala-
bras?
Pedro. — Sancto Dios, Sancto fuerte, Sanc-
to immortal, ten misericordia de nosotros.
Mata. — En verdad que es linda oration.
-Idak. — A vos por([ue es brene os agrada.
Pedro. — También tienen vn Chirie eleison,
la (•) más común palabra (■■*). Quando se ma-
ravillan de algo, Chirie eleison', quando se ven
en fortuna de mar o de tierra, Chirie eleison.
Estarse a vn griego media llora diziendo: Chirie
eleison; que es: Señor, miserere. Entramos ya
en el monesterio y fuimos a la iglesia a hazer
O Ku el ms. his.
{-) que tienen.
CRISTÓBAL Í)E YILLALÓN
69
primero la oration qiio llaman prosqtünima, y
qnando me pregmitalian adonde iba, o [de]
dónde venia aquellos fraires, con decirles que
hera prosqninitis, que quiere decir como pere-
grino que va a cumplir alguna romeria, ata-
]a[ba] muchas preguntas ; dieronme luego a be-
ber en la despensa y el prior mostró buena cara.
Mata. — Esas siempre las muestran hasta
saber si les dan algo o no.
Peduo. — Deso estaba bien seguro; y hera ya
vna hora antes que el sol se pusiese, [cuando]
vinieron luego todos los fraires que estaban
fuera y tocaron a bisperas, y entramos en el coro
donde vi, fierto, vna iglesia muy buena y bien
adornada de imágenes y cera.
Mata. — A todo esto, ¿nunca se hazia caso
del compañero, ni hablaba, ni preguntaban cómo
no hablaba?
Pedro. — Cada paso ('); mas yo luego res-
pondía que era sordo y no entendía lo que dezia-
mos. ¿Cómo habia de hablar? lo qual bian por
la experiencia. Los oficios heran tan largos
como maitines de la Noche Buena y cierta-
mente, sin mentir, duraron quatro horas; al
cabo salimos, que nunca lo pense, y fuimonos
al refitorio a cenar.
Juan. — /(*) Qué rezan que tanto tardan?
Pedro. — El Salterio, del primer psalmo
hasta el postrero.
Juan. — ¿Cada dia?
Pedro. — Dos vezes, vna a bisperas otra a
maitines.
Juan. — ¿Cantado o rezado?
Pedro. — Cantado re9ando.
Mata. — ¿Cómo es eso? ¿cantar y rercar
junto?
Pedro. — No, sino que lo cantan tan de co-
rrida, que pares(;e que rezan.
Mata. — ¡Ha! ¿cómo acá los clérigos en los
mortuorios de los pobres?
Pedro. — Ansi es.
Juan. — Largo oficio es ese. ¿Qué tiempo les
queda si han de olgar?
Pedro. — (•') Lo que pluguiese a Dios so-
brase a los fraires todos de acá.
Juan. — ¿Qué es?
Pedro. — Después lo sabréis ; dexadme agora.
El refictorio tenia las mesas de marmol todas,
sin manteles ningunos, mas de la vina piedra,
y vn agujero en medio y algo concaua, para en
acabando de comer biliaria y cae el agua por
aquel agujero.
Mata. — ¿Con ([ué se limpian?
Pedro. — ¿De qué?
Mata. -De la comida.
Pedro. — ¿Pues aA'u no nos liemos sentado
(') En el ma ^m'sc.
{^) l'iiea.
(^) Después.
a la mesa y ya os queréis limpiar? Hera dia de
Sancto Mathia, y en cada mesa se sentaban seis
y habia seis jarrillos de plomo de a quartillo
llenos de vn vino que no sabe mal, hecho de
orujo y miel con cierta hierba que le hedían
dentro y vn poco de agua de azar que le da sa-
bor. Verdaderamente salta y emborracha ('), y
si no os dizen qué es, pares^eros ha buen vino
blanco, y un platico de queso molido, que en
aquellas partes quajan mucho queso, como
manteca de bacas, y metenlo en cueros como la
mesma manteca, y secase alli; después está
como sal (2), y esto se come amasando el bocado
de pan primero entre los dedos para que ad-
quiera alguna humidad, y pegue el queso en
ello quando vntare el pan. Teníamos olla de
vnas como arliejas que Wmwííw jasóles , y azitu-
nas como las pasadas y a casco y medio de ze-
bolla. El pan hera algo durillo, pero no malo.
Mata. — Duro tenerlo ian para que no se
comiese tanto.
Pedro. — A9ertastes; luego a la ospederia a
dormir, la qual hera, como agora os pintaré,
vna camaraza antiquissima con muchos para-
mentos naturales.
Juan. — ¿Que son naturales?
Mata. — ¡Hechadle paja! ¿No sabéis qué son
telarañas?
Pedro. — Las camas sobre vn tablado; vna
manta que llaman esclabina, que de más de la
infinita gente que dentro tenia, liabria una car-
ga de polvo en ella. Vna almohadilla de pluma
que si la dexaran se fuera por su pie a la pila.
Mata. — ^¿ Habia más?
Pedro, — No.
Mata. — ¿Luego para ir a maitines y madru-
gar, no habia necesidad de despertadores? Y
las camas dellos ¿son ansi?
Pedro. — Sin faltar punto, saibó la de algu-
no que se la compra él. Con ser la noche larga,
a las dos fuimos a maitines ; salimos a las sie-
te. Avn estaba confuso qué habia de ser de mí;
llegúeme al prior, y dixele que le (pieria en con-
fesión decir dos palabras, y tubolo por bien.
Digo, pues: Padre santo, yo os hago saverque
no somos fraires, ni avn griegos tampoco; so-
mos españoles y venimos liuidos del poder de
los turcos y para mejor nos salvar hemos toma-
do este vuestro sancto abito. Ajiostolcs sois de
Christo; hazed conforme al oficio que tenéis,
que por solamente querernos liazer renegar so-
mos huidos, y a ser tomados, por no ser mal-
tratados, quiza haremos algún desatino, el
qual, no usando vos de piedad y misericordia,
seréis causa y llebareis sobre vos. Yo traigo
gra(;'ias a Dios, dineros que gastar estos dos
(■-') hubo.
70
autobiografías y memorias
meses, s¡ fuere menester; no quiero más de que
me tengáis aqui fasta que benga algún nabío
que me llebe de aqui y pagaré cortesmente la
costa toda que entre tanto liare.
Juan. — Justa petición hera por cierto.
Pedro. — Tan justa heraquan injusta me res-
pondió. Comen9ode santiguarse y hazer melin-
dres, y espantosos escrúpulos, diziendo: Chirie
eleisov, ¿y esta traÍ9Íon teniais encubierta.'
¿queréis, por ventura, vos ser el t¡9on con que
toda nuestra casa se abrase, y avn la borden?
Luego sin dila9Íon os id con Dios, que a esta
mar no biene nabio ninguno de los que vos que-
réis, sino idos a Santa Laura, que hera otro
monesterio, que alli hai un portifuelo donde se
hallan algunas vezes esos nabios: y no os de-
tengáis más aqui, porque como éste es el mo-
nesterio mas 9erca de donde están los turcos,
cada dia vienen aqui a visitarnos y luego os
verán; yo no lo puedo hazer, anda con Dios.
Mata. — Pues ¡maldiga Dios el mal fraire!
¿tan pequeño hera el monesterio que, avnque
viniesen mili turcos, no os podian esconder
quanto más sin venir a buscaros?
Pedro. — El menor, de veintidós que son,
es como Sant Benito de Valladolid, y mayor
mucho, como están en desierto, que pares9e
cada vno vn gran castillo; y más que todo es
muy espeso monte de castaños y otros arboles,
que ya que algo fuera me podia salir al bosque
entre tanto que me buscaban.
Mata. — ¿Qué buscar? ¿qué bosque ni espe-
sura? Yos prometo que si fuerais doncellas,
avnque fueran 9¡ento cupieran en casa con to-
das sus santidades.
Pedro. — Yo le demandé vn fraire que me
mostrase el camino hasta otro monesterio, re-
negando de la pa9Íencia, que seria ocho leguas
de alli por el más áspero camino que pienso
haber en el mundo, y diomele de buena gana,
más con tal condÍ9Íon que le pagase su trabajo,
porque heran pobres; yo lo puse en sus manos
y mando medio ducado ('); admitilo, avnque
hera mucho, mas con condÍ9Íon que por que yo
estaba cansado y el viejo no podia, que llebase
él las alforjas acuestas, que de camisas y beinte
baratijas pesaban bien; no quiso, sino a ratos
él y yo; escoxi del mal lo menos, por tener a
quien hablar que supiese que no hera fraire,
para que me avisase de todas las cosas que ha-
bla de hazer y zerimonias que en la orden ha-
bla, para mejor saber fingir el abito, lo qual fue
vna de las cosas que más me dieron la vida
para salvarme, porque yo fierto lo deprendí a
saberlo tan bien como quantos habia en el Mon-
te. Pasamos por vn monesterio que se llamaba
Psimeno sin entrar dentro, y fuimos a dormir
(«) yo lo.
en otro muy de los prin9Ípales que se llama
Batopedi, adonde ya sabia yo el modo de las
ferimonias de fraire, y no fui conos9Ído por
otro, y fuimos huespedes aquella noche; y di-
mos con nosotros en otro, que es también prin-
cipal, que se dÍ9e Padocratora, en donde almor-
9amos, y pasamos a otro, que se llama Hibe-
ríco, en donde comimos, y queriendo pasar ade-
lante me preguntaron qué hera la causa que
pues todos los peregrinos en cada monesterio
estaban tres dias, nosotros Íbamos tan deprisa.
Yo respondí porque en Santa Lavra tenia nue-
ba que estaba vn nabio que se partia para Chio,
y por llegar antes que se partiese a escribir vna
carta, y embiar cierta cosa que nuestro patriar-
ca me habia dado en Constan tinopla, mas que
luego habia de dar la buelta y hazer mi oration
como hera obligado; y con esto los aseguré ya;
pasé a otro, que se llama Stabronequita, y de
alli a Sancta Laura, donde pensaba habia de
aver fin mi esperan9a; y hecha la oration y 96-
rimonias fuimos a hablar al prior, al qual hize
el mesmo ra9onamiento que al primero, y él los
mesmos milagros y respuestas que el otro, y
dixo que alli jamas habia nabio semejante, sino
de turcos, que me conoscerian y seria la ruina
de todos. El mejor remedio hera ir al Xilanda-
ri, que hera el primero de todos, y alli solian
acudir aquellos nabios. Yo digo: Señor, he es-
tado alia y remitiéronme acá; mirad que con-
migo no habéis de gastar nada. No aprobechan-
do, procuré de saber si habia algún fraire letra-
do para comunicar con él, y contentándole, que
se me afi9Íouase y rogase por mí, y habia vno
solo que se llamaba el papa Nicola, y comen9e-
le de hablar en griego, latino y cosas de letras,
el qual m'entendia tanto, que con vna ayuda de
agua fria (') le hizieran hechar quanto sabia. En
fin como (iÍ9e el italiano: en la térra de U orbi,
beato chi ha un ochio: en la tierra de los ('Je-
gos, beato el tuerto; afi9Íonoseme vn poco y ha-
bló por mí, y lo que pudo alcan9ar hera que nos
quedásemos alli por fraires de veras, y que él
nos enviarla adentro el bosque, donde tenian vna
granja, y yo cabaria las viñas y mi compañero
guardarla vn hato de obejas; y si esto no que-
ríamos, desde luego desembarazásemos la casa;
yo (}) respondí agrades9Íendoselo que holgara
dello, pero no podíamos por respecto que tenía-
mos mugeres y hijos, que de otra manera Dios
sabia nuestro muy buen proposito.
Joan. —Pues ¿el fraire mesmo habia de ca-
bar ni guardar ovejas?
Pedro. — Quieroos aqui pintar la vida del
Monte Sancto, para que no vais tropezando en
ello, y después acordadme dónde quedó la platica .
(') no.
(') como.
CRISTÓBAL DE VILLALON
71
Mata. — Yo tomo el cargo deso,
Pedro. — Los veintidós monesterios que os
he dicho, todos, sino dos, están en la mesma ri-
bera de la mar, y cada vno tiene vna torre y
puertas de yerro, y puentes levadizas, no más
ni menos que vna fortaleza, y no se liabre hasta
que salga el sol. Tiene ansi mismo cada mones-
terio su artilleria, y fraires que son artilleros,
[y] vna cámara de arcos y espadas.
Juan. — ¿Para qué esas armas?
Pedro. — Para defenderse de los cosarios,
que podrían hazer algún salto. La distan9Ía de
vn monasterio a otro no sera de dos leguas
adelante. En el punto que sueltan vna pieza de
artilleria, concurrirán al menos tres mili fraires
armados y avn muchos dellos a caballo, y resis-
tirán a vn exer9Íto si fuere menester.
Juan. - Si esos están debajo el Turco, ¿quie'n
les haze mal?
Pkdro. — Cosarios, que no obedes^en a na-
die; son como salteadores o bandoleros en
tierra.
Mata. — ¿No sera mejor a repique de cam-
pana?
Pedro. — En todo el imperio del Gran Tur-
co no las hai, ni las consiente. Vnos di^en que
porque es pecado; mas yo creo a los que diíjen
que, como hai tantos christianos, teme no se le
alzen o le hagan alguna traición ; porque el re-
pique de campana junta mucha jente; ni órgano
tampoco no le hai en ninguna iglesia, que con
trompetas se dize en Constantinopla algún dia
solemne la misa.
Juan. — ¿Pues cómo tañen los fraires o los
clérigos a misa?
Pedro. — Campanas tienen de palo y de hie-
rro que tocan como acá.
Mata. — Eso no entiendo como pueda ser.
Pedro. — Vna tabla delgada, estrecha y lar-
ga cuanto seis varas; por enmedio tiene vna
asa como de broquel y traenla en el aire en la
vna mano, que no toque a rropa ni a nada, y en
la otra vn marico, con el qual va repicando en
su tabla por todo el monesterio y haze todas
las differen^ias de sones que acá nosotros con
las nuestras.
Juan. — ¿Como acá los Viernes Sanctos?
Pedro. — Quasi. Las de yerro son vna barra
ancha y a manera de herradura o media luna,
colgada de modo que no toque a ninguna par-
te, y alli con dos mágicos de yerro hazen tam-
bién sus diferencias de repiquetes los dias de
fiesta.
Mata. — ¿Qué, es posible que en tan grande
miseria están los pobres christianos? Nunca lo
pensara. ¿Y tantos hai desos fraires?
Pedro. — Ya os he dicho que en cada mo-
nasterio do(;ientos o trescientos, ansi como los
monesterios de acá y las perrochias; todo es
vna manera de celebrar (•) alia; digolo para
que lo que oyerdes de Monte Sancto se entien-
de de toda Grecia.
Mata.— ¿El comer?
Pedro. — Ya os he dicho cómo comimos
aquellos dias de fiesta. Ellos tienen la mayor
abstinencia que imaginarse puede. Primera-
mente no comen carne, ni huebos, ni leche,
sino es obra de treinta o quarenta dias en todo
el año; iten tienen quatro Quaresmas.
Juan. — ¿Los fraires o todos los griegos?
Pedro. — Todos las tienen; pero más absti-
nencia tienen los fraires. El Adviento es la una,
en el qual comen pescado si le tienen; luego la
nuestra Quaresma, que la llaman ellos grande,
la qual toman ocho dias antes que nosotros y
en aquéllos bien pueden comer todos huebos y
leche y pescado. El domingo de nuestras {^)
Carnestolendas las tienen ellos de pescado y
huebos y leche, si no fuere pescado sin sangre,
como es ostrias, caracoles, calamares, pulpos,
gibias, veneras y otras cosas. Ansi, los fraires
añaden más abstinencia, que no comen lunes,
miércoles y viernes aceite, diciendo que es cosa
de gran nutrimento, ni beben vino; guisan
vnas ollas de hinojo y fásoles, con vn poco de
vinagre; habas remojadas con sal de la noche
antes tienen muy en vso y algunas acitunas.
Juan. — ¿Pasáis por tal cosa? ¿Y pueden re-
sistir a guardarlo de esa manera?
Pedro. — Como testigo de vista os diré lo
que pasa en eso. No digo yo fraire (^), ni en
Quaresma, sino vn plebeyo en viernes, que esté
malo, que se purgue, no comerá dos tragos de
caldo de abe, ni vn huebo, si pensase por ello
morir o no morir, y avn irse al infierno; en eso
no se hable, que entre vn millón que curé de
griegos jamas lo pude acabar, sino vnas pasas
o vn poco de aquel pan cocto de Italia. El Do-
mingo de Ramos y el dia de Nuestra Señora
de marco comen pescado y se emborrachan to-
dos los seglares, y avn de los otros algunos, y
darán las capas por tener para aquel dia pes-
cado.
Juan. — ¿Celebran ellos la Pascua como nos-
otros?
Pedro. — Como nosotros, y quando nosotros
tienen todas las fiestas del año, y la mañana de
Pascua es la mejor fiesta del mundo, que se be-
san quantos se topan por la calle y se conoscen,
vnos a otros, y el que primero vesa dice: O
2'heos aresti. El otro responde: Allithos anesti:
Christo resuscitó. Y el otro: Verdadevamente
resuscitó.
Mata. — ¿Y a las damas también?
Pedro. - Ni más ni menos, si las conosgen;
(<) es.
(') Quaresma.
(5) porque sino.
72
autobiografías y memorias
aviique yo, para de^ir la verdad, aquel dia si
me {)ares9Ía bien, avnque no la eonosyiese, le
daba las pascuas en la calle y uie lo tenia a mu-
cho por ser español, y avn cobraba amistades de
nuebo por ello.
Mata. — ¿Hai hermosas griegas alia?
Pedro. — Mucho, como vnas deas (').
Joan, — Dexaos agora deso; ¡mira adonde
salta! ¿Quál es la ter9era Qaaresma.'
Mata. - No querria Juan de Voto a Dios
oir hablar de damas burlando, mas de veras.
Dios os guarde de todos los de tal nombre en
achaque de sanctos.
Peouo. — Desde principio de junio hasta
Saiit .Juan; y ésta no hai abstinencia de pesca-
do, avnque tenga sangre. La vltima desde pri-
mero de agosto hasta Nuestra Señora, y avn
hai muchos que tienen otra quinta de 25 días,
a San Dimitre; mas ésta no es de pre9epto.
Juan. — Y en el sacrificar ¿en que difieren
de nosotros?
Pedro. — En el baptÍ9ar dÍ9en que somos
herejes, porque es grande soberbia que diga vn
hombre: Ego te baptizo, sino Dulos Thetí se
haptizi: el sierbo de Dios te baptiza. Yo, ha-
blando muchas A^ezes con el patriarca y algunos
obispos, les de9Ía que por falta de letrados es-
taban diferentes su Iglesia y la nuestra roma-
na; porque esto del baptismo todo hera vno
dezir: Vo te bautizo en el nombre del Padre, etc.
y El sierbo de Dios te baptiza. No hechan el
agua de alto, sino tomanle por los pies y za-
puzanle todo dentro la pila. Eu la misa no
no hai pan senzeño, ni curan de hostia como
nosotros, sino vn peda9Íllo de pan algo crecido.
Las mugeres que lleban pan a la iglesia para
ofres9er hazen vna cruz a vn lado del panezillo,
para que de allí tome el sacristán para sacrifi-
car, y en vn platico lo tienen en el altar. La
casulla es a manera de manto de fraire hasta
en pies, con muchos pliegues; no le verán de-
9Ír la misa, porque el altar esta detras de vna
parod a manera de can9el con dos puertas a los
lados. El sacerdote sobre la vna dÍ9e la Epis-
tola al pueblo, y muchas orationes que nuestra
Iglesia dÍ9e el Viernes Sancto, ellos en todas
sus misas las tienen. En la otra puerta dÍ9e el
Eyaugelio. El credo y el pater noster no le di-
96 el sa9erdote, sino vn muchacho a boces en
medio de la iglesia.
Juan. —¿Qué causa dan para que se ha de
sacrificar con pan leuado?
Pedro. — Porque el pan sin levadura es co-
mo cuerpo sin anima, y habiéndose de convertir
en Christo aquello, no puede si no tiene aniin;i.
Son todos vna jente quasi tan sin razón como
los turcos.
(') la tercera.
Juan. — Ansi me pares9e a mí por lo que
dellos me contais. ¿Y cómo al9an el sacra-
mento?
Pedro. — Tieneleel sacerdote en su plato cu-
Ijierto con vn belo negro y sale por vna puer-
ta, y da vuelta jjor todo el coro a manera de
pro9ession (•) y torna por la otra; y otro tanto
al cáliz, y de como sale hasta que torna ningu-
no mira ha9Íalla, sino todos, inclinadas las ca-
bezas hasta las rodillas, y más si más pueden,
están ha9Íendo cru9es y dÍ9Íendo: Ghirie elei-
son, Chirie eleison. En fin de la misa el sa9er-
dote da por su mano a todos el pan bendito,
que llaman andhlero, y algunos estonces ofres-
9en algo, y no creáis que habrá griego que al-
nuier9e el domingo antes que coma el pan ben-
dito. Las más vezes hai en fin de la misa psi-
chico, que es limosna que algunos dan de j)an
y sendas vezes de vino a toda la jente que hai
en misa, sentados por su orden. Como no co-
noscen nuestro Papa, tienen por superior vn
patriarca, el qual reside en Constantinopla, y
éste pone otros dos: vno en Antiochia y otro
en Alexandria.
. Juan. — ¿Qué renta tiene?
Pedro. — La que tubiesen muchos perlados
de acá; solamente aquello que por su persona
allega pidiendo seis meses del año limosna en
cada pueblo; es Aa'rdad que se lo tienen allega-
do, pero conviene ir en persona; lo que estando
yo alia cada año allegaba eran treze mili duca-
dos, de los quales daba ocho mili al Gran Turco
de tributo porque le dexe tener la fe de Christo
en peso y hazer justÍ9Ía en lo eclesiástico; y de
los yinco o seis mili ducados se mantiene a sí y
a los otros dos patriarcas.
Juan. - ¿Y ese es fraire o clérigo?
Pedro. — No puede él ni obispo ni ninguno
ser clérigo, porque los clérigos todos son casa-
dos a lei y a beudiyion. Ha do ser por fuerya de
los de Monte Sancto.
Mata. — Eso de casados los clérigos, me
de9Íd: ¿Cómo casados? ¿Qué cosa es casa-
dos?
Pedro. — ¿No os tengo dicho que se vibe
alia a la apostólica, y no están debaxo de nues-
tra Iglesia Romana? Cada clérigo se llama
papa: el papa Juan, el papa Nicola, etc, y su
nmger, la paparía.
Mata. — ¡Cómo se holgaría Juan de Voto a
Dios que acá se usase eso; digo a lei y a ven-
dÍ9Íon, que sin lei y a maldiyion, de las de a pan
y cuchillo, no falta, por la gra9Ía de Dios. Tres
vezes ha parido la señora después que vos fal-
táis.
.) UAN. — Para éstas que yo sepa de aqui ade-
lante de quién me guardar.
(') y lo niesmo.
CRISTÓBAL DE VILLALON
73
Mata. — No tenéis por qué os picar más vos
que los otros, que yo no dixe sino de los clérigos
y tli[e]ologos de acá en comparajion de los de
alia; sé que vos no sois obligado a responder
por todos.
Juan. —Ello está bien. ¿Los obispos no ter-
nan, a esa quenta, mucha renta?
Pedro. — La que les basta para servir a Dios :
dofientos o tres9Íentos ducados el que más; y
llamanse metropollitas; los obispados, como en
renta, stm pequeños también en jurisdicioil;
quasi cada pueblo, como sea de do^ientas casas,
tiene el su metropoUita y no puede salir de su
obispado sino es a la election del patriarca, que
es por mano destos y eligen a vno dellos.
J UAN. — ¿Y éstos elígelos el mesmo patriarca
de los de Monte Sancto?
Pedro. — Sí.
Juan.— ¿Y los clérigos que renta tienen?
¿Ilai canonicatos o dignidades como acá?
Pedro. — Ni avn beneficios tampoco; no
penséis que es alia la sumptuosidad de las igle-
sias como acá; son pequeñas, como cosa que
está entre enemigos, y heredanse como cosa de
patrimonio; es como hai acá 9Ícrtas abadías en
ermitas o encomiendas de Sant Juan. Tengo
agora yo esta iglesia como cura delhi; tomo
quatro o seis papas que me ayudan, y parto con
ellos la gaiuxncia toda que los perrochianos me
dieren, que es harta miseria, si no tienen otras
cosas de que se sustentar ausi el cura como los
otros.
Joan. ¿Confiesanse?
PEDRo.—Como nosotros; no hai más dife-
ren9Ía entre su Iglesia y la nuestra de lo que os
lie dicho; en lo demás, entended que lo que vos
hazeis en latin el otro lo haze en griego.
Mata. — Acabemos si os pares9e a Monte
Sancto, que después daremos vna mano a lo que
desto quedare. En ese monte tan scabroso, don-
de ni hai hombre ni muger ni pueblo en diez le-
guas alrrededor, ¿qué comen? ¿de qué se man-
tienen? ¿quién les da limosna?
Pedro. — ¿Limosna o qué? ¿Luego ahuyia de
la limosna se tienen de meter en las religiones
teniendo sus miembros sanos? Cada mañana en
amanes9Íendo que se habré la puerta y vaxan la
puente, veréis vuestros fraircs todos salir con
vnos sayos de sayal hasta la espinilla, y vnos
bicoquis como éste; veinte por aqui con sus aza-
das a cabar las viñas; otros tantos por acullá
con las yubadas; por la otra parte otros tantos
con sus hachas al monte a cortar leña o madera;
9Ínquenta otros están haziendo aquel cuarto de
casa, enyesando, labrandcj tablas, y todo en fin
que ninguno hai de Fuera. Maestros hai de
hazer barcas y nabios pequeños; otros van con
sus remos a pescar para la (tasa;' otros a guar-
dar ovejas; los de ofi9Íos mecánicos quedan en
casa, como 9apateros, sastres y cal9eteros, he-
rreros; de tal manera que, si no es el prior y el
que ha de diyir la misa, y algún impedido, no
queda hasta vna hora antes que el sol se ponga
hombre en casa. Yo me espantaba quando no
lo sabia; y caminando de vn monesterio a otro
veia aquellos, que 9Íerto pares9en hombres sal-
vajes, con aquellos cabellazos y barbas.
Mata. — No pares9eis vos menos en verdad.
Pedro. — Y preguntábanme: Po pni ¿iagio-
sini su pate?- agiotate] Sanctísimo padre ¿dónde
va vuestra santidad.' Yo muerto de haml)re y
con mis alt'orjacas acuestas respondía primero
entre dientes: ¡La puta, que os parió con vues-
tras sanctidudes.'
Juan. — ¿Pues por qué os llamaban ansi?
Pedro. — Vsase entre ellos, avnque sea al
cozinero y al herrero, llamar sanctidad.
Mata.-— ¿Y cómo llaman al patriarca?
Pedro. — Ni más ni menos. ¿Como queréis
subir más arriba? Dentro el mesmo Monte hai
muy buenos pedacos de viñas y olivares y here-
dades, a donde lue querían enviar a mí a traba-
jar, que son muchos dellos de particulares, y lo
venden.
Juan. — Eso no entiendo.
Pedro. — Digo que hai caserías, como diga-
mos, con sus viñas y olíuares; y el Fraire que
tiene dineros compra vna de aquellas, y escoje
quatro o 9Ínco compañeros que se lo labren y
dales su mesa y mantienense de aquello.
Juan. — ¿No comen en refitorio?
Pedro. — Estos tales no, sino tienen muchos
quartos en la casa apartados que corresponden
a aquellas caserías y son anejos (') a ellas, y
allí se están y ban a sus oras como los otros;
mas no son obligados a trabajar nada para la
casa.
Juan.— ¿Y esa quien la vende?
Pedro. — El monesterio; porque quando
muere se queda otra vez en el monesterio, avn-
que en vida bien la puede vender. Ansi hai mu-
chos labradores que son viudos o de otros ofi-
9Í0S, y hazen dinero lo ({uc tienen y metense
fraires allí.
Mata. — ¿Y lo que llel)an es nuestro, como
acá?
Pedro. — No, si no suyo propio, que nadie se
lo puede tomar.
Juan. — ¿Y esos no saben letras?
Pedro. — De diez partes las nuebe no saben
leer ni escrebír, y gramática griega de mili vno,
y aquella bien poca.
Juan. — Pocos sacerdotes habrá a esa ipienta.
Pedro. — Muy pocos. Quando a la noche lle-
gaban del trabajo veníanme algunos a hablar;
y yo no sabía de qué me conos9Ían. Como ve-
(') Ms. anejas.
74
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
niau con sus capas de coro, largas ('), de cha-
melote o estameña, y las barbas algo más peina-
das, preguntábales quiénes heran o de qué me
conos9Ían: Decian. ¿Vuestra sanctidad no se
acuerda que me pregunto por el camino estando
yo cabando en tal parte? Yo luego le de9Ía:
¿Vuestra sanctidad es? ya cayo en la quenta, si
mala pascua le dé Dios.
■ Mata. — ¿Cómo es posible haber pan y vino
y todo la ne9esario para tantas personas y tan
grandes monasterios en solo peda90S del Monte?
Pedro. -¿No dixe primero que tenian sus
viHoxias o granjas fuera? Cada monesterio tiene
vna o dos o más metoxias fuera del Monte jun-
to a Sidero Capsia, y en las islas del arcipiela-
go algunas, como son en la isla de Lemno y del
Schiatho, donde yo estube, y Eschiro, que son
de distan9Ía de Monte Sancto quinze leguas
por mar; y en estas metoxias tienen sus mayor-
domos, con tantos fraires que basten a labrar
las viñas y heredades, y con aquellos nabios pe-
queños que hazen van y bienen y benden lo que
les sobra, y alli tienen ganado y gallinas para
los huebos, porque carne no la comen, y otras
granjerias de fraires; de la lana del ganado ha-
zen de bestir para la casa a todos.
Mata. — ¿Y esos trabajan mucho?
Pedro, — Como los mayores ganapanes que
hai por acá; lo que seis obreros cabarán en vn
dia, ellos largamente lo liaran quatro. ¿Que pen-
sáis? Antes que fuesen fraires, no heran más
deso tampoco; ellos al paresfer tienen vida con
c|ue se pueden bien salvar, y no piden a nadie
nada ni son importunos.
Mata. — Si en nuestras fronteras de moros
vbiese monesterios desa manera, no se deserbi-
ria Dios ni el Rei; porque a Dios le defenderian
su fe y le servirían, y al Rei su reino, y que la
jente de guerra que alli está se fuese al exer9Í-
to donde anda su persona.
Juan. — Dezid vos eso y pelaros han los
fraires.
Pedro. — No me ayude Dios si no creo que
irian de tan buena voluntad la mayor parte de-
llos como a ganar los perdones de más indul-
gen9¡as que la Cruvada con9ede, y avnque cor-
tase tanto la espada de algunos como las de los
soldados.
Mata. — Estaba pensando qué se me olvida-
ba de preguntar, y agora me acuerdo: ¿Qué ha-
bito traen los clérigos griegos o papas?
Pedro. — Vnas ropas moradas por la mayor
parto, avnque algunos las traen negras, y en
la cabeza vn barretin morado y vna benda azul
por la frente que le da tres o quatro bueltas a
la cabeza. Ya no tengo memoria en dónde que-
dó la platica pnn9Ípal.
(') como.
Mata. — Yo si. Quando en Santa Laura el
prior os dixo que si queríais ir a trabajar con
los hermanos y respondistes que herais ca-
sado.
Pedro. —Gran deseo es el que Mátalas Ca-
llando tiene de saver, pues tiene tanta aten9Íon
al quento. Yo determiné, harto falto de pafien-
9Ía y desesperado de verme traer de Anas a
Caiphas, de no me descubrir más a ningún
hombre ni por pensamiento; sino, pues sabia ya
tan bien todas sus 9erimonias y vida frairesca,
que aquel que vino conmigo los dos dias me ha-
bía enseñado, estarme en cada monesterio los
tres dias que los otros peregrinos estaban por
huespedes, y hazerles entender que hera tan
buen fraire como ellos todos; quanto más que
sabia 9Íertos psalmos en griego, de coro, y otras
cosillas, con las quales los espantaba y me lla-
maban didascalos, que quiere decir doctor; to-
do el pan que podia ahorrar escondido lo guar-
daba para tener que comer en el bosque quando
me quisiese ir a estar algún dia para detenerme
más, por si acaso en aquel tiempo pasase algún
nabio que me llebase. Sali de aquel monasterio
con otro fraire de guia y fui a otro que se llama
Agio Pablo, donde me estube mis tres días y
cantaba con ellos en el coro, y no se contenta-
ban poco, y la comida hera como las pasa-
das. Acabados mis tres dias fui al monasterio,
Rusico, que es de rusios, 9Íerta jente que confi-
na con los tártaros, y está subjeta a la Iglesia
griega, y estube los mesmos, y fui a Sant Ge-
rónimo, donde pasé vn grandissimo trago; por-
que estaban vnos turcos que hablan aportado
alli, y preguntáronme [de] dónde hera, y dixe
que del Chio; y a9ertó que el vno hera de alia,
renegado, y luego me preguntó cuyo hijo y en
qué calle; y yo en mi vida habia estado alia;
pero Dios me dio tal gracia que estube hablan-
do con el más de vna hora, dando razón a quan-
to me preguntaba sin discrepar ni ser tomado
en mentira, y avn oian la platica otros dos frai-
res naturales de alia.
Mata. — Eso no me lo engargantareis con
vna cuchar. ¿Qué razón podíais vos dar de lo
que nunca vistes?
Pedro. — Andad vos como yo por el mundo
y sabreislo. Dábale a todo respuestas comunes;
a lo que me preguntó cuio hijo era, dixe que
de Verni, que es nombre que muclios le tienen,
y si me preguntaba de quál, de9Ía que del viejo;
¿y cómo está fulano? es muerto; el otro no está
alli; fulano está malo; el tal armó vna barca
cargada de limones para Constantinopla; y
otras cosas ansi; ¿pares9eos que me podia exi-
mir? y avn os prometo que quedó bien satis-
fecho.
CRISTÓBAL DE VILLALON
75
COLOQUIO VI
Salida para la isla de Lemnos. — Tempestad que sufren. — Son
arrojados á la isla de Skiatlios. — Trabajos que allí pasaron. —
Llegan á un pueblo de la costa cuyos habitantes ruegan á
Pedro que confiese en la iglesia. — Huye éste y va á Lemnos.
— Llegada á Chios. — Buena acogida que tuvo allí. — Descrip-
ción de la isla.— Navegación por el Archipiélago y el Adiiálico.
Mata. — Pares^cmc que no les faltaba rra-
zon a los que de9Ían que teníais demonio, por-
que tales cosas avn el diablo no las vrdiera.
Pedro. — Pues hombre que habia ya sido dos
meses o 9erca fraire ¿no queréis que vrda cosas
que el diablo no baste? El vltimo monasterio
adonde fui se llamaba Sero Potami, estando en
el qual dos dias, en vísperas vi entrar vn mari-
nero griego, y pregúntele [de] dónde venia, y
dixome que de la isla de Lemno, y tornaba allá.
Como no via la hora de salir de alli, que se me
acababa la candela, dixele si desde allí podían
ir al Chío que me iría con él; dixome que muy
bien, Ygualeme en medio escudo, y embarque-
me con mí compañero, y de aquel monesterio
donde yo salí se embarcaron seis fraires, los
quales metieron harto bastimento, principal-
mente vino. Comenzamos de alzar vela y nave-
gar, y era quasi noche y dieziseis de hebrero.
Comenco a abibar el viento y dixe al pati'on
del nabío: Mirad, señor, que es imbierno y la
noche larga, y el nabío pequeño; mejor sera
que nos quedemos aquí esta noche, porque el
viento refresca y podra ser que nos veamos en
aprieto. Como iban él y los fraires bebiendo y
borracheando lo que habían metido, no hizieron
caso ninguno de lo que yo dezia, antes se re-
yeron, y quasi todos beodos; a las on9e de la
noche alborotóse la mar, no así como quiera,
sino la más braba y hinchada que en mi vida
la vi; los marineros, parte por lo poco que sa-
bían, parte por el vino, perdieron el tino de tal
manera que no sabían donde se estaban y no
hacían sino bomítar. Quiso Dios que cayeron
en la quenta que hechasemos en la mar todo
quanto llebabamos para alivianar el nabío; es-
forzando más el viento llebonos el árbol y an-
tena con sus velas; ya hera el día y halláronse
menos borrachos, pero perdidos; comenzó de di-
visarse tieria, y no sabian qué hera. Vnos de-
cían que Saloníque, otros que Lemno, otros
que Monte Sancto; yo reconosci, como habia
estado otra vez alli, que era el S^íatho, y dixe-
selo; mas ya desesperados, viendo que íbamos
a dar en vnas peñas dixeron: Agora, por Dios
verdadero, nos ahogamos todos; serio7-es, ¿que
liaremos sin vela ni nada.' Dexó el patrón el
timón ya por desesperado, y hincáronse de ro-
dillas y comencaron de invocar a Sant Nicolás,
y tornaron a preguntarme a mí: ¿Qué haremos.'
Respondí con enojo: A^a mas par i o diavolos
olus: Que nos lleven todos los diablos; y salto
AUTOBIOURAFÍAS Y MEMORIAS. — 16
donde estaba vn pedazo de vola viejo, y hago
de dos pedazos vna bela chica, y pongo en cruz
dos baras largas que acerté a hallar, y dixeles:
Tened aqui, tira destas cuerdas, y tirando lla-
mad quantos santos quisieredes; no penséis
que los sanctos os ayudarán si vos no os ayu-
dáis también. Comenco de caminar nuestro na-
bío con aquel trinquete, como la fuerca del
viento hera tan grande, que cada hora serian
bien tres leguas; y fuenos la vida que durase
la fortuna, porque sí estonces cesara y nos que-
dábamos en calma, todos peresciamos de ham-
bre, porque estábamos en medio del golfo, y el
vizcocho todo habia ido a la mar por salvar las
vidas, y no podíamos caminar sin viento. Lle-
gamos a distancia de tierra por tres o cuatro
leguas y alli abibó de tal modo el viento, que
nos llebó el trinquete, que del todo desesperó a
todos. Dixo el patrón: Señores, todo el mundo
se encomiende a Dios, porque nuestro nabío va
a dar en aquellas peñas, adonde todos peresye-
remos; y comento de mantener quanto podía el
nabío, que ni andubiese atrás ni adelante, y de-
zia: Si alguno tiene dineros (') délos a estos mo-
rilleros, que saben muy bien nadar, que por ven-
tura se salvará y hará algún bien por el ani-
ma. Yo les dixe, aunque ciertamente no falta-
ban vna docena y dos de ducados, que no tenia
blanca; mas avnque la tubiese, ¿qué se me daba
a mí, perdiéndome yo, que también la mar se
sorbiera el dinero? En esto quiso Dios que nos
acercamos a tíeiTa mucho más; y con la grau-
dissima furia que la mar tenia no se pudo de-
xar de dar al trabes en aquella isla, y fuenos
Uebando la mar; y como yo me vi quasi en tie-
rra, sin saber nadar, acudicieme a saltar, y si no
me sacaran dos marineros, yo me quedaba alli;
los demás no quisieron saltar por el peligro, y
ensoberveciose la mar más y dio con el nabío
más de vn quarto de legua fuera del agua, junto
a vna ermita de Nuestra Señora que allí estaba,
y asentad está por cabezera entre todas las
uieryedes que de Dios he rescíbido; que aquella
isla del Schiatho donde dimos al trabes, tiene
de cerco treinta y ciiieo leguas y en ninguna
parte de todas ellas podíamos dar al trabes que
no perescíeramos todos (^), porque es por todas
partos peña viba, sino adonde dimos, que había
vn río pequeño que daba en la mar y hera are-
na todo, y alli embocó el nabío, que no seria de
ancho c¡ent pasos.
Juan. — ¿Qué llamáis dar al trabes? ¿Por
ventura es lo que dize Sant Pablo padosc-er
naufragio?
Pedro. — Eso mesmo; y este fue tal, que a
la mañana, que la mar habia sosegado, el nabío
(') algunos.
(') sino.
76
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
estaba hasta medio enterrado en el arena. Cayó
aquella noche vna niebe de media vara en alto,
y todos nos acoximos a la hermita, que estaba
llena de vnos ^epos muy grandes de tea, la
qiial se embarca desde alli para llebar a Sidero
Capsía, donde se hazen el oro y plata.
Juan, — ¿Pues qué, tanto camino teníais
aventajado en tanto tiempo que no saliais desa
Sidero Capsia?
Pedro. — ¿N'os tengo dicho que me bolvio la
fortuna a la isla donde dexé al sastre, que en
mes y medio, con quanto habia caminado y tra-
bajado, no me hallé aver aventajado vna legua?
Qiento y 9Ínquenta leguas que a pie, cargado
de alforjas, habia caminado en mes y medio,
torné en vna noche y vn dia hacia airas, con
otras tantas más de rodeo, de tal manera que en
finquenta días no me hallé más de cient leguas
de Constantinopla. El frió. que aquella noche
ha9Ía no se puede aqui escribir, pero tomó-
me tan falto de ropa que no tenia sino es-
tameña acuestas, porque vna ropa morada que
la Soltana me habia dado, que traia (') deba-
xo el abito, con sus martas, troqué en Monte
Sancto con aquel fraire que liabló por mí, a vna
túnica vieja llena de piojos que tenia al rincón.
Mata. — ¿A qué proposito el trueco del
topo?
Pedro. — Porque como iba por aquellas espe-
suras, alguna mata o retama me asia de la esta-
meña y llebabame vn girón, y por alli se pa-
res9Ía luego lo azul y podia ser descubierto,
porque no hera cosa decente a fraire.
Mata. — ¿Y en aquella ermita no podiais en-
9ender buen fuego con aquellas teas y calen-
taros? lí'o fuera mucho con esa poca ropa y con
el frió que hazia quedaros alli.
Pedro. — Los marineros y los otros fraires
eran tan scrupulosos que no osaban llegar a to-
mar de la teda, dÍ9Íendo ser sacrilegio, y como
ellos no saltaron en la mar como yo, no esta-
ban mojados, y mediano fuego les bastaba, al
qual yo no me osaba llegar por no me arreman-
gar para calentarme, y ser conos9Ído por las
calyas que debajo traia, y camisa, que no hera
de fraire.
Mata. — ¿lío podiais tomar juntamente con
el abito todos los demás vestidos de fraires al
principio?
Pedro. — Como yo nunca me habia huido
otra vez, y el espia m'engaño, que dixo bastar
aquello, no curé más de liecharme el abito sobre
la ropa que yo me tenia; si yo fuera platico
como agora, tampoco saliera en abito que; fue-
sen menester tantas ipocresias ni no comiesen
carne; en abito de turco me podia venir can-
tando.
('; juntu.
Juan. — O de judio.
Pedro. — También, pero es peligroso; que
en pudiéndole cojer en descampado le roban y
le matan por hazerlo. Si no fuera por el peligro
que habia, siendo tomado, de ser turco, mejor
habito de todos hera el turquesco.
Mata. — ¿Qué remedio tubistes aquella
noche?
Pedro. — Pesábame de aver escapado tan
grande peligro y morir muerte tan rabiosa.
Como la compañía toda se durmió junto al fue-
go, yo tomé vna hachuela y hize pedazos vn
9epo de aquellos, y desnúdeme y mudé camisa
y hago vn fuego tan grande, que quería quemar-
se la ermita, y con todo no bastaba a tornar en
mí. Quando los otros despertaron dixeron: Ver-
daderamente este es diablo, y no es posible ser
christiano, pues tan poco themor ha tenido de
Dios en hurtar lo ajeno avnque peres9Íera.
Dixo otro: ¿N'os acordáis quando oí en la ma-
yor fortuna de la mar dixo que nos llebasen to-
dos los diablos, y otras veinte cosas que le he-
mos visto hazer? Yo estaba tal que no se me
daba nada ser descubierto, por no morir ansi,
y no se me dio tampoco de lo que decían. Otro
dia vinieron alli dos clérigos de la tierra, que
para dar gra9Ías a Dios habíamos llamado que
dixesen (') misa, los quales 9erraron la iglesia,
poniendo por grandissimo escrúpulo la noche
que alli habíamos dormido, y nos hizieron dor-
mir otras dos noches fuera. Los marineros se
fueron a dormir al nabio, y a mí y el compañe-
ro no nos dexaron entrar por el pecado pasado,
y fue necesario dormir debaxo de vn árbol aque-
lla noche.
Mata. — ¿Con toda la nieve y frialdad?
Pedro. — Y avn yelo harto.
Mata. — ¿Y no os vais adonde sirváis a Dios
de tal manera que venialmente no le ofendáis,
habiendo res9Íbido tan particulares mer9edes?
Pedro. — Plegué a él que conforme al deseo
que yo de servirle tengo me ayude, para que lo
haga. Como estaba el nabio enterrado en la
arena, los marineros quisieron sacarle y forga-
ronme que les ayudase, pues también habia yo
venido dentro, y no hosé hazer otra cosa por-
que heran muchos y 9Íerto me mataran. Comen-
9e con gran fatiga de cabar y hazer lo que me
mandal)an; entraron todos en vna barca para
ir a buscar una anchora que se les había caído
en la mar, que ya sabían donde estaba, y man-
daron que entre tanto yo y mi compañero ca-
basemos. Como yo vi el laberinto tan grande y
la poca jente que heramos para ello, pregunté
a vno de la tierra que descargaba alli tea quan-
to habia de alli al primer lugar y quál hera el
camino, ymostromelo; dixe a mi compañero si
(') alli.
CRISTÓBAL DE VILLALON
77
seria para (') siguirme y llebaria yo nuestra
alfo.rxa y nos les huyésemos. Hera vn viejo en-
juto que caminaba más que yo, y dixo de sí.
Voi donde estaba el hato y hurtóles vn pedaf i-
11o de vizcocho y tome' mi alforxa, y metimonos
por el bosque, yendo con harto más miedo de-
llos que de los turcos; y quiso Dios que llega-
mos a vna aldea, y en la taberna almorzaban
vnos griegos, y conbidaronnos a pan y buen
vino, con lo qual Dios sabe el rrefrigerio que
ubimos, y contamos nuestra desventura y pedi-
mos consejo de lo que haríamos para ir a Chio.
Dixeronnos que diez leguas de alli, avnque por
grandes montañas, estaba el puerto de mar,
donde muchas vezes había nabios en que pudié-
semos ir, y si queriamos nos darian vn mo^o
que por vn real no más nos enseñaria todo
aquel camino. Respondiles, agradesfiendoselo
mucho, que hera muy contento dcllo avnque lo
dexase de comer, y fuimos aquel dia tres leguas,
y hallamos vna metoxia de vn monasterio de
Monte Sancto, en la qual nos recibieron aque-
lla noche, como dixo Basco Fig[u]eira, muyto
contra su voluntad. Todavia vbo pan y vino y
sendos huebos, que fue la mayor comida que
había fasta alli habido; y a la mañana dixe-
ronnos que fuésemos presto, porque la niebe
estaba elada y si ablandaba no hera posible pa-
sar. Camínanos con nuestro mo^o para hazer
seis leguas de sierra despoblada que nos falta-
ban, y caminamos las tres lo mejor del mundo
por sobre la niebe; mas estando en medio el
camino en vn altissimo monte vino vna niebla
que nos enternes9Ío la niebe y no podíamos ir
atrás ni adelante; cayendo y levantando, quiso
Dios que anduviésemos una legua más y topa-
mos en vn A'alle vn[a] casilla pequeña, donde
habia dos moradores que labraban ^iertas viñas,
y dieronnos pan y vino, vinagre y vnas nueces
y higos, que yo dubdo si en el mundo, quan
grande es, las hai mejores, de lo qual hinchi-
mos bien los estómagos; y el mo^o determinó
de que caminásemos adelante, y yo bien quisie-
ra quedarme alli; en fin, las dos leguas que res-
taban se caminaron en medio dia, con la niebe
siempre hasta los muslos, cayendo de quatro en
qiiatro pasos, y acabándose ^ierto la paciencia,
que hera de lo que más me pesaba; tubimos
consejo mi compañero y yo que valia más ser
esclabos que no padescer ele aquella manera; y
Dios lo permitia ansi, quiza que se le hazia
mayor servicio de serlo; por tanto, en llegando
a la villa, preguntásemos por el governador
turco y le dixesemos cómo heranios dos escla-
bos de Zinau Baxá y nos habiamos huido, por
tanto nos volviese a nuestro dueño, que todo lo
hazia cada (jient palos y no padeseer tantas
O mostrar.
muertes como habiamos pasado; y lo que más
me incitaba para ello era ver que, pues Dios no
queria que pasásemos adelante, señal hera que
se servia más de que volviésemos a Constanti-
nopla, que avn los pecados que en el cautiverio
se hablan de pasar no debían de ser acabados
de purgar; ya llegábamos con esta fatiga al
pueblo, y entrando queriamos preguntar por
casa del baivoda, y vi a deshora en vna boti-
quilla el sastregillo que habia llebadome alli
desde la Caballa.
Mata. — ¿Hera ese el pueblo donde el mer-
cader os habia dicho que os llebaban engañado
y que os fueseis de alli, que estaba en un alto?
Pedro. — El mesmo.
Mata. — Yo digo que, avnque la pa9Íen9Ía se
os acababa, si estonces os moríais estabais bien
con Dios, porque muy grandes requiebros y fa-
bores son esos que os daba.
Pedro. — Como yo vi mi sastre, arremetí
para abracarle con grande alegría, y estube en su
botica vn grande rato, y dile quenta de todo lo
pasado, y él me dixo que por amor de Dios me
fuese de alli, porque él se estaba bien, y buscase
vna posada y no le hablase como que le conos-
Cia, Yo le rogue que me tubíese alli escondido,
pues yo tenia qué gastar, que avn duraban los
dineros, gracias a Dios. Dixo que en ninguna
manera lo haría; por tanto que luego me saliese
de su botica. Viéndome perdido, pregunteledón-
de viuia el governador. Dixome que para qué le
queria. Yo le descubrí el consejo que habiamos
tomado de querer más ser cautivos que morir
muertes rabiosas. Dixo que para qué queriamos
levantar la liebre ni desesperarnos ansí. Digo:
Por ver que en el mundo no hai fe ni verdad:
que yo pensaba aver topado la lívertad en ve-
ros ; mas agora que os veo olvidado de el bien
que os hize y los dineros que os di, yo deter-
mino que tan ingrato hombre no viba en el
mundo, y pues no habéis querido encubrirme,
iremos juntos a Constantinopla, porque yo diré
que vos me sacastes, pues sois espía, y vengar-
me he de vuestra ingratitud, que en fin a mí
menester me han y tengo muchos amigos, que
no seré' muy maltratado; y quedad con Dios de
aquí a que el governador embie por vos; y yba-
me a salir; él muy turbado, viendo ya la muerte
al ojo, arremetió conmigo para no me dexar salir
y echoseme a los pies puestas las manos, rogán-
dome qxie por amor de J )ios le perdonase, y
que él se determinaba de tenerme alli y darme
de comer hasta que vbiese nabios donde fuese a
mí plazer, y hechaba por rogador a mí compa-
ñero. Comenzó a puerta zerratla, que hazla frío,
a encender fuego, ([ue estaba bien probeido de
leña, y descalzarme y liazerme regalos. Yo le
aseguré y dixe que le ponía por juez de la razón
que yo tenia, y sí podía daniie lívertad ¿por qué
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
lo había de dexar? Y si quería venirse conmigo,
le daría más que ganase en toda su vida. Allí ea-
tube j no le dexaba gastar ocho dias, fasta que
entraron las Carnestollendas, y los de la tierra
que iban a cortar ropas y nos vian allí, como no
salíamos de casa, comen9aron a murmurar y
sospechar lo que hera, y avisaron al sastre que
se apartase de nuestra compañía sino quería que
sus dias fuesen pocos. El les respondió que he-
ramos muy buenos religiosos, y si no salíamos
hera porque habiendo dado al trabes el día de la
gran fortuna, estábamos desnudos y mojados;
no contentos con esto, vinieron, para más de
veras tentar, los clérigos del pueblo, y como que
venían a visitar, rogáronme que fuésemos el
primer día de Quaresma a la iglesia a ayudarles
a los oficios. Yo respondí que hera sacerdote y
letrado, y quería hazerles este servicio al pueblo
de confesarlos todos y dezír la misa mayor el día
de Quaresma. Como me vieron hablar tan bien
y tan osadamente su lengua, creyéronlo, y dí-
xeron, porque hera cosa de mucha ganancia lo
que aquííl día se ofres^e, que la misa no hera me-
nester, que allí estaba el cura, mas que el con-
fesar, ellos lo a9eptaban. Yo dixe que no quería
sino todo, y la ganan9Ía daría yo al cura. No
aprobechó, que avn pensaba[n] que le había de
sisar, y rogáronme que confesase mucha jente
del pueblo onrrada, avnque por tentar, creo que;
yo concedí lo que demandaban, y aquella noche
el sastrepillo me dixo: Y 'os prometo, sí a9er-
tais a confesarlos, la ganan9Ía sera bien grande;
bien quisiera yo deshazer la rueda, avnque me
pares9Ía que, según son de idiotas, lo supiera
hazer. Y avisáronme que para el segundo día
de Quaresma yo estubíese a punto para ello, y
el primer día hera de ayuno fasta la noche, que
no se podía comer; y yo determiné que nos ba-
lásemos con un pan a la mar y vn pañizuelo de
higos y nuezes, dizíendo que íbamos a traer
ostras para la noche, y teníamos muchos grie-
gos que querian 9enar con el padre confesor; y
en la mar metime entre vnas peñas, y represen-
tándoseme dónde estaba y cómo y los trabajos
pasados, no pude estar sin llorar, y de tal ma-
nera vino el impeta de las lagrimas a los ojos,
que no las podía restañar, sino que pares9Ían
dos fuentes; quedé el más consolado del mundo
de puro desconsolado, y otro tanto creo hizo mí
compañero, que entrambos nos escondimos a
espulgarnos, que había razonables días que no
lo habíamos hecho.
Mata. — ¡Hi de puta, qual estaría la túnica
que os trocó el otro a la ropa!
Pedro. — Esa yo no la espulgué, porque te-
nía tanta quantidad que no aprobechara matar
vn celemín. Los ojos tenía quebrados y deslum-
hrados de mirar si pares9Ía algún nabío donde
me meter, como no fuese a Constantínopla,
para huir de aquellas calumnias que la jente de
aquel pueblo me traía. Como fuese tarde y no
pares9Ía nada, fuimonos al pueblo que espera-
ban para 9enar, con la determinafion de por no
ser descubierto confesar y hazer lo que me man-
daran.
Joan.— ¡Buena con9Íen9Ía hera esa! Mejor
fuera descubriros que cometer tal herror.
Pedro. — ¿No miráis la ipocresia española?
Mata. — Ruin sea yo sí no creo que lo hi-
ziera mejor que vos. Yo al menos antes confe-
sara veinte pueblos que bolver a Constantíno-
pla; mas sí después fuera sabido, hera el pe-
ligro.
Pedro. — ¿Qué peligro? Tornaba a ser es-
clabo.
Mata. — No digo sino por haber hecho
aquello.
Pedro. — Siendo esclabo no estimara quan-
tos griegos ni judíos había en lo que huello;
antes si cojiera alguno dellos le moliera a palos
y me saliera con ello, no me la fueran a pagar
al otro mundo los que me descubrieran.
Juan. — Como no teníais ya mas que perder,
yo lo creo.
Pedro. — Hízolo Dios mejor, que 9enamos
bien, avnque de quaresma, temprano, y pusié-
ronme en cabezera de mesa para el bende9Ír
del comer y beber.
Juan. — ¿No es todo vno?
Pedro. — No, que primero se vendÍ9e la
mesa; después cada vno que tiene de beber la
primera vez dize con la copa en la mano: EJfo-
gison ejlogiinene; Hechad la vendiqion, padre
vendito. Eston9es él comien9a, entre tanto que
el otro bebe, a de9Ír aquella su común ora9Íon:
Agios o Theos os, y otro tanto a quantos ve-
bieren las primeras vezes, avnque haya mili de
mesa.
Mata. — Trabajo es. ¿Y si no hay fraire ni
clérigo?
Pedro. — (') Ellos entre si la jente bulgar,
y avn quando el fraire o clérigo bebe, también
hechan los otros la vendÍ9Íon. Y acabada la 9ena
vimos despuntar dos velas por detras de vna
montaña y a9ercaronse, y heran dos nabíos
cargados de trigo que venían a tomar allí bas-
timento para pasar adelante. Como yo los vi,
Dios sabe lo que me holgué, y luego los patro-
nes subieron al pueblo a comprar lo que les fal-
taba; y yo le híze al vno llamar en secreto, y
pregúntele adonde iba. üíxome que a la isla de
Metellin, a buscar nabes de vene9Íanos que ve-
nían a buscar trigo, y si no las hallaban allí,
que pasarían al Chio. Pidilcs de mer9ed que
nos llebasen alia pagándoles su trabajo.
Juan. — ¿Herau chrístíanos o turcos?
(') Ni más ni menos.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
79
Pedro, - Christianos. ¡Oxala fueran turcos!
No querían, por más ruegos, hazerlo; porque
quantos marineros liai tienen esta superstÍ9Íon,
que todo el mundo no se lo desencalabazará,
acá y alia en toda la mar: que quando lleban
fraires o clérigos dentro el nabio, todas las for-
tunas son por ellos.
Juan. — Callad, no digáis eso.
Pedro. — Dios no me remedie si no es tan
verdad como os lo digo; y no asi como quiera,
sino en toda la mar quan espa9Íosa es; y avn
en Bar9elona ha menester más fabor vn fraire
para embarcarse que fient legos; y si es clérigo
o fraire, sin que tenga fabor, asi se puede ahor-
car que no le llebaran si no los engaña con
bestirse en abito de soldado.
•Juan. — La cosa más nueba oyó que ja-
mas oi.
Pedro. — Preguntádselo a quantos han es-
tado en la mar y saben destas cosas. Fne tanta
la importunación y ruegos, que lo concedió el
vno, y dixome que me embarcase luego, porque
se partirían a media noche. Yo compre de presto
vna sartaza de aquellos higos buenos, que pe-
saría media arroba, y obra de vn celemín de
nuezes y pan; y en anocheciendo baxamonos a
la mar y embarcamonos, y a media noche co-
mencamos de caminar. Habiendo andado como
tres leguas llegaron dos galeras de turcos, que
iban en sigxiimiento de los nabios, y mandaron
amainar.
Joan. — ¿Qué es amainar?
Pedro. — Quitar las velas para que no ca-
mine más; y saltan dentro de nuestros nabios,
y prenden los (') patrones dellos y ponenlos al
remo, y llebabannos a todos.
Mata. — ¿Pues como o por qué? ¿No había
amistad con los turcos?
Pedro. — Si; pero liabía prematíca que na-
die sacase trigo para llebar a vender, y para eso
estaban aquellas dos galeras. Considerad lo que
podía el pobre Pedro de Vrdímalas sentir. Yo
luego hize de las tripas coracon, y como me vi
cobré animo. Y en verdí.d que el capitán turco
y muchos de los suyos me conoscian bien en
Constantínopla, pero no en aquel habito. Yo les
díxe: Señores, yo conozco que estos pobres
christianos han pecado contra el mandado de
nuestro Gran Señor; pero, en fin, la pobreza
incita a los hombres muchas vezes a hazer lo
que no deben. Obligados sois en vuestra lei a
tener misericordia y no hazer mal a nadie. Bien
tengo entendido que tomarnos a todos podéis
licitamente, y hazer lo que fueredes servidos;
pero también sé que, idos en Constantinopla,
ningún intherese se os sigue, porque habéis de
dar por quenta todo lo que los patrones confe-
(') capitanes.
saren que traian en sus nabios, y la jente; de
manera que solamente os habéis vosotros dello
el hazer mal y pensar que el Gran Turco res-
C¡be servicio, y no por eso se le acuerda de vos-
otros. No sabéis en lo que os habéis de ver. Pi-
dos por merced que, dandos con qué hagáis vn
par de ropas de grana, los dexeis ir, y aquello
os ganareis, y tenernos eis atodos como vues-
tros esclabos. Respondióme sabrosamente que
por haberlo tan bien dicho determinaban dexar-
los, pero que el dinero que daban hera poco. Yo
repliqué que no hera sino muy mucho para ellos,
pues daban lo que tenian todo y heran pobres.
Yo lo hize en fin por cinquenta ducados, que
no pensaron los otros pobres se hiziera con-
mill, y soltai'onnos y dexaronnos ir ('). Luego
vinieron a mí los patrones entrambos, y me lo
agradescieron como hera racou.
Mata. — ¡Mirad quánto haze hazer bien sin
mirar a quién! Tan esclabos heran esos, si vos
no os hallabais alli, como vos lo habláis sido.
Pedro, — Eso bien lo podéis creer.
Juan. — De alli adelante bien os trataran en
sus nabios.
Pedro. — Muy bien si durara; mas aina me
dieran el pago si Dios no me tubiera de su
mano.
Mata. — ¿También deshizistes la amistad,
como con los turcos y judios solíais hazer?
Pedro. — Y avn más de beras, porque no
vbiera sido la riña de palabra. Caminamos por
nuestra mar adelante con razonable viento, y ya
que estábamos junto a Metellin, donde iban,
revolvió vn viento contrario y dio con nosotros
en la isla de Lemno, no con menor fortuna que
la pasada. Tubieron consejo para ver cómo po-
drían salvar las vidas, que se veian ir todos a
perescer. Dixeron que si no hechaban los frai-
res en la mar no cesarían jamas, porque no ha-
llaban causa otra por donde se moviese seme-
jante fortuna. Ya todos muy determinados de
lo hazer, inspiró Dios en los patrones y dixe-
ron: Por el bien que nos han hecho, mátelos
Dios y no nosotros; ya no se excusa que no de-
mos al trabes. Quando si Dios quisiere nos va-
mos de aquí, los dexaremos y no irán con nos-
otros ; y en esto la mar echó fuera nuestros na-
bios, y quiso Dios que no peligraron cosa ningu-
na, mas de quedar en seco. La fortuna duró ocho
dias, en los quales, con mucho mayor frió, nos
hizieron dormir fuera de los nabios, y avn oxala
vbiera alguna mata a donde nos acojer o pan
siquiera que comer. Esta isla es muy abun-
dantissima de pan y vino, y ganado; pero de
arboles no, porque es toda paramo; no tiene en
veinte leguas al derredor más de vn olmo, que
está junto a vna fuente.
(') mira.
80
autobiografías y memorias
Mata,— ¿Pues con qué se calientan?
Pedro. — Por mar traen la leña de otra
parte, y los sarmientos que de las viñas tienen
y algunas ailagas. El viento que liazia, cierno
que acá llamáis, hera terrible, y a que no se po-
dia resistir, porque si no es vn rimero de pie-
dras que los pastores tenian hecho para ponerse
detras dellas, ninguna otra pared, árbol ni mata
habia allí. Hartos de pazer yerba nos metiamos
a espulgarnos, y labamos nuestras camisas y
zaragüelles; y después de seco, quando fui por
ello, vilo tan manchado como si no lo vbiera
lavado, y no sabia que' pudiese ser, pues yo
bien lo habia fregado, y halle' que heran muchos
millones de rebaños de piojos, que como no se
habia hechado agua caliente, quando estaban
las camisas mojadas no se pareS9Ían, pero con
el sol habian rebibido.
Mata. — Grande crueldad hera la de aquellos
perros, que ansi se pueden llamar, y el trabajo
de no comer sino yerba, no menor.
Pedro. — (') Quanto más que como hera
mes de hebrero habia pocas y pequeñas, y como
la hambre acusaba, comiendo de prisa y no ad-
virtiendo, topaba con alguna que amargaba,
otra que espinaba y otra que abrasaba la boca.
Joan.— ¿Pues no habia pueblos en esa isla?
Pedro. — Sí habia más de treinta, a quatro
leguas de distan9Ía; pero no osaba apartarme
de los nabios, por saber quando se iban, que
las cosas de mar son inciertas. Dentro de vn
instante se alza la mar, y se amansa; y queria
probar a ver si vsaran de misericordia; ya como
la fortuna fue adelante, determinaron los pa-
trones de irse al primer pueblo a borrachear,
y nosotros fuimonos tras ellos, por comprar pan
que comer. Y hera tanto el frió que, con cami-
nar medio corriendo y cargado, no sentia miem-
bro de todo el cuerpo, y los ojos estaban que
no los podia menear, quasi como paralitico.
Llegados al pueblo, en la primera casa del es-
taban borracheando muchos griegos en vn des-
posorio, y como yo preguntase si hallaría por
los dineros vn poco de pan, ellos nos hizieron,
movidos a compasión, sentar, y como hera qua-
resraa no tenian sino habas remojadas y pasas;
y como vieron que no podia tomar el j)an con
las manos (^), mandaron sacar a la mesa vn
poco de fuego, y al primer bocado que comi
luego el escanciador me dio vna copa de agua
ardiente, que avnque en mi vida lo habia bebi-
do, me supo tan bien que no fue menester más
brasero, y quedé todo confortado.
Mata. — ¿Aguardiente a comer? ¿a qué pro-
posito?
Pedro. — Tan vsado es en todas las comidas
(*) Avn raizas.
(') metióme vno.
de conversa9Íon en Grecia y toda Turquía el
beber dos o tres vezes, las primeras de aguaar-
diente, que lo llaman raqui, como acá vino
blanco.
Juan. — ¿No los abrasa los hígados y boca?
Pedro. — No, porque lo tienen en costum-
bre, y tampoco es lo primero que es demasiado
de fuerte, sino lo segundo que llaman.
Juan. — ¿Hazenlo a falta de vino blanco?
Pedro. — No por cierto, que no falta mal-
basia y moscatel de Candía; antes tienen más
blanco que tinto; sino porque la mayor honrra
que en tales tiempos hai es el que primero se
emborracha y se cae a la otra parte dormido; y
como medio en ayunas, con los primeros boca-
dos, veben el raqui, luego los comienza a de-
rribar; y avn las mugeres turcas y griegas,
quando entre sí hazen fiestas, luego anda por
alto el raqui.
Mata. ^ ¿Tan jente bebedora es la griega?
Pedro. — Como los alemanes y más. Saibó
que en esto difieren, que los alemanes beberán
pocas vezes y vn cangilón cada vez; mas los
griegos, avnque beben mucho, comen muy poco
y beben tras cada bocado con pequeñita taza.
Podéis creer que de como el que escan9Ía toma
la copa en la mano, avnque no sean más de
tres de mesa, hasta que se hayan, que no ce-
sará la copa ni porná los pies en suelo avnque
dure la comida dieciseis horas, como suele.
Mata. — ¿Que deviséis horas vna sola co-
mida? Pues avnque tubiesen todos los manjares
que hai en el mundo bastaban tres.
Pedro.— Por no tener manjares miichos son
largas, que si los tubiesen presto se enhada-
rian. Con vn platico de azitunas y vn tara9on
de pescado salado, crudo, entre diez, hai buena
comida; y antes que se acabe beberán cada seis
vezes; luego si hai huebos con cada sendos
asados, tardandolos en comer dos horas, bebe-
rán otras tantas vezes.
Mata. — ¿Pues en qué tardan tanto?
Pedro. — Como no va nadie tras ellos, y son
tan habladores que con el huebo o la taza en
la mano contará vno vn quento y escuchará
quatro.
Mata. — ¿Parleros son al comer como viz-
caínos?
Pedro. — Con mucha más crian9a, que esos
parlan siempre a troche moche y ninguno calla,
sino todos hablan; mas los griegos, en hablando
vno, todos callan, y le están escuchando con
tanta aten9Íon que temían por muy mala
crianca comer entre tanto; y no os marabilleis
de deoiseis horas, porque si es algo de arte el
combite, sera manteniendo tela dos días con
sus noches; agora sacan vn palmo de longa-
niza; de aquí a vn hora hostrias, que es la cosa
que más comen; tras éstas, vn poco de hinojo
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
81
cozido con garban90S o espinacas; de alli a qua-
tro horas vn peda9Íllo de queso; luego sendas
sardinas; si es dia de carne, vn poco de zezina
cruda, y desta manera alargan el combite quanto
quieren.
Mata. — ¿Cómo pueden resistir?
Pedro. — Yos lo diré: vno duerme a este
lado, otro a estotro; quando despiertan comen
y levantanse; otros que van a mear o hazer de
sus personas, y ansi anda la rueda y nunca
para el golondrino.
Mata. — ¿Qué llaman golondrino?
Pedro. — Vnos barriles de estaño que en
toda Grecia vsan por jarros, hechos al tor-
no, muy galanes, de dos asas, que se dan en
dotes, y la que lleba quatro no es de las menos
ricas.
Mata. - ¿Qué fue del combite de la isla de
Lemno?
Pedro. — El desposado luego me trajo em-
presentado vn grande jarro de vino de vna
pipa que habia comentado, y pan no faltaba;
comi fasta que me harté y conteles el cómo ha-
bia dado al trabes, y compré en el pueblo vna
dozená de panes; y dixe a mi compañero que
nos volviésemos a estar junto a los nabios avn-
que peres9Íesemos de frió, porque si se iban sin
nosotros no teníamos qué comer y en mili años
no hallaríamos quien nos llebase. Partimonos
a media noche, consolados con el comer y des-
consolados de no haber, con el frió que hazia,
donde meter la cabeza que se defendiese del
aire, y metimouos junto a un arroyo que baxaba
a la mar, algo hondo, de donde atalayábamos
los nabios quando aparejaban de irse. Como no
pesaba la fortuna, los marineros, desesperados,
determinaron de irse de alli, porque habia nueba
de cosarios, adonde la ventura los llebase, y co-
men9aron a sacar las anchoras. Fuimos presto
a que nos tomasen y hecharonnos con el dia-
blo. Yo comen9e de aprovecharme del abito
que traia, que hasta alli no lo habia hecho.
Juan. — ¿Cómo aprobechar? ¿No habíais sido
dos meses fraire?
Pedro. — Digo a ser importuno, y pidir por
amor de Dios.
Mata. — También las mata Pedro algunas
vezes callando.
Juan. — Sí, que Hebro lleba la fama y Duero
el agua.
Pedro. — Ya como no aprobechaba nada y
se partían, dixe que no quería ir con ellos;
pero por el bien que a los patrones habia hecho
les rogaba que m'escuchasen dos palabras. Res-
pondieron que no habia qué, porque ellos ya no
iban al Chio, sino a buscar nabes de christia-
nos de acá a quien vender su trigo, y que si
fueran al Chio olgaran de Uebarme. Tanto los
importuné, que saltaron en vn batel a ver qué
secreto les quería dezir. Y tomólos (') -detrás de
vn peñasco y digo: Señores, la causa porque no
queréis que vaya con vosotros es por ser frai-
res; pues sabed que ni lo soi ni avn querría,
sino somos dos españoles que venimos desta y
desta manera ; y para que lo creáis arremangué
el habito y mostréle el jubón y la camisa labrada
de oro, que junta con las carnes traia, y vnas
muy buenas calzas negras que debaxo estos (2)
bor9eguilazos traia. Y en lo que dezis que
vais a buscar naos de christianos, eso mesmo
busco yo. Oy podéis redimir dos cautibos; mi-
rad lo que hazeis. Enternescioseles algo el co-
ra9on y dixeron: ¿Por qué no lo habíais dicho
hasta agora? Dixeles que porque sabia que to-
dos los griegos prendían los cautibos que se
huían y no los querían encubrir. Tomáronme
eston9es de buena gana y metiéronme en sus
nabios, y dixeron que no me descubriese á nin-
gún marinero, y caminamos con tanta fortuna
que me holgara de haberme quedado en tierra;
porque comen9Ó a entrar tanta agua dentro,
que no lo podíamos agotar. Llegamos en Me-
tellin, en vn puerto 'que llaman Sigre, adonde
pensaban hallar naos, y como no vbiese nin-
guna, pasaron con toda su fortuna al Chio.
Mata. — ¿No podían esperar en aquel puerto
a que pasase la fortuna?
Pedro. — Habia gran miedo de infinitos
cosarios que por alli andan; y también la for-
tuna, aunque grande, hera favorable en 11c-
bar hacia alia. A media noche fue Dios ser-
vido, con grandissimo peligro, que llegamos
en el Delfín, que es vn muy buen puerto de
la mesma isla del Chio, seguros de la mar,
mas no de los cosarios, que hai más por alli
que en todo el mundo, porque no hai pueblo (*)
que lo defíenda, y de allí a la 9Íbdad son siete
leguas. Rogue a los patrones que nos echasen
en tierra, y heché mano a la bolsa y diles hobra
de vn ducado que bebiesen aquel día por amor
de mí. Y no le queriendo tomar, les dixe que
bien podían, porque ido yo a la 9¡bdad seria
más rico que ellos. Tomáronlo y abisaronme
que, por quanto habia tantos cosarios por alli
que tenían emboscadas hechas en el bosque por
donde yo había de ir, para cojer la jente que
pasase, mirase mucho cómo iba. Yo fui por vn
camino orillas del mar, más escabroso y mon-
tañoso que en Monte Santo habia visto, y de
tanto peligro de los cosarios que habia dos me-
ses que de la 9Íbdad nadie osaba ir por él ; y
aun os digo más que cuando llegamos al pueblo
todos nos dixeron que diésemos gra9Ías á Dios
por todos los peligros de que nos habia sacado,
y más por aquel, que era mayor y más 9Íerto
(') debaxo.
(!") vnos.
(s) alli.
82
autobiografías y memorias
que todos, porque en más de vu año no pasó
nadie que no fuese muerto o preso.
Mata. — ¿Y alli estabais en tierra de chris-
tianos seguros?
Pedro. — íío mucho, porque avnque es de
christianos, y los mejores que liai de aqui alia,
cada dia hai muchos turcos que contratan con
ellos, y si fuesen conoscidos los cautivos que
han huido, se los harán luego dar a sus patro-
nes; porque en fin, avnque están por sí, son
subjetos al turco y le dan parias cada vn año.
Juan. — ¿A dónde cae esa isla?
Pedro. — Cien leguas más acá de Constan-
tinopla y otras tantas de Chipre, y las mesmas
del Cairo y Alexandria y Candia; a todas estas
está en igual distancia, y 9Ínquenta leguas de
Rodas. Es escala de todas las nabes que van
y vienen desde SÍ9Ília, Esclabonia, Vene^ia y
Constantinopla al Cairo y Alexandria.
Mata. — ¿Qué llamáis escala?
Pedro.— Que pasan por alli y son obligadas
a pagar vn tanto, y alli toman quanto basti-
mento han menester y compran y venden, que
la 9Íbdad es de muchos mercaderes.
Juan. — ¿Qué, tan grande es la isla?
Pedro. — Tiene treinta y seis leguas al de-
rredor.
Juan. — ¿Cuia es?
Pedro. — Como Vene9Ía, es señoria por sí,
y ríjese por siete señores que cada año son ele-
gidos.
Juan. — ¿De qué nación son?
Pedro. — Todos ginobeses, gentiles hombres
que llaman, de casas las prin9Ípales de Genova,
y hablan griego y italiano. Solía esta isla ser de
Genoba en el tiempo que mandaban gran parte
del mundo, y avn agora le conos9e esta supe-
rioridad, que la 9Íbdad nombra estos siete seño-
res y Genoba los confirma.
Juan. — ¿Hai más de vna 9Íbdad?
Pedro. — No; mas villas y pueblos más de
9Íento.
Juan. — ¿Qué, tan grande es la 9Íbdad?
Pedro. — De la mesma manera que Burgos,
y más galana ; no solamente la 9Íbdad, pero
toda la isla es vn jardin, que tengo para mí ser
vn paraiso terrenal. Podra prober a toda Espa-
ña de naranjas, y limón y 9Ídras, y no ansi
como quiera, sino que todo lo de la vera de Pla-
sen9Ía y Balenfia puede callar con ello. Entran-
do vn dia en vn jardin os prometo que vi tantas
caídas que de solas ellas podian cargar vna nao,
y ansi valen en Constantinopla y toda Turquía
muy baratas por la grandissima abundan9Ía. La
jente en sí está subjeta a la Iglesia romana; y
entrado dentro, en el traje y vsos, no diréis sino
que estáis dentro de Genoba; mas difieren en
bondad, porque avnque los ginoveses son ra90-
nable jente, éstos son la mejor y más caritativa
que hai de aqui alia. Avnque saben que serian
castigados y quÍ9as destruidos del turco por
enculirir cautivos que se huyen, por estar la más
9ercana tierra de chistianos, no los dexaran de
acoxer y regalar, y dándoles bastimento ne9e-
sario los meten en vna de las nabes que pasan
para que vengan seguros. Tienen fuera de la
9Íbdad un monasterio, que se llama Sánete
Sidero, en el qual hai vn fraire no más, y alli
hazen que estén los que se huyen todos escon-
didos, y del publico herario mantienen vn hom-
bre que tenga quenta de llebarles cada dia pan
y vino, carne, pescado y queso lo ne9esario, y
el que estando yo alli lo hazia se llamaba mas-
tre Pedro el Bombardero.
Juan. — ¿ Qué tributo pagan esos al Gran
Turco?
Pedro. — Cator9e mili ducados le dan cada
año, y están por suyos con tal que no pueda en
toda la isla bibir ningún turco; sino como vene-
9Íanos, están amigos con todos, y res9Íben á
quantos pasan sin mirar quién sea, y tratan con
todos.
Juan. — Estos dineros ¿cómo se pagan? ¿De
algún repartimiento?
Pedro. — No, sino Dios los paga por ellos,
sin que les cueste blanca.
Mata. — ¿Cómo es eso?
Pedro. — Hai vn pedazo de terreno que sera
quatro -leguas escasas, donde se haze el almas-
tica, y de alli salen cada año 15 ó 20 mili du-
cados para pagar sus tributos.
Mata.— ¿Qué es almastica? ¿Cómo es?
Juan.— ¿Nunca habéis visto vno como en-
9Íenso, sino que es mas blanco, que hai en las
boticas?
Pedro. — Es vna goma que llora el lentisco,
como el pino termentina.
Mata. — Pues desos acá hai hartos; mas no
veo que se haga nada dellos, sino mondar los
dientes.
Pedro. — También hai alia hartos, que no lo
traen en lo que mucho se engrandes9e la po-
tencia del Criador, que en solamente aquel pe-
da90 que mira derecho á medio dia se haze, de
tal manera que en toda la isla, aunque está llena
de aquellos arboles, no hai señal della. Y más
os digo, que si este árbol que trae almastica le
quitan de aqui y le pasan dos pies más adelante
o atrás de donde comien9a el termino de las
quatro leguas, no traerá mas señal de almastica;
y al contrario, tomando vn salvaje, que nunca
la tubo, y trasplantándole alli dentro, la trae
como los otros.
Mata. — Increíble cosa me contais.
Pedro. — Podeisla creer, como eréis que Dios
está en el 9Íelo; porque lo he visto con estos
ojos muy muchas vezes.
Mata. — ¿Y cómo lo hazen?
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
83
Pedro. — El pueblo como por veredas es obli-
gado a labrarlo y tener el suelo limpio como el
ojo, porque quando lloran los arboles y cae no
se ensu9Íe; todos los arboles están sajados y
por allí sale, y ningún particular lo puede tomar
para vender, so pena de la vida, sino la mesma
señoría lo mete en vnas cajas y da con parte
dello a Genoba y otra parte a Constantinopla;
y tienen otra prematica que no se puede vender
cada caja, que ellos llaman, menos de 9Íent du-
cados, sino que antes la derramen en la mar y la
pierdan toda.
Juan.— ¿Pues no la hai en otra parte?
Pedro. — Agora no, ni se escribe que la aya
abido, sino alli y en Egipto; mas agora no
pares9e la otra, antes el Gran Señor ha procu-
rado lo más del mundo en todas las partes de
su imperio probar a poner los arboles sacados
de alli, y jamas aprobecha.
Juan. — ¡Qué tiene de aprobe-^har, si en la
mesma isla avn no basta fuera de aquel termino!
Mata. — ¿De que' sirbe?
Pedro. — De muchas cosas: en med¡9Ína, y
a muchos mandan los médicos mascarla para
desflemar, y siempre se está junta, y por eso se
llama almastica, porque masticar es mascar.
Los turcos, como la tienen fresca, la vsan mu-
cho para limpiar los dientes, que los dexa blan-
cos y limpios.
Mata. — Ya la he visto; agora cayo en la
quenta; un oidor, nuestro vezino, la mascaba
cada día.
Juan. — Esa mesma es. ¿Y cómo llegastes
en la cibdad? ¿Seriáis el bien venido?
Pedro. — Llegar me dexaron a la puerta,
mas no entrar dentro.
Mata. — ¿Por qué?
Pedro. — Por la grande diligen9¡a que tienen
de que los que vienen de parte donde hai pesti-
len9Ía no comuniquen con ellos y se la peguen;
y como yo no pude negar dónde venia, mandá-
ronme ir a Sancto Sidero, y alli embio la seño-
ría vno de los siete que me preguntase quién
hera y qué quería; y como le conté el caso, dixo-
me que m'estubiese quedo en aquel monasterio
y alli se me seria dado recado de todo lo necesa-
rio; mas de vna cosa me advertía de parte de la
señoría: que no saliese adonde fuese visto de
algún turco; porque si me conosfian y me de-
mandaban no podían dexar de darme, pues por
vn hombre no tenia de perderse toda la isla.
Llamábase éste Nicolao Grímaldo (}).
Juan. —¿Qué quiere de9Ír Grimaldo? (^).
Pedro. — Es nombre de vna casa de gíno-
veses antiguos. Hai tres casas principales en
Chio: Muñeses, Grimaldos, Garribaldos. Para
(•) Garribaldo.
(") (larri baldo.
aquella noche no faltó de 9enar, porque mi com-
pañero tenia alli vn firujauo catalán pariente,
que se llamaba mase Pedro, hombre valeroso
ansí en su arte como por su persona, bien amigo
de amigos, y, lo que mejor, tenía bien quisto en
toda la 9Íbdad. Yo rogue a vno de aquellos
señores que me llamasen alli a vno de los del
año pasado que la Señoría había embiado por
embaxador a Constantinopla, para qiie le queiña
hablar, el qual a la hora vino.
Juan. — ¿Qué tanto es el monesterio de la
5ibdad?
Pedro. — Vn tiro de vallesta; y conos9Íome,
avnque no a prima faqie; porque estando yo en
Constantinopla camarero de (^inan Baxa, todos
los neg09Íantes habían de entrar por mi mano;
y como arriba dixe procuraba siempre destar
bien con todos, y quando venían nego9Íos de
christianos yo me les afi9Íonaba, deseando que
todos alcan9asen lo que deseaban. Cada vez que
aquel embaxador quería hablar con mi amo le
hazia entrar. Allende desto, como yo hera inter-
prete de todos los negofios de christianos, lleva-
ba vna carta de la Señoría de Chio para Ciñan
Baxa, y no iba escrita con aquella crian9a y so-
lemnidad que a tal persona se requería; y 9Íer-
tamente, si yo la leyera como iba, él no nego-
9Íara nada de lo que quería.
Mata. — ¿Pues alia se mira en eso?
Pedro. — Mejor que acá. En el sobreescrito
le llamaban capitán general, que es cosa que
ellos estiman en poco, sino almirante de la mar,
que en su lengua se dije beglerbei; tratábanle
de señoría, y abianle de llamar ex9elencia; y
esto de quatro en quatro palabras. Como yo vi
la carta, con deseo que alcan9asen lo que pídían,
leyla a mi proposito, supliendo como yo sabia
tan bien sus costumbres, de manera que quedó
muy contento y vbo consejo conmigo de lo que
había de hazer, y le híze despachar como que-
ría, abisandole que otra vez vsasen de más
crian9a con aquellos Baxás; y el quedó con toda
la obliga9Íon posible, ansí por el buen despacho
como por la breuedad del negofiar; y como me
vio y nos hablamos, fue a la 9ibdad y juntada
la señoría les dixo quien yo hera y lo que había
hecho por ellos, y que me podrían llamar libe-
rador de la patria y como a tal me hiziesen el
tratamiento. De tal manera lo cumplieron, que
en 28 días que alli estube fui el más regalado
de presentes de todo el mundo, tanto que no
consentían que comiese otro pan sino rosquillas.
Podía mantener 30 compañeros con lo que alli
me sobraba. Mandaron también, para más me
hazer fiesta, que los siete señores se repartiesen
de manera que cada día vno fuese a estar con-
migo en el monesterio a mantenerme conversa-
9Íon. Pues de damas, como hera quaresma, que
iban a las estaciones, tampoco faltó. Alli hallé
84
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
vn mercader que iba en Constantinopla, el qual
llebaba comisión de vn caballero de los princi-
pales d'España para que me rescatase, y pidile
dineros y no me dio mas de 9Ínco escudos y
otros tantos en ropa para vestirme a mí y a mi
compañero.
Mata. — ¿Pues qué bestidos hizistes con cin-
co escudos dos compañeros?
Pedro. — Buenos, a la marineresca; que claro
es que no habian de hazerse de carmesi.
Mata. — ¿Y en habito de t'rairesos festejaban
las damas?
Pedro. — Al principio si; porque vn dia, el
segundo que llegamos, yo estaba al sol tras vna
pared, y llegaron quatro señoras principales en
riqueza y hermosura, y como vieron a mi com-
pañero, fueron a besarle la mano. El de ver-
güenza huyó y no se la dio, sino escondióse.
Quedaron las señoras muy escandalizadas, y
como yo las senti, sali y vilas santiguándose.
Pregúnteles en griego que de qué se maravilla-
ban. Dixo vna no sé quasi, que no le alcancaba
vn huelgo a otro: Estaba aqui vn fraire y qui-
simosle vesar la mano y huyó; creemos que no
debe de ser digno que se la besemos. Digo: No
se maravillen vuestras mercedes dcso, que no
es sacerdote; yo lo soi. En el punto que lo dixe,
arremetieron a porfía sobre quál ganaría primero
los perdones. Yo a todas se la di liberalmente,
y a cada vna hechaba la veiidicion, con la qual
pensaban ir sanctificadas, como lo contaron en
la c¡bdad. Ya andaba el rumor que se habian
escápalo dos christiauos en habito de fraires y
estaban en Sancto Sidero. Halláronse tan corri-
das, que fueron otro dia alia, y quando yo sali
a saludarlas y darles la mano, vna llevaba vn
palillo con que me dio un golpe al tiempo que
estendi la mano, y armóse grande conversación
sobre que yo no tenia ojos de fraire ; y ningún
dia faltaron de alli adelante que no fuesen a
visitarme con mili presentes y a dancar. Al cabo
de vn mes partíase vna nabe cargada de trigo,
y el capitán della hera pibdadano, y habia tam-
bién otros doce christiauos que se habian dellos
rescatado, dellos huido, y mandóle la señoria que
nos traxese alli hasta Sicilia, dándoles a todos
bizcocho y queso, pero a mí no nada, sino man-
daron al capitán que no solamente me diese su
mesa, mas que me hiziese todos los regalos que
pudiese, haziendo cuenta que traia a vno de los
siete señores del Ohio; y ansí me embarqué y
fuimos a vn pueblo de Troya, alli cerca, que se
llama Siuirne, de donde fue Omero, a acabar
de cargar trigo la nabe para partirnos.
Juan. — ¿De Troia, la mesma de quien es-
criben los poetas?
Pedro. — De la mesma.
Mata. — ¿Pues avn es biba la cibdad de
Troya?
Pedro. — No habia gibdad que se llamase
Troya, sino todo vn reino, como si dixesemos
España o Francia; que la cibdad principal se
llamaba el Ilio, y habia otras muchas, entre las
quales fui a ver vna que se llama Pergamo, de
donde fue natural el Galeno, que está en pie
y tiene dos mili vezinos; pedacos de edificios
antiguos hai muchos; pueblos, muy muchos,
pero no como Pergamo, ni donde parezca rastro
de lo pasado. Los turcos, quando ven edificios
viejos, los llaman esquí Estambol, la vieja Cons-
tantinopla; y para los (') edificios que el Gran
Turco haze en Constantinopla lleban toda quan-
ta-piedra hallan en estas antiguallas.
Jdan. — ¿Hera buena tierra aquella?
Pedro. — Yna de las muy buenas que he vis-
to, abundosa de pan, vino, carne y ganado, y lo
que demás quisieredes.
Jdan. — ¿Y qué, aquella es la fibdad de
Troya?
Pedro. — Todo lo demás que oyeredes es fá-
bula.
Mata. — ¿No decían que tenia tantas leguas
de cerco?
Pedro. — Es verdad que Troya tiene más de
Cient leguas de cerco; ¿mas en qué seso cabe que
habia de aber cibdad que tubiese esto? Sola-
mente el íleo hera la más populosa cibdad y
cabeza del reino, y cae en la Asia Menor, y Abi-
do C'^) es vna cibdad de Troya que la batia la
mar, enfrente de Sexto.
Mata. - En fin, eso lleba camino, y ase de dar
crédito al que lo ha visto, y no a poetas que se
traen el nombre consigo. Y, porque viene a pro-
posito, quiero preguntar de Athenas si la vistes.
Pedro. — Muy bien.
Mata. — ¿Y es como dezian ó como Troya?
¿O no hai agora nada?
Pedro. — La cibdad está en pie, no como so-
lia, sino como Pergamo; de hasta dos mili ca-
sas, mas labradas no a la antigua, sino pobre-
mente como a la morisca.
Juan. —¿Y hai todavia escuelas?
Pedro. — Ni en Athenas ni en toda Grefia
hai escuela ni rastro de haber habido letras en-
tre los griegos, sino la jente más barbara que
pienso hauer habido en el mundo. El más pru-
dente de todos es como el menos de tierra de
Sayago. La mayor escuela que hai es como acá
los sacristanes de las aldeas, que enseñan leer y
dos nominatibos (^); ansi, los clérigos que tie-
nen iglesia, tienen encomendados muchachos
que, después que les han enseñado vn poco leer
y escribir, les muestran quatro palabras de gra-
mática griega y no más, porque tampoco ellos
lo saben.
(') sus.
(') Sexto.
(3) de griego.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
85
Mata. — ¿Hai alguna diferencia entre griego
y gramática griega?
Pedro. — Griego es su propia lengua que
hablan comunmente, y gramática es su latin
griego, como lo que está en los libros.
Juan. — ¿Hai mucha diferencia entre lo vno
y lo otro?
Pedro. — Como entre la lengua italiana y la
latina. En el tiempo del florescer de los roma-
nos la lengua común que en toda Italia se ha-
blaba hera latina, y esa es la que Ciñeron sin
estudiar supo y el vulgo todo de los romanos
la hablaba. Vino después á barbarizarse y co-
rromperse, y quedó ésta, que tiene los mesmos
bocablos latinos, mas no es latina, y ansi solian
llamarse los italianos latinos. En el tiempo de
Demosthenes y Eschines, Homero y Galeno y
Platón y los demás, en Grecia se hablaba el
buen griego, y después vino a barbaricarse y
corrompióse de tal manera que no la saben; y
guardan los mesmos bocablos, saibó que no sa-
ben la gramática, sino que no adjetivan. En lo
demás, sacados de dos docenas de bocablos bar-
baros que ellos vsan, todos los demás son grie-
gos. Dirá el buen griego latino; blepo en aan-
thropon, veo vn hombre; dirá el bulgar: hlepo en
antropo. Veis aqui los mesmos bocablos sin ad-
jetibar.
Juan. — De manera que solamente en la con-
gruidad del hablar difieren, que es la gramática.
Pregunto: Vno que acá ha estudiado griego,
como vos hizistes antes que os fueseis, ¿enten-
derse ha con los que hablan alia?
Pedro. — No es mala la pregunta. Sabed que
no, ni él a ellos ni ellos a él; porque primera-
mente ellos no le entienden, por no saber gra-
mática, y tampoco él sabe hablar, porque acá
no se haze caso sino de entender los libros; ni
éstos entenderán a los otros, porque como no
adjetivan y mezclan algunos bocablos barbaros,
paresceles algarabia, y también como no tienen
vso del hablar griego, acá no abundan de boca-
blos. Eso mesmo es en la italiana, que los latir
nos que desde acá ban, si no lo deprenden no lo
entienden, no obstante que algunas palabras les
son claras; ni los italianos que no han estudiado
entienden sino qualque palabra latina. Bien es
berdad que el que sabe el griego vulgar depren-
de más en vn año que vno de nosotros en bein-
te, porque ya se tiene la abundancia de boca-
blos en la cabeza, y no ha menester más de
componerlos como han destar. También el que
sabe la gramática deprendera más presto vul-
gar que el que no la sabe, por la costumbre que
ya tiene de la pronunciación. Yo por pií digo
que, sin estudiarla más de como fui de acá, por
deprender la vulgar me halle que cada vez cjue
quiero hablar griego latiu lo hago también
como lo vulgar.
Mata. — Deveis de sauer tan poco de vno
como de otro.
Pedro. — De todas las cosas sé poco; mas
estad satisfecho que hai pocos en Grecia que
hablen más elegante y cortesanamente su pro-
pia lengua que yo, ni avn mejor pronunciada.
Mata. — El pronunciar es lo de menos.
Pedro. — No puedo dexar de daros a enten-
der por solo eso la grandissima falta que todos
los barbaros d'España tienen en lo que más
haze al caso en todas las lenguas.
Mata. — ¿Qué, el pronunciar?
Pedro. —¡ Si vieseis los letrados que acá pre-
sumen, idos en Italia, donde es la policia del
hablar, dar que reir a todos quantos hai, pro-
nunciando siempre n donde ha haber m, b por
uyu por b, comiéndose siempre las postreras le-
tras! Ninguna cosa hai en que más se manifies-
te la barbarie y poco saver que en el pronunciar,
de lo qual los padres tienen grandissima culpa
y los maestros más. Veréis el italiano defir
quatro palabras de latin grosero tam bien dichas
que avnque el español hable como Cicerón pa-
resce todo cacefatones; en respecto del más va-
len quatro palabras bien sabidas que quanto
supo Salomón mal savido. Una cosa quiero que
sepáis de mí, como de quien sabe seis lenguas,
que ninguna cosa hai para entender las lenguas
y ser entendido más necesaria y que más im-
porte que la pronunciación, porque en todas
las lenguas hai bocablos que pronunciados de
vna manera tienen vna significación y de otra
manera otra, y si queréis dozir cesta, diréis
vallesta. Tome uno de vosotros en la cabeza
seis bocablos griegos, mal pronunciados, y pre-
gúnteselos a vn griego qué quieren decir, y vera
que no le entiende. La mayor dificultad que
para la lengua griega tube fue el olvidar la mala
pronunciación que de acá llebé, y sabia hablar
elegantemente y no me entendían ; después, har
blando grosero y bien pronunciado, hera enten-
dido. Hai en ello otra cosa que más importa y
es que si pasando por vn reino sabiendo aque-
lla lengua queréis pasar como hombre del reino,
a dos palabras, avnque sepáis muy bien la len-
gua,, sois tomado con el hurto en las manos. Es-
tos son primores que no se habian de tratar con
jente como vosotros, que nunca supo salir de-
tras los ticones, mas yo querria que salieseis y
veriais.
Mata. — Yo me doi por vencido en eso que
decis todo, sin salir, porque a tan clara razón no
hai qué replicar.
Pedro. — Si las primeras palabras que a vno
enseñan de latiu o griego se las hiziesen pro-
nunciar bien, sin que supiese más hasta que
aquellas pronunciase, todos sabrían lo que sa-
ben bien sabido; pero tienen vna buena cosa los
maestros de España: que no quieren que los
m
autobiografías y memorias
d¡s9¡piilos sean menos asnos que ellos, y los dis-
9Ípulos también tienen otra: que se contentan
con saber tanto como sus maestros y no ser ma-
yores asnos que ellos; y con esto se concierta
muy bien la música barbaresca.
Juan. — Question es y muy antigua, princi-
palmente en España, que tenéis los médicos
contra nosotros los theologos quereros hazer
que sabéis más philosofia y latín y griego que
nosotros. Cosas son por cierto que poco nos im-
portan, porque sabemos lógica; latin y griego
demasiadamente ¿para qué?
Pedro. — En eso yo concedo que tenéis mu-
cha rafon, porque para entender los libros en
que estudiáis poca necesidad hai de letras hu-
manas.
Juan.— ¿Qué libros? ¿Sancto Thomas, Es-
coto y esos Gabrieles y todos los más escolásti-
cos? ¿Paresceos mala theologia la desos?
Pedro. — No por cierto, sino muy sancta y
buena; pero mucho me contenta a mí la de
Christo, que es el Testamento Nuebo, y en fin,
lo positibo, principalmente para predicadores.
Juan. — ¿Y esos no lo saben?
Pedro. — No sé ('); al menos no lo mues-
tran en los pulpitos.
Juan.— ¿Cómo lo veis vos?
Pedro. — Soi contento de decirlo: todos los
sermones que en España se tratan, que aqui
está Mátalas Callando que no me dexará men-
tir, son tan escolásticos que otro en los pulpitos
no oiréis sino Sancto Thomas dice esto. En la
distinction 143, en la question 26, en el articu-
lo 62, en la responsion a tal replica. Escoto
tiene por opinión en tal y tal question que no.
Alexandro de Ales, Nicolao de Lira, Juanes
Maioris, Gayetano, digen lo otro y lo otro,
que son cosas de que el vulgo gusta poco,
y creo que menos los que más piensan que en-
tienden.
Juan. — ¿Paes que querríais vos?
Pedro. — Que no se traxese alli otra doctri-
na sino el Evangelio, y vn Chrisostomo, Agus-
tino, Ambrosio, Gerónimo, que sobrello escri-
ben; y esotro dexasenlo para los estudiantes
quando oyen lectiones.
Mata. — En eso yo soi del vando de Pedro
de Vrdimalas, que los sermones todos son como
él dice y tiene racon.
Juan. — ¿Luego por tan bobos tenéis vos a
los theologos de España, que no tienen ya ol-
vidado de puro sabido el Testamento Nuebo y
quantos expositores tiene?
Mata. — Olvidado, yo bien lo creo; no sé yo
de qué es la causa.
Pedro. — Las capas de los theologos que
predican y nunca leyeron todos los Evangelis-
(*) por cierto.
tas plugiese a Dios que tubiese yo, que pienso
que sería tan rico como el Rey, quanto más los
expositores. ¿No acabastcs (') agora de confe-
sar que no hera menester para la Theologia,
Philosofia, latin ni griego?
Mata. — Eso yo soi testigo.
Pedro. — ¿Pues cómo entenderéis á Chrisos-
tomo y Basilio, Gerónimo y Agustino?
Juan. — ¿Luego Sancto Thomas y Escoto no
supieron Philosofia?
Pedro. — De la sancta mucha (-).
Juan. — No digo sino de la natural.
Pedro. — Desa no por cierto mucha, como
por lo que escribieron della consta. Pues latin
y griego, por los cerros de Vbeda.
Juan. — Ya comencais a hablar con pasión.
Hablemos en otra cosa.
Pedro. -¿No está claro que siguieron al co-
mentador Aberrees y otros barbaros que no al-
cancaron Philosofia, antes ensuciaron todo el
camino por donde la iban los otros a buscar?
Mata. — ¿Qué es la causa porque yo he oido
decir que los médicos son mejores philosofos
que los theologos?
Pedro. — Porque los theologos siempre van
atados tanto a Aristotiles, que les paresce como
si dixesen: El Evangelio lo dize, y no cale irles
contra lo que dixo Aristotiles, sin mirar si Ueba
camino, como si no ubiese dicho mili quentos
de mentiras; mas los médicos siempre se van a
viba quien vence por saver la verdad. Quando
Platón dice mejor, refutan a Aristóteles; y
quando Aristóteles, dicen libremente que Pla-
tón no supo lo que dixo. Decid, por amor de
mí, a vn theologo que Aristóteles en algún paso
no sabe lo que dice, y luego tomará piedras para
tiraros; y si le preguntáis por qué es verdad
ésto, responderá con su gran simpleza y menos
saber, que porque lo dixo Aristóteles. ¡Mirad,
por amor de mí, qué philosofia pueden saber!
Joan. — Ya yo hago como dicen orejas de
mercader, porque me paresce que jugáis dos al
mohíno. Acabemos de saver el viaje.
Pedro.— Soi dello contento, porque ya me
paresye que os vais corriendo. Acabada de car-
gar la nabe, fuimos en la isla del Samo, adonde
nos tomó vna tormenta y nos quedamos alli
por tres días, que es del Chio veinte leguas,
la qual es muy buena tierra, mas no está po-
blada.
Juan, — ¿Por qué? ¿Qué comíais alli?
Pedro. — Gallinas y ovejas comíamos, que
hallábamos dentro. Desde el tiempo de Barua-
rroja comencaron a padescer mucho mal todos
lo 5 que habitaban en muchas islas que hai por
alli, que llaman del Arcipielago, y hartos de
(•) algo.
(*) por yierto.
CRISTÓBAL DE VILLALON
87
pades^er tanto mal como aquel perro les hazia,
dexaron las islas y fueroiise a poblar otras
tierras, y como dexaron gallinas y ganados alli,
hase ido multiplicando y está medio salvaje, y
los que por alli pasan, saltando en tierra hallan
bien que cazar, y no penséis que son pocas las
islas, que más he yo visto de 9Ínquenta.
Mata. — ¿Pues cuias son esas abes y ga-
nados?
Pedro. — De quien lo toma; ¿n'os digo que
son despobladas habrá quince años?
Joan. — ¿Y no lo sabe eso el Gran Turco?
Pedro. —Sí ; pero, ¿cómo pensáis que lo pue-
de remediar? Algunas cosas habrá hecho An-
drea de Oria que avnque las sepa el Emperador
son menester disimular. De alli fuimos a Milo,
otra isla, y de alli pasamos vna canal entre Mi-
colo y Tino, dos islas pobladas, y con vu gran
viento contrario no podimos en tres dias pasar
adelante a tomar tierra, y dimos al cabo con
nosotros en la isla de Délo, que avnque es pe-
queña es de todos los escriptores muy celebrada
porque estaba alli el templo de Apolo, adonde
concurría cada año toda la Gre9Ía.
Juan. — ¿Esa es la isla de Délo? ¿Y hai ago-
ra algún rastro de edificio?
Pedro. — Más ha ávido alli que en toda Gre-
9Ía, y oi en dia avn hai infinitos marmoles que
sacar y los lleba quien quiere, y antiguallas
muchas se han hallado (') y hallan cada dia.
De alli fuimos a la isla de Sira, donde hai vn
buen pueblo, y vi las mugeres que no traen más
largas las ropas que hasta las espinillas, y quan-
do sienten que hai cosarios todas salen valero-
samente con espadas, langas y escudos, mejor
que sus maridos, a defenderse y que no les lle-
ben el ganado que anda paciendo riberas del
mar. Dimos con nosotros luego en Cirigo, y de
alii á París y Necsia, dos buenas islas, y pasa-
mos a vista de Candía, y hechamos anchoras
en Cabo de Santangelo, que llaman Puerto
Coalla por la multitud de las codornÍ9es que los
albaneses toman por alli, que se desembarcan
quando van a tierras calientes y se embarcan
para venir a criar acá. Luego nos engolfamos
en el golfo de Vene9Ía, que llaman el Sino
Adriático, con muy buen tiempo, y veníamos
cazando, con mucho pasatiempo.
Mata. — Tened puncto; ¿que' cazabais en el
golfo?
Pedro. — CodornÍ9es, tórtolas, destos paja-
ros verdes y otras diferen9Ías de abes, que se
venían por la mar, siendo mes de abril, para
criar acá.
Mata. — Bien puede ello ser verdad; mas yo
no creo que en medio del golpho puedan cazar
otro sino mosquitos, ni avn tampoco croo que
(') alli.
tengan tanto sentido las abes que vna vez van
que tornen a bolver acá.
Pedro. — No solamente volver podéis tener
por muy aberlguado, mas avn a la mesma tierra
y lugar donde habla estado, y no es cosa de
poetas ni historias, sino que por experienjia se
ha visto en golondrinas y en otras muchas aves,
que siendo domesticas les hazen vna señal y las
conos9en el año adelante venir a hazer nidos en
las mesmas casas; pues de las codornÍ9es no
queráis más testigo de que tres leguas de Ña-
póles hai vna isla pequeña, que se dÍ9e Crapí,
y el obispo della no tiene de otra cosa quinien-
tos escudos de renta sino del diezmo de las
codornl9es que se toman al ir y venir, y no
solamente he yo estado alli, pero las he cazado,
y el obispo mesmo es mi amigo.
Juan. — Muchas vezes lo habla oido y no lo
creía, mas agora como si lo viese. También dÍ9en
que lleban quando pasan la mar a]9ada el ala
por vela, para que, dándoles el viento alli, las
llebe como nabios.
Pedro. — La mayor parte del mar que ellas
pasan es a buelo . Verdad es que quando* se
cansan se ponen en9Íma del agua, y siempre
van gran multitud en compañía, y si hai fortu-
noso viento y están cansadas, alzan como dezis
sus alas por vela ; y de tal manera habéis de
saber que es verdad, que la vela del nabio creo
yo que fue Inventada por eso, porque es de la
mesma hechura; las que cazábamos hera por-
que rebolviendose vna fortuna muy grande en
medio el golfo, todas se acojlan a la nao, que-
riendo más ser presas que muertas, y aunque
no ubiese fortuna se meten dentro los nabios
para pasar descansadas; los marineros lleban
vnas cañas largas con un la9Íco al cabo con que
las pescan, y van tan domesticas. Ende mas si
hai fortuna que se dexaran tomar a manos; de
golondrinas no se podían valer de noche los
marineros, que se les asentaban sobre las orejas
y narlges, y cabeza y espaldas, que harto tenían
que ojear como pulgas.
Mata. — No es menos que desmentir a vn
hombre no creer lo que dl9e que el mesmo vio,
y si hasta aquí no he creído algunas cosas ha
sido por lo que nos habéis motejado con razón
de nunca haber salido de comer bollos ; y al
prin9Ípio pares9en dificultosas las cosas no vis-
tas, mas yo me subjeto a la razón. ¿De aquel
golfo adonde fulstes a parar?
Pedro. — Adonde no queríamos; mal de
nuestro grado, dimos al trabes con la fortuna,
tan terrible quo.l nunca en la mar han visto
marineros, vn Juebcs Sancto, que nunca se me
olvidará, en vna Isla de vene9lanos que se llama
el Zante, la qual está junto a otra que Uaman
la Cliefalonia, las quales divide vna canal de
mar de tres leguas en ancho.
autobiografías y memorias
Mata. — ¡O, pecador de mí! ¿Avn no son
acabadas las fortunas?
Juan. — Quasi en todas esas partes cuenta
Sant Lucas que peligró Sant Pablo en su pere-
grina9Íon.
Pbdro. — ¿y el mesnio no confiesa haber
dado tres vezes al trabes y sido acotado otras
tantas? Pues yo he dado quatro y sido acotado
sesenta, porque sepáis la obligación en que estoi
a ser bueno y servir a Dios. Ayudáronnos otras
tres nabes a sacar la nuestra, que quiso Dios
que encalló en vn arenal, y no se hiziese peda-
zos, y tubimos alli con gran regocijo la Pasqua,
y el segundo dia nos partimos para Sicilia, que
tardamos otros seis dias con razonable tiempo,
avnqae fortunoso; pero aquello no es nada, que,
en fin, en la mar no pueden faltar fortunas a
cuantos andan dentro. Llegamos en el Faro de
Meyiua, donde está Cila y Caribdi, que es vn
mal p-iso y de tanto peligro que ninguno, por
buen marinero que sea, se atrebe a pasar sin
tomar vn piloto de la mesma tierra, que no
viben de otro sino de aquello.
Juan. — ¿Qué cosa es Faro?
Pedro. — Vna canal de mar de tres leguas
de ancho que divide a Sicilia de Calabria, llena
de remolinos tan diabólicos que se sorben los
nabios, y tiene éste una cosa más que otras ca-
nales: que la corriente del agua vna va a vna
parte y otra a otra, que no hai quien le tome
el tino, y Q'úa, es vn codo que haze junto a la
Cibdad la tierra, el qual por huir de otro codo
que haze a la parte de Calabria, como las co-
rrientes son contrarias, dan al trabes y se pier-
den los nabios.
Juan. — ¿Y las otras canales no son también
ansi?
Pedro. — No, porque todas las otras, aun-
que tienen corriente, no es diferente, sino toda
a vn lado. ¿No os espantaria si vieseis un rio
que la mitad del, cortándole a la larga, corra
hazia bajo y el otro hayia riba?
Mata. — ¿Eso es lo de Qilla y Caribdin?
Pedro. — Eso mesmo.
Juan. — Espantosa cosa es y digna que todos
fuesen a verla solamente. Dicese de Aristotiles
que por sólo verla fue de Athenas alia.
Mata. — ¿Qué, tanto hai?
Pedro. — No es mucho; serán trescientas
leguas.
Mata. — A mí rae paresce que iria quinien-
tas por ver la menor cosa de las que vos abéis
visto, si tubiese seguridad de las galeras de
turcos.
COLOQUIO VII
Llegada á Mesina.— Cuarentenas con que allí molestaban á
los \iajeios de Levante. — Salla Pedro en tierra, y con no
seguir por mar hasta Ñapóles se libra de caer nueva-
iiienle en poder de los turcos.— A'iaje por la Calabria. — El
pírcor/io.— Descripción de Ñapóles. — Roma y la Corte pon-
tificia.— Noticias de \enecia, Florencia, Bolonia y otras ciu-
dades de Italia.— Peregrinaciones de Urdemalas hasta llegar
á \alladoUd.
Juan. — Llegados ya en salvamento en Sici-
lia ¿grande contentamento terniais por ver que
ya no habia más peligros que pasar?
Pedro. — ¿Cómo no? El mayor y más ven-
turoso estáis por oir. En todas las cibdades de
Sicilia tienen puestos guardianes, que llaman
de la sanidad, y más en Mecina , donde yo
llegué; para que todos los que vienen de Le-
vante, adonde nunca falta pestilencia, sean
defendidos con sus mercancías entrar en pobla-
do, para que no se pegue la pestilencia que
dicen que traen ; y éstos, quando viene alguna
nabe, van luego a ella y les ponen grandes pe-
nas de parte del Virrei que no se desembarque
nadie; si tiene de pasar adelante embia por ter-
cera persona a comprar lo que ha menester, y
vase. Si quiere descargar alli el trigo, algodón
o cueros (') que comunmente traen , habida
licencia que descargue, lo tiene de poner todo
en el campo, para que se horee y exale algún
mal humor si trae, y todas las personas ni más
ni menos.
Mata. — Cosa me paresfe esa muy bien hecha,
y en que mucho servicio hazen los governado-
res a Dios y al Rei.
Pedro. — Muchas cosas hai en que se sirvi-
ria Dios y la república si fuesen con buen fin
ordenadas ; mas quando se hazen para malo,
poco merescen en ello. No hai nabe que no le
cueste esto que digo quatrocientos ducados, que
podrá ser que no gane otios tantos.
Juan. — Pues ¿en qué?
Pedro. — En las guardas que tiene sobre sí
para que no comuniquen con los de la tierra.
Mata. - ¿Y esas no las paga la mesma cibdad?
Pedro. — No, sino el que es guardado.
Mata. - Pues ¿en qué lei cabe que pague yo
dineros porque se guarden de mí? ¿Qué se me
da a mi que se mueran ni biban?
Pedro. — Hai podréis ver lo que yo os digo.
¿Ha visto (^) ninguno de bosotros buena fruta
de sombrío donde nunca alcanca el sol?
Mata. — Yo no.
Juan.— Ni yo tampoco.
Pedro. — Pues menos veréis justi[i'¡]a recta
ni que tenga sabor de justicia donde (•'') no está
el Rey; porque si me tengo de ir a quexar de
{*) o qualquiera otra cosa.
(') nunca.
(») nunca.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
89
vn agrabio 500 leguas, gastare doblado que el
prin9Ípal, y ansí es mejor perder lo menos. Ante
todas cosas tiene de pagar cada dia ocho reales
a ocho moros que rebuélban la mercancía j la
descarguen.
Mata. — ¿Para qué la han de rebolver?
Pedro. — Para que se horee mejor y no quede
escondida la landre entre medias. Tras esto otros
dos guardianes, que les hagan hazerlo, a dos
reales cada dia, que son cuatro, y vn escudo
cada dia a la guarda mayor, que sirbe de mirar
si todos los demás hazen su ofi9Ío.
Juan. — ¿Y quántos dias tiene esa costa hasta
que le den lÍ9en9¡a que entre en la 9Íbdad?
Pedro. — El que menos ochenta, si trae algo-
don o cueros; si trigo, la mitad.
Mata. — Bien empleado es eso en ellos, por-
que no gastan quanto tienen en informar al Rei
dello.
Pedro. — También quiero que sepáis que no
es mejor guardado el monumento de la Semana
Sancta, con más chuzones, broqueles y guaza-
.malletas, y avnque alguno quiera desembaiTarse
sin lÍ9en9Ía, éstos no le dexan. No teniendo yo
mercan9Ías, ni qué tomar de mí, no me querían
dexar desembarcar, y el capitán de mi nao de-
terminó venir á Ñapóles con el trigo y otras tres
nabes de compañia, y como yo habia de venir
a Ñapóles dixome que me venia bien haber alia-
do quien me traxese cient leguas más sin des-
embarcarme. Yo se lo agrades9Í mucho, y co-
menzaron a sacar las anchoras para nos partir.
Pasó por junto a la nao vn vergantin, y no sé
qué se me antojó preguntarle [de] dónde venía.
Respondió que de Ñapóles. Dixele qué nueba
había. Respondió que diez y nuebe fustas de
turcos andaban por la costa. Como soi razona-
ble marinero, dixe al capitán que dónde queria
partirse con aquella nueba tan mala. Dixome
que donde habia quatro nabes juntas qué habia
que temer. Conos9Íendo yo que los rogo9eses,
vene9Íanos y ginoveses valían poco para la
batalla, y que necesariamente, si nos topaban,
heramos presos, hize como que se me habia
olvidado de neg09Íar vna cosa que mucho im-
portaba en la cibdad, y pidile de mer9ed, sobre
todas las que me habia hecho, que me diese vn
batel de la nabe para ir en tierra a encomendar
a aquellos que guardaban que nadie se desem-
barcase que los negociasen por mí, y que luego
en la hora me bolveria sin poner el pie en tierra.
Mata. — ¿Qué cosa es batel, que muchas ve-
zes lo he oido nombrar?
Pedro. — Como la nabe y la galera son tan
grandes, no pueden estar sino adonde hai mu-
cho hondo, y quando quieren saltar en tierra,
en ninguna manera puede acercarse tanto que
llegue adonde haya tierra firme, y por eso cada
nabio grande trae dos barcas pequeñas dentro,
la una mayor que la otra, con las quales quando
están 9erca de tierra ban y vienen a lo que han
menester, y éstas se llaman bateles. Fue tanta
la importunapion que yo tube üorque me diese
el batel, que avnque fierto le venía muy á tras-
mano, lo hubo de hazer con condÍ9Íon que yo
no me detubiese. Seria vn tiro de arcabuz de
donde la nao estaba a tierra, y dixe a mi com-
pañero y a otros dos que habían sido cautibos
que se metiesen conmigo dei^tro el batel, y
caminamos; quando yo me vi tres pasos de tie-
rra no curé de aguardar que nos a9ercasemos
más, sino doi vn salto en la mar y luego los
otros tras mí; quando las guardias me vieron,
vienen luego con sus lan9ones a que no me
desembarcase sin licencia, y quisieron hazerme
tornar a embarcar por fuer9a. Yo dixe a los
marineros que se fuesen a su nabe y dixesen al
capitán que le vesaba las manos, y por 9Íerto
impedimento no podía por el presente partirme,
que en Ñapóles nos veríamos; como tanto por-
fiaban las guardas fue menester hazerles fieros,
y dezir que avnque les pesase habíamos d'estar
allí. Fueron presto a llamar los jurados, que son
los que goviernan la 9Íbdad, y vinieron los más
enojados del mundo, y quando yo los vi tan
sobex-bios, determiné de hablarles con mucho
animo; y en preguntando que quién me habia
dado lÍ9en9Íapara desembarcarme, respondí que
yo me la había tomado, que siendo tierra del
Emperador y yo su vasallo, podía estar en ella
tan bien como todos ellos. Donosa cosa, digo,
es que si yo tengo en esta 9Íbdad algo que
neg09Íar, que no lo pueda hazer sino irme a
Ñapóles y dexarlo. Dixeron que estaban por
hazerme luego ahorcar. Yo les dixe que podían
muy bien, mas que sus cabezas guardarían las
nuestras; fueronse gruñendo, y mandaron que
so pena de la vida no saliésemos de tanto espa-
9Í0 como dos heras de trillar, hasta que fuese
por ellos mandada otra cosa, y ansí estube alli
junto a los otros que tenían sus mercaderías en
el campo, con muy mayor guarda y más niala
vida y más hambre que en todo el cautiberio.
Mata. — ¿Quántos dias?
Pedro. — Veinte y ocho.
Juan. —¿Y en qué dormíais?
Pedro. — Dos cueros de vaca de aquellos que
tenían los mercaderes me sirvieron todo este
tiempo de cama y casa, puestos como cueba, de
suerte que no podía estar dentro más de hasta
la 9Íntura, dexando lo demás fuera al sol y al
aire.
Mata. — ¿Pues la 9Íbdad, siquiera por limos-
na, no os daba de comer?
Pedro. — Maldita la cosa, sino que pades9Í
más hambre que en Turquía; y para más encu-
brir su bellaquería, a quántos traían cartas que
dar en Me9Ína, se las tomaban y las abrían, y
90
Autobiografías y memorias
quitándoles el lulo con que venían atadas y ten-
diéndolas en tierra ro9Íabanlas con vinagre di-
9Íendo que con aquello se les quitaba todo el
veneno que traian, y la mayor vellaqueria de
todas era que a los que no tenian mercadurías y
heran pobres solíanles dar li^eníia dentro de
ocho días; pero a mí, por respecto que los mer-
caderes no se quexasen diciendo que (') por po-
bre me dexaban y a ellos por ricos los detenían
más tiempo, me liizieron estar como a ellos y
cada día me hazian labar en la mar el capote y
camisa y a mi mesmo.
Juan. —Si queríais traer algo del pueblo, ¿no
había quien lo hiziose?
Peduo. — Aquellos guardianes lo hazian mal
y por mal cabo, sisando como yo solía.
Mata, — ¿Qué os guardaban esos?
Pedro. — ¿No tengo dicho que no se juntase
nadie conmigo a hablar? sí me venia algún
amigo de la 9¡bdad a ver, no le dexaban por
espacio de doce pasos llegar a mí, sino a bozes
le saludaba y él a mí.
Juan. — ¿De modo que no podía haber se-
creto?
Pedro. — Y las mesmas guardas tampoco se
juntaban a mí, sino tiraba el real como quien tira
vna piedra y de9¡ale[s] a boíjes: traedme esto y
esto. El ter9ero día que estaba en esta miseria,
que voi a la mayor de todas las venturas, vino a
mí vn hermano del capitán de la nabe en que
había yo venido, y dixome: Habéis habido bue-
na ventura. Digole: ¿Cómo? DÍ9e: Porque las
fustas de los turcos han tomado la nabe y otras
tres que iban con ella, y veis aquí esta carta
que acabo de res9Íbir de mi hermano Rafael
Justiníano, el capitán, que le probea luego mili
ducados de rescate. Ya podéis ver lo que yo
sintiera.
Mata. — Grande pla9er, por vna parte, de
veros fuera de aquel peligro, y pesar de ver
presos a vuestros amigos, sabiendo el trata-
miento que les habían de hazer.
Juan. — ;0, poderoso Dios, quán altos son
tus secretos! Y, como dice Sant Pablo, tienes
misericordia de quien quieres y endures9es a
quien quieres.
Pedro. — Sin Sant Pablo, lo dixo primero
Cliristo a Nicodemus, aquel prin9Ípe de judíos:
Sj)iritus ubi i'ult, spírat. Luego fue en el Chio
y en Constantinopla la nueba de cómo yo hcra
preso, que no dio poca fatiga y congoxa a mis
am igos, segu n ellos me contaron quando vi nieron .
Joan. — ¿Cómo supieron la nueba?
Pedro. — Como el capitán hera de Chio y la
nabe también, y nic haliian metido a mí dentro,
viendo tomada la nao, señal hera que liabía yo
de ser tomado también. ¿Quién había de ímagi-
(') a mi.
nar que yo me había de quedar en SÍ9Ílía sin
tener que hazer y dejar de venir en la nabe que
de tan buena gana y tan sin costa me traía?
Mata. — ¿Después vinístes por mar a Ña-
póles?
Pedro. — No, sino por tierra. ¿Por tan asno
me tenéis que había por eston9es de tentar más
a Dios?
Juan. — ¿Quántas leguas son?
Pedro. — Ciento, toda Calabria.
Mata. — ¿A tal anda don Gar9Ía ó en la
muía de los f raí res?
Pedro. — No, sino a caballo con el percacho.
Mata. — ¿No debíais agora poco ha que no
teníais blanca? '
Pedro. — Fióme vna señora, muger de vn
capitán que había estado preso conmigo, que en
llegando a Ñapóles pagaría, porque allí tenía
amigos.
Mata. — ¿Qué es percacho?
Pedro. — La mejor cosa que se puede imagi-
nar; vn correo, no que va por la posta, sino por
sus jornadas, y todos los viernes del mundo
llega en Ñapóles, y parte los martes y todos los
viernes llega en Me9Ína.
Mata. — ¿Cien leguas de ida y otras tantas
de buelta haze por jornadas en ocho dias?
Pedro. — No habéis de entender que esvno,
sino cuatro que se cruzan, y cada vez entra con
treinta o quarenta caballos, y vezes hai que con
9Íento, porque aquella tierra es montañosa, toda
llena de bosques y andan los salteadores de
9Íento en 9Íento, que alia llaman fuera exidos,
como si acá dixesemos encartados ó rebeldes al
reí; y este percacho da cabalgaduras a todos
quantos fueren con él por seis escudos cada
vna, en estas 9Íent leguas, y van con éste segu-
ros de los fuera exidos.
Juan. — ¿Y si los roban percacho y todo,
¿qué seguridad tienen?
Pedro. — El pueblo más 9ercano adonde los
roban es obligado a pagar todos los daños,
aunque sean de gran quantia.
Juan.— ¿Qué culpa tiene?
Pedro. — Es obligado cada pueblo a tener
limpio y muy guardado su termino dellos, que
muchos son de los mesmos pueblos; y porque
saben que sus parientes, mujeres y hijos lo tie-
nen de pagar no se atreben a robar el percacho;
y si esto no hiziesen ansí, no sería posible
poder hombre ir por aquel camino.
Mata. — ¿Qué dan a esos percachos porque
tengan ese oficio?
Pedro. — Antes él da mili ducados cada año
porque se le dexen tener, que son derechos del
correo mayor de Ñapóles, el qual de solos per-
cachos tiene un quento de renta.
Juan. — ¿Tan grande es la ganan9Ía que se
sufre arrendar?
CRISTÓBAL DE VILLALON
91
Pedko. — De sólo el porte de las cartas saca
los mili ducados, y es el queiito que si no lleba
porte la carta no hayáis miedo que os la den,
si no dexarsela en la posada.
Juan. — Grande trabajo será andará dar tan-
tas cartas en vna fibdad como Ñapóles o Roma.
Pedro. — El mayor descanso del mundo,
porque se haze con gran orden, y todas las co-
sas bien ordenadas son fa9¡les de hazer; en la
posada tienen vn escriuano que toma todos los
nombres de los sobreescritos para quien vienen
cartas, y ponelos por minuta, y en cada carta
pone vna suma de guarismo, por su orden, y
ponelas todas en vn cajón hecho aposta como
barajas de naipes, y el que quiere saber si tiene
cartas mira en la minuta que está alli colgada
y hallará: Fulano, con tanto de porte, a tal
número, y va al escribano y dieele : Dadme
una carta. Pregúntale: ¿A quántas está? Luego
d¡9e: A tantas; y en el mesmo puncto la halla.
Mata. — En fin, acá todos somos bestias, y
en todas las habilidades nos exyeden todas las
na9Íones extranjeras; ¡dadme, por amor de mí,
en España, toda quan grande es, una cosa tan
bien ordenada!
Pedro. — No bai caballero ni señor ninguno
que no se pre9Íe de ir con el percacho, y a todos
los que quieren haze la costa, porque no tengan
cuidado de cosa ninguna más de cabalgar y
apearse, y no les lleba mucho, y dales bien de
comer.
JüAK. —¿Y solamente es eso en Calabria?
Pedro. — En toda Italia, de Ñapóles a Roma,
de Genoba a Vene9Ía, de Floren9Ía a Roma,
toda la Apulla y quanto más quisieredes.
Joan. — ¿Deben de ser grandes los tratos de
aquella tierra?
Pedro. — Si son ('), pero también son gran-
des los de acá, y no lo hazen; la miseria de la
tierra lo lleba, a mi pares9er, que no los tratos.
Juan. — ¿Misera tierra os pares9e España?
Pedro. — Mucho en respecto de Italia; ¿pa-
res9eos que podria mantener tantos exercitos
como mantiene Italia? Si seis meses andubiesen
9Ínquenta mili hombres dentro la asolarían, que
no quedase en ella hanega de pan ni cántaro
de vino, y con esto me paresye que nos vamos
a acostar, que tañen los fraires a media noche,
y no menos cansado me hallo de haberos con-
tado mi viaje que de haverle andado.
Juan. — ¡O, pecador de mí! ¿Y a medio tiem-
po os queréis quedar como esgrimidor?
Pedro. — Pues, señores, ya yo estaba en
livertad, en Ñapóles. ¿Qué más queréis?
Mata. — Yo entiendo a Juan de Voto a
Dios; quiere saber lo que hai de Ñapóles aqui
para no ser cojido en mentira, pues el proposito
(') por yierto,
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. — 17
a que se ha contado el viaje es para ese efecto,
después de la grande consola9Íon que hemos
tenido con saberlo; gentil cosa seria que dixese
haber estado en Turquia y Judea y no supiese
por dónde van alia y el camino de enmedio;
dirianle todos con razón que habia dado salto
de vn estremo a otro, sin pasar por el medio,
por alguna negroman9Ía o diabólica arte, que (')
tienen todos por imposible ; a lo menos comviene
que de todas esas 9Íbdadcs prin9ipales que hai
en el camino hasta acá digáis algunas particu-
laridades comunes, entretanto que se escalienta
la cama para que os vais a reposar, y yo quiero
el primero sacaros a barrera. ¿Qué cosa es Ña-
póles? ¿Qué, tan grande es? ¿Quántos castillos
tiene? ¿Hai en ella muchas damas? ¿Cómo ha-
béis prosiguido el viaje hasta alli? ¡Llebadle al
cabo!
Pedro.— Con que me deis del codo de rato
en rato, soi dello contento.
Mata.— ¿Tanto pensáis mentir?
Pedro. — No lo digo sino porque me carga
el sueño; hallé muchos amigos y señores en Ña-
póles, que me hizieron muchas mercedes, y allí
descansé, aunque cai malo, siete meses; y no
tenia poca ne9esidad dello, según venia de fati-
gado; es vna muy gentil 9Íbdad, como Sevilla
del tamaño, probeida de todas las cosas que
quisieredes, y en buen pre9Ío; tiene muy gran-
de caballería y más prin9Ípes que hai en toda
Italia.
Mata. — ¿Quiénes son?
Pedro. — Los que comunmente están hai,
que tienen casas, son: el prin9Ípe de Salerno,
el pi'infipe de Vesiñano, el pringipe d'Estilla-
no, el prin9Ípe de Salmona, y muchos duques y
condes; ¿para qué es menester tanta particu-
laridad? tres eastillos prin9Ípales hai en la 9Íb-
dad: Castilnobo, vno de los mejores que hai en
Italia, y San Telmo, que llaman Sant Martin,
en lo alto de la 9Íbdad, y el castillo del Ovo,
dentro de la mesma mar, el más lejos de todos.
Mata. — Antes que se nos olvide, no sea el
mal de Gerusalem, ¿llega alli la mar?
Pedro. — Toda Ñapóles está en la mesma
ribera, y tiene gentil puerto, donde hai nabcs y
galeras ('''), y llamase el muelle; los napolitancs
son de la más pulida y diestra jente a caballo
que hai entre todas las nafiones, y crian los
mejores caballos ("*), que lo de menos que les
enseñan es hazer la reberen9Ía y vailar; calles
comunes, la plazuela del Olmo, la rúa Cata-
lana, la Vicaria, el Chorillo.
Mata. — ¿Es de hai lo que llaman soldados
chorilleros?
Pedro. — Deso mesmo; que escomo acá 11a-
(*) reputan.
(*) y quanto quisieredes.
(5) del mando.
92
autobiografías y memorias
mais los bodegones, j hai muchos galanes que
no quieren poner la vida al tablero, sino andar-
se de capitán en capitán a saver quándo pagan
su jente para pasar vna plaza y partir con ellos,
y beber y borrachear por aquellos bodegones ; y
si los topáis en la calle tan bien vestidos y con
tanta crian9a, os harán picar pensando que son
algunos hombres de bien.
Mata. — ¿Qué frutas hai las más mejores y
comunes?
Pedro ('). — Melocotones, melones y mos-
cateles, los mejores que hai de aqui a Hierusa-
lem, y unas manganas que llaman peradas, y
esto creed que vale harto barato.
Mata. — ¿Qué vinos?
Pedro. —Vino griego de la montaña de So-
ma, y latino y brusco, lagrima y raspada.
Mata. — ¿Qué carnes?
Pedro. — Volatería hai poca, si no es codor-
niges, que esas son en mucha quantidad, y tór-
tolas y otros pájaros ; perdices pocas, y aquellas
a escudo; gallinas y capones y pollos harto ba-
rato.
Mata. — ¿Hai carnero?
Joan. — ¡ 0, bien haya la madre que os pa-
rió, que tan bien me sacáis de vergüenza en el
preguntar, agora digo que os perdono quanto
mal me habéis hecho y lo por hazer!
Pedro. — No es poca merced que os haze en
eso.
Mata. — Tampoco es muy grande.
Pedro. — ¿No? ¿perdonar lo que está por
hazer?
Mata. — Con quantos con él se confiesan lo
suele tener por costumbre hazer quando ve que
se le siguira algún intherese.
Pedro. — No puede dexar de quando en
quando de dar vna puntada.
Juan. — Ya está perdonado; diga lo que qui-
siere.
Pedro. — Pues desa manera, yo respondo
que no solamente en Ñapóles, pero en toda Ita-
lia no hai carnero bueno, sino en el sabor como
acá carne de cabra; lo que en su lugar alia se
come es ternera, que hai muy mucha y en buen
precio y bonissima.
Mata. — ¿Pescados?
Pedro. — Hartos hai. aunque no de los de
España, como son congrios, salmones, pesca-
dos seriales; destos no se pueden aber, y son
muy estimados si alguno los embia desde acá
de presente; sedas valen en buen precio, porque
está (jerca de Calabria, donde se haze más que
en toda la christiandad, pero paño hai bueno y
no muy caro; priny ¡pálmente raja de damas, es
tierra mal probeida.
Mata. — ¿Cómo? ¿no hai mugeres?
(') las máfl y mejores.
Pedro. — Hartas; pero las más feas que hai
de aqui alia, y con esto podréis satisfa9er a
todas las preguntas.
Mata. — ¿Qué iglesias hai prin9Ípales?
Pedro. — Monte Oliveto, Santiago de los
Españoles, Pie de Gruta, Sant Lauren9Ío y
otras mil. De hai vine en Roma, con proposito
de holgarme alli medio año, y vila tan rebuelta
que quin9e dias me pares9Ío mucho, en los qua-
les vi tanto como otro en seis años, porque no
tenia otra cosa que hazer. Desta poco hai que
de9Ír, porque vn libro anda escrito que pone las
maravillas de Roma. Vn dia de la Asfension
vi toda la sede apostólica en vna pro9ession.
Mata. — ¿Vistes al Papa?
Pedro. — Sí, y a los cardenales.
Mata. — ¿Cómo es el Papa?
Pedro. — Es de hechura de vna yeboUa, y
los pies como cántaro. La más ne9Ía pregunta
del mundo; ¿cómo tiene de ser si no vn hom-
bre como los otros? Que primero fue cardenal
y de alli le hizieron Papa. Sola esta particula-
ridad sabed, que nunca sale sobre sus pies a
ninguna parte, sino llebanle sobre los hombros,
sentado en vna silla.
Mata. — ¿Qué habito traen los cardenales?
Pedro. — En la pro9ession vnas capas de
coro, de grana, y bonetes de lo mesmo. A pa-
lacio van en unas mulayas, llenas de chatones
de plata; quando pasan por debajo del castillo
de Sant Ángel les tocan las cherimias, lo que
no hazen a otro ningún obispo ni señor; fuera
de la pro9esion , por la 9Íbdad, muchos traen
capas y gorras, con sus espadas.
Juan. — ¿Todos los cardenales?
Pedro. — No, sino los que pueden servir
damas, que los que no son para armas tomare
estanse en casa; algunos van disfrazados den-
tro de vn carro triumphal, donde van a pasear
damas, de las qufvles hai muchas y muy hermo-
sas, si las hai en Italia.
Mata. — ¿De buena fama o de mala fama?
Pedro. —De buena fama hai muchas matro-
nas en quien está toda la honestidad del mun-
do, avnque son como serafines; de las enamo-
radas, que llaman cortesanas, hai ¿qué tantas
pensáis?
Mata. — No sé.
Pedro. — Lo que estando yo alli vi por ex-
perien9Ía quiero de9Ír, y es que el Papa mandó
hager minuta de las que habia, porque tiene
de cada vna vn tanto, y hallóse que habia tre9e
mili, y no me lo creáis á mí, sino preguntadlo
a quantos han estado en Roma, y muchas de a
diez ducados por noche, las quales tenían mu-
chos negoyiantes echados al rincón de puros al-
can9ados, y hafieudo mohatras, quando no po-
dían simonías; yo vi a muchos arfídianos, dea-
nes y priores, que acá habia conos9Ído con mu-
CRISTÓBAL DE VILLALON
93
cho fausto de muías y mo^os, andar alia con vna
capa llana y gorra comiendo de prestado, sin
mofp ni haca, medio corriendo por aquellas ca-
lles como andan acá los 9Ítadores.
Mata. — ¿Capa y gorra siendo dignidades?
Pedro. — Todos los clérigos, neg09iantes, si
no es alguno que tenga largo que gastar, traen
capa algo larga y gorra, y plugiese a Dios que
no hiziesen otra peor cosa, que bien se les per-
donarla,
Juan. — ¿De qué procede que en habiendo
estado vno algunos años en Roma luego biene
cargado de calongias y deanazgos y curados?
Pedro. — Habéis tocado buen puncto; éstos
que os digo, que, por gastar más de lo ra9ona-
ble, andan perdidos y cambiando y recambiando
dineros que paguen acá de sus rentas, toman
alia de quien los tenga quinientos ducados o
mili prestados, por hazerle buena h obra, y como
no hai ninguno que no tenga, juntamente con
la dignidad, alguna calongia o curado anexo,
por la buena hobra resgibida del otro le da lue-
go el regreso, y nunca más el acredor quiere sus
dineros, sino que él se los haze de gra9Ía, y
quando los tubiere sobrados se los pagará.
Juan. — Esa, simonía es en mi tierra, encu-
bierta.
Mata. — ¡O, el diablo! Aunque estotro quie-
ra defir las cosas con crian9a y buenas palabras,
no le dexareis.
Pedro. — ¿Pues pensabais que traíanlos be-
nefi9Íos de amistad que tubiesen con el papa?
Hagos saver que pocos de los que de acá van
le hablan ni tienen trabaquentas con él.
Juan. — ¿Pues cómo consiente eso el papa?
Pedro. — ¿Qué tiene de hazer, si es mal in-
formado? ¿Ya no responde: si sic estfiat? más
de quatro que vos conos9eis, cuios nombres no os
diré, que tenian acá bien de comer, comerían
allá si tubiesen, que yo pensaba que la galera
hera el infierno abreviado; pero mucho más se-
mejante me pares9Ío Roma.
Mata. — ¿Es tan grande como diyen, que te-
nia quatro leguas de 9erco y siete montes den-
tro?
Pedro. — De cerco solia tener tanto, y oi en
dia lo tiene; pero mucho más sin conpara9Íon
es lo despoblado que lo poblado. Los montes
es verdad que alli se están, donde hai agora
huertas y jardines. Las cosas que, en suma hai,
insignes son: primeramente, concurso de todas
las na9Íones del mundo; obispos de a quin9e en
libra sin quento. Yo os prometo que en Roma
y el reino de Ñapóles que pasan de tres mili
obispos de do9Íentos a ochoyientos ducados de
renta.
Mata. — ¿Esos tales serán de Sant Nicolás?
Pedro. — Y aun menos, a mi pares9er; por-
que si no durase tan poco, tanto es obispo de
Sant Nicolás como cardenal al menos. Ruin
sea yo si no está tan contento como el papa.
Las esta9Íones en Roma de las siete iglesias es
cosa que nadie las dexa de andar, por los per-
dones que se ganan.
Juan. — ¿Quáles son?
Pedro. — Sant Pedro y Sant Pablo, Sant
Juan de Letran y Sant Sebastian, Sancta Ma-
ria Maior, Sant Lorenfio, Sancta Cruz. Bien es
menester, quien las tiene de andar en un dia,
madrugar a almor9ar, porque hai de vna a otra
dos leguas ; al menos de Sant Juan de Letran
a Sant Sebastian.
Juan.— Calles, ¿quáles?
Pedro. — La calle del Populo, la plaza In
agona, los Bancos, la Puente, el Pala9Ío Sacro,
el castillo de Sant Angelo, al qual dosde el Pa-
la9Ío Sacro se puede ir por un secreto pasadifo.
Mata, — ¿Es en Sant Pedro el pala9Ío?
Pedro. — Sí.
Juan. — Sumptuosa cosa sera.
Pedro. — Soberbio es por 9Íerto, ansí de edi-
fi9Íos como de jardines y fuentes y pla9as y
todo lo ne9esario, confoi'me a la dignidad de la
persona que dentro se aposenta.
Mata. — ¿Caros valdrán los bastimentos por
la mucha jente?
Pedro. — Más caros que en Ñapóles, pero no
mucho.
Mata. — ¿Tiene mar Roma o no? esto nun-
ca se ha de olvidar.
Pedro. — Qinco leguas de Roma está la
mar, y pueden ir por el rio Tiber abajo, que va
a dar en la mar, en barcas y en vergantines,
que alia llaman fragatas, en las quáles traen
todo lo ne9esario a Roma.
Juan. — Cosa de grande magestad sera ver
aquellas audienfias. ¿Y la Rota?
Pedro.— No es más ni aun tanto que la
Chan9Ílleria y el Consejo Real. Ansi, tienen
sus salas donde oyen. De las cosas más insignes
que hai en Roma que ver es vna casa y guerta
que llaman la Viña del papa Julio, en donde se
ven todas las antiguallas pr¡n9Ípales del tiem-
po de los romanos que se pueden ver en toda
Roma, y vna fuente que es cosa digna de ir de
aqui alia a sólo verla; la casa y huerta son tales
que yo no las sabré pintar, sino que al cabo de
estar bobo mirándola no sé lo que me he visto;
digo, no lo sé explicar. Bien tengo para mí que
tiene más que ver que las siete marabillas del
mundo juntas.
Juan. ^¿Qué tanto costana?
Pedro. — Ochoyientos mili ducados, dÍ9en
los que m'íjor lo saben; pero a mí me pares9e
que no se pudo hazer con vn millón.
Juan. — ¿Y quién la g09a?
Pedro. ~ Vn pariente del Papa; pero el que
mejor la g09a es vn casero, que no hai dia que
u
autobiografías y memorias
no gane más de vn escudo a sólo mostrarla,
sin lo que se le queda de los banquetes que los
cardenales, señores y damas cada dia hazen
alli.
Juan. — Pues ¿cómo no la doxo al Pontifica-
do vna cosa tan admirable y de tanta costa?
Más nombrada fuera si siempre tubiera al Papa
por patrón.
Pedro. — lío sé; más quiso fabores^er a sus
parientes que a los ajenos.
Mata. — ¿Si le liabia pesado de haberla
hecho?
Pedro. — Bien podra ser que sí.
MATA.~¿Quánto más triumphante entrara
el dia del Juiyio ese Papa con vn carro, en el
qual Uebara detras de sí ^inquenta mili animas
que ubiera sacado del cauteberio donde vos sa-
lís y otras tantas pobres huérfanas que ubiera
casado, c¿ue no haber dexado vn lugar adonde
Dios sea muy ofendido con banquetear y bo-
rrachear y rufianar? Por eso me quieren todos
mal, porque digo las verdades; estamos en vna
hera que en dipiendo vno A'na cosa bien dicha
o vna verdad, luego le dÍ9en que es satírico,
que es maldÍ9Íente, que es mal christiano; si
dige que quiere más oír vna misa re9ada que
cantada, por no parlar en la iglesia, todo el
mundo a vna voz le tiene por ereje, que dexa
de ir el domingo, sobre sus finados, a oír la
misa mayor y tomar la paz y el pan bendito; y
quien le preguntase agora al papa Julio por
quánto no quisiera haber malgastado aquel mi-
llón, cómo respondería que por mili millones;
y si le dexasen bolver acá, ¿cómo no dexaria
piedra sobre piedra? ¿Qué más hai que ver, que
se me cscalicnta la boca y no quiero más ha-
blar?
Pedko. — El Coliseo, la casa de Verguío y
la torre donde estubo colgado; las termas y vn
hombre labrador de metal en9Íraa de vn caballo
de lo mesmo, muy al bibo y muy antiguo, que
dÍ9en que libró la patria y prendió a vn Rey
que estaba sobre Roma y la tenia en mucho
aprieto, y no quiso otro del Senado romano
sino que le pusiesen alli aquella estatua por me-
moria. Casas hai muy buenas.
Juan. — El 9elebrar del culto diiiino, ¿con
mucha más magostad sera que acá y más
sumptuosas iglesias?
Pedro. — Por lo que dixe de los obispos ha-
bíais de entender lo demás. No son, con mili
partos, tan bien adornadas como acá; antes las
hallareis todas tan pobres que paresfen ospita-
les robados; los edifi9Íos, buenos son, pero me-
jores los hai acá ('). Sant Pedro de Roma se
haze agora con las limosnas de España; pero
yo no sé quándo se acabara, según ba el ed.ifi9Ío.
(') en Senn.
Juan. — ¿Es alli donde d¡9en que pueden su-
bir las bestias cargadas a lo alto de la obra?
Pedro. — Eso mesmo. En Sena hai buena
iglesia, y en Milán y Floren9Ía, pero pobrisi-
mas; los canónigos dellas como ra9Íoneros de
iglesias comunes de acá; pobres capellanes, más
que acá.
Juan.— Con sólo eso basto a ferrar las bo-
cas de quantos de Roma me quisieren pre-
guntar.
Pedro. — Avnque sean cortesanos roma-
nos, podréis hablar con ellos; y no se os olvide,
si os preguntaren de la aguja que está a las
espaldas de Sant Pedro, que es de vna piedra
sola y muy alta, que sei'a como una casa bien
alta, labrada como vn pan de a9ucar quadrado.
Bodegones hai muy gentiles en toda Italia,
adonde qualquier Señor de salba puede hones-
tamente ir, y le darán el recado conforme a
quien es. Tomé la posta y vine en Viterbo,
donde no hai que ver mas de que es vna muy
buena 9Íbdad, y muy llana y grande. Hai vna
sancta en vn monesterio que se llama Sancta
Rosa, la qual muestran a todos los pasajeros
que la quieren ver, y está toda entera; yo la vi,
y las monjas dan vnos cordones que han tocado
al cuerpo santo, y digen que aprobecha mucho
a las mugeres para empreñarse y alas que están
de parto para parir; anles de dar algo de limos-
na por el cordón, que de eso biben.
Mata. — ¿Y vos no traxistes alguno?
Pedro. — Vn par me dieron, y diles vn real,
con lo que quedaron contentas; y dixeles: Se-
ñoras, yo llebo estos cordones porque no me
tengáis por menos christiano que a los otros
que los lleban; mas de vna cosa estad satisfe-
chas, que yo creo verdaderamente que basta
para empreñar vna muger más vn hombre que
quantos sanctos hai en el 9Íelo, quanto más las
sanctas. EscandalÍ9aronse algo, y tubimos vn
rato de pala9Ío. Dixeronme que pares9Ía bien
español en la ipocresia. Yo les dixe que en
verdad lo de menos que tenia hera aquello, y
yo no traía los cordones porque lo creyese,
sino por ha9erlo en creer acá quando viniese, y
tener cosas que dar de las que mucho valen y
poco cuestan.
Juan. — Pues para eso acá tenemos una
yinta de Sant Juan de Ortega.
Pedro. —¿Y paren las mugeres con ella?
Juan. — 'Muchas he visto que han parido.
Mata. — Y yo muy muchas que han ido alia
y nunca paren.
Juan. — Será por la poca debo9Íon que lleban
esas tales.
Mata. — No, sino porque no lleba camino
que por ceñirse la 9Ínta de vn sancto se empre-
ñen.
Juan. — Eso es mal dicho y ramo de eregia,
CRISTÓBAL DE VILLALON
95
que Dios es poderoso de hazer eso y mucho
mas.
Mata. — Yo confieso que lo puede liazcr,
mas no creo que lo haze. ¿Es articulo de fe no
lo creer? Si yo he visto sesenta mugeres que
después de ceñida se quedan tan estériles como
antes, ¿por qué lo he de creer?
Joan. — Porque lo creen los theologos, que
saben mas que bos.
Mata.— Eso será los theologos como bos y
los fraires de la mesma casa; pero asnadas que
Pedro de Urdimalas, que sabe más dello que
todos, que deso y sudar las imagines poco crea;
¿que de9Ís bos?
Pedro. — Yo digo que la 9Ínta puede muy
bien ser causa que la muger se empreñe si se la
saben 9eñir.
Juan. — Porfiara Mátalas Callando en su ne-
cedad hasta el dia del juifio.
Mata. — ¿Cómo se ha de 9eñir?
Juan. — ¿Cómo, sino con su estola el padre
prior y con aquel debido acatamiento?
Pedro. — Desa manera poco aprobechará.
Juan. — ¿Pues cómo?
Pedro. — El fraire más mo9o, á solas en su
peída, y ella desnuda, que de otra manera yo
soi de la opinión de Mátalas Callando.
Juan. — Como sea cosa de malÍ9Ías y ruin-
dades, bien creo yo que os haréis presto á vna.
Pedro. — Mas presto nos aunaremos con vos
en la ipocresía. Sabed también que en Biterbo
se hazen muchas y muy buenas espuelas, más
y mejores, y en mejor pre9Ío que en toda Italia,
y no pasa nadie que no traiga su par dellas;
tiene también vnos baños naturales muy bue-
nos, adonde va mucha jente de Roma, avnque
yo por mejores tengo los de Pufol, que es dos
leguas de Ñapóles, en donde hai grandissimas
antiguallas: alli está la Cueba déla Sibila Cu-
mana y el Monte Miseno, y estufas naturales
y la laguna Estigia, adonde si meten un perro
le sacan muerto al paresper, y metido en otra
agua está bueno, y si un poco se detiene, no
quedara sino los huesos mondos; y esto digolo
porque lo vi; sacase alli muy gran quantidad
de a9ufre.
Mata. — ¿Y eso se nos habia pasado entre
renglones siendo la cosa más de notar de to-
das? Pues agora se me acuerda, porque de9Ís de
azufre, ¿qué cosa es vn monte que dijen que
hecha llamas de fuego?
Pedro. - Eso es en Sicilia tres o quatro
montes; el pr¡n9Ípal se llama Mongibelo, muy
alto, y tiene tanto calor que los nabios que
pasan por junto a él sienten el aire tan caliente
que pares9e boca de horno, y vna vez entre
muchas salió del tanto fuego que abrasó quanto
habia más de seis leguas al derredor. De alli
traen estas piedras como esponjas, que llaman
pumiqes, con que raspan el cuero. Hai otros dos
que se llaman Estromboli y Estrombolillo, y
otro Bulcan, que los antiguos llamaban Ethna,
donde de9Ían que estaban los cicoplas y gi-
gantes.
Juan. — ¿Pues de los mesmos montes, de la
concavidad de dentro, sale el fuego?
Pedro. — Perpetuamente están echando hu-
mo negro y 9entellas, como si se quemase al-
gún grandissimo horno de alcalleres, y aquello
dÍ9en que es boca del infierno.
Mata. — ¿Qué ven dentro subiendo alia?
Pedro. — ¿Quién puede subir nunca? Nadie
pudo, porque ya que van al medio camino, co-
mien9an a hirmar en tierra quemada como 9e-
nÍ9a, y más adelante pueden menos, por el calor
grandissimo, que cierto se abrasarían.
Mata. — ¿Qué9ibdades nombradas tiene Si-
9¡lia?
Pedro. — Palermo es de las más nombradas
y con ra9on, porque avnque no es grande, es
más probeida de pan y vino y carne y volatería
y toda ca9a que 9Íbdad de Italia; Qaragoza
también es buena 9Íbdad, Trápana y Me9Ína.
Juan. — ¿Cae Vene9Ía ha9Ía esa parte?
Pedro. — No; pero diremos della que es la
más rica de Italia y la mayor y de mejores
casas, y muchas damas; aunque la gente es al-
go apretada, en el gastar y comer son muy de-
licados; todo es penar ellos y los florentines
ensaladitas de flores y todas yerbe9Ítas, y si se
halla varata vna perdiz la comen ó gallina; de
otra manera, no.
Mata. — ¿Es la que está armada sobre la
mar?
Pedro. — La mesma.
Mata. — ¿Qué, es posible aquello?
Pedro. — Es tan posible que no hai mayor
9Íbdad ni mejor en Italia.
Juan. — ¿Pues cómo las edifican?
Pedro. — Habéis de saber que es mar muer-
ta, que nunca se ensoberveze, como esta de La-
redo y Sevilla, y tampoco está tan hondo alli
que no le hallen suelu. Fuera de la mar hazen
vnas cajas grandes a manera de arcas sin co-
vertor, y quando más sosegada está la mar
metenles dentro algunas piedras para que la
hagan ir a fondo, y metenla derecha a plomo,
y en tocando en tierra comienpan a toda furia
a hinchirla de tierra o piedras o lo que se ha-
llan, y queda firme para que sobre ella se
edifique como pimientos de argamasa, y si me
preguntáis cómo lo sé, preguntaldo a los que
fueron cautibos de ^''lan Baxa y Barbarroja,
que nos hizieron trabajar en hinchir más de
cada 9Íent cajas para hacer sendos jardines que
tienen, donde están enterrados, en la canal de
Constantinopla, legua y media de la pibdad,
y con ser la mar alli poco menos fuerte que la
96
autobiografías y memorias
de Poniente, quedó tan perpetuo edifi9Ío como
quantos hai en Vene9Ía.
Juan. — ¿Y qué tantas cajas lia menester para
vna casa?
Pedro. — Quan grande la quisiere tantas y
más ha menester.
Juan. — ¿Grande gasto sera?
Pedro. — Vna casa de piedra lodo no se pue-
de acá ha9er sin gasto; mas (') no cuesta más
que de cal y canto y se tarda menos.
Mata. — Y las calles ¿son de mar o tienen
cajas?
Pedro. — Todo es mar, si no las casas, y
adonde quiera que queráis ir os llebaran, por vn
dinero, en vna barquita más limpia y entoldada
que vna cortina de cama; bien podéis si queréis
ir por tierra, por vnas cajas anchas que están a
los lados de la calle, como si imaginaseis que
por cada calle pasa vn rio, el qual de parte a
parte no podéis atravesar sin barca; mas podéis
ir rio abajo y arriba por la orilla.
Mata. — Admirable cosa es esa; ¿quie'n por
poco dinero se querrá cansar?
Juan. — Mas ¿quien quisiera dexar de haber
oido esto de Benefia por todo el mundo, y en-
tenderlo tan a la clara de persona que tan bien
lo ha dado a entender que me ha quitado de la
mayor confusión (2) que puede ser? jamas la
podia imaginar cómo fuese cada vez que oia
que estaba dentro en la mar.
Mata. — ¿Acuérdaseos de aquel quento que
os contó el duque de Medina9eli, del pintor que
tubo su padre?
Juan. — Sí, muy bien, y tubo mucha ragon
de ir.
Pedro. — ¿Qué fue?
Juan. — Contábame un dia el Duque, que es
mi hijo de confession, que habia tenido su padre
vn pintor, hombre muy perdido.
Mata. — No es cosa nueba ser perdidos los
pintores; más nueba seria ser ganados ellos, y
los esgrimidores y maestros de danzar y de
enseñar leer a niños. ¿Habéis visto alguno des-
tos ganado en quanto habéis peregrinado?
Pedro. — Yo no, dexalde degir.
Juan. — Tan pocos soldados habréis visto ga-
nados; y, como digo, fuese, dexando su muger
y hijos, con vn bordón en la mano a Santa
Maria de Loreto y a Roma, hiendo a ida y a
venida, como no Uebaba prisa, las cosas insig-
nes que cada gibdad tenia, y en toda Italia no
dexó de ver sino a Vene9Ía; estubo por alia tres
o quatro años, y volvióse a su casa; y el Duque
dábale de comer como medio limosna, y el par-
tido mesmo que antes tenia, y mandóle, como
daba tan buena quenta de todo lo que habia
(') sabed que.
(') del mundo.
andado, que cada dia mientras comiese le con-
tase vna 9Íbdad de las que habia visto, qué sitio
tenia, qué ve9Índad, qué cosas de notar. El lo
ha9Ía, y el Duque gustaba mucho, como no lo
habia visto. Y de9Ía: Señor, Roma es vna 9¡b-
dad desta y desta manera; tiene esto y esto.
Acabado de comer, el Duque le prevenía dÍ9Íen-
do: Para mañana traed estudiada tal 9Íbdad, y
traíala, y aquel dia le señalaba para otro. Mi
fe, vn dia dixole: Para mañana traed estudiada
a Vene9Ía. El pintor, sin mostrar flaqueza, res-
pondió que sí haria; y salido de casa viose el
más corrido del mundo por abersela dexado. No
sabiendo qué se hazer, toma su bordón, sin más
hablar a nadie, y camina para Fran9Ía y pasase
en Italia otra vez, y vase derecho a Vene9Ía, y
mírala toda muy bien y particularmente, y
buelvese a Medinayeli como quien no haze
nada, y llega quando el Duque se asentaba a
comer muy descuidado, y di^e: En loque vues-
tra señoría dipe de Venefia, es vna 9ibdad de
tal y tal manera, y tiene esto y esto y l'otro;
y comien9a de no dexar cosa en toda ella que
no le diese a entender. El Duque quedóse
mudo santiguando, que no supo qué se de9Ír,
como habia tanto que faltaba.
Pedro. — El más delicado quento que a nin-
gún señor jamas acontescio es ese en verdad;
él meresgia que le hiziesen mercedes.
Juan, - Hízoselas conforme a buen caballero
que hera, porque le dio largamente de comer a
él y a toda su casa por su vida.
Mata. — Pues a fe que en la hera de agora
pocos halléis que hagan mer9edes de por vida;
antes os harán diez mercedes de la muerte que
vna de bida. De Viterbo ¿adonde vinistes?
Pedro. — -A Sena y su tierra, la qual no hai
nadie que la vea que no haga los llantos que
Hieremias por Hierusalem; pueblos todos que-
mados y destruidos, de edificios admirables de
ladrillo y marmol, que es lo que más en todo el
Senes hai, y no pocos y como quiera, sino de a
mili casas y a quatro9Íentas y en gran numero,
que no hallarais quien os diera vna jarra de
agua; los campos, que otro tiempo con su gran
soberbia floresjian abundantissimos de mucho
pan, vino y frutas, todos barbechos, sin ser en
seis años labrados; los que los habian de labrar,
por aquellos caminos pidiendo misericordia, pe-
res9Íendo de la viba hambre, hecticos, consu-
midos.
Mata. — ¿Y eso todo de qué hera?
Pedro. — De la guerra de los años de 52,
53, 54, 55, quando por su propia soberbia se
perdieron. La y.ibdad es cosa muy de magestad;
las casas y calles todo ladrillo. Vna fortissima
fortaleza se haze agora, con la qual estaran
subjetos a mal de su grado. Hai que ver en la
fibdad, principalmente damas que tienen fama.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
97
y es verdad que lo son, de muy hermosas; vna
iglesia que llaman el Domo, que sólo el suelo
costo más que toda la iglesia.
Juan. — ¿Es de plata ó de qué?
Pedro. — De polidissimo marmol, con toda
la sutileza del mundo asentado, y todo escul-
pido de mili quentos de istorias, que en él están
grabadas, que verdaderamente se os hará muy
de mal pisar en9Íma. En Ytalia toda no hai cosa
más de ver de templo.
Mata. — Pues ¡qué necedad hera hazer el
suelo tan galán!
Pedro. — Soberbia que reinó siempre mucha
en los seneses. Vna pla^a tiene también toda
de ladrillo, que dubdo si hai de aqui alia otra
tal; y vna fuente, entre muchas, dentro la (jib-
dad, que sale de vna peña por tres ojos o qua-
tro, que cada vno basta a dar agua a vna rueda
de molino.
Mata.— ¿Está junto a la mar?
Pedro. — No, sino doge leguas hasta puerto
Hercules y Orbitelo. Luego fui en Floren9Ía,
yibdad, por 9Íerto, en bondad, riqueza y hermo-
sura, no de menos dignidad que las demás,
cuyas calles no se pueden comparar a ningunas
de Italia. La iglesia es muy buena, de cal i
canto toda, junto a la qual está vna capilla de
Sant Juan, donde está la pila del baptismo,
toda de hobra musaica de las buenas y costosas
piezas de Italia, con quatro puertas muy sober-
bias de metal y con figuras de vulto.
Mata. — ¿Qué llaman hobra musaica?
Pedro. — Antiguamente, que agora no se
haze, vsaban hazer 9Íertas figuras todas de pie-
dreyitas quadradas como dados y del mesmo
tamaño, vnas doradas, otras de colores, con-
forme a como hera menester.
Juan. — "No lo acabo bien de entender.
Pedro. — En la pared ponen vn betún blanco.
Juan. — Bien.
Pedro. — Y sobre él asientan vn papel agu-
jerado con la figura que quieren, que llaman
padrón, y dexala alli señalada. Ya lo habréis
visto esto.
Juan. — Muchas vezes los brosladores lo
vsan.
Pedro. — Ansi, pues, sobre esta figura que
está señalada asientan ellos sus piezezicas qua-
dradas, como los vigoleros las tarabeas.
Juan. — Entiéndelo agora muy bien. ¿Pero
sera de grandissima costa?
Pedro. — En eso yo no me entremeto, que
bien creo que costara.
Mata. — Muchas vezes había oido de^ir ho-
bra musaica, y nunca lo habia entendido hasta
agoi-a; y apostare que hai más de mili en
España que presumen de bachilleres que no lo
saben.
Pedro. — Con quan ricos son los florentines.
veréis vna cosa que os espantará, y es que si no
es el dia de fiesta ninguna casa de principal ni
rico veréis abierta, sino todas perradas con ven-
tanas y todo, que os parespera ser inhabitada.
Juan. — ¿Pues dónde están? ¿qué hazen?
Pedro. — Todos metidos en casa, ganando lo
qne aquel dia han de comer, aunque sean hom-
bres de quatro9Íentos mili ducados, que hai
muchos dellos; quién escarmenando lana con
las manos, quién seda; quién haze esto de sus
manos, quién aquello, de modo que gane lo que
aquel dia ha de comer; que tampoco es menester
mucho, porque todo es ensaladillas, como dixe
de los vene9Íanos. De pan y vino, 9ebada y
otras cosas es mal probeida, porque es todo de
acarreo, y por eso vale todo caro. De sedas,
paños y rajas es muy bien baste9Ída y barato, y
otras muchas mercan9Ías. Tiene buen castillo y
guertas y jardines. El pala9Ío del Duque es
muy bueno, a la puerta del qual está vna meda-
lla de metal con vna cabeza de Medusa, cosa
muy bien hecha y de ver. Vna leonera tiene el
Duque mejor que ningún rey ni principe, en la
qual veréis muchos leones, tigres, leopardos,
on9as, osos, lobos y otras muchas fieras. Ansi
en Floren9Ía como en todas las grandes 9Íbda-
des de Fran9Ía y Ytalia, tienen todos los que
tienen tiendas, de qualquiera cosa que sea, vnas
banderetas a la puerta con vna insignea, la que
él quiere, para ser conosfido, porque de otra
arte seria preguntar por Pedro en la Corte, y
ansi cada vno dice: Señor, yo bibo en tal calle,
en la insigna del Qisne, en la del León, en la
del Caballo, y ansi.
Juan. — ¿Es deso vnas figuras que traen to-
dos los libros en los prin9Ípios, que vno trae la
Fortuna, otro no sé qué?
Pedro. — Lo mesmo; eso significa que donde
se vende o se imprimió tienen aquella insigna.
Juan. — Agora digo que tiene ra9on Mata-
lascallando, que nos podrían hechar acá en
España a todos sendas albardas, que no sabe-
mos tener orden ni conpierto en nada. ¿Qué
cosa hai en el mundo mejor ordenada?
Pedro. — Pues avn en el relox pusieron los
florentines orden, que porque daba 24 y los
ofi9Íales se detenían en contar, y perdían algo
de sus jornales, hizieron que no diese sino por
9Ífra de seis en seis.
Juan. — Eso me hazed entender, por amor de
Dios, porque [dicen] algunos de los soldados
que de alia pasan [y] blasonan del arnés: fui-
mos los nuestros a las quin9e horas a 9Íerta co-
rreduría, y hizieronnos la escolta tantos y bol-
uimos a las veinte. El relox do (') Italia y acá
¿no es todo vno o es diverso sol el de alia que
el de acá?
{•) alia.
98
autobiografías y memorias
Pedro.— Vno mesmo es, como la luna di
Salamanca dctjia el estudiante; pero Ytalia, de
lo que los antiguos astrólogos tenian y de lo
que agora tenemos en España, Fran9Ía y Ale-
mania difieren en la manera del contar el dia
natural, que se quenta noche y dia, son veinte
y quatro horas. Este, nosotros contamos de me-
dio dia a medio dia, como los mathematicos;
la mitad hazemos hasta media noche y la otra
mitad, de alli al dia, a medio dia. Estas veinte
y quatro horas los italianos lasquentan de como
el sol se pone hasta que otro dia se ponga, y
ansi como nosotros de9Ímos a medio dia que
son las doze, que es la mitad de veinte y qua-
tro, ansi ellos, en el puncto que el sol se pone
dizen que son las veinte y quatro; y como nos-
otros vna hora después de medio dia debimos
que es la vna, y quando da las quatro quiere
dezir que son quatro horas después de medio
dia, ansi en Italia, si el relox da vna significa
que es una hora después de puesto el sol, y si
las quatro, quatro horas después de puesto el
sol.
Juan. — ¿Y si da veinte, que' significa?
Pedro. — Que ha veinte horas que se puso
el sol el dia pasado.
Juan, — Mucha retartalilla es esa,
Pedro. — Más tiene 9¡erto que el nuestro.
Juan. — Oi, a las dos del dia en nuestro re-
lox, ¿quántas serán en el de Italia?
Pedro. — Las 21.
Juan. — ¿Porqué?
Pedro.— Porque agora son quin9e de He-
nero, y el sol, a nuestra quenta, se pone a las
9Ínco; pues de las dos, a quel sol se ponga,
¿quántas horas hai?
Juan. — Tres.
Pedro. — (') Quitad aquellas de veinte y
quatro, ¿quántas quedaran?
Juan. —Veinte y una.
Pedro. — Pues tantas son.
Mata. — (2) Yo, con quan asno soi, lo tengo
entendido, y vos nunca acabáis. Si no, pregun-
tadme a mí.
Juan. — ¿Qué hora es en este puncto que es-
tamos?
Mata. — Las siete y media.
Juan. — ¿Cómo?
Mata. — Porque media hora ha que tañeron
los fraires a media noche, y de las 9Ínco que el
sol se puso acá son siete horas y media.
Pedro. — Tiene razón.
Juan. — Ello requiere, como las demás cosas,
exer9Í5Ío para ser bien entendido.
Pedro. — Aqui no se di^e esto sino para que
ansi, en suma, lo sepáis, dando algún rastro de
/•) Pues.
(•) Pues.
liaucr estado donde se usa, y para si fueredes
alia tenerlo deprendido.
Mata. — ¿Qué os pares9e, si yo estudiara, de
la abilidad del rapaz?
Pedro. —Bien en verdad pares9eme que
quando yo me parti comen9abais a estudiar de
Menores en el Colegio de Alcántara.
Juan. — ¿No le quitaron vn dia la capa por
el salario y vino en cuerpo como gentil hom-
bre?
Mata.— Nunca más alia volui. A9erté a lie-
bar aquel dia, que nebaba, vna capilla vieja, y
quedóse por las costas. Decorar aquel arte se
me ha9Ía a mí gran pere9a y dificultoso como
el diablo, prin9Ípalmente en aquel gurges, mer-
ges, ven-es, sirinx et meninx etinx, quepares9en
más palabras de encantamiento que de doctrina.
Tan dificultosas se me ha9ian después que me
las declaraban como antes. Pares9enme los
versos del Antonio como los Salmos del Salte-
rio, que quanto más oscui'os son más claros;
mejor entiendo yo, sin saver latin, los versos
del Psalterio que en roman9e. Dixo el Seño?- a
mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que pon-
ga tus enemigos por escaños de tus pies. En la
salida de Isrrael de Egito, la casa de Jacob,
del pueblo bárbaro; dice el Antonio: la hembra
y el macho asientan el genero sin que ninguno
se lo enseñe. Más pares9e que enseñan a hazer
corchetes que no latinidad. Machos te serán los
quasi machos y hembras las como hembras.
Pedro. — Malditos seáis si no me habéis he-
cho hechar tantas lagrimas de risa como esta
tarde de pesar con vuestros corchetes.
Mata. — ¿N'os pares9e que quien tubiese hilo
de yerro y vnas tenazuelas que podría hazer-
los por estos versos?
Juan. — ¿Qué entendimiento os le daban a
esos versos?
Mata. — No son ni más ni menos como yo
dixe vueltos en roman9e, o el lÍ9en9Íado Alcán-
tara y Pintado mienten.
Juan. — El pie de la letra eso es; mas ¿qué
¡nteligen9Ía le daban?
Mata. — ¿Qué? ¿Por intelligen9Ías tengo yo
de estudiar la gramática? ¡Pardios! La que
ellos daban no tenia más que hazer con la sig-
nifica9Íón de los versos que agora Iluebe.
Pedro. — Nunca medre yo sino es más lite-
ral sentido el que Mátalas Callando le da, y
más arrimado a la letra.
Mata. — Pues si por esas inteIigen9Ía8 o
fantasmas, o como las llamáis, tengo de enten-
der latin, ¿no es mejor nunca lo saver? Mejor
entiendo sin saver latin lo que dÍ9e el profeta:
Et tu, Bethlem, térra Juda, nequáquam minima
es; y el otro: Egrediet virga de radice Jese, que
no esas enigmas del Antonio, y aun el mesmo
las debia de entender mejor.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
99
Pedro. — ¿Pues todavía se lee la gramática
del Antonio?
Juan.— ¿Pues quál se habia de leer? ¿hai
otra mejor cosa en el mundo?
Pedro. — Agora digo que no me marabillo
que todos los españoles sean barbaros, porque
el pecado original de la barbarie que a todos
nos ha tinido es esa arte.
Juan. — No os salga otravezde la boca, si no
queréis que quantos letrados y no letrados hai
os tengan por hombre extremado y avn negio.
Pedro. - ¿Qué agrabio me hará ninguno de-
sos en tenerme por tal como él es? No me ten-
gan por más ruin, que lo demás yo se lo per-
dono. Gracias a^Dios que Mátalas Callando,
sin saber gramática, ha descubierto todo el ne-
gocio; paresge cosa de rebela9Íon. Entretanto
que está el pobre estudiante tres o quatro años
decorando aquella borrachería de versos, ¿no
podra saber tanto latin como QÍ9eron? ¿No ha
menester saber tanto latin como Antonio qual-
quiera que entender quisiere su arte? Doi os
por exemplo los mesmos versos que agora os
han traído delante; ¿que es la causa que para
la lengua latina, que bastan dos años (') se
gastan 9Ínco, y no saben nada, sino el arte del
Antonio?
Juan. — Antonio dexó muy buen arte de en-
señar, y vosotros dezíd lo que quisíeredes, y
fue español y hemosle de honrrar.
Pedro. —Ya sabemos que fue español y doc-
to, y es muy bien que cada vno procure de imi-
tarle en saber como él; mas si yo lo puedo ha-
zer por otro camino mejor que el que él me
dexó para ello, ¿por qué no lo haré?
Juan. — No le hai mejor.
Pedro. — Esa os niego, y quantas al tono
dixeredes; pregunto: italianos, fran9eses y ale-
manes, ¿son mejores latinos que nosotros o
peores?
Juan. — Mejores,
Pedro. — ¿Son más hábiles que nosotros?
Juan. — Creo yo que no.
Pedro. Pues ¿cómo saben más latin sin es-
tudiar el arte del Antonio?
Juan, — ¿Cómo sin estudiarle? pues ¿no
aprenden por él la gramática?
Pedro,— No, ni saben quién es; que tienen
otras mil artes muy buenas por donde estudian,
Juan, — ¿Que no conos9en al Antonio en
todas esas partes ni deprenden por él? Agora
yo callo y me doi por subjetado a la razón.
¿Qué artes tienen?
Pedro. — De Herasmo, de Phelipo Melan-
thon, del Donato. Mirad si supieron más que
vuestro Nebrisense; finco o seis pliegos de pa-
pel tiene cada vna, sin versos ni burlerías, sino
Cj son menes[ter].
todos los nombres que se acaban en tal y tal
letra, son de tal género, sacando tantos que no
guardan aquella regla, y en vn mes sabe muy
bien todo quanto el Antonio esciñbio en su
Arte. La Gramática griega ¿teneisla por menos
dificultosa que la latina?
Juan. — No.
Pedro. — Pues en dos meses se puede saber
desta manera, con ser mucho más dificultosa.
Lo que más haze al caso es el uso del hablar y
exer9Ítar a leer. Luego los cargan acá de media
do9ena de libros, que de ninguno pueden saver
nada,
Juan. — ¿Y alia?
Pedro,— Vno no más les dan, que es Tulio,
porque si aquél saben no an menester más latin,
y comien9an también por algunos versos del
Virgilio, para differen9Íar, y poco apoco, en dos
años, sabe lo que acá vno de nosotros en trein-
ta; porque su fin no es saver fábulas, como acá,
de tantos libros, sino entender la lengua, que
después que la saben cada vno puede leer para
sí el libro que se le antojare.
Mata, — Plugiera a Dios que yo ubiera esta-
do lo que en Alcalá en Paris o en Bolonia, que
a fe que de otra manera ubiera sabido aprobe-
charme.
Juan. — Yo estaba engañado por pensar que
no ubiese en todo el mundo otra Ai-te sino la
nuestra; agora digo que avn del malde9Ír he
sacado algún fruto, apartando lo malo y en per-
JUÍ9Í0 de partes.
Pedro. — ¿Qué malo, qué malde9Ír, qiié per-
JUÍ9Í0 de partes veis aqui? Lo que yo de9Ía el
otrodia: malde9Ír llamáis de^ir las verdades y
el bien de la República; si eso es maldezir, yo
digo que soy el más maldÍ9Íente hombre del
mundo.
Mata. — ¿Por quánto quisierais dexar de sa-
ber esta particularidad?
Juan. — Por ningún dinero; eso es la verdad.
Pedro. — Nunca os pese de saber, aunque
más penséis que sabéis, y hazed para ello esta
quenta, que sin comparafion es más lo que no
sabéis vos y quantos hai que lo que saben, pues
quando os preguntan vna cosa y no la sabéis
óigaos de deprenderla, y hazed quenta que es
vna de las que no sabíais.
Mata. — ¿No sabremos por qué se leuantó
nuestra platica de disputar?
Juan. — Por lo del relox de Italia.
Mata. — ¡ Valame Dios cómo se divierten los
hombres! Mirad de dónde adonde hemos sal-
tado, aunque no es mucho, que en fin no hemos
salido de las cosas insignes de Italia. ¿De ma-
nera que los florentines hizieron dar al relox
por fií'ra?
Pedro. — Si; de seis en seis.
Juan. — ¿Cómo?
100
autobiografías y memorias
Pedro. — Quando ha de dar veinte y quatro
que no dé sino seis, y quando ha de dar siete
da una; sé que yo no me puedo engañar en seis
horas, aunque esté borracho, que si me da vna a
estas horas no he de entender que es vna hora
después de puesto el sol.
Juan. — Es verdad. ¿Y Floren9Ía, cuya es?
Pedro. — Del Duque, que es vn grande se-
ñor; tiene de renta ochocientos mili ducados,
según el común, pero con los tributos que hecha
a los vasallos bien llega a vn millón.
Mata.— Más tiene él solo que veinte de acá.
Pedro. — Hai muy grandes ditados en Ita-
lia: el Ducado de Ferrara, el de Milán, el de
Saboya, el de Plasencia y Parma; todos éstos
son grandissimos.
Juan. — ¿Y el de VeneQia?
Pedro. — Ese no es más de por tres años,
que es señoría por sí, y eligen a vno dellos,
como en Genoba. Todo el tocino, pan y vino
que se vende en Florencia dicen que es del Du-
que, lo qual le renta vn Perú. De Florencia
vine a Bolonia, por un pueblo que se llama
Escarperia, donde todos son cuchilleros, y se
hacen muy galanos, y muchos adrecos de estu-
ches, labrados a las mili maravillas; y lo que más
de todo es que por muy poco dinero lo dan, y
no pasa caminante que, apeándose, no lleguen
en la posada beinte de aquellos a mostrar mu-
chas delicadezas, y fuercan, dándolo tan barato,
a que todos compren. Pasé los Alpes de Bolo-
nia, que son vnos muy altos montes, donde está
vna cuesta que llaman Descarga el Asno,
Juan, — ¿Por qué?
Pedro. — Porque no pueden baxar las bes-
tias cargadas sin grande fatiga, y ansi todos se
apean; y entré en Bolonia, cibdad que no debe
nada en grandeza y quanto quisieredes a todas
las de Italia.
Juan. — ¿Guia es?
Pedro. — Del Papa.
Mata. — ¿Está junto a la mar?
Pedro. — No, ni Florencia tampoco. Hai que
ver el Colegio de los españoles, cosa muy insig-
ne y de toda la cibdad venerada, aunque más
mal quieran a los españoles.
Juan. — ¿Qué habito traen?
Pedro. — Vnas ropas negras fruncidas, he-
chas a la antigua, con vnas mangas en punta,
que acá llamáis, y vnas vecas moradas. El rec-
tor dellos suele ser también de la Vnibersidad,
y estonces trae la ropa de raso y la veca de
brocado, que llaman el capuqio, el qual le dan
con tanta honra y triumpho como en tiempo de
los romanos se solía hazer: gastó, porque lo vi,
vno en el capucio, ochocientos ducados, y los
que sacaron las libreas cada vno la hizo a su
costa por honrrarle, que de otra manera no lo
hiziera con seis mili.
Juan. — ¿Y qué le dan aquel año que es
rector?
Pedro. — Quatrocientos ducados le podrá
valer y la honrra.
JaAN. — Y la escuela ¿qué tal es?
Pedro. — Muy excelente, y donde hai varo-
nes doctissimos en todas Facultades.
Juan. — ¿Qué estudiantes terna?
Pedro. — Hasta mili y quinientos o dos mili.
Juan. — ¿Y esa decis que es buena Vniver-
sidad? Mal lograda de Salamanca, que suele
tener ocho mili.
Pedro. — No alabo yo la Vniversidad por-
que tenga muchos estudiantes ni pocos, sino
por los muchos y grandes letrados que della
salen y en ella están ; y el exercic¡o de las letras
no menos anda que en París, que hai treinta
mili ; y mas, ¿dexa vna casa de ser buena por-
que no viba nadie en ella?
Juan. — ¿Todas Facultades se len allí?
Pedro. — Y muy bien y curiosamente.
Juan. — ¿Es bien probeída?
Pedro. — Tanto que la llaman Bolonia la
grasa; de quantas cosas pidieredes por la boca;
lo que por acá se trae de allí y se lleba en toda
Italia son jabonetes de manos, de la insignia
del melón o del león, que son los mejores, aun-
que muchos los hazen; son tan buenos que pa-
rescen pomas de almizque y ámbar; no se dan
manos veinte criados en cada tienda destas a
dar recado. Al Reí se le puede acá empresen-
tar vna docena de aquellos.
Mata. — ¿Cuestan caros?
Pedro. — No muy baratos; más de a real
cada uno, y dos si son de los crescidos. Hai
también guantes de damas, labrados a las mili
maravillas y no caros, todos cortados de cuchi-
llo, con muchas labores. No hai quien pueda
pasar sin traer algo desto.
Mata. — ¿Quién cree que el zurroncillo no
trae alguna fiesta destas?
Pedro. — Sí traía; mas todo lo he repartido
por ahi, que no me ha quedado quasi nada.
Todavía habrá para los amigos. Vna cosa entre
muchas tiene exfelente: que os podéis ir, por
más que Ilueba, por soportales sin mojaros.
Mata. — ¿Como la calle Mayor de Alcalá?
Pedro. — Mirad la mala comparación. No
hai casa de todas aquellas que no sea vnos pa-
lacios; tan grande y mayor es que Roma; cada
casa tiene su huerta o jardín, empedradas las
calles de ladrillo. En aquella plaza son muy de
ver las contadinas que llaman, que son las
aldeanas, que vienen a vender ensaladas, ver-
duras, cosas de leche, frutas cojídas de aquella
mañana; hasta los gatillos que le parió la gata
viene a la cibdad a hender, quando otra cosa no
tenga.
Juan. — Cosa real es esa.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
101
Pedro. — Yo os diré; quantoque como todas
están puestas en la pla9a por su orden, hazen
vnas calles que toda la pla9a, con quan grande
es, hinchen; de 300 abaxo no hayáis miedo de
ver; junto a vna iglesia está vna torre que sale
toda ladeada, que si la veis no diréis sino que
ya se cae, y es vna muy buena antigualla.
Juan. — ¿En qué iglesia?
Pedro. — En Sancto Domingo creo que es,
y alli está el cuerpo sancto suyo. Pasa vn rio
pequeño por la 9Íbdad, en medio, en el qual hai
muchas inven9Íones de papelerías, herrerías,
sierras de agua y, lo mejor, tor9edores de seda.
Juan. — ¿Cómo puede el agua tor9er la seda?
Pedro. — Vna canal de agua trae vna rueda,
la qual tuerfe a otra grande, que trae puestos
más de mili y do9Íentos usos; y pasa vna como
mano dando bofetones a todos los usos, y antes
que se pare ya le ha dado otro y otro, de tal
manera que da bien en que entender a quin9e
o veinte hombres en dar recado de anudar si
algo se quiebra, que es poco, y quitar y poner
vsadas; vna gerigon9a es que yo no la sé expli-
car, mas de que es vn sutilissimo ingenio.
Juan. — Yo la medio entiendo ansi, y me
pares9e tal.
Pedro. — ¿Pares9eos que podréis hablar con
esto de Bolonia donde quiera?
Juan. — Sí (*) puedo; mas de los grados no
hemos hablado,
Pedro. — Alia no hai bachilleres ni lÍ9en9Ía-
dos ; el que sabe le dan el grado de doctor, y al
que no hedían para asno, aunque venga car-
gado de cursos; el coste no es mucho.
Mata. — Ne^.io fuistes en no os graduar por
alli de doctor, que acá no lo haréis con tanta
honrra sin gastar lo que no tenéis, y según me
parespe podéis vibir por vuestras letras tan bien
como quantos hai por acá.
Pedro. — ¿Qué sabéis si lo hize? Y aun me
hizieron los doctores todos de la Facultad mili
mer9edes, por inter9esion de vnos colegiales
amigos mios; y como yo les hize vna platica de
suplica9Íonero, no les dexé de pares9er tan bien,
que perdonándome algunos derechos, me dieron
con mucha honrra el doctorado, con el qual
estos pocos dias que tengo de vibir pienso ser-
uir a Dios lo mejor que pudiere; pero avisóos
que no me lo llaméis hasta que venga otro
tiempo, porque veo la medÍ9Ína ir tan cuesta
abaxo en España, por nuestros pecados, que
antes se pierde honrra que se gane.
Mata. — Sea para bien el grado, y hazerse
ha lo que mandáis; mas hagos saver que como
la gente es amiga de novedades todos se irán
tras vos con de9¡r que venis de Italia, aunque
no sepáis nada, y las hobras han de dar testi-
(>) por 9Íerto.
monio, aunque acordándose de quien solíais ser,
todos no os ternan por muy letrado (*), pen-
sando que no os habéis mudado; mas como ha-
gáis vn par de buenas curas es todo el ganar
de la honrra y fama.
Pedro. — Subido en una montañica que está
fuera de Bolonia, en donde hai vn monesterio,
se ve el mejor campo de dehesas, prados y he-
redades, llano como un tablero de ajedrez, a
todas partes que miren, que hai en la Europa.
Y de Bolonia hasta Susa dura este camino.
Mata. — ¿Quántas leguas?
Pedro. — Más de 9Íento. Primeramente vine
a Modena. 9Íbdad razonable; de alli a Bezo,
otra pequeña, y a dormir en Parma; y por ser
español no me dejaban entrar dentro la 9Íbdad.
Ai cabo entré y la vi: es muy buena y muy
grande 9Íbdad, y por estas tierras es menester
traer poca moneda, porque de una jornada a
otra no corre. De Parma en vn día vine en Pla-
sen9Ía, que son doze leguas, la qual tiene la más
hermosa muralla que 9Íbdad de quanto he an-
dado; toda nueva, con vn gentil foso, que le
pueden hechar vn rio caudaloso, que se llama
el Po; tiene buena iglesia y es grande ^ibdad,
pero tiene ruines edifi9Íos de casas pequeñas y
baxas, y posadas para los pasajeros ruines; en
Parma y Plasen9Ía, con su tierra se haze el
queso muy nombrado pla9entino, que son gran-
des como panes de 9era, y aunque alli vale va-
rato, en todas partes es caro. Para venir a Mi-
lán, que es do9e leguas, se pasa el Po en vna
barca allí 9erca, y luego se entra en Lombar-
dia, el mejor peda90 de Italia, que no es más
caminar por ella que pasear por vn jardín; los
caminos muy llanos y anchos, y por cada parte
del camino corre vn rio pequeño que riega todo
aquel campo, donde se cojo pan y vino y leña,
todo junto.
Juan. — ¿Cómo?
Pedro. — Las viñas en Italia son desta
suerte: que las heredades están llenas de olmos
y por ellos arriba suben las parras, y es tan
fértil tierra que aunque la siembren cada año
no dexa de traer mucho pan, y cada 9epa de
aquellas trae tres o quatro cargas de uba y al-
gunas diez, y los olmos dan harta leña.
Juan.— ¿Todo en vn mesmo pedazo?
Pedro. — Todo; y ver aquellos ingenios que
tienen para los regadíos, que acontes9e quatro
ríos en medio el camino hazer vna encru9Íjada
y llebar los vnos por en9Íma de los otros, vnos
corriendo ha9Ía baxo y otros hacia riba, y por
toda esta tierra podréis llebar los dineros en la
mano y caminar solo, que nadie os ofenderá.
Vine en Milán, que ya abréis oído su grande-
za; ninguna 9Íbdad hai tan grande en Italia;
(*) porque.
102
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
buena gente, más amiga de españoles que los
otros; dos mesones tiene insignes, adonde qual-
quier pnn9Ípe se puede aposentar, que los lla-
man osterias: la del Falcon y la de los Tres
Reyes; no menos darán de comer a cada vno
en llegando que si vn Señor le liiziese acá ban-
quete, y ansi, aunque vayan prin9Ípes ni perla-
dos, no comen ni pueden más de lo que el hués-
ped les da.
Juan. — ¿Quánto paga cada dia xn hombre
con su caballo?
Pedro. — El ordinario es quatro reales y
medio, y no paga más el Señor que el particu-
lar, porque no le dan más, sea quien quiera, ni
hai más que le dar. En cada vno hai vn escri-
iiano, que tiene bien en que entender en tomar
dineros y asentar el dia y hora a que vino, y
ansi alli como en toda Fran9Ía bien podéis des-
cuidaros del caballo, que os le darán todo reca-
do y os le limpiaran, y no os harán la menor
traÍ9Íon del mundo; por alia no hai paja, sino
heno, ni 9ebada, sino abena.
Mata. — ¿El huésped da de comer al caballo?
Pedro. — Tiene seis criados de caballeriza,
que en ninguna otra cosa entienden sino en
darles de comer, y otros tantos de mesa que
sirban, y otros tantos cozineros, y otros tantos
despenseros.
Juan. — ¿Y a esos que les da?
Pedro. — ¿Qué les ha de- dar sino el comer?
Por solo esto le sirben, y alzan las manos a
Dios de que los quiera tener en casa.
Juan. — ¿Qué intherese se les sigue?
Pedro. — Grande. La buena andada, que
llaman; y es que por los servicios que hazen
a los huespedes, quién les da vn quarto y quién
vna tarja, y habiendo tanto concurso de hues-
pedes es mucho. No es más ni menos la en-
trada de la casa que vno de los pala9Íos buenos
de España. Pregunté al escribano me dixese en
su con9Íen9Ía quántos escudos tocaba cada dia.
Dixome, mostrándome la minuta, que 9Ínquen-
ta, vno con otro.
Juan. — Gran cosa es esa; ¿y no hai más
desos?
Pedro.— Muchos otros; pero éstos son los
nombrados, por estar en lo mejor de la 9Íbdad.
El castillo es muy fuerte, y poco menos que
vna 9Íbdad de las pequeñas de acá. Cosas de
armas y joias valen más baratas que en toda
Italia y Flandes; espadas muy galanas de
tauxia, con sus bolsas y talabartes de la mesma
guarnÍ9Íon, y dagas, 9Ínco escudos cuestan,
que sola la daga se lo vale acá.
Mata. — ¿Qué es atauxia?
Pedro. — Graban el yerro, y en la mesma
grabadura meten el oro, que nunca se quita
como lo que se dora; arneses grabados y muy
galanes, 25 escudos, que acá valen 200; plu-
mas, bolsas y estas cosillas, por el suelo. La
pla9a de Milán es tan bien proveida, que a
ninguna hora llegareis que no podáis hallar to-
das las perdÍ9es, faisanes y francolines y todo
genero de ca9a y fruta que pidieredes, y en
muy buen pre9Ío todo.
Mata. — ¡ Válame Dios! ¿qué es la causa que
en Floren9Ía y por hai son tantos los ricos?
Pedro.— Por la multitud de pobres que hai.
Mata. — No lo dexo de creer.
Pedro. — En ninguna de todas estas iréis a
misa que seáis señor de la poder oir, que carga-
rán sobre la persona las manadas dellos, que
no cabe[n en] la iglesia, y si acaso sacáis vn di-
nero que dar alguno, quantos hai en la iglesia
vernan sobre vos que os sacarán los ojos. Nin-
gún remedio tenia yo mayor que no dar a nadie
Cosa muy hermosa es de ver la iglesia mayor,
de las mejores de Italia, y harto antigua; vi en
ella vna particularidad que pocos deben aber
mirado ('): el que dife la misa, primero dÍ9e el
pater noster que el credo, y después del pref afio,
quando quiere tomar la ostia para al9ar, se laba
las manos, y otras cosillas que no me acuerdo.
Juan. — ¿Qué mejor cosa queréis acordaros
que desa, que en verdad nunca tal jerimonia oi?
Pedro — Muchas cosas hai por alia que acá
no las vsan: todos los clérigos y fraires traen
barbas largas, y lo tienen por más honestidad,
y alia no se alga en ninguna parte la hostia
postrera.
Juan. — Eso de las barbas me pares9e mal y
deshonesta cosa. Dios bendixo la honestidad
de los sa9erdotes de España con sus barbas
raidas cada semana.
Pedro. — Más deshonestidad me pares9e a
mí eso, y aun ramo de hipocresia pensar que
perjudique al (^) culto divino la barba.
Juan. — No digáis eso, que es mal dicho.
Pedro. — No es sino bien. Veamos; el papa
y los cardenales y perlados de Italia ¿no son
christianos?
Juan. — Si son, por 9Íerto.
Pedro. — Pues creo que si pensasen ofender
a Dios, que no lo harian ni lo consintirian a los
otros. De9Íd que es vso, y yo con9edere con
vos; pero pecado, ¿por qué? De Milán me vine
en Genoba, pensando de embarcarme alli para
venirme por mar, y no hallé pasaje. Es vna
gentil 9Íbdad, y muy rica; las calles tiene an-
gostas, pero no creo que hai en Italia 9Íbdad
que tenga a vna mano tantas y tan buenas
casas; la ribera de Genoba es la mejor que na-
die ha visto en parte ninguna, porque aunque
es toda riscos y montañas y no da pan ni
vino, cosa de jardines en las vibas peñas hai
(') en ella.
(') a cosa.
CEISTÓBAL DE VILLALÓN
103
muchos, que traen naranjas y toda fruta en
quantidad, y hai tantas casas soberbias, que los
ginobeses llaman vilas, que toda la ribera pa-
res^e vna 9Íbdad.
Juan. —¿Qué tan grande es?
Pedro. — Desde Sahona a la Espe9¡a, que
serán veinte leguas.
Juan. — ¿Y todo eso está lleno de casas?
Pedro. — Y que' tales, que la más ruin es
mejor que las muy buenas d'España.
Mata. — ¿Por qué lo hazen eso?
Pedro. — No tienen en qué gastar los dine-
ros, y a porfía les dio esta fantasía de edificar y
hazer aquellas rilas, donde se ir a holgar. Ha-
zen esta quenta: Fulano gastó en su casa (jin-
quenta mili ducados; pues yo he de gastar sesen-
ta mili; el otro dice: pues vos sesenta, ¡voto a
tal! yo setenta, y el otro: yo ochenta, y ansi
hai deste precio casas muy muchas sin quento.
Mata. — ¿Y en el campo?
Pedro. — Y aun quatro y seis leguas de la
^ibdad.
Mata. — Gran soberbia es esa; nunca se de-
ben de pensar morir.
Pedro. —Tierra es bien sana, y adonde hai
más viejos que en quantas 9Íbdades he visto;
vn capitán de la guarda de la 9Íbdad quiso ha-
zer vna casa y no se halló con dineros para ser
nombrado, y determinó en vna guerta, no de
las más galanas que habia afuera de la 9Íbdad,
de hazer vna fuente, porque tenia allí el agua,
que gastó en ella doze mili ducados, la más de-
licada cosa que imaginarse puede, y que más
honrra ganó, porque no hai que ver sino la
fuente del capitán en Jenoba.
Juan. — ¿Qué tiene, que costó tanto?
Pedro. —No sé sino que si la vieseis con tan-
tos maruioles, corales, nácaras, medallas y otras
figuras, pafes9erá poco lo que costó; vnos gigan-
tes hechos todos de vnas guijitas como media
vña, tan bien formados que espanta verlo, y
quando quieren que manen, por quantas coyun-
turas tieno[n],Ie[s] hazen sudar agua en quan-
tidad, y unos cuerbos y otras abes de la mesma ma-
nera; es imposible saverlo nadie dar a entender.
Juan. — ¿Y en qué parte está esa?
Pedro.— Junto a las casas del prin9Ípe Do-
ria. La iglesia mayor, que se llama Sant Lau •
renfio, no es de las mayores de Italia ni de las
buenas, pero tiene dos muy buenas joyas: la
una es el plato en que Christo 9enó con sus
disfipulos el dia de la Qena, que es una esme-
ralda de tanta estima, dexada aparte la grande
reliquia, que valdría vna 9Íbdad; la otra es la
9enÍ9a de Sant Juan Baptista.
Juan. — Reliquias son dignas de ser tenidas
en benera9Íon.
Pedro — De las damas de Milán se me ol-
vidó que son feas como la noche.
Mata. — ¿Está junto a la mar?
Pedro. — No, sino bien lexos. Las damas ge-
nobesas son muchas y hermosas; tienen gran-
dissima quenta con sus cabellos; mas que en
toda Italia no dexara ninguna semana del mun-
do, prin9Ípalmente el sábado, de labarse y poner
los cabellos al rayo del sol, aunque sea verano,
por la vida. Yo les dixe hartas ve9es que si ansi
cumplían los mandamientos como aquello, que
bienanventuradas heran. No gastan en tocados
nada, porque todas hazen plato de los cabellos:
quién los lleba de vna manera, quién de otra;
menos gastan en bestir, porque ninguna puede
traer ropa de seda, con haber aili más seda que
en toda Italia; ni anillo, ni arracada, ni otra
cosa de oro, sino vna cadena que valga de doce
ducados abaxo.
Juan. — Pues ¿qué se visten?
Pedro. —Muchas maneras de chamelotes y
de diversos colores, y otraé telillas, y muy buen
pañofinissimoy bien guarne9Ído, aunque tampo-
co pueden hechar toda la guarnÍ9Íón que quieren.
Mata. — ¿Traen por alia chapines?
Pedro. — Ni mantos, si no es en SÍ9Ília.
Juan. — ¿Con qué van a la iglesia?
Pedro. — En cuerpo, y darán por Uebar aquel
dia una clabellina, jazmín ó rrosa, si es por este
tiempo, vno y dos ducados.
Juan. — Y las viudas, ¿qué traen?
Pedro, — Ni más ni menos andan que las
otras en cabello, saibó que vna rede9¡ca muy
rala, que las otras traen de oro, ellas negras.
Juan. — Deshonestidad pares9e ésa.
Pedro. — Todo es usarse; también andan con
vestidos negros, que no traen de color.
Mata. — ¿Y qué traen cal9ado?
Pedro. — Las piernas no las cubren las ro-
pas más de hasta las espinillas, y las cal9as
traen de aguja, más estiradas que los hombres,
y vnas chinelicas.
Juan.— Mejor habito es ese que el de acá.
Pedro. — También quiero que sepáis que las
mugeres de acá naturalmente son más chicas
de cuerpo que las de por alia. Vanse todos
los domingos y fiestas a vna ribera de vn rio,
que se llama Blsaño, y allí danyan todo el dia
con quantos quieren.
Juan. — Y los hombres, ¿son buena jí^nte?
Pedro. — De todo hai; no son muy largos
en el gastar.
Mata. — Algo os an hecho, que no pares9e
que estáis muy bien con ellos.
Pedro. — Yos diré : en el cautiberio estaba
vno, que hera prin9lpal, y porque le embiaban
a trabajar con los otros encomendoseme, y a
pesar de todos los guardianes le hize que no tra-
bajase más de un año, fingiendo que heraquebi'a-
do, y para cumplir con ellos mandaba a un bar-
bero que cada dia le pusiese en la bolsa vna
104
autobiografías y memorias
clara de huebo, y al tiempo que se hizo la almo-
neda de los esclabos de mi amo, yo fui parte
para que le diesen por do9Íentos ducados, que
no pensó salir por mili y quinientos. Después
vn dia le topé en su tierra y casa, hombre de
quenta en la 9ibdad, y llebóme a vn bodegón y
combidóme alli, y nunca más me dio nada ni
fue para preguntarme si habia menester algo.
Mata. — Eso hizieralo él de miedo que le
dixerais de sí; mas con todo fue gran crueldad.
Pedro. — Otros quatro o 9Ínco topé también
alli en sus casas, que les habia yo alia hecho
plazer, y hizieron lo mesmo. Pues éstos son
ansí, de creer es que a quien menos bien hizie-
redes menos os hará.
Mata. — Todavía dice el refrán: «haz bien
y no cates a quien; haz mal y guarte».
Pedro. — El dia de oi veo, por esperien^ia,
ser mentiroso ese refrán, y muy verdadero al
rebes: «haz mal y no cates á quien; haz bien y
guarte». Muy muchos males me han venido
por hazer bien, y de los mesmos a quien lo ha-
zla. No digo yo que es mejor hazer mal, pero
el dicho es más verdadero. Salido de Genoba,
vine a Casar de Monferrar, que es en el Pia-
monte, y de alli a Alexandria la Palla, y luego
a Nohara y de alli a Berse; todas estas son
9Íudadelas del Piamonte, y de alli a Turin, que
está por Fran9Ía, vna muy fuerte tierra, y pasa
por ella el Po, y es llabe de todo el Piamonte;
di luego conmigo en Susa, y comen9e de ir al
pie de las montañas, que hasta alli todo hera
llano, y vi que por aquella tierra las mugeres y
muchos de los hombres todos son papudos, y
preguntando yo si bibian menos los que tenian
aquellos papos, dixeronme que no, porque aque-
lla semana habia muerto vn hombre de noben-
ta años, y tenia el papo tan grande, que le
echaba sobre el hombro porque no le estorbase.
Mata. — Valame Dios, ¿pues de qué puede
venir eso?
Pedro. — Creo que lo hazen las aguas; por-
que también los vi en Castrovilla y Cosen9Ía,
dos 9ibdades de Calabria. Vine luego por aque-
llas montañas de Saboya, y por muchos valles
bien poblados, pero de pueblos pequeños, con
quien no se ha de tener quenta, hasta que vine en
León, de Francia, que en grandeza y probision
y mercaderia ya veis el nombre que acá tiene,
que mucho más es el hecho; tiene dos muy cau-
dalosos rios, por los quales se puede ir a la
mar con muchas barcas que van y vienen; ca-
sas O muy buenas; tratos de mercan9Ías con
todo el mundo; libros hai los más y en mejor
pre9Ío que en la christiandad, y todos los basti-
mentos baratos ; mesones en Fran9Ía todos son
como los que os conté de Milán; la ropa y seda
(') tiene.
me maravillo que con traerla de otras partes vale
mucho más varato que en donde se haze; igle-
sias hai muchas, y muy buenas; arcabuzicos, que
llaman pistoletes, darán por escudo y medio
vno, con todo su adre90, que valga acá seis. De
León vine en Tolosa y a Burdeos, que no hai
que de9Ír dellas más de que son buenas 9Íbda-
des y grandes, y muy bien baste9Ídas. Y de
Burdeos a Bayona, vna villa de hasta seis9Íen-
tas casas , muy fuerte, adonde hai vn rio tan
caudal, que van las nabes por él y sacan mucha
pesca, y la mejor es vnas truchas muy grandes,
salmonadas. Vienese luego a Sant Juan de Lus
y a Fuenterrabia, por toda Guipúzcoa y Alaba
a Victoria, y de Victoria aqui, y de aquí a la
cama si os plaze.
Juan. — Mo§os, tomad esta vela y alúmbren-
le, vaya a reposar.
Pedro. — A la mañana no me llamen, por-
que tengo proposito hasta comer de no me le-
vantar.
Mata. — En buen hora.
Juan. —Baraonos nosotros a hazer otro tanto.
Mata. — ¿Pasáis por tal cosa? Si lo que ha
contado es verdad, como creo que lo es, ¡quán-
tas fatigas, quántas tribula9Íone8, quántos mi-
llones de martirios ha pades9Ído y quán emen-
dado y otro de lo que solía ser, y gordo y bue-
no viene!
Joan. — ¿No sabéis que no en sólo pan bibe
el hombre, como dixo Christo, y que no hai
cosa que más engorde el caballo que el ojo de
su amo? Mirad quán á la clara se manifiesta
que Dios ha puesto los ojos en él afi9Íonadamen-
te y pai-ticularissima, como los puso en vna
Madalena y en vn ladrón y en tantos quentos
de mártires. De quanto ha dicho no me queda
cosa scrupulosa, sino que pornia yo mi mano
en vna barra ardiendo que antes ha pecado de
carta de menos que alargarse nada. Conozcole
yo muy bien, que quando habla de veras ni
quando estaba acá no sabia dezir vna cosa por
otra. Allende desto, tengo para mí que él biene
muy docto en su facultad, porque no es posible
menos vn hombre que tenia la abilidad que acá
vistes, aunque la empleaba mal, y que entiende
tan bien las lenguas latina y griega, sin las de-
mas que sabe, y buen filosopho, y el juicio
asentado, y lo que más le haze al caso aver vis-
to tantas diversidades de regiones, reinos, len-
guajes, complexiones; conversado con quantos
grandes letrados grandes hai de aqui a Hieru-
salera, que vno le daria este abiso, el otro el
otro.
Mata.— Y habrá también visto muchas co-
sas de mediginas que por acá no las alcan9an, y
9ertificadose de ellas ; y lo que más a mí de todo
me contenta es venir escarmentado de haver
visto las orejas al lobo, que tiene delante el the-
CKISTÓBAL DE VILLALÓN
105
mor de Dios, que es vna bandera que basta para
vencer todos los enemigos.
Joan. — ¿N'os paresfe que es obligado a quien
tanto debe, que en aquellas disputas pregunta-
ba por él, respondia por él, prestábale lenguas
con que diese razón de sí, sacábale del brazo en
los golphos del mar?
Mata.— Todos somos obligados a quererle,
por quien El es, sin intherese, quanto más que
no hai hora ni momento que no nos ha9e mili
mer9edes. ¿No miráis el orden y con9Íerto con
que lo ha contado todo?
Juan (}). — Agora me parescje que le haria
en creer, si quisiese, que he andado todo lo que
él, quanto más a otro.
Mata. — Quanto más que, sabiendo eso, avn-
que os pregunten cosas que no hayáis visto, po-
déis dar respuestas coml^nes: Pasé de noche;
no sali de las galeras; como la 9Íbdad es gran-
de, no bi eso. Esto vi y estotro vi; que hera lo
quemas habia que mirar, y con eso os ebadireis.
Juan. — Mañana nos contara, si Dios quisie-
re, qué vida tienen los turcos, y qué jente son,
y qué vestidos traen.
Mata. — Dexadme vos a mí el cargo de pre-
guntar, que yo os le sacare los espíritus. ¿Bien
no se los he sacado en estotro?
Juan. — Muy bien; pero no le habéis de ir a
la mano, que creo que se corre.
Mata. — Al buen pagador no le duelen pren-
das. Si lo que dÍ9e es verdad, él dará razón de-
11o, como ha hecho siempre ; si no, no queremos
oir mentiras, que harta nos quentan todos esos
soldados que vienen del campo de Su Magestad
y los indianos.
Juan. — Haora durmamos, que es tarde.
Mata. — Yo estoi tan desvelado, que no sé
si podre; pero porfiare a estarme en la cama
hasta las diez, como Pedro, que no le dexare-
mos estar dos dias solos.
Juan, — Toda esta semana le haré estar
aqui, avnque le pese: la venida ha sido en su
mano; la ida, en la nuestra.
COLOQUIO VIII
Levántase Pedro ile la cama. — Comienza á referir las costumbres
de los turcos. — Dogmas y ritos de estos. — Sus mezquitas y
oraciones. — El Juicio final según los turcos. — Ministros del
culto.- -Escuelas. — Poesía. — Ordenes religiosas. — Peregrina-
ción á la Meca. — Los camellos. — El sepulcro de Mahoma —
Caridad de los turcos. — El matrimonio; sus leyes y ceremo-
nias.— Administración de justicia. — El Consejo del Sultán. —
Palacio y Corte de éste.
Juan. — Contá.
Mata. — Siete.
Juan. — ¿Habéis contado las otras?
(<) AI mesmo.
Mata. — Callad; ocho, nueve, diez dio por
9Íerto.
Juan. — Pares9eme que llaman ('): escucha.
Pedro. — ¡Ha los de abajo! ¡Es hora!
Juan.- ¡Ya, ya!
Pedro. — Volveos del otro lado que no es
amanes9Ído.
Juan. — Levantémonos y vámosle a tener
pala9Ío en la cama.
Mata. — Mas no le dexemos levantar, que
haze frió, y pues no ha de salir de casa ni ser
visto de nadie, mejor se estara alli y podra tam-
bién comer como parida en la cama.
Juan. — Hazedle llebar vna ropa aforrada,
para si se quisiere levantar.
Mata. — Anoche se la hize poner C-^) junto a
la cama y vn bonete. Cojerle hemos hechado y
entretanto que se adreza de comer parlaremos.
Juan. — ¡Buen jorno!
Pedro. — Me rricomando.
Juan. — ¿Qué tal noche habéis Uebado? Creo
que ruin.
Pedro. — No ha sido sino buena, avhque no
he podido dormir mucho. En despertando an-
tes que amanezca, vna vez, ya puedo volber al
ristre.
Juan. — ¿Debia destar dura la cama?
Pedro. — Antes por estar tan blanda, por-
que no lo tengo acostumbrado.
Juan. — Eso me haze a mí dormir más.
Pedro.— Todas las cosas consisten en cos-
tumbre. Ansi como vos no podéis dormir en
duro, yo tampoco en blando. También podria
sus9eder enfermedad a quien ha dormido enduro
y sin cama, [al] darle vna cama regalada, como
a mí me acontes9Ío en ííapoles, que habiendo
tres años que no habia dormido en cama, sino
vestido y en suelo, me dieron vna muy buena
cama y comen9aronme a hazer regalos, y yo
cai en una enfermedad que estube quatro me-
ses para morir.
Juan. — La causa natural deso no alcanzo.
¿Por mejorarse vno venirle mal?
Pedro. — Saltase de vn extremo en otro sin
pasar por medio, que es malo; y como esto se
haze, no [se] puede dormir, y la vela causa en-
fermedad. Ansi mismo, con aquella blandura es-
calientanse los riñones, las espaldas, todos los
miembros, y la sangre comienza a herbir y al-
borotarse, y dan con el hombre en tierra, inti-
mamente, como tenéis costumbre de no os des-
nudar, no tenéis frío de noche avnque os des-
cubráis; desnudo en la cama, rebolveisos, como
no estáis acostumbrado a estar cubierto, des-
cubrisos, y entra el sereno y frió y la mala ven-
tura, y penetraos.
(*) de arriba.
(») alh.
106
autobiografías y memorias
Juan. — Todas son buenas ra9ones;mas ¿qué
remedio?
Pedro. —El que dixe de pasar por medio:
comen9ar a no tener más de vn colchón y vna
manta, y a no quitar más de solo el sayo; luego,
de alli a vnos dias, añadir otro colchón y quitar
las calzas, y vltimamente, la mejor cama que
tubieredes, quitando jubón y todo. Si durmie-
seis vna noche al sereno sin cama, ¿no pensa-
ríais caer malo?
Juan. — Y avn morirme.
Pedro. — Pues ansi yo con buena cama.
Juan. — Pues quitaremos de aqui adelante,
si queréis, de la ropa.
Pedko. — No, que ya estoi acostumbrado a
camas regaladas otra vez ; no lo digo por tan-
to, que el no dormir más lo ha causado el gran-
de contentamiento que mi spiritu y alma tie-
nen de verme en donde estoi; y el anima no
permite que tan grande plazer se pase en sue-
ño sin que se comunique a todos los sentidos,
pues el tiempo que dormimos no vivimos ni so-
mos nadie.
Joan. — Ansi dixo el otro philosopho. Pre-
guntado qué cosa hera sueño, dixo que retrato
de la muerte. La mesma causa, en verdad, he
tenido yo para no pegar ojo en toda la noche.
Mata. — Mirad que la olla esté descozida, y
asar no pongáis hasta que os lo mandemos, que
yo me subo arriba... ¿Vsase en Turquía madru-
gar tanto? ¡Buenos días! ¿Cómo lo habéis pasa-
do esta noche?
Pedro. — ¿Cómo lo habia de pasar sino muy
bien? Que me habéis dado vna cama con saba-
nas tan delgadas y olorosas y todo lo demás
tan a gusto que me ha hecho perder (') el con
que me vi en el cautiverio que haueis oydo, y
lie momento a momento doy y e dado mil gra-
9¡as a Dios que de tanto trauajo me libró; y en
tanto, con comenzar... (^).
Juan. — [Pues no] estamos muy ocupados
al presente, [quiero que] me saquéis de vna
duda en que me tiene puesto mi entendimiento,
y es que quando vn turco pide a vn cristiano
se vuelva á su peruersa seta, de qué suerte se
lo pide y el orden que tienen, que estaran segu-
ros de él para le tomar (') y la legalidad y ju-
ramento que conforme a su seta le toman.
Pedro. — Toda su secta consiste en que, al-
zado el dedo, diga tres vezes estas palabras;
avnque no se 9Írcum9Ídase queda atado de ma-
(•) el regalo.
(') Cortada una línea. Faltan luego las páginas 182
á 217, que no están copiadas en el li. 378. Por lo que
se desprende de la Tahln. referíase en ella.i la historia
de algunos emperadores turcos, ó inciiientalmente se
hablaba de los libros de caballeríiis, pues se lee en la
Tahhi: «Libros de caballerias, abian de ser bedados
por la InquiBÍcion. — 21-1».
(^) fidelidad.
ñera que si se volviese atrás le quemaran: la Ha
he hilda da Mahamed resulula.
Juan. — ¿Qué quiere dezir?
Pedro. - Que Dios es criador de todas las
cosas, y no hai otro sino El y Mahoma junto a
El, su Profeta, que en su lengua se dice acur-
zamam jjenganber: vltimo propheta.
Juan. — ¿Y qué confesión tienen?
Pedro. — Ir limpios quando van a hazer su
orafion, que llaman zalá, y muy lavados; de
manera que si han pecado se tienen de la-
var todos con vnos aguamaniles, arremangados
los brazos; y si han orinado o descargado el
vientre, conviene que vayan lavadas lo primero
las partes baxeras.
Joan. — ¿Y si es imbierno?
Pedro. — Con agua caliente; no puede nadie
ir a la ne9esaria si no lleba consigo vn jarro de
agua con que se limpie, como nosotros con
paño. Si con papel se limpiasen es uno de los
más grabes pecados que ellos tienen; porque
dizen que Dios hizo el papel y es malo hazer
poco caso del; antes si topan acaso vn poco de
papel en suelo, con gran reberen9Ía lo al9an y
lo meten en vn agujero, besándolo y ooniendolo
sobre su cabeza.
Juan. — ¿No hai más fundamento deso?
Peduo. — No cabe demandarles razón de cosa
que hagan, porque lo tienen de defender por
armas y no disputar. Lo mesmo hazen si to-
pan vn bocado de pan, dÍ9Íendo que es la cara
de Dios. La boca, brazos y narizes y cabeza se
han de labar tres vezes y los pies.
Joan. — ¿Qué iglesias tienen?
Pedro. — Vnas mezquitas bien hechas, salvo
que ni tienen sanctos ni altar. Aborres9en mucho
las figuras, teniéndolas por gran pecado. Están
las mezquitas llenas de lamparas. En lugar de
torre de campanas tienen vna torre9Íca en cada
vna mezquita, muy alta y muy delgada, porque
no vsan campanas, en la qual se suben vna
manera de sa9erdotes inferiores, como acá sa-
cristanes, y tapados los oidos, a las mayores
vozes que pueden llaman la gente con este ver-
so: Exechnoc mach laila he htllala, calezala
calezala, etc. No se les da nada, sino son sa9ei-
dotes, ir a las mezquitas como acá, sino donde
se hallan hazen su orafion, y los señores siem-
pre tienen en sus casas sa9erdotes que les digan
sus oras.
Joan.— ¿Quántas vezes al día lo hazen?
Pedro. — Qinco, con la mayor devo9Íon y
curiosidad; que si ansi lo hiziesemos nosotros,
nos querría mucho Dios. La primera ora9Íon es
quando amanes9e, que se llama sula namazi; la
segunda a medio dia, uile namazi; la terzera,
dos horas antes que el sol se ponga, iquindi na-
mazi; la quarta, al punto que se pone, acxam-
namazi; la postrera, dos horas de noche, iatsi
CRISTÓBAL 1)E VILLALON
107
namazi. De tal manera entended que lioran
estas cinco vezes, que no queda anima viba de
turco ni turca, pobre ni rico, desde el empera-
dor hasta los mo^os de cozina, que no lo haga.
Joan. — ¿Tienen reloxes, o cómo saben esos
sacerdotes la hora que es para llamar la gente?
Pedro. — Para sí tienen los de arena, mas
para el pueblo no los hai, como no haya cam-
panas.
Juan. — ¿Pues cómosabelagentequé hora es?
Pedro. — Por las orationes, poco más o me-
nos. Quando a la mañana oyen gritar, ya saben
que amanesce; quando a medio dia, también
saben qué hora es; y ansi de las otras horas;
de manera que si quiero saber qué hora es, con-
forme, poco más o menos de dia, pregunto:
¿Han cantado a medio dia? respondenme:
Presto cantarán o rato ha que cantaron. Y no
penséis que cantan en vna o dos mezquitas,
sino en trescientas y más, que hunden la cib-
dad a bozes más que campanas. Lo mesmo
hago de las otras horas; pregunto si han can-
tado al quindi, que es la oración dos horas
antes que el sol se ponga, y conforme aque-
llo sé la hora que es. Congregados todos en
la mezquita, viene el que llamaba y comienza
el mesmo salmo recado, y todos se ponen en
pie muy mesurados, vueltos hazia mediodía, y
las manos vna sobre otra en la cintura, miran-
do al suelo. Este sacerdote que canta en lo alto
se llama meizin: luego se levanta otro sacerdote
de mayor calidad, que se llama imam, y dize vn
verso, al qual responde el meizin, y acabado el
verso todos caen de ozicos en tierra y lavesan,
diciendo: Saban Ala, saban Ala, suban Ala,
que es: Señor, misericordia; y estanse asi sobre
la tierra hasta que el imarn torne a cantar, que
todos se levantan, y esto hazen tres o quatro
veces. Vltimamente, el anam comienca, estando
todos de rodillas en tierra, a dezir vna larga
oration por la qual ruega a Dios que inspire en
los christianos, judios y los otros, a su manera
de hablar, infieles, que tornen a su seta, y oyen-
do estas palabras todos alzan las manos al zielo
diziendo muchas vezes: amin ami7i; y tocanse
todos los ojos y barba con las manos, y acabase
la oration.
Juan. — ¿Y chico vezes hazen todo eso
cada dia?
Pedro. — Tantas. Mirad qué higa tan gran-
de para nosotros, que no somos christianos sino
en el nombre.
Joan. — ¿Qué fiestas celebran?
Pedro. — El viernes cada semana, por que
dizen que aquel dia nascio Mahoma. Tienen
también dos pascuas; la mayor dellas es en la
luna nueba de agosto, que dura tres dias, y
toda vna luna antes tienen su quaresma, que
dura vn mes, y la llaman ramazan.
AUTOBIOUUAKÍAS Y MEMORIAS. ^18
Juan. — ¿Y ayunan esos dias?
Pedro. — Todos a no comer hasta que vean
la estrella; pero estonces pueden comer carne y
quanto quisieren toda la noche.
JcAN. — ¿Y qué significa ese ramazan?
Pedro. — Los treinta dias que Mahameto
estubo en ayunos y orationes esperando que
Dios le embiase la lei en que habian los hom-
bres de vibir; y la pascua es quando baxó del
cielo vn libro en el qual está toda su lei, que
llaman Cuiaham.
JcAN. — ¿Con quien dicen que se le embio
Dios?
Pedro. — Con el ángel Gabriel. Tienen este
libro en tanta veneración, que no pueden tocar
a él sino estando muy limpios y lavados o con
vn paño envuelto a las manos. El que le tiene
de leer es menester que tenga resonante voz, y
quando lee no le puede tener más avajo de la
cintura, y está moviendo todo el cuerpo a vna y
a otra parte. Dizen que es para más atención.
Los que le oyen leer están con toda la posible
atención, abiertas las bocas.
Juan. — ¿De manera que ellos creen en Dios?
Pedro. — Sí, y que no hai más de vno, y
sólo aquel tiene de ser adorado, y de aqui viene
que aborrescen tanto las imagines, que en la
iglesia, ni en casa, ni en parte ninguna no las
pueden tener, ni retratos, ni en paramentos.
JuAX. — ¿Qué contiene en sí aquel Alcoram?
Pedro. — Muchas cosas de nuestra fe, para
mejor poder engañar. Ocho mandamientos:
amar a Dios, al próximo, los padres, las fiestas
onrrarlas, casarse, no hurtar ni matar y ayu-
nar el ramazan y hazer limosna. Ansi mismo
todos los siete pecados mortales les son a ellos
pecados en sii Coraham. Y dize también que
Dios jamas perdona a los que tienen la maldi-
ción de sus padres. Tienen vna cosa, que no
todos pueden entrar en la mezquita como son:
omicidas, borrachos y hombres que tienen males
contagiosos, logreros, y lo principal las mu-
geres.
JüAK. — ¿Las mugeres no pueden entrar en
la iglesia?
Pedro. — Muy pocas vezes, y éstas no todas.
Cantoneras en ninguna manera, ni mugeres
que no sean casadas a lei y vendicion suya; vir-
gines y viudas, después de cinco meses, pueden
entrar, pero han de estar en vn lugar apartado y
tapadas, donde es imposible que nadie las vea,
porque dizen que les quitan la devoción.
Juan. — Ponerlas donde nadie las pueda ver
en ninguna manera, bien hecho me paresfe;
mas vedarles que no entren dentro, no. ¿Y ha-
zen sacrificios?
Pedro. — La pascua grande, que llaman
bairam biuc, son obligados todos a hazer qual
que sacrificio de vaca o carnero o camello, y re-
108
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
partirlo a los pobres, sin que le[s] quede cosa
ninguna para ellos, porque de otra manera no
aprobedla el sacrificio. Quando están malos
mucho, vsan, según la facultad de cada vno,
sacrificar muchos animales, que llaman ellos
curban, y darlos por amor de Dios. Los princi-
pes y señores, quando se ven en necesidad, de-
güellan vn camello, y dizeu que la cosa que
más Dios oye es el jemido que da quando le
degüellan ; y en todo dizen que, ansi como Dios
libro a Isach de no ser degollado, quiera librar
aquel enfermo.
Juan. — ¿El mesmo Alcorán les manda que
den limosna?
Pedro. — Hallan escrito en él que, si supie-
sen la obra que es dar limosna, cortarian de su
mesma carne para dar por Dios, y si los que
la piden supiesen el castigo que por ello les está
ordenado, comerian primero sus propias carnes
que demandarla; porque dÍ9e la letra: Ecsa de
cliatul baila aJi.
Juan. — ¿Qué quiere de^ir?
Pedro. — Que la limosna quita al que la da
los tormentos y tribulaciones que le están apa-
rejados, y caen, juntamente con la limosna, so-
bre el pobre que la res^ibe, y por experien9Ía
ven que nunca están sanos los pobres.
Juan. — ¿Y el matar también lo tienen por
pecado?
Pedro. — Y de los más grabes; porque dice
el Coraham que el segundo pecado del mundo
fue el de Caim, y por eso el primero que irá al
infierno el dia del JUÍ9Í0 sera él. Y quando Dios
le hecho la maldÍ9Íon, se entendió por él y todos
los omÍ9Ídas.
Juan. — ¿Confiesan infierno y juÍ9¡o?
Pedro. — Y avn purgatorio.
Juan. — ¿Quién dicen que ha de juzgar?
Pedro. — Dios. Dicen que está vn ángel en
el cielo que tiene siempre vna trompeta en la
mano, y se llama Israphil, aparejado para si Dios
quisiese que fuera el fin del mundo, tocai'ia y
luego caerían muertos los hombres todos y los
angeles del cielo.
Juan. — ¿Siendo los angeles inmortales, an
de morir?
Pedro. — Question es que ellos disputan en-
tre si muchas vezes, pero concluyen con que
dize el Coraham que Dios dixo por su boca que
todas las cosas mortales han de aver fin, y no
puede pasar la disputa adelante, como ni en las
otras cosas. Y hecho esto verna vn tan gran
terremoto, que desmenuzará las montañas y
piedras; y luego Dios tornará a hazer la luz, y
della los angeles, como hizo la primera vez, y
verna sobre todo esto vn ro9Ío, que se llama
rekemetzv, Ilubia de misericoidia, y quedará la
tierra tornada a amasar, y mandará Dios, de
alli a quarenta dias, que torne el ángel a sonar
la trompeta, y al sonido resu9Ítarán todos los
muertos, desde Abel hasta aquel dia; vnos con
las caras que resplandezcan como sol, otros
como luna, otros muy oscuras y otros con ges-
tos de puercos, y gritarán dÍ9iendo: Nesi, nest:
¡ai de mí, mezquino!
Juan. — ¿Qué significan esas caras?
Pedro. — Los que las tienen resplandes9Íen-
tes son los que han hecho bien; los otros, mal;
y Dios preguntará por los emperadores, reyos,
pr¡n9Ípes y señores que tiranizaban, y no les
calerá negar, porque los miembros todos habla-
rán la verdad. Alli verna Moisen con vn estan-
darte, y todos los judios con él, y Christo, hijo
de María, virgen, con otro, debaxo del qual
estaran los christianos ; luego Mahoma con otra
bandera, debaxo la qual estaran todos los que
le siguieron. Todos los que de éstos habrán
hecho buenas hobras teman buen refrigerio de-
baxo la sombra de sus estandartes, y los que
no sera tanto el calor que habrá aquel dia, que
se aogaran del; no se conosceran los moros de
los christianos ni judios que han hecho bien,
porque todos ternan vna misma cara de divini-
dad. Y los que han hecho mal todos se conos-
ceran. A las animas que entrarán en el paraíso
dará Dios gentiles aposentos y muy espaciosos,
y habrá muchos rayos del sol sobre los quales
cabalgarán para andar ruando por el 9Íelo sin
cansarse, y comerán mucha fruta del paraíso, y
en comiendo vn fruto hará Dios dos, y beberán
para matar la sed vnas aguas dulzes como azú-
car y cristalinas, con las quales les crescera la
vista y el entendimiento, y verán de vn polo a
otro.
Mata. — ¿Y si comen y beben, no cagarán el
Paraiso?
Pedro. — Maravillábame como no salláis ya;
toda la superfluidad ha de ir por sudor de mili
delicados manjares qne tienen de comer, y an
de tener muchas mo9as virgines de quince a
veinte años, y nunca se tienen de cmbegezer,
y los hombres todos tienen de ser de treinta sin
mudarse de alli.
Juan. — ¿An de tener a9eso a las virgines?
Pedro. — Sí, pero luego se tienen de tornar
a ser virgines. Moysen y Mahoma serán los
mejor librados, que les dará Dios sendos prin-
cipados que goviernen en el 9Íelo.
Juan. — Pues si tienen que los christianos y
judios que han hecho buenas obras van al cielo,
¿para qué ruegan a nadie que se haga turco?
Pedro. — Entienden ellos que todos los ju-
dios que vinieron bien hasta que vino Christo,
y todos los buenos christianos hasta que vino
Mahoma son los que van al cielo.
Juan. — ¿Mas no los que hai después que
vino Mahoma, avnque hagan buenas obras?
Pedro. — Esos no. Los que irán condenados
CRISTÓBAL DE VILLALOIÍ"
109
llebará cada vno escrito en la frente su nombre
y en las espaldas cargados los pecados. Serán
llebados entre dos montañas, donde está la boca
del ynfierno ; y de la vna a la otra liai vna puen-
te de diez leguas de largo, toda de yerro muy
agudo y llamase serrat cirpUsi, puente de jus-
ticia. Los que no son del todo malos caerán en
el purgatorio, donde no hai tanto mal; los otros
todos irán la puente abajo al infierno, donde
serán atormentados; en medio de todos los fue-
gos hai un manzano que siempre esta lleno de
fruta, y cada vna pares9e una cabeza de demo-
nio; llamase zoacum agach, árbol de amargura,
y las animas, comiendo la fruta, pensando de
refrescarse, sentirán mayor sed y grande amar-
gura que los atormente. Llenos de cadenas de
fuego serán arrastrados por todo el infierno.
Y los que llamaren a Dios por tiempo, al fin
saldrán, avnque tarde; los que le blasfemaren
quedarán por siempre jamás. Veis aqui todo lo
que 9erca desto tienen de fe de su Alcorán.
Juan. — Vna merced os pido, y es que, pues
no os va nada en ello, que no me digáis otra
cosa sino la verdad; porque no puedo creer que,
siendo tan barbaros, tengan algunas cosas que
parezcan llebar camino.
Peduo. — ¿No sabéis que el diablo les ayudó
a hazer esta seta?
Juan. — Muy bien.
Pedro. — Pues cada vez que quiere pescar es
menester que lo haga a bueltas de algo bueno.
Si hizieseis juntar todos los letrados que hai
en Turquia, no os dirán vn puncto más ni me-
nos desto que yo os digo, y fiaos de mi, que nos
diré cosa que no la sepa primero muy bien.
Juan. — Tal confianca tengo yo. Sepamos del
estado sazerdotal. ¿Tienen papa y obispos?
Pedro. — Ocho maneras hai de sacerdotes.
Primeramente el mayor de todos, como acá el
papa, se llama el cadilcsquier; luego es el mufti,
que no es inferior ni subjeto a este otro, sino
como si vbiese dos papas ; el tercero es el cadi;
quarto los moderiz, que son probisores de los
ospitales; quinto el antipi, que dize el oficio los
dias solenes, puesto sobre vna escala y vna es-
pada desnuda en la mano, dando a entender lo
que arriba dixe, que no se tiene de poner su lei
en disputa, sino defenderla con las armas. El
sexto es el imam, que son los que dizen el oficio
al pueblo cada dia. El postrero, mezin, aquellos
que suben a gritar en las torres. El cadileschier
eligen que sea vn hombre el más docto que pue-
dan y de mejor vida, al qual dan grandissima
renta, para que no pueda por dinei'o torzer la
justicia; e'ste es alia como si dixesemos Presi-
dente del Consejo real, y deste y de lo que en
el Consejo se haze se apela para el mufti, que
no entiende sino en lo eclesiástico. También
tiene éste gran renta por la mesma causa.
Juan. — ¿Tanta como acá el papa?
Pedro. — Ni aun la mitad. ¿No le basta a vn
hombre que se tiene de sentar él mesmo cada
dia a juzgar, y le puede hablar quien quiera,
9Íeut mili ducados?
Juan. — Y sobra. ¿Pero no tienen su Con-
sejo que haga la audiencia y ellos se estén
olgando?
Pedro.— Eso solo es en los señores d'Espa-
ña, que en lo demás que yo he andado todos
los principes y señores del mundo hacen las
audiencias como acá los oidores y corregidores.
En Ñapóles, si queréis pedir vna cosa de poca
importancia [a] algún contrario vuestro, lo
liareis delante el mesmo virrei y en Sicilia lo
mesmo y en Turquia lo mesmo.
Mata. — Ese me paresce buen vso, y no po-
ner corregidores pobres, que en ocho dias quie-
ren, a tuerto o a derecho, las casas hasta el
techo.
Pedro. — El cadi, que es el inferior a éstos,
está como son acá los probisores de los obispos,
administrando su justicia de cosas baxas, por-
que las de importancia van á los superiores.
Ante éstos se hazen las cartas de dotes, castiga
los borrachos, da cartas de horros a los escla-
vos, conosce también de los blasfemos.
Juan, — ¿Qué meresce quien blasfema?
Pedro. — De Dios, cient palos; de Mahoma,
muerte.
Juan. — ¿Pues en más tienen a Mahoma que
a Dios ?
Pedro. — Dicen que Dios es grande y puede
perdonar y vengarse; mas Mahoma, vn pobre
profeta, ha menester amigos que miren por su
honrra.
Juan. - ¿Están dotadas las mezquitas como
nuestras iglesias?
Pedro. — Todas, pero las dignidades de ca-
dileschier, mufti y cadi el rey lo paga; las oti'as
maneras de sacerdotes tienen sus rentas en las
mezquitas: quién tres reales, quién quatro y
quien vno al dia; y si esto no basta, como todos
son casados y en el habito no difieren de los
seglares, hazen oficios mechanicos; ganan mu-
cho, como alia no hai emprentas, a escribir
libros, como el Alcoram, el Musaf y otros mu-
chos de canciones.
Juan. — ¿Caros valdrán desa manera?
Pedro. — Vn Alchoram, comunmente, vale
ocho ducados ; quando murió el medico del Gran
Turco, Amon, se apreció su libreria en chico
mili ducados, por ser toda de mano, y le habia
costado, según muchas vezes le oi jurar, 8.000,
y cierto los valdría, avnque yo para mí no daría
quatro reales.
Mata. — Tampoco daría él dos por la vuestra.
Pedro. — Quanto más por la que agora
tengo.
lio
autobiografías y memorias
jDAN.--t Tienen escuelas alia?
Pedro. — Infinitas. Los señores, y primera-
mente el Emperador, las tienen en sus casas para
los pajes : tienen maestros salariados que van
cada dia a leerles su Alcorán, que es en arábi-
go, y el Musaph; de manera que, como a nos-
otros el latín, les es a ellos el arábigo. Leenles
también philosophia, astrologia y poesía; ver-
dad es que los que enseñan saben poco desto
y los discípulos no curan mucho dello; pero, en
fin, todavía saben más que los griegos christia-
nos y ármenos, que son todos bestias.
Juan. — ÍSTo me maravillo que sepan algo
deso, que árabes vbo muy buenos astrólogos y
philosofos.
Pedro. —En aquellas quatro mezquitas gran-
des hai también escuelas como acá vniversida-
des, muy bien dotadas, y colegíales muchos
dentro, y es tan grande la limosna que en cada
vna se haze, que si tres mili estudiantes qui-
siesen cada día comer en qualquiera de las mez-
quitas podrían, y cierto, si fuesen curiosos de
saber, habría grandissimos letrados entrellos;
pero en sabiendo hazer quatro versos se con-
tentan.
Juan. — ¿Es posible que vsan poesía? ¡Por
vida de quien nos dixere vn par dellos, por ver
como son!
Pedro. — Birichen, beg,ori ciledum derdumi,
iaradandam iste viiseem iardumi, tercli, eile-
dumza anumi gurdumi , ne ileim ieniemejun
gunglumi. Esta es vna común canción, que can-
tan ellos, de amores a la diosa Asich, que es
diosa de amor.
Joan. — ¿Qué quieren dezir?
Pedro. — Vna vez, cinco y diez he estado
apasionado, demandando del Criador ayuda;
menosprecii' el consuelo y plazer de mi tierra.
¿Qué haré, que no puedo vencer la voluntad?
Mata. — Buena va.
Pedro. — Sabed que para quien las entiende
no hai en ninguna lengua canciones más dolo-
rosas que las turquescas; mas es la gente que
alia sabe leer y escribir, mucha, que no acá.
Mata. — Dense prisa, señores; ya saben que
ha rato que estoi mudo.
JüAx. — Callad hasta que yo acabe, que des-
pués terneís tiempo sin que nadie os estorbe.
Mata. — Con esa esperanza estoy (') más ha
de vna hora.
Joan. — Pasemos a las religiones.
Pedro. — Quatro ordenes hai de religión, tal
qual: calender, derhis, torlach, isach. Los calen-
deros andan desnudos y en cabello, los cabellos
largos hasta la pintura, llenos de termentína;
visten 9ÍIÍ9Í0 hecho de ^erdas, y sobre las es-
paldas traen dos cueros de carnero la lana
(') rato ha.
afuera; las ijadas desnudas; en las orejas y
brazos traen 9Íertas sortijas de yerro, y para
mayor abstinen9Ía traen colgada del miembro
vna sortija de metal que pese tres libras; andan
desta manera por las calles, cantando can9Íones
bulgares, y dmles limosna, porque ninguna
destas ordenes tiene como acá monesterios, sino
como ermitaños. El inventor destos, en vn libro
que escribió, fue más christiano que moro. La
segunda orden, de los dervíses, andan como
éstos en el traer los pellejos, mas los zarzillos
son vnas sortijas de piedra, la más fina que ha-
llan; piden limosna con estas palabras: Ala
iche, por amor de Dios. En la cabeza traen vna
caperuza de fieltro blanco a manera de pan de
azúcar, y en la mano vn bastón lleno de nudos
tan grueso como pueden. Estos tienen en la
Anotolia vn sepulchro de vno por quien dizen
que se conquistó la mayor parte de Turquía, y
fue de su orden, que llaman Cidíbatal, donde
habitan vna multitud de más de quinientos, y
cada año van allí a hazer el capitulo general,
donde concurren muchas vezes más de ocho
mil, y están siete días con grandes fiestas y
triumphos. El general destos se llama azan
baba, que significa padre de padres. Entrellos
hai algunos manzebos muy doctos, que traen
vnas bestíduras blancas hasta en pies; y cada
vno destos en llegando es obligado a contar
vna historia, y luego la escriben con el nombre
del autor y dansela al general.
Joan. — ¿De qué es la historia?
Pedro. — Vna cosa de las más de notar que
ha visto por donde ha peregrinado, que nun-
ca paran de andar en todo el año. Luego el
viernes, que es su fiesta, tienen en vn prado un
gran banquete, sobre la mesma yerba, y sién-
tase el general entre todos aquellos man9ebos,
y sobre comida toman ciertas yerbas en polbos,
que llaman aseral; yo creo que es cáñamo, que
los haze estar, avnque no quieran, los más ale-
gres del mundo, como borrachos. También le
mezclan opio, que llaman afion; y toma el ge-
neral el libro de las historias y hazele leer pu-
blicamente que todos le oyan, y a la tarde ha-
zen grandes hogueras, alderredor de las quales
vallan, como todos están borrachos, y cada vno
con vn cuchillo agudo se da muchas cuchilladas
muy largas por los pechos, brazos y piernas,
dizíendo: Esta por amor de Vlana, esta por
amor de la tal. Otros labran con la punta de
vna aguja en las manos cora9ones, o lo que
quieren; y las heridas se sanan con un poco de
algodón viejo quemado. Tras todo esto piden
lÍ9en9Ía del general y vanse todos. La ter9era
orden, de los torlacos, viste ni más ni menos
pellejos de carnero; pero en la cabeza no traen
caperuza ni cabello, sino cada semana se raen a
nabaja, y por no se refriar vntan las cabezas
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
111
siempre con aceite; y todos, por la mayor parte,
por ser apasionados de catarro, se dan vnos
cauterios de fuego en las sienes con vn poco de
trapo viejo, porque no carguen los humores a
los ojos y los Rieguen. Son grandissimos bella-
cos, chocarreros, y no bai quien sepa entrellos
leer ni escribir; andanse de taberna en taberna
cantando y pegándose a donde ven que les han
de dar de comer; salen a los caminos en qua-
drilla, y si topan alguno que puedan quitar la
capa, no lo dexan por miedo ni vergüenza; en
las aldeas hazen como giptanos en creer que sa-
ben adivinar por las manos, y con esto allegan
queso, huebos y pan y otras cosas ; traen los
vellacos de tantos en tantos vn viejo de ochen-
ta años que haga del sancto, y adoranle como a
tal, y muchas vezes habla mirando al cielo cosas
que dize ver alia y a grandes vozes dize a sus
discipulos: Hijos mios, sacadme presto de este
pueblo, porque acabo de ver en el cielo que se
apareja vn gran mal para e'l, y ellos fingen que-
rerle tomar acuestas, y el bulgo les ruega con
grandes dadiuas que por amor de Dios no les
lleben aquel sancto de alli, sino que ruegue a
Dios alze su ira, pues tam bien está con él, y él
comien9a luego a ponerse en oración, y aqui
veréis que la jente no se da manos a ofres9er, y
todos salen cargados como asnos y se van re-
yendo de las bestias que les creian. Son sobre
todo esto grandissimos bujarrones. Los /saches,
que es la postrera orden, andan bestidos de
lienzo y traen vnos tocados turquescos groseros
y pequeños, y cada vno vna bandera en la mano,
andan cantando por las calles pidiendo.
Juan. — Paresceme que me dixistes que te-
nían dos pasquas, y no me declarastes más de
la vna, de quando les embio Dios la lei.
Pedro. — La otra es en fin de octubre, que
llaman de los peregrinos que van a la Mecha,
la qual ellos celebran alia.
JüAK. — ¿Qué, vsan también como nosotros
peregrinaje?
Pedro. — Y muy solemne. Hallan escrito en
sus libros que quien vna vez va a la Mecha en
vida. Dios no permite que se condene, por lo
qual ninguno que puede lo dexa de hazer; y
porque es largo el camino se parten seis meses
ant;s para poderse hallar alia a tiempo de ce-
lebrar esta su fiesta, y con9Íertanse muchos de
ir juntos, y los pobres, mezclados con los ricos,
dan consigo en el Cairo, y de alli van por vn
camino muy desierto, llano y arenoso en tanta
manei'a, que el viento haze y deshaze montañas
del arena y peligran muchos, porque los toma
debaxo, y de aqui se haze la carne momia, se-
gún muchos que la traen me contaban, que en
Constantinopla todas las vezes que quisieredes
comprar dorientos y trescientos cuerpos destos
hombres los hallareis como quien compra raba-
nos. An menester llebar camellos cargados de
agua y probision, porque a las vezes en tres
dias (') no hallan agua; son los desiertos de
Arabia, y ningún otro animal se puede llebar
por alli sino el camello, porque sufre estar qua-
tro y ginco dias sin beber ni comer, lo que no
hazen los otros animales.
Mata. — Por mi vida que estoi por asentar
esa; cinco dias sin comer ni beber y trabajar.
Pedro. — Tiempo del año hai en el imbierno
que sufren quarenta dias, porque os espantéis
de beras; y porque he sido señor de cinco ca-
mellos que del Gran Turco tenia para mi reca-
mara, y si fuese menester salir en campo, os
quiero contar, pues no es fuera de proposito,
qué carguerío es el del camello, y también por-
que pienso haber visto tantos como vosotros
ovejas, que mi amo solo tenia para su recamara
dos mili, y no le bastaban.
Mata. — Camaleones diréis, de los que se
mantienen del viento ; porque camellos comerán
mucha cebada, siendo tantos.
Pedro. — No acabaremos ogaño; sea como
vos quisieredes, decidoslo bos todo.
Juan. — Dexadle haora depir.
Mata. — Por mí diga lo que quisiesse.
Pedro. — Ningún cargerio por tierra hai me-
jor que el del camello, porque tiene estas pro-
piedades: avnque la jornada sea de aqui a Hie-
rusalem, no tenéis de cargarle más de una vez.
Mata. — ¿Nunca se descarga?
Pedro. — Jamas en toda la jornada, sino él
se hecha a dormir con su carga y se levanta
quando se lo mandaren, pero no le habéis de
hechar más carga de aquella con que se pueda
bien levantar; ni tenéis a qué ir al mesón, sino
en el campo se hechan quando se lo mandéis;
andan recuas de diez y doze mili, y en casa de
los señores, camellero mayor no es de los me-
nores cargos.
Mata. — Por quanto tengo, que no es nada,
no quisiera dexar de saver ese secreto.
Pedro. — Pues callad y direos otro mayor
al proposito que se levanto; si le habéis de dar
dos celemines de zebada cada dia, y le dais de
vna vez media hanega, la comerá como vos vna
pera, y por aquellos tres dias no tengáis cuida-
do de darle nada, y a beber lo mesmo, y si que-
réis probar con vna entera, maldito el grano
dexe, y si dos le saliesen, que no les huirían el
campo; alia tienen ciertas bolsas de donde lo
tornan a rumiar como cabras; y no habléis más
sobre esto, que es más viejo y común que el re-
pelón entre los que han visto camellos y trata-
dolos. Llegan por sus jornadas los peregrinos
a la Medina, que es vna cibdad tres jornadicas
de la Mecha, y alli los salen a rescibir y hai
(•) leguas.
112
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
miichos persianos y indios que han venido por
las otras partes. Otro dia que han llegado y la
pasqua se azerca, hazen reseña de toda la jente,
porque dizen que no se puede zelebrar la pas-
qua si son menos de sesenta mili, y la bispera
de la pascua o tres dias antes van todos a vna
montaña cerca de la Mecha y desnudanse, y
avnque vean algún piojo o pulga no le pueden
matar, y llamase la montaña Arafet Agi; y
metense en vn rio, el agua hasta la garganta, y
están alli entre tanto que les dizen 9Íertas ora-
tiones.
JoAX. — ¿A qué proposito?
Pedro.— Porque Adán, después que pecó,
en aquel rio hizo otro tanto, y Dios le perdonó;
y vestidos van a la Mecha de mañana, y lo pri-
mero tocan los que pueden el Alcorán a la se-
pultura de Mahoma, y dizen sus solenes oficios,
Que tardan tres lioras, y luego todos los que
han podido tocar el sepulchro van corriendo a la
montaña como bueyes quando les pica la mosca.
JüAX. — ¿Para qué?
Pedro.— Porque con aquel sudor caen los
pecados, y para dar lugar los que han tocado
a los que no.
JüAX. — ¿Muestranles el cuerpo?
Pedro. — No más del sepulchro, y vn zapa-
to dorado suyo, llamado isa7'oh, que está colga-
do y cada vno va a tirar dos piedras en vn lu-
gar redondo, que esta alli 9erca, donde dizen
que el diablo apáreselo a Ibrahim quando edi-
ficaba aquel templo, por ponerle miedo y que no
lo edificase. Y el Abraham le tiro tres piedras
y le hizo huir; y encima el monte hazen gran-
des sacrifi9Íos de carneros, y si acaso entrase
algún esclabo alli, hera libre. Tornan otra vez
a la Mecha, y hazen grandes orationes, rogan-
do a Dios que los perdone y ayude como hizo
a Hibrahim quando edificaba aquel templo; y
con esto se parten y van a Hierusalem, que en
su lengua dize Cuzum Obarech, y hazen alli
otra oration a su modo donde esta el sepulchro
de Christo.
Juan. — ¿Pues qué tienen ellos alli que hazer?
Pedro. — ¿No os tengo dicho que le tienen
también en mucha veneración? No ternian por
acepto el peregrinaje si no fuesen alia.
Juan. — ¿Abi-ahan dizen que edifico aquel
templo?
Pedro. — Hallan escrito en sus libros que
Dios le mandó a Abraham que le edificase alli
vna casa donde viniesen los pecadores a hazer
penitencia, y lo hizo; y más que las montañas
le traian la piedi'a y lo que hera menester. A
vna esquina de la Mecha está vn marmol que
dizen que mandó Dios a Abrahan traer y po-
ner alli, medio blanco medio negro, el qual to-
dos adoran y tocan los ojos y algunos librillos
a él como reliquias.
JuAX. — ¿Qué misterio tiene?
Pedro. — Dicen que (') es el ángel de la
guardia de Adán y Eba, y porque los dexó pe-
car y no los guardó bien, Dios le convertio en
marmol, y estara alli haziendo penitencia hasta
el dia del Juicio.
Juan, — ¿Cómo está el sepulchro?
Pedro. — Sus mesmos discípulos le hizieron
muy hondo, y metido en vna caja le pusieron
dentro; después hizieron vna como tumba de
marmol, con vna tabla de lo mesmo a la cabe-
zera y otra a los pies, escrito en ellas cómo
aquélla es su sepxiltura, y alli adoran todos.
Está cubierta encima con vn chamelote verde.
Los ármenos habian vna vez hecho vna mina de
más de media legua para hurtarles el cuerpo, y
fueron descubiertos y justiciados, lo qual cuen-
tan por gran milagro que hizo Mahoma.
Juan. — Mejor quento fuera si le cojieran su
profeta .
Pedro. — Y por esto le hizieron vnos yerros
que ziñen toda la sepultura por baxo y arriba.
Dexó dicho cenando murió que no habia de es-
tar alli más de mili años y éstos no habia de
durar la seta, sino que habria fin, y de alli se
habia de subir al cielo. Destos que buelven de la
Mecha muchos toman por devoción andar con
vnos cueros muy galanes que hazen aposta, lle-
nos de agua, que cabrán dos cantaros, acuestas
y con vna taza de fuslera muy limpia, dando a
beber a todos quantos topan y convidándolos a
que lo quieran hazer por fuerza, porque en aca-
bando de beber digan gracias a Dios.
Mata. — ¿Qué les dan ^jor eso?
Pedro. — No nada quien no quiere, mas al-
gunos les dan y lo toman.
Juan. — ¿Hazen quando mueren, en sus tes-
tamentos, mandas grandes como acá, de ospita-
les, o no saben qué cosa son?
Pedro.— No menos soberbias mandas ha-
zen que nosotros, sino más, y en vida son más
limosneros. Los quatro emperadores que ha ha-
bido, donde están enterrados han dexado aque-
llas quatro mezquitas, tan magnificas, con sus
ospitales, como os dixe; otros Vaxas, sin éstos,
han hecho muchos ospitales; hazen también
mesones por todos los pueblos y desiertos, que
llaman carahanzas, por amor de Dios. Adrezan
caminos, traen fuentes adonde ven que hai fal-
ta de agua, necesarias para andar del cuerpo;
[las] han hecho muchos tas bistosas, que pen-
sareis ser algunos palacios, diciendo que es li-
mosna si por alli toma la prisa a alguno, hallar
donde lo hazer a su placer; y no es posible que
no diga después: bien haya quien te hizo. No
solamente tienen por mucho mérito hazer bien
a los próximos, pero avn a los animales salvá-
is) quando.
CRISTÓBAL DE VILLALON
113
jes, de donde muchos se paran a echar pan a los
pezes en la mar, d¡9¡endo que Dios lo res9Íbe en
seryÍ9Ío. Toda Constantinopla esta llena de pe-
rros que no son de nadie, sino por detras de
aquellas zercas, junto al pala9Ío del Gran Tur-
co, hai tantos como hormigas; porque si vna
perra pare tienen por pecado matarle los hijos,
y desta manera multiplican como el diablo. Lo
mesmo hai de gatos, y todos, como no son de
nadie, ni duermen en casa, están llenos de sar-
na. La limosna que muchos hazen es comprar
vna dozena o dos de asaduras o de panes y po-
nerse a repartirselos. Quando está alguno malo,
meten dentro vna javla muchos pájaros, y para
aplacar a Dios habrenla y dexanlos salir a to-
dos. Otras muchas limosnas hazen harto más
que nosotros, sino que como cada vno que vie-
ne de la feria quenta según que le va en ella,
disfamanlos si no lo hizieron bien con ellos, y
dizen que son crueles y habaros y mili males.
JüAX. — ¿Cómo se han en los mortuorios?
Pedro. — Ya os dixe en el enterramiento de
mi amo lo que habia. Si es hombre, labanle
hombres; si muger, mugeres, y envuelto en vna
sabana limpia le meten en vn ataut y llebanle
cantando; y si es pobre, ponenle en vna parte
donde pasa jente, y alli piden a quantos pasan
limosna para pagar a los que cantan y le en-
tierran en el campo, y como es [hecho] ansi, le
ponen los marmoles en la sepultura. Las mu-
geres no van con el cuerpo, mas acostumbran
ir muchas vezes entre año a visitar las sepultu-
ras, y alli lloran.
Mata. — A proposito vernian tras los mor-
tuorios las bodas, digo si a ellos les pares9e.
JuAX. — Sea ansi.
Pedro. — A mí no se me da (') más vno que
otro, si todo se tiene de de9Ír. Llamase en su
lengua el matrimonio eulemet, y es muy al re-
bes de lo que acá vsamos; porque él tiene de
dar el dote a ella, como quien la compra, y (*)
los padres della ninguna cosa a él más de lo que
heredara, y si tiene algo de suyo que se lleba
consigo; y sobre todo esto, no la tiene de ha-
ver visto hasta que no se pueda deshazer el ma-
trimonio y haya pagadole todo el dote, el qual
res9¡be el padre de la nobia antes que salga de
casa, y cómprale a la hija vestidos y joyas de-
Uo, La madre va de casa en casa combidando
mugeres para la voda, quantas su posibilidad
basta. Lleban vna cola9Íon muy grande casa de
la nobia, con trompetas y atambores, donde ha-
llan que están allegadas ya todas las mugeres,
las quales salen a resjibir el presente que el es-
poso embia, y otro dia de mañana tornan y
comen en la boda con la esposa; porque el es-
(•) nada.
(») ella.
poso no se halla alli en ninguna fiesta, sino se
está en casa.
Mata. — ¿De manera que sin él se haze la
boda?
Pedro. — Toda mi fe. Acabado el banquete
que tienen entre sí las mugeres, la lleban al
baño y labanla toda muy bien, y con haleña le
vntan los cabellos como hazen acá las colas y
crines de los caballos, y las vñas y manos todas
labradas de escaques con la mesma haleña, y
las piernas hasta la rodilla; y las mugeres, por
librea, en lugar de guantes, se vntan con la
haleña el dedo pulgar de la mano derecha, y
la media mano que lleban de fuera, que pai'es-
gen rábano de ovejas almagradas. Quitada la
haleña desde a vna hora queda vn galán color
de oro; quando viene la esposa de la estupha
siéntanla en medio y comienzan de cantar mili
can9Íones y sonetos amorosos y tocar muchos
instramentos de música, como harpas y guita-
rras y flautas, y entended que no puede haber
en esta fiesta hombre ninguno.
Mata. — ¿Pues quién tañe?
Pedro.— Ellas mesmas son muy músicas;
dura esta fiesta de bailar y voltear hasta media
noche, y en oyendo el gallo cantar, todas al-
zan un alarido que dÍ9e: cachialum, huyamos,
y vanse a dormir y vuelven a la mañana á es-
perar el pariente del nobio más 9ercano, que es
el padrino que viene por la esposa para llebarla
a casa del marido.
Juan. — ¿Cómo se llama el padrino en tur-
quesco?
Pedro. — Sagdich, el qual va con grande
acompañamiento de caballos, y entrellos lleba
vno va9Ío, el más gentil de todos y mejor enjae-
zado, en que ella venga, y muchas azemilas en
que venga su ajuar, que todavía les dan los pa-
dres, y las mugeres que están con ella no le
dexan entrar en casa si no haze primero cortesia
de una buena cola9Íon; y toma su nobia, acom-
pañada de gran caballería, ansi de mugeres
como de hombres, y muchos instrumentos de
músicas. La nobia lleva vn belo colorado en el
rostro, y llegados a casa del esposo se apean
sobre alombras y ricos paños, y dexanla alli y
buelvense a la noche. El segdich desnuda a él
y vna muger a ella, y metenlos en la cama;
lleba ella vnos calzones con muchos nudos, los
quales no se dexa desatar si primero no le pro-
mete las barras ; a la mañana los lleban al vano
a labarse.
Juan. — ¿No hai más bendÍ9Íones desas ni
cosas eclesiásticas?
Pedro. — No más de que el cadi haze vna
carta de dote, en que da fe que Vlano se casó
con Vlana tal dia, y le da tanto de chihin, que
es el dote, y por esto les rapa vn ducado. Los
parientes, como se vsa acá en algunas partes,
114
autobiografías y memorias
les empresentan algunos dineros o ropas a los
rezien casados.
Juan. — Pares^eme que el esposo haze pocas
fiestas.
Pedro. — Hasta vn dia después de la voda
es verdad, pero después pone muchos premios
y joyas para los que mejor coiTieren a pie y a
caballo. El padrino haze poner vn árbol como
acá mayo, el más alto que halla, a la puerta del
nobio, y encima vn jarro de plata, y que todos
los que quisieren le tiren con los arcos, y el que
le acertare primero con la saeta es suyo.
Juan. — ¿Permiten divorcio?
Pedro. — Habiendo causa manifiesta sí; pero
es obligado el marido a darle todo el dote y
barras que le mandó j quanto ella trajo consi-
go, y vase con esto casa de sus padres: y no
puede ser tornada a demandar otra vez del si no
fuere haziendo nuebo dote, y con todo esto, si
la quiere, ha de tener vn turco primero que
hazer con, ella delante de'I.
Mata. — Pocos las querrán desa manera se-
gunda vez.
Pedro. — Entre los mesmos christianos que
están alia se permite vna manera de matrimo-
nio al quitar, como censo, la qual hallaron por
las grandes penas que les Uebaban los turcos si
los topaban aman9ebados; y es desta manera:
que si yo me quiero casar, tomo la muger chris-
tiana que me paresce; digo si ella quiere tam-
bién, y vamos los dos casa del cadi, y digole:
Señor, yo tomo ésta por muger y le mando de
quibin 9Ínquenta escudos, o lo que quiero, se-
gún quien es; y el cadi (') pregunta a ella si es
contenta, y dÍ9e que sí; hazeles luego su carta
de dote y danle vn ducado y llebala a casa. Es-
tan juntos como marido y muger hasta que se
quieran apartar o se arrepientan, por mejor de-
zir. Si e'l la quiere dexar, hale de dar aquel dote
que le mandó, y vayase con Dios; si ella le
quiere dexar a él, pierde aquello y vase sin
nada, comido por servido, y desta manera están
casados quantos mercaderes A'ene9Íanos y flo-
rentines hai alia, y cristianos muchos que han
sido cautivos y son ya libres (*), viendo que hai
mejor manera de ganar de comer alia que acá,
luego toman sus mugeres y hazen casa y hogar;
hazen esta cruenta, que aunque vengan acá,
como están pobres, no los conos^era nadie. El
embajador de Fran9Ía se casó (') estando yo
alli desta manera.
Mata. — ¿Y vos, padre, por c^ué no os casas-
tes?
Pedro. — Porque me vine al mejor tiempo,
que de otra manera creed que lo hiziera por go-
zar del barato, que hartas me pidian.
(') responde.
(') pues.
^) alli.
Mata. — ¡Hi de puta, si acá viniese vna bula
que dispensase eso, cómo suspenderla a la Cru-
zada!
Pedro. — Más querría ser predicador eston-
ces que ar9obispo de Toledo.
Juan. — Pocos son los que las dexarian de
tomar, y avn dobladas para si la vna se per-
diese. ¿Esos christianos no se casan por el pa-
triarca suyo?
Pedro. — Los que se casan a lei y a vendi-
cion sí, porque lo hazen como acá nosotros;
pero los forasteros que están hai, más lo hazen
por las penas que les lleban si los topan que
por otra cosa.
JüAx. — Vamonos poco a poco a la justicia,
si no hai más que dezir del matrimonio.
Pedro. — Ni avn tanto. La justicia del turco
conosce ygualmente de todos, ansí christianos
como judíos y turcos. Cada juez de aquellos
principales tiene en vna mesa vna cruz, en la
qual toma juramento a los christianos, y vna
Biblia para los judíos. El cadilesclder, dexado
aparte el Consejo real, es la suprema justicia,
medio eclesiástica. Si es cosa clara, examina
sus testigos y oye sus partes, y guarda justicia
recta; si es caso criminal, remitele al suhaxi,
que es governador, y ansí matan al omicida,
ahorcan al ladrón, empalan al traidor, y sí vno
hecha mano a la espada para otro, avnque no
le hiera, le prenden y, desnudo, le pasan quatro
o cinco cuchillos por las carnes, como quien
cose, y le traen a la vergüenza; y deste miedo
he visto muchas vezes darse de bofetones y
tener las espadas en las cintas y no osar hechar
mano a ellas, y en cerca de quatro años que estu-
be en Turquía no vi matar y herir más de a vn
hombre, que hera christiano y muy principal,
llamado Jorje Chelevi.Y este síí^o.c/ tiene poder
sobre todas las mugeres que no son onestas.
Juan. — ¿Y si los testigos son falsos, sacan-
Íes los dientes.'
Pedro. — Los dientes no, pero vntanle la
cara toda con tinta, y ponenle sobre vn asno al
rebes, y danle por freno la cola, que llebe en la
mano, y con esto le traen a la vergüenza, y el
asno lleba en la frente vn rotulo del delito y
vanle tirando naranjas y berengenas, y buelto
a la cárcel le yerran en tres partes, y no vale
más por testigo; en cosas de pena pecuniaria
luego os meten en la cárcel; el que debe, de ca-
beza en un zepo hasta que pague, y otras vezes
le hazen vn cerco con vn carbón que no salga
de alli sin pagar, so grandes penas. La más
común de todas las justicias en casos crimina-
les, como no los hayan de matar ni abergonzar
por la tierra, es darles de palos alli luego, fres-
cos, casa del mesmo juez: porque riñó, porque
se emborracho, porque blasphemó livianamente,
porque de otra manera le queman bibo.
CRISTÓBAL DE VILLALOK
115
Juan, — ¿En dónde le dan los palos?
Pedro. — En las plantas de los pies. Toman
vna palanca y en medio tiene vn agujero, del
qual está colgado vn lazo, y por aquél mete los
pies; y echanle en tierra, y dos hombres tienen
la palanca de manera que los pies tiene altos y
el cuerpo en tierra; cada juez y señor tiene vna
multitud de porteros, que traen, como acá va-
ras, vnos bastones en la mano; y éstos le dan
vno de vn lado y otro de otro los palos que
la senten9Ía manda; por cada palo que les dan
han de pagar vn áspero a los que les dan, y ansi
se le dexan después de haver pagado.
JüAX. — Valame Dios, ¿y no le mancan?
Pedro. — Alia vacoxeando y le lleban acues-
tas; por tiempo se sana, pero muchos veréis
que siempre andan derrengados, tal vez hai que
se quiebren de aquellos bastones, en vno diez
y veinte, como dan medio en vago. Quando Ci-
ñan Baxa, mi amo, hera Virrei, no lo tengáis a
burla, que por Dios verdadero ansi venian cada
semana cargas de bastones a casa como de leña,
y más se gastaba ordinariamente. Hai cada dia
muchos apaleados en casa de cada juez. Vn dia
que Ciñan Baxa me hizo juez, yo execute la
mesma justicia.
Mata. — ¿No habia otro más hombre de bien
que hazer juez o por qué lo hizo?
Pedro. — Heracasode medicina: demandaba
vna vieja griega christiana a vn medico, el de
mejores letras, judio, que alli habia, que le pa-
gase a su marido que se le habia muerto; lo
qual probaba porque vn otro medico judio cata-
lán (}), enemigo suyo, dezia que él defenderia
ser ansi. El bellaco del catalán hera el más mal
quisto que habia en la cibdad, y conmigo mes-
mo habia reñido vn dia sobre la cura de vn ca-
ballero. Por ser muy i"ico salia con quanto que-
na, y todos le tenian miedo. Mi amo remitió-
me a mí aquella causa, que mirase qnál tenia
razón, y senteme muy de pontifical, y llamadas
las partes, el catalán alegaba c^ue no sé qué
letuario que le habia dado hera contrario. El
otro daba buena cuenta de sí. Como yo vi que
iba sobre malicia, mandé llamar a los porteros
y vn alguazil, que se llama chauz, y mándele
dar 9Íent palos, y que por cada vno pagase vn
real a los que se los diesen, lo qual fue muy
presto executado con la cobdÍ9Ía del dinero.
Como el Baxa oyó las vozes que el pobre judio
daba, preguntó qué fuese aquello. Dixeronle:
Señor, vna justicia que el christiano ha man-
dado haze>\ Hizome llamar presto, y dixome
algo enoxado: ¡Perro! ¿Quién te ha mandado á
ti dar senten9Ía? Yo respondí: Vuestra Expe-
len^ia. Dixome: Yo no te mande sino que vie-
ses lo que pasaba para informarme. Yo le dixe:
(<) dczia.
Señor, Vuestra Ex9elen9Ía, asi como asi, lo ha-
bia de hazer, ¿qué se pierde que esté hecho? Con
esto se reyó, y quedóse con sus palos. Holgá-
ronse tanto los judios de ver que no habia aquel
bellaco jamas hallado quien le castigase, que
por la calle donde yo iba me vesaban los judios
la ropa. En el tiempo que Ciñan Baxa gover-
naba tenia los mejores descuidos de justÍ9Ía del
mundo todo.
Juan. — ¿En qué?
Pedro. — Muchas vezes se iba disfrazado a
los bodegones a comer por ver lo que pasaba;
cada noche rondaba toda la 9Íbdad para que no
pegase nadie fuego; como las casas son de ma-
dera, pequeñas, seria malo de matar; y si des-
pués que tocan vnos atambores a que nadie
salga topaba alguno fuera de casa, luego le col-
gaba en la mesma parte. Hazia barrer las puer-
tas a todos los vezinos; y si pasando por la calle
veia alguna puerta sucia, luego haziá baxar alli
la señora de la casa y las mo9as y a todas les
daba, en medio de la calle, de palos; yendo yo
con él vn dia le vi hazer una cosa de prin9Ípe,
y es que vio vn judio con vnas haldas largas y
todo lleno de rabos, como que los tenia del otro
año secos, y los zapatos y calzas ni más ni me-
nos, y llamóle y preguntóle si hera ve9Íno del
pueblo; dixo que sí; y si hera casado; dixo que
sí ; y si tenia casa ; a todo respondió que sí.
Dize: Pues and'alla, muéstrame tu casa que la
quiero saber. El judio se fue con él y se la mos-
tró, y mando llamar a su muger y preguntóle
si hera aquel su marido; dixo ella: sí, señor;
dize: ¿date de comer y lo que as menester todo?
respondió: por 9Íerto, señor, muy cumplida-
mente. Bolviose después a los porteros, que
iban tras él, y dixoles : dalde, en medio esta
calle, cient palos a la vellaca, pues dándole todo
lo que ha menester su marido, no es para lim-
piarle las cazcarrias. No lo vbo acabado de de-
zir quando fue puesto por obra.
Mata. — Ruin sea yo si de chan9Íller¡a se
quente puncto de más recta justicia ni más gra-
9Í0S0. Y a proposito, ¿esa jente llamáis barba-
ra? Nosotros lo somos más en tenerlos por tales.
Pedro. — Su VÍ9Í0 hera andarse todo el dia
solo por las calles, disfracado, mirando lo que
pasaba para cojerlos en el hurto, visitando muy
a menudo los pesos y medidas.
Juan. — ¿Y al que lo tiene falso que le hazen?
Pedro. — Toman vna tabla como mesa, y
alderredor colgados muchos zenzerros y campa-
nillas, y hazenle por medio vn agujero, quanto
pueda sacar la cabeza, para que la llebe enzima
de los hombros, y traenle ansi por las calles,
entiznada la cara y con vna cola de raposo en la
caperuza.
Juan. — Todas son buenas maneras de justi-
9Ía esas, y agora los tengo por rectos.
116
autobiografías y memorias
Pedro. — Mas de9Íldes qite no la guarden,
rereis cómo les ira ; maldito el pecado venial
hai que sea perdonado en ningún juez ; a fe que
alli no aprobechan cartas de fabor, y la mejor
cosa que tienen es la brevedad en el despachar;
no hayáis miedo que dilaten como acá para que,
por no gastar, el que tiene la justÍ9Ía venga a
hazer concierto de puro desesperado; en Con-
sejo real y en las otras abdien9Ías hai esta cos-
tumbre, que ningún juez se puede levantar de
la silla si primero no se dize tres vezes: ¿quim
maz lahatum bar? ¿quién quiere algo?
Mata. — ¿Avnque sea hora de comer?
Pedro. — Avnque le amanezca alli otro dia.
JüAX. — ¿Juzgan por sus letrados y escri-
banos?
Pedro. — Sus libros tienen los juezes, y
letrados hai como acá, pero no tanta barbareria
y confusión babilónica; quien no tiene justicia,
ninguno hallara que abogue por el a traer sofis-
ticas razones; pocos libros tienen, lo más es
arbitrario.
Mata. — ¿íío habrá alia pleitos de treinta
años y quarenta como acá?
Pedro. — No, porque niegan haber más de
vn infierno; y si eso tubiesen, heran obligados a
confesar dos. Quando el pleito durare vn mes,
sera lo más largo que pueda ser, y es por el
buen orden que en todas las cosas tienen. Si yo
quiero pedir vna cosa la qual tengo de probar
con testigos, es menester que quando pido la
primera vez tenga los testigos alli trabados de
la halda porque (') en demandando preguntan:
¿tienes testigos? en el mesmo instante se ha de
responder: Si, señor; helos aqui; y examinanlos
de manera que cuando me voi a comer ya llebo
la sentencia en fabor o contra mí.
Jdaíí. — ¿Cómo llebais los testigos si primero
el juez no los manda llamar?
Pedro. — Cada vno-de aquellos cadis o suba-
xis tiene porteros muchos, como os tengo di-
cho, y llamadores y 9Ítadores, y otros que lla-
man cazazes, como acá porquerones, y todos és-
tos tienen poder, como se lo paguéis, de llebar
de los cabezones a quantos le mandareis, sino
quieren ir de grado.
Mata. — ¡O, vendito sea Dios, que sean los
infieles en su seta sanctos y justicieros y nos-
otros no, sino que nos contentemos con solo el
nombre !
Juax. — ¿Cómo se haze el Consejo Real?
Pedro. — En Turquía todos son esclabos,
sino solo el Gran Turco, y destos, tres más pri-
vados haze Vaxas, que, como dicho tengo, es
dignidad de por vida, los quales tres Vaxas son
los mayores señores que alia hai; tienen de ren-
ta para su plato, cada 9Ínquenta mili ducados,
(*) En el ms. para qne.
sin muchas 9Íbdades y proviíi9Ías que tienen a
cargo, y los presentes que les dan, que valen
más de do9Íentos mili. Dentro el zer?-aje del
Gran Turco hai vna sala donde se tiene el Con-
sejo, dentro la qual hai vn trono, todo hecho de
gelosias, que cae adentro a los aposentos del
emperador, y de alli habla lo que han de hazer, y
quando piensan que está alli no está, y quando
piensan que no está, está. Por manera que nin-
guno osa hazer oti*a cosa que la que es de jus-
t¡9Ía. Los tres Baxas son los que goviernan el
imperio, como si dixesemos acá del Consejo de
Cámara, y con éstos se sientan los dos cadíles-
chieres, y a la mano izquierda se sientan los
tephterdes, que es como Contadores mayores, y
ansí hazen su abdien9Ía, que llaman diuan, con
toda la breuedad y rectitud que pueden; y si
por caso ellos o los otros juezes hazen alguna
sin justicia, aguardan a que el Gran Turco vaya
el viernes a la mezquita, y ponen vna petiyion
sobre vna caña por donde ha de pasar, y él la
toma y ponesela en la toca que lleba, y en casa
la lee y remedia lo que puede, para mal de
alguno, y acabado el Consejo se da orden de
comer alli donde están, y si acaso hai mala-
informa9Íon de algún capitán, mándale (') em-
presentar el rei vna ropa de ter9Íopelo negro, la
qual le significa el luto, de manera que sin
alboroto en el Consejo secreto le llaman, y el
Gran Turco le haze vna reprehensión, y para que
se emiende en lo de por venir, luego del pie a la
mano le haze cortar la cabeza y embiale a casa.
Estos Baxas no tienen para qué ir a la guerra
sino yendo la mesma persona del Gran Señor.
Mata. — Soberbia cosa sera de ver el pala9Ío
del Emperador.
Pedro. — No le hai en christianos semejante.
En medio tiene vn jardin muy grande, y con-
forme a tan gran señor; está a la orilla del
mar, de suerte que le vate por dos partes y alli
tiene vn corredor9Íco todo de jaspe y pórfido,
donde se embarca para irse a holgar. Dentro el
jardin hai vna montaña pequeña, y en ella vn
corredor con más de docientas cámaras, a donde
solian posar los capellanes de Sancta Sofia.
Todo esto cercado como vna 9Íbdad, y tiene
seis torres fuertes llenas de artillería, y avn de
thesoro, que no hai tanto en todo el mundo
como él sólo tiene ; y todo al derredor bien arti-
llado; los aposentos y edififios que hai dentro
no hai para qué gastar papel en de9Írlos.
Mata. — Quien tan grande cosa tiene ¿no
podra dexar de tener gran corte?
Pedro — Esa os contare breuemente; pero
sabed primero que todos los señores, ansí el Rey
como Baxas (-), tienen dentro de sus casas toda
(>) En el ms. mandanle.
(') y todos.
CRISTÓBAL DE VILLALON
117
su corte por gran orden puesta, que el cozinero
duerme en la cozina, y el panadero en el horno,
y el caballerizo en el establo; y todos los oficios
mechanicos de sastres, zapateros, herreros, y
plateros todo se cierra dentro de casa, junta-
mente con los gentiles hombres, camareros y
thesoreros y mayordomos.
Juan. — 'No deben de ser gente muy regala-
da, si todos caben dentro vna casa quantos
habéis nombrado.
Pedro. — Hazed quenta que es vn moneste-
rio de los fraires de San Francisco, y avn oja-
la tubiesen cada uno su felda, que serian muy
contentos. Tres pajes son en la cámara del Gran
Turco los más privados de todos. El primero,
que le da la copa y siempre cuando sale fuera
le lleba vn fieltro para si llubiei'e. El segundo,
lleba detras de'l vn baso con agua paia que se
labe donde quiera que se halle para hazer ora-
tion. El otro lleba el arco y la espada. Hazen-
le de noche quando diierme la guarda con dos
blandones en9endidos. Hai, sin éstos, quin9e
pajes de cámara, que también se mudan para
hazer la guarda y quarenta guardarropas; hai
también tres o quatro thesoreros y otros mu-
chos pajes, que sirven en la contaduría; los más
preminentes oficios, tras e'stos, son: portero
mayor, que se llama capichi haxa, y su teniente
déste; y sin éstos, otros trescientos porteros;
cozinero y despensero mayor son tras esto, en
casa del Rei y los demás pi-in9Ípes, preminentes
oficios, y tienen en algo razón, pues por su
mano ha de pasar lo que comen todo. El cozi-
nero mayor tiene debaxo de sí más de 9Íento y
finquenta cozineros, entre grandes y chicos, y
el despensero otros tantos; y llaman al cozinero
aschi baxi, y al despensero quillergi baxi. El pa-
nadero y caballerizo también son dest'arte. El
sastre, que llaman tereziba.ca, tiene otros tantos.
Mata. — ¿Cómo tienen tantos?
Pedro. — Yo os diré: como, por nuestros pe-
cados, cada dia lleban tantos prisioneros por
mar y por tierra, del quinto que dan al empera-
dor, y de otros muchos que le empresentan, los
muchachos luego los reparte para que depren-
dan oficios: a la cozina tantos y a la botilleria
tantos, y ansi; y la pestilen9Ía también lleba su
parte cada año, que no se contenta con el quin-
to ni avn con el ter9Ío vezes hai. El prin9Ípal
cargo en la corte, después de los baxas, es bos-
tangi baxi, jardinero mayor, por la privan9a
que tiene con el Gran Turco de hablar con él
muchas vezes ; y quando va por la mar, éste lle-
ba el timón del bergantín; tiene debaxo de sí
éste do9Íentos muchachos, que llaman jardine-
ros, a los quales no les enseñan leer ni escribir
sino esto solo, y el quedéstos topa el primer fru-
to para empresentar al Turco tiene sus albrÍ9Ías.
Mata. — ¿Qué hade hazer de tanto jardinero?
Pedro. — Estos do9Íentos entended que son
del jardin de pala9Ío, que de los otros jardines
más son de quatro mili.
Mata. — ¿Jardineros?
Pedro. — Sí; bien nos contentariamos todos
tres si tubiesemos la renta que el Gran Turco de
solos los jardines. La primera cosa que cada se-
ñor haze es vn jardin, el mayor y mejor que
puede, con muchos 9Ípreses dentro, que es cosa
que mucho vsan; y como ha cortado la cabeza
a tantos baxas y señores, tómales todas las ha-
ziendas y caenle jardines hartos; y de aquellos
cujas grandes que tiene por guarda de las mu-
geres y pajes haze grandes señores, y como son
capados y no pueden tener hijos, en muriendo
queda el Turco por heredero vniversal. Ber9as
y puerros y toda la fruta se vende como si fue-
se de un hombre pobre, y se hazen cada año
más de quatro mili ducados de tres que yo le
conozco, que el vno tiene vna legua de 9erco.
Mata. — ¿De qué na9Íon son esos mo90S?
Pedro. — Todos son hijos de christianos, y los
privados que tiene en la cámara y en casa también.
Juan. — Espántame de9Ír que todos sean alia
esclabos, si no el Rei.
Pedro.— Todos lo son y muchas vezes veréis
vno que es esclabo del esclabo del esclabo; aze-
mileros, camelleros y jente de la guarda del
Gran Turco y otros oficiales necesarios, enten-
ded que hai como acá tienen nuestros Reyes, sin
que yo los quente médicos, y barberos, y agua-
dores, y estuphas.
Juan.— ¿Quántos serán aquellos eunuchos
prin9Ípales que hai dentro el 9erraje?
Pedro. — Más de 9Íento, de los quales hai
diez que tienen cada dia de paga quatro duca-
dos, y otros tantos de a dos, y los demás a du-
cado, y vestidos de seda y brocado.
Mata. — ¿Y esos pueden salir a pasear por
la 9¡bdad?
Pedro. — Ninguno, ni de quantos pajes he
contado, que son más de do9Íentos, puede salir
ni asomarse a ventana más que las mugeres ;
porque son 9elosos, y como creo que os dixe
otra vez ayer, todos, desde el mayor al menor,
quantos turcos hai son buxarrones, y quando yo
estaba en la cámara de Ciñan Baxa los via los
muchachos entre sí que lo deprendian con tiem-
po ('), y los mayores festejaban a los menores.
Juan. — Y quando esos pajes son grandes,
¿qué les hazen? ¿mudanlos?
Pedro. — Luego los hazen espais, que son
como gentiles hombres de caballo, y les dan me-
dio escudo al dia, y caballo y armas, y mandan-
le[s] salirdelzerraje, metiendo en su lugar otros
tantos muchachos. Allí les van cada dia los
maestros a dar lÍ9¡on de leer y escribir y contar.
(') como ranas.
118
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
COLOQUIO IX
Organ'zación militar de Io« turcos. — Lo? jenízaros. — Otros ejér-
citos del Sultán. — Hacienda pública. — La iglesia de Santa
Sofía.— Jinetes y aililleria de los turcos. — Co^tunlb^es y con-
diciones de las mujeres. — Los harenes. — Indumentaria de
de uno y otro sexo. — Judíos españoles que había en Cons-
tantinopla: D.^ Heatriz Méndez y su sobrino D. José Nasi. —
Fiestas y diversiones.
Juan. — He oído que en las cosas de la gue-
rra [el Gran Turco] no gasta dinero como
nuestros reyes.
Pedro. — ¿Ya queréis que entremos en la
guerra? Pues sea ansi. Digamos primero de los
señores y capij^anes. Tras los tres baxas, la ma-
yor dignidad es beguelerbai, que es como c^uien
di^e señor de señores. Capitán general destos
hai vno en Grecia, el qual tiene debaxo de sí
quarenta sanjaques.
Mata. — ¿Qué es sanjaque?
Pedro. — Como acá maestres de campo o co-
roneles: sangac, en su lengua, quiere dezir ban-
dera; y (jiento y (jinquenta subagis, que son
governadores. El heglerbai tiene treinta mili
ducados de paga, sin sus probedlos, que son
mucho más. Los sanjaques bais tienen de qua-
tro a seis mili ducados; los subax/s, de mili a
dos mili; el segundo beglerbai es de la Anoto-
lia, y tiene treinta saníjaques y 9Íent siibaxis
quasi de la mesma paga. Tiene también ocho
mili espats y el de la Gre9Ía otros tantos y más.
El tercero es el beglerbei de la Caramania; no
es tan grande como estos otros. Tiene diez san-
jaques y entre subagis y espais obra de diez
mili. El quarto es el beglerbai de Ama9Ía. Tie-
ne como e'ste la paga y jente. El quinto es el
de Arbecha, en Mesopotania. Danle más par-
tido que a los otros porque está en la frontera
del Sophi. Tiene beinte sanjaques con quinye
mili caballos; tiene sobre todo esto vn Virrei en
las tierras que tomó al Aduli y otro en el Cairo,
que le embian cada año grandes tliesoros. En
el campo es preferido el beglerbei de la Grecia,
y no puede nadie tener las tiendas colocadas ni
junto a la del gran señor sino los tres baxas, y
éstos, y si hay algún hijo del Gran Turco es
obligado a estar debaxo de lo que éstos orde-
naren, en paz y en guerra. Paga muy bien toda
esta jente. Cada luna veis aqui vn exer9Íto.
Tras éstos es vn señor que es mayor que todos
si quiere, que es el geni(¡aro aga, el general de
los genizaros, el qual tiene debaxo de sí co-
munmente doze mili genizaros, que hazen tem-
blar a toda Turquia y en quien está toda la es-
peran9a del campo y las victorias más que en
todo junto, como nuestro rey en los españoles.
Joan. — ¿Qué cosa son esos genizaros?
Pedro. — Todos son hijos de christianos tri-
butarios del Gran Turco, como griegos, búlga-
ros y esclabones [en] los quales son obligados
los padres a dar de 9Ínco vno, no en todas par-
tes, porque en muchas son previllegiados; y de-
mas de todo esto, avnque os paresye que gasta
mucho el Turco con tener el exer9Íto en paz y
guerra tan grande, hagos saver que es poco;
porque de cada cabeza que hai en la casa de
qualquíer christiano o judio, de catorze años
arriba, son obligados a pagar vn ducado cada
año. Mirad quántos millones salen, y los hijos
que le diezman tomanlos pequeños y ponen'los
a ofifios y a deprender leer y a trabajar, para
que se hagan fuertes, y destos eligen los geni-
zaros. Llamanse, antes que los hagan geniza-
ros, axamoglanes. Traen por insigna los geni-
zaros vnas escofias de fieltro blanco a manera
de mitras con vna cola que buelve atrás y has-
ta en medio labrada de hilo de oro, y vn cuer-
no delante de plata tan grande como la escofia,
lleno de piedras los que las tienen. Estos son
jente de a pie, y si no es los capitanes dellos,
que son diez prin9Ípales de a mili, y 9Íento me-
nores de a cada 9Íento, no puede en la guerra
nadie ir a caballo.
Juan. — ¿Qué es la paga desos?
Pedro.— De real y medio hasta tres cada
dia, y vna ropa larga azul cada año. Los axa-
moglanes tienen de medio real hasta tres quar-
tillos y otra ropa; su insigna es vna escofia de
fieltro amarillo, de la mesma hechura que vn
pan de azúcar; también les dan vna ropa de
paño más grosero y del mesmo color cada vn
año, y destos y de los genÍ9aros embian siem-
pre en todos los nabios del gran Señor cada y
quando que salen fuera para el mar Mayor y al
Cairo y Alexandria.
Mata. — ¿Dónde tienen esos genÍ9aros su
asiento?
Pedro. — Las fortalezas prin9ipales todas
están guarne9Ídas destos, porcjue avnque sean
malhechores no los matan, sino embianlos fue-
ra de Constantinopla en vn lugar apartado de
Constantinopla, quasi en medio della ('), que se
llama laibaza. Están más de mili cámaras, don-
de ellos viben diez por cada cámara, y el más
antiguo de aquellos diez se llama oddobaxi, al
qual están los otros subjetos, y cuando van en
campo es obligado de buscar vn caballo en que
lleben sus ajuares. Danle a cada cámara vn
axamoglan para que los sirba de guisarles de
comer.
Mata. — ¿Que tan grande es la cámara?
Pedro. — Quanto puedan caber todos a la
larga echados.
Mata. — ¿Y los que son casados?
Pedro. — No puede genÍ9aro ninguno ser
casado.
Juan. — ¿Cómo duermen?
(') hai vn.
CRISTÓBAL DE VILLALON
119
Pedro. — En el suelo, como esclabos; no ha¡
hombre dellos que en paz ni en guerra tenga
más cama de vna alombra y vna manta en que
se rebolver, y sin jamas se desnudar avnque
esté enfermo.
Juan. — ¿Ninguno puede ser casado?
Pedro. — Siendo genÍ9aro no; pero suelen
aS9ender a capitán o a espai o algún otro cargo,
y salen de aquel monesterio. La más fuerte
jente son que en ningún exercito hai de espada,
arco y escopeta y partesana, y no creo que les
haze cosa ninguna ser fuertes sino el estar sub-
jetos y no regalados.
Mata. — Decid, por amor de mí, a vn soldado
de los nuestros que no duerma en cama, y si es
a costa ajena, podiendolo hurtar o tomar por
fuerza del pobre huésped, que dexe de comer
gallinas y avn los viernes, y que no ande car-
gado de vna puta.
Juan. — Hartas veces duermen también en
el campo sin cama.
Pedro. - Sera por no la tener.
Mata. — ¿Lleban putas?
Pedro. — En todo el exercito de ochenta mili
hombres que yo vi no habia ninguna. Es la
verdad que, como son buxarrones y lleban pajes
hartos, no hazen caso de mugeres.-
Juan. — ¿Ordenan bien su exercito como
nosotros?
Pedro. — ¿Por que' no? Y mejor. No son
gente bisoña los que gobiernan, sino soldados
viejos, y no tienen ne9esidad de hazer jente
ninguna como acá, sino embia a llamar tal
beglerbei que venga luego a tal parte; luego
éste llama sus santjaques bais, y los santjaqiies
sus capitanes; y en paz están tan apercibidos
como en guerra, de manera que dentro de ter-
9ero dia que el beglerbei res9Íbe la carta del
emperador tiene allegados veinte mili hombres
pagados, que no tiene que hazer otro sino par-
tirse, y el que dentro de ter9ero dia no pares-
9Íese le sei'ía cortada sin remisión ninguna la
cabeza, d¡9Íendo que ha tantos años que el se-
ñor le paga y el dia que le ha menester se es-
conde. Ochenta mili hombres vi que se juntaron
dentro de quince dias de como el Gran Turco
determinó la ida de Persia.
Mata. — ¿No tocan alambores?
Pedro. — Para hajser jente no; mas en el
campo traen sus atambores y bien grandes, que
no puede llebar vn camello más de vno, y to-
canle dos hombres, y 9Íerto pares9e que tiembla
la tierra. También hai trompetas y pífanos.
Juan. — ¿Qué ordenan9a lleban quando el
Gran Turco sale en campo?
Pedro. — De los genÍ9aros escojen para la-
cayos tres9Íentos, que este emperador tiene los
más gentiles hombres de todos, y muy bien
adrezados, que se llaman solaques] los quales
traen en la cabeza vna mitra blanca a modo de
pan de azúcar, y enzima vn muy rico penacho
y grande de garyotas blanco. Muy soberbia cosa
9Íerto es ver quando sale en campo, que los ge-
nizaros van todos hechos vna rueda dentro de la
qual va, y los solaques la mitad atrás y la otra
delante, y todos los baxas y beglerbeis junto a
él, delante de los quales todos los san jaques ban
con sus banderas cada vno, y no las dan a los
mo9os, como acá, sino ellos mesmos se la lleban.
En quantos os he dicho [no] hai hombre, sino
es los genicaros, que vaya bestido menos de seda
o brocado hasta en pies. No curéis demás sino
que más soberbio principe en ese caso no le hai
en el mundo ni más rico, porque con quanta
costa tiene en lo que os he dicho gana y no
pierde en las jornadas, agora sea por mar, agora
por tierra; por que en queriendo salir, luego
hecha vn repartimiento ansi a turcos como ju-
dies y christianos, para ayuda de defender sus
tierras contra christianos, y saca más de lo que
gasta por más jente que llebe.
Juan. — Bien sé que no se puede contar ni
saber la i-enta que tiene de cierto; pero, a lo
que comunmente se dÍ9e, ¿qué tanta sera?
Pedro. — Dexadme acabar el escuadi'on de
la guerra, que todo se andará para que no de-
xemos rastro. Estos espais, que son como acá
caballos ligeros de la guarda del rei, le hazen
siempre, quando está en el campo, de quinien- '
tos en quinientos, la centinela al derredor del
pabellón, y los que duermen también tienen
destar alli; detras de todos éstos van los sili-
taros en esquadron, que son dos mili, los qua-
les lleban los caballos del Gran Señor para
quando quisiere trocar caballo, que es como acá
pajes de caballeriza; luego van los vlofagos,
que son mili quasi, como espais, y hazen la
9entinela al rei de dia y noche; luego va el es-
quadron de los cazadores, que son tantos (')
como el exer9Íto de algún rei, a caballo y a pie.
Juan. — De manera que sirben de soldados y
cazadores.
Pedro. — No cale a nadie dezir no soi obli-
gado a pelear, que mo90s de 90zina y todos van
quando el rei sale. Bien son los cazadores mili
de caballo, y mas de otros tantos a pie, y tie-
nelos bien menester, porque tiene gran multi-
tud de aleones, azores y girifaltes que le traen
de tributos y presentes ; perros de todas suertes
vn buen rábano hai como de ovejas, de más de
dos mili. Los lebreles y alanos tienen paga de
genÍ9aro cada dia; los podencos, galgos y per-
digueros, paga de axanioglan, y avn mantas
cada vn año, ansi para echarse como para traer,
porque los vsan alia traer enmantados como
caballos. Mili jenicaros y axamoglanes tienen
(') que algún.
120
autobiografías y memorias
cargo de solos los perros, y no les falta en qué
entender.
Mata. — ¿Y jente de a pie no liai?
Pedro. — Demás de los geniyaros y sola-
ques, que van a pie, hai otro esquadron que
llaman cariplar, como quien dize el de los po-
bres, que por la mayor parte es de tres o qua-
tro mili. El postrero es de azapes, como quien
dÍ9e libres, los quales son hijos de turcos y na-
turales, y éstos se allegan como acá los solda-
dos, y quando se acaba la guerra los despiden.
Juan. — Con todo eso no me pares^e que lle-
ga el exoryito a ochocientos mili y a quatro-
9Íentos mili, como acá nos quentau que trae el
gran señor en campo.
Pedro. — Vna muy gran cantera o mina
habéis descubierto que no os la sabrá nadie sol-
tar sino es muy visto en aquellas partes; y si
nuestro invictissimo Cesar tubiese tiempo de
poder ir contra este exer^ito, con sólo el diezmo
de gente que llebase quebrarla los dientes al
lobo, sino que, parte él estar empedido en estas
guerras de acá, que no le dexan executar su
deseo, parte también nuestra cobardía y poco
animo, por las ruines informaciones que los de
alia nos dan sin saber lo que se diyen, les da a
ellos animo y victorias; de manera que el miedo
que nosotros tenemos los haze a ellos balientes,
que de otra manera más gente somos de guerra
sesenta mili de nosotros que seiscientos mili
dellos, y más son diez mili caballos nuestros
que 9Íen mül (*) de los suyos {^).
Mata. — ¿Cómo pueden ser más setenta que
ochocientos?
Pedro. — Decíroslo he, si estáis muy atentos
a oir la cosa, que hallareis pocos on inguno que
os sepa dezir ciertamente. Suele haver en el
campo del Gran Tui'co ordinariamente quinien-
tos mili hombres, y no más tampoco, porque
siempre se dize más de lo que es, de los quales
oxala sean el diezmo para armas tomar; <;ient
mili caballos cada vez los lleba sin dubda nin-
guna; mas tened por averiguado que no son
treinta mili, ni avn veinte. ¿Pensáis que por
caballo se a dentender 7n caballo de los hombres
de armas de acá? Pues engañado estáis, que de
aquellos pocos hai. ¿Acuérdaseos que os dixe
ayer quando me quise huir que compre dos
caballos en cinco ducados, razonables?
Mata. — Muy bien.
Pedro. — Pues hazed quenta que de seis
partes de los que hai en el campo del Gran Tur-
co los cinco son de aquéllos.
Mata. — ¿Y de que sirven?
Pedro. — Yo os lo diré; de dos mili espais
que hai, que tienen a medio ducado de paga al
(«) diez.
(') cierta cosa es.
dia, cada vno es obligado a tener tres caballos
consigo y tres hombres en ellos; y otros que
tienen un ducado de paga son obligados a man-
tener seis caballos, y cada vno conforme a la
paga que tiene; allende desto, como no son
gente regalada ni duermen jamas en poblado,
cada vno lleba vn caballo cargado con la tienda
y vna cama en que duerme, y otro con arroz y
vizcocho y calderas en que guisar de comer, y
otro para los vestidos y ajuar; demás de todo
esto, en casa no dexan más de las mugeres ; no
hai quien no tenga media docena de esclabos,
pajes y otros quatro para los caballos, y todo
esto que digo mantiene cada dia con medio real
de pan y otro tanto de arroz; vino no lo beben;
pues los caballos los más dias comen heno.
Finalmente, que cada espai lleba al menos ocho
caballos, y entrellos vno que vale algo, y diez
esclabos, y con dos reales de costa al dia el que
más gasta. Ansi mesmo cada ulofegi otro tan-
to, y todos quantos tiran de paga vn ducado
lleban doze criados y otros tantos caballos; y si
tiene de paga dos ducados lleba doblados, caba-
llos y esclabos.
Juan. — Espántame poder sustentar con tan
poco dinero tanta gente.
Pedro. — ¿De qué os espantáis? ¿no miráis
que son sus esclabos y no les dan salario nin-
guno ni a beber vino, ni vestido, sino de mili en
mili años? También hinchen mucho los que tie-
nen cargo de apacentar los caballos del Gran
Turco y llebarlos de diestro, que son christianos.
Mata. — ¿Y ban con él a la guerra?
Pedro. — Y son los que más probecho le
hazen, de Caramania y Blachia, que son tie-
rras de jente medio salvaje, y de Bulgaria.
También se dan muchos tributos al Gran Turco
entre los quales cada año tienen estas provin-
cias de embiar dos mili hombres para dar el
verde a los caballos del Gran Señor y llebarlos
de diestro quando va en campo.
Juan. — ¿Y qué paga les dan a esos?
Pedro. — Ninguna; más de que cada vno,
quando se buelven, que ha servido vn par de
años, lleba consigo vna polica de cómo sirvió y
es exento de no pagar al rei tributo ninguno de
vn ducado que cada año habia de pagar, y
quando vienen la primavera traen su capitán y
vanse a presentar delante del Gran Turco con
vna hoz y vn haz de heno cada vno por insig-
nia, y luego les reparten los caballos.
Mata. —¿Pues tantos caballos tiene el Gran
Señor que son menester dos mili hombres?
Pedro. — Y avn más de tres mili también.
Es muy rico y tiene grangerias de yeguas y
caballos, y os seguro que pasan de ciuco mili
los caballos regalados y más de cinquenta mili
camellos, por no decir de cient mili. ¿Con qué
pensáis que podria dar a todos los de su corte,
i
CRISTÓBAL DE VILLALON
121
que son más de beinte mili, los caballos y
camellos, sino dcsta manera? Que si yo tengo
por gentil hombre suyo vn escudo de paga,
digo de los que sirben en su corte, les da tam-
bién tantos caballos y tantos camellos quando
fuere en campo; por manera que, muy bien
contado todo, de quatro^ientos mili hombres
habrá ^ient mili que peleen, y avn ojala ochenta,
y esto querría yo que procurasen saber de raiz
nuestros principes christianos, y no creer a
cada chirrichote que se viene a encalaba9arles
beinte mentiras, que después no hai quien los
saque dellas. Pues en las cosas de la mar, me
de^id; que no hazen sino parlar que puede
armar do^ientas galeras, quinientas galeras ; yo
le con9edo que cada vez que quiera puede echar
trescientas en la mar, pero armarlas le es tan
imposible como a mí, porque si tiene guerra en
Persia, si arma setenta hará todo su poder y
más de lo que puede; y si no tiene guerra,
9¡ento y veinte serán las más que pueda.
Mata. — ¿Cómo no puede con tanto dinero
armar las que quisiere?
Pedro. — Porque no aprobecha el dinero y la
galera sin gente que la govierne. No hai mari-
neros en todo su estado para más de ^iento; y
avnque haya marineros no hai quien reme, que
tiene menester para cada vna ciento y sesenta
hombres, y no se pueden haver de tres o quatro
mili adelante, de aquellos morlacos y chacales
que vienen a Constantinopla para alquilarse a
remar.
JüAK. — ¿Que sera la renta del Gran Turco?
Pedro. — Lo más conforme a la verdad que
pude descubrir es que de sólo el tributo de los
christianos tiene cada año millón y medio, sin
los presentes, cp;e son más de otro medio; las
alcabalas, vn millón escaso; las salinas, medio
millón; bien hai otro medio millón al menos de
las cosas que vacan antes que e'l las probea y
las haciendas de todos los que mueren sin hijos,
y avnque los tengan, si tienen oficios Reales en-
tra por hijo el Gran Turco a la partición. El es-
tado que fue del Carabogdan paga- cada año mi-
llón y medio y harto más ; los venecianos pagan
por Chipre y el Zante treze mili ducados, sin lo
de las parias que no se' lo que monta. El Chio le
da 14 mili; Raguca, medio millón dicen; esto
no sé si es tanto. El baxa que está por gover-
nador del Cairo y Suria y todo el estado que
tenia el soltan, da un millón, y quince mili hom-
bres pagados. Sobre todo esto tiene aquellas
minas que ayer os dixe de la Cabala y la isla
del Schiato, que pasan de dos millones. Pues
sumadme a^os lo que valdría la decima de todos
los fructos del imperio, que yo no me atrebo.
Juan. — ¿Los diezmos lleba el Gran Turco?
Pedro. — ¿Qué pensabais? todos, ansi de
christianos como judios y turcos, y no penséis
que le valen menos los judios del tributo que
le dan que los christianos, que antes es más;
porque avnque creo que son más los christianos,
los tributos de los judios son mayores mucho.
Quando tiene de ir en campo, todos los baxas y
beglerbeis y sangiaques y los demás oficiales
principales a porfía le hazen cada vno vn pre-
sente, el mejor que puede. Yo vi uno que
(^inan Baxa le hizo que valia cient mili ducados
de plata y oro y sedas.
Juan. — Vn mal orden veo en el pagar del
tributo de los christianos que decis.
Pedro. — ¿Qué es?
Juan. — Que paga vno de catorze años arriba
vn ducado, ¡qué barbareria es tratar a los pobres
y a los ricos de una mesma forma!
Pedro. — No tocáis mal puncto, y por eso os
tengo dicho que preguntándome me haréis
acordar muchas cosas. El (•) pobre y el rico, en
tocando los años catorze, es empadronado en el
libro que llaman del araclio, y si es pobre paga
vn escudo y el rico tres.
Juan. — Eso bien.
Pedro. — Y avn hai algunos, particularmen-
te previllegiados, que no pagan nada, mas son
obligados de hazer vn presente que valga trein-
ta ásperos.
Mata. — ¿De artilleria es bien probeido?
Pedro. — No lo solia ser, ni tenia (}) maes-
tros que los enseñasen, principalmente el enca-
balgar las piezas en carretones, hasta que echa-
ron los judios de España, los quales se lo han
mostrado, y el tirar d'escopetas, y hazer de fuer-
tes y trincheras y todos quantos ardides y cau-
telas hai en la guerra, que no heran antes más
que vnas bestias. Anse en el oampo desta mane-
ra, que si se quema la tienda de alguno, so
pena de la vida no puede gritar ni hazer alvo-
roto, sino matarlo si puede buenamente, por no
desasosegar el campo, y avnque vengan a matar
algunos a otro, no puede aquél tal gritar, sino
defenderse y callar^ so la mesma pena, y avn-
que se le suelte el caballo no puede ir tras él
gritando, sino bonicamente si le puede coger, y
si no que se pierda.
Juan. — ¿Qué mazeros lleba el Gran Señor?
porque otros reyes lleban los que hagan lugar
para pasar.
Pedro. — Llámase el chauz ba.d, vn capitán
que sirve como de sargento, de poner la gente
en orden, y tiene debaxo de si, que tengan el
mesuio oficio, trecientos cJiauzes, que van ha-
ziendo lugar por donde ha de pasar.
]\Iata. — ¿Hai alia postas como acá?
Pedro. — Donde quiera que va el Gran Señor
le siguen los correos de a caballo; pero no hai
(') mas.
(^) En el ms. tenían.
122
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
caballos deputados para eso, porque son tan pe-
losos que les podrian dar avisos a los christia-
uos por donde vrdieseu alguna tra¡9Íon.
Mata. — i Pues corren sin caballos?
Pedbo. — Cada vno es menester que llcbe
vua (;edula del Gran Turco para que le den ca-
ballos por donde fuere, con la qual liazen dos
mili vellaquerias, tomando quantos topan por el
camino sin que se les pueda decir de no, y al-
gunos rescatan por dinei'os. Verdad sea que no
corren alia de noche; los mejores correos son de
a pie, que van siempre donde quiera que va el
Gran Señor junto a él 9Íent persianos, que lla-
man peics, los quales dizen por muy averiguado
que no tienen vazo. Yo no lo creo, pero ellos
mesmos me dician que liera verdad, y no que-
rían dezir el secreto como se le sacaban. Estos
van cantando y saltando siempre delante el ca-
ballo del señor, sin calzas, vestidos de vnas ro-
pas de seda verdes y cortas hasta las espinillas ;
en la cabeza vna mitra como pan de azúcar de
ter9Íopelü colorado, llena de muchas plumas y
muy galanas, y colgadas de la 9Ínta vnas cam-
panillas como de buhonero, de plata, que quan-
do caminan van sonando; en la vna mano vn
pedazo de azúcar cande y en la otra vna redo-
mica de agua rosada, con que van ro9Íando la
gente, y en el puncto que algo quiere el señor,
despachan vno de aquellos.
Juan. — ¿Qué tanto caminan cada dia?
Pedro. — VeintÍ9Ínco leguas y treinta si
fuere menester. Ciñan Vaxa tenia vno que de
Constantinopla a Andrinopoli iba en vn dia y
venia en otro, que son treinta leguas.
Mata. — Mucho es; no camina más la posta.
¿Es verdad que quando el Gran Señor sale fue-
ra siempre lleba diez mili caballos que le acom-
pañan?
Pedro. — Más lleba de ochenta mili quando
va a la guerra.
Mata — Xo digo yo sino a pasear por la
9Íbdad o a su ora9Íon.
Pedro. — Eso es vna gran mentira; porque
si tiene de irá pasear, por la mayor parte va en
vn bergantin por mar; si tiene de ir a la ora-
vion, sabed que lo que esos dizen en su vida
vieron do9Íentos caballos juntos, porque de otra
manera no dirian tan grande ne9edad; desde el
pala9Ío a Sancta Sophia, donde se le diye el
ofi9Ío, habrá quatro9Íentos o quinientos pasos.
Pues metedme en quinientos pasos diez mili
caballos ('). Aina me haréis dezir que diez mili
mosquitos no cabrán por el aire, quanto más
caballos. La realidad de la verdad es que quan-
do sale, ansí sale como nuestro emperador, con
obra de tres9Íentos de a caballo y otros tantos
de a pie, y no creáis otra cosa avnque os lo ju-
(*) puea.
ren; lo que podran afirmar es que son gente
muy lucida todos aquellos, porque traen ropas
de brocado y sedas de mili colores, hasta en
pies, y muy luzidos caballos, y aquellos solaques
con sus penachos campean mucho y abultan,
yendo como van ellos y los genÍ9aros en grande
ordenan9a.
Juan, — ¿Sancta Sophia tienen los turcos
como nosotros?
Pedro. — Justiniano Magno, duode9¡mo em-
perador de Constantinopla, edificó el templo de
Sancta Sofía, el más magnifico, sumptuoso y so-
berbio edificio que pienso haber en Asia, África,
ni Europa; y quando sol tan Mahameto tomó a
Constantinopla, hizole hazer, quitando todas
las imágenes y figuras, mezquita suya, adonde
el Gran Señor va todos los viernes a su ora9Íon,
y quedóle el nombre de Santa Sofía. Toda la
han derribado, que no ha quedado más de la
capilla prin9ipal y dos claustras, para edificar
allí casas.
Juan. — ¿Qué más había de tener de dos
claustras?
Pedro. — Más de quatro villas hai en Espa-
ña menores que solia ser la iglesia; tenia tres-
cientas puertas de metal y una legua pequeña
de 9erco.
Juan. — ¿Qué obra tiene? ¿de qué está hecha?
Pedro. — Yo quería pintárosla quando ha-
blase de Constantinopla; pero, pues viene a
proposito, dicho se estara; no puedo dezir con
verdad cómo estaba primero, porque yo no la
vi, sino de oidas; mas viendo los cimientos por
donde iba y lo que hagora hai, se puede sacar
lo que estonces hera. Las dos claustras son to-
das de marmol blanco, suelo y paredes, y la te-
chumbre de obra musaica; tienen diez y ocho
puertas de ínetal. El marmol no está asentado
como acá, sino muy pulido, a manera de table-
ro de axedrez.
Mata. — Eso me dad a entender que las pa-
redes se hagan de aquella echura.
Pedro. — Los marmoles sierran alia como
acá los maderos, y hazen tan lindas y tan del-
gadas tablas del como de box, lo qual es vno
de los más grandes trabajos que a los christia-
nos les dan.
Mata. — La sierra debe de ser de requesón,
porque otra cosa no bastar a hender ni cortar
los marmoles, como nos queréis hazer en creer.
Pedro. — La sierra, porque hagáis milagros,
corta sin dientes ni aguzarla, y porque me ha-
béis detenido mucho en esto os lo quiero presto
dar a entender. Con aquellas sierras, en la se-
ñal que hazen, hechando arena y agua se cor-
ta con la mesma arena, y es menester que ^'ri.n
esté de contino echando arena.
Joan. — Donde sacan el jaspe, en Sánete Do-
mingo de Silos, me han dicho que se haze eso.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
123
Pedro. — Creólo; de manera que primero ha-
zen de obra gruesa la pared; después asientan
en9Íma aquellas losas, no más ni menos que
lo escaques en vn tablero de axedrez, o como
acá ladrillos. La capilla principal no tiene en
toda ella marmol ninguno, sino todo es jaspe y
pórfido.
M.\TA. — ¿El suelo también?
Pedro. — Todo.
Mata. —¿No sera muy grande desa manera?
Pedro. — Cabrán dentro diez y siete mili
animas, las quales cada dia de viernes se ven
salir, porque solo aquel dia se dize el oficio con
solemnidad, de que el rei o quien está en su lu-
gar se tiene de hallar presente.
Mata. — ¡Hai, ojo! ¡Hai, que me ha caido
no se que! ¿en vna capilla de jaspe y pórfido
diez y siete mili animas? Vos que estáis más
(jerea tiradle del avito, y paso, porque se le rom-
peréis todo.
Pedro. — El contar a bobos como vos cosas
tales es causa del admirar. ¿Haveis nunca es-
tado en Salamanca?
Mata, — ¡Pues no! ¿Por qué lo preguntáis?
Pedro. — Que boquiabierto debíais destar
quando vistes el relox, porque para tales en-
tendimientos como el vuestro y otros tales aque-
lla es vna sutil ynven9Íon y grande artificio.
Pues más os hago saver, que con ser quán
grande es, que bien terna vn tiro de arcabuz de
parte a parte, en medio no tiene pilar ningu-
no, sino el cruzero de obra musaica, que pares-
96 que llega al cielo ; alderredor todo es corredo-
res de columnas de pórfido y jaspe, sobre que
se substenta la capilla, vno sobre otro. Estoi
por dezir que en solas las ventanas pueden es-
tar más de doze mili animas, y es ansi.
JüAX.— ¿Cómo están esos corredores? ¿To-
dos alderredor de la capilla?
Pedro. — Sí, y vnos sobre otros hasta qiie
llega a lo más alto.
Juan. — Admirable cosa es esa. ¿Y dexan
entrar a quantos quieren dentro a verlo?
Pedro. — Si no son turcos no puede otro
ninguno entrar, so pena que le harán turco,
salvo si no es privado, como-yo hera. Siempre
tiene su guarda de genÍ9aros a las puertas, los
quales por dos reales que les den dexaran en-
trar a los que quisieren, sin pena; pero si en-
tran sin licen9Ía castiganlos como dicho tengo.
La capilla tiene nuebe puertas de metal que sa-
len a la claustra, todas por orden en vn paño
de pared, quatro de vna parte y otras tantas de
la otra; tienen la mayor en medio y todas son
menester, según la gente carga, y son bien
grandes ; tienen vnas antepuertas de fieltro co-
lorado; la cubierta de arriba, en lugar de tejas,
es toda plomo, como dixe de la casa de D ra-
him Baxa.
AUTOBIOr.RAFÍAS Y MEMORIAS. — 19
Mata. — Yo callo. Dios lo puede hazer todo.
Pedro. — Bien podéis, que ello es como yo
digo, que no me va a mí nada en que sea gran-
de ni pequeña; mas digo aquello que muchas
vezes he visto y palpado.
Juan. — Los galanes, ¿cómo por acá van á
muía y a caballo a ese templo?
Pedro. — Todos los que las tienen. Verdad
es que más se vsa cabalgar a caballo que a mu-
la, avnque muchos señores van a muía y los ju-
díos médicos también; tienen por gran desho-
nestidad cortarles la cola, y por eso no lo hazen
sino tren9ansela y atansela a la correa del estri-
bo que la llebe de lado.
Juan. — ¿Traen gualdrapas?
Pedro. — Todos; pero pequeñas, de brocado
o de carmesí; las sillas son pequeñitas y muí
pulidas, pintadas o de plata, y sobrellas no les
hechan gualdrapa ni otra cubierta, porque son
ansi mas galanas labradas. El mo^o d'espuelas
o paje lleba vn capara9on de paño muy repicado
v en apeándose el amo luego le hecha aquel en-
9Íma a la silla porque no se "ensu9Íe.
Mata. — ¿Cabalgan bien? ¿Son buena gente
de caballo?
Pedro. — Los turcos no, sino muy ruin; los
estribos son anchos como los de la gíneta, y
cabalgan largo a la estradiota. Sí corren, harto
piensan que hazen en tenerse que no los derri-
be el caballo, sin otra policía, dando mili cula-
das. Los caballos todos son capados y mejor
curados que ninguna na9Íon, sino es aquellos
que quieren para casta, y de aquí viene que es-
tan en vna caballeriza muchos muy juntos sin
rifar. Por la mayor parte traen todos los gala-
nes el freno de plata y las riendas también.
Lleban todos colgada del ar9on vna maca de
yerro y vna caja de latón que cabrá dentro vn
azumbre de vino.
Mata.— ¿De que les sirbe aquella?
Pedro. — Quando pasean por la cibdad lle-
ban en ella vna esponja con que se limpian los
bestidos en apeándose, como nosotros con esco-
betas, y quando van en campo les sirbe como a
nosotros vna barretera o barjuleta de llebar un
poco de carne o higos o pan.
Mata. — ¿No hai alia escobetas?
Pedro. — Si, hartas; pero mucho mejor lim-
pia el paño la esponja, y el cuero para las guar-
nÍ9Íones del caballo; que en apeándose, entre
tanto que neg09Ía, se las tienen de limpiar los
mocos; tanto son de pulidos y limpios. Para los
pies del caballo Ucba el mo90 d'espuelas otra en
la 9Ínta.
Mata. — "No hemos dicho de las armas con
que pelean.
Pedro.— Ellos no vsan arneses como nos-
otros; camisas dft malla los que las pueden al^
can9ar las traen, y vnos morriones guarnesyidos
124
autobiografías y memorias
de plata mny bien hechos, y éstos son pocos los
que se los ponen, porque el tocado que ellos
traen cada día en lugar de caperuza, es tan
fuerte como rn almete y no le pasará vn arca-
buz; la jente de caballo también Ueba cada vno
vna lanza medio gineta con yna beleta de tafe-
tán, y como cada caballo tenga vna destas en
la mano paresce lo mejor del mundo, y de muy
lexos campea.
Mata. — 'No podra dexar de ser cosa muy de
ver 9Íent mili caballos que cada vno tenga su
lanza con bandereta; pues ¿no vsan lanza en
cnxa, como éstas de nuestros hombres d'armas?
Pedro. — ¿Para qué las quieren, no vsando
ameses? La jente de a pie son buenos escope-
teros, y traen vnas gentiles escopetas que acá
son muy presciadas, y con razón, partesanas y
sus zimitarras.
JüAX. — Muchas vezes he oido que quando
tiene de llebar la artilleria, que la haze desbara-
tar toda, y a cada vno da tantas libras que lie-
be y adonde se tiene de asentar la haze vndir.
Pedro. — Asiéntese con las otras fábulas que
por acá quentan, y no nos detengamos en eso,
que él trae la mejor artillería que principe del
mundo, y mejor encabalgada en sus carretones
y con todo el artificio necesario. Teniendo tan-
tos renegados, por nuestros pecados, que son
muchos más que los turcos naturales, ¿queríais
que ignorase todos los ardides de la guerra?
Aina me haréis dezir que es más y mejor la ar-
tilleria que tiene sobrada en Constantinopla,
sin servirse della que la que por acá tenemos avn-
que sea mucha. El Sophi es el que no trae arti-
lleria ni escopetería, que si la tubiese más beli-
cosa jente son que los turcos.
Juan. — El Sophi ¿es turco o qué es?
Pedro. — Rei de Persia, donde fue el fin de
Mahoma; todos son moros.
Juan. — ¿Pues á que fin es la guerra entre él
y el Gran Turco?
Pedro. — Pretende el Sophi que él es el legi-
timo emperador de Constantinopla, Cairo y
Trapisonda y á él compete la conquista y defen-
sión de Mahoma, como a mas antiguos moros,
y que el Gran Turco es medio christiano, y des-
9Íende dellos, y todos sus renegados son hijos
de christianos y malos turcos, como el empera-
dor solia traer contra los alemanes luteranos la
guerra.
Juan. — ¿Qué gente trae en campo ese?
Pedro. — Sesenta mili caballos, todos de pe-
lea, y tan acostumbrados al mal pasar que se
estaran dos años si es menester sin meter la
cabeza debajo de poblado.
Juan. — ¿Y a pie?
Pedro. — Ninguno, ni vn tan solo hombre,
y por eso es más fuerte que el turco, y las más
yezes le venze, porque o¡ está aqni, mañana
amanes^e acullá, y toma de sobresalto al Gran
Señor muchas vezes. Por donde quiera que va
todo lo asuela; [en] lo poblado no dexa casa ni
cimiento; los panes por donde pasa todos los
quema; la gente toda la pasa á cuchillo; por-
que quando va el Gran Turco por alli no hallen
qué comer ni dónde se acoger para hazerso
fuerte.
Mata. — ¿Llebando el Gran Turco mucha
más gente que él no le ven^e? ¿y más con tanta
artilleria como dezis que tiene y el otro no nada,
y la jente de pie que es más?
Pedro. — Si el Sophi quisiese esperar batalla
campal, no hai dubda, sino que le ven9eria cada
vez, porque la gente de a pie mucha cosa es
para desjarretarles los caballos.
Juan.— Más es la artilleria.
Pedro. — N'os engañéis en eso, que en ba-
talla campal las manos y arcabuzeria hazen la
guerra y en la mar también, que la artilleria
poco estrago puede hazer. Contra yna fibdad
es buena, porque derriba un liento de vna zerca
o vna torre, o vn fuerte de donde les hazen
mal, y haze lugar por donde pueda entrar el
exer^ito; pero en lo demás todo es llebar vna
hila de gente, que en vn exercito no es nada y
da muchos qíucos, vnos de corto, otros de lar-
go y otros de calles. Líbreos Dios de las pe-
lotillas pequeñas quando juega la arcabuzeria,
que paresce enxambre de abejas, y si una no
os a9Íerta, viene otra y otra que no puede he-
rrar. Los persianos cabalgan ex9elentissima-
mente, y sesenta mili caballos que el Sophi
trae sin dubda valen más que vn millón de el
Gran Turco.
Jüax. — ¿Pues cómo no le quiere esperar la
batalla?
Pedro. — De miedo de la artilleria y gente
de a pie, que hazen luego fuertes y trincheas
donde se mete la gente de a pie, y los de caba-
llo no pueden entrar alli ni ofenderles.
Juan. — Desa manera, ¿cómo de9is que por
la mayor parte es victorioso el Sophi?
Pedro. — Yo lo diré. El Gran Turco le va
siempre rogando que le espere la batalla cam-
pal, y el Sophi va huyendo y no quiere. Al cabo
con9edesela y señalan el lugar donde tiene de
ser, y alli cada vno asienta su real, y el Gran
Turco planta su artilleria y ordena su campo,
y el otro pone sus tiendas y comien9an luego
de escaramuzar, en las quales escaramu9as
siempre el Sophi gana, porque son lexos de la
artilleria, y tienenles ventaja en la caballería.
Vienen luego a la batalla, y al mejor tiempo»
como se ven ir de vencida, buelve las espaldas y
alza su real y huyese. El Gran Turco va si-
guiendo la victoria, y acósesele a qualque mon-
taña, y al mejor tiempo rebuelve de noche so-
bre la rectaguarda del turco, que resta a guardar
CRISTÓBAL DE YILLALÓN
125
la artillería, j tomándola sobre salto desbará-
tala y destruyela.
Juan. — Por manera que quando quiere veu-
9er huye.
Pedro. — No puede, si eso no haze, ganar
sino perder; la mejor cosa que él trae es venir
ansi a la ligera. Si tubiese este Sophi arcabuze-
ria, sin dubda ninguna podría conquistarle
quanta tierra tiene, y si nuestros principes chris-
tianos fuesen contra el turco, habia de ser quan-
do tubiese guerra con éste, que eston9es no
tiene fortaleza ninguna.
Mata. — Mejor seria hazer del ojo al Sophi,
como quien dize: dad vos por alia y yo por acá;
tomarle hemos en medio ; mas poco veo que
ganamos con todas sus discordias, como ellos
han hecho con las nuestras.
Pedkc. — Ganaremos si Dios fuei'e servido,
y si no se tiene de servir no lo queremos.
Mata. — Las bodas turquescas hizimos sin
acordársenos del nobio, y toda la platica de
ayer y oi hemos hecho sin acordársenos dellas.
¿Hai mugeres en Turquía?
Pedro. — 'No, que los hombres se nas9en en
el campo como hongos.
Mata. — Digolo porque no hemos sabido la
vida que tienen ni la manera del vestir y afei-
tarse.
Juan. — Media hora ha que vi a Mátalas Ca-
llando que estaba rebentando por esta pre-
gunta.
Mata.— ¿Son las mugeres turcas muy ne-
gras ?
Pedro. — Ni avn las griegas ni judias, sino
todas muy blancas y muy hermosas.
Juan. — ¿Cayendo tan alia el Oriente son
blancas? Yo pensaba que fuesen como indias.
Pedro. — ¿Qué haze al caso caer al Oriente
la tierra para ser caliente, si partÍ9Ípa del Se-
temptrion? Constantinopla tiene 55 grados de
longitud y 43 de latitud, y no menos frío hai
en ella que en Burgos y Yalladolid.
Mata. — ¿Afeitanse como acá?
Pedro, — Eso, por la grafia de Dios, de
Oriente a Poniente y de Mediodia a Setemp-
trion se vsa tanto, que no creo haver ninguna
que no lo haga. ¿Quién de vosotros vio jamas
vieja de ochenta años que no diga que entra en
cuarenta y ocho y no le pese si le dezis que no
es hermosa? En sola una cosa biben los turcos
en razón y es ésta: que no estiman las muge-
res ni hazen más caso dellas que de los asado-
res, cuchares y cazos que tieueu colgados de
la espetera; en ninguna cosa tienen voto, ni ad-
miten consejo suyo. Destos ruidos, cuchilladas
y muertes que por ellas hai áca cada dia están
bien seguros. ¡Pues cartas de fabor me decid!
Más querria el fabor del mofo de cozina que el
de quantas turcas hai, sacada la soltana que
yo curé, que ésta tiene echizado al Gran Tur-
co y haze lo que le manda; pero las otras, avn-
que sean mugeres del Gran Turco, no tienen
para qué rogar, pues no se tiene de hazer.
Mata. — Ruin sea yo si no tienen la razón
mayor que en otra cosa ninguna; y si acá vsa-
semos eso, si no bibiesemos en paz perpetua y
fuésemos en poco tiempo señores de todo el
mundo (') de más de que seriamos buenos chris-
tianos y serviríamos a Dios, y le terniamos ga-
nado para que nos ayudase en quanto empren-
diésemos de hazer.
Juan.— ¿Qué nos estorban ellas para eso? A
la fe nosotros somos ruines y por nosotros
queda.
Mata. — ¿No os pares9e que andaría recta
toda la justifia de la christiandad si no se hi-
ziese caso del fabor de las mugeres? Que en
siendo vno ladrón, y salteador de caminos, pro-
cura vna carta de la señora abadesa y otra de
la hermana del conde, para que no le hagan
mal ninguno, diziendo que el que la presente
lleba es hijo de vn criado suyo; de tal ma-
nera que, siendo ladrón y traidor, con vna
carta de fabor de vna muger dexa de serlo. La
otra escribe que en el pleito que sobre 9Íei-ta
hacienda se trata, entre Fulano y vn su criado,
le ruega mucho que mire que aquél es su cria-
do y res9Íbira dello servifio. El juez, como no
hai quien no pretenda que le suban a mayor
cai'go, haze vna de dos cosas: o quita la justi-
9Ía al otro pobre que la tenia, o dilátale la sen-
ten9Ía hasta tomarle por hambre a que venga
a partir con el otro de lo qiae de derecho era suyo
propio, sin que nadie tubiese parte.
Juan. — Esos serán qual y qual que alcan9an
aquel fabor; pero no todos tienen entrada en
casa de las damas y señoras para cobrar cartas
de fabor.
Pedro. — Engañaisos, avnque me perdonéis,
en eso, y no habláis como cortesano. ¿Quién
no quiere cartas de fabor, desde la reina a la
más baxa de todas las mugeres [que] no la al-
can9a? Como el hijo de la que vende las ber9as
y rábanos quiera el fabor, no ha menester más
de buscar a la comadre o partera con quien
pare aquella señora de quien quiere el fabor, y
encomiéndase a ella, y alcan9arle ha vna alfor-
xa de cartas.
Juan. — Y si es monja, ¿qué cuenta tiene con
la partera?
Pedro. — El padre vicario os hará dar fir-
mado quanto vos pudierdes notar, avnque no
conozcan aquel a quien escriben. Yna muger de
vn corregidor vi vn dia, no muy lexos de Ma-
drid, que porque estaba preñada y no se le albo-
rotase la criatura rogo a su marido que no
(') allende.
126
autobiografías y memorias
aereasen vn liombre que ya estaba sobre la esca-
lera, y en el mesmo puncto le hizo quitar y sol-
táronle como si no vbiera hecho pecado venial
en su vida.
Mata. — ¿Andan tan galanas como acá y
con tanta pompa?
Pedro. — Y con más mucha; pero no se pue-
den conos9er fuera de casa ninguna quién sea.
Mata. — ¿Por qué?
Pedro. — Porque no puede ir ninguna des-
cubierta sino tan tapadas que es imposible que
el marido ni el padre ni hermano la conozca
fuera de su casa.
Juan. — ¿Tan poca quenta tiene con ella en
casa que no la conos^e fuera?
Pedro. — Avnque tenga toda la que quisie-
redes, porque no son amigas de trajes nuebos,
sino todas visten de vna mesma manera, como
avitos de monjas. ¿Conos9er¡ais en vn combeuto
a vuestra hermana ni muger si todas se os pu-
siesen delante con sus belos?
Mata. — ¿Quién las ha de conosfer?
Pedro. — Menos os hago saver que podréis
estotras; porque todas van de vna manera re-
bozadas, y los vestidos de vna hechura, avnque
vnas vayan deste color, otras de aquel, vnas de
brocado, otras de seda y otras de paño. Notad
quanto quisieredes el bestido y reboco que vues-
tra muger e hija se pone para salir de casa, que
como salgáis el vmbral de vuestra puerta topa-
reis 9Íent mugeres entre las quales las medias
lleban el vestido mesmo y rebofO que vuestra
muger.
Mata. — ¿Son yelosos los turcos?
Pedro. — La más gelosa jente son de quanta
hai, y con gran razón, porque como por la ma-
yor parte todos son buxarrones, ellas buscan su
remedio.
Juan. — ¿Y sabenlo ellas que lo son?
Pedro. — Tan grandes bellacos hai entrellos
que tienen los muchachos entrellas, y por ha-
zerles alguna vez despecho en vna mesma cama
hazen que se acueste la muger y el muchacho,
y estase con él toda la noche sin tocar a ella.
M ata . — Sobrales desa manera la ra^on a ellas.
Pedro. — Tampoco fiaran que el ermano ni
el pariente entre dentro do están las mugeres,
como vno que nunca vieron. Quando yo curaba
la hija del Gran Turco, me preguntaba (^-inan
Baxa, y no se hartaba, cómo hera, y cómo es-
taba, y cómo hera posible que yo le tomase el
pulso; y siendo muger de su propio hermano, y
estando dentro de vna 9Íbdad, me de^ia que
diera vn millón de buena gana por verla, y no
en mala parte, sino por servirla como a cuña-
da y a persona que lo meresyia. Pero no apro-
becha, que se tiene de ir con la costumbre.
Mata. — Desa manera ¿para qué las dexan
salir fuera de sus casas?
Pedro. — Los que las dexan no pueden me-
nos, porque, como dixe atrás, su confesión dc-
llos es labarse todos, y los juebes, por ser bis-
pera de la fiesta, van todas al vano avnque sea
imbierno, y alli se vanan, y de camino haze
cada vna lo que quiere, pues no es conosgida,
buscando su abentura; en esto exceden los se-
ñores y muy ricos a los otros, que tienen dentro
de casa sus vanos y no tienen a qué salir en
todo el año de casa ni en toda su bida de como
alli entran, más que monjas de las más ence-
rradas que hai en Sancta Clara.
Mata. — ¿Cómo pueden estar solas en tanto
encerramiento?
Pedro. — Antes están más acompañadas de
lo que querrían. Mi amo Ciñan Baxa tenia
sesenta j tres mugeres. Mirad si hai monaste-
rio de más monjas.
Juan. — ¿Qué queria hazer de tantas muge-
res? ¿No le bastaba vna, siendo buxarrones
como de9Ís?
Pedro. — Habiéndose de ir de vna manera
j de otra al infierno, ccn el diablo que los llebe,
procuran de gozar este mundo lo mejor que
pueden. Habéis de saver que los señores ni
reyes no se casan, porque no hai con quien,
como no tengan linajes ni mayorazgos que se
pierdan, sino compran alguna esciaba que les
parezca hermosa y duermen con ella, o si no
alguna que les empresentan, y si tiene hijos,
aquella queda por su nuiger, y haze juntamente,
quando edifica casa para sí, vna otra apartada,
si tiene posibilidad para ello, y si no vn quarto
en la suya sin ventana ninguna a la calle, con
muchas cámaras como celdas de monjas (^) don-
de las mete quantas tenga, y avn si puede hazer
vna legua de su zerraje el de las mugeres es
cosa' de más magestad. Puede tener, según su
lei, quatro legitimas, y esciabas compradas y
empresentadas quantas quisiere. Y lo que os
digo de (j^iuan Baxa mi amo entenderéis de
todos los otros señores de Turquía; y no esti-
méis en poco que yo os diga esto, que no hai
nas^ido hombre turco ni christiano que aya
pasado acá que pueda con verdad degir que lo
vio, sino hablar de oídas. En aquella casa
tenia 63 mugeres; en quatro dellas tenia hijos.
La mayor hera la madre del hijo mayor, y
todas estaban debaxo desta, coqio de abadesa.
Este perraje tenia tres puertas fuertes, y en cada
vna dos negros eunucos que las guardaban y
llaman los agas. El mayoral destos tenia la
puerta de más adentro, y alli su aposento.
Juan. — ¿Y capados heran los porteros?
Pedro. — No entendáis, a fuer de acá (*) qui-
tadas las turmas, sino a raiz de la tripa cortado
{') y alli.
(*) sino.
CRISTÓBAL DE VILLALON
127
miembro y quanto tienen, que si de este otro
modo fuese, no se fiarían; y destos no todos
son negros, que algunos hai blancos. Quando
tienen algún muchacbo que quieren mucbo,
luego le cortan desta manera, porque no le
nazca barba, y quando ya es viejo, sirbe de
guardar las mugeres o los pajes, que no menos
están enzerrados. El mayor presente que se
puede dar a los principes en aquella tierra es
destos eunucos, y por eso los que toman por acá
christianos, luego toman algunos muchachos y
los hazen cortar, y muchos mueren dello. Ha-
biendo yo de entrar en el 9erraje de las muge-
res a visitar, llamaba en la primera puerta de
yerro como los encantamientos de Amadis, y
salíame a responder el eunuco, y visto que yo
hera, mandábame esperar alli, y él iba a dar la
nueva en la segunda puerta, que el medico
estaba alli. El segundo portero iba al tercero,
que hera el mayoral ; este tomaba luego vn bas-
tón en las manos y a todas las mugeres hazia
retirar a sus aposentos y que se escondiesen, y
no quedase más de la enferma; y si alguna, por
males de sus pecados, quisiera no se esconder por
verme, con aquel bastón le daba en aquella cabe-
za, que la derribaba, aunque fuera la prin9Ípal.
Juan.— ¿Superior a todas es ese negro?
Pedro. — Mas que el mesmo señor. En
manos deste, si quiere, está hazer matar a qual-
quiera turco que él dixere que miro por entre
la puerta o que quiso entrar alia; tiene de ser
creido. Dexadas todas enzerradas, venia por mí
y llebabame a la cámara donde habia de mirarla
enferma; y no calia ir mirando las musarañas,
sino los ojos vajos como fraire, y quando veia
el pulso tenia las manos rebueltas con vnos
tafetanes para que no se las viese, y la manga
de la camisa justa mucho, de manera que no
veia otra cosa sino dos dedos de muñeca. Todo
el rostro tapado, hasta que me quexe al Baxa y
le dixe: Señor, de mi bien sabe vuestra ex^e-
len^ia que se puede fiar; este mal negro vsa con-
migo esto y esto, y por no le ver el rostro pierdo
lo más de la cura. El Baxa luego mandó que
para mí no se cubriesen ni dexasen d'estar alli
las otras, que yo las viese. De alli adelante, por
despecho del negro, le tomaba el pulso encima
el codo y les hazia descubrir entrambos brazos,
para ver en quál pares^eria mejor la vena, si
fuese menester sangrar, y quedamos muy ami-
gos el eunuco y yo, y la mejor amistad en casa
de aquellos señores es de aquél, porque es el de
más crédito de todos, y no hai quien más mer-
cedes alcanze con el señor que él. Yo os pro-
meto que el que guarda a la soltana, que se lla-
ma Maliamut Aga, que es mayor señor y más
rico que duque de quantos hai en España, y
quando sale a pasearse por la 9Íbdad lleba 9Íent
criados vestidos de seda y brocado.
