Skip to main content

Full text of "Autobiografias y memorias coleccionadas é ilustradas por M. Serrano y Sanz"

See other formats


f    LIBRARY 

I 

J 


c^\    p.   nía 
SAN  DIEGO 


Hueva  ^£>ibltoteca  t)e  ?Uito:c0  españolee 

bd)o  la  Dtzccción  Del 
excmo.  51.  "O,  <IDa2CClíno  <IDGncndc3  ^  Pelado. 


Butobtogtafias  r  ^^emoiías 


Eolcccíonattae  é  Ílu0t2aí?a0 


por 


3É>.  ^cnano  ^  !^an3 


2 


tíbzezía  íedit02íal  oe  BaíUv//3BaíUíé:e  c  l^jos 

pia3a  oc  Santa  Bna,  núm.  lo. 

1905 


INTRODUCCIÓN 


Poco  cultivado  fué  en  España  durante  los  siglos  pajSados  el  género  autobiogi'áfico, 
ya  que  no  podemos  incluir  en  éste  las  numerosas  vidas  espirituales  que  nnesti'as  reli- 
giosas escribieron,  donde  los  hechos  externos  quedan  relegados  al  olvido  ó  mencionados 
ligeramente;  rara  excepción  entre  ellas  es  la  de  Santa  Teresa,  en  cuyo  privilegiado 
espíritu  se  unieron  la  contemplación  y  la  acción ,  carácter  que  se  refleja  en  sus  obras, 
-las  cuales  contienen  no  solamente  los  favores  divinos  é  iluminaciones  interiores  que 
logró  aquella  mujer  extraordinaria,  mas  también  un  relato  de  los  mil  trabajos  que  sufri(5 
hasta  realizar  la  santa  empresa  que  le  estaba  encomendada  ('). 

Bastaba ,  pues ,  la  rareza  de  dichas  autobiografías  seculares  para  tenerlas  en  sumo 
aprecio ,  el  cual  debe  acrecentarse  teniendo  en  cuenta  la  importancia  de  esta  forma 
histórica  que  nos  presenta  la  evolución  completa  de  los  hechos,  desde  el  pensamiento 
nacido  en  el  alma  como  efecto  del  medio  social  ó  de  condiciones  individuales  hasta  su 
realización.  Los  documentos,  por  regla  general,  y  más  los  cancillerescos,  son  para  la 
Historia  algo  parecido  á  cuerpos  muertos ,  en  los  cuales  el  genio  de  ilustres  escritores 
como  Macaulay  y  Taine  inspira  un  aliento  vital  que  parece  resucitar  los  cadáveres  de 
sus  tumbas.  La  gran  ventaja  de  las  autobiografías  consiste  en  ser  documentos  vivos, 
útiles  sobre  toda  ponderación  si  no  ofreciesen  un  escollo  inherente  á  la  condición  humana: 
la  vanidad,  que  hace  falsificar  los  hechos  ó  exagerarlos  cuando  menos,  por  cuyo  motivo 
han  sido  miradas  con  prevención  bastantes  de  ellas ,  temiendo  confundir  en  ocasiones  lo 
que  era  pura  novela  con  la  narración  histórica.  Aun  así,  las  autobiografías  poco  verídicas, 
cual  es,  por  ejemplo,  la  de  Duque  de  Estrada,  nos  transmiten  datos  inapreciables  acerca 
del  estado  social  en  su  época,  de  costmnbres  y  de  oü-as  mil  cosas  desdeñadas  por  los 

(1)  En  su  Vida  y  más  todavía  en  el  Libro  de  las  fundaciones,  pues  en  aquélla  predomina  la  parte 
ascética.  Sabido  es  que  estas  dos  obras  fueron  impresas  por  vez  primera  en  Salamanca,  año  1588,  y 
cuidó  de  la  edición  nada  menos  que  el  autor  de  la  Profecía  del  Tajo'j  de  Los  Nombres  de  Cristo.  De 
las  innumerables  ediciones  posteriores  sigue  siendo  la  mejor,  por  sus  notas  críticas  é  históricas,  la 
que  incluyó  D.  Vicente  de  la  Fuente  en  la  Colección  de  autores  españoles.  De  estas  y  las  demás  pro- 
ducciones de  Santa  Teresa  trato  extensamente  en  mi  Biblioteca  de  escritoras  españolas.. 

AüTODIOaRAFÍAS    Y    MEMORIAS. 1 


II  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

cronistas  oficiales  ó  por  los  historiadores  clásicos.  Escritas  algunas  de  ellas  por  hombres 
de  humilde  condición,  soldados  y  aventureros,  nos  muestran  cuan  profundas  raíces  tenía 
en  la  realidad  la  vida  picaresca  tal  como  se  halla  descrita  en  multitud  de  libros;  pasajes 
hav  en  las  vidas  de  D.  Alonso  Em-íquez,  de  Miguel  de  Casti'o  y  de  Conti-eras  que  pare- 
cen copiados  del  Lazarillo,  del  Oran  Tacaño  ó  de  Qiixmán  de  Alfarache. 

Con  el  mayor  desparpajo  del  mundo  se  nos  presentan  sus  autores  como  rufianes, 
tahm-es  mendigos  ó  rateros,  pues  aunque  se  ha  ponderado  mucho  la  hipocresía  de 
nuestros  antepasados,  acaso  reinara  entonces  mayor  franqueza  que  ahora;  cuando  menos 
no  se  había  inventado  el  convencional  eufemismo  con  que  actiialmente  se  disfrazan  las 
acciones  más  viles  y  censm^ables. 

Campo  son ,  por  tanto ,  las  autobiografías  donde  el  historiador,  el  literato  y  aim  el 
sociólogo  pueden  recoger  no  pocos  materiales  que  en  otra  parte  difícilmente  se  hallarían. 

II 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española  da  esta  definición  de  la  autobiografía: 
«Yida  de  una  persona,  escrita  por  ella  misma».  Definición  que,  como  bastantes  de  las 
etimológicas,  no  debe  interpretarse  literalmente,  pues  la  palabra  vida  no  puede  entenderse 
en  la  totalidad  de  ella ,  sino  en  su  mayor  tiempo  ó  en  un  período  considerable  por  su 
extensión  ó  por  la  importancia,  ya  absoluta,  ya  relativa,  de  los  sucesos  en  él  ocuiTidos. 
Mas  aun  tomada  en  el  sentido  que  hemos  dicho  la  palabra  autohiografia^  no  puede 
coincidir  con  la  denominación  de  género  autobiográfico,  siendo  éste  de  mayor  extensión, 
pues  comprende  hasta  las  cartas ,  relaciones  de  sucesos  particulares,  de  méritos  y  otros 
escritos  breves  que  una  persona  redacte  acerca  de  su  vida ,  los  cuales  no  se  deben 
llamar  autobiografías;  su  verdadera  denominación  es  la  de  documentos  autobiográficos. 
Por  estas  razones  comprendo  en  la  palabra  autobiografía^  no  solamente  las  relaciones 
de  la  mayor  parte  de  la  vida ,  sino  también  aquellas  que  abarquen  un  período  relativa- 
mente extenso,  ó  que  siendo  más  corto  trate  de  sucesos  importantes,  y  excluyo  los 
documentos  breves  y  relativos  á  un  hecho  aislado ,  pues  aunque  pertenecen  al  género 
autobiográfico,  no  pueden  ser  reputados  como  autobiografías. 

Y  hechas  estas  aclaraciones,  manifestaré  que  no  voy  á  ocuparme  de  las  autobiografías 
meramente  espirituales,  obras  casi  en  su  totalidad  de  religiosas,  pues  de  ellas  trato  en 
mi  Biblioteca  de  escritoras  esjmñolas ,  premiada  por  la  Biblioteca  ISTacional  en  el  con- 
curso público  del  año  1898  y  que  se  está  imprimiendo  actualmente.  Tampoco  hablaré  de 
los  que  he  llamado  documentos  autobiográficos,  exceptuando  ajgunos  en  que  se  refieren 
sucesos  notables  de  nuestra  Historia. 

A  fin  de  evitar  el  desorden  en  la  exposición,  he  clasificado  las  autobiografías  segilu 
la  condición  de  las  personas  á  quienes  pertenecen ,  teniendo  en  cuenta  que  el  elemento 


INTRODUCCIÓN'  iii 

subjetivo  predomina  en  ellas  y  que  suele  destacarse  sobre  los  hechos  la  figura  pequeña 
ó  grande,  obscura  ó  gloriosa  del  autor  que  los  cuenta. 

Tal  método  me  ha  parecido  preferible  al  cronológico,  no  obstante  que  éste  tendría  la 
ventaja  de  ofrecer  un  cuadro  de  nuestros  tiempos  pasados,  agrupando  en  cada  siglo  los 
personajes  de  diferentes  clases  que  narraron  toda  ó  parte  do  su  historia,  donde  se  verían 
las  varias  manifestaciones  de  la  vida  nacional:  el  escritor  hablándonos  de  sus  obras,  el  via- 
jero de  sus  peregrinaciones  y  el  aventurero  de  sus  dramáticos  sucesos. 

Fijándome  en  el  estado,  profesión  ó  género  de  vida  que  distinguió  principalmente  á 
cada  uno  de  los  personajes,  he  ordenado  sus  autobiografías  de  la  siguiente  manera: 

Capítulo        I. — De  reyes. 

II. — De  ministros,  políticos  y  funcionarios  públicos. 

—  III. — De  navegantes  y  conquistadores. 

—  IV. — De  viajeros. 

—  ■  Y. — De  militares. 

—  VI. — De  aventureros. 

—  VIL-  -De  oradores  y  escritores. 

—  VIII. — De  clérigos  y  religiosos. 

—  IX. — De  mujeres. 


CAPITULO  PRIMERO 

T.  Don  Jaime  el  Coís-quistadok. — II.  El  Emperador  Carlos  V. — III.  Fernando  YII 


Vivamente  se  ha  disputado  sobre  la  autenticidad  de  la  Crónica  de  Jaime  el  Conquis- 
tador ( * ),  monumento  que  puede  colocarse  entre  las  obras  más  notables  de  la  Historio- 
grafía española  en  la  Edad  Media.  Es  verdad  que  casi  todos  los  escritores  suelen  citarla 
sin  hesitación  algima,  dándola  por  obra  del  mismo  D.  Jaime,  y  aun  los  Sres.  Flotats  y 
Bofarull,  quienes  la  ti-adujeron  al  castellano  en  el  año  1848,  no  se  cuidaron  en  el  prólogo 
de  probar  que  era  genuina;  suponiendo  que  la  cuestión  estaba  resuelta  y  que  ninguna 
duda  podía  ofrecerse  acerca  del  particular,  la  ati-ibuyeron  desde  luego  al  valeroso  conquis- 
tador de  Mallorca  y  Yalencia.  Sin  embargo,  hacía  mucho  tiempo  que  bastantes  eruditos 
habían  formulado  dudas  sobre  la  autenticidad  de  la  mencionada  Crónica.  Zurita  escribía: 
«Como  se  afií'ma  en  la  historia  del  Rey  D.  Jaime  que  se  ordenó  en  su  nombre»  (^).  Igual 
recelo  manifestaba  Dameto:  «Refiere  la  historia  escrita  en  nombre  de  dicho  Rey»  {^). 

A  últimos  del  siglo  pasado  D.  José  Villarroya  publicó  una  serie  de  cartas  queriendo 
demostrar  que  la  Crónica  ati"ibuída  á  D.  Jaime  era  apócrifa  (*). 

(*j  Chronica  o  commentari  del  gloriosissim  e  invictissim  Rey  En  lacme  per  la  gracia  de  Deus  Rey 
de  Arago,  e  de  Vrgell,  et  de  Muntpesller;  feyta  e  scrita  per  aquell  en  sa  llengua  natural  e  ireyta  del 
Archiu  de  la  insigne  ciutat  de  Valencia  hon  staua  custodida.  Valencia.  En  casa  de  loan  Mey,  1557, 

1  vol.  en  fol. 

Historia  del  Rey  de  Aragón  Jaime  I  el  Conquistador,  escrita  en  lemosin  por  el  mismo;  traducida 
y  anotada  por  Mariano  Flotats  y  Antonio  de  Bofánill.  Barcelona,  Impr.  de  Mayol,  1848,  1  vol.  en  8.° 

Una  parte  de  la  Crónica  de  D.  Jaime  se  había  impreso  en  la  siguiente  obra: 

Aureum  opus  regalium  Privilegiorum  Civitatis  et  Regni  Valentice,  cum  Historia  Christianissimi 
Regís  Jacobi  ipsias  primi  conquistatoris.  Valentiíe,  Typ.  D.  Gumiel,  MDXV.  Comprende  la  con- 
quista de  Valencia  y  su  reino. 

The  chronicle  of  James  /,  hing  of  Aragón,  surnamed  the  Conquereor  (written  hy  himself)  translated 
from  the  catalán  hy  the  late  John  Fosfer,  Esq.  M.  P.  for  Berwick.  With  an  historical  introduction. 
notes,  appendix,  glossary   and  general  index  hy  Pascual  de  Gayangos.  London,  R.  Clay  Sons,  1883, 

2  vol.  en  4." 

(^)  Alíales  de  Aragón,  libro  III,  cap.  LXXV, 

(3)  Historia  de  Mallorca,  libro  II,  título  I. 

(*)  Colección  de  cartas  histórico-criticas  en  que  se  convence  que  el  Rey  D.  Jaime  I  de  Aragón  no 
fué  el  verdadero  autor  de  la  Crónica  ó  Comentarios  que  corren  ú  su  nomhre.  Valencia,  Oficina  de 
D.  Benito  Monfort,  MDCCC,  1  vol.  en  4." 

Nicolás  Antonio  (Bihliotheca  vetas,  tomo  I,  núms.  143  á  145)  da  como  auténtica  la  Crónica  de 
D.  Jaime  y  atribuye  á  éste  Lo  libre  de  la  saviesa,  obra  apócrifa  á  todas  luces. 


VI  autobiografías  y  memorias 

He  aquí  los  argumentos  en  que  se  apoya:  Ramón  Muntaner,  que  nació  en  el  reinado 
de  Jaime  I,  al  escribir  su  Crónica  nada  dice  de  la  de  este  Monarca.  Jaime  II  encargó  á 
Pedro  Mai'silio  que  relatase  las  conquistas  y  hazañas  de  su  abuelo  Jaime  I,  cosa  incom- 
prensible si  existía  ya  un  libro  cuyo  autor  era  el  mismo  protagonista  y  libro  que  no  se 
podía  ocultar  á  Jaime  11.  Aparte  de  lo  cual,  abundan  tanto  en  la  mencionada  Crófiica 
los  anacronismos,  errores  y  pretericiones  injustificadas  de  hechos  memorables,  que  no 
cabe  tenerla  por  obra  de  D.  Jaime  I.  ¿Cómo  tergiversar  la  conquista  de  Valencia,  callando 
el  convenio  celebrado  entre  D.  Jaime  y  Zaén  á  28  de  septiembre  de  1238?  ¿Cómo  doña 
Violante  de  Ai-agón,  mujer  de  Alfonso  X,  podía  ser  Reina  de  Castilla  en  1238,  á  la  edad 
de  año  y  medio,  cuando  Alfonso  X  no  heredó  el  Trono  hasta  la  muerte  de  Fernando  lU, 
ocurrida  en  1252?  Pase  que  en  la  Crónica  se  refiera  la  muerte  de  su  autor,  pudo  aña- 
dir el  capítulo  algún  cm'ioso;  pero  lo  que  no  puede  admitii-se  es  que  D.  Jaime,  al  contar 
su  vida,  cometiese  bastantes  yerros  en  cosas  que  forzosamente  debía  saber.  Pero  si 
D.  Jaime  no  escribió  la  Cróoiica,  ¿á  quién  debe  ati-ibuirse?  Muy  difícil  es  averiguarlo  de 
una  manera  positiva;  hay  solamente  presunciones  de  que  la  redactara  Fr.  Pedro  Marsilio, 
y  nada  tiene  de  extraño  el  que  D.  Jaime  hable  en  primera  persona,  pues  lo  mismo  sucede 
en  la  Crónica  de  Pedro  IV  de  Ai-agón  ó  Libro  del  Rey  En  Pere,  cuyo  autor  es  Bernat 
de  Sclot. 

La  argumentación  de  Villarroya  no  nos  parece  decisiva  ni  mucho  menos;  al  confesar 
que  indudablemente  D.  Jaime  escribió  unas  Memorias  de  su  reinado,  que  aprovechó 
Fr.  Pedro  Marsilio,  echa  por  tierra  los  testimonios  de  Muntaner  y  de  Jaime  11,  quienes 
desconocían  tales  Memorias;  y  si  á  pesar  de  esto  existían,  ¿por  qué  no  podi'á  decirse  otro 
tanto  de  la  Crónica?  Verdad  es  que  ésta  contiene  algunos  errores  y  lagunas,  mas  pueden 
explicarse  fácilmente  por  olvidos  muy  naturales  en  quien,  como  D.  Jaime,  fué  siempre 
hombre  de  acción,  atento  de  continuo  á  los  negocios  políticos  y  guerreros.  A  nuesti'o 
juicio,  la  crónica  de  D.  Jaime  es  auténtica;  hay  en  toda  ella  un  aire  de  verdad  y  una 
sencilla  ingenuidad  que  subyugan  el  ánimo,  y  en  sus  relaciones  tal  cúmulo  de  detalles  y 
tan  personales,  que  solamente  un  testigo  ocular  pudo  consignarlos;  de  ninguna  manera 
im  historiador  posterior  á  D.  Jaime,  que  ni  siquiera  había  conversado  con  éste  una  vez. 

Sirvan  de  ejemplo  los  capítulos  en  que  refiere  la  trágica  muerte  del  altivo  señor  don 
Pedro  Abones,  admirables  páginas  donde  se  halla  reü^atada  la  nobleza  aragonesa  á  prin- 
cipios del  siglo  XTii,  celosa  de  sus  prerrogativas,  de  seguir  al  nivel  de  los  reyes  y  de  evi- 
tar á  toda  costa  que  éstos  robustecieran  su  autoridad.  D.  Pedro  Abones  no  había  acudido 
al  llamamiento  del  monarca  cuando  éste  fué  á  pelear  contra  los  moros  de  Valencia,  y  cele- 
brada ya  una  ti-egua  con  el  emir  Zeid  se  dispone  á  violarla,  entrando  en  las  tierras  del 
musulmán;  en  el  camino  de  Teruel  á  Daroca  se  encuentran  D.  Podro,  que  iba  con  cin- 
cuenta caballeros,  y  D.  Jaime,  quien  le  ruega  vaya  con  él  hasta  Bm^baguena;  aquí  le 
increpa  su  conducta  y  suplícale  que  desista  de  sus  proyectos,  á  lo  cual  se  resiste  D.  Pedro, 
y  antes  de  verse  preso  echa  mano  á  la  espada;  luchan  ambos  á  brazo  partido;  los  servido- 
res de  D.  Jaime  ven  la  escena  con  glacial  indiferencia,  hasta  que  acude  la  gente  de 
Aliones  y  separan  al  monarca  do  su  soberbio  vasallo.  Huye  éste,  pero  es  alcanzado,  y 
Sancho  Martínez  de  Luna  lo  hiere  mortalmente  de  una  lanzada;  el  Rey  prohibo  que  sus 
soldados  se  ensañen  con  el  moribundo,  y  manda  enterrar  el  cadáver  en  Daroca. 

Cuadros  tan  vigorosos  y  animados  como  éste  abundan  en  la  (yró?¿¿ca,-  pinceladas  tan 
valientes  sólo  pudo  darlas  quien  fué  protagonista  de  los  sucesos  que  refiere;  quien  como 


INTRODUCCIÓN  VII 

D.  Jaime  había  tenido  que  luchar  con  una  aristocracia  que  sólo  veía  en  el  soberano  un 
compañero,  había  plantado  el  estandarte  de  la  cruz  en  Mallorca  y  Valencia  después  de 
mil  fatigas  y  combates  j  preparado  la  Monarquía  aragonesa  para  ftituras  expansiones  y 
para  influir  poderosamente  en  naciones  exti'aujeras. 

El  mismo  Yillarroya  considera  muy  probable  que  Jaime  I  dejase  al  morir  algunas 
memorias  de  su  vida,  que  servü-ían  de  base  para  redactar  la  Crónica,  completando  los 
vacíos  que  ofi-ecían;  si  bien  añade  que  es  imposible  distinguir  en  el  texto  que  ha  llegado 
á  nosoti'os  el  de  aquéllas,  y  menos  teniendo  en  cuenta  que,  dada  la  unidad  de  estilo  que 
se  observa  en  toda  la  obra,  el  compilador  se  debió  fijar  en  las  ideas  sin  ceñirse  á  la  mate- 
rialidad de  las  palabras. 

n 

Tan  ilustre  guerrero  el  Emperador  Carlos  V  como  Julio  César,  quiso  también,  á 
imitación  de  éste,  dejar  unos  Comentarios  de  su  reinado,  obra  de  la  que  se  ha  perdido 
el  original  y  tan  sólo  se  conoce  una  traducción  portuguesa  hecha  hacia  el  año  1620. 
Yalióse  para  escribirlos  de  su  confidente  Van  Malen,  á  quien  se  los  dictaba  en  francés, 
acaso  con  el  propósito  de  que  éste  los  ti-adujera  luego  al  latín  (').  Comenzólos  el  día  14 
de  junio  del  año  1550,  yendo  embarcado  por  el  Rhin  desde  Colonia  á  Magimcia,  y  los 
contümó  después  en  Augsburgo.  La  existencia  de  estos  Comentarios  no  puede  ponerse 
en  duda,  pues  la  afií-ina  Van  Malen  en  mía  carta  dirigida  á  Luis  de  Praet  con  fecha  17 
de  julio  de  1550,  donde  dice: 

«En  los  ocios  de  su  navegación  por  el  Rhin,  el  Emperador,  entregado  en  su  buque 
á  las  más  liberales  ocupaciones,  ha  emprendido  el  escribir  sus  viajes  y  expediciones  desde 
el  año  de  1515  hasta  el  presente.  La  obra  es  admirablemente  correcta  y  elegante,  y  su 
estilo  demuestra  una  gran  fuerza  de  talento  y  de  elocuencia.  De  seguro,  yo  no  hubiera 
creído  fácilmente  que  el  Emperador  poseyera  semejantes  cualidades,  y  él  mismo  me  ha 
confesado  que  no  las  debió  en  nada  á  la  educación,  y  que  las  había  adquirido  entera- 
mente á  fuerza  de  meditaciones  y  de  trabajo.  Por  lo  demás,  la  autoridad  de  la  obra  y  lo 
que  tiene  de  agradable  consisten  sobre  todo  en  esa  exactitud  y  gravedad  á  las  cuales 
debe  la  historia  su  poder  y  su  crédito» . 

Algunos  temores  abrigaba  Carlos  V  de  las  consecuencias  que  pudiera  tener  la  divul- 
gación de  sus  Comentarios^  por  lo  cual  se  proponía  entregarlos  á  Granvela  y  al  príncipe 
D.  Felipe  para  que  los  examinasen. 

Hallándose  en  Inspruck  en  el  año  de  1552  y  obligado  á  retirarse  ante  la  infidelidad 
de  Mauricio  de  Sajonia,  quiso  evitar  que  sus  Comentarios  cayesen  en  manos  de  los 
protestantes  y  los  envió  á  Felipe  11  precedidos  de  la  sigu  ente  advertencia: 

«Esta  historia  es  la  que  yo  hice  en  romance  quando  venimos  por  el  Rhin  y  la  acabé 
en  Augusta.  Ella  no  está  hecha  como  quería,  y  Dios  sabe  que  no  la  hice  con  vanidad, 

(1)  Gacliard  afirma  la  existencia  de  los  Comentarios  de  Carlos  V  en  estas  palabras: 

«II  est  constant  que  Cliarles-Quint,  comme  César,  ecrivit  des  coininentaires;  nous  avons  sur  ce 
fait  des  temoignages  qui  le  mettent  hors  de  toute  contestation». 

Retraite  et  mort  de  C. hurles- Quint  au  monastere  de  Yuste.  Bruxelles,  C.  Muquardt,  1855,  tomo  II, 
página  CXLII. 

Cnf.  Lettres  de  Van  Male  sur  la  vie  intérieure  de  V Einpereur  Charles- Qaint,  publiées  poiir  la  pre- 
miére  Jois  par  le  Barón  de  Reijfenherg.  Bruxelles,  1843,  1  vol.  en  8." 


VIII  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

y  si  della  Él  se  tuvo  por  ofendido,  mi  ofensa  fué  más  por  ignorancia  que  por  malicia. 
Por  cosas  semejantes  Él  se  solía  mucho  enojar:  no  querría  que  por  esto  lo  uviese  hecho 
agora  comnigo.  Ansí  por  esta  como  por  oti-as  ocasiones,  no  le  faltarán  causas.  Plegué  á 
Él  de  templar  su  yra,  y  sacarme  del  trabajo  en  que  me  veo;  yo  estuve  por  quemarlo 
todo,  mas  porque,  si  Dios  me  da  vida,  confío  ponerla  de  manera  que  El  no  se  deservirá 
della,  para  que  por  acá  no  ande  en  peligro  de  perderse,  os  la  embío  para  que  agays  que 
allá  sea  guardada  y  no  abiei-ta» . 

¿Cuál  fué  el  paradero  de  los  Comentarios  de  Carlos  Y?  Xadie  lo  sabe;  indudable- 
mente no  los  -quemó  Felipe  11,  pues  que  aún  existían  en  el  año  1620,  y  tres  más  ade- 
lante parece  haberlos  examinado  Gil  González  Dávila.  Tampoco  está  probado  que  Yan 
Malen  los  pusiera  en  lengua  latina  como  se  proponía. 

Rápida  y  concisa  es  la  narración  de  Carlos  Y  en  sus  Comentarios^  que  empiezan  con 
el  año  1515,  y  casi  ningfm  nuevo  dato  aportan  para  la  historia  de  su  reinado  aun  en 
aquellos  sucesos  donde  se  detiene,  como  es  la  guerra  con  los  protestantes  alemanes, 
cuando  la  batalla  de  Mulberg,  Hasta  aquella  parte  que  pudiéramos  llamar  interna,  á 
saber,  los  móviles  que  le  impulsaron  á  varias  empresas  y  la  razón  de  su  política,  tiene 
menos  importancia  de  lo  que  podía  esperarse  ('). 

in 

Decretada  en  el  Congreso  de  Yerona  de  1822  la  abolición,  por  cualquier  medio  que 
fuese,  del  régimen  constitucional  en  España;  invadido  al  año  siguiente  nuestro  país  por 
el  Duque  de  Angulema,  Luis  Antonio  de  Borbón,  ejecutor  de  aquel  acuerdo,  y  sus 
100.000  hijos  de  San  Luis.,  que  ni  ftieron  100.000  ni  todos  eran  franceses,  puesto  que 
buena  parte  de  este  ejército  la  constituían  realistas  españoles,  vióse  obligado  Fernando  YII 
á  beber  las  heces  del  cáliz  de  amargm"a  tan  merecido  por  su  mala  fe  y  rematada  perfidia; 
como  prisionero  más  que  como  monarca  salió  de  Madrid  para  abrir  de  nuevo  las  Cortes 
en  Sevilla,  donde  había  de  sufrir  el  insulto  mayor  que  podía  recibir:  ser  declarado  inca- 
paz por  el  Congreso,  á  petición  de  Alcalá  Galiauo,  en  la  memorable  sesión  de  11  de  junio; 
nombrarse  la  regencia  de  Yaldés,  Ciscar  y  Yigodet  y  ser  llevado  á  Cádiz,  donde,  al  fin, 
vería  la  muerte  de  la  Constitución,  precisamente  en  la  misma  ciudad  que  había  sido 
su  cuna. 

De  todo  este  período  tan  breve  cual  borrascoso  escribió,  ó  mejor  dicho,  dictó  Fer- 
,  nando  YII  á  su  secretario  Salcedo  un  Diario  que  empieza  á  14  de  febrero  do  1823  y 
acaba  á  13  de  noviembre,  cuando,  ya  abolida  la  Constitución,  entró  pomposamente  en 
Madrid.  Este  opúsculo  era  desconocido  por  completo  hasta  que  el  Sr.  Conde  de  Casa 
Yaleucia  lo  publicó  ha  pocos  años;  ni  Alcalá  Galiano  ni  D.  Modesto  Lafuente  tuvieron 
noticia  de  libro  tan  hiteresante.  Aimque  á  primera  vista  parece  que  un  Diario  debe  ser 
escrito  á  medida  que  se  verifican  los  sucesos,  Fernando  YII  dictó  el  que  nos  ocupa  en 
el  año  182-1,  siendo  de  notar  cuan  prodigiosa  memoria  tenía  aquel  Maquiavelo  coronado 

(•)  Commentaires  de  ChwUs-Quint,  puhliées  j)our  la  premiére  fois  imr  le  Barón  Kervyn  de  Lettcn- 
hove.  Briixelles,  Iinp.  de  V.'^  P.irent  et  fils,  1862,  1  vol.  en  8  "  d. 

Comentarios  del  Emperador  Carlos  V,  publicados  por  la  primera  vez  en  Bruselas  por  el  Barón 
Kervyn  de  Lettenhove  y  traducidos  al  castellano  por  D.  Luis  de  Olona.  Madrid,  Impr.  de  Manuel 
G-iliano,  1862,  XLIV-150  págs.  en  4.» 


INTRODUCCIOÍT  ix 

para  recordar  día  por  día  cuanto  de  particular  vio  ó  sucedió  en  su  viaje  hasta  Cádiz;  y  no 
se  diga  que  ti-ata  sólo  de  hechos  para  él  de  recuerdo  imperecedero  por  lo  desagradables, 
pues  no  se  olvida  de  pormenores  insignificantes:  de  los  pueblos  en  que  descansaba  ó 
que  se  veían  desde  el  camino;  las  horas  invertidas  en  cada  jornada;  las  fiestas  con  que 
era  agasajado,  j  oti-as  muchas  menudencias.  Con  todo  esto  se  dejó  en  el  tintero  muchas 
cosas:  unas  porque  le  perjudicaban;  oti-as  por  descuido,  pues  las  sabía  indudablemente; 
otras  por  odio  á  ciertas  personas,  que  ni  nombrarlas  quería  ('). 

Así  no  designa  qué  diputados  componían  la  Comisión  nombrada  por  el  Congi-eso  á 
fin  de  ver  si  estaba  enfermo  de  veras  cuando  alegaba  sus  dolencias  para  no  ir  á  Sevilla; 
ocasión  en  que  recibió  crueles  insultos,  pues  Alcalá  Galiano  redactó  el  parecer  de  la  Comi- 
sión empedrándolo  de  frases  irónicas,  j  varios  diputados  le  amenazaron  en  las  Cortes  con 
que  si  no  podía  ir  á  Sevilla  en  coche  lo  llevarían  «ati-avesado  j  atado  en  un  burro»  (^). 
Al  ocuparse  de  cuando  fué  incapacitado  en  Sevilla  por  el  Congreso,  no  menciona  los 
diputados  que  tomaron  parte  en  la  discusión  y  consagra  pocas  palabras  á  este  hecho. 

Por  conveniencia  calla  que  Vigodet  y  Ciscar,  antes  de  aceptar  el  oficio  de  Regentes, 
le  consultaron  y  aceptaron  el  cargo  á  ruego  suyo;  tal  omisión  se  comprende  en  quien 
de  la  manera  más  infame  los  condenó  luego  á  muerte  apenas  acabó  el  régimen  consti- 
tucional. También  por  conveniencia  y  porque  comprendía  que  era  imposible,  se  abstiene 
de  justificar  su  conducta  con  los  liberales  después  de  haber  prometido  solenmemente 
«un  olvido  general,  completo  y  absoluto  de  todo  lo  pasado  sin  excepción  alguna»  (^). 
¿Cómo  podría  defender  el  decreto  de  1.**  de  octubre,  por  el  cual  condenaba  á|la  horca  á 
Vigodet  y  Ciscar,  cuyo  delito  era  haber  aceptado  la  Regencia  en  Sevilla  por  consejo 
del  mismo  Fernando  YII?;  pena  que  no  se  ejecutó  gracias  á  la  humanidad  de  los  gene- 
rales franceses  Bom-mont  y  Ambrugeac.  Sobre  semejantes  iniquidades,  que  indignaron 
al  Duque  de  Angulema,  tiende  un  velo.  Sin  embargo  de  esto,  su  mismo  Diario  es  la 
mejor  prueba  de  cuan  vil  era  aquel  Monarca,  indigno  de  que  el  pueblo  español  derra- 
mase torrentes  de  sangre  en  su  defensa.  Al  suscribir  en  Cádiz  el  decreto  de  amnistía 
de  30  de  septiembre  de  1823  rechazó  una  cláusula,  para  demostrar  que  todo  lo  demás 
era  de  su  agrado;  no  obstante,  en  el  interior  de  su  alma  abrigaba  el  propósito  de  apelar 
después  al  recurso  de  siempre,  la  coacción  que  había  sufrido,  para  en  oti'o  decreto  dar 
riendo  suelta  á  sus  rencores:  «aprobé,  dice,  el  decreto,  excepto  una  cláusula  que  sonaba 
mal,  y  además  para  que  no  creyesen  que  me  la  habían  hecho  poner,  por  estar  en  estado 
de  coacción»  (*). 

Por  todas  estas  razones  el  Diario  de  Fernando  YII,  si  bien  digno  de  ser  leído,  no 
modifica  ni  mucho  menos  el  juicio  que  la  Historia  ha  formado  de  aquel  Rey,  ídolo  un 
tiempo  de  los  españoles  y  luego  aborrecido  por  los  partidos  más  opuestos,  tanto  por  los 
liberales  como  por  los  defensores  del  Pretendiente. 

(')  Itinerario  de  la  retirada  que  el  Gobierno  constitucional  obligó  á  hacera  Sus  Majestades  y  toda 
su  Real  familia,  á  la  ciudad  de  Cádiz,  en  febrero  de  1823,  á  causa  de  hallarse  amenazada  la  España 
de  una  invasión  por  el  ejército  francés,  dictado  por  S,  M.  el  Sr.  Rey  D.  Fernando  VII  (Q.  E.  G.  E.) 
á  su  secretario  particular  D.  A.  M.  de  S.  en  el  Palacio  de  Madrid  y  año  de  1824. 

Publicado  por  el  Sr.  Conde  de  Casa  Valencia  en  sus  Estudios  históricos.  Madrid,  Imp.  de  For- 
tanet,  1895,  paga.  139  á  249. 

(2)  Diario  de  Fernando  VII,  pág.  157. 

(3)  Manifiesto  que  dio  en  Cádiz  á  30  de  septiembre  de  1823. 

(4)  Diario,  pág.  241. 


CAPITULO  II 

I.  AiíTOOTO  PÉEEZ. — II.  Don  Gtakcía.  de  Silva. — III.  Don  Jacobo 

Francisco    Fitz   James    Stuabt,    DuQinE    be    Liria. — lY.    Don   Manuel    Godoy. 

V.    Don   José   Gtarcia    de   León   y   Pizarro.— YI.  Don  Augusto  Conté". 


Todo  el  ingenio  y  arte  con  que  en  sus  Relacio7ies  (')  trató  de  vindicarse  el  célebre 
ministro  de  Felipe  II  Antonio  Pérez,  son  j  serán  siempre  insuficientes  para  disculpar  las 
ignominiosas  ü'aiciones  que  cometió  conti'a  su  pati'ia  y  su  Rey,  y  esto  suponiendo  que 
recayese  por  completo  sobre  Felipe  II  la  culpa  del  asesinato  de  Escobedo,  cosa  que  dista 
mucho  de  ser  verdadera.  Del  considerable  número  de  documentos  que  copia  ó  exti-acta, 
sólo  resulta  en  claro  que  Escobedo  murió  por  orden  de  Felipe  11  y  que  Antonio  Pérez 
fué  el  encargado  de  realizar  aquella  sentencia  sin  proceso,  parecida  á  las  justicias  de 
Alfonso  X  con  su  hermano  D.  Fadiique,  de  Alfonso  XI  con  D.  Juan  el  Tuerto  y  a  las 
de  Pedi-o  el  Cruel.  Mas  lo  que  no  prueba  es  su  falta  de  interés  personal  en  aquel  hecho 
ni  que  dejase  de  engañar  al  Monarca  exagerando  los  planes  de  D.  Juan  de  Austria,  á 
quien  calumniosamente  supone  que  tenía  el  proyecto  de  desti-onar  á  Felipe  11,  y  menos 
aún  demuestra  que  sus  relaciones  con  la  Princesa  de  Éboli  fuesen  menos  íntimas  de  lo 
que  todo  el  mimdo  sabía;  relaciones  ilícitas  según  consta  en  muchos  documentos  y  que 
por  tales  las  reputa  el  biógrafo  de  doña  Ana,  D.  Gaspar  Muro,  en  su  preciosa  monografía 
acerca  de  esta  dama  (■).  De  oti-o  lado  incm-re  Antonio  Pérez  en  contradicciones  palpa- 
bles; si  estaba  convencido  de  ser  errónea  la  doctrina  de  Fr.  Diego  de  Chaves  (^)  al  sentar 
por  máxima  de  derecho  político  que  los  Reyes  eran  dueños  de  la  vida  de  sus  subditos,  á 
quienes  podían  ejecutar  sin  formación  de  causa,  ¿por  qué  no  se  resistió  á  obedecer  los 
mandatos  de  Felipe  11?  ¿Por  qué  no  se  sublevó  entonces  su  conciencia  conti-a  lo  que  él 

(1)  Relaciones  de  Antonio  Pérez,  Secretario  de  Estado,  que  fué,  del  Rey  de  Esparia  Don  Phelip- 
pe  II.  deste  nombre.  Irapresso  en  París,  con  Privilegio  del  Rey  Christianissimo.  M.D.XCVIII  (en 
la  portada  un  grabado  que  representa  la  cárcel  y  muchos  instrumentos  de  suplicio),  1  vol.  en  4." 

De  este  rarísimo  libro  hemos  visto  un  ejemplar  en  la  Biblioteca  Nacional. 

Existen  otras  ediciones  posteriores,  de  las  que  solamente  citaremos  las  de  Genova,  1631;  Gine- 
bra, 1654  y  1676;  Colonia,  1676,  y  Madrid,  1849.  Hay  una  sin  año,  hecha  en  Lyon,  que  parece  ser  lu 
segunda,  y  no  la  primera,  como  algunos  han  creído. 

(2)  Vida  de  la  Princesa  de  Eholi,  por  D.  Gaspar  Muro,  con  una  carta  por  vía  de  prologo  del 
Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo.  Madrid,  Impr.  de  Aribau  y  C.*,  1877,  I  vol.  en  8." 

(3)  En  la  pág.  13  escribe:  «Que  aunque  diga  allá  Fray  Diego  de  Chaves  que  el  Rey  tiene  poder 
sobre  la  vida  de  sus  vasallos,  yo  pienso  que  Dios  solo  es  el  Rey  que  tal  poder  tiene.  Señor  solo  es 
Él  de  la  vida  y  de  la  muerte». 


XII  autobiografías  y  memorias 

juzgaba  crimen  aborrecible?  Harto  acomodaticia  y  flexible  era  su  moral  cuando  luego 
condenaba  en  teoría  lo  que  había  llevado  á  la  práctica;  acongojado  por  los  remordi- 
mientos de  que  ningún  traidor  se  libra,  temía  ser  herido  con  su  mismo  cuchillo  j  veía 
por  todas  partes  sicarios  dispuestos  á  hacer  Con  él  lo  mismo  que  había  hecho  con  Esco- 
bodo:  quitarlo  de  en  medio  por  supuestas  razones  de  Estado.  Pareciéndole  poca  la  guarda 
que  para  segm-idad  de  su  persona  le  concedió  Enrique  lY,  errante  como  Caín  y  oyendo 
siempre  que  la  sangi-e  de  su  víctima  pedía  venganza,  quiso  escudarse  con  doctrinas  que 
nunca  había  profesado. 

Más  pobre  es  aún  la  defensa  que  hace  de  su  conducta  en  la  Secretaría,  pues  mayor 
crédito  que  sus  palabras  tienen  las  declaraciones  de  hombres  tan  respetables  como  el 
Arzobispo  de  Sevilla,  D.  Rodrigo  de  Castro,  el  conde  de  Fuensalida  y  otros,  unánimes  en 
afirmar  los  gravísimos  cargos  que  resultaban  conti-a  Antonio  Pérez:  venta  de  destinos 
públicos  y  de  la  justicia;  cuantiosos  donativos  que  recibía  de  los  Príncipes  y  Yirreyes  de 
Italia;  una  profunda  inmoralidad  que  no  se  cuidaba  de  recatar,  confiado  en  su  poder.  De 
estas  imputaciones  se  defiende  con  fábulas,  cual  es  la  de  haber  comprado  tapices,  alliajas 
y  coches  para  colocar  en  ellos  aquellos  jeroglíficos  del  Centam'o  en  el  Laberinto  con  los 
lemas  in  spe  y  iisque  adhuc,  a  fin  de  representar  gráficamente  su  inocencia. 

La  relación  que  hace  de  su  vida  en  el  extranjero  es  bochornosa;  arrasti'ándose  vil- 
mente á  los  pies  de  nuestros  encarnizados  enemigos,  quienes  al  mismo  tiempo  que  lo 
utilizaban  cual  se  utiliza  el  puñal  y  le  concedían  pensiones  lo  despreciaban  en  el  fondo 
de  su  alma,  probó  de  cuántas  maldades  era  capaz  su  corazón.  Sus  continuas  amenazas 
de  descubrir  secretos  contra  Felipe  II  cuando  ya  nada  más  podía  escribir  en  perjuicio  de 
éste,  no  le  dieron  el  resultado  que  esperaba  ni  le  evitaron  el  morn  en  la  soledad,  pobreza 
y  abandono  que  mereció  su  conducta. 

En  cuanto  al  mérito  literario  de  las  Beladones  de  Antonio  Pérez,  creemos  que  se 
ha  exag-erado  bastante;  verdad  es  que  el  lenguaje  os  generalmente  castizo,  expresivo  y 
conciso,  mas  en  ellas  como  en  sus  demás  escritos  peca  en  ocasiones  de  obscm-idad  y  de 
consti'ucciones  defectuosas;  únese  á  la  afectación  cierto  aire  declamatorio  y  la  repetición 
de  sentencias  comunes,  propias  de  quien  tomaba  la  Historia  como  ocasión  de  filosofar  y 
mostrar  dotes  do  consumado  estadista. 


II 

Diferencias  de  sectas,  odios  de  razas  é  intereses  incompatibles  fueron  causa  de  que 
entre  las  naciones  persa  y  turca  hubiese  luchas  frecuentes  en  los  siglos  xvi  y  xvii,  con 
gran  satisfacción  de  los  pueblos  cristianos,  que  veían  ocupadas  en  Oriente  las  armas  del 
Sultán.  Tal  fué  el  motivo  de  que  tanto  Carlos  Y  como  Felipe  HI  mantuviesen  relaciones 
amistosas  con  el  Sofí  de  Persia  y  procurasen  aliarse  con  éste.  Persiguiendo  el  mismo 
objeto  Felipe  HI,  acordó  enviar  al  Sofí  una  Embajada  que  encomendó  á  D.  García  de 
Silva  y  Figueroa,  cuyo  talento  diplomático  le  era  conocido  ('). 

(1)  Commentarios  de  Don  García  de  Silva  que  contienen  su  viaje  á  la  India  y  de  ella  á  Persia. 
Cosas  notables  que  vio  en  él  y  los  successos  de  la  Emhaxada  al  SopM 

Manuscrito  original,  consta  de  389  hojas  foliadas,  más  83  al  principio  sin  numeración.  Contiene 
un  mapa  de  la  isla  de  Goa  y  al  fin  ocho  dibujos  que  representan  esculturas  de  Persépolis. 


INTRODUCCIÓN  XIII 

Hacer  el  viaje  por  tierra  era  en  aquella  época  empresa  del  todo  imposible,  dado 
el  odio  que  los  turcos  profesaban  á  los  españoles,  sus  mortales  enemigos,  y  la  dificultad 
inmensa  de  atravesar  el  Asia  Menor  y  la  Mesopotamia,  no  yendo  con  buena  escolta;  así 
que  D.  García  resolvió  entrar  en  los  dominios  del  Sofí  por  la  región  que  baña  el  Golfo 
Pérsico,  aprovechando  las  comunicaciones  que  los  portugueses  tenían  con  sus  colonias 
de  dicho  golfo  y  de  la  India.  Habiéndose  aprestado  una  pequeña  armada  en  Lisboa, 
el  Embajador  salió  de  este  puerto  á  principios  de  abril  de  1614,  y  después  de  rodear  el 
inmenso  continente  africano,  de  cuya  navegación  redactó  un  diario  minucioso,  llegó  á 
Goa  en  febrero  de  1615.  Un  libro  extenso  (el  II  de  su  obra)  dedica  Silva  á  describir 
aquella  ciudad,  perla  de  los  dominios  portugueses;  llamábanle  la  atención  extraordinaria- 
mente los  bmmenes  con  sus  costumbres  y  religión  y  las  penitencias  á  que  muchos  se 
sometían;  no  obstante,  afirma  Silva  que  en  general  eran  «los  más  relaxados  y  perdidos 
hombres  del  mundo» .  En  cuanto  á  quemarse  las  viudas  de  los  brahmanes  en  las  piras 
de  sus  maridos,  declara  que  se  hallaba  casi  en  desuso. 

Muy  á  mal  llevaban  los  portugueses  la  embajada  de  Silva,  poniéndose  de  manifiesto, 
igualmente  que  en  otras  ocasiones,  la  poca  armonía  que  había  entre  ellos  y  los  castellanos 
no  obstante  ser  regidos  ambos  pueblos  por  el  mismo  monarca.  Así  que  el  gobernador  de 
Goa,  D.  Jerónimo  de  Acevedo,  puso  cuantos  obstáculos  pudo  buenamente  al  viaje  de 
Silva,  y  éste,  aburrido  al  verse  «por  todas  vías  engañado» ,  se  embarcó  para  Ormuz  en 
una  pequeña  nave  con  su  comitiva  y  veinte  moros  de  tripulación  el  19  de  marzo  de  1617. 
Con  bastantes  incomodidades  se  hizo  la  travesía;  el  piloto,  que  era  persa,  llevaba  en  vez 
de  brújula  un  instrumento  «muy  extraño  y  grosero,  de  hechura  de  peine,  con  algunas 
cuerdas  que  salían  del  y  muchos  dados  en  ellas;  con  esta  invención  de  que  generalmente 
usan  todos  los  malemos  ó  pilotos  árabes,  tomaba  nuestro  Mustafá  la  altura  de  la  estrella 
polar» .  Llegaron  por  fin  á  Máscate,  posesión  entonces  de  los  portugueses,  y  Silva  se 
hospedó  en  el  convento  de  San  Agustín,  recreándose  al  ver  tanta  variedad  de  naciones, 
moros,  árabes,  banianos  y  judíos,  que  moraban  en  aquella  ciudad,  fijándose  en  las 
costumbres  de  cada  una,  las  cuales  describe  minuciosamente. 

Repuesto  de  sus  fatigas  y  dolencias  prosiguió  el  viaje  á  la  isla  de  Ormuz  y  an*ibó 
después  de  sufrir  violentas  tempestades,  de  las  cuales  se  libró  gracias  á  su  previsión;  el 
lasti'e  de  arroz  suelto  usado  en  los  mares  de  Persia,  aglomerándose  á  un  lado  en  las 

Este  precioso  manuscrito  perteneció  á  D.  Pascual  de  Gayangos  y  hoy  se  guarda  en  la  Biblioteca 
Nacional.  En  la  misma  se  guarda  otro  manuscrito  de  dicha  obra;  fue  copiado  en  la  primera  mitad  del 
BÍglo  xvii  y  consta  de  441  hojas  en  folio.  Contiene  solamente  los  libros  III,  JV  y  V, 

Al  principio  de  él  se  dice  en  una  nota: 

«Fue  continuando  D.  Garcia  estos  sus  comentarios  diurnos,  extendiéndolos  aun  por  otros  tres 
libros  y  dando  noticias  particulares  de  los  sucesos  de  aquel  tiempo  en  Oriente  y  de  su  negociación 
con  aquel  Rey,  y  de  su  vuelta  á  Goa  y  embarcación  para  España,  con  los  acontecimientos  de  cada  un 
dia  y  casi  hasta  el  de  su  muerte  que  sucedió  á  22  de  julio  de  1624.  Y  liabiéndose  después  juntado  en 
Madrid  los  referidos  Comentarios  y  los  demás  papelea  concernientes  á  la  embajada,  se  han  sacado 
de  su  original  los  tres  libros  y  dibujos  que  van  en  este  volumen». 

Para  vergüenza  de  España,  donde  aun  yacen  inéditos  los  Comentarios  de  D.  García,  fueron  pu- 
blicados en  francés  con  el  siguiente  título; 

L'amhassade  de  Garcías  de  Silva  Figueroa  en  Perse,  eontenant  la  politique  de  ce  grand  Empire, 
les  moeurs  dii  Roy  Schach  Abbas  &  une  Relution  exacte  de  toas  les  lieu.c  de  Perse  &  des  Indes,  ok  cet 
Ambassadeur  a  esté.  Traduite  de  VEspagiiol  par  Monsieur  De  Wicqfort.  Paris,  Jean  Du  Puíh, 
M.DCCLXVII,  1  vol.  en  4." 


XIV  autobiografías  y  memorias 

tormentas  por  los  bruscos  movimientos  del  navio,  era  causa  de  naufragios;  por  eso  empleó 
Silva  lastre  de  piedra,  y  no  tuvo  que  arrepentirse  de  tal  medida.  En  Ormuz,  ciudad 
importante  y  centro  de  un  gran  comercio,  habíanse  establecido  los  portugueses  en  tiempo 
del  Virrey  de  la  India  Alfonso  de  Alburquerque.  La  población  era  abigarrada  sobre- 
manera; hasta  los  dominadores  habían  adquirido  un  sello  especial  que  los  distinguía  de 
sus  hermanos  de  Europa;  las  portuguesas  de  Ormuz,  dice  Silva,  «hablan  persiano, 
aprendido  con  la  comunicación  y  trato  de  las  mujeres  de  la  tierra;  el  hábito  de  los  hombres 
es  también  como  el  de  la  India;  el  color  dollos  y  dellas  muy  menos  blanco,  porque  demás 
de  haberse  mezclado  muchos  de  ellos  con  gente  de  la  tierra,  el  sitio  desta  isla  es  abrasado 
rigurosamente  del  sol» . 

Despedido  de  D.  Luis  de  Gama,  capitán  de  la  fortaleza  de  Ormuz,  navegó  á  la  costa 
de  Bandar,  donde  le  esperaba  Ka9en  Bec  en  nombre  del  Sofí,  y  comenzó  el  viaje  por 
tierra  yendo  en  un  palanquín;  atravesó  la  provincia  de  Carmania,  estéril  y  desnuda  de 
vegetación;  en  Cabrestán  fue  hospedado  por  el  gobernador,  de  cuya  casa  dice  Silva  que 
«habiendo  de  subir  por  una  escalerilla  á  lo  alto  de  ella,  era  tan  agria  y  angosta  que  se 
padeció  gran  trabajo  en  subir  arriba  y  después  mucho  mayor  en  pasar  dos  ó  tres  puer- 
tas hasta  salir  á  un  terradillo  descubierto,  siendo  menester  ponerse  casi  de  gatas  para 
poder  entrar  por  ellas,  no  teniendo  estas  puertas  mejor  fábrica  que  los  agujeros  que  tie- 
nen los  pajares  de  los  labradores  de  España  hechos  en  las  paredes» .  Detalles  hay  en  la 
relación  de  Silva  que  no  hemos  de  pasar  en  silencio;  maravillábase  de  ciertas  rocas  con- 
glomeradas, que  él  comparaba  á  la  argamasa  de  los  romanos,  y  excitada  su  curiosidad 
halló  que  había  incrustadas  en  aquellos  peñascos  «conchas  no  enteras  del  todo,  sino  en 
pedazos  mayores  y  menores,  siendo  propiamente  de  las  que  el  mar  cría  y  produce  y  de  la 
mesma  forma  que  las  que  en  España  por  devoción  los  romeros  y  peregrinos  que  vienen  de 
Santiago  traen  cosidas  en  los  sombreros» .  Siendo  notable  que  D.  García  no  considerase 
estos  fósiles  como  caprichos  de  la  Naturaleza,  según  era  costumbre  en  aquellos  tiempos 
que  la  Geología  estaba  por  nacer.  En  Lar,  capital  de  Carmania,  fue  recibido  atentamente^ 
por  el  Gobernador  y  estuvo  descansando  desde  28  de  octubre  á  9  de  noviembre;  prosi-' 
guiendo  su  viaje  en  camellos,  comenzó  á  pasar  por  regiones  fértiles  pobladas  de  árboles 
y  habitadas  por  los  turcomanos  en  rústicos  aduares.  Y  después  de  entrar  en  Xiras  y 
atravesar  el  río  Bramiro,  entramos  en  un  episodio  de  primer  orden  que  hay  en  la  rela- 
ción de  Silva:  la  descripción  de  las  ruinas  de  Persépolis  hecha  sobre  el  terreno;  cuando 
nada  sabía  Europa  de  los  monumentos  persas  ni  de  las  inscripciones  cuneiformes.  Silva 
llamó  la  atención  acerca  de  aquellos  venerandos  restos  de  una  civilización  tan  prodigiosa 
como  la  griega  ó  la  romana  (');  pasmóse  ante  aquella  cindadela,  cuyos  muros  de  blan- 

(')  «Entre  la  variedad  de  imágenes  y  formas  que  aquí  se  pudieron  notar  fue  un  muy  venerable 
personaje  sentado  en  un  alto  escaño  ó  silla,  que  tenía  debajo  de  los  pies  un  escabel  ó  banquillo 
pequeño  muy  bien  labrado,  cuyos  pies  parecían  torneados,  no  más  alto  de  una  tercia  ó  pie  común, 
según  la  proporción  del  hombre  que  estaba  en  la  silla,  á  las  espaldas  de  la  cual,  que  tenía  un  descanso 
ó  espaldar  más  levantado  del  medio,  en  figura  piramidal  como  las  cátedras  episcopales,  estaba  otro 
personaje  en  pie,  del  mesmo  traje  y  autoridad  del  que  estaba  sentado;  el  uno  y  el  otro  tenían  gran- 
des barbas  que  les  llegaban  muy  abajo  de  los  pechos,  con  el  cabello  de  la  cabeza  crecido,  que  les 
cubría  las  orejas,  toda  la  cerviz  y  parte  del  cuello  posterior;  tenían  bonetes  redondos  y  bajos  en  las 
cabezas  y  vestidas  unas  grandes  ropas  que  les  llegaban  á  los  pies,  muy  anchas  y  con  muchos  plie- 
gues, no  del  todo  diferentes  de  las  togas  y  ropaje  antiguo  de  los  romanos,  y  más  propiamente  como 
las  de  los  magníficos  y  senadores  de  Venecia,  con  larguísimas  mangas  y  tan  anchas  de  boca  que  les 


INTRODUCCIÓN  xv 

quísimo  mármol  parecían  de  ima  sola  pieza;  las  columnas,  esti-iadas  y  altísimas,  eran 
modelo  de  perfección;  los  bajos  relieves  indicaban  tal  adelanto  en  la  escultui'a,  que  sólo 
viéndolo  podía  creerse;  entusiasmado  ante  mai-avillas  de  aquel  génei'o  mandó  á  im  pin- 
tor que  copiase  varias  figuras  de  aquellos  relieves,  y  gracias  á  un  español  los  monarcas 
aqueménides  se  presentaron  en  Em"opa  á  resucitar  las  antiguas  memorias  que  de  ellos 
nos  conservaban  los  clásicos  griegos.  Silva  marchó  á  Ispaháu,  que  le  pareció  una  ciudad 
decadente;  ninguna  mezquita  había  notable,  y  la  tan  celebrada  plaza  del  Maydán  era 
obra  harto  \'ulgar  del  Sofí  reinante,  con  una  mezquita  en  construcción.  La  gente,  al  verlo 
tan  envejecido,  creía  que  tenía  ciento  veinte  años  y  que  era  brujo.  De  Ispahán  fué  á 
Caxen  y  lo  obsequiaron  con  luchas  de  toros  y  de  carneros,  rara  diversión  que  le  agradó. 
Las  costumbres  persas  le  repugnaban  en  extremo;  el  recato  de  las  mujeres  en  los  hare- 
nes conti'astaba  con  una  profunda  inmoralidad  pública,  y  las  turbas  de  niños  criados  en 
el  afeminamiento  y  para  los  vicios  orientales  le  conti-istaban. 

Como  el  Key  persa  se  encontraba  á  la  sazón  en  Kasbín  se  dirigió  á  esta  población 
D.  García,  anheloso  de  terminar  su  cometido.  Luego  que  presentó  los  regalos  que 
Felipe  ni  destinaba  al  Sofí,  intentó  comenzar  las  negociaciones  diplomáticas  y  vio  con 
sorpresa  que  el  persa  se  mostraba  rehacio,  pues  recordaba  que  en  otras  ocasiones  no 
había  luchado  España  contra  los  tm-cos  con  la  decisión  y  empeño  que  él  deseaba;  además, 
recién  apoderado  de  Bahrein,  Comorán  y  Queixome,  posesiones  portuguesas,  de  ningima 
manera  quería  devolverlas.  Es  verdad  que  aparentaba  sumo  respeto  hacia  el  monarca 
castellano,  y  aun  con  singular  hipocresía  besaba  un  Evangelio  en  persa  que  le  había 
entregado  Silva;  mas  dilatando  conceder  audiencia  al  Embajador  y  dando  respuestas 
evasivas,  llegó  á  cansar  la  paciencia  de  D.  García;  éste,  recelando  quedarse  solo  en  Kas- 
bín, pues  los  soldados  de  su  escolta  se  desbandaban  y  el  Sofí  anunciaba  marcharse, 
hubo  de  regresar,  y,  pasando  por  las  ruinas  de  Babilonia,  Bagdag  y  Bassora,  tornó  á 
Ormuz  cuando  ya  de  nuevo  comenzaban  las  hostilidades. 

llegaban  á  la  rodilla;  el  que  estaba  sentado  tenía  en  la  mano  izquierda  un  báculo  ó  bordón  y  en  la 
derecha  un  trozo  de  bastón,  en  cuya  cabeza  y  parte  de  arriba  parecía  engastado  un  vaso  de  la  forma 
de  una  escudilla,  de  que  salían  unas  llamas,  como  que  allí  hubiese  fuego  encendido ;  teniendo  así 
mesmo  el  que  estaba  en  pie  á  las  espaldas  de  la  silla  en  la  mano  derecha  otra  insignia  semejante 
á  esta». 

((Mandó  el  Embajador  al  mesmo  pintor  que  también  sacase  al  natural  un  renglón  de  una  inscrip- 
ción grande  que  estaba  gravada  en  el  triunfo  de  la  escalera,  la  cual  está  en  el  medio  de  aquella 
pompa  tri-infal,  en  una  tabla  de  aquel  pulido  marnior,  de  cuatro  pies  de  alto  y  poco  menos  de  ancho, 
cuyas  letras  estaban  cavadas  y  labradas  muy  hondas  en  la  piedra,  compuestas  todas  de  pirámides 
pequeñas  puestas  en  diferentes  formas,  de  manera  que  distinctamente  se  diferenciaba  el  un  carácter 
del  otro». 

«En  algunas  partes  (había)  inscripciones  de  letras  del  todo  incógnitaf,  siendo  mayor  su  antigüe- 
dad que  las  hebraicas,  caldeas  y  arábigas,  no  teniendo  semejanica  alguna  con  ellas  y  mucho  menos 
con  las  griegas  y  latinas». 

Las  ruinas  de  Persépolis  se  conservan  actualmente  casi  lo  mismo  que  cuando  las  visitó  D.  García 
de  Silva.  Puede  verso  su  descripción  en  F.  Lenorman:  Histoire  ancienne  de  VOrient;  París,  1888, 
tomo  VI,  págs.  81  á  87. 

La  arquitectura  es  más  bien  egipcia  que  persa,  y  en  aquellas  soberbias  construcciones  de  Jerjes 
y  Darío  son  de  notar  las  columnas  por  su  esbeltez;  las  esculturas  pertenecen  al  estilo  asirio. 

Dieulafoy  llega  á  preguntarse,  al  contemplar  tan  soberanas  bellezas,  «si  los  monumentos  religio- 
sos de  Egipto  y  los  templos  de  la  Grecia  podrían  producir  en  la  mente  de  espectador  una  impresión 
tan  viva  como  los  palacios  del  Gran  Rey». 


XVI  autobiografías  y  memorias 

Tal  es  en  breve  resumen  el  contenido  del  libro  de  D.  García;  libro  de  lo  más  notable 
que  en  el  siglo  xvii  se  escribió  acerca  de  Persia  y  aun  de  oti'as  regiones  asiáticas  y 
em'opeas;  de  los  cosacos  de  Dniéper,  por  ejemplo,  nos  da  extensas  y  peregrinas  noticias, 
y  lo  mismo  puede  decirse  del  Cáucaso  y  Armenia, 

Sorprendió  la  muerte  á  D.  García  mientras  navegaba  por  la  costa  de  Loanda,  de 
regreso  á  España.  Sus  apuntes  llegan  al  28  de  abril  de  1624. 


m 


Solamente  para  ilustración  de  sus  bijos,  y  sin  ánimo  de  publicai-los,  escribió  el 
Duque  de  Liria  y  Jérica,  D.  Jacobo  Francisco  Fitz  James  Stuart,  los  Diarios  ( ' )  de  sus 
embajadas  en  Eusia,  Polonia  y  Austria  (años  1727  á  1731).  Fracasados  en  éstas  sus 
proyectos,  quiso  demosti-ar  con  cuánto  celo  y  perspicacia  había  ti-abajado  en  bien  de 
la  patria,  procm*ando  la  alianza  de  Eusia  y  España  contra  Inglaterra  y  la  elección  del 
Infante  D.  Felipe  para  el  trono  de  Polonia;  disuadiendo  el  mati-imonio  de  la  Czarina 
con  el  Infante  de  Portugal  y  defendiendo  el  ti-iunfo  del  partido  nuevo  ruso,  que  luchaba 
con  el  de  los  secuaces  del  antiguo  aislamiento  nacional.  No  fueron  pocas,  en  verdad,  las 
eminentes  condiciones  de  hábil  diplomático  que  desplegó  el  Duque  de  Liria  en  el 
desempeño  de  su  cargo;  tal  ascendiente  logró  en  la  Corte  rusa,  que  recibió  de  la  Czarina 
pruebas  elocuentes  de  afecto  y  aun  dinero  para  cumplir  con  las  cuantiosas  deudas  que 
había  conti-aído.  Pero  abandonado  casi  completamente  de  nuesti-o  Gobierno,  falto  de 
recursos  y  algo  manirroto,  pasó  los  años  de  su  embajada  llamando  á  las  puertas  de 
usureros  judíos,  lamentándose  inútilmente  de  su  pobreza  y  hasta  empeñando  el  Toisón  ó 
vendiendo  su  vajilla  y  caballos  en  momentos  de  escasez.  Toda  esta  larga  serie  de 
obstáculos  y  la  inutilidad  de  sus  esfuerzos  le  agriaron  el  carácter,  ya  de  suyo  inclinado 
á  la  maledicencia;  en  los  juicios  que  emitió  acerca  de  los  magnates,  gobernantes  y 
Embajadores  con  quienes  trató,  empleó  un  lenguaje  crudo  y  naturalista,  ajeno  por 
completo  al  eufemismo  que  parece  ti'adicional  y  de  rigor  en  los  diplomáticos;  de  la 
Duquesa  de  Mecklembm-go  escribe:  «Es  muy  gorda  y  muy  puerca,  y  tiene  mucha 
inclinación  al  sexo  masculino»  (');  del  Príncipe  Juan  Dolhorouky,  que  «era  capaz  de 
concebir  un  odio  cruel;  no  tenía  crianza  ni  erudición,  y,  en  una  palabra,  hubiera  sido 
reputado  en  todas  partes  por  un  majadero»  (^);  del  Príncipe  Miguel  Dolhorouky,  que 
«tenía  poco  entendimiento,  mentía  mucho,  era  falso  y  furbo  » ;  del  Feldmariscal  Sapieha, 
que  «se  emborrachaba  todas  las  noches» ;  del  Conde  Wratislao,  que  «era  poco  cortés  con 
todos  y  aun  con  las  damas,  más  á  propósito  para  divertir  á  unos  niños  con  cuentos  de 
viejas  que  para  Ministro»  ('*);  de  T\íi'.  de  Hoclilienholzer,  que  «era  hombre  de  bien,  pero 

(1)  Relación  del  viaje  á  Moscovia  del  Embajador  Duque  de  Liria  y  Xerica  (1727-1730). 

Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España;  tomo  XCIII,  pá- 
ginas 1  á  474.  En-el  mismo  tomo,  págs.  474  á  486,  iiay  otro  escrito  del  Duque  de  Liria,  rotulado: 
Diario  de  mis  viajes  y  negociaciones  en  Varsovia  y  Viejia  (1730-1731). 

(2)  Pág.  363. 

(3)  Pág.  364. 

i4)  Págs.  3G7,  371  y  372. 


INTRODUCCIÓN  xvn 

animal,  ignorante,  borracho  y  de  buen  corazón»  (');  del  Barón  de  Cram,  que  «tenía  la 
cara  de  una  mona  y  la  traza  de  un  pedante  de  escuela»  ("). 

Largas  son  sus  quejas  del  Ministro  Patino,  en  quien  veía  un  enemigo  ocultó;  del 
Marqués  de  la  Paz,  porque  éste  le  reprendía  sus  derroches,  necesarios  según  el  Duque 
para  ejercer  la  fascinación  del  boato  y  conquistar  con  dádivas  las  voluntades;  convencido 
de  que  todo  lo  puede  el  oro,  creía  que  el  más  sagaz  diplomático  nada  conseguiría  si 
vivía  modestamente. 

En  cuanto  á  la  parte  histórica  y  descriptiva  del  libro,  que  no  es  corta,  merece 
bastante  aprecio  .y  da  una  perfecta  idea  del  Imperio  ruso  en  el  primer  tercio  del 
siglo  xviiT,  cuando  en  aquella  nación  luchaba  el  espíritu  moderno,  infiltrado  gracias  á 
los  heroicos  esftierzos  de  Pedro  I ,  con  el  rancio  ti-adicionalismo  y  con  la  civilización 
semiasiática  de  los  siglos  anteriores. 


IV 


Desterrado  de  España  y  execrado  generalmente  aquel  favorito  que  manchó  con  su 
lascivia  el  tálamo  Real  é  hizo  de  nuestra  Corte  im  segundo  Versalles  en  tiempo  de 
Luis  XV,  se  creyó  en  el  deber  de  escribir  la  apología  de  su  vida  política,  con  la  defensa 
del  infeliz  Monarca  á  quien  había  deshonrado  y  de  la  Mesalina  del  siglo  xviii,  doña  María 
Luisa.  Desde  luego  no  hay  que  buscar  en  tales  Memorias  (^)  verdad  ni  sinceridad  com- 
pletas; son  una  defensa  ante  el  tiibunal  de  la  Historia,  hecha  por  un  hombre  que,  si  bien 
no  gobernó  tan  desacertadamente  como  suele  afirmarse,  ejerció  el  poder  á  guisa  de  Seyano 
en  tiempo  de  Tiberio  ó  de  los  déspotas  y  corrompidos  eimucos  del  imperio  bizantino,  man- 
cha que  no  podrán  lavar  los  argumentos  más  hábiles  y  todos  los  esfuerzos  de  ingenio. 
Y,  sin  embargo,  tiene  Godoy  pretensiones  de  haberse  inclinado  con  el  imbécil  Monarca  al 
régimen  constitucional,  pues  escribe: 

«En  su  juicio  (de  Carlos  IV)  no  cupo  la  inconcebible  idea  de  que  todo  lo  hecho  (en  las 
Cortes  de  Cádiz)  ftiese  destruido,  ni  que  fueran  perseguidos  los  que  entre  algunos  yerros, 
hijos  de  la  lealtad  y  del  fervor  de  aquellos  tiempos,  habían  hecho  tantos  servicios  seña- 
lados» (*). 

Las  penalidades  que  sufrió  durante  los  últimos  años  de  su  vida  y  el  tesón  con  que 
le  persiguió  Fernando  VII,  haciendo  que  el  Papa  lo  desterrase  de  Roma,  habrán  podido 
despei-tar  un  sentimiento  de  compasión  hacia  el  prepotente  favorito  de  María  Luisa,  pero 
jamás  absolverlo. 

Poca  es  la  modestia  que  resplandece  en  las  Memorias  de  Godoy.  Ufano  de  su  no- 
bleza, ensalza  la  hidalguía  de  su  familia;  cuando  entró  en  la  Orden  de  Santiago,  las 
pruebas  fueron  tales,  «que  en  muchos  años  no  se  había  ofrecido  una  prueba  de  nobleza 


(!)  Pág.  375. 

C»)  Pág.  157. 

(')  Cuenta  dada  de  su  vi'hi  imlitica  por  D.  Manuel  Godoy,  Principe  de  la  Paz,  ó  sean  Memorias 
criticas  y  apologéticas  para  la  historia  del  reinado  del  Señor  D.  Carlos  IV  de  Borbón.  Madrid,  Im- 
prenta de  I.  Sancha,  1836-1842,  6  voliinienes  en  8.° 

(*)  Memorias,  t.  I,  pág.  7. 

AUTOBIOGRAFÍAS    Y    MEMORIAS. 2 


xviii  autobiografías  y  memorias 

más  completa»  ( ' ).  No  tuvo  que  acudir,  según  murmurabau  los  maliciosos,  á  genealo- 
gías apócrifas  ó  mal  probadas.  Rechaza  la  pretendida  pobreza  de  sus  padres  y  también 
lo  imperfecto  de  su  educación,  pues  estudió  Letras  humanas,  Historia,  Moral,  Política  y 
Filosofía.  Niega  lo  do  ser  excelente  guitarrista  y  cantar  á  la  maravilla  tonos  nacionales; 
esto  iba  contra  Arnault  y  Jay,  quienes  habían  escrito  que  Godoy  pagó  á  su  patrón  en 
Madrid,  á  poco  do  establecerso,  «con  coplas  de  bolero» ;  afirmación  que  tiene  las  aparien- 
cias de  esos  cuentecillos  que  tanto  agradan  a  los  franceses. 

Pero  donde  Godoy  se  ve  apurado  y  en  medio  de  un  profundo  atolladero  es  al  exponer 
las  causas  de  su  rápida  elevación. 

La  explicación  que  da  es  tan  oscura  como  lo  sería  el  hecho  mismo,  si  no  constaran  y 
fuesen  harto  conocidos  los  móviles  á  que  obedeció.  «Yo  mismo,  dice,  estuve  algún 
tiempo  sin  saberlo» .  Mas  pensando  el  negocio,  dio  al  cabo  con  la  solución  del  enigma; 
afligidos  los  Reyes  ante  los  tremendos  probleinas  suscitados  por  la  Revolución  francesa, 
«concibieron  la  idea  de  procurarse  un  amigo  incorruptible,  obra  sólo  de  sus  manos» .  ¿Y 
no  es  verdaderamente  absurdo  que  Carlos  IV  solamente  pudiera  encontrar  este  «amigo 
incorruptible»  en  la  entonces  humilde  y  desconocida  persona  de  un  guardia  de  Corps? 
Por  de  contado  que  Godoy  ni  aun  se  atreve  á  refutar  la  especie  de  sus  amores  con  doña 
María  Luisa,  recordando  sin  duda  aquella  frase  de  Horacio:  Iticedo  ijer  ignem  (^).  Con 
tildar  á  Floridablanca  de  perplejo  y  al  conde  de  Aranda  do  terco  y  confiado  cree  demos- 
ti-ar  que  nadie  sino  él  podía  regir  la  nave  del  Estado. 

Mas  ya  tenemos  á  Godoy,  joven  de  veinticinco  años,  interviniendo  activamente  en 
el  gobierno  de  España  cuando  la  tempestad  rugía  en  el  reino  vecino  y  Luis  XYI  iba 
muy  pronto  á  subir  las  gradas  del  patíbulo.  Godoy  se  esfuerza  por  probar  que  en  tan 
graves  circimstancias  procedió  con  el  mayor  tino.  Enemigo  de  un  rompimiento  con 
Francia,  hallábase  dispuesto  á  reconocer  la  República  con  tal  de  salvar  la  vida  de 
Luis  XYI;  á  este  fin  ofreció  la  mediación,  acto  glorioso  para  España,  pues  ella  sola  se 
ati-evió  á  intervenir  amistosamente  en  favor  de  aquel  desdichado  Monarca  y  puso  en 
juego  cuantos  medios  disponía,  incluso  el  comprar  votos  en  la  Convención;  todo  resultó 
inútil  y,  mejor  dicho,  contraproducente;  los  republicanos  vieron  en  la  mediación  una 
prueba  de  hostilidad;  Godoy  exigió  explicaciones  por  creer  herida  la  dignidad  de 
Carlos  lY,  y  desde  entonces  la  guerra  fué  inevitable. 

Preciso  es  confesar  que  Godoy  no  anduvo  muy  desacertado  y  que  se  hacía  casi 
imposible  vivir  en  paz  con  Francia.  La  Revolución  tenía  desde  sus  comienzos  tal  fuerza 
expansiva,  que  forzosamente  había  de  traspasar  las  fronteras;  aquel  profundo  cambio  de 
instituciones  verificado  en  el  centro  de  Europa  no  cabía  que  se  desarrollara  pacíficamente; 
la  declaración  de  los  derechos  del  hombre  era  un  nuevo  código  político,  que  sus  defen- 
sores propagarían  con  la  espada  desenvainada.  Así  que  no  es  justo  culpar  á  Godoy  de 
tantas  calamidades  como  experimentamos.  «¿Quién  fué,  escribe  éste,  entre  los  vecinos 
do  la  Francia  el  que  entonces  no  vio  hollado  el  suelo  patrio  sin  bastar  á  defenderle,  sus 

(')  Memorias,  t.  I,  pág.  25. 

(*)  «Mas  no  pasó  largo  tiempo,  escribe  Miiriel,  sin  que  su  albedrío  (de  doña  María  Luisa)  fuese 
dominado  por  el  amcr  de  un  joven,  al  cual  alzó  precipitadamente  y  con  particular  empeño  á  los  pri- 
meros empleos  de  Palacio  y  al  gobierno  de  la  Monarquía.  Este  joven  fué  D.  Manuel  Godoy. 

Historia  de  Carlos  IV,  por  D.  Andrés  Muriel,  tomo  II,  pág.  47. 

Publicada  en  el  Memorial  histórico  español,  tomos  XXX  á  XXXIV, 


INTRODUCCIÓN  xix 

estados  revueltos,  sus  leyes  alteradas,  sus  dominios  mutilados,  sus  riquezas  devoradas 
y  su  honor  de  rodillas?» 

La  paz  de  Basilea  fué  hecha  en  condiciones  bastante  favorables  por  España,  dado  el 
sesgo  que  llevaba  la  guerra,  no  obstante  los  laureles  que  había  recogido  el  irmiortal 
Ricardos. 

Calm'osamente  defiende  Godoy  el  tratado  de  San  Ildefonso,  renovación  en  cierto 
modo  del  Pacto  de  familia.,  acto  censuradísimo  por  casi  todos  los  historiadores.  España, 
dice  Godoy,  «se  ligó  sólo  contra  la  Inglaterra  que  la  comprometía,  que  la  agraviaba,  que 
prometía  oprimirla,  que  amenazaba  sus  dominios,  que  insultaba  su  pabellón  en  todos 
los  mares.  Un  año  y  más  de  un  año  soportó  con  paciencia  estos  agravios»  (*).  A  pesar  de 
esta  defensa  fué  unánime  la  opinión  en  contra  del  Tratado,  y  más  cuando  se  echaron  de 
ver  las  consecuencias  que  trajo;  infame  lo  llamó  el  Conde  de  Floridablanca.  Godoy  sale 
al  paso  á  éste  recordándole  su  intervención  en  la  independencia  de  los  Estados  Unidos, 
que  considera  verdadera  infamia.  Más  hábil  para  atacar  que  para  defenderse,  hace 
resaltar  lo  imprudente  de  aquella  política,  «que  establecía  un  precedente  ominoso  de 
subversión,  que  ponía  en  boga  y  hacía  buena  la  rebelión  de  las  naciones  contra  sus 
Gobiernos  legítimos»  (-). 

Al  hablar  de  su  retiro  del  poder  en  1798,  Godoy  se  esfuerza  por  demostrar  que 
obedeció  al  deseo  de  recobrar  la  ti-anquili  dad,  molestado  por  las  calumnias  desús  enemigos; 
por  lo  demás,  el  Eey  seguía  dispensándole  su  protección,  y  cuando  al  fin  Carlos  lY 
accedió  á  ello,  sacó  el  decreto  «de  su  bolsillo,  con  los  ojos  humedecidos,  me  alargó  la 
mano  de  la  amistad  y  sin  hablar  ni  una  palabra  se  salió  á  otro  aposento»  (^). 

Bien  de  otra  manera  cuenta  lo  sucedido  don  Andrés  Mmiel,  al  decir  que  «llegó 
el  Rey  á  extender  un  decreto  terrible  de  proscripción  contra  Godoy,  que  entregó  á 
Saavedra»  {^). 

Cean  Bermúdez,  en  sus  Memorias  para  la  vida  de  Jovellaiios.,  aíh'ma  «que  era  grande 
el  descontento  del  Rey  y  el  horror  con  que  miraba»  al  favorito. 

Godoy  se  alaba,  y  con  fundamento,  de  haber  restablecido  las  buenas  relaciones  de 
España  con  el  Sumo  Pontífice  Pío  YII,  enojado  por  el  decreto  que  expidió  el  Ministro 
Urquijo  á  5  de  septiembre  de  1799,  y  que  venía  á  realizar  las  doctrinas  del  Concilio  de 
Pistoya,  constituyendo  la  Iglesia  española  en  manifiesto  cisma.  Contra  aquel  decreto,  que 
aunque  parezca  extraño,  fué  aprobado  y  aun  defendido  por  no  pocos  obispos,  elevó  su 
voz  el  Nuncio;  por  indicación  de  Godoy  cayó  Urquijo  y  se  dio  una  satisfacción  á  Pío  YII 
publicando  la  bula  Aactorem  fidei^  como  especie  de  retractación  ('). 

Muy  envanecido  Godoy  de  la  protección  que  dispensó  á  las  Ciencias,  Letras  y  Bellas 
Ai'tes,  traza  un  cuadro  do  la  cultura  española  á  fines  del  siglo  xviii,  citando  multitud 
de  autores  y  de  obras,  y  casi  da  á  entender  que  sin  él  nada  de  aquello  habría 
existido  (**),  pues  escribe:  «No  hubo  tasa  en  mi  tiempo  á  los  ingenios;  hubo  libertad,  hubo 

('}  Memorias,  touio  11,  pág.  27. 

(2)  Memorias,  tomo  II,  pág.  67. 

(3)  Memorias,  tomo  II,  pág.  333. 

(*)  Historia  de  Carlos  IV,  tomo  IV,  pág,  115. 

(")  Memorias  de  Godo//,  tomo  III,  págs.  04  á  87.  Véase  Menénficz  y  Pelayo,  Historia  de  los 
heterodoxos  espafioles,  tomo  III,  págN.  172  d  180. 

[_'>}  Memorias,  tomo  II,  págs.  225  á  275,  y  tomo  V,  págs.  1  á  69. 


XX  autobiografías  y  memorias 

fausto,  hubo  grandeza,  hubo  emulacióu,  competencia,  y  en  muchas  cosas  triunfo  y 
adelantos  sobre  los  días  antiguos  y  gloriosos  de  la  España»  (*). 

Enumera  las  obras  que  por  su  iniciativa  publicó  la  Calcografía  Real;  su  proyecto  de 
encomendar  á  personas  competentes  un  viaje  histórico  y  pintoresco  por  España  para 
estudiar  los  monumentos  y  riquezas  artísticas;  la  restauración  de  la  arquitectura,  debida 
á  Rodríguez  y  Villanueva;  su  protección  á  los  músicos;  el  cuidado  que  puso  en  hacer 
magnífícas  ediciones  de  los  clásicos  griegos  y  latinos  y  el  amor  que  profesaba  á  la  poesía. 
Meléndez  Valdés  y  Quintana  le  entusiasmaban:  «Yo  no  leo  á  Meléndez  sin  sentir  como 
una  especie  de  bálsamo  divino  que  me  penetra,  me  deleita  y  me  conforta  alma  y  cuerpo. 
Yo  no  leo  á  Quintana  sin  parecerme  que  el  brazo  de  algún  Hércules  con  alas  me  arrebata 
en  pos  suyo,  aquí  á  la  soledad  y  al  dolor,  allí  á  las  cimas  de  los  montes  á  tronar  conti'a 
las  tiranías  y  los  errores  de  la  tierra»  (^). 

Hasta  la  Filosofía  dice  Godoy  que  le  debía  estar  agradecida:  «Por  mis  esfuerzos  y  con- 
tinuas luchas  contra  la  ignorancia  y  las  viejas  preocupaciones  de  amor  propio  y  de  intere- 
ses personales,  Bacon  de  Yerulamio,  Descartes,  Locke,  Malebranche  y  Condillac,  encon- 
ti-aron  ya  en  España  paso  abierto  y  se  hicieron  comunes  en  nuestras  mismas  aulas»  (^). 

Si  las  ideas  que  emite  Godoy  acerca  de  la  América  española  no  fueron  concebidas 
después  que  este  país  alcanzó  su  independencia,  es  forzoso  reconocer  que  vio  claramente 
la  gravedad  del  problema  allí  planteado  y  quiso  resolverlo  del  mejor  modo  posible.  Mas 
¿por  qué  dejó  las  cosas  tal  como  estaban?  El  reconocía  que  siendo  una  cosa  la  infancia 
de  los  pueblos  y  otra  su  adolescencia,  no  era  posible  continuar  gobernando  las  colonias 
como  en  siglos  anteriores;  las  reformas  se  imponían.  El  pensamiento  de  Godoy  parece 
que  tendía  á  la  formación  de  monarquías  independientes  regidas  por  Infantes;  respecto  de 
la  Luisiana,  no  cabe  duda  que  pensaba  de  esta  manera,  pues  escribe:  «Más  de  una  vez, 
en  mis  conversaciones  por  la  noche  con  los  Reyes,  les  proponía  mis  desvarios  sobre  la 
Luisiana,  el  de  una  monarquía  libre  y  franca,  emancipada  de  los  trenes  y  de  las  vanidades 
de  las  Cortes  de  Europa,  con  leyes  apropiadas  á  las  circunstancias  de  una  nación 
nueva»  (^). 

En  cuanto  á  las  demás  colonias  dice:  «Mi  pensamiento  fué  que  en  lugar  de  Yirreyes 
fuesen  nuestros  Infantes  á  la  América,  que  tomasen  el  título  de  Príncipes  regentes^  que 
se  hiciesen  amar  alh;  que  llenasen  con  su  presencia  la  ambición  y  el  orgullo  de  aquellos 
uatm-ales;  que  les  acompañase  un  buen  Consejo  con  ministros  responsables;  que  gobernase 
allí  con  ellos  un  Senado,  mitad  de  americanos  y  mitad  de  españoles;  que  se  mejorasen  y 
acomodaran  á  los  tiempos  las  leyes  de  Indias,  y  que  los  negocios  del  país  se  terminasen 
en  ti'ibunales  propios»  ("). 

Semejante  proyecto,  acariciado  veinte  años  antes  por  el  Conde  de  Ai-anda,  acaso 
hubiera  sido  beneficioso,  sobre  todo  para  América,  cuyas  regiones,  en  vez  de  constituirse 
en  repúblicas,  desde  luego  habrían  formado,  como  el  Brasil,  monarquías  separadas  sin 
violencia  ni  guerras  de  la  madre  patria,  y  se  hubieran  visto  libres  del  período  anárquico 
que  siguió  á  la  independencia  y  no  ha  concluido  en  algunas  por  completo. 

(')  Memorias,  tomo  II,  pág.  227. 
C*)  Memorias,  tomo  II,  pág.  243, 
(•')  Memorias,  tomo  II,  pág.  255. 
(*)  Memorias,  tomo  III,  págs.  44  y  45. 
(*^  Memorias,  lomoIII,  pág.  386. 


INTRODUCCIÓN  XXI 

A  la  célebre  causa  del  Escorial  dedica  Godoy  largas  páginas  (')  para  demostrar  que 
todo  se  redujo  á  ima  conjura  de  sus  enemigos,  especialmente  de  Escóiquiz,  preceptor  de 
Fernando  YII,  quien  redactó  los  papeles  que  fueron  hallados  en  la  cámara  de  éste; 
papeles  que,  según  quiere  Godoy,  fueron  hallados  casualmente  por  el  Monarca  cuando 
cierto  día  entró  en  la  habitación  del  Príncipe  para  ofrecerle  un  libro.  Relación  que  tiene 
visos  de  amañada,  pues  todo  hace  presimiir  que  Carlos  IV  tenía  conocimiento  de  lo  que 
se  urdía  y  buscó  los  famosos  documentos  en  que  Godoy  era  comparado  á  Sisberto, 
María  Luisa  á  la  arriana  Goswinda,  Fernando  TU  á  San  Hermenegildo  y  Carlos  IV, 
apocado  en  extremo,  á  Leovigildo,  Rey  de  los  más  enérgicos  y  decididos  que  se  han 
conocido  en  España.  Naturalmente,  Godoy  quiere  hacer  creer  que  su  papel  fué  el  de 
víctima,  y  aunque  aborrecía  profundamente  al  Príncipe,  se  limitó  á  pintarlo  cual 
joven  mal  aconsejado  y  rodeado  de  palaciegos  ambiciosos  ó  intrigantes. 

Un  rasgo  que  cuenta  Godoy  al  hablar  de  este  asimto  da  idea  del  miedo  que  puso  en 
el  pecho  de  los  Reyes  la  Revolución  francesa.  Fernando  VII,  á  hmiadillas  y  para  entre- 
tener sus  ocios,  ti-aduce  la  obra  de  Vertot  Revoluciones  romanas;  ayudado  por  D.  Juan 
Antonio  Melón,  la  publica  con  sus  iniciales;  presenta  el  libro  ya  impreso  á  su  madre,  y 
ésta,  al  ver  el  título,  exclama:  «Revoluciones  no,  Fernando  mío;  ¿  tú  sabes  lo  que  odiamos 
este  nombre  y  lo  que  se  padece  en  todas  partes  por  las  revoluciones?»  (^). 

Si  descaradamente  falta  á  la  verdad  algunas  veces  Godoy  en  sus  Memorias,  nunca 
lo  hace  con  tal  desfachatez  como  al  negar  su  proyecto  de  formarse,  con  el  auxilio  de 
Napoleón,  un  trono  en  los  Algarbes,  siendo  mediador  en  estos  frates  el  Embajador 
de  España  en  París,  Izquierdo.  «Ni  Izquierdo,  dice  Godoy,  recibió  jamás  encargo  mío  de 
pedir  cosa  alguna  á  Bonaparte,  ni  él  de  su  propia  idea  se  adelantó  á  pedirle  nada  en  mi 
provecho,  ni  se  ocupó  en  París  de  objeto  alguno  que  no  fuese  en  beneficio  de  la 
patria»  (^).  Pero  sobre  esta  afinnación  están  los  documentos  originales  que  desmienten 
á  Godoy;  documentos  que  no  extractaremos  por  hallarse  en  una  obra  de  todos  conocida: 
la  Historia  de  España  (^)  por  D.  Modesto  Lafuente;  sólo  citaremos  un  párrafo  del  más 
decisivo,  y  es  una  nota  de  puño  y  letra  de  Godoy,  en  que  dice  éste:  «El  todo  del 
despacho  se  reduce  á  que  si  la  Casa  de  Etrm-ia  pasa  á  Portugal,  dividiéndole  en  dos, 
mitad  para  el  Rey  y  mitad  para  mí,  el  enlace  con  el  Rey,  cuya  edad  es  igual,  podila 
hacer  que  este  país  vuelva  á  im  pie  más  respetable » . 

Sensible  es  que  no  se  pueda  tener  plena  confianza  en  las  Memorias  de  Godoy,  llenas  de 
noticias  y  pormenores  acerca  del  reinado  de  Carlos  IV;  en  la  imposibilidad  de  comprobar 
todos,  queda  el  ánimo  perplejo,  sin  saber  á  quién  creer,  si  á  Godoy  ó  á  otros  autores 
contemporáneos.  Hasta  en  aquellos  sucesos  que  por  su  publicidad  parece  que  debían 
ser  referidos  de  una  manera  idéntica,  varía  la  relación.  Así,  tratándose  del  motín  de 
Ai-anjuez,  niega  Godoy  que  la  Tudó  saliese  de  noche  en  carruaje  y  fuese  detenida  por 
los  amotinados;  también  la  especie  de  haberse  escondido  en  un  rollo  de  esteras,  asegu- 
rando haber  estado  en  un  desván;  refuta  el  que  Fernando  VII  hubiese  manifestado  su 
propósito  de  no  salir  de  Ai-anjuez  (■'),  A  pesar  de  tantas  dificultades  como  ofrecen  las 

(1)  Memorias^  tomo  V,  págs.  159  á  292. 

(*)  Memorias,  tomo  V,  págs.  169  á  171. 

O  Memorias,  tomo  V,  capítulo  XXIX 

(1)  Tomo  XVI,  cap.  XVIII.  Edición  de  Barcelona,  1889. 

(•'')   Memorias,  tomo  V,  pág.  37. 


XXII  autobiografías  y  memorias 

Memorias  de  Godoy,  son  un  libro  de  primer  orden  para  conocer  el  reinado  de  Carlos  lY, 
y  cuyo  valor  irá  en  aumento  á  medida  que  con  el  estudio  de  los  documentos  coetáneos 
se  vayan  aquilatando  las  aseveraciones  del  favorito  y  derramando  luz  sobre  aquel  período 
tenebroso  de  iutiñgas  palaciegas. 