Mata. — ¿No tienen grandes envidias entre
sí sobre con quál duerme el señor y se mesan?
Pedro. — Tenia vn aposento pai-a sí en aquel
zerraje, y quando se le antojaba ir a dormir con
alguna, luego llamaba el negro eunuco y le
dezía: tiaeme aquí a la tal; y traiasela, y dor-
mía con ella aquella noche, y tornábase á su
palacio sin ver otra ninguna de quantas estaban
alli , y avn por ventura se pasaba el mes que no
bolvia más alia.
Juan. — ¡O, v'da bestial y digna de quie-
nes ellos son! ¿Y con sesenta y tres tenia
quenta?
Pedro. — No se entiende que todas heran
sus mugeres, que no dormía sino con siete de-
llas; las otras tenia como acá quien tiene escia-
bas : las que le caían de su parte, las que le em-
presentaban, luego las metían alli como quien
las cuelga de la espetera, en donde la señora
prin9Ípal le hazia deprender vn oficio de sus ma-
nos como ganase de comer, como es asentar oro,
labrar y coser; otras sirben de labar la ropa y
otras de barrer, y quando el señor quiere hazer
merced a algún su esclabo, dale vna de aquellas
por muger, y hazele primero la cata él mesmo
como a melón, y ansí como ser esclabo de vn
señor es peor que de vn particular y pobre, es
también en las esciabas; que el día que de alli
las sacan, avnque sea para venderlas, se tienen
por libres.
Mata. — Paresceme que esos señores estaran
muy seguros de ser cornudos.
Pedro. — No hai señor alia que lo sea, ni
particular que no lo sea, por la grande libertad
que las mugeres tienen de irse arrebozadas al
vano y a bodas y otras fiestas.
Juan. — Por manera que esas que están muy
enzerradas no sirben a sus maridos.
Pedro. — ¿Quál servir.' Yos prometo que en
siete meses que Ciñan Baxa estubo malo no le
vio muger, ni él a ella más que le veis agora
vosotros, y más que estaban en vn quarto de la
casa del jardín donde estaba malo; sino cada día
venía el negro mayoral a mí, que de9Ían las se-
ñoras que cómo estaba, y Rebaba la ropa que
habia su9Ía para hazerla lavar, y hera también
y mejor servido de los pajes y camareros como
si estubieran alli las mugeres (').
Mata. — Los particulares, como no puedan
mantener tantas casas, ¿estarse han juntos con
ellas como acá?
Pedro. — Es ansí: en vna casa; pero de
aquella terna vna cámara donde se recoxen las
mugeres, que por más pobre que sea no tiene
vna sola. ¿Queréis ver quán estimadas son las
mugeres? Que cada día que queráis comprar al-
guna hallareis vna casa donde, en vn gran por-
(') y mejor.
128
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
tal della, se benden dos mili (') de todas nacio-
nes y la más herniosa y más d'estopha que entre
todas haya costara 9Ínqnenta escudos, y si lle-
gase a setenta hera menester que fuese otra
Helena.
Mata. — Vn asno con xaquima y albarda se
vale tanto.
Pedro. — Y avn ansi no hai quien compre
ninguna, que cada día sobran dos mili dellas.
Vn paje valdrá dolientes escudos.
Juan. — En casa de los particulares ¿comen
juntos marido y muger?
Pedro. — Todos, y guisan ellas de comer
como es entre nosotros, y mandan, algunas hai
avnque pocas, más que los maridos, quando ven
que está pobre y que avnque se quiera apartar
no tiene con qué le pagar el dote que tiene de
llebar consigo. Todas las calles están llenas de
mugeres por donde quiera que vais, muy gala-
nas; y señora hai que lleba tras si vna docena
d'esclabas bien adre^adas, como es mugeres de
arraezes y capitanes y otros cortesanos.
Mata. — Dicen por acá que son muy amigas
de los christianos.
Pedro. — Como sean los maridos de la ma-
nera que os he contado, eran ellas amigas de los
negros, quanto más de los christianos. Quando
van por la calle, si les de^is amores, os respon-
den, y a dos por tres os preguntaran si tenéis
casa, y si dezis que no, os dirán mili palabras
injuriosas; si dezis que si, dirán os que se la
mostréis disimuladamente, y metense alli, y ve-
zes hai que serán mugeres de arraezes ; otras to-
mareis lo que viniere, y si os pares9e tomareis
de alli amistad para adelante, y si no no querrá
deziros quién es.
Mata. — Desa manera no hai que preguntar
si hai putas.
Pedro. — ISTo penséis que tiene de haber
pueblo en el mundo sin putas y alcauetas, y en
los mayores pueblos más. Burdeles públicos hai
muchos de zingaras, que son las que acá lla-
man gitanas, cantoneras muchas, christianas,
judias y turcas, y muchas que ni están en el
burdel ni son cantoneras y son desas mesmas.
Juan. — ¿íí'o van algunas señoras a caballo?
Pedro. — Las más van en vnos carros zerra-
dos, a manera de litera; otras van a caballo, no
en muías, sino en buenos caballos, ni sentadas
tampoco, sino caballeras, como hombres, y por
mo90s d'espuelas lleban vna manada d'esclabas;
y sabed que alia no se vsa que las mugeres va-
yan sentadas en las bestias, sino todas orcaja-
das como hombres.
Mata. — No me paresia buena postura y ho-
nesta para mugeres.
Pedro. — En toda Levante, digo, en quanto
(«) dellas.
manda el turco, no hai muger de condición ni
estado ninguno que no traiga zaragüelles y se
acueste con ellos, y no se le[s] da nada que las
veáis en camisa.
Juan. — Ese es buen vso. ¿Traen chapines?
Pedro. — No saben qué cosa es.
Mata. — ¿Qué habito traen? ¿cómo bisten?
Pedro. — Ya os tengo dicho que si no es en
el tocado, todo lo demás es vna mesma cosa el
vestido de los hombres y de las mugeres, y esto
se acostumbra desde el principio que vinieron
al mundo hasta oi, sin andar mudando como
nosotros hazemos. En todas las cosas que pue-
den hazcr al rebes de nosotros piensan que ga-
nan mérito de hazerlo, diciendo que quanto más
huyere vno de ser christiano y de sus cosas, más
grados de gloria terna y mejor cumplirá la
seta de Mahoma, y por eso traen las camisas re-
dondas sin collar ninguno, y las calzas quantas
más arrugas hazen son más galanas, y las man-
gas del sayo también y las ropas largas y es-
trechas, y si pudiesen caminar hazla tras lo ha-
rían, por no nos parescer en nada, lo qual acos-
tumbran (') algunos de aquellos sus ermitaños
que tienen por sanctos; quando van por la calle
el pedazo que pueden le caminan hazia tras. La
camisa, como digo, es sin cabezón, bien delga-
da, de algodón porque no vsan otras telas, y
sobre la camisa traen vn jubón largo hasta las
rodillas, estofado, y las mangas hasta el codo.
Juan. — ¿Porqué tan cortas?
Pedro. — Porque se tienen de labar cada
paso para la oration, y es menester arremangar
los bracos.
Mata. — Mal se podran atacar siendo tan (2)
largo el jubón, que más me paresce a mi sayo.
Pedro.— No traen esta burleria de calzas
con agujetas que paresgen tamboriles, como
nosotros, sino zaragüelles muy delicados como
la camisa.
Juan. — ¿No han frió con ellos?
Pedro.— El inbierno buen zaragüelle traen
de paño fino encima del otro delgado, por más
limpieza; quasi es a manera de calzas enteras
nuestras, sino que arriba se ata como zaragüe-
lles; las medias calzas de los tobillos avajo son
de un sutil cordobán amarillo o colorado.
Mata. — ¿A qué proposito?
Pedro. — Porque tienen necesidad de traer
contino los pies más limpios que las manos, y
en el verano todos traen vnos borceguis muy
delgados, cortos hasta la rodilla, morados, co-
lorados o amarillos, y dan al cuero este color
alia tan fino como acá a los paños ; en lugar de
sayo traen vna sotana hasta en pies, que lla-
man dolaman, y por capa vna ropa que llaman
(') hazer.
(») Ea el ms. tal.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
129
ferxa o caftán larga couio digo; de qué sean
estas ropas, ya veis que cada vuo procurará de
traerlas de lo mejor que pudiere. Hazense por
aquellas partes vnos brocados vaxos que son
más vistosos y galanes que los de quatro al-
tos; vnos de raso pardo, todos llenos de alca-
chofas de oro o de granadas; otros ter9Íopelo
carmesi con flores y ojas de parra de oro; otros
de damasco, y que todos aquellos coraQones
sean de oro. También los señores las tienen de
quatro altos y muy costosas, pero por no ser
más galanas no las traen.
JüAX. — ¿Qué tanto cuesta vna ropa desas?
Peduo. — Dexando aparte los muchos altos
destas otras, de veinticinco ducados a quarenta.
Mata.- C^o más?^ Antes me vistiria deso
que de paño ni otra seda.
Pedro. — Quasi es tan barato, y son tan pri-
mos los sastres de alia, que perspuntan de arri-
ba abaxo toda vna ropa, como pares9e mejor, y
dura dublado.
Mata. — ¡Ansi costará caro!
Pedro. — Vn ducado cuesta el perspuntar
no más; porque no penséis tampocoque es como
perspunte de jubón, tan menudo, sino tienen
vnas agujas damasquinas largas vn geme y del-
gadas como un cabello y con ellas en dos dias
lo haze vn ofi9Íal, y avuque sea de bocazi de co-
lor, si está perspuntada desta manera, pares^e
bien; las mangas del dolaman son hasta el
codo, como las del jubón; pero las de la ropa de
encima son largas y estrechas quan larga es la
ropa, y por estar el jubón y sayo sin mangas
traen vnas postizas y muy largas para que ha-
gan muchas arrugas, como lenterna desta, que
se cojen y sueltas sin prender con botón ni
agujeta, y quando se quieren labar tiran de arri-
ba y sale al medro pelo y después de labado de
solo un tirón la viste.
Juan. — Deben de ser muy amigos de an-
darse a su plazer sin andar engarrotados como
estos nuestros cortesanos.
Pedro. — El bor9egui y la calza es tan an-
cho por abaxo como por arriba; agujeta no la
busquéis en el turco, que no hallareis ninguna
en Turquia. Las ropas todas traen botones con
alamares y andan holgadas; los ^apatos son
tan pxmtiagudos como las albarcas que ysan los
de la sierra, pero pulidos por todo extremo, y se
calzan como pantuflos y se descalzan, porque
el talón está tieso como si fuese de palo, y todo
el í-apato ansi mesmo, y bruñido, no está me-
nos duro y tieso ni avn pulido que si fuese de
vidro y desta manera se laba en la fuente como
vidro sin mojarse; ansi los de los señores como
particulares están debaxo herrados el calca-
ñar (') con vna herradura pulida, y arriba, de-
(') todo.
baxo de los dedos donde haze fuerza el pie, tie-
ne {}) dos o tres dozenas de clabillos.
Juan. — ¿De yerro?
Pedro. — Pense que de palo.
Juan. — ¿Y esa llamáis policia.'
Pedro. — Eslo y más por donde están los
yerros puestos con tanto primor.
Mata.— ¿No van sonando por las calles desa
manera?
Pedro. — Si van, pero ¿qué se les da a ellos?
Si acá se vsase que todos sonasen por las ca-
lles como se vsa el no sonar, nadie se maravi-
llarla. Este es el avito dellos y dellas; de tal
manera que si el marido se levanta primero se
puede vestirlos vestidos de su muger, y si ella
los del, y quando le dan al sastre que haga vna
ropa no penséis que le están examinando ha-
zelda hasta aqui, ganduxalda desta manera,
guarne^elda destotra; alia no hai guarnizion
ninguna, saibó que todas las ropas son aforra-
das en telas delgadas como muy finos bocazis,
y no toma el sastre más medida de sacarla por
otra ropa, que no ve la persona para quien es,
sino tomad esa ropa y hazed a medida della
otra de aqui.
Juan. — Seglares y eclesiásticos, oficiales y
soldados, ¿todos visten ropa hasta en pies?
Pedro.— Todos, que no queda ninguno, y
griegos y judios, vngaros y vene9Íanos, y en
fin, toda Levante.
Mata. — ¿Y no les estorba algo para la
guerra?
Pedro. — ¿Qué les tiene d'estorbar la cosa
que desde que nas9en acostumbran y quando es
menester ponen haldas en 9Ínta? La más co-
mún merced que los señores hazen es dar vna
ropa de brocado quando le viene vna buena
nueba o quando quieren gratificar vna buena
obra. Y para esto tienen vna multitud en sus
casas de sastres esclabos suyos, que están siem-
pre haziendo ropas, y el señor se pone cada dia
vna y luego la da. Quando yo hera camarero
tenia Ciñan Baxa vna rima de más de quinien-
tas (2) de brocado, y quando queria hazer algu-
na merced mandaba que le vistiesen aquel tal
vna ropa de aquéllas, y dabasela yo a uno de los
pajes que.se la vistiese, porque hera obligado a
darle alguna cosa después que con ella le ha-
bla besado la mano al señor. Si el Gran Señor
embia vn capitán probeido en algún cargo, tam-
bién les da su ropa, con la qual le van á vesar
la mano por la meryed, y de aqui viene vna
gran mentira que antes que fuese esclabo oia
dezir por acá, que ninguno podia vesar la mano
al Gran Señor ni hablarle si no fuese vestido
de grana.
(M siete.
(») ropas.
130
autobiografías y memorias
Mata. — Y agora se dize y se tiene por ansí.
Pedro. — Pues es mentira, que cada vno que
tiene que negociar con él le habla con los ves-
tidos que lleba, si no es como dicho tengo, que
las más vczcs él haze mer9edes destas ropas, y
después le van a vesar las manos con ellas ves-
tidas. Quando Zinan Baxa estaba por Virrei
en Constantinopla y el Gran Turco en Persia,
le cmbiaba desde alia con vn correo de mes a
mes o de dos en dos la espada que trae aquel
dia zeñida y el panecillo que le tienen puesto
delante para comer, y este es el mayor fabor
que le podía dar; la espada dándole a entender
que guardase justiyia, y el pan, por familiari-
dad que con él tenia, significando quán en gra-
9Ía suya estaba. El dia que lo res^ibia estaba tan
contento que hera dia de pidirle mer9edes.
JüAN'. — Aforros de martas y zorras y. es-
tas cosas ¿no lo teman tan en vso como nos-
otros?
Pedro. — Más comunes son alia las zebelli-
nas y martas que acá las corderunas. Por ma-
ravilla hai en toda Turquia hombre, judio, ni
christiano, ni turco, que no traiga quando haze
frió ropa aforrada lo mejor que su posibilidad
sufre. A comprar hallareis quantos géneros hai
en el mundo de aforros, y en buen precio:
martas muy finas cuestan veinte escudos y
treinta; zebellinas, fiento, y avn a zinquenta
hallareis las que quisieredes; turones, a siete es-
cudos que parescen martas; conejos, ratas, que
son como felpa parda, a quatro ducados; rapo-
sos, a tres; corderunas, a dos; zacales, que son
como raposos, a ducado (•), y por ser tan bueno
el precio, pocos hai o ninguno que no los traya;
para de camino tiene cada turco vna ropa afo-
rrada de varrigas de lobos que le sirbe de cama,
y es muy pre9Íada; cuesta diez escudos y no
es menos vistosa que martas; hai vna cosa en
ello, que para aforrar vna ropa de las nuestras
es menester tanto y medio aforro, porque son
mas anchas.
Juan.— ¿Xo traen gorras ni caperuzas?
Pedro. — En eso el tocado, como dixe de-
nantcs, difieren los hombres y mugeres del
habito. Caballeros y gente de guerra y seglares,
todos se raen la barba dos vezes cada mes, de-
xando los vigoíes; los eclesiásticos traen barba;
cada semana se rapan las cabezas a navaxa y
dexan en la corona los cabellos cres9Ídos quanto
vn ducado de a diez d'espacio.
Juan. — ¿Para qué?
Pedro. — Porque si los mataren en la guerra
y el enemigo le cortare la cabeza no le meta el
dedo en la boca, que es vergüenza, sino tenga
donde la asir.
Joan. — ¿Y todos están en esa ne9edad?
('J los que quisieredes.
Pedro — Y en otras muy mayores. En la
cabeza lo primero traen vn vonetico delgado y
colchado, de los que se hazen en galera, y so-
bre aquél vno de seda grueso dos dedos, y lleno
de algodón y colchado, para que esté duro y
tieso, en el qual rebuelven la toca que llaman
turbante, y en su lengua chalina, y éste vnos le
traen grande, otros menor. El común de los
gentiles hombres lleba quarenta baras de toca
de algodón delgada; los que andan en la mar
le traen de 25 ; el Vaxa, quando va en Consejo,
llebale de otra manera que quando va por la
fibdad: todavía terna sus ochenta varas; ansí
mesmo le traen el mufti, el cadileschier y los
otros cadis. No es poca silencia saverle ha-
zer (•), y hay hombres que no viben de otro.
Blanco y limpio le traen como la niebe, y si
sola vna mota hai sobre él, luego le deshazen y
le laban.
Joan. - ¿Cómo pueden traer acuestas esa
albarderia?
Pedro. — El vso haze maestros; enseña ha-
blar las picazas; caba las piedras con el vso la
gotera; súfrelo la tierra por ser muy húmeda, y
sirbeles en la guerra de guardarles las cabe-
zas, que no es más cortar alli que en una saca
de lana. Quien nunca vio turcos, si los ve de
aparte, pensara que son mugeres, con las ropas
largas y los tocados blancos.
Mata. — El tocado de las mugeres ¿de qué
manera es?
Pedro. — Los cabellos por detras son lar-
gos y derramados por las espaldas ; por delante
los zerzenan vn poco a manera de los clérigos
de acá. La primera cosa que sobre ellos se po-
nen es vn barretin a manera de copa de som-
brero, quadrado, de brocado, y la que más galano
puede, más; tieso también es menester, y sobre
él, di la media cabeza atrás, vn paño delicado,
que viene a dar vn nudo debaxo de la barba, y
luego otro enzima más delicado, labrado de oro,
y vna venda de tafetán por la frente a manera
de corona, que le da dos o tres bueltas y no se
tarda nada en tocar.
Mata. — No me dexa de contentar el tocado.
Pedro. — Pares9eles muy bien,
Juan. — No lo sepan eso las de acá, si no
luego dexaran los tocados que tienen y tomaran
esos.
Pedro. — Ahorraran los alfileres, que no han
menester ninguno. Collares de oro, llenos de
pedrería, ajorcas y arracadas, por pobre que
sea, lo tiene, porque las piedras valen baratas.
El dia que van al baño he visto muchas seño-
ras mugeres de prin9Ípales, y quando van a bo-
das, que llevan dos mili ducados acuestas de
solo oro y pedrería.
(•) el tocado, porque.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
131
Mata. — ¿Debíais de ser ya vos allá vn Pe-
dro entrellas?
Pedro. — Maldita !a cosa de mí se guardaba
ninguna, sino que me iba a las bodas donde
todas estaban destapadas y no se cubrian de mí,
y también quando visitaba alguna señora ve-
nian muchas damas a verla, y hazian vn corri-
llo y metíanme en medio; vnas me hablaban
turquesco, otras griego, otras italiano, y avn
algunas fino español, de las moriscas que de
Aragón y Valen9Ía se huyen cada dia con sus
maridos y haziendas de miedo de la Inquisición.
¡Pues judíos me dezid que se huyen pocos! No
había más que yo no supiese nuebas de toda la
christiandad de muchos que se iban desta ma-
nera a ser judíos o moros, entre los quales fue
vn dia vna señora portoguesa que se llamaba
doña Beatriz Méndez, muy rica, y entró en
Constantinopla con quarenta caballos y quatro
carros triumphales llenos de damas y criadas
españolas. No menor casa Ilebaba que vn duque
d'España, y podíalo hazer, que es muy rica, y
se hazia hazer la Galba; destaxó con el Gran
Turco desde Venecia, que no quería que le diese
otra cosa en sus tierras sino que todos sus
criados no traxesen tocados como los otros ju-
dies, sino gorras y vestidos a la veneciana. El
se lo otorgo, y más si más quisiera, por tener
tal tributaria.
Juan. — ¿Qué ganaba ella en eso?
Pedro. — Mucho: porque son los judíos alia
muy abatidos, y los christianos no; y no' les
harían mal con el avitode christianos, pensando
que lo fuesen.
Juan. — ¿No tienen alia todos los judíos go-
rras.'
Pedro. — No, sino tocados como los turcos,
avnque no tan grandes, azafranados, para que
sean conoscidos, y los griegos christianos los
traen azules. Quando menos me caté vierais a
la señora doña Beatriz mudar el nombre y lla-
marse doña Gracia de Luna et tota Hierosoli-
ma cum illa. Desde a vn año vino vn sobrino
suyo en Constantinopla, que hera año de 1554,
que en corte traía gran fausto ansí del Empe-
rador como del Eeí de Francia, y meresyialo
todo porque hera gentil hombre y diestro en
armas y bien leído y amigo de amigos; y hai
pocos hombres de quenta en España, Italia y
Flandes que no le conos^iesen, al qual el Empe-
rador había hecho caballero, y llamábase don
Juan Micas; y porque aquella señora no tenia
más de vna hija, a la qual daba tres9Íentos mili
ducados en dote, engañóle el diablo y circum-
óidose y desposóse con ella; llamase agora lozef
Nasi. Los gentiles hombres suyos vno se ponía
don Samuel, otro don Abraham y otro Salo-
món. Los primeros días que el Juan Micas es-
tubo alli christiano, yo le iba cada dia a predi-
car que no hiziese tal cosa por el intherese de
quatro reales, que se los llebaria vu dia el dia-
blo, y hallábale tan firme que ^ierto yo volvía
consolado, y dezia que no iba más de a ver su
tía y se quería luego boluer. Quando menos me
caté supe que ya hera hecho miembro del dia-
blo. Preguntado que por qué había hecho aque-
llo, respondió que no por más de no estar sub-
jeto a las Inquisiciones d'España; a lo qual yo
le dixe: Pues hagos saver que mucho mayor la
terneís aquí si bibis, lo qual no penséis que sera
mucho tiempo, y aquel malo y arrepentido; y no
pasaron dos meses que le vi llorar su pecado,
pero consolábale el diablo con el dinero.
Jdaií. — ¿Qué fiestas y regozíjos vsan los
turcos? ¿Juegan cañas? ¿jurtan? ¿tornean? ¿co-
rren sortija?
Pedro. — Ninguna de todas esas: no justan,
ni tornean, porque no vsan arneses; no corren
cañas, porque no saben cabalgar a la gíneta;
ni sortija, porque no vsan lanza en cuja.
Juan. — ¿En qué se exeroitan? ¿Qué fiestas
tienen solenes demás de las Pascuas?
Pedro. — Ninguna.
Mata. — El día de Sant Juan dizen que
hazen grandes fiestas.
Pedro. — Los que dizen esa mentira sola-
mente la fundan por el cantar que dize:
La mañana de Sant Juan,
al tiempo que alboreaba;
pero la verdad es que ninguna fiesta hazen a
ninguno de quantos sanctos tenemos, porque lo
temían por pecado festejarlos, avnque los tie-
nen por sanctos; como son Sant Pedro, Sant
Pablo, Sant Juan y otros muchos, 9Íerto los
tienen por sanctos, y buenos; mas de ninguno
guardan el día, si[no] de solo Sant Jorge ('),
al qual festejan, sin comparación ninguna, más
que su propia Pascua, y le guardan el mesmo
día que nosotros, que pienso que cae a 23 de
abril.
Juan. — ¿Por qué á San Jorge?
Pedro. — Porque fue caballero turco y es
sancto turco, y nosotros dizen que se le vsur-
pamos a ellos.
Juan. — ¿Y en su lengua mesma le llaman
Sant Jorge?
Pedro. — No, sino Hedrelez, y mucho más
le venera la gente de guerra que la plebeya. Si
el Gran Señor tiene de ir con su campo á Yn-
gria o contra el Sophi, por dos meses de más a
menos no dexara d'esperar a partirse aquel dia
señaladamente, teniendo por averiguado que
por sólo aquello tiene de haber la victoria. Los
otros turcos y turcas le da cada vna vna escu-
(') En el m8. Jorge no.
i 32
autobiografías y memorias
dilla de su sangre, no sabiendo qué otra cosa le
dar, y ansí pocos hai que no se sangren aquella
mañana, como vsan algunos ¡diotas acá la ma-
ñana de Sant Juan hazer otro tanto. De cami-
sas y pañizuelos hera muy bien probeido yo
aquel dia para todo el año, que me daban las
mugeres del zerraje de Zinan Baxa porque tu-
biese cargo de sangrarlas. Tomaba (') aquella
mañana vn par de barberos y metíalos dentro,
y venian todas tapadas dos a dos, y sin escudilla
ni zerimonia, en aquel suelo, o en vna medio
artesa, caia la sangre a discreción ; yo las ataba
a todas y les fregaba los brazos, y los barberos
no tenian más que hazer de herir, y cada vna
me ofres^ia camisa, zaragüelles o pañizuelos,
según lo que podia.
Mata. — Pues ¡valame Dios! si no hazen
fiestas, ¿en qué se les pasa el tiempn? ¿Todo ha
de ser jugar?
Pedro. —La cosa que menos en el mundo
hazen es eso. ííingun genero de juego saben
que sea; con quatro baraxas de naipes hai harto
para quantos hai debaxo la bandera de Mahoma,
si no es algún bellaco renegado que hera taur
quando christiano, que éste tal busca a los
judios o venecianos con quien lo hazer; pero
vna golondrina no haze verano. Algunos hom-
bres de la mar juegan agedrez, no como nos-
otros, sino otro juego más claro, y esto por pasa-
tiempo, sin dineros. En un lienzo traen pinta-
dos los escaques, y en mili dias vno que está
más sosegada la mar juegan por su pasatiempo
como los niños acá con piedras.
Juan. — ¿Qué causa dan para no jugar?
Pedro. — La que yo os dezia el otro dia: ser
gran vileza y deservicio de Dios, y tiempo mal-
gastado y daño del próximo, y omicidio de sí
mesrao.
Mata.— Luego ¡par Dios! a esa quenta todo
el tiempo se les va en comer, que es tan bellaco
vicio como jugar y peor y más dañoso.
Pedro. — En todas las nayiones que oi viben
no hai gente que menos tarde en comer, ni que
menos guste dello, ni que menos se le dé por el
comer. Principe, ni rei, ni señor hai en Turquia
que en dos o tres vezes que come gaste hora
entera en todas tres.
Mata. — Si eso es ansi, repartidme vos el
tiempo en qué le gastan, que por fuerza ha de
ser todo dormir.
Pedro. — Eso es lo que menos hazen, que a
nadie le toma el sol en la cama; pero soi con-
tento de repartírosles el tiempo en qué lo gas-
tan, como quien se le ayudó quatro años a gas-
tar. Los oficiales mechanicos todos tienen que
hazer en sus oficios toda la vida.
Mata.— ¿Y las fiestas?
O yo.
Pedro. — Oye el oficio solene cu Sancta
Sofia, o en otras mezquitas; visita sus amigos;
siéntase con ellos; parlan, hazen colación; van-
se a pasear, negocian lo que el dia de labor los
puede estorbar. Los eclesiásticos son como
acá los fraires, que no juegan; lo que les sobra
de tiempo de sus oficios escriben libros, porque
alia no hai emprentas; leen, estudian. Los que
administran la justicia, si cada dia fuese vn
año, temían negocios que despachar, y no les
vaga comer. La gente toda de guerra se está
exercitando en las armas; vase a la escuela
donde se tira el arco y alli procura de saver dar
en el fiel si puede, teniendo en poco dar en el
blanco; procura también saver algún oficio con
que ganar de comer el rato que no está en la
guerra. Los caballeros todos pasean a caballo
por las calles, y van a tener palacio a los vaxas
y santjaques, pretendiendo que les augmenten
las pagas y les hagan mercedes. Pues el rei y
los baxas, en tan grande imperio bien ternan
que despachar sin que les sobre tiempo para
jugar.
coloquio X
Lechos y mobiliario de los turcos. — Embajadoies cristianos que
había en Coiislantiiioiila; noticias de algunos y especialmenti-
de los de Venecia.— Avisos que esta Kci)ública daba al Sul-
tán.— El corsario Dragut. — Vajilla y comidas de los turcos. —
Sortijas contra los accidentes cardíacos. — Dos graciosas equi-
vocaciones de Urdemalas.
Juan. — Gran virtud de gente es esa y muy
grande confusión nuestra.
Pedro. — No os quebréis la cabeza sobre
eso ni creáis a esos farsantes que vienen de
alia, y porque los trataban mal en galera dizen
que son vnos tales por quales, como los ruines
soldados comunmente dizen mal de sus capi-
tanes, y les hedían la culpa de todo, que pocos
esclabos destos pueden informar de lo que por
alia pasa, pues no los dexan entrar en casa,
sino en la prisión se están. En lo que yo he
andado, que es bien la tercera parte del mundo,
no he visto gente más virtuosa y pienso que
tampoco la hai en Indias, ni en lo que (') J^o •be
andado, dexado aparte el creer en Mahoma,
que ya sé que se ban todos al infierno, pero
hablo de la lei de natura. Donosa cosa es que
porque no jueguen no haya en qué pasar el
tiempo.
Juan. — ¿A qué hora se acuestan?
Pedro. — Invierno y verano tienen por cos-
tumbre acostarse dos horas después de ano-
chezido; hazen la oración postrera que llaman
iat namazi y todos se van a dormir, y levan-
tanse al rayar del alba a la otra oration; ni
0) yo.
CRISTÓBAL DE VILLALüN
133
penséis que vnos madrus^an y otros no, sino
hombres y mugeres, grandes y chicos, todos se
levantan aquella hora.
Mata. — ¿Que' tales camas tienen, porque he
oido dezir que duermen en suelo?
Pedro. — Razón tienen los que eso dizen,
pero más vale la cama suya que la nuestra. No
tienen camas de campo, sino sobre vnas alom-
bras tienden vnos colchones sin colchar ni bas-
tear, que se llaman duquexes, de damasco, y
éstos están llenos de vna pluma sutil que tie-
nen los gansos, como flueco, y sobre éste ponen
vna colcha gruesa doblada, porque todas las
camas vsan estrechas como para vno no más, y
hablo de la cama de vn hombre de bien y rico;
luego viene vna sabana delgada y la sabana de
arriba esta cosida con la colcha de encima y
sirve de atorro de la mesma colcha, y quando
se ensucia quitan aquella y cosen otra. Si haze
mucho frió tienen vnas mantas con vn pelo
largo, que llaman esclabinas, azules y colora-
das; a muy poca costa es la colcha de brocado,
porque como la sabana toma la mayor parte,
que buelbe (') afuera por todos quatro lados, lo
que se paresye que tiene menester de ser broca-
do o seda es muy poco.
Mata. — ¿Vsan tapizerias por las paredes?
Pedro. — Si no es rei o hijo suyo, no (2); y
éstos las tienen de brocado desto mesmo de que
hazen las ropas ; mas la otra gente, como siem-
pre procuran de hazer todas las cosas al rebes
de nosotros, la tapizeria es en suelo y las pare-
des blancas.
Juan. — ¿De qué son los tapizes?
Pedro. — Finisimas alombras. Ansí como
■^nosotros tenemos por magestad tener muchos
aposentos colgados, tienen ellos de tenerlos de
muy buenas alombras; y esta es la causa por-
que agora poco ha os dixe que traian muy lim-
pios los pies, porque a ningún aposento podéis
entrar sino descalzos, no porque sea 9erimonia,
sino porque no se ensu9¡en las klhombras; y
como se tienen de cal9ar y descalzar a cada
paso, es menester que los 9apatos entren como
pantuflos.
Mata. — ¿Dónde se descalzan?
Pedro. — A la entrada de cada aposento, y
dexan los 9apatos a la puerta; y para que me-
jor lo entendáis, sabed otro se:'reto, y es que no
se sientan como nosotros en sillas, sino en es-
trados, de la mesma manara que acá las seño-
ras, con alombras y cogines.
Mata. — ¿Dónde se sientan?
Pedro. — Sobre las almohadas.
Mata. — ¿Ansi baxos?
Pedro. — En el mesmo suelo.
(') a la parte de.
(') la vsa tener.
Mata. — ¿De qué manera?
Pedro. — Puestas las piernas como sastres
cuando están en los tableros, y por mucha
crian9a, si están delante vn superior y los man-
da sentar, se hincan de rodillas y cargan las
nalgas sobre los calcañares, que los que no lo
tienen mucho en uso querrían más estar en pie.
Mata. — ¿Y desotra manera no se cansan
de estar sentados?
Pedro. — Yo, por la poca costumbre que de-
11o tengo, estare sin cansarme vn dia, ¿qué ha-
rán ellos que lo mamaron con la leche?
Juan. — ¿Luego no tienen sillas los señores?
Pedro. — Sí tienen, para quando los va a vi-
sitar algún señor christiano, como son los em-
baxadores de Fran9Ía, Vngria, Venetia, Flo-
rentia. A estos, porque saben su costumbre,
luego les ponen vna silla muy galana de cade-
ras a nuestra vsanza, muy bien guarneseida, y
algunas vezes ellos mesmos se sientan en ella,
que no es pecado sentarse, sino solamente cos-
tumbre.
Juan. — ¿Tantos embaxadores hai en Cons-
tantinopla?
Pedro. — Del rei de Frangía, por la amistad
que con el turco tiene, hai siempre vno, que se
llamaba Mos de Ramundo, y el de agora Mos
de Codoñat; del rei de Vngria hai otro, que se
llamaba Juan Maria, y deziros he, porque vie-
ne aproposito deste ('), lo que vi en Constanti-
nopla, por lo qual podréis juzgar quán cautelo-
sos son los turcos en el consejo de guerra y qué
avisados. Este Juan Maria habia estado muchos
años por embaxador, y rompióse la guerra el
año de 52 con el turco, el qual mandó prender
y poner en vna torre al Juan Maria. Andubo
vn año la guerra, y al cabo vinieron a tratar de
congiertos y el Gran Señor embio al Juan Ma-
ria que fuese a tratar la paz, porque tenia ne-
9es¡dad de ir contra el Sophi. Como el Juan
Maria fue en Vngria, trató los capitules todos
que cumplían a la paz y suplicó al rei que,
atento que él le habia siruido muchos años en
aquel cargo y estaba enfermo de la horina, que
avn yo mesmo le había curado en la prisión, le
diese de comer en otro cargo, porque aquel no
le aceptaba. El rei lo tubo por bien y embió con
los capítulos al obispo de Viena, y como llegó
y hizo su embaxada al Gran Turco, luego pre-
gunto por Juan Maria. El obispo le respondió
que estaba enfermo y empedido y por eso venia
él. Dixo el Gran Turco: Pues yo no firmare ca-
pitulo de todos esos, y ansi se lo escrebíd a
vuestro rei, sí no viene el Juan INLiria por em-
baxador. El obispo lo escribió ansi al rei, el
qual torno a responder que no había lugar, pe-
ro que él embiaba vn embaxador muy prin9Ípal
(') Juan Maria.
134
autobiografías y memorias
en el obispo y a quien su magestad olgaria co-
nos^er y tratar. Tornó a dezir que por ninguna
manera aceptaría nada si él no venia; por eso,
que bien se podia bolrer. Los baxas le repre-
hendieron diziendo: ¿Cómo, señor, por vna cosa
que tan poco importa como que venga aquel o
no veuga, quiere vuestra magestad dexar de
liazer la paz que por el presente tanto le im-
porta, principalmente viniendo vn tan cabal
liorabre como éste, que pocos de tal suerte debe
de tener el rei de Vngria en su corte? A lo qual
medio airado, respondió el Gran Turco: Pésame
que tenga yo en mi Consejo gente tan ne^ia
como vosotros y que ignore vna cosa semejante
y que tanto me va. ¿Pares^eos, dezid, que es
bien que en el Consejo de mi enemigo haya un
hombre tan platico en nuestros negocios que ha
estado tanto tiempo entre nosotros y sabe me-
jor todos los negocios de acá que nosotros mes-
mos, y de alia (') guiara hágase la cosa desta
manera y desta, por tal y tal inconviniente, por-
que los turcos son desta suerte y tienen esta
costumbre? no me habléis más, que no firmaré
capítulo ninguno si no viene Juan Maria muer-
to o vino. Lo que con él se pudo acabar fue
que firmase con esta condÍ9¡on, que dentro de
vn 9Íerto tiempo viniese en Constantinopla (})
por embaxador, donde no quedaban las pazes
por ningunas.
Mata. — Y avn con eso ganan cada dia y ja-
mas pierden. El mas alto consejo me paresce
que fue el del Gran Turco en eso, que de cabeza
de ningún prin9Ípe podia salir. Sin más oir del
Gran Turco, yo para mí tengo que es hombre
de buen JUÍ9Í0 y de tal consejo se debe de ser-
vir; cosa es esa que no se mira acá ni se haze
caso, sino que por fabor hai muchos que alcan-
9a n a ser capitanes y consejeros en la guerra
no habiendo en toda su vida oido atambor ni
pifano, sino tamboril, guitarra y salterio. ¡Mi-
rad qué consejo puede aquel dar en la guerra!
Juan. — Quando los 9Íegos guian ¡guai de
los que van detras ! de mi voto gente ternia yo
de experien9Ía y no se me daria nada de toda
su S9ient¡a.
Pedro,— t" No sabéis qué respondió el prin-
9Ípe Anibal quando en Athenas le llebaron an-
dando a ver las escuelas, a oir vn philosofo el
de mayor fama que alli tenían y más docto?
JcAN. — No me acuerdo.
Pedro. — Estando leyendo aquel philosofo
entro el prin9Ípe Anibal a oír vn hombre de
tanta fama, y como le avisaron quién era el que
le entraba a oir, dexó la platica que tenia entre
manos y comen9c de hablar de cosas de la gue-
rra; cómo se habían de haber los reyes, los ge-
(') este Juan Maria.
(') Juan Maria.
nerales; el modo de ordenar los esquadrones, el
arremeter y el retirar; en fin, leyó vna lection
tan bien leída que todos quedaron muy conten-
tos y satisfechos. Salidos de allí preguntaron
al prín9ipe qué le pares9Ía de vn tan eminente
varoia. Respondió: Habeisme engañado, que me
dixístes que tenía de oír vn gran philosofo, lo
qual no es éste, sino grande nes9Ío y idiota,
que aquella lection el prin9Ípe Anibal la tenia
de leer, que ha ven9Ído tantas batallas, y no vn
viejo que en toda su vida vio hombre armado,
quanto más exergitos ni esquadrones. A todos
pares9Ío bien la respuesta, como le vieron algo
airado y la razón que tenía.
Mata. — Y a mí también me satisfa9e, que
bien hai entre chrístíanos algunos que hablan
mucho de la guerra y en su vida vieron arma-
dos sino el juebes de la yena o en alguna justa.
Pedro. — Y avn muchos que justan, y pues-
tos en el esquadron se les olvida con quál mano
han de tomar la laufa.
Jüak. — Remedíelo Dios, que puede. ¿Tam-
bién los venetíanos y florentines tienen su em-
baxador?
Pedro. — Todos los reyes, prín9Ípes y seño-
rías que tienen paz con el turco los tienen
alia (^). El de Venetía y Florentia se llaman
baílos; éstos son como priores de los mercade-
res que están en Galata y alli víben.
Mata. — ¿Hai muchos mercaderes desos?
Pedro. — Bien creo que de florentines y ve-
netíanos habrá más de mili casas.
Mata. — ¿Hazen algún bien a los cautibos?
Pedro. — Más mal les hazen que bien, y avn
a nuestro reí también ; en viendo el hombre con
cadena, huyen del y no le hablaran palabra, y
sí de acá les ímvian dineros para que los resca-
ten, tomanlos y tratan con ellos sin darles las
cartas ni cosa ninguna, y desde a dos o tres
años torna a embiar los dineros dÍ9Íendo que es
muerto o que no le quieren dar por tan poco.
No penséis que hablo en esto de oídas, que más
de quatro neg09Íos destos averigüé yo, y sí
más alia estubíera yo los hiziera andar dere-
chos. De tres en tres aiíos estas señorías em-
vían nuebo vaíle, y siendo yo interprete con Ci-
ñan Baxa y teniendo la familiaridad tan grande
con él, vi dos cosas, las quales os quiero con-
tar: la una es el orden que la señoría de Ve-
netía tiene en prouer vn cargo. El baile de nue-
bo que fue llebaba en pergamino la probísion,
que de9Ía desta manera (}) :
«Marcus Antonius Tríuísano, Deí gratia ve-
netiarum dux, etc. Magnífico 111.™*' ac potenti
domino Zínan baxa potentissímí otomanorum
imperatoris beglerbai marís nec non eiusdem
(•) sus embaxadores.
(') el sobre escri[to].
CRISTÓBAL DE VILLALÓH"
135
locum tenenti Constantinopoli, salutem ac sin-
cere felicitatis af fectiim. Mandamo bailo lo sere-
nissimo gran signore el dilecto nobil nostro
Antonio Herizo in luogo de Dominico Trinis-
sano, il qual fara residentia de lui, sí como con-
viene a la bona amicitia que con lasua imperial
magestate habiamo, a le parole dil quale prega-
mo la magnifi^entia et excellentia vostra sia
contenta prestar fede non altrimenti que ela fa-
ria a noaitri medesimi. Et li sui ani siano molti
et felichi. Datis in hoc ducali palatio auno a
Christo nato lóóí mensis aprilis d\e 16 iudic-
tione 12».
Veis aqui quán brevemente negocia la seño-
ría de Venetia.
Mata. — Yo no veo nada ni entiendo esa ge-
rigonza si no habláis más claro.
Pedro.— De9Íd a Juan de Voto a Dios que
os lo declare.
Mata. — No pasó por Venetia quando fue
a Hierusalem, como el pintor del duque de
Medina^eli.
Pedro. — Dige ansí: «Marco Antonio Tribi-
sano, por la gratia de Dios, duque de Vene-
tia, etc. Al magnifico, Illustrissimo y poderoso
señor Zinan Baxa, Almirante de la mar del po-
tentissimo emperador de ¡turcos, y su lugarte-
niente en Constantinopla, salud y deseada fe-
licidad. Imbiamos baile al serenissimo gran se-
ñor nuestro querido Antonio Herizo, en lugar
de Domingo Triuissano (*)> 7 residirá en su lu-
gar, ansi como conviene a la buena amistad que
tenemos con su imperial magestad, a las pala-
bras del qual suplicamos a vuestra magnificen-
tia y ex^elentia dé crédito, no de otra manera
que baria a nosotros mesmos; y sus años sean
muchos y felices. Dada en este ducal palacio a
diez y seis de abril, año del nascimiento de
Christo de 1554 y en la indiction duodécima».
Mata. — Harto es breue y compendiosa. No
habia más que dezir.
Pedro. — Más pense que habia de llebar,
como nosotros vsamos, vn proceso este baile, y
estadme atentos que no lo saben ni lo alcanzan
acá: es obligado cada mes de embiar mensaje-
ros que van por mar y por tierra a Venetia,
como acá correos, y en fin del mes. en resci-
biendo cartas de Venetia (2) ba el baxa que esta
en lugar del Gran Señor quando no está hai,
y estando a él mesmo, y lleba vn papel en el
qual d¡ce: El rei d'España está en tal parte,
con tanta gente; quiere hazer esto y esto. El
de Francia está con tanta en tal parte; an ha-
vido tal refriega; venció fulano. El papa haze
esto y trata estotro, y tal principe se ha rebe-
lado de tal manera, que ninguna cosa pasa en
(') el qual y tomarle "ha. la residen [cia],
{') tiene de.
todos los consejos de acá, secretos y públicos de
que no tenga el Gran Señor aviso, y si me pre-
guntáis cómo lo sé pensareis que de oidas. Yo
mesmo, quando el Gran Turco estaba en Persia,
se los leia en italiano y lo convertía en turquesco
para ir en Persia.
Juan. — Grande maldad y poca christiandad
y menos themor de Dios vsan si ansi lo hazen.
Mata. — También deben nuestros reyes tener
otros tantos avisos del turco por los mesmos
venetianos.
Pedro. — Eso no; más recatados son que
tanto los turcos; no hayáis miedo que pueda
saber el venetiano lo que se determina en con-
sejo real; tanto se guardan de los mesmos tur-
cos como de los christianos, y otra no menor
delicadeza suya os quiero dezir que las pasadas,
todo de vista. El mesmo capitán general de la
armada y almirante de toda la mar, habiendo
de salir con galeras fuera, no sabe quántas tie-
ne de sacar hasta el dia que sale, ni adonde
tiene de ir hasta que ya está alia.
Mata. — ¿Cómo se parte sin saber adonde?
Pedro. — Eso es el saber. Vistele el Gran
Turco vna ropa de brocado y dizele quando está
de partida: Toma esta armada y vete a tal par-
te, y alli abrirás esta carta sellada de mi mano,
con tu consejo, y harás lo que en ella se contie-
ne; y coii esto se parte. El exemplo os doi de
Zinan Baxa quando tomo a Tripol, que le man-
do uenir hasta Sicilia, y que sobre vna cibdade-
ta que se llama Rigoles hiziese alto, y hasta
alli a ninguno hiziese mal; y alli abriese la co-
misión, la qual deciaansi: «Embiaras vn emba-
xador a Juan de Vega, virrei de Sicilia, y dile
que te den la cibdad de África que me an to-
mado mal tomada y contra la tregua que te-
níamos; donde no, haz elraal que pudieres». El
Juan de Vega respondió que aquella cibdad no
hera suya, sino de Dargute, al qual se la hablan
tomado, y muy bien, y en lo demás él no podia
hazer nada; que él escribirla al Emperador y ba-
ria en ello lo que le mandase. Llebaba ansi
mesmo comisión de si topase a Dargute, que
hera vn cosario el qual no estaba subjetc a na-
die, que le prendiese y hiziese del lo que le pa-
resciese. Tardosele la respuesta al Zinan Baxa
y determinó de hazer quanto mal pudiese, y lo
primero tomó lo que pudo de Bigoles y Cala-
bria, y entre tanto llegó el Dargute, y juntóse
con él, y rescibiole bien porque traia doce ga-
leras y fustas, y [a]vn creo que diez y seis; y
como el bellaco es tan buen piloto, le dixo que se
fuese con él y le pornia donde ganase honrra y
probedlo, y llebole sobre la isla del Gozo, junto
a Malta, y tomáronla, de donde llebo seis mili
animas, y de alli fueron a Tripol de Berbería;
y el governador hera francés, el qual hizo trai-
ción y se dio a pacto con que dexasen salir to-
136
autobiografías y memorias
dos los caballeros de Sant Juan. Guárdeselos,
avnque no todos. Llamábase Chambarin el go-
vernador. Ue allí perdonó al Dargnte y le dixo
que se fuese con él a Constantinopla y le por-
nia en grafía del Gran Turco. Vino en ello el
Dargute y fueronse con mucho triumpho, y fue
bien res9Íbido el Dargute del Gran Señor, y
diole ciento y 9Ínquenta mili ásperos de renta,
que serán tres mili escudos y grande crédito de
alli adelante. Este bellaco luego se le alzo a
mayores a Zinan Baxa, y dixo al Gran Turco
que baria él más con sesenta galeras que Zinan
Baxa con decientas, y tubo razón, porque el año
de 53 lo probo a hazer y con sesenta galeras y
las de Francia de compañía tomo a Bonifafio y
en SÍ9Ília la Alicata y la Pantanalea, y el año
de 54, con otras tantas que salió, tomó la ^ib-
dad de Bestia, en Apulla. El año de 55 salió
con otro nuebo general que sus^edio a Zinan
Baxa y no tomó nada y quedóse en Tripoli ; an-
tes perdió, y por eso mando el Gran Turco que
saliese a ser governador de Tripol y tener alli
siete galeras.
Juan. — ¿Conocistes vos a Guterraez?
Pedro.— Este mesmo es, y fuimos muy
amigos y comi muchas A-ezes con él. Nunca se
hartaba de contar de las cosas de christianos.
Jdan. — ¿Qué sabia él? ¿Habia sido chris-
tiano?
Pedro. — No hera sino turco natural, y ha-
bia sido esclabo de Andrea Doria, el qual le
rescató por tres mili ducados,
Juan. — ¿Vn hombre tan nombrado y que
tantos males habia hecho en este mundo y ha-
zla rescataban? ¿Tanto le hazian a vn principe
tan grande como Andrea Doria tres mili duca-
dos que dexaba ir vn tan grande vellaco por ellos?
Pedro. — Y deso se reia muchas vezes con-
migo el mesmo Dargute, dÍ9Íendo cómo se ha-
bia bien esquitado, porque por cada millar de
ducados habia tomado vn millón después que le
soltó y avn mas.
Juan. — Igual fuera haberle luego cortado la
cabeza.
Pedbo.— o tenérsele en prisión toda la vi-
da, tratándole razonablemente, como haze el
Gran Señor, que jamas dará capitán ni hombre
ninguno de quenta, avnque le den por él vnas
Indias; porque haze esta quenta: yo soi muy
poderoso y no me haze al caso mili ni diez mili
ducados que ést<í me dé, el qual en su tierra
debe de ser hombre de consejo y valeroso, pues
tenia cargo; y rescatado, luego tiene de procu-
rar de esquitarse, y por 9Íen ducados que me
da me tomara cient mili; y mándale poner en la
torre con los otros christianos, y darle cada dia
dos ásperos de que se mantenga y que no le
lleben a trabaxar. Alli fenesce miseramente sus
dias, que es mejor que sean pocos.
Mata. — Tan buen ardid de guerra es ese
como esos otros: hombre de guerra cudicioso,
me pares9e que nunca valdrá vn quarto.
Pedro. — Vos estáis en lo 9Íerto, y el dia de
oi no veréis en todo el exer9Íto de los christia-
nos sino cudicia y poca victoria.
Juan. — ¿Cómo queréis que se compadezcan
dos contrarios en vn subjeto? Yo creo que son
muy pocos los que van a la guerra si no es por
ganar, y siempre ganan más los que pelean
menos.
Pedro. — ¿Sabéis qué otra cosa haze el turco
con los capitanes que tiene prisioneros?
Mata.— ¿Qué?
Pedro.— Si ue que bive mucho, hazele dar
vn bocadillo, con que nadie se atrebe a impor-
tunarle de alli adelante, y por justicia no los
quiere matar, porque no hagan acá otro tanto
de los que tienen presos de los turcos.
Mata. — ¡Quán poco nos hemos acordado del
comer de los tnrcos, habiendo pasado por tantas
cosas que acostumbran!
Pedro. — No penséis que hai menos que de-
zir deso que de lo que está dicho.
Juan. — ¿Sirvense con aquella magestad en
el comer que nuestros cortesanos, al menos el
Gran Turco?
Pedro. — Deziros he cómo comia Zinan
Baxa, y ansí entenderéis qué vsan todos los
principes ; y con otro exemplo particular sabréis
de la gente común; y sabido acá cómo come vn
prin9Ípe, podréis pensar que ansi haze el rei,
añadiendo más fausto. Ansi como es su vsanza
sentarse en baxo, acostumbran también comer
en suelo, y ponen por manteles, para que las
alhombras no se ensu9Íen, vn cuero colorado y
grueso, como de guadamezi de caballo, y por
panizuelos de mesa vna toalla larga alderredor
de todos, como hazen en nuestras iglesias
quando comulgan. El cuero del caballo se lla-
ma zojra; fruta, ni cuchillo, ni sal, ni plato pe-
queño no se pone en la mesa de ningún señor
en aquella tierra.
Mata. — ¿No comen fruta?
Pedro. — Si comen harta, pero no a las co-
midas ni de prin9Ípio ni postre.
Juan. — ¿Con qué cortan?
Pedro. — El pan son vnas tortas que llaman
pitas. A cada vna dan tres cuchilladas en la
botillería antes que la lleben a la mesa, y estas
sirben de platos pequeños, porque cada vno
toma su pedazo de carne y le pone encima; la
sal es impertinente, porque tienen tan buenos
cozineros que a todo lo que guisan dan tan buen
temple que ni tiene más ni menos sal de la que
tiene menester. Tenia Zinan Baxa quarenta
gentiles hombres que llaman chesineres, y el
prin9Ípal destos se llama chesiner baxa; sirbe de
mastre sala, y estos tienen de paga real y me-
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
137
dio cada dia, los quales de Binguna otra cosa
sirbian sino de llebar el plato a la comida del
Baxa. Vestianse de pontifical todos para solo
llebar el plato, con ropas de sedas y brocados,
las quales el Baxa les daba cada año yna de
seda y otra de grana fina, y en la cabeza se po-
nen vnas escofias de fieltro, como aquellas de
los genizaros, con sus cuernos, saibó que son
coloradas.
Mata. — ¿Que' tanto valdi-a cada vna desas?
Pedro. — Cinquenta escudos, sino lleba al-
guna pedrería en el cuerno de plata.
Mata. — ¿Y para solo llebar la comida se le
ponen?
Pedro. — Y para ir algunas vezes con el
Baxa quando. va fuera; lleban demás de todo
esto vnas zintas que llaman cuxacas, de plata,
anchas de vn palmo, y todas- de costillas o co-
lumnicas de plata a manera de corazas; la que
menos destas pesa (') son cinquenta ducados.
Juan. — ¿Parescen bien desa manera?
Pedro. — Avnque sea vna albarda, si es de
oro o de plata paresce mucho bien; estos todos
iban con su capitán a la cozina y tomaban la
comida en vnas fuentes.
Mata. — ¿De plata?
Pedro. — Antes quiero que sepáis que nin-
gún turco, por su lei, puede comer ni beber en
plata ni tener salero, ni cuchar dello, ni el Gran
Turco, ni principe, ni grande, ni chico en toda
su seta quan grande es.
Mata. — ¿Qué dezis? ¿Estáis en vuestro
seso? ¿El Gran Turco no tiene baxilla de
plata?
Pedro. — Si tiene, y muy rica y caudalosa, y
candeleros bien grandes, no que la haya hecho
él, sino que se la empresentan de Venetia,
Francia y Vngria, y avn de Esclabonia; pero
tienela en la cámara del thesoro, sin apro-
becharse della. Otro tanto tenia Zinan Baxa de
muchos presentes que le hablan hecho, mas
tampoco se sirria della ni podia avnque qui-
siese.
Mata. — ¿Quién se lo estorbaba?
Pedro. — Su lei, que otro no.
Mata. — ¿En qué se funda para eso?
Pedro. — No en más de que si en este mun-
do comiese en plata, en el otro no comería en
ella, y no cale pidirles la razón más adelante
desto.
Mata. — Pues ¿en qué comen? ¿De qué son
aquellas fuentes?
Pedro. — En cobre, que como ellos lo labran
es más lindo que el peltre de Ingalaterra; ansi
como nosotros el box o qualquier otro palo la-
bramos al torno, haziendo dello quanto quere-
mos, labran les turcos el cobre, y después lo
O otros.
estañan y queda como plata y las piezas todas
hechas de la mesma manera que quieren, y en
las mesas del Gran Turco y los pr¡n9Ípes quan-
to se sirue es en estas fiestas de cobre estañado
con sus cobertores, y en embege9Íendose vn
poco tornanlo a poca costa a estañar y paresce
cada vez nuebo.
Mata. — ¿Cómo lo estañan? ¿Como acá los
cazos y sartenes?
Pedro. — Es vna porquería eso; no, sino con
muy fino estaño y con sal armoniaco, en quatro
horas estañara vn ofi9Íal toda la vaxilla del
gran señor. Como van a la cozina, cada vno de
aquellos gentiles hombres tomaba su fuente con
su couertor y con la mayor orden que podian
iban todos, unos a vna parte y otros a otra, de
manera que hazian dos lleras; cada vno iba por
su antigüedad, y llegados los primeros todos se
paraban quedando la mesma ordenanza, y el
chesiner baxi ponia su fuente en la mesa y to-
maba la del que estaba junto a el, para ponerla,
y aquél tomaba la del otro y el otro la del otro;
de modo que sin menearse nadie de su lugar
pasaban las fuentes todas de mano en mano
hasta la mesa del Baxa; y dada la comida se
bolvian, entretanto que hera hora de quitar la
mesa.
Mata.— ¿Qué Uebaban en aquellos platos?
¿Qué es lo que más acostumbran comer?
Pedro. — Asado, por la mayor parte comen
muy poco o nada; todo es cozido y hecho mi-
niestras, que dicen en Italia, y ellos las llaman
sorbas; es como acá diriamos potajes, de tal
manera que se pueden comer con cuchar.
Mata. — ¿De qué hera tanto plato?
Pedro. — Los manjares que (') vsaban 11c-
barle cada dia hera arroz hecho con caldo de car-
nero y manteca de vacas, no nada húmido, sino
seco, que llaman ellos pilao, o mezcladas con
ello pasas negras de Alexandria, que son muy
pequeñas y no tienen simiente ninguna dentro;
para con esto, en lugar del polvoraduque o miel
ha9Ían otro potaje de pedazos de carnero gordo,
y pasas y 9Íruelas pasas, con algunas almen-
dras; otro modo de arroz guisaban que llebaba
al quo9Ír gran quantidad de miel y estaba tieso
y amarillo, que se llama zerde. Terzero plato
de arroz es de tauc sorba, gallina hecha peda-
zos y guisado el arroz con ella, con pimienta y
su manteca. De vna cosa os quiero advertir:
que ningún guisado hai que hagan sin manteca
de vacas; ni asar, ni cozer, ni adobado, ni len-
tejas y garban90s, ni otra cosa de quantas
comen, hasta en el pan. El mejor de todos los
platos que a la mesa del Baxa se ponia hera de
carnero hecho peda90s de a libra, y guisado con
hinojo, garbanzos y zebollas; y otro plato habia
(* ) por la mayor parte.
138
autobiografías y memorias
bueno d'espinacas, cosa muy vsada entrellos;
otro es de trigo quitados los ollejos, con su car-
nero y manteca, y otro de lentejas con zumo de
limón y guisadas con el caldo de carne, a las
quales les meten dentro vnos que llaman acá
fideos, que son hechos de masa. Al tiempo de
las ojas de parras, vsan otro potage de picar
muy menudo el carnero, y meterlo dentro la oja
de la parra y hazerlo a modo de albóndiga, y
quando hai berenjenas o calabazas sacanles lo
de dentro y rellenanlas de aquel carnero picado
y hazenlas como morcillas; quando no hai ho-
jas, ni calabazas, hazen de masa vna torta del-
gada como papel, y en ella enbuelben el mesmo
bocadillo del carnero muy picado, y hazen vn
potaje a modo de cuescos de duraznos. Salsas
no se las pidáis, que no las vsan, antes por el
comer son tan po"0 viciosos que más creo que
comen para solo vivir que por deleite que dello
tengan; como se les pares^e en el comer que
cada vno toma su cuchar y come con tanta
prisa que pares9e que el diablo va tras él y tie-
nen muy buena crian9a en el comer, que sin
hablar palabra, como esté vno satisfecho, se
levanta y entra alguno otro en su lugar, Quan-
do mucho, dice: Gracias a Dios; y son comunes
e itrellos los bienes, al menos del comer, por-
que, avnque no conozca a nadie, si uen comer
les es licito descalzarse y tomando su cuchar
ayudarles; no son habladores quando comen;
acabado de comer, el Baxa daba gracias a Dios
y mandaba quitar la mesa.
Mata. — ¿Timbien dan ellos gratias como
nosotros?
Pedro. — Bien que como nosotros. ¿Quando
las damos nosotros ni nos acordamos de Dios
vna vez en el año?
Juan. — ¿Qué dezian en las gratias?
Pedro. — Ilelamdurila choc jucur iarabt,
Alat, Ala padi.ra bir guiunbin eilesen. Yendito
sea Dios; mejor lo haze conmigo de lo que me-
rezco. Dios prospere nuestro rei de manera que
por cada dia le haga (') mili.
Joax. — Muy buena oration en verdad, y que
todos nosotros la temamos de vsar, y nos habían
de for9ar a ello por justicia o por excomunión.
Pedro. — Creed que no hai turco que no
haga a cada vez que coma esta mesma, avnque
sean quatro vezes.
Mata. -¿Puede cada vno llebar vn plato a
cuestas o llebanle de 9¡nco en finco?
Pedro. — Nos entiendo. ¿Cinco tienen de
llebar \n plato?
Mata. — Digolo porque dixistes al prinfipio
que los gentiles hombres heran quarenta, y no
hebeis contado más de siete o nuebe platos.
Pedro. — Quanto habláis siempre tiene de ir
(') ^lento.
fundado sobre malÍ9Ía. Mirad, por amor de
Dios, que estaba aguardando. No se tiene d'en-
tender que todos quarenta se hallen presentes a
cada comida, avnque lleven el salario (') basta
la mayor parte; pero del pilao no se pone vna
fuente sola, sino dos o tres, y del zerde ansí
mesmo, y del carnero otro tanto. Comen a la
flamenca, en dexar primero poner toda la co-
mida en la mesa que ellos se sienten.
Mata. — ¿Qué gente comia con Ciñan Baxa?
Pedro. — Todos quantos querian, sino fue-
sen esclabos suyos, avunque tenia muchos on-
rrados Gouernadores deprouin9Ías, pero por ser
esclabos suyos no lo permiten ; si son de fuera
de casa, avnque sean los mc90s de cozina, se
sientan con él.
Joan. — ¿Y nadie de su casa lo haze, siquie-
ra el contador o thesorero o la gente más de
lustre?
Pedro. — El mayordomo mayor y el cozine-
ro mayor tienen esta preminencia de comer
quando el señor de lo mesmo que él; mas no a
su mesa, sino aparte. Tenia veinte y quatro
criados turcos naturales, que no heran sus es-
clabos, con cada dos i'eales de paga al dia para
que remasen en vn vergantin quando él iba por
la mar, los de mayores fuer9as que hallaba, y
llamábanlos caiclar, y solos éstos comian de sus
criados con él.
Mata. — ¿Para remar no fueran mejor es-
clabos?
Pedro. — No se osa nadie fiar d'esclabos en
aquellos vergantines, porque quando le tienen
dentro pueden hazer del lo que quisieren, y ha
miedo que le traerán a tierra de christianos.
Alzada la mesa los mesmos gentiles hombros
toman los platos por la mesma orden que los
pusieron, y quasi tan llenos como se estaban, y
llebanlos a la mesa del thesorero, camarero, que
hera yo, y pajes de cámara y eunucos que los
guardaban, que en todos seriamos ginquenta,
y alli comiamos y dábamos las fuentes, que
avn no heran a mediadas fuera a los gentiles
hombres, y comian ellos; y Icuantados de la
mesa, sentábanse los ofi9Íales de casa, como
sastres, capateros, herreros, armeros, plateros
y otros ansi, los quales ya no hallaban de lo
mejor nada, como aves ni buen carnero, ha-
biendo pasado por tantas manos. El plato del
mayordomo mayor andaba también, después de
él comido, por otra parte las esta9Íones, y el
del cozinero mayor.
Mata. — ¿Qué tanto cabria cada fuente
desas?
Pedro. — Vn ^elemin de aroz. ¿Dezislo por-
que sobraba tanto en todas las mesas?
Mata. — No lo digo por otro.
(•) avnque se hallan.
CRISTÓBAL DE VILLALON
139
Pedro. — Sabed, pues, que de cada comida
andado lo que se guisa de comer por toda la
casa, a no dexar hombre, es menester que so-
bre algo que derramar para los perros y gatos
y aves del 9Íelo, lo qual ternian por gran peca-
do y agüero si no sobrase.
Mata. — ¿Son grandes las ollas en que adres-
9an de comer?
Peduo. — Tan grandes como baste a cumplir
con la casa. Son a manera de caldero sin asas,
vn poco más estrecha la boca, y llamanse ten-
gev, de cobre gruesa y labrada al torno, como
las fuentes, que llaman tepzi.
Juan. — ¿Ño beben vino?
Pedro. — Ni agua quando comen, sino como
los bueyes se van después de comer a la fuen-
te o donde tienen el agua. En lugar del vino
tenia Zinan Baxa muchas sorbetas, que ellos
llaman, que son aguas confe9Íonadas de cozi-
mientos de guindas y albaricoques pasados
como 9Íruelas pasas, y ziruelas pasas, agua con
azúcar o con miel, y estas cada dia las hazian,
porque no se corrompiesen. Quando hai algún
banquete no dexan ir la gente sin beber agua
con azúcar o miel.
Mata. — ¿Acostumbran hazer banquetes?
Pedro. — Dos hizo Zinan Baxa a Dargute
que no se hizieran mejor entre nosotros, donde
vbo toda la volatei'ia que se pudo haver y fru-
tas de sartén, cabritos, conejos y corderos.
Mata. — ¿Saben hazer manjar blanco?
Pedro. — Y avn vna fruta de sartén a ma-
nera de buñuelos llenos dello, saibó que no lo
hazen tan duro como nosotros, sino quede tan
liquido que se coma con cuchar, y por comer
ellos todas las cosas ansi liquidas no tienen tan-
ta sed como los señores d'España, que por so-
lamente beber más comen asado, y los potajes
llenos d'espe9Ía que asa las entrañas, y por esto,
si miráis en ello, biben poco.
Juan. — En ninguna comida ni banquete os
he oido nombrar perdizes; no las debe de hauer.
Pedro. — Muchas hai; sino que están lexos
y no hai quien las caze, porque en Constanti-
nopla sólo el Gran Señor lo puede hazer. Fuera
en aquellas islas del ar9Ípielago hai más que
acá gorriones; donde yo estube en el Schiatho
venian como manadas de gallinas a comer las
migajas de vizcocho que se nos caian de la
mesa; en la isla del Chio las tienen tan domes-
ticas como las palomas mansas que se van todo
el dia al campo y a la noche se recojen a casa.
Los griegos en estas islas no las matan, por-
que para sí más quieren vn poco de cabiari, y
si las quieren vender no hai a quién.
Mata. — ¿Qué llamáis cabiari?
Pedro. -Vna mixtura que hazen en la Mar
Negra de los sesos de los pescados grandes y
de la grosura, y gastase en todo Levante para
autobiografías y memorias. — 20
comer, tanto como acá azeite y más. Es de ma-
nera de vn xabon si habéis visto ralo.
Juan. — Harto hai por acá deso.
Mata. — ¿Y comenlo aquellos?
Pedro. — Con vn áspero (') comerá toda vna
casa dello. Los griegos son los que lo comen;
sabe con ello muy bien el beber, a manera de
sardina arencada fiambre y puesta entre pan.
En la mar el mejor mantenimiento que pueden
llebar es éste, porque se puede comer todos los
dias sin fuego, avnque sea Quaresma ni Carnal.
Dixele vn dia a (y*inan Baxa que hiziese traer
para sí algunas perdizes; y como era general
de la mar, todas estas islas donde las hai he-
ran suyas, y avisó a sus governadores que se
las embiasen; y os prometo que comenzaron
cada dia de venir tantas, que las teníamos más
comunes que pollos; llamanse en turquesco che-
che y el capón iblic, y más de yien turcos no
os lo sabrán dezir.
Mata. — ¿No mudan comida, sino todos los
dias eso mesmo que habéis dicho?
Pedro. — Muchas vezes comen asado y otras
adobados, pero lo más continuo es lo que os
tengo dicho.
Juan. — ¿Ningún dia dexan de comer carne,
habiendo tan buenos pescados frescos, avnque
su lei (2) lo permita?
Pedro. —Muy enemigos son del pescado,
No lo vi comer dos vezes en casa del Baxa.
Mata. — ¿Por qué?
Pedro. — Como no pueden beber vino, dizen
que rebibiria en el cuerpo con el agua, y tienen-
lo por tan aberiguado que todos lo creen. Tam-
poco son amigos de huebos.
Mata. — ¿Por qué comen tanto arroz?
Pedro. — Dicen que los haze fuertes, ansi
como ello y el trigo lo es. Tabernas publicas
muchas hai de turcos donde venden todas aque-
llas sorbetas para veuer los que quieren gastar
y bien varato; por vn maravedí os hartaran.
Juan. — ¿En qué bebia (^inan Baxa, que se
nos habia olvidado?
Pedro. — Lo que más vsan los señores es
por9elanas, por la seguridad que les hazen en-
tender de no poder sufrir el veneno, y vale diez
escudos cada vna. También hazen de cobre es-
tañado vnas como escudillas sin orejas, con su
pie de taza, y cabrán medio azumbre, y destas
vsan todos los que no pueden alcanzar las por-
zelanas y avn los que pueden.
Juan. — ¿Y vidros no?
Pedro. — Hailos muy finos de los vene9Ía-
nos; mas por no nos pares9er en nada si pu-
diesen, no los quieren para beber en ellos, y
también, quien no tiene de beber vino ¿para
{«) dello.
(») no.
140
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
qne quiere vidro? íTo los dexan de tener para
conserbas y otras delicadezas.
Mata. — ¿Es verdad eso de las por9elanas,
que por aoa por tal se tiene?
Pedro. — A esa hufia no querría que me
diesen ninguna cosa que me pudiese hazer mal
en ellas a beber; los que las venden que digan
eso no me maravillo, por sacar dinero; mas
¿quie'n no terna por grandes bestias a los que
dan crédito a cosas que tan poco camino lleban?
Eso me pares9e como las sortijas de A'ña para
mal de corazón, y piedras preciosas y oro mo-
lido que nos liazen los ruines phisicos en creer
ser cosa de mucho probedlo.
Juan. —¿Las sortijas de vña de la gran bes-
tia me de9Ís? La más probada cosa que en la
gota coral se baze son, como sean verdaderas;
por mi verdad os juro que tenia vn corregidor
vna, que yo mesmo la vi más de cinquenta ve-
zes hazer la experiencia.
Pedro.— ¿I)e qué manera?
Juan. — Estando caido vn pobre dándose de
cabezadas, llegó el corregidor y metiosela en el
dedo y tan presto se leuantó.
Pedro. — Otro tanto se hiziera si le tocara
con sus propias vñas el corregidor.
Juan. —¿Cómo abia de leuantarse por eso?
¿Qué virtud tenian para eso sus vñas?
Pedro. - ¿No acabáis de dezir que tiene de
ser la vña de la gran bestia?
Juan. — Sí.
Pedro. — Pues ¿qué mayor bestia que vos y
el corregidor, y qnantos lo creyeren ? No creo yo
que esa gran bestia que decis sea tan grande
como ellos. ¿Qué hombre hai de tan poco juifio
en el mundo que crea hauer cosa tan eficaz y de
tanta virtud que por tocarla a los artejos de
los dedos haga su efecto? Vemos que el fuego,
con quan fuerte es, no podra quemar vn leño
seco, ni vn copo d'estopa, si no le dan tiempo
y se lo ponen zerca, y queréis que vna uña de
asno haga, puesta por de fuera, lo que no vas-
tan todas las medicinas del mundo.
Juan. — ¡También es recio caso que me que-
ráis contradezir lo que yo mesmo me he visto!
Pedro.— Puedolo hazer dándoos la causa
dello.
Mata.— Desa manera sí.
Pedro. —Habréis de saber que aquel paro-
xismo le viene de quando en quando, como a
otros vna tertiana, y es burla que venga del
cora9on ni de aquella gota sobre el, que dizen
las viejas, sino es vn humor que ocupa el ce-
lebro y priua de todos los sentidos, sino es del
movimiento, hasta que le expele fuera, que es
aquella espuma que al cabo le veis echar por la
boca, y no hai más diferentia entre el esternu-
dar y eso que llamáis gota coral, de que para el
esternudo hai poca materia de aquel humor y
para esto otro hay mucho, lo qual veréis si mi-
ráis en ello claramente en algunos que con difi-
cultad esternudan, que hazen aquellos mesmog
gestos que a los que le toma la gota coral, que
es mal de luna.
Mata. — Es tan clara philosofia esa, que la
tengo entendida yo muy bien.
Pedro. — Como aquel acidente dura, según
su curso, vn quarto de hora y media a lo más
largo, azierta a pasar el corregidor ya que co-
mien9a a hechar la espuma por la boca, y en
poniéndole la sortija, señor, luego se levantó
de alli a media hora. El probar della hera qae
el mesmo payiente la traxese de contino y ver-
nia el mal ansi como asi. ¿Vosotros, señores,
pensáis que yo no he visto vñas y la mesma
bestia de que son? Vn caballero de Sant Juan,
bailio de Santa Femia, conozco, que trae vnas
manoplas desas sortijas y otras monedas que
dizen que aprobechan, y piedras muy exquisi-
tas, que le an costado mucho dinero; mas al
pobre señor ninguna cosa le alivian su mal más
que si no lo traxese; j si os queréis informar
desto, saved que se llama don FabrÍ9Ío Piñate-
lo, hermano del conde de Monte León, en Ca-
labria.
Juan. — ¿No es (jierto que están las virtudes
en piedras y en yerbas y palabras?
Pedro. — No mucho, que ese refrán es de
viejas y de los más mentirosos; porque a los
que dizen qu*e están en palabras y salen de las
cosas comunes del Evangelio, y de lo que nues-
tra Iglesia tiene aprobado, ya podéis ver quá-
les los para la Inquisición, la qual no castiga
lo que es bueno, sino lo que no lo es; y pues
pone pena a los que curan por palabras, señal
es que no es bueno latet amus in esca, aunque
las veis buenas palabras; sepe ángelus Sathahe
travsfigurat se in angelum luris, dize la Escrip-
tura. A los que creen en piedras, mirad cómo
los castigan los lapidarios y alchimistas (') en
las bolsas, haziendoles dar por vn diamante o
esmeralda ocho mili escudos, y treinta mili, y a
las vezes es falso; y que sea verdadero, maldita
la virtud tiene, más de que costó tanto y no
hai otro tal en esta tierra. Dadme vno que por
piedras haya sido imortal, o que estando malo
haya por ellas escapado de vn dolor de costado,
o que por llebar piedras consigo entrando en la
batalla no le hayan herido, o que por tener
piedras no coma, o que las piedras le excusen
de llegarse al fuego el iuivierno y buscar niebe
y salitre el verano para beber frió, ó que se ex-
cuse de ir al infierno, adonde estaba condena-
do, por tener piedras. A la fe hazed en piedras
vivas, si queréis andar camino derecho, y si los
otros quieren ser necios, no lo seáis vos.
O haziendo.
CRISTÓBAL DE VILLALÓÍí
141
Juan. — Dezid qiianto quisieredes, que yo la
he visto hechar en medicinas y vsarlas a médi-
cos tan buenos como vos debéis de ser y me-
jores, y las loan mucho.
Pedko. — Hartos médicos debe de haber me-
jores que yo; pero en verdad que de los que vsan
esas cosas ninguno lo es, ni merescen nombre
de tales; esos se llaman charlatanes en Italia,
porque si leen ^ient vezes los autores todos que
hai de medÍ9Ína, no hallarán re9epta donde en-
tren esas piedras, y si dicen que sí, serán algu-
nos cartapacios y trapa^etas, pero no autores.
Corales y guijas son los más vsados, y éstos
son buenos, y algún poco de aljófar para cuan-
do hai ne9esidad de desecar algunas humida-
des; por pares^er que hazen algo, siendo vn se-
ñor, le ordenan esas borracherías, pensando que
si no son preciosas cosas las que tiene de tomar
no podra haber efecto la medicina, como si el
señor y el albardero no fuesen dos animales
compuestos de todos c^uatro elementos. Los
metales y elementos ningún nutrimento dan al
cuerpo, y si coméis vna onca de oro, otra he-
chareis por vaxo quando hagáis cámara, que el
cuerpo no toma nada para sí.
Juan. — ¿El oro no alegra el coracon? De-
zid también que no.
Pedro. — Digo que no, sino la posesión del.
Yo, si paso por donde están contando dinero,
más me entristezco que alegrarme por verme
que no tenga yo otros tantos; y comido o be-
bido el oro, ¿cómo queréis que lo vea? ¿el cora-
ron tiene ojos, por dicha? Quando les hechan
en el caldo destilado, los médicos barbaros, do-
blones, ¿pai'a qué pensáis que lo hazen? Pen-
sando que el señor tiene de dezir: dad esos do-
blones al señor doctor; C|ue si los pesan, tan de
peso salen como los echaron, no dexando otra
cosa en el caldo sino la mugre que tenían. Si
tenéis piedras preciosas, credme y trocaldas a
piedi'as de molino, que son más finas y de más
probecho, y dexaos de burlas.
Mata. — Tal sea mi vida como tiene ra9on
en eso.
Pedro.- Quanto más que vn hombre para
lo del mundo, más luze con vn buen vestido de
seda o fino paño que con vn anillo en el dedo
que valga diez mili ducados, Todas estas cosas
que estos médicos barbaros hazen ¿dónde pen-
sáis que las sacan? ¿de los autores? No, sino de
las viejas, que se lo dizen, como aquello de que
el oro alegra el cora9on, y que esté la virtud en
piedras y yervas y palabras. Muy ruinmente
estaria la virtud aposentada si no tubiese otra
mejor casa que las piedras, yerbas y palabras.
Mata. — ¿Sabéis qué digo yo, Juan de Voto
a Dios?
Juan, —¿y es?
Mata. — Que no nos demos a philosofar con
Pedro de Vrdimalas, que ninguna (') honrra
con él ganaremos, por más que hagamos, por-
que viene abil como el diablo. Bol vamos a re-
buscar si hai algo que preguntar que ya no se
qué. ¿Deleitanse de truhanes y músicos los tur-
cos?
Pedro. — Algunas guitarras tienen sin tras-
tes, en que tañen a su modo can9Íones turques-
cas, y los leventes traen vnas como cucharo-
nes de palo con tres cuerdas, y tienen por gala
andarse por las calles de dia tañendo.
Juan. — ¿Qué llaman leventes?
Pedro. — Gente de la mar, los que nosotros
decimos corsarios ¡truhanes también tienen, que
los llaman mazcara, avnque lo que dixo soltan
Mahameto, el que ganó a Constantinopla, bis-
abuelo deste que agora es, es lo mejor destos
para hauer plazer.
Juan. — ¿Qué de9Ía?
Pedro. — Dixeronle vn dia que por qué no
vsaba truhanes como otros señores, y él pregun-
to que de qué sirvian. Dixeronle que para ale-
grarle y darle plazer. Dize: pues para eso traed-
me vn moro o christiano que comienza a ha-
blar la lengua nuestra, que aquel es más para
reir que todos los truhanes de la tierra; y tubo
grande racon^ porque ciertamente, como la len-
gua es algo oscura y tiene palabras que se pa-
rescen vnas a otras, no hai vizcaíno en Casti-
lla más gra9Íoso que vno que alia quiere hablar
la lengua, lo qual juzgo por mí, que tenían más
quentos entre sí que conmigo habían pasado,
que nunca los acababan de reir; entre los canales
os quiero contar dos: Curaba un día vna señora
muy hermosa y rica, y estaban con ella muchas
otras que la habían ido a visitar, y estaba ya
mejor, sin calentura. Preguntóme c{ué cenaría.
Yo, de puro agudo, pensando saver la lengua,
no quise esperar a que el interprete hablase por
mí, y digo: Ya, señora, vuestra mer9ed está
buena, y comerá esta noche vnas lechugas co-
zidas y echarles ha en9Íma vn poco de azeite y
vinagre, y sobre todo esto pií-para zeciuier.
Mata. — ¿Qué es zequier?
Pedro. — El azúcar se llama gequier, y el
a9eso que el hombre tiene a la muger, cequier;
como no difieren en más de vna letra, yo le
quería dezir que echase en9Íma azúcar a la en-
salada, y dixele que se echase vn hombre a
cuestas. Como el interprete vio la desonesti-
dad que había dicho, comencome a dar del codo,
y yo tanto más hablaba quanto más me daba.
Las damas, muertas de risa, nunca hazian sino
preguntarme: ¿ne? que quiere dezir ¿qué? Yo
replicar: Señora, zequier; hasta que el interprete
les dixo: Señoras, vuestras mer9edes perdonen,
que él quiere dezir azúcar, y no sabe lo que se
(•) maldita la.
142
autobiografías y memorias
di^e. En buena fe, dixeron ellas, mejor habla
que no vos. Y quando de allí adelante iba, luego
se reían y me preguntaban si quería zequier.
Mata. — El mejor alcaguete que liai para
con damas es no saver su lengua; porque es li-
zito dezir quanto quisieredes, y tiene de ser
perdonado.
Pedro. — Iba otro dia con aquel zirujano
yiejo mi compañero y entro a curar vn turco
de vna llaga que tenia en la pierna; y tenién-
dole descubierta la llaga, dixome, porque no
sabia la lengua, que le dixese que habia nece-
sidad de vna aguja para coser vna venda. Yo
le dixe: Inchir yerec (el higo se llama inchir y
la aguja icne). Yo quise dezir icne, y dixe in-
cliir; el pobre del turco levantóse y fue con su
llaga descubierta medio arrastrando por la calle
abajo a buscar sus higos que pensó que serian
menester para su mal, y quando menos me
cato hele a donde viene desde a media hora con
vna haldada de higos, y diomelos. Yo comenze
de comer, y como vio la prisa que me daba,
dixo: ¿Pues para eso te los travo? El zirujano
nunca hazia sino por señas pidir la aguja, y
yo comer de mis higos sin caer en la malicia;
al cabo, ya que lo entendió, quedo el más con-
fuso que podia ser, no sabiendo si se enojar o
reir de la burla, hasta que paso vn judio y le
hizo que me preguntase a qué proposito le ha-
bia hecho ir por los higos estando coxo, que si
algo quería podia pidirle dineros. Yo negué
que nunca tal habia dicho, hasta que me pre-
guntaron cómo se llama la aguja en su lengua,
y dixe que hinchir (higos); y estonces se ra-
yeron mucho y me tubieron por borrico, y con
gran razón. Otros muchos quentos pasaba cada
dia al tono, y yo niesmo se los ayudaba a reir,
y me holgaba que se reyesen de mí, porque
siempre me daban para vino.
Juan. — ("Alumbranse de noche con hachas?
Pedro. — Muy poco salen fuera, y lo que sa-
len no saven qué cosa es hacha, sino vnas len-
ternas de yerro de seis columnas, y vestida vna
funda enzima, de muy delgada tela de algodón,
como lo que traen en las tocas; da más resplan-
dor que dos hachas, y llamanla fener.
Juan. — Decíais denantes la oration que to-
dos hazen después de comer, mas no la que ha-
zen al principio; ¿o no la hazen?
Pedro. — No sólo al principio de la comida,
sino quando quieren hazer qualquíer cosa dizen
estas palabras: Bismillair rehemanir reliim: en
nombre de Aquél que crío el cielo y la tierra y
todas las cosas. Y a proposito desto os quiero
contar otra cosa que tienen en la mar; no me
certifico si también lo hazen en tierra. Todas las
vezes que tienen proposito de ir algún cabo he-
chan el libro, que dicen, a modo del libro de las
suertes de acá, y si les dize que vayan, por vía
ninguna dexaran de ir, avnque vean que tienen
la mitad menos galeras y gente que los enemi-
gos, y si les dize que no vayan, no irán si pen-
sasen ganar la christiandad de aquel viaje.
Juan. — ¿Qué es la cavsa por que no beben
vino?
Pedro. — Pocos hallareis que os la sepan
dezir como yo, que la procuré saver de muchos
letrados, y es que pasando Mahoma por vn
jardín vn dia, vio muchos mancebos que esta-
ban dentro regocijándose y saltando, y estubo-
selos mirando vn rato, holgándose de verlos, y
fuese a la mezquita, y quando volvió torno por
allí a la tarde y violos que estaban todos bo-
rrachos y dándose muy cruelmente vnos con
otros tantas heridas, que quasi todos estaban
de modo que no podrían escapar, sin haber pre-
cedido entrellos enemistad ninguna antes que
se emborrachasen. Estonces Mahoma lo prime-
ro les echo su maldición, y tras esto hizo lei
que ninguno bebiese vino, pues bastaba hazer
los hombres bestias ('). Solamente lo pueden be-
ber de tres días sacado de las vbas, mas no de
quatro, porque lo primero es zumo de vbas y lo
otro comienca de ser vino.
Mata. — ¿Dexanles labrar viñas a los turcos?
Pedro. — Alguna labran para pasas y para
comer en vba; mas el viñedo para hazer el vino,
los christianos mesmos se lo labran.
Mata. — ¿Y el pan?
Pedro. — Eso ellos labran gran parte en la
Notolia, y tienen mucho ganado.
Mata. — ¿Son amigos de leche?
Pedro. — Dulce comen muy poca, pero agrá
comen tanta que no se hartan.
Mata. — ¿Qué llamáis agrá?
Pedro. — Esta que acá tenéis por vinagrada
estiman ellos en más que nuestras mas dulzes
natas, y llamanla yagurt; hai gran provisión
della todo el año; cuajase con la mesma como
con cuajo, y la primera es cuajada con leche de
higos ó con lebadura.
Mata. — ¿Qué tan agrá es?
Pedro. — Poco menos que zumo de limones,
y comen se las manos tras ella en toda Levante.
Mata. — Pues mal hayan las bestias; ¿no es
mejor dulze?
Pedro. — Aquello es mejor que sabe mejor;
a él le sabe bien lo agro, y a vos lo dulce. To-
man en vna taleguilla la cuajada, y cuelganla
hasta que destila todo el suero y queda tieso
como queso y duro, y quando quieren comer
dello o beber, desatan vn poco como azúcar en
media escudilla de agua y de aquello beben.
Mata. - Ello es vna gran porquería.
Pedro.— No les faltan las natas nuestras
dulzes, que llaman caimac; mas no las estiman
(») Mata.— Son muy amigos los.
CRISTÓBAL DE VILLALüN
143
como esto, y 9Íerto os digo que quando haze
calor que es vna buena comida, y avn desto
hazen salsas. Algo pares9e que están los seño-
res atajadillos, y que sabe más vn sabio respon-
der que dos necios preguntar; a la oreja os me
estáis hablando.
Mata. — Yo digo mi pecado, que no sé más
qué preguntar, si no pasamos a cómo es Cons-
tantinopla,
Pedro. — ¿Qué, también se tiene de dezir eso?
Mata. — Y avn había de ser dicho lo primero.
Juan. — Primero quiero yo saver si se hazen
por alia los chamelotes y si los visten los turcos.
Pedro. — No muy lexos de Constantinopla
se hazen, en vna 9Íbdad que se llama Angora.
Juan. — ¿De qué son? ¿Lleban seda?
Pedro. —Chamelotes hai de seda, que se
hazen en Venetia.
Juan. — lío digo sino destos comunes.
Pedro. — IsTo lleban hebra dello, mas antes
son de lana grosera, que acá llamáis, como de
cabra, la qual se cria en aquella tierra, y no en
toda, sino como la almastica, que en este ter-
mino paciendo trae lana buena para chamelote
y en el otro no.
JüAií. — ¿Cómo está con aquel lustre que
pares9e seda?
Pedro. — Si tomáis va pellejo de aquellas
ovejas, diréis, avnque es grosera lana, que no
es posible sino que son madexas de seda cruda;
y los tienen los turcos en sus camas.
Joan. — ¿Valen alia baratos?
Pedro. — Vale vna pieza doble de color do-
9Íentos ásperos, que son quatro escudos, y ne-
gra tres.
Juan. — ¿Doble?
Pedro. — Si.
Juan. — Quemado sea el tal barato; no la
hallareis acá por doze.
Pedro. — Hai también vno que llaman mo-
cayari, que es como chamelotes sin aguas, y es
vistoso y muy varato.
Juan. — Por tan vencido me doi ya yo como
Mátalas Callando; por eso bien podéis comen-
zar a dezir de Constantinopla.
Pedro. — Muy en breve os daré toda la traza
della y cosas memorables, si no me estorvais.
Juan. — Estad deso seguro.
COLOQUIO XI
description de constantinopla o
Pedro. — En la ribera del Hellesponto (que
es vna canal de mar la qual corre desde el mar
(•) De letra po3terior: Huic deacriptioni lege Se-
bastianum.
Grande, que es el Euxino, hasta el mar Egeo)
está la 9Íbdad de Constantinopla, y podríase
aislar, porque la mesma canal haze vn seno,
que es el puerto de la 9Íbdad, y dura de largo
dos grandes leguas. Podéis estar seguros que
en todo el mar Mediterráneo no hai tal puerto,
que podran caber dentro todas las naos y gale-
ras y barcas que oi hai en el mundo, y se puede
cargar y descargar en la escala qualquier nabe
sin barca ni nada, sino allegándose a tierra. La
ex9ellentia mayor que este puerto tiene es que
a la vna parte tiene a Constantinopla y a la
otra a Galata. De ancho terna vn tiro de arca-
buz glande. íío se puede ir por tierra de la vna
cibdad a la otra si no es rodeando quatro
leguas; mas hai gran multitud de barquillas
para pasar por vna blanca o maravedí cada y
quando que tubiei'des a qué. Quasi toda la gen-
te de mar, como son los arraezes y marineros,
viben en Galata, por respecto del tarazanal,
que está alli, y ya tengo dicho ser el lugar
donde se hazen las galeras, y por el mesmo
caso todos los cautibos están alia; los del Gran
Turco en la torre grande vna parte, y otra en
Sant Pablo que agora es mezquita; los del
capitán de la mar, en otra torre; cada ari'aez
tiene los suyos en sus casas. El tarazanal tiene
hechos vnos arcos donde puede en cada vno es-
tar vna galera sin mojarse. Muchas vezes los
conté y no llegan a 9Íento, mas son pocos me-
nos. También me acuerdo haber dicho que sera
vna cibdad de quatro mili casas, en la qual
viuen todos los mercaderes venetianos y floren-
tines, que serán mili casas; hay tres moneste-
rios de fraires de la Iglesia nuestra latina,
Sant Fran9Ísco, Sant Pedro y Sant Benito; en
éste no hai más de vn fraire viejo, pero es la
iglesia mejor que del tamaño hai en toda Le-
vante, toda de obra musaica y las figuras muy
perfectas. San Pedro es de fraires dominicos,
y terna doce fraires. Sant Francisco bien ter-
na 24. Hallareis en estos dos monesterios misa
cada dia, a qualquier hora que Uegardes, como
en vno de los mejores monesterios de España,
rezadas y cantadas; órgano ni campana ya
sabéis que no le hai, pero con trompetas la dizen
solemne los días de grande fiesta, y para que
no se atreba ningún turco a hazer algún des-
acato en la iglesia, a la puerta de cada moneste-
rio destos hai dos genizaros con sendas porras,
que el Gran Señor tiene puestos que guarden,
los quales quando algún turco, curioso de
saver, quiere entrar le dan lÍ9encia y dizenle:
Entra y mira y calla, si no con estas porras te
machacaremos esa cabeza. Ningún judio tiene
casa en Galata, sino tienen sus tiendas y es-
tanse alli todo el dia, y a la noche cierran sus
tiendas y vanse a dormir a Constantinopla.
Griegos y ármenos hai muchos, y los forasteros
144
autobiografías y memorias
marineros todos posan alli. Hai de los griegos
miichos panaderos, y el pan que alia se haze
tiene ventaja cierto a todo lo del nnindo, por-
que el pan coaiun es como lo regalado que co-
B3en por acá los señores; pues lo floreado, como
ellos lo hazen echándole en9Íma vna simiente
de alegría, o negrilla romana, que los griegos
llaman melanthio, no hai a qué lo comparar.
Mata. — ¿Tabernas pocas habrá, pues los
turcos no beben vino?
Pedro. — ¿Que' haze al caso si los christia-
nos y judios lo beben? Mucho hai, y en muy
buen precio, y muy bueno. Vn examen os ha-
rán quando vais por vino en la taberna. Si
queréis blanco o tinto. Si de9Ís blanco pregun-
tan si malvasia, o moscatel de Candia o blanco
de Gallipol. Qualquiera destos que pidáis es
tercera pregunta: ¿De quántos años?
Mata.- ÍTo hai tanta cosa en la corte.
Pedro. — ¿Queréis comparar las probisiones
y mantenimientos d' España con Grecia ni
Italia?
JüAX. — ¿Y es al cabo caro el vino?
Pedro. — El moscatel y malvasia mejor de
todo es a quatro ásperos el golondrino, que
sera vn azumbre; hazed quenta que a real si es
de quatro años ; si de vno o dos á tres ásperos,
y tenedlo por tan bueno como de Sant Martin
y mejor.
Mata.— ¿El tinto?
Pedro. — El mejor del tinto es el tópico, que
dicen los griegos; quiere dezir el de la mesma
tierra. Es muy bibo, que salta y raspa, y medio
clarete. Viene otro más 9errado como acá de
Toro, de Metellin, junto al Chio. Lo prímero
vale a dos ásperos el golondrino, y lo segundo
a vno y medio. De Trapisonda carga mucho
clarete y de la isla de Mármara, Todos éstos,
con lo de ]N"egroponto, haced quenta que valen
a siete maravedís, de lo qual los cautivos car-
gan por junto, yéndose por él a las barcas que
lo traen. La príncipal calle de Galata es la de
Sant Pedro, que llaman la Lonja, donde los
mercaderes tienen sus tratos y ayuntamientos.
El tarazanal está a la puerta que mira a 0?!-
dente, y otra puei-ta, que está ha9Ía donde sale
el sol, que va la canal de mar arriba, se llama
El Topana, que quiere dezir donde se hunde la
artillei'ia. Top, en turquesco, se dize el tiro. En
medio de aquel campo están tantas piezas so-
bradas, sin carretones ni nada, que algún rei
las tomaría por prin9Ípal artillería para todo su
exercito: culebrinas muy grandes, y buenas de
las que tomaron en Rhodas y de las de Buda y
Belgrado, y cañones muy graesos, que se me-
terá por ellos vn liombre, hai muchos.
Juan. — ¿Qué haze alli aquello?
Pedro. — Está sobrado, para no menester,
que no sabe qué hazer dello. Quando falta vn
buen cañón en alguna parte, luego le van a
buscar allí.
Mata. — ¿Es de yerro todo aquello?
Pedro. — No, sino de muy fino metal de
campanas.
Mata. — ¿Qué tantos terna desos gruesos
allí sobrados?
Pedro. Más de quatro9Íentos, avnque yo
no los he contado.
Mata.- Mucho es quatro9Íentos tiros de
artillería.
Pedro. — Más es el estar sobrados, que es
señal que tiene muchos y no ha menester aque-
llos. Mezquitas y estufas, que llaman vanos, no
hai pocas por toda la ^ibdad, y Constantinopla
también, y iglesias de griegos, que son más de
dos mili; y la realeza de aquellos vanos de la
vna y de la otra parte es muy de notar; pares9en
por de fuera palagios muy prin9Ípales y tienen
vuas capillas redondas a manei'a de media na-
ranja, cubiertas de plomo. Por dentro todos son
marmol, jaspe y pórfido. La ganan9Ía lo sufre,
que no hai ninguno de todos que no rinda cada
dia 9Ínquenta escudos.
Mata. — ¿Quánto paga cada vno?
Pedro. — Lo que quiere y como es; vnos
medio real, y otros vno, y otros dos ; los pobres
vn áspero.
Juan.— ¿Quántos se pueden vañar juntos de
vna vez?
Mata. — Eso quería yo preguntar,
Pedro. — En seis capillas que tiene el que
menos cabrán juntos vanándose ochenta hom-
bres.
Mata. — ¿Cómo se vanan? ¿Metense dentro
algunas pilas?
Pedro. — Danle a cada vno vna toalla azul,
que se pone por la 9Íntura y llega a la rodilla;
y metido dentro la estufa hallara dos o tres pi-
lleas en cada vna, en las quales caen dos cani-
llas de agua, vna muy caliente y otra fria. Está
en vuestra mano templar como quisieredes, y
alli están muchas tazas d'estaño con las quales
cojeis el agua y os la echáis a questas, sin tener
a qué entrar en pila. El suelo, como es todo de
marmol, está tan limpio como vna taza de pla-
ta ('), que no habria pila tan limpia. Los uies-
mos que sirben el baño os labaran muy a vues-
tro plazer, y esto no solamente los turcos lo
vsan, sino judios y christianos, y quántos hai en
Levante. Yo mesmo lo hazia cada quinze dias,
y hallábame muy bien de salud y limpieza, que
acá hai gran falta. Vna de las cosas que más
nos motejan los turcos, y con ra9on, es de su-
9Í0S, que no hai hombre ni muger en España
que se labe dos vezes de como nas9e hasta que
muere.
(') sin tener.
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
145
Juan. — Es cosa dañosa y a muchos se ha
visto hazerles mal.
Pedro. — Eso es por no tener costumbre;
mas decidles que lo y&en, y veréis que no les
ofenderá. Ningún hombre prin9Ípal ni muger se
va a bañar, que lo hazen todos los juebes por
la mayor parte, que no dexe vn escudo en el
vano por sus criados y por sí.
JüAx. — ¿No se vanan juntos los hombres y
las mugeres?
Pedro.— ¿Eso habian de consentir los tur-
cos siendo tan onestos? Cada vano es por sí, el
de los hombres y de las mugeres.
Mata. — Mucha agua se gastará en esos
vanos.
Pedro. — Cada vno tiene dentro su fuente,
que deso es bien probeida Constantinopla y Ga-
lata, si hai 9Íbdades en el mundo que lo sean,
y avn muchos turcos tienen por limosna hazer
arcas de fuentes por las calles donde ven que
esté lexos el agua, y cada dia las hinchen a su
costa, poniéndoles vna canilla por fuera destas
de tornillo, y el que se la dexare destapada para
que se vaya el agua peca mortalmente. Digo
que las arcas son artificiales, que no traen alli
las fuentes; y esto de Galata baste. Constanti-
nopla, que antes se llamaba Bizancio, tiene el
mejor sitio de 9ibdad que el sol es^alienta desde
Oriente o Poniente, porque no puede padescer
ne9esidad de bastimentos por via ninguna, si
en alguna parte del mundo los hai.
Juan. — Eso me declarad, porque avnque
tenga mar no haze al caso, que muchas otras
9Íbdades están junto al mar y pades9en muchas
ne9esidades.
Pedro. — Si tnbiesen dos mares, como ésta,
no podrían pades9er. La canal de mar tiene de
largo, desde el mar Eugino hasta Sexto y Abi-
do, 9Ínquenta y avn sesenta leguas. En la mes-
ma canal está Constantinopla, cinco leguas más
acá de la mar Negra, que es el mar Euxino. De
manera que a la mano izquierda tiene el mar
Euxino, que tiene dozientas leguas de largo y
más de quatro9Íentas de zerco; a la mano de-
recha está el mar Mediterráneo. Por no haber
estado en la mar no creo que gustareis nada
desto. ¿Pensáis que es todo carretas de vino y
recuas de garbanzos? Mas no se me da nada.
Juan. — Demasiado lo entenderemos de bien,
si no os escures9cis de aqui adelante.
Pedro. — Antes iré más claro. O haze viento
para que vayan los nabios con bastimento o
no; si no haze ningún viento, caminan las gale-
ras y barcas y vergantines con los remos a su
plazer; si vbiere vientos o son de las partes do
Mediodia y Poniente, o de Setentrion y Orien-
te, porque no hai más vientos en el mundo,
andando los primeros, caminan las naos y todos
los nabios del Cairo y Alexandria, Suria, Chi-
pre y Cand'a, y en fin todo el mar Mediterrá-
neo desde el estrecho de Gibraltar alia; si los
vientos que corren son de la otra parte, son
prósperos para venir de la mar Negra y ansí
veréis venir la manada de nabios de Trapisonda
y toda aquella ribera hasta Capha y el rio Ta-
ñáis, que pares9e vna armada. Tres años es-
tube dentro que en todos ellos vi subir vna
blanca el pan, ni vino, ni carne, ni fruta, ni
bastimento ninguno.
Mata. — ¿Valen caras todas esas cosas?
Pedro. — Dos panes, que llaman de bazar,
como quien dize de mercado, que ternan dos
quartales, valen vn áspero; por manera que
saldrá a tres y medio el quartal, y de lo otro
muy blanco como niebe y regalado sera hazed
quenta a siete maravedís el quartal, que creo
llamáis dos libras y media. Carnero es tan bue-
no como el mejor de Castilla, y dan do9Íentas
dragmas al áspero, que son a quatro maravedís
la libra de do^e on9as y media; ternera al mes-
mo pre9Ío; vaca a dos maravedís la libra des-
tas. Más varato sale comprando el carnero todo
vivo, que si llegáis en vn rábano y escogiendo
el mejor no cuesta sino medio escudo, y quan-
do más medio ducado, que son treinta ásperos,
y tienen 9Ínco quartos, porque la cola es tan
grande que vale por vno.
Mata. — ¿Qué tanto pesará?
Pedro. — Cola hai que pesará seis y siete
libras.
Juan. — ¿De carnero?
Pedro. — De carnero, y los más tienen qua-
tro cuernos.
Mata. — Nunca tal oi.
Pedro.— Eso es cosa muy común, que to-
dos los que han estado en África y Cerdeña os
lo dirán. Cabeza y menudo todo lo hechan a
mal, que no hazen caso dello.
Mata. — ¿De fruta bien probeidos serán?
Pedro.— Quanto es posible, principalmente
de seca.
Juan. — ¿Qué llamáis fruta seca?
Pedro. — Higo y pasa, almendra, nuez, abe-
llana, castaña y piñón. Vbas en grande abun-
dancia hai, y muchas diversidades dellas, sino
es moscatel.
Juan.— ¿Esa fruta os de la mcsma tierra o
de acarreo?
Pedro. — Gran parte es de la misma tierra,
porque en sí es fértilísima, prin9Ípalmente las
vbas; pero lo más viene de fuera. Zoroca hai
en quantidad; guindas pocas y aquéllas no las
comen, sino pasanlas como vbas y entre año
bebón del cozimieiito dolías, que no es de mal
sabor; y en Italia hai tanbien muy pocas guin-
das, si no es en Bolonia, y las llaman marascas,
y en otra parte de Italia bignas. Salido de Cas-
tilla no hallareis camuesa ni 9Íruela regañada,
146
autobiografías y memorias
en parte de las que hai hasta Hierilsalem; pero
hai vnas maii9anas pequeñas en Constantino-
pla, que llaman moscateles, que son tan buenas
como las camuesas; pera, mangana y melón
grande es la quantidad que hai alia, y todo ello
sin comparación más varato que acá. Estando
(Jinan Baxa por virrei teníamos muchos presen-
tes de frutas, entre los quales traxeron vn dia
ocho melones de los que al Gran Señor suelen
traer de veinte jornadas grandes de Constanti-
nopla por tierra, y avnque os quiera dezir el sa-
bor que tenian no sabré: lieran como la maná
que Dios emvió, que sabian lo que querían que
supiese. Lo podrido y cortezas que echaban a
mal tenia mejor sabor que los mejores de la
Fuente del Saúco. La simiente hera como al-
mendras peladas, y como vi tan celestial cosa
pregunté al que los traia dónde y cómo se ha-
zian, y dixome que junto a Babilonia, en la ri-
bera de vn rio no sé cómo se le llama. No ha-
zian sino escarbar en la arena y luego salia agua
y se hinchia aquel hoyo, y metian alli dos ó
tres pepitas y tornábanlo a cubrir y de alli se
hazian.
JuAK. — Cosa de maravilla es esa. ¿En la
mesma agua echaban la simiente?
Pedro. — Sí.
Mata.— ¿Qué vezindad terna Constantino-
pla? ¿Es mayor que Valladolid?
Pedro. — Nunca yo los conté para saverlo
vno más o menos; mas lo que pude (') alcanzar
por las matriculas que a Zinan Baxa mostra-
ban y de las personas que tenian quenta con
ello, de solos christianos habrá quarenta mili
casas, y de judios diez mili ; de turcos bien serán
mas de sesenta mili; de manera que, para no
poner sino quitar de nuestra casa, hazedla de
9Íent mili, y creed que no hai quien mejor lo
sepa ni lo aya procurado saver; y avn otra cosa
más os digo: que no quento los arrabales, que
están dentro de dos leguas de la yibdad, que
son más de otros diez mili. Fuera de la 9erca
en la orilla del puerto, sobre la mesma mar,
hai más de diez mili casas de griegos y ruines
edificios; todo es casillas de pescadores, de
madera.
Juan. — ¿Estando dentro de la mar hazen
ruines edifi9Íos?
Pedro. — Como es puerto aquello, es mar
muerta, y están tan dentro que en abiendo
fortuna se mete por las ventanas. En cada casa
tienen una pesquera de red, y porque se la de-
xen tener son obligados a pagar cada vn año
vn ducado, pero en sola una noche toman pes-
cado que lo vale,
Juan, — ¿Quánto tiene de zerco Constanti-
nopla?
{*) saver.
Pedro. — Terna 9Ínco leguas.
Mata. — ¿Todo poblado?
Pedro, — Todo lo está; mas en vnas partes
no tanto como en otras. De largo tiene desde
el zerraje del Gran Turco hasta la puerta de An-
drinopoli, donde están los pala9Íos del empe-
rador Constantino, dos leguas y media.
Mata. — Bien se cansara quien tiene que ne-
g09Íar,
Pedro, — No haze, porque le llebaran por
mar por quatro ásperos, y le traerán con toda la
carga que quisiere llebar o traer. Está la 9Íbdad
hecha vn triangulo: lo más ancho es a la parte
da la canal, donde está el Gran Turco, y lo
que está a la puerta de Andrinopoli es vna pun-
ta muy estrecha.
Juan. — ¿Qué cosas tiene memorables?
Pedro. — Pocas, porque los turcos, con no
ser amigos dellas, las han gastado y derribado
todas; muy pocas casas ni edifi9Íos hai buenos,
sino todo muy común, sacando las quatro mez-
quitas prin9Ípales y los pala9Íos y algunas ca-
sas de los baxas. El mejor edifi9Ío y la casa que
más hai que ver en toda la 9Íbdad es el Baziz-
tan, que es vna claustra hecha debaxo de tie-
rra, toda de cal y canto, por miedo del fuego;
muy espaciosa, en la qual están todos los joye-
ros que hai en la 9Íbdad y se hazen todas las
mercan9Ías de cosas delicadas, como sedas,
brocados, oro, plata, pedrerías.
Mata,— ¿Todos los que venden eso tienen
alli dentro sus casas?
Pedro. — Menester seria para eso hazer
dentro vna 9Íbdad. Ninguno tiene otro que la
tienda, y este Baziztan tiene quatro puertas, a
las quales van a dar quatro calles muy largas y
anchas, en las quales consiste todo el trato,
no digo de Constantinopla, sino de todo el im-
perio; a qualquier hora que quisiercdes pasar
os sera tan dificultoso romper como vn exer9Íto;
quanto por alli caminaredcs tiene de ser de lado;
no tengáis miedo avnque niebe de haber frió.
Mata. — ¡Qué buen cortar de bolsas sera hai!
Pedro. — Hartas se cortan, pero a los turcos
no hai que cortar sino meterles la mano en la
fratiquera, que todos la traen, y sacar lo que
hai. Las joyas y riquezas que alli dentro hai
¿quién lo podrá dezir? Tiendas muchas de pe-
drería fina veréis, que a fe de buen christiano
las podréis medir a zelemines y avn a hanegas
lio de oro y cosas dello labradas, vale muy va-
rato. Aquella joyería que veis en la plaza de
Medina del Campo verlo eis todo en vna sola
tienda. Platería mejor -y más caudalosa que la
de nuestra corte, avnque no comen en plata. En
fin no sé qué os dezir, sino que es todo oro y
plata y seda y más seda, y no querrá nadie
imaginar cosa de comprar que no la halle den-
tro. Cosa de paños y telas y armería, y espe-
CRISTÓBAL DE VILLALÓN"
147
9Íer¡a, se vende eu las otras qiiatro calles. A
cada puerta deste Baziztan liai dos geniíjaros
de guarda, que tienen quenta con los que en-
tran y salen,
Juan. — ¿Es grande?
Pedro. — Terna de zerco media legua.
Juan. — Harto es.
Pedro. — La mayor grandeza de Constanti-
nopla es que después de vista toda hai otro
tanto que ver debaxo.
Juan. — ¿En que'?
Pedro. — Las bobedas, que quasi toda se
puede andar quan grande es, con columnas de
marmol y piedra y ladrillo dentro, y no ter-
neis ne9esidad de abaxaros para andar debaxo,
que bien tiene de alto cada vna treinta y qua-
renta pies, y hai muchas destas bobedas que
tienen vna legua de largo y ancho y las colum-
nas hazen dentro calles estrechas.
Juan. — (^ierto que no se que haria si pen-
sase que lo debíais de veras.
Pedro. — No curéis de más, sino hazed quen-
ta que lo veis todo como os digo.
Juan. — ¿A qué propósito se hizo eso?
Pedro. — Alli se tuerce la seda y hilo que es
menester para el servÍ9Ío de la 9Íbdad, y tienen
sus lumbreras que de trecho en trecho salen a
la calle (').
Mata. — En mi vida tal cosa oi.
Pedko. Oidlo agora. Dos puertas prin9Ípa-
les sé yo por donde muchas vezes entre a verlo,
como si fuesen vnos pala9Íos.
Juan. — ¿Qué calles tiene las más principales?
Pedro. — No hai turco alia que lo sepa. To-
dos van poco más ó menos como en las horas
del relox. Lo que más quentan es por las qua-
tro mezquitas prin9Ípales. ¿A dónde vive fula-
no Vaxa? Responderos han: En soltan Maha-
meto, por lo qual se entiende media legua de
más á menos; o en soltan Bayazete, que es otra
mezquita. Si queréis para comprar o vender
saver calles, todas las cosas tienen su orden
donde las hai: Taucbazar, donde se venden las
gallinas; Balucbazar, la pescadería; Coinbazar,
donde se venden los carneros, y otras cosas
desta manera.
Mata. — ¿Valen caras las aves?
Pedro. — Vna gallina pelada y adre9ada va-
le vn real, y vn capón, el mejor que hallen,
real y medio En las plazas de aquellas mez-
quitas hai muchos charlatanes que están con
las culebras y lagartos a vso de Italia, herbo-
larios muchos, y gente que vende carne momia
en tanta quantidad que 'podran cargar nabes de
solo ello, y muchas tiendas de viejas que no tie-
nen otra cosa en ellas sino vna do9ena de habas
y ganan largo de comer.
(') no se si se hizo para esto.
Juan. — ¿A qué?
Pedro. — A echar suertes con ellas, como
las gitanas que dÍ9en la buena ventura. Son tan
supei*stÍ9Íosos los griegos y turcos, que creón
quanto aquellas dizen. En Atmaidan, que es
la plaza que está enfrente de las casas de Ibra-
im baxa y Ciñan baxa, hai vna aguja como la
de Roma; pero es "más alta y está mejor asen-
tada, la qual puso el emperador Theodosio, se-
gún dÍ9en vnos versos que en ella están griegos
y latinos. Junto a ésta está vna sierpe de metal
con tres cabezas, puesta derecha, tan alta como
vn hombre a caballo la toque con la mano. Hai
a par destas otra aguja más alta, pero no de
vna pieza, como la otra, sino de muchas piedras
bien puestas. Lo primero que yendo de acá to-
pamos de Constantinopla se llama ledicula, las
Siete Torres, donde están juntas siete torres
fuertes y bien hechas. DÍ9en que solian estar
llenas de dinero. Yo entré en dos dellas, y no
vi sino heno. En aquella parte se mata la ma-
yor parte de la carne que se gasta en la cibdad,
y de alli se distribuye a las carne9erias, que me
haréis dezir que son tantas como casas tiene
Burgos. Grande realeza es ver la niebe que se
gasta todo el tiempo que no haze frió, y quán
barata vale, de lo qual no hai menos tiendas
que carne9erias. Aquellos que tienen las taber-
nas de las sorbetas que beben los turcos, cada
vno tiene vn peñón dello en el tablero, y si que-
réis beber, por vn maravedí os dará la sorbeta
que pidieredes, agrá o dul9e o agridulze, y con
vn cuchillo le echara la niebe que fuere menes-
ter para enfriarla; la quantidad de vn gran pan
de jabón de niebe darán por dos maravedís.
Toda la que en vna casa de señor se puede gas-
tar darán por medio real. Esto dura hasta el mes
de septiembre ('); de alli adelante traen vnos
tablones de yelo, como lapidas, que venden al
precio de la niebe.
Juan. — ¿Cómo la conservan'?
Pedro. — En Turquía hai grandes montañas,
y alli tiene el Gran Señor vnas cuevas todas
cubiertas (^) muy grandes; y cada año las in-
chen, y como lo traen por mar, y con poca (^)
prisa se deshaze, danlo varato, y no se puede
vender otro sino lo del Gran Turco, hasta que
no haya más que vender dello. Bien le vale,
con quan barato es, cada año treinta mili du-
cados. Particulares lo cojen también en Galata
y Constantinopla y ganan bien con ello; pero
avnque es tierra fria, no nieba todos los años.
Los turcos son muy amigos de flores, como
las damas de Genoba, y darán por traer en los
tocados vna flor quanto tienen, y a este respecto
hai tiendas muchas de solas flores en el verano,
(«) En el R 378: agosto.
(') R. 378: fosas muy grandes.
("') R. 378: si no le dan.
148
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
que valdrán quinientos ducados. Mirad la mag-
nifiyenpia de Constantinopla: vna columna esta
muy alta y gruesa, toda historiada al romano,
en vna parte de la zibdad que se llama Abrat-
bazar, donde las mugeres tienen cada semana
vu mercado, que yo creo que costo (j'wnt mili
ducados. Puede por dentro subirse por un cara-
col. En resolu9Íon, mirando todas las qualida-
des que vna buena ^ibdad tiene de tener, digo
que, hecha compara9Íon a Roma, Yene9Ía, Mi-
lán y Ñapóles, Paris y León, no solamente es
mala comparación compararla á éstas, pero pa-
res9eme, vistas por mí todas las que nombradas
tengo, que juntas en valor y grandeza, sitio y
hermosura, tratos y probision, no son tanto
juntas, hechas vna pella, como sola Constanti-
nopla; y no hablo con pasión ni informado de
sola vna parte, sino oidas todas dos digo lo que
dicho tengo, y si las más particularidades os
vbiese de dezir, había ne9es¡dad de la vida de
vn hombre que sólo en eso se gastase. Si algu-
nas otras cosillas rezagadas se os quedan de
preguntad, mirad, señores, que es largo el año,
y a todas os responderé. Habed misericordia
entre tanto de mí. Contentaos de lo hablado,
que ya no me cabe la lengua en la boca, y los
oídos me zurrean de llena la cabeza de viento.
Mata.— Sí más hai que preguntar no lo
dexo sino por no saber que', y desde aquí me
aparto dando en rehenes que se me ha agotado
la 9ienvia del preguntar, no me maravillando
que estéis cansado de responder, pues yo lo
hestoi de preguntar.
Joan.— En todo y por todo me remito á todo
lo que Mátalas dize, que 9¡erto yo me doi por
satisfecho, sin ofres9erse otra cosa a que me
poder responder (i).
Pedro. — Agora que os tengo a entrambos
rindidos, quiero de ofi9Ío, como hazen en Tur-
quía, deziros C-^) algunas cosas de las que vues-
tros entendimientos no an alcanzado a pregun-
tar, pasándoseles por alto y no para que aya en
ellas demandas y respuestas, sino con suma bre-
vedad, y lo primero sea de una manera de er-
maudad que vsan, por la qual se llaman herma-
nos de Sangre, y es que quando entre dos ai
grande amistad, para perpetuarla con mucha
soleiiidad se yeren cada vno vn dedo de su
mano quanto salga alguna sangre, y chupa el
vno la sangre de el otro, y desde aquel punto
ya son hermanos y tales se llaman, y no menos
obras se hazen; y esto no sólo turco con turco,
sino turco con christíano y judio.
Mata.— ¿Quién cree que no queda Pedro
bien emparentado en Turquía, quanto más si al
tiempo del nuebo parentesco había banquetes?
(') R. 378: que desear saber.
C) 11. 378: los juezes, contaros.
Juan. — Mas si sufría también ser hermano
de las damas, quántas debe de dexar, y avn ple-
gué a Dios que no las aya engañado, que tam
buen alcauete me pares9e el chupar de la san-
gre como el no saber las lenguas.
Pedro. — También quiero defiros del luto de
los 9ez'queses, que es vna gente christiana tal
qual dentro la mar Negra, no lexos del rio
Thanaís, que se venden vnos a otros a pre9¡o de
cosas viles, como los negros, y avn padres ai
que venden las hijas donyellas. Destos hai mu-
chos en Constantinopla que fa9Ílissimamente se
hazen turcos, y allí vi el luto; que quando mue-
re el padre se cortan vna oreja, y quando la ma-
dre ó el hermano la otra, y ansí no es afrenta
grande el estar desorejado.
Mata,- Bien queda estaba la liebre si ñola
levantara nadie; mas agora se ofrespe la pos-
trera pregunta: ¿Si es hazia esa parte el preste
Juan de las Indias, de quien tantas cosas nos
dizen por acá los peregrinos de Hierusalem, y
más de su electíon milagrosa con el dedo de
Sancto Thomas?
Pedro. — Ansí le ven todos esos como Juan
nuestro compadre a Hierusalem, ni tiene qué
hazer con el camino. Sabed en dos palabras que
es burla llamarle preste Juan, porque no es sa-
cerdote ni trae ahitos dello, sino vn reí que se
llama el preto Juan, y los qne le ponen, descri-
biendo la Asia, en las tablas della, no saben lo
que se hazen; por vna parte confina con el rei-
no de Egipto y por otra del reyno de Melínde;
por la parte 09¡dental confina con los etiopes
interiores; por la de oriente con la mar Verme-
ja, y desto da testimonio el rey Manuel de Por-
tugal en la epístola al papa León de9Ímo. Di-
fiere de la iglesia romana en algunas ferimonias,
como la griega. El año de 153-4 embiaron a
Portugal doctores que aprendiesen la lengua
española, los quales declararon, quando la su-
pieren, el vso de sus sacramentos. DÍ9en lo pri-
mero que Sant Phílippo les predicó el Evange-
lio, y que constituyeron los apostóles que se pu-
diesen casar los sacerdotes, y si tomaren algún
clérigo o obispo con hijo bastardo, pierde por el
mesmo caso todos sus benefi9Íos. Bautiganse
cad'año el dia de la Epiphania, no porque lo
tengan por ne9esario, sino por memoria y come-
uioracion del baptismo de Jesucristo: Et quoti-
die accipiunt corpus Chr/sti. Tienen su confe-
sión y penítentia, avnque no extremavn9Íon ni
confirma9Íon. En el punto que pecan van a los
pies del confesor; no comulgan los enfermos,
porque á nadie se puede dar el sacramento fuera
de la yglesia. Los sacerdotes viben de sus ma-
nos y sudor, porque no hai rentas, sino cosa de
mortuorios. Dizen vna sola misa; santifican el
sábado como los judíos; eligen vn patriarca de
la orden de Santo Antonio Eremita, cuyo ofi9Ío
CRISTÓBAL DE VILLALÓN
149
es ordenar; no tienen moneda propia, sino pere-
grina de otros réjanos, sino oro y plata por peso.
Juan. — Ya, ya comenzaba a hazer de mi ofi-
cio como vos del vuestro, y zerrar toda nuestra
platica, quando a proposito de el preste Juan,
o preto Juan, como dczis, me vino a la memoria
el arca de Noe. Deseo saber si cae a esa parte y
qué cosa es, porque todos los que vienen nos la
pintan cada qual de su manera.
Pedro. — La mesma pintura y retrato os
pueden dar que los pintores de Dios padre y de
Sant Miguel, a quien nunca vieron. En Arme-
nia la alta, junto a vna ziudad que se llama
Agorre, ai vnas altisimas montañas, don-
desta; poro es imposible berse ni nadie la vio,
tanta es la niebla que sobrella está perpetua-
mente, y nieve tiene sobre sí beinte picas en
alto. Ella, en fin, no se puede ver ni sabemos
si es arca ni armario ny nabe; antes mi pares-
fer es que devia de ser barca, y de alli vino la
ynvencjion del nabegar a los hombres, y es cosa
que lleba camino serlo, pues avia de andar so-
bre las aguas, y Beroso, escriptor antiguo, la
llama ansi; y 9Íerto yo tengo para mí que fue
el primero Noe que enseño navegar. Esta tie-
rra cae debajo el señorío del Sophi, que es
rey de Persia. Tiene este reyno muy buenas
fibdades, prin9Ípalmente Hechmeazin, donde
reside su patriarca, como acá Roma; Taurez,
donde tiene su corte el Sophi, que se llama
Alaziaquin. Año de 1558 mató su hijo por rei-
nar; Cara, Hemet, Bidliz tienen cada diez mili
casas; Hazu, ^inco mili; Vrpha, ginco mili ca-
sas, y otras mili 9Íbdades. No difiere la Iglesia
de los armenios de la romana tanto como la
griega, y ansi nuestro papa les da lÍ9encia que
puedan dezir por acá misas quando vienen a
Santiago, porque sacrifican con hostia y no con
pan leuado, como los griegos. Zerca deste está
el Gurgistan, que llaman el Gorgi, vn rey muy
poderoso, christiano, subjeto a la yglesia grie-
ga, y tiene debaxo de sí nuebe reynos. En este
reyno ni en el de el Sophi no consienten viuir
judíos. Tampoco me olvido yo de las cosas
como Mátalas. Deseo saver que esloqueapun-
tastes de vuestro ofi9Ío, que yo ya tengo más
deseo de escuchar que de hablar.
Juan. — Por tema del sermón tomo el refrán
del vulgo: que del predicador se a de tomar lo
que dize, y no lo que haze; y en recompensa de
la buena obra que al pi'inyipio me hizistes de
apartarme de mi mala vida pasada, quiero,
representando la venidera, que hagáis tal fin
quales prin9¡pios abéis llebado, y todo se hará
fa9Ílmente menospreciando los regalos de acá
que son muy benenosos y ynficionan más el
alma que todas las prisiones y remos de ynfie-
les. Puédese colegir de toda la pasada vida la
obl¡ga9Íon en que estáis de servir a Dios y que
ningún pecado venial ay que no sea en bos
mortal, pues para conos9erlos sólo vos bastáis
por juez. Simonides, poeta, oyendo vn día a
Pausanias, reí de La9edemonia, loarse quán
prósperamente le abian sus9edido todas las co-
sas, y como burlándose preguntó alguna cosa
dicha sabiamente, aconsejóle que no se olvi-
dase de que era hombre. Esta respuesta doi yo
sin demandármela. Philippo, rey de Ma9edonia,
teniendo nueba de tres cosas que prospera-
mente le avian sus9edido en un dia ('), puestas
las manos y mirando al gielo dixo: ¡O, fortuna,
págame tantas felÍ9Ídades con alguna pequeña
desventura! no ignorando la grande invidia que
la fortuna tiene de los buenos sus9esos. Thera-
menes, vno de los treinta tiranos, abiendo solo
escapado quando se le hundió la casa con mu-
cha gente, y teniéndole todos por beato, con
gran clamor: ¡O, fortuna! dize, ¿para quando
me guardas? No pasó mucho tiempo que no le
matasen los otros tiranos. Grande ingratitud
vsariais para con Dios si cada dia no tubieseis
delante todas esas mer9edes para darle gra9Ías
por ellas, y avn me pares9e que no ai más ne9e-
sidad para quererle y amarle mucho de repre-
sentarlas en la memoria, y sera buena oración y
meditación, haziendo deste mundo el caso que
él meres9e, abiendo visto en tan pocos años por
experien9Ía los galardones que a los que más le
siguen y sirben da, y cómo a los que le abo-
rresfen es de azero que no se acaba, y a los que
no de vidro, que falta al mejor tiempo. Compara-
ba muy bien Platón la vida del hombre al dado,
que siempre tiene destar deseando buena suer-
te, y con todo eso se a de contentar con la que
cayere. Eurípides jugó del vocablo de la vida
como meres9ia. La vida, dÍ9e, tiene el nombre;
mas el hecho es trabaxo. ¿A veis aprendido,
como Sant Pablo, contentaros con lo que te-
néis, como di9e en la carta a los philipenses?
sé ser humíllde y mandar, aver hambre y
hartarme, tener necesidad y abundar de todas
las cosas; todas las cosas puedo en virtud de
Christo, que me da fuer9as; ¿que guerra ni
paz, hambre o pestilencia bastara a priuaros de
vna quieta y sosegada vida, y que no estiméis en
peco todas las cosas de Dios abaxo? Mas cómo
hablando Sant Pablo con los romanos: ¿por
ventura la angustia, la afliction, la persecu9Íon,
la hambre, el estar desnudo, el peligro? Persua-
dido estoy ya, dize, que ni la muerte, ni la vida,
ni los angeles, ni los principados y potestades,
ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo baxo,
ni criatura ninguna nos podra apartar del amor
y afi9¡on que tengo a Dios.
(') que abia sido vencedor en los juegos olimpiog.
FIN
LA VIDA Y COSAS' NOTABLES
DEL SESOE obispo DE ZAMORA
DON DIEGO DE SIMANCAS
NATURAL DE CÓRDOBA, COLEGIAL DEL COLEGIO DE SANTA CRUZ DE VALLADOLID
ESCRITA POR EL SUSODICHO
LIBRO PRIMERO
DE LA VIDA DEL AUTOR
Si algunos quisieren saber el discurso de mi
vida, juntamente con algunas particularidades
dignas de memoria, aquí lo hallarán con toda
verdad y con la brevedad y distinción que siem-
pre he usado en todos mis escritos.
Yo nací en Córdoba; mi padre, madre y
abuelos fuei'on naturales de Simancas y de
otros pueblos de Castilla, todos nobles, y sin
mixtura de judíos, moros ni herejes. Fueron
mis padres á morar á Córdoba, con un tío de
mi madre que fue' Arcediano de Córdoba y dio
coadjutoría del arcedianasco á mi hermano
don Francisco de Simancas, de su mismo nom-
bre, y dejó á doña María, mi madre, las casas
principales que él edificó, que son de las mejo-
res de Córdoba y están vinculadas en los des-
cendientes de mi hermana doña Isabel y de su
marido, Gonzalo de Hoces, caballero de aquel
linaje principal de la cepa de Córdoba. Estuve
en aquella ciudad hasta que cumplí catorce
años, en los cuales me mostraron á leer j es-
cribir y gramática, y se conoció en mí habilidad
para pasar adelante, y así, un día, tratándose
de haber para mí un canonicato, dijo mi ma-
dre: Cargo de conciencia será no hacer que este
niño estudie y sea un gran doctor; de la cual
palabra nunca me olvidé y trabajé siempre por
sacarla verdadera, á lo menos en ser doctor,
como lo fui en sus días. Y porque en Córdoba
no había escuelas para estudiar Derechos, ni
aun se mostraba bien Latinidad, me llevaron
a Valladolid, juntamente con mi hermano don
Juan de Simancas (que después fué colegial en
Bolonia y Obispo de Cartagena en Indias, y
cuando esto escribo es Arcediano y Canónigo
de Córdoba) ; en Valladolid estudié un año más
Latinidad, y con la afición que le tomé apro-
veché de manera que con un mediano estilo di
algún lustre á todos mis actos públicos y mis
escritos. Después comencé á oir Derechos en
Valladolid, y á cabo de un año fui á Salamanca,
y allí estuve nueve años, oyendo á los Lectores
cinco años y pasando cuatro, todo ello con
mucho cuidado y provecho; y disputando en
unas conclusiones delante de muchos doctores,
dijo fray Domingo de Soto, alto que yo lo oí:
«¿ éstos habían de hacer doctores, con tres
años de estudio, y no otros con reintey>. El
último año leí públicamente el título De rebus
dubiis, con copia de oyentes, y me opuse al
colegio de Santa Cruz de Valladolid, y fui ele-
gido y preferido á once opositores, muchos de
ellos buenos letrados. El año primero que fui
colegial comencé á leer en las escuelas, y fue-
ron mis oyentes Hernán Vásquez de Men-
chaca, del Consejo de Hacienda, y Avalos, que
fué del Consejo Real. El segundo año prove-
yeron una cátedra de Código, y casi todo el año
leí dos lecciones cada día: la de mi cátedra á la
mañana y la de Prima á la tarde (que por
abuso de aquel tiempo se hacía asi cuando el
Catedrático de Prima era Oidor), y entonces lo
era el doctor Mora, y estuvo ausente visitando
los Adelantamientos. El año tercero me gra-
dué de Licenciado y doctor en Leyes y dejé la
cátedra, por serme impedimento en mis estu-
dios, y por los pocos oyentes que había en Le-
yes, aunque yo los tenía todos; y de ahí ade-
lante volví á pasar infinito número de libros de
Derechos y otras facultades. El año de 1545
fui llamado por consultor de la Inquisición, y
no me satisfaciendo de los libros que había en
152
autobiografías y memorias
aquella materia, la estudie' más de raíz y hice
para mí un borrador, del cual después salieron
mis Instituciones Católicas.
Fui un año Rector de la Universidad, en que
se proveyeron muchas cátedras entre colegiales
y otros contrarios del Colegio, y ninguno me
recusó ni se arrepintió de no haberme recusado.
El año octavo de mi Colegio vacó la cátedra
de Vísperas de Leyes, y contra mi voluntad me
hicieron oponer á ella, y fué mi opositor el doc-
tor San Andrés, Oidor más antiguo de Valla-
dolid, después de Arrieta, y siendo contra mí
la Chancillería y la Villa y la Iglesia, la llevé
con grandísima honra.
Después de esto hablé al Patriarca don Fer-
nando Niño, Presidente del Consejo Real, y le
dije que yo siempre había deseado emplearme
en servicio de el Rey; que le suplicaba que, si
en mí concurrían tantas partes cuantas en el
que más de los que pretendían Audiencias, fuese
servido de representarlo á Su Majestad. Res-
pondióme que ya él tenía de mí bastante noticia;
que solamente reparaba en la cátedra, que era
casi incompatible con el oficio ; y le dije que no
había llevado la cátedra para que fuese estorbo
de servir á Su Majestad, sino para público tes-
timonio de lo que podía bien hacer, y que ha-
ciéndome Su Majestad merced de una Audien-
cia, yo vacaría luego la cátedra. Dijo que no
quería; que venida la provissión yo pretendiese
retener la cátedra. Respondíle que no me mara-
villaba de lo que su señoría decía, porque nin-
guno había dejado cátedra de propiedad por
darle oficio Real; mas que yo quería ser el pri-
mero y quedar por ejemplo; que viese su seño-
ría qué mandaba que hiciese. Dijo que sólo lo
diese firmado, y así lo hice.
El me invió nombrado al Emperador, que
estaba en Flandes, y por negociación de priva-
dos vinieron proveídos por Oidores de Vallado-
lid dos que nunca estuvieron en colegios, ni
jamás leyeron cátedra, y me exol vieron, de que
el Patriarca quedó sentido y yo más.
Supe después del Alcalde Muñatones, que
se halló en Flandes, que para exol verme dije-
ron que yo era Abogado en Valladolid, y que
era inconveniente hacerme allí Oidor, y es
cierto que en toda mi vida hice escrito como
Abogado, ni fué inclinado jamás mi ánimo á
tal oficio.
Desde á pocos meses volvió el Patriarca á
nombrarme, y vino mi provisión hecha en Metz,
y luego vaqué la cátedra y tomé la posesión, y
salí del Colegio habiendo estado en él nueve
años, en mucha conformidad con todos, y no se
me habiendo dado cargo en alguna de las nueve
visitas que en aquel tiempo se hicieron.
El año primero que fui Oidor tuve necesidad
de ir á Córdoba, y estando para partirme con
licencia del Presidente (que entonces él sólo la
daba), me vino á hablar el Marqués de Sarria,
diciendo que me detuviese á ver un pleito suyo
muy largo contra el Conde de Monterrey; y
diciéudole que no podía y dando mis justas
causas, fuese al Rey de Bohemia, que era Go-
bernador, y negoció que el Rey enviase á decir
al Presidente que me detuviese; y yo fui luego
al Rey y le convencí en que el Marqués no pe-
día i-azón, y aunque con dilación de algunos
pocos días, se me dio la licencia, y viniéndoseme
á disculpar el Marqués, le dije que, aunque me
había dado pesadumbre, le era en cargo que
confió de mí que le había de guai-dar justicia,
aunque me hubiese hecho tan mala obra; y él
respondió que, por estar muy cierto dello, se
había atrevido á enojarme.
Fui á Córdoba, y de allí á Granada, á cier-
tas cosas que me convenían, y en nueve días
que allí estuve, siempre el doctor Covarrubias,
que era Oidor, y me hizo merced de llevarme
al Presidente y á los Oidores, como padrino, y
entonces fué la primera vez que nos comuni-
camos, y él fué el que me persuadió que im-
primiese el libro de mis Instituciones Católi-
cas (*), porque había visto el borrador mío y le
había contentado, y me aseguró que sería útil y
bien recibido.
Y assí, vuelto á Valladolid, en horas hurta-
das lo torné á añadir y poner en la forma en
que se imprimió.
El segundo año que fui Oidor entró en mi
estudio un caballero que me había sido muy
contrario en la ocasión de la cátedra y había
gastado hartos dineros en sobornar votos con-
tra mí; y díjome que se le había ofrecido un
negocio en que yo era Juez, que bien sabía que
yo no tenía causa para hacerle merced, antes
para lo contrario, mas que en cosas de justicia
estaba cierto que yo la guardaría á todos, aun-
que me hubiesen ofendido, como él lo había
hecho en aquella cátedra. Yo le respondí que
si la perdiera quizá me quedara el enojo contra
los que me la hicieron perder; pero que el día
que la llevé perdoné á todos mis contrarios,
(') De catholicis institutionihus. lacohi Siinancce
Pacensis cpiscopi, de catholicig institutionibus, li-
her, ad prrrcarendas k. estirpandas lifíreses admo-
dum neecssarius. Comp'.uti, apud Andrea de Ángulo.
Anno 1569. 18-310 hojas eu folio.
La primera edición es de Valladolid, año 1552.
lleiuiprimióse en Roma, año 1575.
Este libro no es, según parece indicar su título, un
estudio de las instituciones principales del Catoli-
cismo, pues, como acaso creyera el buen D. Diego de
Simancas que la esencia de nuestra religión consistía
en quemar herejes, se limitó á escribir un Directo-
rium Inquisitorum, donde minuciosamente se inves-
tigan los delitos de herejía, sus penas y los procedi-
mientos del Santo Oficio. Abundan en él frasea como
ésta (tit. II): «Ha:retici tanquam animalia venenosa
et pestífera, antequam virus evomant, sunt punieadi».
DON DIEGO DE SIMANCAS
153
especialmente porque, cuanto fueron más, más
honra me hicieron ganar, y con estas palabras
se acabó de quietar.
El año tercero que fui Oidor imprimí el libro
de las Instituciones Católicas, y lo presenté al
Eey Felipe, que entonces era Príncipe; lo reci-
bió graciosamente y hizo que nueve noches le
leyeran del una hora cada noche, y lo mandó
llevar en su recámara cuando fué de ahí á poco
tiempo á las Cortes de Monzón.
Este libro fué bien recebido en España y en
Italia, y muchos me escribieron aprobándolo y
loándolo; pero dos solos testigos referiré: el uno
fué el doctor Sepúlveda, en una Epístola queme
invió y anda entre las suyas impresa, y el otro
fué el doctor Remigio Gómez, noble navarro,
el cual dejó impresos algunos tratados, y me
invió á visitar con un sobrino suyo desde Pam-
plona con muchas palabras de loor, y entre
otras dijo que el Emperador era mal aconse-
jado en no me desocupar de oficios y no man-
darme que escribiese otras muchas cosas.
Antes desto me había dicho el licenciado
Pedrosa, de parte del Patriarca, que si quería
ser Regente de Navarra, que él gustaría dello,
porque el Virrey de allí pedía una persona cali-
ficada. Yo respondí que en años pasados habían
dos Oidores de Valladolid dejado de aceptar
aquella plaza, por no las tener por ascenso; que
si me crecieran el salario de tal manera que se
viese que se me hacía merced, yo la aceptaría y
me contentaba con 800 ducados y aun con 700.
No le pareció mal al Patriarca, y envióme sólo
nombrado para en caso que se creciese el sa-
lario.
El Emperador, que estaba en guerras y con
faltas de dineros, respondió que no era tiempo
de acrecentar salarios, y así con el salario or-
dinario proveyó al doctor Cano, Juez de los
grados de Sevilla, al cual sucedió después el
licenciado Espinosa, que fué Presidente del
Consejo.
El año sexto, que ya era Oidor, me llamó un
día don Antonio de Fonseca, Presidente, y me
ofreció la plaza de la Rota, y me apretó mucho
para que la aceptase, diciendo que en Italia
tenían á los juristas españoles por bárbaros, y
que con ir yo á Roma se desengañarían, y otras
palabras dulces, con ofertas.
Yo respondí luego: Ni Roma es para mí ni
yo para Roma. Replicó que yo sería para todo
lo que quisiese, y que no me resolviese sin pen-
sarlo y comunicarlo; y yo lo hice así.
Infórmeme lo mejor que pude de aquel ofi-
cio, y como gracias á Dios nunca fui codicioso
ni ambicioso, no hallé relación qvie me satisfa-
ciese, ni me pareció que mi ánimo podía bien
acomodarse á aquella jornada, ni aun mi con-
ciencia; y así diciéndolo yo al Duque de Sessa,
me respondió: Pues si eso es así no hay que
delilierar, que por servir al Rey base de poner
la persona y la hacienda, pero no la ánima ni
la honra; finalmente, no la acepté, y en defecto
de no ir yo, fué Gaspar de Quiroga, que des-
pués vino á ser Arzobispo de Toledo.
De ahí á algunos días fui nombrado para
ejecutar el subsidio (que había revocado Pau-
lo IV) contra la Iglesia de Toledo; yo me
excusé, con justas razones, de ello, y aunque
don Juan Suárez, Obispo de Lugo, que era Co-
misario, me quiso persuadir á ello, y entre
otras cossas me dijo que no era yo tan rico que
no me estuviese bien ser aprovechado en aque-
llo y ganar favor del Rey, y que por esta causa
él y el licenciado Gregorio López, su asesor,
como mis amigos, me habían nombrado para
ello, respondíle que era verdad que yo no era
rico ni favorecido, mas que no quería favor ni
riquezas con escrúpulo de mi conciencia, el cual
yo tenía en aquel negocio, así por ser contra la
revocación del Papa como por tener yo coadju-
toría del Arcedianazgo de Córdoba; que allí es-
taba el licenciado Santillán, más antiguo Oidor
que yo, que lo haría muy bien; y así fué que
le nombraron y hizo la ejecución.
Fuimos después nombrados para hacer una
visita de un colegio de beatas y monjas que había
hecho doña Ana Boniseni (') fuera de la puerta
del Campo, en Valladolid, porque habían allí
muerto un clérigo y sucedido otras cosas escan-
dalosas; hicimos la visita con harto fastidio, así
por ser cosa muy extraordinaria como porque
nosotros la escribimos toda de nuestras manos,
y porque no fuimos sobrellevados de los conti-
nuos y pesados negocios de la Chancilleria. En-
tramos con la resolución della en Consejo, y
oido nuestro parecer, Vaca de Castro, que pre-
sidía (por estar enfermo Juan de Vega), nos
dijo que lo habíamos hecho tan bien, que ora
justo que nos cometiesen otras muchas cosas, y
esto nos dio por pago.
También por este tiempo, vistos los desórde-
nes que había en vender los oficios de la Chan-
cilleria, so color de renunciaciones, y el daño
que desto venía á la República y la fraude
que se hace á las leyes, que justísimamente
en esto disponen, se comenzó á poner en ellos
escrúpulo, y solo otro Oidor y yo comenzamos
á disputarlo, y se reían de nosotros hasta que,
oídas nuestras razones, fueron de nuestro pa-
(M En el ms., doña Nabogui Seguí. Cnf. Antolínez
de Burgos, Historia de Valladolid, cap. LXVIU.
En un ms. de la misma obra(Bibl. Nac. núm. 10597)
es llamada doña Ana de Bolosen. D Casimiro Gon-
zález ÍTarcía-ValIadolid, en B\i& Dut OH parala Hinto-
ria hihliogr ática de Valladolid {I, 207), la llama doña
Ana Bonisen. El convento que fundó ésta era de
monjas Dominicas, bajo la advocación del Corpus
Christi.
154
autobiografías y memorias
recer la mayor parte, aunque tuvo poco efecto;
y porque pudiese ser que en algún tiempo pre-
valeciese lo más justo, y no se pretendiese
ignorancia ni excusa con abusos, recogí mis
fundamentos y hice el opúsculo De ambitu, y
aunque por ser en materia de intereses, y por
eso muy odiosa, no lo he querido imprimir, pero
he dejado trasladarlo á cuantos me lo han pe-
dido.
Cuando fué Juan de Vega Presidente co-
menzó á proveer algunas cosas buenas, como
persona de buen entendimiento y de mucha
experiencia, y que había hecho muy bien el
officio de Virrey en Sicilia, de lo cual entre
idiotas y enemigos de justicia se levantó una
voz falsa contra los letrados, diciendo que
atados á sus leyes no sabían gobernar. Yo, que
sabía cuan contrario es aquello del buen gobier-
no y de la justicia, comencé á escribir el libro
De República, que después ha crecido mucho, y
no lo proseguí entonces porque la falsa opinión
duró poco y Juan de Vega murió dentro de
poco tiempo.
El año áa 1568 se descubrió en Valladolid
un conveuto de luteranos, que puso gran admi-
ración, porque sin ser muchos en número, lo
fueron en calidades, con extrañas circunstan-
cias; porque había en ellos ilustres hidalgos, pe-
cheros, cristianos viejos y confesos; había cléri-
gos, frailes, monjas, teólogos, juristas, casadas^
viudas, doncellas, solteras, A'iejas y mozas; y re-
sidiendo en Valladolid la Inquisición ordinaria,
y entonces también el Consejo de la Inquisi-
ción, se atrevieron á dogmatizar y á hacer con-
ventículos heréticos, contra los cuales se hicie-
ron procesos muy bien formados por los Inqui-
sidores ordinarios, con asistencia del licenciado
Valtodano, del Consejo de la Inquisición.
Entretanto se descubrió en Murcia una
gran Siuaiíoga, en la cual de noche predicaba
la ley de Moisén un guardián de San Francis-
co, judío de nación, que se llamaba fray Luis
de Valdecañas; y porque se comenzó á testifi-
car de gran número de personas, y algunas de
ellas calificadas, y los dichos (') de [varios]
testigos no eran muy fidedignos, estuvo el Con-
sejo dividido en votos sobre el proceder en aque-
llos negocios.
Visto esto por don Fernando de Valdés, In-
quisidor general, nos juntó á Santillán y al doc-
tor Santiago y á mí para que dijésemos nues-
tro parecer; y vistos en su presencia dos proce-
sos, nos dijo si queríamos votar luego, y los dos,
que eran más antiguos que yo, dijeron que sí;
y vuelto á mí el Inquisidor genera], dijo que
si quería yo votar luego. Respondí que sí, y di
luego mi voto, de tal manera que no tuvieron
(') En el ms., números.
que añadir ni quitar, y se conformaron con él,
y se prosiguieron aquellos negocios con mode-
ración hasta tener muy bastantes probanzas con
grandes evidencias.
Acabados de hacer los procesos de la mitad
de los herejes de Valladolid y de aquellas co-
marcas, me llamó el Inquisidor general y dijo
que tenía necesidad de mí para la determinación
de aquellos procesos, y que para ello tenía esco-
gidas parsonas de todos los Tribunales, y que
había alguna diferencia sobre los asientos, espe-
cial entre los Oidores de Valladolid y los del
Consejo de las Indias; mas que los que había
escogido fueron primero Oidores, y que en este
caso decían que se solían preferir. Yo le res-
pondí qixe, aunque en otros negocios se tuviese
aquella competencia, pero que en cosas de fe
católica no había para qué ponerse en puntillos;
que su señoría lo ordenase como le pareciese,
que todos lo temían por bien, y así yo lo ofrecía
de mi parte.
Y porque no solamente aquellos ¡procesos
tocarían á los presos, sino también á muchas
personas principales, especialmente al Arzo-
bispo de Toledo, convino mucho que se eligie-
sen personas cuales los negocios requerían, y
así fué con razón alabada la elección que hizo
el Inquisidor general de las personas siguientes:
Los Obispos de Ciudad Rodrigo y de Falen-
cia, D. Pedro Ponce y el licenciado Gasea,
que habían sido del Consejo de la Inquisición;
Figueroa y Muñatones, del Consejo Real y de
la Cámara; Villagómez y Castro, del Consejo
de las Indias; Santillán y yo, de la Chancille-
ría, y dos Inquisidores ordinarios. Vaca y Gui-
jelmo, y otros dos, uno de Cuenca, el doctor
Riego y otro Inquisidor que se añadió de nuevo,
el licenciado Diego González; y asistía Valto-
dano, del Consejo de la Inquisición.
Los asientos fueron de esta manera: el Inqui-
sidor general en medio, y á su mano derecha
el Obispo de Ciudad Rodrigo, y luego Figue-
roa y Muñatones, y tras de ellos Villagómez y
Castro, y luego Santillán y yo. Y á la mano
izquierda el Obispo de Falencia y Valtodano,
y los cuatro inquisidores por su antigüedad; y
en el votar no se guardó el mismo orden, por-
que todos éramos consultores, excepto los In-
quisidores y Valtodano. Yo votaba el primero,
y luego Santillán, y después, según los asien-
tos, los del Consejo de Indias y del Real y los
Obispos, y volvía el voto á los Inquisidores,
comenzando del menos antiguo y acabando en
Valtodano.
Estuvo algunos días presente el Inquisidor
mayor. Arzobispo de Sevilla, hasta ver votar^
los primeros procesos en las cosas de la Inqui-
sición; y en ellos y en los demás casi todos
siguieron mis votos, y así comenzó el Secre-
DON DIEGO DE SIMANCAS
155
tario á escribirlos diciendo: El señor doctor
Simancas rotó esto, y todos los demás señores
votaron la mismo; y le dije al segundo voto:
Eso no va bien oi'denado, que no ha de decir
sino que á estos señores y á mí nos pareció
esto.
Hablando de ahí á pocos días el Inquisidor
Vaca con el Arzobispo, le preguntó qué le había
parecido de mis votos. Respondió que muy
bien, pero que había sido sobre estudio; que
más se había maravillado de un voto que di en
los negocios de Murcia, en el cual de repente
dije lo que pudiera decir si lo pensara mucho
tiempo. Y el licenciado Santillán, volviendo de
Regente de la Vicaría de Ñapóles á ser Presi-
dente de Granada, me dijo en Valladolid que
Figueroa, en Monzón, que estaba en las Cortes,
le había hablado loando mucho aquellos votos
míos, porque fuera de lo que era de Derecho,
me citaba en algunas cosas notables de Teolo-
gía y de Historia muy á propósito y con bre-
vedad.
Fui oidor en Valladolid diez años y medio,
y en este tiempo me recusaron dos veces solas,
y en la una dieron las causas por no bastantes
y en la otra condenaron en costas á la parte
que me recusó, y en todo este tiempo nunca
tuve disención con ningún Oidor, ni me fué
dado cargo particular en dos visitas que enton-
ces se hicieron, y de lo de que más gracias doy
á Dios es que nunca tuve escrúpulo de no haber
hecho justicia con igualdad á todos estados.
Dos cosas acaecieron en aquel tiempo en
que yo me hallé: la una que se tuvo duda en
qué lugar habían de ir los Consejos y en cuál la
Chancillería, yendo juntos á las honras de la
Reina doña Juana, madre del Emperador, que
se hicieron con mucha pompa en San Benito; y
fuimos diputados para informar á los del Con-
sejo del Estado Santillán y yo; y les convenci-
mos á que fuese la Chancillería en mejor lugar
que los Consejos, excepto el Real, y así se
ejecutó, que el Consejo Real fué al lado del
Evangelio, y delante del todos los otros Conse-
jos, por aquel lado, y la Chancillería al lado de
la Epístola, en igual del Consejo Real, lo cual
no se hizo después así, porque reclamaron algu-
nos Consejos, especialmente el de Aragón, y
otra vez se fué por sí la Chancillería, y con ella
la villa.
Lo otro fué que, viendo gran número de plei-
teantes y que no se podían despachar antes de
Navidad, acordamos los cuatro Presidentes de
Salas de despedir los de pleitos grandes hasta
después de Pascua y despachar con diligencia
los otros; y fué así, que en veintisiete días
prommciamos 432 sentencias difinitivas, las
cuales yo conté, porque presidía en la Sala del
Audiencia, y los autos no pude contar, por ser
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS.— 21
innumerables, que suelen siempre ser tres tan-
tos y cuatro tantos que las sentencias, cosa que
creo nunca se vio ni verá, si no se toma otra
forma de concluir y ver los pleitos.
Estando el Rey nuestro señor en Flandes
se le enyió nombramiento de personas para una
plaza que estaba vaca en aquel Consejo, y
siendo yo uno de los nombrados, Su Majestad
me eligió y invió su letra al Inquisidor general
para que me diese la provissión en forma como
se suele dar, y él me la dio á 20 de abril del
año 1559, y á los veinte y dos tomé la posesión.
Díjome después el licenciado Menchaca, que
entonces estaba con el Rey, por de su Consejo
y Cámara, que había cuadrado tanto á Su Ma-
jestad mi nombre que, aunque fueron otros
nombrados, luego me había escogido.
Yo fui otro día á besar las manos al Prín-
cipe, por la merced que su padre me había
hecho, y él me dijo estas palabras: Huélgome
que se os haya dado este oficio, que es bueno, y
está bien empleado en vuestra persona, y más
en tiempo que tanto es menester. Yo respondí
lo mejor que supe, y quedé á su gracia.
Desde á un mes justo se celebró solemnísi-
mamente el auto de aquellos herejes en la Plaza
Mayor, con un tablado para los reos, hecho de
nueva manera, para que de todas partes pudie-
sen ser vistos. Juntáronse en otros tablados
todos los Consejos y personas principales, y fué
tanto el concurso de gente que vino de toda la
comarca, que se creyó que con las del pueblo
que allí estaban podrían ser docientas mil per-
sonas.
Fueron quemados doce ó trece y reconcilia-
dos dos tantos, y lo más señalado fué el ductor
Agustín de Cazalla, teólogo y predicador, el
cual fué predicador contra sí y contra los otros
condenando aquellas herejías, y diciendo cosas
muy buenas de la fee católica y exhortando con
ella. Fui yo de parecer que á los sacerdotes no
seles piisiese coroza hasta que estuviesen degra-
dados, y á todos pareció bien, y así se hizo
entonces y de ahí adelante (•).
Llevóse la relación del auto al Papa PauloIV,
y gustó mucho della y hízola leer delante de
algunos Cardenales; y dijo que por inspiración
del Espíritu Santo habían los Reyes Católicos
dado orden en que se pusiesen Inquisiciones en
España, para que no prevaleciesen en ella los
herejes, y concedió muchas gracias al Santo
Oficio.
Y habiendo dado su Breve para que, si paré-
is) Los procesos de los luteranos de Valladolid han
sido publicados, traducidos en su mayor parte al ale-
mán, por el Dr. Ernesto Schiifer en su Beitriige zur
Gcscliichte des spanvichen Protestantianns xuid dt-r
Inquixition im sechzchnten Jahrhundert . Gütersloli,
19U2. 3 vol, en 8.°.
156
autobiografías y memorias
ciesen algunos Preladas culpados de herejía ea
España, se pudiese proceder contra ellos aun-
que fuesen Obispos, Arzobispos y Primados,
se recogieron todas las cosas que habían resul-
tado contra fray Bartolomé de Miranda, Arzo-
bispo de Toledo, así de testigos como de sus
escritos, que andaban en poder de monjas y de
sus discípulos, y sobre todo se hizo mucho caso
de las calificaciones de su Catecismo, en el cual
se halló mucha mala doctrina impresa, trasla-
dada de libros perniciosísimos de herejes.
Lo cual todo visto en el Consejo de la Inqui-
sición y comunicado en todos los que votaron
en el auto pasado se i-esolvió que debía ser
preso el dicho Arzobispo, dando primero noti-
cia al Rey, que estaba en Flandes, y así se [me]
cometió que hiciese la consulta, la cual se envió
al Rey; y vista, nos escribió una carta dignísi-
ma de su cristiandad, en que en efecto decía
que se hiciese justicia contra el Arzobispo, y
contra cualesquiera personas que no sintiesen
bien de la fee católica, aunque tocase á su pro-
pio hijo, que él daba todo el favor necesario.
Con esta respuesta se votó la prisión del
Arzobispo, y todos dieron sus votos conformes,
aunque al principio habían tres blandeado.
Estaba él entonces visitando algunos pueblos,
y porque se hiciese la prisión con menos incon-
venientes, se acordó que la Princesa de Portu-
gal, Gobernadora, le enviase á llamar y que
venido podía ser preso en la casa de su apo-
sento, que se le señaló junto á San Pedro, fuera
de los muros de Valladohd.
Fué con este mensaje don Rodrigo de Castro,
creado Inquisidor secreto para este efecto, y el
reo dilató tanto su venida, que se tuvo sospe-
cha que había sido avisado de lo que estaba
votado; y visto esto se mandó á don Diego Ra-
mírez, Inquisidor de Toledo, yá Cebrián, Algua-
cil mayor de el Consejo, que prendiesen al
Arzobispo con el mejor medio que pudieren ; y
así lo prendieron en Tordelaguna, estando en
su cama, antes que amaneciese, habiendo cer-
cado la posada con muchos familiares y hecho
otras buenas prevenciones ; fué esta prisión á
22 de agosto del año de 1559 (').
Fué traído á Valladolid á 28, al cuarto del
alba, y luego en el Consejo fuimos diputado*!
para visitarle Valtodano y yo, y decirle lo que
allí se había acordado. Hallámosle en aquellas
casas en que estaba hecho su aposento (que en-
tonces eran de Pedro González de León), el
(') Por ser tan conocido lo referente al proceso de
Carranza y á los personajes que en él figuran consi-
dero ocioso el poner notas á la relación de Simancas,
que es fácil cotejar con lo que acerca del particular
escribe D. Marcelino Menóndez y Pelayo en su Ilis-
tori/i de los hetcrodoxrs españoles, t. II, págs. 359
á ^15.
cual estaba solo en una pieza encerrado, y en-
trando allá le dijimos que su justicia seria muy
bien guardada y su persona sería tratada con
toda decencia y proveída de todo lo necesario; y
porque no se sufría estar mucha gente con él,
escogiese dos personas, cuales más le agrada-
sen, que le sirviesen dentro en su aposento, y
que dijese si estaba contento de los oficiales que
tenía para su cocina y despensa, que aquellos
que más le agradasen se le darían. El escogió
un fraile lego y un paje que estuviesen con él
y dijo que estaba satisfecho de sus oficiales, y
así se hizo como se lo ofrecimos.
Y acomodado bien su aposento, vino el Ar-
zobispo de Sevilla, y todo el Consejo con él, y
en nuestra presencia le dijo algunas buenas pa-
labras, y le exhortó á que tuviese paciencia, y
le hizo luego una monición de las que usa el
Santo Oficio. El respondió que, pues le decía
que tuviese paciencia, que la tuviese su Seño-
ría entretanto que él usaba de su derecho, y
luego le comenzó á poner causas de recusación,
tan pesadamente que, habiéndole esperado un
rato el Inquisidor general, y viendo que il)a
muy prolijo, le dijo que aquello podría decir
después cuan largo quisiese, y que no era ne-
cesario que él estuviese presente; y con esto
nos fuimos.
Y volvimos Valtodano y yo con el Secreta-
rio Landeta, y prosiguió sus causas, cuantas
pudo imaginar, y también recusó á Cobos y al
maestro Andrés Pérez, que era del Consejo de
la Inquisición.
Juntámonos con el Arzobispo de Sevilla to-
dos los del Consejo y los Consultores, para ver
lo que se debía hacer, y hubo tres pareceres:
uno, que se procediese recusatione remota, por
parecer las causas frivolas ; otro, que se consul-
tase al Papa, y éste fué el mejor, según des-
pués pareció; otro, que se nombrasen arbitros
para conocer de las cav.sas de la recusación, y
éste se ejecutó; y nombró el reo á don Juan
Sarmiento, del Consejo de las Indias, y el Fis-
cal nombró á Isunza, Oidor de Valladolid, los
cuales declararon lo que después se dirá.
Entretanto se votaron los procesos de los
otros herejes que estaban en la Inquisición de
Valladolid, y por estar enfermo Valtodano fui
yo el último voto, habiendo sido en el otro auto
el primero.
Fué el número de los quemados y reconci-
liados casi el mismo que en el otro auto; el más
notable hereje fué fray Domingo de Rojas,
hijo del Marqués de Poza, fraile dominico, dis-
cípulo último del Arzobispo de Toledo, el cual
estuvo pertinaz hasta cerca de la hoguera, y
dijo en su proceso dos cosas señaladas: la una,
que él no merecía perdón en esta vida ni en la
otra, porque nunca se pudiendo persuadir que
DON DIEGO DE SIMANCAS
157
aquellas herejías de Lutero fuesen verdaderas,
las dogmatizó por buenas á sus parientes y
amigos; la otra, que si el Arzobispo de Toledo
no les hubiera dado los jarabes, no obrara tan
presto la purga en él y en aquella gente erra-
da; y es cierto que el lenguaje de todos aque-
llos procesos era el mismo que el del Cate-
cismo.
Aunque fué muy solemne el auto pasado, lo
fué más éste, por hallarse presente en él el Rey
nuestro señor con toda su majestad, el cual pú-
blicamente, estando en pie y la gorra quitada,
hizo juramento en manos del Inquisidor gene-
ral que favorecería las cosas de la fee católica y
á sus ministros, conforme una minuta que yo
había ordenado el día antes. Conté yo allí trein-
ta y nueve personas de título, aunque no había
entonces tantos Marqueses y Condes cuantos
ahora hay.
Dejado el reo en buena custodia nos fuimos
con la Corte á Toledo, entretanto que se daba
fin á la recusación ó se tomaba otro orden para
proseguir la causa principal, en lo cual se tar-
dó año y medio.
Entretanto despachamos las causas ocurrien-
tes, y entre ellas se trajeron allí los procesos
principales de Murcia, y fuimos á hallarnos
presentes Valtodano y yo á la Inquisición de
Toledo veintisiete días, y el Inquisidor gene-
ral también fué allí algunos días, y en nuestra
presencia los votaron los Inquisidores de To-
ledo y los de Murcia que vinieron con los pro-
cesos, y á todos y á los Consultores pareció que
no había que dudar en las culpas de aquellos
reos, y así se hizo justicia; y aprov?chó estar
yo allí para informar después al Papa Pío V,
cuando le quisieron persuadir que todo aquello
era falso.
En aquel tiempo, entendiendo el Rey de
Francia que su reino estaba lleno de herejes,
envió á pedir á nuestro Rey, su cuñado, que le
enviase una relación é información de la forma
que se tenía en España de proceder contra los
herejes. Di jólo el Rey al Inquisidor general, y
él nos lo encargó á Valtodano y á mí, y la hi-
cimos y se le envió; y comenzó por mano de
los Obispos, Inquisidores ordinarios, á proce-
der contra aquellos herejes, y fueron algunos
presos; mas ellos eran tantos y tan favorecidos,
que no se ejecutó lo que convenía, por donde
han venido al perdimiento en que ahora están.
También entonces me envió el Rey á llamar
y me dixo que el Obispo de Segovia, don Mar-
tín Pérez de Ayala, había hecho la visita del
Consejo de las Ordenes; y que como era teólo-
go, tenía necesidad de un jurista para la deter-
minación de ella; que me juntase con él y en
ello se le haría servicio. Yo le respondí algunas
razones, diciendo cuan gran merced era para mí
que se acordase de mandarme, y que si era cosa
que requiriese presteza diría al Inquisidor ge-
neral que me tuviese por excusado algunos
días. Díjome estas palabras: Sois allí tan ne-
cesario, que no quería faltásedes un punto.
Fui luego en casa del Obispo, al cual no ha-
bía jamás hablado, y le dije si había tratado
con el Rey algo de mí. Respondióme qua le ha-
bía pedido una persona de sus Consejos para
resolver lo que conviniese en aquella visita, y
que le señaló á Menchaca y á Pedrosa, del
Consejo Real, y que él, por buenos respetos,
dijo que no convenía, y que le dijo el Rey:
Fues elegid vos el que más os agradare; y que
él me había nombrado, y que el Rey había
aprobado su elección, y dijo: Bien os hallaréis
con él.
Yo le pregunté qué le había movido á nom-
brarme sin haberme conocido. Respondió que
había leído en mis Instituciones Católicas, y
había oído de mí otras cosas que le habían
persuadido á ello. Vimos lo que tenía hecho, y
platicamos algunos días en lo que se debía ha-
cer, y hállele tan dócil en lo que dudaba, que
nunca replicó á mis respuestas. Ordenamos
todo lo que nos pareció que convenía; y llevado
al Rey me dijo si estaba satisfecho de todo
aquello, y yo le respondí que cuanto habíamos
podido entender el Obispo y yo habíamos orde-
nado allí sin más respeto que el que convenía
al bien de aquel Tribunal y servicio de Su Ma-
jestad. Díjome: Yo os lo agradezco mucho.
Era entonces Presidente del Consejo el Mar-
qués de Mondéjar, con quien yo tenía mucha
familiaridad, y díjele un día que había de en-
gañarse su señoría en las elecciones de oficio
con el mucho artificio que en ellas se usaba, mas
que el engaño sería menor si se entendiese que
ternía en poco al que le quisiese engañar, y si
no creyese á uno sólo, sino á muchos contes-
tes, y que no se infiriesen, porque el que venía
á negociar por alguno necesariamente le había
de hablar y encubrir sus faltas.
Respondióme que él era ya de mucha edad y
que las provisiones que hiciese sería como las
hiciera al punto de su muerte, y que si el Rey
le desbaratase alguna, que él no tenía la culpa,
y que si las provisiones no fuesen á gusto del
Reino, que también volvería por su honra y
diría que el Rey las había hecho y no él.. Túvo-
me tanta afición, que me cometió algunos me-
moriales, que también había yo jurado como él
tener secreto y procurar el bien público, y un
día dijo á Valtodano, hablando de mí: Soy su...
no sé por qué termino lo diga ; soy su enamo-
rado.
Los Jueces arbitros dieron por recusado á
Cobos, por ser pariente cercano del Marqués de
Camarasa, que pleiteaba con el reo sobre el
158
autobiografías y memorias
adelantamiento de Cazorla, y al Arzobispo de
Sevilla, porque era gran amigo de las cosas de
Cobos, y declaró que deseaba que tuviese justi-
cia en lo del Adelantamiento, y que un día se
halló presente á la consulta que sus Abogados
hicieron sobre ello; y á Andrés Pérez dieron
por recusado por ciertas palabras que había di-
dicho contra el reo.
Visto que si se apelase de aquellas senten-
cias nunca el negocio se acabaría, y que se mo-
rirían algunos testigos, impetróse Breve del
Papa Pío IV, en que cometió á las personas
que el Rey nombrase que hiciesen el proceso
dentro de dos años. Mandó Su Majestad que
platicásemos sobre ello y le dijésemos nuestra
resolución; y después de haberlo conferido fui-
mos á consulta delante del Rey Figueroa y Vi-
llagómez, Valtodano, yo y Ventura de Guz-
mán (que ya era del Consejo de la Inquisi-
ción), y Fresneda, confesor del Rey, que los
demás estaban recusados y ausentes.
Los que nunca habíamos estado en consulta
con la persona Real preguntamos á Figueroa
cómo nos habíamos de haber. Respondió que si
fuese la consulta breve estaríamos en pie y qui-
tados los bonetes; mas si fuese larga nos man-
daría sentar y cubrir, y que solamente cuando
él hablase estaríamos descubiertos, y cada uno
cuando votase; y así fué, que nos mandó sen-
tar en unos escabelos fronteros y cerca del.
Después de sentados nos mandó cubrir con
seña que hizo con la mano, y luego dijo: Su
Santidad me ha cometido el nombramiento de
las personas que han de hacer este proceso;
quiero oir vuestro parecer, porque estaré cierto
que no erraré siguiéndolo. Y luego añadió:
vos, licenciado Valtodano, que por vuestra edad
y larga experiencia estaréis más instruido, de-
cid qué os parece; y tras él dijo que hablase
yo, y después Guzmán y el confesor Fresneda,
y los últimos Villagómez y Figueroa.
Oidos nuestros pareceres, nos preguntó algu-
nas dudas muy á propósito, á las cuales res-
pondimos, y con esto se acabó la consulta. Y
me preguntó Figueroa qué me había parecido
de lo que el Rey había hablado. Respondí le que
muy bien. Dijo: Plugiese á Dios que así lo
ejecutase como lo entiende.
De aquella consulta resultó que el Arzobispo
de Santiago, don Gaspar de Zúñiga, fuese nom-
brado, pues el de Toledo era el reo y el de Se-
villa estaba recusado; y que el de Santiago nos
subdelegase á Valtodano y á mí para hacer el
proceso en Valladolid, y él se quedase en la
Corte y se acompañase con los del Consejo de
la Inquisición en las dudas que ocurriesen.
Entretanto que el Arzobispo vino desde
Santiago hicimos Valtodano y yo noventa y
un capítulos del orden que debían guardar en
proceder los Inquisidores, que aunque estaba
mandado por instrucción antigua que todos se
conformasen en esto, pero no se hacía así, lo
cual era de gran inconveniente. Estos capítu-
los se imprimieron en nombre del Inquisidor
general, y éstos di yo al Papa Gregorio XIII
para las Inquisiciones de Italia, que los habían
más menester, y él se holgó con ellos.
Por este tiempo vacó el obispado de Sigüenza,
y un día el Príncipe, sobre mesa, dijo: ¿A
quién dará mi padre este obispado? Dijo el doc-
tor Olivares, su médico de cámara: Déjeselo á
mi parecer, que yo lo emplearía bien. Dijo el
Príncipe: Vos daríadeslo al doctor Simancas,
vuestro amigo. Respondió él: Sí daría, por
cierto. Replicó el Príncipe: No, que este obis-
pado es de los mejores, y hase de dar á quien
tenga otro que dejar. Entonces dijo Honorato
Joan, su maestro: En verdad. Señor, que no se
errase en darlo al doctor Simancas de primera
vez, porque es de los más calificados que Su
Majestad tiene en todos sus Tribunales. Vino
luego aquella tarde á contármelo (como lo he
referido) el doctor Olivares, diciendo que con-
servase la amistad de Honorato Joan, que se
mostraba muy mi aficionado.
Vacó tam])ién en este tiempo el obispado de
Falencia, y por sus buenas cualidades, y por-
que se tratase la causa con más autoridad, fué
nombrado para él don Cristóbal Fernández
Valtodano, con el cual fui yo á Valladolid el
mayo siguiente de 1561, y entre tanto se me
cometió la visita de la Inquisición de Toledo, la
cual yo hice lo mejor que pude y supe, que aun-
que no les descontentó, ningunas gracias me
dierou por ella.
Para ir yo á Valladolid me salió un compe-
tidor, que pretendió ir él, y tuvo negocio y
favor para ello, y se sospechó que la visita de
la Inquisición de Toledo se me encargó en
aquella coyuntura para embarazarme el camino,
y porque yo me di priesa y la acabé presto no
se me agradeció.
Llegados á Valladolid, dimos orden en la
manera de proceder y en las circunstancias que
había de haber, y fueron que se dispuso una
pieza para hacer las audiencias, en la cual es-
taba un dosel y debajo del ima mesa atravesada
á la larga, y el Obispo de Falencia estaba sen-
tado hacia un lado debajo del dosel, y yo junto
á él en una de las que llaman cabecera de
mesa, y al otro lado frontero de mí se sentaba
el reo, y cerca de mí, en una banquilla, estaba
el Secretario que escribía, y desde él al reo ha-
bía un escabelo en que se sentaban los Abo-
gados.
Vínome á visitar don Antonio Pimentel,
Conde de Benavente, que era muy aficionado
al reo, por tener en su casa un hermano suyo;
DON DIEGO DE SIMANCAS
159
y entre otras cosas y pláticas (que tenía muy
discretas y graciosas), me dijo que él diera de
buena gana quinientos ducados por ver al reo
en la primera audiencia. Yo le dije que su se-
ñoría empleara mal el dinero por ver un ruin
gesto. Replicó que no lo haría por su gesto (que
ya lo había visto), sino por oir lo que diría, y
es cierto que tenía el reo un aspecto desapaci-
ble; y viéndolo un día en Roma Onufrio Camo-
yano, uno de los Consultores, dijo que tenía
rostro infelicísimo.
Cuando el reo entraba á audiencia levantába-
mouos á él sin saür de nuestras sillas, y lo
mismo hacíamos cuando se volvía, y los Aboga-
dos nos hacían primero á nosotros como Jueces
la reverencia y después al reo, el cual nos tuvo
suspensos tres meses llamando Abogados y
consultando si consentiría en que hiciésemos
su proceso; y al fin, visto que no tenía causa
para recusarnos y no podía hacer otra cosa, se
allanó.
Todas las consultas con sus Abogados se ha-
cían en nuestra pi-esencia, sin darle lugar á
otras pláticas secretas. Quísonos recusar por-
que habíamos votado su prisión, y lo mismo
dijo el Nuncio del Papa al Rey en Toledo,
cuando supo que estábamos nombrados , al cual
respondió el Rey discretamente que si aquella
era causa justa de sospecha, ningún Juez que
mandase prender á los reos podía después cono-
cer de sus causas.
Hacíimos audiencia con el reo, unas veces de
oficio, otras á su petición, otras pidiéndolo el
Fiscal y otras á pedimiento de los Abogados.
Era el reo tan prolijo y confuso y tardo en re-
solverse y tan sospechoso en todo, que nos daba
mucho fastidio.
Hicímosle las admoniciones ordinarias, y es-
tuvo negativo á todas ellas, diciendo que no te-
nía más culpa que Santo Domingo.
Estaban calificando sus esci'itos fray Die-
go de Chaves, dominico: fray Joan de Ibarra,
francisco; fray Rodrigo Vadillo, benito ; fray
Joan de Alzorozas, Jerónimo, y enviaron gran
número de malas proposiciones, sacadas de sólo
el "séptimo cartapacio del reo, y dellas se le
puso la primera acusación, y dije al Obispo de
Falencia que, pues faltaba de calificar otros
trece cartapacios y el Catecismo y otros pape-
les del reo, que escribiésemos á los teólogos que
no calificasen sino solas las proposiciones más
importantes, porque aliende de la prolijidad y
poco efeto, era causa de calumniar todas las
otras, diciendo que quien calificaba cosas tan
menudas que tenía mal ánimo contra el reo. Es-
cribímoslo al Arzobispo de Santiago, y él se lo
dijo, y nos respondió que decían que ellos lo
habían de calificar todo, que los Jueces tomasen
dello lo que quisiesen; y ello sucedió en Roma |
como yo lo había conjeturado, que lo atribuye-
ron todo á mala voluntad y odio y mal ánimo.
El reo estuvo siempre negando cuanto se le
oponía de testigos y escritos, y justificándose
en todo y por todo. Nosotros proseguimos
nuestro proceso con toda justificación, sin dar
al reo causa ni ocasión para agraviarse, para po-
der apelar.
Entretanto se pidieron dos prorrogaciones
para que los teólogos acabasen de calificar, y
los que hacían por el reo las impidieron de tal
manera que no se concedieron sino diez meses
en ambas, y así que, bien contado el tiempo
que el reo estuvo preso en España, se redujo á
poco más de tres años, en que se pudo tratar
de su negocio, porque dos años se gastaron en
la recusación, hasta que venimos á hacer el pro-
ceso, y catorce meses estuvo la causa parada es-
perando las prorrogaciones, y casi otros dos
añ )s se pasaron en demandas y respuestas sobre
á dónde se había de ver y sentenciar la causa.
El doctor Navarro, Abogado del reo, con in-
finita pasión, que siempre tuvo en este negocio,
escribió en su buen romance al Rey un trata-
dillo, persuadiéndole que no estorbase que esta
causa no fuese á Roma, que si lo contrario hacía
no dejaba de pecar, á lo menos venialmente (').
El Rey, con su gran juicio, se disgustó con
la obrilla, y la envió luego al Ai'zobispo de San-
tiago, y él me la envió (que estaba Yaltodano
en Falencia entonces). Yo en tres días escribí
lo contrario, no negando que las causas de los
Prelados no sean de la jurisdicción del Papa,
sino probando por historias, decretos y ejem-
plos y razones eficaces, que convenía que esta
causa se i-emitiese á España, asistiendo á ella,
en nombre de Su Santidad, las personas que él
quisiese enviar.
Agradó al Rey lo que yo escribí, y lo guardó
en su escritorio.
En este tiempo se me cometió la visita de la
Inquisición de Yalladolid, y yo la hice á con-
tento del Consejo; pero ni aun de palabra me
dieron gracias por ella.
El año 15G-t me envió el Rey esta carta:
POR EL REY
Al doctor Simancas, del Consejo de la Santa
General inquisición.
El Reí
«Doctor Simancas, de la Santa General In-
quisición, habiendo promovido al doctor Cova-
rruvias, Obispo de Ciudad Rodrigo, al obis-
pado de Segovia, que como sabéis estaba vaco,
(*) El dictamen de Azpilcueta ha sido impreso por
Fr. Justo Cuervo en su estudio Carranza y el doctor
A'arnrro (Revista ibera-americana de Ciencias ecle-
siásticas, julio de 1902, paga. 53 á 64).
160
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
por promosión que hicimos de don Martín de
Ayala, Obis[)0 de aquella Iglesia, al arzobis-
pado de Valencia, y teniendo luemoria de vues-
tra persona, letras y buenas costumbres, y sien-
do cierto que la dicha Iglesia de Ciudad Ro-
drigo será ijien gobernada, y nuestra conciencia
descargada, os habernos elegido y nombrado
para aquel obispado, cargándole de nuevo do-
cientos ducados de pensión demás y allende de
la que al presente tiene, que se proveerán des-
pués, y con que dejéis lo que tuviéredes por la
Iglesia, de que nos enviaréis relación firmada
de vuestro nombre; de lo cual os habernos que-
rido avisar, para que proveáis á Roma de lo ne-
cesario para la expedición de las bulas, que yo
mando escribir á nuestro Embajador que con-
forme á esto os presente á Su Santidad, y
venidas aquellas, iréis á estar y residir en aquel
obispado, teniendo de su buena gobernación y
administración el cuidado que de vos espero
y confío, como conviene al servicio de Nuestro
Señor y descargo de nuestra conciencia. De
Madrid 3 de agosto de 1564».
Yo acepté, y no tenía que dejar, aunque era
coadjutor del Arcedianazgo, y aun Canonicato
de Córdoba. No se pasaron las bulas en Ro-
ma, por no enviar el despacho al Embajador
hasta diciembre, ni vinieron hasta marzo, y así
yo fui consagrado en Valladolid el primero de
abril de 1505.
Acabado el tiempo de la última prorroga-
ción fué á Roma el licenciado Buenaventura de
Guzmán, del Consejo de la Inquisición, á ne-
gociar con Pío IV que se sentenciase acá esta
causa y no se llevase á Roma, y volviendo con
ciertos despachos, se trastornó un bergantín en
que venía, y se ahogó, y se perdieron los des-
pachos que traía.
Por aquel tiempo hice imprimir en Vallado
lid mi libro De República ('), el cual envié des-
pues á un caballero de Ciudad Rodrigo, lla-
mado Antonio de Cáceres Pacheco, cuyas obras
muy elegantes andan impresas, y visto el li-
bro, me escribió una carta en latín, cuya parte
es la que se sigue:
(') lacobi Simancep Civitatensis episcopi, ¿¡-•/•w-
cun.sulti clarissimi, CoUcctaneorum de I}í'2?uhliea
Lihri nimem. Opus studiuais ómnibus vtile: ^'ir^s
autcm politicis nccessarium. Valdoiiti, Ex Typogra-
phia Adriani Ghemartii. M.D.LXV. 288 págs. eti 8."
Reimprimióse en Venecia, 1569; Amberes, 157'J, y
Salamanca, 1582.
Este libro es un conjunto de textos de la Escritura
y de los clásicos griegos y romanos; se halla dividido
en nueve libros, que tratan: 1. De urbe, civitate et
cive.— II. De rebus publicis.— III. De Monarchia et
Rege. — IV. De legibus. — V". De magistratibus et
eorum virtntibus.— VI. De bis qu;v! vitanda sunt a
magistratibus. — VII. De república Hispania-. —
VIII. De Pruifectis urbium. — IX. De regni guberna-
tione.
(cS. P. Legi, Presul ornatissime, librum
tuum De República, super vestram fidem,
quanta ille eruditione, quanta elegantia dicen-
di, quam incredibili omnium rerum varietate
et copia et ornatus reffertus est; equidem
multa vidi, multa audivi, multa etiam egi: qua^
quidem si cum hoc eruditissimo opere conferan-
tur, inopia? cuiusdam et mendicitatis instar ha-
bitura certe sunt; ¿quid queris? Non vnns est
mihi liber, sed integra et locuples grajcorum
et latinorum Bibliotheca visa est, quia au-
tem illas doctissimorum virorum sententias
ipse tu verborum ornamenta rara illa quidem,
velut in coelo sidera iutexuisti, quam totam
ipsam venustant, adornant, illuminant, scrip-
tionem. Utinam quid sentio verbis satis ex-
plicare possem (nihil enim recurreretur adula-
tionis suspitionem) ; facile profecto intelligeres
me in eo legendo summam quamdam volup-
tatem cepise, et quod cum ad me miseris tibi
singular! quodam beneficio obstrictum esse».
Este verano de 15G5 se exoneró por su vo-
luntad de la presidencia del Consejo el Mar-
qués de Mondéjar y se resolvió el Rey de po-
ner en aquel lugar un letrado de autoridad y
nombre que fuese jurista, y para esto se halla-
ron entonces tres; Espinossa, Quiroga y yo, y
fué elegido Espinossa. Escribióme el doctor
Olivares, que había sabido por cierto que, si yo
no tuviera obispado, que sin duda fuera Presi-
dente, y que por sola la residencia me había
excluido. Yo le respondí que no tuviese pena
por ello, que según estaba enfadado de nego-
cios ajenos, más quería aquel obispado que la
Presidencia.
En este mismo tiempo se juntaron Concilios
provinciales en toda España, para i'ecibir el
Concilio general de Trento y ordenar otras co-
sas que conviniesen á las Iglesias de España;
y el Arzobispo de Santiago fué por Valladolid
á Salamanca á hacer su Concilio, y de camino
me dijo que dejase al Arzobispo de Toledo con
buena guarda y me fuese al Concilio, que ya
Valtodano era ido á visitar el colegio de San
Bartolomé y estaría yo sólo.
Entonces me dio un fuerte dolor de hijacfa,
que me tuvo dos días en la cama, y fué la ter-
cera vez que me había dado en mi vida, y no
había tenido otra indisposición en Valladolid
en más de veinte años que había a'lí residido;
y volviendo á visitar al Arzobispo de Santiago
le dije que por poco no le pudiera ver antes de
su partida, por el dolor que había tenido, y él
con hervor de amistad que teníamos, me dijo
muy acelerado: Pues ¿por qué vuestra señoría
no me avisó luego para que le fuera á visitar?
Yo le respondí sosegadamente: Porque entendí
vuestra señoría no me quitaría el dolor, que si
creyera que me lo quitara, luego por la posta
DON DIEGO DE SIMANCAS
161
le suplicara que me hiciera merced; y cierto
que en Roma se tiene en esto mayor mira-
miento que en España, porque allá no dan pe-
sadumbre con visitar á los enfermos, y acá la
dan algunas veces mayor que el mismo mal.
Dos cosas había dejado de decir que pasaron
antes que yo fuese Obispo: la una que, visitan-
do al doctor Orozco, en una enfermedad de que
poco después murió, me dijo que estaba muy
descansado, y sin escrúpulo, en acordarse que
todo el tiempo que fue' Oidor en mi Sala nunca
se había apartado de mi voto y parecer. Fué
un hombre muy cuerdo y gran letrado, como
parece por lo que escribió sobre los Digestos, y
tenía escritas otras cosas curiosas que por mal
recado se perdieron.
Lo otro fué que, escribiendo yo el parabién
á Honorato Joan, maestro del Príncipe, del
obispado de Osma, me respondió que, porque
viese cuánto confiaba de mí, rae rogaba que yo
le escogiese Provisor y Visitador, que le im-
portunaban muchos, pero que él no tomaría
sino los que yo le nombrase, y así lo hizo. Yo
le respondí que los buscaría con tal condición,
que si se ofreciesen otros que más le convinie-
sen, aquéllos recibiese, que yo no pretendería el
provecho de los que nombrase, sino su servicio
y contentamiento; y como era privado del Prín-
cipe y valenciano, que no podía proveer las
vacantes en sus parientes por ser extranjeros,
concurrieron muchos y buenos opositores, y él
los remitió todos á mí y recibió los que le es-
cogí, y se halló bien con ellos.
Tornando al Concilio de Santiago, que se ce-
lebró en Salamanca, i'ué el más solemne de Es-
paña, porque en él concurrimos doce Obispos
sufragáneos, y dos agregados, y el Arzobispo,
aunque se murió luego allí don Diego Henrí-
quez, Obispo de Coria, y no se proveyó otro
durante el Concilio; y diciéndole yo al Obispo
de Plasencia, don Pedi'O Ponce de León, que no
pensé que pudiera venir al Concilio, por causa
del Arzobispo de Toledo, me dijo: Bueno fuera
eso, que nos faltara la mejor pieza del arnés.
Hízose una procesión solemne de todos los
Obispos desde San Martín á la iglesia Mayor,
y luego comenzó á haber diferencia entre los
Obispos, de Plasencia, que era el más antiguo
sufragáneo, y el de León, agregado, que era
más antiguo que él, sobre quién había de pre-
ceder; y estando la cosa en término que pare-
ciera mal no haber concordia, me cometió que
los concordase, y así lo hice, que el de Plasen-
cia se contentó con iiacer un protesto que no
le parase perjuicio á él ni á sus sucesores, y
con esto tuvo la antigüedad San Millán, el de
León, que al tiempo que esto escribo es vivo y
de noventa y tres años.
Después sucedió otra diferencia entre otros
Obispos, y yo la pacifiqué, y también otra so-
bre la jurisdición entre el Arzobispo y el Obis-
po de Salamanca, yo la concordé; y así un día
me dijo el Conde de Monteagudo, que asistió
en aquel Concilio en nombre del Rey, que no
se podía negar que yo no fuese Ángel de Paz.
También don Joan Manuel, Obispo de Za-
moi'a, tuvo conmigo otra diferencia sobre la an-
tigüedad, porque él se había consagrado ocho
días antes que yo, y mi Iglesia se pasó en Ro-
ma un mes antes que la suya, y tenía parecer
de tres catedráticos en su favor y el estilo de
la capilla del Rey, adonde suelen tener cuenta
con sola la consagración; yo sabía que en Ro-
ma se hacía lo contrario, y que en el Concilio
de Trento se había así guardado.
Que no se entendiendo aquello en España,
se habían consagrado en Valladolid cuatro
Obispos en un día, y tomando testimonio cuál
de ellos se acabó antes de consagrar, cuando
fueron á Trento con sus testimonios, se rieron
dello, y enviaron á Roma á saber cuáles Igle-
sias se pasaron primero en Consistorio por el
Papa, y conforme aquello les dieron la anti-
güedad.
Yo dije á don Joan Manuel que sin dilación
lo podían determinar allí en el Concilio. Dijo
que no lo quería poner en votos, sino que yo
fuese el juez. Repliquéle que yo no lo quería ser
en mi causa propia. Dijo que se contentaba con
que, juntos los pareceres de aquellos catedráti-
cos, dijese que eran dudosos. Yo los vi y dije
que tenía duda, y con sólo aquello en la pri-
mera congregación se allanó diciendo que, aun-
que tuviera derecho él, me lo cediera; y creo
que la costumbre de la capilla del Rey nació de
que en España los Obispos no se ponen ro-
quete hasta que se consagran, ni les parece que
hasta entonces son perfectos Obispos.
Prosiguiéronse las sesiones por tiempo de
ocho meses, con dilaciones procuradas para cier-
tos fines, de lo cual quedamos hartos de Con-
cilios provinciales para siempre, y vimos por
experiencia que, según está el mundo, de aque-
llos Concilios se siguen más inconvenientes que
utilidades.
En estos meses hice cinco vece> Ordenes ge-
nerales de todos aquellos obispados; dije algu-
nas misas de pontifical, y confirmé y consagré
aras, y hice todos los actos pontificales que se
me ofrecieron por ir ejercitado á mi obispado.
Pretendió el Arzobispo de Santiago que los
decretos habrían de ordenarse en su nombre con
acuerdo de los sufragáneos, y un día quísolos
fundar por unos Concilios de Tarragona, y por
otras razones que alegó, bien pensadas y apa-
rentes; y después que acabó su plática callaron
todos, yo pedí licencia. Dije que tenía obliga-
ción á una de dos cosas, ó á asegurar el parecer
162
autobiografías y memorias
del Arzobispo ó á responder á sus fundamentos
para ser de parecer contrario, del cual fui, y le
respondí luego á ellos de tal manera, que se
apartó de su pretensión, y saliendo de aquella
congregación me abrazó diciendo: ¡Ah, buen
Obispo de Ciudad Rodrii?o; que yo juro que
estimo en más su contradicción, porque sé de
qué ánimo sale, que si me siguiera con adulacit'n !
El Duque de Alba, con su gran juicio y mu-
chas inteligencias que siempre tuvo, dijo que
aquel Concilio lo habíamos de hacer el Obispo
de Plasencia y yo; y cierto, que sin agravio de
todos los otros Obispos, él no se engañó mu-
cho, que el de Plasencia con sus muchas letras
y experiencia votaba largo y yo resolvía lo que
convenía; y el Conde de Monteagudo me dijo
á la despedida que toda su vida sería pregonero
de mis votos.
Estando en Salamanca entonces leí el libro
de fray Miguel de Medina, De recta in Deum
fide, en el cual claramente condena á los juris-
tas que aceptan obispados y á quien se los da.
Es verdad que después en Roma me dijo que
si entonces escribiera afirmara que gobiernan
mejor los obispados los juristas que los teólo-
gos. También yo á persona fidedigna oí que fray
Domingo de Soto había dicho que igualmente
intercedería para obispado por un zapatero que
por un jurista; y visto que algunos otros teólo-
gos ambiciosos y de menor cuantía seguían esta
mala doctrina, añadí en la segunda edición de
mis Instituciones Católicas una breve defensa
de los juristas (').
Habiendo venido á Salamanca á aquella co-
juntura Andrés Ponce Caballero, gran letrado
(que había tenido oficios principales en Ñapóles
y Milán, y después fué del Consejo Real y de
el de Estado), le comuniqué aquella adición, y
me respondió estas mismas palabras: Porque
estos papeles son originales, y no quiero que se
me pierdan, los envío á vuestra señoría. Es la
mejor cosa que he visto en mi vida, y más sus-
tancial y más sabrosa, y dicha de manera que
no se puede negar; y creo que Santo Tomás y
Escoto no lo negarán ellos, leídos tres veces.
Poco antes que partiese de Salamanca di á la
imprenta mi libro De mai/orazgos (^), y la oca-
sión que tuve para hacerlo fué qi;e un deudo
mío andaba tan engañado en hacer un mayoraz-
go, que pensaba que haría gran servicio á Dios
(') Incohi Simancce Pacenstis epitenp!,, irrpporiíirJt'h
De Epiíiropi.i inrix peritix, opunculum. Antuerpiív;
Ex officina 'hiistopbori Plantini, M.D.LXXIIII. 36
páginas en 8 '^
O lac Simanco' Pacrnsis ejiiseopi, Lihcr discrp-
tationum: in qvo de primof/enüs, ac potisshnr de
illorvm piihlientione di-oputntnr. Antuerpisv. Ex offi-
cina Christophori Plantini, M.D LXXV fifi páginas
en 8.° Hay una edición anterior, de Salamanca, año
15.56.
en ello, y no bastaban i'azones para quitarle
aquella opinión. Y también entendí que muchos
pensaban lo mismo; y aunque el libro no es
grande, creo que tiene sustancia, y desde ahí á
algunos años escribió más largo en la misma
materia el doctor Luis de Molina, muy exce-
lente letrado, y del Consejo Real, y me envió
su libro á Roma; y escribiéndole yo lo que del
me había parecido, me respondió estas pala-
bras: «Beso las manos de vuestra señoría por
la merced que me hace en favorecer aquel libro
mío; lo que hay que loar en él es haber conti-
nuado lo que vuestra señoría comenzó».
Entré en mi Obispado de Ciudad Rodrigo á
8 de mayo de 15C6, y luego comencé á hacer
mi oficio; pero dentro de seis días me llegó un
correo de Su Majestad para que hiciese cierta
visita de la Universidad de Salamanca y averi-
guase lo que allá se hacía con mal orden y por
cuya culpa y qué convenía remediar en ello,
porque tenía relación que no estaban aquellas
escuelas como debían.
Yo recibí grandísima pesadumbre por no
haber sido avisado antes que saliese de Sala-
manca, estando hecha aquella provisión algunos
meses antes, y habiendo ya deshecho mis alha-
jas de casa y estando ocupado en cosas del
Obispado, y así respondí que suplicaba que
aquello se cometiese á otro más desocupado ó á
lo menos me diesen tiempo para confirmar y
hacer algunos actos pontificales, y escribí á un
amigo del Consejo Real (de donde manaba
aquello) que no era justo que me cometií^sen mu-
chas cosas por el barato, que ya serían cinco
visitas con aquella, y que todas las había hecho
á mi costa sin premio alguno. Respondióme
que, estando algunos días allí, todavía fuese á
hacer lo que se me encargaba.
Confirmé en la ciudad cerca de mil criaturas
y hice otras cosas de mi oficio, y tornái'onme
á dar prisa que fuese antes de las vacaciones,
y así fui á primero de julio, y ante todas cosas
escribí al Consejo que me enviasen una provi-
sión con pena para que no dictasen los Lecto-
res, que era una cosa perniciosa á los estu-
diantes, y que no se solía usar; y dije que les
quitaban el ejercitar la memoria, y se la des-
truían, porque no encomendando las lecciones á
ella, sino escribiendo lo que les dictaban los
Lectores, no la cultivaban y no la acrecentaban;
y también estragaban á los discípulos sus en-
tendimientos, porque los cautivaban á lo que
escribían, sin dejarles elección, y quitábanles el
cuidado y diligencia, porque ya había sabido
que muchos encomendaban á sus amigos ó á
sus criados que les escribiesen las lecciones, y
con aquello se contentaban, y sobre todo que lo
que habían de leer en un mes, no esperando á
que escribiesen los discípulos, no lo leían en
DON DIEGO DE SIMANCAS
]63
seis meses. Yo me hallé en una lección, y vide
que repetían cinco y seis veces cada palabra de
las que decían pai'a que las escribiesen, porque
los que eran tardos daban con el tintero muchas
veces, y decía el Lector: Digo, señores; repitién-
dolo hasta que [ya no] daban tinterazos. Vis-
tas mis razones en Consejo, me enviaron una pro-
visión, con- pena de privación de cátedra, contra
el que leyese y diese de aquella manera á escri-
bir dictando. Hice juntar todos los Catedráti-
cos en su claustro, y mándeles notificar la pro-
visión, lo cual sintieron tanto que no lo pudie-
ron disimular, y Sandoval, Catedrático de Pri-
ma de Cánones, dijo con lágrimas que según
aquello le habían de quitar la cátedra, y que
había gastado en ella y en graduarse la dote de
su mujer, y que quedaba destruido. Héctor
Rodríguez, Catedrático de Prima de Leyes,
dijo que se nombrasen dos personas que junta-
sen las utilidades que resultaban en leer de
aquella manera, y otras dos que juntasen los
inconvenientes y que se hiciese conforme á lo
que más conviniese. Otro dijo que les decla-
rase yo un estatuto que daba orden en el dar
teóricas por escrito.
Estaban á mis lados el Rector y Maestres-
cxxela, y decíanme que me levantase, que nunca
acabarían. Yo les dije que no habían de quedar
sin respuesta, y volviéndome al Sandoval, dije
que por lo pasado no quitaba las cátedras, y
que si no obedeciesen un mandato tan justo
por su culpa serían privados de las cátedras , y
no temían de quién quejarse sino de sí mis-
mos. Y á Héctor dije que si sería cosa muy
acertada, sobre lo que el Rey mandaba, nom-
brar quien lo disgustase. Y al otro dije que,
habiendo allí sesenta Catedráticos, era bueno
que me pidiesen á mí declaración de un estatuto
que estaba escrito en romance; que guardasen
lo que se les mandaba, y si no que se apareja-
sen á la pena; y con esto salí del claustro, y
ellos se fueron (como dicen en Italia) con tanto
«aso.
Después me vino á informar muy despacio el
Doctor Diego Pérez (que escribió sobre el orde-
namiento). Yo le respondí que aunque en
otras cosas se podía haber engañado Su Majes-
tad, en enviarme á aquel negocio, no en una,
que era en haber elegido persona que había
pasado por todo aquello, y había sido catedrá-
tico y entendido y visto por experiencia lo que
tocaba á los oyentes y Lectores; que lo que
decía (aunque le diesen otros colores) todo pa-
raría en excusarse de trabajo los Catedráticos y
leer siempre por sus cartapacios, sin más estu-
diar ni recapacitar; que las cáthedras no se
hicieron para dar de comer á sesenta hombres
holgando, sino que les daban aquellos estipen-
dios para utilidad de todo el reino trabajando.
Hice mi visita dentro de pocos días, y averi-
güé lo que era público, que los estudiantes no
guardaban estatutos ni aun pragmáticas, y que
andaban vestidos tan costosos y con tanto
fausto que no bastaban haciendas para susten-
tarlos ; en sus casas tenían camas de campo, ta-
picerías, escritorios, mesas y sillas de nogal, y
las lobas, manteos y sotanas de refino y de ra-
jas de mucho precio, y unos bonetes ridículos,
con cuatro cuernos muy grandes, y las bocas
que no cabían en la mitad de la cabeza; los
manteos tan largos que rastraban, y otras mu-
chas boberías á este tono.
Escribí al Consejo que era necesario que
viniese persona á ejecutar la enmienda de todas
aquellas cosas, y que no era menester otras visi-
tas ni estatutos nuevos, que hartos había muy
buenos, sino que no se ejecutaban por culpa del
Maestrescuela y de los Rectores, y envíeles un
bonete de aquellos de media vara en largo de
cuerno, con que rieron algunos mucho.
Escribíles que bien sabían que en España no
suelen estudiar sino los que poco tienen, y que
la principal reformación sería quitarles el abu-
so de los gastos. Proveyeron muy bien todo lo
que les avisé, y enviaron á ejecutarlo al licen-
ciado Jaraba, del mismo Consejo. Solamente
dejaron de remediar la costa del A'cstido, porque
no se concordaron, que algunos días había que
les pareció vistiesen buriel ó pardo; pero á mi
parecer se pudiera bien proveer que vistiesen de
paño negro de lo que labran en el Andalucía y
en Alburquerque, el cual es de poca costa, y
que dura mucho, y con dar á mercaderes una
honesta ganancia lo dieran á estudiantes bara-
to, y á ellos se les había de mandar con penas
y censuras que no se vistiesen de otro paño.
Concluida mi visita, y habido el premio por
ella que por las pasadas, volví á mi Iglesia, y
hice dos veces órdenes generales, y visité las
iglesias de la ciudad, y hice reparar cinco de-
llas, que estaban casi caídas; dije muchas mi-
sas de pontifical, consagré algunas aras y hice
otros muchos actos pontificales.
Llamé á los curas y beneficiados á Sínodo y
el Corregidor y Regidores pretendieron entrar
en él, diciendo que todos los otros Obispos que
entonces hacían Sínodo los habían llamado en
sus ciudades, que si habían errado todos ellos.
Yo le respondi que si los habían llamado pen-
sando que tenían obligación á llamarlos habían
errado todos; que los podían llamar, pero que
no eran obligados á hacerlo. Pusiéronme sobre
ello pleito, y condenáronlos.
Hice el Sínodo con mucha solemnidad y no
se había allí hecho otro cincuenta y dos años
había. Rogáronme los del regimiento que á lo
menos el día primero en lo público los admi-
tiese, y así se lo concedí. Tenía entonces la
164
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Iglesia buena música, y con esto y con el buen
orden que en todo se tuvo, un portugue's fidalgo
medio teatino, que allí se halló, me dijo que
no había tal cosa en todo Portugal. Yo dije
entre mí que había hecho la mayor confesión
que nunca portugués hizo.
LIBRO SEGUNDO
Habiendo venido sin recaudo Buenaventura
de Guzmán, y habie'ndose ahogado, volvió á
Roma don Rodrigo de Castro, del Consejo de
la Inquisición, á instar en que se votase en
España el negocio del Arzobispo de Toledo, y
con mis papeles que llevó, y con otras cosas
que él sabía mejor alegar, y sobre todo con el
favor del Rey, condescendió Pío IV en enviar
á España al Cardenal Boncompagno, y con él
Aldobrandino, Auditor de Rota, y á Montalto,
fraile claustral de San Francisco, y á Castaño,
que después fué Nuncio Apostólico.
Llegados á Madrid trataron de dar orden
las personas que habían de ver con ellos el pro-
ceso, y no se conformando con lo que acá pa-
reció que convenía, estuvieron en demandas y
respuestas algunos días, y al fin de ellos vino
nueva de la muerte de Pío IV, la cual sabida
por el Cardenal se partió luego para Roma,
por hallarse á la elección de Papa; y di jome el
Embaxador don Luis Requesens, que sin duda
fuera elegido Papa si se hallara entonces en
Roma, y lo mismo oí después decir á otras per-
sonas.
^ Envióle Pío V (que fué elegido) á que pro-
siguiese la Comisión que había llevado, y en-
contróle el mensajero en Francia, y él prosiguió
su camino, respondiendo que primero haliía de
informar á Su Santidad, y por el suceso se en-
tendió que le había de decir que no le parecía
que se tratase aquella causa en España, porque
después ningún medio se pudo tomar con él,
sino que había de ir el proceso con el reo á
Roma.
Envió persona que de su parte lo pidiese al
Rey con mucha instancia, y porque para otros
efectos convenía tenerle grato, se concedió con
ello, contra el parecer de muchos; y cierto que
yo nunca pensé que se hiciera así, por los
grandes inconvenientes que de ello resultaban.
1 estando yo muy descuidado dcsto en mi
Iglesia, esperando tiempo para salir á visitar el
obispado, entró un mensajero con una carta del
Rey, del tenor siguiente:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de
Ciudad Rodrigo, del nuestro Consejo: Ya tenéis
entendido el negocio del Arzobispo de Toledo,
y el estado en que está su causa; hase tomado
con Su Santidad resolución de que la persona
del Arzobispo y sn proceso se envíe á Su San-
tidad, á quien pertenece el conocimiento y de-
terminación dellas; y por ser de tanta impor-
tancia se ha ordenado que de estos niiestros
Reinos vayan á Roma personas graves de le-
tras, y otras buenas partes, así Prelados como
de la Inquisición, para que también asistan á
la determinación de ella, y teniendo considera-
ción á esto y á la mucha noticia que tenéis de
las cosas del Santo Oficio, y en pai-ticular de
esta causa, me ha parecido nombraros para este
negocio, que será de poca dilación, para el cual
os encargo mucho os comencéis desde luego á
apercibir con todo secreto, que en breve seréis
avisado del tiempo de la ¡jartida y de la como-
didad que para ello se os á de hacer; y en que
lo hagáis así recibiremos mucho placer y ser-
vicio, porque la buena y justa definición de
este negocio conviene mucho al de Nuestro
Señor y mío».
Recibí con esta carta tanto disgusto, que no
lo sabré encarecer, y bien entendí que el nego-
cio se había de tratar en Roma diversamente
que en España; y a-í, respondí al Rey excu-
sándome con nueve razones que, según me
escribió Bustos de Villegas, que las vio, le con-
cluyeron, y pluguiera á Dios que no salieren tan
ciertas cuanto después salieron; pero, sin em-
bargo dellas, me envió el Rey esta carta:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de
Ciudad Rodrigo, del nuestro Consejo; vimos
vuestra carta de 14 del presente, y teniendo
consideración á lo mucho que importa en la
jornada del Arzobispo de Toledo hagáis lo que
por otra nuestra carta os hemos ordenado y
mandado, por la noticia que tenéis de su causa,
y mucha experiencia de las cosas del Santo
Oficio, os encargamos y. mandamos que os
apercibáis luego para ir con él á Roma y asis-
tir á la determinación della, sin embargo de las
razones que escribís en vuestra excusa, que
aunque tengan alguna consideración, es de
mucha más vuestra asistencia para la definición
de causa tan importante, en lo cual nos teme-
mos de vos por muy bien servido. Dada en
Aranjuez á 28 de noviembre de 1566 años. Yo
el Rey».
Juntamente con ésta me escribió otra el
Presidente Espinosa, en que decía estas pala-
liras: «No se haga de mal á vuestra señoría
hacer cosa que tanto es necesaria, y de que el
Rey tanto gusta, pues ha de sor para acrecen-
tamiento de vuestra señoría, así allá com^ acá,
y yo quedaré por solicitador».
Ninguna cosa me movieron estas ofertas,
que cierto, si en mi voluntad se dejara, aunque
me prometieran el Arzobispado de Toledo, es-
cogiera antes no ir á Roma; pero no pude dejar
DON DIEGO DE SIMANCAS
165
de aceptarlo, por ser el mandato del Rey tan
forzoso, y porque el Obispo de Falencia y yo
solos habíamos hecho el proceso, y como él no
tenía edad ni salud para aquella jornada, era
yo solo el que podía dar razón de todo lo pro-
cesado.
Respondí al Rey que yo cumpliría su man-
damiento, aunque me costase la vida, y á Bus-
tos de Villegas escribí que si el Rey no me que-
ría decir algo de palabra, que á mí importaba
ir por mi tierra á dar orden á lo que allí había
de dejar, y en lo que me había de proveer, que
había siete años que no estaba en ella. Respon-
dióme que el Roy le había dicho que mr escri-
biese que me lo agradecería mucho, y que fuese
por mi tierra, que e'l no tenía qué decirme.
Eligieron otros cuatro para ir á Roma, que
los dos dellos eran impertinentes, y hicieron
más daño que provecho al negocio, que de mi
voto conviniera nombrar á don Pedro Ponce,
Obispo de Plasencia, que era gran letrado, y
estaba instruido en la causa, y á Covarrubias,
que por sus libros tenía mucha fama en Roma,
y teólogos fray Diego de Chaves, que se había
hallado en todas las calificaciones, y otros dos
eminentes, que había muchos en España entre
quien escogerlos; y con esto se autorizaba y
aseguraba más el negocio y se ganaba mucha
honra con los letrados de Italia, mas todo fué
para mayor trabajo mío.
No me avisaron que partiese hasta mediado
enero, y entonces me dieron mucha prisa, y
proveídas las cos:as que tocaban al gobierno
del obispado, y hecho mi testamento, salí de
Ciudad Rodrigo á 29 de enero de 1567, y fui
á Córdoba, donde se me hizo solemne recibi-
miento del Obispo y Cabildo, y de todos los
caballeros de aquella ciudad, los cuales me
salieron al camino bien lejos, y el Obispo don
Cristóbal de Rojas, y el Cabildo, salieron buen
rato, y todos me acompañaron por las princi-
pales calles de la ciudad hasta mi casa, lleván-
dome siempre el Obispo por su mano derecha,
y aunque era muy más antiguo y yo porfié
mucho lo contrario.
Estuve en Córdoba doce días, y de allí fui á
Cartagena á dos de marzo, á donde hallé al reo
recluso en la fortaleza, y en casi dos meses que
allí estuvimos esperando al Duque de Alba (que
fué entonces en Flandes) no tuve otro ejei-ci-
cio sino ir á sufrir pesadumbre y prolijidades
del Arzobispo, y entretenerle con las nuevas
que nos daban, que cada día venía el Duque.
Al fin llegó el día, y salimos de allí á 27 (')
de abril con las cuatro galeras, y en el golfo
de Valencia una noche pasamos una peligrosa
tormenta, de manera que los marineros andaban
(') En el ms. de D M. Menéndez y Pclayo, á 2S.
turbados, temiendo que con vientos contrarios
que corrían no se encontrasen unas galeras con
otras. Yo, sintiendo el peligro, dije al doctor
Pazos, que iba conmigo, que ocurriésemos á
Dios, y rezamos la letanía y otras oraciones, y
después mandé á un clérigo mío que subiese á
la popa y echase un pedazo de Agnns Dei en la
mar, hecho primero el signo de la cruz, é liízo-
lo así, y según afirman los que allí estaban,
luego cesó el peligro, aunque la mar tardó algo
en sosegarse.
Llegamos á Genova con buen tiempo, y des-
de allí se fué el Duque por tierra su jornada, y
nos envió con solas dos galeras, tan llenas de
pasajeros, desarmadas y tan cargadas de mer-
caderías, que ni podíamos huir ni defendernos;
y si el Conde de Altamira no nos encontrara y
no hubiera con doce galeras tomado tres fustas
de moros que por allí andaban, corriérramos
manifiesto peligro; mas quiso Dios que el Con-
de nos aseguró y acompañó hasta vista de Ci-
vita Vieja.
Llegamos allí día de la Santísima Trinidad,
y luego comenzaron los criados del Arzobispo
á decir palabras de regocijo y á tener por libre
á su amo, y el fraile lego que iba con él dijo:
Veamos el gesto á fray Miguel (que era el
Papa) y luego se hará todo bien; y el reo pidió
luego que quería hablar á su letrado el doctor
Delgado, y en mi presencia le dijo: Escriba
luego una carta al Papa que yo soy venido
aquí, que mande lo que he de hacer. Respon-
dióle: No sé si me darán lugar para que escri-
ba. Di jóle el reo: ¿Cómo no? Pues pártase lue-
go y dígaselo. Y luego hizo una gran pausa. Yo
le dije que me maravillaba que pensase su se-
ñoría que ahora estaba aquello por acordar; que
reposase, que todo lo vería.
Volvió á prolijear (como solía) y díjele que
yo venía mareado y había veintitrés horas que
no comía bocado; que abreviase, que no podía
esperar allí más, y con esto acabó su plática.
Y luego el martes amaneció allí el Comenda-
dor mayor, con gente de á caballo de la guar-
dia del Papa, y con el mandato que trujo en-
tregó la guarda del Arzobispo á don Lope de
Avellaneda y á los demás que hasta allí lo
guardaban, lo cual él sintió mucho, y metién-
dolo en una litera nos fuimos á Roma, á donde
llegamos víspera del Corpus Christi á 27 de
mayo.
El reo fué luego recluso en el castillo de
Sant Ángel, y nosotros nos fuimos con el Em-
bajador á su casa, entretanto que buscábamos
posada.
El viernes siguiente fuimos á besar el pie
á el Papa, y cúpome á mí hablarle, como á
Obispo y más antiguo; habíanme dicho que
bastaba hablarle en romance, y después me avi-
166
autobiografías y memorias
saron que no lo entendía bien, ni algunos de
los Cardenales que habían de estar presentes.
Estúvonos esperando con cuatro Cardenales de
la Inquisición, y yo le dije por mi latín lo que
había de decir en romance, que fué lo siguiente:
El Rey Felipe, como católico que es, confor-
mándose con la voluntad de Vuestra Santidad,
nos ha enviado con la persona y proceso del
Arzobispo de Toledo, y aunque habemos pasa-
do trabajo y peligro en el camino, lo damos por
bien empleado por besar los pies de Vuestra
Santidad y ver su beatísima persona, y venir á
hacer en esto y en lo demás lo que fuere ser-
vido de mandarnos.
Con esto me levante', por dar lugar á que
llegasen los que allí veníamos, y me llegué á
una ventana que estaba allí cerca. Después que
todos le besaron el pie, me hizo llamar, y me
preguntó que dónde habíamos tenido peligro
en el camino. Respondíle que en el golfo de
Valencia; y como no preguntó más, le dije que
yo había estado en aquel negocio desde el prin-
cipio y había sido en hacer el proceso; que si
alguna cosa quisiese saber de aquéllas, yo le
daría cuenta della. Dijo que él me daba audien-
cia particular todas las veces que yo quisiese.
Díjele yo que ninguna cosa quería decir en
particular, sino en público, que aquel negocio
más tocaba á Su Santidad que á mí, y con esto
nos fuimos.
El lunes siguiente llamó á congregación, en
la cual estaba el Papa sentado en su silla, y los
cuatro Cardenales en unos escaños, y para nos-
otros habían sacado unos escabelos, y después
que entraron al Papa, ciertos Cardenales cere-
moniosos los quitaron y nos hicieron estar en
pie á las espaldas de los Cardenales, al revés
de lo que se hizoen el Concilio de San Silvestre,
en el cual (como del consta) solos los Obispos
estuvieron sentados, y los Presbíteros Carde-
nales en sus espaldas estuvieron en pie.
El orden fué este: que puestos los escaños
en cuadra, al lado derecho del Papa, detrás de
los Cardenales, estaba el primero Cervantes,
Arzobispo de Salerno, y luego el Arzobispo
Sanseverino, y yo y Montalto, que ya era Obis-
po,, y Aldobrandino, Auditor de Rota, y el
Maestro del Sacro Palacio, fray Tomás Man-
rique, y Lncatelo, confesor del Papa, y Va-
dillo. General de los benitos, y los dos Inqui-
sidores Temiño, de Calahorra", y Pazos, de To-
ledo, y Camoyano, Presidente de la casa del
Papa, y el último el Fiscal de la Inquisición de
Roma, y él comenzaba á votar, y volvían por
el mismo orden los votos, hasta acabar en Cer-
vantes.
Yo hice relación de todo el discurso del ne-
gocio desde su principio, y en casi una hora
que hablé en latín resolví en suma la sustan-
cia de lo que se había hecho y el estado en que
venía, y las causas de la dilación después de la
prisión; y concluí diciendo que lo que se ha-
bía hecho en España em muy justificado, y que
el reo estaba justísimaraente preso, y que toda
España deseaba, y yo el primero, que de tal
manera se descargase, que Su Santidad no so-
lamente lo diese por libre, pero que también le
hiciese mercedes.
Después nos agraviamos, en particular fuera
de allí, de la indecencia que con nosotros se ha-
cía, especialmente en los Obispos, y con ser
Sanseverino italiano, y muy pobre, me dijo
que no sabía cómo se compadecía que en la ca-
pilla del Papa, estando él en su mayor trono,
estuviesen los Obispos sentados, y allí á puer-
ta cerrada, nos hiciesen estar en pie. Yo decía
que el Rev Católico á sus vasallos y criados,
cuando están con él en consulta, si era larga los
mandaba cubrir y sentar; y que los Obispos,
hermanos del Papa, los hiciesen estar en pie y
descubiertos en consultas tan largas y tantas,
no entendía con qué razón se podía hacer. Obra-
ron nuestras quejas, que nos pusieron otros
escaños detrás de los Cardenales, vueltos al re-
vés, de manera que nos pudiésemos arrimar y
no sentar, y con esta crueldad proseguimos las
Congregaciones tres años, que de ordinario eran
de dos horas, y algunas veces de tres horas, y
más cada semana una vez.
Como vio el Papa que había contra el reo
tantos papeles de sus escritos, y de testigos, y
de otros libros, y de sus exámenes de acusa-
ciones, y respuestas y calificaciones, hizo de-
mostración de que se congojaba y no hallaba
por dónde entrar ni salir en el proceso. Dí-
jele á solas que si mandase que se sacasen re-
laciones, como se hacía en España, y se junta-
sen las materias, que Su Santidad lo podía ver
en breve. Respondióme que ya tenía proveído
cómo se había de ver, y avisáronme que me te-
nía por sospechoso, y que no haría cosa que yo
le dijese, porque pensaría que lo decía con cau-
tela y no con buen fin, y así no hablé más en
ello.
La manera que se tuvo en su presencia (que
lo quiso ver todo) fué que el 'Notario leía se-
guido lo que le ponían delante, fuese perte-
neciente ó no; y como el Papa callaba, que casi
nunca habló allí palabra, todos callábamos, y
en dos horas se tocaban muchas veces pocas
cosas pertenecientes ; y ya decía un testigo de
una materia, ya otro de otra, y esto de ocho á
ocho días, de manera que era imposible rete-
nerse en la memoria lo que se iba lej-endo, has-
ta que al fin se hicieron sumarios y memoriales
por sus materias, lo cual, si se hiciera cuando
yo lo dije, se abreviara muclio la causa.
Pusiéronnos en disputa el Catecismo del reo,
DON DIEGO DE SIMANCAS
167
diciendo sus abogados que estaba confirmado
en el Concilio de Trento, estando prohibido en
España; que el Papa estuvo persuadido de co-
sas que no eran verdades en aquella cansa, y
ello era así, y entre ellas era lo del Catecismo,
que nunca quiso hacer el caso del que era justo
hacerse. Al fin lo disputamos y no faltaron vo-
tos de que estaba aprobado, siendo nna maraña
que los apasionados del Arzobispo habían urdi-
do, y fué que furtivamente hicieron que algunos
diputados para ver libros malos sin saber la len-
gua castellana en que estaba escrito, mostrán-
doles muchas aprobaciones hechas del en Espa-
ña, lo aprobaron, y luego sacaron testimonios
dello y los publicaron por Italia y España.
Pero entendido el trato y mal orden que en
ello se tuvo, se volvióla tratar dello, y en efecto,
se revocó lo que tan mal se había hecho. Y es-
tando yo solo en España para hacer audiencia
con el Arzobispo, por ausencia de Valtodano,
me pidió Navarro licencia para dar un testi-
monio de aquella falsa aprobación; yo se lo ne-
gué, porque sabía la verdad, y hizo tanta ins-
tancia sobre lo que le dije, que no había Con-
cilio que tal pudiese aprobar, porque no hay
poder para lo malo, y allí había cosas malas,
que no se podían aprobar; y ésta fué la prime-
ra palabra que dije áspera en aquella causa,
la cual tuvo siempre en memoria Navarro; y
dando el Fiscal Salgado en Roma peticiones á
Pío V sobre que mandase que no se vendiese
aquel libro públicamente, como se vendía, calló
al principio, y instando el Fiscal en la congre-
gación ordinaria de la Inquisición, respondió
con enojo que él no tenía aquel Catecismo por
reprobado, y que no le hiciesen tanto que lo
aprobase por un motu proprio.
Entendiendo fray Tomás la volundad de el
Papa, á quien él y Navarro tenían persuadido
aquello y otras cosas peores, se atrevió á decir
en nuestra Congregación que el Catecismo, no
sólo estaba aprobado en el Concilio, pero gran
número de teólogos de España y Prelados doc-
tísimos lo habían también aprobado, y qiie sólo
tres y medio habían hallado en él projíosiciones
malas. Yo respondí que los que las hallaban las
mostraban con el dedo, y eran elegidos para ello
por el Juez apostólico, que se lo pudo cometer, y
que otros muchos habían notado aquellas malas
proposiciones, y que ellos eran juramentados, y
que los otros que él decía eran elegidos por el
reo, antes que fuese preso, estando en su auto-
ridad, y eran sus amigos, y le enviaron al reo
sus aprobaciones adulatorias y generales y no
sabían de qué autores había salido aquella doc-
trina, y que por esto no hacían fe alguna y los
tres y medio la hacían entera, Llamaba medio
á fray Joan de Ibarra, porque murió sin acabar
las calificaciones del Catecismo.
Y porque este libro, por ser impreso, hacía
gran perjuicio al reo, procuraron sus Abogados
y apasionados defenderlo por vías ilícitas, tanto
que el doctor Navarro, habiendo visto que era
sacado de Lutero y de Ecolampadio y de otros
muchos hei'ejes, y que estaba prohibido en Es-
paña, lo hacía leer en su mesa, cuando comía,
como á libro de algún Santo. Y diciéndole un
día el reo que si estudiaba un sobrino suyo, le
respondió (en el castillo de Sant Ángel, delante
de los que asistían á aquellas juntas), que sí es-
tudiaba; pero con que él supiese un libro sólo se
contentaría, aunque nunca supiera otro. Y pre-
guntándole el reo qué libro era aquél, respon-
dió: El Catecismo de vuestra señoría ilustrísima.
Quien mejor calificó este libro y le descubrió
el lenguaje de los herejes que tenía fué fray
Melchor Cano, hombre de gran juicio y de rara
doctrina, al cual publicó luego el reo que lo
supo y sus apasionados por enemigo mortal del
Arzobispo; y advirtiéndole yo que me dijese
qué causa había para que le tuviesen por ene-
migo, me juró que ninguna otra sino haber ca-
lificado aquel libro conforme á su conciencia, y
que si lo calificara á gusto del reo, fueran ami-
gos como antes lo eran, y yo se lo creí, porque
aun él excusaba al reo en lo que podía.
Entregóse el proceso con todos los papeles á
Aldrobandino, Auditor de Rota, muy buena
persona, pero espaciosísimo y que nunca se
acababa de resolver, y él, al uso de la Rota, co-
menzó á remontar dubios sobre si se había
guardado en España la forma del Breve de
Paulo IV y otras cosas á este tono. Fuí-
mosle á hablar Cervantes y yo, y los dos In-
quisidores Temiño y Pazos, y dijímosle que por
aquel camino nunca la causa se acabaría. Res-
pondiónos que le avisásemos, porque él nunca
en su vida había visto causa de Inquisición.
Díjele que todas las dudas que tocasen al
orden del proceso me las diese á mí, que me
había hallado en hacerlo, que yo respondería á
ellas, y comunicado con el Papa, se hizo así.
Dióme después doce dudas, á las cuales res-
pondí de tal manera que nunca pude acabar que
se leyesen en la congregación delante del Papa
y de mí; entendí después que las habían AÍsto el
Papa y los Cardenales, y que les satisfacieron
más las respuestas que las preguntas, y que por
esto no habían querido que se leyesen en pú-
blico.
Proseguimos las audiencias muchas veces a
horas tan desacomodadas que ni antes ni des-
pués dellas se podía comer, porque eran al me-
dio día y habíamos de subir y bajar gran nú-
mero de escalones, y estar en pie, y salir tarde,
que el Papa tenía costumbre de desayunarse á
la mañana y no comer hasta dos horas antes
de la noche.
168
autobiografías y memorias
El año de 1568 me escribió el Rey esta carta:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de Ciu-
dad Rodrigo, del nuestro Consejo; estando vaco
el obispado de Badajoz, por promoción de don
Joan de Ribera, último poseedor del, al arzo-
bispado de Valencia, y teniendo delante las le-
tras y buenas cualidades que concurren en
vuestra persona, y lo bien que habéis goberna-
do aquella Iglesia, y siendo cierto que lo mesmo
haréis en la de Badajoz, he acordado de pro-
moveros á ella, cargando cierta pensión que se-
ñalaremos después, de que os he querido avisar
para que lo sepáis, y con otro se enviará la pre-
sentación, con declaración de las pensiones,
para que Su Santidad mande expedir y despa-
char las bulas. De Madrid á 29 de julio de
1568 años».
Recibí esta carta en 3 de septiembre, y luego
á 6 me dieron unas calenturas tan pestilencia-
les que al quinto día me desafuciaron, y estuve
en este peligro hasta el noveno, y fué Dios ser-
vido que el onceno me vino la postrera fiebre.
Tuve nueve parasismos recios, y en el uno de
ellos, queriéndome levantar con furia del mal,
me dijeron que á dónde quería ir. Yo dije sin
sentido : Dejadme, que no han de pensar el Papa
ni el Rey que yo he de votar en este negocio á
su gusto, sino conforme á mi conciencia; que
fué cosa que cuando lo vine á saber me dio mu-
cho contentamiento. Entonces me concedió el
Papa licencia para testar en seis mil ducados, y
creyendo que rae moría dijo palabras de senti-
miento, muy en mi loor.
Volviendo á continuar nuestras audiencias,
dio una petición el reo suplicando á Su Santi-
dad le diese más anchura en su prisión, que
mayor y mejor la tenía en España. Yo dije
que advirtiese Su Santidad aquellas palabras,
para que entendiese con cuanta verdad le ha-
bían informado que teníamos al reo en cárceles
oscuras. Respondióme: E vero, Monseñor.
Llegó la presentación del Rey en noviem-
bre, y luego se propuso la Iglesia de Badajoz,
con tanta aprobación del Papa y Cardenales,
que decían que había veinte años que ninguna
pasó con más. Dijo allí el Cardenal Capisuco,
que ya no se buscaba más causa en estas pro-
mociones que pasar á mayor Iglesia, por aque-
llas palabras (aunque no enteras) (¿uia in pernea
fuisti fidelis, sujva multa te constituam; intra
in gaudium, y no más; fue reído el dicho y pasó
por donaire.
Por este tiempo, en una congregación, man-
dó el Papa que delante de nosotros propusiesen
su querella unos confesos de Murcia que de-
cían haberles hecho grandes agravios el Santo
Oficio; y un letradillo desvergonzado dijo tan-
tas cosas, que se me acabó la paciencia y dije:
no es verdad; lo cual en Italia no tienen por
afrenta; y aunque lo fuera, creo que yo no de-
jara de decirlo, viendo que delante del Papa y
de nosotros se atrevía á decir tales cosas. Y en
acabando de irse de allí, dije al Papa que yo
me había hallado en votar aquellas prisiones, y
después, siendo del Consejo, había visto los
principales procesos, y que nunca tuve escrú-
pulo de ellos, porque de su voluntad, sin tor-
mento, testificaban padres contra hijos y hijos
contra padres, maridos contra sus mujeres y
ellas contra ellos, y hermanos contra hermanos,
y asimismo los demás parientes y amigos, y
los más de todos confesaban contra sí mismos
cosas verisímiles, y que se averiguarían las jun-
tas que hacían y sermones que oían, que como
se podían quejar sino de sí mismos.
I)íjome el Papa que, con todo eso, para ma-
yor satisfacción, escribiese yo al Cardenal Es-
pinosa, Inquisidor general, que le enviase una
relación de todo lo que había en aquellos nego-
cios, Escribíle al Cardenal como el Papa lo
mandaba, y respondióme desta manera:
«Muy ilustre y venerado señor:
))He visto la carta que vuestra señoría me
escribió con ocasión de la queja que han pro-
puesto á Su Santidad los de Murcia, y fué muy
bien que la audiencia se les diese en presencia
de tan buenos testigos, que saben la justifica-
ción y rectitud con que el Santo Oficio ha pro-
cedido en estos negocios, de que ha días envia-
mos particular relación, dirigida al ilustrísimo
señor Cardenal Alexandrino, para satisfacción
de Su Beatitud, y con la ida del licenciado
Soto del Consejo de la General Inquisición á
quien cometimos fuese á entender muy de fun-
damento cómo aquello estaba, se va ordenando
y componiendo de manera que, haciéndose jus-
ticia y lo qiie conviene, se quietará aquella Re-
pública, como ya se va entendiendo. Dios (cuya
es la causa), es de esperar lo encaminará todo
como más convenga á su servicio, y El guarde
la muy ilustre persona de vuestra señoría como
deseo. De Madrid 17 de marzo de 1569».
Dísela al Cardenal Pacheco, y leyósela al
Papa en congregación ordinaria, y volvióme el
original.
Continuáronse las audiencias delante del
Papa dos horas cada lunes, hasta que yo torné
á estar muy fatigado de unos dolores de hijada,
y de tal manera perdido el apetito, que en tres
semanas no pude comer cosa alguna, sino sola-
mente beber unos caldos esforzados y huevos
frescos, y en aquellos días tomé ocho purgas,
con que me paré tan flaco, que me temieron
tanto y más que en la dolencia pasada, y tardé
todo aquel verano en convalecer (').
(') En el ms. de D. Marcelino Menéndez y Pelayo
hay al margen esta graciosa acotación: Noticia im-
portante: cuántas veces ^-e j^i'rgó Simancas.
DON DIEGO DE SIMANCAS
169
Entretanto se juntaron todos los Consulto-
res en casa de Aldrobandino, y allí verificaban
por los libros del reo las acusaciones y las de-
fensas, y de tal manera se trató el negocio, que
ya lo hacían cosa de burla, con dos vulgarida-
des falsas: la una que aquellos escritos privados
no hacían daño al reo, y la otra que el mismo
reo, en otros lugares, trataba aquellas materias
católicamente; y con el poco brío de algunos
españoles que allí estaban, se tenía por la parte
contraria el negocio por ganado en su favor.
Fué Dios servido que convalecí, y avisado
del estado en que estaba la causa fui á aquella
junta, y luego dijo Aldrobandino que pues ya
todos estaban concordes y les constaba de la
innocencia del reo, que nos fuésemos con esta
resolución al Papa, que holgaría mucho con
ella, y que daban luego al reo la ciudad por
cárcel y se haría todo bien. Yo dije que hablase
por sí solo, que yo era de perecer contrario, y
que quería decirlo y fundarlo delante de Su
Santidad. Replicóme fray Tomás diciendo qué
me había hecho el reo para que le persiguiese.
Respondí que ninguna cosa, ni yo lo perseguía,
sino hacía lo que debía conforme á mi concien-
cia. Entonces los Inquisidores españoles dije-
ron que también ellos eran de parecer contrario
y querían votar delante de Su Santidad.
Habían notado los italianos que á la vista de
el proceso yo nunca hablaba, y díjomelo Ca-
moyano. Respondíle que yo no era Fiscal, que
allí estaban los Fiscales que hablarían cuando
les pareciese, y los Consultores no tenían para
qué hablar hasta que votasen, mayormente es-
tando delante del Papa, y que decía el refrán
que el vaso lleno suena menos y el vacío suena
más; y cuando llegó el tiempo de votar les pesó,
porque hablaba tanto, aunque siempre fui breve.
Votáronse algunos puntos cada uno por sí, y
\nego entendimos el ánimo c^e los italianos, que
era conforme como los había instruido fray To-
más Manrique, el cual fué el Danao de aquella
tragedia ; y estaba tan apasionado, que me cer-
tificaron que había dicho en casa de Aldroban-
dino que había de defender á Lutero, á trueque
de defender al reo; y así lo hacía. Y diciendo
un día en aquella congregación que el reo era
lan necio, que confesaba por herética una pro-
posición que era católica, le dije que también
sería hereje afirmando que la proposición cató-
lica era herética, como diciendo lo contrario;
porfió conmigo hasta descomponerse, pero nin-
guna honra ganó.
Vinieron á los votos delante del Papa; por
hablar á su gusto, como entendieron su volun-
tad, se dijeron cosas indignísimas de aquel lu-
gar, así en Derecho como en Teología. Decían
muchos que los cartapacios, por ser escripturas
privadas, no perjudicaban al reo, y por no ser
perfectas, y uno dijo que, por estar el reo ocu-
pado en los Tribunales Reales, no había podi-
do corregir sus escritos, al cual allí no pude
replicar porque votaba después que yo; mas pre-
gúntele, acabada la congregación, que quién
había oído cosa tan extraña, que los frailes en
España se ocupaban en los Tribunales Reales.
No me quiso esperar, sino casi á espaldas vuel-
tas dijo que así se lo habían dicho.
Confesó el Arzobispo que había dado tras-
lado de aquellos malos escritos, y que á ninguno
los negara, y repitió tres veces esta confesión en
juicio; y porque de ahí á dos meses volvió á
decir que no se acordaba bien de aquello, y que
no se afirmaba en ello, votó Aldrobandino que
había en aquellas palabras revocado la confe-
sión triplicada; pero yo le convencí allí luego;
sino que, como el Papa era teólogo, se atrevían
á decir aquello y otras semejantes cosas, y me
pareció que les daba más crédito que á los que
decíamos verdad conforme á Derecho.
Hacía escarnio fray Tomás Manrique de las
calificaciones hechas en España, y juntóse con
los italianos á hacer otras que faltaban, y leídas
en la congregación delante del Papa, nos pare-
cieron muchas de ellas falsas y desatinadas,
como realmente lo eran, porque añadiendo y
glosando y dividiendo, daban sentidos muy di-
versos á las proposiciones que los que ellas cla-
ramente sonaban.
Una, entre otras, fué que habiendo dicho el
reo al Emperador, cuando estaba cercano á la
muerte: «Esfuércese Vuestra Majestad, que no
hay pecados, porque Cristo pagó por todos)i,
dividieron este dicho en dos proposiciones; la
una: «ya no hay pecados», y esta calificaron
de que era stulta, y la otra: «Cristo pagó por to-
dos», que era católica, entendiendo cuanto á la
substancia. Yo dije que la primera ora herética
contra el artíciilo de la remisión de los pecados,
y que ser stulta no le quitaba también el ser he-
rética, que pocas herejías ó ningunas son discre-
tas, y que la herejía que niega el libre albedrío
también incluye que no hay pecado, y que la otra
proposición, que dividían de esta primera, no
era sino razón della y pura luterana, junta con
estotra. Quedaron atajados, y nunca más qui-
sieron sacar sus calificaciones en público para
que yo las viese.
Otro Consultor jurista (que entró de nuevo
en lugar del Fiscal de Roma, que había falleci-
do) dijo que habíamos prendido al Arzobispo
sin indicios, según nuestras leyes, siendo cató-
lico y bien nacido (yo dije entre mí: ínter equos
et mulos); y añadió otras 'boberías semejantes,
casi reprehendiéndonos, según se lo habían per-
suadido fray Tomás y Navarro, sin que él viese
letra del proceso, según pareció.
Como vieron que me ofendí de aquello, me
170
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
rogaron que no le respondiese; yo dije que no
podía ser, mas que respondería con mucha mo-
destia, pues estábamos delante del Papa; y
asi el día siguiente pedí licencia á Su Santi-
dad para referir algo del proceso, porque el
Cardenal Chiesa, que allí estaba, no se había
hallado al principio del negocio (que había su-
cedido al Cardenal Tiano, que era muerto), y
sin hacer caso del otro, le referí con cuánta jus-
tificación estaba el reo preso y cuántas y cuáles
personas lo habían votado; y que si yo me enga-
ñaba, non egre ferrent cum tot ac tantis viris fa-
llí, cuanto más que todos ei"an de mucha expe-
riencia y lo habían mirado muy bien ; y los que
no tenían experiencia reconocían pocas cosas, lo
cual dije por el otro, y mirándolo fué mi voto
tal, que dijo el Cardenal Pacheco que había
levantado el negocio, que iba ya muy cuesta
abajo.
Había el reo estorbado que no denunciasen
á don Carlos de Sesso á la Inquisición, y con-
tentóse con decirle que no tuviese aquellos
errores, de lo cual se siguió muy gran mal á él
y otros muchos, y por excusar desto al reo,
votó muy largo fray Tomás, queriendo probar
que no habían de denunciar los herejes sin
hacerles primero la corrección fraterna, y dijo
que quería enseñar esta doctrina á los juris-
tas; y luego le aprobaron dos teólogos que vo-
taron después del, y así se acabó la audiencia
de aquel día.
Yo, viendo su falsa doctrina, estudié el
punto aquella noche, y luego otro día dije en
la congregación que delante de Su Santidad
nos habían dado una doctrina contra la de
Santo Tomás, de cuya excepción hacían regla,
y que era manifiesta destrucción del Santo Ofi-
cio, y alegué autores graves que decían todo lo
contrario; y el Papa se sintió de lo que yo
dije: «que en su presencia nos daban aquella
doctrina»; y con alguna cólera dijo: «No por-
que yo callo por no interrumpir los votos
apruebo todo lo que se dice». Ello fué muy
mal dicho, y dióle una fraterna al señor Maes-
tro del Sacro Palacio, y por consiguiente á los
que lo siguieron, uno de los cuales era nuestro
teólogo español.
Antes desto me había dicho un Cardenal que
el Papa gustaría que yo hiciese algún libro que
sirviese de instrucción para los Inquisidores de
Italia, porque no estaban tan adelante en esta
materia como los de España. Respondí que lo
haría, y en cincuenta días hice q\ Enquiridion (')
(') laeoii Siniancm Pacensis episcopi Enehiri-
di< n Icdicum violatre Rcligionis, ad cxtirpajidas
hereses theoricen & j;raa;¿j;t summa Ireuitate com-
2)lectens. Opun admodvm titile, non soluní iudicibus
ipsis, assensoribus &i consultoribus: sed etiam nccu-
satoi-ibus, atque adeo reorum j'rocui'aforibus k aduo-
y se lo presenté al Papa, y mosti'ó holgarse con
él, y me dijo estas palabras: Lo desideraba vi-
dere. Fué bien recibido el librillo en Italia, y
después en Flandes por los católicos, que dije-
ron (cuando se imprimió en Amberes) que hol-
garían haber por él entendido cómo procedía la
Inquisición de España, porque allá hablaban
mal de ella, y el Plantino le invió á París á
algunos amigos católicos.
Volviendo á los votos de nuestra congrega-
ción, el Papa dijo á Camoyano que yo le qui-
taba todas las tinieblas que le ponían todos los
que votaban primero, y cierto que yo le veía
sacar la cabeza con más atención á mis votos
que á los otros, porque yo apartaba lo cierto de
lo dudoso, y esto resolvía con claridad y con
brevedad; y el mismo Camoyano me dijo otro
día: No parece, cuando vuestra señoría vota,
sino que todos habemos dicho nada, Y el se-
cretario Castellón decía que le pesaba cuando
yo acababa de votar, quél quisiera que duraran
mucho más mis votos.
Acabados de votar los dubios todos que se
propusieron, salió rumor de creación de Carde-
nales, y había dicho un día el Papa, habiéndo-
me oído un voto celoso de la fe católica y á su
gusto, que le parecía que yo convenía para
aquel Consejo, de lo cual todos los que lo su-
pieron decían que yo había de ser elegido de los
primeros; y diciéndome cierta persona de mu-
cha autoridad que andaban temerosos de ello
los del Arzobispo, respondí: Pues avísenme
por qué vía lo puedo estorbar, que yo doy mi
palabra de hacerlo; y cierto que lo procuré im-
pedir, porque yo no lo quería ser sin la volun-
tad de mi Rey, ni quería que se pensase que yo
había de ablandar mis votos ó mudarlos.
Y sucedió así, que el Papa eligió diez y seis
Cardenales juntos, y algunos después se arre-
pintió de haberlos elegido, y muchos se admi-
raron de que me los hubiese antepuesto, lo cual
llegó á sus oídos, y dijo que él quería igualar á
los franceses con los españoles, y que no había
hallado sino dos franceses que le contentasen,
y que tenía pensado de darme un capelo, y que
se lo habían pedido para el nuevo Arzobispo de
Sevilla, que era primo del Embajador, y no
había podido dejar de dárselo. Algunos creye-
ron que no fué ésta la causa, sino que para
sentenciar al reo á gusto entendió que yo había
de serle gran estorbo; mas sea por lo que fuere,
que á mí me quedó poca pena, y más quise
(como dijo un sabio romano) que se dijese
por qué no me habían elegido que no por qué
catis. Cui accessei'unt , eiusdeni aucturis & argti-
menti, opuscula dúo hactemcs non impressa; vnrw,
annotationum in Zanchinum Altercm, de patre
hwrctico. Venetiis , Ex Officina lordani Zileti.
M.D.LXIX. 125 hojas en 8.»
DON DIEGO DE SIMANCAS
171
rae eligieron, como se decía en algunos de los
otros.
Dándole el parabién al Arzobispo de Sevi-
lla, don Gaspar de Zúñiga, y diciéndole que lo
colorado le quitaría alguna melancolía de la que
le había causado salir á recibir á la Reina nues-
tra señora (que le costaba entonces la hacienda
y después le costó la vida), me respondió la
carta siguiente:
cMuy ilustre y reverendísimo señor:
»Una carta me han dado de vuestra señoría
después de la creación de los Cardenales, y
según la merced que yo recibo con ella la echa-
ba ya de menos, especialmente que no me entra
nada en provecho sin la aprobación y parabién
de vuestra señoría. El que vuestra señoría me
da de mi capelo torno á volver á vuestra seño-
ría, porque sé muy bien lo puedo dar á vuestra
señoría de todo lo que fuere mi acrecentamiento,
y asimesmo puede estar vuestra señoría cierto
que éste será para servir á vuestra señoría con
la voluntad que debo, y harálo vuestra señoría
muy mal si habiendo en que yo haga esto no
me lo manda. Bendito Dios que vuestra seño-
ría está con salud; yo la tengo, y á cabo de tanto
tiempo que me tienen aquí, me mandan ahora
ir á Valladolid sin saber lo que hemos de hacer
desde allí. Menester es el vestido colorado para
quitar las melancolías que estas dilaciones aca-
rrean; todas se quitarían si yo viese á vuestra
señoría. Plegué á Dios que esto sea presto, y
que guarde y acreciente la muy ilustre y reve-
rendísima persona y estado de vuestra señoría,
como deseo. De Almazán 24 de julio de 1570.
Besa las manos de vuestra señoría su servidor,
G. CardinaUs ZuTdga Hispalensisy>.
Antes que pase destas elecciones quiero decir
que, hablando dellas un día conmigo don Joan
de Zúñiga, Embajador, caballero muy discreto,
me dijo que, estando el oficio de Cardenal tan
estimado de la cristiandad, se maravillaba con
cuánta facilidad se daba á personas sin linaje,
sin letras, sin edad y sin otra aprobación. Yo
le dije que cuanto erraban los Príncipes en las
elecciones, engañados por falsas relacimes, no
era de maravillar, porque al fin se habían de
fiar de algunos; mas cuando se engañaban
á sí mesmos contra lo que veían por vista de
ojos, que no sabía qué excusa podían tener
con Dios ni con las gentes; c^ue en aquella
creación de Cardenales se había visto mucho
de esto. Y pareciéndole al Cardenal Pacheco
que se me había hecho agravio, dijo al Obispo
de Pati que el Rey estaba obligado á hacerme
alguna merced, pues por hacei bien mi oficio
en servicio de Dios y suyo me habían hecho
aquel tiro.
Olvidado se me había que el año primero
que fui á Roma, viendo que el Papa trataba de
AUTOBIOCRAFIAS Y MEMORIAS, — 22
reformaciones, le dije que la pena que el Dere-
cho canónico pone á los clérigos someticos era
ridicula y que no se podía ejecutar; que le
suplicaba que la augmentase de manera que
aquel abominable delito fuese castrgado con el
rigor que de justicia se debía. Preguntóme si
p'edía que lo hiciese caso de Inquisición. Res-
pondíle que no, porque yo sabía en aquello su
voluntad, sino que le suplicaba, por lo que
tocaba á la jurisdicción de los Obispos de Es-
paña, que no pudiendo degradar aquellos reos,
y no los queriendo recibir en los monasterios
(como con justa causa no querían), se soltaban
de las cárceles eclesiásticas sin castigo y se iban
á continuar su maldad á otras partes,
Díjome que le parecía bien, y que no lo haría
caso de Inquisición, porque en la sede vacante
de Paulo IV, por sólo haber mandado que
conociese la Inquisición le habían arrastrado la
cabeza de su estatua y quemado las casas de la
Inquisición, y todos los procesos, sospechando
que ya estaban allí testificados algunos. Díjele
que, cuanto á los legos, estaba muy bien pro-
veído en España; pero para contra los clérigos
era necesario lo que le suplicaba. Dijo que le
parecía bien; pero no lo proveyó de aquella vez
ni de otra en que le supliqué lo mesmo de ahí
á algunos días, hasta que tercera vez se lo llevé
escrito y casi ordenado, y entonces lo proveyó
como se lo supliqué, según parece por el motu
proprio y constitución que sobre ello hizo.
Decíanme en Roma que ya era imposible en
Italia remediarse ni castigarse el pecado nefando.
Yo les respondí que no me parecía así á mí,
sino que se atajaba si se ordenase y ejecutase
que el muchacho corrompido que no lo denun-
ciase dentro de algún día después de violentado
lo quemasen por ello, y desde niños lo supie-
sen y cobrasen aquel miedo (que ahora pasan
ligeramente por ello) y no perdonar lo pasado,
pero no lo inquirir si no lo indiciasen.
Comenzó Su Santidad á rever en particula-
res congregaciones la summa del proceso, y
juntaba para esto á solos dos Consultores, de
los que había hecho nuevamente Cardenales,
un teólogo y otro jurista, que habían votado
conforme al deseo del Papa; y así platicábamos
los españoles que los vimos votar que no le
habían de hacer relación contraria á sus votos,
sino confirmándolos, y que, según aquello, el
reo sería absuelto, y entendido esto y que á mí
no me llamaba ni servía de cosa alguna mi
estada, escribí á Su Majestad que porque yo
tenía falta de salud, y por justísimas causas
que concurrían, le suplicaba me diese licencia
sin esperar á la sentencia, pues ni yo había de
firmar ni se había de consultar conmigo, y se-
gún parece por la respuesta, el secretario enten-
dió que yo pedía licencia para después de sen-
172
autobiografías y memorias
tenciada la causa, y no fué así, sino que por
las razones que alegué, y por excusar la grita
que habían de dar, me quisiera ir antes. La res-
puesta del Rey fué ésta:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de
Badajoz, del nuestro Consejo: Por la carta que
me esci-ibísteis el postrero de junio, y por lo
que don Joan de Zúñiga, nuestro Embajador,
refiere por la suya, entendemos la razón que os
mueve para insistir en pedir licencia para salir
de esa corte cuando se declare la sentencia en
la causa del Arzobispo de Toledo; pero como
se tenga por más universal el beneficio que
resulta de vuestra asistencia cerca de Su San-
tidad para mejor instrucción y información suya
en lo que se puede ofrecer en ella, y conside-
rando que hallándose tan adelante ya parece
que se puede con mucha brevedad esperar la
determinación de Su Santidad, entendemos que
ni vuestra detención será ya larga ni conver-
nía por ahora vuestra ausencia hasta ver lo que
sucede, y así os encargamos afectuosamente
que esperéis la determinación de Su Santidad
y nuestra orden antes de vuestra partida, que
en ello me tendré por muy servido. De Madrid
23 de agosto de 1571».
Ya por este tiempo predicaba en Roma fray
Alonso de Lobo, descalzo, con gran concurso
de oyentes, y sospecho que había ido de España
sobornado para predicar contra el estatuto de
Toledo, porque, no obstante que fué amones-
tado que no tratase de aquello, no se pudo aca-
bar con él, sino que casi en cada sermón, sin
propósito, y con poca ó ninguna ocasión, daba
grandes voces contra el estatuto. Y dijo una
vez: «Bien sé quedicen, tócale, tócale; más¿qué
hace al caso si yo digo verdad?». Halló tanto
favor por esto en Roma, que le adoraban poco
menos que á santo, y puso en cuidado á los que
no tocaba el estatuto, y entendimos que trata-
ban los otros muy de veras en ponerlo en
disputa delante del Papa, y se prometían vic-
toria, porque en Roma no tienen en menos á
los conversos que á los cristianos viejos y por-
que tenían hecha una larga información contra
el estatuto, afirmando que era contra todo dere-
cho divino y humano.
Estos papeles vinieron á mis manos, y den-
tro de pocos días deshice todos sus fundamen-
tos, y defendí con otros mejores el estatuto, y
dello hice un librico y se imprimió en mi nom-
bre, aunque no en el que ordinariamente me
nombran (•); pero por el estilo y manera de pro-
ceder luego cayeron cuantos lo leyeron en que
(') Defensio statrti Toletani a Sede Apostólica
scepe confirmati, j)ro hix, qni bo7io Se incontaminato
genere nati sunt: Atictore Didaco Vclasquez,in rtro-
que iurc Laurento. Antuerpiaj, Ex officina Chris-
tophori Plantini, M.D.LXXV. 124 págs. en 8.»
yo era el autor. Envíelo al doctor Molina, del
Consejo Real, y respondióme estas palabras:
«Recibí la carta de vuestra señoría, y por la
merced que me hizo con ella y con el librico
beso las manos de vuestra señoría muchas veces ;
que fué para mí muy grande, y el libro muy
grato, porque aunque se han visto por acá otras
cosas más largas en aquellas materias, en nin-
guna se han tratado con tanta brevedad y com-
pendio, ni tan en buen estilo, y así me lo ha
tomado el señor Presidente del Consejo Real, á
quien le mostré, y le pareció muy bien».
También envié otro á Busto dé Villegas,
Gobernador que era del Arzobispado de To-
ledo, y me escribió esta carta:
«Recibí la de vuestra señoría, con el librico,
el cual envié al Rey, y le escribí cuanto vues-
tra señoría me escribió á mí (sin su licencia).
Respondióme graciosamente y dice que ha hol-
gado en extremo con el libro, y que le tiene en
BU cámara y lee en él, y que holgaría que ahí
se publicase en nombre de vuestra señoría, y
que vuestra señoría me escribiese largo todo lo
que se ofrece en esotro negocio, porque lo desea
saber, y dice la satisfacción grande que tenia de
la persona de vuestra señoría.
» Yo le escribí á propósito del libro que vues-
tra señoría reverendísima era la persona eclesiás-
tica más aventajada en letras y estofa de la cris-
tiandad. Bien creo que no haría buen estómago
á nuestros compañeros (si la vieron) ; pero, en
fin, dije la verdad, y así lo es toda la respuesta
que aquí digo».
Pero dejado esto, y volviendo á Pío Y, vien-
do que yo nunca le pedía cosa alguna (y quizás
sintiendo que me había hecho agravio), deseaba
hacerme alguna gracia, y así el Cardenal Cer-
vantes me ofreció de su parte que si yo quería
proveer lo que vacase en sus meses en mi obis-
pado, él holgaría de concedérmelo. Yo le res-
pondí que ¿si había de ser echando pensiones á
los por mí proveídos y obligándolos á ellas con
fianzas bancarias y otras de renovando como se
usaba? Respondióme que sí. Entonces le dije
que tenía en mucho la gracia, pero que no que-
ría yo tan mal á las personas beneméritas que
había de nombrar que las obligase á tantas car-
gas ; que harto hacía si acertase á proveer bien
en mis meses, sin poner gravamen á los que yo
proveyese, sin encargarme de buscar (') per-
sonas idóneas (que las más dellas son pobres),
y obligándolas á lo imposible.
Murió Su Santidad primero de mayo del año
de 1572, sin sentenciarla causa del Arzobispo,
y aunque deseó acabarla y darle por libre, al fin,
como era un ánima buena y le debía de remor-
der la conciencia, instando los del reo por mn-
(') En el ms huscar más.
DON DIEGO DE SIMANCAS
173
chas vías para que sentenciase, dicen que últi-
mamente dijo que no quería morir con aquel
escrúpulo; y así pareció por el efecto, pues
viéndose morir muchos días antes del mal de
piedra nunca sentenció; y á los que porfiaban
que él sabía que el reo era inocente, les repli-
caba yo que, si aquello fuera, él iba con grandí-
simo cargo de conciencia en dejar preso wn
inocente y tener por su causa tantos Obispos
fuera de sus Iglesias, mayormente sabiendo
que había de tardarse mucho en reverse y sen-
tenciarse.
La hora que se certificó en Roma que el Papa
era muerto, iban por las calles hombres y mu-
jeres huyendo á sus casas, á pie y á caballo y
en coches, como que se hubiera entrado la ciu-
dad por enemigos. Vivía yo entonces cerca de la
cárcel Sábela, y me admiré de entender que
aquélla y las otras fueron luego rotas y sueltos
los presos, y se hallaban á hacer esto hombres
honrados, y decían que era aquella preeminencia
de Roma soltar los presos todos, y que los delin-
cuentes quedasen sin castigo y los acreedores
perdiesen sus deudas ; tanto puede la mala cos-
tumbre, que sin vergüenza ni escrúpulo delin-
quen contra las leyes divinas y humanas.
Di jome luego el Embajador que desde el
septiembre pasado que estuvo el Papa enfermo
estaba acordado que si muriese había de venir
á la elección de otro Papa el Cardenal de
Granvela, y que convenía que yo fuese á ser
Virrey de Ñapóles ; que el Rey no había de bus-
car extranjeros para el tiempo de las necesida-
des que ocurrían, sino valerse de los suyos, y
así de su parte me lo pedía, y que había de ser
con mucha brevedad, que hasta Gaeta vernían
galeras por mí, y antes de Gaeta saldrían sol-
dados á asegurarme el camino. Respondíle que
nunca había dejado de servir al Rey con todas
mis fuerzas, y así lo haría ahora, pues me ha-
llaba con salud.
Partí de Roma dentro de tres días, y antes
de Terrachina me salió una escuadra de soldados
españoles á acompañar hasta Gaeta, y les di á
cado uno un escudo de oro en oro y al caporal
dos escudos; hallé allí dos galeras que rae es-
peraban y en ellas fui á Ñapóles, adonde el
Cardenal me recibió y regaló mucho, y desde
luego me puso en igual lugar, y en el sitial, y
en la mesa, y en todo.
Dióme allí la carta del Rey siguiente:
«Conviniendo al servicio de Dios y nuestro
que el Cardenal Granvela, nuestro lugarte-
niente general, se llegue á Roma, habemos
hecho elección de vuestra persona para el go-
bierno de nuestro reino de Ñapóles, siendo
cierto que atenderéis á ello con la vigilancia y
cuidado que de vuestra persona confiamos. De
Madrid á 27 de septiembre de 1571».
En el sobreescrito dice:
«Al reverendo en Cristo Padre el Obispo de
Badajoz, nuestro muy caro y muy amado
amigo».
Pero engañóse mucho el señor que hizo este
sobreescrito, que hasta el día que esto escribo no
han tenido el Rey ni el Emperador su padre
más barato servidor, pues no les he hecho de
costa un solo real con todos mis servicios.
Fui á tomar la posesión, en partiendo de
allí Granvela, con la pompa grandísima que se
usa en Ñapóles; en la iglesia Mayor se leyó la
patente, que por muy larga no la ingiero aquí;
pero en suma contiene que Su Majestad me co-
metía y encomendaba el regimiento y goberna-
ción del reino de Ñapóles, así en lo de justicia
como en lo de hacienda y de la guerra, de la
misma manera que tenía cometido á Granvela,
y que para todo ello me daba amplísima facul-
tad, autoridad y poder, con libre y general ad-
ministración, y mandaba que todos los del reino
me sirviesen y reverenciasen por superior, y
como á quien representaba su persona, y que á
mis mandamientos obedezcan como á los suyos
propios.
Tomada la posesión, traté luego los nego-
cios, y entendí que se quejaban de que se les
daba (según ellos decían) poca audiencia, y que
los despachaban con dilación, y así les di más
continua la audiencia y á más horas, y procuré
despacharlos con más brevedad, y con esto y
con ser cosa nueva (de que ellos son muy ami-
gos), mostraron tener contentamiento; y en
una causa que hice despachar, en que un gen-
tilhombre estaba mal condenado y le echaban
en una isla, mandé hacer relación delante de
mí, y fué dado por libre de los mismos autos.
El dijo á voces que al fin el buen gobierno es
de los españoles.
Estando yo en Ñapóles me escribió el Rey
esta carta:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de Ba-
dajoz, del nuestro Consejo: Por vuestra carta
del primero deste y por lo que don Joan de Zú-
ñiga me ha escrito he entendido la voluntad
con que os habéis dispuesto á ir á servirme y
á asistir en los negocios en Ñapóles, entretanto
que el cardenal de Granvela está ausente en el
cónclave y elección del Pontífice, lo cual os
agradezco y tengo en mucho servicio, y os en-
cargo y ruego que el tiempo que esto durare
tengáis el cuidado de aquello que conviene y yo
de vos confío. Del Pardo 19 de mayo de 1.372».
Hízose brevemente la elección de Grego-
rio XIII, y con toda prisa se volvió Granvela
á Ñapóles, y luego me partí para Roma, y el
Cardenal me porfió mucho que recibiese el sa-
lario de Virrey, lo cual no pudo acabar conmi-
I go, y le dije c¿ue no era justo que el Rey pa-
174
AUTOBIOGEAFIAS Y MEMOHIAS
gase en un tiempo dos Virreyes. Replicóme que
él se entendería con el Rey que no dejase yo de
cobrar aquello, para compensa de parte de lo
que había gastado en el camino. Dijele que
todo lo que yo tenía gastaría en servicio del
Rey, que aquello era lo de menos, y así fui y
volví á mi costa y entendí que había dejado sa-
tisfacción y buen nombre en aquel reino, y el
Rey me escribió esta carta:
c( Reverendo en Cristo Padre, Obispo de Ba-
dajoz: La carta que me escribisteis á 2G de
mayo con el aviso de vuestra vuelta de Ñapó-
les recibí; y el Cardenal de Granvela me ha es-
crito lo bien que el tiempo que allí estuvisteis
gobernasteis, que es conforme á lo que yo es-
peraba de vos, y asi os doy muchas gracias por
ello. De Madrid á 8 de julio de 1572».
Vuelto á Roma, fui á besar el pie al Papa, y
le dije que toda la cristiandad debía estar muy
alegre con su buena elección, por muchas causas ;
pero que nosotros lo habíamos de estar más,
porque allende de aquellas esperábamos que nos
acabaría aquel negocio en que estábamos allí
detenidos tantos años con brevedad, y que con
BUS muchas letras y grande experiencia no po-
dría recibir engaño con los votos de los juristas,
ni aun con los de los teólogos. El se rió, y dijo
que él procuraría que el negocio se abreviase.
Publicaron entonces los del Arzobispo que
Pío V había ya dado la sentencia, y afirmáron-
lo tan de veras que alegaban testigos dello, y
fueron al nuevo Papa y le suplicaron que la
publicase y sentenciase, el cual respondió que
se la diesen y les daría veinte mil ducados por
ella, por no ver el proceso, y aun con todo esto
se estaban en su error, y creo que siempre lo
estuvieran si en la sentencia que despue's se dio
no se dijera expresamente que Pío V murió an-
tes que sentenciase. Yo creo que parte fué en-
gaño y parte cautela de las que usaban para
acreditar su negocio, diciendo que el Papa Pío
había absuelto al reo.
Y en parte podían tener alguna probabilidad,
porque el Pío había dado muchas ocasiones
para que se esperase aquello del, y el Cardenal
Hosio (conocidísimo por sus libros), me dijo
que él había hablado dos veces al Pío para que
sentenciase al reo, que le afirmaba Navarro que
estaba inocente, y que le había respondido que
él deseaba absolverle, mas que buscaba conyun-
tura para hacerlo con dulzura, que los teólogos
de España querían hacerle hereje sin serlo. Yo
le dije que aquellas últimas palabras eran in-
dignas de su persona, y mus de la Silla de San
Pedro; que nuestros teólogos no querían sino
que no hubiere herejes en España, y pluguiera
á Dios que su señoría fuera juez ó calificador
en aquella causa, que no creyera lo que della
se hablaba por las calles.
Y le dije más: que no creyese á Navarro, que
estaba ciego en aquel negocio por ser Abogado
y consuegro del reo, el cual tenía con sus apa-
sionadas y artificiosas sanctimonias tan enga-
ñado al Hosio, que habiendo soltado al Conde
Gayazo, que estaba preso por hereje, dijo á un
Cardenal de la Inquisición: Soltasteis á Barra-
bás y dejasteis preso á Cristo, entendiendo por
Cristo al reo.
Tomóse muy mejor orden de ver el proceso
esta segunda vez que la primera, porque en-
tonces se vio á consejo abierto (como dicen) y
ninguno replicaba, ni podían ni llegal)an las co-
sas á averiguarse por el proceso, y se leía lo
pertinente y lo impertinente sin orden; pero
ahora fuimos elegidos cuatro: dos Cardenales,
Montalto, teólogo, que había reducido las pro-
posiciones del reo á artículos, y Aldrobandino,
que relataba y había hecho sumarios en que
juntaba por materias las probanzas, y junta-
mente con ellos jo y Vadillo, Obispo de Cha-
falu, y no víamos sino lo que hacía al caso, y
replicábamos cuando era menester, y estábamos
todos sentados cerca del Papa, los Cardenales
al lado derecho y nosotros al izquierdo y llevá-
bamos los papeles y libros que queríamos.
Y porque Vadillo tenía más respeto que en
aquel caso debía á los Cardenales, le respondí
que no sólo á ellos, mas también al Papa, con
debido acatamiento, era menester hablar claro,
que no sufría otra cosa la materia, y así fué que
muchas veces convencí allí á los Cardenales, y
una vez que dijo el Papa: Parece que sigue de
aquí cierta cosa en favor del reo, le dije luego:
No se sigue tal. Beatísimo Padre, por esta ra-
zón y por ésta; y él se satisfizo, y no lo tuvo
ni pudo tener por descomedimiento.
Visitando yo al Cardenal Farnesio poco des-
pués que vine de Ñapóles, me dijo que había
oído hablar mal al Papa de la prisión del reo y
de su causa. Pregúntele qué causa daba dello.
Respondió que porque cuando estuvo en Espa-
ña todos le hablaban en su favor, y ninguno
contra él. Yo lo dije que aqi;ello no era causa
justa, porque los que hablaban en favor del reo
no sabían lo que contra él había y los que lo sa-
bían no decían ni podían hablar contra él, por
no descubrir el secreto y por no mostrarse fis-
cales.
Aprovechóme el aviso para decir al Papa en
la primera congregación que le suplicaba me
oyese cuando quisiese apuntar alguna cosa, que
yo sería muy breve y no diría sino cosas impor-
tantes, y con esto yo tenia por cierto que den-
tro de pocos días Su Santidad vería que esta
causa era muy diversa de lo que della se habla-
ba por las calles. Respondió que él me oiría
todas las veces que yo quisiese, y así lo hizo,
y aun muchas veces, sin hacer yo ademán que
DON DIEGO DE SIMANCAS
175
quería liablar, rué preguntaba si quería decir
algo.
Juntábamonos delante del Papa dos veces
cada semana, y pasaban algunas cosas notables;
una fué que, diciendo yo que el reo estaba con-
vencido, se paraba colorado Aldrobándino,
como que lo dijera por él, porque sabía el Papa
lo que había él votado, y nosotros también, que
lo oímos votar, y una vez que más se accidentó,
dije yo al Papa que aquella diferencia que te-
níamos en los pareceres no era contrariedad de
voluntades, sino de entendimientos, que ni los
Cardenales querían librar al hereje ni nosotros
condenar al católico; pero que pensábamos que
teníamos más luz en esto los españoles, por-
que conocíamos mejor al reo y á los testigos
que no ellos, y nos constaba más de lo que ha-
bía ^n el proceso; y con esto de ahí adelante
se quietó más.
Otra cosa fué que decían los Cardenales que
el reo no trataba las herejías exprofeso, y nues-
tro teólogo dijo que era verdad, y ellos se asían
de esto, de manera que parecía que ya quedaba
con aquello el reo descargado. Yo sentí que
así lo entendían y lo querían dar á entender al
Papa, porque se acogían á ello. Dije á Su San-
tidad que yo deseaba saber qué entendían por
aquella palabra exprofeso, que si la entendían
como suelen los juristas, quería decir de propó-
sito y á la larga, y que yo no hallaba que para
ser uno hereje fuese necesario que tratase de
aquella manera las herejías, sino que bastaba
que dijese y creyese lo contrario de la fe cató-
lica, aunque lo dijese de paso y en una sola
proposición. Confesáronmelo, y dijeron que ex-
profeso entendían que era de ánimo deliberado,
y así se deshizo aquel encantamiento.
Otra vez, queriendo excusar al reo, dijo
Montalto que lo que escribía que Cristo no
era legislador se entendía tantum ó tan sola-
mente. Yo repliqué luego que si so permitía
salvar la proposición añadiendo aquella pala-
bra, era fácil, con sola ella, decir que los grie-
gos, que tenían que el Espíritu Santo no pro-
cedía del Hijo solo, sino también del Padre, y
la herejía de los arríanos. Cristo no es Dios
tantum, sino Dios y hombre, y de la misma
manera otras infinitas; no se pudo esto negar,
y así me pareció que con esto y con otras mu-
chas cosas semejantes el Papa inclinaría á mi
parecer más que á los contrarios.
Pero en dos cosas me dio gran contenta-
miento: la una fué que diciendo los Cardena-
les que el reo trataba aquellas cosas católica-
mente en otras partes, y respondiendo yo que
aquello no le excusaba, dijo el Papa: Guárdese
que no haya caído en algunas partes en here-
jías, que esotro no le aprovecha. Y era defensa
aquella que, á falta de otra mejor, la repetían
infinitas veces. Lo otro fué que leyéndose la
confesión del reo, en que decía que él dejaba
trasladar el cartapacio 7", que era el peor, y
que no lo negara á ninguno de sus discípulos,
dijo el Papa: ¿Luego por buena doctrina tenía
aquélla? Respondíle: Así parece claro. Beatí-
simo Padre. Y con estas cosas tuve siempre
gran esperanza que había de hacer justicia, lo
cual casi ninguno tuvo, antes decían que no lo
querían creer, porque no había caiisa para pen-
sar tal cosa.
Ya que estaba la causa casi vista, cayó
enfermo Aldrobandino, que era el Cardenal
que hacía la relación, y su mal fué largo, hasta
que murió de tísica, y por esto hubo dilación
nueva en el negocio.
También murió en España el Cardenal Espi-
nosa, Inquisidor general, y fué nombrado para
aquel oficio don Pero Ponce, Obispo de Plasen-
cia, y antes que tomase la posesión falleció.
Desoués del fué nombrado Quiroga, y era pú-
blica y común opinión en el reino que si yo
estuviera en España fuera yo nombrado.
Y aun el Cardenal Granvela, desde Ñapó-
les, rae escribió en una carta estas palabras:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
)) Harto siento que en esta sazón no se halle
vuestra señoría en España, porque soy cierto
que al oficio de Inquisidor mayor ninguno tenia
mayor acción, y aun no despero que Su Majes-
tad terna cuenta en los ausentes, así en esto
como en mejorarle de Iglesia, habiendo tantas
vacantes; sé que á lo menos no he faltado de
dar el testimonio que debía á vuestra señoría,
como lo haré siempre, ni habrá jamás persona
que con más afición le sirva que yo. Guarde
Nuestro Señor y acreciente la muy ilustre per-
sona y estado de vuestra señoría, como deseo.
De Ñapóles 10 de abril de 1573».
Y el mes antes me había escrito otra con la
misma cortesía, y en ella puso estas palabras:
«La de vuestra señoría de seis de éste he re-
cebido, y con ella (como haré siempre con todas
las suyas) me he holgado, y me hallará vuestra
señoría siempre muy deseoso de hacerle servi-
cio, teniendo de su persona, valor y méritos, y
de la obligación que le reconozco, la cuenta que
deseo; y así, si Su Majestad hiciese lo que á
mí parece, creo que no pecaría en la justa dis-
tribución de las Iglesias vacantes en España y
que yo ternía contentamiento de ver promovido
y adelantado á vuestra señoría, que lo merece».
Había ya sido proveído de la presidencia del
Consejo Real el doctor Covarrubias, Obispo de
Segovia, y á la carta que yo le escribí dándole
el parabién me respondió de esta manera:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
»Por la carta de vuestra señoría reverendí-
sima he entendido la satisfacción que ha tenido
176
autobiografías y memorias
de que Su Majestad se haya querido servir de
mí en este oficio, el cual quisiera yo cupiera á
vuestra señoría, porque ahorrara este trabajo, y
en le que de mi parte se podía pretender en este
Tribunal estaría muy cierto se me haría toda
merced y favor; ya que la suerte acudió á esta
otra parte, vuestra señoría esté cierto que le
serviré en todo lo que en mí fuere, y haré en
esto lo que debo al servicio de Dios Nuestro
Señor y de Su Majestad por las partes que
siempre conocí de vuestra señoría, á quien beso
muchas veces las manos por la merced que me
hizo en su carta, y le suplico me mande avisar
de su salud y de lo que ocurriere en que yo
pueda servir á vuestra señoría, cuya muy ilus-
tre y reverendísima persona guarde Nuestro
Señor como sus servidores deseamos. De Ma-
drid 18 de diciembre de 1572».
Y como era una bendita ánima, me tuvo
mucha voluntad y amistad toda la vida.
Volviendo á nuestro negocio, viendo que la
mayor parte del era cosas de Teología, y que
había para esto mucha flaqueza de nuestra parte,
cscribílo á España, y que era necesario envia-
sen teólogos, y así se hizo, que inviaron cua-
tro que importaron mucho, especialmente fray
Diego de Chaves, que había siempre sido de los
que calificaron en España.
Vino también el maestro Sancho, de cuyo
gesto, habla y deseo se pudiera decir mucho, y
por ser decano de los teólogos de Salamanca
(adonde era doctor el Navarro) fuélo á visitar, y
él le dijo: ¿A qué vienen á perseguir á un santo;
que todo esto es odio, malicia é interés? Lo
cual en la primera congregación dije al Papa,
y que le suplicaba que no diese más crédito á
Navarro que lo que le probase por derecho, y
estaba tan apasionado que había dicho aquellas
palabras, y que pues se había atrevido á decirlas
al maestro Sancho, que aquéllas y otras peores
habría dicho y diría á otras personas; y que
hombre que en su. Manual hacía tantos escrúpu-
los de pecados veniales, yo no sabía en qué gra-
do ponía hacer juicio tan temerario y tan falso
y malo contra el Rey Católico y sus ministros.
Quise decirle esto delante de los Cardenales,
porque le tenían por oráculo, y añadí las cau-
sas de su pasión, que tenía casado su sobrino,
hijo de su hermano mayor, con sobrina del reo,
y era de su tierra, y su abogado, y que me de-
cían que estaba obligado á dotar aquella sobrina
si el reo no salía libre. Dijo á esto el Papa:
Mahim. Yo le dije: Todo lo demás es público;
esto postrero no lo sé cierto, y no permita Dios
que delante del Sumo Pontífice yo afirme lo
incierto por cosa cierta, aunque me lo han dicho
personas á quienes soy obligado á creer, y por
eso me atreví á referirlo delante de Vuestra
Santidad.
Supe después que de ahí adelante no lo creía
el Papa tanto como antes ; y cierto fué de ma-
ravillar que un tan buen hombre estuviese tan
ciego de pasión que no tuviese por pecado decir
aquellas palabras, ni escribir adulaciones terri-
bles, cuales parecen en las obrillas que hizo en
Roma, y las decía cada día con humillaciones
y sumisiones ridiculas, y continuando en Valla-
dolid ir casi cada día á mi casa, nunca jamás
me visitó en Roma; y sabiéndolo el Comenda-
dor mayor le dijo que por qué no entraba en
mi casa, ni aun para informar por el reo. Res-
pondióle: Porque me han dicho que dijo que
el reo era hereje. Entonces le replicó el Comen-
dador mayor: Si lo dice, yo lo creeré más á él
que á toda Italia que diga lo contrario. Esto
fué después que vino de la victoria naval que
alcanzó de la armada del turco.
En este tiempo proseguía Lobo sus sermo-
nes contra el estatuto de Toledo con tanta furia,
que dijo que los que llevaban semejantes esta-
tutos confirmados de Roma pensaban que hacían
alguna buena cosa y llevaban herejías confir-
madas; y también predicó otros errores. Yo dije
al Cardenal de Gambara, de el Consejo de la
Inquisición, que estaban maravillados y escan-
dalizados en España de saber que se predica-
ban aquellas herejías en Roma y que no las cas-
tigaban. El picóse de esto, y díjolo al Papa, y
envió á mi casa al Obispo de Nepe, que hacía
los procesos de la Inquisición, el cual se infor-
mó de mí de los errores que Lobo había predi-
cado y delante de qué testigos (que aunque yo
nunca le oí sino un sermón todos me venían
á contar los disparates que predicaba), y con la
memoria que yo di y verificación que se hizo, le
prendieron y condenaron á que se retractase y
que no predicase más sin licencia expresa del
Papa, y así se ejecutó.
Por este tiempo se proveyeron en España
muchas Iglesias mayores que la mía, sin sacar
yo parte, bien contra parecer de todo el reino,
y todos decían que por estar ausente se había
hecho así. Y Busto de Villegas me escribió
que él sabía de cierta ciencia que mi ausencia
me había quitado oficio y mejor Obispado. Yo
le respondí que aunque aquella era común opi-
nión y bastante causa para no me dar oficio,
mas que para los obispados no lo quería creer;
que si yo estuviera ausente sirviendo al turco ó
al Rey de Francia, fuera la causa justa; pero
estando en tan grande servicio del Rey, y en
parte á donde había necesidad de honrarme y
autorizarme, y á donde me venían á dar (como
dicen) humo á narices con las bulas, no me
podía persuadir que aquella fuese la causa final;
y de lo que me pesaba más que de otra cosa era
que lo echaban de ver los que me querían mal
para aquel negocio, y holgaban mucho dello.
DON DIEGO DE SIMANCAS
177
No solamente no se me hizo entonces mer-
ced, pero hiciéronme dos cosas de disfavor no-
table:
La una que habiendo el Rey acordado muy
bien que cuando alguno á quien hubiese dado
pensión fuese promovido á obispado, dejase
las pensiones que tuviese sobre obispados, y
ejecutándose con otros, se hizo particularidad
contra mí; porque teniendo el nombrado para
Astorga seiscientos ducados de pensión sobre
Badajoz, y quinientos sobre Cartagena (cuyo
Obispo no había jamás servido al Rey), quitá-
ronle los de Cartagena y dejaron los de Ba-
dajoz.
La otra cosa fué que estando un Canónigo
de San Pedro, bolones, en Roma, hombre sin
letras y sin otras cualidades de las que en mí
concurrían, se pidió capelo para él en nombre
del Rey, sin tener cuenta conmigo, aunque es
verdad que el Papa respondió muy bien, dicien-
do al Embajador: Pídame el Rey Católico ca-
pelos para españoles, y el de Francia para
franceses, y entonces yo terne cuenta en lo que
se pudiere hacer; pero déjenme á mí los ita-
lianos, que yo veré quién más conviene elegir
dellos, y así no hizo lo que se le pedía.
Prosiguieron todas las audiencias hasta el día
primero de abril de 1573, y en aquélla, que fué
la última, dije algunas cosas breves y eficaces
al Papa, y le di mi voto y parecer en 18 plie-
gos de papel, diciendo que con aquello descar-
gaba mi conciencia ; que Su Santidad fuese ser-
vido de pasar los ojos por ello, que no tenía
más que decir. Y visto que me había sobreve-
nido gota, y que ya no tenía qué decir más en
el negocio, y que había perdido dos sobrinos
que fueron conmigo de España, y que se me
habían muerto en aquellos años dos hermanos
y dos hermanas, y que crecían mis trabajos y
disfavores, escribí luego al Rey y al Inquisidor
general que ya era justo se me diese licencia
para ver mi obispado y casa y para remediar
cuatro sobrinas huérfanas, y proveer otras cosas
para después de mis días.
Respondióme el Rey estas palabras:
«[En lo que toca á] la licencia que pedís
para que os podáis venir, por ahora parece que
vuestra asistencia en esa corte es muy nece-
saria, estando esta causa en el estado que veis;
y aquí se tendrá cuidado de os la dar para que
podáis usar della en la coyuntura que significáis;
y así me tendré por servido que sobreseáis en ella
hasta que yo os mande avisar».
Con todos mis trabajos y disfavores nunca
aflojé uñ punto en lo que tocaba á la causa, y
escribiéndome el Inquisidor general que le avi-
sase de todo lo que pudiese, sin venir contra el
juramento del secreto, que el enviaba mis car-
tas al Rey, y que sin lisonja me afirmaba que
el Rey gastaba mucho dellas, me pareció escri-
bir al mismo Rey que no me parecía justo que
le encubriesen lo que había en el proceso, pues
convenía que lo supiese, para avisar á Su San-
tidad de lo que conviniese al estado de España,
al cual tocaba mucho esta causa por ser el reo
Primado y principal del brazo eclesiástico, y
que, pues al Rey de Francia le sufrían la liga
con el turco, y con título de tocar en el estado
no le osaba hablar, y aun á los venecianos
disimularon que quebrasen la liga y se concer-
tasen con el turco, que Su Majestad se aprove-
chase deste lenguaje, no para cosas tan impías
y feas, sino para que se guardase justicia en
esta causa, que yo creía que entendiendo que
sabía Su Majestad las culpas del reo no se
podría dejar de hacer justicia, y que sólo esto
me parecía que faltaba de hacer. Pareció bien
al Rey y escribióme esta carta:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de
Badajoz, del nuestro Consejo: Vi lo que me
escribisteis por la de los 27 de noviembre, y lo
que por ella advertís del recurso que os parece
que queda para esperar que se haga justicia en
la determinación de la causa del Arzobispo de
Toledo, y todo está considerado como de vues-
tro buen celo y prudencia se debe confiar, y os
lo tengo en servicio. Yo escribo á Su Santidad
suplicándole tenga por bien de dar la licencia
que decís, como es tan justo que lo haga; y en-
cargo á mi Embajador que lo procure por los
buenos medios que le pareciere, y espero de la
prudencia de Su Beatitud que tendrá por bien
de condescender en cosa tan justa, pues puede
considerar para los buenos íines y efectos que
se pretende. De Aranjuez 20 de hebrero de
1574».
Recibida la carta del Rey por el Papa, aun-
que se le hizo de mal, nos mandó á fray Diego
de Chaves y á mí que secretamente enviásemos
al Rey la relación del estado y méritos del pro-
cesso. El maestro Chaves envió luego lo que
tocaba á las proposiciones, y yo lo del hecho y
derecho, y aun algo de Teología ; y escribí al
Rey que allí lo enviaba en seis pliegos de papel
en romance, con las alegaciones en las márge-
nes, para que si Su Majestad quisiese pudiese
pasar los ojos por ello. Respondióme lo si-
guiente:
«Reverendo en Cristo Padre, ©hispo, del
nuestro Consejo: Vuestra carta de los 1-1 del
pasado recibí, con la relación que me enviasteis,
y por todo ello se entiende bien el celo que
habéis tenido desde el principio que esta causa
se introdujo en el Tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición, al servicio de Nuestro Señor y
bien universal de su Iglesia, y con el cuidado y
atención que habéis asistido y trabajado en
ella, que es conforme á la satisfacción que yo
178
autobiografías y memorias
siempre he tenido de vuestras letras y buenas
partes, de que me tengo por muy servido. Yo
escribo á Su Santidad suplicándole tenga por
bien que estas relaciones se comuniquen á don
Joan de Zúñiga, uii embajador, por lo que im-
porta al servicio de Nuestro Señor y á la con-
servación de nuestra santa fe católica que Su
Santidad, en la determinación de esta causa,
prevenga todos los peligros y inconvenientes
que se representan. Os ruego y encargo que
así lo declaréis en las congregaciones que se
tuviesen, y continuéis los buenos oficios que
hasta aquí se han proseguido, como de vuestra
prudencia y doctrina se confía, que en ello
seré muy servido. De Madrid 22 de junio de
1574».
Fué mi pliego sobreescripto para el Inquisi-
dor general, al cual escribí que aquella relación
enviaba tan breve porque no diese al Rey pesa-
dumbre, y porque alargar más para su señoría
y el Consejo en lo que tocaba al Derecho fuera
superfino. Respondióme de esta manera:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
Recibí la carta de vuestra señoría reverendí-
sima de 14 de mayo, y con ella la relación del
negocio del Arzobispo de Toledo, la cual leyó
Su Majestad y se satisfizo en gran manera de
ella; y á estos señores del Consejo y á mí ha
parecido cosa de la mano de vuestra señoría,
que es término de harto encarecimiento; y vista
esta relación y la del señor fray Diego de Cha-
ves, y las calificaciones que vinieron de allá, y
las que habemos enviado de acá, no parece que
el Arzobispo tenga remedio, sino es, confesan-
do sus culpas, pedir misericordia. Harto desea-
mos todos á saber el fin de este negocio, por
muchos respetos, y no es el de menos c«nside-
raf"ión ver en esta tierra á vuestra señoría re-
verendísima con el descanso que desea, cuya
muy ilustre y reverendísima persona y estado
acreciente Nuestro Señor por largos años para
flu servicio. De Madrid 19 de junio 1574».
Dio licencia Su Santidad para que comuni-
cásemos este negocio con el Embajador, y tra-
tando un día con él si faltaba de hacer alguna
diligencia, dijo el licenciado Temiño que sería
bien que algunos Prelados y teólogos de auto-
ridad que habían aprobado el Catecismo, de que
se ayudaban mucho los de la parte del reo,
fuesen advertidos de la doctrina que allí había,
con sus calificaciones, mostrándoles los lugares
de donde la sacó el reo; pareciónos que era cosa
que podía aprovechar y no dañar.
Y así escribimos al Inquisidor general que
pues estaban allá fray Joan de la Fuente y
Orantes, dos principales teólogos que se habían
hallado en calificar los escritos y libros del reo,
qu? aquellos fuesen á hacer esta diligencia con
los aprobadores principales; y que porque no
calumniasen que estando la causa delante del
Papa se hacía aquello sin su autoridad, que
diese el Rey cédula para los aprobadores, y por
su mandado se hiciese aquella diligencia que,
si sucediese como esperábamos, podrían después
declarar sus dichos por mandado del Papa.
Y aunque respondió el Inquisidor general
desconfiando que aquello había de ser de algún
efecto, todavía lo hizo de la manera que le ad-
vertimos, y luego todos ellos revocaron sus
aprobaciones, diciendo que no sabían de qué
autores fué sacada aquella mala doctrina, y que
tenían entonces al reo por muy católico. Yo
gusté mucho del buen suceso porque ayudán-
dose mucho el reo de la autoridad de aquellos
aprobadores, siempre dije delante del Papa
que yo confiaba dellos que si supieran lo que
había contra el reo nunca aprobaran el Cate-
cismo.
Y sucedió una cosa notable: que habiendo el
reo alabado mucho á fray Mancio, siendo exa-
minado y advertido como los otros, dijo: Pues
el Arzobispo á sabiendas enseñó esa doctrina á
sus discípulos y 'a comunicó y imprimió, tén-
gasele por hereje, y no de los de aquí ('). Lo
cual sabido por el reo (después que por man-
dado del Papa se hizo la misma diligencia),
dijo que fray Mancio era un hombre liviano y
inconstante; y cierto era gran teólogo. Catedrá-
tico de Prima entonces en Salamanca, y antes
lo había sido en Alcalá, Y estas revocaciones
fueron de mucho efecto, según que después se
entendió, porque algunos de los aprobadores
eran de mucha autoridad y conocidos por tales
del Papa.
Hechas ya todas las diligencias que conve-
nían, y visto y por mí votado el negocio, en-
tendí que sobre siete años después qiie estába-
mos en Roma se tomaban caminos de muy lar-
gas dilaciones, y doliéndome mucho tan largo
destierro, por las causas que ya he referido,
hice de nuevo instancia en pedir licencia para
volver á España, pues no me llamaban á otras
congregaciones que hacían, ni era allí menes-
ter, á lo cual me respondió el Rey por estas pa-
labras:
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo, del
nuestro Consejo: Por lo que nos escribís por
la de los 20 de octubre vemos lo que allá se
entiende, que Su Santidad no muestra volun-
tad de acabar la causa del Arzobispo de Tole-
do, y por esta consideración pedís tengamos
por bien que vengáis á residir á vuestra Igle-
sia, y aunque por lo pasado se ha entendido de
cuánto momento ha sido y es en todo lo que se
ofrece vuestra presencia é asistencia cerca de
Su Santidad, y se representan los inconvenien-
{*) En el me., (iq^ui luego.
DON DIEGO DE SIMANCAS
179
tes que se podían seguir de desamparalla antes
de determinarse, mas por lo que cumple al ser-
vicio de Nuestro Señor en lo de la residencia
de vuestra Iglesia, y por lo que significáis, á
que tenemos la consideración que es razón, os
encargamos que por el verano que viene asis-
táis como hasta agora lo habéis hecho, de que
me terne por muy servido; y si Su Santidad
dilatase tanto la determinación de esta causa
como allá se piensa, podre'is poner en orden
vuestra partida para el mes de septiembre del
año de 1575 y veniros con la buena gracia y
licencia de Su Santidad, que dello tendremos
mucha satisfacción por lo que acá importará
vuestra presencia, y así lo escribimos á nues-
tro Embajador. De Madrid 16 de diciembre
de 1574».
De manera que me alargaron la venida en
España por un año y más sobre los pasados, y
para colorarla me escribió dos cartas el In-
quisidor general con palabras que salieron muy
lejos de las obras. La primera dice así:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
^Algunas cartas de vuestra señoría reveren-
dísima he recibido, á que no he respondido por
no se haber ofrecido correo; ahora digo que he
suplicado á Su Majestad con toda la instancia
que he podido tuviese por bien dar licencia á
vuestra señoría para venir á residir á su Igle-
sia; y aunque conozco que hay harta razón
para ello, y Su Majestad lo conoce también,
por ahora no le parece que la ausencia de vues-
tra señoría de esa corte podría ser sin mucho
inconveniente, y que sería volver las espaldas
y dejar desarnparado negocio de tanta impor-
tancia. Con todo eso, espero que en declarán-
dose algo Su Santidad en esta causa se hará
lo que vuestra señoría desea; y como su perso-
na sea y haya sido de tanta importancia para
descubrir la verdad desta materia, debe vues-
tra señoría tener paciencia, entendiendo que Su
Majestad se sirve de ello, y demás de lo prin-
cipal que es servir á la causa de Dios y de la
religión cristiana; y Su Majestad tiene muy
bien entendido esto y la reverendísima persona
de vuestra señoría en la estimación que es ra-
zón, como espero yo que lo mostrará en breve
por la obra, y tomaré yo todo lo que al servicio
de vuestra señoría tocare como lo pide mi obli-
gación y lo mucho que vuestra señoría merece.
Nuestro Señor, etc. De Madrid 11 de octubre
de 1574».
La otra carta dice:
«Recibí la carta do vuestra señoría reveren-
dísima de 22 de octubre, y acudí á Su Majes-
tad con ella y le representé las razones que
vuestra señoría me escribe que tiene para desear
venir á su casa, y aun siempre le mostré las
cartas de vuestra señoría, porque no le pesa de
leerlas y porque se moviese más á venir en lo
que vuestra señoría pretende, y en fin. Su Ma-
jestad se resuelve en decir que en dando Su
Santidad sentencia en este negocio , y no
dando para el septiembre de 1575, sin otra nue-
va licencia se podrá vuestra señoría venir; aun-
que se conoce cuan justo es lo que vuestra se-
ñoría suplica, por ser este negocio de tanta im-
portancia ha parecido que no conviene por
agora volver las espaldas y dejarle abandonado
la persona que le ha puesto en pie y sustentado,
que es vuestra señoría, y así suplico á vuestra
señoría lo tome en paciencia, pues ha de ser
esta la postrera dilación. Dicen que monseñor
illustrísimo Pacheco trae título de Arzobispo
de Burgos, y que Su Santidad le dio el palio.
Plega Dios que le vea yo dar á vuestra señoría
reverendísima de la Iglesia de Toledo, pues
tanto lo merece, y acreciente, etc. De Madrid
17 de diciembre de 1574».
Y luego añade:
«La licencia que el Rey da de que se venga
vuestra señoría para el septiembre del ailo
que viene, manda Su Majestad que la tenga se-
creta, por no dar materia de dilatar la expedi-
ción de la causa del Arzobispo para cuando no
tenga quien vuelva por ella».
Cuando no quieren los ausentes creer á los
que están presentes á los negocios (siendo fide-
dignos) pónense á manifiesto peligro de no
acertar siguiendo sus imaginaciones, y no los
dichos de los que están (como dicen) al pie de
la obra; y así fué en esta añadidura, que si yo
pudiese publicar que tenía licencia para el sep-
tiembre, la causa se acabara antes y no se pu-
siera al peligro que estuvo si el reo muriera un
mes antes, que siempre quedara cargado sin
culpa Su Majestad y todos sus Ministros.
Poco antes me había el Rey escrito esta carta:
«Reverendo, etc. Enviando á esa corte al
Marqués de las Navas y al licenciado Francisco
de Vera, del nuestro Consejo de Ordenes, á las
cosas que dellos entenderéis, les habemos or-
denado os comuniquen las que se ofrecieren de
nuestro servicio, siendo cierto os emplearéis en
ellas con la voluntad y cuidado que soléis y de
vuestra persona se confía. Del Escorial 4 de
junio de 1574».
Yo respondí que nunca había faltado ni fal-
taría á su servicio, y así haría en esto lo que
pudiese; jnas que siendo negocio de jurisdiccio-
nes, en que el Papa pretendía defender la ecle-
siástica, que no convenía que clérigos tratasen
dello, mayormente dentro en Rouní, y también
temí que era ocasión para detenerme otros mu-
chos años; mas luego murió el Marqués de las
Navas, y aquellos negocios quedaron suspensos.
Yo quedé detenido contra toda mi voluntad,
sin servir sino de respecto para ver si se moría
180
autobiografías y memorias
el Papa j se había de tratar tercera vez el nego-
cio, estando el Papa más sano y recio que yo, y
en su tierra y con más contentamiento. Mas
viendo que no era más en mi mano, tuve pa-
ciencia y procuré en aquellas dilaciones en qué
pasar el tiempo en utilidad pública y con la mía ;
y así añadí dos veces mi Encliiridion, del cual
ya he hecho mención, y díselo al Cardenal
Amulio, que era de mucha autoridad y muy
docto en buenas letras, y á pocos días que leyó
en él me envió á decir que cada día adelantaba
ó aprendía del. Yo le fui á visitar, y volviendo
á decirme las mismas palabras le dije que to-
dos habíamos de aprender de su señoría.
Replicóme que no lo decía sin causa, que
él había sido algún tiempo del Consejo de
la Inquisición en vida de Pío YV , mas que
nunca entendió aquella materia como ahora la
entendía por aquel librico. No hice imprimir en
Italia lo que añadí la tercera vez, porque están
allí todas las dudas que se disputaron en la
causa del Arzobispo y me calumniaran él y sus
Abogados; pero imprimiráse en España, siendo
Dios servido, y creo será muy provechoso y en
honra del Santo Oficio.
También imprimí con él dos obrillas, una de
anotaciones sobre un libro de Zanquino en la
misma materia y era Del padre hereje, sobre si el
hijo es obligado á denunciarlo, en lo cual seguí
y confirmé la opinión del Tostado, la cual se
leyó en Roma en las cátedras estando yo allí,
y dándome por autor y siguiendo mis funda-
mentos.
El Enquíridion fué muy bien recibido en Ita-
lia y puso codicia de mis Instituciones Católi-
cas, de las cuales yo haca mención y decía que
casi todo lo había sacado dellas y que allí es-
taba más á la larga, con otras muchas cosas; y
así el doctor Francisco Bussato, de los mejo-
res letrados de Italia, las hizo llevar á Mantua,
y desde allí sin haberme visto escribió en un
Consejo «el reverendísimo Obispo Pacense, en
sus eruditísimas Instituciones Católicas^}, y
después me vino á ver á Roma y le convidé y
quedamos muy amigos.
También el Inquisidor general de Venecia,
fraile dominico de mucha autoridad y doctrina,
me escribió la carta siguiente:
«Ilustre y reverendísimo monseñor y señor
mío colendísimo:
»Estando yo resuelto, á recuesta de muchos
que me hacen grandísima instancia, que la obra
de vuestra señoría reverendísima de las Católi-
cas Instituciones se imprima, y sabiendo que
podrá fácilmente, por su mucho saber, haberla
acrecentado y mudado en muchas partes, le
quiero suplicar que se contente de hacer este
favor y provecho á todos los letrados de darles
copia de cuanto tuviere añadido ó mudado en
dicha obra, para que salga á luz con aquella
mayor perfección que ser pueda, y cuando por
su abundante cortesía se dignase de enviarme
un ejemplar corregido de su obra, sería que sus
grandísimos servidores quedáramos con infinita
obligación á vuestra señoría reverendísima, y yo
más que todos, por la mucha ayuda que yo re-
cibo de su mucha erudición en guiar justamente
las cosas pertenecientes al Santo OÍficio, sien-
do yo puesto (aunque indignamente) por Nues-
tro Señor por Inquisidor general de Venecia y
de todo su serenísimo señorío. Por tanto, su-
plico á vuestra señoría de nuevo haga este fa-
vor al mundo de comunicarle sus utihsimos tra-
bajos, por dar reposo en gran parte á los tra-
bajosos estudios de todos los otros. Nuestro
Señor Dios dé á vuestra señoría reverendísima
toda verdadera felicidad, al cual humildemente
me recomiendo en buena gracia y le beso las
manos. De Venecia 18 de diciembre de 1574.
De vuestra señoría ilustrísima y reverendísima
humilde servidor, /ra^ Marco Medid, Inquisi-
dor general de Veneciay>.
Vistas estas razones, con las que después re-
feriré que me dijo el maestro del Sacro Pala-
cio, sucesor de fray Tomás Manrique, he teni-
do á gran especialidad que ya italianos, ya espa-
ñoles, ya teólogos, ya juristas, frailes dominicos
y clérigos, hayan tenido tanto respeto y mostrado
tanto reconocimiento, mayormente que se decía
por notorio que yo era el qu3 principalmente
hacía la guerra al Arzobispo, fraile dominico;
lo cual no han hecho mis naturales españoles,
sino que algunos han dicho que metí la hoz en
mies ajena, escribiendo cosas de teología que
ellos nunca supieron, sino las aprendieron de
mis libros.
Volviendo á la carta, yo respondí con la me-
jor gracia que supe, y condescendí en lo que
me pedía, y estando con diligencia juntando
mis papeles súpolo el Papa y envióme á decir
dos veces con el Cardenal Jesualdo que holga-
ría que el imprimirse aquel libro fuese en Roma,
que mandaría que fuese la impresión á su costa
del pueblo romano. Yo holgué por ello por es-
tar presente á entender lo que se hacía y á ver
si era bien corregido, porque en Venecia co-
múnmente hay malos correctores.
Y un día, estando muy descuidado, vinieron
á mi posada dos regidores de Roma y me refi-
rieron que el Papa les había mandado que hi-
ciesen aquello con tanta eficacia, que harían
todo lo posible ; y que me rogaban que así lo di-
jese á Su Santidad el primero día que lo viese, y
luego previnieron buen papel y todo lo que fué
menester y lo comenzaron á hacer y imprimir
con mucho cuidado.
Mas primero examinaron mi libro dos teólo-
gos, y después el maestro del Sacro Palacio y
DON DIEGO DE SIMANCAS
181
el Vicario de Roma, y con estas aprobaciones
se imprimió, mirándolo tan por menudo que
me rogaron que no pusiese divino Platón, pues
fué gentil, ni dijese Serrato?- noster, sino Sal-
vator, j otras cosillas semejantes. Yo les dije
que aquel libro no se imprimía para mí; que
todo lo que entendiesen que aprovecharía más
á otros me lo advirtiesen, que yo holgaría dello
y lo haría sin pesadumbre.
Para abreviar esta cosa, en la tercera edición
me aproveché de la segunda de Alcalá, mudan-
do algunas pocas cosas y añadiendo otras por
las márgenes. Aquella segunda impresión fué
muy alabada y della me escribió el doctor Luis
de Molina, del Consejo Real, estas palabras:
«El libro de vuestra señoría tiene la estima-
ción que siempre, y ésta se va acrecentando
cada día, así por la necesidad que había de un
tal autor en aquella materia, como por ser ella
una obra de suyo muy consumada y de tan
grande y varia erudición».
Y aquel doctísimo varón Antonio Agustín,
Arzobispo de Tarragona, me escribió lo que
sigue:
«La fama de las letras y vida de vuestra se-
ñoría me encendieron mucho en deseo de ver
y tratar á vuestra señoría. Yo tengo las Insti-
tuciones Católicas de vuestra señoría añadidas,
un libro muy raro y singular, especialmente
para cosas del Santo Oficio, y otro Collecta-
neorum de Bepublica, donde se muestra muy
leído en todo género de autores, y el uno y el
otro juzgo yo aprovechan mucho para enrique-
cer de lugares á propósito de muchas cosas de
que se haya que tratar. Quédame desear los
otros; no me faltará curiosidad para buscarlos,
pues hay el deseo».
Otra carta me escribió á Roma fray Joan de
Sotomayor, Guardián de San Francisco, de Je-
rez de la Frontera, persona de gran erudición,
cuyas palabras son estas:
«Ilustrísimo y reverendísimo señor:
»Muchos años ha que tengo en el alma im-
preso un particular amor á vuestra señoría reve-
rendísima sin le haber visto, porque con aquel
su libro señalado he tenido estrecha conversa-
ción entre mis ordinarios estudios, de lo cual,
así por la utilidad y provecho mío como por
la elegancia y autoridad suya, le tengo puesto
en el cuento de los ilustres escritos de nuestros
tiempos, y á su autor en el asiento de los heroi-
cos varones, no sólo neothericos, más anti-
guos y veteranos. Aquestos sentimientos míos
colmados son en [este] gazofilacio, [aun] que en
negociode alabar el valorde vuestraseñoria reve-
rendísima mayor testimonio dan los Príncipes de
la cristiandad que cualquier caudal ó ímpetu de
palabras mías en sujeto do tanto resplandecen
las obras suyas. Dichosa con razón se puede
llamar la patria que tal hijo ha producido, tan
lleno de virtudes cuanto de buenas letras, tanto
en el punto de la gobernación eclesiástica cuanto
cabal en la administración seglar; aguda espada
de la fe, acerada con su ilustre sangre; hermo-
seada con la sangre de Cristo, es nuestra cris-
tiana Iglesia en los presentes siglos muy ser-
vida, etc.».
Solos unos pocos teólogos de menor cuantía
que con dos sermones decorados de un cartapa-
cio se desvanecen y piensan y dicen que con
aquello poco merecen todas las prelacias del
mundo, estos tales se agraviaron tanto de aque-
llas palabras que añadí en defensa de los juris-
tas (ó por mejor decir en defensa de la verdad
católica), que hicieron rumor que yo decía allí
mal de la Teología y de los teólogos, y uno que
había sacado todas sus obras de herejes añadió
que yo afirmaba que no era oficio de Obispos
predicar.
Desque fui avisado dello y supe que era hom-
bre no legítimo y que no había sido muy ejem-
plar en Flandes, y por tal estorbó el Duque de
Alba que no volviese allá, y que había querido
hacer (como dicen) de colas de puercos buenos
virotes, de libros de herejes libros católicos, y
que en una compilación de un libro mal repur-
gado que había hecho imprimir en Amberes,
los Inquisidores de los libros en Lovaina habían
hallado muchas cosas malas que quitar, y otros
hallaron otras que, aunque no eran todas here-
jías, por ellas le notaban á él de ignorancia en
cosa que no la había de haber, y porque como
en España no pudo chupar libros de herejes
parece que quiso calumniar mi libro católico y
mostrarse ingenioso en obra ajena, fué necesa-
rio que yo hiciese la obra De los Obispos juris-
tas, de la cual él se agravió mucho por su culpa,
porque no le habiendo yo nombrado por no le
notar claramente, él se quiso divulgar publi-
cando que por él se decía.
También doliéndome que en Roma tratasen
indignísimamente á los Obispos italianos po-
bres, echándolos en cárceles públicas entre
malhechores legos y sirviéndose dellos con poco
respeto de su dignidad, compuse la obrica De
la dignidad de los Obispos (').
Y porque pocos saben el origen y nombre de
Cardenales, y otras cosas de aquel oficio, hice
otra obrica De Cardenales y otras cosas, la
cual aún no está impresa; y así mesmo añadí
dos veces el Enchiridion y otras dos el libro De
República, por no estar ocioso ni gastar mal
el tiempo.
Imprimióse en Flandes la tercera vez mi libro
De República, y dijo el Plantino, que lo es-
(') lac. Simanccc Pacensis episeopi, De diguitate
epÍKci>ponun Summarium, AntuerpiiU, Ex-oí'ficina
Cbistopbori Plantini, M.D.LXXV. 34 págs. en S.»
182
autobiografías y memorias
tarupó, que aquel libro no perecería en muchos
siglos, y el Cardenal Sirleto me dijo que e'l
tenia cerca de seis mil libros, pero que ninguno
era tan provechoso como aquél, y persuadió al
Papa que no estuviese siu e'l, el cual le dijo
que se lo buscase, y él me envió á decir si tenía
alguno para dárselo. Yo respondí que sí tenía,
mas que estaba dirigido al Rey Católico y no á
él, y por eso no se lo había ofrecido; y refirién-
dolo al Papa, le dijo que así lo quería, y encua-
dernado con sus armas se lo llevó el Cardenal
Jesualdo y lo recibió bien, y supe leía á ratos
en él, aprobándolo.
La tercera impresión de mis Instituciones
Católicas se acabó mediado agosto, y luego á
cuatro de septiembre las presenté al Papa y le
pedí licencia para volverme á España, porque
ya la tenía del Rey Católico. Díjome blanda-
mente que no era justo hasta que se acabase el
negocio.
Díjele que en su mano estaba acabarlo cada
día, y que ya había año y medio que de nin-
guna cosa servía allí haciendo mucha falta en
mi Iglesia y en mi casa y familia. Volvióme á
decir: Pues bien, acabaráse el negocio. Repli-
quéle que se pasaba el tiempo del paso de las
galeras de España, y añadí otras cosas que le
debieron mover, y al fin dije que si yo no era
menester para algo no era justo determe. Dijo
que sí era. Entonces concluí que si así era,
yo esperaría, aunque ciun magno dolore coráis.
Estas palabras dije porque entendía que era
negociación de los que me querían detener injus-
tamente, y porque para ninguna cosa me que-
rían sino para que estuviese de respeto, como
después pareció, que no me llamaron sino para
que me hallase presente cuando se levó la sen-
tencia.
Como vi que tan sin causa me detenían en
tanto daíio de mi Iglesia y de mi salud y de
todo cuanto en esta vida me convenia, quise
saber por qué no me daba el Papa licencia, y
preguntándoselo á un Cardenal mi amigo y su
privado, respondió que era afrenta que yo vol-
viese á España antes que la causa se acabase.
Dije yo: Pues ¿quién tiene la culpa de que no
se acabe, y por qué han dado licencia á los Car-
denales Pacheco y Cervantes y al Obispo de
Pati? Respondióme aquel Cardenal: Eso es
honra de vuestra señoría que haga Su Santidad
más caso de su presencia aquí que todos esotros.
Yo dije que perdonaba aquella honra, y al fin
el Embajador y todos me confesaban que tenía
razón. Yo les decía que eso me daba más pena,
que teniéndola tan sobrada no me valiese.
Entretanto se comenzó públicamente á ven-
der mi libro, y le dieron tanta priesa que me
certificaron se habían vendido en pocos meses
seiscientos volúmenes, y me venían á decir tan-
tas lisonjas que si gustara dellas me dieran
algún alivio, pero nunca fui amigo de decirlas
ni de que me las dijesen. Dos aprobaciones
solas porné aquí: la iina del Maestro del Sacro
Palacio, que me dijo: «Vuestra señoría nos
deja en este libro un maestro perpetuo de
Italia».
La otra es de Marco Antonio Marsilio Colou-
na. Arzobispo de Salerno, varón doctísimo y de
sangre ilustrísima, el cual me escribió una carta
en la cual, hablando de mi libro, dice estas
palabras :
«Esta no es para más de besará vuestra seño-
ría reverendísima las manos, dándole las bue-
nas fiestas, y deseándole otras felicísimas como
merece su bondad y méritos. Yo he gozado infi-
nito contento con el libro de vuestra señoría
reverendísima, que es cierto escogidísimo y tan
bien ordenado y distinto, demás de copioso,
que bien podrá ser imitado, pero alcanzado no,
etcétera. De Salerno 30 de diciembre 1575».
Viendo yo que se pasaba el invierno y que
no había memoria de acabar el negocio del Ar-
zobispo de Toledo, y que había escrito al Rey
que le suplicaba mandase al Embajador diese
priesa á pedir sentencia, y que ne me respon-
día ni el Embajador la daba, escribí al Inqui-
sidor general que, ya que por mí no diesen prie-
sa á aquel negocio, que á lo menos por el buen
suceso del la diesen, porque si el Papa moría
ningún otro lo sentenciaría tan bien como él,
que era más recto y más letrado que ninguno
de los que le podían suceder y lo tenía bien
entendido, y yo no tenía vida para volverlo á
pelear por tercera vez; y si el reo moría que-
daban perpetuamente infamados el Rey Católico
y el Santo Oficio, porque ya decían que por
nuestra parte se procuraría la dilación, por
entender que el reo había de ser absuelto si se
daba sentencia, y si yo allí moria no ganaba
nada la causa y á mí se daba mal galardón.
Todas estas razones y otras que yo decía
nunca bastaron paraque me creyesen ni sedolie-
sen de mis trabajos, ni me respondiesen á esto
ni á lo que juntamente suplicaba c^ue se escri-
biese para c[ue á su tiempo me diesen pasaje
en galeras, pues no se podía volver por tierra.
Visto esto, volví á importunar á los Cardena-
les de la Inquisición para que acordasen al Papa
la obligación que tenía de despachar este nego-
cio, y que le encargasen la conciencia sobre ello,
y yo les encargaba á ellos las suyas.
Quiso Dios que ya por Cuaresma se trató muy
de veras de acabar de dar sentencia, y fuimos
llamados para catorce de abril, víspera de Do-
mingo de Ramos, para que nos hallásemos pre-
sentes. Fuimos los de una parte y los de la otra
á ver una cosa tan grande, y cuando fué hora,
salió el Papa con los Cardenales de la Inquisi-
DON DIEGO DE SIMANCAS
183
ción, con su vestido ordinario con que anda por
casa, y sin más solemnidad que haber concurso
deles que pudieron entrar en una pieza no muy
grande, se puso el Papa con los Cardenales
como en congregación ordinaria, y mandáronme
estar muy cerca de Su Santidad, tanto que entre
él y mí no había sino Castellón, el Secretario
que leyó la sentencia, la cual por ser muy larga
y porque hay muchos traslados de ella no la
pongo aquí.
La suma de ella fué que le condenó Su San-
tidad á abjurar, por vehemente sospecha, diez
y seis proposiciones heréticas, y que estuviese
recluso en cierto monasterio de su orden por
cinco años y suspenso de la administración del
arzobispado por otros tantos, y más por la
voluntad suya y de sus sucesores en la Sede
Apost ^lica, y en otras ciertas penas espiritua-
les; y es cierto que la intención del Papa fué
que la reclusión y suspensión fuesen perpetuas,
sino que según la edad del reo se entendió que
no viviera los cinco años.
Leyóse la sentencia estando el reo hincado de
rodillas, desviado del Papa como diez pasos
frontero de él, y cerca de los últimos escaños,
en que estaban sentados los Cardenales. Aca-
bada de leer la sentencia, luego allí hizo la abju-
ración solemne, leyéndola como venía escrita
en un papel; y después de leída se vino á los
pies del Papa, el cual le dijo: Por la larga pri-
sión que habéis tenido y porque en otro tiempo
servísteis á la Iglesia católica, no ha sido más
rigurosa la sentencia; y sin dar lugar á que el
reo hablase mandó al Gobernador del Burgo
que le llevase luego al monasterio de la Minerva,
que es de dominicos; y pasando junto al Car-
denal Gambara, le dijo que le suplicaba que le
hiciese llevar á la Minerva la ropa que tenía en
el castillo de San Ángel. Admiráronse los que
lo vieron y oyeron de dos cosas: la una que leyó
su abjuración tan secamente como que leyera
una escriptura que no le tocara, y la otra que
acabado de oir tal sentencia se le acordase de
pedir la ropa, lo cual pareció insensibilidad.
Llevado á la Minerva le desvanecieron allí
sus criados y amigos, de tal manera que decía
misa y comía con cuasi la misma solemnidad
que si saliera absuelto, de que dio poca satis-
facción de penitente, y como una de las peni-
tencias espirituales era que fuese un día á las
siete iglesias fué á ellas con tantos coches y
acompañamiento que dio con razón materia de
mormurar y de decir que hacía de la peniten-
cia fausto y triunfo, y pudiendo gastar todo
aquel día en andar despacio aquel camino, que
es muy largo, fué muy á priesa, dando golpes
el coche en que iba ; y siendo tocado de dificul-
tad de mina, aunque tuvo necesidad de nrinar,
no lo hizo, y cuando volvió no lo pudo hacer.
Dicen que de empacho de los que le acom-
pañaban, habiendo aparejo para más que nri-
nar en aquel camino, que es mucho del por el
campo, y las más de aquellas iglesias estar en
partes á donde podía sin ser visto proveer á su
necesidad, no lo hizo, con imprudencia que le
costó la vida, la cual se le acabó de aquella
ocasión dentro de pocos días, atormentado de
cirujanos.
Avisado de los médicos que se moría envió á
llamar á uno de los. secretarios de su causa,
españoles, y le dijo que le diese por testimonio
que moría católico, y de otras cosas que allí
quería protestar. El secretario le respondió que
no lo podía hacer sin mandato del Papa, que ya
la causa era acabada y él no había de escribir
más en ella de lo que le mandasen, y salióse
fuera y oyóle decir: Yo nunca fui hereje, antes
prediqué contra los hei'ejes, si no como el que
mejor, no como el que peor, y escribí contra
ellos, si no como el que mejor, no como el que
peor.
Estas y otras semejantes palabras dieron gran
contentamiento á sus apasionados y poca satis-
facción á los que bien las consideran, especial-
mente á los que habíamos visto su proceso, en
el cual había tanta mala doctrina sacada de los
herejes deste tiempo y leída en cátedra por él
y comunicada por escrito, y también impresa,
por el mismo lenguaje de los hei-ejes, y por sus
mismas palabras ; y negado todo por él con gran
número de perjurios, que quisiéramos mucho
más que muriera diciendo las palabras del pu-
blicano que las jactancias del fariseo. Después
de muerto pusiéronlo en forma solemne en la
iglesia de la Minerva; y es costumbre loable en
Roma que á cualquiera sacerdote que quieren
enterrar le besan la mano muchos de los que
allí se hallan, y mucho más á los Obispos y á
los otros prelados ; y conforme á esto concurrió
mucha gente por ver el cuerpo, y más que era
día de fiesta, y besáronle la mano, como suelen,
y sus apasionados escribieron á los que no sa-
ben aquel uso que por santo le habían besado
la mano.
Habíaseme olvidado que el reo estaba testi-
ficado que había dicho que «no quería él más,
cuando se quisiese morir, que llamar un notario
y pedirle que le diese por testimonio que él
daba por ningunos todos sus pecados y los re-
mitía á los méritos de la Pasión de Nuestro
Señor», y aunque lo negó en España, pero di-
ciéndole en Italia en un examen que parecía
imposible que siendo sus aficionados los que
aquello testificaban se lo levantasen, dijo que
ftpodía ser que él dijese algunas palabras de
aquellas», lo cual nos puso mala sospecha que
estotro testimonio que pedía al secretario tiraba
á algo de aquello.
184
autobiografías y memorias
Poco antes que le enterrasen fueron los cria-
dos del reo y uno de los Abogados á suplicar
al Cardenal de Gambara que les diese licencia
para que sacasen el cuerpo con procesión fuera
de la iglesia, por el cimenterio; el cual respon-
dió que no se contentaban con haberle hecho
más ceremonias en vida que las que fuera razón,
sino que aun después de muerto querían hacer
exceso con su cuerpo, habiendo fallecido en pe-
nitencia y carcelería. Di jóle el Abogado: Se-
ñor, pues así es, poco va en ello, que ya su
ánima estará en el cielo. Dijo entonces Gain-
bara: ¡Ojalá en el Purgatorio!
Publicaron tambie'n los apasionados del reo
que había soñado un fraile de aquellos de la
Minerva que vio ir el ánima del reo al cielo
entre Santo Domingo y San Pedro mártir, que
vinieron por ella, y con este sueño y con la pro-
testa que hizo y con que le besaron la mano
después de muerto quisieron dar á entender á
los mal informados y á los bobos que era un
santo el reo, y que como tal le debían tener, y
si no temieran al Papa que lo sentenció dije-
ran y hicieran otras insolencias mayores.
Y de los otros no es de maravillar, pues el doc-
tor Navarro, en una carta fingida que él sobre
[esto] escribió para un su amigo ausente, dijo
que el Arzobispo había obtenido victoria, aun-
que algo sangrienta, y confesó que creyó siem-
pre que le habían de absolver, hasta el punto
que oyó la sentencia, y que deseó que le diesen
por libre, sabiendo (como sabía) las culpas gra-
vísimas del reo; ¡tanto puede la demasiada
pasión!
En publicándose la sentencia fui al Papa y
le dije que á Su Santidad le era dado xisar de
mucha misericordia; que nos contentábamos
con que de su sentencia entendiese el mundo
cuan bien había andado en este negocio el Rey
Católico, y cuan bien lo habían hecho sus mi-
nistros; que le suplicaba me diese licencia para
volver á España y ir á residir á mi obispado, y
me hiciese las gracias que le suplicase.
Respondióme que era justo que yo lo desea-
se y hiciese y que ya no me podía negar la
licencia, y que pidiese las gracias que quisiese.
Yo le pedí cuatro: La primera, un altar privi-
legiado como el de San Gregorio de Roma, para
una capilla que habíamos edificado en la iglesia
Mayor de Córdoba. La segunda, indulgencia
plenaria en la misma capilla para los días de la
Pascua del Espíritu Santo, y añadí que era per-
sona que se lo podía bien pagar, de que se rió.
La tercera, licencia para traer á España reli-
quias que me habían dado, muj^ buenas. La
cuarta, que me alzase el juramento del secreto
de aquella causa, pues ya era acabada. Conce-
diómelas todas, diciendo á cada una: Sia fatta
la gracia; lo cual dijo cuatro veces, haciendo
la cruz cada vez, con mucha benevolencia, y me
preguntó si quería más. Respondíle que aqué-
llas tenía yo en lo que debía, que si algo más se
me ofreciese volvería á besarle el pie y á tomar
su última bendición y á suplicarle me bendijese
algunas cuentas.
Todo aquel tiempo que estuve antes de mi
partida hablaba Su Santidad tan bien de mí
que claro daba á entender que holgaría de tener-
me en Roma; y no sólo esto, pero dijo al Car-
denal Jesualdo que si el Rey Católico, ó el Em-
bajador en su nombre, le pidiesen para mí
un capelo, holgaría de dármelo, y él me lo vino
á decir. Respondíle con la cortesía debida, pero
dije que ya no había tiempo para hacerlo saber
al Rey, y que entendía que el Embajador no
tenía comisión para ello. Fué el Cardenal con
mi respuesta, y volvióme á decir que Su San-
tidad se contentaba con que le dijese el Emba-
jador que no le pesaría al Rey dello. Yo, que
sabía que ni el Rey ni el Embajador querían
Cardenales españoles en Roma, le dije que sos-
pechaba que tampoco el Embajador diría aque-
llo sin especial comisión, y que yo era enemi-
go de pedir cosa que con algún color se me pu-
diese negar, y así se quedó esta plática.
Y es cierto que si no fuese para grandes
efectos que resultasen en servicio de Dios, nun-
ca deseé capelo; y habiéndolo yo asi dicho á un
amigo mío, le dijo don Gaspar de Mendoza, hijo
del Conde de Coruña, que yo debía desear ca-
pelo. El respondió que si me tenía por cuerdo.
Respondió que sí. Preguntóle que si sabía que
yo ni con el Papa, ni con sus prÍA^ados, ni con
el Rey, ni con los suyos usaba de medios para
capelo ni para alcanzar otra merced. Dijo que
así lo entendía. ¿Pues qué hombre cuerdo hay
que desee mucho una cosa y tenga partes y pro-
babilidad para haberla que no busque medios
para conseguirlo? No tuvo qué replicar.
Deseando yo infinitamente venir á España
y sabiendo que el señor don Joan de Austria,
General de la Armada, tenía todas las galeras
en Ñapóles, le escribí con brevedad suplicán-
dole que me proveyese de alguna, habiendo opor-
tunidad, pues que no había paso por Francia.
Respondióme con esta carta:
«Reverendísimo señor: El secretario Joan de
Escobedo me ha dicho antes de ahora lo que se
entendía de la causa del Arzobispo de Toledo
y el suceso que, poco más ó menos, podría te-
ner, y por todos respetos ha sido bien que sal-
ga, y particularmente por la autoridad del San-
to Officio, y quitar de tan gran pesadumbre á
Su Majestad, y sé lo mucho que vuestra seño-
ría ha trabajado en este negocio y lo que vale
y merece su persona, y conforme á todo tendré
yo en mucho siempre su amistad, y holgara
más de lo que puedo decir darle luego las gale-
DON DIEGO DE SIMANCAS
185
ras que me pide para ir á España; pero ha
mandado Su Majestad que se junte su armada
temprano para los efectos que se hubieren de
hacer, y con lo sucedido en Villaf ranea será
menor el número de las que se pensaba, y ha-
rán mucha falta cualesquiera que ahora se pue-
dan dar, y sé que vuestra señoría y los que han
de pasar, por su comodidad no querrán que [no]
la haya en cosa que pueda importar tanto ; pero
porque á su tiempo también es mucha razón
acudir á esto, tendré yo mucho cuidado de dar
el recaudo necesario lo más temprano que pue-
da. Guarde Nuestro Señor la reverendísima
persona de vuestia señoría como deseo. De Ña-
póles 18 de abril de 1576».
Fácil será de entender cuánta pena daría
esta dilación á quien fué á Roma con esperan-
za de que había de acabarse presto el negocio,
y había ya estado casi nueve años esperando el
fin del, y á este tiempo no hallaba aparejo para
volverse.
Es de -notar que los apasionados del reo in-
famaban á los que entendimos en su causa en
España, diciendo que allí se dilataba el nego-
cio demasiadamente, siendo (como ya he refe-
rido) aquellas dilaciones necesarias, y tomaban
las de Roma en paciencia, siendo tanto más
largas, excepto que echaban la culpa dellas al
Rey y á sus Ministros, con la falsedad y men-
tira con que dijeron otras muchas cosas, y
quejándose un día de estas dilaciones el reo,
dijo en particular audiencia que bien había li-
brado en traer la causa á Roma, pues que á
cabo de tantos años no la acababan. Respon-
dióle el Cardenal Sanseverino: No se arrepien-
ta vuestra señoría de haber venido acá, que yo
le doy mi palabra que si su causa se senten-
ciara en España, mucho tiempo ha que estu-
viera hecho ceniza.
Y es cosa clara que el Papa, por buenos res-
petos, dispensó en la sentencia, porque estan-
do el reo pertinaz, negando cuanto le oponían,
y convencido de haber predicado, enseñado,
repetido y impreso herejías, no podía por vía
ordinaria dejar de ser quemado, y así refirién-
dole yo un día al Cardenal Santa Cruz que
decía uno: Si no fueron más que sospechas,
¿cómo fue' tan rigurosa la sentencia y le dijo el
Papa, cuando se la leyeron, que era muy blan-
da? y si eran más que sospechas, ¿cómo no lo
quemaron, ó á lo menos lo privaron del arzo-
bispado, que había tanto tiempo que estaba sin
Prelado? me dijo el Cardenal, como gran le-
trado; ¡qué bien decía ese!
Este Cardenal Santa Cruz, noble romano,
había sido veinticuatro años Auditor de Rota,
y Legado en Francia y en Portugal y en
Hungría, y era el más señalado voto de todo el
Colegio, según afirmaba el Cardenal Carrafa;
éste dijo á Francisco de Vera que me deseaba
conocer. Di jóle el Vera: Yo sé que él no re-
husará, pero tienen vuestras señorías unas ce-
remonias que le retraen de su conversación.
Replicó el Cardenal: ¿Habíame yo de poner en
esos puntos con un Chispazo que puede dar de
comer á cuatro Cardenales como yo.' Si él me
hacía esa merced, yo sé que no quedara descon-
tento de mí.
Rogóme Francisco de Vera una y dos veces
que le viese. Yo respondí que poco se perdía
en ver cómo se había conmigo; y así fui á su
casa y salióme á recibir y llevóme á su mano
derecha y hízome las mismas ceremonias que
ellos se hacen entre sí, y después me vino á
visitar tantas veces cuantas yo á él; y siempre
fué nuestra conversación de cosas graves im-
portantes al servicio de Dios y al bien públi-
co, y él quedó tan mi aficionado que cuando
me partí para España, pocos meses después de
haberle Aasto, dijo á Francisco de Vera: No
tuve yo ventura de conocer antes al Obispo de
Badajoz.
Los apasionados del reo y de Lobo no pu-
diendo decir de mi vida, ni de mi gobierno, ni
de mi cordura, cosa que me perjudicase ni que
se les pudiese con algún color creer, levan-
táronme otras que llevasen alguna apariencia,
aunque falsa. Una dellas fué que yo decía mal
de Cardenales, tomando ocasión de que los vi-
sitaba pocas veces y de que no me parecían
bien algunas ceremonias demasiadas que algu-
nos usaban; pero esto que me levantaban pa-
reció falsedad, por lo mucho en que los Carde-
nales me estimaron y honraron y por la amis-
tad que me tuvieron, lo cual no hicieran si su-
pieran y creyeran que yo decía mal dellos.
Siete Cardenales me visitaban, y otros mu-
chos lo dejaron de hacer, parte por sus cere-
monias, parte porque yo no los visitaba; y un
día dijo el Cardenal de Aragón que daba al
demonio sus ceremonias, que le impedían que
no me pudiese visitar como deseaba; y él, y
Colona, y Gambara, y Justiniano, demás de los
otros siete, me inviaron á decir que me querían
venir á visitar un día antes de mi partida. Yo
les invié á suplicar que no lo hiciesen, porque
3^0 andaba muy ocupado. En esto y en todo lo
demás yo sustenté el punto de los Obispos
de España, con tanta autoridad y buenos me-
dios que puedo afirmar que me son en cargo
todos en cuanto á esto; y fui causa que crecie-
sen en las cortesías de palabra y por escrito,
que algunos, especialmente Granvela y Corna-
ro, Camarlengo, siempre en conversación á
cada palabra me decían: «Vuestra señoría reve-
rendísima», y todos los que me escribían y es-
criben me ponen: «Muy ilustre y reverendísimo
señor».
186
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
También me ponían aquella buena gente por
defecto que no convidaba yo de ordinario á mu-
chos, lo cual yo confieso, y no por defecto, sino
por justas causas: convidé muchos al principio,
hasta que conocí el humor de los que andaban
cu Roma, que glosan las palabras y añaden lo
que quieren y revuelven á los que están des-
cuidados; demás de que suelen ser inquietos y
viciosos, y enemigos de los que no son como
ellos. Levantáronme que yo decía algunas co-
sas que nunca pensé y enemistáronme con mu-
chos que les daban crédito, por ver que entra-
ban en mi casa, y por eso me fui poco á poco
desviando dellos.
Juntóse á esto que dos sobrinos míos que
tenía en casa, y los convidaban y entretenían,
ambos murieron, y me quitaron la gana de
aquellos entretenimientos que suele haber des-
pués de comer, de los cuales nunca fui amigo;
y finalmente, yo quedé tan achacoso de las dos
graves enfermedades que padecí en Roma, que
vivía siempre por consejo de médico, el cual
me prohibió que no comiese vaca, ni carnero,
ni ternera, ni cabrito, ni puerco, ni cecinas, ni
cosa de leche, porque todo esto me era daño-
so, de manera que no había de comer con mis
convidados ó había de hacerme daño la comi-
da; y por estas razones convidaba pocas veces
á convites (que allí se usan sibaríticos), sino al-
gunas veces á tales amigos que fuese más la
buena conversación que la superfina comida.
De aquí también tomaron ocasión á decir
que yo gastaba poco, sin atender á que yo gas-
taba cuatro tantos más en limosnas que lo que
podía gastar en convites; que yo hacía siempre
muchas públicas y secretas, ordinai-ias y ex-
traordinarias, y muchas ayudas de costa y so-
corro de oro, y unas y otras veces muchas á
cuarenta y treinta escudos de oro en oro, y mu-
chas más de otras sumas.
La casa en que moraba, con los alquileres de
tapices y otros aderezos, me costaba seiscientos
escudos y más cada año. Mi familia era de
treinta personas, con mayores raciones que las
de los Cardenales, y pagando médico y botica
á todos, hasta los mínimos, con caballos y mu-
las, con coche y dos coches; en ir á Ñapóles
gaste hartos centenares de escudos, con tanta
liberalidad cuanta fué notorio. A un criado le
di para redimir pensiones y sacar bulas qui-
nientos y tantos escudos, y á otro trescientos,
■cosa que pocos hicieron en mi tiempo.
El Papa, hablando de mí á cierto propósito,
dijo que bien sabía que yo había siempre teni-
do Iwnorata Jamilia. Para ayuda á casar huér-
fanas y para obras pías di hartos escudos, y al
Hospital de los incurables di una casulla con
sus aderezos, que me costó de lance mil reales.
Otras cosas pudiera decir semejantes con ver-
dad, si no pareciera jactancia; pero ni aun és-
tas dijera si no me compelieran á ello los fal-
sos testimonios de malas gentes.
De lo mismo infieren que yo estaba y estoy
riquísimo, presuponiendo falso (como presu-
ponen) que el obispado de Badajoz renta mu-
cho más, y no descontando pensiones, subsidio
y excusado, ni los ga&tos de cuatro curas que
paga, ni los salarios de Provisor y Visitador
y Fiscal, y los que se hacen en pleitos y en
los ministros de ellos, y en los cogedores y
contador, y otros que entienden en lo de la ha-
cienda.
No digo de lo de Ciudad Rodrigo, porque
renta tan poco que no hay que hacer caso de-
11o; y á mi me rentó menos, porque la tenencia
de la Hinojosa, y la notaría, y otras escribanías
de que los Obispos todos mis antecessores se
aprovechaban, todo ello lo di dado, sin que me
valiese cosa alguna, y me confesaron los que
allí lo habían visto y notado que yo tenia más
casa que ninguno de mis predecesores, y así
en esto como en la costa de las bulas y adere-
zos de pontifical gasté todo lo que había in-
ventariado que tenia antes que fuese Obispo.
Y por esto cuando fui á Roma llevé tres mil
ducados prestados y tomados á censo, con otros
pocos que yo tenia, de manera que en pagar mis
deudas y los subsidios y pensiones y sustentar
la casa que dejé en Ciudad Rodrigo no se puede
decir que de allí me quedó riqueza; cuanto más
que de eso poco que me sobró di mil ducados
para hacer en Simancas una casa de albóndiga
y para algún pan para ella, y otros mil para me-
ter una parienta pobre monja en Santa Cruz y
para ayudar al dote á otra su hermana, y otros
mil para repartir en otras limosnas y obras
pías.
Resta solamente la renta de Badajoz desde
en fin del año de 1568, el primero de los cuales
no rentó sino catorce mil ducados, y dellos pa-
gué diez meses de la pensión de los dos mil du-
cados que entonces vacaron por la muerte de
Santillán, y pagadas las otras pensiones y sub-
sidio y los salarios dichos no quedaron ocho mil
ducados.
Desde el año de 1570 tuve aquella pensión
menos, pero luego la diputé para limosnas, y
se dieron cada año cuatrocientos ducados y
cuatrocientas fanegas de trigo de limosnas or-
dinarias, y cuasi otro tanto de extraordinarias,
que libré allí y en Vallad olid y Simancas á per-
sonas pobres y á hijos de mis criados y á obras
pías ; y los dos años postreros hice repartir más
de otros mil y docientos ducados, por ser años
caros, y porque suplicasen á Dios que me trajese
á España con salud, y con otras limosnas que
también añadi se gastarían en obras pías mil y
quinientos ducados más, pocos más ó menos,
DON DIEGO DE SIMANCAS
187
cada año en España, que en aquellos siete años
son diez mil ducados.
En la capilla que edificamos al Espíritu San-
to en la iglesia Mayor de Córdoba gaste' nue-
ve mil ducados.
El obispado de Badajoz rentó estos años,
uno con otro, á diez y siete mil ducados. Pagó
de pensiones tres mil ducados, y de subsidio y
excusado dos mil ducados, que son seis mil; y
con los salarios que he referido de los oficiales
de la dignidad y de curas, y con pagar algunos
criados que dejé en mi casa de Badajoz, no
quedan más de diez mil ducados escasos, que
en los siete años son setenta mil ducados, y la
ayuda de costa tres mil ducados cada año, que
en los dichos siete años, con el A^alor de pagar-
se en escudos de oro, suman veinte y siete mil
ducados, poco más ó menos; y este tino debie-
ron de llevar los que decían que yo tenía cien
mil ducados, salvo que no hacían cuenta de lo
que gastaba en todos siete años de tiempo.
Mas si la malicia no los cegara y considera-
ran lo que yo gasté aquellos siete años, clara-
mente entendieran que por lo menos gastaba en
mis expensas y limosnas ordinarias en Roma
siete mil ducados por lo menos cada año, y más
si supieran que gasté allí con dos sobrinos cua-
tro mil ducados en bulas y redempción de pen-
siones del uno, y en otros gastos muchos del
otro, y si contaran lo que gasté en limosnas y
en ir á Ñapóles y en otras liberalidades de que
he hecho mención.
Y si descontaran esto, que suma cuarenta y
nueve mil ducados, y veinte y dos mil y qui-
nientos que ya he referido, no pudieran estirar
el resto á cuarenta mil ducados, mayormente
que los muchos millares de ellos que me envia-
ron á Roma y los que yo allí tomé costaron
muchos cambios y costas.
Este resto quise dejar de gastar en cosas su-
perfinas por poderlo emplear (como lo hago) en
cosas útiles y necesarias y pías, y aunque en
este tiempo se tiene á gentileza gastar los hom-
bres sus haciendas y las ajenas, y deber y no
pagar, y andar entrapazados; mas yo siempre
aprendí de la Sagrada Escriptura y de los san-
tos doctores y de los prudentes y sabios, que
no conviene al hombre cuerdo (y menos al cris-
tiano) hacer exceso en los gastos, ni caer en los
males y daños que vienen de la prodigalidad;
que gastar mucho, especialmente en cosas su-
perfinas, no es virtud, sino vicio, y por el con-
trario, adquirir lícitamente y conservar con cor-
dura y gastar con prudencia es mucha virtud, y
cualquiera perdido sabe desbaratar y malgastar
la hacienda, poro adquirirla y conservarla y
gastarla bien no lo saben hacer sino los pruden-
tes y cuerdos.
He querido poner esto aquí tan á la larga
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOKIAS. — 23
y por menudo por confusión de los que me han
levantado que estaba muy más rico y que gas-
taba poco, y lo han dicho para ponerme mala
voz y para persuadir que no hay para qué el
Rey me haga más merced. Un Obispo, muy
más rico que yo, dijo un día hablándose delante
del cómo el Rey no me había hecho merced des-
pués que vine de Roma: Harta merced le ha
hecho, pues le ha dado con qué ha ahorrado
cien mil ducados. Y otro riquísimo y miserabi-
lísimo, dijo delante de muchos que había oído
á cuantos venían de Roma que yo no me tra-
taba allí con el gasto conveniente y que me no-
taban dello.
Si algunos esto me levantaron, debían ser
apasionados del Arzobispo, ó de Lobo, con-
tra el estatuto de Toledo, ó algunos malignos;
pero fuesen cualesquiera, yo sé que no dijeron
verdad y que había muy pocos Cardenales en
Roma que tuviesen tanta casa como yo, y nin-
guno que tratase sus criados tan bien como yo;
y esto era tan notorio que el Papa dijo lo que
ya he referido, que sabía que yo había tenido
siempre honorata familia, y visto cómo yo me
gobernaba, per.saban y decían muchos que yo
tenía treinta mil ducados de renta.
Mas quisiera yo preguntar al que dijo que yo
había ahorrado cien mil ducados y por eso el
Rey no me había de hacer merced: Presupuesto
que aquello fuera verdad (que no era), si yo
gastara en banquetes aquellos dineros, ¿sí fuera
entonces más razón que el Rey me hiciera mer-
ced y si había aquello salido de la hacienda del
Rey? y si un rico sirve mucho al Rey, ¿si por
ser rico deja de tener obligación de gratificarle?
El orden de vivir que tuve en Roma fué que
me levantaba temprano, y luego rezaba y antes
de entender en otra cosa decía misa, la cual
dije siempre todos los días, exceptos los que
por enfermedad ó por justo impedimento no pu-
diese decirla; hasta hora de comer estudiaba y
escribía; después de comer pasaba la siesta sin
dormir con algún entretenimiento bueno, hasta
hora de rezar vísperas; en rezándolas volvía á
mis estudios, como á la mañana, y algunas ve-
ces recibía visitas y otras hacía yo, aunque eran
las menos que podía. Algunos pocos días hacía
ejercicio, por salud más que por pasar tiempo;
en mi casa no había juego, sino de solo ajedrez
á horas pertinentes. Mis criados entendían en
sus oficios, y algunos estudiaban y cantaban.
A ninguno sufrí que fuese vicioso, y en sabien-
do que lo era luego lo despedía, y así tuve mi
casa quieta, y nunca esbirro alguno entró en
ella, ni me tuvieron preso criado alguno.
Hacía limosnas (como he dicho) ordinarias y
extraordinarias. Cenaba poco después de reza-
dos maitines. Acostábame á buena hora para
madrugar. Iba pocas veces á Palacio, y menos
188
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
á casa de Cardenales ni de otros algunos. Nun-
ca iba á Dataria, ni á pedir vacantes de benefi-
cios. Con ninguno tuve diferencia y con todos
traté afablemente, aunque los que no me comu-
nicaban me juzgaban por algo severo, y como
siempre perseveré en esta manera de vida,
echóse mucho de ver, tanto que el Cardenal
Ursino, hermano del Duque de Gravina, perso-
na muy principal, hablándose de mí delante de
algunos, dijo: Deste Obispo español habíamos
de tomar ejemplo; y añadió otras palabras que
me obligaron á visitarle de ahí adelante, porque
hasta entonces nunca le había hablado.
Volviendo á mi partida de Roma, viendo que
ya el verano iba muy adelante y que no hallaba
paso de galeras, determiné de ir por tierra hasta
Genova para esperar allí coyuntura de ir por
mar, porque por tierra no había camino seguro,
y así hice testamento y previne lo que me pa-
reció necesario, y entretanto anduve despidién-
dome de los Cardenales principales y amigos.
Alexandrino me invió á convidar diciendo que
no lo había hecho antes por ser el Arzobispo
fraile de su Orden y porque no pareciera so-
borno. Yo acepté, porque nunca lo había visita-
do, sino una vez en llegando á Roma, y dije
entre mí: No me pudo sol)ornar su tío el Papa,
y ¡había él de sobornarme! aunque sé que lo en-
vió á decir por manera de donaire.
Más hondo fué lo que pasé con Farnesio,
que yéndome á despedir del se apartó conmigo
y me tuvo casi una hora, quejándose de los
consejeros del Rey, siendo tan su aficionado, y
siendo hermano de su cuñado, y siendo el Prín-
cipe de Parma igualmente sobrino de ambos; y
que él no lo liacía por el Papado, sino porque
no saliese algún Papa que destruyese aquella
casa con título de que había sido parte della de
la Iglesia Romana; y que él no suplicaba al
Rey que le favoreciese, aunque tenía razón de
hacerlo, sino que no le excluyese (como lo ha-
bía hecho la vez pasada), que era lo más que se
podía hacer con el mayor enemigo; luayormente
que con gravísimas excomuniones estaba prohi-
bido que los Pi'incipes seglares no se entrome-
tiesen en las elecciones de Papas. Estaba lasti-
mado que se le quitó el Papado la vez pasada,
que era refrán común que había entrado Papa
en el conclave y salido Cardenal. Y finalmente,
quejándose más del Cardenal Pacheco que de
otro, dijo: Aunque el Rey me desfavorezca no
dejaré de ser su servidor, pero seré servidor
agraviado.
Antes desto me vino á visitar Marco Anto-
nio Colonna, pidiendo perdón de no lo haber
hecho antes; yo le visité después una sola vez
á él, y me hizo toda la ceremonia que á Carde-
nal ; y entrando entonces el de Trento, le supli-
qué que lo saliese á recibir, y no quiso, y se es-
tuvo quieto conmigo, prosigiuendo pláticas
graves de la gobernación del reino de Ñapóles
y de cosas semejantes.
A lo último fui á tomar la bendición del
Papa y á interceder por un caballero, deudo de
deudos míos, para una vacante; no me quiso
oir sin que me sentase, diciéndome tres ve-
ces : Sede, sede, sede. A lo de la vacante respon-
dió que diesen la memoria al Datario, que él
deseaba acertar en hacer buenas provisiones y
que temía cuenta con lo que le suplicaba, y des-
pidiéndome del me dio tres veces la bendición,
con demostración de mucha afición.
No pudiendo sufrir los apasionados del Ar-
zobispo y de Lobo que yo saliese con tanta
honra de Roma, con odio rabioso y malicia
diabólica pensaron como escurecer en algo mi
nombre; y no pudiendo poner nota en mi vida
y costumbres, acordaron algunos dellos de pu-
blicar que en aquel mi libro de Instituciones
Católicas, tan examinado en España y en
Roma, y tan aprobado y alabado en toda Ita-
lia, había un error grande, y dieron sobre ello
petición al Papa, el cual los remitió al Carde-
nal Madrucio, muy buen teólogo.
Yo, avisado desto, fui á su casa; díjome que
asían de unas palabras del Papa Inocencio que
refería en mi libro. Yo le dije que á Inocen-
cio III hacían el agravio, y no á mí, que dije
lo mismo que él, y alegándole y refiriendo sus
mismas palabras sin añadirle cosa alguna. El
me lo confesó, y aun añadí que en otra decre-
tal había el Inocencio dicho lo mismo con más
fuertes términos; y también lo confesó, diciendo
que aquello entendían equívocamente y no uní-
voca. Yo le repliqué que como Inocencio lo
había entendido así, lo entendía yo, y así lo
trasladé.
Fué aquel Sumo Pontífice el más docto y
excelente que ha habido de seiscientos años á
esta parte, que lo que yo del trasladé está pues-
to en las Epístolas Deci-etales, que son leyes
de los Papas; y me dijo también el Cardenal
Madrucio que en el Concilio de Trento los que
ordenaban los decretos no osaban decir aque-
lla autoridad de Inocencio, sino que pusieron
que el [bautismo] era puerta para los otros sa-
cramentos; y así él lo tuvo por calumnia, como
lo fué, y no hizo caso della.
Un confeso teologastro de Toledo hacía mu-
chas alharacas (como los semejantes las suelen
hacer), y decía que el Inocencio se apartaba de
aquella opinión, la cual él no entendía, ciego
con malicia, y lastimado porque en una oposi-
ción que hizo en Roma, pocos días había, á un
beneficio le opusieron que era confeso y que le
obstaba el estatuto de Toledo que yo defendí;
éste, como mal coronista, y según pareció como
no buen teólogo, no miró que el Inocencio no
DON DIEGO DE SIMANCAS
189
se aparta de aquella opinión en el caso del ma-
trimonio, sino del sacerdocio, para el cual se
requieren muchas más cosas que para casarse;
y con todo eso dice el Inocencio que en aquel
caso difícil sigue la vía más segura, y quien tal
dice no condena la otra, como es notorio.
Vino á mi casa el maestro Toledo, muy gran
teólogo, y dijo que habían ido á él con aquella
calumnia, y que él se la condenó por tal. Vino
también el doctor Miguel Tomás, hombre doc-
to y por tal conocido, y se maravilló de la ce-
guedad y desvergüenza de aquéllos, y lo mismo
hicieron todos los que lo entendieron. Yo es-
cribí un papel breve en que respondí á aquella
calumnia, y lo envié á algunas personas, y dejé
un traslado al Auditor Gregorio Bi-avo, el cual
lo mostró á los que quisieron saber qué era
aquello, y me escribió después á España que
no habían osado hablar más en ello, y que como
era humo se había brevemente deshecho.
Estando ya para partirme por tierra me
avisó el Embajador que el señor don Joan de
Austria iba con galeras á Genova; yo le escribí
luego acordándole lo que me había escrito, y
suplicándole que mandase que alguna galera
tocase en Civita Vieja. Respondió que no sólo
una, sino tres y cuatro daría si fuese menester,
y avisóme el día en que había de estar allí.
Refiriendo en summa las cosas que pasé en
Roma, digo que yo estuve allí nueve años y
cuatro días, en los cuales nunca salí de allí
sino para ir á Ñapóles , sin ir á ver lugares ni
villas de la comarca, aunque fui algunas veces
importunado para que viese á Tíboli, que es lo
que todos alaban. Padecí allí dos enfermedades
muy peligrosas. Eché de mí muchas piedras, y
entre ellas una como un hueso de dátil, que
fué gran milagro no morir della. Cobré allí mal
de gota. Padecí muchas pesadumbres, y muy
grandes. Recibí diez malas nuevas, de otras
tantas personas muy conjuntas que me tocaban
en segundo grado, las cuales todas murieron en
aquel tiempo. Recibí los disfavores que ya he
contado y otros algunos.
Desenvolví y agoté las librerías de Roma pú-
blicas y algunas particulares de hombres curio-
sos. Tuve comunicación con los más doctos que
allí estaban. Añadí mis obras y hice otras de
nuevo. Sustenté y acrecenté la autoridad de los
Obispos de España y Cardenales, y [me tuvie-
ron] en mucha veneración los graves y doctos
hombres. La fama de n-.i vida y costumbres y
cordura quedó muy aprobada en Roma y Ña-
póles adonde me conocieron, y la de mis letras
por mis libros está muy celebrada en toda la
cristiandad. Entretuve la causa del Arzobispo
de Toledo en tiempo de Pío V con los Inquisi-
dores de España que entonces me ayudaron.
Vencíla yo sólo en tiempo de Gregorio XIII
con grandísima honra de España, y especial-
mente del Rey Católico y del Santo Oficio,
con lo cual he dado por bien empleados todos
mis trabajos, aunque en esta vida no se me
agradeciesen.
LIBEO TERCERO
Después que visité las siete iglesias y dis-
puse de las alhajas de mi casa, y repartí algu-
nas dellas á pobre gente y hice buenas limos-
nas para que suplicasen á Dios que me diese
buen viaje, y tuve aviso del día en que partía
de Ñapóles el señor don Joan de Austria, salí
de Roma (dejando muchos pobres llorando á
mi puerta, dándoles la última limosna), acom-
pañado de mucha gente principal, que no me
quisieron dejar hasta buen rato fuera de Roma,
el día primero de junio de 1576.
Aquella tarde fui á Palos, que es casi la
mitad del camino desde Roma á Civita Vieja,
y allí me envió á hospedar el Cardenal Farne-
sio, que supo que yo iba á parar alh, y luego
al alba se oyeron tiros de artillería, y se enten-
dió que el señor don Joan había llegado á Civita
Vieja; y á pocas millas encontramos un correo
que nos venía á decir fuésemos presto, que ha-
bían de parar poco allí las galeras, y así nos
dimos priesa, y llegamos tempi-ano, y otro
día fui á besar las manos al señor don Joan, el
cual me recibió con mucha gracia y cortesía.
Aquella noche partimos de allí, y al amane-
cer se descubrieron cuatro galeras de cosarios,
y el señor don Joan tomó las dos con su galera
capitana, y atadas á ella se vino á rodear la
mía; yo estaba en la cama de un poco de gota,
y conjo no me vido envió á decirme con un
caballero criado suyo ¿qué me parecía de su
caza? yo le respondí lo menos mal que supe.
De allí fuimos á Genova y estuvimos cinco
días, y él se quedó para ir á Flandes, y allí le
supliqué me diese galeras hasta Cartagena, y
me respondió muy bien; y dándole yo las gra-
cias, me dijo: á priesa, tres veces á mi volun-
tad; sintiendo que á su voluntad se debían las
galeras, que aquello era poco para darse las
gracias por ello, y con mucha gi-acia al despe-
dir pidió que le echase la bendición; y allí me
vino á ver Orantes, su confesor, uno de los ca-
lificadores de la doctrina del Arzobispo, y me
dijo: ¡Oh, cuánto se ha de holgar el Rey con
vuestra señoría, y lo que ha de hacer el Inqui-
sidor general! Parece que fué adivino, según
constará por lo que sucedió.
De Genova fuimos á Barcelona, y allí estu-
vimos trece días esperando á que las galeras
pasasen adelante, y en este tiempo estuvieron
190
para poderse embarcar cuatro criados de los
principales míos, que habían estado muy enfer-
mos. Allí se quedaron algunos de los que ha-
bían venido desde Roma á mi costa, que habían
sido cuarenta y cuatro.
Y porque muchos pensaron que yo había
errado en no ir desde allí á la corte, y que des-
merecí en ello, diré ahora lo que en ello hubo,
y [fué] que diciendo al Cardenal Jesualdo que
no había de ir por la corte, me dijo que no me
resolviese sin comunicarlo con el Embajador y
con Granvela. Dije que me placía, y así lo traté
primero con el Embajador, y le dije que las
razones que me movían eran éstas: que yo lle-
gaba á tiempo peligroso de calor, y que no po-
dría ir aquellas cien leguas que hay hasta la
corte desde Barcelona, por el gran sol, ni de
noche por los bandoleros y malos pasos, y que
saldría de la galera sin muías ni caballos ni
aderezos y sin acompañamiento de gente para
entrar en corte, y que dado que llegase con
salud, de lo cual yo dudaba, no me habían de
dar posada en corte en muchos días, como sue-
len, y que ya que me la diesen, no podía llevar
con qué adornarla, y que el Eey estaba tan re-
tirado en sus bosques que daba tarde y á pocos
audiencia, y que le pesaba que le fuesen allí á
hablar, y que yo no tenía cosa notable que de-
cirle ni le quería pedir nada.
Pudiera añadir que lo que ya otras vec^es me
había dicho me diría brevísimamente: Yo me
tengo por bien servido de vos; yo os lo agra-
dezco mucho. Respondióme el Embajador que
yo consideraba tan bien mis acciones que no
había que contradecirlas, y parecióle muy bien
que le dije que aunque no fuera sino porque
no pareciese que iba á negociar otro obispado,
habiendo vacante, como la había, holgaba de
no ir por entonces, y también á Granvela satis-
facieron mis razones.
Y conforme á esto escribí desde Barcelona al
Rey que con su licencia y con la del Papa ha-
bía partido de Roma, no habiendo ya más que
hacer en el negocio del Arzobispo, y que había
llegado á Barcelona fatigado de la mar, y que
ya había escrito á Su Majestad todo lo que
convino y se pudo avisaren aquella causa, en la
que había hecho lo á mí posible, sin respeto al-
guno humano; que por el rigor del tiempo y
porque no tenía más que decir ni tratar con Su
Majestad negocio mío ni ajeno, entendiendo
que le hacía más servicio en ir á mi obispado
que en darle fastidio con cosas no muy impor-
tantes, proseguía mi navegación y estaba para
lo que Su Majestad fuese servido mandarme,
como siempre lo había hecho; á la cual carta y
á otra que le escribí desde Córdoba casi de la
misma manera nunca me respondió.
De Barcelona fuimos por Mallorca, á donde
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
el Obispo, don Joan Vique, me salió á recebir al
puerto y me llevó á su casa y me hizo mucho
regalo tres días que allí estuvimos. De Mallorca
Cartagena, adonde estuvimos cuatro
fuimos a
días, y desde allí á Málaga; y don Francisco
Pacheco de Córdoba, gran señor y amigo mío,
me acabó de recrear y acomodar hasta que fui á
Córdoba, y seis leguas antes me salió á el ca-
mino don Joan, mi hermano, Arcediano y Canó-
nigo de Córdoba, Obispo que fué de Cartagena,
que sólo me había quedado de todos mis her-
manos; y con llegar con salud y hallarle con
ella me pareció que no tenía más que desear, y
entendí claramente que Dios me hal ía traído
con bien á intercesión de muchas personas, sus
siervos, que se lo suplicaban.
Entré en Córdoba día primero de agosto,
adonde fui bien recebido y hallé á todos mis deu-
dos con salud, y luego me vino á visitar todo lo
principal de aquella ciudad, y todos esperaban
que el Rey me había de hacer señaladas merce-
des, y el Obispo de Córdoba, Fresneda, me
dijo que si hubiera el reconocimiento debido á
la honra que yo había dado á España, que con
procesiones y cruces, cantando Te Deum lau-
damus, me habían de haber salido á recebir á
los puertos.
Escribióme mi solicitador de Roma que los
confesos decían que me había de anegar en la
mar, y si escapaba, que el Rey no me había de
hacer merced, porque perseguía á Lobo. Yo
respondí que les dijese que ya Dios me había
libi-ado de los peligros del camino, y que si el.
Rey no me hiciese más mercedes, que bastaban
las que me había hecho; que creyesen bien en
Dios y se guardasen de ser como sus pasados;
que yo no perseguí á Lobo, sino su temeridad é
insolencia le persiguieron, y ellos que le desva-
necieron porque decía mal del estatuto de To-
ledo.
Luego me escribieron muchos dándome el
parabién de la venida y esperando que el Rey
me había de hacer grandes mercedes. El Carde-
nal de Granvela me escribió estas palabras:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
))Deseo infinito nuevas de vuestra señoría,
por entender cómo se halla en España, habiendo
entendido por cartas de otros su buena llegada ;
espero que Su Majestad no dejará de hacer co-
nocer al mundo la satisfacción que tiene de lo
bien y mucho que vuestra señoría le ha servido X).
Y el Cardenal Jesualdo me escribió lo si-
guiente:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
»La letra que vuestra señoría me escribió de
Córdoba á 23 de agosto me fué gratíssima, por
avisarme en ella de su buena navegación y de
haber llegado en salvamento á su patria, adon-
de se había restaurado del trabajo de mar y tic-
DON DIEGO DE SIMANCAS
191
rra. Hame dado grandísimo contentamiento
ver que según el sólito de su noble naturaleza,
no falta de conservar aquella amorébola memo-
ria de mí que merece la afición que yo le
tengo».
Y el Cardenal de Santa Cruz me escribió de
esta manera:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
)>Por la letra de vuestra señoría he entendido
su llegada á salvamento á la patria suya; supli-
cóle me avise de su salud y que se conserve
para conmigo de aquella manera que tengo por
cierta de su mucha cortesía, y vuestra señoría
se asegure que no hay persona en Roma que
con mayor afición y mejor voluntad desee em-
plearse en su servicio que yo».
Estas cartas he puesto aquí para que se en-
tienda con cuánta cortesía me escriben los Car-
denales y en qué reputación quedé con ellos.
Estando en Córdoba previniéndome para ir á
mi obispado vacó el de Jaén, y por estar allí
cerca, más que por la renta, y por gozar de mis
deudos j de mi tierra, pues había toda mi vida
andado por servir al Rey desterrado de ella, me
rogaron que hiciese alguna diligencia para que
aquel obispado se me diese. Yo condescendí en
escribir á tres amigos para que si viesen coyun-
tura lo diesen á Su Majestad á entender, pero
nunca pudieron acabar conmigo que le escribiese
al Rey. El doctor Olivares me escribió que no
tenía duda en ello, y algunos me culpan por
parecerles que me contentaba con poco.
El Marqués de los Vélez, Mayordomo mayor
de la Reina, me respondió por estas palabras:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
»Vuestra señoría me ha hecho merced muy
grande con su carta y con todas las nuevas que
en ella me dice; por todo le beso las manos y
oso decir que lo debe á la afición que tengo de
servirle muchos años ha, y me he holgado de
saber de la salud de vuestra señoría, y no
menos de que sus acciones hayan sido tan á sa-
tisfacción de todo el mundo, como el suceso lo
ha mostrado, de que yo siempre estuve satisfe-
cho, sin esperar suceso ninguno, porque co-
nozco á vuestra señoría con mucha prudencia
en todo, y conforme á esto deseo que Su Ma-
jestad haga sus provisiones y en particular
ésta que se ofrece; quisiera valer algo para ser-
vir á vuestra señoría como lo merece, mas hasta
donde yo pudiere le serviré, no perdiendo oca-
sión para ello, y desto puede estar satisfecho de
mí vuestra señoría, cuya muy ilustre persona y
reverendísima Nuestro Señor acreciente. De
Fuencarral 20 de octubre de 1576».
Estando yo en Córdoba escribió Sancho
Méndez de Salazar al licenciado Pero Hernán-
dez de Córdoba una cai"ta en que decía estas
palabras:
«Entiéndese que Su Majestad anda po-
niendo los ojos en persona grave para la visita
de estos Consejos de Hacienda; yo he acordado
la del señor Obispo de Badajoz, porque en-
tiendo que es la persona de mayor importancia
y entereza que hoy tiene Su Majestad en estos
reinos; sería esto grato á todos y el reparo de
los negocios que Su Majestad le encargase, y
creo que la coyuntura es grande, porque dicen
que el señor Presidente de Castilla desea reco-
gerse, y para esta plaza no sé yo si hay otra
persona como la del señor Obispo, perdóneme
el señor Inquisidor general; sería posible que
Nuestro Señor hiciese tan gran merced á estos
reinos como sería poner en este lugar tal perso-
na. De Madrid 25 de octubre de 157G».
Escrebí al Cardenal Santa Cruz que me que-
ría retirar á mi residencia y respondióme de
esta manera:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
»La letra de vuestra señoría del último de
septiembre me ha dado infinito contentamiento
en la buena nueva de salud, y aunque he holga-
do entender que por su satisfacción se quería
retirar á su Iglesia, á mí no menos bien me
pareciera que vuestra señoría asistiese en la
corte para ayudar con su prudencia y valor en
el servicio de la Iglesia católica y en utilidad
de la mísera y afligida cristiandad en tiempo
tan turbulento, y no tener ascondido el talento
que Dios Nuestro Señor le ha dado; que si bien
hará mucho provecho en su residencia, pero me
parece que vuestra señoría es para cosas mayo-
res y más importantes, y estamos en tal tér-
mino que aunque cada uno haga lo que en sí
sea, todavía tememos dificultad de no quebrar,
viendo de toda parte el evidentísimo peligro y
que en mucha mies hay muy pocos obreros. De
mí y de cuanto yo valgo podrá vuestra señoría
disponer seguramente, y así doy fin rogando á
Dios le dé toda felicidad. De Roma 3 de
diciembre de 1576».
Habiendo proveído algunas cosas que me
convenían, viendo que el Rey no me había res-
pondido á la carta que le escribí desde Barcelo-
na, escrebí otra desde Córdoba con casi las
mesmas razones, añadiendo que estaba Su Ma-
jestad ocupadísimo con negocios gravísimos,
como entonces lo estaba, entendiendo en dar
orden á la ida del señor don Joan de Austria á
Flandes, y como tampoco á ésta me respondió,
partíme á mi obispado, entrado el mes de no-
viembre.
Aquí vuelven otra vez los émulos á hacerme
cargo por qué no fui desde Córdoba á la corte;
y aunque bastaba darles por respuestas las cau-
sas que di al Embajador en Roma, según arriba
las tengo escritas, todavía añadiré otras. Ya Su
Majestad me había hecho algunos disfavores en
192
autobiografías y memorias
Roma, y nunca quiso mandar que me diesen
paso en galeras para venirme, aunque algunas
veces lo supliqué; y quejándome á Granvela
desto, me dijo que era imposible que no lo hu-
biese mandado, sino que lo tenían secreto. Pre-
gunté en Genova á Soto, secretario del Señor
don Joan de Austria, si había el Rey escrito
algo desto. Afirmóme que no, porque él había
visto todas las cartas, y que á sólo el señor don
Joan lo agradeciese.
Pues viendo esto, y que el Rey no me respon-
día ni ninguno de la corte me avisaba que Su
Majestad gustaba que yo le fuese á besar las
manos, y acordándome que mis enemigos de
Roma se atrevían á decir que el Rey no me
había de hacer mercedes, recéleme de irle á dar
pesadumbres y que no me hiciese algún disfavor
en presencia. El camino era más que ochenta
leguas de rodeo, y el Concilio de Trento me avi-
saba ya para que fuese á mi i'esidencia.
Considerando estas y otras cosas que no
quiero aquí decir, fui á Badajoz, y apenas hube
llegado cuando recibí una carta del Rey, que me
inviaba á Córdoba, por la cual decía que me
encargaba que me fuese á Badajoz á hallarme
presente á la entrada del Rey de Portugal, que
iba á Guadalupe, y esto sólo basta para tapar
las bocas de los calumniadores en esta parte,
pues el Rey me mandó venir á Badajoz y no ir
á la corte.
Después recebí otra carta de creencia para
que yo proveyese de lo que me dijesen de
su parte para la entrada del Rey de Portu-
gal, y así lo ofrecí y cumplí todo aquello que
pude.
Estaba acordado que pasase la primera noche
en Badajoz, y porque la casa del Obispo es de
poco aposertto y muy á trasmano, había do ser
su posada en las casas de don Pedro de Fon-
seca, que son mayores y están en parte cómo-
da, y allí suelen ser aposentados los personajes
principales. Yo previne mi casa para el Duque
de A veros.
Después tomóse otro orden y no paró el Rey
en Badajoz más que á hacer oración en la igle-
sia Mayor. Yo dije á los Ministros de Su IÑIa-
jestad qué querían que yo hiciese. Respondie-
ron que ayudase para aderezar el aposento en
Talaveruela, treslegnsiS adelante, y de mis alha-
jas y de las que procuré, juntamente con lo que
se invió del Marqués de Villanueva, se proveyó
de manera que sobró para otras partes.
El día que el Rey entró salí al campo buen
rato de la ciudad con mis capitulares en hábito
ordinario, y él se paró á que yo le hablase, y
apeándome no lejos del, le dije que su venida
fuese para bien de la cristiandad, y que nos
tuviese en su gracia. No sé lo que me respon-
dió porque lo dijo entre dientes, y luego volví
á tomar la muía y él esperó hasta que la tomase
y fuese delante á esperaile en la iglesia.
Allí le recibí con mi clerecía en orden y hice
lo que hiciera con nuestro Rey, según estaba
acordado, y supliquéle entrase á hacer oración.
Respondióme: A iso veno. Fui al altar mayor
con mi hábito pontifical y allí le canté las ora-
ciones que estaban señaladas para semejante
acto y le eché la bendición solemne, la cual
recibió hincadas las rodillas en la alfombra,
saliéndose de la almohada, con mucha devoción
y respeto, y luego sin más esperar se fué por
la posta.
También aquí rae calumnian buenas intencio-
nes de enemigos, que dicen quedé corto en no
hacer presentes al Rey de Portugal. Y si les
preguntan qué presentes le había de hacer, res-
ponderán disparates; porque caballos no se los
había de dar no los teniendo, ni siendo presente
de Obispo; joyas de oro menos, que ni había
por qué ni para qué dárselas, ni yo las había de
comprar para esto; cosas de comer mucho me-
nos, porque nuestro Rey le hizo tan abundantes
provisiones por todo el camino que no se pudo
más desear, y aun con todo eso él no quería
que nuestro Rey le hiciese la costa. Fué de mí
muy contento, y dixo que tenía boa maneira de
Bispo; y mis calumniadores de nada se con-
tentan.
Dicen más: que había de ir con el Rey de
Portugal; creo quisieran que con mi mitra y
hábito pontifical saliera luego corriendo la posta
con él. Añaden que á lo menos había de ir á
ver á nuestro Rey á Guadalupe, y no saben (ó
lo disimulan) que nuestro Rey expresamente
mandó que ninguna persona fuese con él sino
los que él nombrase, y no me nombró á mí, y
con más color me pudieran culpar si entonces
me ingiriera, y pareciera que por ahorrarcamino
había esperado á que el Rey sé viniese más
cerca de Badajoz; pero la malicia es ciega y
temeraria y no deja entenderla razón.
Después desto saliei'on provisiones de Igle-
sias de Toledo, Zaragoza, Córdoba, Plasencia,
Cuenca y de Jaén, la cual sólo yo en toda mi
vida había pretendido, y ésta se proveyó dos
veces: i;na al Obispo de Osma, que por su edad
grande había muchos años que estaba jubilado
y ni la pedía ni la quiso; la otra vez al Obispo
de Coria, paralítico, que mucho antes que se
enviase su presentación estaba tal que ni se
podía menear de perlesía incurable, ni hablaba
cosa que se le pudiese entender, ni limpiar la
boca con sus manos. Confieso que esta provi-
sión me dio algún disgusto, por ver que quien
persuadió al Rey que aquel señor Obispo estaba
para encomendarle nueva Iglesia, y para serme
preferido, con mucha más facilidad podría le-
vantarme cuantos falsos testimonios quisiese.
DON DIEGO DE SIMANCAS
193
Poco antes me había escrito el secretario
Martín de Gaztelu estas palabras:
«Ya vuestra señoría sabe que Su Majestad
ha nombrado al señor Obispo de Coria para
Plasencia, y que después le ha sobrevenido una
enfermedad de perlesía (aunque me escribe des-
de Sevilla que le va mucho mejor de salud), y
que porque Plasencia le es muy contraria á su
salud, y haberle aconsejado los médicos que si
va allá se moría, no está puesto á ir allá, sino
en quedarse en Coria, y que yo suplique á Su
Majestad tenga por bien de dejarle en ella, no
siendo servido de darle Jaén, por ser tierra
templada y al propósito de su salad, y como Su
Majestad ha dado á Jaén al señor Obispo de
Osma, me ha parecido avisar á vuestra señoría
para que vea si es servido le proponga para la
Iglesia de Plasencia, de cuyas calidades y valor
tendrá noticia, porque en tal caso lo haré con
la diligencia que convenga. Vuestra señoría me
avise de su voluntad, porque no querría enca-
minar cosa que no estando bien y excusándose
se enfadase Su Majestad».
Respondíle dándole las gracias y dije que
yo sabía bien las calidades de Plasencia j que
es Iglesia muy principal, mas que por muy jus-
tas causas no me convenía.
También desto me culpan los que no lo en-
tienden, y quien quisiere saber por qué res-
pondí aquello advierta: Lo primero, que á Gaz-
telu yo nunca le vi jamás, y aun que si el Rey
me inviara el nombramiento, me resolviera en
lo mismo; pero declararé las causas que adrede
no quise declarar, y son: Que Plasencia tiene
mucha más carga de gobierno que Badajoz,
porque tiene más que doblada tieri'a. ítem hay
muchos pleitos con el Obispo, que no hay en
Badajoz. Tiene más un Cabildo de más de cien
capitulares, que no sé cuan concordes están
entre sí ni con su Obispo; acá hay pocos y muy
obedientes. Es tierra muy fría y contraria á mi
edad y á mi salud, y casi cien leguas de Cór-
doba.
ítem lo que (á ley del mundo) había de decir
primero "si yo fuera codicioso. Contadas mis
pensiones con las de Plasencia, ó perdía renta
ó la acrecentaba muy poco, y había de gastar
mucho en las bulas y en poner otra casa; y
pudiera también decir que Su Majestad había
dado aquella Iglesia de primera vez á dos com-
pañeros míos que últimamente la tuvieron, que
es cosa notoria que en letras y servicios y en
algunas otras calidades no podían competir
conmigo.
Y finalmente, ¿había de rogar á Gaztelu que
me propusiese después de haberme antepuesto
seis personas que las más de ellas en aquella
coyuntura pudieran dejarme su vez?
Digo en aquella coyuntura, porque Roma y
Ñapóles estaban á la mira esperando nuevas
de alguna señalada merced que Su Majestad
me hiciera, y toda España clamaba por mí; y
así, pasado este nublado, de todas partes me
dieron el pésame, como de pérdida de cosas
debidas.
Escribí al Embajador de Roma lo que se
había hecho en esta consulta, y que como no
era el disfavor primero que había recibido ya
tenía hechos callos, y que no siendo esto por
culpa ni deméritos míos pasaba por ello con
buen ánimo, según que siempre lo había tenido.
Respondióme estas palabras:
«Confieso á vuestra señoría que me tiene
espantado que no le haya cabido á vuestra seño-
ría parte de las provisiones en que pudiera ser
mejorado, porque por cartas muchas de Su Ma-
jestad podría mostrar la gran estimación que
de la persona de vuestra señoría tiene, y cuan
satisfecho estaba de sus servicios y particular-
mente de los que hizo en Roma en el negocio
que Su Majestad tuvo siempre por de mayor
importancia de cuantos se le han ofrecido. Vues-
tra señoría lo toma tan de manera que nos da
ejemplo y consuelo á los que tienen la obliga-
ción que yo de desear y procurar su acrecen-
tamiento y de servirle, como lo haré con la
voluntad que le debo y vuestra señoría puede
tener conocida. Nuestro Señor la muy ilustre
y reverendísima persona de vuestra señoría
guarde y estado acreciente como yo deseo. De
Roma 12 de julio de 1577».
Sabía tan bien lo que yo había hecho en
aquella causa que me dijoundía: Vuestra señoría
se ha sacrificado por este negocio.
Y el Cardenal de Pisa, varón muy venera-
ble, y (como dicen en Roma) sujeto papable,
que es sujeto para ser Papa, que era el más
antiguo del Consejo de Inquisición y estuvo
siempre presente á mis votos y disputas delante
de ambos Papas, decía en mi ausencia que no
podía dejar de ser Arzobispo de Toledo ó de
Sevilla; y cuando me despedí del (aunque le
había conversado poco), abrazándome dos veces
me dijo que le lasaba martelo en el cor. Me
escribió el Auditor de Rota Gregorio Bravo
estas palabras:
((Digo á vuestra señoría que el Cardenal
de Pisa estotro día , estando con él, me dijo
que ¿cómo se hacía tan mal con vuestra señoría,
que tanta fatica non meritaba cjiusto.'».
Y en la misma carta dice:
((Tenga vuestra señoría salud, que con ésta
todo se puede pasar, aunque no sin sentirse el
agravio que á vuestra señoría se hace, que es
muy grande, pues su jornada y los trabajos
que la acompañan de pérdida de tantos deudos
tenía tan merecida otra paga que la que se le
ha dado».
194
autobiografías y memokias
Y el licenciado Vallejo, desde Ñapóles, me
escribió estas palabras:
4 Si las cosas el día de hoy se guiasen por
razón, al arzobispado de Toledo habían de ha-
ber enviado á vuestra señoría ilustrísima, pues
le ha tan bien merecido y conquistado con sus
letras, valor, fidelidad y perseverancia en tan-
tos años, con tantos disgustos y desabrimen-
tos; si Su Majestad viera la presencia de vues-
tra señoría ilustrísima y le comunicara, le obli-
gara á hacer la razón y á gratificar tantos y tan
importantes servicios».
El Obispo de Lugo, de noventa y dos años
de edad y muy entero en su buen entendimien-
to, me escribió esto:
«Mucho más [está] vuestra señoría probado
para reparar el alma, y no tener cuidado ni dar-
le pena estas cosas; que no se debe hacer sino
dejar pasar el mundo como pasa y reimos de-
11o, principalmente los que vimos los tiempos
pasados, porque llorarlo no es remedio, sino
aflicción ; que para hacerse cosa qiie á algunos
parece ser justa, no aprovecha nada haber me-
morias de méritos, letras ni servicios dignos de
remuneración; poco hay que hablar y no hay
que escribir. Bien creo que no tiene culpa el
Señor, sino que todos buscan sus propios inte-
reses, y la caridad para con los prójimos pa-
rece que está olvidada».
Y el doctor Olivares, en otra carta, escribe:
«No sé cómo se han movido tantas piedras
sin topar con piedra tan bien labrada; no hay
otro consuelo sino que lo hacen hombres».
Y Gran vela me escribe :
«Holgárame en extremo que Su Majestad
hiciera con su persona la grata demostración
que sus servicios merecen».
El Duque de Béjarme escribe estas palabras:
«Si todos entienden lo que yo juzgo de lo
que vuestra señoría merece, ninguna Silla de
las de España deja de ser debida á quien vues-
tra señoría es, y así por los que son tales, cla-
ma el serlo para que sus cosas sin que las
negocien se hagan. Bien creo yo que vuestra
señoría trujera de Roma lo que es tan deseado
de todos si hiciera vuestra señoría de su parte
para haberlo lo que hacen otros. Dejallo á
quien sabe lo que nos conviene, y así tendremos
lo que debemos querer».
Y en otra carta dice:
«Descanse vuestra señoría entretanto que se
repara lo que pide su persona, méritos y servi-
cios, pues tiene fundada su razón para que sea
satisfecho tanto merecimiento, aunque no se
puede reparar sino con su cordura; y pues co-
rren así las cossas de vuestra señoría, el que
lo permite quiere que vuestra señoría se satis-
faga de que todos entienden que tiene muy fun-
dada su razón».
Y porque sería nunca acabar poner aquí todo
lo que escribieron sobre este punto, solamente
añadiré la carta de Castellón, porque estuvo
siempre, como Secretario, presente á lo que se
trató en la causa del Arzobispo de Toledo y ú
mis votos y á lo que dije delante de ambos
Papas. Su carta dice así:
«Sabe Dios que quisiera hallarme más libre
para ir á besar á vuestra señoría ilustrísima las
manos y poder presente dolerme un poco de
estos tiempos, y mostrar el sentimiento que
tengo de que con vuestra señoría se haya usado
de tanta ingratitud en ocasiones que se habían
de haber procurado mucho paia gratificarle,
c\ianto más á Dios ofrecido; que los que sa-
bíamos lo que vuestra señoría ha trabajado y
cuan merecido lo tenía, por cierto teníamos,
fundándolo en justicia, que había de ser ante-
puesto; pero nada desto ha bastado. Pláceme
que esto cae en pecho tan prudente y para
estos sucesos humanos tan conformado y reso-
luto, no menos sabia que cristianamente, como
me acuerdo muchas veces en Roma oirlo á
vuestra señoría y conocerlo en todas sus accio-
nes, fundadas en honesta libertad y muy libres
de ambición y desta hipocresía que tanto puede
el día de hoy. Gracias á Dios que á vuestra
señoría le toma de manera que no ha menester
á nadie, y que el no ser acrecentado no es por
culpa, sino por falta de conocimiento y de gra-
titud».
Estas últimas palabras, con la de ingratitud,
que tengo i-eferidas antes, no se deben entender
por el Rey, sino por algunos Ministros; que Su
Majest:id me ha hecho mucha meiced y creo
me hiciera más, según pude colegir de las car-
tas que escribió, y de la del Embajador, y otra
del Inquisidor genei^al, que van aquí insertas,
si no le escribieran ó mal informaran los que
no sé por qué me quieren mal; pero yo se lo
perdono.
A todos los que me querían consolar como á
persona afligida les respondí las causas por
qué yo tenía poca ó ninguna aflicción; porque
yo supliqué siempre á Dios que me* desviase
todo aquello que él sabía que no convenía para
mi salvación y para más servirle, y así he in-
terpretado que él lo ha ordenado para mayor
bien mío, ó queriendo que de aquella manera
se hiciese ó permitiéndolo, mayormente que
el corazón del Rey está en su mano y lo inclina
á lo que su Divina Majestad quiere.
También por larga experiencia, ó por alguna
ciencia, he confirmado mi pecho para no ele-
varme con prosperidades del mundo, ni ser pusi-
lánime en las adversidades, cuanto más que yo
no tengo este suceso por adversidad, porque no
creo que lo es, sino lo que más me conviene.
Allende de esto, según mi edad, no me pue-
DON DIEGO DE SIMANCAS
195
do prometer muchos años de vida, y para dar
cuenta á Dios de algún obispado, el de Badajoz
es el menos difícil de gobernar y del que hay
menos que dar cuenta que de otros mayores.
Y dejando de decir otras muchas conside-
raciones y razones cristianas, las cuales se de-
ben tener y tengo delante de los ojos, es bas-
tante sola una que escribe San Jerónimo: que
fácilmente menosprecia todas las cosas el que
piensa que se ha de morir, y más el que debe
pensar que se ha de morir presto, como lo de-
ben pensar siempre los viejos; y asi creo que
no me han visto hacer sentimiento conocido por
estos ni otros sucesos.
Volviendo á mi historia, yo estuve lo más
que pude en Badajoz y hice los actos pontifi-
cales que fuei'on necessarios, y visite' y pacifiqué
muchos monasterios de monjas subditas mías,
y tuve gran conformidad con mi Cabildo; y no
teniendo aquel año más que seis mil y cuatro
cienf as hanegas de trigo, resistí á la hambre de
aquella comarca de Extremadura y Portugal,
y parte dado de limosnas, parte para la semen-
tera, parte á personas pobres que no lo halla-
ban á comprar, fui causa que se hallase trigo
y entretuve que no se encareciese demasiado, y
al fin, repartiendo todo lo que me quedaba, hice
que bajase seis reales por hanega.
Cantáronme con muy buen tono el día de los
Reyes estas coplas:
Velador que estás en vela.
Vivas infinitos años
Visitando tus rebaños,
A quien tu vista consuela.
Tu muy graciosa persona
Da contento á tu ganado,
Que está muy regocijado
Porque tu suuima prudencia,
Tu bondad, saber y ciencia
Ningún mal de hoy más recela.
Visitando, etc.
Tu summa sabiduría
Y experiencia tan probada
Por el mando es divulgada,
Y como luz relucía.
La suprema Monarquía
Merece quien tanto vela.
Visitando, etc.
Hasta aquí ha estado seguro,
Por estar muy amparado
Por el guardar recatado.
Velador sabio y maduro.
Tiene ya más fuerte muro
Con tu sacra centinela.
Visitando, etc.
Y vos, señor valeroso.
Estáis hoy regocijado
Viendo entre vuestro ganado
Al Rey Jesús glorioso.
Niño misericordioso
Que hoy por dar calor se hiela,
Visitando, etc.
Hoy le vienen á adorar
Reyes á este Niño Rey,
Y vos mostrando su ley
Nos enseñáis á le amar.
Larga vida os quiera dar,
Pues sois de su fee tutela.
Visitando, etc.
Mediado el mes de marzo tuve unas indispo-
siciones que vinieron á parar en gota, la cual
me tuvo en casa los meses de abril y mayo, y
parte de ellos en la cama; y viendo que la es-
tada allí era muy peligrosa, por ser de suyo la
ciudad malsana en el estío, y entonces lo era
más por el tabardillo, que había despachado á
dos Corregidores dentro de dos meses y medio,
y había ya dado en mi casa á dos mozos, y no
había médicos con quien me poder curar, ni
lugar sano ni proveído de bastimentos en todo
el obispado, acordé volver á Córdoba y concluir
cosas que no había podido efectuar el verano
pasado y requerían mi presencia.
Llegué á Córdoba entrado junio y acabé de
concertar el casamiento entre don Diego de los
Ríos y doña Catalina Venegas, su prima, nie-
tos de mi hermana doña Catalina y de Luis
Venegas, su marido, que muchos años se había
tratado y nunca se había podido concluir. Y
por ser parientes en segundo grado creí que hu-
biera mucha dificultad en la dispensación, como
la había en casos semejantes, y no hacía mu-
cho caso de la voluntad que el Papa me había
mostrado, porque yo nunca le había escrito, ni
sabía si ya se acordaría de mí, mayormente
que aunque visité á la partida á sus dos sobri-
nos Cardenales, no visité otro pariente suyo
más propincuo de cuya visita é! más gustara,
pero jamás le fui á ver ni lo pudo acabar con-
migo.
Escribí al Embajador y á tres Cardenales
mis amigos sobre la dispensación, por saber
cómo respondía el Papa, y el Embajador solo
la fué á pedir (aunque los Cardenales se habían
ofrecido á ello), y Su Santidad, sabiendo que
era cosa mía, dijo era contento y que tenía de-
seo se ofreciese en oué mostrar la voluntad que
me teiu'a; y diciéndole que había causas justas
para darla, dijo que pusiesen la que quisiesen,
que él por mí hacía la gracia, y así en la mes-
ma dispensación vienen estas palabras: «Por-
que sois nobles y de las más principales fami-
lias de la ciudad de Córdoba, para conservar
vuestros bienes en vuestro linaje y que no ven-
gan á extraños, y porque sois sobrinos de nues-
tro venerable hermano Diego, Obispo de Bada-
196
autobiografías y memorias
joz, y él desea mucho que os caséis, dispensa-
mos, etc.».
Es cierto que yo gusté mucho de la manera
que Su Santidad tuvo de mí, y de aquella gra-
cia que me hizo, que fué muy grande, sin ha-
berle yo servido, sino por solo haberme visto
tratar aquel negocio en su presencia en las cir-
cunstancias debidas.
Concluí también otro casamiento de otra so-
brina y ofrecí augmento de dotes á otras dos,
de manera que en efecto remedié cuatro sobri-
nas naías, las tres de ellas huérfanas y todas
nobles, hijas de caballeros principales, y en
ninguna cosa de éstas se excedió de lo que un
Obispo debía hacer.
Hice también en Córdoba un terno de tela de
plata para la iglesia de Badajoz, que le había
mucho menester, y con la pobreza de la fá-
brica no lo podía hacer, y éste y seis vinajeras
grandes, y un dosel que di á la Iglesia, que eran
muy necesarias cosas, me costaron casi ocho
cientos ducados; y ninguno de mis antecesores
de estos tiempos había dado cosa á esta Igle-
sia, sino don Francisco de Navarra, que dio un
terno de brocado bueno.
Tratando en Córdoba muchos de qué causas
podía haber por donde el Rey no me hubiese
hecho merced, y no las hallando, escribió á la
corte don Joan (Obispo de Cartagena y Arce-
diano de Córdoba), mi hermano, á un su amigo
que le avisase qué se decía de esto allí. Respon-
dióle:
«Que unos decían que porque yo no había
ido por la corte, y otros que porque era muy
rico; otros que porque no había hecho presentes
al Rey de Portugal, ni ido con él á Guadalupe
á besar allí las manos á nuestro Rey». A todas
estas boberías y disparates tengo ya satisfecho
en verdaderas respuestas que en estos Comenta-
rios he puesto.
Levantáronme también los malignos que yo
era de terrible condición, y por el discurso de
toda mi vida consía notoriamente lo contrario:
que jamás reñí con hombre, ni fui malquisto,
ni revoltoso, ni hice mal á persona alguna; sino
que tienen por terrible al que no se aparta de la
verdad, ni de la justicia, ni es adulador, ni se
rinde á interese. Siempre fueron mis votos li-
bres, sin respetos humanos, pero muy comedi-
dos y no porfiados; lo cual todo es muy notorio.
Cayóme en gracia lo que me escribió el doc-
tor Olivares: que le había dicho uno que yo
dormía mucho, y que él respondió que no
habiendo hombre en España que haya leído
tanto como yo, no era posible sino que leía y
estudiaba y escribía entre sueños. Yo le escribí
que habiendo sido siempre en Salamanca de los
que más madrugaban, y lo mismo en el Colegio
y Chancillería,y nunca habiendo podido dormir-
me oyendo lección, ni sermón, ni caminando,
ni siendo jamás notado de soñoliento, no lo de-
cía aquél sino porque me dormía en negociar.
Decíame mi hermano: Yaque hubiera habido
en vuestra señoría algún descuido, que no lo
hubo, ¿había de ser parte para desmerecer lo
que por tantas vías tiene merecido? Yo le res-
pondí que no creyese que era por culpas ni por
descuidos míos, sino por envidias y ambiciones
ajenas, y por odio que me tienen los apasiona-
dos del Arzobispo y de Lobo; y más pienso que
han procurado desacreditarme con el Rey y en-
tibiarle para conmigo los primeros que he dicho
que los postreros, porqixe aquestos están más
dentro en la corte.
Escribió don Francisco de Silva, Canónigo de
Badajoz, desde la corte, que yo tenía allí mu-
chos contrarios, porque estaban en el cuerno de
la luna, y si yo iba á estar en la corte habían de
dar de hocicos, y es cosa clara que les había de
pesar de que allí entrase personaje de quien pu-
diesen decir: Este ha estudiado más, escrito
más, servido y provediado más; porque de allí
se seguía: luego este merece más; pero ellos se
engañan mucho si piensan que yo procuro ni
deseo de ir á residir en la corte, porque bien veo
que ni ella es para mí ni yo para ella.
Dice muy bien Andrés Resendio en el trata-
do de Vita Áulica. Libertas odio est: fallendi
nescius et cui candida simplicitas placeat exeat
aula. Yo no sé engañar, ni mentir, ni fingir, ni
lisonjear, ni usar de cautelas, ni de artificios,
sino vivir sencillamente, y por eso me convie-
ne desviarme de la corte.
Puedo bien decir á mis émulos lo que dijo
Joseph á sus hermanos: «Vosotros pensasteis
hacerme mal, mas Dios lo convirtió en bien».
Pensaron cuando quise partir de Roma, que
con la calumnia que pusieron al Papa Inocen-
cio III que me ponían á mí mala voz, y ellos
quedaron confusos, y por confutarlos dilaté un
poco mi partida, que había de ser por tierra,
con gran riesgo de mi salud y de los míos; y en
aquellos pocos días tuve el aviso de que pasaba
el señor don Joan por Civita Vieja y sucedió-
me muy bien, como ya lo tengo referido; y por
quitarles la ocasión de fingir que yo iba á pedir
cerca desto al Papa alguna cosa, me vine sin
tornarle á ver.
Y los que en España andan calumniándome,
si persuaden al Rey que no me haga merced
serán causa que yo esté más contento y tenga
menos de qué dar cuenta y que Dios me haga
mayores mercedes, pues á él principalmente
serví en Roma defendiendo la pureza de su
sante fee católica, y estas mercedes no me las
pueden estorbar los émulos, pues no podrán en-
gañar á Dios.
Pocos días antes que yo partiese de Córdoba
DOíí DIEGO DE SIMAMCAS
197
llegó allí la nueva de la muerte del Presidente,
y \nego mis amigos me avisaron con diligencia
diciendo que ya aquel era lance forzoso, y que
no había en Espaíia quien pudiese competir
conmigo; y así en estos reinos por voz pública
todos me ponían el primero , de que me pesa-
ba, aunque sabía que aquello era despertar y en-
conar más los ánimos á mis émulos; pero hol-
gaba algo dt3 ello, no por deseo que saliese cier-
to, sino porque entienda el mundo en que'
reputación me tiene toda España, pero nunca
se pudo acabar conmigo que hiciese diligencia
alguna sobre ello.
Y así me volví á mi Iglesia; y muy de asiento
y descuidado de otra mudanza he reparado y
edificado en las casas de mi dignidad, y adere-
zado en la iglesia de Santa María el altar y ca-
pilla de Santo Andrés; y después que vine en
pocos días, no teniendo mayores ocupaciones,
he escrito estos comentarios con toda verdad
hasta hoy 26 de noviembre de 1577.
Poco después me escribió de la corte el doc-
tor Pazos, nuevo Obispo de Avila, que había
por cierto entendido que el Rey estaba mal in-
formado de mí, porque habiéndole hablado el
Arzobispo de Toledo por mí, no salía á ello.
Respondíle que por lo que hizo conmigo Su
Majestad en la consulta pasada, sobre las car-
tas que me había inviado á Roma, y sobre los
servicios tan grandes que yo había hecho, lo te-
nía muy bien adivinado, pues aquello no pudo
ser sino por falsas informaciones, porque con
verdaderas no me podían perjudicar; que de-
seaba mucho saber qué mal le habían dicho de
mí: que si eran cosas de Roma, allí tenía su Em-
bajador, fidedignísimo testigo de vista, y que á él
me remitía, y aun también daba por testigos al
Papa y Cardenales; y si era de cosas de España,
yo estaba presto de descargarme con evidente con-
fusión de mis enemigos, y que deseaba esto por
mi honra y no porque me hiciese mercedes, que
las que me podía hacer de mayor obispado no
las codiciaba, así porque ya tenía lo que me bas-
taba como porqiie no podía, por más presto que
me las hiciese, gozar mucho tiempo de ellas, se-
gún mi edad; y para oficios ya estaba muy harto
de ellos y había gustado de alguna quietud de
espíritu, la cual no dejaban tener los oficios
de corte.
Y es verdad que importunándome amigos
que hiciese alguna diligencia sobre la Presiden-
cia, que estaba vaca por muerte de Covarru-
bias, le respondí que con qué juicio podía yo ne-
gociar cosa que entendía que estaría mal á mi
ánima y á mi vida y á mi hacienda, y dando
tres evidentes razones de todas tres cosas, los
convencí.
Y para huir de la corte mayormente, donde
me dicen que tengo muchos enemigos, sin sa-
ber quién son ni por qué, se me acordaron dos
cosas notables: La una que habiendo celos de
la privanza del Regente Figueroa con nuestro
Emperador en Flandes, dos émulos muy prin-
cipales tenían consulta particular cada día, so-
bre buscar medio para desprivarle, y entre otros
acordaron que en un banquete le echasen sal
en el vino, y así se hizo, y con ello se le tur-
bó algo la cabeza y de aquello tomaron ocasión
para decir mal del, y con este y otros ardides le
desacreditaron. La otra cosa es que dos perso-
najes grandes de la corte fingíanse enemigos y
se contradecían delante de nuestro Rey y no se
visitaban de día, y después se visitaban de no-
che, lo cual me contó por cosa cierta en Roma
fray Gregorio Gallo, y lo otro también por ver-
dad refirieron por cortesanía y gentileza, nom-
brando los personajes, que por su honra yo
callo..
Hablando de la muerte de Covarrubias me
escribió el licenciado Temiño, del Consejo de la
Inquisición, estas palabras:
«Perdió vuestra señoría un grande amigo,
porque le estimaba todo lo que yo puedo enca-
recer y deseaba y procuraba su acrecentamien-
to tanto como el que más , lo cual , tratando
con él este particular, entendí diversas veces».
Y en la misma carta añade:
(.(Muy notorio agravio se hará á vuestra se-
ñoría si no le dan d Cuenca; 24 de octubre
da 1577».
Y en otra carta dice:
«Vuestra señoría reverendísima perdió un
buen amigo en el señor Presidente, y sé cierto
que por su voto á vuestra señoría se diera Cór-
doba ó Jaén, porque estimaba en mucho sus
muchas letras y experiencias; 20 de noviembre
del dicho año».
Pocos días después don Jorge de Meneses y
Sotomayor (caballero principal y de mucha lec-
ción, señor de Arconchel), me escribió en una
carta estas palabras:
«Yo me he pasado de Arconchel á Zahínos á
pasar este invierno, cazando los días, leyendo
las noches, que como son largas y hay aquí
mucha leña y poca gente, con los tizones y la
soledad hago noches áticas, teniendo siempre
en brazos los libros De República de vuestra
señoría y habilitándome con ellos para mandar
y ser mandado; obra es cierto digna de vuestra
señoría y que muestra bien los tesoros de su
pecho, con que enriquece su nombre y la cris-
tiana república».
En principio del año 1578 di cuatro mil du-
cados para que se comprasen docientos de
renta y con ellos se casasen cada año dos don-
cellas pobres en la villa de Simancas: la una del
estado de los hidalgos, con treinta mil mara-
vedís, y la otra de los buenos hombres, con
198
autobiografías y memorias
yeinte mil, y lo demás se repartiese en limos-
nas en la dicha villa.
Y compré en Badajoz unas casillas junto á
las de la dignidad episcopal para incorporarlas
en ella y extender los cuartos de la morada,
que están cortos, y acabé de edificar las caba-
llerizas y de acomodar y reparar toda la casa y
el estudio y huerta de ella.
A los 8 de enero llegó un liombre honrado
con cartas del Secretario Martín de Gaztelu,
en que me decía que Su Majestad me había
promovido al Obispado de Zamora de muy
buena voluntad, y le había mandado que me
avisase dello; y envióme testimonios públicos
que había estado arrendado los tres años pró-
ximos en veintisiete mil ducados cada año, y
que valía sin arrendamiento treinta mil.
Es cierto que yo gusté poco dello y así lo
sintió el mensajero, porque yo no deseaba tan-
to tener más renta cuanto est ir más cerca de
Cóidoba, adonde pesó mucho á todos mis deu-
dos desta nueva, por estar noventa y cuatro le-
guas de allí y ser tierra muy fría y no á mi
propósito.
Y si yo pudiera con justa causa no lo acetar,
lo hiciera; pero no habiendo querido á Plasen-
cia (') y dándome esto sin negociarlo, y debiendo
creer que Dios lo encaminaba, no pude dejar de
acetarlo.
A lo cual ayudó ver que esta tierra tiene
grandes incomodidades para el Obispo: que la
casa es muy lejos de la iglesia y áspera la su-
bida y bajada, y de gente muy pobre y muy
holgazana, enemiga de servir y de trabajar; y
con la vecindad de Portugal está más llena de
pobres y de gentes de tratos ilícitos y poco de-
vota, y con otras calidades de las que la ociosi-
dad suele acarrear.
Escribióme también Martín de Gaztelu este
capítulo:
«Su Majestad desea saber qué personas hay
en esa Iglesia y Diócesis letrados, graduados
en Teología y Derechos en Universidades apro-
badas, que sean muy prudentes, de vida ejem-
plar, mucha caridad y limpios de sangre, para
ser proveídos en Iglesias; y que de los que no
tuviere vuestra señoría entera noticia se infor-
me por diferentes vías para entender de raíz la
verdad ; y que cuando vuestra señoría lo tuviere
averiguado envíe relación dello, y que no lo en-
tienda nadie acá ni allá, porque quiere Su Ma-
jestad que sea muy secreto; y que vuestra se-
ñoría, por la mucha confianza que tiene de su
persona y religión, y como cosa que tanto im-
porta al servicio de Dios, haga esta diligencia».
Cosa es esta digna de Rey Católico. Plega
Dios que no lo engañe otro más que yo.
(') En el ms. Falencia.
En hebrero partí de Badajoz á besar las ma-
nos al Rey, dejando primero ordenadas las co-
sas del obispado, adonde compré veinte mili
maravedís de juro á diez y siete mil el millar
para limosnas, repartidas de esta manera: la
mitad para pobres viejos muy necesitados, y
la otra mitad para las beatas descalzas, cuya
casa yo bendije y son de mucha penitencia y
grandes siervas de Dios.
Llegué á la corte sábado 8 de marzo y fui
de amigos recebido con buen acompañamiento,
y luego el domingo me vinieron á visitar los
Consejeros y mucha gente principal, y tuvie-
ron por cierto que venía llamado para la presi-
dencia del Consejo Real, aunque yo los desen-
gañé á todos.
El día siguiente quise besar las manos al
Rey, y de repente se fué (como suele) al Esco-
rial, y quise ir allá y dijo que no ei'a necesario
que tomase aquel trabajo, que él volvería presto,
lo cual dilató un mes entero, que es ya refrán
que sus idas son ciertas y sus tornadas inciertas.
En este medio pagué algunas visitas princi-
pales, y todos decían que les había dado mucha
satisfacción mi conversación, y se maravillaban
de verme tan fresco y tan sano, y de tan buen
sujeto, porque habían publicado que estaba li-
siado, y unos decían que de gordo y otros que
de mucha gota, y que era inhábil por esto para
servir en oficio; y entre otros Mateo Vázquez,
íntimo Secretario del Rey, viéndome, se santi-
guó, diciendo que le guardase Dios de las mal-
dades del mundo, pues me habían pintado tan
al contrario de la verdad.
A los nueve de abril fué un criado antiguo de
Gaztelu al patio de Palacio y publicó á cuan-
tos le quisieron oir que yo era Presidente del
Consejo; y llamado por los de las Indias dijo
que era verdad y que él había visto la provisión
firmada del Rey, lo cual nunca después se ave-
riguó cómo y por qué lo dijo.
Oído esto vino toda la corte á darme el para-
bién, y siempre yo respondí que no debía ser
cierto porque semejantes cosas, y aun otras me-
nores, ninguno las sabe primero que aquel á
quien tocan, y que yo no sabía tal; y con todo
eso no me creían,
Fué tanto el aplauso y alegría de todos (exep-
tos los émulos), que públicamente decían que
era elección del Espíritu Santo y que no se
podía hacer cosa más acertada. Yo decía á al-
gunos amigos que ni me pesaría que saliese
cierto, por ver si podía ser útil á la república,
ni que [era] disparate, pues en ello excusaba
gran trabajo, mayormente en tiempo que había
de haber rencuentros entre el Rey y el reino;
de que no se podía juntamente servir á Dios y
á las pretensiones en que malos hombres ponían
al Rey.
DON DIEGO DE SIMAÍíCAS
199
Otro día voItíó el Rey á Madrid y el si-
guiente fui á besarle las manos, y sin yo que-
rerlo se juntaron á me acompañar ciento y cin-
cuenta personas de calidad, y entre ellos mu-
chos señores de título y Comendadores y otros
caballeros y gente de lustre, y el Rey y la
Reina y sus hijos lo estuvieron mirando el
acompañamiento á la ida y vuelta.
Yo entré al Rey y hinqué la rodilla cabe él,
y me levanté muy ligero en mandándomelo y
le dije estas palabras: Déme Vuestra Majestad
las manos por la memoria que ha tenido de
hacerme mercedes; y si yo fuera para servir en
algo, lo haré con la Jidelidad y cuidado que
siempre he servido. Respondió: Habeisme ser-
vido bien y especialmente en Roma. Repliqué:
Quisiera yo poder más, que todo lo que pude
hice. Preguntóme cómo me iba de salud. Res-
pondí que en Roma me iba mal, pero que en
España tenía buena salud.
Y porque le esperaban para consulta los del
Consejo Real, y con los Príncipes se ha de ha-
blar poco, y él no me preguntó más, me volví
con todo aquel acompañamiento; y pensando el
pueblo que ya era Presidente salían á decir que
tenía buen gesto y buena persona y que goza-
se la presidencia, y otras cosas mayores, mos-
trando todos mucha satisfacción y alegría.
Vinieron de la Iglesia de Zamora á darme el
parabién y descubriéronme el engaño que ha-
bían hecho en decir que valía aquel obispado
veinte y siete mil ducados, el cual solaparon y
coloraron con tres cosas: la una que no sacaron
los prometidos, que sumaron cada año mil y
trescientos ducados; la otra, que contaron todo
el pan al precio de la Pregmática, habiéndolo
de estimar, para efecto de echar pensiones, á
justa y común estimación; la tercera en que
también contaron por ordinaria la renta de
unas nuevas roturas, que al principio dan mu-
cho y después rentan menos.
Visto el engaño y que el Rey me puso la
pensión á respecto de veintisiete mil ducados,
no rentando el obispado sino veintidós mil, le
di un memorial diciendo que en cuanto fué de
su parte yo recebí mucha merced, mas que por
la dicha falsa relación quedaba defraudado del
efecto de ella; que le suplicaba tuviese de esto
memoria para hacerme otra merced que no me
fuese tan dañosa. Recibió y leyó el memorial, y
guardólo y no proveyó cosa.
En estos días me vino á visitar el Arzobispo
de Toledo, y las pláticas que pasamos fueron
éstas: Díjome: ¿Qué aguarda aquí vuestra seño-
ría? Respondí: Aguardo á que se envíe á Roma
mi presentación y á ver si el Rey me desagravia-
ba del engaño que he recebido en lo de Zamora.
Replicó: ¿Y espera vuestra señoría también la
presidencia? Respondí: También espero el fin de
estos rumores. Dijo: ¿Y atreveríase vuestra se-
ñoría á sufrir el trabajo de ser Presidente? Res-
pondí: Sí atrevería, hasta ver silo podía tolerar;
y si viese que no podía, dejaría el oficio. Dijo:
Eso es bueno de decir y difícil de ejecutar. Re-
pliquéle que yo me conocía y para mí sería cosa
fácil. Dijo: ¿Y no haría vuestra señoría escrú-
pulo de la residencia? Respondí que dispen-
sando el Papa y siendo para el bien público, el
Concilio quitaba el escrúpulo. Dijo: Pues por mi
consagración que yo nombré á vuestra señoría
para Presidente. Díjele que me hacía agravio
en jurarlo; que aunque todo el mundo me dijera
lo contrario, yo no creyera que su señoría había
de serme contrario, pues había tantas cau-
sas para creer que había de hacerme en todo
merced.
Lo que de ahí á pocos días resultó dio bien
á entender que todas estas pláticas fueron arti-
ficiosas y para darme alguna excusa, porque ya
él sabía lo que estaba tratado y lo que él había
rodeado, y que todos le habían de echar la cul-
pa; y así [no] me dijo que había hecho por mí
más que nombrarme, y se entiende que tam-
bién nombró otros, y que hizo cuanto pudo
porque fuese Presidente el Obispo de Pati,
como lo fué.
El discurso que sobre esto hicieron hombres
cuerdos fué éste: que viéndose el Arzobispo
muy malquisto y siendo de condición áspera y
altiva, no pudo sufrir que fuese Presidente
hombre más bienquisto y más letrado y que
más había servido que él; y que temió que si á
mí se daba la presidencia yo no había de es-
tarle sujeto, y que podría desbaratar su privan-
za si el Rey me comunicase y supiese con cuán-
ta fidelidad y verdad y libertad cristiana siem-
pre le serví, y cuan sin interese y sin artificio
y sin malos respetos.
Algunos meses antes se dijo en su casa que
ó él sería Presidente ó quien él quisiese; y él
dijo una vez que no había tenido día bueno des-
pués que fué Obispo, pero que todo lo sufría la
señora ambición, y ésta es la que (como en otra
parte he referido) llamaron con razón algunos
demonio pésimo.
Las causas que movieron á todos para en-
tender y creer que esta provisión fué guiada por
el Arzobispo fueron muchas: que es de los Qui-
rogas, de Galicia, y el de Pati gallego, de Pon-
tevedra; que él le cometió la visita de la Inqui-
sición de Sicilia, y dio orden que viniese con
ella á la corte: que le hizo nombrar para el obis-
pado de Avila, diciendo al Rey que merecía
mejor el arzobispado de Toledo que él mismo, y
que se podía y debía servir del en cosas de gran
importancia; que fué en su nombre á tomar la
posesión del arzobispado después que fué nom-
brado para Avila, y hacía por él en Madrid
20Ü
autobiografías y memorias
actos pontificales, como hombre de su propia
casa; y por éstas y otras causas le tenía tan
obligado, que podía esperar qne le había de te-
ner de su mano.
El Obispo de Pati, don Antonio Mauriño
de Pazos, estudió en Bolonia y de allí se fué
á abogar á Galicia, y siendo yo tres años había
del Consejo de la Inquisición, después de diez
y medio de Oidor de Valladolid, me vino á pe-
dir cartas de favor para pretender una Inquisi-
ción, y con ellas negoció la de Sevilla, y de allí
la de Toledo, y para ir á Roma á la causa del
Arzobispo fué nombrado porque había estado
en Italia y sabía la lengua de allá, y tenía más
noticia que los que de nuevo íbamos de las co-
sas de Roma.
Yo le llevé en mi galera y le hice amistad
siempre y le negocié que le dejasen salir de
Roma, porque allí le dio gota artética y estu-
vo dos veces deshauciado, y cuanto comía se le
convertía en mal humor, y dijo un médico que
le curaba que ya no sabía qué le pudiese man-
dar que comiese, sino pan y pildoras.
Fuéle mejor de salud en Sicilia y hizo allí
una visita de la Inquisición y vino con ella á
Madrid, y el Arzobispo de Toledo le hizo nom-
brar para el obispado de Avila, y según pareció
por el suceso él persuadió al Rey que le hiciese
Presidente y sin obispado, y le puso nuevo es-
crúpulo de que Obispo obligado á residencia
fuese Presidente, y aun que para excluirme á mí
y á los pretendientes que estaban delante se
suplicó que no era bien hacer Presidente cole-
gial, porque proveían muchos de sus colegios.
La cual creo fué también invención de con-
fesos, enemigos de colegios, y es bordón de
herejes condenar las cosas buenas porque haya
en los que las administran algunos abusos; y
debían advertir los que esto trataron que el
no Obispo de Pati había sido colegial de Bo-
lonia.
Y porque los que desean que los colegios se
pierdan ó que dejen entrar hombres malvados
en ellos han inventado una fábula en tiempos
pasados, y ahora vuelven á ella diciendo que no
deben salir los colegiales desde el colegio á ofi-
cios mayores sin que primero pasen por oficios
menos principales, digo que es invención falsa
y mala, porque para oficios perpetuos no es me-
nester experiencia de otros menores, sino mu-
chas letras y buen seso, y la experiencia y prác-
tica de las Chancillerías allí se aprende en po-
cos días, y la de los oficios temporales no apro-
vecha para esto, antes estorba, y en ellos se ol-
vidan las letras, porque no se puede estudiar
con aquellas ocupaciones, y menos en los me-
sones andando en las residencias; y desto hay
notoriedad y evidencia, y experiencias cotidia-
nas; es verdad que no todos los colegiales son
grandes letrados, ni de macho seso, pero por
aquéllos no han de perder los otros.
Volviendo á la historia, el 01>ispo de Pati
fué declarado por Presidente el día de Santa
Cruz de mayo con gran admiración destos rei-
nos y muy á disgusto de todos los letrados, es-
pecialmente de los Consejos, y el licenciado
Luis Tello Maldonado, del Consejo Real, dijo
estas palabras: Nuestros pecados han causado
esto, porque no merecíamos tener á vuestra seño-
ría en nuestra compañía.
Vinieron muchos amigos á consolarme, y
halláronme tan sin necesidad de consuelo que
se maravillaban; y les decía, y lo había dicho
antes desto y era verdad, que yo nunca nego-
cié la Presidencia, ni la deseé; solamente quise
no enterrar los talentos que Dios me dio y ve-
nir á la corte á deshacer las mentiras que ha-
bían publicado para estorbar que el Rey me
ocupase en su servicio y bien del reino, y con
esto había cumplido conmigo y con todos; y
resuelto el Rey en no elegir Obispo obligado á
residencia, no me había hecho agravio, antes
holgaba mucho que cayese la suerte en persona
que me tenía mucha amistad.
Y hasta que esto escribo se ha mostrado
siempre muy amigo en palabras y obras, y creo
que siempre lo sea, y ha tenido particular
cuenta con todo lo que me ha tocado y le he
pedido por otros. Y dijo el Marqués de Priego
que él había negociado algunos meses para mí
la Presidencia, y por cartas que me escribió en-
tonces á Badajoz, y por lo lejos que estaba de
poderla negociar para sí, creo que dijo verdad.
Han considerado algunos cuan hondo fué el
trato para no darme la Presidencia, pues per-
suadieron al Rey muchas cosas juntas para
ello, y le hicieron condescender en cosas muy
ajenas de su condición, que estimando más pro-
veer doscientos ducados de pensión que un
obispado, le dio seis mil ducados de pensión; y
teniendo mucha cienta en hacer pocas merce-
des en dinero, le dio seis mil ducados para po-
ner casa y le suplió hasta doce mil ducados de
renta, lo cual todo se excusaba dándome la
Presidencia.
Y don Antonio de Padilla y Busto de Ville-
gas, que tenían partes conocidas para ser Pre-
sidentes y sintieron mucho no los haber ele-
gido, decían que si yo lo fuera no se agravia-
ran, pues era más antiguo que ellos y había
servido más; pero si no querían Obispo, que
con menos que dieron al de Pati se contenta-
ran, y antes habían sido Oidores y del Consejo,
y don Antonio era Presidente de Ordenes y
Villegas había sido Gobernador del arzobis-
pado de Toledo.
En estos días recebí una carta del Cardenal
Granvela, cuyas palabras son éstas:
DON DIEGO DE SIMANCAS
201
«De la dispensación del sobrino tanto me he
holgado de que se hiciese, con mostrar Su
Santidad la buena voluntad que tiene á vuestra
señoría, como vuestra señoría mismo, y en mí
hallará siempre la afición viva y deseo de ser-
virle en todas las ocasiones; y le aseguro que
siento en todo extremo lo que veo por su carta
primera, que Su Majestad no haya hecho con
vuestra señoría más demostración, ni sé á qué se
pueda imputar, pues en su persona hay tantos
méritos y ningún desmérito, y si Su Majestad
quiere creer á los de ruines intenciones y á rela-
ciones apasionadas ó interesadas no hará poco
daño á sus cosas; dejo aparte lo que esto podría
agraviar su conciencia real».
Y después de otras razones dice:
«A otros veo medrar con pocos años de ser-
vicio y no es tiempo para desear cargos. Vues-
tra señoría mire de servirse de mí, si se ofre-
ciere ocasión en que lo pueda hacer, confiado
en que en ninguna parte rae hallaré jamás á
donde no conozca en mí la misma voluntad y
afición que siempre, y por no ser las cosas del
mundo muy sabrosas dejaré de tocar dellas, y
acabaré con suplicar á Nuestro Señor guarde
y acreciente la muy ilustre y reverendísima
persona y estado de vuestra señoría como deseo.
De Eoma 3 de hebrero».
También recebí dos cartas del doctor Bravo,
Auditor de Rota, y en la una dice:
«Creación hay de Cardenales publicada, y
creen que presto habrá otras, de que no se me
da nada, como no sea vuestra señoría, que si
quisiera sello fuera más antiguo que muchos
que lo son. No corren tiempos de llevar las
cosas por su punto, y lo peor es que padece la
república».
Y en la otra pone estas palabras:
«Con cuidado estoy de saber cómo le ha ido
á vuestra señoría en la corte. Aquí se han dicho
muchas cosas que satisfarían á los servidores
de vuestra señoría si fuesen ciertas. No se pue-
de dejar de haber acertado en haber ido ahí-
por muchas cosas, y especialmente para desha-
cer las buenas intenciones de algunos que que-
rían privar á vuestra señoiía de la salud que
Nuestro Señor es servido darle. Dios los con-
funda y vuelva por tantos servicios y trabajos
que no merecen se traten así».
Por este tiempo recebí de Roma la carta
siguiente:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
«Infinita consolación he recibido con la carta
de vuestra señoría de 9 de noviembre y con el
duplicado de ella de los 19 de enero, si bien la
una y la otra eran anejas, siéndome en todo
tiempo gratísimas las nuevas de su salud y ver
que se acuerda de mi aficionada voluntad acer-
ca de vuestra señoría. He dado á Su Santidad
aquellas cartas que vuestra señoría le escribió,
y en su nombre le besé los pies por la gracia
que le hizo de la dispensación, la cual, no ha-
biendo yo podido hacer por la ausencia antes de
hoy, he diferido hasta ahora la respuesta á las
dichas letras. Ahora digo que no sólo Su San-
tidad ha aceptado y agradecido á vuestra seño-
ría este oficio, mas también mostrado tener
grata memoria de su persona, hablándole yo
del nombramiento que de sí Su Majestad ha
hecho de vuestra señoría para la Iglesia de
Zamora, de lo cual, al igual de cualquiera su
más aficionado, siento increíble alegría, viendo
que se comienzan á conocer con efectos sus
muchos méritos, y por tanto doy muchísimas
gracias á vuestra señoría del aviso que quiso
darme por esta suya de 11 de febrero y del
favor que por su cortesía promete de hacerme
llegando á la corte, donde del señor don Carlos
de Avalos, mi cuñado, con gran contento mío
he entendido que vuestra señoría se hallaba
cerca de la expedición de la Iglesia, aunque la
cédula del nombramiento, según me ha dicho
el señor Embajador, aun no es venida; no de
menos he hecho oficios.anticipados con algunos
destos señores ilustrísimos, y particularmente
con el señor Cardenal Esforza, que es grandí-
simo patrón y amigo mío, y todos están dis-
puestísimos de mostrar á vuestra señoría en
esta ocasión la afición que le tienen.
Cuando sea tiempo les volveré á hablar, y
cada vez que vuestra señoría, por me hacer
favor, querrá mandarme, le serviré con la obra
y con el corazón prontísimamente, con el cual
fin suplico á Nuestro Señor dé á vuestra seño-
ría continua felicidad. De Rema á los 26 de
mayo 1578. Al servicio de vuestra señoría muy
ilustre y reverendísima promptísimo. — El Car-
denal Jesualdoy>.
Poco antes me había escrito el Rey lo que se
siffue:
«POR EL REY
Al reverendo en Cristo Padre, Obispo de Ba-
dajoz, del su Consejo, electo de Zamora :
El Rey
«Reverendo en Cristo Padre, Obispo de Ba-
dajoz, del nuestro Consejo, electo Obispo de
Zamora:
"Sabed que un moro de nación, llamado Joan
Alayde, que fué del Xarife, ha venido á esta
nuestra corte de su voluntad, alumbrado por el
Spíritu Sancto, á convertirse á nuestra sancta
fee católica; y porque tengo buena relación del
y su buen propósito vaya adelante y sirva á
Nuestro Señor como buen cristiano, holgaría
que estuviese en vuestra casa, y así os ruego
202
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
que haciéndole primero bautizar le recibáis y
tengáis ocupado en cosas della, ordenando que
se le haga buen tratamiento y tengan particu-
lar cuidado del en doctrinarle y enseñarle de
manera que vaya en aumento con su buen pro-
pósito, y estando satisfecho de que es verdadera
su vocación á nuestra religión y de sus costum-
bres y de que es útil para algún ministerio, nos
avisaréis dello para hacerle emplear en lo que
más se inclinare, que en ello me serviréis. De
Parraces á 18 de junio 1578. — Yo el Rey. —
Por mandado de Su Majestad, Martín de Gaz-
telws).
Y en cumplimiento de lo que Su Majestad
me mandaba, después que el dicho moro estuvo
bien instruido en la doctrina cristiana le bap-
ticé yo mismo con mucha solemnidad en la
iglesia de San Sebastián, que es la parroquia
de mi morada, y le tengo señalado uno de mis
capellanes que le enseña la lengua y las cosas
tocantes á nuestra religión católica.
A 11 de agosto recebí otra carta del Carde-
nal Jesualdo, cuya copia es la que sigue:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
» Ayer se pasó en el Consistorio la Iglesia de
Zamora en la persona de vuestra señoría, con
tanta honra de mención de la virtud y méritos
suyos y con tanto aplauso de todo el Sacro
Colegio que no he querido pasarlo en silencio;
mas como sentí placer grandísimo, así también
por la presente quise con todo afecto alegrar-
me con vuestra señoría, gozando yo de ver que
en todo lugar sean reconocidas y tenidas en
mu ho sus raras cualidades; y suplico á Dios
Nuestro Señor sean ensalzadas en el grado que
ellas merecen, y que entretanto le conceda
continua felicidad. De Roma 14 de junio 1578.
Al servicio de vuestra señoría, muy ilustre y
reverendísima. El Cardenal Jesualdoy>.
En este propósito recibí otras dos cartas,
una del Cardenal Santa Cruz y otra de don
Joan de Zúñiga, Embajador. La del Cardenal
es ésta:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
» Sirva ésta para alegrarme con vuestra seño-
ría de la traslación que pocos días ha fué hecha
de su persona en Consistorio, con grande testi-
monio y alabanza de su valor y de muchas de
sus obras impresas que hacen fee de la doctrina,
prudencia y bondad de vuestra señoría. Plega
á Nuestro Señor de darle cada día mayor exal-
tación y contento, así como lo merece su gran
virtud y valor y como lo deseamos nosotros
que tanto le conocemos, amamos y estimamos,
entro los cuales yo siempre pretendo ser de los
primeros, y no tendré mayor contento que de
emplearme en servicio de vuestra señoría, á la
cual ruego á Dios conceda toda felicidad. De
Roma á 12 de julio de 1578. Aficionadísimo
para servirle siempre Próspero, Cardenal San-
ta Cruzy>.
La otra carta, del Embajador de Castilla,
don Joan de Zúñiga, cuyo tenor es el que
sigue:
«Muy ilustre y reverendísimo señor:
))Por no escribir á vuestra señoría lo que ha-
bía sentido que se hubiese alejado tanto de su
tierra, con tan poca mejoría como hay de Za-
mora á Badajoz, he dejado de escrebir á vues-
tra señoría, esperando cada día que por otro
camino Su Majestad remediara esto; y no estoy
desconfiado de que haya de ser, siendo testigo
del valor y integridad con que vuestra señoría
sirvió en el mayor negocio que á Su Majestad
y á esos reinos se ha ofrecido, y teniendo mu-
chas cartas de Su Majestad en que me dice la
gran satisfacción que de esto le queda; mien-
tl'as este punto llegare, suplico á vuestra se-
ñoría atienda á mirar por su salud y me dé
siempre aviso de la que tuviere y de lo que hu-
biere en que yo le sirva, pues sabe que lo cum-
pliré con la voluntad que le debo. Nuestro Se-
ñor guarde y prospere la muy ilustre y reve-
rendísima persona y estado de vuestra señoría,
como deseo. De Roma 18 de julio de 1578. —
Besa las manos de vuestr a señoría, don Joan
de Zúñigay>.
Vistas estas cartas por un amigo mío, dijo
que mejor me habían conocido en Roma que
en la corte de España. Yo respondí que no ha-
bía faltado entre algunos ministros del Rey co-
nocimiento, sino sobrada malicia, y que yo en-
tendía que los que habían querido escurecer
mis méritos y servicios lo habían hecho con
malos medios y peores fines; los unos por en-
vidia y propios intereses, y los otros por miedo
que tuvieron á la verdad y fidelidad sin interese
mío, con las cuales cosas siempre he servido,
Díjome un fraile Jerónimo estos días pasa-
dos que cuando se hablaba mucho que me da-
ban la Presidencia del Consejo Real, le había
dicho uno de los que tratan en la Hacienda de
el Rey que si yo era Presidente los había de
destruir, el cual miedo no pudo nacer de mi
condición (que siempre fué blanda y sin per-
juicio de tercero), sino del vermículo de su con-
ciencia, que les debe de remorder si no han
tratado fielmente sus oficios, lo cual se entien-
de bien claro de algunos dellos, que habiendo
entrado muy pobres á servir al Rey dentro de
pocos años están riquísimos.
Otros me han sido enemigos secretos por-
que habiendo ellos servido muy mal no han
sido castigados, antes han recibido premios, y
á los tales pésales que otros sirvan bien y que
los buenos servicios sean galardonados. Otros
porque defendí el estatuto de Toledo me tienen
odio; y otros de miedo que si yo quedaba en
DON DIEGO DE SIMANCAS
203
la corte y el Rey me conociese y tratase, ellos
quedarían muy desacreditados y quizá perde-
rían la gracia del Rey que indignamente ha-
bían ganado.
En agosto de este año se concertó en Cór-
doba de casar á doña Catalina de Acebedo con
don Alonso de Argote, uno de los principales
mayorazgos de aquella ciudad y de los más no-
bles della; prometiéronsele diez mil ducados de
dote; yo le pagué los tres mil dellos, por ser
doña Catalina nieta de mi hermana la señora
doña Isabel de Simancas, madre de doña Isa-
bel de Hoces, mujer de don Pedro de Acebe-
do, cuya hija es la dicha doña Catalina de Ace-
bedo,
A pocos días vino en esta corte, de Sevilla,
el doctor Cartagena, médico y teólogo, el
cual rae dijo que curando él á don Diego De-
za. Obispo de Coria, de la enfermedad de per-
lesía que tenía, le llegó la presentación del Rey
para la Iglesia de Jaén; y que él le dijo que,
atento á que su edad y enfermedad ninguna
esperanza daba de que pudiese jamás ir á Jaén
ni hacer acto pontifical (como ello salió cierto),
que le parecía que no podía con buena concien-
cia aceptar aquel obispado, y que él le respon-
dió que lo viesen teólogos; y sus parientes y
interesados hallaron dos frailes augustinos que
dieron por parecer que porque había enferma-
do siendo Obispo de Coria podía en buena
conciencia aceptar el obispado de Jaén, no obs-
tante lo que decía el doctor Cartagena; y así,
conformándose con el dicho parecer aceptó el
obispado de Jaén y lo tiene hasta el día que
esto se escribe, sin haberse podido menear y
cobrando las rentas un sobrino suyo lego, con
muy gran daño de todo aquel obispado.
He querido poner aquí esto porque se sepa
quién me fué antepuesto en la provisión del
dicho obispado, y para que sirva de aviso á los
Reyes y Papas que no crean sin mucho funda-
mento en materia tan grave á los medianeros
que les quisieren persuadir que provean obis-
pados en personas de que no tengan muy en-
tera relación del estado en que están aquellos á
quien quieren proveer; porque si el Rey y el
Papa supieran cuál estaba el dicho Obispo al
tiempo que le nombraron y hicieron Obispo de
Jaén, imposible fuera que lo aprobaran para
otra Iglesia, pues no descargaban sus concien-
cias en hacerlo.
Por este tiempo compré sobre las alcabalas
de carnecería y de los paños de Córdoba seis-
cientos ducados de renta, los cuales el Rey ha-
bía dado en pago á un genovés á treinta mil
el millar, y yo los compré del á diez y nueve
mil maravedís el millar, que suman once mil y
cuatrocientos ducados, los cuales compré para
dotar nuestra capilla de la advocación del Es-
AUTOBIOURAKÍAS V MEMORIAS.— 24
píritu Santo, de la iglesia Mayor de Córdoba y
para otras obras pías.
Día de San Lucas de este año murió el
Príncipe don Fernando, heredero que había de
ser de estos reinos; y aquella tarde me envió
el Rey á decir que rccebiría servicio en que
fuese juntamente con el Almirante de Casti-
lla á llevar el cuerpo del Príncipe á San Lo-
renzo del Escorial; y avisáronme que todos los
capellanes y clérigos habían de ir á mi cargo,
y que en los lugares por donde habíamos de
pasar ningún bastimento había y que era ne-
cesario que se llevase de Madrid todo.
Yo acepté, diciendo que nunca había rehu-
sado en hacer lo que Su Majestad me había
mandado, ni menos rehusaría ahora, aunque me
pesaba de hallarme desproveído y de darme
muy poco tiempo para proveer todo lo necesa-
rio, porque el Rey quería que luego otro día
en amaneciendo saliésemos con el cuerpo del
Príncipe, y era mayor la dificultad por ser
aquel día fiesta y el día siguiente domingo;
mas con todo eso se puso tanta diligencia que
mis criados con algunos amigos en aquella no-
che hincheron de bastimentos diez carretas de
las grandes de la Mancha, llevando gran can-
tidad de aves, cabritos, carneros, terneras, va-
ca, tocino, manteca y otras cosas de comer, y
mucho pan masado y cebada, de que había
harta falta en Madrid, y llevóse mucha plata,
mesas, sillas, bufetes y todo lo que para seme-
jante caso se requería.
El otro día, antes que amaneciese, nos junta-
mos en San Jerónimo, y por auto público, ante
Martín de Gaztelu, nos entregaron el cuerpo
del Príncipe á mí y al Almirante, anteponién-
dome siempre por escrito, y después, llevando
al Almirante á mano izquierda, porque esta
honra y preeminencia se guarda á los Obispos
en España; lo cual había de ser ejemplo para
que lo mismo se hiciese en Italia, pues que se
debe esto y más á los Obispos, según consta
claro por lo que escril)í en el libro que compuse
De la dignidad de los Obispos.
Fuimos con el cuerpo del Príncipe á Las
Rozas á comer y al Galapagar á cenar, y el
día siguiente temprano llegamos á San Loren-
zo, adonde dije yo misa de pontifical y entre-
gamos el cuerpo al Prior y frailes de aquel mo-
nasterio, y comimos allí, y visto lo principal de
aquellos soberbios edificios, volví á dormir á
Galapagar y otro día vine temprano á Madrid.
Fueron aquellos días muy ásperos de frío y
vientos y aguas; pasóse mucho fastidio en pro-
veer á tanta gente, que en la primera, segunda
y tercera mesa se dio de comer á cien personas,
sin muchas raciones que se dieron fuera de las
mesas, en todo lo cual se gastaron muchos di-
neros por estar la tierra carísima; mas yo los
204
autobiografías y memorias
di por bien empleados, porque se hizo todo
cumplidamente, que sobró parte de casi todas
las vituallas que se habían llevado.
'"Esperando yo por horas las bulas de Za-
mora y no pudiendo ni debiendo llevar conmi-
go aquel moro que por mandado del Rey había
baptizado, por ser muy vicioso y más amigo de
guerra que de paz, y por no poder en mi casa
servir en oficio alguno, hablé con don Luis
Manrique (por cuya mano se me había encar-
gado), y le rogué que tratase con el Rey que
lo enviasen á Flandes, donde había guerra, ó á
alguna guarnición de Italia para que allí sir-
viese, conforme á lo que él decía que deseaba
hacer.
Tratólo don Luis con Su Majestad y no se
tomó resolución, diciendo que se venían muchos
moros de África pensando que les habían de
hacer muchas fiestas, y que después de baptiza-
dos probaban todos mal y no se querían aplicar
á servir ni á oficio alguno, lo cual era gran
confusión, porque no se les podía negar el bap-
tismo ni se podía cumplir con ellos como lo
pensaban.
Yo le dije á don Luis que el baptismo no se
les podía negar viniendo con buen propósito y
estando primero doctrinados en la fee católica;
mas que debían antes ser desengañados, avi-
sándoles que no les habían de dar de comer
holgando, sino que lo habían de ganar traba-
jando en algún oficio, si lo sabían, ó sirviendo
conforme á su calidad, como hacían los cristia-
nos que no tenían hacienda; que aunque deseá-
bamos que todos los infieles se convirtiesen á la
sancta fee católica, mas que no se les podían dar
muchos bienes temporales; harto era que seles
abriese el camino para el cielo y sacados de sus
errores y malas sectas, y declarándoles esto al
principio de su conversión, no temían después
de qué agraviarse de que no les hiciesen muclia
fiesta, como ellos decían que la hacían los mo-
ros á los cristianos renegados que se pasaban á
ellos.
Parecióle bien esto que le dije á don Luis;
no sé si lo harán así.
Desde algunos días me fui á despedir del
Rey y le dije que por su mandado yo había
baptizado á aquel convertido, y que todo su de-
seo era guerra, la cual en mi casa no podía
ejercitar si no era peleando con mis criados.
Rióse el Rey oyendo estas palabras, y yo prose-
guí diciendo que ya don Luis Manrique había
tratado desto con Su Majestad y que la reso-
lución que le diese aquélla seguiría yo. Díjome:
Yo os lo agradezco. Proseguí luego diciendo
que con su licencia yo pensaba partirme presto
para Zamora (creyendo que no tardarían mis
bulas); que si allí entendiese que podía servir
en algo á Su Majestad lo haría sin esperar á
que se me mandase. Díjome: Así lo confío de
vos.
Tardó el Rey en determinarse á dónde se
enviaría el dicho convertido otros cuatro meses,
y al fin dellos acordó que fuese á servir de sol-
dado á Cataluña, con cuatro ducados de ventaja
cada mes, habiéndome hecho á mí de costa más
que ciento y cincuenta ducados.
No vinieron mis bulas hasta siete de diciembre,
y el Rey firmó la provisión (^que llaman ejecu-
toriales) víspera de Navidad, y con ella y con
las bulas envié á mi Provisor para que tomase
la posesión con un poder muy general, por vir-
tud del cual pudiese hacer todo aquello que yo
pudiera siendo presente.
Pidió mi Provisor la posesión al Cabildo, y
no se la quisieron dar porque no decía el poder
expresamente que jurase los estatutos y cos-
tumbres y sentencias arbitrarias de aquella
Iglesia ; y aunque el Provisor se ofreció que
por virtud del poder que tenía él juraba en
ánima mía que todo aquello les sería guardado
en cuanto conforme á derecho se debiese guar-
dar, con todo eso no le dieron la posesión hasta
que llevase poder particular para ello.
Lo cual por mí sabido recebí mucha indigna-
ción y di noticia dello al Presidente del Consejo
Real y á otras personas, en las cuales hallé
muy buena voluntad para proceder conti'a los
Capitulares con rigor y mandar que pareciesen
algunos dellos en la corte peísonalmente por
haber sido inobedientes á las bulas del Papa y
á la provisión del Rey en que se les mandaba
dar luego la posesión, y por haber hecho una
gran insolencia y de mal ejemplo.
Que bien mirado, después que los Capitula-
res no eligen á los Obispos, antes el Rey los
presenta y el Papa les confiere los obispados,
poca parte son los Cabildos para dar ó impedir
la posesión, mayormente mandando el Papa y
el Rey que se les dé sin condición alguna.
Y puédese decir que los Obispos no tienen
obligación de jurar en manos de sus inferiores,
ni hay ley de superior que tal mande; y si hay
costumbre que se haga así, esa es voluntaria,
introducida por inferiores ó á lo menos por
iguales, así que no obliga á los Obispos suceso-
res; y el juramento que el Papa manda que los
Obispos hagan, señala en su bula particular
que sea en manos de otro Obispo y no de el
Cabildo.
Y caso que dicha costumbre obligara y el
nuevo Obispo no la quisiere guardar, no por
eso era parte el Cabildo para impedir la pose-
sión contra los mandamientos del Papa y del
Rey, pues jurar el Obispo ó no jurar los dichos
estatutos no es cosa que puede estorbar la pose-
sión de su Iglesia, antes debía de ser pleito ordi-
nario después de dada la posesión.
DON DIEGO DE SIMANCAS
205
Y aunque la costumbre fuera muy más fuer-
te de lo que es, para que el Obispo jurara, pero
no hay costumbre, ni la puede haber para que,
no queriendo jurar el Obispo, tenga autoridad
el Cabildo para impedir la posesión; y asi el li-
cenciado don Pedro Ponce de León, Obispo de
Plasencia cerca de veinte años ha, yendo á
tomar la posesión de su Iglesia y pidiéndole
los Capitulares que hiciese aquel juramento, dijo
con muchas letras y valor que tenía: Yo soy
Obispo por el Papa y por el Rey á vuestro pe-
sar, y no quiero hacer ese juramento; y luego se
entró en la Iglesia y tomó su posesión.
Así que bien pudiera yo, á pesar del Cabildo
de Zamora, tomar la posesión por virtud de los
mandatos del Papa y del Rey, y con esto refre-
nar sus insolencias, que las suelen tener también
en otras cosas contra sus Obispos; mas por no
usar del rigor que pudiera y no entrar en dis-
gusto, y porque muchos me lo rogaron, quise
remitir algo de mi derecho y envié un poder
particular para hacer aquel juramento, que
realmente es de muy poco efecto, que no obli-
ga, conforme á derecho, más que á las cosas lí-
citas, justas y honestas.
CÍAPÍTÜLO DE CARTA DEL DOCTOR NAVARRO Á
CIERTO AMIGO SOYO DESPUÉS DE LA SEN-
TENCIA DEL ARZOBISPO DON FRAY BARTO-
LOMÉ DE CARRANZA
Muy magnífico y muy reverendo señor:
Las nuevas de la causa de nuestro ilustrísi-
mo son éstas.
Lo primero que en la causa hay es que ella
está acabada, contra la opinión de los que pen-
saban y aun por ventura deseaban que nunca se
acabase.
Lo segundo, que su señoría ilustrísima ha
obtenido victoria; porque se pretendía contra él
que había caído en algunas herejías, de tantas
que dicen haberle sido opuestas, y por consi-
guiente que era descomulgado por la bula de
la Cena y privado de su dignidad y deber ser
privado de la vida. Y Su Santidad ha declara-
do, con efecto, que no ha caído en herejía
alguna ni en pena por derecho estatuida contra
ella, ni haber perdido su dignidad, ni menos
deber perder la vida.
Lo tercero, que aunque Su Santidad lo decla-
ró por sospechoso acerca de algunas herejías,
pero luego in continenti, en dándose la senten-
cia, su señoría se purgó dellas y de todas las
otras sospechas en la forma que se le mandó;
por la cual purgación quedó libre y absuelto de
todas herejías que se le opusieron y de las di-
chas sospechas y de las penas en derecho con-
tra ellas ordenadas y libre de toda suspensión
de las órdenes, et ab officio et beneficio, no
obstante que de las penas penitenciales que se
le pusieron fué la suspensión de la administra-
ción de la Iglesia y frutos por cinco años,
exepta la de doce mil ducados por cada año,
libres de todo cargo. Porque es claro en derecho
que otra cosa es deponer ó suspender á uno de
sus órdenes, ó de oficio ó beneficio, y otra sus-
penderlo de la administración de cierta Iglesia
y frutos de ella, á lo menos para poco tiempo.
Por lo cual el dicho ilustrísimo, al otro día,
que fué Domingo de Ramos, dijo públicamente
misa delante de gran auditorio, y ansí la dirá
cada día que le pareciese. Y el Obispo que le
acompañó de San Angelo á oir la sentencia de
Su Santidad le trató de ilustrísima, como se
debe tratar el Arzobispo de Toledo, Primado
de la España. Y de la misma manera lo trató
el ilustrísimo Gobernador de el Burgo, cuan-
do, después de oída la sentencia, lo llevó hon-
radamente al monasterio de la Miner\^a. Y de
la misma manera lo trataron los otros, y con
razón, porque las penas penitenciales que se
suelen dar á los que han caído en sospecha de
herejía, á los que se purgan de ellas jurídica-
mente no son penas ordenadas por derecho
contra la herejía, sino por haber dicho ó hecho
algunas cosas de que resulte aquella sospecha.
Lo cuarto, que los más de los romanos, gen-
te que son de gran prudencia, dicen que no se
maravillan de que contra el dicho ilustrísimo,
aunque nunca haya caído en herejía ninguna,
se hayan hallado conjeturas de tales sospechas,
porque piensan que apenas se hallará persona
en todo el orbe que haya sido como él, de ocho
años hasta casi sesenta, estudiante, fraile. Lec-
tor, Maestro, Provincial, Predicador y Consul-
tor del oficio de la Santa Inquisición, y aun
del Concilio de Trento, y Calificador de libros
de herejes y de las proposiciones en ellos llega-
das que Inquisidores le mandaban calificar en
España, Inglaterra, Flandes y Trento, y hu-
biese escrito tantos cartapacios y libros, y he-
cho tantos memoriales y respondido á tantos
como él, contra quien no se hallasen algunas ne-
gligencias y descuidos en dichos ó hechos, pre-
dicando, aconsejando ó escribiendo, que pudie-
sen causar algunas tales sospechas, y [más] si se
hiciese pesquisa desto contra él en tanto tiempo
y con tan gran costa y diligencia en cuanto
tiempo y con cuanta diligencia se ha hecho
contra él. Los cuales mismos romanos dicen
que en menos tiempo y con menos costa y di-
ligencia se hubieran hallado más y mayores
conjeturas de que él siempre ha sido católico,
siendo mayormente notorio que la Majestad del
Catolicísimo Rey, que lo conocía enteramente,
le nombró para la mayor dignidad de todos los
reinos, principalmente por conocer que era tan
gran períeguidor de herejes; y que si antes de
206
autobiografías y memorias
su nombramiento como [tal] era tenido de
todos por muy docto, asi era reputado por muy
católico, y después no ha empeorado.
Lo quinto, que de todo esto se sigue que el
dicho ilustrísimo ha alcanzado victoria en lo
principal, aunque algo costosa en lo accesorio,
por lo cual doy las mayores gracias á Dios que
puedo y á la gloriosísima Virgen María, Pa-
trona de Toledo y Roncesvalles, por redundar
ello en muy gran honra de Dios y de su san-
tísima Madre Iglesia y de su soberano y único
presidente, Nuestro Santísimo Señor, de la
Iglesia de Toledo y de la muy ilustre Orden
de los Predicadores, de toda España y de la
Católica Real Majestad do suCatolicísimo Rey,
que como he dicho le nombró para tanta digni-
dad, y del dicho ilustrísimo y aun de mí, por
no se poder decir que he defendido herejía nin-
guna suya en los quince años de los diez y
siete de su prisión, que por mandado de la
dicha Real Majestad he sido su abogado, ni he
contravenido á la protestación que á su señoría
ilustrísima le hice al principio sobre que había
de hacer aquello con tal condición y libertad de
que ninguno más presto que yo le condenaría
en lo que le hallase hereje ni más fielmente le
serviría hasta entonces. Lo cual le plugo tanto
que me dijo que yo fuese el priuiero que le lle-
vase la leña si tal lo hallase.
Lo sexto, que yo quedo alegre por este su-
ceso; aun más alegre quedara si Su Santidad
juzgara que tampoco había caído en sospecha,
como yo siempre [creí] á buena fe, sin mal en-
gaño, hasta el punto que oí [lo que] la senten-
cia juzgaba que había de juzgar; porque como
más enteramente conocía su casta, su vida, su
saber, su celo de la fe y su odio contra los here-
jes, y su devoción acerca de la Santa Sede
Apostólica y sen'icio de la Católica Majestad,
creí que las conjeturas que contra él fuesen pro-
badas no bastaban para causar sospechas, sino
que la muchedumbre de las conjeturas contra-
rias deshacían aquellas; aunque lo contrario ha
parecido á Su Santidad, á cuyo muy gran jui-
cio, no solamente por ser soberano lugarte-
niente de Jesucristo Nuestro Señor en la tierra,
pero aun por ser doctor doctísimo, juez justí-
simo y en juzgar experimentadísimo, de muy
buena gana y llanamente someto el mío muy
pequeño, con esperanza de que Su Santidad y
Real Majestad se apiadarán del después que
vieren la continuación de su obediencia y hu-
mildad y ferviente devoción que siempre ha
tenido acerca de entrambos, para que Dios,
apiadándose dellos, á entrambos los haga feli-
císimos en el suelo y el cielo. Amén.
Esta es la suma de las nuevas que escribí la
semana pasada, que fué la Semana Santa, que
por ventura no las habrá recibido vuestra mer-
ced, á las cuales añado hoy día de Pascua, día
cuarto:
Que el dicho señor ilustrísimo, el segundo
día de Pascua, fué á andar las siete iglesias
con solos sus criados, en ocho coches, y fui yo
á muía como más mozo, y en todas ellas,
exepta la de San Pedro, fué en amaneciendo, y
en la de Santa María, á do llegó á medio día,
aunque no estaban avisados fué recibido con
grandísimo amor y cortesia, mostrándole en
día trasordinario tantas y más reliquias que se
suelen mostrar en días ordinarios, aun á los
Cardenales y á los otros Príncipes, habiéndole
Su Santidad concedido este día para él y toda
su familia que le acompañaba jubileo plenísi-
mo, como el año santo, que había sido una gran
cosa, y en señal de alegría que han tomado
casi todos de que un tan gran Prelado haya
salido libre y limpio de herejía, como espe-
raban.
Añado también que los mayores de esta cor-
te se han maravillado de la gran paciencia y
generosísimo ánimo con que la suspensión de
tantos frutos y rentas ha recibido, como si no
fuese nada, por no tocarle en el ánima.
Después de esto su señoría ilustrísima, por
haber andado las siete iglesias todas desde la
mañana hasta la noche en coche, como arriba
se dice, vino á la Minerva muy indispuesto, de
lo cual se le recreció calentura y no pudo ori-
nar; así que el miércoles, segundo de mayo, una
hora antes del día, murió en el propio día que la
santa memoria de Pío V, y del mismo mal,
porque le sacaron tres piedras mayores que
avellanas que del curso del coche se le remo-
vieron y fueron causa de su muerte.
CAPÍTULO DE CARTA INVIADA AL DOCTOR NA-
VARRO POR UN AMIGO SUYO EN RESPUESTA
De todas las nuevas que vuestra merced me
escribe me he holgado en extremo, porque estoy
deseoso de oirías, aunque cierto quisiera, en las
que tocan al Arzobispo de Toledo (que Dios
haya), estuviera vuestra merced más considera-
do y más desapasionado, por ser el negocio
tan graA^e acerca de Dios y de el mundo y ser
vuestra merced la persona que es en edad y es-
timación, mayormente que me dicen que ha
mandado vuestra merced hacer muchas copias
del capítulo de esta carta que me escribió y
las ha esparcido por todo el mundo.
En verdad digo á vuestra merced, señor
doctor, que ha sido una cosa fuera de tino y de
propósito, y de que podría suceder á vuestra
merced alguna desgracia. Y es cierto que si no
supiera haberla vuestra merced hecho, la juz-
gara fácilmente ser cosa hecha de algún mozal-
billo sin seso y sin juicio. Mas pues vuestra
DON DIEGO DE SIMANCAS
207
merced lo hizo alguna cosa le debió de luover
á hacerlo, aunque no sea sino la pasión y el
haber tanto tiempo defendido tanto número de
herejías y malas proposiciones como dicen por
muy cierto se han hallado en los escritos y libros
del Arzobispo, y vuestra merced á ojos ciegos
las defendía todas.
En la relación de estas nuevas me propone
vuestra merced seis cosas. Y por parecerme ser
razones muy sin razón e' indignas de la mano
de vuestra merced, y ser yo tan servidor suyo
y estar tan informadísimo de esta causa de
personas que lo saben muy de raíz, y que no
me dirían sino la pura verdad, quiero responder
á cada una dellas en particular; y por ventura
sabrá vuestra merced de aquí algunas que en
el proceso de la causa no entendió, movido
por ventura de la mucha afición que tenía al
Arzobispo.
Lo primero que vuestra merced dice que la
causa es acabada contra la opinión de algunos
que deseaban que nunca se acabase, esto ya
sabe vuestra merced, señor doctor, que es jui-
cio temerario y revuelto en alguna malicia,
porque entiende lo contrario; y poniendo vues-
tra merced en su Manual multitud de pecados
mortales, que de cada cosa forma un pecado
mortal, me pesaría mucho que se le olvidase de
hacer conciencia de esto, y aun añadirlo en el
Manual en la segunda impresión, si la dejan
hacer, porqiie me dicen que se halla no sé qué
cerca dello. Plega Dios que no se haga sino lo
que vuestra merced desea, porque cierto á sus
servidores nos pesara mucho.
Lo segundo, dice vuestra merced que el
Arzobispo hubo victoria en la sentencia que en
su causa se dio.
En verdad que por una parte estoy por de-
cir que vuestra merced tiene razón, pues no se
le dio la pena que el Fisco pedía; mas es me-
nester, señor doctor mío, que considere vuestra
merced en esto dos cosas: lo uno las palabras
que me dicen que Su Santidad públicamente
dijo allí al Arzobispo, acabando de hacer la
abjuración de vehementi, porque me dicen mu-
chas personas que lo oyeron que dijo: «ique mi-
rase que había usado con él de mucha miseri-
cordia, pudiendo usar de rigor, mas que no
usaba de él atento á su larga prisión y que ha-
bía en algún tiempo servido á la Sede Apostó-
lica y atento á la dignidad de su Iglesiay>.
De donde se colige claramente que no se usó
con él del rigor, pues Su Santidad dice que usó
con él de misericordia. Lo uno, porque está
clarísima la misericordia que con él Su Santi-
dad usó, de la cual ningún juez inferior podía
usar, que está adstricto á la ley y á el canon y
no puede dispensar en él ni derogarlo, sino eje-
cutar ad unguem lo que el derecho tiene orde-
nado; mas Su Santidad, como supremo prítici-
pe y legislador, por causas y respectos que le
mueven, puede dispensar en la ley y derogarla
cuando le parezca y mitigar la pena ordinaria'
como en esta causa la mitigó por las causas
arriba dichas y otras que á Su Santidad pu-
dieron mover; porque, según me dicen personas
que saben esta causa muy de raíz y la han no-
tado mucho tiempo, el Arzobispo, ultra de lo
que contra él habían testificado ciento y trein-
ta y siete testigos, de los cuales ninguno deja
de picarle poco ó mucho, había comentado la
Epístola de San Pablo ad Galatas en todos
los seis capítulos que la epístola tiene, ayudán-
dose en esto de Martín Lutero que la comen-
tó, y usando en esta composición de grandísi-
mo artificio y cautela para que no se conociese
de dónde se sacaba, tomando algunos renglo-
nes de aquel hereje é ingiriendo otros de otra
parte, y después voMa otra vez al hereje, y de
lo que de allí tomaba mudaba el singular en
plural, etc., y contra, lo de activa en pasiva, é
usaba de otras infinitas invenciones y mutacio-
nes y retrocesiones, que se espantan los que lo
han visto de el inmenso trabajo que allí puso.
ítem me dicen que comentó la Epístola ad
Bomanos hasta los 12 capítulos, ayudándose de
Martín Lutero sobre la misma epístola, con el
mismo artificio de invenciones y mutaciones y
adiciones que la pasada,
Dícenme también que tenía comentada la se-
gunda Canónica de San Juan toda entera,
ayudándose de Ecolampadio, sobre la misma
Canónica, con el artificio y trabajo arriba dicho.
ítem, que había escrito sobre las Epístolas
ad Philipenses et ad Colosenses, ayudándose
de diversos herejes, con aquel artificio, para que
no fuesen conocidos.
ítem, que comentó la Profecía de Isaías en
todos sus capítulos, sacándola de Ecolampadio,
con la misma maña y artificio que la pasada.
ítem, que había escrito sobre Ecequiel y Je-
remías, ayudándose de Ecolampadio, de la mis-
ma manera.
ítem, algunos tratados de Spiritu et litte-
ra; De differentia novi et veteri Testamenti, et
dijferentia legis et Evangelii, y otros más, to-
mándolos, con aquel mismo artificio, de Feli-
pe Melanchton.
ítem, hizo algunos tratados sobre algunos
Evangelios, tomándolos, de la misma manera,
de homilías de Martín Lutero.
ítem, tenía el libro de Brencio sobre Job, y
le quitó el prólogo y le puso otro escrito y fir-
mado de su mano, sacado con el mismo artifi-
cio de Ecolampadio sobre Job.
Y que puso escolios al Brencio por toda la
obra, hasta el último capítulo, sa'^ados de la
misma manera de Ecolampadio, y los ponía en
208
autobiografías y memorias
el margen enfrente de muchas herejías que
Brencio allí tiene, y no había palabra de confu-
tación en ninguno de los escolios, antes pare-
cía aprobación, y lo quería imprimir en su
nombre.
Y otras muchas cosas á este tono me dicen ;
y que en todas estas obras, ó en las más dellas,
se ha notado una gran multitud de herejías ó
proposiciones heréticas, erróneas, de vehementi
suspectas, escandalosas y de otras muchas cali-
dades, repartidas por todas ellas.
Pues siendo esto así, como sin falta lo es,
porque las personas que me lo han dicho no
me dijeran otra cosa, ultra de que lo más dello
se refiere en la sentencia, ya sabe vuestra mer-
ced, señor doctor, la pena de compositor de
obras donde hay herejías, la cual raras veces ó
ningunas por jueces inferiores se perdona, por-
que el que escribe premedita, y la premedita-
ción arguye mal ánimo y pertinaz; y así, aun-
que se convierte, se presume, que formidine
pena' et non virtutis amore se convierte, y de
esta suerte se puede usar con él de rigor.
Ni tampoco se admite lo que vuestra merced
dice que eran memoriales para confutar los he-
rejes.
Porque demás de que no hay confutación en
ellos alguna, esta respuesta no se compadece
con las repeticiones que el Arzobispo hace
en sus obras de las mismas proposiciones, y se
alega asimismo de unas en otras, citando la
hoja y el capítulo; ni con la dogmatización y
publicación que de ellas hizo, como debajo diré,
que el que saca de herejes para confutar no ha-
ce composición de toda la obra entera, sino en
las partes adonde es necesaria la confutación; y
entonces no usa de aquellas invenciones y mu-
taciones, sino saca al pie dp la letra el dicho
del hereje y luego pone al pie la confutación,
como han hecho todos los que escribieron con-
tra herejes. Y así vuestra merced me peí done,
que esta respuesta no está en su lugar ni debe
ser admitida.
Dícenme también que el libro del Catecismo
es de la misma manera sacado de diversos he-
rejes, de Lutero, de Bucero, de Ecolampadio,
de Melanchton, de Calvino, de las Consideracio-
nes de Valdés, aquel grande hereje, y que en
él se han hallado gran multitud de proposicio-
nes heréticas, erróneas, vehementis suspectas, y
de las otras cualidades que arriba dije. Por cier-
to donoso libro para catequizar muchachos y
para andar en lengua vulgar que lo leyesen
mujeres y hombres idiotas, y para que vuestra
merced lo mandase leer á su tabla cuando co-
mía y cenaba, delante de sus criados y de cuan-
tos allí estaban, sabiendo cierto que estaban no-
tadas en él más de doscientas y treinta propo-
siciones de malas cualidades, y que estaba mal
recebido y prohibido en España desde el año de
1558. Y aunque sea verdad que aquella cons-
titución no ligue acá al subdito, pareciera muy
bien que una persona de tanta calidad y edad
como vuestra merced se abstuviera de mandar
leer á su mesa semejante cosa, pues no falta-
ban otros mejores libros de buena doctrina que
se pudiei'an leer. Mas, como ya tengo dicho, la
pasión ciega la vista muy clara.
Demás desto me dicen que no contento el
Arzobispo con haber compuesto estas obras que
arriba referí, las publicó, dogmatizó á sus dis-
cípulos y algunas dellas á todo el mundo. Y
esto en tres maneras.
La primera, que las tenía en su cámara y es-
tudio y las dejaba trasladar á todos los discí-
pulos que las querían trasladar, y así las tras-
ladaron muy muchos y repartieron por toda
España; y algunos interpretaban algunas de-
llas en vulgar castellano y las daban á monjas
y á otras mujeres seglares, las cuales las pre-
ciaban mucho por ser cosas del Arzobispo de
Toledo, y algunas dellas fueron después he-
rejes.
La segunda fué que leyendo en Palencia la
Epístola de San Pablo ad Galatas leía y con-
sultaba aquella obra que había sacado de Lute-
ro sobre aquella epístola, y se hallan en los
cartapacios de sus discípulos las mismas pro-
posiciones de Lutero que están en el del Ar-
zobispo ; y que leyendo en Valladolid la Profe-
cía de Isaías, leyó la de Ecolampadio, como la
tenía sacada, hasta los 30 capítulos, y no pasó
más adelante por ocupaciones que tuvo.
Y allí leyó él también la Canónica de San
Juan que había compuesto de Ecolampadio, y
que en los cartapacios de los discípulos se ha-
llan la misma doctrina y proposiciones de Eco-
lampadio, y otras cosas más de esta suerte.
La tercera, que divulgó por todo el mundo
el libro del Catecismo en estampa, en el cual se
contiene la doctrina que está dicha.
Pues siendo esto tan verdad como vuestra
merced sabe, no sé por qué se queja de la sen-
tencia, pues entiendo que por sólo esto mere-
cía lo que vuestra merced sabe. Y en todo esto
no hay duda alguna.
También me dicen que, habiendo oído á don
Carlos de Sesso el negar el purgatorio, fun-
dándose con autoridades, y estando presente
Pedro de Cazalla, no lo denunció á los Inqui-
sidores, como estaba obligado, mayormente ha-
biendo dos testigos con que poder probarse,
conviene á saber, el mismo Arzobispo y Pedro
de Cazalla, que eran bastante para hacerle que-
mar.
Mas ni tampoco lo corrigió como debiera. Y
en tal caso, como vuestra merced sabe, no ha-
bía lugar de corrección, pues había número de
DON DIEGO DE SIMANCAS
209
testigos con que probarse el delito, máxime
que del que funda la herejía con autoridades no
se espera enmienda por corrección de poco
tiempo. Y así, aunque lo corrigiera, claro estaba
que no se podía esperar del enmienda, pues se
apartaba de una cosa tan versada en la Iglesia
de Dios, alegando y trayendo para ello autori-
dades.
Y como don Carlos vio que no lo denuncia-
ba ni corregía, confirmóse más en su opinión y
comenzó á dogmatizarla y á enseñarla entre
mucha gente, de donde vino á hacer gran par-
te del estrago que en años pasados por nues-
tros pecados vimos en Valladolid.
Y tambie'n el Pedro de Cazalla, como enten-
dió que su maestro tan poco caso hacía de aque-
llo, abrazó aquella opinión y la enseñó á mu-
chos hombres y mujeres, sus feligreses, los cua-
les unos fueron quemados y otros reconciliados.
Por manera que, siendo esto así, como por
muy cierto lo afirma quien lo vio en el proceso
probado, grandísima razón tenia España de la-
mentarse y quejarse de quien tanto mal la hizo
y fué causa de tanta ruina, pudie'ndolo estorbar.
Dicen asimismo que en esta causa ha andado
harto falto de verdad, habiendo jurado de de-
cirla, y que se le pueden notar al pie de cua-
renta lugares á donde no la dijo; por lo cual,
siendo causa de fee y delante del Vicario de
Cristo, merecía grandísima pena, aunque no hu-
biera otra razón, como vuestra merced mejor
sabe; y de esto no hace vuestra merced caso,
como si no fuera nada. Dice vuestra merced en
el tercero capítulo que aunque Su Santidad de-
claró al Arzobispo por sospechoso de herejía,
pero que luego in continenti, en dándose la sen-
tencia, se purgó.
Yo no estaba allí para poder testificar lo que
pasó; mas personas que se hallaron presentes,
á quienes les mostré este capítulo, ¿no habrán de
reirse de vuestra merced, diciendo que la mucha
afición tiene á vuestra merced embelesado, ó que
como entiende poco de cosas de Inquisición no
sabe qué cosa es abjuración de vehementi ni la
forma della? pues dice que en dándose la sen-
tencia quedó purgado de las sospechas de he-
rejía con las cuales fué declarado por sospe-
choso.
Cierto á mí me pesó por haber mostrado á
aquellas personas este capítulo, y se lo mostré
pensando que no sabían tanto de la causa como
después entendí que sabían, y que no entendían
el oficio de Inquisición como me parece lo en-
tienden. Y habiéndolos entendido, comencé á
revueltas dellos á reírme de vuestra merced,
porque aunque soy su amigo y servidor, dícen-
me que es más amiga la verdad hablando en las
plazas, como dice el Sabio. En tan poco tiene
vuestra merced una al)iuración de vehementi
que está en un tumbo de dado el quemar á un
hombro que la hizo si después acierta á caer en
la herejía que abjuró, ó en otra cualquiera,
como dicen que es muy claro derecho. Y así
aquellas personas no quedan purgadas, pues
después dicen ó hacen lo mismo [é] incurren
en la herejía , y esto no ignora vuestra merced,
mas lo que he dicho le impide no querer confe-
sarlo.
Y bien sabe vuestra merced que aquella sus-
pensión del arzobispado fué una honesta mane-
ra de privación que Su Santidad, por mucha pie-
dad y misericordia, quiso usar. Y hubiera vues-
tra merced de acabar de entender que aquello
que se decía en la sentencia, ad heneplacitum
iSedis Apostolice', importaba algún misterio. Y
si bien discurría vuestra merced, según su edad
le daba lugar (porque de muchas cosas pasadas
nacen los discursos), se hubiera de persuadir que
aunque el Arzobispo viviera muchos años no
volviera á España. Mas lo que tengo dicho no
le ha dado lugar á pensar en ello, y así aquella
diferencia que vuestra merced pone entre sus-
pensión de órdenes ó beneficio no tiene aquí lu-
gar por los tres respetos arriba dichos, y es
fuera de propósito y no para entre estudiantes y
oyentes considerando lo ine á otros se dice.
Cuanto á lo que vuestra merced dice que lle-
vándolo á la Minerva lo trataron de ilustrísi-
ma, no tengo que decir sino que vuestra mer-
ced, como es tan bueno y trata al tiempo anti-
guo, tiene en mucho lo que agora se usa, es-
pecialmente entre la nación italiana, que es cor-
tesísima con todos, máxime con un hombre que
le llevaban afligido y preso de aquella manera,
al cual no era razón sino honrar lo más que se
pudiese. Mas, pues los que le llevaban se halla-
ron presentes á la sentencia, pregúnteles lo que
sintieron allí de él, y ellos lo dirán, y por ven-
tura lo dicen. Y no me harto de reir de que en
este capítulo confunde vuestra merced dos ve-
ces la abjuración de vehementi con la purgación,
como si no hubiera visto los derechos que po-
nen la diferencia entre ellas.
En el cuarto capítulo dice vuestra merced
que los romanos, gente de mucha prudencia,
dicen que no se maravillan que contra el Arzo-
bispo se hayan hallado estas cosas, porque ape-
nas en todo el orbe se hallará hombre que haya
hecho lo que él ha hecho, con tanto trabajo y
artificio y cuidado, para venir á caer en la aflic-
ción que cayó. Y si el orbe se dice al de Espa-
ña, no se hallará hombre que liasta hoy haya
llevado la doctrina y frases de los herejes deste
tiempo como el Arzobispo, según arriba está
dicho. Y esto no se puede negar si no es con
grande pasión.
Y por otra parte, yo he oído á muchos ro-
manos de mucha prudencia que se maravillaban
210
autobiografías y memorias
de lo que allí oyeron, teniendo de vuestra mer-
ced y de otros tan diferente relación.
No sé á quie'n crea, aunque entiendo lo que
arriba está dicho; allegóme á estos últimos. Y
á lo que vuestra merced dice que por su bondad
fue' promovido al arzobispado de Toledo, no
haga vuestra merced de esto mucho caso; por-
que los ojos humanos no ven lo interior, y para
alcanzar el arzobispado de Toledo no había de
ser hombre disoluto ni profano, mayormente
siendo fraile dominico y persona tan conocida
como él era. Y sabe vuestra merced que dicen
los santos que ésta es la condición de los here-
jes, para mejor atraer á sí las gentes y el pueblo,
porque si fuesen disolutos todos huirían dellos.
Y así en esto no hay que hablar, que es cosa
muy vulgar.
Vuelve vuestra merced en el quinto capítu-
lo á decir que el Arzobispo alcanzó victoria.
A esto ya está arriba respondido. Y cierto
que se había vuestra merced de correr que en
los diez y siete años los quince ha sido Aboga-
do del Arzobispo. Confieso ser así. Mas ultra
de lo que muchas veces oí á Santander, los mis-
mo«! criados del Arzobispo dicen ahora que
vuestra merced no se puede excusar de culpa, ó
que no entendió el negocio; y no entendiéndolo
estaba obligado á buscar quien se lo diese á en-
tender, por no echarlo á perder, y si lo enten-
dió los engañó diciéndoles que no era nada y
que saldría el Arzobispo muy libre. Y así les
hizo estar esperando y gastando sus haciendas
y tiempo, de manera que quedaron como vues-
tra merced ahora los ve. Y esto todo se hizo
con la confianza que en la autoridad de vuestra
merced tenían.
Dice vuestra merced en el sexto capítulo que
quedó alegre por el suceso, aunque más alegre
quedara si Su Santidad juzgara que tampoco
había caído en sospecha.
Y si vuestra merced quiere decir que holgara
que no hubiera culpa por donde le declararan
haber caído en sosoecha, es muy santo deseo y
así lo deseaban todos los cristianos, ó no lo eran
si esto no desearan. Mas si quiere decir que ha-
bienda culpa holgara que no le dieran esta
pena, es desear una injusticia muy grande en
cosa que inmediatamente toca á Dios, en la
cual toda piedad es reprobada y se pudiera con
razón llamar impiedad.
Dice vuestra merced al fin de lo tocante á
esta materia que el Arzobispo fué á visitar las
iglesias con ocho coches y que vuestra merced
fué á muía como más mozo.
Y por lo que deseo servir á vuestra merced
quisiera no hablar en ello, que cierto dicen to-
dos que fuera mejor no ir en coche ni vuestra
merced á muía para suceder lo que sucedió,
porque dicen sus criados públicamente que
vuestra merced le mató; que como vuestra mer-
ced daba prisa á que los coches caminasen y
él tuvo compasión de vuestra merced del mu-
cho sol que le daba, mandó dar furia al coche
y con el gran movimiento se le movieron los
intestinos, y por no pararse y hacer daño á
vuestra merced aunque tuvo gana de orinar
detuvo la orina; de manera que vuestra mer-
ced, como mozo, lo mató en campo. De la cor-
tesía que en las iglesias se le hizo no se mara-
ville vuestra merced, porque es condición na-
tural de gente italiana, como tengo dicho, prin-
cipalmente en cosas espirituales, á quien tanta
necesidad tenía dellas.
Lo que últimamente dice que los mayores de
esta corte se maravillaban de la paciencia que
el Arzobispo tuvo por habérsele quitado los
frutos, creo cierto (salvo el mejor juicio) que
no dijo vuestra merced esto sin alguna mali-
cia, queriéndonos notar de que más se admira-
ban de la paciencia de quitarle los frutos é in-
tereses que de la que tuvo de una afrenta tan
grande de una abjuración de vehementi, y otras
muchas penitencias, que sobre esto no hable-
mos más.
Sólo suplico á vuestra merced, por amor de
Dios, que se deje de tratar destas cosas por-
que no le están bien, y me pesaría en extremo
que alguno de los que aquí están de la Inqui-
sición de España supiese del capítulo de esta
carta que vuestra merced me escribió, que no
podrían dejar de dar noticia dello á Su Santi-
dad antes que dar á vuestra merced reprehen-
sión. Aunque creo por otra parte que ninguno
dellos hablaría en ello, porque les parecería ser
más autoridad no hacer caso de niñerías y de
cosas de que todos se han reído; de lo cual á
mí no me pesa, porque quiero y amo á vuestra
merced como á las niñas de mis ojos, y siento
mucho que en tan largos años se le muestre
tan sobrada pasión; de manera que encomiendo
á vuestra merced se la quite y tenga por muy
buena la sentencia del Vicario de Cristo, el
cual en semejantes materias no puede errar,
como creo en esta presente causa no habrá
errado, antes fué en ella muy guiado y alum-
brado por el Espíritu Sancto, el cual le alum-
bra y tiene de su mano en todas las cosas que
en su vicariato ejercita, mayormente en las to-
cantes á la fee, y quien tuviere lo contrario será
malo y perverso y digno de gran castigo.
Y advierta vuestra merced que no comuni-
que este capítulo á nadie, porque está en él
toda la médula de la causa; en la cual, si bien
se advierte, hay pocas cosas que favorezcan la
opinión de vuestra merced, según me han di-
cho, porque yo de esto poco sé.
FIN
DISCURSO DE LÁ VIDA
DEL
IIÜSTRHO ! REllEilSIi Sltt il IIAEIM OE iliU
ARZOBISPO DE VALENCIA
HASTA NUEVE ' DÍAS ANTES QUE DIOS NUESTRO SEÑOR LE LLEVASK CONSIGO
ESClíITO POR sí MISMO '
En el nombre de Dios simplicísimo, Omnipo-
tente, Padre, Hijo y Espíritu Santo; qu¿ i'ocat
ea quce non sunt tanquam ea quo' sunt ^, qui
suscitat de pulvere egenum, ut sedeat cum prin-
cipibus et solium glorüe teneat * y para su ala-
banza solamente sea ' dicho lo que se dirá, y
para que naide pierda de sus inmensas miseri-
cordias la confianza que se debe tener, cuyos
efectos habemos, mientras habemos vivido en el
mundo, no solamente entendido y creído, pero
casi palpado y experimentado; por lo cual habe-
mos querido '' escribir el discurso de nuestra "^
trabajosa vida, y no para fin de jactancia, ni ^
alabanza; porque bien entendemos que si algo
bueno ha habido en nuestras acciones ha sido
todo de la larga mano de Dios, y lo malo (que
ha sido mucho) ha sido de la cosecha de nues-
tras imperfecciones, flaquezas y miserias. Dire-
mos en el discurso del cuento dellas lo que hace
al caso, porque Dios sea engrandecido en la opi-
nión de los hombres que tienen poca fé y están
todos ^ pendientes de su prudencia carnal y
diligencias humanas, sin hacer caso de la despo-
siciún ^^ de Dios, como sea cierto que, aunque
encubiertamente, nadie se mueve sin ella, ni aun
las hojas en el '• árbol, como las Sanctas Es-
cripturas lo testifican *2 y la buena Filosophia
lo enseña, y [diré] lo que fuere para *^ edifica-
ción del discurso ordinario de nuestra vida y
estado, dejadas las cosas secretas buenas y
malas para Dios que las ha de juzgar y pre-
miar, todo con simplicidad y verdad, como ha
pasado por mí, sin añadir ni quitar nada, y así
' G. cuatro.—* Publicamos este libro con arreglo
al ms. de la Bibl. Nao. G. 155 (siglo xvil; en folio),
corrigiendo las no pocas erratas que contiene, y anota-
mos las principales variantes de los mss. X. 303 (siglo
XVII; en 8.°), T. 265 (siglo xvill; en 4.») y otro que
fué de Gayangos (siglo XVIII; en 4.o). Designare-
mos los tres primeros con las letras G., X. y T.). —
* Epüt. acl Romanos, IV, 17.— < LÍhro 1 de los
Reyes II, 8. - ^ X. y G. se ha. — « queremos. — ' T.
y G. de la. — ' y. — ^ todo. — '" las disposiciones. —
*• del, — " certifican.—*^ de.
lo testificamos á Dios, á ' cuya presencia ^ es
cribimos esto.
CAPITULO PRIMERO
De nuestra natiridad y padres naturales.
Yo nací en la villa de Segura de la Sierra,
lugar del ' Orden de Santiago, año de 1503 ó
de 1504, porque en un año andaba * mi madre
dudosa, que no sabía determinarse; nací en el
mes de noviembre, y según á mi madre oí decir,
comencé á nacer día de San Martín, estando el
sol casi en los primeros grados del Sagitario, y
acabé de nacer estando el sol en el tercero grado
de Sagitario (oriente solé), porque tuvo mi
madre de mí un parto el más difícil ^ que se
ha visto, porque estuve '' una tarde y dos días
en nacer, de que llegó mi madre á tanto extre-
mo ', y tan sin fuerza, que ya no le daban
vida; y así, por nacer oriente solé fui algo apa-
sionado de la vista, y por el accidente que tuve
de Sagitario fui de medio cuerpo abajo peloso,
y aficionado al campo y cosas de grande difi-
cultad, por el nacimiento que tuve tan dificul-
toso; y así creemos á los geománticos * y astró-
logos, que notaban ^ bien la vida laboriosa en
grande manera que había de tener en este
mundo, lo cual comprobó bien la consecuencia
de las cosas, como parece, así de necesidades
como de persecuciones; fui bautizado, por haber
salido atormentado á la luz de este mundo, al
tercero día en la iglesia parrochial de Santa
María de aquella villa, por ministerio de Juan
Román, vicario y cura de ella, hombre viejo,
sencillo y buen sacerdote; pusiéronme el nom-
bre del día en que nací, á honor del glorioso
confesor y pontífice San Martín, Obispo de
Tours '". Parióme mi madre siendo de quince
años ó dieciséis; fui el primero génito ^' de ella.
* en.—' G. penitencia.— 3 de la.—* estaba.—^ difi-
cultoso.—' tardé. — ' T. estrecho.—» T. guálicos. G.
gebálicos.— 3 G.notan. — '"G.Turios.— «' primogénito.
212
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Nací de honestos padres y de legítimo ma-
trimonio, aunque obscuro, por ol tener poco.
Mi padre era natural del Valle de Ayala, de
una de las casas principales, aunque no de las
más ricas de aquel valle, porque era de las
cinco ó seis que hay fama constante y escritura
aute'ntica que son descendientes de la casa que
hoy llaman de Ayala ó Respaldisol ' y des-
cendientes 2 del Infante Don Vela ^, Señor
de xlyala, como más largamente se contiene en
el libro de becerro *. Tenía deudos en la casa
de Mierzo ^; esto de ^ parte de su padre; por
la otra parte venía de los Ángulos y de la casa
de Minaya '; lo que á mi me parece le oí
decir es que la ocasión de su venida á aquellas
partes fue' el haberse hallado en la muerte de
un pariente, el mayor de su casa, por donde fué
necesario perder para siempre su naturaleza.
Pasó en Flandes en la armada en que Gómez
González de Butrón llevaba á la Archiduquesa
D(jña Juana, que después fué Reina de España,
mujer de Filipo, Conde de Flandes y Duque
de Austria, el cual después fué Rey de Casti-
lla, primero deste nombre, padre del invictí-
simo Emperador Don Carlos, de gloriosa me-
moria, mi señor; y de allí pienso que por medio
del Conde de Paredes y Don Pedro Manrique
(los cuales eran cuñados deste Gómez de Bu-
trón y estaban privados * en casa de aquellos
Príncipes, los cuales eran Comendadores y Se-
ñores de aquella tierra de donde era mi madre
y donde yo nací), enderezó su vida, donde casó
con mi madre año de 1501 ó de 1502, hom-
bre ya de cuarenta años ó más, con • una
capa y una espada, que no sé más que trajese
otra cosa, ni hube yo más del, salvo "> la ge-
nitura. Mi madre era natural del mesmo lugar
de Segura, de los Díaz y de Rodríguez Ne-
gretes, ó Hegretes ó ^ egretes ^', de allí, que era
lo mejor y lo más antiguo del pueblo, de par-
tes '^ de su madre; y de partes de su padre
era do Yeste, de los Suárez y Bermúdez, los
cuales eran de las mejores parentelas de allí, á
lo que se cree hijosdalgo, porque todos eran
gentes '3 de frontera, y eran de las montañas
de Galicia, y como eran libres por razón de la
tierra '*, no curaron de sacar los '" previlegios;
después, á cabo de trescientos años, como les
habían mandado pagar pecho habíase perdido
el hilo de su nobleza, y no supieron "' con
qué probarlo y quedaron así hasta hoy; con
cuyo padre me crié más que con el mío, y así no
tuve patria cierta de crianza, porque '"^ aun-
* Ilespadiaol. X. Respaldi^'al.-' desciende.— » G.
Bello - < G. becerros. — ' Miergo. X tenía deudo con
la casa de Mayorga. T. Miorgo.— 8 por.—' X. Mena.
— * G. estaba privado. — » T. y más.-'" más.—" X.
de ios Díaz y liodrígiiez Negreles. T. de los Díaz y
Rodríguez Negretes. — '« parte. — 's gente. — " las
tierras.— «« su8.-<« tuvieron.—" que.
que nací en Segura, luego desde * á poco
salió mi padre de allí, y me crié, parte en Yeste,
parte en otros lugares, hasta los catorce años,
que fui * á Alcalá, donde estuve mucho. Mi
padre, con lo que le dieron de mi madre, que
fué razonable dote, compró una sierra de agua,
con que pasaba la Anda honestamente, y á '
cabo de cuatro años se le quemó con ciertos
obreros, y fué principio y causa que queda-
sen * pobres.
CAPÍTULO II
De la educ aci ón .
Luego que llegué á los cinco años, comen-
zaron á mostrarme ' á leer y escribir en la
iglesia, y primero me mostraron leer latín que
en romance y el servicio de la iglesia, y salí tan
grande lector, que se hacían desafíos conmigo
y con otros para quién más presto ^ y expe-
ditamente leyese, y aprovechaba notablemente
en todo lo que me ponían más que mis compa-
ñeros y contemporáneos, y esta merced me
hizo Dios grande de darme ánimo subtil y
recogido, apto para deprender ', según que
todos testificaban; tenía tanta cudicia al apren-
der, que me hacía levantar con la gente de
casa que iban * al campo, para ir á aguardar
á la iglesia ®, por *® ser el primero antes de '*
mis compañeros y que ninguno, y esperaba á
la puerta de la iglesia muchas veces con unas
tedas y espartos y tizones y brasas que llevaba,
que espantaba á los que pasaban por el cimen-
terio, sin tener temor de las cosas que los
niños suelen temer *'•*, y no quería almox'zar
porque no impidiese el aprender; de que venían
muchos á conjeturar que Dios había de hacer
algo conmigo *' notable; porque no me veían
destraído, sino muy sujeto y muy continuo, in-
dustriado y enseñado en las cosas de la Igle-
sia y en leer muy bien latín ; luego me pusieron
á la escuela, donde aprendí á leer romance con
la mesma habilidad y presteza que el latín,
salvo que el escribir no se me daba mucho, por-
que era un poco torpecillo de las manos. Sabía
de coro muchos psalmos, cantaba lectioneB y
lamentaciones, y podía acudir á las horas, aun-
que no sabía perfectamente lo del ^* Brevia-
rio; todo esto se hizo en *^ tres ó cuatro años,
hasta los nueve ó diez de mi edad; en todo este
decenio estuve tan sujeto á la crianza que mi
madre me ponía, que sin su licencia no había
♦ de.—' hasta que á los catorce años fui. - ' al. — * de
quedar.-* me pusieron á que aprendiese.- * con más
presteza — ' aprehender. — ' iba. — • G. para ir aguar-
dar la iglesia. X para irme á la iglesia.—-'" para. —
'• que ninguno de. — " G. tener. — ■' en mí. — *♦ el. —
'* en los.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
213
de salir de casa; hacíame continuamente ir á la
iglesia á las misas de Nuestra Señora cada sá-
bado, y á vísperas, y los domingos también,
con una sobrepelliz que para esto me había
hecho ', de lo cual no quedé poco aprovechad»)
en la iglesia y en la devoción de los oficios divi-
nos, sabiéndolos y cantándolos tan entonada-
mente como si supiera canto por arte, y esto
no lo aprendí de * maestro, sino por curso y
afición c.;ntaba cualquier cosa; lo cual hacía
crecer '' la piedad á mi madre para guiarme, y
salí deligente en * guardarme de malas compa-
ñías y de salir de casa, como si no fuera varón.
CAPÍTULO III
Del estudio.
A los diez años me trajeron ' á Yeste, donde
había preceptor que leía, el cual se llamaba el
doctor Cartagena, médico, que murió en Roma
con fama de grande médico; tenía por compe-
tidor al bachiller Mercado, hombre docta y pío,
con quien aprendí los rudimientos de la gra-
mática con tanta presteza y habilidad, pasando
á todos mis contemporáneos, que si no fuera
por la grosería del bárbaro modo del enseñar
que on España tenían ^ de tomar mucho de
memoria del arte de Nebrija, que fatigaban ''
mucho los ingenios de los niños, de tal manera
que hacía[n] odiosa ^ la sciencia ó doctrina, con
gran perjuicio, y aun ahora lo usan, aunque no
tanto, yo supiera en dos años lo que convenía
de la gramática; pero supe lo que el tiempo me
dio lugar y los preceptores me supieron ense-
ñar, con tanta facilidad y continuación que era
el más regalado de mis maestros que había. Y
nunca por maravilla tocaban á mí, sino fue una
ó dos veces, y esas me dieron de burlas. A los
once años de mi edad á mi padre le acaeció un
desastre en una muerte de un pariente de mi
madre, por lo cual y porque era hombre mal
aplicado á la hacienda, y por deudas que tenía
y otros infortunios que le habían acaecido, hubo
de dejar la tierra, y fuese ' á los Yelbes cuan-
do murió *" Don García; él era muy conocido
del Conde Pedro Navarro, y no supimos qué
hizo Dios del; unos decían que le habían muer-
to '*; otros que estaba cautivo y se había es-
capado en la mar, viniendo á Tánger, y otros
decían otras cosas; mi madre, como carga-
ban *2 deudas de mi padre, húbose de oponer
á su dote, y entregáronla en dos pares de ca-
sas, que valían '■* en cantidad hasta 40.000 ma-
ravedises ó 50.000, habiendo ella probado mu-
* tenían hecha. — * por.—' creer. — * y la diligen-
cia de. -* X. llevaron. — • se tenía. — ' fatigaba. — • de
los niños, haciendo odiosa. — * irse. — '" los Gelvescon.
— " caativado. — '* G. capaban. — 's (j daban.
cha más cantidad que había traído, conforme
aquellos tiempos, y asi se quedó destruida. A
los catorce años de mi edad murióse el abuelo,
padre de mi madre, de quien yo recibía muchos
beneficios y me daba también estudio, y como
mi madre no era de legítimo matrimonio, no
heredó nada más de una manda que me hizo á
mí de poca quantidad. En este tiempo ya yo
estaba sin amparo humano alguno sino en com-
pañía de madre, y ganaba á escribir para ayuda
á la costa ' de casa, siempre sujeto á mi ma-
dre en todo, y casi vivía como Orígenes en su
adolescencia, cuanto al adquirir de comer. Al
fin del año catorceno yo determiné de ir al es-
tudio y Universidad de Alcalá, aunque mi ma-
dre me ponía temor de necesidades; jo^ro yo con
un poco que pedí me atreví á pasar delante,
con ánimo de si me faltase ^ ponerme á ser-
vir con persona que me dejase estudiar cuanto
más pudiese; ayudóme mi madre con su pobre-
za, y en año y medio acabé de estudiar la Gra-
mática en Alcalá, en el colegio de San Euge-
nio ^, presidiendo en él el maestro Ángulo;
acabado esto, mi madre quisiera que yo hubiera
estudiado Cánones y que me comenzara á or-
denar, por tenerme consigo, como es costum-
bre de labradores y de viudas que aman tierna-
mente á sus hijos, y yo había oído el postrero
año de la Gramática no sé qué términos de Ló-
gica, que entonces se usaba, y dábaseme tan
bien, que por persuasión de mi maestro dejé el
camino que mi madre me guiaba, y en esto solo
le fui desobediente, y comencé á oir Lógica
el año de 1523 *, debajo de la disciplina del
maestro Encinas ', gran sofista y matemáti-
co; y la ayuda de mi madre no era tanta que no
pasase hasta graduarme en las artes grandes ^
necesidades, y yo ' todavía perseveraba como
podía luchando con ellas, y ya me faltaba el
vestir, ya el comer, y aun á donde dormir; y
mi madre, pensando que yo estudiaba lo que
ella quería, y graduándome con harta dificul-
tal de balde, porque era de los que entendían
bien el curso y el maestro me favorecía mucho,
yo me fui á la tierra, donde declaré á mi ma-
dre lo que había heclio, y cómo no había estu-
diado lo que ella había querido *, de lo cual
ella y [los] deudos suyos tomaron pena y resa-
bio de pensar que yo traía engaño y que no sabía
nada. Y así me despedí de mi madre con algu-
na desgracia y con pocos dineros ó ningunos,
más de cuatro ó cinco ducados que me dio una
parienta mía doncella con quien yo me había
criado ^; y así me fui á acabar mi curso de
Artes, que me quedaba año y medio por pasar,
donde fui relevado con ayuda del colegio en
' las cosas. — ' G. que si me faltase. Ga. faltaba. —
5 Eusebio. — * de 1.520. — * G. Ennymias. — • har-
tas.— ' aunque.— ' quería. — ' crié.
214
autobiografías y memorias
aquella Universidad, aunque ^>or poco tiempo;
quíseme graduar de Licenciado en Artes y hice
algunas muestras para ello, y preámbulos, y
después no tuve con qué graduarme, y aunque
pudiera yo graduarme por pobre '; pero por-
que á los tales no se les guarda justicia en los
lugares no quise ni osé, y todo esto pasó hasta
los veinte años ^ ó fin de los diez y nueve.
CAPÍTULO IV
De la resolución que tuve en tomar estado.
Estando, pues, en estos términos harto de
luchar con las necesidades, que parecía milagro
haber podido llegar hasta aquel término, ví-
nome al pensamiento, como pobre hombre que
no podía ^ hacer otra cosa, y por alguna devo-
ción, de meterme en religión, y andaba * pen-
sando sobre cuál convendría ^ más para mi con-
dición ó inclinación; traté primero de meterme
en Madrid en San Jerónimo, y como son tan
morosos, trajéronme no sé qué dilaciones, y
ordenarme no quería por no mendigar más ni
andar viviendo de ^ decir misa por precio ni
limosna. Retraíame también de ser i'raile ver
que mi madre quedaba con grande necesidad, y
parte della había adquirido por mí, y que tenía
obligación de servirla y socorrerla. De otra
parte, determinaba casarme; pero también en
esto era ' contra la voluntad de mi madre, que
deseaba fuese clérigo y me había criado con
grandes trabajos para tan alto ministerio *, y
tampoco se socorría su necesidad con esto, por-
que ordinariamente los casados quieren más
para su mujer y hijos que para sus padres;
y aunque se ofrecían causas ^ razonables, lo
dejé. Al fin, como yo había nacido en tierra del
Orden de Santiago y tratado con gentes de
aquel hábito, determiné de ir á Uclés i", por
consejo de algunos, y pedirles el hábito, donde
fui recebido con facilidad y de buena gana, por
llevar los principios que llevaba, y también te-
nía dentro un pariente " de mi madre, que me
ayudaba á ello; y así entré en aquel convento,
parte forzado de mis necesidades, parte por ser-
vir á Nuestro Señor, visto que el Orden era re-
cogido y yo tenía algún respiradero para poder
tener algo para socorrer á mi madre y pasar
adelante en los estudios, como pasé. Esto fué
el año de 1525, al medio del mes '^ de julio, día
del Triunfo de la Cruz, siendo de veinte años '*.
Recibido en la casa, queriendo hacer de la ne-
' X. no tuve con que graduarme como pobre. —
' Cr. y. — 3 X. puede. — * X. y anduve. — * convenía.
— « andar obligado á. — ' X. pero esto también era.
— ' (i. para ello.— » se me ofrecieron lances. X. fe me
ofrecían lances.— <" G, Veles.—" primo — '' G. al
cabo de él en el mes. X. al cabo del, en el mes. —
'3 veinte v un.
cesidad virtud, después de haberme confesado
generalmente, como es costumbre, propuse de
hacer de la necesidad virtud, y de hacer peni-
tencia de mis pecados. Estaba aquella casa muy
recogida entonces, con la ^ memoria viva de la
vida heroica del Sancto Padre Don Pedro Al-
fonso de Valdaracete, que fué hombre de gran
penitencia y perfección y había cinco años que
era difunto, y aprovechóme ^ desto y aun de
los instrumentos de su penitencia, procurando
de hacer lo que me mandaba la obediencia y
estudiar y trabajar, cosa increíble; porque en
tres años apenas me acosté tres veces después
de maitines, donde pasé hartas tentaciones casi
visibles del demonio, que me pusieron en harto
estrecho, si la misericordia de Dios, grande, con
un poco de oración y meditación, juntamente
con la aspereza de la penitencia, no me defen-
diera. Tuve grandes persecuciones y emulacio-
nes en la casa, y al cabo sobre una elección
del * Priorato de Montalbán, que es á pro-
veer del Capítulo de Uclés *, el cual preten-
día un Prior que á la sazón era; porque sien-
do yo recién ordenado de subdiácono no quise
consentir en que aquella '^ electión se hiciese
como él la pretendió guiar, dividiendo los votos,
dejando unos en Uclés ® y otros enviándolos
á una recreación que se llamaba Torre Luen-
ga ', para mejor conseguir su pretensión co-
diciosa, me trató muy mal él y todos sus ofi-
ciales, dándome penitencias graves por tales
cosas, que al parecer de todos parecía clara pa-
sión; y un día, porque le dije que no podía ser
por ley parte y juez en una cosa que me man-
daba sobre que •* desistiese de mi pretensión ^,
me mandó echar en una mazmorra, que era un
hombre respetuoso, y me quería enviar a León
si hombres cuerdos no le fueran á la mano; lo
cual duró cerca de medio año, persistiendo yo
en mi propósito con otros tres ancianos, aun-
que sin provecho, porque él salió con lo que
quiso, y así pasé hasta fin del año de 1526 '**
sirviendo en oficios trabajosos á la casa, y con
malos tratamientos, que mis pecados pasados
lo tenían bien merecido. Acabado el trienio
deste Prior, eligióse un Prior benévolo y asen-
tado *', de mucha religión y prudencia, que era
vicario de Yeste, del lugar donde yo había pa-
sado parte de mi infancia; mudáronse las cosas,
y hizo Dios loque suele con sus misericordias;
éste entendía mi habilidad y inclinación y ejer-
cicio '*, y me mandó leer una lección de Ló-
gica, y procuró con el Presidente de Ordenes,
que era el Conde de Osorno '^, cómo en el
* recogida; en los más estaba viva la. X. entonces
estaba viva la vida. — ' aprovechábame. — ^ del subprio-
rato.— * G. Veles. — » que la.-* G. Vele.s.— ' Lengua.
—8 G. queme.— 3 G. condición.—'" 1627. X. 1523.—
" G y T. atentado,— " ejercicios.—'^ Osorio,
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
215
número de los colegiales que estaban * enton-
ces en Salamanca, que eran cuatro ó cinco,
fuese yo añadido, y por no enviarme solo en-
vió otro conmigo, hombre trabajoso y que traía
siempre emulación consigo, con grandísima pa-
sión de mi vida, el cual me causó muchos desa-
sosiegos.
CAPÍTULO V
De la asistencia en Salamanca.
Proveídos que fuimos á Salamanca por el
mes de noviembre del año de 1528, como la
casa del colegio era estrecha y estaban los reli-
giosos de León mal con los de Uclés ^, fui-
mos mal recibidos y albergados. Yo tomé mi
aposento para recogerme ' á estudiar de no-
che, porque el * día oía lectiones de Santo
Tomás, donde tuve por maestro principal cerca
de un año á Fr. Francisco de Vitoria , de
buena memoria, el cual había comenzado la
Secunda secundtv entonces y ' había poco que
tenía la cátedra de Prima allí. Y así pasa-
mos algunos días ® mal acomodados, con har-
to ' rigor de frío que aquel invierno hizo,
qiie muchas veces, por ser el aposento bajo,
llegaba á tener los pies * sin sentido ninguno,
de que no encurrí en pequeñas enfermedades
de cuartanas y otras; al cabo, como no podía-
mos estar allí, en el ^ Consejo de Ordenes
con el Prior determinaron ^^ de pasarnos á
Alcalá y eso fui yo á negociai'lo '* á Toledo,
y así nos pasamos ^^ el año de 1529; donde
tuve '"* por maestro al reverendo doctor Juan
de Medina, que fué uno de los célebres esco-
lásticos de su tiempo, y oí del tres años conti-
nuos, que tanto entonces duraba un curso, con
toda la diligencia posible; procuré también ^'
graduarme de licenciado y maestro en Artes,
donde, á respecto de los doctos '^ que allí hubo,
en treinta y cinco licenciados fui el segundo; el
año de 1532, y al principio de él, fui proveído
por Rector de aquella compañía, el cual cargo
acepté y llevé con harta pesadumbre, por la
licencia que tenían de vivir los colegiales, pare-
ciéndoles que fuera del convento no eran obli-
gados á tener religión, y así acabé de estudiar
Teología y graduarme en Artes; hice algunos
actos allí en Alcalá, especial la tentativa que
llaman, con grande trabajo de estudio; leí allí
medio curso de artes, siguiendo los ejercicios '®
de las escuelas y de la cátedra de Matemáticos.
* G. estaba.—' U. Vélez. — '' poderme recoger. — * de.
— ^ que.—* T. días iillí. — ' T. tanto.— ^ (i. llevaba á
cenar las pierna.s. X. llevaba las piernas.—" allí, el. —
'" determinó. — '* G. negociar. — " T. partimos. —
'^ en Alcalá tuve. — *^ (i. también de. — *" otros. —
•' T. cl ejercicio de la escuela.
A la sazón se había levantado de nuevo el
estudio y colegio de la ciudad de Granada
por el Emperador Don Carlos, con industria y
favor de los reverendísimos Fr. Pedro de Alba,
Prior de San Hierónimo, y de Don Gaspar
de Avalos, su sucesor, y como llevaban siem-
pre maestros de Alcalá, yo fui señalado y
aceptado entre ellos para leer Artes en aquella
Universidad por * Don Gaspar de Avalos, Ar-
zobispo de Granada y moderador de aquella
Universidad, con 30.000 maravedises de par-
tido en cada un año ^, y de comer y lo demás que
era mejor, lo cual acepté, porque ^ yo para con-
sumarme tenía necesidad de leer un curso de
Artes y dar una vuelta de propósito y confir-
marme en Al-tes y para perfeccionarme, que
me era muy necesario. Y visto que en Alcalá
todo era por pasiones y votos de muchachos y
personas maliciosas que suelen tener mano *
cu estas cosas, quebré el hilo á mis pretensio-
nes de cátedras y licencias, y determiné de
ir ^ allá, con mandato y licencia del Empera-
dor, como señor y maestre, y así comencé á
6 de noviembre á leer en Granada, con harto
aplauso, aunque como los estudiantes eran
viciosos por causa de la tierra y ser ** natu-
rales y mal aplicados no me sucedió tan bien
aquel año, porque no me salieron entre ocho
tres que entendiesen, y así hube otro año de
tornar á comenzar, y como había poco favor
en aquella Universidad ' para los pobres, que
son los que más suelen * aprovechar, toda-
vía llevé mucha hijada en el curso, aunque
se sacaron una docena de ellos que entendían
bien; pero no pararon ^ mucho allí; unos se
metieron frailes, otros se fueron á otros estu-
dios, donde pasé y leí á Aristóteles casi todo
con la curiosidad que se sufría, no dejando de
cumplir con la sofistería metafísica que enton-
ces se usaba, con gran jactura de los ingenios;
apliquéme hasta la indignidad de libros que
había, y la mucha variedad '* de ellos, para
leer en el curso y escribí " con grandísimo
trabajo unos Comentarios y cuestiones sobre los
universales de Porfirio, donde allende '* la
germana inteligencia del texto, que proseguí lo
mejor que pude, en las cuestiones me metí *'
mucho y procuré ingerir los principios de las
sectas que entonces se usaban en las escuelas,
es á saber: de tomistas, escotistas y nomina-
les '*; fué libro muy acepto y bien trabajado,
y fuéralo más si escribiera diez ó veinte años
atrás, cuando más prevalecían las metafísi-
cas, y abstracciones '^ y compuestos metafí-
* fí.y. — ' G. en cada uno. — ' aunque. T. hasta que.
— * X. y (i. mando.— ^ irme. — * T son. T. y. — ' ciu-
dad.— * T. han de. — ' plisaron. —'" G. barbaria.—" G.
á escribir.—" además de.—'"' T. y G. merecí. X.me
remire.—'* (í. nominables. — '* (i. abstracción.
216
autobiografías y memorias
sicos; proseguí con esto ' mis actos de Teo-
logía allí, y graduéme * de licenciado y de
doctor en aquella Universidad al postrero año
de mi curso; entramos dos licenciados y dié-
ronme el primer lugar. Acabado el curso, el
Arzobispo me mandó leer un curso de Teolo-
gía escolástica, y comencé á Gabriel, porque
en él están todas las opiniones de los otros, y
no tiene nada suyo; leía ^ dos lectiones y es-
cribía con harta curiosidad, trayendo todo lo
que yo podía, y así tenía más de cuarenta
oyentes y más que los otros, y leí hasta el cabo
del tercero con mucho aplauso. El grado y la
cátedra se me dio á mí de treinta y cuatro
años; así, estuve en Granada desde el fin
de treinta y dos años hasta el principio de
cuarenta '*.
CAPÍTULO VI
De la estada en Jaén.
A la sazón fué electo Obispo de Jaén Don
Francisco de Mendoza, hermano del Marqués
de Mondéjar, Don Luis de Mendoza, el cual se
vino allí á Granada entretanto que venían sus
bulas; y como yo tuviese gana, con la codicia
de saber, de ir á París ó á ^ Lovaina, y tu-
viese ® en Granada una cátedra de 40.000
maravedís, aunque tenía de comer, como no
fuese del todo tan allegador, tenía necesidad de
dineros para proseguir mi negocio, y también
se allegó ', que como yo leía dos lectiones de
Teología y escribía muy colérico, quemábaseme
la sangre, y de dos á tres meses me había de
sangrar, y tenía perpetuo dolor de cabeza, de
manera que no podía durar en aquel ejercicio;
y como no nos daban cosa perpetua desaní-
meme * á perseverar en Granada, y así hice
asiento con el dicho Don Francisco de Mendo-
za para confesor y lector suyo casi con el par-
tido que allí tenía, y de comer á mí y á dos
criados y una muía; fuíme con él, y lo de la
lectión tratábalo como lo suelen tratar los ge-
nerosos en España, por cumplimiento; leíase
el compendio de la Teología, una lectión cada
semana; la confesión duraba, y después mandó
que entendiese en ' visitar el obispado unos
meses que él se ausentó, lo cual fué causa de
algunos disgustos y muchos desasosiegos que
me dieron allí ciertos clérigos destraídos, y tes-
timonios que me levantaron, de tal manera que
alguno de ellos de su propno motu se desdijo
dello un Viernes Sancto públicamente. En todo
* G. coa esto de seguir. — ' G. graduarme. — ^ G.
le(. — * de treinta y nueve al principio del de cua-
renta. T. de treinta y cuatro años en Granada, al
principio de cuarenta - " X ú á. — ' G. me tuviese. —
X. y me vi( se en Granada con. — ' llegó. — ' deter-
miné á no.— ' de.
esto se gastaron dos años, al ' fin de los cuales
vino el Obispo; yo le dije que yo no le quería
servir en aquel oficio ^, y así habiendo el Papa
Paulo III convocado Concilio en Trento * á
la sazón, fué el Obispo uno de los señalados
que allí fueron, y rogóme fuese con él, aun-
que siempre con muy pocos dineros, aunque el
Obispo me había dado un beneficio *, el cual
valía hasta 60 ducados por todo, y servido, más;
en una ' iglesia cabe ^ Andújar otro me dio,
pero sacáronme [lo] los romanos con reservas.
CAPÍTULO VII
De la ida al Concilio.
Al principio del año de 1543 el Emperador
determinó de pasar á ' Italia y Flandes con-
tra el Duque de Cleves y capitanes del Rey de
Francia, que le habían perturbado é invadido
todos aquellos estados, y ganado el ducado y
estado de Güeldres *, tratando de su persona
con ignominia, y diciendo que le había comido
un pez en Argel el año pasado, á causa de lo
cual pareció á Su Majestad que el Papa llama-
ba ^ á Concilio para hacerle cumplir con el
mandado ó divertirle "^ para que no cobrase lo
perdido ni se satisficiese; y por eso no señaló
sino tres Prelados para allá, teniéndolo *' por
burla, como fué al dicho Don Francisco y á
Don Gaspar de Avalos, Arzobispo de San-
tiago, y al Obispo de Huesca ''*, Don Martín
de Gurrea '•*; y asi se hizo á la vela de Rosas
miércoles de Pentecostés. Yo fui á grande prisa,
porque no pude ir con el Obispo por disponer
de mis cosas, y topé la armada en Rosas ^*
lunes de Pentecostés, en el cual camino '', por
la prisa de ir por jornadas, dejé mis bestias en
el camino; llegamos día de Corpus Christi á
Genova, donde Su Majestad fué recibido con
grande solemnidad; desde ahí fué á Pavía y á
Cremona, y se vio con el Papa. Por el Man-
tuano bajó á Trento, llevando su infantería y
gentes de armas consigo; en Trento estaba el
Cardenal legado Juan Morón, milanés, hacien-
do cuerpo de principio de Concilio, el cual, des-
pués de tratado con el Emperador la prosecu-
ción del, el Emperador y los tres Obispos pro-
testaron en contra del progreso '® del dicho
Concilio, diciendo que era tiempo turbulento y
de guerras y que hasta que se satisficiese el
Emperador no se podía ni convenía celebrar.
Con esto se suspendió hasta el año de 1545.
Al cabo, cuando comenzó, el Emperador pasó
' en. — ' ejercicio. — ^ G. Tarento. — ' G. oficio. —
» G. la.—" G. cabo. X. en la Higuera, cabe — ' G. en.
— ' G. de los Jclde8.-9 X. y G. llamaría.-'" y di-
vertirlo X ú tiacelle divertir. — " G. teniendo. —
" G. Huesear. T. Sigüenza.— •' (}. UrÍ9a. X. Go-
rtea. — '^ G. liodaa — '* viaje.-'* T. proceso.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
217
cou su ejército á Espruch, á Viena y Espira, y
de ahí dio con el ducado de JuUiers ', donde
tomó y abrasó á Dura, y se le rindió Julliers,
y el Duque se le vino á poner en las manos
después y le entregó todo el ducado de Geldres;
y el Emperador le recibió y le casó con su so-
brina, hija del Rey de los Romanos; de ahí
pasó á dar guerra al Rey de Francia á las fron-
teras, donde estaba fortificado. Yo, como vi la
oportunidad y prolijidad de guerra, que no ar-
piaba con mi profesión, despedíme del Obispo
para me ir á Lovaina; cuando me despedí no
tenía cierto cuatro ducados, aunque esperaba
no sé qué crédito; fuíme á Lovaina al cabo del
año de 1543; entré en el Colegio de Lillio, don-
de con el principal del [me] asenté por pupilo,
para poder mejor cumplir con mis estudios ^,
yo y un criado, y allí en dos años procuré saber
un poco de griego y refrescarme ^ en el he-
breo, que había oído en Alcalá, aunque poco, y
pasé todos los libros de los herejes que tenían
algún nombre; porque en aquel estudio hay
privilegio del Papa que lo puedan hacer los
doctores que allí residen *, y leí á vueltas mu-
chos de los Doctores Santos, porque no hacía
otra cosa ni tenía en qué distraerme, por ser la
tierra y lengua extraña; continuaba los actos de
Teología y tenía algún comercio con aque.los
doctores que había entonces eminentes, donde
pasé muchas necesidades, fríos y trabajos, por-
que el Obispo murió en Espira, y yo quedé de
manera que no podía irme á España ni quedar-
me ', porque la provisión venía tarde y mal.
CAPÍTULO VIII
De la ida á Alemania.
Estando en medio destas necesidades, me-
diando el año de 1545, Su Majestad había
concertado en la Dieta de Espira á los alema-
nes para que pudiesen enviar al Concilio una
doctrina, y en conformidad se juntasen ® y
cada una República y Señor trajese en escrito
lo que sentía acerca de la Religión, para ver si
podía tomar una conformidad con los católicos;
para esto tuvo Su Majestad necesidad de jun-
tar y congregar número de teólogos que se
hallasen en Vormes ' aquel año, y así juntó
de París dos y de Lovaina otro y á mí, y de
Colonia otros dos, y nos envió con Gran vela,
que era el gobierno ' de aquellas cosas, y el Rey
de Romanos, que había de ir delante, porque el
Emperador no partió ' dende á cuatro meses;
donde fuimos y comenzamos á ver lo que tra-
taban por espacio de nueve meses, y todos iban
' X. y T. Julia — ' estudiar. — '^ reformnrnie. —
* G. reciben. — ^ G. quedar — « juntápdoise. — ' G.
Vanies. — ' X. gobernalle. — * podía.
apartados de la verdad en muchas cosas entre
sí muy diversas. Al fin. Su Majestad se vol-
vió sin hacer nada, y determinaron de hacer
junta ^ otro año en Ratisbona, donde tam-
poco se aprovechó nada, y así estuvimos hasta
el cabo del año de 154G ^, que se armó'Ia
guerra contra los tudescos rebeldes. Vinimos á
Flandes, y en Amberes estuvo ^ Su Majestad
la fiesta de Pascua, y de ahí fué á Flandes *,
y yo en este tiempo, que fué cerca de año y
medio, pasié hartas necesidades, j^or ser poca
mi renta, y esta pagábase en España y no daba
acá sino 200 ducados; fué tanta mi necesidad,
que no pude salir de Amberes por no tener
con qué pagar al huespede la posada. Escribía
entonces el libro De traditionibus divinis et
apostobcis y leía en un monasterio á ^ San
Pablo porque diesen de comer á mis bestias, y
á mí á las menos veces, aunque su modo de
comer no me placía, porque era todo cerveza y
manteca. No quiero dejar de contar, aunque
sea sueño, lo que aquí me aconteció, y porque
el suceso más pareció revelación que sueño:
Una noche, que fué primero de febrero, vís-
pera de la Purificación, yo demandé ® á un
criado mío que trajese colación ya bien de noche,
después de haber estudiado y escrito gran rato,
y di jome que ni había pan ni vino; yo entriste-
címe, aunque no era nuevo para mí aquello y
díjele que se saliese, que me quería acostar, y
de tristeza hinquéme de rodillas junto á la
cama y comencé á pensar un poco en Dios, en
mi vida y en mi necesidad, no sin lágrimas;
acostéme; aquella noche, al cabo, cuando los
sueños suelen sar menos dudosos, con haberme
acostado con harta tristeza, melancoha y pen-
samientos, yo sueño que me veo ' en una casa
muy bien edificada, labrada y dorada con arte-
sones, y muchos racimos también de oro, y que
una doncella de bulto angélico ^ me tomaba
de la mano y me paseaba por aquella casa; y
cuando me hubo llevado di jome: No estés
triste, porque ya son acabadas todas tus nece-
sidades. Recordé ' muy alegre, porque ya era el
alba, y levánteme, recé y fuime á decir misa á
un monasterio de monjas que estaba enfrente
de mi posada en Amberes, y mientras la decía
vino un escudero ó mayordomo de cierto caba-
llero á quien yo no conocía, ni él á mí de con-
versación, porque era recién venido de España
desde Utrech, donde estaba el Emperador, y
parecióle que yo me había cpiedado allí por
necesidad, y envióme una carta con cien escu-
dos, y á decir '* que si más había menester
que él los daría, los cuales yo, por la extrema
necesidad en que me hallaba, recibí, y con ellos
' coloquio. — * 1545. — "' tuvo ' Holanda.-* de.
— ^ le mandó — ' veía. X. soñA que me vi. — * ange-
lical.—* X. recordeme.— '" y diciendo.
218
pagué lo que dehia á los huéspedes, y piide salir
de allí; y es verdad que de allí adelante nunca
pasé necesidad de lo necesario que me pu-
siese en estrecho. Este mesmo día tuve cartas
de caballeros particulares nmy r)rincipales, y
en ellas me hacían ^ saber cómo Su Majestad
me había nombrado para Obispo de Cartagena,
y con aquella fama constante, aunque de raí
nunca creída, me partí de Amberes para Mas-
trie, donde había de salir el Emperador para
tomar el camino de Alemania y declarar la
consulta; y por todo el camino, que son buenas
dos jornadas, tuve muchas cartas de personas
de cualidad que me daban la norabuena y afir-
maban lo mismo. Luego ^ que llegué á Mas-
trie, que fué víspera ^ de Santo * Matías, hallé
declarada la consulta y que me habían dado
el dicho obispado y cierta pensión, y todo fué
verdad que fui señalado por Obispo, como
después supe por una persona de la Cámara;
lo ^ cual se mudó, porque aquella consulta
duró mucho en divulgarse, y murió á la sazón
el señor Arzobispo ^ de Santiago, Don Gaspar
de Avalos, de buena memoria, y por cuya
muerte y nuevas oposiciones y intercesiones
del Rey de Portugal, que se recibieron, se
estorbó aquella consulta, y lo principal fué por
no haberlo dicho; porque preguntó el Empera-
dor si yo lo sabía, y como no lo supiese, lo dio
aquella vez á un portugués que había sido
Obispo de León y capellán de Su Majestad;
pero conocióse en Su Majestad tener tanto cré-
dito de mí, que ya muchos miraban en ello.
De Mastric partió Su Majestad á Ratisbona,
y tomó la vía de Lieja '; y por allí, por las
haldas de la sierra de Ardenia *, que estaba
ya alterada, y los Príncipes luteranos de la
Liga se habían juntado en Francfort para tra-
tar de echar al Emperador fuera de Alemania,
y fui de dos uno que le fueron sirviendo en
aquella peregrinación, con harto trabajo y des-
comodidad , porque ni se hallaban posadas ni
de comer sino tocino; llegados á Ratisbona la
Dominica in Passione, fué sonado ' que el
Emperador tuviese sus Concilios, y trató de
hacer gente contra los enemigos rebeldes, y
aparejó un grande ejército, aunque vino poco á
poco, y los luteranos ya estaban puestos en
armas con gran copia de artillería y gente de
á caballo, cual nunca se había visto junta en
Alemania. Al Emperador seguían ^^ el Duque
de Baviera, no con gente, dando en su tie-
rra paso ^1 para los mantenimientos; el Maes-
tre de los Teutones '2, el Duque Mauricio, el
Marqués Juan de Brandemburch ^^, y todos
• decían. —2 Llegado. —' día.—* San Matias.—
" G. la.— « G. obispo.—' G. Luna.—' G. Anleñu —
» G. forzado — *" siguió.-" G. pasto.—'» G. Tuzo-
nes.— '* Vrandemburg. X. Biandanburque.
autobiografías y MEMORIAS
los Prelados v Repúblicas católicas, que eran
pocas; y con la gente que hizo venir de Hun-
gría, que fueron 2.000 españoles, y otros que
vinieron del Estado de Milán, y 3.000 caballos,
al fin era muy desigual el número de sus adver-
sarios, ' que les sobrepujaban en todo, salvo en
la causa; él salió de Ratisbona y fué á Alen-
quer *, donde se llegaron hartas otras gen-
tes, y así se partió para Ingolstad ', y para
tomar aquel sitio á los enemigos, y el paso del
Danubio, que estaba allí muy cómodo para los
mantenimientos que venían de Austria y de
Baviera, y de Polonia * y Hungría, donde
hizo rostro Su Majestad valerosamente, ani-
mado de la causa ^, j envió gente á la mano
izquierda, y hizo sus fosos para defenderse
de los caballeros ^; los adversarios se pusie-
ron ' poco más ó menos de un cuarto de le-
gua á la parte de un lugar de un hermano del
Conde de Palatino, hacia la vuelta de Tala-
bert •*, en un alto hacia la vista del cuartel ®
de los españoles, que estaban primero hacia '"
aquella parte.
CAPÍTULO IX
De la ida segunda al Concilio de Trento.
Como vi la guerra ya comenzada, y que no
tenía cómo estar cómodamente, allende •' que
no era ejercicio de clérigos andar en guerra,
demandé licencia á Su Majestad pai'a me ir al
Concilio, que entonces estaba abierto en Trento
nueve meses había, que era desde trece ** de
diciembre de 1545 y esto era al fin de agosto;
diómela para ir allá, y como yo no tenía mucho
caudal, hube de condescender al ruego de Don
])iego de Mendoza, Embajador que á la sazón
era de Su Majestad allí en Venecia, el cual me
rogó mucho me fuese á su casa y me haría todo
el buen tratamiento que él pudiese, y así lo
hizo. A la sazón trataban en el Concilio la ma-
teria de Justijicatione cuatro meses había, que
era lo más importante que se podía tratar, se-
gún los tiempos presentes, y en que discorda-
ban muchos herejes de los católicos ". Este
punto '*, como era de mucha importancia, y
de donde dependía la concordia de los unos y
de los otros, junto con la de Communione suh
vtraque specie, que era lo que los luteranos más
escarnecían y despreciaban y les parecía que
triunfaban de los católicos, la Majestad impe-
rial '•• quisiera que se guardara para después,
' X. en fin, cían muy desií^iiales en número .-í,. —
' Ahmquer.— 5 G. Inhel Sthael. — * G. Volotria.—
* G. animando á la casa. X. ¿i todos animando, ñ
todos — " caballos. — ' G. jjartieron.— ' Tabanet. X.
Tavanent. — 9 G. cuarto.—*" en.— '« fuera.—*' G.
veintitrés. — •' y en que los herejes disputaban mucho
con los católicos.-" articulo.—'" El Emperador.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
219
confiando en ' Nuestro Señor que Alemania
se sujetaría al Concilio y las cosas sucederían
con prosperidad, de modo que hubiese alguna
manera de concordia y paz en lo de la religión.
El Papa Paulo III, como astuto, quería otras
cosas, y es que se disputase y concluyese este
artículo, porque temía á la prosperidad del
Emperador, y que si Alemania se conceitaba
con él vernía al ^ Concilio y le apretarían
en la reformación y otras cosas, de que él
estaba muy temeroso, y así daban priesa en
la materia de su parte los Legados y los que
los ** seguían, que era la mayor parte del Con-
cilio, aunque el Emperador no le[s] dejaba de
repugnar * y dar sus puntadas para dilatar
la disputa de esta materia ^. Dióme parte el
Embajador Don Diego de las cosas, y cómo
tenían hechos sus •* artículos para hacer sus
ordinaciones y la doctrina, y cómo no faltaba
sino ponerlo en orden en la disputación, y díjo-
me lo mucho que el Emperador deseaba la dila-
ción, de cualquiera manera; esto instantísima-
mente '' entendióse que no había otro remedio,
sino poner impedimento de parte de la misma
materia. Yo estudié sobrello y revolví mis pa-
peles, y hallé c^ue se dejaban por examinar mu-
chos puntos principales, que no se satisfacía á
la materia con lo que querían hacer, ni se orde-
naban ni se tocaban muchos errores, ¡j que me
importaba mostrarlos por los mesmos dichos de
los lierejes, cuyos libros yo había bien pasado y
ventilado en el tiempo que estuve allí. Deman-
dé audiencia para decir mi parecer en una con-
gregación, y diéronmela día ('e San Miguel,
septiembre, donde dije por espacio de un hora;
quedáronse confusos con la claridad que se les
dio entender la falta * grande que ^ lleva-
ban, y tornaron á tratar nuevos •" puntos, y
así se detuvo la determinación deste artículo
hasta la Cuaresma de 1547, que no se sufrió
más detener, porque el Papa y sus Lega-
dos daban prisa por las cosas ya dichas. Dije
allí mi parecer sobre otras cosas en la materia
de Justijicatione otras dos veces, especialmente
en una sobrevienta *' que se levantó allí so-
bre un parecer que dijo el P. Rmo. Fr. Jeróni-
mo Siripando, Generalísimo de la Orden de
San Agustín '^^ el cual después fué Cardenal,
en '^ que afirmaba que las obras, aunque se
cumpliese la ley con ellas, no bastaban á tener
derecho á la gloria, supuesto el Baptismo, fe
y la ley nueva, por la misericordia de Dios. En
este tiempo ya se rumiaba '* el disceso ^' del
Concilio, como veían al Emperador que sobre-
' G. de.—* G. el.— 3 G. le.—' G. repuntar.—* G.
dilatarlo. — * y que tenían hechos seis. — ' G. injusta-
mente. X. iniustísiniamente — ' falsedad. — " G. de
que.— '" muchos. — " sobre una reyerta. —'^ General de
los agustinos. — '5 el - '« G. pasé y rumió. — '* discurso.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOKl AS.— 25
pujaba el temor ya dicho; tratábase al fin la
materia de Justijicatione, y como se temía
(como fué) que lo había de trasladar ó disolver
y Don Diego en aquella sazón fuese proveído
por la Embajada de Roma, rogóme que, pues
ya no se hacía nada ni se esperaba, me fuese
con él y vería á Italia; yo, con curiosidad de
ver fuíme en su compañía á Venecia, y de
ahí á Mantua y á Bolonia, y á Florencia, y á
la Pulla ', y á Piombino ^, y á Rija ^, y á
Cuma *, y allí, con negocios que tenía con el
Duque sobre Piombino ", nos detuvimos todo
el mes de febrero y marzo, donde fuimos muy
regalados. Y á la Pascua florida entró en Roma
con todo el triunfo y pompa que hasta allí
había entrado Embajador. Estando allí acaes-
ció la victoria famosa del Emperador en el río
Albis, con que se desbarató el ejército de los
luteranos, y se rompió al Duque de Sajonia,
que fué preso y se llamaba Juan Federico, A
esta sazón fui llamado de la corte para ir á Ale-
mania, y estuve en Roma cuarenta días visi-
tando los lugares santos y algunas antigüeda-
des, y volví por Trento en el mes de mayo de
aquel año, y estaba ya diviso el Concilio; por-
que los Legados y los que les seguía echaban
fama falsa de peste, que fingieron que había en
Trento, y asi se salieron, y disolvieron el Con-
cilio de Trento, y lo pasaron á Bolonia por vir-
tud de una Bula del Papa, que estaba dada ®
en Roma, como parece de su fecha, desde antes
que se abriese el Concilio, en que les daba po-
der el Papa para transferir, mudar y disolver
como les pareciese, porque se vea con qué aten-
ción atendía el Papa á las cosas del Concilio.
Detúveme allí dos meses, hasta que el Empe-
rador "^ se acercase hacia los Alpes y se ase-
gurasen los caminos, y así fui en el mes de
julio del año de 1547 á Augusta, donde ser-
ví en * lo que antes á Su Majestad. Enten-
dióse en dar á los protestantes un ínterin que
guardasen la religión y reformación, ^ entre-
tanto que el Concilio se tornaba á entablar, el
cual recibieron mal los tudescos y el Papa tam-
bién, aunque por diversos respetos.
CAPITULO X
Del obispado de Guadir.
Al principio del año de 1548 hubo ciertas
vacantes, donde se presumió que se había de
hacer consulta; y instando i/o que Su Majestad
me hiciese alguna merced de algún beneficio ó
pensión para irme á recoger, porque obispado
nunca lo pretendí, Deus est mihi testis, ni por
« Capilla.— 2 G. Ponplen.-í G. Rica. X. Capua,
Pií^a y Luca.— •• G. Luna. — ^ G. Ponplcn.— * se había
dado.—' G. poder.- « G. de.- '•' G. intormacióii.
2-20
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
uií ni por otro, ni lo deseé en nji vida de pro-
pósito, acaesció que Sn Majestad se determinó
de nombrarme para el obispado de Guadix, en
el reino de Granada, al cual fui nombrado día
de San Ambrosio, á 5 de abril, en que se suele
celebrar el día de su muerte, porque la fiesta
que se celebra en diciembre es de su electión,
que Fué milagrosa; celébrala ' la Iglesia, y la
recibió antes que celebrase el día de su muerte;
y yo lo acepté á cabo de dos dias con harta difi-
cultad, porque no dijesen que dejaba de acep-
tarlo porque era el obispado de poca renta, por-
que apenas valía ochocientos mil maravedís ^ y
más conocida la condición de Su Majestad, (/tie
cuando uno no aceptaba lo que le daba, era bas-
tante para no acoi'darse más de darle otra cosa;
y como me certificó uno del Consejo íntimo que
el Emperador sabía que yo tenía entendido que
había estado nombrado para Cartagena, que es
Iglesia mucho más opulenta, era muy probable
que si no aceptaba esta Iglesia que el Empera-
dor pensara que no la aceptaba por estar des-
graciado y no tener en nada lo que me daba; y
también por mi suma pobreza y la de mi ma-
dre, que no tenía con qué socorrerme á mí ni á
ella, yo hube de aceptar confiando en Dios,
aunque no dejé de quejarme á él que siendo yo
tal y de tan flacas fuerzas me hubiese puesto
en necesidad de tomar Iglesia sin pretenderla
y ponerme en lugar que no merecía. Yo enton-
ces fui á besar las manos del Emperador por
la memoria y confianza que de mí hacía en
tenerme para más de lo que era, que yo creía
Su Majestad había tenido respecto en aquel
nombramiento á que yo era predicador, y que
sabía la lengua y costumbres de los moriscos,
desengañando á Su Majestad si lo estaba, por-
que yo no acostumbraba á predicar, y aunque
había estado en Granada no sabía nada de la
lengua ni costumbres de moriscos; y que si [á]
alguna de aquellas cosas había tenido respecto
en el nombramiento, que yo le desengañaba
para que antes que le aceptase Su Majestad
pudiese proveer lo que le cumpliese al des-
cargo de su conciencia; él me respondió: En lo
del predicar vos podréis de manera que lo ha-
gáis bien de presto, pues tenéis tan buen cau-
dal; en lo de esotro no se ha tenido respecto
á nada, sino confiar de vos que descargaréis
vuestra conciencia; y así yo acepté y le besé
las manos, y le pedí ciertas cosas para el buen
gobierno y instrucción de los nuevos ^ cristia-
nos, las cuales él me otorgó lilieralmente; acep-
tado, fuíme á Inhesltad \ ciudad y Universi-
dad del Duque de Baviera, á imprimir el libro
que había escrito De Traditionibus dírin/s et
appostoUcis, donde pasé nuevo trabajo en la
* y la celebra.- ' 8.000.- » X. moros. - « Inclos-
tadio.
impresión por la falta de buen corrector en mu-
chas partes, y después lo dejé encomendado
en Colonia, donde se imprimió la primera vez,
y estuve hasta Santa María de agosto apa-
rejándome de lo necesario para el camino, y
el día de Nuestra Señora, después de la Misa,
yo le demandé licencia, y él me la dio, y me
mandó que me fuese á Trento á aquella sombra
de Concilio que allí se hacía para hacer cuerpo
y que estuviese allí hasta que él me mandase otra
cosa; yo le repliqué la necesidad de la Iglesia á
la cual estaba proveído, y cómo había tres años
que estaba vacante, y ultra desto ser de nuevos
cristianos, y él se resolvió en que fuese á Tren-
to, y así lo hice; y quise esperar allí mis bulas,
que se habían despachado, porque Su Majestad
había hecho instancia en que se me diesen de
balde, así por mi pobreza como porque había
trabajado mucho en servicio de la Iglesia en las
cosas de Alemania, que esto iba en la minuta
de la carta, según me la mostró el Secretario
Vargas, después que por Santiago vine ' á Au-
gusta; yo también pretendía no pagar njida, no
tanto por la costa '^ como por escrúpulo que me
vino en dar dineros por cosa semejante de la
manera que se llevaban, lo cual no se pudo aca-
bar con Su Santidad, y entonces mandó Su
Majestad al Embajador que me dejasen ^ un
beneficio curado que tenía en el obispado de
Jaén, en la tierra que llaman de Andújar, y la
pensión de Cartagena, para ayuda de costa á
esto, que el obispado era pobre, y así se sus-
pendieron las bulas.
Estuve en Trento algunos días, y como vi
que las cosas iban sin remedio de tornarse * por
entonces el Concilio á Trento, [y] que se per-
día ^ tiempo, torné á importunar á Su Majes-
tad, por las razones dichas, me diese licencia
para irme á mi Iglesia, y que yo prometía vol-
ver de buena gana cada y cuando fuese menes-
ter y Su Majestad me mandase, y así me la
envió ^, y fuíme á Milán, á donde llegaron
mis bulas, y parecióme consagrarme en la igle-
sia de San Ambrosio, pues había sido electo en
el día de su muerte, y tomarlo por especial abo-
gado, para lo cual me salí de mi posada y me
fui á un recogimiento que estaba ' cerca de San
Ambrosio, que se dice de San Valerio, donde
están las convertidas, y un clérigo, sacerdote
pío y siervo de Dios, el cual tenia allí un
aposento con un huertezuelo; yo [se] lo deman-
dé * para recogerme allí, á donde me fui ocho
días antes de mi consagración con sólo un paje
y la Biblia y los Ambrosios ^, donde me hizo
Dios harta merced "'.Aparéjeme para hacer una
confesión general de toda mi miserable y cul-
' T. vino. — ' las costas — ^ G. dejase. — •• G. to-
marse.— " G. pedía.—' dio. — ' T. está. — * y yo se lo
pedí.— 8 G. Amerosiüs.— '" hartas mercedes.
DON MARTIN PÉREZ DE A Y AL A
221
pada vida; lúcela, y me di ' á la meditación y
lición, y oía desde mi aposento los maitines que
decían á media noche, rogando á Dios afinca-
damente ^ que por méritos de su hijo sagrado
y de la gloriosa siempre Virgen María y de los
bienaventurados confesores y Pontífices San
Martín y San Ambrosio, abogados míos, me
quisiese hacer bueno y legítimo ministro suyo
en la Iglesia, pues él me había llamado para
ello sin yo desearlo ni procurarlo. Con estas
meditaciones y lectión y oraciones, una noche
vi en sueños ^ al glorioso San Ambrosio ves-
tido de pontifical, el cual me hablaba y decía
dos avisos que tenía necesidad de guardar si
quería ser buen ministro en el oficio que toma-
ba; es á saber: templanza en los manjares y en
los afectos, libertad en tratar los negocios de
Dios, y no me acuerdo bien de otra cosa, y
así * desapareció y quedé bien consolado.
Hecha mi confesión general, vino el día del
glorioso San Jerónimo, en el cual tenía concer-
tada mi consagración, la cual hicieron el Arzo-
bispo de Milán, que entonces era hombre x'eve-
rendo ", que se llamaba Anibaldo, y los Obis-
pos de Lodi y de Urgel ^, la cual se hizo en
San Ambrosio en su propio altar, que estaba
sobre su cuerpo ', y con la Misa ambrosiana,
que no se pudo decir otra. Hízose uuiy solem-
nemente; fué á ella ^ el Señor Don Fernando
de Gonzaga y la Princesa su mujer, y hizo ^
ac{uel día el convite á muchos prelados y seño-
res, los cuales comimos con él, y fué esto el
último de septiembre de 1548.
CAPÍTULO XI
De la venida á España y posesión del obispado.
Entonces á la sazón andaban por quebrar la
paz el Emperador y el Rey de Francia Enri-
que, que había heredado, por la muerte de Fran-
cisco su padre, y no osé emprender camino por
Francia; antes bien aguardé la armada que
venía con el Serenísimo Principe de España
Don Filipe, el cual hoy es Rey de Castilla,
que su padre había enviado por él para hacerle
conocer los astados **• de aquellas partes, el cual
llegó á Genova el día de Santa Catalina, con
grande aparato, y fué recibido con grande so-
lemnidad, á donde estuvo seis días, y [con] las
galeras de España fué "el Capitán Don Bernar-
dino de Mendoza; partió ''■' diez días antes de
Navidad para '"* España, y yo me embarque
en la capitana, porque así lo quiso él, y vinimos
' G. daríanie. — ^ G. y T. aticiunadainente. -- ' G.
sueño. — ^ se. — * venerable.— * G. y el Obispo de lo
Diungel. X. y el Obispo de Lodi y el de Urf^el.— ' se-
pulcro.—* G. allá. - ^ que hicieron. — '" G. estatutos —
" G.y las galeras de España eu ir. — '^ partieron. — •'> á.
á Rosas el Año Nuevo, y yo me desembarqué
en la Peñíscula ^, porque iba mal dispuesto,
y fui por tierra hasta Valencia, donde llegué
para los Reyes ^, con ánimo de comunicar al "*
Reverendísimo Tomás de Villanueva, Arzobis-
po de aquella Iglesia, y ver el modo que tenía
en gobernarse á sí y á los moriscos, para tomar
algo bueno; pero hállele desembarazado desto
y dando el cargo * desto ' á ciertos comisa-
rios por autoridad apostólica, y así no sabía de
su gobierno que fuese de provecho; de alU me
fui á ver mi señora madre á Yeste, y por sei- el
lugar muy saludable y su naturaleza y ella estar
tocada en el celebro de perlesía, se había venido
allí á su casa por mi orden. Yo estuve con ella
seis días, y partíme para Guadix, y llegué allá
el postrero de enero, y el día de la Purificación
fué el primero día que entré en mi Iglesia,
donde fui bien recibido; entonces eran pasados
tres meses del año cuarenta y cinco ® de mi edad
cuando comencé á obispar.
Entrado ' en aquella Iglesia, pasé grandes
dificultades, porque yo la hallé de tres años de
Sede vacante que habían corrido, donde todo
lo que por la erección de la Iglesia convenía
al Prelado, así en el recibir de los ministros
como en las licencias de las ausencias y resi-
dencias, todo lo tenían usurpado y entrado en
üosesión con actos perjitdiciales, y como aque-
llas Iglesias de aquel reino sean de Patro-
nos *, no podía yo con la fuerza de jurisdic-
ción, ni por vía de visita, enmendar nada, sino
todo lo llevaban á la Chancillería del Rey,
donde las causas eclesiásticas, como se trataban
cuesta arriba, así tenían tardos y dificultosos
sucesos. Comencé á citar los ausentes, que los
capitulares habían dado licencia[s] ; ellos por-
fiaban á sustentarlas por amistades ^ y con-
servar sus preeminencias usurpadas; habíanse
también metido en la jurisdicción de las culpas
leves y graves del ^^ Cabildo; en especial ten-
taron á castigar un tesorero de la Iglesia, por
lo ^^ cual como los '^ quisiese refrenar y no qui-
siesen por bien, hube de proceder contra ellos,
de que se siguieron desacatos, prisiones y pa-
siones y desasosiegos grandes, y los pleitos
siempre en pie, porque ^^ nunca se acaban allí.
En este tiempo, queriendo ejecutar una concor-
dia que estaba hecha entre '* mi antecesor, Don
Antonio de Avila, y su Cabildo, de una parte,
con ^•' Don Juan de Tavera, Arzobispo de To-
ledo, y su Cabildo, de otra, sobre la abadía de
Baza y su distrito, la cual había sido muy
reñida otros tiempos, tuve grandes dificultades
' G. Pauíscula.— ' T. donde llegaron los Reyes. —
3 G. el.-* G. carrego. - ^ de ellos.- * G. de cuarenta
y cinco — ' (j. lOntiando - '^ patronazgo. T. patro-
nazgos.—» amistad.— '» G. de.— " G. el.~<= G. le.
— '"' G. para que.— " G. ante.— "" y.
222
autobiografías y memorias
con el Señor Arzobispo de Toledo, Don Juan
de Silíceo, el cual fué sucesor del otro, porque
no quería pasar por ella ; tenía otra grande
dificultad, que como los del Cabildo estaban con
pasión por las cosas pasadas, nunca quisieron
concurrir conmigo, siendo provecho de todos
que ^ esta concordia se efectuase, y así tenía
dificultades de fuera y dentro; al fin, soltándole
cierta rata de frutos que rae venían de lo co-
rrido desde el día del contrato, que eran casi
mil ducados, y prestando caución, como presté,
por lo que mis capitulares habían de haber, que
eran más de 400 ducados, con estas inicuas
condiciones me concerté con él de nuevo, por
ser hombre poderoso y vario -, y así se conclu-
yeron [estas cuestiones] con la ayuda de ííues-
tro Señor, repugnándome todos, y los que me
habían de ayudar, lo que nunca se pensó, des-
pués de cincuenta años de pleito, y tomé la po-
sesión de Baza y su Hoya ■', donde fui bien
recibido, con grande solemnidad, víspera de
San Juan, año de 1550, de que se acreció *
aquella silla de Guadix y su mucha autoridad,
por ser ciudad grande y noble, y tener buen
distrito de nueve ó diez lugares ^ grandes, y
una iglesia Colegial tan rica casi de prebendas
como la Catedral de Guadix; antes que fuese á
tomar esta posesión visité la iglesia Catedral de
Guadix y toda la diócesis por mi persona. No
hallé estatutos, que todos los habían hecho des-
aparecer, ni cosac/e donde se pudiese[n] ayudar
de gobierno, y así comencé á labrar allí como si
fuera proveído á una Iglesia nueva de África;
y entre otras ^ cosas que hice, con el favor de
Dios, fué hacer los estatutos sobre las cosas
del gobierno de la iglesia Catedral, y quitar
muchos abusos y licencias que se tomaban con
perjuicio del ' buen gobierno della; porque á
un Inquisidor de Granada, llamado el doctor
Arias, el cual era Canónigo Doctoral de aUí,
quité la ])i-ebenda, no sin grandes dificultades y
enojos que se me ofrecieron, porque los del Ca-
bildo le favorecieron, y como los Inquisidores
sean tan potentes algunas veces en su manera
de proceder en lo que les toca, hicieron mil
vejaciones á mis criados, impidiéndomelos que
no testificasen algo, y echáronme el ^ Consejo
de Inquisición ^ encima y el Príncipe Maxi-
miliano, para estorbarme; y yo hícelo saber al
Emperador mi Señor, que estaba en Alemania,
y envióme el favor que convenía, y así la vaqué
y [no] proveí yo otro '", por ser el patrimonio
Real y la Iglesia pobre. Compuestas las cosas
de la Catedral de esta Iglesia en '* la primera
visita, aunque siempre los pleitos andaban en
' G. porque.- * T. valido — * G. Vaca y Sevcya. —
' acrecentó— 5 G. leguas.— ^ G. estas.— '' G. de. —
* G. al. — 9 echáronme encima la Inquisición. —
'° T. y proveyó otro.—*» G. de.
pie, como viniese á Baza ', comencé á visitar la
Iglesia, que por haber sido de Toledo tantos
años no tenía ley ni se gobernaba por eUa; por-
que cada uno hacía lo que quería, y el Vicario
del Arzobispo que allí había estado no era
parte para hablarles, porque estaba en su mano
el echarle cuando quisiesen, y esto les concedía
por conservarlos que no se diesen al Prelado
de Guadix; hallé nuevos bienes enajenados;
otros mal arrendados, dados á censo sin poder
ni solemnidad y con menoscabo grande de la
Iglesia, más de lo que el uso les daba, i/ esto se
variaba por líbito de tres ó cuatro; la hacienda
y cuenta ^ de la fábrica de más de doce años
por tomar, de mucha cantidad "*, y de pecados
públicos que en la una parte y en la otra ha-
bía, donde se castigaron muchos excesos con
misericordia, pero ejemplarmente, con que se
edificó mucho el pueblo, aunque se incurrió odio
en otros, como suele ser en estas causas. Híceles
un libro para el gobierno de las ceremonias,
parte reservando las que ellos tenían buenas y
tomando otras de las Iglesias cercanas, y de la
buena razón de nuestra Catedral otras cosas
tocantes á los oficios y residencia, capítulos y
modo de celebrar el culto divino. Hice traer á
todos los títulos de censes que tenían; compo-
níame * con ellos por algo más, asegurándoles
las fianzas; torné á darles los títulos firmes, y
ellos quedaron contentos y yo algo descargado.
Hízose un libro de todas las heredades "* y
haciendas de las Iglesias ^ y híeelas apear,
haciendo memoria de quién las tenía y ante
quién estaban las escripturas, de lo cual se
aumentó la renta de las Iglesias notablemente;
acrecentóse renta á la silla de Guadix desta
hecha cerca de mil ducados en todo, de que se
ayudó algo la necesidad. Acabada esta visita,
volví á Guadix al fin del año 1548 ', por ver
si podía concertar unos pleitos que cierto nos
traían inquietos; porque durando no podía ser
si no fuesen cosas donde se mostrasen las vo-
luntades al revés de lo que convenían estar, y *
no ^ aprovechó nada aunque les ofrecí medios
convenientes.
CAPÍTULO XII
De la ida como Obispo al Concilio de Trento.
Entrando '" el año de 1550 ", el Papa Ju-
lio ni, que halda entrado el año pasado en el
Pontificado, tornó á revocar '"•' el Concilio á
Trento por la importunidad de la Majestad del
' G. Vaca.— ^ renta.— '' de diez años sin tomar
cuentas de nnichas cantidades. — ■* G. componíanse. —
^ G. libertades,— 8 la Iglesia.— ' T. 15.50.— ' pero. —
» G. noles.— "> T. entrado.— " T. 1551. G. 1541).—
'- convocar.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
223
Emperador. Yo fui llamado y nombrado espe-
cialmente por Su Majestad, y excusábame por
las muchas deudas que tenía, de haber paga-
do ' bulas y gastado con el obispado en plei-
tos, y en haber puesto casa; mandóseme que
fuese como pudiese, y así yo me aderecé lo más
presto que pude, y salí á 7 de marzo de Gua-
dix con mil ducados prestados de las iglesias
que tenían demasiados, porque yo no tenía;
despedíme * de mi Iglesia, encomendéles lo
que les había de encomendar // que proveye-
sen un Canonicato que estaba vaco, de teólo-
go **, pues yo no me podía hallar presente, á
una persona docta, ejemplar y que predicase *
bien, y ellos lo hicieron todo al revés. Yo fuí-
me á Baza ', á donde estuve dos ^ días, y pre-
diqué y encomendé al pueblo mi camino y las
cosas públicas de la Iglesia, y proveí otras
cosas que eran menester, y partíme, no sin
muchas lágrimas de todos, que ' me amaban
entrañablemente. Cuando partí, que fué á 10
de marzo, hice un mensajero á mi señora ma-
dre, para que me saliese al camino á una villa
que se llama Volteruela, para que la viese an-
tes de la partida y tomar su bendición. Así
me fui por mis jornadas con quince cabalgadu-
ras y cuatro acémilas, y llegué á Barcelona
después de la semana de Pascua de Resurrec-
ción, la cual tuve en Tortosa; allí me rehice de
bestias, porque las llevaba muy cansadas y otras
medio muertas; partí de allí á tres días, ?/
(como supe después) allí me espiaron franceses
y miraron mucho por dónde iba para hacer lo
que hicieron; fui por mis jornadas, y el Do-
mingo de Cuasimodo estuve en Salsas, y partí
otro día, y tomé seis arcabiiceros soldados del
castillo * para mi compañía, por causa de los
bandoleros y ladrones que allí suelen andar, y
llegados aquel día á deshierra caballos, de allí
á poco ^ veía venir soldados delante, que sa-
han del castillo de la Caba '" á tomarme el
paso, y cuando allí llegué dije " á dos de los
arcabuceros que se llegasen al collado donde
comienza á bajar el camino *^ hacia la villa de
Salsa ^* para ver si había ladrones; en llegan-
do descubrieron gente, y dijéronrae: ladrones
''f'^) y yo díjeles que se viniesen, y casi toda
mi gente y acémilas y pajes delante con cuatro
arcabuceros, y yo tomé dos cabe mí ^* y quédeme
atrás, y yendo con ellos á bajar, [luego] que ba-
jamos vimos en la ladera del camino, [á] mano
derecha, catorce ó quince hombres con arcabu-
ces y ballestas de torno y lanzas, que estaban
allí fingiendo que cazaban ^^, y no tenían más
* G. pasado. — ' G. despidióiKlome. — ' Teología. —
^ procediet-e — ^ G. Vaca.— * G. diez — ' T los que.
— ' de Castilla. — '•' G. ya yo había poco. — '" Caiasa
T. Laiasa. — " G. dice — '» campo.— '» (i. Villafal-
sa. — '< iunto á mí — '5 G. cavaban.
de un gosque, y yo entendí la maña ' ; pero
como los vi que no eran muchos, parecióme que
no osarían tocarnos y que nos avendríamos con
ellos. Pasamos por nuestro camino á nuestro
paso y con ^ orden; luego ellos mueven tras
nosotros poco á poco, yendo de nosotros un tre-
cho de ballesta; luego vi por los collados '^ al-
rededor gente que estaba casi en la delantera, y
como veíamos * que unos iban detrás y otros
delante, parecióme mal caso de ir así en me-
dio con tanto peligro de ser atajado •''; salíme
del camino y los nuestros también, y díjeles á
los que iban detrás : Gentiles hombres, pa-
sen •• adelante, que no os queremos llevar
atrás, y salios del camino; ellos dijeron ^: So-
mos justicia y podemos ir como quisiéremos; y
yo díjeles: Si sois justicia, mostradlo, y todos
os favoreceremos y os llevaremos en medio si
fuere menester; ellos no quisieron responder á
esto, y como vieron que les tornaba á impor-
tunar y que hablábamos * entre nosotros, sá-
lense del camino y mótense en un valle bajo '
hacia una roqueta '" ó castillejo, y de que fue-
ron un poco lejos, comenzaron á dar grandes
silbos " y hacer grandes señas, y nosotros se-
guimos nuestro camino; y á una legua antes
de Villasalsa '^ divisamos que venían detrás de
nosotros ciertos arcabuceros á caballo, poco
á poco, y dejáronnos llegar á Villasalsa '3; y
así como entramos y la comida estaba apare-
jada, llegaron á la posada aquellos de á caba-
llo, que eran ocho ó diez, y entre ellos venía un
Proboste, el cual como entró se comenzó á que-
rellar que había hecho fuerza á la justicia en el
camino y qne había metido hombres en Fran-
cia; luego entendí que era aquello buscar oca-
siones '*, y que no venían de buena mane-
ra; pero satisfícelo como se podía satisfacer y
dije: Cuanto á la resistencia y "• fuerza de la
justicia, ellos dirán, si quieren decir, la verdad
de lo que pasó en esto; todos pensamos que
eran ladrones; yo les dije que me mostrasen
que eran justicia y que yo me haría con ellos;
no lo hicieron, i/ salieron ellos del camino;
y en lo otro que ya sabían que se usaba en
tiempo de paz que de Narbona salían soldados
hasta Salsas y entraban en España cada hora,
y que aquello bien sabia yo que era costumbre,
metió '® el juego á barato, y aunque entendí
que traían mal ánimo, dije *'': Comamos juntos
y hagamos buena cibera '^, que todo es aire;
él se quietó como buen francés , y comimos
y bebimos todos; yo les hice beber '', convi-
' eran más.—- en — ^ el collado.—* vimos. — ^ ata-
jados.—* G. pasa. — ' respondieron.—' (i. hablamos.
— 8 vallejo. — '" (i. aroquita. • " silbidos — ** G. Vi-
Uafals.i. — *'' G Villafalsa. — " ocasión. — *^ (í. en.—
>" (i. metí. — •' G. traía mal camino, díjele.— '^ jira.
— '* G. venir.
224
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
dándoloí: y regocijándolos, hasta que se ca-
yeron y durmieron por más de una hora, que
á irme algo en escabullirme los pudiera ma-
tar y salirme; cuando hubieron ^ dormido, el
Proboste dijo que tenía una casa de un caba-
llero en Narhona, donde me quería aposentar//
donde sería bien servido, y que enviase un cria-
do mío con uno suyo á Narbona; yayo entendí
un poco más de su intención, y recibí su buen
comedimiento, confiado '^ de mi inocencia; par-
timos á las tres // llegamos á puestas del ^
sol á Narbona, donde teníamos liien de cenar á
uso de Francia, y el Preboste cenó conmigo y
no los otros. Estando cenando vino el Gober-
nador de la tierra á verme con gente *, y como
vido que estaba de reposo no me dijo nada; á la
mañana antes de levantarme, ya que se apare-
jaba la partida, vino con gente de armas, y
desarmóme mi gente, y arresta mi ropa ^ y
bestias, y mándame de parte del Rey que no
salga de aquella posada hasta que vi[ni]ese '•
mandamiento del mismo Rey, jurándome á Dios
que tenía mandato lieal para hacerlo, pero que
no sabía la causa; yo oliodecí, y estuve allí arres-
tado '' algunos días apretado, tanto que á un
correo que pasaba le di una carta por una ^
quicialera de una puerta para la Majestad Im-
perial y otra para un caballero amigo, que es-
taba con él, para que entendiese el estado de
mis cosas y cómo me tenían sin saber por qué,
y al cabo de cuatro días me dieron licencia para
que pudiese hablar cor, mis criados y algunos
otros, y taml)ién ^ para oir misa y decirla; y
lleváronme ^^ ocho alabarderos ordinariamen-
te, y por las calles me iban dando con tabletas
hombres y muchachos, que es así el ingenio de
aquella gente. En estos días me tenturon ",
haciéndome muchas preguntas muchas 'veces ;
tomáronme '^ las cartas del Emperador, y pre-
guntáronme que á dónde había estudiado, á
quién había servido, de dónde era, dónde había
estado, y diciendo que al Emperador, pregun-
táronme que en qué le había servido, qué es-
tado tenía, si era teólogo, y para esto echáronme
frailes que me tentasen, donde pasé harta tri-
bulación, así por la tristeza de mis criados como
por la suspensión que tenía de no saber por
qué me tenían; sospechaba algunas veces que
la Reina de Navarra y sus hijos hacían aquello
porque yo había escrito con alguna libertad
contra los Príncipes que daban á los herejes
favor; mil pensamientos me venían ; hasta hoy
jamás supe por qué me prendieron; echaban
color que un criado mío había muerto un hom-
' hubo. — ^ G. confiando — ^ puesto el. — * con
gentes.-» T. resta mi ropa.-» venga.—' G. restado.
— « la.-'J diéronme licencia también.— 'O llévanme.
T. llevábanme. — << atromentaron. — «i" G. torn:i.
ron me.
bre por mi mandado en Villasalsa ', y echa-
ron una mujer que se quejase y llorase; tomá-
ronme el criado y echáronmelo en una torre, y
diéronle ^ tormento, todo con malicia y men-
tira, y diciéndoles yo por qué me tenían, echa-
ban esto por excusa; yo les ' dije que hiciesen
venir á la mujer delante de mí, que si no le *
hiciese variar y mostrar que era mentira, que
yo le ^ pagaría todo lo que ella pretendiese, y
ellos no trataban se descubriese ^ la verdad.
Al fin enviaron postas al Rey, y yo por mi par-
te, y el Emperador ' había ya escrito al Rey
de Francia, y vino todo junto y * licencia del
Rey para mi libertad al cabo de veintinueve
días de mi detenimiento, y así me libertaron,
sin decirme por qué ni por qué no, de que no
poco recelé en mí ^, pensando que me querían
despachar en el camino. Saliendo, pues, seis
leguas de Narbona, en una venta cerca de Mon-
peller, tomé tres postas y á tres criados míos
y el postillón, y aunque hombre ya pesado y
mal enseñado ^"^ á hacer ejercicio, yo me puse
in brevibus ó cum brevibvs , y lo más *' que
pude desconocido; así en cuatro días entré en el
Piamonte, llegué á Alejandría de la Palla ^^,
donde estuve con el Gobernador, mi amigo, que
era un caballero de Salamanca, y de ahí fui
á Milán, donde me sangré y me rehice; y á dos
días partí á Trento, donde entré sábado de
Pentecostés, á 15 '' de mayo de 1551.
CAPÍTULO XIII
De lo que pasó en algunas sesiones del Concilio.
Era venido allí Marcelo Crescencio, Carde-
nal, por Legado, y otros dos Obispos, que lla-
maban Presidentes i/ eran el Arzobispo de
Sipf)nto, el cual '* después fué Cardenal, y el
Obis} o de Verona, Lipomauo i^, y algunos
españoles que allí '® estaban, y algunos italia-
nos, hasta cuarenta Obispos. Después vinieron
los tres Arzobispos electores del Imperio, con
los cuales se comenzó á hacer hacienda; hicié-
ronse dos sesiones y tratóse la tercera de Ordi-
ne, donde me sucedió una cosa harto peligrosa
y de grandísima dificultad. Había llegado Cres-
cencio en la sesión de Pamitentia y la del
Sancto Sacramento; yo fui deputado para la
del Sacramento. El Obispo de Módena y yo la
compusimos, y mudaron ''' cierta cosa de sus-
tancia en la doctrina acerca de los casos reser-
vados, contra [la] voluntad de los diputados, y
* G. Villafalsa.— * y conmináronle de. T. comuni-
cáronle.— "^ G. le. — * la.— '* la — ^ ,ie descubrir. —
' Embajador.- * con. — ^ no hubo en mí poco recelo. —
'"^ acostumbrado —" G. demás.— *" G. Tulla.- '^ día
10.— 'í que.— *» Lipozamo.— '6 G. ahí. — " G y T,
mandando. X. mudando.
BO'N MARTÍN PÉREZ DE AYALA
225
era yo uno de ellos y el que había insistido en
que se pusiese; es á saber: que el Papa podría
reservar casos ad cvdipcationem; y ofendido
deste atrevimiento y tiranía, cuando vino á
tratarse la sesión de Ordine, que no se liizo,
habiéndome señalado por diputado, no lo '
quise aceptar; importunándome me estaba siem-
pre en ello, y también por poder contradecir
con libertad cierta doctrina que venía de Roma
en lo que tocaba al Papa, en que se destruía
la autoridad di los Concilios y Prelados, la
cual los Prelados pasaron sin dificultad, algu-
nos ^ porque no la entendieron ^ y otros por-
que no osaron ^ Yo, como era de los más
modernos, cuando á mí vino, ya mi contra-
dicción no había de aprovechar, porque era el
décimo ^ antes del postrero y los otros ® eran
más de cincuenta. Y así acordé, por el bien
público de la Iglesia (que cierto no me mo-
vió otra cosa), de avisar al Embajador de
aquella cláusula y cuan perniciosa era, y cuan
escandalosa sería á los herejes, y comunicóse
con el doctor Vargas y los frailes que allí esta-
ban por el Emperador, que eran Fr. Bartolomé
de Miranda y otros, los cuales estuvieron en
que no se debía dejar pasar '. y así acordó el
Embajador enviar el ^ doctor Vargas y hacerlo
saber al Emperador, que estaba en Ispruch,
veinticinco leguas de aUí, y fué y dio relación;
y allá ^ le dijeron que enviase yo los moti-
vos que tenía para que se no debía '** admitir;
enviólos en suma, y el Emperador envió á
decir al Embajador, Don Francisco de Toledo,
que hablase al Legado para que se quitase
aquello. El Legado recibió grande alteración,
porque tocaba á la autoridad y utilidad de la
curia, y quiso y procuró saber cómo se había
sabido; poco más ó menos, él adivinó que yo
había avisado y dado y tomado el negocio. El
Legado dijo que no se podía sufrir ni cumplir
lo que Su Majestad mandaba; el Embajador ^^
le dijo que se había de hacer así, que se dispu-
tase primero. Venidos á quién disputaría ó
cómo, dijo Don Francisco: Pidamos teólogos
frailes que salgan á hacer buena la doctrina, que
no es bien que se ponga ^^ sin disputa. Dijo
el Legado: Ño quiero frailes, sino Prelados *•*.
El, por sacar en limpio quién le hacía la gue-
rra, para armar alguna calumnia '*. Díjome
el Embajador: Conviene que vos salgáis con
otros que señalaré, y mostréis esto. Yo dije
que no venía á aquello al Concilio, sino á decir
mi parecer, y que no era buen pago por mi
aviso ponerme en un riesgo donde yo fuese
' G. le.—' unos. — ' T. no lo entendían. G. no sólo
entendieron.— ^ se atrevieron. — * T. deceno.— ^ (j. vo-
tos.—' G dejar de pasar — ^ al.—» G. y á ól.— '" por
qué no se había.— " G. el otro — •' hacer bueno, que
no es bien que se ponga. — '^ prelado. — '< armarle algo.
maltratado y calumniado. El Embajador escri-
bió al Emperador el punto en que estaban las
cosas. Entretanto el Legado cayó malo de
muerte de enojo, y fué empeorando. Su Majes-
tad me envió á decir que saliese á defender lo
que había dicho, que no había quien mejor lo
hiciese que yo ^, y que él me prometía que
de ello no me viniese mal; ya que yo había
aceptado, muere el Legado. Y así cesó la
disputa y la sesión, y desbaratóse todo con la
venida del Duque Mauricio contra el Empera-
dor, donde sobre el disolver el ^ Concilio, so-
bre si había de ser por vía de suspensión ó
por vía de prorrogación, hubo grandes altera-
ciones; la parte mayor era de los Legados, que
no querían sino suspensión, porque no se tor-
nasen á juntar sin nueva convocación de Roma;
doce que allí estábamos á que fuese por vía de
prorrogación atrevímonos, porque Deus inter-
pellat ])ro homine, y anduvimos dando y toman-
do; ellos, como eran más, quisieron enseñar y
mostrar que su intento era el que convenía, y
hicimos un protesto modesto, aunque bien sen-
tido, y cierto que no dormí aquella noche hasta
las tres de la mañana, trabajando con otro
Prelado, y esto por que se entendiese que no
todo el Concilio quería argüir como mercena-
rio **, y no por otro fin. A la mañana, que
fué 22 de abril, hízose la última sesión y sus-
pensión del Concilio, donde hicimos un pro-
testo, aunque con algún alboroto, pero no sin
aplauso de los que bien sentían. Y así Su Ma-
jestad, pensando algunos que fueron de con-
trario parecer que lo había de sentir y tomar
ci mal, cuando recibió nuestra carta dio mues-
tras que habíamos hecho lo que debíamos; des-
tas cosas no se incurrió poco odio en la gente
romana, que qiuvrebant qiuv. sua sunt; manet
alta mente repo^tum iudicium Paridis, spre-
ta'que injuria Jormn>; * pero como se sirvió á
Dios, él me libró de hartos peligros y inconve-
nientes, y salimos de Trento á 26 de abril
de 1552.
CAPÍTULO XIV
De la vuelta á Guadi.r por mar.
Salidos ^ de Trento á los postreros de abril ;
venimos á Milán víspera de la Ascensión,
donde, por haberme allí consagrado y esta-
do algún tiempo, tenía muchos conocidos, y
como estaba la guerra roía entre el Emperador
y el Rey Enrique de Francia, no fué posible
venir •* por tierra; esperábamos allí si hubiera
* lo pudiese defender que yo. — "^ G. del. — ^ q, ge
entendiese en todo el Concilio que querían argüir
como merecíamos.— * Eneida; I, v. 26 y 27. — " Sali-
mos.— * G. ir.
226
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
alguna foiuia de buen pasaje los Obispos de
España, al pie de veinte; como no hubiese forma
de pasar en las galeras, aunque las esperamos ^
allí cuatro meses, en Pavía hice imprimir un
Confesionario Manual, j un Catecismo peque-
ño, y un Aviso de buen morir para mis clérigos
y para nuevos cristianos, aunque por falta de
corrector de lengua castellana no salieron bue-
nos. Yo me fui de Milán á Pavía en el mes de
agosto, por ser (como es) lugar más * sano
y de mejores aires; allí, en el mes de septiem-
bre, me dio un mal muy peligroso de dolor de
estomago, y fiebre continua junto con el dolor,
y tanto ^ que no pude comprender cuál nacía
de cuál ni de qué procedía, de que se causaba
mucha confusión entre * los médicos que me
curaban sobre si me habían de sangrar, en la
cual si yo no diera mi parecer y voto muriera,
porque fui de parecer que me sangrasei>, aun-
que repugnando algunos médicos, que decían
ser mortal en los dolores del estómago, porque
imaginaban que del venía la calentura.
Al fin quiso Dios que después de seis ó siete
días de rabioso dolor y otras tantas noches que
pasé sin sueño al seteno me sangraron, y al
noveno se quitó el dolor con sacar más sangre,
y así tardé en convalecer, aunque estaba en un
monesterio de canónigos seglares de San Agus-
tín, donde se me hacía toda la caridad. Y por
esta causa pasó el mes de septiembre y parte
del de octubre, que no pude llegar á Genova
para embarcarme con tiempo. Finalmente lle-
gué allá por San Lucas ^ poco á poco, y ha-
llé que se habían ido las naves centurionas
donde yo pudiera ir, y así me quedé y procuré
de fletar una nave, y juntóse conmigo el señor
Obispo de Plasencia, que es ahora de Ciudad
Rodrigo, y el de Sigüenza, que entonces era de
Orense, y como nos vieron que nos queríamos
partir, los otros prelados se aderezaron para lo
propio *; y el Arzobispo de Granada rogóme
que lo esperase, que quería hacer lo mismo, y
con él rogaron ' otros ancianos. Detuvímonos
y yo perdí el tiempo de la navegación, que fué
desde veinte de octubre hasta el principio * de
noviembre; hubimos de partir el día de Santa
Catalina, que son días brumales " y [los] más
tempestuosos de todo el año, y partimos juntos
catorce prelados en cuatro naves, y desde otro
día en la noche levantóse una tempestad cru-
delísima, que duró una noche y casi dos días, y
partiéronse '" las naos, y la nuestra, y la del
Arzobispo y de los Obispos ^' de León y Pla-
sencia; venimos á Córcega sin velas ni casi timón
muy perdidos, y toda la hacienda y matalotaje y
* T. esperábamos. — » muy. — " tan junto.—* de. —
• T. Santa Lucía.—» mismo. T. y X. se alteraron para
partir.—' G. á el rogaron.— * principios. — » bramales.
G. grumales.— *« dividiéronse.- " G. del Obispo.
bestias algunas; ya íbamos al infierno descen-
diendo, ya subiendo á las nubes con la gran-
deza de las olas; aportamos á Cerdeña día de
San Andrés, y allí estuvimos nueve días hasta
el día de la Concepción, adonde nos rehici-
mos de todo. Partimf)S nuestro viaje y la no-
che siguiente topamos ' otra mayor tempestad
que la pasada, donde hasta las obras muertas
iban todas por el suelo y no esperábamos ya
sino la muerte, todos orando y confesándonos
y encomendándonos á Dios. Apareciónos Me-
norca ^ á la mañana de Santa Lucía, y como
quisiéramos encaminar á la canal ', un viento
contrario nos volvió á echar en alta mar, y
á * medio día cesó la tempestad. Estando en
el paraje entre Mallorca y Ibiza '' á la media
noche, comenzónos á soplar un poco de viento,
y enderezamos á Alicante, y á la vuelta de la
Formentera, en un lugar ^ que suele ser des-
palmadero de galeras de turcos, vimos cuatro
hombres que dijeron que eran cuatro galeotas
de turcos, y los marineros taparon las lumbres
de las naos "^ para que no fuésemos descu-
biertos, y anduvimos un poco y topamos * una
calüiía recia, y hubimos de parar y dormir allí
aquella noche, y á la mañana levantóse un
viento maestral contrario y comiénzanos á echar
hacia Ibiza ®, y dejándonos llevar entramos
en un cercado que hay en la mar, de rocas *",
que tendrá ^' hasta tres millas de cerco, y no
hay '2 sino tres lenguas por ^' donde salir; lugar
abrigo, pero desacomodado para ir [á] la isla,
por amor del recio viento terrenal '* que nos
resistía, y aunque el patrón no quería que fué-
semos, así por ser el puerto malo y tener mu-
chas rocas como porque tiene dificultosa sali-
da, fué tanta la porfía del Obispo de Orense y
el poco ánimo que tenía, que comenzamos á
barloventear ^^ contra el viento para acercar-
nos á la isla; pero ganábase poco espacio, y
así hubo de tirarse '^ una pieza de artillería
para que entendiesen los de la isla que había-
mos menester socorro, porque no estaba sino
tres millas; oyó el tiro el '' Gobernador y en-
vió una fragata y cien remeros con ella; yo fui
de parecer que no fuésemos con ellos, porque
podría ser que fuesen renegados de algunas
galeotas de allí cerca; pero enviamos tres cria-
dos con ellos para que enviasen más recado ^^;
partiéronse y quedamos allí ya que anochecía,
y apenas eran llegados allá los criados cuando
se levantó '' una borrasca diabólica y hizo dar
á la nave dos ó tres vueltas, de manera que con
* T. tomamos. — ' G. menos. — ^ allá la nave, — ^ G.
en. — 5 {; Eviya. — ^ G. Fromentera, en llegar.— '' la
nave. — * G. tomamos. — * (i EvÍ9a.— '" de roca en la
mar. — " tenía. — " G. había — '^ G. leguas de. —
'* G. serral.— '^ G. balroventar — '• (i. tirar.—*' G.
oyóse el tiro del. — '* recados. — '' levántase.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
227
la grande oscuridad perdieron el tino los pilo-
tos y estuvimos en ^ gran peligro de dar por
aquellas peñas; porque si no era á gran dicha '■^
no podíamos escapar. En esto púsoles Dios
en el corazón á nuestros criados de poner lum-
bre en la plaza de íbiza ^, y vista la lumbre
pudieron enderezar allá la nave, porque * el
viento se había vuelto y vencía el aire de la mar
al de la tierra '; y así fuimos dando en rocas,
la nao toda rota, que á durar media hora la
navegación nos anegáramos, y así aportamos
en aquella isla á trece ® de diciembre, donde
estuvimos hasta los Reyes sin poder salir, y
como estábamos así aislados ' vimos venir la
nao ^ del Arzobispo de Granada casi ocho mi-
llas de la isla, que pasaba de Mallorca á Ali-
cante con razonable viento, y el Obispo de
Orense no tuvo paciencia y fuese á una fraga-
tilla con harto peligro y alcanzólo *, y queda-
mos el Obispo de Ciudad Rodrigo y yo solos,
y una noche después dijeron que hacía tiempo;
fuimos á la *' nao, y comenzó á salir luego cal-
ma, á poco ^^ tiempo, á las once de la noche, y
soltaron piezas de la fortaleza haciendo señal
de galeotas, y así el Obispo y yo, con cada seis
criados, nos salimos en una fragata que había-
mos mercado de unos cautivos que con ella se
habían ^^ venido de Argel, y nos tornamos á
I biza '3^ y acordamos de enviar á Mallorca
por dos hierros para pasarnos á Denia, que es
espacio de quince leguas, poco más ó menos.
Embarcamos el domingo en la noche á 11 de
enero, pensando que '* amaneciéramos en De-
nia, y cuando llegamos á la mitad del camino
levantóse un viento terral '^ bravo que nos
echó á "' alta mar, y como toda aquella playa
es sin defensa y descubierta no podimos tomar
tierra ni en Denia ni en Oliva, ni en Gandía, ni
Cullera, ni Valenciü, y llevónos el viento hacia
Murviedro ''', y pasados ^^ hacia la villa '' tuví-
monos por cautivos, porque decían que habían
salido ya de Argel vasos y galeras ^', y es
aquél su asiento, y tienen en él mezquita. Pa-
samos con un viento contrario hacia los Alfa-
ques y [á] las once de la noche calmó cerca de ^i
Oropesa; allí nos entramos, y tomamos tierra;
llegamos á la tierra 2* de Don Luis de Cerve-
llón 2*, y á un lugar despoblado de muchos y
buenos palmitos, y poco faltó que de la frontera
no nos tirasen, porque pensaron ^4 ^x\q éra-
mos enemigos, y procuramos luego de hacer
demostración de quién éramos; pusieron me-
* G. á. -* porque sin gran dicha.- ^ G. Ev¡(;a.—
* G. y. — ^ y venía del mará la tierra — « quince —
" (t. á isla. — 8 nave. — ' G. alcanzólos. — '" una. —
" G. luego al. — " G. los cuales habían. — '5 G. Evi^^a.
— '^ G. piensando.— '* G. real.- " en.— " Moznmbi-
que. G. Mo^ocmbre. X. Moncolobre.— '* pasándonos.
— '" orilla, — "' galeotas.—" T. del llano de.- " torre.
— '^ ti. Cervello.— 'í pensando.
sas en ' aquel suelo, y con tedas hicieron lum-
bres, y una ^ vieja que estaba fuera metióse
en una soterraña •', la cual, como * no le hi-
ciésemos mal, ella nos recogió ^ de manera que
estuvimos seguros; pero ni por esas nos qui-
sieron abrir la torre, y comenzamos á albergar-
[nos] por aquellas peñas, y allá como á las dos
de la noche, visto nuestro reposo, la señora de
la fortaleza envió por los dos Prelados, y su
hijo ncs mandó dar sendas ^ camas, y así pa-
samos aquella noche hasta otro día después de
comer, que hicimos traer bestias de Cabanas,
que está dos leguas, y acémilas; y así nos fui-
mos allá, y en llegando llegaron '^ cuatro ga-
leotas * que nos venían á buscar, y oímos la
señal en Cabanas; holgamos aquella noche, y
otro día, con las bestias de albarda; llegamos á
Nules ^ y allegamos hasta una legua de Va-
lencia, donde el Arzobispo, Don Tomás de
Villanueva, envió su muía y sus criados, y
al señor Obispo y á los Inquisidores; y así en-
tramos en Valencia, y nos rehicimos de dine-
ros '•'y de todo y compramos muías; yo me
fui para Gnadix en cinco días, donde fui reci-
bido de todos honoríficamente, especial *^ que
en la entrada de Baza *2 comenzó á llover, que
había tres meses que no llovía, y era casi pos-
trero de enero. Prediqué la Septuagésima en
Baza ^^ y fui para la víspera de la Purifica-
ción á Guadix, año de 155o ^*.
CAPÍTULO XV
Del Sínodo de Guadix y visita del obispado
y convento de Granada.
Pasados algunos días de Cuaresma, salí ^^ á
visitar la diócesis y partido de Guadix hasta
el Sábado Santo\ y después, antes que los
calores entrasen ^^, visité lo demás; al otoño '''
volví á Baza ^^ y visité aquel partido, y todo
el invierno y parte del verano acabé de refor-
mar allí lo que quedaba antes de Navidad. Al
principio del año de 1554 convoqué Sínodo,
para el cual, de las visitas que había hecho con
alguna diligencia, tenía allegadas muchas cosas,
las cuales tenían necesidad de ^^ remedio, y así
llamé á los Cabildos de las iglesias, ciudades
y señores. Comenzóse ^^ la Sínodo el día de
la Conversión de San Pablo, donde concurrie-
ron hombres doctos, así teólogos como juristas,
todos los curas y arciprestes. Disputóse 2' al
principio si los Cabildos de las iglesias tenían
' por.—' G.áuna.— "' G. y T. socareña.— ' y como.
-* G recorrió.—* buenas.—" allí llegaron.— ^ gale-
ras.— ^ G. Nubles. T. llegamos á Nules, hasta.—'" di-
nero—" especialmente.—" G. Vaca.— ■'> G. Vaca. —
'* G. 15.52.—'^ pasé.— '^ apretasen.—" G. otro año.
— '^ G. Vaca. — '» necesitaban.— *" comencé. — " G.
archipiestes. Dificultóse.
228
autobiografías y memorias
voto, y sentencióse que no, con hartas dificul-
tades, porque venían casi todos heclios de con-
cierto para repugnar, juntándose con los Cabil-
dos de las ciudades, y evitóse; cierto se pasó en
esto harto trabajo. Como ' había de los particu-
lares de Guadix hombres de mala intención y
se vieron sin voto de Sínodo, por sí, imponían '^
á los curas en cosas que no convenían, amoti-
nándolos para que no consintiesen en los esta-
tutos, y yo casi era solo. Con la ayuda * de
Nuestro Señor salí con lo que era bueno, que
era lo que yo pretendía, y acabé la * Sínodo
en veinte días, donde tuve varias apelaciones y
pesadumbres, que no se pueden contar; trajé-
ronme la Sínodo los ' Cabildos de las ciuda-
des, con connivencia ** de los eclesiásticos, por
todas las audiencias y tribunales; llegó al del
Consejo Real, sobre lo que ponían '^, y era
que yo me metía en la jurisdicción del Rey á
castigar y hacer ^ leyes á los legos, porque
ellos estaban tan bárbaros y cerriles que les
parecía que sólo el Rey podía poner leyes; en
todo me hicieron gastar hartos dineros, y aun
paciencia hartas veces. Quiso la suma bondad
de Dios que se entendiese su malicia, y así se
deshicieron ' sus pretensiones como la sal se
deshace en el agua; la Sínodo quedó ilesa y se
imprimió y usó, y ahora se gobierna el obis-
pado por ella, con liarta pacificación y provecho,
de donde muchos han tomado hartas causas de
edificación, y esta fué tina de las cosas que Dios
hizo milagrosamente y contra todo curso de
humana prudencia, creo por la fe que en él se
tuvo, la cual nos sacó visiblemente de todos los
peligros ya dichos por tierra y por mar, de tal
manera que en medio de los peligros parecía ^**
que tenía acá en el corazón cierto testimonio
que no nos había Dios de faltar. Hecha la
Sínodo, mostróse más la pasión destos capi-
tulares ^', que iban delante con ella, y peores
cada día; á causa que los pleitos se iban de-
clarando y no podían sufrir el buen suceso '^
de las cosas, y porque á un predicador que allí
estaba muy parcialero yo le vedé el pulpito
porque decía muchas malicias y era predicador
sin gracia y sin '•* fruto alguno, se revolvió más
esto y se escalentaban ^ * las pasiones ; yo salta-
ba '^ como podía, sin faltar á lo que debía á mi
autoridad y á la justicia, procurando '^ escabu-
llirmo de tan trabajosa compañía; así yo lo hacía.
* pero como. —^ empeñaron. T. Sínodo, empeñan
á los curas. - ^ autoridad. — ' acabóse con esto el. —
— ^ G. y los. — ^ (i cohivencia. — '' ponía. T. diciendo
que. — '* y castigaba y hacía —9 G desidieron. — i" G.
padecía. — " G particulares — " gobierno. — *^ ni. —
* ' G. revolví, mas esto escalentaba. T. y saltaba como
podía, sin faltar á lo que debía á mi autoridad y á la
justicia; pero cuando podía escabullirme de tan tra-
bajosa compañía, yo lo hacía. — <5 G. y faltaba.—
"■ G. pero cuando.
Sucedió que Su ^ Majestad del Rey Don Fe-
lipe, yéndose á Inglaterra, me mandó que visi-
tase un monasterio de su patronato "■', el cual es
de monjas, en Granada, y estaba muy revuelto
á causa de una •* visita que había hecho, dando
muchas penitencias de importancia á personas
principales *, de que redundaba infamia en al-
gunas monjas muy principales, emparentadas
en la tierra; yo fui con plenario poder de Su
Majestad para mandar, quitar, poner y revocar
visitas, donde estuve casi dos meses ^; y es-
tando como estaba el monasterio perdido y
diviso en bandos y casi sin religión, con el
favor de Nuestro Señor yo le ^ dejé quieto y
pacífico, de manera que se vio ' el fruto, con
quitar un prior y una priora que había de pocos
talentos y de mal gobierno y no conforme á
leyes de caridad. Luego hice la visita en la
iglesia Mayor, donde se hicieron estatutos harto
cumplidos * y necesarios al buen gobierno. En-
tre otros procuré remediar la raíz de las discor-
dias ^ y atajar ^^ las causas de los pleitos y los
gastos inmensos que se hacían en ellos, lo cual
hice •' con otras cosas; y ellos, con el ánimo
endurecido, apelaron y llevaron el negocio á la
Chancillería, y se quejaron dello como de agra-
vio, y de otro que decían que no les dejaba en
su libro capitular escribir cosa que fuese en per-
juicio del derecho, especialmente que se prose-
guiesen los abusos.
CAPÍTULO XVI
De la ida á ücle's, vuelta á Guadix, 7-etiro
con dos hebreos y otras cosas.
Después fuimos al priorato de Uclés '"^ y
convento á tratar algunas cosas que cumplían
al servicio de Dios y quietud del orden ^'', y á
pagar con algún reconocimiento la deuda que
yo debía en i* aquella casa, donde salí á visitar
y confirmar por ^-^ espacio de tres meses; estuve
allí desde la tiesta de Navidad hasta el Domin-
go de Cuasimodo; esto fué el año de 1554 '®.
Venido de Uclés ^'', quíseme ir por Granada,
para ^* sacar de allí las visitas que me tenían
impedidas con apelaciones y tergiversaciones,
para ver si pudiera haber modo como todo se
acabase; donde hallé que en ciertas cosas que
habían querido probar ^^ se habían perjurado
claramente, y los perjurios ''"' tan grandes eran,
c|ue como vi que la cosa iba tan encendida y
que llegaba hasta perdimiento de ánimas '^' y
* Por este tiempo la, — - patronazgo. — ^ otra. —
* de las más principales, emparentadas en la tierra. —
s estuve dos meses. — * lo — ' G. duró.— * cumpli-
deros. — " G. de raíz las discordias — *" G. atalar. -
*' quité.—" G. Veles. - '^ de la Orden.— '* á. — '* con-
firmar por. — '" 1556 — " G. Veles. — '^ por — i9 G.
prover.— ^^ perjuicios.-*' almas.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
229
la caridad peligraba ^ y á mi se me acababa el
sufrimiento '■*, tuA'e forma aquel año cómo echar
una recolecta para la Iglesia y su gobierno, con
acuerdo de dos de los más cuerdos, la cual l'ué
muy provechosa y que dio grande lustre á aque-
lla Iglesia. Tomé ocasión yo para mí mesmo de
demandar concierto en ^ las cosas que cierto
eran de mi dignidad *, y por atajar males par-
timos las cosas de manera que los pleitos cesa-
ron del todo y lo que dellos ^ resultaba; y qué-
deme •• en perpetua paz, y estuve hasta el año
de 1555 ' sin pleito y quieto. Entonces tuve
modo como hacer ^ venir dos judíos bautizados
en diversos tiempos, para pasar el Testamento
Viejo y Profetas por las propias fuentes, lo cual
hice apartándome de todas tribulaciones en dos
aldeas de Guadix, es á saber: Gor ^ y Beas,
donde yo tenía casa propia y eran lugares ame-
nos para mi condición y á propósito de aquello;
y yo por tiempo de tres años no hice otra cosa
hasta el año de 1558, confiriendo muchas tras-
laciones, injor mandóme y satisfaciéndome lo
mejor que pude de las dificultades de la Escrip-
tura, buscando el germano "^ sentido de las
palabras de la lengua santa; y aunque yo no me
fiaba del todo dellos, porque en lo demás ^^ son
porfiados en especial en lo que toca al '•^ Me-
sías, pero con los socorros ?/ adminículos que
yo tenía de diversas anotaciones y traslaciones
y vocabularios diversos, se hizo mucho prove-
cho, y pasé los Profetas dos veces por el mismo
texto hebreo y algunas exposiciones caldeas;
después en los dos años que quedaron hasta el
principio del año de 15G0 los gasté en prose-
guir un pleito inmortal, el .cual había días que
estaba comenzado, sobre los diezmos y juris-
dicción ^* del Marqués de Cénete ^*, que [hal)ía
obtenido] con cierta maña, por ^^ una exorbi-
tante y subrepticia gracia de Su Santidad, hecha
al primer Marqués de Cénete ^*', y estaba todo
extincto; de los cuales diezmos á mí no venía
provecho sino muy poco: todo era de la iglesia
del dicho marquesado; sobre el cual pleito, vista
la insuficiencia y flojedad de los letrados que yo
tenía en Granada, aunque eran de los mejores
de allí, yo me determiné de escribir un tratado
sobre estos dos puntos: el uno, si el Papa podía
extinguir in totum jus decimandi ó darlo per-
petuamente á legos, ó si él podía conmutar[lo]
por dineros y otras cosas anejas á éstas, lo cual
fué de tanta eficacia que los jueces dijeron que
no había necesidad de más información de mi
parte, y fué con mucho aplauso recebido de
muchos. Los jueces, por ser de pleito tan intri-
' muy peligrosa — ' sentimiento, — '■• G. de. — * G.
eran benignidad. — ^ G. dello.— ^ quedamos. — 'estuve
el año de 1556.—* G. hice. -^ Lor. — '" humano. —
" en algo.— *» G. á lo.— '^ G. injure dicendi.— '* G.
Cañete. — *" G. que por. — •* G. Cañete.
cado y depender ^ de la autoridad del Papa,
y tocar á '^ tan principales señores, especial-
mente que entonces estalia por Presidente del
Consejo Real el Marqués de Mondéjar, el cual
era deudo muy cercano del Marqués de Cé-
nete '^j con quien ellos tenían mucha cuenta
para adelantarse en sus pretensiones, no se
osaron determinar, y al cabo de catorce meses
que estaban informados, lo * remitieron á otra
Sala bien apasionada, á lo menos dos de los
Oidores, por la parte de la casa mendocina,
donde no poco odio me manó de los de este
linaje; y así me volví á Guadix seis días antes
de la Pascua de Navidad.
CAPÍTULO XVII
De la ínsita del Consejo de las Ordenes
y capitulo de la de Santiago.
Después de llegado, á los dos días vino un
correo de Su Majestad, particular, el cual en-
tonces estaba en Toledo, recién venido con su
nueva mujer Doña Isabel, quien Dios tenga
de su mano, en que me mandaba luego me
llegase á Toledo, de manera que pudiese estar
allá algunos días, porque así convenía al ser-
vicio de Nuestro Señor. Yo comencé de apare-
jarm'e ^ para partir después de Pascua, y el
mesmo día, de noche, tocando al sermón, por-
que yo quería predicar, me dio un dolor de
hijada, tan cruel que me echó en la cama dos
días y tres noches sin dormir, sino rabiando,
de manera que no descansaba, sino en tanto
cuanto salía, porque me debilitaba mucho,
me ^ tornaba peor; hasta que entre otros "^
remedios me aplicaron un emplastro de viejas,
que hizo un estupor ^ en aquella parte, del
dolor, la ^ cual se me tornó insensible, y súbi-
tamente se mé quitó de allí aquel humor i", y
dame en los tobillos del pie derecho tan terri-
ble gota que parecía dolor del infierno; esta fué
la primera vez que me dio con tanta acrimonia
y furor, que yo tuve otros cuatro días dolor
incompatible ^^, y más de doce de sentimiento
de hinchazón, como suele hacer ''^ la gota, y así
me duró el ^^ convalecerme.
En convaleciendo, partí día de San Ilde-
fonso, acabadas y concluidas todas mis cuen-
tas, como si fuera para no volver, y ansí fué: y
tomé mi litera porque no podía ir de otra ma-
nera, y fui poco á poco á Toledo, donde por la
dificultad de las posadas no entré luego, hasta
* dependiente.— ' G. tocar á la autoridad á.— ^ G.
Cañete.— < G. los. — ^ G aparejar.— * G. ni. — ' G.
tres X. dormir, sino rabiando de manera que no po-
día descansar punto ni hora; entre. — * esputar. — » G.
el. — 10 dolor. — " incomportable. — " seren.- '» G.
dio en.
230
autobiografías y memorias
que me la dieron eu un monasterio de la Mer-
ced, y entré en Toledo á tres de febrero año de
15G0; donde después de besadas las manos á
Su Majestad fui dignamente recibido, y man-
dóme volver otra vez y me dijo que me había
enviado á llamar para que visitase el Consejo
de las Ordenes y para comunicar conmigo sobre
tornar á celebrar el Concilio, [lo] que trata-
ba ' con Su Santidad, y otras cosas que dijo ^
que ocurrían.
En esta visita pasé muchos trabajos y emu-
laciones, por [lo] que pretendieron, especial-
mente un Presidente que tenía no buena inten-
ción, y era él que había procurado se hiciese la
visita y que la hiciese yo, pareciéndole que yo
me gobernaría por él y le acudiría á su preten-
sión, la cual iba fundada en su provecho y en
alguna maldad, aunque colorada con alguna
justicia. Había en el Consejo de Ordenes un
Oidor navarro, el cual era más antiguo, que
tenía el hábito de Calatrava, y él fué por su
antigüedad Presidente del Consejo á la falta
de Presidente, que no lo había días había >". El
Presidente que entraba tenía temor y celos
deste, el cual, por ser del Orden de Calatrava
y haber gobernado y ser caballero, temía que
fuese electo * por Presidente de Calatrava y
Alcántara, y él se quedase con sola la Presi-
dencia del Orden de Santiago, como algunas
veces se ha ^ hecho; y como atendió que ** este
Oidor, al tiempo que había gobernado, no era
muy limpio de manos ni muy diligente en su
oficio, con color que todo el Consejo estaba
manchado en esto, dijo al ' Rey que no toma-
ría la presidencia si no se visitase primero el
Consejo y se limpiase *, y su fin era para que
por * la visita este Oidor fuese echado ó que-
dase en mala opinión para que no pudiese estar
en el lugar ^^ que recelaba, y él quedarse gene-
ral Presidente de las Ordenes, lo cual declaró
el suceso de las cosas y bien á la clara; y fué
que como este Oidor viese que se le descubrían
algunas cosas por donde pensó que había de
quedar quebrado, de vejez y de pensamientos '\
andando ya al cabo de la visita, él murió, y así
el Presidente quedó seguro de su adversario, y
yo á la sazón habíale dado los cargos para que
respondiese ^^. Y en este tiempo [que] murió,
1/a había dado oficios á los demás, y algunos
dellos bien importantes, sino que la práctica de
Castilla ^* tiene en esto ojo en las visitas que se
hacen de los jueces, y las demás '* cosas, aun-
que sean graves y sean contra la sustancia de
los oficios, no curan tanto de ellas. Aquí me
• G. estaba.— 2 G dejo - ^ G. que no sólo había ha-
bido días había. — » nombrado.— * había. — ^ G. ha
tenido y. — ' (t. el.« —limpiaba.— " con. — '» lado.—
*• (i. piensamientos.— ** se descargase. ~*3 G. plática
de castellano. — " más.
tomó la gota segunda vez por el mes de sep-
tiembre, y entendí más ^ claro qué era y estu-
ve '^ hasta Todos los Santos, y convalecí en una
casa de ^ campo de Pero López de Ayala. Co-
menzaron á murmurar de los cargos, los cua-
les por * testimonios yo di al Rey, diciendo que
se hiciera justicia, [pues] aquella visita no la
hiciera sin cargar aquellos cargos. Este Presi-
dente, teniendo entendido que tenía hecho su
juego, viendo que había algunos cargos que ya
le tocalian, revuelve al ^ contrario y favorece •*
tanto á los Oidores, que quedaron allí mere-
ciendo ser repulsos ; donde se saca claro que no
por la visita éste 'la hizo comenzar, sino por
derribar al adversario con color de visita; y
ansí apocó las cosas y las extremó, y quisiera
que yo me acompañara con él para que cons-
tase á Su Majestad la justificación del negocio,
y habló á Su Majestad, notando la justicia
deste caso, por ' damnificarme á mí y desau-
torizarme, sino que la bondad de Su Majestad
no sufrió aquello. Al fin no se hizo justicia
sino con dos personas que poco podían, y á
quien él tenía sobre los ojos, aunque lo mere-
cían. Después Su Majestad mandó ejecutar
muchas cosas que yo dejé mandadas, las cuales
eran contra gente flaca; porque este Presidente
era hombre muy violento, y hacía de cabeza
todo lo que le parecía * abiertamente.
CAPITULO XVIII
Del obispado de Segoi'ia, sermón en el Capítulo
de Toledo ¡i consultas sobre Concilios.
Haciendo esta visita, á los cuatro meses que
la comencé vacó el obispado de Segovia por
muerte de Don Francisco do Benavides, tío ^
del Marqués '" de Fromesta, el cual murió en
Guadalajara á 21 ^* de mayo, y Su Majestad
me la proveyó á mí á 10 de junio de 15G0, sin
yo pedírselo ni otro por mí, que yo supiese. En
este tiempo caí malo en Toledo de una modo-
rra, de la cual estuve á peligro •■^, aunque con-
valecí pronto, bendito Dios. Este año, día de
Santiago, prediqué por mandado de Su Majes-
tad en Santa Fe, monasterio de monjas de la
Orden en Toledo, donde el Rey ^ ' y los caballe-
ros hacían la fiesta; donde, al propósito ** de
la milicia y ejercicio de ella, y las correrías que
los moros hacían cada día por la costa de estos
sus reinos, dije algunas cosas claras, con que
descargué mi conciencia, aunque no faltó quien
' G. entendimos. — ' G. e«tuvimos — ^ Q_ en el. —
* (t. para.— s G. el. — ^ favoreció. — ' hizo muy mu-
chas diligencias sobre esto, así á Su Majestad como á
la justicia. — * lo que quería. — " G. y tío. — '" G. Ma-
riscal.— " quince. — " peligroso. — '^ Su Majestad.
— '* G. prepósito.
DOK MARTÍN PÉREZ DE AYALA
231
dijo que [me] había excedido sobre lo que á la
conversión general de los moros tocaba. Sobre lo
que al Concilio general y conversión del tocaba,
tuvimos muchos y varios ^ consejos por manda-
do de Su Majestad en casa del Señor Arzobispo
de Sevilla, los cuales duraron más de un año,
donde se ventilaron dificultades, y se escribie-
ron cartas á Su Santidad [para que] tuviese
por bien tratar de la reducción del Concilio, con
ciertas condiciones, especialmente que no l'uese
nueva convocación, como sonaban las palabras
de la bula convocatoria, sino continuación de lo
pasado, porque á los herejes no se les diese una
cosa en la cual ellos con tanta pertinacia y fal-
sedad habían insistido, aunque disputaban de
la nueva indicción *; estaba entonces toda la
Alemania suspensa, y el Emperador y el Rey
de Francia, ó por mejor decir su madre, y sus
reinos, y al fin Su Santidad, despue's de mu-
chas embajadas, envió un. Breve particular en
que declaraba que su intención era de continuar
el Concilio, lo cual '^ (como quedase la bula on
pie, la cual sonaba lo contrario) á mí no me pa-
reció bien, por la confusión, ni á otros tres; por-
que después los Legados, vista allá la división *
que había de haber, habían de elegir lo que les
pareciese, y poníase la autoridad de los Conci-
lios á riesgo; de lo que ^ los Nuncios de Su San-
tidad quedaron con queja •• de mí, pero injusta-
mente, y aun se lo relataron á Su Santidad para
ayuda de lo que había pasado ante él. Final
mente, Su Majestad en la Villa Seca, viniendo
de Aranjuez, que es '' tres leguas ó cuatro de
Toledo, juntó seis * Prelados y tres ^ Grandes,
y dos de su Consejo, y se resolvió en satisfa-
cerse con el Breve particular, y se acabó aquel "*
negocio tan pesado. Muchas otras cosas pasa-
ron allí, que por ser cosas secretas no hay para
qué las diga, aunque hacían al caso para la pre-
sente narración. Acabado ^' esto, que fué en año
y medio poco menos que había estado en Tole-
do, aunque Su Majestad me quería detener y
procuraba '^ ocuparm.e en la corte en cosas que
otros Prelados las negociaban, á lo que entendí
de un privado suyo, que trató dello conmigo,
yo me fui á mi Iglesia, visitando primero unos
dos ó tres lugares que tiene ^^ sujetos en lo tem-
poral en el arzobispado de Toledo, y llegué allá
12 de julio de 1561, y había tomado la posesión
víspera de Todos los Santos del año de antes
por procurador, donde fui con gran pompa re-
cibido y grande alegría de todo el pueblo y cle-
ro; hallé los clérigos de las iglesias algo albo-
rotados, porque uno '* de mi iglesia de Guadix
á quien yo habia reprimido de su mal vivir, en
' G. vanos. — * G. jurisdicción.— ^ en lo cual. G. el
cual.— •• confusión. — ^ desto. — * quejosos.— ' está. —
' tres. — 9 dos. — '" este. — '• G. Al ciho. — " G. yo
procuió de.— '■' G. tienen. — ^ G. mucho.?
especial cuando me quise partir para Toledo,
ese y otro fraile * vinieron como apóstatas '''
á decir que era hombre áspero y terrible, y que
no me habían ^ de poder sufrir, de lo cual no
se alborotaron poco, y más aquellos más perver-
sos que pudieran * tener algunas trabacuentas
con la ^ justicia, lo cual me causó alteraciones
al principio, pero después palparon chicos y
grandes lo contrario abiertamente, y se cjuieta-
ron ^ mucho. Yo ', con sospecha que tenía
que el * Concilio se aparejaba y que el Rey ^
me había de mandar salir, como asi fué, comencé
luego á visitar parroquias de la ciudad y luga-
res algunos alrededor; pasé algunas dificulta-
des con los de la iglesia Mayor, por pretender
que eran exentos en cierta inanera; tuve presos
á algunos, y como vi que el Concilio estaba á
la mano y que allí se daría fin á ^^ semejantes
abusos, como se dio '' en parte, no pasé más '^
adelante con ellos, porque todo paraba en ape-
laciones y pleitos.
CAPÍTULO XIX
De la ida al Concilio cíe Trente y último viaje
de mi vida.
Venido el invierno, por ser la tierra exce-
sivamente '^ fría, después de haber tenido y
tomádome la gota la tercera vez por el mes de
septiembre y parte de octubre, fui á Turué-
gano '^ para aparejarme para la partida al Con-
cilio, porque ya había recibido dos cédulas de
Su Majestad en que rae mandaba ir; y tra-
tando con Su Majestad de las dificultades que
tenía para la ida y cuan poco fruto haría '*',
asi por falta de mi salud como por estar alcan-
zado y gastado, y ser yo allá odioso, porque no
sufrían allí quien hablase ^'' con libertad, díjo-
me: Habéis de ir, aunque vayáis á gatas, y si
no aprovechárades para hacer bien, aprovecha-
réis para excusar algún mal, con " más expe-
riencia y doctrina y buenas partes y libertad
que Dios os dio; y por esto *** me conmencé á
aderezar y arrendar mal mi obispado, por ser
bien socorrido, y estando á punto me partí de
Turuégano ^^ á 9 de marzo de 1562, y fui á
Jumillas '^^, lugar de mi jurisdicción y seño-
río, donde, después de reformar lo que me pa-
reció en cinco días que allí estuve, me partí de
allí á los 14 de marzo, y fui de allí aquel día á
Cedilio 2' de la Torre, casi el postrer lugar de
mi obispado, donde prediqué la dominica in
* otros frailes — ^ G. postas. — ' había. — * en que
él pudiera. — ^ contra. — * aquietaron — ' G. y. ~
* sospecha de que el. — '■• Su Majestad. — '^ G. allí
había. — " (i. se vio— '* muy. — '"' tan. — '* Tnrriga-
no.— '^ G. hacía. — '^ G sufren allí que se hable. —
" (í. como con. — " yo al punto.— '^ G. Turpano.-
^n Aljunjüliis.— " G. Kdillo.
232
AUTOBIOGRAÍ^IAS Y MEMORIAS
Passione, y después de comer partí para Ay-
llón, que es postrero lugar del obispado ^ de
Sigüenza, porque los dos intermedios son de
Segovia, á los cuales, por ser pequeños, con-
firmé de camino, y así proseguí mi viaje ^
hasta Zaragoza. Estando en Turuégano ' me
trujeron nuevas de la señora * mi madre que
había muerto en Yeste, donde ella residía por
ser lugar templado, y de donde era su padre
y tenía sus casas; y así entonces bícele " ha-
cer sus honras como convenía donde la nueva
me tomó. El sábado de Ramos llegué á Za-
ragoza; posé •* en Nuestra Señora del Pilar,
donde estuve hasta el martes á medio día, y
ansí proseguí mi camino hasta Lérida, donde
estuve el sábado primero día de Pascua, y des-
pués de celebrado y comulgado 'mis criados,
partí el lunes después de comer, y llegué á Bar-
celona el lunes después de Pascua, donde hallé
al Obispo de Segorbe, que había más de medio
año que estaba allí, qne no sabía si ir * por
tierra á Trento ó si por mar, porque por todas
partes había inconvenientes: por tierra los lute-
ranos, que estaba todo el camino lleno y con-
taminado dellos, y sin Rey; por mar no había
vasos seguros en que ir. Al cabo de tres días
aportaron allí los Obispos de Ciudad Rodrigo
y de Lugo, y estuvieron con la misma perple-
jidad, y también el de Ui"gel. En [esto] llega-
ron dos galeras de Juan Andrea de Oria ^ d
liosas, y Su Majestad mandó que nos lleva-
sen si quisiésemos ir en ellas. Y así determi-
namos los tres de enviar nuestras casas, digo
bestias y criados, cosas de embarazo y no de
mucho momento, por tierra, y nosotros con
cada seis criados nos fuésemos en las galeras.
Y así fuimos hasta Rosas, y allí se partieron
nuestros criados por el Perturs ^^ y fueron por
Francia, y nosotros nos quedamos en Rosas
esperando oportunidad, lo cual se nos ofreció
en breve. Quiero contar aquí ima cosa á glo-
ria de Nuestro Señor, la cual, aunque fué
sueño, el suceso hizo parecer más que sueño, y
ansí fué. Y es que como yo estuviese perplejo
en Barcelona por dónde tomaría el camino,
acordándome del mal trato ^^ que en Francia
se me había hecho la otra vez, esto me espan-
taba y quitaba la gana de ir por tierra, y más
el estar la tierra peor alterada y llena de liere-
jes; por otra parte, acordábame de las tormen-
tas que había pasado por la mar y de los peli-
gros y fastidios que llevaban ^'^ los que navega-
ban ^"*, y más yo que siempre estoy trocando ^*
y nunca estoy en mí, especial ^* que el tiem])0
' G. de mi obispado. — - camino. — ^ G. Turrigano.
— * G. de mi. — 5 hicela. — * G. por ser.— ' comulga-
dos.-" G. iba.— 8 ])üria. — '"rnrtiiz.— " tratamiento.
— '"' llevan.— '"• navegan — '* estaba reservando.—
'^ especialmente.
era ya muy metido en agua y los corsarios de
Argel andaban por el mar, y el paraje no era
seguro. Durmiendo una noche con mucha per-
plejidad, soñé á mi madre con mucha claridad
de rostro, la cual me requería y protestaba '
que en ^ ninguna manera fuese por tierra, por-
que me vendría mucho mal dello, sino que fuese
por mar; y no lo tenga. naide á liviandad creer
ansí en este sueño, porque de muchas cosas
me ha hecho Nuestro Señor merced de dárme-
las á entender en sueños, de que tengo y he
tenido experiencia, así de sucesos de cosas futu-
ras como de inteligencia de cosas difíciles, las
cuales yo con vigilancia no las podía alcanzar;
y así fué tanta la certidumbre que me dio esta
visión, que habiendo encomendado á Dios nos
inspirase lo que más convenía á su servicio, yo
determiné de ir por mar, y así lo hicieron los
demás y nos determinamos á la navegación,
y sucedió como [en] el sueño había entendido.
Partimos, pues, de Rosas á 22 de abril, y fué
tan próspera la navegación que si no fué una
borrasquilla que duró dos ó tres horas, cerca de
San Telmo ^, no de nmcha fuerza, no tuvimos
desabrimiento ninguno; y fué desta * manera
que el día de San Marcos por la mañana llega-
mos á Genova sanos; luego me partí para Mi-
lán; otro día pasé en San Ambrosio, donde es-
tuve el día de la Asunción ^ y tres días más,
y luego me partí para Trento, donde llegué
segundo día de la fiesta de Pentecostés, y
donde fui bien recibido de los amigos, aunque
no tanto de los otros, que se acordaban de la
otra vez.
CAPÍTULO XX
De algunas cosas que pasaron en el Concilio.
Con la frecuencia de los Prelados que llega-
ron aquel mes se comenzó •• á hacer hacien-
da, y por lo que yo comencé á ver en el Conci-
lio, esperaba muchas "^ dificultades y contradic-
ciones de hombres aduladores y corruptos que
allí venían enviados para sustentar lo que era
digno de desterrar de la Iglesia, donde lo que
yo pasé por volver por el bien común de la
Iglesia Universal, el * cual veía tan disipado ^,
Dios lo sabe, y muchos otros lo saben, resis-
tiendo á los que no querían reformación y á
los que querían formar dogmas por artículos
de fe, siendo opiniones de algunos ^® nuevas de
sustentar ; en especial se pasó dificultad con
ciertos frailes, y con los más teatinos, los cua-
les traían particular voto de sustentar todo lo
' obtestaba. — ' de. — '' San Pedro. — < de tal. —
^ Ascensión. — * comenzaron. — " hacienda, lo cual
en el Concilio se ve, aunque no lo que .se esperaba,
con tantas. * la. — " disipada. — '" y algunas.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALxV
2á3
que en Roma se hacía, donde acerca de muchos
ignorantes Prelados tenían mucha autoridad;
especial se pasó gran dificultad sobre tres ó
cuatro artículos arduos, en ' que nos pusimos
á resistir unos diez '^, es á saber: sobre la resi-
dencia de los Prelados y curas de ánimas ■', que
rio la * querían estatuir los romanos; acerca de
la autoridad de los Prelados ^, que querían ten-
tar á determinar ^ la parte negativa '; acerca
de la autoridad del Papa sobre toda la Iglesia
junta, los cuales quisieran * que no quedara
autoridad en los Concilios, y acerca de los ma-
trimonios clandes'tinos y caracteres, que en todo
querían ir asegurados que se quedase ' ansí y
no hubiese otra autoridad en la Iglesia sino ^^ la
del Papa. En el mes de junio me tomó la gota
la cuarta vez y me dio en el hombro izquierdo,
y '^ descendió al brazo hasta abajo desde el hom-
bro, que ^'-^ me le dejó sin sentido ni movimien-
to, y estaba harto peligroso, que parecía cjue era
enfermedad complicada de gota y perlesía; por-
que no paró en el brazo ni en conjunturas '^,
sino que por los miembros ^* adelante corrió;
después de esto se bajó á los pies, y me tuvo
treinta días en la cama. Hiciéronme diputa-
do en ^^ la primera sesión que se hizo algo, la
cual fué de la Comunión sub utraqne specie, y
en mi casa se hicieron las congregaciones de la
diputación, porque los Legados querían poner y
quitar por sola su autoridad, no según en la
diputación ^^ se ordenaba; á la postre " yo no
Cj[uise ser más diputado. Bien será contar ahora,
á honra de Dios, lo que me acaeció en el Conci-
lio á 6 de noviembre de este año. Tratábase de
la materia de Ordine, y especialmente lo que
tocaba á los Obispos, si eran á Deo ó ^* me-
diante Papa. Esforzábanse ^' mucho en esta
opinión de Cayetano y Torquemada los '^^ Obis-
pos romanos y sus secuaces, queriendo deter-
minar que eran mediante Papa y como Vi-
cario de Dios. Opusímonos ^^ á este dogma
algunos Prelados; es á saber, el Arzobispo de
Granada, yo y otros, especialmente franceses y
alemanes; pero toda la fuerza de la resistencia
pendió de mí y del Arzobispo, el cual, diciendo
su voto, dijo que decía lo que la otra vez había
dicho en el Concilio, cuando se trataba de Or-
dine, lo cual, aunque no se divulgó, él así lo
decía y lo votaba ^'^. El Cardenal de Mantua,
que presidía, á *' cabo de dos días, casi defi-
niendo ■•'''' la materia, dijo que en parte era
' G. á. — ' algunos días. — ^ almas. — ■* G. le. —
^ acerca de los Prelados. — " defender.--' neg:itiva
cnanto á su autoridad — * quisieron.—' guardase. —
'" que. — " que — '- y. — '"' y coyunturas. — " nervios.
— '^ de. — '^ G. disputación. — "y por último. —
** non. — '" G. esforcé.—^" G. y. — ^' G. opposimo-
nos — '- dijo ([ue la otra vez en el Concilio en lo
que trataba d/; Ordi/ic (y no se divulgó) se decía que
no se había votado así. — ■'■• al. — -< refiriendo.
verdadera y en parte no, porque aunque se ha-
bía tratado no había sido concluido por los Pa-
dres ^. Cuando vine á decir mi parecer, como
me había acordado de lo que había dicho '^
aquel día, ya lo tenía escrito ^, y así contra-
dije al Cardenal, diciendo que se había tratado
y concluido, que yo entonces era de los moder-
nos, y despttés voté * en ello, y que después
de mí no quedaron sino diez votos; y que por
más señas había dicho mi parecer un sábado
por la mañana, y que había acabado á las once
antes de comer. El Cardenal se quedó perple-
jo ^ y sintió mucho la contradicción, y buscó
muchas cosas que •• satisfacer con falso cum-
plimiento, llamando al Secretario para ver si
tenía remedio su negocio, porque era el mismo
que había estado la otra vez, y tenido ' de
manga; éste tenía el día que yo había votado,
no la hora, que no la ponen, y para mostrar
que yo estaba mal acordado, dijo en pública
congregación que no había dicho mi parecer á
11 de octubre, sino á 15, y con esto * le pa-
reció f^we quedaba satisfecho; y no había i/o ha-
blado nada del día, sino que había dicho mi pa-
recer en el mes de octubre un día á las once ,
pareciendo después que el Cardenal había dicho
verdad, y qtie yo había quedado confuso, esfor-
zando la ^ mentira contra la verdad, aunque
los demás bien entendieron "^ que él era el
que quedaba quebrado y confuso. El Cardenal
sabe Dios cuál quedó de aquella ocasión ^\ y
cuan sentido; fué tanto, que si Dios no se lo
llevara desde á tres meses, pensaron muchos
que armara ^^ alguna zalagarda antes que sa-
liéramos de Italia; y pudiéralo hacer, y por ven-
tura lo hiciera, porque era poderoso, y estos
italianos son vengativos y sin alma ninguna;
pero él acabó, y éste ^^ fué uno de los riesgos
grandes de que me libró Dios por su miseri-
cordia, en favor de la verdad, y así, muerto este
Cardenal, pasamos adelante y vino el Carde-
nal Morón en su lugar, hombre doblado; pero
aunque me quiso halagar, no por eso dejé de
usar de mi libertad en favor de la Iglesia uni-
versal, por lo cual, y sintiendo que las razones
que alegaba por mi parte satisfacían en cosas
de mucha importancia al ^'* bien común de la
Iglesia, y en los dogmas que pretendían ^^ es-
tablecer, muchas veces sin disputarlos ni tra-
tarlos "', y así hice un protesto en la postrera
congregación de la penúltima sesión, sobre cier-
tas cosas (pie habían los ^"^ Legados prevertido,
' G. Papiís.— " hecho.— 5 G. dicho. - ■• voto. - ^ G. es-
tuvo presente — * mucho que. — • ' T. y teníalo.—
** G. en esto. — ' esforzándose con. — '" conocieron. —
" aquello.- '2 G. pensaron armar. — ''• al cabo, éste, —
" por lo cual hice contradicciones de mi parte, satis-
faciendo en cosas de mucha importancia al. — '" pre-
tendía.—'" G disputarlas ni tratarlas. — '' congrega-
ción, pero habíanla ya los.
234
autobiografías y memorias
estando ya votadas v pasadas, es á saber: sobre
las primeras instancias y exenciones * de ca-
bildos, que estaban quitadas del ^ todo y las
tornaron á hacer votar con intención de revo-
carlas, porque en la postrera sesión eligieron
diputados casi todos italianos, y los más ene-
migos de la reformación, y entre los españoles
no eligieron sino á mí solo que les pudiera ha-
cer resistencia, por lo cual esta vez no quise
aceptar la diputación, aunque el Embajador me
lo rogó mucho. Esto todo junto con lo pasado,
dije con libertad cristiana, y como convenia
siib 3 pena de infierno, y caí en grande odio
de ellos y de sus secuaces; y asi me andaban
buscando calumnias, retorciendo sentencias *
de mal sentido para desautorizarme, viendo que
muchos del Concilio me seguían, y al fin, por-
que hicieron una congregación privadamente, y
sabía yo ^ que querían determinar cosas que
estaban en disputa, y de que ® se podía se-
guir grande perjuicio á la Iglesia y Concilios,
no quise ir á la última ' sesión, aunque tam-
bién estaba malo, y porque había protestado.
Lo que el protesto contenía era requerirlos
que ^ hiciesen la reformación verdadera y cum-
plida ^ tam in cnpite quam in membris ^^, como
llevaban visto '' que se acababa ya el Con-
cilio, y por mejor decir ellos le querían es-
trangular; la otra, que los decretos de la refor-
mación no los hiciesen curiales, los cuales ^^
tenían allí para ello, con ^^ fin de envolverlos
y confundirlos con palabras que dicen oración
de pleitos, y para que despue's ellos '* en Roma
les diesen el entendimiento que les pareciese y
quitasen la fuerza á los bien ^' estatuidos, lo
cual quise que hiciesen ^^ con sencillas •'^ pala-
bras y canónicas, y no por términos curiales,
que era mucho lenguaje de Concilios ^*; tam-
bién les dije que ellos mismos viesen los decre-
tos que habían pasado por el Concilio, y no
otros por ellos, y que las disputas las hiciesen
de todas las naciones, o delante de ellas, por-
que aquel modo que ellos guardaban más daba
á entender que era Concilio de italianos que no
Concilio general, y que no determinasen cosa
ardua, que llevaban muchas en aquella sesión,
sin que se tratasen y disputasen '^; si no que
protestaba de nulidad cuanto de derecho podía,
y lo repugnaba y contradecía; en todo esto me
hallé muy solo, aunque sentía que Dios estaba
conmigo, que me daba constancia y osadía para
hacer ''^" lo que me parecía que convenía al ser-
vicio de Diox i) de su Iglesia; porque todo lo
' (j. ejecuciones — * (\. de.— ^ so.-
* G. sabían.— ' Je aqní. — ' postrera
< fieutencia. —
aqni. — ' postrera — ^ y les había
protestado lo ijue convenía Kl protesto era que. — ' (i.
venidera y contenida.—'" G. y. -" pues veían. —
'2 que. — '"' al — '* allá — '* G. bienes. — '* y que quise
se hiciesen — " G. sentidas. — " Concilio. — '^ G.
trata-se y disputase. — •" decir.
había ya vencido el * Cardenal Morón ^ con
sus artes, y así al ^ Cardenal de Lorena como
al Arzobispo de Granada, como otros siete ó
ocho que al principio estuvieron bien en las
cosas de * bien común; sólo quedaron conmigo
el de Gerona, el de Vique (Vich) y el de Gua-
dix, aunque no del todo se osaron ^ mostrar;
ni por esto faltó en mí osadía, sino que ellos,
echando •• fama que el Papa se moría, lo en-
volvieron todo, y acabaron el Concilio día 4 '
de diciembre de 15(53 * años.
CAPÍTULO XXI
De lo que pasó en Genova de vuelta jxira
España y en Barcelona.
Yo partí de Trento día de Santa Lucía por
el río, donde me hicieron alguna molestia unos
criados del Cardenal de Trento por ciertas
cosas que habíamos pasado yo y su amo, en
que me hicieron detener la barca so ciertos
colores que no llevaban color; á la sazón ve-
nían ciertos principales del ^ Rey Maximiliano,
que iban á España, y tenían hecho cerca de la
fosa ^^ de los venecianos un puente de bar-
cos ' • con que no podían pasar las barcas '^ que
venían ^^, y así hubimos de saltar en tierra, y
como yo llevaba buen recado de bestias no me
detuve, aunque otros estuvieron allí algunos
días, porque todas las bestias de alrededor esta-
ban tomadas; y así subí á Milán dos ó tres días
antes de Pascua; posé en Santo Víctor, que es
el monasterio más principal de allí, de bernar-
dos, el cual me señaló el Duque de Sessa ^*, que
á la sazón allí gobernaba, y estuve allí con algu-
na mala disposición hasta víspera de año nxievo,
que partí para Genova con intención de embar-
carme con mi mala disposición después ^', donde
llegué á 2 de enero, y un día antes en las haldas
del Apenino,cabe un lugar que estaba una jor-
nada de Genova, yendo por Alejandría de Mi-
lán, estaba tan nevado todo que fué forzoso
apearme en una cuesta, y como estaba todo
cubierto de nieve yo puse los pies en vago al
cantón de una cuesta, que iba á caer más de
veinte lanzas en hondo, y si no fuera por un
lacayo que llevaba, que hasta hoy vive con-
migo, llamado Esteban de Prusia, hombre muy
alto y de grandes fuerzas, el cual me llevaba
del brazo, yo y él cay[era]mos allí abajo. Es-
tando allí '^ aguardando la embarcación de los
Príncipes, que no habían querido venir á Ge-
nova por estar el Emperador enojado con los
' G. áel. — ' G de Morón. — s G. el. — ^ de él.—
^ se osaban. — * G. pero echando. — " G. á H.— * G.
1.562. - 3 los Príncipes y el. — '" casa. — " barca. — '* G.
cataras. — '■'• los que venían. — " Sesar. — ** de pies. —
'* en Genova.
DON MARTIN PÉREZ DE AYALA
235
genoveses sobre ciertos negocios del Conde Ma-
laespina *, el cual había de hacer cierta nego-
ciación, yo posaba en San Teodoro, un ^ mo-
nasterio extramuros, de canónigos reglares muy
religiosos, y allí vino un caballero canónigo, hijo
del Embajador ' que entonces estaba en Roma,
d avisarme cómo estaba discernida una citación
de Su Santidad para que pareciese en Roma
personalmente y que lo sabía de cierto, y no lo
deje de creer, según que ellos habían ido con-
migo, y que me harían cualquiera vejación, aun-
que por otra parte me parecía que no habían de
osar hacerlo.
Esto se divulgó por toda España y Italia y
vino á las orejas de la Majestad del Rey Fe-
lipe, y no sé si fué treta de ronjauos echar *
aquella fama, para que yo desbaratara; visto
esto y cuan constantemente se decía, aunque
tenia gana de irme por tierra, porque la nave-
gación, por ' causa de los malos temporales,
era mal segara, y ^ porque no dijesen ' que
me iba medio huyendo, yo me estuve de repo-
so * el mes de enero, para ver lo que era, y
esperar ^ allí lo que viniese, y ir donde Su
Santidad me mandase á dar razón de mí, con
la misma libertad que yo había tratado las
cosas en el Concilio todas tres veces que i/o
allí había estado, y cierto en justicia yo '" no
temía '• nada, antes pensaba confundir á los
que de ello ^^ trataban; porque la verdad y la
r-azón y muchos buenos y doctos estaban por
mí, que se habían hallado presentes; solamen-
te '^ temía alguna ^* traición. Pasado todo el
mes de enero, como vi que naide ^^ venía, hice
pasar por tierra mi litera y bestias hasta Susa,
y yo tomé un bergantín, y con la familia que
me quedaba me fui á Yillafranca, y de allí tomé
mi camino por Francia, y por mis jornadas á
fin de febrero llegué á Barcelona, donde estaba
el Rey. Al segundo ^*' día que llegué, que fué
primero de marzo, fui á besar las manos á Su
Majestad á palacio; recibióme con grande ale-
gría y muy bien, y luego me habló sobre la ''
citación, la cual le había dado pena, aunque
como yo no se lo había escrito no lo había creí-
do; y él mismo dijo: Ayer. estuvo aquí el Nun-
cio y me dijo cómo tenía '* un breve gracioso
para vos de Su Santidad, y holguéme mucho
de ello. Descansad ahora y no os rai/áis ^^ hasta
que hayamos consultado algunas cosas deste
Concilio, cómo le tengo de recibir y de qué
cosas hay que advertirme "^^ en los decretos ; y lo
mismo dijo '''' á tres ó cuatro Prelados, y los
' O. Mala Espina. — ' G. en un — " Gobernador.
* de Roma echarnos. — ^ á. — ^ mas. — ' se dijese —
' despacio todo— ^ G. esperaba.— '" G. y. — " tenía. —
'^ desto. — '"' fiolo. — '♦ G. de alguna. — '* nada. —
'^ otro. — '■' habló de. — '* tengo. — " G. vais. —
*■' haya de advertir. — " mandó.
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOHIAS. — 26
demás despidió. Yo procuré ver el Breve, y el
Nuncio me lo envió con su secretario, y aunque
venía bueno, todavía iba fundado en que yo me
había descuidado, y el Cardenal de Lorena, en
algunas cosas que tocaban á la Sede Apostólica,
y casi dando á entender que él ^ no miraba en
aquellas cosas y alababa ^ mi constancia; y es
verdad que, hablando yo con el ' Cardenal de
Lorena, cuando vino de Roma, me dijo que me
habían revuelto con Su Santidad en que de su
potestad no sentía lo que los otros, y que
había * querido decir que le eran iguales los
Obispos. Yo le dije que Su Santidad advir-
tiese que yo tenía muchos contrarios allí "
con recios caviladores y '¡ue le iban con nuevas
para congraciarse '' con él '', y que no las
creyese, y que supiese que sentía yo de su
potestad lo que debía y los Santos Padres y
Concilios sienten, y que decir que en el Or-
den * eran todos los Obispos ^ iguales, era
cosa averiguada; pero que en la jurisdicción
bien gobernada había gran diferencia del á ellos.
Y así en respuesta del Breve, porque parecía
que me quería cargar, como si yo me purgase *",
escrebí á Su Santidad una carta con reverencia
y libertad cristiana, no consintiendo en aque-
llas cosas, porque no tenía de qué purgarme,-
«ino que lo que yo le había enviado á decir era
que los que le habían informado no le habían
dicho la verdad, y que era por malevolencia que
me tenían y por congraciarse ^* con Su Santi-
dad, y que esto lo probaría *^ con todos los doc-
tos y desapasionados del Concilio, porque días
había que yo sabía lo que le debía dar y lo que
no le había de dar. Y así envié esta carta, y no
hubo más.
Tratando los negocios que Su Majestad man-
dó, unos se resolvieron y otros se remitieron
para Madrid. Yo caí malo de la gota, y esta
fué la quinta vez que me dio; estuve en la cama
veinte días. Luego, como pude, aunque en lite-
ra, porque á caballo no era posible, me partí
para mi Iglesia; antes que me partiese *■*, Su
Majestad me envió á decir si estaba todavía en
que la ^* Iglesia de Brindis ^'^ se había proveí-
do '^ bien en el que la tiene ^', que es Cario
Bobio **, hombre muy docto, porque así se lo
había yo escrito desde Trento, y que le diese
memoria de las personas que en Italia yo cono-
cía *® y sabía había buenos para Obispos. Yo le
dije que en cuanto á Bobio 20 estaba bien em-
pleada en la persona que le había comunicado,
y que era acertada provisión, y luego Su Majes-
' Su Santidad.—' G. alabando — ' yo al. — ' G. le
habían — * G. muchas cue.itas y él allí. — ' G. en-
graciarse.— ' G. que le llevaban nuevas. — ' G. la
Orden. — ^ G. bispos — '^ G. pregace.— " G. engra-
ciarse.— "* G. probaba. — '^ partiera. — 'i aquella.—
'!• G. Biudes.— '8 se proveyera.— " tenia.— '* G, Pro-
bio. — '9 G. como sabía.— '" G. Vique.
286
autobiografías y memorias
tad la hizo; y cuanto al memorial, que yo se lu
enviaría desde Segovia, porque no venían allí
mis cartas ni libros, porque había venido desde
Genova la * mitad de mi familia con toda la
ropa y libros, y entonces supe que ^ era llegada
sana y salva á Alicante; díjele también lo mal
que me hallaba en Segovia, á causa de mis en-
fermedades y de la excesiva frialdad, y que tenía
gana de dejar el obispado y recogerme, porque
estaba cansado de gobernar y no podía hacer
nada, y más teniendo á Roma por contraria en
todo, que no me quería atravesar ^ con ellos, y
lo que me quedaba de vida lo quería emplear en
revolver mis estudios y tener cuenta con Dios y
conmigo; y él me dijo: Dios os dará salud, y
placerá á Dios qne tengáis más quietud, y otras
buenas palabras.
CAPÍTULO XXII
Del arzobispado de Valencia.
Yo me partí luego, porque había fama que
la peste daba en Barcelona, y vine por mis jor-
nadas á Valencia la Pascua de Resurrección, y
de allí en ocho días llegué á Segovia día de
San Marcos, y cogílos * desapercibidos todos y
fui recibido con grandísimo contentamiento ^
y aplauso de todos, chicos y grandes, especial
de la gente menuda, que es muy aficionada á
sus Prelados. Luego comencé á dar orden solire
los beneficios curados, cómo se residiesen y los
dejasen los que no los podían tener, por ser
cosa tan principal y necesaria. En esto entendí
dos meses, que no hice otra cosa, y en salir á
confirmar algunas aldeas cerca de allí.
Estando en Segovia sábado víspera de la
Santísima Trinidad entró un correo en mi casa
de Su Majestad, el cual traía la provisión del
arzobispado de Valencia, cosa cierto no pen-
sada por mí. Estuve diez ^ días en determi-
nar si aceptaría, encomendándolo á Nuestro
Señor; y cierto yo no estaba inclinado á acep-
tarlo, así por venir á hacer vida con gente nueva
y no de nuestra nación del todo, y reino donde
había una ciudad que era '^ una Babilonia, y
lo demás era de infieles; allegábanse las difi-
cultades que habían de pasar en Roma, y venir
á las * manos de los que me habían perse-
guido y perseguían y podían hacerme muchas
vejaciones, y más los gastos tan excesivos que
allá se hacen por estas bulas, tan inicuos que
queda uno por tres años que no puede alzar
cabeza entrando de nuevo en un obispado; lo
que más me retardaba era ver el gran senti-
' los envié desde Genova con lii. — ^ como. — '• tra-
bajar.— ■* hallólos. — I" contento. — « tres — ' ciudad
como ' pasar las Bulas, que habían de venir en
Roma á las.
miento que había ' en la ciudad de Segovia
por mi partida, que cierto fué cosa notable, así
de grandes como de pequeños; finalmente, por
no parecer que tenía en poco la merced que Su
Majestad me había hecho, sin yo demandár-
sela ^, antes teniendo tantos adversarios como
sé que tuve en la provisión, y porque no dije-
sen mis enemigos "* que no osaba '* aceptarlo
por miedo de Roma, y porque había de ser yo.
el primero en quien el decreto tridentino, que
hablaba desto, se había de ejecutar, y por la
salud y venir á vivir en tierra templada, donde
podía mejor trabajar, yo lo acepté, dando á Su
Majestad las gracias debidas. Su Majestad es-
cribió allá cartas muy favorables, cuyos trasun-
tos yo vi, para que no se desmandasen á ha-
cerme sin justicia ", y aunque no dejaron de
hacer de sus malicias entre los Cardenales,
que procuraron dar ^ algunas molestias; pero
en [el] primero ' Consistorio pasó la gracia de
la Iglesia á 6 de septiembre del dicho año, y así
vinieron las bulas á fin de octubre, y se touKÍ
la posesión de Valencia con grande aplauso el
día de Santo Esteban, que es á 26 de diciembre.
A 2 de junio, estando en un lugar que se
llama Revenga, i/ en Losa, prediqué la Visita-
ción y confirmé, y aquel día pasé algún trabajo
y sol, y más que quise volver á Segovia con
un cuartago mío, que andaba mucho; aguíjelo
tanto que de la alteración y cansancio tuve una
calentura con un gran frío; al otro día me dio
otra, 1/ al tercero día luego saltó en * conti-
nua; los médicos tardaron ^ en hacerme san-
grías, y subióseme ^" la sangre á la cabeza; al
quinto casi ya no tenía sentido, sino todo era
dormir; llegué muy ^* al cabo; sangráronme seis
veces 1/ purgáronme más de ocho; atormentá-
ronme cinco médicos, cuatro de la tierra y uno
de la corte, el cual entendía algo más; quitó-
seme la calentura. Con achaque de una Sínodo
que tenía llamada trabajé algo, y no sé si desto
ó si de no estar liien curado, que esto fué lo más
verdadero, volví ^^ á caer, y volviéronme á san-
grar *■'; henchíme de sangre i* tres veces, y así
estuve con calentura hasta mediado noviembre;
finalmente, un clérigo me sanó con unas raíces
de llantel molidas ^' y echadas en vino blanco,
lo cual me hizo beber cuando me quería venir
el frío; y la primera vez se me quitó la mitad
del frío y calentura, pero víneme á henchir de
lepra todas las piernas, que parecía carne de le-
proso, y dos veces mudé el cuero, con harta
pesadumbre que yo tenía de mi mismo.
' vi. — " bacía, sin que yo ni nadie se lo suplicase.—
"' émulos. — í G. osaba de. — ^ alguna injusticia.—* de
hacer.— ' no en pi-imo. — * se volvió.— ' tardaban. —
'" la sangría y subíame. — " G. lleguemos.— '^ cierto
torné. — '* sacar sangre. — '* G. sarna. — "> G. lantén,
mojadas.
DON MARTIN PÉREZ DE xVYALA
237
Estando yo en Segovia entendiendo en des-
pedinue y rematar mis cuentas y salir desem-
barazado, Su Majestad vino allí víspera de
Todos los Santos, y le luí á besar las manos
una ' noche y le demandé ^ licencia para irme
á Valencia, y que viese lo que era servido que
hiciese: él me dijo que tenía algunas cosas
que comunicar conmigo, que aie fuese á Ma-
drid; y así partí de Segovia víspera de la Con-
cepción de Nuestra Señora, y llegué allá sábado
á 9 de diciembre, y comenzó Su Majestad á
tratar de la forma que se había de tener en
los Concilios provinciales y en la instrucción
de los moriscos del reino de Valencia, y cómo
se harían unas juntas en casa del Arzobispo
de Sevilla y se asentarían algunas cosas: la
una, que se hiciese la ¿nátnccción, y la hiciesen
los Prelados de propósito con buena disposi-
ción ' [en] instruidos catecismos, que yo ofrecí
hacer * á mi costa; la segunda fue '^ que la In-
quisición no tuviese con ^ ellos que hacer, sal-
vo en los ' que con desvergüenza y al des-
cubierto pecasen; la tercera, que se les diese ^
indulgencia por todo lo pasado á los nueva-
uícnte convertidos, por el Inquisidor que fuese.
Y otras cosas trató Su Majestad conmigo de la
Universidad de Lovaina, la cual parece que se
maleaba ya, y habían venido á ^ Su Majestad
malas nuevas de lo que '* allí pasaba. Estú-
veme allí mal dispuesto algunos días, por los
muchos fríos, y la semana de Lázaro comencé
á caminar en litera malo para Valencia, y en el
camino me puse bueno, ¡bendito Dios Nuestro
Señor! y vine el miércoles de la Semana Santa
á Alaguaz ^^, un lugar de Don Gaspar Agui-
lar, una legua de Valencia, donde está un mo-
nasterio de Mínimos, y allí estuve los días de la
Pasión y de la Resurrección, y el segundo día
de Pascua comulgué á mis criados y fui al
Socos á comer, que es un cuarto de legua de
Valencia, donde celebré misa y comieron con-
migo muchos caballeros de Valencia y otros de
la Iglesia, y entré aquella tarde con toda solem-
nidad y fiesta que ellos me pudieron ^^ hacer á
22 13 de abril de 1565.
CAPÍTULO XXIII
De la ínsita i/ Sínodos de Valencia.
Luego comencé á juntar los de la Iglesia y
decirles ** lo que me parecía que convenía al
descargo de mi conciencia, y á los caballeros
para amonestarles la obligación que tenían á
proveer i' á la salvación destos ^^ nuevos cris-
' de.—' pedile. — ^ buenos cati-eñsmos. — * hacerlo.—
" G. y fué. — * en. — ' fuera de aquellos,- 8 hiciese —
" y teniendo. — '" dijo lo (¿ue— " Alaquiz. — " qui-
sierou. — '5 23, - 'i hablarles. - 's procurar,- '* de los.
tianos y procurar su buena industria, digo ins-
trucción, declarándoles la buena voluntad de *
Su Majestad é intención, de que mostraron es-
tar contentos. Comencé á tratar sobre los be-
neficios curados ; visité todas las parroquias
desde mayo hasta fin de septiembre, donde se
enmendaron muchas cosas y castigaron cier-
tos - excesos que no se habían visto castigar,
aunque con benignidad; hice órdenes por mi
persona dos veces, y cuánto '^ provecho se haya
hecho '* allí con nuestra estada Dios lo sabe;
acabada la visita, luego comenzó el Sínodo
provincial, y dióse principio á él en la iglesia
Mayor á 7 de octubre, y pudiéralo acabar en
todo el mes si de parte de Su Majestad no se
nos ofrecieran " algunos impedimentos. El día
de San Martín hice la primera sesión de lo que
tocaba á la doctrina y recibir * el Concilio de
Trento, y dije yo la misa ' con mucha so-
lemnidad; la segunda sesión se hizo en el
Adviento y celebró el reverendísimo de Mallor-
ca; la tercera, el día de San Tomás Apóstol;
dijo la misa el Obispo Cebrián, por el Obispo
de Orihuela, y la cuarta, donde se acabó, dije
yo la misa día de Santo Matías de 1566 años,
y así se fueron en paz. No hubo en el Sínodo
alguna discrepación ni contradicción en cosa
que se determinase, que fué cierto merced y don
del Espíritu Santo, y más que estando, como
estuve, impedido de los pies, nunca se dejó de tra-
bajar; ¡bendito su santo nombre! ^ y así el año
de 1566 se acabó, entrando yo en el de sesenta y
dos de mi edad, desde San Martín acá. En el se-
gundo año de mi arzobispado, después que por
la gracia de Dios Nuestro Señor entendí en ce-
lebrar el Concilio provincial *, que duró desde
25 de abril hasta mediados de mayo, donde con
toda paz se determinai'on cosas de harto pro-
vecho 1" para el buen gobierno del arzobispa-
do, con toda concordia, luego al fin de este
mes, compelido de falta de salud, porque tenía
gota en cuatro ó cinco partes y no podía andar,
fui á unos baños de metal que estaban cerca *'
de la villa de Yeste, con cuyas aguas sanaban
muchos de semejantes enfermedades ó recibían
muchos 1^ algún alivio; y llegué allí tres ^^ días
antes de la fiesta Pentecostés y prediqué allí,
y fuime á estar en los baños siete días, donde
recibí notable mejoría. Vine á Segura, lugar
de mi natiridud, adonde fui recibido con mucJia
alegría de todos. Prediqué allí día del Señor,
y poco después de visitados los amigos y luga-
res de mi naturaleza partí para ** Valencia y
' G. á.— * hartos. — ^ el. — * que se hizo. — " Ma-
jestad se nos acudiera con quitar. — ' recibí. — ' y di-
jeron las misas.— ' sea Dios. — * Sinodal. - *<> G pro-
pósito.— " estaban dos leguas. — '^ G. winabau muchas
enfermedades ó recebían muchos.— '^ dos. — '* G. por
ésta.
238
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
luego * [tuve una cuestión con] los estamen-
tos de ella, por haber proveído yo á Francisco
Lozano, presbítero, de la capiscolía ^ de Valen-
cia, teniendo la provisión libre de derecho ' y
costumbre. Y ellos pretendieron que había de
guardar un fuero que ellos tienen para que no
se den sino á naturales, que allende * ser con-
tra derecho, no est.á usado ni guardado. Y'^o leí
cartas de Su Majestad yendo hacia mi diócesis,
y elegí ' un lugar grande que se llama Onte-
niente, para estar allí los días de calor y visitar
aquel lugar y otros de aquella comarca; súbita-
mente me dio un dolor en ® un riñon toda la
noche, y por la mañana tomé una ayuda, con la
' G. digo.— ' G. capriscolía. X. me torné á Valen-
cia, que estaba muy alborotada conmigo, por haber
yo proveído en Francisco Lozano, presbítero, la Ca-
biscolía. T. estar en ^^alencia, digo, los estamentos
della, por haber proveído yo. — » q posesión de libre
de derechos.—* fuera.— ^ y llegué á. — * de.
cual no hice nada; luego tomé otra más recia,
con que me dio cámaras recias y me oprimió
el ^ liacer aguas y se me quitó el dolor, y como
las cámaras duraron duró ^ la opresión del ori-
nar, y dura '' ocho días hasta hoy, que se acabó
de escribir esto. Los médicos, que tuve hartos,
han tenido en mucho esto, diciendo que la ex-
pulsión de la orina se salía por muchas cámaras,
y así lo ha mostrado la experiencia; vivo ansí
debajo la mano poderosa de Dios, sin hincha-
zón ni pasión ni dolor, no orinando y viviendo,
esperando lo que Dios será servido de hacer *, y
estoy muy pronto. Hoy viernes á 28 de julio "
de 1566, esperando la misericordia de Dios, y al
octavo día de nuestra enfermedad, sin miedo ®
de acabar. Sed sive inoriamur, swe vivamus,
Domi'ni sumns '.
' privó de. — ' duran, dura. — ^ G. duró. — * quiera
hacer.— ^ Junio.— ^ medio.—' G., añade: Murió á 5 de
Agostode 1.566 años. LausDuo, honor etglorm. Amen.
APÉNDICE Á LA VIDA DE DON MARTÍN PÉREZ DE AYALA
FJR AQM BNTOS
DE LA
ilORIi DE 10 SUCEDIDO Ei EL
ESCRITA POR
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
OBISPO DE SALAMANCA (*)
En este tiempo (^) comenzaron los negocios
á enconarse y á dar muestras de poner algún
gran estorbo en las cosas del Concilio, de
suerte que se temía no fuesen parte para disol-
verse; porque por una parte el Emperador pe-
día dos cosas: la una, que se fuesen dilatando
las sesiones, ora lo hiciese porque convenía así
para la reductión de sus reinos ó porque, como
algunos pensaban, no fuese parte el Concilio
para estorbar la coronación de su hijo; la otra
fué que en los decretos que se hiciesen no se
nombrase continuación, Y esto lo pidió de
suerte que si se hiciese lo contrario mandó á
sus Embajadores que luego se partiesen del
Concilio. Los Embajadores franceses, por otra
parte, no solamente querían que no se llamase
continuación, sino que se le pusiese nuevo ti-
tulo de indictión, y así lo pidieron pública-
mente, no sin algún escándalo. Por otra parte,
Su Santidad tenía prometido á la Majestad
Católica que se declararía su continuación, y
ansí lo pedían los Prelados españoles, que sa-
bían la voluntad del Rey, aunque algunos de-
llos, que al principio estaban muy recios y cada
día daban voces á los Legados, pidie'ndoles que
se declarase ser continuación, después aflojaron
porque los Embajadores del Emperador que
pedían que no se nombrase continuación estu-
viesen bien en el negocio de la Residencia.
(') Publicamos estos Fragmento» con arreglo á un
manuscrito de la Biblioteca Nacional, copiado á fines
del siglo XVI, dos vol. en 8.", que perteneció á Gil
González Dávila. Su signatura, núms. 11.2.53y 11.2.54.
Acerca de D. Pedro González de Mendoza y de su
libro, véase la Biblioteca de Eitcritore.i de la provin-
cia de Guadiila/ara, por D. Juan Catalina García,
páginas 177 á 179.
O Se refiere á la tercera época del Concilio de
Trente, cuya sesión XVII se celebró á 18 de enero
de 1562.
Esta Residencia ha sido causa de grandes al
teraciones y desabrimientos. El Papa recebía
pesadamente la importunación de los españo-
les. El Colegio de los Cardenales estaba de
parecer que no convenía declararse, y muchos
Obispos y letrados del Concilio, los más, decían
que tenían entendido que era de ju7-e divino la
Residencia; pero que no era cosa conveniente
para las conciencias de los Prelados ni para la
autoridad de la Sede Apostólica que se deter-
minase; otros estaban tan terribles que les pare-
cía que toda la reformación de la Iglesia pendía
de que se declarase por un decreto ser de jure
divino. Su Santidad, viendo las grandes difi-
cultades, no acababa de determinarse en este
negocio ni había clara resolución de su volun-
tad. Los Prelados españoles, que eran los que
más instaban y insistían, como vieron que se iba
la cosa entreteniendo y que no se hacía nada, y
que en la sesión que se había de hacer á los
4 de junio [de 1562] no se quería determinar
este artículo, sino que se dilataba de manera que
parecía quitarse la esperanza de que no se trar
taría jamás dello, la víspera de la Trinidad se
juntaron en el Domo á congregación particular.
Yo, que estaba mal con estas juntas particula-
res, porque me parecía que servían más de dar
escándalo que de hacer fruto ninguno, y por
otra parte sabía que Su Santidad y sus Dele-
gados se ofendían grandemente con ellas, estaba
determinado de no hallarme en ellas, como tam-
poco me hallara en ésta si los Delegados no me
lo enviaran á rogar, porque entendían cuan des-
apasionadamente yo trataba los negocios, y pa-
reciéndoles que podía yo ser parte para estor-
bar algún alboroto que se temía, como fué des-
pués Nuestro Señor servido que fuese yo parte
para que se estorbase.
240
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
Lo que se propuso en esta junta fué que, por
cuanto parecía que Su Santidad y Legados
disimulaban en este negocio de la Residencia,
y ellos se habían puesto tan de veras en ello, y
se dejaba de hacer una cosa tan importante á la
reformación de la Iglesia cristiana, que les pa
recia ser bien que en nombre de todos los Pre-
lados españoles se hiciese un protesto sobre
este artículo. Todos fueron de parecer que se
hiciese, hasta que llegó á mí, que considerando
los grandes inconvenientes que de hacer seme-
jante protestación se seguían, doliéndome gran-
demente de que los españoles fuesen los pri-
meros autores de un parecer que en el Concilio
haría disensión, dije: «Reverendísimos señores:
Puesto caso que el tratarse si la Residencia de
los Prelados sea de jure divino es negocio de
grande importancia para el buen gobierno de
la Iglesia, y no haya cosa que más todos desea-
mos, que es que se efectuase en gracia y con-
formidad de todo el Concilio, pero porque del
protestar se siguen grandes inconvenientes, me
parece que no se debería tomar este camino.
Lo primero, porque no hay coga tan perniciosa
para la autoridad del santo Concilio como es
comenzar á haber en el división y scisma, y no
es razón que comencemos nosotros á ser los
primeros autores dalla, principalmente pudien-
do sin ella, por otro camino, conseguir lo que
pretendemos. Lo segundo, este será uno de los
mayores argumentos de que los herejes se apro-
vecharán para con el pueblo, diciendo que cómo
puede estar el Spíritu Santo donde comienza á
haber tanta disensión y discordia. Crecerá el
odio que tienen ontra la Sede Apostólica; to-
marán ocasión de estimar en menos las cosas
que ordenare el santo Concilio; servirá de dar-
les las armas que ellos más desean para com-
batirnos, y no deseando ellos otra cosa más que
sembrar entre nosotros cizaña seríamos nos-
otros los ejecutores de su voluntad; y pues en
este Concilio tiene puesta la Iglesia toda la
esperanza de su remedio, no es justo que de-
mos ocasión á que comience á perdella, viendo
que no hay conformidad en los que procuran su
bien. Lo tercero, el Concilio se resolvió en que
Su Santidad fuese consultado sobre este nego-
cio, y hasta saber su determinación no es justo
que acá se haga cosa en tanto desgusto y de-
servicio suyo, principalmente teniendo el celo
que tiene y haciendo la reformación de su corte
que hace, y que por dejar de hacer el protesto
no se pierde la esperanza de que se dejará de
tratar este artículo de la Residencia, y en tiem-
po que tan perseguida es la Sede Apostólica
tenemos gran necesidad los hijos suyos de vol-
ver por ella. Considerando esto Su Majestad
de nuestro Rey Católico, viendo la grande ne-
cesidad que hay de ser amparada la autoridad
del Sumo Pontífice, nos tiene por instrucción
particular encargado que miremos por ella y que
la favorezcamos de suerte que todo el mundo
entienda la voluntad que él tiene, como obe-
diente hijo, de volver por ella. De manera, seño-
res, que por estas y otras causas me parece que
se debería seguir otro camino, escribiendo á Su
Santidad suplicándole lo tenga por bueno, po-
niéndole delante de los ojos los grandes bienes
que de aquí se siguen, y que por esta vía, no
solamente no se ofende su autoridad, sino que
antes se aumenta, pidiéndole que nos declare su
voluntad para que, siendo como lo será santa
y justa, la sigamos los que tanta razón y obli-
gación tenemos de obedecella».
Después que hube dicho mi parecer, aunque
por ser solo y por estar todos determinados de
hacer el protesto parece que no se inclinaban á
seguirle, y que antes perseveraban en su deter-
minación y se quejaban de que yo me apartase
del suyo y no quisiese seguirle; pero en fin les
hizo tanta impresión, y Nuestro Señor, que
quiso favorecer en esta parte su causa, que ellos
dejaron de hacer lo que tenían muy determinado
y vinieron á confesar ser lo más acertado lo que
yo les había suplicado que hiciesen. Y ansí se
pasó la sesión sin protesto, la cual se hizo á
los 4 de junio; pero no hubo más en ella de
dilatarse hasta Ití de julio, porque fueron tantas
las cosas que se ofrecieron que en tan breve
tiempo no tuvo el Concilio lugar de tratarlas
en esta sesión, aunque la principal culpa tuvo
este artículo de la Residencia, que ha puesto
grandes estorbos y impedimentos á las demás
cosas que se habían da tratar; en esta sesión
dije yo la misa y leí los decretos.
Día de San Agustín [del año 1562] en la tar-
de comenzaron los Prelados á votar sobre este
negocio (*); hubo tan grande variedad y diferen-
cia en los votos que apenas se hallaban dos que
dijesen una mesma cosa: unos decían que se les
concediese con condición que ellos echasen pri-
mero los que llaman ministros ó predicadores de
sus iglesias; otros absolutamente decían que no
se les diese; otros eran de parecer que se difiriese
este negocio; otros lo remitían á Su Santidad;
pero aun en esto había gran diferencia, porque
unos se lo negaban y se remitían ; otros se lo
concedíaTi con remitirse; otros sin condición
ninguna lo ponían en las manos de Su Santi-
dad. Hubo algunos que recibieron tan mal el
tratarse deste negocio, que siendo de la mesma
nación alemana dos prelados, el uno se ausentó
por no votar en ello y el otro claramente dijo
O Se refiere á la comanión suh vtraque spccie^
pedida por los alemanes.
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
241
que no debía concedérseles, que no se tuvo en
poco; porque siendo alemán y estando presente
el Embajador del Emperador, que con tanto
calor lo negociaba, y sabiendo que podía venir
en odio de su nación y del Emperador, forzado
de la mesma verdad, como quien conocía cuan
indignos eran de que el Santo Concilio les
hiciese esta gracia, dijo claramente que no era
bien dárselo, porque ni el pueblo lo pedia ni
había esperanza por este camino de reducirlos.
Aunque muchas veces se había pedido con
grande insistencia que Quinqueclesiense, que
es el Embajador del Emperador, se saliese de
la congregación, por ser parte en esto que se
pedía, y él se había excusado con decir que él
era Prelado y tenía voto, y que el negocio no
le tocaba á él sino á los que lo pedían, y no
solamente no se salió, sino que un día después
de haber dicho su parecer pidió á los Legados
le hiciesen merced de oírle otra vez, y hizo una
oración persuadiendo con toda la fuerza y calor
que pudo que se les concediese; pero es tanta
la libertad del santo Concilio, que no sola-
mente no se movieron con lo que él dijo, pero
no faltó quien dijese que pedir que se conce-
diese el cáliz á una gente tan perdida como
aquella tenía olor de herejía. Esto dijo un abad
de Vercellis ; pero el Cardenal de Mantua,
pareciéndole cosa indigna, le mandó que callase,
y aunque los Prelados parece que se alborota-
ron un poco en que no dejasen decir á cada
uno su parecer con libertad, en fin, por haber
sido duras palabras, y porque el Cardenal tornó
á insistir en que no pasase adelante, no se le
permitió acabar de decir su parecer; antes, aca-
bada la congregación, llego á pedir perdón á
los Legados y excusarse de lo que había dicho.
El Cardenal parecía estar inclinado á que se
les concediese, por amor del Emperador y fran-
ceses, que también lo pedían. Muchos de los
Perlados italianos, aunque tenían voluntad de
que se les concediese, sospechando que los
Embajadores del Emperador y los españoles
tenían hecho concierto en que los unos vinie-
sen en el cáliz porque los otros insistiesen en
la Residencia, pareciéndoles que les querían
llevar la cosa por negocio, muchos hubo que
votaron lo contrario de lo que deseaban, por-
que los otros no saliesen con lo que pre-
tendían, aunque es verdad que se tuvo por
cierto que el Arzobispo de Granada había tra-
tado este negocio con el Quinqueclesiense, y se
quejó después del por qué cuando dijo su parecer
no favoreció su negocio, sino que dijo que le
parecía que debia dilatarse ; pero bien se enten-
dió que con los demás españoles no se había
tratado este concierto, porque todos ellos insis-
tieron en que de ninguna suerte convenía con-
cederles la comunión suh utraque specie. Sólo
el Obispo de Segorbe iba con determinación de
dársela, y ansí lo llevaba escrito, por parecerle
que era camino para reducir aquella gente per-
dida á la Iglesia; pero cuando vino su lugar
en que había de decir, acabando de hablar otro
Perlado que estaba junto á él, el cual había
probado muy bien cuan indigna cosa era poner
la sangre de Jesucristo en manos de sus ene-
migos, el de Segorbe, persuadido con aquellas
razones, mudó parecer y dijo que él venía
determinado de concedérselo, y ansí mostró su
voto, pero que lo que había oído le había dado
á entender que no convenía, y que ansí era de
parecer que no se les concediese. A mí siempre
me pareció que no solamente no debía conce-
dérseles, por la grande irreverencia de tan alto
Sacramento y por la poca esperanza que había
de que esto fuese parte para reducirlos, pero
que ni debiera proponerse ni tratarse, y ansí
me extendí algo más de lo que suelo en esto (').
Era tanta la diligencia y cuidado que po-
nía en este negocia' el Embajador del Empe-
rador, y también parece que había muchos
inclinados á ello, parte por persuasiones de
Quinqueclesiense, parte por pensar que sería
medio para algún buen suceso, que muchos
iban temiendo que salieran con ello; pero el
negocio, como tengo dicho, de los votos, iba
tan revuelto y tan enmarañado, que fué nece-
sario gastar algunos días en regular los votos
para poderse hacer decreto conforme á ellos.
En este medio que se hacía el decreto, porque
la sesión se llegaba y el tiempo era corto, se
propusieron los cánones de Reformación, que
por ser tantos y tan largos, que eran trece ó
catorce, no los pongo aquí, ni los de los abusos
de la misa, que se dieron juntamente con ellos,
porque no importa mucho para el parecer que
yo di, y porque hubo muy poca mudanza en
ellos de como se propusieron al principio,
comenzaron á decir los perlados sus parece-
res sobre los capítulos de Reformación y abu-
sos de la misa (*).
El canon que hablaba de las pensiones que
se ponen en los obispados ó en los beneficios
curados fueron de parecer los Legados que se
quitasen y que no se hablase por agora dellos,
dilatándolo para otro lugar; no sé si hicieron
esto por negocio que tocaba á Su Majestad y
porque los Perlados comenzaron á tratar este
negocio con mucho calor, por ver tan oprimidos
(•) Tomo I, folios 48 á 51.
(») Tomo I, folio 57.
242
autobiografías y memorias
los obispados y beneficios con excesivas pen-
siones, aunque el Obispo de Bada, viniendo á
votar, dijo que no le tocaba á él este negocio,
porqiie no tenía iglesia, ni canónigos, ni renta,
ni pensiones, pero por el bien común queria
decir dos cosas. La primera, que le parecía que
ningún fraile pudiese ser Obispo, y la otra, que
le pesaba de no tener pensión sobre su obis-
pado, porque todavía le quedara algo, pero que
le parecía muy mal esto de las pensiones, aun-
que peor les parecía á los que las pagaban.
Olvidóseme en la sesión pasada de escrebir
una cosa que contó este mesmo perlado que le
había acontecido en su obispado, que es harto
maravillosa: que andando un día por él disi-
mulado, porque no podía andar de otra manera,
por estar en poder de turcos, se llegó á él un
viejo griego de iiu^s de cien años, y echándose
á sus pies le dijo: Muchos días ha que deseaba
yo y esperaba esta venida como Simeón la de
nuestro Redentor; doy infinitas gracias á Dios
que me le ha cumplido y pídoos en su nombre
que me deis el Sacramento de la Confirmación,
porque no estoy confirmado, que por no haber
habido aquí Obispo no le he recibido. El Obispo
le dijo que de dónde ó cómo sabía él que era
Obispo. Respondióle que Dios, que le había
prometido este día, se lo había dado á enten-
der. El Obispo, espantado del caso, dando infi-
nitas gracias á Dios, le confirmó. El viejo en-
tonces sacó un anillo de oro que traía y diósele
al Obispo, y acabándosele de dar expiró en sus
manos. Cosa harto espantosa y de gran con-
suelo para los católicos y contusión para los
herejes. El Obispo mostró el anillo al Santo
Concilio, y juró ser aquél y haberle pasado el
caso de la mesma suerte que lo había contado.
Acabado de votar sobre los cañones de Re-
formación se tornaron á traer los cánones y
doctrina de sacrificio misso' emendados, y se
tornó á revolver el negocio sobre dos puntos:
el uno, por qué en la doctrina, hablando de
cómo Christus se obtiilit in Cena, se añadían
unas palabras (\\\q áec\&n: justa vetevum patrum
sententias , las cuales se quitaron con parecer
de la mayor parte del Concilio y se puso abso-
lutamente y sin condición ninguna que Chris-
tus se obtulit in Cena. El otro punto fué sobre
aquellas palabras que se pusieron en el canon,
que Cristo Nuestro Señor había ordenado sa-
cerdotes á los apóstoles con decir: Hoc facite
in meam commemorationem. Hubo sobre esto una
contienda tan reñida, que yo temí no tuviese
algún mal suceso, porque el Arzobispo de Gra-
nada, el Obispo de Segovia, el de Orense, el de
Módena y otros cuatro ó cinco insistían gran-
demente sobre que no debía determinarse, y
traían muchos argumentos y testimonios de
Santos, y decir que no se había disputado este
negocio por los teólogos, que ora necesario
hacerse primero; pero tenían tan contra sí todo
lo restante del Concilio, que no solamente les
contradecían con razones, pero con algunas
pesadas palabras que ellos no quisieran oir,
principalmente la víspera de la sesión, que fué
tan grande el alboroto que hubo, que á mí me
escandalizó grandemente y me tuvo confuso,
porque queriendo Granada hablar más en este
negocio, hubo grande contradicción y ruido, de
suerte que como él vio que no le querían oir,
se salió, y un Perlado fué á tornarle, dándole á
entender cuan mal hecho era salirse, y que es-
candalizaba con lo que hacía á todo el Concilio;
en fin le tornó, y dicen que él le dijo: Este no
es Concilio, sino behetría. También el de Sego-
via oyó algunas cosas que no quisiera. En fin,
ellos se estuvieron en su parecer de que no era
bien determinarse, y aun el día de la sesión no
querían venir á ella, y el padre fray Pedro do
Soto hubo decir por Granada y otros por Sego-
via, y en aqueste punto ellos y los demás no
quisieron dar el placet (').
»
Los Embajadores del Emperador, viendo lo
poco que les había aprovechado su diligencia
para alcanzar del Concilio que se les concediese
la comunión suh utraqiie specie, quedaron muy
corridos y muy lastimados, principalmente
viendo qiie aún lo que había de hacer el Papa
no había de ser con aprobación y autoridad del
Concilio porque los herejes estiman en poco que
el Sumo Pontífice se lo conceda ó se lo niegue,
porque no le reconocen por superior, y estima-
ran en mucho que un Concilio como éste auto-
rizara este negocio y de su mano recibieran el
cáliz. De manera que Quinqueclesiense, un día
que salíamos de una congregación, juntando los
Perlados españoles, les hizo una plática dicien-
do que Su Majestad del Emperador deseaba se
hiciese reformación de la Iglesia, que era la cosa
que más convenía, y porque tenía entendido del
ánimo de los españoles que deseaban también
esto, por el bien de la cristiandad, que fuesen
servidos de juntarse con ellos y ordenar de que
se presentasen los capítulos que más convenían
para este negocio. El Arzobispo de Granada
tomó la mano y respondió en nombre de todos
que la voluntad de Su Majestad el Emperador
estaba bien conocida, y el celo con que miraba
por las cosas de la Iglesia; pero que este era
negocio de mucho peso y que era necesario
que le comunicásemos y tratásemos primero los
españoles, y después se daría la respuesta. Des-
pedido con esto el Embajador, se comenzó á
(') Tomo I, folies 62 á 65.
DOX PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
243
tratar entre nosotros ; había diferentes parece-
res. Yo dije que debía considerarse el ánimo
con que venían á pedirnos esto, porque parecía
que querían tomar este negocio por torcedor
para hacer venir al Papa á su voluntad y á que
les concediese el cáliz, y que de gente que sa-
bíamos que estaba apasionada no se había de
seguir parecer sin examinar primero muy bien
lo que querían que se tratase de Reformación;
y si nos pareciese que convenía, hacello, y si no,
no. En fin, se señalaron dos diputados para
que les respondiesen y se informasen de las
cosas que querían que se propusiesen. Como
ellos no hallaron en nosotros el acogimiento
que deseaban, presentaron á los Legados un
largo proceso y petición de cosas, que no es-
candalizaron poco los ánimos de los Legados y
de los demás que lo supieron, y porque en
otra parte las tengo escritas no las pongo aquí.
Los Legados respondieron á ellas admitiendo
unas y reprobando otras, diciendo cuáles eran
dignas de tratarse en este santo Concilio y cuá-
les no; y esta respuesta se envió al Empera-
dor, el cual dicen que ha tornado á replicar;
hasta ahora no he visto la respuesta. No hay
cosa que no se intente; pero el Espíritu San-
to, que tiene debajo de sus alas y amparo este
santo Concilio, inspirará lo que más convenga
para el remedio de su sancta Iglesia.
Los Legados, en una congregación, propu-
sieron lo que les parecía que debía tratarse en
esta sesión, que fué del sacramento del Orden
y algunas cosas de Reformación. Los Perlados
dijeron que para dos meses que había de tiem-
po era poca materia, y que les parecía debía
también tratarse de Matrimonio, y ansí se de-
terminó que se hiciese. Propusiéronse siete ar-
tículos de Ordine, para que los disputasen la
mitad de los teólogos, y dióse muy buena traza
en la orden con que se había de disputar, para
que ningún teólogo dejase de decir y las dis-
putas no fuesen muy pesadas, y fué que los
dividieron, de suerte que la mitad tratase lo
de Ordine y la otra mitad lo de Matrimonio;
pero de los primeros hicieron tres clases, y á
cada clase señalaron los artículos que había de
disputar, para que ni tratasen de todos ni tu-
viesen ocasión de detenerse mucho. Acabadas
las disputas de sacramento Ordínis se hizo la
dotrina y cánones, y se propusieron á los Per-
lados para que dijesen su parecer sobre ellos.
Habíase levantado y movido una cuestión
entre los teólogos, aunque en los artículos no
se había propuesto, sobre si episcopatus est ordo
y si est jure divino institutus; esto ha dado
ocasión agora á los Perlados de tratar dello,
principalmente á los que desean que se averi-
güe si la residencia es de jure divino. ¡ Plegué
á Dios que no levante este negocio alguna
escarapela como las pasadas ! Muchos han sido
de parecer que se pongan en los cánones que
episcopatus est de jare divino, et eodem jure
inajor preshyterio {}).
En este medio hemos tenido ya nueva cierta
de la venida del Cardenal de Lorena y otros
Perlados franceses y abades que vienen con él ;
y el Marqués de Pescara nos ha avisado de
cómo no traen muy buena intención ni mucha
devoción á las cosas de Su Santidad, y adver-
tiéndonos de parte de Su Majestad que mire-
mos por la, autoridad de la Sede Apostólica,
como príncipe cristianísimo y como quien en-
tiende cuánto importa al bien de la cristiandad
el ampararla y defenderla en tiempo que tan
perseguida es de los herejes. Yo tengo á muy
buena dicha el haber acertado á hacer esto an-
tes que Su Majestad lo mandase, y creo he
sido alguna parte en que Su Santidad no haya
recibido algunos desabrimientos y Su Majestad
desei'vicio. Cuando se propuso este decreto (2)
el Cardenal de Mantua dijo que en el Concilio
pasado se había también tratado este mismo
negocio y héchose el canon del; pero que los
Perlados no habían examinádole, porque antes
que llegasen á ello se desbarató el Concilio. El
Obispo de Segovia, cuando le vino su lugar de
hablar sobre este decreto, dijo que él se había
hallado presente la otra vez, y que no sola-
mente se había disputado por los teólogos y
hecho el canon por los diputados, de los cuales
el uno había sido el Arzobispo de Granada,
sino que también los Perlados habían hablado
sobre él, y que en testimonio desto podría él
mostrar el parecer que entonces había dado.
El Cardenal de Mantua se corrió mucho desto,
como se pareció después, porque era aquella
una manera de desmentirle; pero satisfízoso
muy bien, porque otro día en congregación,
antes que comenzase á votar, dijo el Cardenal
lo que él había dicho, y como si no estuviera él
muy enterado y satisfecho de que era así, no
era hombre él que en presencia de un Concilio
tan principal se atreviera á decirlo; pero que
no obstante esto había dicho el Obispo de Se-
govia lo contrario como hombre que se había
hallado presente; que para que se entendiese
quién decía verdad, que el secretario del Conci-
lio, que estaba presente y se había hallado en
las cosas pasadas y las tenía escritas, leyese
allí en público lo que entonces se había hecho
y en qué punto había quedado este negocio. Y
ansí lo hizo, y se entendió claramente que el
Cardenal había dicho verdad. Y el secretario
(') Tomo I, folios C8á 71.
(') El referente á ser el episcopado _y«>r divino.
244
autobiografías y memorias
dijo que á él, por hombre de verdad, le había
entonces enviado al Concilio el Papa Paulo III
y agora Pío IV por secretario, y que nunca en
todos sus registros se había hallado jamás men-
tira, sino que todo lo que tenía escrito era la
verdad de lo que había pasado, y lo que fuese
contra ello no podía serla. Quiso Dios que el
Obispo de Segovia no se halló presente en esta
congregación, que no pudiera dejar de salir
muy corrido della.
Bien creo yo que no se apurara tanto este
negocio si no fuera por estar los Legados desa-
bridos con él por las cosas pasadas de la Resi-
dencia, en que él había estado tan porfiado
como los demás, y ansí le traen sobre ojo, y
cuando dijo su parecer sobre esto de Ordine se
le pidieron por escrito, porque en él había di-
cho algunas cosas con que muchos se habían
escandalizado, como fué que el sacramento de
Orden ex vi verboi-um ipsius sacramenti non da-
bat aut conferebat gratiam gratum facientem, y
que no hallaba en los antiguos Padres esta pa-
labra chai'acter, sino potestas spiritualis.
Al tiempo que se trató lo de la Residencia
de los Perlados, que pedían con tan grande
instancia los españoles que se averiguase si
era dejtu-e divino ó no, el Cardenal de Mantua,
por excusar la pesadumbre y alboroto que en-
tonces había, prometió que cuando se tratara
de Orden se trataría también de Residencia; y
ansí, por salir desta obligación, hoy viernes,
que fué á los 6 de noviembre, hizo un razona-
miento diciendo que él había prendado su pa-
labra de que se haría el canon de la Residencia
cuando se disputase lo de Ordine, y que la que-
ría cumplir, y ansí propuso un decreto largo, el
cual leyó el secretario del Concilio, con grande
contento de todos, del cual no se trata agora
hasta haber acabado de votar sobre el séptimo
canon de Ordine. Yo bien entiendo que no nos
ha de faltar cuestión en el de Residencia como
en el de Jurisdictione.
Hartos días ha que se comenzó á votar sobre
este séptimo canon y han votado muy pocos,
porque lo toman estos señores tan de espacio
que no hay nadie que no le parezca que es me-
noscabo de lionra no estarse dos horas en decir.
Estotro día estábamos tratando ciertos Perla-
dos y yo desta importunidad, y les decía: Yo
os doy mi palabra que no solamente pienso ser
muy largo, sino que tengo de llevar á congre-
gación las partes de Santo Tomás y leerlas to-
das, por vengarme dellos, porque es cosa into-
leral)le ver repetidas unas mesmas cosas cien
mil veces. Todos los más que hasta agora han
dicho son de parecer que se diga claramente
que los Obispos son superiores á los sacerdotes
jure divino; pero ha venido á adelgazarse el
negocio tanto, que se ha tratado lo que tiene el
I obispado de Orden y jurisdicción, y si la juris-
dicción la tiene inmediatamente de Dios ó del
Sumo Pontífice, y si se dio tola al Pontífice
para que él la distribuyese, ó si la da Dios por
él, de manera que el Papa sea solamente un
instrumento por quien Dios haya querido re-
partir el Orden y jurisdicción en los ministros
de su Iglesia. Hanse dicho á este propósito
tantas cosas, que muchas dellas han sido harto
desabridas para los Legados, y á lo que se sos-
pecha no menos á Su Santidad, y han estado
con esto tan desabridos y tan hostigados, que
ya no podían sufrir que se diga cosa que toque
ó perjudique en la menor cosa del mundo; y
ansí estotro día, queriendo el Obispo de Ciudad
Rodrigo decir su parecer y comenzando á decir
que quería tratar de lo que se había propuesto,
que era lo de la Jurisdicción y Orden de los
Obispos, salió el Cardenal Simoneta y dijo:
Reverendissime Domine, salva pace, nunca tal
se propuso. Y tomando la mano el Cardenal
Siripando, dijo que se espantaba y se dolía que
no solamente se cargase tanto la mano en una
cosa que no se había propuesto, sino que pa-
sase tan adelante el negocio, que á vueltas dello
se hubiesen dicho cosas tan feas y desacatadas
contra Su Santidad, y que les rogaba se trata-
sen con más templanza y moderación.
La sesión no se pudo tener á los 12 de no-
viembre, como estaba señalado, y ansí el martes
que fué á los 10 de noviembre, se dilató en
congregación quince días más, que fué para
los 27 del mesmo mes, porque en la sesión pa-
sada estaba determinado que en pública con-
gregación se pudiese dilatar la sesión todas las
veces que fuese necesario.
A los catorce de noviembre entró el Carde-
nal de Lorena acompañado de doce ó catorce
Obispos y otros tantos dotores franceses; sa-
lieron los Legados á recebirle; una mala dispo-
sición que tuvo en llegando fué causa de que
no viniese á congregación hasta diez días des-
pués que vino, que no fué poco esperado y de-
seado, porque como venía de un reino que está
tan perdido y es tan principal persona, todos
esperaban que había de proponer cosas de
grande importancia para el remedio de Francia
y de toda la Iglesia, aunque algunos maliciosos
decían que no hablaría en cosas de Reforma-
ción un hombre tan cargado de obispados y
abadías y de muchos bienes eclesiásticos; en
fin él se presentó al Concilio á los 23 de no-
viembre y hizo una oración llena de lástimas
de las desventuras que pasaban en Francia,
pidiendo que se doliesen de la Iglesia y que
la reformasen, y que si fuese necesario echa-
sen en la mar á aquellos por quien se había
levantado esta tormenta, dando á entender
que traía ánimo de despojarse de todo cuanto
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
245
tenía si era menester para el remedio de la
Iglesia.
También este día el Embajador francés, qne
se llama Renaldo Ferrerio, hizo un razona-
miento, pidiendo que se usase de misericordia
y se les permitiesen algunas cosas á los france-
ses, sin las cuales no podría restaurarse aquel
reino ni la religión, dando á entender que si
aquí no se hacía, no podría después el mesmo
reino dejar de hacerlo, por lo que convenía á la
paz y sosiego suyo.
Fué recebido el Cardenal con grande con-
tento dé todo el Concilio, y con muchas mues-
tras de amor le fué respondido.
El haber ido hasta agora tan de espacio las
congregaciones y detenídose tanto este negocio
del séptimo canon parece que ha sido por espe-
rar esta venida del Cardenal de Lorena y saber
lo que traía y dar cuenta dello á Su Santidad;
porque ahora que todo esto se ha hecho se
torna á dar prisa, y como hasta aquí no había
habido sino una congregación cada día, y que
en ella no decían más de dos ó tres, ahora co-
mienza á haber dos y han avisado los Legados
que no se diga tan largo, por que haya lugar de
decir muchos. El día que yo hube de decir es-
taba tan lastimado con una nueva tan triste
como fué la muerte desastrosa del señor Don
Juan de Mendoza, capitán de las galeras, que
no estaba para poder decir parecer, sino para
llorar una desventura tan grande como le ha
venido á España sobre las pasadas con la
muerte de un hombre tan valeroso. ¡Plega á
Dios que no sea esta ira del cielo, que grandes
muestras y señales hay dello, pues en tan pocos
días ha recebido España tan grandes daños que
verdaderamente parecen azote dado de la rigu-
rosa mano de Dios por nuestros pecados! (')
Un día después que yo hube votado, vinién-
dole al obispo de Guadix su lugar en que había
de dar su parecer, le dijo de manera que no puso
pequeño alboroto en la congregación, porque
vino á decir que no solamente tenían los Obis-
pos todo lo que tenían de jure divino, pero que
aunque no fuesen confirmados por el Sumo Pon-
tífice no por eso dejaban de ser Obispos, por-
que ni Crisóstomo, ni Basilio, ni Gregorio
Niseno, ni otros Perlados antiguos se prueba
haber sido confirmados ni recebido cosa alguna
de la mano del Sumo Pontífice Romano. Cuando
comenzó á decir esto, el Cardenal Simoneta le
dijo que mirase lo que decía, porque aquello
era cosa escandalosa, principalmente en este
tiempo. Comenzaron los Perlados á alborotarse
(') Tomo I, folios 75 á 82.
con esto y hacer grande ruido, y el Patriarca de
Venecia se levantó de su lugar diciendo que
era scismático y que había de desdecirse. Dicen
que el Arzobispo de Granada, qne estaba cerca,
dijo á los que se levantaron que ellos eran los
scismáticos, pues tan temerariamente, sin enten-
der lo que el Obispo de Guadix decía, se albo-
rotaban y atrevían á decir palabras tan desco-
medidas y pesadas contra un Perlado tan cató-
lico. Yo no oí esto, aunque no estaba muy
lejos, porque en este tiempo, como era grande
el alboroto, yo también me había levantado y
dicho que me parecía muy mal que le atrope -
liasen de aquella manera; que le dejasen decir
hasta el cabo, y que después se averiguaría si
había dicho alguna cosa que fuese digna de
reprehensión y castigo. El Obispo de Guadix,
sin alteración ninguna, á lo que mostró, en
medio de todo aquel estruendo, no dejó de pro-
seguir adelante, diciendo su parecer. Y cuando
hubo acabado, volviéndose á los Cardenales y
Perlados les dijo que se espantaba que una
gente tan sabia y tan discreta se alborotase de
una cosa como aquella que él había dicho, y
que no era justo que los Perlados, que tan
libremente pueden hablar en un Concilio, sean
atropellados de aquella manera y no sean oídos;
que si alguna cosa se había dicho que fuese en
ofensa de la Iglesia, que él estaba aparejado
para sujetarse á la corrección del sancto Conci-
lio. Había también dicho el Obispo de Guadix,
al principio de su parecer, hablando con los
Legados: Vos non estis Concilium sine nobis
quamvis nec etiam nos sine vobis. Con estas
palabras, aunque ellas fuesen verdad, se ofen-
dieron algo los Legados, como se pareció otro
día; porque el Cardenal de Mantua, en un
razonamiento que hizo al principio de la con-
gregación, dijo que no era razón que los Le-
gados, que tenían en el Concilio el lugar y
las veces del Papa, fuesen maltratados con
ningún desacato de palabras, y que también
entendía que los Perlados habían de ser oídos
y reverenciados, y que deseaban que en todo
se guardase aquel orden y modestia como era
razón que se guardase en una congregación de
tanto ser y calidad. Tras esto propuso que se
determinase para cuándo les parecía que se
celebrase la sesión, porque á los 27 de noviem-
bre no se pudo hacer, por no haber dicho sino
poco más de la mitad de los Perlados.
El Arzobispo de Granada, viendo lo que
había pasado el día anterior, venía prevenido y
dijo que el Obispo de Guadix era un hombre
nol)le y muy grande letrado, y muy católico y
español; que este título basta para pensar que
no diría cosa que fuese en ofensa de la Sede
Apostólica, y que no era razón que los Perla-
dos de su calidad, sin acabar de ser oídos, fue-
246
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
sen atropellados Je aquella manera; y en lo
demás que se había propuesto del día que se
liabía de señalar para la sesión que le parecía
no se podía hacer para los 17 de diciembre;
porque habiéndose propuesto que se había de
tratar de Matrimonio y de Orden y de cosas
de Reformación y en tan corto término no se
podía hacer, le parecía que se dilatase hasta
después de Pascua, porque no se quebrantase
el orden que estaba puesto, el cual le pare-
cía que no debía ni podía quebrantarse. Como
ya yo había dicho mi parecer, no iba hoy preve-
nido, porque no entendí que se ofreciera cosa en
que hubiera necesidad de decir más de placet ó
non placet. Y ansí cuando vino mi lugar, breve-
mente dije estas pocas palabras: Illustrissimi
Legati et Rever endissimi Paires: video varias
fuisse atque diversas patrum senfentias, de die
in qua sit futura sessio celebranda; quidam
enim 27 J^ a decemhris haberi cupiunt; alii vero
in 15.""^ januarii recipiendam arbitrantur; ego
vero in re dubia majori huius sacri Concilii
partí subscribam, sanctam vero admonitinnem et
justissimam objurgationem Illustrissimi Legati
Cardinalis Mantuani ego libentissimo animo
complector, quia video eam a sapientissimo et
christiano pectore profectam; nihil est enim ma-
gis necessarium ad conservandam summam Jmjus
Concilii autoritatem et ad res pacijice et modé-
rate gerendas quam ut et suus Episcopis honos
exhibeatur et ut omnes Illustrissimos Legatos
qui vices summi Ponticipcis gerunt debito et
honore et máxima veneratione prosequamur.
Finalmente, porque parecía que los parece-
res acerca de señalar el día de la sesión eran
mny diferentes, y el negocio estaba dudoso,
reguláronse los votos y hallóse que la mayor
parte era de parecer que se hiciese á los 17 de
diciembre.
No quiero dejar de escrebir una cosa que es
buena para entender lo que hace una mentira.
Estaba aquí un Obispo de Verona, que se
llamaba Hieronymo Trevisano, gentilhombre
veneciano, fraile de Santo Domingo, hombre
muy docto y de grande ingenio y de muy gentil
persona y amigo mío; cayó en una gravísima
enfermedad de calentura continua y frenesía,
de que al fin fué üios servido que muriese, que
no dejó pequeño dolor y lástima á todo el
Concilio, porque era amado de todos y esti-
mado en mucho, y con grande razón, porque
tenía partes para ello. Después que fué muerto
á cabo de algunos días vino á mí el Obispo de
Bergamo y me dijo que qué era lo que yo
había pasado con el Obispo de Verona. Yo le
respondí que ninguna cosa, más de que le
tenía por amigo y me dolía grandemente de su
muerte. Pues sabed, dijo él, que es pública voz
y fama en Venecia que vos le matastes y ansí
lo tienen por cierto, y dicen que se lo han
escrito de Trento, que estando que estábades
un día juntos en casa del Cardenal Siripando
en cierta disputa, él se había venido á desco-
medir de tal manera con vos de palabra, que
vos, enojado, os levantastes y le habíades dado
un gran bofetón, y que él había recebido tan
gran pena de verse afrentado y que no se podía
vengar, que deste coraje había caído malo y se
había muerto, y tiénenlo por tan cierto, que sus
deudos andan haciendo información para saber
la verdad de lo que pasó. Esto no solamente
se dijo en Venecia, pero también anduvo en la
corte del Emperador en boca de muchos corte-
sanos, y allá escribieron que les enviasen á
decir cómo había pasado. Y lo que más es de
espantar, que con ser tan grande mentira y
pudiéndose hacer tan presto la prueba della
aquí en Trento, hubo algunos que lo creyeron,
hasta que se desengañaron. Imaginando yo
qué fundamento podía haber tónido este dis-
parate, no hallaba otro sino que como él estaba
frenético, en medio de aquella locura se debió
acordar de mí y decir por ventura: El Obispo
de Salamanca me ha muerto, ó alguna otra
cosa semejante, de donde alguno tomase oca-
sión para armar esta torre de viento. Teníamos
después sobre esto conversación algunos Per-
lados y yo , porque no solamente decían el
hecho, sino sobre qué era la disputa y las pa-
labras descomedidas que él me había dicho,
y yo les decía: Tened por cierto que si él me
dijo eso, que yo le di el bofetón. Acordóseme
agora da escrebir esto, porque no ha sino tres
ó cuatro días que escribieron de la corte del
Emperador enviando á preguntar cómo había
sido.