V 

En  cuatro  partes  se  pueden  dividir  las  Memorias  de  D.  José  García  de  León  y 
Pizarro,  no  ha  mucho  publicadas  en  la  Colección  de  escritores  castellanos  ('),  En  la 
primera  se  ocupa  de  su  juventud  y  primeros  cargos  diplomáticos;  en  la  segunda,  la  más 
importante  sin  duda  alguna,  de  su  intervención  en  el  gobierno,  especialmente  como  Ple- 
nipotenciario en  el  Congreso  de  Praga  y  como  Ministi'o  de  Estado  (años  1812  y  1816  á 
1820).  La  tercera  se  reduce  á  un  Diario  de  los  sucesos  ocurridos  en  1833.  La  cuarta 
sólo  contiene  documentos  justificantes  de  las  anteriores.  Pizarro  comienza  su  obra  mani- 
festando cuan  iltiles  son  las  del  mismo  género  para  el  conocimiento  de  la  Historia. 

<'Las  Memorias  de  la  vida  de  los  hombres  públicos  es  una  lectura  útil  á  los  hombres 
de  Estado  y  entretenida  para  todos  aun  más  que  la  Historia.  Como  ésta  está  sujeta  á 
reglas  severas,  no  permite  ciertos  pormenores  é  individualidades  domésticas  y  sociales, 
que  forman  precisamente  la  parte  más  picante  de  las  Memorias  y  la  que  más  ceba  la 
curiosidad  y  el  amor  propio  del  lector,  al  mismo  tiempo  que  la  satisface  y  explica  con 
ejemplos  vivos  los  enigmas  de  la  vida  humana.  La  Historia  presenta  el  corazón  humano 
en  sus  grandes  resultados,  y  las  Memorias  siguen  paso  á  paso  sus  movimientos,  escudri- 
ñando uno  á  uno  sus  pliegues  y  tortuosidades»   ('). 

La  parte  menos  interesante  de  las  Memorias  de  Pizarro  es  aquella  que  precede  á  su 
enti-ada  en  la  Secretaría  de  Estado,  reducida  á  una  relación  de  su  vida  juvenil.  Nacido 
en  Madrid  á  19  de  octubre  del  año  1770  pasó  á  Quito  en  1777,  cuando  su  padre  fué 
nombrado  Presidente  y  Yisitador  general  de  aquel  Reino.  Allí  comenzó  sus  estudios  y 
tomó  el  grado  de  Bachiller  en  Filosofía.  En  1785  regresó  á  España,  y  dando  muesti'as  de 
su  carácter  aventurero  y  decidido  huyó  do  la  casa  paterna  con  ánimo  de  embarcai'se  en 
Cádiz.  Yuelto  á  Madrid  sin  realizar  su  proyecto  curso  Leyes  en  Alcalá,  y  apenas  acabada 
su  carrera  logró  una  plaza  de  Agregado  en  la  Embajada  española  de  Berlín,  donde  era 
Ministro  D.  Horacio  Borgheso,  italiano  «sin  más  instrucción  que  la  gramática  parda»  y 
Secretario  1).  Guillermo  Curtoys,  inglés  «fi'ío,  tímido  y  muy  melancólico».  El  trato  de 
Pizarro  con  estos  dos  señores  no  fué  muy  cordial  y  quéjase  frecuentemente  del  egoísmo 
que  manifestaron  no  prestándole  apoyo  alguno.  «Jamás  so  vio  joven  más  desamparado 
de  auxilio  y  consejo  que  yo  al  principio  de  mi  carrera.  Allí  empecé  á  aprender  que  el 
defecto  más  común  y  más  ruinoso  de  los  españoles  es  la  desunión,  la  envidia,  el  despre- 
cio de  su  país  y  la  ceguedad  por  los  demás  con  envilecimiento  propio» .  Palabras  que 
desgraciadamente  se  cumplen  aún  en  nuestros  días.  Nada  diremos  de  los  contratiempos 
amorosos  que  tuvo  Pizarro  y  que  él  refiere  en  breves  fi-ases;  su  Circe  «acudió  al  medio 
más  usado  en  Berlín  en  materias  amorosas,  que  es  formarse  una  sucesión  y  á  escote,  y 

(•)  Memorias  de  la  Vida  del  Exorno.  Señor  D  José  García  de  León  y  Pizarro,  escritas  jior  él 
mismo.  Madrid,  Est.  Tip.  Suc.  de  Rivadeneyra,  1894  á  1897,  o  vol.  en  8.°  Son  los  tomos  104,  109  y 
112  de  la  Colección  de  escritores  castellanos. 

(«)  Tomo  I,  pág.  7. 


INTRODÜCCIOÍÍ"  XXIII 

luego,  amparándose  de  la  legislación,  endosarla  al  conocido  más  podiente  y  de  quien  se 
quiere  sacar  más  partido» .  Bastantes  pesares  y  gastos  le  costo  salir  del  atolladero  en  que 
había  caído,  y  esto  le  hizo  ser  más  prudente  en  lo  sucesivo.  Las  ocupaciones  diplomá- 
ticas no  le  estorbaron  consagrar  largas  horas  al  estudio,  de  manera  que  llegó  pronto  á 
dominar  la  lengua  alemana  y  redactó  varias  obras  originales;  también  tradujo  á  dicho 
idioma  El  delincuente  honrado^  de  Jovellanos,  Trasladado  á  la  Embajada  de  Yiena, 
regresó  en  1793  á  España  y  entró  en  la  Secretaría  de  Estado. 

Pizarro  traza  de  esta  oficina  un  cuadro  que  parece  una  página  de  la  administi'acióu 
romana  ó  bizantina  en  tiempo  de  los  Césares  y  de  sus  favoritos  más  corrompidos  ó 
ineptos.  El  desacierto,  la  rutina  y  la  ignorancia  corrían  parejas  con  la  ausencia  com- 
pleta de  moral  y  decoro.  Godoy  en  nada  pensaba  sino  en  destruir  la  influencia  del  viejo 
Conde  de  Aranda.  El  Oficial  mayor  estaba  ccasi  siempre  borracho» ,  y  los  negocios  se  des- 
pachaban de  una  manera  tan  estúpida  como  lo  prueba  el  siguiente:  La  hija  de  D.  Timoteo 
Escalani  solicita  ima  pensión  en  vista  de  los  relevantes  servicios  prestados  por  su  padre 
al  propagar  la  vacunación;  Pizarro  se  interesa  por  la  huérfana,  cuya  fealdad  hacía  pre- 
sumh"  una  eterna  soltería;  para .  conmover  el  corazón  del  Monarca  acaba  su  informe 
hablando  de  la  inoculación  antivariolosa;  la  petición  es  una  y  oti'a  vez  desechada,  hasta 
que  cierto  amigo  de  Pizarro  dice  á  éste:  «No  se  canse  usted;  los  Borbones  odian  tan  gran 
invento,  pero  tienen  un  miedo  tremendo  á  la  viruela;  describa  usted  en  el  párrafo  último 
los  horrores  de  esta  enfermedad  y  conseguirá  lo  que  pretende» .  Hácelo  así  Pizarro  y  la 
hija  de  Escalani  obtiene  una  renta  vitalicia. 

Pizarro,  aimque  ciertamente  no  era,  ni  mucho  menos,  partidario  de  Godoy,  calla  lo 
que  sucedía  en  más  altas  esferas  y  se  limita  á  describir  los  escándalos  que  había  en  su 
oficina.  El  demonio  de  la  corrupción  se  presentaba  á  las  veces  con  talegas,  pero  las  más 
en  forma  de  mujer.  «La  concurrencia  de  señoras  á  la  Secretaría  era  cosa  verdadera- 
mente escandalosa;  se  habían  hecho  los  agentes  generales  de  todos  los  negocios  de  sus 
familias  y  de  las  ajenas;  jamás  parecían  maridos,  hermanos  ni  primos  á  promover  soli- 
citudes; señoras  y  mujeres  eran  las  que  llevaban  su  voz  en  el  gabinete  del  Ministi-o 
favorito  y  en  la  antesala  do  la  Secretaría,  subdividiéndose  el  gran  serrallo  en  varios  oti'os 
serrallitos  particulares  pertenecientes  á  cada  negociado  (').  El  retrato  de  Godoy,  mani- 
fiestamente exagerado,  pues  no  fué  este  político  tan  ignorante  y  vulgar  como  se  ha 
escrito  por  muchos,  es  el  de  un  hombre  cegado  por  la  lascivia  y  sin  oti-as  miras  que  hacer 
daño  á  sus  adversarios.  «Su  teatro  de  hazañas  era  la  audiencia  de  señoras  y  destruir  con 
la  pluma  á  sombra  de  tejado,  si  no  los  enemigos  de  Estado,  á  lo  menos  los  que  creía 
podían  hacerle  sombra  ú  ofenderle»  (-). 

Cuando  se  trató  la  cuestión  del  comercio  de  granos  con  Marruecos,  los  Gremios  intri- 
garon cuanto  pudieron  á  fin  de  que  se  resolviera  en  beneficio  suyo;  en  los  Negociados  de 
África  «ardían  en  sobornos  de  dinero  y  de  mujeres  una  multitud  de  contrincantes  pode- 
rosos» (^).  Los  Gremios,  codiciosos  de  obtener  el  privilegio  exclusivo,  se  valieron  de  ima 
«doña  Rosa  Sanabria,  intriganta  de  la  más  infame  especie;  vivía  en  la  Corte  sostenida 
por  D.  Luis  Rigalt  y  otros  sujetos,  á  quienes  estañiba  y  engañaba  con  mentiras»  {'"). 

(1)  Tomo  I,  págs.  105  y  106. 

(2)  Tomo  I,  pao-.  112.  - 
(')  Tomo  I,  pág-.  94. 

(*)  Tomo  I,  pág.  102. 


XXIV  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Pizarro  trata  con  severidad,  acaso  uo  justificada,  á  otros  personajes;  Jovellauos  le 
parece  muy  inclinado  á  favorecer  sus  paisanos  con  razón  ó  sin  ella;  D.  Pedi'o  Ceballos, 
lo  mismo;  Azara,  un  intrigante  sin  consecuencia  en  sus  ideas;  únicamente  tiene  palabras 
de  elogio  para  el  regalista  Urquijo,  que  nada  ó  poco  llevó  á  cabo  de  provecho. 

Pero  censui-ar  es  en  verdad  empresa  mucho  más  fácil  que  gobernar  con  acierto,  y 
eslo  lo  demostró  prácticamente  Pizarro  cuando,  después  de  haber  sido  Secretario  del 
Consejo,  ocupó  el  ministerio  de  listado  (año  1812);  la  independencia  de  América  se  acer- 
caba y  Pizarro  uo  vio  más  allá  que  sus  compañeros;  se  limitó  á  censiu-ar,  ponderando  el 
ningún  acierto  con  que  fneron  hechos,  los  nombramientos  de  Virreyes  y  Gobernadores, 
pues  regían  las  colonias  «un  arzobispo  en  México,  caduco;  un  Yenegas  indeciso,  un  Cis- 
neros  sordo  y  sin  aliento,  im  furioso  Elío,  un  estúpido  Yigodet» . 

Iniciada  la  sublevación  americana,  ofrece  Inglaterra  ima  mediación  acaso  conveniente; 
Pizarro  se  opone  á  ella  y  fracasa  el  proyecto. 

Enemigo  de  que  el  ejército  británico,  aliado  del  español  en  la  guerra  contra  Napoleón, 
fuese  el  elemento  director,  se  resiste  á  que  Wellington  obtenga  el  título  de  generalísimo, 
y  deja  la  cartera  sin  haberse  desacreditado,  pero  también  sin  haber  demostrado  inicia- 
tivas provechosas  ni  dotes  extraordinarias  de  hombre  público, 

Kestablecido  Fernando  YII  en  el  trono,  Pizarro  ocupó  de  nuevo  el  ministerio  de 
Estado  (años  1816  á  1820),  y  probví  ser  más  flexible  de  lo  que  debiera  quien  se  pinta  á 
sí  mismo  como  hombre  de  carácter  independiente.  En  sus  Memorias  confiesa  ingenua- 
mente el  servilismo  con  que  procedió: 

«Mi  conducta  en  la  Secretaría  fué  siempre  la  de  un  buen  compañero  y  de  im  jefe 
indulgente  y  favorable,  menos  en  cuanto  al  ti-abajo,  que  exigía  vivamente  y  sin  excusa. 

» Algunas  veces  se  me  presentaban  oficios  vergonzosamente  extendidos,  y  al  ir  á 
devolverlos,  sin  firma,  procuraba  salvar  el  amor  propio,  ó  bien  poniendo  algo  que  pare- 
ciese adición  más  bien  que  enmienda,  ó  dejando  caer  el  tintero  como  por  inadvertencia, 
ó  bien  por  advertencia  indirecta  al  oficial  mayor»  (*). 

Ni  una  frase  tiene  Pizarro  para  condenar  la  conducta  de  Fernando  YII,  cuyo  per- 
verso maquiavelismo  hace  de  él  una  figura  odiosa  en  la  historia  patria. 

De  la  Corte  y  repugnante  camarilla  calla  por  completo,  y  sólo  cuenta  algún  chisme- 
cilio,  cual  es  que  las  Princesas  María  Isabel  y  María  Francisca,  hijas  del  Regente  de 
Portugal  D.  Juan,  casadas  la  primera  con  Fernando  YII  y  la  segunda  con  el  Infante 
D.  Carlos,  «fueron  entregadas  sin  el  dote  prometido  y  aun  con  un  ajuar  poco  decoroso 
y  digno» .  Lardizábal,  á  quien  Pizarro  supone  autor  de  estas  bodas,  se  propasó  á  burlarse 
del  Rey  en  una  carta  que  le  interceptaron,  y  hubo  de  salir  desterrado  para  Yalladolid. 

Pizarro  salta  en  sus  Memorias  del  año  1820  al  1833,  probablemente  por  uo  verse 
en  el  caso  de  juzgar  el  período  constitucional  con  sus  borrascas  y  agitaciones,  y  la  inter- 
vención extranjera  reclamada  por  un  monarca  aborrecido  del  pueblo  y  poco  merecedor 
de  la  tremenda  lucha  que  por  defenderle  había  sostenido  la  nación  contra  el  imperio  de 
Bonaparte. 

(«)  Tomo  11^  págg.  27}  28. 


INTEODUCCÍON 


VI 


Los  Recuerdos  de  un  diplomático  por  D,  Augusto  Conté,  personaje  distinto  del  céle- 
bre filósofo  positivista,  y  gaditano,  si  bien  de  origen  fi'ancés,  son  el  último  libro  de  su 
género  publicado  en  España  ( ' ).  Su  autor  comienza  exponiendo  con  ingenuidad  las  causas 
que  le  han  impulsado  á  redactar  su  biografía: 

«Hallándome,  dice,  ya  avanzado  en  edad  y  falto  de  ocupaciones  obligatorias,  hame 
venido  la  idea  de  escribir  mis  recuerdos  en  forma  de  una  autobiografía,  no  tan  sólo 
para  mi  propio  entretenimiento,  sino  también  para  que  los  que  gustan  de  las  relaciones 
de  los  viejos  puedan  leer  la  que  voy  á  hacer  de  las  cosas  que  he  visto  ú  oído  desde  que 
tengo  uso  de  razón» .  Tarea  muy  laudable,  aunque  no  diese  otro  resultado  que  añadir 
una  obra  más  á  la  autobiografía  española. 

Para  dar  mayor  amenidad  á  su  libro  el  Sr.  Conté,  acaso  viendo  que  una  mera  rela- 
ción de  su  vida  resultaría  de  poca  animación,  escasa  de  interés  y  aun  muy  breve,  pues 
pocos  capítulos  bastarían  para  contar  sus  estudios  y  cargos  diplomáticos  en  Méjico  du- 
rante la  invasión  norteamericana,  en  Lisboa  y  en  Roma  cuando  esta  ciudad  se  sublevó 
contra  el  gobierno  de  Pío  LS,  mezcla  sus  Recuerdos  con  algunas  noticias  de  Historia 
contemporánea,  casi  todas  ellas  conocidísimas,  con  descripciones  de  los  países  que  reco- 
rrió en  Europa  y  América,  y  aun  con  extensas  reflexiones  acerca  de  Filosofía,  Litera- 
tura y  Arte,  etc.;  muchas  de  ellas  tan  poco  afortunadas  como  calificar  de  pesado  el  estilo 
de  Jovellanos  (^);  considerar  á  Campoamor  el  poeta  más  eminente  de  los  nuesti-os  en  el 
siglo  XIX,  excepción  hecha  de  Espronceda  y  Zorrilla  (^);  afirmar  que  Chateaubriand  fué 
el  primero  en  sentir  la  poesía  de  la  religión  y  de  la  Naturaleza  (*);  que  la  Catedral  de 
Cádiz  «es  sumamente  linda»  (^),  y  otras  semejantes.  De  los  reyes  afirma  que  casi  siem- 
pre sus  amores  fueron  con  «mujercillas  de  la  plebe.  De  Fernando  VH  se  decía  que  iba 
á  visitarlas  en  sus  humildes  casas,  llevándole  el  caduceo  un  Grande  de  España,  quien 
probablemente  se  quedaría  en  la  antesala  en  conversación  con  alguna  provecta  Celes- 
tina» (®);  Madrid  y  las  costumbres  de  sus  habitantes  se  hallan  descritas  cual  si  se  tra- 
tara de  Samarkanda,  Timbuctu  ú  otra  ciudad  perdida  en  medio  de  vastos  continentes  y 
apenas  accesible  á  los  viajeros;  como  si  el  clima  de  la  Corte  fuese  el  de  Ai^kangel,  dice 
que  «es  un  obstáculo  para  la  poesía  de  la  vida,  al  menos  para  la  poesía  al  aire  libre»  ( '); 
los  madrileños  son  tan  holgazanes  y  acaso  más  que  los  negros  del  Congo,  pues  «raro  es  el 

(')  Augusto  Conté,  Recuerdos  de  un  diplomático.  Madrid,  Impr.  de  J.  Góngora  y  Alvarez,  1901, 
tomo  I,  505  pág3.  en  8.° 

El  autor  nació  en  Cádiz  á  5  de  septiembre  del  año  1823  y  cuenta  en  este  volumen,  al  que  seguirá 
otro  cuando  menos,  los  sucesos  de  su  vida  hasta  el  año  1852. 

De  este  libro  se  ha  ocupado  el  Sr.  Gómez  de  Baquero  en  La  España  Moderna,  1."  de  septiembre 
de  1901,  págs.  178  á 184. 

(»)  Página  158. 

(3)  Página  166. 

(*)  Página  349. 

(B)  Página  46.  •       ~ 

(6)  Página  18. 

C)  Páginas  124  á  137. 


XXVI  autobiografías  Y  MEMORIAS 

madrileño  medianamente  acomodado  que  se  levante  de  la  cama  antes  de  la  doce  del  día, 
por  cuya  razón  se  pregunta  imo  muchas  veces  cómo  y  cuándo  desempeña  cada  cual  las 
obligaciones  de  su  casa  y  oficio»  { ' ). 

(')  Del  Palacio  Real  de  Madrid  escribe:  «Sin  ser  suntuoso  ni  comparable  con  los  que  poseen  otros 
Soberanos  de  segundo  y  tercer  orden,  es  por  lo  menos  de  una  arquitectura  sólida  y  agradable.  Lásti- 
ma grande  que  esté  situado  justamente  al  Norte  y  mirando  al  frío  Guadarrama,  lo  cual  condena  al 
Re}^  de  España,  al  poseedor  del  Jardín  de  las  Hespérides,  á  soportar  inviernos  rigurosos,  suspirando 
quizás,  como  Mignon,  por  el  país  donde  los  limoneros  florecen»  (pág.  129). 

Además  de  estos  escritos  autobiográficos  hay  otros  que  mención  iremos  brevemente. 

El  Licenciado  D.  Pedro  de  la  Gasea  escribió  varias  relaciones  en  que  consignó  lo  que  hizo  en  el 
Perú  cuando  fué  enviado  para  restablecer  el  orden  en  aquel  país  alterado  por  las  turbulencias  de 
Gonzalo  Pizarro. 

Han  sido  pabüjadas  en  la  Colección  de  documentos  inéditoH  para  la  Historia  de  España,  tomo 
XLIX. 

Don  Pedro  Yenegas  de  Córdoba  escribió  una  relación  de  eu  embajada  á  Marruecos  por  mandato 
de  Felipe  II  en  el  año  1579.  Acerca  de  ella  publicó  un  notable  estudio  D.  Francisco  Guillen  Robles 
en  La  España  Moderna,  septiembre  y  octubre  de  1889. 

Memorias  de  Buenaventura  Vivó,  Ministro  de  3íéj¡co  en  España  durante  los  años  1853,  1854 
y  l'^55.  Madrid,  Impr.  de  M.  Rivadeneyra,  1856,  1  vol.  en  4  ° 

Tratan  exclusivamente  de  los  negocios  en  que  el  Sr  Vivó  intervino  como  representante  de 
Méjico  y  contienen  gran  número  de  documentos  intercalados;  la  cuestión  cubana  se  halla  tratada 
largamente. 

Ernesto  García  Ladevese,  Memorias  de  un  emigrado  (Aumentadas  con  capitulas  inéditos).  Madrid 
Impr.  de  Ricardo  Fé,  1892,  1  vol.  de  277  páginas  en  8.° 

El  autor  cuenta  la  parte  que  tomó  en  las  conspiraciones  de  Ruiz  Zorrilla  para  el  restablecimiento 
de  la  República  en  España  durante  la  Restauración,  en  las  sublevaciones  militares  del  año  1883  y  en 
el  pronunciamiento  del  brigadier  Villacampa 


CAPITULO   III 

I.  Cristóbal  Colóit. — 11.  HerxIn  Cortés. 

III.  Alvar  Nú5ez  Cabeza  de  Vaca. — lY.  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada. 

Y.  Pedro  de  Yaldivia. — YI.  Andrés  de  Urdaneta. 


Para  quien  no  considere  la  epopeya  según  las  reglas  ele  una  poética  convencional  y 
artificiosa,  las  relaciones  de  Colón  son  un  poema  épico  de  colosal  grandeza,  á  pesar  del 
humilde  lenguaje  en  que  está  referido  el  hecho  más  culminante  en  la  historia  del  género 
humano  después  de  la  Kedencióu,  según  lo  calificaron  nuestros  cronistas.  Europa,  cuyo 
ideal  en  la  Edad  Media  fué  la  conquista  de  un  sepulcro  vacío,  halla  la  cuna  de  futuros 
pueblos  y  ve  renovarse  ante  sus  ojos  en  cierto  modo  el  espectáculo  de  la  Creación. 

Seis  son  los  escritos  propiamente  autobiográficos  de  Colón  que  han  llegado  á  nos- 
oti'os,  ya  en  el  texto  original,  ya  en  extracto  ('),  á  saber: 

1."  La  relación  del  primer  viaje,  cuyo  manuscrito  autógrafo  tuvo  presente  el  Padi'e 
Las  Casas  é  hizo  de  ella  dos  extractos.  Uno  de  éstos  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacio- 
nal en  un  códice  de  puño  y  letra  de  Fray  Bartolomé  j  fué  publicado  por  Fernández  de 
Navarrete  (');  á  nuesti'o  juicio  difiere  muy  poco  de  la  redacción  colombina,  y  es  en  cierto 
modo  un  calco  de  ella.  El  segundo  extracto,  hecho  con  mayor  libertad  y  más  concisa- 
mente, fué  inserto  por  el  Padre  Las  Casas  en  su  Historia  de  las  Indias  (^).  Dirigió  Co- 
lón dicha  relación  á  los  Reyes  Católicos. 

(•)  Publicados  en  la  Colección  de  los  viajes  y  descubrimientos  que  hicieron  por  mar  los  españoles 
desde  Jines  del  siglo  XV,  coordinada  é  ilustrada p)or  Don  Martin  Fernandez  de  Navarrete.  Madrid,  en  la 
Imprenta  Real,  año  de  1825.  Loa  demás  escritos  de  Colón,  como  son  cartas,  memoriales,  (A  Libro  de 
las  profecias  y  las  glosas  que  puso  á  diferentes  libros,  aunque  contienen  datos  inapreciables  para  su 
vida,  no  deben  ser  considerados  como  documentos  propiamente  autobiográficos.  Puede  verse  el  cata- 
logo y  ediciones  de  ellos  en  la  Bibliogrufia  Colombina ,  enumeración  de  libros  y  documentos  concer- 
nientes á  Cristóbal  Colóny  sus  viajes,  obra  que  publicó  la  Real  Academia  de  la  Historia.  ^ladrid,  Est. 
tip.  de  Fortanet,  1892,  páginas  195  á  220.  También  la  obra  de  José  Sabín,  intitulada:  Dictíonary  of 
Books  relating  to  América,  from  its  discovery  to  the  preserJ  time,  de  la  cual  van  publicados  19  volú- 
menes. 

(2)  Colección  de  los  viajes  y  descubrimientos  que  hicieron  por  mar  los  espaíioles  desde  afines  del  si- 
glo XV,  tomo  I,  páginas  1  á  IGG. 

En  este  extracto  dejó  el  P.  Las  Casas,  sin  modificar  una  palabra,  bastantes  párrafos,  incluso  el 
prólogo, 

(3)  Libro  I,  capítulos  XXXV  y  siguientes  {Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de 
España,  tomo  LXII,.  También  contiene  íntegros  el  prólogo  de  Colón  y  otros  fragmentos. 

Acerca  de  la  primera  carta  de  Colón,  véase  el  notable  estudio  de  D.  José  María  Asensio,  publi- 
cado en  la  España  Moderna  do  octubre  1891,  páginas  1  á  21. 


xxvili  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

2."  La  carta  al  escribano  de  Ración  de  los  señores  Reyes  Católicos,  Luis  de  San- 
tángel,  copiada  por  Fernández  de  Navarrete  (')  del  original  existente  en  el  Archivo  de 
Simancas.  Versa  también  sobre  el  primer  viaje. 

3.°  La  carta  á  Rafael  Sánchez,  y  de  la  cual  sólo  conocemos  una  versión  latina  hecha 
por  Leandi'O  Cosco,  publicada  en  Roma,  en  el  año  1493.  Consta  que  fué  escrita  por  Colón 
en  castellano.  La  traducción  ha  sido  reimpresa  varias  veces;  incluyóla  Navarrete  en  su 
Colección  de  viajes  (^). 

4."  La  relación  que  del  tercer  viaje  dedicó  á  los  Reyes  Católicos  ('). 

5.°  La  carta  al  ama  del  Príncipe  D.  Juan,  escrita  á  ñnes  del  año  1500,  referente  al 
anterior  viaje  {^). 

6,°  La  relación  del  cuarto  viaje,  enderezada  á  los  Monarcas  de  España  {^). 

Hause  perdido  otras  no  menos  interesantes,  cuales  eran  la  carta  á  Pablo  Toscanelli, 
mencionada  por  Sacrobosco  en  su  Sphera;  la  relación  del  tercer  viaje,  citada  por  Las  Ca- 
sas (^),  y  aquel  Libro  en  que  escribió  lo  que  cada  día  le  subcedía,  ansi  en  la  ida  como 
en  la  venida  de  la  jornada  del  ijrimer  descubrimiento  de  las  Indias;  libro  que  poseía 
en  1554  D.  Luis,  nieto  de  Colón,  y  que  pensó  publicar,  pues  obtuvo  una  Real  cédula  (^) 
para  ello,  mas  no  llegó  á  efectuarlo. 

Fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  tuvo  la  envidiable  suerte  de  examinar  los  papeles 
de  Colón,  extractó  varios  de  ellos,  copiando  á  veces  fi'agmentos  de  alguna  extensión,  es- 
pecialmente en  su  Historia  de  las  Lidias,  y  por  cierto  que  con  admirable  escrupulo- 
sidad (^). 

Más  de  un  crítico  ha  reparado  en  que  ninguna  de  las  obras  poéticas  inspiradas  en  el 
descubrimiento  de  América  corresponde  á  la  magnitud  del  asunto  (*).  Y  en  verdad  es 
éste  tan  grande  que  todas  las  ficciones  palidecen  ante  la  realidad,  por  cuyo  motivo  el  sen- 
cilb  relato  que  Colón  hizo  de  su  primer  viaje  interesa  y  conmueve  al  lector  de  menos  ima- 
ginación y  sentimiento.  Aquellos  navegantes,  los  más  audaces  que  ha  conocido  la  Historia, 
se  engolfan  en  mares  llenos  de  legendarios  terrores  y  llegan  á  desesperar  del  buen  éxito; 
sólo  Colón,  firme  en  sus  convicciones,  los  anima  y  exhorta  mostrándoles  las  aves  de  tie- 
rra que  se  paraban  en  los  mástiles,  cual  mensajeras  de  un  continente  desconocido,  y  oti'os 
signos  que  anunciaban  la  proximidad  de  islas;  y  cuando  al  fin,  después  de  tan  angustio- 
sos momentos,  Rodrigo  de  Triana  da  el  grito  deseado  y  desembarcan,  puestos  de  hinojos 
consagran  el  nuevo  mundo  á  Cristo  y  lo  declaran  propiedad  de  los  Reyes  Católicos. 

(1)  Obra  citada,  páginas  167  á  175. 
C-*)  Navarrete,  tomo  I,  páginas  178  á  195. 
(3)  Navarrete,  tomo  I,  páginas  242  á  276. 
(*)  Navarrete,  tomo  I,  páginas  265  á  276. 
{^)  Navarrete,  tomo  1,  páginas  296  á  312. 
(8)  Historia  de  las  Indias,  libro  I,  capítulo  XCIX. 

(')  Publicada  por  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada  en  sus  Relaciones  geográficas  de  Indias, 
tomo  II,  y  por  D.  C.  Fernández  Dnro  en  Colón  y  la  historia  postuma,  pág.  129. 

(8)  Hirtoria  de  las  Indias  por  Fr,  Bartolomé  de  las  Gasas,  publicada  en  la  Colección  de  documen- 
tos inéditos  para  la  Historia  de  España^  tomos  LXII  y  LXIII. 

El  prólogo  de  la  relación  del  primer  viaje  se  halla  transcrito  en  el  tomo  I,  páginas  261  á  263. 

(9)  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  en  su  estudio  De  los  historiadores  de  Colón  {Estudios  de 
crítica  literaria,  segunda  serie.  Madrid,  Suc.  de  Rivadeneyra,  1895),  páginas  202  á  304.  Había  sido 
publicado  con  anterioridad  en  la  revista  El  Centenario,  1892. 


INTRODUCCIÓN  xxix 

El  espectáculo  de  los  indios  autillauos,  iuofeüsivos  y  sencillos,  parecía  á  Col(3n  un 
recuerdo  del  paraíso,  complaciéndose  en  describirlos: 

«Los  cuales  después  venían  á  las  barcas  de  los  navios  adonde  nos  estábamos  nadan- 
do, y  nos  traian  papagayos  y  hilo  de  algodón  en  ovillos,  y  azagayas  y  otras  cosas  mu- 
chas, y  nos  las  trocaban  por  otras  cosas  que  nos  les  dábamos,  como  cuentecillas  do 
vidrio  y  cascabeles.  En  fin,  todo  tomaban  y  daban  de  aquello  que  tenian  de  buena  vo- 
luntad. Mas  me  pareció  que  era  gente  muy  pobre  de  todo.  Ellos  andan  todos  desnudos 
como  su  madre  los  parió,  y  también  las  mugeres,  aunque  no  vide  más  de  una  tarto  moza, 
y  todos  los  que  yo  vi  eran  todos  mancebos,  que  ninguno  vide  de  edad  de  más  de  treinta 
años;  muy  bien  hechos,  de  muy  fermosos  cuerpos  y  muy  buenas  caras.  Ellos  no  traen 
armas  ni  las  cognocen,  porque  les  amosti-ó  espadas  y  las  tomaban  por  el  filo  y  se  corta- 
ban con  ignorancia  » . 

La  vegetación  americana,  exuberante,  llena  de  vida  y  de  grandeza,  llenaba  á  Colón 
de  entusiasmo,  y  aunque  ajeno  á  la  Botánica,  describe  las  plantas  que  vio  con  exactitud 
maraiVillosa.  En  las  selvas  vírgenes  de  las  Antillas  sentíase  dichoso  rodeado  de  íí'atm-a- 
leza  tan  maravillosa;  de  la  isla  Fernandina  escribe: 

«Yide  muchos  árboles  muy  disformes  de  los  nuestros,  y  dellos  muchos  que  tenian 
los  ramos  de  muchas  maneras  y  todo  en  un  pie,  y  un  ramito  es  de  una  manera  y  otro 
de  otra,  y  tan  disforme  que  es  la  mayor  maravilla  del  mundo;  un  ramo  tenia  las  fojas  á 
manera  de  cañas  y  otro  de  manera  de  lentisco,  y  así  en  un  solo  árbol  de  cinco  ó  seis  de 
estas  maneras,  y  todos  tan  diversos»  (*). 

Y  por  si  algo  faltaba  en  aquel  pensil,  que  á  Colón  parecía  sueño  de  la  fantasía,  «vino 
el  olor  tan  bueno  y  suave  de  flores  ó  árboles  de  la  tierra,  que  era  la  cosa  más  dulce  del 
mundo»  (').  Su  admiración  va  en  aumento  cuando  desemboca  en  la  isla  Isabela. 

«Es  el  arboledo  en  maravilla,  y  aquí  y  en  toda  la  isla  son  todos  verdes  y  las  yerbas 
como  en  el  abril  en  el  Andalucía;  y  el  cantar  de  los  pajaritos  que  parece  que  el  hom- 
bre nunca  se  querría  partir  de  aquí,  y  las  manadas  de  los  papagayos  que  ascureceu  el 
sol,  y  aves  y  pajaritos  de  tantas  maneras  y  tan  diversas  de  las  nuestras  que  es  maravi- 
lla» C). 

«Plugo  á  nuestro  Señor  de  le  mosti'ar  siempre  una  cosa  mejor  que  otra,  y  siempre 
en  lo  que  hasta  allí  habia  descubierto  iba  de  bien  en  mejor,  así  en  las  tierras  y  arbole- 
das, y  yerbas  y  frutos  y  ñores,  como  en  las  gentes» . 

El  navegante  insigne,  que  tantas  amarguras  había  experimentado  viendo  su  empresa 
considerada  como  un  imposible,  y  él  reputado  por  iluso,  á  quien  tantas  contradicciones 
suscitadas  por  la  envidia  de  los  hombres  pequeños  de  espíritu  habían  afligido  en  España 
y  otras  naciones,  siente  un  regocijo  indescriptible  al  hallarse  entre  aquellos  indios,  que 
parecían  exentos  del  pecado  original  á  juzgar  por  su  bondad  é  inocencia,  y  se  complace 
al  referir  que  en  Bayamo, .  «todos,  así  hombres  como  mugeres,  los  venían,  á  ver,  y  apo- 
sentííroules  en  las  mejores  casas;  los  cuales  los  tocaban  y  les  besaban  las  manos  y  los 
pies,  maravillándose  y  creyendo  que  venían  del  cielo  y  así  se  lo  daban  á  entender» . 
«Dávanles  de  comer  de  lo  que  tenían.  En  llegando  los  llevaron  de  brazos  los  más 

(')  Navarrete,  tomo  I,  página  29.  Libro  á  que  me  refiero  en  los  notas  sucesivas  referentes  á 
Colón. 

(«)  Página  34. 
(J'i  Página  36. 


XXX  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

honrados  del  pueblo  á  la  casa  principal  y  diéronles  dos  sillas  en  que  se  asejitarou,  y  ellos 
todos  se  asentaron  en  el  suelo  en  derredor  de  ellos...  Después  saliéronse  los  hombres  y 
entraron  las  mugeres  y  sentáronse  de  la  misma  manera  en  derredor  dellos,  besándo- 
les las  manos  y  los  pies,  atentándolos  si  eran  de  carne  y  de  hueso  como  ellos»  ( ' ), 

El  alma  de  Col(5n  está  maravillosamente  pintada  en  las  relaciones  do  sus  viajes; 
hombre  para  quien  un  idealismo,  que  raya  en  místico,  no  excluía  cierto  realismo  y  codi- 
cia de  riquezas,  lo  mismo  se  afana  por  encontrar  el  oro  que  por  hallar  el  sitio  en  que 
debió,  á  su  juicio,  estar  el  paraíso  y  persiste  en  su  idea  de  conquistai'  el  Santo  Sepulcro. 
Semejantes  cavilaciones  no  le  impiden  estudiar  la  í^aturaleza  con  intuición  prodi- 
giosa, formulando  leyes  que  nadie  había  sospechado;  él  fué  quien  observó  la  desviación 
de  la  aguja  magnética;  él  quien  descubrió  las  corrientes  del  Océano  y  relacionó  este 
hecho  con  la  forma  de  las  Antillas. 

«Muy  conoscido  tengo  que  las  aguas  de  la  mar  llevan  su  curso  de  Oriente  á  Occi- 
dente con  los  cielos,  y  que  allí  en  esta  comarca  cuando  pasan  llevan  más  veloce  camino, 
y  por  esto  han  comido  tanta  parte  de  la  tierra,  porque  por  eso  son  acá  tantas  islas,  y 
ellas  mismas  hacen  desto  testimonio,  porque  todas  á  una  mano  son  largas  de  Poniente 
á  Levante  y  Norueste  á  Sueste,  ques  un  poco  mas  alto  é  bajo,  y  angostas  de  Norte  á 
Sur»  C). 

Mas  todas  estas  glorias  de  Colón  se  habían  de  anublar  cual  si  Dios  quisiera  ense- 
ñarle cuan  poco  debemos  confiar  en  los  bienes  de  este  mundo;  su  inexperiencia  en 
asuntos  administrativos  y  de  colonización  y  la  envidia  de  sus  enemigos  le  harían  volver 
á  España  cargado  de  cadenas  como  un  delincuente.  Si  la  relación  de  su  primer  ^laje  es 
un  canto  lírico  lleno  de  inspiración  y  alegría,  la  del  cuarto  es  una  elegía  donde  se  des- 
ahoga contando  sus  tribulaciones;  «me  han  guerreado  fasta  agora  como  á  moro» ,  decía 
en  una  carta  al  ama  del  príncipe,  y  en  otro  lugar  escribe:  «Si  mi  queja  del  mundo  es 
nueva,  su  uso  de  maltratar  es  de  muy  antiguo.  Mil  coriibates  me  ha  dado  y  á  todos 
resistí  fasta  agora,  que  no  me  aprovechó  armas  ni  avisos;  con  crueldad  me  tiene  echado 
al  fondo.  La  esperanza  de  Aquel  que  crió  á  todos  me  sostiene;  su  socorro  fué  siempre 
muy  presto.  Otra  vez,  y  no  de  lejos,  estando  yo  más  bajo,  me  levantó  con  su  brazo  divino, 
diciendo:  ¡Oh  hombre  de  poca  fe!  levántate  que  yo  soy,  no  hayas  miedo»  (^). 

Sólo  un  consuelo  mitiga  su  dolor  en  cuantos  momentos  angustiosos  se  halla:  la 
plena  convicción  de  que  Dios  le  guiaba,  pues  le  había  hecho  instrumento  de  su  Providen- 
cia para  el  hecho  grandioso  du  hallar  un  nuevo  mundo.  Las  palabras  de  Colón  tienen 
al  hablar  de  esto  un  acento  místico  que  conmue^'o;  refiriendo  las  desventuras  de  su 
último  viaje  escribe  estas  palabras,  cuya  sublimidad  se  necesita  estar  ciego  para  no 
admirarla: 

«Cansado,  me  dormecí  gimiendo;  una  voz  muy  piadosa  oí,  diciendo:  ¡Oh  estulto  y 
tardo  á  creer  y  á  servü-  á  tu  Dios,  Dios  de  todos!  ¿Qué  hizo  Él  más  por  Moyses  ó  por 
David  su  siervo?  Desque  naciste,  siempre  El  tuvo  de  ti  muy  grande  cargo.  Cuando  te 
vido  en  edad  de  que  Él  fué  contento,  maravillosamente  hizo  sonar  tu  nombre  en  la 
tierra.  Las  Indias,  que  son  parte  del  mundo  tan  ricas,  te  las  dio  por  tuyas;  tú  las  repar- 


(•)  Pagina  50. 

(2)  Tercer  viaje,  página  260. 

(3)  Carta  á  doña  Juana  de  la  Torre. 


INTRODUCCIÓN       "  xxxi 

tiste  adonde  te  plugo  y  te  dio  poder  para  ello.  De  los  atamientos  de  la  mar  océana,  que 
estaban  encerrados  con  cadenas  tan  fuertes,  te  dio  las  llaves»  ( ' ). 

Aquí  es  donde  se  halla  la  verdadera  j astiticaci(5n  del  inmortal  viajero;  quien  tan  hon- 
damente grabados  tenía  los  sentimientos  religiosos  y  tan  lleno  está  do  la  divinidad,  no 
pudo  ser  un  malvado  como  gritaban  sus  adversarios,  siquiera  no  viviese  libre  de  man- 
chas, según  han  afirmado  sus  entusiastas  panegiristas  falseando  la  Historia. 


II 


La  magia  del  estilo,  el  brillante  colorido  de  las  descripciones,  la  exposición  clara  y 
metódica  que  realzan  la  justamente  celebrada  obra  de  D.  Antonio  Solís  ha  hecho  que  los 
primitivos  historiadores  de  Méjico  sean  poco  leídos,  no  obstante  que  como  fuentes  directas 
tengan  un  valor  incalculable.  Solís,  aunque  escritor  ya  lejano  do  los  sucesos  que  refiero 
y  compilador  de  segunda  mano,  ha  enterrado  en  cierto  modo  los  escritos  de  López  de 
Gomara,  Bernal  Díaz  del  Castillo  y  de  Cortés.  Y  sin  embargo,  las  cartas  de  éste  son  un 
monumento  de  tan  subido  valor  cual  los  Comentarios  de  Julio  César,  demostrando  en 
ellas  que  con  tanta  destreza  manejaba  la  espada  y  conquistaba  dilatados  imperios  como 
consignaba  sus  valerosos  hechos  en  estilo  sencillo,  varonil  y  conciso,  propio  de  los  grandes 
capitanes. 

De  las  cinco  cartas-relaciones  que  Hernán  Cortés  escribió  solamente  se  conservan 
cuatro.  La  primera  se  ha  perdido,  y  ya  en  el  siglo  pasado  el  docto  bibliotecario  de  la 
Nacional,  D.  Andrés  González  de  Barcia,  desesperó  de  encontrarla  (■).  Las  dos  siguientes 
habían  sido  publicadas  por  Juan  Cromberger  en  Sevilla,  años  1522  y  1523;  la  cuarta 
salió  á  luz  en  Toledo,  año  1525,  y  la  quinta  se  hallaba  copiada  en  dos  manuscritos:  imo 
de  la  Imperial  de  Yiena  y  otro  de  la  Nacional  de  Madrid.  Las  cuatro  existentes  fueron 
reproducidas  en  la  Biblioteca  de  autores  españoles,  tomo  XXII. 

En  la  carta  segunda,  y  primera  de  las  que  existen.  Cortés  refiere  las  maquinaciones 
de  los  partidarios  de  Velázquez  y  la  sumisión  completa  y  sincera  de  los  indios  de 
Cempoalla,  oprimidos  por  el  tiránico  gobierno  de  Motecuhzoma,  quien  «les  tomaba  sus  hijos 
para  los  matar  y  sacrificar  á  sus  ídolos» ;  la  expedición  que  emprendió  para  visitar  al  Rey 
mexicano  y  las  penalidades  que  sufrió  al  atravesar  la  sierra  de  Sienchimalen;  la  sumisión 
de  Tlaxcala,  hecho  en  que  demostró  Cortés  sus  eminentes  cualidades  de  militar  y  político, 
logrando  con  la  amistad  de  aquella  república  auxiliares  de  gran  provecho  en  las  futuras 
campañas.  Cortés,  que  no  podía  concebir  existiese  en  América  una  ciudad  populosa  y 

(•)  Carta  sobre  el  último  viaje. 

(2)  La  existencia  de  esta  carta  con-ta  por  el  testimonio  de  Cortés,  quien  al  comienzo  de  la  se- 
gunda dice:  «En  una  nao  que  de  esta  Nueva  España  despaché  á  16  de  julio  del  año  de  1519,  envié  á 
vuestra  alteza  muy  larga  y  particular  relación  de  las  cosas  hasta  aquella  sazón,  después  que  yo  á  ella 
vine,  en  ella  sucedidas».  Publicó  Barcia  lascarlas  de  Cortés  en  sus  Historiadores  primitivos  de  las 
Indias,  tomo  I, 

Otras  varias  cartas  de  Hernán  Cortés  á  S  M.,  menos  intere.'ííintes  que  las  mencionadas,  lian  sido 
impresas  en  hi  Colección  de  documentos  inéditos  relativos  al  descubrimiento,  conquista  y  organización 
de  las  antiguas  posesiones  españolas  de  América  y  Oceania,  tomo  XII,  páginas  287  á  291,  367  á  370, 
470  á  480  y  541  á  544. 


xxxii  autobiografías  Y  MEMORIAS 

sabiamente  administrada,  pondera  las  grandezas  do  Tlaxcala:  «La  cual  ciudad  es  tan 
grande  y  de  tanta  admiración  que  aunque  mucho  de  lo  que  della  podria  decir  deje,  lo 
poco  que  diré  creo  es  casi  increíble,  porque  es  muy  mayor  que  Granada  y  muy  más  fuerte 
y  de  tan  buenos  edificios  y  de  muy  mucha  más  gente  que  Granada  tenia  al  tiempo 
que  se  ganó.  Hay  en  esta  ciudad  un  mercado  en  que  cuotidianamente,  todos  los  dias,  hay 
en  él  de  treinta  mil  ánimas  arriba  vendiendo  y  comprando.  Hay  joyerías  de  oro  y  plata 
y  piedras  y  de  otras  joyas  de  plumaje,  tan  bien  concertado  como  puede  ser  en  todas  las 
plazas  y  mercados  del  mundo.  Hay  mucha  loza  de  todas  maneras  y  muy  buena  y  tal 
como  la  mejor  de  España». 

Y  cuando,  después  de  ver  desde  los  montes  el  rico  valle  de  Anahuac,  entra  impávido 
en  la  capital  de  Motecuhzoma,  refiere  hecho  tan  prodigioso  con  la  mayor  sencillez  y  sin 
afectación  algima, 

«Nos  salió  á  recebir  aquel  señor  Muteczuma  con  fasta  doscientos  señores,  todos  des- 
calzos y  vestidos  de  oti-a  librea  á  manera  de  ropa,  asimesmo  bien  rica  á  su  uso,  y  venian 
en  dos  procesiones  muy  arrimados  á  las  paredes  de  la  calle,  que  es  muy  ancha  y  muy 
hermosa  y  derecha,  que  de  un  cabo  se  parece  el  otro  y  tiene  dos  tercios  de  legua,  y  de 
la  una  parte  y  de  la  otra  muy  buenas  y  grandes  casas,  así  de  aposentamientos  como  de 
mezquitas;  y  el  dicho  Muteczuma  venia  por  medio  de  la  calle  con  dos  señores,  el  uno  á 
la  mano  derecha  y  el  otro  á  la  izquierda....  y  como  nos  juntamos  yo  me  apeé  y  le  ftií 
á  abrazar  solo;  é  aquellos  señores  que  con  él  iban  me  detuvieron  con  las  manos  para  que 
no  le  tocase,  y  ellos  y  él  ficieron  asimismo  ceremonia  de  besar  la  tierra» . 

Imposible  parece  que  después  de  lo  consignado  por  Cortés  en  esta  carta  haya  cundido 
la  absm-da  leyenda  de  quemar  sus  naves,  hecho  que  ensalzó  D.  Nicolás  Fernández  de 
Moratín  en  un  conocido  poema.  No  fué  tea.,  fué  borreiio.,  se  intitula  un  curioso  artículo 
que  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada  publicó  acerca  del  particular  (').  Cortés  lo  refiere 
en  estas  palabras: 

«Creyendo  que  si  allí  los  navios  dejase  se  me  alzarían  con  ellos,  y  yéndose  todos  los 
que  desta  voluntad  estaban  yo  quedarla  casi  solo,  por  donde  se  estorbara  el  gran  servicio 
que  á  Dios  y  a  Yuestra  Alteza  en  esta  tierra  se  ha  hecho,  tuve  manera  como  so  color  que 
los  dichos  navios  no  estaban  para  navegar  los  eché  á  la  costa,  por  donde  todos  perdieron 
la  esperanza  de  salir  de  la  tierra»  ("). 

Por  admirable  que  sea  el  laconismo  con  que  César  anunció  su  victoria  contra  Farna- 
ces,  es  mayor  la  concisión  y  sobriedad  con  que  Cortés  refiere  la  prisión  de  Motecuhzoma, 
hazaña  á  cuyo  lado  nada  significa  la  del  capitán  romano: 

«Le  hice  echar  unos  grillos,  de  que  él  no  recibió  poco  espauto;  aunque  después  de  le 
haber  tablado  aquel  dia  se  los  quité  y  él  quedó  muy  contento» . 

En  las  cartas  segunda  y  tercera  ti-aza  Cortés  un  cuadro  tan  sencillo  como  exacto  de 
Méjico  y  de  su  cultura,  y  haciendo  resaltar  la  mezcla  de  barbarie  y  de  civilización  que 
se  notaba  en  aquella  ciudad;  una  sabia  administración,  no  pequeño  desarrollo  de  la 
industria  y  el  comercio  y  un  arte,  aunque  incipiente,  no  despreciable,  contrastaban  con  la 
barbarie  del  culto  y  los  sacrificios  humanos.  Y  sin  faltar  á  la  verdad  histórica  por  conve- 
niencias cuenta  sencillamente  ya  sus  desgracias  en  la  retirada  de  Méjico,  la  Noche  triste 

{•)  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Hisioria,  tomo  XI,  pág-s.  235  y  siguientes. 
(■2)  Carta  segunda. 


INTRODUCCIÓN  xxxni 

por  antonomasia,  ya  sus  triunfos,  cuando  después  de  prolongado  y  tenaz  sitio  acaba  para 
siempre  con  el  imperio  azteca. 

En  las  cartas  tercera  y  cuarta  se  ocupa  de  las  conquistas  que  sucedieron  á  la  toma  de 
Tenoclititlán  (Méjico).  Las  provincias  de  Coatzacoalcos,  Tutestepec  y  Guaxaca,  como  tam- 
bién la  de  Panuco,  fueron  sometidas  de  grado  ó  por  fuerza;  castigadas  severamente  las 
sublevaciones  de  los  indios  tributarios;  fimdada  la  ciudad  de  Medellín;  deshechas  las  tenta- 
tivas armadas  del  adelantado  Francisco  de  Garay,  quien  pretendía  poblar  en  el  Panuco 
manteniendo  inteligencias  con  Diego  Yelázquez  y  el  obispo  de  Burgos  D.  Alonso  de 
Fonseca,  mortal  enemigo  de  Cortés;  Pedro  de  Alvarado  partió  á  poblar  la  regi()n  do  Gua- 
temala, apenas  conocida,  y  como  si  im  nuevo  sol  comenzase  á  brillar  después  de  aquella 
formidable  guerra  que  convirtió  en  ruinas  la  bella  ciudad  do  Medico,  ésta,  gracias  á 
la  diligencia  de  Cortés,  renacía  de  sus  cenizas,  contando  ya  30.000  vecinos.  <De  hoy 
en  cinco  años,  decía  Cortés,  será  la  más  noble  y  populosa  ciudad  que  haya  en  lo 
poblado  del  mundo  y  de  mejores  edificios» .  Con  aquella  previsión  que  fué  su  rasgo 
cai-acterístico  acordó  explorar  las  costas  americanas  por  los  mares  del  Sur  y  del  Norte  en 
busca  do  un  estrecho  que  abreviaría  el  viaje  de  las  tierras  oceánicas  á  España.  Por  eso 
comunicaba  al  Rey  el  grande  empeño  que  tenía  en  «saber  el  secreto  de  la  costa  que  está 
por  descubiir  entre  el  rio  de  Panuco  y  la  Florida,  que  es  en  lo  que  descubrió  el  Adelan- 
tado Juan  Pouce  de  León;  y  de  allí  la  costa  de  la  dicha  Florida  por  la  parte  del  Norte, 
hasta  llegar  á  los  Bacallaos,  porque  se  tiene  por  cierto  que  en  aquella  costa  hay  estrecho 
que  pasa  á  la  mar  del  Siu'» . 

m 

Dos  relaciones  existen  de  las  empresas  realizadas  por  Alvar  Núñez  de  Yaca  en  Amé- 
rica y  de  las  grandes  desdichas  que  allí  sufrió  (').  De  la  primera,  rotulada  Naufragios 
de  Airar  Nnücr  Cabexa  de  Vara  tj  relación  de  la  Jornada  que  hixo  ú  la  Florida  con 
el  adelantado  Panfilo  de  Xarraex,  es  autor  el  mismo  Núñez;  la  segunda,  en  que  se  re- 
fiere la  gobernación  de  éste  en  el  Río  de  la  Plata,  fué  escrita  por  su  escribano  Pedro 
Fernández. 

Pocos  conquistadores  de  América  tuvieron  tan  relevantes  condiciones  como  Alvar 
Núñez  y  pocos  fueron  tan  desdichados  en  sus  viajes  y  expediciones;  reunía  á  un  valor 
extraordinario  gran  previsión  y  diligencia,  sin  que  puedan  atribuírsele  las  crueldades  y 
tiranías  con  que  otros  mancharon  su  nombro,  no  obstante  las  acusaciones  de  que  fué 
objeto  cuando  tumultuosamente  lo  depusieron  de  su  gobierno  del  Río  de  la  Plata.  Pero 
una  especie  de  hado  fatal  parecía  seguirle  á  todas  partes  y  con  él  la  desdicha.  Nombrado 
tesorero  de  Panfilo  de  Narváez,  quien  marchaba  á  conquistar  las  tierras  situadas  desde 

(')  Publicadas  ambas  con  el  siguiente  título: 

Relación  y  comenturios  del  gouernador  Aluar  Nuñez  Cabera  de  Yaca,^  de  lo  acaescido  en  las  dos 
jornadas  que  hizo  á  las  Indias.  Valladolid,  por  Francisco  Fernandez  de  Cordoua,  1555,  1  vol.  en  4." 

Reimpresa  en  el  tomo  XXII  de  la  Biblioteca  de  autores  españoles,  l  ágs.  517  á  590. 

También  escribió  Alvar  Núñez  la  Relación  del  viaje  de  Narcaez  al  rio  de  las  Palmas  hasta  la 
punta  de  la  Florida  (uño  1527).  Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos^  relativos  al  descu' 
britniento,  conquista  y  organización  de  las  antiguas  posesiones  españolas  de  América  y  Oceanía,  to- 
mo XIV,  págH.  269  ú  279. 

AÜTOBIOQRAFÍAS    Y    MEMOBIAB. — 3 


xxxiv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

el  río  de  las  Palmas  hasta  el  Cabo  de  la  Florida,  ve  estrellarse  eu  el  puerto  de  Trinidad 
(Cuba)  dos  navios  cu  que  iba  con  el  capitán  Pantoja  á  recoger  víveres,  hechos  astillas 
por  ima  furiosa  tempestad.  Llegados  á  la  Plorida  los  expedicionarios  se  encuentran  con 
indios,  no  tímidos  y  débiles  cual  los  antillanos,  sino  valientes  y  robustos,  decididos  á 
morir  luchando  antes  que  someterse  al  invasor,  <;  Cuantos  indios  vimos,  todos  son  fleche- 
ros: y  como  son  tan  crescidos  de  cuerpo  y  andan  desnudos,  desde  lejos  parecen  gigantes. 
Es  gente  á  maravilla  bien  dispuesta,  muy  enjutos  y  de  muy  grandes  fuerzas  y  lige- 
reza» (').  Aquellos  antepasados  de  los  seminólas,  con  tanto  trabajo  vencidos  en  uuesti-o 
siglo  por  los  norteamericanos,  estaban  dotados  de  fuerzas  hercúleas;  «yo  mismo,  dice 
Alvar  Núñez,  vi  una  flecha  en  im  pie  de  álamo,  que  entraba  por  él  un  geme  » .  Una  vez 
([ue  se  internai'on  los  españoles  comenzaron  á  sentir  las  acometidas  de  los  indios,  las 
emanaciones  palúdicas  en  país  tan  lleno  de  lagunas,  la  falta  de  bastimentos  y  el  cansan- 
cio. Xo  hallándose  con  fuerzas  para  retroceder  á  los  navios  por  tierra,  construyeron  cinco 
barcas  y  se  entrai'on  por  unas  marismas  con  ánimo  de  ir  por  mar  en  busca  de  aquéllos. 
Las  olas  volcaron  los  improvisados  barquichuelos  eu  las  playas  de  una  isla,  y,  náufragos, 
imploraron  la  piedad  de  los  indios,  teniendo  la  fortuna  de  que  éstos  no  se  mostraran  en 
son  de  guerra,  pues  según  escribe  Alvar  Núñez,  «  de  ver  el  desastre  que  nos  habia  venido 
y  el  desasti'e  en  que  estábamos,  con  tanta  desventiu'a  y  miseria,  se  sentaron  entre  nos- 
otros, y  con  el  gran  dolor  y  lástima  que  ovieron  de  vernos  en  tanta  fortuna,  comenzaron 
todos  á  llorar  recio,  y  tan  de  verdad,  que  lejos  de  allí  se  podia  oir,  y  esto  les  áui-ó  más 
de  media  hora;  y  cierto,  ver  que  estos  hombres  tan  sin  razón  y  tan  crudos,  á  manera  de 
brutos,  se  dolian  tanto  de  nosotros,  hizo  que  en  mí  y  en  otros  cresciese  más  la  pasión  y 
la  consideración  de  nuestra  desdicha»  (').  Dieron  los  nuestros  á  la  tal  isla  el  nombre  de 
Mal-Hado,  y  con  razón,  pues  de  ochenta  mmieron  en  poco  tiempo  sesenta  y  cinco. 

El  mismo  Alvar  Núñez  cayó  enfermo  y  hubo  de  quedarse  im  año,  siendo  reducido  á 
esclavitud  por  los  indios  de  las  cercanías,  quienes  le  obligaban  «  á  sacar  las  raices  para 
comer  debajo  del  agua  y  entre  las  cañas  donde  estaban  metidas  en  la  tierra,  y  de  esto 
traia  yo  los  dedos  tan  gastados,  que  ima  paja  que  tocase  me  hacia  sangre»  (^). 

Decidido  á  recobrar  la  libertad  lo  intentó  ti-es  veces,  y  otras  tantas  fué  nuevamente 
cautivado;  á  la  cuarta,  más  afortimado,  huyó  con  Alonso  del  Castillo  y  otros;  cuántas 
fatigas  padecerían  lo  dice  el  itinerario  que  siguieron:  desde  la  Florida  anduvieron  por 
tierra  hasta  Culiazan  (Méjico),  y  tal  hambre  sufrieron,  que  en  más  de  una  ocasión 
comieron  cai-ue  de  perro,  cortezas  y  raíces,  é  ingeniándose  para  remediar  calamidades 
semejantes,  se  hicieron  médicos  improvisados  y  cm-aban  los  enfermos  que  en  varias  ran- 
cherías les  presentaban  los  indios. 

Mas  pasados  su  cautiverio  y  demás  trabajos,  que  duraron  diez  años,  había  de  expe- 
rimentar nuevos  infortunios.  Nombrado  gobernador  del  Río  de  la  Plata,  aunque  acre- 
ditó su  arrojo  yendo  por  tierra  desde  el  río  Iguazu,  frente  á  la  isla  de  Santa  Catalina, 
hasta  la  Asunción,  pasando  por  regiones  inexploradas,  y  ya  en  el  Paraguay,  sometió  á  los 
aguces,  venció  á  los  guaycurúes  y  remontó  el  cm-so  del  río  llegando  cerca  de  los  indios 
xarayes  en  los  confines  del  Perú,  vióse  destituido  en  la  Asunción  por  una  conjm-ación 

(1)  Naufragios,  capítulo  VI. 
('•*)  Naufragios,  capitulo  XII. 
(•)  Naufragios,  capitulo  XVI. 


INTRODUCCIÓN  xxxv 

del  contador  Felipe  de  díceres  y  otros.  Preso,  maltratado  y  á  piiuto  de  perder  la  vida, 
regresó  á  España,  sucediéudole  en  el  gobierno  Domingo  Martínez  de  Irala.  El  ciclo  de 
sublevaciones  y  discordias,  comenzado  en  América  por  los  desventurados  que  dejó  Colón 
en  el  fuerte  de  la  Española  al  volver  de  su  primer  viaje,  no  había  acabado  aún  con  la 
intervención  enérgica  del  poder  Real  y  la  ñrmeza  del  inolvidable  D.  Pedro  de  la  Gasea. 


IV 

Afirma  el  Padi-e  Simón  en  el  prólogo  de  sus  Noticias  historiales  ( * ) ,  que  el  con- 
quistador de  Nueva  Granada,  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada,  retirado  en  su  vejez  á  la 
granja  que  poseía  en  Suesca,  población  del  Estado  de  Cuudinamarca  (Colombia),  escribió 
una  crónica  de  sus  hechos  militares,  denominándola  Ratos  de  Suesca;  si  como  todo  hace 
creer  ha  existido  realmente  este  libro,  es  de  lamentar  su  pérdida,  pues  sería  un  documento 
de  primer  orden  en  la  historia  de  América,  ya  que  las  campañas  de  Quesada  ftieron  de  las 
más  atrevidas  y  feciuidas  realizadas  en  América.  Su  marcha  por  el  río  Magdalena,  por 
regiones  desconocidas  hasta  atravesar  las  montañas  de  Opón  y  entrar  en  las  ricas  llanu- 
ras de  Timja  y  Bogotá,  poderosos  reinos  que  conquista,  fueron  hechos  dignos  de  paran- 
gonarse con  los  más  ilustres  de  Coi-tés  y  Francisco  Pizarro;  y  además  del  atractivo  que 
por  este  concepto  ofrecerían  sus  Memorias,  contendrían  segui-amente  un  cuadro  de  la 
civilización  de  los  chibchas,  pueblo  casi  tan  civilizado  como  los  de  Méjico  y  el  Perú, 
dándonos  también  nueva  luz  para  juzgar  la  historia  de  su  autor,  el  conquistador  menos 
recompensado  y  más  injustamente  perseguido  de  su  tiempo,  pues  no  logró  apenas  galar- 
dón de  sus  servicios  á  España.  Nadie  molestó  á  Pizarro  por  haber  ajusticiado  al  inca 
Atahualpa  ni  á  Cortés  por  haber  hecho  lo  mismo  con  Cuauhtémoc;  mas  Jiménez  de  Que- 
sada sufrió  no  leves  disgustos  por  la  muerte  que  dio  al  zipa  de  Bogotá,  y  se  vio  deste- 
ri-ado  de  las  Indias  antes  de  alcanzar  el  título  de  Mariscal, de  Nueva  Granada  y  oti'as 
mercedes  justamente  ganadas. 

El  docto  americanista  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada  publicó  un  Epítome  de  la 
conquista  del  nuevo  Reino  de  O r amula  ('),  atribuyéndolo  al  mismo  Gonzalo  Jiménez 
de  Quesada.  Mas  con  ser  tan  respetable  la  autoridad  del  Sr,  Espada,  nos  permitimos  du- 
dar, cuando  menos,  de  que  dicho  Epttoufe  sea  obra  de  Quesada,  pues  el  autor  habla  de 
éste  siempre  en  tercera  persona  y  de  sí  mismo  en  primera:  d  mi  parecer;  acortándome. 
Por  lo  cual  opinamos  que  debió  escribirlo  algún  soldado  anónimo  de  los  que  asistieron 
á  la  conquista  de  Nueva  Granada.  El  Epítome  es  una  relación  concisa  en  demasía  al 
tratai"  de  los  hechos  militares,  dilatándose  en  cambio  cuando  se  ocupa  de  la  cultm'a 
chibcha,  su  religión,  templos,  costumbres,  arte  bélico  y  riquezas. 

(1)  Primera  ¡jarte  de  las  Noticias  historiales  de  las  Conquistas  de  tierra  firme  en  las  Indias  occi- 
dentales. Compuesto  por  el  Padre  Fray  Pedro  Simón,  Provincial  de  la  Seráfica  Orden  de  San  Fran' 
cisco,  del  Nueuo  Reyno  de  Granada.  En  Cuenca,  por  Domingo  de  la  Iglesia,  año  de  1627,  1  vol.  en 
folio. 

('■*)  Insertóla  al  fin  del  estudio:  Juan  de  Castellanos  y  su  Ilistoria  del  nuevo  Reino  de  Granada, 
publicado  en  la  Revista  Contemporánea  del  año  1889.  El  Epítome  ocupa  las  páginas  178  á  196  del  to- 
mo LXXV. 


xxxM  autobiografías  Y  MEMORIAS 


Hecho  digno  de  notar  es  que  los  más  emiuentes  conquistadores  de  América  fueran 
historiadores  de  sus  hechos,  lo  mismo  Cortés  que  Pizarro,  Jiménez  de  Quesada  y  Pedro 
de  Valdivia  ('). 

La  carta  que  éste  dirigió  al  Emperador  á  15  de  octubre  del  año  1550  es  mi  com- 
pendio tan  modesto  como  sincero  de  cuanto  hizo  desde  que  en  1537  fué  nombrado  go- 
bernador de  Chile,  tierra  «infamada»  porque  Almagro  la  había  desamparado  para 
enredarse  en  contiendas  con  Francisco  Pizarro,  hasta  la  sublevación  de  los  indios  y  las 
campañas  del  Biobío.  Contra  lo  que  era  de  esperar,  refiere  brevemente  las  guerras  con 
los  terribles  araucanos;  mas  en  su  prosa  incorrecta  pinta  admirablemente  aquellas  luchas 
tan  encarnizadas  como  pocas  se  han  conocido,  pues  el  mismo  Yaldivia,  hombre  de  sen- 
timientos generosos,  llega  á  endurecerse  de  tal  manera  que  se  excede  en  la  venganza;  en 
mía  batalla  refiere  que  « matáronse  hasta  mili  é  quinientos  ó  dos  mili  indios,  y  alanceá- 
ronse oti-os  muchos,  y  prendiéronse  algunos,  de  los  cuales  mandé  cortar  hasta  doscientos 
las  manos  y  narices».  Escrita  su  relación  en  medio  del  estruendo  bélico,  tiene  en  oca- 
siones ñ-ases  de  extraordinaria  energía,  cuando  cerca  del  Biobío  se  vieron  los  españoles 
acometidos  á  media  noche  por  20.000  indios  «con  tan  gran  ímpetu  y  alarido  que  parecían 
hundir  la  tierra» .  Con  mayor  extensión  que  de  la  guerra  habla  Yaldivia  de  la  adminis- 
tración del  país;  los  apiu-os  en  que  él  se  encontraba  con  ft-ecuencia,  aislado  en  medio  do 
bárbaros,  y  la  fundación  de  Santiago,  A^alparaíso,  La  Concepción,  Yaldivia  y  otras  ciu- 
dades, gracias  á  las  cuales  se  fué  consolidando  la  dominación  española.  Y  atento  á  de- 
mostrar al  Emperador  con  cuánta  fidelidad  le  había  servido,  no  obstante  sei-  hechura  de 
los  Bizarros,  expone  el  auxilio  que  prestó  á  D.  Pedi'o  de  la  Gasea  en  la  batalla  de  Xaqui- 
xaguana,  donde  fué  vencido  Gonzalo  Pizarro,  y  exagerando  acaso,  llega  á  decir  que,  al 
saber  la  sublevación  de  éste,  le  « temblaron  las  carnes  que  un  tan  soez  hombrecillo  y 
poco  vasallo  hobiese,  no  dicho,  pero  imaginado,  cuanto  más  intentado  tan  abominable 
traición  contra  el  poder  de  un  tanto  y  tan  cathólico  monarca.  Rey  é  señor  natural 
suyo»  ('). 

YI 

Entre  las  muchas  cuestiones  coloniales  que  preocupaban  á  los  españoles  en  el  reinado 
de  Carlos  Y  había  dos  que  importaba  resolver  sin  demora:  el  hallazgo  de  un  camino  á 
las  islas  llamadas  de  la  Especiería  (Célebes  y  Molucas)  por  los  mares  de  Occidente,  y  el 

(')  Relación  hecha  por  Pedro  de  Valdivia  al  Emperador^  dándole  cuenta  de  lo  sucedido  en  el  d<;8- 
cubrimiento,  conquista  y  población  de  Chile  y  en  su  viaje  al  Perú. 

Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos  relatioos  al  descubrimiento  y  conquista  de 
América,  tomo  IV,  págs.  5  á  68. 

También  Pedro  de  Alvarado,  conquistador  de  Guatemala  y  compañero  de  Cortés,  escribió  dos 
breves  relaciones  de  sus  campañas  en  Cliapotulan,  Utatlan  y  otras  ciudades  de  aquel  país.  Firmó 
la  bcgunda  á  28  de  julio  de  1524  y  ambas  fueron  dirigidas  á  Cortés. 

Diego  Godoy  envió  á  éste  otra  relación  de  lo  que  hizo  y  notó  ea  Chatnula  (Méjico). 

Reimpresas  las  tres  en  la  Colección  de  atdores  españoles,  tomo  XXII,  págs.  457  á  470. 

(')  Obra  citada,  pág.  27. 


INTRODUCCIÓN  xxxvii 

evitar  que  éstas  v  otras  oceánicas  fiieseu  ocupadas  por  los  portugueses,  cou  quienes  me- 
nudeaban las  cuestiones  á  pesar  de  los  convenios  celebrados  para  evitarlas.  A  este  fin,  ya 
descubierto  el  estrecho  de  Magallanes,  en  1525  se  preparó  una  armada  compuesta  de 
siete  naves,  que  debía  plantar  la  bandei-a  española  en  las  islas  Molucas.  Confi(5se  el  mando 
de  la  expedici(3n  á  D.  García  Jotre  de  Loaysa;  en  ella  iban  Juan  Sebastián  del  Cano, 
digno  de  eterna  memoria,  y  Andrés  de  Urdaneta,  quien  luego  escribió  una  relación  de 
cuanto  hizo  y  vio  en  aquella  larga  navegación  de  once  años  (1525  á  1536),  legándonos 
un  apreciable  fragmento  autobiográfico,  al  mismo  tiempo  que  una  página  de  nuestra 
historia  náutica  ( ' ) .  Era  la  vez  primera  que  Urdaneta,  acreditado  por  sus  campañas  en 
Italia  y  Alemania,  se  embarcaba  con  rumbo  á  mares  tan  lejanos  como  apenas  conocidos. 
La  pequeña  escuadra  salió  de  la  Coruña  la  víspera  de  Santiago  de  1525;  navegó  á 
Canarias,  costa  del  Brasil  y  Río  de  la  Plata,  llegando  al  esti-echo  de  Magallanes,  que 
tardaron  en  cruzar  desdo  mediados  de  enero  de  1526  á  primeros  de  mayo.  Allí  pudo 
estudiar  muy  á  su  gusto  los  indios  patagones,  de  cuya  estatm'a  y  fuerzas  hercúleas  se 
contaban  no  pocas  exageraciones  en  España: 

«Trajeron  un  patagón  á  las  naos  en  el  esquife,  al  que  le  dieron  de  comer  y  beber 
vino,  y  le  dieron  oti-as  cositas  con  que  holgó  mucho;  en  demás  con  un  espejo,  que  como 
vio  su  figura  denti"0  él,  estaba  tan  espantado  que  era  cosa  de  ver  las  cosas  que  hacía; 
también  le  amostraron  oro  é  plata,  mas  no  hizo  mudamiento  alguno.  El  era  grande  de 
cuerpo  y  feo,  y  traia  vestido  una  pelleja  de  zebra,  y  en  la  cabeza  un  plumaje  hecho  de 
plumas  de  avestruces,  y  su  arco,  y  unas  abarcas  en  los  pies»  (■). 

Con  tristes  auspicios  enti-ó  la  armada  en  el  mar  Pacífico;  á  30  de  julio  murió  el 
capitán  de  ella  Frey  García  de  Loaysa,  y  á  4  de  agosto  el  insigne  Juan  Sebastián  del 
Cano,  su  sucesor,  quedando  encargado  del  mando  Toribio  Alonso  de  Salazar.  Haciendo 
escala  en  las  islas  de  los  Ladrones,  cuyos  habitantes,  según  dice  Urdaneta,  no  conocían 
el  hierro  y  labraban  con  pedernal,  arribaron  á  la  de  Tidor,  cuyo  monarca  celebró  con 
entusiasmo  la  llegada  de  los  españoles,  enemigo  decidido  que  era  de  los  portugueses. 
Muy  luego  hicieron  éstos  visible  su  enojo  conti-a  la  expedición  castellana  y  abrieron  las 
hostilidades;  vencidos  en  pequeños  combates  navales  apelaron  al  crimen;  oigamos  la 
terrible  acusación  que  lanza  Urdaneta  contra  el  gobernador  portugués  D.  Jorge  de 
]\Ieneses: 

«Determinó  este  dicho  D.  Jorge  de  Meneses  de  nos  matar  con  ponzoña,  mandándola 
echar  en  un  pozo  de  que  bebíamos,  lo  cual  fué  descubierto  por  un  cléi-igo  de  los  portu- 
gueses que  escribió  á  nuestro  capellán  de  como  la  pi-imera  vez  que  fuesen  allá  portu- 
gueses determinaban  de  echar  ponzoña  en  el  pozo  de  agua  de  que  bebíamos;  é  así  nos 
guardamos  desta  vez,  cei-rando  el  pozo  sin  peligrar  ninguno» . 

(1)  Relación  del  viaje  hecho  ú  las  islas  Molucas  ó  de  la  Especiería  por  la  armada  á  las  órdenes 
del  comendador  Jo/re  de  Loaysa,  hecha  por  el  capitán  Andrés  de  urdaneta. 

Hállase  en  la  Colección  de  documentos  inéditos,  relativos  al  descubrimiento,  conquista  y  organiza- 
ci'in  de  las  antiguas  posesiones  españolas  de  América  y  Oceania,  tomo  V,  págs.  5  á  67. 

Habíala  publicado  con  anterioridad  D.  Martín  Fernández  de  Navarrete  en  su  Colección  délos 
viajes  y  descubrimientos  que  hicieron  por  mar  los  españoles  desde  el  siglo  XV,  tonoo  V,  págs.  401 
á  439. 

Casi  todo  este  volumen  se  compone  de  documentos  relativo.^  ú  dicha  expedición. 

(2)  Página  10. 


xxxvili  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

«Estando  yo  allá  (en  Gilolo)  vinieron  unos  poi-tugueses  á  la  isla  de  Tidore  en  acha- 
que de  querer  hacer  paces  con  nosoti-os,  é  dieron  ponzoña  al  dicho  capitán  Lliguiz  en 
una  taza  de  vino,  de  lo  cual  murió  luego» . 

Yencidos  los  portugueses  al  principio,  fueron  luego  más  afortunados  al  rendir  la 
guarnición  castellana  de  Tidor,  y  ajustóse  una  ti-egua  que  ellos  aprovecharon  para  ven- 
garse de  los  isleños  de  Ternate,  alzados  contra  la  tiranía  lusitana. 

Viéndose  los  nuesti-os  escasos  de  fuerzas  y  que  las  deserciones  iban  en  aumento, 
acordaron  regresar  á  España,  circunnaAegando  el  globo  como  antes  lo  hiciera  El  Cano, 
tocando  en  Java,  península  de  Malaca  y  Cochín;  rodearon  el  Afi-ica  y  anibaron  en  Lis- 
boa á  los  once  años  de  su  partida.  Urdaneta  había  demostrado  una  pericia  náutica  extra- 
ordinaria, por  lo  cual,  aun  después  que  profesó  en  la  Orden  de  San  Agustín,  le  enco- 
mendó Felipe  II  (1559)  el  mando  de  la  escuadra  aprestada  para  la  conquista  de  las  islas 
Filipinas,  en  la  cual  iba  el  valeroso  Legazpi  (*). 

(1)  Además  de  las  mencionadas  existen  otras  relaciones  autobiográficas  de  navegantes  y  con- 
quistadores, como  son  las  siguientes: 

Relación  e  proceso  quel  Licenciado  Gaspar  Despinosa,  alcalde  mayor,  hizo  en  el  viaje  que  por 
mandado  del  muy  Magnifico  SeTior  Pedrarias  de  Avila,  Teniente  General  en  estos  reynos  de  Castilla 
del  Oro  por  Sus  Altezas,  fue  desde  esta  cihdad  de  Panamá  a  las  provincias  de  Paria  e  N^afá  é  a  las 
otras  provincias  comarcanas  (año  1519). 

Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos,  relativos  al  descubrimiento,  caciquista  y  organiza- 
ción de  las  antiguas  posesiones  españolas  de  América  y  Oceania,  tomo  XX,  págs,  5  á  119. 

Relación  hecha  por  Gaspar  de  Espinosa,  alcalde  mayor  de  Castilla  del  Oro,  dada  á  Pedrarias  de 
Avila,  Lugarteniente  general  de  aquellas  provincias,  de  todo  lo  que  le  sucedió  en  la  entrada  que  hizo  en 
ellas,  de  orden  de  Pedrarias.  (Obra  citada,  tomo  II,  págs.  467  á  522.) 

Sumaria  relación  de  Pedro  Sarmiento  de  Gamboa,  Gobernador  y  Capitán  General,  del  estrecho  de 
la  Madre  de  Dios,  antes  nombrado  de  Magallanes,  y  de  las  poblaciones  en  él  hechas  y  que  se  han  de 
hacer.  (Obra  citada,  tomo  V,  págs.  286  á  420.) 

Viage  al  Estrecho  de  Magallanes,  por  el  Capitán  Pedro  Sarmiento  de  Gamboa,  en  los  años  de 
1579  y  15S0  y  noticia  de  la  expedición  que  después  hizo  para  poblarle.  En  Madrid,  en  la  Imprenta  Eeal 
de  la  Gaceta,  año  de  1768;  LXXXIV,  402  y  XXXIII  páginas  en  4.°,  con  tres  láminas. 

Contiene  al  final  la  «Declaración  que  de  orden  del  Virre}'  del  Perú  D.  Francisco  de  Borja,  Prin- 
cipe de  Esquiladle,  hizo  ante  escribano  Tomé  Hernández,  de  lo  sucedido  en  las  dos  poblaciones  fun- 
dadas en  el  Estrecho  de  Magallanes  por  Pedro  Sarmiento  de  Gamboa». 

La  Relación  de  Sarmiento  fué  extractada  por  Bartolomé  Leonardo  de  Argensola  en  su  Conquista 
de  las  islas  Malucas,  libros  III  y  IV. 

Diario  general  del  viaje  flubial  que  yo  Fray  Francisco  Murillo,  del  Orden  sercifico,  boy  describien- 
do de  les  sucesos  y  acaecimientos  observados  en  el  descubrimiento  de  los  rios  de  Jujuy,  Tarija  y  Gran- 
de, en  calidad  de  Capellán  nombrado  por  el  Superior  Gobierno  con  el  objeto  indicado,  cuya  expedición 
con  despacho  del  Señor  Virrey  de  Buenos  A  y  res  está  á  cargo  del  Capitán  subalterno  y  Coronel  Don 
Juan  Adrián  Cornejo,  vecino  de  Salta. 

Mss.  autógrafo,  14  hojas  en  folio.  Bibl.  Nac.,  Pp.-  83-1. 

El  viaje  fué  hecho  en  el  año  1780. 


CAPITULO   IV 

I.  Relaciones  de  viajeros  árabes. — II.  BEN.JAjnN  de  Tudela. 

III.  ÁNÓíímO    FRANCISCANO    DEL   SIGLO    XIY. — IV.    EuY    GloNZÁLEZ    DE    CLA^^JO. 

\.  Pero  Tafur. — YI.  El  Peregrino  de  Puey  de  Monzón. — YII.  D.  Pedro  Cubero 

Sebastián.  — YIII.   Fernán  ]\Iéndez  Pinto.  —  IX.   D.  Jorge  Juan 

Y  D.  Antonio  Ulloa. — X.  D.  Dojhngo  Badía  Leblich. 


Las  ]-elacioues  de  viajes  y  navegaciones,  forma  en  general  primitiva  de  la  autobiogra- 
fía, excepción  hecha  de  la  literatura  latina,  que  posee  los  Comentarios  de  Julio  César,  el 
Monnnientun)  A)ic¡jrmin}u,  cuya  redacción  quizá  sea  del  mismo  emperador  Augusto, 
y  las  Confesiones  de  San  Agustín,  datan  de  fecha  más  antigua  enti-e  los  musulmanes 
españoles  que  entre  los  cristianos;  así  escribieron  Aben  Koxaid,  de  Ceuta  (1260-1312), 
El  Xuxi-isí  (127-1)  y  El  Abderí  (1288)  rihJas  6  Itinerarios  de  sus  viajes  por  España 
y  Afi'ica;  Aben  Chabir  (siglo  xiv)  y  Abú-1-Kasom  Almohanna  (1274-1349),  dos  rela- 
ciones análogas  llamadas  Barnamech;  el  célebre  historiador  Aben  Jaldún  (1332-1406), 
su  Itinerario  de  África;  Aben  Aljatib  (siglo  xiv),  un  libro  acerca  del  mismo  asunto, 
obra  que  se  completa  con  oti"o  suyo,  cuyo  título,  modelo  de  extravagancia,  al  menos  para 
nosoti'os,  es  el  de  Evacuación  de  la  alforja  sobre  lo  agradable  del  viaje  ó  eniigrcu-iini  á 
país  extranjero  ('). 

n 

Pocos  libros  de  via,jes  hay  tan  olvidados  en  España  como  el  Itinerario  (')  de  Benja- 
mín de  Tudela,  judío  así  llamado  por  ser  natural  de  esta  población;  baste  decir  que  con 

(í)  Ensayo  hio-hibliográfico  de  historiadores  y  geógrafos  aráhigo-españoles ,  por  Francisco  Pons 
Boigues.  Obra  premiada  por  la  Biblioteca  Nacional  en  el  concurso  público  de  1S93.  Madrid.  Est.  tip.  de 
San  Francisco  do  Sales,  1898,  págs.  310  á  314,  317,  318,  326,  327,  334  á  347  y  350  á  362. 

(2)  Itínerarivm  Beniamini  Tvdelensis;  in  qvo  res  viemorabiles,  qvas  ante  qvadringentos  annos  totum 
fere  terrarum  orbem  notafis  itineribus  dimensus  vel  ipse  vidii  vel  a  fide  dignis  sum  atatis  liominibus  acce- 
pit  breuiter  atque  dilucidé  describitntur.  Ex  Hebraico  Latinum  factum  Bened.  Aria  Montano  interprete. 
Antverpiaj,  Ex-officina  Christopliori  Plantini  Architypographi  regü,  M.D.LXXV,  1  vol  en  8.° 

El  texto  hebreo  había  sido  publicado  por  vez  primera  en  Constantinopla,  año  de  1543.  De  esta 
obra  hay  traducciones  en  inglés,  francés,  alemán,  holandés  y  dance,  cuya  descripción  puede  verse  en 
la  Bibliographie  des  voyages  en  Espagne  et  en  Portugal,  publicada  por  Mr.  Foulclié-Delbosc  en  su 
jRevue  hispanique,  año  1896. 


XL  autobiografías  y  memorias 

haber  sido  traducido  en  los  idiomas  fi'aucés,  inglés,  alemán,  danés  ó  italiano,  nunca  se  ha 
publicado  en  castellano,  aunque  á  un  español,  al  sapientísimo  Arias  Montano,  es  debida 
]íi  primera  versión  latina  de  obra  tan  cuiüosa  y  útil  para  el  estudio  de  la  geografía  en  el 
siglo  XII. 

Bi-eve  en  su  relato  Benjamín  de  Tudela,  describe  concisamente  los  países  que  recoirió 
desde  que  salió  de  Zaragoza  hasta  que  enti-ó  en  París,  después  de  haber  viajado  por  Cata- 
hma,  la  Provenza,  Italia,  Morea,  Tracia,  Siria,  Palestina,  Mesopotamia,  Egipto  y  Alema- 
nia, socorrido  en  tales  peregrinaciones  por  sus  correligionarios.  Sus  observaciones  y  noti- 
cias son  de  sumo  valor,  aun  tratándose  de  países  conocidos,  mucho  más  las  refei'entes  á 
Bagdag  y  otras  ciudades  poco  accesibles  entonces  á  los  em-opeos  ( * ) . 


III 


Vivamente  se  ha  discutido  si  el  libro  rotulado  Del  conorhuíento  de  todofí  los  reinofi, 
tierras  ij  señónos  que  son  por  el  muwlo,  escrito  según  pai-ece  por  un  franciscano  á 
mediados  del  siglo  xiv,  es  narración  autobiográfica  ó  solamente  una  relación  de  viajes 
imaginarios  hecha  en  vista  de  un  mapa  semejante  al  catalán  de  1375  (-).  El  Sr.  Jiménez 
de  la  Espada,  que  lo  dio  á  luz,  afirmó  en  el  pi'ólogo  que  no  se  ti-ataba  de  una  falsifica- 
ción, pues  ya  en  el  año  1404  Juan  de  Béthencourt,  conquistador  de  las  islas  Canarias, 
codicioso  de  agregar  á  sus  dominios  las  costas  del  Cabo  Bojador,  encomendó  á  los  Padres 
Bontier  y  Le  Yerrier  que  le  describiesen  exactamente  dichos  países,  y  aquellos  religiosos 
se  limitaron  en  su  informe  á  extractar  la  obra  del  anónimo  franciscano,  pi-ueba  de  que  la 
consideraban  genuina  y  veraz.  Argumento  que  en  nuesti-o  humilde  juicio  nada  prueba, 
una  vez  que  los  Padres  Bontier  y  Le  Verrier  pai-a  nada  tuvieron  en  cuenta  ni  les  impor- 
taba ser  ó  no  el  libro  relación  de  viajes  efectivos;  buscaban  solamente  un  cuadro  geográ- 
fico del  Cabo  Bojador,  y  se  aprovecharon  del  trazado  por  el  franciscano  español  sin  más 
averiguaciones. 


(•)  De  la  cueva  de  Hebrón,  donde  están  sepultados  Abralián  y  otros  patriarcas,  liace  la  si- 
guiente descripción: 

aludteo  cuipiam  accedenti,  &  mercedem  ianitoribus  porrigenti,  spelnnca  ostenditur  porta  férrea 
patefacta,  qua-  a  diebus  antiquis  illic  adliuc  manet.  Descenditque  homo  inferius  lampade  accensa  in 
primaní  speliincam,  in  qua  nihil  invenitur,  ñeque  etiam  in  secunda,  doñee  tertia  subeatur,  in  qua  sex 
monuinenta  sunt  Abraliam,  Isaac  &  laacob,  Sane  &  Rebecca^,  atque  Li;^;  alterum  e  regione  alterius: 
singulaque ,  characteribus  incisa  sunt,  noniinibusque  distincta  singuloriim,  hoc  modo,  sepvlcrvii 
ABHAHAM  PATitis  NOSTRi,  SVPER  QVEM  FAX  siT,  &c.  ad  ¡dem  exemphun  ardet  autem  lampas  nocte  atque 
die  in  spelnnca,  ministris  templi  oleum  &  pabulum  ministrantibus  assidue.  Sunt  etiam  in  eadeni 
spelunca  dolia  plena  ossibus  Israclitarum  antiquorum,  illuc  a  familiis  Israel  asportata,  quaj  in  hodicr- 
8um  usque  diem  eodem  illo  iu  loco  manent.  In  ipso  vero  duplicitatis  agro  antiquaj  domus  patris  nostri 
Abralia  monumentaadhuc  extant  &  visuntur,  &  fons  ante  illam  scaturit,  neminique  Hcet  illic  domum 
edificare  propter  Abraliai  obscivaiitiam».  (Edición  de  Amberes  del  año  1575,  págs.  47  y  48.) 

('■*)  El  libro  del  conocimiento  de  todos  los  reinos,  tierras  y  señoríos  que  son  por  el  mundo,  que  escri- 
lió  unjranciscuno  español  á  mediados  del  siglo  XIV,  y  ahora  se  ¡mhlica  por  ]}rimera  vez  con  notas  de 
Marcos  Jiménez  de  la  Espada.  [Boletín  de  la  Sociedad  Geográfica  de  Madrid,  tomo  II,  págs.  7  á  66, 
97  á  141  y  185  á  210.) 


INTRODUCCIÓN  xli 

Frente  á  la  opinión  del  Sr.  Jiménez  de  la  Espada  sostuvo  el  docto  publicista  francés 
Mi'.  A.  Morel-Fatio  (')  que  el  libi'O  del  franciscano  se  reducía  á  un  fraude  literario, 
afirmación  ya  hecha  antes  por  Otto  Peschel  (')  y  Mr,  Majoi-  (^);  opinión  que,  á  nuesti'o 
juicio,  está  fundada  en  sólidos  arg-umentos  que  hacen  insostenible  la  defendida  por  el 
Sr.  Espada. 

Basta  leer  el  libro  para  convencerse  de  su  falsedad;  el  autor  viajja  por  todos  los  países 
conocidos  en  su  tiempo,  sin  que  deje  de  penetrar  en  los  más  recónditos  y  apartados  de  que 
se  tenía  noticia,  y  con  la  misma  facilidad  que  si  dispusiera  de  los  poderosos  medios  de 
locomoción  inventados  en  nuestro  siglo.  Atraviesa  la  Europa  en  varias  direcciones,  llega  al 
interior  del  continente  africano,  entra  en  las  estepas  de  Tartaria,  en  las  vastas  regiones  de 
la  China  y  hasta  en  Java  y  otras  islas  oceánicas.  De  ser  cierta  su  nai-ración  nos  encontra- 
ríamos con  el  viajero  más  audaz  y  afortunado  que  registra  la  Historia,  al  lado  del  cual 
Marco  Polo  resultaría  un  vulgar  tuiista.  Además,  nada  más  natm-al  que  si  el  franciscano 
incógnito  visitó  tantos  pueblos  y  se  puso  en  contacto  de  tan  varias  civilizaciones  ó  bar- 
baries, consignara  mil  datos  referentes  á  costumbres,  religión,  gobierno,  etc.,  de  aquéllos, 
en  vez  de  limitarse  á  un  árido  y  seco  relato,  donde  los  viajes  parecen  hechos  por  el  aire, 
sin  molestias  ni  dificultades:  «  Pai-tí  de  reinado  de  Organa  ó  pasé  al  reinado  de  Tauser» , 
« Dende  fui  á  otro  reinado  que  dizen  Dangola» ,  Esto  sin  contar  las  mil  fábulas  y  dis- 
parates que  refiere  como  testigo  presencial;  en  Hibernia  (Irlanda)  «aria  árboles  que  la 
fruta  que  llevavan  eran  aves  muy  gordas,  ó  estas  aves  eran  muy  sabrosas  de  comer;  ó  en 
esta  isla  son  los  ornes  de  muy  grand  vida,  que  algunos  dellos  viven  dozientos  años  los 
que  y  ( allí )  son  nascidos  o  criados;  de  manera  que  non  pueden  morir  de  mientra  que 
están  en  la  isla,  e  quando  son  muy  flacos  de  virtud  sácaulos  de  la  isla  ó  mueren  luego»  (*). 
Longevidad  que  acaso  explicaría  el  franciscano  por  alimentarse  los  irlandeses  de  las  aves 
antes  mencionadas. 