Pero volviendo á las cosas qae pasan en las
congregaciones sobre este séptimo canon do la
Dignidad de los Obispos, que ha venido á ser
peor que lo de la Residencia, ha habido tanta
diferencia en los pareceres, que no se puede
adevinar en lo que parará, porque los que hacen
los negocios del Papa, pareciéndoles que si se
explicase que los Obispos son instituidos jure
divino et quod eodemjure sunt presbyteris supe-
riores, que de aquí se podría inferir que la juiis-
dicción también les viene de Dios y que la re-
sidencia sería también de jure divino, cosa de
ellos tan temida, no querrían que este negocio
se determinase; los demás instan grandemente
en esto, de suerte que hay gran miedo no sea
esto parte para que el Concilio se suspenda.
Acabado de votar sobre el séptimo canon,
que no fué poco, según la manera llevaba de
nunca acabarse, se propuso el decreto de la
Residencia, en el cual se ha tornado á renovar
aquella vieja contienda de pedir unos que se de-
clare si es áQJure divino ó no. Y porque comen-
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
247
zaban los Perlados á ser tan largos que no lleva-
ba camino el poderse hacer la sesión á los 17 de
diciembre ni aun en todo enero, se dilató el
averiguarse el día cierto, que sería bien cele-
brarla para la víspera de año nuevo, y después
se ha tornado á dilatar otros quince días; cuasi
todos los Perlados han sido de parecer que
este decreto que se ha hecho de la Residencia
es indigno de la autoridad de los Obispos, y
la cosa de jure divino está tan enconada, que
no parece puede tener buen fin, porque el deja-
11o de hacer, pidiéndolo tantos y estando puesto
ya en este punto, habiéndose voceado tanto y
echádose tan en plaza que se sabe por toda la
cristiandad y anda en boca de los herejes,
parece que no se puede dejar de tratar sin gran
escándalo, y por otra parte, no hay esperanza
ninguna de que de Roma se haya de consentir
que se averigüe. ¡Dios por su misericordia ins-
pire lo que más conviene al bien de su Iglesia
al que lo puede hacer! El Obispo de Segovia
parece que siempre ha querido señalarse en
decir alguna cosa nueva, y ansí lo ha hecho
agora, porque viniendo á decir su parecer tra-
tando de la Dignidad de los Obispos, dijo que
el Obispo, después que estaba ordenado y con-
sagrado, erat emancipatus a Stimino Pontifice,
y que solamente quedaba en él aquella obe-
diencia filial, como acontece en el hijo eman-
cipato iam a potestate paterna. Lo segundo
dijo fué que se dolía grandemente que por el
que parecer de algunos doctores escolásti-
cos, contra el de los antiguos, se determi-
nasen algunas cosas en este Santo Concilio.
No faltó quien se escandalizase con estas cosas
y murmurase dellas (^).
Los franceses han dado estos días treinta y
seis ó treinta y siete capítulos de Reformación
de la Iglesia; vienen harto moderados para lo
que se esperaba; aunque algunos dellos estu-
vieran bien por poner, sospéchase que han dila-
tado el darlos hasta ver en qué paraban las co-
sas de los hugonotos. Ha sido Dios servido de
enviarnos la nueva de la victoria que han alcan-
zado los católicos franceses contra el Príncipe
de Conde con el favor de los españoles, qxie no
ha dado pequeña esperanza de que esto ha de
ser el principio del remedio de Francia. El día
que se supo esta nueva por carta del Rey Cris-
tianismo, que escribió al Ducj[ue de Saboya,
fueron los Legados y la mayor parte de los
Perlados, en fin, casi todo el Concilio, al Domo
á dar gracias á Nuestro Señor de tan grande
merced como ésta, y dijeron el 'fe Deum lau-
(') Tomo I, folios 89 á 'JO.
damus. También el Cardenal de Lorena, por
parecerle que estaba más obligado á celebrar
esta fiesta que nadie, como á quien le tocaba
tanto la gloria de este buen suceso, por haber
sido el Duque de Guisa, su hermano, el princi-
pal autor de esta victoria, que siendo desbara-
tada la retaguardia y batalla, él con solos los
españoles había roto y vencido los enemigos,
quiso señalarse en hacer fiesta particular de
esta victoria, y ansí, domingo que fué á los 10
de enero, dijo misa en [la] capilla del Sacra-
mento, y el Obispo de Mez hizo un sermón todo
enderezado en alabanzas del Duque de Guisa,
principalmente, y el lunes adelante se hicieron
las exequias de los que en tan santa empresa
habían sido muertos.
Este capítulo de la Residencia y el séptimo
canon han sido los dos mayores estorbos que
han tenido las cosas del Concilio para dilatar-
se más de lo que era menester y más de lo que
muchos querrían, porque como muchos han di-
cho que si se determina que Episcopi sunt ins-
tituti a Christo jure divino superiores presby-
tfris, de aquí se ha de seguir que tienen tam-
bién de jure divino todo lo que es menester
para el gobierno de sus Iglesias y de las almas
que están á su cargo; y de allí infieren que no
ha de haber reservación de casos ni de benefi-
cios, cosas que á Roma no le pueden hacer muy
buen estómago, y también si se averiguase que
la residencia es de jtire divino se podrían tam-
bién seguir otras cosas semejantes, no muy en
gusto de Su Santidad ni muy favorables á la
Sede Apostólica. Ha habido tanta alteración
en esto y tantas demandas y respuestas de
Roma, que ha hecho alargarse tanto las cosas,
porque los Legados no quieren que se trate
cosa sin dar parte de ello á Su Santidad, como
es razón, y ansí, para informarle más particu-
larmente de todo, enviaron los Legados al Viz-
conte. Obispo de Ventemilla, que es un mozo
discreto á quien el Papa tiene voluntad. Tam-
bién despacharon otro Perlado con los capítu-
los que dieron los franceses, para que todo lo
vea Su Santidad y dé el mejor medio que le
pareciere para averiguar negocios tan enmara-
ñados como éstos, que nadie puede adevinar el
suceso que han de tener.
En este tiempo se ha pasado adelante en el
votar sobre el decreto de la Residencia, donde
se han dicho hartas cosas escandalosas, que no
han puesto poco alboroto en las almas de mu-
chos; otras dignas de risa. Un Perlado muy
aficionado á la Sede Apostólica y muy devoto
de Su Santidad, siendo de parecer qne Episcopi
non sunt instituti a Christo, sed a Papa, cuan-
do llegó el tiempo de decir su parecer, quitán-
dose el bonete, dijo: Parcat mihi divina Ma-
jestas, ego non suin sui juris. Otro Perlado, ha-
248
autobiografías y memorias
blando sobre la Residencia, enfadado de ver
con cnánta cólera se trata esta cuestión si la
residencia es de jure divino ó no, dijo: Reve-
rendissimi Paires: Vultis ut dicam quod sen-
tio; hwc residentia personalis ñeque est precepta
a Deo, ñeque ab homine, ñeque a diabolo. Es-
tando diciendo el Obispo de Aliphe su parecer,
que es un Obispo español, aunque el obispado
es en Ñapóles, hablaba muy encarecidamente
en este negocio de la Residencia, probando con
muchos testimonios que era de jure divino, ins-
tando mucho en esto; los Perlados, enfadán-
dose de oirlo, porque le tienen en posesión de
muy largo y muy pesado en decir su parecer,
comenzaron á toser y escupir. El Embajador de
Francia, Mosiur de Lansach, que estaba pre-
sente, volviéndose á un Prelado que estaba cer-
ca del, le dijo: Cosa maravillosa es ver el cata-
rro que cria este jtís divinum. Todas estas cosas
y otras semejantes ha traído consigo esta cues-
tión tan importuna, que pluguiera á Dios que
no se hubiera comenzado, que no ha servido
sino de dar que decir á todo el mundo y mur-
murar de las contiendas que hemos tenido so-
bre ella. Decía un gentilhombre que está aquí
por el Marqués de Pescara, que se llama Pa-
ñán, viendo las cosas como pasan, que había
mucho que agradecerle de ser cristiano habién-
dose hallado en dos elecciones de Papas y en
un Concilio. Algunos decían á esto que tenía
muy gran razón si había algo que agradecerle.
Dilatóse la sesión hasta los 4 de hebrero, por-
que todos pensaron que bastaría para averi-
guarse estas dos cosas que ha cinco meses que
nos tienen ocupados, sino fué el Obispo de Bu-
dua, que hablándose de esta dilación, dijo: Re-
verendissimi Futres: ego non sum propheta ñe-
que filius filius propheta', sed luec sessio nun-
quam fiet. Creo que ha de salir esta profecía
verdadera, porque los negocios van de manera
que no parece que han de tener fin, ni parece
que lleva camino el poderse hacer á los 4 de he-
brero. Después que hubieron acabado de votar
los Perlados sobre el decreto de Residencia, se
señalaron por deputados para emendar el de-
creto al Cardenal de Lorena y Madrucio, para
que ellos señalasen los que les habían de ayu-
dar; fueron por todos los diputados diez y seis;
en la primera junta que se hizo vinieron á pala-
bras algo desentonadas el Arzobispo de Grana-
da y el de Otranto (*), que eran de los deputa-
dos que, tratando de la Residencia y estando el
Arzobispo de Otranto inclinado á la parte que
dice no ser de jure divino, dijo Granada que era
tan grande herejía decir que la residencia no
era de jure divino, como la de los arríanos y de
los que dicen que Spiritus Sanctus non proce-
(') Eu el m.8. Otreato,
dit a Filio. Otranto, volviéndose á los Carde-
nales, les dijo que pusiesen modo y templanza
en el hablar á Granada, sino que él seria for-
zado á responder como merecían unas palabras
tan insolentes como aquellas. El Cardenal de
Lorena parece que se inclinaba á la parte de
Granada, y quiso favorecer su razón, y Grana-
da le dijo que aquellas mesmas palabras había
dicho en pública congregación á los Legados,
y pues ellos lo habían sufrido, no era mucho
que él lo sufriese. Finalmente enmendaron el
decreto de manera que creo será causa de nue-
vos alborotos, porque claramente han puesto en
él que la residencia es de jure divino, y como
la mayor parte ha sido de parecer que no debía
por ahora declararse, y los deputados no tienen
más comisión de enmendar el decreto conforme
á los pareceres de los Ooispos, no hay esperanza
de que consentirán pasar adelante este decreto.
En este tiempo ha pasado por aquí Don Al-
varo de Sande, que venía rescatado de Constau-
tinopla en cambio de veinte turcos que el Em-
perador dio por su rescate.
También ha venido el Secretario Gaztelu, que
envió Su Majestad del Rey nuestro señor con
los despachos del Conde de Luna, el cual no
sabemos cuándo vendrá ni si ha de venir, por-
que no parece que hay ningún buen medio so-
bre los asientos entre él y Francia.
El Obispo de Cincoiglesias, que es Embaja-
dor del Rey de Bohemia, se partió á Inspruch
á verse con el Emperador, y á lo que se tuvo
por cierto á quejarse de que en el Concilio no
se hacía lo que Su Majestad quería, ni se pro-
ponían los capítulos que él había enviado, ni
había esperanzas que se trataría dellos. Los
Legados, temiendo que no fuese esto parte para
indignar al emperador, principalmente que en-
tendían que el Embajador lo iba, determinaron
enviar al Obispo Conmenduno para que hablase
á Su Majestad y mitigase algo de la cólera que
Cincoiglesias encendería; créese que dará más
crédito y mejores oídos á su Embajador.
Acercándose el día de la sesión, que había
de ser á los 4 de hebrero, viendo cuan enmara-
ñado estaba el negocio de la Residencia y del
séptimo canon y que no había esperanza de que
se pudiera dar buen corte en estos negocios y
que el tiempo era tan breve que no se podría
tornar á votar sobre los decretos que estaban
hechos, acordaron estos señores Legados para
que en este medio se resfriase esta furia, de que
se dilatase esta sesión hasta los 22 de abril,
diciendo que para esta sesión se había pro-
puesto lo del Saci'amento de Matrimonio, y
que sería bien que se tratase dello y de capítu-
los de Reformación y abusos de Orden, para lo
cual era necesaria toda esta dilación. Y ansí á los
3 de hebrero lo propusieron, que no hubo poco
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
249
alboroto en la cougregación y se dijeron algu-
nas palabras desacatadas. Algunos dijeron que
todo esto era artificio para que no se hiciese
nada; otros decían que el Concilio no era libre.
El Obispo de Buda, que era el que había profeti-
zado que no se había de hacer esta sesión á los
4 de hebrero, dijo hoy otra profecía más en
forma que la pasada, diciendo que esta sesión
no se había de hacer sin grande alboroto y di-
sensión de príncipes cristianos, y que no sería
en vida del Pontífice que agora tenemos. Y
cuando hubo dicho estas y otras cosas, acabó
como suelen comenzar ó acabar los Profetas,
diciendo: <.iReverendissimi Paires: hcec dicit
Dominusy>. Y después á muchos que le han
pedido su parecer le da firmado de su nombre.
En fin, la mayor parte del Concilio vino en que
la sesión se dilatase hasta los 22 de abril, aun-
que pasaron de cincuenta los que no les pare-
cía bien tanta dilación.
También nos hemos visto agora en otro em-
barazo, que habiéndose ya dado ocho artículos
de Matrimonio para que los teólogos comenza-
sen á disputar, los Legados habían hecho las
clases de los que habían de decir, de manera que
primero decía uno del Papa y luego cuatro
franceses y después uno solo de Su Majestad
de el Rey nuestro señor. Y esto lo habían hecho
porque el Cardenal de Lorena lo había pedido,
y como un voto para el Sumo Pontificado es
cosa muy importante, estos señores Legados
huelgan siempre de complacer antes á un Car-
denal que á un Rey. Y ansí, por darle este con-
tento á Lorena, lo habían ordenado, de suerte
que no era muy en servicio de Su Majestad, y
comenzaban por esta vía los franceses á ganar
tierra para los asientos de los Embajadores. Yo
hablé sobrello al Cardenal de Mantua, dándole
á entender el agravio que se hacía á !a nación
española y principalmente á Su Majestad, y
que le suplicaba lo remediase, y el remedio era
que dijesen por su antigüedad los dotores,
pues esta mesma orden se guardaba en el decir
de sus pareceres los Perlados y en los asientos,
ó si ansí no se hacía, que ninguno de los letra-
dos que había enviado Su Majestad iría á decir;
el Cardenal ha dado orden como se tome el pri-
mer medio, y que cada uno diga por su anti-
güedad. El Duque de Saboya envió también
Embajada á este santo Concilio, y por quitarse
de ruido y competencias en esto de los asien-
tos hizo muy discretamente en enviar Obispo.
El Rey de Francia escribió una letra al Con-
cilio dando la nueva de la victoria que Dios
había sido servido de darle contra los enemigos
de la religión y suyo.s, y pidiendo muy aliinca-
damente que pues el remedio destas desventuras
estaba puesto principalmente en la reformación
de la Iglesia, que se atendiese principalmente
á ella. Y á este propósito hizo también una
oración uno de los Embajadores de Francia, y
el Patriarca de Aquileya hizo otro razona-
miento, dando á entender la razón que tenía
Francia para pedirlo y la que había para con-
cedérselo, Y el Cardenal de Lorena también
habló en ello, y á los 13 de hebrero se partió á
Inspruch á ver al Emperador.
No sé en qué se ha de parar este negocio de
reformación, que tan importunado es de Ale-
mania y de Francia, pareciéndoles que toda
la esperanza de la reductión de los herejes está
puesta en esto; pero fuera de lo que toca á este
punto de Reformación tienen tantas herejías,
que no se puede esperar que la reformación ha
de ser bastante para reducirlos, ansí que nunca
me pareció bien el instar tanto en esto por sólo
este fin, pues por esta vía no hay esperanza
cierta de remedio. Ella es cosa importantísima
y deseada con grande razón de todos, pero no
creo que para con los herejes ha de ser ya potlc-
rosa, porque no son solos los abusos los que
tienen apartados de la Iglesia los herejes.
También se han señalado estos días deputa-
dos para los abusos que hay en el sacramento
de Orden, para i'emediarlos en esta sesión. El
Obispo de Ciudad Rodrigo y yo habíamos tra-
tado en Salamanca sobre un abuso que hay en
el ordenar los subdiáconos, que cuando se les da
el cáliz y patena, que es al tiempo que se impri-
me el carácter, no se usa de forma ninguna, sien-
do de esencia del sacramento tener materia y
forma, y estando ya determinado en el Conci-
lio florentino que el subdiaconato es sacramento
y en un pontifical antiguo de Salamanca halla-
mos una forma de que entonces se usaba en el
ordenar los subdiáconos, que decía: aAccipe
potestatem administrandi ut augeat tibí Deus
gratiam suan. Avien». Y así lo presentamos á
los deputados, firmado de nuestros nombres.
Martes á los 2 de marzo de 1563 fué Nues-
tro Señor servido de llevarse al (Cardenal de
Mantua, que no duró sino siete días, comen-
zando la enfermedad de un romadizo, al cual
sucedió una calentura pestilencial que le arre-
bató en tan pocos días, dejando tan grande
soledad y tristeza en todo el Concilio, que no
se podría explicar, porque era un señor muy
principal y valeroso, muy amado de todos, muy
prudente y sufrido; autorizaba mucho este Con-
cilio, y así universalmente fué llorado de to-
dos, porque todas las naciones le eran aficio-
nadísimas, porque á todos procuraba dar con-
tento. Pero á nadie alcanzó tanta parte de la
pena de su muerte como á un', que le amaba
más que todos y hal)ía recebido de su mano
mayores regalos y favores que nadie, y me
tenía particular afición, y me la había mostrado
en todas las cosas que se habían ofrecido. Muy
250
autobiografías y memorias
pocos días antes se había venido á cenar con-
migo, y dos días antes que cayese malo rae
liabía hecho gran fiesta en su casa. Dolióme su
muerte grandemente, por el entrañable amor
que yo le tenía, y por lo mucho que perdió la
Iglesia y este santo Concilio con ella; pero él
hizo tales obras y murió tan cristiana y católi-
camente, dejando tan buen olor de sí, que fué
gran consuelo para los que tanto habíamos
sentido su muerte (^).
En este tiempo también ha llegado una triste
nueva á este Concilio de la muerte del Duque
de Guisa, un señor en quien parece que tenía
ahora Francia puesta toda su esperanza en las
cosas de la religión y el mayor y más valeroso
enemigo que tenían los herejes. Matóle uno de
los hugonotes á traición de más de treinta que
dicen que había conjurados en su muerte, por-
que les parecía que el mayor estorbo que tenían
para sus cosas era él; y aquél, fingiendo que se
pasaba de los enemigos á él, le aguardó un día
pasando un río y le dio un arcabuzazo por las
espaldas. Ha sido grande la pena y tristeza que
ha causado su muerte, porque hay gran miedo
que las cosas de Francia irán cada día peores.
Es grande el odio que tienen los hugonotos á la
casa de Guisa, y ansí han avisado al Cardenal
de Lorena que se guarde, porque aquí en Trento
está más á peligro que en parte ninguna. El
anda recatado y se hace hacer guarda; todo
anda de manera que si Dios por su misericor-
dia no lo remedia, con ser tan grandes los ma-
les que hasta agora ha habido y hay en la Igle-
sia, se temen otros mayores.
El sábado á los 13 de marzo hubo un gran
alboroto en Trento, que se revolvieron ciertos
españoles criados de los Perlados con unos ita-
lianos, de tal manera que estuvo muy á punto
de encenderse un fuego que no se apagara sin
sangre de muchos. Con todo eso hubo más de
veinte y cinco heridos y manos cortadas, y si el
Embajador de Portugal no recogiera los espa-
ñoles en su casa no parara en esto. El Obispo
Quinqueclesiense, que había ido á verse con el
Emperador á Inspruch, ha vuelto y negociado
que Su Santidad torne á remitir al Concilio la
definición y determinación de aquella cuestión
de Commiinione suh utraque specie, porque es
grandísima el ansia que tienen que este santo
Concilio se la permita, pareciéndoles que será
este camino pora reducir uuicha gente á la
Iglesia. Harto trabajó la otra vez en este nego-
cio y no pudo alcanzarlo; agora quiere tornará
la empresa, y para persuadirlo de nuevo prueba
(') Tomo I, folios 98 á 110.
haber sido costumbre muy antigua de aquellas
provincias de Alemania y en un monesterio que
está junto á Inspruch halló un cáliz muy
grande con dos asas y una patena grandísima
que le cubría, y unas fístulas de alambre con
que llegaba el pueblo á comulgar en aquel cáliz;
las fístulas tienen unas asillas, de donde las
tomaba el sacerdote y llegaba el pueblo á beber
por ellas un poco de la sangre de nuestro Re-
dentor, de suerte que el que se comulgaba no
llegaba con la mano á la fístula, sino con la
boca. Desta manera se evitaba el peligro del
derramarse y por esta causa se hizo aquella
invención de las fístulas, que es como beber con
una paja hueca, y esta costumbre guarda agora
el Sumo Pontífice cuando comulga. No sé lo
que le han de aprovechar todas estas inven-
ciones á Quinqueclesiense ; á lo menos por
diligencia no le queda, que él pone toda la
posible.
El miércoles á las seis de la tarde, que fue-
ron 17 de marzo 15(53, fué Nuestro Señor ser-
vido de llevarse al Cardenal Siripando, que
tenía el segando lugar en este Concilio tras el
de Mantua. Era un hombre doctísimo, de gran-
de prudencia y ejemplo de vida, muy gran teó-
logo y muy elocuente, y ansí se ha sentido
mucho su muerte. Estuvo en la cama diez días,
porque á la entrada del onceno murió, en los
cuales hizo razonamientos muy señalados á los
Perlados que iban á visitarle, con tanto espíritu
que hizo derramar muchas lágrimas. Mostraba
que moría muy contento y suplicaba muy de
corazón á Dios que fuese aquella la postrera
enfermedad, quel moría muy alegre saliendo
desta vida en tiempo que no viese los gran-
des males quel temía que había de haber en la
Iglesia.
Dejó grande lástima en este Concilio, prin-
cipalmente viniendo sobre la muerte del Carde-
nal de Mantua, que no había sino quince días
que le habíamos enterrado, y ansí decía el Car-
denal Varmiense que si de quince en quince
días se había de llevar Dios un Legado, que
muy corta vida le quedaba. Ha sido grandísimo
consuelo para todos ver que hayan muerto tan
católica y cristianamente, que han dejado cier-
ta esperanza que están en el cielo. Mandóse
depositar Siripando en San Marcos, que es un
monesterio de Augustinos, jiara que después le
lleven á Ñapóles á una capilla donde él tiene
su enterramiento.
El Obispo que llaman Insulano le hizo dos
versos, que pusieron en la lauda, que decían:
Si ijuis liónos lumuli, rjiiantum sol lampade lustrat
Trrrariiin crrlique tuiím cst, Siri}iande, sepidcrum (').
(') Tomo I, folios 112 á 117.
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
251
Eu este tiempo vinieron aquí dos cartas: una
de los diputados de los Príncipes confesionis-
tas, escrita de Nuremberga al Emperador, en
que decían que nunca ellos habían rehusado ni
contradicho á que era bien haber Concilio ge-
neral y libre; pero que el que agora se celebra
en Trento no lo era, y otras cosas contra Su
Santidad harto indignas, pero dignas de quien
ellos son; esta carta envió su Majestad del Em-
perador al Papa, con otra suya, las cuales por-
que están escritas en otra parte no pongo aquí.
Tambie'n escribió Su Majestad del Rey Cató-
lico al Conde de Luna una carta, cuyo traslado
él envió desde Inspruch á muchos destos se-
ñores Perlados españoles, en que les encomen-
daba mucho que mirasen por la autoridad de
8u Santidad, y no tenía por bueno, antes re-
prehendía, el haber instado en algunas cosas, de
que el Papa estaba muy desabrido. No me dio
á mí pequeño contento ver que hubiese yo acer-
tado á hacer las cosas que Su Majestad quería
antes que las mandase; no creo que les hizo
muy buen estómago esta carta á muchos de los
que la recibieron.
Como hay tanto ocio, cada día salen nuevas
invenciones, y muchas cosas se hacen en Tren-
to y échase fama que vienen de Alemania ó de
Roma, y como todos piensan que se ha de tra-
tar de Reformación hácense muchos capítulos y
á algunos les ponen títulos falsos. Salieron
unos en nombre de españoles, los cuales tenían
hartas impertinencias, y después se ha averi-
guado que no los habían dado ellos. Los ita-
lianos, como gente discreta y de negocios y de
grandes discursos, viendo la instancia grande
que se hace en esto de la Residencia, para di-
vertir el humor que no se haga apostema, han
buscado un camino que no parece que es malo
para conseguir lo que desean: para hacer aflo-
jar á algunas gentes en la Residencia han hecho
catorce artículos que son catorce torcedores,
diciendo que para que la residencia de los Per-
lados se haga como debe y sea fructuosa, es
necesario quitar los impedimentos que impiden
el fruto de la residencia, y que ansí es necesa-
rio que se provea primero que se quiten preg-
máticas de extranjería y alzarse los Príncipes
con casos mere ecch'siasticos y estorbar intima-
ciones de bulas y otras cosas desta manera, las
cuales, como muchos de los que instan en la
Residencia ven que son contra sus reyes, no
será mucho que aflojen en ella.
Agora se suena que Su Santidad envía en
lugar de los dos Legados nuiertos al Cardenal
Morón y al Cardenal Navagero; también se ha
dicho que en ciertas ciudades de Calabria ha
AUrOBIOORAKÍAS Y MEMOKIAS.— 27
habido gran alboroto de luteranos, y que en
Flandes han sido quemados algunos moneste-
rios, y que los venecianos habían tomado cier-
tas cartas enviadas de algunos luteranos á Vin-
centio comunicándose con otros que allí hay;
por donde quiera parece que brota esta mala
simiente; todo está estragado y pone gran mie-
do de mayores males que los de hasta aquí si
Dios por su misericordia no se duele de su Igle-
sia y la remedia. También se sonaba que el
Cardenal Borbón había enviado á pedir licencia
á Su Santidad para casarse. El Emperador es-
cribió una carta muy larga á Su Santidad pi-
diéndole tres ó cuatro cosas: que el Concilio tu-
viese toda la libertad que ha menester, y que se
tratase principalmente de la reformación univer-
sal de la Iglesia, y que Su Santidad tuviese por
bien de hallarse presente al Concilio, y que él
vendría. Dicen que Su Santidad ha respondido
á esto que en lo de la libertad no puede él en-
tender la que le falta al Concilio; que la refor-
mación él huelga que se haga de todos, y que la
venida suya al Concilio también le parece muy
bien, pero porque Trento es pequeño lugar don-
de él y Su Majestad no pueden estar acomoda-
dos, le parece que será bien que el Concilio se
pase á Bolonia y que allí se junten. Algunos tie-
nen por cierta esta mudanza y á otros les parece
que nunca vendrá á efecto. Como el Emperador
ha instado tanto en esto de la libertad del Con-
cilio, los Legados que aquí están, según me han
dicho, escribieron á Su Majestad la mucha que
había, y en consecuencia desto dicen que truje-
ron las cosas que habían dicho Perlados espa-
ñoles en públicas congregaciones, principal-
mente el Arzobispo de Granada, y según dicen
cargaron algo en esto la mano contra el Arzo-
bispo. El Obispo Quinqueecclesiense, que es
Legado del Emperador, escribió á Su Majestad
muy en favor del Arzobispo de Granada, abo-
nándole todo lo posible y deshaciendo la sos-
pecha que los Legados habían puesto al Em-
perador, y dándole á entender cómo los espa-
ñoles eran los que más desapasionadamente y
con mayor celo miraban por el bien de la Igle-
sia, sin tener otros respectos humanos.
El Arzobispo de Estrigonia escribió al Con-
cilio una carta muy larga, poniendo delante la
perdición grande de todas aquellas provincias
y la mu-:rha necesidad que hay de reformación.
Todo el nuindo da voces por ella. ¡Plega á
Dios que aproveche y se haga la que conviene
para el bien de la cristiandad!
Las paces se suenan que son hechas eu
Francia con ventajas de los hugonotos. Aquí
se han traído ciertos capítulos ó condiciones
dellas, propuestas del Príncipe de Conde, con
la respuesta de la Reina de Francia. Ellas son
tales que bien parecen del pecho de donde sa-
252
AUTOBIOGEAFIx^S Y MEMORIAS
leu, y que si los hngonotos fueran los vencedo-
res no pudieran hacer paces con mayores ven-
tajas suyas. ¡Lástima es grande ver á lo que
ha venido el nombre cristianísimo de Francia y
cuan furiosas están allí las herejías! Hase des-
cubierto una conjuración que tenían hecha de
matar á los Príncipes católicos: unos que ma-
tasen á Guisa, otros al Duque de Saboya, otros
al Rey de España y á los demás señores y
Príncipes. Los del Duque de Saboya se dice
que han sido presos; en mosieur de Guisa eje-
cutaron su traición. ¡Dios por sn misericordia
nos guardará á nuestro Rey Católico! El Car-
denal de Lorena vive con grandísimo recato y
con mucho miedo, porque ha sido avisado que
entra él en los que están señalados para ser
muertos. A la Reina de Escocia, que es cató-
lica, determinaron, no de matarla, sino des-
honrarla para que no se casase, y ansí envia-
ron allá un hombre que fingiendo que estaba
desterrado de Francia aguardó una noche de
serao, y entrándose en el aposento de la Reina
se metió debajo de la cama con intención de
salirse á la mañana por una ventana, para que
viéndole salir la gente entendiese que salía de
con la Reina y quedase infamada; pero siendo
descubierto por unas criadas de la Reina no
pudo efectuar su mal propósito, y finalmente
dicen que ha sido justiciado. Bien se parece
cuan ajena es de la ley de Cristo la dotrina
que profesan, pues les parece que es bien para
defenderla cometer tan grandes maldades como
es matar y deshonrar Reyes y Príncipes. La
Reina ha escrito al Cardenal de Lorena dándole
cuenta de las paces que se han hecho y descul-
pándose de la culpa que le echarán algunos, y
cómo no ha podido hacer más, y que las cosas
estaban en tal estado que no se podía dar otro
medio, y que ella tendría cuidado de que con el
Rey no tratasen ni comunicasen sino católicos,
ni se diesen los obispados sino á católicos, y
otras muchas cosas que nadie las cree, ni aun-
que fuesen verdad bastan á desculparla, porque
todos tienen entendido que ha sido y es la des-
truición y ruina de aquel reino. Agora se dice
que los católicos no quieren pasar por aquellos
conciertos de paces, y que han conmenzado á
alborotarse, y que han muerto muchos hugono-
tos. ¡Dios lo remedie, que sólo El puede!
La víspera de Pascua, que fué á los 10 de
aliril 1563, entró en Trento el Cardenal Mo-
rón, que viene por primer Legado. Fué recobido
con grande acompañamiento y muchas cerimo-
nias y música. No le pudiera Su Santidad ha-
ber hecho mayor bien ni merced qu(í ésta, por-
que habiéndole tenido preso el Papa Paulo IV
dos años por sospecha de herejía, según se dice,
restituyese bien en su honra con ponerle agora
en lugar que represente la persona del Papa y
tenga á cargo las cosas de la religión y de un
tan grande y tan principal Concilio. Partióse
viernes después de Pascua á verse con el Em-
])erador, porque según dicen ha de tratar con él
aquellas cosas que Su Majestad había escrito al
Papa sobre los negocios del Concilio en aque-
lla carta que arriba dijimos. El Conde de Luna,
que había muchos días que estaba con el Em-
perador en Inspruch, esperando respuesta del
Rey en esto de los asientos de Francia y del,
entró el segundo día de Pascua. Fuéle hecho
un señalado recibimiento, porque era muy de-
seado. Hasta agora están los franceses tan re-
cios en su preeminencia como si todavía fuesen
cristianísimos y no hubiesen recebido los benefi-
cios que han recebido del Rey de España, de
manera que no quieren sino que la primera
vez que el Conde se presente hallarse allí y
precederle. El Conde estaba determinado de
presentar luego sus poderes antes que Morón
se partiera, si no fuera por este inconveniente,
y ansí está esperando la vuelta del Cardenal,
Aquí se ha sonado que los alemanes envia-
ban algunos Ministros al Concilio, y por aquí se
traían los nombres de los que decían que habían
de venir; pero ya se ha muerto esta nueva, por-
que no se pspera venga (^) ninguno dellos.
La venida de Don Luis de Avila á Roma ha
puesto, según se dice, en grandísima congoja á
Su Santidad, porque los capítulos que le ha
presentado no deben de ser muy á su gusto. No
se sabe determinadamente lo que es, porque se
ha tenido muy secreto; algunos dicen que son
unos que mase Pasquín ha publicado por ahí
y nos los han traído aquí á Trento; Su Santi-
dad dicen que los ha remitido á Signatura, que
como allí se ha de examinar muy particular-
mente si son cosas convenientes á la Iglesia y
al bien de la cristiandad, sospéchase que no
habi'áu efecto, y la mayor señal de que Su
Santidad no lo quiere hacer dicen que es ha-
berlo remitido á Signatura.
Aquellos capítulos de los italianos dicen que
han parecido ' tan bien á los Cardenales en
Roma, que aunque los Legados no habían ad-
mitido sino siete dellos, los de Roma son de
parecer que se admitan todos y que ellos favo-
recerán el negocio todo lo posible. En este
tiempo, como el demonio no duerme y los he-
rejes sus ministros no se descuidan, por inter-
cesión de Calvino, que es el mayor enemigo
que tiene agora la Iglesia, se ha hecho un con-
ciliábulo en Heidelberga, un lugar del Conde
palatino Elector del Imperio, donde se juntaron
algunos ministros de Satanás y hicieron diez y
siete decretos dignos de quien ellos son. L^n
solo bien traen consigo, que creo será el comien-
(') En el m.s. bien.
POÍí" PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
253
zo de su perdición, que condenan en el primero
el catecismo de Lutero y de Brencio y todos
sus escritos; por esta puerta ha de entrar su
perdición, que es scisma y disensión, porque co-
menzándose á condenar los unos á los otros,
vernán á perseguirse y á toinar las armas y por
este camino á perderse. ¡Dios lo encamine en
servicio y gloria suya!
Este mes de abril, después de Pascua, ha
sido Nuestro Señor servido de llevarse á su
gloria al padre fray Pedro de Soto, hombre de
grande virtud y letras. El Papa le había en-
viado á este santo Concilio, donde liabía dado
grandes muestras de su prudencia y celo, y no
se perdió poco con su muerte. Pasó bien la
carrera desta vida y esta postrera jornada; dejó
muy cierta esperanza de que se iba á recebir
en el cielo el premio de sus trabajos, porque acá
no ha tenido sino persecuciones. Sintióse mu
cho su muerte; l'ué enterrado con grande honor
y acompañamiento de Perlados en la iglesia de
San Lorencio. El Emperador dicen que ha he-
cho gran sentimiento con su muerte.
Miércoles en la noche entró el Cardenal Na-
vagero, que fué á los 23 de abril; no hubo rece-
bimiento, por ser á la hora que fué.
El Rey Católico había escrito á Su Santi-
dad que él holgaba (') en esto de la precedencia
con Francia pasar por cualquiera buen medio,
aunque él perdiese en él, porque no hubiese
algún estorbo en cosas tan importantes como
son del bien de la Iglesia y honra de Dios; que
holgai'ía por esto perder de la suya si fuese ne-
cesario. Esto obligaba á Su Santidad que bus-
case algún medio que fuese más conveniente á
la honra de dos tan grandes Príncipes. Parece
que Su Santidad en esto se ha descuidado, y
por temor que los franceses, indignados, no se
vayan y hagan algún Concilio nacional en
Francia, ha querido contemporizar antes con
ellos que con el Rey Católico y ha estado muy
tibio en buscar camino como concertar este ne-
gocio, disimulando hasta agora con ello, y lo que
escribió Su Majestad, como quien es, con humil-
dad, que había de obligar á que se mirase más
por su honor. Eso parece que le ha hecho daño;
agora me dicen que escribió una letra á Su San-
tidad, la cual vino al Conde de Luna y él la en-
vió á Vargas, donde se queja desto, diciendo
que pues habiendo él hecho lo que debía como
quien es, ha habido tanta tibieza en dar algún
liuen corte en esto, qiie él, por evitar escándato,
pasará cualquier agravio que en este caso se le
hiciese, pero que él prenda su pa]al)ra de, aca-
badoel Concilio, quitar su Embajadorde Roma.
El Papa dicen que ha sentido nuicho esto; no
sabemos agora el remedio (jue pondrá.
(') En el m?. que en.
El día de la sesión se llegaba y no se ha
hecho nada, ni hay esperanza que veremos tan
presto el día que ha de ser, porque hay mil co-
sas que averiguar que no han de ser poco reñi-
das, como la Residencia y la Dignidad de los
Obispos y esto del sacramento de Matrimonio
y de los matrimonios clandestinos, y si será
bien conceder á algunas provincias, donde no
se hallen sacerdotes, que los casados puedan
ser ordenados, y más unos abusos que agora
han dado los deputados del sacramento de Or-
den, que no son de poca importancia y más
nuevos capítulos de Reformación que se han de
dar. Cosas son todas estas que han menester
muchos días y meses {}).
A los 21 de abril hubo congregación y se
determinó que á los 20 de mayo se señ.alase el
día que se había de tener, porque el Cardenal
Morón se suena que no vendrá antes de la vi-
sita del Emperador, por ser los negocios tan
graves, y porque dicen que han hecho correo á
Su Santidad sobre ellos, y es menester esperar
üu voluntad para concluillos. Roma nunca
pierde aquella vieja y mala costumbre de decir
de cualquiera con libertad lo que le parece en
pasquines, y ansí dicen que lo ha hecho agora
destos dos Legados que ha enviado Su Santi-
dad al Concilio, Morón y Navagero, y fué que
el Marfodio preguntaba á Pasquín si había
algo de nuevo; él le respondió que no había
otra cosa sino que Su Santidad enviaba dos
Legados al Concilio. Decía Marfodio: ¿Qua-
les sunt? Respondía Pasquín: Alter claudicat
in fide, alter utroque pede. Nunca deja de decir
malicias, porque el uno ha estado preso dos
años por la Inquisición y el otro no se puede
menear de la gota. También decía de los otros
Legados al principio cuando vinieron otras co-
sas semejantes á éstas, queriendo dar á enten-
der que las cosas del Concilio no iban como
habían de ir por falta de los Legados. De Man-
tua, non audit; de Siripando, non audct; do
Warmiense, semper legit; de Simoneta, semper
scribi't; de Altaemps, nec audit, nec audet, nec
legit, nec scrihit.
La Semana Santa fué Dios servido de dar-
me una enfermedad harto pesada y peligrosa
d(! tercianas dobles, que se alcanzaban unas á
otras, con vahídos y dolores de cabeza grandí-
simos, que me ha durado cerca de un mes, con
un hastío, de suerte que no podía comer sino á
poder de tragos de agua. Ha placido á Nues-
tro Señor darme salud por su bondad iníinita
y por la buena industria de los médicos, y yo
(') Tomo II, iolios 6 á lü.
254
autobiografías y memorias
de mi parte he liecho todo lo posible, esforzán-
dome á comer y obedeciendo á los médicos, de
suerte que nunca creo que han tenido ellos en-
fermo tan obediente como yo. Todo esto ha
menester hacer quien está apartado del regalo
de sus padres y de su tierra. Lunes á 10 de
mayo se presentó en congregación una carta de
la Reina de Escocia que enviaba al Concilio.
Era de creencia, porque todo lo remitía al Car-
denal de Lorena, que es sobrina suya, el cual
hizo un razonamiento loando á la Reina María
de Escocia, contando los trabajos que había
pasado por las cosas de la religión y la causa
por qué no habla enviado sus Prelados, porque
los católicos son pocos y son muy necesarios para
la conservación de aquellas reliquias de cristian-
dad que quedan en Escocia, con cuya ausencia
se acabarían de perder.
Hoy martes á los 12 de mayo han comen-
zado las congregaciones sobre los abusos de
Online. El primer canon, que es del modo que
se ha de tener en la electión de los Perlados,
ha sido reprobado de la mayor parte del Con-
cilio más de cuasi todo, si no es de algunos
Obispos franceses. Hanse dicho muchas cosas,
principalmente contra los Obispos titulares, de
los grandes abusos que por su cansa han en-
trado en la Iglesia, y no ha faltado quien los
llamase monstruos y larvas y puesto en duda
si son Obispos, porque decían que nunca hubo
en la primitiva Iglesia Obispos desta manera,
sino que los que se ordenaban eran consagrados
á ciertas Iglesias, donde ejercitasen el oficio. No
ha escandalizado poco este negocio, porque tres
ó cuatro Obispos annulares que hay aquí han
querido volver por su honra, y poner en duda
una cosa como ésta es escandalizar toda la
Iglesia. Yo me fui á convalecer á una casa de
campo y no me he podido hallar en las congre-
gaciones.
A los 20 de mayo se tornó á dilatar el día
en que se había de determinar lo de la sesión
para 10 de junio.
A los 21 de mayo se presentó el Conde de
Luna. Concertóse el negocio con el francés de
manera que entrambas partes quedaron conten-
tas ; diósele asiento por sí apartado de los de-
más Embajadores, de suerte que le tienen en
medio. El lugar es de manera que se conserva
bien la autoridad de Su Majestad; con todo eso,
se hicieron protestos de entrambas partes. Acu-
dió gran gente, porque muchos temían no hu-
biese algún alboroto. La oración hizo el doctor
Fuentidueña, y como la mayor parte dcUa fue
en loores de Su Majestad y no dijo nada de
los demás Príncipes cristianos, porque ni era
razón barajar á Su Majestad con nadie ni los
Embajadores de los otros Reyes y Príncipes
habían dicho palabra del Rey Filipo, algu-
nos se sintieron desto y se agraviaron, pero sin
razón ninguna, porque todos los que bien sien-
ten juzgaron que todo lo que se había dicho de
Su Majestad era verdad y que se le debía aque-
lla honra muy debida. Yo tuve á buena dicha
que en mi casa hubiese quien le sirviese como
aquel día se le sirvió.
A principio de junio llegó aquí un Embaja-
dor de Francia. Fué recebido en congregación,
donde dio cuenta de parte del Rey Cristianísi-
mo al santo Concilio de lo que en Francia se
había hecho, desculpando las condiciones de las
paces que en Francia se habían hecho con los hu-
gonotes, porque [el] estarlas cosas tan encona-
das como estaban había forzado al Rey de pa-
sar por ellas. Los Legados han estado muy con-
fusos y dudosos, y todo el Concilio, en la res-
puesta que se debía dar á esta embajada, por-
que pasar por unas paces hechas tan en detri-
mento de la religión y en deservicio de Nuestro
Señor no es posible, ni darlas por buenas, de
donde se ha de seguir quedar el Rey de Fran-
cia desgraciado. I)e manera que han andado en
demandas y respuestas, porque unas veces des-
agrada la respuesta al Cai'denal de Lorena,
que intercede por su Rey; otras le parece mal
al Concilio; pero en fin ello se vendrá á resu-
mir en que no será muy á gusto del francés,
porque todos abominan de paces que han que-
rido juntar á Cristo con Belial.
Agora se torna á tratar del séptimo canon,
que es el de la institución de los Obispos. El
Cardenal Morón, por concertar una cosa tan
enconada y hacer de manera que hubiese paz y
concordia entre todos, ha hecho congregaciones
particulares de algunos Prelados para mostrar-
les aquel capítulo quinto de la dotrina de Ordine
que hicieron los diputados italianos y otro que
había hecho el Cardenal Lorena y algunos espa-
ñoles, á lo que se cree. Yo fui llamado á la
primera congregación, donde nos propusieron
tres cosas: la primera, unas cartas de los Per-
lados de Inglaterra, en que pedían al Concilio
que declarase por herética y scismática á la Rei-
na de Inglaterra, porque convenía; la otra fué
pedirnos que para cuándo nos parecía que era
bien que be señalase el día de la sesión, por-
que se llegaba ya el día, que era los 15 de junio,
en que se había de determinar; lo tercero, que
dijésemos nuestro parecer sobre el capítulo de
la doctrina. Cuando llegó mi lugar, yo dije á
lo primero que el oficio propio del Concilio era
definir los dogmas de fee y tratar de cosas tocan-
tes á la reformación universal de la Iglesia, y
no meterse agora en condenar á personas par-
ticulares; que si eso se hubiese de hacer sería
cuando el Concilio se acabase, pero que me pa-
recía que sería bien dar parte dello á Su Santi-
dad y al Emperador, y que si á ellos les pare-
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
255
ciese que era liieu que el Concilio tratase dello,
que se seguiría su voluntad. A lo segundo, que
me parecía que el señalar el día de la sesión
pendía de saber el estado en que estaban las
cuestiones comenzadas, y la esperanza que ha-
bía de concordarse, y que esto nadie lo podía
saber como los señores Legados, y que á ellos
remitía en esta parte mi parecer y voluntad. A
lo tercero, que yo no me había hallado en estas
disputas por mis indisposiciones, y que ansí, no
estando prevenido, no podía dar parecer en cosa
de tanta cualidad sin tener más espacio para
pensar en ello; que suplicaba á sus señorías
ilustrísimas me diesen lugar para poder mejor
y más cómodamente decir lo que sentía. Las co-
sas están de tan mala digestión en este canon
que otro día que nos llamaron á congregación
dije al Cardenal Morón que me parecía no ha-
bía esperanza de concordia, si no era no hacién-
dose dotrina sino sólo el canon, porque los
fi-anceses pelean por la autoridad del Concilio
sobre el Sumo Pontífice, los españoles por la
autoridad de los Obispos y los italianos por la
del Papa, y ansí que era imposible hacerse doc-
trina que pareciese bien á todos. Al Cardenal
le pareció bien esto, pero dijo que no se podía
acal)ar con ellos; ansí se hizo que se dejase de
hacer la dotrina. Después han llamado teólo-
gos para que averigüen si en el canon que hi-
cieron los franceses hay alguna cosa que sea
contra la autoridad del Sumo Pontífice. Lla-
maron los teólogos de Su Santidad y los del
Rey de Portugal y al dotor Fuentidueña, por
hacerme á mí el Cardenal Morón este regalo y
porque hubiese quien me diese cuenta del estado
en que iban los negocios.
La sesión se echó para los 15 de julio; gran-
dísima duda hay si ha de bastar este mes que
hay de aquí allá para averiguar cosas tan en-
marañadas y de tan mala digestión como es el
canon de la residencia y de la institución de los
Obispos, que ha once años que se comenzó;
hanse hecho muchos, pero ninguno se puede
hacer que agrade á todos. En el que última-
mente convinieron se ha enviado á Su Santidad
para que le vea, que pues se trata de su autori-
dad razón es que se le dé parte dello (*).
El Embajador de Francia que vino á dar
cuenta de las paces al Concilio pasó al Empera-
dor á decirle lo mesmo, y él le respondió, como
convenía á i;n Emperador tan católico: á lo de
las paces, que le pesaría en el alma que las
cosas de Francia estuviesen de tal manera que
hubiesen forzado al Rey Cristianísimo á hacer
') Tomo II, folios 20 á 29.
lo que hizo, que si no fuei'a por fuerza no fuera
posible venir en paces tan perjudiciales á la
honra de Dios y de su Iglesia; á lo de la mu-
danza del Concilio, que le parecía que como
agora estaba se podía tener esperanza de hacerse
algún bien, y que con el mudarse se perdería;
que fuera desto, él lo tenía asegurado en Trento,
que es lugar de su estado del condado de T¡-
rol, y que allí bien se obligaba él á tenerle
seguro debajo de su amparo, pero que en nin-
gún otro lugar fuera deste, en Alemania,
estando las cosas como están, se atrevería á
hacello, y que aunque esto pareciese flaqueza él
se atrevía á decillo porque así lo senda. El
Embajador se partió con esto al Rey de
Bohemia.
Día de San Pedro, el conde de Luna fué á
capilla sin esperar á hacer concierto con los
franceses, porque aunque estaba dado orden
en lo de los asientos en las congregaciones,
pero en la misa quedaba otra dificultad por el
incensar y dar de la paz, que no parece que
podía hacerse sin señalarse algo la preceden-
cia, y en esto aun no se había dado ningún
medio; pero viendo el Conde que se llegaba la
sesión y que no era bien aguardar para enton-
ces, y entendiendo que Su Santidad había
mandado que se usase de dos turíbulos y dos
portapaces, determinó de irse á capilla. Los
Legados (^), á lo que parece no estaban pre-
venidos, aunque se piensa que lo estaban, por-
que habían enviado por otro [in] censario; pero
viendo sentado el Conde y que los franceses
se alteraban, principalmente el Cardenal de
Lorena, se salieron de la capilla y se juntaron
para dar orden en lo que se debía hacer. En
fin mandaron que no se incensase á nadie ni
se diese paz. Entretanto uno de los Embaja-
dores franceses, que se llama Ferrer, se apartó
de su lugar y fué detrás del altar á hacer una
protestación, porque es letrado y parecióle que
aquéllas eran las mejores armas. En fin, con-
cluida la misa, el Conde se salió y vohñó á
casa bien acompañado de Perlados españo-
les y italianos. Los franceses quedaron tan
sentidos de lo que había pasado, que dijeron
que querían hacer una protestación en congre-
gación pública y partirse luego y hacer un
Concilio nacional en Francia; pero que pri-
mero querían que se averiguase si Pío IV era
verdadero Pontífice, porque había sido electo
por simonía, y que desta causa querían que
fuese juez el Concilio. Estas y otras cosas les
hacía decir la cólera y poca cristiandad. Des-
pués dijeron que no querían hacer el protesto
sino en congregación particular á solos los
Legados. ¡Bien han dado á entender lo que
(*) En d ms. Legados que.
256
autobiografías y memorias
tienen en el pecho, pues con tan liviana oca-
sión han venido á decir cosas tan exorbitan-
tes! Yo á esta sazón no estaba en Trento, que
nio había ido á Margón. El Conde me envió á
llamar para darme parte de los negocios; yo
vine 7 nos hemos juntado en su casa muchos
Perlados españoles y italianos para dar orden
en lo que se ha de responder al protesto de los
franceses, si le hiciesen. En fin se resolvieron
los franceses en despachar un correo á Su San-
tidad para quejarse del agravio que se le hacía
al rey pupilo, pues sin oirle le querían quitar
la preeminencia que tantos años había que
])Oseía. Los Legados despacharon otro correo
al Papa dándole cuenta de todo lo que pasaba.
No habrá tenido poco desabrimiento cuando lo
haya sabido, principalmente cuando entienda
las injurias que se han dicho contra él, porque
los franceses decían que ellos no tenían enojo
con los Legados, ni con el Rey de España, ni
con su Embajador, ni con la Sede Apostólica,
á quien querían estar obedientes, sino con
Pío IV, por el agravio que hacía al Rey Cris-
tianísimo, á quien siendo niño quería privar
del honor que habían tenido sus pasados. El
Conde estaba apercibido para responder á los
protestos que hiciesen, de manera que si el
protesto fuese descomedido contra la autoridad
del Papa, se les respondiese como convenía á
su atrevimiento y á la autoridad de Su Santi-
dad, y si no se respondiese con moderación.
A todo esto fuimos todos de parecer que se
hiciese un comedimiento con el Cardenal de
Lorena y fuesen dos ó tres Perlados de los
nuestros á hacelle, dándole á entender cómo
las cosas que por ahí andaban sembradas de
parte de los Embajadores franceses no sola-
mente eran en deshonor de la Sede Apostólica
y Pío IV, pero que con ellas se hacía también
agravio al Rey Cristianísimo, y que las cosas
que se hacían eran por bien de pez sin agravio
del derecho que cada uno tenía, y que el Rey de
España, por el parentesco y amistad que con
el de Francia tenía, miraría tanto por su honor
como por el propio, y que el mesmo señor Car-
denal de Lorena había importunado en Ins-
pruch al Emperador que hiciese venir al Conde
que él liaría cómo se diese buen orden en los
asientos, y que pues esto era ansí, qu? les supli-
caba no diesen ocasión á que el Concilio por
algún scisma se desbaratase. Este comedi-
miento hizo el mesmo Conde, porque el Car-
denal en este medio le vino á ver. A todos nos
pareció que era bien que el Conde en lo público
mostrase su valor y diese á entender que de
ninguna manera torcería de lo que Su San-
tidad había ordenado; pero que cuando se
hubiese de venir al hecho, de ninguna manera
se diese ocasión á tanto mal como era desbara-
tarse el Concilio por cosa semejante ó irse los
franceses.
La sesión no lleva camino de hacerse á los
lá de julio, porque fuera de que este negocie
de los Embajadores ha sido un gran tropiezo,
las demás cosas aun no están de suerte que
nos den buenas esperanzas. Ya me parece que
se podrá llamar esta sesión disensión, pues ella
la ha hecho durar diez meses que ha que se
comenzó, y se está agora tan entera como al
principio. Agora se han tornado á dar los
cánones de abusos de Ordine para que se vote
sobre ellos.
El Cardenal Morón, viendo la disensión y
variedad de opiniones que hay sobre esto de la
institución de los Obispos, ha seguido un orden
muy bueno y cuerdo, que ha hecho muchas
congregaciones particulares , llamando unas
veces unos Perlados y otras otros, para que,
sabiendo los pareceres y voluntades de todos,
se entendiese qué medio se podría dar para
concertallos. No se ha hallado mejor medio
que quitar el quinto canon de la dotrina,
donde se hablaba del Papa y Obispos, porque
en aquél no había esperanza de concierto. Y
ansí se quitó, y porque á nadie le pesaba tanto
de que se dijese lo que allí se decía del Papa
como á los franceses, porque ellos pretenden
que el Concilio es superior al Papa, holgaron
de ablandar en lo del séptimo canon y que no
se dijese Episcopos esse a Christo institutos,
sino que el canon se hiciese desta manera: Si
qids dixerit in Ecclesia catholica non esse
hierarchiam divina ordinatione institutam qwi'
constat ex episcupis, /»ré.s%íer/s et ministris^
anathema sit.
Y á este canon en particular congregación
habían dicho placet el Cardenal de Lorena y
franceses, y el Arzobispo de Granada y Obispo
de Segovia, que eran los que más recios habían
estado en este negocio.
Concertado esto, pareciéndoles á los Lega-
dos después de haber tomado el pulso á las
naciones, que la cosa se podía ya poner en pú-
blica congregación porque ya lo daban por
hecho, viernes á las cinco de la mañana llama-
ron á congi'egación general, que fué á los 9 de
julio, y propusieron la doctrina de Ordine sin
el quinto capítulo, y los cánones, y más el
canon de Residencia, que muchos días había
que habían enmendado. El Cardenal de Lorena
y los que fueron deputados con él votaron en
lo primero cuasi todos per verhum placet, aun-
que sobre aquella palabra Ordinatione divina
hubo algunas contradicciones, por parecerles
que aquella palabra es muy general y que della
no se podía argüir ser instituidos los Obispos
de Cristo porque Reyes y magistrados y otras
cosas dicuntiir Jleri in Ecclessia ordinatione
DOX PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
257
divina; de manera que algunos dijeron que se
pusiese oriUnatione peculiari, y en esto parece
que quedaron resolutos y aprobado el canon
de Residencia. Y luego el sábado se comenzó á
votar en los cánones de los abusos.
El Arzobispo de Granada, aunque el día de
antes le había parecido bien el canon de la
Hierarchia, el día de la congregación lo reprobó
con aspereza, y el Obispo de Segovia dijo que
él había estado bien en el canon, pero viendo
que sin habérselo mostrado habían añadido
otro, decía que agora ni el uno ni el otro le
parecía bien ; con todo esto, aunque hubo algu-
nas contradicciones, fué grande la alegría de
todo el Concilio viendo que la sesión se hacía
á los 15 de julio, que nadie lo esperaba, según
iban las cosas. Sábado en la noche me dicen
que fué el Conde de Luna á los Legados y les
dijo que si no se ponía en el canon claramente
institutione divina, que los españoles no irían
á la sesión. Esto se hizo, lo uno porque verda-
deramente aquella palabra ordinatione divina
es tan universal que se puede tomar en muchos
sentidos , y ansí los unos aprobaban aquel
decreto con persuasión que quería decir que
los Obispos son instituidos de Cristo, y otros
con creer que del Papa les viene la dignidad
cuanto á la jurisdicción, porque todo lo que el
Papa hace con la autoridad que Dios le dio se
dice hecho ordinatione divina; de suerte que
no parece que todos pretenden una cosa ni es
el mesmo espíritu el de todos, que es harto
inconveniente para hacer decreto sub nomine
anathematis. La oti-a causa fué porque el
Conde recibió una carta de Su Majestad en
que le decía que hiciese que las cosas del Con-
cilis fuesen de espacio. El designo desto nadie
lo sabe, sino que se hacen muchos discursos al
uso italiano. Esta embajada que hizo el Conde
á los Legados no les hizo muy buen estómago,
porque parece que ha de ser parte para que la
sesión no se haga á los 15 de julio, principal-
mente á Morón que lo sintió en extremo viendo
que se le impide una cosa que él tenía tan tra-
bajada y en tan buenos términos para con-
cluirla tan á gusto de Su Santidad. ¡Dios lo
remedie, que no parece sino que todos quieren
hacer sus negocios con este Concilio y se quie-
ren servir del para sus intereses, y no parece
que se tiene el respeto que se debe á la honra
de Dios y al remedio de su Iglesia que va tan
decaída; pero yo creo que son estos secretos
caminos de su Providencia, que permite todas
estas cosas para mayor azote de nuestros
pecados! (^).
(') Tomo II, folios U á 16
Entre los otros libros que han visto los depu-
tados del índice fué uno la Doctrina Cristiana
del Arzobispo de Toledo; aprobáronla y firmá-
ronla once diputados, y despacháronse luego
copias de la aprobación á España. No debió de
hacer buen estómago este negocio á los seño-
res inquisidores, porque se ha hecho tan grande
instancia en este caso que algunos de los que
habían firmado han andado vacilando y casi
por desdecirse, como es el Arzobispo de Pa-
lermo y el Obispo de Columbria, español y
fraile agustino; han querido achacar que no fué
en día de deputación ni llamados los deputa-
dos, y el Obispo de Lérida ha querido tomarlo
tan á pechos que dijo el otro día en deputa-
ción, porque fué uno de los que no se hallaron
el día que se firmó, aunque era de los deputa-
dos, que había sido hecho sin consideración y
imprudentemente. El xVrzobispo de Praga, que
es Presidente de la deputación, averiguó allí
cómo se había hecho á la hora acostumbrada y
en día de deputación, y después dijo que no
venía él allí para que nadie le dijese injurias, y
que él diría á los Legados que señalasen otro
Presidente; harto más templada respuesta que
merecía la demanda.
También se ha dado orden estos días y Su
Santidad lo quiere, y todos lo desean y es cosa
muy importante á la cristiandad, que se haga
un catecismo, y así han señalado teólogos para
ello, distribuyendo las materias por ellos. Para
el Credo señalaron españoles, porque parece
que son gente á quien S3 les puede encomendar
la fee. Entre ellos señalaron al doctor Fuenti-
dueña y le dieron aquel artículo: et inde ventu-
ras est judicare vivos et mortuos. El Pater nos-
ter encomendaron á unos doctores de Lovaina
y otros franceses. Hacerse han dos catecismos,
uno grande y otro pequeño. El grande para que
se sirvan del los que han de enseñar, como son
los curas, y el otro pequeño que sea como una
suma del grande, el cual ande en todas len-
guas para que los niños le deprendan de coro,
que es una cosa importantísima, porque se tiene
por cierto que un catecismo que hizo Calvino
fué el que destruyó á toda Francia.
Pasada la sesión, como ya estaba disputada
la materia de Matrimonio, hicieron los deputa-
dos once cánones y dos decretos de los matri-
monios clandestinos, y los propusieron para
que los Prelados diesen su parecer sobre ellos.
En lo que ha habido mayor controversia ha
sido sobre si se han de anular los matrimonios
clandestinos, porque á algunos les parece que
la Iglesia no lo puede hacer, ni tampoco que
sea menester el consentimiento de los padres,
como lo dispone el segundo decreto, porque
parece que se va contra la libertad de aquel
; consejo que da San Pablo, qui non continet
258
AUTOBIOGRAFLAS Y MEMORIAS
nubat; pero más de las dos partes del Concilio
han venido en que la Iglesia lo puede hacer y
que es cosa muy necesaria en la república, y los
Embajadores de España, Francia y Portugal
lo han pedido con grande instancia. También
ha habido alguna diversidad sobre el sexto
canon, porque parece que en él se condena la
opinión de San Ambrosio (*).
*
* «
Los cánones de sacramento Matrimonii, co-
rregidos por los diputados, se tornaron á pro-
poner al Concilio juntamente con doce capí-
tulos de abusos que hay en este sacramento.
Hase tornado á encender la disputa sóbrelos ma-
trimonios clandestinos, porque hay muchos que
les parece que la Iglesia no los puede irritar, y
como los dos Cardenales Lorena y Madrucio,
que son los primeros que votan, estuvieron dife-
rentes, parece que esta ha sido causa de una
manera de competencia que no ha parecido
bien, porque no ha faltado quien ha dicho en
congregación quién andaba á sobornar para
que no se irritasen los clandestinos. El negocio
tiene tanta contradicción que creo ha de ser
bastante á impedir la determinación deste de-
creto. También hay controversia sobre el canon
del divorcio, porque los Embajadores de los
venecianos dieron una súplica en pública con-
gregación, pidiendo al Concilio que tuviese por
bien que el canon no pasase adelante, porque
fuera de que en él se condenaban tantos Pa-
dres antiguos, como Ambrosio, Tertuliano, Hi-
lario, Lactancio, Theophilacto y otros, condená-
base también toda la nación griega, la cual no
era razón ser condenada sin ser llamada ni
oída, y que ansí suplicaban que se ordenase aquel
canon de otra suerte; y ansí dieron ellos un
canon cuya sentencia era que el que dijese que
la Iglesia católica romana había errado man-
dando que los que habían hecho divorcio causa
fornicationis no se pudiesen tornar á casar,
fuese anatema. Este canon aprobó el Cardenal
de Lorena, y muchos han sido deste parecer.
No sé qué fin tendrá.
Los capítulos de Reformación los andan
glosando los Embajadores de los Reyes; los de
Francia dieron sus glosas cual sea su salud;
también las han dado los de España; todos dan
razón de algunos decretos que no deben liacerse
porque no les está bien á sus Reyes. Ella no es
muy buena razón, pero dicen que están antes
obligados á dar malas razones que á dejar de
volver por el interés de sus Reyes.
También se ha hecho un decreto de las exen-
ciones de los capítulos, donde no sólo confir-
(') Tomo II, folios 52 á 54.
man el que se hizo en tiempo de Paulo, pero
añaden otras cosas más, de suerte que cuasi no
les queda nada á los Cabildos, y no me espanto,
porque están algunos tan deseosos de ser seño-
res como no lo nacieron, que como tienen ellos
el mando y el palo, siendo los jueces, quieren
hacer su negocio, y no ha faltado quien, dicien-
do su parecer en congregación y hablando de
los capítulos, dijo: Capitulares pessimiim genus
hominum, A mí no me ha parecido bien que
sean maltratados los que la Iglesia nos dio por
ministros que nos ayudasen en el gobierno
della, y así holgaría que quitadas todas las
exenciones, se diese algún buen medio en el
corregir de los delictos.
El Patriarca de Aquileya, que se llama Gri-
mano, gentilhombre veneciano, vino aquí al
Concilio á que se sentenciase en él su causa, la
cual pasa desta manera: que estando él en Ve-
necia y habiendo dejado en Aquileya un provi-
sor suyo, un fraile de Santo Domingo, predi-
cando en la iglesia mayor, dijo entre otras
cosas, tratando de la predestinación, que los
predestinados no podían condenarse, ni los
prescitos salvarse, lo cual escandalizó al pue-
blo grandemente, de manera que no sabiendo
el provisor qué medio tener para quitar este
escándalo, escribió al Patriarca dándole cuenta
de lo que pasaba. El Patriarca respondió largo,
diciendo que el fraile había dicho verdad y el
pueblo no había tenido razón de escandalizarse,
trayendo nmchos argumentos en confirmación
desta doctrina. A cabo de trece años que pasó
este negocio, estando el Patriarca en Roma,
le hizo merced el Papa Pío V de darle capello.
Propuesto el negocio en Consistorio y votado
ya que se la diese, ciertos Cardenales émulos
suyos dijeron que Su Santidad no debía ha-
cerlo, porque el Patriarca era sospechoso en
cosas de la fee y no convenía que entrase en el
CoUegio de los Cardenales, y para testimonio
desto presentaron la carta, que había trece años
que estaba enterrada; pero no hay cosa que no
desentierra la invidia y la calumnia. El Papa
quiso que se viese el negocio y se averiguase y
resolvióse en que si el Patriarca se purgase se
le diese el capello, y si no no. El pobre Pa-
triarca, que antes estaba muy honrado, sin-
tiendo que la suma honra le acarreaba suma
deshonra, pues el día que le hacían Cardenal le
hacían también hereje, se fué llorando al Papa.
Eli fin, se resumió la cosa en que se tratase en
Inquisición. Los inquisidores fueron de pare-
cer la mayor parte de los votos que en la carta
había algunas proposiciones que podían tener
bueno y mal sentido, de suerte que todo pendía
de que él declarase el sentido en que las había
dicho. El Papa le tomó un día descuidado, y
mandándole encerrar en su aposento, le hizo
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
259
que sin luás estudios ni libros respondiese á
aquellas proposiciones. El lo hizo de suerte que
las respuestas hacían la carta muy católica; con
todo eso, eran los adversarios tan poderosos,
que no bastó á que Su Santidad hiciese que la
causa se sentenciase. El Patriarca, viendo que
no podía acabar nada con el Papa, con supli-
carle cada día que, pues él estaba infamado,
hiciese que su causa se sentenciase, y si tenía
culpa fuese castigado y si no que no padeciese
sin culpa sn honra, vínose á Venecia. Desde
allí ha importunado tanto la Señoría al Papa,
que, aunque con harta dificultad, se acabó con
e'l que le diese licencia para venir á Concilio, y
quo allí se averiguase su causa. Venido aquí se
sometió por los Legados á veinte y seis Per-
lados de todos las naciones, y todos ellos sin
l'altar ninguno han dado por católica la epís-
tola y dado su parecer por escrito. De todos se
saca una sentencia de absolución para enviar á
Roma. Hay esperanza que le darán el capelo.
Hanse tornado todos estos cánones de Ma-
trimonio al crisol de la depntación, para que
conforme á los votos se emienden. Hay gran
controversia sobre la irritación de los clandes-
tinos; pero mayor la hay sobi-e los cánones de
Reformación, porque se dieron treinta y seis, y
como los Embajadores de los Reyes han instado
en que no se hable en pragmáticas ni en los
demás privilegios, liase detenido el proponerlos.
El Embajador de Espafxa usa de un artificio,
que por ser tan claro deja de serlo, y es que
nunca ha dicho á los Legados que no se pro-
ponga aquello que toca á lo de los Reyes,
pero por otra parte dicen que si se propone
que no irá ninguno de los españoles á congre-
gación.
De parte de los Embajadores del Empera-
dor se pidieron diez días de término para de-
terminarse ellos si pasarían por la proposición
de aquellos capítulos. Los Reyes querrían que
se reformase el clero y que no se hablase en
ninguna cosa que les toca, ó á lo menos que
aquello fuese lo postrero, y que primero se co-
menzase por los eclesiásticos, y ansí lo quería
probar cierto Perlado con un ejemplo, diciendo
que si toda una ciudad estuviese enferma, si de
otra se enviase algún médico para que la cu-
rase, que lo primero había de curar los médicos
enfermos para que ellos después le ayudasen á
curar los demás, y pues los eclesiásticos, que
son los médicos, están enfermos, que sean los
primeros que se curen. Esta razón, aunque es
ímena, no les agrada á los Legados, porque les
parece que el dilatar los Reyes su cura es bus-
car ocasión como estorbarla, y querrían que
todo anduviese junto lo uno y lo otro; pero
como los Reyes pueden hacer lo que quisieren y
salirse con ello por fuerza ó por grado, y hacen
tantos fieros, aunque no creo que ellos los ha-
cen, sino sus ministros, para ganarles la venia,
y muchos Perlados por respectos suyos no ^e
osan tomar con ellos y procuran llevarlo por
otro camino, y es quitando algunos capítulos
que deseaban mucho algunos Obispos españo-
les que se propusiesen que son muy importan-
tes, para que después con ellos, como con tor-
cedor, hiciesen que se propusiesen los que tocan
á los Reyes, pero aun esto no les aprovecha,
porque les tornan á amenazar, si no proponen,
que no irán á congregación. Y ansí al principio
daban diez y ocho capítulos y después les hi-
cieron que añadiesen dos que se quedaban: el
uno de las exentiones de los Cabildos, y otro de
la pluralidad de beneficios; y no contentos con
esto tornaron á porfiar que se añadiesen el de
las primeras instancias y también se les ha con-
cedido. Tras esto querrían agora el de los re-
gresos. El Cardenal Morón, enojado, ha dicho
que pues el Embajador de España dice que no
quiere él estorbar que no se proponga el de los
Reyes, y los del Emperador han pedido diez
días, que, cumplido este término, él los propon-
drá todos. Yo no sé porqué tienen tanto miedo
estos Embajadores y Pei-lados, porque si lo que
los Reyes tienen por privilegios es cosa conve-
niente para el bien de la Iglesia, de creer es
que el Concilio lo aprobara, y si es malo y
oprime la libertad eclesiástica, ¿por qué no con-
sienten que se quite, queriendo más ganar la
gracia del Rey que hacer lo que conviene á la
Iglesia? de suerte que han de confesar que ó es
malo lo que los reyes hacen ó tienen á todo el
Santo Concilio por sospechoso, de quien no
osan confiar el averiguación dellos,pareciéndolcs
que ellos entienden mejor lo que conviene á la
Iglesia que lo entenderá todo el Concilio y que
tienen mejor celo que tendrá el Concilio, que es
una presunción soberbia. Estas cosas son las
que han de hacer detener el Concilio más de lo
que todos desean, y también el Emperador
teme que si se condenan los herejes no se sigan
algunas alteraciones en sus estados, y ansí
desea alguna dilación. No es de creer de un
pecho tan cristiano y tan celoso que hace esto
sin buen fin, y ansí se dice que trata con los
herejes buscando si hallase algún camino como
reducirlos; y en lo que toca á ser reformados,
él ha escrito que se huelga que el Concilio, en
su persona y privilegios y lo demás, reforme lo
que le pareciere que más conviniere para el re-
medio de la Iglesia cristiana.
Hoy que son 7 de septiembre se comienza á
votar sobre los cánones y decretos de Matrimo-
nio. Han mudado la prefación en otra que para
2G0
autobiografías y memorias
dotrina es corta y para prefacio es doctrina.
También han propuesto otro decreto en que
irritan todos los ruatrinionios clandestinos, para
ver si el Concilio quiere recibirle, de suerte que
se ha de votar en él solamente per rerbum pla-
cel. No parece que hay esperanza de hacerse la
sesión el día señalado. Hoy también se ha reci-
bido un Embajador de la Orden de San Juan
de Malta, y se le ha dado lugar entre los Em-
bajadores eclesiásticos, que hacía diez meses
que no le dejaban sentar en el Concilio, que es
de espantar cómo ha podido esperar tanto tiem-
po aquí, según los pleitos [que] le han movido,
y si no fuera porque mucha gente principal ha
intercedido, nunca creo que acabaran de darle
lugar donde se sentase, aunque ya parece que
se sienta á tiempo que todos quieren levan-
tarse, aunque él debe haber tenido por mejor el
sentarse tarde que nunca, según ha tenido la
paciencia para esperar tanto tiempo (}).
En este tiempo llegó una carta de Su Ma-
jestad, en que manda que, por cuanto la estada
del Maestrescuela de Segovia en Trento por
parte de los Capítulos y Iglesias de España es
perjudicial al gobierno de sus reinos, mandaba
que dejase el oficio que tenía y se saliese de
Trento. Ha escandalizado esto á muchos, por
ser contra la libertad del Concilio, que, dando
licencia á los herejes que vengan y que digan
lo que quisieren en defensa de sus errores y
que sean oídos sin recebir agravio de nadie, no
consientan á los católicos y obedientes á la
Iglesia que vengan á dar razón de sus privile-
gios y exenciones, para que se entienda con
qué razón y derecho las tienen, sino que los
quieran condenar sin oirlos ni consentir que
haya nadie que alegue de su derecho, princi-
palmente que el defender sus exenciones no
puede perjudicar al gobierno del reino, sino que
deste Concilio ha habido Perlados españoles
que han importunado á Su Majestad que haga
esto, por hacer ellos mejor su negocio, no acor-
dándose de la injuria grande que hacen á la
libertad del santo Concilio y la ofensa á Dios
y escándalo á todos los que lo saben.
También se suena que Su Santidad ha con-
cedido á Su Majestad las galeras perpetuas y
patnmazgo para todas las primeras dignidades
de todas las Iglesias de España, catedrales y
colegiales, y la venta de todos los lugares de la
Iglesia. Cosas son éstas que pueden poner de-
seo á los Obispos de dejar los obispados y á los
clérigos las ordenes, pues ven tan abatida la
Iglesia y tributaria, que Dios quiso que fuese
V) Tomo II, folios 61 á 68.
libre, y por mano de aquellos que habían de
mirar más por su libertad y su honra.
Entre los demás que son de opinión que no
so deben irritar los matrimonios clandestinos,
uno es el Cardenal Varmiense, que ni las dis-
putas pasadas de los teólogos ni los pareceres
de Perlados han sido bastantes para quitarle
un escrúpulo grande de que la Iglesia no lo
puede hacer; y después de haberse votado tres
veces, el Cardenal Morón, por satisfacerle, hizo
juntar en su casa todos los Legados y los dos
Cardenales Lorena y Madrucio y los diputados
de estos capítulos de Sacramento Ordinis, y
mandó llamar ocho teólogos para que en su
presencia disputasen si la Iglesia podía irritar
estos matrimonios, y si la causa de hacerse
ocultamente era bastante para ser irritados.
Los cuatro de los teólogos decían que lo podían
hacer, que fueron Diego de Paiva, portugués;
Vigor y Dupré, franceses, y el doctor Fuenti-
dueña. Los otros cuatro tenían lo contrario,
que eran: Salmerón y Torres, españoles; Pel-
tier, francés , y un inglés. Disputóse lunes á
los 13 de septiembre, y martes quisieron que
se tornase á la disputa y que se hiciese más
pública, á la cual, como acudió mucha gente
y muchos Perlados, no tuvo otro fruto sino
llegar algunos de los Perlados que quisieron
atravesarse á decirse malas palabras. Primero
se disputó entre los Legados y Obispos cuáles
de los teólogos habían de argüir y cuáles res-
ponder. Unos decían que los que defendían que
la Iglesia no lo podía hacer estaban en pose-
sión de mil quinientos años que la Iglesia ha-
bía tenido por válidos estos matrimonios, y los
que querían quitarlos habían de probar por qué
razón podía ahora la Iglesia darlos por ningu-
nos. La otra parte decía que aunque la Iglesia
en todo este tiempo estuviese en posesión de
que eran válidos, pero no estaba en posesión
de que no podía hacer lo contrario, de lo cual
se había de disputar; y que fuera de esto ciento
cincuenta Perlados habían votado que lo podía
hacer y muy pocos que no podía; así que el pri-
mer día se mandó que arguyesen los que de-
cían que la Iglesia no lo podía hacer, y el día
siguiente mandaron que arguyesen los otros.
Muchos se han ofendido desta disputa, por-
que dicen que sobraban las pasadas y que ha-
bía de ser antes que los padres hubiesen vota-
do, y aun se dice que algunos de los Embaja-
dores han escrito á Su Santidad quejándose de
esto, por parecer que ei'a buscar alguna oca-
sión con que desbaratar este negocio, porque
habiendo tanto exceso de votos de los que di-
cen que deben quitarse, no puede dejar de ha-
cerse, aunque algunos porfían que no se puede
hacer con tanta contradicción, diciendo tam-
bién que este era negocio de dogma. Pero es
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
261
engaño, pues la Iglesia podría deshacer este
decreto cuando se le antojase, annque sea ver-
dad que el decreto pende de un dogma, que es
averiguar si lo puede hacer la Iglesia.
Miércoles á los 15 de setiembre se dilató la
sesión hasta el día de San Martín, con Jiarta
tristeza de muchos Prelados, que desean ver el
fin de tantos trabajos. Muchos reclamaron, pero
fue' muy mayor el número de los que vinieron
en la dilación, porque estos capítulos de Refor-
mación sobre que se vota y más los que se han
dado, hasta cumplimiento de treinta y seis, han
menester todo este tiempo, según son ellos, por-
que lastiman á muchos, tocan á muchos Prín-
cipes, y en cosa de interés, que es lo que más
duele, cada uno querría se curasen los otros.
Siéntese mucho tocar llagas tan envejecidas.
Los frailes negocian reciamente, y así en todos
los capítulos hacen de manera que quede su
negocio á salvo. Para la otra sesión dicen que
se guarda su reformación. También dicen que
de Roma favorecen mucho las exenciones de
los capítulos, las cuales favorecen muchos Per-
lados italianos y franceses, y uno dijo estotro
día que en haber echado de aquí al que hacía
la causa de los capítulos se había violado gran-
demente la fe pública dada por este santo Con-
cilio, no solamente á los herejes, sino á todos
los que quisiesen venir á él. Esto no creo que
hizo muy buen estómago al Conde, que estaba
presente, ni á algunos Perlados españoles que
habían sido los autores deste negocio. Des-
pués lo han tornado á decir otros Obispos ita^-
lianos. El de Segovia quiso probar que había
sido bien hecho, diciendo que el Emperador
Carlos nunca lo había consentido y que basta-
ba un año que hacía que estaba aquí el Procu-
rador de los Cabildos haciendo su negocio.
Pero no ha faltado quien replique diciendo
que más valiera haberle impedido la venida, que
después de admitido echarle con escándalo de
muchos, que les parece que se ha quebrantado
la fee que tiene dada el Concilio á todos los que
quisieren venir á él.
El Obispo Ventemilla se partió para Roma
despachado por los Legados. No sé qué se sue-
na de suspensión del Concilio. Harto mal sería
para el estado en que agora está la Iglesia.
xllguna sospecha pone de ser verdad el ver que
r esta reformación va metiendo la curia romana
!Í^ tan en petrina y atando de cierta manera las
í manos á Su Santidad, y como le han dicho que
no pretenden otra cosa los Obispos sino hacer-
se Papas en sus Obispados, no será mucho que
el temor de ver que tantos se le quieren igua-
lar le haga hacer alguna cosa que sea para aca-
bar de destruir la Iglesia.
Hoy miércoles á 22 de septiembre, el Em-
bajador de Francia, que se llama Ferrer, pidió
licencia en congregación para hablar; hizo un
razonamiento muy largo, que no puso pequeño
escándalo en las almas de muchos, porque
como está tenido por sospechoso en cosa de la
religión, y los más le oían con esta sospecha,
parecióles que las cosas que decía la confirma-
ban. Comenzó á lamentarse que había ciento y
cuarenta años que pedía Francia esta reforma-
ción de la Iglesia y que en el Concilio constan-
ciense había el Rey de Francia enviado á Ger-
són para que la pidiese, y en el Concilio tri-
dentino primero no había pedido otra cosa Da-
nesio en nombre de su Rey, y en este de agora
el Cardenal de Lorena y su compañero Fabro,
y los Embajadores del Emperador y los del
Rey Católico no daban voces por otra cosa y
que no aprovechaban más agora que el primer
día, y que ellos se estaban llorando sus des-
venturas sin esperanza de remedio, y lo que
peor era que ya que este Concilio comenzaba á
reformar la Iglesia fuese uno de los primeros
capítulos de reformación el descomulgar y ana-
tematizar los Reyes, principalmente al de Fran-
cia, sabiendo que habia más de ochocientos
años que era el primogénito de la Iglesia, y
que las leyes que habían hecho las hicieron
hombres á quien la Iglesia tuvo por santos,
como Luis y Cario Magno, y que si bien se con-
siderasen no había en las leyes cosa que estor-
base el oficio de los Perlados y eclesiásticos ni
se estatuyan cosas injustas, y que ansí supli-
caba al santo Concilio no se tratase de aquel
trigésimosexto capítulo que habla con los Re-
yes, porque donde no, ellos tenían mandado de
su Rey que intercediesen y protestasen, y que
ansí lo hacían. Pero lo que escandalizó en esta
plática fué el decir que el Rey podía quitar los
bienes á los eclesiásticos cuando tuviese nece-
sidad dellos, y que los eclesiásticos no eran se-
ñores de sus haciendas sino sólo usufructua-
rios, y los pobres solos verdaderos señores, y
que cuando daban limosna no se llamaba dar,
sino restituirles lo que era suyo. Y también dio
grandísimo descontento á todos los italianos
ver que se quería resistir á la reformación de
los Reyes, siendo una cosa tan importante
para la libertad de la Iglesia, que está grande-
mente oprimida con la tiranía de algunos seño-
res seglares. Algunos dicen que lo que este
Embajador dijo fué con consentimiento de los
demás Embajadores, que quisieron sacar las
ascuas con mano ajena. Ello se descubrirá.
Hoy ha defendido el Obispo de Orense con
grande calor que ha sido bien hecho el echar de
aquí el Procurador de los Cabildos, como á
hombre que no sólo con palabras y lágrimas,
sino con otras cosas, solicitaba los Perlados, y
que ansí el que le echó no solamente no se po-
día llamar violator Jidei et libertatis Concilii,
262
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
sed vindex. Coa todo oso, no lo acaban de creer
muclios, y mientras más razones se dan, menos
aprovechan, y aun ellos creo que no creen que
ha sido bien hecho, sino que les parece que es-
tán obligados á defender una sinrazón con otra.
Tambie'n han tratado agora ciertos españo-
les Perlados con el Conde que se torne á pedir
que se quiten aquellas palabras que en la pri-
mera sesión deste Concilio se pusieron que
dicen: jrroponentibns legatis, y que se torne á
averiguar cómo los Obispos sunt instituti a
Christo, y que aquella palabra ordtnatíone diiñ-
na se vuelva en institutione divina. No sé si
saldrán estas cosas á luz. El tiempo lo dirá. Si
salieren, bien cierto está que alborotarán á
muchos y se escandalizarán con ellas y no da-
rán poca pesadumbre á Su Santidad {}).
Otro día después que yo dije vino á decir el
Chispo de Guadix, el cual, como estaba lasti-
mado de lo que la otra vez le aconteció cuando
habló sobre el sacramento de Orden, parecién-
dole que con las espaldas que le hacia agora la
presencia del Embajador de Su Majestad se
podía atrever á vengarse de los romanos, tra-
tando de que no debía quitarse aquella palabra
gratis del primer canon, dijo muchas cosas con-
tra abusos de Roma, principalmente contra los
intereses que llevaban los ministros de la curia
en la provisión y expedición de bulas de los
obispados, y recitó allí particularmente todo lo
que llevaba cada uno, con harta pesadumbre de
todos, porque no sirvió sino de indignar, sin
hacer otro ningún fruto lo que dijo. Y á los
españoles les pareció muy mal, y al Conde le
pesó dello, y no faltó quien luego le respon-
diese: Muchos abusos hay en Roma, pero mu-
cha es la libertad del Concilio en descubrir las
llagas de Roma, y aun echar en plaza las de
Su Santidad. Todas estas cosas amenazan sus-
pensión.
En este tiempo vino la nueva de la corona-
tión de Maximiliano, del reino de Hungría,
que fué día de Nuestra Señora de setiembre,
y de la entrada del Comendador mayor de Cas-
tilla en Roma, que viene por Embajador, y de
la deposición del Cardenal Chatillon, francés,
hermano del Almirante, por hereje y favorece-
dor de los hugonotos, que ha sido descomul-
gado y depuesto de la dignidad por Pío IV.
El Cardenal de Lorena se partió para Roma
llevando muchos Obispos y dotores franceses
consigo. Tiénese por cierto que se quieren lue-
go ir á Francia y hacer un Concilio nacional.
Este negocio de proponentibiis legatis se trata
(') Tomo II, folios 78 á 87.
agora con mucho calor por el Embajador de
Su Majestad. Algunos de los Perlados que
aquí están debieron escrebir á Su Majestad so-
bre ello, y el Embajador Vargas, porque fué el
que insistió mucho al principio en que no debía
ponerse, porque el Rey escribió al Emperador
suplicándole favoreciese este negocio. El Em-
perador lo comunicó con Su Santidad y con los
Legados, y dióse orden cómo se declarasen
aquellas palabras á la fin del Concilio, dando á
entender que con ellas no se pretendía adquirir
nuevo derecho á Su Santidad, ni derogar la
libertad del Concilio, ó si no que se propusiese
luego en congregación. El Rey tornó á escrebir
al Emperador que convenía mucho que se de-
clarase luego, porque no se sabía el fin que ten-
dría el Concilio y no convenía que una cosa de
tanta importancia se quedase por hacer. El
Conde apretó mucho á los Legados sobre ello;
dióse orden que tornase á escrebir á Su Majes-
tad, que si era servido de aceptar el partido
que se había tomado con el Emperador ó que
se quedase para el fin del Concilio, y si no qui-
siese ninguno destos partidos, sabida su volun-
tad, ellos daban su palabra de proponerlo á la
Sínodo, y ansí lo firmaron de su nombre todos
los cuatro Legados. Su Santidad, viendo cuan
á pechos tomaba este negocio el Rey, envió un
Breve á los Legados en que daba licencia que
se propusiese y que se declarasen aquellas pa-
labras, porque él deseaba que todo el mundo
estuviese saneado, que no era su intención de
diminuir la autoridad y libertad del Concilio.
Después que el Conde tuvo resolución de lo que
Su Majestad quería, que fué que en esta sesión
se averiguase, ha pedido á los Legados que lo
hagan ; pero porque pareció que si desnuda-
mente se propusiese á la Sínodo el quitar aque-
llas palabras que en sesión habían sido aproba-
das, no querrían venir en ello, y que por este
camino no se hacía nada, propuso el Conde á
los Legados un canon para que lo presentasen
en congregación al Concilio y se votase sobi-e
él. A los Legados les pareció tan mal el de-
creto, que no quisieron proponerle, sino dijeron
que ellos cumplirían la palabra que tenían dada
de proponerlo al Concilio. El Conde y los es-
pañoles que gobiernan' el negocio, pareciéndoles
que si el negocio se echa en plaza, siendo tan-
tos los italianos, que no saldrán con él, no quie-
ren ya este partido, sino que el Conde insta
con los Legados que ellos hagan que se reme-
die, si no que él protestará, de manera que toma
la protestación por torcedor para hacer que los
Legados hagan á los Perlados italianos que es-
tén bien en ello y no osan confiarlo de la Sí-
nodo, dando á entender lo mucho que puede el
negocio en el Concilio, de quien no osan con-
fiar la causa sin que primero lo hayan soborna-
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
263
do los Legados. Creo que aun en las cosas de
dogmas tambie'n tienen esta opinión de los ita-
lianos. La cosa anda ahora en demandas y res-
puestas. No sé el suceso que tendrá.
El viernes á los 8 de otubre hubo congrega-
ción, y el Cardenal Morón hizo un razona-
miento en que dijo que le parecía que se debía
hacer esta sesión con solos los veinte y un ca-
pítulos de Eeformación, porque el tiempo tan
breve no daba lugar para que se tratasen los
otros catorce que quedaban, y que en este tiem-
po tendrían resolución de los Príncipes sobre el
capítulo último, y que tenía esperanza que esta-
rían bien en él siendo cosa que importase para
el bien de la Iglesia, y que les suplicaba que
estuviesen bien en esto, porque convenía para
hacerse la sesión, y que Su Santidad holgaba
dello; y dio también á entender que podría ser
concluirse con esta sesión el Concilio, pues con
ella se acababa de tratar la materia de Sacra-
mentos. Hubo gran diversidad en los votos, por-
que algunos decían que se prorrogasen también
los veinte y un capítulos para la otra sesión
donde se tratasen todos juntos ; otros decían que
las cosas en que había controversia, como los
clandestinos y el sexto y décimooctavo y vigé-
simoprimo, se dilatasen; otros insistieron mu-
cho en la reformación de los Príncipes como en
cosa necesaria á la libertad de la Iglesia, di-
ciendo que esta dilación no era otra cosa sino
huir de ser reformados ; pero en fin la mayor
parte vino en que se hiciese la sesión con la
mayor brevedad que fuese posible, con los capí-
tulos 21 y con Ijs cánones de sacramento Ma-
trimonii y el decreto de clandestinis. Y ansí
se señalaron deputados para el regular de los
votos y emendar los capítulos. El Emperador
está inclinado á que con esta reformación sería
bien que se concluyese el Concilio, porque si se
procede más adelante y los alemanes se conde-
nan, teme que siendo tan poderosos no le den
que hacer y comience á encenderse en Alema-
nia fuego, que no sea él poderoso para apagar-
le; ansí que le parece que lo qu3 más le convie-
ne sería la suspensión, aunque tiene un pecho
tan cristiano y tan gran celo, que si con pér-
dida suya se pudiesen remediar las cosas de la
religión, lo aventuraría todo por el bien de la
Iglesia. Pero no están de suerte los herejes
que puedan ser fácilmente reducidos, por su
grande obstinación, ni castigados, por su mu-
cho poder. De manera que esto les hace pare-
cer que sería bien que no se pasase más ade-
lante, y hubiese alguna manera de suspensión,
diciendo que con la determinación de dogmas
que se ha hecho, y poniendo en ejecución lo
que se ha reformado, podría poco á poco irse
remediando la perdición que hay en la Iglesia
sin jirocedcr á la condenación de tantas pro-
vincias y tan poderosos Príncipes como los de
Alemania.
En el regular de los votos sobre los capítu-
los de Reformación se han pasado algunos días,
porque como son tan largos y tienen tantos
puntos, y sobre cada uno dellos había tan dife-
rentes pareceres, era muy dificultoso sacar la
resolución dellos, principalmente en el sexto
capítulo, que es de los Cabildos, porque unos
pedían que se quitasen todas las exenciones,
otros querían que no se tocase en las de funda-
ción y costumbre inmemorial. Otros que se re
mitiese al Papa, otros se remitían á la mayor
parte, de suerte que esta variedad ha sido causa
de dilación en ol regular. El más enconado ne-
gocio de todos ha sido el de los Cabildos, por-
que cuando se acabó de votar dijeron los secre-
tarios, y ansí lo tenían todos entendido, que les
parecía que eran más los votos que quitaban las
exenciones, y ello era así; pero al tiempo del
regular, porque estaba la cosa muy revuelta,
por ser los votos de algunos Perlados muy lar-
gos y muy enmarañados, pidióse que cada uno
enviase su voto al secretario escrito resoluta-
mente. Esto fué causa, según se publicó por
todo el Concilio, que algunos Perlados italia-
nos, aprovechándose desta ocasión, sobornasen
á otros para que mudasen parecer en lo del
sexto canon y vigésimoprimo, y sucedióles como
deseaban, porque regulados los votos se halló
que eran más los votos que quitaban las pri-
meras instancias y defendían las exenciones.
Enconó este negocio los ánimos de los Per-
lados españoles, que hicieron con el Conde
que se fuese á quejar á los Legados de un
agravio tan grande como éste, y que si no se
remediaba de suerte que los capítulos se corri-
giesen conforme á lo que públicamente se había
votado que no se hallarían en la sesión, y él
se iría del Concilio. También se quejaron los
demás Embajadores del Emperador y los Prín-
cipes .
En iste medio se han tornado á proponer los
cánones de Matrimonio y el decreto de los clan-
destinos, reformado, para que se votase per
rerburn placet. Venía reformado de suerte que
se quitan los clandestinos, pero no los que se
hacen sin consentimiento de los padres. Votóse
el día de San Evaristo, que fué el que dijo des-
tos matrimonios lo que ellos merecían, y algu-
nos tomaron ocasión del día para decir que se
hiciese aquel sacrificio á este bienaventurado
Santo, que se quitasen estos matrimonios de
que él había abominado y aun había irritado.
Otros decían lo contrario; en fin, la cosa tornó
también á estar reñida, porque los que no
quieren que se anulen están tan obstinados que
decían que para el día de la sesión guardaban
el resistir con mayur fuerza á este negocio. Con
264
autobiografías y memorias
todo eso hubo mayor número de votos que la
otra vez de los que quieren que se irriten.
Hanse agora señalado deputados para hacer
un misal y breviario, que no sería pequeño bien,
por la grande diversidad que hay en esto, ha-
biendo de haber más unidad que en otra cosa
ninguna; pero temo que no ha de haber e£ecto
por comenzarse tan tarde, y que se ha de que-
dar á vueltas de otras cosas que están comen-
zadas, como es el catecismo, en el cual en cua-
tro meses que ha se comenzó no se ha hecho
nada, y agora de nuevo lo han sometido secre-
tamente á cuatro, para que ellos le hagan, que
son el Arzobispo de Zara, el Obispo de Astu-
ni, el Obispo de Uxento y el dotor Puentidue-
ña, para que en este tiempo que durare el Con-
cilio le acaben. Como se ha tratado aquí del
catálogo de los libros, y al principio se deter-
minó que se había de publicar á la fin del Con-
cilio, como parece que se va acabando, los judíos
de Mantua han enviado aquí dos embajadores á
negociar que no se les quite el Talmud, y la
Duquesa me escribió que en lo que con justicia
pudiesen ser favorecidos yo los favoreciese.
Quisiera que me empleara en otra cosa que
fuera más honesta que en defender la cosa más
perniciosa que ellos tienen para sí, y más inju-
riosa á nuestra religión, de quien dijo el Tos-
tado que había sido peor el Talmud de los ju-
díos que el Alcorán de Mahoma.
Los capítulos de Reformación se han tor-
nado á proponer corregidos de manera que pa-
rece que están muy peores que al principio, por-
que ni se acortaron ó se hicieron más breves,
como muchos deseaban, y quitóse el cuarto
canon de la obligación que se ponía á los curas
de predicar y que nadie pudiese hacer este oficio
sin licencia del Ordinario, que era cosa harto
importante, principalmente para las provincias
donde hay herejes. Y el sexto canon se tornó
á proponer, aunque harto mudado de como es-
taba al principio, de suerte que será un semi-
nario de pleitos entre los Cabildos y Perlados.
También al vigésimoprimo se le añadieron cier-
tas excepciones, con que las cosas se quedan
como antes estaban. De manera que ha habido
grandísimo descontento de la mudanza que en
estos negocios lia habido, porque si al princi-
pio eran más los que habían defendido el canon
sexto y vigésimoprimo, parece que fué una cosa
de gran escándalo que por negocios y sobín-nos
de personas particulares se hiciese mudanza en
aquello que en públicas congregaciones se había
determinado, y si después eran más los votos,
que quitaban aquellos dos decretos, pues los
Perlados tienen libertad de mudar parecer hasta
él día de la sesriín; fué mal hecho por peticio-
nes ni quejas dé nadie mudar lo que se deter-
minaba por la mayor parte, ansí que esto será
parte para que después haya hartos pleitos y
revueltas y para que ahora todos los que lo en-
tienden se escandalicen de ver que puedan tanto
intereses y negocios humanos donde sólo Dios
había de poder y sólo se había de mirar la honra
suya y remedio de su Iglesia. También se han
añadido ciertas anotaciones en las márgenes
para que voten los Perlados, si les parece, que
conforme á ellas se compongan los decretos,
porque en algunas dellas había mucho número
de Perlados que las deseaban como en el pri-
mer capítulo, que la forma de la elección de los
Obispos la hiciese el Sumo Pontífice, y en el
segundo, que se quitase aquella mala costum-
bre que hay en algunas provincias de que los
Obispos estén obligados á ir á hacer la obe-
diencia á los Metropolitanos, y en el cuarto,
que las causas menores de los Perlados que no
merecen suspensión ó deposición las conozca el
Concilio provincial, y las demás el Papa; en el
nono, que la visita no se entienda en las igle-
sias que están sujetas á órdenes donde se ce-
lebran capítulos generales; en el decimonono,
que se conserven los mandatos de providendo
en gracia y favor de los pobres y doctos; en el
quinto, que se tenga cuenta con las iglesias
colegiales que están sujetas á Universidades.
Esto principalmente se hizo por la Universidad
de Alcalá, por quien el Obispo de León ha he-
cho todo lo posible, pidiendo al Concilio que le
conservase sus exenciones y privilegios, por lo
que conviene al aumento de una Universidad
tan principal. Hay muchos que favorecen este
negocio, aunque los salmantinos no están bien
en ello, y ansí el Arzobispo de Granada car-
gó la mano todo lo posible, diciendo que no
convenía, y trayendo todas las razones posi-
bles que para probarlo se podían traer, di-
ciendo que él hacía las partes del Arzobispo
de Toledo y Sevilla y otros Perlados ausentes
que en sus diócesis tenían Universidades, y
trayendo todos los inconvenientes que se se-
guían de que estas iglesias quedasen exentas;
de manera que por estas razones hubo muchos
que se movieron á mudar parecer, y á muchos
se les hizo el negocio dudoso, aunque parece
que los más van favoreciendo el partido de
Alcalá, porque los italianos están desabridos
con Granada, que no desean sino C{ue él quiera
una cosa para hacer ellos la contraria, y esto
ha de favorecer mucho el negocio de las Uni-
versidades. El Obispo de Segovia estuvo, como
siempre, terrible; á ninguno de los cánones
dijo placel; de todo uuirmuró y protestó que lo
contradecía, y pidió con grande insistencia que
aquel su parecer se pusiese entre los actos del
Concilio.
Taml)iéu se pide en una de las márgenes, en
el capítulo diez y ocho, que los examinadores
DOÍí PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
265
para los beneficios los elija no el Sínodo pro-
vincial, sino los Perlados ó colatores.
Es tanta la libertad que hay en el Concilio,
que todas las cosas que han pasado sobre estos
capítulos y los negocios secretos quo ha habido,
todos los han echado en plaza en públicas cou-
gregaciones, y se han quejado muchos Perlados
dallo, principalmente el Arzobispo de Granada
y reprehendídolo gravemente, de manera que no
creo que les ha hecho muy buen estómago á los
Legados, porque á ellos principalmente toca el
remedio deste negocio, y ansí á ellos se echa
toda la culpa; pero todas estas cosas las pasan
y disimulan porque ha menester mucha pacien-
cia y sufrimiento quien ha de ser Legado.
Los diputados mesmos confesaban que ha-
bían quitado y añadido cosas en los cánones
que no las había aprobado ó quitado la mayor
parte de los Perlados, y el Arzobispo Seno-
nense, que fue uno de los deputados, confesó
que el cuarto canon había sido admitido por la
mayor parte, pero que ellos le habían quitado
porque en tiempo de Paulo se había ya deter-
minado lo que convenía al negocio de la predi-
cación; pero no era esta bastante causa para
quitar ellos por su autoridad lo que estaba
aprobado por la del Concilio (^).
La exención de la Universidad de Alcalá ha
sido aprobada por cuasi todo el Concilio y la de
las otras Universidades, las cuales han ganado
esto por Alcalá, en la cual han hablado todos
los Perlados honoríficamente. Yo he trabajado
lo que he podido, por lo que soy obligado á
aquella Universidad y ser mis padres patro-
nes della.
El Cardenal de Lorena volvió de Roma á
tiempo que ya se acababa de votar sobre estos
capítulos; con todo eso dijo su parecer, haciendo
primero una oración donde dio larga cuenta de
su peregrinación, loando el Pontífice que Dios
nos ha dado, tan encarecidamente, que dio
gi'andísimo contento á todo el Concilio. El
canon que habla de los capítulos, aunque pa-
rece que quita las exenciones, está hecho de
suerte que deja abierta la puerta para muchos
pleitos, y ansí ranchos de los Perlados le han
llamado litium seminarinm, y el Obispo de Ciu-
dad Rodrigo dijo que más le parecía j)resf(livm
c.i'emjdionum i/nam i/e.^tructio. Acabado de votar
esta segunda vez se han tornado á juntar los
deputados con los Cardenales para enmendar
los capítulos conforme á los votos, porque no
hay sino dos días de aquí á la sesión, la cual
parece que se va haciendo de tan mala diges-
(') Tomo II, folios 104 á 117.
tión como la pasada, porque los españoles
están muy desabridos con esto del quinto y
último canon. Dicen que se ha resumido en
que se quiten estos dos y se guarden para otra
sesión, que más vale que no se hagan que ir
tan mal hechos. Hanse tambie'n concertado en
que se restituya el cuarto canon que se había
quitado. Mañana, que es la víspera de la sesión,
se verá lo que hay. También se ha hecho una
declaración sobre el proponentibus legatis, en
forma de decreto, para que se pase en esta
sesión. ¡Plega á Dios que se haga!
Los Legados habrán escrito á Su Majestad
diciéndole cómo el Concilio había ya hecho lo
que convenía para la condenación de las here-
jías y parte de la reformación de la Iglesia, y
que Su Majestad tuviese por bien que se con-
cluyese, porque si se dilataba mucho, podría
ser que, ó por muerte del Sumo Pontífice ó
por otras causas, sucediese algún scisnia ó se
levantase alguna guerra; y fuera desto, rece-
bían gran daño las Iglesias con el ausencia
tan larga de sus pastores. El Rey respondió
que, pues el Concilio se había juntado para
remediar la perdición de la Iglesia, que le pare-
cía que no debía disolverse hasta que se hubiese
hecho lo que convenía para conseguir este fin,
y que de scisma no había que temer por la paz
que Nuestro Señor ha sido servido dar á todos
los Príncipes cristianos, ni guerra tampoco, y
que la ausencia de los Perlados, estando tan
bien ocupados en un bien tan universal de toda
la cristiandad y que ha de redundar en prove-
cho pai'ticular de todas las Igle'sias, no era
inconveniente que se hiciese mientras se aca-
baba de concluir una cosa tan necesaria y tan
deseada de todo el mundo, la cual no podría
ya durar tanto tiempo que por él se recibiese
daño en las Iglesias. El Emperador dicen ha
escrito al Papa que haga en esto lo que lé
pareciere, que todo lo remite á su voluntad,
como pastor universal de la Iglesia. Sus eml)a-
jadores procuran que se quedase el Concilio
suspenso hasta cuando el Papa y Reyes cris-
tianos se junten en otro Concilio, donde con
autoridad y voluntad de todos sean los herejes
declarados y condenados, pero esto parece dis-
parate. No sé lo que se hará. ¡Dios los enca-
mine como él más se sirva!
A los 10 de noviemlire, que fué la víspera
de la víspera de la sesión, nos juntamos en
casa del Conde los Perlados españoles, donde
se trató de lo que se había de hacer sobre estos
capítulos de Reformación, principalmente sobre
el de los Cabildos, y las primeras instancias; á
unos les parecía que era bien se quedase para
otra sesión, porque como estallan no era cosa
que convenía pasar por ellos. Otros decían que
era bien Ifecer un protesto; á otros les parecía
266
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
que si pasaban los cánones deste punto, que se
quedarían para siempre, y que era mejor en lo
de las pnmeras instancias tomar lo que nos
daban que no quedarnos sin nada, y deste
parecer fueron los más, aunque algunos estaban
tan porfiados en esto del protesto que no apro-
vechaba nada con ellos. Yo he estado siempre
tan mal con esto de los protestos, por ser cosa
tan en deshonor del Concilio y tan agrada-
ble á los herejes, que dije que no se podía
sufrir que nadie se descomidiese á hacer pro-
testo, y que si alguno lo hiciese, que yo protes-
taría contra é!. El Obispo de Aliphe quiso
responder á esto con más libertad y licencia de
la que le daba su autoridad y con menos res-
pecto del que era obligado, y yo lo quedé á
decirle lo que merecía su descomedimiento y lo
que él no quisiera oir, aunque á muchos les
dio contento, porque le tienen por muy sobrado
y descomedido, y á mi la demasiada razón me
hizo que no pudiese enfrenar la cólera. Pero
después le convidé á comer y fuimos amigos,
y me compuse con él á costa de xana pieza de
plata. Fuímonos de allí á la congregación
general, donde nos propusieron los cánones de
sacramento Matrimonii y abusos, á los cuales
se respondió per verbum placel, aunque siem-
pre hay quien contradiga, á la anulación de los
clandestinos; después se propusieron los capí-
tulos de Reformación, donde como el Obispo
de Girona quisiese hacer protestación, el Car-
denal Morón le hostigó de tal manera, diciendo
que era tan gran desacato que un hombre solo
se atreviese á decir que todo lo que un Concilio
universal determinase lo tendría por ninguno,
que mereciera que le echaran de la congrega-
ción. Reprehensión fué ésta que puso freno á
otros que estaban determinados de hacer lo
mesmo y que pareció bien á todos. Después se
propuso el canon sobre proponentibus legatis,
y todos lo aprobaron. La sesión se echó para
los !) de diciembre, que aun no es un mes cabal
y hay cosas que tratar para medio año, porque
hay veinte y siete artículos de negocios de
dogmas, y la Reformación de monjas y frailes,
y los catorce capítulos que se quedaron de la
sesión pasada y el de las exenciones de los
cabildos, que también agora se deja para la
sesión que viene, y más el índice de los libros
y lo del misal y breviario, que cada cosa destas
tiene necesidad de muchos días para determi-
narse. Dicen que han seguido los Legados este
consejo por entretener á muchos Perlados que
se querían ir con la esperanza de que en este
breve tieuipo se hará la sesión, pero la dilación
de las cosas pasadas los desengaña.
El día señalado de San Martín se celebró
la sesión. Comenzóse el oficio á las ocho, que
es la misa del Espíritu Santo, y después, por
ser la sesión del sacramento del Matrimonio,
se dijo aquel evangelio: Nuptio' Jacta' siint in
Ganan GaUlea\ Comenzóse á votar sobre los
cánones de Matrimonio y los clandestinos,
después de haber leído tres poderes de tres
Embajadores: de Margarita, gobernadora de
Flandes; del Duque de Florencia, que envió
agora de nuevo un Obispo por Embajador,
por quitarse de competencias en precedencia,
y del gran Maestre de Malta. Los Legados
remitieron el negocio de los clandestinos á Su
Santidad. Hubo treinta y seis que no consin-
tieron en la irritación y diez y seis que lo
remitieron al Papa; todos los demás dieron el
placet. Después se votó sobre los veinte capítu-
los de Reformación. El de los Cabildos se quedó
para la otra sesión. Duró el votar hasta las
ocho de la noche, de suerte que estuvimos doce
horas sin levantarnos de un lugar, por la mu-
cha diversidad que había de votos y ser las
cosas que se tratan en la Reformación de ma-
nera que lastiman á muchos. El segundo y
tercero capítulo se hicieron muy en favor de
los Obispos, en lo que toca á la visita de los
Arzobispos y otros abusos que hay acá en
Italia, de que cada año estaban obligados los
Obispos á presentarse en la Iglesia metropoli-
tana. Del sexto canon se quitó lo de la Inqui-
sición, porque en estos tiempos es grande
inconveniente que los Obispos no puedan absol-
ver los herejes que vinieren á sus pies arre-
pentidos de su yerro, pidiendo misericordia,
pues el inquisidor ordinario y el más legítimo
pastor de las almas es el Obispo. El peniten-
ciario quedó á elección del Obispo. Con todo
eso era tanta la variedad de los pareceres y
tantas las cosas sobre que se votaba, que no
pudieron aquel día los Legados declarar al
Concilio la resolución de todas ellas, más de
decir que la mayor parte del Concilio aprobaba
lo que estaba hecho y que conforme á los votos
se enmendarían los cánones de Matrimonio y
capítulos de Reformación.
El sábado por la mañana rae envió á llamar
el Cardenal Morón, porque hizo una junta de
Legados y Cardenales, Arzobispos y Obispos,
que seríamos cerca de cincuenta, y nos propuso
dos cosas. La una, que, pues las cosas más im-
portantes á la religión estaban ya concluidas,
que eran las que tocaban á los siete sacramen-
tos de la Iglesia, que si nos parecía que sería
bien que con la sesión que viene se concluyese
este Concilio, porque parece que convendría
acabar ya una cosa que ha tantos años que co-
menzó y que tanto desea todo el mundo verle
el cabo, y que el Emperador y los Príncipes y
Reyes lo deseaban, y Su Santidad, y que aun-
que el Conde de Luna le había dicho no sé qué
cosas, él tenía entendido que seguiría en esto
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
267
la voluntad del Papa. Lo segundo, que ya que
hubiese de acabarse con esta sesión, si sería
bien que en ella se tratase de solas cosas de Re-
formación y se dejasen los dogmas que queda-
ban, porque cuasi todos estaban ya determina-
dos en otros Concilios.
El Cardenal de Lorena venía prevenido y
hizo un largo razonamiento, representando la
necesidad que había de que se concluyese bre-
vemente, y poniendo delante de los ojos la des-
ventura y perdición del reino de Francia y que
en sólo acabarse con brevedad este Concilio es-
taba puesta la esperanza de su remedio, y que
suplicaba por amor de Dios á todos que se do-
liesen de la pérdida de aquel reino, porque el
dilatarse el Concilio sería la total destrucción
suya. Habló tan cuerda y piadosamente y con
tanto hervor y afectos, que movió grandemente
los corazones de todos. El Arzobispo de Gra-
nada fué de su parecer, y cuasi todos los Per-
lados que allí había. Yo, como vine á decir des-
pués de muchos, y habían tenido tanta fuerza
conmigo las razones del Cardenal, dije que por
no fatigarlos con largo parecer, seguía el del
Ilustrísimo de Lorena y del Reverendísimo de
Granada. En fin, se resolvieron en que se aca-
be el Concilio y no se miente suspensión, y
que se traten solas cosas de Reforma, aunque
algunos quieren que se trate de purgatorio y de
imágenes, y el Cardenal de Lorena mostró un
decreto que se había hecho en París sobre la
adoración de las imágenes que agradó mucho
á todos. Quedaba otra dificultad sobre el últi-
mo capítulo, que trata de la Reformación de los
Reyes y Príncipes cristianos. El Cardenal Mo-
rón mostró un decreto que el Papa le Lalía en-
viado tan medido y tan bueno, y que los trata
tan cortésmente, quitando anatemas y desco-
muniones, que era lo que había ofendido gran-
demente á los franceses, y dejándolo todo en su
voluntad, de suerte que más parece admones-
tación que decreto, que á todos les pareció que
estaba tan bien, que no podría nadie ofenderse
con él. Sólo el Arzobispo Senonense dijo que
le parecía que derogaba algunos privilegios que
tenía el reino de Francia y que aquello tenía
necesidad de emendarse. En fin, todos salimos
de allí con esperanza de que se acabara presto
el Concilio y veremos el fin de una cosa tan de-
seada y de un trabajo tan grande como el que
aquí se padece. El Cardenal Morón dijo que
era menester despachar un Obispo que fuese al
Papa, y otro al Rey de España, y otro al Em-
perador, y al de Francia otro, para que con vo-
luntad y consentimiento de todos se diese fin
al Concilio.
Lunes que fue á los 15 de noviembre hubo
congregación general, y el Cardenal Morón
propuso las mesmas cosas que nos había pro-
AUTOlilOGKAI-IAS V MF.MOKIAS. — 28
puesto en la particular. A todos les ha pareci-
do bien que se acabe con esta sesión el Conci-
lio. El Cardenal de Lorena pidió dos cosas: La
primera, que Su Santidad, pocos días después
de hecha la sesión, enviase la confirmación de
cuanto se había determinado en este Concilio.
La segunda, que les diese también facultad á
los Perlados, por un indulto, de poder dispen-
sar en los impedimentos de matrimonio. Co-
menzóse juntamente á hablar en los catorce
capítulos. El de los Reyes, que antes había he-
cho, se quitó y en su lugar se puso el que ax'ri-
ba dije. Hase parecido bien el deseo que todos
tienen de acabar, porque se han dado tanta pri-
sa y dicho con tanta brevedad, que en tres días
acabaron de votar sobre ellos (').
Acabado de votar sobre estos cánones, que se
concluyeron en tres días, dando á entender esta
brevedad el deseo que todos tienen de acabar,
se dieron otros cuatro capítulos: uno de la mo-
deración que han de tener los Obispos en la
mesa y gasto y distribución de renta. Este se
hizo por importunación del Arzobispo» de Bra-
ga. Otro de las décimas, otro de la descomu-
nión y el otro de que se haga en las iglesias un
archivo donde se pongan las escrituras; esto
había muchos días que pedía el Arzobispo de
Granada.
También se han hecho veinte y dos capítulos
de Reformación de frailes, y ocho de monjas,
con otros dos decretos. Mucha ropa es ésta
para tan pocos días como hay de aquí á la
sesión. La reformación de los frailes está hecha
con menos rigor del que era menester, porque
fueron frailes los que entendieron en hacerla, y
después ha sido tanto el negocio que han traído,
que más valiera que nunca se hiciera que ha-
cerse de la suerte que se hace. A las monjas las
han estrechado de manera que será parte para
que no haya tantas. Todo este rigor había me-
nester la mucha libertad, ó por mejor decir
disolución, que en muchas partes había, de la
cual tenemos aquí tan larga información, que
es cosa de espanto y de pensar que las abomi-
naciones que pasan y han pasado han sido gran
parte para indignar á Dios y hacer el castigo
que agora hace en su Iglesia. Pésame mucho
que habiendo nacido mucha parte del escándalo
clestos tiempos, de la licencia y perdición de
algunos ma!os religiosos, se haga la reforma-
ción tan á sobre peine y de manera que para
los herejes será risa y para los católicos muy
poca edificación. Por ventura al tiempo de
votar se remediará alguna cosa, aunque tene-
(') Tomo II, folios 121 á 130.
268
autobiografías y memorias
mos experiencia ele que se hace muy poca mu-
danza de lo que una vez se propone.
Martes á los 23 de noviembre se comenzó á
votar sobre los cuatro cánones y otros dos que
se añadieron, y sobre los decretos de monjas y
frailes. El Cardenal Morón dijo primero que
otro canon se había hecho de lo que tocaba á
las encomiendas, y que tambie'n se daría para
que se votase sobre él con los otros. Bien se
parece la gana que hay de acabar, pues con ser
treinta y seis decretos de Reformación se han
votado en cinco días. Hanse descubierto mu-
chas llagas de frailes y monjas que tienen
harta necesidad de ser curadas; pero los frailes
se dan tan buena maña, que ellos podrán poco
ó harán que se remita el negocio de su refor-
mación á los Generales de las Ordenes, que es
quedarse las cosas como se estaban. Muchos tie-
nen de su parte, y creo que son granjeados (').
Acabado de votar hizo el domingo á los 2S
de noviembre el Cardenal Morón una congre-
gación en su casa para tratar del remate que se
le ha de dar al Conciho, porque el Conde de
Luna el día antes le había hablado diciendo que
no convenía precipitar desta manera el Conci-
lio, dejándose de hacer lo que convenía y no
acabándose las cosas comenzadas, y muchos de
los españoles están muy mal en que se acabe
con tanta brevedad, y á otros muchos les parece
cosa recia que se concluya el Concilio sin de-
terminarse aquello que primero procuraron des-
hacer los herejes y fué el principio de toda
esta desventura, que son las indulgencias, pur-
gatorio, intercesión de los santos y las demás
cosas que se habían comenzado á tratar en
congregaciones y deputaciones particulares.
Por otra parte el Cardenal de Lorena, por lo
que toca á sus propios negocios, ha metido
todas las velas posibles para que se concluya, y
como tiene de su parte la voluntad de Su San-
tidad, la del Emperador y Legados y muchos
Obispos que desean verse ya fuera de Trento,
no ha sido cosa difícil hacer lo que cuasi todus
desean. Está la cosa en un aprieto grande,
porque si se concluye la sesión el día señalado
y con ella el Concilio, no parece que hay lugar
para poder decretarse ninguna cosa de dogma,
que es harto inconveniente, y si aquel día no se
concluye, el Cardenal de Lorena se parte y la
nación francesa con él, y los Embajadores del
Emperador y del Rey de Bohemia y de Polo-
nia, y nmchos Perlados italianos que tienen
enviada ya su casa y hacienda, de suerte que
no quedará Concilio ecuménico hecho esto. Por
otra parte, se suena que alguna gente en Ale-
mania comienza á alborotarse y á tomar armas.
El Cardenal Morón tornó este día á proponer
(') Tomo II, folios 132 á 134.
este negocio, que ya otras veces había consul-
tado, á más de sesenta Prelados que nos junta-
mos. El Cardenal de Lorena tornó á persuadir
y á pedir con grande instancia la conclusión
del C^^ncilio. Muchos hubo de parecer que se
debían tratar las materias de dogmas que que-
daban y pidieron muy ahincadamente á Lorena
que se detuviese siquiera ocho días para que
hubiese lugar de hacerse, y no se pudo acabar
con él. En fin se concluyó esta congregación
con esperanza de que se acabaría el Concilio y
que en este tiempo se formarían ciertos capítu-
los de dogmas, de suerte que en ellos no pu-
diese haber ocasión de disputa ni controversia,
sino que se pasarían />6r verbum placet.
El Conde juntó el día siguiente los Perlados
españoles y nos dijo que no convenía que el
Concilio se concluyese sin la voluntad y con-
sentimiento de Su Majestad y que esto era me-
nester pedirse á los Legados, y él despachó un
correo luego sobrello para tener resolución de
lo que Su Majestad quería.
El martes en la noche llegó un correo de
Roma con una nueva de que Su Santidad es-
taba de manera que los médicos no tenían es-
peranza de su vida. Llegó esta nueva tan á
punto para ayudar á la conclusión del Conci-
lio, que hubo sospecha, según lo que después
se vio, para pensar que había sido ruido hechi-
zo; á lo menos los Legados se supieron bien
aprovechar della, porque luego llamaron los
Embajadores todos de los Príncipes y les die-
ron cuenta de lo que pasaba y de cuánto con-
venía que la sesión se anticipase y el Concilio
se concluyese, porque sucediendo la muerte del
Papa no podía tener buen fin y podía suceder
algún scisma que fuese para mayor perdición de
la Iglesia. Fácil cosa fué persuadir esto á Lo-
rena y á los Embajadores del Emperador y ve-
necianos y los demás que lo deseaban, sino al
del Rey Filipo, que con todo eso no quería con-
sentir en la conclusión. Comenzó luego á tra-
tarse de la elección del iiuevo Pontifice, porque
ya daban por muerto á Pío IV, aunque {^)
creo yo que él nunca estuvo mejor. Unos de-
cían que el Concilio eligiría, otros que no. El
Conde juntó aquella tarde los españoles y re-
frescóles una carta vieja que tenía de Su Ma-
jestad en que mandaba que si durante el Con-
cilio sucediese muerte del Sumo Pontífice, que
no se hiciese alteración ninguna en la costum-
bre que hasta aquí se ha t( nido de eligir. El
Arzobispo de Granada dijo que no solamente
le parecía bien y obedecería lo que Su Majes-
tad mandaba, pero que nunca le había pasado
por pensamiento hacer otra cosa. Todos segui-
mos este parecer, y hubo en esto tanta confoi-
(') En el ms. con (¿ue.
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
269
midad y concordia, que el Arzobispo Colonna,
que acaso se halló presente, dio las gracias de
aquella voluntad que todos mostraban á que no
hubiese mudanza ninguna en la elección del
Pontífice, y que habia recebido tanto contento
de ver el celo de los señores Perlados españoles
en esta parte, que él sería el pregonero del con
Su Santidad y con todo el mundo. Este mes-
mo oficio hizo el Conde con los Perlados del
reino de Ñapóles y Sicilia, que son á provisión
de Su Majestad ó á presentación. El jueves
por la mañana que fué á los 2 de diciembre,
hizo congregación el Cardenal Morón en su
casa de muchos Pei'lados, y nos propuso unos
cánones de purgatorio y de invocatione et inter-
cessione sanctorum y de imágenes, para que
dijésemos si nos agradaban, porque si era
ansí, estando concluidas las demás cosas de
Reformación, le parecía que otro día se podría
celebrar la sesión. A todos les parecieron bien
los cánones, aunque el del purgatorio deseaban
mucho más de lo que en él hay, por parecerles
que estaba tratada muy flojamente una cosa de
tanta importancia. Otros pidieron que se hicie-
se algo de indulgencias. Finalmente se conclu-
yó la congregación y al Cardenal le pareció que
era bien aprovecharse desta buena ocasión y
conformidad que hallaba en los decretos de dog-
mas y acabar con el Concilio. El Conde, como
lo supo, nos hizo juntar después de comer en
su casa antes de la congregación general y en-
vió al Arzobispo de Valencia electo y al Obis-
po de Segovia á hablar á los Legados, tornán-
doles á pedir que no se acabase el Concilio sin
esperar el consenso del Rey Católico y sin que
él tuviese respuesta de su voluntad, que ya ha-
bía despachado un correo, y que siquiera se es-
perase hasta Navidad, y que si para entonces
no hubiese respuesta, que él sería de parecer
que se concluyese. Morón, que ni desea ni
piensa en otra cosa sino en acabarle, y no quie-
re perder coyuntura ni punto de tiempo, no se
movió nada con esta embajada, sino pasó ade-
lante con su intento, entreteniendo con buenas
palabras al Conde, de manera que los Emba-
jadores se volvieron sin haber hecho nada y nos
fuimos á la congregación general, donde el
Cardenal propuso al Concilio los cánones de
dogmas y se pasaron brevísimamente cuasi per
verbum placet. Acabado esto, liizo un razona-
miento diciendo cuánto convenía que el Conci-
lio se concluyese, porque la dilación, estando
las cosas en el estado en que estaban, podría
ser parte para que ó nunca se acabase ó tuviese
mal fin, y que suspensión era la más pernicio-
sa cosa que se podía imaginar para la Iglesia,
ansí que de dos cosas deseaba el que delibera-
sen los padres: la primera de que se hiciese la
sesión otro día, que era viernes, y porque había
muchas cosas que tratar y leerse los que se ha-
bían hecho en tiempo de Paulo III y Julio III,
que se continuase hasta el sábado, siendo ne-
cesario; la segunda, que se diese fin con esto
al Concilio. El Conde de Luna se levantó de
su silla y se vino á los Legados con un papel
que tenía en la mano, que era una protestación
de que el Concilio no se acabase. Los Legados
no consintieron en que se leyese, y le dieron á
entender que no convenía, y con esto se tornó
á su silla, aunque más le hizo aflojar el no te-
ner él expreso mandato del Rey para hacerla,
y aquel acometimiento hizo porque pareció que
convenía y por satisfacer á algunos Perlados
españoles que se lo pedían. Luego se levan-
taron los Embajadores del Emperador, y Hun-
gría, y Portugal, y Saboj^a, y Florencia, y fue-
ron á los Legados y les dijeron que si no se
concluía el Concilio que ellos protestarían y
se irían. En fin, Morón, porque no hubiese
algún estorbo á sus designios, dijo que se
votase si les placía que el viernes se hiciese
la sesión y que el acabarse el Concilio se que-
dase para el día en que se hiciese la sesión, y
ansí se votó sobre el primer punto y todos vi-
nieron en que se hiciese la sesión, si no fueron
catorce.
Luego se leyeron todos los decretos de Refor-
mación y los de los frailes y monjas, y se votó
sobre ellos cuasi per verbum placet, y sobre el
sexto canon de los Cabildos, porque se tornó á
proponer de la suerte que antes estaba, diciendo
los Legados que no habían podido hallar otro
medio ninguno, ni se podía el canon formar de
otra manera, conforme á lo que los padres ha-
bían votado; sola una cosa se añadió, á peti-
ción de Lorena, que los pecados de la carne
entrasen á vueltas de los que en el canon se
llaman atroces. Luego el viernes se hizo la se-
sión, votándose primero en los decretos de dog-
mas, en los cuales hubo muy poca contradic-
ción, porque todos dijeron placet, sino dos que
pidieron que se añadiesen ciertas palabras; en
los cánones de Reformación también hubo
grande concordia, y porque muchos habían pe-
dido que se hiciese alguna cosa de indulgencias
y estaba ya hecho algo dello por los deputados,
determinaron los Legados que el sábado ade-
lante, hasta el cual se había determinado que se
prolongase la sesión, siendo necesario, se pro-
pusiese un decreto de indulgencias hecho de
manera que no pudiese haber en él ocasión de
contienda, y ansí antes de ir al Domo á celebrar
la sesión, el sábado por la mañana hizo el Car-
denal Morón congregación en su casa, donde
les propuso el canon de indulgencias, y concer-
tados, se presentó al Concilio en la sesión, y
fué recebido con gran contento y aprobación de
todos. Había en él unas palabras que decían
270
autobiografías y memorias
que se quitasen las suspensiones de las bulas,
porque á muchos les parecía que se podía con-
tar entre los abusos que hay en la materia de
indulgencias. Esto me pareció á mí que no de-
bía ponerse, porque si era abuso Su Santidad le
emendaría, y entre tanto no me pareció que
convenía al servicio del Rey que se pusiese, y
comuniquélo con el Cardenal de Lorena y hi-
cimos que se quitase. Leyóse después un de-
creto de la fin del Concilio, muy discreto y muy
á propósito, que hicieron Lorena, Madrucio,
Le'rida y Ciudad Rodrigo. Leyéronse los de-
cretos hechos en tiempo de Paulo III y Ju-
lio III de dogmas y reformación, que duraron
buen rato, y después de haber dicho todos el
placel, les dijo el Cardenal si anatematizaban
todos los herejes, y respondió el Concilio todo:
Anathema ómnibus hereti'cis ; anathema ómni-
bus Jtereticis.
Fué tanto el contento y alegría que hubo en
los corazones de todos, junto con la devoción
que aquel día parece que puso Dios más parti-
cularmente en las almas de los que estaban
presentes, que de puro gozo se derramaron har-
tas lágrimas. Tras esto el Cardenal Morón
dijo: Illustrissimi et Ret'erendissimi Paires,
Concilium est jamjinitum; ite /nj9ac«. Leyéronse
también unas oraciones que el Cardenal de
Lorena sacó de la costumbre que se había te-
nido en otros Concilios de rogar á Nuestro Se-
ñor por la salud del Papa y del Emperador y
Reyes y Príncipes católicos, tan devotas y tan
agradables á todos que aumentaron más la de-
voción y alegría de todos.
Y ansí se acabó el Concilio tridentino, que
había más de diez y ocho años que se había co-
menzado á gloria y honra de Nuestro Señor y
remedio de su santa Iglesia (}).
(') Tomo II, folios 139 á 147.
VIAJE DEL MUNDO
HECHO Y COMPUESTO POR EL
LICENCIADO PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
OANÓNIOO DK LA SANTA IGLESIA DE A8T0RGA, NATURAL DE LA INSIGNE CIUDAD DE JAÉN
-CONTIENE TRES LIBROS
DIRIGIDO Á DON ANTONIO DÁVILA Y TOLEDO, MARQUES DE SAN ROMÁN,
SUCESOR EN LA CASA DE VELADA 0)
TASA
Yo, Diego González de Villarroel, escriba-
no de Cámara dé Su Majestad, de los que en
BU Consejo residen, doy fe que, habiéndose
visto por los señores del el libro intitulado Viaje
del Mundo, compuesto ^ or el Licenciado Pedro
Ordóñez, clérigo, que con licencia de los dichos
señores ha sido impreso, tasaron cada pliego en-
tero del dicho libro á cuatro maravedís, y á este
precio no más mandaron se venda, y que esta
tasa se ponga al principio de cada libro, para
que se entienda el precio del,
Y para que dello conste, de mandamiento de
los dichos señores del Consejo y de pedimiento
del dicho Licenciado Pedro Ordóñez di esta
fe. En Madrid á siete días del mes de noviem-
bre de mil y seiscientos y catorce años.
Diego González de Villarroel.
SUMA DEL PRIVILEGIO
El Licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos
tiene privilegio por diez años para imprimir
este libro del Viaje del Mundo, y que ninguna
otra persona le pueda imprimir sin su orden y
consentimiento, conforme en el dicho privilegio
se contiene, que fue dado en San Lorenzo el
Real á seis de agosto de mil y seiscientos y ca-
torce años despachado por Jorge de Tovar.
Este libro del Viaje del Mundo, hecho por
el Licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos, co-
rresponde con su original y no hay en él errata
de consideración que notar. En Madrid á 29
de octubre de 1614.
Licenciado Murcia de la Llana.
LICENCIA DEL OBISPO DE JAÉN
Don Sancho Dávila y Toledo, por la gracia
de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo
de Jaén, del Consejo de Su Majestad. Por la
presente cometemos y encargamos al padre
Juan Méndez, de la Compañía de Jesús, que
vea y examine con el cuidado y santo celo que
de su paternidad confiamos este libro intitulado
Viaje del Mundo, compuesto por el Licenciado
Pedro Ordóñez de Ceballos, vecino de la dicha
ciudad, por cuya parte fue presentado ante Nos
y pedida nuestra aprobación, y visto y exami-
nado, ponga por escrito su parecer y censura,
diciendo en ella si se le puede dar licencia ó
si tiene alguna proposición herética, ó algún
error ó cosa mal sonante y contra las buenas
costumbres, por donde no se deba imprimir;
que para que así lo haga le damos comisión en
forma, sobre que le encargamos la conciencia.
Dada en Jaén á siete de setiembre de mil y
seiscientos y trece años. Y en caso que fuere
aprobado el dicho libro, mandamos al dicho
Licenciado Pedro Ordóñez le haga presentar
ante el Consejo supremo de Su Majestad, como
se acostumbra.
El Obispo de Jaén.
Por mandado del Obispo mi señor,
Antonio de Amatriain.
(') Publicamos este libro conforme á la edición de Madrid, por Luis Sánchez, en cuya portada se lee
año M.DC.XVI y al final año M DC.XIIII. En 4.»; 290 hojas numeradas, más 10 de preliminares y cuatro á
la conclusión sin foliar. Lleva un tosco retrato, imaginario al parecer, de D. Pedro Ordóñez. Únicamente
suprimimos las acotaciones marginales, por ser casi todas inútiles.
272
autobiografías y memorias
APROBACIÓN
Por mandado de V. S. I. se me cometió un
libro intitulado Viaje del Mundo, compuesto
por el Licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos,
vecino de la dicha ciudad, para que le viese y
examinase, y diese mi parecer y censura en
orden á poderse imprimir, y visto el mandato
de V. S. I., á quien por mil títulos reconozco
por mi superior y señor, tomé á mi cargo el
hacerlo con mucho gusto, por serlo de V. S. I.,y
he puesto en ello el cuidado que piden materias
tan serias. He visto, pues, y examinado el
dicho libro, y en la forma que va no contiene
proposición herética ni error, ni doctrina mal
sonante ni contraria á las buenas costumbres;
antes su leyenda la tengo por ejemplar, apaci-
ble y entretenida para todo género de perso-
nas, en especial para las curiosas y aficionadas
á historia, pues podrán apacentar su entendi-
mÍ3nto con lo que pudieran la vista si á mucha
costa y cansancio suyo pasearan el orbe, y en
particular los naturales deste reino gustaran
ver las cosas memorables del, sacadas á luz con
la puntual curiosidad que el autor profesa. Así,
que siento puede V. S. I. conceder al autor la
licencia que pide para que se imprima su libro
y logre sus trabajos, que parece será premio
dellos y galardón de su buena intención. Desta
casa de V. S. I. de San Eufrasio, de la Com-
pañía de Jesús. Jaén 21 de marzo de 1614.
Juan Méndez.
APROBACIÓN
Esta historia, que V. A. me ha mandado
ver, del Viaje del Mundo y itinerario de todo
él, que hizo el Licenciado Pedro Ordóñez de
Ceballos, y es también el autor que él escribe,
no contiene cosa contra la fe ni buenas cos-
tumbres. Podrá V. A., siendo servido, dar
licencia para que se imprima. En Madrid á
catorce de julio de mil y seiscientos y catorce
años.
Fr. Francisco de Jesús.
DEL CLÉRIGO AGRADECIDO Á LA MERCED DE
HABERLE DIOS TRAÍDO LIBRE Á Sü PATRIA
Y OFRECIENDO ESTE LIBRO AL LECTOR
Soneto.
Gracias os doy. Señor, pues he llegado
Como el pájaro ausente al patrio nido.
No para que se llore lo perdido,
Sino para dar fe de lo ganado.
Seguro vengo, alegre y mejorado
En el oficio, estado y el vestido.
Suerte dichosa para quien se vido
En tantas partes con la muerte al lado.
Conozco ser favor de vuestra mano,
Y singular merced no merecida
Vuelto á mi patria y de mi patria ausente.
Y para no gastar el tiempo en vano
(Agradecido á quien me dio la vida),
Hoy te ofrezco, lector, este presente.
DE GONZALO DE AVALA AL LICENCIADO PEDRO
ORDÓÑEZ DE CEBALLOS
Soneto.
A la vista del sol, sus hijos prueba
El águila real, y al que se para
Y sus rayos contempla cara á cara.
Reconoce por tal, ama y aprueba.
Mas al que el vil temor vencido lleva.
Huyendo de su luz, y no repara
Que por eso le deja y desampara,
Como á extraño le trata y le reprueba.
La vista al sol, Ceballos, anduvistes.
Ya experto capitán, ya gran soldado,
Ya sacerdote. ¡Cosa prodigiosa!
Nieblas de reina y reino reprimistes
En Cochinchina, donde habéis plantado
La fe de Cristo. ¡Empresa valerosa!
Y así alegre y gozosa
Os da de la venida el parabién,
Vuestra ciudad y nido de Jaén.
DE ANDRÉS QUERINO AL LICENCIADO PEDRO
ORDÓÑEZ DE CEBALLOS
Soneto.
Imposible parece á la esperanza
Haberse en tantas partes defendido
Un hombre de peligros combatido.
Sujeto á la fortuna y su mudanza.
Mas bien se ve que tanto bien alcanza
El que á los vicios no vive rendido.
Que cuanto más se viere perseguido
Tendrá tras más fortuna más bonanza.
Si habéis grandes victorias alcanzado,
Valeroso Ceballos, más empleo
Fue la victoria que de vos llevastes.
Que si un reino tuvistes ya ganado,
No le quisistes, y á su reina veo
Que para Dios dos veces la ganastes.
PEDRO ORDOXEZ DE CEBADLOS
273
Á DON ANTONIO DÁVILA Y TOLEDO, SUCESOR
Y MAYORAZGO EN LA CASA DE VELADA
_Por haber dedicado el libro de Los triunfos
de la santísima Cruz de Cristo Nuestro Señor
y Maestro á su señoría ilustrísima el Obispo
mi señor, Don Sancho Dávila y Toledo, digní-
simo Obispo desta insigne ciudad de Jaén, tío
de V. S., de quien se dice que lleva su cruz
tan parecida á la de Cristo nuestro bien, si-
guiendo como verdadero pastor las pisadas de
su maestro en vida y santas costumbres y pro-
digiosa predicación, me pareció de derecho de-
bérsele á V, S. la dedicación deste libro por
muchas razones. La primera, por ser V. S. hijo
y propincuo mayorazgo de Don Gómez Dávi-
la, mi señor, Marqués de Velada, Grande de
Castilla, Mayordomo mayor de la Majestad ce-
sárea del rey Don Felipe III, nuestro señor. Y
la otra, por la gran fama de la magnanimidad
del heroico pecho de V. S., su grande discreción
y demás virtudes, que como nuevo sol promete
nuevos resplandores á la grandeza antigua de
su ilustrísima casa, juntando con ella la de la
ilustrísima prosapia de Astorga, cuyo ramo es
mi señora Doña Constanza Osorio, dignísima
mujer de V. S., de quien, si hubiera de contar
sus grandezas y virtudes, discreción, hermosu-
ra y gran cristiandad, fuera hacer una gran-
diosa historia, que por reconocerme indigno lo
dejo. V. S. se digne de acetar este pequeño
don, ofrecido con humilde voluntad, para que
todo el mundo entienda que, siendo V. S. su
protector y amparo, no podrá hacer en él presa
la murmuración, refrenándose los maldicientes,
y yo quedaré, siendo acetado de V. S., tan
enriquecido y pagado de mis peregrinaciones,
trabajos y desvelos, cuanto puede un humilde
capellán y criado de V. S., á quien Kuestro
Señor guarde largos y felicísimos años.
Humilde capellán de V. S.,
El licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos.
PROLOGO AL LECTOR
El divino Crisóstomo nos enseña dos fines
con los cuales se agrada á Dios en las obras
que en público se hicieren ó salieren escritas de
personas en que por particular interés puede
haber sospecha dellas, que son la mayor gloria
para Dios y algún ejemplo ó consuelo para los
oyentes, y así lo dice el mismo Señor por San
Marcos, cap. V: «Las obras que hieiéredes den
ejemplo á los que las vieren, y juntamente den
gloria á vuestro Padre celestial". C<?n estos dos
fines, prudente lector, me atreví á escribir esta
historia, para gloria de Dios, por cuyo amor
llevé los más de mis sucesos, ya trabajosos, ya
felices, y para que en tus peregrinaciones y tra-
bajos te animes, y donde quiera que los pasa-
res, si fuere en el Oriente, consideres que si las
obras que hicieres llevaren estos dos fines, en-
tonces naces para Dios, y si en el Poniente,
consideres que te acabas en esta vida para go-
zar en la otra del mismo Señor, y que tendrás
asimismo, haciendo tales obras en el Mediodía,
descanso en la celestial Jerusalén, que es la
bienaventuranza, q\ie con buen principio, medio
y fin se alcanza.
Tenía Dios gran deseo que su pueblo israe-
lítico tuviese voluntad de conquistar la Tierra
de promisión, como se ve en el Libro de los
Números, cap. XIII, donde dice que su capi-
tán Moisés envió exploradores que la viesen y
paseasen toda, y después de bien vista y pasea-
da trajeren la muestra de la fertilidad y abun-
dancia della en algún fruto, para que siendo
visto, codiciosos de gozar tierra tan fértil y
abundante, se animasen á conquistarla y ga-
narla á los idólatras sus poseedores. Fueron los
exploradores y trajeron aquel racimo de uvas,
que por ser tan en extremo fértil fue necesario
atravesarle en una gruesa lanza y traerlo en
sus hombros.
Desde edad de nueve años, queriéndolo así
el divino Moisés, Cristo Jesús me envió por
ese mundo en compañía de sus exploradores y
por mínimo de sus humildes. Desde esta edad
hasta los cuarenta y siete años anduve peregri-
nando y viendo el mundo, andando por él más
de treinta mil leguas, como en el progreso desta
historia verás, tocando todas las cinco partes
del: Europa, África, Asia, América y Magalá-
nica. La Europa, como nacido en ella, y pisán-
dola en todos sus más reinos, España, Italia,
Francia, Alemania, Flandes y sus estados ; Je-
rusalén, en Siria, visitando todos los lugares
santos, instrumentos donde se obró nuestra re-
dención ; puertos en Arabia la Feliz, la Cara-
mania, Grecia, Georgia y la infinidad de islas
del mar Mediterráneo; reinos de Dania y puer-
tos en su mar Mediterráneo; la Noruega, In-
glaterra, Escocia, Ibernia y Islanda. En la
parte de África, asimismo, en Túnez, Ceuta,
Marruecos, Fez, Cabo Verde, los ríos en Con-
go, puerto en Monomotapa, en el principado
Cefala, Madagascar y Magadoxo, Abasia y
otros. En la Asia, en Filipinas, China, en los
reinos de Guachinchina, donde cogí el racimo
de la fruta más fértil, pues fue baptizar la
reina, virreyes, capitanes, soldados y otro gran
número de gente, hasta el reino de Champaa y
calió de Cicir; toqué en puertos de Camboja,
Malaca, Sian y Pegú; reinos de una parte y
274
autobiografías y memorias
otra del Ganges, golfo de Mengala (^), reinos
del Gran Mogor, Meliapur, reino de Narsinga
ó Bisnaga, donde visité el sepulcro santo del
apóstol Santo Tomás; á cabo de Camori, Pes-
querías y reinos, hasta la famosa ciudad de
Goa, cabeza del Oriente; toqué en Dio y Da-
mam, puertos del gran reino de Cambaya, y en
otros de la Persia, hasta Oromuz, y en muchas
islas, Japón, las Javas, Humatria, Ceilán y
otras infinitas.
En la parte de América que son las Indias
de Castilla he pisado todos sus reinos y provin-
cias: Cartagena, Santamarta, Veragua, Nica-
ragua, Santafé, nuevo reino de Granada, An-
tioquia, Popayán, reino de Quito, y en las pro-
vincias de los Quijos cogí otra gran copia de
fruto de los idólatras de guerra, donde por la
inmensidad de los excesivos trabajos me fue
necesario cargar hasta en los hombres, ponien-
do la vida á tantos riesgos, y gastar tanta can-
tidad de hacienda, donde poblé doce pueblos de
aucaes, baptizándolos y enseñándolos. Anduve
todo el Piríi, hasta Potosí, Charcas, Cuzco,
Lima y otras provincias; toda la Nueva Espa-
ña, hasta Acapulco, Brasil, Río de la Plata,
Tucumán, Paraguay, con algunos puertos del
estrecho de Magallanes, por donde quise entrar
y no pude, y tanta infinidad de islas. Y la
quinta parte del mundo, que es la Magalánica
ó tierra incógnita, toqué por la parte de hacia
el mar del Norte, cerca del estrecho de Maga-
llanes, en dos puertos.
Y porque en mi vida las cosas y sucesos
prodigiosos que me han pasado han sido mien-
tras seglar y después de clérigo, me pareció,
discreto lector, referirlo en dos libros, y así
trata el primero de los sucesos mientras seglar
y el segundo de lo que me pasó después de
clérigo. Y por no interromper la historia, y
para dar noticia y conocimiento de las tierras,
reinos y provincias, hice por tercero libro un
itinerario ó viaje por dónde se camina, y sus
descubridores, y por donde yo lo caminé, y co-
sas famosas de los reinos en general y particu-
lar. Y por cuarto libro, por ganar la deuda á la
madre patria, trato de las grandezas dcsta fa-
mosísima ciudad de Jaén, guarda y defendi-
miento de los reinos de Castilla, con doce ma-
ravillas della y doce varones de fama que sus
hechos famosos merecen que en los tiempos
venideros la voladora fama los publique. Este
lie dejado para libro de por sí, que con el favor
de Dios saldrá á luz, que todo lo uno y lo otro
es para los dos fines referidos: la gloria y hon-
ra de Dios y ejemplo para el prójimo, y tam-
bién para dar algún gusto, pues se dice en ge-
(') Dejamos éste y los demás nombres propios tal
como se encuentran en el original .
nei'al de las historias que lo dan, y que son
grandes los provechos que dellas resultan. Y el
príncipe de la elocuencia. Cicerón, en el segun-
do de Oratoria, alaba las historias con gran-
diosos nombres, diciendo: «La Historia es tes-
tigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de
la memoria, maestra de la vida y mensajero de
la antigüedad. Testigo de los tiempos, pues por
ella sabemos lo acaecido en el mundo desde su
creación hasta hoy, donde, si me hubiera de
alargar, pudiera contar infinitos escritores y li-
bros por los cuales sabemos en el tiempo presen-
te todo lo pasado y en unas partes se sabe lo
que sucedió en otras muy remotas. Luz de la
verdad, pues nos enseña con cuánta razón la
virtud debe ser amada y lo que con ella alcan-
zaron los virtuosos, y el vicio aborrecido, y el
castigo que merecen los viciosos. Vida de la
memoria, porque estaiúa la memoria como
muerta si no hubiese historias maestras de la
vida, pues aprenden los unos de lo que otros hi-
cieron. Y finalmente es mensajero de la anti-
güedad, pues siempre que leemos historias es-
tán como presentes embajadores, declarándo-
nos sus creencias». Por todas las dichas razo-
nes, y por las demás que dejo, cristiano y pru-
dente lector, verás que mi celo de escribir esta
historia no es mi propia alabanza, pues, como
dice Cicerón en el quinto de las Familiares, no
es justo que nadie se alabe á sí mismo, sino que
se dé la gloria y honra á Dios, á quien todo se
debe, como se dice en el cap. LI del Eclesiásti-
co, y se aproveclien los prójimos en esta vida,
para que en la oti"a le gocen por sus eternida-
des. Amén.
Y para que no te parezcan cosas fabulosas
las que leyeres en este libro, ni imposible ha-
bei'le acaecido á una persona tanto y haber an-
dado tantas tierras , lee la certificación del
Real Consejo de las Indias, que vio y le constó
todo lo susodicho, por informaciones auténticas
secretas que contra mí hicieron la Real Au-
diencia y Obispo de Quito, y pareceres que so-
bre ello dieron, que es como se sigue:
(i Certificación deste Real Consejo, ele los servi-
cios del Licenciado Pedro Ordóñez de Ceba-
líos, clérigo ])resbítero,
»Atento á que ha treinta años que sirve, y
antes que se ordenase, siendo seglar, de alférez
real en las galeras de Espaiia, y después en las
Indias fue por tres veces capitán contra los
negros cimarrones de Cartagena, que estaban
rebelados, y prendió y sacó más de cuatrocien-
tos, de que cupo á Su Majestad más de ciento
y sesenta, que se vendieron, y montó mucha
suma de ducados, y aseguró los caminos y la
tierra; y vuelto, el gobernador le envió contra
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
275
dos navios de la Rochela, y los venció y echó á
fondo, y en la jornada de Uraba y Caribana,
metió á su costa treinta y seis soldados y seis
negros, y después fue nombrado por maese de
campo della, en la cual tuvo diversas batallas y
guazabarasy peleó cuerpo á cuerpo con un indio
valentísimo, y por su vencimiento quedaron de
paz y se poblaron dos ciudades, la Concepción
y Santiago de los Caballeros; y después la
Audiencia del nuevo reino le nombró por visi-
tador de Antioquía y Popayán, y después por
gobernador de Popayán, y siéndolo fue contra
los indios pixaos y paeces, y los retiró y soco-
rrió al capitán Diego Soleto, que le tenían cer-
cado los sutagaos y en mucho riesgo, y avió la
gente del capitán Juan López de Herrera y
con el socorro se fundó la ciudad de Altagracia
de Sumapaz.
))Y siendo sacerdote fue cura y vicario de
Pamplona, y dos veces visitador general del
nuevo reino. Y habiéndose embarcado en Aca-
pulco para ir al Pirú, por haberse derrotado
con temporal, fue á parar al reino de la Cochin-
china, y en el dicho viaje de ida y vuelta peleó
con navios flamencos y turcos cosarios, y aportó
á una isla y socorrió algunos españoles que
estaban perdidos, y entrando en el dicho reino
baptizó á la reina y algunos virreyes y gober-
nadores suyos y mucha gente del reino, y los
instituyó y enseñó todo lo tocante á la fe, y
por ello fue preso y condenado á muerte, y al
fin desterrado; y saliendo del rescató algunos
navios portugueses que estaban detenidos en
él, y les socoriió y dio lo necesario para aviar-
se, y volvió hasta cerca del estrecho de Ma-
gallanes, y encontró con muchos navios de
Inglaterra, y peleó y echó á fondo dos dellos,
y salió muy herido, y por Buenos Aires volvió
al Pirú y llegó á Quito y á la provincia de los
Quijos, estando rebelados los indios, con cua-
renta hombres para reducirlos, y la libró y entró
á los indios de guerra que había, y sacó de
paz; enseñó, dotrinó y baptizó más de catorce
mil dellos, y dellos pobló doce pueblos y res-
cató muchos que ellos mismos vendían, y fundó
un pueblo y los dio á todos libertad, en que
gastó más de veinte mil ducados, y de allí fue
por cura de Pimampiro, donde enseñó y baptizó
gran cantidad de indios y entre ellos repartió
de limosna más de cuatro mil ducados.
))De todo consta por informaciones de oficio,
con pareceres de Audiencia y Obispo, que refie-
ren todo lo susodicho, y que es clérigo virtuoso
y limosnero y buen estudiante, y que siempre
ha procedido con grande aprobación de virtud
y letras, y este Real Consejo le aprueba para
cualquier dignidad ó calonjía».
Está al fin rubricado del secretario Pedro de
Ledesma.
Lo cual he puesto para que dello te conste,
prudente lector, que lo que en el libro pongo
es cosa averiguada, cierta y aprobada por tan
grande Tribunal, que sobre todo hizo informa-
ciones auténticas. En lo que hallares faltas re-
cibe mi buen deseo, que siempre fue de acertar.
Vale.
CAPITULO PRIMERO
Donde se da noticia de la patria y crianza
del Clérigo agradecido.
Es la virtud del agradecimiento, prudente
lector, tan obligatoria, que della dicen los sa-
bios grandes cosas, y han sentido tan maravi-
llosamente que son casi infinitas las sentencias
que han dejado escritas. De aquí es que de su
contrario y opuesto, que es la ingratitud, han
dicho asimismo otras tantas cosas, manifesta-
doras todas ellas de cuan ajena (^) debe estar de
todo honrado pecho. El poeta Menandro, y lo
refiere Amiano, filósofo, en el libro XXIII, dice
ser la ingratitud la peor cosa que hay sobre la
tierra. Y Estobeo dice que el ingrato tiene en
menosprecio á Dios y á los hombres. Jenofonte,
en su libro primero, trae una ley de los persas,
de un riguroso castigo que se les daba cuando
eran ingratos. Y hasta nuestro Fuero castella-
no, en el libro III, título 12, dice que los tales
deben ser desposeídos del bien que recibieron.
Casi lo mismo dice Alejandro Sardo en el
libro I, capítulo XVI, que usaban los masilos
y persas, y que el emperador Claudio mandó
lo propio en Roma. Pero dejando á una parte á
otros muchos, que hablaron casi á tiento por
haberles faltado la lumbre de la fee, lo mismo,
y aun con más elegante término, liallaremos que
lo dijeron los Santos, afirmando ser el agrade-
cimiento de derecho natural, humano y divino.
Así lo afirma el divino Bernardo, y en el segun-
do sermón de los panes dice que la ingratitud es
cierzo desecativo de la divina misericordia y de
las corrientes de la gracia. El glorioso Agustín,
sobre el salmo XIII, dice que no hay mayor
necio que el ingrato. Y para que quede más
corroborado con testimonio del que es la mis-
ma verdad. Cristo nuestro bien, en el capítu-
lo XVII de San Lucas, condena y declara
cuan mala sea la ingratitud y aun la tardanza
del agradecimiento, en aquella historia de los
diez leprosos, de los cuales uno solo fue agra-
decido del beneficio que recibió.
Esta misma tardanza condenaron los sabios
antiguos, como dicen Séneca, Eurípides, Helío-
(') En la edición, ajeno.
276
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
doro y Diogeniano, porque tras la tardanza di-
jeron que suele venir el olvido. De aquí es que
mandaba l)ios que después de cualquier cosa
que se acabase en el templo le diesen alabanzas
y lo pusiesen en memoria.
Considerando esto, y que todo el discurso de
mi vida he sido agradecido á los hombres por
los beneficios que dellos he recebido, me ha pa-
recido dar muestra tambie'n del que á Dios,
dador de todo, he tenido siempre. Lo que sé de-
cir de mí, aunque pobre y frágil , es que, ayu-
dado del poderoso brazo del Señor, no he rece-
bido merced, favor, auxilio ni cosa en particu-
lar suya de que no haya en este caso hecho mi
obligación, agradeciéndolo, aunque no como de-
bía, sino como puede la flaqueza de mi natura-
leza. Fáltame ahora, para cumplir el consejo
de Esdras, para más alabanza de Dios, ponerlo
en memoria de las gentes con verdad y puntua-
lidad, como me ha pasado.
Bien sé que á algunos se les puede hacer
cosa muy nueva el ser yo historiador de mi pro-
pia vida; parece que yendo contra el consejo
del sapientísimo Salomón, que dice que nadie
quiera ser alabado de su propia boca.. A eso
responderé que no es mi intento hacer tal, sino
dar un desengaño particular de la variedad que
este mundo tiene. Y que asícomo el gran Julio
César, emperador romano, historió su vida y
guerras, no por el interés del nombre y fama
que dello le podía resultar, sino para que sir-
viese de un ejemplar vivo para otros capitanes
y gente aficionada al ejercicio militar, no de
otra suerte me ha parecido á mí el poner aquí
los varios sucesos que me han acontecido; lo
uno, para que sirvan de nota para otros, y lo
otro, para que haciéndolo cumpla con mi debido
agradecimiento.
Nací en la ciudad de Jaén, hijo de padres
cristianos, y criéuie debajo de su amparo, estu-
diando en la iglesia del señor San Andrés. Fue
mi maestro Juan Diciar, que por haber sido tan
famoso y haber enseñado á escribir al príncipe
Don Carlos es justo nombrarlo. De nueve años,
cuando aún los niños no saben salir de los re-
gazos de sus madres, comencé yo á peregrinar,
y así desa edad fui á Sevilla, donde acudí á la
Compañía de Jesús y colegio de mase Rodrigo,
y estudié hasta edad de diez y siete años.
Siendo ya de edad mayor, pues tenía los diez
y siete años, como digo tengo, pasando un día
por una calle, en la esquina de una casa princi-
pal, estaba en un balcón una señora, á la cual
se le cayó un ramillete que tenía en la mano, y
abajándome por él, dijo un tío mío, llamado
Alonso de Andrade de Avendaño, que conmigo
iba: Este ramillete ha de ser de tanta inquie-
tud como el de Muza. Y esto porque me vido
su marido alzarle del suelo. Fue así, que con
no haber culpa de parte de nadie , mandó aquel
caballero que me matasen. Fui avisado de un
criado suyo, que era de mi patria y lo había
librado de un gran trabajo, pagándome en esto
lo que por él había hecho, que no fue de poca
importancia, pues llevé siempre la barba sobre
el hombro. Y no por esto me dejé de ver mu-
chas veces en grandes peligros de muerte, de
que la divma Providencia me libró por interce-
sión de la santísima Cruz y ánimas del Purga-
torio, de quien fui siempre muy devoto. Por
causa de tan continua persecución me fue for-
zoso el dejar mis estudios, ponerme espada y
aun irme de Sevilla, impetrando el favor de
Francisco Duarte, fator y proveedor general, y
de Don Jerónimo de Montalvo, alguacil mayor
de Sevilla, para Don Juan de Cardona, por cuj'o
medio me prometió dar una bandera, y yéndole
á besar las manos al Puerto de Santa María,
me pasó el caso siguiente:
Estaba el dicho Don Juan de Cardona en
su capitana, y llegándole á besar las manos me
dijo: Una bandera mandé á aquellos caballeros,
y no se la daré por dos cosas: la más principal
es porque trae pantuflos, que no es de solda-
dos ese traje, y la otra por sus pocas barbas.
Pedfle licencia para responder, y diciendo ya
la doy, dije, echando los pantuflos al agua:
Vuestra señoría me perdone, que no es justo
que siendo mis enemigos estén conmigo. Y en
lo que toca á las barbas, digo que no hace el
hábito al monje ; mas yo doy mi palabra á vues-
tra señoría de procurar servir tan bien al rey
nuestro señor y á V. S. que cuando salgan
merezca la bandera. Hízome merced de algua-
cil real de las galeras, sin otras grandes mer-
cedes que después recebí de su mano.
Estaban las galeras de partida para Italia,
y así partimos por aquellos puertos á Cartage-
na, Barcelona, Palamós y Colibre. De allí en-
golfados fuimos á Marsella, y después á Rapa-
lio, puerto y pueblo cuatro leguas más allá de
Genova. Tornamos á esta famosa ciudad, que
cierto lo es, según su gallarda vista, y porque
no se nos concedió licencia para entrar en ella,
podré decir el refrán tan ordinario: que estuve
en la corte y no vi al rey. Desde Mafa fui
por tierra á Milán, que hasta entonces no ha-
bía visto tan hermosa ciudad, que pienso lo es
de la mejores del mundo y muy barata, y su
castillo en aquel llano tan grande que es todo
lo que se puede desear. Tornamos por aquellos
puertos hasta el de Ostia, y de allí á la Santa
Ciudad, cabeza y señora del mundo. Besamos el
pie al Vicario de Cristo, que entonces tenía la
silla Gregorio decimotercio, que por ser para
mí uno de les mayores beneficios y dádiva que
en mi vida recebí la que me dio Su Santidad
(aunque de pequeño valor en el precio), la con-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
277
taré, la cual toda mi vida estimé en tanto que
alguna vez (como se verá en el discurso de la
historia) la estimé en más que joyas de valor; y
ésta fue una medalla de plata, que su peso era
de tres reales solos; de la una parte estaba la
limpísima Concepción y de la otra el glorioso
San Gregorio, que milagrosamente, en ponién-
domela, se me quitó un gravísimo dolor de es-
tómago que más de cuatro años con excesivo
sentimiento me tenía atormentado ; era tan
grande, que no habían sido bastantes los reme-
dios de la tierra, ni médicos, ni medicinas hu-
manas, sobre haberse hecho muchas, hasta que
proveyó el cielo desta espiritual que me fue
total remedio. También en una misa que Su
Santidad dijo de pontifica! por los españoles
recebí de su mano un rosario, que han sido dos
piezas para mí de grande valor y estima. Visi-
tamos todas las iglesias de dentro y fuera de
Roma, y en muchas nos enseñaron y tocaron
infinitas reliquias, recibiendo tanto bien con
humilde espíritu y debido agradecimiento.
Partimos á nuestras galeras, y en ellas á
Ñapóles, que es una grandísima y bella ciudad,
y de tantos príncipes y titulados, que entonces
entendí el dicho de la vieja que decía al empe-
rador: Plega á Dios, hijo, que yo te vea virrey
de Ñapóles. De allí fuimos á Cicilia, á Mecina,
que es una gran ciudad y fuerte, á donde halla-
mos á Don Francisco de Benavides, y dentro
de pocos días llegó el gran Don Alvaro Bazán,
marqués de Santa Cruz, su tío. Mandó esco-
ger dos galeras bastardas, las mejores que se
hallasen, y puestos bancos en esquife y fogón,
que se dijo competían con la Garza y Negrona,
de Ñapóles. Mandó escoger infantería y gente
de la mar, y casi los más que sabían la lengua
turquesa; escogidos todos los remeros cristia-
nos, con grandes promesas de libertad, y mu-
chos pertrechos de guerra, nos despacharon en
lo público á tomar lengua y en lo secreto en
corso, y de Cabo Pájaro en una noche pasamos
á Malta, para de allí partir como se dirá en el
siguiente capítulo.
CAPÍTULO II
A do se cuenta lo que nos pasó en aquel
primero viaje.
Por los varios sucesos del mundo, y por
llamarse rueda de fortuna los casos que en él
pasan, unos dignos de fama y otros de ejem-
plo, unos para imitarse y otros para huirse,
tomaré ocasión de contar algunos, aunque no
hagan á la historia, como es el que se sigue.
En la ciudad de Sevilla vivió una señora, casada
con un hombre noble; sus nombres callo aun-
que el caso fue bien manifiesto; ésta enviudó, y
su marido la dejó usufrutuaria de la hacienda,
por no tener hijos; un cuñado suyo la infamó
de mala con un hombre de menor calidad que
la suya; fue reprcliendida de sus parientes y
muy afligida de razones, así de los de la parte
de su marido como de los de la suya; apre-
tada juró de vengarse, y así lo hizo, amane-
ciendo una mañana enclavadas (') en las puer-
tas de su casa la lengua, narices, orejas y ma-
nos, y un letrero que decía cómo ella lo había
hecho. Acudió la justicia á hacer sus ordinarias
y debidas diligencias, y nunca pudo ser hallada.
El segundo día después de llegados á Malta
púseme á ver jugar á los dados, como es uso
de soldados, y vi jugar un mozuelo como capón,
y reparando en él parecióme haber visto aquel
rostro en otra parte; como vio que lo miraba,
me apartó y me dijo si lo conocía; y diciéndole
que sí, aunque sólo de vista, se descubrió y me
contó todo lo referido, y que ella y un negro á
quien dio libertad y dejó en Lisboa lo habían
hecho. Yo me espanté de ver caso tan extraño,
y la rueda tan varia que el mundo tiene, pues
ima mujer tierna, delicada y que de sí son deli-
cadas todas ellas, hubiese venido á tan lejas tie-
rras y se hubiese transformado en soldado. Y
de camino puede temer el disfamador de honras
y mordaz la pena que la majestad de Dios en
esta vida ó en la otra tiene guardada para
semejante culpa.
Partimos de Malta hasta llegar á reconocer
á Candía; tuvimos aviso que venía la flota que
viene cada dos años de Alejandría con todos
los tributos de Egipto, de la Berbería, de la
Suria, de Arabia Feliz, Magadoxo y costas de
mar Bermejo, y todo lo que rescatan en Oro-
muz de las cosas de la India, que es una gran
riqueza de oro, plata, pedrería y otros metales,
sedas, alfombras, lienzos, especería, drogas,
añil y otra gran máquina de cosas, que todo va
á Constantinópoli, á donde reside el Gran Tur-
co, que es el rey y señor de todo aquello. En-
golfándonos hacia el Archipiélago una maña-
nita, descubrimos un caramuzali, que es un gé-
nero de navio, que venía derrotado con tempo-
ral deshecho. Todas las banderas y estandartes,
toda la gente y demás cosas de nuestras gale-
ras, si no eran los forzados, que éstos iban como
cristianos, iba al modo turquesco, y así no se
guardó hasta que le teníamos embestido y en-
trado, y fue cosa milagrosa que con traer qui-
nientos genízaros y la demás gente de la mar,
casi no hubo defensa en él; y así se cogió toda
la riqueza y se pasó á las galeras, y con todo
lo demás y gente se destabló y fue á fondo,
sacando hasta once cristianos que en él venían
esclavos. Fue muy grande el gozo de la gente
(') En la edición, U7ia maña enclavados.
278
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
con tan buen suceso, y se tuvo por pronóstico
de gran ventura que se había de tener en aquel
viaje, y más vista la generosidad del general
Don Francisco de Benavides, que mandó dar
á cada soldado cien cequíes de oro y otras pre-
seas, y á los oficiales doblado, y á los forzados
á cincuenta y vestidos, y de allí se tomaron
muchas ropas turquescas.
Súpose como toda la flota se había derrota-
do, y así fue que dentro de tres horas descubri-
mos otro caramuzali un poco más pequeño que
el dicho, y pensamos fuera el mismo suceso que
del pasado y que se entrara con la facilidad de
nuestro deseo, y así le embestimos con tanta
furia como al primero, y al entrar la gente en
él los genízaros y turcos se defendieron con
tanto coraje y brío que fueron bien necesarias
las manos. Tenía yo un criado que se llamaba
Marcos Ortiz, natural de Jerez, y un camarada
soldado, que se decía Pedro de Lomelín, que
eran muy valientes soldados, como después se
dirá. Fuimos de los primeros que subimos, y
tras nosotros otros catorce; en la plaza de ar-
mas nos cercaron y defendieron á los demás la
entrada, de tal manera que tres fueron á la
mar, y otros seis heridos, cortados dedos y ma-
nos al subir. Visto por el general, dijo: Ea,
soldados, á la defensa de los amigos, y así en-
traron otros treinta, que por babor retiraron los
turcos y se juntaron con nosotros. Acudieron
los genízaros y no pudieron tornar á ganar
aquel lado, y así entraron más de otros ciento.
Retiráronse á la popa, donde se defendieron
más de tres horas; hubo de una y otra parte
grandes hazañas, y el que más se aventajó
aquel día fué Pedro de Lomelín. Como á las
tres reconocimos vitoria, y á aquel tiempo todo
lo que era de más precio ya se había sacado y
llevado á las galeras; y visto que los que que-
daban no se querían rendir, mandó nuestro
general recoger á embarcar y destablar el na-
vio, y así se fue á fondo. Halláronse treinta y
dos cristianos. Murieron de los nuestros trece,
y heridos hubo más de treinta; dellos faltaron
más de las dos partes en el combate, y luego
los demás fueron ahogados.
Al anochecer de aquel día tomamos un navi-
chuelo de aviso, á modo de barca larga con
trece remos por banda, cuya ligereza era tal
que parecía volar; pero cuando entendió la es-
tratagema y que no eran galeras turquescas, ya
estaba en el lazo. Echáronse al remo los turcos,
quitando del á todos los cristianos que quisie-
ron quedarse por soldados, y los demás' que
eran necesarios fueron bogando hasta Mesina á
darle aviso al marqués de Santa Cruz de todo
lo que pasaba. Lastróse el bergantín en gran
parte del oro y plata y envió con él un secreta-
rio del Marqués y veinte y cuatro soldados, doce
de cada galera, y los demás que se cogieron se
repartieron en ambas galeras. Llevó mandato
que no aguardase en la mar, aunque conociese
al Marqués, hasta llegar á Sicilia, donde llegó
en salvamento con la mayor riqueza que ha en-
trado navio.
Pasamos todo aquel archipiélago de islas,
que deben ser docientas y más, algunas con un
pueblo, otras con tres y muchas sin ninguno;
todos son griegos sujetos al turco, y en las que
son fuertes hay guarnición turquesca. Entramos
en el mar mayor, y surgimos en dos puertos, y
hicimos agua. Supimos en toda la Caramania
las grandes muertes y castigos que había man-
dado hacer el Turco por el levantamiento de un
obispo contra él. Y al fin, como gente sin ar-
mas, los vencieron y castigaron, y decían aque-
llos griegos y albaneses y otras naciones que
allí habitun que sólo quisieran armas y cabeza
para vengarse de aquel enemigo cruel que tan
oprimidos los tenía. Y cierto que es decreto
particularísimo, y pregonero de la gran miseri-
cordia de Dios y su divina Providencia, con-
servar tantos cristianos en medio de aquellos
señoríos y tan agraviados de aquel tirano.
Tomamos en aquel mar diez ó doce vasos pe-
queños, de los cuales, en sacando lo necesario,
todo lo demás y gente iba á fondo. Una maña-
na después de haberse pasado cinco días que no
habíamos hecho cosa de provecho cerca del
cabo Queroneso y isla Xops, descubrimos un
navio á modo de galeaza, de mar en través y
muy desbaratado de un temporal, y nos pareció
se ponía en arma y que llevaba por banda
casi treinta piezas, y vimos gran cantidad de
gente, por lo cual fue acordado no acometerle,
sino, antes que más aclarase el día, que nos
desviásemos muy lejos y le tuviésemos á vista
hasta la noche, que así se hizo, y dentro de dos ó
tres horas dimos mate y caza á una barca gran-
de, que cogida nos dio nueva cómo traía gran
cantidad de moneda de todos aquellos reinos y
que S3 entendía entre él y otros dos caramuza-
líes llevar cuatro millones, de que fue inmensa
nuestra alegría, por parecemos que ya nos ha-
bía sucedido loque con los pasados. Esta barca
fue á fondo, como las demás, por convenir así
y por no ser descubiertos. Lo que nos pasó se
dirá ahora.
CAPÍTULO III
A do se cuenta todo lo que pasó en estos mares,
hasta la vuelta á Mesina y prisión en Candía.
Dije cómo en todo género de gente de nues-
tras galeras entró una alegría grande, por saber
de la riqueza de la galeaza y caramuzalies; mas
como lo que Dios tiene ordenado es inexpug-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
279
nable, aquella noche se levantó nn tan gran
temporal, que si no llegaran los dos caramuza-
líes y otros navios, la galeaza y dos millones y
la gente se perdiera; acudiéronle, y nos pax'eció
que sacando la gente y parte de lo que tenía,
se fue á fondo, donde nos quitó el mar la mitad
de lo que pensábamos ser nuestro, y luego el
temporal la otra mitad, y nos quedamos sola-
mente muy devotos, pidiendo á Dios su divino
socorro; y así, casi a riesgo de anegarnos corri-
mos hasta la boca de la laguna Meotis y no
vimos más aquellos vasos. Por todo aquel espa-
cio de mar tomaríamos hasta cosa de treinta
bajeles chicos y medianos, en discurso de diez
días, todos los cuales fueron á fondo, sacando
primero todo lo bueno dellos, repartiéndose por
despojos, dando á todos contento. Tuvimos
nueva que en dos navios venían todos los tribu-
tos de Georgia, que es el .reino que era de Jor-
ge Castrioto, y de otros reinos. Fuimos al río
de Chemuch, en el puerto de Faso, y de allí
salimos en conserva hasta qi;e nos pareció tiem-
po, y lina noche entramos el un navio y dán-
dole barrenos sacamos del gran riqueza de oro,
poca plata y otras cosas , que se decía valer
todo iin millón. Queriendo la otra galera hacer
lo propio no pudo, porque fue sentida, y así por
un lado les desfondó una tabla, con que sin po-
der sacar cosa del se fue á fondo. Fue luego
acordado saliésemos de aquel mar, y así se hizo
por no ser sentidos, porque si llegaran nuevas
á Constantinópoli nos podíamos ver en gran
aprieto, y así no tomamos tierra hasta que en
breve nos vimos enfrente de Galata, que por
ser tarde y casi noche hicimos la salva, y como
que aguardábamos á tomar puerto; otro día nos
hicimos á la mar, y á remo y vela huimos aque-
lla noche, y otro día cogimos un bergantín, del
cual tuvimos nuevas ciertas que del puerto de
Faso habían llegado dos barcas á Constantinó-
poli, que con los navios de los tributos habían
salido dos galeras, y como no sabían qué ga-
leras, salió este bergantín á las islas á saber si
habían pasado galeras turquescas, y no había
nueva, y así volvían á darla al gran Señor; y
también nos dio por nueva cómo había despa-
chado este bergantín otros dos, uno á Candía
y otro á donde encontrase á Ochali, gran Bajá
del mar y rey de Argel, para saber qué galeras
eran. Fuenos necesaria la presteza y diligencia
que es madre de la buenaventura, y así en bre-
ve llegamos á vista de Candía y descubrimos
doce galeras; eran éstas la guarda y defensa de
aquellos mares, porque en el mar de Venecia
no pueden andar en corso, con pena de las vidas
de popa á proa. Era general dellas el dux ó
duque de Candía, que le llamaban Cuatro Ojos;
envió á mandar que fuésemos allá, y si no que
nos echaría á fondo. Don Francisco de Bena-
vides se agravió y le envió á decir que él era
general del rey de España y que venía á tomar
lengua y convenía al servicio de su rey no dete-
nerse, y que le suplicaba no le enviase fieros,
que le daba su palabra á ley de caballero que si
seis galeras tuviera que no le escuchara, y que
le requería lo dejase pasar libre, porque los avi-
sos que llevaba convenían á toda la cristiandad.
Habidas sus demandas y respuestas, se deter-
minó que entrase la capitana, y la otra se fuese
á dar los avisos, y así se hizo. Entramos y junto
á la dárcena surgimos. Tiene un bravo puerto
esta ciudad y se cierra con una cadena; desar-
máronnos y así estuvimos allí algunos días, en
los cuales tuvimos infinitos tragos, porque en
entrando algún bajel de Venecia, luego se decía:
Ya los manda la señoría degollar á todos.
La galera que fue llegó en salvamento á
presencia del Marqués, que luego mandó tomar
todos los navios y los demás vasos que por
todos aquellos puertos y en Ñapóles había de
la Señoría; y luego despachó á Venecia que le
enviasen su galera libre y sin agravio el más
mínimo, sino que él haría lo propio con todos
aquellos vasos y gente, y así envió á mandar
la señoría fuésemos á Venecia, y llegado su
mandado se cumplió, yendo en nuestra guarda
seis galeras, y nosotros repartidos en ellas.
Llegamos á aquella famosa ciudad, tal que
acertó el que dijo: Venecia, quien no te ve no
te precia; porque es casi inimaginable su gran-
deza, hermosura y riqueza. En llegando nos
dieron libertad; vimos todo lo que hay que ver
en ella: sus muchas reliquias y cuerpo del glo-
rioso Evangelista San Marcos; una de las
mayores grandezas que tiene y que en el
mundo hay es el tesoro de San Marcos, que
decían valía entonces más de treinta millones.
Aunque es cosa menuda referiré lo que allí
vi, porque puede servir de ejemplo para muchos
que lo poco no estiman y así no vienen á tener
mucho. Fue el caso que estando en una tienda
de un veneciano, mercader riquísimo, pues
tenía ochenta mil ducados de hacienda y no
menos que ochenta años también de edad, el
cual estaba sentado á la mesa en una sala tras-
tienda con su mujer y tres hijas, llegó un
muchacho con una moneda por especias, que
su valor era menos que una blanca, y se levantó
y la dio, de que todos aquellos caballeros se
admiraron; y preguntándole cómo siendo hom-
bre tan rico y poderoso se levantaba de la mesa
por interés de cosa tan pequeña, respondió él
estas palabras: ¡ Ah, españoles, que despreciáis
lo poco y así no sabéis guardar ni tener! Desta
manera he ganado yo lo que tengo y lo que he
dado á otros tres hijos que he puesto en estado.
Desta suerte se adquiere, que gastar y no guar-
dar, no procurar adquirir y adquirido no con-
280
autobiografías y memorias
servarlo, esto empobrece á los hombres, y en
particular á vosotros los españoles, que todo se
os va en juegos y devaneos. Esto nos dijo el
veneciano, donde nos hizo caer en la cuenta que
quien guarda halla, que quien tiene retiene, y
quien hace caso de muchos pocos viene á tener
después lo que ha menester.
Salimos de aquella insigne ciudad y tuvimos
nuevas de dos galeotas que habían robado á
otras; fuimos en demanda dellas, y nos salió
tan mal, que volvimos atrás y nos hallamos
otra vez entre el Archipiélago, y con un tiempo
tan tempestuoso, que pensamos anegarnos una
mañana. Al cabo de veinte días estábamos á
vista de la isla de Sidra y golfo de Barca, á
do nos tuvimos por perdidos ; con presteza tro-
camos el hábito y banderas en turquescas, y con
esto pasamos. De allí á dos días descubrimos
las dos galeotas, y cuando comenzaron á hacer-
nos la salva, visto su estandarte Real, ya tenía-
mos la una á fondo, y entrando en la otra
hallamos en ella gran cantidad de oro, que todo
se repartió entre todo género de gente, que-
dando todos contentos. De allí fuimos por
aquellos mares hasta Mesina, sin acaecemos
otra cosa que se pueda decir. Fuimos bien rece-
bidos, y vueltos á gratificar, que hubo soldado
de tres mil cequíes y otros dos mil. A Su Exce-
lencia le cupo una gran suma, y así deste viaje
fue su mayor riqueza. Libráronse muchos for-
zados, dando otros ; diose gran parte para gasto
de todas aquellas galeras, y sobre todo en
hacimiento de gracias se hicieron procesiones,
dijéronse muchas misas, diose gran número de
limosnas, porque esta es la costumbre de los
soldados españoles, que si tienen dan con ge-
nerosidad. En todo el viaje no faltaron más
de veinte y seis hombres, y también se les dio
su parte á los que se hallaron de su linaje,
mujer, hijos ó parientes, enviándolo á do quiera
que se sabía estaban, y de los que no se tenía
noticia tener parientes se les decían muchas
misas y sufragios para sus almas. En este viaje,
después de dadas gracias al Señor de los muchos
peligros de que me había librado, prometí ir á
visitar la santa ciudad de Jerusalén, el cual
voto cumplí, como se verá en su lugar.
CAPITULO IV
En que se trata la partida n España, con
torios los demás puertos donde llegamos, y
del principio del iñaje á Jerusalén, hasta
llegar á Jope y á la Santa Ciudad.
Llegáronle recaudos á Don Juan de Cardo-
na de un general de Túnez, turco, de que tenía
licencia del Gran Señor para poder llegar allá
á verlo con una galera, porque había sido su
captivo (como se dirá). Aprestóse nuestro via-
je, y fue necesario enviar nuestra galera á Ve-
necia, que era en la que yo más asistía, de la
cual era capitán Felipe de Andrade, sobrino
del general Gil de Andrade, y asimismo del
que á mí me crió, que me llamaba sobrino.
Partimos para Venecia; llegamos á Corfú, y de
allí al cabo de Santa María, y de allí á la in-
signe ciudad, negociando á lo que íbamos y
sacado salvoconducto de la Señoría para llegar
á cualquiera puerto del señorío del Turco, y yo
para el viaje de Jerusalén, como más bien me
estuviese, en hábito de soldado ó de peregrino.
Partimos de allí y fuimos al golfo de Raguza,
y lo que podré decir de aquella tierra es haber
conocido de aquella gente que todos sólo en el
nombre son cristianos, y que cuando quieren ó
han menester algo son vasallos de la Señoría de
Venecia y cuando han menester al Turco lo
propio, y así dicen ellos: Nosotros somos libres;
á lo cual se les podría responder que libres y
libertados en vida y costumbres.
Partidos de allí con un temporal, dimos so-
bre Alexio, que es de Grecia: fue necesario mu-
dar de hábito y estandartes. Volvimos á reco-
nocer el cabo de Santa María, y de allí engol-
fados fuimos hasta el golfo del Estaño, y allí
vimos las ruinas del fuerte y torre del Estaño
y de la Goleta. Hallamos nuestras galeras y
General, que entró en la nuestra, y despachó
las siete y llegamos á Túnez, y hecha la salva
y levantada la bandera de paz, surgimos. En-
vió el General luego á saber si era Don Juan
de Cardona, y sabido le salió á recebir, y dio
licencia saliesen á tierra los oficiales con armas,
y los soldados y marineros sin ellas. Este Bajá
fué cosario, y se llamaba Mahomed; en una re-
friega fue captivo de Don Juan de Cardona, y
sabido en secreto del que en su corazón era
cristiano, y que tenía una hermana en Cons-
tantinópoli que tenía en un caballero cristiano
tres hijos, un varón y dos mujeres, y el Gran
Señor no lo había querido dar por ningún res-
cate, porque tenía esperanza que renegaría y
que con la enseñanza del cuñado eran por él
baptizados todos, mujer, hijos y cuñado, y que
por él lo daría, que dentro de tiempo se efetuó
y dio el Gran Turco á nuestro General este
caballero y se quedó con el hijo solo, dándole
su mujer y hijas, y así este leal turco tenía gran
reconocimiento al que fue su señor, y de cada
día esperaba ocasión, que no llevase género de
traición contra el Gran Turco, para que le dic
se su sobrino y venirse á España, y como el
Gran Turco conocía su lealtad se servía del en
aquel cargo de Gobernador y capitán general
de Túnez, con nombre de Bajá, y lo había he-
cho en otros cargos.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
281
Estaba en aquella ciudad un esclavo cristia-
no que su nombre era Cáceres, y por ser chi-
quillo de cuerpo le llamaban Cacerillos; era
ligerísimo como el pensamiento, y porque le vi
hacer cosas delicadísimas, así de sutileza de
manos como de ligereza de pies, me aficioné á
él, y diciendo yo que era de mi patria y deudo
de deudos al General, hizo con el Bajá que me
lo dieran. Habían captivado á éste viniendo de
Indias, donde había sido Gobernador y capitán
general, y por los grandes rescates, así él como
otros, estaban casi sin esperanzas ; pero con
este medio que dicho tengo me lo dieron á él y
á otro, y esto de gracia, que fue el capitán Re-
dondo de Cali. Rescaté otros veinte que ellos
me dieron por memoria, entre los cuales fue
un clérigo que se llamaba Don Francisco Ga-
iavis, que fue después arcediano en Quito y
murió deán; un fraile y tres mujeres. Estos
caballeros habían prometido de ir á Jerusalén
si se vían libres, y así me lo dijeron, y yo les
dije cómo asimismo en la necesidad dicha lo
había prometido, y que pues había ocasión,
gozásemos della, y así lo pusimos por obra,
ordenándolo la majestad del cielo, como se
verá.
Estaba en aquella ciudad de Túnez el Bajá
de la Suria, que era muy pariente de Mahomed
y se llamaba Alicrvago Bajá. Fuime á nuestro
General y supliquéle se sirviese de habernos
merced, declarándole nuestra promesa, y su se-
ñoría me la concedió cumplidísimamente, to-
mando ocasión de tomar lengua en Candía,
Chipre y otras partes acerca de los nuestros, y
el Bajá de Túnez lo pidió á su primo hermano,
manifestándole las promesas, y que pues quería
partirse á su casa y gobierno con sus dos gale-
ras, fuese la nuestra, lo cual concedió y porque
Don Juan de Cardona se había de detener dos
meses en Túnez; y así aprestamos el viaje, que
fue el más próspero que jamás se vio, y un
miércoles partimos las tres galeras, llevando en
la nuestra, por ser mejor, al Bajá, al cual regalé
todo aquel viaje con grandísima puntualidad y
abundancia de cosas, sirviéndole á la mesa y es-
tando casi todo el tiempo cerca de su persona,
el cual manifestaba quererme en extremo, y de-
cía que si así servía al General, que no se espan-
taba de lo que hacía por mí. íbamos con la
promesa yo, el Gobernador Cáceres, el capitán
Francisco Redondo y el bachiller Don Fran-
cisco Galavis, á todos los cuales hice la costa
por no tener entonces dineros por sus captive-
rios, y di para lo que ordenase el capitán Felipe
deAndrudedoci 'ntos ducados, y de regalos com-
pré otros trecientos, con que tuve con que servir
á los mayores y regalar á mis compañeros.
Otro día después de partidos tomamos á
cabo de Bona; acjuella noche descaecimos. Pa-
samos á vista de Lampadosa, y otro día á vista
de Maltn, y desta manera engolfados descubri-
mos cabo de San Juan, de la isla de Candía, y
por el buen tiempo no paramos hasta descubrir
la isla de Chipre, todo en sólo diecisiete días.
Tampoco quiso parar el Bajá, que el deseo de
sus hijos y mujeres, y de su descanso, casa y
gobierno le hacía desear su llegada y todo le
parecía tardanza, y todo era bien para nosotros
por la mayor brevedad y el gasto. De allí á dos
días tomamos puerto en Jope ó Zafa, que todo
es uno; será de treinta vecinos y parece haber
sido grandísima según los edificios y paredes y
ruinas, y el Bajá nos lo dijo así, que por tradi-
ción lo había oído. Hízosele gran salva y salie-
ron á recebirle todas las justicias y soldados,
que eran los subafies y otros, como capitán y
oficiales. Pidió luego cabalgaduras, que en un
punto le fueron traídas; y así como al tropel
subimos en caballos y con priesa caminamos
hasta dos horas de la noche por entre olivares,
toda tierra llana, hasta Rama ó Ramata, que
dijeron haber cuatro leguas ; es lástima ver
esta ciudad cuál está: unos edificios famosos
hay en pie, aunque mucha parte dellos derriba-
dos; hay algunas iglesias y torres, que todo da
á entender cuan famoso debía de ser en su tiem-
po. Antes de estar en este pueblo está la igle-
sia del glorioso San Jorge, y allí hicimos los
cristianos oración á caballo desde la puerta, por
la priesa del Bajá. Vimos la casa de Nicode-
mus, que es un gran edificio; sirve lo que no
está arruinado para posada de los peregrinos.
Otro día salimos de allí, acompañándole delante
en turbas cada veinte turcos bien armados por
los alárabes que dicen haber, aunque nosotros
no vimos ninguno. Llegamos á almorzar á Ti-
ribinti, que es el valle de la batalla del glorioso
David con Goliat. Está allí un río seco, que nos
dijo un judío que iba en nuestra compañía que
era á donde David cogió las piedras. Hay una
puente que parece haber sido hermoso edificio,
aunque está casi caída. De allí se sube una
cuesta, y en llegando á un llano se descubre al-
guna parte de la Santa Ciudad, que con suma
alegría, arrojándonos en tierra, la adoramos y
dimos gracias á Nuestro Señor que en tan breve
tiempo hubiésemos llegado allí y nos hubiese
hecho merced de dejarnos verla. Es todo aque-
llo montuoso. Desde allí fuimos encontrando
turcos, que salían á reccbir al Bajá, que cuando
llegamos ¡rían más de docientos. Enviónos á
una posada cerca de la muralla, y allí hay una
casilhi de tablas á do hay dos aposentos, que
entendimos era aduanilla, porque había escri-
bano, y allí lo que salía de la ciudad se firmaba
para algunos derechos. Avisónos aquella noche
el padre guardián latino, que es el legado del
Papa, y nos envió dos frailes con grandes ofre-
282
autobiografías y memorias
cimieutos, y á pedir que no visitásemos los lu-
gares santos como caballeros del siglo, con gala
y pompas, sino como caballeros de Jesucristo,
y así lo prometimos, pidiendo licencia al Bajá,
el cual nos la concedió con grande gusto.
CAPITULO V
A do se cuentan los Lugares Santos fjue visita-
mos y mercedes que nos hacia el Bajá.
La gran priesa que nos daba el Bajá fue
causa de que no nos detuviésemos día ninguno,
y así otro día de como llegamos nos envió á
decir el padre guardián que mirásemos si está-
bamos dispuestos para confesar, que lo hicie'se-
raos aquella mañana; hicímoslo todos cinco con
el capitán Felipe de Andrade, y recebimos el
Cuerpo del Señor en la iglesia de San Salvador,
y de allí por diversas veces nos trajeron en
procesión, y todas las veces que á esto íbamos,
tomábamos los hábitos de jei'ga y luego hecha
la estación nos los quitábamos, por tenerlo asi
mandado el Bajá. Dionos el padre guardián ab-
solución general, porque tiene el poder del Pon-
tífice, y con él confesamos, y hicimos decir tres
misas en aquellos altares privilegiados. De allí
fue el padre guardián con nosotros y para más
disponernos gustó de que fuesen las estaciones
dolorosas las primeras; y asi, saliendo del con-
vento, venimos por la calle del Amargura. Lle-
gamos á la casa de Pilato, que es ahora casa
de justicia, y de allí llegamos á una casa que
nos dijo ser de la mujer Verónica, y nos dijo:
Aquí tomó la cruz el Cirineo; allí salieron las
mujeres á llorarlo, y junto está la casa del rico
avariento. Adoramos todos estos lugares; iba-
nos diciendo también lo que se ganaba en cada
lugar, y lo que habíamos de rezar. Reverencia-
mos desde la calle las ventanas á do sacaron al
Hijo de Dios á enseñar al pueblo, que da un
consuelo y alegría espiritual mezclada con sen-
timiento y dolor, considerando ser aquel lugar
donde le hicieron á nuestro Redemptor aquella
afrenta y oprobio. Fuimos más adelante y nos
iba diciendo: Aquí arrodilló; aquí le dieron de
palos; alH lo arrastraron. En este lugar fue
donde la Virgen sin mancilla recibió sumo do-
lor, siendo la primera vez que le vio con la cruz
acuestas. Aquí fue á do le dieron de empello-
nes por entrar á verlo. Esta es la calle por don-
de rodeó á coger la delantera. Vimos una calle
por donde Pilatos le había enviado de su casa
á la del rey Herodes, y nos señalaron las casas
que entonces eran deste tirano rey. Más ade-
lante, cerca de la misma calle, en otra, á dos
casas vimos la cárcel á do estuvo preso el glo-
rioso San Pedro, de donde le libró el ángel. El
templo de Salomón está en esta calle, y aunque
los cristianos no pueden entrar con pena de la
vida ó renegar, el Bajá envió expresa licencia.
Vimos acá fuera las ruinas de los portales, y á
do era la piscina, y cerca la casa de San Joa-
quín y Santa Ana, padres de la Virgen Nues-
tra Señora, y á do fue su limpísima concepción.
Están todos estos lugares tales que es lás-
tima, casi debajo de tierra, unos edificios sobre
otros. En todos estos lugares hay grandes in-
dulgencias. Salidos de la puerta de San Este-
ban nos enseñó el lugar á do fxie apedreado, y
de allí comienza el valle de Josafat, que apenas
parece valle; está lleno de huertas y olivos; de
iMia parte está el monte Sión y de la otra el
Olívete. A la salida nos dijo el padre guardián
que nos quería llevar por el lado de las fuentes,
para irnos enseñando las estaciones santas del
otro lado, para que con más devoción llegáse-
mos. Cerca nos enseñó la fuenfe de Siloe, á do
Cristo envió al ciego; bebimos della. Poco más
adelante está otra más pequeña al otro lado,
que nos dijo descender de un edificio que allí
había, y que era de la casa de la Virgen. Lue-
go nos fue diciendo todos aquellos edificios y
lugares. Lo primero que vimos fue la casa de
mal consuelo, á do era el cabildo y junta á do se
votó y dijo Caifas la palabra de nuestro reme-
dio: Conviene que muera uno por el pueblo, por-
que no perezca toda la gente. Más adelante
treinta pasos, poco más ó menos, está la cueva
do los Apóstoles estuvieron escondidos. Más de
cien pasos adelante está do se ahorcó Judas, y
allí es el campo do se entierran los judíos. Aca-
bado éste comienza el campo do se entierran
los peregrinos, que se compró con los treinta
dineros. Hay un edificio vasto y de arriba del
con sogas descienden á los muertos. De allí
cerca nos enseñó el lugar do estuvo Santiago
el Menor hasta que vido á su maestro resuci-
tado y le dijo: Come.
En el valle está el sepulcro de Absalón, y
bien maltratado, porque no pasa quien no le
tira una piedra, por la desobediencia; es una
cueva tortísima. Todo esto es de la parte del
monte Sión. Pásase una puente que dicen del
Cedrón, que es un arroyo seco; bien cerca está
una pared á un lado y á otro de piedras, que
nos dijo fue á do prendieron al Señor; más
adelante dijo: Aquí quedaron los ocho Apósto-
les. Como sesenta pasos está á do se durmie-
ron Pedro, Juan y Diego; casi otro tanto está
lina hermosa cueva alta y clara á do Cristo oró
al Padre Eterno, que no quisiéramos salir de
allí, según el contento y regalo que sentíamos
en nuestro espíritu, particularmente cuando nos
iba diciendo lo que el ángel y Nuestro Salva-
dor pasaron, y el sudor de sangre, que prometo
que algunos de nosotros, con la consideración
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
283
de tales misterios, no quisiéramos apartarnos
de allí. Bien cerca desta bóveda está una igle-
líia de cantería, que parecía haber sido hermoso
edificio, y casi toda está debajo de tierra; hace
un crucero, y en medio está una capilla pequeña
que es el altar mayor; descendiendo una esca-
lera á mano derecha, nos enseñó los sepulcros
de señora Santa Ana y de San Joaquín, y
enfrente dellos está el entierro del glorioso San
José, y en la capilla de en medio de la iglesia
está el sepulcro de la Virgen Nuestra Señora;
allí está un altar y encima de la losa dicen
misa; es una grande estación y de grandísima
devoción, con la consideración de la Asunción
de la Madre de Dios. Bebimos agua de una
cisterna que está en esta iglesia, y por ser ya
tarde entramos en la ciudad y fuimos á la casa
de Caifas, que hay una iglesia, y nos dijo que
en aquel lugar fue el Señor acusado, y nos
enseñó la piedra del Santo Sepulcro, que es
grandísima: medíla y tiene diez palmos de
largo, cuatro de ancho y más de uno de grue-
so; hay un retrete en la pared, la puerta muy
pequeña; díjonos que allí estuvo Cristo preso
mientras salía á verle el Pontífice; abajo en un
patio, salidos de la iglesia, nos enseñó el lugar
á do se calentó San Pedro y negó al Señor. De
allí fuimos al Cenáculo, que es ahora mezquita,
y nos lo enseñó á los cinco un turco por man-
dado del Bajá, y nos dijo: Aquí dicen fue la
Cena de vuestro Dios y á do instituyó el Sacra-
juento; allí donde lavó los pies á sus discípu-
los, y aquí era la casa de su madre y á do vino
por la Pascua el Espíritu Santo; y casi en me-
dio de la mezquita nos enseñó la sepultura del
santo Rey David, y allí eran sus palacios, y
nos dijo: En aquel despoblado estaba el edifi-
cio do se asomó y vido á Bersabé; y de allí nos
enseñó y señaló á do era la casa, jardín y baños,
y nos decía señalándonos los lugares mil cosas,
porque era ladino en la lengua española, como
quien había estado en Madrid más de veinte
años, y suspiraba por volver, diciendo que le
parecía mal su ley. Enseñónos un montón de
piedras y dijo que allí era donde quisieron qui-
tar los judíos el cuerpo de la Virgen Nuestra
Señora, cuando lo llevaban á enterrar, y que
llegando un sacerdote judío se le secó el brazo,
y después sanó y fue cristiano. Y como nos
veníamos ya á nuestra posada, y el guardián
se hattía despedido y ido á su convento, de
camino nos enseñó á do San Pedro hizo la
penitencia y lloró su pecado. Enseñónos la
iglesia á do Nuestra Señora fue presentada; en
una torre della está una media luna de hierro,
que se ve de lejos, y es mezquita de moros
ahora. Llegamos á la posada, que por no haber
comido en todo el día nos dio una gran cena el
Bajá.
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMOUIAS. — 29
CAPITULO VI
A donde se prosiguen las estaciones y lo demás
que pasó en aquel santo viaje de Jerusalén.
Dejé dicho cómo el Bajá nos mandó dar una
gran cena; ésta fue opulentísima, y cuanto era
de buena era no menor el gusto con que la re-
cebimos, por ser no pequeña la necesidad que
todos teníamos. En acabando de cenar nos en-
vió á decir que otro día abreviásemos con todas
las demás estaciones, porque había tiempo bue-
no pai-a volver y lo traía muy encargado. Otro
día muy de mañana fuimos al convento, recon-
ciliamos y oímos misa y recebimos al Señor.
Tornamos á visitar la iglesia de los armenios,
donde fue degollado Santiago. Llegamos á casa
de Anas, donde el Señor fue traído primera-
mente después de preso; es iglesia de armenios.
Enseñónos el padre guardián á dónde dieron la
bofetada á Cristo Nuestro Redentor, y en este
lugar lloramos amarguísimamente de rodillas y
le rogamos que por ella fuese servido salvarnos.
Enseñónos una oliva, y dijo que allí había es-
tado atado el Señor mientras salió Anas. Fui-
mos de allí al monte Olívete, que es agradable y
hay en él muchas estaciones. Tornamos á visi-
tar la iglesia de Nuestra Señora, y de allí nos
dijo cuando íbamos subiendo: Este es el lugar
adonde la Virgen vio á San Esteban cuando lo
sacaban á apedrear, y hizo oración hasta que
fue muerto (singular excelencia del santo, si el
padre guardián nos refería verdad); allí fue
apedreado y más arriba adonde recibió la cinta
Santo Tomás de la Virgen. Otro poco más
arriba es adonde le dijeron los Apóstoles al
Señor que les enseñase á orar, y les dio la
grande oración del Padre nuestro; está allí iina
iglesia caída. Más arriba está el lugar á do los
santos Apóstoles compusieron el Credo. Más
arriba está adonde, mirando á Jerusalén, dijo
el Señor que no había de quedar piedra sobre
piedra. Hay otras estaciones, así mezquitas
como iglesias caídas. En la cumbre está una
iglesia caída, y allí, sobre una gran piedra, el
pie del Señor cuando subió á los cielos; es una
estación devotísima. Enseñónos el lugar donde
estuvo la Virgen y los Apóstoles, y nos dijo el
santo guardián que hincados de rodillas le ado-
rásemos, y juntamente considerásemos la subi-
da de Nuestro Redemptor á los cielos en carne
humana. Y cierto que da un deseo de verle,
que de allí parece que íbamos con el alma y
pensamiento tras del á la bienaventuranza; sé
decir que todos dijimos que en tres lugares era
adonde habíamos sentido nuestros espíritus de-
votísimos, en particular que era allí, besando
aquel tan dichoso lugar y pie, y en el monte de
nuestra redempción, considerando el acto amo-
284
autobiografías y memoeias
roso y tan excesivo que Cristo obró en la cruz,
y en la iglesia do está el sepulcro de la Virgen.
Saliendo de allí fuimos por lo llano del monte
á una torrecilla, á do nos dijo que allí habían
venido los ángeles y hablado con los Apósto-
les. De allí se ve todo Jerusalén, y es pequeña
Y hermosa, por tantas torres y chapiteles y ca-
sas de piedra blanca. Bajado este monte fuimos
á Betania rezando todo el camino, con la con-
sideración de que el Señor lo andaba; habrá
media legua. Llegamos á Betania, que parece
un cortijo, donde están los más edificios caídos,
y casi todo es chozas de pastores. Entramos en
una bóveda que nos dijeron ser casa de Simón
Leproso, adonde el Señor cenó con Lázaro re-
sucitado y le ungió la Madalena, Visitamos el
sepulcro de Lázaro; aquí nos mandó hincar de
rodillas y que meditásemos en las lágrimas de
Dios. Visitamos la casa de Lázaro, que no hay
sino ruinas, pero grandes, y las casas de Marta
y María: todo está tal que para saberlo nos de-
cía: Aquí fue. Enseñónos el lugar desde donde
envió el Señor por el asna el día de Ramos.
De allí nos enseñó las ruinas de Jericó, y el
lago á do se consume el río Jordán, á do fue-
ron las ciudades destruidas. Y desde allí nos
enseñó también el monte donde el Señor ayunó
la Cuaresma.
Tornando para Jerusalén nos mostró un
lugar á do dijo fue el de la higuera que maldijo
el Señor, y una piedra en que estuvo sentado
cuando lloró sobre Jerusalén; y volviendo al
Olívete, volvimos á andar las estaciones; llega-
mos al muro, á do está cerrada de cantería la
puerta Áurea, por donde le recibieron el día de
Ramos. De allí tornamos por la calle de la
Amargura, y fuimos hasta la iglesia del Santo
Calvario, y volvimos á visitar las estaciones
que hay por el paso, que por estar ya dichas no
refiero. Envió el Bajá al Gobernador ó teniente
de la ciudad con las llaves, y así sin derechos
entramos dentro, que es admirable edificio y el
que más mueve á devoción y contemplación.
Hay nueve géneros de frailes en esta iglesia,
quiero decir de nueve naciones, porque todos
son de la religión del glorioso San Francisco;
cada una va diferente en sus ceremonias, y viven
en paz, porque tienen pena de la vida si se en-
tremeten los unos con los otros, y es lástima
de ver tantos ritos en una sagrada fe, lo cual
es parte para que los turcos sientan lo que les
parece de ver que cada uno diga que lo que él
hace se ha de tener. ¡Dios los traiga á un ver-
dadero conocimiento, pues son ovejas de un
rebaño! A la entrada desta iglesia es el lugar
do estuvo el Señor y le ungieron para ente-
rrarlo, y en la misma nave es el santísimo
monte Calvario; puestos en el coro que está
en Doedio de la iglesia, el un altar es de griegos,
y hay cuatro sillas de Patriarcas, y el altar es
muy galano, con muchas figuras de santos do-
rados. Es la iglesia de tres naves, y las de los
lados acaban en redondas. Cada nación tiene
su estación, y allí duermen y comen, que son
como capillas, con sus rejas para negociar con
los de afuera. Hay muchas lámparas, y como
la iglesia está siempre cerrada, lo de dentro
está abierto para todos. La primera estación
fue el lugar á do estuvo el Señor mientras le
ponían en la cruz y hacían el hoyo; es de la
nación maronita. Más adelante visitamos la
capilla á donde los soldados echaron suertes
sobre las vestiduras del Señor; es de surianos.
Más adelante está una silla de piedra en que
se sentaba Santa Elena mientras cavaban para
buscar la cruz. Hay doce escalones, todos de la
piedra del monte Calvario, á do se halló la cruz
y el título y clavos del Señor, y las de los la-
drones están muy cerca, á do estaban entram-
bas; estas dos capillas son de abisinos. Otra
capilla está más adelante, y allí hay un pedazo
de una columna en que el Señor estuvo sentado
cuando le coronaron de espinas; es de frailes
jacobitas. De allí subimos por diez y nueve
escalones al lugar del Calvario; son dos capillas
casi en medio de la primera nave. La primera
es el lugar á do fue ensalzado el Hijo de Dios
en el árbol de nuestra redención, y allí está el
agujero casi de media vara, con el brocal de
plata; allí metimos los pies, brazos y boca, y
dijo que era el lugar de más devoción de todos,
y se echa bien de ver, pues de mi parte sé decir
no quisiera apartarme del. Allí estuvimos muy
buen rato, porque cinco veces le adoramos y
rezamos. No nany apartados están los agujeros
de las cruces de los ladrones. Entre la del Señor
y del mal ladrón hay una abertura en la piedra
que es de ver, porque tiene más de un palmo
de ancho y siete de largo, que nos dijo el padre
guardián que aquella se había abierto cuando
el Señor expiró. Al otro lado es á do fue encla-
vado estando en la cruz en el suelo. Es de ver
estas dos capillas, y son muy de mirar las labo-
res, jaspes y primores que tienen. Hay cin-
cuenta y seis lámparas de todas las naciones
cristianas. La parte adonde el Señor estuvo
en la cruz es de los frailes gorgianos y la en
que le clavaron de los latinos. Bajando de aquí
llegamos en medio de la nave primera, adon-
de estaba una reja en el suelo, enfrente de la
puerta y reja que miran los de afuera, porque
de allá los que no entran adoran este lugar.
Está la losa adonde fue ungido el Salvador
delante de la Virgen y Marías y San Juan y
demás mujeres. Visitamos á la otra parte el
Santo Sepulcro; está á cargo de los latinos.
Allí hay altar; es desta manera: una capilla
pequeña cuadrada, y en medio está una losa de
PEDRO ORDOÑEZ ÜE CEBALLOS
285
• dos palmos y otros dos de grueso, que es don-
de estuvo sentado el ángel cuando vinieron las
Marías y les dijo que ya era resucitado. Lnego
está otra más pequeña, donde es el Santo Se-
pulcro y á donde resucitó, que es de gran con-
suelo, está un altar y es de una losa; lo de
abajo no se enseña ni dicen que jamás se ense-
ñó; es cuadrada esta capilla y por de fuera re-
donda, y un chapitel que hace una galana obra,
por las muchas colunas de jaspe que tiene, y
todo cubierto de losas. Lo alto es de figuras de
santos, que no se conocen de viejas; sólo la de
Santa Elena y de Constantino su hijo. Allí
cerca está otra capilla, donde hay dos losas, la
una en que estuvo el Señor y la otra María
Madalena, cuando le dijo: No me toques. Esta
es de frailes armenios. En el coro de los frailes
latinos, que está allí cerca, nos dijo que allí se
había aparecido á la Virgen, y en esta capilla
en la pared está un pedazo de la coluna donde
fue azotado el Señor, y tocamos así en este
lugar, como en todos los demás, las cuentas y
estampas. Los griegos tienen todo lo demás de
la iglesia, y hartas capillas. Estuvimos allí
aquella noche y otro día y noche, que no qui-
siéramos salir de allí, si no fuera para verlo.
Siendo mandados del Bajá, salimos deste santo
lugar y visitamos la capilla mayor por de fuera,
adonde fue el sacrificio de Abraham, que es en
el propio monte Calvario, y otra capilla á do
Melquisedech ofreció pan y vino. Estas capillas
tienen frailes de Etiopía.
CAPÍTULO VII
Acábase de dar cuenta de la ida á la santa
ciudad de Belén y de la vuelta á Túnez
y viaje hasta Berbería.
De allí, sin tornar al monasterio ni á nues-
tras posadas, determinamos ir á Bele'n, y así
en compañía del padre guardián fuimos una
cuesta abajo que salimos hacia do cae la puerta
del Calvario; subimos otra más pequeña á un
camino llano y agradable, aunque algo pedre-
goso y todo lleno de olivares y muchos árboles
frutales, viñas y caserías, y muchas torrecillas
que parece todo una calle muy hermosa. Todas
las más de aquéllas fueron casas de Profetas,
cuyos nombres nos iba diciendo. Hay en aquel
campo, como en espacio de dos tiros de arcabuz,
gran suma de piedras, todas como garbanzos
y de la propia hechura. Díjonos el guardián
que por tradición se dice que sembrando uno,
le dijo la Virgen si eran garbanzos y que le
respondió: No son sino piedras, y así se que-
daron piedras. Vimos el árbol tiribinto y reza-
mos allí, porque dijo haber estado la Virgen
á su sombra. Vimos el sepulcro de Raquel,
muy hermoso edificio. Vimos una cisterna de
agua á do los reyes orientales habían estado,
y se les tornó á aparecer la estrella. Vimos
una iglesia de griegos, que dijo ser la casa á
do estuvo Elias. Llegamos á la dichosa ciudad
de Belén, que es tan pequeña como Betania,
que apenas tiene sesenta fuegos. Llegamos á
la iglesia; avisó el guardián á los frailes fran-
ciscos latinos, y salieron, que todos eran hasta
trece, y como á su prelado lo reverenciaron.
Fuimos á Santa Caterina, que así se llama la
iglesia, y hecha oración fuimos á la iglesia gran-
de, y por la capilla descendimos veinte escalones
á unas capillas y crucero que está abajo. La pri-
mera capilla es donde degollaron muchos de los
inocentes por el Señor. Más adelante está un
sepulcro de San Ensebio, dicípulo de San Jeró-
nimo. Más adelante está el de Santa Paula y su
hija Eustoquia, y enfrente el de San Jerónimo.
Salimos de aquí; pasamos á do está el lugar
del Nacimiento, que parece se entra en el cielo;
y si en el suelo hay cielo, cierto que es éste.
Esta capilla es en la piedra viva y toda ella
muy hermosa; hay un altar de una losa, y de-
bajo es el lugar do nació el Hijo de Dios; está
señalado con una losa muy blanca y en medio
una estrella de jaspe. Aquí llegamos las manos
y cuentas, y besamos muchas veces. Hay gran-
des indulgencias, y en todas las demás las hay
también grandísimas. Más adelante está una
piedra como una pileta de mármol, á do fue
reclinado el Señor. Aquí se ve un peñasco que
da tanto contento que es cosa indecible. Entre
este peñasco y el pesebre está un altar de már-
mol, á do los reyes ofrecieron sus dones y á do
estuvieron los ángeles y pastores. De allí subi-
mos otra vez á la iglesia, porque esto está de-
bajo, como tengo ya dicho. La iglesia es famosa.
En la capilla está el lugar donde el Señor fue
circuncidado. Desde arriba vimos los campos
donde estaban los pastores. Viraos el cerro
donde estaban las viñas del bálsamo, que estará
una legua. De allí fuimos á la cueva en que
estuvo la Virgen y el Señor y San José escon-
didos cuando habían de irse á Egipto. De aquí
llevan tierra para las que no tienen leche, por-
que cayó en ella la leche de la Virgen. Este
día y otro visitamos todos estos santos lugares,
y eran tantos los mensajeros y priesa del Bajá
que no pudimos estar más. Dimos grandes
limosnas, pues cada uno de nosotros cinco
repartimos en todos los lugares, informándo-
nos del guardián á do era más menester, qui-
nientos escudos de oro. El padre guardián nos
pidió cosas que pensó que el Bajá no las había
de conceder muchas dellas, y sin faltar en todas
nos hizo merced, porque en lo secreto era cris-
tiano y sabía cómo el General su primo había
tratado de casar &u sobrina conmigo. Dionos
286
autobiografías y memorias
once llaves de diversos lugares, que dimos al
Guardián, y prometió favorecerle aunque lo
hacía. Hizonos á todos grandes presentes, y
con un amor como si fuera muy nuestro nos
despachó y e'l se partió á Trípoli, que es á don-
de asiste. Llegamos al puerto, á do estaba nues-
tra galera de vergas en alto, por el gran tem-
poral, bien bastecida de todo lo necesario, de á
donde partimos, pareciéndonos dejar allá el
alma, y porque en el camino no pasó cosa nota-
ble más del buen viaje, y que á veces todos
remábamos, y sin ver islas, que antes huíamos,
llegamos en tan breve tiempo á Túnez, que
pareció milagro. Dimos cuenta á los generales
de nuestro buen suceso, y las cartas. Holgóse
Don Juan de Cardona, por estar con cuidado,
que al fin una galera sola lleva riesgo.
De allí partimos la vuelta de España, dando
el general Mahomed grandes presentes al nues-
tro y haciendo sentimiento de su partida, que
un generoso corazón obligado siente el apar-
tarse de la cosa amada. En un puerto de Cer-
deña estaban las demás galeras esperando. De
allí llegamos á Mallorca y Menorca y á Ebiza,
y tomamos puerto en Alicante. A vista de Do-
ma encontramos dos navios ingleses y llegando
á preguntar: ¿Qué porta la nave y á dónde
iban? Respondió un inglés en medio castellano:
¿Qué porte la nave? Muche y buene pelote,
pólvore y otre municiones, y vamos al pillaje
con licencia de la reina. Dijo el general: ¡San-
tiago y á ellos! que nosotros tenemos licencia
del rey para castigar ladrones. Echamos el un
navio á fondo, y queriendo entrar en el otro se
pegaron fuego y se quemó, y así perecieron por
su atrevimiento.
Venían en esta galera del capitán Felipe de
Andrade los amigos captivos que habíamos
hecho vínculo de amistad. Don Juan de Car-
dona se fue con las seis galeras hacia el Con-
dado, mandando á la nuestra y á otra llegasen
á Ceuta y á otros puertos, á cosas que debían
de convenir, y así llegamos por intercesión del
capitán, y nos dio licencia el general portugués
para entrar en la tierra adentro con el fraile
que iba á rescatar captivos, como que á buscar
compañeros; y así llegadas las turbas ó cáfilas
que vienen de los moros á Ceuta, salimos con
ellos hasta Tetuán, y de alH á Marruecos, y nos
holgamos de ver aquella ciudad, que cierto es
famosísima y tiene una torre que es lo propio
que la de Sevilla; sólo difieren el remate, y así
se dice que el que las hizo fueron tres las que
fabricó, y que en el mundo no hay otras como
ellas, que son las de vSevilla, Marruecos y la de
Tripuli de Su ría. De allí fuimos (en demanda
de un Benalcázar, que había captivado con estos
caballeros) á la ciudad de Fez, que fuera de
Marruecos es la mejor de Berbería.
Lo que tengo que decir deste viaje es haber
visto todo lo que hay que ver en aquel reino,
y tanta diversidad de gentes, turcos, geníza-
ros, moros, judíos, alárabes y renegados, que
todos son tan diferentes como si lo fueran en
leyes. Los turcos son valerosos celadores de su
ley, pero de perversas costumbres, porque son
soberbios, ambiciosos, jatanciosos, envidiosos,
avarientos, comedores, y sobre todo muy malos
en el pecado nefando. Los genízaros tienen lo
propio, sólo les falta el ser viciosos en este pe-
cado; digo esto en general, porque en particular
algunos hay que son tales como sus compañe-
ros. Los moros son más humildes, más enemi-
gos de cristianos y en ninguna manera son
manchados en el pecado contra naturaleza; no
son muy celadores de su secta, y son menos
valientes. Los alárabes, que allá les dicen ára-
bes, tienen dos contrariedades grandísimas, por-
que tienen muchas buenas propiedades de apa-
cibilidad, aunque tienen mucho malo en otras
costumbres; sólo en una cosa en particular se
señalan, que es en aborrecer el vicio ya dicho,
y así lo castigan con rigor y de ninguna manera
celan su secta; son dadivosos, compasivos por
una parte, y por otra son rigurosísimos, angos-
tos de corazón y apretados; son amigos de
cristianos, de donde se precian descender, por-
que dicen que los de Arabia Feliz, de donde
ellos descienden, proceden de cristianos. Los
renegados son gente por extremo mala, porque
ni creen en Cristo ni en Mahoma; en lo público
son moros y en lo secreto demonios; son blas-
femos, jugadores, ladrones, inconstantes, ami-
gos de mujeres, y fuera del pecado nefando no
hay vicio que no tengan, en fin, como gente
traidora á su Dios. Los judíos son hipócritas,
ceremonieros, cobardes, logreros y se precian
de engañar, y certifico haberme dicho uno que
estaba en Oran, y muy rico, y tenía un hijo
cristiano y capitán de infantería española, que
el día que no engañaba á alguno no comía con
gusto.
Rescatamos todos los demás del navio per-
dido de las Indias, que por todos fueron treinta
y seis, que solos cuatro faltaron, que los debían
haber pasado á Constantinópoli ó á otras par-
tes, y así volvimos hasta Ceuta, con mil acae-
cimientos de aquel caballero que rescatamos en
Fez, y una hija de su amo que se vino tras del.
La tierra de África es buena y fértil, no
muy poblada de ciudades y villas, que es donde
habitan los moros. Los demás campos lo son
nmcho de los árabes, que los continúan porque
no viven en poblados; hay trigo, cebada y ca-
ñizo, que es la semilla de que por tiempo del
año usan para comida, y así no hay falta, que
si comieran todo el año pan de trigo, según la
gente que hay, faltara sin duda, porque como
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
287
cada uno tiene las mujeres que puede susten-
tar, engendran mucho y tienen infinitos hijos.
Hay infinidad de langosta. ¡Sea Dios servido
de traer esta tierra á su conocimiento verdade-
ro, que para España le valdría mucho!
En nuestras galeras llegamos á Sevilla con
próspero viaje, donde aquellos caballeros me
pagaron muy noblemente lo que me debían, ha-
ciéndome mil regalos y agradecimientos, donde
me pasó lo que en el siguiente capítulo diré.
CAPÍTULO VIII
De diversas cosas que pasaron en Sevilla,
y la ocasión de dejar las ¡/aleras.
Por ir con la corriente de la historia me será
forzoso el haber de contar la razón y motivo
que tuve para dejar de ir con las galeras. Yo
certifico que era muy de mi gusto este ejerci-
cio, y aun me había de ser de mucho provecho;
mas como la envidia es madre de traiciones y
el blanco (aunque harto negro) de los envidio-
sos es no poder ver sucesos prósperos en los
que envidian, fue necesario el quitarme delan-
te por el caso que contaré.
Con las ganancias del buen suceso del Ar-
chipiélago me quedaron limpios más de cuatro
mil ducados; considerado que repartidos bien
y con magnanimidad se alcanzan amigos, lo
hice, socorriendo necesidades de soldados, y
esto con tanta liberalidad que en breve tiem-
po oí decir á muchos que los tenía obliga-
dos con buenas palabras y mejores obras, y
por esta razón era querido de todos. No lo fui
menos del General, y así decía hartas veces que
le había pesado de no darme la bandera, y que
deseaba ocasión para poderme ocupar, por lo
cual me encargaba todos negocios que se ofre-
cían de cuidado; por esta razón fui envi[di]ado
de dos soldados oficiales de la galera del capi-
tán Felipe de Andrade, [que] en secreto le de-
cían que no se hacía cosa que no fuese con ella
al General, y aunque le serví con el gasto de la
jornada de la Tierra Santa y decía ser mi pa-
riente (como queda referido), no bastó todo
esto para que no les diese crédito á las traicio-
nes de los envidiosos, y así, estando yo un día
durmiendo en popa, dijeron: Ahora le envía el
General á proveer bastimentos y municiones, y
iremos con él, y si sucede bien no volverá, que le
habernos de matar. Todo lo oí, porque he teni-
do siempre un sueño ligcrísimo. Disimulé y
hice como que recordaba y levantado dije: Ca-
balleros, ¿jugaremos? porque me tengo de par-
tir en breve. Di jome el capitán: ¿Adonde es la
partida breve? Mire vuestra merced no se diga
el refrán: Quien breve parte nunca vuelve. Yo
no me di por entendido. Armóse juego, adonde
gané todo el dinero. Decía uno: Parece que
vuestra merced se quiere morir, según anda de
venturoso. Otro dijo: ¿No veis que es provee-
dor general? Respondió el capitán: Estos car-
gos los solían dar á los capitanes por su rue-
da, mas ahora todo lo manda el señor bachiller
Pedro Ordóñez. Respondí yo con otros chistes
de placer, no dando á entender que lo advertía,
ofreciéndome á todos y dando grandes baratos,
que con ganar más de quinientos reales di aún
de mi dinero. Aquellos dos oficiales y alférez,
mirándose, encogían los hombros y arqueaban
las cejas, no sé si diciendo: Ya nos paga la
muerte que le pensamos dar, ó ¿cómo se la
daremos á quien tanto desea agradarnos? Por
hacerse ya tarde partí desde Cádiz al Puerto
de Santa María, y en el camino fue servido el
Señor que aunque salieron, sucediese tan bien
que no sirvió más que de alborotar y que se
descubriesen los celados enemigos y h s capi-
tanes conociesen mi razón y cuan sin culpa es-
tuviese. No por esto cesé de hacerles bien, pues
pareciendo delante su señoría le supliqué con
grandes veras mirase de cuánto provecho eran
aquellos oficiales, y para el uno pedí le diese la
vara de alguacil real, que era la que yo tenía, y
reconciliándome con todos partí para Sevilla
con los amigos rescatados como dicho queda.
Llegados á Sevilla tornó á retoñecer el tra-
bajo de la enemistad de aquel caballero (que no
hay mayor trabajo que enemigos). Di jome el
maestro Pedro de la Madalena Soto, pariente
mío, que le había hablado y jurado que aunque
fuese en la plaza de San Francisco ó en la igle-
sia que me había de hacer quitar la vida si no
me iba de Sevilla, y así el proveedor general de
las galeras y armadas , como siempre me favo-
recía, me dio una gran comisión para Ecija.
Fui á esta comisión, y habiéndola acabado
con mucha satisfacción, viniendo de Ecija á Se-
villa oímos en una quebrada voces como que
pedían socorro; acudiendo hallamos un hidalgo
atado en una espesura, que salteadores habían
robado y despojado hasta de la camisa, que fue
necesario vestirlo. A este vide en breve tiempo
casarse y ser jurado, y después veinticuatro de
Sevilla y otros cargos, dándole Dios docientos
mil ducados y mayorazgo, y le oí decir que todo
aquel bien le hacía el Señor por lo que respetó
y reverenció á sus padres, sustentándolos y re-
verenciándolos.
Llegado á Sevilla esta vez, y antes, hice
harto en defenderme de los traidores que con
promesas y pagas tenía granjeados mi enemigo,
que si hubiera de contar los varios sucesos y
los trances peligrosos que me acontecieron,
fuera alargar mucho este discurso ; sólo digo
que nueve veces me vide en peligro de muerte
con pendencias muy travadas, en que tuve ne-
288
autobiografías y memorias
cesidad de los amigos, y cuan bueno sea tener-
los la experiencia nos lo enseña, y yo lo experi-
menté con lui grande amigo Pedro de Lomelín,
y mi criado Marcos Ortiz, y con el favor del
gran marqués de Peñafiel, que era valentísimo,
y de Don Alonso Melgarejo de Giizmán, pues
libraron mi persona mucbas veces déla muerte,
poniendo á riesgo las suyas.
CAPÍTULO IX
De un viaje que hice á Sanlúcar y lo que allí
pasó, con algunas cosas del rey D. Sebastián.
Partí de Sevilla para Sanlúcar como deste-
rrado, pues iba contra mi gusto, y con necesi-
dad de llevar en mi compañía seis arcabuceros.
Llevé una comisión del proveedor general para
el Condado y Algarbes, y para despachar y
aviar la gente castellana que iba á la guerra de
África con el rey Don Sebastian de Portugal.
Llevaba cartas para el duque de Medina Sido-
nia. Llegado entre Bonanza y Sanlúcar tuvi-
mos un rebato (que donde quiera hay peligro),
y fue que una galeota de turcos de Argel con
temporal se entró por la barra y vino á dar casi
sobre nosotros. Saltaron cinco turcos en nues-
tra barca, y los demás en tierra, que retiraron
la gente hasta el baluarte de la playa y allí se
defendían con gran brío. Púsose el pueblo en
arma y el castillo disparó á la mar algunas pie-
zas. Acudió Su Excelencia, y prometiéndoles
no matarlos ni echarlos al remo se le rindieron.
De 'los cinco de mi barca al entrar con las esco-
petas mataron los tres, y uno de los otros dos
mató á un marinero de los míos y se asió á
brazos con Pedro de Lomelín, que dio con él
debajo y le desarmó. Yo embestí con el otro y
Ortiz, y pidiéndole que se rindiese me dijo en
español si era yo el capitán ; díjele que sí, y así
me dio las armas y dijo al caído que se rindiese,
y luego lo hizo; di jome que lo tuviese yo por
mi esclavo, y que su rescate sería bueno. Llé-
velos á la presencia del duque, y dándole las
cartas me dijo: Toma esos dos captivos para
vos, y acudí á palacio. Llevé los turcos á mi
posada y aquél me dijo: Dame libertad á mí y
á éste y fíate de nosotros , que el rescate será
bueno. Yo le dije: Sin rescate ó con rescate
eres libre ; haz de ti y de tu compañero á tu
gusto, y mira lo que has menester. Diome las
gracias y dijo que sólo irse. Yo .besé las manos
en palacio al duque, y sobre la comisión que
llevaba me dio otras y la bandera de Don
Alonso de Aguilar, un gran caballero de Cór-
doba que pasaba á África. Partí y llegué á
Ayamonte, y de allí á Faro y Tuvila, y por
todos aquellos puertos hice el oficio de mi co-
misión, despachando la gente y municiones con
gran presteza , y por tener nueva que la Ma-
jestad del rey Don Sebastián había llegado á
Cádiz, vine, á do hallé mis turcos ya sanos de
algunas heridas que habían recebido en la re-
friega; aviólos dándoles algunas cosas, con que
partieron obligados. Partí de allí á Málaga y
otras partes á mi comisión, y haciendo viaje de
Málaga hacia Denia fuimos asaltados y presos
de dos galeras y llevados á la capitana del co-
sario. Vídeme preso y captivo de mi turco, que
me dijo: ¿Qué te pai*ece que rueda da la fortu-
na? Respondí: Desta prisión yo tengo la culpa,
que si no te diera libertad no me viera esclavo
de ti. Respondió riéndose: Libre eres tú y los
tuyos, y quiero decirte ahora quién soy y pagar-
te mi rescate, que sólo por eso vine; y así me
mandó dar mil cequíes, y dijo: Yo soy hijo de
Morato Corzo, que fue rey de Argel y murió
captivo en Malta, y nieto de Morato, renegado,
que ganó renombre de Grande, de quien tembló
el mundo, y soy teniente de Ochali, rey de Ar-
gel y gran Bajá de la mar, que es el cargo que
en España príncipe de la mar; y así nos envió
con dones y libres, ofreciéndose mucho y dicien-
do muchas veces: Haz bien y no cates á quién.
Rescaté un fraile bernardo que estaba al remo.
Vuelto á Cádiz, como los portugueses de-
cían que el ganar á África lo tenían por jorna-
da muy segura y cierta, de los castellanos se
despidieron más de tres mil hombres y entre
ellos mi compañía. Vide allí en Cádiz hechos
grandiosos deste famoso rey Don Sebastián, de
fuerza increíble. Un día corrió carrera pública
en una calle, y á la segunda se asió de una reja,
y se vio alzar al caballo entre las piernas, y con
la gran fuerza desencajó la reja, que vino sobre
él, y si no acudiera gente le sucediera una des-
gracia. Otra vez corrió en la plaza, y en el pilar
que está en medio de las casas del cabildo em-
bistió el caballo con tan inmensa furia, que
dando con la testera cayó muerto, y también
tuvo necesidad de breve socorro. Diéronle otro
caballo, que lo escaramuzó con gran gallardía,
porque era extremo de naturaleza puesto á ca-
ballo, gentil hombre, robusto, valentísimo, y
sobre todo un gran cristiano y limosnero.
CAPÍTULO X
Del primer viaje que hice á las Indias
y pérdida en la Bermuda.
Estaba de partida Don Diego Maldonado
por General, y á tomar cuenta de los galeones
á Don Cristóbal de Eraso, que lo era dellos, y
fue forzoso partir luego con todos los amigos
de las Indias que rescaté. No se hizo hasta en-
tonces más próspero viaje, porque en ocho días
surgimos en Canaria, en treinta y dos en la
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
289
Dominica y en once en Cartagena. Llegados
allí, se fueron los amigos por el río grande de
Madalena, dellos al i-eino, otros á Cali y el
arcediano Don Francisco Galavis á Quito, á
do estaba proveído por arcediano. Hubo allí un
día una gran refriega, porque Don Cristóbal no
se dejaba visitar de Don Diego Maldonado, y
un caballero romano que se decía el capitán Vi-
santi, marido de la Romana la rica, dio un bo-
fetón á otro. Hubo muchas prisiones y secres-
tos y grandes encuentros de jurisdiciones. Era
aquel gran cristiano Martín de las Alas Go-
bernador de Cartagena, y se entró de por me-
dio y concertó á los dos Generales que en la
capitana de los gajeones viniesen ambos á Es-
paña, y así se hizo; mas sucedió al uno dellos
al reve's de lo que se imaginaba, porque en
saliendo, en una punta de aquéllas con una
barca hizo echar el General de los galeones á su
visitador en tierra, y le dejó allí y se vino á Es-
paña, y fue milagro, á cabo de dos días, pasar
una canoa y traerlo á Cartagena, tan enojado
de la burla que aprestó un navichuelo y me
mandó partiese con los papeles á España, que
en siete días llegué á la Habana y no tuve nue-
vas de los galeones, mas que en la punta de
San Antón habían visto unas velas; partí otro
día, y en tres desemboqué por la canal de Ba-
hamnr con un viento deshecho, y al desembo-
car con más furia, que cada momento enten-
díamos perecer. Otro día nos vimos tan cerca
de tierra que con hacerse todas las diligencias
posibles no se pudo remediar que no encallase
el navio y se abriese. Salió toda la gente, unos
en tablas, otros arrojándose, otros á nado, que
era un espectáculo de lástima ver tanta grita y
confusión; unos desnudos, otros con poca ropa,
y el que más en camisa y calzones de lienzo;
sólo peligró una mujer de un Contador y una
negra suya y un marinero, que por sacar un co -
fre de oro deste Contador se quedó allá. Per-
diéronsele cuarenta mil pesos, la mujer y ne-
gra, y á mí mil y quinientos ducados que traía.
En todo aquel día y en el siguiente echó la
mar muchas cosas, que la gente de la mar cogía,
entre las cuales fueron unas petacas de bizco-
cho y otras de quesos y jamones, dos pailas,
dos valdés, tres espadas y alguna ropa, que se
repartió entre todos, y hubo capa que se dio á
diez compañeros; sólo á las mujeres se les dio
todo lo necesario; el que mejor libró en esto fui
yo, que me arrojé vestido, y Marco Ortiz y
algunos que no sabían nadar; saqué la cajuela
de los papeles, que me la arrojó desde el na-
vio Ortiz, y dos capas. Traía en la cajuela,
que era á modo de escritorillo, docientos rea-
les de á ocho, y dos pedacillos de oro, y otras
cosillas.
Cuando la inclemencia del mar y de los vien-
tos acabó con nuestro navio, y vimos caer los
árboles y hacerse pedazos los unos con los otros,
y las jarcias y demás tablazón, cuál de nosotros,
como despertando de un profundo sueño, decía:
¿Qué haremos, que ya se lleva el mar nuestro
remedio? Cuál con más espanto decía: Mira el
timón, que era nuestro gobierno, cuál se despa-
rece. El piloto, con un suspiro salido de lo
íntimo de sus entrañas, dijo: Todo esto es aire,
y no es pérdida, según la que nos espera, por-
que por nuestros pecados nos ha castigado Dios
en ocharnos á la isla de la Bermuda, á do no
hay esperanza de salir para siempre jamás, sino
perecer, y lo peor será de sed, que estaremos
rodeados de agua para más tormento y rabian-
do nuestras entrañas no hallaremos una gota
de agua. Yo estaba sentado encima de mi escri-
torilln, pensando que mi pérdida, fuera de la
del Contador, y en su tanto, había sido la ma-
yor, porque el navio, que valía dos mil ducados,
me lo había dado el General, y promesa de otros
dos mil, y si llegaba á Madrid antes que Don
Cristóbal de Eraso otros cuatro mil; y lo que yo
había perdido de mi hacienda, y la grande oca-
sión de ir á Madrid, y que por lo menos me
daría ser capitán de un galeón ó me quedara
en Madrid con algo bueno; y luego oir las pala-
bras de aquel piloto, fue necesario lo primero
el favor del Altísimo y mi gran corazón para
no desfallecer; y así me levanté en pie y lo
mejor que pude les persuadí la paciencia en los
trabajos y la perseverancia en sufrirlos, con
esperanza que sería Dios servido por su mise-
ricordia perdonar lo que nuestros pecados ha-
bían causado. Y enderezando mi plática al Con-
tador, que era un hombre muy venerable, le
procuré consolar en tan gran pérdida, ponién-
dole por delante los hijos que el Señor para su
consuelo fue servido dejarle, y le ofrecí el cargo
que yo tenía, y le puse en las manos an bastón
que yo tenía en las mías; todos lo tuvieron por
bien, y juraron obedecerle.
La gente de la mar sintió en alguna manera
que hubiese cargo perpetuo, y como ellos eran
más y los que tenían las armas, que eran tres
espadas, dos dagas y dos cuchillos, se juntaron
y dijeron que pues no habían de salir de allí,
que se repartiesen las mujeres, y ellos querían
que fuese entre ellos y luego por suertes, ó que
cada tantos tuviesen una. Acudí á ellos, y en-
tendiendo su locura les dije tantas razones que
callaron y dijeron que fuese yo escribano per-
petuo, y tuviese un cuadrante, que les dije ha-
ría, para que en el servir nadie fuese agraviado,
y en lo de las mujeres les prometí la mayor
parte cuando fuese tiempo, y les pedí las armas,
las cuales me dieron luego, porque tenía los
más de mi bando; y asi di la una espada al
Gobernador, espada y daga tomé yo, y la otra
290
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
se quedó para el que tuviese el cargo de algua-
cil mayor, y los cuchillos y un machete y una
mala dagnilla se quedó para lo que fuese nece-
sario. Votáronse dos alcaldes semaneros, que
fueron el piloto y maestre del navio, y alguacil
mayor, que fue un hijo del Contador, que tenía
dos hijos y cuatro hijas, y dos negras y una
negrilla. Otro hombre pasajero casado, con mu-
jer y dos hijas pequeñas, y otra negra, y una
beata vieja, y su negra. Había tambie'n otra
mulata viuda y dos hijas, las cuales perdieron
diez mil ducados, donde todas las mujeres eran
quince y los varones ciento y ocho.
Hacia aquella parte en aquella isla no hay
cosa viva, si no es un género de animalillos que
se dicen armadillos; es de tal costelación que
los pájaros que vienen de otras islas en lle-
gando á aquella se caen muertos, y el pescado
que toca allí en tierra asimismo, que la saca y
resaca del mar dejaba siempre gran cantidad.
No hay leña ni árbol en toda la isla, y no falta
leña de la que arroja el mar, y como se sabe
hay alguna que torciendo la punta de un pa-
lillo sobre otro atravesado á pocas vueltas sale
lumbre. Yo tenía papel y escribanías en mi es-
critorillo, y en una arca del Contador y en otras
dos había papel blanco y escrito harto. Hice
luego el cuadrante, repartiendo los oficios con
mucho orden, tantos á coger leña y á buscar el
agua, tantos á coger el pescado que echa la
mar, tantos á buscar los pájaros que caen muer-
tos, que es grande la cantidad que cae, en par-
ticular de los que dicen pájaros bobos; otros á
coger armadillos, y los nadadores y fuertes que
pasasen unos bajíos á pedazos de islas que se
descubren, por palos y bihaos, para hacer cho-
zas, por la inclemencia del sol, y otros oficios y
cosas necesarias, todo lo cual se cumplía con
puntualidad, y las mujeres guisaban y lavaban,
con todo lo demás á su estado conveniente.
Hiciéronse cinco casillas muy largas y bajas
de palos y cubiertas con hoja de bihao por el
sol y el agua; las mujeres en una sola; la guarda
por la una parte fue el casado, y por la otra la
beata y su negra; todo lo demás se dispuso
como para quedarnos allí para siempre.
CAPÍTULO XI
En que se acaban de contar las calamidades
de la isla y el milagro con que el Señor nos
lihrú.
Todo lo referido, con todos los demás traba-
jos que en la Bermuda se pasaron, como fue el
dormir en el suelo, el mal comer, la poca espe-
ranza de salir de allí y otras mil calamidades
y miserias, todo ello no llegó á lo que todos
sentimos cuando el primero y segundo día se
volvían los que iban á buscar el agua con las
nuevas de que en toda la isla no la había. El
día tercero pusimos otras dos cruces desviadas
de la primera que pusimos en llegando junto
á los ranchos y como á verdadero estandarte
de Cristo; cada uno hizo la suya de palillos, y
al amanecer, puestos en orden, cantando las le-
tanías, hicimos dos procesiones los varones á
la una cruz y las mujeres á la otra, y en ella
estuvimos de rodillas casi tres horas, pidiendo
á Dios, por aquella sagrada señal, hubiese mi-
sericordia de nosotros. No había en toda nues-
tra compañía más de la imagen de la estampa
que yo llevaba al cuello de la limpísima Con-
cepción y del glorioso San Gregorio, que recebí
en Roma, y en otros dos rosarios de la beata y
su negra dos Verónicas y el beato padre Fran-
cisco Jabierre, de la Compañía de Jesús, que
en cada procesión se adoraron. De allí nos le-
vantamos, y de dos en dos se repartieron por la
isla á buscar agua. Los viejos se volvieron en
procesión y las mujei-es á los ranchos. Parti-
mos el alguacil mayor y yo, llevando en com-
pañía un pajecillo, que lo había sido del navio
portugue's. Acordamos irnos derechos á unas
peñas, más abajo de donde nos perdimos, y mi-
rar si víamos entrar agua en el mar. Camina-
mos más de dos leguas, y con el gran calor y
sol que arde allí íbamos tan cansados que nos
sentamos casi para dar el alma, perdidos de sed.
Llegó el portuguesillo al canto de una peña, y
mirando toda aquella orilla dando voces me
llamó, y dijo que se veía muy allá adelante en-
turbiarse la mar después de la resaca, que le
pareció era arroyo. Dejámoslo alH para que nos
avisase, y fuimos la playa abajo hasta que nos
anocheció, y así pasó aquel día; al amanecer
no podíamos hablar de sed. Fuimos más abajo
como dos tiros de escopeta, y mirando la seña
del portuguesillo vimos sahr un gran arroyo de
agua. Don Francisco dio orden y bajó con
harto trabajo. Satisfízose bien de agua y que-
dóse dormido. Yo anduve de la una parte á la
otra, hasta que se me hundió un pie, y cavando
en la arena con mis manos descubrí el agua y
me satisfice, y me quedé también dormido. El
pajecillo vino derecho, y debió de llegar presto;
hizo lo propio y se durmió. El alguacil mayor
recordó, y dando voces recordé yo, y recor-
dando asimesmo el chiquillo, le dije que no se
quitase de allí, y partí con priesa á la ranche-
ría, y con caminar mucho me anocheció media
legua de la gente; así como me columbraron,
antes que anocheciese partió el hijo del gober-
nador con la hermana grande, y allí le encontré
y me dijo llorando: Padre mío, ¿hay agua? por-
que ya todos queremos expirar, y si no fuera
por los orines ya fuéramos muertos. Dile agua
de una bota que traía, y díjeles que caminasen.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
291
pues hacía luna. Yo llegué á la gente, y me dio
tanta lástima que no es explicable; porque al-
gunas mujeres estaban carleando, la lengua
sacada, y en particular las mncliachas; fueron
bebiendo un poquito cada una, con que cobra-
sen ánimo; partimos todos aquellos arenales
abajo, caminando como gamos; Íbamos carga-
dos de comida. Llegamos con sumo contento
de todos; queríanse todos arrojar á beber, pero
no consentí que bebiese nadie sin comer. Fue
Dios servido que no murió ninguno, habiendo
los postreros que vinieron cinco días que no
habían bebido sino solos los orines. Trujéron^e
allí los ranchos , porque decían las mujeres que
más querían agua que todo cuanto podían tener.
Cumplidos los ocho días votamos entre los cin-
co otros dos alcaldes y alguacil mayor, y solos
éstos eran privilegiados del trabajo, y en cin-
cuenta y siete días que allí estuvimos no hubo
otra cosa de contar, sólo que algunos pedían mu-
jeres, á los cuales entretuvimos con palabras.
Un miércoles al amanecer, entre los que re-
partíamos por velas ó centinelas para ver si
columbraban gente, nn marinero vino diciendo
que con el mal tiempo venían cinco piraguas
de indios. Y así enviamos gente que de repente
los cogieron y echaron fuera de las piraguas.
Luego comenzamos á embarcar lo que era de
consideración, y dejando algunos indios y todas
las indias en tierra, nos embarcamos todos re-
partidos en las cinco piraguas, y partimos de
allí con el mayor contento que imaginarse pue-
de. Hasta la Habana no acaeció cosa más de
que desembarcamos en el golfo, y de allí por
tierra fuimos á San Cristóbal de la Habana. Y
dando aviso un indio de la tierra se pusieron
en arma, y el Gobernador, que entonces era
Don Gabriel de Montalvo, hermano de Don
Jerónimo, alguacil mayor de Sevilla, que ambos
oran del hábito de Santiago (^), saliónos á re-
cebir, y fue singular el contento que tuvo cuan-
do supo que venía yo allí, porque era gran se-
ñor mío. A la entrada del pueblo salieron las
cruces, el vicario y toda la clerecía y los frai-
les, y nos recibieron cantando Te Deum lauda-
mus, dando gracias al Señor por habernos
librado de un trabajo tan grande, donde jamás
tal se había visto, y así hallamos en la isla por
las peñas y en piedras escritas memorias de di-
versos navios que allí se habían perdido. Vis-
tieron toda la gente, y era cosa de admiración
ver lo que enviaban á las mujeres de presentes,
porque es la gente de aquella tierra muy cari-
tativa.
Luego di orden de comprar un navichuelo,
que costó ochocientos ducados, los cuales pagó
(') En esto no miente el buen Ordóñez. Las pruebas
de dichos señore?, verificadas en los años 1566 y 1572,
se conservan en el Archivo Histórico Nacional.
el General en llegando. Quiso venirse en mi
compañía el Contador y sus hijos, el piloto y
maestre, y muchos de les marineros, y en todo
el viaje no nos acaeció cosa más que muchos
golpes de agua que á veces nos mojaban. En
treinta y cinco días reconocimos la isla de Santa
María. En las Terceras tomamos refresco y en
otros siete días surgimos en Sanlúcar. Había
diez días que había llegado Don Cristóbal de
Eraso. Partí luego á Sevilla y notifiqué á Don
Cristóbal no saliese de la villa hasta ser visita-
do de Don Diego Maldonado. De allí fui á la
posta con los papeles á Madrid. Tenía hechas
grandes prevenciones, y con todo eso alcancé
tres cédulas contra las que había alcanzado y
torné á Sevilla dentro de veinte días. Llegó
Don Diego Maldonado trece días después, y
me hizo mucha merced, y entre otras una fue
que habló al que me seguía siempre, y le pidió
me dejase y me reconcilió con él, lo cual tuve
en mucho. Fui á Alonso de Andrade y le su-
pliqué hiciese amigos los Generales, y con su
gran ser y prudencia lo hizo. Vino á esta oca-
sión cédula al doctor Antonio González, que
entonces visitaba el Santo Oficio, para visitar-
los á entrambos, en que pasaron grandes co-
sas, las cuales dejo por no detenerme. Sólo
acabo con que por las paces y por otros nego-
cios que hice entonces por ambos recebí mil
mercedes, así de dinei'os como de honra.
De Sevilla hice dos viajes á Francia por tri-
go, en los cuales gané gran cantidad, aunque
poco ahorraba, pues parte daba y parte gasta-
ba. Pidióme el marqués de Peñafiel me fuese
con él á Madrid. Sucediéronnos en este viaje
cosas gravísimas, y algunas tales que nos oca-
sionaron á habernos de salir de allí y á la posta
ir por diversas partes: y venimos á la ciudad
de Oporto en Portugal, y allí nos embarcamos
en un navio inglés y fuimos á desembarcar á
San Juan Dangeli, y de allí tornamos á correr
la posta hasta Ginebra, que es una famosa ciu-
dad de gente francesa que vive en libertad de
conciencia. Hay de todas naciones y sectas,
digo herejes, que como no obedezcan al Pontí-
fice pueden vivir allí. Pedida licencia á la seño-
ría y dicho que éramos católicos, se nos con-
cedió por doce días, atento que el Marqués era
tan gran príncipe y venía á ver su ciudad y
gobierno y buenas leyes, como se dirá.
CAPÍTULO XII
En que se trata las cosas que pasaron en Gi-
nebra y otras partes de Francia,
Entramos en esta famosa ciudad, que muy
bien se le puede dar este nombre, pues es una
de las bellas del mundo, porque tiene muchos
292
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
muroi? y contramuros, fosos y contrafosos, que
es de ver. Hallamos allí al capitán Francisco
Zapata, un famoso soldado y buen cristiano,
que nos hospedó. Estaba á la sazón allí un frai-
le do cierta orden, al cual habíamos visto en
Indias, y se había venido á esta ciudad y casa-
do y era bodegonero, el cual nos regaló mucho
y enseñó toda la ciudad. Llevónos una noche á
oir sus predicaciones, que cierto los ignoran-
tes, cuanto más los que algo saben, echaran de
ver muy á lo claro sus maldades. Este volvió
despue's á las Indias, y por sustentar errores
heréticos lo echaron en galeras, y por quererse
huir dellas se ahogó, donde comenzó á pagar
la pena de sus culpas. Encontré con otro fran-
cés que había estado en el Pirú, y deste nos
informamos de sus cosas, y nos dijo tantas y
tan bajas que no las escribiré por no parecer-
me ser razón que ninguna pluma cristiana las
emprenda. A éste, por tener buenos propósitos,
le prometió el marqués todo el favor posible con
el Pontífice, y así lo cumplió después, y alcan-
zando perdón de su yerro se vino á Sevilla y
acabó su vida santamente sirviendo en el con-
vento de la Cartuja de la misma ciudad de Se-
villa.
Acabado el tiempo de la licencia salimos de
allí once españoles y fuimos por todos aquellos
pueblos hasta la Rochela; yo hasta entonces no
había visto fuerza tan inexpugnable, que con
razón es tan celebrada por el mundo, pues tie-
ne grandes fosos llenos de agua, muchas to-
rres, baluartes, terraplenes y artillería muchísi-
ma, infinita guarda y soldadesca, y tan bien
diciplinada que puede competir con las mejores
del mundo.
De aUí embarcados fuimos á Cales; cuatro
leguas de allí estaba Don Alonso de Vargas,
el cual era General de la gente de Bretaña que
el gran Felipe II enviaba en favor de aquel
duque. Este caballero fue uno de los mayores
soldados que ha habido en el mundo. Tenía
nueve mil hombres, los tres mil españoles; un
día se amotinaron por las pagas, y nombraron
por general al príncipe de Asculi. El General le
envió (^) á decir de secreto que lo acetase, y fue
trato que yo fuese y viniese con los recaudos á
los Generales, y así lo hice con harto riesgo de
mi persona. Y así en secreto y por cifra decía
los avisos. Despacháronme de allí á Bretaña al
Duque que viniese con la gente, torné y traje
aviso cómo llegaría la gente de Francia breve-
mente, y que les hiciese cara algún tiempo has-
ta que se viese lo que convenía. Tornamos á
conciertos con los amotinados, los cuales esta-
ban indignadísimos, diciendo que todos los con-
ciertos eran falsos, y así un día me arrimaron
(') En la edición, enrié.
para empicarme si no les decía la verdad. Quiso
Dios que otro día se descubriesen los enemigos
en dos campos. Habíales dado una paga el Ge-
neral y prometido las demás, y grandes perdo-
nes, sin género de castigo; se volvieron á su
principio, y se quedó por entonces secreto todo
lo que había pasado hasta su tiempo.
Como vido el General que los enemigos se
acercaban y que no podía vencer si llegaban á
las manos, hizo un ardid y una extratagema
de prudente capitán, y fue que como estaba so-
bre un cerrillo y una montañuela de arboleda,
hizo banderas de sábanas y de pedazos de ca-
misas teñidas que campeasen, unas de un color
y otras de otro. Y un día desde las ocho hasta
más de las tres de la tarde entró gente, que-
dando las banderas y bultos de paja con sus
sombreros y palos á modo de personas, y arca-
buces, y picas, y cajas, y pifaros, que parecía
entrar en socorro diez mil infantes. Luego se
pusieron algunos entre los otros, como iban en-
trando, y disparaban. Uno de los ejércitos que
más se había acercado se retiró un gran peda-
zo, como para juntarse otro día con el otro. En
anocheciendo comenzó á salir la vanguardia y
poco á poco se caminó hacia el mar, no faltando
del cerro las humaredas, fuego, cajas y pifaros,
banderas, piquería y arcabucería de paja y pa-
los. Antes de media noche se comenzó á em-
barcar en la mar casi cuatro leguas del cerrillo,
y á esa hora salió la retaguardia y caballería,
puesta á trechos. Los enemigos, como no vían
gente que se menease y las espías que avisa-
rían, vino la caballería y entró en el monteci-
11o, y visto lo que pasaba á media rienda picó
tras nosotros y alcanzó á los postreros de la
infantería á la lengua del agua y á la caballería
á tiro de arcabuz. Y así se quedaron como es-
pantados y no osaron acometer por causa de
los navios y artillería. Poco más de medio día
llegarían más de veinte mil hombres. Hubo
consejo y algunos decían que venían cansados
y que serían fáciles de romper; y al fin se dejó,
porque su caballería era más. Un día que el
viento del mar cesó dimos velas, con el que nos
ayudaba de la tierra, la vuelta de Flandes, don-
de llegamos y la gente desembarcó y la repar-
tieron en presidios. No hubo cosa acerca de mi
historia que se pueda referir más de ver aque-
llos puertos y ciudades, que hay algunas que
son extremo de buenas, y ver máquinas de gue-
rra y hablar de ingenios y de otras cosis con
grandes capitanes flamencos, porque el marqués
era amigo de saber, y fuera de ser muy tratable
de gente que no era tal para tan gran calidad
como la suya, que era lo que le murmuraban,
en lo demás tenía algunas cosas de estima, por-
que era caritativo, dadivoso, limosnero y don-
de era menester muy magnánimo; y así oí de-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBADLOS
293
cir á muchos capitanes y soldados, en viéndole
venir hacia ellos: Ya viene el segundo Alejan-
dro. Y hoy gozamos de su famoso hijo, que
hoy es duque de Osuna y virrey de Sicilia, pues
se dice de Su Excelencia que en todo ha sido
extremo; en sus mocedades hizo como mozo, y
agora, aunque no tiene mucha edad, puede go-
bernar todo un mundo, y más las cosas de la
guerra, con su bravo y invencible corazón, como
se vee por la experiencia de sus famosos hechos,
dignos de una grande historia, como hijo al fin
de tal padre, al cual le oía decir muchas veces
que no descansaba ni tenía gusto sino con los
trabajos y cuando daba á soldados y gente me-
nesterosa. Era gran favorecedor y honrador de
buenos y malos, y decía que honraba á los bue-
nos por merecerlo y á los malos porque se co-
rrigiesen. Yo le vi en Mastrique, que por cier-
tos delitos ahorcaban un buen soldado y de
gran fama, y estando triste me llegué á él, y
pregunté: Señor, ¿qué tiene V. S.? Respondió:
¿Qué puedo tener más de ver ahorcar un buen
soldado? Y no trató de favorecerle y librarle.
El cual ahorcado le hizo su entierro honrosí-
simo y le mandó decir muchas misas. A tres
días estaba un blasfemo, matador, ladrón in-
corregible y que todos decían : Muera tan mal
hombre; y le favoreció con tantas veras que se
decía en público: El marqués á tales hombres
como éste favorece. Díjeselo, j tomándome las
manos dijo: Es verdad: mas sabe Dios por qué
favorezco á éste con todos mis posibles y al del
otro día no más de en la sepultura; y es porque
si muriese éste ahora peligraría mucho su alma,
y así procuro librarlo, porque se emiende y co-
nociendo sus pecados Dios misericordioso le
perdonará, Y así lo hizo, que lo libró, y des-
pués fue (según todos vimos) muy bueno, y es-
tuvo emendado de muchas cosas que antes te-
nía. Otros mil casos pudiera decir deste gran
príncipe, que por ser tan ilustres los dejo para
otro historiador que lo sea también.
CAPÍTULO XIII
De la vuelta á España y viaje á Inglaterra y
golfo de Dania y á Irlanda, y. del viaje que
hice á Guinea y otras partes.
Pasados tres meses que estuvimos en Flan-
des, de donde salimos dos veces á aquellas islas
de los Estados á sólo verlas, por ser (como he
referido) el Marqués tan amigo de ver, y así no
nos quedó ciudad ni pueblo ó fortaleza que di-
jesen que era algo que no la viésemos ; un día
me dijo su señoría: Ea, amigo fiel (que así me
llamaba), vamonos á España. Y por no hallar
navio compró una barca muy grande y le echa-
ron cubierta y obras muertas. Partímonos y
llegamos á Sevilla en salvamento. Diome su
señoría aquel navichuelo ó barca, que lo troqué
por otro inglés y di ochocientos ducados, y
apresté viaje para Irlanda, y de camino á Ingla-
terra y otras partes.
De Sanlúcar partí y llegué con buen tempo-
ral hasta Cales, en Francia. Salí de allí y pensé
perecer, porque son aquellos mares de Inglate-
rra bravísimos. Tomé puerto en Adover, en
Inglaterra, y de allí fuimos seis compañeros á
Londres, y me holgué mucho de ver aquella
ciudad, y es lástima que gente tan buena en le
moral esté errada. Yo tengo para mí, según
vide sus tratos, buenas palabras y mejores obras,
que es de las mejores naciones del mundo, y
puede competir con franceses, italianos y otras
muchas; y ellos se tienen, después de los espa-
ñoles, por los mejores. Y poco valiera el pen-
sarlo si no lo mostraran, como en efeto lo
muestran, en las obras. Y así cuando vi su
trato, proceder y personas, se me acordó del
dicho de San Gregorio Magno, donde los llama
ángeles en la tierra.
Tornamos al puerto á do dejamos el navio,
y de allí pasamos al mar Mediterráneo de Da-
nia ó Dinamarca, y tomamos puerto en Siage
y en Rostel y en Gastorruscenhac y en otros
más de diez puertos, y de Basti atravesamos
otra vez al mar Grande. Lo que por allí vimos
fueron infinitas naciones, unos buenos cristia-
nos y otros que no les tomábamos tiento; otros
tenían sólo el nombre. Encontramos con here-
jes, gentiles, idólatras, porque estuvimos en
Dania, Alemania, Livonia, Rusia, Finían, Sue-
via y Noruega, que gastamos diez meses. De-
trás de la Noruega, en el mar Helado se nos
heló y nos detuvo más de un mes, sin menearse,
el navio, que pensamos perecer de frío. Lleva-
mos en nuestro navio de todas naciones para
podernos entender. De allí fuimos á Irlanda, y
en Selvopa compramos gran cantidad de perros
y falcones. Es esta tierra muy fría y mísera, y
pienso que la gente es la más blanca del mun-
do; no roja como la de Inglaterra, sino blan-
quisca. Es gente dócil, amiga de servir y dar
contento. De allí partimos y tuvimos un tem-
poral deshecho, que llegamos á tanta altui-u
que reconocimos la Tierra Verde, y dijo el piloto
que si lo era habíamos de llegar, y sería el se-
gundo navio que hubiese llegado, y que se tenía
por verdad ser la gente de aquella tierra tan
pequeña como enanos. Y tomada el altura le
pareció cosa imposible que llegásemos casi á
sesenta y cinco grados, según él decía. Tornó
buen temporal y viento en popa, con que venía-
mos á Escocia á Gellesguije, donde nos pro-
veímos de lo necesario, que se nos dio de buena
gana y barato. Salidos de allí , corrimos tres
días con vientos contrarios, y pensando estar
294
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
muy apartados de viaje, uos hallamos sobre la
isla de H ¡bernia, en el puerto de Siogo, donde
nos hicieron mil molestias, porque es gente sin
Dios, y al fin todo paró en llevarnos nuestro
dinero. De allí hasta cerca de Finisterra, en
Galicia, venimos con viento próspero, y el día
que descubrimos tierra de España vimos dos
velas que dieron sobre nosotros, y al pasar sal-
taron seis hombres en nuestro navio y más de
diez fueron á la mar. Alzóse un temporal tan
desbaratado que no pudieron vernos más, y así
visto el poco socorro de sus navios se rindieron
y los aprisionamos. Tomado puerto en Bayona,
allí hicieron justicia dellos: eran rocheleses he-
rejes. De allí venimos á Lisboa, á Sanlúcar y
Sevilla. Valióme este viaje, con los perros y
neblíes y mercaderías que vendí y compre' en
aquel mar de Rosia, cuatro mil ducados. Con-
certéme con un mercader portugués que tenía
licencia para ir á Guinea por negros. Acetólo,
aunque compró él otro navio, y así partimos de
Sanlúcar ; á los cinco días descubrimos dos
velas, las cuales, ganándonos el barlovento,
vinieron sobre nosotros dando voces que nos
rindiésemos, y disparando juntamente sus pie-
zas y arcabucería; y respondiendo con lo pro-
pio, tuvimos una refriega muy reñida, hasta
que la noche nos apartó. Hacía muy escuro, y
por no perdernos todos pusimos luces. Al ama-
necer dije: ¡Ea, soldados, Santiago y á ellos!
Y visto por los enemigos que los acometíamos,
quiso Dios que concibiesen miedo, y con ser
mayores sus navios, dando velas huyeron, y
nosotros hicimos nuestro viaje, y hasta llegar
á Cabo Verde no hubo otra cosa más que hallar
mala venta de negros y partir de allí á los Ríos
y á Congo.
En los Ríos compramos, y con brevedad tor-
namos hasta Sevilla con tiempo próspero, viento
en popa, que parecía que una promesa que hici-
mos en Sevilla á Santa Cruz de una cruz de
plata y misas para las ánimas era la perfeta
aseguración. Aprendimos este modo de asegu-
rar de Juan Antonio Corzo, que sabido lo que
montaba lo que le habían de llevar los asegura-
dores, se iba á una iglesia y decía al santo que
más devoción tenía: Esto os daré, asegurador
verdadero; guárdame mi navio; y así se vido
que pocos ó ninguno se le perdieron, y él enri-
queció tanto como se sabe, pues de paje de un
navio (aunque hijo de padres muy hidalgos)
llegó á ser título y ver á su hija duquesa y á
su hijo señor de Cantillana, Brenes y Villaver-
de, y enriqueció las iglesias, adornándolas de
todo lo necesario. Imitando, pues, á este famoso
varón, llegué yo por ser tan devoto de la San-
tísima Cruz, y le pedí me los asegurase, y cum-
plí en llegando mi promesa, con otros hacimien-
tos de gracias.
Partí á la jornada del reino de Portugal y
llegado á Lisboa me hallé hasta la entrada
desta ciudad como alférez entretenido con Don
Gonzalo de Sotomayor, que era capitán de ca-
ballos, el cual fue el que ganó el morcillo en
que se halló el día de la batalla el que decía ser
rey de Portugal Don Antonio; el cómo le ganó
y quitó el caballo no se alcanzó á saber, mas
que se presume lo dejó por huir en una barca.
Por saberse todo que pasó en Lisboa, sólo to-
caré lo que hace á mi historia, y es que como
fuese acometida la ciudad por unos tercios para
ganar la puente, y no pudiesen y fuesen otros
y otros, y al fin la ganasen, y acometiendo la
caballería española con tanta furia y ánimo que
fue parte para que se ganase, díjome Don Gon-
zalo de Sotomayor: Señor alférez, no pelee hoy,
sino vaya á la mira con Mudarra y Vega para
darnos caballos y socorrernos con cada diez
soldados á los cuatro camaradas, que eran el
Marqués, el capitán Don Gonzalo, Don Ga-
briel de Montalvo, su cuñado, que es el que dije
había sido Gobernador de la Habana, y á un
hijo suyo, Don Francisco de Montalvo.
Acometiendo la caballería la una contra la
otra con tanto furor y ímpetu, por ser de los
primeros nuestra compañía, de la una y otra
parte fueron á tierra muchos, entre los cuales
fue el Marqués y estos caballeros dichos. Acudí
luego y di caballo al Marqués, y yéndolo á dar
Mudarra y Vega fueron atropellados, donde to-
dos hubimos menester las manos y no fue poco
el defendernos. El Marqués me hizo espaldas, y
cogí un caballo y luego se lo di á Don Gabriel,
que sin duda muriera si no lo socorriera. Cogí
otro y subí en él. Don Francisco su hijo se sin-
tió porque no lo había dado aquél en que yo
había subido, y dijo: Quien no pelea, bueno
fuera que pudiendo dar caballos á todos los
diera. Respondi: Quien no es para pelear, no
entre en batallas, que harto hizo el que dio ca-
ballos á dos, quedándose á tanto riesgo de la
vida entre sus pies. Replicó: Este atrevimiento
no es para pelear, yo lo castigaré hoy. Enton-
ces me apeé y le di el caballo y le dije: Cansado
está vuestra merced para hacer ese castigo;
suba aquí para que no le maten y le pueda yo
pedir esa palabra. Subió y yo le tuve el estribo;
fuime tras otro caballo y él tras mí, y sin verlo
me atropello, de manera que si su padre no le
viera me matara con la lanza; y su padre le dio
voces: Mal caballero, desconocido á quien tanto
bien nos ha hecho. ¡Adelante á socorrer los
amigos! Yo me levanté con un gran dolor en
una pierna. En esto salía un portugués huyen-
do, y un negro suyo tras del; y así como me
vido cojear, embistió conmigo y me tiró una
puñalada con un cuchillo carnicero que me hizo
sentar; segundando con otra me dio en un hom-
PEDKO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
295
bro 7 se le quebró el cuchillo por junto al cabo,
y si no fuera por el casco y cota me matara, ó
si fuera daga. Llamólo su amo, y asi me dejó;
y fue gran milagro el no atropellarme los que
iban huyendo. Como pude cogí un caballo y
subí en él, y me fui tras el tropel hasta donde
me pude apartar dellos, y paré el caballo hasta
que tuve más aliento. Vide venir aquellos caba-
lleros, y á Marcos Ortiz, mi criado, entre ellos.
Pedíle la lanza, y luego me la dio. En esto llegó
Don Gabriel de Montalvo, diciendo que perdo-
nase á su hijo y fuese su amigo. Respondíle
que de mi parte lo era, pero que bien conocía
la mala condición de su hijo. Hallóse cerca y
oyólo, y [cogiendo] por un lado la lanza, á me-
dio brazo, picando el caballo, me dio en las es-
paldas. Caí sobre el arzón delantero, y mi caballo
se asombró y empinó, dando conmigo de espal-
das tal caída que pensaron me había hecho pe-
dazos. El gran soldado de su padre, Don Ga-
briel de Montalvo, le dio con la lanza tal golpe
sobre la cabeza que lo derribó, y lo matara si
no fuera por aquellos caballeros; y diciéndole
palabras de sentimiento y avergonzándole, le
mandó se fuese á mí y me pidiese perdón, como
lo hizo.
CAPÍTULO XIV
Üo se prosigue la historia y todo lo demás que
pasó hasta embarcarme y llegar á Carta-
gena.
Por no dejar el hilo de la historia, aunque
en cosas pequeñas, proseguiré para venir á las
mayores, y se A'ca cómo la devoción de las san-
tas ánimas del Purgatorio y la de la Santísi-
ma Cruz libra á sus devotos de todos peligros.
Dije cómo Don Francisco llegó á pedirme per-
dón, obedeciendo á su padre; y en llegando
con grandes razones me dio satisfación, y muy
quedo me dijo: Soy forzado á decir esto, que
en lo que toca á procurar obras, á lo dicho me
atengo. Respondí: Así lo aceto para mañana
en la noche. Y respondió: Sí. Pasó aquel día
y el siguiente con la alegría de la entrada de la
gran Lisboa. Pero llegada la noche de nuestro
desafío me descubrí á un amigo, que era el
capitán Bolea, para que le avisase del sitio.
Dejando cosas que pudiera contar, fue Dios
servido que el contrario tropezase y cayese en
una acequia, perdiendo la espada, y por habér-
seme quebrado la mía, de un gran golpe que so-
bre el casco le alcancé gocé de la ocasión y me
apoderé de la suya, qiie saltó hacia mi, y dije
con una gran paciencia y con una flema pensa-
da: No quiero más desta espada. Ayúdele á
levantar, porque se ahogaba Salieron en esto
de entre los árboles (porque era en una huerta)
el capitán Bolea y seis soldados diciendo: Tén-
gase al capitán de campaña; y de otra parte sa-
lió Don Gabriel y Mudarra, y dijo: ¿Por qué no
mata vuestra merced á este desobediente hijo?
que aquí he estado aguardando si le sucedía
bien, para pagar mi obligación, pues visto que
cayó no le favorecí. Yo le di mil gracias y
dije: Miré que es hijo de vuestra merced y
sobrino de Don Jerónimo, que si no yo me
aprovechara de la ocasión de la caída. Había
callado el Don Francisco hasta entonces y me
dijo mil palabras de comedimiento, y que dos
veces me debía la vida; yo le di la espada y nos
hicieron amigos; fuímoslo muy grandes (que
no es poco para ser reconciliados) y nos regala-
mos el uno al otro mucho con vínculo de amis-
tad, que jamás faltó.
Estos caballeros y el capitán Don Gonza-
lo y el Marqués me hicieron mil mercedes y
honraron mucho con la excelencia del Duque de
Alba, y le dijeron lo que había hecho aquel día,
y se me repartieron despojos, que los estimé
en mucho por verme honrado de tal príncipe, y
más con el caso que se sigue.
Posábamos en casa de una portuguesa, el
marido de la cual había ido con Don Antonio,
y ella deseaba sumamente irse con su marido.
Descubriómelo un día en secreto, y temiendo
de no ser encontrada del capitán de campaña,
el cual tenía fama que ahorcaba mucha gente,
rae pidió lo tratase con él y así lo hice y se le
regaló con dineros. Una noche salió esta seño-
ra y dos criadas; lucírnosles espaldas el Mar-
qués y yo. Apartados dellas las encontraron
tres soldados, que según nos dijo uno dellos se
aprovecharon dellas con amenazas de matarlas
y después les quitaron el dinero y joyas que
llevaban. Llegó á este tiempo el capitán Bolea,
y visto que se quejaban, con su presteza no
vista dio de puñaladas á los dos y el otro huyó.
Oimos ruido, acudimos, temiéndonos de algún
suceso, y encontrando al soldado nos dijo lo
que pasaba. Pidió misericordia al Marqués, y
con sus generosas entrañas dijo: Hombre, da
el dinero y joyas que llevas y vete en paz, y
así lo hizo. Pasando un tiro de piedra más
adelante encontramos con el capitán Bolea, y
me dijo el Marqués que fuese tras las mujeres
y les diese el dinero y detuviese mientras lle-
gaba con el capitán á darles esotro. Partido yo,
clíjole que se lo diese para volverlo á su dueño,
y sobre este caso pasaron muchas cosas, y vi-
niendo á las manos se hirieron malamente. Al-
cancé las mujeres que se querían embarcar ya
en Tajo y les di lo que traía suyo y les pedí
aguardasen, que luego tornábamos el Marqués
y yo con lo demás. Torné con gran presteza
temiéndome de la libertad del capitán y de la
cólera del Marqués y los hallé cu su batalla, y
296
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
aunque es verdad que el Marqués era valentí-
simo, pero como son encuentros inciertos, le
había alcanzado el capitán una herida en la
frente, que la sangre que della salía le atapaba
la vista, de manera que aunque se limpiaba
estaba á peligro; llegué diciendo: Paz. Tenía
el capitán algunas heridillas, y en el brazo iz-
quierdo una mala, y con ellas tanto coraje, que
dijo: ¡Ah, traidores, que á ambos os tengo de
matar! Fue necesario decirle que era el Mar-
qués, y nombrarme á mí, y con esto se apartó
tal, que sin sentido se cayó en el suelo. Bien
quisiera el Marqués acabar con él, y suplicán-
doselo no lo hiciese dijo: Gran cosa es el agra-
decimiento, pues aun mi demasiada cólera re-
frena. Cúrelo lo mejor que pude, y estaba tan
cansado que fue necesario ayudarle hasta una
casilla cercana, y allí le dejé recostado.
Torné á do estaba el capitán y le até las he-
ridas, porque se desangraba y aun no liabía
vuelto en sí. Era más de media noche. Tomé el
dinero y joyas y fui á la orilla del Tajo, á do
hallé á las mujeres y recibiéronlo todo con gran-
dísimo agradecimiento. En este tiempo pasaron
los soldados del capitán, y viéndole así le lle-
varon ante el gran prior de San Juan, Don
Fernando de Toledo, que les dijo tornasen y
buscasen el que lo había hecho ó indicio de
algo. Yo torné á la casilla, y visto no parecía
el capitán, sospeché lo que había pasado, y
visto que el Marqués reposaba, hice lo propio.
A más de las cuatro de la mañana llegó el tro-
pel de la gente por allí; con el ruido recordé y
llamé al Marqués, diciéndole: Gente pasa, este-
mos á punto no suceda algo. Llegaron á la
puerta, que aunque vieja la tenía bien atranca-
da y con hartas piedras y palos, y mirando
por una raja y columbrándonos con la luz de
las lanternas que traían, dijeron: Gente hay
dentro. El Marqués quisiera no ser conocido;
yo le pedí que pues no podía ser sin riesgo de
las vidas, que gustase le nombrase, y así res-
pondí: Gente está de paz, que es el Marqués
de Peñafiel y un alférez. Llegándome cerca oí
decir á uno: Ea, digamos que es falso y colgué-
moslos. Pasáronse demandas y respuestas, todo
en razón de que habían de entrar, y no consin-
tiendo nosotros, se determinaron á ello. Traje-
ron palos y fuego con que quebraron la puerta,
y uno que se mostró más atrevido le pasó el
Marqués la garganta y le atravesó en la puerta,
y al otro le hizo una espinilla pedazos. Ama-
necía ya, y el capitán Bolea, liabiéndose curado
y tornado en sí, salió con seis soldados y llegó
á tiempo que pensaban con fuego ahogarnos;
desvió la gente pidiendo al Marqués saliese
fuera, y llegándose cei'ca dijo: Suplico á usía
no se descubra cosa. Dijo el Marqués: De
nuestra parte así será, diciendo que gente no
conocida nos hirió á ambos. Con todo esto nos
salimos, mandando el Marqués avisasen á su
posada que le trajesen caballos, porque no se
fió de enemigo tan cruel. Venidos los caballos
y visto que todos se habían ido, subimos en
ellos hasta la posada. Apeados me abrazó el
Marqués repitiendo su dicho: Amigo fiel, ¡cuán-
tas veces os debo la vida!
Embarcado torné á Sevilla. Alcanzóme el
Marqués y Francisco Duarte una plaza de gen-
tilhombre de treinta escudos, para el viaje de
Indias, que todo él fue muy próspero; sólo
acaeció que un caballero de Sevilla, Alvaro de
Cabrera, que iba de secreto por veedor de la
flota, para lo que iba, y se cogiese sin registro
cerca de Matalino me envió á llamar y pasé á
la capitana de la flota, y por estar á la muerte
cedió el poder que tenía en mí. Puso una pala-
bra el escribano que no advertimos en ella, y
me costó harto, y fue que me daba todo su po-
der cumplido, como lo tenía del Rey nuestro
señor, y nombra lo que he de hacer, y dice:
Sólo no poder sentenciar, como por él consta.
Murió, y, por abreviar, llegados á Cartagena
hice el oficio de veedor, cogí en diversas partes
mucha ropa, y si pudiera sentenciar pagara á
Su Majestad lo que se le había de dar, y sus
herederos quedaran remediados y ricos y no se
quitara y diera por perdida tanta hacienda.
Llegué en una ocasión que cogí gran cantidad
de plata y oro. Salieron doce enmascarados con
sus arcabuces, y me dijeron que cuál quería
más, doce balas postas y perdigones ó para
calzas. Escogí para ellas antes que la muerte,
protestando la fuerza. En la visita me pusieron
aquel cargo y me mandaron depositar el oro que
me dieron. Respondí que si me diei-an las balas
y postas que decían, que sí las depositara ; y
así se quedó, sentenciándome por libre, y quedé
grande amigo del gobernador, que entonces lo
era Pedro Hernández de Bustos, y con el ge-
neral de las galeras Don Pedro Vique, disi-
mulando hartas cosas por su ocasión.
Acaecióme allí un caso, acordándome de un
consejo que me dio en Sevilla el gran cristiano
Alonso de Andrade, el cual guardé toda mi
vida y le será saludable á todos los que fuera
de su patria lo guardaren. Estando de partida
para las galeras me dio un bolsoncillo Doña
Isabel de Velasco, mujer del dicho; en él había
docientos escudos; íbame dando consejos y jun-
tamente ñudos al bolsoncillo, diciendo que no
fuese gastador, porque quien guarda halla. To-
móle el marido, y entre las demás cosas que
dijo fueron dos: Hijo, al gastador y dadivoso,
en razón Dios le dio que gastar; gasta y ten-
drás amigos, piu's la mayor riqueza es el cora-
zón de los tales. Esta fue la una. La otra: En
cualquiera ciudad, pueblo ó junta de gente lié-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
297
gate álos mejores, que en el punto qi;e te hicie-
res estimar te estimarán y honrarán. Acordán-
dome, pues, desto, y habiéndolo procurado
guardar siempre, el segundo día que llegué á
Cartagena, baliendo á la marina, pregunté
quién eran tres soldados que allí estaban, bra-
vos en sus aspectos y vestidos; dijéronme ser
los dos capitanes y el otro alférez ; llegué y he-
cho el comedimiento debido, estuve un rato en
conversación con ellos; y apartándose el un
capitán dijo: Vamonos de aquí, señor capitán,
que ya todos se nos atreven ; y volviendo las espal-
das me dio ocasión á tirarle de un brazo, dicién-
dole: Yo soy veedor general de estas armadas
y he sido alférez, y me p;iedo llegar á conver-
sación de capitanes y de gente principal como
Yuestras mercedes, porque lo soy yo. Agravióse
de mis razones y dijo: Apartémonos de aquí á
esta marina. Fuéronse delante los dos capita-
nes, y el alférez y yo; y traspuestos en un lugar
á do no podíamos ser vistos de la ciudad echa-
mos mano á las espadas, y permitió Dios que
á pocas tretas se arrojase con una estocada á
mis pechos, que en el medio de proporción que
llaman los diestros de filo al cuerpo, y bajando
la muñeca le di por la suya una estocada que le
pasé el brazo dos dedos de la muñeca, y luego
por el molledo, y con la furia que él venía entró
la espada de tal manera que queriéndola sacar
no pude, y la suya se le cayó, y en un pensa-
miento la así y me defendí, porque venía des-
cargando un golpe el otro capitán. El alférez
echó mano y se fue hacia él diciéndole: Señor
hermano ( porque lo eran), deténgase vuestra
merced, y si no perderé el respeto á la mayoría,
y así se reportaron, y yo me aparté y le saca-
ron la espada, y me la trajo. Atadas las heri-
das se fueron los capitanes, y el alférez y yo
por otra parte. Pidióme no lo entendiese nadie,
y después nos hizo amigos. Alcanzáronlo á
saber los Generales del mar y tierra dichos, y
así me estimaron y ocuparon en ocasiones,
como se verá.
CAPÍTULO XV
De las cosas que me pasaron en Cartagena
y en otras partes de aquella provincia.
Por ser caso notable contaré lo que pasó á
nuestro galeón en Matalino, y fue que como se
llega á una de aquellas islas Dominicas á
hacer agua, que es de lo que más se carece en
el mar, y de temor de los indios de guerra, que
suelen hacer notables daños si se descuidan los
navios, en llegando disparan piezas por aque-
llas montañas , y los soldados van por tierra
con sus escopetas mientras lavan y se recoge
la gente. Vido un soldado un salvaje en cueros,
solas atapadas sus vergüenzas, éste dio voces
en portugués diciendo que era cristiano; trajé-
ronle á la capitana y dio cuenta que había cua-
renta años que, siendo niño, le había cogido
un cacique de aquella isla, y criándose con una
hija suya se la vino á dar el cacique por mujer
y tenía en ella cinco hijos y hijas, y acordán-
dose que era cristiano y que no confesaba ni
oía misa, le daba tanta pena que vivía tristísi-
mo, y acudía allí por tiempos á ver si podía al-
canzar aquella ocasión y que dejaba mujer y
hijos, y aun mando, que era ya cacique por
muerte de su suegro, por sólo venir á confesar
sus pecados.
Fue forzoso salir aquel propio día los navios;
estúvose el cuarto confesando con un fraile del
glorioso padre San Francisco, que era capellán
del, y al quinto día, ya después de absuelto, es-
tando sentado en el bordo del navio se soltó
una escolta ó amantillo, que son con las que
está asida la vela mayor, y le dio con tanta
furia en los pechos que le arrojó á la mar, y
sin poder ser socorrido se ahogó, de que todos
quedamos tristes, y juntamente dando infinitas
gracias al Señor de la muestra de la predesti-
nación de su escogido.
Volviendo ahora á mi historia digo que me
fue forzoso quedarme en Cartagena á acabar
mi comisión dicha de veedor. Estaban los ca-
minos de Cartagena que no se podían andar,
porque los negros cimarrones salían á la gente
y les quitaban lo que llevaban, y si se defen-
dían los mataban. Había salido dos veces por
capitán (con comisión de los Gobernadores
Martín de las Alas y de Pedro Hernández de
Bustos) Francisco Sánchez, un valeroso solda-
do, y los había ahuyentado y castigado á algu-
nos, y como le temían tanto no le aguardaban,
pero luego volvían á hacer sus daños. Hablan-
do sobre esto el Gobernador y yo me dijo que
quería enviarme á esta jornada, lo cual le agra-
decí, y hice gente la que fue necesaria, en que
gasté dos mil pesos. Salí con cincuenta hom-
bres y treinta y seis negros horros y seis míos
y ocho de diferentes soldados. Nombré por cau-
dillo á Bartolomé Pérez, un portugués valentí-
simo y gran soldado. Despácheles por la mon-
taña y yo me fui por el camino con el capitán
Bolaños, juez de Mompox, y con otros dos sol-
dados, Pedro de Lomelín y Marcos Ortiz. Por-
que era tarde nos quedamos cuatro leguas de
Cartagena en un ingenio viejo de azúcar, en
donde nos pasó el caso que se sigue.
Acabados de apear, que ya era escuro, oímos
un gran ruido como de gente de guerra. Albo-
rotados echamos los frenos á los caballos y su-
bimos; los tres fueron tras el ruido, y yo me
quedé aguardando dos indios que habían ido á
coger hierba. A cabo de un rato oí una voz que
298
AUTOBIOGRAFIAS Y MEMORIAS
casi decía: ¡Hola, acá está! Yo entendí que me
llamaban y acudí hacia allá, y luego oí aquella
voz más lejos, y fui allá, y de aquella manera
me llevó de la una parte á la otra más de tres
horas, donde me perdí en aquella montaña, y
para que se sepa quién da estas voces, que pa-
recen puramente de persona y que hablan en
castellano, es un pájaro que es aquel su graz-
nido; y así se ha visto en diversos tiempos per-
derse personas, y unos dan en pantanos, otros
en los cimarrones, y en otras desgracias en que
han perecido. Los comjjañeros fueron (como
dicho es) tras el ruido más de un cuarto de le-
gua, donde vieron que eran antas en celo, que
parece ruido de gente, y queriendo volver se
perdieron de manera que ellos y yo anduvimos
dos noches y dos días sin acertar á salir del
arcabuco. Al tercero día al amanecer nos en-
contramos muertos de hambre, porque no ha-
bíamos comido sino solos palmitos, y no osába-
mos comer otras frutas por no comer la man-
zanilla, que es una fruta muy sabrosa, á modo
de gordas guindas, la cual comida hincha las
personas y algunas revientan. Encontramos un
negro que nos encaminó á la estancia de su
amo, donde llegamos tan deseosos de comer
cuanto se verá por lo que se sigue.
En aquella estancia, que está en el camino
de la Barranca, estaba un mayordomo tuerto y
de todo lo que se servía había de serlo también ;
y así hasta los caballos, perros, gatos, aves y
demás cosas vivas que en su casa estaban todos
eran tuertos, como lo era asimismo una india
que le servía, la cual nos recibió diciendo que
pasásemos adelante, porque su amo el mayor-
domo no estaba allí. Pedírnosle algo de comer,
y díjonos que si no era im olla de bledos no
tenía otra cosa; trájolos, aunque fríos, con
muy poca sal y mucho pimiento; pero sabían
tan bien, que decía el capitán Bolaños: ¿Hase
visto cosa tan sabrosa? Comimos dellos y de
algunos bollos de maís, que es el trigo que en
España se llama de las Indias, y sobre estar
mohosos y agros, la hambre los hacía tan sa-
brosos como los bledos. Fue uno de nosotros
á la olla donde estaban los bledos, y visto cuál
estaba la cargó y vino riendo con ella ante nos-
otros diciendo: ¡Oh, qué sabrosos bledos, capi-
tán Bolaños! y sacando con una cuchara, vi-
mos cómo casi la mitad de la olla era cieno,
porque el agua con que allí se guisa es cogida
de charcos, y de aquí quedó en toda aquella
tierra, y hasta el nuevo reino de Granada, en
diciendo: ¡Qué sabroso es! ¿son los bledos de
Bolaños? que, en razón de lo dicho, es decir
que á la hambre no hoy pan duro.
Partí de allí con la gente y encontré en el
camino de la Barranca á dos hijos de Mateo
Rodríguez, juez de la Barranca, que llevaban
un preso á Cartagena, y sabida la causa, era
porque iba huyendo de los de la flota. Pedí me
lo diesen y fuésemos todos á socorrer al caudi-
llo, por haber tenido nuevas que estaba cercado
de los negros. Respondió el mayor: Si vuestra
merced es capitán, mi padre es juez, y así no
iremos; quitóles el preso, el cual dejé allí con la
gente, con orden que marchasen callados toda
una loma arriba hasta la cordillera; y con Pe-
dro de Lomelín y otros dos partí á la Barranca,
donde hallé quince españoles; traía poderes para
llevar todos los que quisiese; pedíselos con cor-
tesía y que se sirviesen de venirse conmigo á
asegurar los caminos. Hiciéronlo así, y partí
á priesa de allí, y alcanzando en lo alto á la
gente vide á mi caudillo Bartolomé Pérez en
otra cordillera y una gran multitud de negros.
Partí allá y por estar lejos no pude llegar aque-
lla noche, basta otro día. Oí antes de amanecer
fotutos (}), que era señal de apercebimiento de
batalla. Subí más de legua y media que queda-
ba de sieri'a, y en la cumbre deje todos los in-
dios en una emboscada con el capitán Bolaños
y mi criado Ortiz, y todos los demáe españoles
y negros en otra con nueve escopetas, y los
demás con espada y rodelas. Yo pasé sólo con
Pedro Lomelín, á tiempo que fue bien necesa-
rio, porque los negros nuestros se retiraban la
loma adelante de sólo dos negros y de hasta
ciento y cincuenta negras que peleaban mejor
que los varones con sus dardos y macanas y
habían muerto tres nuestros y ellos sola una
negra ; todos los demás varones peleaban con
los españoles, que si no fuera por veinte arcabu-
ces que les habían muerto diez negros, se los
llevaran, y habían muerto tres españoles. Dije
en llegando á los negros: ¡Santiago, varones!
¿de quién huís? Mirad que son hembras; y así
las retiramos, aunque me mataron dos negros.
Así como nos juntamos, porque me entendiese
el caudillo, dije: Retirémonos destos demonios
y si quieren perdón y libertad á todos los perdo-
no. Peleaba un negro con tanta furia' y coraje
que me paré á mirarle. El caudillo dijo: Perro
Martinillo, aquí estoy. Retirósele luego dicien-
do: Demonio portugués, no bastaba en las mi-
nas, sino que aun aquí me persigues, y con esto
se arrojó hacia los españoles, que nos retirába-
mos la loma adelante. Una negra dijo á voces:
examina con esos que á este valiente yo lo en-
tretendré, y se quedo batallando con el caudi-
llo. Fuimos con la mejor orden que pudimos
hasta las emboscadas, que de improviso salie-
ron y dieron los indios con sus flechas, y los
españoles y negros con los arcabuces y dardos
que yo pensé fuera presto acabada aquella ba-
(') Fotutos son unos caracoles marinos que sirven
de trompetas. (Nota margiiud.)
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
299
talla; mas como peleaban por vidas y libertad
acudieron con tanta furia con sus lanzas, dar-
dos y macanas, que se arrojaban á los mismos
arcabuces y se los quitaban de las manos, y á
palos y golpes los mataban con ellos; los indios
se retiraron á la espesura y murieron ocho y
hubo más de treinta heridos. Los negros que yo
llevé y el caudillo se juntaron junto á unas pe-
ñas y allí se defendían; murieron otros tres ne-
gros. Los españoles éramos los que mejor lo
pasábamos, y todos juntos acometimos hacia
donde peleaban los indios, que eran los que más
pena me daban, y aunque perdí un hombre y
hii'ieron nueve, lo tuve á mucho juntarme con
ellos para defenderlos.
En este tiempo la negra Polonia, que pelea-
ba con el caudillo, lo dejó, porque acudieron
tres valientes negros que le daban bien que
hacer. Entró dando voces: ¿Dónde está el ca-
pitán traidor cordobés que hace engaños con
celadas? que yo también nací en Córdoba. Salí
con mi espada y rodela, que me pareció que si
aquel demonio que se había resistido á Bartolo-
mé Pérez animase y esforzase su gente nos
pondría en trabajo, que era bueno entretener-
la, y así le dije: Yo soy el cordobés de la me-
jor tierra del mundo, y así procura de matar-
me; y si lo haces te podrás alabar que una
mujer mató al hombre que más la estimaba, y
cuando no fuera ser tan gentil y hermosa como
eres (que por cierto para negra lo era), bastá-
bate ser de Córdoba, de donde soy, para que te
estimara, que aunque motejaste á los de tu pa-
tria de traidores ya sabes que son la nata del
mundo. Sin decirme cosa me arrojó un dardo de
tres que traía que lo fijó en la rodela con una
furia infernal, y me acometió con otro dardo y
se lo corté, y luego hizo lo mismo con el otro,
y hice yo también lo propio. Asió de una an-
chísima macana y dijo: Ahora veré si me cor-
tas ésta. Lo que más pasé con esta monstruosa
mujer diré luego en el capítulo siguiente.
CAPITULO XVI
A do se prosigue lo demás que pasó en esta
jornada.
AI tiempo que me acometió la negra con la
macana venía la ladera abajo huyendo un ne-
gro y el caudillo tras del con buen deseo de
matarle, pues ya dejaba los dos muertos. Tras
del caudillo venía aquel negro Martín que ha-
bía sido minero y capitán de una cuadrilla de
negros, y entonces era general de aquellos ci-
marrones. Dije á la negra: Déjame por tu vida
pelear con aquel negro que el caudillo nombró
Martinillo y verás si soy de tu patria, y torno
AOrOClOGKAFIAS Y MEMOlllAS. — 3U
á decir que te estimo y haré seas libre y que
te den hacienda del rey. Dijo: Anda ve y má-
talo, quedaré así sin marido y te podré servir.
Díjele: Pues para que yo vea que me estimas
tira dése dardo que me ocupa. Tiró con tanta
furia y fuerza que por poco me hiciera dar de
manos. Batallé un tanto con el negro hasta
que se oyó una gran gritería, que fue juntarse
nuestros negros con los españoles y indios con
la retirada de los contrarios, y los indios ha-
cían aquella algazara á su usanza y modo. De-
jóme el negro Martin, y como un corzo subió
la loma anñba á la defensa de su gente. El ne-
gro dejó al caudillo y se fue para mí, y estando
peleando retiréme quince ó veinte pasos, hasta
ver si le pudiese cortar las piernas, y encomen-
dándome á las ánimas de Purgatorio y á la
Cruz santísima me abalancé á él y le di en una
rodilla tal golpe que se la hice pedazos. Hincóla
de presto en la tierra y con la macana se defen-
día. Polonia que lo estaba mirando vino sobre
mí; queríame ayudar el caudillo; di una voz y
dije: A socorrer á la gente, que yo lo habré
con éstos. Fuese el caudillo la loma arriba y
valió su ida no menos que la victoria. El negro
se desangraba y así era de poca consideración
para mí. Retiré la negra á do primero había-
mos comenzado la batalla, donde me dijo: Pues
no fuiste para matar al general, vénceme á mí.
Tirábame golpes furiosos, y yo, aunque pudie-
ra herirla, me iba poco á poco pareciéndome
que no era justo, y que era no acabar la gue-
rra, y pensaba que si la vencía por bien, pues
ella y el negro eran el todo, que hacía mi ha-
cienda, y le decía: Mira lo que te he dicho, que
es verdad, y te lo juro por mi vida de darte
libertad y hacienda. Fuese para mí pensando
herirme; arrójele lín golpe con que le pude ma-
tar, y á esta ocasión le dije: Cordobesa, ahora
bien te pudiera matar. Revolvió con una furia
de varón y con ambas manos me asió del bra-
zo y me llevó la daga que tenía en la mano y
dijo: ¡Ah, cordobés, ahora mío eres! Saqué un
pistolete que llevaba y dije: Tuyo seré si haces
lo que digo y miras las veces que te he dado la
vida; reconoce las misericordias de Dios, pues
eres cristiana. Preguntóme si estaba herido; dí-
jele que sí, mas que no era nada, porque con el
segundo dardo me había dado en un muslo, y
el negro un pequeño rasguño en la cabeza.
Dijo: Anda y retira tu gente en orden, que
yo los apaciguaré esta noche á todos, y soco-
rre tu gente. Diome la daga, y tomé la espa-
da y torné á subir la loma arriba, que casi
no podía de cansado, y en lo alto me senté con
una melancolía grande que me dio de ver tal
estrago.
Cuando subió el caudillo Bartolomé Pérez
iban los nuestros retirándose porque revolvie-
300
autobiografías y memorias
ron con grande ánimo los negros, y ya no ha-
bía arcabuz, sino á pura fuerza de brazos, y me
certificaron que si no fuera por Pedro de Lo-
melín y el caudillo los mataran á todos, y así
cobraron lo perdido del campo, y habría nuier-
tas más de cincuenta negras y treinta negros
de los suyos; y de los nuestros, sin los dichos
tres hombres, dos negros y tres indios, y heri-
dos casi todos, que si no fue Pedro de Lomelín
y Polonia, que éstos su gran ventura los guar-
dó, mas todos los demás salieron heridos y
algunos con nueve heridas. Era ya muy tarde
y toque' un fotuto que llevaba al cuello, con la
seña de recoger, y así en orden se retiraron,
haciendo cara los españoles á los enemigos, y
ellos tirando dardos y piedras en un palo como
dos tercias de macana, que es tan fuerte como
hierro; en lo alto tiene un arco como la palma
de la mano, y una redecilla de cordón de pita,
y cogida abajo con otro cordel de mi dedo de
gordo, y allí entran la piedra y se despide con
tanta furia que parece una bala de escopeta;
con estas armas hacían el mayor daño. El ge-
neral negro Martín y otro demonio de un Fran-
cisco Jolofo, que antes había sido captivo en
Manomotapa, y de idólatra gentil llevado á
Arabia Feliz y Turquía y vue'ltose moro, y de
allí captivo en una fusta turquesa en cabo de
Gata, que los turcos dicen cabo de Plata, fue
traído á Sevilla, donde se volvió cristiano, y
llevado á las Indias, y como inconstante huido
y hecho cimarrón; éste hacía el oficio de maese
de campo, y era el que más había peleado
aquel día. Como vieroli retirar la gente y oye-
ron dónde se tocó el fotuto, miraron y dejada
la gente en orden, á media ladera de la loma
encubiertos vinieron donde yo estaba; oí una
gran voz que dijo: Martín, acá bajo. Revolví
la cabeza y vide desembrazar un dardo que si
no me aparto me mata, y luego vinieron dos
piedras que ambas una tras otra las recibí en la
rodela; di dos saltos con grande ligereza (por-
que entonces era muy cenceño) y me hallé tan
cerca del Martín que le alcancé un revés en la
barriga que le hice una herida grande y no pe-
ligrosa, aunque le ocupé la una mano detinién-
dose las tripas que se le salían. A este tiempo
llegó Ortiz y dos indios, y el uno le dio un fle-
chazo en un ojo. El Jolofo derribó de una pe-
drada á este indio y luego con la lanza al otro
indio; en este tiempo le herí en una pierna; re-
volvió como un toro herido y me dio una lan-
zada sobre el postrero borde de la rodela, y me
alcanzó en un hombro, que me desmalló la cota
y me hirió. Ortiz le paso el brazo, y al General
le dio otra estocada y le pasó la mano y las
tripas que con ella detenía. Aquí acudió toda la
gente, la una y la otra, y fue lo peor de todo el
día. Subió Polonia y peleó un poquito por de-
tener la gente, y luego tocó á recoger, y asi
ellos y nosotros nos recogimos cada uno en su
puesto. Cúreme, hice lo propio con más de
veinte heridos y los demás unos á otros se cu-
raron.
El General y maese de campo de los negros
determinaron que curados sus soldados diesen
sobre nosotros, pues hacía luna y nos tenían
ventaja en ligereza y conocimiento de la tierra
para retirarse y acometer. Polonia lo excusó
con razones, y después dijo que por mí, como
cuando dio la voz y llamó á Martín, que fue
por avisarme. Tuvieron fuerza sus palabras y
más cuando vieron cómo rabiaba Martín del
flechazo del ojo, que fue el que lo acabó, y el
Jolofo no se podía menear de la pierna. Atrá-
jolo con palabras de que le darían libertad, y á
otros, y que si pudiese á todos, y que antes que
amaneciese lo quería tratar; y así poco más de
media noche tañó el fotuto como de paz, y dijo
á la guarda: Di al capitán que viene Polonia
de paz. Salió Pedro de Lomelín y la trajo.
Venía sin armas; díjome todo lo que pasaba y
que Martín era muerto y que á todos los que
viniesen con ella se les había de dar libertad y
tierras cerca de Cartagena, á do labrasen, y á
ella lo prometido, y con gran vínculo de amis-
tad se lo ratifiqué y juré. Tornóse á su sitio y
allá hubo grandes pareceres, de suerte que los
que no quisieron se fueron, y hasta cuarenta y
ocho vinieron por la mañana con Polonia y Jo-
lofo. Vinieron sin armas y se quedaron entre
nosotros. Aquel día y otros dos cogimos diez y
nueve piezas, y en otros veinte y dos días cua-
renta y siete. Polonia pidió gente y salió un día
y trajo doce negras y veinte y dos muchachos.
Ya estaba Jolofo bueno; salió él y cinco de sus
negros y trajo á su mujer y tres hijos, y otras
quince mujeres y ocho hijos de los negros que
se dieron de paz, con que se acabó la guerra de
los negros cimarrones, apaciguóse la tierra y
aseguráronse los caminos, y los demás negros
de Cartagena, Zaragoza, los Remedios y todas
las minas.
Salimos de allí hasta el río grande de la
Madalena, en el cual nos embarcamos en ca-
noas, y fuimos en salvo á Cartagena. Fue cosa
de ver el alegría del pueblo y las fiestas y rego-
cijos que se hicieron con toros y juegos de
cañas. Luego repartí los negros y negras, dando
á la caja real cuarenta, y á Polonia, á Bartolo-
mé Pérez, á Pedro de Lomelín y á mi seis; los
demás se repartieron según cada uno lo hizo,
vendiéndose diez para los herederos de los di-
funtos indios, y de cada uno dellos tomamos
cinco ducados, y lo mismo hicimos de todos los
demás, gastando este dinero en misas, sufra-
gios y procesiones, que fueron muchas, por serlo
también los negros que se vendieron.
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
301
CAPITULO XYII
A do se cuenta la jornada que se aprestó para
el Dorado, y cómo me quede' por particular
merced de Dios.
Llegado el tiempo que la Majestad del cielo
dispone para las cosas, como todo sea en su
mano y voluntad divina, no hay fuerza humana
ni prevención que pueda excusar los sucesos
que han de venir, según la disposición de la
suave y divina Providencia, como se verá en el
siguiente.
Llegado de la jornada de los negros, ya re-
ferida, me llegué á Turvaco, donde estaba Don
García de Serpa, caballero honradísimo, al cual
por sus grandes servicios y de su padre le ha-
bían dado de encomienda todos los pueblos del
rey que había en Cartagena. Estaba á este tiem-
po haciendo gente para ir á descubrir el Dora-
do y la gran ciudad de Manoa, que se dice en
aquella tierra que es la mayor de todas las
Indias, Tenía juntos de los soldados que había
hecho en España docientos hombres, y del nue-
vo reino y de allí más de ciento. Este caballero
me pidió fuese con él por capitán de los aven-
tureros, porque entendía se me juntarían mu-
chos. Yo lo aceté, y así comencé á despachar
la gente y á hacer aventurera. Diome cargo de
su hacienda y tributos. Compré lo necesario de
pertrechos cíe guerra y comida , alpargates ,
algodón. Fue necesario tomar gran cantidad de
pesos fiados, que quedando yo y la hacienda
obligados me los daban, y cuando fue el tiempo
de la partida se quejaban los acreedores y me
fue forzoso el quedarme, Pedíle llevase en mi
lugar á Pedro Lomelín , al cual hizo capitán de
los aventureros.
Aprestada la gente que había de ir en descu-
brimiento del Dorado y á conquistar la gran
ciudad de Manoa, que fueron trecientos solda-
dos y sesenta aventureros, partieron de Carta-
gena, y yo en su compañía hasta Santa Marta
y Salamanca, que es la Ramada, donde se sa-
can dos millones de perlas. Y vide allí monto-
nes de todas suertes, que me quedé absorto,
porque se podían medir con media hanega En
estas dos ciudades compré pita y torzales para
los sayos de armas, y muclia cuerda y algunos
arcabuces, y en Santa Marta gran cantidad de
matalotaje, á donde tomé más de veinticinco
mil pesos, sin más de cincuenta mil en Carta-
gena. De allí partimos para la laguna de Ma-
racaibo, que es un mar, pues anduvimos por
ella más de docientas y ochenta leguas. Al
tomar puerto nos diíron los naturales una gua-
zavara crudelísima, en que nos mataron nueve
hombres, y entre ellos un capitán y di>s alfére-
ces. Tomóse á su pesar puerto, muriendo dellos
más de mil indios. De allí me partí y fui hasta
el valle de Upar, que es una ciudad de espa-
ñoles sujeta á la gobernación de mi gran ami-
go el gobernador Cáceres. Allí le vide, y me
holgué mucho, porque se me acordó del santo
viaje de Jerusalén. Regalóme mucho, y de allí
fui á Tamalameque, y por el Río Grande á
Mompox, y de allí á Tenerife. Era en esta ciu-
dad Mateo Rodríguez, vecino encomendero y
teniente de Gobernador y capitán general del
castigo de la gente blanca, que negando la obe-
diencia se había levantado y muerto algunos
españoles, negros y indios. Era su alguacil
Real su hijo, que para mi tengo que así como
me vieron debieron de decir: Ya viene el enso-
ñador, matémoslo ó echémoslo en una cistena.
Así como llegué, me dijo: Paréceme, señor
capitán Pedro Ordóñez de Ceballos, que todo
se paga en esta vida. Y así vuestra merced se
aperciba, y sus camaradas, que conviene al ser-
vicio de Dios y del rey que vamos á este casti-
go. Yo le dije: Vamos muy enhorabuena. Dijo
el General: No tornará, porque será como
Urias. Callé y hice testigos. En tres ó cuatro
días que allí estuve oí tantas cosas de amena-
zas que le dije á Ortíz que se apartase á la
montaña y me hiciese una balsa de palos bien
atados, que los hay en aquella montaña muy
gordos y livianos. Yo hice presencia, porque no
lo sospechasen, y á la noche me embarqué,
atando dos petacas (que corresponden á nues-
tas arcas), de mi ropa fuertemente con vejucos
de árboles; y con dos canaletes, que son remos,
Marcos Ortíz en la proa y yo gobernando, nos
fuimos el río abajo, y cuando amaneció estaría-
mos más de doce leguas. El río abajo vimos un
raudal muy grande; no pudimos librarnos del
y así fuimos sumergidos debajo del agua con
tanto ímpetu que parecía un rayo la balsa.
Ortiz se arrojó á nado y salió á la otra banda
y de allí se fue á Cartagena; yo, por no saber
nadar, me así á un fuerte ve juco que tenía la
balsa en popa para atarla, y cerrados los ojos
y boca, la mesma balsa me sacó cuando la des-
pidió el raudal. Torné á subir en ella y cami-
nando hasta medio día por donde quería, con
el furor de las corrientes del río dio conmigo
en una punta donde encalló. Salté en tierra tan
molido de los golprs que la balsa me había
dado y del agua y del miedo que no me podía
menear; y como se atravesaba la balsa algunas
veces, porque solo gobernaba con los brazos,
jue daban tales golpes de agua que no deseaba
otra cosa sino poderme desnudar.
Considere cada uno cuál estaría, porque sólo
me quedó lo que saqué en el cuerpo, que era un
vestidillo de angeo con cuchilladas largas, y
dentro tela falsa verde, y un jubón de la propia
tela, y unas medias de seda verde. Despójeme
302
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
de todo por enjugarlo y quede' cual se pinta
Job cuando dice que salió del vientre de su ma-
dre. Tendílo en unos árboles, y por los mosqui-
tos xegenes, que hay muchos por allí, me entré
en un maisal, tomando de aquellas yerbas para
ojearlos. Comí unas mazorcas de aquel maís, y
luego troqué echando gran cantidad de agua.
Hice un hoyo en la arena, donde me enterré
para poder dormir por los mosquitos, y con el
cansancio lo hice tan bien que el calor del sol
me recordó otro día siendo ya el medio curso
del pasado. Comí de aquel mais y salí de mi
sitio para ponerme el vestido y no lo hallé. Ví-
deme entonces afligidísimo y me quedé consi-
derando lo que somos, y que si fuera en la otra
banda, hacia la gobernación de Santa Clara, pu-
diera ser comido de caribes. Tuve vergüenza de
mí mismo, y así rae entré huyendo entre el
maís, trayendo á la memoria mis pecado?.
Luego vino el mayordomo, que conoció el
vestido, y era un hidalgo montañés que se de-
cía Ceballos, quien por el apellido me amaba
carísimamente, y yo lo había puesto en aquella
hacienda y en tres pueblos de Don García de
Serpa.
Súpose en Cartagena que yo era perdido, y
aun dijo Ortiz que sería ahogado. Luego des-
pachó el General Mateo Rodríguez con sus
poderes y propio al Gobernador de Santa Marta,
Don Lope de Orozco, disculpándose del caso,
el cual, aunque calló por entonces, le pareció
mal. Hallé allí en Cipacúa hartos dineros de
maís y cazabe que había vendido el mayordo-
mo, y pagué á un mercader que había prestado
en moneda cinco mil pesos. Fui por todos aque-
llos pueblos, y en ellos (á los caciques y á otro
mayordomo de otros pueblos) oí contar tantas
maravillas y milagros del padre fray Luis Bel-
trán, que noté muchas cosas de que se pudiera
hacer un libro; de las cuales, por ser para ejem-
plo del letor y noticia de la vida de tan gran
santo, diré algunas dellas.
CAPÍTULO XVIII
Do se tratan algunas cosas del gran santo
jray Luis Beltrán.
Aquella noche que llegué á Cipacúa vino un
viejo que había muchos años que tenía el oficio
de mayordomo de aquellos pueblos del rey, y
en una plática que tuvimos me dijo: Aunque
me quitaron este pueblo y otro y la mitad del
salario, no acierto á salir de por aquí, porque
pisó esta tierra aquel gran varón fray Luis
Beltrán, el cual fue cura y dotrinero destos
pueblos, y le vide decir y hacer cosas maravi-
llosas en que mostraba su gran santidad y ser
un varón de Dios. Deseosísimo de saber cosas
suyas, porque ya el capitán Francisco Sánchez
me había contado algunas, le rogué me dijese
lo que sabía, y así me dijo lo siguiente:
Un domingo antes de decir misa vide muy
pensativo y triste á aquel t>anto varón. Llegúe-
me á él, que eia muy afable, y le pregunté:
Padre mío, ¿de qué está triste? Respondióme:
Hijo, del gran trabajo en que está el buen cris-
tiano Martín de las Alas, Gobernador de Car-
tagena, que quiere expirar. Júntese presto la
gente, que no los quiero dejar sin misa, y va-
mos. Apresuré los caciques y dijo misa, y sin
comer el Santo bocado partimos á grande priesa
en sendos caballos, que me parecía, según la
tierra íbamos dejando, que el viento no era tan
ligero. Junto á la piedra grande encontramos
al capitán Francisco Sánchez, y se admiró de
vernos y le preguntó á dónde iba, y dijo: Ca-
minemos, antes que expire el Gobernador, que
ya nos llaman. Luego á un cuarto de legua en-
contramos un mulato que venía; el cual, como
lo vido, dijo: Presto, padre, que mi señor que-
daba expirando. Así como llegamos lo confesó,
aunque ya otra vez lo había hecho, y recebidos
los santos sacramentos lo ayudó á bien morir
un rato. Luego se apartó y se hincó de rodillas
y rezó en un diurno, que me pareció ser los
Psalmos y Letanías. Hecho esto llegóse al en-
fermo con el Cristo y le dijo: Mire, hermano;
vee aquí la imagen de Jesús; nómbrelo y vayase
en paz con él. Abrió los ojos, y dijo: Jesús; que
todos los que estábamos presentes lo oímos, y
recostado expiró. Luego le encomendó el alma
y dijo: Dichoso hombre, Dios me haga como tú.
Aunque todos conocimos ser aquellas palabras
de humildad.
Pedíle que prosiguiese con otras cosas, y res-
pondió: Sí haré, porque estos caciques que aquí
están en pie en tu presencia son testigos de
vista y saben que no han tenido en esta dotrina
padre más santo que él, no otro de tanta fe y
que tanto la predicase, ni de tanta caridad y
que tanto la obrase. Levantóse entonces el buen
viejo, y con una alegría espiritual me dijo: Mira,
si fueres sacerdote, tenia con estos pobres indios
en particular, defendiéndolos y curándolos. Yo
me admiré deste dicho, acordándome de otro
que me dijo un clérigo de Evangelio en Sevilla,
queriendo contraer matrimonio con una herma-
na suya, que no había de ser casado sino cléri-
go, y con haberme de desposar aquel día se
deshizo, porque lo que Dios tiene determinado
sin duda ha de ser.
Pasó, pues, adelante, y di jome: Este varón
santo, lo primero fue virgen, tanto que no se
le conoció ni aun mirar á las mujeres, ni con-
sintió le entrasen en su casa, ni hablar con ellas
fuera de la iglesia, confesándolas, ó en alguna
necesidad de enfermedad, ó para darles limos-
J
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
303
na o curarlas. No tenía cosa suya, porque todo
lo daba, tanto que decían estos curacas y indios:
Démosle á este padre rancho, pues tan bien lo
reparte. Y así díganlo ellos; si todos los más de
los que aquí están presentes, en cogiendo sus
sementeras, no venían á e'l y todo lo ponían en
sus manos para que por ellas se gastase en li-
mosnas. Diga allí Don Andrés (señalando un
cacique) si vino nn año en el cual se cogió muy
poco y le dijo: Padre, allí está mi troj; dad
como me quede, y el santo lo dio todo, que no le
quedaron dos fanegas de maís; y pareciéndole
que había hambre, vino á él y le dijo: Padre,
como me has dejado sin maís, ¿á dónde lo ha-
llaré para comprar? Y con aquella boca de risa
le dijo: Anda, cacique, y saca lo que has me-
nester. Vinieron á llamar al cacique, diciendo
que su troj estaba llena, y todos lo vimos.
Castigaba con grande amor á esta gente, y
cuando veía algunos que cometían algunos
delitos y ofensas de Dios y que no se enmen-
daban con las palabras ásperas que les decía,
ni con los castigos que les daba, decía vuelto
á Dios: Señor, llévame á morir á Valencia
(de donde era natural); y decían los tales re-
prehendidos que aquella palabra les pasaba el
corazón, y que por no perderle y enojarle se
emendaban.
Pues querer decir sus ayunos y abstinencias,
diciplinas y penitencias, sería no acabar mi ra-
zonamiento. Sabe Dios que le vide noches en-
teras pasarse sin dormir, de rodillas. Toda su
vida era un dechado de virtud. Jamás dejaba
de decir misa, y si había enfermos les llevaba
agua del cáliz, y con sólo ponerles las manos dio
salud á infinidad dellos, y á mí, su indigno
devoto, me sanó dos veces de dos diferentes
enfermedades.
Pues las cosas que Dios le revelaba, que aun
no eran venidas, bastaba yo decir una que el
me dijo deste desdichado General Don García
de Serpa, que ha gastado en estas jornadas que
ha hecho al Dorado ó Manoa docientos mil
ducados suyos y de otros, y á la tercera vez vol-
verán pocos, y plegué á Dios sea él entre ellos;
y así todos los días le encomiendo á Dios, que
es la tercera ésta. También me dijo que sería
Cartagena entrada de enemigos , pero en breve
restaurada, y otras cosas que las he visto como
las dijo; y espero en Dios me ha de guardar
hasta que lleguen á hacer sus informaciones,
para en ellas decir la gran santidad deste varón
para ejemplo de las gentes. Cuando hube oído
todas estas cosas yo le prometí de pedirle al
santo varón fray Juan de Andrada, que des-
pués fue obispo de Cartagena, hiciese un trata-
do deste santo. Díjeselo y lo prometió; mas sea
la gloria á Dios, que ya hay libro de su santa
vida y milagros, hecho por el padre Justiniano,
y está ya beatificado y en vísperas de cano-
nizarlo. Y por gastar este capítulo en las pro-
fecías deste santo, diré lo que pasó después
desto, porque lo supe por cartas del capellán
fraile dominico que fue con el dicho Don García
de Serpa; y después tuve más entera noticia
por la boca de Pedro de Lomelín, que era hom-
bre de verdad. El tenor de la carta del fraile
es éste:
«Después que partimos y vuestra merced al
valle de Upar, á pocos días, caminando hacia
la sierra grande de Omagua, que se vee muchas
leguas, al octavo día de nuestro camino salió
un cacique, que se llamaba Tavaidón, con sus
sujetos, y nos dio la paz y quinientos indios
para las cargas, y dijo al General que si se que-
ría volver le daría á cada soldado trecientos
pesos, y á los capitanes á quinientos, y al Gene-
ral tanto como á todos, y que si se quería que-
dar allí hiciesen un fuerte y un pueblo ; y que de
allí correrían la tierra y vengarían á este caci-
que del gran Manoa, que le quería tener sujeto
y castigarle; y que otras tres naciones belicosas
y valientes que no obedecían á aquel rey, se le
sujetarían y luego otros. Fue deste parecer el
General y Pedro de Lomelín, y todos los demás
del contrario, que diesen sobre el enemigo an-
tes que se apercibiese, y que llamados los ene-
migos de Manoa, visto que le iban á buscar,
vendrían, y otros agraviados se les pasarían.
Dijo el General: Vamos á morir, que tan buen
cuello tengo como todos».
Dejo desdo aquí de ir notando la carta como
en ella se contiene, porque tiene cuatro pliegos
de papel. Y en suma digo que fueron y jun-
taron gran multitud de enemigos del gran Ma-
noa y le buscaron en su propia ciudad; la cual
dicen que tenía una legua y más de buhíos re-
dondos de vara en tierra, y les parecía habría
más de decientas mil casillas; y en la primera
y segunda guazavara que con él tuvieron le re-
tiraron y mataron más de cincuenta mil indios,
y él á los nuestros más de veinte mil, y la mi-
tad de la gente española, que fue lo peor.
Tuvo el General un desafío con na indio que
decían llevaba un coto de mano de alto á
Pedro de Lomelín , con ser tan alto, y desnudo
como ellos vienen á pelear, ó con aquellas cus-
mas pegadas al cuerpo parecería gigante, que
así lo llaman. Fue disfrazándose el General, que
no le consentían salir, porque había vencido de
solo á solo otros caciques valientes y algunos es-
pañoles. Y retirándose el General se desnudó y
tiñó con vija, que es colorado, y victo, que es
negro, tapada la barba y puesta una cabellera;
peleó ocho horas, y le dio el cacique veintidós
heridillas, y el General siete al cacique. Favo-
recióle un hijo suyo, mestizo habido en una
española cautiva (que es bravata gente los mes-
504
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
tizos y fortísimos, animosos y atreyidos) ; favo-
recióle Pedro de Lomelín, que lo sabía, y luego
los ejércitos, que pensaron perecer todos; quedó
el campo por los nuestros, aunque no quedaron
más de ciento y doce españoles y seis mil indios,
que conocieron cuan buen consejo fuera haber
poblado donde les decían, y enviado por socorro,
[pues] hubieran ido otros trecientos hombres,
que les valiera las vidas y poblar tanta gente y
tan fértil y próspera tierra.
Aquella noche estuvieron los contrarios muy
medrosos, que si los nuestros les acometieran
acabaran con sus trabajos. El rey Manoa se
quiso entregar y servir á los españoles, y un
hijo, de dos que tenía el mayor, que era valentí-
simo, se alzó y mató al padre, y antes que
amaneciese dio sobre los nuestros con tanta
furia, y hizo cosas por su persona y su herma-
no,cual si fueran valientes españoles. Las gran-
dezas de nuestro General y lo que aquel día peleó
pudiera ser historia, aunque lamentable y tris-
te; pues habiendo recebido tantas heridas y en-
trándose á curar en su tienda, se arrojó á ella este
valentísimo Alejandro, que así llama el fraile á
aquel rey ó cacique que por no ser sujeto fue
parricida, y en la tienda mató seis españoles y
hirió al General en la ceja de una mortal herida,
y si no acudiera Pedro de Lomelín á todos los
acabara; sólo dio voces á su gente y mandó no
le tocasen en el fraile, y así le llamaba Alejan-
dro, pues le dio libertad luego, y grandes pre-
sentes, enviándole libre al valle de Upar. Reti-
róse Pedro de Lomelín con otros treinta y siete
hombres á unas peñas, donde mandó el rey no
le hiciesen daño, con haberle pasado un muslo;
y certifica el fraile haber oído á este cacique que
no pensó jamás ver hombres tan valientes como
el General y Pedro de Lomelín, y el capitán
Alejandro, que era un gran soldado, aunque
pequeñito de cuerpo, que quedó entre los dichos
españoles vivos ; y decía que Pedro de Lomelín
era más venturoso, pues en tantas batallas y la
pelea del mestizo no le herían. Sobre su pala-
bra se dieron, y luego les dio libertad. Y por
grande honra les hizo un convite, en que les
dio chicha á beber, que es su vino, en las cala-
veras de dos Generales españoles, que se decía
era el uno Don Pedro de Silva. Esta es la ma-
yor grandeza de los caciques: tener una cala-
vera, engastada en oro y piedras, que fuese de
un español famoso; y sólo dio con ésta á los
capitanes Pedro de Lomelín y á Alejandro, y al
fraile por padre á quien veneran mucho. Envió-
los libres y con muchas dádivas; sólo se quedó
con el General y alguacil mayor. No se sabe su
fin del Genex-al, ó si murió entonces de aquella
herida, porque cjuedaba muy al cabo.
La otra profecía de nuestro santo varón fray
Luis Beltrán, que refirió el viejo, fue la pérdida
de Cartagena, la cual pasó así: Un día tuvie-
ron nuevas en Cartagena que se habían visto
en la mar muchas velas de enemigos, y como se
sabía que el '•apitán Francisco Draque había
tomado la ciudad de Canaria, y había despa-
chado Su Majestad que si no pudiesen defen-
derla la dejasen y se retirasen á la montaña.
Llegó el enemigo con catorce galeones y con
tanta artillería que la iglesia y demás casas la
acribó y maltrató muy mal. El alférez Nicolás
de las Alas fue sólo el que murió en esta entra-
da, porque los demás se retiraron, y este vale-
roso soldado, aun después de muerto, estaba
arrimado al baluarte, abrazado con su bandera;
y mandó el General enemigo le dejasen dos días,
y luego con toda su gente y él propio le hizo
un solene entierro, con cajas roncas y la ban-
dera arrastrando, porque decía que lo merecía
por su valor, y que si hubiera ciento como aquél
y como su tío el capitán Martín de las Alas
no entrara él en Cartagena. Víase en este ge-
neral Francisco Draque un valor admirable, y
una crianza tan de pecho noble y honrado, que
siempre que oía nombrar ó nombraba él al rey
Don Felipe II de España, se levantaba y hacía
su reverencia y sumisión, y decía que en el
mundo no había habido, ni aunque entrase el
gran Alejandro Magno, Julio César ni los
nueve de la fama, que mereciesen tanto como el
rey Don Felipe. Y por acabar este capítulo con
lo que se comenzó, le oí decir á este General,
como se tocará en su lugar, que aquellos Alas
de Cartagena tenían gran ventaja á todos los
demás, y siendo Gobernador su tío deste Nico-
lás de las Alas y primo de Martín de las Alas,
no se atreviera él á acometer á Cartagena.
CAPÍTULO XIX
De ¡a jornada de Urava y Carivana,
y de otros sucesos.
Ordenado todo lo necesario en los pueblos
de Cipacúa y en los demás de mi administra-
ción, partí á Cartagena, donde visité al Gober-
nador, y por haber tantas discordias entre él y
el de Santa Marta, me dio sus poderes para ir
allá y asentar la paz sobre la jornada de Urava
y Carivana que se había de hacer; y por estar
desta banda del río Grande, decía el de Carta-
gena que era suya y el de Santa Marta por los
poderes nuevos del rey que había alcanzado, y
por las vertientes que miran á Santa Marta
que pretendía ser de su gobernación. Yo fui,
allá, dejando primero el poder de la admimis-
tracióu á tres mercaderes que se les debía gran
cantidad. Llegado á Santa Marta asenté las
paces é hice fuese por general Don Diego de
Carvajal, su sobrino, y los soldados que tenían
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
305
juntos, y que nombrase maesa de campo al Go-
bernador de Cartagena, y que todos los pueblos
vertientes al río Grande fuesen de Santa Mar-
ta y los que se poblasen de la cordillera allá de
Cartagena, y cada gobernador encomendase los
indios de su jurisdición, apuntando el general
Don Diego y el maese de campo, por mitad, á
la gente de cada gobernación, y otras capitula-
ciones necesarias. Partió el General y la gente
por la laguna, hasta desembocar en el río Gran-
de, y de allí fue á hacer alto al pueblo de su
madi-e Doña María Peón, á aguardar la demás
gente.
Los indios de Tairona, de aquella goberna-
ción, son de los más valientes de las Indias, como
los de Arauco ó Pijaos, y la gente de más ver-
dad que se puede hallar. Sirven á los españoles
de Santa Marta por tiempos, trayéndoles cañu-
tillos de oro; y cuando les parece avisan que
quieren guerrear, y en asentando la paz no hay
quebrantarla de su parte. Llegaron á aquellos
mares dos navios rocheleses, derrotados y fal-
tos de agua; andaba en la marina pescando un
cacique de Tairona, con sus indios; saltaron en
tierra los franceses; uno dellos sabía el español;
llegó éste al cacique y le preguntó dónde había
agua. El cacique hizo señas con la mano que
en todos aquellos arenales no la hay, y en su
lengua dijo: «Mata, mata», que es lo propio
que: «no la hay, no la hay». El pensó que le
decía que aunque lo matase no lo diría; ásese
del, amenzándolo con la daga, y el otro dábase
más priesa á decir: «mata». Hízolo así, y diole
de puñaladas. Acudió su gente y lucharon el
france's y otros que había en tierra, y dos indios
volando dieron aviso, el uno á toda la tierra de
los valles y el otro al hijo del curaca. Los indios
cercanos acudieron á la marina; y al un navio
que era el Almiranta, que no se pudo hacer á la
mar, con canoas y piraguas se le llegaron y echa-
ron á fondo, haciendo grande estrago en los
franceses. El hijo del cacique muerto acudió so-
bre Santa Marta, y fue milagro de Dios no lle-
vársela por el descuido que tenían. Enten-
dido los de Tairona que no eran españoles los
que habían hecho aquel daño, se retiraron con el
cacique muerto hasta saber la verdad, y así me
pidió el Gobernador fuese en hábito de cle'rigo
y asentase la paz. Llevé un indio de Tairona,
cristiano; vide un espectáculo que por ser tal
lo contaré.
Tenía este cacique hijo del muerto embalsa-
mado á su padre sin tripas, y por todas las he-
ridas que le habían dado metidas dagas, y pues-
to en un palo como aspa de San Andrés, muy
bien atado. Tenía en la mano izquierda una
daga y en la derecha una flecha, que era jurar
la venganza. Así como llegué hice mi razona-
miento, jurándole por la fe de Dios y de la
Cruz que eran franceses, enemigos de los espa-
ñoles. Y después de satisfecho me dijo: Yo lo
creo y pido perdón á los españoles, y juro en
nombre de todos los de Tairona ser desde hoy
para siempre enemigo de los franceses. Nosotros
y todas las naciones á quien ayudamos y tene-
mos debajo de nuestro amparo, que son tan-
tas como hay ñudos en ese hilo (y me dio un
hilo de pita con ciento y seis ñudos, y dijo que sa-
cara papel y que la escribiese, que fue de harto
provecho para sucesos venideros en todas aque-
llas comarcas). Luego me dijo: Pues eres padre,
llega y en la verdad que dices desata á mi pa-
dre; y si las heridas manaren sangre te pondre-
mos como él está, porque se verá tu mentira, y
si no entiérralo y castíganos por el atrevimiento
de haber tomado las armas en tiempo de paz,
aunque el caso nos engaño á todos. Fui y des-
átelo, y como vieron ellos que no salía sangre
se quietaron. Toda la gente se apartó muy lejos,
y con los indios que yo llevaba lo enterré en un
hoyo que á diez pasos de allí tenían hecho á su
modo, y me ensayé á decir un responso y echarle
agua bendita, haciéndole cruces y como mejor
supe y había visto.
Llegó el cacique la cusma de la cintura abajo
y la lengua me dijo que tomara un freno y le
diera tres azotes en las espaldas, y luego toma-
ra las flechas que traía otro cacique y las que-
brase, y al uno y otro les diese con ellas en la
cabeza y las arrojase, y así lo hice, y luego los
abracé, y juré en nombre de los españoles ayu-
darles contra los franceses, y me dieron algunos
presentes los cuales recebía yo de buena gana,
y más si eran cañutillos de plumas llenos de oro
en polvo, que juntaría quinientos pesos, y así
me volví; y cuando me vide en lo llano me
quedé espantado de mi atrevimiento, y aun que-
joso del Gobernador, que á tanto riesgo me ha-
ijía enviado, siendo lego, y habiendo clérigos
que lo pudieran hacer. Disculpóse diciendo que
lo había hecho por dos causas. La una, por ser
forastero, que forzoso lo había de ser para que
entendiesen los taironas decía verdad. Y lo otro,
porque le pareció que en negocio de hacer pa-
ces tenía buena ventura, pues las había hecho
con él y el Gobernador de Cartagena, siendo así
que antes de hacerse le parecía ser cosa impo-
sible.
Partí de allí á la Laguna y al río Grande y
á Tenerife, con comisión de Visitador, por el al-
zamiento de la gente blanca, en donde hallé á
mi amigo Mateo Rodríguez bien arrepentido de
lo que conmigo había hecho. En llegando le
prendí y á sus hijos. Páseles guardas, porque
se quejaban de grandes delitos acerca del alza-
miento de la gente blanca; bien pensó él que lo
castigara yo, y más teniendo tanta masa para
ello, por liaberle echado un hijo suyo un perro
306
autobiografías y MEMORIxVS
á un cacique, que fue la causa de que se alzasen,
porque le despedazó un muslo, y alzados mata-
ron tres (5 cuatro españoles cuyas mujeres viu-
das le seguían, y luego cuando fue al castigo
haberle sucedido tan mal. Despaché á Ortiz con
un sacerdote portugués que había sido su cura,
y apaciguó la gente, y los perdoné á todos, y
todo lo que se gastó y en contentar á los que
pedían le condené en ello y le di por libre, des-
terrando el causador de aquellos males, y así la
segunda noche que lo prendí le aseguré de que
había aceptado aquella comisión para que en-
tendiesen que no era vengativo. Agradeciómelo
mucho, y más el Gobernador de Cartagena, que
era su íntimo amigo, y me pidió abreviase por-
que me tenía nombrado por maese de campo
de la jornada de Urava, y así en sentenciándo-
los á todos me fui á Cartagena, enviando la
visita á la Real Audiencia de Santafé, que lo
envío á mandar se hiciese así.
En Cartagena hice ciento y setenta hombres,
y los enviaba á Tolú y á Mompox, donde iba
caminando el General por los valles de María y
Antuna, donde le alcancé, y fue acordado que
con toda la gente partiese á la sierra á la pro-
vincia de Carivana, porque los taironas, si ve-
nían en socorro, habían de entrar por allí, y yo
tornase á Cartagena, y entrase por Tolú á las
zábanas de Urava. Llevaba el General docientos
hombres, y por caudillo de las salidas á Barto-
lomé Pérez, y por capitán y alguacil Real á Don
Miguel de Eraso,y su tiniente de general, mien-
tras había maese de campo, á Don Diego de
Caravajal, su sobrino, el cual tendría hasta ca-
torce años.
Cuando llegué á Cartagena hallé toda la tierra
en armas, porque decían se habían visto tantas
velas enemigas, y que iban hacia las Caletas de
Tolú y habían tomado algunos navichuelos de
los nuestros, y piraguas y canoas de indios, aun-
que toda la tierra de los naturales estaba en ar-
mas con el nombre de franceses por el caso refe-
rido de Tairona, Holgóse el Gobernador de mi
llegada. Roguéle que nombrase por maese de
canjpo de la jornada de Urava á Don Andrés
Patino, un caballero muy grande amigo mío,
que me lo pidió, porque iba por capitán á llevar
la gente de Tolú y fue nombrado mientras que
yo llegaba.
CAPÍTULO XX
De la jornada contra los rocheleses
y socorro de Urava.
Aderezóse un galeón pequeño, aunque for-
tísimo, con la mayor brevedad que fue posi-
ble, y púsose por banda seis piezas, cuatro en
proa y popa, y proveído de gente y de las de-
más cosas necesarias, y dando aviso á Don
Pedro Vique, general de las galeras, el cual
había ido á Nombre de Dios, partí un miércoles
por capitán; llegué en dos días á una ense-
nada cerca de Tolú, donde descubrí al enemigo
con cuatro velas, las dos dándole carena y las
dos en guarda con vigilancia. En mi servicio
tenía un indio ladino, que era de Tolú, que se
decía Baltasar; era fidelísimo. Échelo en tierra
en una punta y orden que avisase toda la tierra
enviando chasques de una parte á otra, y él
fuese á Tolú y avisase saliese toda la gente, que
fue esta la mayor prevención que se pudo hacer.
Híceme yo á la mar aquel día y otro, y al ter-
cero torné derecho á la ensenada á tiempo que
acababan de dar lado á esotros dos navios. Los
primeros ya estaban puestos en armas; así como
nos vieron salieron hacia nosotros dispaiando
sus piezas. Los indios por dos ó tres partes al-
zaron tanta vocería que aun á nosotros nos dio
pavor. Dieron sobre los enemigos que estaban
en tierra y mataron más de la mitad, y por
embarcarse se ahogaron hartos, y otros se entra-
ron por la montaña, á los cuales cogieron des-
pués y mataron. Acudieron á las canoas y luego
á un navio; arrojó tanto fuego, que quemó á
muchos indios; y así se retiraron. Quiso el un
navio, que era mayor que el mío, aferrarse; no
lo consentí, y picaron loE cabos. Estaban tan
turbados los enemigos que casi no peleaban;
todo era con bombardas de fuego. Mi galeón les
disparaba tantas piezas, que al fin por la lum-
bre del agua le entró tanta a' co:itrario que se
iba á fondo. Acometieron los indios y le entra-
ron. A este tiempo llegaron más de docientos
negros y nueve hombres de Tolú en canoas y
barcas. Hizo señal de paz el otro navio enemigo,
y queriéndonos llegar por todas partes arrojó
tanto fuego que vide mi navio á riesgo de que-
marse. Trabajé en apagar el fuego, que hasta
entonces en mi vida había trabajado tanto en
un día. Quemaron algunos negros y españoles.
Hice seña que todos le acometiésemos y man-
dé al piloto que diese vuelta de manera que no
llegase mi navio hasta que despidiesen el fuego,
y luego diese sobre él. Prometí el casco del na-
vio á quien lo entrase, que así se hizo; y aun-
que el fuego que arrojaron costó vidas, llegué
por la una parte con mi navio, y saltaron trein-
ta hombres dentro, y por un lado entraron ne-
gros y indios, y en breve no les quedó hombre
de los suyos que no fuese á la mar. Saquearon
el navio y en tierra se halló tanta ropa y oro
que hubo para dar á todos. A los que más con-
tenté fue á los indios, y al mío le di un fardo
entero.
Hice aderezar el navio en dos días y partí
á Cartagena, y encontré las galeras, y tuve dos
malas nuevas: la una que se habían descubierto
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
3o;
velas de enemigos ingleses,' que fue verdadera,
y la otra que los españoles de Urava eran todos
muertos en una i^ran guazavara, que no fue
verdadera. Llegados á Cartagena y sabida la
verdad, fne de grande alegría, y así se hicieron
fiestas solenes y muy regocijadas de toros y
juego de cañas, y muchas procesiones en haci-
miento de gracias por la vitoria de la mar
(que así se dijo). Vendióse el navio para los
gastos y así no se hizo cosa á costa del rey.
Tuve carta del capitán Marmolejo, cuñado de
Don Lope de Orozco, de la certeza de Urava,
y cómo había juntos infinidad de indios y los
españoles habían hecho un palenque en que es-
taban, y la mayor necesidad que tenían era de
comida. Esperaba del nuevo reino de Granada
gran cantidad de bizcocho, quesos, jamones,
alpargates, cuerda y otras municiones, que ha-
bía enviado á Marcos Ortiz. En el entretanto
hice ochenta hombres, y por haber llegado el
general Don Antonio Manrique, cuñado de
Francisco Duarte, con la flota, y haberme enco-
mendado á Don Rafael Mejía, un caballero muy
mozo, le nombré por alférez y despaché con
esta gente, y llegada la comida del reino y Pe-
dro de Lomelín con ella, lo tuve á buena suer-
te. Había despachado á Marcos Ortiz al valle de
María por Mompox, para hacer tasajos de vaca,
y que fuese á Tolú. Partí con treinta y seis
hombres y doce negros. Llegado en salvamento
á Tolú, se cargaron cincuenta muías y más de
cuatrocientos indios con mazóte de maís y yuca,
que es comida. Acaecióme en el camino de Tolú
al real un caso milagroso, que yo lo tuve por
tal. Fue acordado que fuésemos por el camino
de arriba, por ser más llano, aunque más lejo.'í,
y por allí había entrado el maese de campo Pa-
tino y el socorro de Don Rafael. Era esto á
principio de marzo. Antes de la partida hice
decir misas á la Santísima Cruz y por las áni-
mas de Purgatorio, y hice una fiesta al glorio-
so San Gregorio Papa, suplicándole me llevase
para su día al real de los necesitados, y en cada
cabalgadura hice poner una cruz, y uno de los
soldados llevaba una banderilla delante con una
cruz, que el día desta fiesta nos bendijeron.
Llegados á tres días de camino de Tolú, adon-
de se apartan los camiuos, pregunté á dos ne-
gros del capitán Marmolejo que sabían toda la
tierra, que cuál de los dos caminos tomaríamos;
dijeron: El bajo, que es más cerca. Había allí
una cruz y estaba más hacia la parte del cami-
no bajo, y dije: Vamos, que esta cruz nos en-
seña por dónde hemos de ir. Llegamos al real
á otros seis días, por parte que fue necesario
sacar acuestas un gran trecho las cargas por una
quebrada arriba, y las cabalgaduras con harto
riesgo. Librónos Dios por su santa cruz é in-
tercesión del glorioso Gregorio y ánimas de
Purgatorio, porque si fuéramos por arriba dié-
ramos en grandes emboscadas de indios y con
todo su real, que estaba á vista de los nuestros,
en la loma por donde habíamos de abajar.
Hallé todos los españoles temerosos por las
nuevas de los de Tairona, y se decía que había
más de cien mil indios, y sobre todo estaban
tales de hambre que no tenían fuerzas para pe-
lear. Restauróse con tanto socorro, y así me lla-
maban el restaurador. Día del glorioso San
Gregorio, antes de amanecer, comenzó la alga-
zara y vocerío de los indios, con tan gran ruido
que ofuscaba el entendimiento y atemorizaba
el corazón. Puestos en arma hizo el General una
plática, exhortando que si acobardaban no había
baluartes ni castillos fuertes donde entrarse si
con infame huida se retiraban, y otras cosas
bien dichas, porque tenia retórica y erudición:
á lo cual añadí yo lo que había pasado en la
fiesta de aquel Santo, y cómo nos había traído
por el buen camino para que comiesen y se alen-
tasen para la pelea en su sagrado día, y el mi-
lagro de la Santísima Cruz; y luego, cuál con
tierra colorada, blanca ó negra, se señalaba se-
gún su vestido con la cruz. Apuntado el día
estaban ya los enemigos tan cerca del palenque
que hubo muchos que los arcabuces se los qui-
taban de Jas manos á los nuestros. Fue este día,
como decimos de ordinario, de juicio, porque si
en particular sepudiera contar todo lo que pasó,
fuera una larga historia ver tantos hechos de
valientes y atrevidos indios, tantos de valentí-
simos españoles, que certifico hartas veces nos
parábamos los camaradas á ver batallar algu-
nos, y en particular al maese de campo Don
Andrés Patino, natural de Jerez, que fue este
día muralla y amparo de los suyos. El General
y Don Miguel de Eraso eran maravilla, y sobre
todos se aventajó aquel día el caudillo Bartolo-
mé Pérez, el cual, ayudado de Pedro de Lome-
lín, de mí y de Marcos Ortiz y otros seis que
eran de nuestra camarada, acudimos á socorros
de grande importancia.
Traían los españoles sus sayos de armas de
algodón ojeteado hasta la rodilla, y había algu-
nos que si no se las quitaran no se pudieran
menear de flechas, de las que daban á soslayo;
que con esta arma y los arcabuces se pudo pre-
valecer contra cien mil enemigos, no siendo más
de cuatrocientos y cincuenta españoles y hasta
veinte negros y trecientos indios, que éstos,
con cuatro ó seis españoles sólo guardaban el
palenque por la parte baja, que no podía ser en-
trado por la aspereza del sitio. Peleóse todo el
día hasta vísperas al parecer, y viniendo ene-
migos de refresco entraron por fuerza al palen-
que y pusieron fuego á las casillas que tenía-
mos y mataron mucha gente del servicio, y
todos estuvimos por dejar los puestos y retirar-
308
autobiografías y memorias
nos á la quebrada, donde acabáramos sin duda.
Quiso Dios que los indios se retirasen sin tiem-
po. Los españoles se animaron y tornando con
nuevo brío á dar Santiago, salieron tras dellos.
Era nuestro puesto el mí'.s alto de todo el pa-
lenque, y vide en la loma hacia la otra parte
infinita plumería, como indios de Tairona. Fui
luego al General y díjele: ¿Que' retirada es esta
destos indios sin ser vencidos, habiendo entrado
el palenque? Yo vide plumería en aquella loma,
y es emboscada; mande recoger la gente y for-
tifiquemos el palenque.
El general, algo temeroso, se paró y tocó á
recoger. El gran maese de campo iba siguiendo
los indios con aquel fortísimo corazón jamás
vencido ni acobardado ; dio en la emboscada,
donde hizo cosas maravillosas, y en fin le cer-
caron y le mataron con otros veinte y seis hom-
bres que por sus intrépidos é invencibles áni-
mos le seguían, que fue una gran pérdida.
Como vieron los enemigos que nos retirába-
mos, revolvieron sobre los nuestros, que serían
docientos los que salieron, y fue gran miseri-
cordia de Dios no salir todos, porque otra em-
boscada que estaba en la quebrada donde nos
queríamos retirar dio sobre el palenque con tanta
furia que si no fuera hacia donde estaba el cau-
dillo y Pedro de Lomelín, lo enti-aran. Acudí á
la defensa, que fue bien necesaria, y todo el co-
raje del caudillo, que hizo cosas que los indios
le cobraron miedo, y más con lo que sucedió,
retirándose los indios. Como vido que faltaba
el maese de campo dijo á voces: Ea, soldados,
el que tuviere honra, sígame, y los buenos ayú-
denme á quitar aquel honrado y buen cuerpo
de Don Andrés; no consintamos que se venguen
estos bárbaros en nuestras barbas del que les
ha muerto hoy él dos ó tres mil indios, y no es
justo dejarle, pues tenemos vida por él. Y sin
más guardar orden, salió con su ligereza. Ha-
bía no sé qué bandillos entre los Guzmanes, que
eran los de la cuadrilla del General, que eran
Don Miguel de Eraso y otros, y se había diclio
que el General quería nombrar maese de campo
y otros capitanes, diciendo que no le obedecían,
y otras causas que yo no sabía, y así en salien-
do el caudillo dijo el General: Ño le sigan más
de otros nueve. Oído por sus camaradas sali-
mos, y fu ■ tanto el temor de los indios que vol-
vieron las espaldas pensando que salía todo el
ejército, que si saliera tuviéramos una grande
victoria.
Llegó á donde estaban los españoles muer-
tos y asió del cuerpo del maese de campo, ha-
ciéudose otro Atlante, y se vino con él. Fue la
flechería tanta que vino cubierto dellas. Hici-
mos alto y salieron los indios y negros y lle-
vamos todos los cuerpos de los españoles, á los
cuales dimos sepultura. Era ya cerca de la no-
che; fortificamos el palenque y curárnoslos he-
ridos, que serían ciento; faltónos aquel día trein-
ta y un español[es], un negro y ciento y cua-
renta piezas de servicio, y dellos debieron de
ser más de doce mil.
CAPÍTULO XXI
Do se cuenta todo lo demás que pasó en Urava.
Casi no habían acabado de comer un bocado
los invencibles españoles, cuando para sobre
comida se les dio unas nuevas acrecentadoras
de más trabajo, y fue que llegando indios de
refresco, mandó su General que cercasen el pa-
lenque, y con algazara inquietasen toda la no-
che para al amanecer dar sobre nosotros, y que
si hallasen ocasión lo entrasen, que se dijo eran
más de veinte mil indios. Díjome el caudillo to-
dos los bandos que entre ellos había, y cómo dijo
el General que yo no era maese de campo y que-
ría nombrar á Don Miguel ó á su sobrino Don
Diego; y que pues había la ocasión de los ene-
migos, que fuésemos y que me declarase maese
de campo para que me obedeciesen, que él tenía
visto que otro día habíamos menester quien ri-
giese y animase la gente. Díjele que fuésemos y
que me dejase á mí hablar y que yo lo pediría
al General, y si no quisiese entonces hablaría.
Llegados á presencia del General, que man-
daba juntar para consejo de guerra, le dije que
ya sabía cómo entre las paces que capitulé con
los Gobernadores, el de Cartagena nombró
maese de campo, y que era muerto, y que aun-
que era verdad que yo lo era por su nombra-
miento, como constaba del, que no lo quería
ser, aunque de derecho no se podía quitar, y que
de justicia se me debía dar por lo que había gas-
tado en el avío de la gente y socorro próximo,
que eran más de seis mil pesos, y lo que había
trabajado aquel día, y ver las plumas y avisar
que no saliesen, que fue darles vida, y más si
era el restaurador, y otras cosas. Levantóse Don
Miguel de Eraso, y quiso responder, y yo dije:
Suplico á vuestra merced... y llegúeme al ge-
neral, y dije: El que merece este cargo es el
caudillo; nómbrele vuestra merced... Y diciendo
esto, dije: ¡Ea, soldados! que ya el señor Gene-
ral ha nombrado por maese de campo al gran
soldado y caudillo Bartolomé Pérez, que todos
le aclamaron con alegría, y el General dijo: Pues
todos lo quieren, séalo en hora buena, y así se
quedó por maese de campo, que fue de harto
bien para todos.
Toda aquella noche acudimos á los lugares
necesarios, y al amanecer estaba toda la tierra
sobre nosotros. Tratamos aquella noi-he de todo
lo que se debía hacer, y dejamos cuarenta hom-
bres sobresalientes para socorrer á las necesi-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
309
dades; diose cargo dellos á Don Rafael, y Don
Miguel se sintió y dijo que por qué razón á un
muchacho se le había de dar tal cargo. Respon-
díle que yo quedaba por su soldado, que eso
bastaba. Respondió: Mañana se verá. Salió el
maese de campo y Pedro de Lomelin y recono-
cieron á los enemigos. Yo estuve en el monte-
cilio del día pasado con Don Rafael Mejía, y
vide que la quebrada abajo iba gente. Salí con
los cuarenta compañeros y di en ellos; fueron
los que quedaron muertos más de mil; luego
dio el maese de campo y el capitán en los de
más arriba, los cuales iban huyendo, y debieron
de matar más de ciento. Acudí al real, y dije á
Don Miguel: Ya habrá aprovechado algo Don
Rafael, pues quitamos el disignio que llevaba
el enemigo. Subido en el montecillo vide cómo
iban huyendo los indios, y solos los dos siguién-
dolos. Dije al General: Gocemos de la ocasión
y acabaremos con estos indios. Tuvo su consejo
y se barajó la salida. Dije: Pues aquellos dos
bravos soldados ¿no se han de favorecer? Dijo:
No sean ellos locos. Hubo muchas voces de los
soldados que proclamaban que saliesen, y así
sin orden salieron más de ciento. No pudieron
coger la quebrada, porque bajaban los taironas
con tanto ímpetu que los retiraron. Acudí á la
quebrada con mi gente, y ya venían. Dimos en
los taironas por un lado, y como sólo pasaban
á otra loma para hacer alto y cercarnos, y son
ellos tan ligeros, no hubo más que un muerto
y tres indios taironas, que al pasar se llevaron
las cabezas y la del español, que pusieron en
lanzas á su usanza, para así recordar la ven-
ganza. Conocí allí los caciques con quienes hice
las paces.
Tornados al real dije al General que yo que-
ría ir á hablar con los taironas, y puesto como
clérigo tomé una bandera de paz y fui. Así
como me vido aquel cacique que le mataron á
su padre, me abrazó y dijo: Padre ¿acá estás?
Yo dije que sí, á predicar aquella gente. Pre-
gúntele que por qué razóu los taironas quebra-
ron las paces. Llevóme ante su general, que
tiene el nombre de Tairona, y este cacique me
contó el por qué, y por ser tan largo sólo digo
brevemente que un mestizo llevó una india su
amiga á Tairona, que iba á cobrar- los tributos;
enamoróse un hijo de un cacique della; quísole
matar. Este Tairona General castigó al indio y
dio al mestizo por el agravio oro y otras cosas.
Otra vez se huyó la india, y el mestizo tras
della. Entró en casa del cacique y lo mandó
atar, y á su hijo también. Envió á llamar á
este Tairona, porque los castigase; por presto
que acudió, que estaba en otro pueblo más de
una legua, entró antes el mestizo y les dio de
puñaladas al padre y al hijo, y no á la india;
cogiólo este cacique y á su usanza le cortó la
cabeza. Envió el Gobernador gente contra ellos
que bajó en el llano, y los desbarataron matan-
do doce y prendiendo diez españoles; éstos ata-
dos los envió al Gobernador de Santa Marta,
que no estaba allí, que había ido al socorro de
Cartagena, que la tomó un inglés (que es lo que
queda referido en ,1a profecía del gran santo
fray Luis Beltrán). Fueron sobre Santa Marta
y pegaron fuego á la ciudad, y estaba la gente
fortalecida en las casas de piedra, y porque el
capitán Castro (que era un valiente capón) por
amor deste Tairona le envió á mandar que se
fuese, que no tenían ellos culpa de lo que hizo
el mestizo, lo dejó, y vino á favorecer sus ami-
gos y aliados, y dijo á la postre: Pésame que
estés aquí, porque venía á matar todos estos
españoles. El cacique me descubrió todo el
disignio de los indios, que era no pelear, por-
que tenían gran temor del diablo, que así lla-
maban al maese de campo desde el día de antes
que se cargó aquel cuerpo y no le pudieron
herir, y que por hambre los habían de coger ; que
si yo me quería ir, y si había otro padre, porque
los caminos estaban muy guardados; y así fue
como lo dijo, que en más ¿e un mes que excu-
saron la batalla no teníamos qué comer. Yo me
venía hecho abad, y comía, y llevaba á los cama-
radas, y el día que no iba el Tairona me enviaba
maís, que decían: Para el padre.
Llegó á tanto la hambre que ya no sabíamos
qué comer. Fue acordado saliésemos diez cama-
radas á buscar ventura; y así el día de San
Jorge, veinte y uno de abril, de noche, salimos
el maese de campo y sus cuatro camaradas, yo
y otros cinco que escogió, por no ser sentidos
y excusar guazavara, que es batalla, que hasta
aquel día nos habían dado nueve, y nos habían
muerto tres hombres, nueve negros y doce in-
dios, porque si alguno del servicio se descuida-
ba en salir por hierbas ó por otra cosa, en el
aire le llevaban la cabeza. Fuimos la quebrada
arriba y cuando amaneció estaríamos más de
seis leguas del palenque; caminamos aquel día y
otro, y al tercero el arroyo se nos partía en tres.
Subimos el maese de campo y yo en un cerrillo,
y del descubrimos unos llanos grandísimos y
contamos en ellos catorce poblaciones, y en lo
alto de la quebrada de en medio. Salido[s] luego
de la montaña vimos tres buhíos grandísimos;
bajamos, y fue acordado los cinco fuesen por
la quebrada, y los otros cinco atravesamos el
cerrillo y dimos en un llano, donde hallamos
un buhío, casilla chiquita; mandé á Antón
Pardo, que era del nuevo reino, y á un mestizo,
su pariente, que cogiesen la puerta, y á Pedro
de Lomelin y á Ortiz las espaldas de la casilla,
y yo me arrojé dentro con mi espada y rodela,
que eran las armas que ¡levábamos todos, y
pistoletes. Había una india con un niño acues-
310
autobiografías y memorias
tas, coQio ellas los cargan ; quiso coger la puerta
para huirse, y el mestizo asió de un pie de la
criatura y Pardo le puso la espada á los pechos,
y tornó atrás dejando el hijuelo colgando de )a
Ulano de aquella fiera cruel, que, como tal, con
el coraje de mestizo, dio con él en el poste de
la casilla, reventándole los sesos. Ño pude
corregirme, y le dije: ¡Perro mestizo! ¿Cómo
nos ha de hacer Dios mercedes con crueldad
tal? Y le pasé un brazo de una estocada. Acu-
dió Antón Pardo, que era un bravato soldado,
y la sangre (como dice el refrán) hierve, y si
no acudieran los demás sucediera una desgracia.
La india se vino á guarecer de mí, y vista por
Antón Pardo y su primo la razón, se aplacaron.
En esto llegó el maese de campo con un inde-
zuelo que había cogido en una labranza de maís,
y otro se le huyó, que era el marido desta in-
dia. Dionos pena porque no avisase á las pobla-
ciones. La india, en medio español, me apartó
y dijo que fuese con ella y lo llamarían, que eran
baptizados huidos de Tolú, y que ella se llamaba
María y el indio Diego. Estaba el maese de
campo tan enojado con los dos, tanto por
haberse vuelto contra mí como por la crueldad,
que decía que si no había obediencia y respeto
en la guerra todo pararía en mal y nada suce-
dería á gusto ni bien. Roguéle se desenojase,
y así se aplacó. Fuimos la india y yo á buscar
al maridillo, haciéndome grandes promesas de
servirme y no dejarme, agradeciéndome la vida,
por haber entendido que el soldado la matara,
y siempre me fue leal, como se verá. Llegados
a la labranza llamó en su lengua, y vino; be-
sóme la mano; yo lo abracé y le prometí le
casaría con María, porque no eran casados, an-
tes él lo era con otra, y por eso la hurtó y se
vinieron allí con aquél su hermanillo que ha-
bía traído el maese de campo.
Torné al buhío y estaban los ocho compañe-
ros comiendo de una grande olla que estaba al
fuego, y el maese de campo á la puerta. Llegué
á tiempo que le traían una presa de carne, que
pensaban era pie de ocumare, que es oso; y
dijo Pedro de Lomelín: Parece pie de perso-
na; y dijo el indio Diego que sí era, de los
que morían en las guazavaras. Sentílo y díjele
á Pedro de Lomelín: ¡Pesar del diablo! Es-
tán hartos y no pudieran rallar hasta que
yo hubiera comido. Pasáronse grandes chistes
sobre ello, y la india me coció maís y hierbas,
con que comí. Fue acordado que fuesen seis
hombres y los dos indios cargados de maís al
real, y Diego los guió atravesando dos cerrillos,
por tan cerca, que otro día estaban allá antes
de medio día. A la noche salieron veinte hom-
bres y cincuenta indios, y fueron asimismo
cargados de maís. En este tiempo me dijo la
india que aquellos buhíos eran la casa del Sol,
y que estaban los caciques echando suertes si
habían de vencer ó servir á los españoles.
Llegados los compañeros subimos los diez la
cuesta, que había más de tres leguas; llegamos
al anochecer. Subió María á reconocer y vol-
vió y nos dijo cómo todos estaban borrachos, si
no era el cacique hechicero, que estaba tomando
coca, y que le parecía que también lo estaba,
y que advirtiese que si cogían á aquel barbudo
era toda la tierra, porque hablaba con el diablo,
y éste preguntaba lo que querían saber; y mira-
se que había dos puertas en cada buhío, y en
el grande que no había más de una, estaba
toda la riqueza del mundo, tres bultos de oro,
que eran el Sol, Luna y Lucero, marido, mujer
y hijo, que eran sus dioses. Subimos como á
las diez de la noche y tomamos el buhío grande,
porque en los otros dos no había gente nin-
guna; entramos dentro, y buscando lumbre,
fuimos atando todos los caciques. Tuve cuenta
con el barbudo, y muy bien atado se lo entre-
gué á Ortiz y le dije que sólo aquél quería que
partiese con él á una cueva que estaba cerca de
la casilla de Diego, y entrándole una pella de
cera en la boca partió sin que lo entendieran
los compañeros; y Diego fue volando al real á
llamar la gente á que diesen sobre los indios que
estaban sin quien los gobernase. Yo y Pedro
de Lomelín entramos otros tres aposentos, que
se pasaba del uno al otro, y vimos los ídolos,
el mayor arrimado á la pared, y el otro, que le
daría á los pechos, delante, y el chico, que no
llegaría á la cintura de la Luna, del cual nos
abrazamos, y de ningún género lo pudimos
levantar. Subió Pedro de Lomelín sobre el
altar, y sobre una tiaña alta, que son como
sillas destas pequeñas de palo, y le quitó un
rayo de los que tenía en rueda; quiso quitarle
otro y no pudo. Oímos un gran ruido; acudi-
mos á ver lo que era y hallamos que se había
soltado un cacique y asiendo de los tizones los
tiraba á los españoles, por escaparse, y por no
ser sentidos lo mataron. Otro que recordó, que
no estaba tan borracho y daba voces, salí fuera
y le puse otra pella de cera en la boca, con que
calló por fuerza. Mientras yo salí á lo dicho,
Pedro de Lomelín pasó la tiaña á la otra parte,
y quitó otio rayo de los derechos, que fue el
primero, porque no podía alcanzar más arriba.
Díjele al maese de campo lo que allá dentro
había, y entró con Antón Pardo y se quedaron
atónitos y pasmados de ver tanto oro junto;
subió sobre Pedro de Lomelín y quitó otro rayo
de cada parte; no se pudieron quitar más; pesó
cada uno veinte y ocho libras. El maese de cam-
po era uno de los mayores caminadores que se
podían hallar, y así se determinó ir él mismo
al real y traerlo á aquel puesto; yo le dije que
pues los indios lo temían tanto, qUe no desara-
TEDRO ORÜOXEZ DE CEBALLOS
311
parase toda aquella riqueza; salimos fuera car- s
gados con los rayos. Fue acordado que fuese el
maese de campo y que se llevasen aquellos rayos
á la cueva, y así se hizo, y llevaron comida y
otros dos caciques. Quedamos allí yo y Pedro
de Lomelín, y tornaron otro día al medio del.
CAPITULO XXII
De lo que sintieron los indios el haber llegado
los españoles á sus dioses y de la infeliz pér-
dida del los.
Llegaron los nuestros á la lomilla, antes de
la casilla de Diego. La vanguardia y la reta-
guardia vendría una legua de allí. Dieron los
indios en ellos desde medio día hasta la noche,
y sólo se defendían. No pudieron alcanzar el
cerrillo la retaguardia. Los indios, pensando
por ventura lo que podía ser, atravesaron más
de veinte mil por otra loma á la Casa del Sol,
y debieron de avisar á las poblaciones, porque
acudió gente que dio sobre nosotros. Y visto
que si aguardábamos hasta amanecer nos ma-
tarían, dejamos el tesoro y con él los deseos, y
nos retiramos á la cueva á tiempo que llegaba
nuestro maese de campo animando la gente y
diciendo: ¡Arriba, á la Casa del Sol! ¡A la ri-
queza, que hv.j oro para todos! y no había sido
él de los primeros, porque había estado peleando
en la retaguardia, y tres veces se le habían re-
tirado los indios, dándole voces en su lengua:
¡Diablo! ¡Diablo! Como á las nueve del día
llegarían á lo alto. Yo y Pedro de Lomelín,
Ortiz y Don Rafael, nos quedamos en la cueva
con el Moháí!. los dos caciques, el oro, Diego,
su heraiano y su mujer, y encerramos mucho
maís y agua todo aquel día, leña, pescado seco
y otras legumbres.
Habían venido á la Casa del Sol docientas
mil almas y se habían llevado sus diosos. La
gente española, con lo que les certificaba el
maese de campo y todos los demás compañeros
que vieron los ídolos, y con haber visto los
cuatro rayos, estaban tales que parecían rayos
de fuego. Acometieron las casas; los naturales
las defendían con tanto coraje por el desacato
de sus dioses, y haberse atrevido á llegar á ellos
para ofenderlos, y más al Sol, quitándole sus
rayos, que cada indio prometía de matar un es-
pañol, y como no podían, morían en sus ma-
nos. Costónos la guazavara de la Casa del Sol
ochenta y cuatro hombres, y sólo quedó un ne-
gro y hasta cien indios y otras tantas indias.
Díjose que nmrieron dellos más de veinte mil.
Experimentaron bien los de Tairona el valor
del maese de campo. Como á las cuatro de la
tarde se reconoció la vitoria por los españoles.
y ganaron los buhíos, y entrando á ver el Sol,
la Luna y Lucero, que entendían entraban en
el cielo, se hallaron sin Sol, Luna y Lucero, y
por consiguiente á escuras. Fue tanto el coraje
del maese de campo, y más cuando Don Mi-
guel (como haciendo burla) le dijo: Paréceme
que se le eclipsó el sol al maese de campo, si aca-
so lo vido. Aquí respondió Antón Pardo: Los
demás y nosotros lo vimos y palpamos, y cuatro
rayos que están en la cueva lo certifican, y
como á incrédulo, no es justo lleve el alguacil
Real parte dellos; y cuando no hubiera visto el
Sol el maese de campo es solo, y lo que hizo
ayer y hoy certifican mi verdad. Entróse el Ge-
neral de por medio, y porque seguía el alcance
el maese de campo le siguieron hasta la pri-
mer población, donde se ranchearon aquella
noche, descansando y satisfaciendo su hambre
y cansancio.
Porque no quedásemos sin parte del trabajo,
nos vino ya cerca de la noche un tan gran nu-
blado que pensó llevarnos los rajaos del Sol, y
aun las vidas; y fue que los íaironas en su reti-
rada fueron hacia la montaña, que como gente
criada en ella acudió á su natural. Dieron cerca
de la eueva donde estábamos, que era grande y
la boca muy angosta, que habían de entrar de
uno en uno y á gatas. Un cacique dio voces y
dijo en su lengua: Aquí está el Mohán, y yo
que soy el General, y otro cacique, y los rayos
de nuestro dios. No pudimos más presto ta-
parle la boca; quisieron entrar algunos indios,
que pagaron con las vidas su atrevimiento. Visto
que era imposible, trajeron mucha leña y pega-
ron fuego, para ahogarnos con el humo que
hiciera si la cueva no tuviera algún respiradero.
Toda la noche nos dieron humazo; al amanecer,
visto por dónde respiraba el humo, acudió gente
á cavar, que yo entiendo nos entraran si no se
cayera hacia la parte de arriba gran cantidad
de piedras y tierra, que acabó más de treinta
dellos. Tornaron á su obra trabajando hasta
medio día, y con grandes puntales descubrieron
una boca á la cueva, también muy angosta,
por donde nos arrojaban fuego, y por una y la
otra nos dieron humazo; y era tanto, que den-
tro no nos veíamos y teníamos grandísima ca-
lor. Pedían al Mohán, que era el hechicero bar-
budo, y que nos dejarían, que pues teníamos al
General y al otro cacique bastaba. Todos que-
ríamos darlo; sólo Diego y María decían: Dad-
les los demás y deja éste, que por él nos han
de salvar las vidas y poblarse la tierra. Yo dije
que estos indios decían verdad, y así respon-
díamos que aquél era el priujero que había de
morir allí con jiosotros. Dijo el general indio:
Pues así es, sirvamos á esta gente; dame liber-
tad á mí, y fíate de mí. Aparté á Diego y á él, y
tratamos muchas cosas, y al fin me determiné
312
autobiografías y memorias
y lo desaté y eché fuera, diciendo que era yo el
padre y que despidiese los de Tairoua. Salió, y
lo hizo así, y el Tairona se llegó y me habló,
y conocido en la voz, dijo. Yo te prometo que
no paremos hasta mi tierra para que estéis se-
guros. Sabe que nos llaman porque el capitán
Castro con gente va á Tairona, y es grande
soldado que conoce nuestra guerra. Roguéle
que hiciesen paces con él y se quietasen en su
tierra, y asi me lo prometió y dijo al General y
al Mohán á voces que lo hiciesen ellos, y con
algazara se fueron, que eran más de ocho mil,
y valían más que cuarenta mil de los que queda-
ban. Tornó á entrar el cacique indio y pidióme
le diese á Diego ó á su hermano, para que si
viniesen españoles le asegurasen; dijo Diego
que él iría con él.
Los españoles tuvieron otra guazavara y lle-
varon lo mejor; luego despachó el General gente
en nuestro socorro, que faltando los de Tairona
lo preguntó á un indio, y dijo que estal)an que-
mando los de la cueva que no querían dar los
rayos del Sol ni al Mohán. Llegaron doce hom-
bres, con que salimos, y llevando el oro y ca-
ciques llegamos al pueblo, en donde fuimos bien
recebidos del General, y salió á abrazarme, que
ya sabía de Diego lo que habla pasado, y dijo:
Idos los taironas, yo poblaré la tierra y buscaré
los dioses.
Los Guzmanes querían se repartiese el oro,
y yo dije: Ya lo tengo yo repartido como es
razón. Respondió Don Miguel, y de unas en
otras razones dijo que sin mi habían ellos ven-
cido dos guazavaras. Dije: Es vcTdad; mas oigo
á mis oídos que el que venció las batallas, fuera
del General, que sabe mandar y obrar, fue el
maese de campo, por el gran miedo que los in-
dios le han cobrado, y nosotros no estuvimos
holgando, que con los taironas peleábamos.
Hubo otras razones, que el General, como dis-
creto, las concordó, y me dijo: Ve.mios cómo
ha repartido el oro. Saqué una memoria que le
puse en las manos, y pasando los ojos por ella,
la leyó en alto, que su temor era el siguiente:
«De lus cuatro rayos de oro mandará el Ge-
neral que el uno se guarde para las cosas nece-
sarias á la iglesia ó iglesias de los pueblos que
poblaremos, siendo Dios servido; los dos los
despachará cada uno dellos al un Gobernador,
suplicándoles se acuerden de enviarnos socorro
de gente y comida, pues es tan necesaria. El
otro, visto lo que pesa, se repartirá en conven-
tos y iglesias de Cartagena, Santa Marta y
Tulú, para hacer sufragios por todos los difun-
tos y por todos nosotros, que tan cerca esta-
mos de seguirlos, sacándose el tercio para re-
partir entre los herederos de los indios que
traje con el socorro de comida y de otros que
de su voluntad nos han venido á ayudar; salvo
en todo el mejor parecer del General y de los
que mejor sintieren».
Así se mandó y despachamos indios con
ello, lo cual llegó y se cumplió, y los Goberna-
dores lo tuvieron en mucho y estimaron, escri-
biéndome mil favores, en particular mi Gober-
nador de Cartagena, que envió á mandar usase
el oficio de maese de campo, el cual no quise
usar aunque todo lo que era, fuera del nombre,
yo la hacía. Ofrecióse faltarnos la comida por-
que en toda la tierra se haliían retirado á las
montañas y dejado las poblaciones solas y alza-
do y talado toda la comida, y no era parte
el General indio á que volviesen; y vino á mí y
me dijo que se tornaba á la prisión, y que no
podía atraer á los indios. Yo lo envié, pidién-
dole se acordase de mí y de mis camaradas y
me enviase algún m*iis. Así lo prometió y cum-
plió. Como los magnates no comían, determi-
naron enviar al barbudo para que les enviase
á ellos. Súpelo y fui allá, y llegáramos á las
manos, si noque el General me lo dio y jamás lo
dejé hasta que nos allanó la tierra (como se
dirá). Dijo el General que fuera bueno se repar-
tiera el maís, y así se hizo, y de allí adelante
todo lo que me enviaban repartía también.
CAPÍTULO XXIII
De todo lo demás que paso en Uravu hasta
llegar á Santa Fé de Bogotá.
Apretábanos la hambre de suerte que me
obligó á salir un día con diez compañeros y
Diego y su hermano; partí hacia la montaña,
y en la primera quebrada salió una emboscada,
y de improviso fueron tantos los flechazos que
hirieron tres que íbamos sin escau piles. Torna-
mos huyendo, y yo con la flecha pasado el
cuerpo por el lado derecho, y fui el postrero;
como las puntas de las flechas tienen hierba
me privó de sentido y se me cayó la rodela.
Como á dos tiros de ai'cabuz volví en mí, y
viéndome sin rodela revolví la quebrada abajo
con tanto ánimo que los indios, que no eran
más de doce, huyeron. Pensarían venia socorro.
Hallé la rodela y torné mi camino. Preguntó
María por mí, visto que no iba con los demás;
salió y me encontró, que me dio la vida porque
me dio la contrahierba majada y me ayudó á ir.
Encontramos treinta hombres y el maese de
campo, que de allí se volvieron. No osaban
sacarme la flecha, porcjue por punta y pluma
estaba tocada en hierba. Pedí una navaja y corté
por los dos lados un poquito de la carne, y á
Ortiz le hice cortase alrededor la flecha y la
c^uebrase, y cada media por su parte salió. En
llegando al pueblo me tíu'nó á curar con la con-
trahierba majiídu y deshecha con otras cosas
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
313
necesarias para ello, y con esto sané muy bre-
vemente.
Traían comida al Mohán y al otro cacique,
porque dijeron que se morían de hambre, que
se lo quitaban los soldados, y con aquello traían
más. Llegó allí cerca del real un indio todo
embijado (S y á punto de guerra, dando voces
con una banderilla de paz, que oído dijo Diego
que decía que sacasen al Mohán, que le quería
hablar. Saquélo y preguntóle que cuál lo había
preso, y diciéndole que yo, dijo que pasaría y
pelearía conmigo: y si lo venciese que serviría
toda la tierra, y si me veíaciese que se fuesen
della todos los españoles. En resolución, con-
cluido el desafío y traídos seis caciques de
rehenes, tuve con este famoso indio una batalla
tan bra^-a y reñida que quedó con nombre de la
brava batalla del famoso cacique, y quedamos
tales qne pensaron muriéramos, porque duró
desde la mañana hasta ponerse el sol, y hasta
los dientes pelearon, pues de dos bocados le
tronché un dedo y le saqué un pedazo del
carrillo, y cayi'udo ambos en la tierra le cogí
las partes inferiores con tanta furia que se rin-
dió. Saqué nueve heridas; la mayor fue un maca-
nazo en un hombro, que no podía levantar el
brazo, y el cacique tenía cinco heridas; las tres
referidas eran las peores.
Tuvimos nueva que venían las galeras con
gran socorro de comida y gente, que ei'a bien
necesaria. Partimos cien soldados, que pensá-
bamos estaba muy lejos, y sólo había dos leguas
y media. Recebimos el socorro, que fue de todo,
y J)artimos orilla del mar, y las galeras á vista
hasta el desaguadero de una grandísima laguna.
Díjome el Mohán que en la ribera de aquella
laguna estaban sus indios; yo lo regalaba mucho
y había curado un mal que le dio. Decía que
quería que poblasen. Yo le dije que mirase que
no fuese traidor. Envió por un indio mozo y
dijo: Este es lo propio que yo, que es el que
me ha de heredar; llévalo á la galera y suéltame
á mí, y si viniere la gente sobre vosotros no
peleéis, sino amparaos con las galeras, y hace
fieros que lo queréis ahorcar y yo llegaré á
hablarte; cógeme de los cabellos y éntrame
en la galera, y haz los propios fieros. Aparté á
Diego y díjome que lo hiciese así. Vino el indio
y solté al Mohán, que fue y tornó dentro de
ocho días, y en llegando vendrían más de
sesenta mil indios. Hicimos todo lo referido y
cogí al Mohán viejo y lo llevé con el otro; y
en fin, porque no los ahorcásemos se presenta-
ron cuarenta curacas, que embarcamos en las
galeras; y el hechicero mozo con el viejo y
ciento y cincuenta españoles con cincuenta que
(') Bija es un color con que se pintan los indios.
{Nota marginal.)
vinieron de socorre fuimos la laguna arriba,
avisando al General que atravesase con todo el
ejército allá; y en un hermoso valle poblamos
la ciudad de la Concepción con las ceremonias
que se suele hacer. Nombramos á Don Diaguito
por teniente; dos alcaldes ordinarios que fui yo
el uno y Don Pedro de Guzmán el otro, y á
Don Miguel de Eraso por alguacil mayor, y
ocho regidores y un escribano
Pasamos de la otra parte de la laguna y
poblamos otra ciudad que llamamos Santiago
de los Caballeros. Hiciéronse oficiales; fuimos
alcaldes el maese de campo y yo; alguacil mayor
Don Rafael Mejia.
Acabado esto se trató de encomendar los
indios para que cada uno, conocido su enco-
mendero, acudiesen á hacer casas mientras se
hacían las iglesias y casas de cabildo y junta-
ban madera. Apuntó el general todos los caci-
ques. Hubo cuatro encomiendas iguales, qne
fue la suya, la del maese de campo, la de Don
Dieguito y la mía, que tuvieron á seis mil
indios cada una, y aun la mía tuvo mil más,
porque me echó pensión para los indios Diego
y María, y treinta encomiendas de tres mil; las
demás de á dos mil y de á mil, y al rey seis
mil. Todo esto, votado y consentido por todos
en junta, y por los cabildos asimismo, partió el
General á Cartagena, y todo lo confirmó el
Gobernador Pedro Fernández de Bustos, como
distrito de su gobernación; sólo sacó dos mil
para él y otros dos mil para el Gobernador de
Santa María, que sabido se agravió y se vino á
las ciudades dichas, donde quiso usar de gober-
nador y tornar á encomendar. No se lo consen-
timos, antes le contradije; y hechas informa-
ciones, y de las que él hacía y sentencias que
daba, apelé á la Real Audiencia de Santa Fé.
Quitóme los indios y encomendólos, y á Ortiz,
que era escribano, porque no le dio los papeles
le quitó la encomienda y juntamente sentenció
á galeras.
Fueme forzoso tomar la derrota por la tra-
vesía de aquellas sierras al río grande de la
Madalena, guiándome por un agujón, que es
como aguja con que se navega, llevando en mi
compañía ima camarada y dos indios, Baltasar
Colima y Diego Tolú y su mujer María. Tuve
sesenta días de excesivos trabajos, porque con
los mosquitos se le hacían llagas á Don Rafael
Mejía en las piernas, hinchándosele, que por no
poderse menear le llevaba acuestas casi todo el
camino.
Para ejemplo de pleiteantes sin Dios, que
por salir con sus pretensiones, por vía de tor-
cedor traen otras cosas, inl'annindo sus contra-
rios, y de solo pleitos de hacienda los hacen de
honra, infernando sus almas, diré aquí el fin de
mi pleito, el cual presentado en la Audiencia,
3U
autobiografías y memorias
fue llamado el Gobernador Don Lope de Orozco,
y como los tales por sus cargos y castigar cul-
pados son odiados, lo era este Gobernador, que
por lo demás era un famoso varón y gran caba-
llero y muy cristiano. Llegaban á mí sus ene-
migos con memoriales de cosas gravísimas, que
por serlo tanto pienso serían testimonios.
Decíanme quién eran los testigos, y muchos
se ponían ellos. Yo los recebía y entraba en mi
cofre, y decía entre mí: Yo tengo pleito de
indios y no de honras. Vino á saberlo el Gober-
nador, que quizá alguno de los mismos le avi-
saría, y vino á mi posada y me abrazó, que-
dando muy amigos y teniendo buen suceso mis
pleitos y de todos mis amigos.
Y para acabar con los sucesos de Urava,
faltando yo y el maese de campo, con los demás
de mi camarada que fueron en demanda de sus
negocios á Cartagena, los Mohanes ó dioses,
como los indios los llaman y respetan decían:
¿ Dónde está mi amo? y el General de los indios,
que era de la encomienda del ma(.'se del campo,
vino un día y dijo á Don Diaguito, que era el
teniente y había quedado por cabeza de todos:
Yo no puedo detener la gente, que los caciques
piden á sus amos y los Mohanes nos mandaron
que sirviésemos, porque se lo prometieron á su
amo, y yo asimismo al mío, porque eran bue-
nos y nos trataban bien; los amos que ahora
nos dio el Gobernador no son buenos y nos tra-
tan mal, y no los queremos; llama presto á
nuestros primeros amos, y sosegará la gente.
Respondió, como mozo, que ahora los castiga-
rían con escorpiones y les echarían doblados
tributos; y le prendió y trasquiló, que es la
mayor afrenta que se les pudo hacer, y llamó á
mis caciques, y hecha información que inquie-
taban los demás, y llamado el Mohán mozo,
confesó delante de todos que era verdad, y que
era porque le quitaban los españoles, á quien
ellos querían servir. Con esta confesión concluyó
con él y le ahorcó por traidor, y á otros cinco
caciques; los demás se humillaron demasiado y
prometieron servir y traerles oro, y con aquellas
ceremonias que suelen los indios cuando quie-
ren hacer su hecho. Una noche pusieron fuego
á las dos ciudades y mataron todos los espa-
ñoles. Don Diego de Caravajal venía con soco-
rro de ciento y setenta hombres, y pensó fortifi-
carse; dieron los indios sobre ellos con tanto
coraje que no les quedó hombre. Cogieron á
mano al General, y el Mohán viejo por sus
manos lo desolló vivo; y me certificaron dos
frailes que llevaba que fueron tantos los tor-
mentos que le dieron, que del mayor mártir no
se pueden decir más, y que en todos ellos pedía
á Dios le perdonase sus pecados y que le dura-
sen más los tormentos, y que tenía una pacien-
cia inmensa. Asi acabó el desdichado fin de la
jornada de Urava y acaban otras de indios, por
las discordias de sus pobladores. A los frailes les
dio libertad, porque dice que no pelean, y que
los sacerdotes sólo van á hacer bien; y porque
en tiempos pasados, que los mataban, les suce-
dían á los matadores mil desgracias.
CAPÍTULO XXIV
Donde se da cuenta de lo que me pasó en Santa
Fe' y visita de Antioquía y Gobernación de
Popayán.
Ofrecióse que el capitán Soleto tenía en de-
pósito una provincia de indios que les llaman
sutagaos; pidieron se poblasen; quiso ir con
gente; estaba allí el capitán Juan López de
Herrera, que decía ser en su conquista y gober-
nación; entré de por medio, y con gente de la
que ambos capitanes tenían fui á los sutagaos,
juntamente con los dichos capitanes, y pobla-
mos la ciudad de Alta Gracia; y por llamarse el
cacique maj^or Suma T^az, la llamé Alta Gracia
de Suma Paz. Con la gente que sobró me entré
por aquellos llanos hasta San Juan de los Lla-
nos, que es una ciudad de españoles que está
distante de Santa Fé ochenta leguas en medio
de aquellas montañas, donde me rehice de otros
veinte hombres y partí á descubrir gente, encon-
trando infinitas provincias, aunque de poca gen-
te cada una y que se guerrean los unos á los
otros y así se van acabando; en medio dellos,
hacia la gobernación de la Grita de mi buen
amigo Cáceres, poblé otra ciudad, que la llamé
Santiago de los Caballeros. En la primera gua-
zabara que tuve con los indios, que me fue mal,
me favoreció el Gobernador Cáceres, en tiempo
que todos pereciéramos, y en otras dos los hosti-
gué y castigué, que tuvieron por bien de redu-
cirse y servir. Hice los apuntamientos de las
encomiendas de todos, y con ellos y los de Al-
tagracia de Suma Paz vine á la Audiencia, que
lo confirmaron. Y porque salió el capitán Pedro
Daza le dieron indios porque enseñó recaudos
que caía en su conquista y gobernación, y á
los capitanes dichos y Gobernador Cáceres les
dieron indios, á todos estos cuatro en igual
parte conmigo; y los que á mí me cupieron, he-
cha dejación, después se dieron á Sancho de
Caraargo los de Alta Gracia de Smua Paz, y lo
casé con Doña Teresa Pacheco, hija del capitán
Soleto. Los otros de Santiago de los Caballeros
los di al Gobernador Cáceres para un fiel criado
suyo que vino de España de negociar sus ne-
gocios.
Proveyóme luego la Real Audiencia, por cé-
dula particular del rey en que le mandaba, visi-
tase un Oidor la gobernación de Antioquía, que
pobló el Goberaader Rodas, y por no haber más
PEDRO ORDOA'EZ DE CEBALLOS
315
de tres Oidores mandó fuese yo. Hice esta visi-
ta, que fue la primera que se había hecho á este
famoso Gobernador Rodas, que fue uno de los
mejores y más valientes soldados de las Indias
y pobló toda aquella gobernación, que por lla-
marse la principal ciudad xVntioquía, dicen así
á la gobernación , y por otro nombre la de San
Juan de Rodas, por el famoso Gobernador y
poblador; tiene gran distrito y muchos indios y
provincias sin poblar. Es tierra de mucho oro y
ganado, que de allí se baja á Cartagena, y es
del obispado de Popayán. Hice mi visita, con-
federando los que no lo estaban, y acabando ne-
gocios, haciendo amistades y ganando amigos
y buena fama.
Y por haber quejas del Gobernador Jerónimo
de Tuesta Salazar, que entonces lo era de la
gobernación de Popayán, me mandó la Real
Audiencia fuese allá, que es circunvecina. Fui
á Ancerma, Arma y Caramanta, que son tres
ciudades de aquella gobernación. Hice mis infor-
maciones y otras grandes diligencias, en que
volví cinco encomiendas que tenía quitadas y
puestas en cabeza del rey. Salí por Toro, adonde
hallé á mi gran amigo el capitán Francisco Re-
dondo, que me esperaba con grande refresco. Y
lo primero que me dijo fue: Aquí le espero para
acompañarle en su prisión, y que allí recorde-
mos mi cautiverio y con el alma y potencias
meditemos en aquellos lugares santos para
llevar con algún consuelo los trabajos que le
esperan. Dile las gracias con alegría de espíritu,
y dije: Aparejado estoy á todo lo que Dios
quisiere; y viendo yo á tan verdadero amigo,
no los estimaré por trabajos. Llegamos á Popa-
yán, donde se sintió agraviado el Gobernador
por no haber venido y presentado los recaudos ;
y tenía hechas grandes informaciones, como á
indios que estaban en la corona Real los di, y
sentenciado que pareciese en Consejo Real de
las Indias de España; y tenía nombrado quien
me trajese preso por el puerto de la Buenaven-
tura, y de allí á Panamá, y otro día me mandó
^ salir con doce arcabuceros, que, sin embargo de
mandarme prender, le hice notificar que pare-
ciese en la Real Audiencia de Santa Fe, que obe-
deció y dijo que se presentaría con una cadena
al pie. Partieron conmigo, y el buen capitán no
me dejó, como se verá.
CAPÍTULO XXV
De la prisión hasta el puerto de la Buenaven-
tura, viaje de isla de Cocos y otros sucesos.
Haz bien y no cates á quién, dice el refrán
castellano, y pues queda referida la gran amis-
tad que con lazos de buenas obras había pasado
entre mí y este agradecido caballero el capitán
AÜTOBlOGRAFl.'iS Y MEMORIAS. — 31
Francisco Redondo, diré ahora, como dijo el
Filósofo, que la buena obra en pecho noble se
paga de contado. Iba por alguacil de mi prisión
un gran soldado poi tugues con doce arcabuceros
mestizos, escogidos en saber tirar á las aves que
volaban y no errar el tiro, y como cazadores y
campestres, crueles en sus condiciones y tratos
todos llevaban el propio poder, y cada uno de
por sí, hasta entregarme en los galeones de
España. El capitán Francisco Redondo, vecino
encomendero de Caligue, por sus grandes servi-
cios le dio Su Majestad los pueblos de Roldanillo
y otros por encomienda, que eran de su corona,
y le hizo juez del puerto de la Buenaventura,
inmediato á España, porque es jurisdición de
la Gobernación de Popayán. Visto que no pudo
alcanzar del Gobernador medio ninguno, fingió
volverse á su ciudad de Cali, y de sus indios me
envió docientos que tenía apercebidos para que
me llevasen en guando, que es á hombros, en
una como litera hecha de palos y arcos y cubierta
con un encerado y grandes regalos de comida y
vino de España, aunque yo no lo probé hasta que
me ordené de sacerdote, y por otro camino á dos
jornadas me alcanzó y me dijo que no llevase
pena, que él tenía hecha prevención desde que
supo las informaciones que hacía el Gobernador,
que había de ser la mejor y que más me había
de aprovechar, y no me quiso decir qué era.
Fuimos por aquellos malos caminos, que lo son
por extremo de sierras y lodos, y en compañía
de los crueles, con quien pasábamos grandes
cosas. Llegamos al Puerto, en donde como juez
detuvo la gente de un navio que se partía á
Panamá, y hizo mil armas falsas y los envió á
puestos, quitando las velas del navio y timón.
Dentro de veinte días llegó un indio tocando
una corneta, y llegando le dio al capitán unas
Reales provisiones de la Real Audiencia, en que
le mandaban me detuviese allí ó donde quiera
que me hallase, y otras para negocios tocantes
á éste, y así en público me dijo: Esta fue la
buena prevención que hice, despachando con
tiempo á la Audiencia. Los mestizos y juez no
consentían me soltase, antes un día, haciéndose
fuertes por los agravios del navio, quitaron por
fuerza las velas y timón y quisieron embar-
carme. Convocó todos los demás españoles y
toda la tierra de indios, y los vide á punto de
darse batalla, que escribí al capitán Redondo
suplicándole que yo quería ir á Panamá y que
la Real Audiencia me oiría. Hablé al juez y lo
reduje, y á los mestizos; y hechas paces fue
concertado entrase, y por las provisiones me sol-
tase, que así se hizo, y pagándoles se fueron á
Popayán.
Llegó allí un navio de Panamá y en él Mar-
cos Ortiz, que librándose concertaron él y Pe-
dro de Lomelín el uno de subir por el río Gran-
316
autobiografías y memorias
de á las gobernaciones de Antioquía y Popayán
en mi busca y el otro por Panamá á este puerto.
Holguéme con su llegada y concerté el navio
para la isla de Cocos, mientras tenia mandato
de la Real Audiencia. Nombróme el juez por
capitán del navio. Partí con buen tiempo y lle-
gamos á las islas de Cocos, y cargamos más de
la mitad. Ofrecióse un día una gran pendencia
entre Ortiz y el maestre del navio. Yo acudí
allá y los prendí y entré á Ortiz en la popa,
que era mi rancho, y al maestre debajo cubier-
ta. Agravióse y dijo que no le podía yo pren-
der, y más siendo él el agraviado. Toda la gente
de la mar se desgració con nosotros, y hechos
sus concilios fue acordado entre ellos lo que
liabían de hacer, y así trataron de amistades,
que yo las hice con grandes satisfaciones, y
pensando estaba todo acabado me torné á tie-
rra aquel día, y otro apresuraron y llevaban todo
lo que estaba en tierra, y un jueves en la tarde
se embarcaron los que quedaban y eché yo de
ver que me dejaban solo en tierra. Llamé á
los marineros, y respondió uno: Quédese ahí,
señor capitán y justicia mayor del navio, que
no le habemos menester, y sea manjar de cari-
bes, que al que allá está presto le acompañará.
Entendido allá de Ortiz, se retrajo á la popa él
y un negro suyo; y tenía este hombre (como he
referido) bofes, y no le pudieron entrar. Yo daba
voces prometiéndoles muchas cosas y no oían;
y entrada en el navio la barca, alzaron velas,
que cuando yo lo vide con el pañuelo los llama-
ba, y dos ó tres veces me quise arrojar al mar,
sin entender lo que sucediera, y Uios me detu-
vo. De aquella manera estuve en pie hasta que
los perdí de vista, y tornando en mí miré aque-
llos mares, y luego hacia la tierra, donde de
ambas partes consideré cuan cercana estaba mi
muerte; entonces me senté desmayado tal cual
se puede entender. La necesidad del caso me
dio aliento para tornar en mí, y como avecilla
desamparada de sus padres, que el temor de la
mano del cazador le enseña el huir y guarecerse,
casi como tal me fui de allí, y mirando un árbol
muy copado me subí en él, eiitrándome entre la
espesura de sus ramas; dentro de una hora acu-
dieron los caribes, y flechando andaban la ma-
rina de una parte en otra con algazara, hablan-
do y respondiendo, que debían de decir: Aquí
estuvieron; allí hicieron lumbre, y acullá dur-
mieron ; después flecliaban los troncos de los
árboles, como por venganza por haber cogido
el fruto dellos sus enemigos, que por tales nos
tienen. Fuéronse sin mirar hacia arriba, como
enojados con las hojas y fruto.
El día siguiente tarde vinieron indios y in-
dias á coger marisco; andarían dos horas por la
playa y se fueron ; yo aquel día comí cocos, que
es su gusto como de avellanas verdes, y bebí de
aqiiella agua que tiene cada uno, que es como
con azúcar muy dulce y tiene un cuartillo tanto
uno como otro, que es muy notado. Amaneció
el sábado y vide una india y un indio que ve-
nían una cuesta abajo, y de cuando en cuando
se paraban, y el indio quería como abrazarla y
besarla, y ella se defendía, que consideré que
hasta en aquellos bárbaros hay amor y aborre-
cimiento; cogieron de lo que hallaron, y el in-
dio fue cargado; á cabo de más de una hora que
ella miró á todas partes y vido que no parecía
nadie, desató de su afligido corazón los suspiros
que estaban detenidos ; oile decir : Dios mío,
sácame de aquí y llévame á Guayaquil ; marido
mío y hijos amados, ¿cómo estaréis? y otras lás-
timas, que estuve por responderle, y no osé por
pensar venía el indio, que al cabo de otra liora
llegaría; sentáronse cada uno de por sí v co-
mieron, y queriendo aliñar por ser tarde, el in-
dio volvía á persuadirle hasta hincarse de rodi-
llas, y ella en sus ademanes decía que no. El
indio se determinó de cumplir su deseo y for-
zarla; pelearon un gran rato, y hallándose ren-
dida dio una voz y dijo: Madre de Dios, socórre-
me. Yo estaba con pena de ver la fuerza y que
no podía remediai'la; cogí un coco grande y se
lo tiré con tanta furia que, permitiéndolo Dios,
le dio en un ojo y se lo quebró, de que se sintió
mucho. Alzó la india los ojos á una parte y á
otra, y visto que no parecía ni veía á nadie,
dijo: Dios envió este castigo para defenderme.
Acudió al indio y lo curó con unas hierbas, y le
ayudó y lo enti'ó en un hueco de un grande
árbol. Yo salí de noche y torné á mi piedra,
y llegué cerca del árbol y oí quejarse al indio;
no acerté al árbol donde yo estaba subido, y
torné á la piedra donde pasé aquella noche;
al amanecer torné al árbol y até el indio, y qiie-
riendo atarla á ella también, me dijo: No lo ha-
gas, que soy cristiana y deseo salir de aquí.
Contóme que la había hurtado un cacique de
aquella isla tres años había, y que era casada y
tenía hijos en Guayaquil y otro en aquel caci-
que, y que este indio herido era de los resca-
tados captivos de otras islas, y le había tomado
aquel amor y ella sólo lo tenía en su primer
marido. Fuimos á la piedra parlando y le conté
lo que había pasado del navio, y me dijo que
matase aquel indio y lo echase en el mar, y ella
diría que lo había visto ahogarse, y que me su-
biese en el árbol, que ella me trairía alguna
comida y me visitaría.
De nmy lejos vido la india una vela y me la
enseñó, y con la velocidad que el navio camina
vimos que era un navio; como se acercaba más
conocí que era el mío, que el gozo que mi alma
sintió no se puede encarecer y la india lo mos-
tró ; llegado cerca me dijo el maestre que lo per-
donase. Yo le dije los perdonaba y agradecía.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
317
porque más hicieron en volver habiéndose ya ido
y dejádotne que en irse, y desembarcados los
abracé á todos y nos fuimos al navio. En este
tiempo vino el cacique de aquella india, y con
un palo y una grande hoja hizo señas de paz, y
fue la bai'ca y lo trajo al navio, y habló con la
india; concertó se fuese y trajese el hijo y un
fraile viejo de la orden de San Francisco que
allá tenia que asi lo hizo y con esto nos parti-
mos, que con próspero tiempo llegamos al puer-
to de la Buenaventura; y para que se sepa la
vuelta y el por qué, digo que fue así, que como
Marcos Ortiz y su negro los amenazaban de
popa que los habían de hacer castigar y se de-
fendieron tan valerosamente, los más comunes
se amotinaron y fueron de aquel parecer, y asi
fue acordado volviesen por mí y que se acabase
todo, que así se hizo; y de allí adelante no traté
más de cosa, y dejando allí cocos, y con lo demás
despaché á Ortiz, y con otras cosas, á Lima,
que fue razonable viaje.
Hallé allí en el puerto de Buenaventura una
provisión, en que se me mandaba acabase la vi-
sita, y partidos deste puerto yo y mi buen ami-
go el capitán Francisco Redondo, llegamos á
Popayán, donde hallé cartas de reconciliación
del Gobernador Tuesta, que puse en manos deste
varón, que con estar sentido de no poder alcan-
zar lo que pidió él al Gobernador, me dijo: Este
caballero es muy buen cristiano y sólo es tenido
por justiciero, y esto por ser necesario, y por
eso es malquisto, y para mí tengo que no ha
hecho otra cosa mala en su vida sino fue esta
pasión; muy mi amigo ha sido; yo sé que con
los buenos dará buena vista; no digo más. Yo
lo entendí muy bien. Respondí y consolé á Juan
de Tuesta, y escribí á la Audiencia en su favor,
con que negoció muy bien, y de secreto pidió
me lo diesen, que luego me enviaron los recau-
dos de Gobernador, en el entretanto que llegaba
él, reservando la visita mía á la Audiencia.
CAPÍTULO XXVI
De la jornada de los pixaos y paes y los
grandes casos que en ella acaecieron.
Hallé toda la tierra alborotada y con la nueva
de los pixaos, que es la gente valiente y traido-
ra de las Indias. Haljía nueva que convocaban
otras provincias y amenazaban á los paes y otras
naciones que servían á los españoles, que se los
comerían, porque comen carne humana, si no se
levantaban. Los indios de Caramanta y Arma,
dos ciudades de españoles que caían muy lejos
de Popayán, decían que se convocaban y insis-
tían á los de las ciudades de Toro y Ancerma
que se levantasen. Los de la ciudad de Calo-
coto, por otro nombre Salamanca, como recién
poblados, cada día estaban de su parecer, y si no
íuera por el gran capitán Hernán Darias de
Saavedra, que sola su persona los atemorizaba
y les ponía freno, ya estuvieran con los pixaos
ios de las ciudades de Baga y Tucunián, del
valle de Neiva, tan vecinos á esta gente y pro-
vincias de pixaos, como faltaba el General Boca-
negra á quién todos los indios temían tanto.
Toda la gobernación se temía de algún gran
alboroto, y como era fallecido aquel gran santo
fray Agustín de la Corona, obispo de Popayán,
de la orden del glorioso San Agustín, varón
apostólico, que por serlo tanto en su lugar tra-
taré del, que como era tan querido de los indios
y le adoraban por santo decían á voces que ya
no había á quién ellos temiesen ni amasen. To-
das estas cosas me eran de gran cuidado, y así
me determiné con hábito de clérigo á entrar en
los pixaos, y lo hice, y llevé grandes rescates y
les di infinitas dádivas. Llegué á un tiempo de
grande ocasión, y fue que el General pixao y
toda la tierra había nombrado por su teniente
al cacique Calocoto, y enviádolo á llamar, y no
había querido obedecer, que decía que con diez
hombres como su capitán y encomendero Her-
nán Darias de Saavedra podían los españoles
sujetarlos y más si venía el General Bocane-
gra. Díjole el cacique General: En todos los
españoles no hay otros dos soles como esos, y
no me repitas más, que te haré empalar. Era
este Calocoto un valiente indio, y levantóse en
pie y le respondió: Cacique, en tu tierra me tie-
nes y bien podrás mandar lo que quisieres; pero
advierte que el adelantado Benalcázar, que era
inmortal en las peleas, á quien todos llamamos
hijo del Sol, dejó hijos y nietos, y ya te has visto
con Don Sebastián de Benalcázar, y sabes que
lio hay quien le resista, ni á sus hermanos y
parientes, que son seis; pues experimentada
tienes la fortaleza y gran gobierno del capitán
Francisco Redondo de Calí, y de un Cepero de
Popayán, y de los Cobos de Buga, y de otros
que te pudiera nombrar desta gobernación, y
luego vernán en su ayuda los Roseros y Zúñi-
gas de Pasto, y las Audiencias de Quito y Bo-
gata enviarán socorro, y el Gobernador de Po-
payán no se ha de estar durmiendo, que también
ha de querer imitar á los soles que dices, y yo
he visto soldadillos españoles, y tú te has visto
con algún mestizo á las manos que nos han pa-
recido rayos del sol, que con sus hechos nos
ciegan y nos parecen inmortales, y tienen los
españoles gran ventaja, que tienen el Señor del
Sol y de Lucero y de los Cerros por Dios, que
mandará á estos tres dioses nuestros que no
nos favorezcan, y tienen sacerdotes como éste,
señalándome á mí, y otros que se lo pidan y el
santo obispo Agustín está junto á su Dios. Por
estas razones digo que no conviene esta gue-
818
autobiografías y memorias
rra, que por lo demás, manos tengo tan fuer-
tes como las tuyas y más las quiero para pelear
contra ellos, y aquí estoy y una vida tengo, haz
lo que quisieres. Enojóse el General pixao y
mandó que lo colgasen de sus partes inferiores.
Yo le rogue' no lo hiciese, y dije: Sacerdote soy,
General; mira lo que te digo; que si tales indios
como éste matas, te has de arrepentir, y si te
ves con los españoles en batallas has de echar
menos este valiente y prudente cacique, que,
como él dice, tiene manos para pelear y es ene-
migo de los españoles, y más habrás menester
su consejo. La guerra está determinada; yo
como sacerdote te aconsejo que no la hagas;
mira que ha de venir luego el gran Bocanegra
al socorro; mira. General, que el rey de España
puede contra emperadores y reyes que ponen en
campo más hombres y arcabuces que hay árbo-
les en esta montaña y los sujeta; advierte que
te dijoCalocoto que tienen los españoles á Dios,
señor y criador de todo, y que la guerra que
intentas no es justa; en tu tierra te estás libre
tú y tus caciques; con la paz te vengo á rogar
de parte del Gobernador, como tú la quisieres,
y pues ves que te aconsejo lo justo, no llegues
á rompimiento; mira lo que deseas de dádivas,
que todas te las enviaré, y como quites las car-
nicerías de carne humana, pide tú y tus indios
de lo que no tenéis, que cincuenta y cien caba-
llos cargados prometo cada un año, y otros tan-
tos por la mitad del oro que aquí pagáis por
cada cosa, así de cuentas como de vestidos y co-
mida, y que salgáis de paz y compréis todo lo
que quisiéredes, y si queréis ser cristianos , de
parte del rey nuestro señor os prometo sacerdo-
tes y todo lo necesario para las iglesias, sin que
deis cosa alguna, si no fuere algo para la comi-
da, de lo que tuviéredes en vuestra tierra; y si
ese quisiéredes que se os pague, también en sal
se traerá el valor, y si todo esto no bastare,
pedí, que todo lo [que] pidiéredes os concedo.
Levantóse el General pixao y dijo: Las ame-
nazas de la guerra ni socorro de Bocanegra ni
de los hijos y nietos del sol no lo estimo, pues
yo y mis caciques los buscamos; lo demás que
has dicho lo miraremos los caciques y te res-
ponderemos que á los padres los queremos todos
bien, que son como nuestros Molianes, á quien
se debe respeto. A este cacique bachiller, por
amor á ti no lo hago empalar; agradézcate, pa-
dre, la vida, mas con condición que ha de acep-
tar el cargo y acudir como todos los demás á es-
tas guerras, si fueren adelante. Lo que dice del
gran santo obispo Agustín, que está cerca de
Dios, es muy claro; mas yo sé que quería tanto
á los indios como á los españoles, y que rogará
por nosotros, pues todos los indios lo queremos,
y para que sepas lo que entre nosotros pasó, te
lo conturé.
Entramos en Consejo y todos votamos que
hiciésemos esta guerra, encomendándonos en el
santo Agustín, y que si venciésemos sería jus-
ta y tendremos razón, y si vencen los españoles
creeremos qiie ellos tienen razón y haremos lo
que el santo mandare, y los Mohanes dicen que
el demonio nos hará mal, porque era el santo
Agustín su enemigo, y que hagamos la guerra
por ellos, para que los que murieren no vayan
con los españoles, sino á otro lugar nuevo que
él tiene donde estaremos todos juntos nosotros.
Todo lo que has dicho se verá y te responderé.
Destacaron á Calocoto, que ya estaba para col-
garlo; vino y me besó la mano y me la apretó,
que yo hice lo propio con la suya y le entendí
que fue como vínculo de amistad, y después la
guardó y me dio muchos avisos, como se dirá.
De allí cinco días se determinó la guerra, y me
despidieron dándome algún oro y yo á ellos
otras cosas. Vide las carnicerías de carne hu-
mana y me informé de hartas cosas que para
la guerra importaron harto, en particular de un
caciquillo que en los sutagaos libré de la muer-
te y de Calocoto, y me torné á Popayán.
CAPÍTULO XXVII
A do se j^rosigue la venida de los pixaos sobre
las ciudades y la causa della.
Antes que pase adelante será justo declarar
la causa y motivo que tuvieron estos pixaos y
demás naciones de venir en junta con tanta po-
tencia sobre la ciudad de Buga y demás ciuda-
des, y es así que yendo proveído por Goberna-
dor Juan de Tuesta Salazar llevaba sus cargas
un mestizo arriero, y le salieron los pixaos más
acá de Quindio, y le tenían tomadas las cargas,
y tuvo nueva, porque iba delante, y tornó con
tan gran brío que las cobró con muerte y reti-
rada de los pixaos, y se dejarun dos indios que
le habían muerto. Entró el famoso capitán Bo-
canegra con gente, por mandado de la Real
Audiencia de Santa í e, y Iok hostigó y castigó,
como valiente capitán y temido que ha sido
desta gente, por las cosas tan grandes y ven-
turosas que entre ellos le han sucedido, que
cierto es digno de una grande historia, como
uno de los mejores soldados que se han visto
en las Indias, y más venturoso en guazabaras,
á quien los indios decían que era inmortal
(como dicho es). Entró á Calocoto el capitán
Hernando Alvart-z de Saavedra, y por castigos
que mandó hacer en culpados, y como castigo á
lus paez, que de s^ujetos se alzaron, y á otras
naciones, aunque perdonó á los calocotos y los
pobló la ciudad de Salamanca, y por otras en-
tradas que hicieron otros capitanes, se juntaron
todos pixaos y paez y demás naciones y se con-
PEDRO ORDOXEZ T)E CEBALLOS
319
juraron contra la ciudad de Bn^a, por ser de allí
vecinos los dichos capitanes Booancgra y Her-
nando Alvarez de Saavedra. Die'ronme aviso
desta junta por una carta el capitán Hernando
Alvarez, que es su tenor: •
Carta del capitán Reman'lo Alvarez.
«Señor Gobernador: Aunque las cosas famo-
sas y de peso en toda rui vida no me han puesto
en cuidado, ni las famosas guazavaras que he
tenido con tantas naciones de indios, como
vuestra merced habrá sabido, pues me he hallado
en toda la mayor parte de las conquistas desta
gobernación, no me han puesto en pensar qué
sucederá, y ésta que al presente se ofrece de
una tan gran junta de todos los pixaos, que
aunque en número son pocos y casi no llegan
á cuatro mil soldados de pica y morrión, son de
los más valientes que se pueden pensar, y tanto
que con ser las demás naciones más de veinte
mil no lo estimo en cosa, que éstos con solos
mis valientss soldados de Calocoto no dudaran
salirles y en campo raso darles batalla, y con la
voluntad de Dios y ayuda del señor San Grego-
rio vencerlos y retirarlos; mas á cuatro mil pi-
xaos hay necesidad que vuestra merced en per-
sona salga, y que entiendan esta gente que te-
nemos Gobernador y cabeza para hostigarlos y
buscarlos si fuere menester en su tierra, y pues
vuestra merced los conoce y se ha visto entre
la braveza de sus invencibles corazones, y ha
visto de la manera que les dura el coraje y
cómo saben menear las manos, y que si ven la
suya, de la manera que llevan hasta el fin sus
Vitorias y las demás cosas que pudiera decir
desta indómita nación, que tácitamente las
digo á quien tan bien las sabe. Y dije las digo
porque no las callo, porque no es tiempo de
callarlas, sino que vuestra merced las piense, y
miradas junte toda la gente de su gobernación,
y en persona salga á la defensa della, que
ha de ser menester. Y en lo que toca cómo y
á dónde y por qué orden se les ha de defender
la tierra, no lo digo, aunque pudiera, porque sé
que vuestra merced es soldado y experimentado
capitán contra los indios, y tengo en memoria
la orden que me dijo el alférez Santillán que
vuestra merced dio para vencer á esta gente en
el socorro de los sutagaos: representarles ba-
tallas y no dárselas si no fuere por sus filos,
y reconociendo sus emboscadas y tendiéndoles
otras. Yo y esta gente de la ciudad saldremos
al camino de las minas, y la mitad della estará
en la quebrada honda y la mitad en la cumbre
del cerro; vuestra merced ordene en las demás
ciudades lo propio, y por ser aviso tan grande
sea yo perdonado. Tuve hoy nueva de que el
General indio partió su gente y la mitad enca-
mina á Buga y la otra mitad bravea por verse
con el capitán que le retiró en los sutagaos, y
dice que él verá si os cacique de Tairona, que con
mi cacique Calocoto me lo envió á decir; y para
que vea nuestra merced un atrevimiento de un
indio como éste, que me dijo que le había man-
dado que le siguiese y que no llevase su gente,
y yo le respondí: Pues ¿cómo, Calocoto, siendo
vos mi encomendado y yo vuestro encomendero
y justicia mayor desta ciudad me decís eso?
¿Habéis de ir ó no? Y me respondió: Mi amo
eres; escoge de dos la una: ó he de ir yo á servir
á mi General en esta guerra en lo que es mi
cargo ó ha de ir mi gente. Yo le respondí que
si fuera en mi mano á él y á su gente los en-
viara, porque los españoles nos holgábamos de
que hubiese muchos con quien pelear; mas que
por el servicio del pueblo se quedase la gente y
fuese él, que yo le daba licencia; es el portador
que dice quiere ir á pedírsela al Gobernador su
amigo. Ya sabe vuestra merced cuan fácil era
el darle garrote, mas no conviene, porque del se
sabrán cosas que convengan, y porque no se alce
toda esta tierra, que ahora sería malo sólo emba-
razar aunque no sea más de diez y ocho soldados
mestizos que de aquí llevaré; lo demás me
remito al dicho cacique y espero la orden de
vuestra merced en lo que yo no alcanzo. De
Calocoto, miércoles. Hernando Alvarez y Saa-
vedray>.
Llegó con esta carta el cacique, y le hice lo
aposentasen en un aposento de mi casa, y le
regalé y di á entender que hizo mal el teniente
general Hernando Alvarez en no darle cien
indios de los suyos para que le acompañasen, y
delante del escribí pregonase que veinte indios
de los mejores y más valientes, escogidos por
los caciquillos de los pueblos, con sus armas y
plumas, viniesen á servir á su cacique, y le di
nueve indias de las captivas del pueblo para
que le llevasen su chicha y le hiciesen de comer,
lo cual estimó en mucho, y le quería dar dos
espadiis si no fuera que había descomunión.
Escribíle una carta al capitán en respuesta de
la suya, y porque hace á la historia diré su
tenor:
Carta mía en respuesta de la del capitán.
«Señor capitán: La que vuestra merced me
escribió con el cacique Calocoto recebí, y tenía
recebidas otras dos con los primeros avisos, y
delante del cacique con su sobrino y heredero
del cacicasgo, escribí y supliqué á vuesta mer-
ced se le envíen veinte indios, y digo por esta
qiic le responda vuestra merced y es acordado
que le envié vuestra merced otros treinta indios
y dos curaquillas para que le acompañen, y
de sus indias otras once, que acá le doy nueve.
320
autobiografías y memorias
Lo que tongo que avisar á vuestra merced os
quo no salga con su gente hasta que vea mi
aviso y orden, que será diferente del que vues-
tra merced piensa, y aun tengo para mí que las
guazabaras que nos dieren serán en diferentes
lugares de los qiie vuestra merced piensa, por
que el partir de la gente tiene más entenderos
de los que parecen, y sabe pixao que cuando yo
di socorro al Capitán Diego Soleto le entendí
los pensamientos en dos emboscadas que tenía;
y así me ha partido la gente para que no lo
entienda; y digo que no me ha de dar batalla
ni que le falte indio; y así hay necesidad de que
vuestra merced esté alerta y guarde su ciudad,
y á tiempo avisaré la deje y socorra á do fuere
necesario, que lo ha de ser. Esa carta me despa-
che luego con indio seguro á Neiva, al teniente
Garzón, y va abierta para que vuestra merced
la vea, y en esotro medio pliego, para que la de
vuestra merced y suya vayan así juntas en ese
pliego de papel. En lo demás á ella me remito».
La otra carta es deste tenor:
Carta mía para el Teniente general.
ff Señor Teniente general Alonso Garzón de
Tauste: Porque tengo respondido á su aviso
desta junta conviene al presente que vuestra
merced guarde su ciudad sin que salga hombre
della, y á los pasajeros que vinieren por el valle
de Neiva los detenga, y si cogieren alguna
espía pixao no se les haga mal, y si fuere de
otra nación lo empiquen en la punta del rio
camino de Almague, y si se huyere algún espa-
ñol no le sigan, ni se dé comisión á cacique para
esto ni para otra cosa; la gente se aliste en el
Cabildo ó casa fuerte á do es costiimbre; se
refuerce el palenque á do quedarán las mujeres
y servicio, y si fuere necesario haber menester
salir todos, tenga apercebido todos los indios en
su pueblos con sus armas para su defensa,
dando orden de su socorro, los unos á los otros,
si los pixaos los cercasen, y no salga español á
socorrerlos ni los indios acudan á esa ciudad,
porque sé esta gente ha de acudir sobre muchas
partes, sólo por divertirlos, y en no saliéndose
han do volver, y si salen han de matar muchos
españoles en diversas partes, que después me
han de hacer falta, y lo propio le digo, señor
Teniente y alcalde, que no se ha de dar guaza-
bara á do vuestra merced dice ni el señor capitán
Saavedra, sino donde yo pienso que ha de ser
el todo para nuestro remedio, y así saco que si
Dios nos da vitoria en la zábana de Popayán,
quo llaman de los Hatos, los que escaparen han
de dar sobre las ciudades de su huida, y á do
fueron han menester las manos, y tongo acor-
dado que cada teniente capitán guarde su ciudad
y puesto como debe á Dios yj al rey] nuestro
señor y así aviso á todos que se viva con cuidado.
Envíeme vuestra merced luego todos los alparga-
tes y cuerda que he avisado; al Tesorero y Con-
tador, que luego con doce soldados me envíen el
oro de Su Majestad y vengan solos doce indios
de los del Pirú y cuatro negros, y en llegando
al i'orro paren las cargas, y • los doce soldados
españoles cojan el alto y no se quiten de allí
hasta que de aquí les vuelva mandato, que al
cabo de la zábana estará la gente que los espera ;
sean los mejores soldados y de más fiar. Ceso,
porque cada día avisaré de lo que se ofreciere,
y vean estas cartas solos los oficiales del rey y
guerra».
Fueron recaudo y tornaron, trájose todo el
oro del rey y á la caja de Cali, que se puso en
casa del capitán Francisco Redondo, mi grande
amigo, á quien señalé por capitán de toda la
gente y hice teniente y justicia mayor. Tuve
nuevas cómo una mañana había parecido sobre
Buga gran número de gente y dieron otros vista
á Almague y otros á Neiva y á otras ciudades,
como se verá en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO XXVIII
A do se trata cómo se dieron avisos d todas las
ciudades, y de otras cusas que pasaron hasta
salir de Popayán con la gente y representar
la batalla.
En Popayán, á do residía y es de ordinario
estar el Gobernador, hice alarde de la gente
casi cada segundo día, porque estaba allí el ca-
cique Calocotd, y para que viese que no se me
daba nada dellos tenía avisado á todas las ciu-
dades sobre que diesen gente. Avisé en secreto
á los capitanes sobre que con astucias se hicie-
sen los alardes, mudando ropa y banderas,
sombreros y plumas, de suerte que decía al ca-
cique que lo tenía conmigo al entrar la gente
en la plaza: Aquéllos son los de tal parte, y
luego volvían disfrazados, y decía: Aquéllos los
de tal ciudad; y así decía él, como veía tantos:
Guararay, que os una manera de espanto. Con
todo eso tenía trecientos hombres, que me pa-
recía que tenía hartos para contra indios y con-
quistarlos todos, como no fueran de tres nacio-
nes, pixaos, taironas y araucos, que son las tres
naciones de la gente más valiente de las Indias,
y digo que si tuvieran nuestro proceder y saber
y pelearan con nuestras armas , que podían
competir con todas las naciones del mundo,
aunque faltándoles esto, y sobre todo á Dios,
no hay que subirlos; y estas razones daba yo á
todos los capitanes que temerosos me encare-
cían aquella junta.
Por haber tocado aquí y ser esta gente de
los pixaos valentísimos, diré brevemente, ha-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
321
ciendo alguna pausa en la historia, qué condi-
ción de gente sea y dónde su habitación, y por
ser de gusto diré también el motivo que tuvie-
ron del primer alzamiento. Estos, pues, son
una gente de guerra que están desde la ciudad
de Yuague en aquellas montañas por espacio
de más de cien leguas; cogen á Cartago, Buja,
Toro, Cali, y eni'rente de Popayán, y hasta
Calocoto, Salamanca, y por allá todo el valle
de Neyva y Almague, la Alta Gracia de Suma
Paz en los Sutagaos y hasta San Juan de los
Llanos, que en todas estas once ciudades salen
y matan y inquietan á sus moradores, así á los
españoles como á todos sus sujetos indios. Es
una gente que no tienen pueblos; habitan en las
altas palmas copadas y en otros árboles seme-
jantes ; hacen sus sementeras entre aquellas
montañas, mudándose por parcialidades y pa-
rentescos de una parte á la otra, como ladrones.
Es gente belicosísima y muy valiente, traidora
y llena de asechanzas. Es gente desnuda y muy
morena, membruda y tea; no adoran ningún
Dios ni entiorran sus muertos, porque pocos se
mueren de enfermedad. Entre ellos no se guar-
da parentesco de padre á hija, de hijo á madre,
de hermano á hermana ni otro ninguno; sólo el
marido guarda á sus mujeres. Y para decir
en breves razones quién son (como ya lo tengo
apuntado antes de ahora), es gente que se co-
men los unos á los otros y tienen carnicerías
públicas, de que doy fe haberlas visto, y así
debía de haber entre ellos al tiempo que el ade-
lantado, de felice memoria, Benalcázar descu-
brió y pobló aquella tierra más de ciento y veinte
mil indios, y sus continuas guerras y el comer-
se los unos á los otros los fue acabando, de
manera que quedaron tan pocos que se junta-
ron setenta y dos caciques, y por ser caso no-
table, según lo tienen por tradición y me lo
contó el cacique Calocoto, lo diré, y fue así:
Que viviendo el grande Adelantado y habien-
do poblado toda aquella gente y gobernación en
las ciudades arriba nombradas, los repartió y
dieron por sujetos tributarios á españoles va-
lentísimos que los ayudaron á conquistar. Los
sacerdotes, clérigos y frailes, dotrineros y sus
enconif^nderos españoles les afeaban y castiga-
ban el comer carne humana. Y un buen sacer-
dote clérigo portugués, llamado Pedro Rodrí-
guez, con celo de quitarles tan mal abuso les
predicaba y encarecía este pecado y abomina-
ción; era dotrinero deste cacique Pixao, que
así había por nombre, y tomando el sermón con
su ferocidad y diabólica imaginación juntó to-
dos los demás caciques, que fueron setenta y
dos con él, y les hizo una plática de la manera
siguiente, que dura y la dicen entre ellos los
Generales todas las veces de sus juntas y oca-
siones de guerras:
«Hermanos caciques, ya sabéis los más vie-
jos de vosotros lo que os quiero decir, y los
mozos sabedlo de aquí adelante: que cuando en-
traron los grandes diablos en esta tierra á con-
quistarnos, éramos, según los sujetos que cada
cacique tenía, gran número, y por las guerras
y comernos los unos á los otros, como nuestros
pasados hacían, y entre nosotros es y ha sido
cosa de asco y mala comer otra nación ; y asi no
quedamos al presente más de veinte dieces de
á diez grandes (que son veinte mil); faltan cien
veces de á diez grandes, de suerte que en pocos
años no quedará ninguno de nuestra nación y
lengua; y así hay necesidad que de aquí adelan-
te establezcamos con graves penas de las que
entre nosotros se acostumbran de deshonra,
como es no beber en cabeza de español, maldi-
ción que de continuo le sirva y sea sujeto, que
en las borracheras no se mate á ninguno para
que él viva mucho y en las venideras no hagan
cuenta del para matarle como á valiente y re-
partirse su carne entre todos, como cosa sagra-
da, sino que se muera de enfermedad; que en
las guerras no haga cosa famosa ni al venir
dellas le den lauro; que no junte á borrachera
suya con ofrecimiento; que no se le dé coca en
ella ni en los cantos de las borracheras jamás
comience ni se le convide para convidar la gen-
te, ni para de noche echar las suertes, ni sea
Mohán hechicero, ni jamás hable al diablo, ni
el diablo le responda, que la mayor maldición
y deshonra, al que comiere indio de nuestra na-
ción ni de otra si os parece, y ya que haya de
ser, sea á las otras. Y mira que dice nuestro
buen padre clérigo que somos los más malos del
mundo, y que nos habernos de acabar, y que
es grandísimo pecado, y que así nos tiene
lástima».
Fueron todos de contrario parecer y sólo se
llegó á éste otro cacique, llamado Calocoto, y
después de voceado el caso y hechas borrache-
ras y echadas suertes fue acordado que estos
dos caciques lo defendiesen en campo á todos los
demás con las armas que quisiesen, así en pe-
leas como en pruebas. Venció Pijao á tres en
beber, á dos en nadar, á cinco en mejores suer-
tes, á once en luchar, á dos en correr, á seis en
jugar la lanza, á otros seis en macana, á cinco
en tirar arco y honda, á nueve en tener peso á
cuestas y á tres grandes comedores en comer
carne humana. Y el cacique Calocoto venció á
los demás en las mesmas cosas. De suerte que
no fueron vencidos de ninguno. Quedó en ellos
el señorío de general y maese de campo, y como
endemoniados soberbios con el altivez de sus
Vitorias, lo primero que mündaron fue tomar á
todos armas y librarse de los españoles sus
amos, que en diversos tiempos y batallas han
muerto á muchos.
322
autobiografías y memorias
Un viejo venció en las siiertes á Calocoto,
y le profetizó que se había de ver un decen-
diente suyo otra vez sujeto de españoles, y po-
blado en su tierra pueblo, que fue parte para
que cuando entrase el bueno y valiente capitán
Hernando Alvarez y Saavedra á su tierra deste
no se defendiese, y está poblada la ciudad de
Calocoto Salamanca.
Quedóles á estos pijaos una grande afición
con lüs sacerdotes clérigos, tanto que basta
llevar uno este hábito para atravesar toda su
tierra sin que le hagan mal, antes le regalen y
lleven sus cargas á cuestas. Sus comidas son
maís, trigo de las Indias, yucas, que es cazabe,
patatas y otras raíces y hierbas; mucho pes-
cado, pomas y ocumares, que son leones y oses;
y ahora á todas las naciones comarcanas de
indios, salvo la suya, comen [y] á todos los
españoles, y dicen es la más sabrosa carne;
comen también á los negros; solían comer á
los frailes, y por una grande mortandad que les
causó uno ya no los comen, aunque los matan;
sólo son reservados los clérigos. Pues esta tan
belicosa gente y indomable y valiente nación
han venido á quedar tan pocos que en mi
tiempo no había cuatro mil, aunque con otras
naciones que les ayudan, que ellos han hecho
levantar, son más de veinte mil, que son: pijaos,
cuatro mil; paez, nueve mil; omaguas, cinco
mil; sutagaos, dos mil, que todos roban y ma-
tan con nombre de pij-^os, aunque sobre todos
éstos son los más valientes y atrevidos, y así
son temidos, como dicho tenemos; pero, ¡ben-
dito sea el Señor! á mí nunca me hicieron
temer de manera que no prosiguiese con mi
intento, y así avisé por todas partes que se
aprestasen para contra ellos, y escribí muchas
cartas, y á Buga y Cartago una, que es la que
ee sigue:
Carta para los de Buga ij Cartago.
<t Señor general Bocanegra: Escribo estos
renglones á vuestra merced más para pedirle
que su valeroso corazón se refrene con estarse
quedo en esa ciudad de Buga, encerrando las
mujeres y chusma en un fortísimo palenque, y
expresamente ruego á vuestra merced y encargo,
y si necesario es en nombre del rey nuestro
señor se lo mandó, porque conviene á su real
servicio, que aunc[ue vuestra merced vea la
gente sobre esa ciudad no salga á batalla rasa
de ningún género, porque no la han de dar los
enemigos, que sé de cierto que sólo buscan la
gente y Gobernador de Popayán. Guárdese se-
creto, que á su tiempo sabrá vuestra merced
lo demás; si nos desbarataren, aunque vengan
sobre Popayán, no salgan al socorro, porque
tengo el pueblo con gente y tau fortificado con
palenque y fosos para defenderse gran tiempo,
y dejo nombrado por Gobernador y capitán
general al valiente y venturoso Francisco Re-
dondo, pues lo es nombrado de las dos reales
Audiencias de Santa Fe de Bogotá y de la de
Quito de Cali arriba, y por la distancia nom-
bro á vuestra merced de las seis ciudades, por-
que tengo de vencer ó morir. Avise vuestra
merced al capitán teniente Alameda á Cartago,
y que detenga la gente de españoles y negros,
y no pase del pueblo y fuerte de Quindio nin-
guno, y luego con los veinte hombres que
mandé asistiesen allí, vayan otros doce y veinte
negros para que haya cuarenta, y no salgan á
cosa, sólo guarden aquel paso con vigilancia, y
el teniente su ciudad de Cartago. Con que sólo
advierto que si venzo á esta endemoniada y
mala gente tengo para mí que su venganza y
resurtida ha de dar sobre vuestra merced y esa
ciudad, pues su mayor intento es contra vuestra
merced y el capitán Hernando Alvarez de
Saavedra, como los más famosos capitanes que
el rey tiene y de quien ellos están más ofen-
didos. Y si mi intento sale verdadero, enton-
ces será necesario tanto valor como el de vues-
tra merced, á quien nuestro señor guarde. Doy
aviso á vuestra merced cómo está aquí por mi
pilar y amparo su grande amigo el general
Jusepe de Villamayor Maldonado, que lo estimo
más que á cien soldados para fuerza y para
consejo más que á mil experimentados capi-
tanes. El besa las manos de vuestra merced
mil veces».
Hechas por mí todas las diligencias posibles
y dados todos los avisos necesarios, se juntaron
un día algunos soldados, capitanes y oficiales
Reales y en nombre de Su Majestad, con gran-
des requerimientos, me pidieron que cómo no
tenía Consejo de guerra ni me aprovechaba de
tantos y tan buenos capitanes, y pues había lle-
gado nueva que el general Pijao había partido
la gente, y la mitad della iba á Buga y yo
mandaba no saliese el general Bocanegra, ni
juntase la gente española y negros de por allá
abajo y diese sobre aquéllos, y que saliese yo
con quinientos hombres y diese sobre estos otros
y así sería más fácil de vencerlos, y que me es-
taba encerrado y mandaba á todos los tenien-
tes capitanes en sus ciudades lo estuviesen y no
saliesen á socorro, que parecía que toda la fuer-
za la ponía en los palenques. Yo dije que tenía
tomado lo alto del páramo con sesenta hombres,
á do era imposible pasarme los enemigos de allí
adelante. Tenía tomado el paso de la sierra, ca-
mino de Neiva y Calocoto; en aquel puerto
treinta bravatos soldados, con que tenía guar-
dado asimismo aquello de hacia allí. Tenía en
Toro y en Tamboquemado tan gran fuerza
con que asimesmo aseguraba aquellas ciuda-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
323
des; y con docientos famosos soldados con el
tercero capitán Francisco Redondo, de los me-
jores de aquella gobernación, en guarda del oro,
y lo de por allá abajo tenía más guardado con
el capitán y general Bocanegra; de suerte que
no tenía descuido, pues hasta ahora tenía aper-
cebidos dos tan importantes intentos, que sólo
esto quería declarar, que era poner freno con
tanta vigilancia y fuerzas en las propias ciuda-
des, porque los naturales indios no se levanta-
sen, como solía ser en otras partes, y no se
guardando del enemigo sujeto habían perecido
á sus manos, que viendo las ciudades faltas de
gente solían dar sobre ellas, y por pocos que
matasen en cada parte, con las mujeres y niños
y demás chusma, era una pérdida muy grande,
que después no se restauraba con las grandes
venganzas y castigos. Lo otro, tenía guardada
toda la tierra de la ofensa que todos los indios
de guerra le podían hacer, y para que viesen
que aunque tuviese junta el capitán Bocanegra
la gente de Cartago, Buga y Quindio, y qui-
siera dar batalla á diez mil indios que á vista de
Buga parecían, se despachase un correo volan-
do y que les representase batalla, y verán cómo
se la representan y se desparecen y no se la dan;
sólo le matan alguna pieza ó hombre desman-
dado, aunque no tengan más de la gente de
Buga, y que entre ellos señalen un capitán que
salga con docientos hombres y represente ba-
talla á los demás que se han visto tres leguas
de Popayán. y verán lo propio, si no le ha lle-
gado toda la gente; mas que miren que no den
batalla los unos ni los otros, que será poner
la tierra en punto de perderla, y con esto me
salí.
Nombraron capitán y salió de allí á dos días,
y se dio aviso al general Bocanegra; y porque
no sirvió más de abreviar para que los indios se
juntasen, no diré á lo largo lo que aconteció,
sólo brevemente diré lo que pasó, y es que los
de Buga se vinieron y esotros se retiraron,
pensando que se arrojase á pasar de la zábana,
para en emboscadas acabarlos á todos. Supe que
el contador, como vizcaíno, quiso apresurarse y
pasar tras los indios, y los soldados se le amo-
tinaron, y el capitán Pedro Cepero, que envié
con él con orden secreta que si quisiese pasar
de la zábana no lo consintiese y fuese él capitán,
que así lo hizo. Tres mestizos que se atrevieron
á subir la montaña, porque veían que los indios
dejaban las armas y huían, dieron en la embos-
cada, y aquella noche los comieron, y pagaron
su atrevimiento; y aun al capitán contador
se lo llevaran si con su brío no diera de puña-
ladas á un indio que lo tenía asido, y casi no
había comenzado á subir á la montaña. Fue es-
carmiento para que de allí adelante me dejasen
y aprobasen todo lo que mandaba.
Aunque señalé cinco capitanes de consejo de
guerra, de allí á tres días tuve aviso cómo casi
le pasó lo propio al general Bocanegra, y le
mataron un negro que envió por ver si adivi-
naba yo lo porvenir, y se volvió á su palenque.
Mandé que hiciese alto la gente y esperase or-
den con solo guardarse, que así lo hizo el capi-
tán Pedro Cepero. Cada día hacía alarde y l>ra-
voseaba á los soldados diciéndoles cómo habían
de haber menester las manos. Duró ocho días,
que sirvió de ejercitarse en la milicia y en tirar,
al cabo de los cuales me dijo Calocoto que se
quería ir. Salieron con él cincuenta famosos in-
dios bien armados y veinte indias cargadas con
chicha, que es su vino. Yo le di una banda y mu-
chas plumas, y le regalé y saqué hartas cosas
de secreto, con lo que yo me sabía, que me hi-
cieron provecho. Otro día después de la par-
tida deste cacique junté á consejo de guerra y
propuse que era tiempo de salir á buscar al ene-
migo, y declaré cómo le hacía preguntas á Ca-
locoto de que cómo no se iba, que si quería es-
tarse allí y cuando viniese su General tener él
ganada la ciudad; y como en las palabras que
me respondía veía (aunque eran con rodeos y des-
víos) que no habían de dar batalla, y entonces
declaré lo siguiente, y el capitán Don Sebas-
tián asimesmo:
Señores, aunque yo no he salido de Popa-
yán con los españoles y buscado muchas leguas
de aquí al enemigo de que se me ha cargado
culpa, no la he tenido, porque sólo bastaba por
descargo lo que he dicho y las prevenciones
hechas, que son tan grandes cual todos veen;
mas mi mayor motivo ha sido un aviso que
tuve secreto de un cacique pijao amigo mío,
que en el socorro de los sutagaos hallé preso
de dos soldados españoles, que le mataran por
quitarle la patena, narigueras y orejeras de oro,
que yo les quité y satisfice á los soldados, y la
persona quedó para mí;dile libertad, y sabiendo
este cacique que yo venía por el puerto de la
Buenaventura me salió á ver y me dijo la junta
contra esta gobernación; y sabiendo que era
Gobernador se holgó, y me dijo cómo en las
suertes para la guerra había dicho el diablo al
hechicero que sólo lo aventurasen en una bata-
lla, y que si la vencían serían vitoriosos en
otras, y que divirtiesen en acometimientos con
emboscadas en muchas partes y matasen los
desmandados; y para ver á do había de serla
batalla vino en segundas suertes á decirles que
en el valle, al cabo del, con grandes embosca-
das en la montaña, para que si se viesen apre-
tados se retrajesen, y pasando los del alcance
los acabasen, y así tengo con' grande acuerdo
mirado y remirado lo que he de hacer, y la bata-
lla cruel que nos han de dar sé que ha de ser la
mayor que ha de haber habido de indios á espa-
324
AUTOBIOGRxVFIAS Y MEMORIAS
ñoles, pues solo en ella tienen fundada su liber-
tad y venganza. Ahora ve'ase lo que á cada uno
les parece, que con ello veré yo más claramente
lo que deba hacer y lo demás deste camino lo
dirá el que está ahí, de quien me he fiado y en-
viado con tanto secreto á saber lo demás, que
dijo lo siguiente ('):
El señor Gobernador me mandó con secreto
fuese á Neiva, como que iba á ver aquella ciu-
dad y palenque, y que lo reforzase y diese el
orden posible y tomase de allí doce hombres
para ver los hatos y poner gente á do fuese ne-
cesario, y el alma de mí y del y peligroso viaje
(que así le quiero llamar por el que llevaba)
fue á sólo verme con un cacique pijao, como
morador de aquella parte que cae al río y valle
de Neiva, á do fui y le hallé y hablé y me dio
grandes avisos, que por escrito le he dado, que
han de ser de grande importancia para el buen
suceso desta guerra. Cosas de oro y de grandes
preseas de valor le cuesta al señor Gobernador,
que yo llevé y di al caciquillo. Los doce hom-
bres traje y los dejé con los treinta que están
en lo alto del camino, que ha de importar mu-
cho para la guarda de Neiva y de Salamanca, y
como el primero en este consejo de guerra, digo
que soy de parecer en que salga la demás gente
luego y se junte con la otra que tiene el capi-
tán Pedro de Lerena, y en lo demás me remito
al tiempo y al señor Gobernador.
Hubo dares y acuerdos sobre todo, y asi man-
dé salir otro día trecientos hombre? , por mitad
infantes y de á caballo; salimos miércoles de la
ciudad, y poco á poco en dos días nos juntamos
con la gente. Dejé en Popayán los alcaldes or-
dinarios por capitanes de á caballo y infantería,
y tan bien guardada y tapiadas las calles, y todo
tan bien ordenado, que se dijo que aunque vinie-
ran docientos mil indios se podía defender Popa-
yán. Viernes siguiente llegó por la mañana mi
grande amigo el capitán Francisco Redondo, á
quien nombré por maese de campo. Al medio
día llegó el capitán Hernando Alvarez, y por
haber otros cincuenta hombres de á caballo, y
con los que él trajo y el maese de campo, le
nombré 'capitán. Otro día llegaron los Cobos de
-Buga y también los nombré capitanes de infan-
tería, en que repartí la gente del capitán Ce-
pero, de suerte que me hallé con docientos y
cuarenta de á caballo, y casi trecientos y cin-
cuenta de á pie, y más de cien negros, que pa-
recía era bastante gente para veinte mil indios
que teníamos nuevas era toda la gente. Domin-
go al amanecer oímos los fotutos y descubri-
mos la gente enemiga, que á todos pareció gran
número.
(M T)tm Sebastián de Benalcázar, valeroso [JVcta
marginal).
CAPITULO XXIX
De las cosas que pasaron antes que se diese
la batalla y cuan peligrosa fue.
El dicho domingo cerca de medio día pareció
un indio con un trapo en una vara, como que
venía de paz, y pidió que quería hablar con el
capitán mayor, que ellos dicen; todo esto por
señas poniendo la mano delante, y diciendo:
Amigo, amigo; mirar, mirar, liatun capito.Yasí
lo trajeron ante mí y me holgué en el alma de
verlo, porque era mi amigo el caciquillo. Díjo-
me con ferocidad que su general decía que me
desafiaba y que si le venciese se irían, y que si
él me venciese que dejásemos la tierra y nos
fuésemos con las armas y sin mujeres, porque
ellos querían las españolas ]iara ellos. Yo le dije
que dijese á su cacique y general que si él fal-
tase que su gente valía poco; y así que liien sa-
bía que aquello era entretener, que yo esperaría
todo lo que él me avisase, aunque fuese una
quilla, que es una luna, un mes, y que si se arre-
pentía, con sólo que castigase á quien le había
engañado en hacer aquella junta y se poblasen
dos pueblos en su tierra de españoles, le perdo-
naría. Supe del cacique le faltaban seis rail in-
dios y que esperaba saber de las ciudades de
Arma, Caramanta y Toro, que me dio harta
pena, porque me dijo lo sabría todo y me avisa-
ría; y como no volvió más, uo lo supe; y anda-
ban aquel domingo á las manos los sujetos con
los españoles, y es lo cierto que si no tuviera
hecha tanta prevención en la guarda de las ciu-
dades, todos los más indios de paz se levanta-
ran y SL' llevaran las ciudades, viéndolas des-
apercebidas de gente, y fue freno ver la vigi-
lancia, y en cada parte hubo asomadas de indios
embijados y emplumados, que no los conocie-
ran los que los hubieran visto, por ver si salían
los españoles y dividirlos y acabarlos, y visto
que no salían, venían los caciques como teme-
rosos y que habían visto pijaos. Los capitanes
decían lo que yo les tenía dichoque dijesen; que
se guardasen en sus pueblos de tan mala gente,
y con esto los aseguraban.
En estos tres días se confesó y conmigo toda
la gente y «►! fueron desviando los naturales ene-
migos más hacia el fin de la montaña, y los
pijaos se pusieron á mano derecha, los paez y
omaguas en el cuerpo de la batalla y las demás
naciones al lado izquierdo. Miércoles al ama-
necer nos desculirimos á tiro de escopeta, y así
salieron el capitán Hernando Alvarez Saave-
dra con su gente de á caballo y comenzaron
á escaramuzar con los indios , y ellos fortaleci-
dos tenían más de media legua hechos á trecho
hoyos y estacadas, que en cayendo hombre y
PEDRO ORÜOÑEZ DE CEBALLOS
325
caballo dentro no había más que decirle: Per-
dónete Dios, porque había de perecer.
Descubierto esto me dio aviso, y le costó
cinco hombres y caballos con sólo muerte de
otros cinco dellos. Descubrimos los hoyos y así
los de á pie, reconocidos, se guardaban dellos;-
fue gran cosa que tuve un ardid que rae apro-
vechó harto aquella noche. Quite' todos los
indios amigos, que de ningún género dejé indio
ni india en el real, retirándolos hacia Popayán,
con decir que me pesaba más perder un indio
amigo y verlo muerto que dos españoles. Las
mujeres y muchachos se retiraron y los varones
dieron sobre el lado izquierdo, sobre las nacio-
nes, que los retiraron, y entonces pasó la pala-
bra á todos los soldados descubriéndoles las
celadas de la montaña, y que no entrase hombre
dentro; y como yo vide los amigos indios tan
afrentados, hice porque no los acabasen, que no
eran más de trecientos, que los socorriera el
capitán Juan Rosero: mataron de los indios
nuestros ochenta y sólo tres españoles. Tenía
ordenado al capitán Jusepe de Villamayor Mal-
donado no entrase en batalla, sino socorriese
y animase á la gente, y comenzó labatalla á las
ocho con una vocería de aquella canalla tan
grande que ponía espanto, y de nuestra parte
«Santiago y á ellos», y mientras los indios
pelearon les hice un razonamiento tan breve,
que en diciéndoles : Ea , señores soldados
españoles, mirad que vuestros contrarios son
indios, fue tan breve el Santiago y la arreme-
tida de los pijaos por el lado derecho, que no dio
lugar de decir más. Cayeron de los nuestros
cinco hombres y doce negros y dellos debieron
de ser más de trecientos. Fue tanto el coraje
de aquellos demonios que en menos de medio
cuarto de hora retiraron á los nuestros. Era de
ver que hubo indio que llevado el brazo por
querer asir del arcabuz, entró con el soldado
español y con la boca le llevó las narices. Los
que mejores andaban eran los indios amigos, y
los capitanes Juan Rosero y Alejandro de Ale-
jandre, que llevaban á los indios de arrancada.
Estaba yo á caballo con doce valerosos compa-
ñeros, y bastaba el capitán Pedro de Lomelín,
que se deshacía por ver que no peleaba; entonces
piqué el caballo y dije: Pues no quiera Dios
que yo viva con infame retirada, y así tornaron
á rehacerse y ganaron lo perdido. De presto
torné al batallón y comencé á dar voces: Ea,
soldados españoles, nmramos y no se diga que
á quinientos homlires españoles los retiraron
omaguas; y me reparé y vide en una parte
tanta espesura de indios, que pareció había de
haber algún gran mal. Partí para allá y di aviso
al capitán Villamayor Maldonado, y en un pun-
to desbaratamos los indios, y vide al contador
Pedro de Lerena á pie con otros cinco y bien
heridos, y el General que daba voces á los indios
que lo dejasen con él, que cierto me paré á ver
aquella bravosidad de aquel valiente indio con
una lanza hacer cosas dignas de un famoso
español. ISTo podía pasar por los nmertos, y así
me apeéj que me culparon harto, porque acudió
Calocoto con más de mil indios, la flor de los
pijaos, que retiraron de allí casi todos los espa-
ñoles, y dijo á voces: Ea, General, que á pie
tienes el General español. Vínose hacia mí ter-
ciada la lanza, y yo, como tenía más el pensa-
miento en Pedro de Lerena, dije á Marcos
Ortiz: Ese caballo mío le he de dar, y libre el
contador; yo me las habré con este bárbaro, y
así le rebatí la lanza. Dio Calocoto sobre
Pedro de Lomelín y los demás, que fue harto, y
se lo agradecí, que á fe si todos dieran sobre mí
que creo que mal me escapara.
Vido aquel demonio, ó se lo dijeron, que las
naciones las retiraban los indios, acudió allá,
que si fueran diez mil ó el mismo demonio no
le temieran más, y luego se retiraron. Yo esta-
ba herido en tres partes, y me puse la contra-
hierva, que la traía majada, y me até y subí en
un caballo, sino que no me duró mucho, porque
me dijeron que Pedro de Lomelín estaba á pie
y casi muerto, y me dio tanta pena que dije:
Síganme, y estaba Calocoto, que decía en espa-
ñol con su media lengua: Ea, valiente, que yo
te he de vencer; date, date, y te presentaré á tu
amigo. Como me apeé hicieron lo propio más
de doce, y acudieron tantos indios y españoles
que por poco nos ahogáramos, y más con el ca-
lor que allí hace y siendo casi medio día; eran
tantos los que acudieron que indios y españo-
les no podían mandar las armas. Al fin pude
escapar á Pedro de Lomelín. Y ei'a cosa vale-
rosa que se dijo que este cacique y el General
debieron por sus manos de herir más de docien-
tos hombres y matar más de seis. Todas la ve-
ces que se hallaba conmigo Calocoto se retiraba
y decía á su gente que se retirasen, y pudo ma-
tar á su amo y tuvo conocimiento dello, y lo
dejó; y me certificó el propio capitán Hernando
Alvarez que á un indio que con una daga le iba
á herir, abrazado del, lo mató el mesmo caci-
que Calocoto. Salióse de allí este maese de cam-
po y fue en busca de su General con aquellos
indios que eran el socorro de las necesidades, y
les dijo que se retirasen, que en dando en la
emboscada era toda su vitoria, porque estaban
los indios pijaos rabiando por ver los españoles
con ellos. No quería este bravo indio, por decir
que si él podía vencer en campo raso que no
quería emboscadas, sino que llamase dos mil
pijac)S que allí estaban y otros cuatro mil indios
descansados, y que vencería. No le oyeron sus
indios, y por esto y porque mandé al capitán
Alejandro que socorriera al maese de campo,
326
autobiografías y memorias
que había hecho cosas famosas con los pijaos al
lado derecho donde peleaba, y con su llegada se
comenzaron á retirar, que debieron de morir en
dos tiros de escopeta más de mil dellos. lucié-
ronme cara, y en aquel poco tiempo torné á re-
hacer la gente, y mirando la que había, halla-
mos que faltaban cuarenta y seis hombres, sin
los heridos, treinta negros y ochenta y seis in-
dios, queme dio harta pena, y más porque todos
los capitanes estaban heridos y de cada uno
dellos se podía hacer un libro de sus maravillas,
y Pedro de Lomelín tenía otras dos heridas.
Visto que nos parábamos tornaron á arre-
meter; los caballos no importaban y así los de-
jaron, y algunos soldados se tornaron á rehacer
de los arcabuces y debieron de matar más de
dos mil, sin que matasen ni hiriesen hombre,
solos tres negros y un indio; dijeron después
que la culpa de aquellos muertos y no dar nos-
otros en la emboscada la tuvo su General, que
nos dio lugar de reformarnos y de oler la em-
boscada. Comenzaron á huir y los españoles
tras dellos hasta el pie de la montaña, y allí
pararon y detuvieron los indios con decir que
tocaba yo á recoger y á do yo hice alto tornó la
gente, y vístose burlados tornaron todos los de
la emboscada con tanto brío, y los dos demo-
nios General y maese de campo entre ellos,
que si no fuera por los arcabuces, que había
enviado los indios y negros á buscarlos y tra-
jeron muchos, y los indios se debieron de llevar
más de sesenta que faltaron, les dimos tales
cargas que se mataron más de- mil sin daño
nuestro. Envió el General indio á llamar su
gente y tornó á arremeter con todos de golpe,
y era ya casi la noche; nos mataron un hombre
y nueve negros. Los indios se retiraron y luego
con grandes alaridos hicieron muchas lumbres,
y nosotros asimismo. Colgáronse pabellones y
descansamos; comió la gente, que estaban tales
que era mancilla; con todo eché de ver en todos
que tenían buenas ganas de pelear, y así dije
al maese de campo: Esta noche habemos de
tener otra guazabara; vaya la palabra y alerta;
echó espías y en un momento que aun no eran
las ocho tornó uno y dijo: Señor Gobernador,
indios tenemos detrás y se acercan. Topó otro
soldado un indio y me lo dijo y se descubrió.
Era mi amigo el curaquilla, y me trajo que mi-
rase por mí, porque quisieron colgar á Calo-
coto, porque se dijo que me pudo matar y á su
amo y que no lo hizo, y se ofreció de llevar las
cabezas de ambos y escogió mil pijaos. Estando
en esto dieron un alarido por detrás y asimismo
por delante, que con haber dicho y vístose de
cierto que no era gente de socorro sino la mis-
ma, que había pasado por una quebrada, casi los
desmayó á todos.
CAPITULO XXX
Y ÚLTIMO
Donde se cuenta lo que pasó en la segunda
batalla de la noche y se da fin á la historia
de los pijaos.
Ya se ha dicho cómo con alaridos arremetían
los indios, dellos por detrás y dellos por de-
lante, y fue que como nos vieron tan reparados
y con tanta orden, se fueron en particular los
[de] detrás retirando y de los otros asimismo.
Costó la acometida cuatro hombres y siete ne-
gros y dos indios, y dellos más de mil. Toda la
noche nos velamos, y al amanecer oímos gran
ruido. Salió Hernando Arias porque le dijo un
indio suyo que querían empalar á su cacique,
y lo quitó, que prometo que no fue poco; no
teuía más de una herida y cortadas las orejas
por arriba dos piquitos, que es cuando los Gene-
rales los sentencian á muerte ellos mismos á los
oficiales y caciques les cortan aquellos piqui-
tos. Supimos cómo faltaban mil y ciento y
veinte y dos pijaos y casi siete mil de los de-
más, que fue una grande matanza. De nosotros
faltaron, con uno que se murió aquel día, cin-
cuenta y dos hombres, casi otros tantos negros
y aun no cien indios. Sentílo mucho, pero con-
solóme con la gran vitoria que dellos se al-
canzó. Retíreme hasta cinco leguas junto de
Popayán, de donde partió el capitán Hernando
Arias para su ciudad de Salamanca, por la
gran necesidad que había allí. Tuve allí cartas
de Buga, del general Bocanegra, que su tenor
es el que se sigue:
Carta del general Bocanegra.
«Llegaron los indios miércoles á los veinte
y un días después de la batalla grande, y luego
parecieron los españales que venían al socorro,
que animó y esforzó mucho á mis soldados, por
ser á tan buen tiempo y tantos como eran. Yo
tenía setenta y siete hombres; salí luego con
los cincuenta á juntarme con los demás espa-
ñoles. Arrojóse Pijao á la ciudad, y la entró;
pensó ganar el palenque y no pudo por la bue-
na defensa. Entró el maese de campo tras del, y
yo con la mitad déla gente le cogí la delantera:
y creo le pesó al Pijao de haber entrado en la
ciudad, pues fue emboscada para ellos, pues
quedaron por las calles más de mil muertos.
Pasaron cosas señaladísimas, que si las hubie-
ra de escribir fuera menester muchos pliegos {}),
pues todos los españoles se mostraron valero-
sísimos, aunque entre ellos se señalaron once
(') En el original, peligros.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
327
en particular, que por serlo tanto haré relación
dellos: el maesa de campo Francisco Redondo,
el fator Rodrigo Pardo, sus dos sobrinos,
Pedro de Lomelin, el capitán Cava, Antonio
Caravajal, Cristóbal de San Juan y el capitán
Prado. Estos son nueve, y digo que fueron
once, porque me quiero yo atribuir en esta oca-
sión nombre por dos, pues trabajé tanto como
todos ellos dirán. Retiráronse los indios; fue
su amparo el general Pijao, que certifico hizo
cosas maravillosas, pues tantos españoles no
lo pudimos prender, matar ni aun herir. Salió
el capitán Pedro de Lomelín en su alcance, y
á la noche, al tiempo del recoger, volvió con la
presa, que fue el general Pijao preso, que fue
el mayor portento y hazaña que se pudo aguar-
dar ni hacer, pues uno solo hizo lo que tantos
y tan valerosos no pudieron. El es el que lleva
ésta, y juntamente al General preso, el cual
largamente contará á vuestra merced lo que ha
pasado».
t Llegó Pedro de Lomelín con el general in-
dio, y con mucho contento, pues traía presa de
tanta importancia; y no con menor lo recebí yo
también, y le dije que quisiera más haber pre-
so yo aquel indio que el ser señor de un grande
estado, y que por haberlo hecho él merecía en
premio ser recebido con tanto triunfo y grande-
za en Popayán como lo era el gnin Julio Cé-
sar ó Pompeyo en Roma cuando venía glorioso
y triunfante de alguna incierta y dudosa vito-
ría, á lo cual me respondió con su acostumbrado
término: Este cacique vuestra merced lo pren-
dió, pues á sólo eso me envió, y así cuando me
abracé con él le dije que se rindiera al Gober-
nador, que de otra manera me parece no tu-
viera efecto mi empresa, y así lo hizo, que con
algún gusto se rindió.
Con estar acabada la guerra nos fuimos á
Popayán, donde fui recebido con grandes de-
mostraciones de alegría, por la vitoria adqui-
rida, y se hicieron solenísimas procesiones en
hacimiento de gracias á Dios Nuestro Señor,
con otras fiestas que la ciudad liizo. Hízome
un presente de algunas cosas de valor, el cual
recebido lo di luego á Pedro de Lomelín y más
un vestido mío, por tenerlo tan bien merecido.
De allí á pocos días di libertad al general Pi-
jao, con capitulaciones que se había de poblar
un pueblo de españoles en su tierra cuando los
mandase la Real Audiencia de Santa Fe de
Bogotá y que no tuviesen carnicerías públicas
de carne humana, y otras cosas con que quedó
asentada la paz. Quédeme en aquella goberna-
ción algunos días, y después, por venir el Go-
bernador propietario, libre me tomé á la ciudad
de Santa Fe, donde determiné escoger otro es-
tado, que fue el de clérigo, como se dirá en el
segundo libro.
¡Sea la gloria al Señor de todo!
LIBRO SEGUNDO
A DO THATA EL CLÉRIGO AGRADECino LOS VARIOS SUCESOS QUE LE PASARON
Y VUELTA QUE DIO AL MUNDO
COMPUESTO POR EL DICHO LICENCIADO Pi:DllO OIíDÚÑEZ DE CEBALLOS
PRÓLOGO
Porque la distinción (como dice el príncipe
de la Filosofía, Aristóteles) es causa de clari-
dad, por esto me ha parecido dividir esta his-
toria en segundo libro, en el cual se trate de los
varios y diversos sucesos que me han aconteci-
do después que me ordené de sacerdote. Y pues
mis estados han sido en el discurso de mi vida
dos, así en otros tantos he determinado poner-
los todos. En este segundo, pues, trataré todo
lo que á este estado pertenece, dividiendo toda
la materia, como en el primero, por capítulos,
suplicando humildemente al Señor seapara^glo-
ria y honra suya, gusto y aprovechamiento del
discreto y prudente lector.
CAPÍTULO PRIMERO
Do se trata de cómo me ordené y el contento que
recibió el arzobispo de Santa Fe en ello.
Ha habido diversidad de opiniones en qué
signifique el nombre de presbítero, y así con
la delgadeza de sus ingenios han dicho muchas
cosas varios y diversos autores; pero quien más
bien entiendo que dio en el blanco deste obscuro
fue Hugo de Santo Victore, el cual en el libro
primero De Sacramentis, capítulo treinta y nue-
ve, dice que presbítero en griego significa viejo,
tomando el nombre, como pondera San Jeróni-
mo, del efeto, porque lo han de ser no tanto en
la edad cuanto en las costumbres. Otros dicen
que presbyter en latín es lo propio que prcpbens
iter, el que enseña el camino á los demás; y
no deja de ser valerosa esta significación, por-
que ellos son los que con su ejemplo, vida y
doctrina enseñan el camino del cielo. De aquí
es que aquella valerosa mujer llamada Juditli,
á los sacerdotes del templo, como consta del
capítulo octavo, los llamó presbíteros, porque'
enseñaban el camino de Dios al pueblo. Y de
aquí también (si no me engaño) nace y se ori-
gina el deseo vehementísimo que algunos san-
tos prelados tienen de que haya gente inclinada
á recebir el Sacramento santísimo del Orden,
para que no falte número grande de sacerdotes
que animen, esfuercen y enseñen á sus próji-
mos el camino del cielo, pues ese ha de ser su
oficio, y si esto es tan necesario en todos los
pueblos, como pondera el padre San Ambrosio,
el cual dice ser necesarísimos los sacerdotes en
todos ellos, en donde más falta pueden hacer,
y por consiguiente son más necesarios, es en
las partes remotas y donde más necesidad hay
de enseñanza. Dijo Prudencio que los sacerdo-
tes son dedo de l)ios, y con singular erudición,
porque entre otros ministerios de que sirve el
(ledo es de enseñar el camino por donde 'se ha
de caminar, y así el uno dellos se llama índice,
porque es ese su oficio, señalar y indicar; y se-
gún esto manifiesta queda la obligación de sa-
cerdote, que es mostrar el camino de Dios. Este
ministerio, pues, ha de procurar cumplir como
San Pablo aconseja, y en donde más necesidad
hay allí es donde con más veras se han de em-
plear, y esto entiendo ha movido á muchos va-
rones amadores de la perfeción á pasar esos
procelosos mares, sujetos á tantas inclemencias
de cielo, vientos y aguas: el ver la necesidad
([ue dellos hay en esas tierras apartadas de las
Indias. Y aun eso también, sin duda, movía los
corazones de aquellos señores arzobispos }' obis-
pos de tales partes, y hoy en día les mueve:
procurar haya quien se ordene, para que haya
siempre obreros en esta viña santa del divino
Padre de familias. De mí sé decir que puedo
escribir todo lo dicho con mucha verdad y ates-
tiguar estos deseos vehementísimos de los san-
tos pastores de aquellas partes, pues el que me
ordenó á mí los mostró con singulares circuns-
tancias (dejo á una parte el amor grande que
me tenía y el deseo de hacerme merced, como
se verá en el discurso de la historia); pero fue-
ron las muestras que dio tan manifestadoras de
contento, que no se pueden dejar, de atribuir á
lo uno y á lo otro. En el instante que supo mi
voluntad se levantó de su asiento y me abrazó,
y sacó de su estuche unas tijeras y me cortó el
cuello. Diciéndole yo: Aguarde V. S., respon-
PEDRO ORüOÑEZ DE CEBALLOS
329
dio: Habilidad tenía yo para que os lo quitáse-
des y no hacer esto; pero es tanto mi gozo que
por mi contento lo quiero yo hacer, para que se
cuente que el mismo arzobispo, en oyendo el sí
del padre Ordóñez, de alegría se levantó y le
cortó un cuello con sus manos que valía muchos
dineros, y éstos los daré yo hoy de limosna al
hospital. Agradecí á su señoría tanta merced,
y ésta me quiso hacer de tal manera que en
las primeras órdenes me quería ordenar de to-
das las órdenes, salvo de corona y el primer
grado, que lo tenía ya recebido en Sevilla. Su-
pliquéle encarecidamente se sirviese ir más á
espacio, y así me ordenó desde el día de Santa
Lucía hasta el día de la dominica in Pasione
de todas órdenes.
CAPÍTULO II
De lo que me pasó con la Audiencia y Visitador
delta, y cómo apacigüé un grande mal.
En Tunja, ciudad deste reino de Santa Fe,
acaeció que una dama, hija de un hombre muy
principal y rico, se enamoró de Miguel Enrí-
quez, vizcaíno, poderosísimo en su hacienda y
en su trato mercader. Quiso casarse con ella, y
el padre se agravió tanto que lo siguió y aun
trajo Oidor sobre ello, al cual le consumió cien
mil ducados, y en ausencia sentenció á muerte
al vizcaíno, y á Hernando de Torres, por ha-
berse acompañado con él, le cortó el pie; á otros
criados azotó y echó á galeras. En resolución,
fueron tantos los agravios que hizo que se pi-
dió en España visita contra la Real Audiencia.
Proveyóse en el cargo al licenciado Monzón,
Oidor que era de Lima, el cual bajó al reino [y]
suspendió al presidente y Oidores. A la sazón
fue el licenciado Pedro Zorrilla por Oidor, y por
fiscal el licenciado Miguel de Orozco; quiso
prender á éstos también. Defendieron ellos su
causa diciendo que no tenía jurisdición sobre
ellos, por haber ido ellos después; y porque se
dijo que se quería alzar le prendieron y arras-
traron y enviaron á España. Vino para emen-
dar esto por Visitador el licenciado Prieto de
Orellana, [y] suspendiólos. En la flota donde
vino este mismo Visitador vinieron á las plazas
vacasde Oidores el licenciado Salazar,que presi-
dió, y el licenciado Peralta y el licenciado Cha-
parro, y al cabo de su visita, que duró casi cua-
tro años, los quiso suspender á los dos, porque
el dotor Chaparro, como más moderno, estaba
visitando las provincias de los Musos y la
Palma.
Era el licenciado Salazar nmy temido por-
que hizo en aquel reino grandes justicias, tanto
que acaeció semana ahorcar dos hombres, tres
negros y un indio, y azotaba todos los días de
mercado, que era cada cuatro días, muchos in-
dios, porque estaba aquella tierra perdida de la-
drones. Hizo tantas justicias que mandaba dejar
las tiendas de la calle Real, que es la de los
mercaderes, abiertas, y en los cajones el oro; y
si pasaban algunos por allí, huían de miedo.
Desorejó y desnarigó dos mil personas, y hizo
otras justicias gaandísimas, sin respetar á nadie
ni aunque interviniese la intercesión de cual-
quier persona, por principal que fuese, no era
bastante para detener su justicia, como se vido
cuando degolló á dos caballeros, que aunque in-
tercedieron muchos principales y daban por
cada uno doce mil ducados al rey, nada bastó
para que no lo hiciese. Era tan temido, que una
vez llamó al capitán Gaspar de Aguilar, de
San Juan de los Llanos, y vino á mí y lue dijo
que Salazar lo había enviado á llamar, que se
quería huir; pero animándolo y dándole buenas
esperanzas fui con él, y llegó tan turbado que
casi no le acertó á hablar. Queríalo para que
enviase por un negro suyo, el cual había veinte
y tres años que había muerto á otro y á una
india, de celos, y á una criatura. Trájole él
mismo y se lo entregó, al cual atenacearon.
Sacó los procesos de treinta años y los castigó,
En conclusión, fueron grandes las justicias que
hizo, que era temido en grande manera. Siéndo-
lo, pues, tanto, y como el Visitador decía que
en cosas de su visita le obedeciesen, decía él y
Peralta que no tenía jurisdición sobre ello , y
así estaba todo alborotado, y aun iban tan á
malas que ya se decía en público que Peralta
persuadía á Salazar prendiesen al Visitador.
En esta ocasión había otro pleito eclesiástico,
y fue que un clérigo mestizo, llamado el padre
Cerro, obtuvo de Su Majestad una canonjía de
aquella iglesia, y no lo querían recebir por cosas
que le ponían, y sobre la cédula y sobrecédula
que le fue de España, ganó indulto del Pontí-
íice y bula para que lo recibiesen y para que si
no lo querían hacer, criase un juez conservador.
No quisieron obedecer á todo esto, y así fue el
mismo á Roma y impetró un decreto en que
dice Su Santidad de su propia letra y firma:
«El que es sacerdote está en potencia (sea del
linaje que fuere) para ser Papa, cuanto y más
canónigo, que es tan poco». Diole también bu-
las para que criase juez conservador contra el
caliildo de la iglesia y contra todos los que hu-
biesen sido ó fuesen contra él de cualquier ma-
nera, no exceptando á la Audiencia, Visitador
ni cabildo de la ciudad; fue tan amplia que ja-
más se vio tal. Pasóla el Real Consejo. En lle-
gando que llegó con todo este poder, me crió
por juez conservador. Hícele recebir por canó-
nigo, y sobre lo corrido y otros autos que había
hecho el otro juez antes, y pedido favor á la
Real Audiencia y al Visitador, y no se lo habían
330
autobiografías y memorias
dado; estaba todo esto en litis. Encuéntrase,
pues, en este tiempo la Real Audiencia y el
Visitador de tal manera, que los unos notifica-
ban mil provisiones al Visitador, hasta ponerle
guardas y hasta no consentir entrase nadie en
su casa . y el Visitador hacía lo propioá los otros,
íío faltaban en esta ocasión espíritus del demo-
nio, sediciosos y chismeros, que llevaban nuevas
á una parte y á otra. Al Visitador le decían que
la Real Audiencia lo quería prender, y á la
Audiencia que el Visitador los había de sus-
pender.
Era esto parte para que cada uno por la suya
quisiese hacer aquello, temiéndose los unos de
los otros. Acudía gente de la ciudad, según los
bienes ó males que había recibido, á cada una
de las partes, ofreciendo sus personas. Víspera
de Santa Isabel había en la plaza más de cien
arcabuceros que tenían tomadas las calles, y és-
tos por la Real Audiencia, En casa del Visita-
dor había otros tantos. Estaba la ciudad en
punto de perderse. El señor arzobispo ni nadie
los podía aplacar. Llamábame cada momento
el Visitador, y como era tan viejo temía no lo
prendiesen, y como Salazar era tan íntimo ami-
go mío, yo le aseguraba del y de Peralta. Hizo
aquella noche una suspensión contra Peralta y
me prometió de no hacerla á Salazar. Y yo de
parte deste, que asimismo me llamaba, le pro-
metí que no firmaría provisión para su prisión.
Entró aquella noche Diego de Uspina, capitán
del Sello por el rey, y amaneció teniéndolos de-
bajo de un palio en los portales, con hombres
de guarda. Pregonó que nadie acudiese á la
Audiencia ni al Visitador, sino á el; y como
fueron éstos los mismos pasos por donde pren-
dieron al otro Visitador, y le dijeron á éste que
hablan visto la provisión firmada y entregada
á Diego de Uspina, que era el que había preso
al otro Visitador y era su mortal enemigo, no
quiso aguardar más, y así salió á las nueve de
su casa y vino hasta la esquina de la plaza con
más de cien arcabuceros. La Audiencia y capi-
tán general, que en aquel tiempo, por cédula
del rey, lo era Pedro de Uspina, pregonaron, so
pena de traidores y de la vida, á todos aquellos
que obedeciesen al Visitador y contra todos los
que venían con él. El Visitador pregonó sus
poderes y suspensión contra el licenciado Pe-
ralta, que aun no la había hecho contra el otro.
Mandó el capitán general que no pasasen de
una raya que mandó hacer hacia la Audiencia.
Estuvieron en punto de darse batalla, y sin
duda sucediera un mal grandísimo, porque tenía
la Audiencia trecientos hombres y el Visitador
los medios y los negros y indios, que acudían
como moscas, haciendo por obra lo que por nom-
bre tienen, porque así los llaman en todo aquel
reino, como á nosotros castellanos, v ninguno
dellos acudía á la Audiencia. Estaba su señoría
en su casa con más de docientos clérigos y or-
denantes con armas y otros amigos y parientes
destos. Tenían tomadas las calles de su palacio,
y una esquina de la plaza, y la iglesia y hespi-
tal, para lo que pudiese suceder de los indios.
Cuando vide un conflito tan grande y una
ocasión tan peligrosa, llegúeme á su señoría
del arzobispo y díjele : Señor ilustrísimo, yo
me obligo, mediante el favor del cielo, á apaci-
guar toda esta revolución y tempestad y hacer-
les dejen la plaza á los unos y 'a los otros;
díjele el cómo. Salí de allí con Sancho de Ca-
margo por notario; fui y díjele al Visitador lo
mal que lo hacía, y esto en secreto, y cuando
Uie oyó me dijo: Hijo, ¿cómo me habéis dejado
hoy? Díjele cómo los quería meter en paz con
descomulgarlos á todos y que no valiesen sus
autos. Estaba escribiendo la suspensión de Sala-
zar y yo se la tomé. Fui á la Audiencia y hablé
con él y díjele lo propio, y lo certifiqué cómo
no lo tenía suspenso. Parecióles bien á todos
por no romper; y así salí y notifiqué las des-
comuniones de los Oidores, y luego la del Visi-
tador. Luego declaré por descomulgado á Die-
go de L^spina y á otros que convino. Pedí á
voces á la gente que dejase las armas y se fue-
sen. Como el Visitador y Audiencia encogieron
los hombros, dentro de una hora no parecía un
hombre en la plaza, y asi se desbarató y se
apagó aquel fuego tan encendido y peligroso y
que tan caro había de costar á los que comen-
zaran primero. Salió su señoría como á la una,
fue á la Audiencia y quedaron casi confedera-
dos con que alcanzase no suspendiese á ningu-
no. Fuimos á casa del Visitador [y] alcanzamos
que no suspendiese á Salazar, porque el otro ya
lo estaba, y no era él parte para otra cosa. Tor-
namos con aquello, y quedado asentado así,
sábelo Peralta y viene á las casas Reales, y inci-
ta nuevamente á Salazar y Guinea, que hacía
sello y registro por no querer hacerlo el propie-
tario, va á llamar á Diego de Uspina. que vivía
en Santo Domingo, y en entrando dice: Vaya
vuestra merced, que yo doy fe que la provisión
para la prisión está ya firmada. Había alli
visita, y por presto que dijo que callase ya lo
oyó Diego Hidalgo, que era alcalde, y sale de
allí y en un momento se fue á casa del Visita-
dor y dícele lo que pasa. El tenía hecho auto de
suspensión para lo que sucediese ; dáselo á
Diego Hidalgo, que casi llegó tan presto á las
casas Reales como Diego de Uspina y Guinea:
sube y notifica el auto de suspensión á Salazar
y otra vez á Peralta. Toma una alabarda el
Presidente, y díjole : Traidor, ¿ á tal cosa os
habéis atrevido? Sálese á la puerta de las casas
Reales y quitó de la mano la provisión de la
prisión á Diego de Uspina. Había ya prego-
PEDRO ORDOÑEZ ÜE CEBALLOS
331
nado ser Gobernador del reino, porque lo había
nombrado el Visitador, como no había otro
Oidor, porque el dotor Chaparro estaba en los
Musos, y despachó por él. El alcalde, como un
león, notifica prisión á Diego de Uspina, pren-
de á Guinea, salen los negros y indios, y con
alambores van por las callos con grande alegría
pregonando la suspensión de Salazar y Peralta,
y que no los tengan por Oidores y así se queda-
ron suspensos, Y cuando fui á casa del Visita-
dor, que sería casi á la oración, me recibió con
la provisión de prisión que le tenía hecha, con
que encogí los hombros. Fui y di razón á su
señoría, y otro día se pasó Salazar á casa del
mariscal, que está abajo de las casas Reales. Yo
Fui á verlo y le dije que lo había hecho mal en
darse por suspenso, por ser sólo por ira y no
por justicia, mas así se quedó.
Llegó Chaparro de allí á dos días, que todo
aquel tiempo fue Gobernador Diego Hidalgo,
y se sentó en la silla de Presidente. Con la
llegada del dotor se apaciguó todo y el pueblo
y ellos se quedaron suspensos, aunque tornó
Peralta á esta silla por no haber tenido juri-
dición para haberlos suspendido. Salazar no
quiso, y le hicieron fiscal del Real Consejo de
las Indias y despue's Oidor. Estuvo este Peralta
tres Audiencias allí, y pasó á las Charcas.
CAPÍTULO III
De la visita qiie hice del arzobispado, y cómo
fui cura y vicario de Pamplona, y despue's
de los pueblos de los panches, y otras cosas.
Nombróme su señoría por su Visitador gene-
ral, y á esta ocasión anduve todo este arzobis-
pado, porque al tiempo de la visita guardamos
este orden: que su señoría iba á confirmar, y
yo iba delante con Alonso Cortés, su secreta-
rio, y hacía la visita á los clérigos, y luego lle-
gaba su señoría un día después y confirmaba.
Llegamos desta suerte por todos los pueblos de
Santa Fe, Tunja, Pamplona, villa de San Cris-
tóbal, la Grita, Alcázar y al puerto de Ocaña,
y de vuelta pasé yo y visité á Vélez, á Muso
y la Palma. Hallé allí al licenciado Mercado
muy malquisto; hice sus negocios, porque le
tomé grande afición, y así le libré de todos
ellos, y hice le pagasen más de nueve mil pesos
que le debían. Hizo dejación del curato, y le
di una dotrina en Pamplona, por estar yo
proveído por cura 'y vicario de aquella ciudad,
y mientras le envié en mi lugar bajé por allí á
la Angostura, visité á Vitoria, á Onda, Mari-
quita, Vague y Tocaima, á la Alta Gracia de
Suma Paz, Santiago de los Caballeros y San
Juan de los Llanos. Tardé en la visita un año
y un mes. Llegué á Santa Fe; partí á los Lla-
AÜTOBIOQRAFÍAS Y MEMORIAS. — 32
nos, y estando visitando llegó Don Fulgencio,
y porque se le había muerto el fraile que lleva-
ba me dijo que me fuese con él. Reíme, pero
teniendo ocasión de asirme me echaron en una
barbacoa ó guando de palos entoldada que te-
nía hecbay me cargaron de aquella manera quin-
ce días la tierra de los Llanos adentro. Llega-
mos á do estaba el general Berrio; tenía allá
tres religiosos, los dos dominicos y un francis-
co; habia grande motín en su campo; quiso un
día dar garrote al capitán Baltasar Pina; yo
se lo quité y alcancé le diese licencia para salir.
Fuimos un rio abajo el Marañón y llegamos á
do se parte en dos, por donde fue Aguirre el
traidor. Fuimos hasta la boca del Drago, que
llaman la entrada deste río en el mar, que es
un mar que tiene de boca y islas sesenta leguas
Tornamos y vimos las poblaciones. Pasé tanto
en esta jornada que era necesario hacer un
gran tratado si todo lo hubiera de referir. En
resolución, por enfermar Don Fulgencio, atra-
vesé con él con doce hombres y otros tantos
negros hasta sacarle á Lita y de alH á Soga-
moso, y nos costó la jornada el gasto de un
año y siete días hasta salir á Sogamoso, adon-
de los despaché á Santa Fe, y yo me fui á Pam-
plona. Hallé allí todavía al licenciado Mer-
cado; tomé mi vicaría y curato. Holguéme mu-
cho el tiempo que allí estuve, porque es de bue-
na gente, honradísima y apacible. Visité al Li-
cenciado, dile por libre y licencia para bajar á
Cartagena en modo de dimisorias. Estuve allí
solos ocho meses. Y sucedióme que encontré
allí á un grande amigo mío, que después no lo
fue en las obras; dile veintiuna muías, quince
caballos y gran cantidad de dinero, para que
tratase. En resohición, desaparecióse con todo.
Obligóme á irle á buscar, porque eran más de
ocho mil pesos los que me llevaba. Anduve en
su seguimiento; sucediéronme varias cosas en
este viaje, y á la postre me hube de volver con
mucho cansancio, con poco remedio de mi pér-
dida y con camino en ida y vuelta de mil y
ochocientas leguas, porque llegué hasta los
confines de Chile.
CAPÍTULO IV
De la llegada á Santa Fe y tornada ú Quito,
con lo demás que me pasó.
Fue cosa maravillosa el no lloverme en tan
largo camino, porque siempre iba dejando atrás
el invierno. Llegué á Quito. Hallé allí nueve
de mis muías, que con poderes mios las había
cogido el arcediano Galavis. Llegué á Santa Fe,
y sacadas dimisorias, porque no las tenía, me
volví á Quito. En todo el viaje tampoco me
llovió hasta entrar en Quito; pero acontecióme
332
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
un milagro que hizo el Señor por las ánimas
de Purgatorio, muy grande, junto á Popayán,
y es que llegamos en compañía de un mestizo
platero una jornada más acá de Popayán, y en
aquel campo á do vimos buena hierba para las
cabalgaduras nos rancheamos; como á las siete
de la noche se revolvió el tiempo con tan
grande tempestad, que parecía nos habíamos de
anegar, según los truenos espantosos y los furio-
sos y temerosos relámpagos que había. Di jome
el mestizo: Señor padre, por aquí suelen caer
unos aguaceros terribles y suelen durar dos y
tres días; no sé qué ha de ser de nosotros. Juntó
su silla y dos petaquillas chicas. Púsose su fiel-
tro y faldones, caballero y bien apesarado pensó
pasar toda aquella noche. Tenía yo puesto mi
toldo. Salí fuera del y encomendéme á la Cruz
Santísima y hice prometimiento á las santas
ánimas de Purgatorio que más penas tuvieran
de decirles misa en llegando á donde pudiese
ser, si por su intercesión nos libraba el Señor
de aquel conflito que esperábamos. Acabado
de hacer la promesa, Dios Nuestro Señor, por
sus divinos y ocultos secretos y por sus almas
benditas, llevó de allí la tempestad y así no llo-
vió. Fueron por la mañana los indios por las
cabalgaduras, y hallaron cerca de alH bien llo-
vido por la parte baja y á un tiro de arcabuz
estaba el camino lleno de agua. De suerte que
dimos infinitas gracias á Nuestro Señor por sus
divinas misericordias, á la Cruz Santísima y á
las ánimas de Purgatorio, haciendo nuestra
obligación de decirles muchas misas. Pasé á
Pasto; allí [vi] al capitán Visanti, marido de la
romana, la rica, el cual fue mayordomo de un
hijo del Papa Gregorio XIII, romano. A este
le vi en Sevilla con cuarenta mil ducados y dos
navios suyos, y en Popayán le hallé con un ca-
pote pardo y unas calcetas y alpargates, y que
le llamaban de vos como á extranjero, donde me
quedé admirado de ver las vueltas que da el
mundo, que siendo éste un gran caballero, y del
hábito que da Su Santidad y el gran duque de
Florencia, llegase á punto tan miserable que
oiga un vos y sirva á otro.
Había sede vacante por muerte del señor
obispo fray Pedro de la Peña; proveyeron á
fray Miguel de San Miguel, obispo de Chile, y
llegó hasta Riobumba, y allí murió. Hízosele
un entierro el más sumptuoso que jamás he vis-
to, porque conté trecientas y treinta cruces, y
otros tantos estandartes de los pueblos cercanos
á Quito, de indios. Iban todos los conventos y
clérigos, cofradía, la Audiencia y Cabildos, con
luto. Sintióse mucho, porque tenía nombre de
grande santo; era fraile francisco. Quedó por
provisor el arcediano Don Francisco Galavis, que
es uno de los captivos que se libraron con quien
hice el viaje á Jerusalén, como queda referido.
Mandóme partiese con la hacienda del señor
obispo muerto, á España, porque quedó él por
albacea, y de camino visitase al vicario de Gua-
yaquil y á otros dos clérigos y al vicario de Man-
ta. Señalóme de salario cada día cuatro ducados.
Entregáronme treinta y cinco mil ducados y
suyos cuatro mil. Yo tendría en aquella ocasión
hasta cuatro mil ducados míos. Fui á Guaya-
quil, que hay de Quito cien leguas por tierra, y
un río y muchos mosquitos y lodo. Visité á
los vicarios y clérigos; gané mil ducados. Pasé
treinta y cinco leguas á la Puna ; de allí á
Manta, que hay veinte leguas; tardamos veinte
días por la mar para llegar á Panamá, que hay
seiscientas leguas. En Panamá estuve muy de
priesa, porque tuve nuevas que se partían los
galeones. Salí por Chagre,yen tres días de agua
y uno de tierra llegué á Nombre de Dios, vemte
leguas. Partimos á Cartagena, que son ochenta,
y en ella hallé poderes del arcediano provisor
de Quito, y provisiones de las Reales Audien-
cias para que el dinero del señor obispo muerto
lo entregase y fuese por cuenta de Su Majestad.
Pagáronme mis salarios. Partimos de allí á la
Habana, decientas y cincuenta leguas. Sucedió-
me allí unadesgracia grandísima, donde me hallé
sin dinero así del mío como del ajeno, y fue que
descubriendo el cabo de San Antón encalló el
na^'ío de suerte que no fue posible menearse
más hasta hacerse pedazos; fue Dios servido no
peligrase la gente y saliese á la Habana con
hartos trabajos y calamidades, que por no entris-
tecer los oyentes los dejo. Partí en una fragata
la vía de la Nueva España; llegué con hartas
tormentas y tormento por el poco dinero, qui-
nientas leguas, que fue á San Juan de Lúa.
CAPÍTULO V
De cómo llegué á Méjico, y de sus grandezas y
de una tormenta grande que tuvimos en el
mar del Sur.
Por haber llegado á este punto y haber
tocado en Méjico, me ha parecido (aunque de
paso) decir su grandeza y abundancia en todo.
Es, pues, esta ciudad la más populosa de las
Indias. Tendrá de población un distrito grandí-
simo, porque tiene de españoles treinta mil hom-
bres y ventidós mil mujeres. Tiene cien mil
indios con otras tantas indias. Habrá en ella
veinte mil negros y quince mil negras. Vide
en un auto de la Santa Inquisición en plaza y
calles treinta y cinco coches y carrozas. Hay
virrey. Tiene Real Audiencia y alcaldes de cor-
te, corregidor y teniente, arzobispo y Santo
Oficio. Es ciudad tan abundante que vale ♦una
gallina un real; seis panes de á libra cada uno,
otro real; un carnero, cinco reales; una vaca,
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
333
tres ducados; un cebón, por grande que sea, otro
tanto, y á este precio va todo lo demás de la
comida. Hay gran trato de seda y de otras cosas
que la ennoblecen.
Después de haber gozado de algunas dellas,
partí para los Angeles, que dista venticinco
leguas. Es tal también esta ciudad, que si Mé-
jico es barata lo es más ésta, pues lo es más
que ninguna de las Indias, porque de aquí se
lleva todo á Méjico. Tiene unos llanos á la re-
donda famosísimos para trigo. Valía entonces
la hanega á tres reales, y un capón tres cuar-
tillos, un conejo un cuartillo y una perdiz me-
dio real. En esta ciudad comencé á restaurar
mi pérdida, y así hallé aquí deudores míos, don-
de recebí dos mil ducados. Pasé á Guatimala,
distancia de trecientas y cincuenta leguas, donde
hay nueve pueblos de españoles. De Guatimala
salí á los obrajes de tinta, y anduve todo aquel
reino hasta el puerto de Santiago, que son tre-
cientas y ventinueve leguas. Hice un grande
empleo de añil, en que gané muchos ducados,
y atravesé á la Vera Paz, que son docientas y
setenta leguas. Los sacerdotes que caminan
})or estas tierras son muy regalados y servidos,
])orque el gran marqués Martín Cortés los hon-
raba mucho, y con este santo uso se ha que-
dado toda aquella tierra. Partí la vuelta del
puerto de Acapulco, ciento y doce leguas, para
volverme á Quito. Estuve en Alcázar y la
Puebla. ISTo hallé na-^io para Guayaquil; hube
de comprar un galeoncillo de docientas y ochen-
ta toneladas, muy fuerte, de Martín de Norue-
ga. Costóme ocho mil pesos de contado y tres
mil fiados. Compré cinco piezas del navio gran-
de que tenía el que me lo vendió. Tomé comidas
y otros pertrechos, y de todo quedé debiendo
ocho mil pesos. Cogí treinta marineros, venti-
cinco grumetes, capitán, maestre, contramaes-
tre, guardián, despensero, escribano y veinte
pajes. Llegó á este tiempo mi buen amigo Pedro
de Lomelín, Marcos Ortiz, Delgado y Mato-
so, los cuales venían en mi busca. Hize nom-
l)raran por capitán de infantería á Pedro de
Lomelín y por alférez Diego de Lomelín. Em-
barqué otra gente, como fueron doce solda-
dos y dos frailes legos franciscos que pasaban
al Pirú. Cargué el navio de cosas para Guaya-
(juil, lonas para velas, jarcias para navios, y
entre nueve mercaderes lo acabaron de cargar;
de suerte que todos fuimos ciento y ociio en nú-
mero. Partimos con próspero viaje y camina-
mos siete días, y un domingo descubrió uno
tres velas, que fue ocasión nos pusiésemos to-
dos en arma, y lo mesmo hicieron ellos. Eran
navios del Pirú, y así pasamos todos con gran-
de alegría. Había terrible calma y aquella noche
avivó el viento, y jueves al amanecer tuvimos
tanto que ya tomáramos pelear con enemigos
y no la inclemencia del mar, porque era tal que
parece nos quería tragar ; corrimos dos días de
tormenta, que debió de andar el navio cosa de
trecientas leguas. Viernes en la noche aplacó;
pero sábado al amanecer tornó un huracán des-
hecho, que pensamos perecer. Echamos mucho
hato al mar, y todas las cosas de peso. Duró-
nos quince días; debimos de caminar mil le-
guas y llegamos á tanta altura que á todos se
nos hincharon las encías de frío, y todos los
mantenimientos que venían á mano se corrom-
pieron. Abonanzó ocho días, tomó el piloto la
altura y dijo estábamos en treinta grados, y nos
hallamos mil y trecientas leguas de Acapulco
y mil ochocientas de Guayaquil. Muriéronse-
nos dos personas de no poder comer, aunque
no había mucho. Tornamos nuestro viaje en
deciséis días.
Aquella tarde refrescó el viento; caminamos
hacia el Pirú tres días, y tornó otra tormenta
tan grande que fue cosa para espantar. Duró
doce días. Tornamos por el altura y á tener la
propia enfermedad de las encías. Murieron tres
personas. Amansó al doceno día, que ya no
había fuerzas en ninguno, y nos duró otros
trece días en abonanzar del todo. Hallámonos
tan apartados que decía el piloto y otros mari-
neros que lo entendían bien que estábamos más
de mil y quinientas leguas de Guayaquil. Des-
cubrimos un viernes dos navios merchantes que
venían de las Filipinas, que era lástima verlos,
y por que los vientos eran muy recios y con-
trarios, y nos íbamos alejando de nuestra de-
rrota, hice mirar todo el navio. Teníamos co-
mida para un mes. Agua teníamos poca. Fui-
mos desta manera todos juntos doce días, y lo
que andábamos en cuatro ó cinco hacia Guaya-
quil en uno que teníamos de viento contrario lo
tornábamos atrás. Un día sereno descubrió la
capitana dellos tierra, y disparó una pieza. Fue
de grande alegría para todos. Era muy alta y
de grandísimas peñas y montañas. No la cono-
cía nadie. Fuímonos acercando y vimos casas de
piedra, y en algunas partes cruces: lo cual nos
dio sumo contento. En lo alto de la montaña
debía de haber más de treinta mil indios pelean-
do con los de las casas. Oimos hablar nuestra
lengua española á uno dellos. Habría cien
casas, de piedra todas, y en las puntas que
hacía la montaña, dos torres fortísimas, y encima
de las casas en aquellos peñascos muchas cue-
vas, que era muy de ver. Saltó en tierra Pedro
de Lomelín y trajo un mulato que en llegando
al navio se arrodilló y me besó más de cien ve-
ces las manos y los pies, y me contó la historia
siguiente en breves palabras, según la tenían
por tradición de sus padres, y fue que los años
pasados aportó á aquella isla un navio de espa-
ñoles y se hizo allí pedazos; poblaron y por no
334
autobiografías y memorias
tener mujer salieron y las hurtaron de los de
la tierra. Tuvieron grandes guerras con los in-
dios, y todos los veranos les duraba, con una
enemistad terrible, y de todos ellos no había
más de tres vivos, y que todos eran cristianos
baptizados y rezaban y se encomendaban á
Dios. Pidióme les tirasen á aquellos indios,
porque se habían convocado todas las islas que
allí estaban para acabarlos, y que había cuatro
lunas que estaban cercados. Pidióme de comer,
que fue para mí nueva de grande dolor. Tira-
mos seis ó ocho piezas á las montañas, y no
quedó indio que no huyese. Tenían éstos su
orden de pueblos y iglesias á do se enterraban.
Saltamos en tierra, hablamos con todos, y uno
de los españoles era virrey y dos alcaldes ordi-
narios perpetuos y capitanes. Dijéronnos que
había cuarenta años que habían llegado allí
ciento y sesenta personas, y sola una mujer que
estaba viva, de cien años; y debían tener de-
cendientes de todos hasta trecientos y cin-
cuenta, casi todos varones. Tendrían de la tie-
rra más de trecientas indias, porque por multi-
plicarse tenían las mujeres que alcanzaban. Yo
traía seis costales de harina; hice hostias con
los hierros que traía, y dije misa en aquella
iglesia, habiendo treinta y tres años que eran
muertos dos írailes que la habían dicho. Con-
fesé toda aquella gente, trabajando lo que fue
posible, y tuve allí la Navidad del año de 1589,
habiendo poco más de un año que había salido
de Quito y más de dos meses del puerto de
Acapulco. Salió entretanto nuestra gente, y
ellos también, y trajeron mucha carne de monte,
maís y otras cosas. Quedáronse allí los dos frai-
les legos, porque venían enfermos. Prediquéles
y enséñeles nuestra fe, porque ya algunos no
estaban muy enteros, y á los frailes encomendé
mucho les industriasen en las cosas de su sal-
vación. Habiendo estado allí deciocho días, y
habiendo metido de la provisión que en aquella
tierra hay, nos embarcamos, y les prometí pro-
curar se les enviase gente para poblar aquellas
islas, y que daría cuenta dello al virrey. Toma-
mos los grados, cabos y derroteros para que no
errase quien viniese después. Salimos, pues, de
allí con próspero viento y con harto oro, porque
hay en aquella tierra mucho. Caminamos jun-
tos con buen tiempo ocho días, y el día de la
Candelaria de 1590 nos dio en el mismo paraje
la tormenta, y todo lo que se sacó de la isla se
pudrió. Los otros navios, por no correr hacia
aquella altura, tornaron la mesma derrota, y
nos pareció se volvían á la misma isla; nos-
otros trabajamos por dar en el Pirú ó en la Nue-
va España, y así nos faltó la comida. Acorda-
mos de tomar otra vez la derrota de la isla, y en
cuatro días la reconocimos otra vez, y vimos el
un navio surto, y el otro que lo hacían barcas.
Por ser tarde no tomamos aquella noche puer-
to, y al amanecer nos dio un Sueste tan malo
que en una hora no vimos más tierra, y así
corrimos tres días y descubrimos otra tierra,
que se reconoció ser la isla de los Ladrones,
camino de las Filipinas. Vinieron muchas pira-
guas, canoas y balsas, y todo lo que traían eran
plátanos, patacas y otras raíces, y nos pedían
bizcocho. Son grandísimos indios y tienen en
la punta del bigote un mechón de cabellos, y
todo lo demás se lo quitan; al apartarse nos
flecharon y hirieron un negro y al capitán del
navio. Partimos de allí con propósito de ir ú
Luzón y de allí á la China. Llegamos por tres
veces á reconocer las islas, y otras tantas nos
daban temporales. Perecíamos de hambre, por-
que sólo se daba una tacita de maís y dos plá-
tanos y una pataca ó yuca. Visto que no podía-
mos tomar ninguna de las islas Filipinas, deter-
minamos de ir á la China á Macao. Vino á
tanto la hambre que nos comíamos todas las
cosas de cuero que traíamos en el navio, y
dábamos de ración un pedazo de cuero de vaca
de unos que llevaba allí un mercader. Había
ya tres meses que no habíamos tomado puerto,
y como se nos pudrió lo que traíamos de la isla
de los Españoles y lo que nos dieron en la de
los Ladrones, ya no teníamos sino morir. Fue
para mí de gran sentimiento ver perecer de
hambre una negra y un pajecillo, que al fin
murieron della. Día de Pascua Florida á catorce
de abril tomamos una islita, y en ella agua,
malvas y bledos, que no conocimos otra cosa de
comer, y casi henchimos el navio destas hier-
bas; y como teníamos abundancia de agua,
comíamos dellas cocidas con el pedazo de cuero,
y treinta granos de maís. Fue Dios servido que
descubriésemos isla del nombre de Jesús de
Pintados y el puerto de Cebú, y hallé en esta
ciudad á Cristóbal de Espinosa de los Monte-
ros, natural de Jaén, gran soldado, que por
haber de tratar de su vida y hechos en el libro
de las grandezas de Jaén, dejo lo que allí pasó
para decirlo allá. Partimos de Cebú viaje á la
China, como se dirá en el siguiente capítulo.
CAPÍTULO VI
De cómo llegamos á Macao. Del gobierno que
hay en Cantón, con otras cosas que me suce-
dieron allí.
Después de tantos naufragios y trabajos
como tengo dicho, día de los apóstoles San
Felipe y Santiago llegamos á Macao, que nos
pareció habíamos llegado al descanso. Recibió- J
nos su señoría con grande gusto y nos regaló, ^
y el capitán y justicia mayor hicieron lo mismo.
Estuvimos allí dos meses. Hicimos allí provi-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
335
sión de cosas de comida; bebida es poca la que
liay, porque no hay vino, tanto que valía enton-
ces una botija cuarenta pesos, y esa tomé para
decir misa. Metimos vino de palmas y aceite de
lo propio. Tomamos salvoconduto, y un día
después de Nuestra Señora de agosto de 1590
partimos para Cantón. El salvoconduto que
da el capitán de Macao es del virrey de la India
de Goa, que los tiene allí para esto. Tomé puerto
en ocho días. Es una bella ciudad, de grandes
edificios; particularmente tiene un muelle el
mejor del mundo. Tiene tres arcos, el de en
medio es más grande, y en cada arco hay un
muelle que andando la rueda cargan y descar-
gan. Es todo de cantería con muchas figuras y
colunas. Tiene una casa pegada al muelle que
tiene tres hileras de rejas y la de en medio es de
balcones de hierro, todos labrados con mil labo-
res. Soii veinte en número los de cada hilera de
la delantera, y por los lados, que cogen una
carrera de caballo, hay otras tres de la mesma
manera con sesenta cada hilera. Tiene otra casa
de la otra parte del muelle, que es de los jueces
del mar, que vista de lejos dirán que es la cosa
más singular que se puede hallar. Desde el
navio mirábamos todo esto y nos daba tanto
contento que casi todos los trabajos pasados no
los sentíamos, sólo por haber visto cosa tan her-
niosa. Tiene la ciudad muchos chapiteles de
hoja de lata dorada y plateada. No consintieron
que saliera en tierra. Di dos mil reales de á ocho,
y son de derechos los mil y docientos ; lo demás
dan empleados en sedas, mantas de algodón y
otras cosas de la tierra. Allí pagué á los solda-
dos y gente de la mar, los cuales me llevaron
unce mil pesos de oro, con lo que pagaron los
mercaderes de su parte. Daba dos mil pesos por-
que me dejaran saltar en tierra y ver aquella ciu-
dad, pero no hubo orden. Estuvimos allí dos
meses, y al cabo dellos nos despidieron mandán-
donos que no fuéramos á ningún puerto de
Cochinchina, con grandes penas. De algunos
chinos que venían al navio y sabían nuestra
lengua, por haberse criado en Luzón, supe algu-
nas cosas de la tieiTa, que las pondré aquí por
ser algunas tan memorables.
Dijéronme que en los tiempos pasados la
hija de un rey de aquella tierra dio en atar los
pies á sus hijas con unas vendas y con otras
cosas, y que con aquello se quedaban las más
imposibilitadas para andar; y así, si no era en
sillas tapadas, no salían. Supe dos precepto.s
harto de ponderar: el uno, que infaliblemente
al adúltero quitaban la vida; el otro, que el la-
drón moría también, como fuese en cierta canti-
dad, que no era mucha. Para saber la vida de
todos, cada calle tenía obligación, debajo gra-
ves penas, de avisar en sabiendo algo desto; y
nadie se mudaba de su callo ui casa sin licen-
cia particular de la justicia, ni podía salir del
reino ni entrar nadie sin la dicha licencia, con
pena de la vida. No había pobres, porque todos
los sustentaba el rey. Señaláronme desde el na-
vio un barrio fuera de la ciudad, que me pare-
ció ser todas las casas sin altos, y me dijeron
que allí vivían las mujeres malas, y que por
minuta había decisiete mil y trecientas, y que
todas eran esclavas del rey. A éstas (dijeron)
que venían los mozos solteros de menos de
deciocho años, porque de aquella edad se casan,
y los viudos mientras se vienen á casar otra
vez, y esto con cédula de la justicia. Y todo
lo que allí se gana lo recibe por cuenta del rey,
y con aquello las sustentan, visten y dan todo
lo necesario, y cuando enferman las curan, y
cuando viejas les dan lo necesario. Los casa-
mientos son de cuatro á cuatro meses. Desta
manera, que en cada calle los veedores tienen
cuidado de asentar el día que nace el hijo, ó
hija, y en teniendo la edad dicha los llevan á
la justicia, haciendo tres partes de las mujeres
y hombres. Todas vienen delante de la justicia
atapadas con unos velos. Las muy hermosas se
las dan á los ricos, y éstos dan un dote que ya
está señalado; las no feas ni hermosas, á los de
mediano estado, ni ricos ni pobres, y éstos ni
ellos ni ellas dan cosa; las feas, á los pobres,
dándole á cada uno el dote que habían dado los
ricos por las hermosas, y cada uno entra lla-
mado por su nombre y memoria, y escoge una
de las atapadas, y luego el juez la descubre y
se la entrega y les dice: que abran los ojos y
miren la ley de muerte.
Hay otra cosa harto trabajosa, y es que nin-
guno puede conocer á su mujer doncella, por-
que cuando chiquitos les ponen en el prepucio
un alfiler de oro que les pasa por la parte baja
toda la cabecilla, y allí se queda como arillo de
la oreja para siempre. De aquí es que el rey
tiene por vía de merced y de oficio señalados
linajes de personas que no les ponen aquello y á
éstos las entregan, para que las conozcan, don-
cellas, y hagan camino. Estos no son casados
ni pueden conocer otras, y en dándola al ma-
rido no pueden volver á ellas con pena de la
vida. Pero dijome uno qne poco pueden cui-
dar de otras mujeres, porque harto tienen que
entender con las doncellas, por ser muchas, y
les pagan un tanto como si fuera oficio, y no es
deshonra, sino uso de más de tres mil años.
Tratamos algunas cosas de nuestra fe santí-
sima, y se les asió tan bien que convertí deci-
ocho y después de catequizados los bapticé;
éstos procuraron que se hiciera lo propio co?i
otros, pero por la incomodidad no pude sino
sólo otros cuatro, que fueron todos ventidós.
Partimos de aquella l^prmosa ciudad á quince
de otubre de 1590, y por tener noticia que en
336
autobiografías y memorias
Tapam se vendería lo que llevábamos de mer-
caderías, partimos para ella, y tomamos puerto
en una anconada grande. De allí pedimos licen-
cia para ir al muelle, y se nos dio para Nanga-
saqui, que es la mesma ensenada. Son todas
las casas de madera, y será pueblo de seis mil
vecinos. Hay otros cuatro en la anconada. Ven-
dióse muy bien la mercadería, particularmente
las holandas, que iba lavara á ocho pesos de oro,
y el raso blanco á peso, que es grande ganan-
cia, y vale el peso de aquel oro á nueve reales,
porque no es muy fino.
Tuve nueva, la cual me dio un grande siervo
de l)ios, de la Compañía de Jesús, con quien
había confesado tres ó cuatro veces los cinco
días que allí estuvimos, que nos querían emba-
razar el navio, y así una noche sin ser sentidos
partimos. A tres días partidos de allí nos dio
una tormenta pequeña, y corrimos dos días hacia
la China, y otro día despue's de Todos Santos
vimos tierra. Salieron más de quinientos juncos
pequeños para nosotros. Estos son un género
de navios de aquella tierra, que son de juncos
marinos atados, y luego por encima un betún
muy fuerte, y de aquello hacen barcas y navios;
mandáronnos llegar á tierra, y venían tan per-
trechados que fue imposible hacer otra cosa,
porque traían más de tres mil arcabuceros. Pen-
sando nosotros que era la China, nos dijeron
que no era sino la isla de Valchio, sujeta á
Cochinchina. Tomamos la licencia de la China
y la quemamos, y enseñamos la de nuestro vi-
rrey, que traíamos de Macao. Hay allí un pue-
blo de seis mil vecinos, y otro como treinta le-
guas de allí de ocho mil vecinos; del uno nos
llevaron al otro como de por fuerza. De allí
salieron tres navios con nosotros, y por estar
pregonada guerra contra el reino de Pegu,
Camboja y otros que confinan con esta tierra,
nos llevaron por entre islas pequeñas y mogo-
tes, en que gastamos venticinco días, y al cabo
de otras jornadas llegamos á Picipuri.
CAPÍTULO YII
De las notables y varias cosas que me pasaron
en Picipuri.
Tendrá la ciudad de Picipuri hasta treinta
mil casas y traía entonces cuando llegué á ella
veinte mil hombres de guarnición y cuatro mil
de á caballo. Pasáronme allí cosas notables, y
así por serlo, y de gusto para el que las leyere,
me ha parecido no dejarlas de referir. Estaba
allí un juez del rey ; éste era un hombre muy
alto y viejo; tenía la barba hasta la cinta; éste
mandó que saltase en tierra el señor del navio.
Vestíme con mi manteo y sotana, con mi bonete
de los de Quito, que son muy altos y no muy
anchos, que parecen casi mitras. Salió conmigo
Pedro Lomelín y sus soldados, el capitán de la
mar y otros, los que más bien vestidos estaban.
Llegamos á la casa del juez; había en ella dos
intérpretes, uno portugués y otro chino. Dijo-
me el portugués que mirase que me había de
hincar tres veces de rodillas. Díjele que no ha-
bía de hacer yo tal cosa, que ya sabía él que era
yo sacerdote, y que si no fuese al rey, á quien
hincaría la rodilla izquierda, que no haría otra
cosa, y que todos los soldados y gente que iba
conmigo lo harían. Díjoselo al juez. Enojóse
mucho; pero con todo, por verme salió á la sala.
Todos le hicieron tres reverencias humildísimas,
y le quité yo el bonete y le hice una. A na-
die se humilló. Dijóme por la lengua que á qué
venía. Respondí que por mandado de su señoría
me traían. Dijo: Pues desa manera, vayase. Tor-
namos al navio, y prometo si fuera puerto que
pudiéramos irnos, que aquella noche se hubiera
hecho. Vino un escribano y á su modo nos no-
tificó no pudiésemos comprar ni vender ni salir
á tierra. Pero el día de la limpísima Concepción
vino el mismo escribano y mandó saliese á
tierra de parte de su señoría. Mandó me lleva-
sen á la ciudad de Quibenhu, donde estaba el
virrey. Lleváronme en una barca grande el rio
arriba, que tiene poi allí más de cuatro leguas
de ancho. Llegamos temprano y en una casa del
virrey, que es para su recreo, me dieron de co-
mer á su uso, que casi lo más fue arroz. A la
tarde salió el virrey muy acompañado á la playa
con más de dos mil soldados. Hizose reseña
aquel día de la gente de caballo. Dormimos
aquella noche en la mismo casa. Otro día me
envió á llamar, y que fuese solo. Fui y lo hallé
sentado en una silla. Díjome la lengua que hi-
ciese tres reverencias, y lo demás que me man-
dasen. Respondí lo propio que en Picipuri. En-
tré y vide al virrey que tenía sobre la cabeza
una gorra de tres picos, colorada: éstos le venían
los dos á las orejas y uno detrás. Todo el ves-
tido era colorado, que parecía loco ó truhán.
Estuve para reírme, y no me hartaba de ver tal
virrey, que si él no fuera hombre de tan gran
parecer, dijera que era figura de comedia ó en-
tremés para hacer reir. Cuando no quise hacer
su petición y vio que no me humillé, envióme
á decir que me aparejase para ir á la ciudad de
Guanci. Yo dije que preparado estaba para ir
donde me mandase. Pasó por junto á mí dos
veces; hiceme á un lado, quíteme el bonete y
hice reverencia á nuestro uso, y jamás hizo caso,
sino como que no me veía. Estuve allí hasta
medio día y me dieron de comer en la misma
sala muy bien, diez ó doce platos, que entiendo
eran de los de la mesa del virrey. A la postre
me envió en una taza de la China una poca de
bebida como de cerveza de manzanas y cebada.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
387
Envióme á preguntar con la lengua si era bueno
aquel licor; dije que ninguna cosa sería mala
de manos de su alteza, y le envié á pedir licen-
cia para enviar por un poco de vino al navio, y
no me volvieron respuesta. Salió después de un
rato que comió; levánteme y le hice mi acata-
miento. Vino á mí la lengua y me dijo que se
había holgado de verme, y que había estimado
en mucho mi pundonor y que bien hacía si era
sacerdote, y más si no se usaba en Europa ha-
cer aquellas reverencias. Miró mi vestido y dijo
que era bueno, y en particular le agradó el bo-
nete y que otros había visto chiquitos y bajos.
Yo dije que serían de los de los padres de la
Compañía de Jesús, que eran unos santos varo-
nes. Cuando nombraba á Jesús me destocaba;
advirtiólo, y di jome: Muy bien haces, que es
muy buena manera de nombre, y si fuera mozo
y tuviera hijos los había de llamar así. Avisó-
me el portugués que no le dijese cosa de la fe,
porque lo había mandado así, y que en otro tri-
bunal me lo preguntarían. Hablamos otras co-
sas, y al irse se despidió y me abrazó y dijo:
Di al rey algo bueno de mí . Díjome la lengua
si llevaba algo para el rey, que era mozo y ami-
go que le dieran, y que había sólo un año que
reinaba, porque otros deciséis lo había sido por
tutores, y que aquel virrey había sido su ayo, y
que el padre lo había dejado de cuatro años; de
suerte que tenía él entonces ventiuno, y que
era muy amigo de saber. Como á las cinco de
la tarde me llevaron á las casas de recreo. Es-
tuA^e allí dos días, aunque el pensamiento en el
navio. Habían dicho de mi mil cosas, por donde
Pedro de Lomelin, Matoso y Ortiz determina-
ron de salir á buscarme. Pusiéronme en camino
para llevarme al rey, y antes que llegáramos á
la ciudad, como á un tiro de arcabuz, estaban
más de docientas barcas en el río, de aquellos
juncos, con gente de guerra; había muchos pi-
faros, menestriles y trompetas, y en la marina
al parecer más de dos mil caballeros con lanzas
y adargas, y escopeteros de á caballo con sus
criados en las sillas, y ellos á las ancas. Lleva-
ban muchos penachos en los yelmos y con tanta
bizarría que nos dio gran contento el verlo. En
frente del pueblo estaba una barca sola muy
bien armada y muy galana, y en ella solos dos
hombres. Saltamos en ella, y al entrar me dijo
el portugués lengua: Advierta, padre, que es el
rey; que si no me lo dijera cierto yo no lo pen-
sara, porque era mozo y sin pelo de barba, de
color de mulato, delgado, vestido con un calzón
ancho de gamuza muy delgada, guarnecido con
un pasamano de oro y plata, una ropilla desco-
llada, la camisa sin cuello y muy plegada detrás
y delante. Una media manga de gamuza hasta
el medio brazo, y la camisa muy plegada, que
hacia allí una gran rueca, y debajo de aquella
cusma, que así se llama, un jubón de lienzo muy
delgado. Traía un turbante á uso de moros per-
sianos, con su toca roja, y del salían dos pedazos
de toca que servían como una faja; traía una
valona, y en los pies unas botas de gamuza jus-
tas hasta media pierna y una juna como alpar-
gate dentro un zaragüel blanco, y por la rodilla
una rosa hecha de gamuza, con dos mascaro-
nes y muy guarnecida, y sobre cada hombro y
en cada codo traía lo propio. Era de buen ros-
tro, y cuando se reía hacía dos hoyos en los
carrillos. Entramos yo y la lengua. Holgóse al
parecer de verme; fuíme á humillar y hizome
señas con la mano que me levantase. Llegué
cerca y entonces hinqué la rodilla izquierda en
el suelo, y él me echó el brazo en el hombro,
que dicen no hacerse aquello en toda aquella
tierra si no es á grandes capitanes. El que es-
taba con él, que era su ayo, le dijo que si aque-
llo hacía á un extranjero que no le quedaba
honra para los suyos. Respondióle: Quisiera yo
verte en su tierra deste delante de su rey;
veamos si holgaras que te honraran ; yo te digo
que si supiera otra honra mayor que hacerle lo
hiciera, para que lo dijera en las tierras por
donde fuere. Hizo muestra que me levantase y
que me cubriese; holgóse de verme el bonete
puesto y me lo pidió. Hice mi acatamiento y
se lo di. Habló con el ayo, y se llegó y se lo
puso en la cabeza, y se rió de muy buena gana
de ver lo que parecía el ayo con él. Dijo á la
lengua: Dile á éste que quién es. Yo le dije que
un sacerdote de mi ley. Dijo: Pues vaya á des-
cansar, y mire no hable con aquellos dos sucios,
que me enojaré (éstos eran otros dos clérigos á
quien no quería dar audiencia), porque le he de
preguntar para ver si es todo uno lo que ellos
dicen y lo que él dice ; y que no tenga pena, que
no viene preso, antes yo me he holgado no se
humillase á mis virreyes y jueces, pues en su
tierra no se usa. Dio de mano que me fuese.
Saltamos en otra barquilla chiquita y nos des-
embarcaron á mi y á la lengua junto á la mura-
lla, y ya estaban allí mis camaradas en un apo-
sento que estaba junto á la ciudad, muy bueno ;
allí estuvimos dos días y nos dieron lo necesario;
al tercero nos llevó un capitán por la muralla
y nos enseño las piezas de aquel lado, y comi-
mos en otro aposento ; estuvimos entretenidos
así y regalados algunos días; el del Nacimiento
del Señor, que fue el miércoles, dijo la lengua
que ya sabían en aquella tierra que era la gran
Pascua nuestra. Dieronncs una gran comida de
mucho género de carnes y con muchas especias;
conté venticinco potajes, y de sei'vicios de dulce
otros tantos. Dijéronme que todos los que ha-
bían servido á la mesa era gente muy grave, de
los gentileshombres de la boca. Traían al cue-
llo en una banda negra las armas Reales, que es
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AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
un dragón y debajo tiene un león sangriento, y
por la parte baja una bandas y unas monedas
de aquella tierra, con una mano, una bandera
y una corona, que dicen son las de esotro rei-
no. A la postre me trajeron en un plato una
espada corta y ancha , dorada, y una mano de
papel de quince pliegos batidos y dorados, y una
banda negra con una moneda de aquellas, col-
gada de oro, que valía catorce ducados. Traía
de la una banda las armas dichas y de la otra
medio cuerpo de un rey con corona y cetro, y á
la redonda su nombre con unas malas letras á
su usanza. Envióme á decir que por él me en-
viaba aquel gran favor, y no por mis servicios,
y que la banda y escudo lo enviaba la infan-
ta su hermana, y que mirase quién se lo po-
nía; yo le envié á decir que besaba á Su Majes-
tad las manos por tanto favor, y á la infanta
mi señora, y que de nosotros no se atreviera na-
die á ponérsela hasta que Su Alteza mandase
cuál se la había de poner.
CAPÍTULO VIII
De dos presentes famosos que hice , uno al rey
de Cochinchina y el otro á su hermana la
infanta, con grandes coloquios que me pasa-
ron con los dos.
Cuando me vide tan obligado determiné de
en correspondencia hacer otros presentes que
igualasen, en cuanto fuese posible, á sus gran-
dezas, y se midiesen con mi posible y con lo
que de presente tenía ; y así le envié un fardo
de holandas por los extremos delgadas, un reloj
grandecito, seis botijas de vino de Castilla, cien
cordobanes datilados del Japón y cuatro almai-
zales, una espada y daga doradas, una visarma,
dos alabardas, cuatro escudos de acero con sus
picos y aforrados en felpa y dorados; seis pie-
zas de felpa de Italia, de colores; seis piezas de
terciopelo de colores, dos sillas bridas y una
gineta muy dorada, una gualdrapa de terciopelo
negro, un dosel de terciopelo colorado con las
armas Reales de España, un fardillo de tocas
rojas del Japón, cosa muy rica y muy delgada;
una gorra de terciopelo y un sombrero; un tur-
bante á uso del Japón. Dijo la lengua que lo
miró el rey todo y se holgó y dijo: Este debe
de ser muy poderoso.
Envié á la infanta otro fardo de holandas
y ctro fardillo de tocas blancas de Japón; seis
piezas de felpa; seis de terciopelos fondos: la
una tenía el fondo leonado y el pelo azul ; la
otra el fondo morado y el pelo negro, y por
tudas las labores un cordoncillo de plata; doce
bolsas de monjas, diferentes y delicadas por
extremo, y en la una cincuenta reales de á ocho;
otra coa otros tantos de á cuatro, otra con ios
mismos todos de á dos, otra con sencillos, otra
con medios, otra con cuartillos de plata que se
hacen en el Pirú. Envíele también cuatro espe-
jos, el uno era el mayor que yo había visto
iiasta entonces, de tres cuartas de largo y media
vara y más de ancho ; seis cepillos dorados para
limpiar la ropa y seis escobillas; doce papeles de
alfileres de todos, y uno de plata de los chiqui-
tos, que los estimó en mucho; un reloj pequeño,
dos de arena, dos de sol, diez manojos de gra-
nates, doce platos de arrebol dorados por defue-
ra; salserillas, plumajes, botecillos, blanduras
para las manos y rostro y otras bujerías; una
cajita de guantes, dos petrinas con sus dagui-
llas, cuatro estuches, las dos cajas doradas y
dos plateadas; seis mazos de trompas de París,
que las estiman allá en mucho las mujeres.
Envié asimismo arandelas, cascabeles y cuatro
tocados de mujer aderezados á uso de Venecia ;
seis pares de botines de terciopelo de colores,
cairelados de plata y sus rosas de plata encima,
que prometo era de ver; un dosel de damasco y
todas las labores con cordoncillos de plata y en
medio un Cristo crucificado, y otra cajita de co-
sillas de bujerías de Venecia para las damas.
Envíele á decir que besaba á Su Alteza las
manos, y que cuando yo se las besase la servi-
ría con dos preseas que las estimaba en más
que todo lo que en mi vida había tenido. Algu-
nas de aquellas cosas que no hay en aquella
tierra, por ser dijes de mujeres, las estimó en
mucho. Vino la lengua y dijo que decía el rey
que Su Grandeza gratificaría el servicio, y que
decía la señora infanta que había sido tan bxae-
no todo y se había holgado tanto por sus damas,
y que casi se lo habían quitado ellas, en parti-
cular aquellas blanduras, que no se vendiesen
ninguna, porque si había más Su Alteza lo
quería y que el espejo grande lo estimaba en
una ciudad, y que todo lo tenía en mucho, y
que mirase quién [se] ponía su banda. Tuvimos
pareceres con las lenguas sobre que dos veces lo
había enviado á decir, y así acordamos que nin-
guno se la pusiese, no fuese algún pleito. Dijo la
una lengua: Lo que yo sé decir es que dijo el rey
á la hermana: El que se la pusiere se acordará
para siempre; y que ella replicó: No osará nin-
guno ponérsela; y así fue acordado entre todos
que la guardásemos hasta ver on qué paraba.
Día de San Esteban, estando rezando mis
horas canónicas en la muralla mirando al río,
alcé los ojos y vide al rey en la muralla solo; le-
vánteme y hice aquí mi acatamiento; llamóme,
fui y quíseme humillar, y no lo consintió. Envié
á llamar la lengua, y entretanto que venía tomó
el breviario y lo hojeó. Dijo en viniendo la len-
gua: Dile á éste que no me responda más pala-
bra de lo que yo le pregunte, porque me enojaré.
Hice mi ucutuiuiento. Preguntó que quién era
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
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y de adonde era y de dónde venía y adonde iba.
Dije que era sacerdote de mi ley, y que era cas-
tellano, y que venía del Pirú por tormentas, y
que volvía al Pirú. Dije si conocía á mi rey y si
le había visto. Dije que sí. Preguntó que cómo
se llamaba. Respondí que Don Felipe de Aus-
tria, y hice mi acatamiento con la cabeza, porque
estaba destocado. El miró hacia atrás y dijo que
á quién hacía reverencia. Dije que al nombre de
mi rey y señor. Preguntóme que cómo se lla-
maba el de Portugal. Dije que ya lo había di-
cho; que el que murió se llamaba Don Sebas-
tián, y que heredó mi rey. Sacó un papel y miró
y dijo: Don Sebastián ¿de qué murió? Fue á
África (dije), tierra de moros, y en una batalla
murió. Estos padres que están aquí, ¿cómo se
llaman? ¿de adonde son? ¿á qué vienen? Yo
dije: Ni sé cómo se llaman, ni de adonde son,
y si son de mi ley, vendrán á predicarla. Yo
no los he visto ni hablado, que así me lo envió
á mandar Su Majestad. Tomándome el bonete
me dijo: ¿Cómo el que ellos traen es tan chi-
quito? Dije que se usaría así en Goa, ó de á
dónde venían, y que serían algunos santos, bue-
nos cristianos, y que por conformarse con el uso
de la tierra vendrían así. Díjome: ¿Cómo se lla-
ma tu Dios? Dije, poniendo los tres dedos, que
habla distinción, que en mi lengua se llamaba
Dios. Dijo: Ya lo sé, que aun acá, de sólo oir-
]o, le decimos Dios. Dije que Su Majestad me
liabía dicho al principio que no respondiese á
más de lo que me preguntase ; que si me daba
licencia hablaría en este caso un poco más. Res-
pondió que no quería sino que prosiguiese como
hasta entonces, porque aquéllos decían tanto
que ya le tenían enojado. Tornó á preguntar:
Di el nombre de tu Dios. Dije: Padre, Hijo y
Espíritu Santo es su nombre. Sacó el papel y
dijo: No digo yo ese, sino otro. Dije: Hijo, y
éste, en cuanto hombre, Jesús; y entonces hin-
qué la rodilla derecha en tierra, y queriendo
hincar la otra se enojó, y dijo: ¿Qué, es posible
que á mí no te humilles y ahora hincas las ro-
dillas? Díjele: Señor, en nuestra ley las dos ro-
dillas tenemos para el Rey de los reyes y Se-
ñor de los señores, y así por serlo se las damos
á él solo. Dijo con cólera: ¿Cómo se llama su
madre de ese Jesús? Torné á humillar la cabe-
za y dije: María, y tórnela á humillar. Enton-
ces hizo él lo propio y dijo: María es muy buen
nombre, y en trayéndome mi mujer, que es hija
del emperador de Vismaya, se ha de llamar así.
¡Oh, soberana Virgen, que en este punto me
iicordé de lo que vos dijistes, que todas las ge-
neraciones os habían de llamar bienaventura-
da, que quiso vuestro esposo guardaros este
honor y excelencia que todos os reconozcan por
quien sois! Cosa notable por cierto, y que me
hizo i'eparar y aun regocijarse mi espíritu, de
que á todo este rey hubiese estado tan sereno y
grave, y en nombrando á María así se humillase
y reverenciase su nombre benditísimo.
Prosiguió con sus preguntas y díjome: Ese
Jesús ¿era rey? Dije: Del cielo y de la tierra,
en cuanto Dios; pero en cuanto hombre, aun-
que lo era por razón de la unión liipostática,
no quiso tener la ejecución dello. Su Madre
(dijo) ¿era reina? Dije: No, mas descendía de
los reyes de Jerusalén. Pues ¿por qué le mata-
ron? Dije: Permitiólo el Padre para la reden-
ción del mundo, y para que se cumpliese todo
lo que del está escrito. Dijo: ¿Y por eso le lla-
man Hijo? Porque tiene padre, respondí, y al
Padre porque tiene hijo. Y al otro ¿cómo lo
llaman? dijo dando de palmadas. Espíritu
Santo, porque procede de ambos, por acto de
amor; esto es, del querer que el Padre tiene al
Hijo y el Hijo al Padre. Dijo: ¿Y ese también
es Dios? Dije: Sí, y tan igual y parejo como
los dos. Tornóse á reir y dar palmadas, y dijo:
Luego ya tenemos tres dioses. Pues ¿cómo
decís que es uno solo? Díjele: Pues esa es toda
nuestra fe, que son tres personas, en las perso-
nas distintas, y en la esencia un solo Dios ver-
dadero. Dejemos eso; sólo digo de María, y
tornó á humillar la cabeza, que tiene buen
nombre, y me parece á mí que debía de ser de
grande señorío, muy hermosa, muy sabia, muy
discreta, y en todo buena, y que no debía de
querer otro hombre sino á su marido. Dije : Se-
ñor, casada fue con San José, pero virgen para
siempre; porque Jesús, mi Dios y Señor y su
hijo, fue engendrado del Padre por obra del
Espíritu Santo sin ayuntamiento de varón.
Pues si lo engendró siendo virgen para siem-
pre, ¿por dónde salió cuando lo parió? Enton-
ces traje algunos ejemplos, el del sol cuando
entra por la vidriera, y otros desta manera.
Dijo: Mira, yo quiero tanto á María (y siempre
inclinaba la cabeza), que todo lo que della dije-
res me está bien, y todos decís una cosa, y
agora digo que aquellos padres son buenos. No
los veáis, con todo, hasta que hables con mi
hermana; mira que es más brava que yo, y la
quiero más que á mi madre; no la enojes. Dije:
Señor, créame V. M., que como hombre bien
podré errar, mas mi deseo no será de tal. No
te digo esto para que la temas, sino por si pre-
guntare algo, que no la contradigas. Díjele
entonces: Como sea negocio de mi ley, aunque
muera mil muertes no dejaré de decir la ver-
dad. Tornó á decir: Por mi vida que no la eno-
jes ; y así se fue. Yo quedé algún tanto triste por
aquella razón, y así se lo dije á las dos lenguas,
de que se rieron mucho; y en confirmación de
quién era me contaron grandísimas cosas suyas,
que por serlo tanto me ha parecido escribirlas,
pudiendo algunas dellas servir de ejemplo.
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AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Un pariente suyo la pretendió por mujer, y
ella le dijo que le dijese una rerdad, y le hizo
que la jurase si había tenido otros amores. Res-
pondió que, pues se lo había jurado, que le
prometía decir la veidad, con tal que Su Alteza
no lo comunicase con nadie. Dijoselas, y aca-
bando de contarlas dijo: Pues yo no quiero
hombre tan bellaco, y le desterró para siempre
de Cochinchina á otro reino. Otro quiso nego-
ciar de otra manera y la requebró ; preguntóle
lo mismo, y juró que no había tenido tal en su
vida; probóle haber tenido muchas y senten-
cióle á muerte. Envióle á decir que lo perdo-
nase, que al fin, como hombre de bien, no lo
había querido descubrir á nadie, y así le dejó
con la vida y le mandó ir á las islas recluso por
cuatro años.
Una doncella suya se enamoró de un man-
cebo galán; díjoselo á ella, y luego la casó y
honró. Otra ama viuda y vieja quiso casarse
por este camino con otro mozo galán; y como
acudió al gusto de la otra doncella, pensó que
había de ser también así con ella. Díjoselo. Sa-
bido por ella, lo llamó al mancebo y juró por
vida de su hermano el rey, si más le hablaba,
que le había de hacer quitar la vida, y que bus-
case una moza y ella un viejo. Mandó que las
mujeres públicas estuviesen fuera de las ciuda-
des. Mandó asimismo que en sus mares no se
hiciese mal á ninguno, si no se les probase ser
cosarios, y esto siendo oídos y convencidos por
justicia. Hizo monesterios de monjas doncellas
y otras abstinentes, con clausura y torno, por-
que antes no lo había. Hizo monesterios de
bonzos en el campo para vida solitaria, y á to-
dos les ordenó dos horas cada día y una á me-
dia noche de rodillas, contemplando cuan bueno,
cuan grande y cuan sabio era el Dios principio
de todas las cosas que las crió, que es el Dios
no conocido dellos. Ordenó que el que hiciese
servicio conocido á la persona Real y á su
corona en seis maneras, le diesen un tanto, más
ó menos, según los servicios. Ordenó tam-
bién que las personas Reales no se casasen si
no fuese con gente blanca, hijas de reyes, sien-
do ella hija de mulata, porque su abuelo casó
con una hija de un rey de Etiopía, negra. Puso
premática en los superfinos gastos de ropa,
comida y bebida, y mandó que se tuviese por
infame el borracho. Quitó cien y tantos dioses
que no pudo averiguar quién habían sido. Dejó
abierta puerta para nuestra fe, y para todas las
demás la cerró, y con pena de muerte; sólo
dejó un gravamen, que el que se hubiese de ha-
cer cristiano fuese con licencia expresa del rey, ó
de un juez que señaló en cada virreinado. Hizo
tres consejos: de Guerra, de Hacienda y de Jus-
ticia. Quitó que nadie ejecutase sentencia de
muerte sin mandato expreso del rey, y les dio
de plazo á los condenados tres años, y que el
que quisiese por toda la vida ser soldado en
frontera y trabajar en mina Real con el tercio,
fuese aquella la muerte. Ordenó que si un po-
bre tuviese heredad ó huerta junto al rico y el
tal la quisiese, que la tasasen, y que pagando
dos tantos la pudiese tomar, tomando el po-
bre lo tasado y lo medio más, y lo restante
para hospitales, que en todo su reino mandó
fundar muchos. Prometió de parte del Dios no
conocido el cielo á los que diesen limosna. Hizo
ley expresa de muerte para los bonzos de los
monesterios si se casaban, y reclusión por tan-
tos años si hacían algún pecado de carne, y á las
monjas emparedamiento perpetuo, y á los bon-
zos casados si se iban con otra mujer casada
les puso pena de la mitad de sus bienes, para
hospitales, y si con soltera un tercio. Y para
los hombres casados si se iban con casadas, el
cuarto de sus haciendas, y si solteras el sexto.
Mandó que á los caballeros por cualquier cosa
no los azotasen, siendo ordinario entre ellos, y
á la gente común por casos livianos fuese en
escondido. Ordenó que la hija de los reyes que
quisiese ser monja entrase á monesterio á do no
hubiese otra y fuese abadesa perpetua, y por
consiguiente él monje. Ordenó que á los de la
Compañía de Jesús que viniesen á sus reinos
no les hiciesen daño hasta ser avisada la per-
sona Real. Estas y otras cosas hizo gobernando
el reino por su hermano, y porque algiinas han
de entrar en su lugar y cuando la historia lo
pide, las dejo para entonces, prosiguiendo con
ella.
CAPÍTULO IX
En donde se trata parte de lo que me pasó
con la infanta de Cochinchina.
El día de los Santos Inocentes me mandó
llamar la señora infanta, y se me puede bien
creer que me había llegado á hablar á su her-
mano con harto más gusto que á ella, por la
fama que tenía de tan severa. Pero aunque con
algunos sobresaltos fui confiado en el Señor, á
quien lo encomendé muy de veras, y si yo tuve
temor no fue menor el que cogió los corazones
de mis compañeros, porque al salir me dijo la
lengua : "No olvide vuestra merced lo que el
rey ha mandado de que en cosa no se contra-
diga la gran señora (que así la llamaban). Dije:
Ya respondí al rey que en la fe no me contra-
dijese, porque no había de torcer un punto de
la verdad cristiana, y que en todo lo demás no
tenía yo qué decir, cuanto más contradecir par-
ticularmente á una reina, y en su tierra. Fui-
mos á unos palacios de junto á la muralla y en
una sala grande de recebimiento estaba sentada
en un estrado como de reina, y más de cien
PEDKO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
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mujeres muy galanas á su uso, que es como de
moras, salvo que son las ropas más largas. Solo
en la sala estaba un portero que al entrar dijo:
Delante de la gran señora no se hace acata-
miento á nadie, y la lengua me lo dijo. Yo iba
con manteo y loba de raja, y mi bonete, y de-
trajo de seda negra, jubón y calzones nuevos,
inedias de seda y zapatos tapetados. Hice mi
reverencia al entrar hasta cerca del suelo, y más
adelante otra, y me paré. Mandó que pasase
adelante y estando cerca y hecho mi acata-
miento, dijo la aya, que estaba en pie: Dice la
gran señora que á qué vienes. Dije que por su
mandado venía á besar sus Reales pies. Dijo:
¿ Y si no te enviara á llamar, no vinieras? Dije
que no, porque no sabía su gusto. Dijo que
fuese bien venido y que no me turbase, que ella
no me llamaba para cosas de justicia, que antes
bien ella fue ocasión para que no la ejecutasen
conmigo, que estando proveído la hiciesen por-
que no había hecho reverencia, ella había man-
dado que, pues era sacerdote, que no la hiciese,
y que pues me había librado de la muerte, y á
todos los que venían conmigo, de mineros, que
agora no me llamaba para que me turbase, que
sin duda lo echaría de ver ella ó en la razón ó
en el color. Dije que, delante de su grandeza,
que tenía yo por hombre sin razón al que no se
turbase; mas que pues Su Grandeza lo manda-
ba, que yo me haría fuerza para poderle dar en
todo gusto.
Acabado esto dijo al aya: Dile á este bonzo
que si es aquel el hábito oue traía en su tierra
y que por qué no vino con el otro. Díjele que
sí, y que el otro era para casa; y como Su Ma-
jestad me halló así, no pude tomar aquél, se-
ñalando el manteo. Dijo que me preguntase que
cuál era el mejor. Dije que el que traía en-
tonces era el más honesto y el otro el más des-
embarazado para por casa. Dijo que cuántos
hombres traía en el navio. Dije que ciento y
cuatro personas llegamos, porque con las tor-
mentas se habían muerto algunas. Preguntó si
era muy lejos mi tierra. Respondí que cuatro
mil leguas de allí; y dijo entonces que me tenía
lástima, y que la olvidase y no volviese más
allá. Dije que en cosa no había de ir contra el
gusto de Su Grandeza. Dijo: Dile que por qué
no mira á todas aquellas damas y les dice que
se asienten, porque ya vido cómo en llegando á
lo alto de las gradas se levantaron y que no era
buen término tener mujeres en pie, y que había
algimas de su sangre. Díjele, haciendo un aca-
tamiento,que hablando con Su Grandeza ¿cómo
había yo de mirar á otra parte? y que mal con-
tado me sería quitar los ojos del oro y ponerlos
en la plata. Dijo: Pues míralas y hazles acata-
miento á tu usanza, que yo gusto dello. Volví
á las de su lado derecho y hícolcs una reveren-
cia á nuestro uso, y fullas mirando de espacio,
y ellas todas juntas hicieron acatamiento con
las cabezas, y yo torné á hacerles reverencia.
Torné por el otro lado y hice lo propio, no qui-
tándome de hacia la infanta. Dijo: Dime si son
hermosas, y de cada lado di cuál es la más her-
mosa. Dije que Su Grandeza me diese licencia
para hablar. Dijo que todo lo que quisiese.
Dije que á do estaba Su Alteza, por aquel lado
era la más hermosa y lo propio por esotro
lado, y que después de Su Alteza todas eran
hermosas, y que le pedía de merced que en
aquel particular gustase de no mandarme más.
Hizo señal con la mano y se levantaron todas,
y haciéndole tres reverencias se entraron por
unos postigos dorados que á cada lado estaban,
y quedó sola el aya.
Quedados solos, dijo que quería saber de mi
ley tres cosas solas: La primera, que cuántos
dioses teníamos; la segunda, que cómo se lla-
maban, y la tercera, si la mujer Dios era virgen.
Dije que en mi ley no había más de un Dios
verdadero, uno en esencia y trino en personas,
y que éste se llamaba Padre, Hijo y Espíritu
Santo; y en cuanto hombre el Hijo se llamaba
Jesús y que su madre era la Virgen María, y
c{ue no era Dios, sino madre de Dios, y que era
verdad que fue virgen antes del parto, en el
parto y después del parto, y para siempre. Dijo
que le dijese otras tres cosas, y ella las iba es-
cribiendo en un libro de memorias. Que cuán-
tos géneros de bonzos había en mi ley y cuáles
eran los más santos, y cuál era el mayor. Res-
pondí que las maneras del vestido de los sacer-
dotes eran muchas, y que así no tenía para qué
decirle los vestidos, porque los habían tomado
de los santos fundadores de sus conventos; pero
que todos eran, en siendo sacerdotes, una mes-
ma cosa y con un mesmo poder, y que los más
santos eran aquellos que en cada religión ó há-
bito hacían buenas obras y seguían á Jesucris-
to, y que el mayor dellos era el Sumo Pontí-
fice de Roma, que era vicario de Dios y tenía
sus veces en la tierra. Repitió: ¿Y cuáles lla-
mas'buenas obras? Dije: Guardar los diez man-
damientos de Dios y creer su ley. Dijo: Díme
la ley, y luego lo que manda. Díjele los catorce
artículos, y luego los diez mandamientos. Aca-
bados de decir dijo: Si en los preceptos que yo
hice hubieras estado acá, yo pusiera estos diez
mandamientos; mas si tú te C[uedas yo haré con
mi hermano que haga otras cortes generales y
que los ponga. ¿Quién es tu padre dése vestido?
Dije, el señor San Pedro, que fue el primer vica-
rio de Dios que traía este hábito, y así lo toma-
mos nosotros. Dijo: Y de otros dos que están
aquí, ¿quién es su padre? Dije: No los he visto,
más dicen que son deste hábito del señor San
Pedro. Dijo: Pues ¿cómo es de otra manera y
342
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
mas sucio? Dije que serían más buenos cristia-
nos que yo, y que por penitencia y humildad an-
darían así. Replicó: ¿Pues no acabaste de decir
que la penitencia era guardar tu ley y sus man-
damientos? Dije que para ser más perfetos y
santos había diversos géneros de penitencia.
Dijome que los dijese; y así dije que dar li-
mosna á hospitales, huérfanos, y á todo género
de pobres y conventos; rezar, ayunar, azotarse,
ponerse á raíz de las carnes cilicios, despreciar-
se en las ropa, ser humildes , tener caridad con
los prójimos curándolos y en los hospitales vi-
sitarlos, y entonces le dije las obras de miseri-
cordia, y siempre que nombraba hospitales se
holgaba mucho, por ser á esos ella muy aficio-
nada. Dijo: Ahora tendré en algo á aquellos
bonzos, aunque es asco en mirarlos, y no quiero
saber más ahora de tu ley; y mandó á la len-
gua que se fuese y á la aya. Hizo venir un mu-
chacho chino criado en Luzón, como de trece
años, que parecía indezuelo, y dijo: Dile á este
bon^o que me diga la verdad de todo lo que le
preguntare. Dije que sí diría, haciendo la cruz
con los brazos encima de los pechos, diciendo
que se lo prometía por Jesús y por Santa Ma-
ría. Dijo que le dijese si era de casta Real. Dije
que no. ¿Fue por sus oficios de virreyes? No.
¿ De gobernadores ? No, ¿ De regidores ? Dije
que sí, que desos era, porque mi padre lo era
de mi ciudad. Dijo que si era casado ó lo había
sido. Dije que en mi ley no se casaban los sa-
cerdotes; y así no lo había sido, ni lo era, ni lo
podía ser. Levantóse y dijo: Mala ley es la
tuya.
Descendió de las gradas donde estaba. Era
ella muy alta, membruda, morena, pero de
muy buenas f aiciones . Al descender extendió la
mano, y yo puse el manteo y se la di. Dijo que
cómo había puesto el manteo. Dije que para más
crianza se usaba en nuestra tierra. Dijo enton-
ces: No quiero yo esa crianza, que acá no se
usa. Fue de la mano y entramos por una puer-
ta de aquéllas á do estaba su aposento, y se
sentó junto á una ventana.
Estando así me dijo: Allí te hablé como rei-
na y aquí te quiero hablar más llano, haciéndo-
te igual á mí ó yo á ti; mandándome cubrir y
sentar en una sillita l)aja, y me preguntó si te-
nía salud y si me hallaba bien en aquella tierra.
Hice mis cumplimientos diciendo que la tenía
para servirla, y que por solo haber visto su gran-
deza me hallaría bien y tenía por buenos todos
los trabajos que había pasado, así en el mar
como en reinos á do había Legado. Dijome que
se holgara de saber mi lengua ó que yo enten-
diese la suya para hablar sin aquel pajecillo. Yo
dije que yo me holgara más. Dijome: ¿Traes
más cosas de aquellas que me enviaste? Yo te
lo agradezco, que fue presente como para mí y
para mi hermano; lo que más trajeres me lo da-
rás á mí, porque gusto yo recebillo de ti. Dile
las gracias con grande humildad y acatamiento.
Dijome: Cada día lias de venir á verme una
hora en acabando de comer. Este paje te avisa-
rá, y solos estaremos en este aposento, y no di-
gas á las lenguas ni á tus compañeros lo que te
pasare acá dentro; sólo les di lo de la sala, y
ahora vete. Hice mis reverencias, y al salirme,
que fue cuando le hice la tercera, abajó la ca-
beza.
Salí fuera y me estaban esperando las len-
guas, y bajé abajo, y vide el patio, jardines y
fuentes ; comí aquel día en una de aquellas salas,
y me sirvieron solas las lenguas y el pajecillo.
Luego me fui á los aposentos de los compañe-
ros, y estándoles contando lo que me había pa-
sado en la sala lo iban ellos escribiendo, que
después de sus memoriales saqué yo lo que ten-
go dicho. Vino el pajezuelo chino y dijo la se-
ñora Infanta: llama á la hora, y que vaya con
esotro vestido. Tomé la ropa y montera y unos
muy buenos guantes, y otras dos sortijas, y de-
bajo llevaba un rico Agnus Dei y un limpiadien-
tes de oro en dos cadenillas pequeñas de seis
vueltas cada una. Partí por el mismo lugar hasta
el aposento, y la hallé en el mismo sitio que
antes; recibióme con risa, que hasta entonces
no la había visto reir. Mandóme asentar y cu-
brir. Dijome: Mejor vestido es éste y más ga-
lano; y si fuera de color y aforrado en tercio-
pelo fuera mejor. Yo dije que los sacerdotes no
vestíamos aquello. Tornóme á preguntar si era
casado. Dije: Ya respondí á Vuestra Alteza
que no lo podía ser. Dijo: Ahora quiero que
asentemos una cosa, y es que por la mañana
una hora habemos de tratar de las cosas que
fueren de poderse saber, y á la tarde otra de las
cosas de tu ley, que deseo saberlas. Díjele que
si Su Alteza gustaba, hablaría yo á los padres
para que el uno viniese á enseñarla. Enojóse y
dijo: ¿Y ellos hanme de decir otras cosas ó tu
te enfadas de hablar conmigo? Pues yo te digo
que más de ciento te desean ver ya fuera de
aquí, y no te parezca que te hago poca merced y
honra, porque en mi reino, fuera de mi hermano,
no hay quien se siente do estás tú, ni hombre
se ha asentado junto á mí, y no me enojes, pues
yo te deseo hacer tanto bien. Respondíle: Se-
ñora, por mi Dios Jesús os prometo que no lo
dije sino porque aquellos Padres están hechos á
enseñar la ley de Dios, y porque confieso que son
mejores cristianos que yo, que por eso lo he di-
cho, que en lo demás yo estaré aquí de día y de
noche. Rióse y dijo: Ya no estoy enojada; no te
demudes, que me da pena, que he visto que no \
me quieres enojar. Yo te digo que aquellos son
sucios; y si mis dioses lo fueran tanto, no los
pudiera ver. Miró las sortijas que llevaba, y una
PEDRO ORT)0\EZ DE CEBALLOS
U^
piedra colorada á modo de granate; me mandó
que lo sacase y le llegó un diamante finísimo
muy grande que traía en una y le dio dos to-
ques y por un lado la quebró, y dijo: Más fuer-
te soy yo, aunque soy mujer, que tú, sacerdote
de tu ley. Toda aquella hora, que debieron de
ser más do dos y más de diez para mí, se le fue
en preguntas por las ciudades de España: si
había muchas ; cómo se llamaba el rey, la reina
y sus hijos; si las hijas se casaban; qué le daban
y qué traje era el del vestido; si eran hermosas,
castas, limosneras, amigas de los hospitales; si
las princesas salían fuera ; si era uso que habla-
sen con los hombres; en qué se entretenían, y
otras cosas á este tono. A todo lo cual respondí
y satisfice lo mejor que pude con pocas palabras,
porque conocí que gustaba de aquello. Di jome:
Ya es hora, vete, y desde mañana vendrás dos
veces cuando te llame.
CAPÍTULO X
De cómo hablaba dos horas cada día con la
Infanta, y de lo que se trataba en ellas.
Proseguí con mi ejei'cicio ordinario, hablan-
do todos los días dos veces con la infanta, y
viniendo el día de año nuevo de noventa y uno
me dijo en la hora de por la mañana: Más que
te digo una cosa, y es que hoy es una fiesta
tuya grande, que hoy comenzáis el año; pero
nosotros de hoy en ocho días, y pues sabéis
tanto, ¿por qué no os regís por el sol, ó por la
luna, ó estrellas, ó cómo comenzáis el año tan
presto? Dije: Señora, aunque es verdad que ese
día hace señal la luna y el sol entra en el Zo-
díaco, que es su carrera, acabando la que ha
traído el año, no miramos los cristianos eso,
sino que Cristo Jesús fue la primera sangre que
derramó.
Sobre este artículo de fe estuvimos toda
esta hora tratando, en que la satisfice lo más
bien que pude. La hora de la tarde la pasamos
también con el propio ejercicio, y así se fue
tratando de algunos misterios, hasta que vino
el día de los Reyes. Este día por la mañana la
hallé en la cama, y sentado en una silla junto
á la cama, le pregunté si estaba Su Grandeza
indispuesta. Dijo que no, sino que aquella no-
che había estado pensando en estas fiestas
nuestras, que se las decía el pajezuelo, y que
aquel día eran los Reyes, y que le decía que
éstos habían ido de otra tierra muy lejos á dar
tributo á Jesús. Trátele de este misterio, y le
oyó con tanto gusto, que me pareció había de
ser gran cristiana. En medio de la plática en-
tró el rey y se sentó sobre la cama, y no lo
había visto yo desde el día que tuvimos aquel
razonamiento. Holguéme mucho y se lo dije, y
me respondió que como su hermana hablaba
conmigo, no quería perturbarla, y que algunas
veces nos había oído, y que lo que yo decía á
su hermana llamal)a él á aquellos padres cléri-
gos y se lo decían á él, y que lo que le decían
era lo propio y con los mismos nombres. Di jo-
me más: Aquí cenamos anoche mi hermana y
yo, y era más de media noche y hablábamos de
Melchor, Baltasar y Gaspar, Jesús, José y la
señora María (y todas las veces que la nombra-
ba humillaba la cabeza). Después de haber tra-
tado algunas cosas en que dudaba, se despidió
riendo y haciendo un grande acíitamiento á su
hermana.
Estuve en pie mientras estuvo allí, y luego
me dijo ella que me sentase, y que supiese
cómo unas veces me preguntaba á mí prime-
ro y el rey me escuchaba y otras les había
oído á ellos primero, y que ahora que sabían
que todos decíamos una cosa, que se daría or-
den en unirnos juntos. Pedíle entonces que
gustase de que yo viese á los padres y les ha-
blase para que nos advirtiésemos en cosas y
procurásemos servirlos. Di jome que ella haría
me fuesen á ver.
Aquel día trató de mis compañeros si eran
casados y si era alguno de linaje. Yo le dije
que Pedro de Lomelín era mi pariente. Vino ú
esta ocasión la aya y una dama y echaron la
cortina. Dijéronme que me estuviera quedo, y
por la otra parte se levantó y vistió, y luego
alzaron las cortinas, y se tocó que yo lo viese,
y se fue á su asiento; sentéme junto á ella y me
dijo que quería tratar una cosa conmigo, que no
había de haber lengua más de por señas, y las
palabras que ahora me dijese, y dijo así: Dilc
que se ha de casar en esta tierra, y que no luí
de volver á la suya, y que sus compañeros se
han de casar también, y tendrán todos descan-
so, y que yo les diré quién son las mujeres.
Dije que ellos bien podían, mas que yo no po-
día ser casado, porque en mi ley no es permi-
tido, antes bien me afrentarían en grande ma-
nera, y quedaría mi linaje con perpetuo des-
honor, y que juntamente cometería un grande
pecado contra Dios y me echaría en el infierno
para siempre. Enmudeció un poco y dijo: Si
en esta tierra hay tantos hombres, ¿cómo en-
tiendes que á vosotros que sois forasteros había
de haber quien os quisiese? Era por ver lo que
decías. Vete, que ya es hora, y haltla con los
jiadres y con tus compañeros; y por vida mía,
y puso dos veces las manos en los pechos, que
no digas á los padres ni las lenguas más de las
cosas que veas que son de decir; no me enojes;
y así me fui, y luego dentro de medio hora vi-
nieron los padres Alfonso de Acosta y Juan
González de Sao. Serían hombres de cincuenta
años el uno y el otro de sesenta, ya canos ; y
344
autobiografías y memorias
cierto tenían los royes razón de decir que eran
sucios; pero también la tenía yo sin conocerlos
ni haberlos visto de decir que eran buenos cris-
tianos. Hablamos de muchas cosas y comimos
juntos ; holgáronse en extremo porque había
más de un año que los tenían de un pueblo en
otro. Dije'ronme que bien habían visto que había
algo de nuevo, pues los llamaba el rey, siendo
así que desde que les habló en la ciudad Real
dos veces no los había visto más, y como ahora
les preguntaba tantas cosas, bien visto tenían
que había otro ó las lenguas que les decían al-
gunas cosas. Pidiéronme encarecidamente que
me quedase allí, pues sería de servicio de Dios,
y estaba tan en gracia con los reyes, según les
habían informado las lenguas. Díjome el padre
Alfonso que mirase que el demonio era sutil, y
que si hubiese ó sintiese algo que perjudicase á
nuestra fe que la tratásemos y viésemos lo
que más convenía al servicio de Dios, y que les
pidiese licencia para que dijésemos misa en una
ramada que nos harían junto do ellos posaban,
que era una casa d^ placer juntico á los pala-
cios.
Yo fui y hallé á la infanta muy contenta
y me dijo: Estoy contenta de que te habrás
holgado de ver á esos padres, y verás que ten-
go razón de no verlos, porque van tan sucios;
díles que se limpien, y yo los veré por amor de
ti; y también estoy contenta porque me debes
dos mandas que no se me han olvidado.
Cada vez que yo iba llevaba cositas de Ita-
lia, plumajes de vidrio que se van con el aire,
peines de marfil, y algunas veces granates, y
otras esmeraldas, trompas y otras niñerías que
me pedía cada vez, y me había mandado no le
llevase más de lo que me pidiese, y que no se
vendiese cosa; y así yo había despachado cartas
al navio sobre ello, y ella mandato expreso.
Hice que me trajesen algunos fardos y cajas de
cosillas. Trajéronme una cajetilla de marfil, que
me dijo la estimaba como de plata, que se la
había llevado aquel día por la mañana llena de
cosas.
Dije que lo que yo le había mandado á Su
Alteza, que en sabiendo más de nuestra fe,
para que lo estimase, se lo daría. Dijo: Anda y
traémelo. Cuando quise salir, dijo: Estáte que-
do y envía á este paje. Envié al chinillo, que
era vivo como un fuego, y como había nacido
entre nosotros, era lo propio, y era nuestra len-
gua la natural suya. Vino el muchacho y yo me
levanté y quité la montera. Díjele que mirase
Su Alteza que aquello que le quería dar eran
dos imágenes, una de Jesús y otra de su madre
María, que si las había de tener en grande es-
tima, y si no que las viese y adorase y me las
volviese, porque las estimaba en mucho. Llamó
á las mujeres y descubrí la de Cristo Nuestro
Señor crucificado, y dije que todos se hincasen
de rodillas y así lo hicieron. Yo la colgué en la
cortina de la cama por estar tan cerca de la
ventana, y me arrodillé y con humildes ruegos
le pedí que su santo nombre fuese loado en
aquellas gentes que no le conocían; lo adora-
ron y miraron, y estaba por extremo bueno,
porque el general flamenco lo había presentado
como á imágenes de grande estima. En la otra
cortina puse la imagen de la madre de Dios,
que puso gran devoción á todos ; era la limpísi-
ma Concepción y estaba con grande delicadeza
pintada, y con todas sus prerrogativas. Dijo,
así como la descubrí, que aquella María quería
ella, y su hijo para el hermano, y que ella les
haría altar y se encomendaría á ella, que le pa-
recía tan bien, que tenía yo razón de estimarlas
en tanto por ser mis dioses y estar tan bien
pintadas.
Luego mandó llamar á quien las llevase á
guarnecer, dorar y platear, y las hizo poner
muy por extremo galanas, y dentro de cuatro
días estaban que era gran contento el vellas
y hizo en su aposento donde dormía hacer
un altar, y las pusieron debajo de los dos
doseles que había presentado al rey y les pu-
sieron un frontal con sus frontaleras de la
China, muy rico.
Envié por algunas cosas para aquellas da-
mas y díjele cómo mis compañeros querían
presentar á las damas de aquellas cosas; dio
licencia para ello. Torné allá y vimos lo que
había, según las cajas y sus memorias, y me
torné luego con ellas; y preguntaba á cada una
que qué es lo que quería de lo que se trajo, que
fueron cinco fardos y tres cajas. Dilelamemoria
al pajecillo; él decía lo que era y ella lo iba re-
partiendo. Hubo muchas cosas muy galanas y
en particular de santos de marfil. Díjome cuan-
do las vido, que cómo no le había dado á ella
de aquello. Respondí que lo guardaba hasta que
tuviese alguna lumbre de mi fe, para que lo es-
timase. Tomó muchas , las cuales puso en el
altar; los angelitos colgando y los santos por
su orden. Debía de ser el empleo de Italia de
valor de dos mil ducados, y de aquella tierra
más de diez.
Vino el rey y se holgó y lo agradeció, y
dijo muchas palabras, estimando los españo-
les en mucho por su ánimo; y dijo que de-
seaba tener un pariente español, que de tantas
palabras sospeché que se trataba algo entre
el rey y su hermana. Seis días duró el ir y ve-
nir á solas cosas destas, sin tratar de nuestra
fe. Pedí en este tiempo dos cosas á la señora
infanta: la una lo de la iglesia y la otra que
oyese á los padres. Vestílos y diles cuellos y
bonetes buenos, y con esto la aficioné y los oía
estando yo presente.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
345
CAPITULO XI
Do se trata cómo me dijo la Infanta ine pusiese
su banda í/ fuese su esposo.
A trece de enero de noventa y dos, visto que
la tenía tan Favorable y propicia para todas
mis cosas, le pedí una licencia en escrito para
decir misa y para la estada de los Padres, y
para otros que viniesen de la Compañía de Je-
sús, y la dio con mucho gusto, con patente del
rey, y para el día de la Candelaria, á dos de
í'ebrero, se acabó la iglesia, y dijimos aquel día
tres misas, y se le puso por nombre á la iglesia
Santa María de la Candelaria. Aquel día á la
tarde me dijo que le pidiese yo todo lo que qui-
siese y vería lo que hacía por mí. Díjele que lo
que yo quería y deseaba en el alma era que el
rey y Su Alteza fuesen cristianos, y que pues
de tan buena gana oían la palabra de Dios y
sabían ya las oraciones, que fuesen con los ca-
tecismos adelante y oyese á los padres. Respon-
dióme que sí haría y que también hiciese yo
por ella lo que me mandase, y que vería yo en
aquella tierra más cristianos que en Jaén (que
ya le había dicho yo de dónde era y qué veci-
nos tenía). Dije que mandase, advirtiendo que
el camino del cielo no se había de dejar ni tras-
pasar, y que en lo demás vería cómo la obede-
cía. Dijo: Lo que te pido es que te pongas mi
banda y escudo y mira lo bien que te está. Dí-
jele mil cosas sobre esto, porque ya sabía del
pajecillo que era aquella la insignia de las in-
fantas, y que en echándola al cuello y saliendo
delante de gente era decir: Este es el marido
de la infanta. Díjele: Señora, ¿Vuestra Alteza,
es Dios ó reina? Díjome: Vosotros sabéis mu-
cho, y con palabras vencéis; no me preguntes
nada, sino sabe claro que yo te tengo escogido
por marido; y si otro que tú de esotros se pone
mi banda, á todos os mandaré hacer pedazos y
que no os den sepultura, y por mar y tierra haré
á todos los reyes mis amigos que no quede por
toda esta tierra gente de vosotros ni memoria
de vuestra ley.
Levantóse enojada, y yo me levanté y dije:
Señora, dame licencia que yo trate esto con
los padres y con mis compañeros; y si hay
en mi ley algún remedio para que yo sea ca-
sado, yo lo haré. Díjome: ¿Y si no lo hay?
Respondí con un ánimo grande: Paréceme
que esforzándome Dios con nuevo espíritu,
moriré hecho pedazos y como tú mandares, que
ese será mi contento. Pues yo sé un remedio
(replicó), y es más fácil: deja tú la ley tuya y
quédate en la mía, y haz después cristianos á
tuda esta tierra y yo te ayudaré; y si tu Dios
es el justo no conocido, á ti te perdonará, por-
que le diste á conocer en esta tierra, y á mí por-
que pase á tu ley y te ayude; trátalo con los
padres y compañeros sin las lenguas, en secre-
to, y á la noche vernás acá. Dije: Señora,
siempre verné, pero esto tiene necesidad de
más espacio. Dijo: Lo que quisieres; y así me
salí haciéndole mi acatamiento. Vine á casa y
me esperaban los padres. El dotor Alfonso de
Acosta me dijo : Parece que viene vuestra
merced descolorido. Sentámonos y diles cuenta
de lo que pasaba, de que les pesó harto. Hubo
dares y tomares sobre aquel caso; los legos de-
cían que era bueno y que resultaría dello gran
servicio á Dios. Yo les rogué lo mirásemos
poco á poco, y que si los llamase á ellos sólo
respondiesen que nuestra ley no lo consentía sin
licencia del Pontífice, y que le escribiésemos,
y que me parecía que mientras vernía, siendo
cristiana, en consentimiento de Dios, y vería
que no era bueno. Pareció bien este parecer.
Dijimos misa el día de San Blas todos, rogán-
dole al santo suplicase al Señor lo dispusiese
como más bien convenía, y de allí me fui de-
jándolos en diciendo misa. Hállela en la cama;
humílleme y bésele (^) las manos, que jamás
había hecho tal. Tomóme ella las manos y las
besó, y dijo al pajecillo: Dile que como es sacer-
dote se las beso, pues se usa en su ley, y que
lo que le he dicho vea si puede ser, y si no no
le dé pena; que mire si lo quiero mucho, que le
prometo y aseguro por la vida y corona de mi
hermano de que no se le haga mal, ni á nin-
guno de los suyos, porque por fuerza no le es-
tará bien á una infanta que ha sido gobernadora
y reina y ha puesto leyes; y que lo que le ha-
bía preguntado el día de ayer, que ya lo había
entendido; que pues ella no era Dios y había
puesto precepto que los monjes no se casasejí,
que si Dios había puesto esotro que cómo se
había de traspasar. Dije que aquello propio era
lo que le quería decir. Dijo que pues no podía
ser yo casado, y ella se tornaba cristiana, que
allí adelante no había que tratar en aquello. Yo
dije que en todo fuese su gusto.
Pasamos en esta suspensión hasta el día
de San Mateo, el cual la fui á ver más de
mañana que otros y la hallé en la cama, y
me dijo si acababan los padres de decir que
me casase, porque yo era mozo y ella sospe-
chaba que ellos como viejos me aconsejaban ;
y que si no fuera por la palabra que me dio
nn día, ya los hubiera mandado meter mon-
jes en un convento de la sierra á do jamás
viesen gentes. Yo le juré que ellos no me
decían más de lo que yo me sabía. Hízome
aquel día almorzar de un jabalí y unas conser-
vas, que hasta entonces no lo había hecho, y
con esto se quiso levantar, y así rae despedí.
(') líu el original: béseme.
346
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Este mismo día entraron á ver al rey los dos
padres, y él dijo que llamasen al pajecillo, y con
él les dijo: Vení acá, hombres al parecer bue-
nos y de dentro malos, ¿por que estorbáis vos-
otros lo que yo y Su Grandeza tenemos ordena-
do? Por mi corona que si luego no prometéis á
mi hermana todo lo que ella os mandare, que
se ha de hacer á vuestro pesar, y veréis enton-
ces cómo no era bueno vuestro consejo. Dijo el
padre Alfonso de Acosta: Señor, mire Vuestra
Majestad que por no engañarlo y por servirlo
decimos la verdad. Ese padre no puede ser ca-
sado, y será engañar á Su Grandeza, y enton-
ces seríamos dignos de pena. El padre Juan
González de Sao dijo: Señor, no se enoje Vues-
tra Majestad; verlo hemos, y como pueda ser,
se hará. Respondió el padre Alfonso : Pues lo
tenemos visto, Deo gratias: morir por la verdad;
y de allí adelante no se hacía caso del padre
Alfonso, como sospechoso. Lleváronlos á la in-
fanta, que los recibió bien y mandó sentar junto
á sí, y les dijo lo siguiente:
Padres, yo fui la primera hija de mis padres,
y después tuvieron seis y tres hijos, y el más
pequeño es el rey mi hermano, y yo me había
de casar en vida de mi padre con un rey chino,
con el emperador del Gange, y allá en los ne-
gros con el gran señor de vuestra ley, y todo
lo estorbó la Divina Providencia por sus secre-
tos; como todos mis hermanos y hermanas mo-
rían, no se determinaron hasta ver si había yo
de ser heredera. Murió mi padre, quedé reina,
y algunos reyes vecinos me molestaron harto
porque me casase con ellos y matase á mi her-
mano y juntásemos los reinos. Jamás quise
hacer cosa mala. Visto que ya llegaba á treinta
años y según nuestra costumbre desta edad
no se casan fuera de sus reinos, me pidieron
parientes míos, y como todos me temían y los
he castigado y hecho que asistan en nuestra
Corte y los he tratado con el rigor de vasallos,
no he querido casar con ninguno, porque no
tenga dominio sobre mí y se vengue de lo pa-
sado, y para no verme sujeta á mi sujeto, fue
acordado esperásemos ocasión de un extranjero
de partes remotas y que con él me casase. Ha-
brá un año que di el gobierno á mi hermano; él
no quiere casarse hasta que me case, y me da
el reino de nuestra madre, pues lo heredo yo
según justicia, y si yo me casara con tiempo
pudiera mi hijo varón heredar este otro, no
siendo nacido mi hermano. Vino á nuestro rei-
no este padre de vuestra ley, y escribiendo el
virrey que no le hacía reverencia, tratamos de
que debía de ser de gran linaje y fue acordado
enviarle á llamar; y preguntándole por su linaje
me dijo la verdad, ser del tercero linaje, que es
el de los regidores, pues su padre vive y lo es de
Jaén, que en los tiempos pasados descendería
de esotros dos linajes primeros, y en su modo
lo parece poi-que no es muy blanco, y es bien
criado, y cuando fuera sin linaje, yo lo supliera,
y ya la afición de marido lo engrandece en mí,
con el respecto que yo le tengo; héselo dicho
y sólo me dice que los sacerdotes en vuestra ley
no se casan; digo que se pase á la mía y me
dijo con una libertad sin temor: Antes moriré
mil muertes. Díjele que yo me pasai'é á la suya
y haré á todos estos dos reinos cristianos; yo
tengo sospecha que vosotros le aconsejáis mal.
No quiero que me respondáis, sino que os vais;
él salió de aquí ahora, y yo sé que me quiere y
veo que le pesa cuando le digo que ya es pasa-
da la hora; miraldo bien, y mañana me trae la
respuesta, y considera que si es buena vuestra
ley, mi pensamiento es bueno; yo quisiera no
quererlo para no verme en un conflito tan
grande, como cuando me dice que él se quisiera
ver sin ojos y sin manos, y que no fuei'a bonz(\
para casarse conmigo, y que como me quiere no
me engaña, porque no será casamiento en vues-
tra ley, sino engaño; y cuando le digo de pasarse
á la mía lo veo enmudecer y trocársele el color,
y algunas veces levantarse y con enojo pedirme
que lo mande matar, y otras humillarse y des-
cubrirme su cuello para que lo corte; y como
mi corazón lo tiene ya por dueño me reporto
y veo que tiene razón, y que es gran fuerza de
ley, pues quiere perder tanto como ganaría y
quiere perder la vida. Yo jamás he hecho cosa
mal hecha, ni la he de hacer; y asilo pongo en
vuestras manos y os pido que si tenéis interés
de haciendas, vuestras manos estarán llenas; si
interés de vuestra ley, ya veis dos reinos llenos
de gente y sus voluntades en vuestras manos,
y que por aquí, por bien ó por mal, los reinos
comarcanos vernán en conocimiento de vuestro
Dios, y todos los reinos junto á Goa temerán,
los moros se refrenarán y quizá vernán á ser
vuestros.
Por otra parte, mira el bien que os he hecho
y el mal que os puedo hacer, y pues sois gente
de entendimiento, id con Dios, anda y mira lo
que más conviene; yo os encargo el servicio
de vuestro Dios y que no me engañéis. Con
esto los despidió y se fueron.
Viniéronse á mí luego y dijéronme que qué
harían. Vintilamos la respuesta, y que la fuese
yo á ver á la tarde á la hora ordinaria. Aun no
habíamos comido cuando llegó el paje; fui y me
recibió muy bien y díjome que entendía ser dis-
creta, y que veía que no lo era. Yo me reí, y
preguntóme si había entendido sus palabras y
el fin dellas. Dije que sí, y que Su Alteza lo
decía porque no había mirado primero que qui-
siera, el estorbo, y que ahora que quiere ve lo
ha hecho mal. Preguntóme el por qué no me
podía casar y díjele que á los sacerdotes, cuando
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
347
se ordenan, se les imprime una señal en el alma,
que jamás falta, como el baptismo y confirma-
ción, y así los señalados con aquella señal mal
podrán engañar al Señor. Díjome: Si yo lo viera
lo creyera, Díjele: Pues yo le empeño mi pala-
bra á Vuestra Alteza de enseñársela. Dijo:
¿Dónde y cuándo? Respoudíle que en el cielo
en el universal juicio, cuando las almas con los
ojos del espíritu se vean. Rióse y dijo: Con de-
masiado gusto me has dejado y te creo y veo
que eres bueno; mañana me darán la respuesta
esos padres; vuelve por mí, y busca orden si la
hay para que seas mío; haz oficio de procurador,
mira lo que te quiero y considera que para siem-
pre jamás no me he de casar sino es contigo, y
que no soy mala, pues si fuera mal apetito ya es-
tuviera cumplido; duélete de mí, que soy mujer,
y si no me caso contigo quedaré sin esperanza,
porque ya no la tendré de Rer casada. Dijo otras
palabras sentidísimas y se entristeció de ma-
nera que lloró. Yo saqué un pañuelo y le lim-
pié las lágrimas, y con señas le rogué que no
llorase. Tomó el pañuelo y se enjugó ; salió en
esto el pajecillo á llamar á la aya; entró y ella
le dijo que á qué venía, si la llamaban por tes-
tigo, y al pajecillo le riñó. La aya le dijo: Se-
ñora, no llores, que si acaso lo ve alguno lo dirá
al rey, y será desconsolarlo, y hecho su acata-
miento se fue.
Llegó el pajecillo y ella le dijo, tirándole de
las orejas: Para otra vez abre los ojos, y decí
á este bonzo (por mi desventura) que yo se lo
agradezco, y que vaya y hable con aquellos ma-
los viejos y que sea mi procurador, y que de
aquí á la mañana aguardaré para vivir ó dejar-
me luego morir.
Vine con gran congoja y con mil estímulos,
que si fuera de otra ley la dejara sin duda, sino
que la Virgen mi señora, como tan madre mía,
debía de interceder con su Hijo para que me die-
se esfuerzo y su divino favor y espíritu. Llegué
y conté todo punto por punto á los padres y
compañeros lo que me había pasado, y sobre
ello hablamos toda aquella noche. Los seglares
decían que la engañáramos, que después de he-
cha cristiana se le quitaría todo y que en ello se
hacía tanto bien á muchas almcts. El padre Juan
decía que la entretuviésemos con decir que es-
cribiríamos al Papa y se traería licencia. El
padre Alfonso, como tan letrado y tan por los
extremos cristiano, decía que más bien estaba
tratarle la verdad y morir por ella, que no por
miedo del tormento se había de esconder una
verdad cristiana.
Estábamos en estas dudas, y así me levanté
por la mañana y dije misa, y sin hablar con los
padres, ni compañeros, ni tener determinado
lo que diría, ni saber lo que ellos responde-
rían, dije: Hágalo Dios, y desde la iglesia
autobiografías y memorias. — 33
me encomendé muy de veras á la reina de los
Angeles y me fui á palacio y ya hallé á la
puerta los padres, que los había llamado. En-
vié á decir á la infanta que le suplicaba diese
licencia para que los padres fuesen á decir misa,
y que mientras la quería ver. Dijo que fuesen y
¿que cuándo pedía yo licencia para verla, pues
jamás la guarda me la había quitado? que en-
trase. Fuéronse y yo entré y la hallé vistién-
dose. En entrando me miró, y le hice mi acata-
miento, como siempre, y me sonreí y la miré
con afición porque se sosegase. Dijo: Dile que
sea bien venido; y si quiere que nos vamos hoy
al río, que salen unas barcas contra otras y hay
escaramuza en la tierra. Yo le respondí que
para todo lo que me mandase estaba muy apa-
rejado. Preguntóme cómo me había ido aquella
noche. Dijele que muy bien. Respondióme ella:
Pues yo te soñé de manera que me echabas
agua, y me decías: María, Dios sea contigo, y
este gran nombre te ayude y te haga buena; y
yo lloraba mucho y soñé tantas cosas que las
hice escribir á mi paje, porque no se me olvida-
ran, para ver lo que de dellas sucede; y ahora
cuéntame lo que pasó, que no debe ser bueno
para mí, pues tú me lo quisiste decir y no los
padres. Contéle todo lo que decían los padres
y los seglares, y desto lo que me pareció ser
más necesario. En acabando me dijo: ¿Y á ti
qué te parece? Dije: Señora, esto ha pasado;
examinaldo y mira lo que queréis, y hágase.
Esta es nuestra ley; ordene Vuestra Alteza,
que yo he de agradarla en todo, como no sea de-
jar mi ley. Dijo que me lo agradecía y que no
viniesen los padres, que ella vería lo que se ha-
bía de hacer, y que siempre la viese yo y me
diría todo lo que había de hacer, y que estimaba
el haberle dicho yo la verdad de todo lo que
había pasado, y mandó al pajezuelo que la res-
puesta de cada uno la pusiese por escrito para
que se la dijese.
Díjele al pajecillo que me diese el libro de
memoria, para ver si lo había sentado bien,
y hacía que lo miraba y busqué el sueño y miré
lo que decía después de tornada cristiana, lo
cual apercebí muy bien en mi memoria, para
referírselo y darle á entender que aquel no era
sueño sino revelación, que hizo mucho al caso.
Díjome que convidase á los padres y compañe-
ros para comer en palacio solos en aquella sala,
que los quería ver comer, y que no les dijese
nada, por su vida. Yo se lo prometí. Díjome
que ya sabía las oraciones, y las dijo las cuatro,
y los mandamientos y artículos, y que desde el
día siguiente quería preguntar como le parecie-
se á mí ó á los padres. Yo le dije que todo
aquello que gustase, porque yo tenía propuesto
en mi corazón decirle tan sola la verdad, y luego
obedecerla, sin mirar n^ás de sn q-usto.
848
autobiografías y memorias
CAPITULO XII
De cómo convidó la infanta en palacio á comer
y cenar á todos mis compañeros, y de lo que
hubo después de la cena.
Llegada la hora de la comida, comí con ella,
y acabada me mandó ir á nn jardín suyo, her-
mosísimo porque estaba poblado de naranjas,
limas, cidras y otras frutas, con que me entre-
tuve entretanto que ella estaba mirando de
secreto cómo comían los padres y mis compa-
ñeros. Encontré en el jardin muchas damas de
la infanta, y se espantaron mucho de que hu-
biese yo entrado. Preguntáronme grandes co-
sas, y yo á ellas, y entre otras cosas les dije
que por qué no se hacían cristianas, y les iba
dando nombres que cada una había de tomar,
de que reían mucho. Hiciéronmelos escribir en
unos papeles, y había muchas dellas que decían
casi toda el Ave María, y todas se persigna-
ban; el aya sabía las cuatro oraciones, y me de-
cía el pajezuelo que todos los días le pregunta-
ban cosas de nuestra fe, y valía que el mocito
era muy buen cristiano y deseaba que todas
aquellas mujeres lo fuesen, y así me decía mu-
chas veces: Señor, decilde á la infanta que sí
os queréis casar con ella, pero que será cuando
esté hecha cristiana, y luego le diré yo que no
se case sino con lego, y veréis el bien que su-
cede á toda esta tierra. Envióme á llamar Su
Alteza; fui y me dijo que á dó quería ir, si
á las barcas ó á verlas desde los corredores.
Yo le dije que á donde había de estar Su Al-
teza, que allí quería yo estar. Dijo que fuese
así; mandó toldar dos barcas, una para los pa-
dres y otra para los compañeros. Vimos la
fiesta, y cierto que fue de ver. Estuvimos á ra-
tos tratando de la comida de al medio día, y
como los estuvo mirando, fueme diciendo lo
que le había parecido de cada uno. Dijo que
aquel hombre feo era discreto; el padre Alfon-
so, buen cristiano; el hermano de la lengua,
gran bebedor, y Matoso, que lo llamaban el
barbudo, gran comedor, y el otro padre Juan,
muy callado. Todo lo miró muy bien y lo refi-
rió mejor. Entretenidos, pues, con estas razo-
nes y con las fiestas, las cuales fueron de lo
mejor que yo he visto jamás, vino la tarde y
fuimos á cenar. Cenó el rey y la infanta y yo
y los padres en un aposento, y los compañeros
y Grandes en la sala. Hiciéronle á Pedro de
Lomelin mucha honra, y le sentaron en medio
de dos que habían sido virreyes. Mandó traer
una botija de vino de cuatro que tenía y brindó
á todos aquellos señores, que se lo agradecie-
ron harto. Dijéronle que no lo habían ido á vi-
sitar por mandado expreso del rey, y porque es
ley de aquel reino que á ningún extranjero vi-
site nadie hasta ser dado por bueno y por leal,
y que nosotros no estábamos dados, y que se
espantaban de los padres, pues podían tanto
con el rey y con Su Grandeza, de que no les
hayan pedido que los diese por buenos y lea-
les y que no son espías de otros reinos, y que
entonces los irían á ver y se holgarían de tra-
tar con ellos. Alzadas las mesas pidió un pa-
riente del rey á la lengua Real (que así le lla-
maba al portugués mayor de los dos) que ju-
gase las armas á nuestro uso, y trajeron espadas
negras y jugaron el portugués y Matoso bien.
Luego tomó su hermano con Matoso. Después
jugó un maestro famoso de la tierra con Or-
tiz, y le dio dos heridas al Ortiz sin saber cómo.
Enojóse Pedro de Lomelin y dijo: Soldados:
los que delante de príncipes han de tomar las
armas han de ser todo únicos. Dijo uno de
aquellos parientes del rey á la lengua que qué
era lo que decía el capitán. Díjoselo y respon-
dió que tenía razón, pero que en el mundo no
había otro como el maestro del rey, ni quien le
igualase, porque había estado en la China, Ja-
pón, Goa y en las Filipinas, y que por allá era
de fama; y que si fuera de día viera cómo á
todos les señalaba heridas sin que le tocasen.
Dijo Pedro de Lomelin: Si fuera de día lo vié-
ramos. Respondió el maestro en nuestra len-
gua: Pues para mañana te emplazo y veréis
cómo sabéis poco todos vosotros, y que todo es
presunción. Dijo Pedro de Lomelin con mo-
destia, que fue harto para él: Maestro, bien
sabes tú, si has estado en tierra de cristianos,
que los maestros de armas no responden con
tanta libertad á los capitanes honrados como
yo, y si fueras otro capitán yo te respondiera.
Preguntó el pariente del rey qué es lo que de-
cía, y sabido mandó que callasen todos, y con
esto mandó la infanta que me llamasen y que
los demás se fuesen á su posada. Estuve un
rato hablando con ella de la fiesta, y despidién-
dome para irme dijo que madrugase á verla.
Fueron conmigo un capitán de palacio y treinta
soldados. Tratamos aquella noche de muchas
cosas y de que pidiese que nos diesen por bue-
nos para poder hablar. Murmuraban algunos
del rey por la merced que nos hacia y que ad-
virtiese (me dijeron algunos) que desde que la
infanta nos dio audiencia y mandó publicar el
edito de la iglesia, que todos hacían mil pláti-
cas contra nosotros y nuestra fe; que mirase lo
que hacía y decía, y que entendían que había
de haber alboroto, y que no dijese nada á la
infanta, porque ya el rey lo sabía, y que espe-
raba al primero que sobre ello hablase, y que
me recatase al entrar ó salir en la primera sala
habiendo una ó dos personas solas.
Venida la mañana llegué por mi muralla á
palacio, y al entrar de la sala vide dentro seis
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBADLOS
349
hombres, dos al entrar, otros tantos más ade-
lante y dos junto al estrado, y con lo que el
otro dijo los llamé con la mano y dije que sa-
lieran fuera. El pajecillo y el aya abrieron el
aposento de la infanta y entraron á decirle lo
que pasaba y cómo me había recelado. Entré y
dijo: No hay de qué tener recelo que sobre-
guardas son para ti, que estos nuestros parien-
tes son malos, y verás un castigo antes de diez
días que suene en todo el reino. Pedíle encare-
cidamente se sirviese que aunque los Grandes
y otra cualquier persona sobre nosotros ni sobre
la fe hubiesen dicho ó hecho algo, que no había
de haber muerte, ni destierro, ni confiscación
de hai:ienda. No pudo dejarlo de conceder, por
tenerme dicho que todo lo que le pidiese lo
concedería, y así me respondió: Hoy comeremos
juntos yo y el rey; en público en la mesa, sobre
comida, híncate de rodillas ante mí, y aunque
te levante no lo hagas, y pídeme que á ti y á
todos mande luego matar ó que te conceda una
merced, y pídemela; en diciendo yo que sí, di
los nombres de la desta memoria, y dame la
que te diere este pajecillo de aquí un rato; y
pues sabes encarecerlo hazlo, y yo haré que el
rey me lo pida y sea lo que quisieres. Pedíle
también que nos diesen por buenos, y supuesto
esto, que oyesen los sermones y dejase bapti-
zar al que quisiese y estuviese para ello sin
licencia espresa, y que esto lo pusiese por motu
en sus Cortes con los mandamientos de la ley
de Dios, y diese licencia para que viniesen pa-
dres de la Compañía de Jesús, y que definiese
dentro de quince días si había de ser marido ó
no, pues estaba en su mano. Dijo que esto era
muy breve, porque se había llevado á los Con-
sejos y á los monasterios de sus reinos para
que enviasen pareceres, que me holgase y en-
tendiese si convenía lo había de ser, y si no que
también no lo sería; y si no, que si yo la que-
ría como ella me quería á mí, me fuese yo á su
ley, y que de aquella manera no había que
aguardar. Pregúntele que si había alguna cere-
monia en su ley para tornarse á ella. Dijo que
sí, que se juntaban cuatro bonzos y cuatro
Grandes, y que en donde se señalaba salía el
de la otra ley vestido de su hábito dellos, y de-
cía en el tablado que le fuesen testigos cómo
confesaba que su ley era la mejor, y que por
eso se pasaba á ella, y aquello lo asentaban, y
él lo firmaba y todos aquéllos, y luego lo pasea-
ban por la ciudad con honra, y si era bonzo de
otra ley, el primer día quemaban sus vestidu-
ras y el segundo lo jui'aba delante de ocho se-
glares y lo firmaba, y el tercero delante de
ocho bonzos y lo firmaba. Yo le dije: Señora,
¿y s¡ yo lo hiciese así y á mí me constase lo
contrario, que la mejor ley es la de Dios, qué
pena tan grande merecería? Dijo: Grande, y te
prometo que por eso te quiero y cohjo que tu
ley es la mejor, porque es cerrada en cosas que
decís vosotros que no pueden ser, aunque los
reyes quieran lo contrario; y sabe que estimo
todo lo que dices, que hay santos mártires que los
mataron por la confesión de su ley, y me parece
que sois los mejores por esa fortaleza que tenéis
y he considerado que si fueras moro, ó chino, ó
japón, ó etíope no me desecharas por tu ley y
un reino, y más prometiéndote que á todos los
tornaré de tu ley, que me parece que por sólo
este interés lo hicieras, si tu ley no fuera tan
indubitable, y por eso callo, paso y me veo
desechada; y yo digo que si he de ser cristiana
no es bueno ir yo á la ley que la hago traspa-
sar, y así te digo y pido que seas fuerte en tu
ley, que te lo estimo en mucho, y si con justi-
cia pudiere ser serás mi marido, y si no no
quiero que perdamos el cielo. Dile mil gracias
de parte de Dios por su fortaleza y buen deseo
de salvarse y le pedí tomase por intercesora á
la Reina de los Angeles y oyese los sermones
del padre Alfonso, y sus damas los del padre
Juan y hiciese con el rey que los oyese. Díjo-
me que su hermano había de hacer Cortes para
tomar otra ley y que habían de pasar quince
años, y que así por ser tan largo no se le daba
nada, mas que ella lo haría y sus damas, y que
si me quedaba lo vería, y si me iba lo oiría de-
cir cómo pasado aquel tiempo su hermano era
cristiano y pedía al virrey de Goa muchos pa-
dres, y que á la tarde me diría más que había
de hacer yo y los padres. Pedíle otras cosas,
como son honrar á los padres, favorecer la igle-
sia y darles renta. Dijo: A eso te digo que si
tú fueres mi marido tú la darás, y si no la re-
compensa del presente que nos has dado se les
dará, porque hay ley sin poderla quitar de aquel
gran rey dios (este fue un rey que puso gran-
des leyes y lo llaman dios por ser tan buenas
á su modo) que los extranjeros no lleven cosa
del reino, siendo echados por justicia, que esto
es lo que me duele, si no hubieses de ser mío,
no poderte dar una gran cantidad de moneda
para que fueses el mayor de tu linaje y allá
dijesen: La reina de Cicir y de Cochinchina
hizo á éste tan gran señor, y porque te acor-
dases de mí. A este punto se entristeció y lloró.
Yo le pedí encarecidamente no hiciese aquello,
y así detuvo las lágrimas. Pedíle que viese á mi
capitán jugar las armas. Dijo que sí; concedió-
melo. Díjele al paje que mientras pasaba al apo-
sento del rey trajese lo que las damas me lo
habían pedido, y ya lo tenía yo en una petaca
que trajeron, y lo repartió el aya y me dieron
mil gracias.
Llegada la hora del comer estaban las mesas
puestas en la sala para los reyes, y en otra para
nosotros; sólo yo me quedé en el aposento de
350
Autobiografías y memorias
la infanta, y el pajecillo me traía la comida.
Ella daba platos diciendo: Da éste á la aya;
éste á Fulana y este otro á Zutana, y eran
para mí. Envióme á decir que saliese, que ya
los Grandes estaban presentes; salí y hecho mi
acatamiento me levanté y me puse junto al rey;
debía di haber en el aposento treinta Grandes.
Traía la memoria que rae había dado la misma
infanta de letra del pajecillo, y eran nueve los
conjurados. Alzaron las mesas y todos se hu-
millaron. Luego vino un secretario y leyó allí
una sentencia de cómo nos daban por leales y
que no éramos espías ni habíamos venido á sus
reinos, sino traídos por su mandado, y los dos
padres asimismo, para saber la fe y ver si se
había de recebir ó no, y que éramos dignos to-
dos padres de nuestra ley de cualquier honra
real, y los legos, según sus linajes, más ó me-
nos, y que mientras se hacían Cortes para ver
si convenía tomar la fe ó no, dispensaba que
de su voluntad la oyese el que quisiese, y que
en donde había dicho su hermana que no prohi-
bía la ley de los cristianos, sino que la tomasen
con licencia Real. Esta licencia la daba á todos
los que se la hubiesen de pedir como si ya se la
hubiesen pedido, y que tomaba sobre su amparo
nuestro navio y gente y á todos los qne á sus
reinos viniesen sujetos al rey Don Felipe de
España, y que declaraba que la concordia y pa-
ces hechas con Goa duraban para siempre, y
daba licencia expresa á los de la Compañía de
Jesús que en todos sus reinos estuviesen, fuesen
y viniesen, como á gente de la más buena del
mundo, que declaraba desde luego por libre al
bonzo primero, sin que su Consejo lo declarase,
y que se me notificase si quería dejar mi ley
para casarme luego ó pasar por lo que el Con-
sejo dijese, y que se daba por muy servido de
mí en ios presentes.
Dicho todo esto me volví á arrodillar y dije
que pues Sus Majestades me habían hecho
tanta merced, que me hiciesen otra, para que
viesen todos la grandeza de sus ánimos, y en
particular se la pedía á la señora reina (porque
así me dijo que le hablase, y con más acata-
miento á ella que al rey, porque era la primera
de las personas Reales). Levantóse y dijo: Ya
no hay lugar hasta que venga la sentencia del
Consejo para que os arrodil éis delante de nos-
otros. Levantad. Dije: Señora, no me levan-
taré, aunque contradiga el mandato de Vuestra
Majestad, hasta que se me conceda esta merced.
Tornó á replicar que aunque yo hubiera sido
traidor y estuviera sentenciado á muerte no se
me podía hacer cosa, ni á los míos, que pidiese,
y sentóse y habló con el rey y dijo él: La reina
mi hermana, yo y mi señora madre te prome-
temos todo aquello que quisieres, aunque sean
casos de Cortes, de traidores, vidas, haciendas
y todo lo demás á nuestra voluntad, concedido
de gracia ó de justicia, por ley ó motu nuestro.
Pide. Dije: Señor, traidores sin este nombre,
aunque lo hayan sido, cuanto más que no es así,
sus haciendas, vidas, destierros y que en este
caso no se hable más hasta que haya otro ex-
preso, ni sobre ello se escriba, y si algo secreto
está, se borre y no se publique, y Vuestras Ma-
jestades me oigan á mí los que son en secreto,
por el qué dirán de los otros, si hay lugar; y si
lo hubiere de decir aquí sea delante de los Gran-
des, y á todos se juramenten que no lo digan.
Dijo el rey levantándose: ¿Traidores? Pide, pues
se te ha concedido. Tocaron al arma y en dos
credos tocó toda la ciudad y los sóida los se
pusieron en sus puestos, que era para admirar.
Tomé el papel y díselo á la infanta, y ella al
rey, y él al pajecillo, el cual se llegó y se los
leyó, y dijo: ¿De los presentes hay alguno que
se halle culpado sobre mi persona, de mi madre
ó destos padres y demás extranjeros? Éntrese
en aquel aposento. Los unos se miraron á los
otros y á algunos les tembló la barba, y desde
el primero hasta el postrero se hincaron de ro-
dillas y en su lengua pidieron perdón diciendo:
No de traidores, sino de haber hablado. El rey
se levantó y dijo: De aqui adelante mirad lo
que habláis y lo que hacéis; ésta se os perdona.
Ya sabéis que el hierro contra la persona Real
es mancha de linajes, y las leyes puestas por
los pasados, con qué rigor se castigan. Ganóme
por la mano este padre, que mejor que él lo sa-
bía yo, como se os dirá á cada uno de vosotros
en secreto, y pensaba hacer hoy un castigo
ejemplar donde se cortaran lenguas, quitaran
vidas, sacaran ojos, se ejecutaran destierros y
se confiscaran haciendas. Los que sois leales,
la parte que de dellas os cabía la perdonad, que
yo, pues la reina mi hermana lo quiere, o» per-
dono; nueve de vosotros haréis lo que tenéis
obligación, y dispenso sea secreto, pues así lo
pidió el que hoy os dio las vidas; con esto se
entraron dentro. Llegaron luego con gran co-
medimiento, y me rindieron las gracias todos
en una voz. Yo les dije que mi vida la pondría
por cada uno dellos, y que si no fuera sacerdote
vieran cómo aquellas palabras eran obras, pero
que si yo quedaba en la tierra lo vieran muy
puesto en ejecución.
CAPÍTULO XIII
De un juego que hubo de armas en palacio y
cómo se señaló en ellas el capitán Pedro de
Lomelín.
Acabadas todas estas mercedes que el rey
hizo, y después de haber descansado un poco,
salieron el rey y la infanta y se sentaron jun-
PEDKO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
351
tos en el estrado. Estaban ya preparadas en la
sala todas las armas necesarias para el juego,
y mandaron Sus Majestades que para alegrar-
los jugase cada uno las armas como supiese y
sin agraviarse, y que en haciendo él señal con
un bastón que en las manos tenia, se apartasen
luego; y porque los extranjeros no sabían el
ox'den que se aguardaba ante las personas Rea-
les, les dio licencia para que jugasen [á] su uso,
con el acatamiento que su discreción les dicta-
ría, y que ante todo les quería ver jugar á su
uso. Soltó la capa Pedro de Lomelín, y la len-
gua Real, y hechos sus acatamientos y sus
ceremonias jugaron el juego de Carranza por
extremo bien tres ó cuatro levadas. Dejó la
lengua con gallardía la espada y tomóla Ortiz.
Dejada de Ortiz tomóla Matoso. Vídose ma-
nifiestamente que era el más hábil y diestro
Pedro de Lomelín. Dejaron juntos las espadas
y tomaron las dagas, y sin hacer acatamiento
jugaron, y por el consiguiente con los broque-
les y rodelas. Allí se apartaron y tomaron los
montantes los dos hermanos portugueses, y el
menor lo jugaba para ver, y luego lo dejó y el
mayor quedó con el uno en la mano. Pedro de
Lomelín tomó las dos espadas y las jugó jun-
tas solo tan por extremo que le contentó mu-
cho al rey, porque era lo mejor que hacía des-
pués de la sola; y dejadas tomáronlas solas dos
Grandes, y hicieron mil acatamientos y á cada
vez hablaban todos y después decían : Amen,
sea así, que todo era alabanzas de los reyes.
Hicieron otros muy buenos juegos, cuáles con
picas y cuáles con montantes; otros con partesa-
nas y con espadas otros. Al cabo de todos estos
juegos se paró Pedro de Lomelín y dijo á la len-
gua: Di á Sus Majestades que me den licencia
para hablar. Dijeron ambos: Di. Llegóse al
maestro y dijo mojándole un broche con saliva:
Aquí te tengo de dar una herida aunque no
quieras, y de ahora en adelante no has de tocar
á mi ropa y te tengo de dar las heridas que yo
quisiere. Fuéronse el uno para el otro. Dejó
Pedro de Lomelín el juego de Carranza y tomó
el de Liébana, y por donde no pensó le tenía
ya dada encima del propio broche que señaló
la herida. Dijo luego : Mande Vuestra Majes-
tad dó quiere que se las vaya dando. Dijo el
rey: ¿Hay alguno de vosotros que juegue como
tú eso que tu haces? Respondió que cada uno
sabía un poco de lo que él había dicho en la
mar. Tomó la espada Matoso y holgóse de ver-
los; porque salían con ímpetu y se buscaban
con tanta furia que era para ver. Dijo el rey:
Mi maestro sabe más que tú; si no, toma la es-
pada y daga y juega al uso de acá y verás. To-
móla Pedro de Lomelín y defendióse valerosa-
mente; batallaban sin jamás llegarse, y como
Pedro de Lomelín no sabía unos cercas que
tienen furiosos, salíase con compases al juego
de Liébana, y así no se podían llegar. Holgóse
el rey mucho y disparando dos piezas (que es
la ceremonia ordinaria que ellos tienen al entrar
ó salir de las reales Majestades) se entraron el
uno por el un aposento y el otro por otra parte.
Llamóme el pajecillo y estuve con la reina
y cené allá. Di jome: Habla con algunos desos
Grandes y pídeles oigan los sermones y se ha-
gan cristianos. Di jome : Ven acá; mira lo que
te quiero, que por ti se hace todo lo que no hi-
cieran nuestros padres por nosotros; mañana te
notificarán lo que has de escoger, si quieres de-
jar la ley ó estar á lo que sentenciaren ; yo es-
toy temerosa y tanto que no como ni duermo
con gusto y me da calenturas que no lo oso de-
cir porque no se sienta mi flaqueza, que al fin
soy mujer y de carne y ya vencida en quererte.
Dime si dejarás tu ley por mí. Dije: Señora,
mi ley es la buena y perderé todo lo que hay
en el mundo y la vida por no dejarla Tornó
á decir: ¿De suerte que en eso no hay tratarlo
por amor, por ser, por cortesía ni por otra cosa
de la tierra? Dije: No. Pues dejado eso, sabrás
que hay ley expresa del rey dios que al que
desterrasen sea confiscada su hacienda. Si no
te puedes casar conmigo te han de desterrar,
que en todo puedo y no en volverte á ver más,
ni darte nada, que me llegará al alma y me
moriré. Mira lo que haces; no me pagues mal
lo que te quiero; y se entristeció sumamente.
Dábame gran dolor verla así, y cierto que si no
me esforzara el valor y bien de nuestra santa fe,
y Nuestro Señor, dador de las lumbres, no me
diera esfuerzo, me hacía mucha tuerza el amor
que me tenía tal persona y no podérselo pagar;
y si hubiera algún camino sin contradecir á
nuestra ley, me holgara. Fue para mí de tanta
pena el vería llorar que el espíritu se me turbó
y me quedé más de dos horas sobre una silla; y
se alborotó de suerte que vino el rey y mandó
que callasen y se recogiesen las damas. Torné
en mí con un cansancio grande y dije: Señora,
no lloréis, y como no sea dejar mi ley hágase
lo que quisiéredes. Tomé las manos del rey que
estaba junto á mí y se las besé, y reconociendo
torné á cerrar los ojos y dije: Señora, por quien
vos sois os suplico que no lloréis; antes, pues
veis que la culpa no es raía y por no engaña-
ras pierdo tanto, estéme yo así siendo vuestro
capellán, y escribamos á España; quizá el Papa
dispensará, que si puede ser él lo hará porque
os tornéis cristianos. Quitad, señora, esa ley de
que los sacros reyes no estén con tanta opre-
sión, pues nos crió Dios con libre albedrío y vo-
luntad para escoger malo ó bueno, y es justo
escoger ésta que es la mejor. La ley de Jesús es
la mejor, y tengo yo una razón para mí que me
hace fuerza, y es que María Santísima y tantos
352
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
santos hayan estado en ella. Suplicóos no llo-
réis y miréis lo que más conviniere, que más
quisiera mi muerte que veros con sentimientos
tan grandes. Dicho esto dijo el pajecillo: Señor,
levantaos, que es ya hora de iros. Hallé en la
sala veinticuatro arcabuceros y un capitán, que
fueron conmigo; llegué y me acosté, que estaba
tal que no podía hablar.
Otro día me envió á llamar de mañana, que
aun no estaba yo levantado, y en entrando me
dijo que había estado aquella noche muy mala
y triste, y que le parecía que si me notificasen
que si quería dejar mi ley, que dijese que no,
y si quería estar á lo que sentenciase el Conse-
jo, que respondiese que lo que Su Majestad
mandase. Luego salí fuera y me lo notifica-
ron y respondí lo dicho. Llevóse al rey la res-
puesta y la infanta le envió á llamar. Respon-
dió que se llevase al Consejo, y al momento se
despachó.
Entraron nuevas al rey, que decían que el de
Camboja y Pegú y la armada de la China es-
taba en la mar y le había tomado un puerto
en la isla. Fue el alboroto grande y yo me vine
á mi aposento, y en aquel día no vide á la in-
fanta. Determinó el rey de ir, y así aprestó
grande ejército. Pidióme que dejase ir á los
padres con él. Díjele: Para todo tiene Vuestra
Majestad licencia. Despidióse de mí con gran-
des razones el rey. Yo me humillé y él me
echó ambos brazos y me besó en la frente y
dijo: Lo que te pido es que no enojes á mi
hermana, que la amo más que á mí mismo.
Ella queda por gobernadora y así no haré yo
falta. Partióse y fui con él hasta la mar y allí
me torné á humillar y tornó á abrazarme. De-
bían de ir quinientas barcas. Los padres se des-
pidieron de mí y me encomendó el padre Al-
fonso que mirase las sutilezas del demonio, que
no me pedía otra cosa sino que tuviese forta-
leza. Di jome: Sacerdote eres; médico, cúrate á
tí mismo. La gracia del Señor te tenga de su
mano y te ponga por delante su muerte, la
constancia de tantos mártires santos por la
confesión de tu fe, que, como sabes, sin ella no
se salva nadie y te acuerdes que eres mortal,
y que hay juicio, infierno y cielo; ten esto en
la memoria.
Partiéronse derramando muchas lágrimas y
yo quedé con harto sentimiento y sólo le pude
responder: Confía en el Señor que no se me ha
de olvidar lo que me has dicho, y en el divino
.Espíritu espero me dará su gracia. Aquel día
no vide la infanta; otro por la mañana me en-
vió á llamar y la hallé en la cama con harta
tristeza y con más gravedad que antes, y así
me pareció que estaba mudada de lo que solía.
Yo le hice acatamiento y no me mandó sentar
ni cubrir. Di jóle al pajecillo; üile al padre Pe-
dro que deseo saber su ley, y que asi de aquí
que haya nuevas de la guerra y venga el rey, no
se ha de hablar en otra cosa, y que será ante mis
doncellas, para que ellas oigan, y en la sala. Y
ahora dile que se salga allá fuera, que luego sal-
dremos. Díle las gracias con grandísima alegría,
y la sintió mi corazón con la mayor que jamás.
Salí fuera y el pajecillo conmigo, y dijome: Es
gobernadora y tiene la gravedad que solía; en
teniendo el gobierno yo prometo que no sea
tan conversable y que se ha de echar de ver con
vuestra merced más que con nadie. Respondíle
que me holgaría, porque aunque la estimaba en
mucho y como es razón, quería más mi fe, y
que pues era cristiano hablase de los misterios
divinos con ella, y con palabras persuadiese á
Su Majestad (que así la llamaban), y á sus don-
cellas, que recibiesen la fe santísima de Cristo,
que él vería el premio grande y copiosa merced
que de Dios recebía.
Salieron las damas y se sentaron junto al
estrado todas. Salió la infanta vestida como de
camino al uso de moras turquescas y una alma-
lafa echada sobre la cabeza y con ella se tapa-
ba el rostro. Diome melancolía grande el verla
vestida de aquel hábito y se lo dije: Sea Vues-
tra Majestad bien levantada; pena me ha dado
este vestido. Rióse y dijo: ¿Por qué? Respondí:
Por dos cosas. La una, porque es propio de
las poderosas persianas, y como son moras pa-
rece que me da pena. Y la otra, porque no qui-
siera ver á Vuestra Majestad de camino. Dijo:
En la fe de la señora María nunca yo estaré de
camino, ni las vestiduras me harán ser mora,
porque es la ley que más aborrezco, y deseo ya
ser cristiana porque sé que siéndolo me he de
salvar, y si no no; y á ti te quiero y tengo por
bueno porque deseas esto. Sentéme en una gra-
da, á do las tuve á todas delante y le dije al pa-
jecillo le advirtiera que pues gustaba Su Ma-
jestad que todas sus damas oyesen juntamente
con ella, y pues con su gran ser, saber y dis-
creción abrazaba lo bueno, y no hiciere el aca-
tamiento debido, que será por convenir asi á la
honra de Dios, y enseñanza cristiana. Dijo: Di
que á aprender y saber de nuestra voluntad sa-
limos; que haga como maestro.
CAPÍTULO XIV
De las primeras leciones de la ley cristiana qm
di en público á la Infanta y á sus damas.
Comenzando la primera leción y enseñanza
de la ley santísima de Cristo nuestro Redeptor
á la infanta y á sus damas, dije por principio,
que para que el Señor nos ayudase y favoreciese
en cosa tan importante para el alma, le pidié-
semos humildemente al Señor su auxilio. Hice-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
853
las que se arrodillaran todas con la infanta y
que se persinasen. Díjeles las cuatro oraciones,
y estas y otras muchas cosas sabía ya la infan-
ta. Sente'me y comencé á declarar el principio
del Génesis : In principio creavit Deus ccelum et
terram. Decláreles la Creación hasta los días.
Traté la razón por qué la sabiduría eterna ha-
bía criado el mundo, para qué los ángeles. Dije
la caída de los malos haber sido por soberbia y
cómo quedaban aquellas sillas vacías y las ha-
bíamos de llenar nosotros. Holgóse por extre-
mo de oir esto, y reconocí en ella unos nuevos
y fervorosos deseos de ser cristiana. Imprimía-
sele todo lo que le decía á ella y á las damas
que era espanto, y así en menos de doce ó cator
ce días estuvieron muy adelante en cosas.
A esta sazón vino nueva cómo las armadas
salieron á la mar, y representándose batalla no
se dio, porque llegaron á conciertos que unas
islas de aquéllas que eran del reino de Camboja
decían que las que ganó el rey de Cicir se le vol-
viesen, y que diese su hermana á un hermano
deste rey con el reino, y que la madera de las
sierras entre Pegú y sus reinos la cortasen to-
dos y que estuviese obligado á ayudar al gran
chino y no ser contra él jamás, y otras cosas de
menos momento. Llamóme la princesa aquel
día á su aposento (que desde que se fue el rey
no había hecho otro tanto), y me las hizo de-
clarar y dijo que las mirase y que le pediría á
su hermano hiciese sobre aquello lo que le acon-
sejase, no como padre sino como soldado, pues
sabía que lo era. Cesó aquel día la plática; tomé
los capítulos y dije que si las islas eran de Cam-
boja y se habían ganado con tiranía, sin haber
justa razón, era bueno volvérselas, y si no que
no lo hiciese. En lo del casamiento dije que Su
Majestad viese lo que más convenía. La made-
ra de las sierras, si solían antiguamente cortar
della los de Pegú y no se les había quitado con
justo título, los dejasen cortar, con obligación
de que les pusiesen el diezmo, con trabajadores
en tierra llana de su reino, y que les diesen un
tanto para pagar los soldados de guerra que el
reino de Cicir tenía allí, y que pasasen sin armas;
y en lo que decían de estar obligado de ayudar
al gran chino, fuese así como hermanos en ar-
mas, y el gran chino á él, y que el no ser con-
tra él jamás fuese por igual pacto el uno contra
el otro, ni el otro contra el uno, y que no se su-
jetasen de ningún género. Sólo reparé en que
pedía el de Pegú y Siam dineros para los gas-
tos. Dije que mirase Su Majestad s¡ tenía ven-
taja ó si se la tenían, con todos los demás casos
que se debían mirar si se diese la batalla, el daño
si acá perdiesen ó ganasen, con todo lo que se
arriesga, y que si fuese en bien para acá, no
diese dineros, antes pidiese todo el gasto; y si
Su Majestad sentía que no le había de salir
bien, que poco era dar algunos. Enviáronse to-
das estas memorias y razones. Y recibidas, fue
acordado que se mirase. En lo que toca á las
islas hallóse que antiguamente eran de Cicir y
se las había ganado Camboja, y otras tres, de
cuenta que les tenía. Y en esto respondieron
que el más antiguo señor se las llevase, y otras
más si las tuviese. Hallóse que la madera era
de Pegú, y que los soldados que allí tenía lle-
vaban muchos ganados con que se sustentaban,
y que por eso en guerras se las quitaron; vino
á quedar, como yo dije, con otras circunstan-
cias. Hízose la amistad entre los chinos y coráis
contra japoneses. Pidió el rey todo el gasto de
su gente y armada, y le dio el chino la mitad.
Hiciéronse las paces entre estos tres reinos y las
Filipinas; y porque había nuevas que las pedía
Japón y su emperador había enviado armada á
reconocerlas, y por ser general enemigo de todos
fueron las demás capitulaciones todas contra
Japón y sus confederados, y que el emperador
de Guachinchina diese favor al de Corai contra
él y otras que por no ser de la historia no las
repito.
Y en lo del casamiento se determinó que
pareciese el hermano del de Camboja en la
Corte y allí pidiese el beneplácito de la prin-
cesa, porque ella había respondido que no se
había de casar si no era con cristiano, y él de-
cía que lo sería por casar con Su Majestad.
Por la otra mitad del dinero estaban aun en
diferencia, y así se puso jueces, y en discordia
se determinó pasar por el parecer del virrey de
Goa, ó que dentro de un año entregase por ello
el de Camboja las otras tres islas. Todos estos
dares y tomares duraron hasta ocho de mayo,
que se partieron las armadas. Yo había decla-
rado hasta este día lo del diluvio, el castigo de
las nefandas ciudades, la obediencia de Abra-
han y el sacrificio de Isaac, y la promesa que
Dios le dio del Mesías, y cómo fue profeta
Abrahan, diciendo que en aquel mismo lugar
no perdonaría el Padre Eterno á su unigénito
Hijo, y otras profecías hasta el santo rey. Ha-
bíales declarado el misterio de la santísima y
inefable Trinidad lo mejor que supe y pude.
A este tiempo, que eran doce de mayo, vino
nueva del buen suceso de la guerra, y cómo le
había enviado el chino cuatro millones para el
gasto, y que los esperaba el rey, que por eso se
detenía. Como se esperaba al rey, díjome la
princesa reina (que así le escribía su hermano):
En viniendo el rey te notificarán aquel man-
dato suyo; no respondas nada. Dije: Señora,
ya ha mucho tiempo que n'spondí, que fue
cuando Vuestra Majestad me lo mandó, que
ha casi dos meses. Quedóse helada y díjome
en su lengua: ¡Oh qué mal has hecho y sin
entenderlo cómo me has quitado mi gusto! Yo
354
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
tengo la culpa. Llauíó luego y preguntó si ha-
bían traído algo de Ilán. Supo cómo había pa-
sado al rey; despachó luego á saberlo.
A ventiuno de mayo tuve cartas délos padres
y de Pedro de Lomelín, que también estaba allá
con la armada; en ellas me decían cómo se ha-
bía publicado nuestro destierro y confiscación
de bienes, y cómo todos estaban tristísimos y
que negociase algo por llevar el navio, y siquie-
ra comidas. El virrey de allí me recibió dándo-
me el pésame y díjome que para la partida me
daría dos mil pesos de oro y alguna comida
secreta, y que el rey deseaba hacerme bien y
dispensar en algunos bienes suyos, Fuime á la
reina, y díjele: Señora, ¿Vuestra Majestad sabe
algo de lo que envió á saber? Dijo: No, que si
yo lo supiera hubiera mandado que no pasara
recaudo sin que yo lo viera. Dije: ¿Y si nos des-
terrasen y confiscasen los bienes, qué haría
Vuestra Majestad? Dio un suspiro como de lo
íntimo del corazón, y dijo: No quiera tu Dios
tal, porque sería esa sentencia sin remedio, y
creo me moriría de sentimiento. No le quise
decir nada. Torcíase las manos y lloraba y se
quejaba de sí, de que con tiempo no había
puesto remedio.
Otro día por la mañana acudí y la hallé me-
lancólica y muy triste; díjele que qué tenía;
respondióme que estaba afligidísima de que por
ella me viniese mal. Díjele si sabía algo. Res-
pondióme que no, mas que en mis razones
entendía que ya lo sabía yo y que no se lo di-
jesen, porque á quien le diese tales nuevas lo
había de desterrar para siempre; y por tu vida,
que si tú sabes algo que no me lo digas, y así
lo mandó á todos con grande enojo.
Tornó desde aquella tarde á oir los sermones
con gran ansia. Decíame: Paréceme que te veo
ya que te partes, pero déjame cristiana antes
que te partas; y si salieres deste reino, ve has-
ta Goa j saca sa voconduto, ó pide embajada
y tórnate, y verás lo que hago por ti. Yo le
respondí: Señora, luego ¿algo sabe Vuestra Al-
teza? Si es reina y gobernadora ¿no puede todo
lo que quiere en su reino? Dijo: Sí; pero hay
leyes con tanta fuerza que no las podríamos
quitar sin gran nota, y más ésta, por ser en mí
causa, que me tendrán por mala y cada uno
dirá su parecer, y la honra, como tu dices, es
de mucha estima. Tratamos luego de la hacien-
da que yo tenía. Díjome que en eso haría la
fuerza que pudiese con el rey. ¿Cómo puede
ser, respondí, si Vuestra Majestad ha cerrado
la puerta para que nadie se lo diga? Dijo: Si
lo sabes, dímelo, que de ti lo quiero saBer; y
pues es destierro y te has de ir, no se traspa-
sará mi palabra. Yo saqué las cartas y otras
que había recebido aquel día, y le dije todo lo
que pasaba. No respondió cosa, mas de mirar-
me y decirme: Vete luego, pues fui yo la que
busqué mi daño. Levánteme y hícele mi acata-
miento y al volverme me dijo: Pues ¿cómo que
así te vas? parece que lo deseas. Yo le dije:
Señora, siempre he dicho que no he de salir de
vuestro gusto. Tornó á decir que me sentase;
dijo á la aya y á los demás: Dejadme y idos.
Tratamos en secreto de cómo quería hacerse
cristiana antes que me fuese, y cómo también
pretendía fuese antes que su hermano viniese.
CAPÍTULO XV
De cómo bapticé á la infanta y á otros muchos,
y de la renunciación que hizo de su reino en
manos de su hermano.
Visto que se quería baptizar y con tantas
veras lo pedía, pregúntele la fe y si la creía, y
dijo que sí, y todo lo demás que le dijesen della,
y que estaba firme en creer que si no se bapti-
zaba se condenaría. Díjele si quería el baptismo.
Respondió: Sí, y te lo pido antes que haya más
embarazos. Trajo una dama un jarro de agua
y ella se hincó de rodillas, y díjele: Señora,
¿cómo os habéis de llamar? Dijo : María. Pre-
gunté: María, ¿queréis ser cristiana? Dijo: Sí.
Pues es menester que creáis todo aquello que
ci-ee la Santa Madre Iglesia de Roma. Dijo:
Sí, creo. Fuile diciendo los artículos de la fe y
ella respondió : Sí, creo. Torné á preguntarle,
si baptizada, por todo el mundo negaría la fe.
Dijo: Aunque hubiese de morir por ello. Volví
tres veces á preguntarle: María, ¿qué pides? Y
siempre llorando dijo que baptismo. Y así sien-
do á ventidós de mayo de 1591 la bapticé en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Hícele una plática en la cual le di á en-
tender las mercedes que Nuestro Señor le había
hecho. El aya y otras tres pidieron baptismo, y
se le di. Llamóse el aya Ana; otra señora pa-
rienta de la reina, Polonia, y otra hermana
suya, Úrsula, y otra hija desta, María.
Dile á entender cómo ahora tenía parentesco
espiritual con ella; holgóse mucho y dijo: Pues
si eres mi pariente no me olvidarás. Yo te daré
cartas para el virrey de Goa, que te envíe por
embajador, y como tú me des esta palabra, vi-
viré contenta, y así te trataré como pariente.
Otro día se baptizaron por la mañana otras
ocho, y de todas era comadre la reina, y della lo
fue su aya y el pajecillo. A la tarde bapticé otras
ocho, y otro día deciséis; y cada día les predi-
caba y declaraba misterios. Fue tanto el afición
que tomó al Papa, que decía que si viese á su
hermano (cristiano le había de hacer que le en-
viase á visitar. Hasta el fin de mayo tenía bap-
tizadas setenta y dos mujeres y cinco hombres,
hijos y sobrinos destas señoras. Este día llegó
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
355
Pedro de Lomelin (porque había ido también á
la guerra con toda mi gente), y se holgó mu-
chísimo de ver que fuese la infanta y reina co-
madre. Y cierto era para ver lo que el Señor
había hecho por esta su sierva habiéndole dado
una profundísima humildad. Quiso que la visi-
tase Pedro de Lomelin, y le pidió que me hi-
ciese tornar, que ella le daba palabra de hacerlo
rico, y que esperaba al rey para ver todo lo que
se podía hacer acerca del secresto de los bienes,
y que lo que no se hiciese que ella lo debía, y
como reina juraba de pagarlo con el diez tan-
to, que sólo el qué dirán la detendría para no
hacer todo lo que ella quería. Vino Pedro de
Lomelin tan contento que no sabía hablarme
de placer. Vino también el bordador que me
bordó las piezas que presenté, como al princi-
pio desta materia dijimos; había bordado una
palia con un Jesús, y otra con una María;
presénteselos y dijo que les boi'dase escudos
para los pechos ; y así se hubo de quedar, por-
que le asalariaron mil ducados y de comer, y el
dijo la reina que si ella hacía un convento de
monjas que vería lo que le daba para que hi-
ciese cosas. Otros tres señores se concertaron
con él y le dieron cada un año docientos duca-
dos porque les enseñase; y (') un muchacho
que traía, á quien le había mostrado el oficio,
también se quedó y le señalaron docientos du-
cados cada un año y de comer.
Llegaron los padres á doce de junio y era su
alegría tanta, que es indecible, al fin como tan
cristianos y doctos; mayormente se les acrecentó
cuando les dije que los esperaba para ver á do
se haría iglesia, porque así me lo tenía prome-
tido la reina, y que le daría renta. Fui con ellos
y ella los abrazó y mandó cubrir y sentar. Tra-
tamos de que en llegando el rey se pusiese olio
y crisma, que ellos tenían dos vasos grandes, y
uno de enfermos, que les había dado el obispo
de Macao cuando los envió á aquella misión,
como largamente lo trato en los postreros capí-
tulos del libro de la santísima cruz, A 13 de
junio me envió á llamar y me dijo cómo tenía
pensado que para aplacar á su hermano y ma-
dre, que le habían escrito muy enojados que
cómo había tomado otra ley, siendo así que era
necesario que pasase quince años, y así que no
fue válido el título que me dio de reina de mi
reino. Pues para aplacarlos dijo que tenía de-
terminado de renunciar en mí el reino, y que yo
tuviese hecha otra renunciación para que en
llegando su hermano la pusiese en sus manos,
y que así con el interés de juntarse estos reinos
callaría, y que le quería pedir aquel alcázar y
huertas y hacerlo monesterio de monjas y que-
darse allí; y que pues le tenía yo dado palabra
(') En la edición: á un.
de volver sería el prelado, y que entretanto lo
serían los padres; y que pues le había pedido
iglesia para ellos, que le parecía no podía ser
mejor que aquella sala, quitando el suelo. Yo
se lo agradecí. Y asi luego sacó la renunciación
que había hecho en mí, y de la propia suerte
hice yo otra, y hecha llamó á un viejo que era
el secretario de la cámara y las firmó y dio fe
cómo delante de veinticuatro testigos me en-
tregaba aquellos papelea. Fue esta una diligen-
cia grande, porque aquella noche llegó el rey y
no la quiso ir á ver. Acabada la cena dispara-
ron mucha artillería, y entonces se dijo su
venida.
Envióme á llamar á las nueve de la noche, y
dijo la lengua: Pésame que el rey está indig-
nado, y su madre llegó dos días ha y no ha
visto á la reina ni el rey la ha visitado. Llegué
á una sala á do estaba paseándose. Arrodílle-
me y díle el bien venido. Dile los papeles.
Miró la resignación que su hermana había he-
cho en mí y la que yo hacía en él, y dijo: Si mi
hermana, siendo de otra ley era tan buena,
ahora que es cristiana ¿qué será? Perdóneme
mi madre. Llamó al General, y con los papeles
en la mano fuimos acompañándole, y ella salió
á otro aposento, y encontrándose se abrazaron
y el rey le dijo: Hermana de mis ojos, no puedo
disimular lo que te quiero. Ella se arrodilló, y
él la fue á levantar y se arrodilló una rodilla y
le dijo: Siquiera por los presentes os pido que
no hagáis eso. Dijo: Quiero que Vuestra Ma-
jestad me dé dos cosas. Dijo él: Dos días, y
cuanto pidiéredes, señora, en ellos; y estos pa-
peles de vuestro reino que yo os di, y esta deja-
ción en este padre, y la que él hace en mí torno
á Vuestra Majestad; y si fuere necesario mi
reino. Dijo que no quería cosa ninguna, porque
ella había prometido de ser monja, y que sólo
le pedia aquellos palacios para casa y iglesia, y
todas las huertas y renta para ella. Y también
le hiciese merced de darle cartas para el virrey
de Goa para que me tornase á enviar por em-
bajador, para que pudiese estar en aquella tie-
n-a, y que se me diese toda la ropa y más por
el presente. Respondió: Hará un memorial, y
todo aquello que no fuera de nota se hará, por-
que yo lo quiero mucho; y yo prometo que si
vuelve, él verá lo que le quiero. Sentáronse y
hablaron quedo y enviaron un recaudo con el
aya, y vino la reina vieja, que ya lo era, y muy
mulata. El rey habló y dijo: Señora, vuestra
hija es y mi hermana; perdonadla, que pues
todos seremos cristianos, ventaja nos tendrá en
el cielo. Abrazóla, y mandaron que nos recogié-
ramos, quedándose ellos solos.
Decir el alegría que pasamos aquella noche
cuando les conté lo que había pasado no se
puede encarecer. Otro día por la mañana la vi-
356
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
sité y me contó todo lo que le había pasado con
su madre, y cómo la estuvo persuadiendo por
más de dos horas á que no pasase adelante en
su intento, y que su aya Polonia decía: Seño-
ra, morir y no dejar la fe recebida; y la otra
aya Ana y las demás decían: Lo que la reina
hará haremos todas. Y me dijo: Mira, ahora
no me espanto que fueses tan fuerte en tu ley,
que si ahora me dieran todos los reinos y á ti
por marido, que es lo que más he pretendido
en esta vida, no lo tomaría; y si tú mesmo y
los padres me lo aconsejárades, no os creyera,
y quiero más ser cristiana que á todo el mun-
do, y tras dello monja en esta casa. Aquí nací,
aquí renací y aquí he de morir. Quiero que ha-
gamos un memorial y declares á estas cristia-
nas otra vez lo que has dicho de los estados,
cómo es el mejor el de las vírgenes, para que las
que quisieren sean monjas conmigo. Entré en
el aposento donde estaban y les hice una gran
plática. Hubo ventidós doncellas de las ya cris-
tianas y otras trece que bapticé entonces y siete
de las viudas viejas y otras tres que bapticé en-
tonces. No pude salir hasta la noche, porque el
rey y reina vieja no salieron aquel día del apo-
sento de la reina. El dia siguiente en la tarde
bapticé ventisiete criadas para servir en el con-
vento. De suerte que la memoria que le di aque-
lla noche fue de treinta y cinco doncellas, diez
viudas para velo y ventisiete donadas, con todas
las cuales era ya buen convento. Holgóse mu-
cho, y contóme maravillas, y decíame que mien-
tras más le decían más firme estaba en la fe, y
que á mí me mandaban partir en breve tiempo,
y que por darles contento y no entendiesen se
le seguía ali^ún interés, lo tenía ella por bien,
y que le había pedido su madre que no me ha-
blase más; y que ella había dicho que aunque
muriese me había de hablar hasta que me fue-
se, y que había de ser de allí á diez días. No le
pude responder cuando me dijo esto. Y como
lo sintió dijo: Padre, ya no es tiempo de pesa-
res; yo estoy contenta de lo que ha sucedido;
te estimo en mucho y conozco que eres honra-
do, y que por no engañarme has perdido un
reino y de tu honra. Juróte por Dios Jesús y por
su santa Madre María que me he visto de ayer
acá con madre y hermano tan perdida, que no
pensé tal, y que si no hubiera sido tan firme y
tan querida dellos y estimada, que mi fortaleza
y honestidad no me hubiera ayudado, que yo y
todos vosotros y los demás cristianos fuéramos
ya muertos. Mucho me debes; porque sólo que
diese consentimiento en que procediese contra
ti te habías de ver en grande aflicción, y así
conviene mucho que te vayas, para que vean
que yo quise ser cristiana, y que lo he de ser
aunque muera. Sólo quiero de ti, aunque te
cueste todo lo que fuere tuyo y de tus ami-
gos en Goa, que vuelvas por embajador, que en
lo que es hacienda verás lo que te doy; verás
las iglesias que se fundan; verás por ti, para
que nuestro Dios te perdone tus pecados, y á
mí me dé fuerzas para que lo sirva, un aumento
de su santa fe en esta tierra grandísimo. Mira
que siempre me decías que deseabas más el
aumento de la fe que todos los reinos del mun-
do; acuérdate que has dejado mujer reina, co-
rona en tu cabeza, y pues que todo esto hacías,
como siempre dijiste, por la fe, vuelve y lleva
tu deseo adelante; mira que si has trabajado
en los cimientos no es razón pierdas el edificio:
no temas lo mal que te ha ido en esta tierra,
el salir desterrado della, confiscados los bienes
ni las demás cosas que el demonio te pondrá
ante los ojos, sino la fortaleza de los santos. Y
si algún día me decías que es grande gloria ser
mártir, y que deseas morir por el Señor y otras
cosas de que yo me edificaba, pues no te haga
desfallecer cosa, que de mi parte yo te prometo
firmeza en la fe, gran constancia en todo lo que
fuere de su guarda y en favorecerte, y cuando
más no pueda, ¿qué mayor gloria sino que am-
bos muramos mártires y seamos los primeros
desta tierra? Todo esto te digo para, que vuel-
vas. Injerto de árbol amargo soy; mira que ha-
bré menester ayuda, y aunque se queden aquí
estos padres, y conozco fortaleza y santidad del
padi'e Alfonso, con todo eso soy planta tuya,
humilde gusanillo del Señor; susténtame con
su palabra; y con esto me despidió y no quiso
respuesta. Dijo: Hazme una memoria de tu
mano para lo que se ha de pedir al rey acerca
del convento, y traza dónde será la iglesia, que
yo haré otra esta noche, y ven por la mañana.
Fuime dando gracias al Señor de ver tanto va-
lor cristiano ya en el pecho desta mujer. Hici-
mos aquella noche memoria de lo que habíamos
de pedir. Concediólo el rey por las palabras si-
guientes:
«El Rey. — Hago saber á cualquier de vos
en su estado cómo á estos nuestros reinos llegó
un forastero cristiano, bonzo de su ley, y ha-
biendo sido acordado que mi hermana casase
con forastero, de su mala crianza en no humi-
llarse á nuestros jueces y virrey, sacamos ser de
nuestro linaje; [lo] llamamos á esta nuestra ciu-
dad de Guanci, y tratado el casamiento fue leal
en no engañar, porque en su ley no se casan lus
bonzos, como acá los nuestros del yermo. No-
tificó se le dejase su fe; no quiso ni estimó co-
rona. Púsose en pleito y según nuestra sacra
ley falló nuestro Consejo que debía de ser des-
terrado y confiscados sus bienes, sin otra culpa,
sino por lo que los estados y linajes podrían
decir. Todo tuvo entera ejecución. Resultó que
la señora reina, considerando ser mortal, esco-
giese para salvarse y ir arriba á gozar de Dios
PEDRO ORDOÑEZ BE CEBALLOS
357
que nosotros no conocemos, que es el mismo
que los cristianos adoran, baptizarse; y este ex-
tranjero, que se llama el padre Pedro, la ense-
ñó, baptizó, j juntó á otras ciento y decisiete
mujeres y noventa hombres, y casi todos los
más de nuestro linaje y del segundo. Fue pe-
dido por la señora María y por todas las demás
sus damas y demás cristianos iglesia, y lo de-
más que parece por su memorial que aquí irá
escrito, Y Nos, visto ser justo, pues quien ayer
era reina y podía en su reino hacer su voluntad,
y della por dejación que hizo en el padre Pedro,
de su reino, islas y mar, y el padre Pedro en Nos,
le concedemos nuestro alcázar fuera de los mu-
ros desta ciudad de Guanci; y decimos ser poco,
pues á quien nos dio tantos palacios poco es
darle uno, y así se lo concedemos para siempre
jamás, con todas las huertas y campos hasta la
cerca, y por ser para monesterio de recogidas
doncellas y buenas viudas, con santas criadas,
padres sus prelados, y de todos los demás cris-
tianos que al presente hay y hubiere en nuestros
reinos, y para su sustento y de su obispo, curas
y demás ministros, y para sustentar sus pobres
en casas, y curallos en hospitales, les señalamos
las rentas que los dichos palacios tienen para
sus fábricas, huertas y campos para frutas y pa-
nes, y más le señalamos el campo de nuestro
soto de la otra banda del río hasta la falda del
monte, para que los cristianos que quisieren por
estos diez años hagan casas y pueblo en el sitio
que la señora María les señalare, y de la punta
del monte con árboles les damos para ganados
hasta la junta de los ríos, y por la parte abajo
jurisdición hasta el arroyo blanco. Y más le
señalamos el aduana de los vasos cargados que
suben y bajan por este gran río, y todos los
juncos de la laguna grande, y para vasos, y que
en todo lo uno y otro sea para siempre jamás
ley, mandato irrevocable, sujeto al ordinario y
no á otro género de bonzo de su ley, aunque
sean los por Nos llamados padres de la Compa-
ñía de Jesús, sino á obispo, clérigos y á las di-
chas monjas, y nuestra ciudad les labrará las
casas á los que se poblaren si fuesen pobres, y
si en mediada hacienda hasta sacar los cimien-
tos, y á los ricos con los materiales al pie de la
obra, y de proveer de oficiales para las dichas
aduanas, y [los] demás que necesarios fueren
desde el mayor hasta el menor los proveerán la
priora y doce discretas del dicho convento, y
señalando en cada oficio dos libremente sin que
nadie se entremeta, escogerá su obispo ó prela-
do, que fuere el uno, y juntos le darán su paten-
te, quedando en las cosas de justicia sujetos
todos los legos á la justicia mayor que se nom-
brare del dicho pueblo, que tendrá el nombre del
dicho convento, y las de los eclesiásticos á su
obispo ó prelado, sin sujeción los unos ni los
otros á Nos ni á nuestros inferiores, si no fuere
en crimen lesee maiestatis, y en la voz, sonido,
jurisdición de nuestros».
CAPITULO XVI
En que se contienen otros dos memoriales que
concedió el rey de Cochinchina en provecho y
bien de los cristianos.
Pasaron adelante las concesiones que el rey
hizo, y así hizo otros dos memoriales del tenor
siguiente:
«En quince de junio de la Natividad de Jesús
de 1592 la señora María pide á Su Majestad
que le dé estas casas de su nacimiento para
convento de monjas de Nuestra Señora de la
limpísima Concepción, con sus huertas y tie-
rras hasta la cerca, rentas para este convento,
para un obispo que habrá, clérigos, curas, bene-
ficiados, cabildo, deán y canónigos, capellanes,
sacristanes, ministros desta iglesia y de las de-
más que se hicieren, casas de pobres, hospitales,
jurisdición para este convento, obispo y justi-
cias, sin ser sujetas á las desta ciudad, el campo
de la otra banda y sierras, y ganados reales que
hay, sotos, casería, palacios, huertas, madera,
juncos y aduana, y por diez años población, to-
das las obras que se hicieren á costa desta ciu-
dad, obra ordinaria con fábrica en la iglesia,
casa de obispo en la contrabanda, y en esta ca-
bildo, cárcel, hospital, parroquias, estanques y
alameda, casa colegial de doce viviendas para
doce canónigos y otras cinco para deán y dig-
nidades, todo lo necesario por diez años. A pe-
dimiento deste convento y de su vicario, una
muralla al cabo deste palacio por la parte de su
plaza, con sus soldados de la parte de afuera
con una capitanía que entre de guardia; la puer-
ta de la ciudad de palacio, con seis porteros
cristianos, con plena jurisdición para dejar en-
trar ó no dejar á quien mandare el vicario y
priora; ornamentos, cálices, campanas, custo-
dias, pilas y demás cosas necesarias de la igle-
sia y convento de dentro y fuera, y demás mer-
cedes Reales que conceda Su Majestad del rey
nuestro señor, la señora reina su madre, la cris-
tianísima reina María. Todo lo cual se concede
á Sus Majestades y más que si en otros tiem-
pos los reyes pasaren para sí alguna cosa de las
así concedidas, desde luego hace Su Majestad
en el dicho convento, pueblo y demás tierras
enajenación perpetua para que se pueda poblar
en cualquiera de las ciudades de los reinos y
señoríos de la señora reina María, desde la ciu-
dad de Bicipuri hasta el fin del cabo de Cicir y
sea suyo aquel reino, que desde luego para en-
tonces tornó la acción á la dicha señora reina
Doña María, y que como cosa suya lo mande al
358
autobiografías y memorias
dicho convento, y lo que es fuero de justicia
sea suyo; y si las fuerzas de los grandes reyes
destos reinos no la dejaren poseer en conciencia,
como cosa suya, le sean obligados á darle las
dichas rentas; que por esto que se le ha conce-
dido, y lo que en estos dos meses se le conce-
diere, acepto el dicho reino, y de otra manera no.
3)Concede Su Majestad la señora reina ma-
dre que, por ser su patrimonio el dicho reino de
Cicir y conquista de los Laos, que las gracias
que el rey su hijo hiciese sobre el dicho reino
las aprueba y las concede, y hace gracia irrevo-
cable á la reina su hija para que siempre val-
gan. La señora reina María acepta la gracia de
la reina su madre; y asimismo las hechas á los
cristianos, al convento y pueblo de la limpísi-
ma Concepción de Nuestra Señora la Virgen
María. Y desde luego para siempre jamás re-
tiene en sí las dichas donaciones, y nombra
por su heredero al dicho convento, obispo, vi-
cario, pueblo y demás cristianos que son y fue-
ren en tistos dos reinos de Cochinchina y Cham-
paá la Alta, y hace donación irrevocable de
todo lo dicho á los hospitales, colegios, casas
de pobres, fábricas, salarios de justicias, á dis-
tribución del padre que aquí estuviere y de la
abadesa priora que es ó fuere deste convento
después de nuestros días, á los cuales para
siempre jamás nombro por mis herederos; y en
justicia y conciencia los reyes que sucedieren
no lo puedan quitar; y asimesmo acepto y con-
cedo todas las demás gracias y privilegios que
ad perpetuam reí memoriam en estos dos meses
se concedieren. Y acepto todos los demás de
allí adelante y todos los concedidos, y Nos los
reyes lo firmamos de nuestros nombres con los
sellos de nuestros despachos».
Fe, secretario de gobierno y de hacienda con
mi sello, signo ordinario. Testigos, doce Gran-
des, firmas en sus sellos, y estaban tres sellos
de los nombres de los reyes y los doce de los
testigos, y el del secretario, porqiie así firman
en un sello de sus armas, y á la redonda tiene
el nombre.
Llegó este díaá decisiete de junio un embaja-
dor del reino de Camboja, del hermano del rey,
que me parece que era gobernador de aquel
reino por su hermano, que era mocito de doce á
catorce años, y era habido de otra mujer que la
propia. Pedía licencia para venir y el beneplá-
cito de la princesa. Llamóme este día y la ha-
llé sentada en la sala grande, que fue de tanta
alegría para mí que el corazón y todo el cuerpo
me temblaba y aun parece que todos mis hue-
sos decían al Señor con David: ¿Quién hay se-
mejante á vos, Señor? y esto por ver las mara-
villas que obraba en esta mujer. Hállela vesti-
da de blanco con su escapulario y velo, al uso
de las monjas nuestras. Entré y díjele: Paréce-
me, señora, que veo en vos á una de las santas
monjas, á una Santa Catalina ó Santa Clara.
Dijo: Has de saber que quiero delante de ti
dar una respuesta á un embajador, y luego le
responderás tú, como nuestro vicario. Mandóme
sentar en una silla, y á los dos padres asimes-
mo. Entró un mulatazo como un gigante y
dijo: Señora, el gobernador del gran reino do
Camboja, hermano del rey de dicho reino y del
de Siam, señor del mar y islas y de la conquista
de los Laos, como gente bárbara te envía por
mí salud; ya sabrás cómo en las paces pasadas
que se hicieron con su reino por ti se le conce-
dió licencia para venir y casar contigo; pide se
le cumpla. La reina dijo: Mensajero, aunque 3
tu embajada va muy añadida á la verdad, dirás
á tu rey que yo soy cristiana y monja deste
hábito y no puedo ser casada, que me perdone,
y mire que siendo yo de la decendencia de los
dioses que vosotros adoráis y yo adoraba, es su
intento contra el precepto del dios rey, pues
siendo natural no podía casar conmigo. Y que
así por lo que él es bueno, según su fama, ha-
llará hartas mujeres, que yo no puedo ser ca-
sada, y este padre es mi prelado y te responde-
rá lo demás. Yo le dije: Di al gobernador que
lo que dice la señora María es la verdad, y que
le juro como sacerdote de mi ley que no puede
ser casada por haber prometido castidad á
Nuestro Señor Jesucristo. Quiso tornar á ha-
blar, y el general le dijo que callase, porque
si traía más que decir había de ser al rey. Pa-
rece que se enojó y dijo que á él no le manda-
ban callar en salas de emperadores y reyes, y
que traía mandato para desafiar á todos cuan-
tos contradijesen el casamiento; que si fuese el
rey, lo desafiaba el suyo; gobernador y de allí
abajo, él desafiaba al general por haberle man-
dado callar y á aquel padre por estorbar el ca-
samiento, y á todos los que le contradijesen
uno á uno, y por acabar más presto á todos
juntos. Yo me levanté y pedí licencia á la rei-
na para responder. Estaba ya la sala por las
paredes llenas de arcabuceros, y á él le habían \
apartado abajo y avisado al rey; y en un punto
se tocó al arma y dispararon una pieza, cala-
ron las mechas y encaráronle todos los arcabu-
ces; pasándose á una banda, entró el rey y
dijo que se estuviesen quedos. Levantóse la
reina y habló con él y le contó todo lo que pa-
saba, hasta el punto que yo me levanté y dije
que quería responder. Llamólo el rey abajo de
los escalones y di jóle: Si no fueras embajador
yo te hiciera que en piezas salado te llevaran á
quien te envió. ¿No sabes que cuando tenía la
armada del gran chino y todos vosotros jamás
temí á nadie, y que me pidieron paces, y yo no
á vosotros, y me pagaron los gastos, tornaron
islas? ¿cómo agora hablas? ¿No sabes la pena
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
359
del desacato desta sala, y más estando la reina
mi hermana en su asiento? Tomó entonces á su
hermana de la mano, y se entró. Yo quedé allí
y le dije que lo que yo le quería responder era
certificarle que todos los desafíos del mundo
no eran parte para que la reina se casase, aun-
que vencieran, porque no estaba en los venci-
mientos ni tuerzas, sino en que no podía ser
casada, y así que se reportase y tornase con la
respuesta. Dijo que sí haría y así se salió fue-
ra. Había venido Pedro de Lomelín, y estaba
fuera de palacio, y así como salió dijo: ¡Vála-
me Dios, y si hubiera de llevarse por desa-
fío, cómo erraba el embajador! Como todos le
hacían cortesía y Pedro de Lomelín no la hizo,
preguntó lo que decía, y dijóselo la lengua. En
llegando á su posada sacó un salvoconduto
para desafío y diólo á un secretario y lo llevó
al rey. Ventilóse aquel día, y respondiósele
que señalase embajador, como decía allí su rey,
y luego desafiase. Hízolo así, y luego envió á
desafiar á tres como él los fuese nombrando,
acabado el uno al otro. Determinóse que riñese
con tres; pero no los que él quisiese, sino los
que saliesen, cada semana uno en la plaza ante
palacio. El precio fuese la honra y hacienda de
los vencidos, y de su parte sólo tenerle por co-
barde hablador. Armas las que trajese el que
viniese. Comenzóse á los cuatro días; salió uno
armado á su usanza y con dos espadas anchas
y rodelas aceradas. Fueron jueces el embajador
que él señaló por él, y por el aventurero otro
gran señor que venía con él. Por no ser de
nuestra historia contar todo lo que hubo, digo,
en suma, que riñeron y batallaron todo el día
hasta la noche y no se vencieron. Diéronlos
ambos por buenos. Di jome Pedro de Lomelín
que de los dos desafiados era él el uno, porque
se lo había enviado á decir, y el otro fue el ge-
neral, que era el que había salido, porque se
descubrió á Pedro de Lomelín, y que al otro
que desafiaba era á mí, y que ya se le había
respondido que los sacerdotes no pelean, y que
dijésemos que él había de salir. Ya se había
confesado aquella mañana. Recibió el Señor de
mano del padre Alfonso. Yo quise estorbarlo y
me pareció dar cuenta á la princesa, que se la
di, y me respondió: Haz lo que te pareciere.
Pero digo yo que á nosotros que estamos dedi-
cados á Dios mejor es oir, ver y callar. Envió-
selo á decir con el pajecillo, y así salió en cuer-
po sin armas sólo con un coleto de ante, y otro
para el mulato y dos espadas solas. Díjome el
maestro de armas que lo viese. Yo respondí:
Sus Majestades lo verán y vuestra merced me
lo contará. Salieron fuera el rey y su madre;
por una ventana de una celogía lo miró la prin-
cesa y yo parados. Entróse á poner el coleto y
debajo calóse una cota fortísima; salió y tomó
su espada y dijo: ¿Habernos de matarnos ó no
más de vencernos? Dijo Lomelín á la lengua:
Dile que lo que quisiere. Dijo: Pues yo no quiero
más de vencerte, y tú vénceme y mátame. Dijo
Lomelín: No, sino al contrario. Partieron y
Lomelín tomó en su pensamiento darle una
herida en el rostro para espantarlo, y así fue
que luego se la dio en un carrillo. Tornóse á
apartar y dijo á la lengua: Dile que todas las
veces que emparejare con él lo tengo que herir
á do quisiere yo, para que vea que no es va-
liente, y alia va al otro carrillo. Partió y diole
otra en el otro. Díjome la reina: ¿Pues deste
hombre tenías pena? otra vez le dará en la boca
y lo matará. Tornaron otra vez, y púsole la es-
pada en la frente, y dijo recio: Si yo quisiera,
saliera á la otra parte. Fuese á apartar y en un
salto entró con él y le dio una herida en el
hombro izquierdo bien grande, y fue sobre él
con una y otra sin dejarlo apartar, que pro-
meto nos pesaba ya el verlo. Diole otra herida
pequeña en el hombro y otra en la cabeza. Re-
formóse y entróse con él y diole una tan gran-
de estocada, que la espada se le quebró, y dijo
entonces: Cota trae. Quedó algo desalentado.
Mandaron los jueces que, pues traía el contra-
rio cota, que le diesen á Pedro de Lomelín
otra espada, y al momento se la arrojaron.
Arremetió el mulato y la cogió; fuele la vida á
Pedro de Lomelín, porque se embarazaba con
ambas, y así arrojó la una. Retiróse hacía allí
Pedro de Lomelín, y él, porque no la cogiese,
le daba tanta priesa que ya el resuello se oía.
Pedro de Lomelín sólo se defendía, porque no
podía con un tercio de espada hacer cosa, y
quería cansarlo; y cuando lo sintió algo flojo
cerró con él y le dio una grande herida en el
brazo derecho. En este medio tiempo tuvo lu-
gar Pedro de Lomelín y cogió la espada. En-
tonces dijo: Ahora veré si te aprovecha la cota.
Púsose con él, y al alzar de la espada le dio
una herida por junto á la muñeca que pasó el
brazo por tres partes, y la espada quedó tan
clavada que después se trabajó harto en sacár-
sela, y le quitó la que tenía en la mano. El
mulato se abajó y tomó con la mano derecha la
media espada que había dejado Pedro de Lo-
melín, y dijo á voces: Llama la lengua. Vino,
porque andaba allí para que se pudiesen enten-
der, y dijo: Pedro de LomeUn, que si quieres
que no me dejes con vida, pues soy tan cobar-
de. No me has vencido por ánimo, sino por
más saber. Dijo Pedro de Lomelín: Dile que
no lo he de matar, sino sólo mancarle. Tornó
para él y diole otra estocada en el otro brazo
que le quebró la canilla. Levantóse el rey; to-
caron un clarín. Vino Pedro de LomeUn y la
lengua á los jueces y dijo que si era vencido
aquél. No le respondieron, y así dijo: Diles
360
autobiografías y memorias
que como ha vencido lo dejo, y á ellos los re-
cuso por no responderme. Tornó j el otro se
había sentado, que se desangraba, y Pedro de
Lomelín también. Fueron y en el campo los
curaron. Vínose hacia las ventanas. Ilabía di-
cho la reina: Pedro de Lomelín será el venci-
do. Al llegar que hizo el acatamiento, dijo ella:
Sol hay. Tornó corriendo como un gamo. Asió-
se del mulato, que aun no lo habían acabado
de curar, y echósele á cuestas y corriendo lo
sacó hacia la ciudad por la puerta y le dejó en el
arco de la calle y se tornó á la puerta. A él lo
subieron á su alojamiento. Tornó á preguntar
si era vencido. No le respondieron, sino que le
dieron de mano que se fuese. Tomó una silla
de las guardas de la puerta y trájola al medio
de la plaza y se sentó. Mandó el rey llamarlo,
y dijf): Vencedor eres; pedido se me ha por
aquel bárbaro que seas vencido. Vete y venir-
se ha él al campo. Entróse allá dentro y le tor-
naron á curar, y el otro se vino y se sentó en
la silla hasta puesta del sol, que por poco le
costara la vida. Diéronlo por vencedor y más
valiente, y á Pedro de Lomelín por no vencido
y más diestro.
En aquellos días hubo grandísimas fiestas.
Hizo el rey mucha honra á Pedro de Lomelín.
Todos los días comía con el General, ambos
solos. No estuvimos en aquel tiempo ociosos,
porque se hizo la iglesia quitado aquel suelo,
pintadas las paredes de la vida y milagros de
Cristo. Hízose el coro, el altar mayor, á do era
el asiento del rey, en el descanso grande, y
como había tres gradas fueron bajando otras
dos, y luego otro descanso grande, y luego otros
cinco. En este descanso se hicieron los altares
colaterales y se puso un Cristo que traíamos,
aunque era pequeño, y de la otra banda la ima-
gen de Nuestra Señora. En el altar mayor se
puso los doce Apóstoles que yo traía, y otras
imágenes, de que hicimos un retablo. Hubo tres
capillas de cada lado. Debajo se hizo hueco para
entierro de los reyes. Hízose sacristía y todo lo
demás necesario. Hízose también un torno, tres
locutorios bajos y cinco altos. En los tres apo-
sentos que había estaban los padres y sus cria-
dos, que venían á estar un poquillo apartados
de la puerta de la iglesia. Pusimos una cruz
muy galana ante la puerta y su peana con cinco
gradas. El día dichoso y feliz de la gloriosa
Santa Ana tomaron los velos cincuenta y una
monjas, que ya se les había puesto olio y crisma.
Este día se soltó toda la artillería desde las
vísperas, y se hizo procesión alrededor de la
plaza.
Dije la primera misa y tomé posesión de
aquella casa, y el rey se holgó de ver las cere-
monias. Votaron todas las monjas. Hicieron
procesión este día en la tarde. Púsosele olio y
crisma á la señora reina y se baptizaron muje-
res deciocho. Todos los días tenían los padres
una hora de predicación por la mañana y otra
por la tarde. Tenían ya cinco muchachos que
sabían las oraciones y las enseñaban. Todos se
ocupaban en hacer lo propio, porque las unas
mujeres á las otras, y los hombres también se
enseñaban unos á otros con grandísimo feí'vor
y celo. Pasaron los reyes un día destos á la otra
banda, y miraron el lugar, y el rey, en nombre
del convento, fundó el pueblo, y se llamó del
propio nombre. Cuando vino la señora priora,
que ya no quería que la llamasen sino la señora
María ó la señora priora, me lo dijo, y que
pasase allá y tomase posesión. Escribíase todo
lo que se hacía en su lengua.
CAPÍTULO XVII
De cómo se pobló el lugar que dio el rey para
cristianos. Trato en el mi destierro y lo que
antes se hizo conmigo.
Después de todo lo dicho para crecer la de-
voción y aumentarse el deseo de baptizarse, en
un día se baptizaron sesenta y dos hombres, y
sólo hubo tres de la tierra. De Pegú había mu-
chos y de las montañas Laos fueron treinta y
siete, y los demás chinos. A éstos se repartió
los sitios del pueblo, y hicieron casas de madera
y de paja. Nombróse por gobernador y justicia
mayor un hijo de Polonia, la parienta de la
señora priora, que aunque no tenía más de
quince años era muy buen cristiano. Hicieron
cuatro regidores anuales, alguacil mayor y alfé-
rez Real con votos en Cabildo, porque lo ordené
yo al uso de nuestra España, y dos alcaldes de
la Hermandad, tres escribanos, tres procurado-
res. Hice las ordenanzas y otras cosas, que
todo se concedió en aquellos dos meses. Seña-
láronse administradores, mayordomo y todo lo
demás necesario. Daba el rey gran priesa á la
obra del pueblo, porque en el convento ya no
había sino muy poco que hacer; todo estal)a
hecho, y la iglesia acabada con grande gallar-
día y hermosura. Hizo la señora María doce
ornamentos de sus vestidos por los extremos, y
todos cumplidos para altares y decir misa, de
suerte que eran ternos enteros. La reja del coro
era azul y dorada de hierro, muy menuda, casi
como celosía. Tomó el hábito la señora abadesa
y hizo la profesión con tanta gente que acudió,
que fue cosa de ver; tanta música, tanta arca-
bucería, y se disparó dos veces la artillería, que
no se veía la ciudad.
El día de Nuestra Señora comí en un locu-
torio bajo, y ella por de dentro de la reja y por
el torno me daba lo necesario. Entróse la reina
su madre dentro con ella, y prometió aquel día
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
861
de tornarse cristiana. A lo que me pareció, ja-
más vi al rey más contento que aquel día. Dije-
selo á la señora Doña María, y como discreta
me dio la causa, y es que era porque quedaba
señor universal, sin madre ni hermana, que eran
los que le iban á la mano en cosas, y que sin
duda en muestra de aqueso había de hacer aquel
día mercedes. Fue así, que dio á dos queridos
suyos y á los soldados y General dádivas; hizo
caballeros, dio una patente para que fuese á
cinco ciudades suyas con lo que se me diese, y
allí lo vendiese, y que fuesen cinco navios en
conserva con nosotros por el de Camboja hasta
dejarnos en Malaca.
Dio á Pedro de Lomelín aquella tarde en cada
pueblo que llegase mil ducados, que fueron seis
todos (como se dirá después) ; la señora María
nombró por lengua de aquel convento al paje-
cillo, y le señaló quinientos ducados de renta,
y el rey dio otros tantos á dos chinos cantores,
criados en las Filipinas, y á cinco de aquellas
islas, que estaban de miiy antes cristianos en
ellas y eran cantores, señaló renta la señora
María, y el rey otro tanto. Dio á cada imo del
navio en cada puerto de aquéllos á veinte du-
cados; sólo á mí no me libró cosa. Pensábamos
todos que enviaba alguna cédula secreta para
mí, y decían los compañeros: Poco es cien mil
ducados.
Hasta el día de Nuestra Señora de Agosto
comí con la priora; canté la misa aquel día, que
fue la primera que se había dicho cantada, y la
oficiaron á canto de órgano los chinos y filipi-
nos y el pajecillo, porque era también cantor,
y sobre lo que tenía, como cantó tiple, le dio la
señora Doña María docientos ducados cada año
más. Después de comer me dijo: El corazón
me da saltos y me dice que no te he de ver más;
mañana te partes, y ninguno de todos nosoti-os
lo sabía, ni aun yo. Ten paciencia de verte sacar
así, dijo, y que te prendan esta noche, que todo
ha de ser por las malas leyes de aquel rey dios
que estos gentiles adoran. Aunque te veas qui-
tar hasta el vestido no se te dé nada, que todo
te lo volverán; tres veces han de hacer esto con-
tigo; hombre eres, súfrelo y ponió á mi cuenta,
que si tornas yo te lo pagaré; vete á la puerta,
que quiero despedirme. Fui á la puerta de la
sacristía, y salió con su velo ante la cara, y dijo:
Nuestro vicario eres hasta esta noche, mánda-
me quitar este velo, y di jome: Las postreras
palabras serán estas: No te olvides de mi. Tor-
nóte á pedir que por ti no quede el tornar acá,
que yo te doy la palabra de reina y la de María,
como es mi nombre, que la estimo más, de que si
vuelves he de hacerte prelado de todos los cris-
tianos destos reinos. Haz por alcanzar licencia
de Goa para uno de tres casos, como en los
papeles que te darán después, porque como te
han de despojar tres veces yo he ordenado á su
tiempo que te los den. Dios te dé salud. Vete
con Dios y acuérdate de mí siempre. Échame
tu bendición. Hincóse de rodillas. Yo le dije:
Señora, por el amor de Jesús y de su madre os
quiero pedir una cosa, que con esto iré contento
y mi partida y trabajos que decís me han de
venir no los sentiré, y es que vais en aumento
en la virtud y que la santa fe católica la tengáis
por encomendada con todos los cristianos, y que
los favorezcáis y no consintáis que los agravien.
Suplicóos asimismo miréis en la honra debida
á los sacerdotes de Dios, Mirad lo que se lee
de la Virgen, que los respetaba y acataba con
mucha veneración. Yo lo prometo, respondió.
Dile la bendición; tomóme las manos y las besó,
y todas las monjas hicieron lo mesmo y se fue-
ron. Quedó ella sola y el pajecillo, y me dijo
que si había hecho nombramiento de vicario.
Dije que lo haría en el padre Alfonso. Nombra
el que quisieres, me dijo, para si hubieres de
volver que todos te obedezcan. Todos los títu-
los que no so han dado por nombramiento Real
he hecho que los escriban ; fírmalos y envíame-
los con el notario y los demás papeles antes
que sea de noche; y si tienes algo que estimes,
haz que se embarque con el notario como suyo,
que él lo envía, y no cesas que des nota. Qui-
tóse una sortija de un diamante riquísimo, y
dijo: El rey mi padre me lo dio; estímala, y
si llegaren á quitártela di : La señora María la
puso aquí, porque la envía al virrey del Pirú y
mandó que no la quitéis. Y vuélvote á decir
que aunque te veas despojado, y que te parezca
que no ha de haber sino morir, acuérdate que
te digo yo que son actos de justicia, y que no
habrá cosa que dure, y lo verás siempre que no
te faltara uno de los tuyos ó que sepa tu len-
gua para que te diga lo que hay. Vete con
Dios y quede contigo Santa María, le respondí.
Partime, y ella propia cerró la puerta. Salí á
la iglesia y me senté en una grada un poco,
porque no podía más, que había sido tan de
repente que no estaba en mí. Vino el notario,
los padres y los oficiales; en la misma iglesia
firmé los nombramientos de todos en original
y traslado que á ellos se les daba. Por ser ya
tarde me fui al aposento de la muralla, á do
hallé á los compañeros turbados porque les
había enviado á decir que nos partíamos. Todos
se despidieron de mí, y yo dellos con lágrimas,
y en particular los padres, que me decían, mo-
jadas sus canas con lágrimas y con sentimiento
entrañable: Padre nuestro, amparo nuestro, ¿á
dó vais? ¿Cómo nos dejais? Lloraban tanto, que
fue parte para que hiciese yo lo propio.
Antes de la oración soltaron dos piezas. Yo
estaba contando lo de la prisión, y á este punto
vino un capitán, que parecía un turcazo, y
362
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
treinta arcabuceros, y el pajecillo, y me echaron
mano del cuello de la sotana tres y me la des-
abrocharon y me quitaron la ropa, y luego la
sotana. Echaron fuera á los compañeros y
luego quedaron tres y el capitán, y dijo: Per-
dona, que soy mandado, y porque han de venir
á dar fe. Me quitaron todo el hato negro y me
vistieron de blanco á su uso. Atáronme las
manos atrás y pusieron un capuz que parecía
de ahorcado. Trajeron tres cadenas: una me
echaron á la cintura, dos á los pies; unas espo-
sas en las manos, con una argolla á la gar-
ganta. Fue de consuelo para mí habérmelo
dicho la señora María, que si me cogiera de
improviso lo sintiera más. Llegaron cuatro
secretarios y me notificaron la sentencia, la cual
me declaró el pajecillo, que fue que por el pleito
que se había seguido en consejo Real de crimen
lesoe maiestatis contra mí y me habían vencido
y sentenciado por dos sentencias á muerte, y á
mis compañeros, y que en la tercera, por ha-
berse probado que de mi parte no hubo engaño,
antes por no engañar lo i'emití al Consejo; que
por quedar la señora princesa para siempre sin
marido y otras culpas que no declaraban, y no
haber hecho reverencia á los virreyes y jueces,
me condenaban á destieiTO perpetuo de aquellos
reinos y á todos los míos, y en confiscación de
bienes, y que me sacasen de aquella manera de
aqueste reino hasta embarcarme. Secrestaron
todo lo que había, que cosa no se había alzado,
y llegando al anillo dije lo que me habían dicho,
y así no lo quitaron. Estaba ya escuro, y llevá-
ronme al río, y los secretarios se fueron. Di jome
el capitán que si quería que me tornasen á la
ciudad. Pedí encarecidamente que no, sino que
caminásemos, porque no quería que de día me
sacasen así. Trajeron gente y la cama; entoldóse
la barca, y en popa me recosté y de aquella
manera me dormí, que no me osaron recordar
hasta más de media noche que recordé. Llevaba
la barca tres faroles. Díjome el pajecillo que
había dormido bien, que ya estábamos más de
cuatro leguas de la ciudad. Llegaron y me qui-
taron todo aquello y me dieron una ropa negra
y corta, que era una media sotanilla mía. Páse-
mela y ceñíme. Díjome el capitán que no me
quitase lo blanco, porque si venía algún juez
para ver cómo iba.
Al amanecer estaríamos más de diez leguas,
habiendo pasado aquella noche un pueblo. Aquel
día pasamos otros dos, y á la tarde llegamos en-
frente de la ciudad de Quibenhu. Dijo el capi-
tán: Las otras barcas no han venido, ¿qué
haremos? Dije: Si ha de haber prisiones, sea
esta noche. Dijo: No; es mejor por la mañana,
y en dando fe, partir luego al navio para esotra
fe. Hice que avisasen al virrey, y luego fuimos
á tierra, y el propio capitán fue. Dijo el virrey
que echase luego las prisiones. Tornó volando
y me lo dijo. Entró el virrey, cuatro escribanos,
y dieron otra fe. En yéndose me los quitaron y
vestí la media sotanilla y me fui á palacio,
cené con el virrey y me hizo grande honra, y
me dijo que si tornaba me había de servir, y
quera grande amigo suyo el otro virrey que yo |
sentencié, á quien él había sucedido en el cargo.
y que él me despacharía que me holgase, y que
para mejor me llevasen al navio, y luego me j
tornaría para dar la otra fe. Yo dije que no se i
hiciese así, porque en entrando en el navio no
me daría gana de salir. Estuve allí dos días y
me hizo grande honra y regalo el virrey. Salí
de allí; al amanecer ya estábamos en el navio,
que pareció de consuelo para mí. Llegó el juez
y dio otra fe de como estaba así. El capitán se
despidió y aquel día nos hicimos á la vela, que
ni yo sabía si tenía el navio pan ni agua ó qué
comer. TodfS se holgaron de verme y hablarme.
El capitán del navio me dijo que todas aque-
llas noches habían traído agua, bizcocho, arroz
y muellísima comida, que había para dos meses,
y que habían traído la ropa y otra más, que allí
tenía las memorias. Yo lo vi, y no faltó cosa,
antes de la ropa de la tierra había más de
mil pesos. El virrey me dio dos mil en ropa.
De suerte que sin la ropa, con todo lo que
habían tomado, no faltaban cuatro mil pesos de
oro, y en lo que habían dado iban. Surgimos
en Picipuri aquella noche; salté en tierra y fui
á la ciudad. Salió un mulatón, que era el
A^rrey y bravato soldado; aposentóme en la casa
del campo, y estuvimos allí hasta el fin de
agosto; cobróse allí lo librado por el rey; es una
buena ciudad al parecer; tiene treinta mil casas;
tiene mil soldados de guarnición, de á caballo
trecientos. Fuimos á las minas y me holgué de
ver aqiiella bravosidad. Di orden de sacar la
poquilla plata que se sacaba con azogue á pura
fuerza y sin las guairas. Holgáronse y me pre-
sentaron mil pesos de oro. Hubo fiestas; hici-
mos lidiar cuatro toros, que se quedaron espan-
tados porque jamás lo habían visto, ni en aque-
lla tierra se usa lidiar toros, antes son reses con-
sagradas entre ellos.
Partimos de aquel puerto que nos esperaban
en la mar seis navios, que habían de ir con nos-
otros, y se tenía nueva que el de Camboja ade-
rezaba navios; y así fue por General de la mar
un virrey pariente del rey (á quien yo había
sentenciado en Guanci y hecho sus partes, por
un pleito grande que tuvo con otro virrey) y su
entenado, para ir con nosotros. Envióme una
barca grande, que es á manera de zabra, y pilo-
tos que nos sacasen. Partimos de allí, y como
son tan malos aquellos bajíos, parece que se
tornan, y todo es culebrear por entre aquellos
mogotes ; y así dejé el navio y entré en la zabra
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
363
hasta salir de aquella ensenada á la mar, que
fue menester cinco días, y el navio se estuvo
nueve días. Pasamos costa á costa tres islas,
que cada una tiene un puel^lo no más, y llega-
mos á una ensenada que dicen de Sinoa, á una
isla mayor que las pasadas, que será de cin-
cuenta leguas en. boj; tiene un buen puerto y
tres pueblos; hasta allí vine en la zabra. Toma-
mos puerto á quince de setiembre, y el General
que había esperado allí por tener nuevas de
cosarios salió con treinta velas y no había
vuelto. Vino el otro día, y muy gozoso, porque
había encontrado diez navios de un cosario
china, revelado al rey, que robaba en la mar, y
SH le había ido por uñas (como dicen) y le ha-
bía cogido tres navios.
CAPÍTULO XVIII
A (lo trato del viaje que hice por ¡a costa de
Champaa, las vistas qve tuve con el General
y lo que dellas resultó.
Por haber tomado tres navios al General del
enemigo, y con muy poco riesgo suyo, se hicie-
ron grandes fiestas y se dispararon muchos
tiros. Sacáronse á tierra los captivos, que serían
seiscientos, y se hizo procesión por la plaza del
pueblo, que era en el mismo puerto; sería un
pueblo de tres mil casas; y después salió el
virrey (que así lo llamaban por haberlo sido)
con grande acompañamiento, y se fue derecho
á las casas de la Aduana, á do estaba yo alo-
jado. a4.sí como lo Vide venir bajé hasta el esca-
lera. Envióme á decir que no bajase, y así me
detuve en un descanso. Allí llegó, y los brazos
abiertos me dijo en su lengua, que me declaró
el pajecillo, que siempre venía conmigo: Esté
con nuestro Dios el buen sacerdote que me dio
vida, honra y hacienda, y se humilló y besó las
manos. Yo me quise humillar hasta el suelo; no
lo consintió ni que fuese al lado izquierdo, sino
al derecho, y él un poco delante, que es la ma-
yor cortesía de aquella tierra.
Llegamos á una sala y todos los capitanes
y oficiales se pusieron en pie destocados al re-
dedor de la sala, y nosotros dos nos sentamos.
Preguntóme si había tenido salud todo aquel
tiempo. Díjele que sí, para servirle. Pregúntele
lo propio, y hízome grande cumplimiento, di-
ciendo que reconocía tener la vida por mí. Dí-
jele : Excelente señor , vuestra excelencia la
agradezca á Dios, que ordena todo lo del mun-
do con su sabiduría. Yo lo reconozco así, res-
pondió, y digo ahora en presencia de todos
estos grandes capitanes que el Señor que todo
lo rige y ordena es el Señor Dios Jesús (y se
levantó y hincó la rodilla en tierra y todos los
capitanes por la misma manera) y la señora
AürOBlOGRAFÍAS t MEMORIAS. — 34
María madre suya; y pues el virrey de Quim-
benhu es cristiano, yo lo seré de mano de vues-
tra beatitud (que así me decían), y algunos
destos grandes varones, que también han oído
los sermones y saben las oraciones: y la señora
priora al partir me dijo que diese este carta y
papeles, y los besó y me los dio. Recebílos y
hice lo propio, y sin querer se me arrasaron los
ojos en agua, y bien vide que había sido senti-
do. Díjele: Pues vuestra excelencia tiene tanta
voluntad de ser cristiano, no lo dilate. Volví á
los capitanes y me levanté y les quité el bone-
te, que hasta entonces no les había hecho aca-
tamiento: Y vuestras señorías y mercedes aní-
mense todos, y pues tienen almas y se ven que
son mortales, y que hay gloria y infierno, que
es el galardón ó castigo que todas vuestras se-
ñorías confiesan en su ley, vayan estas almas
al premio, que es la gloria, á gozar del propio
Dios, y esto será por medio del baptismo y de
su santa fe católica romana. La de los cristia-
nos es la verdadera fe, y sin ella no habrá en
la otra vida premio. Pues hay entendimiento
en todos y Dios los llama, sálvense; y con esto
me asenté, porque todos se habían arrodillado.
Dijo el virrey: Pues mañana visitaré otra vez
á vuestra beatitud, vea los papeles y carta y yo
traeré memoria de los que han de ser cristianos,
y trataremos de otras cosas, y con aquello se
despidieron y no consintió que saliese más que
hasta la puerta de la sala, y allí se arrodilló y
me tornó á besar la mano y le dije: Vuestra
excelencia me bese la mano por la honra del
Señor Jesús, que como á sacerdote suyo se la
doy, y con esto se fue, y yo me quedé con el
pajecillo, que me dijo muchas cosas de las que
los capitanes habían dicho y más que le haliía
dicho el General en una vez que le habló: Di-
rás al padre que por qué no ha escrito á la reina
desde Bicimpuri, que mire no se le olvide, y
díselo en secreto.
Otro día como á las ocho llegó el General
y todos aquellos capitanes y oficiales y soldad(js
que habían de ser cristianos al lado derecho, los
cuales serían sesenta, y al otro lado otros tan-
tos; traían sombreros todos los que habían de
ser cristianos, que en esto se conocían. L>es-
pués de habernos hablado con los comedimien-
tos del día antes, me dijo: Señor padre, quiero
pediros una merced, y es que no pase desta
tarde el que todos éstos que traen sombreros se
bapticen, y yo mañana, si no es que alguno de
los papeles que traje lo prohiben. Yo dije que
fuese así, y que antes los papeles que había
traído se lo pedían encarecidamente, como vería
por ellos, pues se los mostraría. Pregunté si
habían oído algo de la fe aqueUos capitanes. Sa-
lieron dos los primeros, como estaban, y vinie-
ron allí delante y hecho su acatamiento hasta
364
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
la tierra dijeron al pajecillo: Dile al padre que
todos los que aquí viniéremos habernos oído
los sermones de los padres, y sabemos lo que
aquí diremos, que es lo que nos enseñaron los
padres por lo sustancial de la fe y para bapti-
zarnos, y que si faltare algo nos lo enseñará.
Habló el uno, apartándose el otro un poco, y
como lo iba diciendo me lo volvía á decir el
pajecillo. Lo primero, que de mi voluntad quie-
ro ser cristiano. Lo otro, que tengo por cierto
y verdadero que en ninguna ley, si no es en la
de Jesucristo, ninguno se puede salvar, y para
esto es menester creerla y guardarla; creer ca-
torce artículos de la fe; guardar diez manda-
mientos. Díjolos con otras oraciones. Hícele las
preguntas necesarias y vide que en todas ellas
estaba muy bien. Hice lo propio con otros. De
suerte que por ver su buena disposición, bap-
ticé veinte dellos; y habiendo hecho un espiri-
tual razonamiento, y en particular al General,
fue él el primero que se baptizó, y le puse por
nombre Gregorio, y así se llamó don Gregorio
Andononita. De los que bapticé, los nueve eran
capitanes, dos alférez, dos sargentos y los de-
más soldados, y todos aventajados en pagas y
gente de los tres linajes.
Pidióme el General en qué parte le nombra-
ban sus reyes ; y así fue necesario satisfacerlo,
con las cartas, que la del rey decía:
Carta del rey.
«El rey de los reinos Cochinchina y Cecir,
Tierra firme, conquistas de los Laos y demás
naciones bárbaras ; rey del Archipiélago, de is-
las y de la mar, al padre Pedro, sacerdote de la
fe cristiana. Sabrás, padre Pedro, cómo tu par-
tida sin verme fue para mí de tristeza; no te
quejes de mí, que, pues eres tan persuasor de
que los ritos de tu ley y cosas sustanciales
della se guarden, advertirás mi poca culpa en
no haberte visto, pues mi ley me lo prohibía.
Asimismo te pido no te quejes de mí por lo
poco que por ti hice en mis reinos, que fue por
la misma razón. Lo que te pido es que tornes
acá pasado el tiempo que esta tirana ley tiene
dispuesto, que acá se ha visto después de tu
partida son diez años, los cinco precisos y los
cinco voluntarios, que éstos te alzo; y de los
cinco también concedió el dios rey á nuestro
Consejo los dos y medio, que también se te al-
zan; otro año me es concedido para otro reino,
como no sea en el que se comete el delito, y así
te señalo todo el reino de Champaa para que
estés; sólo el año y medio no me es concedido
y por eso no te lo alzo. A mi cargo será lo que
te debo por tus servicios, descubrimiento de
traición, resignación del reino que en mí hicis-
tes, tan ricos presentes con que me serviste,
tan valeroso capitán como trajiste á mi reino
para el vencimiento del mensajero de Camboja,
y los demás servicios que á mí y á mi corona
lias hecho tú y los tuyos; y así verás cómo te-
niendo nueva que el de Camboja hace armada,
cuidé de ti y despaché á mi tío Andononita por
General de la mar y para que te guarde. Va
con deseos de tratar contigo cosas á nos prohi-
bidas: el dar la licencia, tu ley dispensa; haz
lo que más convenga al servicio de tu Dios,
pues pienso que si lo hicieres lo mirarás con
los ojos abiertos. Aconsejóle guarde su ley, y
lo prohibido en ella, y si otra cosa hiciere, él y
los capitanes y demás serán castigados con
todo rigor. Bien sé que pues quitaste á mi
hermana y todo mi bien de mi ley, que también
me lo has de quitar á él. Será para nuestros
oídos secreto hasta pasar el tiempo que lo po-
damos oir, que entonces me holgaré porque
parezca que ya que mi hermana escogió lo me-
jor, hay hombres graves y de entendimiento
que lo aprobaron con escoger ellos la misma
ley. Por los papeles que te envío yo y la señora
María verás lo demás. Ruégote me encomien-
des á tu Dios, y á mis remos, y que pasen
presto los quince años, para que el que es cris-
tiano en lo secreto lo sea en público. — El
Rey.»
Respuesta mía á la carta.
«Al gran rey, emperador de Cochinchina,
Champaa, islas y Tierra firme, conquistas de los
Laos y reinos de Pegú, Siam, Camboja; señor
de las sierras, minas y pesquerías de perlas, sa-
lud en el Señor Jesucristo.
»Todo aquello, sacra Majestad, que los reyes
dan para honrar á sus subditos ó amigos como
pueden, nada de su grandeza se disminuye; no
parece tanto como honrar á una persona como
la mía tan al parecer de las gentes enemiga,
pues salí desterrado; mas como Vuestra Ma-
jestad está enterado de mi fiel pecho, me hace
tantas mercedes, que yo por la honra de nues-
tro Señor Jesucristo estimo en el grado que es
razón. Siempre rogaré á Dios guarde la vida,
salud y contento de Vuestra Majestad, y le
traiga en verdadero conocimiento suyo y de su
divina fe; y como justo juez y premiador pa-
gará á Vuestra Majestad lo que en su servicio
hieiei-e, j le guardará estos quince años y des-
pués en su santa fe muchos para su santo ser-
vicio. En lo que es mis servicios y las grandes
mercedes que Vuestra Majestad me promete,
las recibo en una merced, que Vuestra Majes-
tad favorezca las cosas de los cristianos, honre
á esos padres, que son unos santos, iglesia y
religión cristiana; que el saber esto, á do quiera
que me hallare será gloria para mi alma y se-
rán mis pequeños servicios, si alguno hice, muy
í
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
365
galardonados. El virrry y General es tan gran
soldado que sus grandes servicios merecen que
Vuestra Majestad le haga grandísimas merce-
des; si escogiese lo bueno para su alma de la fe
verdadera de Jesucristo, tengo y creo que se-
rán mercedes de la mano del Señor, por ser él
bueno. En lo demás que falto, por no enfadar
á Vuestra Majestad, tácito lo digo, remitién-
dome á la de la señora María y padres. Guarde
Nuestro Señor á Vuestra Majestad. — EL pa-
dre Ped7'o.y>
Carta de la señora Doña María.
«María, priora del convento de la limpísima
Concepción, salud en el Señor Jesucristo al
padre Pedro, su prelado.
» Padre en el Señor destaalma: Cada día
echo de ver lo mucho que á vuestra merced
debo, como hija i-eengendrada en Nuestro Se-
ñor por vuestra merced. El aumento de la cris-
tiandad escribirán los padres, y á la fin desta
el notario. Pido á vuestra merced que, pues mi
tío va con tan buen propósito, lo vea y exami-
ne, y á todos los deoiás. y háganse cristianos.
Yo sé que estima á vuestra merced y reconoce
el bien recebido, y yo le estimo en macho, que
una persona de tanto entendimiento ilustre el
mío en haber yo escogido la mejor ley, y me
huelgo de que no se pierda su alma. Envío car-
ta mía á vuestra merced para el virrey de Goa.
Año y medio será para mí mil años, hasta sa-
ber que llegó á ese reino, á do estará vuestra
merced un año, tenido como mi persona, y ha-
ciendo fruto, que siempre le conocí este deseo.
Mi hermano no pudo dar cartas, ni el Consejo;
yo entiendo bastará ésa; si no hubiere lugar
por mensajero embajador, tórnese vuestra mer-
ced á la isla del Cabo, ó á Phxcel, que allí daré
yo aviso de lo que sucediere notable, para que
traiga la nueva, y desta manera torne acá sin
quebrantar los malos preceptos desta ciega ley;
y cuando no, en otro hábito daré yo orden que
me lo traiga aquí el general mi tío, y aunque se
esté encubierto gozará esta alma, que tanto
debe á vuestra merced, doi gusto de su visita, y
el tiempo dirá lo que se haya de hacer.
dCou celos estoy, y con razón, pues desde
que partió de aquí vuestra merced no me ha
escrito; sospechas de olvido. Y sabe Nuestro
Señor si considerando las prisiones y lo que
vuestra merced pasó en su cuerpo, que fueron
saetas y penas de mi alma, el poco regalo que
habrá tenido vuestra merced y los suyos, qui-
siera yo acompañarle y que viera cómo me hol-
gaba, y ayudarle en sus trabajos. Avíseme vues-
tra merced de su salud; la mía es buena, la glo-
ria sea al Señor y á la Virgen María. Paso gran
consuelo cuando miro que soy cristiana y que
por la misericordia del Señor le tengo de gozar
en el cielo con tanta eternidad de tiempos. El pa-
dre Alfonso, con su santidad me edifija mucho.