¿  Y  qué  diremos  de  aquellas  hoi-migas  «  gi-andes  como  gatos  »  que  recogían  el  oro  en 
sus  formigueros  cerca  del  reino  de  Oi'gana?  {')• 

Así,  pues,  el  libro  en  cuestión  es  mei-ameute  im  compendio  geográfico,  en  ningima 
manera  relato  de  viajes  reales,  y  solamente  por  un  efecto  de  esas  alucinaciones  que  á  veces 
padecen  los  eruditos  encariñados  con  un  autor  ó  una  obra,  se  puede  explicar  que  sostu- 
viese lo  conti'ario  un  hombre  de  tan  acertado  criterio  y  vasta  ilustración  cual  era  el 
Sr.  Jiménez  de  la  Espada  (''). 


(')  Revue  critique  d'IIiüíoire  et  de  Littérature,  12  de  junio  de  1875, 

(2)  Geschichte  der  Erdkunde,  pág.  174. 

(')  The  Canarum^  or  boohs  of  the  conquest  and  conversión  of  the  canarians  in  the  year  1402,  hy 
messire  Juan  de  Bethencourt,  edited  by  Richard  Henry  Mayor,  London,  1872. 

(*)  Obra  citada,  pág.  39. 

(^)  Ídem,  pág.  104. 

(•>)  Igual  entusiasmo  que  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada  sentía  por  este  libro  D.  Antonio  Cánovas, 
quien  en  su  discurso  acerca  de  Sebastián  del  Cano  (Problemas  contemporáneos,  II,  pág.  433),  dice: 
((Por  lo  que  hace  á  documentos  inéditos,  pocos  podrán  rival  zar  en  curiosidad  é  importancia  con  el 
Libro  del  conocimiento  de  todos  los  reinos,  tierras  y  señoríos  que  son  por  el  mundo,  escrito  á  media- 
dos del  siglo  XIV  por  un  franciscano  español  cuyo  nombre  se  ignora,  obra  de  sabrosísima  lectura 
para  los  profanos,  á  la  par  que  objeto  de  consideración  solicita  para  los  geógrafos  nacionales  y 
extranjeros». 


xLii  autobiografías  y  memorias 


IV 


Bi'eve,  turbulento  y  agitado  cual  fué  el  gobierno  de  Castilla  por  Enrique  III,  ofreció, 
sin  embargo,  algunos  sucesos  notables  que  hacen  lamentar  la  prematui'a  muerte  de  aquel 
monai-ca,  tan  flaco  de  cuerpo  como  de  voluntad  íii-me,  que  supo  refrenai'  los  excesos  de 
los  nobles,  hecho  que  condensó  la  imaginación  popular  en  la  ftimosa  cena  de  Burgos, 
Durante  su  reinado  comenzó  la  expansión  de  Castilla,  y  con  la  conquista  de  las  islas  Cana- 
rias el  prólogo  de  nuesti-as  futm-as  adquisiciones  coloniales.  Noticioso  de  las  victorias  que 
alcanzaba  en  Asia  Timm-bec  con  sus  hordas  tártaras,  concibió  el  pensamiento  de  aliai'se 
con  61,  acaso  para  algún  día  conseguir  el  medio  de  contrarrestar  el  predominio  de  los 
musulmanes  en  las  costas  del  Mediterráneo.  Tal  era  el  objeto  que  debió  perseguir  con  la 
embajada  de  Ruy  González  de  Clavijo,  historiada  por  este  mismo  ('). 

Ya  había  enviado  antes  Em'ique  III  dos  embajadores  á  Timurbec,  que  fueron  Payo 
de  Sotomayor  y  Hernán  Sánchez  de  Palazuelos,  los  cuales  se  hallaron  en  la  batalla  de 
Angora,  donde  cayó  prisionero  el  sultán  de  los  tmTos  Bayaceto  I,  y,  como  dice  Clavijo, 
Timm-bec  «hizoles  mucha  onra  y  tóuolos  consigo,  y  fizóles  grandes  conbites,  e  dioles 
ciertas  dádiuas » .  Es  más:  siguiendo  la  costumbre  oriental  de  regalar  mujeres,  les  dio 
para  el  rey  español  dos  hermanas  de  gran  belleza  halladas  por  los  mogoles  en  el  campa- 
mento de  Bayaceto,  las  que  venidas  á  nuesti'a  patria  y  bautizadas,  recibieron  los  nombres 
de  Angelina  de  Grecia  y  3Iaría  Gómez,  casando  la  primera  con  Diego  González  de  Con- 
ti'eras,  regidor  de  Segovia  ('). 

Animado  Enrique  III  con  el  éxito  que  acababa  de  conseguir,  se  determinó  á  enviar 

(•)  Historia  del  Gran  Tamorlan  e  itinerario  y  enarracion  del  viage  y  relación  de  la  Enhaxada 
que  Ruy  Gongalez  de  Clavijo  le  hizo,  por  mandado  del  muy  poderoso  Señor  Rey  Don  Henrique  Tercero 
de  Castilla  y  vn  hreve  discurso  feclio por  Goncalo  Argote  de  Molina,  ixira  mayor  inteligencia  deste  Libro. 
Dirigido  al  muy  lUvstre  Señor  Antonio  Pérez,  del  Consejo  de  su  Magestad  y  su  Secretario  del 
Eátado.  Impresso  en  Sevilla,  en  casa  de  Andrea  Pescioni,  año  de  M.D.LXXXII.  63  folios  en  4." 
doble,  mas  10  al  principio  sin  numeración. 

Precede  á  la  Relación  un  «Discurso  hecho  por  Gonealo  Argote  de  Molina,  sobre  el  Itinerario  de 
Ruy  González  de  Clavijo»;  la  «Vida  del  Gran  Tumorlán,  escripia  por  Pero  I\Iexía)),  y  otra  «Vida  del 
mismo  por  Paulo  lovio,  obispo  de  Nochera»,  traducida  por  Gaspar  de  Baeza. 

D,  José  Amador  de  los  Ríos  se  ocupa  del  Itinerario  de  Clavijo  en  su  Historia  crítica  de  la  Lite- 
ratura española,  tomo  V,  págs.  275  á  278,  si  bien  reproduce  los  errores  de  Argote  de  Molina, 

Mayores  inexactitudes  comete  Baena  (Hijos  ilustres  de  Madrid,  tomo  IV,  pág.  302)  al  hablar 
del  mismo  libro,  pues  dice  que  sólo  Clavijo  volvió  de  la  embajada,  cuando  consta  que  regresó  tam- 
bién Fr,  Alonso  Páez  de  Santa  María.  Gómez  de  Salazar  falleció  en  Nixaor,  antes  de  llegar  á  Samar- 
kanda. 

(2)  En  alabanza  de  doña  Angelina  escribió  Alfonso  Alvarez  de  Villasandino  estos  versos: 

«Ora  sea  Tarta  ó  Griega 
en  quanto  la  pude  ver 
su  disposición  non  niega 
grandioso  nombre  auer 
que  deue  sin  duda  ser 
muger  de  alta  nación 
puesta  en  gran  tribulación 
depuesta  de  gran  poder». 


INTRODUCCIOlí"  xLiii 

una  segunda  embajada,  compuesta  de  Frey  Alfonso  Páez  de  Santa  María,  Gómez  de 
Salazar  y  Ruy  González  de  Clavijo,  Embarcáronse  éstos  en  Cádiz  á  21  de  mayo  de  1403, 
y  pasando  frente  á  Tánger  se  dirigieron  á  Ibiza  y  luego  á  Italia  por  el  estrecho  de  Boni- 
facio, enti-e  Córcega  y  Cárdena;  prosiguieron  su  itinerario  por  Gaeta,  estrecho  de  Mesina, 
el  Ai-chipiélago  y  llegaron  á  Constantinopla,  donde  frieron  recibidos  benévolamente.  «Al 
Emperador  hallaron  en  un  estrado  un  poco  alto,  con  unos  tapetes  pequeños  y  en  el  uno 
dellos  puesto  un  cuero  de  león  pardo  y  á  las  espaldas  una  almohada  de  tapete  prieto  con 
unas  labores  de  oro.  E  desque  ouo  estado  con  los  dichos  Embaxadores  luia  gran  pie(,'a 
mandóles  }t  para  sus  posadas,  y  un  gran  cierno  que  entonces  troxieron  al  dicho  Empe- 
rador unos  sus  monteros  mandólo  fraer  á  la  posada  de  los  dichos  Embaxadores;  é  el 
Emperador  tenía  allí  consigo  á  la  Emperaü'iz  su  muger  é  tres  fijos  pequeños  machos,  e 
el  mayor  dellos  podría  auer  fasta  ocho  años»  (').  En  Constantinopla  visitaron  las  princi- 
pales iglesias:  la  de  San  Juan  Bautista,  rica  en  mosaicos;  la  de  Santa  María;  la  espléndida 
de  Santa  Sofía,  delante  de  la  cual  se  alzaba  todavía  la  estatua  ecuestre  de  Justiniano,  y 
la  de  San  Juan;  en  ésta  les  enseñaron  los  monjes  reliquias  estupendas;  oigamos  el  relato 
de  Clavijo:  «  Encendieron  muchas  hachas  é  cüios  e  tomaron  las  llaues,  e  cantando  sus 
cantos  sobieron  a  una  como  torre,  do  estauan  las  dichas  reliquias,  e  con  ellos  un  caua- 
llero  del  Emperador  e  deciudieron  un  arca  colorada,  e  los  monges  venían  trabados  della 
deziendo  sus  cantos  muy  dolorosos  é  las  hachas  encendidas».  Denfr-o  de  aquella  arca 
«estaña  el  pan  quel  jueves  de  la  Cena  dio  nuesti-o  Señor  lesu  Christo  á  ludas;  una 
redomita  con  sangre  del  Salvador;  el  fierro  de  la  lanza  de  Longinos;  un  fragmento  de  la 
caña  y  esponja  con  que  le  dieron  hiél  y  vinagre  en  la  cruz». 

Unas  ü-es  mil  iglesias  dice  Clavijo  que  habría  en  la  ciudad,  cosa  que  se  comprende 
teniendo  en  cuenta  que  el  rito  griego  sólo  consiente  por  regla  general  un  altar  en  cada 
templo;  así  que  éstos  se  multiplican  considerablemente  más  que  en  Occidente. 

Desde  allí  partieron  á  Sínope;  luego  á  Trebisonda,  gobernada  por  Espandiar,  aliado 
de  Timm-bec  y  enemigo  de  los  turcos;  en  Ai'singa  frieron  obsequiados  por  Pitalibet,  señor 
de  la  ciudad,  cuyos  palaciegos,  sin  miramientos  á  la  ley  coránica,  hacían  frecuentes  liba- 
ciones: «el  vino  no  cesaiia,  e  desque  dm"ó  un  rato  esto  truxeron  una  ta^a  e  daua  el  con 
su  propia  mano  á  beuer  á  ciertos  caualleros  suyos  e  beuianse  todo  el  vino,  ca  non  auía 
de  dexar  nada,  que  sería  gran  fealdad  para  su  costumbre;  e  desque  el  señor  fue  enojado 
de  dar  á  beuer  tomauau  aquellos  sus  caualleros  aquella  taza  grande  e  dauanse  unos  a 
oü'os  á  beuer,  fasta  que  los  mas  dellos  fueron  bien  beodos  » . 

Yendo  por  Armenia  pernoctaron  en  un  castillo  sin  puertas,  situado  en  lo  alto  de 
una  montaña;  mandaba  en  él  una  mujer,  y  la  historia  de  aquella  fortaleza  es  ejemplo  de 
la  justicia  y  severidad  con  que  reinaba  Timurbec.  Asilo  de  ladi'onos  que  asaltaban  los 
caminos,  Timurbec  tomólo  por  fuerza,  quitó  la  vida  al  dueño  y  mandó  que  jamás 
hubiese  puertas,  encomendándolo  á  la  viuda  del  señor  que  antes  lo  poseía. 

En  Macu  hallaron  un  convento  de  dominicos  á  guisa  de  oasis  en  medio  de  un  de- 
sierto. Macu  era  ima  fortaleza  en  la  cumbre  de  un  cei-ro  escarpado  y  casi  inexpugnable, 
tanto  que  Timm-bec  no  había  podido  conquistarlo  y  contentóse  con  que  el  señor,  llamado 
Noradín,  armenio  católico,  se  reconociese  feudatario. 

Los  embajadores  castellanos,  continuando  su  viaje,  atravesaron  la  región  del  Caucase; 

(1)  Historia  del  Gran  Tamorlan,  folio  9. 


xLiv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

yendo  por  Tauí-is,  entraron  en  la  Persia,  caminaron  por  la  tierra  de  Hora^ania  (Khora- 
siin)  y  tuvieron  ocasión  de  estudiai-  las  costumbres  de  los  tártai'os  invasoi-es:  «Esta  gente 
quando  les  el  señor  manda  llamar  para  ir  en  hueste  van  luego  con  todo  lo  suyo,  con 
ganados  e  facienda,  e  muger  é  hijos,  e  estos  bastecen  la  hueste  e  las  tierras  do  llegan  de 
muchos  ganados,  señaladamente  de  carneros  e  camellos  e  cauallos;  e  con  estas  gentes  ha 
hecho  el  señor  gi-andes  hechos  e  vencidas  muchas  batallas;  e  son  gente  de  grande  afán  e 
caualgadores,  escargadoi-es  de  arcos;  e  son  gente  fuerte  pai-a  en  el  campo,  ca  si  han  de 
comer  comen,  e  si  no  lo  han  passan  con  leche  e  carne,  sin  pan».  Después  de  sufrir  no 
poco  en  su  peregrinación  atravesaron  las  lamosas  Puertas  de  Hierro,  entraron  en  Darbanto 
(Derbeut)  y  luego  á  8  de  septiembre  en  Samarcante  (Samarkauda),  residencia  de  Timur- 
bec.  Obtenida  audiencia  de  éste  y  pi'ovistos  de  los  regalos  que  le  mandaba  Enrique  III  se 
encaminaron  al  palacio,  que  estaba  rodeado  de  anchos  jardines;  á  las  puertas  varios  ma- 
ceres impedían  la  entrada  de  la  muchedumbre  que  se  aglomeraba,  excitada  su  cui-iosidad 
por  la  presencia  de  los  extranjeros,  y  aun  el  embajador  que  había  venido  á  España  lla- 
maba la  atención  por  volver  trajeado  al  uso  de  Castilla.  Llegaron  por  fin  á  verse  en  pre- 
sencia del  feroz  conquistador,  cuyas  hazañas  eran  oídas  con  temor  y  admiración  por  todo 
el  Universo;  escuchemos  á  Clavijo  al  naj^rar  aquel  episodio:  «Tomaron  á  los  dichos  Em- 
baxadoi-es  por  los  bragos  e  llenáronlos  hasta  que  estuviesen  todos  juntos  ante  el  señor,  e 
hizieroules  hincaí"  los  hinojos,  ó  el  señor  dizieudo  que  llegassen  adelante;  o  esto  cuidó 
que  lo  fazia  por  los  mirar  mejor,  ca  non  veia  bien;  ca  tan  viejo  era  que  los  párpados  de 
los  ojos  tenia  todos  caldos;  e  non  les  dio  la  mano  á  besar,  ca  non  lo  han  de  costumbre:  e 
de  sí  preguntóles  por  el  señor  Rey,  diziendo:  ¿como  está  mi  fijo,  é  como  le  va,  é  si  era 
bien  sano?» . 

Grande  fué  el  regocijo  que  Timurbec  recibió  con  la  embajada;  hizo  calurosos  elogios 
del  inonarca  español,  y  habiendo  el  maestro  de  ceremonias  colocado  á  los  nuestros  en  un 
sitio  más  bajo  que  el  ocupado  por  el  enviado  de  Chuy  lean,  empei-ador  del  Catay,  mandó 
que  se  pusieran  antes  que  aquél  y  prorrumpió  en  insultos  contra  su  señoi",  llamándolo 
«ladrón,  mal  home»  y  diciendo  que  el  mejor  día  lo  mandaría  ahorcar.  Acto  continuo 
empezó  un  banquete  sei'vido  en  vajilla  de  oro. 

Los  orígenes  de  Timurbec,  según  refiere  Clavijo,  no  podían  ser  más  humildes  ni  me- 
nos honrosos.  Hijo  de  un  chacatay  que  apenas  podía  mantener  cuatro  ó  cinco  hombres 
armados,  se  dio  en  su  juventud  á  robar  ganado;  cual  más  adelante  el  bandido  español 
José  María,  «era  home  de  buen  esfuer(,'o  e  de  buen  corayon,  e  pai-tia  bien  lo  que  tenia» . 
3íuy  pruuto  aumentó  la  cuadrilla  y  contó  con  300  jinetes,  que  despojaban  á  los  mercade- 
res en  los  caminos;  sorprendido  cierta  noche  por  la  gente  del  país  recibió  tantas  heridas 
que  lo  dejaron  por  muerto,  y  aunque  sanó  de  ellas  quedó  para  siempre  cojo  y  manco. 

Su  audacia  llegó  á  tramar  una  conspiración  contra  el  rey  de  Samarkanda;  apodei'óse 
de  esta  ciudad  y  casó  con  la  reina  viuda,  llamada  Caño.  Muy  luego  ensanchó  sus  domi- 
nios con  la  Horayania  (Khorasán),  y  comenzó  la  serie  de  triunfos  que  engrandecieron 
su  nombi-e. 

La  coi-te  de  Timurbec  da  idea  de  lo  que  sería  la  errante  y  movediza  do  Atila  en  el 
siglo  V;  alzábanse  lujosas  tiendas  forradas  de  seda  y  pieles  de  marta;  mil  objetos  artísti- 
cos ó  de  i-icos  metales  constituían  verdaderos  tesoros  en  aquel  campamento.  La  empora- 
tiiz  Caño  tenía  dos  puertas  doradas,  en  que  estaban  las  imágenes  de  San  Pedro  y  San 
Pablo:  procedían  del  tesoro  de  Bayaceto,  quien  las  guardaba  en  Biu-sa;  un  arca  de  gran- 


INTRODUCCIÓN  xlv 

des  dimeusiones  y  adoi'iiada  con  piedras  preciosas  encerraba  tazas  y  redomas  de  oro:  junto 
al  arca  había  una  mesa  de  oro,  alta  de  dos  palmos.  Las  costumbres  de  aquella  gente  eran 
groseras  y  rústicas  en  grado  superlativo.  En  el  banquete  que  dio  á  los  españoles  la  nuera 
de  Timurbec  «traxiei-on  mucha  vianda  en  demasía  de  cavallos  .asados,  e  cameros  e  oti-os 
manjares  de  carne  adobada,  e  comieron  todo  esto  con  grande  ruydo,  e  unos  a  otros  se 
ari'ebatavan  la  carne  e  faziau  juegos  con  este  comer» .  El  dios  Baco  hacía  las  delicias  de 
aquellos  bárbaros,  dando  ejemplo  la  princesa  Hausada:  «Tanto  fué  el  bever  que  se  caían 
delante  della  los  homes  beodos,  so(;'<abrados,  e  esto  han  ellos  por  muy  gran  nobleza,  ca 
entendei'ian  que  non  seria  plazer  ni  reguzijo  donde  no  oviese  homes  beodos»  {'). 

Los  elefantes  habían  llegado  á  ser  para  los  em-opeos  unos  animales  casi  fabulosos  y 
solamente  eran  conocidos  por  los  recuerdos  de  las  guerras  púnicas  y  de  Pirro;  así  vemos 
que  cuando  los  ai-tistas  querían  reproducirlos  en  las  miniaturas  de  los  códices  los  pinta- 
ban con  incorrección  sunia, 

Clavijo  se  complace  en  describir  los  elefantes  que  vio  en  Samarkanda,  dándoles  el 
nombre  de  marfiles:  «E  los  marfiles  que  el  señor  tenia  eran  catorze  e  traian  cada  uno  un 
castillo  de  madera  encima,  que  eran  cubiertos  de  un  paño  de  seda,  e  en  cada  uno  quatro 
pendones  amarillos  e  verdes,  e  en  cada  castillo  cinco  o  seys  homes,  e  en  el  pescuezo  de 
cada  uno  un  home  con  un  íozino  en  la  mano,  que  les  fazia  correr  e  fazer  juegos:  e  los 
dichos  marfiles  eran  negros  e  no  han  pelo  ninguno,  salvo  en  la  cola,  la  qual  han  como 
camello,  con  unas  pocas  de  sedas;  e  eran  gi'andes  de  cuerpo,  que  podian  sei*  como  quati-o 
o  cinco  toros  grandes,  e  el  cuerpo  han  mal  fecho  sin  talle  como  un  gran  costal  que  estu- 
viesse  lleno,  e  las  cintas  han  derrocadas  fazia  yuso  como  búfano,  e  las  piernas  muy  grue- 
sas e  parejas,  e  el  pie  redondo,  todo  carne,  e  tiene  cinco  dedos  en  cada  uno,  con  sus  uñas 
como  de  home,  uegi*as,  e  no  han  pescuezo  ninguno;  e  han  las  orejas  muy  grandes  e 
]-edondas  e  farpadas  e  los  ojos  pequeños»  (^). 

Al  mismo  tiempo  que  Clavijo  llegaba  á  Samarkanda  una  embajada  de  rusos,  nación 
entonces  sumida  todavía  en  la  barbai'ie  y  apenas  conocida  en  Occidente.  De  aquellos  em- 
bajadores traza  un  notable  retrato:  «El  mayor  dellos  traia  vestido  uno  como  tavardo  do 
pellejos,  el  pelo  a  fuera,  e  eran  estos  pellejos  mas  viejos  que  nuevos;  en  la  cabo(,'a  ti-aia 
un  sombrero  pequeño,  e  un  cordón  en  el  peto,  e  el  sombrero  era  tan  pequeño  que  por 
fuerya  le  entrava  en  la  cabe9a;  e  todos  quantos  con  el  venian  traian  vestidos  de  pellejos: 
dellos  ti-aian  el  pelo  a  fuera,  e  dellos  adentro,  e  tan  bien  apostados  que  parecían  terreros 
que  salían  de  labrar  fierro,  e  traian  presente  al  señor  de  pieles  de  martas  por  adobar,  o 
de  sebelinas,  c  de  raposas  blancas  e  falcones»  (^) . 

Dos  siglos  más  tarde  escribía  de  los  cosacos  rusos  D.  García  de  Silva: 

«Sus  armas  son  cimitarras  y  arcabuces  cortos  de  pedernal  como  los  que  usan  los  ban- 
doleros en  Cataluña  ó  en  el  reino  de  Ñápeles,  trayendo  cada  uno  dos  y  tres  arcabuces, 
de  que  son  diestrísimos  tiradores;  en  fin,  si  como  andan  divididos  en  cuadrillas  y  en  di- 
ferentes rios,  estuviesen  unidos  y  tuviesen  á  quien  obedecer,  serian  formidables,  no  solo, 
como  lo  son,  á  los  vecinos,  pero  á  los  que  estuviesen  mas  lejos.  No  tienen  cabeza  ni  para 
su  pirática  milicia  ni  para  su  miserable  y  bestial  género  do  vivienda,  careciendo  de  todo 
el  consorcio  y  pulicía  humana,  sin  lugares  poblados  en  que  poder  pasar  con  alguna  co- 

(')  Obra  citada,  folio  49. 

(2)  Obra  citadií,  folios  52  y  53. 

(3)  Obra  citada,  folio  47. 


xLví  autobiografías  y  memorias 

modidad  la  vida,  ni  fortalezas  en  que  poder  defenderse  de  sns  enemigos;  sino  que  como 
ñeras  viven  el  tiempo  que  no  andan  robando  escondidos  en  la  espesm-a  de  los  bosques, 
carrizos  y  cañaverales  qu.e  se  crian  en  las  orillas  de  los  rios,  eligiendo  temporalmente 
por  pocos  dias  y  conforme  las  ocasiones  que  se  les  ofrece  los  capitanes  que  les  parecen. 
No  tienen  mujeres  propias,  y  las  que  prenden  en  sus  robos  y  asaltos  por  mar  y  por  tierra, 
después  de  haberse  algunos  dias  servido  dellas,  las  venden  y  truecan  con  las  naciones 

vecinas  » . 

La  embajada  de  Clavijo  y  su  compañero  no  podía  tener  resultados  prácticos;  esta- 
ban demasiado  lejos  los  dominios  españoles  de  Timm-bec  para  que  los  dos  reyes  pudie- 
sen tavoi"ecei-se,  y  por  tanto  se  ti'ataba  de  un  acto  de  cortesía  fomentado  por  la  cmiosidad 
(lue  excitaban  las  conquistas  de  los  tái-taros.  Y  para  que  la  empresa  fuese  más  estéril 
cayó  enfermo  Timurbec  de  su  última  dolencia;  «el  señor,  dice  Clavijo,  era  muy  flaco  e 
avia  perdido  la  habla,  e  estava  en  punto  de  muerte  » . 

Entonces  Clavijo  fué  avisado  de  cuánto  les  convenía  retirai'se  por  el  peligro  que 
corrían  si  había  guerras  civiles  ó  alborotos  á  la  muerte  de  Timurbec,  que  no  tardó  en 
acaecer;  despidiéronse  de  la  Corte  y  regi'esaron  siguiendo  el  mismo  itinerario  que  á  la 
ida,  A  24  de  marzo  de  1406  llegaron  felizmente  á  la  villa  de  Alcalá  de  Henares,  donde 
se  hallaba  el  rey  Don  Em-ique  III. 

Como  el  libro  de  Clavijo  no  se  publicó  hasta  el  año  1582  y  las  copias  manuscritas  no 
debieron  multiplicarse  mucho,  pues  sólo  se  conserva  actualmente  un  códice  del  siglo  xv 
(Biblioteca  Nacional,  Bb,  72),  creemos  exagerada  la  influencia  que  tuvo  según  D.  José 
Amador  de  los  Ríos  (Historia  crítica  de  la  Literatura  española,  tomo  V,  pág.  278), 
(luien  escribe  «que  vino  á  encender  más  y  más  el  espíritu  aventiu-ero,  á  que  habían 
dado  exti'aviado  impulso,  respecto  de  los  estudios  históricos,  las  ficciones  de  la  caba- 
llería llamando  al  cabo  la  atención  de  los  hombres  de  verdadera  ilustración  » . 

La  autenticidad  de  este  libro  ha  sido  combatida  por  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada, 
neo'ando  que  sea  obra  de  Clavijo;  pero  los  argumentos  que  aduce  no  nos  parecen  convin- 
centes v  mientras  otros  más  poderosos  no  se  aleguen  hemos  de  reputar,  siquiera  provi- 
sionalmente, á  Clavijo  por  autor  del  Itinerario.  Nada  prueba  el  que  en  este  libro  se  hable 
de  Clavijo  en  tercera  persona,  pues  de  igual  manera  se  expresan  Carlos  V  en  sus  Comen- 
tarios y  Silva  en  su  Viaje  á  Persia,  obras  tenidas  y  con  razón  por  geuuinas.  Este  modo 
impei-sonal  de  referir  ha  sido  siempre  muy  frecuente  y  ya  en  la  antigüedad  dio  ejemplo 
César  cuando  histoiió  sus  campañas.  Ni  es  lícito  en  buena  lógica  rechazar  la  autoridad 
de  Aro-ote  cuando  afirma  que  vio  el  manuscrito  autógrafo  de  Clavijo,  mannscrito  que  al 
menos  debía  ser  de  fecha  respetable,  fimdáudose  en  que  el  docto  genealogista  padece 
varias  equivocaciones  al  exponer  la  vida  del  embajador  castellano.  ¿De  que  Ai'gote  de 
Molina  hao-a  morir  á  Clavijo  sin  descendencia,  siendo  así  que  según  coiista  por  el  testi- 
monio de  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  (Batallas  >/  Quincuagenas.^  folio  72)  tuvo  uno 
llamado  por  nombre  Pedro  Clavijo,  se  deduce  que  no  pudo  ver  el  códice  que  le  sirvió 
para  la  impresión  del  libro?  ('). 

(1)  Este  libro  fué  reimpreso  en  el  siglo  pasado  por  Llaguno  y  Amirola  (Madrid,  1782),  y  aunque 
Pérez  Bayer  en  sus  notas  á  la  Bibliotheca  vetus  de  Nicolás  Antonio  diga  que  el  texto  fué  copiado  de 
un  manuscrito  déla  Nacional,  es  lo  cierto  que  Llaguno  se  limitó  á  reproducir  la  edición  de  Argote, 
sin  añadir  otras  ilustraciones  que  unas  «Noticias  del  Gran  Tamurlan,  sacadas  del  libro  V  de  los 
Comentarios  mss.  de  D.  García  de  Silva,  de  la  embajada  de  Persia,  año  de  M.DC.XVIII». 


INTRODUCCIÓN 


V 


Olvidado  yacía  euti'e  el  polvo  de  miestra;^  bibliotecas,  hasta  que  lo  exliumo  D.  Marcos  , 
Jiménez  de  la  Espada,  im  libro  de  los  más  peregrinos  qne  se  escribieron  en  el  siglo  xv 
y  obra  de  uno  de  los  viajeros  más  audaces  é  incansables  que  hubo  por  entonces,  de  Pero 
Tafur,  quien  provisto  de  altas  recomendaciones  para  reyes,  prelados  y  magnates,  y  no 
escaso  de  dinero,  quiso  ver  cuantas  grandezas  oía  de  lejanos  países  ('). 

Cuando  Tafm*  comenzaba  sus  viajes  embarcándose  en  Sanlúcar,  asistió  al  sitio  de 
Gibraltar  por  el  conde  de  Niebla  D.  Enrique  de  Guzmán  y  presenció  la  muerte  de  éste 
en  un  ataque  á  la  plaza,  desgi'acia  que  hizo  á  los  cristianos  levantar  el  cerco.  Yuelto  á 
Sanlúcar  entró  en  una  carraca  que  salía  juntamente  con  otras  dos  de  los  venecianos  Este- 
ban y  Jerónimo  Doria;  visitó  las  ciudades  de  Arcila,  Tánger  y  Ceuta,  «donde  se  crian 
más  leones  reales  que  en  parte  del  mundo,  é  puercrespines,  é  ximios,  é  on^.as  e  ossos  e 
puercos  infinitos » ,  la  costa  de  Andalucía,  Málaga,  Almuñécaí-  y  Almería,  costeando  la 
península  por  Alicante,  Valencia  y  Cataluña,  y  enti'ó  en  el  golfo  de  Lyon.  En  Genova 
admiró  la  actividad  y  riqueza  de  sus  habitantes:  «Es  gente  muy  pujante  por  la  mar, 
mayormente  sus  carracas  son  las  mejores  del  mundo,  é  si  non  fuese  por  los  grandes 
vandos  que  antiguamente  ovo  é  ay  en  ellos,  su  señorío  se  avria  estendido  mas  por  el 
mimdo;  é  es  gente  de  graut  industria  é  poco  viciosa,  mayormente  en  los  deleytes,  que 
non  es  la  tierra  dispuesta  para  ello»  (-), 

Tafur  ati'ibuye  á  los  genoveses  mía  costumbre  tan  extravagante  como  increíble: 
«Toman  á  las  mugeres  por  medida,  é  la  que  mas  alta  es  con  menos  dote  la  resciben» . 

En  Puerto  Yéneris  ( Poi"to venere )  fué  testigo  de  la  sublevación  contra  el  rey  de  Ara- 
gón, que  tenía  la  ciudad  por  cesión  del  duque  de  Milán.  De  Bolonia  menciona  el  sepulcro 
de  Santo  Domingo  de  Guzmán  y  alaba  la  Universidad:  «En  esta  cibdat  son  uno  de  los 
mejores  estudios  del  mundo  todo,  é  de  todas  ^ien(,'ias,  é  ansí  continuamente  de  todas 
naciones  é  gi-audes  hombres  se  fallan  en  estos  estudios».  Muy  de  prisa  pasa  Tafur  por 
Yenecia;  en  cambio  demórase  al  hablar  de  Roma,  donde  tanto  como  le  asombraron  las 
grandezas  pasadas  y  las  de  la  Iglesia,  le  impresionó  la  degradación  de  sus  habitantes, 
hijos  de  aquellos  que  dominaron  el  Universo  y  pudieron  mosti'ar  su  orgullo  exti-aor diñarlo 
al  exclamar:  Civis  romanus  sum.  «  Pluguiese  á  Dios  que  ya  ellos  fuesen  para  regir  á  sí 
mismos,  é  non  fuesen  como  los  ytalianos  dizen  por  ellos,  que  son  vituperio  de  la  gente, 
dados  á  todos  vicios;  é  ansí  todos  los  malti'atan.  Jamás  fallé  im  honbre  que  me  sopieso 

(')  Andanras  é  viajes  de  Pero  Tafur  por  diversas  partes  del  mundo  ávidos  (1435-1439).  Madrid, 
Imprenta  de  Miguel  Ginesta,  1874;  1  vol,  en  8.",  de  XXVII-618  páginas. 

Lleva  un  docto  prólogo  de  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada,  y  de  este  sabio  americanista  son  el 
Vocabulario  geográfico  y  el  Catálogo  hiográfico,  modelo  de  erudición,  que  ocupan  las  páginas  303  á 
618.  En  verdad  que  pocos  de  nuestros  libros  antiguos  se  han  publicado  tan  sabiamente  ilustrados 
como  éste. 

Recientemente  ha  encontrado  nuevos  datos  biográficos  de  Tafur  el  ilustrado  cordobés  D.  Rafael 
Ramírez  de  Arellano,  según  dice  en  un  precioso  artículo  publicado  en  el  Boletín  de  la  Real  Acade- 
mia de  la  Historia,  diciembre  de  1900,  donde  consigna  hallazgos  notables  referentes  á  D.*  Beatriz 
Enríquez  de  Arana,  amiga  de  Cristóbal  Colón  y  madre  del  bibliófilo  D.  Fernando  Colón. 

(2)  Página  13. 


xLviii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

dar  razou  de  aquellas  cosas  antiguas  porque  yo  demaudaua;  mas  creo  que  lo  supieran 
dar  de  las  tavernas  é  lugares  deshonestos  » . 

Aunque  Tafur  no  era  arqueólogo  ni  apenas  conocía  las  antiguas  historias,  siente  cierto 
entusiasmo  al  ver  aquellos  arcos  de  triunfo,  las  rotas  columnas  del  Forum,  los  restos  del 
Coliseo,  «el  mejor  é  mas  rico  edificio  que  en  el  nuiudo  fue  fecho»;  la  estatua  «de  aquel 
Muí^io  que  de(;ercó  á  Roma,  ó  pensando  matar  al  Rey  mató  al  privado » .  Pasando  á  la 
Roma  católica  describe  sus  templos  y  las  veuei-andas  reliquias  en  ellas  custodiadas;  es 
cm-iosa  la  noticia  de  cómo  se  guardaba  y  mostraba  la  santa  Verónica;  hallábase  encerrada 
en  lo  alto  de  un  pilar,  « é  quando  la  van  á  mostra)-,  en  la  techumbre  alta  de  la  yglesia 
está  un  agujero,  é  cuelgan  por  unas  mai-omas  un  arca  de  madera  en  que  vienen  dos  clé- 
rigos é  defienden  en  aquel  torrejon,  é  luego  suben  el  arca  arriba,  é  ellos  con  grandissi- 
ma  reverencia  sacan  la  Verónica  é  muóstranla  á  las  gentes». 

La  antigua  señora  del  mundo  había  llegado  á  tal  decadencia,  que  recordaba  aquello 
de  los  Trenos:  ¿qiio)nodo  sedet  sola  ci vitas?  «partes  ay  del  nuu-o  adentro,  escribe 
Tafur  que  non  paresce  sinon  una  montaña  espesa,  ó  ay  muchas  salvaginas  que  crian  en 
aquellas  cuevas,  ansí  como  liebres  é  raposos,  é  lobos,  é  ciervos,  é  dizen  que  puer- 

crespines». 

Se  veía  patente  la  huella  de  las  maldiciones  que  en  el  Apocalipsis  fulminó  el  Evan- 
gelista contra  la  ramera  sentada  sobre  las  siete  colinas  y  aun  parecía  oirse  el  alarido  de  las 
huestes  de  Alarico  y  Genserico. 

Salido  Tañu-  de  Roma  continúa  su  peregrinación  á  Tierra  Santa:  atraviesa  la  Italia 
por  Viterbo,  Asís,  Rímini,  Gubio  y  Venecia;  navega  por  los  mares  Adriático,  Jónico  y 
Egeo  á  vista  de  las  islas  de  Corfú,  Sapienva,  Citerea  y  Creta;  entra  en  Rodas,  pertene- 
ciente á  los  Caballeros  de  San  Juan;  pasa  por  Bafa  (Chipre) ,  desembarca  en  Jaffa  y  muy 
pronto  ve  realizados  sus  deseos:  postrarse  ante  el  sepulcro  del  Redentor.  Con  ser  Tafur 
sin  duda  algima  profundamente  cristiano,  en  vano  se  buscarán  en  su  descripción  de  Jeru- 
salén  V  los  Santos  Lugares  aquellas  ardientes  efusiones  de  piedad  que  á  nuestro  juicio  debía 
experimentar  el  peregrino  de  la  Edad  Media,  cuando  sin  las  facilidades  de  nuesti'os  días,  á 
costa  de  grandes  molestias  y  dispendios,  besaba  la  tiei-i-a  humedecida  con  la  sangre  del 
Salvador.  Taím-  es  un  pintor  que  i-eti-ata  la  Natin-aleza,  el  ai-te,  la  religión  y  la  sociedad 
de  Oriente,  sin  que  su  ánimo  se  encienda  demasiado  contra  los  dominadores;  tal  vez  cre- 
yera que  sin  ellos  acaso  hubiese  menos  paz,  morando  en  Jerusalén  nada  menos  que 
«siete  maneras  de  cristianos»,  no  muy  bien  avenidos  entre  sí. 

Tafur  viajaba  ante  todo  por  curiosidad,  para  satisfacer  ese  deseo  que  todos  sentimos 
por  ensanchar  la  esfera  de  nuesti-os  conocimientos  con  el  estudio  dii-ecto  del  nuuido,  por 
cambiar  de  horizonte  y  salir  de  la  monotonía  en  que  suele  deslizarse  nuestra  existencia. 
Por  eso  en  Jerusalén,  y  con  harto  peligi-o,  visita  la  mezquita  de  Omar:  «  Yo  rogué  á  un 
moro  renegado,  que  fué  natural  de  Portugal,  que  le  daria  dos  ducados  é  me  metiese 
aquella  noche  á  ver  el  templo  de  Salomón,  é  ñ'zolo  ansí;  é  á  una  hora  do  la  noche  yo 
entré  con  él  vestido  de  su  ropa,  é  vi  todo  el  templo,  el  qual  es  una  nave  sola,  toda  de  oro 
musayco  labrada,  é  el  suelo  é  paredes  de  muy  ferm osas  losas  blancas,  é  tantas  lámparas 
colgadas  que  pares9e  que  se  juntan  unas  con  otras». 

Decidido  luego  á  visitar  el  Monte  Sinaí  marchó  á  la  coi-te  de  Chipre,  cuyo  soberano, 
viendo  las  cai-tas  que  llevaba  de  Juan  II  de  Castilla,  lo  obsequió  y  le  dio  otras  pai-a  el 
Soldán  de  Egipto.  Era  almirante  en  Chipre  un  español,  Mosén  Suárez,  muy  protegido 


INTRODUCCIÓN  xlix 

del  rey  Jauíis  11,  que  le  debía  el  haber  couseguido  la  libertad  estando  cautivo  en  El 
Cairo.  En  el  viaje  al  Sinaí  pasó  Tafur  no  pocos  riesgos  y  fatigas:  «Partimos  del  Cayi'o, 
é  yendo  por  aquellas  arenas  muertas  del  Egypto  con  muy  grande  trabajo  é  gi-ande  peli- 
gro, la  calor  tan  grande  que  dudaba  onbre  de  poderlo  sofrir» ,  Poco  más  de  ima  semana 
estuvo  en  el  monasterio  de  Santa  Catalina,  y  aprovechando  la  ocasión  de  cruzar  una 
caravana  por  allí  se  agregó  á  Nícolo  de  Contó,  C[uien  le  refü'ió  largamente  cuanto  sabía 
del  fabuloso  Preste  Juau,  de  las  Indias  orientales  y  de  sus  habitantes,  débiles  ecos  que 
llegaban  del  Oriente  mezclados  con  leyendas  ('). 

Sin  hartai'se  jamás  Tañu'  de  ver  tierras  nuevas  se  embarcó  en  Damieta,  y  por  las  islas 
de  Chipre,  donde  presencia  una  sublevación  contra  Jacobo  Guiri,  favorito  del  monarca, 
las  de  Kodas  y  Chíos,  se  encaminó  á  Constantinopla,  preocupado  con  esclarecer  lo  refe- 
rente á  su  linaje,  pues  se  creía  descendiente  de  los  emperadores  de  Oriente  por  su  ante- 
cesor el  famoso  Pero  lUán.  Después  visitó  en  el  mar  Negro  los  puertos  de  Trebisonda  y 
Cafa;  aquí,  dice:  «Compré  yo  dos  esclavas  é  un  esclavo,  los  quales  oy  tengo  en  Cíírdova 
é  generación  dellos  » . 

En  la  antigua  Bizancio  contempló  Tañu'  la  agonía  del  Imperio  y  vio  cuan  pronto 
sería  destruido  por  los  tm-cos.  Acababa  de  llegar  la  noticia  de  que  el  sultán  pasaba  con 
su  ejército  cerca  de  la  ciudad  de  paso  para  someter  algimos  pueblos  rebeldes  de  la  Tracia, 
y  los  griegos,  no  obstante  estar  en  paz  con  aquél,  se  echaron  á  temblar,  Tafui'  se  alegró 
de  ver  aquel  formidable  ejército,  terror  del  Oriente. 

Desde  Constantinopla  se  embarcó  para  Yenecia,  donde  encontró  á  Gutierre  Quijada 
y  oti"os  españoles;  atravesó  los  Alpes,  pasó  por  Basilea  á  la  sazón  que  se  verificaba  el 
Concilio  de  su  nombre;  por  las  márgenes  del  Rhin  llegó  á  Flaudes ,  cuyas  ciudades 
admiró,  sobre  todo  la  de  Brujas,  por  su  opulencia;  enti'ó  de  nuevo  en  Alemania,  llegó  hasta 
Bohemia  y  acabó  la  serie  de  sus  viajes  cruzando  de  Norte  á  Sm-  la  península  italiana,  y 
arribando  á  las  costas  de  Túnez,  desde  donde  regresó  á  España,  llena  la  memoria  de  mil 
observaciones  y  recuerdos  que  traía  de  tan  distintas  naciones  por  las  cuales  había  pere- 
gi'inado. 


VI 

Enti-e  los  muchos  libros  árabes  y  aljamiados  que  aparecieron  al  hundir  una  viejísima 
casa  en  Almouacid  de  la  Sierra  (Zaragoza),  hallóse  la  relación  que  en  verso  escribió 
ciei-to  alhichaute  de  Puey  de  Monc^ón  (-),  de  su  peregrinación  á  la  Meca  en  el  año 
1603  (•■').  Su  narración,  escrita  en  octavillas,  cuyos  versos  con  ft-ecuencia  no  riman  y 
están  faltos  ó  sobrados  de  sílabas,  aparece,  como  casi  todas  las  obras  aljamiadas,  en  un 

('^  Con  ser,  en  general,  verídica  la.relación  de  Pedro  Tafur,  liay  en  ella  desatinos  increibles, 
como  es  decir  que  desde  el  monasterio  de  Santa  Catalina  iba  de  paseo  al  mar  Rojo,  cuando  la  dis- 
tancia y  lo  montuoso  del  país  hacen  esto  imposible  ó  muy  diEícil.  , 

(2)  Las  coplas  del  Peregrino  de  Puey  Moncon.  Viaje  a  la  Meca  en  el  siglo  XVI,  por  D.  Mariano 
de  Puno  y  Euata,  correspondiente  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  con  una  introducción  de  don 
Eduardo  de  Saavedra,  de  la  Real  Academia  de  la  Historia.  Zaragoza,  Tip.  de  Comas,  1897;  1  volu- 
men de  XLVI-303  páginas  en  8." 

(3)  Esta  es  la  fecha  que  da  como  más  probable  el  Sr.  Paño,  aunque  bien  pudiera  ser  la  del 
año  1672. 

AUTOBIOGRAFÍAS    Y     MEMORIAS. 4 


L  autobiografías  y  memorias 

castellano  que  cualquiera  creería  ser  del  siglo  xv,  siu  que  á  nuestro  juicio  haya  en  ella 
«elevación  en  ocasiones»  ni  «descripciones  vivas  y  animadas» ,  según  afirma  el  Sr.  Paño, 
editor  y  comentador  de  las  Coplas.  Trátase  de  un  documento  que  únicamente  tiene  valor 
filológico,  y  algo,  aunque  poco,  de  histórico,  pues  el  relato  del  Peregrino  es  conciso  en  ex- 
tremo. Embarcado  nuestro  morisco  aragonés  en  Valencia,  ve  los  puertos  de  Túnez  y  otros 
del  Afi-ica  hasta  llegar  al  de  Alejandría;  visita  El  Cairo,  cuyo  esplendor  admira;  en  compa- 
ñía de  otros  alhichautes  va  á  la  Meca  y  Medina  y  luego  al  Monte  Sinaí;  en  cuanto  al  viaje 
de  regreso  á  España,  si  es  que  lo  hizo,  no  dice  una  palabra  el  buen  morisco  tafjarhio. 


VII 

Difícilmente  se  podrá  encontrar  relación  más  sencilla  y  fidedigna  de  viajes  que  la 
que  nos  dejó  D.  Pedro  Cubero  Sebastián  acerca  de  su  vuelta  á  la  tierra  y  predicación 
del  Catolicismo  en  un  libro  rotulado:  Peregrinación  general  del  mando  {'),  El  autor 
jamás  habla  por  referencias  ni  lecturas,  ocupándose  tan  sólo  de  aquello  que  ha  personal- 
mente visto.  Cubero  es  breve  en  lo  referente  á  su  juventud;  nacido  en  Frasno  (Comuni- 
dad de  Calatayud),  en  el  año  1645,  estudia  en  los  jesuítas  en  Zaragoza.  Hecho  presbítero 
va  á  Roma,  donde  la  Congregación  de  Propaganda  Pide  lo  nombra  predicador  apostólico, 
y  él  se  dispone  á  recorrer  aquellos  países  en  que  la  i'eligión  católica  se  hallaba  oprimida 
ó  poco  propagada.  Parte  de  Roma,  y  yendo  por  Veuecia,  Transilvania  y  Bohemia,  llega 
á  Polonia  cuando  acababa  de  fallecer  el  rey  de  esta  nación  Miguel.  Recibido  benévola- 
mente por  el  embajador  de  España  y  provisto  de  recomendaciones  se  dirige  á  Rusia,  de 
cuya  capital,  Moscou,  hace  una  preciosa  descripción,  sin  que  falte  detalle  ni  requisito; 
asistió  á  la  bendición  del  río,  ceremonia  que  por  lo  ostentosa  le  impresionó  hondamente. 
Para  que  se  vea  cuan  interesante  es  el  libro  de  Cubero,  extractaré  lo  que  escribe  acerca 
de  la  audiencia  que  le  concedió  el  Zar.  El  día  y  hora  señalados  marchó  Cubero  al  palacio 
real,  acompañado  de  un  intérprete  y  del  residente  polaco;  pasan  un  arco  y  entran  en 
el  Ej'emlíu;  después  de  atravesar  muchas  estancias,  en  todas  las  cuales  había  un  altar, 
llegan  á  la  antecámara;  el  maestro  de  ceremonias  descorre  una  cortina  de  martas  y  pene- 
tran en  la  sala  del  trono.  Oigamos  á  Cubero: 

O  Breve  relación  de  la  peregrinación  qve  ha  hecho  de  la  mayor  parte  del  mundo  Don  Pedro  Cvhero 
Sebastian^  Predicador  Aiioslólico  del  Asia.  Escrita  por  el  mismo.  En  Madrid,  por  luán  Qaiciii  Infan- 
9on,  año  1680;  1  vol.  en  4.°  Hay  otra  eclición  de  Zaragoza,  1688. 

Peregrinación  del  mundo  del  Doctor  D.  Pedro  Cubero  Sebastian,  Predicador  apostólico.  Dedicada 
Al  Ex celentissimo  Señor  D.  Fernando  loachin  Faxardo,  de  Reqvesens  y  Zuñiga,  Marqves  de  los 
Velez,  &c.  Virrey  y  Capitán  General  del  Reyno  de  Ñapóles.  En  Ñapóles,  por  Carlos  Porsile,  IG82. 

Peregrinazione  del  Mondo.  Tradotta  dalla  lingua  spagiiola  per  il  Sign.  Don  Francisco  Antonio 
de  la  Serna.  Dedicata  alV  Eccmo.  Sr.  D  Gasparo  d  Haro  e  Gusmano,  Márchese  del  Carpió.  Ñapóles, 
C.  Porsile,  1683;  1  vol.  en  4.°,  con  el  retrato  del  autor. 

Cubero  es  además  autor  de  las  siguientes  obras: 

Descripción  general  del  mundo,  y  notables  sucessos  que  han  sucedido  en  el,  con  la  armonia  de  sus 
tiempos,  ritos,  ceremonias,  costumbres  y  trages  de  sus  naciones,  y  varones  ilustres  que  en  el  ha  huvido. 
Segunda  impression.  En  Valencia,  por  Vicente  Cabrera,  1697;  1  vol.  en  4."  Hay  otra  edición  de 
Madrid,  1739. 

Vida,  crueldades  y  tirantas  de  Muley  Ismael,  emperador  de  Marruecos.  Ms.  de  la  Bibl,  Nac, 
V.-72. 


INTRODUCCIÓN  Lt 

«Estava  (el  Zar)  sentado  en  luia  rica  y  hermosa  silla  de  bronce  dorado;  tenia  un  ropón 
de  brocado  aforrado  en  cebollinos,  todo  guarnecido  de  piedras  preciosas  y  la  mayor  can- 
tidad era  de  perlas;  tenia  sobre  los  hombros  una  cosa  como  á  modo  de  escapulario,  y  allí 
gravada  una  imagen  de  Chi-isto  nuestro  Redemptor,  y  otra  que  le  correspondia  á  las  espal- 
das, de  la  Virgen  Santísima,  adornada  de  hermosissimas  y  ricas  piedras;  tenia  en  sus 
manos  un  báculo  como  á  modo  de  muleta,  muy  rico;  sus  dedos  todos  llenos  de  soiüjas 
con  preciosas  piedras;  tenia  sobre  su  cabera  una  corona  á  manera  de  mitra,  amique  no 
abierta,  y  sobre  el  remate  de  la  corona  una  hermosissima  cruz  de  diamantes;  estava  con 
tanta  gravedad  que  parecia  uno  de  los  patriarcas  del  Antiguo  Testamento,  porque  su  barba 
llegaba  hasta  la  cintura,  con  que  lo  hacía  mucho  más  grave;  era  de  edad,  á  mi  parecer, 
de  hasta  cincuenta  años,  entrecano  y  muy  blanco  de  cara» .  Apenas  el  Zar  vio  á  Cubero 
comenzó  á  persignarse  repetidas  veces,  según  era  costumbre  entre  los  rusos;  nuestro 
viajero  llegó  al  trono,  y  puesto  de  rodillas  entregó  una  carta  que  llevaba  del  rey  de 
Polonia.  El  Zar  contestó  que  le  daba  permiso  de  enseñar  la  religión  católica  con  ciertas 
restricciones  ('),  Pasado  algún  tiempo  salió  Cubero  de  Moscou  y  llegó  á  la  ciudad  de 
Astrakán  y  por  el  mar  Caspio  á  Teherán,  capital  del  Gran  Sofí;  de  esta  ciudad  pondera 
los  jardines,  acequias  y  varios  edificios  suntuosos;  se  contaban  cuatro  conventos  de  agus- 
tinos, carmelitas  descalzos,  capuchinos  y  jesuítas.  Allí  vio  con  dolor  veinticuatro  cañones 
que  ostentaban  el  escudo  de  Felipe  II,  tomados  á  los  portugueses  en  la  pérdida  de  Or- 
muz.  Siguiendo  su  peregrinación  llegó  á  este  puerto  y  embarcóse  para  Goa.  Después  de 
visitar  la  isla  de  Ceilán,  Malaca  y  las  Filipinas,  arribó  en  Méjico  al  puerto  de  Acapulco; 
embarcóse  en  Yeracruz,  y  llegó  á  España  satisfecho  de  haber  dado  la  vuelta  al  mundo. 


VIII 

Perdida  ya  la  afición  á  los  libros  de  caballerías,  la  imaginación  del  vulgo,  que  se 
complace  en  cosas  fantásticas  y  disparatadas ,  comenzó  á  alimentarse  de  otras  lecturas 
semejantes,  aunque  tenían  un  fundamento  histórico  y  geográfico  más  sólido.  El  vacío  que 
las  novelas  ridiculizadas  por  Cervantes  dejaron  se  llenó  muy  pronto  con  relaciones  de 
viajes,  donde  salían  á  relucir  gigantes,  reinos  maravillosos,  aventuras  peligrosas  y  mil 
cosas  nunca  vistas  ni  oídas.  A  este  género  pertenecen  las  Peregrinaciones  (-)  del  portu- 
gués Fernán  Méndez  Pinto,  obra  que,  no  obstante  la  Apología  con  que  lo  exornó  en  su 
traducción  castellana  el  canónigo  Herrera  Maldonado,  es  im  centón  de  disparates. 

O  Una  de  las  cosas  que  llamaban  la  atención  de  Cuben»  en  Rusia  era  el  poco  aseo  de  sus  habi- 
tantes: «El  tugurio  del  rústico  moscovita  es  pequeño  y  muchas  veces  ay  una  y  dos  familias,  y  den- 
tro tanto  género  de  animal,  como  son  gallinas,  terneros,  cochinos,  corderos  y  bacas;  todos  están  ence- 
rrados dentro  de  este  tugurios. 

))Pue8  ¿qué  diré  de  lo  asqueroso  y  hediondo  destos  rústicos?  pues  siendo  ellos  en  si  una  gente 
tan  sucia  y  puerca,  se  les  añade  el  ir  vestidos  de  pellejos  de  carneros  y  ovejas  y  venados,  y  como  no 
están  bien  curados  y  con  la  calor  de  la  estufa,  es  tanta  la  hediondez  que  no  le  igualan  perros  muer- 
tos» (capítulo  XX). 

(*)  Hiütoria  oriental  de  kis  peregrinaciones  de  Fernán  Méndez  Pinto  portugves,  adonde  se  escriven 
invehas  y  muy  estrañas  cosas  que  vio  y  oyó  en  los  Reynos  de  la  China,  Tartaria,  Sormto,  que  vulgar- 
mente se  llama  Siam,  Calomiñam,  Peguu,  Martuuan,  y  otros  muchos  de  aquellas  j)artes  Orientales,  de 


I.II  autobiografías  y  memorias 

Por  cualquier  parte  que  se  abra  el  libro  hay  cosas  imposibles.  Tal  os  la  descripción 
de  Pekíu,  donde  Feruáu  Méndez  Pinto  dice  haber  residido;  segiín  éste,  aquella  ciudad 
tenía  treinta  leguas  de  circimferencia;  en  las  afueras  había  24.000  capillas,  «que  son  otros 
tantos  entierros  de  Mandarines;  edificios  pequeños,  pero  que  están  cubiertos  de  oro»  ('). 
Sabido  es  que  los  chinos  apenas  conocen  el  vino;  sin  embargo,  Méndez  Pinto  dice  que  en 
Pekín  había  14.000  taberneros.  ¿Y  qué  pensar  de  la  tierra  de  Gangitanuu,  en  las  inme- 
diaciones de  China,  cuyos  moradores  eran  «blancos,  rubios  y  colorados» ,  raza  por  nadie 
vista  en  aquellos  países  del  Extremo  Oriente  ('). 

Así,  pues,  las  Peregrimiciones  de  Méndez  Pinto  no  son  oti-a  cosa  que  una  novela  de 
viajes,  á  pesar  de  lo  cual  se  reimprimió  varias  veces  y  fué  muy  leída,  acaso  por  lo  mismo 
que  abundaba  en  ficciones  y  pinturas  legendarias. 


IX 

Página  de  las  más  gloriosas  que  registra  la  historia  científica  de  España  son  las  ob- 
servaciones que  dos  hombres  ilustres,  D,  Jorge  Juan  y  D.  Antonio  de  Ulloa,  hicieron  para 
determinar  la  figura  de  la  Tierra  (^).  Averiguado  ya  que  nuestro  planeta,  lejos  de  ser  una 
esfera  perfecta,  tenía  la  figura  elipsoidal,  dudábase  si  el  diámetro  mayor  sería  el  de  ambos 
polos  ó  el  del  Ecuador,  problema  que  sólo  podía  resolverse  midiendo  varios  grados  en  la 
línea  equinoccial  y  en  el  círculo  polar.  Y  como  de  los  países  cortados  por  el  Ecuador  nin- 
guno ofrecía  condiciones  tan  ventajosas  cual  la  región  de  Quito,  habitados  los  de  África  y 
Oceanía  por  naciones  bárbaras,  Luis  XY  solicitó  de  Felipe  Y  que  diese  tal  comisión  á  dos 
personas  inteligentes,  nombrando  el  rey  español  á  D.  Jorge  Juan  y  D.  Antonio  de  Ulloa, 
sub-brigadier  de  guardias  marinas  el  primero  y  ambos  sabios  matemáticos.  La  relación 
que  éstos  imprimieron  luego  de  sus  viajes,  observaciones  y  estudios  constituye  un  mo- 

que  en  estas  nuestras  de  Occidente  ay  muy  poca  o  ninguna  noticia.  Casos  famosos,  acontecimientos  admi- 
rables, leyes,  gouierno,  trages,  Religión  y  costumbres  de  aquellos  Gentiles  de  Asia.  Tradvzido  de  por- 
Ivgves  en  castellano  por  el  Licenciado  Francisco  de  Herrera  Maldomido,  Canónigo  de  la  santa  Iglesia 
Real  de  Arbas.  Al  Excelenti.ssimo  Señor  Ramiro  Felipe  de  Gvzman,  Señor  de  la  Casa  de  Gvzrnan, 
Duque  de  Medina  de  las  Torres.  Principe  Destillano,  Duque  de  Sauioneda,  Marques  de  Toral,  Duque 
de  Mondragon  y  de  Tracto,  Marques  de  Monesterio  y  de  Piadena  ....  en  Valencia,  En  casa  de  los 
herederos  de  Chrysostomo  Garriz,  año  1645;  482  págs.  en  4.°  d.  mas  12  hojas  de  prels.  y  4  de  Tabla 
de  capítulos. 

Historia  oriental  de  las  peregrinaciones  de  Fernán  Méndez  Pinto  p)ortvgves,  a  donde  se  escriven 
muchas  y  mvy  estrañas  cosas  que  vio  y  oyó  en  los  Reynos  de  la  China,  Tartaria,  Sornao,  que  vulgar- 
mente se  llama  Siam,  Calamiñan,  Pegun,  Martauan  y  otros  muchos  de  aquellas  partes  Orientales 

Tradvcido  de  portugves  en  castellano  por  el  Licenciado  Francisco  de  Herrera  Maldonado,  canónigo  de 
la  santa  Iglesia  Real  de  Arbas.  Al  Señor  Don  Antonio  de  ürvtia  y  Agvirre,  caballero  del  Orden  de 
Calatraua,  del  Consejo  de  su  Magestad  en  el  Real  de  las  Ordenes,  &c.  En  Madrid,  por  Melchor  Sán- 
chez. Año  de  1G66.  452  paga,  en  8."  d.  m.  mas  11  hojas  de  prels.  y  4  de  Tabla  de  capítulos. 

(V  Capítulo  CV. 

(2)  Capítulo  LXXIII. 

(3)  Relación  histórica  del  viage  á  la  América  meridional  hecho  de  orden  de  S.  Mag.  ¡Jara  medir 
algunos  grados  de  meridiano  Terrestre,  y  venir  por  ellos  en  conocimiento  de  la  verdadera  figura  y  mag- 
nitud de  la  Tierra;  por  Don  Jorge  Juan  y  Don  Antonio  de  Ulloa.  Madrid,  Imprenta  de  Antonio 
Mario.  M.DCC.XLVIII. 


INTRODUCCIÓN  Liii 

numento  de  gloria  imperecedera,  y  la  medición  del  meridiano  que  llevaron  á  cabo,  jimta- 
meute  con  los  franceses  Bouger  y  La  Condamine,  en  Quito,  durante  los  años  1736  y  1737, 
una  muestra  de  su  profunda  ciencia.  En  tal  operación  sufrieron  molestias  y  fatigas  inde- 
cibles; ascendieron  á  la  cumbre  del  Pichincha,  donde  el  frío  y  los  vientos  eran  tan  ásperos 
que  tenían  « los  pies  tan  hinchados  y  doloridos  que  ni  el  calor  era  soportable  en  ellos,  ni 
posible  el  pisar  sin  una  gran  penalidad;  las  manos  por  lo  consiguiente  cuasi  heladas,  y 
los  labios  hinchados,  encogidos  y  rajados,  que  al  movimiento  de  hablar  ú  otro  semejante 
empezaban  á  verter  sangre  »  ( ' ) . 

Y  en  otro  lugar  escriben:  «Era  tal  la  fuerza  de  los  vientos  en  aquel  paraje  que  des- 
lumhraba la  vista  la  ligereza  con  que  hacía  correr  las  nubes  y  se  aterrorizaba  el  ánimo 
con  el  estrepito  causado  por  los  peñascos  que  se  desquiciaban  y  hacían  con  su  precipita- 
ción y  caída  no  sólo  estremecer  todo  aquel  picacho,  si  también  llevar  consigo  cuantos 
tocaba  en  el  discurso  de  la  carrera». 

Arsenal  es  esta  obra  de  noticias  valiosas  para  la  Geografía,  Etnología,  Botánica,  Zoo- 
logía y  aun  para  la  historia  de  América  del  Sur,  pues  los  dos  sabios,  lo  mismo  en  Carta- 
gena de  las  Indias  que  en  Portobelo,  Panamá,  Guayaquil,  Quito,  Trujillo,  Lima,  islas  de 
Juan  Fernández,  Valparaíso,  Santiago  de  Chile  y  otras  localidades  que  visitaron,  estiTdia- 
ron  con  tanto  afán  como  inteligencia  el  país  y  sus  moradores,  recogiendo  un  cúmulo  in- 
menso de  noticias  que  constituyen  la  más  completa  descripción  de  aquellas  colonias  hecha 
en  el  siglo  xviii.  Y  como  llegaron  á  tener  tan  exacto  conocimiento  do  aquellas  socieda- 
des y  de  los  yerros  que  se  cometían  en  su  gobierno,  comprendieron  cuántos  peligros  ofre- 
cerían muy  pronto  si  los  males  no  se  remediaban  con  prudentes  reformas,  pronosticando 
la  futm-a  independencia  de  nuestras  colonias  si  España  cerraba  los  ojos  ante  la  realidad, 
en  im  informe  secreto  publicado  á  principios  de  este  siglo. 


X 

Godoy  refiere  con  alguna  extensión  la  misión  que  encomendó  á  D.  Domingo  Badía, 
héroe  que  más  que  histórico  parece  de  novela  (^).  La  misión  tuvo  humildes  principios; 
se  ti-ataba  solamente  de  un  viaje  científico  per  Oriente,  que  realizarían  Badía  y  el  natu- 
ralista Rojas  Clemente.  Mas  disputado  el  ti'ono  de  Marruecos  al  fanático  sultán  Muley 
Solimán  por  Ahmet,  concibió  Godoy  el  pensamiento  de  que  Badía,  profundo  conocedor 
del  árabe  clásico  y  del  vulgar,  fuese  á  Marruecos,  y  fingiéndose  un  príncipe  descendiente 
de  Mahoma  se  captase  la  confianza  de  Muley  y  le  inspirase  una  alianza  con  España  á 
trueque  de  hacer  á  esta  nación  algunas  concesiones.  Valiente,  de  sangre  fi'ía  y  dotado  de 
clara  inteligencia,  Badía  cumplió  á  la  maravilla  su  cometido  é  hizo  creer  á  Muley  y  á  la 
Corte  marroquí  que  era  un  musulmán  nobilísimo;  mas  no  logrando  vencer  el  odio  que 
el  sultán  profesaba  á  España,  enti'ó  en  ti-atos  con  su  competidor  Ahmet,  y  éste  prometió 

(1)  Obra  citada,  tomo  I,  pág.  310. 

(2)  Nacido  on  Darcelona  á  1.°  de  abril  del  año  1767,  sin  cursar  en  Universidad  alguna  estudió 
Matemáticas,  Física,  Geografía  y  Astronomía.  A  los  catorce  años  era  administrador  de  utensilios  en 
la  costa  de  Granada;  á  los  diez  y  nueve,  contador  de  Guerra  con  Iionores  de  comisario;  á  los  veinti- 
séis, administrador  de  Tabacos  en  Córdoba  En  abril  de  1801  presentó  al  Gobierno  un  proyecto  de 
viaje  científico  por  África. 


Liv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

que  si  España  le  ayudaba  en  la  contienda  cedería  las  ciudades  de  Tetuán,  Tánger,  Lara- 
che  y  Salé.  Godoy,  entusiasmado  ante  semejante  perspectiva,  se  apresuraba  á  poner  por 
obra  la  intercesión  en  favor  de  Ahmet,  cuando  la  extremada  meticulosidad  de  Carlos  IV 
se  lo  impidió  ('). 

La  inteligencia  y  el  valor  que  demosti'ó  Badía  en  sus  viajes  exceden  á  toda  ponde- 
ración (■).  En  Londres,  donde  había  ido  para  adquirir  los  instrumentos  científicos  que 
necesitaba,  se  somete  á  la  cruel  operación  de  circuncidarse,  y  tanto  suft-ió  que  Rojas 
Clemente  se  acobardó  y  no  quiso  llevar  el  sello  de  musulmán  ni  por  fin  le  acompañó  á 
Marruecos. 

Apenas  Badía  llegó  á  Tánger  se  pi'esenta  al  kaid  diciendo  ser  un  príncipe  de  Alepo; 
el  kaid  le  cree  ciegamente,  le  proporciona  hospedaje  acomodado  á  su  rango  y  lo  presenta 
al  sultán  cuando  visitó  dicha  ciudad.  El  fingido  Alí  Bey  habla  á  éste  de  las  ciencias  que 
ha  estudiado  en  Em'opa  y  el  emperador  se  complace  viendo  algunos  aparatos  para  él  des- 
conocidos. De  Tánger  va  á  Fez  y  disputa  con  los  teólogos  y  hombres  de  ciencia,  quienes 
estudiaban  la  geometila  de  Euclides  «en  dos  grandes  tomos  en  folio  muy  apelillados», 
y  les  enseña  algunas  nociones  de  astronomía,  confundida  por  ellos  con  la  asti'ología.  La 
ignorancia  de  hombres  que  pasaban  por  doctos  era  tal,  que  dice  Badía:  «  Si  se  ve  á  algu- 
nos leer  con  rapidez  el  Corán  ú  otro  libro,  es  porque  lo  saben  de  coro.  No  hablo  sin 
haber  hecho  la  prueba  muchas  veces;  si  hacía  parar  á  los  lectores,  aimque  tuviesen  el 
libro  delante  no  podían  continuar  ni  reconocer  en  la  página  el  lugar  donde  se  habían 
quedado;  de  modo  que  aquellas  gentes  leen  sin  ningima  diferencia  como  papagayos,  no 
sirviendo  el  libro  que  tienen  á  la  vista  más  que  para  darles  aire  de  sabios  ó  de  impor- 
tancia» (^).  Y,  sin  embargo,  aquella  ciudad  era  la  Atenas  de  África,  á  cuyas  escuelas 
concmTÍan  más  de  2,000  alumnos;  de  modo  que  puede  comprenderse  la  ignorancia  que 
reinaría  en  las  demás  poblaciones. 

A  fin  de  repj'esentar  mejor  su  papel,  Alí  Bey  se  casó  con  una  negi*a,  si  bien  el  matri- 
monio resultó  aparente:  lleváronsela  á  su  casa  después  de  bañada  y  piu'ificada  en  cuanto 
cabe  pm-ificar  tales  mujeres;  « mas  no  sé,  escribe  aquél,  en  qué  consiste  el  no  haber 
podido  ^vencer  mi  repugnancia  á  una  negra  de  labios  gruesos  y  nariz  aplastada;  de  modo 
que  la  pobre  habrá  quedado  sin  duda  muy  engañada  en  sus  esperanzas»  (').  El  empe- 
rador seguíale  honrando,  y  ya  ambos  en  Marruecos,  le  hizo  donación  de  una  magnífica 
posesión  llamada  Semelalia,  cercana  á  dicha  ciudad. 

«Hallábame  en  mi  habitación  cuando  se  presentó  uno  de  sus  ministros  y  puso  en  mis 
manos  un  flrnuin,  por  el  cual  el  sultán  me  hacía  donación  absoluta  de  una  casa  de  recreo 
llamada  Semelalia,  con  bienes  raíces  que  consistían  en  tierras,  palmeras,  olivares,  huer- 
tas, etc.,  y  una  casa  grande  en  la  ciudad,  conocida  con  el  nombre  de  Sidi  Benhamed 
Duqueli » . 

«  El  castillo  y  plantaciones  de  Semelalia  fueron  comenzados  por  el  sultán  Sidi  Moha- 

(')  Memorias  de  Godoy ^  tomo  IV,  págs.  75  á  101. 

(*)  Viajes  de  Ali  Bey  el  Abbasí  (Don  Domingo  Badia  y  Leblich)  por  África  y  Asia  durante  los 
años  1803,  1804,  1805,  1806  y  1807.  Traducidos  del  francés  por  P.  P.  (Pascual  Pérez).  Valencia, 
imprenta  de  José  Ferrer  de  Orga,  1836;  3  vol  en  8.° 

Badia  había  publicado  esta  obra  en  francés,  año  1814. 

(•)  Obra  citada,  tomo  I,  pág.  117. 

(*)  ídem,  tomo  I,  pág.  175. 


INTRODUCCIÓN  lv 

med,  padre  de  Miiley  Solimán,  que  fijó  en  ellos  su  híibitación.  Hizo  plantar  las  más  bellas 
y  mejores  especies  de  árboles  frutales  j  la  adornó  con  deliciosos  jardines.  Grande  abun- 
dancia de  agua,  que  viene  del  Atlas  por  un  conducto  magnífico,  aumenta  el  encanto  de 
aquella  habitación,  que  tiene  más  de  media  legua  de  terreno^  cercado  todo  de  mu- 
rallas» ('). 

Prosiguiendo  sus  viajes  visitó  la  Meca  y  Palestina  y  peneti'ó  en  los  sitios  vedados  con 
pena  capital  á  los  cristianos,  cual  era  la  mezquita  de  Hebrón,  donde  se  conservan  los 
restos  de  Abraham,  Sara,  José  y  otros  patriarcas.  Continúa  su  ruta  por  Damasco  y  Alepo; 
entró  en  Constautiuopla  y  volvió  á  España  por  la  Turquía  Em-opea,  Austria  y  Francia, 
llegando  éu  ocasión  que  Carlos  IV  acababa  de  ceder  el  trono  á  Bonaparte. 

Cuando  después  de  tan  extraordinarios  viajes  regresó  Badía  á  España  visitó  en  Bayona 
á  Carlos  lY  ( 10  de  mayo  de  1808) ,  y  habiendo  mostrado  á  este  imbécil  monarca  varios 
planos  y  dibujos  relativos  á  sus  excursiones,  obtuvo  esta  respuesta:  «Ya  sabrás  que  la 
España  ha  pasado  al  dominio  de  la  Francia  por  un  tratado  que  verás.  Ve  de  nuestra  parte 
al  Emperador  y  dile  que  tu  persona,  tu  expedición  y  cuanto  dice  relación  á  ella  queda  á 
las  órdenes  exclusivas  de  S.  M. » . 

Badía  siguió  los  consejos  del  abyecto  Carlos  IV  y  se  puso  á  las  órdenes  de  Napoleón; 
intendente  en  Segovia  y  prefecto  en  Córdoba,  se  retiró  á  Francia  apenas  acabó  la  guerra 
de  la  Independencia.  Hecho  allí  mariscal  de  campo,  fué  comisionado  para  explorar  la 
India  fingiéndose  musulmán,  y  en  el  camino  envenenado  por  el  bajá  de  Damasco,  espía 
de  los  ingleses  según  se  dice. 

Los  viajjes  de  Ab'  Bey  fueron  en  su  tiempo  una  revelación  para  las  naciones  euro- 
peas, donde  se  conocía  de  una  manera  imperfecta  la  civilización,  ó  mejor  dicho,  la  bar- 
barie de  Marruecos  y  de  otras  regiones  afi-icanas.  Y  sube  de  punto  el  valor  de  dicha  obra, 
teniendo  en  cuenta  la  maestiía  con  que  Badía  describe  las  costumbres,  religión,  ceremo- 
nias, edificios  y  el  aspecto  de  los  países  que  recorría,  para  lo  cual  servíanle  de  poderosa 
ayuda  los  múltiples  conocimientos  científicos  que  poseía  y  el  manejo  del  idioma  árabe, 
como  también  el  haber  hecho  sus  observaciones  directamente,  sin  valerse  de  narraciones, 
muchas  veces  inexactas,  ni  de  intérpretes  ignorantes  ó  embusteros  (-). 

(»)  Tomo  I,  págs.  213  y  214. 

(*)  Gomo  no  nos  proponemos  hacer  una  Bibliografía  de  viajes,  que  sólo  estudiamos  desde  el  punto 
de  vista  autobiográfico,  Bibliografí  i  cuyo  germen  se  encuentra  ya  en  los  índices  de  la  Bihliotheca 
nova  de  Nicolás  Antonio,  citaremos  solamente  algunos  de  los  más  notables,  aparte  de  los  estudiados, 
comenzando  por  los  verificados  á  Tierra  Santa. 

Verdadera  información  de  la  tierra  sancta  según  la  disposición  en  que  en  el  año  de  mil  y  quinientos 
y  treynta  el  autor  la  vio  y  passeó.  Agora  nueuamente  impresa.  Toledo.  En  casa  de  Juan  Ferrer.  M.DLI. 
1  vol.  en  4.°  letr.  gót. 

Fray  Antonio  de  Medina,  Estaciones  y  mysterios  de  la  Tierra  Santa,  1573.  En  8.°  Fué  traducida 
luego  al  italiano  por  Pedro  Bonfanti  y  publicada  en  Florencia  en  el  año  1590. 

Viaie  de  la  Tierra  Santa,  y  descripción  de  lerusalen,  y  del  santo  monte  Líbano,  con  relación  de 
cosas  marauillosas,  assi  de  las  prouincias  de  Leñante  como  de  las  Indias  de  Occidente,  con  un  Itine- 
rario para  los  peregrinos,  compvesto  por  Ivan  Ceuerio  de  Vera,  presbytero  y  Acolito  de  la  santidad 
de  Clemente  VIII.  En  Madrid,  por  Luis  Sánchez;  año  1697,  1  vol.  en  8."  de  172  hojas. 

Miguel  de  Matas,  Devota  Peregrinación  de  la  Tierra  Santa.  Barcelona,  1604.  En  8." 

Fray  Pedro  de  Santo  Domingo,  Del  viage  que  hizo  á  Gentsalem  el  año  de  MDC.  Ñápeles,  1604. 
En8.« 

Pedro  González  Gallardo,  Viage  de  Hierusalem.  Sevilla,  por  Juan  de  León,  1605.  En  8.° 


Lvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Fray  Blas  de  Bui^a,  Relación  de  los  sagrados  lugares  de  Jerusalen  y  toda  la  Tierra  Santa.  Sala- 
manca, 1624.  En  8  ° 

Fray  Bernardo  Italiano,  Viage  á  la  Santa  Ciudad  de  Jerusalem;  verdadera  y  nueva  descripción 
suya,  y  de  toda  la  Tierra  Santa,  y  peregrinación  al  Santo  Monte  Sinai.  Ñapóles,  1632.  En  8.° 

El  viage  de  lervsalen  qve  hizo  Francisco  Gverrero,  racionero  y  Maestro  de  Capilla  de  la  santa 
Iglesia  de  Seuilla ,  Dirigido  al  Ilvstrissimo  y  Reuerendissimo  Señor  don  Rodrigo  de  Castro,  Cardenal 
y  Ar<;ohispo  de  la  S.  Iglesia  de  Seuilla.  En  Madrid.  Por  María  de  Quiñones,  Año  de  1644.  64  hojas 
en  8."  Se  publicó  por  vez  primera  en  Cádiz,  año  de  1620.  y  fué  reimpresa  en  Sevilla,  en  el  de  1645- 

Tratado  ¡nvy  devoto  del  viage  e  misterios  de  la  Tierra  Santa  de  Jerusalen  e  del  Monte  Sinay,  según 
lo  recuentan  dos  Religiosos  sacerdotes  de  la  Orden  del  glorioso  Muestro  y  Doctor  de  la  Iglesia  Padre 
San  Gerónimo,  professos  desta  santa  casa  e  monasterio  de  Nuestra  Sarita  Madre  de  Guadalupe;  en  el 
qual  se  contienen  muchas  cosas  de  gran  devoción  para  consolación  de  las  ánimas  devotas.  Ms.  de  la  pri- 
mera mitad  del  siglo  xvi;  420  hojas  en  4  °  Bib.  Nac.  Jj.-6. 

Al  principio  se  lee: 

«  En  este  tratado  que  se  intitula  Viage  de  la  Tierra  Sancta  se  contiene  una  larga  epistola  por  capí- 
tulos que  el  Padre  Fray  Diego  de  Merida..  ..  enibió  desde  la  ciudad  de  Candía,  que  es  en  la  isla  de 
Creta,  de  hi  Señoría  de  Venecia,  el  año  del  Señor  de  1512,  escripta  de  su  letra  y  firmada  de  su  nom- 
bre. En  la  qual  requenta  todo  el  viaje  que  hizo  después  que  partió  de  Venecia  para  visitar  el  Santo 
Sepulcro.  Se  toma  e  añade  enxeriéndolo  en  las  partes  é  lugares  donde  conviene,  de  la  rellacion  que 
el  Padre  Fray  Antonio  de  Lisbona  escrivió  de  su  propria  mano». 

El  Peregrino  moderno.  Relación  sucinta  del  viaje  que  de  Spaña  á  Gerusalen  y  de  Gerusalen  á  Spaña 
hizo  por  su  devoción  y  con  licencia  de  sus  Prelados,  año  de  1691,  el  P.  Fr.  Alonso  Romero,  Predicador, 
hijo  de  la  Santa  Provincia  de  los  Angeles,  de  la  regular  y  reformada  observancia  de  Nro.  Santo  Padre 
San  Francisco.  Ms,  del  siglo  xvii;  170  hojas  en  8.°  Bibl.  Nac.  Mss.  de  Gayangos.  N.°  120. 

El  libro  más  leído  de  cuantos  relativos  á  Palestina  se  publicaron  en  el  siglo  xvii  fué  el  del 
P.  Antonio  del  Castillo;  hemos  visto  de  él  las  siguientes  ediciones: 

El  devoto  peregrino.  Viage  de  Tierra  Santa.  Madrid,  Imprenta  Real,  1656.  En  4.°,  con  grabados  y 
estampas.— Madrid,  Impr.  Real,  MDGLXIV.  En  4.°— París,  1664,  En  4.«— París,  Antonio  Mureto, 
año  1666.  En  folio  menor.— Madrid,  Impr.  Real,  1705.  En  4  "—Madrid,  Imprenta  de  la  Viuda  de 
Barco  López,  año  MDCCCVI. 

Viage  que  hizo  el  R.'^"  Padre  Fr.  Rafael  Sandoval  a  Tierra  Santa  en  el  año  1 766.  Autógr.  74 
hojas  en  4.°  Bibl.  Nac.  Mss.  que  fueron  de  D.  Pascual  Gayangos.  N.**  93. 

Breve  tratado  del  viaje  que  hizo  á  la  ciudad  santa  de  Jerusalen  D.  Francisco  Guerrero,  en  el  cual 
se  da  noticia  verídica  de  todos  los  santuarios,  sitios  y  lugares  en  que  Nuestro  Redentor  estuvo,  donde 
nació  y  murió.  Madrid,  Libr.  de  Hurtado,  1801;  1  vol.  en  8.",  con  grabados. 

Itinerario  del  Reino  de  Aragón,  por  D.  Juan  Bautista  Labaña.  Obra  impresa  y  publicada  por  la 
Excma.  Diputación  provincial  de  Zaragoza.  Est.  tip.  del  Hospicio  provincial,  1895;  1  vol.  en  4.° 
mayor. 

Relaciones  de  Pedro  Teixeira  del  origen,  descendencia  y  succession  de  los  Reyes  de  Persia  y  de 
Hormuz,  y  de  un  viage  hecho  por  el  mismo  autor  dende  la  India  Oriental  hasta  Italia  por  tierra. 
Ambcres.  En  casa  de  Hieronymo  Verdussen.  M.DC  X.  1  vol  en  8." 

Discurso  de  mi  viaje,  dando  muchas  gracias  á  Dios  por  las  muchas  mercedes  que  en  él  me  ha 
hecho  á  mi  Simón  Pérez  de  Torres.  Publicada  por  D.  Andrés  González  Barcia  en  sU  colección  de  His- 
toriadores pranitivos  de  las  Indias  Occidentales;  tomo  III, "45  págs.  en  4."  doble.  Simón  Pérez  dio  la 
vuelta  al  mundo,  viajando  por  América,  Oceanía,  la  India  Oriental,  Persia  y  Siria. 

D.  Gaspar  de  Salcedo,  Relación  de  un  viaje  que  hizo  desde  Madrid  á  Palermo.  Palermo,  2  de 
febrero  de  1634.  Ms.  autógr.  12  liojas  en  folio.  Bibl.  Nac.  Mss    P.  V.-Fol.  C.  8,  N."  64. 

Itinerario  de  las  misiones  que  hizo  el  Padre  F.  Sebastian  Manriqve,  Religioso  Eremita  de  S.  Agus- 
tin,  Missionario  Apostólico  treze  años  en  varias  Missiones  del  India  Oriental,  y  al  presente  Procurador 
y  Diffinidor  Oeneral  de  su  Prouincia  de  Portugal  en  esta  Corte  de  Roma.  Con  una  Suinmaria  Rela- 
ción del  Grande  y  Opulento  Imperio  del  Imperador  Xaziahan  Corrombo  Gran  Mogol,  y  de  otros  Reys 
Infieles,  en  cuios  Reynos  assisten  los  Religiosos  de  S.  Agustin.  Al  Eminentiss.  Señor  el  Señor  Carde- 
nal Pallotto,  Protector  de  la  Religión  Agustiniana.  En  Roma,  por  Francisco  Caballo,  MDCXLIX.  476 
páginas  en  4." 


INTRODUCCIÓN  Lvii 

Hallándose  el  P.  Manrique  ea  Cochim  en  el  año  1628,  recibió  orden  de  ir  á  Bengala,  pur 
cuyo  país  viajó;  recorrió  luego  los  reinos  de  Pegú  y  Cochinchina,  y  otros  de  la  India  transgangética, 
y  estuvo  en  China  y  las  Filipinas,  Describe  con  bastante  fidelidad  la  religión  y  costumbres  de  los 
brachrnanes,  cuyos  ritos  le  extrañaban. 

Copia  de  la  relación  y  diario  critico  náutico  de  el  viage  que  desde  la  ciudad  de  Cádiz  á  la  de  Car- 
tagena de  Indias  hizo  con  sus  compañeros  el  R.'""  Padre  Maestro  Fr.  Francisco  de  Soto  y  Mame. 
Madrid,  por  Bieco,  1573;  1  vol.  en  4.° 

Bre^^e  noticia  del  viaje  que  hizo  el  P.  José  Quiroga  por  el  rio  Paraguay  con  la  partida  que  fué  á 
poner  el  marco  en  la,  boca  del  Jaurú  (1753-1754).  Inserta  en  la  Colección  de  documentos  inéditos 
para  la  Historia  de  España;  tomo  OIV,  págs.  449  á  484. 

Diario  de  li  navegación  y  reconocimiento  del  rio  Tebicuari.  Obra  pódtuma  de  D.  Fé  iz  de  A/ara, 
47  págs.  en  folio.  Publicada  en  la  Colección  de  Angelis,  tomo  II. 

Relación  del  viage  que,  por  orden  de  su,  Magestad  y  acuerdo  del  Real  Consejo  de  Indias,  hicieron 
los  capitanes  Bartholome  Garda  de  Nodal  y  Gonzalo  de  Nodal,  hermanos,  naturales  de  Pontevedra,  al 
descubrimiento  del  estrecho  nuevo  de  San  Vicente,  que  hoy  es  nombrado  de  Maire,  y  reconocimiento  del 
de  Magallanes.  Cádiz.  Por  D.  Manuel  Espinosa  de  los  Monteros,  s.  a.  (¿1766?);  1  vol.  en  4  " 

Diario  de  viaje  y  navegación  hecho  por  el  P.  de  la  Compañía  de  Jesús  José  Garda  Alsué,  desde  su 
misión  de  Cailin  en  Chiloe,  hacia  el  Sur,  en  los  años  1766  y  1767.  Publicólo  en  1809  el  geógrafo  ale- 
mán Cristóbal  Teófilo  de  Murr  y  fué  reproducido  en  el  Anuario  hidrográfico  de  Chile  de  1889. 

Diario  que  ha  formado  D.  Juan  Ruiz,  teniente  de  artillería  del  fuerte  de  San  Carlos,  comandante 
de  la  expedición  de  reconocimiento  del  Archipiélago  y  tierras  del  Sur  de  la  provincia  de  Chiloe.  Año  1 770, 
Mss.  del  siglo  xviii.  Academia  de  la  Historia,  12-26-4.  D.  91. 

También  hay  no  pocas  noticias  autobiográficas  en  el  Viaje  literario  á  las  Iglesias  de  España,  por 
Fray  Jaime  Viilanueva,  Madrid,  1803  á  1852;  22  vols.  en  8.°  Lo  mismo  sucede  con  las  obras  de  don 
Antonio  Ponz:  Viaje  de  España  en  que  se  da  noticia  de  las  cosas  más  apreciables  y  dignas  de  saberse 
que  hay  en  ella.  Madrid,  por  D.  Joaquín  de  Ibarra.  MDCCLXXXVI-MDCCXCIV;  18  vols.  en  8." 

Viaje  fuera  de  España  (por  Francia,  Inglaterra,  Bélgica  y  Holanda).  Madrid,  por  D.  Joaquín  de 
Ibarra,  MDCCLXXXV;  2  vols.  en  8." 

Apuntes  del  diario  ó  itinerario  de  mi  viaje  á  Francia  y  Flandes,  en  compañía  de  mi  alumno  el 
Excmo.  Sr.  D.  Francisco  de  Silva  y  Bazan  de  la  Cueva,  Marqués  del  Viso,  primogénito  del  Excelentí- 
simo Sr.  Marqués  de  Santa  Cruz,  de  su  esposa  la  Excma.  Sra.  Z)."  María  Leopolda,  de  los  padres  de 
esta  señora  Excmos.  Duques  del  Infantado  y  de  toda  su  familia  y  comitiva,  en  los  años  de  1777  y  1 778. 
Por  D.  José  de  Viera  y  Clavijo.  Santa  Cruz  de  Tenerife.  Impr.  y  libr.  Isleña,  1849;  1  vol.  en  4." 

Diario  de  los  viajes  hechos  en  Cataluña,  por  D  Francisco  de  Zamora.  Año  de  1787.  Ms.  orig.  1  vol. 
en  fol.  Bibl.  Nac.  Mss.  de  Gayangos.  D.  Francisco  de  Zamora  fué  alcalde  del  crimen  en  Barcelona 
desde  el  año  1784.  Aficionado  á  la  Arqueología  hizo  varias  excursiones  por  el  Principado,  y  escril)ió 
en  este  libro  sus  observaciones,  que  no  dejan  de  tener  bastante  originalidad. 

Relación  de  los  via,jes  por  la  América  Meridional  y  Septentrional  del  emigrado  español  Francisco 
de  ligarte  Videa.  Madrid.  Oficina  de  Ortega,  1834.  74  págs.  en  8." 

Viaje  curioso  é  instructivo  de  Manila  «  Cádiz,  por  China,  Batavia,  el  Brasil  y  Portugal,  con  una 
descripción  de  los  usos,  costumbres,  comercio  y  de  las  cosaz  mas  notables  de  dichos  [mises,  por  don 
Rafael  Díaz  Arenas.  Cádiz,  Impr.  de  D.  Ferós,  1840;  1  vol.  en  8." 

Viajes  de  D.  Jacinto  de  Salas  y  Quiroga  por  la  isla  de  Cuba,  Puerto- Rico  y  las  Antillas  Madrid, 
[mpr.  de  Boix,  1840;  1  vol.  en  4." 

Recuerdos  de  viaje  por  Francia  y  Bélgica  en  1840  y  1841.  Su  autor,  e!  Curioso  Parlante.  Madrid, 
Imprenta  de  M.  de  Burgos,  1841;  1  vol.  en  8,°,  de  IV-332  páginas. 

Viajes  de  Fr  Gerundio  (D.  Modesto  Lafuente)  por  Francia,  Bélgica]  Holanda  y  orillas  del  Rhin. 
Madrid,  Impr.  de  F.  de  P.  Mellado,  1843;  2  vol.  en  8."  mayor.  Hay  otra  edición  hecha  en  la  misma 
imprenta  un  año  después. 