El padre Juan le quiero por su gran simplici-
dad. Hacen mucho fruto y muchos cristianos
y son sin número los que piden la fe. Las cosas
desta casa y pueblo van en grande aumento,
pues la muralla está ya en los cimientos. La
iglesia del pueblo de tres naves, en algunas
partes sale ya una cuarta de la tierra ; el hospi-
tal más de una vara. Hay ya cuerpos de casas
que se maderan. ¡En todo sea la gloria al Señor!
Unas cédulas que van en nombre del General
para lo necesario, él lleva orden de palabra mía
lo que ha de hacer.
»Lo que pido á vuestra merced, padre mío, es
que siempre me encomiende á Dios y á esta
nueva planta; mis monjas se le encomiendan y
siempre hacen oración al Señor por su salud;
por ser nuevas de contento se las doy. Mi ma-
dre enfermó; el día postrero la alumbró Nues-
tro Señor; baptizóse, llamóse Maria; es la pri-
mera cristiana que murió. He pedido no haya
lutos ni ceremonias al uso desta gentilidad. En-
terróse en la bóveda, embalsamadi. Trece horas
que vivió cristiana mostró serlo de corazón, y
dolor por no haberlo sido antes ; sentílo como
hija; holguéme por su salvación, y porque mi
hermano lo llevó bien, y quizá teniendo ya uno
de los padres cristianos lo será él. Esta ley del
qué dirán es mala. También doy aviso cómo
ando procurando que vaya vuestra merced por la
reina mi hermana, que ya ha habido nuevas que
el gran emperador la da, si puede ser. En Con-
sejo está; yo despacharé.
Nuestro Señor le aunaente la salud para su
servicio. — La priora María.'»
Fe del escribano y notario apostólico.
«Los que se han baptizado después que falta
el padre Podro son docientas y noventa y cinco
personas; veinte y siete se han hecho monjas de
velo, y nueve para donadas; cstánse catequi-
zando y oyendo los sermones más de quinientas
almas; hanse dado solares en el pueblo nuevo
de la Concepción hasta hoy á más de docientoa.
Esta es la relación de que yo el notario apos-
tólico doy fe.»
Respuesta mía á la carta de la señora Mana.
«A la priora del convento de la limpísima
Concepción, señora María, gran sierva del Se-
ñor Jesús:
»Todos los trabajos, señora priora, que en esta
vida se pasan, si son en gusto de las mismas
personas que los pasan más se llamarán conten-
tos y gustos que trabajos. Así podré yo decjr
36(5
que las prisiones y sobresaltos, caminos, maros
y otros naufragios, han sido para mí regalos
espirituales de mi alma, porque cuando pensaba
que los pasaba por algún servicio de Nuestro
(Señor y que quedaba vuestra clemencia cris-
tiana y monja profesa, y tantas almas en el ver-
dadero conocimiento de Jesucristo, ¡qué gozos!
¡qué consuelos! Cómo pasara yo otras muchas
veces otros tantos por otro tal fruto, sábelo
Dios, y el contento que mi alma recibió con la
merced de la letra de vuestra clemencia, y me
pesa del pesar que me significa, y suplico en
cosa no le tenga; que yo llevo á cargo la carta
de vuestra clemencia para el virrey de Goa, y
entiendo será fácil con ella la vuelta; y como
yo pueda, pues el bien es para mí, haré lo que
se me manda. El gran general Don Gregorio
Antononita recibió de la mano deste indigno
sacerdote el santo baptismo, y hasta hoy sesenta
personas que he hallado idóneos para ello.
Ruego á Nuestro Señor le conserve su buen
celo y el trabajo que tienen en enseñar á otros
las oraciones y catecismo; de lo demás que sobre
esto sucediere, avisai'é. Alegró mi espií'itu la
gran nueva de la reina, que Nuestro Señor ponga
en su gloria, de que fue cristiana y con los requi-
sitos que vuestra clemencia me avisa. Diome
dolor, porque al fin siento lo que vuestra cle-
mencia y el señor rey habrán sentido. Tengo
para mí que habiendo ido dése reino el primer
mensajero al Eterno, y con tantos afectos y
muestras como me certifican mis amados padres,
que Nuestro Señor ha de obrar, por su miseri-
cordia y santísima Pasión, y por ella, grandes
maravillas en estos reinos. Nuestro Señor con-
serve la vida de vuestra clemencia muchos años,
para que ambas, la una en el cielo y la otra acá,
con la intercesión de la reina de los Angeles,
siempre Virgen María, se aumente la cristian-
dad para gloria de Nuestro Señor Jesucristo,
Amén .
»A mi fidelidad y deseo conocido, con obras y
palabras, no tiene vuestra clemencia de qué tener
celos. El pajecillo, cuando torne, dirá cómo de
noche y de día me ocupo el más tiempo lia-
Itlando de vuestra clemencia, y si, lo que Dios
no quiera, que por sus divinos secretos no vol-
viese, todo el discurso que me queda de vida no
olvidaré tantas mercedes recebidas, pues sería
liárbaro y de poco conocimiento si las olvidase.
Encomiendo á vuestra clemencia lo que es tan
suyo y está debajo de su amparo, la honra de
mis padres, el favorecer esa cristiandad y el
aumento della. Hijos son dése santo corazón y
alma de vuestra clemencia, y yo verdadero cape-
llán, aunque indigno, para hacer lo que se me
manda en mis sacrificios , pidiendo á esa santa
congregación hagan lo mismo por mí al Señor
Jesús; y porque he de escribir otra desde este
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
mismo puerto, y en lo que falto me remito á la
de mis padres Alfonso y Juan. Dé Nuestro
Señor á vuestra clemencia el colmo de su divina
gracia. Capellán indigno de vuestra clemencia.
— £1 padre Pedro Ordóñez de Ceballos.D
CAPITULO XIX
En que se prosigue la historia y cómo se acaba-
ron de hacer cristianos los demás capitanes
y soldados, y una carta de los padres y la
respuesta della, con otras dos que esciibió el
General y su hijo á su mujer y madre, y cómo
se juntaron aquellos tres reinos.
Dijimos poco ha cómo se baptizaron los
veinte que habían dicho las oraciones. Proseguí
con mi ejercicio, y aquella misma tarde bapticé
otros veinte, siendo compadre de los unos y de
los otros el señor don Gregorio. Otro día por
la mañana vinieron otros veinte, y después de
dichas las oraciones los bapticé y hice un ser-
món, como tenía de costumbre. Envió el señor
General á convidarme á comer con el Goberna-
dor de aquella isla, y con su excelencia me acom-
pañaron todos los cristianos. Llegamos al pues-
to y comimos con mucho contento y grande
opulencia. Hubo después de la comida unos vol-
teadores que hacían itnas vueltas de ver, en
particular un caponcillo nmchacho que después
se fue conmigo á Goa. Fuimos á ver al señor
teniente general Antononita (que así se llama-
ba); estaba con unas calenturas que se asaba;
pesóme de verlo así y se lo signifiqué, y rogué
dejase la ceguera de la gentilidad y fuese cris-
tiano. Díjome que se había desgraciado, por-
que un día llegó á los padres á pedirles que no
hiciesen cristiano á un mozo que él no gustaba,
porque le servía, y le respondieron ásperamente.
Díjele: Señor, mire vuestra señoría que en ese
particular, pidiendo el baptismo el mozo, si yo
fuera y tuviera delante mil géneros de tormen-
tos, no se lo dejara de dar, y certifiqúese vues-
tra señoría que los padres son buenos y que
conocen las mercedes que han recebido de vues-
tra señoría, y en una carta de tres que he rece-
bido lo tratan, y la saqué para que se enterase,
y el pajecillo la leyó, y el gobernador se la de-
claró, la cual decía así:
Carta del padre Alfonso y el padre Juan.
«Al padre Pedro, que Dios guarde y le vea-
mos sus amados en esta tierra, para mayor
aumento destas almas: Sal)rá vuestra merced,
padre nuestro, cómo por otras dos tenemos
avisado que Nuestro Señor obra sus divinas
misericordias en esta tierra, y por un acaeci-
miento lo verá claro. Entre otros que se querían
PEDRO ORDONEZ DE CEBALLOS
36^
baptizar estaba un criado del señor Autononita,
y parece que por ser el mozo cuidadoso en su
servicio no gustaba que se hiciese cristiano.
Vino su señoría á nosotros á decir que si po-
día ser, no se baptizase. Yo lo respondí que
líablaiía al mozo, y le Jiablé y persuadí que des-
pués tomaría el santo baptismo, y con un fervor
grande me dijo: Si aquí estuviera aquel padre
que antes, yo me quejara á él, y viera si era
razón quitarme á mí que mi alma no se salve;
y yo os digo que el otro ni estimara á mi amo
ni al rey por hacer un cristiano. Dadme luego
el baptismo, y si no me iré á la señora María ó
tomaré yo el agua y me la echaré. Tornó otra
vez su señoría, y como yo se lo dije con mis
palabras secas, parece que se enojó, y dijo: Pues
baptizaldo, que á fe que por uno se perderán
ciento, y así se fue. Vinieron otro día dos don-
cellas de la señora su madre á pedir el baptis-
mo y velo para donadas, y yo se lo fui á decir
porque la señora priora me lo mandó, que yo
viejo de mí no advirtiera en tanto, y no le hallé.
Hablé con su excelencia la señora su madre y
me disculpé sobre el otro mozo, y vino su seño-
ría y con aquellas entrañas de bueno que tiene
me hizo acatamiento y besó mi indigna mano,
que por el sacerdocio lo consentí. Díjele mi
disculpa; acetóla y rogó á su excelencia lo tu-
viese por bien. Ha de ser un gran protector
de la cristiandad y una coluna della, que el
mismo nombre de Antono, por el glorioso San
Antón ó Antonio, lo significa. Muchos se tor-
naran cristianos si las leyes de los nobles no lo
prohibieran tanto tiempo. Trecientos cristianos
habrá después que vuestra merced salió de aquí,
alguno más, y más de setecientos oyendo las
oraciones, catecismos y sermones. Primera
f)lanta es de vuestra merced; no tenemos para
qué rogarle lo encomiende á Nuestro Señor. La
señora María está triste, da los suspiros muy á
menudo, que el deseo en el Señor de ver á
vuestra merced la aqueja, y también la falta de
la señora reina su madre, como más largamente
escribimos, y de su conversión milagrosa y sus
afectos en trece días qne vivió cristiana. El rey
no nos visita ni oye; está en su casamiento muy
engolfado, que después que le vino la nueva y
embajada con tanta honra del emperador, algu-
nos días se le pasan sin ver á la señora María,
que su clemencia lo siente. En edificios va muy
en aumento, así las obras deste convento como
las del pueblo. Hay necesidad que vea vuestra
merced dos memoriales que le enviamos, para
que provea lo necesario, porque acá la señora
María dice que conviene que no usedel título de
vicario hasta que vuestra merced pase dése reino.
Guarde Dios á vuestra merced para su santo
servicio. Hijos de vuestra merced: El padre Al-
fonso. El padre Juan. y)
Y aunque no se ha dicho, es costumbre cu
todas aquellas partes decir á los sacerdotes pa-
dres, aunque sean clérigos, como lo eran estos
dos.
Contentóse tanto cuando oyó esta carta que
dijo: Verdaderamente los sacerdotes cristianos
son buenos; hasta ahora no he tenido tal deseo;
haré en mí un di.scurso, y si la razón me con-
venciese yo responderé. Holguéme de oir qui'
en la ley del Señor Jesús hubiese santos de mi
nombre. Yo estoy aficionado á un nombre de
aquéllos, y quisiera comunicar un poco con el
padre. Saliéronse fuera todos; quedamos solos;
preguntóme la vida del glorioso San Antonio.
Yo le dije todo lo que del le supe decir, y dijo:
Que en efecto ya es mi padre Gregorio, pues
yo quiero ser Antonio. Díjele algunas cosas y
con eficacia dijo que las creía y aprendería.
Llamé á aquellos señores, y el gobernador Don
Pablo fue su compadre, que fue para mí una
obra de grandísimo contento porque me pare-
ció que había de ser grandísimo defensor desta
nueva cristiandad.
Respuesta mía á la carta de lof< padres.
«A los señores padres vicario Alfonso y su
compañero Juan, salud en Nuestro Señor Je-
sucristo. La tercera carta, padres míos, que
vuestras mercedes me hicieron merced de es-
cribirme recebí, y confieso que no fue carta sino
profecía, pues Nuestro Señor obró lo que el
padre Alfonso dijo por ella; y así ya su seño-
ría del señor Antononita es Don Antonio, y
tengo confianza en Nuestro Señor que se ha
de cumplir lo demás, y que ha de ser una gran
coluna de la cristiandad desa tierra, y pues su
padre fue rey del inferior reino de Cochinchi-
na, á do cae esa ciudad famosa á do primero
ha sido Dios servido que se fundase iglesia, que
ha de ser amparo della. Vuestras mei'cedes le
comuniquen y den esas dos cartas que van con
ésta á su excelencia su madre, que también ha
de ser de fruto; y porque en las demás escribo
tan largo, en ésta soy breve. Ruego á vuestras
mercedes me encomienden á Dios, y pues el
venir á esta tierra vuestras mercedes fue por
tantas cartas del Tunquín , y su hermana fue
la primera cristiana, tengo grande confianza en
el Señor que lo ha de ser Su Majestad presto,
y que no han de bastar los malos ritos y leyes
de sus pasados: y pues ahí había tres reinos y
Nuestro Señor los juntó en tan breve tiempo, y
el de Champaa ó Cecir asimismo, y este gran
rey tan bueno que han de ver vuestras merce-
des notables cosas. Dé Dios á vuestras merce-
des el colmo de su divina gracia, fuerzas y
compañeros para tan gran bien. Hijo humilde
de vuestras mercedes, El padre Pedro.'»
868
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Carta del virrey á su mujer^
cEl general Don Gregorio á la reina, su
deseada mujer: Sabrá Vuestra Alteza, deseada
señora y querida compañera, cómo las cosas
guiadas por Dios no las alcanzamos los hom-
bres; y así certifico á Vuestra Alteza que creo
bien y con toda la certeza que podré decir que
la fe del Señor Jesús es la A^erdadera. Yo soy
cristiano y me llamo Don Gregorio; mi amado
hijo también, por un caso milagroso, como va
por relación con ésta.. ¡Qué consuelo, qué glo-
ria, qué contento y gusto seria para mí si al
entrar yo allá y gozar de vuestros abrazos y
saludaros dijese mis razones á María! No me
alargo más; sólo digo que si Vuestra Al-
teza lo hiciese sería escoger el camino verda-
dero de salvación para su alma y el mayor
contento para mí en esta vida. Vuestro, Don
Gregorio.'!'
Carta de Don Antonio á su madre.
«El hijo querido Don Antononita á su de-
seada madre, salud. Ya vido Vuestra Alteza,
señora madre, el aborrecimiento que tenía á
esta nueva fe del Señor Jesús, pues tuve con
los padres odio sobre Antonio mi criado y so-
bre las dos Gracias que están con Su Majes-
tad la señora reina, mi prima, perdonadas.
Escriben esos padres viejos á este padre Pedro
mozo que parece que en sus razones para decir
y hacer creer la verdad sin muchas palabras le
dio el Señor espíritu, pues con sólo leerme la
carta y reirse y decir que me vaya ya Antonio
y defensor de los cristianos me dio tanta ansia
que en el punto lo fui; mi señor lo era ya, que
siempre desde aquél restituirle su honra y ha-
cienda por sentencia suya le fue aficionado; y
así que pediré á Vuestra Alteza, deseada se-
ñora y madre mía, rogarle y traerle á la memo-
ria las palabras que me decía desta santa fe,
y con ellas persuadirle la reciba, y luego se
baptice y llame María, y á mi hermano se le
llame Don Antón y á mis dos hermanas de
padre Micaela y Gabriela, y á la más niña Ra-
faela, que son nombres de tres ángeles, pues
ellas lo son en hermosura y condición; y si
acaso todas tres se incliuaren á monjas, la una
reservarla.
Y porque escribo tan largo en otras, no digo
más, sino que estaba en lo último de una en-
fermedad y el Señor Jesús me dio breve salud
al alma y cuerpo, y creo aquellos milagros que
Vuestra Alteza me contaba de la Santa Cruz
y de la salud que dio la imagen de Nuestra Se-
ñora á aquel juez, y que más y más puede el
Señor, que me deje ver á Su Alteza. Su hijo,
Don Antononita, t>
Relación.
Esta es la relación que saqué de una memo-
ria, la cual pasó de la manera siguiente:
Eu este gran reino de la Cochinchina habla
tres reyes, que era el uno el padre deste Don
Antonio, que era rey hasta esta ciudad á do
se hizo el monasterio y quedaban los padres,
que como he dicho se llama Guanci, que era
su ciudad Real; otro rey era de la otra parte
hacia la China, de la otra gran ciudad de
Guanci y Sanfin, y otras muchas, porque era
mayor rey que el padre de Don Antonio. La
gran ciudad de Hilan, con todo el demás reino,
tenía otro rey; y fue así que cuando aquel va-
leroso rey que se libró de los chinos, que les
dio leyes y llaman el dios rey, ordenó á tres
hijos suyos estos tres reinos, al mayor, con
nombre de emperador, le dio el mayor de Hi-
lan, y á esotros dos les dio los dos dichos de
Guanci y Quanci, y ordenó ley que habían de
tener estos reinos á voluntad del mayor, y él
ni sus decendientes que no se los quitasen
para siempre si no fuese que hubiese reina 6
gobernadora hembra, y no varón, y ésta en
cortes los pidiese, y entonces cualquiera que
los tuviese se los dejase, dándoles una ciudad
y seis villas, la renta dellas y mercedes á su
albedrío. Sucedió que en tantos años jamás go-
bernó mujer, y ellos siempre eran como virreyes
del gran rey, que le llaman Tunquín, que es
mayor rey. Murió el padre de la señora María
y dejó de cuatro años á su hijo; entró por go-
bernadora, y como tan discreta hizo Cortes [yj
pidió sus reinos. El padre del señor Don An-
tonio vino en darle la tierra; el otro no. Hizo
gente, diole batalla, venciólo y matólo; á sus
herederos les dio cargos en este otro reino de
su madre, Cecir ó Champaa, que todo es una
misma cosa, de suerte que es ahora rey de to-
dos tres reinos de Cochinchina y de esotro,
que por casarse el padre de la señora María
con hija del rey de Champaa y Cecir y de tan-
tas islas, y la señora María entrarse monja
(como queda dicho) es su hermano un gran
rey y más si conquista á Siam y los Laos, con
otros reinos de bárbaros que le confinan; y
hay nuevas que por traer guerras unos con
otros, y porque los Laos son enemigos morta-
les del rey de Camboja, y por un mal r¿y que
dicen que reina en Pegú, que es cruel y el más
malo que jamás ha habido, por eso han deseado
tanto casar con la hija del emperador ó gran
rey de los magores, para que le dé ayuda, por
estar estos reinos en medio de ambos, y se los
da en dote, que vendrá á ser un rey tan grande
como el de la China y como el mismo Magor,
y quizá son secretos de la divina Providencia
para que estos reinos, pues tienen tanta ansia
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
369
por ser cristianos, y ya está asentado un prin-
cipio, que lo vengan á ser los chinos y mago-
res, y todos aquellos tan extendidos reinos que
certifico que si hubiese predicadores que breve-
mente lo serían. ¡Hágalo Dios como puede!
CAPÍTULO XX
En donde se trata de ¡o queme pasó conel Gene-
ral y Gobernador acerca de los captivos del
cosario, y de mi partida de la isla de la ense-
nada de Sinoa, y cómo llegué á Ampelo.
Ya dije cómo el virrey don Gregorio Anto-
nionita cogió tres navios á aquel cosario china,
y en ellos seiscientos captivos. El día que se
baptizó el señor don Antonio, estando senta-
dos todos tres acá fuera, pregunté al señor
General que me dijese que' se hacía de aquella
gente. Dijo: Padre, todos los captivos es cos-
tumbre que sean esclavos del rey para las mi-
nas y para las pesquerías de perlas, y e'stos se
llevarán á esta isla del Gobernador á sacar hie-
rro y metal, aunque por una orden de la señora
María todo lo que se cogiere en la mar en este
viaje, pues venimos á sólo pasaros libre hasta
Malaca ó más allá, sea vuestro. Yo le dije que
me holgara de verlos, y á lo menos le supli-
caba por los que dellos fuesen cristianos. Díjo-
me que venía allí uno que sabía ya del que era
cristiano. Diome ansia de vello, y así envió por
él y enviólo á la aduana á mi aposento. Pasóse
aquella tarde y noche en danzas, bailes y vol-
tear. Pregunté en llegando á mi posada por el
cristiano captivo; vídelo, un hombre alto, ves-
tido de lienzo angeo, como de cuarenta años y
grave en su aspecto; y así como me vido dijo:
¿Sois clérigo cristiano? Díjele que sí, por la mi-
sericordia de Dios. Pregúntele: Y vos ¿sois
español? Respondió: Sí, y castellano como
vos, y clérigo de misa también, sino que mis
pecados me traen así; hícelo sentar, y lo pri-
mero que le pregunté si había más castellanos
ó portugueses. Dijo que otros dos clérigos, uno
castellano y otro portugués; y que había nueve
hombres, dos castellanos, uno italiano y los
demás portugueses. Supe sus nombres, y de
otros cristianos, que todos en número eran
veinte y dos. Envié un recaudo al General que
me hiciese merced dellos; al momento los tra-
jeron. Dióseles de cenar y en qué dormir. Que-
daron conmigo los tres sacerdotes, que me die-
ron cuenta de su viaje j prisión. Salieron de
Goa en un navio para Malaca, que venían unos
á emplear y estos sacerdotes á trabajar en las
almas, y el portvigués venía por cura de Malaca;
tuvieron temporales y dieron en manos de seis
ó siete bergantines de moros de aquellas islas,
y los captivaron y mataron algunos. Dio de
allí á tres días el cosario china con los moros
y los cogió y mató y prendió, entre los cuales
cogió éstos que cupieron en aquellos tres na-
vios, porque otros iban en los demás, que eran
cuarenta los que escaparon vivos, y entre aque-
llos que allí venían había dos mujeres en hábito
de hombres con sus maridos; los tres clérigos
eran dotores, que fue para mí de gran con-
tento. Pedíles á los dos que fuesen á aquella
empresa de la Cochinchina, pues eran menes-
ter, y que el portugués se tornaría á Malaca;
así me lo prometieron.
Otro día por la mañana me visitó el General
y le dije lo que pasaba, que se holgó en extre-
mo, y más con el viejo, que como tenía una ca-
bellera blanca como una nieve parecían bien.
Eran tío y sobrino de los Chaves de Trujillo;
á aquél le di título de capellán de la armada, y
al otro de vicario del pueblo de la Concepción,
y á todos los demás envié con cartas á la seño-
ra priora (como se dirá). Hubo otros catorce
que dijeron que serían cristianos, que por todos
fueron cuarenta y cinco y los tres clérigos; di-
les vestidos y á las dos mujeres portuguesas.
Dijo el señor General que allí se habría de
cobrar en tierra firme lo de Pedro de Lomelín
y lo de los demás, y lo que había mandado la
señora María que me diesen para lo necesario.
Pasamos allá otro día, que es á la ciudad de
Sinoa. El virrey nos hizo un recebimiento admi-
rable, porque es una ciudad de más de veinte mil
casas y mucha guarnición de gente y de caba-
llos. Hicieron una escaramuza á su uso de lan-
za y caballos. Cobráronse allí mil pesos para
Pedro de Lomelín y veinte para cada uno.
Allí metí lo necesario de comida; tornamos
á la isla á veinte y cuatro de setiembre de 1591,
y estuvimos sin hacer cosa notable hasta el fin
del mes, sólo el convalecer del señor Antono-
nita, quo era el que había de ir conmigo, aun-
que el señor General, por tener malas nuevas
de la mar de los de Camboja, se ofreció de ir
con toda su flota, porque por allí hay una nue-
va, que los deste reino son inclinados á la mar,
y siéndolo roban, y como el odio estaba tan asi-
do por lo del embajador, temíamos todos que
nos aguardarían y se vengarían en nosotros.
Al primero de otubre estaba ya todo apare-
jado para la partida; vino aquella mañana el
Gobernador Don Pablo y me dijo cómo tenía
catequizada á su mujer y dos hijas y otras
personas, que estaba satisfecho que sabían las
oraciones y creían los artículos de la fe, y así
que los baptizase. Vino una señora y dos hijas,
la mayor de diez años; híceles algunas pregun-
tas, y á otros doce hombres todos criados suyos
y doce mujeres, y á todos veinte y siete hice
cristianos, y á todos los casé con las criadas,
sin escoger, sino por las edades. Puesto allí rae
370
Autobiografías y memoeias
pidieron que los desposase. Pregunté yo si ha-
bía alguna entre ellas que tuviese puesto los
ojos en algunos; todos callaron. Dijo el Gober-
nador: No es esta gente deso ; mire vuestra
merced, señor padre, cuál le parece para cual,
que con esto lo tendrán ellos á mucho. Yo fui
mirando los más viejos y más feos para las
más feas y más viejas; y así los casé, y al go-
bernador lo mismo. Acudieron más de docien-
tas personas, hombres y mujeres, boceando que
los baptizase; diles á entender lo que era me-
nester saber primero y que el señor Gobernador
pondría quien los enseñase, y saliendo (^) yo le
dejaría el orden ; y así se lo dejé por escrito, y
de los catecismos y oraciones que yo traía es-
critas y cada día hacía trasladar así en la len-
gua de Cocliinchina como en la española, dejé
seis de cada lengua y rogué al Gobernador hi-
ciese trasladar otros en aquella lengua de la
tierra, y le encargué el cuidado de los que qui-
siesen ser cristianos, y cómo los había de bap-
tizar. Pidióme le escribiese á la señora María, y
yo lo hice, y le pedí otros tres años más de go-
bierno para aquel buen Gobernador. Presentóme
á la partida doce cajas de conservas y mucho
azúcar y botijas de miel y panes de naranjas y
cidras ralladas y otras cosas de dulce, muchas
y buenas. Vendióse allí alguna ropa por man-
dado del rey, todo lo cual se hacía por escrito.
Como al medio día dispararon de las forta-
lezas y navios la salva ; salieron veinte y dos
navios y el nuestro, y comimos los padres y el
señor Don Antonio y Pedro de Lomelín con el
Gobernador, y hizo comiese su mujer y hijas,
que casi lo usaba él . como ci'istiano que era.
Embarcamos en comiendo en una barca grande,
ligera y chata de abajo, por ir más sin riesgo
tierra á tierra la armada. Tomó la mar y llegó á
otra ciudad, que se dice Ampelo, en cinco días.
y nosotros otro día después. Tomamos puerto
con mucha salva de los puertos y navios. El
Gobernador y General nos recibieron con mucha
alegría. Hízome en particular el General mucha
merced, y me decía muchas veces: No me agra-
dezca vuestra merced esto á mí, sino á la so-
ñora María, que me lo mandó hacer; sólo se me
ha de agradecer la voluntad con que lo hago,
y tenía razón, porque cierto era grandísima.
Sería esta ciudad de doce mil casas, muy larga
y angosta, y un gran cerro que tiene á las ori-
llas, y la muralla sube por el cerro arriba. Díjo-
7ne el clérigo viejo: Señor, esta ciudad parece á
la vuestra de Jaén, porque yo he estado en ella
á ver la Santa Faz, y se me representó á ésta,
aunque tiene más gente esta ciudad, ó como la
vuestra en tiempo de Nuestra Señora de agosto.
Fuimos á posar á palacio, que era en la misma
(') En la edición: sahiendo.
muralla junto á la mar, no muy galano, pero
tenía salas muy grandes y es muy fuerte, pues
dentro deste alcázar y castillo se aposentaban
todos los soldados de guarnición, infantes y
de á caballo; los docientos son de á caballo;
los cuatrocientos son soldados, y en el cas-
tillo do estaba otro alcázar había otros cuatro-
cientos, de suerte que todas aquellas ciudades
grandes tienen á mil hombres de presidio ordi-
nariamente. Ordenó el General allí que se' ade-
lantase el señor Don Antonionita con doce na-
vios y corriese la mar hasta cabo de Cecir, y si
tuviese alguna nueva avisase, y despachó por
tierra á todas las ciudades para que tuviese
guardados sus puertos y distritos con bajeles á
la mar, y á un General que estaba en la ciudad
de Champaa, que en tiempos pasados fue ciu-
dad real y es muy grande y tiene un puerto
famoso (que en su lugar diré della), para que
con su armada saliese cien leguas á la mar; y
porque era el virrey de allí hijo de otro rey, que
mató la señora María en la demanda del reino
(como queda dicho), no le quiso escribir, por-
que eran enemigos, y me hizo á mí que le es-
cribiese, cuyo tenor es éste:
Carta al General de Champaa.
«Ya sabrá Vuestra Alteza cómo Su Majes-
tad de la señora María ordenó y mandó por su
carta que todas estas costas estuviesen subordi-
nadas al excelente señor Don Gregorio Ando-
nonita, como General de todo este mar y super-
intendente de todos estos reinados. Escribe su
excelencia al señor General hermano de Vues-
tra Alteza; pidióme lo hiciese yo. A Vuestra
Alteza suplico se digne de haber por bien
todo lo que pide se cumpla, pues va endere-
zado al servicio de Sus Majestades, y porque
lleva visita general ordena que Vuestra Alteza
se venga á la ciudad de Abarella, á donde llega-
ría su excelencia por si acaso Vuestra Alteza
no gustare de verlo; en lo demás pasado se ha
cometido á persona que no ha de hacer más de
lo que Vuestra Alteza quisiere, y así no hay
para qué vacilar en desgracias y palabras pa-
sadas que la pesadumbre fija en el corazón hizo
hablar, pues la brevedad dirá lo demás; ceso. —
El padre Pedro.y>
CAPITULO XXI
De las cosas notables que pasaron en Ampelo y
cómo partimos y llegamos á Catam, y de las
cartas que escribió la señora priora y los pa-
dres, y sus respuestas.
Partió Don Antonionita con doce navios por
las costas, y como hay por allí muchas islas
pequeñas pasamos á vista de una isla grande.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
371
como la de á do partimos, y otras tres chicas,
cida una de un pueblo, y la grande de cuatro.
Quedaron en aquellos pueblos todos los navios
y áeí partió para allá. Cuando nos encontremos
oiremos por relación lo que le pasó. El gober-
nador de Ampelo está subordinado al de Siiioa,
como lo está Don Pablo y el de aquellas cuatro
islas, y otros dos que tiene y cinco corregi-
mientos. Este gobernador y el de aquellas cua-
tro islas eran hei'manos y sobrinos del virrey.
Hubo muchas quejas al General dellos, y por no
traer comisión particular no quiso conocer de
cosa. Pidióme que lo hiciese yo, y así me dio
entonces una carta de la señora María, que de-
cía así:
Carta de la señora María.
«Padre Pedro: En ese reino de que es super-
intendente el General mi tío hay muchas justi-
cias que de las guerras pasadas quedó rencor
entre ellos y nosotros; si hubiere quejas, conoz-
ca dellas vuestra merced, apacigüe, ponga, quite,
haga y deshaga como nuestra persona, que en
el tiempo de justicia, nulidades de los tueros
dése reino y de los demás requisitos dispensa-
mos; en lo demás de personas para proveer lleva
memorial de por sí, que lo verá y lo que vues-
tra merced proveyere, establecemos y manda-
mos.— La señora María."»
Cierto á mí me pesó, porque vide ocasión de
detenernos, y deseaba llegar á Goa para ver si
había de volver ó no. Publiqué visita contra
ellos. Recebí por memoriales quejas de ambos,
que fueron muchas; no consentí que se quitaran
las gorras de los cargos, porque en ellas se cono-
ce el gobernador y las demás justicias. Llamába-
los en secreto y con el pajecillo los persuadía
á la verdad, y sabía lo que querían y en qué
eran agraviados, y luego de los gobernadores
sabía la verdad, y los juntaba. Si tocaba en
dinero les hacía por bien que se lo volviesen,
como ellos me dijesen en secreto que los habían
llevado; y esto decía yo que lo daría, y en lo
qiie era honras hallé culpado en doncellas al
uno en más de treinta, que en secreto les hice
dar lo que por sus leyes se determina, según
los linajes, y no les condenaba en nada. A éste
apercebí para ir con tres navios hasta el puerto,
y le nombré por castellano de un castillo de
Pracel, en los bajíos, que era cargo de más
honra, y á do no había mujeres, y al compadre
del señor General por gobernador de allí. Parti-
mos de Ampelo, y á la costa hay seis islas, que
cada una no tiene más que un pueblo, y hay
otro corregidor en la mayor, que tiene dos, que
es la primera, aunque la postrera es tan grande
como la primera, que será cada una treinta
leguas de boj.
Cada noche tomíbamos tierra. Llegamos á
Catam, que es una ciudad de más de quince
mil casas. Hay gobernador sujeto á la de
Champaa y Abarella, que son las dos mayores
ciudades de este reino. Hízonos grande rec-
bimiento. Era enemigo del señor Don Gregorio
por las guerras pasadas. Yo los hice amigos y
publicó la visita contra él y contra el corregi-
dor de las seis islas, que era sujeto á éste, y
me detuve algunos días por sólo que los diera
libres, y por estar no muy bien recebido con la
gente trocó al otro gobernador de Ampe/O con
éste y les dio títulos por tres años, y al corre-
gidor lo hizo capitán, y á un capitán suyo le dio
este corregimiento, y lo hizo inmediato al
virrey con título de gobernador. El día de los
Santos y el de los Finados dijimos allí misa, y
en aquellos días despachamos al otro goberna-
dor y á los padres para la señora María, y res-
pondí á otras dos cartas suyas, y á las de los
padres Alfonso y Juan, que por ser las dos
casi una sólo pondré aquí una dellas con la res-
puesta. Respondí también á otra de la señora
priora, la cual pondré también aquí para que
se vea lo que obra el Señor en los corazones
buenos y que se quieren ayudar con los favores
de su divina gracia.
Carta de la señora María.
«Otras dos cartas tingo escritas á vuestra
merced, amado padre mío, y por ellas habrá
visto lo íntimo de mi corazón, en particular en
la segunda, que fue estampa de todo lo que
acá quedaba; y así fue de mi propia mano y
letra, que el cantor declararía cómo por una
carta le escribí, y así pedí por ella la respuesta
de la mano dése niño para poderla yo leer. Digo
por ésta que de cada día es tanta la ansia que
tengo de verlo que me hallo culpada y arre-
pentida de no haber atropellado estas malas
leyes de un tirano rey, que en esta tierra guar-
dan ciegos entendimientos, que como recebí el
santo baptismo sin aguardar Cortes ni años, y
salí con ello, pudiera salir con todo lo demás
que quisiera. Verdad es que no lo dejé por sus
leyes, sino por la del pundonor de no caer en
bocas del linaje común. Paso mil penas, que
con sólo ver á vuestra merced y comunicarlas
por el locutorio excusara; pues no puede ser,
abrevie vuestra merced á Goa, quizá se orde-
nará de suerte que torne y reciba consuelo espi-
ritual mi alma.
)>Padre mío, tristísima estoy por su ausencia,
necesidad tengo del socorro de vuestra merced,
encomiéndeme á Dios muy en particular, que
como estos padres son tan santos y en sus le-
tras tan doctos, tienen otro modo de lenguaje
por diferente estilo, en menos saber en las cosas
372
autobiografías y memorias
de acá, y más cerrados, que sólo con difinitiva
sentencia, sí, no, Y ya ve, padre mío, que para
una desconsolada, con falta de madre y de her-
mano, que anda tan engolfado que se le pasan
ocho días sin verme, aunque lo que yo ordeno
y mando todos lo cumplen, que con él y sin él
tiene mandado que se haga mi gusto, y yo pro-
A^eo en cosas aunque tenga mandadas otras,
porque así lo tiene ordenado. Con todo esto
había menester, como planta nueva, más rocío
y más consuelo. Monja soy y dello me precio;
en Jesús y María creo y protesto creer, y á
ellos como á mi Criador y su Madre adoro;
mas el demonio, como á mujer flaca, me trae
imaginaciones de la ley pasada, del reino, de
marido, que aquí tiene su batería; cuando
pienso hallar consuelo, hallo un solo sí ó no
tan seco, que cada día tengo á vuestra merced
delante de mis ojos. Acuerdóme cómo llevaba
mis enojos, cómo á mis pasiones les daba lar-
ga para más recogerlas, cómo le hallaba cada
día á mi temple y gusto, cómo me consolaba
con palabras tan fundadas en razón. Si me de-
terminaba en si, tan determinado con mi gusto;
si en no, tan resuelto en el mismo no; en su
fe tan firme, en la verdad tan A^erdadero, en los
engaños tan sin doble y en todo tan acertado,
y así lo hallo menos cada día más. Escriba
vuestra merced á estos señores padres alguna
cosa de consuelo para mí, y si allá hallare al-
guno que lo vea con su entendimiento más
semejante al mío, envíemelo, ó véngase vues-
tra merced, que ya no lo puedo sufrir; y si de-
terminare en venirse, á mi tío se le puede fiar
la honra y vida.
3)Las cosas de aumento van en tanta abun-
dancia que de seis días á esta parte ha habido
cuatrocientos cristianos, y de nuestro linaje dos,
y muy viejos, cinco del segundo linacje y diez
y ocho del tercero, que es para mí de mucho
consuelo.
»A el virrey mi tío, general desa mar, le di
recaudos para visitar los virreyes y demás jus-
ticias dése reino, porque mi hermano no quiere
mandar cosa en él; y di orden para que si los
enemigos qiie ahí tiene los viese disgustados,
vuestra merced conociese de todas las causas.
Por este capítulo de carta torno á decir que á
ios que se agraviaren haga vuestra merced ofi-
cio de visitador, que confianza tengo que de
sus manos todos saldrán amigos y gustaré mu-
cho dello; y que los pobres no sean demasiada-
mente vejados, que cada día vemos la razón que
hay de favorecerlos, pues somos hijos de un
padre y todos redimidos por la propia sangre
de Dios Jesús, el cual guarde á vuestra mer-
ced y me le deje ver; y crea que fuera más lar-
ga, sino que la pena no me deja. — La señora
María. Ji
Respuesta mía á la carta.
«Amada señora María, sierva de Nuestro Se-
ñor y querida de su amada Madre: Bien en-
tiendo yo y tengo por fe que el Señor dará
lugar al demonio de tentaciones, que aflija á
nuestra clemencia con ellas, porque sus amados
y escogidos, para más corona de gloria, como
los conoce, les da más tentaciones, como los
padres contarán á vuestra clemencia del glorio-
so San Pablo, Apóstol y Doctor de las gentes;
del santísimo Antonio, cuya vida fue una per-
petua lucha y una sangrienta batalla, aunque
espiritual, con los demonios, y otro número
infinito. Ya sabemos que el oro y plata, todas
las veces que llega á sus quilates, no es bas-
tante la hornilla ni el fuego á consumirlo. Dé
vuestra clemencia particulares gracias al Señor
que le dio talento para pasarlo todo. ¡Cuántas
veces, amada señora en Cristo, dije á vuestra
clemencia que la ley del Señor Jesús era en el
modo áspera, aunque ella de sí muy suave, y
que con trabajos se alcanzaba el descanso!
¡Cuántos veces prediqué á Jesús nuestro ver-
dadero Dios con tantos trabajos y persecucio-
nes, paciencia y sufrimiento, y todo para ense-
ñanza nuestra! ¡Cuántas veces dije lo que había
de pasar como al pie de la letra lo veo ahora
por cartas! Sí; entonces me decía vuestra cle-
mencia, sin ser cristiana, que era razón, y que
esto era lo bueno, y que si fuera cristiana lo
pasara y peleara para ganar la corona del mere-
cimiento. Lo que en esta pelea se gana no es
otra cosa sino al mismo Dios y la bienaventu-
ranza para siempre. Pida favor al mismo Dios,
que él se lo dará sin falta. Satisfecho quedo,
señora de mi alma, de que en viendo vuestra
clemencia esta mi carta ha de desechar todo
género de pesar y tornar con la fortaleza de ver-
dadera cristiana. Pluguiera á Dios pudiera estar
yo allá para en algo consolar á vuestra clemen-
cia ó ser consolado con su santa plática. Tor-
no á decir que haré todo lo que en mí fuere, y
que si hay posibilidad en tornar, tornaré sin
que haya falta. Dios, padre de misericordia,
señora mía, proveyó de que en el mar el Gene-
ral encontrase un cosario chino y le tomase tres
navios. Venían en ellos esos cuarenta y cinco
cristianos que van á ser hijos y á vivir debajo
el amparo de vuestra clemencia. Tres sacerdotes
hubo; los dos, por ser de mi propia nación, van
á besar las manos á vuestra clemencia y para
que los ocupe en esa viña del Señor; por obe-
decer lo que vuestra clemencia me manda, les
di título; podrá ser que alguno acierte á servir
á vuestra clemencia. JNuestro Señor sabe si qui-
siera yo poder enviar muy al justo y á contento
de vuestra clemencia, á quien Nuestro Señor
PEDKO ORDONEZ DE CEBALLOS
373
consuele con bienes espirituales y de' su divina
gracia. Capellán de vuestra clemencia, e/ par/ /-e
Pedro.:»
Carta de los padres Alfonso y Juan.
«La postrera deste viaje será esta, amado
padre Pedro, y con algún sentimiento de su
ausencia de vuestra merced y con tanto de ver
á Su Majestad apartado de nosotros, que no
nos ve, ni jamás ha llamado, ni ve á la se-
ñora María su hermana; y con esto está tan
triste y tan olvidada de si misma que para
hacerla salir de su aposento ha sido menester
rigor de obediencia, y algunos días para que
coma lo propio, que con su gran cristiandad
obedece, que si fuera monja de muchos años no
acudiera á las cosas con más celo; sólo en lo
que tiene diligencia es en las cosas del servicio
de Dios, y así hace lo que dice. A la oración
que hacen á media noche es la primera, y la
postrera que se va, y aun la que llama á las
otras. No falta jamás á las misas y á las horas
que nosotros decimos con los cantores. Acude
á su confesión y comunión de ocho días, ha-
ciendo que las demás acudan cada quince; y lo
que es la gran religiosa Polonia, íe ayuda y
sigue sus pisadas, y otras asimesmo. Aunque
es verdad que la señora María echa mucho de
menos á vuestra merced, por el locutorio, que
me lo ha dicho, y como yo, pobre de mí, soy
tan sin fruto y tan para poco, y mi compañero
tan corto de palabras, yo áspero en las mías y
él sin ningunas, colegimos algún desabrimiento
en su clemencia. Por la mesma candad, que es
Dios, le pedimos á vuestra merced que pro-
cure venir y que nos disculpe con ella. En lo
demás de por acá, por los cristianos que hizo
el padre Juan en esta semana se verá lo que
hay; en dos días baptizó más de cuatrocientos,
y es sin número los que vienen. Rogamos al
Señor que nos envíe obreros. Deseamos que
vuestra merced llegue á Malaca y nos envíe
alguno. Vuestra merced abrevie su viaje, aun-
que me parece que el deseo tan extraño que de
verlo en esta tierra tenemos nos hace sospechar
de que no lo tenemos de ver cumplido. Y si no
fuese, sírvase el Señor con todo, que quizá esa
paciencia para traer almas la guarda Nuestro
Señor para otras de menos saber que las desta
tierra. Su divina Majestad lo ordene para su
?,&xyic\o.~ El padre Alfonso. El padre Juan.»
Respuesta mía á la de los padres.
«Padres míos en el Señor: Con ésta tengo
recebidas tres de vuestras mercedes y con to-
das contento de su salud y del aumento de la
cristiandad, que bien veo el gran talento que
Nuestro Señor dio á vuestras mercedes para
eso. Aunque, como vuestra merced, padre mío
Alfonso, dice, tiene alguna aspereza de pala-
bras, y mi padre Juan tan pocas, que crean
vuestras mercedes es el descontento de Su
Majestad , la gran cristiana María, hay nece-
sidad muy precisa para que en particular la
consuele con pláticas divinas cada uno de vues-
tras mercedes y en cosa no se le contradiga,
sino decirle: Esto es lo derecho; en lo demás
lo que vuestra clemencia mandare, y alegrarse
con ella. Y si preguntare, satisfacerla con las
palabras que ella gustare, algo melosas. Y en
lo que fuere fuera de la fe, obedecerla y no
hacer cosa sino lo que ella ordenare y mandare.
Consideren vuestras mercedes, padres míos, lo
que va en ello, y que Nuestro Señor se servirá.
Allá van dos Doctores extremeños; el que
fuere apto será vicaiio dése convento; ténganlo
por bien vuestras mercedes y no haya discor-
dia. Porque en lo que en mí es, pues gusta su
clemencia, yo nombro y escojo al que su cle-
mencia mandare, según e'.la viere, y al otro por
vicario del pueblo, y nombro por prelado ma-
yor al padre Alfonso, y juntos ordenen lo que
más convenga y en todo no se haga cosa sin
expreso parecer de su clemencia. Un memorial
envío, como el que sabe el pecho de la señora
María; guárdese, pues convendrá para la quie-
tud y aumento de la cristiandad. Y crean
vuestras mercedes que si puedo volveré y si no
enviaré los más sacerdotes que pudiere, y siem-
pre avisaré. Nuestro Señor conserve á vues-
tras mercedes en su santa gracia. — El licencia-
do Pedro Ordóñez de Ceba I los.»
CAPÍTULO XXII
A do se prosigue la historia y se cuenta lo
demás que pasó en Catan, y de la nueva que
hubo del cosario china, y cómo salió en su
busca el General con los demás nainos.
Despachados los dos padres doctores para la
Corte, lo cual tuvo el señor General por muy
bien de que fuese su capellán el uno, porque
era hombre muy risueño y alegre, y considera-
mos que se había de holgar la señora priora,
fueron también los cristianos, y el gobernador
de las islas con todos y con dos navios. Despa-
ché cartas para otras personas, y grandes avi-
sos y memoriales que se habían de aprovechar
mucho. Partieron dos días después de nosotros
llegados allí; y como se dijo nos detuvimos en
las visitas y amistades de aquellos príncipes, y
todo se hizo bien, porque tenía grandes partes el
señor Don Gregorio. En aquellos días visité la
cárcel de aquella ciudad, como hacía en las de-
más; } visité los Cíjcluvds pura ver si había cris-
374
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
tianos, y no hallé ningunos, üua tarde, víspera
de Todos Santos, hubo nueva como una grande
armada andaba en la mar, de más de cuarenta
vasos, y que había cogido navios, y que en
diciendo de Cochiucliina los pasaban á cuchillo.
Entendióse sería el cosario que huyó, y encon-
trada su armada tornaba á la venganza. Aper-
cibióse toda la tierra y diosc aviso para que en
todos los puertos enviasen navios al cabo de
Pracel, á una isla do se habían de juntar para
lo que pudiese suceder. Salió el señor General
á priesa con doce navios y el mío, y yo me
quedé allí; y después de los Santos me embar-
qué en una barca de las llanas, y conmigo el
padre portugués, cura de Malaca. Pues fue así
que el navio que iba á la China aportó á la isla
al cabo de Pracel á do estaba el señor Don An-
tonio con sus navios, juntando más que cada
día llegaban para poder dar sobre el enemigo;
y según su gran pecho se entendió que quería
aquella empresa para sí solo, pues no daba aviso
á su padre y lo había dado á otras partes.
Juntó treinta y dos vasos y partió á postrero
de otubre en busca del enemigo, y tenia noticia
de que iba en su busca hacia la Ciudad Real,
y así, por haber pasado hacia arriba (que lla-
mamos por los menos grados), no se encontra-
ron; ni tampoco con el señor General, que iba
en demanda de la isla de Pracel. A tres de no-
viembre, llegando nosotros en la barca tierra á
tierra, á una isla muy fuerte que está allí, y otras
tres junto á ella más arriba, descubrimos aquella
tarde, á puesta de sol, muchas velas, y de presto
á remo y vela tomamos puerto. Como nos ano-
checió no se pudo ver si era nuestra armada ó
la contraria. Salimos otro día y- estando fuera
del puerto á muy poco camino nos hallamos
cercados de más de veinte barcas que nos co-
gieron y llevaron á un gran navio que estaba
cerca al abrigo de otra isla, y de allí descubri-
mos más de setenta velas, chicas y grandes.
Lleváronnos ante el cosario, que era un hom-
bre viejo de mala fisionomía. Preguntónos de
adonde éramos, y todos erramos en decir mal
del General, y que nos había tomado un navio;
que nos tornábamos á Malaca; que había salido
con trece navios en su busca, que decían que
traía treinta, y que su tiniente había partido
con otros doce. Di jome: Dile á éste que lo creo,
porque yo vi los doce y los tomara, sino que no
tenía junta un' armada; y así ahora antes que
se junten yo tomaré los trece. Dieron velas, y
aquel día á la tarde las descubrió y contaron, y
me llamó y abrazó y dijo que si iba allí mi
navio que me lo volvería; otro día barloventeó
aquella noche, y al amanecer nos hallamos des-
caídos con las aguas de tierra más de diez
leguas, y descubrimos á vista en aquellos mo-
gotes prolongados de Pracel los trece navios, y
ya eran veinte; de la gente de acá hubo grande
alegría por la mayor ganancia. Cerca de medio
día á una vista parecían más navios; á otra
vista, á la parte de Champaa, otras velas que
no se podían divisar. Salió nuestro galeoncillo,
que se señalaba entre todos por la diferencia de
la hechura. Dijele: Señor, aquel es mi navio,
¿quieres que le hable? Dijo que sí. Salí á la tolda
del castillo de proa y hice señas que llegase, y
Pedro de Lomelín me conoció, y así no disparó.
Di voces y dije: Señor capitán, ahora es tiempo
de vengarnos, y no ayudar á quien nos ha de
quitar la hacienda y nos tiene presos tantos
días há. Si hay algunos soldados de la tierra,
métalos en prisión, y ayudemos á quien nos
promete libertad y mercedes. Respondió: No
tengo más del piloto, y como están con miedo
me envió á reconocer si era la parte de la arma-
da que le falta, que debe de ser la que se ve
allá abajo á una vista. Acometa luego antes
que se junten. Holgóse tanto que luego nos
mandó echar en el navio, y doce soldados
suyos. Pidió más gente y trajeron otros veinte.
Todos decían: Ea, ánimo, que nosotros ayuda-
remos á do tenemos obligación. Y apartándo-
nos, porque venían ya los navios, pregunté si
había alguno cristiano de los treinta y dos, y
dijo un chino: Yo. Llámelo á la popa y púse-
uie á hablar con él, y pensé que á los demás
los prendiera Pedro de Lomelín. Repartiólos en
sus puestos, unos apartados de otros, y en un
proviso los echaron á la mar, de que me pesó
harto, porque yo me holgara mucho volvérselos,
Sólo quedó aquel cristiano y otro que se asió á
un cable y pidió misericordia. Yo salí y no con-
sentí le hicieran mal. Sería como las cuatro de
la tarde cuando comenzaron á cañonearse; nos-
otros nos apartamos y el chino dio sobre la
armada, que ganó el barlovento; y nuestro
General á hecho se lo dejó ganar porque la
armada suya se lo ganase; hasta que fue de
noche pelearon, que ya llegaban algunos de los
navios, y por ser ya tarde cada uno se apartó,
y al amanecer nos hallamos todos tan entreme-
tidos los unos con los otros que estábamos
nosotros á tiro de escopeta con un navio suyo.
Toca al arma con una presteza no imaginable,
echa garfios y ásese con nosotros; fue tanto el
ímpetu que yo oí decir al piloto nuestro que
era de la tierra: Rendidos somos. Gran ánimo
y coraje tomaron los españoles: ¡Santiago, cie-
rra España! que en media hora lo tenían ren-
dido y presa toda la gente. Llegaron tantos
navios, barcas y otros géneros de navios que el
pobre cosario en el aire iba ya á todas velas
huyendo, que aunque le siguieron y batallaron
todo aquel día no hicieron más de echarse dos
navios cada uno al otro á fondo, y cada uno
tomó su gente, que poca debió de peligrar. Y
PEPRÜ ORDONEZ DE CEBALLOS
375
no se tomó sino sólo el navio que nosotros
toiuamoR, y una barquilla, y ellos se llevaron
tres barquillas. Hacia la noche tornó en orden
y reconoció. Puso á tres lumbres en cada navio
y se apartó, y todos nosotros, si no lúe la capi-
tana, á una. Otro día al amanecer, siete de no-
viembre, tornaron á cañonearse. Si acometía
nuestra armada se apartaban ellos; si nos tor-
nábamos nos acometían. Era de ver, aunque no
se hizo cosa en aquel día y otro. El noveno día
apareció más flota y navios de oti'a hechura, y
fue que como aquel cosario china venía del mar
de Camboja y quedaba aliado con el General
para coger los navios que en el mar se hallasen
para robarlos, y en la guerra que se hacía y ha-
bía publicado contra el gran rey de Cochinchi-
na, y como enemigo de su rey de la China y
rebelado contra él, buscaba los enemigos de
quien se quería valer, y era contra los amigos
de su rey. Y como lo encontró el general Don
Gregorio Andonouita y le quitó tres navios,
quedó tan agraviado que juntó los que tenía y
avisó al General de Camboja, y este día se ha-
llaron juntos todos los navios, que debían de
ser suyos cuarenta grandes y treinta pequeños,
y del de Camboja doce muy grandes y treinta
un poco menores, y sesenta barcas, zabras, pira-
guas y otros géneros de navios de madera y de"
juncos, que contamos aquella mañana ciento y
stsenta vasos. Los nuestros eran hasta treinta
grandes y setenta medianos, y los pequeños re-
formó y dejó treinta, y los demás les mandó que
no peleasen, sino socorriesen á echar gente, y
envió los otros por gente, que de los que venían
cada momento estaban ya los navios llenos.
También reformó el contrario. Como á las diez
del día comenzó nuestro navio y el del portu-
gués que yo libré á disparar, y salieron otros
dos navios de los nuestros, que conoció el navio
portugués que eran de los seis de su camarada;
no nos tiramos, y así pasaron ellos hacia nues-
tra armada y nosotros hacia la suya. Salió
otro navio asimismo y pasó con los otros dos.
Fue cerrándose el armada suya para cogernos
en medio y nosotros nos salimos dándoles una
rociada, y entraron tras nosotros ocho navios
y como había querido hacer nuestro General lo
niesmo nos hallamos todos en medio de nues-
tros navios, ellos once y nosotros dos, que
tuvimos gran riesgo, porque, como puestos
entre \o< otros, todos nos tii-aban; nos mataron
un marinero de los nuestros y seis soldados de
la tierra. Tenia nuestro navio docientos y nos
aferramos con dos navios de los ocho y se peleó
más de dos horas, y los tres navios, como
habían pasado por junto al de los portugueses
amigos, les dijeron que mirasen á quién ayuda-
ban, que eran enemigos del rey de la China, y
asi se dejaron rendir luego. Aferraron á ios
otros seis navios, á cada uno el suyo; sería en
punto de medio día cuando llegó un navio de
los nuestros por el costado del contrario y le
abrió con unos artificios de unos espolones que
pone en proa de unas navajas de más de diez
brazas, y como le entró tanta agua y nosotros
estábamos aferrados y de los nuestros había
gente dentro, estuvimos muy á pique de perder-
nos, tanto que yo vide entrar agua por el bordo
de nuestro navio, y en el otro se ahogaron tn-s
de los nuestros y catorce de la tierra; y si Pedro
de Lomelíu no saltara en la gavia que estaba
cerca del agua, también se ahogar;!. Tuve nece-
sidad yo y también el otro padre portugués, y
el piloto nuestro, y otros dos, de tomar hachas
y romper un cable de seda que alquitranado
con aquel betún estaba tortísimo, y si no lo
rompiéramos iba á fondo el navio. Ya en este
tiempo estaban las dos flotas asidas con tanta
furia que era bravosidad verlas. Nuestra capi-
tana no se aferró jamás á ninguna, sino soco-
rriendo á todos los demás navios. E! almiranta
se aferró hasta que la socorrió con gente *'l
General y rindió al otro navio á más de las tres
de la tarde.
Fue tanto el coraje que tenían y loque en este
caso pasó, que había para hacer una gran his-
toria; entenderse ha con que pelearon hasta
que la noche vino, sin haberse declinado la vic-
toria en todo el día más á una parte que á otra.
Recogióse cada uno á su capitana y almiranta.
Recorrióse á todas partes para ver los navios
que faltaban y los muertos y heridos; faltaron
seis navios dé los grandes y medianos, y once
de los chiquillos. Murieron cuatro mil almas y
heridos casi otros tantos. Túvose consejo luego
y determinóse el General de partir su flota, la
mitad del cabo abajo y la mitad arriba, para
que no se les fuesen, que tuvo por cierta la Vi-
toria. Al tiempo que salían los navios, vimos
cómo los contrarios se iban ya todos arriba ha-
cia el cabo de Cicir, porque habiendo hecho las
mismas diligencias hallaron que les faltaban
veintitrés navios grandes y ochenta y dos des-
otros y muertos tuvieron más de nueve mil, y
heridos nos certificaron que fueron muchos; el
cosario quedó muerto y el almirante de Cam-
boja, y el General estuvo mal herido. De suerte
que aquella noche cogieron otros once vasos, y
á la mañana hallamos entre nosotros otros
quince, que diciendo que eran cochinchinos se
habían quedado, y otros que no podían cami-
nar estaban aún á vista. Seguímoslos todo
aquel día y no se pudo coger otro vaso ningu-
no. Caminamos aquella noche la vuelta de la
Avarella, por estar enfrente, y al amanecer des-
cubrimos la ciudad puesta en arma. Diouie
gran contento ver aquellas murallas, por ser
hermosísimas. Recibiéronnos con tanta artille-
.376
autobiografías y memorias
ría y cou tan gran rumor, que cosa no se pare-
cía. Había enviado el General tres veces á visi-
tarme j darme el pe'same de que me hubiese
hallado en aquella refriega, y yo á su excelen-
cia de la gran vitoria le envié el parabién.
Tomamos puerto. Estuvimos allí algunos días,
donde curaron muchos que estaban heridos.
CAPITULO XXIII
Del gran recebimiento y fiestas que se hicieron
en la ciudad Real de Champaa, y de lo demás
que nos sucedió en ella.
Después que estuvimos algunos días en la
ciudad de Avarella partimos á nueve de diciem-
bre de 1591 á la gran Champaa, ciudad Real, á
do llegamos en tres días, porque nos fuimos de-
teniendo en otras cuatro islas, publicando la vi-
sita. Llegamos allá y estaba toda la playa llena
de soldados, y hubo todo aquel día tanta arti-
llería que parecía hundirse la ciudad. Ordenó
el virrey que hubiese tres recebimientos, y así
vino la justicia y cabildo; debajo de su palio re-
cibió al virrey, callando todos, y le llevaron á
un templo que en todo el camino que habíamos
andado no había visto otro. Era lindísimo en
razón del edificio, y muy compuesto de labores
y ornamentos. Había en el altar tres bultos, que
á su tiempo hablaré dellos. Después de hecha
oración salió el virrey sin palio y recibió al Ge-
neral con gran soldadesca, pifaros, atambores
y otros instrumentos bélicos, y fue en medio el
señor Don Gregorio, el virrey al lado derecho,
y el señor Don Antonio al otro; hasta que lle-
garon á la puerta del templo no cesó el artille-
ría. Habíanme preguntado aquellos príncipes
cristianos lo que habían de hacer; yo dije que
esperar más allá de la puerta del templo, sin
hacerle acatamiento, á que los gentiles se fue-
sen á su endemoniada oración y de allí irse á su
posada, y así lo hizo el señor General y los de-
más cristianos. Todo esto fue por la mañana, y
comieron juntos. A la tarde, como á las tres,
dispararon dos piezas y vi venir una procesión.
Venían en ella catorce bonzos delante de todos,
vestidos de colorado, y en las cabezas dos ó tres
piezas de tocas, hecho tocado á modo de arme-
nios, sin bonetes, y todas las vestiduras largas y
redondas. Venía luego otro género de bonzos
frailes, que tenían dos vestidos, unos de negro
con tocas blancas al mesmo modo y otros de
blanco con tocas negras. A los negros llamaban
monjes del dios rey y á los blancos monjes de
la señora reina. Venían en pos destos otros ca-
torce con la vestidura morada y con colas, y lue-
go otros catorce con la vestidura blanca y más
colas; el tocado era todo uno, y detrás venía un
bonzo viejo, una barba blanca como una nieve,
vestido de negro al uso de los alfaquíes moros,
y encima una vestidura blanca que era como la
capa, que la alzaba en los hombros en ambas par-
tes, y la capa corta de encima, á modo de cape-
llar, era colorada, morada, negra y blanca. La
guarnición de abajo era de colorado y amarillo,
blanco y negro, que salía mucho, y ocho cordones
gruesos con sus borlas á trechos pequeñas de las
propias colores que la guarnición; la capa blan-
ca tenía una gran falda, que la traían tres, ves-
tidos como los primeros. Venían á sus lados dos
mancebos de moi'ado, cada uno con un ídolo en
las manos en un paño; el un ídolo era de mujer,
el otro de hombre, con sus coronas y cetros,
como de un palmo en largo. Así como los vide
envié á decir con el pajecillo al señor Don Gre-
gorio que mirase que yo era cristiano y que no
era buen recebimiento aquél. Envióme un re-
caudo junto con el virrey, que así se había orde-
nado para que viesen los de la tierra la honra
que se hacía á un bonzo cristiano; que ellos es-
peraban en el templo y que mirase convenía
entrar así. Callé y salí del na"\ao con mi man-
teo, sotana y bonete, y fui hasta donde estaba
el bonzo mayor, pasando por medio, y todos se
humillaron hasta el suelo, y yo bajaba la cabeza.
Iba solo cen el pajecillo. Llegué á do estaba el
papa suyo, que así respetaban á aquella bestia
(que por ser un viejo de poco entendimiento lo
llamo así). Cuando llegué á él me paré y dijo:
Dile que haga humillación á los dioses y que le
hablaré. Respondí: Dile que yo no hago humi-
llación á dioses mentirosos, porque yo soy cris-
tiano y conozco al verdadero Dios. Entonces
bajó la gorra que traía, que ora como la del vi-
rrey, de tres picos, sino que era negra; yo le
quité el bonete y le hice el propio acatamiento
que él me hizo. Porfió de llevarme al lado dere-
cho (que en esto de honras miran mucho entre
ellos); yo no quise ni ir en la procesión sino
detrás desviado un buen rato. En todas las ca-
lles no parecía criatura viviente, sino en las
puertas y ventanas de las casas. Llegamos al
templo, que era de ver, porque tenía nueve na-
ves grandísimas. Era muy alto, grande y de
hermosísimas pinturas. En todo él no habla más
que el altar mayor. Entraron todos y yo rae
quedé á la puerta. Enviáronme por tres veces á
decir el General y el virrey que entrara. Yo dije
que no entraba en templo á do no había de ha-
cer oración. Vino el propio General y virrey y
me dijeron que no la hiciese, sino que viese lo
que se hacía. Entonces entré y les vide hacer sus
ceremonias, que son muchas, y con grande aca-
tamiento. Estaban en el altartres ídolos, los dos
de un tamaño, y el de en medio mayor, un tron-
co con cabeza sin figura muy vestido, que sig-
nificaba al dios no conocido. Acabadas sus su-
persticiones pregunté por aquellos dioses. Dijo-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
377
me el viejo (que debía de saber más de curar sus
cabellos que de lo que trataba) que aquel de
en medio era el dios no conocido, principio de
todos los demás principios, y aquel del lado de-
recho era el dios rey, dador de leyes, libertador
de su patria, arancel de los vivientes, y la otra,
que era de mujer, era la señora reina gran dios,
reformadora de leyes y dadora de otras mejores,
gran justiciera y la que por el dios rey estaba
profetizada para juntar los reinos y alumbrará
los perdidos. Pregunté si era la señora María.
Dijo que sí, y con grande acatamiento le hacía
reverencia. Tórneme á aquellos señores virrey y
visitador, y dije: Señores, veis aquí por qué no
quisiera yo haber entrado acá; mas yo traigo
orden para hacer lo que ahora veréis; tenedlo
por bien, porque es mandato y gusto de la se-
ñora María. Y dije: Dile que si ella ha manda-
do por expresa ley que no la tengan por dios
que ¿cómo se han atrevido, siendo ella viva, á
hacer una cosa tan mala? Respondió que tam-
bién el dios rey lo había mandado, y que aque-
llo era manifestar más su gloria. Dije pues: No
se alborote ninguno, que yo protesto que lo que
hago no es por deshonrar y improperar á nadie,
sino por honrar á la señora María, y digo que
ella mo lo ha mandado. Y tomé el bultillo y di
con él en un canto del altar y lo hice pedazos,
y al otro que llevaban en la mano, que era más
chico, y los mandé coger y dije: Escribe esto á
Su Majestad de la señora reina, y que le tengo
de enviar estos palos para que los queme. La
honra, dije, se debe á Dios solamente, y no á
las criaturas. Fue cosa de ver un murmurio
que se levantó en la iglesia de todos aquellos
bonzos, quedarse descoloridos y mirarse unos
á otros.
Fue Nuestro Señor servido de cerrar las bo-
cas para que ninguno supiese responder, ni
virrey ni visitador. Sólo el pajecillo se llegó á
mí y me dijo: Señor, mira no enojes á la señora
María, pues te quiere tanto y es cristiana. Dí-
jele: Hijo, por saber yo su pecho y tenérmelo
mandado lo hago, y sólo porque sé que es cris-
tiana. Aunque no lo supiera lo hiciera, porque
los cristianos se precian de honrar á solo Dios
y á sus imágenes ; y cuando la señora María
pase desta vida y sea santa, entonces le honra-
remos su imagen, como lo hacemos á lo demás
santos y santas. Cogió el pajecillo los pedazos
del palo en su capote (que andaba vestido á
nuestro uso), y como nadie se meneaba ni ha-
blaba, torné á mirar al señor General. Llegán-
dose á mí me dijo: Dios ha querido que no hu-
biese gente en el templo, que si la hubiera,
fuera de los bonzos, nadie te pudiera librar de
la muerte. Yo le respondí: Por eso el Señor lo
ordena con su sabiduría; y si yo muriera por
volver por su honra, ¿qué mayor bien? No lo
merezco yo, pecador; ese es bien que Dios guar-
da para los muy escogidos, y por eso su divina
Majestad me lo desvía. Dijo entonces él: Seño-
res, pues es mandato de Su Majestad, ¿qué hay
que hacer sino obedecer? Ella es cristiana y no
ha de querer más de aquello que Dios manda;
y así tengo pai'a mí que lo debió de mandar.
Dijo el virrey: ¿Pues quién duda eso es así y
por su mandado lo consentimos? ¿Así lo man-
dó? Dije: Sí, y muy expresamente. Dijo: Pues,
ea, no se hable más en ello. Dijo entonces el
papa viejo: Prendan á éste hasta que venga su
carta y se vea lo que manda, porque si yo pu-
diera con los pedazos de las imágenes enviara
los polvos deste demonio. Díjomelo el pajecillo,
y respondí: Dile á este bonzo que cuando vea
la carta de Su Majestad, entonces verá que no
soy demonio sino cristiano, y que el que es
demonio es él, que en obras lo imita; que si
sabe quién es Dios. Atajónos el virrey, porque
le habían entrado dos veces á decir que habían
llegado dos correos con cai'tas, y así se quedó
para otro día. Saliéronse todos los bonzos en
procesión y llevaron al viejo á su casa, que era
pegada al templo, muy grande y por extremo
galana. Todos se fueron; sólo quedé yo y el pa-
jecillo, y con un criado del señor Don Antonio,
que era también cristiano, me fui donde me te-
nían ordenado, que siempre era en el aduana.
Envióme á decir el señor General que había
nueva que la armada de Camboja esperaba en
el Cabo y juntaban navios. Aquella noche me .
envió también dos pliegos de cartas de la se-
ñora doña María, que fue para mí de tanto con-
tento que Pedro de Lomelín y los demás me
decían que las leyese y entonces verían si traían
contento. Dije: Yo estoy satisfecho de la dis-
creción desta reina, como persona que sabe su
corazón, y sé que todo lo que yo sospecho viene
en ellas. Recogíme y las leí; á su tiempo pon-
dré alguna dellas.
Otro día antes que me levantara vino el viejo
papa con más de sesenta que lo acompañaban;
y era cosa de notar que cuando salía, por todas
las calles que iba (que ya lo sabían) no parecía
gente. Aguardó en una sala del despacho y me
levanté apriesa. Tuvimos nuestros comedimien-
tos y luego nuevas cómo venían el señor Gene-
ral y virrey y el señor Don Antonio. Yo quería
salir fuera, y el viejo dijo que no, que ellos nos
saldrían á recebir y nosotros á ellos no. Con
todo eso me levanté y les hice acatamiento, y
él no lo hizo ni ellos á él. Sentáronse y pre-
guntaron lo ordinario, y si habían sido de gusto
las cartas, y otras cosas. Y luego hablaron al
viejo y hicieron sus ceremonias acostumbradas.
Tenía yo una silla al lado del viejo, y tiré y la
aparté, porque estaba á un lado en medio dellos
y del viejo mirando á todos. Dijo el viejo: Dile
878
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
si hace cabecera como presidente o por qué se
apartó. Dije que yo era extranjero en aquellos
reinos, y que así no estaba con los unos ni con
los otros, y que me puse enfrente del para pre-
guntarle y responder y tener aquellos señores
para que oyesen; y que yo era cristiano y muy
humilde ; que si alguna vez había hecho algo
era por la señora María, y por que entendiesen
sus mandatos, y no por mí, aunque la dignidad
de sacerdote de mi ley era digna de respeto.
Alargó entonces la mano y dijo : Toma esa
carta que vino con las mías, y te pido para que
se sosiegue mi corazón me la leas, porque de lo
que hiciste ayer estoy afrentado y triste. Díjele:
Señor, no lo esté Vuestra Alteza (que así le
llamaban, porque era hermano del padre del
virrey de Champaa), que yo no lo hice sino por
volver por la honra de Dios. Y ahora digo que
la señora María, aunque no me lo hubiera man-
dado, gustaría dello; y pues escribió también á
Vuestra Alteza, sírvase de dignarse se me lea
la cai'ta. Diola al pajecillo, el cual leyó un capítu-
lo della, que vuelto en nuestro vulgar decía así:
a Amado tío: Por otras tengo dado cuenta de
la merced que la Virgen María, madre de mi
Señor Dios Jesucristo, hijo del Eterno Padre,
me hace con su favor para con su precioso Hijo,
por ser su madre en cuanto hombre y su divina
Majestad Dios. Ahora digo de nuevo que estoy
con buena salud y contenta, aunque deseosa de
saber de mi padre Pedro, sacerdote del verda-
dero Dios y á quien debo su verdadero cono-
cimiento. Si hubiere pasado su viaje, contenta
estaré de lo que con él se hubiese hecho; si no
hubiere llegado ó estuviere ahí, de lo que con él
se hiciere, y más si, alumbrados con su predica-
ción, los de mi sangre me siguieren y animasen
á los demás sus inferiores con su buen ejemplo.
Si ese ejemplo fuese de sacerdotes cristianos,
cómo les mejoraría las rentas, cómo mi alma los
querría, sábelo Dios».
Leída esta cláusula de su carta hice también
que le leyesen otra de la mía, que decía así:
«•|* Amado padre Pedro: El gran bonzo de mi
ciudad Real es mi tío; es el mayor en dignidad
de nuestros reinos, igual á nosotros y el que
todos respetan; sólo le falta el ser cristiano. ¡Qué
contento sería para mí si lo fuese, y mi amado
primo! A todos escribo. Sé que en honra, ya que
me es vedado la hacienda, que tan justamente
se le debe á vuestra merced, que no le puedo
dar; sea en lo que puedo (que es en honra) el
primero. No quito lo que en su ley es del gran
bonzo, sino lo que en la nuestra se le debe á
vuestra merced, y en secreto digo por otras lo
demás».
Así como se le leyó esta cláusula dijo el
viejo: Muy bueno es que Su Majestad nos
quiera dar á entender su yerro, y que siendo
ley del dios rey que si había de recebir mejor
ley fuese con tres Cortes, y la mía con cuatro,
que ahora de improviso, como si todos fuéra-
mos mujeres y de poco entender, la tomáse-
mos. No apruebo ni repruebo lo que Su Ma-
jestad ha hecho; pero loque nosotros habernos
de hacer será con maduro consejo, porque
dice (*) el dios rey que si otra ley mejor se haya
de recebir, sea á tanto tiempo. Y bien mirado
(dije yo) verán claro que dice haber otra mejor
ley, y digo que es decir que si vieren que la Iiay
que la reciban. Señalar las Cortes y tiempo es
dar á entender que adviertan en lo que se reci-
be, y no se ha de entender todo aquel tiempo
de quince ó veinte años, porque se podrían
morir con conocimiento de mejor ley y no re-
cibiéndola condenarse. Tiempo de cien años es
hasta que yo conozca maduramente y con ra-
zón y verdadero conocimiento lo mejor, aunque
sea en un mes y en menos. Aquí en esta tierra
¿cuál es el primer Dios? Dijo: El no conocido.
Pues, dije yo, y si ahora ese mismo Dios diese
conocimiento de sí ¿era bueno estar otros quince
años sin quererlo conocer? Dijo el viejo: No.
Pues ese mesmo Dios conozco yo, y á ese, ya
por mí conocido, adoro y creo; á ese predico,
que es Dios Padre. Ese es el que la señora
María ha acabado de conocer, y creyó, y no es
otro; y como no le conocen aquí, cosa clara es
que no sabrán lo que él manda. Pues primero
se ha de conocer que se obedezca lo que manda,
y así vais errados en conocimiento y en man-
damientos. Dijo: Pues ¿cómo se conoce, si es
no conocido, y se sabe lo que manda? Dije: Por-
que su divina Majestad siempre ha sido cono-
cido desde la creación del mundo. Comencé
con esta plática de corrida. Dije de profecías y
de su Hijo, y del Espíritu Santo; sus catorce
artículos, sus diez mandamientos. Traté de las
leyes de la Naturaleza, de Escritura y de Gra-
cia, y tratamos otras cosas graves de nuestra
santa fe por las cuales di á entender la verdad
y ser verdadero Dios el Salvador Jesucristo.
Visto el virrey que el papa, ó lo que era, suyo,
preguntaba y no respondía ni argüía, dijo:
¿Qué os parece desto? Respondió: Dícelo con
tantas razones que no sé qué le responder; y
como nosotros no conocemos al Dios verdade-
ro y él dice que le conoce, y él mesmo y da
tantas escrituras y lugares á do se ha descu-
bierto, puede ser que su divina Majestad fuese
servido de descubrirse primero á ellos que á
nosotros. En estando yo enterado de cosas
responderé, que ahora dificultosas me parecen.
Dijo el virrey: Pues á mí me ha dado un ardor
en el corazón que me abraso por ser cristiano;
y si me quisiese luego baptizar, estoy aquí de
('/ En la edición: decir.
PEDRO ORDOÑEZ DE CK BAL LOS
879
corazúu pitUéudolo. Díjele: ¿Vuestra Alteza
quiere ser cristiano? Dijo: Sí. Y si acaso no lo
fuese, ¿á do iría? Dijo: Por las razones que lu;
oído, al infierno. Y si recibiese el santo Baptis-
uio y no pecase más, y si pecase y hiciese peni-
tencia y confesase ¿á do iría? Dijo: En razón,
al cielo. Pues los días que yo estuviere aquí
enteraré á Vuestra Alteza las oraciones y le
instituiré en la fe y le daré el baptismo. Dijo:
liuego lo lie de recebir, que después á mi pun-
donor le está bien saber la fe que he tomado.
Pasaron otras cosas, y en resolución, como lo
vide tan constante y que los príncipes cristia-
nos me lo pedían con tanta instancia, y el mes-
mo bonzo dijo: ¿En qué reparas? dale ese bap-
tismo. [Dije]: Dame un jarro de agua; y le
hice muchas preguntas. Y cierto era de ver un
príncipe tan grande, hijo de un rey, hincado de
rodillas, descubierto, besándome las manos, pi-
diéndome el santo Baptismo. Díselo, siendo
compadre el señor General, y así quiso llamarse
de su nombre. Comimos aquel día todos juntos
y después de comer les conté la vida del glo-
rioso San Gregorio, porque me lo pidieron en-
carecidamente; y se contentaron tanto della
que dijo el virrey que le prometía de hacer
casa y dar renta. Pidióme el virrey que le le-
yese alguna de las cartas de su reina, que se
holgarían, y todos hicieron lo mismo, si no fue
el gran bonzo; y como lo relmsaba, dijo: Pues
hágalo vuestra merced por mí. Y de cinco que
tenía tomé la que me pareció más conveniente,
que dice así:
Carta de la señora doña María,
«Amado padre en Nuestro Señor Jesucristo:
La primera de vuestra merced recebí, y mi
alma el contento espiritual que su Divina Ma-
jestad sabe, y tanto gusto con sus regaladas
razones, cual el Señor le aumente su divina
gracia. Fue de tanto contento y alegría para
mí el haber recebido el santo baptismo mi que-
rido tío y primo, cual de nuevo debo agradeci-
miento á vuestra merced; les escribo y se lo
alabo como es razón, y mientras yo viviere les
tendré por padre y hermano muy queridos, y en
el aumento de sus estados y señoríos pondré
la fuerza que tuviere. Y afí, para que vuestra
merced en secreto gane el primer parabién, le (')
dirá á mi primo Don Antonio que la jurisdición
de sus seis villas ya está por él, y en llegando
le dará el rey mi hermano la presea que vues-
tra merced me pidió para Su Alteza, que por
decirme vuestra merced que era secreto no de-
claro. A mi tío Don Gregorio se le dio el pri-
mer cargo destos reinos, visitador general y
{^) En la edición: lu.
AUTOBIOGRAFÍAS V MEMOIUAS. — 35
superintendente de todos los virreyes, con la
renta de presidente, porque el querido de mi
hermano falleció. Tres cargos se han dado á
capitanes cristianos, como por los recaudos verá
vuestra merced que van con ésta, que vuestra
merced dará de su mano. A mi tío el gran
lioiizo se ha proveído en su mesma dignidad, y
que pase á la ciudad suprema, y el de allí queda
preso por consorte del presidente. También le
dará estas nuevas, que aunque le escribo no se
lo digo, porque todo lo bueno salga de su boca
de vuestra merced. No tengo que encomendar
el advertir á todos su perdición, y que sean
cristianos, pues ese es oficio tan digno de vues-
tra merced y que tanto vuestra merced lo de-
sea, más de que me holgaría que Nuestro
Señor obrase sus misericordias. Llegaron los
padres; holguéme por extremo, y más con este
viejo; por ser tan recién llegados no digo nada
dellos. Mis padres Alfonso y Juan son siervos
de Nuestro Señor; ya me hago á la aspereza
del uno, pues veo que es en Dios y se ha en -
mendado mucho, y á la simpleza del otro, que
es muy bueno. Las cosas de la fe van en gran
aumento, y de edificios lo propio. De todo
enviaré memoria en otra carta.
»Amado padre, el deseo que tengo de veros
no tengo razones para escribíroslo. Olvida vues-
tra tierra, que ésta lo será en honra y hacienda,
de que doy mi palabra Real. El rey mi hermano
os escribe, y os enviará libranzas de dineros en
nombre de los vuestros. Diciéndoles á estos
padres lo que os quería enviar, me han aconse-
jado que no lo haga, sino que os lo guarde,
porque no sea parte para no volver, aunque no
tengo yo tal confianza. Escribidme largo de
todo lo que pasai'e allá, y en lo que fuere me-
r.ester tener condición áspera, téngala vuestra
merced, padre mío, que acá le alabamos esas
buenas entrañas, y para esos gentiles es menes-
ter alguna vez aspereza para más misericordia.
No me alargo á más, porque tengo otras mu-
chas que escribir. Sólo concluyo con que Dios
sea servido de que yo vea á vuestra merced.»
Holgáronse aquellos príncipes de verla carta,
y dijo el virrey y Don Gregorio: ¿De qué nos
espantábamos que dijese y hiciese vuestra mer-
ced, si la señora María lo mandaba? Yo me
conozco por soberbio y, como Su Majestad
dice, gentil hasta ahora. De aquí adelante será
diferente, y la amistad entre nosotros será tan
fija cuanto de mi parte se verá, y así lo juro
como cristiano. El General se levantó y lo
abrazó, y el señor Don Antonio, y quedó la
amistad muy asentada con juramento, y se
hicieron muchos comedimientos; los cuales he-
chos, con grande encarecimiento me pidieron
les leyese también la carta del rey, y por com-
placerles lo hice, que es ésta:
380
Autobiografías y memorias
Carta del rey.
«La señora María, cristiana, mi querida her-
mana, señora de todos mis reinos y señoríos,
me ha pedido, padre Pedro, que escriba á vues-
tra merced, y así, condescendiendo con su
gusto, digo que lo es mío de que vuestra mer-
ced torne á estos reinos pasado año y medio, y
estará en ese reino el un año, á do hará fruto
en su ley, pues tan celoso es della, y yo me hol-
garé y será servida la gran señora María, Ma-
dre de Jesucristo, á quien yo quiero tanto y es
mi abogada. En esa tierra y en todos mis reinos
es obedecida mi señora y amada hermana; ella
dispensa lo que gusta con vuestra merced, y
así yo no mando á do ella está, sino que la
obedezco. Y pues yo me precio desto, quiero
que todos lo hagan, y así, guardando su orden,
se guarda la mía.
iEl General desa mar, y mi primo su hijo,
son hechuras suyas por vuestra merced. Yo sé
que son leales vasallos, y creo todo lo que el
padre Pedro por las suyas me ha escrito; sólo
advierto que el estudio de la señora mi her-
ma y crianza de tantos años está en mi alma
de tanto asiento cual se verá, que es saber cas-
tigar lo malo y premiar lo bueno. Por ser nue-
vas de placer, digo, padre Pedro, que ya cami-
na mi amada mujer y llegará presto á ver á
quien tanto la desea. Encomiende vuestra mer-
ced nuestra salud á su Dios, y avíseme por su
letra de la suya de vuestra merced y de lo demás
digno de avisar. Jesús le guarde, pues sé que
se contenta más que si dijera mis dioses.»
Otros capítulos no les leí desta carta, que no
importan, ni tampoco aquí ponerlos. En suma,
me mandaba en ellos que en secreto le avisase
de todo lo que entre ellos pasase y otras cosas.
Rogáronme les dijese, pues todos estaban ya
tan unos, ¿qué había yo pedido para el señor
Don Antonio? Dije que el virreinado de aquella
su ciudad de Guanci, á do estaba la señora
María, pues era allí el principio de la cristian-
dad de aquel reino, y él había de ser protector
della, y que ya se le había concedido; y se hol-
garon tanto que se levantaron y me besaron la
mano; y dije al virrey de allí: Y si Vuestra
Alteza gustare de serlo de su ciudad, también
me obligo de que se le dé. Dijo: Es ley del dios
rey que en tres decendientes no puede ser eso;
buena ciudad es ésta, pues se me ha prometido
tres años por el señor visitador. Dije: Eso será
sin falta, porque Vuestra Alteza lo merece, y la
señora María dará otros seis, cuando no fuese
más de porque Vuestra Alteza ha conocido la
ley del verdadero Dios, y yo en su nombre lo
prometo. Hiciéronse de nuevo ofrecimientos
muy grandes, y dije que pues todo se había de
decir, que yo no les quería encubrir cosa, que la
señora doña Gregoria y demás eran cristianas
con los nombres que Su Alteza del señor Don
Antonio les había escrito, y lo propio el señor
Don Antonio su hermano; y que la señora
María había pedido que nadie lo escribiese,
porque sabía que en dar nuevas de alegría lo
era para mí de tanto contento. El buen viejo
General se tornaba loco de contento. Sólo á todo
esto el que más callaba era el gran bonzo.
Dímosle todos el parabién y nos dijo que le
pesaba porque mejor se hallaría allí con su
sobrino á trueco de cien mil ducados menos, y
no donde estaba el rey, que al fin es señor; y
aunque es orden que no ha de visitar á nadie,
más quería ser segundo en Charapaa que octavo
en Hilan. Todos le animamos, y así se consoló.
Dijo el sobrino: Señor tío, mire Vuestra San-
tidad que para el bien de los suyos está allí
bien. Acuérdese que por no tener en corte quien
responda habernos perdido mucho. Estuvimos
allí hablando hasta tarde. Cuando nos aparta-
mos me daba cada uno las gracias de por sí de
nuevo, y decía se holgara de servirme con dine-
ros, sino que se lo prohibían, y así el señor
General me enseñó la carta de la señora María
y me leyó un capítulo que decía así:
«fLas leyes tan malas de nuestros pasados
prohiben de que no se les dé dineros á los des-
terrados por crimen lesee maiestatis\ y así no es
por estas leyes lo que con tanta crueldad se usa
con el padre Pedro, á quien todos debemos
tanto y más mi tío y primo, como él allá dirá,
sino por otra ley de consejo que habemos mi-
rado y considerado en secreto, que si lleva mu-
cha cantidad de dinero no volverá, y si acá le
quedan como en depósito volverá, y así de al-
bricia ni de presente no se le dé nada, más de
comida y avío y guarda de su persona y lo ne-
cesario á BU salud, que lo estimaré yo. Y así lo
mando, y que siempre se haga lo que él orde-
nare, quisiere, proveyere, quitare y demás como
su gusto fuere, que en todo lleva el mío».
A Don Antonio escribió el padre Alfonso, y
dice en un capítulo:
«Su Majestad me mandó escribiese á Vues-
tra Alteza por mano de su criado, y dijese en
secreto cómo todos deseamos acá la vuelta de
nuestro amado padre Pedro, y que no se le dé
dineros, porque si tuviere mucho quizá le dará
gana del Pirú, á do se ha criado, ó de irse á su
patria, á do nació, y se holgara se le hagan pro-
metimientos para la vuelta. Y esto crea Vues-
tra Alteza que es por bien, que si la señora
María entendiera que no había de volver, diera
orden como premiarlo, y que se holgara hacerlo
el primero de su tierra».
El virrey me dijo que aquella noche había de
hacer con la señora su mujer y hijos que fuesen
todos cristianos, y que entendía lo serían, y así
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
381
paso, pues otro día por la mañana dije misa en
un lugar que diputamos para ello, y quedó
después cerrado para solo aquel efeto. Díjola
también el cura de Malaca. Vino la señora
virreina y se halló fuera. Los cristianos las oye-
ron . Después tuve una gran plática con Su
Alteza y con sus hijos y hijas; y por no dete-
nerme digo que los bapticé y llamóse Gregoria,
y á tres hijas puse los nombres de las del Gene-
ral: Micaela, Gabriela y Rafaela, y á otra Polo-
nia, y á otra María; á tres hijos, al mayor llamé
Gregorio, á los dos Antonio y Antón. Bapticé
tres hijos del gran bonzo y quisieron los nom-
bres de los ángeles. Comimos aquel día todos
juntos, y el gran bonzo; sobre mesa se me pi-
dió dijese las vidas de los santos Antonio y
y Antón. Fuilas diciendo, de que se admiraron.
Hubo después dos representaciones á su modo
y en su lengua, que fueron de la libertad de la
China y de las leyes de su rey dios, que aun-
que no las entendíamos, por los personajes y
y cosas que decían y hacían casi se dejaban en-
tender. El pajecillo me iba diciendo algo dello.
La Pascua de Navidad hubo grandísimas fies-
tas, y bapticé aquel día siete personas, y casi
todas graves. El día de San Esteban bapticé
del común trece, y tenía más de docientos oyen-
do el catecismo, que había noche que nos íba-
mos á dormir fil otro padre y yo pasada la me-
dia noche. Teníamos á los que sabían enseñando
á los otros. Era cosa de ver un tan gran prín-
cipe como Don Gregorio Antononita enseñar
las oraciones á sus ahijados y á otros muchos,
y lo mismo hacían aquellos capitanes. Desde
que entré allí hasta el día de año nuevo tenía
baptizados casi trecientos.
Ordenábase nuestra partida, porque después
que vinieron las nuevas del armada de Camboja
había salido Don Antonio y había corrido toda
aquella costa y no había hallado cosa ; llegó
hasta el cabo de Cecir y á la isla de Calamia-
nes, y había cogido dos navios de portugueses
que del Coral iban á Malaca y les dio libertad,
diciendo que las paces estaban sentadas con el
virrey de la India, su gran rey, el de la China
y Coral; y que aunque también la tenían con
Camboja, que no por eso había de quebrar él las
paces; y más les daba libertad por mí, porque
yo pedía que ningún cristiano estuviese preso.
Iba allí el capitán de la fortaleza de Coral que
se llamaba Diego Veloso, hombre valentísimo
y juntamente muy sagaz, que triunfaba de sus
enemigos por sus astucias. Informóse de todo
lo que con cautela quiso saber, que el Don An-
tonio se lo dijo. Prometió, si veníamos en bre-
ve, llegar hasta Goa con nosotros, y así se quedó
en una islilla. Venido don Antonio nos lo dijo,
y así abreviamos, y en aquellos días hasta la
Pascua de Reyes bapticé muchos y aquel día
partimos, y querer decir las cosas particulares
de la partida sería no acabar en muchos pliegos,
y así brevemente se dirá algo en el siguiente
capítulo.
CAPITULO XXIV
De cómo nos embarcamos el día de los Santos
Reyes, y de la llegada á Cecir.
El General Don Gregorio era el que más sen-
tía nuestra partida; el día antes me pidió con
grande instancia la vuelta, y yo se la prometí.
Lloraba como si fuera mi propio padre. Hacían
lo mesmo todos los cristianos y los que lo que-
rían ser. Hacían y decían cosas que eran para
enternecer cualquier corazón por diamantino
que fuera. Yo certifico que sintió mi corazón de
los mayores dolores que jamás ha tenido, por-
que en toda la ciudad no había al parecer á
quien no le pesase, sino á solos los bonzos. En-
tre aquellas señoras damas cristianas se me hizo
un presente que se entregó en una caja cerrada
al maestre del navio, y otro todos los cristianos
juntos, en otra cajuela, y el General me envió
otro de regalos. El virrey y Don Antonio y ca-
pitanes hicieron lo mismo; todas las entregaron
al maestre cerradas y selladas con sus nombres,
sin saber yo cosa. Diéronme mucho bizcocho,
arroz y otros géneros de mantenimientos mu-
chos y muy buenos, con vino de maís y de pal-
ma, cosas de dulce infinitas. El día de los Re-
yes comimos en casa del virrey todos; hubo dos
mesas de hombres y una de mujeres, porque no
se usa allá comer ellas con los hombres. Comió
el gran bonzo, el padre cura, el General, el vi-
rrey y yo. En otra mesa comieron sólo Don
Antonio y aquellos caballeros cristianos, y los
capitanes y muchos de mis españoles ; en otra
aquellas señoras, allí á vista. Usan ya (toma-
do de los españoles) poner manteles en las me-
sas, y así tenían puestas unas mesas muy curio-
sas. Duró la comida desde antes de las diez al
parecer, y según señalaban los relojes de sol
que teníamos, hasta las dos. Hubo muchos gui-
sados á nuestro modo, y otros al suyo. Después
de acabada enviaron las damas un presente al
gran bonzo, cada cual dellas una sortija, y luego
me las dio á mí con una que traía de harto valor.
Trajeron una caja de seis camisas, pañuelos, to-
cadores, calzones y sábanas, todo muy curiosa-
mente labrado, y se lo presentaron. Diómelo
también á mí. Enviáronme un recaudo con el
pajecillo que se holgaran poder regalarme más,
que las perdonase, porque no era posible. Acu-
día tanta gente á ser cristiana, que era para ala-
bar á Dios. Bapticé cincuenta. Dispararon lue-
go dos piezas, y leva tras dellas, con tanta mú-
sica y arcabucería que era un pasmo. Salió in-
finita gente de á caballo. Yo y aquellos seño-
882
autobiografías y memorias
res íbamos en bufaras, que son unas vaquillas
negras casi como las de Roma, muy mansas.
Otros criados iban en otros géneros de ani-
males, que era cosa de ver. Junto á las puer-
tas de la ciudad se despidió el gran bonzo, y
me dijo: Señor, no olvide vuestra merced á mis
sobrinas con Su Majestad de la reina señora
María, y lo que los prometió. Yo le dije que de
Cicir había de despachar, y que yo lo haría pues
se lo debía. Díjele yo: Señor, mire Vuestra Al-
teza por su alma; y pues Nuestro Señor le ha es-
perado, conviértase, y esto le pido. No me res-
pondió. Echóse un bando que los que quisiesen
fuesen en tres navios que iban á Cecir de los que
sabían para ser cristianos. Embarcáronse más
de cien personas, y el General mandó ir también
á los que los habían enseñado y á otros para
que les fuesen enseñando. Dejé muchos tras-
lados de catecismo, y otros de las oraciones.
En la playa se despidió el virrey y me abrazó
seis veces, que entendí eran en memoria de los
seis años más que había de pedir á la señora
María. El General se embarcó conmigo y fue
hasta el bordo del navio, y en aquel tiempo me
hizo tantos ofrecimientos y tales cuales de un
pecho honrado y cristiano se podían esperar.
Abrazóme y dijo: ¡Qué malas leyes desta gen-
tilidad, que al que lo merece y se quiere no se
les pueda dar! Yo tengo en nombre de vuestra
merced para la vuelta gran cantidad del virrey
y de los demás cristianos. Mi hijo Don Anto-
nio ha de servir á vuestra merced también con
algo, como el que está tan agradecido y debe
tanto; yo prometo en su nombre veinticinco mil
pesos. Allá va; él ha de volver con los despa-
chos que vuestra merced enviare á Su Majes-
tad y con el pajecillo á do no sea de prove-
cho á vuestra merced para la lengua, y asi se
despidió. Era de ver la música á la despedida.
Estaba ya Don Antonio en mi navio, y al subir
me dio la mano y dijo: Señor, estaba aquí pen-
sando que si los que no os deben tanto como yo
os quisieran tener en las entrañas, ¿yo con qué
podré serviros, más de que á la vuelta prometo,
sin lo que mandó mi señor por mí, otros treinta
mil pesos? Y si vivo y tornáis veréis lo que
hago en la ciudad en favor de los cristianos,
porque ha sido tanto y de tanta honra de fide-
lidad haberme dado á mí por virreinado mi pro-
pia ciudad, que tanta honra no se ha hecho dos
mil años ha á ninguno, ni el hacer el dios rey
á sus hijos reyes no fue tanto.
Entramos en la cámara de popa y era con-
tento ver tanto barco de tres ó cuatro géneros
que iban, y tanta alegría como se mostraba de
los que querían ser baptizados. Antes que ano-
checiera debí de baptizar hasta treinta, y como
los iba baptizando se iban embarcando en aque-
llas barcas y desembarcando de la mía. Otro
día bapticé más de veinte, y de aquella manera
en tres días que tardamos hasta vista de Cicir
los demás hasta ciento. Dejé señaladas seis
personas que baptizasen á necesidad, y los ins-
truí en lo que habían de hacer, porque les parece
á ellos que si no los baptiza sacerdote no está
hecho nada, y en el artículo de muerte lo rece-
birán de cualquier lego.
A diez de enero tomamos puerto en Cicir, y
allí nos recibió un gobernador y capitán gene-
ral, y hizo en su tanto lo que todos. Era natu-
ral de aquel reino de Champaa, y las abuelas
de la señora María y deste eran hermanas,
hijas de un rey de Etiopía, y así era muy
mulato. Era cosa de espanto el ver lo que lo te-
mía toda aquella costa, que sacado de Diego
Velasco no había capitán más temido y adorado
de su gente, enemigo mortal del Diego Velasco;
y así cuando supo que sus navios no me espera-
ban mostró pesar todos aquellos días. Había
aprendido las oraciones y catecismo, y con la
nueva que tuvo de los otros, en llegando á su
fortaleza, que está allí una famosa, por los de
Camboja y Coral, me pidió lo primero que lo
hiciese cristiano, y que se quería llamar Jorge.
Fue su compadre Don Antonio. Otro día bap-
ticé á su mujer y dos hijos, y los llamó de los
nombres de los del capitán portugués, que fue
á la mujer Doña Juana, y á ios hijos Don Ma-
nuel y Don Enrique.
Todos los días que allí estuve se me fue en
despachar para el rey y para la señora María,
y para los padres y demás. Era cosa de ver lo
que el pajecillo lloró porque se había de ir, que
decía que se hallaba conmigo bien, y que de
buena gana vendría á España ó al Pirú, ó
hasta que yo tornase. Escribí seis cartas á la
señora María, en respuesta de otras seis suyas,
cuatro á los padres, al rey dos, á los otros
padres á cada uno una, y asimismo á otros, que
debieron de pasar todas de ochenta. Aquí sólo
pondré alguna, porque dejo la prolijidad, y por
una se pueden entender otras; y por darnos
priesa el navio y la gente del, y también por-
que envió un bergantín el general Diego Ve-
loso, que esperaba, me despaché para el dia del
señor San Sebastián, y la víspera se volvieron
Don Antonio y el pajecillo, que me dio harto
dolor; llevaba una carta para la señora María,
y otros capítulos de todos, que decían así:
Carta para la señoi'a María,
«La Majestad del cielo, señora priora, con-
serve la salud de vuestra clemencia. No digo el
alegría y demasiado contento que recebí con la
primera en número de vuestra clemencia, poi-
que no tengo razones ni palabras, porque como
fue más en particular del alma, y ella es espí-
PEDRO ORUOÑEZ T)E CEBALLOS
383
ritu, no puede la boca significarlo; pero como
con un borrón digo que fue la salud y contento
que vuestra clemencia tiene, y ha tenido el ma-
yor contento de mi alma, y siempre lo será.
Por hacer luego el mandato de vuestra clemen-
cia, como por la tercera se me manda, la mía es
y ha sido buena, y siempre me he acordado que
vuestra clemencia, por aquella citada, me dice,
y en particular, aunque indigno en rogar á
Dios, y á la siempre Virgen María, dé á vues-
tra clemencia lo que desea para servirlos. De
todi) dará particular cuenta el pajecillo, que su
despedida deste puerto y fortaleza de Cicir fue
para mí un apartamiento de un miembro, por-
que es leal secretario, en el secreto chino, como
es su nación, en el guardarlo cristiano y en
todas las demás calidades lo bueno que pue-
den tener los españoles nobles y cochinchinos.
No tengo que decir que vuestra clemencia lo
favorezca, pues es hechura suya.
»Del acrecentamiento desa iglesia estoy muy
seguro, pues es la cabeza vuestra clemencia;
pues tal protectora lo ampara, sé que ha de
crecer para gloria del Señor; en gran abundan-
cia pagúeselo Dios á vuestra clemencia. A esos
mis amados padres tengo en el corazón y les
deseo bien y honra, porque veo el gran servi-
cio de Nuestro Señor en que se ocupan, y les
tengo una santa envidia. Yo soy ellos, y ellos
lo mismo que yo; vuestra clemencia los ampa-
re y siempre los mire con sus cristianísimos
ojos, pues son prendas amadas de mi alma que
dejo en mi lugar sirviendo á vuestra clemencia
y haciendo lo que gusta, que es darle en man-
jar al Señor de las almas.
DiQué de quilates de gloria más aventajada
considero yo que ha de recebir vuestra clemen-
cia de aquellas manos sacrosantas de nuestro
Jesús por tantos servicios! Hago mi pensa-
miento y considerólas rotas con aquellos clavos,
y juntamente aquellos pies benditísimos yaque-
lia llaga del costado, y me parece que está en-
trando á vuestra clemencia por ellas, y en aquel
primero día le dice: Veslas aquí, amada mía,
esposa mía; y aunque es verdad que la menor
gota de mi sangre era bastante para redemir
mil millones de mundos, si tantos hubiera,
toda te la doy para que la goces en mí mismo,
en eternidad de tiempos; y pues supiste ganar
la corona y palma, recíbela, virgen mía, esposa
del espíritu divino. Esto y más que declarar no
se puede, me parece que le ha de pasar, pues es
El tan buen pagador, y los servicios que vues-
tra clemencia le hace son tales favoreciendo á
esos siervos del Señor y á toda la cristian-
dad. Memoria va de por sí en ca la cosa de las
acá sucedidas, según sus tiempos; y no quiero
encarecer la honra que he recebido de los gran-
des cristianos Don Gregorio y Don Antonio,
tío y primo de vuestra clemencia, más de decir
una verdad: que siempre han cumplido vuestro
Real mandamiento en la paz y en la guerra, que
tan sangrienta pasaron , á do, como testigo de
vista, certifico que es su valor tan grande que
excede á todo género de palabras para poderlo
contar, y como sacerdote digo, sin género de
afición, que se les debe la honra que vuestra
clemencia les ha hecho, y esa ciudad en virrei-
nado, como vuestra clemencia se lo concedió
por cinco años, por diez, y la presidencia á Don
Gregorio por toda la vida. No me alargo más
en esto, sólo de que son menester en estos dos
cargos para el servicio del Señor Jesucristo, y
entiendo y creo que su divina Majestad lo
manda así; y en la misma manera y razones
dichas digo del virrey de la ciudad Real de
Champaa; sólo digo que lo que resultó de su
visita fue alargársele seis años, y yo, en nom-
bre de vuestra clemencia, le alargué tres. Yo
quedo confiado que ha de gobernar estos esta-
dos otros diez años, como Don Antonionita esa
ciudad, y que á todos los cristianos príncipes
vasallos de vuestra clemencia les ha de honrar
y ocupar en los cargos mayores de sus reinos,
y espero en Dios que, pues los hijos del gran
bonzo recibieron su santa fe, que también á su
padre lo ha de alumbrar Dios. También tengo
confianza en el Señor que ha de ser servido en
que yo torne á esa tierra, para que lo vea y goce
y sirva á vuestra clemencia, que en lo que fuere
en mi mano [no] faltaré, como tengo prometi-
do. Nuestro Señor dé á vuestra clemencia el col-
mo de su divina gracia.— ^Z padre Pedro.y»
Relación de algunos capítulos de las cartas
que escribí.
<íAl Rey. — Señor: Lo que primero certifico
á Vuestra Majestad es que siempre, aunque
indigno, hago lo que Vuestra Majestad manda
y lo haré rogando al verdadero Dic s y á la Vir-
gen María por su salud y de la próspera señora
María, mujer que será de Vuestra Majestad, y
por todos sus grandes reinos y señoríos.
»Lo otro, certifico á Vuestra Majestad la
gran batalla y vencimiento, por la gran forta-
leza y saber de los grandes soldados Don Gre-
gorio y Don Antonio, vasallos tan leales de
Vuestra Majestad; y tengo para mí que fue
dictamen del Espíritu Santo, para alguna ma-
nera de paga de tantos trabajos, ocuparlos en
su Real servicio, en la presidencia y virreinado.
dCou la licencia que Vuestra Majestad me
concedió han sucedido acá cosas milagrosas,
amistades, casamientos, y muchos cristianos
que siguen la bandera de Jesús, entre los cuales
es el gran juez Don Gregorio, virrey de la ciu-
dad Real.
384
autobiografías y memorias
»Encargo á Vuestra Majestad la salvación
de su alma y que honre y favorezca á los pa-
dres y cristianos. Hágalo Dios como puede, que
todos estos grandes reinos están cercanos de ser
todos cristianos si la Majestad del cielo les en-
viase obreros ¡ Plega á su divina Majestad de
poner en los corazones de Su Santidad de en-
viar obreros que tanto servicio harán!»
(íA los padres. — Huélgome tanto, amados
padres, de la relación que vuestras mercedes
me hacen del gran aumento desa cristiandad,
que como es cosa que el Señor lo hace le doy
muchas gracias de que vaya el pueblo de la Con-
cepción en tanto aumento. Asimismo me huel-
go, y como conozco ya por lo que he visto el
trabajo desa gente, no me escandalizo y espanto
de que haya hechas ya cuatro mil casas y que
ha de ser pueblo de más de veinte mil, pues ya
el número de los cristianos, como se me avisa,
son tantos.
i)De lo que en particular he recebido singu-
lar contento es de que me escriban vuestras
mercedes que la señora María honre tanto á
vuestras mercedes y los estime, y el decirme
que es por mí, y después que yo le escribí digo
que como su clemencia es tan buena, y la cari-
dad que es el mismo Dios, mora en ella, y el
fervoroso amor del Señor y el ayuda que su di-
vina Majestad le envía con su divina gracia es
el todo, que yo un indigno gusano suyo soy y
el mayor pecador del mundo; pues siendo así,
¿qué parte seré yo para eso? Verdad es que siem-
pre le escribo lo que el Señor me da á entender
para que su alma se salve.
»Por estar de partida no seré más largo; re-
mítome á las demás, encareciendo á vuestras
mercedes muv de veras amparen á los cristia-
nos y sean incansables en atraer gente al aprisco
de Cristo nuestro verdadero Señor.»
Otras muchas cartas escribí, que por no ha-
ber necesidad dellas para la historia no las
pongo. Estas que están y algunas cláusulas he
puesto para que por ellas se colija lo que el
Señor ha hecho por su divina bondad en aque-
llas lejas y remotas tierras, y cuan bueno sería
hubiese quien se animase á emprender empresa
tan grandiosa y tan provechosa, pues la cose-
cha es tan segura, por ser aquella gente dócil y
bien intencionada y deseosa de elegir lo mejor.
CAPITULO XXV
A do se pone mi partida y lo demás que me
pasó en el viaje de Malaca con los navios de
Diego Veloso.
Día del glorioso San Sebastián partimos de
allí con tiempo tan próspero y viento tan favo-
rable que íbamos todos muy alegres y conten-
tos; mas crea cada uno que á la gran tempes-
tad le sobreviene bonanza, y así lo dice el Es-
píritu Santo, y aun á veces al contrario, des-
pués de gran tranquilidad y sosiego un lamen-
table naufragio y un desgraciado tiempo como
se verá en este capítulo, donde dejaré de decir
muchas cosas por no ser dignas de tratarse, y
diré otras por ser notables.
Con extremado tiempo encontramos, al pa-
recer más de veinte leguas, los navios del Ge-
neral portugués, y al hacer la salva un bombar-
dero se llevó el brazo, un arcabuz reventó y
mató al que lo tiraba y hirió á otros dos. El
capitán del navio y Pedro de Lomelín se apun-
taron, que me hube de poner por medio. Llegó
luego una oscuridad y se demudó el tiempo tan
de repente que el piloto y otros grandes ma-
rineros que allí venían se quedaron espantados.
Fuenos necesario ir al abrigo de una isla chi-
quita, muy montuosa y despoblada, á un puer-
to que tiene abrigo, aunque pequeño, á do to-
dos tomamos puerto aquella noche, y fue mara-
villa de Dios el no perdernos por la grande
tempestad. Yo y Pedro de Lomelín salimos en
. un bergantín á tierra, á do había salido el Ge-
neral; armamos toldos, porque había infinitos
mosquitos, y aquella noche dormí sosegado; á
la mañana hallé en tierra todos los soldados
nuestros, que el bergantín había ido por ellos,
y habían dormido en una tienda, y á mi navio
habían ido más de veinte marineros á ayudar-
les, y al amanecer envió treinta y dos soldados
de los suyos con uno mío con un recaudo falso,
y habían llevado á los otros dos navios gente
de la nuestra como á festejarlos. Yo me levanté
y me asomé al pabellón, y como vide ir y venir
los bergantines recordé á Pedro de Lomelín y
le dije: El corazón parécele me ha alterado;
cómo me holgara estar en mi navio y haber
avisado que estuviesen alerta y haber dado
nombre; temo habemos de tener gran mal. Yo
he visto ir y venir gente y no me parece bien.
Levantóse Pedro de Lomelín y miró por un
lado y vio que ya estábamos cercados. Llegó
el General y díjele: ¿Qué alboroto es este? ¿Las
primeras vistas anoche fueron con tantos abra-
zos y las segundas con armas? Dijo: Padre
mío, todo no será nada; yo soy mandado; quien
tiene la culpa es este capitán y vuestra merced,
por ser traidores á su rey y al de Camboja, que
es nuestro amigo. Soltaron una escopeta y
luego prendieron los de tierra, y á un punto
los del navio; á todos echaron prisiones, si no
fue á mi y al otro sacerdote. Los dos días que
estuvimos allí por la tormenta hizo un proceso
contra nosotros de traidores á la corona Real, y
tomó algunos testigos del navio, do les hizo
declarasen la batalla de la mar y cómo ayuda-
mos. A todos les tomó sus dichos, y debían
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
385
asentar lo que querían, de suerte que me em-
bargó toda la hacienda, y las personas, y aquel
día me dijo que había de ir á Camboja, porque
el rey me deseaba ver. Pasé con él grandes
coloquios; vilo inclinado á enviarnos á Cam-
boja, y que si allá fuéramos no había más que
esperar sino la muerte; vilo también aficionado
á dineros, y á que si se los diese nos libertaría
de secreto y sin que nadie lo entendiese; vine
á tratar con él claro del cuánto, y me dijo que
yo debía de llevar dos millones, que con el uno
se contentaba. Díjele que le daría la mitad de
lo que llevase, y que se sirviese mirar que pocos
días había que le habían dado por mí libertad y
las vidas y haciendas libres. Respondióme que
por eso haría una gran nobleza y caballería;
que no quería por mí más de cincuenta mil pe-
sos de oro, y que trataría. con su gente lo que
quería por cada uno. Había sabido de alguno,
á lo que sospechamos, el oro que traía cada
uno; y así partimos á veinte y cuatro de enero
de aquella islita presos. Soltó algunos ocho
marineros, y los demás en sus navios, y puso
de los suyos acá; quitaron las prisiones á todos.
El padre cura iba en su capitana, y él y yo en
mi navio, aconsejándome fuese á Camboja y que
él escribiría á un gran fraile dominico y al go-
bernador hermano del rey. Díjele algunas cosas,
que las sufrió. Pedíle que nos matase y que los
gentiles habían conocido á Dios por raí y me
habían hecho bien, y él siendo caballero cris-
tiano nos había hecho mal. Díjele tanto que
bien podía dello asir de la ocasión para hacerme
mal; pero como su intento no era sino cogernos
el dinero, callaba. En secreto hizo testigos de
todo lo que yo decía y grandes informaciones;
y como le decía del y de vuestra merced, dijo:
Señor padre, á mí señoría me llaman, y por mi
persona merezco alteza. Todas esas palabras y
lo demás que vuestra merced ha hecho y ha-
blado irá escrito al virrey, para que se vea
quién son los sacerdotes por acá, y si no mira-
ra que en su nombre me dieron libertad, ya hu-
biera yo castigado tales atrevimientos, porque
reyes y señores me tienen á mí respeto; mas
en dineros me lo pagará, que es menester qui-
társelos para que se humille y no tenga tanta
soberbia. Yo le dije: Pueda ya decir esto en me-
dio de tanta pena como yo tengo, y es que si
quería dineros, ¿para qué es prendernos desta
manera? Todo lo diera yo de buena gana por
sólo no ir á Camboja; y paréceme que ha sido
este muy mal pago y crueldad de un capitán
cristiano que le prendan ayer los de Cochinchi-
na en sus mares y tenga pena de la vida y que
le suelten, y á dos navios suyos, y á tantas
personas por mi, y que con una cautela como
ésta me prenda y me quite mi honra; remedíelo
Dios. Y si se dice tal hecho en naciones gentí-
licas ¿qué dirán ó qué sentirán de un cristiano?
Respondió: A Dios pongo por testigo si la pri-
sión que he hecho y el andar en aquel mar si
ha sido sino sólo por el mandato que tenia de
prender á vuestra merced y coger este navio; y
así mi prisión fue por esta ocasión, y yo no
tengo culpa, y si yo he dicho algo de dinero ha
sido por haberme pasado por el pensamiento
contentar á toda esta gente y no entregarlos á
quien lo desea para vengarse; mas pues ello su-
cede así, el orden que se me ha dado guardaré,
aunque no en echar prisiones ni hacer malos
tratamientos; y si vuestra merced se agraviare,
el Señor lo ve todo; y con esto ordena que se
guiase hacia el puerto de Camboja, que le lla-
maban el Pulo de Camboja, porque está en la
boca del río, en un brazo que allí hace, nueve
leguas de la ciudad Real, setenta leguas del
Coral, la fuerza deste capitán. Yo le rogué que
fuésemos á su fuerza y que de allí avisaría á
Malaca ó á la India al virrey, y con esto aman-
só y mandó enderezar para allá.
Caminando la vuelta de la fortaleza de Coral
con próppero viento, una mañana descubrimos
once velas, que me dio á mí gran cuidado, por-
que me dijeron que era la guarda de Camboja.
Díjome entonces: ¿Quiere ir á Camboja ó no?
Yo le dije: Ya vuestra señoría lo verá que yo
no deseo ir allá. Dijo: Pues no vaya, y yo quiero,
pues por vosotros me libraron, libraros, para
que veáis que es diferente de lo que pensáis;
y así me habló más en particular y me dijo: Ya
ve vuestra merced cómo traigo á mi costa, sin
gajes del rey nuestro señor, casi mil soldados
á quien pago y sustento, y pues en esos tan
ricos reinos hay tanto oro y traerá mucho, déme
para esta gente, y á ellos conténteseles y calla-
remos todos. Yo dije que fuese así. Hizo otra
cautela, que se pasó á su navio y mandó á su
gente que nuestro navio fuese á su fortaleza, y
se fue hacia la armada con el suyo, y los dos
nos fuimos, y otro día tomamos puerto en una
enconada á do hay otra fuerza, cinco leguas de
Coral, y el General llegó á otro día y me dijo á
su buena verdad que había dicho que ya había
sabido que partía para después de Ceniza, y que
él esperaría en la mar y que haría lo que el rey
de Camboja le mandaba. Otro día le fui á ver
porque me había dicho que no tratase cosa con
ninguno sino con él, y así le traté y comuniqué
lo que había de ser acerca de nosotros. Dijo
que á cada hombre suyo diesen trecientos du-
cados los míos, y á cada oficial á seiscientos,
cabos y sargentos ; á los alférez á mil duca-
dos, y pilotos, y que aquello había de ser sin
más responder, porque el lo había tratado con
los suyos, y que luego me diría á mí lo que
le había de dar á él. Supliquéle me lo dijese
luego, y al cabo de haber pasado algunas razo-
386
autobiografías y memorias
nes dijo que le había de dar ciento y cincuenta
mil pesos. Yo me quedé pasmado y como fuera
de mí, tanto que no le pude responder. Supli-
quéle juntase á toda mi gente, que les quería
hablar, y así lo mandó; júntamenos en una casa
todos sin armas y nos puso guardas . Traté
aquel día y otro con mi gente y concluímos
que todos ellos le maridasen la mitad, y si no
pudiese los dos tercios y sino cerrase con ello,
y que para esto sería mejor no tratar nada de
mí hasta que hubiese recebido aquello, para ver
lo que sobraba ó faltaba; asi lo hice, y día de
Nuestra Señora pasé al navio con las llaves de
todos los marineros y soldados y cuatro con-
naigo; vide lo que cada uno tenia, y rata por
cantidad se le echó. Pagóse según la memoria
que me había dado, que eran en los dos navios
marineros y soldados docientas y ocho perso-
nas, y entre ellas cuatro sargentos, ocho cabos,
dos pilotos, dos alférez, dos capitanes y otros
oficiales del navio, y se les repartió cincuenta
mil pesos, y venia á montar lo que nos pedía
setenta y cuatro mil, que no fue poco acabar
con su gente tomasen aquello. Acabado de pa-
gar me dijo: Señor padre, mira que deseo no
os suceda mal si la flota pasa abajo hasta Li-
gor ó Patane, que son de aquel reino (porque
de allí arriba es de España, de aquel reino de
Malaca por un golfo y por otro más de cien
leguas de tierra), y así se declaró que era nece-
sario irme luego, y que no quería andar conmi-
go en dares y tomares, sino que le diese cien
mil pesos. Yo le dije: Señor, mire vuestra se-
ñoría que todo lo que yo traigo, aunque entren
mercadurías no vale veinte mil, ¿cómo podré
dar tanto? Díjome que ya lo sabía y que era
avisado de alguno de los míos que tenía cinco
cofres de moneda; júrele que tal no era verdad,
y me dijo: Pues sabrás que los míos querían
solo tomar el oro y plata del navio y yo no se
lo consentí; y si tienes ó no pregúntalo, que
bien sé que no lo sabes, pero yo lo he visto, y
á tu maestre se entregaron en la ciudad Real
(que así le llaman á Champaa). Torné al maes-
tre y se lo pregunté y dijo que era verdad, y
que el General los había visto, y él había dicho
que ei*an míos y que yo no sabia. Torné al na-
vio y abrí los cofres, y cada uno dellos traía en
plata y oro cantidad. Torné y le dije que había
hallado lo que decía, y que mirase su señoría
mi poca culpa. Dijo: Pues quita veinte mil du-
cados. Yo le dije que todo no era tanto. Res-
pondió: Pues con juramento que me hagas no
quiero más de lo que hay en los cofres. Tuvi-
mos demandas y respuestas, y en resolución él
no quería sino lo que traían los cofres, y como
me amenazaba con que la flota había de ir
corriendo aquel mar y volvería presto allí, me
turbaba, y asi le hube de decir que tomase otro
tanto como habíamos dado, y asi el mismo día
nos embarcamos y se romanó el oro y plata.
Aquella noche nos tornaron las velas y armas,
Y ordenó que partiésemos antes del amanecer.
Partimos de allí á cuatro de febrero, y cuando
nos vimos fuera pensamos que aquel día naci-
mos, y se lo agradecimos, porque supimos del
cura que era verdad que el de Camboja nos bus-
cuba, y de algunos soldados de los nuestros que
preguntaron á los que sabían la lengua las cosas
que hablaba el General de la armada con el Ge-
nei'al portugués. Navegamos á más vela otros
cuatro días, y aquel día á la noche descubrimos
velas, lo cual nos dio harta pena. Huimos aque-
lla noche á más p<jder y nos hallamos en-
frente de Patane, y la flota con nosotros, que
eran seis navios la guarda de aquella ciudad.
Yo y algunos de los nuestros nos escondimos,
y habló el cura de Malaca y otros dos que nos
había dado, y dijeron que era navio del Gene-
ral Diego de Veloso, que enviaba á Malaca,
luciéronnos salva, y nosotros á ellos, y pasa-
mos. Caminamos otros siete días por entre mu-
chas islas que hay, unas pobladas con poca
gente y otras sin ninguna. Sirviónos mucho
uno de aquellos que nos había dado, que era pi-
loto de aquella mar, porque es mala por extre-
mo, y asi se lo agradecimos, y nos dijo él que
cuando nos viésemos liljres se lo agradecería-
mos, que quizá si nos cogieran ó perdiéramos
fuera peor que perder cien mil pesos, y tenia
razón.
Llegamos á la gran ciudad de Malaca á vein-
te de febrero; es una ciudad muy buena, tiene
más de ocho mil hombres portugueses, y de la
tierra más de veinte y cuatro mil, que eran mo-
rillos; ya son cristianos malos; hay gobernador
y capitán general, que manda seis pueblos de
españoles portugueses, y hay oti'os dos gobei-
uadores, pero todos sujetos á éste, aunque pro-
veídos por el rey. El cura saltó en tierra, fue á
hablar con el gobernador y con el señor obispo,
que era primo de nuestro General que nos en-
viaba sin dinero. Fuiles á besar las manos, y
fue de consideración haber salido el cura y de-
cirle el obispo que callase yo y callaría el pro-
curador del general, y asi nos convino á todos.
Dio cartas para el gobernador, y en nuestro
favor, y consentidos, para si nosotros habláse-
mos; y asi ya no víamos el día de salir de allí,
c^ue fue el primero de marzo del dicho año.
Diéronnos salvoconduto como navio de allí, y
prometo que se hacía todo á peso de dinero.
Llegamos á la isla de Humatra, que es en-
frente de Malaca; es una isla grandísima y umy
poblada. Hay en ella muchos señores; allí ven-
dimos algunas cosas en que se ganaba harto.
Salimos de allí y venimos á la isla de Micubar,
que son dos islas pequeñas, y la una tiene un
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
puerto; vendimos allí hasta, quinientos pesos.
De allí fuimos por un archipiélago de islas, que
tenían á dos días y tres de camino, por aquel
golfo de Bengala, y venderíamos dos mil pesos.
Al fin de marzo llegamos á una isla pequeña
que se llama Tanaceri, que es del rey de Sian,
y allí vendimos tres mil pesos ; y de allí nos en-
golfamos á una gran ciudad. En un golfo hay
tres ciudades grandes y de mucha gente; llá-
mase ésta Andilipatán, la otra Pipilipatán y
la otra Pobilipatán; son del gran Magor y de
grandísima contratación. Vendimos allí más de
diez mil pesos ; es esta gente belicosa y de gue-
rra y parece que tienen á los demás en poco;
como su rey es el mayor señor de toda aquella
tierra y tiene más de siete reyes sujetos, ellos
parece que quieren también tener superioridad
á todos. Intenté allí de hacer algún fruto, y no
hallé sino un pobre que había estado en Goa y
era cristiano, y éste tenía en secreto enseñados
á otros catorce, á los cuales bapticé. Fui á ver
en la primera ciudad (que dije ser la mayor,
porque tiene más de treinta mil casas) al vi-
rrey, y me recibió con tanta benevolencia y gra-
cia como si me hubiera tratado mucho tiempo.
Traté con él mucho acerca de la ley de Dios.
Pidióme que me quedase y que daría cuenta al
graii Magor, y que se holgaría, porque como
había casado su hija con el emperador de Co-
chinchina, y había oído cómo su hermana era
cristiana, y que en su mocedad se había querido
casar con ella y no había querido la reina por
no ser la primera mujer y tener ya el empera-
dor herederos, y que por el amor qi;e le tenía
por su gran gobierno y haber dejado el reino en
su yerno me haría á mí mercedes por ella. No
hubo lugar porque los nuestros enfermaban
muy á priesa, porque es aquella tierra muy ca-
liente. Díjeselo, y así me dio licencia. A la par-
tida me dijo que me quería dar un don, que se
lo pidiese en público. A catorce de mayo lo
fui á ver en una gran sala y le dije por la
lengua; Excelente señor, con licencia de vues-
tra excelencia mañana parte nuestro navio;
vengo á pedir á vuesti-a excelencia dos cosas;
la una, que vea y mande lo que yo he de hacer
en su servicio; la otra, que pues soy de tan le-
jas tierras se sirva de concederme una merced.
Dijo que lo que pidiese me lo daría. Pedíle la
libertad de todos los presos que en su distrito
hubiese cristianos. Dijo que fuese así; mas que
en la otra ciudad estal)a preso un navio y que
había allí otros dos como yo, y que habían he-
cho un gran desacato, y era que una imagen de
su emperador que punían en el templo la ha-
bían derribado, y que lo hal)ía escrito á su em-
perador y le habla respondido que hiciese jus-
ticia, y así entendía que la justicia era libertar-
los á todos, y que así sería, pues lo había pro-
metido; agradecíselo mucho. Otro día por la
mañana fui á verle y me abrazó y dijo: ¡Quién
pudiera ser cristiano! Díjele que la princesa lo
había de ser en llegando, porque el emperador
de Cochinchina me lo había prometido. Diomc
grandes patentes y despachó otras á su distri-
to para librar los cristianos presos, y prometo
fueron muchos los que se libertarfm y de di-
versas naciones, como tocaré en su lugar. Nos-
otros fuimos á la otra ciudad de arriba, y luego
á la postrera, á do estaban los presos. Libré
docientas personas, unos cristianos y otros
que me prometían serlo si los libraba, entre los
cuales había treinta y cinco portugueses.
Salimos de allí en fin de mayo con dos na-
vios, uno que se volvió á los portugueses y
otro que nos dieron para la gente, que me cos-
tó tres mil y quinientos pesos de oro, y era del
rey, que en aquella tierra no pueden tener va-
sos particulares, á razón de que no haya co-
sarios. Llegamos á otros dos puertos; llamába-
se el primero Narsinga y el otro Negapatán,
que están en el reino de Narsinga, sujeto al
gran Magor, aunque tiene rey de por sí. Sali-
mos de allí y al segundo día descubrimos
ochenta velas, como galeras ó galeazas, con re-
mos y velas, que era la guarda de aquellos ma-
res, y todas las más de la isla de Ceilón.
CAPITULO XXVI
De lo que nos pasó en la isla de Ceilón
y con la armada.
Día de San Juan descubrimos una armada
en el golfo de Ceilón, entre la isla y tierra Firme
de ochenta velas, que á todos nos puso en mu-
cho cuidado, por no saber si eran cosarios; tuvt;
acuerdo, y todos eran de parecer que si llega-
sen nos diésemos, porque para tantos no ha-
bía defensa. Salió un bergantín á reconocer
quién éramos y se le respondió que vasallos
del rey de España, y con salvoconduto del
gran emperador. Díjonos que lo enseñáramos,
y que allí venían los Generales de Narsinga y de
Ceilón, y mandaban que el señor de aquellos
navios fuese allá. Saqué el salvaconduto y lo
di, y con él partió el bergantín. Tornó luego
diciendo que mandaban los Generales que fuese
allá. Tuvimos consejo y determinamos que re-
plicásemos, si nos tornasen á llamar, y si ter-
cera vez volvían, que fuese yo, porque siendo
clérigo quizá me tendrían más respeto. Respondí
que besaba á su señoría las manos, y que si el
salvoconduto del gran señor era bueno que se
sirviese de no detenernos y que si era malo que
yo iría. Tornó el bergantín tercera vez que fue-
se luego allá, y si no que nos echarían á fondf»,
y así me hube de embarcar yo y un pajecillo.
388
autobiografías y memorias
Llegamos allá y entré dentro de la Narsinga; el
General me recibió bien, sólo dijo que por qué
fue menester llamarme tres veces. Díjele: Ex-
celente señor, la priesa y falta de comida que
llevamos y temerosos de los temporales lo ha
causado. Allí me detuvo en razones, y al cabo
dellas dijo que la licencia era buena, y que fue-
se á ver el General de la isla, y que con lo que
mandase le avisase, que como era moro era muy
contrario de todos los cristianos. Fui allá, que
sería cerca de medio día, y en saltando en la
galera dijo á una lengua: Dile á este perro cris-
tiano que si se le ha de rogar que venga á do le
llaman. Dije: Vuestra señoría sepa que la nece-
sidad hace desear el remedio; no llevo comida
ni agua y voy deseoso de llegar á Goa. Levan-
tóse y dijo: Perro, ¿desa manera respondes, so-
berbio cristiano de mala casta? Miró al cómitre,
que en el punto rae cogió del cuello del vestido
y me hizo arrodillar; echáronme un pie de ami-
go y una cadena en él tan recia y pesada
que no pude volverme á levantar, y con dos
empellones me pusieron en el primer bogavan-
te, y dijo la lengua: Dice el señor General que
á los desvergonzados soberbios cristianos se
castigan así. Yo respondí: Este agravio sabrá
el gran emperador, que no lo hube dicho cuan-
do el sotacómitre rodeó el pie y con el carca-
ñal me dio una coz en boca y narices que las
bañó en sangre. Hube de callar. Quiso Nuestro
Señor que envió un bergantín el otro General,
y venía en él el pajecillo, que también le dieron
sus bofetotes ciertos, con que le bañaron tam-
bién en sangre. Díjele quedo: Cuando salgas
de aquí dile á Pedro de Lomelín que en ano-
checiendo dé velas y se vayan á Goa ó de la otra
banda de la punta del cabo de Comori. No le
pude decir más, porque lo cogieron del brazo y
lo echaron en el bergantín.
A cabo de rato tornó el otro bergantín con
un recaudo al General, diciendo que le besa-
ba las manos y que mirase que era extran-
jero y con salvoconduto de su emperador; que
le pesaba me tratase mal; que mandase soltar-
me. Un capitán que trajo el recaudo me dijo
que no tuviese pena, que me soltarían y paga-
rían aquel agravio. Roguéle que me llevase
aquel mozuelo á mi navio, que lo habían en-
trado en la fragata de aquel General. Dijo que
le placía, y el muchacho era una de las criatu-
ras hermosas que se podían hallar. El capitán
se quedó allí y el bergantín lo llevó al navio.
No me había desayunado en todo el día; dijé-
ronselo al General y dijo: Denle un poco de
senico que lo lleve luego, y si no muriese antes
íie la mañana lo mandaré colgar. No quise
comer ni beber. El capitán despachó su bergan-
tín á su General diciéndole lo que pasaba. Tornó
cerca de la noche y tiró la capitana una pieza.
con que todos sus vasos se recogieron, que
serían como cincuenta. Toda aquella noche
estuve con el pie de amigo y cadenas á la gar-
ganta y dos en los pies y otras tantas en las
manos. Encomendéme al estandarte real de
Goa, que es una cruz de metal milagrosísima,
cuyos prodigios son tales como diré en el tra-
tado que prometo hacer de la santa Cruz, que
me obliga á ello el haberme hecho la cruz san-
tísima infinitas mercedes y haberme librado de
muchísimos peligros, uno de los cuales fue
éste y otros, como se ha visto en el discurso de
la historia y se verá también.
Amanecido que fue, envió el General un
recaudo al que me tenía así opreso, y con esto
me mandó quitar las prisiones y á las nueve ,
estábamos ya dentro del puerto, que es una j
hermosa badía, en la cual debía de haber más '
de quinientas velas, que me holgué en extremo
de verlas, y también de que mis navios no pa-
recían. Salió vistiéndose un morazo robusto,
como de edad de cincuenta años; tenía unos
bigotes de medio palmo que parecía que con su
fiereza amenazaba. Preguntó si habían venido
mis velas. Dije: Señor, yo no las he visto.
Dijo: ¿De suerte que el gran señor ha de saber
su prisión ? Díjele : Vuestra señoría no se
enoje, que por allá en Europa, como los reyes
guardan tanto su punto y se hacen tener los
unos de los otros, por menos que esto se per-
dieran reinos y hubiera grandes guerras, y á do
quiera que he estado los reyes de China, Japón,
Cochinchina y otros señores y virreyes, en
diciendo que soy sacerdote, me han tenido en
mucho, si no es vuestra señoría. Dijo: Serán
gente sin ley y que se deja engañar de vos-
otros; pero yo, que creo en el gran profeta, ¿en
qué te he de tener á ti ni á todos los demás
bárbaros? Quizá por eso te prendí. Entonces le • ;
hice una grande reverencia y dije: Excelente *
señor, hubiérame vuestra excelencia dicho eso
y lo hubiera yo tenido en mucho y se lo hu-
biera agradecido y no hubiera nombrado al
gran Magor. Dijo: ¿Por qué dices eso? Dije:
Porque si es por mi ley en padecer yo, ¿qué
mayor gloria? ¿Soy yo merecedor de tanto bien?
Volvió las espaldas y dijo al capitán: Llévenlo;
y decí al señor General que si alguna cosa se
ha hecho, que él tiene la culpa en hablar tanto.
Dijo el capitán: Ya se ha visto por qué lo pren-
dió vuestra señoría, que mi General no es bár-
baro ni ignorante, como nos ha tratado vues-
tra señoría á todos. Pero ¿qué mayor ignoran-
cia que creer en un falso profeta, vicioso, ambi-
cioso y tan malo? Y este cree en uno que á lo
menos en su vida fue bueno, y todo lo que
manda lo es. Tornó y dijo: Desvergonzado,
¿delante de mí de mi ley habláis así? Anda, y
no os vea yo más, que os colgaré de aquella
PEDKO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
389
entena. Ya estaba yo embarcado. Fuímonos á
remo y vela hasta salir de la badía y no vimos
las velas, y en el camino hacia la punta estuvi-
mos todo aquel día, y dicen que hay desde
aquella isla pequeña que está en aquel golfo,
que se llama Mana, catorce leguas.
Llegamos á Cadala, que es un pueblo muy
grande, y deste rey de Narsinga; hay muchos
cristianos allí y en toda aquella costa desde el
tiempo del glorioso Santo Tomás. Supímoslo
porque nos dio cuenta un padre de la Compa-
ñía de Jesús. Son enemigos mortales de los de
aquella isla, porque dicen que antiguamente
eran cristianos y se tornaron moros, y después
volvieron á ser cristianos, y luego apostataron
volviendo á ser moros. Tiénenlos en toda aque-
lla tierra por malos, endurecidos, de malas
entrañas, y pocos de Tierra Firme se entreme-
ten con ellos en cosa alguna.
Hay fama que en aquella tierra de Ceilón
hay mucho género de riquezas, plata y oro,
perlas, y en aquel golfo grande andan arriba de
cien mil hombres pescándolas; y así el vasallaje
que se le da al de Visnaga es sustentarle allí
ordinarios siete mil hombres que las pescan de
su parte; y así le llaman la pesquería. Hay in-
finitos diamantes, topacios, los buenos zafiros
y otras piedras de gran valor, de suerte que
dicen ellos: Todos nos han menester, y nos-
otros á nadie. Cógese infinito arroz, trigo,
maís y otras legumbres. Es la isla de quinien-
tas leguas de boj, y muy fuerte; está partida
en cinco señores ; los cuatro no obedecen á na-
die, y el uno, que cae en la mejor tierra y en la
más, obedece al de los mogores, y nuestro rey
tiene allí cinco puertos. Estuvimos un día en el
de Cadala, y como estaba yo tan triste me pre-
guntó el capitán que qué tenía. Díjele que
estaba melancólico porque no sabía de mis na-
vios y de una sortija que me había quitado
aquel General, que me la dio el gran rey de Co-
chinchina, y que más qiiisiera haber perdido
diez mil ducados que no ella y una estampa de
plata del señor San Gregorio. Pasó así que
cuando me mandó echar el pie de amigo y la
cadena, me la quitó el cómitre y se la dio, y no
osé hablar, y como deseaba verme fuera de
aquel demonio no se me había acordado hasta
que llegué al puerto. Llegaron aquel día la ca-
pitana y parte de las galeras. Fui á besar las
manos al General, que me abrazó; contóle lo
que pasaba, y dijo que no me diese pena, que
aquel perro, como era hermano del reyezuelo y
es moro, con eso se atreve á hacer aquellos
agravios, que él daría aviso al gran emperador,
y que si yo quería esperar vería la gran satis-
fación que me hacía. Yo dije que no, sino ir
en busca de mis navios. Envió otro día un re-
caudo al General moro sobre el agravio y sor-
tija, el cual envió grandes satisfaciones y cinco
mil pesos de oro en una monedilla muy peque-
ña, con una cara á la una parte y en la otra una
cruz, que era moneda antigua, de cuando eran
cristianos. El General me consoló y dijo que se
espantaba que aquella bestia cruel hubiese he-
cho aquel fruto; hube de callar; envióme el
salvocondnto y la estampa de plata que me
había quitado del glorioso San Gregoiio, que
es la que recebí en Roma de mano del Pontí-
fice (como dicho queda).
Visto que no parecían mis navios me dio un
bergantín y partí de allí la víspera del glorio-
so San Pedro en la noche. Caminamos costa á
costa tres días, hasta que dimos vuelta al cabo.
Fuimos á visitar el sepulcro del benditísimo
Apóstol Santo Tomás á Calamina ó Meliapur,
que nos pareció no perder aquella ocasión tan
buena, y con confianza sería remedio de mi
pérdida. Vimos allí cosas maravillosas, y en
particular una cruz milagrosísima hecha en
una piedra por el santo; es una de las cosas
más prodigiosas que hoy hay en el mundo, y
por serlo tanto la dejo para el tratado de la
cruz, donde á lo largo lo contaré. Fueme de
tanto provecho la visita del sepulcro deste
santo y su cruz bendita, que allí tuve algún
descanso, pues tuve nuevas que mis navios ha-
bían pasado y que iban á un golfo que está allí
cerca, de ciudades de nuestro rey, y todos los
más cristianos; llámase el golfo de Caulán; hay
tres islas en la boca, que las dos son de cuatro
leguas y la otra es más pequeña. La primera
ciudad será de dos mil casas; llámase Porto;
la otra es mayor y se llama Caulán; la tercera
será de cuatro mil y llámase Granganor; la
mayor se llama Challe; habrá en todas ellas
caatro mil portugueses; hay pesquería de per-
las finas y pocas. Del cabo de Comori estuvimos
otros tres días ; hallé allí mis navios ; vendimos
y compramos perlas por ropas más de diez mil
pesos ; anduve en el bergantín aquellos puertos
y gratifiqué al capitán, que era por los extre-
mos bueno y merecía toda cortesía. Salimos
de allí á diez de julio y con próspero viaje lle-
gamos á Goa, que es una hermosa ciudad,
grande, rica, de más de veinte mil portugueses,
y de la tierra más de cincuenta mil; tiene más
de treinta y tantas iglesias, y entre ellas quince
parroquias; ésta es una isla pequeña, pero es
toda ella un jardín; hay lindas aguas y mante-
nimientos y muchos y baratos; es la cabeza de
todo lo que allí está de Indias; el virrey de allí
es más venerado que un gran rey: es ciudad
riquísima y de gran contratación ; está allí una
casa y templo de la Compañía de Jesús, que
es para ver ; hayla también de los padres
Santo Domingo, San Francisco y San Agus-
tín. Fuera de la ciudad hay un convento de
390
autobiografías y memorias
recoletos, devotísimo y muy lindo. Llegamos
á esta ciudad día del Apóstol Santiago al ama-
necer; tomamos puerto en su río, que sale de
la tierra, y hace como puerto hecho á mano,
adonde de ordinario hay infinitos navios, y en-
tre la isla y tierra firme hay otro río ó brazo de
mar que está siempre con muchos navios; tie-
ne doce fortalezas la isla, y como es tan pe-
queña y fuerte tiembla toda aquella comarca
de solo el nombre: hay infinitos caballeros de
hábitos que han tenido cargoí,
CAPÍTULO XXVII
De las cosas notables que nos pasaron
en la gran ciudad de Goa.
El propio día de Santiago salté en tierra,
fui á la iglesia, y hecha la obligación cristiana
visité al señor arzobispo y en breves razones
le di cuenta de mi viaje; mandóme que no sa-
liera de Goa sin su mandato. Preguntóme si
había besado las manos al virrey. Dijele que
no. A hora de comer fui y se las besé, aunque
harto me valiera el no liaberlo visto. Recibióme
con decirme: Si á los reyes amigos de nuestro
rey les damos pesadumbre, ¿cómo se conserva-
rá esta tierra tan lejos en paz? Preguntóme lo
que el arzobispo, que si lo había visitado, y di-
ciéndole que sí di jome: Pues vuélvalo á ver.
Dile cuenta de algunas cosas y en particular
de la carta que le traía, y cómo los reyes de Co-
chiuchina y Coral eran también amigos de Es-
paña por capitulaciones. Pidióme un memorial
lie todo. Torné al navio bien triste, porque ya
se me traslucía que había de tener en aquella
ciudad grandes trabajos. A la tarde llegó un
oficial Real, visitó los tres navios y embarazó las
velas y todo lo demás, si no fue lo necesario
para hi comida ordinaria, y mandó que no sa-
liese gente de los navios, so pena de la vida,
hasta que diese su excelencia otra orden; solos
podíamos salir yo y otros dos á proveer lo ne-
cesario, y con un memorial preguntó por Pedro
de Lomelín y lo prendió, aunque me lo dio en
fiado, y que lo daría preso so pena de perdi-
miento de navios y diez mil ducados. Volví á
casa de su señoría ilustrísima y estuve dos ho-
ras con él, y me preguntó cosas que me quedé
admirado. Dile salida lo mejor que pude á todo,
y de continuo fui huyendo de decir mal de
Diego Veloso, ni hacer mención de lo que me
llevó; sólo dije que delante del, con tormenta,
había echado un marinero á la mar una caja en
que estaba el cofrecillo de los papeles, cartas y
salvocondutns y otras licencias que el mismo
Diego Veloso había visto, porque así lo escri-
bió. Di'cia en sus cartas bien de mí y de todos,
abonándonos y diciendo la traición y agravios
contra el de Camboja. Quedó muy satisfecho su
señoría ilustrísima de la batalla que Pedro de
Lomelín tuvo con el embajador, y dijo que in-
tercedería con el virrey. Presénteles muchos
palos olorosos que traía del reino de Champaa,
donde los hay, y otras cosas ricas, de que se
dio por muy satisfecho; cené aquella noche con
su señoría y dormí en su casa. Otro día fui á
visitar al virrey, bésele las manos j le presenté
también un cofre de aquel palo del águila de
olor, y otras prendas de estima y dignas de un
tal personaje. Díjome después que leyó la car-
ta que le di del General: Buena carta es ésta;
por ella salva todo lo de las informaciones;
huélgome que tan valiente sea ese capitán, y
me holgara mucho si todas las cartas de los re-
yes y demás papeles llegaran, para que con
mayor brevedad se negociara, mas yo lo tomo
á mi cargo; anden libres todos y no se vaya
nadie. Dijele: Excelentísimo señor, á uno de
aquellos navios libré en el reino del gran ma-
gor, golfo de Bengala, y trae gente que tiene
parientes en esta ciudad, y al doctor Sosa, her-
mano del obispo de Malaca, y en el otro, aun-
que el vaso es mío, viene gente que libré allí.
Vuestra excelencia los mande llamar y se in-
forme dellos y se les dé libertad, que de los
míos no faltará nadie. Hízolo así como se lo
supliqué; comí aquel día con su capellán, que
era un doctísimo hombre, á quien también pre-
senté de los palos odoríferos y otras cosillas.
Díjome que el medio más eficaz que se había
de tener para nuestra libertad había de ser ha-
blar con el secretario y con xxü. gentilhombre de
la boca del virrey; fue conmigo á su aposento,
donde no fui las manos vacías, porque supuesto
que dádivas quebrantan peñas, y éstas aligeran
los pies más pesados, presénteles por buen co-
medimiento, y en razón desto, muchos palos,
acompañados, no sólo del buen olor, sino de
otras cosas ricas y curiosas, y ellas fueron oca-
sión de que me prometieron muy buen fin en
el caso. Valióme mucho para mi negocio el ser
el secretario sobrino del padre Alfonso de Acos-
ta, que yo dejaba en Cochinchina, y así me
aseguró que haría que antes de seis días, en lo
que tocaba á mi, estuviese libre, y así lo
cumplió.
Fui aquella tarde á visitar al virrey y me
recibió sin preguntarme cómo me hallaba, como
lo había hecho siempre; mostróseme áspero en
las palabras contra todos. Yo me quedé espan-
tado; díjeselo al capellán y confesor suyo, y me
respondió con el mismo espanto y que no podía
dar en la cuenta en qué podía ser, si ya no era
que lo hacía un sobrino suyo, como no halna
hecho mención del jamás; diome grande pena,
como no me lo había dicho, y así determiné de
hablarle, que fue aquella noche; y asi como á
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
i91
lo que está máa fuerte y inexpugnable se pro-
cura dar maj'or batería, así también yo procuré
echar m¡ resto en servicios que le hice, y así
me dijo que le pesaba de que no le hubiese ha-
blado primero, y así me industrió en lo que ha-
bía de hacer y rae dijo fuese al virrey y le pi-
diese que para más satisfación se sirviese de-
jarme dar informaciones de nuevo en favor de
Pedro de Lomelín, y que me diese seis días de
término, que prometía fincas de nuevo de cin-
cuenta mil ducados, y pidiese justificación, y
que entretanto él negociaría lo que pudiese;
iiícelo por medio de una petición y salió proveí-
do que se estuviese preso en el navio con el
primer embari;o y que dentro de seis días diese
la información dicha; para ello di memoria de
los testigos, y juraron en los seis días. Procuré
con muchas veras dijesen en favor nuestro mu-
cho y bueno, para así librarnos ya de tanta
vejación; hiciéronlo así y valióle mucho á Pe-
dro de Lomelín. Instó tanto en ello el sobrino
del virrey que hizo en breve tiempo los diesen
á todos por libres, pero con tal que dentro de
aquel día nos habíamos de ir y que no dobláse-
mos la punta hacia la China, so pena de trai-
dores, sino que tomásemos el camino derecho
de España. Acepté la sentencia y saqué salvo-
conduto para enviar un navio de aquellos á
Cochinchina, que lo despaché el propio día que
nosotros partimos, con cartas. Pagué costas y
despachos, que todo me costó mucho dinero, y
para el día que se me mandó despaché porque
alcanzamos dos días más de estada; todo fue
menester para aderezar todos tres navios. Gasté
en esta ocasión mucho dinero, pues todo se ne-
gociaba con él; porque si es verdad (como dijo
un discreto) que el que tiene pleito ha menester
tener tres P, que son: pies, pan y paciencia;
pies para negociar, paciencia para esperar y
pan, por quien es entendido el dinero, para dar,
de todo esto nos hubimos de valer en esta oca-
sión, y en particular de lo postrero.
El tiempo que tuve desocupado, que fue harto
poco, escribí algunas cartas á la señora priora,
en una de las cuales me despedí para entonces
de volver á Cochinchina, por el orden que dio
el virrey; es la que se sigue:
Curta ú la señora María.
«Después que salí de los reinos de Vuestra
Majestad, señora María, me han sucedido tan-
tas cosas, que por una memoria envío escritas,
para si vuestra clemencia gustare la haga leer,
y aunque en cosas no nombro partes, dejólas por
haberlas hi'cho personas de quien me parece no
se podían esperar tales agravios. Lo que por
esta digo es que en todo el viaje, desde que salí
de ahí, no me han sucedido si no son prisiones.
hambres, temporales y infinitos naufragios,
cumpliéndose lo de San Pablo, que en todas par-
tes se hallan peligros, en el mar, en la tierra,
en los falsos hermanos, etc., y lo que más siento
en medio de tantos males es verme imposibilita-
do por ahora de poder ir allá á ver y servir á
vuestra clemencia, que es lo que más mi alma
desea. Debió de convenir al servicio del Señor
esto, pues así se ha ordenado; el Virrey desta
ciudad lo ha mandado, y así me es forzoso.
Ruego á vuestra clemencia que en las oraciones
dése santo convento sea yo encomendado á su
divina Majestad, á quien siempre, aunque in-
digno, en todos mis sacrificios le pido la dé á
vuestra clemencia, pues es tanto para su servi-
cio. No pido respuesta á las mías por ahora,
por no saber á do verná; ruego yo á Dios la
vaya yo mismo á recebir allá, que como haya
ocasión torno de nuevo á prometerlo.
»La conversión de las almas encargo á vues-
tra clemencia , y pues en el cielo los mismijs
ángeles hacen alegría por el alma de un peca-
dor que se convierte y salva, y el mismo Dios
Hijo del Eterno Padre, Jesucristo nuestro Sal-
vador, enamorado de las almas , para abrirles
las puertas del cielo vino al mundo y dio en la
Santa Cruz toda su sangre, siendo el mediane-
ro entre el género humano y el Eterno Padre,
siendo la menor gota de su preciosa sangre bas-
tante para la redención de millares de millares
de mundos. ¡Qué gozo, pues, tendrá de la con-
versión desas almas! ¡Qué gran gloria apare-
jada para vuestra clemencia, para en pago de
los servicios que le hace!
»Ea, señora mía, grande ánimo, grande cons-
tancia en hacer tales servicios á la Majestad
divina, y porque sé que esos santos padres di-
rán á vuestra clemencia lo que el Señor manda
y su divina fe, no me alargo más; siempre de-
seo el poderlo yo decir en presencia. Al Presi-
dente Don Gregorio; á Don Antonio, Virrey
desa ciudad; á Don Gregorio, virrey de la ciu-
dad Real; á Don Jorge y á los demás cristia-
nos, desde el más mínimo al mayor, encargo á
vuestra clemencia, y en particular á los extran-
jeros, que han menester más consuelo.
»Yo escribí en otras, señora mía, las des-
gracias que me han acontecido, y cómo el otro
gentil me echó al mar la carta del Virrey y de-
más papeles: y cómo fue parte para que yo no
me tornase allá tan presto y para que gastase
todo lo que traía en salvocondutos , licencias,
pasajes y comida y excesivos rescates de mí y
de mi gente, y en particular de mi capitán, por
la Vitoria del de Camboja; todo lo doy por bien
empleado y lo llevo por amor de Dios, con la
consideración de que más pasó El por mi. A Su
Majestad escribo; lo que faltare supla vuestra
clemencia, á quien el señor Jesús y la siempre
392
autobiografías y memorias
Virgen María, madre suya, guarde los años de
m¡ deseo. — El padre Pedro.y>
Otras uiuchas escribí, y envié la relación de
todo el viaje. Escribí á los padres á cada uno
en particular, que todo fue contar el viaje y
pedirles la continuación de aquellas almas, la
hermandad entre todos, y que para ahora no
tratasen sino de fomentar y favorecerse unos á
otros, que con aquello ganarían mucho con la
señora María, más gracia y favor con ella, y
con el Señor más galardón.
Acabadas de despachar mis cartas y puesto
todo en orden con la priesa posible, por ser tan
breve el tiempo, partimos de allí con grande
contento por vernos libres de tanta vejación,
que prometo fue una de las grandes presuras
que he tenido jamás, á do nos pasaron tantas
cosas que son mejor para meditadas que para
escritas, y así esto sólo bastará acerca de esta
materia.
CAPÍTULO XXVIII
De cómo llegamos á Oromuz , y de otras cosas
diversas que nos sucedieron hasta llegar á
Quito.
Partidos que fuimos de Goa, en seis días
tomamos tres puertos y vendimos de lo que
lleYábamos; los nombres dellos son: Carapán,
Cintopar, Débetele; son de gentiles. Otro día
después de salidos dellos venimos á la boca de
un gran río, llamado Danda; allí no nos deja-
ron tomar puerto; vinieron barcas, y vendimos
en cuatro días. Llegamos á la fortísima ciudad
de Dio; vide toda la fortaleza, que cierto es
digna de ser vista; hícele un presente de cosi-
tas al General, de que se holgó mucho. Diome
aviso en secreto de que andaban cosarios por
aquella tierra, y que entonces estaba seguro
porque lo había él corrido todo; y así partí
luego y llegué á Damán, que es otra bella for-
taleza en el propio reino de Cambaya; hay pa-
ces con el Sofi,
Llegamos á Diul, una fortaleza de Persia
de un sátrapa ; diéronnos salvoconduto para
las guardas, que nos dejaron pasar. Otro día
que salimos de allí, que fue á veinte y tres
de agosto, llegamos á Oromuz, y estuvimos
en ella hasta diez y nueve de setiembre, que
fue el día de nuestra partida; fue de grande
contento para mí ver aquella ciudad, que cier-
to, aunque pequeña y en isla que ni aun hierba
ni agua no tiene, es la más rica, de mayor co-
mercio y contratación de cuantas yo había visto
jamás, y creo que en riqueza es la primera del
mundo; hay de todas naciones y leyes gente;
solos los nuestros tienen puerto y fortaleza,
porque en aquellas partes los portugueses os
la gente más valiente, más fuerte y de mayor
ventura de cuantas hay, y juntamente les ayu-
da Dios por ser buenos cristianos; todo lo que
se come es de afuera, y con traerlo de lejos vale
más barato que en todo el mundo ; tiene la
isla oro y otras piedras, y como es plaza para
todos los del mundo, suele haber dos mil na-
vios en sus puertos; hay Rey de aquella isla y
de algunos pueblos de tierra firme, con sujeción
y parias al gran Soldán, Emperador pérsico;
tiene suntuosísimos edificios y una hermosí-
sima y fuerte muralla. En tres días salimos del
golfo Pérsico á la punta de Rasalgate, y allí
hallamos nueva de nueve navios de enemigos
que andaban en corso á robar ; apercebímo-
nos muy bien y caminamos nuestro viaje dos
días en alta mar; descubrimos las dichas nueve
velas.
íbamos mis dos navios y otros cuatro, los
dos que iban á Moagascar, isla del glorioso San
Lorenzo, y los dos otros á Mataca del gran río.
Pusímonos todos á punto, y como mi galeon-
cillo hacía el cargo de capitana, di nombre y
dije que si viniesen los recibiésemos hasta lle-
gar y con bombas de fuego y grandes tiros les
pagásemos; hízose así, con protestación de no
rendirnos hasta morir todos. Cerca de la noche
llegaron (') á hablarnos, y dijeron que nos
rindiésemos á ellos; dijimos que sí, y que vie-
sen lo que mandaban y todo estaba á punto,
y poca gente fuera; al pasarnos dio una rocia-
da y carga de escopetazos, que de mi navio
mató dos y de los otros también algunos. Ca-
llamos y respondimos que no nos tratasen así,
sino que viesen lo que mandaban. Hacía gran
luna, que con ella pensaron aferrarse y rendir-
nos. Dijímosles que no éramos gente de gue-
rra, y otras cosas en que mostrábamos miedo,
entendiendo ellos que lo teníamos. Llegaron
con grande arrogancia y echaron en mi navio
veinte personas, y en cada uno otro tanto, que
fueron tan bien recebidos dentro de la jareta, y
el fuego tan bien arrojado y disparadas las pie-
zas, que dos navios fueron á fondo, y otros dos
ardieron toda aquella noche y en toda ella no
los dejamos hasta que al amanecer tomamos
tres navios, y de los otros dos no supimos ni
vimos lo que se habían hecho, ni ellos lo supie-
ron tampoco. La capitana suya se quemó, y
así feneció aquella armada de ladrones; con ser
á tan poca costa como he dicho esta grande Vi-
toria, mataron de mis dos navios treinta perso-
nas y hirieron otros.
Partí los tres navios que tomamos, el mayor
para nosotros, el otro di á los de la isla y el
menor á los que iban al imperio de Monomo-
tapa, que aunque no dijeron nada se agravia-
(') En la edición: Jlegainos,
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
393
ron y á su tiempo lo mostraron. Caminamos
por aquella costa de Arabia sin engolfarnos
otros cinco días, y á la vista de la isla de Ca-
catora descubrimos cinco galeras, que fue otro
el consejo que no las dejásemos llegar, porque
no hiciesen dafao. Todo aquel día nos cañonea-
mos y á la noche se desaparecieron. Avisé á los
navios que se guardasen aquella noche, y con
todo eso nos engañaron, que con una barca se
llegaron á mi navichuelo, y diciendo que eran
de los nuestros y hablando on lengua portu-
guesa le rompió una costura debajo del agua
un buzo, y como se fueron á otro navio de los
que iban á Monomotapa, que los conocieron y
tomaron en el mismo engaño que ellos traían,
diciendo que dijesen al General que ellos ten-
drían cuidado, y que fuese allá el alfe'rez á de-
cirle cómo se querían ellos apartar allí al mar
Bermejo; saltaron seis y fue tanta su fuerza y
determinación que echaron á la mar doce, y
solo quedaron cuatro, que descubrieron lo que
habían hecho. A este tiempo tiró una pieza mi
navio pidiendo socorro, que luego se lo di, y
visto que no tenía remedio saqué la gente,
comida y armas y todo lo que se pudo, que se
trabajó toda la noche; no pereció más que el
vaso del navio, porque eché toda la más gente
en el mío; las piezas la repartí; quiso Dios que
hubiera buen tiempo y que no tornaran las
galeras, que prometo nos habían de hacer daño,
y fue la ocasión el no volver su bergantín ó
barca.
Otro día ya tarde descubrimos veinte y dos
vasos, y fue Nuestro Señor servido de que
arreciase un viento que en dos horas nos des-
parcimos, engolfados en alta mar, y caminamos
hasta el día del glorioso San Francisco con
tanta pujanza que hubo piloto que decía que
cada silgladura era más de ciento y cincuenta
leguas. Descubrimos tierra y nos quedamos
espantados porque fueron las postreras islas de
Comoro y de Don Juan de Castro, que en
poco más de siete días caminamos más de ocho-
cientas leguas; allí se partieron los dos navios
á la isla de San Lorenzo y nosotros con los seis
nuestro viaje, porque les había comprado el
otro navio, que era bueno, y me lo dieron en
dos mil ducados.
Caminamos con aquel viento otros siete días,
y como la mar estaba ya brava, aunque era vien-
to en popa, no se caminaba tanto. Tomamos
puerto en Mataca, que es una buena ciudad, y
el otro día vino la justicia y prendió á Pedro de
Lomelín, como era el capitán, y fue por lo de
la Vitoria, para saber cómo les habíamos dado
lo menos. Yo hablé á un gobernador por len-
gua de aquellos mercaderes, que saben la por-
tuguesa, y dije que se hizo porque salió mi
navio por general de Oromuz tomé el mayor, y
que por haber trabajado los otros más les di el
otro, y que si querían el mío, que trocásemos.
Pues presto, dijo, volverá tu capitán que á la
posta camina á ver al gran emperador, que
está cerca de aquí; fue embarcado el río arriba
hasta llegar allá; tornó libre, que fue harto
para ser gente tan bárbara, soberbia y arro-
gante que tiene en poco á todos los demás.
Salimos de allí á veinte y ocho del dicho, y
con el mismo tiempo caminamos hasta tres de
noviembre, y nos hallamos en el propio cabo
de Buena Esperanza, que parece que en todo
el viaje no habíamos tenido mayor contento;
quedáronse con su navio y di en equivalencia
una gran cantidad en ropa.
Ya dije antes cómo los de la ciudad de Ma-
taca prendieron á Pedro de Lomelín y lo des-
pacharon el río arriba, que es muy manso y
apacible, y volaban con él. Llegaron á tres ciu-
dades y últimamsnte á una do estaba el em-
perador; lo que le pasó con él es lo que diré, y
es que lo recibió bien y le hizo estas pregun-
tas: ¿De á dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿De
á dónde vienes? ¿A dó vas? ¿Cuyos son los
navios en que vonís? Respondió: Soy español,
cristiano, vasallo del gran Rey Don Felipe de
España; llamóme Pedro de Lomelín; venimos
de Oromuz y de la India; vamos á España;
los navios son de un sacerdote cristiano que
va allí. Díjole: ¿Por qué tomaste el vaso ma-
yor, y á mi gente, siendo la más valiente, le
distes el más pequeño? Respondió: Con licencia
de Vuestra gran Majestad diré á eso que es
cierto no concederá tal ningún español de que
haya gente que le haga ventaja en valor, fuerza
y ánimo. Pues si tan valientes os hacéis, si ven-
ces á uno de los míos, serás libre tú y los tu-
yos, y si no, él te castigará á ti y yo avisaré
castiguen á los demás. Respondió: Señor, sea
luego.
Muchos quisieran la empresa, y el empe-
rador señaló á un negro mozo, jolofo, ro-
busto y valiente; fue en acabando de comer y
con espadas solas, á tres heridas, en la misma
sala, y el emperador presente y muchos Gran-
des sentados en poyos altos y descubiertos.
Comenzóse el debate, que con sólo tres idas le
hirió las tres veces al negro. El emperador
mandó cesar por levantarse alboroto en la sala
de un gran soldado muy blanco y algo cano á
quien el emperador respondió enfadado y hizo
que le dijeran á Pedro de Lomelín que él y los
suyos éramos libres, y que si él gustaba tener
campo con aquel soberbio, que se lo estimaría,
y si no que se fuese. Dijo: Señor, aunque tu-
viera cierta la muerte, por gustar vuestra gran
Majestad lo hiciera, y por servirle; y así le pi-
dió campo. Salieron los dos, y en tan breve
espacio como al otro le tenía ya dadas las tres
)U
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
heridas. Lovautóse el emperador y dijo: Pedro
de Louielín, vaya esa en la frente, y cu el pun-
to se la dio, detiniendo la mano, como siempre
lo hacía, por no matarlos. iMando entonces ce-
sar, y hízole honra, y dijo que él tenía preso á
nu traidor pariente suyo, y que pedía campo;
(jue si é! se atreviese á matarlo, el valor de la
hacienda, que eran mil pesos de oro, ganaría.
Dijo que sí, pero que había de ser luego y sin
armas.
Trajeron al otro y sacáronlo á la plaza, y
con las espadas solas les partieron el sol á su
modo; púsosele en la imaginación de darle una
herida en un ojo, por desatinarle; diósela, mas
no fue casi nada; tornó á quererle dar otra
y no le daba lugar porque le ganaba los com-
pases en entrando de presto; reformóle sin sacar
compás y hiriólo en el mismo ojo, con sólo lo
que era la espada mayor, por donde cobró mie-
do para no entrar tanto; descubría los pechos,
por donde entendió que debía de venir con cota
y quería ejecutar alguna herida ; probólo, y
aunque fue poco, vio que no entraba la espada,
y así todo fue á la cara, y le dio en ella once he-
ridas, y sólo una buena, con que le quebró un
ojo; pasaron algunos encuentros, pero última-
mente de un revés corrido le cortó el gaznate
y cayó, y dentro de un momento murió. Lle-
varon á Pedro de Lomelín á palacio la guarda,
y el emperador dijo que se lo agradecía mucho.
Di jóle: Señor, la merced que pido es el tornar-
me antes hoy que mañana. Dijo: Embárquenlo
luego, y de mi hacienda denle los mil pesos;
besóle la mano, y luego se vino á la barca, y
aquella noche caminaron más de doce leguas,
que como el río es bajo se viene más breve;
llegado que fue nos partimos y llegamos al
cabo de Buena Esperanza, como qi;eda ya
dicho.
Allí descubrimos once navios, y en encon-
trándonos envió el General á mandar que el
señor del navio y el Capitán fuésemos allá; dio-
me un dolor en el corazón grandísimo, y dije á
Pedro de Lomelín si sabía qué armada era
aquella que parecía. Dijo que sin duda sería
holandesa ó inglesa. Respondimos que ya era
tarde, y que otro día tomaríamos puerto y que
todos iríamos allá; y así por ser tarde barloven-
teamos con propósito de engolfarnos aquella
noche; hicimos grandes pertrechos de guerra
y bombas de fuego á uso de Inglaterra, porque
llevábamos un inglés, grande maestro; media
hora de noche nos cercaron y quisieron echar-
nos á fondo; fueron tantas las piezas que les
disparamos que se apartaron; dionos gran pena
cuando vimos que arribaban sobre nosotros, que
si fuera de día no dudo yo sino que nos toma-
ran; hicimos un grande ardid de guerra, que
fue echar á la mar sobre boyas unos palos, y en
ellos lumbre, y apagar la nuestra y dar velas y
huir; y como ellos veían lumbre y cogido el bar-
lovento, esperaron la mañana y se hallaron
burlados, porque debimos de amanecer nosotros
veinte leguas de allí, sin ninguna pérdida. Su-
cediónos el más próspero viaje que habíamos ja-
más llevado; tuvimos viento en popa, y tan re-
cio que sin saber ni poder tomar altura ni
paraje, caminamos de día y de noche; al fin
del mes nos hallamos en Hernanbuco, un
puerto de la isla del Brasil, de que nos queda-
mos espantados de la travesía que llevamos, y
certificó el piloto que habíamos corrido más de
mil y docientas leguas, que me pesó grande-
mente, porque toda la gente junta acordó de no
venir á España, sino de allí por el estrecho
de Magallanes irse al Pirú; y puesto por la
obra, aunque les prometía grandes promesas no
pude atraerlos á mi voluntad. Partimos ha-
biendo tomado refresco, y con buen tiempo lle-
gamos á la Santísima Trinidad, que es una ciu-
dad en el río de la Plata, que está entre aque-
llas gobernaciones del Paraguay y Tucumán.
Partimos de allí con determinación de pasar
el estrecho de Magallanes. Llegamos al paraje
de la isla de Puchachailgua; tiene unos altísi-
mos peñascos pardos; descaecimos y dimos só-
brela costa de Cairaixaxiilgua; vimos por aquel
mar infinidad de islas, y una muy hermosa, su
nombre Xaultegua. En tierra de gigantes, isla
enfrente de Tierra alta y cabo de la Cruz, hay
una sierra que la llaman la Campana de Rol-
dan; hay un volcán en una sierra nevada, que
ni la nieve apaga el fuego ni el fuego derrite
la nieve; hay poblaciones con casas, como en
Europa; y allí descubrimos cinco velas de ingle-
ses, tan destruidos de los temporales y enfer-
medades, que supimos después que había navio
que no le habían quedado más de diez y ocho
personas; recogiéronse todos en dos y pegaron
fuego á los otros tres navios; íbamos mi galeon-
cillo y otro navichuelo; disparamos toda el arti-
llería, y ellos á nosotros; hubo cosas famosas,
porque yo vide mi galeoncillo entrado, y fue
necesario ayudar; Dios nos dio vitoria, con
tanta pérdida que de nuestro navio murieron
iliez y ocho personas y todos quedamos con dos
y tres heridas; prometo jamás me vide en tanto
trabajo; el Capitán se escapó con uno de sus
navios; quedamos todos tales que ni sabíamos
si había sido vitoria, si pérdida, porque en el
otro navio que venía con nosotros de ochenta
personas quedaron treinta y una; puédese decir
con verdad que en todo el viaje no tuvimos día
como aquél, y más Pedro de Lomelín en defen-
der la entrada y ser parte para echar los que
ya estaban dentro, pues mi parte me cupo á mí,
porque tuve una brega con un capitán inglés
que fue la mayor que hasta entonces tuve, y
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
395
por ser notable me parece no sería fuera de ra-
ztjn el contalla.
Juntóse el navio grande, capitana del ene-
migo, con el nuestro, y al pasar saltaron por
popa veinte y dos ingleses armados todos sus
cuerpos, que era cosa notable; traían sus rode-
las aceradas y espadas cortas y anchas; í'ue la
contusión tal, que yo que estaba en el camarote
de arriba animando salté á la popa por el es-
cotillón secreto, ir'eleaban los nuestros con tan-
to coraje que admiraba, sino que como estaban
los contrarios armados y tenían armas á prue-
ba (le arcabuz, pues uno le puso á otro en los
pechos y con el ímpetu lo echó á la mar y re-
ventó el arcabuz y le mató á él y á otro, y al
caítlo contrario lo cogió una barca que traía
más gente y tornó á pelear á pura fuerza. En-
tró el capitán en el aposento á do yo estaba, y
por estar escuro no me vido; tornó á salir, y
cuando iba á salir, dándole á un buen soldado
un alzabajo que le hundió la cabeza, pude co-
gerle de la gola y con un traspié y dos vaive-
nes dar con él en el suelo; revolvió el pobre he-
rido con el ansia de la muerte y le dio tal gol-
pe en la cabeza que le hizo saltar el hielmo y
casco, y tornó con otro, que si no cayera muer-
to le matara, y le hirió en un lado mal; quise
sacarle la espada de la mano, y no pude, por-
que la tenía asida á una cadenilla; tomé la de
un soldado y con ella le di otra herida pequeña,
porque se arrodeló y me tiró de los faldamen-
tos de una sotanilla negra y me hizo arrodillar
sobre él, y con la daga me dio dos piquetes en
un muslo; yo dejé la espada y me así de la mu-
ñeca de la daga y peleé un gran rato; desasió-
se y fue rodando hacia lo bajo, y yo quedé li-
bre y me levanté antes y le arrojé dos cajas,
unas petacas y unos catres, que con ello se
embarazó y pude llegar y darle otra herida en
la cabeza al tiempo que se levantaba; embrazó
su rodela y espada y vino á mí y me tiró un
golpe tal que del me quebró la espada; con el
pedazo que me quedó arremetí á él y le di otra
herida en la cara; asióse de mí, dejando caer la
espada y rodela; bregamos un poco, y con las
armas y lo que había trabajado no podía el
hombre todo lo que quisiera; procuraba poner
la espada que traía asida de suerte que me hi-
riese con ella, y por mucho que me guardaba
della se me entró por una pierna y me hizo una
mala herida; fuese á abajar por la daga que es-
taba caída y le pude dar otra herida en el pes-
cuezo; diomc un piquete junto á un ojo y otros
dos en la cabeza, y yo le di uno en la nariz,
que todo el pico vino al suelo; dejé el pedazo
de la espada y tiré de la daga y se la saqué de
la mano, y dio de ojos; torné á darle otra heri-
da en el pescuezo por detrás, y me cogió de las
piernas y dio conmigo una tan gran caída que
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. — 3G
me desatentó del gran golpe que di con el ce-
rebro; vino sobre mí y fui á poner la mano
izquierda delante y me cogió el dedo cuarto con
los dientes, y como si fuera un cuchillo en la
yema del me hizo una herida, y me asió de la
daga y me la sacó de la mano con tanto ínqje-
tu que pensé me había quebrado la muñeca, y
sin duda entiendo que me matara si las fuerzas
no le faltaran, porque dos veces alzó el brazo y
no pudo descargarlo, y uno de los soldados que
peleaban á la puerta se volvió y íe dio una es-
tocada en un ojo, que fue también su parte
para desatinarlo; yo me levanté y fui por el
pedazo de espada y se la tiré, y como la cabeza
estal)a ya con tantas heridas, y en particular
de la primera que le dio un soldado llamado
Téllez, que aquella sola era mortal, se levantó
con un grito y salió fuera y se arrojó á la mar
por entre todos y se ahogó; solos peleaban seis
de los armados en popa, porque los deniás á
fuerza de brazos habían ido á la mar, que desta
manera podían con ellos. Por el un lado pelea-
ba Pedro de Lomelín, que fue necesario hallar-
se armado. Fueron tantas las cosas que hizo,
y otros marineros y pasajeros, que se podía
hacer una grande historia. Fue mucho lo que
duró el ánimo y la perseverancia de los nues-
tros; tanto que todos los contrarios se vinieron
á echar al mar, y nosotros á ganar la vitoria,
con tantas nuiertes y heridas como queda di-
cho, y la capitana huyó ; curamos los heridos y
enterramos los muertos.
Y porque no nos pasó otra cosa más que ca-
minar y tornar hasta Buenos Aires, y pasar por
aquellas gobernaciones de Tucumán y Para-
guay, que son más de trecientas leguas, sólo
digo que pasé harto mal camino, y también en
llegar á Potosí, Charcas, Ariquipa, Lima, Gua-
yaquil y Quito, que son más de novecientas
leguas.
Los soldados cada uno se desparció por su
parte, y de los amigos me siguieron muchos
que entraron después en la jornada de los oma-
guas y quijos (como se tratará en su lugar). De
todo este viaje solos me quedaron diez y ocho
mil pesos, pagada toda la gente y lo que yo de-
bía del navio y piezas de artillería que tomé á
la partida de Acapulco. Si no me hubiera suce-
dido tanto tropel de desgracia, era viaje de gran
gusto, por haber dado vuelta al mundo, y donde
se pudieran ganar cien mil ducados. Tardamos
en el viaje casi tres años, y computadas las le-
guas que anduvimos, fueron más de nueve mil,
por el viaje que lo caminamos, sin más de cinco
mil en tormenta, como se dirá en g\ Itinerario,
donde se hallará el cómputo de las leguas y co-
nocimiento de las tierras, reinos y puertos, que
en algunas partes no se ha dado por no inter-
rumpir la historia.
396
autobiografías y memorias
CAPITULO XXIX
Donde se contiene la descripción de la provin-
cia de los quijos, omaguas, cofanes y demás
naciones.
Llegué á la tierra de los quijos, donde pensé
descansar de tantos naufragios de mar, tierra
y enemigos, y allí se aumentaron de tal suerte
que todos los que padecí antes eran una som-
bra en su comparación. Porque es tierra de mon-
tañas, tiene helado hasta la cinta, pues había
veces que para sacar las piernas del entraba los
brazos hasta los codos para hacer fuerza. Es
tierra enferma, sin pan ni carnes, si no es de
monte; son los ríos grandísimos y peligrosos;
llueve todo el año, y á veces no escampa en todo
un mes. Hay grandes animales, y ferocísimos,
como son: leones, tigres, osos, antas y otros;
hay también culebras que llaman allá de cas-
cabel porque suenan como si lo trajesen, y es
que en la cola tienen una uña como el águila
y á los tres años se le hace una cadenilla que
suena como un cascabel pequeño, y de los tres
años adelante se le va criando en cada uno
dellos un ñudo de las cadenillas. Es muy pon-
zoñosa y tiene el veneno en aquella uña de la
cola, y con ella muerde; es peligrosísima su he-
rida, porque si no se pone remedio dentro de
veinte y cuatro horas mata. Tiene también ví-
boras y escorpiones y caimanes, niguas, que es
un género de pulga que se entran entre uña y
carne, y se crían mayores que garbanzos, que
hay personas que tienen los pies perdidos dellas,
porque se entran también por los carcañales y
van labrando, de suerte que se ha visto morir
hombre dellas. Críanse unas moscas azules en
el color y en cuerpo grandes ; éstas despiden de
sí en los pajonales unos gusanillos, que á los
que duermen en ellos, que casi son todos, se les
entra en la carne y allí se crían como un dedo,
que para sacarlos se padece mucho. Hay de día
unos mosquitos jejenes, y de noche zancudos,
y son tan pesados y terribles que hacen unas
grandes llagas donde hieren, y para concluir
con esto, hay una sin fin de sabandijas, unas
que matan y otras que causan grandísimos do-
lores, y sobre todo, cada indio de aquellos es
una muerte; así los amigos ya convertidos, por
quitarles sus falsos dioses, supersticiones, ritos,
hechicerías, maldades y embriagueces, como los
aucaes, indios de guerra, que cada uno dellos
es un fiero león deseoso de dar la muerte á quien
le reprehende y les trata de nuestra fe santa,
como se coligará de la historia.
El conocimiento, descripción y mapa desta
tierra de los quijos la tiene escrita con gran-
de elegancia y puntualidad el excelentísimo
señor Conde de Lemos, Marqués de Sarria,
Presidente del Consejo Real de las Indias y
al presente Virrey de Ñapóles (}), y certifico que
yo con habella medido (como dicen) á pies y á
palmos, no la podía sacar tan bien, y por esta
razón tan solamente tocaré en este lugar con
brevedad algo dello.
La situación desta gobernación es de la otra
parte de la cordillera, que dista de Quito á la
primera ciudad, que es Baeza, veinte leguas de
muy mal camino; es tierra montuosa, tanto
que llega su montaña hasta las mismas casas,
y como es tierra también de pantanos, para
haberse de andar las calles y plazas hay por
todas ellas portales. Su altura es medio grado
poco más á la parte del Sur; su longitud has-
ta los indios sujetos cuarenta leguas ; su lati-
tud es de quince leguas; corre con ella Leste
Oeste. Tiene por alendaños por la una parte la
gobernación de Yaguarsongo, al Sur; por otra
la gobernación de Popayán, y á Leste, provin-
cias incógnitas. Fundó y conquistó esta gober-
nación, año de 1559, el Capitán Gil Ramírez
de Abalos, y la reedificó el Capitán Contero, y
en otra pérdida el Gobernador Melchor Váz-
quez de Avila. El escudo de sus armas es la
imagen de Nuestra Señora del Rosario, senta-
da, y dos indios á sus lados con sus rosarios al
cuello. El Rey Don Felipe II, de felice recor-
dación, le dio privilegios honrosísimos, llamán-
dola muy noble y leal gobernación, y á los ca-
bildos de las ciudades les dio señoría. Pueden
dar solares y estancias y oyen hasta cincuenta
ducados.
Las mujeres de los conquistadores pueden
andar en guandos, que es como sillas de ma-
nos. Tiene esta gobernación cuatro ciudades:
Baeza, que es la cabeza, donde reside el Gober-
nador, la cual tiene cincuenta y dos vecinos
encomenderos de indios, que es como señores
de vasallos; la mitad son andaluces y una par-
te castellanos y extremeños y la otra de crio-
llos nacidos allá, hijos que son de españoles, y
algunos mestizos, que son hijos de españoles y
indias. Hay otros españoles que habitan allí, á
quien llaman soldados, porque el nombre de
vecino sólo se da á los que tienen encomienda
de indios. Hay setenta y cuatro mujeres espa-
ñolas, las cincuenta y tres casadas y las demás
solteras; tiene indios dos mil ochocientos y
veinte y nueve, casados mil ochocientos y
ochenta, muchachos docientos y noventa y
cinco; hablan todos estos la lengua general del
Inga, que era Emperador del Pirú que les im-
puso su lengua general, y en particular tienen
(') La Descripción de la Gobernación de los quijos,
escrita por D. Pedro Fernández Ruiz de Castro, y no
tan elegante como dice Ordóñez, fue reimpresa por el
Sr. Jiménez de la Espada en sus Relaciones geográ-
jicas de Indias, t. I, págg. XCVII á CXII.
iPEDilO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
397
sus lenguas maternas por sus provincias y
pueblos y todas diferentes; sólo en dos voca-
blos se conforman, que es padre, que llaman
abba, como los hebreos, y corazón, que lo lla-
man concepto.
La segunda ciudad es Avila y la otra Ar-
chidona, que en vecinos y indios se diferencian
poco de la primera. Están estas tres ciudades
en triángulo, que de una á otra habrá diez y
seis leguas.
La cuarta se llama Sevilla del Oro; es en
todo un tercio más que las dichas; dista de las
otras, si se ha de caminar por la montaña á
pie, porque no se puede de otra manera, por
ser los caminos fragosos y de pantanos, y así
poco usados, cuarenta leguas, y por el camino
real que se camina, que es por la ciudad de
Quito, ochenta leguas.
Pagan de tributo á sus encomenderos cada
año los de Baeza y Avila un anaco, que es la
vestidura de las indias, ydosliquillas.queescon
lo que se cobijan, y otras menudencias de maís,
pescado, miel y otras cosas de menos importan-
cia. Los indios de Archidona pagan de tributo
sacar oro en el gran río de Ñapo, y otros alpar-
gates y algodón. Los de Sevilla del Oro, lien-
zo tejido de algodón, pita, alpargates y tabaco
seco y adobado para tomarle por las narices y
boca, y en todas cuatro ciudades hay el servi-
cio personal de los indios.
Las provincias de los omaguas distan de
Avila y Archidona ciento y treinta leguas, y
son muchas con este nombre de omaguas en
general, y en particular cada provincia tiene su
nombre. Lo que desta gente y provincias más en
general se puede decir es que andan desnudos,
sin cubrir sus carnes con cosa alguna, aunque
en algunas provincias traen las mujeres una
pampanilla, que es un pedazo de corteza de ár-
bol, que es una tela que está entre la corteza y
el corazón del árbol, y con esta cubren sus par-
tes inferiores; tiene esta provincia quinientas
leguas de distancia; han entrado á quererla po-
blar y conquistar muchos capitanes españoles,
y no han podido.
La provincia de los cofanes está del valle
de la Coca (á do fui cura y beneficiado) vein-
te leguas, que las doce dellas son de montaña,
que todos son de árboles de canela, y las otras
son árboles de lúcumos, que dan una fruta tan
grande como la cabeza, de muy linda sabor y
sustento. Es gente dócil, bien inclinada, y si la
llevan por bien es buena y si por mal muy indo-
mable y terrible; es tambie'n gente robusta y
valiente; no los han podido conquistar, antes
entrando el capitán Contero á querellos sujetar
no pudo, y mostraron en esta ocasión la nobleza
natural que tienen, pues teniendo muchas ve-
ces en sus manos á algunos contrarios les qui-
taban las armas y no les hacían mal, y después
se las volvían, y aun con comida, y les decían
que se fuesen en paz y los dejasen, porque no
habían de ser poderosos para conquistallos.
Hay otras naciones y provincias, que, como
dicho es, son muchas. La provincia de los tutos
confina con los cofanes, y junto á esta, hacia la
mar del Norte, cae la provincia de los pues,
que es mucho mayor que todas, de más gente
y más poblada, y tiene un pueblo grandísimo
que dicen ser de más de sesenta mil indios. La
provincia de los nujas está de la otra parte de
un río grande de los cofanes, hacia los omaguas;
tienen un cerro muy grande de una arena muy
delicada envuelta con oro, y así le llaman el
cerro del Oro. La provincia de los coronados
cae junto á ésta ; llamárnoslos coronados porque
traen en la cabeza una corona como de frailes,
trayendo todas las demás provincias de indios
los cabellos largos, sólo que en la frente traen
una coleta hasta las cejas; estos coronados es
gente holgazana, y [en] toda su tierra no hacen
labranzas, y se sustentan con lo que hurtan á
sus circunvecinos y de pescar, porque hay mu-
cho en su tierra.
Todos estas son las provincias y naciones
que habitan cerca de las quijos, las cuales he
querido traer para que conste dellas, porque
como hemos de encontrar con sus nombres eu
lo que se sigue, me ha parecido sería bien dar
noticia en breve dellas.
CAPÍTULO XXX
Donde se ponen los alzamientos de los quijos
y la razón de mi entrada á ellos.
Esta provincia de los quijos, después de su
primera población, sirvió quieta y pacíficamente
á sus encomenderos más de veinte años, y por
algunas causas á ellos mal vistas trataron de
alzarse y matar á todos los españoles de aque-
lla gobernación; y para esto se juntaron todos
los caciques, que son los señores de los indios,
entre ellos, y nombraron por su general á un
valiente cacique, llamado Jumandi, y á otro
cacique gran hechicero le nombraron t^ov Pendí,
que es como su dios ó sumo sacerdote, cuyo
oficio es echar las suertes y declarar los agüe-
ros y sucesos hablando con el demonio. Junta
toda la gente habían de dar sobre Baeza, Avila
y Archidona el día de año nuevo, que es cuan-
do en aquellas ciudades se nombran alcaldes
ordinarios y justicias españoles, y en la de Avi-
la y Archidona no se nombran el propio día de
año nuevo, sino el segundo ó tercero día de Pas-
cua de Navidad, para que los nombramientos
de las tales justicias vengan á Baeza y los con-
firme el Gobernador, que allí reside (como di-
398
autobiografías y memorias
cho es), y pensando los indios que era día de
año nuevo, que era el señalado por tenor á los
españoles juntos en cabildo y matarlos, dio el
Juuiandi con la mitad de su gente en la ciudad
de Avila y hizo su hecho matando noventa y
tres españoles, y el Pendí con la otra mitad de
la gente dio sobre la ciudad de Archidona y
tuvo el mismo efeto; pero como en la ciudad
de Bacza aguardaban los indios al propio día de
año nu:VO no hubo efeto su mal intento, por-
que se escapó un día Inga de la ciudad de
Avila y dio aviso á la de Baeza, y ella á la
Audiencia Real, que reside en Quito, que envió
muchísima gente.
Hubo en este alzamiento muchos casos que
por no hacer á mi propósito los dejo, y así sólo
diré tres dellos. En la ciudad de Avila estaba
un encomendero que tenía una hija niña, la
cual con otra indezucla de su edad, criada suya,
se fueron hacia un riachuelo que está junto al
pueblo, y cuando oyeron las voces del alza-
miento, de miedo se escondieron entre las pe-
ñas de aquel río y así se escapó ; hallándola los
conjurados otro día se la llevaron al General
Jumandi, y queriéndola matar, una ama que la
había criado á la niña, que se llamaba Doña
Melchora, y era esta india muy querida del
JumaTidi, le dijo que no la matase, sino que la
dejase para que sirviese, y que así como los
españoles se servían dellos, de la misma suerte
era bien hiciesen ellos, y que aquella niña lo
hiciese. Sirviéronse della por discurso de mu-
chos años, pero guardándole siempre su inte-
gridad, hasta que yo la hallé y libré, como en
sn lugar se dirá.
El otro caso fue en la propia ciudad de
Avila. Un español se recogió huyendo de la
furia de los indios con un viejo y otro enfermo
que tenía en su casa y con cinco hijos peque-
ños tenidos en una india llamada Doña Bea-
triz, qiie era cacica, y ella se fue también á reco-
ger con ellos á unos portales de la plaza; llevó
d(js arcabuces con su munición, y allí se defen-
Olxó varonilmente por tiempo de cuatro horas,
disparando el uno mientras el viejo y enfermo
¡c! cargaban el otro. Acabósele la munición, y
cuando los indios le acometían hacía como que
les tiraba. Por haberse así defendido y junta-
mente muerto á muchos dellos lo dejaron. Visto
esto por Doña Beatriz, salió de entie sus hijos
al medio de la plaza, y dando voces á los indios,
avergonzándolos con palabras de oprobio, les
dijo: Gente afeminada y de poco valor, ¿dón-
de os vais? ¿cómo dejáis aquellos españoles que
allí están, mayormente que no tienen ya muni-
ción? Volved, volved en vosotros; llegada ellos
y acabadlos. Y con estas y otras razones se ani-
maron tanto que volvieron y les quitaron la
vida á todos ellos. Que es uno de los casos más
crueles que se pueden decir, que una mujer
esforzase y animase al contrario para que qui-
tasen la vida á sus cinco hijos y al que había
por tanto tiempo querido bien.
Otro semejante á éste acaeció el mismo año
y día, y circunstanciado casi de la misma ma-
nera, en las provincias de Chile, en la ciudad de
la Concepción. Y es que entrándola los indios
ganaron la media y toda la plaza ; y no pudiendo
tos españoles resistir su grande y furioso ímpe-
tu, porque eran muchos, se retiraron al campo.
Estaba á la sazón una señora española llamada
Doña Beatriz enferma, y oído el ruido salió á
Lina ventana y vista la retirada de los españo-
les, con un pecho varonil y con un entrañable
sentimiento les dio voces tratándolos de lebro-
nes, y que cómo degeneraban del valor, biío y
esfuerzo español. Díjoles razones tan fuertes y
valerosas, que con ellas les hizo cobrar nuevos
bríos y alientos tan animosos, que volviendo
sobre ellos los vencieron á los indios y á los que
tenían ya la victoria muy por suya los dejaron
vencidos.
El tercero caso pasó en la ciudad de Archi-
dona, que por ser de crueldad notable me lia
parecido ponerle en este número. Había en
aquella ciudad un médico español que tenía en
su servicio un indio que había deciséis años que
lo tenía en su casa y á quien quería mucho.
Retirándose con otros españoles á una casa
fuerte, con fraude y engaño les dijeron los in-
dios de guerra que dejadas las armas se fuesen •
á la ciudad de Baeza; al tiempo que lo quiso
hacer subióse en un caballo, y entonces le dijo
el indio: Señor, ¿cómo me dejas? Respondióle:
Hijo, no te dejo, antes quiero que vayas á Ifts
ancas del caballo y vengas donde yo fuere, y
no creas de mí tal cosa, que primero perderé la
vida que dejarte. Subió, y en el camino sacó un
cuchiro gifero y le dio con él de tal manera que
lo abrió por las espaldas y mató, pagándole con
esta traición y maldad su mucho amor que le
tenía y la crianza de tantos años.
Volviendo á este alzamiento primero, digo
que el fin que tuvo fue que como no pudieron
salir con su intento los indios y llevarse la ciu-
dad de Baeza, y como del socorro que el Ge-
neral Bonilla envió á la de Archidona, el Capi-
tán llegó á lo alto de la sierra que divide los
caminos de Avila y Archidona y de allí, sin dar
í'i socorro, por pensar que ya estarían nmertos,
se volvió, de allí á pocos días llegó toda la
gente de guerra de la parte de los indios sobre
la ciudad de Baeza, donde hubo una sangrienta
iiatalla, donde murieron más de cinco mil in-
dios y ganaron la ciudad, aunque como gente
iiárbara y sin consejo la volvió á dejar. Y fue
de notar que en más de quinientos españoles
([ue hubo no murió ninguno; sólo el Capitán
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
Í99
que llevaba el socorro á Archidona ese pereció,
y parece que fue castigo de la mano de Dios,
pues pudo socorrer á los otros y no lo hizo.
Prendieron al General Jumandi y al hechicero
Pendi, y á otros caciques de los cuales hicieron
justicia en la ciudad de Quito. Visto esto por
un hijo de Jumandi, retiróse á las provincias de
gente de guerra y la sustentó muchos años.
A este se siguió otro, y fue la causa que en-
trando un mestizo en los indios de la Coca se
enojó con un cacique y le echó un perro que lo
lastimo mucho, haciéndole casi pedazos una
pierna. Este, enojado y sentido por extremo,
convocó toda la tierra, y al hijo del Jumandi,
para dar sobre todas aquellas ciudades de la
gobernación. Estando todos los caciques en una
pesquería juntos, llegó súbitamente una garza
blanca y se sentó en medio dellos; levantándose
para cogella se quedaron algunas plumas della
en la mano, y dando un grande vuelo se fue.
Parecióles cosa notable y caso peregrino, y así
juntaron, como son tan grandes agoreros, á sus
hechiceros, pai'a que les declarasen qué podía
sinificar aquel caso; los cuales declararon que
la garza significaba á los españoles, por ser
blancos, á diferencia dellos, que son morenos.
El coger las plumas dijeron que era dar mues-
tra de cómo habían de matar á muchos en
aquella cercana y próxima guerra, y el volarse
y irse con carso tan veloz fue declarar cómo se
habían de ir todos los demás españoles que
quedaran vivos, dejándoles así su patria des-
ocupada y sus personas sin servidumbre. Con
esta adivinación, aunque bien falsa para ellos,
se acabaron de animar, y con la inquietud que
entre sí llevaban para hacerlo fue sabido de los
españoles; y así avisaron á la Real Audiencia
de la ciudad del Quito, y esto fue al tiempo
que yo llegaba á ella bien cansado de caminos
y fatigado de mis peregrinaciones, que fue oca-
sión para llamarme y mandar que entrase á esta
pacificación, y así me nombró el provisor Don
Francisco Garabis, mi amigo, por cura y benefi-
ciado del valle de la Coca y demás indios que
poblase, y la Real Audiencia me dio poderes
para que entrase gente conmigo para apaciguar-
los y atraer; y puesto en ejecución sucedió como
se verá en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO XXXI
De cómo reduje á los quijos. Las capitulaciones
que con ellos hice, y de otros acaecimientos.
Estando á mi cargo la jornada dicha, com-
pré todo lo necesario así de comida como de
municiones y otros pertrechos de guerra, que
fue donde gasté más de nueve mil pesos de los
que truje del viaje, y los otros nueve mil en mo-
I ropachas, mantas, frazadas, agujas, capoteras,
sombreros, sal, bizcocho y algodón, para darles
á los indios después de reducidos. Junté sesenta
hombres españoles, y por su caudillo al capitán
Salazar. Con esta gente entré en la ciudad de
Baeza, y de allí despaché á un indio inga al
valle de la Coca á tratar con los caciques y de-
cirles que se viniesen á ver conmigo, que solo
partía hacia su tierra, sin otra gente alguna. Y
así fue, que por la banda del río grande de la
Coca, que cae hacia Baeza, fui once leguas á
pie, porque todas las puentes las tenían que-
bradas los indios porque no pasasen los espa-
ñoles. El inga y mi indio Baltasar pasaron por
una puente de sogas que hicimos atadas en los
árboles de una banda á la otra. Llegado á la
Coca les habló y dijo cómo la Real Audiencia
no quería que los castigase, y por eso enviaba
un sacei-dote por su cura y beneficiado y con
poderes para perdonallos. Vinieron oído esto
tres caciques con él, que fueron Don Diego
Pargata, Don Diego Suca y Don Francisco
Umbaté, á los cuales recebí benignamente y
abracé mandándolos sentar y cubrir, porque
los indios no se cubren ni sientan delante de
los sacerdotes. Hincáronse de rodillas y besá-
ronme las manos. Yo les prometí favorecerles
y ayudarles en todo lo que fuese justo y razón,
como su cura y padre. Vestílcs á ellos y á los
qxie con ellos venían porque es gente que va
encueros, y les di mucha chaquira, que son
cuentas que ellos se echan al cuello y estiman
en mucho. Asenté la paz con ellos, haciendo las
capitulaciones siguientes:
Capitulaciones con los caciques del valle
de la Coca.
«Primeramente se determinó que el General
Quispa Senacato las aprobase y pusiese las de-
más que él quisiese.
» Segunda, que á todo género de indios de la
Coca de los caciques antes sujetos á los espa-
ñoles fuesen perdonados generalmente, así de
la vida como de otro cualquier castigo merecido
por el alzamiento presente.
«Tercera, que por aquellos dos tributos ve-
nideros de San Juan y Navidad no les pagasen.
))Cuarta, que les dejasen por dos años sin
poblarse á do ellos quisiesen morar (*).
»Qu¡nta, que para siempre jamás no les qui-
tasen sus atambores.
«Sexta, que por dos años no les compeliesen
á hacer puentes de madera.
1) Séptima, que por dos años no enviasen sus
encomenderos mayordomos españoles á todo
aquel valle.
{') En la edición: morir.
iOO
autobiografías y memorias
i>OctaTa, que por los dos años no cargasen
indio de la Coca ens araos con comida ni otra
fosa.
j^Nona, que al mestizo lo desterrasen de
Baeza por cuatro años ó castigase la justicia
según su culpa».
Las capitulaciones que yo les pedí fueron las
que se siguen:
«Primeramente, que todas las iglesias las
hiciesen luego á do yo les mandase.
» Segunda, que me dejasen castigar con solo
azotes y quitar el cabello á todos los hechiceros
que les hubiesen aconsejado mal.
uTercera, que las juntas que para sus comi-
das y bebidas hubieren de hacer fuese con mi
licencia.
íCuarta, que por lo que tocase á misa y do-
trina, los pudiese castigar.
3) Quinta, que á los indios y indias que tu-
yiesen repudiadas (') sus legitimas mujeres y á
los amancebados los castigase.
D Sexta, que [por] aquellos dos tributos que
no habían de pagar á sus encomenderos, en
toda la tierra se hiciesen decientas liquillas para
pagar el estipendio.
I) Séptima, que me diesen de comer y me lle-
vasen la cargas.
íOctava, que hiciesen una puente de sogas
luego, á do les pareciese, junto á Baeza, para
poder pasar, y en el río de Pindollata otra.
sNona, que los españoles que yo metiese
para pasar abajo entrasen libres y nos diesen lo
necesario para ellos, pagándoselo».
Con estas capitulaciones y presentes para
Senacato y otros caciques los despedí ; fueron y
tornó Pargata con todo aquello aprobado, y
otro que pedía de nuevo de la manera siguiente:
ff Yo el General Don Diego Quispa Senacato,
señor de linaje de todos mis pasados, como ca-
ciques que fueron desde Orifagua hasta el es-
trecho y salto del gran río, cordilleras y mon-
tañas, caciques del gran cerro de Nujay minas,
y ahora sujeto cacique de la encomienda de buen
amo Hernando de Araujo, digo que yo hice
llamar á Juan Ladino, indio del Quito, retirado
á los cofanes por el alzamiento grande, y con
e'l vide y me declaró la buena venida de nuestro
cura, y las capitulaciones fechas por él y por
mis caciques; todas las cuales deciocho apruebo
en mi nombre y de todos los demás caciques, y
pido otras cinco, y concedo otras cinco, las que
nuestro padre quisiere, y el dicho Juan Ladino
las escribió y firmó por mí y por todos.
»La primera, que perdone á todos los indios
deste valle y de todas las demás naciones, cua-
lesquier que sean, que han delinquido en el al-
zamiento grande y en el presente y en otros
(') En la edición: repudiado.
cualesquier que hayan muerto españoles, indio?
y perros y robado cualesquier cosas á quien
quiera que sea, en guerra ó fuera della, ó co-
metido otros cualesquiera delitos de veintidós
años á esta parte.
»La segunda, que todos sus blasones de ocu-
mares, pomas y ensillos, que son osos, leones y
micos, no se los quitasen por veinte años de sus
puertas,
»La tercera, que si se poblasen le diesen á
cada cacique sus sujetos, compeliéndoles á asis-
tir en sus pueblos.
»La cuarta, que todos los españoles que el
padre ó otro Capitán entrasen no fuesen á su
tierra; y si hubiesen de pasar, sola una noche
estuviesen allí, no obligándose á darles nada
por dineros ni de valde, y si hiciesen algún
agravio lo tasase el padre y lo hiciese pagar.
»La quinta, que por cuatro años no compe-
liesen á ningún cacique ir á Baeza».
Esto es lo que ellos pidieron segunda vez, y
lo que yo, es lo que se sigue:
«Cuanto á lo primero, que todos los atam-
bores de los altos de los montes los quitasen y
los llevasen á casa de los caciques.
»Lo segundo, que todas las sierras que te-
nían con maldades de caminos y arriba despe-
ñaderos de grandes piedras y árboles, antes
que yo entrase ni la gente, las despeñasen to-
das luego, avisándome de todo en particular, y
llevasen indio mío que las viese despeñar.
')Lo tercero, que se me diesen en los pueblos
grandes cuatro mitayos (como si dijéramos
jornaleros) por días, para tejer, y en los peque-
ños á dos, pagándoselo, y que me hilasen y
tiñí^sen todo el algodón y lana necesaria.
»Lo cuarto, que los pudiese compeler á ves-
tirse y dormir en cama, y á saludarse cuando
se encontrasen, y á otras pulidas humanas.
»Lo quinto, que pudiese criar fiscales, Al-
caldes de dotrina, alguaciles y todo lo demás
que necesario fuese tocante á la dotrina».
Y así hice todos los perdones en forma y \o
firmé, y testigos, y se lo envié.
Vino luego Quispa á verme con un gran
presente de miel, pescado seco y fresco, micos
y papagayos secos y vivos, y muchas carnés de
monte y otras cosas que entre ellos se estima,
y me besó la mano y me dijo que para la gente
me mandaba trecientas fanegas de maís. Yo lo
regalé y di otras cosas con que se fue muy
contento. Quedóse conmigo Juan Ladino, que
era un malísimo indio cruel, y asi tenía muchas
muertes hechas y infinitos robos perpetrados.
Hartábase de llorar y decía: Padre, ¿qué, me
has perdonado y puedo yo ir libre á Quito y
salir á confesarme? De gozo no cabía, y me
sirvió muy bien, como se dirá.
La gente española era ya llegada, y así fui
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
401
a Baeza. A la partida á la Coca me vino Juan
Ladino á decir que había gran discordia entre
los caciques, unos con otros, sobre derribar los
cerros y emboscadas de piedras y palos, que
decían que aquella era su fuerza, y no me di
por entendido. Partí con treinta hombres. Pasé
el río grande por una puente de guascas que
los de Baeza habían hecho más acá de Orifa-
gua á do solía estar la de madera, que como no
liabía quien lo defendiese, en breve la hicieron,
y el río de Pindollata por una puente de ma-
dera muy buena, que toda la gente de la Coca
habían hecho con muchos corredores y dos ra-
madas de paja sobre los estribos, que durara
hartos años. Llegué á Pindollata porque no
hallé indio ni cacique en Tangofa, ni Orifagua,
ni en Condapa. Allí hallé aqiiel cacique con
hasta veinte indios, que dijo no tener más suje-
tos, y bien triste. Era muy mozo, y dijo estar
así por las amenazas que los demás le hacían.
Yo le consolé y prometí ayudar. Fi]i á Tonta,
y no hallé persona. Tuvimos allí consejo, y
fuimos por orilla del río dos leguas de Suca-
nos. Convino subir á la sierra á media ladera,
por estar allí el camino muy malo. Al subir me
dio un temor el corazón y lo dije. Detuve la
gente y llamé á Juan Ladino y le dije: No
irás á Suca, y llamarás á aquel cacique y sa-
liremos por qué aquí se atajó este camino, y
sube por la sierra, y así fue orilla del río, lle-
gó á Suca y habló á Don Diego, cacique de
allí, y sólo respondió: Dile á mi padre que yo
no puedo ir, que los caciques se han de dar
batalla unos á otros, y que en la brevedad de
su pasada dése mal paso está el sosegar la tie-
rra. Tornó, y aunque eran las diez de la noche
pasé y hice marcha luego.
Pasamos aquellas dos leguas hasta vista de
Suca. Al amanecer hice tomar un alto con
doce arcabuceros y disparar por el aire, y otros
doce por el río que respondiesen y marchasen
hacia dos buhíos grandes que estaban allí. Suca
salió y me besó la mano y me dijo: ¿Sabes,
padre, por dónde has pasado esta noche? Por
todo el peligro desta tierra, y á do confiaban
los caciques que no quieren pasar por lo capi
tulado, y ahora verás como todos vienen. Dió-
melos por memoria. Fue cosa de ver que tocó
este cacique Suca en su casa unos atambores
que tienen puestos allí, que son cuatro palos
muy gordos huecos, y con unos mazos de palo,
atada una cera que hay en la montaña con
unas sogas de bejuco, y luego derretida se hace
un betumen blando en el tiento y muy dura-
ble, y con aquellos tocan y se entienden todo
lo que dicen. Tocó, pues, los atambores, y con
estar de allí cinco leguas lo oyeron todos los
caciques indios ; y aunque entre ellos había dis-
cordias, porque unos decían que sirviesen á los
españoles; otros, que pues habían pasado casi
un año sin tributos, que no sirviesen más, an-
tes que al pasar los españoles por el peligro los
matasen á todos. Y para que se entienda lo
que es el peligro, es un género de estratagema
diabólica de que usan, y es que en los altos de
los cerros más encumbrados cortan árboles
muy gruesos y arrancan piedras grandísimas,
y todo esto, asido con bejucos de aquellos ár-
boles, lo detienen así hasta que pasa el enemi-
go, y luego lo hacen caer, y con el ímpetu y
fuerza que cae se lleva tras sí todo cuanto en-
cuentra, por ir siempre el camino á media la-
dera.
Aquel día se habían querido dar batalla, y se
concertaron en lo que dijesen dos hechiceros
cada uno de su banda. Así como oyeron los
atambores desmayaron, y pasaron acá, y á por-
fía por quién había de ser el primero en venir
á darme la obediencia. El primero que llegó fue
Laipiti de Obregón, un cacique de Tánger, y
vino solo, y rae abrazó. Díjole Juan Ladino:
¿Cómo no te hincas de rodillas y besas la mano
al padre? Hízolo así; mándele sentar en unos
palos bajos que hay para esto en las casas
puertas de las casas de los caciques; dile un
mate de chicha de mi mano, que es un vaso de
vino; una moropacha, que es para encima, como
capa, y camiseta, que es vestido; sombrero,
y una espada vieja, que para este efeto llevaba
más de ciento sin guarniciones, Dile también
una caja de dos cuchillos carniceros y dos cajas
de bohemios y chaquira colorada un manojo
que le eché al cuello, y otra para su mujer de
chaquira morada, que llaman guaicas, y una
carga de sal, y un paño de agiijas zapateras.
Luego llegó Cenefa y su hijo, y Tánger, y á
todos di otro tanto. Llegó aquella noche Ya-
oofagua, un cacique de los de arriba con su hijo
Don Felipe y su bella mujer Doña Angelina;
Don Juan Quisparí, y Don Juan Sondoca, y
Don Juan su hijo. Sentáronse, por sí, como
contrarios desotros caciques. Hice á cada uno
por la misma orden su presente, regalándolos
con palabras, sin tocar á unos ni á otros por
más ni por menos amigos. Llegaron luego Rol-
danillo, Don Felipe Quispa, Don Juan Cinti,
Don Pedro Yucapu, Don Juan Tonta, Don
Andrés Tangofa, Don Francisco Orifagua y
Don Pedro Condapa, y tres ó cuatro caciqui-
llos de menos indios, y á todos regalé por el
propio orden y con unas mismas dádivas. Co-
menzaron á tsñer unos f ututos, y pregunté
qué era aquello. Dijo Yacofagua en la lengua
general: Señor padre, viene el General y tu
amigo Pargata, y Umbate, y Suca; y así lle-
garon, y besada la mano se sentaron con los de
su bando. La gente española tenía tomado el
camino por do venían la casa de Suca, y otro
402
autobiografías y memorias
buhío grande que allí estaba y hacia el río, que
es un paso angosto. Fui avisado que parecía
cruzar indios de una banda á otra, y por los
cerros muchos de guerra, todos con armas.
Di el nombre y hice que estuviesen con aviso
y no diesen á entender cá los indios que los
temían.
Después que presenté á todos éstos lo pro-
pio que á los demás llamé á Pargata y le dije
que si los caciques se quisiesen ir á descansar
que licencia tenían, y que viniesen otro día y
les diría lo que habían de hacer. Todos se des-
pidieron y los caciques de abajo se fueron pri-
mero hacia el río, y luego los demás se' entra-
ron en la casa del Suca. Díjome Juan Ladino
cómo había entre ellos discordias, y se quejaban
de mí que á todos los emparejaba, y que si no
fuera por darme pesadumbre, que había dicho
el General que estaba por quitárselo y decirles
sus huchas, que son los pecados, como quien
dice: Hoy érades enemigos y decíades que á
nosotros y á los españoles era bueno matar,. y
ahora en los pri sent?s nos igualan. Yo hablé á
Seuflcato aquella noche y le pedí no tratase en
cosa de aquello, porque aquella era mi hacienda
y la daba yo como quería. Otro día se juntaron.
Lo primero que me pidieron que los españoles
bajasen abajo de Tánger á la tierra de guerra
y yo se lo prometí y les pedí fuesen amigos.
Dijo el hijo de Cenefa: Señor padre, mientras
teníamos necesidad de General para la guerra,
éramos sujetos á Senacato; ahora que de paz
hemos de servir á los españoles, decimos todos,
y yo en su nombre, que si no es al Rey Don
Felipe no reconocemos otro señor, pues cada
uno lo es de sus indios, y á los españoles que
son nuestros encomenderos y á ti como á nues-
tro padre y cura, y así de aquí adelante no en-
víe á mandarnos cosa. Sentóse, y en un ins-
tante se levantó el Senacato y le cogió de los ca-
bellos y le dijo: Perro vil, hijo de cacique de
ayer acá, ¿cómo sin primero hacer la ceremonia
que se usa entre nosotros queréis que deje el
cargo? Levantáronse los unos y los otros y en
un instante todos tenían sus armas. Yo mandé
á los soldados calar sus mechas, y dije en la
lengua general: Caciques, abrid los ojos, que
ninguno se ha de apartar de adonde están,
aunque sean los mayores amigos, sin que os
maten, y si vienen vuestras gentes en arma no
ha de quedar indio á vida; sentaos luego. Como
en el aire, estaban los demás españoles en sus
puestos. Callaron y llegué, y á todos yo y el La-
dino y Baltasar mi indio les quitamos las ar-
mas, y á cada uno le di con el dardo un palí>,
si no fue al Senacato, que le amagué y no le di.
Hice luego quebrar todos aquellos dardos que
sin saberlo yo fue aquella entre ellos una cere-
monia de paz. Luego los hice amigos, y Sena-
cato dejó con las ceremonias usadas su cargo y
por ser ridicula la pondré aquí.
Siéntase en una tianga grande de palo, que
es á modo de una silla, y allí, cuando lo hacen
General, cada cacique trae una cosa y lo ador-
nan. Sentóse allí muy galano. Llegó su tenien-
te y hincó la rodilla, y como por fuerza sin
abrir la mano, por arriba le quitó un dardo muy
galano que teiiía en la mano derecha; otro una
rodela que tenía embrazada en la otra; otro
unas plumas que se ponen en la cabeza, como
corona; otro otras que le cuelgan á las espal-
das ; otro una patena de oro que tiene al cuello ;
otro las narigueras de oro de las narices; otro
la patena del bezo de la boca; otro las orejas
de oro; otro toda la chaquira del cuello y espal-
das ; otro unos huesos de los brazos que tiene
atados ; otro otros que tiene ceñidos por medio
del cuerpo, y unos cascabeles; otro la moropa--
cha de los muslos; otro la de las piernas; de
suerte que le dejan encueros sin cosa, sino es
una trenza de pita que les atan cuando nacen,
por la cintura, que se está allí. Vello primero
es contento, porque está galano de más colores
que un papagayo, y después para reir el verle.
Hácenle un razonamiento, que mandé fuese en
la lengua del Inga, para entenderlo. Dícenle
que ha usado su cargo muy bien, y que no ha-
cen aquello sino por su uso y para que de allí
adelante no sea su General, y en testimonio de-
que cuando lo nombraron le fueron poniendo
aquello, y besándole la mano, lo tornaban á qui-
tar sin besársela, y que él será cacique de sus
sujetos, y todo aquello que le quitaron era suyo,
y se lo ponían sobre aquella silla, y lo recibían
por amigo y no por señor, y le presentaban en
pago de su trabajo dones que le fueron dando.
Uno dos patenas de oro, como platos, para el
cuello; otros otras piezas de oro á su uso, cha-
quira, plumas y un millón de presentes, que
duró dos días, y lo numeré según ellos, y el La-
dino me dijo que valdría hasta mil ducados. El
los convidó á beber á tres días en su pueblo
para el domingo venidero. Presentóme á mí
cada uno una patena y yo las iba dando á los
soldados. Pidiéronme licencia para esta borra-
chera; dila, y díjome el Senacato que pasase
los soldados abajo de Tánger por los indios de
guerra y les tomase un paso que allí estaba y
una sierra, y que todos vendrían á beber, y á
la vuelta se irían quietos, porque suelen matar
gente y después van ellos á la venganza y suele
costar muchos indios. Hícelo luego así; ellos
convidaron toda la tierra de Baeza, y de las
otras ciudades y de guerra se debieron juntar
más de doce mil indios. Yo me bañaba (como
decimos) en agua rosada cuando los veía pasar,
y les iba dando cosas asi como iban pasando.
Supe del Ladino otro camino por la sierra de
PEDRO OKDOÑEZ DE CEBADLOS
403
los cofanes, que toda es (como queda dicho)
más de doce leguas de árboles de canela. Allí
había un grande artificio, y todos los altos los
cogí. Acabada su fiesta ó embriaguez, que duró
quince días, que era menester hacer un libro en-
tero dé las cosas que en ella pasaron de presen-
tes y amistades, de supersticiones y cosas que es
lástima cuál está enseñoreado el demonio desta
gente de montaña (i Dios los traiga á su ver-
dadero conocimiento.'), volvíanse todos los caci-
ques cofanes por su camino de la sierra, y los
de la montaña abajo de la Coca por el paso.
Los coronados y tutus, niguas, nujas y otras
naciones por su camino por la otra banda
del río.
CAPÍTULO XXXII
De cómo prendí á todos lus caciques de guerra
y los envié á Quito. De la entrada que hice
á los cojanes.
Había en el tiempo que duró la borrachera
avisado á Baeza al General Don Fernando del
Alcázar, de Sevilla, hermano de Don Francisco
del Alcázar, señor de la Palma, que como que
venían á beber tres á tres, y sin que lo enten-
diesen, me enviase indios y españoles embijados
y teñidos con vitos y con cabelleras (que es el
traje que los indios llevan cuando van y están
en sus embriagueces) ; de aquella manera tuve
ti'ecientos y veinte indios y cuarenta hombres,
y otros que venían. En llegando los caciques
los prendían y echaltan en colleras, y á los in-
dios los dejaban ir á sus tierras, que sin cabe-
zas os esta gente muy humilde. Y así prendí
decisiete cofanes, de los de abajo treinta y un
cacique, de los de guerra de Avila otros cua-
renta. De todos e'stos me dieron luego la paz
los cofanes, sino que en seis años no habían de
tributar más de regalos á su albedrío, y otros
dos años sólo sembrar algodón, y que no habían
de entrar en diez años más de un español solo,
y el padre y los mayordomos fuesen indios de
la Coca; y así hice mis capitulaciones y les di
un traslado, que prometo lo guardan bien, aun-
que por casos se han alzado dos veces. A Lai-
piti, su cacique principal, le di presentes, y á
los otros menos, y así los envié libres á su tie-
rra, y mandé derrumbar aquel cerro, que es
cosa de ver la destrucción que hace. Quedó de
allí el camino robado para siempre, hasta que
yo hallé otro viniendo huyendo que salí á Sena-
cato, que es el que ahora se usa. Los de abajo
dieron la paz con sujeción de tributos.
Los caciques que diré, porque los poblé con
sus sujetos y hice iglesias, y dotriné de allí
adelante, catequizándolos y baptizándolos, el
primero fue Ambocagua, que está del pos-
trero pueblo de la Coca ventisiete leguas. El
segundo Vecho, que dista deste nueve leguas;
otro Don Alonso, y otro Don Pedro; éstos no
quisieron el nombre de sus tierras; otro fue
Tanjipa; otro que se llamaba Ducho; otro que
tenía por nombre Dica; y es de advertir que
los pueblos tienen el nombre de sus señores,
que son los caciques.
Recogí cinco caciquillos, y luego el pueblo
que yo compré de indios de rescate, que bapticé
y poblé como se dirá. Los demás caciques nin-
guno quiso dar la obediencia, diciéndoles que
todos habían de ir á Qnito á la Real Audien-
cia. Un cacique de los Ríos me dijo que no lo
enviase, que aunque no me diese la obediencia
me sería amigo, y si fuese halla me favorecería
de todos. A éste le hice grandes presentes y
bapticé y puse por nombre Don Felipe. Otros
dos sujetos destus asimismo me los pidió; bap-
tícelos, y tuvieron por nombre Don Gregorio y
Don Fabián; diles dádivas y los envié á sus
tierras, y decía que mirasen que aquéllos los
había de vestir la Real Audiencia y regalarlos.
Otros cinco del valle de Don Pedro también
envié sin obediencia; sólo lo juraron al padre
de la Coca una vez Cada año, y al Rey, de las
cosas que cogía lo que mandase el padre ; bap-
tícelos y los envié; con cada uno destos enviaba
un indio que sabía las oraciones, para que les
enseñase mientras yo llegase. Los demás los
despaché á Quito con doce hombres y con in-
dios. Escribí á aquellos señores lo que pasaba,
y que regalasen á aquéllos y vistiesen, y des-
pués los amenazasen si no daban la obediencia
que se habían de estar allí, y otras particulari-
dades; que los llamase cada día el Presidente y
les hiciese entender que llegaban cartas mías
rogando por ellos, y que los señores Oidores se
enojasen conmigo, diciendo que si no fuera por
el Rey de España, que me quería mucho y me
había enviado á ellos para que me enviasen á
sus tierras, que los habían de ahorcar como á
Jumandi y el Pendi, y les enseñasen la cabezas,
que todavía estaban allí junto á San Blas en la
horca; envié también memorias que les leyesen,
y los secretarios de por sí, que eran del Rey, á
do los nombraba, y á sus tierras, minas, cerros
y ríos, y aun hijos y mujeres, que todo se hizo
y fue cosa de admiración la afición que me to-
maron, y el tiempo que anduve por sus tierras
mil veces me mataran si no fuera por aquello.
Estuviéronse allá los que menos dos meses, y
otros cuatro y seis, cómo y según convenía.
Di una vuelta á toda la Coca y dejé nom-
brados sitios á do se habían de poblar y hacer
iglesias, que á su tiempo diré; dejé la traza de
las iglesias, plazas, casas de caciques y de fisca-
les, que nombré. La gente caminaba orilla el
río á los cofanes, que hay por allí decisiete le-
404
autobiografías y memorias
guas, y por donde se va ahora doce. Es cosa de
grande contento y camino de mucho placer,
porque por la cordillera todo es canela y por
acá abajo todos son árboles de lúcumas, que
es una fruta como la cabeza, de grandísimo sa-
bor y olor. Llegué cerca de los cofanes, y usé
una maña, que por el río abajo eché cuarenta
hombres, pasando aquel famoso río por el salto
en la angostura con unos palos ó guaduas, que
son unas cañas como el muslo. Angóstase aquí
el río en menos de treinta pies, teniendo arriba
antes que se apriete más de una legua de an-
cho, y después del salto por partes más de dos,
y á la vuelta lo pasamos por debajo del salto
sin mojarnos, y sale debajo de aquellas peñas
como un hombre de agua, tan caliente, que en
ocho días pedernales y piedras durísimas las
hace piedras pomis. Allí se ven (^) maderos de
dos géneros, que es de admirar, guazapilies y pa-
los piedras, que en echándolos en el agua se vuel-
ven piedras, y en la fría se ponen no muy duras
y en la caliente fortísimas. Los cuarenta hom-
bres con Pedro de Lomelín despaché, y yo me
detuve once días una legua de la subida de los
cofanes, porque está un cerro que se sube con
palos atados á mano, y entre las peñas hay unos
bejucos en que nos asimos, que es maravilla.
Pareciéndome que llegarían caminé, y me tenía
dos emboscadas Laipiti, que como trajo gente ,
y para haber de caminar les daban las armas,
bien pudiera hacer lo que quisiera. A medio día
dieron gritería y parecieron las emboscadas. El
cacique no se quitaba de junto á mí, y me pasó
con él lo del Rey Don Alonso de Toledo, que
como me alboroté y los españoles también, rien-
do dijo: Espera, que no os harán mal, y el La-
dino lo debía saber, porque aseguró á todos y
me dijo: Ahora, padre, tú y tus españoles es-
táis en mis manos y os podía matar. Ahora
hago las mismas paces como libre. Yo lo abracé
y agradecí. Llegaríamos cerca de lo alto á do
habíamos de dormir á media noche cansados de
subir escaleras; antes que llegáramos vinieron
y le dijeron cómo otros españoles llegaban, y
preguntó al Ladino si eran nuestros, todo en su
lengua, y disimularon. Envió á mandar les die-
sen lo necesario, y después que me dejó sose-
gado se fue y el Ladino y á do estaban; llegó
casi al amanecer y le contó á Pedro de Lome-
lín lo que pasaba, y se espantó que sin saberlo
él entrase aquella gente en su tierra; y era como
todos estaban acá con cargas más de trecientos,
aderezando los caminos más de mil, en las em-
boscadas dos mil, que son todos los cofanes, y
este solo cacique tiene mil y ochocientos. Pasé
de allí á los ríos once días de camino y estuve
con el curaca mi amigo Don Felipe. Vi toda
(') Kn la edición; sirven.
aquella tierra, y en las juntas de los ríos forti-
fiqué un palenque en un cerrillo, á do hay agua,
y hice entrar gran suma de maís y pescado y
carnes de monte, y hicieron ranchos bajos de
vara en tierra, y allí dejé la gente para que me
corriera toda la tierra, y yo me vine por aque-
lla banda siete días de camino á Ambocagua,
que es el primer curaca sujeto. En un llano hice
una plaza y iglesia, cuatro buhíos largos de an-
tinales, y junté allí toda su gente. Fue víspera
de la limpísima Concepción de la Virgen, y así
le puse este nombre de Ambocagua. Despaché
á los demás para que tuviesen madera y paja
junta con tiempo, para cuando yo llegase. Fue-
ron los sujetos á éste setenta y tres indios, y
con mujeres y muchachos docientos, qxie á mu-
chos bapticé, porque los indios ladinos en len-
guaje general que yo envié los tenían catequi-
zados y enseñadas las oraciones, y á otros vie-
jos que lo pedían con grande encarecimiento.
Vecho tendrá en todos ciento y setenta almas;
Don Alonso y Don Felipe, á ciento y cincuenta
más á menos; Tangipa, otros tantos; Don Pe-
dro, ciento y veinte. Habrá en aquel gran valle
quinientos indios, y serán entre todos dos mil
y quinientas almas. Destos contaré por sí, por-
que se podrían gastar muchos pliegos desta
gente y desta tierra y valle. Bajé al río. Ducho
y Dica tendrán entre ambos trecientas y cin-
cuenta almas. Poblé todos estos pueblos, que
son ocho, y bapticé más de cuatro mil almas.
Tardéme en todo esto dos meses y veinte días.
Salí á la Coca, y ya todos daban priesa para los
pueblos. Señalé los lugares y pasé á Baeza y
de allí á Quito.
Llegado á Quito fui á besar las manos de su
señoría el señor Obispo ])on Fray Luis Ló-
pez de Solis, un gran cristiano, que era recién
llegado. Recibióme con tantas muestras de
amor que no le faltó sino salir hasta acá afue-
ra. Díjome que cuando le decían tantas cosas
de mí, que le parecía que debía de ser algún
viejo, y me animó tanto y dijo tantas cosas
cual puede y sabe decir un tan gran teólogo
como él era, y tan amigo de Dios, que era en
la virtud señaladísimo. Fui á ver al Presidente.
Tratamos grandes cosas acerca de aquellos ca-
ciques, y lo que estimaba mucho era que sin
guerra hubiese de aquellos bárbaros tantos su-
jetos y cristianos. Pidióme les favoreciese mu-
cho. Quedó tratado lo que se había hacer, que
conforme diré y se verá. Otro día los prendió
á los caciques, y yo fui á verlos y me pidie-
ron los sacase de allí. Guárdeme del Ladino;
antes le dije que por que no hiciesen justicia
dellos, venía. Metí petición sobre ellos y me
hallé en la Audiencia y hablé y dije muchas
cosas. Sacáronlos con grillos, y el Ladino
les decía lo que mandaban aquellos señores.
PEDRO ORDOfJEZ i)E CEBALLOS
405
Un cacique dijo en su lengua sólo estas pa-
labras: IDios, Jesús, María, Rey Felipe, Au-
diencia, obispo, padre; señaló dando de manos.
Lo demás no quiero; corta la cabeza. Entendié-
ronse sus razones, que por ellas daba la obedien-
cia al Rey, y en su nombre á la Audiencia y al
obispo, y al padre que allá los visitase; y que
no querían otra cosa, aunque les cortasen las
cabezas. Yo los pedí y volví por ellos, y el La-
dino fue luego y se lo dijo. Y como el Presi-
dente decía: Ahorcarlos es mejor, y enviar aho-
ra mil hombres á su tierra, y que pueblen y pa-
guen doblados los tributos, éntreme con ellos
en la cárcel y envié á decir con el Ladino á su
señoría que no había de salir de allí si no me los
daba ; y así los mandó llevar ante sí y les dijo
mil cosas con el Ladino, y que me agradeciesen
las vidas, y que mirasen lo que hacían, que ya
veían los españoles que había, que los había de
enviar allá, y luego los regaló y todos amedren-
tados le decían que sí. Salimos fuera y estaba
por mandado del licenciado Cabezas el alcalde
mayor de los indios de Quito, Don Diego de
Figueroa, y dijo que él venía con aquellos al-
guaciles para ahorcar aquellos perros, que ¿cómo
habían de servir ellos á los españoles y aque-
llos no? Todos callaban; yo le regué por ellos.
Fuimos en casa del Oidor y les hizo otra pláti-
ca. Luego fui en casa su señoría, y como había
en el pueblo aquella fama que los habían de
ahorcar, los salían á mirar como á resucitados.
Su señoría les dio á todos de comer, y yo comí
con su señoría, y me despedí del con grande
admiración suya de ver cuan en breve me que-
ría volver. Con todo eso me detuve otros dos
días, y convino que cinco caciques de aquellos
quedasen en Quito, por lo que entre ellos habla-
ron, y presos. Mandáronme dar aquellos seño-
res mil pesos de la caja, y yo los pedí emplea-
dos en cosas necesarias. Su señoría dio quinien-
tas camisetas; otro caballero docientas moro-
pachas, y otros dieron otras limosnas, que se-
ría todo otros mil pesos. Su señoría predicó y
dijo la limosna que era, y cómo gastaba yo solo
en lo que ahora llevaba cinco mil pesos, y que
eran necesarias para sacar aquella gente mu-
chas dádivas, y á cada peso echó cuarenta días
de perdón. Dejé á Ortiz allí, y compradas dos
rail arrobas de algodón y dos mil frazadas, y
muchas camisetas y mantas blancas, y moropa-
chas y liquillas chicas para cubrir las indias,
que de cada manta hacía cuatro, y las daba á
señoras para que las repulgasen, que lo hacían
con muchísimo gusto, sin muchas que dieron
ellas. Compré también bizcocho y otra» muni-
ciones, en que gasté los cinco mil pesos, sin
diez mil en que me empeñé. En el camino y de
allí á Tumbaco salían indios con cusmas viejas
y indias con liquillas, y llevé de aquello solo
cinco caballos cargados. Fue cosa para dar in-
finitas alabanzas al Señor, pues eu divina Ma-
jestad lo hace todo, que cuando fue Ortiz y con-
té todo lo que se había hecho y dado de limos-
na con viejo y nuevo, eran más de once mil pie-
zas. Llevé doce arrobas de chaquira, que envié
á los llanos por ella, y me estuvo la libra pues-
ta allá á seis reales una con otra, que fue
gran cosa.
Solos dos días estuve en Baeza. Hallé allí
más de trecientos indios que me esperaban de
la Coca, y como ellos llevaban las cargas, dá-
bamosles á dos arrobas á cada uno. Llegué á
Tánger, que en cada lugar no me estaba más
de dos días, baptizando á muchos niños ; dába-
les algodón, y lo dejé repartido para ellos y
que lo labrasen. A los impedidos á anaco y á
los más recios á dos liquillas, que es lo que
ellos pagan de tributo. Pasé abajo de Tánger
y recogí aquellos caciquillos, y de todos cinco
hice un pueblo, cada uno de por sí, y la iglesia
en medio. Hasta allí no despedí á ningún caci-
que, y era cosa admirable lo que me querían.
Allí llamé á los nujas y les pedi tres cosas:
que fuesen cristianos, que se poblasen y que
se vistiesen, y que para pagar á aquellos espa-
ñoles quería ir al cerro de Nuja tres semanas á
sacar oro. Todo se me concedió. Avisé á Pedro
de LomeHn y al capitán Salazar, que hacían
los oficios de caudillos, que se quedasen en el
fuerte Salazar con venticinco hombres, y su-
biesen los demás hacia el cerro de Nuja, y en
lugar de cada hombre viniese un indio para sa-
car oro. Fuimos y sacamos algunos días, y en-
fermó toda la gente, y así lo hubimos de dejar.
CAPÍTULO XXXIII
De la prosecución destas naciones en hacerlas
cristianas, hasta que envié todos los espa-
ñoles.
Tardé en dar vuelta y convertir los más des-
tos indios un año y siete meses, en que me
pasaron cosas notables y mxiy largas para es-
critas ; y así sólo dejo á la consideración que lo
vaya advirtiendo y mirando que es lo que se
podía pasar en convertir once naciones de in-
dios en tanto distrito , predicar á los unos, ca-
tequizar á los otros, baptizar y casar y minis-
trar los demás Sacramentos. Particularmente
que era gente tan nueva en esto que para cada
cosa era necesario un nuevo favor del cielo.
Allí me mataban, si así decirse puede, con sus
maldades y supersticiones; acullá con sus em-
briagueces; en otra parte con infinitas hechice-
rías, y en algunas algunos malos lo quisieron
poner por obra, como en un capítulo por sí lo
diré. Cuando estaba en los cofanes me llamaban
406
autobiografías y memorias
los niguas y nujas; cuando allá, los tutos; no
podía estar en cada parte más de tres días, por
ser muchas las que había donde tenía obliga-
ción de acudir.
Cuando llegó el año que había entrado en
esta tierra, tenía molidas las entrañas, y debía
de haber caminado de unas partes en otras mil
leguas en idas y vueltas. La Real Audiencia
me escribió le enviase todas las cOfpitulaciones,
y que con la nación que no se hubiesen hecho
les notificase la guerra dentro de seis meses;
las envié luego, que fueron las siguientes: Que
los visitase el padre de la Coca clcs veces cada
año, y todos querían ser cristianos, y ya lo eran
más de cuatro mil (como queda dicho). Servi-
rían á sus encomenderos de sembrarles algo-
dón, y una vez en el año llevarles miel, pájaros
secos y pescados, monos y papagayos y en
diez años no les habían de enviar mayordomo
español, sino indio. Cada cacique daría para
ayuda al padre dos arrobas de algodón cada un
año, que venían á ser cien pesos. Los tutos,
que querían ser de Cristóbal de Miño, vecino
de Baeza, que era un honradísimo hombre, y le
darían cada un año presentes de cosas, como
las ya dichas, y que los visitase un dotrinero
español, y para ayuda darían en vitos, pescado
y pájaros secos y miel, cincuenta liquillas, que
son cien pesos, y acudirían á baptizarse á do
estuviese el padre de la Coca, si no pudiese ve-
nir á su tierra ; y que por diez años no habían
de dar nada, sino es al padre, cada vez que los
visitase, tres patenas de oro que pesasen cin-
cuenta pesos; y si fuese dotrinero lego la mi-
tad, dos veces cada un año, y que no querían
encomenderos, sino ser del Rey.
Otras dos ó tres naciones que había más ha-
cia los pastos dijeron que no querían cosa, por-
que ellos salían á los padres mercenarios, que
los tenían cerca, y que tenían allí en un valle
un padre mercenario, de quien me dieron car-
tas, y vide la gran diligencia que ponía en la
conversión de la gente hacia la mar y de
aquellas provincias. Di gracias á Dios por ver
que daba ánimo á los sacerdotes para es-tas
jornadas, porque es la cosa más trabajosa del
mundo.
Los maguas, que es la más gente, capitula-
ron ser del rey en el nombre, y que no tenían
que dar, y que serían cristianos, y que querían
padre ó padres, y que pedían á su rey se los
diese pagados, y que ellos los sustentarían de
comer. Había al año más de cinco mil almas
cristianas.
Los coronados, que serían del rey, y que
querían padre de por sí, con el valle de Nues-
tra Señora, á do había de residir, y de allí visi-
tarlos, y que le sustentarían y darían del valle
la mitad, y ellos también el medio en algodón ;
y por ser pobrísimos no tenían que dar al rey.
Habría al año dellos mil cristianos, y dos mil
del valle, que siempre estos malos se hacían con
estos otros buenos. Los niguas de aquella tie-
rra son retirados, y así habitan en las cumbres
de las cordilleras; es gente pobrísima, qu3 que-
rían ser cristianos y pedían á su rey les sus-
tentase un dotrinero de salario y comida, que
ellos no lo tenían. Habría al año ochocientas
almas cristianas.
Los nujas, que el que quisiese ser cristiano
lo fuese, y que el que no no lo compeliesen á ello,
y que viniese un padre ó dos, y cada año entra-
se dos veces en sus tierras sin español de nin-
gún género, y habían de estar dos meses, y
luego irse, y que estuviesen en Baeza ó en las
otras naciones, y les darían á cada uno docien-
tos pesos de aquel oro y otros docientos par.i
el rey. Sacaron mil condiciones que no les ha-
bían de mandar jamás sacar oro, ni quitar ta-
les y tales cosas, que por ser de supersticiones
no las digo. Habría en todos ellos al año tres
mil almas cristianas.
Otros indios que están más abajo, con nom-
bre de omaguas, que serían del rey y cuando
viniesen los padres los baptizarían y casarían ;
no tenían que dar. Habría en éstos docientos
cristianos, pocos más ó menos.
Todas estas capitulaciones hice y despedí
los soldados; sólo quedaron Pedro de Lomelín,
Salazar, Matoso y Ortiz. Todas las naciones so
juntaron y me hicieron presentes en agradeci-
miento que los enviaba, y todo lo que me die-
ron lo repartí entre ellos, sin quedarme cosa, y
los envié contentos, y pesándoles porque se
ban, que se holgaran, según decían, estarse de
valde. Nombré cuatro dotrineros legos para
que fuesen de nación en nación enseñándoles á
rezar, y catequizándolos; anduvieron siete me-
ses, que se trabajó lo que fue bueno. Bapticé
tres mil de todos. En este tiempo hice una cosa
que entiendo fue de las más graves y de peso
que hice, que fue pedir á los caciques que todas
las piezas cautivas que tenían unos de otros
me las diesen para librarlos y dellos poblar un
pu(blo, y que les pagarían lo que les habían
costado, y éstos estarían por sus naciones jun-
to á Tánger. A todos les pareció bien, y más
dándoles lo que les costó. Escribílo á su seño-
ría del Obispo y á la Real Audiencia, y lo tuvie-
ron por bien. Envié por hachas y machetes, es-
padas, moropachas y chaquira y fui rescatando,
que en siete meses rescaté trecientos. Como los
iba rescatando los iba enviando á aquel vallo,
que es muy bueno y grande, y junto á él otro
pueblo de los cinco caciques. Señalé á cada na-
ción su parte de tierra para hacer sus labranzas,
y no se ocupaban en otra cosa sino en sembrar.
' Hícelos libres de tributo para siempre, y que
PEDRO ORDONEZ DE CEBALLOS
407
el dotrinero de la Coca los visitase; y todos
aquellos acuden cuando el padre está en Tán-
ger allí á misa. Fui allá y hice en cada nación
su principalillo. De los omaguas eran los más,
que como todos son sus enemigos, por ser tan-
tos, los cautivan á ellos más que á otras nacio-
nes. Costáronme tres mil ducados. Los cofa-
nes, que no tenían allí ningunos, enviaron de-
cioclio indios con sus mujeres y hijos. Los de
Pu enviaron seis; de suerte que se hizo allí un
pueblo de más de cuarenta casas, y los caciqui-
llos tenían cinco casas grandes, porque, como
dicho tengo, en una casa de aquellas viven
muchos.
Como está allí este gran río y es tan pode-
roso y de tanto pescado, y luego las comidas
son muchas, como son patatas, yucas, maís,
otras raíces y infinitas frutas, era pueblo rega-
lado, [por] y aquel respeto y agradecimiento de
haberles quitado de una tan gran servidumbre,
que se tratan unos á otros más que esclavos, y
el hacerlos libres de tributo, siempre los tenía
pai'a cargarlos y para t(jdo lo que era menes-
ter. Hícelos hilar y hacer mantas para ellos, y
con lo que hacían enriquecían de tal manera
que en tres años tenían machetes, hachas y sus
ollas y canoas para la chicha, que es su mayor
riqueza , y vestidos y grandes cocales , que era
una cosa de maravilla.
CAPÍTULO XXXIV
De las veces que estuve en grandes riesgos, en
todos los seis años y siete meses que esture
por estas provincias.
Aunque en sus lugares no he dicho las ve-
ces que tuve riesgo de muerte en estas provin-
cias, ha sido por ir abreviando, porque si á lo
largo hubiera de contar todo lo que me pasó,
fuera no acabar. Paso en silencio las salidas
que hicieron los españoles, y yo con algunos
dellos, que fueron peligrosísimas. Estas y otras
cosas dejo, como digo, por ser tantos los casos,
tan grandes los peligros, tan continuos los so-
bresaltos, tan terribles las insidias de aquella
gente, que no son decibles. Sólo, pues, diré al-
gunos notables peligros que tuve de la vida; de
los cuales el primero fue cuando vine á hablar
á Pargata y demás caciques; porque los conda-
paes y orifaguas me pusieron dos emboscadas,
y saliendo á mí un indio ladino, en lengua ge-
neral de Inga me dijo: Padre, ¿á dó vas? Vuél-
vete, que vas á morir. Yo lo abracé y le dije:
Hijo, holgárame conocerte para agradecerte
siempre este aviso ; pero mira, yo no vengo á
dar pena á estos indios, sino á salvarles las
almas, y les tengo de dar mi hacienda y defen-
derlos de todos los españoles, como verás si
eres desta tierra; y si me mataren, ellos me
perderán y Dios los castigará, y vendrán dos
mil hombres de Quito que no dejen indio ni
india ni muchacho con vida; y si ellos me re-
ciben, yo les perdonaré todos los males hechos
y serán todos mis hijos. Al pasar una quebra-
dita se quedó, y fue y dijo á los caciques lo que
yo le había respondido, y certificó á Condapa
que era el padre sin doblez, y que cuando le
decía aquello le parecía que me veía hablar con
el corazón. Fue después grande amigo mío; y
aunque se poblaron aquellos dos pueblos, y
eran de frailes dominicos que los dotrinaban
después, siempre acudía este cacique á mí. Qui-
taron las emboscadas.
Dos indios de Orifagua me esperaron al pa-
sar de una c-[uebrada y acaeció un caso notable:
que estaban concertados cada uno de su lado
pai'a en pasando fijarme los dardos, y al punto
que el uno me descubrió me lo tiró y lo clavó
en un árbol; el otro esperó más cerca y me
tiró el suyo cara á cara ; abájeme yo y hincólo
en tierra, y ambos echaron á huir, y no consentí
ir tras dellos, ni hacer alboroto, antes me reí
y dije: Esto me decía aquel indio, y pues el
Señor me libró, yo allanaré esta tierra.
Otra vez fue cuando, agraviándose Pargata
por haberlos hecho á todos parejos en las dádi-
vas, pasamos el río de Senacato; llevaban la
canoa horadada, y quitándole el tarugo entraba
infinita agua; echáronse todos al río y el capi-
tán Mateo Sánchez se arrojó con la espada en
la boca. Yo arremetí al agujero y con algodón
lo tapé y tomé el canalete y goberné á tierra,
y la misma corriente nos echó, y solos queda-
mos Baltasar, mi Anacona y yo, y como llegó
tan presto la canoa saltamos mojados hasta
arriba de las rodillas, y la canoa sin gobierno
tornó hacia el río y se hundió, y aunque sos-
peché ser maldad la disimulé.
Cuando la borrachera grande de Senacato se
trató en ella que nos mataran. Dijeron los de
guerra que sólo á mí, y que sin cabeza fácil se-
ría acabar con los otros. Enviaron un indio que
se ofreció á ello, y éste me vido sólo tres veces,
y habló conmigo, y estándole sacando bizcocho
para darle, dice que tres veces alzó la mano
para fijarme el dardo por las espaldas y tantas
dijo: ¡Que con tan buen corazón me trate éste
y me dé su hacienda y yo le mate! No lo he
de hacer; y así acabado de darle bizcocho y sal
me lo dijo, y que me guardase. Yo lo acaricié,
y con grandes palabras de mi deseo y de apro-
vecharlos le satisfice, y le rogué que aquello no
lo dijese á nadie, que yo tampoco lo diría.
La otra fue á la entrada de los cofanes, aque-
lla noche que se fue Laipiti y el Ladino; al
amanecer llegó un cacique; yo me levantaba y
se arrodilló y besó la mano. Traía un medio
408
Autobiografías y memorias
machete, y caaudo se levantó lo alzó; y como
lo vide mudado el color, le dije: Cacique, daca
ese machete, que es viejo, y te daré' uno nuevo,
y alargué la mano y me lo dio. Pedí con disi-
mulación otro y se lo di, y aquel á un indio
suyo. Díjele que siempre acudiese á mí, que yo
lo regalaría; y después supe á lo que había ve-
nido del mismo, pidiéndome perdón.
Otra vez, pasando por debajo el gran salto
del río, puse el pie en una piedra de aquéllas,
y con el tiempo estaba quemada del agua ca-
liente, y caí. Con una gran voz dije: ¡Cruz
santa, váleme! ¡Animas de Purgatorio, rogad
por mí! y di de manos sobre esta piedra del
palo que se torna piedra en el agua, y una
rodilla metí en el agua, que los calzoncillos se
me quemaron y en la rodilla tuve unas vejigas,
y si doy todo dentro del agua me abraso.
Otro día viniendo yo solo, cuando poblé á
Ambocagua y los demás pueblos, me esperaban
los coronados, y viendo armas en la montaña
dije en lengua general: Ladino, decí á esos
españoles que no les tiren, y á esos indios que
se vayan, y él dio voces como que lo mandaba
yo, y huyeron los indios; y estos mesmos coro-
nados, mientras más bienes les hacía, peor lo
hacían, y otras dos veces me quisieron matar, y
la una se emborrachó tanto el que lo había de
hacer, que se durmió, y yo pasé, y la otra, yendo
yo á su tierra, me avisó una india ladina de
Quito, mujer de un cacique, en lengua españo-
la, que no pasase abajo, que había una embos-
cada.
Otro día me volví al valle de Nuestra Seño-
ra, cuando fuimos al cerro de Nuza, por mi
poca codicia, y quedarme media legua más acá
y solas dos veces lo fui á ver; si llegara me
confesaron los indios que me mataran y que
tres veces hubo consejo sobre ello determinado,
y como me venían á hablar, y yo era contra los
españoles y en su favor, lo dejaron.
Otra vez fue cuando fui al pueblo de Pu; hubo
tres consejos de que me matasen, y una noche,
yendo un cacique á matarme, me oyó aconsejar
á una india que venía á quejarse de un herma-
no deste cacique (quizá con industria echada
para ello, por ser tan hermosa, que lo era en
extremo) ; y como vido los grandes consejos que
le daba y que no la apetecía, y éstos tenían que
los padres comían carne humana, y me dijo que
mataría á su marido y yo me lo comería; y
como le di á entender cuan fuera caminábamos
de todo aquello, y cómo por solo aquella pala-
bra merecía la muerte; y que se fuese, que yo
como padre en confesión recebía aquel secreto,
y que sirviese á su marido y otras cosas de
imestra santa fe católica, y que lo que comían
los padres era á Dios vivo en la sacratísima
hostia, y que siempre rogaban á Dios por ellos,
díjome éste después que lloró tanto y que qui-
siera irse á echar á mis pies y pedirme perdón.
Otra vez en los tutos fue necesario castigar
á una india que dejaba á su marido por otro, y
este maldito, estando rezando mis horas, me
tiró un dardo y una piedra, y con la piedra me
dio en el lado derecho, que me puso en grande
peligro, y el dardo quedó hincado, que me le-
vanté y aparté á un lado, dando gracias á Dios,
y me hinqué de rodillas, pensando eran más los
que me venían á matar, para ofrecer mi vida en
parte de mis muchos pecados; estaba solo, y
así no segundó, antes huyó, y después se supo
era él, y por entonces lo callé.
Otro día, subiendo á las cordilleras de los
niguas, me esperaban en un cerrillo pai'a des-
peñarme en él, que estaba armado, como ellos
hacen; había avisado iría para el lunes, y me
dio gana de ir el domingo después de misa; un
indio que estaba en el cerrillo para hacer el he-
cho se vino al valle, y aquel domingo bebió
tanto que se quedó borracho hasta otro día; yo
pasé otro día á las ocho, y vimos el cerrillo ar-
mado y lo derrumbé y pasé, y les di á entender
que los coronados harían aquello para ellos por
ser tan enemigos. Díjome después un cacique
que le parecía cuando decía aquello que los re-
prendía su ingratitud con decir de los otros.
Levantóse y díjome: Padre, siempre te querré
mucho y te avisaré de todo lo que yo supiere.
Abrácelo entonces, hícele muchas caricias y le
dije: Hijo mío, vosotros sois buenos, y yo os
quiero como á hijos, y le di hartas cosas.
Pues por quitarles aquellas juntas que ha-
cen de sus borracheras, ¡qué de veces pretendie-
ron matarme! tantas cuantas lo procuraba es-
torbar, que son infinitas. Los hechiceros, á
quien perseguía terriblemente, porque á éstos
tienen como por sus dioses y no se menearán á
hacer cosa sin su consejo, éstos cada momento
aconsejaban y les persuadían que me quitasen
la vida, y muchas veces lo quisieron ellos ha-
cer con hierbas y hechizos, y decían que tenía
yo el corazón tan inquieto que no me podían
hacer mal, porque jamás estaba quedo.
En otra ocasión, en los omaguas, abajo de
los nujas, se juntaban para dar sobre los coro-
nados ; súpelo y fui volando más de ciiarenta
leguas y les quité la ida. Amotináronse todos
contra mí diciendo que les quitaba su hacienda
de tantas piezas qne habían de traer cautivas,
y que me habían de matar si no me iba; y con
buenas palabras los aplaqué y me concerté con
ellos como si las hubieran cogido, y se las pagué
en chaquira, moropachas, camisetas, sal y agu-
jas, y con esto me libré. Supiéronlo los corona-
dos y me dijeron que yo les había pagado las
piezas que decían robarles, y que ellos iban á
la venganza si no les daba otro tanto; y así
PEDRO ORDOÑÉZ DÉ CÉBALLOS
409
se lo hube de dar, y desta manera, con pagarles
las salidas, los detuve más de dos años á todas
estas naciones hasta que fueron entendiendo la
ley de Dios.
En Sanacato se juntó una vez mucha gente
á beber; ocurrí yo á estorbarlo y me vide en
punto de muerte, porque más de cien indios, las
espadas enastadas y las rodelas embrazadas,
con una tonadilla que ellos tienen, decían:
¡Muera! [muera! y me llevaron arrinconándo-
me hasta la iglesia, y me encerraron, y sin comer
ni beber ni cama estuve treinta horas, y me pica-
ron en los pechos en once partes, y no lo di á
entender porque no apretasen. Aquella noche
determinaron de matarme, y llegó un niño sa-
cristanillo y por la puerta me lo dijo, y le dije
que les dijese que ya me había ido, que él me ha-
bía abierto, y me subí en un antinal, y cuando
vinieron dijo el muchacho cómo ya me había ido.
Ellos entraron, y como no me vieron y venían
borrachos, tornaron á salir en busca del mucha-
cho; llegaron á casa del padre y no había nadie,
que yo no traje más de aquel muchacho, y lo
que hallaron se lo llevaron, y un caballo casta-
ño que había traído lo adardearon y mataron, y
allí acabó su furia. Senacato dormía y recordó
otro día á la noche, y se lo dijo Doña Isabel su
hija, y él se enojó y prendió los indios, echó en
un cepo á unos y azotó á otros y deshizo la
borrachera y vino á la iglesia, que yo pensaba
era para lo que habían venido la noche pasada;
dio voces en lenguaje general: ¡Padre mío, pa-
dre mío! y decía palabras en que mostraba el
sentimiento que tenía de que hubiesen hecho
aquello conmigo. Como yo me enteré de las ra-
zones que decía hablé y bajé, y por tener el pe-
cho hinchado le pedí me curase. Salí de allí y
todo lo apacigüé y perdoné los indios, y man-
dé que no se supiese, y que el indio que lo di-
jese fuese ahorcado; buscamos al muchacho, y
lo hallamos otro día escondido en una labranza.
Estas y otras cosas me acontecieron, que por
no ser más largo lo dejo; sólo diré una por ser
tan notable. Cuando se levantaron estos qui-
jos (como está dicho), mataron toda la gente
de Avila. Ya dije allá que solamente había es-
capado una niña, que con otra india chiquita
se habían escondido. Esta, pues, la cogió un
hijo de Jumandi, que se retiró la tierra adentro
con más de docientos indios. Después de idos
los españoles bajé yo á los omaguas muchos al
pueblo del cacique Don Felipe, mi amigo; jun-
tábase allí la gente por canoas el río arriba, por
no ir yo allá, y allí los baptizaba y casaba. Es-
taba Ortiz allá abajo, que me los enviaba. Te-
nían concertado estos demonios con aquel Ju-
mandi de que viniese y me matase y luego ma-
tarían los dotrineros; juntáronse allí más de
cuatro mil almas. Una noche, estando yo al
fuego con mi amigo, entraban y salían indios,
y el cacique no me respondía á derechas ; yo me
levanté y vide entrar cinco indios embijados.
Pregunté para qué se paraban así, y que ya les
había dicho que era pecado. Entraron en un
cercado que había á un lado de la casa de cañas,
y oí una voz española, como de mujer, que me
dijo: Mira, padre, que te matan. Yo tenía una
macana grande en la mano y acudí á do salió
la voz, y vide una muchacha española como un
serafín, encueros, atada á un palo. Arrimé la
macana y tomé un palo de la leña del fuego
con aquel coraje, y di tres ó cuatro palos al ca-
cique mi amigo diciéndole: Mal cristiano, ¿esto
se sufre en tu casa? El se levantó enojado y me
sacó el palo de la mano, y dio tras los indios
embijados y les dio hasta salir de la puerta mu-
chos palos, y al uno le abrió la cabeza, y á otro
quebró el brazo, y dio voces á su gente. Ya ve-
nía Jumandi con más de veinte indios ; cogió la
puerta con la macana y me dijo: Éntrate en
ese cercado; yo lo hice, y desaté luego, cortan-
do las ataduras con un cuchillo, á la bella Doña
Melchora, que era la niña que dije, que en toda
la vida no había visto yo semejante hermosura
de cuerpo; temblaba la pobre señora y lloraba;
dile mi ropa y consoléla. Di jome que otro día
la habían de comer á ella y beber en mi calave-
ra, que así estaba concertado, y luego dar sobre
Baeza y Quito y matar todos los españoles;
andaba un alboroto del demonio. Los indios
deste cacique cogieron la casa con sus armas, y
otros caciques amigos la plaza y iglesia, á do
yo posaba en la sacristía. Los más culpados se
retiraron aquella noche. En efeto. Otro día pedí
perdón á Don Felipe, y él me abrazaba muchas
veces, diciendo: Padre, ¿cómo es Dios tan bue-
no? La santa Cruz y estas animas de Purga-
torio, ¿cómo te libran siempre? Señalaba los
dedos de las manos y pies, diciendo que tantas
veces me iban á matar y todas me libraba. Yo
llamé á los culpados y al Jumandi y los per-
doné, y concerté casar á esta dama con el capi-
tán Salazar, y toda la gente deste Jumandi se
le dio de encomienda, y se pobló á do solía es-
tar, con otros más cien indios que se le llegaron,
y es de las buenas encomiendas de Avila.
CAPÍTULO XXXV
De lo que me pasó en los cofanes y de un
monstruo que vide extraño.
Acudiendo á mis obligaciones fui hasta el
pueblo de Vecho, la tierra dentro, y no sabía
del alzamiento de los cofanes hasta que fui
avisado que un mulato los había agraviado.
Juntó Laipi su gente y vino en su segui-
miento, y como ya traído, tomó atrás y pasó
410
autobiografías y memorias
el río por el salto y allí recogió toda su gente,
determinado de dar sobre todos aquellos pue-
blos y matarme. Súpolo el General indio, que á
la sazón iba conmigo, porque lo saqué desde la
Coca con sesenta indios, y un día jueves me
dijo: Padre, mira por ti, que estás cercado de
enemigos; los cofaues están alzados media le-
gua de aquí, y toda la tierra convocada hasta
los de la Coca y Baeza, y estos indios que traes
en tu favor pienso que son los que te han de
matar; yo haré todo lo que pudiere en tu de-
fensa, y mis dos tíos y otros cuatro indios que
te queremos como padre, y será mañana á la
hora que den sobre ti acudiremos todos y mo-
riremos contigo; no des á sentir nada á nadie
porque estos indios no abrevien esta noche; y
con aquello me dejó sentado en una barranca, á
do estaba rezando. Hice todo aquel día examen
de mi conciencia y pedí al Señor solo de vida
hasta otro día, que yo pudiese recebirlo dicien-
do misa. Como á las cuatro recebí una carta de
Baeza, en que me dice que no vaya la tierra á
dentro, porque allá había ya ocho días que ve-
laban y habían cogido á los caciques de allá
porque todos se querían alzar. Cerca de la
noche llegó un indio de la Coca, con nuevas
de Avila, en que decía lo propio. Aquella no-
che me compuse con Dios lo mejor que pude,
y como á las tres de la mañana oí fotutos y
responderse en los ceri'os cercanos; todo seña-
les de guerra. Amaneció y dije luego misa, y
en acabándola, confiado en la misericordiosa
condición de Dios, dije: Nunc dimittis servum
tuiím, Domine. Díjome el que me ayudó á
misa: Padre, ¿por qué no te desnudas? Res-
pondíle: Hijo, porque quiero esperar desta ma-
nera á que lleguen esos indios y morir con es-
tas santas vestiduras. Quédeme hincado de ro-
dillas en la peana del altar y recé mis horas,
y siete veces los Psalmos de la penitencia, con
sus letanías y preces, y hice otras devociones,
encomendándome con muchas veras á la Cruz
santísima y á las almas de Purgatorio. Visto
que era medio día y no llegaban, me desnudé,
por no dar á entender á los indios mi flaqueza;
vine á casa y comí, y sabe el Señor con qué
gusto; al fin, como quien aguarda la muerte.
En habiendo comido luego me volví á la puer-
ta de la iglesia y me senté allí. Algunos indios
llegaron á tratar algunas cosas, y con buenas
razones los despedí hiego. Llegaron también
el cacique Tangipa y Vecho, y me preguntaron
qué tenía. Yo les dije que me sentía con gran
dolor de cabeza. Dijo un indio: Debe de sentir
el azua, que es como si dijera: Siente ya el
vino que le han de echar en ella. Callé y dije
entre mí: Sea luego y recíbalo el Señor. Díjo-
me Francisco: Padre, mira que conviene, como
estás rezando aquí, que te vayas á la puerta de
nuestro buhío, porque llega ya Laipiti, y si te
han de matar no importa la iglesia, y podrá
ser, como te vean con ánimo y que le hablas, n^
te hará nada; los indios que vienen contigo es-
tán determinados en morir ó defenderte. A su
persuasión fui, y acabado de llegar subía á la
plaza con ochenta indios todos embijados y em-
plumados, y sus espadas enastadas y sus ro-
delas embrazadas; llegó do estaba yo sin ha-
cer comedimiento y comenzó á hablar sin en-
tenderlo yo en su lengua, y significar lo mal
que el mulato y otros de aquellos mestizos lo
hacían, y otras cosas. Pregunté á Francisco
(que es el General indio que traía conmigo,
como queda dicho) , que estaba junto á mí :
¿Qué dice este cacique? Díjomelo, y sin esperar
respuesta dejó una moropacha que tenía cobi-
jada y le dieron una espada enastada y una
rodela, y debajo tenía ya sus plumas y sus hue-
sos, y le pusieron en un instante sus plumas
en la cabeza, y lo embijaron (que es teñirlo de
colores, y en particular colorado, amarillo y
negro), y salieron todos los sesenta indios de
aquella manera y tomaron la casa por de fue-
ra; él se fue hacia el Laipiti y me dijo en es-
pañol: Calla, padre; siéntate y ten ánimo, que
no habrá guerra. Díjole en su lengua mil co-
sas, y les mandó á todos de mi parte se hinca-
sen de rodillas, y le quitó la espada y la rodela,
y los demás indios á los otros, que todos se
abatieron, y á cada uno les iba dando un palo
sobre los hombros con tanto brío y denuedo
como si fuera un Cid. Luego le dijo: ¿Qué cosa
es que llegue un cacique delante del padre 5' no
se arrodille y le bese la mano? Hízolo el cofán,
y luego todos los indios, y me dijo Francisco
que les riñese, y yo les dije algo, y él como
lengua ponía lo que quería y les dijo muchas
cosas de reprehensión. Pregúntele á dó estaba
toda su gente y los demás caciques cofanes.
Dijo que cerca estaban. Mándele que los en-
viase á llamar, y así se sentó allí como preso.
Dijo Francisco en lengua castellana á voces á
un indio que iba hacia donde estaban los de-
más: Mira que manda el señor Vicario que na-
die venga con armas. Díjele yo: Francisco,
vuélveles á éstos las armas. Díjome: Padre, ¿ya
no lo sabes? ¿eres chapetón en esta tierra? si
les volvemos las armas, la guerra entre nos-
otros y ellos queda armada. Levantóse y pre-
guntó en su lengua á Laipiti: Lo que hice, el
padre me lo mandó; y tú, ¿quieres paz ó gue-
rra? Dijo Laipiti: Paz, y se levantó también y
lo abrazó, y él fue quebrando todos los dardos,
y después les tornó las rodelas, y aquella noche
bebieron, que se hundía el buhío á voces. Des-
pués les volvió las espadas enastadas en otras
astas, y con sus borlas de lana y algodón, que
es grandeza aquella entre ellos, que es como si
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
411
por las paces les hubieran dado gajes. Otro día
llegaron los demás caciques cofanes sin armas,
y con presentes de miel y vitos y otras cosas.
Dile á cada uno una carga de sal, y á los indios
puñados de bizcocho, sal y agujas capoteras.
Llegó mi amigo Don Felipe Omagua y entro
solo con su rodela y espada, y me dijo: Padre,
yo y mi gente estamos de guerra, que teníamos
nuevas que los cofanes te venían á matar; ven-
go con doce caciques y todos estos indios á ver
lo que es menester en tu servicio. Yo se lo
agradecí, y Laipiti salió y le dijo: Yo con mi
padre de paz estoy. ¿Tú quieres guerra ó paz?
Díjele: Don Felipe, los cristianos siempre han
de amar la paz; y así dijo: Paz; y extendió la
mano y le dio la espada enastada, y la rodela,
que luego la quebró; y con presente le tornó su
rodela, y después la espada con su ceremonia.
Tuvimos nuevas aquel día cómo en Tangipa,
que era más atrás, habían llegado los niguas y
coronados de guerra y los nujas en mi favor, y
por abajo de mi pueblo habían llegado los tu-
tos, y que la Coca estaba partida, unos en mi
favor y otros en contra, y me trajeron las so-
guillas de pita, como trenzas, y atados los con-
trarios, que eran más de doce mil indios. Envió-
les á mandar que sin armas, si no eran los ca-
ciques, viniesen, y despidiesen toda la gente.
Dentro de dos días se juntaron allí todos los
caciques de toda la tierra, sin faltar ninguno, y
entre ellos hacían sus ceremonias, dando y que-
brandos dardos y haciendo presentes unos á
otros, y trayéndome á mí de las cosas de sus
tierras, y yo también los regalaba y presentaba
cosas de que ellos carecen, y senté para siem-
pre la paz, y que si algo hubiese acudiesen al
padre vicario, si lo hubiese allí, ó al de Baeza
y justicia dellas, luego por chasques, para que
prendiesen y castigasen al que les hiciese mal.
Llegó otro día Pedro de Lomelín, Matoso y
Ortiz, que habían ido á Quito, y con la mala
nueva abreviaron y me pidieron que les pusie-
se aquellos por dotrineros y tuviese conmigo
un padre, para enviarlo á lo necesario, porque
algunos se enojaban mucho y los azotaban;
aunque como los padres los azoten por sus ma-
nos no era entre los caciques deshonra, sino un
cierto modo de honor, y por eso me querían
mucho, porque yo los azotaba y luego les de-
cía el por qué. Costáronme las paces en presen-
tes y dádivas más de mil ducados, y á todos
los caciques contrarios azoté dándoles tres azo-
tes, y luego echándoles una manta blanca en-
cima y abrazándolos. Estuve allí otros ocho
días, y de allí torné á la Coca, despaché al La-
dino á Quito, que había llegado con mis cama-
radas con cartas de las paces, y á Baeza, de
que se quedaron espantados, porque vinieron
dos indios de Quito y un español en hábito de
AUTOBIOaRAFÍAS Y MEMORIAS. — 37
indio y vieron junto á Tánger todos aquellos
llanos de indios de guerra, que con el miedo les
parecieron treinta mil, y como los que encontra-
ban en la Coca desde Orifagua todos eran con
armas; y más que al pasar del río de Senacato,
queriendo á la vuelta tomar una canoa para pa-
sar, embistió con ellos y les dio con el dardo de
palos, y luego llamó gente, y como vieron que
venía tanta se echaron á nado y pasaron, y todo
aquello lo ponderaron en Baeza y lo escribieron
á Quito y preguntando en Tánger por el padre,
dijeron: Ya está bebido en chicha; y desde la
primera nueva había escrito yo á Baeza que co-
giesen la puente de Orifagua, con todos los de-
más soldados que pudiesen, porque aquella es la
fuerza de Baeza, porque en no pasando allá los
de guerra no se osará levantar indio de Baeza; y
así se guardaba con cincuenta hombres arcabu-
ceros desta banda y de la de Baeza diez. Ha-
bía ya en Baeza más de otros tantos hombres,
y en Quito ya me contaban por muerto, y como
llegaron mis nuevas y la fe cómo había azotado
los caciques y las paces, se quedaban como fue-'
ra de sí.
Escribióme el licenciado Pedro de Zorrilla,
Oidor de la Real Audiencia, fuese allá, porque
con la fuerza que hacía el Virrey y sobre las al-
cabalas tenían malas nuevas. Escribióme tam-
bién el Provisor, el Arcediano Galabis, que por
haber ido su señoría á Lima, al Concilio, lo
dejó por Provisor y Gobernador de todo su
obispado y Vicario general. Dejé los dos ami-
gos, y de Baeza envié al padre Manuel Fernán-
dez, que quedase en mi lugar. Llegado yo del
pueblo de Vecho al de Tangipa, como todos los
caciques me habían traído presentes, y Laipiti
Cofan no, dijo Francisco cómo allí había de ve-
nir; me detuve un día y despaché á este Fran-
cisco con ocho indios de cada nación, bien
armados, á descubrir toda la tierra del río del
Marañón, que fue y lo vido y volvió á darme
relación. A este tiempo llegó Laipiti con todos
los ochenta indios que llevó á Vecho de guerra,
cargado de regalos, porque á éstos y al cacique
no les había dado cosa hasta que hiciesen aque-
llo; diles muchas cosas. Traía este Laipiti una
india cargada con un cataure de su chicha de
yucas, que es una bebida de las raíces que en
Cartagena hacen [de] cazabe, y á la tornada se
sustentan las flotas y galeones con ello. Traía
un monstruo, que era una india, que me quedé
fuera de mí de ver tal cosa, porque era de la
manera siguiente: Era una mujer muy alta,
tanto como el hombre de mejor estatura; era
muy gorda; los pies anchos y largos, las piernas
también muy gordas y muy estevadas, con un
vello grandísimo, cosa jamás vista en india,
porque de ningún género les sale pelo, si no es
en la cabeza y cejas; los muslos tan gordos
412
AÜTOBiOGUAFIAS Y MEMORIAS
como un hombre que lo está mucho lo puede
ser por la cintura; tenía detrás una cola de
carne de seis dedos, y muchos cabellos, y eran
tantos que dos manos de las mayores que allí
estábamos no los podíamos coger; éstos los
tenía cogidos y trenzados de manera que le iban
la mitad por el un lado y la otra mitad por el
otro, y le servían de pampanilla hasta abajo de
las rodillas, que la cubrían por delante y por
detrás; su cabeza era como de dos hombres, con
mucho cabello y largo, que le daba abajo de la
cintura; K frente era ancha de más de un coto
de mano; los ojos tan grandes y redondos que
parecían de carnero de aquella tierra, que son
como un real de á ocho; Ja nariz tenía chata y
grande, y mayor que la del negro más leo de
Etiopía; los carrillos por cena de la nariz hun-
didos, y en el hueso muy altos; la boca era dis-
forme y muy panda; barba como una paletilla,
y salida afuera; horadado el labio de abajo y en
él un caracoli de oro á su uso, y en la nariz otro,
que para llenar aquel lugar, según estaba de
apartado, lo había bien menester; la garganta
era grosísima y no muy alta; los pechos de
tanto grandor y dureza que era particular
monstruosidad; los pezones eran cada uno ma-
yor que el dedo gordo de la mano, de gruesos,
largos y derechos; sentaban estas dos rodelas
de las tetas sobre una barriga tan grande y
dura, que medidas por el ombligo y cadera
tres indias las más gordas que allí estaban ha-
cían harto en llegar; la espalda era grandísima
y acanalada, con dos asentaderas con la propor-
ción de lo demás dicho; una voz y habla de un
hombre fiero; brazos y manos tan largos y gor-
dos, que no es imaginable; era tan ágil en su
andar, y el servicio que hacía era tan presto y
bueno como puedan iiacerlo dos personas, y así
comía y bebía cliicha como para dos. Era pieza
para rey y sin serlo se la pedí al cacique, y con
intento de darle todo lo que por ella me pidie-
ra, como fuera posible; al principio me dijo que
no, y como me vio tan aficionado me engañó y
dijo que sí, y el otro día echó nueva que se ha-
bía huido, y prometo si yo llegara á tomar
posesión della, me viniera á España con ella y
pensara traía una cosa de mucha estima. Había
fama que en una p ovincia de los omaguas la
parió una grandísima osa, que sería hija de al-
gún indio; es uno de los monstruos mayores de
naturaleza que yo he visto. Mucho he visto,
así de animales como pescados y aves, que si
no se ven no se creerán, como es el águila de
Cochinchina, de tsnta grandeza que se lleva á
un oso ó elefante por el aire; la abada, que por
haberla visto muchos no diré della; la ballena
y sierpe y culebra de la mar. ¡Sea alabada en
todo la divina sabiduría!
CAPITULO XXXVi
Donde se comienza á tratar del levantamiento
de Quito y de lo que me pasó en él.
Fui llamado á Quito, como ya tengo dicho,
por el licenciado Pedro de Zorrilla, y por el
Provisor el licenciado Don Francisco Galavis,
Vicario general ; llegué y posé en su casa,
donde me dijo grandes cosas acerca de las alca-
balas, y cuan odiadas eran de todo género de
gente, y cómo el Virrey, Don García de Men-
doza, Marqués de Cañete, por mandado expre-
so, envió á mandar que se recibiesen en Quito;
y como el pueblo estaba alterado, habían nom-
brado por Procurador general al depositario
Bellido, y éste fue á la Audiencia con algunas
peticiones, pidiendo le concediesen apelación
para España, con fianzas que si Su Majestad
mandase otra cosa las recebiría y pagaría desde
aquel día el tiempo que fuesen según se cogie-
sen el primer año, no concediéndose, antes lo
mandó prender y entrar en un aposento de los
de la Casa Real. Juntáronse una noche todas
las nmjeres de la ciudad de todas calidades, y
se fueron atapadas, sin consentir fui se hombre
con ellas, y entraron en las casas Reales, y des-
pués de pasados muchos razonamientos y chis-
tes, sacaron al Procurador Bellido, á pesar del
Presidente, que no le aprovechó decir que no
era por las alcabalas la prisión, sino por otras
cosas, á lo cual respondían que después lo pren-
derían, y otras razones rn.iy pesadas. Todo esto
escribió la Real Audiencia al Virrey, y junto
con ello lo que me contó el Oidor, el licenciado
Pedro de Zorrilla, que por ser casos tan graves
los pongo, aunque alguno sea fuera de la histo-
ria, que pasó así:
Juntáronse quince hombres principales en
un convite, y allí cada uno prometió su día;
acabada la huelga de la espléndida comida, or-
denaron un juego, y para que uno mandase y
los demás le obedeciesen, salió por Rey el de-
positario Bellido, que según su nombre le de-
bió de parecer que era verdad; nombrólos en
cargos, al uno Príncipe de la Libertad, al otro
Duque de Popayán y á otro de las Charcas, y
desta manera á todos los demás; el secretario
de su Real persona era un guerrero sayago,
hombre muy valiente y que había sido, muy
rico y con sus inquietudes estaba pobre; como
no le dieron título de Grande, como á los de-
más, juntó á los otros convites, que llamaban
Cortes; á la cuarta vez, á algunos dellos les
pareció mal, ó por ganar gracias fueron y de-
clararon en la Real Audiencia loque pasaba;
el Presidente de la envió á pedir al Virrey gente
y mosquetes y arcabuces, por lo que podía su-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
413
ceder. Envió por General al que lo era del Ca-
llao, que era un astuto varón, que su nombre
era Pedro de Arana, y por capitán y sargento
mayor al valiente y gran SDldado Francisco Za-
pata Vicente, y por capitán de á caballo á Don
Francisco Proaño.
Al quinto convite trató el secretario que él
iría por Buenos Aires á Inglaterra y traería
socorro de gente, y entonces dijeron todos que
ya parecía traición, y que se quedase allí y no
se descubriese, para lo cual buscaron un sacer-
dote, que con una hostia los comulgó á todos.
En los demás convites, hasta Ins quince, aun-
que se trataba, no era sino risa y haciendo
burla de lo q le se había tratado. Pasados al-
gunos días desembarcó la gente en Guayaquil,
que venía de Lima, y con secreto caminaron
hasta Chimbo p(/r un río arriba veinte días y
otros cuatro de montaña. Llegado á la zábana
vido un mestizo ja gente y mosquetes, y co-
rriendo la posta llegó á Quito v. ía de Santa
Bárbara, y dio la nueva. Juntóse el cabildo, y
fue acordado entre ellos que fuesen y pregun-
tasen á la Real Audiencia qué gente era, y nom-
braron oficiales de guerra, y pedían los confir-
mase la Audiencia. Y respondió que no Sdbía
qué gente era, y confirmó todos los oficiales,
salvo al General, que éste dijo que había de ser
el licenciado Pedro de Zorrilla, y su valeroso y
prudente hijo el licenciado Diego de Zorrilla
su teniente y coadjutor, porque era muy que-
rido de toda la ciudad; fue maese de campo el
depositario Bellido; capitán de á caballo el li-
cenciado Martín Jimeno, alcalde ordinario que
entonces era; capitanes de infantería Juan de
la Vega, Francisco de Olmos y Pedro de Le-
rena; Contador de la Real Caja y sargento ma-
yor el capitán Calderón, un gran soldado de
Flandes, y otros oficiales; tocaron pílanos y ca
jas y se juntaron más de dos mil hombres es-
pañoles.
Fui á ver al Presidente y me recibió pregun-
tándome qué era lo que me parecía del nom-
bramiento del General y oficiales, en que res-
pondí: Que á un cuerpo que parecía que sus
miembros se querían corromper fue justa cosa
ponerle cabeza tan leal y sana, porque real-
mente el General y su hijo eran grandísimos
servidores del Rey. Querer contar por menudo
todas las cosas que pasaron en estos alborotos
sería comenzar historia nueva; tocaré algunas
cosas y sea la primera.
Que sobre estar el estandarte Real en las
casas Reales, donde se había pasado, como Ge-
neral, el licenciado Zorri.la, las banderas y
cuerpo de guardia estaban en la plaza, junto á
las puertas de Cabildo; tuvieron su consejo y
se determinó que trajesen allí el estandarte; sa-
lieron tocando al arma y fueron á la Audien-
cia, y después de grandes cosas bajaron el es-
tand.irte; asióse dé! el licenciado Cabezas, Oidor
de aquella Audiencia, y diciendo : «Aquí del
Rey», acudió toda la gente; puesto á caballo
marcharon á la plaza, y de allí á la iglesia, que
cierto era de ver tcjdc^s los del pueblo cómo en
diciendo: «Aquí del Rey», aunque fuese una
criatura, acudían todos, porque es lealísima
aquella ciudad y provincia. No quiso el Oidor
llevar el estandarte á las casas de Cabildo, sino
á las suyas, que eran una esquina de la plaza
y sul)id ' en su ventana pidió que callasen todos
que así se hizo, como si fuera en un sermón, y
dijo: ¿Creéis que el Rey Don Felipe nuestro
Señor es nuestro Rey y señor natural? Todos
respondieron: Lo creemos; y con ésta otras
nnichas preguntas, que á todas respondieron:
Creemos; y así le quedo nombre del día del
símbolo de Cabezas. Quedóse allí el estandarte
algunos días.
Pasados algunos días, en otro consejo y jun-
ta determinaron que, pues eran tan fieles, que
saliese el General con ellos á pasearse. Fueron
todos, y estaban en acuerdo, y pidiéndoselo y
diciendo que no era justo ni tiempo, se asieron
de la ropa dos cuñados, Ortiz y Ribas, y se la
quitaron, y á su pesar, dando voces que eran
íieles y que sobre sus hombros lo llevarían,
como á su General y cabeza. Pusiéronlo sobre
un caballo y le dieron un bastón, coraoá Gene-
ral, y lo pasearon por todas las calles con gran
regocijo, y á este día llaman la prisión del
acuerdo. Y á estos dos tristes que no supieron
lo que se hicieron, les mandó dar garrote des-
pués el A'calde ordinario García de Vargas.
Despacharon al capitán Arcos con provisio-
nes y mandatos que no pasase á Quito, y hizo
alto en Chimbo. El Gen ral Pedro de Arana
y su gente y Arcos se quedó en la Atacunga y
mandó hacer pólvora, que sabido por el Gene-
ral Pedro de Arana le envió á mandar, so pena
de la vida y traidor, que no la hiciera. Enojóse
el viejo y escribióle una carta deste tenor:
Carta al General Pedro de Arana.
«Pedro de Arana: Bien sabéis que fuisteis
mi criado y que se dice en todo el Pirú mis
grandes servicios á nuestro Rey, y mis hazañas
os constan que he igualado con los mejores ca-
pitanes y soldados destos reinos; noventa y
tres años tengo, y vos no tenéis cumplidos
sesenta; os desalío y reto; vení si os parece,
veréis quién es el capitán Arcos, y si no venís,
no hago caso de cobardes; vos sois el traidor».
El Alcalde Martín Jimeno escribió otra car-
ta al Virrey de parte de la ciudad que se come-
tió á él, y en toda ella, con ir bien criada, no le
dice de merced, ni señoría, ni excelencia. Por
414
autobiografías y memorias
las cuales cartas les quitaron las vidas, como
después se dirá.
Un día hicieron alarde, como lo hacían todos
los domingos y fiestas; pasaron por la Audien-
cia y porque cerraron las puertas la cercaron, y
?1 capitán Olmos tomó un arcabuz de un sol-
dado y por arriba de su hombro lo disparó,
que entrando la bala por una ventana dio en
un cuadro de Abrahán, y dijo: No debe más un
buen capitán. Fue gran milagro no disparar
todos y perderse aquella ciudad. A este día le
llaman el cerco chico.
Otra vez fueron tocando al arma y cercaron
las casas Reales; todoá no más de decir que no
las cerrasen, y que saliesen y no los hiciesen
traidores, y un soldado, visto que por una ven-
tana descubría una cabeza á mirar, le tiró, y
pasó la bala por la frente y mató á un honra-
dísimo mozo llamado Hernando Lagarto, so-
brino del Oidor general. A este día llaman el
cerco desgraciado. En este tiempo dieron un
arcabuzazo á el maese de campo Bellido y le
quebraron una pierna, y como no murió quiso
curarlo un médico portugués y lo acabó con
una purga. Di jóse que todo había sido por
mandado del General Pedro de Arana, y que
fue su grande amigo Olmos el que se la tiró,
porque de secreto hacía grandes servicios y
para lo público se halló después con cartas del
Pedro de Arana, en que decía él se lo mandaba,
y por eso se libró.
Otro día, que llaman del cerco grande, que
fue un día de juicio y pasaron cosas maravillo-
sas y que parece que la divina Providencia
acude con sus misericoi'dias á manos llenas,
que vide milagros, si así se puede nombrar. En
todos los días acudí á la Real Audiencia y
hice todo aquello que un fiel capellán pudiera
hacer, porque con recaudos del General Oidor
iba al Provisor, y lo atraje, que no fue poco,
porque iba con el vulgo de que no se recibie-
sen alcabalas hasta que se diese aviso á Su
Majestad y los oyese, aunque en lo demás era
un excelente varón, como se verá en el hecho
deste día del cerco grande. Llamóme el Gene-
ral en secreto y me dijo que la noche antes su
cristianísima mujer Doña Francisca Sanguino,
que certifico como sacerdote que era una santa
y que le revelaba Dios muchas cosas, que le
parecía que otro día se habían de ver en grande
agonía y estrecho, y que me llamase y pregun-
tase qué sabía y qué había oído aquella noche
en el cuerpo de guardia del cabildo (porque
muchas noches me disfrazaba y ponía un cuello
de seglar y me iba á escuchar, y otras veces,
como amigo de los capitanes Juan de la Vega
y Martín Jimeno, iba como clérigo). Respon-
dile: Yo lo que sé es que mañana hay reseña,
y vernán á esta plaza de las casas Reales á ar-
mar escuadrón. Entré dentro y me dijo aquella
santa mujer: Padre mío, ¿qué juicio será el de
mañana? Si no nos libra el Santísimo Sacra-
mento todos moriremos; vaya y reduzca al
Provisor y diga que traiga al Señor y venga á
librarnos, que su divina Majestad se lo pagará,
y el Rey nuestro señor se lo gratificará. Salí
de allí sin responderle cosa, que como la mira-
ba con ojos de santa me pareció hablaba con
espíritu profético. Fui pensando lo que le diría
al Provisor, y fue que si veía alboroto llevase el
Santísimo Sacramento para que con su respeto
se refrenasen todos; y así lo hizo. Tocan de
improviso las cajas al arma y en un instante
las campanas, que parecía hundirse el pueblo.
Acudieron dos mil y ochocientos hombres, mar-
chando hacia las casas Reales con voz de que
los Oidores se encerraban, y los hacían con
aquello traidores; llegados piden que abran las
puertas. Hubo grandes demandas y respuestas.
Tenía hecho dentro grandes prevenciones de
guerra, que todo era poco para contra tanta
gente, que no había dentro más de cien perso-
nas, hombres y mujeres. Acordéme del Arce-
diano y Provisor, y salgo por un postigo con
Juan de Aldaz, un vizcaíno que sirvió mucho
en estos negocios. El Provisor estaba ya aper-
cebido y hubiera ido á la iglesia por el Señor,
sino que estaban las calles de la plaza toma-
das. Dije en entrando: Ea, señor Provisor, por
Dios, por su Rey y su ciudad, acuda á lo tra-
tado. Dijo: ¿A dónde iremos, que todos los
conventos y iglesias están cerradas? Dije: A la
Compañía de Jesús, que para servir á Dios y al
Rey siempre está abierta; y era la verdad, por-
que aunque todos acudieron, estos santos reli-
giosos se aventajaron. Fuimos allá y luego
abrieron y salió el Padre retor, y con la santa
custodia escondida venimos á tiempo, que si
nos tardáramos un rato más fuera imposible
entrar, porque ya cercaban todas las casas Rea-
les á la redonda, que son de cuatro esquinas;
entramos por el postigo, que fue por donde
habíamos salido; pedían vigas para echar las
puertas principales abajo, y el que más hacía
era el sargento mayor Calderón, que como sol-
dado viandante no miraba lo que los honrados
capitanes le decían. Visto que si más se tarda-
ba fenecería todo, puse las gentes en sus pues-
tos, que aunque de rigor era aquel oficio de los
soldados que estaban dentro, ninguno sabía lo
que se había de hacer, aunque por el postigo
entró á aquel tiempo Diarto Marroquín y otros
que ayudaron. Era la vocería tanta, que no se
entendían, y todo era pedir que abriesen las
puertas ó que las echarían abajo y los matarían.
Sobre las puertas principales estaba una venta-
na grande. Mandó el General Zorrilla que las
abrieran, y el Provisor sacó el Santísimo Sa-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
415
cramento, que fue cosa milagrosa que fuera ni
dentro no chistó persona, ni habló más, sino
que arrodillados lo adoraron un grande rato
con lágrimas de alegría; y el General dijo: Ea,
acompañemos á Dios, y dio de mano que se
pusiesen en orden de marchar, y al momento
se obedeció, y fueron en procesión á la iglesia
mayor. Acudieron los cantores y música, que
pareció una procesión del cielo. El Provisor lo
colocó en el Sagrario, y el retor hizo una plá-
tica de la veneración del Santísimo Sacramen-
to, y acabado acompañaron al General hasta
las casas Reales, sin haber soldado que entrase
de las puertas, antes cuando pasaba le hacían
reverencia hasta el suelo y decían que á un tan
buen cristiano y esposo de una santa, y su Ge-
neral, todo aquello y más se le debía.
De allí adelante no hubo más cercos ni con-
tiendas, y porque era cerca de Semana Santa
se le escribió á Pedro de Arana que viniese, y
llegó víspera de Ramos, y el domingo no hubo
oficios; prendió hasta veinte personas. Aquel
lunes Santo amaneció colgado el buen viejo Ar-
cos y Martín Jimeno, por las cartas arriba refe-
ridas , que fue un espectáculo grandísimo ver
un viejo con una coleta como la nieve, de no-
venta y tres años, y que tanto había servido al
Rey, y un mozo gentilhombre, muy galanamente
vestido, y de lo más granado de la ciudad, y lu-
nes Santo, amanecer así.
CAPÍTULO XXXVII
Donde se concluye la historia y se trata
de los castigos que se dieran.
Entre lunes y martes Santo se miraron las
causas que algunos tenían en esta revolución,
y miércoles Santo el Contador Pedro de Lerena
y el soldado que mató á Hernando Lagarto, y
el otro sobre cuyo hombro disparó el arcabuz el
capitán cuando pedía la venganza el Presidente
de haber rompido á Abrahán con la bala, y al
sargento mayor Calderón, y á otros tres compa-
ñeros suyos que llaman de los Yumbos, porque
salieron por una provincia que la gente tiene
este nombre, y escaparon siete de un navio que
se perdió en aquel mar del Sur, que vinieron á
morir por solo hablar y decir dichos como dicen
los necios: Diga yo esto y cuésteme la vida. Lle-
garían hasta veinte todos los justiciados; y con
esto cesó, porque le oi decir al General Oidor y
al General Pedro Arana la poca culpa que toda
aquella ciudad tenía, fuera de haber tomado las
armas ; y así envió perdón general el Virrey, y
dice en él: Para si por ventura alguno hubiere
hablado, que en todo lo demás bien se sabe la
lealtad desa ciudad.
Y por ser á propósito acabaré estos alza-
mientos de las Indias con decir que hubo mu-
chas ciudades, como fue la de Santa Fe y Tun-
ja, nuevo reino de Granada, que juntándose en
cabildo los veinte y cuatro Regidores y propo-
niendo el Oidor las alcabalas, se vestían sus ca-
puces de luto y sobre un bufete sacaban una
fuente y un cuchillo, y no respondían cosa, y al
fin recibieron á dos por ciento, y aun de aque-
llo quitó nuestro cristianismo y católico Rey
Don Felipe III una gran parte, que en todas
las provincias no quiere más que las pagas de
justicias y oficiales Reales. A muchos hicieron
en aquella ocasión grandes mercedes, y yo tam-
bién fui gratificado en el beneficio del pueblo de
Pimampiro, donde lo fui ocho años, como lo
diré.
Acabadas las cosas de Quito llegó su señoría
Don Fray Luis de Solís, que venía de Lima.
Agradecióme mucho el trabajo pasado, porque
le dijo el Oidor general lo que había hecho, que
eran íntimos amigos, porque los buenos y san-
tos suelen tener entre sí siempre unión y vínculo
de amistad. Puedo decir cierto cosas rarísimas
deste santo obispo, y pregoneras de su virtud, y
no solo de oídas, pero de vista, que hacen más fe;
pero por no ser desta historia las dejaré, y por
pagar en algo la deuda que á los buenos debe-
mos, diré sola una, yes que un día de viernes me
dijo: Hijo, estas noches vamos á Guápulo, que
es una legua del pueblo, donde está una imagen
con la invocación de Nuestra Señora de Gua-
dalupe, y vine á la oración, y disimulados nos
salimos á pie del pueblo. En llegando á la cruz
de la entrada se quitó la capa de San Agustín,
que había sido fraile de aquella sagrada religión,
y me la dio, y ya venían las espaldas puestas
en orden para su disciplina ; se descalzó y sacó
una cadena de hierro con tres ramales y una
carrucha grande, que es á modo de la disciplina
del glorioso Santo Domingo, y con ella se fue
azotando con grandísima fuerza, que yo me es-
panté de ver tanta perfeción en un viejo, y el
ver, cuando llegaba á las cruces que hay en el
camino, cómo se postraba y lloraba, que me pa-
recía que veía á su padre San Agustín ó San
Nicolás de Tolentino ; y cierto que en todas
aquellas cruces donde hacía aquellos actos be-
saba yo sus zapatos y capa, como reliquias de
santo. Llegados á Guápulo lo curé con agua
de altamisa y polvos de arrayán. Aquella noche
durmió allí y muy de mañana dijo cantada la
misa á la Virgen, y luego en su muía so volvió
á la ciudad, y esto hacía muchos sábados, y por
esto se podrá pensar la gran penitencia deste
santo obispo, el cual aquel sábado me dijo que
la mejor dotrina de su obispado era Pimam-
piro, y que me fuese á ella, pues yo estaba malo,
que había dos años que de los grandes y excesi-
vos trabajos de los quijos tenía abiertas las iii-
416
AUTOBIOGEAFÍAS Y MEMORIAS
gles y la barriga y piernas con llagas de los
mos quitos, y las espaldas con mil señales de los
gusanos, que me duró esta prolija enfermedad
cinco años.
Tuve cartas de Baeza de la necesidad que
había de mí entre la gente de guerra de los
cofanes y omaguas, y cómo resucitaban los
hechiceros los pronósticos de la garza; y así
hube de partir luego, y en otros seis meses que
me detuve allá fue andar por todas aquellas
naciones apaciguándolas con hartas dádivas,
que es el mayor medio para rendirlos, y hice la
mayor cosa que jamás habla hecho, que fue la
principal pacificación de todas aquellas provin-
cias, y fue juntar todos los hechiceros en sus pro-
vincias y tierras, y regalarlos y vestirlos para
atraerlos, á los cuales pedí se viniesen á la Coca
para la Pascua de Navidad, y que juntos allí
les enseñaría lo que significaba la garza y plu-
mas que se les quedaron en las manos, y que
allí los convidaría y regalaría, y así lo hicieron,
y algunos se iban conmigo, porque el interés
de lo que cada día les iba dando les ponía es-
puelas para dejar sus tierras, con la esprranza
de tornar ricos. Usé un estilo extraordinario
con ellos, que era decirles adevinanzas y signi-
ficar querer aprender dellos sus ceremonias
para venir á hablar con el diablo, dándoles á
entender lo contrario que yo tenía en mi pecho
por engañarlos y irlos reduciendo á la verdad;
y como la gente es bárbara, les enseñaba mil
modos de engaños para que ellos hiciesen en las
suertes con los indios para que los estimasen y
pagasen mejor, y al gustillo de enseñar y ser
maestros del padre y al de ser ensoñados, y todo
en tanto secreto, y de la gran honra que Jes ha-
cía en público, los iba encadenando para hacer
el mejor hecho que en mi vida hice. Llegados á
la Coca junté treinta y un hechiceros. Tuve la
noche de Navidad en Tánger, que es el postrero
pueblo de la Coca, y comí aquel día con ellos.
Había avisado á Don Diego Suca que llegase
aquel día á la tarde y me convidase para su
pueblo, que es ocho leguas más arriba, y que con-
vidase á aquellos hechiceros para beber cuatro
días; y á Don Andrés T.ingofa, otro cacique
que es ocho leguas también hacia arriba, seis
leguas de Baeza, y que me convidase, y á ellos
pan otros cuatro días, y les di seis botijas de
vino á cada uno, y otras seis á Senacato para
otro convite á la postre, que es por el otro ca-
mino hacia abajo casi enfrente de Tánger, que
con esto, aunque los llegaba á Baeza, como
habían de volver al postrero convite hacia sus
tierras y vieron pasar el vino á Senacato y sa-
bían que jamás mentía ni había engañado á
ninguno, estaban más seguros que en sus tie-
rras. El segundo día de Pascua dije misa en
Pargata, y de allí pasé á dormir á Suca, y aquel
día llegó por mí llamado un mestizo que lo en-
vié á Tangipa, que es un pueblo cinco leguas
del postrero de la Coca, y avisé á Ortiz que
estaba allá que para cierto día se hallase en
Tangofa, que (como dicho es) está de Baeza
seis leguas. Un día, el tercero de la borrachera
en Suca, disputé con los caciques hechiceros,
que pasó así:
Aquel Don Diego Suca, en cuyo pueblo y
casa estábamos, con el alegría de tener convi-
dado al padre y á tantos mohanes, me preguntó
en público delante de todos los caciques y
mohanes: Padre, deseo saber algunas cosas de
Dios, que me hacen alguna vez tanta confusión
que me quitan el discurso de la razón. Díjele
que preguntase y le respondería, y vería que en
todas las cosas era Dios perfetisimo. Pregun-
tó: Vuestra merced ha dicho que Dios crió el
cielo y la tierra y lo demás que en ella está,
como en el catecismo nos enseñan, que para
ser Dios todo es razón sea criado por él. Pues
antes que lo criase ¿dónde estaba Dios? Díjele
que en sí mismo, como en todo bien, y como
ahora decimos que Dios está en el cielo, y en la
tierra, y en todo lugar y todo lo hinche, y otros
diez mil mundos que hubiera; así, no habién-
dolos, se ha de entender que está en sí mismo.
Dijo un mohán: Padre, parece que decir en sí
mismo es signifi ar que está una cosa en otra,
y parecen dos dioses; si no es, cómo dices que
son tres personas, que estaba la una en la otra.
Respondí: Las personas, en razón de personas,
son distintas, mas un solo Dios verdadero, im-
partible, incomprehensible, por ser Dios y nos-
otros criaturas que no lo podemos investigar ni
comprehender, y sólo Dios se conoce y compre-
hende á sí mismo, y desta manera estaba en sí
mismo antes de la creación tan inmenso como
ahora y para siempre.
Dijo otro mohán que no era cristiano: Yo
no ignoro eso, que con mi saber alcanzo que
Dios, la primera causa, puede y sabe cuanto
quiere, pues crió al demonio que sabe tanto, y
crió al hombre, que alcanza también á saber
mucho; lo que me espanta es que habiendo yo
declarado lo de la garza del río Condapa, quie-
ras tú decir á estos bárbaros caciques que los
mohanes los engañamos y que no sabemos de-
clarar lo dudoso y por venir. Dije: Hijos, oidme
todos y sentaos, porque se habían levantado
como se levantó aquel que todos tenían por
dios; y así se sentaron. Yo me levanté y dije:
En L> que toca á la garza, fue acaso el venir en
aquel tiempo y no tenía nocesidad de interpre-
tación, y por reducirlos dije algunas otras inter-
pretaciones acomodadas á su barbaridad. Para
que entendáis que el diablo os engaña digo que
la garza significa, los españoles y vuestro le-
vantamiento, y las plumas que se os quedaron
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
417
en la mano los que en él mnrieren á las vuestras;
mas el volarse la garza y no acabarla de pelar
es la mucha cantidad que hay de españoles, con-
forme vistes, que le quedaron más de cien par-
tes de plumas más que las que le quilastes, y
no matarla en la tierra, sino volar hacia el cielo,
es daros á entender que Dios Favorece á los es-
pañoles; y en fin, no me negaréis que la garza
no se quedó en vuestra tierra, y lo está consi-
derándola viva. Otra interpretación le doy yo
y es que venir la garza significó todos los espa-
ñoles que conmigo entraron, los cuales envié y
yo me quedé con alguno entre vosotros, ense-
ñándoos la fe verdadera seis años y medio. Sig-
nifica también la garza y el volarse hacia el
cielo las almas de los cristianos que de vosotros,
baptizándose y haciendo buenas obras, blancas
en puridad, se han de ir al cielo, que no me ne-
garéis tantas almas como he enviado á gozar
de Dios, aunque no sean más de los niños que
han muerto baptizados. Dejaos, hijos, de inter-
pretaciones del demonio; deja sus abusiones y
abominaciones, mira que anda por llevaros.
¿Qué resultó, me decid, de las guerras de Ju-
niandi, smo acabarse los dos tercios de los in-
dios? Las verdades y adivinanz is del Pendi
¿en qué pararon? Todos vinieron á acabar sus
miserables vidas en el rollo de Quito, de que
son testigos los caciques que han ido allá y los
han visto. ¿Y qué les aprovechó elliaber muerto
á todos los españoles de Avila y Archidona?
¿Faltaron otros para tornarlas á poblar? Y en
Quito ¿cuántos millares están aguardando las
guerras? y les nombré otras ciudades, y luego á
España, dándoles á entender que había más es-
pañoles que hojas en aquellas montañas; y lla-
mando al Ladinoy á Baltasar,mis indios, saqué
cuarenta guaicas, que son (como he dicho) colla-
res de cuenta [s]. y le di á cada uno de los mo-
hanes una que valía á cuatro ducados cada una,
y á los caciques asimismo, con que quedamos
muy amigos, y luego pedí vasos de vino y les di
á beber, que gasté cuatro botijas. Pidiéronme
nueve moliane-! que los baptizase, que yo lo hice
el día siguiente con harto gusto de mi alma.
Partimos de alli al convite de TangoFa, que
fue como el pasido; era alcalde ordinario el
capitán Jerónimo de Cisneros, encomendero
deste puel)lo y de Condapa, y el captan Her-
nando de Araujo, encomendero de Senacato y
Sondoca, á los cuales avisé muy de secreto, y
como que venían á juntar sus tributos el uno
allí á su pueblo y el otro á pasar adelante á los
suyos, y dos mestizos criados con ellos. Aquel
díii cargué la mano en darles vino á los moha-
nes, que cuando llegó la oración ya estaban to-
dos muy caídos. Llegó Ortiz y el otro mestizo
y cuatro españoles más, y amenazando en se-
creto al cacique Don Andrés Tangofa, y pro-
metiéndole muchas dádivas porque no escapase
ningún hechicero, los atamos á todos, que eran
treinta y uno, sin que se escapase alguno, y so-
bre caballos que hasta allí habían entrado con
algodón y sobre los nuestros, los pusimos muy
bien atados y partimos á Baeza, y otro día á las
ocho estábamos allá, y luego en cadenas y co-
lleras partí con ellos á Quito, donde llegué en
dos días, porque en el camino iba mudando ca-
ballos, y los entré en la cárcel de la Real Au-
diencia. Y para que concluyamos con esta gente
diabólica, de allí repartieron en los conventos
de las ciudades de Quito, Pasto, Cuenca (*)
y Loja, con mandato que no saliesen ni á la
puerta; los que aun no eran cristianos se die-
ron á los conventos de la Compañía de Jesús,
que es cosa para alabar á Dios el ver lo que ve-
lan sobre ellos. Los indios de la Coca y los de-
más de guerra que había en TangoFa, visto lo
sucedido, tomaron las armas y se vengaron en
la ropa del padre, haciendo pedazos todo lo que
no era de importancia para ellos y llevándose
lo demás. Acudieron los alcaldes dichos con
gente y hicieron allí alto más de dos meses,
perdonando á todos los culpados y dejándoles
lo que habían llevado, que de acuerdo había he-
cho llevar mucho algodón y mantas y chaquira,
y como gente sin cabeza, que en faltándoles sus
agoreros no saben menearse, se apaciguó, y lo
ha estado todo este tiempo, y tengo confianza
en el Señor lo estará muchos años ó para siem-
pre. ¡Su divina Majestad lo haga como puede,
porque esta canalla es la perturbadora de la paz
y la que inquieta los ánimos de los demás
indios!
CAPÍTULO ÚLTIMO
Del tiempo que estuve en Plmampiro y de mi
venida á España.
Acabadas todas estas cosas ya dichas, y con-
cluido este último hecho, que fue el de mayor
provecho que en aquellas partes pude hacer,
salí de Quito para el pueblo de Pimanipiro,
que fue el que me dio por mejora el señor
Obispo el tiempo que allí estuve. Los indios
quijos es gen ti agradecida y que reconocen lo
que por ellos se hace, y así me venían á visitar
más de cuatro años después que salí de entre
ellos, y no se coni'ntaiían con la vista, sino que
me traían muchos regalos de micos y papaga-
yos vivos y socos, y pescado seco, y pue eos de
monte, y granadillas de los quijos, y destas dos
cosas diré dos maravillas singularísimas. Los
puercos del monte son como los de acá, sólo que
tienen la barriga arriba y el ombligo, y en ma-
(') El la ediciÓD: Crunea.
418
autobiografías y memorias
tándolos se lo han de sacar luego, porque si no
es tanto el mal olor que de sí despiden y es
tan malo el sabor de la carne, que no se puede
comer.
De las granadillas digo que absolutamente
es la mejor fruta del mundo, y comiéndose sale
un olor por las narices de almizque y un sabor
mejor qtie de nuestras granadas. La hechura
de la fruta es á modo de una cidra pequeña, del
grandor de una mano, sin punta ó pezón, y en
medio algo más gorda que en los extremos, y
el de abajo un poco más grueso; la cascara es
gruesa como el dedo, y deíla se hace conserva;
los granos son á modo de nuestras granadas
no muy maduras, y todos están juntos sin re-
partimiento, dentro de una tela muy delgada;
la flor desta fruta es misteriosísima, porque
contiene en sí todos los misterios y pasos de la
pasión de Cristo; es de la manera de una azu-
cena, como una campana blanca por de fuera y
pintas leonadas; por dentro de color de rosa;
contiene dentro de sí toda la Pasión. En el cír-
culo bajo salen unos ramales de color de san-
gre, que parecen azotes; en medio del centro
inferior se levanta una coluna verde, y al pie
della tres hojas que hacen hechura de tres cla-
vos, y la misma campana de la flor es á modo
de corona con espinas; dentro de sí las venas
están dispuestas de tal manera que vienen á
hacer á la vista lanza, caña con esponja, esca-
lera y cruz.
Cuando me venían á visitar y me traían es-
tas cosas, en correspondencia les daba yo gran-
des dádivas y les enviaba muchas cargas de al-
godón para que se hiciesen de vestir, que era lo
que más habían menester, que hubo año que les
envié docientas arrobas de algodón, y en par-
ticular á los indios que yo rescaté y los dejé li-
bres y poblados, como dije. Y para que se sepa
este rescate y cautiverio lo diré en breves razo-
nes. Todas las provincias referidas y otras mu-
chas naciones que hay, porque hay provincias
que tienen debajo de un nombre tres y cuatro
lenguas, y estos, son todos enemigos unos de
otros, y así están en los altos ó en las quebra-
das muy fuertes y se guerrean y cautivan y se
sirven dellos de noche y de día, con excesivos
trabajos y malos tratamientos de obras y pala-
bras, como lo vide por mis ojos, y que era una
obra de gran caridad. Traté con estos indios
que de cada provincia me diesen tantos escla-
vos , y éstos los más maltratados ; y así rescaté á
los dichos y los catequicé, bapticé y poblé, como
dicho es, y de todos hasta que me vine á Es-
paña, salían á verme, y les daba, y casi todos
me traían los hijos para que me sirviese dellos,
y destos rescatados llevé ocho á Pimampiro y
casé allí algunos.
El pueblo de Pimampiro cae distante de
Quito veinte leguas; es tierra templada, porque
pasa cinco leguas de allí la línea equinocial, y
por ser más caliente que fría y no haber invier-
no ni verano, todo el año hay frutas, así de las
de Castilla como de la tierra, en tanta abundan-
cia y tan buenas como las de España; es tierra
muy rica porque tiene infinidad de cocales, que
es una hierba como lentisco, que los indios co-
men, y para el trabajo les ayuda, según su uso,
y sin esta coca no trabajarían; con sólo mas-
carla y tenerla en la boca les sustenta; conser-
va la dentadura de manera que aunque sean
muy viejos jamás les falta, y dicen los natura-
les que con esta coca y con la chicha que beben,
que es hecha de maís, como cerveza, jamás les
da piedra ni mal de orina.
Tiene esta tierra tantas hierbas medicinales,
que casi todas lo son. Hay unos arbolitos que
tienen unas hojas pequeñas y muy blandas y de
suave gusto, que el purgarse está en la mano
de quien las come saber los cursos que ha de
hacer, porque con cada una es uno. Hay otra
purga que llaman de Mosquera, que es de otros
arbolillos, y es con la cascara de la raíz, que es
extremo.
Es tierra abundantísima de comidas, porque
el trigo de España se da á tres reales la hane-
ga; las carnes son extremo y muchas, porque
hay infinito ganado; las vacas valen á veinte
reales; un gran carnero vale cuatro; un cebón
muy bueno, veinticuatro; una gallina ó capón,
tres cuartillos; conejos ó perdices dan tres por
un real, y todo lo demás desta manera; y por
esta causa y ser tierra de tantos tratos, acu-
den de ordinario muchos españoles y indios, y
con ser pueblo de ochocientos vecinos parece
de más de dos mil.
Había en aquel pueblo falta de agua y así
estaban perdidos grandes campos, y como los
sacerdotes pueden tanto con los naturales que
por ellos se gobiernan, así en lo espiritual como
en lo temporal, junté al Gobernador y caciques
y les dije que con deseo de remediar la falta de
aquel pueblo, yo y el maestro Pedro Ferrer
(que era aquel genovés gran artillero que fue
en el viaje á Cochinchina) habíamos ido por
aquellos altos á buscar agua y descubrimos
unas acequias de los tiempos de Inga, y vimos
cómo podía venir gra¡n golpe de agua; que yo
daría el gasto y que pusiesen ellos el trabajo,
y así se hizo, y gasté cien ducados en herra-
mientas y compré una manada de cuatrocien-
tas ovejas, y docientas hanegas de maís, y acu-
dieron tantos indios que en quince días hicie-
ron cinco leguas [de] una acequia de vara y
media de hondor y otro tanto de ancho, que
vinieron dos bueyes de agua, que fue de tanto
valor y riqueza para los indios cual no se puede
numerar.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
419
Juntos todos estos caciques y indios ladinos
rae hicieron una pregunta: Padre, queremos sa-
ber de ti por qué gastaste más de cuatrocientos
pesos y tanto trabajo y solicitud por esta agua,
y sobre esto otras muchas razones. A los cua-
les respondí: Hijos, sola una razón tengo, y
ésta lo veréis que es así; pues no hay otra de
lui interés, que fue por vosotros y por el bien
común deste pueblo. Y cierto podré decir que
fue una grande obra y muy agradecida de todo
este pueblo en tiempo de ocho años que estuve
en él. Y para persuadirles cualquiera obra de
la iglesia, con sólo decirles que era para ellos
lo hacían con mucho gusto, tanto que se acre-
centó la iglesia en más de seis mil pesos. Y
por ser notorio el dicho de los caciques indios
de Pimampiro, lo diré. Vino un Oidor á visitar
(como es de costumbre cada tantos años), y
porque hay mandato no se les haga reparti-
miento á los indios para cosa, visto un reta-
blo nuevo que costó dos mil ducados preguntó
al cacique principal cuánto había costado, y
respondió con juramento que cinco pesos; y
llamados á los demás dijeron que tres, y á los
postreros que uno y medio; y con hacer gran-
des diligencias no se pudo sacar otra palabra
de ninguno, que sólo cada uno decía lo que ha-
bía dado.
Hice á los caciques no hiciesen agravios á
sus indios, y á ellos que obedeciesen á sus ca-
ciques, con que los sustenté en paz y fui muy
querido dellos. No consentí que español ningu-
no fuese en casa de los indios, y así tenía to-
dos los días cincuenta y sesenta de mesa, en
que gasté muchos ducados y evité infinidad de
agravios y pecados. Catequicé muchos viejos y
viejas. Entablé las confesiones, que no había re-
medio, con penas y castigos y con dádivas, que
había Cuaresma que les repartía ciento y cin-
cuenta hanegas de pan y cien paños de agu-
jas. Curaba por mis manos los enfermos, y to-
dos los españoles chapetones, que son los re-
cién llegados á aquella tierra, tenían allí hospi-
tal para curarse. Con ser este pueblo de Pi-
mampiro de los mejores y más provechosos de
todo el distrito del obispado de Quito, gané de
provechos y salarios por cuenta en los ocho
años sesenta mil reales de á ocho; cuando me
vine á España sólo me quedaban veinte mil, y
siempre pedía á Dios lo que el rey Salomón :
que no me diese riqueza ni pobreza y me deja-
se volver á Jaén y estar en un rincón sin que
me conociesen los prelados y en compañía de
una santa beata llamada Ana Gutiérrez (que
por ser una sierva de Dios digo su nombre),
que me crió siendo niño. Su divina Majestad
me lo ha concedido. Diez años ha que llegué á
esta ciudad, y por huir la ociosidad me he ocu-
pado en el trabajo destos tratados, con confian-
za de que sólo mi blanco y deseo ha sido acer-
tar en algo del servicio de Dios y provecho de
mis prójimos.
La tercera cosa que pedí al Señor es que en
falleciendo sea mi cuerpo enterrado en la igle-
sia del señor San Pedro, y tengo confianza en
su divina misericordia, pues ha sido servido
que en la tierra haya peregrinado tanto y dado
vuelta al mundo, se ha de dignar de perdonar-
me y llevar mi alma á que goce de su santa
gloria.
Desde que salí de Pimampiro caminé nueve
meses hasta llegar á Sevilla, y de todo el viaje
no tengo cosa que escribir; sólo la entrada de
la Habana, que fue milagrosa, y tanto como se
verá en la vida del famoso General Don Jeró-
nimo de Torres y Portugal, y los trabajos de
tanto viaje del mar y tierra, como se habrá
visto y por experiencia los que los pasan los
veen; y á los que no lo han visto, la razón les
dará conocimiento dellos; y con razón puedo
decir muy de corazón á Dios que soy el clérigo
agradecido, y darle infinitas gracias y ponerlo
en memoria de las gentes para que todos como
criaturas suyas se las den.
(ttt)
LIBRO TERCERO
EN QUE SE CONTIENE EL ITINERARIO Y CAMINO DE TODO EL MUNDO,
Y NAVEGACIÓN DE TODO ÉL
HECHO POR EL LICENCIADO PEDRO OIIDÓKEZ DE CEBALLOS Y COMPUESTO POR EL MISMO
PEÓLOGO
Para más declaración de lo que tengo escrito
en estos dos libros, y para que el cnrioso en
breve pueda ver la diversidad del mundo, me
ha parecido con resolución hacer este tratado,
donde se verán las tierras que en él hay, y jun-
tamente algunas cosas notables dellas. Repar-
tirse ha este itinerario y viaje desta manera,
que primeramente pondré el camino derecho
por donde se ha de andar y después por donde
lo anduve yo. Todo s rá con la curiosidad y
brevedad que pudiere. Dando de todo la honra
y gloria á Dios, hacedor de todo.
CAPÍTULO PRIMERO
Donde se comienza á tratar del camino hacia
el Oriente y de sus descubridores.
Un Infante de Portugal, llamado Don En-
rique, con deseo de saber la habitación de las
partes de África, por ser muy dado a las cien-
cias y en particular á la Geografía, y haber te-
nido noticia de un grande marinero que acaso
había bajado y pasado el Cabo Bojador (que
por él se llamó deste nombre), y como se decía
que toda aquella parte de África era desierta,
si no eran los reinos que estaban á la mar. Y
habiendo ganado el Rey Don Juan, primero
deste nombre de Portugal, padre del dicho In-
fante, á Ceuta, año de mil y cuatrocientos y
quince, se tuvo noticia de los alárabes, cerca-
nos á los desiertos ile Sahara, cómo de la otra
banda había gente que se nombraba azenegues,
y que éstos confinaban con negros joloFos. Y
así este famoso Infante envió á descubrir las
costas de Guinea y que le trajesen razón de
todo, y así en el primero viaje sólo llegaron á
Cabo Bojador, que está en ventisiete grados de
la banda del Norte, Leste Oeste de la Gran Ca-
naria, treinta leguas de travesía, y pasado aquel
cabo corren las aguas junto á tierra, de suerte
que parecen bajíos. Y así al ir y volver las
naos que van á la India se apartan y engolfan
de manera que las corrientes no les dañen y de-
tengan, en particular cuando es la navegación
contra ellas.
Descubriéronse allí á los tres viajes las is-
las de la Madera y Puerto Santo, que están en
treinta y tres grados de altura, que distan de la
Gran Canaria sesenta y siete leguas Nornueste
Susueste, y están de Lisboa poco más de ciento
y cincuenta leguas. Otro viaje hizo Gil Yáñez,
natural de Lagos, y pasó Cabo Bojador, y éste
y otríjs llegaron al río del Oro, que le pusieron
este nombre porque lo sacaron en él. Está este
río en ventitrés grados y medio debajo del sig-
no de Cancro, El Cabo Blanco, islas de Arguin,
por llamarse así el descubridor. En este ca'uo
hay una bravata fortaleza que dicen mandó
hacer el Rey Don Alonso. Más adelante está
otro río, que lo llamamos Sanaga, y los de la
tierra lo llaman Obedec. Hasta aquí son moros,
y los llamamos los acenebes, y de la otra par-
te comienza el reino de Jolofo. De allí se des-
cubre Cabo Verde, que está en quince grados;
y deste cabo están unas islas que llamamos las
Enricas, por el nombre r'el dicho señor Infante.
Estarán cien leguas al Oeste, y sesenta leguas
deste Cabo Verde está el río Grande, que se le
puso este nombre por ser el mayor que basta
allí se había visto. Ochenta más adelante está
el río de Ñuño, que fue su descubridor al quinto
viaje, y de allí está la sierra muy alta, que así
es su nombre Lioa, que significa altura; está
en siete grados y dos tercios, y se dice que ésta
se descubrió en la vida del valeroso Infante di-
cho, á quien se le puede dar el lauro de todo
este camino, como el primero que lo mandó des-
cubrir. De á do se han descubierto tantos, tan
grandes y tan extendidos reinos y ensanchado
nuestra santa fe católica y ganado tantos reirios
y otros que con tributo reconocen á nuestra Es-
paña, que son más de ventiséis Reyi s con cetro
y corona, y algunos dellos tan poderosos que
ponen en campo docientos y trecientos mil
hombres de pelea, y reconocen vasallaje á nues-
tro católico Rey, como en sus lugares tocaré.
El Rey Don Alonso de Portugal nombró
PEDRO ORDONEZ T)E CEBALLOS
421
por descubridor á Juau Góaiez, tratante, veci-
no de Lisboa, y este famoso hombre, que de
mercader se le puede decir famoso capitán,
descubrió desde la sierra de Lioa hasta Cabo
de Buena Esperanza y de la sierra corren las
costas de la mina del Este Oeste hasta el Cabo
de Santa Caterina, que está en dos grados y
medio de altura de la banda del Sur. Descu-
brió las islas del Príncipe y de Fernando y de
Santo Tomé, que casi están debajo de la equi-
nocial. Hasta aquí se descubrió en t|empo del
Rey Don Alonso, año de 1481.
En tiempo del Rey Don Juan el II envió al
capitán Diego de Acambuja con una grande
armada á esta conquista; éste edificó el castillo
de San Jorge, con consentimiento del Príncipe
de aquella tierra, llamado Caraniansa, y descu-
brió el reino de Congo y de Beiii y todos los
demás hasta el Cabo de Buena Esperanza, y el
primero que bojó este cabo fue Bartolomé Díaz,
escudero, y éste llevó á Portugal todos los más
de los Príncipes negros, y se tuvo noticia de un
gran señor cristiano á quien todos reconocían
vasallaje, que luego se entendió ser el Preste
Juan; y para este descubrimiento envió este
cristianísimo Rey por tierra por Italia dos fa-
mosos hombres, llamados Pedro Cabillana y
Alonso de Paiba. Y aunque sea fuera de nues-
tro itinerario y camino del mar y puertos, en
razón de ser descubrimiento y gran parte para
descubrirse este camino lo pondré aquí.
Estos dos fueron á Ñapóles; de allí á Rodas;
de allí á Alejandría y al gran Cairo, que en-
tonces era la ciudad Real de los Soldanes de
Egipto, señores de aquellos reinos, que después
se los quitó Selín, Gran Turco, venciendo en
una batalla junto á Damasco al Soldán Camp-
son Gaurio, y se hizo señor de todos aquellos
reinos por nuestros pecados y secretos de Dios.
Del Cairo fueron á la ciudad de Aden, puesta
en la entrada del Seno Arábico, mar Bermejo,
en la parte de Arabia Feliz, y de allí se partie-
ron el Paiba hacia la tierra del Preste Juan,
que es hacia esta parte del mar Bermejo, y Co-
billana hacia la India, y se habían de tornar á
ver en el Cairo dentro de dos años. Fue este
Cohillana por mar hasta Cananor, Calicut y
á Goa, y en estos famosos puertos se informó
del comercio, riqueza y de todo lo demás que
fue necesario. Y de allí se tornó y vino á dar
á Lamina de Zofala, que es en la Etiopía, rei-
no del Preste Juan, sobre Egipto, en decinueve
grados de altura en la banda del Sur, y entre
Mozambique y Cabo de Buena Esperanza; de
la otra banda hacia la India y de allí por el di-
cho golfo se tornó á Üem, y de allí al Cairo,
y tuvo nueva que el Paiba era muerto en aque-
lla ciudad. Allí topó dos judios que le enviaba
el Rey Don Juan con su orden; y así envió el
uno á Portugal con todas las nuevas y con el
otro se tornó á Dem, y de allí al Seno Pérsico,
y descubrió la isla de Oromuz, que estaba en la
entrada del, que es una ciudadica de las más
ricas del mundo (como en su lugar queda di-
cho ; de allí envió al judio por tierra, que vino
á Portugal y de todo dio noticia, y él se fue y
desembarcó en puerto del Rey Preste Juan, y
fue hasta su corte y le dio la embajada, y vol-
viera este famoso hombre, sino que murió el
Emperador Alejandro y le sucedió Naut su
hermano, que jamás lo dejó volver á Portugal;
aunque desde allí envió grandes avisos y rela-
ciones, que están en Portugal, que por no ha-
cer á mi propósito no los diré.
CAPÍTULO II
A do se prosigue el itinerario hasta la gran
ciudad de Goa y Malaca.
La navegación que se hace hasta Cabo de
Buena Esperanza, que el tiempo ha descubierto
por la experiencia es: salidos de Lisboa corren al
Sadueste hasta pasar las islas de Puerto Santo
y la Madera, y de allí al Susueste á vista de las
Canarias, y al Sueste pasan entre Tierra Firme
y islas de Cabo Verde, y al Sur,cuartaal Sueste,
hasta ponerse en la altura de la hnea; y aunque
pudieran ir derechos al Sueste, por estar el Cabo
de Buena Esperanza hacia él, no es posible ha-
cer aquella derrota por los Levantes tan recios
que hay en aquel mar, como yo vide por mis
ojos, que viniendo á España me echaron sobre
el Brasil, y así suele acaecer á los que van de
acá. Y con estos mesmos Levantes descubrieron
los portugueses el Brasil, derrotándose unos
navios que iban á este descubrimiento. Y así se
ha de ir por bolina, corriendo al Susueste, Sur
Susudueste según los vientos, hasta 36 grados,
y [á] veces se ve en las islas de Tristán de Acu-
ña, que están distantes del Cabo de Buena Espe-
ranza 450 leguas de la banda del Oeste, y otras
veces toman de altura, alargándose cuarenta ó
cuarenta y cinco grados, y esto es hasta hallar
ponientes, para caer al Este Les-Nordeste,
para mejor tramontar el Cabo de Buena Espe-
ranza, y se ha visto tardar por otro rumbo á las
costas de Guinea, desde Lisboa al Cabo, cinco
meses, y ahora se ha visto tramontado en un
mes, y á lo más largo hasta cuarenta y cinco
días.
Ahora de allí adelante digo que el año de
mil y cuatrocientos y noventa y cinco el Rey
Don Manuel de Portugal envió una gruesa ar-
mada, y por General á Don Vasco de Gama.
Llegados al Cabo de Buena Esperanza corrió
al Nordeste costa á costa, y haciéndose á la
mar desde Cabo de Corrientes, no pudo ver el
422
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
reino de Záfala, y pasó por entre la isla de San
Lorenzo y Tierra Firme hasta llegar á Mazam-
bique, en quince grados, seiscientas legnas de
aquel Cabo del de Buena Esperanza, y es una
importante fuerza y plaza de contratación para
nuestro Rey. De allí costa á costa hacia el mar
Bermejo está Morabaza y Melinde; y allí tomó
marineros prá ticos de aquel golfo y atravesó
setecientas leguas hasta el puerto de Calicut,
que se suele tardar [en] esta travesía veinte
días, poco más ó menos. Está de Calicut esta
ciudad en once grados y un cuarto de la banda
del Norte. De allí se fue á Capocate, un famoso
y seguro puerto. Y por que no toca á mi camino
decir lo que pasó sólo digo que después de gran-
des cosas vino este Don Vasco de Gama á asen-
tar paces con el Rey de Canicut y con otros, y
á hacer estancias y factorías que ahora son fuer-
tes famosos que oprimen toda la India.
Y porque toqué este punto, es de sal»er que
hay dos ríos famosos, que son el Indo y Ganges;
del Indo toma toda esta tierra el renombre de
India Oriental. Nacen entre los dos montes de
Dalanguer y Nangracor, y aun dicen algunos
que de una fuente. Entra el Indo en la mar en
el reino de Camboja, en el mar Océano Orien-
tal en la parte de Poniente, y el Ganges en el
golfo de Bengala en la parte del Oriente, tre-
cientas y tantas leguas el uno del otro por el
aire, porque allí hace una punta la tierra que
se remata en Cabo de Camori, y desta banda del
Poniente están los puertos dichos y la gran ciu-
dad de Goa en una como isla; y para ir derecho
de Cabo de Buena Esperanza se va á vista de
la gran isla de San Lorenzo y de otras islas pe-
queñas, como son las de Samoso, á vista de la
de Don Juan de Castro, por la del Almirante y
de Siete Hermanas, y derecho á Goa, que suele
ser viaje de mes y medio ó dos meses de nave-
gación, y así se ha visto ir todo el viaje en ti*es
meses y cuatro, porque las cosas del mar son
inciertas y no se cuenta si toman puertos para
hacer aguaje ó si llegan á otros reinos á dejar
gente ó á cosas que convengan, que entonces
se tardarán más ó menos, conforme á do llega-
ren y á do fueren y los días que descansaren ó
malos ó buenos temporales.
Si se va de la ciudad de Goa á Malaca, va
costa á costa hasta Cabo de Camori, y entre él
y la isla de Ceilán, y se atraviesa de allí á la
de Samatria, y por entre ella y Tierra Firme se
va á la punta á do está poblada la ciudad de
Malaca que los antiguos llaman Áurea Quer-
soneso, por la vecindad de la isla Samatria,
tan rica de oro y de otras cosas, que es lástima
que sea de moros como lo es. Los más reinos
de aquellas partes, los que no son mahometa-
nos son idólatras gentiles. Y si hubiese de ha-
cer navegación derecha desde Lisboa ó Sevilla
á Malaca, sería mejor, en pasando el Cabo de
Buena Esperanza, tomar derecho como si no lo
hubiesen pasado y dejar al lado izquierdo la
isla de San Lorenzo, Madagascar, y á vista de
la isla de San Juan de Lisboa, y á mano dere-
cha dejar la isla de San Bradaón, y reconocer
la de la Pólvora, y vía recta en quince grados
hasta diez reconocer á Jaba Mayor por su
punta, y en reconociendo á Samatria guardarse
de los bajíos y dar en la ciudad de Malaca; y si
la navegación es en verano, bajar á menos gra-
dos hasta la línea equinoeialy buscar la isla de
Nicubar, y por entre Samatria y Tierra Firme
á Malaca, que está, como es dicho, en el cabo
de Áurea Quersoneso (') ó por la isla Samatria
su vecina.
CAPÍTULO III
A do se prosigue el viaje hasta Guachinchina,
y en relación hasta la China; vuelta por Fi-
lipinas, islas de Ladrones y al puerto de
Acapulco, y á Guayaquil y Lima.
Desde la famosa ciudad de Malaca á su pos-
trera punta, que estará en tres grados, y bajar
el cabo, habrá treinta leguas poco más ó menos,
según se apartan á la mar, y en reconociendo
su postrera punta, que se conoce en que es una
sierra alta partida, se hacen á la mar por causa
de los bajíos, y pásase entre Tierra Firme y la
isla de Bornio, y á veces se reconoce la isla, y
hay un archipiélago de islas y bajíos, y así se
tiene por peligrosa navegación, en particular
en reconociendo las islas de Natuna y de Aria-
bes y Atiago y de Santa María, y de allí al Cabo
de Cecir y reconocer el reino de Camboja es
mejor navegación. Apártanse de tierra al pasar
por causa de aquel famoso río de Camboja, que
creo es el mayor del mundo, que tiene á la mar
más de sesenta leguas, y aun hay quien diga
que cien leguas. Es tan grande como el Mara-
ñón, río que nace á las espaldas del Cuzco, en
las sierras de los Andes, á do se cría la coca,
que es la comida que tienen todos los natura-
les de aquella tierra; tráenla en la boca y la
mascan para poder sustentar el trabajo y andar
frescos por los grandes calores, ó por mejor de-
cir por su mal uso y abusión. Y también nace
este río en la gobernación de Yaguarsongo, en
Santiago de las Montañas y en la gobernación
de los Quijos, junto al volcán de Baeza, y en
las sierras de Ñapo, y en Mocas, Sevilla de Oro
y Jíbaros, y en Pu que son cinco nacimientos
que hacen cinco ríos, que cada uno de por sí,
sin otros muchos, son un mar, y hay río dellos
que cuando entra en el otro tiene una legua de
(') En la edición: Quercones.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
423
boca; y con todo eso digo, como qnieii los ha
visto, que este gran río de Camboja es el ma-
yor del mundo. Parte este gran río el reino de
Camboja con el de Champaa, que ambos corren
á la larga. Pasado aquel cabo se va á orilla
de Tierra Firme, que el día que más se aparta
no son seis leguas. Pásanse aquellas islas, y las
pesquerías de las perlas, hasta el golfo de Gua-
chinchina, que es malo por tantos mogotes y
bajíos, y así es necesario piloto de la tierra
para llevar los navios; y así está toda aquella
tierra segura de sus enemigos y es muy fuer-
te. Tiene su Rey y Emperador, que así le lla-
man el Gran Tuquian, que es lo propio que el
Gran Emperador ó el Gran Señor de Reyes,
por tener otros sujetos á él. Y si de Cabo de
Cecir se ha de ir derecho á la China, á Cantón
ó Macao, ciudad de portugueses en la propia
Tierra Firme de la China, del Cabo de Cecir se
toma la derrota por el golfo grande de Pracel,
dejando la isla y bajíos á mano izquierda, hasta
reconocer isla de Omanitari, y por aquel archi-
piélago de islas, hasta reconocer Tierra Firme.
Y si se llega á Cantón, de allí á Macao se va
en breve tiempo. De allí se suelen engolfar
hasta reconocer la isla alta, que se llama Min-
dana, y á mano derecha se descubre la isla de
Mateo y otras islas, hasta reconocer las Filipi-
nas, islas sujetas á nuestra España, que son
fértilísimas. Tienen Gobernador y Capitán ge-
neral, y otras justicias y grandes capitanes y
valerosos soldados españoles, que los de la tie-
rra son pusilánimes, y dellos bárbaros, como los
de nuestras Indias, y de costumbres sin razón,
aunque hay otra gente de muy grande razón y
concierto, pues en recibiendo nuestra santa fe
católica son cristianísimos y vigilantes obser-
vadores de los preceptos y ley de Dios. Son las
mujeres castísimas por extremo, y jamás se vee
entre ellas género de lascivia ni deslealtad para
su señor, antes es muy ordinario ser vírgenes y
las que son casadas no conocer otro esposo sino
solo uno, y con todo eso los multiplica Dios
mucho por sus divinos secretos; y se vee en pue-
blo de mil y quinientos vecinos haber más de
dos mil muchachos y niñas, y en todos no haber
ninguno que no sea legítimo, antes se admiran
y espantan que entre los españoles, cristianos
tan antiguos, los haya. Y porque sólo desta na-
ción se podría hacer una grande historia de
vidas y penitencias, como casi las de los padres
antiguos, sólo acabaré con que se ha visto hin-
carse de rodillas gente desta, así delante de
hombres españoles como de mujeres, y con lá-
grimas pedirles, por la pasión de Dios, no le
ofendan, que me parece es todo lo que se puede
decir de plantas tan nuevas, y muestra muy
grande de su puridad interior y de su virtud
singular.
Destas famosas islas se viene á reconocer la
isla de Iguán, y luego la de Harpán, que son
islas de Ladrones y distan en nueve grados.
De allí se engolfan muchos días y se viene al
puerto de Acapulco, de la Nueva España, y de
allí se embarcan, y por el mar del Sur se va á
Guayaquil, puerto del Pirú, y de allí á la gran
ciudad de Lima, que pienso es de las más ricas
del mundo. Llegan los navios á su puerto, que
se llama el Callao, y está desta nobilísima ciu-
dad tres leguas.
CAPÍTULO IV
En donde se comienza el itinerario por el cami-
no que yo lo anduve, y se van tocando cosas
famosas que hay en ¡muertos, ciudades y pro-
vincias deste camino.
El puerto de Sanlúcar de Barrameda está
de la ciudad de Cádiz cinco leguas. De uno des-
tos dos puertos salen las flotas y galeones para
las Indias Occidentales y para las demás islas
de Santo Domingo y Habana, isla de Cuba y
las demás. Están en treinta y siete grados de
altura. Hay de allí á las islas de Canaria do-
cientas y treinta leguas. Es el rumbo al Su-
dueste. Suelen tardarse ocho ó diez días. El mar
es muy temido por su bravosidad y vientos,
que se altera más que otros, y así le llaman,
sin ser golfo, el de las Yeguas. Son estas islas
siete: la Gran Canaria, Tenerife, la Gomera,
la del Hierro, la Palma, Lanzarote y Fuerte-
ventura, y aunque le llaman la Gran Canaria
no es porque es la isla mayor, sino porque es
la cabeza de todas ellas. La mayor es de Tene-
rife. Las tres destas islas son de señorío: la
Gomera, del Conde, y Lanzarote y Fuerteven-
tura, de otro Conde; las cuatro son del Rey.
Hay en la Gran Canaria Audiencia j Gober-
nador y Capitán general, que lo es de las cua-
tro, y Obispo de todas siete. Son algunas de-
llas fértilísimas, y la más es Tenerife; están en
ventiocho grados escasos. Llamábanse en otro
tiempo las Fortunadas.
Y porque hay en algunas destas islas cosas
famosas y peregrinas, pondré algunas dellas
por el más corto y breve estilo que pueda, pues
sólo voy pasando este camino, y digo que la
mayor que hay en todas ellas es tener esta fa-
mosa isla fe y una imagen de la Sacratísima
Reina de los cielos, que se llama de la Cande-
laria, monesterio de frailes dominicos, donde
ha hecho y hace cada día infinitos milagros.
Aparecióse esta santa imagen en tiempo de
gentiles, antes que los españoles cristianos
entraran en aquella tierra; y fue así que había
una cueva á do se recogían los pastores que
guardaban cabras, que los hay innumerables, y
424
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
entrando el pastor con su manada se le asom-
bró el ganado, y entrando á ver la cansa vido
esta imagen santa en lo postrero de la cueva.
Tomó una piedra para tirarle, y se le quedó en
la mano sin poderla echar y el brazo como
muerto. Vino la gente y visto el milagro la
reverencian, llamándola Madre del Sol, y cada
un año, día de la Candelaria, le hacen gran
fiesta, y fue parte este milagro para convertir-
se, así como llegaron predicadores. Dicen que
se ven milagros grandes de procesiones de
candelas y otros. ¡Sea gloria al Señor! En esta
isla hay una sierra la más alta del mundf), que
se vee setenta leguas á la mar, y así es la pri-
mera que se vee; llámanla pico de Tereire. Está
nevado todo el año. Es menester tres y cuatro
días para llegar á lo alto, á do hay una peque-
ña plaza, de adonde se veen las demás islas,
que parecen muy pequeñas, con haber isla casi
tan grande como ésta, que es la del Hierro.
Desta tierra se saca todo el azufre que se sabe
y es de los Duques de Maqueda.
En la ibla del Hierro dicha, con ser tan
grande, no tiene agua; sólo hay un árbol no
conocido ni visto en otra parle del mundo. So-
bre él está una nube ordinaria, que es causa de
que estén las hojas del siempre verdes, que son
angostas y largas y destilan tanta agua que
hay para todos los moradores desta isla, que es
un milagro ordinario. A la mano derecha des-
tas islas hay otras que las llaman las de San
Borondón. Cosa milagrosa que se vean por
tiempos y hayan estado en ellas por diversos
tiempos gente perdida, y en buscándolas no las
hallan. Debe de haber gran secreto, sólo deja-
do para Dios, que las descubrirá á su tiempo.
Dicen es tierra fértil y de gente cristiana.