Viajes  jjor  Italia  con  la  expedición  española,  por  D.  José  Gutierre/,  de  la  Vega  Madrid,  imprenta 
de  Aguirre,  Badia  y  C  ",  1851;  2  vol,  en  8."  Esta  obra  fué  traducida  al  italiano  en  el  mismo  año  y 
publicada  en  Rieti. 

De  Madrid  á  Ñapóles,  pasando  por  París,  Ginebra,  el  Mont-Blanc  el  Simplón,  el  Lugo  Mayor, 
Turin,  Pavía,  Milán,  el  Cuadrilátero,  Venecia,  Boloniay  Módena,  Parma,  Genova ,  Pisa,  Florencia, 


Lviii  AÜTOBIOGKAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Roma  y  Gaeta.  Viaje  de  recreo,  realizado  durante  la  guerra  de  1860  y  sitio  de  Gaeta  en  1861,  por  don 
Pedro  Antonio  de  Alaicón.  Míidrid,  Impr.  de  Gaspar  y  Koig,  1861;  1  vol.  en  4.° 

Las  Afortunadas,  viaje  descriptivo  ti  las  Canarias,  por  D.  Benigno  Carballo  Wangüemert.  Madrid, 
Imprenta  de  Manuel  Galiano,  1862;  389  págs.  en  8." 

Los  confinados  á  Fernando  Póo  é  impresiones  de  un  viaje  a  Guinea,  por  Franciüco  Javier  Balnia- 
seda.  Nueva  York,  Irapr.  de  La  Revolución,  1869;  288  págs.  en  8,° 

De  la  Puerta  del  Sol  á  las  Pirámides  Viaje  al  Istmo  con  escala  en  Jerusalén,  por  Arturo  Baldá- 
sano  y  Topete.  Madrid,  Impr.  de  Fortanet,  1870;  126  págs.  en  8.» 

Un  viaje  2}or  Oriente.  De  Manila  li  Marianas,  por  D.  Juan  Alvareií  Guerra.  Madrid,  Impr.  de 
O.  Moliner,  1872;  236  págs.  en  8.° 

Viajes  por  Oriente.  De  Manila  á  Tayahas,  por  D.  Juan  Alvarez  Guerra.  Manila,  Est.  tip.  de 

C.  Miralles,  1878;  308  págs.  en  8." 

Viaje  á  Oriente  de  la  fragata  de  guerra  ííArapilesy)  y  de  la  comisión  científica  que  llevó  a  su  bordOf 
escrito  por  el  doctor  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  presidente  de  dicha  Comisión.  Barce- 
lona, Impr.  de  J.  Jepús  Roviralta,  1876;  Tip.  de  «La  Academia»,  1878;  2  vol.  en  folio. 

Una  Embajada  á  Marruecos  en  1882.  Apuntes  de  viaje,  por  D.  Wenceslao  Kamircíi  de  Villa- 
Urrutia.  Madrid,  Impr.  de  Rivadeneyra,  1883;  64  págs.  en  8  ° 

Expedición  geográJico-miUtar  al  interior  y  costas  de  Marruecos,  por  Julio  Cervera  Baviera,  capi- 
tán de  ingenieros;  septiembre,  octubre,  noviembre  y  diciembre  de  1884.  Barcelona,  Est.  tip.  de  Fidel 
Giró,  1885;  181  págs.  en  4." 

Del  Atlántico  al  Pacifico.  Apuntes  é  impresiones  de  un  viaje  á  través  de  los  Estados  Unidos,  por 

D.  Juan  Bustamante  y  Campuzano.  Madrid,  Impr.  á  cargo  de  Víctor  Saiz,  1885;  439  págs.  en  8.° 

De  Madrid  á  Panamá.  Vigo,  Tuy,  Tenerife,  Puerto  Rico,  Cuba,  Colón  y  Panamá.  Crónica  de  la 
expedición  enviada  por  el  Excmo.  Sr.  Marqués  de  Campo,  escrita  por  D.  F.  Peris  Mencheta,  ilustrada 
por  D  T.  Campuzano,  con  un  prólogo  del  Excino.  Sr.  D,  J.  Navarro  Reverter.  Valencia,  Impr.  de 
G.  Guix,  1886;  320  pág.  en  8.» 

Impresiones  de  viaje,  por  D.  Segismundo  Bermejo,  capitán  de  navio.  Cartagena,  Impr.  de 
H.  García,  1886;  166  págs.  en  8."  Este  viaje  fué  hecho  por  Francia,  Suiza,  Austria,  Alemania  é 
Italia. 

Viaje  á  Tierra  Santa  (Egipto  y  Siria)  en  la  primavera  de  1888,  por  D,  Ángel  María  de  Barcia 
y  Pavón.  Madrid,  Irapr.  de  M.  Tello,  1889;  1  vol.  en  8." 

De  la  Peña  al  Sahara.  Apuntes  de  viaje.  El  Tell,  el  pequeño  desierto,  el  Sahara  y  la  frontera 
de  Marruecos,  por  Juan  Felipe  de  Lara.  Madrid,  Impr.  de  Infantería  de  marina,  1888;  195  páginas 
en  8." 

Filipinas.  Notas  de  viaje  y  de  estancia,  por  el  malogrado  Regente  interino  de  la  Audiencia  de 
Manila  D  José  Fernández  Giner,  con  un  prólogo  de  D.  Luis  de  Rute.  Madrid,  Impr.  Popular,  1889; 
XVI.207pág8.  en  8." 

Ocho  días  en  Tánger.  Impresiones  de  un  viaje  agradable  y  corto  de  cuatro  buenos  amigos,  sin 
equipaje,  por  Ángel  Muro.  Madrid,  Tip.  de  los  huérfanos,  1891;  63  págs.  en  8." 

De  Palma  á  ConsUxntinopla  y  de  Constantinopla  á  Palma.  Impresiones  de  viaje,  por  D.  Pedro 
Martínez  y  Rosicli,  con  un  prólogo  de  D.  Alejandro  Roselló  y  Pastors.  Palma,  Tip.  de  J.  Colomar  y 
Salas,  1892;  VIII-lSl  págs.  en  8." 

Viaje  á  América.  Estados  Unidos,  Exposición  Universal  de  Chicago,  México,  Cuba  y  Puerto  Rico, 
por  Rafael  Puig  y  Valls.  Barcelona,  1894;  2  vols.  en  8.°,  de  235  y  262  págs. 

Apuntes  sobre  Marruecos,  por  el  comandante  de  ingenieros  D.  Eduardo  Cañizares  y  Moyano, 
Madrid,  imprenta  del  Memorial  de  Ingenieros,  1895;  223  págs  en  4."  Contiene  la  relación  de  algunos 
viajes  hechos  por  el  autor  en  Marruecos,  minuciosamente  descritos  en  las  páginas  113  á  211. 

El  viage  de  Ambrosio  de  Morales  por  orden  del  Rey  D.  Phelipe  II  á  los  Rey  nos  de  León  y  Gali- 
cia y  Principado  de  Asturias,  editado  por  el  P.  Henrique  Florez  (Madrid,  1765),  no  tiene  de  tal  otra 
cosa  que  el  título. 


CAPITULO   Y 

I.  DuEGO  García  de  Paredes. — 11.  Bernal  Díaz  del  Castillo. 

TTT.  D.  Antonio  de  Qüiroga. — FV.  Domingo  de  Toral. — V.  Miguel  de  Castro. 

VI.  Alonso  Soleto  Pernía.— YII.  D.  Félix  Nieto  de  Silva.— VIIL  D.  Juan  Van-Halen. 

IX.  D.  Manuel  Llauder.— X.  D.  Francisco  Espqz  y  Mina. — XI.  D.  José 

M.  Paz. — XII.  D.  Fernando  Fernández  de  Córdoba. 


Desde  hace  mucho  tiempo  se  ha  venido  reimprimiendo  una  Relación  atribuida  al 
Sansón  de  Extremadm-a,  Diego  García  de  Paredes,  en  la  cual  éste  cuenta  varios  de  sus 
hechos  (').  Como  auténtica  fué  admitida  por  Tamayo  de  Vai-gas,  y  hasta  nuestros  días  na- 
die paró  mientes  en  que  dicha  Relación  era,  si  no  manifiestamente  apócrifa ,  sospechosa 
cuando  menos.  Tal  es  la  opinión  de  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  quien  dice: 

(')  Summa  de  las  cosas  que  acontecieron  á  Diego  García  de  Paredes  y  de  lo  que  hizo;  escrita  por 
el  mismo  quando  estaua  enfermo  del  mal  de  que  morió.  Ms  del  siglo  xvi;  4  hojas  en  folio;  Bibl.  Nac, 
G.  77,  folioB  186  á  189. 

Diego  García  de  Paredes  nació  en  Trujillo  hacia  el  año  1466;  militó  varias  veces  en  el  ejército 
pontiíicio  y  luego  con  el  Gran  Capitán  en  Ñapóles;  peleó  en  la  célebre  batalla  de  Ravena.  Murió  en 
Bolonia  á  consecuencia  de  una  caída  en  el  año  1530. 

Acerca, de  la  relación  que  dejó  dice  Tamayo  de  Vargas:  «Escribió  en  este  [tiempo]  la  breve 
summa  de  su  vida  i  liechos  que  o¡  go9amos,  con  tan  poca  ambición,  que  aun  lo  que  le  pudiera  dar 
maior  gloria  olvida,  i  lo  que  refiere  es  con  tanta  sencillez  que  aun  los  estraños  hacen  dello  los  enca- 
recimientos que  él  no  admitía,  aunque  verdaderos». 

Diego  Garda  de  Paredes  i  relación  de  sv  tiempo.  Al  Rei  Catholico  N.  S.  D.  Phelipjje  IV.  Por  Don 
Thomas  Tamaio  de  Vargas.  (Al  fin  )  En  Madrid.  Por  Luis  Sánchez.  Año  de  M.DCXXI.  141  hojas 
en  4.0  Folio  137. 

La  Relación  de  que  hablamos  fué  publicada  en  la  siguiente  obra,  sin  razón  atribuida  á  Hernán 
Pérez  del  Pulgar: 

Coronica  llamada  las  dos  Conquistas  del  reyno  de  Ñapóles^  donde  se  cuentan  las  altas  y  heroycas 
virtudes  del  serenissimo principe  Rey  don  Alonso  de  Aragón.  Con  los  hechos  y  hazañas  maravillosas  que 
en  paz  y  en  guerra  hizo  el  Gran  Capitán  Gonzalo  Hernández  de  Aguilar  y  de  Córdoba.  Con  las  claras 
y  notables  obras  de  los  Capitanes  don  Diego  de  Mendoza  y  don  Hugo  de  Cardomi.  el  conde  Pedro  Na- 
varro, Diego  García  de  Paredes  y  otros  valerosos  capitanes  de  su  tiempo.  Fué  impressa en  la  muy 

noble  y  leal  ciudad  de  Zaragoza  en  casa  de  Agustín  Millan.  Acabóse  á  quince  dias  del  ties  de  Setiembre 
de  mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  nueve  años.  1  voi.  en  fol.  letra  gótica. 

Breve  suma  de  la  vida  y  hechos  de  Diego  García  de  Paredes.  La  qual  el  mismo  la  escriuió,  y  la  dexó 
firmada  de  su  nombre,  como  al  fin  della  parece.  (Jaragoca,  luán  Larumbo.  Año  de  1613.  6  hojas  en  4." 

Últimamente  la  ha  reproducido  el  Sr.  Menéndez  y  Pelayo  en  las  Obras  de  Lope  de  Vega,  publi- 
cadaspor  la  Real  Academia  Española;  tomo  XI,  págs.  CXXVII  á  CXXXII.  Hállase  incluida,  entre 
las  doctísimas  advertencias  con  que  ilustra  el  sabio  director  de  la  Biblioteca  Nacional,  la  comedia  de 
Lope  intitulada:  La  contienda  de  Diego  García  de  Paredes  y  el  Capitán  Juan  de  ürbina. 


Lx  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

«Basta  pasar  los  ojos  por  esta  Relación  para  sospechar  que,  si  no  es  enteramente 
apócrifa  (y  por  su  estilo  no  lo  parece) ,  está  á  lo  menos  corrompida  é  interpolada», 

«Ha  de  considerarse,  pues,  este  Sumario,  ó  como  un  rifaci mentó  de  memorias  origi- 
nales, cuya  existencia  no  nos  atrevemos  á  negar  de  plano,  ó  como  una  leyenda  popular 
y  soldadesca,  forjada  por  autor  desconocido,  con  recuerdos  algo,  confusos  y  anacrónicos 
de  las  andanzas  del  hercúleo  extremeño»  ('). 

En  efecto:  los  campeones  del  desafío  de  Barleta  no  fueron  doce,  como  escribe  García 
de  Paredes,  sino  once;  éste  se  equivoca  por  completo  al  dar  los  nombres,  como  también 
al  afirmar  que  mm-ieron  todos  los  caballeros  franceses,  cuando  consta  por  Hernando  del 
Pulgar  que  sólo  perdió  la  vida  uno  á  los  golpes  de  Diego  de  Vera;  ninguna  de  las  dos 
partes  pudo  envanecerse  de  haber  ganado  la  contienda,  por  cuyo  motivo  el  Gran  Capitán 
dijo  á  García  de  Paredes:  «Por  mejores  os  envié  yo»  ('). 

Según  dicha  Relación,  Paredes  es  un  hércules  incapaz  de  sentir  el  miedo,  mas  tam- 
bién un  pendenciero  sin  entrañas  y  hombre  malvado  con  ribetes  de  fanfarrón.  Estando  en 
Roma  de  alabardero  disputa  con  un  caballero  sobre  quién  tiraba  mejor  la  barra  y  armado 
de  ésta  hiere  y  mata  á  varios  criados  de  aquél.  Siendo  su  alférez  Juan  de  ürbina  escala 
los  mm-os  de  Biu-go  de  la  Tierra,  y  no  encontrando  la  llave  de  las  puertas  arranca  violen- 
tamente el  cerrojo  con  las  manos;  desafía  al  capitán  Cesáreo  Romano  y  le  corta  la  cabeza. 
Hecho  prisionero  por  los  franceses  poco  después  de  la  batalla  de  Ravena,  abrázase  á  cuatro 
hombres  que  lo  conducían  al  pasar  un  puente  y  sálvase  nadando  mientras  los  enemigos 
perecen  ahogados.  Tiene  un  duelo  con  el  coronel  Palomino;  combaten  ambos  «  con  espada 
sola,  en  calzas  y  en  camisa»,  y  Paredes  corta  á  éste  ima  mano,  derribándole  al  suelo. 
Lucha  en  singular  batalla  con  un  francés,  siendo  gruesas  porras  el  arma  escogida,  y  le 
magulla  la  cabeza  al  primer  golpe.  Más  adelante  viene  á  España,  y  en  una  posada  de  Coria 
se  encuentra  con  unos  bulderos,  dos  rufianes  y  dos  mujeres  de  la  casa  llana;  hácenle  varias 
preguntas  y  á  ninguna  responde;  propásanse  á  burlas  con  él,  y  entonces,  irritado,  des- 
envaina la  espada,  abre  la  cabeza  á  un  rufián  y  arroja  al  fuego  mujeres  y  bulderos,  que 
salieron  medio  chamuscados. 

n 

Al  género  autobiográfico  pertenece  la  Verdadera  historia  de  los  sucesos  de  la  cmi- 
quista  de  la  Nueva  España,  compuesta  por  el  rudo  soldado  de  Medina  del  Campo  Bernal 
Díaz  del  Castillo,  Retirado  en  la  vejez  á  su  quinta  de  Chiquimula,  creía  mal  recompen- 
sados sus  servicios,  y  habiendo  leído  la  OrÓ7iica  de  la  conquista  de  la  Nueva  EsiJaña, 
que  publicara  López  de  Gomara  en  el  año  1552,  donde  se  enaltecían  los  méritos  de  Cortés 
con  detrimento  de  quienes  tanto  cooperaron  á  las  inmortales  empresas  de  éste,  valido  de 
su  memoria,  que  debía  ser  prodigiosa  para  acordarse  con  tal  fidelidad  de  infinitos  deta- 
lles, escribió  la  obra  citada  con  ánimo  de  poner  las  cosas  en  su  pimto  (•^). 

(>)  Obra  citada,  págs.  CXXXII  y  GXXXIII. 

(')   Véanse  los  Anales  de  Zurita,  libro  V,  cap.  III. 

(3)  Historia  verdadera  de  la  conquista  de  la  Nueva  España,  por  Fernando  Cortes,  y  de  las  cosas 
acontecidas  desde  el  año  1518  hasta  la  su  muerte  en  el  año  1547,  y  después  hasta  el  de  1550,  escrita  por 
el  Capitán  Bernal  Diaz  del  Castillo,  uno  de  sus  conquistadores,  y  sacada  a  luz  por  el  P.  Alonso Memon. 
Madrid,  1632;  1  vol.  en  folio. 


INTRODUCCIÓN  lxi 

Hombre  incapaz  de  velar  sus  juicios,  usa  generalmente  de  un  lenguaje  crudo,  pero 
sin  que  la  pasión  lo  llevara  á  cometer  injusticias,  demostrando  que  no  era  pequeña  la 
generosidad  de  su  alma.  Aunque  resentido  de  Cortés,  á  quien  tilda  de  parcial  y  de  olvi- 
dar sus  más  fieles  servidores,  rechaza  las  murmuraciones  y  calumnias  que  contra  éste 
corrían.  Había  consignado  el  Padre  Las  Casas,  inclinado  siempre  á  la  maledicencia,  ima 
versión  absurda  de  la  traición  hecha  por  Cortés  á  Velázquez  cuando  salió  de  Santiago 
con  rumbo  á  las  playas  mejicanas.  Bernal  Díaz,  testigo  presencial,  afirma  que  Cortés  «se 
fué  á  despedir  de  Diego  Velázquez»  ('),  mientras  que,  según  Las  Casas,  salió  furtiva- 
mente, sin  consentimiento  y  aun  con  desprecio  del  gobernador. 

Verdad  es  que  censura  el  suplicio  de  Cuauhtémoc,  ordenado  por  Cortés,  «  muerte  que 
le  dieron  muy  injustamente  dada»  (- ) ;  pero  disculpa  á  éste  del  tormento  que  antes  sufrió 
aquél  para  que  descubriese  sus  riquezas,  pues  consintió  en  acto  tan  bárbaro  á  fin  de  probar 
que  no  estaba  en  inteligencia  con  el  cautivo  monarca  ni  quería  arrebatarle  él  solo  sus 
tesoros  ('). 

Incapaz  de  reticencias,  habla  de  varios  compañeros  suyos  con  un  lenguaje  que,  de 
pm-o  franco,  resulta  modelo  de  naturalismo,  hecho  que  da  al  rústico  estilo  de  Bernal  Díaz 
no  escasa  energía;  tal  es  el  retínate  de  aquel  Raugel,  encargado  de  someter  los  zapotecas, 
á  pesar  de  que  «estaba  siempre  doliente  y  con  grandes  dolores  y  bubas,  y  muy  flaco,  y 
las  zancas  y  piernas  muy  delgadas,  y  todo  lleno  de  llagas,  cuerpo  y  cabeza  abierta»,  por 
lo  cual  se  malogró  la  expedición,  pues  « el  pobre  Rangel,  dando  voces  del  dolor  de  las 
bubas » ,  se  encontró  con  indios  hábiles  flecheros,  habitantes  en  llanuras  pantanosas,  de 
modo  que  retrocedió  sin  fruto  alguno  (^). 

De  Al  varado,  «vicioso  en  el  hablar  demasiado»  (^),  niega  el  célebre  salto,  «porque 
ya  que  quisiera  saltar  y  sustentarse  en  la  lanza  en  el  agua,  era  muy  honda,  y  no  pudiera 
allegar  al  suelo  con  ella;  y  demás  desto  la  abertura  muy  ancha  y  alta,  que  no  la  podría 
saltar  por  muy  más  suelto  que  era»  (").  Pero  niega  que  dejase  perecer  á  Juan  Veláz- 
quez con  doscientos  soldados,  según  decía  Caray,  autor  de  pasquines  y  libelos  difama- 
torios. Y  en  verdad  que  nadie  como  Bernal  Díaz  podía  referir  la  conquista  de  México  y 
aun  de  otras  regiones  comarcanas.  Había  asistido  al  descubrimiento  de  Yucatán  por 
Francisco  Fernández  de  Córdoba  (1517),  militado  con  Juan  Pouce  de  León  en  la  Flo- 
rida, ido  con  Grijalva  á  las  playas  de  México  (1518)  y  luego  acompañado  á  Cortés  en 
su  extraordinaria  epopeya,  tomando  parte  en  los  hechos  más  notables,  de  modo  que  pudo 
escribir  con  orgullo  de  sí  mismo: 

«  Por  manera  que,  á  la  cuenta  que  en  esta  Relación  hallarán,  me  he  hallado  en  ciento 
y  diez  y  nueve  batallas  y  reencuentros  de  guerra,  y  no  es  mucho  que  me  alabe  dello, 
pues  que  es  la  mera  verdad;  y  estos  no  son  cuentos  viejos  ni  de  muchos  años  pasados, 
de  historias  romanas  ni  ficciones  de  poetas,  que  claros  y  verdaderos  están  mis  muchos  y 
notables  servicios  que  he  hecho  á  Dios  primeramente  y  á  Su  Majestad  y  á  toda  la  cris- 
tiandad » . 

(*)  Obra  citada,  cap.  XX. 

(2)  ídem,  cap.  CLXXVII. 

(3)  ídem,  cap.  CLVll. 
(*)  Capítulo  CLXIX. 
(S)  Capítulo  XGVII. 
(;«)  Capítulo  CXXVIIJ 


Lxn  autobiografías  Y  MEMORIAS 


III 


Como  iutermetlio  entre  la  verdadera  autobiografía  y  las  alejs^acioues  de  servicios  puede 
ser  considerada  la  Memoria  de  lo  sucedido  á  D.  Antonio  de  Qu  i  rocín  ('),  que  éste  dejó 
escrita,  limitada  á  consignar  las  campañas  que  hizo  en  América  peleando  contra  los 
araucanos. 

En  el  año  1573  se  reclutaba  una  compañía  de  soldados  para  que  en  Chile  peleasen 
contra  los  araucanos,  siempre  rebeldes;  de  ella  fué  nombrado  capitán  D.  Antonio  de  Qui- 
roga,  quien  antes  de  estar  reunida  la  gente  se  embarcó,  y  después  de  sufrir  una  furiosa 
tempestad  llegó  á  Panamá;  desde  Panamá  fué  á  Los  Reyes,  donde  á  la  sazón  estaba  el 
virrey  del  Perú  D.  Francisco  de  Toledo  visitando  el  país;  llegado  á  Chile,  cuyo  goberna- 
dor era  su  tío  D.  Rodrigo  de  Quiroga,  se  reunió  con  sus  soldados,  que  desembarcaron  en 
Valparaíso,  y  muy  pronto  entró  en  campaña.  Ganó  por  asalto  un  fuerte  levantado  por  los 
rebeldes  cerca  del  río  Biobío;  en  1578  se  apoderó  de  otro  levantado  en  el  cerro  de  Yilla- 
gra,  donde  recibió  algunos  flechazos;  junto  con  el  gobernador  entró  en  la  provincia  de 
Tucapel,  ya  vencida  la  de  Arauco,  Pocas  guerras  habían  emprendido  los  españoles  tan 
formidables  cemo  aquélla;  derrotados  los  araucanos  rehacíanse  muy  luego  y  hostilizaban 
de  continuo  á  sus  enemigos,  llegando  su  audacia  hasta  incendiar  por  la  noche  los  pueblos 
en  que  éstos  se  acuartelaban.  Es  más;  en  ocasiones  tomaban  la  ofensiva,  como  sucedió 
junto  al  río  LleoUeo;  asaltaron  el  campamento  de  los  españoles,  quienes  estaban  descui- 
dados, y  en  breves  momentos  se  hallaron  ya  dentro;  D.  Antonio  de  Quiroga,  apoyado  en 
el  tronco  de  un  árbol,  peleó  contra  un  grupo  numeroso  de  indios,  quienes  le  ati-avesaron 
la  adarga  de  cuatro  lanzadas;  recibió  un  flechazo  en  la  boca  y  varios  golpes  de  macana. 
Costó  sumo  trabajo  rechazar  la  acometida  de  los  araucanos. 

Muerto  el  gobernador  D.  Rodrigo  de  Quií'oga,  fué  proveído  este  cargo  en  D.  Alonso 
de  Sotomayor,  quien  lejos  de  agradecer  á  D.  Antonio  sus  muchos  servicios,  le  quitó  una 
encomienda  que  había  obtenido  cuatro  años  antes.  Viéndose  entonces  sin  hacienda  y  car- 
gado de  deudas  por  su  generosidad,  pues  daba  de  comer  á  veinte  soldados  pobres,  vino 
á  España  para  que  el  Consejo  de  Indias  le  hiciera  justicia. 


IV 

El  capitán  Domingo  de  Toral,  nacido  en  Villaviciosa  (Asturias)  en  el  año  1598,  con- 
signó brevemente  los  principales  hechos  de  su  vida,  sin  descender  á  menudencias  ni 
perder  el  tiempo  en  relatar  amoiíos  que  solamente  para  los  protagonistas  pudieron  ofre- 
cer algún  interés,  distinguiéndose  en  esto  de  Miguel  de  Castro  y  otros  soldados' fanfarro- 
nes que  dedicaron  largos  párrafos  á  transmitirnos  los  nombres  y  hechos  de  sus  coimas, 

(')  Memoria  de  lo  sucedido  á  Don  A7ito7iio  de  Quiroga  desjmes  que  dexó  la  casa  de  sus  padres,  para 
por  ella,  siendo  Dios  servido,  disponer  su  alma  para  darle  cuenta,  y  á  sus  hijos  y  deudos  y  personas  á 
quien  tiene  ohligacinn  en  el  mundo.  Ms.  del  «¡glo  xvil,  G7  págs.  en  fol.  (Bibl.  Nac.  Mea.  G.227.) 

Publicada  en  el  toiuo  XCIV  de  la  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España, 
págs.  3  á  71. 


INTRODUCCIÓN  lxiii 

y  de  pasajes  que  sólo  pueden  servir  para  ilustrar  el  Dafoar  il  otra  obra  del  mismo  género. 
Hijo  Toral  de  pobre  familia,  sirvió  eu  Madrid  á  un  señor;  ávido  de  libertad  huyó 
muy  joven  de  aquella  casa  y  anduvo  «cuatro  años  peregrinando  por  España  como  otro 
Lazarillo  de  Termes» ,  Vuelto  á  la  Corte,  poi-  ciertas  estocadas  que  dio,  se  decidió  á  sentar 
plaza  en  la  compañía  de  Cosme  de  Médicis;  embarcóse  en  Lisboa  para  Flandes,  y  allí 
sirvió  bajo  las  órdenes  de  D.  Francisco  Lasso.  Más  tarde  lo  vemos  ir  á  la  India  oriental 
con  el  gobernador  D.  Miguel  de  Noronha,  militai-  en  Goa,  reconocer  el  puerto  de  Ormuz 
y  tomar  parte  en  el  sitio  de  Bomba(,'a  (Mombaza),  ciudad  del  África.  Enemistado  con  el 
virrey  determinó  venir  á  España  atravesando  la  Persia,  viaje  peligrosísimo  que  realizó 
yendo  desde  Ormuz  á  Ispahán  y  luego  por  Babilonia  á  la  Siria;  embarcóse  en  Alejandreta 
y  llegó  á  Barcelona  en  el  año  1634.  La  narración  de  Toral,  escrita  sin  afectación,  pare-^-e 
bastante  fidedigna  ( ' ) . 


Menos  veraz  que  Toral  se  mosti'ó  en  su  Vida  el  soldado  Miguel  de  Castro,  tipo  cum- 
plido del  miles  gloriosiis,  tal  como  lo  concibió  el  gran  cómico  latino;  su  relación,  aunque 
no  despreciable  por  las  referencias  que  hace  á  personajes  y  hechos  de  su  tiempo,  es  una 
serie  inacabable  de  amoríos,  requiebros  y  pendencias;  muy  pagado  de  sí  mismo,  apenas 
si  habla  de  otra  cosa  que  de  sus  proezas.  Con  todo,  como  no  hay  libro  que  no  contenga 
algo  de  bueno.  Castro  nos  dejó  en  el  suyo  una  descripción  notable  de  la  Corte  de  los 
virreyes  de  Ñápeles,  dándonos  exacta  y  minuciosa  idea  del  esplendor  y  boato  con  que 
éstos  vivían  (^). 

Por  esta  razón  y  la  prolijidad  con  que  se  ocupa  Castro  de  sns  amigas,  de  sus  escapa- 
torias nocturnas  y  de  sus  pendencias,  tiene  el  aspecto  su  autobiografía,  más  que  de  libro 
histórico,  de  una  novela  sin  invención  ni  episodios  dramáticos,  escrita  en  estilo  difuso, 
oscuro  y  modelo  de  incorrección.  Los  hechos  de  armas  ocupan  pocas  páginas;  fuera  del 
asalto  de  Dm-azo  (Albania)  por  la  armada  del  marqués  de  Santa  Cruz,  y  de  la  derrota 
y  muerte  del  Adelantado  de  Castilla  D.  Juan  de  Padilla  en  la  Mahometa,  jornadas  á  las 
qne  asistió  nuesti'O  soldado,  de  nada  importante  se  ocupa  éste.  En  cambio  dedica  inter- 
minables páginas  á  sus  relaciones  amorosas  con  la  cortesana  Luisa  Sandoval,  como  si  la 
sensualidad  de  un  soldado  pudiera  interesar  á  nadie  sino  á  él. 

Para  colmo  de  inverosimilitud.  Castro  dice  claramente  (^ue  todas  las  hazañas  aludidas 
las  había  realizado  desde  los  once  á  los  diez  y  ocho  años  de  su  edad;  ahora  bien:  ¿cabe 
en  un  muchacho  de  doce  años  tal  precocidad  para  el  vicio  y  aun  para  el  crimen,  que 
en  Salofre  (Ñapóles)  sedujera  á  la  viuda  Virgilia,  matase  á  dos  parientes  de  ésta  que  le 
perseguían  y,  con  objeto  de  evitar  ((ue  su  infeliz  amante  declarase  eu  el  tormento,  la 
envenenase  traidoramente  ? 

(•)  Relación  de  la  vida  del  Capitán  Dominan  de  Toral  y  Vahlés,  escrita  por  el  miamo  Caiñtún. 
Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditoíí  para  la  Historia  de  España,  tomo  LXXT,  pá^s.  49y 
á547. 

C'^)  Vida  del  soldado  español  Miguel  de  Castro  (Ió9;í-1G11),  escrita  jmr  el  mismo;  piililicada  por 
A.  Paz  y  Melia.  Barcelona,  Tip.  L'Aven9,  1900;  1  volumen  en  4." 


autobiografías  y  memorias 


VI 


El  grande  interés  que  tiene  la  relación  autobiográfica  de  Alonso  Soleto  ( ' )  para  la 
historia  geográfica  de  América  y  el  estar  inédita,  sin  que  nadie  la  haya  estudiado  hasta 
ahora,  nos  ha  movido  á  copiarla  íntegra  y  dar  algunas  noticias,  en  parte  nuevas,  acerca 
de  los  hechos  realizados  por  aquél  en  busca  del  Dorado. 

Los  errores  geográficos  y  las  leyendas  han  tenido  en  la  Historia  una  influencia  más 
positiva  en  ocasiones  que  la  misma  realidad,  cuya  esfera  se  dilataba  mientras  se  corría 
tras  un  ideal  fantástico.  Las  filbulas  del  Cipango  y  el  concepto  equivocado  que  Colón 
tenía  del  globo  terráqueo  le  impulsaron  á  sus  maravillosos  descubrimientos.  Otra,  la  del 
Dorado,  fué  ocasión  de  viajes  y  exploraciones  en  la  América  del  Sur,  que  no  se  habrían 
realizado  sin  ella;  viajes  y  exploraciones  que  abrieron  nuevos  horizontes  á  la  ciencia  geo- 
gráfica y  al  comercio.  La  leyenda  del  Dorado,  reino  al  que  se  daban  también  los  nombres 
de  Manoa  y  Faytiti,  nació  apenas  conquistado  el  Perú,  cual  si  los  indios,  viendo  hundido 
el  secular  imperio  jle  los  Incas,  se  consolasen  creyendo  en  que  una  monarquía  de  su  raza 
guardaba  su  independencia  allá  en  países  remotos  y  poseía  más  tesoros  que  todos  los 
arrebatados  por  los  españoles  en  los  templos  del  Cuzco,  en  los  palacios  de  Atahualpa  y 
en  las  guacas  de  sus  antepasados. 

Del  Paytiti  y  de  su  camino  se  daban  detalles  parecidos  á  los  de  aquellos  que  figuran 
en  los  libros  de  caballerías,  según  Lorenzo  Caballero  (-): 

«Para  llegar  adonde  está  la  riqueza  han  de  pasar  por  una  angostura  de  dificultades, 
que  son  estas:  á  mano  izquierda  unos  pantanos  que  á  pié  ni  á  cavallo  no  podrían  pasar, 
y  á  mano  derecha  una  montaña  sembrada  de  yndios  que  comen  carne  humana;  y  pasadas 
todas  estas  dificultades  llegarían  á  unas  provincias  de  yndios  desnudos  que  adoran  en 
peces  y  páxaros,  poblados  en  raso  á  verá  de  una  laguna  grande  con  una  piedra  cuadrada 
en  medio». 

Diego  Felipe  de  Alcayaga,  cura  de  Hataca,  refiere  de  la  siguiente  manera  la  leyenda 
del  Paytltl  ó  Dorado,  según  la  leyó  en  los  apuntes  de  su  padre  el  capitán  Martín  Sánchez 
de  Alcayaga,  considerada  por  ambos  como  histórica.  Antes  de  que  llegasen  los  españoles 
al  Perú,  codicioso  el  rey  Inca  Mango  de  añadir  nuevas  provincias  á  sus  dominios,  encargó 
á  su  hijo  Guacané  la  conquista  del  país  de  Grigota  (Güelgorlgotá);  llegado  éste  con  pode- 
roso ejército  á  los  valles  de  Mizque,  entró  en  Savaypata,  donde  estableció  sus  reales; 
fabricó  un  acueducto  subterráneo,  cuyas  aguas  se  den-amaban  en  una  fuente  á  modo  de 
caracol,  y  consti'uyó  un  fuerte  castillo  de  piedra  labrada.  Provisto  de  hachas  de  cobre, 

(')  Vi  este  curioso  documento  el  año  p.isado  en  el  Archivo  de  Indias;  hállase  copiado  con  otros 
varios  tocantes  al  Dorado  ó  Paytiti.  Todos  ellos  son  copia  autorizada  en  la  ciudad  de  Potosí  por  el 
escribano  Jerónimo  Flores  Bohorques,  á  23  de  marzo  de  1636.  Consta  de  40  hojas  en  folio.  Signa- 
tura: Audiencia  de  Charcas,  Est.  74,  Caj.  4,  Leg.  6. 

Contiene  las  declaraciones  que  acerca  del  Dorado  prestaron  Diego  Felipe  de  Alcayaga,  varios 
chiriguanos,  cuyos  dichos  recogió  Gonzalo  de  Solís,  el  P.  Jerónimo  de  Villarnao,  los  Capitanes  Gre- 
gorio Jiménez  y  Diego  López  Roca,  el  sargento  Bartolomé  de  Heredia,  Juan  de  Limpias,  Lorenzo 
Caballero,  Vasco  de  Solís  y  Lugo,  Juan  Antonio  Justiniano  y  el  P.  Juan  Blanco;  al  fin  está  la  rela- 
ción autobiográfica  del  Capitán  Alonso  Soleto  y  Pernia. 

(2)  Informaciones  acerca  del  Paytiti. 


INTRODUCCIÓN  lxy 

medias  lunas  de  plata  y  vestidos  de  cnmbe,  entró  en  los  llanos  j  obtuvo  con  estos  regalos 
que  el  cacique  le  prestara  vasallaje,  como  también  otros  caciques  llamados  Goligoli,  Vitu- 
pue  y  Tendi.  Entonces  Guacané  procuró  descubrir  minas  de  oro  y  las  halló  en  el  cerro 
de  (^aypuru.  Ufano  con  tan  ricas  adquisiciones,  pretendió  que  su  padre  el  Inca  le  conce- 
diese título  de  rey,  y  á  este  efecto  le  despachó  un  correo  pidiéndole  tal  merced  y  que  le 
enviai-a  su  hermano  Condori  por  capitán  del  Qaypuru  óChaypurim.  Accedió  el  Inca  á  la 
proposición  de  Guacané,  quedando  éste  rey  de  Qavaypata  y  Condori  de  los  valles  comar- 
canos; los  dos  hermanos  llevaron  del  Cuzco  sus  concubinas  y  eunucos,  establecieron  su 
corte  y  aumentaron  sus  posesiones  con  las  tierras  vecinas,  habitadas  por  « gente  bruta 
desnuda  y  nada  belicosa  » .  Así  vivían  los  dos  monarcas,  descuidados  en  absoluto  de  todo 
peligro,  cuando  la  noticia  de  sus  riquezas  llegó  á  los  indios  guaraníes  del  Paraguay,  y 
reuniéndose  8.000  de  ellos,  excelentes  flecheros,  juntamente  con  sus  mujeres  é  hijos, 
remontaron  el  Pilcomayo  hasta  llegar  á  los  xarayes,  «gente  deshonesta,  altiva,  labrada 
la  cara  y  cuerpo  desnudo*.  Allí  se  dividieron:  1,000  quedaron  en  la  provincia  de  Itatín; 
3.000  se  encaminaron  al  Perú  y  ftierou  aniquilados  por  los  chiquitos,  que  usaban  de 
saetas  envenenadas;  los  4.000  restantes  enti-aron  en  la  región  donde  más  adelante  se  fimdó 
la  ciudad  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  é  impusieron  á  los  indígenas  un  yugo  insoportable; 
pasaron  el  invierno  haciendo  «grandes  matanzas  en  estos  desnudos  naturales,  comiendo 
criaturas  y  gomando  de  sus  mugeres  como  de  las  suyas  propias » .  Acabado  el  invierno 
pasaron  el  río  Guapay  y  de  repente  cayeron  sobre  el  campamento  de  Guacané,  quien 
murió  en  la  pelea,  y  yendo  á  las  minas  de  (^aypuru  prendieron  á  Condori,  haciéndose 
dueños  de  riquísimo  botín.  En  (^avaypata  fueron  recibidos  con  hartas  lágrimas  por  las 
coyas  ( concubinas )  de  Guacané  y  Condori  y  hallaron  gran  cantidad  de  oro  y  plata;  sin 
embai'go,  los  indios  quichuas  habían  tenido  tiempo  de  enterrar  muchos  jarros,  pepitas  y 
tejos  de  aquellos  metales,  tesoro  buscado  con  afán  cuando  Alcayaga  escribía  esto. 

Sabedor  del  triste  suceso,  el  Inca  determinó  vengarse  de  los  guaraníes  y  levantó  un 
ejército  cuyo  mando  dio  á  su  pariente  Lucana  ó  Turumayo;  mas  éste  fué  vencido  y  murió 
en  el  campo  de  batalla,  derrota  que  fué  seguida  de  una  victoria  ganada  por  el  cacique 
Grigota,  quien  no  obstante  su  fidelidad  al  rey  peruano  pasaba  en  el  Cuzco  por  hombro 
traidor  y  de  mala  fe,  tanto  que,  habiendo  enviado  mensajeros  á  dicha  ciudad.  Mango  los 
mandó  atar  «  desnudos  en  los  extremos  más  altos  de  unos  cerros  nevados,  atados  de  pies 
y  manos,  y  allí  con  guarda  que  les  puso  quedaron  una  noche,  adonde  amanecieron  muer- 
tos» .  De  esto  tuvo  origen  el  nombre  de  chiriguano  llevado  por  los  indios  de  la  provincia 
de  Santa  Cruz,  pues  al  saber  el  Inca  que  los  emisarios  de  Grigota  habían  ya  fallecido 
helados,  exclamó  con  alegría:  halla,  halla,  chiripsfjuanachini;  así,  así,  que  les  he  dado 
escarmiento  en  el  fi'ío. 

Por  aquel  tiempo  el  Inca  encargó  á  su  sobrino  Mango  la  conquista  de  los  chunches, 
}•  éste  aceptó  la  empresa,  bien  que  temeroso  de  que  su  tío  le  quitase  la  dignidad  de  rey 
que  le  había  conferido  luego  que  sometiese  aquellos  bárbaros;  comenzó  á  internarse  en 
lejanos  países,  donde  la  autoridad  del  Inca  no  era  ni  siquiera  conocida.  Granjeóse  el  afecto 
de  las  tribus  por  cuyas  tierras  pasaba,  dándolos  medias  lunas  de  plata  para  la  cabeza,  y 
atravesando  el  río  Guapay  llegó  al  Manatí,  que  corre  al  pie  de  una  alta  cordillera,  acor- 
dando que  allí  comenzasen  los  límites  de  su  reino,  para  lo  cual  puso  como  señal  un  car- 
nero de  piedra;  pasadas  las  montañas  halló  una  inmensa  y  fértil  llanura  cubierta  de  árboles 
frutales  y  regada  por  multitud  de  corrientes,  habitada  por  diferentes  naciones  que  so  dedi- 

AÜT0BI00RAFÍA8    Y    MEMORIAS. — 5 


i,xvi  autobiografías  y  memorias 

caban  á  la  agricaltiira  y  usaban  ropas  de  algodou;  sometidas  pacíficamente  por  Mango, 
fundó  éste  allí  el  reino  de  Paytiti  y  una  ciudad  que  fué  la  capital-,  al  mismo  tiempo  envió 
su  hijo  Guaynoapoc  al  Cuzco  para  que  llevase  al  Paytiti  las  mujeres  de  Mango,  encar- 
gándole que  no  diese  cuenta  al  Inca  de  las  riquezas  descubiertas  en  este  país,  diciendo 
solamente  que  se  había  hallado  un  cerro  con  mineral  de  plomo,  y  de  aquí  se  originó  el 
nombre  de  Paytiti,  pues  en  el  idioma  quichua  pay  significa  aquel  y  ////  plomo.  Cuando 
Guaynoapoc  llegó  al  Cuzco  vio  que  los  españoles  acababan  de  conquistar  el  país  y  retro- 
cedió, bien  que  acompañado  de  20.000  indios  obstinados  en  no  reconocer  la  dominación 
de  Pizarro  y  llevando  consigo  muchos  ganados.  Gracias  á  estos  elementos  creció  la  monar- 
quía del  Pa}i;iti,  aislado  en  medio  de  extensas  regiones  donde  jamás  habían  penetrado 
los  españoles.  Su  rey  tenía  grandes  tesoros  en  unas  casas  á  manera  de  templos  y  oft-ecía 
todos  los  meses  á  sus  ídolos  un  niño  de  dos  años,  con  cuya  sangre  rociaba  á  los  circuns- 
tantes. Alcayaga  da  tales  noticias  acerca  del  templo  en  que  estas  ceremonias  se  verifica- 
ban, que  no  parece  sino  que  lo  había  visto  personalmente;  nunca  D.  Quijote  describió, 
en  medio  de  su  alucinación,  tan  menudamente  los  palacios  encantados  de  sus  caballe- 
rescos libros.  Alzábase  el  templo  en  medio  de  una  gran  plaza  murada  y  contenía  nume- 
rosos ídolos  en  forma  de  pájaros,  sapos,  culebras  y  aves;  sobre  un  altar  rodeado  de  seis 
gradas  estaba  el  dios  principal,  que  tenía  «una  nariz  encorbada  y  grande,  dos  ojos  ras- 
gados y  ima  boca  grande  con  quatro  dientes  fieros;  el  bra^o  derecho  levantado  y  en  la 
mano  una  escoba» . 

Domingo  de  Ibargoyen  y  Vera  decía  que  el  Dorado  se  hallaba  entre  las  gobernacio- 
nes de  Cumaná,  Venezuela,  Popayán  y  Quito.  Él  en  una  expedición  había  estado  no  lejos 
de  aquel  país,  y  le  constaba  existir  allí  « infinita  cantidad  de  oro  ;> ,  que  sacaban  de  las 
minas  los  indios  «con  grandes  supersticiones,  ayunando  primero  ti-es  días»  ('). 

Ya  en  el  año  1548  se  presentaron  á  D.  Pedro  Gasea  unos  indios  que  decían  ser  del 
Marañón  y  contaban  maravillas  de  un  reino  llamado  Omagua,  el  futiiro  Dorado.  Tanto 
crédito  alcanzó  su  relación  que  el  virrey  D.  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  marqués  do 
Cañete,  encomendó  á  Pedro  de  Orsúa  (-)  una  expedición  á  país  tan  codiciado;  expedición 
en  que  fué  asesinado  este  capitán  y  se  convirtió  en  insurrección  contra  Felipe  II,  movida 
por  aquel  díscolo  y  cruel  Lope  de  Aguirre,  quien  en  sus  cartas  al  monarca  español  estam- 
paba frases  tan  violentas  como  ésta:  «  Por  cierto  tengo  que  van  pocos  reyes  al  infierno, 
porque  sois  pocos,  que  si  muchos  fuésedes  ninguno  podría  ir  al  cielo,  porque  allá  creo 
seríades  peores  que  Lucifer,  según  tenéis  sed  y  hambre  y  ambición  de  hartaros  de  sangre 
humana ;>.  Carta  que  acababa  así:  «Rebelde  hasta  la  muerte  por  tu  ingratitud,  Lope  dr. 
AguirreT)  (''). 

(1)  Memoria  del  descubrimiento  del  Dorado  por  el  Maestre  de  Campo  Domingo  de  Ibargoyen  y 
Vera,  publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos  relativos  al  descubrimiento  y  conquista  de  Amé- 
rica y  Oceania,  tomo  VI,  págs.  5G1  á  564. 

Carta  del  Gobernador  Agustin  de  Ahumada  al  Señor  Virrey  Dan  Martin  Enriquez,  en  que  le  da 
noticia  de  una  provincia  que  piensa  ser  el  Dorado.  Quito,  25  de  octubre  de  1582.  Publicada  en  la  ante- 
rior Colección,  tomo  XIX,  págs.  547  á  549. 

C^)  Relación  de  todo  lo  que  sucedió  en  la  jornada  de  Omagua  y  Dorado^  hecha  por  el  Gobernador 
Pedro  de  Orsúa.  Madrid,  1881.  El  autor  de  esta  Relación  parece  haberlo  sido  Francisco  Vázquez. 

(^)   Publicada  varias  veces;  hállase  en  la  obra  anterior,  págs.  144  á  153, 

Relación  breve  fecha  por  Pedro  de  Monguia,  capitán  que  fue  de  Lope  de  Aguirre,  de  lo  mas  subs- 
tancial que  ha  acontecido,  segiin  lo  que  se  me  acuerda,  de  la  jornada  del  Gobernador  Pedro  de  Orsúa. 


INTRODUCCIÓN  lxvii 

En  1568  D.  Pedro  Malaver  de  Silva  capituló  con  Felipe  11  la  conquista  del  soñado 
reino  é  hizo  dos  entradas  en  busca  de  éste:  la  primera  yendo  por  Borburata  y  Valencia 
teniendo  que  regresar,  sin  sacar  más  que  fatigas,  á  Barquisimeto;  en  la  segunda  fué  con 
dos  hijas  suyas  hecho  prisionero  y  degollado  por  los  indios  caribes  del  Orinoco  ( ' ) . 

D.  Agustín  de  Ahumada,  gobernador  de  Quito,  ciei-to  de  que  al  íin  se  había  descu- 
bierto el  Dorado,  escribió  á  25  de  octubre  de  1582  al  virroy  del  Perú  D.  Martín  En- 
ríquez: 

«Quedo  en  esta  ciudad  tratando  con  la  Eeal  Audiencia  della  que  favorescan  y  aluden 
a  que  desta  ciudad  salgan  comigo  hasta  cien  hombres  para  yr  en  demanda  de  ber 
cierta  prouincia  que  unos  vezinos  desta  gouernacion  dieron  en  ella  y  la  vieron,  la  mas 
rrica  de  gente  y  oro  que  se  a  visto,  que  segim  lo  que  della  quentan  y  señas  que  dan,  se 
cree  sin  duda  deue  de  ser  El  Dorado,  en  demanda  de  quien  tantos  y  tantas  bezes  se  an 
perdido  mil  capitanes  y  gentes;  y  está  tan  cerca  de  Auila,  uno  de  los  pueblos  desta  gouer- 
nacion, que  en  ocho  dias  de  camino  se  está  en  ella;  yo  me  e  mouido  a  olio  con  mun- 
chas  beras,  no  tanto  de  cobdi(,'ia,  como  porque  creo  se  a  de  hazer  eu  ello  gi'¿ui  seruicio 
a  Dios  y  a  Su  Mag."*,  pues  sin  tener  mas  comodidad  para  meter  esta  gente  que  enpeñar 
a  Don  Loren90  de  ^epeda,  mi  sobrino,  en  tres  o  quatro  mil  pesos  para  ello,  piensso 
poner  el  negocio  en  punto  de  poblar  un  pueblo,  siendo  la  tierra  tal  que  me  pai-esca  me- 
re9e  hazerse  en  ella  esto,  y  sino  negocio  habrá  sido  de  poco  daño  para  mí  y  para  los  que 
fueren»  (^). 

Lorenzo  Caballero  declaró  que  salió  de  San  Lorenzo  con  Gonzalo  de  Solís  Holgiün 
hacia  el  año  1623,  y  pasando  por  San  Francisco  de  Alfaro  llegaron  al  país  de  los  tapa- 
curas,  quienes  pidieron  ser  defendidos  de  otros  indios  que  solían  acometerles:  accedió  á 
ello  Solís,  y  subiendo  á  los  montes  vecinos  cautivaron  una  mujer  y  por  ella  supieron 
que  moraban  cerca  los  torococíes,  establecidos  alrededor  de  una  laguna,  señas  parecidas 
á  las  del  Paytiti;  una  vez  entrados  eu  los  pueblos  torococíes,  no  sin  recias  peleas,  vieron 
una  cruz  y  oyeron  que  los  indios  daban  voces  llamando  al  Yaya,  que  debía  residir  al 
Norte,  del  cual  se  reconocían  tributarios.  Todas  estas  indicaciones  que  los  indios  hacían, 
sin  duda  para  engañar  á  los  españoles,  no  debieron  convencer  á  Solís,  quien  ordenó  la 
retirada,  ainique  murmuraban  los  soldados,  codiciosos  de  dar  en  los  tesoros  del  Yaya  y 
aun  llevarse  los  enanos  de  éste  como  recuerdo:  «al  padre  y  la  matb-e  en  las  alforxas  y 
los  hijos  para  paxes  en  las  bolsas  de  la  silla». 

Bartolomé  de  Heredia  manifestó  que  yendo  con  el  gobernador  Gonzalo  de  Solís  Hol- 
guín  desde  San  Francisco,  en  la  provincia  de  los  Chiquitos,  á  descubrir  el  Dorado,  les  dio 
noticia  un  indio  que  cautivaron  de  residir  cerca  de  aquel  paraje  la  nación  de  los  toros; 

{Colección  de  documentos  inéditos  relativos  al  descubrimiento  y  conquista  de  América  y   Oceanía, 
tomo  IV,  págs.  191  á  215.) 

Relación  muy  verdadera  de  todo  lo  sucedido  en  el  rio  del  Marañon,  en  la  provincia  del  Dorado, 
hecha  ¡wr  el  Gobernador  Pedro  de  Orsi'ia  ....  y  de  la  muerte  del  dicho  Pedro  de  Orsúa.  (En  el  mismo 
tomo  que  la  anterior,  págs.  215  á  282.) 

(1)  Historia  de  la  conquista  y  población  de  la  provincia  de  Venezuela,  escrita  por  D.  José  de  Oviedo 
y  Baños,  ilustrada  con  notas  y  documentos,  por  C.  Fernández  Duro;  Madrid,  Impr.  de  Y.  Saiz,  1885; 
tomo  11,  págs.  77  á  82  y  99  á  lOG. 

(2)  Carta  del  Gouernador  Agustín  de  Aumada  al  S."''  Virrey  Don  Martin  Enrriquez,  en  que  le  da 
noticia  de  una  prouincia  que  piensa  ser  el  Dorado.  Original  con  firma  autógrafa,  2  hojas  en  folio; 
Bibl.  Nac,  J.,  53,  folios  517  y  518. 


Lxviii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

adelaütóse  Heredia  cou  treinta  soldados,  y  subiendo  á  lo  alto  de  un  cerro  vieron  gran- 
dísimos llanos  habitados  por  los  toros^  y  bajando  entraron  en  cierto  pueblo  de  cerca  de 
trescientas  casas,  cuyos  moradores,  aunque  muy  aseados  y  limpios,  iban  completamente 
desnudos;  estos  indios  dijeron  á  Heredia  que  el  reino  de  Yaya,  esto  es,  el  Paytiti,  se 
hallaba  más  adelante,  y  conñrmaban  la  idea  de  haber  allí  mucha  plata. 

En  el  año  1603  salió  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra  el  general  D.  Martín  Vela  Granado 
con  sesenta  hombres,  y  al  cabo  de  tres  meses  llegó  á  una  ti-ibu  de  chiriguanos,  cuya 
lengua  entendieron  por  ser  la  hablada  en  otras  regiones  conocidas;  aquellos  indios  les 
dijeron  que  si  querían  recoger  mucha  plata  la  encontrarían  pasadas  unas  altas  sierras 
más  allá  de  los  parechíes,  donde  vivía  un  pueblo  numeroso  y  rico;  la  mala  fe  del  capitán 
Santiago  de  Avendaño  impidió  que  se  continuase  la  expedición,  y  D.  Martín,  después  de 
pelear  con  los  indios  que  halló  al  paso,  tuvo  que  retroceder.  López  Koca  muestra  el 
camino  que  siguieron,  y  fué  al  Sur  de  los  Chiquitos  y  de  San  Francisco  de  Alfaro,  cami- 
nando siempre  hacia  el  Norte. 

En  busca  del  imaginario  Paytiti  consumieron  parte  de  su  vida  los  capitanes  Maldo- 
nado  y  Peranzules,  que  lo  buscaron  por  el  Cuzco;  por  Cochabamba  entró  el  general  Hiuo- 
josa;  por  Chuquiabo  Pedro  de  Legui;  por  el  Paraguay  Domingo  Martínez  de  Irala  y  Ñuño 
de  Chaves;  por  los  Chiquitos  D.  Lorenzo  Suárez  de  Figueroa;  por  el  río  Guapay  D.  Juan 
de  Mendoza,  y  otros  aventm-eros  en  distintas  direcciones.  El  Dorado,  espectro  en  cuya 
busca  iban,  retrocedía  siempre  y  quedaba  rodeado  de  brumas,  y  cual  haciendo  ver  que  el 
trabajo  es  la  única  fuente  de  riqueza,  dejaba  á  sus  perseguidores  poi-  único  fruto  el  des- 
cubrimiento de  fértiles  regiones  donde  podían  desarrollar  su  actividad  los  españoles  y 
obtener  abimdantes  frutos,  regiones  de  cuya  hermosm-a  y  fertilidad  traza  una  poética 
desci'ipción  Lorenzo  Caballero. 

También  el  célebre  político,  escritor,  navegante  y  corsario  AValter  Kaleigh,  que  in- 
tentó fundar  las  primeras  colonias  inglesas  en  América,  cayó  en  la  tentación  de  hallar  el 
Dorado,  y  jactóse  de  haberlo  enconti-ado  en  el  año  1595.  No  contento  con  esto  publicó 
un  libro  lleno  de  invenciones,  en  que  daba  toda  clase  de  pormenores  con  referencia  á 
lo  que  había  sabido  por  ciertos  indios  de  la  Gnayaua  (').  Más  fatal  que  para  nadie  fué 
para  Raleigh  el  Dorado.  En  1617  equipó  una  escuadra  de  12  buques  á  fin  de  conti- 
nuar sus  expediciones  en  la  Guayaua,  y  no  obstante  la  promesa  que  hizo  á  Jacobo  I  de 
respetar  los  dominios  españoles  atacó  la  ciudad  de  Santo  Tomás,  donde  mmió  un  her- 
mano de  D.  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  embajador  de  Felipe  III  en  Londres.  Enton- 
ces Sarmiento  puso  el  hecho  en  conocimiento  del  monarca  inglés  y  éste  mandó  ajusti- 
ciar á  AYalter  Raleigh  apenas  volvió  de  su  viaje,  suplicio  que  tuvo  lugar  á  29  de  octubi'o 
do  1618  (^). 

(1)  The  discoverie  ofthe  large,  rich  and  heautiful  empire  o/Guiana,  v/Uh  a  relation  of  (he  great  and 
ffolden  city  of  Manoa,  and  of  the  provinces  of  Emeria,  Arrómala,  etc  ,  performed  in  the  year  1595. 
London,  1596;  1  vol.  en  4.o 

Hemos  visto  la  siguiente  traducción  francesa: 

Relation  de  la  Guiane,  du  Lac  de  Far'imé  &  des  provinces  d' Emeria^  d'Arromaia  &  d'Aniapaia, 
decouvertes  por  Walter  Raleigh.  Amsterdam,  che::  J.  Frederic  Bernard,  1722. 

(2)  En  la  Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos  (marzo  de  1902)  hemos  publicado  algunos 
documentos  de  D.  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  en  que  se  comunicaban  á  Felipe  III  los  proyectos 
de  Raleigh  y  los  excesos  que  luego  cometió.  Tan  favorable  se  mostró  hacia  España  Jacobo  I,  que 
algunos  historiadores  ingleses  lo  han  acusado  de  traidor. 


INTRODUCCIÓN 


Vil 


Con  el  principal  intento  de  ensalzar  las  gloiias  de  la  Virgen  de  la  Peña  de  Fj-ancia 
escribió  sus  Memorias  (1651  á  1690  )  D.  Félix  Nieto  de  Silva,  marques  de  Tenebróu, 
hermano  de  D.  Luis,  célebre  corregidor  de  Zamora  por  los  años  1651  á  1654  (*),  donde 
ejerció  su  mando  con  mayor  insolencia  y  tiranía  que  pudiera  hacerlo  el  más  déspota  de 
los  pretores  romanos.  Convencido  el  marqués  de  Tenebrón  de  que  dicha  Virgen  le  había 
salvado  de  cuantos  peligros  y  accidentes  corriera,  nos  cuenta  los  principales  episodios  de 
su  vida,  comenzando  desde  la  niñez  hasta,  acabar  cuando  ejercía  en  Oran  el  cargo  de 
gobernador  en  el  año  1690,  Gran  parte  del  libro  trata  de  las  campañas  contra  Portugal 
y  de  las  mil  peripecias  que  sufrió  en  ellas  el  devoto  marqués,  quien  acaba  siempre  la 
narración  de  los  favores  que  debía  á  la  Virgen  con  ima  alabanza  á  ésta.  Dada  la  tenden- 
cia de  semejantes  Memorias^  se  comprende  que  D.  Félix  de  Silva  hiciera  caso  omiso  de 
muchos  hechos  de  su  vida,  acaso  tan  interesantes  como  los  que  consignó  por  escrito  ('). 


vm 

Más  arte  en  la  exposición  que  en  otras  Memorias,  amique  acaso  menos  exactitud, 
hay  en  la  Narración  autobiográfica  de  D.  Juan  Van-Halen  (^),  descendiente  de  una 
familia  belga  establecida  en  la  isla  de  León  ( Cádiz ) ,  hombre  de  carácter  algo  voluble, 
modelo  de  actividad  y  tipo  del  soldado  medio  condotiero  lleno  de  audacia.  En  el  siglo  xvi 
habría  sido  uno  de  aquellos  aventureros  que  recoi-ríau  los  dominios  españoles  y  aun  toda 
Em-opa,  acomodándose  á  las  circunstancias  más  opuestas  con  ima  sin  igual  facilidad  de 
adaptación. 

(1)  Memorias  de  D.  Félix  Nieto  de  Silva,  Marqués  de  Tenebrón,  Conde  del  Arco  y  de  Guaro,  Mar- 
qués de  Yilhifiel,  Vizconde  de  Alba  de  Tajo,  Señor  de  Villanueva  de  Mesla  y  la  Higueruela,  Alcalde  y 
Juez  del  Real  Soto  de  Roma,  del  Consejo  suprimido  de  Guerra,  Gobernador  y  Capitán  General  de  las 
plazas  de  Oran,  Mazarquivir,  reinos  de  Tremecén  y  Túnez  y  su  Justicia  mayor  y  Caballero  de  la  Orden 
de  Alcántara.  Publícalas  la  Sociedad  de  Bibliófilos  españoles.  Madrid,  Impr.  de  M.  Ginesta,  1888. 
XXII,  272  págs.  en  8.°  doble.  Lleva  una  Introducción  de  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo,  en  que 
se  encarece  la  importancia  de  las  autobiografías. 

(^)  El  Corregidor  de  Zamora,  por  D.  Carlos  Frontaura.  Artículos  publicados  en  La  Ilustración 
Española  y  Americana  del  año  1880,  tomo  II,  págs.  195,  210  y  226. 

(3)  Memorias  de  D.  Juan  Van-Halen,  Jefe  de  Estado  Mayor  de  una  de  las  divisiones  del  ejército 
de  Mina  en  los  años  de  1822  y  1823,  en  que  se  refiere  su  cautiverio  en  los  calabozos  de  la  Inquisición 
de  España  en  los  años  de  1817  y  181S,  y  su  evasión,  con  documentos  justificativos.  París,  imprenta  de 
Gaultier-Laguionie,  1827;  2  vols.  en  12.0  j^g  y^^  traducción  del  francés,  hecha  y  publicada  sin  con- 
sentimiento del  autor,  quien  en  la  Adcertencia  de  la  edición  del  año  1828  lo  consigna  así. 

Narración  de  D.  Juan  Van-Halen,  Jefe  de  Estado  Mayor  de  una  de  las  divisiones  de  Mina 
en  1822  y  1823,  esa-ita  por  él  mismo,  ó  relación  circunstanciada  de  su  cautividad  en  los  calabozos  de  la 
Inquisición,  su  evasiúny  su  emigración.  París,  imprenta  de  Paul  Renoiiard,  1828;  2  vols.  en  8." 

Narración  de  D.  Juan  Van-Halen,  mariscal  de  campo  de  los  ejércitos  nacionales  y  teniente  gene- 
ral del  ejército  belga,  escrito  por  él  mismo;  su  cautividad  en  los  calabozos  de  la  Inquisición,  su  evasión 
y  su  repatriación.  Madrid,  Impr.  de  F.  de  P.  Mellado,  1842;  2  vols.  en  4.°,  de  262  y  IV-254  pági- 
nas. Excepto  el  primer  pliego  del  tomo  I  y  la  portada  del  II,  lo  demás  parece  impreso  fuera  de 
España. 


Lxx  autobiografías  y  memorias 

Después  de  pelear  algún  tiempo  eu  la  guerra  de  la  ludepeudeucia  contra  José  I,  reco- 
nociü  la  soberanía  de  éste,  á  quien  le  teco  el  turno  de  la  decepción,  pues  Yan-Halen, 
queriendo  purificarse  de  aquella  deshom-a,  entendióse  con  el  comandante  en  jefe  de  las 
tropas  leales  en  Catahüla,  y  falsificando  unas  órdenes  del  mariscal  Suchet,  cuya  clave 
conocía,  logró  que  se  entregasen  á  nuestro  ejército  las  plazas  de  Lérida,  Monzón  y  Mequi- 
nenza.  Conspirador  infatigable,  en  los  años  1814  á  1817  vióse  en  las  cárceles  del  Santo 
Oficio  por  masón,  liberal  y  cómplice  eu  proyectos  contra  el  absolutismo;  habiendo  con- 
seguido fugarse  emigró  á  los  Estados  Unidos  y  volvió  á  Europa;  desde  Londres  marchó 
á  Rusia,  donde  le  reconocieron  el  grado  de  teniente  coronel  y  combatió  en  el  Caucase  á 
las  órdenes  del  general  Yermolow  ( ' ) ;  repatrióse  cuando  la  sublevación  de  Riego;  estuvo 
ou  Cataluña  á  Los  órdenes  de  Espoz  y, Mina  y  tornó  á  emigrar  en  el  año  1823;  en  Bél- 
gica se  distinguió  más  adelante  combatiendo  por  la  independencia,  y  tanto  que  fué  nom- 
brado teniente  general;  después  intervino  en  la  serie  de  levantamientos  que  hubo  en 
España  durante  el  gobierno  progi-esista,  y  acabó  por  ser  ministi-o  del  Consejo  Supremo 
de  GueiTa  y  Marina  en  los  años  1854  á  1856. 

La  Narración  de  Yan-Halen  se  refiere  en  su  mayor  parte  al  proceso  que  le  formó 
el  Santo  Oficio,  al  desdichado  fin  de  Yidal  y  sus  compañeros  en  Yalencia  y  á  las  perse- 
cuciones que  López  Pinto  y  otros  liberales  sufi-ieron  en  los  años  1818  y  1819.  Hombre 
de  imaginación  nada  común,  quiso  hacer  odiosa  la  memoria  de  aquel  tribunal  degene- 
rado, vil  instrumento  del  absolutismo,  describiendo  sus  padecimientos  en  las  cárceles  y 
su  evasión  gracias  á  los  buenos  oficios  de  la  criada  Ramona,  de  tal  manera  que  su  rela- 
ción tiene  los  caracteres  de  una  novela  histórica  bien  pensada,  circimstancia  que  explica 
el  agi'ado  con  que  fué  leído  el  libro,  como  revelación  de  im  mundo  de  horrores,  y  las  varias 
ediciones  que  de  él  se  hicieron.  Y  como  la  generalidad  no  concibe  proceso  inquisitorial 
sin  tormento,  Yan-Halen  describe  el  que  le  aplicaron  á  fin  de  que  descubriese  sus  cóm- 
plices; tormento  que  no  ei-a  ya  ninguno  de  los  usados  en  los  siglos  XVI  y  xvil,  á  saber: 
la  toca,  el  potro,  la  mancuerda  y  el  braserillo,  sino  oti-o  nuevo. 

« Me  suspendieron  y  quedé  pendiente  por  los  sobacos  de  dos  muletas  ú  horquillas 
elevadas  sobre  el  pavimento;  ligaron  todo  mi  brazo  derecho  á  la  de  aquel  costado,  y  el 
otro  le  pusieron  horizontalmente  extendido  y  la  mano  abierta,  encajonada  en  im  guante 
de  madera  muy  ajustado  que  cerraba  apretado  como  un  brazalete  por  la  muñeca,  y  de 
donde  pariían  derechos  hacia  el  hombi'O  dos  barrotes,  á  mi  parecer  de  hierro,  los  que 
ligados  por  su  extensión  hasta  el  antebrazo,  mantenían  el  todo  en  la  posición  que  lo 
habían  colocado.  Del  mismo  modo  sujetaron  mi  cintm-a  y  piernas  entre  aquellos  dos 
pilares  donde  yo  estaba  suspendido,  de  suerte  que  en  breve  quedé  sin  otra  acción  que  la 
precivsa  para  respirar.  Mis  brazos,  después  de  cuarenta  y  ocho  horas  en  aquella  otra  suje- 
ción de  que  pocos  minutos  antes  acababa  de  desembarazarlos,  eran  casi  insensibles  á 
cuanto  hasta  aquel  instante  se  practicó  conmigo»  ('). 

El  misterio  con  que  la  Inquisición  procedía,  la  crueldad  de  sus  jueces,  lo  sombiío  de 


(•)  Dos  años  en  Rusia,  obra  redactada  á  la  vista  de  las  memorias  y  manuscritos  originales  del 
general  D.  .Juan  Van-Halen,  por  D.  Agustín  Hendía,  seguida  de  un  apéndice  original  de  este  últi- 
mo, titulado:  Rusia  desde  Pedro  el  Grande  hasta  nuestros  días.  Valencia,  Impr.  de  D.  José  Mateu 
Garín,  1849;  1  vol.  de  VIII-454  págs. 

(*)  Narración,  tomo  I,  pág.  182. 


INTRODUCCIÓN  lxxi 

lüs  calabozos,  se  describen  con  fuerte  colorido,  á  fin  de  que  la  impresión  del  relato  fuese 
lo  más  honda  posible,  hasta  que  como  ángel  redentor  aparece  la  sirviente  Ramona,  que 
se  apiada  de  Yan-Halen  y  le  facilita  los  medios  de  ftigarse  ('). 


IX 

Dignas  son  también  de  mención  las  Memorias  de  D.  Manuel  Llauder  (■),  militar  en 
la  guerra  de  la  Independencia,  capitán  general  en  Cataluña,  ministro  de  la  Guerra  durante 
la  primera  sublevación  carlista  y  á  quien  se  atribuyó  haber  prociu-ado  la  perdición  del 
desdichado  Lacy,  cargo  de  que  se  defiende;  aunque  enemigo  del  partido  liberal  en  los 
años  1820  á  23.  adliirióse  desde  luego  á  la  causa  de  Isabel  II,  que  defendió  con  gran 
celo. 


Militares  son  casi  exclusivamente  las  Memorias  (^)  del  general  Espoz  y  Mina, 
memorias  cuyo  principio  es  ima  de  las  páginas  más  gloriosas  de  nuestra  insurrección 
contra  Bonaparie.  Con  la  sencillez  propia  de  quien  abandonó  la  laya  para  convertirse 
en  héroe  infatigable,  pinta  la  resistencia  encarnizada  que  hallaban  los  franceses  en  Nava- 
n-a,  la  movilidad  pasmosa  de  nuestras  guerrillas  y  su  audacia  sin  igual,  ti-azando  las 
semblanzas  de  hombres  que,  como  Sarasa  y  Górriz,  no  sabían  leer  ni  escribir,  pero  des- 
cendían por  línea  recta  de  aquellos  vascones  siempre  levantiscos  é  indomables.  Menos 
entusiasmo  despierta  la  continuación  por  la  naturaleza  misma  del  asunto:  refugiado  Mina 
en  Francia  al  regreso  de  Fernando  Vil,  nada  piensa  sino  en  la  manía  de  conspiraciones, 
causa  principal  de  nuestra  decadencia  política;  afiliado  al  partido  liberal,  se  empequeñece 

(M  En  el  Archivo  Histórico  Nacional  de  Madrid  se  conservan  algunos  documentos  referentes  á 
la  evasión  de  D.  Juan  Van-Halen;  son  las  diligencias  que  luego  se  hicieron  para  capturarle;  el  pri- 
mero dice  así: 

«En  la  noche  del  30  de  Enero  último,  á  las  7  de  ella,  poco  mas  ó  menos,  se  fugó  de  las  cárceles 
secretas  de  este  Santo  Oñcio  el  Teniente  Coronel  D.  Juan  Van-Halen,  Capitán  del  Regimiento  do 
Caballería  Cazadores  de  Madrid,  que  se  hallaba  preso  en  ellas,  y  cuyas  señas  son:  su  edad  32  ó  33 
años;  su  estatura  5  pies  y  de  5  á  6  pulgadas;  regularmente  grueso  y  bien  formado;  pelo  castaño  muy 
claro,  acercándose  á  rubio;  rostro  lleno,  bien  configurado;  color  blanco  y  encarnado;  nariz  mas  que 
regular;  ojos  muy  vivos  y  exaltados;  su  natural  inquieto  y  violento.  —  Inquisición  de  Corte  3  de 
Febrero  de  1818. — D.  Luis  Cubero,  D.  Vicente  Alonso  de  Verdejtn. 

(Archivo  Histórico  Nacional,  Inquisición  de  Toledo.  Legajo  118,  núm.  47.) 

(-)  Memorias  documentadas  del  Teniente  General  Don  Manuel  Llauder,  Marqués  del  Valle  de 
Rifas,  en  las  que  se  aclaran  sucesos  importantes  de  la  historia  contemporánea,  en  que  ha  tenido  parte  el 
autor.  Madrid,  Impr.  de  D.  Ignacio  Boix,  1844;  1  vol.  en  8.",  de  167-119  págs. 

Llegan  estas  Memorias  hasta  el  año  1843  y  contienen  un  largo  apéndice  de  documentos  justifi- 
cativos. 

(^)  Memorias  del  General  Don  Francisco  Espos  y  Mina,  escritas  por  ¿I  mismo.  Publícalas  su  Viuda 
Doña  Juana  María  de  Vega,  Condesa  de  Espoz  y  Mina.  Madrid,  Impr.  de  M.  liivadeneyra,  1851-1852; 
5  vols.  en  4.°,  con  un  retrato  del  autor. 

El  tomo  V,  que  contiene  los  sucesos  del  tiempo  que  mandó  Espoz  en  Navarra,  desde  4  de  noviem- 
bre de  1834  hasta  18  de  abril  de  1835,  no  fué  escrito  por  éL 


Lxxii  autobiografías  y  memorias 

la  figura  del  veterano  guerrillero;  ya  no  es  el  campeón  de  su  patria,  sino  el  de  un  partido 
más  ó  menos  racional;  á  ti'ueque  de  ver  la  Constitución  de  Cádiz  restablecida,  llega  á 
pensar  que  sería  prudente  reconocer  la  independencia  de  nuestras  colonias  americanas, 
con  tal  que  éstas  aj^udasen  á  derribar  el  gobierno  absoluto.  Vuelto  á  España  ti-iunfal- 
mente  en  el  año  1820,  gasta  sus  energías  en  aquellas  luchas  frati*icidas  originadas  por 
la  terquedad,  exageración  y  fanatismo  de  los  partidos,  y  pelea  contra  los  facciosos  en 
Cataluña.  Nuevamente  expatiiado  en  Liglaterra,  medita  y  realiza  la  llamada  expedición 
de  Yera  y  sigue  el  detestable  sistema  de  conti-aer  deudas  á  nombre  de  España  para  luego 
llevar  á  ésta  la  guerra  civil. 


XI 

Dignas  de  recuerdo  son  las  Memorias  del  general  argentino  D.  José  M.  Paz,  que  com- 
batió en  la  sublevación  de  su  país  contra  España,  y  ya  independientes  las  provincias  del 
Río  de  la  Plata  peleó  en  la  guerra  con  el  Brasil  cuando  aquel  imperio  quiso  anexionarse 
el  Uruguay;  como  unitario  ftié  enemigo  del  federalista  Lavalle  y  más  aún  del  dictador 
Rosas,  quien  lo  tuvo  preso  algún  tiempo;  más  adelante  coadyuvó  al  levantamiento  de 
Urquiza,  vio  cómo  el  tirano  maldecido  huía  á  Inglateri'a  y  logró  la  cartera  de  Guerra  y 
Marina  en  aquella  república  devastada  por  luchas  intestinas  ( ' ) . 

Redactadas  estas  Memorias  en  la  vejez  del  autor  y  sin  ayudarse  de  apuntes,  adolecen 
de  inexactitud  en  bastantes  hechos;  en  cuanto  á  juicios  referentes  á  personajes  contem- 
poráneos, son  con  frecuencia  nada  imparciales  (-). 


Xll 

Con  el  calificativo  algo  impropio  de  Iniimas,  pues  no  se  refieren  en  ellas  solamente 
hechos  secretos,  estados  y  evoluciones  de  la  conciencia  ó  luchas  del  alma,  y  sí  guei'ras 
civiles,  viajes,  altos  cargos  desempeñados  por  el  autor  y  otras  cosas  acompañadas  siem- 
pre de  notoriedad  y  estruendo,  publicó  D.  Fernando  Fernández  de  Córdoba,  Marqués  de 
Mendigorría,  sus  Memorias,  dadas  á  luz  primeramente  en  La  Ilustración  Española  y 
Americana  y  luego  recogidas  en  tres  gruesos  volúmenes  lujosamente  editados.  Comien- 
zan con  el  reinado  de  Fernando  YII  y  acaban  con  el  destronamiento  de  Isabel  II  (''), 
pues  aimque  el  autor  llegó  á  escribir  hasta  más  adelante,  no  quiso  entregar  al  público  la 
continuación  de  ellas,  temeroso  de  que  sus  revelaciones  ó  juicios  acerca  de  personas  que 
aun  vivían  ó  de  hechos  recientes  encendiese  el  fuego  de  las  pasiones  políticas,  mal  encu- 
bierto aún  bajo  las  cenizas  del  tiempo.  Y  aunque  la  mayor  parte  de  los  sucesos  que  refiei-e 

(')  Memorias  postumas  del  Brigadier  General  D.  José  M.  Paz.  Comprenden  sus  campañas,  servi- 
cios y  padecimientos  desde  la  guerra  de  la  Independencia  hasta  su  muerte,  con  variedad  de  otros  docu- 
vuntos  inéditos  de  alta  importancia.  Buenos  Aires,  Impr.  de  Lii  Revista,  1855;  4  vols.  en  4.° 

(2)  Lo  mismo  sucede  con  las  Memorias  de  otro  General  argentino:  de  D.  Jo'íé  Rondeau,  contem- 
poráneo de  Paz, 

(3)  Mis  Memorias  intimas,  por  el  Teniente  General  Don  Fernando  Fernández  de  Córdoba,  Mar- 
qués de  Mendigorría.  Madrid,  Est.  tip.  Sucesores  de  Rivadeneyra,  1886-1889;  3  vol.  en  folio. 


INTRODUCCIÓN  lxxiii 

eran  ya  sabidos,  esto  uo  priva  á  las  Memorias  inti/nas  de  su  valoi-,  pues  siempre  lo  tiene, 
y  grande,  el  testimonio  de  quien  fué  en  ellos  protagonista  ó  espectador  al  menos;  valor 
que  se  acrecienta  con  los  muchísimos  documentos  que  como  comprobantes  intei'caló,  no 
queriendo  que  nadie  le  diese  fe  bajo  su  palabra,  y  con  mil  detalles  que  dan  novedad  al 
relato.  Y  no  queriendo  limitarse  Fernández  de  Córdoba  al  círculo  de  sus  propios  hechos, 
ya  cuando  peleó  valerosamente  contra  los  ejércitos  del  Pretendiente,  ya  en  sus  campañas 
contra  Espartero,  de  quien  fué  decidido  adversario,  ya  en  la  expedición  á  Roma  cuando 
Pío  IX  volvió  á  ocupar  el  trono  apoyado  en  las  bayonetas  extranjeras,  hizo  unas 
Memorias  de  familia,  dedicando  largas  páginas  á  ensalzar  los  hechos  de  sus  ascendientes 
y  de  su  hermano  D.  Luis  Fernández  de  Córdoba,  por  quien  sentía  tanta  admiración  como 
afecto  íM. 


(1)  De  las  siguientes  Memorias  ó  Relaciones  autobiográficas  de  militares  nos  limitamos  á  dar 
noticia: 

Relación  que  Pedro  Serrano  hizo  de  su  naufragio  en  la  isla  de  la  Serrana  entre  Cartagena  de  las 
Indias  y  la  Habana  en  el  aíio  1528  y  su  estancia  allí  por  espacio  de  ocho  años.  Archivo  de  Indias:  Rela- 
ciones y  descripciones;  legajo  segundo. 

Relación  de  su  vida  y  conquistas  en  Nuevo  León  (México),  hecha  por  Luis  de  Carvajal.  Publicada 
por  D.  Vicente  Riva  Palacio  en  México  á  través  de  los  siglos;  tomo  II,  págs.  444  á  446. 

Relación  de  Pero  Hernández  Paniugua.  Trata  de  lo  que  hizo  en  el  Perú,  principalmente  cuando 
se  sublevó  Gonzalo  Pizarro  (1546-1547).  Publicada  en  ¡a  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  His- 
toria de  España;  tomo  XLIX,  págs.  110  á  155. 

D.  Iñigo  López  de  Mendoza,  Marqués  de  Mondéjar  y  Capitán  General  del  reino  de  Granada, 
escribió  una  relación  de  lo  que  hizo  en  la  guerra  contra  los  moriscos  durante  el  año  1569.  Impresa 
en  UEspagneau  XVI"  et  au  XVZI"  siécle.  Documents  historiques  et  litteraires ,  publiés  et  annotés 
par  Alfred  Morel-Fatio.  Bonn,  Impr.  de  Charles  Georgi,  1879;  págs.  13  á  56. 

Memorial  de  sus  servicios,  hecho  por  D.  Martín  de  Arrese  Girón,  Caballero  de  Calatrava,  en  tiempo 
de  Felipe  IV.  Impr.,  sin  lugar  ni  año;  4  hojas  en  folio.  Bibl.  Nac,  Mss.  Q.,  301  bis. 

Memorias  diarias  de  la  gverra  del  Brasil,  por  discvrso  de  nveve  años,  empecando  desde  el  de 
M.DC.XXX.  Escritas  por  Dcarte  de  Albvrqverque  Coello,  Marques  de  Basto,  Conde,  i  Señor  de  Per- 
nambuco,  i  de  las  Villas  de  Olinda,  San  Francisco,  Magdalena,  Buen-Sucesso,  Villahermosa,  i  Igaracit, 
Gentil-hombre  de  la  Cámara  de  su  Magestad,  i  de  su  Consejo  de  Estado  en  el  de  Portugal.  A  la  Cató- 
lica Magestad  del  Rey  Don  Felipe  Qvarto.  En  Madrid,  por  Diego  Díaz  de  la  Carrera,  año  1654;  287 
hojas  en  8.",  más  8  de  preliminares. 

Diario  de  un  viage  a  Salinas  Grandes  en  los  campos  del  Sud  de  Buenos  Aires,  por  el  coronel  don 
Pedro  Andrés  García.  Publicado  en  la  Colección  de  obras  y  documentos  relativos  á  la  Historia  antigua 
y  moderna  de  las  provincias  del  Rio  de  la  Plata,  ilustrados  con  notas  y  disertaciones  por  Pedro  de 
Angelis;  tomo  III,  XXÍI-70  págs.  en  folio. 

Diario  del  Capitán  D.  Francisco  Graell  en  la  expedición  contra  los  siete  pueblos  de  la  banda  orien- 
tal del  Uruguay  {1755-1756).  Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de 
España;  tomo  CIV,  págs.  407  á  448. 

Memorias  militares  de  D.  Jaime  Miguel  de  Guzman  Dávalos  Spinola,  Marques  de  la  Mina,  Duque 
de  Palata,  Conde  de  Pezuela  de  las  Torres,  Grande  de  EspaFia  de  primera  clase,  Caballero  del  Toisón 
y  de  Sancti  Sjñritus,  San  Genaro  y  Calatrava,  Capitán  General  de  los  ejércitos  de  S.  M.,  Director  Gene- 
ral del  Cuerpo  de  Dragones,  etc.,  etc.,  etc.,  sobre  la  guerra  de  Cerdeña  y  Sicilia  en  los  años  de  1717  á  1 720 
y  guerra  de  Lombardia  en  los  de  1724  á  1736.  Publicadas  á  expensas  del  Teniente  General  Excelentí- 
simo Sr.  D.  Eduardo  Fernández  San  Román,  Marqués  de  Sa7i  Román.  Precedidas  de  una  Introduc- 
ción y  de  la  biografía  del  autor, por  el  Excmo.  Sr,  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo,  y  de  un  informe  del 
Excmo.  Sr.  D.  José  Gómez  de  Arteche.  Madrid,  Est.  tip.  de  Fortanet,  1898;  2  vol.  en  4."  mayor,  de 
CCCXXIV-546  y  616  páginas. 

El  General  Ricardos  escribió  sus  Diarios  de  campaña.  (Cnf.  El  General  Ricardos  y  la  campaña 


Lxxiv  autobiografías  y  memorias 

del  Rosellón.  Conferencia  dada  el  13  de  marzo  de  1893  por  el  Dr.  D.  Francisco  López  Cerezo  y  An- 
dreii;  Madrid,  1893;  pág.  56.) 

Recuerdos  de  mi  vida,  con  otras  varias  apuntaciones  curiosas,  por  J.  R.  Izquierdo  Guerrero  de 
Torres.  Mss.  autógr.  de  236  hojas  en  8.°  Bibl.  Nao.,  Mss.  de  Gayangos,  n.*  128. 

El  autor  fué  natural  de  Madrid  y  subteniente  en  la  guerra  de  la  Independencia;  afiliado  al  partido 
liberal,  huyó  á  Inglaterra  en  el  año  1823  y  allí  vivió  miserablemente.  Nada  tan  extravagante  y  abiga- 
rrado como  este  libro,  donde  alternan  versos  piadosos  con  páginas  obscenas  ó  recetas  de  medicina. 
Su  autor  era  tan  ignorante  que  escribía  hayga,  liberta  y  otras  lindezas. 

Memorias  de  los  años  1S14  y  1820  al  24,  escritas  por  el  Teniente  General  Excmo.  Señor  Don  Fran- 
cisco de  Copom  y  Navia,  Conde  de  Tarifa,  Caballero  Gran  Cruz  de  la  Real  y  distinguida  Orden  espa- 
ñola de  Carlos  III,  y  de  la  militar  de  San  Fernando  y  San  Hermenegildo.  Las  publica  y  las  entrega  á 
la  Historia  su  hijo  Don  Francisco  de  Copons  Navia  y  Asprer,  Coronel  del  arma  de  Caballería.  Madrid, 
imprenta  del  Atlas,  1858;  238  págs.  en  4.° 

Memorias  y  documentos  para  la  historia  de  la  independencia  del  Perú,  y  causas  del  mal  éxito  que 
ha  tenido  ésta.  Obra  postuma  de  P.  Pruvonena  (Riva  Agüero).  París,  Impr.  de  la  V,  de  Belin,  1858; 
2  vol.  en  4.°,  de  XII-700  y  814  págs. 

Memorias  del  General  José  Hilario  López,  antiguo  presidente  de  la  Nueva  Granada,  escritas  por 
el  mismo.  París,  Impr.  d'Aubiisson  y  Kugelmann,  1857;  1  vol.  en  8.°,  de  XV-359pág3. 

Memorias  del  General  Gregorio  Araoz  de  la  Madrid.  Publicación  oficial.  Buenos  Aires,  Impr.  de 
Guillermo  Kraft,  1895;  2  vol.  en  4.°,  de  602  y  545  págs. 

Memoria  sobre  la  guerra  de  la  isla  de  Cuba  y  sobre  su  estado  político  y  económico  desde  abril 
de  1874  hasta  marzo  de  1875,  por  el  Capitán  General  de  ejército  Marqués  de  la  Habana.  Madrid,  Es- 
tablecimiento tip.  de  R.  Labajos,  1875;  179  págs.  en  4.°,  con  un  mapa  de  Cuba. 

Ejército  del  Centro  desde  su  creación  en  28  de  julio  de  1874  hasta  el  1.°  de  octubre  del  mismo  uño, 
por  su  General  en  Jefe  el  Teniente  General  Don  Manuel  Pavía  y  Rodríguez  de  Alburquerque.  Madrid, 
imprenta  de  M.  Minuesa  de  los  Ríos,  1878;  244  págs.  en  4." 

Memoria  que  al  Senado  dirige  el  General  Blanco,  acerca  de  los  últimos  sucesos  ocurridos  en  la 
isla  de  Luzón.  Madrid,  Est.  tip.  de  El  Liberal,  1897;  202  págs.  en  8.° 

Relación  documentada  de  mipolitica  en  Cuba.  Lo  que  vi,  lo  que  hice,  lo  que  anuncié.  Por  el  Teniente 
General  Marqués  de  Polavieja.  Madrid,  Impr.  de  Emilio  Minuesa,  1898;  356  págs.  en  H.° 


CAPITULO  VI 

I.  D.  Alonso  Ejíbíqxjez  de  GuzmI^í.  —II.  Juan  Pérez  de  Saa\'edra. 

m.    Bartolomé    de    Villalba    y    Estaña.  —  IV.    Juan    Méndez    Nieto. 

V.  D,   Juan  de  Persia. — VI.  D.  Pedro  Ordóñez  de   Ceballos. — VII.   D.   Juan 

Valladares  de  Valdelomar. — VIII.  Diego  Galán. — IX.  Alonso  de  Contreras. 

X.  D.  Juan  de  Peralta. — XI.  D.  Diego  Duque  de  Estrada. 

XII.  Francisco  G amacho.— Xm.  D.  Gómez  Arias.— XIV.  D.  Santiago 

González  ]\Iateo. — XV.  Francisco  Mayoral. 


Con  bastante  desconfianza  fué  recibido  entre  algunos  eruditos  el  Libro  de  la  vida  y 
costumbres  de  D.  Alonso  Enrique", ,  escrito  por  él  mismo;  creyóse  que  éste  engrandecía 
unas  hazañas  é  inventaba  otras,  v  que  en  general  su  testimonio  debía  considerarse  como 
sospechoso  mientras  no  fuesen  acreditadas  sus  afirmaciones  con  documentos  indubita- 
bles. Tal  juicio  es  á  nuestro  parecer  exagerado.  Ciertamente  que  el  autor  habla  con  cierta 
vanidad  inñuitil  de  las  entrevistas  que  celebró  con  personas  reales,  añadiendo  circuns- 
tancias inverosímiles  y  dando  á  entender  que  había  tenido  parte,  y  no  pequeña,  en  asun- 
tos de  importancia;  pero  acaso  haya  en  esto  y  en  otras  cosas,  más  que  propósito  deliberado 
de  engañar  á  los  lectores,  la  hipérbole  característica  de  las  imaginaciones  meridionales. 
El  hecho  es  que  en  lo  más  interesante  de  su  vida,  la  estancia  en  el  Perú  y  la  parte  que 
tomó  en  las  guerras  civiles  de  Pizarro  y  AlmagTO,  la  relación  de  D.  Alonso  concuerda 
con  lo  que  dicen  Cieza  de  León  y  otros  primitivos  historiadores  de  aquellos  sucesos.  De 
otro  lado,  hay  muchos  rasgos  de  ingenuidad  en  lo  que  cuenta  el  noble  desbaratado, 
quien  ciertamente  habría  ganado  más  con  callarlos;  él  mismo  se  nos  pinta  mendigo  en 
Sicilia,  nifián  en  Ñapóles,  i-atero  y  judío  en  Colonia.  Ni  deja  de  ser  apreciable  el  libro 
do  Enríquez  bajo  oti'os  conceptos;  en  él  nos  conservó  dos  composiciones  poéticas,  de  las 
más  antiguas  que  se  escribieron  en  el  Nuevo  Mundo,  referentes  al  trágico  fin  de  Alma- 
gro, á  cuyo  partido  había  sido  fiel  con  harto  peligro  de  su  vida. 