Todas estas siete islas son abundantísimas,
á do valen los mantenimientos más baratos que
en España, y así la gente española y guancha
de la tierra viven contentos. Hay infinidad de
camellos y azúcar. De aquí partimos en la flota
que iba por General ÍVancisco de Noba y Al-
mirante Don Francisco de Valverde, y camina-
mos por el mesmo rumbo ventisiete días, y se
descubrió la Deseada, que distará de la Gran
Canaria ochocientas y treinta leguas, y ellas y
otras muchas que allí hay están en qu'uce gra-
dos; la Dominica y Matalina y otras están po-
bladas de indios, que llamamos caribes ó cima-
rrones, gente que come carne humana, y asi al
saltar en tierra los nuestros se guardan, dispa-
rando muchas piezas de artillería; al arcabuco
montaña salen soldados de guardia, porque en
descuidándose los llevan.
Nosotros tomamos á Matalino y acaeció un
caso notable, que hallamos en la playa un hoyo
grandísimo y en él dos culebras tan gordas
que no se puede contar sin grande admiración;
y tirándoles con mosquetes para matarlas, fue-
ran tan grandes los silbos que dieron que atro-
naban las islas, y así acudieron infinitos indios,
y fue necesario, como cuando llegamos, dispa-
rar t(*da la artillería. Contónos un hombre que
encontramos de paz y español cómo hay en
aquella isla y en las otras muchos españoles y
mujeres y que ya no los comen por los que allá
hay, y |ue algunos están casados con indias,
otros con españolas, y que han procreado hijos,
y que han hecho algunos cristianos á sus mu-
jeres y á otros, y que sería cosa fácil el con-
vertirse todos. Au que tengo para mí que no
lo hacen nuestros Católicos Reyes, pues les se-
ría fácil el poblarlos ó mandar los matasen á
todos, porque no acuda allí el enemigo hereje,
como lúe en la Florida, y se fortifique allí, que
sería gran daño; y estando de guerra, el os de-
fenderán su tierra dellos. Díjonos también que
había mucho tiempo que no comían ya frailes
ni mujeres: las mujeres porque las querían
para aprovecharse dellas para hacer valientes
hijos, p rque lo veían por experiencia, y los
frailes porque cogieron uno y comiéndolo se
hincharon y reventaron los que comieron del.
Destas islas se va en ocho ó diez días á la
ciudad de Cartagena, puerto á do llegan los ga-
leones J flotas de Tierra Firme, cabeza de go-
bernación que lo es de muchas provincias de
indios. Es una ciudad de gran trato J comercio,
por los muchos navios que á ella llegan y por
el nuevo reino de Granada. Tiene sujetas la ciu-
dad de Mompox, la de Tenerife y la de Tolú, de
españoles, y solía tener también las ciudades de
María, la de la Concepción, la de Santiago de
los Calialleros, que se despoblaron por alzarse
los indios y matar á los españoles por malos
tratamientos que les hacen.
Hay desde las islas Dominicas á Cartagena
más de trecientas leguas en el camino. Antes
de llegar á la boca del río grande de la Mada-
lena se guardan del más de tres leguas á la mar,
y se siente la rápida corriente que lleva, y se
han visto dar grandes vaivenes los navios, y se
dice que más de dos leguas á la mar se ha co-
gido agua dulce. Tendrá esta gobernación más
de docientas leguas de largo y en boj cerca de
quinientas. Tiene gran tierra por conquistar, y
riquísima, y de infinita gente, á la espalda de
Tolú, Urava y Carivana y otras nueve provin-
cias, tierra riquísima de oro. En la ciudad de
Tolú hay montañas de muchas leguas, que to-
dos son ár.oles de bálsamo riquísimo. Los in-
dios, muy sujetos y provechosas para sus enco-
menderos. La ciudad de Mompox tiene los in-
dios, que dan de tributo la comida y las canoas,
que hay indio que vale á un encomendero cada
año, sin darle cosa de su casa, cincuenta duca-
dos horros. Los carares del río grande se alza-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
425
rou , y salen al camino cu el río enfrente de
Tamalame, que es una ciudad de españoles de
la gobernación de Santa Marta; eran sujetos á
Mompox. Para caminar este río grande se jun-
tan canoas de españoles mercaderes, y con sus
escopetas pasan en vía de armadilla. Han hech)
grandes daños en canoas solas, y aquella Real
audiencia y gobernación de Cartagena no se les
da nada por lo que ellos se saben. ¡ Remedíelo
Dios!
CAPÍTULO V
En donde se da relación de las provincias de
Santa Marta, miero re.no de Granada, go-
bernación de Popayán y distrito del Quito
por sus obispjdos.
Aunque es verdad que el viaje y camino para
dar vuelta al mundo no hay necesidad de ir á
Cartagena de las Indias, porque la vía recta es
desde las Dominicas, por liaber llegado en mi
viaje por este camino y dado vuelta al Pirú, iré
con relación dando cuenta de cosas. Y como
dije de la gobernación y obispado de Carta-
gena diré de los demás cómo los anduve ; de
Cartagena partí á la gobernación de Santa
Marta, que es la cabeza, y allí en aquella ciu-
dad hay Gobernador y Obispo, que lo es de
cinco ciudades: Santa Marta, Salamanca, la
Ramada, que casi todo es uno, el valle de Upar
y Tanialameque. Salamanca y Ramada es la
ciudad á do están los vecinos dueños de los ne-
gros que sacan las perlas, y la Ramada son las
rancherías; es una de las mayores riquezas del
mundo, porque hay años que se saca una gran
cantidad de ducados de perlas, las cuales se sa-
can de la manera que ahora diié. Van los ne-
gros en sus canoas, que es un género de barcos
todo de un madero, y llevan su capitaneja. Son
buzos que se arrojan á la agua y van hasta el
suelo de la mar, y llevan unas mochilas y las
hinchen de ostras (•), y con ellas se salen á las
canoas, y allí las abren, y tienen debajo dellas
aquellas perlas que suele haber de gran valor,
y las tornan á arrojar al agua, y mientras me-
jores buzos que más adentro del mar se arro-
jan, que son los que más sustentan el resuello,
mejiires perlas sacan. Torno á decir que e^^ gran
riqueza si se acierta, pues estaba allí el Maris-
cal, un gran soldado español, encomendero de
indios, y el señor Obispo Don Fray Sebastián
de Oquendo, que les sacaron año de cien mil
ducados de perlas.
Tiene esta gobernación gran cantidad de in-
dios sin conquistar, y la más valiente nación
de todas las Indias, que son taironas, y son tan
(*) En la edición: hostias.
valerosos como los de Chile, y gente de gran
verdad. Tiene de boj este obispado, con la la-
guna de Maracaibo, más de seiscientas leguas.
El nuevo reino de Granada es arzobispado;
la cabeza es la ciudad de Santa Fe de Bogotá.
Hay Audiencia, y es su distrito todo este reino
y las gobernaciones de Cartagena, Santa Mar-
ta y Popayán, y corregimiento de Tunja y otro
de Mariquita y gobernación de los musos. Es
una ciudad muy abastecida de pan, carnes y
frutas. El vino se lleva de España. Hay plata
y gran cantidad de oro, como se dirá en sus
ciudades. La gobernación de los musos tiene
dos ciudades: la de Muso, á do se sacan todas
las esmeraldas finas que se veen por todo el
mundo, y así de las cuatro partes del mundo, á
do se sarán las mejores son las de aquí, y más
que en las otras tres, que son las islas de Ceilán
y Umatria y Vicipuri de Cochinchina. Es de
grande estima, porque si se acierta con una
grande y muy fina, vale mucho. Hay un cerro
tan grande que no se acabará hasta el fin del
mundo, aunque tuviese diez tanta más gente;
que si la hubiera de negros, pues los naturales
faltan, valiera de quintos á Su Majestad gran
suma. Halló allí un indio de un encomendero
una famosa piedra, que es la que está puesta
en el cofre del Santísimo Sacramento del Es-
curial, que la dio el Rey Don Felipe II y la se-
ñora Princesa Doña Clara Eugenia de Austria,
hija suya, que se la envió presentada; y que-
riendo Su Majestad que se la preciasen, todos
los lapidarios no hallaron precio, y cierto pienso
es la mejor del mundo, y así le dio libertades y
le hizo otras mercedes.
La otra ciudad es la de La Palma, á do se
saca gran cantidad de pita de toda suerte. El
corregimiento de Tunja tiene esta ciudad, que
es muy buena. Tienen por excelencia las tapias,
que hechas y dejadas pasar un invierno que les
llueva encima y enlucidas, en acabando de llo-
ver, con planas, sin otra cosa, son tan fuertes
que no les entra un clavo, y así á poca costa
hay famosos edificios. La ciudad de Vélez, la
de Pamplona, Ocaña, Mérida, la Grita, la de
Santiago, y las villas de San Cristóbal y Leiva,
y la villa del puerto de Ocaña, es toda esta
muy buena tierra, y en muchas partes destas
se saca oro, y en las demás dan los indios de
tributo mantas, y acuden á las sementeras de
los encomenderos y ganados, que es gran can-
tidad. Hay encomenderos de veinte mil cabezas
de vacas y otras tantas de ganado menor. El
corregimiento de Mariquita tiene la ciudad de
Tocaima, la de Ibague, la Santa Águeda, á do
hay grandes minas de plata; toda la que hay
en el nuevo reino no se saca allí. En la ciudad
de los Remedios, la de Zaragoza, en estas dos
se saca gran cantidad de oro, porque hay cua-
42 0
autobiografías y memorias
drillas de negros en gran cantidad, porque son
ellos más de catorce mil los que están sacando
oro, quo es cosa para admirarse. Tiene el puer-
to de Onda, que es á do llegan todas las canoas
y fragatas que suben de Cartagena por el río
grande de la Madalena, y baja tanta cantidad
de comida de harina, jamones, quesos, conser-
vas, confituras, pita, mantas, jarcias, alparga-
tes, sogas, lazos y sobrecargas, plata y oro y
esmeraldas, que vale un gran tesoro, y de re-
torno llevan vino y todo lo demás que va de
España, en tanta cantidad que hay por todo
aquel reino en sus ciudades tiendas de cien mil
y docientos mil ducados.
La ciudad de Santa Fe es (como queda dicho)
la cabeza; tiene otras dos ciudades, que son la
de Suma Paz y San Juan de los Llanos. Hay
en esta ciudad una generación de gente tan
blanca que no vee de tan blanca como es. Hay
en todo este reino muchísimos pueblos de in-
dios á legua y á dos leguas de distancia, que
por tantos indios como había los llamaron mos-
cas. Tiene más de seiscientas leguas de boj.
La gobernación de Popayán tiene esta ciu-
dad, que es la cabeza; tiene las de Pasto, la de
Almague, Neiva, Calocoto, Cali, Buga, Toro,
Cartago, Ancerma, Arma, Caramauta, Mocoa;
en todos los pueblos desta gobernación se saca
grandísima cantidad de oro. Hay pocos indios
que lo saquen, ni hay negros, que si los hu-
biera se sacara diez tanto más. Y si Su Majes-
tad mandara que llevaran á aquella goberna-
ción y á la de Antioquía, que luego diré, seis ó
ocho mil negros y se los fueran fiando á cada
vecino, según viera la Justicia que convenía,
fuera de mucho provecho. Este obispado de
Popayán tiene asimesmo otra gobernación de
Santa Fe de Antioquía, que confina á un lado
con ella y con el corregimiento de Mariquita, y
con la gobernación de Cartagena. Tiene la ciu-
dad de Antioquía, ]a de Rodas y la de San
Juan. Es la tierra muy montuosa, y hay en
ella mucho que poblar; tiene mucho oro, y la
I falta de gente que tiene la de Popayán ; ten-
drá este obispado más de cuatrocientas leguas
de boj.
La gran provincia de San Francisco del Quito
es la mayor parte de tierra muy buena, porque
lo es la de Quito de las buenas del mundo. Es el
temple como en setiembre en España todo el año,
y todos los días iguales, que amanece á las seis
y anochece á las seis. La principal ciudad es San
Francisco del Quito, do hay Real Audiencia y
Corregidor y Obispo; tiene las gobernaciones y
corregimientos que diré. La gobernación de Sa-
linas, que por otro nombre la llaman Yagaai*-
songo; es su cabeza Santiago de las Montañas;
Valladolid, Zamora y Saña; tiene mucho oro.
La gobernación de Loja tiene esta ciudad y la
de Piura y Puerto de Santa. La gobernación
de los Quijos la ciudad de Baeza, la de Avila,
la de Archidona, la de Sevilla del Oro y la de
Loxibaros. El corregimiento de Guayaquil, esta
ciudad, los puertos de Manta, la Puna, la ciu-
dad de Puerto Viejo. En la Puna hay un gran
río, mayor que el de la Madalena, por donde sube
toda la ropa que va de España á Panamá y de
allí á Guayaquil y á Quito, y á todas las de-
más gobernaciones y corregimientos, que es
gran cantidad, y de allá baja oro y plata y co-
mida y otras cosas, como dije del nuevo reino,
con que se trajina y gana mucha riqueza. El
corregimiento de Merica de Río Bamba , la vi-
lla del Villar Don Pardo. El corregimiento de
Cuenca, que es ciudad. El corregimiento de la
villa de Tacunga y otro gran número de corre-
gimientos de pueblos de indios de veinte y
treinta pueblos cada uno, que son de gran va-
lor y en donde enriquecen muchos españoles.
En los pueblos de los indios hay poblados
muchos españoles con grandes haciendas de
campo, cortijos y ganados mayores y menores
en gran cantidad ; y así vale un carnero cuatro
reales, una vaca venticuatro y un marrano
muy grueso otro tanto ; una yegua treinta y
dos, un potro deciséis, un macho para las pieles
á diez; y se matan tantos que en Otobalo, un
corregimiento de indios, se obligó un español
de que cada año pasaran de sesenta mil, y la
carne se queda perdida en aquellos campos.
Hay grandes obrajes de paños á do se labra
de todo género de paño, rajas, rajetillas, freza-
das, jergas, y vale á precio muy acomodado,
Llévanse desta provincia grandes empleos de
todo lo dicho á Lima, Cuzco y Charcas; vale
todo muy barato, por la gran cantidad que hay.
Ocho panes de á libra se dan por un real, una
gallina vale lo mesmo, y un capón, dos conejos,
y tres también, no valen más que un real, y
otras cosas hay tan baratas; solas dos tienen
valor, que son el vino de España, que del que
viene de la provincia de Lima vale ocho reales
un cuartillo y del que va de España doce ; la
otra cosa que tiene precio alto son los jumentos,
porque suele valer uno quinientos y mil pesos,
si es bueno, por la gran cantidad de yeguas que
hay. Y así dicen de ordinario: ¿Qué es lo que
tiene más valor en Quito? Y se responde: Los
jumentos.
CAPÍTULO VI
De los obispados y provincias de Lima, Cuzco
y Charcas y demás provincias del Pirú.
El Pirú contiene en sí muchas provincias y
algunas tan grandes que pueden ser reinos, y
así se tiene y nombra desde la ciudad de Pasto
PEDRO ORDOÑEZ DE CET.ALLOS
427
hasta Chile todo Pirú, oomo decir acá España,
que en sí incluye muchos reinos, y así dijimos
en el capítulo pasado de la provincia y obispa-
do de San Francisco del Quito. Y para pasar
adelante, digo que la cabeza de todo el Pirú es
la ciudad de los Reyes, por otro nombre llama-
da Lima. Hay Virrey, y es uno de los más Fa-
mosos cargos que nuestro Rey provee, por lo
mucho que tiene que proveer de encomiendas
de indios, desde Quito hasta Chile; lanzas y ar-
cabuces; corregimientos y gobernaciones; admi-
nistrazgos de comunidades de indios y de obra-
jes; protectorías de indios y otras varas de al-
guaciles mayores y escribanos, jueces y sobres-
tantes; beneficios, curatos y otras capellanías;
gente de guerra de mar y tierra, desde General
de armada. Almirante, capitanes y demás ofi-
ciales y soldados, y todos los oficios de los ga-
leones que bajan la plata; General de las gale-
ras y demás oficiales; General del Callao, capi-
tanes y demás oficiales, que todo es una gran
máquina; y sobre todo provee y da los indios
de las minas, que es la mayor cosa, adonde ha-
bía bien que decir y aun harto que advertir si
los Virreyes son algo codiciosos. Aunque por
la misericordia del Señor, casi todos los más
príncipes que allí van son buenos cristianos, y
si hay alguno que haya entrado las manos en
esto para henchir los baúles de barras, luego lo
saben nuestros católicos Reyes y lo remedian.
y la Majestad del cielo es servida que vayan
allí Virreyes tan santos y buenos cristianos
i'omo Don Luis de Velasen, de quien he dicho
de paso algo, que pudiera de su gran vida es-
cribir un largo tratado ; y Don Fernando de
Torres y Portugal, Conde del Villar Don Par-
do, natural de Jaén, de aquella famosa casa y
prosapia tan antigua, decendiente por línea rec-
ta de los Reyes de Portugal; pues tenía tan
gran derecho á aquellos reinos y señoríos, pues
fue uno de los citados para ellos; y como tan
gran cristiano, tan prudente y sabio y tan leal
vasallo de su Rey, hizo dejación de su derecho
en Su Majestad del Rey Filipo sin segundo, y
con su gran prudencia decía que cuando pose-
yera estos reinos de Portugal los dejara en un
tan sabio y católico Rey. Y porque en otra
parte digo las grandezas deste gran caballero,
las dejaré agora, prosiguiendo con mi historia.
Tiene la ciudad de Lima Arzobispo, Inquisi-
ción, Audiencia, Chancillería y Corregidor, que
siempre lo es un gran caballero. Hay Universi-
dad, y tan famosa cuanto es público, y doy fee de
haber oído decir á grandísimos letrados, así teó-
logos como de otras facultades, que es de las bue-
nas que tiene hoy el mundo. Tiene esta ciudad
una cosa notable, que en toda ella no hay teja con
haber famosos edificios, porque no es necesaria,
y es la razón que no llueve jamás. Es una ciu-
AÜTOBIOGRAFIAS Y MEMORIAS. — 38
dad de la mayor riqueza de todas las del univer-
so. Tiene este arzobispado la ciudad de Trujillo
en los llanos, que ahora la hacen obispado de
por sí con otras; tiene á Chachapoyas, Guanca-
valica, á do se saca todo el azogue necesario
para las minas de Potosí, que es una riqueza
grande; Guamanga, á quien hacen asimesmo
cabeza de obispado y le dan otras ciudades y vi-
llas circunvecinas de españoles y muchos pue-
de naturales indios.
El obispado del Cuzco es ahora el mejor del
Pirú; tiene esta famosa ciudad una cosa, que
aunque no es muy grande es muy rica por la
gran fertilidad de tierras y provincias que tiene.
Parten asimismo ahora deste obispado otro, que
es su cabeza, Ariquipa. Tiene asimismo otras
ciudades y villas de españoles y pueblos de na-
turales circunvecinos, que con partirlos, como
está referido, estos tres obispados de Trujillo,
Guamanga y Ariquipa, de Lima, Cuzco y Quito,
quedan todos con suficiente renta.
Las Charcas es ahora arzDbispado, y solía
ser obispado el más rico del mundo y se hizo
arzobispado; y del se hicieron dos obispados,
el de la Paz y el de la Sierra, y tan bueno el
de la Paz y de tanta renta que por gran mejo-
ría mudaron al Arzobispo de Santo Domingo
á él. Hay en las Charcas Audiencia Real, que
coge desde el Cuzco arriba hasta Chile y Río
de la Plata, que es una infinidad de tierra.
Tiene á Potosí deciocho legi;as de allí, que es
la monstruosidad del mundo, y si no díganlo
todos los años las flotas y ahora los galeones
que vienen cargados de plata , toda la más
sacada de aquel famoso cerro; y para que se
sepa una grandeza y maravilla de la divina
Providencia que pusiese sobre aquel cerro una
nube, que existe siempre y se vee en días sere-
nos muchísimas leguas de allí, que parece que
está diciendo : Aquí es la riqueza. Es este
cerro á manera de un pan de azúcar, y tan
alto que subirá su cumbre por donde se puede
subir tres leguas. Es muy frío; al pie está la
villa del Potosí, que de ordinario tiene veinte
mil hombres españoles, ocho ó diez mil muje-
res, otros tantos negros y negras y más de cua-
trocientos mil indios. Es una máquina muy
grande, que se puede decir mundo abreviado;
tierra que en sí no hay cosa por ser minerales.
Seis leguas alrededor no hay hierba, sino todo
está quemado; y es tanto lo que en ella entra
que suele valer á veces tan barato como en la
tierra de á do lo traen, y se ha vi'Sto un día va-
ler doce y deciséis reales una hanega de harina,
y luego otro cien reales, y al otro volver á valer
como en el primero, y así es de las demás cosas ;
falta la leña, y suele valer á veces que es para
espantar y otras baratísima. Gana un mitayo
de los que se reparten de quinto dos reules y
428
autobiografías y memorias
medio cada día, y estos se llevan de ciento y
cincuenta leguas. Hay veces que antes que los
lleven hacen sus honras y dicen sus misas,
como si fueran á morir, porque á veces vuelven
pocos. Aunque hay un gran mandato que hizo
el conde del Villar, que todos los indios que se
quisiesen quedar poblados en Potosí se queda-
sen, y que ganasen cada día á cuatro reales y
cinco los de de noche, aunque en las minas,
como son tan hondas, siempre es de noche, que
con lumbres se trabaja; y con esto y con lo que
hurtan hay tantos poblados y que trabajen, que
ha valido el poderse sustentar el cerro y toda
aquella máquina, y los indios hacerse á la tierra
y no morirse tantos, y los que son de lejos y
no quieren ir, suplen otros por ellos, pagándo-
les aquél real y medio más cada día, con que
ahorran por cuarenta y cinco reales un tan ex-
cesivo trabajo y gasto de ida y vuelta, y hijo
que se morían, y que no cese de sacarse cada
año tanta plata, que deben ser ocho ó diez mi-
llones, á do interesa la corona de España tan-
tos quintos y tantos derechos de las mercade-
rías que sumado es una gran cosa. De que fue
tanta causa Don Fernando de Torres y Portu-
gal, hijo de la noble y insigne ciudad de Jaén.
Hay en la provincia de Chile dos obispados,
el de Chile y el de Santiago; es la tierra más
fértil de las que se saben en el mundo, pues
las frutas de España que en ella hay son tan
grandes que se ha de ver para creerse. Tiene
toda esta tierra y provincia tantas minas de
oro que si se pudiera sacar fuera una gran
suma; y si Su Majestad mandase acabar toda
aquella generación de los valientes indios de
Arauco, que tanto mal ha hecho y hace, lo cual
sería fácil, sería de gran consideración y bien
podría decir las causas, mas dejólas para su lu-
gar. Hay otros dos obispados, que dicen del
Tucuraán y del Paraguay; es parte de aquella
tierra montañosa y de trabajo, aunque de mu-
cho sustento y medianamente rica, y de trato
en ropa de la tierra de algodón, mantas y ves-
tidos de mujeres, de liquillas y anacos, que son
los vestidos, y galanísimos chumbes, que son las
fajas con que se los ciñen. Hay minas de oro.
CAPÍTULO VII
De la embarcación que hice á las islas de Cuba,
la descripción della y de las demás hasta
Acapulco, y principio de viaje en el mar del
Sur.
Como queda referido en los dos capítulos
pasados, mi viaje fue por esta tierra del Pirú
hasta Ciiile, y tornada á la provincia del Qui-
to, de á do salí para tornar á España y llegué
á Cartagena, á do me embarqué, y caminando
en demanda del Cabo de San Antón me perdí,
como queda dicho en la histeria en su lugar.
I^ui á la de Cuba, que es ésta, y tornando á las
islas Deseada, Matalino y Dominica, de á do
partí para Cartagena, digo que á un lado y á
otro hoy muchas islas, de las cuales diré des-
pués y por haber llegado á esta de Cuba, y á
su famoso puerto, que es el mejor del mundo,
pues están dentro los navios seguros de todo
género de riesgos de mar y enemigos; porque
tiene un fuerte á la entrada, que se llama el
Morro, que pienso, así lo dicen grandes capica-
nes y soldados, que es de los más buenos que
se pueden hablar por su gran sitio, y cada día
van haciendo en él baluartes y plantando arti-
llería, y por la parte de tierra un foso, que aca-
bado, con trecientos hombres dentro y mante-
nimiento (porque agua tiene toda la que ha
menester), no hay poder que la pueda rendir.
Tiene esta isla docientas y venticinco leguas de
largo, y de ancho treinta y siete. Tiene Obispo,
que es Cuba la cabeza. Hay Gobernador y Ca-
pitán general, que reside en la ciudad de San
Cristóbal de la Habana, porque es la mayor, y
á do llegan á la ida las flotas de Nueva. España
y á la vuelta todas las flotas y galeones, y la
de Nueva España deja allí en el puerto, en una
casa fuerte que tiene en el fuerte del Morro, el
oro. plata, cochinilla y añil, y los galeones que
van hasta Cartagena y Puerto Velo de Tierra
Firme, de vuelta reciben todo aquello, y con la
riqueza que ellos traen vienen á España. Es
isla fértilísima de frutas de la tierra y maís y
otras raíces, y de harinas y otras cosas que de
fuera vienen. Hay mucha madera muy fina
guachapil, que no se corrompe en el agua, y el
clavazón suyo es mejor que de hierro porque
se encorpora y no hace agua. Hay mucha carne
de vacas, pues se matan solo por los cueros.
Hay grande cantidad dií marranos, y es extre-
mada su carne, pues se da á enfermos.
El Cabo de San Antón está en veinte gra-
dos y la Habana en ventitrés. Hay por toda
esta mar infinidad de ballenas, y suele hallarse
gran cantidad de ámbar, que dicen es la esco-
ria y excremento de las ballenas.
La isla de Puerto Rico está de la Dominica
venticinco leguas en deciocho grados. Tiene de
largo cuarenta leguas y de ancho veinte, y de
contorno más de ciento y cincuenta. Tiene mu-
cho ganado y azúcar, y arboleda de naranjas,
cidras y limas de todo género. Dase en ella
trigo y todas las cosas de España, y hay gran
cantidad de oro, y )io hay quien lo saque, que
tiene la falta de todas las demás islas, que se
han quedado sin naturales, habiendo tenido al
descubrirse grandísima cantidad, y como ellos
dicen, sólo el baho de los españoles los mata,
y yo digo que los malos tratamientos y excesi^
í»EDRO ORDÓÑtíZ DE CEBALLOS
m
ros trabajos por el oro, lo que se verá por un
ejemplo.
Un cacique y reyezuelo de una destas islas,
sabiendo que iban los españoles juntó toda su
gente y les hizo una plática, diciendo que el
dios de los españoles era el oro, y que así lo
juntasCii y lo echasen en el río, como lo echa-
ron en el de la Habana, y conjuró toda su gente
este reyezuelo Hantuy, que así se llamaba, de
que aunque muriesen todos no dijesen que lo
había, pues por buscar su dios luibían acabado
todos los naturales del reino de Aitim, que es
la isla de Santo Domingo. Tiene esta isla de
Puerto Rico cuatro ciudades y Obispo; cógese
mucho ajenjibre; es toda ella una huerta, y
della á la de Santo Domingo hay de punta á
punta doce leguas y de puerto á puerto ochen-
ta; ésta de Santo Domingo es muy grande;
está en diez y ocho grados; fue la primera que
se descubrió en todas las Indias, y así la lla-
maron la Española, y de aquí se ha descubierto
tanto mundo; es fértil en cosas de la tierra;
ganado vacuno hay una inmensidad dello; no
ha quedado natural, y había cuatro millones de
gente; son muchos los ríos que tiene y grandí-
simos , y tiene más de seiscientas leguas de
boj, y todos los demás ríos son de oro, y dicen
se halló pedazo tan fino que no fue menester
fundirse y pesó más de tres mil ducados; hay
infinita caña dulce, de que se hace azúcar mu-
cho; hay ajenjibre y caña fistola, mucho ganado
de cerda; si esta isla tuviera gente se sacara
mucha cantidad de oro y perlas. El pan de la
tierra es de yuca, que nosotros llamamos caza-
be, y se trae pan de Tierra Firme, de la gober-
nación de Venezuela; es tierra cálida, y así es
buena para negros, que es la gente que ahora
sirve en aquella isla, que habrá ahora más de
veinte mil. Hay en la ciudad de Santo Domin-
go Arzobispo y Audiencia Real. Hay en aque-
lla mar ballenas y grandísimos tiburones. De
allí se descubre á dos días la isla de Navaza,
isla pequeña, en diez y siete grados, y junto á
ésta está la isla de Jamaica; procúrase pasar
desta isla por tiempos, porque hay infinitos
huracanes, y casi en este paraje está la dicha
isla de Cuba ó Habana, que ya dije, y en des-
cubriendo punta de San Antón se va camino
derecho hasta descubrir la isla de Campeche,
que está cerca de Tierra Firme; es de trecien-
tas leguas de boj; todos los naturales son ya
cristianos; hay Ojispo y Gobernador; es tierra
fértilísima; á pocos días se descubre y llega á
San Juan de Lúa, que es el puerto de la Nue-
va España; hay muchos bajíos en él, y así hay
pilotos que entran los navios. Hay un famoso
puerto en la mar. La tierra adentro está la
ciudad de la Veracruz, á do es todo el contra-
to, aunque es tierra muy cálida: desde este
puerto á la gran ciudad de Méjico, que con
justo título se le puede decir gran ciudad, pues
es muy mayor que Sevilla, y tiene treinta mil
españoles y más mujeres, y docieutos mil indios
y más indias, y veinte mil negros. Es la cabeza
de todos estos extendidos reinos, á do hay Ar-
zobispo, Virrey y Audiencia Real, Inquisición
y muchos conventos famosos y iglesias, como
en la más principal ciudad del mundo; el tem-
ple y abundancia como el del Pirú (como queda
dicho) ; es tierra tan famosa y de naturales tan
dóciles que diré algunas particularidades.
La primera es que hacen tanta honra á los
sacerdotes, así frailes como clérigos, que acaeció
llegar á muchos pueblos y oir repicar las cam-
panas antes que llegase, y veía correr de una
parte á otra los muchachos y algunos indios, y
cogen una cruz, y en piocesión, rezando las ora-
ciones, llegan hasta casi la salida del pueblo, y
de aquella manera, bajas las cabezas, dicen:
¡Loado sea Nuestro Señor Jesucristo y su ben-
dita Madre Santa María! Dice el sacerdote:
Por siempre; y ellos: Amén; y así lo acompa-
ñan hasta la iglesia, á do rezan y le sirven en
todo lo que pide y le dan grandes limosnas,
que hay veces que me valía pueblo para misas
cien ducados, y de todo esto fue la causa aquel
gran cristiano Don Martín Cortés, Marqués del
Valle, que mandó en toda aquella tierra esto, y
deste excelente y gran soldado de Cristo se dice
que en viendo á un sacerdote, malo ó bueno, se
detenía en la calle y no se cubría hasta que pa-
saba, y á veces se apeaba y hincaba una rodilla
y le besaba la mano, y á su imitación lo hacen
los naturales, los cuales dicen que, pues lo ha-
cía el Virrey inmortal (que así lo llamaban por
su gran valentía), que no es mucho lo hagan
ellos; y cieito es cosa maravillosa oir á los na-
turales de aquella tierra las cosas que sus pasa-
dos les dejaron por tradición de las grandezas
deste magnánimo y cristianísimo Príucii)e, y es
de ver cuando hacen algunas cosas, si les pre-
guntan ¿quién os enseñó esto? dicen: El gran
capitán Martín Cortés lo mandó así; y aunque
algunos Virreyes han querido quitar algunas
cosas, no han podido, si fueron de las que dejó
mandadas el buen Marqués, particularmente sí
son como el acudir al servicio de los sacerdotes,
á las iglesias y en gastar sus haciendas en la
sumptuosidad de los templos.
Hacen hermosísima imagenería de pluma,
que en algunas que de allá han venido se han
visto cosas tan delicadas que muestran muy
bien su ingenio, pues de plumas de pajarillos
hacen una imagen del Rosario con todos sus
quince misterios, tan pequeños que para pinta-
dos fuera pintura delicadísima, y hacen otros
rostros y cuerpos y ropajes tan acabados, que
si no es quien los ha visto, no lo podrá creer.
-13Ü
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Es la Nueva España muy gran tierra lo des-
cubierto, y se dice que queda por descubrir seis
tanto, pues en nuestro tiempo descubrió Anto-
nio Espejo, un famoso capitán, quince provin-
cias, que tenían de tierra como dos Españas;
halló en ellas gente política y poblaciones gran-
des, con casas de piedra de tres y cuatro altos,
y hacia cualquier parte se halla tierra y gente
por descubrir, y con todo eso tiene descubier-
tas diez provincias, que algunas dellas son tan
grandes como toda España, y otras como todo
Portugal ó otro reino, que tendrán todas tanta
tierra como tres veces toda España; son sus
nombres: Méjico, Honduras, Guatimala, Cam-
peche, Chiapa, Guayaca . Muchoacán , Nueva
Galicia, Nueva Vizcaya y Guadiana, y debajo
destas hay otras once, y el Nuevo Méjico y
Nueva Francia, que siendo Dios servido se po-
l)larán de españoles como lo están las demás.
Hay tres Audiencias Reales y Gobernadores y
Corregidores, todos españoles, y en otros pue-
blos hay Alcaldes mayores, y en los pueblos de
los indios hay en distritos Alcaldes mayores.
Es toda la más tierra muy sana, por ser de tan
buen temple, y es la causa el llover de ordina-
rio en los meses de junio, julio, agosto y septiem-
bre, y correr siempre una marca de un vente-
cilio tan fresco, que apartándose del sol, aun-
que sea en tierra muy cálida, no se siente el
calor, y las noches son muy frescas por la pro-
pia causa, por la falta del sol y por las marcas.
Es tierra riquísima de oro y plata, por tener
muchas minas, y de cochinilla y añil; lábrase
gran cantidad de seda traída de la China; tie-
nen los españoles grandes tratos y trajinan de
una parte en otra llevando á cada una lo que
falta y lo que sobra en la otra, á do enriquecen
en breve tiempo, así en esta tierra como en el
Pirú, por ser las ganancias grandes, el gasto
mucho, la comida barata y sobre todo ser la
gente de gran verdad y tener los unos á los
otros mucha fidelidad, y se ha visto ir de acá
hombres muy malos y trocarse allá, como de
ladrones volverse fieles, y no sólo no hurtar,
porque no se i;sa rn aquella tierra, mas aborre-
cer en sumo grado tal vicio, y todos los demás
por consiguiente; y esto se ha de entender que
pasa de unos españoles con otros, porque para
con los indios, como conquistadores, siempre
los ranchean y quitan lo que tienen, aunque
ellos propios se lo dan de puro miedo ó de li-
berales, y porque ven que si no se lo dan se lo
han d'í quitar, y así quieren ganar gracias con
su hacienda. Y diré un caso que le pasó á un
cacique llamado Don Gabriel de Caravajal, de
Carangue, que es un pueblo de la provincia de
Otábalo. Preguntó en presencia del guardián
de aquel pueblo y de mí y de otras personas,
sacerdotes y legos, al capitán Pedro do Lo-
melín: Señor, en las mayores ciudades y pro-
vincias que se han conquistado en el mundo,
¿qué duraría el saco? Respondióle: Cacique, en
cada ciudad, por grande que sea, durará ocho ó
diez días. Tornó á repetir: Pues si tan poco dura
por allá, que sólo es saco de ocho ó diez días,
en estos miserables indios, ¿para qué dura, c<jn
nombre de ranchear, más [de] cien años?
Hay en esta tierra tanto ganado que es ya
sabido que hay hombre que mata diez mil ca-
bezas de ganado vacuno y otro tanto de cabras,
sólo para enviar los cueros á España, y es por
haber tanta tierra y de continuo los pastos ver-
des. Hay mucho trigo de España y maís y fru-
tas, así las de España llevadas de acá como de
la tierra muy sabrosas. Hay un arbolillo llama-
do maguey ó cabuya, tan provechoso que In-
visto yo hacer del cosas para espantar: vino,
vinagre, miel, hilo, mantas, y coserlas con las
puntas de las hojas; lonas, jarcias, alpargates,
y servir casi para toda una casa de estantes,
vigas, tablas y sogas, para atarlo todo, y las
hojas de tejas, y otras cosas de medicinas, que
he visto curas notables con sus cogollos. Y por-
que se podía hacer de las grandes cosas deste
reino de Nueva España una historia tan glande
cuanto la mayor que hasta hoy se ha impreso,
lo dejaré, por ser imposible poderlo yo decir
todo, mayormente no siendo de mi historia, aca-
bando con que de la gran ciudad de Méjico
hasta el puerto de Acapulco hay noventa leguas
de tierra toda poblada y apacible, y este puerto
es en el mar del Sur como es San Juan de Lúa
en el del Norte en diez y nueve grados; tómase
aquí la estrella Sur, porque no se ve al Norte.
CxiPÍTULO VIII
Dd n'iije del jiuerto de Acapulco hasta llegar
á Cantón de la China.
Dije en el capitulo pasado cómo el puerto de
Acapulco está en diez y nueve grados de eleva-
ción del polo en el mar del Sur; es una villa;
está poblada de españoles y indios; hay en ella
alcalde mayor y capitán del puerto. Mi viaje,
como queda dicho en la historia, fue salir del
Pirú para España con mis papeles y pretensio-
nes y perderme en Cabo de San Antón y cami-
nar á este puerto de Acapulco, habiendo dado
primero vuelta á la mayor parte de la Nueva
España y querer volverme á Guayaquil, ciudad
en el Piri'i y puerto por donde se va á la pro-
vincia y ciudad del Quito, y codio no hallase
allí pasaje por no haber navio para conseguir
aquel viaje, me fue fuerza comprar allí uno que
se decía el galeón San Pedro, el cual se puso
en orden de marineros y soldados de infantería,
como queda referido. Salimos de allí la derrota
PEÜRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
431
dicha de Guayaquil, y con temporales nos de-
rrotamos y tuvimos grandes tormentas y gran-
des refriegas con enemigos. Fuimos por dife-
rentes alturas, pues llegamos á cincuenta y tres
grados, con tanto frío que se nos caían las en-
cías á pedazos y se nos pudrieron los bastimen-
tos (como queda referido), y así el viaje fue di-
ferente del que se toma para el camino derecho,
pues se ha de abajar hasta doce grados y medio
para las islas de las Velas ó de Ladrones, que
todo es uno, y se camina al Sudueste, y porque
descubrimos otras islas que no eran conocidas,
que les llamamos de Españoles p<>r hallar gene-
ración en ellas procedidas de españoles, de allí
tomamos la derrota para islas de Ladrones, y
nuestro viaje fue muy largo, de más de tres mil
leguas, hasta llegar á reconocer la isla llamada
Charpáii, que es la primera de acá; son siete
ó ocho; la gente es blanca, y toda desnuda en-
cueros y muy membruda y de grandes fuerzas ;
dícese que no tienen sino caciquillos, y entre
ellos se guerrean y son gentiles, sacrificando al
demonio; sus armas son hondas, dardos y lan-
zas y rodelas de cueros muy duros; son muy
grandes ladrones, y por ellos se llaman así
las islas. La postrera dellas, que fue á la que
llegamos, se llama Iguam. Paréceme serían fá-
ciles de conquistar, por parecerme la gente
sin ley, y porque temen las escopetas mucho,
aunque es gente muy valiente y de grandes
cuerpos, que parecen gigantes.
De allí caminamos otr<is diez y ocho días y
descubrimos las islas Filipinas, y por tempo-
rales jamás pudimos tomarlas, porque se ca-
mina al Ueste, y jamás podimos ir camino de-
recho, y habrá docientas leguas hasta boca de
Espíritu Santo, que se ha visto descubrirse en
seis días, y estuvimos diez y ocho. Hay allí
tantas islas que es uno de los grandes Archi-
piélagos de islas que hay en todo el mar, todas
pobladas de gente y casi conquistadas más de
la mitad de españoles; llámasela principal isla
Luconia ó Luzón, y todas ellas están por nues-
tro católico Rey Don Felipe IIL De la boca
del Espíritu Santo á Manila, que es la ciudad
principal, hay más de ochenta leguas; hay allí
ÍTobernador y Obispo y Dignidades y Canóni-
gos. Está esta isla en catorce grados y un cuar-
to, y hay tantas islas junto á ésta que de unas
á otras casi parecen ríos en poco trecho ó peda-
zos de lagunas, y son tantas que llegan hasta
cerca de Malaca junto al estrecho de Sincapu-
ra, y por allá á las islas Malucas.
Estas islas dicen las descubrió Magallanes, y
en una isla llamada Cabú, en un convite, le
mataron á él y á otros cuarenta, y el piloto
mayor, Sebastián de Guetaria, se vino con la
gente á España habiendo dado vuelta al mun-
do. Tornó segunda vez este dicho, y después
tercera Pedro de Villalobos, que fue á dar
á Terrenate y á islas Malucas, que entonces
estaban empeñadas por nuestro católico Empe-
rador Carlos V al Rey de Portugal, y allí
prendieron muchos castellanos, que fue causa
de tornarse los demás. Cuarta vez fue por
mandado del Rey Don Felipe II nuestro se-
ñor Miguel López de Legaspi, con cédula para
el Virrey Don Luis de Velasco, que entonces
lo era de la Nueva España, y después del Pirú,
y otra vez de la Nueva España, y es encomen-
dero de indios, un gran caballero y excelente
cristiano, pues ha gobernado aquellos dos gran-
des reinos cerca de treinta años, muy bienquisto
y tan prósperamente y con [tanta] quietud que
todos los españoles y indios dicen: El gran cris-
tiano; y ahora es Presidente del Consejo Real
de las Indias y primero Marqués de Salinas.
Y volviendo al dicho Legaspi, fue el que
conquistó y pobló estas islas Filipinas con faci-
lidad, porque no tenían señor, que desde la deja-
ción que dellas hizo el gran Chino y de otros
reinos, se gobernaban por reyezuelos y señorci-
llos, y había en ellas tantos esclavos que he-
cha la cuenta eran casi la mitad, porque se gue-
rreaban de ordinario y todos los que cogían eran
esclavos; y por ser ridicula una mala ley que
había en aquellas islas, la pondré, y es que pres-
taban uno á otro en cosas valor de un real, por
ocho ó diez días, y en llegando el plazo se lo
pedía delante de testigos, y si no se lo daba se
doblaba, y el otro día en cuatro y el otro en
ocho, y desta manera cada día, y en llegando á
gran suma se entregaba por esclavo, y por esta
causa y las continuas guerras había en aque-
llas islas tantos esclavos. Todos los destas islas
eran gentiles, y ya comenzaban de otras islas
comarcanas, que son de moros, como Borneo y
Venatria, á venir á enseñarles su falsa ley, y
ahora casi todos son cristianos. ¡ Sea la gloria
á Dios!
Son estas islas todas ellas, con ser tantas,
muy fértiles de comida y ricas de oro y merca-
durías, y todo muy barato, y sólo quiero decir
de un árbol que hay, que se llama palma de
cocos, que es la cosa más notable que se puede
decir, pues del se hacen tantas cosas casi increí-
bles, pues se ha visto navio que todo él y la
comida y bebida y vestidos y calzados todo era
deste árbol, y hay pueblos que las casas y todo
lo demás, como he dicho, es deste árbol, por-
que del madero se hacen tablas y todos los
demás menesteres para un navio, y la clavazón
es del mismo palo; de las hojas se saca una
pita, que de la gorda se hacen lonas para velas
y de la de en medio mantas para vestirse y cuer-
da y alpargates, y de la más delgada lienzo
para camisas y cuellos y hilo para coserlas, y
de aquellas hojas majadas jabón para lavar, y
432
del árbol, dándole barrenos, sacan agua para
beber, y la fruta, que son cocos, muy gran
comida' y de sustento y sabrosa, y de aquella
agua cocida hacen vino, A'inagre, arrope, miel,
y del meollo del coco, que es de sabor de avella-
nas verdes, se saca aceite medicinal y leche tan
sabrosa como de almendras muy dulces, y si la
cuecen se hace miel y azúcar muy sabroso. En
la isla de Maldivia no hay otra agua, ni comida,
ni vestido, si no es destas palmas, y todas las
casas son deste árbol, porque los troncos hin-
cados y las tablas por los lados son las paredes,
y de un palo la cumbrera, y de los propios las
tirantes y sogas con que los atan, y las hojas son
la cubierta, y la leña que queman, y casi todas
las medicinas con que se curan, y las barcas y
remos con que navegan, y las camas en que
duermen: de suerte que les es todo el menester
de la vida humana, y aun el ataúd y depósito de
los cuerpos cuando mueren, pues en ellos se
entierran; hacen también armas ofensivas y
defensivas, como son lanzas, dardos y macanas
y rodelas, hondas y lo que en ellas tiran.
Hay en islas de Luzón muchos chinos cris-
tianos y pueblos dellos, y si reciben la fe los
della se espera serán todos muy buenos, por-
que es gente de buen entendimiento. Una des-
tas islas de Luzón es la del nombre de Jesús de
Pintados, que la ciudad se llama Cebú: es fér-
tilísima y tiene continuas guerras con Minda-
naes, como se tratará en el libro de las grande-
zas de Jaén, en la vida del famoso Almirante
Cristóbal de Espinosa de los Monteros, natu-
ral de Jaén. De allí á vista de aquellas islas,
sin poderlas tomar, ó por ser parecer de todos,
porque no llevábamos licencia, pasai^os en de-
manda de la China; descúbrense muchas islas,
y una de grandísima altura, llnmada Mindana,
y otra isla de Mateo, y un archipiélago dellas,
que en aquellas ciento y treinta leguas, si se qui-
siese tomar puerto podrían cada día. y á lo más
á dos días descubrimos tierra de la China, y
como sabíamos los malos tratamientos que en
aquellas provincias hacen á los extranjeros fue
acordado que no tomásemos puerto en ninguna
parte hasta Macao, ciudad de portuerueses, po-
blada en propia tierra firme de la China, y fue
la Majestad del Señor servido que al calió de
tanta inmensidad de trabajos, tormentas y ham-
V)res, que es lo peor, la descubriésemos y tomá-
semos un miércoles puerto en su bahía, que es
muy buena y capaz para muchos navios. Fui-
mos bien recebidos del capitán portugués, que
es la justicia mayor de aquella ciudad, y nos
visitaron el navio, y aparté á un lado al capitán
y le conté mi venida y la verdad della, que la
creyó y me prometió salvoconduto, y yo lo re-
galé con algunas cosas. Fui el dicho día á besar
las manos á su señoría del señor Obispo, que
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
era un santo, que era de la orden de Cristo y
un gran caballero ; prometióme hacer mucha
merced, y después la cumplió tan colmaiamen-
te que decía que me quedase allí, y si fuera ne-
cesario partir su renta conmigo lo hiciera. Era el
Príncipe más bien quisto de todas las naciones
que jamás se vio en aquella tierra, y la mayor
merced que yo pude recebir fue que un día se
fue de su casa solo conmigo á casa de aquel
buen capitán y le pidió me diese salvoconduto
y la brevedad de mi despacho; y sin salir de
allí me lo dio del Virrey de Goa, que los tiene
allí con los nombres en blanco de navios y gente,
y así otro día dijo misa y luego yo, y se fue
conmigo hasta el navio y nos bendijo y salió
en él d?l puerto, y de allí se tornó, y engolfa-
dos en muy breve tiempo reconocimos la gran
bahía de Cantón, y sin tomarla envié el salvo-
conduto y nos enviaron licencia para tomar
puerto .
CA.PITULO IX
En donde se cuenta lo que pasó en Cantón y
en suma algunas cosns de aquellos extendidos
reinos, y viaje hasta Cochinchina.
Por haber tratado tan á la larga en la histo-
ria de las cosas deste gran reine de la China,
sólo tocaré ahora algunas que allá no dije y
otras que allí pasaron, y sea la primera que en
dos meses y veinte y dos días que estuvo nues-
tro galeón en aquel puerto, no pude alcanzar
licencia para saltar en tierra, aunque prometía
mil reales de á ocho. Luego que llegamos bar-
loventeamos una tarde martes, por dos cosas.
La primera, porque no se puede saltar sin li-
cejicia, y en un bergantín que salió á nosotros
envié el salvoconduto y setecientos reales de á
ocho para su despacho, que dentro de tres horas
vino luego despachado y el juez de extranjeros
á visitarnos, que se holgó de ver nuestro navio
tan fuerte y tan artillado; ^^ resentéle algunas
cosas y le di dos mil patacones para emplear,
porque no traía más licencia, y de la gente y
navio otros dos mil, y otro día miércoles tomé
su puerto hacia la parte de la mar, que nos pa-
reció no entrar en el río por más seguro, como
son tan malos los naturales desta tierra para
los extranjeros; y esta fue la otra cosa, tomar
puerto en miércoles, á ocho días que habíamos
partido de Macao.
Hay allí un muelle la cosa más grandiosa
que se puede ver, como queda dicho, y en todo
el tiempo que allí estuvimos, con ver tanta sol-
dadesca y gente, no vide mujer, sino alguna
silla á do decían que iban algunas atapadas,
p.orque las mujeres de allí por excelencia son
I las más castas del mundo y recogidas, que se
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
433
guarda muy de veras el refrán que la mujer y
la hormiga por las alas se pierden. Tuve allí
noticia de grandes cosas, particularmente de
algunas ciu'lades grandísimas que hay en aque-
lla provincia, cuyo número de vecinos es tan
grandioso que parece casi imposible. Díjome el
que me informaba de todo, que era un chino,
que todas las villas y lugares eran cercadas de
murallas y baluartes á trechos, y con su guar-
da, y sobre todas las puertas mucha artillería
y soldadesca, y en to lo grande orden y limpie-
za en las armas, porque castigaban con gran
rigor á los descuidados que sobre esto había, y
cada mes había reseña y paga. Yo hice traer la
paga de un soldado, que mientras allí estuve
se hicieron dos reseñas y pagas, y lo pesé, y
sería un real y veinte y uu maravedís de valor
de España, en pedacitos de plata, y me dijeron
que bastaba aquella moneda de plata para co-
mer y vestir cada mes, según iban las cosas ba-
ratas, y lo que crece la moneda de plata tro-
cada, que es más que en España cinco ducados.
Vide allí en Cantón casi todos los géneros de
armas de España y de todo el mundo; vide las
comidas también más baratas que se puede en-
carecer, pues con ocho reales de plata sobraba
comida de carne, pan, fruta, pescados y de la
cerveza de la tierra; de toda conn'a la gente del
navio, que eran más de cien personas, por los
ocho reales de plata, y debía de ser la razón
que me dio el chino, que trocada la plata en la
moneda menor de la tierra, subía en tanta can-
tidad como queda dicho, según la paga se les
hacía á los soldados de la tierra; y las merca-
durías son tan baratas como dije en la historia
en su lugar y referiré aquí con brevedad, pues
di dos mil reales de á ocho para emplear y se
llevaron los mil y docientos de derechos Reales
y se emplearon ochocientos y se sacaron dellos
más de doce mil, que es de cada mil reales de á
ocho, con derechos y todo, más de cinco rail
horros, y prometo, si fuera tierra segura y de
gente cristiana ellos y los reinos circunvecinos
á do se lleva y por donde se pasa, en el mundo
no había tierra de más ganancia y á donde se
podían aventurar seis años y llevar cuatro mil
ducados de plata y traer cien mil de oro; mas
son tantos los riesgos y el viaje tan largo, leyes
y sectas tan contrarias, que pone espanto. Y
porque he tocado de leyes diré después la que
tienen todos estos extendidos reinos, que es la-
mentable cosa, que tendrá la China tanto como
doce veces España ; Coray será tan grande
como España; Cochinchina como cuatro veces;
Camboja, Pegú, Siam, los Laos y otros reinos
cada r.no dellos como España: la tierra del
Gran Mogor más que doce Españas; las tierras
y reinos de los tártaros, fuera del Gran Tetay
ó Gran Catay, que estos dos nombres tiene, que
es de cristianos, y dicen era en los tiempos pa-
sados el señor universal de todos los demás reyes
tártaros y ahora serán sus reinos sólo como tres
veces España, y liay muchos cristianos y lo es
el Rey; todos los demás reinos doce ó catorce
Españas, y todos los reinos de la India, que
serán otras cuatro Españas; todos éstos y las
islas, que son las descubiertas un número infi-
nito, más de mil y quinientas islas, que no me
atrevo á decir cuántas Españas ternán.
Toda esta gente es gentil, idólatra y mora,
á do cada día de todo género de gente moría
una gran cantidad, que todos se condenan. ¡La
Majestad del cielo, como padre piadoso y de
misericordia, la tenga dellos, para traerlos á su
santa fe católica, que muchos de aquellos rei-
nos lo serían si tuvieran predicadores! ¡Dios
inspire á quien lo puede remediar que lo haga,
porque son muchos dellos muy dóciles, como
el de la Cochinchina, Champaa, Camboja y
otros!
En aquella tierra guardan muy mal sus le-
yes; tienen y adoran muchos dioses y hacen
ceremonias y suertes en sus viajes y principio
de las cosas que comienzan, y en sus enferme-
dades tienen abusos, y asimismo en sus entie-
rros, porque creen la inmortalidad del alma;
no tienen templos ni culto, aunque tienen bon-
zos que les sirven de las suertes y enterrarlos,
que lo hacen en el campo. Otros hacen que los
quemen y guarden aquellos polvos. Y para de-
cir en breves palabras que son sumamente ma-
los, digo que adoran al diablo, conociendo que
es malo; y preguntándole la razón al chino me
dijo que lo hacen porque allá á do tiene más
podeiío no les haga nial;i..y así pintado muy
feo y con cuernos y pies de animal se lo ense-
ñan al que quiere morir, para que sea su amigo
y lo conozca allá en la otra vida y no le haga
mal, y se lo ruegan con grandes ceremonias,
que si fuera con el conocimiento de nuestra
santa fe presto recibirían el ser su enemigo.
De lo demás ya se tiene por sabido la bon-
dad deste gran reino y de sus quince provin-
cias, por su fertilidad en todo y su buen tempe-
ramento y su gran riqueza de metales, oro, plata
y los demás en grandísima cantidad, y así es la
tierra más abastecida de todo lo necesario á la
vida humana de todas las que se saben, y por
esto muy llena de gente, más que nuestra Es-
paña. Toda la mar se ganaba por los grandes
ríos y laííunas que en ella hay; y así se puede
decir que hay más suma de navios que eri todo
el mundo y de diferentes hechuras, que uno
nuestro se conocerá entre quinientos suyos.
Hay infinito pescado y bueno, muchas aves,
gallinas y gansos y ánades, que valen, como
acá se dice, todo á huevo. Hay infinitos ani-
males y gran cantidad de gatos de almizque y
434
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
de algalia. Y para concluir digo que tiene esta
tierra por blasón que nada les falta y todo les
sobra.
CAPÍTULO X
De lo que me pasó en el viaje y de las cosas
famosas del reino de Cochinchina.
Porque en la historia dejo declarado todo lo
que me pasó en este gran reino de Guacliinclii-
na, seré breve y diré' aquí de algunas cosas que
allá no traté. Salidos que luimos de la ciudad
de Cantón, que dentro de dos meses y veinte
días despachamos y nos mandaron salir de aquel
puerto porque en él se aprestaba parte de la
armada y máquina de guerra que se hacía, que
por esta causa no nos dieron licencia para sal-
tar en tierra, puesto el navio á punto se nos dio
el salvoconduto para otro puerto en la provin-
cia de Chianchin, islas del archipiélago, y nos
avisaron nos guardásemos del cochinchino. A
cabo de pocos días, sin poder tomar los dichos
puertos dimos en la guarda de Cochinchina,
y no se me dio nada, que con guardar el salvo-
conduto de lo China y enseñar el del capitán
de Macao me pareció bastaba. Con todo eso
fuimos llevados con pilotos suyos por aquella
ensenada, que es de grandes bajíos, y llegados
al puerto de Quinbenhu nos mandaron saltar
en tierra y salí como señor que era del navio y
secerdote, como en su lugar se dice y da cuen-
ta en la historia, y por no hacer reverencia hasta
el suelo al juez de extranjeros ante quien fui-
mos llevados, nos secrestaron los bienes y me
prendieron y fui detenido en aquella tierra
más de cinco meses ; lo que resultó de mi esta-
da, por estar en la historia, no me detendré en
escribillo; y por ser este reino de los grandes y
mejores de aquellas partes diré aquí en suma
algunas cosas, y lo primero sea que es gente
que si hubiese predicadores sería fácil de redu-
cirse á nuestra santa fe, porque les parecía bien
y tienen la inmortalidad de las almas, y se pre-
cian de lo bueno y dan premio por ello y abo-
rrecen lo malo y castigan, que son dos cosas
que á do quiera que las haya están cerca de
salvación, como se verá por este caso siguiente:
En la ciudad de Champaa estaba el Virrey
Don Gregorio Andononita, como queda referi-
do, en una casa donde estábamos alojados, y
mi gente estaban jugando á los dados sobre los
atambores, entre los cuale* jugaba un soldado
italiano y perdía, y, como suelen, decía muchos
juramentos mal sonantes; llamó la lengua por-
tuguesa el dicho Virrey, y preguntó lo que ju-
raba aquel s^oldado, y díchoselo, se enojó mu-
chísimo, y yo lo vide, que estaba hablando con
el capitán Lomelín y se lo dije que fuorn y que
lo castigara. Vínose para mí el Virrey y me
dijo con la lengua: Di á este padre que el cora-
zón me llora sangre; y preguntándole: ¿Por
qué? Dijo: Porque tan buena ley la tenga gen-
te tan mala como vosotros; mira cómo blasfema
aquel soldado. Yo le dije que también había al-
gunos malos entre nosotros, y que mirase Su
Excelencia cómo le castigaba el capitán, que
mirándolo, y visto que le daba de empellones y
le ponía una mordaza, se holgó y dijo que era
bien hecho. De donde se verá, si recibiesen la
fe, que serían buenos. Es gente dócil y muy
hál)il, que para aprender cualquier oficio, por
dificultoso que sea, con ocho meses ó un año
les basta. Hay sólo cinco dioses que adoran,
habiendo tenido todos los que en la China y
otros más, que todos eran ciento y diez y ocho,
y la Reina María, muy antes de su conversión,
siendo Gobernadora de los Estados de su her-
mano, los quitó todos, y dejó solos estos cinco;
y si entonces tuviera alguna noticia, sólo dejara
el verdadero Dios, porque así lo decía, y que no
tenía otro dolor sino de no haber oído nuestra
ley y dejar en lugar de los que ella dio los man-
damientos de Dios para que los guardasen, y
los artículos de la fe para que creyesen, como
más largo lo refiero en el libro de los Triunfos
de la Santísima Cruz. Es tierra muy poblada
y de grandísimas ciudades; parte el reino del
de la China un río, y en él hay una ciudad
enfrente de otra, que tiene cuarenta mil casas y
dicen son ambas de unas calles y fortalezas, y
tan parecidas que todo es una misma cosa, y
aun en el nombre, pues tiene el mismo la una
que la otra, que se llama Inquenhu. Solía ha-
ber grandes guerras, y han quedado en grande
paz por sólo evitar tantos daños. Tiene otra
gran ciudad en la ensenada de un brazo de
mar, que tiene cincuenta mil casas ; llámase
Sansín; dicen es la llave deste reino contra la
China. La ciudad Real dicen es la mayor de
todo este reino; llámese Hilan, y cuentan tan-
tas cosas della que bastarían hacer historia,
porque la ciudad de Guanci es tan grande y
mayor que Cantón, y admirándome yo me di-
jeron que era Hilan tres veces mayor, que es
tan grande que es temeridad decirlo, pues
Guanci es más que tres veces Sevilla, y no hay
de qué espantarse, pues tantos nos han dadt>
relación de ciudades de más de un día de cami-
no de puerta á puerta y lo tienen escrito per-
sonas fidedignas. Tendrá este reino como tres
veces España, porque son tres reinos; pártese
por las partes altas del de la China, con unas
montañas muy grandes á do los montañeses
bastan á defenderse; es muy poblado á la parte
del mar y de tanta gente que certifico que para
la guerra de la liga contra el Chino y el de Co-
ray, el de Sián y Camboja juntó docientos y
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
435
cincuenta mil hombres, y tantos vasos y géne-
ros de navios qne era cosa de extremo; sus nom-
bres soncaracora, como barcas grandes ó zabras
para pasar; lanchazas, lauy grandes como ga-
leazas y mayores y de gran fuerza, para pelear;
leños, que son como galeras ó fustas; jeluas,
que es lo propio, aunque difieren en algo; cala-
luces, como navios grandes; manchuas, otros
más pequeños, y éstos piden poca agua ; herra-
das, que son como carabelas; catures, que tiran
á galeones; cambucos, como patages; celotas,
son casi como éstas y más redondas ; man-
chuas, como grandes barcas; manciba, otros
pequeños. Hay otras que dicen jangadas, que
es con remos y parece grande galeón y calie
mucho; y así hay algunas destas que pasan de
seiscientas toneladas y trecientas en las ordi-
narias, que es mucho para tener remos.
Hay otra gran cantidad de nombres de bar-
quillas, de que no hago cuenta; sólo de las di-
chas se juntaron más de mil y quinientos vasos,
que todo aqxiel archipiélago era de ver y ad-
mirar.
Es tierra muy barata y hay todo lo necesario
para la vida humana de comer y vestir, y tan
barato y más que en la China, y hay más plata
y tanto oro y otros metales y azogue, gran
pesquería de perlas. En aquellas islas es la
gente más piadosa y caritativa que los chinos,
y gente más dispuesta, mejor traje y más va-
liente. En cabo de Cochinchina y isla de Hainán
y Pracel se pescan perlas; dicen que junto á la
ciudad Real hay tres cosas de grande excelencia:
una laguna que solos los juncos marinos della
valen una gran cantidad cada año y dellos se
hacen navios. La otra es un cerro, que á la parte
de á do sale el sol se sacan los zafiros riquísi-
mos, que compiten en dureza con los diamantes,
y la parte donde se pone, esmeraldas no muy
finas por ser blandas. La otra un río que vie-
ne de las montañas muy grande en veinte le-
guas; se saca tanto oro en él que basta para
hacer rico al Rey, y allí i'ione gran cantidad
de esclavos suyos que lo sacan, y en otros ria-
chuelos saca el común, y por toda esta tierra
desde cinco leguas de la ciudad no hay pobla-
ción fundada, sino caseríos y cortijos del Rey,
á do se coge el sustento de toda esta gente,
que es gran cantidad, y suele halier grandísi-
mos depósitos de todas sen)illas para cuando la
«íindad tuviese necesidad y para guerras, que
como hay tantos ríos y tan navegables, en bre-
ve espacio lo llevan á do es menester: de suerte
que se puede decir desta tierra que es de las
más fértiles y abundantes del mundo y de las
más ricas, y todo lo del ujundo le sobra, aun-
que le falta lo mejor, que es nuestra santa fe,
que si la recibiesen en común seria toda dieho-
sísima, y sólo digo que no está para recebirla
en más de haber quien la predique y enseñe.
¡Nuestro Señor sea servido de enviar quien lo
haga, que confio si viene á efeto se cogerá
grandísimo fruto!
Hay en aquellos mares un pescado muy
grande que se llama gunda, que es á manera
del pescado que nosotros llamamos aguja; tiene
el hocico largo como espada; dicen que rompe
los navios y aun el hierro; en Cabo de Cicir y
de Buena Esperanza también dicen los hay.
Hay otro que se llama sombrero; es muy largo,
que de ordinario es de cien palmos, y detiene
un navio si se ase del y le hace temblar; tiene
la cabeza muy grande y hiende que no hay
quien lo aguarde.
Tiene este Emperador otro reino sujeto que
se llama Champaa, que corre desde la ensenada
de Cochinchina hasta Cabo de Cicir, que son
más de quinientas leguas de costa, y todas
aquellas islas, que son muchas: éste era de su
hermana, y como dejó el mundo lo renunció y
se lo dio á su hermano, y escogió un convento
que fundó para ella y sus damas, dejando este
reino mundano y sus pompas por ganar el
eterno.
Es este reino muy rico, tanto que tiene una
ciudad que dicen le da más de un millón de
renta cada año, y este horro. Tiene también la
ciudad de Abarela y la gran ciudad de Cham-
paa, y otra famosa; es gente menos cavilosa y
entiendo no tan valiente como la de Cochin-
china, aunque muy ingeniosa. Gobiernan esta
provincia deste reino tres Virreyes y otros Go-
bernadores; hay mucha guarda y soldadesca
así de la tierra como de los cochinchinos; es
tierra más caliente y de más frutas, y algo en-
ferma; confina este reino con el de Camboja,
que los parte aquel gran rio que es el mayor
del mundo, tan grande como el Marañón, que
es un mar, pues certifican que tiene cien leguas
de boca; dicen que hay orilla del mucha pobla-
ción, aunque no grande, como la de la costa de
la mar, pues Abarela tiene cuarenta mil casas
y Sinoa treinta mil, Ampelo veinte mil. Catán
veinte y cinco mil; Parcel, que es ranchería de
minas y de casas pequeñas, una gran cantidad;
Cambir tiene doce mil, y otro Cambir ocho mil;
Calanta veinte mil, y otras que pudiera decir.
Ha habido entre este reino y el de Camboja
y Sián guerras; tiene los Laos, que es gente
montañesa, que les dan tributos de madera, y
en aquellas grandes montañas se defienden de
los de Sián y Pegú. Tiene este reino sujetas
diez y siete islas, que llega su sujeción casi á
islas de Ladrones, y todos le pagan tributo, j
las pesquerías de perlas de Catán y Pracel, y
para ochar el sello á este reino digo que todos
desean reccbir la verdadera l^y de Nuestro Se-
ñor, y que cuando estuve allí no podía catcqtii-
436
AUTOBIOGEAFÍAS Y MEMORIAS
zar los que acndian, como se verá en la historia
por el gran número de gente que bapticé, y los
que pedían el baptismo santo eran infinitos.
¡Dios les envíe su remedio!
CAPÍTULO XI
A do se prosigue el itinerario, tocando los reinos
por donde se pasa y algunas cosas en suma
dellos.
El viaje y pasos que yo anduve voy refiriendo,
y así, pues he contado de los riñnos de Cochin-
china y Champaa, digo que camino derecho de
Cabo de Cecir se engolfan; tomé una isla á do
fui preso y de allí me llevaron casi á reconocer
el puerto de Camboja; decíase que estaba en este
reino un fraile del glorioso Santo Domingo,
fray Sebastián de Guzmáu y Fuentes, natural
de Sevilla, y aun dicen que pariente del señor
de Fuentes, que mandaba aquellos reinos como
Josef en Egipto, siendo la segunda persona del
Rey. En nna punta deste reino tenía su morada
un caballero portugués, Don Diego Veloso, que
era General por este rey de Camboja de todos
aquellos mares suyos, y le había dado licencia
para hacer un fuerte en la punta deste gran río,
en una ensenada muy guardada, y le dio una
isla para que allí se recogiese con tres galeon-
cillos suyos que traía, con que volaba su fama
de gran Capitán y valiente soldado; que aun-
que fue el que me prendió y que tanto mal me
hizo, digo que se decían hechos y hazañas suyas
que eran dignas de nna grande historia. De
allí vine á la punta de Malaca, que es puerto y
ciudad, aunque no grande, pero muy estremo
de buena, y es en su fundación hecha á la larga;
hay allí Obispo y dignidades; éralo entonces
Don Juan Ribero Gayo, hermano ó muy pa-
riente deste caballero dicho. Deste reino de
Malaca trata á lo largo la historia de la India,
y de cómo se ganó y lo mucho que importa el
sustentarlo por ser la llave de aquellos reinos
y una de las plazas y fuertes más importantes
á nuestro Rey para el aumento de aquellos
reinos y extender por allí nuestra santa fe
católica. Tiene en contorno muchos enemigos
que están siempre, como dicen, mirándolo á la
cara y boca como canes rabiosos, para si se cae
algo cogerlo. Tiene el descendiente del Rey
cuyo era aquel reino vecino en unas islas suyas,
deseoso de volver á su antigua posesión, y con
esto incitando á todos contra esta nación de los
portugueses nuestros españoles, venturosos y
valerosos que tanto han hecho en aquellas par-
tes, particularmente entre gente tan poderosa
como aquella, pues hay Reyes y Emperadores
de tanta grandeza que se dice por muy cierto
que en una guerra á do iba uno contra otro el
uno llevaba treinta y cuatro mil y ochocientos
caballos y setecientos y treinta y tres mil infan-
tes, doce mil gastadores, veinte mil mujeres,
quinientos y ochenta y seis elefantes, y el que
lo guardaba tenía diez y ocho mil caballos,
ciento y veinte mil infantes, ciento y cincuenta
elefantes; y con todo hay otros mayores señores
que éstos, como es el de la China, el Tetay y
sobre todo el Gran Mogor, y en tierra de todos
han ganado por bien ó por fuerza los cristianí-
simos portugueses fuertes, y hecho paguen más
de diez y ocho Reyes parias y tributo á nues-
tro Rey, y yo considero que es, como son tan
celosos de la honra de Dios, les ayuda su Divi-
na Majestad contra tantos monarcas y tantas
leyes y sectas y tan entabladas, como son mo-
ros, gentiles, idólatras. A los castellanos les dio
el descubrimiento de las Indias del Pirú y
Nueva España, y otras islas, tan extendidas
tierras, pero de gente pusilánime y más sujeta:
de suerte que ha repartido en estas dos nacio-
nes la poderosa mano del Señor todas estas con-
quistas á su modo y voluntad, dando á cada
uno el talento como á él le ha parecido.
Es esta ciudad de Malaca de gran trato y
comercio y casi escala franca para la contrata-
ción de aquellos reinos. ¡Dios la sustente en el
punto que ahora está, por su infinita bondad y
clemencia! Hay desde Cochinchina, desde el
cabo de la ensenada afuera hasta Malaca, ca-
mino derecho, trecientas y ochenta leguas, y
por donde yo lo caminé más de quinientas, has-
ta el estrecho de Malaca, y está debajo la equi-
nocial, y de allí está menos de treinta leguas
la ciudad de Malaca, que me parece, según es
de importante á aquellos reinos, no. quisiera
dejar cosa della por decir; está en nuestro polo
Ártico un grado sólo del Ecuador y se tiene
por tradición que era una gran ciudad y que es
muy antigua, y se dice que en las guerras que
los cristianísimos portugueses tuvieron para ga-
narla se ha [quedado en] poco más de la mitad.
Es la catedral un famoso templo que antes era
mezquita. Es tierra muy caliente y tan templa-
da, que es maravilla, y lo hace el llover de or-
dinario dos ó tres veces cada semana todo el
año. Es tierra de mucha fruta, y hay todo al
año los duriones que hay en Cochinchina, y
son tantos que se dice que los campos los pro-
ducen, y es nna fruta bonísima á modo de las
guabanas del Pirú, como melones de agua, con
unas pepitas negras entre la carne blanca,
como manjar blanco, y en Malaca es espinoso
por de fuera y allá no. Hay infinidad de drogas
y cañafístola muy gruesa. Hay una cosa muy
notable y digna de saberse, que es un árbol
que las raíces de la parte del Poniente son
ponzoña y con ellas se podía matar, y las del
Oriente son la contrahierba, v tan medicinales
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
437
que aprovechan para muy peligro sas enferme-
dades; y asi diremos que la naturaleza hace en
un sujeto diversos contrarios, que casi no es
creíble por la cercanía dellas, aunque en dife-
rentes partes, que casi es como la hierba y con-
trahierba de los omaguas. Los mercados y
ferias que en ella se hacen son afamadas, por-
que se juntan los de Humatria ó Trapobana,
moros, con cantidad de oro y pedrería, y los de
Ceilón, los de las Malucas y Borneo con mucha
especería; los de Cochinchina, Champaa y Can-
tón con gran cantidad de seda y otras cosas,
como ya se sabe por la larga experiencia de
los que vienen destos reinos; los japones traen
plata y vestidos; los jabas y otras islas palo del
águila y sándalos y nuez moficada ; del gran
reino de Mengala y Coromandel, tocas y otros
lienzos, y de Lugor y Parane, de Paon y Yor,
que son cuatro reinos vcí.'inos y de la tierra
adentro, infinita comida; de suerte qne de todo
sobra, y á tan cortos precios, que empleado allí
se gana á do quiera. Torno á decir que es una
de las ciudades mejores que hoy tiene el orbe.
En Humatria, que ahora se dice, y en otro
tiempo Trapobana, hay gran cantidad de oro y
diamantes y otras piedras preciosas y drogas,
y así es de las más ricas del mundo; hay poca
travesía de Malaca á ella. Solía ser esta isla de
muchos reyes, y ahora tiene gran parte della el
Gran Mogor; dicen tiene de largo más de do-
cientas leguas y de ancho casi ochenta, debajo
la equinocial prolongada del polo Ártico al
Antartico. Había nueva que el Gran Mogor
mandaba que de moros se tornasen gentiles,
que sería de grande bien para poder entrar en
ella la fe cristiana.
Quieren decir algunos que esta es la isla de
(.)fir adonde Salomón envió por el oro; mas yo
digo que se descubrieron las islas de Salomón
jior el gran Magallanes y por otros enfrente de
las nuevas Guineas, cerca de la tierra incógni-
ta, y por la mucha noticia que hay de cosas y
gran cantidad de oro que hay en ellas y palos
olorosos se entiende son éstas, ó se podría de-
cir que serían unas y otras adonde fueron, pues
t'u viaje de tres años, como consta de la Sagra-
da Escritura (III Regum, cap. X, núm. 22),
por muchas partes pasarían, y me parece algu-
na destas se diría entonces Ofir, y como de allí
traían mucho oro ó les habrían hecho mejor
acogimiento, nombrarían aquélla. Lo que yo sé
decir es que la gente della es por extremo mala
y aborrece á los cristianos con el colmo de su
maldad y han martirizado muchos santos por-
tugueses por la confesión de la fe, y á lo menos
nos quitan gran parte de las haciendas. ¡Nues-
tro Señor los convierta!
Desta isla tomé puerto en una grande ense-
nada que era del Rey del Pegú, y en otras is-
las. Hallé la tierra alborotada de guerra, que
decían que el Gran Mogor quería venir sobre
ellos, y que pedía el elefante blanco, animal en-
tonces de particular estima, porque no se halla
desta especie deste color, y como era tradición
que había sido de tres reyes que sobre él y el
quitarlo al que lo tenía los habían destruido
como lo había hecho este Rey de Pegú al de
Sián, que se lo quitó y destruyó, y así había
permitido Dios hagan á él. Es un gran reino
y muy abastecido y de gran contratación, que
dijo xvñ. capitán de esta nación que entendía no
vendría el Mogor porque le daba este reino
tanto provecho como si fuera suyo y sin costa.
De allí fui al golfo de Mengala, como diré en
el siguiente capítulo.
CAPÍTULO XIÍ
A do se tocan las cosas famosas del Gran
Mogor y sus reinos.
Dejo dicho en el capítulo pasado cómo el
Rey del Pegú hacía gente para guardar sus
reinos de la ruina que le amenazaba por las
nuevas de la venida del Gran Mogor; y pre-
guntando qué gente tenía para tan poderoso
enemigo me dijeron que le saldrían al encuen-
tro seiscientos elefantes, treinta mil caballos y
millón y medio de infantes, que quedé tan es-
pantado que no lo sabré decir, y me dio causa
de preguntar que con tanta gente cómo se po-
día temer todo el poder del mundo; y me res-
pondió el dicho capitán que traería el Gran
Señor casi tanta gente, y que no se temía tan-
to de todos los demás como de cien mil mogo-
res, que valían más que todos ; y así es verdad,
que es una de la gente más valiente del mun-
do; y así me atrevo á decir son mejores que
ios turcos, y tan buenos y de tanto ánimo
como nosotros, y si fueran tan sagaces y fueran
cristianos, tengo para mí que fueran los mejores
soldados del mundo.
Con este reino de Pegú confina el de Arra-
cón, que es del Mogor y es más pequeño y no
de tan buena gente; no tiene oro ni otro metal,
y tiene drogas y ropaa de lencería y vestidos.
Luego entra el reino de Mengala ó Bengala.
Este reino es de muy buena gente y valiente,
que casi son mogores, ó patos ó patanes. Todos
estos reinos, dentro y fuera del gran río Gan-
ges, son del Gran Mogor. Nacen de una sierra
los cuatro ríos famosos, y otros me dijeron que
nacían de una laguna, y que eran siete, y está
en la Tartana, de que tiene este gran Príncipe
mucha parte ganado; y se decía por muy cierto
que el Rey que lo era era tan valeroso y gue-
rrero que había ganado doce reinos y tres im-
perios, sin lo heredado de sus pasados desde el
438
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Gran Taborlán, cuyo sexto nieto era, y sabemos
que el Taborlán tuvo gente para vencer á Ba-
yaceto, Gran Turco, y traerle en una jaula;
<;uando subía á caballo subía en la jaula; ha-
biendo sido su primer estado un pobre pastor,
que haciendo unos juegos lo eligieron por Rey
y de allí lo vino á ser de veras con gente que se
le llegó; y desde la Trapisonda y otros Solda-
natos ganó y es suya la mayor parte de la Per-
sia y Tartaria y todos los más reinos de la In-
dia, hasta el de Pegú, como queda dicho, y
así certifico que es el mayor señor del mundo
y el que más gente puede juntar, y casi toda
buena.
Dícese que el abuelo dcste Rey, cuarto nieto
del Taborlán, hizo aquella grande experiencia
de buscar el Paraíso terrenal, y subiendo por
el Ganges, llegando á una gran laguna, no pu-
dieron ir más adelante. Y yo digo que debió de
ser no hallar boca de otro río por donde salir
ó no osarse apartar. Dicen que los olores y aires
eran muy diferentes de los del río y debían de
ser montañas de palos odoríferos, y los aires de
las lagunas son más delicados y fríos. Otras co-
sas dicen que vieron. Y yo digo que los padres
franciscos que vinieron por aquella tierra des-
de Gonstantinopla dicen verdad, como personas
de vista, que uno de su orden muy santo me
dijo en las Indias que estuvo hablando con uno
de ellos y le dijo esto dicho, y que á esto lo
atribuía. Yo he andado por muchas lagunas, y
en entrando en ellas parece una cosa temerosa
y de otro temple y aires; y he visto en diversas
partfs, como es desde los quijos á los cofanes,
un monte de más de doce leguas que todos son
árboles de canelas, que huele tanto que en par-
tes eleva .los sentidos; será el Paraíso terrenal
do Dios sabe por sus divinos secretos. Lo que
sé decir que cerca del Ganges está Eufrates y
Tigris, y asimismo el Indo, pues entra en Cam-
lioja cerca de Dio, y por este río se llama aque-
lla tierra la India, y no son ninguno dellos tan
grandes como el gran rio de Camboja y como
ei Marañón y otros; alguno será como Guadal-
quivir y otros menos; sólo digo que fertilizan
tanto la tierra por donde pasan que se puede
llamar muy venturosa, y casi toda es deste gran
Monarca el Gran Mogor.
Tie'nese por muy cierto que los mogores son
godos como los de nuestra España, y como lo
son los turcos y algunos de Italia y Alemania,
que debe de ser lo mejor del mundo. Lo que sé
decir, con que acabo, que este Rey y gran parte
de sus reinos está muy propincuo á recebir nues-
tra santa fe, y la falta de obreros debe de ser
parte de no haberla recebido, como otros mu-
chos reinos de gentiles idólatras de aquellas par-
tas, que los que son de moros no hay quo tra-
tar; y así dije gran parte de sus reinos, j)orquc
tiene muchos de moros, y con todo eso no lo
es él.
Entre las cosas famosas deste Príncipe es
una de un rosario que tiene, que me afirmó un
Virrey suyo que tenía mil y quinientas cuen-
tas, que había diamante en ellas apreciado en
un millón, y más de otros ciento en quinientos
mil ducados, y la piedra de menos valor de to-
das ellas tiene de precio diez mil ducados, y lo
tiene repartido en doce partes para los doce
meses del año, y reza cada día aquella parte al
Dios de los dioses y primera causa, una pala-
bra ó dos en cada cuenta; y acabo con decir que
sabiendo este Rey que el Emperador su yerno,
que era el Gran Tunquín, Rey de Cochinchina,
había de hacer que en llegando su hija deste, cun
quien se casaba, la habían de baptizar y llamar
María, lo tuvo por bien, que es señal de alguna
disposición, para que se entienda el amor que
tiene á nuestra santa fe y que la falta de pre-
dicadores es causa de que muchos de aquellos
reinos no la hayan recebido. ¡ Dios nuestro Se-
ñor sea servido de enviárselos, inspirando á los
santos de la Compañía de Jesús les envíen pre-
dicadores, pues tengo para mí que fundó Dios
esta santa religión en el fin del tiempo y en los
últimos trances para con ella conquistar y con-
vertir tan gran mundo á do pasan cada día y
han pasado tantos trabajos cual se pueden
ver en esos libros! Y crean todos es necesario
ver los reinos y tierras tan distintas que han
convertido y lo que en ellas pasan, para creerlo,
y como son dellos propios los que escriben aque-
llas misiones, se acortan y callan sus inmensos
y grandes trabajos, y si el Señor fuera servido
de darme talento para decir cosas que dellos en
aquellas partes he visto y entendido, me parece
que en muchos tiempos no pudiera escribirlas;
y así digo que el Señor que les ha dado y da de
continuo tan ferviente caridad, y escogió para
que lleven su santo Evangelio á tantos reinos.
les dé nuevo esfuerzo para que se pasen á estas
partes y hagan el fruto que en otras, pues son
los apóstoles de aquellas partes tan incausable.s
en este ministerio de llevar almas á Dios que
es indecible.
CAPÍTULO XIII
De loi> flemas reinos de aquellas costáis,
por el propio inaje que traje.
En el capitulo pasado dije cómo el reino de
Bengala corre en aquel seno la mayor parte del,
y con este reino confina otro por la costa ade-
lante, que es casi de tan grande Emperador; di-
cen que es muy bastecido de comida y de buf^ns
gente. Tiene muf^hos puertos, adonde inviernan
las armadas del Gran Mogor, y se llama Macu-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
439
lapatán. Aparta y divide doste reino y límites
deste gran señor unas grandes montañas que
casi atraviesan más de decientas leguas hacia
Goa en travesía, y de aquí comienza el reino
de Coromandel, que es del Rey de Bisnaga ó
Narsinga. Es un gran señor, aunque se decía
pagaba parias al Mogor; los deste Emperador
dicen que por vasallaje, y los deste Rey por
amistad y porque le guarda sus reinos con sus
armadas.
Es tierra muy fértil y está la ciudad de Ma-
lipur, á do padeció el glorioso Santo Tomás,
que desde aquel tiempo hasta agora ha halado
cristianos que se han conservado en medio de
tanta gentilidad y moros. Muy estragados los
hallaroii los padres de la Compañía y los han
vuelto á la verdad evangélica. Yese en esta ciu-
dad todos los años un milagro muy público y
manifiesto, que es sudar la piedra á do martiri-
zaron al santo, de tres colores, y esto es en la
misa cuando se dice el Evangelio. Hay con-
vento de los padres de San Francisco, otro de
los padres de la Compañía de Jesús, y fortaleza
de portugueses, y grande contratación, porque
es muy abundante este reino de todo y muy rico
de oro y pedrería, pues se dice que este Rey ven-
dió al Mogor el diamante en un millón.
Dicen los portugueses que hay en la forta-
leza de Malipur (de quien me informé de las
cosas deste Rey) que es muy poderoso y que
tiene tres millones de oro de renta, medio de
plata, dos de arroz, uno de trigo y otro de otras
semillas, y de mantas y de otros lienzos y men-
galas, millón y medio , que son nueve ; destos
hace los tres de mercedes, los tres de paga á
soldados y los tres se guardan cada un año en
su tesoro, que me certificaron era de muchos
millones y que sólo se podían sacar para las
guerras. Y todas las demás rentas de aduanas
y otros portazgos, y salina y pechos lo tiene
repartido á doce señores, que son como Duques
y Capitanes generales, para las ocasiones de
hacia sus distritos, y éstos de la renta susten-
tan cada uno un mes al Rey y Corte, que gas-
tan, con valer tan barato todo, quinientos mil
ducados, y les queda cien mil á cada uno para
el año; de suerte que son otros tres millones, y
más de uno que les queda á ellos; y los demás
tributos de las personas por cabezas que pagan
un tanto cada año es para las limosnas y para
las justicias y sacerdotes menores, que digo yo
serán como curas, y las herencias que hereda
son para los Consejos y para los sacerdotes ma-
yores y mercedes de Generales, hasta sargen-
tos, y estudios de sus leyes, cerno Universida-
des, que dicen estas dos cosas ser cada año
otros seis millones. Es gentil, y así tiene tre-
cientas mujeres; hereda el hijo de la primera,
que es como legítima, y si ésta no lo tiene, el
mayor de cualquiera de las demás, para que no
le falte heredero. Tiene infinita guarda y gente
de guerra y todo el recato posible, y dicen que
es por el vecino poderoso, que es el Gran Mo-
gor, que de todos aquellos Reyes hasta la Per-
sia v Tartaria lo temen.
Este Rey de Narsinga está muy á pique de
ser cristiano, y me certificó un portugués que
había estado en su Corte que era cosa de ver la
reverencia que tenía á los religiosos del Dulcí-
simo Nombre de Jesús, y que decía que era la
gente más santa del nmndo, pues todo \u que
tenían era para Dios y sólo tomaban el susten-
to, y ellos tan pobres y tan santos, desviados de
mujeres y de todos tratos que no fuesen de
Dios.
Y para acabar las cosas deste Rey y de sus
reinos digo que hay en su tierra un templo
en un monte muy alto, que se llama Pagode,
y allí está el gran Sacerdote dellos, como el
Papa, que le llaman Brama en su lengua, y
éste tiene potestad para todo lo espiritual, pa-
gándoselo, más por lo que le dan que por ser
razón lo más de lo que hace, pues por sólo que
las mujeres casadas quieran se descasan, y en
echándole su sello en el hombro quedan libres
y libertadas para lo que quieren. Tienen otras
leyes también de bárbaros y es muy ruin gen-
te y pusilánime.
A la mar, muy cerca deste reino, está una
isla á donde hay un puerto de portugueses y
un convento de padres de San Francisco que
casi tienen convertida toda la gente della, por-
que se convirtió el Rey della pocos años había
y á su imitación muchos lo siguieron. Llámase
esta isla Mana y el puerto y fortaleza Negapa-
tán. Es tierra fértil y de gente pusilánime. De
allí se toma un golfito que está entre Tierra
Firme y otra isla, que se llama Nicobar, que
es de gentiles y moros. La gente desta tierra
adora por dioses unos hombres antiguos que
fueron santos y están en el cielo. Está en un
pico de una sierra muy alta un pagode, adonde"
estaba el diente de la mona que adoraban por
dios, y una armada de portugueses le saqueó,
y por este diente daban al Virrey Don Pedro
Mascareñas gran cantidad de oro y no lo dio,
antes se molió y echó á la mar, que hasta hoy
se dice tal hecho entre los gentiles por famuso,
y tienen en mucho á los Arzobispos de Goa y
á los cristianos por el tal hecho. Llámase el
pico de Adán, porque dicen subió de allí al cié
lo, y no se sabe qué Adán sea. Es tierra fértil
y de minas de oro y pedrería; de solo esta isla
se saca la piedra girasol, que es allá muy teni-
da. Reinaba entonces el mal Rey Raju, enemi-
go del nombre cristiano, que destruyó más de
cincuenta mil cristianos y catorce conventos de
religiosos franciscos que los habían convertí-
440
autobiografías y memorias
do. Ko se consiente tomar puerto á cristianos,
y toda la isla está llena de cruces, que las de-
jan por el provecho que deJlas les viene; y di-
cen que los portugueses van con desigaio de
quitarles los reinos, que es voz que el demonio
ha introducido en muchos reinos de aquellas
l^artes para que no reciban la fe. De allí en tra-
vesía está la fortaleza de Cuilán, de portugue-
ses, y se pasa por otro reino que se llama Tu-
tucurín, de gentiles, y hay un pagode donde
está el Gran Dios, que es un ídolo que en fies-
tas del año lo sacan y se despedazan hombres
y se dejan matar de las ruedas del carro por
que los tengan por santos, que según esto se
verá la gente cuan bárbara es y mala, de quien
no es justo se diga más por sus bestialidades.
En cabo de Comorín se pasa por la famosa
isla de Ceilán, que es el de las mejoi'cs del tnun-
tlo, y de allí á Caulán, de portugueses, y de allí
por la mesma costa á Cochín, adonde hay gran-
de cristiandad y conventos de Santo Domingo,
de San Francisco y San Agustín y de la Com-
pañía de Jesús, y seminarios y grandes estu-
dios en ellos, y cerca está Santo Tomé, que
desde que pasó por allí el Santo son cristianos
y muy abstinentes. Daban la obediencia al Pa-
triarca de Babilonia, pero ya la dan al Papa.
Llámanse todos estos reinos desde Cabo de Co-
morín la Pimienta, por la mucha que hay. Hay
de aquí á Goa tres ó cuatro reyezuelos; el más
poderoso es el de Cochín, y luego el de Coulán;
en Cananor hay portugueses y religiosos que
acuden á Tananor y Calicut y á otros reinezue-
los, que son Barcelor [y] Magalor. Todos és-
tos se convertirán á la fe con el tiempo, según
la gran cantidad convertida y la que cada día se
convierte. De aquí se va á la gran ciudad de
Goa, que como della tengo dicho tanto sólo
diré que como á cabeza de todos aquellos reinos
se le debe allá lo que acá á nuestra madre
Roma, pues de allí, como de fuente, sale toda
la dotrina á toda la India. Está en una isla de
cuatro leguas ; tiene un hermoso río que la hace
isla de la tierra y reino de (') Dialcán. Tiene
quince parroquias, quince ermitas y quince
conventos de frailes y monjas.
CAPÍTULO XIV
A do se prosigue el viaje y itinerario.
Son los hechos tan famosos y tan dignos de
perpetua memoria los que en estas partes de la
India de do vamos tratando han hecho los pa-
dres de la Compañía de Jesús en lo espiritual
para las almas, y los valientes portugueses en
conquistar fortalezas en tantas partes y tan
(') En la edición: o.
distintas, que parece cosa milagrosa y no creí-
ble si no lo hubiéramos visto tantas personas
fidedignas y ser ya tan manifiesto á todos los
de por acá, como si las hubieran visto. Y así
en breve trataré en este capítulo una suma de
los fuertes que tienen: el uno es Macao; éste
está en la China, treinta y más leguas de Can-
tón; Malaca más de quinientas leguas por tra-
vesía y por tierra más de dos mil. En el golfo
de Mengala otras Dueve fuerzas más de qui-
nientas leguas, y por tierra más de mil y ocho-
cientas.
A las islas deste golfo desde las del Japón
y Corai, á do los padres de la Compañía de
Jesús han conquistado tanto con la palabra de
la predicación, hay una travesía de mil y qui-
nientas leguas, y destas fortalezas á cabo de
Camorín y á Cochín y á Goa hay más de sete-
cientas leguas, que es cosa de asombro. Desde
Goa por sus costas hacia la parte de acá en
deciocho grados está la fortaleza de Carel; más
adelante la de Bazain, y en una punta del gran
reino de Camboja está la fuerza de Damaun,
y más adelante casi noventa leguas está la de
Diu, que es espanto en reino del mayor señor
del mundo, que es este Gran Tártaro, ó Gran
Taborlán , ó Gran Mogor, que estos nombres
tiene: Tártaro, por haber ganado tantos rei-
nos en la Tartaria que ya casi todos son suyos,
ó sus tributarios, fuera del gran Catay (') y de
otro Rey; Taborlán, porque es descendiente de
aquel Taborlán que trajo al Gran Turco Baya-
ceto en una jaula; Gran Mogor, porque sus rei-
nos, que están junto al Ganges, se llaman asi
y son la cabeza de sus señoríos, como lo es Cas-
tilla de nuestro católico Rey, y él es de aquella
nación Mogor, como si dijésemos á nuestro Rey
el gran español, ó gran león de España, como
le intitulan las naciones. Y es de advertir qu(}
aunque he repetido muchas veces que este Mo-
gor es el mayor señor del mundo, digo que se
ha de entender salvo nuestro Rey, que con la
grande Majestad suya no iguala nadie, ni aun
este Mogor y el Chino y Gran Turco todos tres
juntos no lo igualan. Lo primero, por la gran
merced de Dios en darle su santísima fe, que es
lo principal, pues goz.irá desús eternidades para
siempre, y lo otro, porque tiene más tierra que
todos tres juntos; pues solas las Indias desde
Cartagena á Chile ó desde Caracas á Potosí,
hay mil y docientas leguas, todas pobladas, y
la Nueva España tiene más de ochocientas en
longitud. Tiene tanta parte de mundo como es
la América, que es más que toda la Asia; tiene
los reinos de España y Italia, Flandes, y tan
gran parte en Alemania, y todas las islas gran-
des del mar Mediterráneo, que bastaba Sicilia
f) En la edición: Granigetai.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
Ul
y Cerdeña para llamarse uno justamente Rey,
y los puertos de la África; y en la India tiene
tantos reinos, pues tiene deciooho Reyes vasa-
llos, y agora que le da Dios la tierra incógnita
por mano del famoso Capitán Quirós, que es
una parte del mundo tan grande como toda el
Asia; islas de Salomón, Nueva Guinea y tan-
tas islas y tan grandes, que sola la isla espa-
ñola, ó la de la Habana, son tan grandes como
todo el reino de Francia, y todas las Filipi-
nas, las Malucas y otro gran número de islas,
que es más tierra toda la diclia que lo demás
'del mundo. Así que es señor de la mitad del
mundo.
Y también casi se puede decir que este gran
señor Mogor es su tributario, pues lo es su tie-
rra, pues tiene cuatro fortalezas en su tierra
que le pagan parias; y con ser tan potente no
ha podido quitar á los portugueses los puerto-í,
y se vido el propio en los mares de Goa, y pi-
diendo que la quería ver jugó el artillería ven-
ticuatro horas, y con tener más de mil velas se
fue espantado diciendo que gente y fortalezas
no las había mejores en el mundo, y que los
quería más para amigos que para enemigos, y
así no quitó las parias .
Luego entran los reinos de la Persia, que los
que confinan con Cambaya son del Mogor cin-
co ó seis reinos que serán casi como España y
Francia todos juntos; el mayor y más rico es
Odialón; éstos confinan con los reinos del Gran
Sofí, y con este reino y otros cuatro de menos
nombre confina el reino de Disa Maluco, y á las
espaldas los reinos tártaros que tiene este Mo-
gor, y hacia Cambaya entra el reino de Guara-
rate, luego el de Chesimur y Circán y el de
Cabur, que es junto á los mogores, y hacia los
tártaros está el de Batriana, y hacia el mar del
Sur está el de Sigistán y el de Sublestán y el
de Peselbas y el de Tarabat, que son los cuatro
de menos nombre que dije; y todos éstos están
debajo deste nombre Corasán, que es como si
dijésemos España, que contiene en sí tantos
reinos.
Hacia la costa están unos sátrapas ó re-
yezuelos, que como son señores absolutos y
baten moneda son [en] sus tierras como en
Italia el Duque de Ferrara y el de Urbino.
Llámanles sátrapas el de Guadel y el de Quir-
man, y con éstos confinan los reinos del Gran
Sofí, que es la Persia y Media, que debe de
tener seis 6 ocho reinos que serán tanto como
toda España. Sus nombres son: Lar, lexd,
Dedei, Capucop, Partia, Casmín, Diurgumen
y Mesandarán, y este Gran Sofí es descen-
diente del Soldán de Egipto Campson Gaurio,
á quien ganó toda su tierra Selim, Gran Turco,
el año de mil quinientos y deciséis.
Llámase este Rey de Persia que tiene el £70-
bierno hoy Tactamas ó Ismael, y el nombre de
Sofí dice hereje ó apartado de los Turco<:, por-
que aunque son moros tienen y siguen la sec-
ta del Alcorán por otra manera y con declara-
ciones de otros iíitérpretes, y así trae toca roja;
y se entenderá como acá entre los cristianos
los ingleses ó otros herejes, y por esto se gue-
rrean unos á otros; y este Sofí es amigo de los
cristianos, porque son enemigos del Gran Tur-
co de quien él es tan grande enemigo.
Luego está el golfo de Persia, y á la entrada
está el reino de Ororauz, adonde está la más
famosa fortaleza y más fuerte que [hay] en
toda la India que tienen los portugueses, y esta
ciudadica es la de más trato de todas las que
hasta hoy se saben del mundo, por ser escala
franca y plaza para toda& las naciones. Y asi
es la de más proA^echo para su Rey en su tanto
que otra, pues siendo tan pequeña vale cuatro
millones. Es la ciudad de quien se dice que
si todo el mundo fuera un anillo fuera Oromuz
la piedra.
Desta otra parte deste golfo cae Arabia la
Feliz, que es de moros y del Gran Turco. Es
tierra fértilísima y de mucho oro y fino, pues
se dice en refrán: el oro fino de Arabia. En
este reino está la casa de Meca, adonde están
los huesos del falso y infame Profeta Mahoma,
que es un edificio muy sumptuoso, y como
tiene esta tierra el golfo dicho de por sí, y por
estotra parte el golfo Arábico ó mar Bermejo,
es tierra de gran trato y riquísima. Por el fin
deste golfo pasaron los hijos de Isrrael á la
Tierra de Promisión, y se llama el mar Ber-
mejo porque la tierra lo es en tanta manera
que hace parezcan las aguas bermejas, aunque
son claras quitadas del. Por aquí le va la gran
riqueza al Turco de todo el oro desta tierra y
tributos, y del reino de Mngadojo, que tam-
bién es suyo, y de otros reyezuelos.
Desta otra parte deste mar Bermejo cae la
tierra del Abasino ó Preste Juan como acá le
llamamos. Es una de las tierras más pobladas
del mundo y apacible, de cristianos malos que
tienen mil ritos, que tengo para mí que por
ellos y no obedecer á la Santa Sede Apostólica
y á su Pontífice Romano permite Dios que el
Turco los oprima tanto, que con ser este Rey
tan poderoso y de tanta tierra y eñ otros tiem-
pos todos los comarcanos y de otros reinos le
temían, en éstos está tan opreso que no hace
más de lo que el gran Turco le manda, pues
recibe todos los obispados enviados del Pa-
triarca de Babilonia, vasallo del Gran Turco,
y ruego á Dios no le veng.i á quitar los reinos
como ha hecho á otros, con esta entrada y oca-
sión. Los años pasados se querían reducir á la
obeiiencia de Su Santidad, y luego se arrepin*
tieron .
ii2
autobiografías y memorias
CAPITULO XV
A do se trata del Preste Juan y de. otros
reinos ¡/fortalezas.
El Rey abasiuo pidió favor á los portuguo-
ses y fue un herniauo del Virrey de Goa á dár-
selo, y con poca gente que llevó descercó á la
Reina y socorrió al Rey, que fue parte para
que se retiraran los contrarios y quedara liKre;
luego, en viéndose así se arrepintió de la pala-
bra que había dado de dar la obediencia al
Sumo Pontífice y dejar de rccel)ir Obispos de
quien no es justo y á sus tierras y señoríos le
hace tanto daño, y puso por excusa que sus va-
sallos lo matarían si innovaba algo, y todo era
por solo excusarse, y así enfadados los portu-
gueses lo dejaron; y por emprender hechos tan
arduos se vinieron á perder los más dellos, y á
los de la tierra castigó Dios con tornarles á
oprimir con más azote que el primero. Era
aquel reino poderosísimo y muy fértil y el más
poblado de todos los del mundo, y tenía gran-
dísima renta, y poco á poco se ha menoscaba-
do y hay ahora más de diez señores libres que
eran sus vasallos. Y el Turco, después que
ganó á Egipto, le ha ido ganando tierras, y
plega á Dios no les acaezca lo que á los grie-
gos y otros malos cristianos, que por sus peca-
dos los acabe de sujetar.
Confina este reino con el gran imperio de
Monomatapa, que aunque hay en medio otros
dos reyezuelos no se hace caso dellos más de
sólo para decir que un Príncipe de aquellos se
hizo cristiano, y que hay gran esperanza en el
Señor lo han de ser todos sus vasallos. En
toda esta costa tienen los portugueses dos ó
tres puertos y fortalezas. Entre el imperio di-
cho cae el reino de Mazambique, adonde están
las fortalezas dichas. Toda esta gente, ó la más
della, es negra y gentil, y la isla de San Lo-
renzo, que es grandísima y dista por camino
derecho de Goa casi mil leguas, y por donde lo
anduve son más de mil y oí^hocicntas. Desta
isla á tramontar el Cabo de Buena Esperanza
hay grandísimos riesgos, y así lo da á entender
el nombre con Buena Esperanza, porque si no
la llevasen en la gran misericordia del Señor
sería como desesperación atreverse á caminarlo.
Desde este cabo á la gran ciudad de Lisboa hay
casi mil y quinientas leguas; todo es la costa
de Guinea á los ríos en el reino de Congo, y si
quieren [pueden] tomar á Cabo Verde ó engol-
farse por las corrientes y en altura de Canaria
[ir] á la gran ciudad de [Lisboa], cabeza y
señoría destos reinos de Oriente, descubridora
para llevarles y enseñarles la santísima fe; y así
la llamaré maestra de la mitad del mundo, te-
niendo el debido respeto á la cabeza principal y
universal del mundo, que es Roma. Y también se
podía venir á la otra maestra y cabeza de todo el
Poniente, que es la otra mitad del mundo, pues
son estas dos ciudades las mejores de todo lo
que se sabe, y más ricas que todo el mundo (').
Y porque esta es vuelta á todo el mundo, y
la que yo di fue vuelta y media, acabaré el via-
je como yo lo anduve, que de Cabo de Buena
Esperanza se engolfó mi galeón Saii Pedro, y
con temporal y hartos traliajos descubrimos las
islas del Brasil, y la gente no quiso venir á
España; y así fue determinado en Hernambuco
que fuésemos á Río de la Plata, y si pudiése-
mos que entrásemos por el estrecho; y por no
poder, como queda referido en la historia, tor-
namos á Buenos Aires y por tierra del Para-
guay y Tucumán salí á las provincias de la.s
Charcas y Potosí, y de allí vine á un puerto del
mar del Sur, como queda dicho; y vine hasta
el Callao de Lima, y de allí al puerto de Gua-
yaquil. Dejo el viaje .de tierra, pues no hace al
itinerario, y digo que deste puerto se viene á la
i.'íla de la Puna, de allí á Manta, y con gran
viaje á Panamá, que su puerto es Perico, por-
que por la braveza de la mar no lo hay en el
¡Dropio Panamá.
Desta ciudad se viene por tierra veinte le-
guas á Puerto Velo, que es el más mal camino
del mundo, y este Puerto Velo es en la mar del
Norte; para venir á España hasta este puerto
llegan los galeones que van por la plata, y de allí
se viene á Cartagena, que hay ochenta leguas,
y de Cartagena á San Cristóbal de la Habana,
que es de los mejores puertos del mundo. Allí
se da carena á los galeones y se desemboca una
de las canales. Huyendo de la Bermuda se vie-
ne á reconocer una de las islas Terceras, que la
más ordinaria es la de Santa María. De allí en
once ó doce días se reconoce Sanlúcar de Ba-
rrameda, y de allí á la gran Sevilla, de adonde
vine á la ciudad de Jaén, de donde partí de
nueve años v gasté treinta y nueve en estas
peregrinaciones, dando vuelta y media al mun-
do, y habiéndole visto y andado en mar y tie-
rra sobre treinta y tres mil leguas. ¡Sea á hon-
ra y gloria de Nuestro Señor Jesucristo, (jue
vive y reina por siempre jamás! Amén.
CAPÍTULO XVI
Adonde se ponen las vidas y muertes de algu-
nos varones santos que en aquellas partes de
la India padecieron tormentos.
Aunque prometí decir en cada reino la cosas
famosas del, de industria he querido dejar para
este lugar todos los varones ilustres que con
(') J^'uta ««/-yi/íaZ: Lisboa y Sevilla.
PEDRO ORDO.NEZ DE CEBALLOS
44?,
intrépido ánimo padecieron en aquellas partes
martirio por manifestar la verdad y predicar
con los Santos Apóstoles á Cristo crucificado;
me ha parecido ponerlos á todos juntos y en
un capítulo para que mirando su gran espíritu
nos alentemos y esforcemos á emprender, con
el favor del Señor, empresa tan grandiosa
como la que ellos emprendieron de propagar el
nombre del Señor, pues en infinitas partes hay
necesidad de quien lo haga, que prometo (como
en algunas partes he apuntado) que tengo para
mí y entiendo que si hubiera en algunas partes
quien lo hiciera hubiera muchos reducidos á la
santa fe. Y cuando el Señor no de' á todos por
ello premio tan colmado como á los que ahora
diremos, de su martirio, en la otra les dará su
gloria, que es el superabundante bien que pue-
de dar.
El primero, pues, varón apostólico y al que
hemos de dar el primer lugar es al santo padre
Francisco Javier, de la sagrada religión de la
Compañía de Jesús, que aunque su vida está
escrita por tan buen estilo por el padre Luis
de Guzmán, religioso de la misma Compañía
de Jesús, es digna la vida y muerte deste glo-
rioso varón para millares de historias, y por
serle muy aficionado, que visité casi los más
lugares donde esturo y vide su sagrado cuer-
po, cumpliré brevemente con mi devoción di-
ciendo algo del.
Fue este santo natural de Javiera, en el reino
de Navarra, junto á Pamplona; era de linaje
ilustre, de padre y madre muy cristianos, pues
en diciéndoles algo de su linaje decían que el
limpio y verdadero linaje era servir á Dios.
Inclinai-on siempre desde niño á este bendito
varón para la Iglesia. Estudió en París, que
entonces florecía, y leyó en él. Fue virgen toda
su vida y así se lo prometió á la Virgen Santísi-
ma. Vístala santidad del santo padre San Igna-
cio, patriarca de la religión de la Compañía de
Jesús, y comunicando con él, le dijo que se
dispusiese y anduviese el mundo llevando su
santo nombre por las regiones ignotas, como
otro Pablo, y así lo prometió. Fue tan dado á
la oración que siempre rezaba, y á la peniten-
cia, que las hacía tan excesivas como era estarse
cuatro días sin comer, y tomaba todos los días
tres diciplinas y traía en los muslos y molle-
dos atados unos cordeles con ñudos y en las
espaldas se le veía el espinazo. Vino á ser un
piélago de caridad, porque todo cuanto tenía lo
daba á los pobres. Era tan perfeto que los
naturales de aquellas partes decían que el me-
jor de sus dioses no tuvo tantas cosas buenas
como el maestro Francisco Javier. Jamás se
enojó, teniendo grande humildad, sufrimiento
y paciencia en los trabajos. En resolución, oí
decir á un bonzo de aquellos á quien había con-
AÜTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS.— Ü9
vertido, que con curiosidad había leído y mi-
rado la vida de los Santos del Nuevo y Viejo
Testamento, que hallaba por su cuenta que ha-
bía seguido el camino de todos ellos y que le
había dado Dios las prerrogativas que á todos.
Y dijo bien, porque parece que fue una cifra y
epílogo de todos ellos. Fue apóstol, pues en
todo el mundo predicó, á lo menos en la mayor
parte del. Fue evangelista, pues en su boca no
se oían otras palabras sino evangelizar al Se-
ñor. Fue profeta, pues dijo tantas cosas por
venir; las apercebía, decía y remediaba antes
que sucediesen, con tanta inmensidad de mi-
lagros que todos sus pasos, sus palabras y pen-
samientos eran milagrosos. Fue virgen, como
queda dicho. Fue mártir en su modo de vi-
vir, pues toda su vida fue un perpetuo y pro-
longado martirio, y en su muerte lo fue. Con-
fesor, pues siempre en vida y en muerte lo fue.
Para concluir con su vida digo que me dijo el
bonzo que siendo sacerdote gentil se halló en
una junta dellos, y que se trató de hacerlo uno
de los dioses, y yéndole con este recaudo hizo
extremos como un San Pablo y San Bernabé
en Listris, y que le dijo tales cosas que las
puso por escrito, y se convirtió y fue asombro de
aquellos bonzos, y que dellos también se con-
virtieron muchos; y á otros les oyó decir que
después de aquella gran respuesta de Javier se
les había quitado del pensamiento el deseo de
ser dioses, que es el más endiablado pecado de
los sacerdotes y reyes de aquella tierra querer
ser dioses. Y me dijo también que siempre le
oía decir acabada su oración estas palabras:
Domine, ecce adsum, quid me vis faceré? Se-
ñor, aquí estoy, ¿qué queréis hacer de mí? Casi
las propias palabras del vaso de elección, y así
lo fue él, pues predicó en tantas partes y con
tanto fervor, espíritu y deseo de ganar almas
para Dios.
El segundo es el padre Rodulfo Aquaviva,
el cual fue de edad de treinta y tres años, y en
este tiempo anduvo casi dos mil leguas predi-
cando, convirtiendo y baptizando; murió már-
tir él y otros compañeros suyos de cinco heri-
das que le dieron los gentiles de una villa que
se dice Coculino, de la provincia de Salsete. La
una le dieron en las espaldas, otra en las pier-
nas, dos en la garganta y otra en los pechos; y
acabó su vida con tres palabras: Perdonadlos,
señor Santo Javier; rogad al Señor por mí; y
tres veces: Jesús, recibe mi alma.
El padre Pedro Berno padeció junto con el
dicho, el cual tuvo espíritu profetico, y así de-
cía que los gentiles de Salsete no habían de ser
cristianos hasta que hubiese mártires en aque-
lla provincia, y que él había de ser uno, y así
murió de una grande herida en la cabeza y una
lanzada por un ojo.
444
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
El padre Alonso Pacheco fue asimismo com-
pañero destos padres ; salió al encuentro del
que alanceaba al padre Pedro y le dijo: A mí,
á mí, que soy el que destruí vuestros dioses y
los hice pedazos y los pisé, y así le atravesaron
los pechos y le dieron otra lanzada en la gar-
ganta; y los brazos puestos en cruz dijo: Con
otra lanzada, mi Jesús, os pasaron el pecho;
por ella os pido los perdonéis y les enviéis pre-
dicadores de vuestro santísimo nombre; y con
esto dio su alma á Dios.
El padre Francisco Antonio, portugués, de
treinta años, padeció con los dichos de una
grande herida, con la cual le hendieron la ca-
beza, y con otras muchas feneció. Siempre ro-
gaba en todas las misas al Señor le hiciese este
bien, de llevarle para sí por martirio, y así fue
toda su vid.-i un martirio y en la muerte le cum-
plió sus deseos.
El hermano Francisco Arana fue el qne más
padeció, porque le hirieron primero de dos gra-
ves heridas, y visto que todavía decía: Jesús,
traeldosá verdadero conocimiento, arremetieron
á él y lo arrastraron hasta un templo de sus
dioses, y le pidieron que les ofreciese incienso
y que le dejarían con la vida, y otras grandes
promesas, y dijo que él no conocía otro Dios
ni lo había tampoco sino el verdadero qne ado-
raba. Hiciéronle tantos agravios y fueron tan-
tos los tormentos, que los mismos gentiles se
espantaban de tanta fortaleza, p «rque le dieron
muchas heridas y flechazos y lo arrastraron al-
rededor del ídolo, que ni le quedó vestido ni
cuero en su santa carne, y cuando más hacían
con él más voces daba: Jesús es verdadero
Dios. Dejáronle como á invencible y cansados,
y entonces pidió él al Señor lo llevase en paz,
como lo hizo en efeto.
El padre Antonio Criminal fue varón per-
fetísimo, y así decía del el padre Javier que
todos los varones apostólicos y predicadores de
aquellas partes debían ser como él. Padeció
junto á los reinos de Visnagua ó Narsinga,
que todo es uno, junto á un pagode, templo de
ídolos que allí está, y lo mataron á lanzadas
y le cortaron la cabeza y la pusieron en el tem-
plo con la camisa. Es esta nación crudelísima,
q-.ie se dicen los badagas. Y así se verá que estos
mismos, en otra entrada que hicieron en la pes-
quería, mataron al padre Alonso Méndez, que
era allí cura de aquellos pueblos, y á otro pa-
dre viejo llamado Paulo Valeo, que lo llevaron
en una estrecha cárcel y le tuvieron hasta que
murió confesando allí al Señor.
El padre Francisco López fue preso de los
moros de Persia en el reino de Cambaya, y pro-
metiéndole grandes riquezas y cargos si rene-
gaba ó muerte crudelísima si no lo hacía, dijo:
Muchos años ha que he andado en este reino
de Camliaya y en toda la India, sólo convir-
tiendo almas para Dios, ¿cómo ahora perderé
la mía? No lo dejaron decir casi más palabras,
y fueron tantas las heridas que le dieron que
se dice lo dejaron picado, como en tajón de
carnicero, que no le quedó el más pequeño hue-
so que no fuese partido, y oí decir á un moro
que decían muchos de los que se hallaron pre-
sentes que fue porque se meneaba después que
tenía más de mil heridas, como que decía: Dad-
me más y picadme y seré más sabroso manjar
de Dios; y este moro se convirtió por oir con-
tar tanta constancia y fe como tenía este (^)
santo varón.
El padre Andrés Hernández fue uno de los
grandísimos cristianos que pasaron á aquellas
partes y de más paciencia, y así padeció tantos
trabajos que cualquiera dellos bastab i para
martirio. Una vez reprehendió á un tirano de
que no entrase en una iglesia á cosas ilícitas,
le temió y se salió della; y diciéndole sus vasa-
llos que cómo siendo tan justiciero dejaba pa-
sar un atrevimiento tan grande, respondió que
aquel padre tenía algo más que de hombre,
pues él lo respetaba y temía. Y otra vez vino
un Rey con ejército de gente á solo matarle, y
se hincó de rodillas y hubo tanto temor que
mandó embarcar toda su gente y dijo lo pro-
pio que el otro.
El padre Enrique Enríquez y Juan de Mes-
queta pasaron tantos martirios y prisiones y
heridas por la confesión de la fe, que entre las
cosas más famosas que tomé en memoria fue
la vida y trabajos destos dos famosos varones,
pues los mismos moros y gentiles los respetan,
diciendo dellos que bastaban para testimonio
de la fe. Convirtieron tantas gentes que de-
bieron de ser más de cien mil.
El padre Nicolás puede entrar en este nú-
mero, pues decía que el día que no tenía traba-
jos y no baptizaba y convertía almas no estaba
contento; y así anduvo hasta lo postrero de
Asia, que es toda la India, China y Tartaria;
todo lo caminó sólo con este deseo, con inmen-
sidad de fatigas y trabajos.
Del padre Pedro de Mascareñas se cuenta en
aquellas partes que fueron tan inmensos sus
trabajos, y todo por la mucha gente que conver-
tía, enseñándola y baptizándola, que los moros
y gentiles traían por refrán que éste solo les
había de quitar más gente que tudos los demás
predicadores, y así baptizó tres ó cuatro Reyes
y tanta gente principal de Príncipes y señores
que se podía de sólo esto hacer un grande tra-
tado, y así lo llaman el padre de los milagros,
pues dicen los moros y gentiles que lo busca-
ban infinitas veces para matarlo y jamás tuvie-
(') Ea la edición: deste.
PEDRO OHDOÑEZ DE CEBALLOS
4i5
ron ocasión, aunque lo encontraban, porque les
parecía otra cosa, y al fin fue servido el Señor
padeciese martirio con tanta fortaleza cual fue
su vida. Y los santos padres Jorge Fernández
y Gómez Damaralio padecieron con este santo.
El padre Gonzalo Silveira fue martirizado
por el Emperador de Monomatapa, y murió sa-
biendo el día y hora de su muerte, habiendo
primero convertido en aquel imperio al Empe-
rador y á su madre y infinita gente; moros he-
chiceros le argüyeron serlo el también y que era
espía, y así lo mató.
El padre Abrahán de Gorgiis , armenio de
nación, iba en hábito de turco á predicar el san-
to Evangelio, y fue conocido, y dicie'ndole el
Capitán turco que confesase á su gran Mahoma,
pues iba con tal hábito, respondió que aunque
iba así era porque su prelado lo enviaba á pre-
dicar y confesar á aquella tierra á los que fue-
sen cristianos, y que él no había de hacer otra
cosa y que allí estaba su cabeza por su Dios
verdadero, y así se la qortó el propio Capitán.
Los santos mártires Pedro Correa y Juan de
Sosa, hermanos de la dicha Compañía, pade-
cieron martirio en el Brasil por la confesión de
la fe y por su santa predicación, y el padre
Ignacio de Acuvedo también murió, con gran
número de hermanos por la confesión de la fe,
por mano de herejes en. estas islas, con tanta
constancia y animando á los demás con tanto
ánimo y valentía que los mismos enemigos de-
cían que no pensaban había tanta fortaleza en
pechos católicos; y así recibió tantas y tan gran-
des heridas que parecía cosa imposible poder
estar vivo y animar á sus subditos que pade-
ciesen por tan santa confesión, y así dijo por
últimas palabras: Séanme testigos los ángeles
y los hombres como muero por la confesión de
la verdad y en la obediencia del Sumo Pontí-
fice Romano. Respondió el hermano Benito de
Castro: Padre, y yo también. Y otro hermano,
Manuel Alvarez, á voces decía: Herejes, salid
de vuestra ceguera y confesad la verdad de la
fe. Diéronle mtichos golpes y él decía: Quince
años ha que pido á mi Dios esta muerte; haced
lo que quisiéredes y nadie me tenga lástima,
sino envidia, pues recibo muerte de que soy in-
digno.
Al hermano Blas Ribero y Pedro de Fonse-
ca, porque rezab n ante una imagen les dieron
con los pomos de las espadas y los quebraron
los cascos, y al Fonseca le dieron una puña-
lada por la boca, diciendo: Haz oración á imá-
genes que nosotros tanto aborrecemos; y los
santos dijeron: Por la verdad de su adoración
morimos.
Al padre Diego de Andrada, visto los here-
jes que iba confesando á los demás, le dieron
muchas puñaladas, y acabó diciendo: Alegró-
me, pues muero por la verdad deste Sacra-
mento de la Penitencia; y dos hermanos enfer-
mos levantáronse diciendo: Nosotros confesa-
mos lo que estos santos; y los herejes, blasfe-
mando, les dieron diversas heridas diciéndoles:
Pues os pudistes escapar con las vidas y no
quisistes, andad al cielo, como vosotros decís,
con vuestros compañeros. Otro hermano se pu-
diera escapar, que se decía Simón de Acosta, y
confesando que era de la Compañía de Jesús
y católico como ellos, lo degollaron, diciendo
ellos: Otro necio; como los enfermos vaya al
cielo. Cuarenta mártires murieron, porque á los
demás mandó el capitán hereje que por jesuí-
tas y papistas les diesen de puñaladas y los
echasen á la mar. Sólo al hermano Juan Sán-
chez dejaron, que fue para que llevase las nue-
vas, y dando él voces que lo matasen también,
respondió el General: Pues no has de morir,
por sólo ese gusto que tienes de ser mártir, A
lo cual salió del navio un sobrino del capitán
del, que se llamaba San Juan, y había pedido
el hábito de hermano; se entró entre ellos di-
ciendo: Cuarenta coronas han de ser aunque
pese al hereje, y así recibió la corona del mar-
tirio. Los nombres de todos son: El padre
Provincial Ignacio de Acevedo, padre Diego
de Andrada, Antonio Suárez, Benito de Cas-
tro, Juan Fernández, de Lisboa; Francisco Al-
varez Cobillo, Domingo Hernández, Manuel
Alvarez, Juan de Mayorga, aragonés; Alonso
de Baena, del reino de Toledo; Gonzalo En-
ríquez, diácono; Juan Fernández, de Braga;
Alejo Delgado, Luis Correa, Manuel Rodrí-
guez, de Valconete; Simón López, Manuel
Hernández, Alvaro Méndez, Pedro Muñoz,
Francisco Magallanes, Nicolás de Berganza,
Gaspar Alvarez, Blas Ribero, de Braga; Anto-
nio Hernández, de Montemayor; Manuel Pa-
checo, Pedro de Fontaura, Simón de Acosta,
Andrés González, de Viana; Amaro Báez,
Diego Pérez, Juan de Vaca, Marcos Caldera,
Antonio Correa, del Puerto; Hernán Sánchez,
de la provincia de Castilla; Gregorio Escriba-
no, de Logroño; Francisco Pérez de Godoy,
de Turrijos; Juan de Zafra, de Toledo; Juan
de San Martín, de junto á Illescas; Esteban
Curaire, vizcaíno, y el dichoso San Juan, que
cierra el número de cuarenta. Otros doi-e com-
pañeros destos padecieron en el propio viaje; al
cabo de quince meses de tormentas en el mar
aportaron á la Tercera, y haciendo el viaje del
Brasil dieron con ellos herejes y les quitaron
la vida; sus nombres son: los padres Pedro
Díaz y Francisco de Castro ; los hermanos
Alonso Hernández, Gaspar Goes, Andrés País,
Juan Alvarez, Pedro Díaz, Fernando Alvarez,
Miguel Aragonés, Francisco Paulo, Pedro
Hernández, Diego Carballo.
44G
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMOTíTAS
Los santos varones que se dicen los mártires
del Japón se aventajaron á los demás, porque
fue su martirio en cruz; y esto después de ha-
berlos traído tantos meses por aquellos pueblos,
con tanta inmensidad de trabajos; fue su mar-
tirio gloriosísimo, pues á pregones públicos de-
cían que por cristianos. El padre Comisario de
los descalzos, en poniéndolo en la cruz, dijo:
Benedictus Dominus Deus Israel. Los nom-
bres destos dichosos mártires son: el padre
fray Felipe, fray Francisco, fray Gonzalo, fray
Pedro Baptista, fray Martín, fray Francisco
Blanco; los hermanos de la Compañía Paulo,
Juan y Diego; los legos, que fueron quince, se
llamaban: Cosme Carasumaruleón, Ventura,
Tomé Fun9ugi, Paulos, Gozaqui-Miguel, Ba-
raqui, Paulo, Luis, Antonio, Tomé Sacaquiba-
rajochín, Francisco, Guimiya, Juan, Gabriel y
el venturoso Matías, el cual merece este nom-
bre, adquiriéndolo por su hecho, porque no
siendo él el que había de padecer, sino un des-
pensero de los padres descalzos deste nombre,
yendo el tirano á buscarlo y preguntando por
él, respondió desde su casa: Yo soy Matías y
cristiano, y cumpliré ese número de veinte y
cuatro, y así llevadme á mí; y dejando su mu-
jer, hijos y casa, murió en el martirio, y así
como un Matías llenó allá entre los santos
Apóstoles el número de doce, así aquí otro Ma-
tías el de veinte y cuatro mártires.
Concluyo con decir que es tanto lo que por
allá padecen los que emprenden este ministe-
rio, que no es explicable si no se ve. Yo digo
como testigo de vista que no es imaginable lo
que los santos padres de la Compañía hacen
en aquellas partes en particular, y así, á más
de los dichos, padecieron trabajos inmensos ó
martirios los padres Cosme de Torres, Alejan-
dro Organtino y otros en el Japón. En la Chi-
na, los padres Miguel Rogerio, Mateo Ricio,
Alonso Sánchez y Lázaro Catanio. En los rei-
nos del Gran Magor, el santo Aquaviva, An-
tonio de Monserrate, Francisco Henríquez, Je-
rónimo Javier, Manuel Pineiro y el hermano
Benito de Gois. En Persia y Oromuz, el pa-
dre maestro Gaspar Barceo-. En el imperio do
Monomotapa, el santo Gonzalo Silveira. En el
del Preste Juan, Juan Núñez, Andrés de Ovie-
do, Melchor Carnero, Gf>nzalo Rodríguez. En
Goa, cabeza destos reinos del Oriente (que así
la llamo porque de allí salen para las misio-
nes), el padre Vicente, de quien se cuenta, y
los de la tierra lo tienen por blasón, que azo-
tando á un niño que le enseñaba la dotrina los
gentiles lo tuvieron por afrenta, y juntándose
para matarlo lo oyeron los hijos de los que lo
querían hacer y se juntaron con piedras y pa-
los para defenderlo, de que admirados los pa-
dres dijeron: Sigamos la luz deste Señor, que
éste es el verdadero, pues tanto puede. En la
misma tierra padecieron los padres Diego Bar-
hona, padre Paulo Carmente, el hermano Fran-
cisco Mansilla, que por ser los primeros com-
pañeros del santo Javier los nombro, y son
innumerables los que en esta ciudad han pade-
cido de la Compañía de Jesús.
CAPÍTULO XVII
De la diversidad de reinos que liay en el mundo,
de sus vasallos y grandeza.
Por ser mi intento en este itinerario dar una
universal noticia de cosas que en todos mis
viajes me han acontecido, y juntamente una
breve relación de lo más que hoy tenemos des-
cubierto del mundo, me ha parecido no pasar
en silencio el hacer un breve compendio de las
monarquías que en la mayor parte del mundo
se contienen, para que el que no las pudiere
alcanzar con la vista á lo menos con esta rela-
ción vea lo mucho que encierra el orbe; y co-
menzando, me ha parecido tocar según he po-
dido alcanzar por los reinos donde llegaba. La
relación de la gente de la China me enseñó un
chino criado en las Filipinas, sacada de sus
libros, que tenía más de sesenta y dos millones
de vasallos; en todas quince provincias tribu-
tarias los cuarenta y dos millones y los demás
libres, que son loaicias, que diremos los hidal-
gos; los letrados que han estudiado sus leyes y
caracteres, que son unas señales como letras pu
que están escritos los tributos que tiene el rey
liorros, porque en cada provincia se queda para
las armas, pagas de soldados de mar y tierra,
gastos y pagas de justicias y para reparos de
muros, caminos y casas, y un tanto para el Te-
soro, que en cada ciudad cabeza de cada pro-
vincia se guarda para si se ofrece guerra. Son
cuatro millones de oro, tres millones de plata
fina, dos millones y medio de las perlas, de pe-
drería millón y medio, de alniizque y ámbar
más de un millón, de porcelana casi otro; son
trece millones. Demás desto tiene más de se-
senta millones de hanegas de arroz, que es el
más común mantenimiento, y pan de trigo
como el de España más de treinta y tres millo-
nes, de cebada casi treinta millones, de maís
como el de las Indias veinte millones y medio,
de mijo veinte y cuatro millones, de panizo más
de catorce millones, de otras legumbres y gra-
nos más de cuarenta millones, de sal más de
veinte y cinco millones de hanegas, y es tan
gran número, que casi parece increíble, y es
verdad, como más largo se declara cuando se
trate de Cochinchina. Tiene de piezas de seda
de á catorce y quince varas docientas y cinco
mil y seiscientas, de seda en mazo quinien-
PEDRO ORDOÑP]Z DE CEBALLOS
447
tas y cuarenta mil libras, de algodón trecien-
tas mil libras, de mantas de seda cruda tre-
cientas mil y seiscientas, de mantas de algo-
dón de á catorce varas seiscientas y setenta y
ocho mil y ochocientas y setenta, de otras pe-
queñas más de trecientas y cuatro mil.
El Gran Mogor, que como se ha tocado
pienso que es uno de los mayores señores del
mundo, pues tiene todo lo más de la India de
una y otra parte del Ganges, y más de los me-
dios reinos de los tártaros, gran parte de la
Persia, medos y masagetas y golfo de Mengala,
y supe en él que de los tártaros tiene veinte y
tres millones de vasallos, y de los mogores y
de una parte y otra de los ganges otros tantos,
y de los demás reinos más de diez y nueve mi-
llones.
El reino de Cambaya, que ganó en aquel
tiempo, tiene más de trece millones, que son
más de setenta y tantos millones de almas. Sus
tributos horros para su plato y corte son ocho
millones de moneda, gran cantidad de pan y de
vestidos, que será un tercio de lo de la China,
porque las sobras de todo se guarda en el Te-
soro para las guerras, y supe que aquel Gran
Mogor que reinaba cuando yo anduve por aque-
llos reinos no había entrado nada en el Tesoro,
antes para conquistar y ganar tantos reinos
como había conquistado había sacado los teso-
ros de sus antepasados, que decían ser tanta
cantidad que es una gran suma, pues había
veinte años que traía en campo seiscientos mil
hombres, docientos mil caballos, quinientos ele-
fantes y gran cantidad de gastadores.
Del Gran Catay (^) me dijo un vasallo suyo
que tenía treinta millones de vasallos, y que sus
rentas llegaban á más de treinta millones, y que
era cristiano, y muchos de sus reinos, y que no
tenía guerras, sólo la guarda de sus reinos y
mares, y sus tesoros eran pocos ó ningunos.
Todo lo deste reino lo tengo por muy verdade-
ro, por haberme dicho otro en la fortaleza de
Dio que eran los más de aqiiellos reinos moros
y gentiles, y tierras míseras y de gente ladro-
na, y otros males. Otros cinco Reyes tártaros
el que más tenía no llegaba á nueve millones
de vasallos, y el que menos á tres; las rentas
eran pocas y las provincias algo míseras.
El Gran Sofí tendrá veinte millones de va-
sallos, y en sus reinos alcanzan fértilísima tie-
rra, y otra muy mísera, y así sus rentas se con-
sideran de todo. Solían andar muy alcanzados
y empeñados, y quitados los gastos del mar,
que no los tiene, le sobran para ir guardando
cada año para las guerras .
El Decán ó Narsinga tiene doce njillonesde
vasallos y grandísimos tributos, pues podía sus-
(_') En la edición: Gctaij.
tentar las guerras contra el Gran Mogor y traer
quinientos mil infantes, ciento y veinte mil ca-
ballos y otro grande número de gastadores, y
trecientos elefantes, y con el mucho dinero que
le sobra, si fuere necesario hará más gente, por-
que para tan potente enemigo todo lo ha me-
nester.
Los Reyes de Pegú, Sián y Camboja, genti-
les, en vasallos casi son iguales, aunque el de
Pegú es más rico por ser su tributario el de
Sián, que me certificaron tenía de renta más de
quince millones, y los otros dos á siete, y de
gente tendrá á siete ó ocho millones.
Hay por aquellas costas tantos reinos idóla-
tras y moros, aunque pequeños, como queda
referido. Y para acabar con el Asia y su tierra
firme, digo que en la tierra firme de la China
está el gran reino de Guachinchina, que ahora
son cuatro reinos, y el emperador del tendrá de
vasallos veinte millones de almas; en los rei-
nos de Guanci, Evanci y Champaa, poco más
ó menos de tres millones de gente, y en la Co-
chinchina más de once, sin los Laos y otras na-
ciones montañesas, que dicen son más de cinco
millones; tiene de renta de oro, de plata, perlas
y piedras, doce millones; gran cantidad de pie-
zas de seda y mantas y algodón, y de drogas
y palos odoríficos una gran cantidad; de trigo,
arroz, y de las demás semillas es como los dos
tercios de la China, que la causa es no tener
en todos sus reinos ningún señor propietario
ni rentas eclesiásticas, y como son herederos
con todos los de sus reinos ya no hay campos
ni casas, que todo es de los reyes, y esto lo va
dando á capitanes y soldados por servicios, y á
criados, y así no le falta que dar, y de otras
tierras le pagan un tanto de lo que siembran,
donde se viene á hacer una gran cantidad, como
se ve en lo que digo de la China, que es lo pro-
pio, y son gentiles.
La Asia es grandísima, y es de gentiles y
idólatras, y las islas que quedan ahora por es-
cribir, quererlo hacer sería nunca acabar, pues
las Malucas solas dicen ser más de mil, y otras
dicen un gran número, y todas las descubiertas
son ahora de la gran corona de España, como
diré'.
Los del Japón, que son de cristianos y gen-
tiles, contienen treinta y seis reinos y infinidad
de gente y grandísimos tributos, como lo tocan
los padres de la Compañía de Jesús tan ver-
daderamente, pues les cuesta el haberlo visto
tanto trabajo cual si se viese se podría creer.
La isla de Samatria, que antiguamente se
llamó Trapobana, es de las mejores y más po-
bladas del mundo, y las idólatras Javas y otra
infinidad dellas, que por cuenta deben de tener
cien millones de gente todas las islas, según el
cómputo y cuenta con que me informaban.
448
autobiografías y memorias
CAPITULO XVIII
Donde se prosigue la misma materia.
La mayor parte del África, que es la otra par-
te del mundo, la habitan negros de infinitas na-
ciones, y así sólo tiene que poder decir de cuatro
reinos, que el mayor es el imperio de Monoma-
tapa, y de la noticia que del se tiene se sabe es
de mucha gente y no muy rica, son gentiles y
tendrá más de veinte millones de vasallos.
El reino de los Abasinos, que llamamos del
Preste Juan, solía ser gran monarquía; ahora
es poco, pero lo que tiene es muy poblado. Los
moros y otras sectas han sacado desta corona
las tres partes, porque solía confinar con Egipto
y tenía Soldán ; ahora es del Gran Turco (como
se dirá). Tienen por sus antiguallas y libros
que tenía más de treinta millones de almas, y
ahora lo qne es sujeto al Preste Juan no son
seis millones.
El tercero es Berbería, que está enfrente de
nosotros, que contiene cinco reinos, que todos
tendrán nueve millones de almas; es tierra mí-
sera la más della; ahora está toda repartida en
dos hermanos reyes, de los cuales al uno favo-
rece nuestro católico Rey Felipe III, que por
esto y en vía de vasallaje entregó la gran fuer-
za de Larache.
La otra parte mejor del mundo es Europa,
de gente valerosísima y valiente y más sabia;
contiene en sí al Gran Turco, que por ser noto-
ria su grandeza pasaré por ella; sólo digo que
tiene infinitos vasallos, pues sólo los cristianos
se entiende serán más de doce millones, y moros
más de otros tantos, pues tiene á todo Egipto
hasta Argel, la Suria, donde cae la santa ciu-
dad, y otros reinos, y turcos serán más de ocho
millones, que son los conquistadores de tantos
reinos, imperios y señoríos. Compete en rentas
con cualquiera de los monarcas del mundo.
La tierra de Alemania es del Emperador y
otros Reyes, que de todos hay más de veinte y
cuatro mi Iones de vasallos, gente valerosa, va-
liente y rica, y a^í las rentas son buenas.
Italia tiene nueve millones de vasallos y
grandes rentas, por ser tierra en extremo rica,
tan barata y venturosa, pues tiene en sí lo me-
jor que hay en el mundo, y la cabeza del que
es Vicario de Cristo, el Sumo Pontífice, y la
santa ciudad de Roma, donde reside, y también
venturosa, pues casi toda ella (digo lo más) es
del católico Rey de España, y tiene aquella an-
tiquísima Señoría de Venecia, la cual tiene casi
cuatro millones.
Francia con todos sus países tiene quince
millones de vasallos, porque es de la tierra más
poblada que se sabe, y las rentas son muy
buenas.
Inglaterra tiene más de tres millones de va-
sallos, y Escocia y Bornia casi otros tres; y
todos aquellos reinos de Dania, Noruega y de
una parte y otra de aquel mar Mediterráneo
tiene más de ocho millones de vasallos; y las
islas de Islanda y todas las demás de Pichili-
nes y otras tienen casi un millón. Flandes y
sus estados, más de cuatro millones.
Las Españas tienen casi nueve millones de
vasallos, y por ser del Católico Rey, gran león
de España, y ser un piélago sus señoríos, y
como he dicho en la historia, es mayor señor
del mundo, como se verá por lo que se sigue.
De los vasallos de los reinos de Italia tiene
cinco millones; en Cicilia, dos millones; todas
las demás islas del mar Mediterráneo, suyas y
de su corona, son dos millones; las islas de la
Gran Canaria y Terceras, casi un millón; Flan-
des, tres, con lo de Alemania; toda la cuarta
parte del mundo, que es la América (como se
ha dicho), que es tanta tierra como toda la Asia
y Europa, donde tendrá en solos los [con]quis-
tados más de treinta millones de vasallos indios,
sin dos millones de españoles, y tanto número
de islas, que hay algunas mayores que toda Es-
paña; las Filipinas, con todo lo que son las islas
de la Corona de Castilla, tienen más de ocho
millones de vasallos, y todos estos indios dan
de renta unos con otros, dándoles los materia-
les para hacer la ropa, seis ducados de tributo
cada año, y como ellos no dan de sus haciendas
nada, sino las manufacturas, se les hace poco.
Las provincias que pagan dinero, como es la
tierra tan gruesa y de tanto oro, plata, perlas,
piedras preciosas y otras cosas de mucho valoi',
monta una grandísima cantidad. Los vasallos
que tiene hoy por conquistar, y que de cada día
van sal'endo al gusto de la sagrada fe, son más
que los conquistados; [de] los ya vistos y des-
cubiertos, y de otros de que se tiene noticia, hay
casi otro tercio, qne es cosa maravillosa. Pues
si se entra en las islas y tierra Magalánica, que
es la quinta parte del mundo, ¿quién dirá lo mu-
cho que es? pues se entiende ser mayor que
América, de la cual ha descubierto más de mil
les:uas de tierra poblada de costas el gran ca-
pitán Quirós, y se tiene esperanza se poblará y
verná á sujeción de la corona de Castilla.
La corona de Portugal es el mayor piélago
que se ha visto, pues tiene vasallos en todas las
más partes del mundo, porque tiene en África,
Terceras, Madera, Brasil, Guinea, Mozambi-
que, Oromuz, Persia, la India, Cambaya, Co-
chin. Pesquerías hasta Cabo de Camorí, Cei-
lán, Malipur, Malaca, Camboja, Macao, y en
infinidad de islas, que se dice que no hay reino
ni provincia que toque en la mar que en más de
cuatro mil leguas por esta parte y más de tres
mil por la otra que en todos tenga el gran Rey
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
449
de España tierra y puertos con pensiones para
ellos, que se puede decir vasallaje, como en sus
lugares he tocado.
Pues considerados tantos Príncipes, Duques,
Marqueses, Condes y otros señores; tanta infi-
nidad de Comendadores; tantos Arzobispos,
Obispos, Patriarcas, Cabildos de iglesias y tuda
la demás clerecía; tantos conventos de frailes y
monjas, la renta que todos ellos tienen, que es
la que este gran Rey les da, argumento es fácil
de entender, que así de vasallos como de rentas
es el mayor señor del mundo, pues desde Espa-
ña hasta las Filipinas todo es suyo, y asimis-
mo por acá, hasta las Malucas, isla de Terre-
nate, que á nuestro entender es la postrera.
Por haber tocado esta isla me ha parecido no
pasar por alto lo que hay notable en ella, y así
digo que esta isla y las demás ganó en sola una
batalla el famosísimo General Don Pedro de
Acuña, y en once días redujo á la obediencia
de nuestro Rey todas estas islas, que es una de
las mayores hazañas y grandezas que yo he
leído. Hay en esta dioha isla de Ternate un
YoUán que se entiende es el mayor del mundo;
solíase decir que estos volcanes eran bocas del
infierno, por el fuego, humo, ceniza y piedra
zufre que despide, y lo cierto es ser quemazo-
nes de minerales. Está este volcán en un cerro
muy alto y áspero; hace una boca muy grande,
y después se estrecha á modo de anfiteatro; des-
ta boca en tiempo de equinocio, soplando ciertos
vientos, salen con un bramido espantoso llamas
mezcladas con humo que hinchen los campos
comarcanos de ceniza y piedra zufre.
Y por haber tocado la materia de volcanes
diré los que he visto, que por ser cosa notable
me ha parecido no pasarlos en silencio. En el
valle de la Coca, junto al salto que he dicho que
hace aquel famoso río, está un cerro á modo
del de Potosí, que todos los que lo habernos
visto decimos que le parece y que es á modo de
un pan de azúcar; en éste está un volcán que
en invierno, por tiempo de junio, julio y agos-
to, que es cuando allá llueve, echa tanto humo
y ceniza que en dos leguas no deja hierba, que
toda la quema, y por Navidad, que según se
cuenta es el verano, llegan muchos indios hasta
la boca; un cacique me dijo había entrado más
de dos estados por ella; diome deseo de verla;
y así fui con este cacique y otros dos hombres,
que en llegando allá n) quisieron entrar; en-
traron el cacique y yo y hallé un hechicero co-
fán dentro, que venía á hablar con el diablo; era
de ver aquella boca, que mientras más honda en-
trabaf más se estrechaba, y se veía más de treinta
estados, y todo quemado de dentro. Lo que re-
sultó desta entrada fue el grande asombro que
recebimos de ver el mohán dentro, y no menor
fue el que recibió en vernos á nosotros; tienen
estos desventurados entendido que son bocas
de infierno que tiene el demonio para castigar
á los que no le ofrecieren ; traje de allí algunas
piedras.
Junto al pueblo de Maspa, que es á la entra-
da de los quijos, hay otro volcán y hay unos
baños de agua caliente muy saludable. Junto
á Quito reventó un cerro, que llaman de Pinta, y
echó tanta ceniza que yo vide los tejados de las
casas de Quito con más de una vara de alto, y en
otras partes más, con estar dos leguas y media.
Asimismo reventó el volcán de Ariquipa,
que está más de cuatrocientas leguas deste, y
en todo el valle que coge tanta largura, ente-
rró la ceniza todas las viñas y el jueblo estuvo
en punto de perderse, y con esto cesaron todos
los temblores del Pirú, porque solía temblar
toda la tierra tanto que se habían caído casas
y templos y hecho grandes daños y ruinas.
En Japón hay un grandísimo volcán, y en
él hay una nube, y allí responde el demonio á
los hechiceros que en el principio de los cami-
nos que han de hacer ó cosas que han de em-
prender lo invocan. El anfiteatro y los baños,
que llaman sudatarios, y la boca de la cueva, á
la cual ninguno se puede llegar sin gran peli-
gro de caer muerto, cosa es maravillosa y tocada
de muchos; y concluyendo digo que hay tantos
volcanes y baños que salen dellos en la diversi-
dad del mundo, y en lo que he visto, que el
querello escribir sería nunca dar fin y así pro-
seguiré á otra cosa.
CAPÍTULO XIX
En que se hace relación de algunas cosas
maravillosas del mundo.
Algunas cosas hay que como de ordinario
no son vistas suelen causar dificultad en creer-
las, mayormente los bisónos y gente que ha
visto poco, y así suelen decir que de longas vías
se suelen decir grandes mentiras; así es ello, y
tal confieso; pero para que se entienda que no
tan á carga cerrada se ha de entender que todo
es invención, sino que hay muchas cosas verda-
deras, y que todo lo puede hacer Dios, y que
hace algunas por sus ocultos secretos, haré
aquí relación breve de muchas que hay, y he
visto algunas dellas, y ofrezco esto, lo uno para
que sirva así de desengaño como de entreteni-
mient) y deleite, lo otro para que se vean cuan
grandes son las maravillas de Dios.
En el distrito de la ciudad de Sión hay fuen-
tes de aguas calientes y sa'adas; en la isla de
Elza hay una fuente que crece y mengua, se-
gún los días, y en la Mocavia otra que hierve
á borbotones; en Sabinier otra buena para ter-
cianas y otras enfermedades, como la que hubo
4-50
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
en Loja junto á Granada; en Sabaura hay otra
qnc crece por la tarde y mañana y luego se
soca. En la isla de Iscla, junto á Ñapóles, está
aquel volcán tan famoso, de quien dicen los poe-
tas la fábula de Tifeo, que enojado Júpiter con
un rayo lo soterró debajo desta isla; cuando re-
suella lanza aquellas llamaradas que se ven, de
las cnales la isla está sujeta á incendios. Y en
tiempo de Carlos Segundo hubo uno tan espan-
toso que abrasó muchos de la isla y de tierra
firme y ahuyentó la comarca; duró el fuego dos
,meses; de aquí salen unos baños de agua calien-
te y azufre y alumbre. Otra su vecina, llamada
Prócida, tiene baños muy fuertes; en la isla de
Cicilia los hay calientes y saludables, y Mongi-
belo despide de sí fuego. En la ciudad de Dax,
en Burdeos, hay baños calientes dentro, y de
fuera salados y de betún; en Bornia, de la pro-
vincia de Mononia, hay dos baños, el uno que
el agua del vuelve todos los pelos y cabellos
canos y el otro quita todas las canas, y hay un
lago con dos islas; en la una en entrando hem-
bra se muere. En Ultoni hay otros baños en la
cumbre de un monte que crece y mengua cada
día tres veces. Hay un lago que tiene dos islas;
una tiene boca, y los que duermen allí ven vi-
siones, y la otra es amena y apacible. El río de
Santiago, el palo que cae en él lo torna piedra,
y en Hungría hay agua que convierte el hierro
en azufre, y otras las piedras en sal, y otras
son baños calientes y saludables. En Francia,
junto á Puzol, hay aguas azufradas y otros di-
versos manantiales y baños de varias virtudes,
que parecen cifra de todos los dichos, y la tie-
rra es fresca, amena y hermosísima, que parece
que la Naturaleza cifró aquí todo lo bueno. En
la isla de Groelandia hay cuatro meses de no-
che, sin ser jamás de día; hay un gran monas-
terio de Dominicos bajo del nombre de Santo
Tomás; hay un volcán y una fuente admirable
caliente, que cuecen la comida en ella, y en
tiempo del frío calientan las celdas de los frai-
les; sacada el agua y dejada algún tiempo se
torna en betún, que con e'ste y con las piedras
que despide el volcán edifican ; la más gente de
aquella isla habita en cuevas, que son tan pe-
queños que les podemos decir jimios ó monos.
En Islanda hay tres montes y tienen volcanes,
y el fuego que despide el monte Egla no abra-
sa ni quema, aunque sea estopa, y arde en el
agua y la consume; óyense bramidos y gemi-
os y alaridos; dicen los naturales, por tradi-
ción de sus pasados, que serán almas que allí
purgan sus pecados. Hay rios de azufre. Hay
dos fuentes, que el licor de la una es comn cera
derretida y la otra muy caliente, que todo lo
que entra en ella convierte en piedra. Hay días
de dos meses, y los moradores estiman sus pe-
rrillos como hijos.
En nuestra España tienen fama los bafios de
Alhama, y en esta ciudad de Jaén hay algunos
muy apacibles. En Nicaragua hay dos montes,
una legua el uno del otro, que la claridad de
las llamas se ven treinta leguas y alumbran
más de dos con luz tan clara que es maravilla,
y jamás se ha visto humo, ceniza y piedra;
dicen que es de oro puro. En Aique, pueblo de
Guatimala, hay volcanes y baños muy saluda-
bles, y en otras partes arden los peñascos, y las
aguas y baños son malsanos. Y en Puzol hay
un campo que arden los peñascos y todo es de
azufre, y de allí se sacan los alumbres. El agua
de Boecia, en Negroponte, que crece y mengua
cuatro veces cada día, es cosa admirable, y otras
aguas hay que tienen siete flujos y reflujos en
el mar, y por ser tan investigable este secreto
y no poderlo alcanzar el gran filósofo Aristó-
teles, murió de pena; y así digo que misterios
tan soberanos como en este mundo hay, donde
los sabios no los alcanzan y los idiotas total-
mente lo ignoran, sólo los miren y alaben al
Criador de todo que sólo con un ^fiat hizo esta
monarquía del universo, la tierra para los ani-
males, el agua para los peces y el aire para las
aves, donde crió tanta diversidad que por ser-
lo tocaré de todo un poco.
Y comenzando por orden diré de las aves,
cuyo elemento es el aire donde se tienen y na-
dan como los peces en el agua. En las Indias
hay un pajarito tan pequeño que es como el
dedo gordo, tan vario en colores que la Na-
turaleza cifró en él todo lo que pudo, y se ma-
nifiesta bien por las imágenes que vienen de
pluma de la Nueva España, cosa maravillosa,
y como ya muy vista no admira como es razón.
Los papagayos, periquitos y catalinicas que
hablan, y los colores de las guacamayas, y las
demás diversidades de aves, que fuera menester
im gran libro para contarlas; y hay tierras y
provincias que los que en España son negros,
como los tordos ó cuervos, allí son blancos. Las
gallinazas, que limpian las Indias de toda in-
mundicia, son muy de ver y de admirar, y pa-
rece las quiso criar Dios de tan mal olor para
que así nadie las tocase ni matase, y por ese
medio quedasen para limpiar la tieira. Hay un
panji, que es como un pavo, todo el pelo como
terciopelo azul y morado; tiene un pico de coto
de mano de largo, más [rojo] que un coral, y
es tan fuerte que lo que ase con él lo corta como
con navaja, y los pies de las plumas abajo es
colorado, y algunos tienen una piedra en la
frente mayor que un huevo, que es muy de ver.
Otros hay de tan extraña grandeza como ve-
mos y sabemos.
En la India Oriental hay una águila tan
grande que en las uñas se lleva un elefante
mayor que un gran toro, y los mapas nuevos
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
451
la pintan, como á la larga trato en el libro Dt
la Santísima Cruz. El pájaro sin pies habita
en el aire, come rocío, porque no se le halla
nada en el buche; dicen ser del Paraíso Terre-
nal y nunca se ha podido coger vivo; es tan
grande como una golondrina; las plumas de
las alas y de la cola son de palmo y medio y
más blandas que una seda; su color es tornaso-
lado, entie dorado, blanco y amarillo, y relum-
bra mucho; en la espalda tiene dos nervecitos
lisos de color negro, más largos que las otras
plumas; nacen en las espaldas del gordor de
cuerdas terceras; entiéndese que les sirven és-
tos como de pies para sustentarse en las ra-
mas; el macho tiene una concavidad en las es-
paldas, y la hembra en los pechos, las cuales
les sirven de nidos para criar los hijuelos. Los
de las islas de Terrenate y otras Malucas los
llaman manuco diata, que quiere decir lo mis-
mo que pájaro de Dios, y con este nombre les
entraron los moros [en] algunos reinos de la
India para darles á entender la inmortalidad y de
idólatras tornarlos mahometanos. En Pomomia
hay un árbol que si cae su fruta en el agua se
vuelve ave como ánsares; y Eneas Silvio, que
después fue Pío lí, dice que en las islas Orea-
das, cerca de Escocia, hay destos animales. Y
en otras partes hay un árbol que se llama ca-
topa, que caídas las hojas dellos se hacen aves
que vuelan ; de la vena de en medio se forma el
cuerpo y cabeza, y de lo demás las alas y pies.
Lo más de lo que he referido lo he visto, y lo
que no en las mismas provincias y reinos me
lo han referido personas de fe dignas.
CAPÍTULO XX
De mucha diversidad de peces que hay en las
aguas y de los animales de la tierra.
Pues hemos tratado de las aves, razón será
no pasar de vuelo las maravillas que Dios ha
obrado en las aguas y tierra, y comenzando por
el agua digo que á todos es manifiesta la diver-
sidad de peces que hay, pues se dice ser tantos
como las aves y animales; y si consideramos
sus hechuras, coloi-es y gusto, es cosa donde
bien se conoce y ve la omnipotencia del Ha-
cedor.
Los atunes que en sí tiene el mar son mu-
chísimos; bastará para prueba dello el ver en
nuestra España que el gran Duque de Medina
Sidonia de su pesquería tiene más de ochenta
mil ducados de renta, y el de Arcos más de
veinte mil.
El pez llamado naval tiene cuarenta brazas
de largo; el barbaler, sesenta brazas; el rolder,
ciento y treinta. Hay también caballos y bue-
yes marinos, que todos éstos se ven en las costas
de Irlanda. Los caimanes de las Indias es cosa
para ver, pues hay algunos como un gran pino.
Las sicapes marinas y su fiereza es cosa parti-
cular. En el mar de la isla de San Lorenzo
hay unas culebras de grande largor, pues se ha
visto sacar fuera del agua tanto cuerpo hasta
estar más alta que un navio de seiscientas tone-
ladas y parecer que no había sacado la mitad
del cuerpo del agua. El peje espada lo crió Dios
con una espada en la frente de espinas, tan
fuerte que parece el alguacil del mar. Hay tibu-
rón que con sus colmillos se ha visto tronchar
una aldaba de las que tiene el navio al lado, á
do está asida la jarcia. Hay otro que se llama
dorado, el cual se sustenta de pájaros volado-
res, que son unos peces que vuelan, y es tanta
su ligereza que dando saltos los caza y [se]
sustenta dellos.
El delfín es fidelísimo, y así se dicen del mu-
chísimas cosas que hace en favor del hombre,
que de tantas son indecibles. Del pez remora
se dice que con ser de cuerpo no más que un
palmo, en la mayor velocidad de un navio, aun-
que vaya con viento en popa y todas sus velas,
se ase del y lo detiene. Entre todos éstos, el que
se lleva la gala es la ostra (') de las perlas, las
cuales ostras se sacan en la Margarita y en Ba-
lada, en el mar Bermejo y en la isla de Borno,
en Guachinchina y en otras partes, como queda
referido.
Hay otro pescado, que es la ballena, y es tal
que á quien no lo hubiere visto le parecerá duro
de creer, pues hay algunas mayores que los di-
chos, y es tan gruesa que parece un gran navio,
y se ha visto sacar de la gordura de una de-
cientas arrobas de aceite, y de sola lengua y
lomos hinchir veinte y dos pipas, pues su he-
chura espanta, y aquella agua que arroja por
dos caños que tiene en la cabeza, que parece
que la señaló el Señor para que se guarden
della; tiene á los lados dos bolsas tan gran-
des que caben muchas arrobas de pescado, y
con unos como garfios ó uñas de espinas que
tiene debajo, que no cesa de menearlos, va lla-
mando á sí todos los pescados, por grandes y
fuertes que sean, y los hace pedazos y los echa
en aquellas bolsas y de allí va comiendo, por-
que se dice que no puede tragar más de una
sardina, y para sustentar tan gran cuerpo le dio
la divina Sabiduría aquellas uñas y bolsas. Yo
he visto andar un tiburón cebado en gente, que
se guardaba del, y venir huyendo hasta dar en la
orilla casi en tierra, y de allí volver con aquel
temor y llamamiento y entrarse en las uñas de
la ballena, y lo despedazó en un momento.
Todas maravillas de la poderosa mano.
Viniendo á nuestra madre y centro, que es
O En la edición: hostia.
452
autobiografías y memorias
la tierra, y tratando de los animales della, dejé
para este lugar una fiera que vide en Cochin-
china, en las leoneras del Emperador, que era
la cabeza y cara, hasta los pechos, de mujer, y
lo demás de escorpión ; tenía tres brazas de
largo, y llamábanlo marichas ; dícese que la
trajeron de las montañas de los Laos, de la
provincia de langoma, y que hay muchas. Con-
sideré que el demonio, cuando engañó á nues-
tra madre Eva, fue en esta forma, y teiigo
para mi que por allí cerca debe de estar el Pa-
raíso Terrenal, como diré.
Vide en otro corral leones grandísimos y
diferentes de otros que había en otros aparta-
dos, que eran como los de acá. En otro corral
vide onzas, el pelo rojo y pintas negras, que
era muy de ver, y dijeron ser de la provincia de
Cancrilancaam. Vide abadas, elefantes y otras
fieras, como es la capa, que es como un jumen-
to, negra y fiera y sin pelo; el arnata, que es
como un lebrel con barbas de cabrón, y lo de-
más como jimia. Otro animalejo como zorra,
que se sustenta de hormigas, y es de ver que
en llegando al hormiguero saca una lengua de
media vara y las hormigas acuden y él ías va
tragando; y éstos los he visto también en Ve-
nezuela, el pescuezo, cerro y las piernas con
gran pelo, y lo demás sin él; deste pelo se ha-
cen colchas y otras cosas, que es muy bueno,
y para los colchones de los reyes; en Quivira
también los hay y es toda su riqueza.
Vide cebras del grandor de una muía, que se
dice ser más ligera que la onza; es remendada
y muy de ver, porque tiene listas negras, blan-
cas y leonadas de tres dedos; es hermosísima,
y se dice que en campo raso es como el elefante
fortísima, aunque los pasos largos del elefante
no hay animal en el mando que los dé; es tar-
do en dar la vuelta, y si da con los pies enojado
los entra en la tierra y así se dice que desarrai-
ga los árboles con ellos; están preñadas dos
años y viven ciento y cincuenta; es manso y no
hace mal sino á quien lo enoja. En el Pirú hay
unos carneros que los cargan como jumentos
y son de la hechura de camellos pequeños, un
pescuezo de una vara, la cabeza pequeña y ojos
muy grandes. Lo que es tratar de culebras y
sierpes sería nunca acabar, mayormente que
ha de ser casi increíble su grandor y fiereza,
pues hay serpiente que se traga un cebón, y
así, por ser materia tal, la dejaré; sólo digo que
Isidoro y Plinio dicen que en mordiendo una
sierpe á la persona no la recoge la tierra, como
enojada del desacato que hizo al Señor della;
y como tengo dicho, lo que yo no he visto lo
preguntaba en las provincias y reinos por don-
de pasaba dellos y de los comarcanos, y si hu-
biera de decir todo lo que escribía, así de las
cosas tocadas como de otras de leyes, costum-
bres, hierbas medicinales, minerales, ríos, plan-
tas y demás cosas, pudiera hacer otros muchos
libros de mayor volumen, que todo lo dejo.
CAPÍTULO XXI
En el cual se comienza á describir el reino del
Pirú, Tierra Firme, Chile y otras provincias.
La ciudad de los Reyes, por otro nombre y
apellido la de Lima, está en doce grados de la
Luna; es ésta la más principal del reino del
Perú, donde está la corte, porque en ella está
de asiento el Virrey y allí está fundada el
Audiencia y Inquisición, la iglesia Metrópoli,
la Universidad. El Virrey es Presidente de
aquella Audiencia, Gobernador y Capitán gene-
ral de su distrito y de las Audiencias de las
Charcas y de Quito en todo cuanto toca á go-
bierno, guerra y mercedes. Tiene cuarenta mil
ducados de salario, y en cuanto á guerra, ha-
biendo precedido junta de ministros y oficiales
Reales, libra en la caja d'^ Su Majestad; unas
veces despacha por Don Felipe y otras por su
nombre; goza en las iglesias de las honras que
la persona Real, sin faltarle otra cosa más que
el palio y la cortina.
En el Audiencia y Chancillería de Lima hay
Oidores, Alcaldes de Corte, dos Fiscales, Al-
guacil mayor y oficiales, un Tribunal de Con-
tadores mayores y otro de Jaeces oficiales Rea-
les; otro tocante á Cruzada, donde un Comisa-
rio que nombra el de España provee otros en
todos los Obispados, quitando la jurisdición á
los Ordinarios. Tiene distrito de la Audiencia
de Lima trecientas leguas, y por sufragáneos
los Obispos del Cuzco, Quito, Panamá, dos de
Cliile y Nicaragua.
Dos leguas de Lima de tierra muy llana está
el puerto del Callao, que es el más principal del
mar del Sur, donde se hallan los Virreyes á
despachar las armadillas con el tesoro que viene
á España, y en otras ocasiones de guerras y
socorros concurren muchos navios de todas
partes por la mar del Sur, y es muy grande el.
trajín, trato y comercio.
En la ciudad de la Plata, de la provincia de
los Charcas, está la Audiencia y Chancillería,
donde hay Presidente y Oidores, que también
son Alcaldes de corte. Fiscal y oficiales Rea-
les; está allí la iglesia Catedral con Arzobispo,
Deán y Cabildo. De los Charcas á Lima hay
trecientas leguas. Por ser el obispado de los
Charcas rico y grande y tener de renta treinta
mil pesos y más, lo dividió Sa Majestad,
con consentimiento y beneplácito del Pontífice,
haciendo del tres obispados : las Charcas,
Chuquiago y Santa Cruz de la Sierra, divi-
diendo también las rentas desta manera: que
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
453
el de los Cliarcas se quedó con quince, el de
Chuquiago con diez y el de Santa Cruz de la
Sierra con los cinco restantes. Hásele dado
título de Arzobispo al de las Charcas; por su-
fragáneos, Chuquiago, Santa Cruz de la Sie-
rra, el Tecumán y el Río de la Plata.
La villa de Potosí está diez y ocho leguas de
la ciudad de la Plata, donde está aquel cerro
que ha llenado el mundo de plata y de donde
se saca hoy couio el primer día, aunque con ma-
yor trabajo, porque está más en el centro de la
tierra el metal, á docientos estado? poco más
ó menos. Es el Potosí el lugar de más gente del
reino, así de españoles como naturales; los in-
dios iban antes apremiados y como de por fuer-
za á trabajar en aquellas minas, de cuarenta,
sesenta, ochenta, cien leguas, y de ciento y cin-
cuenta más y menos ; pero despue's que el famoso
Conde del Villar Don Pardo ordenó la libertad
y acrecentamiento de paga á los indios, está
todo con ventaja, como se dirá cuando escriba-
mos su memorable vida.
La buena cosecha de plata, y para que haya
mucha es necesario que comiencen las aguas
del cielo temprano antes de Navidad, porque
con ellas muelen los ingenios los metales; por
este tiempo va á Potosí el Presidente de las
Charcas ó un Oidor á dar ayuda á las molien-
das y á el buen avío con indios, para que por
el mes de febrero y marzo, que es cuando se
baja la plata de Potosí á Lima, haya buen des-
pacho, lo cual consiste en dos cosas: la primera
en las aguas (como ya tengo dicho) ; la segunda
en el azogue, porque con su beneficio se saca
mucha plata y sin e'l hay mucha cortedad. Al-
gunas veces ha salido tarde por falta de lo
dicho, y con la buena diligencia por tierra y
mar ha pasado del puerto de Ariza al Collao de
Lima, y de alií otra navegación á Panamá y
de Panamá á Puertobelo, donde están los ga-
leones de Su Majestad.
En la provincia de los Charcas está la villa
de San Felipe de Austria, minas de oro del
tiempo de Inga, las cuales se han beneficiado
de seis años á esta parte con la ayuda, favor y
industria de Don Manuel de Castro y Padilla,
Oidor de los Charcas, que ahora lo es de Lima,
y se ha sacado mucha cantidad de plata; esto
ha ido en diminución y con alguna suspensión
por falta de azogues, que es el principal fun-
damento para sacar la plata de los metales.
Otros dicen que quien había de fomentar y fa-
vorecer esta causa, dando indios para las labo-
res y beneficio de minas y ingenios, no lo hizo
por conservar á Potosí y que no se despoblase,
porque la riqueza de Oruro inquietaba á los de
Potosí.
La villa de Guacavélica, jurisdición de Lima,
es donde están las minas ricas de azogue y de
donde se ha sacado con gran abundancia más
de ocho mil quintales por año; de algunos á
esta parte han faltado por haberse derrumbado
algunos cerros y atajado y cegado la labor, lo
cual ha puesto en mucho cuidado á todo el
Pirú. El Marque's de Montesclaros, viendo un
daño tan general y tan importante sucedido
antes que entrase en el gobierno, fue á las di-
chas minas y con la diligencia que puso se ha
mejorado la labor y se va sacando, con espe-
ranzas que ha de volver á su antiguo ser.
La ciudad de San Francisco de Quito está
debajo de la línea equinocial ; es muy abun-
dante y de extremado temple; dista de Lima
trecientas leguas; está fundada en ella una
Chancillería, con Presidente y Oidores que
también son Alcaldes de corte; Fiscal, Algua-
cil mayor y oficialfs Reales; hay iglesia cate-
dral, Obispo y Deán y Cabildo, con colegio
seminario; tiene de distrito el Audiencia decien-
tas y sesenta leguas; tiene cerca de la ciudad
muchos volcanes de nieve y fuego, que están
compitiendo toda la vida; no se sabe de hambre
en esta tierra, y es donde va en mucho aumento
la generación de naturales y donde más fruto
ha hecho la evangélica predicación.
En la ciudad de Santa Fe de Bogotá, del nue-
vo reino de Granada, hay Chancillería, donde
el Presidente es Gobernador y Capitán gene-
ral, que tiene la mano en las mercedes, gobier-
no y justicia. Hay también Oidores [que] son
Alcaldes de Corte; Fiscal, Alguacil mayor y
oficiales. Hay también un Tribunal de Conta-
dores mayores y otro de oficiales Reales, y igle-
sia Metrópoli, Arzobispo, Deán y Cabildo. Hay
una «'lima particular que influye diferencias y di-
sensiones entre las cabezas, y de treinta y más
años á esta parte no se ven en el Audiencia y
en los Visitadores sino muertes, prisiones y es-
cándalos, y en todo este tiempo ha ordenado el
Consejo que se tome la visita de aquella Au-
diencia, enviando muchas personas á ello, y no
se han conseguido por las dichas muertes y
prisiones; tiene en su distrito el río grande de
la Madalena, por donde bajan á Cartagena, y
por allí suben las mercaderías y otras cosas ; en
su distrito hay muchas minas de oro y plata;
es tierra barata y de buen temple, y en la pro-
vincia de los Muzos son las minas de esmeral-
das (^), y tiene por sufragáneos los Obispos de
Popayán, Cartagena y Santa Marta. Pobló y
conquistó esta ciudad y todo este nuevo reino
de Granada el Adelantado Don Gonzalo Jimé-
nez de Quesada, natural de Granada.
En el reino de Tierra Firme está la ciudad de
Panamá, donde hay Chancillería, y el Presi-
dente es Gobernador y Capitán general. Hay
O En la edición: esmeraidas.
454
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Oidores, que son Alcaldes de corte; Fiscal y ofi-
ciales Reales. Hay iglesia Catedral, Obispo,
Deán y Cabildo; es tierra muy cálida y húme-
da; bate en el]a la mar del Sur, y es donde Alie-
nen las armadillas con el tesoro del Pirú, don-
de se desembarca y se lleva á Puertobelo, don-
de están los galeones, que hay diez y ocho le-
guas de una puente entre el mar del Sur y del
Norte del peor camino del mundo, y de Puer-
tobelo salen los galeones para Cartagena, y de
allí hacen su viaje á la Habana para España.
La ciudad de Cartagena es en e! reino de Tie-
rra Firme; es la primera tierra de las Indias
donde toman puerto los galeones que van de
España y donde descargan parte de las mer-
caderías que llevan, asi para la dicha ciudad
como para el nuevo reino de Granada, que se
llevan por el rio grande de la Madalena. Hay
Gobernador y Capitán general, con gente de
guerra y presidios para la guarda de la ciudad;
iglesia Catedral, Obispo, Deán y Cabildo, Jue-
ces [y] oficiales Reales. Hay por tierra pobla-
da hasta Chile mil y docientas leguas.
La isla de la Habana, que por otro nombre
llaman Santiago de Cuba, tiene trecientas le-
guas. Hay Gobernador, Capitán general, ofi-
ciales Reales, gente de guerra y de guarnición,
castillos fuertes. Hay iglesia Catedral, Obispo,
Deán y Cabildo. A este puerto de la Habana
vienen los galeones y flotas y navios de todas
las Indias á hacer sus matalotajes y á dar ca-
rena para hacer el viaje de alli á España; es
navegación de dos meses, más y menos, sin
tomar tierra, si no es cuando tocan en las Ter-
ceras, porque vienen en su demanda, y muchas
veces las pasan y reconocen á España. A trein-
ta leguas de la Habana comienza la canal de
Bahama, y sus grandes corrientes, muy peli-
grosa si en ella hay temporal por la pi'oa; de
la otra parte está la tierra de la Florida, donde
hay Gobernador y gente de guerra.
La isla de Santo Domingo, llamada la Es-
pañola, tiene una Cliancillería; el Presidente es
Gobernador y Capitán general ; gente de guar-
nición y castillos. Hay Oidores, que son Alcal-
des de Corte ('), oficiales Reales y otros mmis-
tros. Hay iglesia Metrópoli, con Arzobispo,
Deán y Cabildo; tiene por sufragáneos á los
Obispos de la Habana, Puerto Rico y Vene-
zuela; es tierra cálida y acabada de todo punto
de naturales; sírvense de negros. Los ingleses
y flamencos solían ir á rescatar con la gente
de la isla, y en discurso de muchos años no se
pudo remediar, hasta que Dios fue servido de
que se tomase en esto resolución, con mudar
unas poblaciones, y se han excusado muchas
ofensas de Nuestro Señor.
(') En la edición: Cortes.
El reino de Chile es muy largo y muy abun-
dante; tienen muy poco en él los españoles
respeto de los indios, que en las continuas gue-
rras de cincuenta años á esta parte están tan
platicados como los soldados de Flandes y mi-
den sus lanzas y espada con un español; ayú-
danse de todas las armas y de los mestizos que
se han pasado con ellos, y tienen gran suma de
caballos, y en un escuadrón ponen seis y ocho
mil hombres de á caballo. Hay un Presidente
del Audiencia, que es Gobernador y Capitán
general, Oidores y oficiales Reales; todo lo más
está reducido á guerra. Hay dos obispados, uno
en la ciudad de Santiago y otro en la Concep-
ción; la gente que se lleva de socorro «^-ada año
á Chile va de mala gana y forzada, porque no
tiene libertad de poder salir cuando quieren, ni
les dan licencias, y han pasado gran necesidad
en lo que toca á pagas y socorros, y la tierra es
muy pobre; ni crecen mucho más los que aquí
sirven que los de Flandes, porque son infinitos
los trabajos que pasan, el riesgo y desnudez,
mal comer y peores tratamientos, más cantidad
de enemigos y menos defensas. Confina con la
mar del Sur y con el estrecho de Magallanes, y
cuando algún pirata ha entrado por el estrecho
(que esto es con mucho riesgo y dificultad, per-
diendo mucha gente y navios por los trabajos
y temporales), la primera tierra que reconoce
es la de Chile, y de alli bajan al Pirú. Cuando
entran enemigos, como llegan rotos y desbara-
tados por la guarda, navegación é infortunios
del estrecho, van de paso robando á quien en-
cuentran en el mar, sin tomar puerto, y con
sólo sustentar á Chile no es poderoso el poder
del mundo contra el Pirú.
En la provincia de Tucumán,que es distrito
del Audiencia de las Charcas, hay Gobernador
y Capitán general, Obispo y iglesia Catedral;
es tierra pobre, muy llana, y todo se camina
en carretas; confina con tierra de Chile, y por
otra parte con el Rio de la Plata y Buenos
Aires.
La provincia del Rio de la Plata, por otro
nombre Buenos Aires, tiene un Gobernador y
Capitán general, iglesia Catedral, Obispo, ofi-
ciales Reales. El puerto del Río de la Plata es
en gI mar del Norte, donde acuden muchos na-
vios de Lisboa y del Brasil; desde Lisboa se
hace muy buen viaje y muy breve, y por no
descomponer la carrera de Indias no se da li-
cencia para navios y mercaderías. Del Río de la
Plata á Potosí y las Charcas [ha]y cuatrocien-
tas leguas ; confina con Chile por tierra, y deste
puerto se navega para el estrecho de Magalla-
nes, porque por la parte del mar del Norte
queda este rio mucho mayor que el Nilo y de
la otra parte es la mar del Sur, y la primera
tierra es Chile, si bien está de la otra parte la
TEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
455
tierra que abraza el Estrecho, que es tierra de
gigantes y donde se han visto nmclios.
En la provincia de Santa Cruz de la Sierra
está un Gobernador y Capitán general; base
becbo obispado, uno de los tres de la división
de las Charcas; está en frontera de indios de
guerra, unos llamados chiriguanaes y otros
mojos, que están de la otra parte de la cordi-
llera; el Obispo no ha ido á esta tierra ni ha
fundado catedral; es tierra muy pobre y con
las guerras se pasa muy mal, y están merecien-
do mucho los que aquí sirven, asi las cabezas
como los subditos.
En la gobernación de Popayán, que es entre
Quito y el nuevo reino de Granada, está un
Gobernador y Capitán general, iglesia Catedral
y Obispo; la tierra tiene minas de oro y pocos
naturales; está en frontera de indios de guerra,
que llamamos los pixaos.
CAPITULO XXII
Donde se hace relación de las cosas gent'rales,
sin tratar en particular .
En las Indias hay dos repúblicas que go-
biernan la una muy contraria á la otra. La pri-
mera la de los españoles, los cuales usan del
buen gobierno político de España y se ocupan
en la administración y beneficio'de sus hacien-
das, crianzas y labranzas, valiéndose para este
ministerio y traliajo de naturales, porque los
españoles en las Indias no aran ni cavan como
en España, antes tienen por presunción no ser-
vir en las Indias, donde se tratan como caba-
lleros ó hidalgos, y á penas se hallará un laca-
yo ni paje español, ni le ha podido sustentar
ningún personaje, sino sólo el Virrey por el
oficio que tiene. Aplícanse á mercaderes y tra-
tantes, y á tener tiendas de cosas de comer y
de ropa de Castilla y de la tierra, y á tratar y
contratar entre naturales, y á ser mayordomos
de haciendas y estancias, y en minas de oro, pla-
ta y ingenios; y la razón desto pienso que es
que como su propensión é inclinación los lleva
allá á enriquecer y á volver á España con ha-
cienda, aplícanse á los oficios y ministerios que
más comodidad tienen para ganarla.
La segunda república es de los indios, los
cuales han recebido con buenas muestras la pre-
dicación y enseñanza del santo evangelio, y con
devoción y puntualidad acuden á las iglesias á
ser enseñados y dotrinados y á todo lo que
toca al culto divino, en unas provincias más
que en otras, conforme al cuidado de los Obis-
pos y á los buenos ministros diestros en la pre-
dicación y en las lenguas maternas, que aunque
hay en el reino una general, que es la lengua
de Inga, el Rey que fue de aquellos reinos,
como entre nosotros la lengua latina, no sólo
han de sal)er e'sta los dotrineros, sino tambie'n
la materna de cada lugar, para poder confesar
y administrar, y como las provincias y tierras
son muchas y tan distantes, es un número in-
finito el que hay de lenguas.
Los indios es gente vil, de poco ánimo, poca
autoridad y acción y más miserables aún que
los judios; por maravilla hacen cosa por bien.
En algunas cosas se señalan, como es en el ce-
lebrar las fiestas de Corpus Christi, Pascuas y
días de San Juan con mucha alcsfría de bailes,
danzas, músicas y procesiones, y en los templos
usan de todas estas cosas para más solenizar
la fiesta. El Jueves Santo se disciplinan gene-
ralmente; sustentan bien sus cofradías, y el día
de los finados hacen general ofrenda de cuantas
cosas tienen en sus casas y en los campos. En-
tierran sus difuntos con ofrendas y misas. Con-
tra éstas tienen oti'as muy perjudiciales.
Son en general muy sensuales, mentirosos,
y lo peor que son muy viciosos en beber y em-
borracharse, sin tener esto por afrenta, para lo
cual procuran juntarse en partes ocultas, donde
están un día, dos y tres, y una semana y más
comiendo y bebiendo con más vicio que en Flan-
des, teniendo consigo sus mujeres y hijas para
que lleven las cosas de comer y beber y para
que á su tiempo los encaminen á sus casas, y
como allí están noches y días y pierden el jui-
cio, resultan grandísimos pecados, y es en lo
que más las justicias procuran poner remedio,
porque á la traza que los moros hacen las zam-
bras, asimismo están muchos días cantando y
bailando; dicen que son sufragios que hacen por
sus difuntos, y yo digo que es sacrificio infame
que hacen á sus cuerpos vivos, donde los estra-
gan y hacen promptos para toda maldad, como
tengo dicho.
En tiniendo los indios que comer y beber no
se aplican á trabajar hasta que se les acaba y la
necesidad les obliga, ó hasta que son compelidos
y apremiados de sus mayores para que cumplan
con los trabajos personales que tienen obliga-
ción . Todos cuantos oficios y artes hay usan
con mucha destreza, y el leer y escribir también;
no se les ha consentido estudiar. Entre los in-
dios son muy perjudiciales mestizos negros y
mulatos, por los malos tratamientos que íes ha-
cen , y aunque está prohibido todavía son los
que más los maltratan . La república de los in-
dios se va acabando, particularmente en las tie-
rras cálidas y en las partes donde hay minas,
por los trabajos que pasan, y en las sierras y
tierras frías van en aumento.
Los indios están obligados á pagar á sus
encomenderos cada un año cierto tributo de
plata, ropa y otras cosas, conforme á la tasa
456
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
que hacen las Audiencias, y á servir la mita (')
que es dos meses al año, en servicio personal
en la parte que les señala el Audiencia; lo uno
y lo otro pagan desde edad de diez y ocho años
iiasta cincuenta, porque antes ni después no
tienen obligación. El encomendero goza de
la renta y tributo que se le da por dos vidas
en remuneración de sus servicios, con cargo
que los ha de mantener en dotrina y ha de pa-
gar al dotrinero su estipendio, y al Corregidor
su salario, y el diezmo á la iglesia, que todo
está ordenado y declarado por las Audiencias
en la tasa que se les da.
Los indios se encomiendan por dos vidas,
porque desta manera se capituló con los anti-
guos, y se entiende la primera vida de la per-
sona en quien se encomienda el repartimiento
de los indios y la segunda del hijo ó hija ma-
yor que en él sucede, y á falta la mujer; des-
pués de cumplidas estas dos vidas vuelve á Su
Majestad, tómase en su nombre la posesión y
sj mete en su Real caja hasta que se encomien-
da á otra persona, y esto toca al Virrey en
todo lo que vaca en su distrito y á los otros Go-
l)ernadores y Capitanes generales en su juris-
dición, si ya no es que por el Consejo se enco-
miendan, para lo cual previene en repartimien-
tos de importancia con cédulas de afectación,
con lo cual el Virrey y Gobernador no pueden
disponer de aquel repartimiento, por estar afec-
tado; Su Majestad y el Consejo hacen merced
por algunas vidas más á los hijos y nietos de
conquistadores, usando en esto de su clemencia.
Las contrataciones y granjerias de Corregi-
dores entre los indios están muy prohibidas,
por ser tan contrarias y perjudiciales á su con-
versión y dotrina, porque de ordinario los ocu-
pan en hacer ropa y en otras obras y trabajos
personales para los Corregidores, faltándoles el
tiempo para hacer sus obras y cosechas para
pagar sus tributos, que es causa de huirse y
ausentarse de sus pueblos y de venir á cargar
en los que quedan, no sólo el trabajo personal,
sino también pagar el tributo por los ausentes.
El Consejo y los Virreyes han hecho leyes y
ordenanzas, las cuales juran ante todas cosas
de guardar y cumplir.
Es ordenanza de las Audiencias que cada un
año salga un Oidor á visitar su distrito para
visitar los repartimientos de indios y ver cómo
están tasados y qué tributos pagan, y si pue-
den pagar más ó menos, conforme á los frutos
naturales é industriales que tienen, y también
para excusar un agravio general, de que no
paguen los vivos por los muertos, ausentes y
impedidos y viejos por mozos, como para des-
hacer los agravios que reciben de españoles, y
(') En la edición: mitad.
para entender cómo son dotrinados y enseña-
dos, y castigar los pecados públicos. El virrey
por gobierno suele enviar personas que visiten
los obrajes y comunidades, y para que desagra-
vien los naturales, y á la audiencia de Quito
envió el Marqués de Montes Claros al capitán
Don Diego Vaca de Vega, persona de satisfa-
ción é inteligencia para todo.
Es cosa para considerar el gran número de
mestizos, hijos de españoles y de indias, que
hay en aquella tierra, vagamundos, gente per-
dida, que no se aplican á servir ni á deprender
oficios mecánicos. Supuesto que la ociosidad es
madre del vicio, sería negocio muy importante
que fuesen compelidos á que trabajasen y se
ocupasen ó en la agricultura ó en usar oficios
públicos, porque demás de que en su ocupación
se pueden divertir de malas inclinaciones que
tienen vagamundos, en tierras tan nuevas sería
buen gobierno de las repúblicas tener más ofi-
cios y oficiales, como para el acrecentamieíato
del reino y de sus moradores. No trato de mu-
chos virtuosos eclesiásticos y seglares que se
ocupan en ministerios honrados, porque éstos
están mereciendo y obligando.
Tiene Su Majestad ordenado que las perso-
nas de las Indias que tuvieren pretensión, pi-
dan en las Audiencias y hagan sus probanzas
con citación del Fiscal de sus méritos, calida-
des y servicios, y que la Audiencia haga infor-
mación de oficio, secreta, con las personas que
le pareciere de más calidad y confianza, para
saber los servicios de aquellas personas, y si
han deservido á Su Majestad en alguna oca-
sión, conforme á lo cual envía el A udieucia pa-
recer secreto y cerrado al Consejo de la merced
que se debe hacer á las tales personas, conforme
á lo cual el Consejo consulta á Su Majestad en
la forma que le parece. Los que vienen de las
Indias á España á pretensiones caminan por
tierra y mar tres mil leguas, mudando muchos
temples, con mucho riesgo de la vida y con ex-
cesivo gasto de la hacienda.
El Concilio limonse del año de ochenta y
tres, action 3, cap. II, que está confirmado por
Su Santidad y mandado ejecutar por Su Ma-
jestad, manda que donde hubiere docientos in-
dios triuutarios, que con parientes, hijos y mu-
jeres son mil ánimas, se ponga dotrina de un
sacerdote, y esto se va cumpliendo en algunas
provincias, que es muy necesario.
De ordinario vienen frailes de las Indias
para llevar religiosos á costa de Su Majestad,
y es parecer de muchos Obispos que el Consejo
haga con los padres de la Compañía de Jesús
que vayan en cada flota muchos, porque son
grandes obreros de la viña del Señor y de
quien más se han ayudado los Obispos para la
predicación, dotrina y enseñanza de los natu-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
45;
rales, y á quien más siguen, asi los naturales
como españoles, en sermones yeonfe^ones, por
el celo con que se aplican á la conversión de los
indios y á la enseñanza y educación de los hi-
jos de españoles, y con la facilidad que depren-
den la lengua y el fruto copioso que han hecho
en todas las partes donde están. No quiero por
lo dicho excluir del merecimiento grande que
todas las demás religiones tienen en este mi-
nisterio de reducir almas á Dios, pues todas
ellas son tan provechosas y ha habido varones
tan perfetos y de importancia.
CAPÍTULO XXIII
Donde se trata en particular de los obispados
y otras muchas cosas concernientes á su go-
bierno.
Las rentas eclesiásticas de los obispados, las
decimales se hace una gruesa y se reparte en
cuatro partes. La primera pertenece conforme
á las erecciones al Obispo, y ia segunda al Deán
y Cabildo, la cual se reparte por el orden acos-
tumbrado, que al Deán le tocan al respeto de
ciento y cincuenta, y á las dignidades de ciento
y treinta, y á los Canónigos de ciento. De
las otras dos partes de las dichas cuatro de
la gruesa se hacen nueve partes, que llaman los
novenos: los dos primeros pertenecen á Su Ma-
jestad, de que suele hacer merced á las Cate-
drales para sus obras; tócale noveno y medio á
la fábrica, y otro noveno y medio á los hospi-
tales; los cuatro novenos restantes se gastan
en pagar el estipendio á los curas de la Cate-
dral, sacristán, músicos, organistas, ministros
y servidores de la iglesia: los residuos se apli-
can para la fábrica; todo se piaga por libra-
miento de los Obispos.
Una de las cosas más necesarias y importan-
tes á los naturales sería que hubiese en la ca-
beza de cada obispado seminarios de hijos de
caciques y de los indios más principales, para
su policía natural y sobrenatural y para su con-
versión, y de allí resultará mayor conocimiento
y amor del santo Evangelio, mayormente si se
encomienda su crianza y enseñanza á los padres
de la Compañía, porque tienen particular don
de Muestro Señor para este ministerio. La fun-
dación y lo necesario para el sustento puede
salir de las haciendas de comunidades, ó de los
mismos caciques, sin que sea necesaria la ha-
cienda de Su Majestad, pues no le falta en qué
gastarla.
Los ol)ispados del Cuzco, Lima y Quito
son muy grandes y están muy derramados y
esparcidos; son de malísimos caminos, que es
imposible podellos gobernar y rodear un solo
prelado. El de Cuzco tiene más de docientas
leguas, y de ancho más de setenta; el de Lima
tiene otro tanto; el de Quito otro tanto y más,
y por esta razón los Obispos de las Indias
han escrito á Su Majestad y al Consejo cuán-
to conviene dividirlos y partirlos, mayormente
que son ricos, y á cada uno les vendrá á que-
dar á veinte mil pesos. Y por ser cosa de go-
bierno no me quiero detener en esto, pues mi
intento no es ese, sino dar una relación de
todo lo de aquellas partes.
Siendo de derecho divino y positivo que to-
dos los cristianos paguen diezmos de las frutas
que Dios les da, de sus labores y crianzas, los
indios está ya en costumbre de pagarlos en las
más provincias y obispados los diezmos, ó la
mitad dellos, aunque lo dejan á su voluntad,
que monta tanto como decirles ({vlq no los pa-
guen, por ser gente tan bárbara; convenía man-
dar que se guardase la costumbre y que gene-
ralmente se cobren de los indios, como se co-
bran de los españoles, con lo cual las cosas de
la iglesia y el servicio del culto divino irá en
mayor crecimiento y aumento.
Los Concilios provinciales se celebran en el
Perú de siete en siete años, para lo cual con-
voca el Metropolitano á los Obispos, y cami-
nan por tierra y por mar cuatrocientas y seis-
cientas leguas de tales caminos, que no son
para coches ni literas; van con mucho trabajo,
costa y riesgo.
De algunas partes de las Indias se ha pedido
Universidad, y en especial por el Obispo de
Quito, por estar aquella ciudad trecientas le-
guas de la de Lima y tener en su comarca mu-
chas tierras, y en particular las gobernaciones
y provincias desde Quito á Tierra Firme y el
nuevo reino y ser tierra muy sana, de buen
temple, muy á propósito para estudiar y tra-
bar, y la más barata del reino de mantenimien-
tos, y cuando no se fundasen todas las ciencias,
han pt dido á lo menos la gramática, artes, teo-
logía, casos de conciencia y la lengua de los
indios, que con cuatro ó cinco mil ducados de
renta en indios que vacaren en aquella provin-
cia se podría sustentar todo lo dicho.
El Virrey Don Francisco de Toledo, cuando
fue al reino del Pirú, llevó orden de Su Majes-
tad para en las ocasiones de consideración, así
en paz como en guerra, á las personas que lo
merecieren honi arlos con hábitos de las tres
Ordenes, para que así los de aquellas ciudades
más principales de Lima, Quito, Cuzco, Char-
cas, la Paz y Potosí y de todo lo demás prosi-
gan con sus obligaciones y los demás se ani-
men por esta honra á servir y merecer tanto
honor, pues es cierto que el premio espolea á la
virtud.
Del estado eclesiástico, así en frailes como
en clérigos, hay muchos y buenos sujetos para
458
autobiografías y memorias
todo, donde se profesan muchas letras y virtu-
des, y aunque de ordinario parece cosa tosca en
razón de ciencias, en tratando de Indias, pero
es para los que no lo han visto, porque es bien
cierto hay muchos letrados insignes, así en cá-
tedra como en pulpito.
CAPITULO XXIV
De la grandeza, riqueza y gran cristiandad
de la Nueva España.
Para tratar ahora de nuevo de la riqueza,
grandiosidad y cristiandad mucha de la Nueva
España sería necesario alargarme más que del
Pirú, por ser los naturales de mayor inclina-
ción, más dóciles y hábiles que los del Pirú,
pues se ve en las cosas que de allá se traen, y
sean ejemplo las imágenes de pluma (como
queda dicho) que por admiración se deben mi-
rar; y tengo para mí que lo que es obra de ma-
nos humanas es la más subida de todas, porque
de sólo pluma, sin añadir colores, se hagan ros-
tros, y con tanta perfeción, si se mirase por
menudo, admiraría, y casi sería increíble con
verlo. Pues decir que tanta tierra, reinos y
provincias y tanto número de gente lo conquis-
tase con tan poca gente española aquel escla-
recido Príncipe Hernán Corte's, también es de
admiración, aunque sabida su gran cristiandad
y celo del servicio de Dios y de su Rey, cosa
es llana, que el Todopoderoso lo allanó con su
divino querer. Y así digo que Méjico es lo pro-
pio que Lima en todas las cosas referidas della,
aunque es tres veces más grande y sumptuosa,
aunque no tan rica. El Virrey y Audiencia go-
biernan su distrito, que es muy grande. Tiene
otras ciudades de españoles muy buenas, como
lo es la Puebla de los Angeles y otras, que su
distrito es de muchas leguas y coge muchas
provincias, como son esta de Méjico, que es la
principal; Honduras, Campeche, Chiapa, Gua-
jaca, Mechoacan, Nueva Galicia, Nueva Viz-
caya, Guadiana, Gnatimala y otras muchas,
que por huir prolijidad no las refiero, mas de
que todas las más son muy pobladas y fértilí-
simas y l)aratas, como he referido en el capí-
talo V del segundo libro.
En Gnatimala hay Audiencia Real, y su
Presidente es Gobernador y Capitán general,
y encomienda indios, y los Oidores son Alcaldes
de Corte. Hay oficiales Reales, Obispo y Cate-
dral, Deán y Cabildo, y coge su distrito esta
provincia y otras, y es tierra buena y muy ba-
rata, y lo propio que Méjico, como asimismo
dejo referido en el segundo libro.
En Gelisco hay Audiencia Real, lo propio
que en Gnatimala, con Presidente y Capitán
general, que encomienda; tiene Oidores, que
asimismo son Alcaldes de Corte, Obispo y Ca-
tedral, y todas estas Audiencias y lo demás
dcstas provincias es como lo referido.
Las gobernaciones de Jamaica, Veragua y
Nicaragua y otras tienen Gobernador y Capitán
general, Caja y oficiales Reales, á modo de la
gobernación de Popayán. Hay minas en unas
partes de oro, que son las más ordinarias, y en
otras de plata y otros metales, como queda to-
cado. Es tan larga la travesía y poblado de la
Nueva España como el Pirú, y más ancha. Hay
infinitos naturales cristianos, y otros descubier-
tos á pique de conquistarlos, como es el Nuevo
Méjico, y otra infinidad de provincias vistas y
descubiertas, y por ver y descubrir más de la
mitad. Digo desta república de naturales lo
propio que en la del Pirú, de la de los españo-
les asimismo, y en el Pirú y Nueva España y
todo lo demás se rige, gobierna y sustenta con
siete brazos ó ramos seculares,, que hacen un
cuerpo místico, siendo la cabeza nuestra santa
fe católica, que son: Estado, guerra, hacienda,
gobierno, justicia, mercedes y gracias y patro-
nazgo Real.
En el Consejo Real de las Indias se trata en
general y en particular de todas las materias
que distintamente están repartidas en los otros
Consejos de Su Majestad, porque de aquella
misma calidad las hay en los reinos y provin-
cias de las Indias, cuyo conocimiento y despa-
cho está reducido á este Consejo Real de las
Indias. Y así las que tocan á razón y consejo
de Estado, como son la conservación, seguri-
dad y amplificación y acrecentamiento de las
Indias, las nuevas conquistas, las nuevas impo-
siciones de derechos, la perpetuidad de las ren-
tas y encomiendas de las Indias, tomando for-
ma y asiento con los encomenderos que las
tienen lo que toca á la Agricultura, el servicio
particular de los indios, que es una de las cosas
más graves de aquel reino. Los negocios to-
cantes á la guerra (en que concurren algunos
del Consejo de Guerra de Su Majestad), para
proveer ejércitos, armadas, presidios, guarni-
ciones, Generales, Almirantes, maestres de
campo. Capitanes y otros oficiales por la tie-
rra y por la mar, así para las conquistas como
para la guarda de las Indias y sus fronteras, y
para la seguridad de las navegaciones de ar-
madas y flotas de la carrera de Indias, y para
tratar de las continuas guerras que en algunos
reinos y provincias están trabadas con los na-
turales, como son en el reino de Chile, en la
gobernación de Santa Cruz de la Sierra con
los indios mojos y chiriguanaes, y todo lo que
está de la otra parte de la cordillera que está por
descubrir y conquistar; en la provincia de las
Esmeraldas y provincia de Cucumbios, en la
provincia de Quito y en los indios llamados pi-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBADLOS
459
xaos de la gobernación de Popayán, y los que
llaman caribes, del nuevo reino de Granada;
los enemigos que pueden infestar la mar y los
ptiertos con sus armadas y navios.
La materia de Hacienda bien se sabe cuan
fértil y abundante es la cosecha, pues de las
Indias se traen cada año diez y doce millones
para Su Majestad y particulares, en oro, plata,
perlas, esmeraldas, cueros, azúcares, cochinilla,
palo, zarza, jengibre y otras cosas de mucho
valor .
Los miembros en que consiste la renta de Su
Majestad, que tiene en las Indias, de que hay
libros y cuenta en sus cajas Reales, son diez,
en esta forma : los quintos de plata y oro y
fundidor mayor, las alcabalas á dos por ciento,
las rentas de tributos de indios, oficios ven-
didos, la Cruzada, almojarifazgo, los azogues,
las penas de Cámara, los novenos de las ren-
tas eclesiásticas, extraordinario. En los nego-
cios de gobierno tiene el Consejo muy grande
ocupación y trabajo, porque casi todas las cau-
sas que vienen so)i desta materia, asi eclesiás-
ticas como seglares, sobre que todos escriben
infinitamente y se gasta mucho tiempo en ver
tantas cartas y en proveer de remedio, con tan
singular cuidado, con tantas ce'dulas, provisio-
nes y ordenanzas, que por ser tantas ha causado
contradición, por lo cual el Consejo ha preten-
dido hacer una recopilación á la traza que en
Castilla la de las leyes, y aunque lo comenzó
N. de Encinas y se imprimieron cuatro libros,
después acá lo ha hecho con más consideración
é inteligencia y estudio el licenciado Zorrilla,
Oidor de Quito.
En las causas de justicia vienen al Consejo
las visitas y residencias que por su mandado se
han tomado á Virreyes, Presidentes, Oidores,
Ministros -y oficiales de las Audiencias, y á Go-
bernadores, Capitanes generales, Corregidores,
y de lo tocante á hacienda Real , á oficiales
Reales, Fatores, Tesoreros y Contadores, y las
causas que vienen por segunda suplicación, y en
grado de mil y quinientas, y otros pleitos, y las
causas tocantes á encomiendas y repartimientos
de indios, los cuales, conforme á la ley de Mali-
nas, se comienzan en las audiencias, donde se
oye á las partes y se reciben las probanzas, y la
causa conclusa, citadas las partes, se remiten
los originales al Consejo, donde se determinan
conforme á justicia.
Trátase de todo cuanto toca á mercedes y
gracias, porque en el dicho Consejo se proveen
Virreyes, Presidentes, Oidores, Alcaldes de
Corte, oficiales y todos los ministros y oficia-
les de las Audiencias de las Indias, Gobernado-
res, Capitanes generales y los Corregidores que
en el Consejo hay costumbre de proveer (por-
que otros tocan á los Virreyes); asimismo las
ADTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. — 40
administraciones y otros oficios de justicia y
pluma, y oficiales Reales, las encomiendas y
rentas de indios, los Arzobispos, Obispados,
Deanes y Cabildos, y prebendas de todas las
iglesias Catedrales y otros beneficios de españo-
les y naturales, como es costumbi'e en el Con-
sejo; otras mercedes y ayudas de costa, como
son hábitos de las tres Ordenes de Santiago,
Calatrava y Alcántara, consultando á Su Ma-
jestad las personas y méritos de quien ha ser-
vido, y títulos de Adelantados y Mariscales y
otros.
Las causas tocantes al patronazgo Real se
tratan y determinan en el dicho Consejo, por
ser Su Majestad patrón de las Indias y tocarle el
patronazgo como conquistador dellas, y por los
breves y bulas apostólicas; y todos los beneficios
y dotrinas que se proveen en las Indias, así en
clérigos como en regulares, ha de ser conforme
al patronazgo, y [en] las fundaciones de iglesias,
monasterios, parroquias y hospitales, los Obispos
ponen editos, y de los que se oponen presentan
á dos ante el patrón, que será el Vin-ey, Presi-
dente ó Gobernador de cada provincia, para que
escoja y nombre el uno amovile ad nutum y no
en título perpetuo, porque esto se reserva para
Su Majestad y el Consejo, y al nombrado se da
título. Vense en el Consejo las bulas y breves
y todos los despachos de Roma, y no se puede
usar dellos en las Indias sin que estén colados
por el dicho Consejo, y en otra manera se su-
plica y no se cumplen hasta informar á Su San-
tidad.
Para que concluyamos con todo este itinera-
rio, y dando la vuelta de Indias y volviendo á
nuestra España, digo que para ver de cerca la
grandeza de las Indias no hay más que ver la
Casa de la contratación de las Indias que hay en
Sevilla, que por allí se verá su grandeza de ha-
cienda, pues en ella hay Presidente, Tesorero,
Contador, Fator y Oidores y Fiscal, que todos
son jueces y oficiales. El Presidente tiene á su
cargo el despacho de los galeones, flotas y ar-
madas y navios de aviso que van á Indias, con-
forme al orden que se le da, y estando impedido
acude á esto uno de los demás conforme le nom-
bran. Hay Contadores de la avería y otros mi-
nistros y oficiales.
En cada año se despachan siete ó ocho ga-
leones para Tierra Firme con algunos pataches
para traer el Tesoro de las Indias; llevan Gene-
ral, Almirante y Capitanes de infantería y de
mar, y un tercio de infantería, sin la gente de
mar, que esto es conforme al porte de cada ga-
león, muy bien armados y artillados.
Cierro nuestro discurso con tres adverten-
cias: la primera, qiie el mejor tiempo para na-
vegar galeones y más á propósito para ir y vol-
I ver es por febrero ó en todo marao.
460
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
La segunda, que las flotas para Tierra Firme
el mejor tiempo es las brisas de enero, 6 por lo
menos un mes antes que partan los galeones,
para que haya tiempo para vender sus carga-
zones para recoger.
Lo tercero, que el viaje de los galeones es
salir de la barra de Sanlúcar ó bahía de Cádiz,
y se va á reconocer las islas de Canaria y de
allí navegan hasta reconocer las islas de la Do-
minica y Matalino, que son desiertas, y donde
hay algunos indios de guerra; allí toman re-
fresco de agua y se prosigue en demanda de la
Tierra Firme hasta tomar puerto en Cartage-
na, que es la primer tierra poblada de Tierra
Firme, y de allí se prosigue el viaje á Puerto-
belo y á las demás partes, como ya tengo refe-
rido, por haberlo andado, aunque con muchos
peligros y trabajos, que á todo eso se pone el
que navega y anda por los mares; pero de todos
ellos me libró la Majestad del Señor, como le
suplicaba siempre humildemente por medio de
su Santísima Cruz, de quien de ordinario he
sido devotísimo, obligándome cada día con nue-
vos favores y mercedes, en retorno de lo cual me
ha parecido, no siéndole ingrato, sacrificarle mis
trabajos, y así escribí el libro de sus Triunfos.
Todo lo cual ruego al Señor sea para su santo
servicio y exaltación de su santísimo nombre (^).
(') De la edición que reproducimos del Viaje del mundo hay ejemplares que difieren en las portadas; éstas
dicen asi:
Viage I del mvndo. ] Hecho y conipvesto por el | Licenciado Pedro Ordoñez de Ceualloa, natural de | la
insigne ciudad de laen. | Contiene tres libros | Dirigido a Don Antonio Davila | y Toledo, sucessor y mayo-
razgo en la casa de Velada. | (Escudo del mecenas.) Con privilegio. | En Madrid, Por Luis Sánchez,
impresaor del Key N. S. ! Ano M. DC. XIIII.
Viage I del mvndo. | Hecho y compvesto por el | Licenciado Pedro Ordoñez de Ceuallos, Canónigo | de ]a
Santa Yglesia de Astorga, natural de la | insigne ciudad de laen. | Dirigido a Don Antonio Davila y | Toledo,
Marques de S. Roma, sucessor en la casa de Velada. | (Escudo del mecenas.) Con privilegio | En Madrid,
Por Luis Sánchez, impressor del Rey N. S. | Año M. DC. XVI.
En ambos ejemplares se lee al final: En Madrid, | Por Luis Sánchez, impressor del | Rey nuestro Señor. |
Año M. DC XIIIL
De este libro se hizo otra edición en el año 1691, y es la siguiente:
Historia y viage | del mundo | del Clérigo agradecido | Don'Pedro ) Ordoñez de | Zevallos, l natural de
la I insigne civdad de Jaén, ¡ á las cinco partes de la Europa, África, | Asia, America y Magalánica, con j el
Itinerario de todo. 1 Contiene tres libros. | Con licencia. | En Madri.d: Por Jvan Garcia Intanzon, | Año de
1691. I A costa de Francisco Sazedon, Mercader de libros. — 432 págs. en 8.° á dos columnas, mas seis hojas de
prels. y cuatro de Tabla.
FJN
APÉNDICES AL VIAJE DEL MUNDO
HISTORIA DE LA CIUDAD DE JAÉN
POR EL MAESTRO
BARTOLOMÉ JIMÉNEZ PATÓN (i)
[y el licenciado
PEDRO ORDÓÑEZ D.E CEBAL_L_OS]
CAPITULO XXXVII
Del Jarnotío soldado y sacerdote Don Pedro
Ordóñez de Ceballos, primer auctor desta
historia.
En el prólogo di la razón por qué habiendo
comenzado esta obra (por haberla prometido
en otras suyas) el famoso soldado y sacerdote
Don Pedro Ordóñez de Ceballos, hijo desta
ínclita ciudad de Jaén, no pudo acaballa, y las
causas que me obligaron á continualla, llegán-
dola á la perfección que me fuese posible; paré-
ceme que ninguna terna si dejase en silencio
algunas cosas de las deste prodigioso, heroico
y señalado varón; porque aunque en el Viaje
que del mundo hizo y compuso dijo lo más de
su vida, y otras cosas tocó en los Triunfos de
la Santísima Cruz y en el tratado de las Rela-
ciones del Oriente (que podrá ver el aficionado
á esta lección), me parece que estarán muchos
con deseo de saber el estado que hoy tienen
O Historia de la antigua y continuada nobleza de
la ciudad de Jaén, muy famosa, muy noble y muy
leal, guarda y defendimiento de los Reinos de Es-
paña. Y de algunos varones famosos, hijos della.
Dirigido al illustríssimo Señor Don Alonso de la
Cueva, primer Marques de Vedniar, Cardenal de la
Santa Iglesia de Koma. l'or el Maestro Bartolomé
Ximenes Patón, Secretario del Santo Oficio. — Año
1628. — Con privilegio. — Imprcsso en Jaén, por Pedro
de la Cuesta. En 8.°; 249 folios, más 12 de prelimi-
nares
Este libro fue empezado á escribir por Pedro Ordó-
ñez de Ceballos y acabado por Jiménez Patón.
sus cosas y algunos sucesos que de industria
pasó por alto y sonarán mejor repetidos de
boca y pluma ajena (aunque sea la mía) que
de la propia. Y pues el asunto principal desta
historia es celebrar la nobleza desta ciudad y
reino, y los famosos hijos que en ella han
nacido y criado, así eclesiásticos como seglares,
¿quién más digno de celebridad y alabanza que
este hijo natural della y de quien ambos esta-
dos pueden hacer estimación?
Sumando, pues, lo que en sus libros dijo, él
nació en Jaén, de padres cristianos y principa-
les; dende nueve años hasta diez y nueve ó
veinte se crió en Sevilla, casa de un tío suyo,
donde estudió Latinidad y Artes, en que se
graduó. Por las causas que allí dice se embarcó
al amparo de Don Juan de Cardona, General de
las galeras de España en aquella sazón, el cual
dende sus principios le favoiTció y honró, ha-
ciéndole primero alguacil Real de las galeras,
y luego su alférez y después capitán. En Car-
tagena de las Indias salió contra negros cima-
rrones y los venció, prendió y apaciguó aquella
tierra y caminos. Fue capitán contra navios
de la Rochela y echó uno á fondo. En la jor-
nada de Uraba (*) y Caribana fue Maese de
Campo, y llevó treinta y seis hombres y seis
negros suyos y socorrió el Real con comida y
municiones, en que gastó más de seis mil duca-
dos. Visitó las guarniciones do Antioquía y
Popayán, donde fue Gobernador, y en el inte-
(') En el original; Braba.
462
autobiografías y memokias
rin apaciguó aquella tierra de los indios pijaos,
que la tenían oprimida, y socorrió otro capitán
en los sutagaos, que lo tenían cercado, y se
pobló la ciudad de Alta Gracia. Estas hazañas
por mayor y otras innumerables por menor
hizo en más de treinta años que fue seglar
despue's de salido de Sevilla. Habiéndose orde-
nado de sacerdote fue cura y vicario de la ciu-
dad de Pamplona, y Visitador general en el
nuevo Reino de Granada, Después hizo un
viaje dende la Nueva España á la China, y
junto á la isla de Ladrones descubrió una isla
de españoles perdidos, donde hizo gran servi-
cio á Dios. En los reinos de Cochinchina, donde
fue preso, enseñó y baptizó una hermana del
Rey, que era Reina de Champaa, y otros Vi-
rreyes, capitanes y otras gentes, y por ello
estuvo condenado á mueite y lo desterraron.
Rescató navios de cristianos y les dio libertad,
aunque le fue mal agradecido. De vuelta peleó
con turcos y con ingleses, de donde salió
herido. Por Buenos Aires volvió al Pirú, y en
la provincia de Quito, por mandado de la Real
.Vudiencia, entró en la de los Quijos, que esta-
ban rebelados, y pagó la gente á su costa y
los apaciguó, y de los de guerra, omaguas y
otras naciones sacó más de quince mil, y los
vistió por ser gente desnuda, enseñó, baptizó,
pobló doce pueblos dellos, y de los que se cau-
tivan unos á otros rescató muchos y les dio
libertad, enseñó, baptizó y pobló. Y por ser
tierra de guei'ra, montuosa y de á pie, con lodos
y aguaceros, pasó grandes trabajos y sacó dos
enfermedades que le duran hasta hoy. En esta
tierra gastó de su hacienda más de veinte mil
ducados. Después fue cura y vicario de la pro-
vincia de Pimampiro, donde enseñó y baptizó
mucha gente, y dio á las iglesias cantiosas
limosnas. Todo lo cual consta y parece por
cuatro informaciones de oficio y parte, y cuatro
pareceres de la Real Audiencia, Obispo y Pro-
visor de Quito, Gobernador y Capitán general
de los Quijos, y los Consejos Reales de Cas-
tilla y de las Indias, que han visto sus pape-
les y le han mandado poner en el memorial
con partes y servicios. Ha compuesto tres
libros y los ha impreso con privilegio de Su
Majestad: El viaje del mundo; ha andado (})
por él mil y ciento y treinta mil leguas (f^ic);
Los triunfos de la Santísima Cruz, y Tratado
de las relaciones verdaderas de aquellos reinos
del Oriente; y comenzó esta Historia y no la
pudo acabar por sus grandes enfermedades,
como se ha dicho.
Este es el epílogo abreviado, lector amigo,
de las grandezas que verás impresas, y así de
las hazañas del soldado seglar sólo referiré
(') En el original: han dado.
una, que aunque la prometió para otra ocasión
se ha estado hasta ahora en silencio. Para lo
cual importará advertir que, habiéndose con-
certado los Gobernadores de Cartagena y Santa
Marta en sus asientos y conveniencias, deter-
minaron enviar á las provincias de Uraba y
Caribana, valles de Tolú, María y Antona,
trecientos soldados á su conversión y con-
quista, nombrando por General desta gente á
Don Diego Carvajal, caballero muy práctico,
bien entendido y ejercitado en la milicia de las
Indias. Estando las cosas bien dispuestas para
esta jornada, el Gobernador de Cartagena le
pidió á Don Pedro Ordóñez Ceballos con ins-
tancia y encarecimiento grande que no faltase
al servicio de Su Majestad en esta ocasión,
porque sería en ella de grande importancia su
persona, por la noticia particular que tenía de
aquella tierra, y habiéndole representado cau-
sas legítimas que entonces tenía, del avío de
otra jornada á la Laguna de Maracaybo, no
menos importante, le halló excusado justa-
mente. Partió el General á lo determinado, en
que hubo diferentes acaecimientos, porque como
la tierra era poco conocida de los españoles les
hacían los indios algunos asaltos en lugares
aventajados, con que (') muchas veces los po-
nían en cuidado, y no era el menor el de los
mantenimientos, porque los indios los retiraban
la tierra adentro, de que tenían aviso los Go-
bernadores y de la extrema necesidad en que se
veían por la falta de la comida. Esto obligó al
de Cartagena á pedille á Ordóñez Ceballos
más apretadamente que fuese á este socorro, y
él viendo consideradamente el gran servicio
que á Dios y al rey se le haría, nombrado (para
más obligalle) Maese de Campo por el Gober-
nador, atropellando algunos inconvenientes, se
determinó á ir á esta jornada, y deseando hacer
servicio más hxcido, llevo á su costa treinta y
siete soldados españoles y seis negros suyos
(como se repitió en el epílogo) y los manteni-
mientos y cosas necesarias, en que gastó (como
se dijo) más de seis mil ducados. Habiendo
llegado con este socorro á Tolú, donde tuvo
nueva de la grande necesidad de los españoles,
y que estaban cercados y que parecía imposi -
ble poder pasar por estar los ejércitos de los
indios de por medio, y encomendando el nego-
cio á Dios, por intercesora la Virgen santí-
sima, con invocación de la Santísima Cruz,
ofreciendo sufragios prometidos por las bendi-
tas ánimas de Purgatorio (cosa á que fue muy
aficionado y devoto), tomando la Santísima
Cruz por estandarte y puniéndola con bande-
rillas sobre las cargas todas, sucedió el milagro
que en el libro del Viaje se cuenta, de que fue
('; En el original: aunque.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
463
el efecto acertar por el mejor camino, que lo
llevó al real libre, sin daño ni ofensa alguna,
donde del General y de todos fue recebido con
mucho contento y alegría, alabando la venida
con el socorro y diciendo que tal había de
venir por tal mano, y le llamaban el restaura-
dor de aquel ejército. Alentados (') los soldados
con este socorro comenzaron con nuevo brío á
campear por la tierra haciendo algunas salidas
con mucho daño de los indios y poco de los
españoles, y él por otra parte con algunos de
los soldados que había llevado por su cuenta
y con los negros y con sus camaradas los capi-
tanes Pedro de Lomelín y Bartolomé Pérez
y el alférez Don Rafael Mejía (á quienes los
indios por sus heroicas hazañas llamaban dia-
blos inmortales) hizo muchas entradas con
muy prósperos sucesos; entre ellos fue cuando
saquearon la casa del sol, que era el santuario
de mayor devoción que tenían, y le quitaron á
su dios, que en ella estaba, alguno de los rayos
de oro que le adornaban cercado, cosa que fue
bien sentida y apesarada de los indios, y esta
pena se la acrecentaron con la prisión del caci-
que barbudo su gran Mohán. Con estos prós-
peros y otros felices acaecimientos que tuvie-
ron en algunas guazabaras, comenzaron los
indios á mostrar voluntad de medios de paz;
pero como se hallaban en su tierra y con innu-
merable gente de aquellas cinco provincias y
de otros sus valedores y amigos, y en particu-
lar de los taironas, que es la gente más beli-
cosa y valiente de toda la América, y con
valerosos caciques que los acaudillasen y los
más dellos criados en la escuela y compañía de
los españoles, no vinieron en medio alguno de
provecho, ni querían dejar las armas si no era
con aventajadas condiciones que no convenía
concedérselas. Esto fue causa de venir de todo
punto en rompimiento, con gran daño de los
indios en algunas entradas que los españoles
hicieron. Parecióles ("'') que el camino que lle-
vaban no era muy acertado, y ansí trataron de
corregirle y enmendarle, y para esto los caci-
ques hicieron junta, en que trataron los incon-
venientes y daños que de perseverar en esto
se les seguía, considerando los grandes trances
adversos de la guerra, y después de propuesto,
comunicado, disputado y ventilado el pro y el
contra, se resolvieron en que (siendo voluntad
de los españoles) se diese de mano el batallear
los ejércitos, y que diferiesen el bueno ó mal
suceso remitiendo la victoria al campal desafío
de dos personas, una de cada nna de las partes,
porque de la grande arrogancia y presunción
de los españoles se podía presumir que acepta-
(*) En el original: Asentados.
(') En el original: Pareciéndoles,
rían cualquier desafio. Determinaron esto ha-
ciendo elección de persona que fuese señalada
con las partes y requisitos necesarios para
oponerse al más valiente y esforzado español,
para lo cual se ofrecieron más de sesenta caci-
ques, pretendiendo cada uno ser el elegido para
el caso, y puesto, concluirle á satisfación con
gran gusto y aplauso de todos. Sobre esta pre-
tensión hubo algunas diferencias y encuentros
entre ellos, con tanta pesadumbre que comen-
zaron á dividirse en parcialidades (camino
abreviado para su ruina si no se remediara);
tomaron la mano al reparo sus mohanes hechi-
ceros, y principalmente [el] Barbudo, el cual
con su venerable presencia y un muy adornado
razonamiento que les hizo fue poderoso á que
dejadas las armas siguiesen su parecer y con-
sejo, el cual se fundó en la costumbre recebida
y muy antigua entre ellos en la elección de sus
Generales, que la cantó Don Alonso de Arcila,
y es que de los que se señalasen (los cuales
fueron veinte) aquel hiciese la batalla que
mostrase más gran valentía en sustentar mayor
y más grande espacio de tiempo sobre sus
fuertes y robustos hombros un grande y muy
pesado tronco de árbol. Habiéndose confor-
mado en esto los veinte caciques señalados, y
habiendo traído el grueso leño, fue notable el
brío y coraje con que cada uno llegó á asirle
primero, con ánimo de sustentarle tanto tiempo
que dejase á los otros asombrados y desistiesen
de su intento. No amenazó menor discordia
esta pretensión que la pasada, si el Barbudo
no tomara también la mano á concordalla y
componella, ordenando que se sortease el lugar
de cada uno, y como se graduasen por la suerte
así fuesen sucediendo en la prueba de su valor,
animosidad y fuerzas. Comenzando, pues, con
el orden sorteado, sin contradición ni diferen-
cia (y dejando yo de repetir la gallardía, des-
treza y valentía con que cada uno acudió á
hacer buena su presunción, porque fuera alargar
la historia) el que se aventajó en sus fuerzas á
todos fue el cacique Capi, al cual hasta los
vencidos le dieron el parabién, diciendo todos
que sólo él podía aventajárseles sin afrenta
suya, antes con honra grande de haber sido
recebidos en su competencia. Este cacique
Capi se había criado entre españoles, y era de
los más nobles y ricos, mozo brioso, alentado,
membrudo y ágil, diestro por extremo y de
corpulencia fornida y que prometía las fuerzas
que en las pruebas se habían descubierto, muy
atrevido y de todas partes valiente. Por su
gallardía y humana condición entre los suyos
era muy amado, y temido cuando enojado, por-
que era fiero, inexorable, no vencido y arris-
cado. Por tener todos conocido este aventajado
valor se alesrraron en gran manera con la elec-
464
autobiografías y memorias
ción, raedíante la cual se prometían con des-
treza la Vitoria. Habiendo allanado esta difi-
cultad se les ofreció otra dudosa, y fue quién
sería la persona que desafiasen de los españo-
les, pareciéndoles que el General no aceptaría
el desafío por desigualdad del cacique, que no
tenía tal título. Mas el Mohán barbudo (que
ellos veneraban y creían como á Dios) los sacó
desta duda diciéndoles: ¡Oh valerosos caciques
y demás valientes y generosos indios! bien os
consta muy claro, por la costosa experiencia
con que se nos ha enseñado, los indecibles ma-
les, irreparables daños y grandes desafueros
que nos ha hecho en diferentes ocasiones aquel
Zupay ó diablo, padre ó clérigo (y esto decían
por haberlo visto los taironas (}) en tal hábito
en su tierra, como lo dice el libro del Viaje del
mundo), que los españoles llaman Ceballos y
Maesede Campo; nos [los] ha causado y hecho
así en las guazabaras como en las emboscadas,
quitándonos las vidas, el sosiego y la comida
con estratagemas, trazas, industrias y mañas
militares que han sido la causa principal de
nuestra ruina y su conservación. Este es ma-
ñoso, astuto y artero; con sus ardides y sagaci-
dad nos ha puesto en el extremo y punto que
estamos, pues ha llegado á saquearnos la casa
del Sol, desmembrado nuestro Dios y haciéndolo
piezas. Este tiene mucha noticia, por la grande
experiencia, de nuestro modo de pelear; sabe
todos los pasos de nuestra tierra, por haberla
andado mucho tiempo con gran daño nuestro;
conoce los lugares y partes donde les podemos
ofender, y en los que se pueden defender, y á
mí me consta esto con gran certeza, porque le
comuniqué en la ocasión que sabéis me tuvo
preso. A éste, pues, es mi parecer que desafiéis,
porque le tengo por más astuto que valiente,
por más mañoso que esforzado, y así tengo
por fácil el vencimiento de su persona, y por
muy cierta la victoria de nuestra gente. Por-
que quitándole á éste la vida, ó trayéndole
preso (como será cierto), los demás españoles,
aunque son valientes, perderán el orgullo y
brío y desmayarán forzosamente, porque vos-
otros sois valentísimos, y con otras muchas
ventajas del conocimiento de la tierra, ó acaba-
réis con ellos ó se huirán dejándonos en ella
en paz gozando de nuestras haciendas. Pare-
cióles á todos este acuerdo (^) muy sesudo y
acertado, y conformando todos con él como si
fuera un gran oráculo, señalaron seis caciques
que fueran á intimar el desafío al General espa-
ñol. Estaba en esta ocasión nuestra gente en
un llano junto al desaguadero que hace aquella
gran laguna en el mar (adonde habían llegado
(*) Ea el original: mirnmaií.
(') En el original: rrcverdo.
entonces dos galeras con ciento y ochenta hom-
bres, cuyo General era Don Pedro Vique,
enviado por los Gobernadores de Cartagena y
Santa Marta); oyó muy gran ruido y tropel de
gente, mezclado con el son de instrumentos
bélicos, voces altas y desordenadas, como de
ordinario los indios suelen hacer [en] sus acon-
tecimientos para poner terror y asombro á sus
contrarios. La cual novedad dio cuidado á los
Generales de mar y tierra, y pareciendo cosa
desusada en ellos, porque jamás acometen en
llanos y campañas rasas (como ésta era) sino
en arcabucos, tierras montaraces, fragosas sie-
rras y pasos muy estrechos y dificultosos, por
acudir á lo que fuese saltó en tierra el General
de la mar y se juntó con su gente con la que
tenía el de la tierra. Comenzaron á ponerse en
orden para la batalla, tomando cada uno su
lugar determinado, disponiendo los escuadro-
nes por sus sitios conocidos y ciertos, todos
muy en alerta apercebidos, porque los indios,
según parecía, pasaban de treinta mil. En esta
distribución y repartimiento les ordenaron al
capitán Don Miguel de Eraso y á nuestro Or-
dóñez Ceballos se quedasen con sus compañías
para sobresalientes y acudiesen á socorrer
cuando viesen ser necesario. A Pedro Lome-
lín, Bartolomé Pérez y Don Rafael Mejía les
ordenaron que asistiesen á lo que conviniese á
las galeras y gente de la mar. Habiéndose dis-
puesto las cosas desta suerte, y estando nues-
tros españoles apercebidos para resistir el asalto
y dar la batalla, en un instante cesó aque la
confusa vocería de los indios, quedando todos
en un grnn silencio, como si fuera á la media
noche, muy suspenso[s]. Hicieron los caciques
se detuviese todo el ejército sin pasar adelante,
y los seis señalados por padrinos del retador se
adelantaron á su modo muy bizarros y galanes,
adornados de mucha plumería de varias plumas
y diversos colores, con montantes y dagas de
macana (que es palma negra muy fortísima)
que hacen muy poca diferencia en los filos y
cortes con que las hacen á las nuestras de
acero. Venían delante dellos banderillas de
paz y el faraute ó lengua que había de hablar
ó proponer el intento, y el último deste acom-
pañamiento esta[ba] el cacique Capi, muy co-
nocido de nuestros españoles por su valentía y >
valor que había mostrado en algunas guazaba-
ras ó refriegas. Habiendo llegado á la presencia
de los Generales pidió licencia para hablar }'
decir á lo que venían; se les concedió, y el fa-
raute dijo lo siguiente:
¡ Valerosos castillas, viracochos españoles ! Los
caciques de Uraba, Carivana, Antuna, Tayro-
ñas, Carares y los demás señores destos valles
dicen que, aunque es vuestra valentía tan
grande, la mayor fuerza della es fundada en
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
465
esos instrumentos de fuego, oyco<¡as de fuego
que llamáis arcabuces, y á no tenerlos os fue-
ran iguales en el gran valor. Y si como os ala-
báis de amorosos, afables y humanos queréis
serlo excusando las nuiertes de tantos como
cada día de ambas partes entre nosotros mueren
y los robos y demás crueldades y desafueros que
á la guerra acompañan, tengáis por bien que
se determine la justificación de vuestra causa
(con que los venís á inquietar estándose en su
tierra, sin haberos ofendido ni desasosegado en
la vuestra) con la batalla de dos solos, uno
de cada parte, y el que de la vuestra ha de
salir ha de ser el Maese de Campo Ceballos,
de quien en ocasiones han recebido muchos
daños, y por la suya estará este valeroso caci-
que llamado Capi. Ha de ser la conclusión del
asiento que si el vuestro fuere vencido os ha-
béis de salir de su tierra, dejándola libre, y si
Capi lo fuere, desde este punto queden por
vuestros vasallos, como los demás indios que
habéis conquistado; siendo esta proposición y
demanda tan justa á la razón, no debéis excu-
sarla; si ya no es que, vencidos de la misma
fuerza de la razón, queréis sin llegar á esto
dejarles la tierra libre y desocupada, que en
tal caso prometen dar á cada soldado particu-
lar diez cañutillos de oro y á cada capitán
treinta; cincuenta á cada uno de los Generales.
Y cuando ninguno destos medios escogiéredes
es forzozo que se libre la determinación en la
muerte de todos nosotros ó de todos los caci-
ques y sus subditos, porque esta es última
resolución de nuestros indios, de sus mohanes
y caciques; por esto miraldo bien y determinad
sobre ello lo que más os parezca conveniente
para conseguir la más importante empresa.
Haciendo una muy cortés reverencia el
faraute y los seis caciques, puso fin á su razo-
namiento; los Generales de los españoles y
demás capitanes por señas le correspondieron,
y queriendo hablar Don Diego de Caravajal,
General de tierra, antes que comenzase se
puso delante del nuestro ürdóñez Ceballos,
suplicándole aceptase el desafío, ofreciéndole
que en encomendando ante todas cosas su causa
á Dios, pues era la suya la que se defendía,
procuraría por su parte que no perdiese de su
punto la reputación de España, y que pues
constaba la buena cuenta que había dado de
su persona (m trances más peligrosos, que no
se había de presumir del la daría menos buena
en la batalla de un indio solo, y que cuando el
reto y desafío fuera general y no tan particu-
larmente señalado le había de suplicar fuera el
nombrado para salir á él, no obstante que había
otros muchos de quien se podía confiar aquella
hazaña y otras mayores; mas que siendo el
señalado por los indios no había lugar á que
otro saliese, y así con toda instancia le suplicó
le diese licencia, porque resultaría en muy gran
desestimación (}) de su persona y opinión
que otro se le antepusiese. El General le res-
pondió con graves y honradas palabras como
debía, diciendo que cosas más graves que la
presente, con serlo tanto, fiaría de sus manos y
valor, porque por larga experiencia le constaba
cuan largas las tenía por lo que en muchas
ocasiones le había visto hacer. Ño replicó algún
otro, viendo que él había sido retado por su
nombre, que á no ser así todos quisieran para
sí la gloria desta hazaña. Acetóse el desafío, y
para seguridad de lo prometido en él se dieron
rehenes de nuestra parte seis españoles honra-
dos y de la suya los seis caquiques que habían
venido acompañando á Capi. En la gran playa
y campo raso que allí había se puso de la una
parte aquel innumerable ejército que había de
los indios y de la otra los españoles, dejando
en medio desocupada una plaza espaciosa y
capaz para el intento del desafío. Aquí á un
mismo tiempo, el uno de una parte y el otro
de otra, salieron Capi y Ordóñez. El indio era
de gallarda disposición, muy bizarro y galán á
su modo lo posible, con una macana larga muy
aguda de filos, la cual jugaba como montante,
y con ella una valiente daga. El vestido era el
que le dio la Naturaleza, madre común de
todos, sin otra cubierta más que una moropa-
cha ó pañete con que cubría las partes de la
honestidad; los cabellos muy largos y muy
levantados para arriba con arte, á los cuales
acompañaban muy gallardas, varias y hermo-
sas plumas, cayendo muchas dellas sobre las
espaldas; todo el cuerpo teñido de amarillo y
colorado y negro, en que (á su parecer) traía
cifrada toda la bizarría y gala del mundo, loza-
neándose con bizarros contoneos y ademanes
ostentativos de la braveza de su ánimo. Ordó-
ñez Ceballos salió con su vestido ordinario, sin
galas ni armas otras que daga y espada. Es-
tando en el sitio señalado por estacada y palen-
que, acercándose el uno al otro con ánimo de
hacer cada uno su posible, antes de tirarse
golpe alguno dijo el indio Capi por medio de
su intérprete:
Español, que con sólo este nombre te digo
la mayor alabanza que yo puedo, yo soy el
azaque Capi ; mi valor ya le habrás experimen-
tado; mi estado es de los mayores del valle de
Uraba, pues tengo más de doce mil vasallos;
dende niño me crié en Tolú y Cartagena entre
vosotros, porque nuestros padrea, con cubierta
de sujetos vuestros, nos envían para que cuando
los heredemos sepamos que sois hombres como
nosotros y ansí perdamos el miedo que aun hoy
(') En el original: ¡jrande extimnoióa
466
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
ocupa el ánimo de algunos indios por no estar
como nosotros desengañados, y por eso os están
sujetos y pagan tributo. Aunque no soy cris-
tiano me ha parecido siempre vuestra ley más
conforme á la razón que la nuestra; por esto te
pido con el encarecimiento que puedo que si
me vencieres me baptices antes que me des
la muerte, que aquel indio ladino que ves allí
(señalándole donde estaba) tiene un mate de
agua, y hecho esto no dejes de quitarme la vida,
que en ello consiste la A'uestra y la sujeción de
toda esta tierra; y ahora te defiende con tu
industria y fuerzas posibles como valiente es-
pañol, porque si te venzo te tengo de quitar la
vida. íjSto dijo, á lo ciial respondió Ordóñez
Ceballos:
Capi, valeroso azaque, mucho quisiera y de-
seo hacerte cristiano antes que coraenzái-amos
la batalla; y quiriendo alargar su arenga, el in-
dio se le acercó, y comenzando á jugar su maca-
na le cortó las razones, porque levantándola
con increíble presteza descargó sobre Ordóñez
nn valentísimo golpe, que á no huirle con gran-
dísima ligereza en él se determinara el comba-
te; quedando mal satisfecho por haberle salido
incierto, repitió otros dos muy abreviados con
gran furia y brío, que industria humana no le
pudiera librar si no fuera con ayuda del Cielo; y
aún se le ha oído decir muchas veces que el es-
caparse desta furia más fue auxilio divino que
destreza de hombre, y que lo atribuye á que an-
tes de entrar en la batalla se encomendó muy
de veras á Dios y á la Virgen, y prometió un
gran sufragio á las ánimas de Purgatorio, y por
esta limosna y aquella intercesión tuvo propi-
cio el favor del Cielo. Destos dos últimos gol-
pes, recibió el primero en la daga; quedó la una
guarda rompida, y con el último le alcanzó en
el hombro izquierdo. No poco sintió Ordóñez
que fuese primero herido, y con este sentimiento
honrado, más que del dolor de la herida colé-
rico, le tiró con toda fuerza su daga, la cual le
acertó á herir en el brazo, y aunque la herida
que recibió Capi fue pequeña, vertía mucha san-
gre, que le aumentaba al indio la cólera. Ordó-
ñez no se descuidaba, que empuñando valiente-
mente la espada y con la más diestra y alenta-
da postura que pudo se fue acercando y le tiró
una estocada, que á no huilla Capi, retirándose
con gran ligereza para atrás, le saliera bien cos-
tosa, y de suerte saltaba á una y otra parte el
indio que aunque Ordóñez acudía á todas par-
tes, andaba tan ligero y veloz con sus pies
como Ordóñez con el pensamiento. Deste modo
se apartó el indio de su contrario con algún
cuidado de la sangre que le salía del brazo, y
sacando de la boca la contrahierba mascada, que
de industria la traía para tal necesidad, se dio
con ella en la herida, y tiniéndose por sano por
la experiencia que de su medecinal efecto teiiía,
con gran presteza se volvió á encontrar con Or- J
dóñez, sacando sobre el brazo izquierdo la ma- '
cana y le tiró un revés valiente, aunque le dio
espacio para huille el cuerpo, y así lo dio en
vacío, con que el indio quedó tan descompuesto
que dio lugar á que con un tajo le hiriese Or-
dóñez en un muslo, aunque quiriéndole redo-
blar otro ya se había retirado con tal velocidad
que parecía imposible poderle alcanzar. Habién-
dose apartado otra vez Capi sacó su daga y de
donde estaba se la tiró á Ordóñez como él lo
había hecho; pasóle por sobre el hombro con
tanto ruido sin herirle y fue á parar muy dis-
tante, donde quedó clavada en el suelo. En
esta ocasión se reportó Ordóñez, refrenando su
cólera y andando sobre sí, siendo dueño de sus
acciones, no haciendo acometimientos que le
cansasen, sino tratando de defenderse con algu-
nos moderados, tiniendo por cierto que al indio
aquellos movimientos y saltos le habían de can-
sar; con este ardil bien considerado le entretuvo
más de dos horas sin recebir ni dar herida, con
que Ordóñez descansó y se alentó como si no
hubiera combatido, y el indio quedó muy cau-
sado, aunque lo disimulaba. Con este nuevo
aliento acudió Ordóñez á donde estaba clavada
la daga del indio, y tomándola se fue con ella
y su espada para el indio, que se venía contra
él con la macana de punta, la cual le apartó con
su daga y le dio un mandoble en la cabeza, tan
recio que le adormeció y desvanecido le obligó
á poner la una mano en el suelo, donde se dejó
parte de su bizarro plumaje; recobrándose como
pudo se apartó con gran presteza el indio, aun-
que con pasos no xawy concertados, antes con
turbación conocida, en que mostró un notable
desconcierto, y habiéndose reparado y como
vuelto en sí, dio una voz descompuesta recru-
giendo los dientes, y con un furioso semblante
se vino para Ordóñez diciendo así: ¡Oh, padre
engañador! (dijo esto porque le había visto en
hábito de clérigo cuando fue á los tayronas,
como él lo cuenta en su libro de el Viaje del
JShindo y queda referido), y apretando la maca-
na con gran fuerza que pudo con ambas manos
(porque en aquel tiempo se había acercado á él
Ordóñez por poderle repetir la estocada), le dio
un muy pesado golpe sobre el hombro dei'echo,
de suerte que á no cogelle á soslayo fuera fin
de la batalla; mas deslizándose la macana sin
considerable efecto, Ordóñez cerró con él y de
una estocada le pasó el brazo izquierdo por el
molledo; en esta ocasión quiso, valiéndose de su
ligereza, apartarse para curarse con la contra-
hierba, mas no le dio Ordóñez lugar, porque le
fue siguiendo, como se hallaba más alentado con
el industrioso reparo que había tenido, y como
le fue en el alcance siempre le obligó á esperar-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
4fi7
lo y aun levantando la macana le tiro un golpe
que Ordúñez recibió en la espada y se hizo
dos pedazos, y tornando á alzarla para descargar
otro golpe, nuestro Ordóñez se vio en grande
conflito y peligro, porqxxe no se podía apartar
de'l, y no halló otro remedio que tirarle la mitad
de la espada que le había quedado con la guarni-
ción, con la cual le alcanzó en los pechos y le
dio tan recio golpe que descompuso mucho al
indio Capi. Cerró entonces Ordóñez con él, no
con otras armas que la daga del indio que ha-
bía arrancado del suelo, y tirándole con ella
una puñalada la quiso reparar con la mano iz-
quierda y se la pasó. Entonces Capi asió con
la derecha á Ordóñez tan recio que le sacó la
daga de la mano, y viéndose sin armas se apar-
tó, y quiriendo tomar su daga que estaba en el
suelo la dejó porque vio al indio que iba sobre
él, y tuvo con verle apartar lugar para cogerla
antes y dejar á nuestro Ordóñez sin armas.
Viéndose sin ellas, imaginando por suya la vi-
tona, le dijo: Ahora, español, no te puedes esca-
par de ser mi vencido. Mas Ordóñez, que no
holgaba, halló á mano una muy buena piedra ó
guijarro deslavado, la cual le tiró con la fuerza
que pudo y la reparó el Capi con las dos dagas,
tirándole á Ordóñez la de la mano derecha, y sin
herirle fue á parar muy distante. Alzó la pie-
dra el indio, y volviósela á tirar á su contrario
recia como bala despedida de un cañón y le dio
en un lado á Ordóñez y casi le quitó el resue-
llo; pasó la daga del español á la mano derecha,
y en dos saltos estuvo con él, y se asieron jun-
tos y vinieron á las manos, y tuvo suerte que Or-
dóiiez cogió al indio con sus dos manos el bra-
zo derecho y se lo torció, de suerte que no pudo
ser dueño de la daga y se le cayó, quedando asi-
dos sin armas ambos. Juntó Capi su rostro al
de Ordóñez, luchando, y Ordóñez le dio un
muy valiente bocado en el, y porque no le die-
se el indio otro, reparó con la mano izquierda.
Comenzóse nueva batalla de lucha á brazo par-
tido, procurando cada uno mostrar sus fuerzas,
anudándose con los brazos, forcejando pecho á
pecho con traspiés y zancadillas, solicitando
cada uno la vitoria y valiéndose cada uno de
cuanto podía. Ordóñez le agarró al Capi de sus
vergonzosas partes, tirándole dellas con su po-
sible fuerza: le causó gravísimo dolor y senti-
miento, de suerte que comenzó á dar voces con
su lengua, y constó que en ellas se daba por
vencido y pedía el frasco ó mate de agua para
que le baptizase, confesando ser el poderoso y
verdadero el Dios de los cristianos, y sus ídolos
burlería. Salíale mucha sangre de las heridas
antes recebidas, íbase enHaqueciendo y desma-
yando; llegó el indio ladino con el agua y de-
claró lo que decía y pedía Capi. Ordóñez le es-
taba diciendo: Ríndete ó te mataré, y él respon-
dió: Yo me rindo. Déjame, no me mates hasta
haberme hecho cristiano, porque Dios me ins-
pira con nuevos favores y auxilios; lo que me
importa es serlo para vivir en la gloria, que con-
fieso ser vuestra religión católica la verdadera y
sin mezcla de engaño ni falsedad. Bautízame,
bautízame. En esta ocasión llegaron los dos
Generales, el español y el indio, y el Barbudo.
Mas Capi, desmayado, se cayó sobre las rodillas
de Ordóñez, y pidiendo el bautismo muchas ve-
ces, Ordóñez tomó el agua y preguntándole si
quería ser cristiano, y Capi respondió que sí, le
bautizó con la forma esencial deste Sacramento
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espí-
ritu Santo, y púsole por nombre Pedro, que es
el suyo, y aunque le había pedido que le matase,
viéndole ya cristiano, no le quiso obedecer, sino
dejalle que viviese en nuestra ley lo que le res-
tase de vida, en lo cual los Generales españoles
conformaron y lo agradecieron los zaques indios
y el mohán Barbudo, que ya tenían advertido
cómo se había de hacer, cómo se cuenta en el
libro del Viaje del Mundo en los sucesos de
Uraba. Ambos los curaron con la contrahierba;
los indios soltaron libres los rehenes españoles,
y los nuestros no dieron libertad á los seis caci-
ques, antes prendieron al mohán mozo, y des-
pués de algunos días vino el Barbudo y le
prendieron, porque fue traza que él dio, y con
esto se sujetaron todos y se dieron por vasallos
del Rey de España; y desta batalla y victoria
resultaron muchas cosas notables en servicio de
Dios y del Rey; pobláronse las dos ciudades de
la Concepción y Santiago, y todas las demás
cosas que en el Viaje se cuentan; sólo este de-
safío no quise se quedara en silencio, por ser
tan notable y tan grande de importancia, prin-
cipio de tanto bien y hazaña tan honrosa, no
sólo para nuestro Ordóñez, mas para su Rey
y ley-
Esta es una de las muchas y notables haza-
ñas de nuestro soldado valeroso y buen cristia-
no, que siempre se precia más desto que de va-
liente, aunque lo fue con tanta excelencia;
su modestia fiel jamás atribuyó ningún venci-
miento suyo ni felice suceso á su valentía y
fuerzas humanas, como los fanfarrones vanos
que el mundo tiene; por esta humildad cristia-
na, aunque fuesen los sucesos muy naturales y
ordinarios contingentes, los atribuía casi á mi-
lagro, dando las gracias de cualquiera buena an-
danza (como verdadero católico) á Dios y á
la intercesión de la Virgen santísima María, se-
ñora nuestra, de quien fue singularmente de-
voto, y á la limosna que hacía por las ánimas
de Purgatorio, que en rezar por ellas y hacer-
les decir misas y otros sufragios mientras se-
glar tuvo particular cuidado, y después que es
sacerdote en sus sacrificios y oficios de difuntos
468
autobiografías y memorias
que con particular afecto por ellas dice. Cómo
llegase á este estado, bien lo cuenta en su his-
toria, la cual considerada y cotejada, y compa-
rada con la de muy insignes y muy famosos
varones que el mundo celebra, no hallo uno que
se le haya aventajado, ni digno de más famoso
y heroico nombre. Si traemos en coteja los Pi-
tágoras, Platones, Apolonios y otros que la
antigüedad celebra, porque sólo por saber die-
ron vuelta al mundo, sin dejar los magos de
los persas, sabios de Egipto, Misa del Sol, ni
otras regiones y partes, porque no convienen
en positivo, no admiten comparación; porque
aquéllos sólo por un poco ó más de ciencia hu-
mana anduvieron así envanecidos, mas nuestro
Ordóñez, cuando su viaje no hubiera sido otro
que el que hizo á la Tierra Santa, que con tal
afecto y piadosa devoción visitó, se deja los de
otros muchos muy atrás, porque estos pasos
han de ser de tanta ventaja que han de tener
su fin en la patria eterna de la bienaventuranza,
descanso verdadero y premio de las peregrina-
ciones y caminos deste destierro y valle de lá-
grimas. Ya me dirá alguno (tomándolo de los
poetas griegos y latinos) los discursos y viajes
de Ulises y Eneas, que del uno canta Homero y
del otro Marón; mas aunque no lo considere
con ojos cristianos, ni aquéllos como mentiras
y fie-iones poéticas, sino éstos y aquéllos como
historia humana verdadera, hallará que estas
verdades exceden á aquellas mentiras, y que
tienen más que admirar y que estimar muchas
veces. Mas dejando antigüedades y fábulas tan
atrás en la verdad en los sucesos, que las unas
por muy distantes hacen sospechoso el crédito
y las otras con su nombre excluyen el que se
les había de dar, vengamos á la comparación de
los verdaderos y que han descubierto y andado
estas regiones y partes. Se hallará que ninguno
vio, ni anduvo tanto, ni con tan gran provecho
de la conversión de las almas á nuestra fe ca-
tólica. No quiero negar, ni es justo, la mayor
gloria que se debe á los primeros descubridores
y que trasplantaron la fe católica primero en
una y otra parte de la América, como fueron el
valeroso Fernando Cortés y el grandioso Albur-
querque; mas hasta en la gloria destos heroicos
varones tiene muy buena parte OrJoñez, sin la
que á él sólo se le debe. Y para que esto más
bien conste, hagamos discurso por aquellos de
quienes tenemos verdadera noticia, y sea el pri-
mero aquel famoso y felicemente atrevido Ma-
gallanes (de quien nunca el vencido Estrecho
tomó nombre por serlo del) ; fue muy gran des-
cubridor de tierras no conocidas; habiendo sali-
do de España fue atravesando por regiones ex-
trañas, mares inavegables, tierras monstruo-
sas, hasta entrar por su estrecho al mar del Sur,
tocando en el Pirú, Nueva España, Isla de La-
drones, Filipinas, China, Malucas, donde acaba-
ron sus navegaciones viaje y vida, porque allí
le dieron muerte; con todo, del no se dice que
anduvo más que la quinta parte del mundo, y
de nuestro Ordóñez el título de su historia afir-
mar haber dado vuelta á todo el universo. No
se le niegue á Colón el famoso nombre que se
le debe por el descubrimiento de la India espa-
ñola, mas él mesmo confesara que su viaje fue
muy pequeña parte comparado con el de nues-
tro Ordóñez. Verdad es que aquel dragón ali-
mentado en el veneno de Lutero y Calvino,
Francisco Draque, trasegó muchos mares, tocó
muchas .islas; mas fue como ladrón hereje, co-
sario, enemigo de Dios [y] de su santa ley; mas
¿quién será tan impío que le compare á Ordóñez,
tan piadoso y celoso de acrecentar la santa fe
católica y sembrar la semilla evangélica por
todo el mundo? El capitán Tomás Candi entró
por el Estrecho y acabó su vida en el Pirú, ven-
cido de los españoles; al nuestro le alargó Dios
la vida sacándole del Estrecho y trayéndole á
Buenos Aires y á Trinidad, y atravesó por tierra
Tucumán, más que dos estrechos, y pasó hasta
Quijos, no á robar católicos, sino á traer bárba-
ros á nuestra fe católica. El capitán Sarmiento
salió en seguimiento del Draque (y es sólo el
que ha salido hacia acá, y los tres dichos los que
le han pasado, y Jorge Espeluergue y Oliver
Vandenorte); mas el viaje y sucesos de nuestro
Ordóñez es seis veces mayor y más notables.
Mucho descubrió de tierra incógnita el capitán
Quirós, pues fue distancia de más de ochocien-
tas leguas; mas las de nuestro soldado fueron
más de treinta mil, y muchas dellas ignoradas y
con prodigiosas aventuras. La JNueva Guinea
y otras muchas islas descubrió y dio á conocer
el capitán Avendaño; mas comparado al pre-
sente , ¿quién hay que no A'ea va muy adelante
en sus acaecimientos y fortunas de toda condi-
ción? Don Vasco de Gama, aventajado capitán,
descubridor de la India Oriental, muy gran-
de gloria merece, mas léase su historia y la del
nuestro, y se conocerá el exceso que hace ésta
á aquella. Francisco González (sic) y su her-
mano Hernando Pizarro aumentaron la corona
de España en gran manera con las muchas re-
giones y provincias que descubrieron , haciendo
sujetas muchas naciones bárbaras á su monar-
quía: nuestro Ceballos aumentó la Iglesia, tra-
yendo á ella convertidos innumerables gentiles,
sabios sacerdotes y muy poderosos. Del grande
Alburquerque la fama, verdadera historia, ¿quién
la ignora? Dignas son sus hazañas de gloriosas
alabanzas, fama perdurable y admirable nom-
bre; mas no sé que se quedo atrás nuestro anda-
luz Ceballos, pues si él con el valor de su espada
rindió tantos potentados en el Oriente y India
que decimos de Portugal, el nuestro con la pa-
PEDRO ORDOXEZ DE CEBALLOS
469
labra evangélica, que también es espada de dos
filos, sujetó á la nuestra á los indómitos corazo-
nes; pues en el reino [de] Champaa delante su
gran Bonzo, que es como Pontífice, y Virreyes
de su templo, echó del altar un ídolo, que fue
un caso tan notable y fortaleza cristiana, y
Dios lo premió, pues se convirtieron aquellos
Virreyes y capitanes, y si lo permitiera allí lo
hicieran pedazos, como á voces lo pedía su Pon-
tífice mesmo.
Y en el reino de Cochinchina, estando preso
y condenado á muerte por haber baptizado á la
reina María, como largamente verás en el libro
del Viaje del Mundo, allí baptizaba á muchos,
y diciéndole los españoles que le matarían y con
él á todos ellos, respondió como verdadero
sacerdote cristiano que no les diese cuidado,
que no era él tal que Dios le hiciese aquella
merced como era morir por nuestra santa fe
católica. Pues el valeroso y muy grande cris-
tiano Hernando Cortés, varón prodigioso, por-
tentosas hazañas dejó que celebrase la fama,
que admirasen los amigos y los enemigos invi-
diasen, y deste maestro y su escuela fue ense-
ñado y criado tal dicípulo, tal soldado como
nuestro Licenciado Don Pedro Ordóñez Ceba-
llos. Este que parece que, no hallando á quien
aventajarse, procuró vencerse á sí mesmo en
muchas ocasiones: á sí mesmo se venció, de-
jando á Sevilla, segunda patria, por excusar
pesadumbre en casa ajena, en la de su tío, y
librar de cuidados su persona; á sí mesmo se
venció en la vitoria que venció de aquel Bajá
ó Capitán moro, dándole libertad con tanta
liberalidad; vencióse á sí mesmo en los desafíos
de Lisboa y más en los agravios del Goberna-
dor en Indias, y muchísimo en el sufrimiento
que tuvo con los ingratos á quien habiéndoles
dado libertad le estropearon por tantas mane-
ras; grandes Vitorias son éstas; mas la haza-
ña más gloriosa, el valor que nunca se aca-
bará de alabar como merece, la vitoria que no
La de tener comparación, es la conversión
dichosa de aquella Reina ya llamada en nombre
cristiano María. Pondera, lector, este caso, que
no podrás dalle el peso que su gravedad y cali-
dad pide. Este es el principio de mi atrevi-
miento á desear el conocimiento, comunicación
y amistad (dichoso yo, que tal puedo decir)
deste prodigioso varón. Porque si á conocer á
Tito Livio iban de España, ¿con cuánta más
razón tiniéndole en ella, á quien íuillares de
Livios y otros notables del mundo excede, se
debe desear su comunicación y familiar corres-
pondencia por muchas causas dignas de ser
apetecidas, estimadas y honradas? Volviendo,
pues, á las circunstancias de la conversión de
aquella Reina, no e.** razón se pasen sin particu-
lar consideración para que se conozca que no
hay ponderación con exceso. Alaben muy en
hora buena los historiadores gentiles á Cipión
y Alejandro de la continencia que usaron con
sus hermosas cautivas, que no entra en docena
ni en millares con la de nuestro español anda-
luz, nacido en la nmy noble y muy leal ciudad
de Jaén. Porque aquéllos no fueron persuadi-
dos dellas, ni les eran superiores para tentallos
por amenazas, que sin estas circunstancias se
alaba su continencia. San Jerónimo, ponde-
rando la fuerza de la ocasión que á solas juntó
un hombre con una mujer, dice ser tanta que
deslutró la bondad de David, [se] burló de las
fuerzas de Sansón y hizo idolatrar al sabio
Salomón. De aquí se colegirá la grandeza del
ánimo del que dellas triunfare, y por eso no
acaban de alabar los escritores sagrados á
Joseph, y con mucha razón, que ni por los hala-
gos, caricias y regalos de su ama faltó á sus
obligaciones de fiel á Dios y á su amo, ni las
amenazas le acobardaron á rendirse. Por esto
el tizón de Tomás Angélico, doctor de Aquino,
ha dado tanta luz, porque con él venció á un
tan poderoso enemigo como es la mujer her-
mosa y halagüeña. Con éstas casi se parece en
algo la hazaña de nuestro soldado, tan valeroso
que ni la hermosura, amor, regalo y las demás
circunstancias que la historia escribe de una
reina moza, sola y aficionada, pudieron hacerle
de&decir de la rectitud constante y verdadera
fe que á su Dios y estado debía. Ni las amena-
zas de la mesma le acobardaron, ni la grandeza
del reino que le ofrecía le hizo mudar de pare-
cer, sino que estando constante en las obliga-
ciones católicas y en las particulares de su
estado de sacerdote, perseveró en su continen-
cia ayudado del favor divino. Dice el Espíritu
Santo que es mejor la maldad del varón que la
mujer cuando hace bien. A muchos ha hecho
dificultad esta sentencia y muchos me la han
preguntado, y aunque pudiera responder no
quise sino ver expositores; habiéndolos visto
me alegré, que me confirmaron mi pensamiento,
que fue dar un caso como el presente para su
interpretación. Pregúntenle á nuestro Ordóñez
(pues vive y viva muchos años) si en todas las
aventuras, trances y acaecimientos en que se
vido con amigos falsos y enemigos verdaderos
se vio tan á peligro de hacer naufragio de su
salvación como en el combate desta reina, que
yo sé que dirá que las maldades de los fingidos
amigos y las crueldades de los enemigos decla-
rados no tenían que ver con la centena parte
del peligro deste trance. Y para que se vea
cuan cierta es la sentencia, uuu-ho más peli-
grosa es la mujer al alma cuando hace bien
que cuando ella misma hace mal. No habiendo
.losef por las caricias de su ama rendídose,
seguro estaba de temer las amenazas, y lo
470
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Tuesmo nuestro soldado sacerdote. ¡Oh hazaña
divina! ¡oh glorioso trance! ¡oh celestial trofeo
y premio digno de toda celebridad que galar-
donase Dios Nuestro Señor tal constancia con
que ella rendida y vencida de la verdad de
nuestra santa fe se hiciese católica con todas
sus damas, y no sólo católica mas religiosa, y
renunciase su reino, y á su imitación tantos
de su reino y tantos del de su hermano se bap-
tizasen! Y no quiero pasar en silencio el dicho
de esta católica reina, pues es digno de que
esté escrito en muchos libros; fue cuando le
dijo á Ordóñez que para su destierro le habían
de prender, y como se demudase le dijo: Acuér-
date cuando te prometía reino y mujer y decías
que no lo estimarías por no perder el celestial,
y yo lo dejé por tu consejo, y si ahora me lo
volvieran con todos los del mundo y á ti que
yo estimaba tanto, no lo acetara, que precio
más ser cristiana y monja que todo el mundo.
Fortaleza de nuestra santa fe y digna de pon-
deración y de saberse. Nota, amigo lector, que
parece hay tentaciones que las hace uno de los
tres enemigos: á los vanos tienta y vence el
mundo; á los flacos, la carne; á los astutos, el
demonio ; mas aquí todos tres enemigos se
juntaron y todos quedaron vencidos: el mundo
le promete reinos, mandos y señoríos de supe-
rioridad y excelencia; la carne, mujer moza, her-
mosa y reina, con millares de regalos; el demo-
nio atiza todo esto con las ocasiones blandas
y luego se vale de las amenazas, mas todo nues-
tro Ordóñez lo atropella por Dios, ayudado de
su divino favor. ¡ Alaben os los ángeles. Dios
mío, que no somos bastante los hombres por lo
incomprehensible de vuestros juicios y porque
no se pueden apear vuestros caminos! El de
Ordóñez tuvo tan gran empleo y premio, y mu-
chas veces me lastimo de que no haya dado
lugar el cielo á que volviese por allá, antes per-
mitiese que aquellos falsos navegantes lo orde-
nasen de suerte que se le impidió el volver.
Dios sabe por qué convenía así. Mas ¡bendita
sea su omnipotencia que todavía se conserva
&ine\ plantel de católicos, aunque suspirando
por su hortelano primero! ¡Deles Dios apósto-
les divinos que los rieguen, para que la fe cató-
lica vaya en el acrecentamiento deseado!
Paréceme, letor amigo, que si no sabes de la
vida y estado de nuestro sacerdote soldado,
estarás con muy gran deseo de saber qué ha
hecho Dios del, y por satisfacerte no quiero
excusar el decírtelo. Vino de Indias á su patria,
donde habiendo estado algunos años escribien-
do los libros del Viaje del Mundo y Triunfos de
la Santífu'ma Cruz y Relaciones {}) de los rei-
(') Ea el original: Religiones. La Hi^ttoria de Jaén
es uno de los libros más mendosos que he visto.
nos del Oriente, y dado principio á éste, se fue
á Madrid á sacar licencia para imprimillos y á
presentar sus servicios, con ánimo de volver á
aquellos reinos con algún título para tener oca-
sión de acercarse á Cochinchina, que era lo que
le tiraba, por haber engendrado en Cristo y en
el Divino Espíritu Santo hijos. Diéronle como
en principio de premio un canonicato en la
santa iglesia de Astorga; no lo quisiera rece- il
bir, por no dirigirse á lo que sus pensamientos, \
que era volver á Indias con el fin dicho. En
estos tiempos vino á la corte de España Don
Fray Juan de la Piedad, Obispo de la China,
Macao y demás reinos de gentiles sus circunve-
cinos, el cual traía muy en la memoria la perso-
na del licenciado Ordóñez, clérigo presbítero, y
muy gran noticia del suceso de la conversión
de la Reina [de] Cochinchina y Champaa, por
cartas del Gran Tuquihan, su hermano, y de la
Reina, los cuales le escribieron enviándole rogar
que enviasen sacerdotes y predicadores para
aquellos reinos, que había muchos católicos y
muchos deseosos de serlo. Pues sucedió que
como todos negociaban en el Consejo de Indias,
y de aquellas tan remotas partes había pocos
que tratasen, se encontraron un día el Obispo y
el licenciado Ceballos, y por las conversaciones
que se ofrecieron le conoció el obispo y recibió
muy gran contento. Comunicáronse los dos
muy familiarmente, y como aquél, que sabía
cuan importante sería en aquellas regiones la
persona del licenciado Ceballos, dio memorial á
Su Majestad, en que refería la historia verda-
dera de la fundación de la fe en aquellos rei-
nos por nuestro licenciado Don Pedro Ordóñez
Ceballos, y que atento pedían predicadores, con-
venía fuese por superior eclesiástico dellos el
dicho licenciado, con autoridad de Juez superior
eclesiástico, pues era aquella parte de [la] Igle-
sia suya, y otras partes que informó y dijo. Y
dando principio, usando de su autoridad, el
Obispo dende luego le nombró por su Provisor,
Juez y Vicario general en todos aquellos reinos,
y le dio sus veces muy cumplidas, como consta
del título original, que, como Notario apostólico
rescrito en el Archivo de la Curia Romana y de
la Inquisición, doy fe que he visto con la copia
del memorial y le tengo en mi poder. Con este
nombramiento, muy alegre, por ver que se abría
camino para efetuar sus deseos, concertaba su
viaje. En esta ocasión permitió Dios enfermase,
y tratando de su salud ordenó venir á su patria,
Jaén (como diremos en el capítulo siguiente),
adonde trataba de curarse, con deseo y ánimo
de proseguir su intento en tiniendo fuerzas
para ello. Su Majestad, ó los de su Consejo,
topando con sus servicios en sus papeles, le
enviaron el nombramiento de Chantre, digni-
' dad en la santa iglesia de la ciudad de Gua-
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
471
manga, en el Pirú. Hanle afligido sus enferme-
dades de suerte que se le han pasado más de
diez años sin levantarse de la cama, y así no
ha ido á gozar de la Chantría ni (lo que más
deseaba) ha podido ir á Cochinchina con el
oficio de Vicario general á gobernar aquellos
fieles, tan suyos por tantas razones. En este
estado y desta suerte vive hoy, y por ser sus
indisposiciones tan graves no pudo proseguir
esta historia y me ha honrado dándome cui-
dado della. ¡Ruega á Dios, letor.á él le dé salud
cumplida, enteras fuerzas y larga vida, para que
lo uno y lo otro lo emplee tan en servicio de
Dios, y á mí me dé gracia para que pueda suplir
en esta historia alguna parte de la mucha falta
que su pluma hará, y para que acierte (') á ser-
vir más á su majestad divina en todas mis
acciones, y sirviéndole en esta vida para gozarle
en la eterna!
CAPÍTULO XXXVIII
De los santuarios de la ciudad de Jaén, y en
particular de la virgen del Bicen Suceso.
Estando en Madrid el licenciado Don Pedro
Ordoñez Ceballós, presbítero, natural desta ciu-
dad de Jaén y primer autor desta obra. Chantre
de la ciudad de Guamanga, en el Pirú, Canó-
nigo de la santa iglesia de Astorga, Provisor,
Juez y Vicario general de los reinos de Cochin-
china, Champaa, Cicir y los Laos y sus circun-
vecinos, fue al Escurial el mes de agosto del
año de IBl-t, á que Su Majestad le hiciese mer-
ced por los grandes y honrados servicios que
había hecho, y con el gran calor que hacía se [le]
llenó todo el cuerpo de fuego y llagas que le
afligieron, sin hallar cura hasta el mes de enero
siguiente de 1615. Considerando que los reme-
dios humanos (aunque usó de muchos) le sa-
lían en vano, uu día, como pudo, fue con gran-
dísima devoción á la iglesia de la Virgen del
Buen Suceso, y poniéndose de rodillas ante esta
sagrada imagen, que está en el Hospital Real,
prometió con grandes ansias y afecto muy pia-
doso, si le alcanzaba salud mediante su pode-
rosa intercesión, haría otra imagen como la
suya y con su nombre la llevaría á su tierra, y
vistiéndola á su costa le haría altar y retablo
en el Hospital de la Misericordia, en testimo-
nio y memoria de las que Dios usaba con él
mediante su intercesión divina. Con tal me-
dianera tuvo presto la salud que deseaba; de
suerte que se conoc'ó ser milagrosa la cura, y
él cumplió lo prometido con gran puntualidad
y hizo labrar la dicha imagen y vestir y com-
(') En el original: acertemos.
poner, tocándola á la milagrosa, y la trujo á la
ciudad de Jaén, y levantó altar y labró retablo
en el Hospital de la Misericordia, donde por la
de Dios obra grandes maravillas con los que se
le encomiendan. Y aunque sean de las más pe-
queñas diré algunas. La una es que la halló
hecha tan parecida á la del Hospital de la
corte, que dijeran era la misma, y diola á ves-
tir á una devota beita que acudía á esto en
la corte; aderezóla ricamente con vestido de
tela y todo buen adorno; faltáronle seis reales.
Dijo que en llegando á su posada se los envia-
ría, y que daba por fiadora de su palabra á la
misma Virgen. Yendo á su posada, antes de en-
trar en ella, llegó un forastero y le dijo: Vues-
tra merced parece sacerdote, ¿quiere servirse de
decirme tres misas en el altar de la A^'irgen del
Buen Suceso? ve aquí la limosna, y diole seis
reales, afinería es para lo que Dios hace, y ca-
sual parece, mas mucho tiene que reparar que
fuesen los mismos seis reales que le faltaban,
y las misas á la Virgen del Buen Suceso, y
que habiendo estado años en aquella corte, ni
se le había encomendado misa ni la había di-
cho por limosna. La hoja del árbol no se mueve
sin la voluntad de Dios, y en cosas pequeñas
obra grandes maravillas. ¡Sea bendito y ala-
bado su nombre y el de su gloriosa madre que
tanto nos favorece y ayuda con su intercesión!
Los milagros que esta santa imagen ha obrado
en la corte son sin número, y no sólo allí, mas
á donde quiera que la han llevado con este ape-
llido de Buen Suceso ha habido infinitos muy
buenos. Como sucedió estando en Madrid el
dicho licenciado Pedro Ordóñez el día que en
la huerta del de Lerma se hicieron las fiestas
y torneos por los casamientos venturosos de la
serenísima Reina de Francia y Príncipe nuestro
señor; subió en el tablado, y fue tanta la gente
que cargó que se quebró una viga, encomen-
dándose á esta santa imagen del Buen Suceso,
y permitió Dios pudiese salir, que era de los
que estaban llegados á las barandas, y los que
estaban á los lados de verlo turbado hacían
burla; quebróse gran parte del tablado, cayó
mucha gente, hubo catorce heridos, piernas y
brazos quebrados, y el uno que estaba á su lado
la cabeza y sesos; [todos] quedaron con la
vida, donde se vio el milagro manifiesto, y la
gente comenzó á clamar: ¡milagro de la Vir-
gen del Buen Suceso! que fue necesario dar dos
reales de á ocho á los alabarderos para poderse
librar, de que dio infinitas gracias á Dios y á
su santísima madre, y mandó hacer dos cua-
dros, uno para el Hospital Real de la corte y
otro para el de la Santa Misericordia de la
ciudad de Jaén.
II
RELACIONES
ÜE LOS REINOS DE LA CHINA, COCHINCHINA Y CHAMPAA
Y OTRAS COSAS NOTABLES Y VARIOS SUCESOS
Por PlCDJtO 01&])ÓÍX:Z D£ €: im A. T, Jj O ÍÜ (')
CAPITULO XIII
De un epílogo de los sucesos que me pasaron
con esta famosa y i-irtuosa reina María.
Digo verdad (prudente letor) que no me
ha dado cuidado todo lo que he tratado y refe-
ferido en este tratadico, y que este capítulo me
{'1 Tratado | de las I Relaciones I verdaderas de |
los Reynos de la China, | Cochinchina y Champaa,
y otras cosas ¡ notables, y varios sucesos, sacad is | de
sus originales. | Por el Licenciado Don Pedro | Or-
doñez de Ceuallos Presbitero | que dio buelta al mun-
do, proui I sor, luez, y Vicario General de aquellos
Reynos. Chantre de la 1 Santa Iglesia de la Ciudad
de Guamanga, en el Piríi, y canónigo | de la de
Astorga, natural de la Muy Noble. Muy I Famosa,
y Muy Leal Ciudad de | Jaén. Dirigido al eloquen-
tíssimo I Maestro Bartolomé Ximénez Patón. | Con
licencia, | en laén, por Pedro de la Cuesta, año
de 1628. .52 hojas en 4.», foliadas, más tres de preli-
minares y dos de Tabla. — ?ort. — Retrato del autor.
— Licencia del Obispo de Jaén Don Baltasar de Mos-
coso y Sandoval. Jaén, 7 de Junio de 1627. - Al elo-
cuentísimo Maestro Bartolomé Ximenez Patón, Pe-
dro Ordoíií'z de Ceballoí!. — C&p. I Kn que se da
relación de lo que ha de tratar en este Discurso, y la
situación de los reinos de la China y (Jochinchina.
— Cap. IL Don'ie se prosiguen las Relaciones, y como
el rey chino quiso hacer su tributaria la gran ciudad
de Hilam, que era su ciudad sagrada, y de los muchos
dioses que adoraron. —Cap. III. Adonde .se prosiguen
las relaciones y guerras que hizo el Príncipe cochin-
chino.— Cap. IV Prosiguen las relaciones y sucesos
de lo que pasó á los principes y princesas con sus casa-
mientos.— Cap. V. De otros reyes famosos en diversos
tiempos, hasta el padre de la princesa María. — Capí-
tulo VI. De algunas relaciones tocantes a! reino de
Champaa, y lo que duró con ellos la fe, y otros varios
sucesos.— Cap. VII. Donde se trata todo lo demás
tocante á este Emperador, padre de la reina María, y
Santísima cruz referida, y milagros de otras cruces. —
Cap. VIII. Del principio del gobierno de la reina
María en los reinos de Cochinchina, y algunas rela-
ciones.— Cap. IX. De la llegada y triunfo en la corte
de Hilam y embajada que envió, y como inquirió la
descendencia de sus dioses. — Cap. X. De la embajada
y cartas del (Jbispo de la China, y relaciones de las
guerras. — Cap. XI. De lo ([ue p;tsó á la reina María
con los Padres clérigos, y triunfo de la Santísima
Cruz. — Cap. XII. De las costumbres de la reina y
embajadas que le vinieron en diversos tiempos, y otros
sucesos. — Cap. XIII. De un epilogo de los sucesos que
me pasaron con esta famosa y virtuosa reina María.
ha puesto alguno, porque el dicho de Marco
Aurelio no sea verdadero en cuanto á la mitad,
que dice que el alabanza propia se ha de huir.
Y Quintiliano: Viciosa es toda alabanza de sí
mismo. Y Maxencio: Alabarse ú sí es de hom-
bre vano. Y otros dichos que pudiera decir.
Certifico que no pretendo más de lo que dije al
principio, y sólo ser tenido con la alabanza des-
ta discreta, prudente y cristiana reina, como
solo un instrumento, siendo ella el todo de la
alabanza, y ser yo sólo la plática que hermosee
la grandeza de la virtud, ó una sombra de la
propia virtud, y como en plática grave, sería
perjudicial fría alabanza. Y aunque es verdad
que no hay cosa más dificultosa que la alaban-
za venza á la invidia, el otro medio dicho [es] el
depender la fama propia de alabanza ajena. Y
[eran tales] las virtudes que resplandecían en
esta mujer ilustre, y gobernó tan bien los gran-
des reinos que le quedaron encomendados, que
decía que todo su blanco había sido mirar el pro
de aquella república [antes] que otra cosa; y
que jamás olvidó la menor parte della y que
siempre advertía remediar lo por venir, como lo
presente, y huyendo el qué dirán, conservando
su honra y fama, y que toda su vida dio los car-
gos del gobierno á los virtuosos de quien tenía
buena alabanza y no á los que con favores los
pretendían, y que en lo que más trabajaba era
en saberse gobernar á sí mesma, por saber go-
bernar á los demás. Y siendo esta reina tan
amada de todos, es cierto ser buena gobernado-
ra, pues el gobierno suele traer odios y enemis-
tades; y decía que las leyes del dios rey eran
agras y rigurosas, mas que ella en su gobierno
las había cumplido con misericordia y piedad, y
que el premio y la pena es alivio del gobierno, y
por ge'nero de satisfación decía á sus parientes
que comúnmente quien manda el mundo son
[las] mujeres, y que aunque era mujer, que de
sí son vengativas, ella se preciaba de perdonar;
y así le parecía que era mayor parte de miseri-
cordia perdonar que dar, y que la culpa que no
era de malicia con facilidad la perdonaba y que
PEDRO ORDOÑEZ UE CEBALLOS
ns
hallaba por experiencia ser mejor perdonar las
culpas que castigarlas, y que al humilde perdo-
naba de mejor gana, y que si no hubiera culpa
no era menester perdón. Y diciéndole que Cris-
to mandó que perdonásemos á los enemigos,
estuvo un poco suspensa, y dijo: Dos cosas se
me ofrecen : la una, que era precepto digno del
Hijo de Dios, y la otra, que no habiendo que
perdonar poco se merecerá, y que pues nos per-
donaba tantas culpas hechas contra Dios, que
el perdonar al que nos ofendió es justo; y advir-
tió en el Padrenuestro: Perdónanos, así como
nosotros perdonamos; y lo repetía muchas ve-
ces, y decía que siendo gentil les decía á los
dioses le perdonasen, pues se arrepentía de la
culpa, y cuando confederaba sus ciudadanos que
se preciaba desto y decía que las dos coronas
postreras le había traído su buena suerte: el me-
recer de presto la de descercar su ciudad, y que
la otra era la más meritoria, por ofrecerse cada
día confederarlos; y que si era de menos valor
y fuerzas el que ofendió, era gran virtud per-
donarle, y si más poderoso, perdónate á ti el
vengarte; y con estas dos razones lo conven-
cía. Mas siendo iguales, deteníase más y roga-
báselo por los dioses, por la paz de su ciudad y
por su vida; y con esto fue su gobierno y t'em-
po muy tranquilo y felice, pues todos decían
que gozaban de la edad deseada. Era tan ene-
miga de la mala lengua, que decía que por ser
de hechura de hierro de lanza hacía tan nota-
ble daño que hería al alma y descubre todos
los males, y que la hallaba buena mientras se
ocupaba en alabar á Dios y cuando maldecía le
parecía á un pincel del demonio, y decía: Ya le
conozco y sé su bondad ó maldad en que co-
nozco su lengua; y á los Padres Alfonso y
Juan les decía mantenimiento del espíritu, por
su buena lengua y por ser doctos, y que sus
buenas palabras eran sombra de sus cristianísi-
mas obras.
Alabándole una vez unos bonzos mozos,
sabios en cosas humanas, dijo á su tío Ando-
nita: No dices mal, mas esos los comparo á
viña nueva, que da mucho vino, mas mejor la
vieja, y así son los padres bonzos cristianos,
porque adornan su verdad más con sentencias
que con palabras, y cuando las hablan las han
pensado bien, y que tan sabios eran en callar
como en hablar. Sucedió después que, dignán-
dose la majestad del cielo, por los varios suce-
sos que refiero en mi libro del Viaje del Mundo
y en los Triunfos treinta y ocho y treinta y
nueve del libro de la Santísima Cruz, por par-
tir del puerto de Acapulco en la Nueva Espa-
ña, hacia la banda del mar del Sur, donde
compré un galeón llamado San Pedro, con sus
piezas de artillería y demás pertrechos de gue-
rra, y cu él embarqué infantería, y por su capi-
tán aquel valeroso soldado Pedro de Lomelín
y la gente necesaria de mar y algunos pasaje-
ros. Era nuestro disinio ir á Guayaquil, puerto
del Pirú, He la provincia de San Francisco del
Quito, y los temporales ser tan contrarios que
no fue posible llevar aquella derrota. Descubrí
en el paraje do islas de Ladrones una que la
llamamos isla de Españoles, por haber más de
cuarenta años que se había perdido en ella un
navio de españoles, y se poblaron en ella, y con
mujeres de las isleñas que hurtaban á los natu-
rales procrearon tantos, que fueron sustentando
sus guerras, y había más de trecientos, y sólo
quedaba un español y un negro de los que se
perdieron, y servia de padre; se decía Juan
Barroso, y los enseñaba y bautizaba. Los suce-
sos deste mundo son varios, y así dice Pitaco
que es de hombres sabios mirar no venga el
mal y fortaleza sufrirle cuando venga, Y Tc-
rencio, que es menester fortaleza y paciencia.
Y Publio, que el religioso oficio de nuestra
vida es como el edificio, que si so cae una pie-
dra, trae otra tras de sí; nunca una tribulación
deja de traer otras, y aunque sea trabajo sufrir
un revés de fortuna, para mí he hallado por la
experiencia que es mayor no poder remediar un
mal suceso cuando se comienza á sentir. Pues
embarcados para el viaje de Guayaquil, no pudo
haber prevención ni remedio contra (^) los vien-
tos, tempestades y borrascas, hambre y sed,
hasta llegar á tanta altura que las encías se nos
dañaban, y los mantenimientos, hasta venir á
comer todos los cueros de vacas y otras cosas
de menos sustancia, y cuando entendimos ha-
llar refrigerio en tierra, hallamos más trabajos.
Fue el buen consuelo hacer en aquella isla gran
servicio á Dios Nuestro Señor en enseñarlos,
confesarlos y dejarles Catecismos para los pe-
queños, y borrarles algunas cosas y dejarles las
verdaderas. Barroso, su cura, les enseñaba las
cuatro oraciones, Mandamientos y Confesión;
déjeles todas las demás y artículos de la Fe;
quedóse un fraile francisco lego, buen cris-
tiano, movido de caridad. Dirá alguno que esto
de islas y descubrimientos es algo dudoso; sólo
bastaba el ejemplo del valle de ÍBatuecas ('•') en-
medio de nuestra España, en tierras de los ilus-
trísimos Duques de Alba, que habrá poco más
de cuarenta años que lo descubrieron unos ca-
zadores, y hallaron gente, y un convento, y
reliquias de los retirados en la pérdida de Es-
paña. Y el año de cincuenta haber tenido noti-
cia del gran Duque de Moscovia, Emperador
de Rusia; tiene diez y siete reinos y provincias,
todas de cristianos, y ol año dicho envió á dar
la obediencia al Sumo Pontífice Paulo Tercero, y
("1 En el original: á q^uc.
\^\ Fn el original: Valí ecos.
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autobiografías y memorias
entonces se tuvo noticia deste Duque de Mos- '
covia y de la isla Amoricua, que está junto á
otra deste Duque, qive se dice Laulos; confi-
nan con la isla Iscandinavia, donde' están los
reinos de Gocia, Dacia, Noruega y Suecia, de
donde salieron los godos que sujetaron á Es-
paña y muchos reinos del mundo en di^-ersas
partes; son todos cristianos; confinan con el
mar cuajado, donde caen las provincias de la
Noruega, Dinamarca, Coacia, Frigia, Tisia y
Prusia; pasados unos desiertos están cuatro
provincias de bárbaros que no se pueden con-
quistar; sus nombres son: Gales, Scitas, Oxe-
tas y Tile. Y en nuestras islas de Canaria, la
octava, aunque en diversos tiempos se ha visto,
no se ha podido descubrir, que algunos piensan
son otras siete, y las llaman de San Borongón,
y navegando de Panamá al Pirú se huye de la
Gorgona por un mal golfo que tiene; otros
dicen que por sus habitadores, que son muje-
res, que corren (como se dice por comparación)
con el viento, y son muy vellosas. Pudiera decir
de muchas en diferentes partes y cosas que hay
en ellas muy dificultosas para los que no han
dejado el nido de su patria, y sólo por alabar
una islica que le llaman Santa Elena, que está
en la navegación de los venturosos portugue-
ses, que parece la descubrió la Divina Provi-
dencia, de muy buenas aguas y otras cosas de
comer, aunque despoblada, que es donde se
recogen y se avían de lo necesario á tan largo
viaje y de tantos enemigos. Y para mí tengo
que las islas que hay en todo el globo del
mundo es tanta tierra como la Tierra Firme.
Las de Barlovento, Santo Domingo, Habana
y las demás que mi navio descubrió y todas las
que descubrieron los famosos capitanes Sar-
miento y Quirós, que las nombra; las de cabo
de Hanian, islas de Salomón, por su mucho oro
y pedrería, y la Nueva Guinea, junto al reino
de Quibira, Brasil, Hilquigua y Incónitas. Las
del mar Mediterráneo que todos sabemos, y en
ellas la grande Sicilia, que antes era tierra
firme con Ñapóles; las de Inglaterra, Escocia,
Irlanda, que ésta tiene sujetas otras cincuenta
islas; Islanda, Bacallaos, la de San Lorenzo,
Madagascar y más de docientas hasta cabo de
Sincapura; Quersoneso (*), donde está la gran
isla de Umatria; las Malucas, que dicen son más
de quinientas hasta las Javas; las de Japón,
sesenta y seis; todo el Arcipiélago de las de
junto á la China y Cochinchina; las Mindanaes
y todas las Filipinas, que son muchas, hasta
éstas de Ladrones que voy tratando, donde
descubrí ésta de españoles perdidos, donde es-
tuve algunos días, y dejándolos algo industria-
(') En el original: Cucreoneno. Se refiere á la penín-
sula de Malaca.
dos en las cosas de nuestra santa fe, y muy
obedientes á la Santa Sede Apostólica Romana,
partimos hacia la China. Llegamos á la isla del
nombre de Jesús de Pintados, donde hallé
aquel valeroso almirante Cristóbal de Espinosa
de los Monteros, y supe de sus grandes haza-
ñas (como largamente lo referimos en el Libro
de la continua nobleza y varones ilustres de la
muy noble, muy famosa y muy leal ciudad de
Jaén (*), yo como primer autor, y el elocuentísi-
mo y prudente varón Maestro Bartolomé Jimé-
nez Patón, por mi larga y grave enfermedad, lo
perficionó, acabó y sacó á luz). De allí pasé
hasta Macao, ciudad en la China, de la corona
de Portugal, donde alcancé salvoconduto y
fuimos á la famosa ciudad de Cantón. Y por
las guerras que había con el cosario Moreno y
publicarse que el Gobernador del reino de Cam-
boja (que era el príncipe Landigno que gober-
naba por su hermano) juntaba un poderoso
ejército, saliendo de Cantón, á pocos días fui-
mos cogidos por la armada guarda de aquellos
mares de la Cochinchina y llevados hasta im
puerto, donde mandó el juez de extranjeros que
saltase en tierra el dueño del navio con solos
cuatro hombres. Fui como dueño del navio, y
los dos capitanes de infantería y navio y dos
soldados. Dijo la lengua que todos habíamos
de hacer tres reverencias hasta el suelo al juez
de aquella tierra. Yo dije á los compañeros que
las hiciesen y yo no, porque fuese ocasión de
decir que era sacerdote cristiano, y decirles y
enseñarles algunas cosas tocante á nuestra
santa fe católica. Parece que por vía de Esta-
do habían tratado de que la reina casase con
extranjero, por no tener tantos enemigos si
casase con alguno de los reyes que la habían
pedido. Y como yo no hice reverencia al juez,
nos remitió á un virrey, y por pasar lo propio
de no hacerle reverencias hasta el suelo, nos
envió al Tuquín y reina, á donde rae pasaron
los más fuertes y nunca oídos sucesos que á
hombre, pues con las mayores promesas, pala-
bras y razones que lengua podrá encarecer,
pidióme (^) me casase con la reina y que la ga-
naría para mi Dios, y que ella y yo haríamos
aquellos grandes reinos cristianos, y [yo la]
desengañé (") de que los sacerdotes cristianos
no se podían casar sin licencia de nuestro Sumo
Pontífice, y [añadí] que aguardando se le podría
pedir y alcanzar, y diciendo que todo sería dos
ó tres años á lo más largo.
Con otras mayores persuasiones me pedían
(') Capítulo XXII. Del famoso Almirante Cristóe
bal de P^pinosa de los Monteros, señor de pueblos d.
indios en la isla de los Pintados, nombre de Jesús
(Folios 107 á 112.)
O En el original: pedirme.
(*) En el original: desengañada.
PEDRO ORDOÑEZ DE CEBALLOS
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ella y todas sus mujeres, que eran muchas, que
se sirven con tanta y más familia que nuestros
Reyes, todas cercadas de mi y dos lenguas, un
portugués y un pajecillo de la Reina, diciendo
que dejase la fe y me volviese á la suya, que
era muy buena, y más cuando había visto á los
padres Alfonso y Juan, que tratado con ellos
decía el uno que la engañásemos y hiciese que
me casaba con ella, y que mientras se podía
enviar las muchas razones que había al señor
universal y decirle la verdad, que no había sido
por temor ni negar la fe, sino por los vasallos y
leyes de aquellos reinos, y que se vería dando á
Su Santidad la satisfación con hacerla cristia-
na, y que se entendiese no se había negado la
fe; y todos los compañeros presentes me lo pe-
dían, y los ausentes desde el navio con cartas;
y más cuando se publicaron las amenazas del
Emperador, que me había de casar ó que á to-
dos nos habían de pasar á cuchillo. Favorecien-
do el divino Señor sólo con decirle á esta sabia
y prudente reina que si ella estuviera cierta que
en su ley se había de salvar y ir al cielo (que
era su mayor blanco y deseo), ¿que si la deja-
ría? decía que no por todos los reinos del mun-
do. Decía: Yo digo lo propio, y con esto la de-
tenía. Digo verdad, que si á la entrada supié-
ramos lo que ellos tenían tratado, hiciéramos
todos gran reverencia al capitán y pudiera ser
casarse. Mas como los caminos de Dios son ins-
crutables tenía predestinada á esta reina, y la
dispuso á que quisiese bautizarse, como la en-
señé y bauticé, y le puse por nombre María; y
dándole á entender que el mejor de cielos y tie-
rra era el Hijo de Dios le quiso para esposo, y
ella y muchas de sus damas, dueñas y donce-
llas, se recogieron á un convento que se hizo en
la ciudad de Guanci y allí profesaron. Y por-
que se entienda nos querían matar á todos;
para aplacar á su hermano hizo la dejaciíjn que
he referido de su reino en mí, y yo en su her-
mano, y con todo eso nos desterraron. En esta
ocasión dijo esta cristianísima reina aquel dicho
tan digno de saberse y que refiere el maestro
Bartolomé Jiménez Patón en el libro de Va-
rones Ilustres, que fue cuando vino la sentencia
de Hilam, del Consejo Supremo, en que me des-
terraban por no haber hecho reverencia al visi-
tador de los extranjeros, ni al virrey de Qui-
benhu, y por haber enseñado y bautizado á la
reina y enseñado, catequizado y bautizado á los
demás virreyes, capitanes y demás gentes, pa-
rientas, damas y demás mujeres, que me pren-
diesen y á su usanza me rompiesen los vesti-
dos y me pusiesen un capuz blanco y tres ca-
denas, y me echasen del reino, y á todos los
cristianos españoles. Dijomelo la reina, y como
me demudase y entristeciese, prosiguió dicien-
do: Acuérdate cuando te prometía un reino y
AUTOBIOGRAFÍAS K MlíMORlAS— 41
una reina y decías que no lo estimabas por no
perder el celestial, y yo dejé el reino por tu
consejo, y si ahora me lo volvieran con todos
los demás reinos del mundo, y á ti que era lo
que más estimaba, no lo acetara, que precio
más ser cristiana y monja que á todo el mun-
do. Fortaleza de nuestra santísima fe, digna
de ponderación y de saberse.
Asimismo referiré otro caso que sucedió des-
pués de este en el reino y ciudad de Champaa,
y fue que estando jugando á los dados los sol-
dados españoles, uno de ellos que perdía, hijo
de italiano y española, echaba muchos juramen-
tos al uso de extranjero. Un Virrey, General
de la mar y Superintendente de aquellos reinos,
tío de la reina María, que yo había enseñado,
catequizado y bautizado, preguntó á la lengua
lo que decía aquel soldado. Informado le vi ha-
cer algunas señales de ponderación y admira-
ción. Llamé al capitán de infantería Pedro de
la Torre Lomelín, y le dije: Paréceme que el
Virrey ha preguntado á la lengua los juramen-
tos de aquel soldado; vaya con brevedad y dele
unos puntillones y échele una mordaza. Fue y
lo hizo á tiempo que el Virrey se venía hacia
donde yo estaba, que había disimulado porque
no se entendiese, y dijo á la lengua: Dile á este
bonzo que digo yo que no los ojos sino el co-
razón me llora sangre. Hecho mi acatamiento
le pregunté la causa. Respondió: Porque tan
buena ley la tenga tan mala gente como vos-
otros. Dicho que debíamos todos los católicos
tener delante los ojos y en particular los blas-
femos juradores, que como si no fueran cristia-
nos tienen por uso el jurar; debiendo saber que
en casa del que jura no le faltará desventura,
cometen un pecado tan sin provecho, odiado de
los que lo oyen y tan aborrecido del mismo
Dios. Dame licencia, cristiano letor, á que diga
algo del juramento. Dice Dios por San Mateo,
capítulo V: Mirad que os digo que no juréis.
Dice San Cri«óstomo que la mala costumbre
del jurar í5e remediara con solo por la mañana
acordarse deste dicho de Cristo, y que el jurar
es de gente baja, y el jurar á Dios sin necesi-
dad el gran pecado que cometen; y si eres
principal, el juramento no te da autoridad,
antes te la quita y es causa que no te crean,
porque juras fácilmente y en cualquier ocasión.
Dice un filósofo que los juramentos son de
hombres malos y que se escriban en el agua; y
el que mucho jura da á entender que no tiene
crédito, pues siempre habla alegando testigos
y hace contra sí y no le creen y pierde la es-
timación con la frecuencia de los juramentos.
Séneca aconsejaba á Lucillo que para ser bueno
siempre se acompañase con un bueno. El divi-
no Crisóstomo dice que nos acompañemos con
el santo nombre de Dios, no para jurarle, sino
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AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
para reverenciarle, alabarle, respetarle, temerle
y amarle, acordándonos siempre que es Dios y
Señor, y que nos dice: Mirad que os digo que
no juréis. Y advierte, jurador, que en el juicio
universal ese poderoso Dios y Señor es el ofen-
dido, testigo y juez. Todos los sentidos se lian
de emplear en aquello para que fueron criados,
y faltándole aquel ejercicio pai*a que principal-
mente se hicieron, vienen á emplearse en lo
contrario, y así hace el blasfemo jurador, que
olvidado de lo que Dios le manda y pide, que
es alabarle á él y á su santísimo nombre, le
desalaba en jurarle, pecado gravísimo y de
ningún provecho, y de tanto enfado para los
buenos que lo oyen, pues una planta tan nueva
de un gentil de pocos días bautizado dijo que
le lloraba el corazón sangre porque tan buena
ley la tuviese tan mala gente como nosotros.
Lo que le pude y supe responder fue decirle:
Excelente señor, entre nosotros hay muchos
buenos y algunos malos, y á los que lo son los
castigan. Mire vuestra excelencia lo que hace
el capitán; que visto los empellones que le daba
y la mordaza que le habían echado, y que man-
daba le echasen grillos y cadenas y que le die-
sen tantos tratos de cuerda, se aplacó y rogó
que le perdonasen por amor de Dios y porque
él lo rogaba, y todo lo demás que refiero en su
lugar en el libro del Viaje del Mundo. Dejé á
los padres Alfonso y Juan, que por las gue-
rras referidas no los habían oído; ayudaron,
como tan grandes cristianos á aquella con-
versión, donde bautizamos Virreyes, capitanes
y mucha gente de aquellos reinos, y el primer
cristiano que murió en ella fue su madre de la
reina.
Por los años de mil y seiscientos diez y seis
vino de China el reverendísimo señor obispo
de Macao Don Fray Juan de la Piedad. Y es-
tando yo en Madrid en mis pretensiones, me
envió á llamar y me enseñó una carta del Tu-
quín y dos de la reina María, monja, donde le
envía á pedir predicadores; y en la una dice:
Mi padre Pedro quedó de volver; la obediencia
no le habrá dado lugar. Su señoría le envió tres
religiosos descalzos, y pidió por un memorial
al Rey nuestro señor me enviase á aquellos rei-
nos. Vine á esta ciudad de Jaén para volver á
aquella misión; fue Dios servido, por no mere-
cerlo yo, de tullirme (como digo al principio),
de que le doy infinitas gracias por sus regalos
y misericordia.
III
ALONSO SOLETO PERNIA
MEMORIA DE LO QUE HAN HECHO MIS PADRES Y YO EN BUSCA DEL DORADO,
QUE ANSÍ SE LLAMA ESTA CONQUISTA, Y DICEN QUE ES EL PAYTITI (')
Primeramente vino mi padre de Paraguay,
y vino en busca del Dorado con su Gobernador,
y vinieron muchos españoles y indios y llega-
ron á los Chiquitos y de allí se volvieron por-
que les mataron catorce españoles y muchos in-
dios, y de allí Fue el desbarate que tuvo, y se
volvieron al Paraguay y otra vez volvieron con
hijos y mujeres á la misma conquista, y como
hallaron muchos indios en Santa Cruz se pobló
ahí para pasar adelante á su conquista, y de ahí
vino Don Lorenzo, Gobernador, y salimos á
otras, y fui con ellos y poblamos, y se llama
el pueblo Santiago del Puerto, más adelante,
adonde se volvió la primera gente; y salió el
Gobernador con gente y fue atravesando el
monte y hallaron indios muy caribes y tuvo
grandes rebatos con ellos y le mataron españo-
les y muchos indios, y de ahí se volvieron; á
otra ocasión salió un capitán á esa parte misma
y toparon con otros indios más [que] eran en el
monte mismo, y después se despobló porque no
había contrahierba como la hay agora: y después
vine á San Lorenzo; ansí mismo se pobló, j la
pobló Don Lorenzo con pensamiento de ir á
ella, adonde había comenzado, y envió al Pirú
y vino un maese de campo suyo que se llamaba
Juan de Torres Palomino, y con él ciento y
once soldados españoles ; y vinieron estos solda-
dos del Gobernador á costa suya y no se hizo
la entrada por no haber contrahierba, porque es
gente qi;e usa hierba, y así quería hacer su jor-
nada por el río abajo, y ansí hizo una chalupa
y dos barcos y un bergantín y decía que ((nor-
ria ir por este río y salir á España, y trajo pi-
lotos y todo recaudo para hacer barcos, que fue
maestro para todo, y ayudé yo en los barcos;
y murió Don Lorenzo y no la hizo, y encargó
á Gonzalo de Solís la jornada y fuimos allá
unos por tierra y otros por el río, y fninie por
el río yo por haber ayudado en los barcos y ha-
berme dicho mi padre que á eso sólo había po-
(') Publicamos esta Memoria conforme á una copia
de mediados del siglo xvii, estragadísima, que se con-
serva en el Archivo de Indias. Hemos procurado
enmendar sus muchos errores.
blado en Santa Cruz, y me escribió diciendo
que fuese á la jornada y me envió recado para
la jornada, y así fui á ella de buena gana por
ser gusto de mi padre, y él mismo lo deseaba;
y nos volvimos porque murió el Gobernador;
nos quisimos huir porque nos queríamos volver
otra vez, y ansí una noche se nos quedó los
barcos en tierra, y ansí nos volvimos y salimos
á la jornada de los jarayes con el maese de
campo Hernando de Lomas, que fue maese de
campo del Gobernador Don Beltrán de Gue-
vara; y ahí supimos cómo fueron muchos indios
y fueron á buscar, y traje esa nueva á mi padre
y me dijo: «Ya ves lo que dicen los bárbaros;
¿por qué no hacéis lo que yo os dije?»; y ansí
[lo] tomé con cuidado y volví con el Goberna-
dor al castigo, que pasamos por la provincia de
los chiriguanas y itatines y nos mataron trece
hombres y nos volvimos, y salió el mismo Go-
bernador al castigo y fui con él y llegamos á la
provincia [de los] chiriguanas, y de ahí nos
echó el Gobernador al Norte á sesenta hombres
y fuimos por unas montañas y hallamos camino
grande, y llegamos al río del Dorado y halla-
mos indios que nos entendían, y nos dij[eron] la
noticia; y quedaron de llevarnos, porque estos
indios habían ido allá ellos y sus padres siendo
ellos mozos que podían ya tomar armas, y ha-
llaron la noticia que buscaban, y que fueron á
ellos con mano armada y les salieron al encuen-
tro tanta cantidad de gente que les fue fuerza
volver atrás huyendo, que á no huir que no sa-
ben qué fuera ¿ellos; y lo que más les ahuyentó
fue lo que ellos traían puesto, que dicen que
parecían soles del resplandor que traían, pues-
tos en todo el cuerpo, de tanta plata, que les
servían de corona en la cabeza, y en las mu-
ñecas muy grandes manillas, y en los cue-
llos muy grandes y hermosas patenas de muy
rica plata; y que eso fue más la ocasión por
donde estos indios chiriguanas huyeron; y en
esta ocasión, huyendo toparon una india que
venía de su chácara con un carnero de dies-
tro, y también venía la india hilando la misma
lana del carnero; y preguntándole que cómo
478
autobiografías y memorias
seria el animal que traía dijo qtie no tenía-
mos nosotros animales como ellos, que eran
de pescuezos largos, y no como caballos ni
muías, y ansí que la dicha india, cuando supo
la lengua les dijo que del carnero vestían, por-
que le tresquilaban, y que tenían una puente
echa de orisneja, que pasaban de una parte
á otra, y que llamaban aquel cerro la Cabeza
de Anta, y nos mostró la derechera adonde
era, casi al Norte, adonde se pone el sol; y
nos pareció estos indios que loaban á los espa-
ñoles y animábannos, que nos decían: «Acaba,
dioses, pues que habéis venido, vamos allá antes
que me muera, pues mis padres vinieron desta
conquista y no la gozaron, que yo os guiaré, y
gozad dellos antes que me muera)>. Esto decían
los bárbaros, y ansí lo decían y no me alargo
más, que es cansar j repetir lo que el bárbaro
decía desta conquista; y de allí fuimos más ade-
lante á mano derecha á unos enemigos que
tenían estos indios, y dimos en los caminos su-
yos; en un descansadero suyo hallamos mu-
chos árboles arrancados ; las raíces tenían pues-
tas hacia arriba como á manera que, decían,
vean la fuerza de indios que en esta provincia
hay y no se atreva nadie á venir á nuestras
tierras; y en estos árboles arrancados estaban
pintados rostros de demonios, digo labrados con
muy sutiles herramientas de madera, que me
pareció que era para adorar cada vez que llega-
ban ahí. Después fuimos adelante por el camino
diez hombres con caballos, armados con lanzas
y adargas, y nos fuimos; y decían muchos
hombres que sería otro Montezuma, j dijo un
capitán, Alonso de Solís, que á él le pertenecía
prender al señor de aquella tierra, pues prome-
tía mucho en la seña que veíamos; y después
desto miramos adelante adonde íbamos: vimos
como una legua una muralla, al parecer: y dijo
este mismo capitán, que había estado en Es-
paña y en esas batallas de allá, que parecía una
muralla con el sol que daba en ella y parecía
de cal y canto, y llegados á ella era de un cerco
de la manera de un fuerte muy reforzado, y es-
taba en cerco por amor de seis enemigos que
tenían, que eran estos indios chiriguanas y chi-
rivianos; era el fuerte de árboles de higuerones
y de cedro, plantados un paso de otro, y plan-
tados alrededor para edificar su ciudad, y de
estos árboles se ingieren unos con otros y viene
á hacerse una pared, y la puerta tenía de árbo-
les hincados, que apenas podíamos [entrar]
hombre á hombre por la puerta, y estaba como
trampa; y como era hecha trampa, los soldados,
ganosos de ver lo que podía ser aquello, toma-
mos hachas y cortamos un árbol de la muralla y
otros nos fuimos á grande priesa de los caballos
al socorro de los que entraron por el portillo que
hicieron; entraron quince hombres bravos y va-
lientes y diligentes; fue tanta la multitud de
bárbaros que les acometieron, [pero] fue el soco-
rro de los caballos tan breve que fue grande el
socorro; al fin les sacamos á los quince [que]
eran; los bárbaros traían adargas y arcos y fle-
chas y macanas colgadas en las muñecas, para
cuando llegaren á manos, para con las macanas
pelear; son éstos unos indios que no saben huir,
sino pelear á pie quedo, y así quisieron acometer-
nos y se hallaron burlados, y los otros indios que
llevamos amigos nos habían dicho que acome-
tiésemos, que luego huirían, y que no acometién-
doles que nos veríamos en grandísimo aprieto,
como fue; mas es la gente española gente que
todo lo abraza, y pasamos adelante y dimos
en otro pueblo que estaba una legua, y en-
tramos, y eran los caminos tan derechos que
casi eran más anchos que una calle, por muy an-
cha que fuese, y estaban estos caminos tan ba-
rridos y tan limpios que cierto tuvimos que
ver, que fue cosa que jamás habíamos visto; lle-
gamos á este pueblo y entramos de tropel á
el y no hallamos gente, porque ya habían pa-
sado los otros huyendo de nosotros; hallamos
[en] una casa en el dicho pueblo, que estaba en
la plaza, trece bultos, todos en pie, que al parecer
eran frailes, porque tenían rostros de sacerdo-
tes y porque tenían coronas como si fuesen sacer-
dotes, y tenían silicios y diciplinas en las pre-
tinas colgadas, y en las diciplinas tenían como
á manera de sangre, y todos estos bultos se es-
taban mirándose unos á otros; y otros soldados
entraron en otro oratorio y dieron voces dicien-
do: «¿Qué hacen ahí mirando? vengan acá y
verán aquí más que allá, que aquí están todos
juntos los Santos y Dios Padre»; fuimos á ver
lo que era y hallamos lo que ellos decían; la
casa era como iglesia del nombre de Jesús, con
muchos bultos todos en pie, á manera que esta-
ban todos sujetos á otro que los cubría con sus
brazos abiertos, á manera de Dios Padre, y
hubo soldados que decían: «¡Voto á Dios, que
parece Dios Padre y todos los Santos juntos!»;
y esto vimos y pasamos adelante, adonde nos
decían por señas que adelante estaban otros
como nosotros, y como no les entendíamos ni
ellos á nosotros, nos volvimos de ahí junto de
otro pueblo; fuera estaba un bulto como á mane-
ra de un hombre crucificado desnudo, como [en
una] manera de cruz, y tenía el rostro como á
manera de un Cristo nuestro, y pasamos adelante
y luego topamos un descansadero; tenían alre-
dedor de dicho descansadero los [dichos] árbo-
les; tenían en pie las raíces; estaban vueltos
para arriba como á manera de figura de diablos,
porque estaban tan feos y tan espantosos, y digo
que todos los que hallamos dentro de las casas
tenían rostros muy buenos, que con un pincel no
podía ser más, y todo lo de fuera feísimos; visto
ALONSO SOLETO PERNIA
479
esto que habíamos visto, un Cristo, digo un
bulto como hombre crucificado que tenía buen
rostro, brazos y piernas y pies como nosotros,
esto visto pasamos adelante y hallamos un pul-
pito á manera de olla, y era de peña redonda y
tenía su subidero para subir arriba en la misma
peña labrada, y subí á verlo y comencé á dar
voces arriba y me dijo un indio haciendo señas
que me bajase porque no se enojase su Dios;
por señas hacía todo esto; y por ver lo que era
y dando más voces, apuntaba este indio á donde
se ponía el sol, haciendo señas de que tenía otro
señor; esto vi en esta provincia, y otras cosas
que nos pasó, que por no ser prolijo aquí no
las refiero; y en esto tardamos hartos días y
de ahí nos volvimos á nuestras casas y tierras,
y esto conté todo á mi padre lo que yo había
visto y he dicho adelante, y me dijo: «Veslo
cómo Dios os ha llevado cerca de la noticia y
del cerro que hallaste»; me dijo que sabía los
dos ríos caudalosos, que son el río del Dorado y
el de la Plata, y así lo hallé, que de ahí salen
los dos ríos, el uno para el Norte y el otro para
el Sur; y esto vide y atravesé, y vide las cabe-
zadas de estos dos ríos que salen deste cerro
que lo llaman del Norte; va adonde apuntan los
indios, que nos querían llevar los unos y los
otros; todos apuntan á una parte.
Despoblóse Santa Cruz, y el Gobernador,
como tenía en memoria lo de adelante, fue con
gente á poblarlo otra vez, por ir adelante; y así
fue que el Gobernador de San Lorenzo salió y
íbase á los Chiquitos, adonde estaba poblado
[por] los españoles, y fuimos cuarenta hombres
con su señoría; yo, por ser adonde mi padre decía
y los indios me dijeron, que era hacia el Norte,
fui sin que nadie me apercebiese; llegamos al
pueblo, que quiso el señor Gobernador hacer
reducir y hubo contradiciones, y dijo el dicho
Gobernador que si queríamos ir al monte al
Norte á traer indios y piezas; por ser al Norte
fuimos de buena gana; fuimos por donde el Go-
bernador Don Lorenzo fue y llegamos á estos
indios; como eran ya mansos nos dijeron que
fuéramos á unos indios que habían dado en
ellos, y fuimos con más voluntad, por ser que
decían que era hacia el Norte; porque mi her-
mano y yo, estando en el Pirú en un pueblo
llamado Pocona, pueblo de indios, un cacique,
pi eguntándome que cómo no había parecido,
di jóle mi hermano que estaba casado en los
Chiquitos adonde estaban poblando los espa-
ñoles, y el indio estaba entonces bueno y nos
dijo: «Sobrino, píntanos cómo está vuestra tie-
rra». Yo se la [pinté] adonde nace el sol, y el
Perú adonde se pone, y San Lorenzo adonde
se pone el sol, y señalé los Chiquitos al Norte,
adonde estaba mi hermano poblado, y le vimos
al indio alborotado en el rostro; y entonces dije
á mi hermano en la lengua que le diera de lo
que tenía en la mano, y le brindó y otra vez,
y ?omo vido que le íbamos á su gusto nos dijo
desta manera: «Sobrinos, vosotros me habéis
pintado vuestra tierra y los Chiquitos hacia el
Norte; mira que aunque anden vuestros padres,
entran por el Perú, y han entrado siempre y
se han perdido; vosotros, sobrinos, estáis cerca
dellos ya, porque por acá no lo descubrirán por
esta parte del río, si no es por la otra parte
adonde me señaláis», que así lo sabía él; y este
indio se llamaba Don Pedro, cacique de Poco-
na, muy viejo, que tenía cien años y muchos
más; y nos dijo que allá estaban sus parientes
y que los indios de allá habían venido y que
estaban muy bien, y que se llamaba Paytiti, y
esto nos dijo el indio, y dicen que los mucha-
chos y los borrachos dicen la verdad; el indio
estaba aquel día para hacer mercedes y nos
dijo esto muy de veras, con muchas ansias, di-
ciendo que allí estaba su Rey y señor; y ansí
como nos vimos en aquel paraje que nos había
dicho, fuimos con más voluntad, y decían otros:
«¿Qué esto que con más voluntad van ahora?»;
y es [que] teníamos lo quel indio nos había
dicho, y así íbamos alentados, y fuimos y dimos
en estos indios, que estaban junto á unas serra-
nías y eran indios caribes que comían carne hu-
mana, y no se quisieron sujetar al español, sino
queríannos matar y no sujetarse ; antes nos hirie-
ron ocho soldados, y más avilantados estaban,
hasta que nuestro Capitán dijo que quemasen las
casas donde estaban, y más quisieron quemarse
que darse á sujeción, adonde quedaron quema-
dos; y hubo más cosas que no se refieren aquí
por no enfadar; y en esto llegó el Gobernador
y nos alejamos, y después otro día salió un her-
mano mío á correr la tierra y pasó por donde
habíamos quemado el pueblo, y á un lado halló
un indio herido de un balazo en una pierna, y
pasó de largo, que hizo que no le había visto,
y después no le halló adonde le había dejado y
dijo á sus compañeros y á otro hermano mío
que se apease, y luego se apeó, y díjole que
buscase á un indio que habían visto tendido;
pasaron y buscáronle por el rastro que había
hecho, porque tenía una pierna quebrada y se
la arrastraba por irse, y dijo: «Aquí está este
bárbaro; no está muerto»; y fuimos allá donde
estaba y le hallamos como muerto, y dijo mi
hermano que lo trajesen al real, que otro no ha-
bíamos cogido, y por saber del lo que queríamos;
y lo llevaron á cuestas cuatro indios y llega-
mos con él y con la lengua que traíamos; fuele
preguntado que cómo no quisieron sujetarse,
y dijo que no entendían que éramos sino sus
contrarios, que también usaban armas [como
las nuestras] y que casi era el son que sonaban
como los destas, y era de piedra lo que salía
480
autobiografías y memorias
dellas, y así entendieron éramos dellos, j nos
dijo questaban cerca de ahí unas personas como
nosotros, y que son indios, j que por ser indios
como ellos no se quisieron sujetar á ellos, y que
ellos y otras provincias sujetaron siete ú ocho
provincias ; [que] fueron de mano armada á ellos,
y que dieron la batalla tan cruelmente, y que
salieron los otros tantos y tan galanes, con mu-
chas coronas y patenas y brazaletes, que pare-
cían estrellas con aquellas divisas que traían, y
dijo que era blanco como lo que traíamos en
nuestros arcabuces, que eran las virolas y fras-
quillos, que de aquella misma manera, y que
fue tal la batalla que salieron ellos vencidos, y
que este indio quedó con los muertos con una
pedrada que le quebraron dos costillas, y que
no huyó porque no le matasen, y quedó allí
hasta que fue de noche, y ansí se fue adonde
estaban los suyos, y asi salió desta batalla ; y
esto dijo, que se volvieron todos juntos y cuan-
do llegaron á sus tierras envió este señor un Ca-
pitán sobre ellos; no pelearon más sino de paz, y
así salieron de paz y estos serranos no quisie-
ron, y ansí los otros están mal con ellos y fue-
ron enemigos hasta agora; y preguntándole qué
tan lejos estaban dijo que subiesen al cerro, y
que de allí lo verían, y fue Antonio Sanabria
y subió al cerro y no vio nada, y volvió; y dijo
el indio que dónde había subido, y le pregun-
tamos adonde, y dijo que no era ahí, sino en
este otro cerro, y que fuesen á la punta del
cerro, [que] veríamos lo que él decía, que era
unos rasos y pueblos; y así fuimos al cerro que
decía, y subimos seis hombres, tres de los Chi-
quitos y otros tres de San Lorenzo, y entre
ellos fui yo, y después que estuvimos arriba y
miramos á una parte y á otra dije: «Señores,
no habernos aguja »: diéroume la aguja y tó-
mela en las manos y cogí el Norte y el Sur, y
liacia el Norte vimos un cerro de Levante á
Poniente, y todo hasta allá era montañas, y
adonde habíamos venido [también] era monta-
ñas grandes; j mirando adonde se pone el sol
vimos una laguna y hacia el Norte lagunitas, y
dije á mis compañeros: «¿Aquellas lagunitas
son tres?»: dijeron: kSí^j; y dije: «No es sino
una, porque son islas que las apartan, que [allí]
viven los pueblos alrededor de la laguna» ; dije-
ron que no vían nada, y les dije: «¿Ven los
humos?»; dijeron que sí; «¿Venios cómo salen
derecho y no se desparraman ? esos son de ca-
sas»; y les dije: «¿Oyen los atambores?»; dije-
ron que no, sino que era viento que daba en
aquellas peñas; yo les dije: «Tengan atentos
los oídos y oirán mejor»; y así lo hicieron, y
lo oyeron todos los que íbamos cómo eran atam-
bores, y así estuvimos más de una hora larga,
y dijo uno de los seis: «Si como somos seis
fuéramos los siete de la paz»; respondió otro
luego: «Si como somos seis fuéramos tres, los
tres reyes nos llamáramos y conquistáramos
todo el mundo» ; y en esto nos volvimos y diji-
mos: «Hermanos, digamos á los compañeros
que no hemos visto nada; veamos lo que dicen y
de qué pie cojean», y así fue; cuando llegamos
á los compañeros nos dijeron que qué habíamos
visto; «lo que siempre», dijimos, y luego saltó
uno de los de España: «Vean cómo es mentira
lo que aquel bárbaro dice; ea, vamonos á San
Lorenzo» ; esto que dijo se me anubló el corazón,
porque tal hombre tenía tan poco corazón, y dije
á mi hermano : «¿Qué os parece deste? Mire
qué va á lo que dijo el otro, que tres sólo qui-
siera ser para conquistar todo el mundo»; y así
nos fuimos, y ellos delante de nosotros llegaron
al real y dijeron que no había nada; todo era
verdonales ; y les dijo el Gobernador por mí
«¿Aqueste?»; dijéronle que yo quedaba atrás
y que ya venía, y es que sabía el disinio que yo
llevaba, que jamás dejé salida ninguna, porque
iba al propósito; y llegué y me preguntó que
qué era esto que le habían dicho, y le dije: «Se-
ñor, [indicios] son muy grandes»; me dijo: «Yo
lo creo, que esas buenas nuevas me traes»; dije
que sí, y después me dijo: «¿Qué viste?»; y le
dije: «Señor, vimos el cerro hacia el Norte y el
pueblo á la redonda de una laguna, y están en
cerro y en rasos, y tomamos el aguja y todo
lo que dice hacia el Norte á mano derecha todo
es montaña hasta el cerro, y lo mismo por adon-
de hemos venido es montaña, y lo que es hacia
el Norte era todo lonjas y rasos»; estas nuevas
le di porque lo vi, y el deseo mío era tan gran-
de que quisiera que todos fueran como yo y
tomara alas para volar y buscar adonde íbamos;,
y luego el Gobernador apercebió al Capitán
Anaya que saliese con treinta hombres otro
día de mañana, y salimos y fui en el campo de
los primeros, y mis hermanos y sobrinos, y
toqué mi corneta para que saliésemos, porque
era [grande] el placer que tuve de ir adelante
yo y mis hermanos y sobrinos: no sé de los co-
razones de los otros soldados: y luego se tocó la
trompeta para salir, y en esto todos los indios
bárbaros que llevamos por amigos se alzaron y
huyeron al monte por no ir adelante, y en esto
mi hermano dijo al Gobernador quería ir al pue-
blo adonde dejamos al padre y diez soldados, y
di jóle el Gobernador: «Haga lo que lo más con-
viniere»; y así dijo: «Ea, hermanos y sobrinos,
síganme todos»; y ansí lo hicimos, y luego dijo
el Gobernador: «Quédese un Soleto conmigo»,
y ansí quedó Diego Soleto con su señoría; y
fuimos adelante al pueblo y aquel día anduvi-
mos tanto que lo que [antes] se anduvo en seis
días se anduvo en uno, y cerca del real dijo Juan
Soleto: «Paremos aquí, y venid, hermanos; id
con nuestro sobrino al real, y mira si están
ALONSO SOLETO PERNIA
481
vivos los compañeros, y s¡ estuvieren avisadles
lo que ha habido j traedme al mulato; id con
cuidado» ; y fuimos los dos á pie, que estábamos
media legua del real, y así fuimos, y era tan os-
curo que como llevamos llave del rastrillo fui-
mos muy secreto, y así cerca del real nos salió
un perro, como á manera de tigre, á espantar-
nos, y dio un bramido que nos detuvo, hasta
que lo conocí que era mi perro y le llame' por su
nombre; llamábase Surujano, y vino como hu-
milde y amigo, y fuimos al real, que estaba á la
parte de una laja grande, y fuimos por ella, y
la laja estaba como vuelca, y así nos sintieron
los indios que quedaron en el real, y como esta-
ban con cuidado (por amor de los enemigos esta-
ban ansí) [luego que] llegamos nos hablaron;
dijo un indio [voceando]: «Españoles son», y
dijimos: «Sí somos», y le preguntamos por la
gente y nos dijo que todos estaban buenos, y
llegamos á los compañeros y dije al padre lo
que nos había pasado con los bárbaros, que se
nos habían huido todos por no pasar adelante, y
díjome el padre que también habían estado con
gran cuidado esta mañana, porque la gente ha-
bían estado muy alborotados y no habían venido
esta mañana como solían venir, y luego les pedí
las cadenas, y los traje como mi hermano me
había dicho, y así lo hice; después le dijo que
llevase al pueblo al mulato, y que había de ser
por las espaldas del pueblo, y así lo hizo el dicho
mulato, y cogimos los indios por detrás, que la
[villa] tenían por delante, y ansí los cogimos ; y
luego fuimos al otro pueblo y lo mesmo nos suce-
dió, que sólo indios cogimos y indias no, que se
habían huido al monte; y ansí fuimos al real con
los indios en cadenas, y luego envió mi herma-
no para coger las indias y fuimos tras ellas, y
luego aquel día volvimos y no trajimos nada,
y mi hermano tomó dos indios y díjoles: «Mira
que os llevo á los dos; al uno tengo de ahorcar
y al otro de empalar» ; y luego nos dijo que fué-
ramos, y fuimos por volvernos adonde el Gober-
nador estaba, y nos dábamos priesa porque
mis hermanos y yo llevábamos la priesa para
adelante; y así fue que nosotros, otro día á
á medio día trajimos á estas piezas todos, que
no faltaron ninguna; nosotros que llegamos al
real, oímos la trompeta sonar; dijo mi hermano:
«Malo, hermano, que está ya el Gobernador de
vuelta»; y díjele: «Animo, que Dios es grande;
ha de querer que pasemos adelante»; y así lle-
gamos al real, adonde el Gobernador estaba, y
dijo mi hermano: «Señor, sea bien venido aquí;
traigo las reinas; los reyes ellos se vernán»; y
ansí fue, que luego se vinieron los caciques y
los otros indios por sus mujeres, y después puso
por plática la vuelta por donde habíamos co-
menzado, y no quisieron casi todos, sino nos-
otros, porque éramos hablados de nuestro padre,
y le dimos el sí, aunque era muerto, [y que] le
habíamos de obedecer lo que nos mandaba, y así
estábamos todos con grande dolor, y les dijo el
Gobernador: «Hijos y hermanos, lo voy á bus-
car para mí, si no para vosotros»: estas cosas
y otras les decía y no querían, hasta que yo les
dije: «Vamos mis hermanos y mis sobrinos»,
que éramos todos diez, y todos decían: «Ade-
lante»; y dije: «Señor, aperciba diez hombres,
con el padre que quede, y suba en su caballo y
salga y diga: «Todos me sigan», que todos se-
rán fuera; y así fue, que todos nos fuimos con
su señoría, y otro día estuvimos en los serranos
de donde nos volvimos, y ya habíamos dejado
al indio que'nos había dicho lo que habíamos vis-
to, y lo hallamos muerto y quemado y flechado,
que debieron de entender los bárbaros que era
de los otros, y tomando la india por guía nos
llevó por la montaña siempre; dijeron: «¿Adon-
de vamos, que vamos por la montaña siempre
y dejamos las lomas y pampas á mano izquier-
da?»; tanto porfié que me dijo el Gobernador:
«Volvamos atrás y hagamos eso que decís»,
y fuimos otra vez de vuelta atrás y el real se
quedó en una pampichuela, y fuimos al cerro
adonde habíamos descubierto los pueblos, y alli
subimos, y no [lo] dejamos los hermanos por-
que teníamos las ansias de pasar delante, por ln
que sabíamos y nos habían dicho, y al fin todos
apuntaban á una parte, y subimos á lo alto con
un Capitán, y vimos lo que yo había dicho, y
hubo hombre que dijo: «¿Veis un bárbaro que
veo que está junto aquella lumbre questá en
ese campo?»; y le dijimos que no víamos nada,
y era cierto; y así nos volvimos al real j lo di-
jimos al Gobernador, y entonces me dijo mi her-
mano: «Mira por donde hemos de ir»; y tomé
cuatro compañeros, que fueron sobrinos míos,
y fuimos á abrir una montaña pequeña que nos
estorvaba la entrada, y era como una cuadra, y
machete más que la mitad, porque de arriba
habíamos visto el cerro, y nos volvimos, que
era ya tarde; y otro día de mañana volví á un
camino, y luego salimos y avisamos á la gente
y nos siguieron por la pampa y nos alojamos
junto á un río que va al pueblo, y allí hallamos
rastro y hicimos una puente para pasar todo el
real; y otro día pasamos todos juntos y llega-
mos adonde dijo este soldado que había visto
el indio, y hallamos rastro y era lo que el sol-
dado decía, y pasamos adelante por la pampa y
fuimos todos juntos con ganas de llegar á ver á
loque salimos, y nos dijo el indio: «Ya es»; íba-
mos con tantas ganas ; pasado quedaba el Go-
bernador de retaguardia y como íl)amos pasando
dijo entonces: «Señores los Soletos. quédese uno
conmigo y no vayan todos»; y cayóme de suer-
te, que dijo: «Quédese, Pernia»; y me quedé
de retaguardia y fuimos mirando á mis com-
482
autobiografías y memorias
pañeros y hermanos cómo iban tan ganosos y
blandiendo sus lanzas, que era contento verlos,
y pasaron y llegaron al río que se había de pa-
sar para el pueblo, y allí se detuvieron; la gente
y los indios le resistieron, y como esto vio Juan
Soleto dijo á los otros: «Hagan lo que yo hi-
ciere y síganme todos» ; y se arrojó á pasar el
río, y los demás le siguieron y entraron al pue-
blo; y cuando llegaron tenían un bárbaro atado
y decía por señas con la boca alargándola, y de-
cía ansí i/cu/a, muchas veces; y en este mismo
pueblo hsdlamos batanes para moler maís, como
los del Perú, y la chicha ni más ni menos como de
Perú, y sus cántaros como los del Perú, y sus
pailas, digo, de barro, que, por contar de sus
grandezas, eran tan grandes que cabía yo; en
una me dormí ocho noches que estuvimos ; ahí
estaba como si fuera de cobre, que tenía tres
andenes, y es de paney y hecho á mano aquello
para meter llena para cocer la chicha, y era tan
ancha que cabía un hombre en una de aquellas
pailas, que era de siete pies de largo y ancho.
Y tenían á manera de pescados á los que ora-
ban, y bú jaros, y tenían una cruz de palma como
los de acá tenemos cuando es día de Ramos; y
preguntándole qué era aquello decía que el yaya,
y hacía señas que el yaya se lo daba; y otro día
pasamos adelante, y hallamos los indios sobre
un cuerpo de los que habían los soldados muer-
to; hallamos como á manera de un baile á la re-
donda del muerto, y lo tenían al fuego, que
aquella gente se queman y se van en humo;
esto vide, y todas esas naciones, y es una gente
tan limpia que tiene cocina de por sí, donde
guisan de comer, por ser gente limpia; y pa-
samos adelante como una legua, y hubo dos
caminos, y allí decían unos que por aquel ca-
mino, otros por el otro, que ya andaba el es-
torbador estorbando, porque había hablado al
Capitán que pasásemos adelante, y llevamos
armas de caballos ; y como el estorbador an-
daba listo entre nosotros, dijeron quel Gober-
nador decía que nos volvie'semos á dormir jun-
tos, y fue para mí desgracia y desmayo, quedán-
donos los hermanos tristes, y vimos las lomas
por donde fuimos y les decía: «Amigos, vamos
hasta aquella punta, porque este bárbaro dice y
apunta que estamos cerca» ; y esto era para ani-
marlos; no quisieron, porque el estorbador an-
daba entre nosotros, y así nos volvimos adonde
estaba el Gobernador, que pensamos de volver
otro día adelante, y antes nos dijo: «Hijos, no
quiero más ver lo que he visto, y es esta lagu-
na que tiene esa piedra en medio, que este es el
Paytite»; di la noticia y tomé unas canoas, ba-
rrotadas unas con otras porque no volcasen, y
asi fui en ellas y vi la peña; parecía hecha á
mano; y volviendo hacia mis compañeros me
dijo uno dellos á voces: «Aguardad acá á un
lado»; y vide un caimán muy grande, y si le
aguardo no sé qué fuera de mí, y me embistió y
yo di con unos canaletes á manera de remos y
otro [iba] remando y venía él fiero con la boca
abierta tras nosotros, y al fin dimos tanto que
no nos alcanzó y saltamos en tierra, y como el
fiero animal hubiera hecho otras veces aquello
vino hasta donde estaba la canoa y un soldado
llamado Juan López le dio un balazo en la cabeza
y lo mató, y era [tan] fiero el animal que ponía
espanto á los bárbaros; [vimos luego un indio]
que venía en su canoa dando voces como desa-
fiando y él nos tiró flechas, y venía solo en pie,
y los otros asentados y decíamos al Gobernador:
«Señor, que han de matarnos»; y tanta fue la
importunidad que le dimos, que nos dijo: «Má-
tenlo luego»; lo mataron y cayó en el agua, y
los otros luego se fueron en la canoa, escondi-
dos, por amor de las pelotas; aunque daban en
ella, nunca los bárbaros la desampararon hasta
que se alejaron, y mi hermano Diego Soleto
dijo á un indio que lo sacase de dentro del agua
hasta los pechos; le tomó de los cabellos y trá-
jolo tras sí adonde estábamos, ensangrentado
boca y narices del balazo que le habían dado.
Es [allí] la tierra muy dura; la loza deben de
mesturar con caracoles ; es tan dura la tierra que
parece de metal el más duro; tenían tanto cara-
col cogido, que así digo que debían de mesturar
la loza con los caracoles, porque tenían tantos
guardados en sus casas; yo digo que para la
loza, como acá se mestura con arena, porque
tomé un cántaro y lo quise quebrar con una
macana y le di dos ó tres golpes y no lo pude
quebrar, y lo dejé; y me fui á donde el Gober-
nador estaba y dijonos: «Hermanos, ya hemos
visto á lo que veníamos; ya topamos con la pie-
dra de la noticia, questo sólo quería ver; volvá-
monos; el año que viene traeremos mimición y
gente»; y así nos volvimos; y en esta tierra
son los zapallos como los del Pirú, y el maís
grueso, grande y blando, y chácaras muy gran-
des; mas vimos pocos indios, mas muchas muje-
res y chusma, y al parecer no estaban allí ellos,
y así vinimos por las chácaras y hallamos árbo-
les cortados como si fueran cortados con hachas,
y eran con piedras, porque tenían minas dello
de donde la sacaban para cortar árboles, y
tenían las bocas como si fuera de hierro, y te-
nían [en] seis perchiles el maís, puesto con
grande curiosidad, las puntas para abajo, y así
no se entraba el gorgojo; había mucho en esto
que ver, y fue para mí de grande pesadumbre
porque no fuimos adelante, y quiso Dios que
hallamos Gobernador nuevo y se deshizo todo
lo que teníamos concertado. Hicimos otras jor-
nadas á la cordillera con otro Gobernador, á
los Chiquitos, y [le rogamos] que hiciese la
jornada que había hecho el Gobernador Gon-
ALONSO SOLETO PERNIA
483
zalo de Solís Holguín á los Toros, y salió por
maese de campo Antonio Suárez, y llegó al
pueblo y puso en plática la jornada, y no qui-
sieron la gente, porque querían que el propio
Gonzalo de Solís lo hiciese; y como hallé ahí
mis hermanos, por lo que sabíamos de esta
entrada, nos holgamos de ir allá, y nos fuimos
[por la] otra parte; mas topamos con el mesmo
río que iba á los Toros, y dijimos á otros sol-
dados: ((Hermanos, este río parece el de los
Toros»; y dijeron que sí, y nos volvimos y
hallamos el pueblo despoblado, y nos volvimos
contentos porque ya la esperanza teníamos
perdida, y [pues] que Dios trajo el Goberna-
dor, será Dios servido de que viene á hacer la
jornada; nos holgamos mucho y fuimos á esa
jornada todos mis hermanos y sobrinos; por ¡r
á cosa cierta llevamos todo el hato, y fue llevar
mujeres y hijos, y ansí fuimos con tanta vo-
luntad, y no quiso Dios, que nos desbaratamos
por ir en tiempo corto, que fue por agosto y
septiembre, que entonces ha de estar la gente ya
parada y no ha de ir la jornada de priesa, por-
que se perderá, si no es muy despacio; lo cierto
[que] dello fue el padre Navarro habló, y su
paternidad dirá lo que trabajamos; y volvimos
todos á priesa á veces hasta el río de Guapay,
que muchos soldados y capitanes vinieron á pie
por haber sido el tiempo de aguas. Cuando fui-
mos á los Toros en la primera vez fue el padre
Jerónimo de Villarnao con el Gobernador Gon-
zalo de Solís. — Alonso Soleto Pernio.
RELACIÓN DE LA VIDA
DEL
CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS
[ESCRITA POR ÉL ISMO] i')
El año de 1598 nací en el concejo de Villa-
viciosa, en la colación de Arguero; fue mi
padre Juan de Toral y Valdés; mi madre, María
de Costales, entrambos hijosdalgo; del parto
de un hermano menor murió mi madre y quedó
mí padre con tres hijos: dos varones y una
hembra. Para el remedio deste cuidado y de
la pobreza (que obrando con extremos opues-
tos ó anima ó desalienta) se determinó bajar
á Castilla, trayendo consigo á los dos mayores,
que éramos yo y mi hermana.
Paró en Madrid y á mí me acomodó á ser
paje de un señor y le serví cuatro años; ausen-
tándome de su casa, anduve otros cuatro pere-
grinando por España como otro Lazarillo de
Tormes. Volví á Madrid, y el mismo señor á
quien había servido, como me había criado con
él afecto amoroso de la crianza, pidió á mi padre
que le volviese á servir; así lo hice tres años,
haciendo de mí tanto caso y confianza como si
la experiencia y obligación de grandes servicios
ocasionara á ello en quien no tenía aún diez y
siete años cumplidos; ¿que parte podía haber
destas, que obligara á que se cegase el enten-
dimiento de un señor que ocupaba un puesto
de los más preeminentes de España?
Esta elección ocasionó el destraimiento de
mi vida, mudando el modo della, porque como
mi gobierno fuese correspondiente á mi edad,
siendo el empleo que C) de mí se había hecho
caudal con que compraba mis gustos, no tan lí-
cito [s] cuanto era bien, para evitar alguna queja
de que las tenían otros criados que, movidos de
la envidia, notaban mis menores acciones con
todas las que de mí sabían, dieron con ellas en
(') Aunque publicada en el tomo LXXI de la Co-
h'vción (le documi'ntos inéditos pura la Historia de
España, la reproducimos copiándola del ms. S lU de
la Biblioteca Nacional; éste es una copia hecha á me-
diados del siglo XVII y consta de 38 hojas en folio.
O En el original: de que.
el rostro de mi dueño, tocándole en lo que se
diría; provocando [le] con estas cosas me pidió
los papeles que por mi cuenta tenía, que eran
de consideración; sentido desto propuse la ven-
ganza, y á un criado y mi deudo, que había sido
la principal causa de mi mudanza, le esperé eñ
parte estrecha y le di dos estocadas, que enten-
diendo que le había muerto me ausenté de
Madrid y paré en Alcalá de Henares.
En ella estaba levantando compañía Don Cos-
me de Médicis, hijo de Don Pedro de Medi-
éis (*); díjele al Alférez si me quería asentar la
plaza de soldado; respondióme que era mucha-
cho que venía huyendo de casa de mi padre, que
no sabía lo que pedía, que lo pensase bien. Res-
pondile que venia determinado ; asentómela
contra su voluntad, que hay hombres de consi-
deración tan madura que quiei-en más perder de
su oficio y derecho que no que se siga un daño
notable.
A dos días se me arrimaron dos bellacones
que después de ayudarme á gastar lo poco que
tenía me acuchillaron; dije en conversación, de
un soldado que pasaba, que le había conocido
en Toledo corchete; luego se lo dijeron, y él y
ellos me sacaron hacia el río engañado; allá me
esperaban otros dos, y de la pendencia saqué
segados dos dedos; del uno estoy estropeado;
digo esto tan por menor porque se conozca el
poco saber y la mocedad, cuando procede á su
albedrío, á los casos que se sujeta. Dos meses
estuvimos esperando, sin socorro ninguno, bus-
cando la vida con los modos á que da licencia
la soldadesca cuando no hay superior que los
estorbe ni remedio á la necesidad.
Partimos de Alcalá, alojados, hasta Lisboa;
juntáronse en ella cuarenta y tres compañías;
todas las metieron en navios de flete que esta-
ban embargados de mercaderes, socorriendo á
(') Kn el original: J/í'rfiír.9.
486
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
cada soldado con un real, que aun para una
comida no había, porque se compraba á muje-
res regatonas que lo iban á vender á los navios;
dormíamos sobre las tablas embreadas, que lo
ordinario era amanecer la cabeza pegada á ellas;
los navios pequeños, la gente desnuda, amon-
tonada una sobre otra; por estar desta manera
siete semanas y partir para Flandes sin dar
socorro ninguno para refresco, y tardar en el
viaje veintiocho días, se apuraron de 8.000 en
2.300, que con tales causas, de los que que-
daron se puede tener admiración. Gobernaba en
Lisboa Don Antonio de Zúñiga, y gobernó en
la navegación el Capitán Antonio Ferriol, por
más antiguo.