Viéndose  D.  Alonso  huérfano  de  padre  y  sin  bienes  de  fortuna,  aunque  de  ilustre 
ascendencia  ('),  abandona  su  patria,  que  era  Sevilla,  con  todas  las  ilusiones  que  puede 
concebir  un  joven  á  los  diez  y  ocho  años.  Provisto  de  cartas  para  el  Almirante  de  Casti- 
lla se  dirige  á  Barcelona,  donde  se  hallaba  á  la  sazón  (1519)  Carlos  V  y  pide  á  éste  un 
iiábito  de  Santiago  y  un  empleo  en  la  Keal  cusa.  Entonces  comenzó  su  carrera  do  des- 

(')  Era  pariente  del  Duque  de  Mediiui-SiJonia  D.  Juan  Alonso  Pérez  de  Guzruán  y  á  éste  dedicó 
su  libro. 


Lxxvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

engaños;  después  de  gastar  los  pocos  dineros  que  llevaba,  se  ve  obligado  á  « tomar  una 
pica»  y  marchar  á  los  Gelves,  isla  célebre  ya  por  el  descalabro  que  había  sufrido  en 
ella  el  ejército  de  D.  García  de  Toledo  en  el  año  1510.  La  en  que  iba  D.  Alonso,  man- 
dada por  D.  Diego  de  Moneada,  no  tuvo  mejor  éxito;  atacados  por  los  fanáticos  moros 
que  desafiaban  la  muerte  lanzándose  ciegamente  al  combate,  los  españoles  hubiei-on  de 
reembarcarse  malparados.  Enríquez  llega  á  Xápoles  «desnudo  de  ropa  y  de  dinero  y 
vestido  de  presunción  » . 

Hospedado  en  casa  del  Marqués  de  Luchito,  cuya  mujer  se  llamaba  Doña  María  Enrí- 
quez y  tenía  afecto  á  los  de  este  linaje,  descansa  de  sus  infortunios.  Mas  ido  á  Colonia, 
terco  en  su  idea  de  que  el  Emperador  le  diese  un  hábito,  cae  de  nuevo  en  la  miseria: 
«unas  veces  me  iba  á  las  tabernas  y  hurtaba  qué  comer;  oti-as  veces  pedía  por  amor  de 
Dios  en  el  arrabal;  otras  veces  pasaba  por  la  otra  parte  y  me  hacía  judío  y  me  daban  de 
comer»  .  Por  una  acción  de  guerra  en  Yalencienues  se  vio  al  fin  caballero  de  San- 
tiago, bien  que  se  le  aguó  la  dicha,  pues  se  vio  desterrado  á  causa  de  un  desafío  y  perdió  el 
hábito.  Acabado  el  destierro  comienza  una  serie  de  aventuras  que  el  lector  más  crédulo  se 
resiste  á  dar  por  ciertas  sin  tener  pruebas  acerca  de  ellas.  En  Alicante  se  apodera  de  la  nave 
en  que  iba  el  capitán  Machín,  autor  de  revueltas  «  en  que  hubo  muchas  vírgenes  corrom- 
pidas y  monjas  forzadas  y  altares  robados  y  otras  fealdades»;  entregado  el  malhechor  á 
D.  Pei'o  Maza,  gobernador  de  Alicante,  fué  largamente  premiado,  encargándole  de  una 
expedición  que  se  dirigía  á  Mallorca,  cuyo  Virrey,  D.  Miguel  de  Urrea,  trabajaba  por 
sofocar  las  alteraciones  populares.  En  Ibiza,  casi  despoblada  por  las  incursiones  de  los 
piratas,  pelea  contra  los  moros  y  sale  vencedor,  hecho  que  comprueba  D.  Enrique  copiando 
varias  Keales  cédulas  y  oti'os  documentos.  Cautivo  en  la  batalla  de  Pavía  el  Rey  de 
Francia,  nuestro  aventui-ero  es  encargado  de  comunicar  noticia  tan  grata  á  los  Reyes  de 
Portugal,  y  éstos  lo  agasajaron  menos  con  seguridad  de  lo  que  en  su  hipérbole  andaluza 
aquél  refiere, 

Al  regresar  de  Portugal  D,  Alonso  se  encuentra  con  el  Duque  de  Alba,  y  debe  ser 
pm-a  novela  aquella  familiaridad  con  que  ambos  hicieron  el  viaje, á  Guadalupe,  á  cuyo 
monasterio  se  dirigía  el  Emperador;  mas  puesto  á  mentir  el  buen  Emíquez  no  se  para  en 
baiTas;  pregúntale  el  Monarca  por  los  Reyes  de  Portugal,  y  aquél  pretende  que  dio  la 
siguiente  contestación:  «  Señor,  vi  un  rey  gordo,  pequeño  de  cuerpo,  con  pocas  barbas, 
mancebo  y  no  muy  discreto».  No  eran  el  Duque  de  Alba  ni  Carlos  V  hombres  que  se 
preciaran  de  chanzas,  á  pesar  de  que,  siguiendo  las  costumbres  de  la  época,  mantuvieran 
bufones  en  sus  palacios.  Mas  ¿cómo  no  se  había  de  bi-omear  con  Carlos  V  im  hombre  que 
llega  á  envanecerse  de  haber  contribuido  al  casamiento  de  aquél  con  doña  Isabel  de  Por- 
tugal? Es  verdad  que  desconfía  de  ser  creído  y  escribe:  «Si  no  queréis  creer  que  ayudé 
yo  á  ello,  creo  que  no  desayudé,  y  si  mi  obi-a  no  tuvo  autoridad,  que  tuvo  amor  y  vo- 
luntad» ('). 

Pero  muy  imaginarios  debieron  ser  estos  servicios  cuando  la  Reina  se  excusó  de  ayu- 
darle en  sus  pretensiones  de  siempre:  el  deseado  hábito  de  Santiago.  Sólo  consiguió  des- 
pués de  tantos  desengaños  una  Cédula  en  que  se  le  hacía  merced  de  70.000  maravedís, 
pagados  en  las  reutas  de  Sevilla.  Mas  la  parte  que  mayor  interés  tiene  en  la  Vida  de 
D.  Alonso  es,  como  ya  hemos  dicho,  su  viaje  y  estancia  en  el  Perú.  El  mismo  nos  dirá 

0)  Capítulo  XXVII. 


INTRODUCCIÓN  Lxxvii 

las  causas  que  le  impulsaron  á  pasar  á  las  ludias,  refugio  común  de  gente  perdida: 
«  Viendo  la  cruel  crueldad  que  el  Emperador  usa  conmigo,  así  en  las  pocas  mercedes  y 
hacienda  que  en  mí  ha  hecho,  y  lo  mucho  que  le  he  servido  defendiendo  sus  villas  y 
lugares  de  moros  y  franceses,  siendo  su  capitán  por  su  mandado,  y  el  poco  remedio  que 
me  pone  en  los  agravios  que  este  tirano  y  cruel  apasionado  juez  me  hace,  banderizando 
contra  mí  en  favor  de  mis  contrarios,  acoi'dé  de  efectuar  mi  ida  á  las  Indias  »  ( ' ) .  Es  de 
advertir  que  andaba  procesado  por  unas  coplas  hechas  en  Sevilla  contra  un  regidor  y  un 
jm-ado.  Condenado  á  destierro,  embarcóse  á  30  de  septiembre  de  1534,  y  acordándose  de 
sus  aficiones  poéticas,  se  despidió  de  la  patria  en  estos  versos: 

Navegando  mi  sentido 
por  el  golfo  del  cuidado, 
llevando  en  popa  el  olvido, 
por  la  proa  me  ha  embestido 
memoria  de  lo  i)asado. 

Quisiera,  viendo  el  afrenta, 
no  menos  en  la  tormenta 
amainar  mis  pensamientos; 
mas  quien  los  hace  contentos 
no  consiento  que  consienta. 

Llegado  á  Santo  Domingo  obtuvo  á  poco  tiempo  una  comisión  que  le  dio  la  Chanci- 
llería:  el  mando  de  la  gente  que  iba  á  pacificar  la  pi-ovincia  de  Santa  Marta,  cuyos  indios 
andaban  alzados;  ya  se  disponía  á  salir  cuando  vino  el  nombramiento  real  para  dicho 
cargo  en  favor  de  D.  Pedro  de  Lugo,  Adelantado  de  Canarias,  y  Enríquez,  maldiciendo 
su  fortuna,  marchó  á  Castilla  del  Oro,  nombre  con  que  entonces  era  designado  el  Perú, 
cuyo  Monarca  había  tres  años  antes  (1532)  caído  en  poder  de  Pizarro.  D.  Alonso,  des- 
pués de  contar  brevemente  la  conquista  de  aquel  reino  y  de  notar  lo  más  interesante  que 
vio  en  él,  pasa  á  referir  sus  hejchos.  Benévolamente  acogido  en  Lima  por  Francisco 
Pizarro  «como  hombre  que  ya  me  conocía  y  me  era  en  cargo»,  marchó  al  Cuzco.  La 
causa  de  aquella  jornada  fué  el  ir  con  Almagro  á  la  conquista  de  los  chiriguanos,  empresa 
que  no  se  i'ealizó.  Hallóse  en  el  sitio  del  Cuzco  por  los  indios  sublevados  contra  sus 
dominadores,  suceso  de  los  más  notables  que  registra  la  historia  de  los  españoles  en 
América  (').  D.  Alonso  niega  que  el  cerco  fuese  levantado  por  los  auxilios  do  Alvarado 
y  da  como  único  libertador  á  Diego  de  Almagro.  Y  cuando  Alvarado  fué  al  Cuzco  en 
nombre  de  Pizarro  y  comenzó  aquella  lamentable  disputa  sobre  las  gobernaciones,  Eurí- 
(|uez  foruió  parte  de  la  Comisión  que  se  adelantó  á  conferenciar  con  aquél.  Afilióse  al 
partido  de  Almagro  y  se  indispuso  con  los  Pizarros,  por  lo  cual  escribo  de  Hernando 
Pizarro:  «Es  un  mal  cristiano,  poco  temeroso  de  Dios  y  menos  del  dicho  nuestro  Rey, 
con  sobra  de  soberbia,  la  cual  reinaba  tanto  en  este  con  el  poco  temor  de  Dios  y  del 
Rey,  que  me  quiso  hacer  matar  sin  culpa  alguna»  (^). 

(>)  Obra  citada,  pág.  223. 

(2)  Hablando  del  sitio  del  Cuzco  dice  A-u,tín  de  Zarate:  «Hernando  Pizarro  y  sus  hermanos  la 
defendían  valerosamente  con  otros  muchos  caballeros  }•  capitanes  que  dentro  estaban,  especialmente 
Gabriel  de  Rojas  y  Hernán  Ponce  de  Lcon  y  D,  Alfonso  Enriqnez».  Historia  del  descubrimiento  y 
conquista  del  Perú,  libro  III,  cap.  III. 

(")  Obra  citada,  pág.  279. 


Lxxviii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Derrocado  el  poder  de  Almagro  en  la  batalla  de  Salinas  y  hecho  prisionero,  Enrí- 
quez,  que  había  quedado  defendiendo  la  ciudad  del  Cuzco,  vióse  condenado  á  muerte, 
librándose  de  ella  por  una  especie  de  milagro;  dos  veces  pusieron  los  verdugos  fuego  al 
arcabuz  y  dos  veces  falló  el  tiro,  viendo  lo  cual  desistieron  de  su  intento.  D,  Alonso  des- 
cribe con  dolor  el  suplicio  de  Almagro,  borrón  que  manchará  siempre  la  historia  de 
Francisco  Pizarro,  y  cuando  regresó  á  España  escribió  al  Emperador  una  larga  relacióu 
de  aquellos  sucesos,  vindicando  la  memoria  de  tan  valeroso  caudillo  (*),  y  presentó  ante 
el  Consejo  real  una  acusación  contra  Hernando  Pizarro,  acusación  que  copia  á  la  letra. 

Muchos  han  puesto  en  cuarentena  las  noticias  que  de  sus  aventiu"as  en  América 
cuenta  D.  Alonso;  pero  abramos  la  Guerra  de  las  Salinas,  escrita  por  Pedi-o  Cieza  de 
León  (^),  cuya  veracidad  y  exactitud  es  universalmeute  reconocida,  y  nos  servirá  como 
piedra  de  toque  para  comprobar  lo  que  Em-íquez  dice  de  su  estancia  en  el  Perú.  Afir- 
ma (^)  que  fué  nombrado  arbitro,  en  unión  de  Diego  Núñez  de  Mercado,  áfin  de  zanjar 
las  diferencias  euü-e  Pizarro  y  Almagro.  Cieza  de  León  (')  lo  coníii-ma,  añadiendo  nume- 
rosos detalles.  Los  comisionados  de  Almagro,  y  entre  ellos  Eimquez,  se  dirigían  á  Los 
Reyes,  donde  moraba  Pizarro;  mas  en  el  camino  estaba  apostado  para  detenerlos  el  capi- 
tán Alonso  Alvarez  en  nombre  de  Pizarro,  y  así  lo  hizo,  quitándoles  cuanto  oro  lleva- 
ban; la  escena,  según  la  refiere  Cieza,  fué  propia  de  bandidos,  y  Enríquez  demostró  una 
cobardía  suma.  Amenazado  por  Cristóbal  PizaiTO  con  darle  una  cuchillada,  echó  á  correr 
diciendo:  «Dádsela  (á  Juan  de  Guzmán),  que  á  mí  no  me  la  daréis».  Los  enviados  de 
Almagro  hubieron  de  retroceder  sin  conseguir  su  objeto.  Alguna  contradicción  hay  enti'e 
Cieza  de  León  y  Enríquez;  dice  éste  que  no  se  halló  en  la  batalla  de  Salinas,  y  hemos 
de  creer  que  ningún  interés  tenía  en  faltar  a  la  verdad;  por  lo  que  debe  de  andar  equi- 
vocado el  primero  cuando  lo  coloca  en  el  ejército  de  Almagro,  alrededor  del  estandarte 
con  otros  caballeros.  Enríquez  afirma  que  se  quedó  guardando  el  Cuzco  con  objeto  de 
no  dejar  la  ciudad  sin  defensa.  Derrotado  Almagro,  cuenta  Cieza  que  Enríquez  fué  preso 
y  uno  de  los  Pizarros  al  verlo  dijo:  «El  señor  D.  Alonso  es,  ninguno  le  haga  mal»,  al 
mismo  tiempo  que  con  una  mirada  indicaba  todo  lo  contrario  (^). 

(í)  Ocupa  las  páginas  340  á  356  del  libro  de  que  tratamos. 

Los  versos  á  que  antes  hemos  aludido  son  las  estrofas  de  arte  mayor  que  empiezan: 

Católica,  Sacra,  Real  Majestad, 

Cesar  augusto,  muy  alto  monarca 

y  el  romance  que  principia: 

Porque  á  todos  los  presentes 

y  á  los  que  dellos  vernán 

(Págs.  369  á  389.) 

(2)  Publicada  en  la  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de£spaña,  tomo  LXVIII. 

(3)  Página  293  de  su  Vida. 

(*)  Obra  citada,  caps.  XXVJ  y  XXVII.  Agustín  de  Zarate  (libro  III,  cap.  VIII)  escribe  acerca 
de  los  tratos  que  mediaron  entre  Francisco  Pizarro  y  Diego  de  Almagro  antes. de  la  batalla  de  Sali- 
nas: «Y  como  don  Diego  supo  la  gran  pujanza  de  gente  que  el  Marques  tenía,  determinó  tomar  algún 
partido  con  él,  y  aun  de  moverle  el  por  su  parte,  enviando  á  ello  con  su  poder  á  don  Alonso  Enrí- 
quez y  al  factor  Diego  Xuñez  de  Mercado  y  al  contador  Juan  de  Guzman». 

(^)  En  la  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  Chile  desde  el  viaje  de  Magallanes 
hasta  la  batalla  de  Maipo  (1518-lSlSj,  publicados  por  J.  T.  Medina,  hay  los  siguientes  acerca  de 
D.  Alonso  Enríquez: 

Real  provisión  nombrando  á  Alonso  Enríquez  de  Guzmán  capitán  de  cierta  gente  y  armada  que 


INTRODUCCIÓN  lxxix 


II 


Tantos  son  los  absiu'dos  contenidos  en  la  relación  autobiográñca  atribuida  al  falso 
Nuncio  de  Portugal  Juan  Pérez  de  Saavedra,  que  dudaríamos  hasta  de  la  existencia  de 
este  personaje  si  no  se  hallase  comprobada  por  la  autoridad  de  Gonzalo  de  lUescas,  quien 
escribe: 

«Siempre  que  me  acuerdo  de  este  Nicolao  Laurencio,  me  parece  su  negocio  al  de 
aquel  Nuncio  que  vimos  en  nuesti'os  dias,  que  con  letras  falsas  hizo  creer  al  Rey  de  Por- 
tugal que  le  enviaba  el  Sumo  Pontífice  Papa  Paulo  III  á  él  por  su  Legado,  y  él  se  hubo 
tan  discretamente  en  todo  lo  que  pudo  durar  la  disimulación;  y  entre  oti-as  cosas  muy  seña- 
ladas que  hizo  fue  una  inti-oducir  en  el  Reino  de  Portugal  el  Santo  Oficio  de  la  Inquisi- 
ción al  modo  de  Castilla,  de  donde  se  ha  seguido  en  aquel  Reino  gi-ande  servicio  de  Dios. 
Llamábase  este  buen  hombre  Sayavedra,  y  era,  según  oí,  natm-al  de  la  ciudad  de  Cór- 
doba, grandísimo  escribano,  y  tenia  otras  muchas  habilidades;  y  después  le  vi  yo  en  las 
(jaleras  de  Su  Magestad  reinando,  adonde  estuvo  muchos  años,  hasta  que  se  le  dio 
libertad  y  murió  en  ella  pobremente»  ('). 

Párrafo  que  es  un  precioso  ejemplo  de  la  suma  cautela  con  que  se  han  de  admitir 
las  afirmaciones  históricas,  aun  tratándose  de  escritores  que  fueron  coetáneos  de  los  su- 
cesos. El  establecimiento  de  la  Inquisición  en  Portugal  por  el  fingido  Nimcio  Saavedra 
es  una  fábula  refutada  en  el  siglo  xvíii  por  el  Padre  Feijoo  (^),  y  ya  Páramo  (^),  á  quien 

se  despaclió  parala  provincia  de  Santa  Marta.  Santo  Domingo,  12  de  diciembre  de  1534  (IV,  312 
á314). 

Real  cédula  para  que  D.  Alonso  Enríquez  se  vaya  á  los  reinos  de  España.  Barcelona,  14  de 
Marzo  de  1538  (V,  114  y  115). 

Acusación  de  ciertos  delitos  en  las  alteraciones  del  Perú  entre  Pizarro  y  Almagro,  por  el  Fiscal 
de  S.  M.  con  D.  Alonso  Enríquez  de  Guzmán,  vecino  de  la  ciudad  de  Sevilla,  y  descargos  presenta- 
dos por  él.  Años  1538  á  1544  (V,  124  á  211). 

Informe  del  Fiscal  de  las  Indias  á  S.  M.  acerca  de  varias  materias  relativas  á  D.  Alonso  Enrí- 
quez. Madrid,  13  de  septiembre  de  1541  (VI,  183  y  184). 

Fee  de  cierta  probanza  e  abtos  e  escripturas  de  D.  Alonso  Enríquez  contra  Hernando  Pizarro . 
Años  1541  á  1546  (VI,  206  á  257). 

Real  cédala  sobre  cierto  litigio  de  D.  Alonso  Enríquez  de  Guzmán.  Valladolid,  30  de  enero 
de  1544  (VII,  11  y  12). 

Real  cédula  relativa  á  un  juicio  seguido  por  D.  Alonso  Enríquez  contra  Hernando  Pizarro.  Va- 
lladolid, 31  de  julio  de  1545  (VII,  13). 

Real  cédula  relativa  á  un  pleito  seguido  por  D.  Alonso  Enríquez  contra  Hernando  Pizarro. 
Madrid,  17  de  abril  de  1546  (VII,  76  y  77). 

O  Historia  Pontifical,  libro  VI,  cap.  IV. 

(2)  Fábula  del  establecimiento  de  la  Inquisición  en  Portugal.  Ocupa  las  págs.  151  á  160  del 
tomo  VI  del  Theatro  crítico  universal. 

(3)  De  origine  et  progressv  Inqvisitionis,  eiusqiie  dignitats  &  vtilitate.  de  Romani  Pontíficis  potes- 
iate  &  delegata  Inquisitorum :  Edicto  Fidei,  &  ordine  iudiciario  Sancti  Officii.  qiicestiones  deccn, 
Libri  tres.  Autore  Ludovico  d  Paramo.  Matriti,  Ex  Typographia  Regia,  CIO.IO.XOIIX. 

En  el  capítulo  rotulado:  Compendiosa  de  Sahahedra  narratio pro  Inquisitione  Lusilania  (págs.  228 
á  232),  Páramo  traduce  la  relación  más  breve  de  las  dos  atribuidas  al  falso  Nuncio,  y  luego  dice: 
«Didacus  de  Sylua,  frater  Decalciatus,  Ordinis  sancti  Francisci  Asiensis,  loannis  Regis  III  con- 


Lxxx  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Feijoo,  llevado  de  su  ligereza,  atribuye  dar  fe  al  cuento  de  Saavedra,  había  cousiguado 
que  el  Santo  Oficio  del  vecino  reino  había  sido  creado  en  el  año  1536,  antes  de  1539, 
fecha  en  que  se  suponen  verificadas  las  imposturas  del  falso  Nuncio. 

Otros  disparates  hay  en  la  relación  atribuida  al  fingido  Nuncio,  Dice  éste  que  falsi- 
ficando cuantos  documentos  quiso,  logró  una  encomienda  de  la  Orden  de  Santiago,  y  es 
el  caso  que  en  el  Archivo  de  ésta  no  se  conserva  la  menor  noticia.  Existen,  sí,  las  pruebas 
hechas  para  recibir  el  hábito  un  Juan  Pérez  de  Saavedra,  contemporáneo  del  otro  y 
andaluz  también,  pero  distinto  personaje  á  todas  luces  {'). 

De  la  autobiografía  que  se  dice  escrita  por  Saavedra  hay  dos  textos  que,  conformes 
en  lo  sustancial,  difieren  en  extensión  y  en  algunos  detalles;  el  más  minucioso  fué  pu- 
blicado en  el  siglo  xviii  por  D.  Juan  Bernardino  Rojo  (-),  el  más  breve  se  halla  en  un 
manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  ('')  y  lo  copiamos  aquí: 

«Lo  que  V."  S."  111.""'  me  mandó,  ago  con  el  deuido  acatamiento  como  es  obligazion, 
Y  diré  brebisimamente  el  progresso  de  mi  bida  asta  que  llegó  el  tiempo  de  mis  trauajos, 
de  la  propria  manei'a  que  el  Rey  Don  Phelippe  nuestro  señor  la  tiene  escrita  de  mano 
de  Antonio  Pérez,  Secretario  de  Estado,  en  la  forma  y  manera  siguiente. 

»  Yo  soy  hijo  del  Capitán  Juan  Pérez  de  Saabedra  y  de  Doña  Ana  de  Guzmau,  su 
lijitima  muger,  vezinos  de  la  ciudad  de  Jaén,  a  quien  conoció  muy  bien  Morillo,  caualle- 
rizo  de  V.*  Sj^  Fui  tenido  por  el  mayor  escriuauo  do  nuestros  tiempos  y  de  mediano  ingenio 
para  hacer  y  granar  sellos  y  armas;  y  faltándome  mi  padre  me  bine  contra  la  boluntad 
de  mi  madre  á  la  Corte,  donde  por  mi  abilidad  y  pluma  dibersos  señores  procuraron  ser- 
birse  de  mi;  mas  yo  con  mi  ynclinaciou  natural  y  pensamientos  altiuos,  pretendiendo 
siempre  que  excediesen  algo  al  vso  común  de  los  hombres  y  que  uayde  hubiesse  hecho; 
y  ansi  trate  de  sacar  y  hurtar  las  firmas  del  Consejo  Real  y  el  de  Ordenes;  yce  mi  pri- 
mero asiento  con  un  fiscal  del  Consejo  Real  y  del  de  Ordenes,  que  llamauan  el  Dotor 
Torres,  por  escriviente  suyo,  adonde  y  de  cassa  del  relator  Páramo  hube  a  mis  manos 
todas  las  firmas  del  Consejo  Real  y  de  Ordenes,  las  quales  de  ordinario  traya  en  el  pecho 

fessarius,  Episcopus  Ceutensis  in  África,  Inquisitor  Generaüs  creatiis  est  anno  salutis  1536  de  inense 
Octobris». 

D.  Luis  Zapata,  en  su  curiosa  Miscelánea  (págs.  29  á  31),  atribuj-e  estos  hechos  á  un  Elmicio, 
natural  de  Huelva,  hijo  de  un  cardador  llamado  Buitrago. 

(1)  A  12  de  febrero  de  1533,  Juan  Pérez  de  Saavedra,  «uno  de  los  veynte  e  quatro  ca valleros  de 
regimiento  de  la  dicha  cibdad»  de  Córdoba,  presentó  ante  Fray  Mateo  de  Illana,  Prior  de  Santiago 
en  Porcuna,  una  Real  cédula  de  Garlos  V  dada  en  Madrid  á  29  de  enero  del  mismo  año.  En  las  decla- 
raciones prestadas  por  varios  testigos,  como  fueron  D.  Juan  Manuel  de  Lando  y  Gonzalo  Fernández 
de  Córdoba,  resultó  que  el  pretendiente  era  hijo  de  Gonzalo  de  Saavedra  y  D."  Francisca  de  Casti- 
llejo, vecinos  de  Córdoba,  hijosdalgo  notorios. 

(2)  Vida  del  falso  Nuncio  de  Portugal  Alonso  Peres  de  Saavedra,  escrita  por  el  mismo,  á  instan' 
cia  del  Eminentísimo  Seíior  Don  Gaspar  de  Quiroga,  Arzobispo  de  Toledo  y  Cardenal  de  la  Santa 
Iglesia  de  Roma,  y  la  del  fingido  Obispo  griego  Francisco  Camacho,  publicada  por  don  Juan  Bernar- 
dino Roxo,  Capellán  mayor  de  los  Reales  Exércitos,  en  que  se  refieren  sus  raros  y  graciosos  hechos. 
Madrid,  en  la  imprenta  de  don  Antonio  Espinosa,  año  de  1788;  1  vol.  en  8.",  de  XVI-125  págs. 

(')  Los  notables  y  atroches  echos  de  Juan  Pérez  de  Sabedra,  que  con  formas  y  firmas  falsas  de  Car- 
denales y  del  Papa,  Principes  y  Emperador  Carlos  quinto  y  Ministros,  pusso  la  Inquisición  en  PorlU' 
gal  a  disgusto  de  el  Rey  y  del  Reyno,  como  se  berá  en  este  brebe  discurso  que  el  mismo  escriuio  a  yns' 
tanda  del  Ilustrissimo  Señor  Cardenal  Arzobispo  de  Toledo  Don  Gaspar  de  Quiroga,  cuyo  original 
quedó  en  su  librería.  Mss.  del  siglo  xvii;  8  hojas  en  4.°,  Signatura  T.  299,  folios  26  á  33. 


INTRODUCCIÓN  l^xxi 

eu  un  pergamino  a  manera  de  borrador.  Y  estando  un  dia  en  cassa  del  Lie/'"  Alderete 
bino  alli  una  pobre  mujer  de  Yillanueba  de  los  Infantes  a  pedir  la  muerte  de  su  marido 
a  quien  ciertos  contrarios  abian  muerto,  y  a  causa  de  ser  pobre  tenia  su  negocio  malis- 
simo  despacho;  yo  mobido  de  conpassiou,  biendo  que  la  negaban  su  justicia   prociu'é 
acer  en  su  remedio  prueba  de  mi  yntento  y  perbersa  abilidad,  y  ansi  yce  luego  ima  pro- 
uision,  que  ftie  la  primera  de  mi  mano,  despachada  en  toda  forma,  para  im  juez  pesqui- 
sidor, la  qual  el  llenó  y  executó  como  si  fuera  de  todo  el  Consejo  Real,  y  los  delinquentes 
pagaron  lo  que  tan  justamente  debian  y  se  atajaron  con  esto  muchos  males  y  grandes 
ynconbenientes,  como  adelante  se  bio.  Después  me  bine  a  Toledo,  donde  por  una  póliza 
u  leti-a  falsa  de  mi  mano  cobre  12.000  ducados  sin  que  asta  oy  se  aya  sabido  la  falsedad. 
Con  este  dinero  me  comencé  a  poner  en  borden  y  me  bolbi  a  la  Corte,  donde  asistí  asta 
que  ube  a  mis  manos  la  forma  y  fírma  del  Emperador  Carlos  Quinto  y  del  Rey  Felippe 
Segundo,  su  hijo,  y  con  esto  yce  luego  una  prouission  de  Su  Magestad,  que  a  la  sa9on 
estaua  ausente,  y  me  fiugi  benir  por  su  mandado,  y  con  ella  me  fuy  al  Consejo  de  Or- 
denes, por  la  qual  se  le  mandaua  se  me  diesse  luego  el  abito  de  Santiago  con  4.000  du- 
cados de  renta,  los  quales  cobré  pacificamente  17  años;  y  el  dia  que  me  hize  Cardenal  y 
pusse  el  capelo  en  Seuilla  ti-aspassé  este  abito  y  encomienda  con  decreto  y  prouission 
mia,  como  si  fuera  de  el  Rey,  en  un  mi  mayordomo  el  qual  oy  dia  lo  possee,  con  orden 
ciei-ta  y  espresa  de  Su  Magestad,  por  auer  bisto  ser  todo  guiado  por  voluntad  particular 
de  el  cielo  y  estar  esta  encomienda  como  conejada  y  ocultada  según  se  supo  después  que 
yo  fuy  presso,  porque  entonces  se  lo  concedió  el  Papa  Paulo  tercero  a  Su  Magestad,  do 
la  manera  que  está  oy  dia,  diciendo  aber  sido  esta  orden  diuina  por  quedar  aora  conce- 
dido lo  que  jamas  quisieron  conceder  otros  Pontífices. 

»  Aora,  S.""  111.""",  diré  la  orden  y  manera  que  tube  en  acer  mi  casa  y  la  entrada 
en  Portugal,  que  todo  tubo  este  principio.  Yo,  Señor,  me  bali  de  pólizas  que  hize  per- 
misibas  de  Su  Magestad;  yzelo  a  costa  de  Su  Magestad  sin  tomar  ni  cobrar  blanca  de 
hombre  particular,  sino  solo  de  Su  Magestad,  y  esto  de  cosas  suyas  perdidas  y  del  todo 
punto  olvidadas;  y  con  dichas  pólizas  pedia  cierta  cantidad  y  la  señalaba  en  diuersas 
partes  en  depósitos  de  Su  Magestad  y  poníalo  a  dibersos  años  y  tiempos  que  se  podian 
pasar  eu  letras  que  yo  dejaba  firmadas  de  Su  Magestad;  y  en  su  nombre  las  personas  de 
quien  yo  pedia  estas  cantidades  las  cobraban  de  los  depósitos  y  depositarios,  y  biendo 
los  receptores  las  dichas  libranzas  a  cobrar  en  cada  año  y  bistas  las  fii*mas  de  Su  Ma- 
gestad que  yo  dejaua,  las  recluían  en  quenta  y  pasaban  adelante.  De  este  modo  certifico 
a  Y."  S.*  111.'"*  que  si  no  me  metiera  en  bestírme  de  colorado  y  acerme  Nuncio,  que 
jamas  en  el  mmido  ni  parte  del  se  descubriera  este  hecho  y  maraña  con  auer  yo  sacado 
y  cobrado  en  la  forma  que  he  dicho  grandes  cantidades  de  ducados;  pero  permitió  Nues- 
tro Señor  que  mis  trauajos  passasen  adelante,  como  en  fin  pasaron,  asta  que  su  dibina 
magestad  los  ataxó  con  el  remedio;  y  ansi  abiendo  cobrado  con  las  letras  dichas  asta 
42,000  ducados  me  fuy  a  Sebilla  el  año  de  1537,  adonde  yce  luego  acer  una  muy  rica 
bajilla  y  algunas  literas  preuiniendo  otras  muchas  cosas  a  este  tono,  con  acuerdo  de  este 
mi  mayordomo  y  secretario,  sin  que  otro  alguno  supiesse  cossa,  a  los  quales  solo  me  des- 
cubrí debajo  de  un  juramento  muy  solemne  que  yelmos  de  que  si  permitiera  Nuestro 
Señor  que  yo  por  mis  pecados  fuesse  descubierto  y  biniese  a  padecer,  que  por  mi  caussa 
ellos  no  padecerían  ni  jamas  seria  manifiesta  la  culpa,  y  que  justamente  yban  conmigo; 
y  ansi  quando  me  prendió  el  Marques  de  Yillanueba  de  Barcarrota  pensando  que  yo 

AUTOBIOGRAFÍAS    Y    MEMORIAS. 6 


I.XXX1I  autobiografías  Y  MEMORIAS 

fuese  ytaliano,  como  me  conoció  y  supo  quien  era,  bei-daderamente  se  compadeció  de  mi 
y  le  pesso  de  auerme  presso;  y  conociendo  yo  esto  me  atrebi  a  pedille  dejase  yr  libres  a 
los  que  me  seguian  criados  mios,  que  heran  mas  de  100,  certificándole  y  asegurándole 
conjuramento  que  si  abia  culpa  que  yo  solo  la  tenia;  de  lo  qual  no  solo  quedó  cierto  y 
asegiu-ado,  pero  quedólo  asimismo  el  rey  de  Portugal,  y  asi  le  hizo  que  los  dejase  yr 
libres  a  todos,  cei-titicandose  aun  mas  de  esto  el  Marques  diciendo  que  si  ellos  fueran  cul- 
pados no  binierau  adonde  yo  estaña;  de  donde  se  bia  que  ynocentes  estañan  de  mis 
hechos  y  maldades  y  que  me  tenian  realmente  en  lo  que  representaua.  En  este  medio 
me  llevaron  a  Badajoz,  adonde  yo  antes  abia  estado  esperando  20  dias  licencia  del  rey 
de  Portugal  para  entrar  en  aquel  reyno,  como  adelante  contaró;  de  alli  me  trujeron  a 
Madrid,  Corte  de  Su  Magostad,  y  me  entregaron  a  Don  Juan  Tañera,  ai-zobispo  de  To- 
ledo, Cardenal,  Inquisidor  general  y  gobernador  de  España,  ayo  de  el  Piincipe  nuestro 
señor,  el  cual  inbio  el  processo  de  mi  caussa  al  Papa  Paulo  tercero,  con  los  demás  qua- 
dernos  ansi  de  relasos  como  de  reconciliados  y  penitentes;  y  abiendolo  bisto  todo  muy 
bien  y  el  eñecto  que  tubieron  todas  mis  firmas  falsas  y  echos  tan  estraordinarios,  se  enten- 
dió y  percibió  en  si  aber  sido  todo  esto  peimission  de  la  diuina  mano  que  me  abia  esco- 
jido  para  hacer  y  ordenar  cosas  tan  grandiosas  y  justas,  que  reyes  ni  Papas  jamas  pu- 
dieron acabar  como  yo  tan  bien  lo  acaué  y  siempre  yendo  con  supuesto  firme  de  no  acer 
cüssa  ynjusta;  y  ansi  mandó  Su  Santidad  se  me  diesse  alguna  penitencia  piadossa  y  que 
si  de  mi  se  entendiesse  que  gustarla  de  yr  a  la  corte  romana  que  me  llenasen  allá,  por- 
que deseaba  berme;  y  hiendo  el  Consejo  Real  que  el  Ai'zobispo  trataua  de  librarme 
diciendo  era  gusto  de  Su  Santidad,  presumiendo  que  lo  quería  hacer  mobido  de  algún 
pai-ticiilar  ynteres  (y  ya  no  le  abia  porque  quando  me  prendieron  me  tomaron  quanto 
me  aliaron)  pidieron  y  requirieron  al  Cardenal  me  pusiese  y  eutregasse  a  la  cárcel  de 
Corte  y  remitiesse  a  su  juycio  mi  caussa,  alegando  para  esto  que  abia  robado  de  los  depó- 
sitos de  estos  reynos  con  firmas  falsas  mas  de  tres  millones  de  sola  moneda;  lo  qual  el 
Cardenal  hubo  de  hacer  como  Gouernador  de  España,  y  entonces  me  dijo  consolándome 
y  esfor(,'audome:  no  temas,  que  también  allá  seré  yo  sobre  ellos  como  lo  e  sido  sobre  el 
casso  de  la  Ygiesia  porque  as  estado  aqui  asta  aora;  y  assi  el  proprio  hizo  benir  un  Brebe 
de  Su  Santidad  para  que  yo  pudiesse  elij ir  jueces,  como  fuessen  hombres  de  leti-as  y  con- 
ciencias como  el  casso  requería,  y  por  auer  recusado  al  Consejo  Eeal.  Yo  abiendo  bisto 
quanto  bien  me  abia  hecho  el  Cardenal  y  la  gana  grande  que  los  de  el  Consejo  tenian 
do  darme  la  muerte,  no  quise  que  fuesse  otro  que  él  mi  juez,  no  obstante  que  me  rogó 
dibersas  heces  con  la  ynstancia  que  pudiera  mandármelo  elijiesse  otro  algún  letrado, 
íiayle  o  clérigo,  quel  aria  que  me  sentenciase  piadosamente,  pues  tenia  entendida  la  vo- 
luntad de  Su  Santidad.  Asi,  como  estaña  fií-me  eu  que  no  abia  de  nombrar  otro  ningún 
juez,  me  remitió  al  Dotor  Ai-abia,  ynquisidor.de  Llerena,  el  qual  me  condenó  en  10  años 
do  galeras  a  ynstancia  y  requerimiento  del  Consejo  Real  y  a  que  en  toda  mi  bida  tomase 
pluma  para  escribir,  so  pena  de  cortarme  la  mano  dei-echa.  Luego  me  llenaron  a  galeras, 
aunque  nunca  remé,  adonde  por  mis  pecados  estube  diez  y  ocho  años  sin  los  dos  que 
estube  en  la  cárcel  de  Corte  y  cassa  de  el  Cardenal.  Aora  a  sido  Nuestro  Señor  serbido 
(lue  el  Papa  Paulo  tercero  dio  un  Breue  para  los  ynquisidores  en  que  mandó  me  saquen 
de  galeras  y  por  aliarse  eu  el  puei'to  de  Santa  María  le  enbió  Su  Santidad  al  obispo  de 
Tarazona  y  él  le  ynbió  al  arzobispo  de  Sebilla  para  que  lo  tratase  con  Su  Magestad,  e 
qual  mandó  que  me  soltasen  y  que  yo  biniesse  a  berme  en  su  presencia  y  me  abisasen 


INTRODUCCIÓN  lxxxiii 

en  pai-te  uingmia  parase  ni  escriuiesse  asta  hacer  esto  y  ordenase  lo  qne  de  mi  se  abia 
de  hacer;  con  esto  bine  a  la  Corte,  donde  bessó  la  mano  a  Su  Magestad  y  después  me  yzo 
la  merced  que  a  todos  dije  en  Seuilla,  de  dos  mili  ducados  de  renta. 

»Aora  contaró,  lU.""*  Señor,  brebemente  la  manera  y  traza  que  tuve  para  acer  las 
letras  y  como  junté  y  hice  mi  casa  en  Sebilla  y  la  entrada  en  Portugal.  Saliendo' yo  de 
aquel  reyno,  que  abia  ydo  a  ber  la  tierra  y  la  dispussicion  que  tenia,  pai-a  mi  yntento  de 
entrar  la  Inquisición,  y  hiñiendo  a  el  Andalucía,  topé  con  un  teatino  ó  padre  de  la  Com- 
pañia,  que  fue  el  primero  que  abia  visto,  porque  en  aquella  sa(,íou  acauaba  el  Papa  Paulo 
tercero  de  fundar  su  orden  u  aproualla;  al  qual  oy  mi  sermón  el  dia  de  San  Andrés,  y 
pareciendome  hombre  docto,  deseando  comunicar  con  el  le  combidó  á  comer  y  le  tube 
algunos  dias  en  mi  compañia;  y  tratando  de  diuersidad  de  cossas  y  admii-andose  él  de 
mi  abilidad  y  plimia,  bino  de  lance  en  lance  á  mostrarme  un  Brebe  que  traya  de  Roma 
para  fundar  una  cassa  de  la  Compañia  de  Jesús  en  Portugal  y  me  dijo  que  se  olgaria 
mucho  que  su  Brebe  que  el  traya  siih  annullo  Piscatoris  ansi  como  trataua  de  el  solo 
tratara  también  de  su  compañero,  y  tomándoselo  yo  saqué  luego  de  dicho  Brebe  sin  que 
el  lo  biesse  un  tanto  acomodándosele  a  su  proposito  y  como  el  deseaua,  que  re^aua  a  los 
dos  compañeros;  con  lo  qual  se  alegraron  no  poco  y  hiéndelos  yo  tan  contentos  y  agra- 
decidos a  lo  que  abia  hecho  diles  parte  y  descubriles  la  yntencion  mia  y  como  deseaba 
y  andaba  buscando  modo  como  meter  la  Ynquisicion  santa  en  Portugal.  Viendo  ellos 
mi  abilidad  y  yudustria  y  que  con  ella  podia  sacar  todas  las  cantidades  de  dinero  que 
quissiese  y  acer  qualesquier  firmas  falsas,  despachando  poderes  necessarios  de  el  Empe- 
rador y  otros  Príncipes  y  de  la  Corte  Komana  y  de  todas  las  demás  cosas  que  menester 
fuessen  para  la  auctoridad  de  este  negocio,  de  los  quales  y  de  otros  señores  grandes  y 
potentados  traya  yo  fií-mas  originales,  mo  dijo  el  teatino  primero  que  ablé:  por  cierto, 
señor,  en  el  mundo  todo  pudierades  aliar  otro  hombre  como  vos  para  un  negocio  como 
este  do  tanta  ynportancia  y  de  que  tanto  se  a  de  serbir  Nuestro  Señor;  pero  seria  neces- 
sario  que  espressamente  biuiese  a  esto  un  Cardenal  con  bula  misiba,  legado  a  latere^  y 
con  las  proprias  beces  que  el  Sumo  Pontífice,  trayendo  también  con  esto  poderes  otrosi 
del  Emperador,  dándoselos  para  esto,  y  su  auctoridad  plena,  y  que  lo  pidiesse  y  requi- 
riesse  para  ello  al  Rey  de  Portugal  de  parte  de  la  fee  catholica,  porque  esto  mismo  an 
yntentado  algunos  papas  y  jamas  lo  han  podido  acabar,  y  si  vos  lo  fraguasedes  seriades, 
no  hombre,  sino  algún  anjel  enbiado  do  el  cielo  de  la  mano  do  Dios,  por  ser,  como  es, 
una  cosa  tan  ynportante.  Con  lo  qual  y  con  otras  pláticas  que  tratamos  me  bino  a  dar 
toda  la  luz  y  orden  que  debía  tener  y  guardar  en  un  negocio  tan  arduo  y  el  tenor  y  traga 
de  la  bula  missiua,  la  qual  escriui  luego  y  el  teatino  se  fue  con  Dios.  De  allí  me  bine 
a  oti'o  pueblo  de  el  Algarbe  que  llaman  Tabira  y  alli  hice  grabar  los  sijillos  y  sellos  pen- 
dientes; con  esto  me  partí  luego  al  primer  lugar  de  Castilla  que  llaman  Ayamonte, 
adonde  tube  noticia  de  im  frayle  francisco,  provincial  de  su  Horden,  que  estaba  allí  y 
benia  de  Roma,  al  qual  por  satisfacerme  yo  de  mis  bulas  y  sijilos  y  si  estañan  bien  saca- 
dos, yce  la  yntroduccion  que  dü-e  a  Y.  S.  111,™' 

» Sabrá  Y.  P.  Reverendissima  que  hiñiendo  por  cierto  camino,  a  tantas  leguas  de  aquí 
topó  con  seys  hombres  que  todos  juntos  corrían  la  posta  y  cerca  do  donde  los  topé  alié 
imas  letras  y  escrituras  en  pergamino  con  los  sellos  pendientes,  que  bengo  aqui  á  mos- 
trar á  Y.  P.  para  que  me  diga  que  cosa  es  esta,  pues  lo  entiende;  con  presupuesto,  si 
fuere  cosa  de  ynportancia,  tomar  la  posta  e  yrme  luego  en  su  seguimiento  aunque  me 


Lxxxiv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

cueste  muchos  dineros  y  dias  asta  dalles  sus  escrituras.  Yieudo  el  Provincial  los  papeles 
y  hiendo  mi  prática,  encargóme  mucho  la  conciencia  sobre  que  lo  hiciesse  asi  y  rogó 
después  con  gmndissima  ynstancia  que  luego  al  punto  fuese  o  ynbiase  a  buen  recado 
estos  papeles,  porque  eran  de  muy  grandissima  ynportancia  y  serbicio  de  Nuestro  Señor; 
que  me  acia  saber  para  que  con  mas  cuydado  lo  hiciesse  que  aquellos  papeles  no  eran 
menos  que  Bulas  apostólicas  para  meter  la  Ynquisicion  en  el  reyno  de  Poi-tugal,  cosa  que 
tanto  abian  deseado  tantos  Papas  y  reyes  y  en  particular  toda  la  república  de  Castilla,  y 
que  los  reyes  de  Porüigal  lo  abian  contradicho  y  defendido  grandemente;  pero  que  agora 
con  esta  bula  tan  en  forma  y  con  la  carta  y  poderes  del  Emperador  y  benir  a  ello  un 
Cardenal  en  persona,  que  era  uno  de  aquellos  que  corrían  la  posta,  sin  duda  se  aria  el 
negocio  bien,  y  que  aquel  Cardenal,  que  era  uno  de  aquellos,  que  seria  mozo  y  por  abre- 
biar  tomarla  posta;  que  le  hallaría  en  Badajoz;  sino  que  passase  a  Seuilla,  que  allí  pon- 
di-ia  cassa  en  forma  coniforme  a  la  calidad  de  su  persona  y  al  negocio  que  benia,  para 
desde  allí  abisar  al  rey  de  Portugal  de  su  benida  y  a  lo  que  hera  enbiado  y  encaminarse 
luego  allá,  y  que  esto  lo  narraban  y  decían  las  bulas  misiuas  y  ordenes  que  ti-aya. 

»  Quedando  yo  con  esto  bien  certificado,  satisfecho  y  asegurado  de  mis  buenos  des- 
pachos, passé  de  alK  a  Seuilla,  cobrando  de  camino  el  dinero  que  queda  dicho;  yceme 
en  Sebilla  aber  llegado  allí  de  Roma  por  la  posta,  adonde  determínaua  hacer  mí  cassa, 
como  la  hice;  al  punto  receuí  mayordomos  y  secretarios  y  todos  los  demás  officiales  que 
pide  semejante  cassa;  yce  la  mejor  y  mas  rica  bajílla,  ti-es  literas  y  capilla  formada  y 
todos  los  demás  personajes  y  requisitos  necesarios  para  Ynquisicion;  recluí  para  criados 
asta  cien  personas,  a  las  quales  todas  acomodé  y  aposenté  en  diuersas  partes  de  la  ciudad 
y  ellos  mismos  me  buscaban  ,1o  que  sabían  abia  yo  menester  y  me  lo  trayan  echo,  y  yo 
escojia  lo  que  me  parecía,  que  para  todo  abia  dinero  abundante  sin  ningún  temor  que 
pudiesse  faltar;  todo  esto  lo  hacían  los  officiales  de  quien  yo  me  fiaba  y  yo  que  horde- 
naua  me  estaua  encubierto,  y  me  estube  asta  tenello  dispuesto  y  dejallo  todo  muy  a 
punto  y  bien  ordenado;  y  diciendo  ellos  que  aun  yo  no  abia  llegado,  todos  me  estañan 
esperando  cada  día,  asta  que  cierta  noche  yo  fiíijí  benia  por  la  posta  a  las  cassas  que  ellos 
me  tenían  adere9adas,  que  heran  las  arzobispales;  así  como  llegué  salieron  mí  mayordomo 
y  secretario  y  me  abrazaron  y  con  ellos  los  demás  criados  que  me  abian  recibido,  y  luego 
me  comenzó  a  bissitar  todo  el  clero  y  seglares  como  legado  a  latere.  Estube  allí  20  días; 
en  ellos  cobré  de  los  albaceas  y  bienes  de  el  Marques  de  Tarifa  15.000  ducados,  diciendo 
que  aquellos  se  auian  quedado  debiendo  en  Roma  quando  estubo  allá  el  Marques,  por 
ciertas  cédulas  que  yo  ti-aya  contrahechas,  y  enseñándoselas  a  su  mayordomo  dijo  que 
era  aquella  su  letra  y  firma,  pero  que  tal  deuda  no  se  deuía,  por  mil  i-azones  que  para 
ello  alegaua;  mas  al  fin  se  pagaron  como  yo  lo  pedía,  y  sabida  la  berdad  ellos  se  deuiau 
a  la  Sede  apostólica,  y  sí  yo  no  los  sacara  se  estubíeran  asta  sécula  fin  anegados. 

»Con  esto  salí  de  Seuilla  con  toda  mi  cassa  y  aparato  y  mas  de  120  criados  y  minis- 
tros y  caminé  a  Badajoz  y  teniendo  noticia  de  algimos  lugares  de  Castilla  por  donde  pasaba 
que  abia  Yuquisicion  en  Llerena  y  otros,  los  bíssitaua,  corregía  y  castígaua  según  pedía 
mí  officio,  y  entre  ellos  escojí  ti-es  ynquisidores  en  Seuilla  y  Llerena,  los  mas  doctos  y 
experimentados  que  alié  y  llévelos  conmigo  y  estos  dejé  después  por  ynquisidores  en 
Portugal  y  oy  en  día  acen  sus  ofíicios  con  mucha  rectitud,  que  son  el  Dotor  Pedro 
Alvarez  Ve9era  y  el  Dotor  Don  Alonso  Bazquez  y  el  Lie.'*"  Luys  de  Cárdenas;  con  ellos 
llegué  a  Badajoz,  de  donde  con  uno  de  mis  secretarios  escribí  y  enbié  las  bulas  apostólicas 


INTRODUCCIÓN  txxxv 

y  letras  al  rey  de  Poi-tiigal,  el  qual  como  las  bio  se  sobresaltó  j  turbó  de  tal  manera  que 
mi  secretario  con  el  miedo  que  cobró  tubo  por  bien  de  salirse  sin  respuesta  y  se  bolbio 
a  mi,  diciendome  que  en  todo  casso  mudase  de  parecer,  que  seria  ynpusible  salir  con  lo 
que  pretendia  ni  que  el  Rey  quisiese  venir  en  ello;  que  me  acia  saber  que  abia  uydo  de 
su  presencia  con  mas  miedo  que  berguenza  de  solo  ber  quan  mal  lo  tomaron  el  Eey  y 
los  suyos,  diciendole  palabras  enojosas;  y  reprendiéndole  yo  por  auerse  benido  de  aquella 
suerte  y  sin  respuesta  me  dijo  que  biesse  lo  que  quería  que  yciesse,  que  no  discreparía 
im  pmito  de  mi  orden  aunque  le  costase  la  bida;  y  ausi  le  mandé  bolber  allá  con  toda 
brevedad  y  que  a  nayde  diese  a  entender  ni  supiessen  abia  salido  de  la  Corte,  sino  que 
bolbiesse  á  su  Alteza  y  le  dijesse  le  diesse  respuesta  con  ressolucion,  que  solo  esso 
aguardaua  perdiendo  mucho  tiempo,  porque  su  amo  el  Legado  demás  de  que  era  hom- 
bre mozo  tenia  salud  para  bolberse  por  la  posta  a  Roma  y  siendo  necesario  de  Roma  a 
Portugal;  que  esto  le  dijesse  con  mucha  efficacia  y  que  mirase  su  Alteza  lo  que  hacia  en 
caso  tan  graue  y  ynportante  a  la  fee  catholica  y  república  cristiana,  y  que  ñiesse  serbido 
de  responder  y  proueer  como  tan  cristianissimo,  proueyendo  en  la  caussa  con  la  justifi- 
cación que  debia,  faboreciendola  por  ser  de  Nuestro  Señor  y  obligación  suya,  y  de  quien 
abiau  de  tomar  exemplo  todos  los  principes  de  la  cristiandad  y  quedar  nombre  y  fama 
en  la  Yglesia  de  ser  tan  obediente  a  ella  y  obserbar  y  guardar  sus  hordenes  y  que  se 
limpie  todo  jenero  de  macula,  para  que  la  fee  de  Chi'isto  quede  tan  y  limpia  como  el  sol 
a  medio  dia,  y  otras  cosas  para  ati-aelle  a  mi  proposito  muy  efficaces.  Esto  yzo  ansi  mi 
secretario  y  con  el  me  escriuio  su  Alteza  que  si  posible  ftiesse  me  entretubiesse  20  dias 
para  podello  comunicar  con  su  Consejo  y  tomar  acuerdo  y  resolución;  y  hiendo  yo  que 
por  mucha  priessa  que  se  diese  no  podia  en  estos  20  dias  ynbiar  a  Roma  a  ynformarse, 
me  determiné  a  esperarlos,  al  cabo  de  los  quales  me  ynbio  el  Rey  al  Duque  de  Abero 
Alencastro  por  Embajador,  diciendome  que  yo  entrasse  muy  enhorabuena,  que  a  dos 
leguas  de  alli  estaua  una  ciudad  de  su  reyno  que  llamaban  Yelbes,  de  donde  podia 
comunicalle  y  acer  mi  officio  y  todo  lo  demás  que  Su  Santidad  mandaua;  pero  que  olga- 
ria  me  ftiesse  a  su  Corte  y  me  biesse  con  el  para  que  el  me  guiasse  en  lo  que  mas  con- 
biniesse  y  fuesse  necesario  tocante  al  casso,  y  asi  lo  hice  y  fuy  recibido  de  su  Alte9a  y 
del  clero  con  mucha  autoridad  y  aplausso  y  estube  en  la  Corte  ti-es  meses,  andube  bissi- 
tando  el  reyno  y  asentando  las  cosas  de  la  Ynquisicion  en  Lisboa  y  en  Coymbra,  esco- 
jiendo  para  los  officios  de  ella  las  personas  mas  eminentes  en  vida  y  letras,  dándoles 
grandes  poderes  y  auctoridad  para  la  execucion  de  todo,  como  oy  dia  está  asentada  y 
perbalece,  y  lo  confirmó  todo  Su  Magostad  y  Su  Santidad  después  con  bulas  apostólicas. 
»  Riendo  Nuestro  Señor  que  tenia  ya  hecho  esto  por  mano  de  este  mal  ministi-o,  no 
queriendo  su  dibina  magostad  que  pasase  mas  adelante  y  que  hiciesse  otros  ynsultos 
perniciosos,  me  ató  los  passos  cumpliéndose  lo  del  Evangellio:  que  no  abrá  cosa  por 
oculta  que  sea  que  no  se  revele;  y  por  su  diuina  prouidencia  me  dio  un  Judas  que  me 
bendiesse,  que  fue  un  bicario  de  Mora  en  quien  yo  me  abia  fiado,  el  qual  me  conbidó  a 
caza  un  dia  de  Sant  Ileffonso  y  diciendo  que  dejassemos  yr  la  jente  y  que  por  otra  parte 
podríamos  yr  a  aguardar  a  ciertos  pueblos,  me  metió  en  una  litera  y  cerrando  las  ben- 
tanillas  de  ella  me  llenó  como  pajaro  en  jaula  orilla  del  rio,  adonde  estaua  aguardando 
el  Marques  de  Yillanueba,  con  quien  estaua  concertada  mi  prission,  y  me  hizo  pasar  el 
rio  con  mas  de  100  hombres  de  a  pie  y  de  a  cauallo  que  traya,  llenándome  preso,  y  lo 
mismo  quisso  acer  de  mis  criados  y  le  pedí  los  dejasse  yr,  como  queda  dicho;  yo  pasé 


Lxxxvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

después  mis  trauajos  ciertos,  como  mis  pecados  los  merecian  y  sane  Y.  S.  111.™'  a  quien 
guarde  el  Cielo  para  padre  de  necesitados  » , 


m 

Como  eslabón  que  enlaza  el  género  autobiográfico  con  la  novela  se  debe  considerar 
el  extraño  libro  escrito  por  el  doncel  de  Xérica^  Bartolomé  de  Yillalba  y  Estaña.  Xadie 
pane  entela  de  juicio  la  realidad  de  los  viajes  que  hizo  por  diversas  regiones  de  España, 
visitando  generalmente  santuarios  célebres;  la  exactitud  y  riqueza  de  las  descripciones  y 
pinturas  hace  imposible  creer  que  las  Memorias  del  pelegriiw  sean  producto  solamente 
de  la  imaginación  ü  obra  de  un  erudito,  compuesta  en  el  silencio  y  retiro  de  un  gabinete, 
sirviéndose  de  otras  ajenas.  Tipo  singular  es  el  de  aquel  hidalgo  que,  no  sintiéndose  con 
vocación  pai-a  echarse  al  hombro  una  pica  y  marchar  como  soldado  á  Italia  ó  Flandes, 
se  dedicó  á  la  vida  errante  y  vagabunda,  movido  en  parte  de  la  devoción  y  en  parte  del 
deseo  de  satisfacer  su  curiosidad  y  ser  libre  como  el  ave.  ¡Lástima  que  tengamos  tan 
sólo  una  pai-te,  y  no  la  mayor,  de  su  obra,  publicada  por  el  Sr.  Gayangos  en  la  Colección 
de  los  Bibliófilos  españoles/ 

De  enconti-arse  los  libros  que  faltan  tendríamos  una  España  y  sus  monumentos  tal 
como  podía  escribirla  en  el  siglo  xvi  un  hombre  que  poseía  ciertamente  escasa  ilustra- 
ción, pero  que  no  estaba  desprovisto  de  cierto  amor  al  arte  y  de  sentimiento  de  la  Natura- 
leza, en  cuyo  seno  se  complacía,  huyendo  de  vivir  encerrado  en  las  poblaciones. 

Poeta,  aunque  sin  inspiración  casi  siempre,  urdió  en  sus  Memorias  una  mezcla  de 
realidad  y  ñcción,  intercalando  varias  leyendas,  gracias  á  las  cuales  conocemos  algunas 
tradiciones  locales.  Como  obras  literarias  son  malísimas,  pero  tienen  su  valor  histórico; 
en  una  de  ellas  notó  Gayangos  que  había  alusiones  veladas  á  los  célebres  amores  de 
D.  Fadrique,  hijo  del  gran  duque  de  Alba,  y  que  tan  caros  le  costaran  ('). 

Salido  el  peregrino  de  su  pati-ia  visita  el  monasterio  franciscano  de  Chelva,  y  atrave- 
sando las  áridas  llanuras  de  la  Mancha  llega  a  Aranjuez,  quedando  entusiasmado  al  ver 
«la  altui-a  de  los  árboles,  tan  iguales  que  parece  se  precia  la  Naturaleza  de  producir  allí 
las  cosas  á  gusto  de  nuestro  rey».  Eq  Madrid  no  hay  iglesia  ni  convento  que  deje  de 
mencionar;  en  la  de  Santo  Domingo  el  Real  ve  el  sepulcro  de  Pedro  el  Cruel,  y  lo  des- 
cribe así: 

«Está  hecha  de  bulto  de  un  mármol  maravilloso,  hincado  de  rodillas,  con  un  misal 
delante,  calzadas  sus  mismas  espuelas;  está  al  vivo  retratado;  muéstrase  por  su  aspecto 
y  fisonomía  ser  hombre  severo,  feroz  y  sanguinolento,  que  bien  mirado  y  considerado, 
parece  que  da  miedo  mirarle  de  hito  en  hito»  (^). 

C)  El  Pelegrina  curioso  y  grandezas  de  España,  por  Bartholomé  de  Villalva  y  Estaña,  donzel  de 
Xérica.  Madrid,  Inipr.  de  M.  Ginesta,  MDCUCLXXXVI  y  MDCCCLXXXIX,  2  vol.  eo  8.°  mayor. 
[Bihlinfilos  espartóles,  tomos  XXIII  y  XXVI.) 

En  la  Biblioteca  Nacional  se  guarda  el  siguiente  opúsculo  de  Villalba: 

Copia  de  lo  que  Bartholomé  de  Villalua  y  Estaña  escriuio  al  Rey  Don  Pkilipe  tercero,  muerto  su 
Caiholico  padre.  Xérica,  28  de  septiembre  de  1598.  Da  al  Rey  varios  consejos  para  el  mejor  gobierno 
de  su  monarquía.  Manuscrito  del  siglo  xvn,  7  hojas  en  4.°  (KK.  Varios  papeles,  n."  32.) 

(■■*)  El  Pelegrina  curioso,  tomo  I,  pág.  153. 


INTRODUCCIÓN  Lxxxvii 

En  las  Descalzas  contempla  la  sepultura  de  Doña  Juana,  madre  de  í).  Sebastián  de 
Portugal,  y  «no  pudo  dejar  de  enternecerse,  porque  la  había  conocido  moza,  hermosa 
sobre  cuantas  mujeres  habían  nacido  en  España,  liberalísima,  ejemplar  y  de  pocos  años, 
y  ver  que  tanta  gallardía  y  tanta  calidad  en  tan  breve  tiempo  pudriría  la  tierra»  ('). 

Como,  según  hemos  dicho,  el  Pelegrino  viajaba  no  solamente  por  devoción,  mas 
también  por  curiosidad,  da  noticias  de  cuantas  cosas  le  admiraban;  en  las  Reales  caballe- 
rizas había  200  caballos,  riquísimos  arneses,  y  ¡cosa  estupenda!  un  clavo  de  la  Cruciñ- 
xión.  Desde  Madrid  se  dirige  á  Toledo,  donde  celebra  el  talento  de  los  pantomimos  y 
fai"santes  que  tenía  el  cabildo  para  representar  los  Autos  sacramentales.  El  célebre  artificio 
de  Juanelo  le  llamó  extraordinariamente  la  atención;  y  puesto  que  tan  poco  se  sabe 
de  aquella  obra  de  ingeniería,  copiaré  la  descripción  que  hace  nuesti-o  Pelegrino: 
«Iba  notando  aquel  acueducto  tan  artificioso  y  aquel  modo  de  enexar  ó  engoznar  un 
cazo  con  otro,  los  cuales  son  de  bronce  hechos,  con  una  vuelta  como  unos  cucharones 
que  desde  abajo  al  rio  Tajo,  donde  el  artificio  está,  que  es  el  primer  móvil  de  toda  esta 
máquina,  que  pocos  ó  ninguno  la  han  visto,  van  subiendo,  porque  con  el  ingenio  primero 
toma  el  agua  del  rio,  y  el  caño  que  la  recibe  está  hecho  de  tal  artificio  y  asentado  sobre 
tales  ruedas,'  que  la  misma  agua  le  hace  mover  de  manera  que  al  punto  que  llega  al  oti-o 
caño  que  ha  de  recibir  el  agua,  de.  tal  manera  vacia,  que  recibe  oti-a  tanta  agua,  y  así 
va  encajonando  uno  con  otro  y  subiendo  para  arriba.  Es  artificiosa  cosa,  porque  el  con- 
cierto y  compás  de  los  caños  no  discrepa  jamás,  y  son  todos  machos  y  hembras,  que  el 
mismo  que  da  recibe,  y  con  tanto  tiento  que  sube  el  agua  sin  perderse  al  Real  Al- 
cázar» (^). 

En  Talavera  se  enteró  con  avidez  de  aquellas  extrañas  fiestas  llamadas  >noiidaf<,  que 
no  eran  sino  las  paganas  de  Ceres,  acomodadas  al  cristianismo.  Devoto  hasta  la  creduli- 
dad se  complace  en  enumerar  cuantas  reliquias  le  mostraban  en  los  santuarios;  en  el 
célebre  de  Guadalupe  se  conservaban  nada  menos  que  ti-es  cabezas  de  las  once  mil  víi-- 
genes,  una  muela  de  Santa  Polonia,  un  dinero  de  los  treinta  en  que  fué  vendido  Cristo 
y  oti-as  tan  auténticas  como  éstas.  En  Guadalupe  admiró  lo  suntuoso  del  templo,  alrede- 
dor del  cual  habia  900  cadenas  de  cautivos  rescatados;  la  comunidad  de  Jerónimos  cons- 
taba de  120  frailes,  cuyos  bienes  les  producían  60.000  ducados  de  renta  y  30.000  de 
limosnas,  simia  enonne  dado  el  valor  del  mmierario  por  aquel  tiempo. 

De  la  Abadía,  finca  espléndida  que  tenía  en  Extremadura  el  duque  de  Alba,  habla 
extensamente  el  Pelegrino,  maravillándose  de  tantos  estanques  y  fuentes  adornados  con 
ricas  estatuas  de  que  salía  el  agua;  en  un  lago  había  « diez  gigantes  de  más  do  veinte 
palmos  de  altura;  los  cabellos  erizaba  ver  su  braveza  de  salvajes  tan  fieros».  En  una 
fuente  estaban  ¡  cosa  i-ara  y  aun  grotesca !  las  estatuas  del  duque  y  de  la  duquesa  de 
Alba  echando  agua  poi-  ojos  y  boca.  Dada  la  celebridad  que  gozaba  el  santuario  de  la 
Peña  de  Francia,  era  natural  que  el  Pelegrino  lo  visitase,  como  lo  hizo  en  efecto;  y  es 
de  notar  (jue  nada  diga  de  las  Batuecas  ni  de  sus  fabulosos  habitantes,  lo  cual  prueba 
que  no  se  había  formado  todavía  la  leyenda  que  llevó  Lope  de  Vega  al  teatro  }'  ha  sido 
tomada  en  serio  por  muchos  hasta  mediados  del  siglo  xrx. 

De-  Salamanca  poco  dice  de  notable;  pasa'por  alto  la  Universidad,  y  después  de  con- 

(')  El  Pelegrina  curioso,  tomo  I,  pág.  15-4. 

(2)  El  Pelegrino  curioso,  tomo  I,  págs.  194  y  195. 


Lxxxviii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

tar  los  frailes  de  cada  convento,  recoge  las  noticias  que  Fray  Alonso  de  Yillanueva  le 
dio  acerca  del  santo  agustino  Fray  Juan  de  Sahagún.  Desde  Salamanca  va  el  Pelegrino 
á  Santiago  pasando  por  Zamora  y  Benaveute;  de  paso  refiere  la  historia  de  Magdalena 
de  la  Cruz,  monja  embaucadora,  tenida  por  santa  hasta  que  se  descubrió  el  engaño  y 
fué  condenada  por  el  Santo  Oficio.  En  Santiago  se  recrea  en  ver  tal  variedad  de  naciones 
y  de  ropajes  en  los  peregrinos  que  le  parecía  la  torre  de  Babel.  Extrañóle  la  singular 
manera  que  había  de  venerar  la  imagen  del  Apóstol,  subiendo  por  ima  escalera  y  besán- 
dole la  cabeza,  hecho  que  le  inspiró  una  frase  satírica  conti-a  los  gallegos,  frase  que  pone 
en  boca  de  un  canónigo:  «Habéis  de  saber,  pelegi-iuo,  que  la  gente  gallega  con  ese  pacto 
es  cristiana,  que  les  han  de  dexar  abrazar  y  besar  al  Santo  toda  vez  que  ellos  quisieren» . 
Del  hospital,  fimdado  allí  por  los  Reyes  Católicos,  pondera  la  suntuosidad  y  riqueza. 

A  medida  que  avanza  la  obra  del  Pelegrino  va  tomando  cada  vez  más  aspecto  de 
novela,  y  tanto  es  así  que  el  tomo  II  de  su  obra  casi  todo  se  compone  de  versos  en  que 
refiere  la  leyenda  de  Los  amantes  de  Teruel  y  oti-as.  La  parte  narrativa  se  refiere  á  los 
viajes  que  el  autor  hizo  por  Galicia  y  Portugal,  donde  visitó  las  ciudades  de  Yalencia 
del  Miño,  Braga,  Coimbra,  Santarem  y  Lisboa. 

En  los  libros  IX  á  XX,  libros  que  desgraciadamente  se  han  perdido,  pero  de  los 
cuales  conocemos  el  índice,  refería  el  Pelegrino  sus  aventuras  en  Andalucía,  Segovia, 
Yalladolid,  Burgos,  Navarra,  Aragón,  Cataluña  y  Yalencia. 


lY 

Inédito  se  halla  todavía  un  notable  manuscrito  de  la  Biblioteca  Real,  acerca  del  cual 
dio  un  informe  la  Academia  de  la  Historia  en  el  año  1878;  más  tarde  se  propuso  publi- 
carlo el  sabio  americanista  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada,  pero  quedó  en  proyecto 
este  deseo.  Nos  referimos  á  los  Discursos  medicinales  (')  de  Juan  Méndez  Nieto,  hombre 
atrevido,  ingenioso  y  de  vida  agitada,  que  refií-ió  en  el  manuscrito  citado.  Como  gran 
parte  de  los  aventureros  de  entonces,  después  de  correr  muchas  peripecias  en  su  patria, 
se  embarcó  para  las  Indias,  donde  estuvo  en  la  Española,  Tierra  Fü-me  y  Cai-tagena,  enri- 
queciéndose con  su  profesión,  que  era  la  de  médico.  Sólo  un  fragmento  de  los  Discursos 
medicinales  dio  á  luz  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada,  con  el  título  de  Las  cuartaims  del 
Prnicipe  de  Eholi  (*),  y  basta  para  formarse  idea  de  lo  peregrina  que  es  la  vida  de 
doctor  tan  audaz  cual  Juan  Méndez  Nieto,  según  lo  probó  cuando  en  el  año  1559  curó 
las  fiebres  intermitentes  que  sufría  el  ñivorito  de  Felipe  II,  Ruy  Gómez  de  Silva. 

Sin  embargo  de  esto,  el  libro  no  tiene  la  importancia  que  con  notoria  exageración 

i})  Discursos  medicinales  compuestos  po?-  el  Lie'"  Juan  Méndez  Nieto,  que  tratan  de  las  maravi- 
llosas curas  y  sucesos  que  Dios  nuestro  Señor  ha  querido  obrar  por  sus  manos  en  cinquenta  añcs  que  a 
que  cura,  ansí  en  España  como  en  la  ysla  Española  y  reyno  de  Tierra  Firme.  Escritos  en  Cartagena 
indiana  años  de  1607  y  de  la  edad  del  autor  76.  Manuscrito  del  siglo  xvil,  en  folio. 

Méndez  Nieto  conaenzó  á  los  ocho  años  sus  estudios  en  la  Universidad  de  Salamanca  y  allí  oyó 
las  lecciones  del  «Maestro  La  Torre,  ciego  famoso  que  en  aquel  tiempo  havia  llevado  la  cátreda  de 
Prima  al  Comendador  Griego,  y  oyendo  del  y  del  Maestro  León,  que  á  la  sazón  era  catredático  de 
Bisperas». 

(')  Revista  Conitmporánea^  año  1880,  tomo  I,  págs.  153  á  177. 


INTRODUCCIÓN  Lxxxix 

le  atribuyó  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada;  gran  parte  de  su  contenido  se  reduce  á  prolijas 
descripciones  de  casos  clínicos  para  demostrar  el  autor  que  su  ciencia  era  admirable. 


Y 

Por  si  á  comienzos  del  siglo  xvn  faltaban  en  España  aventureros,  llegó  uno  de 
Oriente  que  después  de  adquirir  celebridad  tuvo  un  tin  trágico;  tal  fué  D.  Juan  de 
Persia,  hijo  de  Alí  Bec  Bayat,  de  la  Cámara  del  Sofí  Mahamet,  que  se  había  distinguido 
como  General  en  varias  campañas  y  murió  peleando  contra  los  tiu-cos  en  el  cerco  de 
Tauris,  sitiada  por  los  persas.  D.  Juan  siguió  también  la  carrera  de  las  armas  y  tomó 
parte  en  algunas  expediciones  ('). 

Posteriormente  habiendo  el  Sofí  resuelto  mandar  una  Embajada  á  los  Reyes  europeos 
que  más  poderosos  creía,  confirió  el  cargo  á  Uzén  Alí  Bech,  quien  salió  de  Ispahán  el 
día  9  de  julio  de  1599  en  compañía  de  D.Juan,  de  dos  fi-ailes  portugueses,  llamado  uno 
de  ellos  Fr.  Nicolás  de  Meló,  y  quince  ingleses.  Embarcáronse  en  el  mar  Caspio,  y 
llegando  al  puerio  de  Astrakhán  penetraron  en  Rusia,  remontaron  el  Yolga  y  pasando  por 
Kazan  enti-arou  en  Moscou,  donde  ftieron  recibidos  por  el  Zar.  «Quando  llegamos  á  la 
puerta  del  palacio  hallamos  el  Mayordomo  del  Rey,  de  estatura  casi  de  gigante,  el  qual 
tenia  cerca  de  si  un  perro  ferocissimo,  attado  de  ima  cadena,  y  aquel  sueltan  de  noche; 
y  aquel  Mayordomo  nos  enti-ó  hasta  la  segimda  puerta,  adonde  auia  otro  Mayordomo,  y 
aquel  nos  entró  hasta  a  la  tercera  puerta,  y  el  Mayordomo  de  la  tercera  puerta  nos  lleuó 
hasta  la  sala  del  Rey,  adonde  hallamos  quinientos  Caualleros,  todos  con  ropas  de  brocado 
aforradas  en  martas,  y  gorras  con  mucha  pedrería  y  otras  muchas  joyas  que  trayan 
puestas,  de  increyble  valor.  Estos  Caualleros  nos  recibieron  y  acompañaron  hasta  el  fin 
de  la  sala,  que  era  adonde  estaua  el  Rey;  porque  esta  sala  es  tan  grande  que  con  difi- 
cultad desde  el  principio  de  la  puerta  se  puede  distinguir  lo  que  se  haze  al  fin  della.  El 
modo  de  su  hechm-a  es  como  una  galería  o  ñaue  de  yglesia,  pero  tan  larga  como  se  ha 
dicho;  cuyas  bouedas  y  cimborios  se  sustentan  a  trechos  sobre  quarenta  columnas  de 
madera  dorada,  con  grandes  follajes  y  molduras;  el  gruesso  con  dificultad  le  abra9aran 
dos  hombres.  Quando  llegamos  al  fin  de  la  sala  hallamos  al  Rey,  el  qual  estaua  sentado 
sobre  una  silla  encima  de  muchas  gradas,  y  la  silla  era  de  oro  macizo,  guarnecida  de 

(')  Belaciones  de  Don  Ivan  de  Persia.  Dirigidas  á  la  Magestad  CaihoUcade  Don  Philippe  III, 
Rey  de  las  Españas  y  señor  nuestro.  Divididas  en  tres  libros,  donde  se  tratan  las  cosas  notables  de  Per- 
sia, la  genealogía  de  sus  Reyes,  guerras  de  Persianos,  Turcos  y  Tártaros,  y  las  que  vido  en  el  viaje  que 
hizo  á  España;  y  su  conuersion  y  la  de  otros  dos  Caualleros  'Persianas.  Año  1604.  En  Valladolid,  por 
luán  de  Bostillo;  175  folios  en  8.",  a.ás  12  al  principio  y  13  al  final  sin  numeración. 

En  los  libros  primero  y  segundo  trata  D.  Juan  de  Persia  de  la  geografía,  costumbres  é  histo- 
ria de  su  patria;  la  relación  es  en  general  verídica;  algunos  detalles  parecen  absurdos  ó  al  menos  fabu- 
losos; tales  son  aquella  torre  de  Nispechalian,  cuyo  capitel  «es  hecho  de  treynta  mil  calaueras  de 
benados  y  c¡en:os  muertos  por  el  Rey  Tahamas  en  un  dia  de  oxeo,  en  que  affirman  que  de  solos  caga- 
dores  lleuó  veynte  mil  personas»  (folio  5j.  Más  verosímil  es  para  quien  conoce  la  ferocidad  de  los 
pueblos  asiáticos  en  sus  guerras  lo  que  afirma  de  otra  torre  en  la  ciudad  de  Guienche,  «hecha  desde 
los  cimientos  para  la  pyramide  de  arriba  de  calaueras  de  cabe9as  de  turcos,  que  deuen  de  ser  el  número 
mas  de  cinquenta  mil,  que  mezcladas  con  las  piedras  y  argamasa  hazen  una  monstruosa  torre,  la  qual 
labró  el  Can  Ciadogli,  auiendo  vencido  en  una  batalla  campal  al  Turco»  (folio  7). 


xc  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

piedras  finissimas.  Tenia  el  Rey  vestido  uua  ropa  de  tela  de  oro  afondada  de  martas,  con 
muchos  botones  de  diamantes,  y  un  sombrero  al  modo  de  miti-a,  y  en  la  mano  un  sceptro 
como  báculo  pastoral;  y  atrás  del  Rey  auia  quarenta  caualleros  en  pie,  con  sccptros  de 
plata»  ('). 

El  Zar  se  mostró  bondadoso  con  los  persas  y  los  invitó  auna  comida,  en  la  cual  «los 
panes  que  servian  eran  tan  grandes  que  un  pan  con  difficultad  lo  podian  traer  dos 
hombres». 

Cinco  meses  estuvieron  en  Moscou  detenidos  por  las  nieves  y  pasado  el  tiempo  fueron 
á  embarcarse  en  el  puerto  de  Ai-kangel,  de  cuyos  habitantes  los  lapoues  escribe  D.  Juan: 
«Xo  tienen  barba  los  hombres  ni  cejas,  y  son  de  muy  pequeña  estatura;  y  si  de  alguna 
gente  del  mundo  se  puede  verifícar  lo  de  los  Pygmeos,  es  de  esta,  porque  son  menores 
que  los  menores  enanos  que  traen  en  España.  Estos  hombres  andan  caualleros  en  venados 
y  cieruos  y  tienen  los  ojos  tan  pequeños  que  apenas  parece  poder  ver.  Soú  muy  supei'sti- 
ciosos  y  hechizeros»  (*). 

Desde  Arkangel  navegaron  á  Emden  en  Alemania.  «Lo  que  vimos,  dice,  notable  en 
esta  tien-a  fue  el  modo  de  los  tocados  de  las  mugeres,  el  qual  es  como  una  rodela  gi-aude 
y  sobre  el  rostro  haze  ima  punta  como  las  tejas  que  en  España  salen  de  los  tejados 
afuera,  y  estas  son  para  guardar  el  rostro  de  las  continuas  lluvias  y  nieaes.  Pareceme  en 
general  no  auer  visto  a  una  mano  tantas  mugeres  hermosas  en  ninguna  tierra  de  las 
vistas». 

Como  tenían  que  visitar  al  Emperador  de  Alemania,  ati-avesarou  la  Turiugia  y  Sajonia 
y  se  encaminaron  á  Praga,  residencia  de  la  Corte.  Continuando  su  peregrinación  llegaron 
á  Roma,  pues  el  Papa  era  uno  de  los  soberanos  que  el  Sofí  había  oído  ponderar  más. 
Tan  largo  viaje  acabó  en  España,  donde  los  persas  ofrecieron  sus  respetos  á  Felipe  III, 
que  moraba  á  la  sazón  en  Yalladolid.  « Nos  ti-uxeron  a  una  muy  buena  casa  que  estaua 
aperciuida  para  nuestro  aposento,  muy  bien  colgada  y  aderezada,  con  muy  ricas  camas 
y  tapizerias  de  telas  y  terciopelos  de  colores,  y  en  ella  nos  seruian  criados  de  Su  Magestad 
y  temamos  parte  de  la  guarda  tudesca  y  española» .  Es  ciu-iosa  la  presentación  de  sus 
credenciales  hecha  por  el  Embajador  asiático:  «Llegó,  y  sacando  la  carta,  la  qual  era  al 
modo  de  Persia,  escripta  con  letras  de  oro  y  de  color,  en  un  pliego  de  mas  de  vua  bara 
en  largo,  y  el  modo  de  las  dobladuras  era  peregrino,  y  tan  larga  la  carta  como  medio 
pliego  de  papel  de  los  de  España  y  tan  cancha  como  tres  dedos,  que  la  lleuaua  el  Emba- 
xadoi-  metida  en  una  bolsilla  de  tela  de  oro  y  puesta  en  el  turbante  y  tocado  de  la  cabe9a, 
(le  donde  la  quitó  y  besó  y  dio  á  Su  Magestad»  (^), 

Cumplida  su  misión  los  Embajadores  persas  visitaron  la  ciudad  de  Segovia,  el  Esco- 
rial, Aranjuez  y  oti-os  sitios,  cuyas  bellezas  naturales  y  monmiientos  pondera  D.  Juan. 

Yendo  á  Portugal  tuvieron  en  Mérida  un  grave  percance;  el  alfaquí  que  llevaban  fu6 
muerto  de  uua  puñalada  á  la  .puerta  de  su  casa  y  no  pudieron  dar  con  el  autor  del 
crimen.  «Enterramos  al  Alfaqui  Amyra  a  la  usanza  de  Persia.  con  las  cerimonias  do 
Uá,  en  el  campo.  Cosa  que  salió  toda  la  ciudad  a  verla  y  causó  mucha  risa». 

Yueltos  de  Lisboa  sucedió  la  conversión  de  D.  Juan  al  catolicismo.  ¿Cuál  fué  la 


(«)  Folio  135. 
(2)  Folio  141. 
(3j  Folio  IGl. 


INTRODUCCIÓN  xci 

causa  de  esto?  ¿Acaso,  como  dice  él  mismo,  la  gracia  divina  ú  otros  motivos?  ¿Pensaría 
quizá  en  ganar  aquí  protección  haciéndose  cristiano?  ('),  Según  D.Juan  fueron  los  jesuítas 
de  Valladolid  el  iusü-umento  por  cuyo  medio  le  comunicó  Dios  la  gracia  de  la  fe;  aquellos 
«tan  discretos  como  grandes  religiosos» .  Mas  cualquiera  que  ftiese  la  causa  de  su  conver- 
sión, ésta  pareció  sincera;  bautizóse  en  la  Corte  siendo  padrino  D.  Alvaro  de  Carvajal, 
limosnero  de  Felipe  III,  y  mostróse  firme  en  su  cambio,  no  obstante  las  asechanzas  que 
le  armó  el  Embajador  persa.  Viendo  y  con  razón  que  si  regresaba  á  su  patria  en  busca 
de  su  mujer  é  hijos  sería  ajusticiado  renunció  á  ello  y  vivió  siempre  en  España. 

Más  singular  aún  fué  la  conversión  de  Boniat  Bec,  luego  D.  Diego  de  Persia,  el  acu- 
chillado por  Salas  Barbadillo,  según  consta  en  el  proceso  que  á  éste  se  fomió,  publicado 
por  D.  Francisco  R.  de  ühagón.  En  cierta  ocasión  D.  Juan  de  Persia  y  el  mercader 
veneciano  Nicolao  Clavel  referían  á  Boniat  Bec  la  venida  del  Espíritu  Santo  sobre  los 
Apóstoles,  cuando  «enti-ó  una  paloma  blanca,  sin  saber  de  donde  venia,  ni  cuya  fuesse, 
y  se  assentó  encima  del  bufete  en  medio  de  todos,  donde  estañamos  hablando;  y  auiendo 
sossegado  un  poco,  sin  espantarse  boluió  a  bolar  y  se  fue,  con  no  pequeña  admiración 
de  los  que  allí  estañamos,  atribuyéndolo  a  un  grande  milagro»  (^).  Bautizóse  en  el  Es- 
corial, donde  se  hallaba  la  Corte;  «le  vistieron  de  raso  blanco,  y  llenándole  al  palacio,  en 
la  Capilla  Real,  apadrinándole  Su  Magostad  y  la  Duquesa  de  Lerma,  le  baptizó  don 
Aluaro  de  Carauajal  y  Sus  Magostados  le  honraron  mucho». 

Acaba  D.  Juan  la  historia  de  sus  aventuras  diciendo:  «Su  Magostad  como  Príncipe 
tan  christiano,  viéndonos  ya  christianos  y  estraños  de  nuestra  patria  tantas  leguas,  nos 
mandó  con  su  christiana  y  Real  mano  señalar  a  cada  uno  mil  y  duzientos  escudos  de 
renta  cada  año;  mandónos  dar  con  que  poner  casa,  y  que  se  nos  diesse  de  aposento  en 
su  Corte  y  oti'as  muchas  mercedes». 

D.  Juan  aprendió  pronto  el  idioma  castellano,  y  aun  tuvo  sus  pujos  de  versificador; 
á  la  conclusión  de  sus  Relaciones  publicv>  unas  redondillas  en  que  expone  varias  sen- 
tencias morales  de  los  persas.  Murió  en  Valladolid  (año  1605)  á  manos  del  Embajador 
do  su  nación,  quien  lo  aborrecía  por  haberse  hecho  cristiano  (''), 

(1)  Lo  cierto  es  que  estos  señores  persas  no  observaron  una  conducta  irreprensible.  Así  consta 
en  el  prólogo  de  Dos  novelas  de  D.  Alonso  de  Salas  Barbadillo.  Madrid,  Impr.  de  la  Viuda  é  hijos  de 
M.  Tello.  MDOCOXCIV.  Forma  parte  de  la  Colección  de  los  hihliófilos  españoles. 

En  la  introducción  se  copia  íntegro  el  proceso  instruido  contra  Salas  Barbadillo  por  haber  acu- 
cliillado  á  D.  Diego  de  Persia. 

(2)  Folio  172. 

(3)  He  aquí  lo  que  de  D.  Juan  de  Persia  y  sus  compañeros  cuenta  en  su  Fastiginia  Thomé 
Pinheiro  da  Vega: 

aHoy  15  de  mayo  mataron  aquí  (en  Valladolid)  al  embajador  de  Persia,  y  fué  la  cosa  de  esta 
manera:  habia  el  jefe  de  la  embajada  (llamado  Husain  Ali  Bek)  muerto  en  el  camino,  y  sobre  quien 
liabia  de  sucederle  en  el  cargo  y  presentar  las  credenciales  que  de  su  Rey  traia,  hubo  diferencia  y 
disputa  entre  un  principal  señor  de  aquel  reino  y  otro  que  convertido  después  á  la  fé  católica  se  llamó 
D.  Juan,  el  cual  compuso  un  libro  sobre  la  historia  de  su  tierra.  Salió  el  D,  Juan  herido  de  la  con- 
tienda; mas  interviniendo  los  demás,  hicieron  las  paces  los  dos  y  quedó  la  embajada  en  el  otro.  Lle- 
gada esta  á  Valladolid,  el  D.  Juan,  tocado  por  Dios  en  el  corazón,  hubo,  según  queda  dicim,  de  aban- 
donar su  Mahoma  y  abrazar  nuestra  f¿,  con  lo  cual,  si  bien  logró  favor  y  crecida  pensión  del  Rey 
Felipe,  hubo  de  malquistarse  con  los  suyos.  Un  dia  de  la  semana  pasada  que  D.  Juan  venia  en  su 
carroza  por  la  calle  del  Rey,  vio  venir  ciertos  criados  de  su  casa,  que  un  alcalde  de  Corte  mandara 
azotar  por  una  ofensa,  muy  leve,  poco  má^  de  nada.  Viéndolos  así  volver  después  de  azotados,  D.  Juan 


xcii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


VI 

Difícil  es  averiguar  cuánto  hay  de  verídico  y  cuánto  de  fabuloso  en  un  libro  publi- 
cado por  D.  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos,  nacido  en  Jaén  á  mediados  del  siglo  xvi,  con 

saltó  abajo  de  su  coche,  y  tirando  de  un  terciado  hizo  adenaan  de  atacar  á  los  alguaciles  que  los  lle- 
vaban. Así  lo  hubiera  liecho  á  no  habérselo  estorbado  con  ruegos  y  súplicas  varios  señores  que  acaso 
por  allí  pasaban,  y  principalmente  una  dama  de  la  Corte  que  se  apareció  con  su  coche,  instándole  a 
que  desistiese  de  su  loca  empresa,  puesto  que  ya  sus  criados,  aunque  azotados  por  orden  del  alcalde, 
volvían  á  su  casa. 

»Fué  el  que  hacia  de  embajador  á  visitar  á  D.  Juan  en  su  alojamiento,  y  es  voz  y  fama  que  sobre 
lo  ocurrido  en  aquella  misma  mañana  se  trabaron  los  dos  de  palabra,  y  llamóle  cobarde  y  villano  por- 
que habia  dejado  azotar  á  sus  criados  sin  tomar  venganza,  de  cuyas  resultas  hubieron  de  venir  á  las 
manos,  muriendo  el  D.  Juan  de  una  estocada;  caso  muy  lastimoso  en  verdad,  puesto  que  según  queda 
arriba  diclio,  el  Persiano,  que  ya  hablaba  algo  nuestra  lengua,  se  habia  convertido  á  la  fé  católica  y 
hacia  reverencia  á  las  santas  imágenes. 

íMuy  sentida  fué  su  muerte  de  todos  cuantos  le  conocían,  y  sin  embargo,  su  cadáver  fué  puesto 
con  poco  respeto  dentro  de  un  carro  de  mimbres,  cubierto  con  un  paño  sucio,  ccn  las  piernas  de  fuera 
y  arrastrando,  ¡áeguian  el  carro  como  unos  trescientos  muchachos  del  pueblo,  pugnando  por  destapar 
el  cuerpo  muerto  y  gritando  á  más  no  poder:  ¡Por  Mahoma!  De  esta  manera  le  llevaron  á  un  barranco 
próximo  al  pueblo  de  Argales,  y  lo  arrojaron  allí,  comiéndole  perros  las  piernas  por  no  haberle  dado 
decente  sepultura;  cosa  en  verdad  muy  fea  y  que  más  mo  escandalizó  de  cuantas  en  mi  vida  he  visto, 
porque  siendo  el  D.  Juan  embajador  de  un  señor  tan  poderoso  como  el  Sofí  de  Persia,  con  tanta  ó  mas 
renta  que  el  Rey  de  España,  parece  cosa  fea  é  inusitada  el  tratar  así  á  uno  de  sus  principales  vasa- 
llos, que  venia  á  ratificar  el  tratado  de  alianza  defensiva  y  ofensiva  contra  el  Gran  Turco;  sobre  todo, 
siendo  cosa  muy  sabida  que  los  reyes  bárbaros,  como  aquí  los  llaman,  tratan  con  respeto  á  nuestros 
embajadores,  honrándolos  en  todo  y  por  todo,  aunque  sean  de  diferente  ley.  Díjome  un  cortesano  á 
quien  hablé  en  este  particular:  En  verdad  que  no  merecía  el  Persiano  mejor  suerte,  porque  en  su 
aposento  hallaron  acaso  un  libro  de  cuentas  en  que  el  muy  perro  iba  apuntando  sus  gastos,  y  entre 
otras  partidas  figuraba  una  del  tenor  siguiente:  mugeres  que  me  han  concedido  sus  favores:  el  día 
tantos  de  enero,  doña  Fulana,  esposa  de  D.  Fulano  de  tal  ;  costóme  la  fiesta  tantos  cruzados,  y  fué 

de  esta  manera tiene  la  tal  señora  buenas  pantorrillas  y  un  lunar  en  tal  parte.....  Traia  un  vestido 

de  tafetán  de  tal  color,  y  las  medias  eran  de  seda  y  azules. 

^Aseguróme  el  caballero  á  que  aludo  que  pasaban  de  ciento  las  señor  is  así  nombradas  en  el  libro 
del  Persiano,  y  que  deseando  mucho  volver  á  su  tierra,  no  dejaba  nunca  de  apuntar  en  é]  los  nom- 
bres y  señas  de  las  cortesanas,  de  quienes  fue  siempre  muy  acariciado  y  agasajado,  por  ser  él  de  muy 
gallarda  presencia,  rico  y  enamorado.  Si  así  fue,  bien  mereció  el  pobrecillo  el  triste  fin  que  tuvo;  mas 
creo  que  todo  ello  fue  mentira  é  invención,  por  mas  que  lo  afirmó  así  aquel  caballero,  añadiendo  que, 
habiéndole  llevado  el  libro  al  Rey  y  hallando  inscritas  en  él  algunas  señoras  de  la  Corte  harto  cono- 
cidas, lo  mandó  qucníar». 

Las  Memorias  de  Tomé  Pinheiro  da  Vega,  notables  para  el  conocimiento  de  la  Corte  de  Vallado- 
lid  en  tiempo  de  Felipe  III,  llevan  el  extravagante  título  de  Fastiginia  ou  Fastos  Geníaes  tirados  da 
tumba  de  MerVm,  onde  forao  adiados  com  a  demanda  do  Santo  Brial  pello  anphispo  Tarpino.  El  ma- 
nuscrito, que  parece  original,  se  conserva  en  el  Museo  Británico.  D.  Pascual  de  Gayangos  publicó  en 
la  Revista  de  España  dos  artículos  en  que  copió  lo  referente  á  la  descripción  de  Valladolid,  descrip- 
ción que  el  autor  llamó  Pincigrafia,  y  á  las  aventuras  de  D,  Juan  de  Tassis  y  Peralta,  segundo  conde 
de  Villamediana. 

Véanse:  Cervantes  en  Valladolid,  Revista  de  España,  tomos  XCVII,  págs.  481  á  507;  XOVIII, 
págs.  161  á  191,  321  á  3G8  y  508  á  543;  XCIX,  págs.  5  á  32. 

La  Corte  de  Felipe  III  y  aventuras  del  Conde  de  Villamediana,  Revista  de  España  de  18S5,  tomos 
CIV  y  CV,  págs.  481  á  526  y  5  á  29. 


INTRODUCCIÓN  xciii 

el  exti-avagante  título  de  Historia  y  viage  del  minido  del  clérigo  agradecido  (').  Sí  que 
deben  ser  ciertas  en  líneas  generales,  no  en  detalles,  las  aventuras  del  autor  por  América 
afines  del  siglo  xvi;  pero  llevan  el  sello  de  fantásticas  las  sucedidas  en  Cochinchina, 
donde  convirtió  nada  menos  que  á  la  Reina  y  á  oti-os  personajes,  quienes,  por  lo  visto 
podían  tan  poco  que  no  le  evitaron  ser  reducido  á  prisión.  Ordóñez  compendia  así  sus 
méritos  en  un  documento  que  insei-ta  como  certificación  del  Consejo  de  Indias,  de  cuya 
autenticidad  no  respondemos: 

«  Atento  á  que  ha  ti-einta  años  que  sirve,  y  antes  que  se  ordenase,  siendo  seglar,  de 
Alférez  Real  en  las  galeras,  y  después  en  las  Indias,  fué  Capitán  conti-a  los  negi-os  ci- 
marrones de  Cartagena  que  estañan  revelados,  y  prendió  y  sacó  más  de  quati-ocientos,  de 
que  cupo  á  Su  Magostad  más  de  ciento  y  sesenta,  que  se  vendieron,  y  montó  mucha 
suma  de  ducados,  y  asseguró  los  caminos  y  la  tierra;  y  buelto,  el  Golífernador  le  embió 
contra  dos  nauíos  de  la  Rochela,  y  los  venció  y  echó  á  fondo;  y  en  la  jornada  de  Uraua 
y  Caribana  metió  á  su  costa  ti-einta  y  seis  soldados  y  seis  negros,  y  después  fué  nombra- 
do por  Maese  de  Campo  della,  en  la  qual  tuvo  diversas  batallas  y  gua9auaras,  y  peleó 
cuerpo  á  cuerpo  con  im  indio  valentísimo,  y  por  su  vencimiento  quedaron  de  paz  y  se 
poblaron  dos  ciudades,  la  Concepción  y  Santiago  de  los  Caualleros;  y  después  la  Audien- 
cia del  nuevo  Reyno  le  nombró  Visitador  de  Antioquía  y  Popayan,  y  después  por  Gouer- 
nador  de  Popayan;  y  siéndolo  ñié  contra  los  indios  pixaos  y  paeces  y  los  retiró  y  soco- 
rrió al  Capitán  Diego  Soleto,  que  le  tenian  cercado  los  sutagaos,  y  en  mucho  riesgo,  y 
auió  la  gente  del  Capitán  Juan  López  de  Herrera,  y  con  el  socorro  se  fundó  la  ciudad  de 
Alta  Gracia  de  Suma  Paz.  Y  siendo  sacerdote  fue  Cura  y  Vicario  de  Pamplona  y  dos 
veces  Visitador  general  del  nuevo  Reyno.  Y  auiéndose  embarcado  eu  Acapulco  para  ii- 
al  Perú,  por  auerse  derrotado  con  temporal  fué  á  parar  al  Reyno  de  la  Cochinchina,  y  en 
el  dicho  viaje  de  ida  y  vuelta  peleó  con  navios  flamencos  y  turcos  cosarios  y  aportó  á 
una  isla  y  socorrió  algunos  españoles  que  estañan  perdidos;  y  entrándose  en  el  dicho  Rey- 
no  baptizó  á  la  Reyna  y  algunos  virreyes  y  Gouernadores  suyos  y  mucha  gente  del  Reyno 
y  los  instruyó  y  los  enseñó  todo  lo  tocante  á  la  fe,  y  por  ello  fué  preso  y  condenado  á 
muerte  y  al  fin  desterrado;  y  saliendo  del  rescató  algimos  nauíos  portugueses  que  estañan 
detenidos  en  él  y  les  socorrió  y  les  dio  lo  necesario  para  auiarse,  y  bolvió  hasta  cerca  del 
estrecho  de  Magallanes  y  enconti-ó  con  muchos  nauíos  de  Inglaterra  y  peleó  y  echó  a 
fondo  dos  dellos  y  salió  muy  herido,  y  por  Buenos  Ayres  bolvió  al  Perú  y  á  la  provin- 
cia de  los  Quijos,  estando  rebelados  los  indios,  con  quarenta  hombres  para  reducirlos,  y  la 
libró  y  entró  á  los  indios  de  guerra  que  avía  y  sacó  de  paz;  enseñó,  docti-inó  y  baptizó 
más  de  catorze  mil  dellos,  y  de  ellos  pobló  doze  pueblos  y  rescató  muchos  que  ellos  mis- 

(•)  Historia  y  viage  del  mundo  del  clérigo  agradecido  D.  Pedro  Ordoñez  de  Zevallos,  natural  de 
la  insigne  civdad  de  Jaén,  á  las  cinco  partes  de  la  Europa,  África,  Asia,  América  y  Malagánica,  con 
el  Itinerario  de  todo  él.  Contiene  tres  libros.  Con  licencia.  En  Madrid,  por  Juan  García  Infanzón.  Año 
de  1691,  A  costa  de  Joseph  Vascones,  Mercader  de  libros;  432  págs.  en  8."  mayor. 

La  primera  edición  de  este  libro  es  de  Madrid,  por  L.  Sánchez,  año  1616. 

Escribió  además  Ordóñez  de  Ceballos:  Cuarenta  triunfos  de  la  Santa  Cruz  de  Cristo  N.  S.  Mairid, 
por  Luis  Sánchez,  1614;  en  12.°,  con  el  retrato  del  autor. 

Tratado  de  las  relaciones  verdaderas  de  los  Reynos  de  la  China,  Cochinchina  y  Champoa.  Jaén, 
por  Pedro  de  la  Cuesta,  1628,  4° 

También  comenzó  una  Historia  de  Jaén,  que  fué  acabada  por  Bartolomé  Ximéaez  Patón  y  publi- 
cada en  aquella  ciudad,  imprenta  de  P.  de  Cuesta,  año  1628,  4.* 


xciv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

mos  vendíau,  y  fiindó  im  pueblo  y  los  dio  á  todos  libertad,  en  que  gastó  más  de  veinte 
mil  ducados;  y  de  allí  ftié  por  cura  de  Pimampiro,  donde  enseñó  y  baptizó  gran  cantidad 
de  indios  y  entre  ellos  repartió  de  limosna  más  de  quatro  mil  ducados». 

Otros  varios  episodios  refiere,  si  no  absiu-dos,  por  lo  menos  inverosímiles;  difícil  i-e- 
sulta  creer  la  historia  de  aquella  dama  española  que  encontró  en  la  isla  de  Malta  vestida 
de  soldado,  fugitiva  de  España  por  dar  muerte  al  calumniador  de  su  hom-a,  á  quien  cortó 
lengua,  nariz,  orejas  y  manos;  oti-o  tanto  decimos  de  aquella  expedición  que  las  galeras  de 
Malta  }'  Ordóñez  en  ellas  hacen  al  mar  Negro,  llegando  hasta  la  entrada  del  lago  Meotis 
(mar  de  Azof),  pasando  forzosamente  por  el  Bosforo.  Imaginario  es  también  aquel  Maho- 
mad,  Bajá  de  Túnez,  que  profesaba  el  cristianismo  y  obsequió  con  mil  amores  á  nuestro 
héroe  y  le  regaló  varios  cautivos,  enti-e  ellos  im  exgobernador  de  Indias  y  tres  mujeres. 
Sospechosos  son  los  viajes  que  realizó  por  Eiu-opa  juntamente  con  el  Marqués  de  Peñafiel, 
llegando  bástala  TieiTa  Verde  (Groenlandia)  (^). 


YII 


Retirado  en  sus  últimos  años  á  la  Iglesia  el  cordobés  D.  Juan  Valladares,  quiso  dar 
noticia  á  la  posteridad  de  su  vida  agitada  y  llena  de  peripecias. 

Había  nacido  á  29  de  agosto  de  1553.  Su  padre  fué  capitán  de  caballos,  y  era  cono- 
cido por  el  nombre  del  Toreador;  asistió  á  la  batalla  de  Pa"\áa  y  se  halló  en  el  acto 
de  rendirse  Francisco  I.  Y  puesto  que  ahora,  gi'acias  al  ingenioso  erudito  libro  del 
señor  Conde  de  las  Navas  (■),  está  de  moda  hablar  de  los  toros  en  la  Historia,  transcri- 
biré lo  que  dice  D.  Juan  Valladares  acerca  de  su  padre:  «Espera va  un  toro  en  cima  vn 
cauallo,  con  solo  vn  puñal  en  la  mano,  y  al  arremeter,  hurtándole  el  cuerpo  al  mismo 
punto,  le  hería  con  él  en  el  celebro  y  caya  muerto.  Y  si  daua  lauQada  en  fiesta  pública, 
hería  al  toro  con  tanta  fuer9a  que  cía  vana  con  la  lau{,'a  la  cabera  en  el  suelo  » . 

También  era  excelente  jinete:  «  Para  mostrar  su  ligereza  corrió  algunas  veces  el  caua- 
llo sin  cincha  ni  pretal,  por  cima  de  una  pared  muy  alta  que  caía  al  rio,  de  ti-es  palmos 
de  anchura  y  se  remataua  en  vnos  molinos,  y  parando  alli  el  cauallo  le  hazía  boluer  en 

(1)  Las  aventuras  de  D.  Pedro  Ordoñez  fueron  llevadas  al  Teatro  por  el  mercenano  Sr.  Alonso 
Remón,  quien  escribió: 

Frí mera  parte  de  la  famosa  comedia  del  Español  entre  todas  las  naciones  y  clérigo  agradecido. 
Comjmesta  por  el  padre  maestro  fray  Alonso  Remon  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  de  las  Mercedes. 
Dirigida  á  don  Andrés  de  Godoy  Ponce  de  León,  Cavallero  del  Habito  de  Santiago,  Corregidor  y  Iiis- 
íicia  mayor  de  la  ciudad  de  laen,  con  la  de  Andujar  y  sus  tierras.  Con  licencia.  Iinpressa  en  laen, 
por  Pedro  de  la  Cuesta.  Año  de  1629;  4." 

Segunda  parte  de  la  famosa  comedia  del  Español  entre  todas  las  naciones  y  clérigo  agradecido. 
Compuesta  por  el piadre  maestro  fray  Alonso  Remon,  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  de  las  Mercedes. 
Dirigida  ¿i  la  Excelentissima  Señora  doña  Catalina  Fernandez  de  Cordova,  duquesa  de  Segorve  y  Car- 
dona. Con  licencia.  En  laen,  por  Pedro  de  la  Cuesta.  Año  de  1629;  4.° 

(-)  Cavallero  venturoso;  primera  piarte,  con  sus  extrañas  aventuras  y  prodigiosos  trances,  adversos 
y  prósperos;  historia  verdadera;  verso  y  2»'osa  admiralle  y  gustosa,  por  D.  Juan  Valladares  de  VaKIe- 
loniar,  clérigo  presbítero  de  la  ciudad  de  Córdoba.  Manuscrito  autógrafo  en  4  »  de  289  hojas. 

Este  libro,  que  tiene  tanto  de  novela  como  de  autobiografía,  ha  sido  publicado  por  el  editor 
D.  Bernardo  Piodrígnez  Serra,  con  un  Prólogo  de  D.  Adolfo  Bonilla  y  del  autor  de  eatas  líneas. 


INTRODUCCIÓN  xcv 

dos  pies  eu  el  ayre  hazia  la  parte  del  rio,  }-  assi  tornana  á  desliazer  la  caiTera  con  grande 
admiración  del  pueblo». 

Valladares  escribe  eu  el  prólogo  de  su  libro  las  siguientes  ft-ases,  que  merecen  co- 
piarse: «Hallarás,  pues,  que  no  te  pongo  aquí  ficciones  del  Cauallero  del  Febo;  no  sátiras 
y  cautelas  del  agradable  Picaro;  no  los  amores  de  la  péi-fida  Celestina  y  sus  embustes,  ti- 
zones del  infierno;  ni  menos  las  ridiculas  ij  disparatadas  fisgas  de  Don  Quijote  de  la 
Mancha,  que  mayor  la  dexa  en  las  almas  de  los  que  lo  leen,  con  el  perdimiento  de  tiem- 
po; sino  doctrina  pura  y  sincera,  casos  verdaderos  fielmente  tratados,  ágenos  de  artificio 
y  doradura».  Donde  se  echa  de  ver  la  injusticia  con  que  los  secuaces  de  Lope  de  Vega 
solían  ti-atar  al  inmortal  Cervantes  aun  después  que  éste  había  muerto. 

D.  Juan  Valladares  desde  su  niñez  comenzó  á  ejercitarse  en  las  armas,  y  también  se 
dedicó  á  la  pintura,  escultura  y  música.  «  De  edad  de  diez  años  sintió  en  sí  una  abun- 
dante vena  de  poesía,  de  modo  que  casi  quanto  hablaua  y  escreuia  eran  razones  medidas 
como  verso».  A  los  catorce  quedó  huérfano  de  padre;  siendo  de  diez  y  nueve  trocó  el 
manteo  y  el  bonete  por  la  espada  y  se  alistó  en  la  compañía  que  levantaba  cierto  Teniente 
y  saliendo  de  Cartagena  en  la  armada  de  D,  Juan  de  Austria  llegó  á  Ñapóles, 

Aquí  empieza  su  carrera  de  aventuras.  Desde  Mpoles  va  á  Tarento  y  allí  se  enamora 
de  él  la  manceba  de  un  Capitán,  dama  « no  menos  hermosa  que  deshonesta» ;  celoso  el 
Capitán  lo  aprisionó  en  una  torre.  Sale  de  la  cárcel  y  se  dirige  á  Roma,  donde  había  «  diez 
mil  españoles  auecindados,  sin  los  peregrinos,  dispensantes  y  pasageros...  Como  allí  no  se 
pueden  traer  armas,  tenía  dado  á  guardar  en  una  ostería  la  espada  y  daga,  y  sin  ser  aues- 
truz,  en  pocos  días  se  las  comió;  y  como  gentil  hombre  de  la  boca  andana  eu  cuerpo,  visi- 
tando los  espítales  con  mucha  deuociou,  no  hazieudo  en  esto  obras  pías,  sino  recibiéndolas» , 
En  Roma  sufre  de  nuevo  prisión  por  creerlo  cómplice  en  el  robo  de  la  vajilla  de  un  Car- 
denal; declarado  inocente,  vuelve  á  España  y  continúa  sus  estudios.  Mas  sabedor  de  que 
el  Rey  D.  Sebastián  proyectaba  una  expedición  al  África,  marcha  á  Lisboa  y  sienta  plaza 
de  soldado. 

Vuelto  á  su  patria  se  enamora  de  Mayorinda,  de  quien  es  correspondido  hasta  el  punto 
de  ser  admitido  ima  noche  en  su  habitación;  en  agradecimiento  la  celebra  en  este  soneto: 

Un  oro  crespo  al  aire  desordena 
por  un  sereno  claro  y  firmamento, 
cumbre  de  aquellas  luces  que  á  un  momento 
dan  gozo  al  triste  y  al  alegre  pena. 

El  sabeo  espirar  que  dulce  suena 
por  perlas  y  rubíes,  cuyo  aliento 
con  olor  de  medido  apartamiento 
la  primer  gloria  á  la  segunda  ordena. 

No  hay  mayor  gloria  humana  que  gozaros 
ni  maj'or  gozo  viendo  esa  alma  linda 
que  suba  a  mayor  grado  al  que  os  merece. 

La  mayor  desventura  es  no  alcanzaros 
por  señora  y  esposa,  Mayorinda, 
que  á  un  venturoso  mayor  bien  se  ofrece. 

Mayor  pena  padece 
mi  corazón,  que  nunca  tuvo  amores, 
y  con  vos  se  alzará  ahora  á  mayores. 


xcvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Estos  versos  y  otros  muchos  que  hay  en  el  libro  hablan  muy  poco  eu  favor  de  las 
dotes  poéticas  de  Valladares,  quien  se  vio  precisado  por  su  Mayorinda  á  dar  cuchilladas, 
que  le  costaron  el  ser  desterrado.  Después  de  nuevas  peripecias,  como  el  ser  condenado  á 
muerte  por  sospechoso  de  im  homicidio,  asiste  á  la  jornada  de  Larache;  más  adelante 
cae  en  poder  de  unos  corsaiios  berberiscos  y  logi'a  rescatarse.  Cansado  de  tantas  aventu- 
ras, en  el  año  1589  se  hace  ermitaño  en  la  casa  de  Miramar  de  Mallorca,  «fundada  por 
el  Rey  Don  Jaime  de  Aragón  a  instancia  del  insigne  Doctor  illuminado  y  Mart\T  Raimun- 
do LuU  para  seminario  de  ermitaños,  que  de  ella  sallan  dos  cada  año  á  predicar  en  arábi- 
go á  los  infieles  » . 

Al  encerrarse  en  aquel  retiro  compuso  unas  quintillas  que  empiezan: 

Alma  mia,  guardad  medio 
y  no  busquéis  mas  extremos, 
pues  sin  ellos  bien  podemos 
conseguir  nuestro  remedio 
si  el  amor  de  Dios  tenemos. 

Si  no  vivís  recatada 
siendo  el  pecar  tan  propicio, 
y  en  todo  santo  ejercicio 
procuráis  ser  extremada, 
mirad  que  el  extremo  es  vicio. 

Y  pues  que  nos  trajo  Dios 
en  aquesta  soledad, 
con  santa  seueridad 
le  hemos  de  seruir  yo  y  vos 
en  hervor  de  caridad. 

En  el  año  1591  fundó  en  Navarra  una  congregación  de  ermitañoá  con  el  título  de  San 
Juan  de  la  Penitencia,  y  se  retiró  á  un  desierto:  «  en  lo  mas  áspero  del  frabricó  una  celda 
de  diez  pies  en  largo  y  cinco  en  ancho,  con  bóbeda  debaxo  y  cámara  encima.  Puso  su 
cerca  de  piedra  á  la  redonda,  de  dos  estados  de  alto,  con  bardas  encima  y  con  su  puerta  y 
campanilla,  dexaudo  dentro  campo  para  sembrar  una  hanega  de  trigo  y  ortaliza,  metiendo 
dentro  seis  nogales  y  quatro  euzinos  de  bellotas  dulces  y  un  oliuo;  que  aimque  lugar 
siluesti'e  parecía  que  lo  tenía  todo  Dios  guardado  para  este  fin.  Treynta  pasos  de  la  cerca 
buscando  agua,  halló  una  pequeña  fuente  que  á  mala  pena  se  podía  beuer  con  la  mano; 
pero  cabando  salió  un  golpe  de  agua  delicada  y  fría,  como  un  bra(,'0» .  Allí,  según  cuenta 
el  mismo  Valladares,  fué  á  visitarlo  Felipe  11  cuando  en  el  año  1591  se  dirigía  á  Bar- 
celona; el  solitario  obsequió  al  Rey  con  «  costras  de  viscocho,  nueces,  uvas,  peras  y  be- 
llotas para  hacer  un  presente  á  la  Infanta».  Mas  el  Caballero  venturoso,  aun  después  de 
hecho  ermitaño,  no  podía  resignarse  á  vivir  perpetuamente  aislado  del  mundo  ni  renun- 
ciar á  sus  hábitos  de  vida  andariega  y  errante;  así  que  realizó  bastantes  viajes  á  la  Corte, 
á  Italia  y  á  Valencia. 

Da  fin  la  relación  de  Valladares  en  el  año  1615,  contando  los  trabajos  que  pasó  al  ir 
á  Madrid  desde  Valencia. 


INTRODUCCIÓN 


VIII 


Del  cautiverio  de  Diego  Galán  tenemos  una  relación  escrita  por  él  mismo.  Según 
ésta,  salió  de  Cousaegra  á  la  edad  de  catorce  años  en  el  de  1589;  se  embarcó  en  Málaga, 
cayó  en  poder  de  los  piratas,  fué  vendido  en  Argel  y  adquirido  por  el  Bajá  de  esta  ciudad. 
Habiendo  el  Gran  Turco  enviado  otro  gobernador,  Diego  Galán  partió  con  su  amo  para 
Constantinopla,  cuyo  sitio  y  grandezas  encarece.  Desde  allí  hizo  varias  jornadas  á  los 
mares  de  Italia  con  el  renegado  Zigala,  y  cuando  el  príncipe  de  la  Yalaquia  se  alzó  con- 
tra el  Sultán  Mahomet  III,  tuvo  ocasión  de  recorrer  este  país;  más  tarde  acompañó  á  su 
Señor  en  una  expedición  á  Hungría.  Hallándose  en  Constantinopla  huyó,  no  sin  correr 
graves  peligros,  de  tal  manera  que  se  vio  precisado  á  esconderse  en  una  cueva  por  espa- 
cio de  cuarenta  días  hasta  que  pudo  continuar  su  viaje,  llegando  al  convento  de  Samaxa 
y  después  al  cabo  de  Mayut,  donde  se  embarcó  para  la  isla  de  Creta,  y  en  ésta  con  direc- 
ción á  Sicilia.  Logró  por  ñn  regresar  á  Consuegra,  su  pueblo  natal,  alcanzando  la  paz 
apetecida  tras  años  borrascosos,  en  los  que  sufrió  trabajos  sin  cuento  ('). 


IX 

Varias  cualidades  enaltecen  la  autobiografía  del  capitán  madrileño  Alonso  de  Con- 
treras,  que  publiqué  el  año  1900  en  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Histoi'ia; 
en  primer  término  su  veracidad,  que  es  fácil  observar  con  una  rápida  lectura,  sin  decir 
por  esto  que  resulten  comprobados  hasta  los  detalles  más  insignificantes;  lejos  de  limi- 
tarse á  consignar  aquellos  hechos  que  podían  redundar  en  gloria  suya,  cuenta  otros  para 
él  no  muy  agradables,  cual  es  la  mala  partida  que  le  jugó  su  mujer,  faltando  á  la  fidelidad 
conyugal.  De  otro  lado  es  rápida,  concisa  y  huye  de  hastiar  con  interminables  relatos 
faltos  de  interés,  como  son  las  aventuras  amorosas  en  que  Miguel  de  Casti'o  y  otros  solían 
espaciarse  con  delectación  morosa;  con  estilo  incorrecto  y  desaliñado  narra  sus  expedicio- 
nes por  Levante,  su  vida  de  soldado  en  España  y  otros  países  y  su  viaje  á  las  Antillas; 
todo  sazonado  con  ligeras  digresiones  acerca  de  sucesos  ó  personas  de  su  época,  que  dan 
no  poca  animación  al  libro  ( ^ ) . 

Nacido  Controras  en  Madrid  de  humildísima  familia,  siendo  casi  un  niño  alistóse  en 
las  tropas  del  Príncipe  Alberto,  que  marchaba  á  gobernar  los  Estados  de  Flandes.  Sentó 
plaza  en  la  compañía  del  capitán  Mejía,  de  la  cual  desertó  al  poco  tiempo,  y  yendo  á  Pa- 
lermo  entró  en  las  galeras  del  General  D.  Pedro  de  Toledo,  con  quien  realizó  una  expe- 
dición á  Pati'ás  en  la  Morea,  ciudad  que  tomaron  á  saco.  Dedicado  al  corso  contra  los 

(•)  Cautiverio  y  trabajos  de  Diego  Galán^  natural  de  Consuegra  y  vecino  de  Toledo.  El  manuscrito 
original  se  conserva  en  la  Biblioteca  del  Escorial.  Consta  de  256  liojas  en  4.° 

(*)  Hállase  en  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional,  autógrafo  indudablemente;  comenzóla 
á  escribir  en  octubre  del  año  1630,  con  objeto,  al  parecer,  de  no  continuar;  mas  luego  añadió  lo  que 
le  había  acaecido  en  años  sucesivos,  sin  que  podamos  saber  hasta  dónde  llegó  por  faltar  la  conclu- 
sión; las  últimas  cuatro  hojas  son  de  distinta  letra;  consta  dicho  manuscrito  de  195  hojas  en  4,",  sig- 
natura T,  247. 

AÜTOniOORAFÍAS    Y    MKMORIAS. 7 


xcviii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

pií-atas  berberiscos  y  tarcos,  estuvo  (1601)  en  el  asalto  de  la  Mahometa  (Hammainet), 
y  hecho  capitáü  de  una  fragata  llevó  á  cabo  hechos  notables  apresando  galeotas  tiu-cas  en 
el  Ai'chipiólago  y  llegando  hasta  el  Píreo.  Como  siempre  defendía  á  los  cristianos,  qui- 
sieron hacerle  su  general  en  la  isla  de  Estampalia  (Astypalaia),  poblada  de  griegos,  y 
aun  darle  en  matrimonio  la  hija  de  uno  muy  principal,  cuyas  ofertas  rechazó  por  servir 
á  la  Orden  de  Malta,  en  cuya  escuadra  militaba.  Yuelto  más  adelante  á  España  es  nom- 
brado alférez  de  la  compañía  de  D.  Pedro  Jaraba,  y  en  Hornachuelos  (Badajoz),  pueblo 
morisco,  encuentran  sus  soldados  un  depósito  de  armas  que  aquéllos  tenían.  Hallóse  luego 
en  la  infeliz  jornada  que  emprendió  el  Adelantado  de  Castilla  contra  la  Mahometa,  y 
viendo  que  sus  méritos  no  eran  premiados  cual  merecían  se  hizo  ermitaño  en  el  Mon- 
cayo,  de  donde  lo  sacaron  por  suponerle  cómplice  en  la  conjm-ación  de  los  moriscos,  de 
quienes,  según  decían,  era  rey  oculto.  Absuelto  de  este  inicuo  proceso  militó  en  Flan- 
des;  vuelto .á  España,  hizo  un  viaje  á  Puerto  Rico,  llevando  refuerzos  al  gobernador  don 
Felipe  de  Beamonte;  socorrió  el  puerto  de  la  Mámora  en  África  y  levantó  en  Madrid 
ima  compañía,  cosa  inusitada  por  sus  circunstancias  ( ' ) .  En  Italia  sii-vió  al  Conde  de 
Monterrey,  Virrey  de  Mpoles,  y  allí  gobernó  la  ciudad  de  Aquila,  donde  mostró  la  ente- 
reza y  severidad  de  su  carácter,  hasta  que,  disgustado  de  aquél,  regresó  á  su  patria. 

Uno  de  los  episodios  más  ciu'iosos  que  refiere  es  su  amistad  con  Lope  de  Vega, 
hallándose  en  Madrid  sin  empleo  por  haberse  disuelto  la  compañía  que  mandaba  (1625). 

«  Lope  de  Vega,  sin  haberle  hablado  en  mi  vida,  me  llevó  á  su  casa,  diciendo:  Señor 
Capitán,  con  hombres  como  vmd.  se  ha  de  partú'  la  capa;  y  me  tuvo  por  su  camarada  más 
de  ocho  meses,  dándome  de  comer  y  cenar  y  aun  vestido  me  dio.  ¡Dios  se  lo  pague !  Y 
no  contento  con  eso,  sino  que  me  dedicó  una  comedia  en  la  Veinte  parte  del  Rey  sin 
reino,  á  imitación  del  testimonio  que  me  levantaron  con  los  moriscos  » . 

En  efecto,  Lope  de  Vega  hace  en  la  dedicatoria  de  esta  comedia  un  elogio  de  Con- 
treras,  mencionando  sus  hechos  más  notables:  «Si  vmd.,  dice,  Sr.  Capitán,  hubiera  na- 
cido en  Roma  en  aquellos  dorados  siglos  de  su  Monarquía,  cuando  fué  cabeza  del  mmido 
por  las  armas,  pienso  que  no  le  hubiera  faltado  corona  de  las  que  se  concedían  á  los  va- 
lientes soldados  por  hazañas  heroicas,  mm-ales,  navales  y  castrenses » .  Enumera  luego 
los  principales  hechos  de  Oontreras,  desde  que  probó  la  espada  en  Petrache,  cuales  son 
la  toma  de  la  galera  Axema;  el  reconocimiento  de  la  armada  turca  y  aviso  al  gobernador 
de  Ríjoles;  la  prisión  de  los  esclavos  que  huían  de  Malta;  el  viaje  al  Nilo;  la  emboscada 
que  le  prepararon  1.500  moros  peregrinos  de  la  Meca;  el  robo  en  los  Despalmadores  de 
Chíos  de  la  húngara  amiga  de  Solimán  de  Catania;  los  servicios  prestados  en  Mahometa; 
venida  á  España,  donde  sirvió  á  las  órdenes  de  D.  Pedro  Jaraba:  la  jornada  á  Flandes  y 
aventimis  en  Lyón.  Acaba  Lope  ofreciendo  referir  en  un  poema  las  proezas  de  Contre- 
ras:  «Pienso  en  dilatados  versos  honrarme  de  escribir  sus  valerosos  hechos,  para  no  envi- 
diar los  que  pusieron  la  pluma  en  los  de  García  de  Paredes,  Urbina  y  Céspedes» ;  promesa 
que  no  llegó  á  realizar  el  fénix  de  los  ingenios  (").  En  la  dedicatoria  de  otra  obra  dra- 

{})  En  el  archivo  del  Ayuntamiento  de  esta  Corte  ae  guarda  copia  de  la  Real  cédula  relativa  á  este 
asunto  y  comprueba  cuanto  dice  Conüeras  acerca  de  él, 

(*)  Esta  comedia  fué  publicada  por  Lope  en  la  Parte  XX  (1625).  Su  asunto  son  las  turbulencias 
que  precedieron  en  Hungría  á  la  elección  de  Matías  Corvino,  hijo  de  Juan  Huniades,  Ha  sido  reim- 
presa por  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  en  la  edición  de  las  obras  del  Fénix  que  publica  la  Aca- 
demia Española,  tomo  VI,  págs.  557  á  597. 


INTRODUCCIÓN  xcix 

mática,  El  mejor  mozo  de  España  ( ' ) ,  que  enderezó  Lope  al  célebre  alguacil  Pedro 
Vergel,  tau  maltratado  por  el  satíi'ico  Yillamediaua,  se  hace  meuciou  de  Coutreras  como 
dispuesto  á  defender  con  su  espada  la  honra  del  injuriado  ministril,  ya  que  Lope  lo  hacía 
con  la  pluma  ( ' ) . 

Si  bien  Contreras,  según  61  mismo  nos  dice,  no  recibii)  instrucción  algima  en  su  juven- 
tud, dotado  de  clara  inteligencia  y  de  un  espíritu  observador,  llegó  á  conseguir  notables 
conocimientos  náuticos  y  cosmográñcos;  tanto  que  compuso  un  Derrotero  del  Mediterrá- 
neo, fundado  en  lo  que  él  había  visto  durante  sus  continuos  viajes;  obra  de  la  cual  existe  un 
manuscrito  en  la  Biblioteca  Nacional.  Contreras  nos  cuenta  cómo  la  escribió:  «Tenía,  dice, 
afición  á  la  navegación,  y  siempre  practicaba  con  los  pilotos,  viéndoles  cartear  y  hacién- 
dome capaz  de  las  tierras  que  andábamos,  puertos  y  cabos,  marcándolos;  que  después  me 
sirvió  para  hacer  un  derrotero  de  todo  el  Levante,  Morea  y  ISTatolia  y  Caramania  y  Suria 
y  Atiica,  hasta  llegar  á  cabo  Cantin  en  el  mar  Occéano;  islas  de  Candía  y  Chipre  y  Cer- 
deña  y  Sicilia,  Mallorca  y  Menorca,  costa  de  España  desde  cabo  de  San  Vicente,  cos- 
teando la  tierra,  Sanlúcaí-,  Gibraltar  hasta  Cartagena,  y  de  ahí  á  Barcelona  y  costa  de 
Francia  hasta  Marsella,  y  de  ahí  á  Genova,  á  Liorna,  río  Tíber  y  Ñápeles,  y  de  Ñápeles 
toda  la  Calabria  hasta  llegar  á  la  Pulla  y  golfo  de  Veuecia;  puerto  por  puerto,  con  pun- 
tas y  calas  donde  se  pueden  reparar  diversos  bajeles,  mostrándoles  el  agua;  este  derro- 
tero anda  de  mano  mía  por  ahí,  porque  me  lo  pidió  el  Príncipe  Filiberto  para  velle  y  se 
me  quedó  con  él»  ( ^ ) . 

X 

l)e  cuantas  Memorias  escribieron  nuestros  aventureros  de  los  siglos  xvi  y  xvil, 
ningunas  tan  amañadas  y  artificiosas  cual  las  del  caballero  toledano  D.  Juan  de  Pe- 
ralta (^).  Únicamente  puede  admitirse  en  ellas  como  histórico  la  existencia  del  prota- 
gonista y  su  residencia  en  América,  donde  sirvió  á  D.  García  Sarmiento  de  Sotomayor, 
Conde  de  Salvatierra,  Virrey  de  México  por  los  años  1642  á  1648.  Lo  demás  parece 
comedia  de  capa  y  espada,  con  su  exposición,  nudo  y  desenlace  conforme  á  la  preceptiva 
dramática  en  uso.  Noticioso  D.  Juan  de  que  su  querido  amigo  el  madrileño  D.  Lope  de 

(1)  Inserta  en  el  tomo  X  de  la  anterior  edición.  El  mejor  mozo  es  Fernando  el  Católico  y  la 
comedia  una  de  las  más  infelices  que  compaso  Lope,  por  no  haberse  aprovechado  bien  de  un 
episodio  tan  hermoso  cual  fué  la  boda  de  aquél  con  doña  Isabel  y  de  otros  hechos  tan  verdaderos 
como  de  interés  dramático. 

(*)  No  hay  que  confundir  á  nuestro  Alonso  de  Contreras  con  otro  de  iguales  nombre  y  apellido 
que  fué  Alguacil  de  la  Casa  y  Corte  del  Rey  y  puso  tres  quintillas  al  principio  del  Viage  entretenido 
en  alabanza  de  su  autor. 

Cnf.  El  viage  entretenido  do  Agustín  de  Rojas,  natural  de  la  villa  de  Madrid.  Con  una  exposición 
de  los  nombres  Históricos  y  Poéticos,  que  no  van  declarados.  A  Don  Martin  Valero  de  Franqueza, 
Oauallero  del  hábito  de  Santiago  y  gentil  hombre  de  la  boca  de  su  Magostad.  En  Madrid  en  la  Im- 
prenta Real,  MDG.IIII,  749  págs.  en  8." 

C)  Capítulo  II  de  su  Vida.  El  manuscrito  de  este  Derrotero  se  custodia  en  la  Biblioteca  Nacio- 
nal. Fué  copiado  en  el  primer  tercio  del  siglo  xvii  y  consta  de  107  hojas  en  4.°,  signatura  J,  137. 

{})  El  suceso  ó  novela  de  D.  Jtian  de  Peralta,  caballero  indiano,  contado  por  el  mismo.  {Revista 
Contemporánea,  año  1882,  págs.  277  á  302  del  tomo  III;  16  á  38  y  151  á  168  del  tomo  IV.) 

El  manuscrito  de  donde  fué  tomada  esta  relación  perteneció  á  D.  Pascual  de  Gayangois. 


c  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMOBIAS 

Avellaneda  marchaba  á  las  Indias  con  el  Conde  de  Salvatierra,  concibe  tal  dolor  que  se 
resuelve  á  ir  con  él,  no  pudiendo  sufrir  ausencia  tan  penosa,  y  entra  en  la  servidumbre 
del  Conde,  Ya  en  México,  traba  relaciones  nada  platónicas  con  una  dama  llamada  Pru- 
dencia, á  la  sazón  que  el  Virrey  le  confiere  el  gobierno  de  Jalapa,  y  sin  abrigar  duda 
alguna  de  su  amigo  D.  Lope,  le  encarga  que  proteja  á  doña  Prudencia  mienti-as  él  esté 
fuera.  En  Jalapa  destierra  varios  abusos,  suprime  gravosos  impuestos  y  con  todo  gana 
durante  dos  años  16,000  pesos.  Vuelve  á  México  deseoso  de  compartir  su  riqueza  con 
doña  Prudencia;  mas  sabe  que  D,  Lope,  quebrantando  las  leyes  de  la  amistad^le  ha  suplan- 
tado en  el  afecto  de  aquélla,  y  esto  origina  mi  desafío  en  que  D,  Juan  sale  herido  grave- 
mente. Apenas  restablecido,  sediento  de  venganza,  busca  de  nuevo  á  D.  Lope,  y  como 
éste  había  huido  á  España,  va  en  su  persecución.  Hallándose  en  Madrid  se  enamora  de 
una  dama  y  es  correspondido;  mas  ¡  cuál  no  sería  su  asombro  cuando  resulta  que  la  tal 
dama  era  hermana  de  D.  Lope,  con  quien  la  encuentra  un  día !  Danse  mutuas  explica- 
ciones los  dos  antiguos  amigos  y  termina  la  aventura  con  dos  bodas:  la  de  D.  Juan  con 
la  hermana  de  D.  Lope  y  la  de  éste  con  otra  hermana  del  primero. 

Tal  es  el  contenido  de  la  relación  escrita  por  D.  Juan  Peralta,  juzgada  poi*  el  señor 
Jiménez  de  la  Espada,  cuando  la  publicó,  histórica  en  el  fondo,  pero  revestida  de  forma 
novelesca,  dando  orden  y  trabazón  á  episodios  que  bien  pudieron  suceder  atendidas  las 
costumbres  del  siglo  xvii,  cuya  sociedad  retrata  Peralta  con  exacto  colorido,  no  obstante 
lo  incorrecto  y  afectado  del  lenguaje. 


XI 

De  un  hombre  desengañado  del  mundo  y  retirado  á  la  soledad  del  claustro  podía  jus- 
tamente esperarse  que  al  consignar  su  vida  fuese  verídico  y  no  se  dejara  ai-rastrar  por  la 
vanidad  y  el  deseo  de  aparecer  como  personaje  dramático  y  autor  de  notables  hechos. 
Sin  embargo,  D.  Diego  Duque  de  Estrada,  que  escribió  su  vida  en  un  convento  de  Cer- 
deña,  la  rodeó  de  circunstancias  tan  inverosímiles  que  algunos  la  tomaron  por  novela, 
donde  todo  era  supuesto,  hasta  la  existencia  del  protagonista.  Gayangos,  que  la  publicó, 
no  pudo  menos  de  poner  en  duda  la  veracidad  de  Estrada,  diciendo  que  las  aventuras, 
galanteos  y  duelos  de  D.  Diego  parecían  más  bien  «pasos  de  comedia  que  sucesos  rea- 
les». Por  esta  razón  sería  un  trabajo  titil  para  la  historia  depurar  aquellos  sucesos  que 
refiere,  dejándolos  reducidos  á  lo  que  hubo  de  cierto.  Sin  embargo,  nadie  podrá  negar 
que  en  el  libro  de  Estrada  hay  datos  importantes  que  ilustran  nuestras  costumbres  del 
siglo  XVII,  y  entre  muchas  fábulas  otros  referentes  á  la  dominación  española  en  Italia  ( ' ). 
Acaso  D.  Diego  no  sufrió  el  tormento  en  Toledo;  pero  lo  describe  minuciosamente  tal 
como  solía  aplicarse,  y  esto  es  un  curioso  documento.  Lo  mismo  que  de  éste  ptiede  decirse 
de  otros  varios  episodios  ( ^ ) . 

Lo  gracioso  del  caso  es  que  el  ilustre  publicista  D.  Pascual  de  Gayangos  tomó  en 

O  Lo  que  se  refiere  de  la  célebre  conspiración  de  Véncela,  si  bien  no  está  desnnentido  de  manera 
indubitable,  tiene  más  bien  carácter  de  lej'cnda  que  de  historia. 

(2)  Comentarios  del  desenqafuido  ósea  Vida  de  D.  Diego  Duque  de  Estrada,  escrita  por  él  mismo. 
(Ilállanse  en  el  Memorial  Histórico  Español,  Colección  de  documentos,  opúsculos  y  antigüedades  que 
publica  la  Real  Academia  de  la  Historia,  tomo  XII,  532  págs.  en  8."  mayor  ) 


INTRODUCCIÓN  ci 

serio  las  fábulas  del  bueu  Estrada  y  les  puso  uotas  en  cierto  modo  C(5micas  á  fuerza  de 
ingenuas.  Estrada  inventa  una  expedición  á  la  Mahometa  (Hammamet,  en  el  golfo  de  su 
nombre,  al  SE.  de  Túnez),  realizada  en  el  año  1600,  y  Gayangos  la  comenta  con  estas 
palabras:  «De  esta  jornada  no  trata  ninguno  de  nuestros  historiadores  que  sepamos» .  Ya 
había  caído  antes  en  el  lazo  cuando  consignó  en  la  introducción  que  «la  presente  obra 
es,  pues,  una  de  las  que  pueden  contribuir  á  ilustrar  la  historia  de  aquellos  rei- 
nados» ('). 

Algo  aventurado  nos  parece  afirmar  ó  negar  rotundamente  la  intervención  del  Duque 
de  Osuna  y  del  Marqués  de  Bedmar  en  la  célebre  conjuración  de  Venecia.  Mientras  no 
se  descubran  pruebas  más  terminantes  de  las  exhibidas  hasta  ahora,  debemos  creer  que 
ambos  magnates  fueron  ajenos  á  ella.  De  todos  modos  es  imposible  que  las  cosas  suce- 
dieran según  dice  Estrada,  no  obstante  que  se  las  echa  de  testigo  y  aun  de  actor  muy 
principal,  pues  era  cabo  de  los  400  hombres  que  debían  apoderarse  del  atarazanal.  Aque- 
llos 400  hombres,  con  armas  deba,jo  del  capote,  paseándose  libremente,  sin  excitar  sos- 
pechas, con  ánimo  de  entrar  en  los  principales  edificios  y  apoderarse  del  Bucentoro  con 
todo  el  Senado  para  llevarlo  preso  á  Ñápeles,  es  una  fábula  demasiado  absurda  aun  para 
argumento  de  obra  dramática  (^). 

Largo  sería  enumerar  los  amores,  riñas  y  estocadas  de  Estrada;  baste  decir  que  á  los 
veintidós  años  se  nos  pinta  «lleno  de  vicios,  muertes,  heridas,  amancebamientos,  trayendo 
mujeres  de  lugar  en  lugar»  (^) .  Y  cuando  fué  puesto  al  tormento  en  Toledo  (1611)  «salió 
en  la  negra  colada  la  muerte  del  mozo  de  espuelas,  la  de  doña  Isabel,  la  de  D.  Juan,  la 
del  ladrón  de  Antequera,  las  heridas  del  Pardillo,  sacrilegio  de  las  estocadas  de  Perafan 
en  la  iglesia,  desafíos  de  la  Andalucía,  otras  muchas  heridas  dadas  de  noche,  cuestiones 
y  amancebamientos »  {'*). 

Con  tantos  delitos  á  cargo,  natm'al  es  que  ensayaran  en  él  todos  los  géneros  de  supli- 
cio á  fin  de  que  cantase:  la  mancuerda,  las  palas  de  hierro  candentes,  los  ladrillos  hechos 
ascuas,  las  célebres  tocas  y  su  apéndice  el  hierro  del  bostezo.  Menos  mal  que  halló  una 
receta  para  cm-ar  pronto  de  sus  heridas  y  era:  «grasa  de  hombre,  unto  de  culebra,  de  oso, 
de  león,  de  víbora,  de  ranas,  por  partes  iguales,  deshecho  todo  á  fuego  lento  con  aceite  de 
almendras  dulces».  Con  este  bálsamo  de  Fierabrás  se  halló  muy  luego  nuestro  caballero 
andante  en  disposición  de  acometer  nuevas  aventuras,  las  cuales  por  cierto  no  se  hicieron 
esperar  mucho  tiempo;  frente  á  la  cárcel  había  un  convento  fundado  en  1482  por  dos  hijas 
del  Conde  de  Cifuentes;  cierta  monja  de  él,  «hermana  de  uno  de  los  mayores  señores  de 
España»,  se  prenda  de  D.  Diego  y  le  escribe  con  desenvoltura;  amores  que  á  despecho 
de  ambos  quedan  en  platónicos. 

(«);Página  VI. 

(3)  Discurso  del  Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Guerra  xj  Orbe  sobre  la  conjuración  de  Venecia 
de  1618,  vindicando  la  memoria  del  Duque  de  Osuna  y  de  los  Marqueses  de  Bedmar  y  de  Villa/ranea, 
calumniados  con  ocasión  de  aquel  suceso.  Publicado  en  los  Discursos  leídos  en  las  sesiones  públicas  de 
la  Real  Academia  de  la  Historia,  tomo  I,  págs,  337  á  376. 

El  gran  Duque  de  Osuna  y  su  marina.  Jornadas  contra  turcos  y  venecianos,  1602-1824.  Por  el 
Capitán  de  navio  Cesáreo  Fernández  Dnro,  de  la  Real  Academia  de  la  Historia.  Madrid,  Est.  tip. 
Sucesores  de  Rivadeneyra,  1885;  458  págs.  en  8.° 

(')   Comentarios  del  desengañado,  pág.  46, 

(*)  ídem,  pág.  52. 


cíi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

Lo  más  penoso  eu  los  Comentarios  de  Estrada  es  que  no  podamos  señalar  el  límite 
euti'e  el  fondo  de  ellos,  indudablemente  histórico,  y  los  innumerables  episodios,  á  todas 
luces  fabulosos,  con  que  va  mezclado.  Que  compuso  versos  es  cosa  indiscutible,  pero  que 
escribiese  las  comedias  cuyos  títulos  menciona  parece  invenci(3n  de  su  vanidad.  Tampoco 
debe  mentir  cuando  habla  de  su  asistencia  á  la  Academia  de  los  Ociosos  en  Ñapóles, 
jH'esidida  por  el  Conde  de  Lemus;  mas  acaso  no  tuvo  en  ella  la  intervención  que  preten- 
de. Sus  desafíos  en  Ñapóles  y  Palermo  (1614  y  1623);  sus  amores  con  doña  Francisca 
en  Milán,  que  le  sigue  vestida  de  hombre  (1622),  y  con  una  bellísima  judía  en  Transil- 
vania,  son  puramente  novelescos  á  no  dudarlo. 

Y  descartando  muchos  de  los  hechos  valerosos  con  que  mezcla  sus  hechos  militares, 
opinamos  que  asistió  efectivamente  al  Duque  de  Osuna  en  sus  guerras  con  Venecta;  á 
D.  Octavio  de  Aragón  en  sus  expediciones  á  Levante  y  al  Marqués  de  Santa  Cruz  por  las 
costas  de  Trípoli;  que  estuvo  en  la  campaña  de  Genova  contra  el  Duque  de  Saboya  (1625) 
y  la  de  los  treinta  años  (1630  á  1633),  si  bien  necesita  confirmación  lo  de  haber  hecho 
al  Duque  de  Sajonia  alzar  el  sitio  de  Fraumberg  con  pérdida  de  1.000  hombres.  Muy  con- 
veniente sería  que  alguno  de  nuestros  eruditos  depurase  lo  que  hay  de  cierto  en  los 
Comentarios  de  Estrada,  separando  lo  ficticio  de  lo  histórico.  Mientras  esto  np  se  haga 
será  imposible  fundar  en  la  autoridad  de  D.  Diego  aserto  alguno,  y  su  libro  servirá  úni- 
camente para  darnos  á  conocer  las  costumbres  y  estado  social  de  España  y  sus  dominios 
en  la  primera  mitad  del  siglo  xvii. 


XII 


Si  mereciese  crédito  la  afirmación  de  D.  Juan  Bernardino  Rojo,  sería  auténtica  la 
relación  que  publicó  de  los  fraudes  cometidos  por  el  soldado  Francisco  Camacho,  á  quien 
tuvo  más  adelante  de  criado  en  su  casa.  En  dicho  opúsculo,  cuyo  autor  pretende  ser 
Camacho,  éste  expone  la  manera  que  halló  para  fingirse  Obispo  griego  y  Legado  de  Su 
Santidad  en  España;  fué  la  siguiente:  militando  en  una  compañía  de  granaderos  cuando 
la  guerra  de  sucesión,  encontróse  en  la  batalla  de  Brihuega;  ya  derrotados  los  enemigos 
salló  al  campo  á  recoger  los  heridos  y  halló  tendida  junto  á  un  bari-anco  una  muía  car- 
gada con  dos  baúles;  abriólos  y  vio  que  contenían  algunos  ornamentos  episcopales  y  una 
cartera  con  papeles;  recogió  todo  en  su  morral,  y  llegado  poco  tiempo  después  á  Fuente 
la  Higuera  contó  el  caso  á  un  hermano  de  su  patrón,  fraile  que  andaba  por  la  montaña 
como  capitán  de  miqueletes.  Examinó  el  religioso  los  papeles  que  llevaba  Camacho,  y 
resultando  ser  los  títulos  de  un  Obispo  griego  que  venía  á  España  por  Subdelegado  pon- 
tificio, concibió  el  proyecto  de  que  nuestro  soldado,  una  vez  instruido  en  liturgia,  fingién- 
dose tal  Subdelegado,  explotara  la  buena  fe  del  clero,  dando  participación  de  las  ganan»- 
cias;  dicho  y  hecho:  al  año  y  medio,  Camacho,  cubierto  de  moradas  hopalandas,  recorre 
las  ciudades  de  Pamplona,  Zaragoza,  Cuenca,  Valencia,  Sevilla  y  otras,  visitando  igle- 
sias, imponiendo  multas,  celebrando  públicamente  misa  y  agasajado  de  los  obispos.  Des- 
cubierto el  fraude  por  culpa  de  sus  cómplices,  que  huyeron  antes  con  el  dinero  allegado, 
fué  reducido  á  prisión  en  Carmena  y  enviado  al  castillo  de  Ceuta. 

Tal  es  el  relato  que  como  verdadero  publicó  Rojo,  relato  inverosímil,  cuento  de  pre- 


INTRODUCCIÓN  ciii 

sidiario  acogido  por  un  hombre  crédulo,  que  no  poco  debía  serlo  el  Capellán  Mayor  de 
los  ejércitos  de  S.  M.  (*). 

XIII 

Con  vanidad  infantil  y  propia  de  un  estudiante  que  al  salir  del  colegio  pondera  su.s 
travesui'as  escribió  su  vida  el  astrólogo  zamorano  D.  Gómez  Arias,  en  estilo  incorrecto, 
pero  no  exento  de  gi-acia  en  ocasiones  y  con  tono  festivo,  imitando  el  de  la  novela  pica- 
resca. El  autor,  hijo  de  D.  José  Arias,  Comisario  de  Guerra  en  Galicia  y  sobrino  del  Car- 
denal Arias,  tuvo  una  vida  agitada  desde  su  niñez,  si  es  cierto  cuanto  refiere:  fué  «fraile 
(de  los  Clérigos  Menores),  monacillo,  señor,  pobre,  soldado,  abogado,  astrólogo,  médico 
y  casado  en  breve  tiempo  (■);  habiéndoseme  olvidado  que,  en  uno  de  los  lugares  de  Cas- 
tilla que  corrí  en  el  tiempo  de  mis  peregrinaciones,  fui  maesti'o  de  niños,  en  otro  precep- 
tor de  Gramática,  y  en  la  ciudad  de  Toro  astrólogo  confirmado,  pues  viví  y  junté  dine- 
ros diciendo  á  todos  el  signo  »  ( '' ) . 


XIY  ^ 

Job  del  siglo  XVIII  se  llamó  á  sí  mismo  D.  Santiago  González  Mateo  en  un  libri- 
llo {*)  donde  cuenta  las  varias  peripecias  que  corrió  en  su  vida  desordenada  y  poco  edi- 
ficante; pero  dado  el  grosero  cinismo  con  que  se  expresa,  le  cuadraría  mejor  el  título  de 
Diógenes  del  siglo  XVIII,  y  aun  creo  que  el  cínico  griego  fué  un  modelo  de  circunspec- 
ción al  lado  de  González  Mateo.  Tales  ati-ocidades  refiere  éste,  que  con  harto  trabajo  me 
convencí  de  que  el  libro  no  era  novela  compuesta  en  odio  á  los  frailes  y  á  la  Inquisición 
por  mi  seudónimo;  mas  comprobada  la  existencia  del  autor  y  de  los  personajes  á  que 
alude  y  después  de  una  lectm-a  detenida,  creo  que  es  una  autobiografía,  si  bien  la  más 
desvergoiizada  que  se  ha  escrito.  González  Mateo  principia  su  vida  asegurando  que  era 
hijo  de  un  fi-aile  llamado  Pradejón,  á  quien  retrata  como  el  hombre  más  ignorante  y  brutal 
que  puede  concebirse:  «Era  barrigudo,  cargado  de  espaldas,  cara  esopiana  y  en  todo  aná- 

(')  Vida  y  sucesos  del  fingido  chispo  griego  Francisco  Camacho,  hijo  de  Francisco,  natural  de 
Manganilla,  Arzobispado  de  Sevilla,  Soldado  en  la  Compañía  de  Don  Joseph  Cano  y  Aguilar  (que 
Dios  tenga),  del  Segundo  Batallón  de  la  Real  Artillería,  y  al  presente  se  halla  en  los  Inválidos  de  dicha 
Sevilla;  y  es  graciosa,  cierta  y  verdadera  historieta,  conforme  él  mismo  refiere;  si  bien  se  duda  si  tiene 
otro  nombre  en  sii  Patria  mudado  por  disimulo  de  s'JS  errores,  que  no  se  le  preguntó  (Publicada  con  la 
Vida  del  falso  Nuncio  de  Portugal  Alonso  Pérez  de  Saavedra,  por  D.  Juan  Bernardino  Rojo,  pági- 
nas 65  á  125). 

(2)  Había  nacido  en  el  año  1712  y  escribía  en  el  de  1744. 

(3)  Vida  y  sucesos  del  astrólogo  Don  Gómez  Arias,  escrita  por  el  misno  Don  Gómez  Arias,  Maes- 
tro de  Philosophia,  Bachiller  en  Medicina  y  Profesor  de  Mathemúthicas  y  buenas  Letras.  Dedicada 
ú  la  Excelentissima  Señora  Doña  María  Benita  de  Rozas  y  Drumond,  Hija  legitima  de  los  Señores 
Don  Joseph  de  Rozas  y  Doña  Francisca  Drumond,  &c.  En  Madrid,  en  la  imprenta  de  Manuel  Moya, 
año  de  1744;  44  págs.  en  4." 

(*)  Vida  trágica  delJoh  del  siglo  XVIII  y  XIX,  D.  Santiago  González  Mateo,  Presbítero  y  Bene- 
ficiado de  la  Villa  de  Laguardia.  Año  de  M.DCCCIX.  Ms.  en  8."  de  204  págs.  más  7  hojas  al  prin- 
cipio y  4  al  íinal  sin  numeración 

Perteneció  al  Sr.  Asenjo  Barbieri  y  hoy  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacional. 


civ  autobiografías  y  memorias 

logo  con  mi  triste  figura » .  Y  para  demostrar  cuáu  obtusa  era  la  inteligencia  de  este  sátiro 
monacal,  refiere  la  siguiente  anécdota: 

«Sucedió,  echando  Pradejón  una  lección  de  difuntos  en  el  coro,  que  por  pronunciar 
¿quare  de  vulva  ediixisti  me?  dijo:  ¿qnare  de  burra  eduxisti  me?  á  cuya  expresión  sol- 
taron la  risa  todos  los  Padres,  conociendo  su  carácter,  y  el  Guardian  dijo:  Sí,  Padres,  de 
burra  debía  haber  nacido  ese  bestia,  solo  racional  i)or  ¡)rivilegio)>  (*). 

González  Mateo  hace  alarde  de  su  ascendencia,  que  supone  judaica,  fundado  sola- 
mente en  que  los  apellidos  en  z  son  de  origen  israelita;  y  no  contento  con  arrojar  sobre 
su  familia  este  borrón,  que  por  tal  era  tenido  en  la  centuria  pasada  el  parentesco  hebraico, 
traza  un  burlesco  retrato  de  su  padre  putativo  D.  Ramón  González,  el  cual  supone  ami- 
císimo  de  frailes,  siempre  compartiendo  con  ellos  su  fortuna  y  codicioso  de  pertenecer  á 
cuantas  hermandades  había;  pocas  veces  un  hijo  habrá  hecho  real  aquella  frase  de  Hora- 
cio: minxerit  in  ¡Jcitrios  ciñeres,  como  González  Mateo  hablando  de  su  padre: 

«Nació  mi  padre  D.  Ramón  (padre  digo  según  la  común  opinión  y  porque  pagó  el 
real  del  baptizo)  en  la  villa  de  La  Puebla,  provincia  de  Álava,  correspondiendo  su  edu- 
cación á  los  buenos  sentimientos  é  ilustración  de  mis  abuelos;  estudió  Gramática  y  Filo- 
sofía, que  es  á  lo  más  que  suele  llegar  la  instrucción  de  los  mayorazgos  en  la  Rioja;  pero 
llegando  á  ser  suijuris,  comenzó  á  degenerar  en  toda  especie  de  preocupaciones,  siendo 
la  dominante  la  ridiculez  en  el  extraño  y  raro  modo  de  vestir,  el  cual  nadie  puede  ima- 
ginar sin  verlo;  porque  unas  veces  parece  capuchino,  con  su  gabán  pardo  á  la  romana; 
otras  parece  molinero,  con  sombrero  blanco  y  chupa  de  San  Antonio;  hoy  clérigo  muy 
reverendo  con  redecilla  valenciana,  corbatín  y  ropón  negros;  mañana  monja,  con  montera 
dorada  y  aletas  de  terciopelo  que  le  cubren  toda  la  cara,  asomando  en  punta  otra  aleta 
hacia  la  frente  en  figura  de  toca  monial;  otro  dia  representa  un  cartujo,  figurando  capilla 
perfecta  con  el  forro  del  alzacuello  de  dicho  gabán,  que  volviéndolo  al  revés  le  sirve  de 
gorra;  ya  gracioso  de  teatro  con  casaca  antigua,  descolgando  unas  largas  vueltas  de  las 
bocamangas  á  usanza  de  los  agustinos»  (^). 

Lindezas  semejantes  escribe  D,  Santiago  de  su  tío  Fray  Diego  González,  quien  si  bien 
nada  tenía  de  escritor  elegante  y  sus  obras  sólo  sirven  ya  para  llenar  espacio  en  las  biblio- 
tecas, no  era  tan  despreciable  como  suponía  su  sobrino,  cuyas  caricaturas  abundan  en 
rasgos  que  parecen  escritos  por  la  pluma  de  Yoltaire: 

«Mío  tio  Fr.  Diego  y  hermano  de  mi  abuelo,  fraile  francisco  en  la  provincia  de  Bur- 
gos, fué  eterno  esci-itor  de  Moral,  Filosofía,  Teología  escolástica,  defensa  de  la  Venerable 
Madre  María  Jesús  de  Agreda  y  otros  asuntos  abstractos,  que  hoy  solo  se  hallan  en  con- 
ventos de  su  Religión,  oficinas  de  boticarios  y  tiendas  de  especiería;  por  sus  abultados 
escritos  ha  sido  preconizado  hombre  verdaderamente  docto,  y  principalmente  por  la  admi- 
ración con  que  se  expresó  el  Pontífice  Benedicto  XI Y,  diciendo  por  sus  escritos:  ¿quis 
est  hic  qui  tanta  et  tam  barbare  loquitur?^  (■'). 

(>)  Página  15. 
(')  Páginas  4  y  5. 
(3)  Páginas  14  y  15. 

Hemos  visto  de  Fray  Diego  González  Mateo  las  siguientes  obras: 

Apodixis  Agredatuí pro Mystica  Chñtate  Dei  technas  de.tegens  Eusebianas.  Matriti,  MDCOLl;  folio, 
Bellum  theologicum  adversus  diabólicas  violentias  circa  externa  de  re  prava  et  turpia.  Pompe- 
lone,  MDCCXLV;  folio. 


INTRODUCCIÓN  cv 

D.  Santiago  González  Mateo  había  nacido  en  la  Puebla  de  la  Barca  (Álava)  á  9  de 
abril  de  1765.  Tuvo  un  hermano  llamado  Judas  Tadeo  (' ) ,  abogado  y  catedrático  de  leyes 
en  Osma.  Su  vida  fué  poco  accidentada  y  las  aventuras  de  ella  se  reducen  á  travesuras 
de  chico  mal  criado  y  á  su  viaje  á  Barcelona,  desde  donde  quería  ir  á  Roma  para  que  le 
ordenasen  de  presbítero;  ya  hecho  sacerdote  y  nombrado  beneficiado  en  Laguardia,  fué 
procesado  por  el  Santo  Oficio  hacia  el  año  1799.  La  relación  de  su  causa  no  deja  de 
ser  interesante  por  trazar  un  cuadro  exacto  de  cómo  funcionaba  la  Inquisición  á  últimos 
del  siglo  XVIII.  Habiendo  afirmado  ciertas  proposiciones  malsonantes  y  escandalosas, 
denunciólo  su  mismo  padre,  y  hallándose  en  Laguardia  fué  sorprendido  por  dos  familia- 
res del  Santo  Oficio;  lleváronlo  á  Logroño  atado  con  una  soga  y  entró  en  la  cárcel;  dos 
días  después  comparecía  ante  los  jueces: 

«Fui  presentado  en  una  sala  donde  estaba  sentado  un  Inquisidor  calvo  y  melancólico 
bajo  im  magnífico  solio,  y  el  Secretario  al  lado  de  una  mesa  sobre  la  cual  habia  un  Cristo, 
el  que  tomado  por  el  Inquisidor,  hallándome  yo  en  un  banquillo  despreciable  á  usanza 
de  los  zapateros  de  viejo,  me  mandó  jurar  en  la  llaga  del  costado  de  decir  verdad». 

Veintiún  días  se  pasaron  en  las  declaraciones  de  los  testigos,  cuyo  contenido  no  se 
manifestaba  al  procesado;  en  vista  de  ellas  el  Fiscal  pidió  que  se  diese  tormento  al  reo, 
mas  no  se  llevó  á  cabo;  el  Prior  del  Carmen  y  el  P.  Malo,  franciscano,  calificadores  de 
la  causa,  opinaron  que  debía  abjurar  de  levi  y  así  fué  acordado  por  el  tribunal: 

«Me  presentó  el  alcaide  en  una  sala  la  mas  obstentosa  y  patética;  toda  ella  estaba 
entapizada  con  terciopelo;  al  frente  de  la  entrada  habia  un  magnífico  solio  con  su  dosel, 
con  tres  sillas  para  los  tres  inquisidores;  á  la  mauo  izquierda  aparecía  otro  dosel  de  menos 
obstentacion  para  el  Inquisidor  nato,  que  lo  fue  el  Provisor  á  nombre  del  Obispo;  el  Secre- 
tario estaba  arrimado  á  una  grande  mesa  en  la  que  habia  un  Cristo  con  dos  velas,  un  misal 
y  una  vara;  todos  los  que  tenían  empleo  en  la  Inquisición  estaban  sentados  en  la  circun- 
ferencia arrimados  á  las  paredes;  veinticuatro  sacerdotes  ( los  catorce  seculares  y  los  diez 
regulares)  formaban  en  medio  de  la  sala  dos  filas,  y  en  medio,  como  presidiendo,  me 
mandaron  sentar  en  un  banquillo  despreciable,  con  sotana  sin  cuello,  en  hábito  peni- 
tente». 

«Concluida  la  causa  se  siguió  la  publicación  de  la  sentencia,  reducida  á  destinarme 
por  tres  años  al  Colegio  apostólico  de  misioneros  franciscos  de  la  ciudad  de  Olite  en  Nava- 
rra, y  cinco  años  desterrado  catorce  leguas  de  Madrid,  sitios  Reales,  Logroño,  Laguardia 
y  mi  lugar  La  Puebla  de  la  Barca.  En  el  Colegio  se  me  intimó  hiciese  confesión  general, 
ocupando  en  ella  un  mes;  que  siguiese  todos  los  actos  de  comunidad;  que  ayunase  todos 

Mística  Civitas  Dei  vindicata  ab  observationibus  R.  D.  Eusebii  Arnort.  Matriti,  1747. 

Otra  edición  de  esta  obra  se  imprimió  en  Augusta  Vindelicorum  (Augsburgo),  año  1748. 

En  el  Archivo  Histórico  Nacional,  Papeles  de  la  Cámara  de  Castilla,  Matricula  de  impresiones, 
hemos  visto  el  expediente  original  incoado  por  Fr.  Diego  González  Mateo,  «religioso  franciscano  con- 
ventual en  Logroño»,  para  que  se  le  permitiese  dar  a  luz  dos  tomos  de  Teología  escolástica  sobre  el 
libro  tercero  de  las  Sentencias.  Hállase  en  el  legajo  del  año  1762,  n."  16, 

(')  D.  Tadeo  González  Mateo  publicó  el  siguiente  folleto: 

Reflexiones  de  un  patriota  a  la  plebe  de  Madrid  con  motivo  de  los  arrastrados  y  demás  ocurrido  la 
tarde  del  dia  14  del  que  rige.  Firmado  en  Madrid  á  16  de  octubre  de  1808.  Impr.  s.  1.  n.  a.,  16  págs. 
en  8.» 

Censura  la  muerte  que  el  populacho  de  Madrid  dio  á  dos  tenidos  por  afrancesados  y  aconseja  la 
mayor  prudencia  en  aquellas  circunstancias. 


cvi  autobiografías  y  memorias 

los  viernes  del  año  y  que  leyese  media  hora  en  la  Ouia  de  pecadores  de  Fr.  Luis  de 
Granada»  ('). 

Cuando  más  adelante  los  franceses  entraron  en  Logroño  huyeron  los  inquisidores  y 
sus  procesos  rodaron  por  las  tiendas  de  comestibles,  pues  fué  saqueado  el  archivo  del 
Santo  Oficio;  D,  Santiago  halló  por  casualidad  los  documentos  de  su  causa  y  pudo  ente- 
]-arse  de  las  declaraciones,  desconocidas  por  él  hasta  entonces, 

D.  Santiago  acabó  por  afiliarse  á  José  I,  demostrando  que  quien  había  sido  mal  hijo 
y  poco  recomendable  sacerdote  debía  ser  también  mal  patriota. 


XV 

Bastante  raro  es  ya  un  librillo  en  que  el  fingido  arzobispo  de  Toledo  Francisco  Mayo- 
ral consignó  sus  embustes  y  trapacerías  (^). 

Sargento  primero  en  el  regimiento  de  Ciudad  Eodrigo,  del  cual  ora  comandante  el 
teniente  coronel  D,  Pedro  Quintanilla,  cayó  prisionero  de  los  invasores  en  dicha  plaza  a 
10  de  julio  del  año  1810.  Conducido  á  Francia  después  de  un  conato  de  evasión,  viendo 
que  los  ñ-ailes  eran  mejor  tratados,  hallándose  en  Bayona  se  fingió  religioso  francisco. 

Luego  en  Cahors  estafa  á  una  comunidad  de  religiosas  comprometiéndose  á  compo- 
nerles el  órgano,  aunque  nunca  había  desarmado  semejante  insti'umento;  el  órgano  quedó 
en  peor  estado  y  nuestro  sargento  con  300  francos  en  el  bolsillo.  Prosiguiendo  sus  aventu- 
ras picarescas,  á  guisa  de  otro  Gran  tacaTio^  marcha  á  Brives  la  Gaillarde,  y  allí,  en  oca- 
sión de  tocar  el  piano,  conoce  á  la  señorita  Mavil...  hija  bastarda  del  obispo  de  Limoges  y 
protectora  en  lo  sucesivo  del  audaz  soldado,  quien  ingeniosamente  le  hace  creer  que  era. 
nada  menos  que  el  Cardenal  de  Borbón,  Arzobispo  de  Toledo.  Las  relaciones  entre  Mayoral 
y  la  señorita  Mavil...  llegaron  á  ser  íntimas  y  el  supuesto  mitrado  halló  una  mina  á  su 
disposición.  Trasladado  á  Sedán  representa  con  el  mayor  descaro  su  peligroso  papel; 
obsequiado  por  las  religiosas  y  hasta  por  el  mismo  Prefecto,  so  ve  en  el  compromiso  de 
celebrar  misa  pontifical  y  lo  elude  fingiendo  en  la  iglesia  un  desmayo.  Convencidos  los 
franceses  más  adelante,  por  las  declaraciones  del  capitán  Palafox,  de  que  el  tal  Arzobispo 
no  era  sino  un  truhán  desvergonzado,  va  á  Tolosa  y  se  hospeda  en  casa  de  la  Baronesa  de 
Cambr...  que  tenía  una  bellísima  hija,  de  la  cual  quedó  prendado  Mayoral,  quien  entonces 

(»)  Táginas  154  y  156. 

('■^j  Historia  verdadera  del  sargento  Francisco  Mayoral,  natural  de  Salamanca,  fingido  Cardenal 
de  Borhon  en  Francia.  Escrita  por  él  mismo  y  dada  á  luz  por  D.  J.  V.  Zaragoza,  Impr.  de  R.  Gallifa, 
año  1844;  1  vol.  en  8."  menor,  de  X-176  págs. 

En  la  Advertencia  preliminar  afirma  el  editor  que  había  procurado  seguir  en  cuanto  le  fué  posi- 
ble el  manuscrito  original.  «Oomo  no  me  he  propuesto  formar  una  novela,  sino  dar  á  luz  lo  escrito 
por  el  mismo  interesado,  no  se  encontrarán  en  esta  iiistoria  bellezas  de  imaginación.  He  adoptado  un 
estilo  llano  para  que  se  aparte  menos  del  original,  que  he  seguido  en  un  todo,  excepto  en  algunas 
cláusulas  y  expresiones  pesadas  ó  mal  sonantes.  El  orden  de  materias,  los  pensamientos,  los  heclios 
con  todas  sus  circunstancia»  y  uní  gran  parte  de  los  períodos  y  palabras  de  la  composición,  es  todo 
del  original  de  nuestro  Sargento)). 

Del  sitio  de  Ciudad  Rodrigo  trata  D.  José  Gómez  de  Arteche  en  su  Guerra  de  la  Independencia, 
Historia  militar  de  España  de  1803  á  1814,  tomo  VIH,  cap.  IV. 

La  fecha  de  la  rendición  es  la  misma  que  da  Mayoral, 


INTRODUCCIÓN  cvii 

hacía  en  secreto  el  papel  de  Obispo.  «Yo  había,  dice  éste,  salido  maestro  en  el  arte  de 
amar  místicamente,  y  supe  conducirme  tan  bien,  que  la  señorita  dio  muestras  de  estar 
místico-prendada  de  mí  hasta  el  punto  de  desear  venir  una  temporada  á  España  conmigo, 
si  su  madre  le  diera  licencia»  ('). 

La  influencia  de  Mayoral  en  casa  de  la  Baronesa  aumenta  con  virtiendo  á  ésta  al  Cato- 
licismo, religión  que  ya  profesaba  la  hija,  cuya  familiaridad  con  el  soldado-obispo  iba  en 
aumento:  «  Nos  declaramos  mutuamente  que  el  uno  no  se  hallaba  bien  sino  en  compañía 
del  oti'o.  Hubo  suspiros  y  desmayos  y  una  verdadera  declai  ación  de  amor»  (^).  Después 
de  este  idilio,  que  acabó  con  el  rapto  de  la  baronesita,  Mayoral  tornó  á  España  acabada 
ya  la  guerra  con  Francia  y  comenzaron  sus  desdichas;  preso  en  la  cindadela  de  Barce- 
lona falleció  al  cabo  de  pocos  meses,  dejando  escrita  la  relación  de  los  sucesos  mencio- 
nados, unos  versos  que  intitulaba  Reflexiones  y  un  drama  cuyo  asunto  eran  las  peripe- 
cias de  su  vida  en  Francia  (^). 

(1)  Página  159. 

{V  Página  166. 

(3)  También  es  digna  de  mención  esta  autobiografía: 

Inforivnios  qve  Alonso  Ramírez^  natvral  de  la  chidad  de  S.  Juan  de  Pverto  Rico  padeció,  asii  en 
poder  de  Ingleses  Piratas  que  lo  apresaron  en  las  Islas  riúlipinas  como  naverjando  por  si  solo,  y  sin 
deri'ota,  hasta  varar  en  la  Costa  de  lueatan:  Consiguiendo  por  este  medio  dar  vuelta  al  mundo.  Descri- 
velos  D.  Carlos  de  Siguenza  y  Gongora,  Cosmographo ,  y  Cathedratico  de  Mafhematicas  del  Rey  N. 
Señor  en  la  Academia  Mexicana.  Con  licencia  en  México,  por  los  Herederos  de  la  Viuda  de  Bernardo 
Calderón,  en  la  calle  de  San  Agustín.  Año  1690.  En  8.° 

Infortunios  de  Alonso  Ramirez.  Descrihelos  D.  Carlos  de  Siguenza  y  Gongora.  Relación  de  la 
América  Septentrional  por  el  P.  Luis  Ilennepin.  Madrid,  Impr.  de  la  Viuda  de  Gabriel  Pedraza,  1902; 
en  8.0 

La  autobiografía  de  Alonso  Ramírez,  y  que  parece  copió  á  la  letra  D.  Carlos  de  Siguenza  y 
Gongora,  ocupa  las  páginas  27  á  132. 


CAPITULO   VII 

I.  Juan  del  Excina. — II.  Cristóbal  de  Villalón. 

III.  Francisco  de  Encinas. —IV.  Esteban  de  Gtaribay. — Y.  Diego  Suarez. 

YI.   Luis  de  Belmonte  Bermúdez.  —  YII.   D.   Cristóbal  del  Hoyo,   Marqués 

DE  LA  Yilla  de  San  Andrés. — YIII.  D.  Diego  de  Torres  Yillarroel. — IX.  D.  Leandro 

Fernández  de  Moratín  y  D.  Gaspar  Melchor  de  Jove  Llanos.  —  X.  D.  Antonio 

Alcalá  Galiano. — XI.  D.  Ramón  de  SIesonero  Romanos. — XII.  D.  José 

Zorrilla. — XIII.  D.  Emilio  Alcalá  Galiano,  Conde  de 

Casa  Yalencia. — XI Y.  La  novela  autobiográfica. 


Hastiado  del  mundo  y  de  sus  placeres,  arrepentido  de  la  vida  poco  edificante  ó  im- 
propia del  estado  clerical  que  llevara  el  patriarca  de  nuestro  arte  dramático,  Juan  del 
Encina,  se  dispuso  á  entrar  en  el  sacerdocio  y  celebrar  su  primera  misa  en  los  Santos 
Lugares.  Abandonó  la  Ciudad  Eterna,  donde  había  obtenido  aplausos  con  sus  comedias, 
especialmente  con  la  de  Plácida  y  Yitoriano,  representada  ante  personas  de  alto  rango, 
pero  de  moralidad  poco  severa,  y  visitando  la  casa  de  Loreto  se  dirigió  á  Yenecia  por 
Ancona.  La  reina  del  Adriático  le  inspiró  versos  menos  prosaicos  que  los  demás  de  la 
relación  en  que  consignó  su  itinerario  é  impresiones  del  piadoso  viaje  ( * ) .  Yeíala  deca- 
dente por  haber  cambiado  el  rumbo  del  comercio;  sin  embargo,  aun  mostraba  señales  de  su 
antigua  grandeza: 

No  sé  quién  la  puede  saber  comparar, 
según  el  extremo  que  en  ella  se  encierra, 
que  estáis  en  la  mar  y  andáis  por  la  tierra 
y  estáis  en  la  tierra  y  andáis  jíor  la  mar; 
las  más  de  las  caUes  se  j)ueden  andar 
por  mar  y  por  tierra,  por  suelo  y  por  agua; 
de  Palas  es  trono,  de  Marte  gran  fragua, 
que  bien  cien  galeras,  y  aun  más,  puede  armar. 

O  Lo  publicó  en  Roma,  año  1521,  con  el  título  de  Tribagia,  o  via  sacra  de  Hierttsalem,  por  Juan 
de  la  Encina.  Así  lo  dice  Nicolás  Antonio.  Fué  reproducida  luego  varias  veces.  La  edición  más  co- 
nocida es  la  de  Madrid,  1786,  rotulada:  Viaje  y  peregrinación  que  hizo  y  escribió  en  verso  castellano  el 
famoso  poeta  Juan  del  Encina,  en  compañía  del  Marqués  de  Tarifa,  en  que  refiere  lo  mas  particular  de 
lo  sucedido  en  su  Viaje  y  Santos  Lugares  de  Jerusalem.  1  vol.  en  8." 

La  relación  de  D.  Fadrique  Enríquez  se  publicó  con  los  versos  de  Encina  en  las  ediciones  de  Lis- 
boa, 1580;  Sevilla,  1606,  y  otras. 

Acercado  Encina  y  de  su  viaje  es  notable  el  estudio  de  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  publi- 
cado en  su  Antología  de  poetas  líricos  castellanos  desdi  la  formación  del  idioma  hasta  nuestros  días, 
tomo  VII,  págs.  I  á  C. 


ex  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMOKIAS 

Allí  se  incorporó  con  el  Adelantado  mayor  de  Andalucía  D.  Padriqíie  Enríquez  de 
Eibera,  quien  también  nos  legó  un  relato  de  su  peregrinación  en  estilo  tosco  y  desaliñado. 
Juntos  navegaron  por  el  Adriático;  tocaron  en  la  isla  de  Rodas,  j  sin  que  á  sus  mentes 
acudieran  los  poéticos  recuerdos  que  suscitan  las  islas  del  Archipiélago,  desembarcaron 
en  Jaffa,  yendo  á  Jerusalén  en  medio  de  un  calor  sofocante.  Encina,  poeta  ingenioso  y 
festivo,  pero  incapaz  de  sentir  la  verdadera  inspiración  lírica,  ti'aza  un  cuadro  pobrísimo 
de  la  Tierra  Santa;  oigamos  las  elocuentes  palabras  con  que  el  Sr.  Menéudez  y  Pelayo 
juzga  la  prosa  rimada  de  Encina:  «Su  descripción  es  un  puro  inventario,  sin  ningún  color 
poético,  en  versos  que  apenas  lo  parecen,  y  que  allá  se  van  con  la  prosa  rudísima  de  su 
compañero  de  viaje  el  Marqués  de  Tarifa.  Tres  noches  oró  y  meditó  en  el  Santo  Sepulcro 
Juan  del  Encina,  con  pío  y  contiito  corazón,  pero  sin  que  una  centella  de  poesía  bajase 
á  su  alma.  El  carbón  de  Isaías  no  encendió  sus  labios;  quizá  fuera  este  el  mayor  castigo 
de  sus  devaneos  anteriores»  (').  Temperamento  sensual,  imaginación  de  pocos  vue- 
los, ofrecía  una  grande  analogía  con  el  Arcipreste  de  Hita;  ambos  escribían  versos 
llenos  de  gracia  y  de  vida  cuando  cantaban  el  amor  ó  las  cosas  que  hablan  á  los  sen- 
tidos, mas  tenían  el  corazón  apergaminado  y  seco  para  sentir  impresiones  y  afectos  de  un 
orden  puramente  espiritual  é  idealista.  Compárense  si  no  estos  versos,  en  que  refiero 
su  primera  misa: 

Con  el  Marqués  mesmo  me  comuniqué, 

que  un  capellán  suyo  nos  comunicó, 

y  aquél  fue  jDadrino  que  administró 

en  mi  primer  misa,  que  allá  fui  á  decilla 

al  Monte  Sión 

con  los  no  menos  detestables  en  que  el  buen  Juan  Kuiz  celebra  el  triunfo  de  Cristo  sobre 
la  muerte: 

sacó  de  las  tus  penas  á  nuestro  padre  Adán 


a  Sant  Johan  el  Bautista  con  muchos  patriarcas 
que  los  tenies  en  las  penas,  en  las  tus  malas  arcas, 
al  cabdillo  de  Moysen,  que  tenias  en  tus  barcas. 

Sarta  de  desatinos  que  indica  una  incapacidad  casi  absoluta  de  elevarse  á  la  poesía 
en  alas  de  la  fe. 

Encina  acaba  su  crónica  rimada  en  Venecia,  despidiéndose  del  Marqués  y  marchando 
á  Eoma,  ciudad  donde  le  placía  vivir,  é  imprimió  su  Viaje. 


Ya  que  va  incluido  en  esta  colección  de  autobiografías  y  memorias  el  Viaje  de  Tur- 
quía, obra  de  Cristóbal  de  Villalón,  conviene  demostrar  la  autenticidad  de  este  libro. 
Para  conseguir  esto  haremos  ver  cómo  indudablemente  El  Crótalon  y  el  Viaje  de  Tur- 
quía son  de  una  misma  pluma,  probando  después  que  Yillalón  es  autor  de  E¿  Crótalon. 

(')  Antolofjia  de  poetas  líricos,  tomo  VII,  págs.  XX  y  XXI. 


INTRODUCCIÓN  cxi 

A  primera  vista  quizás  parezca  á  muchos  que  hubiera  sido  mejor  comparar  el  Viaje  de 
Turquía  con  El  Escolástico,  obra  que  pertenece  á  dicho  escritor  indiscutiblemente.  No 
hemos  seguido  este  camino,  porque  el  Viaje  de  Turquía  ofrece  mayores  analogías  con 
El  Crótalon  que  con  El  Escolástico^  lo  cual  nos  permite  probar  uuesü'o  cometido  con 
mayor  suma  de  argumentos. 

El  Crótalon  y  el  Viaje  de  Turquía^  ¿  son  de  un  mismo  autor?  Puede  afirmarse  que 
sí  con  toda  certeza.  Las  ideas  que  en  ambos  libros  se  exponen  son  idénticas  y  las  ten- 
dencias iguales,  lo  cual  acusa  una  misma  paternidad.  Quien  escribió  El  Crótalon  no  era 
en  modo  alguno  luterano,  pues  jamás  vierte  una  proposición  herética,  antes  bien  anate- 
matiza los  errores  de  los  protestantes;  alégrase  de  la  derrota  de  éstos  por  Carlos  V  junto 
al  río  Elba;  coloca  en  el  infierno  las  abnas  de  los  reformadores  y  admito  dogma  tan  pecu- 
liar de  la  Iglesia  católica  como  el  Purgatorio.  Pero  si  no  es  hereje,  es  imitador  y  dis- 
cípulo de  Erasmo.  Tj'uena  contra  los  abusos  que  motivaron  la  aparición  del  protestan- 
tismo; censura  dm'amente  la  ambición  de  los  clérigos;  describe  con  sin  igual  fi-uición  las 
groserías  que  imagina  cometían  éstos  en  sus  banquetes;  no  se  libran  de  sus  tiros  los  frai- 
les y  las  religiosas,  á  quienes  moteja  de  hipócritas  y  gente  corrompida,  y  pasando  á  las 
demás  clases  de  la  sociedad,  reprende  vigorosamente  las  supersticiones  á  que  daban  fácil- 
mente crédito  y  los  vicios  á  que  muchos  se  entregaban,  lanzando,  por  último,  impreca- 
ciones contra  «tantas  maneras  de  santidades,  fingidas  romerías,  bendiciones  y  peregrina- 
ciones» ('). 

El  mismo  espíritu  domina  en  el  Viaje  de  Turquía.  No  hallamos  en  este  libro  tesis 
alguna  heterodoxa,  pero  sí  las  amargas  invectivas  que  en  El  Crótalon  se  dirigen  contra 
todas  las  coiTuptelas  en  lo  sagrado  y  en  lo  profano  introducidas. 

En  él  son  acremente  juzgados  los  peregrinos  que  iban  á  Santiago,  á  quienes  se  des- 
cribe como  hombres  holgazanes  y  de  malas  costumbres.  «No  hay  despensa  de  señor 
mejor  proveída  que  su  zurrón,  ni  se  come  pan  con  mayor  libertad  en  el  mundo;  no  dejan, 
como  los  mas  son  gascones  y  gabachos,  si  topan  algima  cosa  á  mal  recado,  ponerla  en 
cobro  cuando  entran  en  las  casas  á  pedir  limosna,  y  cuando  vuelven  á  sus  tierras  no  van 
tan  pobres  que  les  falten  seis  piezas  de  oro » . 

En  el  siguiente  pasaje  no  son  mejor  tratados  los  que  venían  de  los  Santos  Lugares: 
«  La  romería  de  Hierusalen,  salvo  el  meior  juicio,  tengo  mas  por  incredulidad  que  por 
santidad,  porque  yo  tengo  de  fe,  que  Cristo  fue  crucificado  en  el  Monte  Calvario  y  fue 
muerto  y  sepultado  y  todo  lo  demás  que  la  Iglesa  cree  y  confiesa;  ¿pues  no  tengo  de 
pensar  que  el  Monte  Calvario  es  un  monte  cpmo  otros,  y  la  lanza  como  otras,  y  la  cruz 
que  era  entonces  en  uso  como  agora  la  horca,  y  que  todo  esto  por  sí  no  es  nada,  sino  por 
Cristo  que  padeció  ?  Cuanto  más,  que  Dios  sabe  cuan  poca  paciencia  llevan  en  el  camino 
y  cuantas  veces  se  arrepienten  y  reniegan  de  quien  hace  jamás  voto  que  no  se  pueda  salir 
afuera;  y  lo  mesmo  siento  de  Santiago  y  las  demás  romerías. 

»  Juan. — No  tenéis  razón  de  condonar  las  romerías,  que  son  santas  y  buenas. 

»  Pedro. — Yo  no  las  condeno,  ni  nunca  Dios  tal  quiera;  mas  digo  lo  que  me  parece 
y  he  visto  por  la  luenga  experiencia,  pues  á  los  que  allá  van  no  se  les  muestra  la  mitad 
de  lo  que  dicen,  porque  el  templo  de  Salomón,  aunque  den  mil  escudos,  no  se  le  dejarán 
ver;  no  faltan  algunos  frailes  modorros  que  les  muestran  ciertas  piedras  con  unas  pintas, 

O  El  Crótalon,  canto  XX. 


cxii  xVUTOBIOGRAFIAS  Y  MEMORIAS 

las  cuales  dicen  que  sou  de  la  sangre  de  Cristo,  y  ciertas  piedrecillas  blancas,  como  de 
yeso,  dicen  que  es  leche  de  nuesti-a  Señora,  y  oti-as  cosas  que  no  quiero  al  presente  decir. 

»E1  camino  real  que  lleva  al  cielo  es  el  mejor  de  todos  y  el  más  breve,  que  es  los 
diez  Mandamientos  de  la  Ley,  muy  bien  guardados  á  mazo  y  escoplo,  y  esto  sin  caminar 
ninguna  legua  »  ( ' ) . 