Desembarcamos en Dunquerque por el mes
de noviembre, año de 1615, tan desnudos que
los más bien vestidos iban sin zapatos, ni me-
dias, ni sombrero, y lo común era desnudos, de
tal suerte, que las partes que la honestidad
obliga á que más se oculten eran más patentes
á la vista; y porque algunos las tapaban con
las manos los llamaron, á semejanza de Adán,
Adanes. Sabiendo Su Alteza el Archiduque
x\lberto tal miseria, la remedió luego, vistiendo
á todos cuantos íbamos, dende los zapatos hasta
el sombrero, y los repartió por Flandes en las
guarniciones y tercios; á mi compañía, que
quedó viva, le tocó ser del tercio de Don Iñigo
de Borja, que era Maestre de Campo y Caste-
llano de Araberes en el castillo desta ciudad.
Estuvo mi compañía de gnarnición hasta que
se acabaron las treguas, sin que se ofreciese
cosa notable.
El año de 1619 se acabaron y salimos á
campaña, yo agregado á la compañía de Don
Francisco Lasso, que era del mismo tercio,
porque mi compañía no salió, y sacaron della
diez soldados y yo fui uno.
En Beberé, que es un casar dos leguas de
Amberes, hicimos plaza de armas 10.000 hom-
bres, acudiendo por retaguardias á guarnecer el
dique de Caló y fortificarle (*), deteniéndonos
hasta que el Marque's de Espinóla sitiase á
«Tule, con intento que los Estados, sacando las
guarniciones de las plazas que ocupaba [n], soco-
rriesen ('^) aquella plaza, y habiendo sacado la
que tenia en la Inclusa, Don Iñigo de Borja, con
la gente de su cargo, que eran 10.000 hombres,
tomase la isla de Casante que casi cerca la In-
clusa, y quitarle el socorro; en este ínter se ha-
bían prevenido en Estonde, que es cinco leguas
de la Inclusa, barcones y alguna artillería para
que en carros se trújese al puesto por donde
el ejército había de pasar el canal de la Inclusa
para entrar en la isla, que también confina con
(') En el oñgin&h fortificándole.
(') En el original: socorricuf.
el dicho canal, llegando al puesto de noche á
un tiempo el ejército y las barcas; estando el
Marqués sobre Jule le llegó á Don Iñigo de
Borja orden para que fuese á la Inclusa; mar-
chó la gente y se juntaron en una tarde los
10.000 hombres, que estaban repartidos por di-
versos alojamientos en el país, en un campo
delante de las puertas de Briejas, la mejor gen-
te que se podía escoger, todos soldados viejos
del tercio de Don Iñigo de Borja; el de Vallón,
de milaneses; el de Mos de la Fontana, de va-
lones; dos regimientos de alemanes; compa-
ñías de valones del país de Certuis; seis com-
pañías de irlandeses. Aquella tarde marchó toda
esta gente á la sorda para hallarse en el puesto
señalado á las doce de la noche, y á las mismas
doce habían de estar los carros con los ponto-
nes y artillería, que habían de venir de Ostende
por la orilla de la mar; en el camino se le que-
bró [á] un carro en que venía un pontón una
rueda; en el ínter que la buscaron y acomoda-
ron en el carro, amaneció; esperando los demás
á que viniese éste con ellos, todos se detuvie-
ron ; el ejército llegó al puesto adonde se había
de pasar el canal para entrar en la isla de Ca-
sante, y adonde habían de estar esperando los
carros, á la una de la noche, y esperándolos
también amaneció. Los de la isla y barcos que
andaban por la mar vieron el ejército que esta-
ba hecho escuadrón á la orilla de la canal; co-
nocieron el disinio, acudieron al remedio forti-
ficando la isla, que hasta este caso no habían he-
cho, guarneciéndola; no sirviendo tanto gasto y
prevención y gente más de despertar á quien
dormía. Viendo Don Iñigo que ya era enten-
dido y que su interpresa, por ser de día y no
haber venido los carros á tiempo, no tenía efec-
to, se retiró á ocupar algún puesto allí cerca en
el ínter que se avisaba al Marqués que enviase
segunda orden de lo que se había de hacer.
Llegó dentro de ocho días la orden del Mar-
qués, de que se tomase puesto á vista de la In-
clusa y no se partiese del sin haber hecho dos
fuertes Reales: uno á la orilla del canal en lo
más estrecho della, enfrente de la isla de Ca-
sante, con una buena batería que estorbase el
poder entrar embarcaciones con socorro; otro en
un dique, con cuatro baluartes quo le sujetase;
tomóse (}) puesto en una pradería que estaba
entre unos diques que detenían la creciente de
la mar, un cuarto de legua de donde se habían
de hacer los fuertes; acuartelóse el ejército y
en esta ocasión fui nombrado por cabo de seis
soldados que me dieron de guarda para reco-
nocer las fortificaciones de la Inclusa (cuyo re-
conocimiento tengo hecho bueno en mis servi-
cios). Fuese continuando el hacer los fuertes
O En el original; tomase.
DOMINGO DE TORAL Y VALDES
487
con dos baterías que tiraban á otro que el ene-
migo había hecho en la isla para que estorbase
la labor de los fuertes, que duraron nueve me-
ses, que compreendieron todo el invierno, con
los trabajos más notables que soldados han pa-
sado en Flandes. Como los cuarteles estuvie-
ron en hondo, entre diques, con las muchas
lluvias y cursos de carros y gente se hicieron
unos lodazales, entre lodo y agua, que los hom-
bres se metían hasta la rodilla y las cabalga-
duras no podían salir. Destos cuarteles se iba
por un dique á meter la guarda á los fuertes
que se hacían; era poco más ancho que un ca-
rro y por los lados tenía fosos de agua que in-
chia la marea; pues como por este dique se con-
dujesen (}) todos los pertrechos y bastimentos
y guardas á los fuertes , estaba tan malo que
cuando llegaba la gente de desatacarse y de le-
vantar y caer, las caras, manos y todo el cuer-
po iban cubiertos de lodo, y sin aliento ningu-
no, y si iban por las orillas del dique tal vez
resbalaban y daban en los fosos que estaban á
los lados del dique; con el peso de las armas,
si era de noche, se ahogaban. Tiniendo el ene-
migo noticia destas cosas, las más de las no-
ches nos tocaba arma; era necesario ir dende
los cuarteles hasta los fuertes á la voz del
arma la mitad de la gente por el dique que
tengo dicho, en tiempo de invierno, con gran-
dísimas tempestades de agua y nieve, de suerte
que las más veces era ordinario de cuatro ó
seis que iban de camarada faltar uno, y vino á
suceder en general á la fin del invierno que en
las más de las baiTacas no había más que \\n
soldado, habiendo en cada una seis ó siete, y
los fríos y hielos fueron tan grandes que á mu-
chos soldados cortaron los brazos y piernas de
helados; la gente toda desnuda, los cuarteles
inundados de agua, que no se podía salir de las
barracas á la plaza de armas sin venir hechos
un lodo. Estos trabajos apuraron la gente de
tal suerte, que se hallaron por el mes de abril
los fuertes sin (*) defensa; de 9.000 que entra-
ron en el puesto se apuraron en 2.000, sin haber
muerto el enemigo sesenta; más lo aprieta en
sus certificaciones el maestre de campo Don
Pedro de Ocampo Marino, que murió Gober-
nador de Cádiz, que en esta ocasión era Sar-
gento mayor del tercio de Don Iñigo de Borja,
diciendo por palabras expresas que los que se
hallaron en hacer los fuertes de la canal de la
Inclusa hicieron pruebas de valientes y honra-
dos soldados, pues de 9.000 se apuraron en
1.500. Como he dicho gobernaba Don Iñigo
de Borja, y aunque era valiente soldado y en-
tendido en el arte militar y dicípulo de aquel
(') En el original: coiidiciescn.
(*) En el original: en.
famoso ingenio Miguel Curieto, se conoció con
evidencia que aquella famosa ciencia del saber
acuartelar un eje'rcito, reconocer la calidad y
circunstancias de un sitio, ó para alojarse ó dar
batalla, según guerra ofensiva ó defensiva, que
tanto les importó el sal)erla á Ce'sar en la PVan-
cia, á Carlos V en Alemania con el de Lans-
grave y Sajonia, al Duque de Alba en aquella
famosa batalla que dio on los Estados de Flan-
des al Conde Ludovico de Nasao, no la enseña
Euclides en su geometría, ni reglas ni precep-
tos de famosos ingenieros, mas un claro natu-
ral, curtido en una larga experiencia de casos
militares; si en esta parte se supiera esta cien-
cia no se hubiera hecho yerro tan costoso y no-
table, pues fueron los fuertes mucha causa para
que se consumiesen 7.500 hombres [que] es-
taban por mayor defensa [de] los fuertes. El
Marqués sacó la poca gente que había quedado
de aquel puesto y la llevó al sitio de Bergas.
Tenía el Marqués hecho trato en Bergas con
un Sargento mayor que había de dar una puer-
ta, poniéndose sobre aquella plaza; encaminó á
ella 1.400 hombres con Don Luis de Velasco,
General de la caballería, tomando puestos á lo
largo, sin abrir palmo de trinchea ni hacer for-
tificación de importancia en catorce ó diez y
seis días, en confianza del trato; el enemigo se
salió fuera de la plaza y tomó todos los puer-
tos que pudo, con muy buenas fortificaciones,
y caminó á nosotros con trinchera, que parecía
que nos quería sitiar, [y] metió socorro dentro
de la plaza. En este ínter sucedió aquella famosa
batalla que en Marimón, diez leguas de Bruse-
las, dio Don Gonzalo de Córdoba al Conde
Masfelte de Alemania. Llegaron las nuevas al
ejército, adonde ya estaba el Marqués; en al-
bricias de tan dichosa nueva, que era opinión
era restauración de Flandes, mandó que se dis-
parase la artillería; apuntóse á Bergas y una
de las balas que se dispararon mató al Sargento
mayor que había hecho el trato y en quien se
tenía la confianza; pasados algunos días se pa-
saron al ejército unos soldados de la plaza y
dijeron que era muerto el Sargento mayor; obli-
góle esta nueva al Marqués, haciendo el caso
reputación, hacer de la necesidad virtud; sitió
la plaza en forma; hizo llamamiento de gente
por todo el país hasta 32.000 hombres; llegó
Don Gonzalo de Córdoba con la gente que le
había quedado de la batalla; ocupó el puesto
que era de Vallón, que estaba á la parte de
Oriente. Es Bergas una villa, siete leguas do
Aniberes, en ducado de Brabante, en el mar de
Migilburx ; tiene una canal ó ría que con el
creciente cubre muchos bajíos, hinche el foso y
entran algunas embarcaciones no muy gran-
des; hacia el Poniente le entra el canal; arri-
mado á él [hay] un dique que se remata en unos
488
AUTGBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
bajíos donde está un fuerte que sujeta la villa y
guarda el canal para que no se le pueda quitar
el socorro, que se llama Bergan. Como el Mar-
qués ocupaba lo más del sitio hacia la parte del
Norte, cercaban este sitio trincherones, levan-
tados á trechos sus reductos para proveer las
postas y socorrer los puestos; comenzáronse á
abrir trincheas tarde y mal, porque como el
enemigo tenía puestos fuera de la plaza y en
ellos tenía piezas pequeñas que barrían la haz
de la tierra, en descuidándose alguno perdía la
vida. A la parte de Levante, como he dicho,
estaba Don Gonzalo de Córdoba; arrimáronse
por esta parte más por servirles de espaldas
unas dunas ó montañas de arena que estaban
cerca de la puerta de Amberes en aquella parto;
lio sucedió cosa notable más de algunas salidas
y el haber hecho una batería para batir la mu-
ralla; por la parte del Marqués se arrimaban
por dos partes y se abrieron trincheras : la una,
por el lado izquierdo, ocupaban las naciones
valones y alemanes; la otra parte de á mano
derecha ocupaban españoles, que al principio
gobernó Diego Luis de Olivera, maestre de
campo de portugueses; tuvo un mal suceso; fue
que el Sargento Rincón y el Alférez Moreno,
entrambos de la compañía de Don Lorenzo
Lasso, quisieron reconocer las trincheras ene-
migas, que distaban poco más de seis pasos de
las nuestras; levantándose en alto sobre una
banqueta vio que no había gente en ellas y le-
vantaron la voz, diciendo: ¡Santiago y á ellos!
que han desmamparado las trincheras; arrojá-
ronse á ellos; siguiéronlos algunos de su con-
dición y unos fueron empeñando á otros; los
que estaban del enemigo en la cabeza dellas se
retiraron á una plaza de armas que tenían cerca
guarnecida con cantidad de gente; los nues-
tros, entendiendo que huían, los seguían, y al
desembocar en la plaza de armas, los del ene-
migo, que ya estaban con las armas en las ma-
nos, no los dejaron, haciéndolos volver atrás.
Habíanse llenado ya las trincheras del enemigo
de soldados nuestros con la codicia de la ac-
ción, y quiriendo volver atrás, no pudieron, ni
tampoco pelear, porque la muchedumbre de la
gente era tanta que en la misma trinchera mu-
rieron la mayor parte de ellos sin poder i'etirar-
se ni pelear; murió entre ellos Don Fernando
de Portugal, hermano del Conde de Vimioso,
que era Capitán de Infantería del tercio de
Portugal. Conoció el enemigo ser esta acción
precipitada, sin orden, y pareciéndole que esta-
rían desguarnecidas las trincheas nuestras de
la batalla ó manguardia por haber (}) ocupado
las suyas la gente que ocupaba la manguardia
nuestra, sacó de un reduto que estaba á un lado
(') En el urigi;ial: ver.
en frente de las trincheras de nuestra batalla y
en medio una pradería, tres compañías que ocu-
pasen las trincheras de la batalla nuestra y cor-
tasen á los nuestros que estaban en las suyas
y á los demás que los iban á socorrer; mandó
luego Diego Luis de Olivera que saliesen á re-
cibirlas otras tres compañías; encontráronse en
la pradería y escaramuzaron más de media hora
lo más á lo largo, donde murió gente de con-
sideración de una y otra parte. Era una de las
compañías nuestras la del Capitán Rui, de quien
[era] sargento Miguel Olles, de nación nava-
rro; adelantóse de los enemigos otro sargento;
salióle á recibir Miguel Olles, y peleando con
el alabarda le mató; acudió su Capitán á ven-
garle; salióle á recibir otra vez Miguel Olles, y
calando la pica le tiró un picazo que con la
alabarda desvió y ganándole la entrada le dio
otro alabardazo con que le mató; tomóle la pica
con el alabarda del Sargento que había muerto
y retiróla hacia las trincheras y volvióle á salir
al encuentro otro soldado holandés de alta dis-
posición, que también venía á buscarle; chocó
con él y también le hirió muy mal de otro ala-
bardazo; en esto le dieron un mosquetazo en
un brazo, que fue fuerza el haberse de retirar;
después le cortaron el brazo por junto al hom-
bro; en premio desta hazaña le hicieron Alférez
y le dieron cuatro escudos de ventaja sobre cual-
quier sueldo; vino con licencia á España, y el
Conde de Monterrey, viendo sus honrados ser-
vicios, le ayudó para que fuese Capitán ; levantó
en Miranda de Duero, donde murió. Volviendo
al caso, digo que con el arma que se tocó fue
acudiendo gente de los cuarteles de socorro á
las compañías que escaramuzaban tres á tres en
la pradería; después de muertos algunos de una
parte y otra se retiraron. Los que se habían en-
trado en la trinchera del enemigo, aunque con
muerte de muchos, trataron de sustentarla; el
enemigo de defenderla, donde se peleó toda la
tarde hasta la noche , que fue fuerza á los nues-
tros retirarse; conociendo la gente que les ma-
taban con tan poco fruto, tomóse por acuerdo,
por divertir al enemigo de sus trincheras, em-
bestir á una media luna que remataba en la
cabeza de un ramal de trinchera nuestra que
estaba en la manguardia á mano derecha; hicié-
ronlo dos compañías de portugueses, sin fruto,
porque el enemigo la defendía valientemente, de
tal manera que en aquella tarde murieron mucha
gente de los portugueses y entre ellos dos Ca-
pitanes; fue [se] acudiendo al asalto y socorro y
mudaron aquellas compañías, y en su lugar en-
tró Don Francisco Lasso con su compañía, de
quien yo era soldado, que este día le tocó estar
de guarda en la retaguarda de las trincheras;
era de los que llaman los desbocados, y así qui-
so conseguir lo que otros no pudieron; hizo
DOMINGO DE TORAL Y VALDE&
4»9
cuanta diligencia podía un valiente soldado,
tanto que en el puesto le mataron diez y siete
soldados y entre ellos los de más opinión j al-
gunos Alféreces reformados, hasta que cono-
ciendo la dificultad, el Marqués le mandó que
se retirase, haciendo alguna fortificación en la
cabeza de la trinchera. Tenía ésta media luna
encima de la muralla, un torno con unas púas
atravesadas de parte á parte por el eje, y esta-
ban ensebadas y andaba muy ligero alrededor;
la muralla estaba baja; los soldados procuraban
subir y meterse por debajo del torno; para su-
bir asían de las púas, y como estaban enseba-
das escurrían, de suerte que cuando estaban ya
encima de la muralla; desliciaban de las manos
las púas y con la fuerza del deslicio andaba el
torno alderredor, y el que subía venía rodando
por la muralla abajo con algún picazo ó alca-
buzazo, y con esto estaba lleno el suelo de cuer-
pos muertos; en esta ocasión tres veces subió
á la muralla Alonso de Leyte, natural de Ma-
drid, trepando por la muralla asido de una pica
del enemigo, y todas tres vino abajo; servía en-
tre nosotros un tercio de ingleses que también
se halló eu todo lo que se ofreció; dellos y de
los nuestros estaban las trincheras llenas de
cuerpos muei-tos, que no se podía poner los
pies en la tierra, sino es en ellos, pisándolos;
unos que retirándose murieron, otros que allí
mataron, reputáronse por quinientos los muer-
tos ; amaneció y mandaron que los retirasen y mi
compañía también se retiro. Salió Don Fi'an-
cisco Lasso y todos tan otros de los que entra-
ron, que parecían demonios de la noche que ha-
bían pasado, negros y deslustrados del humo
de granadas, pez, alquitrán que echaban y de
la alcabucería, todos mustios y tristes, que ape-
nas se atrevían á levantar ninguno la cabeza á
mirar á otro; venía mi Capitán pasados los cal-
zones y las ligas de alcabuzazos y del fuego y
cascos de granada; díjele: Parece que á vuestra
merced le han picado grajos. Respondióme:
Es verdad, mas eran de plomo. Todo fue sin
orden ni acuerdo, no más de empeñar uno á
muchos, pareciendo al principio que era fácil
conseguir alguna cosa de importancia; mudaron
á otro día á Diego Luis de Olivera y dieron
las trincheras á Don Diego Mesía, que al pre-
sente era Maestre de Campo y Castellano de
Amberes.
Fuese continuando el sitio sin suceder otra
cosa notable más de los muchos tiros que el
enemigo tiraba cada día, que de la parte del
Marqués se puso un día á rayar un Alférez
reformado los tiros que el enemigo tiraba y rayó
seiscientos sin los que se tiraban á la parte de
Don Gonzalu; íbase muy poco á poco con las
trincheras; cada palmo que se adelantaba cos-
taba mucha gente y así se atrasaba más; esta-
ban [tan] cerca las del eneniigo de las nuestras
que las granadas se echaban con la mano de unas
en otras y con ellas hacían daño notable, porque
en cualquier miembro ó parte donde daba le
hacía pedazos. Llegaron á estar tan cerca las
del enemigo y las nuestras que para desembo-
carlas no faltaba más de con la pala echar la
tierra que las dividía, de ¡a una en la otra, sin
descubrirse. Conociendo esto el Marqués quiso
desbocar las suyas en la del enemigo y mandó
tomar al ejército las armas; guarneciéronse las
trincheras muy bien con gente sobresaliente;
halláronse en la plaza de armas dellas todos
los más principales soldados y señores del ejér-
cito: el Marqués Don Luis de Velasco; Don
Iñigo de Borja, que era General de la artillería;
dos hijos del Conde de Benavente, Don Manuel
y Don García Pimentel; un hijo del Marqués
de la Algaba, otro del Marqués de las Navas,
sin otros muchos extranjeros; guarnecidas las
trincheras, puesta toda la gente en orden para
cualquier cosa que pudiera suceder, volóse un
hornillo que estaba debajo del terreno que divi-
día las trincheras nuestras del enemigo, para
en volándole embestir; así se hizo, mas el ene-
migo tenía otra mina debajo de nuestro horni-
llo; esperó á que los nuestros embistiesen; en-
tonces pególe fuego, abrióse la tierra y al vo-
larle se tragó tres ó cuatro soldados ; los demás
salieron medio quemados; en este tiempo em-
pezó la artillería y mosquetería de una y otra
parte, en. tanta cantidad que la tierra temblaba
con el estruendo, y el humo y ruido de las ba-
las que cubrían el cielo y cegaban y aturdían
los hombres; peleóse más de dos horas: nos-
otros, por ocupar puesto en las trincheras del
enemido; él, por defenderlas; al fin nos hubi-
mos de retirar y volvernos á fortificar de nuevo
en el mismo puesto que estábamos; murió en
esta ocasión mucha gente de importancia; entre
los principales fue Don García Pimentel, uno
de los hijos del Conde de Benavente; sucedió
el caso que volando [los] nuestros el primer hor-
nillo había encima unas cestillas de tierra de la
forma de tiestos de albahaca que servían de cu-
brir á las postas y tirar por el hueco que hacían
por debajo; voló el hornillo algunas, y una se re-
montó tan alto que con el movimiento natural
vino á caer en la plaza de armas, donde esta-
ban estos señores, y dio en la cabeza á Don
García, que le torció el pescuezo y luego cayó
muerto con grande sentimiento de todo el ejér-
cito, porque demás de ser tan gran señor ser-
vía en cualquier puesto como un soldado el más
humilde sujeto á la obediencia de un cabo de
escuadra, sin excepción en su persona ninguna
ni recatarse del peligro, tanto que cubriéndonos
una noche en un puesto que tomábamos, sin
morrión ni peto acudía á traer la fagina, á asen-
490
autobiografías y memorias
tarla, á echar la tierra, con tanto desenfado y
poco cuidado de sí como si fuera por la calle
Mayor de Madrid paseándose; díjele: Señor,
¿cómo vuestra señoría anda así? ¿no ve que le
dará un balazo con mucha facilidad y le perde-
remos, que importa más que todo este sitio? y
me respondió: ¿Qué es lo que dice? ¿Soy yo más
que un pobre soldado como vuestra merced? Era
de extrema piedad, visitaba los heridos con mu-
cho cuidado de que se les asistiese, y lo que po-
día hacer por ellos no lo pedía á nadie; ?uando
retiraban algún herido le salía al camino, con-
solábale y dábale uno ó más reales de á ocho,
según eran las personas y las heridas.
También murió en esta ocasión de un mos-
quetazo el ingeniero de más consideración que
había en el ejército, aunque todos eran de bien
poca falta; notable, no por la calidad de la per-
sona, sino por la falta que hacía y hace. Con-
tinuando el sitio con poco ó ningún fruto, pa-
sada esta ocasión el enemigo buscó otra, y re-
conociendo que las trincheras que guarnecían
los valones y borgoñones estaban con algún
descuido, cerró con ellas; ellos se retiraron sin
poder asistir á la defensa hasta que el enemigo
llegó á un ramal de trinchera que atravesaba y
correspondía á las trincheras de los españoles;
éste guarnecía mi Capitán Don Francisco
Lasso con su compañía, y con notable valor
caló la pica y dijo á los demás que le siguiesen
y dando voces ¡Santiago! cerramos con ellos
arrojándonos del ramal que ocupábamos ; el
enemigo que oyó españoles entendió que era
mucha cantidad de ellos al socorro; retiróse y
perdió lo que había ganado, y mi Capitán las
volvió á entregar á quien las había perdido, de
que le resultó los aumentos que hoy tiene;
hiciéronle Capitán de caballos, diéronle el há-
bito de Santiago y hoy es Gobernador de Chile.
Al fin de tres meses, que en todos ellos no era
sino mortandad, que se reputó la falta de la
gente por más de once mil, sin mejorarnos una
hora más que otra, se tuvo noticia que el ene-
migo con todo su poder venía por tierra á so-
correr aquella plaza, y antes que llegase nos
partimos; nosotros caminamos á media noche;
este fue el fin del sitio de Bergas, donde se
colige deste y del de la Inclusa y de la nave-
gación de la Isla que (*) las cosas de España
ee consideran [en] su fin por el principio.
Luego que se acabó esta ocasión me vinieron
cartas de favor de España, con que saqué licen-
cia tan contento, que ésta me sirvió de consuelo
de todos los trabajos pasados, dándolos por bien
empleados; dos años había que dormía con la
gola puesta, que con el asiento de las armas y
de la pica la tenía señalada en los hombros.
(•J En el original: á que.
Vine á España atravesando la Francia en
treinta días á pie, porque el dinero que me die-
ron no bastaba para comer, qixe eran veinticin-
co tollares, que cada uno es nueve reales y seis
cuartos, con propósito de pasar á las ludias.
Llegué á Madrid y en este tiempo salió una
grande leva, y entre ellos salió el Capitán Lá-
zaro de León, de quien fui Alférez; fuimos á
levantar á Medina del Campo mi Capitán y yo;
fui á Alaejos, donde me hicieron mucha merced
en nueve meses que estuve levantando; en este
tiempo un atambor me dio una pedrada en la
frente por dar á un Alcalde de los hijosdalgo
que estaba conmigo; fue peligrosa, mas con
brevedad sané.
Con la compañía fuimos á Lisboa, hurtando
en el camino, que en tales alojamientos no se
hace otra cosa.
Gobernaba en Lisboa el Marqués de Cama-
rasa, y esperaba al inglés; íbase recogiendo en
aquella ciudad mucha infantería de voluntarios
y quintados y soldados viejos de la armada, que
fueron Tomás de la Arraspur Ribera, con la
escuadra del estrecho; Don Nicolás de Júdice,
con la de Barcelona; el Almirantazgo, la escua-
dra de Maqueda, la de Portugal, la escuadra de
Guipúzcua, y más la gente suelta, que en todos
serían (5.000 hombres, en cuarenta navios que
estaban en aquella barra; fortificábase aquella
ciudad y todos tomaban las armas, formando
cuatro tercios de la gente común de la ciudad;
fue á Cádiz el inglés, y así todo esto no fue
menester.
Estuve dos años y medio en Lisboa; refor-
maron mi compañía; vine á Madrid á preten-
der mi sueldo de reformado, aunque ya le tenía
para Lisboa. Como no era parte donde se me-
rece tanto como en otras, pretendí ir á otra
parte, á Flandes ó á la Armada; yendo á saber
en casa del Secretario Pedro de Arce de mi
despacho, me respondieron que estaba detenido;
causóme confusión; volví segunda vez; apreté
la dificultad; dijéronme que fuese á hablar al
señor Juan de Pedroso; lúcelo y di jome que te-
nía hecha merced de veinte escudos de sueldo
al mes cerca del Marqués de Leganés; repetí
diciendo que mi voluntad era servir donde me-
reciese; di jome que servía á Su Majestad ha-
ciendo lo que me mandaba; obedecí; estuve en
Madrid un año sin que se ofreciese cosa de con-
sideración, más que gobernando la Mámora
Francisco de Murga, la sitiaron 40.000 moros;
mandóme el Marqués que fuese á meterme
dentro; fui con mucha brevedad y mediante la
orden del Duque de Medina entré dentro cuan-
do se acababa de levantar el sitio al cuarto de
la salud. Estuve en aquella plaza dos meses,
hasta que me vino licencia del Marqués para
venir á España, que hice con buena voluntad.
DOMINGO DE TORAL Y VALDES
491
poi-que aquella plaza es muy incómoda por el
sitio, que es malo, porque hay malos alojamien-
tos, peores comidas y tan corto el divertimiento
de la vista, que [no] se puede salir de la plaza á
la campaña sin mucho riesgo. Es la barra malí-
sima y estuvimos á pique de perdernos; tarda-
mos ocho días en llegar á Cádiz, y entrando en
la bahía de Cádiz se levantó un Leste muy peli-
groso para las embarcaciones que les coge en
aquella parte; veníamos en una saetía; dupli-
cáronse las áncoras y las amarras; estuvimos
aquella noche con temor de un mal (') suceso;
amaneció un poco más sosegado el viento;
echóse una í'ragatilla al agua; en ella nos me-
timos yo y el Capitán Don Pedro Jiménez de
Inciso, que veníamos de camarada, y nuestra
ropa. Salimos á tierra de la parte del puerto, á
una ermita que se llama Santa Catalina; de
allí fuimos al Puerto y á Madrid.
Estaba en esta sazón pretendiendo Don Mi-
guel de Noroña, Gobernador de Tánger y Conde
de Linares, ir por Visorrey de la India oriental;
hízole Su Majestad merced de lo que pretendía;
pidió se le diesen algunos entretenidos cerca de
su persona: diéronsele dos, y yo fui el uno, con
patente de Capitán y sesenta escudos de sueldo
al mes, y al Alférez Bartolomé de Egea {^) con
cuarenta, que después fue Capitán. Tocóme en
Lisboa embarcarme en la nao del Virrey; hacía-
me mucha merced á los principios dende Madrid
hasta que nos embarcamos; después fuese des-
minuyendo, de suerte que, empezando la linia,
no quedó rastro desta voluntad, si acaso lo era;
con 'todo[s] fue lo mismo, y en la India mucho
más; que siendo el Conde en Castilla y en Por-
tugal, en opinión de todos, el más afable y liberal
caballero que se conocía, le quedó desto poco en
la India, porque se hizo áspero de condición, ha-
ciendo muy pocas merccdi s, aunque los servicios
fuesen de estima, [lo] que experimenté con
notable daño mío, y fueron la causa de que
pasase inaccesibles trabajos, y hoy estoy sin
premio de mis servicios, que, aunque no son los
de un gran soldado, pudieran tener alguno;
dicen que los hombres que pasan de España á
aquellas partes de la India es mudar en ellos el
natural cosa general, no atribuyéndo[lo] á la
mudanza de estado, mas á la de diferente clima,
razón que me cuadra, porque estando todas las
cosas deste mundo sujetas á las influencias de
los cielos, aunque las que son sensibles en una
misma parte mudan de ser, aumentándose ó
desminuyéndoso, con mucha causa se mudarán
las que no lo son mudando do diferente clima,
donde es fuerza que el sol y la luna y demás
estrellas, por estar más apartados ó más cerca,
(* ) En el original: mas.
(') En el original: Jcu.
ALTOfUOGKAirÍAh V MKITOKI AS.— -IJ
influyen diferente calidad en los sujetos, pues
de ellas se recibe en este mundo la generación,
aumento y corrupción de las cosas alimentadas,
según en la parte que se hallan; luego sigúese
que también los hombres reciben en sus natu-
rales esta mudanza, no tan sólo por lo de la
edad, más por la del cielo, que es el que influye
las calidades de que se compone el hombre, y
por esto entiendo que los hombres en aquella
parte no les queda ser ninguno de la condición
que tenían en España. Esto en mismos términos
sucedió al Conde, y acordándose él que había
reusado el venir en su compañía á la India, y
que si venia era á pura persuasión suya y inte-
reses de mi sueldo, dijo en algunas conversa-
ciones, á propósito de los que del podían espe-
rar merced, que yo no tenía que esperar ningu-
na, que era muy bastante, aunque hiciese mu-
chos servicios, lo que Su Majestad me había
hecho, y que entendiese que el sueldo que llevaba
lo había de merecer muy bien por lo mucho en
que me había de ocupar; como llegó á mi noti-
cia, me sirvió por desengaño lo po30 que podía
esperar, que aun no lo quiso remitir al silencio;
no me espanto, que es dificultosa virtud de ob-
servar.
Como he dicho, nos embarcamos en Lisboa
y salimos della á tres de abril tres naos grandes
que llaman de la India [y] seis galeones; iba
gente muy lucida, hasta 3.500 hombres solda-
dos para servir en la India; está Lisboa en 39
grados de latitud; doblamos con próspero viento
hasta doblar á Cabo Verde, que [es] en 1-4 gra-
dos del Polo Ártico; como fuimos pasando el
trópico de Cancro, que es en 23 grados y medio,
y entrando on la tórrida zona y llegándonos á la
Equinocial, que es en la costa de Guinea, fue
calmando el viento y con las grandes calmas y
mudanza de clima enfermó casi toda la gente;
ayudaba á esto la poca comodidad con que so
navegaba, porque en una nao iban seiscientas
personas todas debajo de cubierta, salvo los que
se acomodaban en los castillos de proa y popa, y
el calor de la gente de unos con otros, los calo-
res grandes del sol, la falta de agua y mal
acondicionados bastimentos, como tocino sala-
do, sardinas y jiescado y lo recio del vino, que
también abrasaba los hígados, todo fuego y
provocativo para beber y causar una sed ina-
cesible, fue todo esto causa de que muriese mu-
cha gente. Es orditiario en aquellos parajes un
mal que llaman Loanda, que todos los dientes
se andan, de que también padecían los soldados;
en estíi parte no me escapé, pues del mismo
Virrey fui juzgado por muerto. ¡Oh qué buenos
que somos cuando enfermos! ¡Cómo en esta oca-
sión entré en cuenta conmigo y conocí cuántos
trabajos nos da quien grandezas nos promete!
¡Cómo trocara el estado en que me hallaba, no
492
autobiografías y memorias
por lo que el Virrey me habia prometido, mas
por el del más miserable del que estaba en tie-
rra! Llegó á enfermar de tal suerte la gente,
que los confesores rehusaban el querer llegarse
á ningún enfermo á confesarle, y por esto mu-
chos murieron sin confesión, y otros se queda-
ban muertos comiendo con el bocado en la boca;
otros con un fuego que les abrasaba morían
rabiando casi como desesperados ; los bordos de
las embarcaciones estaban, de sangre que por
ellos se echaba, rojos, que á lo largo dende otras
embarcaciones se conocía el estar la tablación
cubierta de sangre. Duró esta calamidad el
tiempo que tardamos en pasar la tórrida zona,
que son 47 grados de latitud que hay dende un
trópico á otro trópico, y en este paraje murie-
ron quinientos hombres. Como llegamos á los 23
del altura del Polo Antartico y refrescaron los
vientos, lue mejorando el tiempo y con él la
gente hallándose de mejor disposición. En este
viaje el más pobre era de provecho; todos tenía-
mos los unos de los otros necesidad; cualquier
socorro era de mucho alivio; una gallina valía
seis reales de á ocho, un vaso de agua dos, y
nsí por poco que fuese el socorro era de consi-
deración. ¡ Oh, cómo para nuestra codicia lo mu-
cho es poco y para nuestra necesidad lo poco es
mucho, pues lo que en la mar se estimaba en
tanto y era remedio de una extrema necesidad
en tierra no se estimara aun para tomar en las
manos! Pasando de los 23 grados nos fuimos
llegando al Cabo de Buena Esperanza, donde
los vientos eran más recios y el mar más tor-
mentoso, y así corrimos con este extremo opues-
to al pasado, que era todo calma, otro pedazo de
desventura, que parecía que el fin de un trabajo
[era] víspera de otro. Corrían algunas veces
vientos tan recios que levantaban unas sierras
de mar, que ellas mismas subían la nave hasta
los cielos y luego las mismas le bajaban á lo
])rofundo de un valle que formaban dos sierras
opuestas; parecía que la una, venciendo con sus
olas á la otra que sostenía la nave, la quería
tragar y caer sobre la plaza de armas, y cuando
con violencia venía sobre la nave la volvía á
subir al cielo. Con estas admiraciones tan costo-
sas á la experiencia, tan pesadas á la vista, fui-
mos llegando al Cabo de Buena Esperanza, y
una noche obscura y tormentosa, como las pasa-
das, corrimos tres naves fortuna, porque la Almi-
ranta se halló por un costado de nuestra Co])i-
tana; San Gonzalo, que era la otra, por la proa;
un galeón por otro costado, tan cerca que nos
entendíamos los unos á los otros lo que se de-
cía, lance tan terrible que lo era á pique de per-
dernos todas cuatro embarcaciones chocando
las unas [con las otras] ; mas Dios, que no quiso
que aquel fuese nuestro fin, nos socorrió, porque
San Gonzalo, conociendo que por un costiado le
envestía la Capitana, conocida por el fanal, dio
prisa al pasar de largo y la Capitana también lo
hizo así, quedando la Almiranta y un galeón, que
estaban á los lados, en la misma disposición de
navegar, con que todos salimos deste trabajo; á
todo se hallaba presente el Virrey, dispuniéu-
dolo lo mejor que pudo, y no dejó de ser gran
parte para que se consiguiese el buen suceso,
porque naturalmente el que rige tiene más auto-
ridad que el que es regido, y ésta hizo en la
ocasión presente mucho al caso. Con esta for-
tuna y otras llegamos á 35 grados de la parte
del Sur, que es en la que está al cabo de Buena
Esperanza; iba el galeón Santisteban trabajoso,
hacía mucha agua y ésta tan honda y cerca de
la quilla, que aunque el Virrey hizo todas las
diligencias posibles inviando al galeón calafa-
tes, contramaestres, marineros y muchos sol-
dados y sus esclavos (^), unos para que con su
saber tomasen el agua, otros para que con su
trabajo la menguasen, no aprovechó, porque los
unos no hallaron por donde la hacía, los otros
no pudieron, por mucho que se dio á la bomba
y otros artificios, menguarla. Como en esta
altura el mar está tan recio el bajel trabajaba
más y por eso hacía más agua , y un día que
amaneció más tormentoso se conoció que falta-
ba muy poco para irse á fondo, y el capitán,
con intento de salvar [lo], mandó se diese todo
trapo, sin quedar vela ninguna, por llegar con
presteza á la Capitana y abordando con ella
arrojarse dentro, salvándose á sí y á los demás.
Malo es desear la muerte, pero peor es temella;
conocióse en la presente ocasión, pues iba toda
la gente colgada de las jarcias. Llegóse el galeón
tan cerca de la Capitana que se podía entender
lo que se hablaba. El Capitán llamó al Visorrey
y le dijo cómo se iban á pique sin remedio nin-
guno más del que Su Excelencia les diese para
salvar las vidas, porque el navio hacía tanta
agua que no duraría dos horas sin irse á fondf».
Asomóse el Virrey á los corredores de popa;
oídas las razones, llamó al piloto y maestre que
se asomasen por los corredores altos. Llamá-
base el piloto Jalón; el maestre, Antonio Gon-
zález, era del hábito de Santiago; propúsoles el
caso presente, y ellos que lo veían ; respondió el
piloto que bien conocía que se iban á pique,
mas que si los querían salvar podría ser se per-
diesen todos, que era fuerza que abordando
unos con otros y andando la mar tan como an-
daba, por lo menos se habían de desaparejar
todo el velambre y jarcias; preguntóle al con-
tramaestre qué respondía, y de golpe dijo: O
salvémonos todos ó perdánionos con el diablo.
Como oyó esta razón el piloto, quiriendo más
salvarse á sí y á su nave con seguridad que
('} En el original: tschavug.
DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS
493
con duda perderse todos, se asomó á la escoii-
11a que en la popa corresponde á los que están
en el leme, que es el madero que gobierna el
timón, y dijo á voces: Cierra (*) todo, cierra
todo, dale á la banda; y mandó que mareasen las
velas, y en un instante dio la nave una media
vuelta alrededor, que donde estaba la popa se
halló la proa, de manera que la proa de nuestra
nave fue navegando encontrándose con la del
galeón que se iba á pique, y cuando e'I entendió
que estaba cerca de nosotros y que abordando
se podría salvar se halló burlado , viéndonos
navegar en rumbo contrario que el suyo con
todas las velas, que no tuvo remedio ninguno;
en la determinación del piloto se conoció cuánto
muchas veces es mejor ol consejo osado que el
madurado, pues si siguiera el contrario, que
era el piadoso, fuera cierto, como el mismo piloto
había dicho al Virrey, perdernos. El Capitán,
que vio su desdicha y la de su gente, sin reme-
dio alguno á la salvación á la vida de cuatro-
cientos hombres que iban en aquel galeón, le
dijo: Señor Visorrey, ¿qué haremos, pues vues-
tra excelencia nos desampara desa suerte? á
que le respondió: Cada uno se salve y Dios os
salve, que yo no puedo. Como esto oyó el Capi-
tán, mandó que mareasen á tierra, que estaría
de allí cincuenta leguas, por ver si [sej podría
salvar en ella (*), mas iba tan metido en el agua
y las olas tan altas que parecía que no podía
durar sobre la agua dos horas; casi le vimos
que se iba á pique, mas sobre el agua le perdi-
mos de vista, sin haber sabido jamás del ni de
persona que en él fuese. La tierra que le estaba
más cercana era el Cabo de Buena Esperanza,
que se conocía por unos pájaros que se ven en
aquellos parajes, que llaman mangas de velludo.
Quedó nuestra gente, viendo el espectáculo,
tan cabizbajos, los ojos en el suelo, sin mirarse
unos á otros ni hablar palabra ninguna, que
parecía que nos esperaba otro caso semejante;
[á] un hidalgo, que debía de ir en aquel galeón
cosa de su obligación, con otros que le acompa-
ñaban, se le saltaron las lágrimas. El maestre
le dijo: ¿De qué llora vuestra merced? Kespon-
dióle: ¿Eso me pregunta? De lo que veo; y le
respondió: Este viaje es tan trabajoso que pri-
mero le faltarán lágrimas que causas para llo-
rarlas.
Dende esta altura, que como he dicho eran
35 grados de la parte del Sur, fuimos decli-
nando altura y llegándonos á la equinocial; cos-
teando la África y pasando la isla de San Lo-
renzo llegamos á Mozambique, que son 16 gra-
dos de altura de la parte de Sur; allí dimos
fondo y la más de la gente saltó en tierra y
O En el original: cinrro.
(^) En el original: días.
tomó refresco al cabo de cinco meses de nave-
gación. Gobernaba aquella plaza Don Ñuño
xVlvarez Pereira, que empezó su vida cuando se
acababa. Era hermano del Conde de la Fera;
murió de 56 años de edad, y habiendo sido
persona inquieta en el discurso de su vida, se
bautizó á la hora de su muerte, de que se en-
tiende la certeza de su salvación, porque el clé-
rigo que le bautizí) era judío, y los que bauti-
zaba no era con la intención que el Sacramento
requiere; fue preso por la Inquisición y casti-
gado por ella, y entre las demás culpas que con-
fesó haber cometido fue ésta la una; luego que
se supo le dieron aviso y llegó á tiempo que
estaba enfermo del mal de la nuicrte, y así se
volvió á bautizar.
En los ocho días que allí estuvimos Corrió
algún temporal, que fue tuerza algunas embar-
caciones hacerse á la mar porque aquel puerto
es malísimo y lleno de bajíos y rastingas y casi
la Capitana tocó, y la presteza del Virrey en
acudirle, que estaba en tierra, la salvó. Es Mo-
zambique casi isla; en ella hay un fuerte de
cuatro baluartes, que por naturaleza le hace
más fuerte por estar fundado sobre una peña
en que bate la mar, y deja de ser isla el fuerte
por sólo una cortina franca, y las cortinas de
los baluartes que corresponden á esta cortina
las ciñe la mar; enfrente desta que no bate la
mar está el lugar, pocas casas y de mala arqui-
tectura, las más cubiertas de hoja de palma;
está en la tórrida zona, en 16 grados del Sur y
otros tantos apartado de la equinocial . Los
habitantes son negros que llaman cobres; son
gentiles; el trato es oro, que se halla en polvo
eu la sujx'rficie de la tierra, y pastas del, llanas
como la palma de la mano y del mismo gran-
dor; esto es en partes señaladas. La tierra
adentro, además desto, hay mucho marfil, por
la abundancia que hay de elefantes; esto se
trueca por ropa y hierro que se trae de la
India.
Pasados ocho días partimos de Mozambique
para la India; tardamos un mes en llegará Goa,
puerto tan deseado para todos, al cabo de seis
meses de navegación continua de 5.500 leguas,
pasando dos veces por la tórrida zona, digo cor-
tando la linia, que como entramos en ella no sa-
limos della. Está Goa en quince grados de altu-
ra de la parte del Norte en medio de la costa de
la ludia, que toda ella corre Norte Sur, teniendo
á la parte de Poniente el mar Occéano. al
Oriente el Audiscán y otros muchos reinos de
que se compone la India, al Sur el golfo de
Bengala y la isla de Ceilán, al Norte el reino
de Cambaya y el Mogor; tiene una espaciosa
barra con un buen pozo junto al baluarte en
que hay una batería á la lengua del agua, que
guarda la barra y las naos y embarcaciones que
494
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
allí surgen; dos leguas está Goa grande en (' ) la
tierra adentro, el río arriba, á la orilla del; el (^)
sitio en que está fundada es llano, la más parte
entre unos cerros; su fábrica de templos y casas
es al modo de Castill • ; la más de la gente que
la habita son gentiles naturales de la tierra, y
los superiores y mercaderes y gente más lucida
son portugueses; asiste allí el Virrey y hay Au-
diencia Real para la determinación de la justi-
cia; está cercada de isletas y ríos que las forman,
que por algunas partes en baja mar quedan en
seco; en la tierra adentro no tiene ninguna cosa
más de algunas cuatro leguas de circuito y esto
es empezando de la mar, porque de Goa á la pri-
mera tierra de moros hay poco [más] de media
legua. Dentro de quince días como desembar-
camos, me envió el Virrey á visitar todas las
fortalezas que hay en la India á la parte del
Norte, hasta Dio, que son Chaul, Bazain y Da-
món, sin los fuertes que hay de menos consi-
deración. Para hacer la visita me embarqué en
una armada que iba á correr aquella costa, vi-
sité todas las fortalezas según la orden que lle-
A'aba y volví por tierra hasta Chaul, y dende allí
me embarqué para Goa de vuelta; dende Dio
hasta Goa habrá 120 leguas; es Dio muy nom-
brada en las historias portuguesas por los gran-
des sitios que han puesto y asaltos que han
dado en ella, y la notable defensa que han hecho
los portugueses y también su conquista; es isla
y está en el reino de Cambaya, sujeto al Mogor,
y aunque he visto muchas fortalezas inexpu-
nables, lo es ésta muchísimo, asi por arte como
por naturaleza, porque está fundada en unas
peñas (^), á las cuales bate la mar, y es su figura
la que llaman los geómetras (*) porción de
círculo mayor ó segmento mayor, cuya basis
desta circunferencia es una pequeña linia recta.
El terreno que cerca este mar tiene sus mura-
llas, y la linia recta que corta este pedazo de cir-
cunferencia que mira á la villa tiene ti-es ba-
luartes fundados sobre peñas grandes y espa-
ciosas, por de dentro en forma de cubos sin
ángulo ninguno, con su foso y entrada en-
cubierta, y al fin desta hay otros tres baluartes
que están en el altura inferiores á los de dentro,
que los cogen de alto á bajo á los de afuera,
que también tienen su foso y entrada encu-
bierta, que perdiendo los primeros se retiran á
los segundos, tiniendo á los de abajo, no tan
sólo á tiro de arcabuz, mas á tiro de flecha. La
materia de que están labrados y el terreno lo
es también, y por eso incapaz de minas ni de
abrir trincheas ni cubrirse (^). De allí vine á
(*) En el original: es.
(') En el original: es.
(*) En el original: una peña.
(*) En el original: geómetres.
(') Eu el original: meedhrirse.
Damón y á Bazain y Chaul, que todas tres ciu-
dades la mayor defensa y fortificación que tienen
es sus murallas, con sus baluartes los más de-
fectuosos, por tener las defensas condenadas y
por la materia de que están formadas, de mala
condición. Bazain es muy fuerte por naturaleza,
porque todo el sitio alderredor de las murallas
lo inunda la marea, dejando en seco un estrecho
que tiene veinte pasos. Chaul tiene un morro y
en él una fortificación que guarda la barra. Da-
món, otro castillo que también la guarda. Todo
lo demás no es de mucha consideración en esta
parte. Entre Bazain y Chaul hay una isla que
se llama Caranja, que también tocó[me] el visi-
tarla. En ella hay un monte á la orilla de la mar
á lo largo, que parece que naturaleza le puso allí
para que la detuviese; tendrá una legua de su-
bida y en lo alto hace un llano, en el cual está
una ermita muy bien edificada con su vivienda
y huerto para el ermitaño y casas accesorias
para que posen los que van á visitar aquella
santa imagen, que se llama la Virgen de Caran-
ja. Subí á verla y fue tanto lo que me edificó la
devoción de la imagen, la conversación del er-
mitaño, la soledad del lugar, la vista del, que
era más de veinte leguas á la mar, que quise
quedarme allí desnudándome lo que traía y vis-
tiéndome un saco; después de hecho oración,
hablé al ermitaño en un huerto que tenía cu-
rioso con muchas aves de vuelo que se venían
á la mano. Díjele cuan bien me había parecido
aquella santa imagen y en la parte en que es-
taba y que si pudiera me quedara por su criado.
Respondióme: Hijo, esos son impulsos que trae
consigo la facilidad de la vista; no los reprucbo
porque (*) proponen enmienda y es castigo de
Dios no conocer nuestros males ; veintisiete
años ha que me retiré á aqueste sitio, y aun en-
tiendo que no los conozco, y aunque he pasado
algunas afliciones no me ha pesado. Diversos
casos y trabajos de que Dios me libró me obliga-
ron á procurar esta vida, que si la podéis obser-
var no será errada elección y para 70S agora es el
tiempo más sazonado y [si] esperáis á viejo es
ya tarde, porque el que en mal esiado envejece
primero muere que se enmienda; alguna dificul-
tad tiene opuesta al vivir en el siglo, porque en
el procuran ("'') los hombres ser más discretos
que buenos, y aquí al contrario más buenos que
discretos; el no tenerlo por uso es lo que más
lo dificulta, que mucho menos trabajo hay en
vivir bien que mal; la soledad, la penitencia,
todo es uso que no tiene, tomado por costumbre,
escalones más ásperos que los deleites que allá
con tantos trabajos deseáis, que unos y otros
por naturaleza siempre andan juntos, y aquí
O Ym el original: porque no.
(') En el oxlginoX: procurar.
DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS
495
con muy poco trabajo se tiene grande deleite
en servir á Dios; id con él y en los casos que os
sucedieren acordaos de esta santa imagen y en-
comendaos á ella, que yo os prometo en mis
oraciones acordarme de vos y que me habéis
parecido de buena inclinación. A estas razones
se quería ir, y aunque le supliqué se estuviese
un poco conmigo no quiso; volvíle á pedir que
de paso me dijese alguna cosa de que en el
mundo me aprovechase; volvió á mí y me res-
pondió: No sé qué os diga, porque es tanta la
variedad y en un día son tantas las mudanzas,
que lo que se debe desear ó tonaar no se sabe;
para mejor acertar, tened á Dios por objeto en
todas vuestras cosas, usando en todo la verdad,
que no hay más firme cosa; si queréis tener vida
quieta, refrenad vuestra ira, porque palabras
arrojadas de presto no se pueden recoger, te-
niendo en vuestros negocios cuidado, solicitud,
porque no tienen precio. Contentaos con mode-
ración, no siendo muy ambicioso de honra, por-
que [es] como la sombra, que huye de quien más
la busca y muchas veces buscándola se pierde,
mirando al fin de cualquiera cosa qué es la
mejor parte della; y con esto andad con Dios,
que no sé otra cosa que deciros. Tornando mi
viaje volví á Goa.
En este ínter de mi ausencia había tratado
el Virrey de tomar una isla que está cuarenta
leguas de Goa, á la parte del Sur, junto á Gá-
nanos, que se llama el Cambulín; habíala per-
dido el enemigo y quería volverla á recuperar;
tenía dificultad la resistencia, y así como llegué
me dio orden que en una embarcación ligera
me partiese. Como llegué reconocí los puestos
y entradas y salidas; no tenía más de una en
seco de todo punto, que hacía una ría á la
mar ; fortificamos aquel puesto y escogimos
otro donde poder hacer una buena fortaleza
que fuese de defensa y sujetase á los que vivían
en la isla; hubo algunos asomos de querer em-
bestir el enemigo; no hubo cosa de importancia
y yo dispuse de que se hiciese la fortaleza en el
puesto que pareció más á propósito, y el Virrey
envió luego orden de que me volviese á Goa.
Traía el Virrey muchos deseos, y no sé si
tuvo algún empeño con Su Majestad, sobre la
recuperación de Ormuz, plaza tan nombrada
en el estrecho de Persia, que ha dado tanto en
qué entender á la nación portuguesa y á los
persianos y naciones septentrionales; consul-
tóme su disinio que era necesario que luego me
partiese á Arabia la Feliz, que es la contracosta
de Persia, que en Máscate, plaza en aquella
parte, estaba Rui Frere de Andrada, Capitán
general de aquella costa, y que con él consul-
taría el reconocimiento de aquella plaza y cómo
mejor se pudiese recuperar, y en esta conformi-
dad me dio la orden muy apretada y me encar-
gó el cuidado deste servicio por escrito y de pa-
labra con notable eficacia, que hoy tengo la
orden en mi poder. Es de entender que en la
India los vientos causan las mudanzas, como en
Europa el sol, porque ellos causan el invierno y
verano; no se entiende por verano la más conti-
nua presencia del sol, ni por invierno su ausen-
cia; mas el llover es el invierno y el veíano
estar el cielo sin nubes, siendo así que cuando
llueve el sol es más dilatada su presencia y se
llega al zenit de aquella parte; mas por el mes
de mayo, á 24 ó 30, entra el invierno, que es un
viento Oeste que trae gran cantidad de nubes
y agua, que dura lloviendo hasta el mes de se-
tiembre, y en el tiempo que hay dende mayo á
setiembre se cierran todas las barras y puer-
tas y no se puede navegar, y este es invierno, y
no obstante que el sol sube más alto y hace ma-
yor cerco. Luego entra el viento Nordeste; den-
de setiembre hasta el mes de mayo no hay una
nube en el cielo, porque este viento las quita
todas, y está claro, y las barras están abiertas
y el mar se navega; este llaman verano, no obs-
tante que el sol hace menor arco y se aparta
más del zenit.
Pues cuando el Virrey rae mandaba ir á esta
jornada era por el mes de febrero, y mi viaje
eran 450 leguas que hay hasta Máscate, y ha-
ciendo los servicios que iba á hacer, que era
también visitar todas las plazas de Arabia la
Feliz , había de estar allí en invierno y no podía
volver hasta el mes de octubre que se podía na-
vegar el mar con seguridad, pues para nueve
meses de ausencia y servicio de tanta conside-
ración y navegar más de 1.000 leguas me hizo
merced de mandar se me diesen tres meses ade-
lantados de lo que se me estaba debiendo de los
nueve meses, con que diese una fianza en el ca-
mino, que si me moría ó me mataban había de
volver el sueldo de los tres meses. Parece esto
de poca importancia en mí, mas en cumplimien-
to de lo que tengo dicho atrás, que por mucho
que sirviese mi sueldo había de ser el premio,
así consta por dos fees, la una suya de ocho ser-
vicios particulares que por orden suya por escri-
to hice y otra del Secretario de Estado, en que
certifica que por todos ocho ni por el tiempo que
serví se me hizo merced ninguna, siendo así que
hay reconocimiento en que mataron cuatro de
diez que íbamos y otros hirieron en esta parte;
parece superfino el decir esto; vínose la pelota á
las manos y es vicio callar cuando liablar convie-
ne; si yo fuera cuerdo no me pagara de los tra-
bajos que consigo traía el prometer riqr.ezas;
hiciera mi confianza segura, no estando á la cor-
tesía de otro. En fin, me partí para Arabia sin
cosa notable que nos sucediese; llegamos á
Máscate, besé las manos al General y luego
rae raandó aposentar; dile la orden que traía,
496
autobiografías y memorias
trató luego de que fuese su camarada y lo fui
nueve meses; recibí del beneficios de considera-
ción, sin el plato de su mesa á comida y cena;
en el tiempo que asistí cerca de su persona me
dio de dádivas más de seiscientos reales de á
ocho; era uno de los soldados más bien enten-
didos (}) que había en la India; tenía larga no-
ticia y experiencia en las cosas de aquellas par-
tes; cuanto al gobierno, su razón era más polí-
tica que cristiana; muy sagaz y astuto, no daba
orden á sus Capitanes que no fuese con variedad
de sentido en la significación de la orden, de
suerte que al bien y al mal dejaba siempre una
aldaba de que asirse ; era esto en manera que sus
Capitanes tenían las órdenes y muchas veces pe-
dían declaración dellas. Con su modo de gobier-
no le estimaba su gente, sus enemigos le te-
mían; en la ocasión tenía más de cruel que de
piadoso; aunque había en su ejército y navio
muchos caballeros, con ninguno comunicaba fa-
miliarmente, ni comía con él más que yo y su
confesor; tenía opinión de que el temor hacía
más bien las cosas que el amor; decía que el te-
mor traía consigo miedo, y respecto el amor fa-
cilidad, y que de estos dos extremos el temor era
el mejor para conseguir cosas de trabajo y difi-
cultosas; fundábalo en que ninguno tenía tanto
amor c^ue sobrepuje al propio y que siempre an-
tepone su particular primero; era enterísimo;
solía decir que cualquiera virtud ó licor, por
precioso que fuese, echado en el vaso de la facili-
dad, se corrompía y que no tenía lucimiento nin-
guno. Hacía particular estudio en el disimular,
tanto que lo que parecía que amaba aborrecía y
lo que parece que aborrecía amaba; procuraba
no darse por entendido de muchas cosas; á este
propósito solía decir que el superior que todo
lo quiere saber mucho se obliga á perdonar;
quería que sus órdenes tuviesen tal observa-
ción que no faltase un átomo de lo que man-
daba; envió unos navios á quemar unos lugares
persianos y mandó que no salvasen ni perdona-
sen la vida á persona ni criatura ninguna; iba
entre estos capitanes un capitán lascarín, que
llamaban lascares los soldados persianos que
sirven al sueldo de nuestro Rey ; deste se favo-
reció una mujer persiana de hermoso parecer y
él la perdonó la vida y trujóla consigo; sú-
polo Rui Freiré, convidóle á comer y pregun-
tóle si era verdad que tenía consigo aquella
persiana y si la había traído consigo de la oca-
sión á que le habían enviado. Había al presente
muchos testigos delante, y pareciéndole que ha-
bía de ser convencido dijo que sí; volvióle á pre-
guntar que si sabía la orden que le había dado
que la repitiese; así lo hizo, y como se hubo
convencido, dejóle acabar de comer y luego le
(M En el original: entendido.
mandó á la proa y un negro en ella sin remi-
sión ninguna le cortó la cabeza por castigo de
no haber guardado su orden. Era muy cortés;
ningún soldado le había de hablar que no le
oyese en pie ó le hiciese asentar; decía que la
cortesía era muy necesaria en la guerra y lo
que más valía y menos costaba. Por extremo
casto, porque jamás se le conoció cosa ninguna
que diese asomo de nota; era liberal; en materia
de dinero, no tenía interés; ninguno salía des-
consolado de su petición, y por esto cuando mu-
rió aun no le quedó para cumplir su testamen-
to; no tenía por felicidad el cumplimiento de su
palabra; en satisfación de esto decía que menos
daño había en no cumplir la palabra que en ha-
cer cosa fea. No tenía ningún amigo íntimo;
con todos tenía casi una misma igualdad; obser-
vaba esta orden por no tener ocasión de comu-
nicar sus cosas más secretas á nadie; decía que
los que más fácilmente pueden destruir á otros
son los que más familiar conversación con ellos
tuvieron. Trabajaba con su propia persona muy
poco, con el entendimiento muchísimo y solía
decir que el ejercicio corporal por sí era de poco
provecho. No recibía presentes ni dádivas de
nadie, aunque fue[se] muy poco; decía que cual-
quiera cosa en un ánimo humano causaba des-
igualdad. Tenía por base y fundamento de sus
cosas el desear acertar, y por uso de ellas obrar
con consideración, y decía que era de más im-
portancia que el pensar con prudencia; era muy
sentencioso en lo que hablaba, y esto y mucho
más que no me acuerdo hay del; era su conse-
jero, y con quien gastaba mucho tiempo, Cor-
nelio Tácito. He dicho deste General estos pocos
renglones , porque de los que he conocido el
tiempo que he servido al Rey era el que tenía
más enseñanza y daba más admiración en el
modo de gobernar.
De Máscate fuimos cincuenta leguas más
abajo á una tierra que se llama Julusar, que
los más della son pescadores de perlas; cerca
della hicimos á la boca de un río un fuerte de
cuatro medios baluartes y se le metió artillería;
estando en esta parte, se tomó acuerdo en la
manera que había de reconocer á Ormús, que
estaba enfrente de nosotros diez y seis leguas,
y después de muchos modos que se propusie-
ron, se tuvo por más acertado el que Rui Freiré
enviase un presente al Capitán que gobernaba
á Ormús en correspondencia de cierta cosa que
había por Rui Freiré hecho, y á esto fueron dos
navios, y yo fui en el uno; como llegamos á
vista (^) déla fortaleza, pusimos una banderilla
blanca y echamos un arabio en tierra, que fuese
delante, mandándonos acercar, y que se desem-
barcase el presente; yo salté en el barco en que
(') En eJ original: visita.
DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS
49'
iba, que llegamos en dos veces retirándonos
con el barco y acercándonos á tierra; después
desto rodeamos la fortaleza para surgir de la
otra parte; en el tanto que nos daban respues-
ta, se tardó bien dos iioras; en este tiempo
reconocí á mi voluntad la fortaleza, el sitio
della, su forma y fortificación y lo más dificul-
toso que podría resistir su recuperación. Es
Ormús una isla que está 28 grados de altura
de la parte del Norte, metida en el mar Pérsico,
dos leguas de tierra firme de la costa de Persia,
enfrente de un puerto en la misma Persia que
llaman el Comorón; su forma es casi circular;
su circunferencia será dos leguas; de Levante
á Poniente corre casi la costa de Persia; por el
Poniente tiene el mar, que para en Basora (*),
y en él entran los ríos Tigris (2) y Ufrates; por
el Oriente, . el mar que desemboca en el mar
Océano; por Norte, á Persia; por Sur, al mes-
mo mar Pérsico por lo ancho que se determina
en la costa contrapuesta, que es Arabia la Feliz,
que dista de la misma isla diez y seis leguas;
tiene algunas moutañuelas ásperas de sal, sin
árbol ninguno más que algunos espinos; es tan
estéril que aun agua no tiene, que la traen de
Persia en barcos y la cogen en la isla, llovediza,
en cisternas ; tiene tanto nombre porque era
y es una escala ó feria donde venían muchos
navios y mercaderes, unos de la India, otros de
las Arabias y Siria y, en fin, de toda Asia y
parte de Europa á contratar; el primero que
[la] ganó fue Alonso de Alburquerque al Rey
de Ormús, que lo era desta isla y de otras tierras
que tenía en las costas de Persia y de Arabia
la Feliz; hizo en una punta de ella, donde tenía
un pozo O algo espacioso para poder surgir,
un castillo que tenía cuatro baluartes de ángulo
agudo con su falsa braga; las tres cortinas van
á la mar y la otra tiene un foso con su cuchillo,
puerta ó inclusas, por donde entra la marea y
le hinche de agua, con una contraescarpa bien
labrada á la parte del Norte hasta la isla, y
junto al castillo la ciudad, á menos que tiro de
alcabuz. Como las naciones setentrionaies pa-
sasen la linia y tuviesen comercio en Persia y
en la India y aquella plaza, y las armadas que
allí había de la nación portuguesa les servía de
estorbo y también á los persianos los derechos
que perdían de su aduana, se conformaron en
que los ingleses por la mar y el persiano, ocu-
pando la isla, sitiasen la plaza; así lo hicieron
y la ganaron; en este tiempo en que yo pasé se
trataba de su recuperación, y sobre ella fue en-
viarme allí el Virrey, que dejando guarnecidas
las costas de Arabia y las plazas más importan-
(') En el original: Bacora.
{^) En el original: Tigero.
(5) En el original: j?í>ct».
tes, con el resto de la armada viniese á la ludia
y yo en su compañía. Salimos de Máscate, atra-
vesamos el Estrecho liasta tomar la costa de
Persia, y costeándola por el Guadel y el Sindo,
por donde entra en el mar por siete partes el río
Indo, fuimos á Dio, y costeando la India [á]
Cecurate, que es en Cambaya puerto de las
naciones setentrionaies, y á Goa; sería la nave-
gación desta vuelta G50 leguas. En este tiempo
estaba el Virrey para ir á la parte del Sur con
una grande armada que había prevenido, y co-
municadas las cosas cm\ Rui Freiré, le mandó
que fuese á vesitar las fortalezas del Norte y
yo en su compañía ; llegamos á Chaul, y porque
la orden del Virrey que llev[aba] Rui Freiré era
condiciona], en que le limitaba algunas cosas, no
quiso ponella en ejecución, y sin que tuviese
efecto, él se fue á su estrecho de Persia y yo
volví á Goa, adonde estuve aquel invierno; á la
salida del llegó á la India nueva de que en la
costa de África se había perdido una isla de
portugueses que se llama Bombaea, levantán-
dose con ella los naturales, y un castillo que
tiene muy bueno, matando al Capitán del y á
los soldados que le defendían y á todos los por-
tugueses que había en la isla, destruyendo un
convento de frailes que había de la Orden de
San Agustín y martirizándoles. Tratóse de
volver á recuperarla y aprestóse una armada de
diez y seis navios pequeños y una galera, donde
iban ochocientos portugueses con los pertrechos
y bastimentos necesarios para la jornada, y por
General Don Francisco de Mora, Capitán que
al presente era de Goa. En 31 de diciembre de
1G31 llegamos á Bombaea; como he dicho, es
en la costa de África en cuatro grados y medio
de altura del polo Antartico; es una isla que
está en la misma tierra firme, de suerte que la
costa della, que está al mar Océano, y la de
tierra firme es casi todo \ina linia, que es Sur
Sueste, y fórmala un río que viene de tierra
firme y se divide antes de llegar al mar en dos
y con aquella división entra en la mar, y la tie-
rra que queda en medio de los ríos y del mar
es isla; es muy amena de árboles, como lo son
torias las tierras deijajo de la equinocial por la
demasiada humedad qne en aquella parte hay,
por estar siempre lloviendo el tiempo que es
necesario. Entraron los navios por la l)arra más
segura de peligro, que en la otra estaba la for-
taleza; estuvo el Capitán general surto en ella
ocho días, haciendo fajina y cestones, y espe-
rando á un Rey de negros que con cantidad
dellos había de venir á ayudarnos; en el ínter,
el enemigo se previno, de suerte que se hizo
invencible; reconociéronse algunos puestos, en
que se escogió el que pareció más conviniente,
y al querer desembarcar en él era mar llena y
tan brava que los bateles no podían llegar por
498
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
ser todo peñas; por esto y ser sentidos fuimos
á otro, donde saltó en tierra la gente, y en un
llano se formó un escuadrón de hasta trescientos
jiombres, porque los demás estaban embistiendo
por otra parte porque no estorbasen el desem-
ijarcar; hízose luego una fortificación ó reduto
de tierra y fajina, y como esto se hace cavando
y con trabajo y la nación portuguesa en aquellas
partes no esté enseñada á este modo de guerra,
se le hacía muy de nial y así no se hizo con per-
fección; guarnecióse los traveses con algunas
piezas pequeñas, y la gente se acuarteló dentro.
Deste puesto se quiso el General mejorar á
otro más cerca de la fortaleza que ocuparon
unos Capitanes; mandóme que le fuese á reco-
nocer, pa-.'ecióme bueno y así se lo dije al Ge-
neral, aunque peligroso, porque era en medio de
la isla, y lo necesario para la gente había de ve-
nir de los navios, y era necesario gran cuidado
y mucha escolta para que viniese seguro. Con
todo me volvió á mandar qué quería llevar, que
volviese allá y procurase se fortificase lo mejor
que fuese posible. Así se hizo en una tarde; ya
digo que no con la perfección que acostumbra
la nación castellana en Flandes y en otras par-
tes, porque esto se hace á puro trabajo perso-
nal y los portugueses en aquella parte lo remi-
ten todo á pelear y ai valor, no dejando nada
á la industria, porque lo tienen por defecto,
además que no guardan los preceptos de las
órdenes con la puntualidad que requiere la
guerra, teniéndose cada uno por tan bueno en
todo como el que gobierna, y esto causa mu-
chas veces malos efectos y oposiciones, desmi-
nuyéndose el acierto de lo que se pretende con-
seguir, sin entender que con la conformidad lo
poco crece y sin ella lo mucho se hace nada, y
que cori-e evidente peligro lo que orden no tie-
ne; por esto en la India los soldados de Rui
Freiré son entre los otros de más estimación,
como entre nosotros los de Flandes, por la obe-
diencia que tienen y el castigo que se le sigue
al que no la guarda; esto dio ocasión en este
sitio á notables desgracias, porque otro día
siguiente quiso el General irá ver el puesto en
el estado en que estaba; llevó consigo los caba-
lleros más lucidos que había en el ejército, una
compañía de alcabuceros, sin muchos que fue-
ron sueltos, que serían cerca de cien soldados,
dejándome á mí gol)ernando lo restante del
ejército que quedaba, con orden que no saliese
nada de allí sin la suya hasta que avisase. Ha-
bía en el puesto una casa vieja que estaba for-
tificada; luego que llegó arrimaron las armas y
los soldados se derramaron, divirtiéndose en
árboles frutales que hay, y el General se subió
en un árbol para descubrir y ver la fortaleza y
la isla; había en [el] boscaje alderredor, que era
mucho, una emboscada de negros; como cono-
cieron la ocasión, de tropel embistieron dispa-
rando muchas flechas, los soldados primero que
se juntaron y volvieron á tomar las armas y po-
nerse en defensa y el General con ellos, mata-
ron algunos; encerráronse en la casa vieja, y en
ella murieron defendiéniiose Don Diego de
Lima, Juan Alvarez de Mora, el Capitán Pedro
Alvarez de Castrelbranco, el Capitán Juan de
Fonseca; á Don Rodrigo de Acosta hirieron,
sin otros soldodos de menor nombre que mata-
ron y fueron heridos; oyóse este ruido en los
cuarteles donde estábamos por la respuesta de
algunos arcabuces, y entendí que el General pe-
leaba, y así, contra toda buena orden de mili-
cia, desguarneciendo el puesto, y las banderas
y artillería, y contra la orden, sin tener aviso
cierto, entresaqué alguna gente y con dos Capi-
tanes y con ellos Don Fernando de Koroña,
hijo del Virrey, le socorrí y llegué á tiempo del
mayor aprieto en que estaba la gente; el ene-
migo, viendo el socorro, se retiró y los nuestros
se mejoraron; era tanto el temor y deseo que
tenían de volver al cuartel, que algunos muer-
tos se echaron en un pozo que había junto á la
casa donde sucedió; en fin, se retiraron con los
cuerpos muertos de los más principales, que
fueron cuatro, sin el capitán Fonseca, que cayó,
retirándose, muerto á mis pies de un flechazo
en la cabeza; era la ponzoña de las flechas tan
fuerte y vehemente que en cualquiera parte del
cuerpo que tocase, si no le chupaban luego ó
cortaban con brevedad la carne donde estaba,
penetraba de manera hasta el corazón, que en
breve espacio (no duraba una hora el que más
duraba) caía muerto; al General le tocaron siete
heridas, todas mortales, en la cabeza y brazos,
mas tuvo tal suerte que un mozo le chupó
luego la ponzoña de las heridas y vino á sanar
dellas, y el mozo murió de la ponzoña que chu-
pó. Fue luego fuerza nombrar persona que sir-
viese el ínter que el General sanaba; estaba el
ejército tan otro del que allí había desembar-
cado dos días había, que era extremo opuesto
al valor que habían mostrado: tímidos, desco-
loridos, tristes, mirando al suelo, cabizbajos; el
que hablaba todo era en el modo como mejor
se podía volver á los navios; que la gente [era]
poca, [y] menos el bastimento, [para] prose-
guir aquella impresa, que con lo florido del
ejército no se había conseguido ningún buen
suceso estando en sus primeros alientos; que al
presente cuando estaba menoscabado y como
en lo último, ¿cómo se podría acabar cosa
de consideración [entonces] que todo [eran]
yerros? Al cabo de quince días, cuando espera-
ban estar en la fortaleza, el General con siete
heridas, la flor del ejército muerta; que para no
consumirse todos mejor era volverse. Forma-
ban corrillos sobre el caso, sucediendo lo que se
DOMINGO DE TORAL Y VALDES
499
podía esperar según el estado presente. Juntá-
ronse los Capitanes y con ellos el hijo del Vi-
rrey; yo no me hallé presente porque sólo servía
con un alcabuz. Votóse sobre quie'n había de
gobernar en el ínter que el General estaba para
ello; había Almirante, que era Pedro Botello
y otros Capitanes bien entendidos. Al cabo se
conformaron los más en que gobernase yo, y
esto encargaron al hijo del Virrey; vino á bus-
carme á mi barca [y] propóneme el caso, á que
le respondí: Señor, ¿cómo podré yo conseguir
lo que el señor Capitán general no consiguió
con lo más y de mejor condición, siendo quien
yo con los menos y en el estado en que hoy es-
tán y siendo un soldado particular castellano?
¿es sólo quererme poner por blanco y causa de
los tristes fines que están prometiendo las co-
sas presentes y que sirva de poner con mis
desgracias y malos sucesos deste ejército silen-
cio á los pasados, culpa á los míos? no, señor, si
la pretensión es entnendar lo pasado ó conser-
rar lo presente, muchos Capitanes y señores
hay en el ejército de más conocimiento que yo
que se puedan encargar de lo que vuestra mer-
ced me manda. Respondióme que era adelantar
mucho el pensamiento, mas que si no quería,
que le gobernase por dos ó tres días en el ínter
que se volvían á juntar y nombraban otro. Así
lo aceté y al tercero día nombraron á Gonzalo
de Barrios, Capitán de un navio y Almirante
que había sido de Rui Freiré, que [lo] sintió por-
que en la obediencia no se conformaban con su
rigor á que [estaba] enseñado, y así le pro-
movieron, nombrando al Almirante Pedro Bo-
tello. En este tiempo no se intentó cosa, hasta
que el General estuvo mejor y vino al ejército,
que se estaba curando en su galera.
Tratóse de ocupar otro puesto en tierra fir-
me enfrente de la fortaleza, el río en medio,
quiriendo de allí batirla; mandáronme que le
reconociera; hícelo; no me pareció á propósito;
juntóse á Consejo; de veinticinco votos me si-
guieron veintiuno; los demás al Capitán gene-
ral, que era de parecer que se ocupase, y así
luego lo encomendó á Gonzalo de Barrios, el
cual pidió doscientos hombres y seis piezas de
artillería. Francisco de Acosta, su opuesto, pa-
reciéndole que era aumento de mucha honra la
elección de Gonzalo de Barrios, sabiendo que
se había de perder en el caso y que el otro se
había de ganar en duda, dijo al General que
aquello era deshacer el ejército y quedarse sin
gente; que él le sustentaría con cien hombres y
cuatro piezas de artillería. El General, pare-
ciéndole que era aumento y no conociendo la
segunda intención con lo que decía, lo acetó
(¡oh defecto de nuestra naturaleza que nos en-
tristecen más los bienes ajenos que nos alegran
los nuestros! Francisco de Acosta, rico y con
honra de otras ocasiones, [desechó] el contento
que debiera [sentir, por] sólo el conjeturar del
buen suceso que su enemigo podía tener en el
puesto que le encargaban, [y] quiso más perder
lo que tenía seguro, sólo porque su adversario
no ganase lo que estaba dudoso) ; diósele lo que
pedía y aun más, y yo le seguí con mi alcabuz;
ocupamos el puesto y fortificóse de mala ma-
nera, correspondiente á lo de la gente; púsose
la artillería; tiráronse algunos tiros y conocióse
con evidencia que era larga la distancia para
batería, sin otros inconvenientes que enseñó la
experiencia; á la primera noche nos dieron los
negros de tierra firme un asalto que parecía
que se querían llevar las piezas y las malas
trincheras con que estábamos cubiertos; mata-
ron algunos seis soldados; quedaron de suerte
que el Francisco de Acosta conoció que si que-
dábamos allí otra noche lo perderíamos todo,
y así les obligó á retirarse, bien que con la or-
den del General, habiendo sólo un día estado en
el puesto y resultando tan diferente de lo que
prometió, que quisiera haber trocado todos sus
buenos sucesos porque le sucediera este á Gon-
zalo de Barrios ; retiróse la gente y la artillería
á los navios.
Parece que en esta ocasión los más estaban
faltos de la consideración que era necesario
para lo que les convenía, y yo más que todos.
Invióme el General con una orden al Capitán
Andrés Bello, que era cabo de unos navios que
estaban surtos junto al castillo de la isla, el
cual tenía una batería de cuatro piezas de á
ocho y de á doce libras de bala, y este Capitán,
hablando en conversación de la disposición en
que estaba esta batería, dijo: para más claridad
vaya vuestra merced en una chalupa y reconóz-
cala, que así se lo doy por orden; yo aceté el
reconocimiento sin orden del General ni del
Andrés Bello por escrito ni tener él juridición
sobre mí, por no ser de su tropa y ir sólo á co-
municar una orden, y con obediencia ciega me
embarqué en la chalupa, yendo conmigo un Al-
férez que se llamaba Carballo y cuatro soldados
suyos y seis marineros, y contra marea pasa-
mos por delante della, y al pasar, estando el
enemigo atento al reconocimiento, nos apuntó
las piezas y las tres dieron en la chalupa y la
una me pasó por delante del pecho llevándome
los cabos de las agujetas que llevaba colgando
de un coleto, y el Alférez que iba sentado en la
popa pegado conmigo hombro con hombro y
que yo le cubría le hizo pedazos los muslos y
la mano derecha que llevaba sobre el uno; no
vivió más de una hora, y ésta parece que la dio
Dios para confesar á voces un grave delito que
había cometido de matar á una amiga suya que
había servido á Gonzalo de Barrios y se la
había saca lo de su casa y quitádola una cadena
500
autobiografías y memorias
de oro que liabía Imrtado á su amo, y matándola
la metió en un costal y la llevó á un cimente-
rio que estaba fuera de Goa, donde la enterró;
llamóse luego á Gonzalo de Barrios para que
le perdonase la ofensa ; perdonó, mas la cadena
no quiso, y así tomó por su cuenta el hijo del
Virrey el pagarla. Las otras balas mataron á
dos marineros y á uno quebró un muslo, de
suerte que fueron los muertos cuatro; quedé
del caso dando muchas gracias á Dios, porque
en aquel punto me iba encomendando á la vir-
gen de Loreto, que está en Madrid en la pla-
zuela de Antón Martín, de quien yo soy de-
voto y llamo en mis trabajos; túvelo por evi-
dente milagro y lo entendió así todo el ejército,
por ir todos pegados el uno al otro y cubrirle
yo todo el cuerpo. Diciendo después al Andrés
Bello cómo había dado orden para que se hiciese
aquel reconocimiento, dijo que tenía orden del
General; el General respondía que no había
tal, porque se vea con [la] facilidad que nos
metieron en peligro tan evidente á diez hom-
bres para que nos hiciesen pedazos como hicie-
ron pedazos á cuatro, siendo aquel reconoci-
miento sin necesidad, y cuando lo fuera, se po-
día hacer de[sde] tierra firme porque estaba
cerca, sin riesgo ninguno de ciencia cierta, por
estar la batería á la lengua del agua y descu-
bierta toda.
Volviendo al caso, juntóse luego á consejo
sobre lo que se había de hacer; eran ya 15 de
abril y el invierno y vientos Oestes entraban y
no se podían esperar á más, ó se habían de
quedar á invernar en la isla, y para esto no
había bastimento, y así se acordó de volverse á
la India á invernar y que la partida fuese luego,
con que todos se alegraron como si hubieran
ganado la plaza; hicímonos á la vela costeando
la África, hasta el cabo de Guardafui, que está
en la boca del mar Rojo en trece grados de altura
de la parte del Norte; de allí se tomó el viaje
hasta la India, que hay algunas 400 leguas; lle-
gamos á Goa á 30 de mayo. con mucho peligro,
porque ya estaba el invierno y se cerraban los
puertos, y si se tardaba un día más nos perde-
mos, porque entró de todo punto el invierno.
El Virrey trató de sanear aquella pérdida por
su partido haciendo cierto el que había enviado
para restaurar aquella plaza lo bastante de sol-
dados, artillería y pertrechos quién se los podía
aportar; saneado esto quedábale toda la carga
al General, ó por omiso en la ejecución ó por
inadvertido en la elección de lo que importaba.
Era Don Francisco de Mora muy buen caba-
llero, cortés y bien hablado, amigo de hacer
todo bien, fácil en la persuasión, muy palatino
y cortesano; había gobernado á Cabo Verde; no
[tenía] bastante experiencia para tales empresas,
diga cada uno lo que quisiere, que el arte militar,
compuesto de varios accidentes, y el gobernar
y sujetar con tanta oprisión, tanta cantidad de
gente, de tan varios naturales, en una campaña
ó sitio en oposición de otros tantos de tanta
importancia como valen las vidas y honras de
tantos soldados y de su rey, no se aprende en
una sala cercada de libros ni en la urbanidad
de la corte, mas apréndese en una campaña y
otra, en un sitio y otro sitio, con un trabajo y
otro, arriesgando una y cien veces la vida, ya
con el trabajo personal, ya con el riesgo de per-
derla, teniendo una sagacidad profunda, un na-
tural claro, una privación de toda pasión, un
conocimiento de las causas, del menester que
trae entre las manos, una providencia dilatada,
que mediante el discurso en lo pasado, con
larga experiencia en varios casos, que es lo que
más aprensión hace junto con lo presente, sea
próximo á la certeza del efecto que puede es-
torbar para acudir al remedio del; porque aun
compuesto de estas partes 'y de otras muchas
más que son necesarias, aún le es dudoso el
acierto por tener en esta materia de la guerra
la mayor parte la fortuna . Confieso que le si-
guió á Don Francisco, mas también confieso,
pues el sabio la suele limitar, [que] la ambición
de honra y de fama le llevó á esta jornada, per-
suadido del valor de la nación portuguesa, que
en esta parte se promete más de lo lícito y que
sus fuerzas pueden alcanzar, no considerando
que es mucho mejor no perder la honra que
ganarla, y que se arrasa la opinión quedando
por falsa, que es el mayor mal que en los hom-
Lires puede haber. Saneado su partido el Virrey,
quiso que Don Francisco sanease el suyo ó
diese causas de los malos efectos de aquella
jornada, y para que tuviese más autoridad lo
remitió á la Audiencia que allí hay de Oidores;
traía granjeados de allá enemigos y éstos eran
los más amigos que había tenido, consultando
sus cosas con ellos, debiendo consultar primero
si lo eran; si considerara como debía el que le
podían ser enemigos, no llegaran ellos á ser los
menos cargados; en fin, él se procuraba descar-
gar con ellos, porque todos eran Capitanes y
personas de puesto, y ellos con él, y los unos
y los otros me traían por testigo. El Virrey
deseaba el que Don Francisco de Mora tuviese
buena salida, y tomó por luejor modo el que yo
fuese el cargado en virtud de un regimiento que
el General llevaba en que siempre tuviese aten-
ción á mi parecer, y confesando yo que el haber
dicho que algunos pareceres que había dado
habían sido en contrario, como el decir que el
puesto del baluarte de los turcos, que era el que
ocupó Francisco de Sosa, era bueno para bate-
ría, venía á descargarse el General conmigo y
que luego me podía absolver; el Virrey me
mandó llamar y con mucha blandura me dijo:
DOMINGO DE TORAL Y VALDES
501
Toral, poco importa que digáis que [en] Bom-
baca dijistis que el puesto del baluarte de los
turcos era bueno; y como sea impropio en liom-
bre altivo y áspero la blandura, y como conmi-
go nunca la tuviese, luego sospeché que no era
para hacerme ningún bien, y así le respondí:
Señor, si delante de veinte hombres y del señor
Don Fernando dije lo contrario, y así lo juran
todos ante el Oidor general, ¿por qué quiere
vuestra excelencia que habiendo acertado yerre
y diga en contrario de tanta gente como estaba
delante, desdiciéndome á mí mismo? Bien se
puede hacer que algunos habrá que digan lo
mismo que vos. Respondíle: Señor, los que lo
dijeren no dirán en rigor bien, y en el compla-
cer á nadie conmigo mismo, primero soy y mi
honra que Don Francisco de Mora. A esta
razón, algo torcido el rostro, me dijo: Andad
con Dios. Y otro día siguiente me tomaron ju-
ramento, juré la verdad, sin atención particular
ninguna, de que se escandalizó más, y sin saber
por qué, dentro de tres días me mandó prender
y estuve en la cárcel sesenta días sin poder saber
la causa ni hacerme cargo ninguno, por más me-
moriales que le envié. Ofrecióse ocasión en que
era necesaria mi persona y mandó á un algua-
cil que me sacase de la cárcel y me llevase á un
navio de la armada que estaba de partida para
las fortalezas que están á la parte del Norte;
iba por general desta armada Don Rodrigo
d'Acosta, un caballero muy conocido que fue
herido en Bombaca; éste me llevó á su navio y
fuimos con el armada á reconocer unos islotes,
que era para lo que me habían sacado de la
cárcel; en el ínter que estuve en ella dispuse
mis cosas; en este viaje, en el paraje de Damón
topó la armada dos navios de holandeses que
venían de Cúrate; quiso el General embestir
con ellos, dispararon su artillería, y estando el
General en la popa disponiendo las cosas y ani-
mando á sus soldados, le llevó una bala la ca-
beza de los hombros; como faltó, se cubrió la
popa de luto y la gente dejó su intento y la
armada volvió á Goa.
Supe la poca ó ninguna merced que el Virrey
me hacía y que me querían volver á prender
porque decían que yo había pedido licencia para
venirme á España y que sería posible que me
viniese y diese cuenta de algunas cosas, y que
esto debía prevenir. Conocí que la prevención
me había de ser muy costosa, y así justifiqué
mis servicios y traté de venirme por tierra, por-
que por las naos era dificultoso. Dispuestas mis
cosas con unos venecianos me fui á Raja, por-
que es un puerto en la India donde se flotan
navios para Persia; estuve en él esperando dos
meses, y por los últimos de abril salimos del;
venimos á Ormús y al Comorón, que, como tengo
dicho, es un puerto en Persia; esperé tainbién
cáfila que fuese [á] Aspan, que es la corte del
Rey de Persia ¡concertóme con un arriero, el cual
me llevó hasta Lara, que es ocho días de camino
de desierto, que no había agua más que cister-
nas en algunos parajes, y el sol es muy fuerte,
con un viento que corría tan caliente que pare-
cía salía del infierno, que en aquellas partes
llaman Siifi y nosotros Poniente; el trabajo del
camino y la malicia del agua causó á los más
de la cáfila calentura; yo estuve muy malo en
Lara y me sangré cuatro veces; hallándome
mejor compré un caballo y en él quise alcanzar
la cáfila que iba caminando delante; iba algu-
nas veces solo, porque un indio que llevaba
conmigo me dejó y se fue con la cáfila; iba con
mucha seguridad y sin tener los naturales mejor
pasaje que yo, porque en los mesones, que son
hechos de limosna y obras pías, como entre
nosotros los hospitales, son unos patios muy
grandes con unos poyos levantados un estado,
muy anchos, y con sus portales que los cubren
con aposentos yermos, como celdas para meter
ropa ; en esta parte y en Turquía cada uno lleva
consigo su cama y su aderezo de guisar de
comer, de suerte que en el camino no se compra
más que el sustento, que el más cuotidiano es
arroz y alguna carne; esto comen muy bien
guisado; en llegando al mesón, que en persiano
se llama caramuraca y en turco mancil, procu-
raba ocupar el mejor lugar, mas aunque llegasen
mercaderes muy cantiosos y pasajeros de auto-
ridad no por eso me quitaba del puesto que
había ocupado, ni ellos me decían que me qui-
tase, antes solían reirse diciendo: Mira el franco
cómo se ha comodado; llaman francos los que
de Europa andan por aquellas partes, derivado
este nombre de los franceses y otras naciones
que pasaron con el Duque Gudufre de Bullón,
que lo era de la Toringia, á la conquista de la
Casa Santa de Jerusalén, y así se conserva este
nombre hoy ; dentro destos mesones grandes
hay hombres que venden lo necesario de comida
y cebada, pasando sólo lo que vale, y la posada
es de limosna. En este viaje, antes de llegar á
Jiras, que es una ciudad muy populosa que
está ocho días de camino, antes de Aspan, una
tarde, unos mercaderes y yo por el sol nos que-
damos atrás de la cáfila y llegamos á media
noche adonde había parado, que era en unas
vegas muy grandes, sin haber, en dos leguas
alderredor, cosa ninguna; como nos apeamos,
cada uno dejó su caballo atado y trabado; había
junto un arroyo que tenía hierba; dejé suelto el
mío para que paciese, y en las vegas había algu-
nas yeguas que andaban sueltas; el caballo fuese
á ellas; por la mañana me recordaron y avisaron
que mirase mi caballo, que andaba suelto tras
las yeguas, y fui á cogei'le; las yeguas huían, él
con ellas ; anduve hasta más de las dos de Ja
502
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
tarde tras del sin poder cogerle, y aunque di
dineros á los arrieros de la cáfila tampoco le
pudieron coger; como estaba convaleciente de
la enfermedad y en todo el día no me había des-
ayunado y corriendo tras el caballo, las piernas
se me hincharon de manera que no rae podía
menear, y con el peso de mucha plata que lle-
vaba ceñido al cuerpo desfallecí, cayéndome en
el suelo, donde estaban los mercaderes ; la cáfila
empezaba á cargar para irse; en este punto se
me saltaron las lágrimas de ver que no me podía
menear, que mi caballo no le podía coger, que
la cáfila se iba y que me había de quedar solo
en aquel disierto, donde sería posible me mata-
sen ó quitasen lo que tenía; llegúeme á un mer-
cader de los de más consideración que iban en
la cáfila y, enternecido, le dije: Agá, que es lo
mismo que «Señor», tened lástima de mí: había ■
me visto correr todo el día y en el estado en que
estaba; moviéndose á piedad, dijo á los arrieros
que no se habían de partir hasta que hubiesen
cogido el caballo del franco; ellos repitieron que
no habían de poder hacer jornada y que ya
algunos habían hecho la diligencia y que no le
habían podido coger; él les estorbó que no car-
gasen, diciéndoles que no era bien que viniendo
con elios me dejasen en aquel campo; determi-
náronse todos, pagándoselo yo muy bien, á
cogérmele; ataron muchas sogas unas con otras
y le cercaron y cogieron, con que me vi más ali-
viado de mi trabajo. En esto se conoce que en
ninguna parte es mejor la compañía del bueno
que en el camino; en la ocasión presente me fue
de tanta importancia; llegamos á Jiras, y por-
que se había de detener allí la cáfila partí solo
á Aspan; era el camino muy continuado de
gente y así pude llegar solo sin riesgo ninguno;
en llegando, lo primero que hice fue irme á un
convento de frailes agustinos que hay de por-
tugueses; había en él dos frailes que me cono-
cieron en Arabia en compañía de Rui Freiré;
como me vieron se alegraron y me forzaron á
que me quedase en el convento el tiempo que
hubiese de estar en Aspan; ansí lo hice, y á
tres días llegado me dieron unas tercianas que
me pusieron en mal estado; dos meses estuve
enfermo; hallándome mejor, esperé cáfila que
fuese para Babilonia, que era mi viaje; concer-
téme con un arriero porque, no sabiendo lo que
me podía durar la enfermedad, vendí el caballo
por evitar costa, muy contento de haber visto
tan buena ciudad y de gente tan humana y
llegada á la razón; los últimos días estuve en un
mesón, adonde se juntaba la cáfila, porque el
convento estaba [lejos] y por no perder ocasión;
el día que me quería ir hice cuenta con el hués-
ped, porque en los lugares grandes se paga la
posada, no es como en el camino ; pagúele, y al
sacar el hato llegó otro compañero suyo y me pi-
dió la posada; díjele cómo la tenía pagada; sobre
esto dimos algunas voces, llegóse gente y entre
ella un caballero que pasaba preguntó lo que
era; dijéronle: A este franco le pide la posada el
mesonero y él dice que ya la tiene pagada á su
compañero; pareciéndole que era bellaquería del
mesonero le dijo que se fuese y no hablase pa-
labra y me dejase ir mi camino; repitió el meso-
nero y volvió á decir, que era conocida maldad
suya, que un hombre de otra ley y de tan remo-
tas partes no había de venir á Aspan á quitarle
á él su dinero, cuanto más que mi ley me man-
daba que no hurtase, que ¿cómo me había de ir
sin pagar? ¡Oh señal de hombre de notable y
sencilla bondad y ajustado á su ley, que, aun-
que diferente y mala, la estima por tener enten-
dido que aquélla que profesa es buena! Salí
desta ciudad muy contento, porque es muy
buena y grande; compónese de tres ciudades,
que son las otras dos Aspan la Vieja y Julfa,
que se va á ella por una puente de ladrillo muy
notable que tiene portales y se puede ir por
debajo como por encima, con escaleras por de
dentro para bajar y con sus corredores ó galerías
á los lados de la puente. Es Julfa toda de arme-
nios cristianos; guardan los ritos y estatutos de
la iglesia alejandrina y griega; hay dos conven-
tos, el uno es de frailes de la Orden de San
Basilio; hay tres iglesias muy buenas con mu-
chos y muy buenos retablos de santos; viven
en su ley y libeitad sin opresión ni embarazo;
hay además desto en Aspan tres conventos de
frailes que guardan los preceptos y órdenes de
la Iglesia romana: el uno es de Agustinos por-
tugueses, que sustenta el Rey de España; otro
de italianos, que sustenta el Papa, que es de
Carmelitas descalzos; otro de Capuchinos, de
franceses, que sustenta el Rey de Francia; es
el común muy grande y el contrato, porque los
persianos no tienen otra ganancia ni el Rey
otra renta que la del comercio, y por esto pue-
den pasar por su tierra de todas naciones como
anden vestidos á su uso; la ciudad es muy
grande, tendrá una legua de travesía por cual-
quier parte; la fábrica de las casas es de tierra,
sin arquitectura ninguna, y así también son las
del Rey. La plaza es muy grande y espaciosa,
y en ella tiene más de veinte piezas, medios ca-
ñones, todos labrados en España y llevados á
Ormús, que de allí sacó cuando la ganó, y hoy
los tiene por trofeo y señal de su grandeza, con
todos sus letreros de los fundidores y Genera-
les de la artillería en cuyo tiempo se hicieron,
con las armas Reales, que yo vi y leí con harto
dolor de mi corazón algunas veces; el común
es muy grande y quieto y seguro, porque el
castigo pasa de justicia y entra en crueldad; en
hurtando más que un abad, que es una moneda
de plata que vale tres reales, le han de cortar un
DOMINGO DK TOBAL Y VALDES
50o
miembro, y si llega á veinte muere; esto no es
con cargo ni descargo por los términos judicia-
les de España, y (') es tan sumariamente, que en
jurándolo dos testigos luego se ejecuta la sen-
tencia, y si juran falso pasan por la misma pena
que pasó el ajusticiado, y así es notable la segu-
ridad que hay de las haciendas ; el Rey no estaba
allí en aquel tiempo, mas dicen que es tan
(ouiún que anda por las calles preguntando
cómo se administra !a justicia y los agravios
que se hacen. Nada se vende á ojo, todo se mide
y pesa, hasta la carne cocida en los bodegones;
pre'cianse mucho de la verdad; dicen que para
ninguna cosa es bueno el no tratarla, porque el
que no la usa aun no queda capaz de poder en-
gañar otra vez. Son herejes en respecto de los
turcos y de la ley de Mahoma, y por esto son
tan opuestos á los turcos que nunca hacen
paces con ellos. No hacen estiuiación de la pe-
drería, diamantes, esmeraldas y rubíes, porque
dicen que es gran neced :d gastar tanto dinero
en una piedra tan pequeña y que aprovecha
para tan pocas cosas; lo cierto es que no la
estiman por ley hecha, ellos, porque el Mogor,
uno de los poderosos Reyes de Asia y que lo es
de la India que confina con Persia y lindan los
términos, su mayor riqueza son los diamantes,
y por no dalle valor y que no le valgan á su
Rey, sacando los dineros de Persia y vendiendo
su enemigo y vecino su mercaduría, tiene[n] dis-
puesto el que en Persia no tengan estimación
ni las puedan traer. Las murallas de Aspan
son de tierra con algunos cubos huecos á tre-
chos; está en 34 grados de altura de la parte
del Norte; esto es Aspan.
La Persia, por la otra parte de Oriente, con-
fina á lo largo con el Mogor, que es Rey de la
India, y le tiene tomadas ('■*) algunas plazas al
persiano; por Poniente confina con Asia y con
Armenia. Por la parte del Norte confina con
Tartaria y con el mar Caspio; por el Sur con-
fina con el mar Persio y el mar Océano de la
India. Su mayor latitud ó altura de polo es
43 grados, su menor 24; de suerte que tiene de
ancha 19 grados, que contados cada uno á 17
legua y media, tendrá de ancho 331 leguas. Su
mayor longitud, contada de la isla de los Azo-
res, que es en las Terceras, es 127 grados; su
menor es 90, que le queda de largo 37 grados,
que son 637 leguas de largo. Advierto que los
grados que cuento en la longitud son grados
de cosmografía y no náuticos, porque los náu-
ticos son mayores ó menores, [según] se allegan
al Leste ó Este empezando por Norte Sur. Su
figura es casi en paralelogramo, salvo que por
la parte del Poniente se desminuye algo al fin
0) En el original: ni.
(•) En el original: tomado.
del mar Pérsico. Como he dicho, me partí con
la cáfila á continuar mi viaje; tardamos veinti-
ocho días en llegar á (') Babilonia, que en tur-
co llaman Bagadad; con experiencia de la hu-
manidad de la gente persiana, siempre me pro-
curaba llegar á alguna persona de las de más
lucimiento que iban en la cáfila, y ansí lo hice
en ésta. Juntáronse unos mozos de la gente
vagamunda que iba con nosotros, que en todas
partes el mundo es uno, y empezáronme á dar
rat/a á voces; íbanlo continuando de suerte que
yo me corrí, y como lo conocieron lo continua-
ron con más eficacia; yo me sentí de suerte que
quise tirarles un escopetazo, y llegóse á mí un
gentil de la India, detiniéndome que mirase lo
que hacía, que me costaría la vida; repórte-
me ('■*) y procuré buscar la persona que me ha-
cía merced, que ora un mercader de buena pre-
sencia y de más consideración que iba allí, y
como pude le dije que no me querían dejar ir
mi camino, diciéndome afrentas y injurias; llegó
con el caballo á mí, y tomándo[me] del brazo
diciéndome que se los mostrase, yo le llevé á
donde estaban, y él preguntó al gentil que qué
era lo que hacían conmigo; el gentil so lo con-
tó; llamó á dos dellos y di joles; ¿Qué queréis?
¿por qué no dejáis ir á este franco en paz su
camino? Respondiéronle que se iban holgando
conmigo. Díjoles: ¿Por qué no os holgáis con
los de vuestra nación? En fin sois gente ruin
y [á] este franco, que debe de ser mucho me-
jor que vosotros, le vais persiguiendo. Sintié-
ronse y él les dijo; Si tantas leguas de su tie-
rra y de otra ley va con lucimiento, ¿en su
tierra como irá? y vosotros, que en la vuestra
vais como bribones ¿en la suya como iréis? No
sé qué le replicó uno, que levantó el azote con
que daba al caballo y le dio dos azotazos por
la cara, y buscó al Capitán de la cáfila y le hizo
que le echasen della y no fuese más con nos-
otros, y nadie me dijo cosa de pesar, y siem-
pre que llegábamos á la parte que había de
posar hacía que estuviese en su tienda ó junto
á ella, porque no tuviese alguna inquietud. ¡Sea
Dios alabado que todas las naciones hizo ca-
paces de razón! ¿Qué más podía hacer un buen
cristiano, con las obligaciones de hombre no-
ble, que hizo este moro?
En Babilonia, que es Asiría, me fui á un
convento de Capuchinos que hay en ella, que
son franceses, y en ella estuve tres días viendo
aquella ciudad, tan antigua y quebradero do
cabeza de historiadores, cuan arruinada está,
que apenas hay casa que cabalmente esté en-
tera, con ser tan grande que me pareció que
tendría de largo una grande legua; esto causa
0) En el original: de.
('> En el original: reportó-m».
504
autobiografías y memorias
los continuos sitios y baterías que le hacen tur-
cos y persas, porque siempre andan peleando
sobre ella, y es el terreno (') de toda la guerra
que ellos traen entre sí. En este tiempo era del
persa. Las casas son de ladrillo cocido; las mu-
rallas, anchas y fuertes, de tierra sola, con su
foso. Baña los cimientos de las casas el río
Eufrates ¡pásase poruña puente de barcas como
Sevilla á Guadalquivir para ir á Triana, No vi
en ella cosa notable ni tampoco lo pregunté, por-
que sólo trataba de abreviar mi viaje. Está Ba-
bilonia en 34 grados de altura, 190 de longitud.
Mi viaje dispuse bien; estaba un piloto, que
son los que guían por el disierto, de partida
para Alepo, (jue era donde yo había de ir á
parar, que es la cabeza de Siria; concertéme
con el piloto en cincuenta reales de á ocho, yo
[y] un francés que estaba esperando á hacer el
mismo viaje; compré un famoso caballo y pre-
víneme de lo necesario para pasar el disierto;
pocas veces se ha hecho tal determinación, el
pasar un hombre solo el disierto, por estar lleno
de ladrones y ser muy cierto el peligro; muchas
veces es nien dejarle la mayor parte á Dios y
la fortuna, porque si todas las queremos guiar
prudencialmente, el mucho querer asegurar y
acertar las yerra; en esta parte lo dejé á Dios
y él me puso en salvamento, porque si espe-
-ra[ra] cáfila tardara mucho y en el disierto se
suelen juntar compañías de alarbes y romper
las cáfilas; además que si la esperaba no hallara
embarcación á tiempo y fuera posible perder el
viaje, y aunque hubo estas comodidades, tam-
bién el ir solo me puso á pique de perder la vida
dos ó tres veces: la una fue cerca de morir ahor-
cado; salí de Babilonia, como he dicho, con el
piloto y el francés, que era relojero y hugonote
de la secta de Hugo, y á mi natural tan opues-
to, lo uno por la diversidad y oposición de la
ley, lo otro porque era naalísimo y mal inclina-
do; sabía la lengua turca y enteiidíase con el
piloto, y así me hicieron algunos pesares en el
camino; salimos de Babilonia y caminamos cinco
días por la provincia que llaman Mesopotamia,
que está entre los ríos Tigres y Ufrates; llega-
mos á una ciudad que se llama Ana, que está
en la otra parte del río Tigres, orilla del, donde
refrescamos y registramos lo que llevábamos
ante el Gobernador de aquella ciudad y por
derechos llevó una de las mejores piezas que
traíamos, que era del francés; tasóse lo que valía
y pagué la mitad. Volvimos á hacer matalotaje
y en cuatro días , caminando siempre orilla del
río Tigres, llegamos á otro lugar que estaba '.n\
una eminencia, donde también refrescamos y
nos volvimos á rehacer; aquí nos apartamos del
río, y caminando cuatro días hasta llegar á otro
(') En el original: terrero.
lugar cercado, aquí nos encerraron en una casa,
y reservando al francés, pegó conmigo el Go-
bernador puesto por el Rey del disierto, dicien-
do que mi compañero era pobre, que yo era el
que llevaba más, que le había de dar veinte rea-
les de á ocho; yo no llevaba conmigo más de
treinta y seis y los veinticuatro había escondido
entre el lomo del caballo y la silla; yo le res-
pondí que no los tenía; diérome algunas puña-
das, y echándome una soga al cuello decíaii que
me habían de ahorcar, y con un chuzo que tenía
en las manos rae amenazaba que me le había de
meter por la garganta. Yo le respondí que me
mirasen y que me tomasen cuanto hallasen; así
lo hicieron y hallaron doce reales de á ocho,
que tomaron de buena gana; luego procuré salir
de aquel aprieto y pedí al piloto que nos fuése-
mos y ansí se hizo.
Caminamos tres días hasta llegar [á] Alepo;
la mitad destos tres poblado, que en todos eran
diez y sois {xic); caminamos de día y de noche, y
era muy poco lo que descansábamos. Paréceme
que se andarían cada día de diez á doce leguas
y que en todas serían 200; entré con mucha
nota en Alepo, que como había pasado solo el
disierto con un piloto y venía bien puesto con
un famoso vestido á lo persiano, un buen caba-
llo y escopeta, se colegía ser algún hombre prin-
cipal; llevaba una letra de Aspan para los Car-
melitas descalzos de Alepo, de 128 reales de á
ocho, que luego me pagaron, y conociendo que
habían de hacer anotomía de mí la metí por el
pescuezo, entre la camisa y la espalda luego que
llegué á la casa del campo, que es un mesón muy
grande donde se recoge la mayor parte de la
nación francesa y vive el cónsul y está el con-
vento de los Carmelitas descalzos ; me cercaron
muchos judíos, y en castellano tan cortado como
yo me dijeron que fuese bien venido, que si traía
alguna pedrería que lo registrase, porque si no
la perdería, que eran aduaneros, y que me habían
de mirar, y además de perderlo me habían de
castigar; yo les respondí que no traía ninguna.
Estos tenían arrendadas las rentas de las adua-
nas y lleváronme ante el cónsul de Francia, que
era á quien tocaba. Miráronme hasta las partes
más secretas; como no me hallaron cosa que
les importase me enviaron á una hostería que
está dentro de la misma casa. Quedaron con-
fusos los turcos y los judíos, qué persona sería,
y así me lo preguntaron; yo les dije que vivía
en Lisboa, y que por un caso que me había
sucedido me había embarcado en las naos para
la India; que era casado y tenía cuatro hijos,
que mi mujer me había escrito que me fuese,
que mi negocio estaba ya compuesto y que el
Virrey no me había querido dar licencia para
que me viniese con las naos, y que había toma-
do el camino de tierra, socorriéndome un . pa-
DOMINGO DE TORAL YVALDES
505
riente para el viaje. Con todo no me dieron
crédito, siempre sospechando de que era espía
ó alguna persona de importancia, diciendo que
era necesario que lo supiera el Sultán; en fin,
se decía que si lo sabía me darían tormento ó
me harían ahorcar. Estaba con este temor, por-
que la guarda mayor de las aduanas, que era un
turco de consideración, había tomado mal que
pasase el desierto sólo con un piloto y que no
trújese mercaduría ninguna trayendo tan buen
hábito, y decía que si no era mercader ¿á qué
iba por allí? mandaron que se tuviese mucha
cuenta conmigo. Hay en Alepo tres cónsules:
uno de ingleses, otro de venecianos; debajo de
la protección del de los ingleses están todas las
naciones setentrionales; del de Venecia todos
los italianos; el de Francia tiene comprado al
gran Señor la merced de que todas las naciones
que vinieren á Alepo que no tuvieren allí cón-
sul hayan de estar debajo del de Francia. Es el
derecho de los cónsules dos por ciento; era
agente ó procurador del cónsul de Francia un
judío, el más grave que había en Alepo. En el
tiempo que había estado detenido se había alle-
gado á mí otro judío, y trabando conversación
conmigo [dijo que] había vivido en Madrid; era
muy entendido, nmy dado á toda humanidad, así
de historias como de poesía; tenía muchos libros
de comedias de Lope de Vega y de historias, y
en topándome solía hablar conmigo en esto al-
gunas veces. Un día me dijo que mi negocio
estaba de mala data, porque la guarda mayor
apretaba mucho, y que no me aseguraba el buen
suceso; yo me entristecí y él me dijo que no
temiese; ¡pecador de mí! le respondí, ¿cómo en
un aprieto como éste no he de temer? Di jome:
Dando la vida por pasada. Aquí confirmé el que
me esperaba algún desdichado fin y así se lo
dije; respondióme: No sois vos nniy sabio, por-
que el que lo es (^) no se deja caer aunque adver-
sidad lo quiera; si queréis que haga algo por
vos yo lo haré. Díjele lo mejor que supe que le
debería la vida, que la ponía en sus manos; res-
pondióme que si tenía dineros con facilidad se
acabaría todo; yo le respondí que no los tenía
y que eso me tenía con menos esperanza. Te-
néis razón, que no hay cosa que más abata los
espíritus que la pobreza; en fin, quedad con
Dios, que yo pienso ser vuestro solicitador.
Habló al judío que era agente del cónsul y al
cónsul después delante de mí, y díjoles que era
caso de reputación y de menos valer que con-
sintiese que se rae hiciese ningún agravio ni
que me viese el Sultán, porque era confesar ju-
ridición sobre los suyos y consecuencia para
que se hiciese cada día otro tanto con los que
llegasen allí y aun con los de su misma nación,
(') Ea el original: tsolu.
y que correría la fama del poco amparo que en
él tenían y faltaría el comercio; que los otros
cónsules lo posponían, todo por no perder un
átomo de su juridición. Sintió esto el cónsul, y
su procurador que estaba presente se conformó
con el parecer del Rabí, que era Rabí el ju-
dío que me ayudaba. Dijo el cónsul: ¿Pues qué
orden tendremos para que este español se es-
cape? Dijo el agente que hablaría sobre el caso
á la guarda mayor y que le daría á entender la
razón, y que también á él le estaba mal, y que
no queriendo revenir se defendería con todas
veras, que él lo defendería. Dijeron también
que era necesario darle algo; á esto dije que
me quedaban treinta reales de á ocho que me
daban por el caballo, que no tenía otra cosa
hasta mi tierra, y otros veinte reales de á ocho
que me habían quedado. Dijéronme que le ven-
diese; vino la guarda oti'o día y litigóse con
el turco, en que hubo (sin parecerme artificio)
voces en que se enojó; el judío agente era de
los más bien entendidos hombres que he visto,
y con su modo lo dispuso de suerte que el tur-
co revino en el caso y él le dio veinte reales de á
ocho por mí (que yo le di después), diciendo que
entre mercaderes franceses de limosna se había
de allegar; á todo esto se halló el Ralií presente,
que también facilitó con sus razones y ruegos,
y queriéndose ir el turco le dijo que si había de
durar la prisión, y él respondió que ¿qué impor-
taba? á que dijo el agente: Hoy que nos hacéis
merced, dejalde sin pesadumbre que vea la ciu-
dad y se huelgue; y luego dio orden al Capitán
que con una compañía de genízaros estaba de
guarda al cónsul, que me dejase salir y ir donde
fuese mi voluntad; estuve determinado de dar-
les la letra de les 128 reales de á ocho que ha-
bía escapado; mas los Carmelitas descalzos que
me los pagaron me dijeron que no lo supiese
nadie que les venía aquella letra; lo otro por-
que me la tomarían toda y se coligiría ser de
más importancia y que había reservado algo
escondido, de donde se tomaría motivo á que
tuviese peor suceso, y así la escapé y traspasé
en otra letra á Marsella de Francia y con el
demás dinero me avié para mi viaje.
Di infinitas gracias á Dios por el buen suceso
y á mi judio Rabí agradecí lo mejor que pude el
beneficio que me hizo. Estuve en Alepo quince
días; en los ocho vi la ciudad, que es muy buena
y de buena arquitectura. En medio della, supón-
gomeen Lisboa, hay un cerro redondo; en lo alto
hay un buen castillo con su foso alderredor con
agua; hay sus barrios de ingleses y de franceses
y italianos de mucho comercio, porque es escala
donde paran los mercaderes do Europa y los de
Asia, de que tiene el Gran Señor mucha renta.
Está tres días de camino un puerto de mar,
donde surgen los navios, que es en Escande-
506.
autobiografías y memorias
roña, y por otro nombre Alejandrita, que es
en el último fin del mar Mediterráneo; está
por la parte del Korte en 86 grados; hay en
esta ciudad más de ochocientas casas de judíos
que pagan grandes tributos por que los dejen
vivir en su ley; tienen su barrio aparte; los
más son renteros de las rentas Reales; la len-
gua común suya y casera y entre ellos es cas-
tellana, la cual conservan desde que fueron
echados de España y se derramaron por diver-
sas partes del mundo, y de los que llegaron á
aquella parte de Siria son éstos sus subcesores;
sus hijos envían á Europa, á Flandes y España,
y Italia y Ingalaterra y las islas, y así no se
hablará con ninguno que sea de moderada con-
sideración que no haya estado en estas partes
muchos años, y están tan ladinos y entendidos
en ellas como los naturales de Lisboa; había mu-
chos, y en siendo de mayor edad se retiran á
Alepo y á otras partes donde tienen sus casas.
El judio que me favoreció era tan sabio en la
lengua castellana, que en abundancia de voca-
blos y en estilo y lenguaje pedía enseñar á mu-
chos muy presumidos, repitiendo á cada paso
muchos versos de los insignes poetas de España,
como Góngora y Villamediana y otros. El tiem-
po que estuve en Alepo, que fue quince días,
gastaba lo más en su conversación; había vivido
en Madrid en la parroquia de San Sebastián y
nombraba muchas personas de puesto que había
conocido. Cuando hubo cáfila se me dio despa-
cho para que me dejasen embarcar en Alejan-
drita y lo hice en un navio france's por diez rea-
les de á ocho; pasamos por junto á Chipre y
Candía, que están casi en los ¿6 grados, y entre
Malta y Candía, un día antes de San Andrés
y otro después nos dio tan gran tormenta cual
nunca vi en mi vida y de más riesgo, por no
tener tierra donde correr á los lados, por estar
de una y otra parte Grecia y África. Acotóse el
leme muy fuertemente, de suerte que el timón
no obrase; cogiéronse todas las velas y dejóse
el navio que corriese á su voluntad donde Dios
le llevase, y todos nos encomendamos á él; con
esta fortuna de piedra y granizo y temporales
fuertes, corrimos tres días todos tres en oración
y plegarias; al cabo dellos aplacó la tormenta y
con buen viento pasamos por junto á Malta,
dejando á Sicilia á mano derecha; á vista de
tierra firme, junto á la Goleta, nos quiso embes-
tir una saetía y uu navio grande; la saetía se
halló más cerca de nosotros; era de moriscos; no
se atrevió y veníanos siguiendo y llamando al
navio grande con tiros que disparaba; ya nos
venían entrambos al alcance y la saetía nos
había ganado el barlovento, cuando calmó el
viento de Buerte que las velas se pegaban á los
mástiles; apercibimonos á la defensa; púsose en
la plaza de armas sus jaretas ó redes que la
cubren y sus pabesadoras; repartiéronse las
armas y puestos; recorrióse la artillería y sacóse
á la plaza de armas pan y vino y queso para
que se comiese en abundancia; en este tiempo se
desapareció el navio grande con la corriente del
agua, que no se veía sino el tope; en breve espa-
cio se perdió de vista de todo punto; quedóse la
saetía, y no atreviéndose á esperarnos, refrescan-
do el viento ella se fue y nosotros nuestro viaje,
que costeando á Cerdeña llegamos con salva-
mento á Marsella de Francia, [de] donde era el
navio; cobré mi letra, que luego me pagaron, y
compré un vestido y un caballo, y habiendo des-
cansado ocho días me partí á Barcelona y de allí
á Madrid; presénteme ante Su Majestad en su
Consejo de Portugal; hablé al Rey y al Conde de
Olivares dos veces; respondióme que ya le había
escrito al Consejo el Virrey que venía; presenté
los papeles de mis servicios y agravios que me
habían hecho, todos justificados en Goa y res-
pondidos por él, que yo guardaba cautamente una
fee suya de ocho servicios particulares que había
hecho por ordenes suyas; otra del Consejo de
Estado de la India, sin otras de otras personas;
otra fe de cómo no me había hecho en todos
estos servicios merced ninguna, con que parece
que el Conde y el Consejo se dieron por satisfe-
chos y á mí por disculpado. Estuve un año en
Madrid descansando de tantos trabajos y de
viajes tan prolijos, que duró sin casi descansar
desde 3 de abril de 1629 hasta 3 de mayo de
1034, que fueron cinco años, habiéndome em-
barcado en este tiempo once veces y en ellas ha-
ber navegado 10.000 leguas en servicio del Rey,
sin 1.700 que navegué cuando me vine, que no
cuento, y entre éstas, embarcación de seis me-
ses, como el viaje de la India desde Lisboa y las
demás 400 y 600 leguas de golfo debajo de la
tórrida zona, donde los calores son tan grandes
y tantas diferencias de climas, que como la salud
depende dellos también se nuida. Pudiera alar-
garme mucho más en mi particular, mas el hom-
bre ni en bien ni en mal es bien que hable mu-
cho de sí. Lo que sé de cierto con tanta expe-
riencia, que no sé más que al principio, y esto
es evidencia, que pues no he sabido para mi
¿qué puedo saber estando hoy más lleno de tra-
bajos y con más necesidad y menos fuerza para
poderlo buscar? La salvación se procure, que es
lo propio, porque no lo es lo que por mucho que
se tenga perderse puede. ¡A Dios sean dadas las
gracias de todo! que por mí se puede decir,
según tantos trabajos he pasado y peligros de
la vida, y al presente en más necesidad, que el
día siguiente siempre es el peor.
RELACIONES
EN QUE SE MANIFIESTA EL NACIMIENTO DE FRAUDELIO CARLHET
rSEÜDO HERMANO DE SULDINO DOVALLE (''') Y LA DIFERENCIA DE SUS FORTUNAS
Y CORRESPONDENCIAS
[POR DON LUIS DE ULLOA PEREIRA]
ESCRÍBELAS,, LIBRE DE PAíSlÓX, QUIEN LAS DIRIGE Á LA VERDAD, VIRTUD CATÓLICA f *)
Inviius non inüvenda moveo.
Denudare aitfeni amici misteria, des¡)eratio est anima infelicis.
Ecclesiastici, Cap. 27.
AL QUE LEYERE
Intenta artificiosamente mi cuidado persua-
dir las perfecciones más puras de la virtud con
el ejemplar de la vida más escandalosa, á imi-
tación de un pintor excelente que para copiar
un caballo perfectísimo que había formado en
la idea, puso á la vista un jumento, porque la
contemplación de aquel bruto no permitiese al
pincel ningún rasgo de sus hechuras torpes. Y
de paso deseo hacer recuerdo á la justicia de la
omisión que se tiene en castigar semejantes de-
litos. Pues siendo cierto que las calamidades
de las repúblicas y las ruinas de los imperios
proceden ordinariamente de pecados públicos,
y que entendie'ndolo así los Príncipes piadosos
remiten frecuentes decretos á sus ministros en-
cargándoles el remedio dellos, causa maravilla
grande ver que la ejecución pare siempre en
apartar la correspondencia de algunas personas
libres ó solteras, cobrando infelizmente nom-
bre de pecados públicos los que se hacen sin
testigos y sin luz, ni más perjuicio que de los
cómplices, y que dejen en las plazas, en las
lonjas y conversaciones comunes tantos enga-
ñadores que ocultan en las flores los áspides de
sus anzuelos, y que habiendo nacido sin patri-
monio y vivido con ocio, la demasía de sus
gastos, el exceso de sus ostentaciones, son des-
pertadores que continua y públicamente traen
en la memoria los medios ilícitos con que han
adquirido las haciendas y comprado las casas
en que todos los materiales tienen ciencia de
voz que pregona sus hurtos. Si se lograre al-
gún fruto de mi celo, ofrezco despue's deste
bosquejo los retratos del famoso caballero Sar-
gidoro de Merlo y del venerable dotor Marcelo
Cassado ^, asegurando que se pudieran traer
ejemplos de algunas ciudades que han sido aso-
ladas y de muchas personas que se ha tragado
la tierra, que todas juntas no cometieron deli-
tos tan graves como el menor destos hombres
insolentes '^, que á los ojos de la corte y, lo que
más es, á los de un Rey tan católico, de sus
Consejos y Ministros mayores, han robado en
espacio de veinte y cuatro años más de ocho-
cientos mil ducados, ocasionando fugas de mer-
caderes, quiebras de depositarios, retiros de se-
ñores, desconciertos de matrimonios, llantos
inumerables de huérfanos y viudas. Y como
estas palabras con que limitadamente se ex-
plican sus insultos parecerán encarecimientos
á los que las leyeren sin conocer los sujetos (si
hay alguno que los ignore) y los infinitos que
tienen evidencia de su proceder las juzgarán
por ajustadas, así también lo que por demasia-
damente extraño pareciere fabuloso en la vida
de Fraudelio, llegando á examinarlo se hallará
digno de la Verdad, á quien se dirige. Su nom-
bre y los demás se han fingido en respeto de la
estampa; unos atendiendo á que tengan con-
veniencia con las personas, y otros que llevan
esta señal i)^ se encubren con anagramas, de-
jando el descifrarlas á la curiosidad del que
quisiere saberlos.
* ^' Annagramas: Saldino Dovalle, Sargidoro de
Merlo, Marcelo Cassado.
2 Quia inventi siuit in populo meo impii insi-
diantes quasi aucnpes, laqueos ponentes ct pedicas ad
capiendos viros. Sicut decipula plena avibus, sic do-
mus eorum plemv dolo: ideo magnificati sunt et di-
tati. (leiem., cap. .'«.)
(*) Latet nomen in annagrania.
(**) Su I di no Dovalle es anagrama de Don Luis de UUoa, quien usando del mismo había conseguido en
1653 licencia para publicar sus poesías.
El insigne poeta Don Luis de Ulloa Pcreira fue hijo de Don .Tuan de LHloa l'ereira y Doña Lucrecia de
Valera, Nació en Toro y recibió el bautismo en la iglesia de la Santísima Trinidad á 15 de diciembre de
1584. Su padre murió á 23 de septiembre de 1592 y su madre á 18 de octubre del mismo ano. Don Luis quedó
bajo la tutela de su tío carnal Don Antonio de Ulloa Pereira, caballero de Santiago. Hacia el año IGOl con-
ADTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS.— 43
508 AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
trajo matrimonio, y segundas nupcias en el de 1606 con su prima Doña María Vallejo y Pautoja, hija del
Corregidor de Toro; con ésta hubo cinco hijos. Desde 1621 residió en Madrid. Por su amistad con el Conde
Duque de Olivares desempeñó los Corregimientos ác Logroño y de León. Viudo otra vez en 1654, casó en 9 de
julio de 1656 con Doña Isabel Luisa de Sandoval. Cuando en 1643 cayó de su privanza el Conde Duque de
Olivares, Don Luis manifestó su gratitud al favorito con ocasión de un viaje que éste hizo á Toro, donde
residía el poeta. Desde 1659 ó antes se estableció otra vez en ]\Iadrid. Pasó los últimos años de su vida en
Toro, y allí falleció á 3 de marzo de 1674.
Cnf, Traducción en verso del Salmo Jj de David (tMifterere mei, Deus)^, y noticia de varias verKiones
poéticas que de dicho Salmo se ha>i hecho en la lenf/ua castellana, y de sus autores, por Don Fernando de
!a Vera é Isla.— Madrid. Impr. de A. Oómez Fnentenebro, 1879. Págs. 162 y siguientes.
Colección hihliográlico-hioijráfica de noticias referentes á la provincia de Ziimora, ó materiales para su
historia, reunidos por Cesáreo Fernández Duro. — Madrid. Impr. de M. Tello, 1891. Págs. 588 á 540.
Catálo(/o hihliográjícu y biográfico del Teatro antiguo esjjafwl, por Don Cayetano Alberto de la Barrera,
págs. 407 á 411.
Dos son los principales personajes de quienes se trata en las Relaciones: Fraudelio Garlliet y Bonifacio,
ambos hermanos de Don Luis de ülloa. Del primero dice que fue caballero de Santiago; que asistió como pro-
curador de Toro á las Cortes que se celebraron en Madrid durante los años 1632 á 1636, en que fue jurado el
Príncipe Don Baltasar, y que recibió con tal ocasión la merced de un hábito para uno de sus sobrinos. Todas
estas circunstancias se cumplen en Don Jerónimo de Ulloa, á quien podemos sin género de duda identificar
con Fraudelio Carlhet. Efectivamente; según las pruebas que hizo Don Jerónimo para tomar el hábito de
Santiago en el año 1626, fueron sus padres Don .Juan de Ulloa Pcreira, comendador del Esparragal, en la
Orden de Alcántara, natural de Toro, y Doña Lucrecia de Valera, nacida en Fiscalona. Sus abuelos paternos,
Don Diego de Ulloa Pereira, caballero de Santiago, y Doña ^Magdalena de Bazán, ambos de Toro. Los ma-
ternos, Don Juan de Valera, natural de Escalona, Contador mayor de Don Diego López Pacheco. Marqués de
Villena, y Doña Catalina de Vallejo, madrileña, prima hermana de Fray Ambrosio de Vallejo, Obispo de
Popayán. Nació en el año 1589 y no en el de 1588, como dice equivocadamente Don Luis en sus Relaciones,
y fue bautizado en la iglesia de la Santísima Trinidad.
«En diez dias del mes de otubre de mil y quinientos i ochenta y nueve años se bautÍ90 Don Gerónimo de
Ulloa, i jo de Don Juan de Ulloa Pereira i de Doña Lucrecia de Balera,sus padres; fueron suspadrinos Don Luisdc
Ulloa y Doña Luisa de Ulloa, sus hermano?; i en fe lo íirmé io el cura de la diclia iglesia. — Andrés del Bollos).
Estas noticias de Don Jerónimo comprueban y explican algunos detalles de las Relaciones; por ejemplo,
<iue su padre se casó en Madrid, cosa bien probable siendo Doña Lucrecia natural de Escalona; que ésta era
sobrina de un Príncipe de la Iglesia (el Obispo de Popayán), y otros que nos demuestran ser las Relaciones
menos fantásticas de lo que á primera vista parecen.
Que asistió á las mencionadas Cortes como procurador de Toro se prueba con los documentos que publicó
Don Manuel Danvila en El poder civil en España (tomo VI, páginas 358 y 369), y acabadas obtuvo la mer-
ced de que tan nial uso hizo, según afirma Don Luis: «A Don Jerónimo Ulloa, procurador de Toro, se le con-
cedió un hábito para un sobrino, con fecha 13 de octubre [de 1636]». (Obra citada, t. VI, pág. 390.)
Bonifacio es indudablemente Don Diego Andrés de Ulloa, hermano de Don Luis y nacido también en
Toro, donde recibió el bautis.no á 16 de enero de 1586 en la parroquia de la Santísima Trinidad,
Ninguna dificultad ofrece el que diga Don Luis que Bonifacio nació en 1588, pues se equivocó hasta en su
nacimiento propio; creemos que estos errores .son debidos á flaquezas de memoria y no á propósito deliberado.
Además de los citados hermanos tuvo una hermana llamada Magdalena, cuya partida bautismal copiamos:
«En doce de enero de este año de mili y quinientos y hochenta y dos años, yo Vicente líuiz, cura propio
desta yglesia de la Trinidad de Toro, bapticé á Doña Magdalena, hija de Don .Tuan de Hulloa y de Doña
Lucrecia. Fueron sus padrinos el lizeuziado Osorio, clérigo, y Doña Guiomar de Hulloa, y por verdad lo firmé
(le mi nombre. — Vicente Ruiz».
En cuanto á la fecha en que se escribieron las Rslaciones, hay un dato (jr.e 1 1 determina bastante. Fr.uz-
"lelio tenia entonces cincuenta y dos años, y como Don Luis afirma, aunque inexactamente, en otro lugar, que
había nacido aquél en el año 1588, resulta que dicho libro fue redactado en el de 1040.
A juzgar por algunas palabras del prólogo Al que Uyi-re, Don Luis quería publicar las Relaciones; pero
creemos que este propósito no fue mu)' decidido y qnizá solo una amenaza de escándalo contra Don Jerónimo,
pues nada más arriesgado y contraproducente que dar á los cuatro vientos un libelo lleno de insultos y acaso
de calumnias, pobre de invención y de pequeño interés para sus contemporáneos, quienes sabían de memoria
la vida turbulenta de Don Luis y sus disgustos de familia.
Es de observar en las Relaciones el notable parecido que tienen con los Recuerdo^ de Zorrilla; el mismo
tono quejumbroso; igual defensa de una existencia agitada; idéntica apología de un ingenio que vive en la
pobreza, mal remunerado por la sociedad y hasta abandonado de sus parientes.
Publicamos X-Añ Relaciones confíU'rae al Ms. de la Biblioteca Nacional, ya descrito en otro lugar.
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA
509
Quis nescit primam esse hisiorke legem ne quid falsi
dieere mideat? Deindc ne quid veri non aiideai? Xe qiia sus-
pitio gratia. sit in scrihendo? Ne qua simultaüs? (Cicer., De
■invent. omt., lib. 2.) [Be oratore^ lib. 11 núm. XY.]
Xaciú ' Fraudelio Carlliet ol año de mil
quinientos y ochenta y ocho en una ciudad no-
ble de la provincia de los Arévacos y en la casa
Dovalle, que se diferencia de las demás deste
apellido con otro de un linaje de los más ilus-
tres de Portugal. Creyóse por engaño que fue-
ron sus padres Prudencio Dovalle y Valeria
LxTcrecia, su mujer, que murieron el año de
quinientos y noventa y dos, él á los primeros,
ella en los últimos días del mes de otubre ^,
ó fuese la causa de tan cercano fin la pena por
sí sola, ó junto con ella la constitución poco
menos que pestilente que corrió por entonces
en aquel clima y con brevedad ocasionó la
muerte á muchas personas de cuenta. Dejaron
otros dos hijos: Suldino y Bonifacio: el mayor
de menos de siete años, el segundo de cinco;
llevólos á su casa Antonino Dovalle, hermano
de su padre, á quien tocó la tutela por pariente
más cercano. Cuidó de su educación y crianza
siete años, hasta que el de noventa y nueve
casó en Toledo con una señora de condición te-
rrible *•, sumamente miserable, de ánimo en-
cogido y desconfiado, pasiones que sin funda-
mento la hicieron temer las cuentas con los
menores; persuadió á su marido que se desem-
barazase dellos y lo consiguió, casando al ma-
yor con una prima suya que poseía una casa de
las principales de aquella tierra y llevando los
demás á \\\\ estudio cercano, donde se enseñan
cuidadosamente las primeras letras. Vivió su
mujer de Suldino menos de diez meses '*; no
cumplió trece años, pensión natural de haber
nacido muy hermosa. Quedó él viudo de me-
nos de quince con el gobierno de su casa y con
el cargo de amparar la orfandad de los herma-
nos. Hizo con ellos el oficio de padre en tales
demostraciones, que para decirlas faltan pala-
bras al encarecimiento y dejan de referirse al-
gunas porque el extremo no desacredite la ver-
' Non est tegemla quaniquam amara verita?, etora
iiiiinicis ipsa clandit.
' Turpe mori post te solo non posse dolore. (Cor-
nelia in Lncann, lib. 9, Phar.)
Tristitia intcr otnnes anim;o passioncs máxime cor-
pori nocet. (1). Tom., !.•' 2.''" quivstio. 26, art. 1.)
"■ Quemadmodiuu qui ulccribus laborant timidisi-
iTie tactum omnem reíormidant, slc niale conscii ubi-
(jue prompta laborant suspitionc. (Flutar., A2)ote., 2,
!':■«.)
* Immodicis breuÍ8 est ivitas et rara sencctus; quid-
i(iiid amas capias non placuisse nimis... (Mart,, lib. G.
epig. 2ít.)
dad ', puesto que en tanto deudo quepa el
mayor cariño. Visitóles algunas veces en aque-
lla aldea, asistióles cuidadosamente con lo ne-
cesario para el sustento y con regalos de su
edad y profesión, hasta que hallándose con
poca salud en aquel sitio, los trujo á su casa,
donde vino por aquel tiempo un tío suyo que
se aficionó á Fraudelio 2, y con color de que
proseguiría mejor los estudios donde había
universidad, le llevó consigo á mucho pesar de
Suldino, que antes de ocho meses, persuadido
de las cartas en que se mostraba mal hallado,
le fue á ver y para curarle de algunos acha-
ques de niño que le afligían y en casa de su tío
le hacían embarazoso, le volvió á la suya. Di-
solviéronse unas Cortes en que acpiel caballero
servía una procuración, por la menor edad de
Suldino, en oficio suyo. Hiciéronle merced de
un gobierno de importancia y volvió á pedir el
sobrino, y por las esperanzas que se ofrecie-
ron 3 de sus alimentos, vino en ello el ma-
yor con más pena de apartarle de sí que la vez
primera, por ser más lejos. La capital y mayor
queja de Fraudelio es no haber sido muy rega-
lado en esta ausencia. Tan de atrás viene su
rancor en que la dureza y la porfía no parece
que procede * de niñerías. Llevóle su tío
como á hermano de un solo hijo que tenía á un
oficio muy cuantioso; su edad era quince años.
Suldino, de diez y ocho ', quedó con las obli-
gaciones de sustentar su casa, que por ser muy
antigua y haber estado algunos años sin habi-
tarse hacía sentimiento por todas partes, sien-
do la fábrica della tan grande que ** sólo para
los reparos ordinarios necesita de toda la renta
> Qui ex eodem semine sunt orti et nutriti eadem
matre, et in eadem domo adoleverunt ab eisdem pa-
rentibus amati, eundemque patrem appelant ¿quomodo
h: non sunt omnium iuter seconiunctissimi?; qui fra-
tribus providet se ipsum curat. (Genoph., lib. 8, De
1 Inst. Cyri.) , . .
I ' Videndum est enim primum ne obsit benigni-
I tas et iis ipsis quibus benigne videbitur fieri. (Cicer.,
I Dr off., lib. 1 )
¡ 3 Ne quis intemperata quadam benevolentia im-
I pediat magnas utilitates amicorum. (Cicer., Lib. de
í Amioi.)
* O formilodosa sententia! Si parva fratribus non
dimittimus, magna nobis adeo non dimittentur. (D.
Hier.. Siipeí' j^laf., cap. o.)
s Non enim potest multis iudigentibus auxilium
ferré qui ipse multis opas habet. (Plutar. in Parale.
Arist. et Cíif.)
« Cum capit quassata domus subsiderc, partes in pro-
clinatas omne recumbit onus. (Ovid., JJe Ir., lib. 2.)
.10
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIxVS
de su dueño. Lo que se ha hecho de gastos foi'-
zosos en ella parece imposible, y A^erdadera-
mente es de las cosas en que se halla alcanzado
el discurso humano cuando se pone á cuentas
con Dios. Porque el mayorazgo de Suldiuo es
de los antiguos de Castilla y de los primeros
que se fundaron con facultades, y se contenta-
ban con vincular limitadas posesiones para con-
servación de los apellidos, aun no conocidas las
riquezas de las Indias, y esta casa, infeliz por
los casamientos de los que han sucedido en ella
(que siempre han sido calificados, nunca ri-
cos), poco dichosa en las mercedes de los reyes,
por extremo desgraciada en los hijos segundos,
que habiendo sido todos bien afortunados nin-
guno se ha inclinado á su aumento, no se ha
acrecentado en hacienda desde su fundación,
antes por la general calamidad ó estrago de los
tiempos la faltan las tres partes, y quien su-
piere lo que ha quedado y hubiere visto cómo
trató Suldino su persona, cómo crió sus hijos y
pagó voluntariamente ¡as nuichas deudas de su
padre, lo que hubiere tenido por deslucimien-
to, juzgará por ostentación grande, admirando
su cuidado en esto por más que de ordina-
rio ^ y librándole de la calumnia con que sus
émulos acusaron el uso de su entendimiento,
atribuyendo el poco lustre de su porte á la per-
dición del juego y otros desórdenes. Y de ca-
mino quedará convencida de falsa una fábula
que, entre otras muchas, ha referido Fraudelio
en todas las conversaciones desfce propósito,
poniendo por prólogo al libro de sus beneficios
que tenía ejecutoria de quinientos ducados de
alimentos contra su hermano y no los cobraba;
burla que con las demás puede perdonarse,
atendiendo al artificio con que ha menester
vivir para disimular sus achaques un ^ caba-
llero tan de fortuna. En medio de los cuidados
y gastos mayores que las fuerzas, le acudió
Suldino con algunos socorros y fue á la ciudad
donde estaba, distante de su casa seis jorna-
das, sólo á verle, y le acarició con obras y pala-
bras mostrando el amor que le tenía, que sin
duda era grande ^ y se gastó á mucha fuerza
* At vero hic etiam nostris malis cumuhis accedit
quod estimatio pluriniorurn, non rerum merita, sed
fortuna' spectat eventuní: eaqne tantiim iudicat e:-^e
provisa qu;v íelicitas commendauerit: quo fit iit esti-
matio )icna prima omnium deseret infelices, (pii nniic
popnli rumores quam di.>on;t. multiplicesqne senten-
tia;, piget reminisci;hoc taiitiim dixerim. vltimam es-e
aduei-sse fortutue sarciiiam, quoddum miseris aliquod
crimen aitingitur, quiB Lcrfcrunt meruisse credentiir.
(Boe.. Pim., t.)
' Ad popnlum phalera? cgo te intus et incute noui.
(^Per . Sai... ?,.)
5 Non potest qutevis arbor mite?cere ñeque qureli-
bet ferací curari, proinde hoc qnoqne qua possunt in
suum recium usnm: sic qui ad amicitiam adduci non
possunt. horum odio ad uostrum comniodum ahu te-
mar. (Pintar., Apotec, 142.)
de mal correspondido. Estuvo Fraudelio con
el tío hasta que acabó su gobierno. Volvió el
año de seiscientos y nueve á casa de su her-
mano. Hallóle segunda vez casado con otra
prima suya, señora de limitado patrimonio y
de prendas tan aventajadas ^ que excedieron
al dote más numeroso. La pureza de su amor
contenido dentro de su obligación, limitado á
la correspondencia de su marido, á la crianza
de sus hijos, sin permitir á la imaginación el
menor desahogo ^, el más leve divertimiento,
su gobierno y retiro en dilatadas ausencias, su
constancia y conformidad en continuas adver-
sidades, sin haber oído jamás llamai á su puerta
una dicha, fueron virtudes con que consiguió su
nombre universal alabanza, sin más oposición
que el odio singular de su cuñado. Hay mali-
cias de que no se libra ninguna inocencia '^, y
desde Caín es antiguo aborrecer los hermanos
sin más causa que ser mejores. Diose por pesa-
damente sentido en aquel tiempo de la des-
atención á su hospedaje, señalando algunas
falti^s * de poca monta en el aliño de su apo-
sento, en la curiosidad de su persona, que des-
de entonces comenzaban á hacer disonancia á
los pronósticos de sus opulencias, y las notaba
en esta señora cuando cargada de sus hijos los
acallaba, supliendo las faltas de las amas mal
contentas ^, y cuidando de la orden y aun de la
sazón de la comida de su marido la doblaba
el trabajo el verla no siempre á tiempo preve-
nida. Esto, que había de introducir en Frau-
delio tiu honroso coraje ® para procurar el
remedio ó el alivio á costa de su sangre, sirvió
de desprecio para zaherirlo en sus prosperida-
des. Señal no la menos cierta de poca nobleza
hacer baldón de los motivos de lástima. Ha-
bíanse reducido los alimentos de Suldino á tal
estrecheza, que no puede decirse sin agravio de
su calidad. Partiólos con Fraudelio porque no
perdiese tiempo en sus estudios; invióle á Sa-
lamanca, donde por orden del mercader con
quien tenía hecho un limitado asiento se los
pagaban con puntualidad. Comenzó luego á
valerse del juego, en que ha tenido extremada
* Satis enim dotata A'enit mulicr qu;\> pndicitiam et
honestos moi'eS secum adfert (Laur.. Hb. 1, cap 4.)
2 Sunt domestica.^ fortitudines non inferiores mili-
taribns. (Cicpr., lib .3, D,^ O/Ji.)
•* Cain qui e.x maligno erat. oceidit fratrem suum;
et ;propter quod oceidit eum? quoniam opera eius
maligna erant; fratris autem insta. (loan., Ep'n'..,
cap. ;-5.)
^ Pusillanimitas enim est has ob res indignari et
commoiieri iiitensius. (Mnson , Ajmd /■.'.itah)
^ Oninc quod tibi applicirnm fnerit accipe et in
dolore sustine et in liuinilitate tua patiéntiam liabe,
quoniam iu igne probatur aurum et argentum; ho-
mines vero i-eceptibiles in camino humiliationis.
{Eccics., cap. 2.)
* Numquam ^fficies ut recte ingrcdiantnr cancri.
T)0^ LUIS DE ULLOA PEREIRA
511
maña y felicidad K Era suyo el caudal de los
compañeros y el de los demás aficionados. Ha-
cía mucha burla del socorro de su casa y ca-
llando el dinero que traía volvía al fin del curso
cargado de galas y de quejas. Suldino, creyen-
do los aprietos que fingía, procuraba siempre
remediarlos, y llego alguna vez á inviarle los
libros de su entretenimiento para que los ven-
diese. Fineza no pequeña en su condición "^ y
■ tan deslucida como las demás que hizo con él.
Y ofreciéndosele ocasi(5n de ir á Madrid, luego
que Fraudelio acabó los estudios, le llevó en
su compañía. Y entre otros divertimientos cor-
tesanos se dieron más al de su inclinación.
Jugaron los dos; el mayor se aventajaba en el
dinero y en el crédito. Y por esto también en
la introducción jamás apartó de sí al que tra-
taba en todo como á hermano y en una corta
vuelta que tuvo (así llaman los tahúres á sus
ganancias) le dio ^ larga parte dellas, que des-
perdiciaba sin atención, fiado, como decía, en
que no podía faltarle mientras tuviese su her-
mano, tan liberal con él que, entre otras joyas
de valor, le dio una cadena de peso de ocho
mil reales. Este viaje y las reliquias del fue el
principio de todos los aumentos de Fraudelio.
Parecióle que con el favor de su tío (que ya
estaba en oficio de asiento) podría conseguir
una plaza en Indias, y en tanto experimentar
su industria en aquel gran teatro de la fortu-
na, donde valen tanto las habilidades ó donde
ella hace tanta ostentación de su poder *, eli-
giendo á los de menos méritos para los premios
mayores, porque se conozca que los da gracio-
sos por voluntad y no por paga. Desvanecióse
el primer intento; el segundo tuvo mejor logro.
Salió de la corte Suldino forzado de negocios
que en su tierra necesitaban de su asistencia.
Quedóse Fraudelio, con qué cantidad de dinero
no se sabe; su encierro ^, su sagacidad, su
doblez, no puede encarecerse. Valióse de su tío
como lo tenía pensado. Recibióle gustoso y
ofrecióle los buenos oficios que pudiese hacer
' Fnrtus ingeniosiis ad omue qui faceré assuerat
patrúv non (legener:isti«, candida de nigris et de can-
dentibns atra. (}\\d., j\L'f.. W.)
- Qui autem obüviscitiir beneficiis afectus nunquam
ntique esset hic generosas. (Virg., Sophoe. i)i Aiace
¡jlf'/fiS )
5 Lene ¡vs aliennm debitorera facit grane inimi-
cum. (Senec. ICpi.s-., 19.)
Xam beneficia eo n?qne l.^ta sunt dam videntnr
exolvi posse: Ubi niuitum ante venere pro gratia
odiuní reditur. (Tac, Aun. 4.)
* Subibat me non de nihilo veterif ¡¡ripcrt-cine doc-
trinai viros fiíixisse ac pvoniinciassc cu'cam ac prorsns
exoculatam es>e fortuiiam qiia; seniper 8uas opes ad
malos et indignos conl'crat. nec luiquam indicio ([iien-
qnam mortalium cligat. (Apnlrius. j\Jit., ]\h. 7.i
'^ Ne a-muleris honiinem injustnm, nec imiteris vias
eius, quia abominatio Domiiii est oninis illusor, et
cum í^implicibns serraocinatiu eius, (^Froh., cap. S.)
en su pretensión. Su unijcr, señora de valor
grande y de condición sumamente apacible, le
favoreció mucho mostrando que por la obliga-
ción de deudo de su marido le estimaba más
que á los suyos, y dentro de lo que cupo en su
mucha virtud y bondad tuvo mucha parte en
su agrado. Como correspondió él al respeto
deste parentesco, al decoro de la casa de su tío
y al deudo cercano de ciertos asistentes en ella,
ha sido bien público en el mundo y no es deste
lugar ^ Fue de su dicha hacer amigos y obli-
gados con lo que otro hubiera solicitado odios
y riesgos. Comenzó á jugar largo, hizo ganan-
cias grandes ^, púsose en altura de mucho cau-
dal (la fama diría algo más). Cincuenta mil
reales de plata es' cierto que tuvo dados á su
tío para que, con su inteligencia y puesto, le
comprase un juro de comodidad. Algo le que-
daría en el depósito de una prima suya á quien
con la llaneza de aquel parentesco hizo muy
partícipe de los secretos de su arte, y aunque
por el total olvido de su casa (en orden á de-
mostración de haber nacido en ella) pudiera
Suldino conocer •• la ponzoña que encerraba en
el corazón y se había engendrado de las livia-
nas causas que quedan apuntadas, como su
simulación es tan rara que en todo le desmien-
te * de castellano y aun de español, escri-
biendo pocas cartas y brcA^es disponía que aque-
lla sequedad se atribuyese á divertimiento cor-
tesano, y creyendo que su introdución y sobra
serían á propósito para aliviar en algo la nece-
sidad que apretaba demasiadamente á Suldino.
Volvió á Madrid en su confianza, avisóle en
llegando. Tardó tres días en darse por enten-
dido y parece que los gastó en imaginar trazas
con que abatir al que llamaba hermano y tenía
por mortal enemigo, con odio de que siempre
* Pro supeii, quantnm mortalia pectora ca'ca- noc-
tis babent! Ipso sceleiis niidimine Tercas creditur
esse pius, laudemque a crimine sumit. (üvid., Mit.,
lib. f>.)
2 Felicitas iii tali ingenio avaritiam, superbiam,
cetoraque ocnlta mala patefecit. (Táe., Hi"., 3. |
'■ In^trumentii illi explicanda' neqnitia defaerant;
sic tuto serpens, etiam pestifera tractatar; duní riget
frigore, non desuní tune illi venena, sed torpent.
(Sénec, Ejj'x , 42.)
•* Mores hominum regioni respondent. {Sentent.,
Pvoh.)
Britanos turbulentos negotiatores. Ligares fraudu-
lentos, agnitnm ab antiquis
Vane ligas frustraque animis elate superbia, ne
quidquam patrias tentasti lubricas artes, nec fraus te
incoluniem perferet 3n\\o.(Caiiiila Virijiliana, lib. ll'
J^Jtii'id.)
Priesumptum enini cst, quosdam sernos bonos esse
quia nationc sunt non infamata; quosdam malos vi-
(Icri , quia ea natione sunt, quic magis infamis est.
Lc.r (jHiid xi iiclit qui ininici /liil .
Natunim quidcm mutare dit'ficileest, nec licet semel
mixta nascentium elementa convortere. (Sénec, JJe
ira, lib, 11.)
512
autobiografías y memorias
ha hecho tal demostración, que nunca le ha
sido sabrosa la felicidad sin la salsa de verle
asolado, y ha tenido sin zozobra el deleite, por-
que la fortuna le ha servido continuamente á
su gusto este plato. Si ha sido porque algún
día corresponda el castigo á la mala intención,
no ha llegado el tiempo de saberse. Después
de haber maquinado contra todo lo que pudiera
ser conveniencia de Suldino, vino á verle, muy
embebido en la doctrina de políticos infieles que
ignoraban sus estudios y le enseñaba su natu-
ral. Gastó la visita en ponderar las dificultades
de la vida cortesana, lo necesario de maña y
fuerza para medrar en ella, el trabajo que le
costaba sólo pasar, y sin hacer otro donativo ni
oferta se despidió, dejándole admirado con la
extrañeza de aquellos términos en que parecía
que los aumentos, no sólo le habían mudado el
tamaño, sino el género, y en la verdad sólo era
nuevo el haberse conocido lo que estaba encu-
bierto, no tanto por la sagacidad maliciosa del
imo *, como por la sencilla nobleza del otro.
Publicó Fraudelio en las conversaciones que su
hermano había venido, y que ganar en su pre-
sencia era un imposible que nunca había ven-
cido. Que le tenía por infalible azar y no juga-
ría donde estuviese, porque no era aventurar,
sino perder de conocido. Con esto y tener pi-
cados á todos los tahúres, por ser él solo el ga-
nancioso, le excluyó de lo que pudiera darle la
suerte.
Sucedió poco después im prodigio grande:
suspendióse el arte, durmióse la fortuna, perdió
Fraudelio, reduciéndose su caudal á poco más
de mil escudos, y como sabía que su hermano
era bueno para los aprietos y que se halla '^
fácilmente consuelo en los lastimados, se fue á
él, encubrió lo que le había quedado y encare-
ció la gravedad de la pérdida, con algunas cir-
cunstancias que la hacían más penosa. Suldi-
no, que cuando fuera ^ suyo propio este tra-
bajo le llevara con entereza, aprendida en mu-
chos cursos de adversidad, le consoló más ani-
mosamente de lo que pedía su sentimiento. Y
de aquí se originó otra queja grande con que
muchas veces ha sido acusada esta constancia
como crueldad. Tuvo este revés en Fraudelio
breve y gustoso fin. Estaba en duda para ele-
gir con quién aventuraría el resto de su cau-
dal; consultólo con aquella dama *, que tenía
* Satius est simplicitati contemni, quam perpetua
simulatione torqueri. (Sen., De tranq. aii.)
* Non ignara mali miseris sucurrere disco. (Dido
Virg., Untiid., lib. 1.)
•> Qui a ratione déficit iis in rebus quibus pleriqup
et obsistere possunt, is mollis et delicatiis habendus
est. (Arist., Jith., lib. 7, cap. 5 )
* Fuella quícdam habens spiritum pythonem qu.-rs-
tum magnum príEstabat dominis sais diuiuando. {Ei-
AcaiJOít., c&\) IG.)
algo de profetisa. Resolvieron que con im gran
señor que estaba de mucha vuelta. Ejecutóse y
on una noche le ganó ciento y treinta mil rea-
les en doblones, joyas y plata, con que llevó un
coche cargado, y lo fue mostrando en muchas
veces á la que había tenido parte en el conse-
jo, porque lo penado de la venida gustosa se la
hiciese más dulce. Quedó rico y confirmóse su
prosperidad con otros muchos buenos sucesos,
y de ninguno tuvo parte ni noticia Suldino. á
quien en oposición iba apretando la desgracia
de manera que se vio forzado á pedirle con qué
volverse, porque ya se hablaba mucho en sus
ganancias y no era menester más señal de ser
ciertas que haberse vuelto á retirar del. Dióle
una escasa cantidad en cuartos, con que se
partió. Y no se detuvo mucho en su casa, an-
tes se ofreció volver brevemente á dar por aque-
lla ciudad el pésame al Rey de la muerte de su
padre y la enhorabuena de su sucesión. Que-
dóse después desto á pretender un hábito, de
que se le hizo merced para su hijo mayor, y
también con ocasión de asistir á un señor á
quien con el título de marqués se atribuía el
origen de grandes casas en España. Habían
merecido mucho en su favor los papeles de Sul-
dino, y entrellos los versos que escribió con
juicio y se leyeron con estimación, y el mar-
qués los preciaba tanto, que cuando no hubie-
ran tenido otro oyente les bastaba su atención
por aplauso ^. Perdiéronse casi todos por su
modestia ó su desconfianza y porque en unos
escrúpulos ó melancolías quemó los más. Eu
un borrador que he visto de algunos muestra
que trataba estas materias con reconocimiento
de su poca importancia, por algunas adverten-
cias de las márgenes * y por unas palabras
latinas que en el principio sinifican que se
daba á este entretenimiento los ratos que ele-
gía para no hacer nada, y que tenía por escla-
vo al que no podía estar sin hacer algo alguna
vez. Continuó Fraudelio su rancor, opuesto en
todo á los efectos que suele hacer la sangre
(que se advierte por misterioso) ; procuró con
extraños medios destruir á su hermano, y juz-
gando que consistía esto en estorbarle la intro-
dución, único medio para sustentarse los que '
en las cortes grandes viven sin mucho cau-
dal, juntó á la primera fábula otra invención
como suya, y habiendo oído que desacreditar
con la alabanza es el arte sumo de la calumnia,
dio en decir á sus amigos que para él no había
cosa más amable y deseada que la^ conversa-
' An erit qui velle recnset os populi meruisse?...
(Pers., Sfit., 1.)
2 Faciebam sed cum velim nihil agere.
^lihi enim liber esse non videtur qui non aliquan-
do nihil agit. (Cicer., lib 2, Be Orat.)
3 Qui eget mtu\-h&\&:BQtnv. Sententiaproverbialis.
BO'N LUIS DE ULLOA PEREIRA
51Í
ción de su hermano *, que se moría por tra-
tarle y reconocía que le importaba su comuni-
cación, porque aprendía mucho en ella, pero
tenía infalibles y largas experiencias de que
era ^ hombre fatal y su desdicha extremada y
contagiosa, que nadie que le tratase se libraría
della ni jamás alcanzaría descanso. Y en sa-
biendo algún mal suceso de quien hubiese an-
dado con él ó vístole aquel día, se le achacaba
haciendo cuento dello, y como en los tahúres,
gente crédula y agorera por instituto, fácil-
mente se siembra y prende cualquiera supers-
tición, y en creer esto no se aventuraba nada,
antes se hallaba de contado el desembarazo de
una inutilidad '^j llegó á persuadirlo á las per-
sonas más entendidas y más aficionadas á Sul-
dino. De manera que se vio solo, sin quedarle
más sagrado quel favor del marqués (en corta
fortuna por aquel tiempo). Hallóse otra vez
obligado á retirarse y aun valerse de Fraude-
lio que también le dio unas limitadas albricias
de su destierro, y no se niega que en esta oca-
sión y otras le hizo socorros deste tamaño. Pero
es incierto lo que entre otras cosas que junta
para mostrarse desobligado, dice de que ha es-
tado siempre sustentando á su hermano y so-
brinos, sin haber recibido jamás dellos cosa de
algún valor, porque montó más lo que le dio
Suldino los años de catorce j quince, con dos
mil escudos de exceso, que cuanto ha recibido
del en su vida. Llegó á su casa con propósito de
encerrarse en ella, sin hacer más esfuerzo para
sus aumentos *, reconociendo c|ue con las dili-
gencias los atrasaba. Las resoluciones del des-
pecho son más eficaces que las del desengaño,
no tan firmes. Notábase por demasiada la so-
ledad á que se había reducido, y por esto mis-
mo se tenía por poco durable. Los cuidados fa-
miliares le fatigaban ^, la comunicación de los
amigos le entristecía, con los libros se con-
gojaba y en todo daba ® menos señales de so-
segado c{ue de mal contento. Sentía mortal-
mente ver en la fábrica de su casa, que sin duda
' Satis est hominis avaritip, lapsos non erigere;
urgere vero iacentes, aut privcipitantes impeliere, cer-
te est inhumanum. (Cicer., Pro. Rah. Pont.)
2 Heu! qnain difficile est crimen non prodere vul-
tu! (Ovid., J/éJÍ., 2.)
Equum habet Seianum vel anrum habet Tolosa-
num, in cnni qui magnis ac fatalibus afticitur ma-
lis {lícfertitv oh Age )
' Si qiia fides miseris hoc me per numina iuro, non
nieruisse nefas. (Ovid., 3/íft., lib. 9.)
' In otio inconcusso lacere, non es^t tranquillitas,
nialitia est. (Sónec, Epis., 67.)
" Neo vero ignoro nonnnlla interdum acciderc qui-
l)us ita perturbetur et opprimatur aninnis ut niedici-
n;v ret'ugiat. ((Jiccv., in Puradoj:)
8 Quid eniín interest inter eum qui vinctus abhos-
tibus, et carceribus conclusus obsideatiir, et eum qui
dolore captus, suo prorsus careat arbitrio? (Cicer., in
Con. ad. .se //>.?.)
persuade más que medianos principios, la des-
proporción de lo edificado con grandeza y her-
mosui'a, la fealdad de las ruinas en lo demás,
que á toda priesa parece que tiran por lo que
ha quedado '. Ver las imágenes de los ma-
yores arrancadas ó mal fijas, con razón se tie-
ne por doloroso. Fatigábase considerando la
poca hacienda y la corta dicha con que se halla-
ba obligado á sustentar tanto peso. En medio
destos ahogos, le llegó la nueva de casarse el
Marqués con hija única del primer ministro
del reino, del mayor valido del Rey. Y mu-
dando de propósito '^, con tan gran accidente
volvió á la corte, llevado de la esperanza de
aquel favor, en que confiaba mucho. Fraudelio,
que no lo ignoraba ' y para su conservación
y aumento todos los engaños tiene por lícitos,
ninguna simulación por trabajosa, entendien-
do sacar algún fruto deste suceso, como lo hizo,
olvidó lo pestilente que recelaba en la compa-
ñía de su hermano, visitóle y hospedóle *, re-
tirando cuanto pudo las señales del odio que
le tenía. El, en todo género de artificio y mali-
cia por extremo negligente, no atendió á la
segunda intención, atribuyendo aquella dife-
rencia al tiempo que muda los humores y hace
caer en la cuenta de los yerros, mayormente
cuando son tan violentos y miran á la falta de
tan estrechas obligaciones. Posaba Fraudelio
con su prima, pagaba una gran casa ^, hacía
toda la costa, dando para ello dinero con abun-
dancia y sin cuenta. Cuidaba de sus galas y
joyas, vestía á sus hijos y autenados (que eran
muchos), todo sin limitación; no hay pródigos
tan perdidos como los miserables cuando se de-
jan llevar de alguna pasión. Y como en estas
demostraciones se envolvía la ordinaria malicia
de ocasionar invidia, y da más el que da por
tema que el que da por condición, llegaba á de-
masiado el exceso. Y entre tanta liberalidad,
era mucha la estrecheza de Suldino, que no te-
nía el menor alivio para su gasto, fuera de la
comida, viniendo á tiempo. Ni este papel pre-
* In qua maiorum imagines, aut non videre fixas,
aut revulsas videre, satis est lúgubre. Lex qva; tu-
tore.^ nt'c vero. Cod. de admiiiútríitume.
Odiosum enim est, eum a pra.'tereuntibus dicitur,
domus antiqua, beu quam dispari dominaris Domino.
(Cicer., De f ato.)
2 Luctantem icareis fluctibus Africum mercator,
metuens otium, et oppidi laudat rura sui. Mox re-
ficit rateis quasas, indocilis pauperiem pati. (Ilorat.,
Ud., 1.)
^ Qiiibus nec ara, nec fides, lucri bonus] est odor,
ex re qualibet.
* Nulhi; sunt ocultiores insidijv quam ha> qu;\3 la-
tent in símulatione ofíicii aut in aliquo celsitudinis
nomine, nan eum qui palam est adueraarius. facile
cavendo vitare posis, et troianos equus idcirco fefelit,
quia forma misericordia' mentitua est. (Séneca.)
* Conjtigium in multis domibus servavit adulter.
(Jnv., !S(i(., '.).)
ó 14
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
sume la lección pública, ni en él se escriben
progresos de alguna monarquía, conquista de
algún imperio. La diferencia de dos condicio-
nes se advierte, las quejas entre dos particula-
res se cuentan. La razón dellas se averigua
para noticia privada de sus deudos y para pre-
vención del rompimiento que puede haber en-
tre ellos. Aun las cosas grandes tienen peque-
ños principios. Esto que de suyo es tan limi-
mitado, no puede adornarse con portentos, ni
admite prodigios; de accidentes ordinarios se
ocasionan discordias familiares, caserías se es-
criben, menudencias se han de referir ^.
Despeñó siempre á Suldino la inclinación del
juego; él decía que le seguía forzado. Nunca le
falta al amor propio afeite con que disimular
la fealdad de los vicios. Este ha sido en él más
culpable, porque le cautivó sin riesgo, le engañó
sin premio. Hizo en este tiempo una pérdida
grande, y fue de más inquietud que las ordina-
rias, porque un caballero, capitán de un galeón
(que nunca le había visto), le prestó tres mil
reales en plata, aficionado á la modestia con
que juega, que le ha solicitado muchas volun-
tades y deseos de buenos sucesos. Viose con-
gojado de aquella obligación y de no tener me-
dio para satisfacerla con la brevedad que qui-
siera. Súpolo Fraudelio y recibió '^ dello la or-
dinaria complacencia; buscóle y hablóle con
semblante alegre 3^ díjole que estuviese de buen
ánimo, y si quería divertirse le llevaría don-
de viese buen juego. El, que nunca se persuadía
á recelar el odio de aquel ánimo dañado, creyó
que trataba de encaminarle algún desahogo •*,
no que tuviera crueldad para ocasionarle más
lástima ; fuéronse juntos á una casa, donde
Fraudelio se puso á jugar con un caballero.
Estuvo Suldino pensando en su cuidado y ha-
ciéndoles la cuenta hasta el amanecer. Ganó
Fraudelio veinte mil reales sobre una joya de
más valor, con que pudiera entender cualquiera
de menos obligación que á mal librar había
salido de su deuda. Volviéronse sin hablar pa-
labra en esto, y creyendo el uno que se dejaba
para hacerlo con efecto, y el otro sin pensar en
ello, se recogieron. Son muchas las ocasiones
semejantes en que Fraudelio ha tenido ruin tra-
to con sus amigos, quitando del juego lo gene-
roso que sólo tiene de virtud, y saliéndose de
la correspondencia con que los de esta profc-
' Omne animi vitium tanto conspectius in sext'imen
habet, qnanto maior qni pecat habetur. ( Juv., Sat., 3.)
Inerat tnraen simplicitas, píc liberalitaa, qna; ni
adsit modus in exitium venuntur. (Tac, H'm , 3 )
' Erubescant ct rcvereantur simul qui gratulantur
malis meis (Ps. 34.)
** Cave ne forte subrepat tibi impia cogitatio et
ayertas ocnlos tuos a paupere f ratre tiio, nec ages quip-
piain calHde in eiiis necesitatibus snblevandis, ne
clamct contra te ad Dominiim. (Deutrr., cap. ir,.)
sión se valen unos á otros cuando están de ga-
nancia, más fácil y largamente que pudieran
hacerlo de sus haciendas ; siendo él quien sólo
ha privado este comercio hasta de lo que se
llama barato. Y es bien notable que cuando se
le hace cargo dello, responde con gran impa-
ciencia que de lo que hubiera heredado fuera
muy liberal; de lo que le cuesta tanto trabajo
siente en el alma dar un maravedí, y que una ley
que * prohibía en los hebreos hacer sacrificios
de los bienes adquiridos por malos medios no
miraba á infamarlos, sino á dar á entender
que lo que tiene tanto riesgo ni con Dios se
ha de partir. Llegó la hora de comer, llamaron
á Suldino. Respondió que no se sentía bueno,
ni estaba vestido; volvió otro recaudo dicien-
do que se animase para ir aquella tarde al río,
donde tenían prevenida gran holgura y merien-
da. El, juntando esta sequedad á otras muchas
que había experimentado en aquel hospedaje,
se desengañó de que no se dolían en él de sus
pesares, antes los recibían con gusto, los sole-
nizaban con fiesta, y haciendo memoria de la
causa original de aquel desamor , advertido de
lo poco que podía fiarse en el calor de la sangre
de tal hermano, determinó apartarse del para
siempre, y aquella tarde, mientras se detuvieron
en el campo, hizo sacar sus baúles y se fue á
una posada, sin llevar un real para comer otro
día. Celebráronse las bodas del Marqués; man-
dó á Suldino que le fuese acompañando al sitio
de Aranjuez, donde, por ser el principio del ve-
rano, hacía Su Majestad la jornada ordinaria.
Súpolo Fraudelio, de quien es muy repetido el
refrán castellano que aconseja al que ha menes-
ter á otro el más asqueroso obsequio. Y háblen-
se pasado cuatro meses sin haber visto á su her-
mano, ni acordádose de ajustar la razón que tuvo
para darse por tan sentido, se entró por sus
puertas, y sin hablarle en lo pasado particular-
mente le dijo 2 que la invidia hace los peo-
res oficios en los más estrechos parentescos, que
desde los primeros hombres es mortal el odio
de los hermanos. Y si en ellos se envejece el
rancor ^, aunque la suerte en el fin los junte
en una hoguera, hace el fuego las llamas dife-
* Non offeres mercedem prostibuli, nec precium
canis in domo Domini Dei tui, quidquid illud est
quod voveris, qnia abominatio est apud Dominum
Deiim tuum. (Drnt., cap. 24 )
Ex niercede meretricis non est sacrificandum, nec
enini qnidqnam Deiim delectat cum injuria conjuuc-
tum. (.loseph.. Ant., lib 4, cap. S.]
5 Fratriun inter se ira' siint acerbissima;. Senten-
tia proberuialis et abunde multa ex historiéis exem-
pla. Fraterno primi maduerunt sanguino muri. (Lu-
can , lib. I.)
'•' Ecee iterum fratres primos ut contigit artns,
ignis edax, tremuere rogi et novus advena bustis pe-
llitur exundant, diniso vértice llamma'. (Stat. Pap.,
I lib. 11, Tehaid.)
DON LUIS DE ULLOA PE REÍ KA
)1;
reates. Pero esto sucede cuando se compitcu
imperiales ó divinas privanzas *, cuando se con-
tienden absolutos dominios; que sus diferen-
cias no merecían nombre de discordias; poca
conformidad de condiciones les apartaba, livia-
nas causas embarazaban su correspondencia,
ningún agravio fomentaba el enojo. Que no era
poderoso para mejorar la fortuna de Suldino;
merecer la mala '^ fue siempre único medio de
tener la mejor; sus prendas nunca se conforma-
rían con lo que el mundo llama ventura; si fuese
necio, lisonjero, infiel, grosero, entremetido, se-
ría dichoso ; á menos costa no se concede la
felicidad. Que el caudal de Fraudelio, por lo
lucido de su condición, era mucho menor que la
apariencia, y cuando fuese todo lo que se pre-
sumía no hubiera en él para un mes de la mala
suerte de su hermano; verse los dos pobres nada
aliviara la necesidad del uno ^. Esto fuese dis-
culpa de haberle acudido cortamente, y que
cuando no bastase para éste y los demás cargos
que se le hiciesen, era forzoso perdonárselos
viéndole dentro de su casa y siendo necesario
arrojado á sus pies. La edad en que se hallaba,
la inquietud de la vida que traía, el deseo de
acabar con mejor nombre, eran consideraciones
que continuamente alteraban su sosiego. Las
cosas de España venían estrechas á su corazón;
fiaba de su industria el hacerse mil veces rico
si tantas le empobreciese alguna violencia. Lo
que se decía de las Indias, confirmaba más con
su ambición de los metales preciosos de aquel
Nuevo Mundo; esperaba traer con qué aumentar
su hacienda, con qué levantar su casa. Para
pasar allá y mejor disposición de sus intentos,
juzgaba por muy importante llevar un hábito.
El Rey iba á Aranjuez ^. Suldino, con el
Marqués teniendo mucha parte en su gracia,
venía á suplicarle tomase á su cargo esta pre-
tensión, y si la conseguía por su medio, la señal
que se pusiese en sus pechos más firmemente
se estamparía en su alma para perpetuo reco-
* Non nos uilitim regnique cupido conpulit ad be-
llum (Ovid., Met., 5.)
2 In labiis suis indulcat inimicus, et in corde sno
inííidiatur iit suhvertat te in foveam : in oculis suis
lacrimatur inimicus, et si invenerit tempus, non sa-
ciabitur sanguine, et si incurrerint tibí mala, invenies
illic priorem. (EccIck.. cap. 12.)
'• Doñee accipiant osculantur manus dantis et in
pvomissionibus humiliant vocem suam. (Eccles., ca-
pítulo 20.)
Non credas inimico tuo in ii'ternnni; sicut enim
ivranientum ¡uruginat te neqnitia iiliiis, et si hnmi-
liatus vadat cui'vus, adjice animum et custodite ab
illo. {Eccles., cap. 12.)
■* Cuthañ. vocati Hebnvis, Grecis, vero Samarit:»',
qui pro pra'senti scmper conditione teinporum uiu-
tabiles, quoties íeiiciter degere judeos viderint, cog-
natos se eorum appeliant quando veroin rebus adiiei-
sis eos aspiciunt, nihil ad se pertinere ajunt. (Joscli.,
Aiit., lib. 9, cap. 14 )
nocimiento de aquella obligación, en que, si no
pudiese mostrarse agradecido , por lo menos
nunca le verían ingrato. Lo que restaba decía
con empacho, porque conocía el espíritu gene-
roso de su hermano; pero por sí solo no basta
ningún aliento para sustentar las fiaquezas hu-
manas. La vida necesita de abrigo y de alimen-
tos; para disponerlo se inventó el dinero; él se
hallaba con cantidad que partirían, y sería bas-
tante para gastar muchos días más que media-
namente. Bien entendió Suldino que aquella
buena obra se perdería en Fraudelio como las
demás, porque habiéndole hecho infinitas le ha-
bía oído decir muchas veces que tenía un libro
donde escribir lo que hacían por él sus parien-
tes y siempre estaba blanco '. Pero como sea
la mayor gloria de los ánimos grandes derramar
beneficios sin esperanza de sacar fruto dellos,
á imitación de Dios que llueve en los arenales *,
y como hay obligaciones que no bastan á romper-
las ningunas injurias, respondió en pocas pala-
bras que haría lo que le encargaba, procurando
con el efecto pagar su confianza de manera que
no le saliese vana; que le había obligado con ella,
tanto más cuanto menos pudiera tenerla si la
regulara con sus extrañezas, cuya memoria, des-
de aquel punto diese por borrada para siempre;
que sentía en el nlma confesar flaquezas y qui-
siera que en la liberalidad de aquel oficio no se
mezclara ningún achaque de interés. Pero por
las mismas razones que le había oído, era for-
zoso confesarle que no tenía con qué hacer aquel
corto viaje. Dióle Fraudelio noventa escudos
sencillos y se despidieron. Partió Suldino á otro
día y en llegando dio el memorial al Marqués,
y le respondió que por el gusto que tendría del
buen suceso le aconsejaba se le diese á su mu-
jer. Hízose así, y aquella excelente señora, que
entre otras gloriosas virtudes (dignas de mejor
mundo para su logro, de mayor elogio para su
memoria), se preciaba mucho de honrar á los
favorecidos de su marido, tomó por su cuenta
esta intercesión, y brevemente dio por su mano
á Suldino un decreto del hábito de Santiago.
Abrióle y vio que estaba con su nombre; recono-
ció el yerro, hallóse embarazado con él, y para
enmendarle habló al Ministro inmediato del Rey.
Respondióle que ya había salido así; que tomase
el hábito de que necesitaba para la introdución
en palacio y asistencia del Marqués, y dejase
á su cargo el interceder con Su Majestad para
que luego se diese otro á su hermano Replicó
que volvería con gran vergüenza á los ojos de
sus amigos, si sabiendo todos que había venido
' Malus vir doliuní est períoratum in quod oni-
nes inmitcns grati:isin vannm effudisti. (Lucian.)
* Sunt autem quedam ofHcia, etiam aduersn.s eos
servanda, a quibus injurianí acceperis. (Cicer.. Be
ofU., lib. 1.)
516
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
á pretender esta merced para su hermano vían
que la llevaba para sí. Respondióle que dijese lo
que Su Excelencia le había asegurado, y él que
no se lo creerían. Y de una re'plica en otra llegó
la fineza (como suele siempre que excede los
te'rminos ordinarios) á entrarse por los te'rmi-
nos de la necedad. Así lo juzgaron algunos ca-
balleros cortesanos y criados del Rey que se
hallaron presentes á esta audiencia y han refe-
rido lo que pasó en ella, muchas veces, con ad-
miración. Hízose la enmienda del despacho,
vino Suldino con él á Madrid y recibióle ^ con
menos alborozo del que traía prevenido, des-
cubriéndose en este lance otro notable indicio
de la incertidumbre desta hermandad: los bene-
ficios de los aborrecidos son más molestos que
las ofensas; no hay enfermedad tan ma'.a como
la salud que se recibe de los enemigos. Atribuyó
Suldino esta tibieza á efecto ordinario de de-
seo conseguido, y volvióse luego porque sólo
traía licencia del Marqués para lo que pudiese
tardar en ir y venir por la posta. Con ocasión
desta ausencia no se vieron en algunos días, y en
muchos después no habló Fraudelio palabra '^ en
que mostrase memoria de su obligación ni de su
oferta. Acordósela Suldino, forzado de muchos
aprietos, y con su acostumbrada cautela volvió á
encarecer la maravilla con que su ostentación
desmentía su posibilidad, y abriendo un escrito-
rio sacó del una gabeta, y después de haber ase-
gurado 3 con grandes sacramentos que estaba
en ella cuanto dinero tenía en su poder y en
su dominio, echó sobre el bufete ciento y diez
doblones que había. Partiéronlos, ajustando así
docientos escudos que fue toda la ayuda de
costa que Suldino recibió para esta diligencia,
en que gastó mucho más. Y lo que se ha dicho
fuera desto ha sido incierto. Dentro de pocos
días se le hizo merced de un oficio en ciudad
donde el Marqués tenía dependencias y podía
' Graue tamen tormentum est deberé' cui nolis;
contra jucundissimum est ab eo accepisse benefi-
cium, quem amare, etiain post injurian! possis. (Sé-
neca, IJe benef., 2.)
Abg quivis hotnine, cum est opus beneficium acci-
pere gaudeas, veruin eiiimvero, id demumjiubat, si
quem ¡equom est benefacere is facit, o frater, frater
¿quid ego nunc te laudem? (Terenc, Adelph., act. 2,
sceua 3.)
Igitur quandocumque spiritus Domini malus arri-
piebat Saúl, David toUebat citharam et percutiebat
manu sua, et refocilabatur Saúl, recedebat enim ab
eo spiritus malas. Teuebatque jSaul lanceam et mi-
sit eam, putans quod configere posset Dauid cum pa-
ñete. {Regum, 1, cap 7 & 18.)
Servatus, perire maluit quam seruitorem glorio-
sum redere. (D. Ambr.)
* Diogenes quterenti quid apud homines celerius se-
nesceret, benetícium, inquit: dici enim vix potest quan-
taaccepti beneficii apud plerosque sit oblivio. (Stob.)
^ Decernat quodcumque volet de corpore nostro
Isis et irato feriat mea lumina sistro dummodo vel
ca;cus teueam quos abnegó numos. (Juv., Sat., 13.) i
ser á propósito para servirle en ellas. Fraudelio
se metió en juegos grandes entre tahúres alum-
brados, y perdió algunas cantidades que des-
cubrieron ^ la verdad de sus juramentos, y le
obligaron á valerse, como siempre, de su herma-
no. Fuese con él hasta el lugar donde tienen su
naturaleza, y allí le pidió consentimiento para
renunciar un beneficio que de su provisión había
gozado muchos años, en hijo de un mercader
rico, si con alguna recompensa; ¡ojalá hubiera
sido más el cuidado del secreto y menos el des-
precio de el escrúpulo!
Volvióse á Madrid con aquel dinero ¡ oh Pro-
videncia eterna, cómo burlas do los juicios huma-
nos! ¡qué fácil fuera de hallar la causa si lo per-
diera! ¡quién la sabrá de que ganase con ello en
seis meses más de catorce mil escudos, para que
se pudiese alabar '■^ de que son dichosos los sa-
crilegios! Despacháronse sus pruebas; pasó de
la sotana y de las esperanzas de la toga al pa-
lio, y sin saber nada de Tertuliano defendió
bien los motivos de su mudanza con los favores
de la fortuna. No se acordó más de sü hermano,
ni para saber que fuese vivo. El acabó su cargo
con la satisf ación que dura en la memoria de
todos los vecinos de aquel reino, y volvió á Ma-
drid tan alcanzado como había salido. El poco
valor de aquel oficio, la cortedad de su hacien-
da, el gasto grande de su familia, aun en con-
dición menos liberal, no dieran lugar á so-
bra ^. Halló á Fraudelio muy poderoso en sus
ganancias frecuentes y lucidas (bien que siem-
pre de los perdidosos acrecentadas) ; se le con-
taban más de cuarenta mil ducados. Diez mil
escudos se le coriocían en una partida dados á
ganancia. Estaba preveniendo galas para ir á
Andalucía á ver los parientes queridos que asis-
tían entonces en una ciudad de aquel reino; vi-
sitó á su cuñada, mostróla gran cantidad de
joyas y otras cosas de gusto que llevaba para
ofrecer *, por lastimar con envidia á la que
reconocía con necesidad, y declaró su grosería el
intento, no dándola una cinta ^. Ella, que ha
' Tam facile et pronum est superes contemnere
testes. (Juv., Sat., 12.)
2 Dionisius cum fanum Proserpina! Locris expila-
visset navigabat Siracusas, isque cum secundissime
cursum teneret, videtis ne, inquit, amici, quam bona
a diis immortalibus nauigatio sacrilegis detur? (Ci-
cerón, De JVatur. Bfor., lib. 3.)
» ¡Vaj vobis! divitibus, quia habetis consolationem
vestram; ¡viv vobis!, qui saturati estis, quia esurietis;
¡va' vobis!, qui ridetis nunc, quia lugebitis et ñebitis.
(Lucaí, cap. tí.)
í Audite verbum hoc vaca» pingues qui estis in
monte Samaria, qui calumniam facitis egenis, etcon-
fringitis pauperes: iurabit Dominus Deus in sancto
suo, quia ecce dies veuiet super vos. (Amos, 7 )
^ Cornelia Gracorum mater cum campana quivdam
matrona apud illam hospita, ornamenta sua pulcherri-
ma ostendente, traxit eam sermone quousque e schola
redirent liberi, et ha'c, inquit, ornamenta mea sunt.
DOIí" LUIS DE ULLOA PEIÍEIRA
.17
vivido siempre miiy superior á estos contras-
tes, contenta con no desmerecer aquellas alha-
jas por falta de virtud ni de nobleza, las alabo
cortesanamente sin darse por entendida, como
lo ha hecho en otros muchos lances con que
se ha procurado apurar su constancia ' y ha
quedado vencida la tentación. Hizo dentro de
pocos días su romería, y quedó Suldino en la
asistencia del Marque's (ya Duque después que
su mujer pasó á mejor vida) ; prosiguiéronse ^
sus adversidades, y entonces más extraordina-
rias por que experimentó algunos sustos de
la dicha, con que llegó á lo sumo de la infeli-
cidad, que es padecer descomodidades de mi-
serable y tener riesgos de poderoso. Conside-
rando los progresos de su vida, cuánto se le
deslucieron los trabajos, la oposición con que
su estrella injustamente le contradecía, los au-
mentos que tan sin estorbo facilitaba en otros
la dicha, alguna vez pudiera quejarse de la Pro-
videncia -^ si no lo estorbara la fe. Pasó seis
meses Fraudelio en Andalucía, conseguió la
mormuración que llevó á ella, logrando en el
descrédito de sus parientes la nota de aquel ga-
lanteo; volvió á Madrid, paró en una posada, con
qaé intento no se sabe, porque la misma no-
che le dio una calentura con accidentes penosos
que pronosticaban enfermedad de cuidado. Sú-
polo Suldino y llevóle á su casa, donde le curó
coa todos los regalos que se debían al amor de
hermano, atendiendo sólo á que el extremo no
pudiese darles color de lisonjas de heredero.
Sanó el enfermo ^ y el agradecimiento de este
agasajo fue buscar casa sin que se supiese, irse
á ella sin despedirse, volverse á su antigua can-
ción ó conseja ■', y con la ordinaria chanza, en
presencia de sus amigos y criados, gastar mu-
chas pastillas en perfumar los vestidos y ropa,
para purificarlos del contagio infeliz de aquel
hospital y alabar con grandes encarecimientos
el ánimo ^ con que se había metido en él,
venciendo los recelos de que gente tan alcan-
zada pudiera esforzar la enfermedad para con-
' Ne spina quidem vuhierabit bonos.
2 In prima mea defensione nemo mihi adfuit, sed
omnes me dereliquerunt; non illis imputetur Domi-
nus autem mihi astitit et confortavit me, et liberatus
sum de ore leonis. (Paul, mi Timoth., cap. 4.)
3 O homo!, tu quis es.' Quid respondes Deo? Num
quid dicit tigmentum ei qui se finxit, quid me fecisti
sic? ¿Aut non hahet potestatem íigulus iuti, ex eadem
massa faceré aliud quidem vas in honorem, aliud vero
in contumeliam? [Paul, ad Ifom. E¡)ix., cap. 9.)
* Sincerum cst nisi vas, quodcunique infundís aces-
cit. (Horat., Ub, 2, Si'rmonnni, epist. 2.)
5 Nam si illum obiurges vita qui auxilium tulit,
quid facías illi (jui dederit damnuní aut maluTn.' (Te-
rent., in Aud., act. í, scena 1.)
^ Quid enim censemus superiorcm ilhim Dionis-
sium, crutiatu timoris angi solitum .' Qui cultros mc-
tuens tonsorios, candenti carbone sibi adurebat ca-
pillum.' (Cicer., De o/ffif., lib. 2.)
seguir su herencia, como si en todos los cora-
zones, á imitación del suyo ', fuera igual el
desprecio de Dios ^ ó la incredulidad de que
le hay. En medio destos baldones reconocía
por importante el parecer de su hermano y se
valía del siempre que pensaba hallarle de balde.
Pidióle consejo para hacer empleo de su di-
nero, porque la voz que corría en descrédito de
los asentistas, donde tenía una gran parte, lo
obligaba á sacar aquellos depósitos. Propúso-
se algunas cosas que parecieron convenientes,
y de todas sólo se ejecutó comprar un oficio de
cabimiento en Cortes, en que consistió todo su
remedio, porqiie dentro de tres meses, con po-
cos días que corrió algún mal aire do fortuna,
se vio otra vez baldado de todas Ins agilidades
de su destreza y con tanto aprieio, que no se
apartaba un punto de su hermano, sin miedo ya
de que le pegase la desdicha, y la suya le fati-
gaba de manera que con dificultad podía disi-
mularlo aunc^ue con estudio lo procuraba ^, c¿ue
los regalados de la fortuna, cuando reciben
golpes de su mundanza, sienten más los carde-
nales quel dolor. Acudióle Suldino con amor
de amigo y con liberalidad de pobre, olvidando
todos sus agravios y haciendo tales finezas con
él que en muchas ocasiones se las condenaban
sus amigos por locuras ^, y les respondía que
la porfía en las buenas obras después de haber
perdido muchas calificaba la generosidad .
Duró poco esta borrasca: sosególa aquel go-
bernador supremo, aquel omnipotente piloto
que misteriosamente ^ oculta las causas de dar
las más veces los bienes deste siglo sin aten-
der á los méritos. Despacháronse improvisa-
mente convocatorias 'de Cortes para jurar el
Príncipe. Tocó la suerte á Fraudelio, con que
resucitó su dicha y pudiera su reconocimien-
to ^, desengañándose de lo poco que importa
' Sunt in fortun.-v qui casibus omnia ponent, et
nullo credant mundum rectore moveri, natura yol,
vente vices et lucis et anni, adque ideo intrepidi-
qutecumque altaría tangunt. (Juv., Sat., 15.)
2 Tu autem Domine Deus noster, suavis et verus
es; nosse enim te, consummata iustitia est, et scire
iustitianí et virtutem tuam, radix est inmortalitatis,
(Sapient.. cap. 15.)
3 Horum qui felices vocantur hilaritas ficta est.
aut gravis et suppnrata tristitia; et quidem grauior
quia interiluní non licet palam esse miseros, sed Ínter
ivrumnas, cor ipsum exedentes, necesse est agere feli-
cem. (Sénec, Ej/h. 80.)
* Non est magni animi daré et perderé; hoc est
magni animi perderé et daré. (Sénec, De Benef.,
lib. 7.)
« lustus quidem tu es Domine si disputcm tccum:
veruntamcni insta loquar ad te; ¿quare via inipiorum
jirosperatur.' ,-bene est ómnibus qui preuaricantur et
inicpie agunt.' (li'rem., cap. 12.)
8 Et postquam afllixit ac probavit, ad extremum
misertus est tui. Ne diceris in corde tuo: fortitudo mea
et robur manus menj, hivc mihi omnia pr;cstiteruut.
{Deutcr., cap. 8.)
;M8
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
la industria á que atribuya toda su ventura. Pa-
recióle que entrando en ejercicio de ministro le
sería de importancia conocer el Duque. Pidió á
Snldino que le facilitase su audiencia; ha' lólc,
ofreciéndose á servirle si en algo fuese á pro-
pósito aquella ocupación, y entre otras cosas le
dijo que se alegraba de tenerla por resucitar los
servicies de su hermano, palabras que el Duque
le agradeció particularmente y quedaron en su
memoria. A la suerte de Coi-tes ' se siguió otra
de más importancia, la herencia de una en-
comienda que se le dio por futura á^ un caba-
llero más mozo, y otras infinitas dichas increí-
bles y no imaginadas. Llegó la ocasión de ha-
cer merced á los procuradores, dio sn memorial,
remitióse al Duque, llamóle y díjole cómo su
suegro le había mandado ajustar con él las
mercedes que pedía, y extrañaba mucho que se
hubiese olvidado délo que le había dicho cuando
le tocó la suerte: que era persona de muchas ve-
ras para hablarle de burlas, y si no lo habían
sido lo que le ofreció en los negocios de su her-
mano, lo parecían al mejor tiempo, porque en
su memorial no vía nada que tocase á Snldi-
no, y le quería y estimaba mucho para pasar
por ello sin sentimiento '^. Respondió con su
orgullo y doblez ordinario, que había dado aquel
memorial suponiendo por hecha la merced de
su hermano, y que sin verle acomodado, ni la
esperaba ni la quería para sí. Y el Duque que
lo creía de tan honrado caballero y que lo dijese
por escrito.
Llevó el memorial y trujo otro en que pidió
un oficio para Suldino, de que se le hizo mer-
ced, y esto es puntualmente lo que obró en su
despacho. Y la parte que tuvo en él, cuánta
fuere respecto de los encarecimientos con que
se ha solenizado y el efecto que hubiera teni-
do su intento si le faltara tan gran defensor,
fácilmente deja entenderse. Suldino supo lo que
había pasado de gentilhombres de la Cámara que
se hallaron presentes, y el Duque le dijo en
cortesanía: Yo no soy amigo de meter cizaña,
pero poca parte tuviérades en las mercedes de
las Cortes si se dejara á la voluntad de Frau-
delio, que en nada parece hermano vuestro ^.
Quede de camino advertido que las personas
que Suldino alega en todas sus finezas y sus
quejas, son mayores que testigos; con las que
* Dü vostram fidem qnam sivpe forte temeré eve-
uiunt quiv non audeas optare. (Tereut. in Formion.,
act. 5. pcena 1.)
Sed scilicet. ultima semper expectanda dies homiiiis
est, dicique heatus anteoliitum nemo supremaque fu-
ñera dehet. (Cvid.. Mít. 3.)
'^ Homo bonibylius.
rellicullam ve'teiam retines et fronte politus, astu-
tam vapido servas snb pcctore vulpem. (Pers., Sat , 7.)
3 Ea est calumniatoris natura, in crimen vocare
omnia, probare vero uihil. ^^Demost., orat. 3.).
Fraudelio suele acreditar sus quimeras, aun n<i
valen para serlo '. Y en las más se descubre la
malicia de su pretensión, que sólo es desacre-
ditar á su hermano, que se detuvo más de ocho
meses esperando á que se tomase medio en unos
encirentros que su antecesor tenía sobre compe-
tencias de la juridición, y con los gastos qui'
se recrecieron sobre sus alcances vino á partir
cuanto fue posible desacomodado, usando Frau-
delio en esta ocasión, como en otras, de su en-
trañable sequedad y cordial miseria. Deseaba
Suldino sumamente hacer amigo á este hombn-
con quien se hallaba tan empeñado por la com-
pañía, por la crianza y por lo que se entendía
de la naturaleza, y valíase para esto de la más
eficaz diligencia, obligándole con sus mismos
beneficios, porque en nuestra naturaleza ^ en-
gendra más amor hacerlos que recibirlos *. Y
es el mayor motivo para emprender nuevos p'^-
ligros haberse puesto por la voluntad en otn s
riesgos. Con este fin, callando la verdad que
sabia publicaba en todas las conversaciones
aquel acrecentamiento por gracia de su herma-
no, diciendo que á su favor y no á méritos
propios debía el puesto en que se hallaba y la
esperanza de tenerle mayor. Pero este lance sa-
lió tan vano como los demás, porque en aquel
ánimo bárbaro no es cierta ninguna iTgla ra-
cional. Y como en esta ocasión había obrado
involuntario, forzado de la palabra, no quedó
como gustoso de haber hecho beneficio, sino
como desabrido de haber pagado deuda, y lo
mostró de allí adelante en los pesados desqui-
tes que hizo su arrepentimiento. El primero fue
haberle Su Majestad dado decreto de un hábito
para un sobrino, y teniendo su hermano tales
hijos que cualquiera merecía elegirse entre mu-
chos, inventar otro supuesto y vendérsele por
mil y quinientos escudos (la razón de que no se
castiguen tales simonías no nos toca averiguar-
la). El otro fue traer á su casa un hijo de aque-
lla señora parienta suya, ya difunta * (mas di-
funto el marido vivo) y publicar en las casas de
juego y partes semejantes, sin propósito, que
* Ad calumnias tacendnm non est, non nt contradi-
ccndo nos ulciscamnr; sed ne niendacio in offensuin
progressum permitanius. (D. Basilius., B/nx., 63.)
- Non mentiar si dixero neminem non amare be-
neficia sua, neminem non ita compositum animo, ut
libentins eiim videat in quem multa congesit. Cui non
cíiusa sititernm dandi beneficii semel dedisse. (Séne-
ca, n,' lii-nr/.. libro 4.)
'' Vnum oro, iré ad conspectum cari genitoris, et
ora contingat, doceas itcr et sacra ostia p:inda«; illum
ego per íianimas et mi le seqiientia tela eripui his hu-
meris, medioqne ex boste recepi. (Virg. 6, h'/n-idox;
Aristot., Be /too afictn tuto., cap. 7, lib. 9.; Etic. Vide
j)ul>-ra.)
■i Doctus spcctare lacnnar, doctus et ad calicem vi-
gilanti stertere naso. (Juv., Sat. 1.)
DON LUIS DE ÜLLOA PEEEIRA
519
rM[<.\él * ei'a su singular heredero, añadiendo mu-
' !mis desprecios de los que el mundo tiene por
-a^ parientes, en que no se pontlera lo extraordi-
nario de su última voluntad, que se du por dis-
' Tilpadasi puso el amor en aqitel niño imaginau-
(Im mayor obligación ó mayor deudo, si uo que
^ ■ haya hecho cuento dello, con tanto desenfa-
d'-\ sin necesidad y sin ocasión, teniendo las le-
y< > para casos semejantes (aun en los últimos
tcrniinos de la vida) prevenidos los testamentos
Cerrados, no sólo en gracia y respeto.de los ma-
Víires parentescos , sino en conservación del
-oquito y correspondencias familiares. Y porque
no vaya tan severa la relación destos procedi-
mientos ^ y se enjugue algo la sangre que
hace su memoria, tenga lugar entre tantas ve-
ras un cuento con que por una pequeña parte se
conocerá la liberalidad deste Tántalo •*, como
la fiereza del león por la uña. Vino á Madrid
un sobrino suyo y posó en su casa (sus buenas
prendas, el lugar que se ha hecho con ellas y
la estimación que han merecido de los extraños,
deja de decirse, por muy sabido). Detúvose al-
gunos días, sin hacerle costa en más que lo li-
mitado de la comida, y una noche, sobre una
cena, le dijo que los negocios á que asistía de
su padre iban muy á la larga, que ya sabría un
juego que llamaban del soldado; á quien vestían
con diferentes preseas los que entraban en él; si
todo lo diera uno, el juego se desbaratara \ En
su casa se había alojado un mes, tenía hermano
y hermanas de su madre, tíos en su mismo gra-
do; que se valiese dellos otro poco, y se repar-
tiese la carga de manera que no cayese toda
sobre él. ¡Poquedad maravillosa y increíble! si
oyei'a una dama de buen gusto que la olían á
chinches los miserables ¿que dijera ^ deste ava-
riento? El mozo (á imitación de su padre) se
fue animosamente otro día sin dineros á una po-
sada, y con brevedad se vio muy mejorado en
el regalo y en el trato, y visitaba algunas veces
á su buen tío, que se admiraba mucho de verle
limpio y aliñado ^, pr^reciéndole milagro in-
creíble todo lo que no se obra con sus conjuros,
y que no se podía curar la enfermedad de la j)o-
' Filii autem ndulteroruní in consnmmatione eriint,
et ab iniqno thoro semen exterminabitur. Etsi qui-
dem longe vita; eruiit in nihilum coniputabuntur et
sine honoie erit nouissinia senectus illiirum, (iSa-
picHt.. cnp 8.)
' Fit etiam snavis orntio, cum aliqíiid aut invis-
sum, aut iuauditiim, aut novum, dicas; del.ctat enim,
qni<lqaid est. (Cicer., Dmlof/. Fart. Orat )
* I Euda, de vulpe te^tatur.
^ Is'obilitas ciiiin i)r()prium cst recta 8equi gau-
dere ofíicio, cupiditutibus imperare, avaritiam coer-
ceré. (10 )
" Licet superbns ambules pecunia, fortuna non mu-
tat genus. (Horat., in Ep . od., 4.)
" Semita certe tranquilla per virtiiteni jiatet única
vitfc. (.Tuv., S'it., 10.1
breza con medecina que no llevase los ingredien-
tes de quel usaba.
Estuvo por este tiempo Snldino en una en-
fermedad, sin esperanza de la vida, recibido el
último sacramento, prevenidos los lutos y la
sepultura, y ni en el aprieto, ni en la convale-
cencia le invió á visitar, por no obligarse al
gasto de un criado, cosa que en el oficio público
que tenía se notó mucho, y más por el dolor y
lástima general con que en aquella ciudad y su
tierra se había sentido el temor de su pérdi-
da '. Estos malos términos y otros muchos
que dejan de referirse, unos por demasiada-
mente horribles, otros por no tan considerables,
acabaron de desengañar á Suldino, y aun de
desesperarle para hacer resolución de no tratar
ni ver jamás á Fraudelio, haciendo cuenta que
había muerto ó que no le había conocido. Aca-
bó su oficio, como el primero, y por haberse mo-
derado algo más salió del menos alcanzado;
volvió á la corte y su fingido hermano, que sa-
gazmente ha sabido siempre remendar con la
piel de la zorra lo que no alcanza á cubrir la
del león, y todas las veces que ha visto en
salvo su dinero ha tenido por útil la compa-
ñía de Suldino, entendiendo por los informes
que tenía que se hallaba acomodado, de mane-
ra que no le pediría nada por entonces, le asis-
tió á su pesar importunamente, comunicándole
lo que quiso de sus sucesos. Disolviéronse las
Cortes y convocáronse otras con brevedad; com-
pró Fraudelio otro oficio de procurador '^, envió
los despachos defectuosos y pidió á su hermano
que se fuese con él para hallarse en las suertes.
Cuando llegaron estaban echadas, sin meterle
en ellas; puso pleito á la nulidad, en que le ayu-
dó Suldino con diligencias más que ordinarias,
arriesgando por su causa todo lo que tenía de
bien quisto, con demasiados empeños'', obligado
de las veras con que Fraudelio se había dado
por sentido de aquel agravio y de los jura-
mentos con que prometía gastar en su satis-
fación el postrer maravedí de su hacienda, y
siendo necesario, la última gota de su sangre.
Llegaron á Madrid, y al cuarto día se dejó
el pleito, si compuesto con los contrarios por
algún concierto ó solo por facilidad y mudan-
za, él lo sabe. Cuál sería peor, con dificultad
podrá juzgarse. La verdad ignoraron los inte-
resados, y su hermano más que nadie. Dejó
' QnouHque tándem, Fraudelio, abuterc patientia
nostra? (Cicer., in Crnt.)
Exoriare aliquis nostris ex ossibus ultor. (Virg.,
Eiuid.. \.)
Flectere sine quo superoa Acheronta movebo.
(Virg.. J'.'nctd., 7.)
2 Kn el ms.: por rahcr.
5 Taní s;v|)e nostrum decepi Suldinum quid mira-
ris.' Seniper bonus bunio tiro ust. (Marti., Ejngratii.
51, lib. 12.)
10
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
situados Suldino los réditos de su hacienda
para el sustento de la familia que dejó en su
casa, sin que sobrase uada con que poder soco-
rrerle en Madrid; el contado que traía había
de ajustarse con sus pretensiones. Desigualóse
este concierto con el tiempo, creciendo acciden-
tes en el gasto y dilaciones en los negocios.
Comenzó la necesidad á entrar desbaratando
las cosas de lustre que consisten en el adorno
y pasó brevemente á las forzosas ' sin que no
se puede vivir. Y aunque sea muy ordinario
pasar descomodidades los hombres de ingenio
por su natural tibieza y poca solicitud, y desto
se haya visto y leído mucho -, no puede haber
igualado nada á los aprietos que padeció este
sujeto, á quien constantemente ejercitó la for-
tuna sin levantar la mano de su persecución
en todo el discurso de su vida; esperando siem-
pre alguna mudanza en ella, no se determinaba
á retirarse, considerando las estrecheces de su
tierra, que con irse á ella enterraba la esperanza
que en la corte alienta á los más desvalidos.
Crecían con el tiempo las necesidades, y entre
ellas sólo sentía que todas se habían de atribuir
á sus culpas ', tomando las desdichas nombres
de delitos, como siempre acontece en las adver-
sidades, cuya creciente nunca es grande si á
vueltas del descanso de la vida no se lleva *
la reputación del juicio.
Tratar de justificarse un desgraciado es em-
presa imposible, si primero no deja de serlo.
¿Cómo han de tener crédito los miserables, si
fundan los poderosos en negársele la disculpa
de no socorrerlos? Con este desengaño buscaba
el consuelo dentro de sí, y sin pasar á querer
1 tallarse inocente, se contentaba con persuadir-
se á que no todos sus trabajos eran casti-
gos *. Dejáronle sus criados y sus deudos. 'No
es nuevo seguir los hombres la inclinación de
la fortuna. Fraudeli) le desamparó el primero,
huyendo de su desgracia como de ruina''. Ha-
1 Non ego firmus in lioc. non h;\íc patientia nostro
infíonio, frangit fortia corda dolor. (Tib., E/í'¡/. 2.)
- Xudiis existí, omnia perdidisti, sed cum ómnibus
perire potnisti, cogitas quod perdideris, sed nonquod
cviiseris. (Sénec. De Mom. fortuit.)
Magnum exemplum nisi mala fortuna non invenit.
(Sénec. in Consol, ad jVart.)
Vltimum nialorum est ex vivonim numero exire
nutequam moriaris. (Sénec , Consol, ad Mart.)
'' Qui nios vulgo fortuita ad culpam trahentes.
(Tac , An., 4.)
* Nil habet infelix paupertas durius in se quaní
quod ridículos liomines facit. (Juv., Sat. 3 )
Ego autem sum vermis et non homo, opprobium ho-
ir.inum et abiectio plebis; omnes videntes me derise-
lunt me: locutisunt labiis et moverunt caput. (Ps. 21.)
^ Fratres hominis pauperis oderunt eum, insuper
et ¡niiici procul receserunt ab co. ( Prob., 19.)
" Qui in spuriis, aut illegitimis generis, iiifamíam
auro redimunt, similes illis qui ligneum nasum tin-
gunt, nam nec hic color expungit viiium, ñeque illic
aurummutat indolem. (Erasm., A2)otec., 105.)
bía crecido mucho en hacienda, porque además
de lo que le valieron las Cortes, afectó en ellas
el retiro de el juego, y en algunas jimtas (que
llaman encierros los del arte) hizo ganancias
de mucha monta. Y luego que se vio desemba-
razado, valiéndose con más frecuencia de su ha-
bilidad, en menos de año y medio ganó más de
setenta mil ducados ^. Apartóse de su her-
mano, sin más causa que verle pobre, y poco á
poco (por razón de estado) fue convirtiendo el
retiro en sentimiento '^, dándole color con al-
gunos testimonios pasados en descrédito de sus
sobrinos, hasta que descubiertamente publicó
la enemistad ^. Y poniéndose á mormorar de-
llos y de su padre con hombres de mala vida,
con terceras comunes y rameras cortesanas,
m esciaba en estas pláticas tales civilidades y tor-
pezas, que siendo los que las oían destas obliga-
ciones, se declaraban por los mayores fiscales
de su ruindad y la[s] referían avergonzados.
Esto baste para que se entienda de la casta
que serían, cuando faltan términos decentes con
que explicarlas. No es pequeña maravilla que
tenga desenvoltura para tirar piedras como ino-
cente quien se halla cargado de tales culpas,
que se han librado de castigo por demasiado
atroces *. Tiene sus previlegios el pecar por
mayor, y los cordeles solo se hacen para mode-
rados delitos ^. Señaláronse algunos que irri-
taran mucho á la justicia, si no fuera precepto
de quien permitió escribir este papel, que sólo
se diga lo precisamente necesario para verificar
la razón desta enemistad. Alzóse, finalmente,
Fraudelio con todo el depósito de la humani-
dad, quebró con todo ^ el crédito de la natu-
raleza y llegó la insolencia á tal extremo, que
yendo en un coche de cuatro muías con gran
aparato de criados, encontraba muchas veces
solo y á pie al que tenía por su hermano mayor
y por cabeza de su casa y linaje, y pasaba sin
hablarle ni hacerle cortesía. Maldad sin discul-
pa, vileza sin ejemplo y juego notable de la for-
' Sic multorum opes excludunt amicitias fideleis;
non enim solum ipsa fortuna c;\!ca est, sed eos etiam
plCiunujue ef ñcit cíccos quos complexa est. (Cicer., De
A une. I
2 (ienus lucri divites avent iram. Odisse quam do-
nare, vilius constat. (Mart., lib 12, epist. IH.)'
^ Abseiitem qui rodit amicnm, qui non defendit
alio culpante, solutos qui captat visus hominnm fama-
que dicacis, fingere qui non visa potest, commissa ta-
ceve qui ncquit, hic niger est;hunc tu líomane caveto.
(Horat., Sermo.. lib., 1, sat. 4 )
•* ¡Quam multi furto non crubescantl; nam sacrile-
gia minuta puniuiitur, magna in triumphis í'eruntur.
^ Tutus eas, lapis iste prius tua furta loquetur.
(Ovid., Met., 2.)
]\Iemoriam quoque ipsam cum voce perdissemus, si
tam iu nostra potestate esset oblivisci, quam tacere.
(Tácit , in Vit. A(ir.)
^ Fas omne abrumpit; ¿quid non mortalia pectora
cogis auri sacra fames? ( Virg., Eneid., .3.)
DOi^ LUIS DE ULLOA PEREIRA
521
tuna ' que suele burlarse á un mismo tiempo
de más ciertas hermandades con mayores dife-
rencias. A vista destas tiranías '■^ la necesidad,
gran maestra de persuadir bajezas, representó
ú Suldino que su modestia ocasionaba toda su
descomodidad; que si las suertes se trocaban, y
se diera (por imposible) que sus entrañas se
endureciei'an como las de Fraudelio, no le va-
liera ningún desvío para desembarazarse díú.
Con violencia se le metiera en casa, por fuerza
se valiera de su hacienda. El al menor ceño se
rendía, con volverle el rostro se daba por ven-
cido. Aquel hombre terrible y miserable le tenía
por su hermano. La opinión en tales casos
hace los mismo efectos que la verdad "'; sobre
grandes prendas podía pedirle una nación, una
patria, unos templos, unos sepulcros, y lo que
más es (para con él), un linaje, un mismo vien-
tre estaban de por medio; en descubrirle sus
aprietos iba á ganar de conocido: ó conseguiría
el socorro ó esforzaría la razón de la queja.
Con estas consideraciones llegó á su casa ^ á
tiempo que se sentaba á comer. Esperó á que
acabase, viole desde una ventana y que le había
visto; invió á decirlo por i;n criado que que-
ría hablarle; no volvió con la respuesta; dijo lo
mismo á una mujer,, y después de haberse de-
tenido mucho le despidió con que su amo ha-
bía salido por otra puerta.
Todo puede suceder en la vida, dijo él, y más
cuanto fuere menos breve ^. Novedad tiene
este desprecio, porque no le hace el mayor, el
de más puesto, el de más valimiento por haber-
se aventajado en el ánimo ó en el ingenio, sino
por dichoso en el ocio, por afortunado en el jue-
go ^. Pero todo lo demás estaba vencido, el
fuego, la cruz, el veneno, el destierro, el acero
de Mucio, de Régulo, de Sócrates, de Rutilio,
de Catón. Vengamos algo nosotros. Y acordán-
dose de otro varón grande perseguido de su her-
mano '', y de semejantes bienes con que se ha-
llaba, para desquite de aquel desaire, salió á la
' Fortuna impotens, quales ex humanis malis, tibí
ipsa Indos facis! Eo ipso tempore qiio M. Antoiiius
civium siiorum vit:v; sedebat niortisqiie arbiter. M.
Antonii frater duci iubebatuv ad supliciura. (Séuec,
2, Consola, ad PoHv )
2 Et male suada faraes et turpis egestas. (Virg..
Eneiil., 6.)
"' Mc.gnum est enim eadeni habere monnmenta,
maionun iisdeni uti sacris, sepiliera habere communia.
(Cicer., T)e futo.)
* Si fortuna volet fies de rethore cónsul, si volet
ha-s eadem fies de consulc rethor. Fraudelius quid
enim.' Quid Suldinua? Aune aliud? Quam sidus et
oculti miranda potentia fati? (.Juv , Sat. 7.)
^ Incxpectüta plus aggrauaut; novitas adijcit ca-
lamitiitibus pondus. (Sénec., Epin., 88.)
8 Existí quíu terribilia videntur, nihil est invic-
tum, (Sónec , J'Jpi.s., í)8.)
' Jacobe, cum sis patre bono et avo ob suam vir-
tutem celebri prognatus, non debes presentí necessi-
calle suspenso, no postrado, á tiempo que Frau-
delio atravesaba por otra poco distante, des-
compuesto, sobresaltado, volviendo muchas ve-
ces atrás el rostro, á manera de fugitivo que
deja cometido delito grande. Cosa maravillosa
es que encerrándose en la avaricia todas las pe-
nas, tenga siempre algún castigo nuevo con que
pagar de contado cualquiera culpa. ¿Quién será
el que cudicie sus bienes con sus pensiones?
¿Cuál juicio entero querrá más la riqueza de
Dionisio con su desconfianza que la pobreza de
Arquímedes con su seguridad? Cuanto mayor
era el cargo que se hacía á la dureza de aquel
ministro de la crueldad, monstruo que se les
fue de las manos á las costumbres, como los
otros á la naturaleza, tanto más escrupuloso
quedó el ofendido de que fuese creíble cerrán-
dole sin testigos. Y para tener con quien cali-
ficarle, se valió de un caballero amigo de los
dos, y le pidió hablase de su parte á Fraudelio
y le dijese que su intento era darle cuenta de
que deseaba pasar á Italia, y de los motivos
que tenía para esperar acomodarse con aquel
viaje, que Uí^varía los dos hijos con que se ha-
llaba en Madrid, con que se quitaría el embara-
zo de su presunción, en que tantas veces habla-
ba, Y esta convenencia y las demás se consi-
guirían dándoles alguna ayuda de costa, y se
contentarían fuese en letra que hubiese de co-
brarse personalmente en Ñapóles, con que se
satisfacían las dudas y quedal a prevenido el
temor de que se convirtiese en otro uso. Ofre-
ció aquel caballero que haría con veras el oficio
que se le encai'gaba. Habló á Fraudelio, que des-
pués de haber oído su embajada respondió ' es-
tas palabras, consultadas con su rancor, dicta-
das de su ateísmo, no en la verdad ajenas de su
sangre: Lo lícito y lo fiel son bienes de los de-
siertos; para las comodidades de la vida civil,
otras prendas solicita la industria. Quien no
tiene brío para usurpar lo ajeno nunca será po-
deroso. El que no se atreve á ser cruel * siempre
tati sucumbere, sed meliora potins aperare; meo pre-
sidio, magna remanet felicitas.
Et propter filiorum virtutes beatus erat, ac conspi-
cuus, nihil enim eis deerat, sed industrii fuere omnes
et generosa quadam fortitudine ac prudentia pricditi.
(Joseph , Aiit., lib., 2 )
Ab hac te infamia vindica, ne videatur ómnibus
plus apud te valere nnus dolor, quam h;\'c tam multa
solatia. (Sénec, Consol, ad JlJart.)
Pudeat animum tot miseriarum victorem, a^gre fe-
rré unum vulnus in corpore tan cicatricoso.
* rrogenies viperarum ¿quomodo potcstis bona lo-
qui, cum sitis mali? Ex abundantia enim cordis os
loquitur. (Mat , cap. 12.)
Unaqua-que enim arbor de fruta suo cognoscitur;
ñeque enim de spinis coUigunt ficus, ñeque de rubo
vindemiant uvam. (Luca'., cap. 6.)
- líevelatur enim ira Dei de cu'lo super omnem
impietatem et injustitiam hominum eovum qui veri-
tatem Dei in injustitia detinent. (raul., JiJjHs. ad
Rom. y cap. 1.)
522
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
vivirá liistimado '. La misericordia es afecto
femenil, condenado en los corazones fuertes,
no permitido en los ánimos estoicos. La propia
tutela tiene el primer lugar en todos derechos.
No se ordena bien la caridad sin este principio.
Forzado descubro un secreto político, no apren-
dido en ninguna lección, hallado en mis expe-
riencias: la mayor materia de estado para con-
servar la buena fortuna ^ es no socorrer á los
necesitados. Por este medio se hacen enemigos,
y tienen los felices contra sí los votos de los
desgraciados, cuyos deseos nunca se cumplen.
Yo estoy menos sobrado que parece; mi her-
mano tiene más de lo que dice, y es el verda-
deramente rico. Heredó el mayorazgo de mi
padre; ha tenido el valor de sus oficios y muy
frecuentes dádivas mías, de que pe olvida
ingrato y yo me acuerdo arrepentido. Si todo
no basta para sus perdiciones ó para sus infor-
tunios, desengáñese y retírese á cuidar de la
muerte. Mucho antes fuera tarde para dejar de
ser niño quien comenzó á ser hombre tan tem-
prano. Casa tiene donde vivirá con autoridad,
aunque pase con limitación. ¿Qué quiere hacer
en la corte ^ afrentando á sus deudos, des-
truyendo á sus hijos? ¡Ahogarme á mí con el
peso de sus adversidades y tener en mi estrago
consuelo de su ruina! El, por la costumbre de
malos sucesos y con la filosofía que profesa,
podrá vivir miserable; yo, que siempre he sido
dichoso y no me precio de tan sabio, moriré en
viéndome desacomodado ó deslucido *. Esos
mozos mal entretenidos y vagabundos, sirvan
al Rey en la guerra, acaben en ella ó pasen
adelante; no con el ocio y el vicio, con el sudor
y la sangre se compren los aumentos. Si pare-
cía conveniente llevarlos á Italia, ahora dos
años pudieron disponer con mucha sobra la
jornada que quieren hacer á mi costa, pensando
que siempre he de estar por fiador de sus des-
órdenes ^. Todo lo que tengo he menester
' Quis ergo nos separabit a charitate Cristi? Tri-
hulatio? an angustia? an fames? an mulitas? an peri-
culum? an persecutio? an g'aiius? Sicut scriptum est.
Etc. (L'aui., JiJpls ad Runí , cap. 8.)
* ¡O plene omni dolo et omni fallatia, fili diaboli,
inimice omnis iustiti;el, non desinis subvertere vias
Doi;iini rectas: ecce maniis Domini super te, et eris
cwcus, non videus solem usque ad tempus. (Act. Apont.,
cap. 13.)
Datus insipientis non erit vtilis tibi ; oculi enim
illius septemplices sunt. Exigua dabit et multa im-
propcrabit, odibilis est homo hujusmodi. {Eceles.,
cap. 20.)
^ Miserere nostri, Domine, miserere nostri, quia
multam repleti sumus despectione. Quia multum re-
pleta est anima nostra opprobiuní abundantibus et
despectiosuperbis. (l's. 122, vers 7.)
* Tu autem cum oleastcr esses, insertus es in illis.
et socius rndicis, et pinguedinis oliu:e factus es, noli
glorian aduersus ramos, (l'aul., Ad Ruin., cap. 11.)
' Avarus non implebitur pecunia, et qui amat divi-
tias fructnm non capiet ex eis. {Éreles., cap. 7.)
para mí, y no me basta. Si me sobrase algo '
ha de ser para este niño, á quien amo y debo
más de lo que se entiende. Confieso por razo-
nable la queja de decirlo antes de tiempo, y
quisiera excusarla, pero privárame de mucho
gusto 2. El efecto ha de ser uno, repitiéndolo
se multiplica el contento, y se deleita la me-
moria hablando en el deseo mientras llega la
ejecución ^. Mi hermano, que sabe tanto de
amor y no le emplea tan bien, perdone este
achaque de mi voluntad ó ejecute en buen hora
las amenazas de averiguar que no somos pa-
rientes. Envolverá en esta venganza mi mayor
lisonja *. ¿Qué principio quisiera yo atribuir-
me que no se me creyera si se ignorara mi na-
cimiento? Las alas de mi ingenio, para no
haberse perdido de vista, ¿han tenido más
peso ' q-ie la humildad de mi linaje? Al alien-
to de mi ánimo ¿quién le ha puesto ceniza, sino
la cortedad de mis pañales? ^ ¿Cuál hermano
segundo de gran señor se ha tratado tan lus-
trosamente por veinte años continuados en la
corte? ¿Quién puede alabarse en ella de que
todos le han conocido siempre caudaloso, siem-
pre crecido? Sólo yo, que, como al Nilo, na-
die me ha visto pequeño '. No han tenido mis
dichas más azar que á mis deudos ; ellos
asombrándolas las escurecen, atendiéndolas las
aojan, encareciéndolas las agüeran. Ninguno
de mis bienes se libra de su cudicia *; la sa-
lud me iuvidian, el sosiego, los pensamientos
y aun los sueños. Estos no sin cansa, que son
los míos iguales á los mayores ^. También se
embaraza mi fantasía durmiendo con imágenes
misteriosas de sol, luna y estrellas, y no las
interpreto esperando la adoración que pueden
' L't insaniat qui fratris imagine veneretur, cor-
pas pulset, ac verberet: itastultum sit amare in adop-
tivis nonien . verum fratrem abdicare aut odisse.
(Plutiirc. in Mural, i
2 Qui sophistice loquitur odibilis est, in omni re
defraudabitur. { EccIcí , cap 37.)
^ Ex ore fatui reprobabitur parábola: non eiiim di-
cit illam in tempore suo. (Eceles., cap. 20.)
•' Abominatio Domini est omnis arrogans; etiam
si manus ad manum fuerit, non est innocens [Piob.,
cap. 16.)
* U.'^que quo exaltabitnr inimicus meus super me?;
réspice et exaudí me. Domine Deus mens. ( Ps. 12,
vers. 3.)
^ Hoc Hcio a principio ex quo positus est homo su-
per terram,quod iaus impiorum brevis sit,et gaudiuui
hipócrita' instar puncti; pañis eius in útero illius ver-
tetur in fel aspidum intrinsecus. Diuitias qtias deuo-
ravit evomet et de ventre illius extrahet eas Deus.
(.Job., cap 20 )
' Expedit magis nrsiv ocurrcre, raptis fittibus.
quam fatuo confidenti in stultitia sua. (Pror.,
cap. 17.)
' Disperdat Dominus vniuersa labia dolosa, et lin-
guam magniloqiiam. (Ps. II, vers. 4.)
9 Odibilis coram Deo est, et hominibus superbia,
et execrabilis omnis iniqnitas gentinra. (Éreles., ca.'
pítulo 10 )
DOÍT LUIS DE ULLOA PEREIRA
523
ellos darme, por pareceriue poca ^ La conclu-
sión desta plática sea que, por ley divina y hu-
mana, es mi primer cuidado mi conservación;
que no tengo de estragarla i-eraediando mise-
rias que destribuye el mayor poder y son for-
zosas en el mundo desde la primera culpa. Que
pienso llegarme cuanto pudiere á los felices, y
huir de los mal afortunados. Que si tengo
alguna obligación á mi hermano y á mis so-
brinos, ó ya sea á Suldino y á sus hijos, está
ciento por uno satisfecha. Que e'l ni ellos no
han de ver jamás nada de mi hacienda '^. Que
se valgan de su induhtria y de su trabajo si
quieren medrar, ó se ajusten á vivir dentro de
su fortuna. Que cuanto yo tuviere ha de ser
para este verdaderamente pariente mío 3; que
lo tengo de decir muchas veces, por tener mu-
chos gustos. Que desprecio cuanto es posible
sus sentimientos y sus quejas, y ojalá resultase
dellas el entenderse que tenemos diferente san-
gre, con que se lograría sin sustos mi felicidad.
Atónito quedó el mensajero de oir la res-
puesta de su demanda, y ayudando su extrañe-
za á que se estampase mejor en su memoria, la
refirió puntualmente á Suldino *, que despue's
de haberle atendido, con semblante quieto y
corazón sosegado dijo: De las razones de Frau-
delio sólo me hace novedad el concierto. Lo
demás tenía prevenido. Esta postrera diligencia
se hizo para esfuerzo de mi queja, no para re-
paro de mi necesidad. Hase conseguido el in-
tento. Quedo presumido de mi razón y de ha-
beros hecho testigo y juez della. Considerad,
señor, de qué alma estará informado ^ quien
saca de entre los hombres la justicia, quien in-
fama la misericordia, quien destierra la cari-
dad, quien alaba el hurto ®, quien cifra toda
la razón de su estado, los misterios de su po-
lítica, en el preceto de no hacer bien. Esta doc-
' Vx qui dicitis mahim bonum et bonum mahiml.
ponentes tenebras lucem et hicem tenebras; ponentes
amaram in dulce et dulce in amarum. V¡\> qui sapien-
tes estis in oculis vestris et coram vobismetipsis pru-
dentes!
Propter hoc, aicut devoi'at stipulam lingna iguis, et
calor ñammai exnrit, sic radix eorum quasi favilla
eritet germen eorum ut pulvisascendet. (Isai., cap. o.)
^ Cor honiinis disponit viam suam ; sed Domlni
est dirigere gresus eius,
Sortes mittuntur in sinu, sed a Domino temperan-
tur. [Prob , cap. 16.)
^' Arenam et salem et massam ferri facilins cst
ferré, quam hominem imprudentem et fatuum et im-
pinm. (Ucclc's., cap. 22.)
■* Justnm et tenacem propositi virum, si fractus
illabitnr orbis impavidum íerient ruiníU. (Horat.,
(0(/. III, lib. 3.)
s Qui sequitur iustitiam et misericordiam, inve-
niet iustitiam et gloriam. iPruh., cap. 2.)
*■ Secundnm autem duritiam tuam thesaurizas tibi
iram in die inc et revelationis iusti iudicii Dei, qui
reddet unicuique secundum opera eius (Paul., ad
Jlom., cap. 2.)
autobiografías y memorias.— 44
trina infusa del Lucifer, no pronunciada de nin-
gún sectario, pudiera yo haber penetrado en
Fraudelio, advirtiendo que en el mucho tiempo
que anduvimos juntos ^, jamás le vi dar limos-
na. Atribuíalo de ordinario á descuido, alguna
vez á miseria, nunca entendí que tenía la mali-
cia tan honda raíz. Creo que su hacienda será
menos de lo que se entiende, y que le faltará
mucho para satisfacer á sus acreedores ^.
Con cualquier Dios que conozca, en cual-
quier ley que profese, se hallará obligado á la
restitución y vendrá á parar la herencia que
soleniza en el gusto de haber hablado en ella.
Haga cuantas veces quisiere esta lisonja á su
amor, si le parece que agasaja con ella la ino-
cencia del niño, la memoria de la madre, la
bondad del marido ''. Las prendas aventajadas
en que mis hijos compiten (dígase sin agravio
de la modestia de padre), no las puede des-
lustrar su calumnia ; los aplausos con que con-
fiesan todos por el mejor al que primero en-
cuentran, no los puede ahogar su cizaña. Ko
nacieron en su confianza, no se criaron con su
ayuda, vivirán sin el *. El servicio del Rey á
que les incita, ¿con qué socorros se le ha faci-
litado? ¿Conque ejemplos se le ha persuadido?
¿Daránles alientos los depósitos que ha hecho
para cuando se partan, ó causaránles emulación
las banderas que ha colgado por testigos de sus
victorias? ^ Si dentro de su ruin natural se
le ha parecido la fortuna, si se ha visto siem-
pre tan grande, tan caudaloso como blasona,
sin haberle costado una resistencia de su mala
inclinación, ¿cómo acusa el ocio sin empacho
y no se avergüenza de señalar por precio de los
aumentos la sangre y el sudor? '' ¿Qué más
es esto que reírse los estropeados de los ágiles?
¿burlarse los etíopes de la color de los alema-
nes? ¿quejarse los Gracos de la sedición? Yo,
* Elemosyna viri quasi signaculum cum ipso et
gratiam hominis quasi pupillam conservabit. {Eceles.,
cap. 17.)
- Nenio qui rapit moriens (si habet vnde reddat)
salvatur, si eos quorum fuit invenire non potest et
ecclesiiv vel pauperibus tribuat. (D. Hieron., in Libro
Leuit )
'" Gentis atque familiiv, non rainns quam arbo-
ris generositas. ex frnctuum probitate cognoscitur et
ex virtutis su;v mérito diligitur. (Socr , Apud títob.)
■* Noctu ambulabat in publico Tbemistocles, quod
somnum capere non posse; quivrentibusque respon-
debat: Miltiadis tropheis se e somno suscitar!. (Cicer.,
Tuscida. 4 )
^ Tropter quod inexcusabilis es ¡oh homo! omnis
qui judicas; in quo enim judicas alterum, te ipsum
condemnas. Eadem enim agis quiv indicas; existimas
autem hoc, ¡oh homo! omnis qui indicas eos qui talia'
agunt, et facis ea, quia tu cft'ugies iuditium Dei?
(l'aul., íid Rom., 2.)
" Tamdiu quis peccata sua, quaj nosse et tlcre
debet ignorat, qnamdiu curióse aliena considerat,
quod si mores suos ad se ipsum conuersus aspiciat,
non requirit quod in alus reprebendat, sed in se ipso
quod Ingeat. (Prob., de Vita. Com.)
524
autobiografías y memorias
para lo que me resta de vida, sabré entender-
me conmigo, reconociendo lo que me va en acer-
tar á morir bien. No necesito de sus documen-
tos para mi retiro ' ; primero le creeré cris-
tiano que le admita consejero. Aceto en duda
la licencia que me da para romper el gran se-
creto que introdujo la piedad de mi madre y
yo he tolerado tanto tiempo, de cuya verdad
aun 2 viven testigos si hubiera de reducir á
información; pero la infalible probanza en este
caso se contesta con sus señas, se fulmina con
sus costumbi'es. Ningún Dovalle se ha visto
rubio •\ ninguno calvo, ninguno de trabada
pronunciación, ninguno mentiroso, ninguno
miserable, ninguno mal quisto. Ignoro los mo-
tivos de su desvanecimiento que le obligan á
tener en poco el origen que se le atribuye. De
mí sé que heredé las casas antiguas de mis pa-
dres, que sucedí en lo que fueron ellos *, que
no quiero ser más, contento con esta nobleza.
El si no quiere ser hermano mío diga quién es,
revélenos los fundamentos de su presunción.
Por aquel tiempo.no fue en nuestra tierra
emperador alguno á quien pueda prohijarse"'';
los dioses vanos Júpiter y Marte, de quien se
presumieron hijos Alejandro y Rómulo, tiene
por fabulosos nuestra religión. Dentro nació
de los umbrales de mi casa; allí no pudo tener
mejores padres que los míos; peores ® ya se-
ría posible; esto para su tiempo. Las demás
vanidades de su delirio, más merecen risa que
respuesta; desembarácese de la contemplación
de su dinero, que le ensordece para no oir los
silbos del pueblo; líbrese "^ de la ignorancia
que le ciega para no ver que cada lucimiento
suyo es una infamia, cada ostentación un es-
cándalo, y conocerá la invidia que puede te-
' Nec Cíecum ducem ñeque auientem consultorem.
Iii acquirendis consiliis plurimnra valet vitre pro-
bitas, quis enim in coeno fontem requirat. ¿Qwia de
túrbida aqua potuní petat? Quis vtilem iiidicet cauB;Ví
aliena', quem videt inutilem vit;v! sua;. cuius animuin
voluptates ocupant, libido divincit, avaritia subiugat,
cupiditas perturbat.' (1). Amb., De ojie, lib. 2.)
* Qui interfuere, nuiíc quoque memorant, post
qurtm nullum mendatio pretiuni. (Tac, líis , 5.";
5 Non est ethiopis inter suos insignitus color, nec
rufus apud Britaiios. Vtrumque decet; nihil in uno
iudicabis notabile, aut fa'dum, quod genti sua; publi-
cum est (Sénec , De ira., lib,, 3.)
' Hic egregiis maioribus ortus est, qualiscumque
est sub vmbra suoruní lateat (Sénec, Bcnef., á.)
Vt loca sórdida rcpercussu solis illiistrr.ntur, ita
inertes inaiorum suorum luce respleudeant. (Sénec,
Ihid.)
" Non est quod te isti decipiant qui cum maiores
suos i-ecenserint ubicuniqne defecit nomen illustre
illico deum fingunt. (Sénec, De beiief., lib. 3 )
* Ñeque enim ulli niagis abjiciunt ánimos quam-
qui improlie tolJunt, (Sénec. Ihid )
' Et collirio inunge oculos tuos ut videas. quia di-
cis, quod di?es sum et locupletatus et uulliue egeo;
et nescis quia tu es mieerabilis, et pauper, et Cfecus,
et nudus. {Apocalip., cap. 3.)
nerse de salud sobre * cincuenta y dos años,
de sosiego sobre mala conciencia, de pensamien-
tos sobre mala fe, de sueños sobre mala fama.
Yo tengo obligación de saber y de haber ense-
ñado ,á mis hijos ^ que sólo es rico el que
no tiene nada ajeno. Que sólo es bien aventu-
rado el justo. Que Dios nos desengaña de lo
poco que montan los bienes desta vida, dándo^
los á los peores ^. Que son muy infelices los
muy dichosos en ella, porque no los favorece
su providencia; desconfía dellos *. Alumbrados
destos avisos miramos sus prosperidades como
el vulgo la representación de algún tirano cuyos .
buenos sucesos atiende gustoso, porque sabe
que á lo último de la fábula le espera en los
verdugos el tormento, en las fieras el sepul-
cro. Ya él se halla en el tercer acto de la vida.
Aquel gran autor, maestro de las artes y de las
ciencias, no quebrará las leyes de la tragedia ^,
y en sus postrimerías entenderemos por qué
habían sido tan largas y tan prósperas las dos
primeras jornadas. Con esta esperanza, con
esta fe, vea lo que juzgaremos de su felicidad,
lo que merecerá de nuestra envidia. Hasta aquí®
Suldino. Y el que confuso y admirado le aten-
día, mostrando inclinarse á su razón, excusó el
peligro de hacer juicio declarado entre litigan-
tes hermanos y se despidió triste de no dejar-
los amigos. Bien se pudiera con poco artificio
hacer más verisímil ' lo que resta deste su-
ceso; pero ha sido el intento de quien le escri-
be referirle como pasó, sin decir nada incierto,
dejando que obre por sí sola la fuerza de la
verdad sin ningún auxilio del arte ^. Para
los casos ocultos donde no puede llegar la evi-
' Qutc est enin vita vestra? Vapor est ad modicum
parens, et deinceps exterminabitur. (lacob., Epig.,
cap. 4.)
^ Bona est substancia cui non est peccatum in
conscientia (Ecrlex.)
3 Bonua tune habebia tuum cum intelliges infeli-
cissimos esse felices. (Sénec, Epis., 123 )
* Nemo ex istis quos purpnratos vides l'elix est,
non niagis quam ex illis quilms nceptrum etclamydeni
in scffina fábula; assignant, cum presente populo elati
inceserunt, et cothurnati simul exierunt ; excalcean-
turetad staturam suam rederunt. (Sénec, E/Jix., 76.)
* Ecce ipsi peccatores et abundantes in sa?culo
obtinueiunt divitias. Existimabam vt cognoscerem
hoc. Labor est ante me doñee intrem in sautnarium
Del et intelligam in novissimis eorum. (Fs., 72.)
. Agite nunc diuites, plorate ululantes iu niiseriis
vestris quíü aduenient vobis. (lacobi, Epi.i., cap. ñ.)
8 En el ms.: Hasta que.
' Maior rerum inihi iiascitur orio, maius opus
moveo. ( Virg., Eneid , 7.)
8 Inditia certa quiíí iure non respuniitur. non
minorem probationis. quam instrumenta, continent
fidem. {Le.v indic. Cod., De reir/ndica/ion.e.)
Amisfíis instrumentis sine dubio cater.i ¡¡robatio-
num inditia iure prodita non habcntur irrita. {Lex
cu/n citra fidem. ('od. De rei vindieatioiie.)
Ubi falsi examen inciderit tum acérrima fiat indago
argumentis, testibus, seripturis, aliisque vestigiis ve-
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA
525
dencia, dan paso las conjeturas, que si se sacan
de razones fuertes hacen más te que los testi-
gos, porque persuaden el entendimiento, libres
de las taclias que puede ocasionar la pasión.
Quedan señalados por indicios para crédito de
lo que se ha de referir, en el nacimiento de
Fraudelio, las señas de su persona, los resabios
en sus procedimientos á las costumbres de In-
galaterra y Genova; el olvido y desprecio de la
casa que ha tenido por de sus padres; el des-
amor ó el odio á todos los de su apellido y fa-
milia; los tiros y malos oficios c^ue ha hecho á
Suldino; lo que le han congojado sus buenas
obras, siendo siempi-e más agradables las que
se reciben sobre la obligación del mayor paren-
tesco; su condición diferente y opuesta en todo
á los que se creyeron hermanos suyos, siendo
cierto que en él conocerán todos * la ignorancia
de cuanto no fuere vulgar, la falsedad, la cudí-
cia, la miseria, la soberbia, la ira y otros vicios
tan unidos que apenas dan lugar por donde pue-
da mostrarse luz de alguna virtud. En Suldi-
no confesaron hasta sus enemigos el ingenio
grande, la noticia universal de todas buenas
letras, la condición apacible, la intención sen-
cilla, el trato fiel y otras prendas de estimación
que le hicieron bien quisto en su tierra y en las
demás partes donde vivió y gobernó, y cjue ven-
cieron sin dificultad los defectos ^ forzosos y
vinculados á la imperfección de nuestra natu-
raleza (donde además de la vecindad y paren-
tesco que tienen los extremos de las virtudes
con los principios de los vicios), en las calida-
des c[ue causan las inclinaciones, se constituye
xma mezcla inseparable, con que se enlazan el
bien y el mal; de manera que apenas se hallará
liberal sin ambición, moderado sin cudicia, apa-
cible que sea casto, continente que no sea
cruel '. Motivo grande para que sin agravio
ritatis. {Lex uhifalsi., 22 Cod. ad Ugeni Jidiam de
falsis)
Proprie et veré res, tantum probantur rationibus et
argumentis necesítate naturiv; infalibili, ut positis par-
tibus aequitur votum, testimonio autem non necessa-
rio qviia potest, testia, scriptura, mentiri errare, &.
(Dónelas.)
Argnmentum est ratio quai rei dubi;\í prastat fidem.
(Quintil., Inst. I ib, 5., cap. 10.)
' Superbns et arrogans vocatur indoctus. {Pro-
verbios, 21.)
Arrogantiam et superbiam ego detestor {Prov., 8.)
* Non est enim homo iustus in térra qui faciat
bonnm et non peccet. {Ecclea., cap. 7.)
¿Quis potest dicere mundum est cor meum, puras
sum a peccato? (Pror., cap. 20.)
Niliil .simplici in genere ómnibus ex partibus natura
expolinit perfectum , itaqne taniqnam ca'teris non
sit habitura qnod largiatur, si vni cuneta concesíerit,
alind alii cominodi, aliquo adiuncto in commodo nii-
meratur (Cicer., Tniient Orut)
5 Quomodo miseretur pater Iilioruní, misertus est
Dominas, timentibus se, quoniam ipse cognovit fig-
mentum nostrum. (Ps. 102, vers. 14.)
de la justicia, esté siempre muy de nuestra
parte la misericordia. Y por esforzar esta últi-
ma presunción y dejar excluido cuanto puede
imaginarse para creer que naciesen de unos
mismos padres hombres tan diferentes, ha pa-
recido consagrar una parte destas relaciones á
la memoria de Bonifacio Dovalle, digna de ma-
yor monumento '. Fue hv-^rmano segundo de
Suldino; nació el año de mil y quinientos y
ochenta y ocho, víspera de San Andrés. Tuvo
poca dicha en el primer alimento; enfermeda-
des y otros accidentes de las amas que le die-
ron leche, obligaron á que le mudasen muchas,
de que resultó criarse desmedrado y enfermizo.
No debió mucho cariño á sus padres, ó porque
cuerdamente se recelaron de poner el amor eu
lo que parecía poco durable, ó porque le estorbó
para solicitarle con los donaires de la niñez la
tristeza que ocasionaban sus achaques. Pasó
con ellos la infancia, y adelante convaleció,
dando muestras de natural robusto. Comenzó
el ejercicio de las primeras letras, á que se apli-
caba mal, y del todo se dio por rendido á la
entrada de la lengua latina, pareciéndole impo-
sible penetrar lo prolijo de aquellos rudimentos.
Halláronle muchas veces llorando á solas, afli-
gido de que no podía obedecer á su hermano
siguiendo el camino por donde le guiaba. En
sabiéndolo él se conformó con que le mudase ^
y trató de que aprendiese todo lo necesario
para la profesión de la milicia, en que se vio
trocada maravillosamente su rudeza, pasando
al mayor extremo de prontitud, porque en el
manejo de los caballos, en la lucha, en el salto,
en la carrera, ni en las demás agilidades de
fuerza y ligereza •*, no le ganó nadie de mu-
chos que contendieron con él.
Aventajóse particularmente en la destreza de
las armas, que ejercitaba con bizarría y enten-
día con fundamento, hallando fáciles las más
sutiles proposiciones de la Geometría y Arit-
mética quien se había embarazado con los pre-
ceptos de la Gramática. ¡Tanto puede la incli-
nación! ^. Era grande el amor que tenía á su
* Poma quadam suauiter acerba sunt et in vino
nimium veteri delectat, et ipsa amaritudo; sic ami-
corum defunctorum memoria, mordet animnm, sed
non siiie voliiptate. (Séneca.)
' Paucos viros fortes natura procreat; bona insti-
tntione piares reddit industria.
Militum quibus arma gerenda sunt, corpas exerci-
tatum esse oportet. non solum atbletice. verum etiam
militariter, nam athletiv tantum hoc agunt vt corpore
sint robusto, at militcm oportet csse corpas habere ex-
peditum et agüe. (Plutar.)
■' Fortissimus esse oportet qui fortissimus vincit.
(Tucid., ], (i.)
' (^ui íratribus prjeteritis alios amicos aciinirunt
iis assimilandi vidcntur qui relicto suo agro colunt
alienum. (Dion Crysos.)
526
autobiografías y memorias
hermano ^ y mayor el respeto. Sólo para lo
forzoso se sentaba en su presencia; nunca se
cubría; solía decir que quisiera ser más, porque
no pareciera mucha la sumisión que hacía á su
hermano, en que sólo tenía vanidad. El se lo
pagaba con igual amor y estimación '^, y así
juntaban la fuerza de verdaderos amigos á la
obligación de buenos hermanos "*, no habien-
do entre los dos pensamiento que no fuese
común, caudal que fuese propio. Parecíale á
Bonifacio que la hacienda de su hermano nece-
sitaba de socorro muy relevante para tomar
estado, y por esto sintió mucho que se casase
con su prima hasta que fue su cuñada. Luego
trocó aquellos nombres en los de hermano y
galán; inventaba y prevenía en todas las oca-
siones cuanto podía ser á propósito para su
agasajo, levantando antojos en sus preñados,
gustos en sus fiestas, para tener ocasión de
hacer lisonjas á su regalo y aliño. Bien dife-
rente *, como en todo, de Fraudelio, que ha
procurado siempre concurrir con las causas de
los martirios desta inocente señora, alegrándose
de verla padecer; agravio que si no alcanzare
venganza en esta vida, tiene en otra segura la
satisfación.
Pasaron con esta conformidad y gusto hasta
que Bonifacio cumplió veinte años y comenzó
á inquietarle el deseo de levantar su casa ^, fin
que hace tolerables los mayores afanes de la
vida, y con que se mueven á experimentar los
mayores peligros en ella todos los humanos.
Sentía Suldino entrañablemente que se ausen-
tase; no le parecía posible vivir sin su hermano;
él atropellaba todas las contradiciones del gus-
to, llevado de su obligación y de los ejem-
plos de ocho hermanos de su padre y abuelos,
que murieron sirviendo al Rey en la guerra, y
todos tuvieron encomiendas en las órdenes mi-
litares, que de aque'l tiempo puede referirse por
calidad. Hallábase más poblada esta provincia.
' Ernbescant elati ubi credunt locuní habere su-
perbiam, cum ca'lum et terram ab liumilitate videaiit
occnpatani. (Casiodor.)
* Non ita vixerunt Strophio atque Agamennone
nati; non ha;c Agide, Ferithoique fides, quos prior
est mirata, sequens mirabitur ¡utas, in quorum plausus
tota theatra sonant.
5 Velle ac noUe ambobus ídem sptiataqne licto mens
aivo, ac parvis di ves concordia rebus. {Sili., 9.)
* Qui despicit pauperem exprobrat factori eius, et,
qui ruina hutatur alterius, non. erit impuuitus {Prov.,
cap. 17.)
^ Licuit esse otioso Temisthocles, licuit Epami-
nondae, sed neacio quo modo inheret mentibus, quasi
síECulorum quoddam auguriun futurorum; quo quidem
demto, quis tam esset amens, qui semper in laboribus
et periculis viveret? (Cicor.. Tuse., ] .)
Ex ómnibus premiis virtutis, amplissimum est pric-
mium gloriaj, quai vitas breuitatem posteritatis memo-
ria consolatnr: qu.B efficit vt absentes adsimus, mor-
tui vivamus, eius gradibas etiam homine? in co;lum
videntur ascenderé. (Cicer., Pro. Milone.')
Eran muchos los que se ofrecían á servir volun-
tariamente; no tenían los Reyes necesidad de
solicitar soldados, ni era forzoso premiar á tan-
tos. Estimábanse más los honores, porque se
alcanzaban con dificultad. Salió Bonifacio de su
tierra el año de seiscientos y diez, dejando con
general sentimiento de su partida á todos los
de aquella ciudad donde fue tan querido v
deseado, como después en la corte y en los
ejércitos, siendo en la parte de hacer amigos
tan favorable su estrella que puede decirse i<or
encarecimiento que no ha solicitado Fraudelií)
tantos odios como Bonifacio inclinó voluntades.
Detúvose en Madrid pretendiendo, hasta que
se le hizo merced de doce escudos de ventaja en
consideración de los servicios de sus pasadas.
Comenzó á servir en la galeras de [ííápules]
siendo general el Marqués de Santa Cruz, qxie
le favorecía con reconocimiento de obligacio-
nes. Hallóse en la jornada de los Querquenes,
el año de 1612 y en la resistencia que hicie-
ron los alarbes recibió dos heridas de peligro.
Pasó á Ñapóles y de allí á Lombardía, con el
tercio de españoles que llevó Don Pedro Sar-
miento. Hallóse en todas las guerras del Fia-
monte, siendo Generales el Marqués de la Hino-
josa, el de Villaf ranea y el Duque de Feria. En
la ocasión que mataron á Don Sancho de Luna,
le retiraron ^ con muchas heridas por muerto.
En los sitios de Verseli, Asti y Onella hizo
servicios muy particulares, y en todo lo que se
ofreció en su tiempo fue de los que más se se-
ñalaron. Los trabajos de las campañas, las he-
ridas y otros excesos le gastaron mucho la sa-
lud, bien que nunca se excusó por los achaques
de ninguna obligación de su cargo. Estando
alojado en Mortara, encontró en Milán á xin
capitán de caballos de su patria, y muy de su
obligación, que le llevó á su casa y le tuvo en
ella algunos meses cuidando de su salud con
mucho regalo. Recibía por este tiempo conti-
nuas cartas de su hermano, y en todas iban
grandes quejas de las sinrazones de Fraude •
lio '"^ (de quien jamás tuvo letra, ni señal de
memoria).
Sentía Bonifacio en el alma leerlas y comu-
nicábalas con su camarada, que procui.iba di-
vertirle siempre con palabras oscuras que pro-
metían algún misterio.
Hasta que hallándole un día muy triste, y
preguntándole la ocasión, le mostró una carta
que acaba [ba] de recibir de España, en que su
' Difñcile est militem invenire cui ad senectaní
vsque omnia bene sucesserint, nisi timidus sit. (Apo-
lod., in Aphnn.)
2 Oblivisci quidem suorum ac memoriam corpo-
ribas ei'ferre est effussisiraa; ferie; merainisse parcissi-
me, inhumani est animi: sic aues, sic f env suos dili-
gunt, quarum concitatus amor et pene rapidus, sed
í cum amissis totus extinguitur. (Sénec, Epis., 100.)
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA
527
hermano le encarecía mucho las causas de senti-
miento que tenía de Fraudelio, y señalaba algu-
nas muy notables ^. Parecióle al Capitán que
no cumplía con las leyes de la amistad, ni con
la religión del hospedaje, encubriendo más lo
que podía ser de algún alivio á Bonifacio. Le
dijo: Paréceme, amigo y señor mío, que lo
más tívo de vuestro cuidado es el honroso do-
lor <jue os aflige ^ de que en vuestro linaje y
de vuestros padres haya nacido un hombre de
tan mal proceder que sea forzoso avergonzaros
de llamarle hermano, Y porque os consoléis en
esta parte ^ con el desengaño de que Frau-
delio hace lo que debe á quién es, quiero deci-
ros lo que os causará maravilla. Y levantán-
dose á reconocer si podría hablar seguramente,
echó la llave á la puerta, y quedando solos y
cerrados ^ prosiguió: Criéme, como sabéis, en
casa de vuestro padre, sirviéndole de paje; lle-
vóme á Madrid cuando fue á servir una pro-
curación de Cortes que tocó á cierto señor pa-
riente suyo, y se la dio graciosamente (no va-
lían entonces tanto estos oficios , y estaban
para poder mostrarse más liberales los señores).
Repartiéronle de aposento la casa de una se-
ñora principal y viuda, que tenía una hija sola,
hermosa y discreta, todo en extremo. Viola
vuestro padre, aficionóse á ella, y por medio de
la ama que la había criado (y ordinariamente
quedan obligadas á semejantes confidencias), se
correspondieron y antes que llegase á imagi-
narse se casaron. Sintió vuestro abuelo este
suceso como fin y pérdida de sus esperanzas.
Hallábase casado muy calificadamente; su mu-
jer por su padre era sobrina da un gran señor,
por su madre de un Príncipe de la Iglesia. Tenía
muy desempeñado su mayorazgo, y una gruesa
encomienda en la orden de Santiago. Su her-
mano segundo había entrado en otra, en edad
que podía esperar gran puesto en la religión de
San Juan. Otro hermano. Canónigo de Toledo,
con cuantiosos beneficios y muchos dineros aho-
rrados. Todos tenían los ojos en vuestro padre,
esperando con su casamiento adelantar mucho
su casa, no inferior entonces á ninguna de mu-
chas de su lugar que brevemente consiguieron
títulos y crecieron en hacienda. "No se atrevió
vuestro padre á ponerse delante del suyo. Que-
dóse en Madrid, donde tuvo dos hijos : Antonio
* Cuneta prius tentanda sed immedicabile vnlnus
ense recidendum est, ne pars sincera trahatur. (Ovid.,
Met., 1.)
^ Sicut arbor in frutu cognoscitur, et fructus per
arborem demonstratur, sic parantes cognoscentur in
filiis; ñlii per parentes. (D. Chrysos.)
5 Nulla sapientia naturalia corporia aut animi
vi tía deponuiitur; quidquid infixum et ingenitum est,
lenitur arte, non vincitur. (Sénec, JDe Ira.)
* Quaniquam aninms nieminiase horret hictuque
refugit, incipiam. (Virg., Eneid., 2.) •
y Fernando. Murió el uno en haciéndose cris-
tiano y el otro antes de acortar las mantillas.
Vivió vuestro abuelo hasta el año de ochenta,
y en su mujer se acrecentó la tristeza y el luto
con la falta de Rogerio, su hijo el menor y el
más querido, que murió peleando en las galeras
de Malta poco después de haber costado siete
mil ducados su rescate de Argel, donde estuvo
cautivo en la ocasión que también lo fue Don
Antonio de Toledo (después Conde de Alba),
Francisco de Valencia, bailio de Lora y otros
caballeros de importancia . Invió á llamar á su
hijo, desengañada de que su yerro había sido
solo en hacienda. Prevínose el viaje brevemen-
te ; partió de Madrid con vuestra madre, y entre
otros criados trujo un lacayo, llamado Amaro
Carlhet , de nacimiento inglés, de profesión
soldado, que tiró sueldo de los que en Francia
llaman hugonotes, en las guerras civiles de
aquel reino. Y aunque se sospechaba que creía
de la seta de Calvino, las opiniones de Eco-
lampadio, lo disimulaba, sin darlo á entender,
viviendo como católico. Era su mujer ginovesa,
y por no se saber su apellido y haberse valido
de lavar paños para ganar el sustento, la lla-
maban comúnmente Julia Lavandera. Estuvo
vuestro padre sin hijos, hasta que el año de
ochenta y siete nació Suldino, vos el siguiente,
entrambos malsanos y con pocas esperanzas de
logro. Hallábase quejoso de que no se le hubie-
se hecho merced considerable habiendo servido
en dos Cortes continuadas, las referidas y las
siguientes, que le tocaron por oficio suyo, en
que fue jurado Filipe III, por el fin del año
de ochenta y cuatro . Volvió á Madrid á solici-
tar sus pretensiones, dejó á vuestra madre con
sospechas de preñado; fuele sirviendo Amaro
de repostero; quedó su mujer preñada también,
y fueron los partos tan de un tiempo que sólo
se llevaron seis días, en que se anticipó Julia,
que parió dos hijos. Pareció á propósito para
criar á vuestro hermano, y la primera noche
que se le entregaron le ahogó, desgraciada-
mente, sin saberse por cuál descuido del sueño.
Comenzaba vuestra madre los extremos de sen-
timiento debidos á este desastre, y atajólos el
consejo de una criada muy querida suya que
la persuadió ^ excusase aquella pena á su ma-
rido, poniendo en lugar del niño muerto uno
de los hijos de Julia. Parecióla bueno y posible
el engaño, porque cuando se trataba ^ no ha-
liían despertado las demás criadas que dormían
muy aparte y sólo las tres sabían la desdicha ^.
Trocáronse los niños con brevedad y silencio,
' Hoc pra'texit nomine culpam. (Virg. Eneid., 4.)
- Gatera per térras omnes animalia somno laxabant
curas, et corda oblita laborum. (Virg., Eneid., i.)
5 Ule diea primus leti, priniusque malorum cansa
fuit. (Virg., Eneid., 4 )
528
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
Díjose que había muerto el mayor de los hijos
de Amaro (que en el nacimiento llevó al otro
pocos minutos), y confirmóse en lo demás la feli-
cidad del secreto, cayendo mala la madre el mis-
mo día de un dolor de costado que la mató al
seteno, Al hijo que dejó por suyo, pusieron el
nombre del padre; el prohijado se llamó Frau-
delio. Trasluciéronse luego notables siniestros
en su condición brava y terrible; achacábanse
todos á la dureza del ama que le criaba (si-
guiendo la opinión de los que piensan que pue-
de algo la leche en las inclinaciones). Era esta
mujer tan feroz que por una ocasión liviana
que le dio un zapatero oficial de su marido, le
mató sin más armas que las manos.
Apostaban el niño y ella en crueldad: él cuan-
do tomaba los pechos la tiraba dellos tan recio
que se los arrancaba; ella para que los soltase
le metía las uñas por la garganta tan bárbara-
mente que le hizo una llaga, de que estuvo para
morirse, porque encubriéndola con cuidado tar-
dó en remediarse.
Era ya de seis meses cuando volvió vuestro
padre; alegróse en extremo de verle tan lucido
y despejado, y por la falta de salud de los her-
manos juzgó que sería el sucesor de su casa, sin
advertir la diferencia que en todo estaba des-
cubriendo con claridad el engaño. En vuestra
madre sostituyó el amor de su elección todo el
poder de la naturaleza, lío se hallaba un punto
sin Fraudelio. Decía que le quitaba los pesares
y apenas le dejaba de los brazos; él la pagaba
los halagos y los besos con golpes y mordedu-
ras, de que continuamente andaba señalada. Ad-
mirábanse todos de ver tanta fiereza en aquella
niñez, y entre otras cosas que se advirtieron en
ella fue notable que trayéndole con otros jugue-
tes (para acallarle) un retrato pequeño de vues-
tro padre, le arrojó en el suelo con tal furia
que causó admiración ver que hubiese tenido
fuerza para tirarle tan lejos. Acertó á estar pre-
sente un Religioso, aficionado á las vanidades
de la astrología, y dijo ^ que aquel niño había
de ser causa de que se asolase su casa, ó por el
desamparo ó con la persecución , y replicándole
á ello, respondió que no haber hecho caso de
un agüero semejante en la crianza de Moi-
sés ^ costó bien caro á los gitanos, y con
esta ocasión hizo un juicio de su nacimiento,
en que se señalaron grandes felicidades de ri-
queza y manejo de dineros, pero sangriento y
* Sed non augurio potuit depellere pesteni. (Virg ,
Quíc fato nianent quamvis significata non vitan-
tur. (Tácit , jB'/.v/;., ].)
=* Mosses vero, capiti paeriliter detractum, pro-
labi in humuní passus, pedibus etiam calcabit. Id
quüd niox oniino.-,uni est visiim et regiio nihil boni
portendere; moxque ille sacrorum scriba qui natiui-
tatem ems .áCgypto cladem allaturam predixerant, oc-
desdichado fin. Este papel, con otro en que
vuestra madre, escrupulosa, hizo declaración de
los padres de Fraudelio por si llegase el caso
de suceder en el mayorazgo de su marido, cum-
pliendo de su parte con lo que pudo, guarda
hoy una Religiosa descalza que fue criada suya.
Entristeciéronse mucho vuestros padres con la
figura del niño, congojándose desde luego por
el fin sangriento que le amenazaba, y les con-
solaron personas cuerdas que tienen por ridícu-
los estos pronósticos, y desengañóles de que
no hubo misterio en tirar el retrato \ ver en
otras muchas ocasiones que por instinto natu-
ral aquel niño aborrecía las imágenes, de ma-
nera que en llegándole alguna daba gritos, se
tapaba los ojos, la escupía y la arrojaba, y sien-
do de materia débil la rompía. Fue creciendo,
y con la edad el coraje, las maldiciones y los
i-eniegos. Los m.uchachos de su tiempo no ve-
nían á jugar con él, sino á verle haciéndole co-
rro, como á las fieras que se crían domésticas
y se atan para seguridad. Ninguno le conocía
por Fraudelio ^, y aunque muchos le pusie-
ron Roberto (por haber oído las diabluras de
otro deste nombre), todos le llamaban hereje,
sin saber por qué. Lo deaiás de su crianza y
de su condición y proceder después de adulto
sabéis vos, y no ignora Suldino lo que yo he
referido, porque vuestra madre, reconociendo lo
que se adelantó en él la lumbre natural y el
nso de la razón, le trataba como á hombre, y le
comunicó este caso que á mí me dijo la secre-
taria del, con quien quise cas.^'.-me, y por su
muerte se desbarató el intento y se trocó todo
el camino de mi vida. Admiróme mucho de que
vuestro hermano os haya callado negocio tan
importante. El debe saber el fin con que le ha
hecho. Yo he querido decíroslo, para que estéis
advertido en lo que puede suceder y obréis en
ello desengañado.
No quedó Bonifacio con tanta admiración
dcsta noticia como de la memoria de su cegue-
dad, considerando los muchos sucesos y seña-
les en que pudiera haber conocido el caso de que
tan tarde se informaba. Y en la verdad, cuan-
cidere puerum volebat, vociferana: Rex, puer iste per
cuius necem, nobis securitatem Deus pollicetur, vati-
ciniuní iam confirmauit insultando tuo regno et dia-
dema calcando; hoc interempto tam ^Egiptiis metum
quam Hebrivis spem et ñduciam, adime (Joseph., De
Antiq., lib. 2, 6ó.)
' Omiiis natura artificiosa est, et habet quasi vim
quaudam, et sectam quam sequatur. (Cicer., JDe IVat.
áfvr , 2.)
— Pietate adversus Déos sublata, fides etiam et so-
cietas humaui generis, et vna excellentisima virtus,
iusticia tollatur nccesse est. (Cicer., De Nat. deor.,
lib. 1.)
' U clementissima pictas ! quaj non sua desinit
largiri beneficia non solum ubi nullum invenit meri-
tum, sed plurimum etiam vbi totum videtur contra-
rium. (D. Greg., Mor.')
DON LUIS DE ÜLLOA PEREIRA
529
do no hubiera argumentos n¡ testigos para sa-
berse los padres de Fz'audelio, bastara a quitar
toda duda lo parecido de los dos hermanos, que
fue cou el mayor extremo y más raras y mila-
grosas ciiTunstancias que jamás se han oído.
Criáronse y crecieron Amaro y Fraudelio, tan
semejantes en el rostro, en el cuerpo, en el aire,
en el habla, en las acciones, que sólo se cono-
cían por los vestidos, aunque estuviesen juntos;
apartados y desnudos, nadie sabía con cuál ha-
blaba. Venían á ver al uno personas que de or-
dinario le trataban; metíase por burla el otro
en su cama, y después de haber estado con él
gran rato hablando y respondiendo, ni en la
voz, ni en los ademanes, ni en todo lo demás
que pudiera advertirse, nunca hubo quien per-
cibiese la diferencia. Estaban tristes ó alegres
á un mismo tiempo, enfermaban y sanaban jun-
tos. Averiguóse que reían y lloraban en corres-
pondencia estando ausentes, aunque el uno no
tuviese ocasión. Verificóse en ellos, finalmente,
todo lo maravilloso que se ha dicho de los her-
manos de un parto, y fue sobre lo demás pro-
digioso un suceso no leído en ninguna, magia
natural, no imaginado de ningún físico (quien
le escribe verdadero con temor, por increíble,
no tuviera osadía para inventarle). Teniendo
estos muchachos doce ó trece años, se usaban
en su tierra unas batallas entre los dé su edad
que llamaban pedreas. Desafiábanse tantos á
tantos los diferentes barrios ó escuelas. Juntá-
banse cincuenta ó ciento de cada parte, y en el
campo ó en la calle más desembarazada se re-
tiraban, hiriéndose muchos y matándose algu-
no, sin que la justicia ni la razón pudiese me-
terlos en paz, hasta que se les acababa el día ó
el coraje. En una guerrilla destas recibió Ama-
ro un golpe grande de una piedra en el brazo
derecho, y en aquel instante sintió Fraudelio
tan gran dolor en el suyo que comenzó á que-
jarse á voces y no le pudo alzar ni mover. Fue
mejorando como se fue curando la herida del
hermano, y sanaron en un día. Deste rarísimo
suceso fueron testigos todos los vecinos de una
ciudad; ya pocos se acordarán del; ninguno le
advirtió entonces. Tenerle por casual hizo me-
nor la maravilla *; la causa verdadera della,
como los demás secretos grandes que en res-
peto de la naturaleza retiró su autor de la noti-
cia de los hombres, se ignora aunque se dispu-
ta. Y por la opinión más razonable se atribuye
á la conformidad de temperamentos que engen-
' Non est enim tibí necessarium ea. quoe absóon-
dita sunt vMere ociilis tir'.;; iii sapervacuis rebus noli
scrutari multipliciter, et in jíluribusoperibus eius non
cris cnriosus (h'cclcx., cap. 3.)
Qiii.s eiiim hominum potorit scire consilium Dei?
Aut quis poterit cogitare quid vellit Dens? Cogiíatio-
nea enim mortalium timidíB et incerta; providentia;
nostriv. {Lib. Sap., cap. 9., v. 13 et 14.)
dró tal simpatía en aquelloa individuos, que á
pesar del número, procuraba reducirlos á uni-
dad, obrando en ellos á un tiempo, no sólo los
accidentes interiores, sino las contingencias
externas. A manera que en los instrumentos
templados en un sonido, hiriendo el uno, sue-
nan en el otro las mismas consonancias, sin
impeler las cuerdas, sin pisar los trastes. Si ya
no fue más cierto, golpe de la Providencia ti-
rado invisiblemente por otro Laocón, para ad-
vertir el estrago que se encerraba ^ en este ca-
ballo griego y pudieran estorbar entonces, los
asolados por él, si el entendimiento no fuera
siniestro. El fin de Amaro no se ha sabido
cierto. Siendo mozo salió huyendo de su tierra
por un delito feo. Díjose después que por otro
del mismo género había sido castigado en Za-
ragoza '^ con muerte infame. Escribió Boni-
facio á su hermano dándole cuenta de la noti-
cia que había tenido, y quejándose de la ofensa
que le había hecho con su silencio, y él se dis-
culpó dando razones que bastaron á satisfacer-
le. En todas las cartas se esforzaban las que-
jas del ruin trato y correspondencia de Frau-
delio, y en la última que escribió Bonifacio hay
una cláusula que contiene puntualmente estas
palabras: Tiénenme tan apurado las insolen-
cias de ese inglés, que si no lo impidiera mi fal-
ta de salud, me hubiera partido á matarle.
Culpo mucho su blandura de vuesa merced, y
me espanto de que dé ocasión con ella á que le
pierda el respeto, sabiendo que la demasiada
modestia de los buenos incita la superchería de
los atrevidos. — Poco después del recibo desta
carta llegó la nueva de la muerte de Bonifa-
cio ^. Fue en ííápoles, de enfermedad larga.
Acabó con la paz que había vivido, en edad de
treinta y tres años, dejando mucha lástima de
su mocedad * y mucha invidia de su fama.
* Insoniiere cava; gemitumque dedere cavernaj et
si fata denm si mens non laíva fuisset impulerat fe-
rro argolicas fcdare latebras. (Virg , Enpi , 1.)
' Commitunt eadem diverso crimina fato; ille cru-
ccm sceleris pretium tulit; hic diadema. Sic animum
dirai trepidum formidine culpa confirmant (Juv ,
iSat., 18.)
Servat multos fortuna nocentes, et tantum miseris
irasci numina possunt (Luc , lib. 3.)
"^ Fuit hoc luctuosum suis, acerbum patria\ grave
bonis ómnibus, sed casus secuti sunt, vt raihi non
ere])ta a diis inmortalibus vita, sed donata mors esse
videatur. iCicer., De orat., 3.)
Stat sua cuique dies breue et irreparabile tempus
ómnibus est vita;; sed famam extendere factis, hoc
virtntis opus. (Virg , E'ni'i., 10.)
■• Sileanius de istis, ncc augeamus dolorem, nam
et preteritorum recordatio e>t acerba, et acerbior ex-
pectatiü reliquorum. (Cicer., iJi- orat., I.)
Qua-dam enim nulla virtus effujicre potest: admo-
mon<;t illam mortalitatis suie, (Sénec, Jil/jt.st. r>7 )
Si dixerimus quoniam peccatum non habemus,
ipsi nos seducimus, et veritas in nobis non est.
(lohan., Ej)ist. 1, cap. 1.)
530
AUTOBIOGKAFIAS Y MEMORIAS
Remitióse á Suldino su testamento, en que ve-
nían algunos legados á personas de ol)lig-aeióu
y declaraciones de deudas de cantidad. Todo
se cumplió y se pagó antes de pasar el año, y
se le hicieron honras y sufragios, empeñándose
su hermano para ello en partidas de considera-
ción. Fraudelio no le dijo una misa, como tam-
poco se la deben las almas de los que turo por
sus padres.
Entre las muchas virtudes de Bonifacio, sólo
se le conoció un vicio, mejor se dirá flaqueza de
la humanidad, que no permite mortal sin acha-
que. Era en extremo inclinado á los diverti-
mientos amorosos; continuamente estaba em-
bebido en algún galanteo, y acabándose el uno
parecía el siguiente el primero y el mayor; y por
reducirse todo más á lo mental que á lo prá-
tico, imitando mucho en ellos las finezas anti-
guas y fabulosas, con apariencias en c|ue mos-
traba la nobleza de su alma y la blandura de su
natural, le llamaban sus amigos el derretido, el
Macías ó todo junto. En Fraudelio (todo dife-
rente ó contrario á esta como á las demás incli-
naciones de los dos hermanos) ^, jamás se ha
conocido amor más que á su dinero. Si alguna
vez lo ha fingido ha sido, no sólo con falsedad,
sino con malicia, teniendo por fin principal ha-
cer el agravio, por acesorio el apetito. Son inu-
merables sus ruindades en este género. Baste,
pues, [para] cifrarlas todas, decir que hoy se
corresponde con una mujer de obligaciones, y
siendo sólo lo que puede disculpar la flaqueza en
la mayor edad confesar el rendimiento y preve-
nir el recato, dice '■* (permítase la bajeza de sus
te'rminos á la propiedad de quien habla por
él), que ha de desquitar lo que le cuesta en
que lo sepan todos que la trata sin voluntad,
sólo por capricho, reconociendo que es fea, ne-
gra, puerca, roma, y en su casa hace que la
remeden sus criados y aquel niño bien incli-
nado, levantando las narices como las tiene la
pobre dama; de manera que no hay cosa en la
Corte más deshonrada y escarnecida. Los hala-
gos y extremos que hace con el sobrino (ó que
quier que sea) y el haberle publicado ^ por su he-
redero, no ha tenido más fundamento que des-
honrar al padre, á quien aborrece, sólo porque
tiene bondad. De otra manera, ya se ve que
pudiera dejarle su hacienda sin hacerle este
_ * Vivat Fraudelius, quaeso, vel Nestora, totum pos-
sideat quantum rapuit Ñero, montibus aurum ex-
ícquet, necamet quemquam nec ametur ab ullo. (Juv..
Sut., 12.)
' Quam enim indecorum est de stillicidiis cnm di-
cas amplissimis verbis et locis uti commnnibus. ÍCic.
Orat, lib. 1.)
Príeterea luxuriosi vitara suam esse in sermoni-
bua diim vivunt volunt, nam si tacentur, perderé se
putant opera. (Sénec, Jüpin., 122.)
^ Itaque male habent quoties non faciunt quod ex-
citet famam. (Sanee, Ib¿d.)
tiro, en que también es compreendida la madre,
sin haberla valido la inmunidad de el sepulcro.
Y en su vida hizo la misma burla y habló della
con la desestimación que de las demás, afeando
públicamente las faltas de su persona y hablan-
do en ellas como pudiera de la ramera más vil.
Últimamente ha puesto los ojos en una señora
de buenas prendas y opinión para casarse, y en
todas partes publica que no se le da nada de
que el padre halle conveniencias para negársela,
ni se la ha de pedir, sino obligarle á que le rue-
gue con ella ó dejarla infamada con las exterio-
ridades de su galanteo. Con esta decencia trata
lo que le toca tan de cerca ^, no teniendo por
propio sino lo que tiene dentro de sí. Excú-
sanse más abominables ejemplos por no cau-
sar horror, y sólo se ha dicho lo que ha pare-
cido precisamente necesario para mostrar la di-
ferencia destas condiciones y esforzar con este
indicio los demás, en orden á deshacer la pre-
sunción desta hermandad. El que le pareciere
dificultoso de creer este suceso, por lo que
tiene de inverisímil, mire si creerá más fácil-
mente que haya hombre, hijo de padres nobles,
que se vea muy rico, entre muy lucidas alhajas,
muy preciosas joyas, inumerable suma de dine-
ros sobrados, y que teniendo en el mismo lugar
donde vive un hermano muy necesitado ^ (á
quien debe tan grandes buenas obras, que mu-
chas dellas no pueden decirse), se resuelva á no
socorrerle, se acomode á lograr el gusto de la
comida, el reposo del sueño, sin que le inquie-
ten las voces de la humanidad ni el hervor de la
sangre. Esto solamente es lo imposible, porque
es contra la naturaleza. Lo que se ha referido
es puntualmente la verdad, que basta para que
su fuerza por sí sola rompa las más espesas
tinieblas, haciendo que salga su luz á pesar de
la mayor oscuridad y que se vea con ella lo más
oculto. ¡ Ojalá, como queda bien descubierta la
falsedad deste parentesco, pudiéramos librar á
todo el linaje humano de haber nacido en él
sujeto tan escandaloso! Pero esto toca á la pro-
videncia de Dios, que porque los hombres no se
desvanezcan cuando vieren que los crió poco
menos que ángeles, permite que se conozcan
entre ellos algunos peores que demonios. 'No
he podido conseguir algunos versos de Suldi-
no, aunque lo he deseado, para ponerlos en
estas Relaciones por muestra del ingenio deste
sujeto, á quien redujo la fortuna en lo último
de su vida á un aposento tan estrecho que ape-
nas cabía en él una cama de cordeles, con tan
(') Miraris cum tu argento post omnia ponas si
nenio pnijstet quem non merearis amorem! (Horat.,
Sermón, lib. 1, sat. I.)
(') Máxima beneficia, probátionem non habent,
sccpe intra tacitam duorum conscientiam latent. (Sé-
nec, Be Bencf., lib. 3.)
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA
5B1
escasa ropa que necesitaba de echar en ella la
capa para defenderse del frío, y con tal necesi-
dad que dejó de escribir algunas veces por falta
de papel, mnchas por falta de luz. Lo más
opuesto de nuestra sagrada ley al error de la
gentilidad es prohibir á los mortales la fuga
voluntaria de las miserias; no permitirles, digo,
que puedan romper por sus manos los lazos con
que ahogan las desdichas. Por esta resolución
bárbara fue celebrado, entre otros varones
grandes. Catón, cuyas encarecidas alabanzas
son inumerables en los escritores más insignes
de la antigüedad. Basten para cifrarlas todas
Lucano y Se'neca; el primero, justificando la
causa de Pompeyo, pondera que estuvieron ^
los dioses por la pai'te vitoriosa, pero por la
vencida Catón, contraponiendo su juicio á
todos los votos celestiales. El segundo dice
que le achacaron ^ que se tomaba del vino, y
que si fue verdad sería más fácil hallar hones-
tidad en la embriaguez que torpeza en Catón.
Y en otra parte que se deleitaron los dioses
tanto viendo el valor con que se dio la muer-
te **, que para hacer más durable el gusto con
que lo miraban no consintieron que se matase
de un golpe. Este furor frenético que los étni-
cos aclamaban glorioso, ensalzaban divino, ve-
neraban con altares, eternizaban con túmulos,
condenan los cristianos por desesperado, dos-
ahuciando en los que le ejecutan la salvación,
infamando la memoria, confiscando la hacienda
' Magno se iudice qui^^qne tuetur, victrix causa
Diis placuit, sed victa Catoni.
2 Catoni ebrietas objecta est, at facilius efficiet,
quisquís objecerit, hoc crimen honestum. quam tur-
pem Catonem. (Sénec, Be Tranqui. Anim)
^ Non fuit diis inmortalibus satis spectare Catonem
semel. (Seuec, De Prorident.)
y prohibiendo el sepulcro. Por la religión desta
dotrina, Suldino, guiado de infalible fe, triunfó
de sus calamidades, mostrando ^ con verda-
dera fortaleza que podía ser miserable, y estan-
do siempre superior á sus trabajos hasta la úl-
tima enfermedad, en que no tuvo para llamar
médico ni pagar medicinas; pasáronse algunos
días enteros sin desayunarse, y limitó (para
decirlo de una vez) aquel desahogo que alienta
los humanos, de decir que nadie muere de ham-
bre. 2 A tal estrecho pudo llegar un hombre tan
conocido, que tan bien había servido al Rey, á
la vista de deudos muy obligados, de amigos
en que había repartido muchos dineros, de se-
ñores que estimaban y solicitaban sus escritos,
y lo que es más, de quien teniéndose por sii
hermano se hallaba con cien mil escudos gana-
dos al juego.
Murió finalmente con pobreza que dificultó
su entierro, con desengaño que acreditó su jui-
cio y con arrepentimiento que aseguró su sal-
vación.
Quedó ^ Fraudelio prosiguiendo sus vicios en
sus felicidades, y el mundo esperando en su fin
el desempeño de la divina justicia.
* Rebus in angustis facile est comtemnere vitara,
fortiter ille facit qui misar esse potest. (Mart., lib. 10,
epig. 57.)
- Numquid Deum docebit quispiam sentcntiam.qui
excelsos judicat' Iste moritur robustus et sanus, dives
et felix. Viscera eius plena suut adipe et niedullis ossa
illius irrigantur. Alius vero moritur iu amaritudine
anima?, absque uUis opibus; et tamen simul in pul-
vere dormient et vermes operient eos (lob., cap. 21.)
3 Revelabunt cceli iniquitatem eius et térra con-
surget aduersus eum. Pañis eias in útero illius verte-
tur in fel aspidum intrinsecns. Divitias quas devora-
vit evomet, et de ventre illius extrahet eas Deus-
(Iob.,cap. 20.)
RELACIÓN DEL RECIBIMIENTO
DEL
CONDE-DUOUE DE OLIVARES EN TORO
AÑO 1643
Jueves diez de junio llegó á Toro el Sar-
gento mayor Don Mateo de Albear con aviso
de que el Conde Duque había eligido aquella
ciudad para pasar en ella este verano por la
templanza y amenidad del sitio, y como cosa
tan lejos de imaginarse causó la admiración
que se deja considerar; tratóse luego de inque-
rir la causa, y como faltaban noticias que pu-
diesen servir do fundamento, eran vanos los
discursos en el modo del viaje, acompañamiento
y casa que traía; se hablaba con incertidumbre
y variedad hasta que aseguró el aposeiitador
que venían con él pocos criados y de los cono-
cidos sólo Don Francisco de Montes de Oca,
Don Joseplí de Isausti y Simón Rodríguez.
Viernes 1 9 se supo que entraría el día siguiente
por la mañana; salióle á recibir la ciudad por
su Corregidor y cuatro Comisarios, y á todos
dio los mejores lugares en su coche, quedán-
dose él en el estribo izquierdo; así entró por la
plaza y calles más principales, y en una de ellas
encontró á Don Luis de UUoa, caballero natu-
ral de allí, que después de haber servido bien á
Su Majestad pasa desacomodado, y como si le
hiciera sangre el parentesco de la adversidad,
paró el coche y le mandó entrase con él en
aquel estribo, y aunque lo excusó hizo que le
obedeciese, diciendo que si bien estaba muy
gordo no sería mal vecino, y después de ha-
berle tratado con particulares demostraciones
de humanidad, hablando en su retiro le dijo: en
fin, es necesario buscar los hombres para ha-
llar hombres, que los que van á ofrecerse ó no
lo son ó son los más ruines; palabras en que se
mostró que comenzaba á entrarle la luz común
y se iban desatando las vendas que impedían la
vista en la prosperidad; llegó á las casas del
Marqués de Alcañices ', dispuestn^^. para su ha-
bitación, y después de haber e;-*nüo recibiendo
visitas muy apacible, se retiró; á la tarde fue á
visitar á la Marquesa de Alcañices, y al salir
dijo: Vamos á dar la obediencia á nuestro Co-
rregidor, y por no hallarle en casa dejó adver-
* Eu el original: Alcañigas.
tido que le dijesen había ido á besarle la mano,
y después de haber andado por el campo paró
en las vistas que llaman El Espolón, y allí llegó
el Corregidor y le hizo entrar en el coche, to-
mando el tercer lugar, sin querer otro; en una
calle, después de haber pasado, se oyó una voz
de nn niño que decía: ¡Vítor al Conde de Oli-
vares! y repitiendo el padre Joan Martínez de
Ripalda aquellas palabras del salmo octavo: £]x
ore tnfa7it¿um, etc., respondió: No, sino que esto
es más estimado cuanto menos merecido. Poco
más adelante salió una vieja de la puerta de su
casa y le dijo: Sea V. E. muy bien venido á
esta tierra, y la recibió gustoso, dando á enten-
der que él hacía caso de estas cortas señas de
piedad en que introduce la fortuna consuelo á
los que vuelve ^ las espaldas, trocando el amor
en odio inseparable de los grandes puestos. El
domingo por la mañana salió á la plaza y volvió
temprano á recibir los que le habían ido á verle,
con extremado agrado y cortesía, usando de los
términos de particular, como si no hubiera pa-
sado por veintidós años en que pudiera tenerlos
tan olvidados . Por la tarde estuvo en la pelota
concertando los partidos y procediendo como
caballero de ciudad, en la forma que si hubiera
criádose y vivido en ella; siempre llevó en su
coche los que cupieron, y agasajándoles y ajus-
tando el tratamiento de todos como si conociera
la condición y calidad de cada uno. El lunes se
halló en el Ayuntamiento ordinario y tuvo en
él tíl lugar que le toca, sin admitir el del Mar-
qués de Malagón, que le prefiere, aunque se le
ofreció su teniente en nombre del dueño con
muchas instancias al bien venido, y trató de los
negocios como si fuera vecino, y en todas las
ocasiones que pudieran causar perturbación con
el recuerdo de la diferencia es tal su tranquili-
dad y constancia en las acciones, en las palabras,
en el semblante y en el modo (imposible de fin-
gir), que ni los que saben distinguir esto lo tie-
nen por artificioso, aunque les admira como mi-
lagro, y de todo se va fabricando un concepto
' En el original: mielven.
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA 533
ocasión en que mostrarse cortés y agradecido á
los que se miraban constantes. Viernes á la ma-
ñana acabo de despachar la estafeta en la calle
de la Pelota, y estando sobreescribiendo un
pliego llegó un mercader vecino de Zamora y
le toüió la muletilla, que estaba arrimada al es-
tribo del coche por la parte de adentro, y la es-
tuvo mirando por todas partes con ignorante
curiosidad, y se detuvo hasta que levantó la ca-
beza el Conde y reparando en su atención le
dijo con risa si le agradaba la hechura. A la
tarde bajó al río y entró en un barco á ver
echar dos lances á irnos pescadores, y luego, que
salió del se levantó un torbellino con aire recio
y tempestad de truenos y relámpagos, que en
el río pudieran dar cuidado y memoria al nom-
bre de aquel sitio. Saliendo visitó á la Vizcon-
desa de Santa Clara, y al salir llegó á besarle
la mano Don Sebastián de Contreras, que con
ánimo de retirarse ha dejado la corte por el so-
siego de su casa, ó por la falta de su salud; re-
cibióle con ternura y demostración del amor que
le ha tenido siempre y del que tuvo á su padre,
aunque no estuvo privadamente ni se detuvo
Don Sebastián más de cuanto llegó, acompa-
ñándole hasta su casa, y de allí se volvió á Tor-
desillas sin descansar en su posada. El Do-
mingo gastó el Conde gran parte de la tarde
en casa de Den Luis de üUoa ^
con que se truecan los corazones de manera que
no puede creerse ni decirse, y so conoce en este
gran ejemplo la breve facilidad con que los
accidentes mudan los ánimos humanos y que
no hay instancia en nada de la vida. Este día
llegó un criado de la caballeriza á comprar unas
guindas en la plaza, y sacando un real de mo-
neda nueva de los que no tienen cara, para pa-
garlas, dijo la mujer de la fruta que no conocía
aquel dinero, y sobre esto levantaron la voz, á
que se llegó mucha gente, diciendo que aquélla
era muy buena moneda, y cuando no lo fuera
iii pasara, bastaba que la trajese criado del
Conde Duque para que le diese cuanto quisiese,
teniéndolo á muy buena dicha, y todas las fru-
teras se levantaron á pagar por él á porfía, tirán-
dole de la capa al mozo para que fuese á sus
tiendas sin dinero y arrojándole las guindas;
quedaba muy gustosa la que de más cerca se
las ofrecía, y como los sucesos menudos expli-
can á las veces las cosas gi'andes, representando
á la imaginación lo que no pueden ni bastan
las palabras, ha parecido referir esta circuns-
tancia que envuelve más de lo que descubrirán
muchos encarecimientos. Jueves 25 se corrie-
ron toros por la festividad de San Joan, y se
halló á ellos en las casas de Ayuntamiento como
Corregidor, y aunque tenía prevenido para po-
der salir si se cansase, los vio todos y dio vuelta
á la plaza á la entrada y á la salida, sin perder
* Ms. del siglo xvil; dos hojas en folio. Biblioteca Nacional; H. 10. Falta, como se ve, el fiual de esta
Relación.
En aquella ocasión compuso Don Luis al Conde Duque de Olivares el siguiente soneto:
Este varón, que de gloriosa rama
Al Duero se aparece coronado,
Después que de sus méritos fiado
Examinó del Sol toda la llama.
Asido de las plumas de la fama
Vive sobre la envidia contrastado,
Y dentro de las almas retirado
Logi'a el amor que universal le aclama.
Siempre con luces de Uiayor que humano,
Si forzado del vuelo se suspende,
O no quiere valerse de las alas,
Y en entrambas fortunas soberano,
Sube cuando parece que desciende,
Y son de corazones las escalas.
Compuso además Ulloa otros versos en elogio del Conde Duque de Olivares.
Cnf. Versos \ qve escricio \ D. Lvli de Vlloa Pere.ira, \ meados de algvnof de svs \ borradores. | Diri-
gidos I a la Alteza del Señor | Don Juan de Av.^tria. \ Con licencia. | En Madrid. Por Diego Diaz, | Año
M. DC. L. IX.— En 8.°; 21.5 folios, más ocho hojas de prels. y cinco al final. Contiene además la Defema
de libros fabvlosos, y poesias honestas, y de las comedias qve ha introducido el vso.
Obras \ de \ Don Lris \ de Vlloa Pereira, \ prosas, y versos, | añadidas \ en e-ita vltima impression \
recogidas, y dadas a Id estampa \ por D. loan Antonio de Vlloa Pereira | si< hijo, Regidor, y Alguacil
Mayor de la Ciudad de Toro, \ con primera voz, y voto en su | Ayuntamiento. \ Dedicados al Serenissimo
Señor Don lean de Avstria. \ Año 1674. ; Con privilegio. | En Madrid. Por Francisco Sanz, En la Imprenta
del Reyno. | A costa de Gabriel de León, Mercader de libros.— En S.°; 386 páginas, más ocho hojas de prels.
Variantes del raanuscrito de las
que posee D.
de D. Luis de Dlloa,
enéndez y Pelayo.
Soy deudor al sapientísimo Jefe de la Bi-
blioteca Kicional de un pesado y minucioso
cotejo de su códice con el texto publicado,
mucho más de agradecer por haberlo llevado
á cabo ahora, cuando se halla ocupadísimo con
los Prólogos del tomo xiv de Lope y de los
Orígenes de la Novela Española.
Estas son las principales variantes de dicho
códice:
Pág. 513, col. 2.% lín. 9:
«Escribió en esta ausencia una carta en ter-
cetos al Marque's, mostrando que se ajustaba
con su retiro, y le remitió otros versos que le
había pedido con encarecimiento. Y se escribie-
ron á una señora que, por extremadamente en-
tendida en los más ocultos misterios de la
poesía, eligió para motivo de la Musa, sin mez-
clar en este intento algún afecto que pudiese
ofender su decoro. Trasladáronse aquí en lison-
ja de quien leyere este discurso».
A continuación transcribe la epístola, que
comienza:
Después que pudo -más suave Orfeo,
Suspendiendo el poder de las pasiones,
Romper los lazos que formó el deseo...
La cual se halla en los Versos de D. Luis
de Ulloa Fereira (Madrid, 1659), fols. 86 vto.
á 88, y en las Obras de D. Luis de Ulloa (Ma-
drid, 1674), págs. 112-117, llevando una y otra
por encabezamiento: «Al señor duque de las
Torres» (entiéndase de Medina de las Torres),
escrita en Toro». Como ahora no se trata de
reimprimir las poesías de Ulloa, dejo de anotar
las variantes.
A continuación de la ejMstola copia los si-
guientes sonetos:
Milagrosa prisión de mi alhedrio... (Pág. 28 de
la 1.^ edición; ídem de la 2.").
Cidpo en los ojos la elocuencia muda... (Fol. 11
de la I.'' edición; id. de la 2.").
Filis, no res la saña del planeta... (Inédito).
Del pecho vanamente defendido... (Fol. 2 vto.
de la 1.^ edición; pág. 3 de la 2.'^).
Salid crecidos, áspides que entrastes... (Iné-
dito).
Niegúenme á vuestras luces celestiales... (Folio
43 de la 1.'' edición; 44 de la 2.'').
Este dolor oculto trasladado... (Fol. 4 vto. de
la 1.'"^ edición; 5 de la 2.").
lio?/ con tu arbitrio, Filis soberana... (Inédito).
Prueba el sueño á Ungir vuestra hermosura...
(Inédito).
Amamos, Filis, porque anima el viento... (Folio
39 vto, de la 1.^ edición; 40 de la 2.^").
Hoil también niegas á las ansias mías... (Folio
i." vto. de la 1.^ edición; 2 de la 2.').
Oye, Filis, que muero, oye que muero... (Falta
en la l.'^ edición; con variantes en la 2.'\
pág. 36).
Desta que admiras, rica de tributos... (Fol. 9
vto. de la 1.' edición; 10 de la 2.^^).
Si al demasiado osar, si al ardimiento... (2."''
edición, pág. 38).
Dirás, Filis, que finge ó que encarece... (Fol. 5
de la l."^ y de la 2.^ edición).
Filis, los puros afectos... (Décimas). (Fol. 109
vto. de la 1." edición; 180 de la 2.^).
Prosigue después de los versos:
« Ahogado de pesares se hallaba Suldino
cuando se confirmó la nueva de casarse el
Marqués, etc.».
Pág. 513, col. 2.", línea última:
«Hallábase el Marqués enfermo de unas
tercianas prolijas, que le tuvieron algunos me-
ses en la cama; asistíale continuamente, divir-
tiéndole con lo que más le parecía de su gusto,
y en esta ocasión le escribió una carta dándole
la norabuena de su casamiento y advirtiéndole
los peligros de la fortuna. Y hizo muchos so-
netos á diferentes asuntos, que el Marqués
elegía, confesando que oírlos y tomarlos de
memoria era lo que más le entretenía y le ali-
DON LUIS DE ULLOA PEREIRA
viaba. Ofrezco á los aficionados los que lian
podido haberse, con mucha lástima de que se
hayan perdido tantos:
Agora que á los méritos premiados... (Fol. 88
de la l.'"^ edición; pág. 117 de la 2."').
535
Sonetos:
Físico Apolo, del dolor te mueve... (Fol. G vto.
de ¡a i.'' edición; pág. 6 de la 2.").
En ésta que el pincel ha trasladado... (Fol. 7
vto. de la 1.'' edición; pág. 7 de la 2.").
Aquel que pudo, Fahio, aquel que pudo... (Folio
21 vto. de la I.''' edición; pág. 22 de la 2.'').
Aunque el amor ¡oh Lísidal podía,... (Fol. 22
de la 1.^ edición; pág. 22 de la 2.'').
Si los cabellos que al funesto duelo... (Fol. 33
de la 1.'' edición; pág. 3U de la 2.^).
Estas que te señala de los ciTios... (Fol. 21 de
la I.'*' edición; pág. 21 de la 2.^).
Este es el templo, Filis, y este el día... (Fol. 41
de la 1.''^ edición; pág. 42 de la 2.^).
La suerte ciega, no, próvido el hado... (Fol. 37
de la 1."^ edición; pág. 38 de la 2,
&\
En rano, Fabio, los efectos fías... (Pág. 47 de
la 2.' edición).
Patente, Hernando, la celeste esfera... (Fol. 20
de la I."" edición; pág. 20 de la 2.*).
A viva fuerza la contraria suerte... (Fol. 36 de
la I.'' edición; pág. 37 de la 2."'^).
Pág. 514, col. 2.% línea 25:
üEn el calor de la sangre de tales parientes,
determinó apartarse dellos».
Pág. 516, col. 2.% línea 19:
«Estando en aquel cargo se le ofreció á Sul-
dino volver á su tierra, y en el ocio della escri-
bió algunos versos, entre ellos una elegía al
Marqués cuando por la temprana y lastimosa
muerte de su mujer se vio contrastado su vali-
miento; una carta á un amigo estudioso; una
canción á una señora solicitando que se le abre-
viase su ocupación; algunos sonetos y otras
rimas, que servirán de descanso á lo prolijo de
este discurso».
A continuación se insertan las composicio-
nes siguientes:
Mientras desierta la silvestre arena... (Elegía
en tercetos). (Fol. 92 de la 1."^ edición; pági-
na 122 de la 2:').
Cómo conviene mal con el profano... (Epístola
en tercetos). (Fol. 69 vto. de la 1." edición;
pág. 93 de la 2.'').
Si ausente, discretísima María... (Canción).
(Fol. 150 de la 2.* edición).
Sonetos:
De tus desdenes, Filis abrasada... (Con diverso
principio, al fol. 9 de la 1.^ edición y páa:. 9
de la 2:'). ^ ""
A tu poder, Amor, y á tu porfía... (Fol. 8 vto.
de la 1.'"^ edición; pág. 9 de la 2.^).
*S'/ de mi pluma el desmayado aliento... (Ine'-
dito).
Filis, Amor venció, que ni pudiera... (Con di-
verso principio, en la pág. 37 de la 2.^" edi-
ción).
Once veces borrados del estío... (Fol. 42 de la
1.^ edición; pág. 43 de la 2.'').
La mal formada machina deshace... (Fol. 38
vto. de la 1.'' edición; pág. 39 de la 2.'').
Con lazos, Filis, del papel asidos... (Fol. 35
de la 1,=' edición; pág. 36 de la 2.'').
Cuantas veces se recata... (De'cimas). (Fol 111
de la I."- edición; pág. 183 de la 2.=').
¿Hasta cuándo ha de sacar?... (Redondillas).
(Fol. 112 de la 1.=^ edición; 193 de la 2.").
De mi muerte la fábula fingida... (Soneto). Fo-
lio 39 de la I.'* edición; pág. 40 de la 2.^).
A Dios, fabuloso dueTio... (Redondillas). Folio
83 de la I.'' edición; pág. 191 de la 2.'').
Dichosos son los ojos que merecen... (Soneto).
(Fol. 40 de la 1.'' edición; pág. 41 de la 2.'*).
Pág. 516, col. 2:\ línea 31:
«Corría voz por aquel tiempo de que Frau-
delio estaba muy poderoso».
Pág. 517, col. 2:\ línea 21:
«Mucho de lo que pasaba en su ánimo por
este tiempo se trasluce en unos tercetos que
con otras rimas aliviarán aquí la molestia de
leer infortunios tan continuados.
Aunque en tu acuerdo, Filis, he venido... (Epís-
tola). (Fol. 63 de la 1.'' edición; pág. 84 de
la 2.^0-
Próvida Juno, que astros encontrados... (Sone-
to). (Fol. 25 de la 1.^' edición; pág. 25 de
la 2.''^).
Aquel soberbio intento en que se viera... (Sone-
to). (Fol. 25 de la 1." edición; pág. 25 de
la 2.").
O rompa ya el silencio el dolor mío... (Soneto
del infante D. Carlos). (Fol. 2io de la 1.'' edi-
ción; pág. 26 de la 2.").
536
AUTOBIOGKAFIAS
27
Rompa en hora feliz la voz amante... (Fol
de la 1/' edición; pág. 27 de la 2.").
Era ciudad augusta, imperial era... (Pág. 46
de la 2." edición).
Otras armas, señor, otro elemento... (Pág. 49
de la 2." fdición).
Si !ja tus sienes oprimió divinas... (Pág. 292
de la 2."' edición).
'Teme, Licio, al placer; tem,e si tienes... (Fol. 25
de la 1." edición; pág. 26 de la 2.'').
Con esta misma pluma que fulmina... (Fol. 40
de la 1.'' edición; pág. 41 de la 2.'').
Vo: de oráculo fue que se entregara... (Fol. 31
de la 1.'' edición; pág. 32 de la 2.'').
Cuando el toro, rebelde d la obediencia... (Pá-
gina 49 de la 2." edición).
Filis, indicios de mujer? Previno...
de la 2.^ edición).
(Pág
.(Páí
4G
51
Las rotas alas que batió siniestra.
de la 2."' edición).
Amor para mí inquietud... (Kedondillas). (Pá-
gina 187 de la 2.'^ edición).
Malogras todo el rigor... (Décimas). Pág. 184
de la 2.* edición).
Bien airosamente empieza... (Redondillas, iné-
ditas).
Pág. 517, col. 2.^ linca 9:
«hombres de negocios».
Pág. 518, col. 2.% línea 33:
«defectuosos, apresm-adamente; no le im-
portara poco que los viera su hermano, á quien
pidió».
Pág. 518, col. 2.^ línea 50:
«Voy envolviendo pedazos de su vida en el
primer intento, por cumplir con la obligación
que ha introducido la costumbre en los que sa-
can á luz versos ajenos, y no he querido per-
donarle una flaqueza que se notó en ella por-
que se conozca cuan sin pasión escribo, y por-
que ver cuánto pueden rendirse á la voluntad
el juicio y la experiencia, sirva de ejemplo para
que huyan sus peligros los que no se hallan
tan defendidos. Díjose que dejó llevarse de los
engaños de una muger, si no de las más co-
munes, de las que en mediana suerte han me-
nester valerse de sí mismas para pasar en las
Cortes. Hizo más pública esta liviandad los
mnchos versos que escribió en ella, infelices
por el sujeto y porque fueron causa de que con
parte de ellos se perdiesen los demá?, que fene-
cieron en el despecho de su arrepentimiento, y
Y MEMORIAS
también porque, aborreciendo desde entonces
esta inclinación, fueron los últimos que hizo.
De todos sólo han podido juntarse los que se
siguen.
Sonetos:
Clori, mi pensamiento malogrado... (Fol. 12
vto. de la 1.'' edición; falta en la 2.'"^).
Finjo por divertirme del tormento... (Fol. 5 de
la 1.*^ edición; pág. 44 de la 2.'"^).
¿Qué confusión es ésta en que me anego? ... (Fo-
lio 19 de la 1;' edición; pág. 19 de la 2.''^).
Mucho tormento es ya para sufrido... (Fol. 18
de la 1.^ edición; pág. 18 de la 2.'').
Lesbia, tu trato infiel y tu hermosura... (Fol. 12
de la 1,^ edición; pág. 12 de la 2.').
Este penar sin deshacer los hielos... (Fol. 17
de la 1.* edición; pág. 18 de la 2.'').
Ya tu belleza, Gloris, en mi pecho... (Fol. 13 de
la I.''' edición, pero con variante en el pri-
mer verso).
Este desdén con libres falsedades... (Fol. 18 de
la I,'' edición; pág. 19 de la 2.'').
De la 2)1 aya de amor menos serena... (Ful. 15
de la I.'"' edición; pág. 15 de la 2.*^).
Llego de las tinieblas reducido... (Fol. 17 de
la 1.^ edición; pág. 17 de la 2.").
Lesbia, yo te aborrezco arrepentido... (Fol. 12
de la I."" edición; pág. 14 de la 2.*).
Yo fui loco de Amor en su cadena... (Fol. 16
de la 1.^ edición; pág. 17 de la 2.^).
Quédate, L^esbia, á dispensar barato... (Fol. 19
de la I.'' edición; pág. 20 de la 2.^).
Mírate retratada de la ira... (Sátira en terce-
tos). (Pág. 143 de la 2.'' edición).
Pág. 521, col. 1.% línea 21:
«o justificaría la razón del sentimiento^) .
En la misma, línea 39:
(cy cerrando la que tenía poco abierta, le dio
con ella en los ojosy>.
Pág. 521, col. 2.% línea 22:
«á besar la mano al Virrey de Ñapóles y
ampararse de sufarory>.
Pág. 530, col. l.^ línea 47:
«Estas Relaciones, infelices en el argumento,
que no han permitido á la pluma más que lás-
timas y malicias, cerrarán unos ü-rcotos que an-
dan en manos de muchos y son deseados de más.
Defiéndese en ellos la vida de la Corte con la
elegancia y doctrina de las demás obras. Es-
DON LUIS DE ULLOA PEKEIRA 537
cribiólas su autor á un caballero mozo, hijo de
un señor de Sevilla, que por la estimación de
sus papeles solicitó su correspondencia».
Dos veces inclinado en tmestra ausencia... (Fo-
lio 60 de la 1.'' edición; pág. 77 déla 2.'').
«Deste linage eran los versos que se per-
dieron (como se ha dicho) de la fábula de Ana-
xarte en octavas, y de una égloga de sus suce-
sos en diferentes metros, que dejo de trasladar
porque no he podido haber una copia, aunque
lo he procurado. Los amores que se dice tuvo
el Rey Don Alonso Octavo con una judía en
Toledo escribió en ochenta estancias con ma-
ravillosos afectos, y no permitió que se sacasen
del borrador: tal fue la modestia deste ingenio
á quien la fortuna redujo en lo último de su
vida, etc., etc.» (*).
(') A las obras del género autobiográfico, mencionadas en la Introdiipoión, añádanse éstas:
Rrlacion de la jornada que el Emperador y Rey nuestro .señor hizo á Italia, Alemania y Flandcn
eii este presente año de 1543, en que se eontiene la. conquista que su Mar/estad hizo de los Ducados de
Julies (.Jvliers) y Geldres (Gueldres) contra el Dvqxie de Cienes, uno de los Prineipi's del Imperio, y
la guerra entre el Emperador y el Bey de Francia. Scriuiola Pedro de Gante, Si'cretario del Duqvo
de Nájera, que se halló presente a las cosas que en ella sueed-ieran.
Publicada en las Relaciones de Pedro de Gante, Seerttario del Duquf. de Nájera (1520-1544). Madrid,
Imprenta de M. Ginesta, MDCCGLXXIII. págs. 51 á 128.
Joaquín María Sanromá, Mis Memorias (1852-1868). Madrid, Tip. de los H. de Hernández, 1894;
2 vil. en 8 " m.
José Zapiola, Recuerdos de treinta años (1810-1840). Santiago de Chile, Irapr. Mejía, 1902; 300 pági-
nas en 8.°
Es la quinta edición de este libro, que no deja de ofrecer algún interés.
Nicolás Estévanez, Fragmentos de mis Memorias. Madrid, Est. tip. de los H. de R. Alvarez, 1903;
546 págs. en 8.0
En el año 1884 descubrió Gamurriní. en Arezzo, un interesante códice que publicó más adelante con el
título de Santae Silviae Aquitanae 2)eregrinatio ad Loca Sancta, libro escrito en la segunda mitad del
siglo IV. Este hallazgo despertó un grande entusiasmo en los aficionados á la literatura cristiana; la
Peregrinatio fue traducida al ruso y al inglés, y aun estudiada bajo los aspectos litúrgico y filológico.
Dos nuevas ediciones del texto latino, una hecha por Gamurriní en los Stvdii e documenti di Storia
e Diritto (1888), otra en el Corpus scriptorum ecclesiasticorum, latinorum (tomo XXXIX), que publica
la Academia Imperial de Viena, mejoraron el impreso antes por aquel erudito. Pero falto del princi-
pio y del fin el manuscrito de Arezzo, había un problema que resolver: quién fue el autor de ¡a Pere-
grinatio. Deducíase del mismo libro que era obra de una mujer de. la parte occidental del Imperio
■Romano, y que no debía ser de cuna humilde, á juzgar por las atenciones con que la recibían en Oriente
los monjes, los clérigos, los obispos y aun los militares, quienes ponían á disposición de la viajera escoltas
para recorrer algunos lugares peligrosos. Gamurriní la identificó con Silvia, hermana del escritor Rufino,
y Kohler, con Gala Placidia, la mujer de Ataúlfo. Pijada luego la época del viaje, se vio la imposi-
bilidad de haberlo realizado Gala Placidia, quien nació años después. Mas todas estas suposiciones se
han desvanecido ante la crítica del P. Férotin *, siendo de extrañar que ninguno de cuantos han estu-
diado la Pere;irinatio, con saber que se trataba de un libro escrito por una mujer de Occidente, acaso
de España, no acudiese á nuestra más completa y autorizada colección de documentos eclesiásticos: á
lii España Sagrada. La luz ardía sobre el medio, pero los ojos estaban cerrados.
En el tomo XVI publicó el P Flórez las Narrationes del monje leonés Valerio, que son una auto-
biografía. Refiere éste que, después de haber pasado su juventud en placeres y en negocios mundanos,
pensando en lo terrible del Juicio final, se retiró á un yermo en las cercanías de Astorga y allí se
dedicó á la oración, alteruando sus piadosos ejercicios con la redacción de un libro rotulado De lege
Dinnini et Sanctorum triumphis. Un mal presbítero, á quien llama «vir barbarus, valde lubricus et
cunctis levitatibus occupatus, nomine Flainus», comenzó á perseguir al ermitaño y aun le arrebató sus
escritos. Bibliófilo entusiasta, se dedicó luego á copiar libros; mas cuando ya tenía una pequeña biblio-
teca, ie fue robada por un traiidor compañero. Acogido luego á las soledades del Vierzo, se consagró á
la enseñanza, llegando á reunir buen número de jóvenes escolares, entre los que menciona á Donoso, hijo
de una rica dama llamada Teodora.
Una de las obras que compuso Valerio fue su carta á los solitarios del Vierzo, elogiando á la virgen
Etheria, quien llevada de su piedad y sin temor de peligros, viajó por Oriente, visitando las llanuras de
Egipto, los montes del Sinaí y los Lugares Santos: «summo cum desiderio Thebtuorum visitans mona-
♦ Le véritable autcur de la Percgrinalio Silviae: la vierge espagnole Eüieria, par Dom M. Fkrohn {Revue des
(¡uestions hisloriqnes; octubre, 1903;.
538 AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
chorum gloriossisima congregatiouum ctunobia, similiter et sancta anachoretarum ergastula Post hiTC
sacratissimi montis Domini gratia orationis desiderio denique inüammata egressionis filiorum Israel ex
^■lOgypto sequens vestigia, iugressa est vastas solitudines, et diverja eremi deserta, qua; ad singula Exodi
libri declarat historia Alium superemine«item Tarám valde procerrimum, in cujas summitate erectis
brachiis oravit i\Io3'ses, pugnante populo Necnon et immanissimi montis Tabor supercilium, ubi Dorai-
nus cum Moyse et Elias discipulis glorificatus apparuit».
Etheria, á quien llama San Valerio beatissima xanctimonialú, recorre el mismo itinerario descrito en
la Peregrinatio, libro que debía tener aquel presente cuando escribía su epístola (s'icvt narvat lUatoria ) ;
de donde lógicamente deduce el P. Fórotin que no la imaginaria Silvia de Aquitania fue la autora de
dicho libro, sino Etheria, cuyo nombre, estropeado por los copistas, aparece en algunos códices con las
formas de Eiheria, Echcria, Aeiheria y Egeria. La opinión del P. Férotia se confirma con la noticia
que da Mr. Delisle en Le cahinet dea manuscrits de la Bihliotheqve Nationale (t. II, págs. 49i y 500),
donde cita un códice de Limoges, rotulado Itinerariam Egerxre ahhatiiíís.
Fuera de las noticias que dan San Valerio y la misma Eteria, poco es lo que se sabe acerca de ésta;
su patria fue Galicia; consagróse á la virginidad; era de noble linaje, y acaso emparentada con el Em-
perador Teodosio, nacido en la provincia romana de Galicia, mucho más dilatada que ahora.
La literatura femenil de España cuenta desde hoy con un libro que la honra como pocos, descubri-
miento que enaltece al sabio benedictino á cuyas vigilias tanto debe nuestra historia patria.
índice general
Introducción i
Capítulo I.— I. Don Jaime el Conquistador. — II. El Emperador Carlos V. — III. Fer-
nando VII V
Capítulo II. — I, Antonio Pérez. — II. Don García de Silva. — III. Don Jacobo Fran-
cisco Fitz James Stuart, Duque de Liria. — JV. Don Manuel Godoy. — Y. Don José
García de León y Pizarro. — VI. Don Augusto Conté xi
Capítulo III. — I. Cristóbal Colón. — II. Hernán Cortés. — III. Alvar Núñez Cabeza
de Vaca. —IV. Gonzalo Jiménez de Quesada. — V. Pedro de Valdivia. — VI. Andrés
de Urdaneta xxvii
Capítulo IV. — I. Relaciones de viajeros árabes. — II. Benjamín de Tudela. — III. Anó-
nimo franciscano del siglo xiv.— ^IV. Ruy González de Clavijo.-- V. Pero Tafur. —
VI. El Peregrino de Puey de Monzón. — VII. Don Pedro Cubero Sebastián. —
VIII. Fernán Méndez Pinto. -IX. Don Jorge Juan y Don Antonio Ulloa. —
X. Don Domingo Badía y Leblich xxxix
Capítulo V. — I. Diego García de Paredes. — II. Bernal Díaz del Castillo. — III. Don
Antonio de Quiroga. — IV. Domingo de Toral. — V. Miguel de Castro. — VI. Alonso
Soleto Pernia.— VII. Don Félix Nieto de Silva.— VIII. Don Juan Van-Halen.—
IX. Don Manuel Llauder. — X. Don Francisco Espoz y Mina. — XI. Don José
M. Paz. — XII. Don Fernando Fernández de Córdoba lix
Capítulo VI. — I. Don Alonso Enríquez de Guzmán. — II. Juan Pérez de Saavedra. —
III. Bartolomé de Villalba y Estaña.— IV. Juan Méndez Nieto. — V. Don Juan de
Persia. — VI. Don Pedro Ordóñez de Ceballos. — Vil. Don Juan Valladares de
Valdelouiar. — VIII. Diego Galán. — IX. Alonso de Contreras. — X. Don Juan de
Peralta. — XI. Don Diego Duque de Estrada. — XII. Francisco Camacho. —
XIII. Don Gómez Arias.— XIV. Don Santiago González Mateo.— XV. Francisco
Mayoral lxxv
Capítulo VII. I. Juan del Encina. — II. Cristóbal de Villalón. — III. Francisco de
Encinas. — IV. Esteban de Garibay. — V. Diego Suárez. — VI. Luis de Belmonte
Bermúdez. - VII. Don Cristóbal del Hoyo, Marqués de la Villa de San Andrés. —
VIII. Don Diego de Torres Villarroel. — IX. Don Leandro Fernández de Moratín
y Don Gaspar Melchor de Jove Llanos. — X. Don Antonio Alcalá Galiano. —
XL Don Ramón de Mesonero Romanos. — XII. Don José Zorrilla. — XIII. Don
Emilio Alcalá Galiano, Conde de Casa Valencia. — XIV. La novela autobiográfica.. cix
Capítulo VIII. — I. Don Pedro Gómez Alvarez de Albornoz. — II. San Ignacio de
Loyola. — III. El P. Jerónimo Nadal. — IV. Don Martín Pérez de Ayala. — V. Don
Diego de Simancas. — Vi. Juan Nicolás Sacharles. — Vil. Fr. Jerónimo Gracián. —
VIII. El P. Juüé Taiiiayo.--IX. Fr. Juan del Santísimo Sacramento y Robleda. —
X. Don Joaquín Lorenzo Villanueva. — XI. Don Juan Antonio Llórente. —
XÍI. Fr. Hipólito Antonio Sánchez Rangel de Fayas cxli
Capítulo IX. — I. Doña Leonor López de Córdoba. — II. Doña Catalina de Erauso,
La Monja Alférez clix
AUTOBlOGRAFIiS Y MEMOKIAS.— 45
540 autobiografías Y MEMORIAS
VIAJE DE TURQUÍA, POR CRISTÓBAL DE VILLALÓN
Dedicatoria á Felipe II ' 1
Coloquio I: Salen de paseo Apatilo y Panurgo ¡íor el camino Real ó francés de Yalla-
dolid. — Invectivas contra los peregrinos y mendigos que iban por allí.- Encuéntranse
Panurgo y Apatilo con un fraile extranjero. —Conversación con e'ste. — Les descubre
ser su antiguo amigo Politropo ó Pedro de ürdemalas (Cristóbal de Villalón) y pro-
mete referirles sus aventuras. — Censura Pedru de ürdemalas el hospital que habían
hecho aquéllos. — Anochecido entran en la ciudad 3
Coloquio II: Cenan juntos los tres amigos. — Pedro censura las peregrinaciones á Jeru-
saléu. — Embustes y supercherías de Juan y Mátalas; falsas reliquias con que trafica-
ban.— Comienza Pedro á referir su cautividad.- Sorpresa de la Armada española por
Sinán Bajá en las islas de Ponza. — Cae Pedro en manos de los turcos. — Finge ser
médico por que no le destinasen al remo. — Trabajos que sufrían cautivos y galeotes. —
Soberbia y pedantería de los españoles que iban á países extranjeros. — Rapacidad de
nuestros capitanes. — Vida de los forzados. — Regresa por Grecia la escuadra turca á
Constantinopla. — Entrada en esta ciudad. — Es adjudicado Pedro á Sinán. — Su cau-
tiverio y enfermedad en Gálata 10
Coloquio III: Trabajos á que eran dedicados los cautivos. — Mala fe de sus capataces. —
Intrigas, ambición é ignorancia de los clérigos españoles. — Comienza Pedro á ejercer
la medicina en Constantinopla. — Enfermedad de Sinán Baja. — Confía éste su cura-
ción á ürdemalas.— Disputa con un médico judío. — Mejora Sinán y en recompensa
manda quitar á Pedro la cadena que llevaba.^ — -Expedición á las ruinas de Nicomedia.
— Pretende Sinán que su cautivo abrace la ley de Mahoma. — Niégase á ello Pedro y
en castigo es condenado á trabajar como albañil en la construcción de un palacio que
Sinán hacía en Constantinopla 25
Coloquio IV: Cébase una pestilencia en los cautivos. — Enferma la mujer de Rustan
Bajá. — Es llamado Pedro á curarla. — Lazos que á éste ponían sus enemigos. — Cues-
tiones con los médicos judíos. — Sangra á la Sultana, quien recupera la salud. — Obtiene
aquél por esto algunas mercedes. — Ejerce su profesión en la ciudad. — Nueva enfer-
medad de Sinán. — Disputa ürdemalas otra vez con los judíos. — Pónese el Bajá en
manos de curanderos supersticiosos y embaucadores. — Opera el cautivo á Sinán, quien
sana de la hidropesía.— Alcanza Pedro su carta de libertad y la privanza de Sinán. —
Recaída y muerte de éste. — Crueldades que había cometido con varios cristianos pró-
fugos.— Sus funerales. — Almoneda de sus bienes. — Crecido número de cautivos que
había en Constantinopla. — Resuelve Pedro huir de allí 37
Coloquio V: Concierta Pedro su fuga con un griego llamado Estamati. — Sale con éste,
disfrazado de monje, en compañía de un cirujano viejo. — Encuéntranse al poco tiempo
en el camino con varios jenízaros que iban en su persecución. — No son conocidos y
marchan todos juntos algunos días. — Peligrosas distracciones del cirujano. — Embár-
canse Pedro y su amigo en La Caballa con rumbo al monte Athos. — Llegada á éste
pasando por la isla de Skiathos. — Primera entrevista con los monjes griegos. — Son
acogidos en un convento. — Manifiestan los fugitivos quiénes eran y el superior del
monasterio se niega á ocultarlos. — Viajes por el monte Athos. — Costumbres y cere-
monias de los monjes Gl
Coloquio VI: Salida para la isla de Lemnos. — Tempestad que sufren. — Son arrojados á
la iííla de Skiathos. — Trabajos que allí pasaron. — Llegan á un pueblo de la costa
cuyos habitantes ruegan á Pedro que confiese en la iglesia.-^Huye éste y va á Lem-
nos.— Llegada á Chios.— Buena acogida que tuvo allí. — Descripción de la isla. —
Navegación por el Archipiélago y el Adriático 75
Coloquio VII: Llegada á Mesina. - Cuarentenas con que allí molestaban á los viajeros
de Levante. — Salta. Pedro en tierra, y con no seguir por mar hasta Ñapóles se libra de
caer nuevamente en poder de los turcos. — Viaje por la Calabria. — El j)ercacho. —
Descripción de Ñapóles. — Roma y la Corte pontificia. — Noticias de Venecia, Floren-
cia, Bolonia y otras ciudades de Italia. — Peregrinaciones de ürdemalas hasta llegar á
Valladolid ..."... .S8
Coloquio VIII: Levántase Pedro de la cama.— Comienza á referir las costumbres de
los turcos. — Dogmas y ritos de éstos.— Sus mezquitas y oraciones.— El .Tni'in final
ÍNDICE GENERAL 5U
según los turcos. — Ministros del ctilto. — Escuelas. — Poesía. — Ordenes religiosas. —
Peregrinación á la Meca. —Los capadlos. — El sepulcro de Mahoma. — Caridad de los
turcos. — El matrimonio; sus leyes y ceremonias. — Administración de justicia. — El
Consejo del Sultán. — Palacio y Corte de éste 105
Coloquio IX: Organización militar de los turcos. — Los jenízaros. — Otros ejércitos del
Sultán. — Hacienda pública. — La iglesia de Santa Sofía. — Jinetes y artillería de los
turcos. — Costumbres y condiciones de las mujeres. — Los harenes. —Indumentaria de
uno y otro sexo. — Judíos españoles que había en Constantinopla: Doña Beatriz Mén-
dez y su sobrino Don José Nasi. — Fiestas y diversiones 118
Coloquio X: Lechos y mobiliario de los turcos. — Embajadores cristianos que había en
Constantinopla; noticias de algunos y especialmente de los de Venecia. — Avisos que
(. rbta República daba al Sultán. — El corsario Dragut. — Vajilla y comidas de los turcos.
— Sortijas contra los accidentes cardíacos. — Dos graciosas equivocaciones de ürde-
malas l'¿2
Coloquio XI: Descripción de Constantinopla 143
LA VIDA Y COSAS NOTABLES DEL SEÑOR OBISPO DE ZAMORA
DON DIEGO DE SIMANCAS
Libro primero 151
LlBKO SEGUNDO 164
Libro tercero 189
Capítulo de carta del doctor Navarro á cierto amigo suyo, después de la sentencia del
Arzobispo Don Fray Bartolomé de Carranza 205
Capítulo de carta inviada al doctor Navarro por un amigo suyo, en respuesta 20fi
DISCURSO DE LA VIDA DEL ILUSTRÍSIMO Y REVERENDÍSIMO
SEÑOR DON MARTÍN DE AYALA
Capitulo I. — De nuestra natividad y padres naturales 211
Capítulo IÍ. — De la educación 212
Capítulo III. — Del estudio 213
Capítulo IV. — De la resolución que tuve en tomar estado 214
Capítulo V. — De la asistencia en Salamanca 215
Capítulo VI. — De la estada en Jaén 216
Capítulo VIL — De la ida al Concilio 216
Capítulo VIII. — De la ida á Alemania 217
Capítulo IX. — De la ida segunda al Concilio de Trento 218
Capítulo X. — Del obispado de Guadix 219
Capítulo XI. — De la venida á España y posesión dei obispado 221
Capítulo XII. — De la ida como Obispo al Concilio de Trento 222
Capítulo XIII. — De lo que pasó en algunas sesiones del Concilio 224
Capítulo XIV. — De la vuelta á Guadix por mar 225
Capítulo XV. — Del Sínodo de Guadix y visita del obispado y convento de Granada . . 227
Capítulo XVI. — De la ida á Uciés, vuelta á Guadix, retiro con dos hebreos y otras cosas. 228
Capítulo XVII. — De la visita del Consejo de las Ordenes y capítulo de la de Santiago. 229
Capítulo XVIII. — Del obispado de Segovia, sermón en el Capítulo de Toledo y con-
sultas sobre Concilios 230
Capítulo XIX. — De la ida al Concilio de Trento y último viaje de mi vida 231
Capítulo XX. — De algunas cosas que pasaron en el Concilio 232
Capítulo XXI. — De lo que pasó en Genova de vuelta para España y en Barcelona. . . 234
Capítulo XXII. — Del arzobispado de Valencia 236
Capítulo XXIII. — De la visita y Sínodos de Valencia 237
FRAGMENTOS DE LA MEMORIA DE LO SUCEDIDO EN EL CONCILIO DE
TRENTO, POR DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA, OBISPO DE
SALAMANCA 239
542 AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
VIAJE DEL MUNDO, HECHO Y COMPUESTO POR EL LICENCIADO
PEDRO ORDÓÑEZ DE CEBALLOS
PllELlMINAUES 271
Prólogo al lectok 273
Capítulo I. — Donde se da noticia de la patria y crianza del Clérigo agradecido 275
Capítulo II.— A do se cuenta lo que nos pasó en aquel primero viaje 277
Capítulo III. — A do se cuenta todo lo que pasó en estos mares, hasta la vuelta á Mesina
y prisión en Candía 278
Capítulo IV. — En que se trata la partida á España, con todos los demás puertos donde
llegamos, y del principio del viaje á Jerusalén, hasta llegar á Jope y á la Santa
Ciudad. . ". ■ 280
Capítulo V. — A do se cuentan los Lugares Santos que visitamos y mercedes que nos
hacía el Bajá 282
Capítulo VI. — A donde se prosiguen las estaciones y lo demás que pasó en aquel santo
viaje de Jerusale'n 283
Capítulo VII. — Acábase de dar cuenta de la ida á la santa ciudad de Belén y de la vuelta
á Túnez y viaje hasta Berbería 285
Capítulo VIII. — De diversas cosas que pasaron en Sevilla, y la ocasión de dejar las
galeras 287
Capítulo IX. — De un viaje que hice á Sanlúcar y lo que allí pasó, con algunas cosas del
rey Don Sebastián 288
Capítulo X. — Del primer viaje que hice á las Indias y pérdida en la Bermuda 288
Capítulo XI.— En que se acaban de contar las calamidades de la isla y el milagro con
que el Señor nos libró 290
Capítulo XII. — En que se trata las cosas que pasaron en Ginebra y otras partes de
Francia 291
Capítulo XIII. — De la vuelta á España y viaje á Inglaterra y golfo de Dania y á
Irlanda, y del viaje que hice á Guinea y otras partes 298
Capítulo XIV. Do se prosigue la historia y todo lo demás que pasó hasta embarcarme
y llegar á Cartagena 295
Capítulo XV. — De las cosas que me pasaron en Cartagena y en otras partes de aquella
provincia 297
Capítulo XVI. — A do se prosigue lo demás que pasó en esta jornada 299
Capítulo XVII. — A do se cuenta la jornada que se aprestó para el Dorado, y cómo me
quedé por particular merced de Dios 301
Capítulo XVIII. — Do se tratan algunas cosas del gran santo fray Luis Beltrán 302
Capítulo XIX. — De la jornada de Urava y Carivana, y de otros sucesos 304
Capítulo XX. — De la jornada contra los roeheleses y socorro de Urava 306
Capítulo XXI. — Do se cuenta todo lo demás que pasó en Urava 308
Capítulo XXII. — De lo que sintieron los indios el haber llegado los españoles á sus
dioses y de la infeliz pérdida dellos 311
Capítulo XXIII. — De todo lo demás que pasó en Urava hasta llegar á Santa Fe de
Bogotá 312
Capítulo XXIV. — Donde se da cuenta de lo que me pasó en Santa Fe y visita de
Antioquía y Gobernación de Popayán 314
Capítulo XXV. — De la prisión hasta el puerto de la Buenaventura, viaje de isla de
Cocos y otros sucesos 315
Capítulo XXVI. — De la jornada de los pixaos y paes y los grandes casos que en ella
acaecieron 317
Capítulo XXVII.— A do se prosigue la venida de los pixaos sobre las ciiidades y la
causa della 318
Capítulo XXVIII. — A do se trata cómo se dieron avisos á todas las ciudades, y de
otras cosas que pasaron hasta salir de Popayán con la gente y representar la batalla. . 320
Capítulo XXIX. — -De las cosas que pasaron antes que se diese la batalla y cuan peli-
grosa fue 324
Capítulo XXX y último. — Donde se cuenta lo que pasó en la segunda batalla de la
noche y se da fin á la historia de los pijaos 326
índice general 543
LIBRO SEGUNDO
Capítulo T. — Do se trata de cómo me ordene y el contento que recibió el arzobispo de
Santa Fe en ello 328
Capítulo II. — De lo que me pasó con la Audiencia y Visitador della, y cómo apacigüé
un grande mal 329
Capítulo III. — De la visita que hice del arzobispado, y cómo fui cura y vicario de Pam-
plona, y después de los pueblos de los panclies, y otras cosas 331
Capítulo IV. — De la llegada á Santa Fe y tornada á Quito, con lo demás que me pasó. 331
Capítulo V. — De cómo llegué á Méjico, y de sus grandezas y de una tormenta grande
que tuvimos en el mar del Sur 332
Capítulo VI. — De cómo llegamos á Macao. Del gobierno que hay en Cantón, con otras
cosas que me sucedieron allí 334
Capítulo VII. — De las notables y varias cosas que me pasaron en Picipuri 336
Capítulo VIII. — De dos presentes famosos que hice, uno al rey de Cochinchina y el otro
á su hermana la Int'anta, con grandes coloquios que me pasaron con los dos 338
Capítulo IX. -En donde se trata parte de lo que me pasó con la infanta de Cochinchina. 340
Capítulo X. — De cómo hablaba dos horas cada día con la Infanta, y de lo que se trataba
en ellas 343
Capítulo XI. — Do se trata cómo me dijo la Infanta me pusiese su banda y fuese su
esposo 345
Capítulo XII. — De cómo convidó la Infanta en palacio á comer y cenar á todos mis
compañeros, y de lo que hubo después de la cena 348
Capítulo XIII. — De un juego que hubo de armas en palacio y cómo se señaló en ellas el
capitán Pedro de Lomelín 350
Capitulo XIV. — De las primeras lecciones de la ley cristiana que di en público á la
Infanta y á sus damas 352
Capítulo XV. — De cómo bapticé á la Infanta y á otros muchos, y de la renunciación
que hizo de su reino en manos de su hermano 354
Capítulo XVI. — En que se contienen otros dos memoriales que concedió el rey de
Cochinchina en provecho y bien de los cristianos 357
Capítulo XVII. — De cómo se pobló el lugar que dio el rey para cristianos. Trato en el
mi destierro y lo que antes se hizo conmigo 360
Capítulo XVIII. — A do trato del viaje que hice por la costa de Champaa, las vistas que
tuve con el General y lo que dellas resultó 363
Capítulo XIX. — En que se prosigue la historia y cómo se acabaron de hacer cristianos
los demás capitanes y soldados, y una carta de los padres y la respuesta della, con otras
dos que escribió el General y su hijo á su mujer y madre, y cómo se juntaron aquellos
tres reinos 366
Capítulo XX. — En donde se trata de lo que me pasó con el General y Gobernador acerca
de los captivos del cosario, y de mi partida de la isla de la ensenada de Sinoa, y cómo
llegé á Ampelo 369
Capítulo XXI. — De las cosas notables que pasaron en Ampelo y cómo partimos y llega-
mos á Catam, y de las cartas que escribió la señora priora y los padres, y sus res-
puestas 370
Capítulo XXII. — A do se prosigue la historia y se cuenta lo demás que pasó en Catam,
y de la nueva que hubo del cosario china, y cómo salió en su busca el General con los
demás navios 373
Capítulo XXTII. —Del gran recebimiento y fiestas que se hicieron en la ciudad Real de
Champaa, y de lo demás que nos sucedió en ella 376
Capítulo XXIV. — üe cómo nos embarcamos el día de los Santos Reyes, y de la llegada
á Cecir 381
Capítulo XXV. — A do se pone mi partida y lo demás que me pasó en el viaje de Malaca
con los navios de Diego Veloso 384
Capítulo XXVI. — De lo que nos pasó en la isla de Ceilón y con la armada 387
Capítulo XXVII. — De las cosas notables que nos pasaron en la gran ciudad de Goa . . 390
Capítulo XXVIII. — De cómo llegamos á Oromuz. y de otras cosas diversas que nos
sucedieron hasta llegar á Quito 392
544 autobiografías Y MEMORIAS
Capítulo XXIX. — Donde se contiene la descripción de la provincia de los quijos, oma-
guas, cofanes y denjás naciones ;ií)6
Capítulo XXX. — Donde se ponen los alzamientos de los quijos y la razón de mi entrada
á ellos 397
Capítulo XXXI. — De cómo reduje á los quijos. Las capitulaciones que con ellos hice, y
de otros acaecimientos ' ,399
Capítulo XXXII. — De cómo prendí á todos los caciques de guerra y los envié á Quito.
De la entrada que hice á los cofanes 403
Capítulo XXXIII. — De la prosecución destas naciones en hacerlas cristianas, hasta que
envié todos los españoles 405
Capítulo XXX I V. — De las veces que estuve en grandes riesgos, en todos los seis años
y siete meses que estuve por estas provincias 407
Capítulo XXXV. -De lo que me pasó en los cofanes y do un monstruo que vide extraño. 409
Capítulo XXXVI. — Donde se comienza á tratar del levantamiento de Quito y de loque
me pasó en él , 412
Capítulo XXXVII. — Donde se concluye la historia y se trata de los castigos que se
hicieron 415
Capítulo último. — Del tiempo qne estuve en Pimampiro y de mi venida á España . . . 417
LIBRO TERCERO
Capítulo I. — Donde se comienza á tratar del camino hacia el Oriente y de sus descu-
bridores 420
Capítulo II. — A do se prosigue el itinerario hasta la gran ciudad de Goa y Malaca ... 421
Capítulo III. — A do se prosigue el viaje hasta Gnachinchina, y en relación hasta la
China; vuelta por Filipinas, islas de Ladrones y al pnerto de Acapulco, y á Guayaquil
y Lima 422
Capítulo IV. —En donde se comienza el itinerario por el camino que yo lo anduve, y se
van tocando cosas famosas que hay en puertos, ciudades y provincias deste camino . . 423
Capítulo V. — En donde se da relación de las provincias de Santa Marta, nuevo reino de
Granada, gobernación de Popayán y distrito del Quito por sus obispados 425
Capítulo VI.— De los obispados y provincias de Lima, Cuzco y Charcas y demás pro-
vincias del Pirú 426
Capitulo VII. — De la embarcación que hice á las islas de Cuba, la descripción della y de
las demás hasta Acapulco, y principio de viaje en el mar del Sur 428
Capítulo VIII. — Del viaje del puerto de Acapulco hasta llegar á Cantón de la China. . 430
Capítulo IX. — En donde se cuenta lo que pasó en Cantón y en suma algunas cosas de
aquellos extendidos reinos, y viaje hasta Cochinchina 432
Capítulo X.— De lo que me pasó en el viaje y de las cosas famosas del reino de Cochinchina. 434
Capítulo XI. — A do se prosigue el itinerario, tocando los reinos por donde se pasa y
algunas cosas en suma dellos 436
Capítulo XII. — A do se tocan las cosas famosas del Gran Mogor y sus reinos 437
Capítulo XIII. — De los demás reinos de aquellas costas, por el propio viaje que traje. . 438
Capítulo XIV. — A do se prosigue el viaje y itinerario 440
Capítulo XV. — A do se trata del Preste Juan y de otros reinos y fortalezas 442
Capítulo XVI. — Adonde se ponen las vidas y muertes de algunos varones santos que
en aquellas partes de la India padecieron tormentos 442
Capítulo XVII. —De la diversidad de reinos que hay en el mundo, de sus vasallos y
grandeza 446
Capítulo XVIII. — Donde se prosigue la misma materia 448
Capítulo XIX. — En que se hace relación de algunas cosas maravillosas del mundo . . . 449
Cai'Ítulo XX. — De mucha diversidad de peces que hay en las aguas y de los animales
de la tierra 451
Capítulo XXÍ. — En el cual se comienza á describir el reino del Pirú, Tierra Firme,
Chile y otras provincias ,, ib2
Capítulo XXII. — Donde se hace relación de las cosas generales, sin tratar en particular. 455
Capítulo XXI II. — Donde se trata en particular de los obispados y otras muchas cosas
concernientes á su gobierno 457
Capítulo XXIV.— De la grandeza, riqueza y gran cristiandad de la Nueva España. . . 458
ÍNDICE GENERAL 545
APÉNDICES
1. HISTORIA DE LA CIUDAD DE JAÉN, POR EL MAESTRO BARTOLOMÉ JIMÉNEZ
PATÓN Y EL LICENCIADO PEDRO ORDÓÑEZ DE CEBALLOS
Capítulo XXXVII. — Del famoso soldado y sacerdote Don Pedro Ordóñezde Ceballos,
primer auctor desta historia 461
Capítulo XXXVIII. — De los santuarios de la ciudad de Jaén, y en particular de la vir-
gen del Buen Sucoso 471
II. RELACIONES DE LOS REINOS DE LA CHINA, COCHINCHINA Y CHAMPAA
Y OTRAS COSAS NOTABLES Y VARIOS SUCESOS, POR PEDRO ORDÓÑEZ
DE CEBALLOS.
Capítulo XIII. — De un epílogo de los sucesos que me pasaron con esta famosa y vir-
tuosa reina María 472
III. ALONSO SOLETO PERNIA
Memoria de lo que han hecho mis padres y yo en busca del Dorado, que ansí se llama esta
conquista, y dicen que es el Paytiti 477
RELACIÓN DE LA VIDA DEL CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS. ... 485
RELACIONES EN QUE SE MANIFIESTA EL NACIMIENTO DE FRAUDELIO
CARLHET, PSEUDO HERMANO DE SULDINO DOVALLE, Y LA DIFERENCIA
DE SUS FORTUNAS Y CORRESPONDENCIAS, POR DON LUIS DE ULLOA
PEREIRA.
Al que leyere 507
Relaciones 508
40010
UC SOUTHERN REGIONAL LIBRARY FACILITY
A 000 675 405 5
CENTRAL UNIVERSITY LIBRARY
University of California, Sají Diego
DATE DUE
-^^^-^rHm
UCSD Libr.