Con  sátira  no  menos  incisiva  se  censura  la  ambición  y  poca  elocuencia  de  los  cléri- 
gos: «Andan  pretendiendo  y  echando  mil  rogadores  una  infinidad  de  confesores,  por  qui- 
tarle los  perrochanos  de  lustre  á  Juan  de  voto  á  Dios;  mas  sobornos  trajo  el  otro  dia  mío 
para  que  le  diesen  un  domingo  el  pulpito  de  la  Reina,  por  procurar  alguna  entrada  como 
contentar,  para  si  pudiese  alcanzar  á  confesarla.  Revolvió  toda  la  corte  hasta  que  lo  al- 
canzó, y  si  fuera  con  buen  celo  no  era  malo,  mas  creo  que  lo  hacen  por  estas  mitras,  que 
son  muy  sabroso  manejar.  Con  su  pan  so  lo  coman,  que  este  oti-o  dia  vi  en  un  lienzo  de 
Flandes  el  infierno  bien  pintado,  y  había  allí  hartas  mitras  puestas  sobre  unas  muertes 
y  algunas  coronas  y  bastones  de  Reyes  sobre  otras;  plegué  á  Dios  que  no  parezca  lo 
vivo  á  lo  pintado»  {^). 

«Tienen  menester  ser  los  pulpitos  de  acero,  que  de  otra  manera  todos  los  hacen  pe- 
dazos á  voces;  parésceles  que  á  porradas  han  de  persuadir  á  la  fe  de  Cristo»  ('). 

Ni  trata  con  más  lenidad  á  los  encargados  de  administrar  justicia,  cuando  refiere: 
«La  mujer  de  un  corregidor  vi  un  dia,  no  muy  lejos  de  Madrid,  que  porque  estaba  pre- 
ñada y  no  se  le  alborotase  la  criatui-a,  rogó  á  su  marido  que  no  ahorcase  un  hombre  que 
ya  estaba  sobre  la  escalera,  y  en  el  mesmo  puncto  le  hizo  quitar  y  soltáronle  como  si  no 
hubiera  hecho  pecado  venial  en  vida»  (^). 

Búrlase  el  autor  del  Viaje  de  Turquía  de  la  esplendidez  con  que  se  edificaba  el 
hospital  de  la  Resurrección  de  Valladolid,  por  parecerle  una  ostentación  perjudicial  á 
los  necesitados.  «El  pobre,  dice,  que  toda  su  vida  ha  vivido  en  ruin  casa  ó  choza,  ¿qué 
necesidad  tiene  de  palacios?  Sino  lo  que  se  gasta  en  mármoles,  que  sea  para  manteni- 
miento; que  la  casa  sea  como  aquella  que  tenía  por  suya  propia;  mas  haya  esta  diferen- 
cia, que  en  la  suya  no  tenía  nada  y  en  esta  no  le  falta  hebilleta»  {^).  Ni  aun  el  Papa  se 
libra  de  sus  tiros.  Dice  de  Julio  II  que  en  vez  de  gastar  sumas  enormes  en  la  viña  que 
llevaba  su  nombre  habría  sido  mejor  rescatar  cautivos  y  no  «haber  dejado  un  lugar  á 
donde  Dios  sea  muy  ofendido  en  banquetear  y  borrachear  y  rufiauar  » .  De  los  Cardenales 
escribe  que  algunos  iban  «disfrazados  dentro  de  un  carro  triunfal  á  pasear  damas».  No 
trata  mejor  á  los  «Obispos  de  quince  en  libra»  (®)  que  abundaban  en  Roma,  ni  á  los  Dea- 
nes y  Arciprestes  españoles,  que  solían  vivir  en  esta  ciudad  « con  mucho  fausto  de  muías 
y  mozos  y  audar  con  una  capa  llana  y  gorra,  comiendo  de  prestado».  Dirige  sus  invec- 
tivas contra  los  predicadores  de  nuestra  patria  porque  desconocían  el  Evangelio  y  los 
Santos  Padres;  «las  capas  de  los  teólogos  que  predican  y  nunca  leyeron  todos  los  Evange- 
lios pluguiese  á  Dios  que  tuviera  yo,  que  pienso  que  seria  tan  rico  como  el  Rey*  C). 

(*)  Viaje  de  Turquía,  fol.  18. 

(2)  ídem,  fol.  33. 

(3)  ídem,  fol.  34. 
(»)  ídem,  fol.  118. 
(5)  ídem,  fol.  17.' 
{•>)  ídem,  fol.  90. 
(7)  ídem,  fol.  89. 


INTRODUCCIOÍÍ  cxiii 

El  autor  del  Viaje  de  Turquía  muestra  el  mismo  odio  á  los  clérigos  (|uo  el  de  hí 
Ci'ótalou,  cuando  escribe:  «  Solo  la  medicina  dicen  que  ha  menester  experiencia:  no  hay 
facultad  que  juntamente  con  las  letras  no  la  tenga  necesidad,  y  más  la  Teología.  Plu- 
guiese á  Dios,  por  quien  es,  que  muchos  de  los  teólogos  que  andan  en  los  pulpitos  y 
escuelas  midiendo  á  palmos  y  á  jemes  la  potencia  de  Dios,  si  es  ñnita  ó  infinita,  si  de 
poder  absoluto  puede  hacer  esto,  si  es  ab  eterno^  antes  que  hiciese  los  cielos  y  la  tierra 
donde  estaba ,  supiesen  por  experiencia  medir  los  palmos  que  tiene  de  largo  el  i-emo  de 
la  galera  turquesca  y  contar  los  eslabones  de  la  cadena  con  que  le  tenían  amarrado  y 
los  azotes  que  en  tal  golfo  le  habían  dado  »  ( ' ) . 

¿  No  es  verdad  que  esto  se  parece  mucho  á  lo  que  leemos  en  El  Crótalou  de  los  filó- 
sofos que  medían  exactamente  por  pies  y  pulgadas  la  extensión  de  los  cielos  y  en  cam- 
bio ignoraban  cuántas  leguas  había  do  Valladolid  á  Cabezón  ? 

Veamos  cómo  satiriza  las  falsas  reliquias  y  el  ti'áfico  que  se  hacía  con  ellas: 

«Juan. — Xo  nos  falta  reliquia  que  no  tengamos  en  un  cofrecito  de  marfil;  solamente 
taita  pluma  de  las  alas  del  ángel  Saut  Gabriel, 

;>  Pedro. — Esas,  dar  con  ellas  en  el  rio. 

»Mata. —  ¡  Las  reliquias  se  han  de  echar  en  el  rio !  Grandemente  me  habéis  turbado; 
mirad  no  trayais  algmia  punta  de  luterano  desas  tierras  extrañas. 

»  Pedro. — No  digo  las  reliquias,  sino  esas,  que  yo  no  las  tengo  por  tales, 

»Mata. — Por  amor  de  Dios,  no  hablemos  mas  sobre  esto,  sino  de  aquellas  reliquias; 
los  cabellos  de  Nuestra  Señora,  la  leche,  la  espina  de  Cristo,  las  otras  reliquias  de  los  san- 
tos, al  rio,  que  dice  que  lo  trajo  61  mismo  de  donde  estaba. 

» Pedro, — ¿Es  verdad  que  trajo  un  gran  pedazo  del  palo  de  la  Cruz'/ 

»Mata. — Aun  ya  el  palo  de  la  Cruz,  vaya;  que  aquello  no  lo  tengo  poi-  tal,  por  ser 
tanto  que  parece  de  encina. 

>> Pedro. — ¿Qué,  tan  grande  es? 

»Mata. — -Buen  pedazo;  no  cabe  en  el  cofrecillo. 

»  Pedro. — Ese,  tal  garrote  sei'á,  pues  no  hay  tanto  en  Saut  Pedro  de  Koma  y  Jeru- 
salen. 

;>Mata. — Pues  tiejra  santa  teníamos  en  una  talega  que  bien  se  podrá  hacer  un  huerto 
dello»  (-). 

El  autor  del  Viaje  de  Turqaia  censura  duramente  la  insolencia  de  nuestros  soldados 
en  el  extranjero;  la  rapacidad  de  nuestros  capitanes,  quienes  eran  «  como  los  sastres,  que 
no  es  en  su  mano  dejar  de  hurtar  en  poniéndoles  la  pieza  de  seda  en  las  manos»  ( '),  y 
el  orgullo  de  nuestra  raza,  cuando  escribe:  «Entre  todas  las  naciones  del  mundo,  sojnos 
los  españoles  los  más  malquistos  de  todos,  y  con  gi-andísima  razón,  por  la  soberbia,  que 
en  dos  dias  que  servimos  queremos  luego  ser  amos,  y  si  nos  convidan  una  vez  á  comer, 
álzamenos  con  la  posada.  Veréis  en  el  campo  del  Key  y  en  Italia  unos  rojíavejeruelos  y 
oficiales  mecánicos,  que  se  huyen  por  ladi'ones,  con  imas  calzas  de  terciopelo  y  un  jubón 
de  raso,  jurando  de  contino,  puesta  la  mano  sobre  el  lado  del  corazón  y  á  fe  de  caba- 
llero» {'). 

(í)   Viaje  de  Turquía,  fol.  90. 
("-)  ídem,  fol.  20. 
(3)  Ideiri,  fol.  26. 
(*)  ídem,  fol.  24. 

AÜTOBIOaRAFÍAS    V    MEMOUIAS, — 8 


cxiv  autobiografías  Y  MEMORIAS 

Tanto  El  Crótalon  como  ol  libro  citado  están  escritos  en  Yalladolid  á  pi-iucipios  del 
leinado  de  Felipe  U  y  bajo  seiidoaiino.  Quien  compuso  ambas  obras  era  doctísimo  hele- 
nista j  entusiasta  imitador  de  los  clásicos  griegos  y  latinos.  Es  más,  en  El  Q-ótalon  se 
mencionan  algimas  aventuras  minuciosamente  referidas  en  el  Viaje  de  Turquía.  Así  en 
ol  c-anto  XIX  i-ecuerda  el  Gallo  haberse  visto  <  en  una  muy  triste  y  profunda  cárcel,  donde 
todos  los  dias  y  noches,  aherrojado  en  grandes  prisiones,  en  lo  obscm-o  y  muy  hondo  de 
una  torre,  amarrado  de  garganta,  de  manos  y  pies,  pasé  en  lágrimas  y  dolor».  Refiere 
también  que  había  sufrido  dos  tempestades:  luia  en  los  mares  de  Inglaterra,  oti-a  en  los 
de  Grecia.  De  tales  episodios  se  habla  largamente  en  el  Vi^/je  de  Turquía.  Además  de 
esto,  hay  en  El  Crótalon  j-eminiscencias  de  los  viajes  que  su  autor  había  hecho  por  el 
Oriente.  Contando  el  Gallo  á  MíqíIo  los  sucesos  de  su  vida,  cuando  antes  de  sei"  ave  fué 
clérigo  dice:  «Por  Dios  que  estoy  bien  con  la  costumbre  que  tienen  los  sacei'dotes  de 
Grecia  que  todos  trabajan  en  particulares  oficios,  con  los  cuales  ganan  de  comer  para  sí 
y  para  sus  hijos. 

»Mi9iL0. —  ¿Pues  como,  y  casados  son? 

»El  Gallo. — Eso  es  lo  mejor  que  ellos  tienen,  porque  de  allí  van  mejor  dispuestos 
al  altar  que  los  de  acá» . 

Cristóbal  de  Yillalón  publicó  en  el  año  1558  una  Grainática  de  la  lengua  castellana, 
en  cuyo  prólogo  censui-a  con  durísimas  palabras  la  de  Nebrija,  diciendo  que  éste  había 
•dejado  nuestro  idioma,  «  según  común  opinión,  en  su  prístina  barbaridad  » . 

La  misma  prevención  tiene  contra  Nebrija  el  autor  del  Viaje  de  Turquía,  como  so 
ve  por  el  pasaje  siguiente: 

«Pedro. — ¿Todavía  se  lee  la  Gramática  del  Antonio? 

»JuAN. — Pues,  ¿cual  se  habia  de  leer?  ¿Hay  otra  cosa  mejor  en  el  mundo? 

»  Pedro. — Agora  digo  que  no  me  maravillo  que  todos  los  españoles  sean  bárbai-os, 
porque  el  pecado  original  de  la  barbarie  que  á  todos  nos  ha  tenido  es  esa  arte. 

»  Juan. — No  os  salga  otra  vez  de  la  boca,  si  no  queréis  que  cuantos  letrados  hay  os 
tengan  por  hombre  extremado  y  aim  necio. 

» Pedro. —  ¿Que  agravio  me  hará  ninguno  desos  en  tenerme  por  tal  como  él  es?  No 
me  tenga  por  mas  i-uin,  qiie  lo  demás  yo  se  lo  perdono.  Entre  tanto  que  estii  el  pobre 
estudiante  tres  ó  cuatro  años  decorando  aquella  borrachería  de  versos,  ¿  no  podrá  saber 
tanto  latin  como  Cicerón?  ¿No  ha  menester  saber  tanto  latin  como  Antonio  cualquiera 
que  entender  quisiere  su  arte?  ¿Que  es  la  causa  que  para  la  lengua  latina,  que  bastan 
dos  años,  se  gastan  cinco  años  y  no  saben  nada  sino  el  arte  de  Antonio? 

»  Juan. — Antonio  dexó  muy  buen  arte  de  enseñar,  y  vosotros  decid  lo  (pie  quisié- 
redes,  y  fué  español  y  hémoslo  de  honrar. 

»  Pedro. — Ya  sabemos  que  fué  español  y  docto,  y  es  muy  bien  (|ue  t-ada  uno  pro- 
curo de  imitarle  en  saber  como  él;  ¿mas  si  yo  lo  puedo  hacer  por  otro  rain  i  no  mejor 
que  el  que  él  me  dejó  para  ello,  pon/ue  no  lo  haré?». 

En  vista  de  las  razones  expuestas,  nos  parece  que  se  puede  afirmai-  rotundamente  ser 
el  autor  del  Viaje  de  Turquía  el  mismo  que  el  de  El  Crótalon.  Que  este  libro  haya  sido 
escrito  por  Cristóbal  de  Yillalón  lo  prueba  su  comparación  con  El  Escohistico.  Los  dos 
han  sido  compuestos  por  un  distinguido  helenista  y  amante  fervoroso  de  la  literatura  clá- 
sica, en  la  cual  era  versadísimo;  su  estilo  es  idéntico;  hasta  en  las  cosas  más  pequeñas  se 
ven  rasgos  de  la  misma  pluma.  Todos  conocen  aquel  tan  gracioso  como  inofensivo  paso 


INTRODUCCIÓN  cxv 

de  Lope  de  Rueda,  El  Convidado;  pues  bien:  el  hecho  que  le  sirve  de  argumento  y  que 
parece  histórico,  es  referido  en  El  Escolástico  casi  con  las  mismas  palabras  que  en  El 
Crúlaloii^  atribuyéndose  la  burla  á  un  estudiante  llamado  Durango. 

Ambas  relaciones  son  de  la  misma  pluma,  y  aunque  en  la  primera  el  estudiante  bur- 
lado es  llamado  Guillen  y  en  la  segunda  Jerónimo,  esto  mismo  confií-ma  nuestra  opinión, 
pues  los  dos  figuran  como  interlocutores  en  la  Ingeniosa  comparación  entre  lo  antiguo 
y  lo  presente^  estando,  sin  duda,  unidos  con  Villalón  por  vínculos  de  amistad. 

Hay  otra  razón  atendible  en  pro  de  nuestra  tesis,  y  es  que  los  dos  manuscritos  cono- 
cidos de  El  Crótalon^  que  pertenecieron  á  los  Sres.  Gayangos  y  Marqués  de  la  Romana, 
están  escritos  por  la  misma  mano  qne  El  Escolástico^  y  aunque  no  son  autógrafos,  pare- 
cen copias  hechas  bajo  la  dirección  del  autor,  pues  nadie  sino  éste  se  hubiera  atrevido  á 
suprimir  y  cambiar  párrafos  enteros. 

El  uso  del  diálogo,  la  introducción  en  éste  de  personajes  mitológicos  y  de  animales, 
la  intención  satírica  y  cierto  desenfado  en  la  expresión  que  vemos  en  el  peregrino  libro 
de  Francisco  de  Sosa,  Endecálogo  contra  Antoniana  Margarita,  pudieran  inducir  á 
considerar  como  escritos  por  la  misma  pluma  El  Crótalon  y  el  Viaje  de  Turquía^  pero 
basta  un  ligero  estudio  para  destruir  tal  sospecha.  Nada  vemos  en  el  Endecálogo  de  las 
imitaciones  é  influencias  erasmianas,  tan  frecuentes  en  las  últimas  obras;  sus  censuras 
no  son  tan  acres,  y  los  recuerdos  biográficos  que  de  su  autor  conocemos  no  concuerdan 
en  modo  alguno  con  los  contenidos  en  El  Crótalon  y  el  Viaje  de  Turquía  ('). 

Una  sospecha  pudiera  ocurrir,  y  es  la  de  que  el  Viaje  de  Turquía  fuera  tan  sólo  una 
especie  de  novela  dialogada,  sin  fundamento  alguno  en  la  realidad.  A  esto  se  opone  lo 
que  su  autor  expone  en  la  dedicatoria:  «Al  muy  alto  y  muy  poderoso,  católico  y  cristia- 
nísimo señor  don  Felipe,  Rey  de  España,  Ingalaterra  y  Ñapóles» : 

«He  querido  pintar  al  vivo  en  este  comentario,  á  manera  de  diálogo,  á  Vuestra  Majes- 
tad, el  poder,  vida,  origen  y  costumbres  de  su  enemigo,  y  la  vida  que  los  tristes  cautivos 
pasan,  para  que  conforme  á  ello  siga  su  buen  propósito.  Para  lo  cual  ninguna  cosa  me 
ha  dado  tanto  ánimo  como  ver  que  muchos  han  tomado  el  trabajo  de  escribirlo,  y  son 
como  los  pintores  que  pintan  á  los  ángeles  con  plumas,  y  á  Dios  Padre  con  barba  larga, 
y  á  San  Miguel  con  arnés  á  la  marquesota,  y  al  diablo  con  pies  de  cabra,  no  dando  á  su 
escriptura  más  autoridad  del  diz  que  y  que  oyeron  decir  á  uno  que  venia  de  allá.  Y 
como  hablan  de  oidas  las  cosas  dignas  de  consideración,  unas  se  les  pasan  por  alto,  otras 

dejan  como  casos  reservados  al  Papa Dos  años  enteros,  después  de  las  prisiones,  estuve 

en  Constantinopla,  en  los  cuales  entraba,  como  es  costumbre  de  los  médicos,  en  todas  las 
partes  donde  á  ninguno  otro  es  lícito  entrar,  y  con  saber  las  lenguas  todas  que  en  aque- 
llas partes  se  hablan  y  ser  mi  habitación  en  las  cámaras  de  los  mayores  príncipes  de 
aquella  tierra,  ninguna  cosa  se  me  ascoudia  de  cuanto  pasaba»  ('). 

Además  de  esto,  el  profundo  conocimiento  que  Cristóbal  de  Villalón  muestra  de  la 
lengua  y  literatura  turcas,  cosa  que  no  era  fácil  aprender  en  España  durante  el  siglo  xví, 

O  Endecálogo  ronlra,  \  Anloniana  Marf/artta  en  el  qual  se  |  tratan  muchas  y  muy  delica  |  da» 
razones  y  autoridades:  \  con  que  se  pi'ueua  que  los  \  hYutos  sienten  y  por  si  \  se  mueuen.  Traíanse  \  ansí 
mismo  algunas  \  sabrosas  kisto  \  rias  dignas  \  de  ser  ley  \  das  |  Dirigido  al  muy  magni  \fico  cuuallero 
Diego  I   de  Ribera.  \   Con  licencia  impresso  \  En  Medina   del  Campo,  por  \   Mutheo  del   Canto.  | 
Año  1556.  (8.",  letra  g(')t.,  50  liojas  sin  foliar.) 

(J)   yi'ije  de  Turquía.^  folios  1  y  2. 


cxvi  aütobioghafías  y  memorias 

y  la  exacta  descripción  de  las  costumbres  del  Oriente,  tanto  musulmán  como  cristiano, 
nos  persuaden  de  la  veracidad  de  tan  peregrino  libro.  No  pretendemos,  sin  embargo,  afir- 
mar con  esto  que  sea  cierto  cuanto  en  61  se  refiere;  quizá  el  amor  propio  del  autor  le  lle- 
vara á  exagerar  algo  sus  aventuras,  poro,  en  general,  debe  ser  considerado  como  una  auto- 
biografía digna  de  crédito. 

Es  muy  probable  que  naciera  Cristóbal  de  Villalón  en  el  pueblo  de  su  nombre  ó  en 
el  de  Valbuena  del  Duero,  á  principios  del  siglo  xvi,  y  no  en  Valladolid,  como  algunos 
creen.  Apoyamos  tal  aserción  en  que  ól  mismo  nos  dice  que  su  madre  vivía  diez  leguas 
de  Valladolid,  distancia  que  separa  la  antigua  capital  del  reino  de  las  villas  menciona- 
das, y  además,  en  lo  frecuentes  que  eran  dm'ante  el  siglo  xvi  los  apellidos  patronímicos. 
Parece  que  era  de  familia  humilde;  su  madre  ejercía  el  oficio  de  partera;  de  su  padre  nada 
sabemos;  tuvo  cuatro  hermanos. 

No  cabe  duda  alguna  de  que  estudió  en  la  Universidad  de  Alcalá,  pues  cuenta  en  el 
Viaje  de  Turquía  que,  disputando  con  un  módico  judío,  dijo  «ciertos  versos  griegos  que 
en  Alcalá  había  deprendido  de  Homero» .  Hace  también  mención  en  otro  lugar  de  sus 
excursiones  á  los  pueblos  inmediatos  de  la  antigua  Cómpluto.  «¿No  os  acordáis — pre- 
gunta á  sus  interlocutores  -  cuando  fuimos  á  Santorcaz  á  holgamos  con  el  cura?»  Allí 
se  entregó  con  entusiasmo  y  sin  igual  vocación  al  estudio  de  los  clásicos,  y  principal- 
mente de  los  griegos;  de  la  lengua  de  éstos  adquirió  no  vulgares  conocimientos,  que  luego 
completó  en  sus  viajes  por  el  Oriente. 

Su  carácter  mordaz  y  satírico,  desprovisto  por  completo  de  preocupaciones  y  algo 
licencioso,  se  debía  manifestar  en  la  conversación  y  vida,  como  después  en  sus  escritos. 
En  el  Viaje  de  Turquía  le  dice  uno  de  sus  antiguos  camaradas:  «Venís  tan  trocado, 
que  dubdo  si  sois  vos;  dos  horas  y  más  ha  que  estamos  parlando,  y  no  se  os  ha  soltado  una 
palabra  de  las  que  solíais,  sino  todo  sentencias  llenas  de  filosofía  y  religión  y  temor  de 
Dios» ;  á  lo  cual  replica  Cristóbal  de  Villalón:  «Parescióme  que  valía  más  la  enmienda 
tarde  que  nunca,  y  esa  fue  la  causa  por  que  me  determiné  á  dejar  la  ociosa  y  mala  vida, 
de  la  cual  Dios  me  ha  castigado  con  un  tan  grande  azote»  ('). 

Más  adelante  escribe:  «Me  quieren  todos  mal,  porque  digo  las  verdades;  estamos  en 
una  era  que  en  diciendo  uno  una  cosa  bien  dicha  ó  una  verdad,  luego  le  dicen  que  es 
satírico,  que  os  maldiciente,  que  es  mal  cristiano;  si  dice  que  quiere  más  oir  una  misa 
rezada  que  cantada,  por  no  parlar  en  la  iglesia,  todo  el  mundo  á  uua  voz  le  tiene  por 
hereje  que  deja  de  ir  el  domingo  sobre  sus  finados  á  oir  la  misa  mayor  y  tomar  la  paz  y  el 
pan  bendito»  (-). 

Puedo  afirmarse  con  bastante  probabilidad  que  no  fue  militar,  pues  en  el  Viaje  de 
Turquía,  donde  tantos  pormenores  de  su  vida  consigna,  no  se  halla  el  menor  recuerdo 
de  tal  profesión;  tampoco  fue  clérigo,  aunque  tenía  el  grado  de  licenciado  en  Teología  (^). 

Consta  que  residió  en  Salamanca,  pues  él  mismo  escribe: 

C)   Viaje  de  Turquía,  fol.  19. 

(»)  ídem,  fol.  90. 

(')  Sólo  en  un  pasaje  parece  indicar  que  había  ejercido  la  milicia.  Hablando  de  la  rapacidad  de 
loa  capitanes  escribe:  aYo  os  lo  diré,  como  quien  ha  pasado  por  ello:  cada  capitán  tiene  de  tener  tan- 
tos soldados,  y  para  tantos  se  le  da  la  paga;  pongamos  por  caso  trescientos;  él  tiene  doscientos,  y 
para  el  dia  de  la  reseña  busca  ciento  de  otras  compañías  ó  de  los  oficiales  del  pueblo,  y  dales  el  quinto 
como  al  Rey  y  tómales  lo  deniáso.  Viaje  de  Turquía,  fol.  26. 


INTRODUCCIÓN"  cxvii 

«En  el  año  del  Señor  de  mil  y  quinientos  y  veinticinco  yo  me  hallé  en  esta  bien- 
aventurada Universidad,  trabajando  en  mi  estudio  por  coger  della  aquel  ft'uto  qae  suele 
disti'ibuir»  ('). 

Allí,  como  deducimos  de  El  Escolústico,  dedicóse  á  la  enseñanza,  acaso  en  el  Cole- 
gio Trilingüe,  y  conoció  á  Hernán  Pérez  de  Oliva  y  otros  varones  distinguidos  por  su 
saber  y  posición  social,  á  los  cuales  introduce  como  interlocutores  en  la  obra  mencionada. 
íTo  es  fácil  concretar  el  tiempo  que  vivió  en  la  Atenas  española,  pero  debió  ser  enti-e  los 
años  1525  á  1538,  pues  ya  en  1539  residía  en  Valladolid;  así  consta  de  la  Ingeniosa 
comparación  entre  lo  antir/KO  ij  lo  presente. 

En  la  dedicatoria  del  Tratado  de  cambios  se  reconoce  antiguo  servidor  y  criado  de 
D.  Francisco  de  Navarra,  elegido  Rector  de  la  Universidad  salmantina  en  el  año  1528  ('); 
en  la  Ingeniosa  comparación  declara  haber  sido  familiar  de  D.  Alonso  de  Virués,  Obispo 
de  Cananas. 

Que  viajó  bastante  por  Italia,  lo  dice  él  mismo  en  varios  lugares  del  Viaje  de  Tur- 
quía; es  probable  que  acompañase  á  D.  Francisco  de  Bobadilla,  Gobernador  de  Sena, 
Maesti'escuela  que  fué  de  la  Iglesia  Catedral  de  Salamanca  en  el  año  1528.  El  hecho  es 
que  antes  del  año  1553  había  estado  en  Palermo,  Trápani,  Ñapóles,  isla  de  Capri,  Milán, 
Roma,  Yenecia,  Lyón  y  París  (^).  De  la  isla  de  Capri  escribe  lo  siguiente: 

«Tres  leguas  de  Ñapóles  hay  una  isla  pequeña  que  se  dice  Capri,  y  el  Obispo  della 
no  tiene  de  otra  cosa  quinientos  escudos  de  renta,  sino  del  diezmo  de  las  codornices  que 
se  toman  al  ir  y  al  venir,  y  no  solamente  he  estado  yo  allí,  pero  que  las  he  cazado,  y  el 
Obispo  mesmo  es  mi  amigo  >  (*), 

También  asogm-a  que  habia  visto  en  Pozuoli  la  cueva  de  la  Sibila  Cumana,  el  monte 
Miseno  y  la  laguna  Estigia.  En  otro  lugar  dice  que  había  «andado  la  tercera  parte  del 
mundo»  ('').  Parece  que  después  estuvo  algún  tiempo  en  Flandes;  de  este  país  hallamos 
en  El  Crótalon  no  pocas  reminiscencias  C). 

Ai'día  la  guerra  enti-e  el  Emperador  Carlos  Y  y  los  protestantes  de  Alemania,  auxi- 
liados por  el  Rey  de  Francia.  Este,  que  no  omitía  medio  alguno  de  alcanzar  la  victoria, 

(')  El  Escolástico,  lib.  I,  cap.  II. 

(2)  Descendía  D.  Francisco  do  Navarra,  al  decir  de  Gil  González  Dávila,  de  los  reyes  de  aquella 
nación.  Fué  discípulo  del  célebre  Martín  Navarro  Azpilcueta,  á  quien  dio  una  canonjía  en  Ronces- 
valles;  gracias  á  él,  éste  explicó  en  la  Universidad  de  Salamanca  y  entró  más  adelante  al  servicio  de 
los  Reyes  de  Portugal.  Azpilcueta  le  dedicó  su  libro  de  Penitencia,  D.  P'rancisco  de  Navarra  fué  nom- 
brado Obispo  de  Ciudad  Rodrigo  hacia  el  año  1540,  y  de  Badajoz  en  1555,  Hallóse  en  el  Concilio  de 
Trente,  sesiones  5.",  6.%  8.*  y  9.*  En  el  año  1556,  Felipe  II  le  propuso  para  la  Sede  metropolitana  de 
Valencia,  donde  sucedió  á  Santo  Tomás  de  Villanueva.  Murió  á  IG  de  abril  de  1563,  en  Torrente, 
pueblo  de  su  diócesis.  Gams  (Series  episcoporum )  dice  que  fué  Obispo  de  Ciudad  Rodrigo  desde 
1546  á  1556.  Cnf.  D.  Francisco  de  Navarra,  por  D.  M.  Arigita  y  Lasa.  Pamplona,  1899.  En  4." 

(3)  Viaje  de  Turquia,  folios  02  y  137. 
(«)  ídem,  fol.  85. 

Era  Obispo  entonces  de  Capri  I).  Alonso  Cabrera,  quien  gobernó  la  Iglesia  de  aquella  isla  desde 
el  año  1551  á  1555.  En  su  tiempo  unióse  á  este  obispado  la  isla  Dragonaria. 

(3)  Ídem,  folios  91  y  124. 

(5)  Hizo  un  viaje  á  Inglaterra  en  fecha  que  ignoramos,  y  durante  el  cual  sufrió  una  formidable 
tempestad;  dos  veces  habla  en  El  Crótalon  de  ésta  y  de  otra  que  padeció  en  los  mares  de  Grecia;  la 
verdad  de  la  segunda  se  halla  probada  por  el  Viaje  de  Turquía;  el  modo  con  que  habla  de  la  primera 
indica  manifiestamente  que  se  trata  de  un  hecho  real. 


cxvili  autobiografías  Y  MEMORIAS 

siquiera  fuese  una  alianza  con  los  infieles,  envió  un  Embajador  á  Solimán  II,  ofreciendo 
poner  20.000  hombres  en  Ñapóles  si  le  auxiliaba  con  la  escuadra  que  mandaba  Sinán 
Bajá  ('),  el  conquistador  de  Trípoli.  Accedió  á  ello  el  turco,  y  ordenó  á  su  almirante  que 
con  106  g-aleras  partiera  de  Gallípoli  y  abriese  los  pliegos  que  llevaba  al  pasar  por  la 
Morea.  A  principios  del  año  1552  desembarcó  en  Ríjoles  y  lo  incendió;  llegó  después  á 
Ñapóles,  mas  no  se  ati'evió  á  saltar  en  tierra.  Supo  entonces  que  Andrea  Doria,  quien 
había  ido  á  Genova  desde  Málaga  conduciendo  algunas  ti-opas,  se  dirigía  á  Ñapóles, 
llevando  2.000  soldados  tudescos  que  guarnecieran  esta  ciudad,  y  se  apostó  con  150  velas 
en  las  islas  de  Ponza,  á  fin  de  sorprender  la  armada  cristiana,  que  constaba  solamente 
de  39  galeras.  Siguió  en  esto  los  consejos  del  corsario  Dragut,  quien  asegm-aba  que  habían 
de  pasar  por  allí,  sin  duda  alguna,  las  naves  de  Andrea  Doria,  Sospechando  éste  los  pro- 
pósitos de  Sinán  juntó  en  consejo  á  D.  Juan  de  Mendoza,  que  mandaba  las  galeras  espa- 
ñolas, y  á  Marcos  Ceutui-ióu,  resolviendo  los  tres  unánimemente  no  aproximarse  á  las 
islas  de  Ponza.  Fuera  culpa  ó  descuido  de  los  pilotos,  el  hecho  es  que  la  noche  del  4  de 
agosto  llegaron  cerca  de  ellas,  y  como  había  luna  fueron  vistos  por  los  turcos,  que  salie- 
rijn  á  su  encuenti'o.  Viendo  Andrea  Doria  la  inferioridad  de  sus  fuerzas,  dispuso  reti- 
rarse en  buen  orden;  mas  yendo  los  enemigos  á  su  alcance,  apresaron  aquella  noche  dos 
galeras  y  á  la  mañana  siguiente  otras  cinco  (■).  Al  decir  de  Cristóbal  de  Villalón,  se 
hubieran  salvado  todas  las  naves  cristianas  á  no  ser  por  la  cobardía  do  los  capitanes,  quie- 
nes no  se  atrevían  á  castigar  la  chusma  para  que  remase  con  fuerza,  temerosos  de  la  ven- 
ganza de  sus  contrarios  si  caían  en  sus  manos,  por  componerse  aquélla  casi  exclusiva- 
mente de  cautivos  moros  y  turcos  ( ') .  Entonces  comenzaron  sus  trabajos  y  aventuras  en 
Turquía,  que  omitimos  por  ir  en  este  volumen  la  relación  de  todas  ellas. 

(1)  Varios  bajas  de  este  nombre  liubo  en  Turquía  durante  el  siglo  xvi  y  comienzos  del  xvu. 
Algunos  escritores  hablan  de  ellos  sin  distinguirlos,  por  lo  cual  incurren  en  bastantes  inexactitudes 
al  atribuir  los  heclios  de  uno  á  otro.  El  Sinán  de  que  nos  ocupamos  es,  á  nuestro  juicio,  el  mismo 
que  en  el  año  1514  estuvo  con  Selim  I  en  la  guerra  contra  el  Egipto,  y  en  el  de  1515  conquistó  la 
Aladulia,  provincia  situada  en  las  fronteras  de  Persia,  y  distinto  del  que  se  apoderó  de  la  Goleta 
en  1574  y  murió  el  año  159G.  Otro  Sinán  Bajá  hubo  á  principios  del  siglo  xvii:  era  Bey  en  Chipre, 
y  fué  derrotado  y  hecho  prisionero  por  D.  Octavio  de  Aragón  en  1G13. 

Cf.  Unistoire  de  la  decadence  de  VEmpire  Grec  et  etablissement  de  celiiy  des  Tures  par  Chal- 
condyle  Athenien.  Avec  la  continuation  de  la  mesme  histoire  depuis  la  ruine  du  Peloponese  jusqua  Van 
MDCXII.  Parts,  Chez  Sebashen  Cranoisy,  MDOXIII;  2  vols.  en  fol. 

El  segundo  contiene  además  Íes  annales  des  Sultans  ou  grands  Seigneurs  des  Tures.  Traduitcs 
de  la  versión  latine  de  Jean  Leunclavius. 

Acerca  de  Sinán  Bajá  Cicala  se  ha  publicado  recientemente  un  notable  estudio  en  La  Civiltá 
Cattolica,  con  el  título  de  Clemente  VIII  e  Sinaii  Bassii  Cicala,  seeondo  documenti  inediii. 

(2)  Carlos  Sigonio,  Vida  de  Andrea  Doria.  Panzano  Ibáñez,  Anales  de  Aragón  desde  1540  á  15S8, 
página  437.  Vicente  Roca,  Hystoria  en  la  qual  se  trata  de  la  origen  y  guerras  que  han  tenido  los 
Turcos  desde  su  comiendo  hasta  nuestros  tiempos,  fols.  CXX  y  siguientes.  Gonzalo  de  Illescas,  Historia 
pontifical,  lib.  VI,  pág.  299.  Lo  que  éstos  escriben  está  en  armonía  con  lo  que  se  refiere  en  el  Viaje 
de  Turquía  acerca  de  este  suceso. 

(')  Lo  mismo  afirma  Carlos  Sigonio  en  la  obra  citada  cuando  dice:  « I  Turchi  dalla  meza  notte 
sino  alie  dicesette  hore  del  seguente  giorno  habendo  seguitato  gagliardamente  la  caccia  pigliarono 
alia  fine  sette  galere  Christiane,  le  quali  per  non  babero  bone  ciusme  non  si  erano  valute  molto  del 
remo».  Las  galeras  apresadas  fueron  la  Marquesa,  y  la  Btirhara,  de  Ñapóles ;  la  Leona,  de  Ñapóles; 
la  Leona,  de  Antonio  Doria;  la  Perra.,  la  Doria,  la  Esperanza  y  la  Burlara,  de  España;  ésta  luchó 
con  otra  de  Dragut,  pero  al  fin  hubo  de  rendirse. 


INTRODUCCIÓIí  cxix 

Pocas  noticias  tenemos  de  Villalón  después  do  las  aveutm*as  que  cuenta  en  su  libio. 
Parece  que  se  dedicó  á  la  enseñanza  de  Humanidades  y  residió  bastante  tiempo  en  Valla- 
dolid.  Aquí  es  donde  compuso  El  Ciótalon^  el  Viaje  de  Turquía  y  el  Libro  de  las  tram- 
fbrmaciones.  En  la  dedicatoria  de  su  Gramática  castellana  dice  que  vivía  en  mía  aldea 
cuando  escribió  tal  libro,  publicado  en  el  año  1558;  debió  retirarse  á  algún  pueblo  inme- 
diato á  la  Corte  para  descansar  de  las  fatigas  pasadas.  Ignoramos  la  fecha  de  su  muerte. 

Una  vez  que  Cervantes  fué  rescatado  por  los  Padres  Trinitarios  en  el  año  1580,  creyó 
oportuno  hacer  una  información  auténtica  de  su  buena  conducta  como  español  y  como 
católico,  para  sincerarse  de  las  calumnias  contra  él  lanzadas  por  el  traidor  Blanco  de 
Paz.  Enü-e  los  testigos  que  declararon  ñgura  Cristóbal  de  Villalón,  natural  de  Valbueua. 
¿Era  éste  el  mismo  de  quien  nos  hemos  ocupado,  cautivo  de  nuevo  en  poder  délos  musul- 
manes ?  Cosa  es  que  no  podemos  afínnar  ni  negar  sin  pruebas  indiscutibles.  Por  un  lado 
tenemos  la  identidad  de  nombre  y  apellido;  á  niiis,  el  ser  del  mismo  país,  pues  ni  Val- 
buena  del  Duero  ni  Valbuena  de  Pisuerga  distan  mucho  de  Valladolid;  pero  hay  el  incon- 
veniente de  que  el  Villalón  compañero  de  Cervantes  tenía  en  el  año  1580  cuarenta  y 
cinco  de  edad,  y  el  autor  de  El  Escolástico  debía  contar  á  lo  menos  sesenta,  una  vez  que 
ya  en  1536  había  publicado,  siendo  bachiller,  la  Tragedia  de  Mirrha.  ¿Habrá  un  error 
de  edad,  cosa  que  era  frecuente  con  tales  informaciones,  y  ambos  sei'án  el  mismo  ?  Si  esto 
sucediera,  se  explicarían  fácilmente  las  relaciones  que  hay  enü-e  El  Crútalon  y  el  Colo- 
ijüio  de  los  perros  Gipióii  ij  Berganxa,  pues  Villalón  pudo  leer  ó  dar  idea  á  Cervantes 
de  aquel  libro.  Dejemos  la  cuestión  indecisa,  esperando  que  nuevos  documentos  la  ilu- 
minen ('). 

(')  A  la  generosidad  de  mi  sabio  amigo  D.  Cristóbal  Pére/5  Pastor  debo  los  siguientes  documen- 
tos relativos  á  un  Cristóbal  de  Villalón  que  á  mi  juicio  es  distinto  del  escritor,  no  obstante  qie  vivió 
por  el  mismo  tiempo  y  fué  también  vallisoletano. 

Curaduría  de  Rafaela  de  Cárdenas,  hija  de  Cristóbal  de  Villalón: 

«Muy  magnifico  señor:  Rafaela  de  Cárdenas,  hija  legítima  de  Cristóbal  de  Villalón  e  de  Catalina 
de  Cárdenas,  su  legitima  muger,  defuntos,  digo  que  entre  otros  hijos  y  herederos  que  quedaron  de 
los  dichos  mis  padres,  yo  quedé  por  tal  su  hija  y  heredera  y  menor  de  veinte  é  cinco  años  y  hasta 
agora  no  he  sido  provehida  de  tutor  ni  curador  para  poder  cobrar  e  administrar  mi  persona  e  bienes 
después  de  su  fin  y  muerte;  a  mi  noticia  es  venido  que  Luis  de  Villalón  mi  hermano  defunto  es  muerto 
ab  intestato  sin  ser  sujeto  a  religión  ni  matrimonio  e  sin  dejar  otros  hijos  ni  herederos  legítimos 
ascendientes  ni  descendientes  sino  á  mi  y  á  los  demás  mis  hermanos,  é  á  mi  como  á  uno  dellos  me 
pertenece  la  parte  de  la  herencia  del  dicho  Luis  de  Villalón  mi  hermano,  e  para  la  poder  cobrar  e 
acebtar  ó  repudiar  e  hacer  en  ello  lo  que  mas  á  mi  derecho  conviene  tengo  necesidad  de  me  proveer 
de  tutor  y  curador  de  mi  persona  e  bienes  por  ser  menor  de  veinte  e  cinco  años,  e  yo  quiero  e  señalo 
e  nombro  por  tal  mi  tutor  e  curador  á  Antonio  de  Villalón  mi  hermano  que  al  presente  está  en  la 
villa  de  Madrid,  ausente;  pido  y  suplico,  etc.,  á  v.  m.  mande  dar  su  carta  requisitoria...  dirigida  á 
la  Justicia  de  Madrid...» 

(En  17  de  octubre  de  1562  el  Licenciado  Merchante  dio  la  dicha  requisitoria,  y  en  11  de  diciem- 
bre del  mismo  año  el  Doctor  Gago  de  Castro,  teniente  de  corregidor  de  la  villa  de  Madrid,  pidió 
juramento  á  dicho  Antonio  de  Villalón;  éste  lo  dio,  y  al  día  ¡siguiente  lo  repitió  ante  el  escribano, 
aceptando  la  dicha  curaduría  y  obligándose  á  cumplir  fielmente  el  oficio  de  curador.) 

Probanza  de  Antonio  de  Villalón  y  sus  hermanas  en  un  pleito  con  los  herederos  de  Rodrigo  de 
Salcedo: 

ftCédula  de  S.  M.  el  Rey  D,  Felipe. — Sepades  que  pleito  esta  pendiente  en  la  nuestra  Corte  e 
Chancillería  que  está  y  reside  en  la  villa  de  Valladolid,  ante  el  Licenciado  Alvar  García  de  Toledo, 
nuestro  alcalde  en  ella,  sobre  razón  que  por  parte  de  los  herederos  de  Rodrigo  de  Salcedo  del  Rio, 


cxx  autobiografías  Y  MEMORIAS 

Los  datos  (j[uo  aquí  publicamos  no  coustituyen  una  biogi-afía  completa,  pero  son  sufi- 
cientes para  formai-  una  idea  precisa  del  carácter  de  Cristóbal  de  Villalón  y  de  su  evolu- 
ción como  escritor.  Distinguido  helenista  desde  su  juventud,  amplía  sus  no  vulgares  cono- 
vecino  que  fué  de  la  ciudad  de  Soria,  se  pidió  execucion  en  las  personas  e  bienes  de  Hernán  Nuñez 
de  Artiaga  e  Luis  de  Villalón,  mercaderos  andantes  en  corte,  e  en  qualquiera  dellos,  por  quantia 
de  ciento  y  setenta  y  tantos  mili  maravedises  y  les  hizo  la  dicha  execucion  en  ciertos  bienes  de  los 
susodichos;  a  el  dicho  pleito  se  opusieron  Casal  de  la  Vega  y  Antón  de  Villalón  y  sus  hermanos  como 
sus  acrehedores  y  terceros  opositores  al  dicho  pleito,  y  sobre  las  otras  causas  y  razones  en  el  proceso 
del  dicho  pleito  contenidas,  el  qual  por  las  dichas  partes  fue  concluso  y  por  el  dicho  nuestro  alcalde 
rescebido  á  prueba  con  plazo  e  termino  de  treinta  dias  primeros  siguientes  que  corren  y  se  quentan 
desde  ocho  dias  del  mes  de  Mayo  del  año  de  la  data  desta  nuestra  carta,  e  agora  paresció  ante  el  dicho 
nuestro  alcalde  la  parte  de!  dicho  Antonio  de  Villalón  y  hermanos». 

interrogatorio  de  los  testigos: 

«Primeramente  serán  preguntados  si  conocen  á  las  dichas  partes  y  si  conoscieron  á  Cristóbal  de 
^  ¡Halón  e  Catalina  de  Cárdenas,  su  muger,  def unctos,  e  si  tienen  noticias  del  suelo  e  casas  que  fue- 
ron del  dicho  Cristóbal  de  Villalón  e  de  Baltasar  de  Villalón,  que  son  en  la  Trapería  desta  villa,  que 
se  quemaron,  que  lindan  con  casas  de  Cristóbal  de  Palacios,  mercader,  e  con  casas  de  Alonso  de  Ver- 
desoto  e  de  Pedro  Hernández  de  Portillo  e  por  detras  el  rio  de  £sgueva  e  por  delante  la  calle  publica, 
e  si  conocieron  á  Luis  de  Villalón,  difunto. 

«ítem  si  saben  que  los  dichos  Cristóbal  de  Villalón  e  Baltasar  de  Villalón  compraron  las  dichas 
casas  contenidas  en  la  primera  pregunta  ambos  á  dos  del  bachiller  Luis  Salcedo  e  de  otros  cuyas  pri- 
mero fueron,  por  cierta  quantia  de  maravedís  que  por  ellas  les  dieron  e  pagaron  puede  haber  veinte 
e  cinco  añop,  poco  mas  o  menos,  según  que  paresce  por  esta  scriptura  de  venta  que  de  las  dichas  casas 
les  hicieron  signada  de  Domingo  de  Santa  Maria,  escribano  que  fué  del  número  de  esta  villa,  que 
está  presentada,  que  pido  sea  mostrada  á  los  testigos. 

Dltem  si  saben  que  por  virtud  de  la  dicha  venta  los  dichos  Cristóbal  e  Baltasar  de  Villalón  tubie- 
ron  e  poseyeron  las  dichas  casas  viviéndolas  e  morandolas  cada  uno  dellos  e  sus  mugeres  e  hijos, 
gozándolas  e  aprovechándose  dellas  como  cosa  suya  propia  hasta  que  fallecieron,  y  quando  el  dicho 
Cristóbal  de  Villalón  fálleselo  dexó  la  dicha  mitad  de  casas  como  cosa  suya  propria  entre  otros  bienes 
á  los  dichos  Antonio  de  Villalón  e  Francisca  e  Rafaela  e  Maria  e  Luisa  de  Cárdenas,  sus  hijos  legíti- 
mos y  herederos. 

J)ltem  si  saben  que  el  dicho  Cristóbal  de  Villalón  fue  casado  e  velado  según  lo  manda  la  santa 
madre  iglesia  con  la  dicha  Catalina  de  Cárdenas  su  muger  y  durante  entre  ellos  el  matrimonio  ovie- 
ron  e  procrearon  por  sus  hijos  legítimos  e  naturales  á  los  dichos  Antonio  de  Villalón  e  Francisca  é 
Rafaela  e  Maria  e  Luisa  de  Cárdenas;  sus  hijos  é  hijas  les  llamaron  y  ellos  á  ellos  padre  e  madre,  e 
por  tales  sus  hijos  legítimos  y  naturales  fueron  e  son  habidos  e  tenidos. 

»Item  si  saben  que  el  dicho  Cristóbal  de  Villalón  e  Catalina  de  Cárdenas  su  muger  son  falles- 
cidos  desta  presente  vida  e  la  dicha  Catalina  de  Cárdenas  fálleselo  primero  en  esta  villa  de  Vallado- 
lid  puede  haber  diez  e  nuevo  años, poco  mas  ó  menos,}'  el  dicho  Cristóbal  de  Villalón  fálleselo  después 
en  la  villa  de  Madrid  habrá  dos  años,  poco  mas  ó  menos,  y  al  tiempo  de  su  muerte  dexaron  á  los  dichos 
Antonio  de  Villalón  y  Francisca  y  María  e  Rafaela  e  Luisa  de  Cárdenas  por  sus  hijos  legítimos  y  here- 
deros en  la  dicha  mitad  de  casas  y  otros  bienes  que  dexaron  al  tiempo  de  su  muerte,  loa  quales  los 
aceptaron  e  tomaron  como  sus  hijos  y  herederos  que  son:  digan  lo  que  saben. 

«ítem  si  saben  que  el  dicho  Luis  de  Villalón  siendo  vivo  el  dicho  Cristóbal  de  Villalón,  su  padre, 
vivió  8  moró  la  dicha  mitad  de  casas  teniendo  su  tienda  de  paños  en  ella  y  aprovechándose  della  por 
tiempo  y  espacio  de  diez  años  que  corrieron  desde  el  año  de  quarenta  y  nueve  años  hasta  el  año  de 
cinqnenta  e  nueve,  la  qual  dicha  mitad  de  casas  á  justa  e  común  estimación  valia  de  renta  en  cada 
un  año  de  los  dichos  diez  años  veinte  mil  maravedís,  que  en  los  diez  años  suma  e  monta  doscientos 
mil  maravedís,  los  quales  justamente  vallan  de  renta  por  ser  como  era  la  dicha  cantidad  de  casas 
grande  e  muy  buena  y  estar  en  la  Trapería  desta  dicha  villa;  digan  lo  que  saben. 

»Item  si  saben  que  todo  lo  susodicho  es  publica  voz  e  f ama  e  publico  e  notorio, =EI  Lie.  Peña» 

(Archivo  de  protocolos  de  Madrid,  Protocolo  de  Tomás  de  Rojas,  años  1562  y  1564.) 


INTRODUCCIÓN  cxxi 

cimientos  en  sus  viajes  por  el  Oriente.  Como  había  tenido  ocasión  de  observar  multitud 
de  |2:entes,  creencias  y  costumbres,  libró  su  espíritu  de  las  pequeneces  y  preocupaciones 
propias  de  quien  nada  conoce  más  allá  de  su  patria.  Así  le  vemos  dotado  de  un  criterio 
tan  independiente,  á  lo  cual  también  contribuyó  la  lectiu-a  de  Erasmo  y  oti'os  escritores 
del  Renacimiento.  Por  su  vida  y  carácter  semejase  no  poco  á  Cervantes:  la  misma  sere- 
nidad de  ánimo  en  los  peligros;  igual  decisión  para  acometer  una  empresa,  por  arries- 
gada que  fuese.  Ambos  en  la  más  dm-a  esclavitud  consiguieron  granjearse  el  respeto  de 
sus  enemigos  y  hacer  patente  cómo  una  fií-me  y  enérgica  voluntad  se  sobrepone  á  los 
rigores  y  contratiempos  de  la  fortuna. 

Cristóbal  de  Yillalón  escribió  las  siguientes  obras: 

Tragedia  \  de  Mirrha,  en  la  qual  se  recuentan  \  los  infelices  amores  que  ouo  con  \ 
el  Ben  ZinirassK  padre.  Coni  \  puesta  por  el  Bachiller  \   Villalon:  dirigida  cd  j  licen- 
ciado Diego  Martinex  ('),  su  \  muy  gran  \  de  ami  \  go.  M.D.XXJÍVI. 
(Al  ñu.)  Fue  i)npresa  en  Medina  \  del  Campo  ¡Jor  Pe  \  dro  Toucins. 
Un  vol.  en  4.",  letra  gót.— 14  hojas  sin  foliar.— Signaturas  A-B,  la  primera  de  8  y 
la  segimda  de  6  hojas,  á  dos  columnas. 

Portada  con  una  orla  de  figuras  igual  á  la  que  Pedro  Tovans  puso  en  la  Segunda 
Celestina.— Al  v.°,  carta  del  autor  dirigida  al  licenciado  Diego  Martínez,  su  mug  gran 
señor  y  amigo. — Texto  que  acaba  en  el  v."  de  la  sexta  hoja  de  la  sign.  B,  con  este  final: 
Femsce  la  Tragedia  de  Mirrha:  en  la  qual  se  recuentan  los  infelices  amores  que  ouo 
con  el  Sey  (sic)  Ziniras  su  padre.— Qoloíón. 

Es  una  novela  dialogada,  cuyo  asunto  se  ha  tomado  del  libro  X  de  las  Metamorfosis 
de  Ovidio. 

Ingeniosa  comparación  \  entre  lo  cuitiguo  y  lo  presente.  Hecha  por  el  Ba  \  chiller 
Villalon.  Dirigida  al  Illustre  y  reuereMíssi  \  mo  Señor  Don  Fray  Alonso  de  Virues, 
Obispo  I  dignissimo  de  Canaria:  predicador  y  del  Con  \  sejo  de  la  Cathólica  y  Cesárea 
Magestad.  \  En  la  qual  se  disputa  qucindo  ouo  \  mas  sabios,  agora  o  en  la  anti  \  gúe- 
dad.  Y  para  en  prne  \  ua  desto  se  tremí  todos  \  los  sabios  &.  in  \  imitares  anti  \  guos 
y  !  presentes  en  todas  \  las  sciencias  y  artes.  |  Año  M.D.XJOÍIX. 

(Colofón.)  Fenesce  la  ingeniosa  comparación  de  las  dos  edades^  antigua  y  presente, 
en  la  qual  se  disputa  quando  ouo  mas  sabios  en  qualesquiera  sciencias  y  artes.  Fue 
compuesta  por  el  Bachiller  Villalon.  E  impresa  por  maestre  Nicholas  Tyerri,  impresor 
en  la  muy  noble  cilla  de  Valladolid.  Acabóse  á  quince  de  Enero.  Año  de  15S9. 
Un  vol.  en  8."  de  20  hojas.— Signaturas  A-C:  A  y  B,  de  8  hojas;  C,  de  4. 
Gramática  |  castellana. — Arte  breue  y  compendiosa  para  saber  hablar  y  escreuir 
en  la  lengua  cas  \  tellana,  congrua  y  de  \  centemente.  |  Por  el  Licenciado  Villalon.  ¡ 
(Escudo  del  impresor:  un  muchacho  dentro  de  una  colmena,  con  la  leyenda  «Dulcís 
mixta  malis».)  En  Anvers.  \  En  casa  de  Guillermo  Simón,  a  la  \  enseña  del  Abes- 
trux.  I  MDLVIII.  ¡  Con  gracia  y  priuilegio.  1  vol.  en  8." 

Prouechoso  tracta  \  do  de  cambios  y  contrataciones  de  merca  \  deres  y  reprouacion 
de  usuras  \  por  el  licenciado  Cristoual  de  Uillalon  \  graduado  en  Sancta  Theologia.  \ 
Dirigido  al  muy  llhistrissimo  \  y  Rene  retid  issim  o  señor  \  don  Francisco  de  Na  \ 

(í)  Creemos  que  este  Diego  Martínez  es  el  mismo  que  en  el  año  1576  publicó  en  Medina  ck-l 
Campo  un  Formulario  de  provisiones  de  Prelados.  Hay  otra  edición  del  año  1578. 


cxxii  AUTOBK^GRAFÍAS  Y  MEMOKIAS 

mrrn.  Obispo  de  \  Cíhdad  rodri  \  go,  Prior  de  Roneesva  \  lies:  y  del  consejo  de  \  la 
sancta  \  ¡nqui  \  sicion.  \  Frou-echoso  para  conoscer  los  \  tratantes  en  qite  pecan  \  ij 
¡le/'emrio  para  los  \  confesso res  sabe  \  Uosjuxgar.  \  Visto  por  los  señores  ijnqmsido- 
res.  \  Ano  de  M.D.XLI. 

(Colofón.)  A  gloria  y  alubanxri  de  jur estro  seíior  fenesce  el  \  presente  libro  eontrn 
la  vsura:  hecho  por  el  licen  \  ciado   Villalon:  gmpresso  en  la  muy  no  \  ble  inlla  de 
Valhdolid,  cerca  de  las  \  escuelas  mayores,  por  Fran  \  cisco  Fernandex  de  Cardona  \ 
ymprcjtsor.  Acabosse  j  ew  xx  dias  del  mes  de  \  Dexiembre:  \  año  del  nascimiento  de 
nuestro  saluador  \  de  mili  é  quinientos  y  quarenta  y  uno. 

Un  vol.  en  8."  m.  de  46  fols.  nums.  |  Sign.  A-F{'). 

El  tScholastico,  en  el  qual  se  forma  una  académica  \  república  o  scholastica  uni- 
versidad con  las  con  \  diciones  que  deuen  tener  el  maestro  y  discípulo  j  para'ser  varo- 
n/is  dignos  de  la  vivir.  He  \  cho  por  el  licenciado  Cristóbal  de  Villalon,  dirigido  al  \ 
muy  alto  y  muy  poderoso  Principe  \  don  Phelipe  nuestro  señor  hijo  del  \  muy  i/ivie- 
tissimo  emperador  |  Carlos  Quinto  deste  \  nombre  nuestro  Rey  \  y  Seftor. 

Manuscrito  de  mediados  del  siglo  xvi.  Un  vol.  en  folio  de  163  hojas. 

Este  manuscrito  perteneció  en  el  siglo  xvi  á  D.  Alonso  Mejía  de  Tobar,  y  luego  á 
D.  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  Conde  de  Gondomar,  según  consta  en  el  catálogo  de  la 
biblioteca  de  éste;  al  fol.  175  se  lee:  Cristóbal  de  Villalon.  El  Scholástico,  en  el  qual  se 
forma  imn  Académica  república;  después  fué  á  pai-ar  á  la  que  formó  D,  Luis  de  Salazar 
y  Casti'o,  y  ahora  pei-tenece  á  la  Academia  de  la  Historia.  El  catálogo  citado  se  conserva 
en  la  Nacional,  con  la  signatura  Uu-^<d.  Un  vol.  en  fol.,  letra  de  principios  del  siglo  xvii. 

El  Crótalon  de  Christóphoro  Gnosopho. 

Dos  manuscritos  se  conocen  de  este  peregrino  libro.  El  priinero  se  conserva  actual- 
mente en  la  Biblioteca  Nacional,  y  antes  perteneció  al  señor  marqués  de  la  Romana.  Es 
un  tomo  en  4.°  que  consta  de  5  hojas  de  preliminares  y  172  de  texto.  El  segundo  ftió 
propiedad  del  Sr.  Gayangos,  que  lo  adquirió  hace  bastantes  años,  y  hoy  para  en  la  Nacio- 
nal; tiene  5  hojas  de  portada,  índice  y  prólogo  y  210  de  texto;  en  4."  La  letra  de  ambos 
es  igual  á  la  de  El  Escolástico  que  posee  la  Biblioteca  Real.  En  el  del  Sr.  Gayangos 
faltan  algunas  líneas  y  aun  párrafos  que  se  encuentran  en  el  del  Marqués  de  la  Romana, 
lo  cual  ha  hecho  presumir  que  éste  sea  el  boirador  y  aquél  c(>pia  en  limpio.  Los  dos  pa- 
recen escritos  á  mediados  del  siglo  xvi. 

Fué  publicado  por  los  Bibliófilos  españoles  y  forma  el  tomo  IX  de  su  Colección. 
Viaje  de  Turquía. 

Dos  manuscritos  se  conservan  de  esta  curiosa  obra  cu  la  Biblioteca  Nacional.  El 
primei-o,  que  es  indudablemente  el  borrador,  fué  empezado  á  escribir,  según  consta  en 
la  dedicatoria  a  Felipe  11,  el  1."  de  marzo  do  1557;  consta'  de  150  hojas  en  folio.  AI 
principio  tiene  un  minucioso  índice,  como  si  el  libro  fuese  destinado  á  imprimirse;  sigue 
el  texto,  en  que  se  refieren  las  aventiu-as  de  Pedro  de  Urdemalas  (Cristóbal  de  Villalon); 
en  el  folio  133  comienza  una  descripción  de  Constantinopla,  y  desde  el  139  hasta  la 
conclusión  contiene  la  historia  de  los  emperadores  y  sultanes  de  aquella  ciudad.  Tiene 
dos  numeraciones:  la  primera  poi-  folios  y  la  segunda  poi-  páginas;  es  lástima  que  falten 

(.  )  Tres  ediciones  más  se  lucieron  de  esta  obra,  á  saber:  en  Valladolid,  por  Francisco  Fernández 
de  Córdoba,  años  de  1542  y  1546;  en  Sevilla,  por  Dominico  de  Robertis,  año  1542, 


INTRODUCCIÓN  cxxm 

algimas  hojas,  á  saber:  desde  la  página  182  á  la  218.  Los  interlocutores  son  designados 
en  las  primeras  hojas  con  los  nombres  de  Apatílo,  Panurgo  j  PolHropo.  Después  se 
cambian  en  los  de  Juan  de  voto  á  Dios,  Mátalas  callando  y  Pedro  de  Urdemalas.  El 
segundo  es  una  copia  exacta  de  éste  y  con  las  mismas  lagunas,  hecha  en  el  último  tercio 
del  siglo  XVI,  Ambos  manuscritos  pertenecieron  á  D.  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  Conde 
de  Gondomai",  según  consta  eu  el  índice  ( ' )  de  su  biblioteca. 

Oti'o  manuscrito  vi(5  Gallardo  en  la  Biblioteca  de  Campomaues  (').  Ignoramos  su 
paradero. 

Diálogo  de  las  transfonnaciones.  Debo  el  conocimiento  de  este  libro  al  sapientísimo 
escritor  D.  Marcelino  Menóndez  y  Pelayo,  quien  lo  conserva  en  su  rica  biblioteca  do 
Santander,  Es  un  manuscrito  en  folio  de  poca  extensión,  copiado  en  la  segunda  mitad 
del  siglo  XVI.  Si  bien  no  consta  eu  él  quién  lo  compuso,  puede  afií-marse  que  es  de 
Villalón,  por  las  íntimas  relaciones  que  tiene  con  El  Crótalon,  tanto  en  la  forma  como 
en  las  ideas  y  el  estilo.  Sus  interlocutores  son  igualmente  MÍ9ÍI0  y  el  Gallo;  también  se 
imitan  los  diálogos  de  Luciano:  El  sueño  ó  El  Gallo  y  Lucio  ó  el  Asno  (*,). 

m 

En  el  año  1862  la  Sociedad  de  Historia  de  Bélgica  daba  á  luz  una  obra  de  sumo 
inteiús  para  el  reformismo  español:  las  Memorias  (*)  del  protestante  Francisco  de  Enci- 
nas, elegante  traductor  del  Nuevo  Testamento,  de  Luciano,  Tucídides  y  Plutarco. 

Dichas  Memorias  no  constituyen  una  autobiografía  completa;  nada  dice  el  autor  do 
su  nacimiento,  infancia  y  juventud,  dejando  sin  narrar  uno  de  los  episodios  más  notables 
de  su  vida:  las  causas  que  motivaron  su  conversión  al  luteranismo  y  el  estado  psicoló- 
gico que  precedió  á  resolución  de  semejante  transcendencia  para  su  porvenir.  Encinas  se 
propuso  nada  más  que  referir  las  persecuciones  de  que  fué  objeto  cuando  después  de 
estudiar  eu  Witemberg  y  hospedarse  eu  casa  de  Melauchton  fué  procesado  en  Lovaina, 
donde  acababa  de  presentar  con  singulai-  audacia  al  Emperador  Carlos  V  su  versión  del 
Nuevo  Tesüxmento.  Preso  por  mandato  de  Granvela  fué  conducido  á  Bruselas;  pero 
como  la  cárcel  estaba  mal  custodiada  pudo  fugarse,  y  vuelto  á  Witemberg  se  quitó  la 
máscara  para  vivii-  eu  adelante  cual  fervoroso  protestiinte.  Las  Memorias  de  Encinas  han 
sido  juzgadas  por  el  sabio  historiador  de  Los  heterodoxos  españoles  en  las  siguientes 
palabras:  «El  autor  poseía  facultades  narrativas  y  dramáticas  muy  poco  comunes  y 
dibuja  vigorosameuto  las  situaciones  y  los  caracteres,  hasta  el  punto  de  dar  á  sus  Memo- 
rias toda  la  animación  de  una  novela.  Es  de  los  pocos  españoles  que  hau  sobresalido  en 
el  género  autobiográfico»  ( '). 

(1)  Tomo  II,  folio  1G9. 

(''')  Descrito  en  el  tomo  I  de  la  Biblioteca  española  de  libros  raros  y  curiosos. 

(3)  Después  de  escrito  esto  lo  lie  leído  impreso  en  el  tomo  I  de  la  presente  Biblioteca  de  autores 
españoles. 

(*)  Mémoires  de  Francisco  de  Enzinas.  Texle  latín  inédit  avec  la  traduction  francaise  du  XVI 
siécle  en  regard;  1543-1645.  Puhliés  avec  notice  et  annotations  par  Ch.  Al.  Campan.  Imprimé  ;i  Bru- 
xelles,  cliez  M,  Weissenbrucli,  1862;  2  vols,  en  4.°,  el  1.»  de  XXV-6G5  págs.  y  el  2."  de  537. 

(5)  De  Francisco  de  Encinas  trata  extensamente  el  Sr.  Meriéndez  y  Pelayo  (Historia  de  los  hete- 
rodoxos españoles^  tomo  II,  págs.  223  á  246).  Por  esta  razón  y  por  ser  las  Memorias  qne,  nos  ocupan 
un  libro  bastante  conocido  renunciamos  á  más  detalles  acerca  de  ellas  y  de  su  autor. 


cxxiv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


IV 


Las  Memorias  ( ')  de  Esteban  de  Garibay  son  curiosísimas,  no  solamente  para  cono- 
cer la  biografía  de  este  cronista,  mas  también  por  las  noticias  que  nos  da  de  muchos 
personajes  contemporáneos,  cuales  fueron  Santa  Teresa  de  Jesús,  Arias  Montano,  Ambro- 
sio de  Morales,  Páez  de  Castro  y  Pedro  de  Isunza,  el  célebre  amiyo  de  Cervantes,  por 
cuyas  comisiones  en  Andalucía  sufiió  éste  no  pocos  disgustos,  mientras  aquél,  según 
dice  Garibay,  «augmentó  de  tal  modo  su  hacienda  que  vino  á  ser  tenido  por  hombre  de 
ti-ecientos  mil  ducados  y  dende  arriba,  y  uno  de  los  mayores  créditos  de  toda  la  Corte 
entre  los  tratantes»  (•).  Bien  hubiera  hecho  en  consignar  también  que  mientras  Isunza 
se  enriquecía,  Cervantes,  su  subordinado,  recorría  como  un  vulgar  recaudador  las  villas 
andaluzas,  manteado  por  las  justicias  no  menos  que  Sancho  en  la  venta  (^). 

Infórmanos  menudamente  del  tiempo  y  esfuerzos  que  le  costó  escribir  su  Compen- 
dio de  las  Chronicas:  «Después  de  haber  cenado  algo  tornaba  á  los  estudios,  y  en  los  in- 
viernos jamás  me  acosté  hasta  después  de  las  doce  de  la  media  noche,  y  no  raras  veces 
me  sucedió  contar  las  dos  de  la  mañana  sin  entrar  en  el  primer  sueño»  ('*).  Cosa  des- 
usada en  el  siglo  xví,  que  se  solía  ti-asnochar  poco  y  madrugar  mucho,  al  contrario  de 
lo  que  ahora  sucede.  Cuéntanos  las  peripecias  de  su  libi'O  desde  que  lo  aprobó  el  doctí- 
simo Páez  de  Castro  hasta  que  pudo  verlo  impreso  en  Amberes  después  de  algunos  con- 
tratiempos, cual  fué  este  que  refiere:  «Habiendo  dado  el  primer  cuaderno  original  de  la 
obra  á  un  Guillermo,  se  embriagó  y  se  le  cayó  del  seno  de  su  sayo,  y  como  yo  daba  prisa 
por  él  á  Plantino  y  él  no  me  osaba  decir  el  suceso  desgraciado,  dio  noticia  de  esto  á  los 
bm'gosmaestres  de  la  ciudad  y  por  su  mandado  fué  luego  preso  el  Guillermo  y  puéstole 
guardas,  é  después,  saliendo  un  atambor  por  toda  la  ciudad  se  hicieron  tales  diligencias 
que  por  particular  misericordia  de  Dios  se  halló  todo  el  cuaderno  entero  en  poder  de  un 
mozo  de  caballos  que  acaso  le  habia  hallado  en  la  iglesia  pari'ochial  de  su  casa»  (^). 

Garibay  cuenta  minuciosamente  sus  viajes  por  Francia  y  varias  regiones  de  España, 
ora  en  busca  de  documentos  como  en  los  monasterios  de  la  Eioja  y  Navarra,  ora  con  dife- 
rentes comisiones:  las  ñindaciones  piadosas  que  realizó  y  lo  que  intervino  en  la  trasla- 
ción de  los  cuerpos  de  Santa  Leocadia  y  San  Vicente  Eerrer.  Todo  esto  mezclado  con 
largas  disertaciones  genealógicas,  á  las  que  tenía  suma  afición,  sobre  todo  más  cuando 
se  trataba  de  su  familia,  y  de  algunas  supersticiones  cual  es  la  de  dar  crédito  á  los  horós- 
copos de  astrólogos:  Mai-tín  Gómez  lerantó  el  de  un  hijo  que  tuvo  Garibay  y  éste  siguió 
creyendo  que  no  podían  menos  de  cumplirse  los  pronósticos  del  médico  navarro,  y  que  el 
pequeñuelo,  influido  en  su  nacimiento  por  el  Sol  y  por  Venus,  tendría  gran  valor,  rique- 
zas y  larga  vida. 

(í)  Memorias  de  Garibay,  dadas  á  luz  en  el  Memorial  Histórico  Español,  Colección  de  documen- 
tos, opúsculos  y  antigüedades  qiie  publica  la  Real  Academia  de  la  Historia;  tomo  VII,  págs.  1  á  626. 

(2)  Memorias,  pág.  385. 

(3)  Acerca  de  D.  Pedro  de  Isunza  y  su  familia  ha  publicado  el  Sr.  Apraiz  un  libro  rotulado: 
Los  humas  de  Vitoria;  Bilbao,  Impr.  de  la  Biblioteca  Bascongada,  1897,  214  págs.  en  8.°  Es  el 
tomo  X  de  la  Biblioteca  Bascongada. 

(4)  Página  282. 

(5)  Obra  citada,  pág.  304. 


INTRODUCCIÓN  cxxv 


Breve  es  la,  autobiografía  que  Diego  Snárez  Corvín  escribió  al  frente  de  su  Crónica 
de  Oran  (')  para  lograr  de  los  gobernantes  que  premiasen  sus  largos  servicios.  Y  en 
verdad  pasma  la  facilidad  con  que  los  hombres  de  los  siglos  xvi  y  xvii,  aun  nacidos 
en  baja  cuna  y  sin  haber  adquirido  en  su  juventud  instrucción  alguna,  se  hacían  auto- 
didactos y  llegaban  íx  figurar  con  más  ó  menos  brillo  entre  los  escritores.  Nacido  Suárez 
en  el  concejo  de  Lena  (Asturias)  cá  1."  de  mayo  del  año  1552,  huye  en  1574  de  la  casa 
paterna,  y  yendo  por  El  Escorial,  entonces  en  construcción,  se  dirige  á  Andalucía  y  entra 
al  servicio  de  un  labrador;  después  se  hace  pastor  y  también  se  cansa  del  oficio  por  algu- 
nos contratiempos  que  le  suceden.  En  1577  va  á  Oran  como  soldado  y  trabaja  en  las  for- 
tificaciones. En  1592  comienza  la  Crónica  de  Oran.  Preso  por  el  Conde  de  Alcaudete, 
contra  quien  se  afirmaba  que  había  organizado  un  motín ,  sale  al  fin  absuelto.  Vién- 
dose mal  recompensado  vuelve  a  España  y  alcanzado  un  entretenimiento  de  doce  escu- 
dos en  Italia  se  embarca  para  Ñapóles.  El  deseo  de  publicar  su  Crónica  de  Oran  le  trajo 
de  nuevo  á  España.  Y  con  esto  se  acaba  su  relación,  consignando  que  tenía  otra  más 
extensa,  á  la  cual  se  remite. 

VI 

Atribuyéndola  al  eminente  poeta  sevillano  Luis  de  Belmente  Bermúdez,  publicó  el 
Sr.  Zaragoza  (-)  una  historia  de  los  viajes  y  descubrimientos  hechos  en  Oceanía  por  Alvaro 
de  Mendaña  (1567  y  1595)  y  Pedro  Fernández  de  Quirós  (1605),  á  quien  Belmonte 
acompafió  en  calidad  de  secretario.  Los  argumentos  que  en  pro  de  su  afimación  expuso 
D.  Justo  Zaragoza  no  son  concluyentes  ni  mucho  menos.  Cierto  es  que  Belmente  escri- 
bió La  historia  y  descubrimiento  de  las  regiones  australes.^  mas  sería  preciso  demostrar 
la  identidad  entre  esta  obra  y  la  que  nos  ocupa,  identidad  que  no  prueban  los  versos  de 
la  Hispálica,  citados  por  Zaragoza,  cual  es  aquel: 

«La  falta  de  escriptor  que  yo  suplía», 

aludiendo  Belmonte  á  la  expedición  en  que  fue  con  Quirós. 

Razones  de  cronología  se  oponen  á  que  dicho  poeta  fuese  autor  de  la  obra;  nacido 

(*)  De  la  Crónica  de  Oran  sólo  se  ha  publicado  una  parte,  que  es  la  Historia  del  Maestre  último 
que  fue  de  Montesa  y  de  su  hermano  Don  Felipe  de  Borja;  la  manera  como  gobernaron  las  memorables 
plaqas  de  Oran  y  Marzaelquivir,  reynos  de  Tremecen  y  Tenez  en  África,  siendo  allí  Capitanes  gene- 
rales, uno  en  pos  del  otro,  como  aquí  se  narra.  Compuesta  por  Diego  Suarcz,  natural  del  Principado  de 
Asturias  de  Oviedo.  Madrid.  Impi.  de  M.  Tello.  MDCCCLXXXIX  Es  el  tomo  XXVII  de  la  Colec- 
ción de  los  bibliófilos  españoles. 

La  autobiografía  de  Diego  Suárez  lleva  el  título  de  Discurso  verdadero  de  la  naturaleza,  pere- 
grinación, vida  y  partes  del  autor  de  la  presente  historia.  Publicada  por  Mr.  A.  Morel-Fatio  en  el 
Bulletin  hispaniquCf  año  1901,  págs.  14G  á  157. 

(*)  Historia  del  descubrimiento  de  las  regiones  australes,  hecho  por  el  General  Pedro  Fernández 
de  Quirós^  publicada  por  D,  Justo  Zaragoza.  Madrid,  Impr.  de  M.  G.  Hernández,  187G-1882;  3  vola, 
en  4.".  La  relación  atribuida  á  Belmonte  ocupa  el  tomo  I. 

Es  lástima  que  el  Sr.  Zaragoza  en  sus  notas  críticas,  en  vez  de  enseñarnos  dónde  están  Lima, 
Caracas  y  México,  hubiese  identificado  las  islas  exploradas  por  Quirós,  sin  contentarse  con  decir  que 
la  llamada  por  éste  del  Espíritu  Santo  es  una  de  las  Hébridas,  etc.;  aun  detalla  menos  de  otras,  pues 
se  Umita  á  indicar  su  latitud  tal  como  la  determinaron  Mendaña  ó  Quirós. 


cxxvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

hacia  el  año  1587,  mal  pudo  ir  con  Mendaña  en  su  viaje  de  1595,  j  por  consiguiente 
ni  hablar  en  primera  persona  al  referirlo. 

Ignoraba  el  Sr.  Zaragoza  que  la  relación  del  segundo  viaje  de  Mendaña,  idéntica  en 
absoluto  á  la  que  él  publicaba,  se  hallaba  inserta  por  Cristóbal  Suárez  de  Figueroa  en  su 
libro  de  los  Hechos  de  D,  García  Hm'tado  de  Mendoza,  quarto  Marqués  dé  Cañete  ('), 
sin  decir  en  modo  alguno  que  la  había  tomado  de  Belmente,  sino  de  los  papeles  de  Quirós. 

La  Academia  de  la  Historia  opinó  así,  y  en  un  informe  redactado  por  D.  Javier  de 
Salas  contradijo  la  aserción  de  Zaragoza,  inclinándose  á  juzgar  que  acaso  el  verdadero 
autor  del  libro  lo  fuese  Pedro  Fernández  de  Quirós,  hipótesis  que  también  tiene  en 
contra  no  leves  razones  (■). 

No  habiendo,  pues,  en  dicha  obra  nada  que  pueda  tomarse  por  autobiografía  de  Bel- 
mente, nos  abstenemos  de  juzgarla;  sólo  diremos  que  constituye  una  de  las  relaciones  más 
notables  de  viajes  por  lo  bello  de  su  narración,  siquiera  no  sea  tan  elegante  como  el 
Sr.  Zaragoza  pretendía,  y  la  última  página  de  nuestros  descubrimientos  marítimos.  El 
poderío  de  España  declinaba  y  en  vano  Quirós  plantó  nuestra  bandera  en  la  isla  del  Espí- 
ritu Santo,  que  denominó  Austrialia  (no  Australia,  como  generalmente  se  escribe),  en 
honor  de  la  casa  reinante;  aquellas  tierras  quedaron  abandonadas  y  los  vastos  proyectos 
del  navegante  portugués,  que  nos  hubieran  dado  la  preponderancia  en  Oceanía,  fueron 
sistemáticamente  desechados. 


*  * 


Tarea  no  fácil  es  deslindar  cuanto  hay  de  histórico  y  cuanto  de  novelesco  en  las 
Relaciones  del  poeta  D.  Luis  de  UJloa  Pereira,  quien  se  encubrió  en  ellas  con  el  seudó- 
nimo de  Suldlno  Dovalle.  Desde  luego  está  comprobado  cuanto  refiere  de  su  vida  turbu- 
lenta; de  su  amistad  con  el  Conde-Duque  de  Olivares,  al  cual  debió  generosa  protección, 
y  aun  que  tuvo  algunos  disgustos  de  familia  con  su  hermano  Jerónimo.  Tal  enojo  con- 
cibió D,  Luis  por  los  desaires  de  éste,  que  lo  retrató  con  negrísimos  colores,  dándole  el 
nombre  de  Fraudelio  Carlhet,  pues  aunque  escribió  las  Relaciones  como  desahogo 
doméstico  y  sin  ánimo  de  publicarlas,  eran  demasiado  fuertes  los  insultos  para  no  velarlos 
de  algún  modo.  A  las  maldades  de  Fraudelio  contrapuso  las  buenas  cualidades  de  otro 
hermano,  á  quien  Hama  Bonifacio.  Este  se  distingue  por  su  caballerosidad,  valor  y 
cariño  fraternal;  milita  en  Italia  y  los  Querquenes;  Carlhet  vive  en  la  Corte  dado  al 
juego,  en  que  logra  inmensas  ganancias;  comparte  sus  riquezas  con  deshonestas  mujer- 
zuelas  y  hace  cuanto  daño  puede  á  Suklino,  quien  se  había  sacrificado  por  él.  De  todas 
maneras  hay  en  la  pintura  de  Carlhet  tantas  exageraciones  y  tal  aire  declamatorio  y  retó- 
rico, que  es  á  no  dudarlo  fantástica  en  gran  parte.  En  cuanto  al  origen  de  Carlhet,  que 
resulta,  no  verdadero  hermano  de  Siddino^  sino  hijo  de  cierto  criado  inglés  que  hubo 
en  casa  de  sus  padres,  quien  por  el  conocido  procedimiento  de  sustitución  hace  que  un 
niño  suyo  pase  por  el  legítimo,  parece  una  fábula  ( '). 

(*)  Publicado  en  Madrid,  Imprenta  Real,  año  161.3. 

(*)  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  tomo  I  (1877),  paga.  155  á  179. 

i^)  De  estas  Memorias  hay  dos  manuscritos.  Uno  de  ellos  lo  posee  D.  Marcelino  Menéndez  y 
Pelayo;  es  del  siglo  xvii  y  consta  de  266  páginas  en  4.°.  Contiene  intercaladas  las  poesías  de  D.  Luis 
de  Ulloa,  algunas  de  ellas  inéditas. 

El   otro  es   el   siguiente:   Relaciones  en  que  se  manifiesta  el  nacimiento  de  Fraudelio  Carlhet, 


INTRODUCCIÓN  cxxvu 


Vil 


A  principios  del  siglo  xviii  floreció  en  las  Canarias  un  escritor  curas  obras  so  distin- 
ííuen  por  la  gracia  y  desenfado  de  su  estilo;  nos  referimos  á  D.  Cristóbal  del  Hovo  v  Solór- 
zauo.  Marqués  de  la  Villa  de  San  Andrés  j  Vizconde  del  Buen  Paso,  cuya  vida  agitíida, 
libre  y  llena  de  dramáticas  peripecias  corrió  parejas  con  sus  libros.  Nacido  en  Tazacorte 
(isla  de  Palma)  á  31  de  diciembre  del  año  1677,  fué  hijo  de  D.  Gaspar  del  Hoyo,  Caba- 
llero de  Calatrava.  Hizo  sus  estudios  en  Palma  y  luego  viajó  por  España,  Portugal  Fran- 
cia, Inglaterra  y  Holanda.  En  1716  se  enamoró  de  su  sobrina  doña  Leonor  del  Hoyo  v 
parece  que  las  relaciones  fueron  más  íntimas  de  lo  que  el  decoro  femenil  debe  consentir; 
el  hecho  es  que,  enemistado  con  el  Sr.  Conejero,  Obispo  de  Canarias,  éste  apoyó  las  ins- 
tancias de  doña  Leonor  para  que  I).  Cristóbal  se  casase  con  ella;  entretanto  que  el  asunto 
se  arreglaba  y  llegaba  la  dispensa  de  Roma,  vióse  reducido  á  prisión,  que  dui-ó  ocho  años. 
Por  fin  logró  huir  de  la  prisión  y  del  matrimonio,  pues  se  fugó  á  las  islas  de  Madera 
cu  1732;  más  adelante  residió  en  Portugal,  y  pudo,  ya  absuelto  del  proceso,  regresar  á 
su  patria.  Largo  sería  contar  sus  aventuras,  su  amistad  con  el  libertino  gallego  D.  Benito 
Gabriel  Lozada  y  su  casamiento  con  una  hija  de  éste.  El  mismo  consignó  sus  fechorías 
on  dos  tomos  de  cartas  que  publicó,  cuyos  ejemplares  fueron  en  gran  parte  recogidos  v 
([uemados  por  el  Santo  Oficio,  que  los  consideraba  poco  edificantes  y  algo  volterianos. 
Otro  libro  escribió,  en  cuyo  título,  por  singular  coincidencia,  se  menciona  un  fraile  ima- 
ginario cuyos  nombre  y  apellidos  son  muy  semejantes  á  los  del  protagonista  de  ima 
celebrada  novela  de  Pereda  ( ' ) .  Falleció  en  La  Laguna,  á  la  avanzada  edad  de  ochenta 
y  cinco  años  (^), 

VIII 

Menos  rico  en  caracteres  originales  el  siglo  xviii  que  los  dos  anteriores,  ofrece,  sin 
embargo,  algunos  personajes  dignos  de  estudio,  cual  fué  D.  Diego  de  Torres  Villarroel; 
mezclábase  en  él  la  ciencia  con  las  supersticiones  populares  que  explotaba;  autor  de 
Pronósticoíi^  que  le  hicieron  famoso,  y  de  muchos  otros  opúsculos  llenos  de  sal  é  ingenio; 
hombre  que  parecía  un  Quevedo  redivivo,  tal  como  podía  existir  en  la  pasada  ceuturia, 

2)seudo  hermano  de  Suldhio  Dovalle  y  la  diferencia  de  sus  fortunas  y  correspondencias.  Escriuelas  libre 
de  pasión  quien  las  dirige  á  la  verdad,  virtud  católica.  Manuscrito  del  siglo  xvii;  50  hojas  útiles  en 
4.".  Biblioteca  Nacional.  Departamento  de  Msg.,  V.-115. 

En  este  manuscrito  no  están  las  poesías  de  üiloa,  quien  dice  fingidamente  que  no  había 
podido  copiar  los  versos  de  Suldino  Dovalle,  cuyo  ingenio  celebra. 

(1)  Carta  del  Marques  de  la  Villa  de  S.  Andrés  y  Vizconde  de  Buen-Passo,  respondiendo  á  un 
Amigo  svyo  lo  que  siente  de  la  Corte  de  Madrid.  Dedicada  á  la  muy  ilustre  Señora  Doña  María 
Tlieresa  Velez  del  Hoyo  y  Sotomayor.  Y  dada  á  luz  por  el  M.  R.  P.  Fr.  Gonzalo  González  de  San 
Gonzalo,  Lector  Jubilado  y  Padre  mas  antiguo  en  la  Provincia  de  San  Joseplt  en  el  lieyno  del  Perú, 
Impr,  s.  1.  n.  a.;  601  págs.  en  4,".  A  la  conclusión  hay  alí^unas  poesías  a  varios  asuntos. 

(■2)  Biografías  de  Canarios  célebres,  por  Agustín  Millares.  Gran  Canaria.  Impr.  de  V.  Dorestc, 
año  1875,  tomo  I,  págs.  298  á  327. 


cxxvili  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

trató  (le  las  materias  mím  inconexas:  lo  mismo  de  terremotos  que  de  medicina,  de  asti-o- 
logía  y  de  historia  ('). 

Su  novelesca  biografía  hié  la  del  Gran  tacaño  puesta  en  acción.  Siendo  muy  joven 
adoptó  la  extravagante  resolución  de  ser  ermitaño  en  las  cercanías  de  Mundin  (Tras  os 
Montes)  y  se  juntó  con  un  solitario  llamado  Juan  del  Valle;  los  motivos  que  le  induje- 
ron no  fueron  muy  elevados  ni  espirituales,  pues  se  redujeron  á  las  « segiu-idades  de  la 
soledad  y  el  retiro,  y  sus  ponderaciones,  y  unos  trozos  de  pemil  que  so  asomaban  por 
las  rotm-as  de  luia  alforja  que  llevaba  su  borrico,  me  arrastraron  á  probar  la  vida  do 

santero»  ('). 

Del  yermo  vuelve  al  siglo  y  se  transforma  en  maestro  de  danza;  también  le  cansa 
este  oficio  v  so  dedica  á  la  tam'omaquia:  «vestido  con  las  sobras  de  un  torero  llamado 
Manuel  Phelipe,  me  eiiquadernó  en  la  tropa  y  juntos  todos  tomamos  el  camino  de  Cas- 
tilla» C). 

Su  ingenio  alegre  y  jovial,  como  pocos,  le  impulsaba  á  satirizar  cuanto  le  parecía  con- 
vencional ó  absm-do,  y  así,  riéndose  de  las  sutilezas  y  cavilaciones  escolásticas,  decía  á 
un  grave  maestro  en  Teología: 

«Todos  somos  locos,  Reverendissimo,  los  unos  poi'  adentro  y  los  otros  por  afuera. 
A  V,  Reverendissima  le  ha  tocado  ser  loco  por  la  parte  de  adentro  y  á  mi  por  la  de 
afuera  y  solo  nos  diferenciamos  en  que  V.  Eeverendissima  es  maniático,  triste  y  mesu- 
rado y  yo  soy  delirante  de  gracia»  (^). 

Por  su  afán  incesante  de  probar  todo  se  consagra  á  las  matemáticas  ( ')  y  gana  una 
cátedra  de  estii  ciencia  en  la  Universidad  de  Salamanca,  de  donde  salió  más  adelante 
desterrado  por  supuesta  complicidad  en  unas  heridas. 

Conjurador  de  duendes  en  casa  de  la  condesa  de  Arcos,  pasaba  entre  el  vulgo  por  un 
ser  dotado  de  estupendas  cualidades;  cuando  recorrió  Portugal,  según  nos  cuenta  en  su 
Vida:  «Convocábanse  en  los  lugares  del  paso  y  la  detención  las  mujeres,  los  niños  y  los 
hombres  á  ver  el  Piscator^  y  como  á  oráculo  acudían  llenos  de  fe  y  de  ignorancia  á  soli- 
citar las  respuestas  de  sus  dudas  y  sus  deseos.  Las  mujei-es  infecundas  me  pregunta- 
ban por  su  sucesión,  las  solteras  por  sus  bodas,  las  aborrecidas  del  maiido  me  pedían 
remedios  para  reconciliarlo,  y  detrás  de  estas  soltaban  otras  peticiones  y  preguntas 
raras  necias  é  increíbles.  Los  hombres  me  consultaban  sus  achaques,  sus  escrúpulos, 
sus  pérdidas  y  sus  ganancias.  Venían  unos  á  preguntar  si  los  querían  sus  damas,  otros  á 

(1)  Viday  ascendencia,  nacimiento,  crianza  y  aventuras  del  Doctor  D.  Diego  de  Torres  Villurroel, 
Catedrático  de  Prima  de  Matemáticas  en  la  Universidad  de  Salamanca.  Escrita  por  el  mismo  D.  Diego 
de  Torres  Villarroel.  Barcelona.  Por  Juan  Francisco  Piferrer.  S.  a   399  págs.  en  8" 

Cnf .  Don  Diego  de  Torres  Villarroel  (Estudio  de  su  vida  y  ohras)^  por  Miguel  Gutiérrez.  Revista 
Contemporánea,  tomo  LX,  págs.  28  á  44  y  145  á  170. 

(2)  Página  25. 
(3X  Página  30. 

(4)  Página  46. 

(5)  Al  decir  de  Villarroel,  las  matemáticas  eran  casi  un  misterio  en  su  tiempo,  cuando 
florecían  en  ellas  hombres  tan  eminentes  como  Jorge  Juan  y  Ulloa,  escribiendo  con  notoria 
exageración : 

(.(Una  figura  geométrica  se  miraba  en  este  tiempo  como  las  brujerías  y  las  tentaciones  de  San 
Antón,  y  en  cada  círculo  se  les  antojaba  una  caldera  donde  hervían  á  borbollones  los  pactos  y  los 
comercios  con  el  demonio».  (Su  Vida,  pág.  42.) 


INTRODUCCIÓN  cxxix 

saber  la  ventura  de  sus  empleos  y  pretensiones  y,  finalmente,  venían  todos  á  ver  cómo 
son  los  hombres  qne  hacen  los  pronósticos» , 

No  ofrece  grandes  vicisitudes  la  vida  de  D.  Diego  de  Torres,  y  sin  embargo,  es  libro 
([ue  se  lee  á  gusto  por  la  gracia  y  desenfado  con  que  está  escrito. 


IX 

Autobiografías  son  en  realidad  los  Diarios  de  Moratín  y  de  Jovellanos.  Escrito  el 
del  primero  en  una  especie  de  ciñ-a,  donde  van  mezcladas  palabras  latinas  con  otras  cas- 
tellanas, inglesas  y  francesas,  es  de  lo  más  árido  que  puede  imaginarse;  ninguna  expan- 
sión del  ánimo,  nada  de  afectos  ni  de  aquello  que  constituye  la  vida  interior.  ¡Con  qué 
fr-ialdad  y  laconismo  anota  Moratín  la  muerte  de  su  padre!  Obiít  pater:  ego  tristis;  y  al 
día  siguiente  (12  de  mayo  de  1780):  Sepelivenint.  Fechas  amargas  consignadas  ni  más 
ni  menos  que  otras  insignificantes  y  prosaicas  sobre  toda  comparación,  como  éstas:  Obra- 
dor. Al  anochecer  buñuelos.  (Día  2  de  octubre  de  1780.)  (Día  1.°  de  febrero  de  1781). 
Obrador.  Sueldo,  239  reales.  Fontana.  Refresco,  seis  (cuartos)  (•). 

Más  sentimiento  y  datos  íntimos  hay  en  los  Diarios  de  Jovellanos,  inéditos  en  gran 
parte,  si  bien  Nocedal  los  copió  y  tenía  algunos  de  ellos  en  letras  de  molde  con  objeto 
de  publicarlos  en  la  Biblioteca  de  autores  españoles;  mas  habiendo  quedado  sin  acabar  tal 
empresa,  las  capillas  de  estos  Diarios  son  una  curiosidad  bibliográfica  por  su  rareza. 
Actualmente  los  está  dando  á  luz  el  Sr.  Menéndez  y  Pelayo,  y  acaso  pronto  los  eruditos 
podrán  recrearse  leyendo  páginas  tan  hermosas  cuales  hay  en  dichos  Diarios. 

En  el  primer  Diario,  que  comprende  desde  el  20  de  agosto  á  28  de  octubre  del  año 
1790,  Jovellanos  refiere  lo  concerniente  al  viaje  que  en  virtud  de  Real  orden  hizo  á  las 
montañas  de  Asturias  para  inspeccionar  las  minas  de  carbón  de  piedra,  cuya  importancia 
ya  se  conocía  y  empezaban  á  ser  explotadas.  Dichas  minas  se  hallaban  en  Rivadesella, 
Riera  de  Colunga,  Tamón,  Carbayíu  y  otras  localidades.  En  éste,  como  en  los  demás 
Diarios.,  Jovellanos  ostenta  sus  variadas  aptitudes  científicas.  Al  ir  de  Madrid  al  princi- 
pado de  Asturias  apunta  lo  más  notable  que  veía  en  cada  pueblo  por  donde  pasaba  ó  en 
su  territorio,  recogiendo  de  esta  manera  innumerables  noticias  y  consignando  mil  obser- 
vaciones tocantes  á  Geología,  Agricultura  y  Bellas  Ai-tes.  Así  en  Martín  Muñoz  le  llaman 
la  atención  los  cigüeñales,  sencilla  máquina  de  riegos  que  deseaba  se  introdujese  en 
muchas  otras  regiones  de  Castilla;  en  Valdesoto,  la  sementera  y  la  recolección  del  maíz. 

Describe  los  antiguos  cráteres  que  todavía  existen  en  varias  montañas  de  Asturias, 
la  forma  de  las  cordilleras  y  los  minerales  de  que  se  componen. 

En  Villacastín  examina  las  pintm-as  de  la  iglesia  parroquial,  obra  de  Alfonso  Herre- 
ra, cuyo  estilo  le  parecía  semejante  al  de  Zuccaro;  en  Covadonga  toma  nota  de  cómo 
iban  las  nuevas  construcciones;  en  Fano  ve  un  templo  antiquísimo  de  arquitectura 
románica. 

C)  Obras  postumas  de  D  Leandro  Fernández  de  Moratín,  publicadas  de  orden  y  á  expensas  del 
Gobierno  de  S.  M.  Madrid,  Impr.  de  Rivadeneyra,  1867-68;  tomo  III,  págs.  229  á  300. 

cincho  más  interesantes  son  para  la  biografía  de  Moratín  las  relaciones  de  sus  viajes  por  Ingla- 
terra é  Italia  y  sus  cartas  á  D.  Juan  Melón,  publicadas  en  loa  tomos  I  y  II. 

AüTOBIOaRAFÍAS    Y    MEMORIAS. 9 


cxxx  autobiografías  Y  MEMORIAS 

No  ha  muchos  años  publico  D.  Julio  Somoza  algunos  Diarios  de  Jorellanos,  y  son 
los  iutitulados:  Camino  del  destierro;  fragmento  de  un  Diario  en  Valldemuxa;  De 
vuelta  del  destierro;  Diario  del  riaje  de  Cádi^.  á  Muros  (').  El  primero  de  ellos  uo 
pertenece  á  Jovellanos  en  su  mayor  parte,  que  parece  haber  sido  redactada  por  su  com- 
pañero de  viaje  D.  Andrés  de  la  Sauca,  si  bien  es  indudable  la  colaboración  de  aquél; 
así  lo  dan  á  entender  estas  palabras  con  que  acaba:  «La  hora  de  nuestra  separación  se 
acerca,  Pero  mi  compañero,  seguro  de  su  inocencia,  se  entrega  en  los  brazos  de  la  Pro- 
videncia Divina,  y  ambos  concluimos  este  Diario,  que  en  tan  largo  viaje  nos  ha  ofrecido 
su  honesto  é  inocente  entretenimiento» . 

Es  notable  que  en  este  Diario  no  haya  alusión  alguna  á  las  persecuciones  sufridas 
por  Jovellanos,  y  tanto  que  sin  estai-  en  antecedentes  nadie  vería  en  él  la  peregrinación 
de  un  hombre  inocente  desten-ado  sin  formación  de  causa  v  contra  toda  justicia,  sino  la 
expedición  de  un  turista.  Dando  al  olvido  sus  amarguras  y  mostrando  una  grandeza  do 
ánimo  incomparable,  fija  su  atención  en  los  pueblos  que  atraviesa  y  especiahnente  en  la 
a"-ricultma  y  producciones  naturales  de  los  países  por  donde  iba.  El  itinerario  empieza 
en  León,  y  el  camino  del  destierro  continúa  por  las  provincias  de  Yalladolid,  Palencia, 
Burgos,  Logroño,  Zaragoza,  Lérida  y  Barcelona,  despidiéndose  Jovellanos  y  Sauca  en 
Molius  del  Roy.  Noticias  de  Bellas  Artes  escasean  on  este  Diario;  muy  rápidamente 
habla  do  tres  altares  con  bellísimas  pintm-as  de  Goya  que  hal)ía  en  la  iglesia  de  Monte- 
Torrero  (Zaragoza). 

En  el  Diario  De  vuelta  del  destierro,  libre  ya  Jovellanos  de  su  inicua  prisión,  sin 
dar  rienda  suelta  á  su  alegría  y  manifestando  una  ecuanimidad  fi.losófica,,sin  exhalar 
quejas  ni  rencores  conti-a  sus  enemigos  ni  proyectos  de  venganza,  sigue  ti-asladando  al 
papel  las  impresiones  que  recibía,  lo  cual  había  llegado  á  ser  para  él  una  especie  de 
necesidad.  Solamente  á  la  conclusión  habla  con  alguna  dureza  del  «bribón  de  Muzquiz, 
arzobispo  de  Santiago,  y  el  hipócrita  obispo  de  Valladolid  Soto  Yalcarcel»,  si  bien  pono 
estas  palabras  en  boca  de  D.  Antonio  de  la  Cuesta,  pi"ocesado  por  la  Inquisición.  En  lo 
demás. del  Diario^  que  comienza  apenas  salió  del  castillo  de  Bellver  (5  de  abril  de  1808) 
hasta  su  estancia  en  Jadraque  (Guadal ajara)  desde  1.°  á  23  de  junio,  le  vemos  afanoso 
por  consignar  sus  impresiones  y  preocupado  con  las  noticias  que  recibía  de  los  graves 
sucesos  ocurridos  en  Madrid  y  del  alzamiento  contra  los  franceses. 

En  este  Diario  vuelve  á  engolfarse  en  sus  estudios  artísticos;  en  Mallorca  estudia  las 
principales  obras  artísticas  que  había  en  iglesias  y  en  galerías  de  particulares,  como  eran 
los  marqueses  de  Vivot  y  Ariany;  en  Barcelona  la  catedral,  <  obra  soberbia  del  más  rico 
gótico,  de  incomparable  belleza  por  aquel  gusto;> ;  en  Candasnos  (Zaragoza)  un  retablo 
con  pintm-as  de  principios  del  siglo  xvi,  cuyo  estilo  semejaba  el  de  Berruguete;  en  Tara- 
zona  escultm-as  de  la  escuela  de  Gaspar  Becerra;  en  Jadraque  un  San  Juan  de  Palo- 
mino, donde  admiraba  «la  sabiduría  del  autor  en  el  colorido  y  claro-oscuro,  así  como  en 
el  dibujo» .  Y  al  llegar  á  este  pueblo  Jovellanos  comienza  á  verse  envuelto  en  el  mar 
proceloso  de  los  asuntos  públicos;  Napoleón  le  apremiaba  para  que  marchase  á  Asturias 
y  con  su  autoridad  sofocase  el  patriótico  levantamiento  contra  los  pérfidos  invasores,  cre- 
yendo que  Jovellanos  sería  capaz  de  hacer  traición  á  su  pueblo. 

{})  Escritos  inéditos  de  Jovelkinos,  dispuestos  para  la  impresión  por  Julio  Somoza  de  Montsoriu. 
Barcelona,  Eit.  tip.  «Arte  y  Letras»,  1891;  1  vol.  en  4.» 


INTRODUCCIÓN  cxxxi 

El  ft-agmeuto  de  im  Diario  en  Valldemuza  y  el  del  viaje  de  Cádiz  á  Muros  tieueu 
escaso  interés:  el  primero  por  su  bi-evedad;  el  segundo  porque  probablemente  no  es  sino 
una  transcripción  del  cuaderno  de  bitácora  ('). 


X 

Dos  obras  compuso  D.  Antonio  Alcalá  Galiano  con  los  recuerdos  de  su  agitada  exis- 
tencia, dejándonos  en  ellas  un  rico  tesoro  do  noticias,  no  sólo  para  nuestra  historia  polí- 
tica en  el  pi-imer  tercio  de  este  siglo,  mas  también  para  la  de  nuestra  Literatura  y 
costumbres  (-);  modelos  ambas  de  claridad  y  buen  orden  en  la  exposición,  resplandecen 
por  su  estilo  castizo,  espontáneo  y  claro,  si  bien  algunas  veces  peca  de  incorrecto  y  difuso. 

Con  toda  su  democracia,  Alcalá  Galiano  se  muestra  engreído  de  sus  nobles  ascen- 
dientes, ci-eyendo  ciegamente  en  cuantas  fábulas  consignan  las  obras  de  genealogías. 
Eemouta  su  abolengo  hasta  Guillen  de  Alcalá,  personaje  que  vivió  en  el  siglo  xii,  y 
se  envanece  del  «apellido  de  Pareja,  también  ilustre» .  Destinado  á  vivir  en  época  tor- 
mentosa, llama  la  atención  sobre  el  hecho  de  haber  nacido  ocho  días  después  de  la  toma 
de  la  Bastilla;  si  bien  luego  reconoce  que  tal  reflexión  era  impertinente^  pues  en  la  misma 
fecha  nacerían  miles  de  niños  cuya  existencia  so  deslizaría  oscuramente. 

Por  mucho  que  ensalza  su  precocidad  intelectual,  afirmando  que  antes  de  los  siete 
años  improvisaba  versos,  había  leído  con  gusto  la  Historia  de  Cario  Magiw  y  El.  Qui- 
jote^ siendo  admirado  cual  prodigio  de  la  naturaleza,  nadie  por  mucha  credulidad  que 
tenga  dará  á  la  relación  de  los  sucesos  comprendidos  entre  los  años  1789,  fecha  en  que 
nació  Alcalá  Galiano,  y  1800,  el  valor  de  recuerdos  personales,  excepto  en  algunos  de 
los  que  á  él  atíiñen.  Y  esto  resulta  más  evidente,  considerando  que  las  Memorias  fueron 
compuestas  en  los  años  1847  á  1849,  ya  sexagenario  el  autor. 

En  dos  partes  podemos  considerar  divididas  las  Mcuwrias:  destinada  la  primera  á 
narrar  la  juventud  y  primeros  cargos  públicos  del  autoi';  la  segmida  al  período  constitu- 
cional de  los  años  1820  á  1823,  época  en  que  tuvo  pai-ticipación  más  inmediata  en  los 
sucesos  ó  cuando  menos  un  conocimiento  más  directo  de  ellos. 

Desde  luego  este  período  en  la  vida  de  Alcalá  Galiano  es  el  menos  importante,  limi- 
tándose á  contar  su  viaje  á  Xápoles  en  el  navio  que  debía  traer  los  Príncipes  de  aquel 
reino;  sus  estudios;  las  tertulias  literarias  que  frecuentaba;  los  escritores  célebres,  como 
Quintana,  Martínez  de  la  Rosa  y  oti-os  con  quienes  mantuvo  relaciones  amistosas;  los  prin- 
cipios de  su  matrimonio  y  las  desventuras  que  en  él  experimentó,  juntamente  con  los  em- 

(1)  Ocupan  las  págs.  81  á  83  y  139  á  141  de  los  Escritos  inéditos  de  Jocellanos,  antes  citados. 

(2)  Memorias  de  D.  Antonio  Alcalá  Galiano,  publicadas  por  su  hijo.  Madrid,  Impr.  de  E.  Rubi- 
ños,  1886;  2  vols.  en  4." 

Recuerdos  de  un  ancianu,  por  el  Excino,  Señor  D.  Antonio  Alcalá  Galiano.  Madrid,  Impr.  Cen- 
tral, á  cargo  de  Víctor  Sáiz,  1878;  1  vol.  en  8.**  Forma  parte  de  la  Biblioteca  clásica.  Es  la  segunda 
edición  de  una  colección  de  artículos  publicados  en  la  revista  titulada  La  América,  dirigida  por  don 
Eduardo  Asquerino. 

Cnf.  Alcalá  Galiano. — El  período  constitucional  de  1S20  á  1823. — Causas  de  la  caida  del  sistema 
constitucional. — La  emigración  española  hasta  1833.  Por  D.  Leopoldo  Alas. 

Publicada  en  La  España  del  siglo  xix,  Colección  de  conferencias  históricas  (dadas  en  el  Ateneo 
científico,  literario  y  artístico  de  Madrid).  Curso  de  1885-8(3.  Tomo  II,  págs.  469  á  520. 


cxxxn  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

pieos  que  obtuvo  eu  la  carrera  diplomática;  todo  esto  mezclado  cou  noticias  de  la  caída 
de  Godoy,  batalla  de  Trafalgar,  guerra  conti-a  napoleón  y  Cortes  de  Cádiz,  hechos  que 
refiere,  ya  como  testigo  presencial,  ya  por  meras  referencias.  La  importancia  que  para 
uuesti-a  historia  tienen  las  Memorias  es  capital  desde  el  momento  en  que  Alcalá  Galiauo 
comienza  á  conspirar  en  las  logias  masónicas,  de  cuya  organización,  fines  y  aun  socios 
habla  cou  extensión,  y  en  las  cuales  llegó  á  tener  grande  influencia  por  su  talento  ora- 
torio sus  fií-mes  convicciones  liberales,  rayanas  en  fanatismo  político,  y  su  actividad  in- 
fatigable. 

Lo  que  más  simpáticas  hace  estas  Memorias  es  que  su  autor  sólo  quiso  en  ellas  refe- 
rir los  hechos  sin  hacer  apología  de  sistema  político  alguno,  llegando  en  su  sinceridad 
hasta  referir  aquellos  extravíos  más  ó  menos  ocultos  que  pudiesen  mancillar  su  nombre. 
Aiuique  afiliado  siempre  al  partido  liberal,  nos  presenta  una  historia  del  período  constitu- 
cional en  los  años  1820  á  1823,  donde  generalmente  domínala  imparcialidad;  los  años  y  la 
experiencia  habíanle  llevado  á  juzgar  debidamente  las  personas  y  las  cosas;  así  hácenos 
ver  lo  falso  de  aquel  movimiento,  de  aquella  revolución  que  apenas  tenía  raíces  en  nues- 
tro estado  social  (*);  la  figui-a  del  general  Riego  queda  empequeñecida  {')  y  reducida  á 
sus  justas  dimensiones;  es  la  de  un  vulgar  ambicioso  lleno  de  vanidad,  falto  de  inte- 
ligencia, incapaz  de  elevadas  miras,  rebajándose  en  las  calles  á  cantar  el  Trayala  con  la 
miserable  tui-ba  de  curiosos  y  chicuelos  que  le  seguían,  insultando  groseramente  en  Cór- 
doba á  un  pobre  clérigo  realista  y  buscando  siempre  ridículos  aplausos.  Minuciosamente, 
y  á  veces  hasta  con  difusión,  presenta  la  historia  de  aquel  paréntesis  liberal  y  su  inter- 
vención en  los  sucesos  públicos,  desde  que  coopera  á  la  antipati-iótica  sublevación  de 
Quiroga  y  Riego,  para  quienes  el  triunfo  de  su  partido  valía  más  que  la  conservación  de 
nuestro  inmenso  imperio  colonial,  hasta  que  huye  á  Gibraltai*,  derrocada  la  Constitución 
por  Fernando  VII  con  el  apoyo  de  las  bayonetas  extranjeras;  liberal  exalüido,  masón 
fanático,  orador  de  club  en  la  Fontana  de  Oro,  intendente,  en  Córdoba,  enemigo  de  los 
moderados,  hasta  el  pimto  de  haber  intentado  una  alianza  en  contra  de  éstos  con  el  mis- 
mísimo Fray  Cirilo  de  Alameda;  aborrecedor  del  hipócrita  Monarca,  cuyo  grotesco  viaje 
á  Sevilla  procuró  con  todas  sus  ftierzas,  para  luego  allí  declararlo  incapacitado  y  casi  loco 
del  todo,  casi  siempre  está  lejos  de  referir  los  sucesos  al  través  de  ima  idea  que  los 
representa  desfigurados  con  un  falso  espejismo.  Ni  siquiera  vacila  eu  confesar  sus  yerros 
y  en  formular  duros  juicios  acerca  de  algunos  discursos  que  pronunció  huecos  y  llenos 
de  sofismas,  no  obstante  que  si  alguna  vanidad  tenía  era  la  de  sus  facultades  orato- 

(})  «La  revolución  de  España  había  sido  obra  de  la  conjuración  de  unos  pocos  y  de  la  quietud  y 
asombro  de  la  muchedumbre,  y  la  nueva  forma  de  gobierno  establecida  no  descansaba  ni  en  la  opi- 
nión general  ni  en  el  interés  de  clases  poderosas». 

«En  la  plebe  el  número  de  los  constitucionales  era  cortísimo,  reinando  en  ella  vivo  é  intenso  el 
amor  á  la  monarquía  antigua  y  á  la  persona  del  monarca  reinante». 

«Si  la  Constitución  estaba  así  en  todas  las  paredes,  no  tanto  en  los  ánimos,  aunque  fuese  muy 
común  tomar  por  amor  á  ella  una  desobediencia  rebelde,  por  la  cual  estaba  hollada  toda  ley  y  faltaba 
toda  especie  de  orden».  {Memorias,  tomo  II,  págs.  68,  88  y  223.) 

(2)  «Tenía  Riego  alguna  instrucción,  aunque  corta  y  superficial;  no  muy  agudo  ingenio  ni  sano 
discurso,  si  bien  no  dejaba  de  manifestar  del  primero  algunos  destellos;  condición  arrebatada,  valor 
impetuoso  en  los  peligros,  á  la  par  con  escasa  fortaleza  en  los  reveses  y  con  perenne  inquietud;  cons- 
tante sed  de  gloria,  la  cual,  consumiéndole,  procuraba  satisfacerse,  ya  en  hechos  de  noble  arrojo,  ya 
en  puerilidades  de  una  vanidad  increíble».  [Memorias^  tomo  I,  pág.  479.) 


INTRODUCCIÓN  cxxxm 

rias,  grandes  en  efecto.  De  sentir  es  que  no  pudiese  acabiu-  sus  Meuwrias^  interrumpidas 
en  octubre  del  año  1823,  pues  los  demás  apimtes  que  redactó  hasta  el  año  1850  son 
brevísimos  y  constituyen  solamente  el  esqueleto  de  una  relación  más  larga,  que  no  llegó 
á  escribir. 

Los  Recuerdos  son  un  extracto  de  la  obra  anterior,  si  bien  hay  capítulos  que  no  se 
hallan  en  ésta,  cuales  son  las  preciosas  descripciones  de  Cádiz  y  Madrid  en  los  primeros 
años  del  siglo  xix;  descripciones  que  compiten  con  las  más  amenas  que  escribió  Meso- 
nero Komanos  en  sus  Memorias. 

XI 

Serie  inimitable  de  cuadros  á  lo  Velázquez,  modelos  de  elegante  naturalismo  real- 
zados con  una  sal  verdaderamente  ática  y  chispeante,  son  las  Memorias  de  un  seten- 
tón (*),  libro  en  que  Mesonero  Eomanos  dio  á  la  Historia  toda  la  belleza  y  atractivo  de 
la  más  acabada  novela.  En  ellas,  cuando  el  asunto  lo  exigía,  supo  trazar  con  rica  ento- 
nación de  colorido  y  magisti-almente  dibuiadas  las  figuras,  aquellos  heroicos  episodios  de 
nuestra  lucha  titánica  conti-a  Bonaparte,  haciendo  ver,  según  dije  al  principio  de  este 
estudio,  cuánta  ventaja  lleva  la  Historia  compuesta  por  quienes  tomaron  parte  activa  en 
los  sucesos  ó  de  algún  modo  se  mezclaron  en  ellos  á  las  narraciones  posteriores,  máxime 
si  el  que  éstas  escribe  no  tiene  la  intuición  psicológica  necesaria  para  ahondar  en  el  cora- 
zón humano,  sin  la  cual  los  personajes  resultan  abstracciones  sin  vida  y  los  hechos,  con 
frecuencia,  enigmas  inexplicables.  Mesonero  Romanos,  testigo  del  glorioso  2  de  mayo,  del 
Año  del  hambre  (1811)  y  de  la  ocupación  francesa  de  Madiid,  dedica  á  tales  sucesos 
páginas  de  tanta  verdad  como  elocuencia,  que  nada  tiene  de  afectada,  sino  que  parece 
brotar  del  mismo  asunto.  Incapaz  de  faltar  á  la  verdad,  aunque  ardiente  pati'iota,  hace 
justicia  al  gobierno  del  rey  intruso,  reconociendo  que  adoptó  muchas  resoluciones  útiles 
y  laudables.  Afiliado  siempre  al  partido  liberal,  ve  con  ironía  lucianesca  cuánto  había  de 
falso  y  convencional  en  el  nuevo  sistema,  si  bien  patentiza  que  al  fin  y  al  cabo  repre- 
sentaba un  progreso  innegable  sobre  el  antiguo  régimen,  cuya  restauración  le  inspira 
anécdotas  y  fr-ases  que  nimca  morirán.  Sin  entusiasmos  de  progresista  exaltado,  píntanos 
á  Riego  como  un  vulgar  conspirador,  ávido  de  aplausos  y  de  gloria  popular;  ríese  de  la 
manera  con  que  se  formó  por  aclamación  de  los  madrileños  el  Ayuntamiento  constitu- 
cional de  1820  (■);  de  los  indicios  de  horrores  hallados  en  las  cárceles  inquisitoriales, 
reducidos  á  unos  clavos  «  que  más  parecían  haber  servido  para  colgar  jamones  ({uo  para 
atormentar  á  los  reos» ,  y  censm-a  las  discordias  que  torpemente  dividieron  á  los  constitu- 
cionales, abriendo  un  portillo  por  donde  entraría  la  reacción. 

Mas  al  mismo  tiempo  graba  im  estigma  indeleble  sobre  el  hipócrita  y  falso  monarca, 
que  representaba  lo  pasado  con  todos  sus  males,  sin  las  pasadas  grandezas,  y  cuyo  go- 
bierno degenerado  era  un  insulto  á  la  nación.  Los  hombres  más  eminentes  por  su  ciencia 
y  servicios  á  la  patria  eran  destei-rados  6  presos  injustamente,  mientras  Femando  VII 
compartía  la  gobernación  del  Estado  con  una  camarilla  de  hombres  abyectos,  á  quienes 

(•)  Memorias  de  un  setentón,  natural  y  vecino  de  Madrid,  escritas  por  D,  Rainóa  do  Mesonero 
Romanos.  Madrid,  Impr.  de  Aribaii  y  C.%  MDCCCLXXX;  492  págs.  en  8.° 
(2)  Pagina  205 


cxxxiv  autobiografías  Y  MEMORIAS 

despreciaba  eu  el  fondo  de  su  alma.  Los  uegocios  más  graves  se  tomaban  á  juego,  y  el 
monarca,  dado  á  chanzas  inoportunas,  escribía  en  la  provisión  de  un  obispado:  «Perdone 
por  esta  vez  doña  Inós;> ,  aludiendo  á  las  intrigas  de  una  mulata  que  servía  al  Presidente 
del  Consejo.  De  consejeros  tan  viles  solía  deshacerse  recluyéndolos  en  algún  convento,  y 
todo  esto,  según  dice  Mesonero,  lo  ejecutaba  «con  el  mayor  donaire  y  socarronería,  así 
como  cosa  de  juego,  amenizando  sus  mudanzas  con  cigarros  y  caramelos,  tecleando  con 
los  dedos  sobre  la  mesa  o  rascándose  la  oreja  y  la  frente»  ('). 

Hasta  las  Bellas  letras  cayeron  desde  1814  en  im  terrible  marasmo;  proscritos  Galle- 
go, Quintana  y  otros  inspirados  poetas,  sólo  quedaron  medianías  ó  insulsos  copleros: 

«Estas  alimañas,  luego  que  se  vieron  solas  y  pudieron  campear  á  su  sabor...  agi- 
tando sus  alas  y  extremando  sus  graznidos,  diéronse  á  la  más  irreverente  orgía  é  infernal 
aquelarre,  y  apoderándose  ¡insensatos!  de  las  doi-adas  liras  y  ti"ompas  épicas,  que  yacían 
abandonadas,  y  esforzándose  á  profanarlas  con  sus  torpes  dedos  y  con  sus  groseros  labios, 
pj'odujeron  la  más  abominable  algarabía,  capaz  de  aturdir  y  sonrojar  al  mismo  Apolo»  (■). 

Modelo  de  tales  buhos  poéticos  ftié  Rabadán,  figura  retratada  por  Mesonero,  cou  tal 
verdad,  como  pudiera  hacerlo  Yelázquez  con  los  bufones  de  Felipe  lY.  Sus  versos,  llenos 
de  ridiculas  adulaciones  al  Monarca,  publicados  á  guisa  do  crónica  oficial  en  el  Diario 
(le  Madrid,  muy  decaído  de  sus  buenos  tiempos,  son  el  prototipo  de  la  necedad  y  la  extra- 
A'agancia. 

Admirable  es  también  Mesonero  en  su  descripción  del  antiguo  Madrid  y  en  las  sem- 
blanzas de  la  generación  romántica  que  abrió  un  nuevo  período  literario;  con  él  asisti- 
mos al  Parnasillo  y  vemos  reunidos  en  aquel  zaquizamí  á  Espronceda  mezclando  sus 
arrebatos  líi'icos  con  excépticas  frases,  á  Larra  mordaz  y  cáustico  en  sus  juicios,  á  Yqw- 
tura  de  la  Yega  siempre  ingenioso,  y  á  cuantos  brillaban  ó  habían  pronto  do  brillar  por 
sus  escritos;  con  él  penetramos  en  la  Fontana  de  Oro  y  en  otros  cafés  convertidos  en  clubs 
durante  el  período  revolucionario  y  en  focos  del  entusiasmo  popular;  nos  internamos  por 
las  estrechas  y  nada  aseadas  calles  de  la  Corte  para  despedirnos  de  itipos  y  costumbres 
que  muy  luego  desaparecerían  con  la  invasión  de  modas  francesas  y  con  el  cosmopoli- 
tismo de  nuestro  siglo.  Todo  en  el  libro  esta  lleno  de  vida,  y  produce  tal  fascinación  su 
lectura,  que  causa  el  efecto  de  una  visión  directa  de  los  sucosos.  ¡Tan  grande  es  la 
influencia  que  sobre  el  espíritu  ejerce  la  Historia,  cuando  la  esculpe  en  bollos  monu- 
mentos un  escritor  á  la  vez  que  fiel,  rico  de  imaginación  y  clásico  eu  su  estilo. 


xn 

Escasa  fe  merecen  los  Recuerdos  que  el  ilustre  poeta  U.  José  Zorrilla  compuso  en 
sus  últimos  años,  pues  consta  que,  ya  fuese  por  debilidad  senil,  ya  por  otros  motivos, 
se  eq[uivocó  frecuentemente  aun  tratándose  de  hechos  personales  (').  Comenzóse  en 

(<)  Página  184. 

(2)  Página  150. 

(^)  He  aijiií  lo  qnc  acerca  de  un  episodio  de  los  Recuerdos  escribe  D.  Marcelino  Menéndez  y 
Pelayo: 

KSübre  los  orígenes  de  El  puñal  del  godo  se  ha  formado  una  especie  de  leyenda  literaria,  cre- 
yéndose por  muchos  que  este  drama  en  miniatura  fué  improvisado  en  pocas  horas  á  consecuencia 


INTRODÜCCICW  cxxxT 

Fl  Imparcial  del  año  1880  la  publicacióu  de  estos  liecuerdos  ('),  libro  que  no  obs- 
tante su  poca  veracidad  seguirá,  leyéndose  con  placer  cuando  muchos  versos  de  aquel 
genial  poeta  estén  olvidados.  Con  más  exactitud,  los  Recuerdos  serían  una  de  las  obras 
cuyo  género  aquí  más  escasea:  la  historia  íntima,  la  misteriosa  evolución  de  un  alma  poé- 
tica, la  génesis  y  desarrollo  de  sus  producciones,  realzada  con  las  bellezas  del  estilo,  rico, 
fácil  y  castizo;  las  mil  ft-ases  llenas  de  sal  ática  y  de  tinísima  irom'a,  y  aquella  concepción 
poética  del  mundo  y  de  la  vida,  donde  el  aspecto  ideal  va  siempre  mezclado  á  las  decep- 
ciones y  pequeneces  de  lo  real;  se  teudi-ía  ima  autobiografía,  la  más  original  é  intere- 
sante de  cuantas  se  escribieron  en  España  durante  el  siglo  xix. 

La  imaginación  ardiente  de  Zori'illa  sabe  poetizar  los  más  sencillos  y  aun  triviales 
episodios  de  su  vida,  si  bien  á  costa  de  la  verdad,  dándoles  la  animación  creciente  de  un 
drama,  cuyo  desenlace  se  va  poco  á  poco  adivinando;  ¡qué  impresión  de  honda  melanco- 
lía deja  en  el  ánimo  la  lectura  del  viaje  á  Cádiz  y  la  historia  de  Mónico  Maggioroti  y  su 
nieta,  la  bellísima  Stella,  á  quien  Zorrilla  contempla  «en  un  lecho  que  no  exhalaba 
más  que  virginales  emanaciones  ni  excitaba  más  que  castas  ideas» ,  pálida,  con  la  cabeza 
doblada  sobre  las  almohadas,  los  ojos  abiertos  y  ñjos  en  espantosa  inmovilidad,  víctima 
de  una  hereditaria  epilepsia !  Y  lo  mismo  que  de  éste  puede  afirmarse  de  otros  episodios, 
cuales  son  el  desafío  de  su  cínico  y  testarudo  amigo  Fermín  y  la  vida  de  su  condiscípulo 
Rico  de  Oropesa;  encanto  que  hace  mayor  aquel  fondo  supersticioso  que  había  en  el  alma 
de  Zorrilla,  bien  como  de  un  hombre  cuya  exuberante  fantasía  apenas  tuvo  rival  en  su 
centuria,  y  que  de  niño  veía  huir  el  diablo  en  el  caballo  de  San  Martín,  cuyas  figm'as 
contemplaba  en  una  iglesia  de  Valladolid,  y  la  pálida  imagen  de  su  difunda  abuela  en 
un  cuarto  abandonado  de  su  casa. 

Habifísimo  en  ti-azar  descripciones,  nos  las  dejó  incomparables  de  sus  viajes  y  mil 
peripecias,  originadas  en  ocasiones  de  prosaicos  motivos,  y  de  su  estancia  en  México, 
cuando  hastiado  de  su  vida  huyó  al  N'uevo  Mundo  á  perderse  entre  las  selvas  vírgenes. 


de  lina  apuesta.  El  mismo  Zorrilla,  en  las  entretenidas  pero  muy  poco  seguras  memorias  que  escri- 
bió con  el  título  de  Recuerdos  del  tiempo  viejo,  cuenta  á  su  manera  la  historia  de  El  puñal,  afir- 
mando que  lo  escribió  en  dos  días,  y  sin  más  preparación  que  haber  abierto  a!  azar  la  Historia  del 
P.  Mariana,  leyendo  allí  las  pocas  líneas  que  dedica  al  paradero  del  último  rey  godo.  Algo  de  ver- 
dad puede  haber  en  esto,  y  sería  temerario  y  de  mal  gusto  negar  el  crédito  en  estas  cosas  á  quien 
parece  que  debía  saberlas  mejor  que  nadie;  pero  tengo  motivos  para  sospechar  que  Zorrilla,  aquí  como 
en  otras  partes  de  sus  Recuerdos,  cedió  á  la  manía  romántica  de  suponerse  más  ignorante  de  lo  que 
era  y  desacreditar  sus  propias  obras  como  abortos  de  una  improvisación  desenfrenada.  Poco  importa, 
en  rigor,  que  El  puñal  del  godo  se  escribiese  en  dos  días  ó  en  quince,  pero  lo  que  resulta  claro  es 
que  su  autor  había  leído  algo  más  que  la  Historia  del  P,  Mariana  antes  de  escribirlo.  La  fuente 
inmediata  y  directa,  pero  no  confesada  jamás  por  Zorrilla,  sin  duda  por  flaqueza  de  memoria,  fué 
el  Roderick  de  Southey,  que  quizá  no  habría  leído  en  su  texto  original,  puesto  que  él  no  sabía 
inglés,  á  lo  menos  en  aquella  fecha,  pero  de  cuyo  argumento  hubo  de  tener  cabal  noticia  por  medio 
de  cualquier  amigo  suyo  literato  de  los  que  conocían  y  aun  escribían  aquella  lengua,  Villalta,  por 
ejemplo,  ó  el  mismo  Espronceda».  (Obras  de  Lope  de  Vega,  publicadas  por  la  Real  Academia  Empu- 
ñóla, tomo  VII,  págs.  LX  y  LXI.) 

(')  Recuerdos  del  tien>,po  viejo,  por  D.  José  Zorrilla.  Barcelona,  Impr.  de  los  Sucesores  de  Ramí- 
rez y  C.%  1880;  XlII-272  págs.  en  4." 

Recuerdos  del  tiempo  viejo,  por  D.  José  Zorrilla.  Madrid,  Tip.  Gutenberg,  1882-1883;  3  vols. 
en  8."  maj'or. 

El  tomo  III  se  rotula:  Hojas  traspapeladas  de  los  Recuerdos  del  tiempo  viejo. 


cxxxvi  autobiografías  Y  MEMORIAS 

olvidando  por  algún  tiempo  hasta  los  versos  que  antes  fueron  sus  delicias,  y  aun  que- 
riendo olvidarse  de  sí  mismo,  pues  aparte  de  las  contradicciones  que  hallaba,  le  acom- 
pañó siempre  algo  de  esa  nostalgia  que  á  las  imaginaciones  soñadoras  produce  lo  limi- 
tado y  pequeño  de  lo  real;  nostalgia  que  exageró  no  poco  por  imitar  á  los  gi'andes  román- 
ticos que  le  habían  precedido;  sus  amarguras  se  le  acrecentaron  en  sus  últimos  días 
viendo  que  su  Don  Juan  y  otras  obras  habían  enriquecido  á  muchos,  en  tanto  que  él 
mendigaba  solicitando  del  Gobierno  una  mezquina  pensión  como  recompensa  á  quien 
ñié  el  poeta  más  español  del  siglo  xix. 

XIII 

Dos  pequeños  volúmenes  ha  dedicado  el  Sr.  Conde  de  Casa  Valencia  á  consignar  su 
biografía.  El  primero,  en  que  se  ocupa  de  sus  viajes  á  los  Estados  Unidos  (1854)  y  Mé- 
xico (1855),  redactado  con  sencillez  y  sin  contener  nada  de  particular  en  la  descripción 
de  aquellas  repúblicas,  de  sus  costumbres  y  gobierno,  se  lee  con  agrado.  Pero  como  las 
segundas  pai-tes  son  con  frecuencia  malas,  el  otro  tomo  de  los  Recuerdos  (•)  resultó  infeliz, 
pues  difícilmente  se  podrá  encontrar  un  libro  escrito  con  más  ingenuidad,  pero  también 
con  menos  arte  y  de  tan  escaso  interés. 

De  pocas  vicisitudes  y  nada  dramáticas  la  juventud  del  autor,  vese  éste  precisado  á 
referir  hechos  ti-iviales,  cuales  son  sus  juegos  infantiles  en  la  Plaza  de  Oriente  y  su  estu- 
dio del  latín;  de  las  tertulias  y  bailes  «muy  bonitos»  á  que  asistía  habla  largamente, 
enorgulleciéndose  de  que  «Eugenia  Moutijo»  le  llamase  «el  rey  de  los  pollos» .  Cuando  en 
el  año  1849  se  hallaba  la  Corte  en  la  Granja,  la  reina  doña  Isabel^  que  contaba  diez  y  ocho 
años,  le  dispensaba  el  honor  de  bailar  únicamente  con  él,  y  aun  ambos  sostenían  conver- 
saciones de  balcón  á  balcón.  Agregúese  á  todo  esto  unas  cuantas  anécdotas  olvidadas  por 
todo  el  mundo  de  puro  sabidas  y  la  mención  de  sucesos  políticos  que  están  consignados 
hasta  en  los  compendios  de  nuestra  Historia,  y  se  tendrá  idea  de  lo  que  es  el  libro  en 
cuestión,  que  pudiendo  contener  íntimas  y  preciosas  noticias  de  algunos  hombres  ilus- 
tres con  quienes  el  ,Conde  trató,  casi  nada  curioso  nos  refiere  acei'ca  de  ellos;  así,  por 
ejemplo,  del  Duque  de  Rivas  consigna  que  vivió  en  la  Plazuela  de  la  Concepción  Jeró- 
nima  y  fué  Ministro  de  Marina  en  el  Gabinete  presidido  por  Istúriz;  de  El  Solitario,  que 
era  «ingenioso  escritor  malagueño  y  afectuoso  amigo  (sic)  y  protector  de  Antonio  Cáno- 
vas del  Castillo».  Cosas  todas  que  algún  crítico  malicioso  consideraría  sólo  dignas  de  ser 
contadas  en  familia,  y  si  fuese  posible 

al  son  de  las  castañas 
que  saltan  en  el  fuego, 

pero  indignas  de  ponerse  en  letras  de  molde  ad  perpchiam  rei  metnoriain. 

(')  Recuerdos  de  la  juventud.  Mis  dos  viajes  á  América^  por  el  Conde  de  Casa  Valencia,  de  las 
Reales  Academias  Española  y  de  Ciencias  Morales  y  Políticas.  Madrid.  Est.  tip.  de  Fortanet,  1898; 
1G4  paga,  en  8.° 

Recuerdos  de  la  juventud  de  1S31  á  1854,  por  el  Conde  de  Casa  Valencia,  de  las  Reales  Aca- 
denoias  Española  y  de  Ciencias  Morales  y  Políticas.  Madrid,  Iinpr.  de  Fortanet,  lí>01;  130  pági- 
nas en  8* 


INTRODUCCIÓN  cxxxvii 

Los  Recuerdos  (')  del  unigiiayo  D.  Antonio  N.  Pereira,  hijo  del  Presidente  que  fué 
de  aquella  República  D.  Gabriel  Antonio  Pereira,  tratan  solamente  de  la  niñez  y  adoles- 
cencia del  autor,  quien  desciende  hasta  los  más  pequeños  detalles  de  su  vida  y  de  cuanto 
había  presenciado  en  Montevideo,  su  patina;  reina  en  ellas  cierto  candido  optimismo  que 
hace  ver  al  Sr.  Pereira  grandes  cualidades  en  casi  todos  los  personajes  de  que  habla, 
quienes  fueron:  si  abogados,  elocuentes;  si  militares,  grandes  tácticos  y  de  valor  rayano 
con  la  temeridad;  si  políticos,  de  altas  miras  y  perspicaces.  El  defecto  mayor  de  este  libro 
es  la  lentitud  fatigosa  del  relato,  pues  solamente  los  recuerdos  de  la  niñez  ocupan  285 
páginas  escritas  sin  arte  y  con  el  mayor  desaliño  posible  C^). 

(1)  Recuerdos  de  mi  tiempo,  por  Antonio  N.  Pereira.  Montevideo,  Impr.  El  Siglo  Ilustrado,  de 
Tiirenne  Varzi  y  C/,  1891.  En  4."  Pereira  fué  autor  de  un  Ensayo  sobre  la  Historia  del  Rio  de  la 
Flata.  Montevideo,  Tip.  Renaud,  1877,  En  8.° 

(■■^)  Literarias  son  en  gran  parte  las  Memorias  del  estrafalario  y  mediocre  poeta  aragonés  D  José 
Mor  de  Fuentes  ("),  natural  de  Monzón,  cuyo  nial  gusto  llegaba  hasta  decir  que  los  versos  de  Melén- 
dez  Valdés  superaban  á  los  de  Garcilaso,  Fr.  Luis  de  León  y  otros  ingenios  del  siglo  xvi,  dando 
pruebas  de  que  su  crítica  y  su  inspiración  corrían  parejas.  No  obstante,  se  las  quiso  echar  de  precep- 
tista, y  en  competencia  con  Martínez  de  la  Rosa  escribió  un  Arte  poética  en  doce  cantos.  De  ésta  y 
de  sus  versos  líricos,  poemas,  novelas  y  aun  libros  científicos  habla  con  frecuencia  en  el  Bosquejillo, 
mezclando  su  biografía  literaria  con  los  recuerdos  de  su  carrera  de  marino  y  la  comisión  que  desem- 
peñó en  la  sierra  de  Segura  para  cortar  pinos  con  que  fabricar  navios;  el  relato  que  como  testigo 
ocular  hace  del  Dos  de  Mayo  y  del  primer  sitio  de  Zaragoza;  su  profesorado  de  Humanidades  en  el 
ceminario  de  Comillas,  donde  se  acarreó  la  enemistad  del  Obispo  de  Santander  D.  Rafael  Luarca, 
«tjue  era  una  especie  de  asturiano  tontiloco  que  solía  poner  sus  decretos  en  coplas  ridiculas  y  estra- 
falarias», y  su  emigración  á  Francia  cuando  en  1823  fué  derrocado  el  Gobierno  constitucional,  aca- 
bando con  un  prolijo  relato  del  viaje  que  á  París  hizo  en  el  año  1833. 

Además  de  las  obras  citadas  son  dignas  de  mención  las  siguientes: 

Don  Pascual  de  Gayangos  publicó  un  extracto  de  las  Memorias  de  Pedro  Barrantes  Maldonado, 
como  Apéndice  á]a.  obra  de  éste:  Ilustraciones  de  la  Casa  de  Niebla,  tomo  II,  págp.  471  á  537.  (Me- 
unorial  histórico  espafiol,  tomos  IX  y  X.) 

El  sabio  naturalista  D.  Simón  de  Rojas  Clemente  dejó  escrita  su  autobiografía,  de  la  cual  se 
publicó  un  extracto  en  el  Diario  de  Avisos  de  Madrid  de  1827. 

Episodios  contemporáneos.  Impresiones  y  recuerdos.  Artículos  publicados  en  el  Diario  de  Cádiz. — 
Cádiz,  Impr.  de  la  Revista  Médica,  de  D.  F,  Joly  y  Velasco,  1895.  423  páginas  en  4.".  Contiene  rela- 
ciones autobiográficas  de  J.  Larrahondo,  A.  G.  de  Arboleya,  Alfonso  Moreno  Espinosa,  Patrocinio 
de  Biedma,  José  M.  Carpió,  Romualdo  A.  Espino,  Dr.  Thebussem,  Juan  M.  Pineda,  Genoveva, 
J.  M.  de  Ortega  Morejón,  Manuel  Martín  de  Mora,  P.  González  del  Alba,  Juan  Gómez  Hemas, 
F.  Peña  Otero,  Manuel  M.  Espartal,  Manuel  Gómez  Imaz,  A.  Salcedo  Ruiz,  Rafael  de  la  Viesca, 
Federico  Parreño  Ballesteros,  Miguel  Mancheño,  E.  Gautier  Arriaza,  V.  Rubio  y  Diaz,  R.  García 

(*)  Bosqucjülo  de  la  vida  >j  escritos  de  ü.  José  Mor  de  Fuentes,  delineado  por  el  mismo.  Barcelona,  Iinintiiia  ile 
D.  Antonio  Bcrgnes,  1856.  En  IG." 

D.  José  Mor  de  Fuentes,  traductor  del  Werlher,  do  La  nueva  Heloisa,  de  la  Historia  de.  la  Rcmliic'ión  francesa, 
por  Tliicrs  y  de  otras  obras,  compuso  por  su  cuentii  no  pocas,  como  son  las  siguientes: 

Poesías  varias.  Madrid,  Imp.  Real,  1798.  En  8.» 

Las  Estaciones,  poema.  Lérida,  Imp.  de  Coroniinas,  1819.  En  8.' 

El  calavera,  comedia.  Madrid,  Imp.  de  Cano,  1800.  En  8." 

La  mujer  varonil,  co;nedia.  Madrid,  Imp.  de  Cano,  1800.  En  8.'' 

El  erjoista  (i  el  mal  patriota,  comedia.  Madrid,  Imp.  de  Kepullés,  1813.  En  8.0 

La  fonda  de  París,  comedia.  Barcelona,  Imp.  de  A.  Bergnes,  183Ü.  En  16.<* 

El  combate  naval  del  ¿I  de  Octubre  de  lüO',,  ola.  México,  Ofic.  de  D.  Mariano  de  Zúñiga  y  Ontivcros,  1800.  En  4.'^ 

La  Serafina,  novela.  Tercera  edición.  Madrid,  Imp.  de  RepuUés,  1807.  2  vol.  en  12." 

Elufíio  de  Miguel  de  Cervantes  Saavedra,  por  D.  José  Mor  de  Fuentes.  Segunda  edición.  Barcelona,  Imprenta  de 
D.  Antonio  Bergnes,  1837.  En  16.0 


autobiografías  y  memorias 


XIV 


Que  La  Dorotea,  preciosa  novela  de  Lope  de  Vega,  sea  eu  el  fondo  una  relación  auto- 
biográfica, nadie  lo  ponía  en  tela  de  juicio  después  de  lo  que  escribieron  sobre  el  par- 
ticular Fauí-iel  ('),  Ticknor  ('),  Lafond  (^)  y  La  Barrera.  Este,  en  su  Nueva  biografía 
lie  Lope  de  Vega,  con  que  empieza  la  monumental  edición  de  las  obras  del  Fénix,  enco- 
mendada á  la  sabiduría  de  D,  Marcelino  Monóndez  y  Pelayo  por  la  Real  Academia 
Española,  acepta  dicha  novela  como  histórica,  y  de  ella  se  aprovecha  para  esclarecer  la 
juventud  del  gran  poeta.  Gracias  á  La  Dorotea  conocemos  los  primeros  años  de  Lope: 
su  aplicación  á  las  letras  y  estudios  con  el  matemático  Juan  Bautista  Labaña;  su  fuga  de 
la  casa  paterna  con  un  amigo  y  la  prisión  en  Segovia  cuando  quisieron  vender  una  cadena 
de  oro;  sus  amores  nada  platónicos  con  Dorotea,  que  más  tarde  le  costarían  no  pocos  dis- 
gustos, y  finalmente  ser  desterrado  á  Valencia. 

Todo  esto  ha  recibido  últimamente  plena  confirmación  con  el  hermoso  libro  rotulado 
Proceso  de  Lope  de  Vega  por  libelos  contra  unos  cómicos,  anotado  por  D.  A.  Tomillo 
y  D.  C.  Pérer^  Pastor,  é  impreso  á  expensas  del  Excmo.  Señor  Marqués  de  Jerex  de 
los  Caballeros.  Madrid.  Est.  tip.  de  Portanet,  1901. 

Gracias  á  este  libro  se  ha  esclarecido  en  la  vida  de  Lope  un  período  oscurísimo, 
sobre  el  cual  sólo  conocíamos  la  narración,  de  intento  enigmática,  consignada  por  Mon- 
talbáu  on  su  Fama  postuma ;  sabemos  ya  ciertamente  la  causa  é  incidentes  del  destierro 
á  Valencia;  que  el  D.  Fernando  de  La  Dorotea  es  Lope  y  Dorotea  su  amante  Elena 
Osoi-io;  D.  Bela,  el  afortunado  rival  de  Lope,  D,  Juan  Tomás  Perrenot  de  Grauvela.  Es 
más,  guiados  por  esta  luz  han  podido  los  Sres,  Tomillo  y  Pastor  atribuir  al  Fénix  no  pocos 
romances,  bellísimos  algunos  de  ellos,  que  anónimos  andaban  impresos  en  el  Romcin- 
cero  general. 

Histórico  es  en  el  fondo  El  riaje  entretenido  del  madi'ileño  Agustín  de  Rojas,  y  tanto 
que  casi  todos  los  datos  biográficos  de  éste  contenidos  en  el  estudio  del  Sr.  Cañete  no  reco- 

Rojas,  José  M.  Leóa  y  Domínguez,  J.  Sievert  Jackson,  J.  Zurita,  Juan  de  Madariaga,  M.  Guilloto 
Deinouclie,  Pedro  Canales  y  Brassetti,  Manuel  Grosso  y  Romero,  Juan  Gallardo  Lobato,  Ramón 
de  Cala,  J.  M.  Duque,  R.  Auñón,  Rosa  Martínez  de  Lacosta,  Manuel  M.  de  Martín  Barbadillo, 
J.  Navarrutc,  E.  Benot,  M.  Ranees,  Adolfo  de  Castro,  Domingo  Sánchez  del  Arco  y  Rafael  de 
Medina. 

Recuerdos,  por  D.  José  Ecliegaray.  Publicados  en  La  España  Moderna,  años  1894  á  1897; 
tomos  72  á  81,  83  ú  89,  91,  92,  94,  90,  97  y  100. 

El  teatro  Real  por  dentro.  Memorias  de  un  empresario,  por  D.  Manuel  González  Araco. 
Madrid,  1898   370  páginas  en  4." 

Curiosidades  j)oliticas  y  literarias.  El  Regimiento  de  literatos  españoles  en  1845,  por  D.  Eduardo 
de  Lustonó.  Publicadas  en  El  Imparcial,  números  de  IG,  23  y  30  de  diciembre  de  1901  y  6  de  enero 
de  1902.  Páginas  sueltas,  por  D.  Manuel  del  Palacio.  Publicadas  en  El  Imparcial,  11,  18  y  25  de 
noviembre  y  9  de  diciembre  de  1901,  6  de  enero  y  26  de  mayo  de  1902. 

Recuerdos  de  mi  vida,  por  D,  Santiago  Ramón  y  Cajal.  Los  está  imprimiendo  actualmente  en  la 
Revista  de  Aragón  y  en  Nuestro  tiempo. 

O  Revuc  des  Deiix  Mondes,  septiembre  de  1839. 

(2)  Historia  de  la  Literatura  española,  tomo  11,  pág.  260. 

(■'í)  Elude  sur  la  vie  et  les  ceuvres  de  Lope  de  Vega.  París,  1857. 


INTRODUCCIÓN  cxxxix 

iioeeu  oti-a  fiieute  (').  Paje  á  la  edad  de  nueve  años,  soldado  á  los  catorce  en  la  Bretaña, 
viajero  por  Italia  y  el  Mediterráueo,  escribiente  de  uu  pagador  en  Málaga,  donde  le  suce- 
den prósperas  aventuras  amorosas  y  adversas  de  otro  género;  farsante  acreditado  en 
Andalucía,  Toledo,  Burgos  y  otros  lugares;  escribano  del  Obispado  de  Zamora  y  ermi- 
taño en  la  Siei-ra  de  Córdoba,  Kojas  es  el  prototipo  del  aventurero  español  en  el  siglo  xvi, 
Heno  de  ingenio,  de  audacia,  sujeto  á  mil  pasiones,  pero  con  un  fondo  religioso  que  fre- 
;  cuentemente  so  sobreponía  á  todas  ellas.  Verdadero  polítropo^  pudo  escribir  con  cierto 
]  orgullo:  «Sabrás,  pues,  que  yo  fui  cuatro  años  estudiante,  fui  paje,  fui  mercader,  fui 
caballero,  fiii  escribiente,  fui  soldado,  fui  picaro,  estuve  cautivo,  tiré  la  jábega,  anduvo 
al  remo  y  vine  á  ser  representante  > . 

De  Índole  semejante  á  La  Dorotea  es  la  Vida  del  escudero  Marcos  de  Obregón,  crea- 
ción del  rondeño  Vicente  Espinel  (1550-1624).  Conjunto  de  graciosísimos  cuadi-os  y  de 
tipos  singulares,  como  el  Doctor  Sagredo,  está  calcada  eu  parte  sobre  la  biografía  de  aquel 
músico  y  poeta,  quien  la  llama  «breve  relación  de  mis  trabajos,  que  para  instrucción  do 
la  juventud  y  no  para  aprobación  de  mi  vejez  he  propuesto  manifestar  á  los  ojos  del 
mundo» .  Aunque  no  constasen  por  otro  conducto  los  estudios  de  Espinel  en  Salamanca, 
sus  servicios  al  Conde  de  Lemos  D.  Pedi-o  de  Castro  y  sus  viajes  por  Italia,  bastaría  la 
lectura  de  su  novela  para  convencernos  de  que  uo  son  imaginarios  (^). 

(1)  El  viaje  entretenido  de  Agustín  de  Rojas,  natural  de  la  villa  de  Madrid.  Reproddcción  de  la 
primera  edición  completa  de  1G04.  Con  vn  estudio  critico  por  D,  Manuel  Cañete.  Madrid,  Impr.  de 
A.  Marzo,  MCMl;  tomo  I,  págs.  7  á  27. 

Ea  el  to¡no  II,  págs.  270  á  27G,  puede  verse  la  bibliografía  de  esta  obra,  por  D.  Adolfo  Bonilla 
y  San  Martín. 

(2)  Onf.  Vicente  Espinel  y  su  ohra,  por  D.  Jjan  Pérez  de  Giizmán.  Publicóse  con  la  Vida  del 
escudero  Marcos  de  Obregón  por  el  maestro  Vicente  Espinel.  Barcelona,  Tip.  de  C.  Verdaguer,  1881, 
págs.  I  á  XXXII. 


CAPITULO  VIII 

I.  D.  Pedro  Gómez  Alyarez  de  Alborisoz. — 11.  San  Ignacio  de  Lotola. 

ni.  El  P.  JERÓ^^M0  Nadal. — lY.  D.  JIartín  Pérez  de  Ayala. — V.  D.  Diego 

DE  Simancas. — VI.  Jijan  Nicolás  Sacharles. — YII.  Fr.  Jerónimo  Gracián. 

XUI.  El  P.  José  Tamayo.— IX.  Pr.  Jitan  del  Santísimo  Sacramento  y  Eobleda. 

X.  D.  Joaquín  Lorenzo   Villanueva. — XI.  D.  Juan  Antonio  Llórente. 

Xn.  Fr.  Hipólito  Antonio  Sánchez  Eangel  de  Fayas. 


Brevísimos  son  los  apuntes  que  de  gran  parte  de  su  vida  (1336  á  1372)  dejó  escritos 
en  las  cubiertas  de  un  Decreto  de  Graciano  D.  Pedro  Gómez  Alvarez  de  Albornoz;  la 
mayor  parte  de  ellos  están  consagi-ados  á  referir  las  guerras  que  hubo  entre  D.  Pedro  el 
Cruel  y  su  hermano  D.  Enrique.  Datos  biografíeos  de  Albornoz  hay  pocos;  limítase  á 
referir  sus  estudios  y  grados  en  la  Universidad  de  Bolonia,  su  elevación  al  sacerdocio, 
su  magisterio  en  esta  ciudad,  donde  leyó  Derecho  canónico,  su  promoción  al  obispado 
de  Lisboa  por  Urbano  Y  y  luego  al  arzobispado  de  Sevilla.  Redactados  en  latín  estos 
apimtes,  no  acreditan  que  su  autor  fuese  consumado  en  el  idioma  de  Cicerón  y  Yirgilio; 
la  locución  es  pedestre  y  llena  de  bai-barismos,  cuales  son  las  palabras  estomachatus, 
(janaveram,  etc.  ('). 

n 

Instado  San  Ignacio  de  Loyola  en  sus  últimos  años  por  varios  religiosos  de  su  Orden 
pai-a  que  refiriese  los  hechos  más  notables  de  su  vida  y  del  origen  y  progresos  de  la 
Compañía,  resistióse  á  condescender;  pero  al  ñn,  un  año  antes  de  pasar  á  otra  existencia, 
después  de  orar  fervorosamente,  accedió  á  los  ruegos  de  sus  hijos  en  Cristo  y  fué  haciendo 
al  P.  Luis  González  de  Cámara  una  relación  autobiográfica,  que  éste  consignaba  luego 
por  escrito,  conservando  en  cuanto  le  era  posible  las  mismas  palabras  del  Santo.  El 
texto  original  de  este  curioso  libi'o,  por  razones  que  ignoramos,  permanece  inédito; 
solamente  se  dio  á  luz  una  versión  latina  hecha  por  el  P.  Aníbal  Ducoudray  en  las  Acta 
Sanctoriint  (^).  Esta  relación  es  tan  breve  é  incompleta,  y  se  halla  escrita  en  lenguaje 
tan  humilde  y  poco  literario,  que  el  P.  Rivadeneyra,  cariñoso  amigo  del  Santo,  creyó  lo 
mejor  hacer  una  nueva  biografía,  que  resultó  modelo  do  elegancia,  ya  que  no  de  exac- 
titud á  veces, 

(')  Hay  una  copia  de  este  documento  en  la  Biblioteca  Nacional ;  Mss.  Colección  de  Burriel^ 
üd.  42,  folios  53  á  56. 

(2)  Tomo  VI,  mes  de  julio. 


cxLii  AUTOBIOGRxVFIAS  Y  MEMORIAS 

De  otro  defecto  peca  la  autobiografía  del  Santo;  recitado  por  éste  cuando  en  su  veje/ 
tenía  ya  la  memoria  muy  débil,  se  equivocó  á  menudo  ó  no  pudo  recordar  fechas  y  nom- 
bres. Al  hospital  de  Antezana  de  Alcalá,  donde  estuvo  en  otro  tiempo  hospedado,  llamá- 
bale la  Tararana;  no  logró  precisar  el  tiempo  en  que  en  dicha  ciudad  se  le  formó  segundo 
proceso,  etc.  Poj-  cuyas  razones,  aunque  documento  fidedigno  en  el  fondo,  por  ser  de 
hombre  tan  veraz  y  escrupuloso,  merece  escasa  confianza  en  cuestión  de  pormenores, 
que  conviene  casi  siempre  comprobar  con  otras  fuentes  { ' ). 


ID 

El  P.  Jerónimo  Nadal,  que  nació  en  Palma  de  Mallorca  á  11  de  agosto  de  1507. 
ingresó  en  la  Compañía  á  29  de  noviembre  de  1545  y  alcanzó  en  ésta  altos  cargos,  escri- 
bió dos  libros  de  carácter  autobiogi'áfico.  En  el  primero,  rotulado  Chronicon  NataJIx 
iam  i  rule  a  principio  roeationis  s/fcie,  empieza  refiriendo  su  estancia  en  París,  dond'' 
conoció  á  San  Ignacio,  sus  viajes  á  la  ciudad  de  Aviñón  }'  á  Mallorca  y  sucesos  poste- 
riores hasta  1546.  En  el  segundo,  intitulado  Eplieinerides,  prosigue  desde  este  año  \ 
cuenta  sus  viajes  por  España,  de  los  que  traza  un  curioso  itinerario,  y  por  Francia,  Itali;',. 
Países  Bajos  y  Alemania,  ya  para  fundar  colegios,  ya  pai'a  cumplir  delicadas  misioii's 
que  le  fueron  encomendadas.  Acaba  en  el  año  1562  (-). 


IV 

El  carácter  que  distingue  á  la  autobiografía  (^)  de  D,  Martín  Pérez  de  Ayala,  obispo 
de  Segovia  y  más  adelante  arzobispo  de  Valencia,  es  la  ingenuidad  con  que  se  halla 
escrita:  nada  de  simulación  ni  de  convencionalismo-,  el  autor  no  recata  su  fe  en  las  influen- 
cias planetarias,  cosa  rara  en  un  obispo  del  siglo  xvi;  el  día  en  que  nació  se  encontraba 
el  sol  en  el  tercer  grado  de  Sagitario;  «por  nacer  oriente  solé  fui  algo  apasionado  de  la 
vista,  y  por  el  accidente  que  tuve  del  Sagitaiio  fui  del  medio  cuerpo  abajo  peloso  y  afi- 

(í)  Acaso  algunos  de  los  errores  que  contiene  se  deban  á  lo  imperfecto  de  laá  copias  en  que  ha 
llegado  á  nosotros. 

(2)  Ambos  han  sido  publicados  con  las  E2)ístolas  del  P.  Nadal  en  los  Monumenta  hislorica  Socic- 
tutis  Jesu,  tomo  I,  págs.  1  á  25,  y  tomo  II,  págs,  1  á  97. 

(3)  Discurso  de  la  vida  del  III."^"  Señar  Don  Mnrtia  de  Ayala,  Arzobispo  de  Valencia,  escrita  j)or 
el  mismo,  sacada  de  una  copia  que  hizo  por  el  original  que  estaba  en  Uclés  el  'sargento  Torrijas,  y 
añadido  al  fin  un  catálogo  de  erratas  y  sus  enmiendas.  Ms.  del  siglo  xviii  en  63  hojas  útiles  en  4."; 
Bibl.  Nac,  T.  265.  Es  copia  de  la  que  hizo  Torrijos  hacia  el  año  16.^4. 

En  el  folio  2  se  lee:  «Tiene  muchas  erratas  conocidas,  y  por  el  consiguiente  otras  que  no  sabe- 
mos, y  en  especial  en  señalar  dias  y  años;  pero  copióse  sin  enmendar  cosa  alguna». 

En  el  folio  3  hay  una  dedicatoria  de  la  copia,  hecha  por  el  sargento  Luis  de  Salcedo  Torrijos 
á  D.  Felipe  de  Salcedo,  Prior  del  convento  de  Uclés. 

Esta  copia  fué  propiedad  del  P.  Burriel.  El  ms.  original  de  D.  Martín  había  desaparecido  j'a  en 
el  año  1718, 

Vida  de  D.  Martin  Pérez  de  Ayala,  del  Orden  de  Santiago,  Arzobispo  de  Valencia,  para  gIo¡  ia 
de  Dios  y  confianza  de  pobres  desvalidos.  Ms.  de  últimos  del  siglo  xvii,  110  págs.  en  folio. 

Perteneció  al  Sr.  Gayangos,  y  en  la  numeración  provisional  tiene  el  número  923. 


INTRODUCCIÓN  cxLiii 

ciouado  al  campo  y  cosas  de  grande  dificultad» .  Otro  hubiera  explicado  su  ingreso  en 
i'elígión  por  un  llamamiento  divino;  el  da  la  razvín  diciendo  que  fué  impulsado  á  ello 
«por  alguna  devoción» ,  y  también  porque  ccomo  pobre  no  podia  hacer  otra  cosa» . 

El  claustro  no  parece  que  ofrecía  para  él  grandes  ati-activos,  y  fuertes  luchas  interio- 
res hubo  de  sostener  antes  de  decidii'se  por  abandonar  el  siglo:  «Determinaba  casarme, 
pero  esto  era  contra  la  voluntad  de  mi  madre  que  deseaba  fuese  clérigo  y  me  había 
criado  con  grandes  trabajos  para  ello,  y  tampoco  se  socorría  su  necesidad  con  esto, 
porque  ordinariamente  los  casados  quieren  mas  para  sus  mujeres  é  hijos» . 

Por  fin  tom(5  el  hábito  de  Santiago  é  hizo  su  noviciado  en  üclés:  «Entré  en  aquel 
convento,  parte  forzado  de  mis  necesidades,  parte  por  servir  á  Nuestro  Señor...  Después 
de  liaberme  confesado  generalmente,  como  es  costumbre,  propuse  de  hacer  de  la  necesi- 
dad virtud  y  hacer  penitencia  de  mis  pecados» .  Ya  ordenado  de  subdiácouo  y  con  voto 
en  el  capítulo  hubo  de  sufrir  algunas  persecuciones  por  no  consentir  en  elecciones  que  él 
creía  injustas.  Nombrado  un  nuevo  Prior  á  últimos  del  año  1527  dish'utó  Ayala  de  paz, 
y  en  noviembre  de  1528  fué  al  Colegio  que  la  Orden  tenía  en  Salamanca;  allí  estudió  la 
Suma  theológica  do  Santo  Tomás  con  Fr.  Francisco  de  Vitoria,  varón  de  ciencia  pro- 
fundísima, fundador  del  Derecho  internacional  y  digno  precursor  de  Grocio;  en  1529 
pasó  á  la  Universidad  de  Alcalá  y  oyó  las  lecciones  del  doctor  Juan  de  Medina,  célebre 
escolástico  de  aquellos  tiempos;  con  general  aplauso  recibió  el  título  de  Licenciado  y 
Maestro  en  Artes,  obteniendo  el  segundo  lugar  en  la  calificación.  A  la  sazón  acababa 
de  restaurar  los  estudios  en  Granada  Carlos  V;  D.  Gaspar  de  Avalos,  arzobispo  de  esta 
ciudad  y  protector  de  su  Universidad,  llevó  de  catedrático  á  D.  Martín  de  Ayala,  quien 
explicó  la  Filosofía  de  Aristóteles  «no  dejando  de  cumplir  con  la  sofistería  de  metafí- 
sica que  entonces  se  usaba»,  y  escribió  unos  comentarios  sobre  los nni versales  de  Porfi- 
rio, donde  juzgaba  las  doctrinas  que  acerca  del  particular  profesaban  los  tomistas,  los 
escotistas  y  los  nominalistas.  «Fué  libro  bien  acepto  y  bien  trabajado,  y  fuéralo  más  si 
escribiera  diez  ó  veiute  años  ati-ás,  cuando  más  prevalecían  las  metafísicas  y  absti-ac- 
ciones  y  compuestos  metafísicos» .  La  explicación  de  su  cátedra  le  ocasionaba  molestias 
no  pequeñas:  «Como  yo  leía  dos  liciones  de  Teología  y  escribía  muy  colérico,  quemába- 
seme  la  sangi-e  y  de  dos  á  tres  meses  me  había  de  sangrar  y  tenía  perpetuo  dolor  do 
cabeza,  de  manera  que  no  podía  durar  en  aquel  ejercicio» ,  En  vista  de  lo  cual  entró  de 
confesor  en  el  palacio  de  D.  Francisco  de  Mendoza,  electo  obispo  de  Jaén,  con  quien 
marchó  al  Concilio  de  Trente.  En  el  año  1543  salió  del  puerto  de  Kosas  junto  con 
D.  Francisco  de  Mendoza,  D.  Gaspar  de  Avalos,  arzobispo  de  Santiago  y  D.  Martín  de 
Urrea;  iban  en  la  armada  Real  que  conducía  al  Emperador  y  desembarcaron  en  Genova. 
Como  la  celebración  del  Concilio  sufrió  tantas  dilaciones,  Ayala  marchó  á  Lovaina  y  se 
consagró  al  estudio  de  las  lenguas  griega  y  hebrea:  «Pasó  todos  los  libros  de  los  herejes 
que  tenían  algitn  nombre,  porque  allí  hay  privilegio  del  Papa  que  lo  puedan  hacer  los 
doctores  que  residen,  y  leí  á  muchos  y  leí  á  vueltas  muchos  de  los  Doctores  santos, 
porque  no  hacía  otra  cosa  ni  tenía  en  que  distraerme  ni  ocuparme,  por  ser  la  tierra  y 
lengua  extraña» .  Anunciada  la  Dieta  de  Spira  fué  á  ella  en  calidad  de  teólogo  por  man- 
dato del  Emperador  y  disputó  lai-gamente  con  los  luteranos  por  espacio  de  nueve 
meses.  De  Alemania  regresó  á  Flandes  y  explicó  en  un  monastoiio  las  epístolas  de  San 
Pablo  «porque  diesen  de  comer  á  mis  bestias  y  á  mí  á  las  veces,  aunque  su  modo  de 
comer  no  me  placía  porque  era  todo  cerveza  y  manteca» .  Allí  tuvo  una  singular  visión: 


cxLiv  autobiografías  y  memorias 

soñó  que  se  le  aparecía  uua  doncella  de  rosti'o  angelical  que  lo  paseaba  por  cierto 
palacio  con  dorados  artesones  y  racimos  de  oro,  diciéndole:  «no  estés  triste,  porque  ya 
son  acabadas  todas  tus  necesidades» .  Poco  después  recibía  una  cantidad  de  dinero  y  la 
noticia  de  ser  propuesto  para  el  obispado  de  Cartagena.  Desde  Amberes  fué  á  Mastrich 
y  luego  con  el  Emperador  á  Eatisbona,  sufriendo  hartas  molestias  en  el  viaje.  Inaugu- 
rado ya  el  Concilio  de  Trente  marchó  sin  pérdida  de  tiempo  á  esta  ciudad,  y  por  falta 
de  recursos  hubo  de  hospedarse  en  casa  del  embajador  de  España  D.  Diego  Hui-tado  de 
Mendoza.  En  las  discusiones  del  Concilio,  según  dice  Ayala,  no  dejaban  de  influir  los 
sucesos  políticos;  Paulo  III,  deseoso  de  abrir  una  zanja  enti-e  Carlos  Y  y  los  protestantes 
alemanes,  quería  condenar  inmediatamente  la  doctrina  de  éstos  acerca  de  la  justificación, 
pues  de  otra  manera  podrían  unirse  el  Emperador  y  los  alemanes  y  exigir  la  reforma  de 
la  curia  romana;  fiel  Ayala  á  las  instrucciones  de  Mendoza,  pidió  que  antes  do  examinar 
los  errores  tocantes  á  la  justificación  se  vieran  otras  cuestiones  previas:  así  habría  lo 
{¡ue  suele  llamarse  lui  compás  de  espera.  Quizá  no  se  equivocaba  Ayala;  derrotados  los 
protestantes  junto  al  Elba,  el  Papa  disolvía  el  Concilio,  pues  «los  Legados  y  los  que  los 
seguían  echaron  fama  falsa  de  peste  que  fingieron  que  había  en  Trente,  y  se  salieron  y 
disolvieron  el  Concilio» .  Por  entonces  fué  nombrado  obispo  de  Guadix,  y  aunque  no  le 
agi'adó  mucho  aceptó  la  ti-aslacióu  y  partió  al  momento  para  su  diócesis,  pues  las  sesio- 
nes del  Concilio  quedaban  interrumpidas.  Reanudadas  éstas,  en  el  año  1550  volvió  á 
Trente,  y  caminando  por  Francia  en  compañía  de  sus  familiares  se  vio  detenido  por  unos 
hombres  armados  que  él  tomó  por  bandidos,  no  obstante  que  afirmaban  ir  en  nombre  de 
la  autoridad  judicial;  Ayala  discm-rió  un  ingenioso  expediente  para  salir  del  paso: «  Aun- 
que entendí  que  traían  mal  ánimo  díjele  (al  Preboste):  comamos  juntos,  que  todo  es 
aire,  y  el  se  quietó  como  buen  francés  y  comimos  y  bebimos  todos;  yo  les  hice  beber  con- 
vidándolos, hasta  que  se  cayeron  y  durmieron  por  más  de  una  hora» .  Entonces  el  Pre- 
boste convino  en  llevar  los  españoles  á  Narbona,  donde  sufi-ieron  muchas  vejaciones 
porque  se  creyó  que  eran  espías;  veintinueve  días  estuvieron  detenidos.  Al  fin  llegó 
D.  Martín  á  Trente  el  15  de  mayo  de  1551. 

La  parte  más  extensa,  y  acaso  la  más  importante  de  la  autobiografía  de  Ayala,  es  la 
que  trata  de  su  asistencia  al  Concilio  de  Trente,  donde  se  opuso  á  las  tendencias  ultra- 
montanas, y  como  los  demás  obispos  españoles  trabajó  calurosamente  por  la  reforma  de 
la  curia  i'omana.  Al  tratar  de  la  Penitencia  se  discutió  si  en  ciertos  casos  podía  el  Ro- 
mano Pontífice  reservarse  la  absolución;  Ayala  opinaba  que  no  debían  existir  casos  reser- 
vados al  Papa,  y  habiendo  los  Padres  del  Concilio  resuelto  lo  contrario,  puso  el  hecho  en 
conocimiento  del  Emperador  para  que  éste  consiguiera  la  modificación  de  aquel  deíreto, 
cuyo  único  fundamento,  según  Ayala,  era  que  «tocaba  á  la  autoridad  y  utilidad  de  la 
Curia» . 

Cuando  se  trató  la  cuestión  del  Sacramento  del  Orden,  defendían  unos  que  los  Obis- 
pos recibían  su  potestad  del  Romano  Pontífice,  otros  que  inmediatamente  de  Dios;  esto 
opinaban  los  prelados  españoles,  cuales  eran  el  Arzobispo  de  Granada  y  Ayala,  quien  se 
acarreó  la  enemistad  del  Cardenal  de  Mantua,  Legado  Pontificio:  «Fue  tanto,  que  si  Dios 
no  se  lo  llevara  desde  á  tres  meses  pensaron  que  me  armara  alguna  zalagarda  antes 
(pie  saliéramos  *de  Italia;  y  por  ventura  lo  hiciera,  porque  era  poderoso,  y  estos  italianos 
son  vengativos  y  sin  alma  alguna;  pero  él  acabó,  y  este  fué  uno  de  los  riesgos  grandes 
de  que  me  libi-ó  Dios  por  su  misericordia» . 


^ 


INTRODUCCIÓN  cxLv 

La  indepeudeiicia  con  tj[ue  escribe  Ayala  de  lo  sucedido  eu  el  Concilio  demuestra  la 
entereza  de  su  alma,  pues  deseaba  anteponer  la  reforma  de  la  Iglesia  á  las  mezquinas 
pasiones  que  trabajaban  por  la  conservación  de  antiguas  corruptelas.  «Vino  el  Cardenal 
Morón,  hombre  doblado;  pero  aunque  más  me  quiso  halagar,  no  por  eso  dejé  de  usar  de 
mi  libertad  en  favor  de  la  Iglesia  uuiversaL> .  Llega  á  decir  que  los  Legados  pretendían 
establecer  dogmas  sin  discutirlos.  «Por  un  protesto  que  hice  en  la  postrera  congregación 
de  la  penúltima  sesión  sobre  ciertas  cosas  que  habían  los  Legados  con  mala  manera 
pervertido  estando  ya*  votadas,  es  á  saber,  sobre  las  primeras  instancias  y  ejecuciones 
de  cabildos,  que  estaban  quitadas  del  todo  y  las  tornaron  á  hacer  votar  con  intención  de 
renovarlas,  porque  en  la  postrera  sesión  eligieron  diputados  casi  todos  ellos  italianos  y  los 
más  enemigos  de  la  reformación,  entre  los  españoles  no  eligieron  sino  á  mí  solo  que  les 
pudiera  hacer  resistencia,  por  lo  cual  esta  vez  no  quise  aceptar  la  diputació>i,  aunque  el 
Embajador  me  lo  rogó  mucho» . 

Luego  que  regresó  á  España  fué  á  Segovia,  de  donde  había  sido  nombrado  Obispo;  de 
esto,  igualmente  que  de  su  ascenso  al  Arzobispado  de  Yalencia,  habla  Ayala  muy  poco, 
siendo  de  sentir  que  no  refiera  extensamente  lo  mucho  que  trabajó  en  la  conversión  de 
los  moriscos,  para  uso  de  los  cuales  compuso  un  catecismo.  Acaba  Ayala  su  autobio- 
grafía pocos  días  antes  de  su  muerte,  cuando  á  28  de  julio  del  año  1566  se  hallaba  «espe- 
rando la  misericordia  de  Dios» .  No  le  engañaban  sus  presentimientos,  pues  falleció  á  5 
de  agosto,  dejando  justo  nombre  de  varón  justo  y  sabio,  modelo  de  prelados  y  honra  de 
España  (').  Escribió  los  siguientes  libros: 

Breve  \  cofnpendio  \  pora  bien  exantinar  la  con  \  scieneia  en  el  jiiyxio  de  la  con- 
fession  ¡  sacranientaJ:  compuesto  por  el  Illa  \  siríssimo  ij  Reuerendissijno  señor  \  clon 
Martin  de  Ayala  Arcobis  \  po  de  Valencia,  j  Agora  nuenamente  corregido,  \  y  aña- 
dido por  sil  Reiiere)i  \  dissima  señoría.  \  Impresso  en  Valencia,  eu  ¡  casa  de  loan 
Mey.  I  1567. 

84  hojas  en  12.",  más  4  sin  foliar  á  la  conclusión. 

Catechismo  para  \  instrvccicni  de  los  nve  \  vamenle  convertidos  |  de  moros.  \  Im- 
presso por  orden  del  \  Patriarcha  de  Antiochia  y  Arrobispo  de  Valencia  |  Don  luán 
de  Ribera.  \  (Escudo  de  éste  con  la  leyenda:  ¿Tibi  post  hcec  fili  mi  vltra  qvid  faciam?) 
Kn  Valencia.^  En  casa  de  Pedro  Patricio  Mey,  junto  a  S.  Martin,  MDXCIX.  (Al  fin.) 
En  Valencia.^  En  casa  de  Pedro  Patricio  Mey,  junto  a  S.  Martin.  Año  1599. 

Un  vol.  de  442  págs.  eu  4,°,  más  3  hojas  al  principio  y  5  á  la  conclusión  sin  foliar. 

Que  la  obra  es  de  D.  Martín  Pérez  de  Ayala  consta  por  estas  palabras  de  D,  Juan 
(le  Ribera  eu  su  carta  á  los  rectores,  predicadores  y  confesores  de  su  arzobispado,  que 

(•)  Después  de  escrito  lo  que  precede  he  visto  que  se  ha  comenzado  á  imprimir  la  autobiografía 
de  D.  Martín  de  Ayala  en  la  Revista  critica  de  Historia  y  Literatura  españolas,  portuguesas  é  hispano- 
americanas (tomo  VII,  págs.  141  á  155), 

Es  singular  la  desgracia  que  ha  tenido  este  precioso  libro;  todas  las  copias  que  de  él  se  conser- 
van están  llenas  de  errores,  y  tal  como  lo  publican  en  la  Eevista  critica,  según  un  traslado  que  faci- 
lit(')  D.  Gabriel  Llabrés»,  es  modelo  de  incorrección,  pues  se  lee:  qui  surcitat  de  pulugre  eqenuin,  por 
qui  suscitat  de  pulvere  egenum  (pág.  142);  universales  de  ¡^ortijiris,  por  universales  de  Porfirio  (pá- 
gina 152);  el  Cardenal  llegado  Juan  Moyon,  por  el  Cardenal  Legado  Juan  Morón  (pág.  154),  etcé- 
tera. Puntos  y  comas  se  han  dejado,  por  regla  general,  para  que  el  paciente  lector  los  vaya  poniendo 
tn  su  ejemplar.  En  cambio  se  escriben  con  mayúsculas  sustantivos  y  adverbios,  resultando  equívocos 
como  éste;  en  la  Iglesia  Cave  Anduxar,  por  en  una  iglesia,  cabe  Andújar. 

AUTOBIOGEAFÍAS    Y    MEMORIAS. — 10 


cxLví  autobiografías  y  memorias 

\'d  al  frente  de  la  obra:  «Este  catechismo  llegó  á  mis  manos  sin  nombre  de  autor,  pero 
con  opinión  que  era  compuesto  por  el  Reuerendissimo  señor  Don  Martin  de  Avala, 
Arzobispo  desta  santa  iglesia;  la  qual  opinión  se  confií-mó  con  tantas  conjecturas,  que 
vino  a  ser  certeza.  Porque  no  solo  se  halló  entre  los  papeles  del  señor  Ai'9obispo,  }' 
escrito  de  mano  del  Reuerendissimo  Don  luán  Bautista  Pérez,  que  era  en  aquel  tiempo 
su  Secretario,  y  después  ftie  obispo  de  Segorue;  pero  (lo  que  mas  es,  y  deue  quitar  toda 
duda)  estaua  en  muchas  partes  enmendado  y  añadido  con  sobrepuestos  de  la  misma  letra 
del  señor  Aj-9obispo» . 

Commeittaria  in  Universalm  Porphyrii.  GranatcB,  1537. 

Un  vol.  en  folio. 

Gmipendio  i)  deolara  \  cion  de  lo  que  son  obligados  a  guardar,  \  los  Caualleros  \ 
de  la  Orden  de  Santia  \  go,  asi  por  los  votos,  fin  de  su  Or  \  den  ij  disposición  de  su 
Re  I  gla,  como  por  los  estatu  \  tos  y  loables  rsos  y  co  \  stumbres  della.  \  Juntamente 
con  im  breue  Tra  \  ctado  para  bien  confessar  (escudo  de  la  Orden  de  Santiago  en  tinta 
roja)  Compuesto  por  el  Reveren  \  dissimo  S.  D.  Martin  de  Ayala,  \  Obispo  de  Guadix. 

Un  vol.  en  8.*  de  42-39  hojas,  más  4  al  principio  sin  foliar. 

La  dedicatoria  á  los  «YUusti-es  y  muy  Magníficos  Señores,  los  Caualleros  de  la  orden 
de  San  Tiago  del  espada»,  fechada  en  Trento  á  17  de  abril  del  año  1552. 

De  divinis  apostoUcis  atque  ecclesiasticis  traditio)úbus^  deque  authoritate  ac  vi 
earum,  sacrosancta  adsertiones  ceu  libri  decem.  Parisiis,  Aptid  Gulielnmm  lulia- 
num.  1562. 

354  hojas  en  8.° 

Doctrina  Chri  \  stiana,  en  leu  \  gua  Arauiga,  y  Castellana:  \  Conipvesta,  \  E 
impressa  por  mandado  del  Rlustrissinw  y  Reueren  \  dissimo  Señor  don  Martin,  de 
Ayala  Ar ^•obispo  de  \  Valencia:  para  la  instruction  de  los  )iueuamente  \  co?mertidos 
deste  Reyno.  \  En  Valencia,  en  casa  de  loan  Mey.  |  1566. 

24  folios  en  8.° 

Sólo  es  de  D.  Martín  el  texto  castellano  y  de  ningún  modo  la  versión  ai'ábiga,  como 
se  ve  por  es'tas  palabras  de  la  epístola  dedicatoria:  «Recebid,  hijos  muy  amados  eu 
Christo,  de  vuestro  Pastor  y  padre  espiritual  ( que  de  todas  enti-añas  dessea  vuestra  sal- 
uacion)  esta  breue  Summa  de  la  Doctrina  Christiana,  que  para  vuestro  prouecho  hemos 
recogido,  y  mandado  traduzir  en  la  lengua  Arauiga  vulgar  deste  Reyno». 

Doctrina  Cristiana  para  los  que  entienden  algo  mas  de  lo  que  a  los  niños  se  les 
suele  enseñar  comivnmente,  por  modo  de  diálogo.  Milán,  1554;  1  vol.  eu  8.° 

Vida  y  hechos  de  Fray  Pedro  Alfonso,  Caballero  de  Santiago  y  Prior  de  Uclés  y 
San  Marcos  de  León. 

Manuscrito  que  el  Obispo  de  Segovia  D.  Jerónimo  Mascareñas  afirmó  á  Nicolás 
Antonio  haberlo  visto  eu  el  convento  de  Uclés. 


•  V 

Tal  apasionamiento  reina  en  las  "Memorias  de  D.  Diego  de  Simancas,  Obispo  que  íiió 
de  Badajoz  y  luego  de  Zamora,  que  parecen  dudosas  algunas  de  sus  afirmaciones  y  oti'as 
se  han  de  tener  por  falsas,  y  aun  casi  por  invenciones  del  odio.  Gran  parte  de  ellas  está 


INTRODUCCIÓN  cxr.vii 

dedicada  á  referir  el  proceso  del  Aj-zobispo  Carranza,  á  quien  Simancas  profesaba  gran- 
dísimo aborrecimiento;  fné  de  los  que  votaron  sn  prisión;  prosiguió  luego  en  España  la 
causa  j  en  Roma  trabajó  por  espacio  de  bastantes  años  hasta  ver  con  satisfacción  la  sen- 
tencia dada  contra  su  aborrecido  enemigo,  á  quien  en  toda  la  relación  ti-ata  con  despre- 
cio, burlándose  de  su  ruin  gesto,  como  si  hubiese  estado  en  la  mano  de  Carranza  el  tener 
un  semblante  más  ó  menos  apacible.  Tratándose  de  este  desdichado  personaje,  Simancas 
llega  á  los  límites  de  la  calumnia;  en  vez  de  referir  aquella  solemnísima  declaración  de 
ortodoxia  hecha  por  el  reo  ñt  artienlo  mortís,  dice  que  Cari-anza  ninguna  protestación 
de  fe  llevó  a  cabo  por  haberse  retirado  el  notario  sin  escucharle  y  que  aquél  deseaba  nada 
más  que  repetir  la  fórmula  protestante  do  considerar  remitidas  sus  culpas  solamente  por 
la  muerte  de  Cristo.  Afirma  que  Carranza  visitó  las  iglesias  eu  cumplimiento  de  su  peni- 
tencia con  poca  devoción  y  muy  de  prisa,  yendo  en  coche,  cuando  consta  por  el  testi- 
monio de  Azpilcueta  que  invirtió  en  ello  un  día  entero  y  que  por  sus  achaques  no  pudo 
hacerlo  á  pie,  tanto  que  falleció  pasados  unos  días.  Pero  si  no  encontraba  Simancas  pala- 
bras bastante  fuertes  contra  sus  adversarios,  en  cambio  se  prodigaba  á  sí  mismo  los  más 
hiperbólicos  elogios,  y  no  una,  sino  cien  veces,  complaciéndose  en  escribir  su  panegírico 
con  trozos  de  cartas  pm'amente  de  cortesía;  todo  esto  mezclado  con  fingidas  protestas  de 
humildad  y  desprecio  de  los  bienes  terrenales,  á  que  tenía  mucho  apego,  como  hombre 
algo  tacaño  y  aun  codicioso.  Irreverente  con  el  Santo  Pontífice  Pío  V,  á  quien  llama  á 
veces  el  Pío,  murmura  de  la  elección  de  Cardenales  en  clérigos  sin  litiaje,  como  si  esto 
del  linaje  no  fuese  la  cosa  más  anticristiana  del  mundo.  Quéjase  del  Rey  Felipe  II  por- 
(pie  no  le  daba  un  arzobispado  en  Sevilla  ó  Toledo,  y  sí  el  obispado  de  Zamora,  cuyos 
rendimientos  le  habían  ponderado  y  luego  resultaban  inferiores  á  sus  cálculos.  Estas 
amargas  lamentaciones  y  la  defensa  que  de  su  caridad  y  esplendidez  hace  Simancas  dan 
á  sus  Memorias  el  carácter  de  una  apología  dictada  por  la  soberbia.  Con  todo,  su  lectura 
es  provechosa  para  conocer  las  interioridades  de  los  tribunales  y  de  la  administi-ación  en 
el  siglo  XVI  y  el  proceso  de  Carranza,  por  lo  cual  no  dudamos  en  publicarlas,  anotando  los 
pasajes  que  requieren  aclaraciones  ('). 

yi 

Atribuyéndolo  á  un  español  llamado  Juan  Nicolás  Sacharles  se  publicó  eu  Londres, 
año  1G21,  cierto  libro  intitulado  El  Español  reformado.  Sacharles  cuenta  cómo  fué  fraile 
Jerónimo  y  nada  menos  que  bibliotecario  del  Escorial;  convertido  al  protestantismo  huye 
á  Francia,  donde  se  gradúa  de  bachiller  en  medicina;  más  adelante  va  á  Inglaterra  y  es 
perseguido  cruelmente  por  los  católicos,  quienes  intentan  asesinarlo.  El  Sr.  Meuéudez  y 
Pelayo  (Heterodoxos,  II,  págs.  500  á  502)  ha  puesto  en  claro  los  absurdos  que  encierra 

(1)  De  la  Vida  de  D.  Diego  de  Simancas  liay  un  manuscrito  en  la  Biblioteca  Colombina,  copiado 
en  el  año  1685  de  otro  que  perteneció  á  D.  Juan  Suárez  de  Mendoza,  oidor  de  la  Casa  de  Contrata- 
ción de  Sevilla,  y  luego  paró  en  manos  de  D.  Alonso  Martínez  de  Herrera,  administrador  del  Hospi- 
tal de  Santa  Marta  en  dicha  ciudad. 

D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  posee  otro  manuscrito  copiado  en  el  siglo  xviii;  consta  de  178 
hojas  en  folio. 

Nos  ha  servido  para  esta  Colección  de  Memorias  y  AutoViografias  una  copia  del  primero  que 
mandó  hacer  por  encargo  nuestro  el  Sr.  Torres  Lanzas,  jefe  del  Archivo  de  Indias. 


cxLviu  autobiografías  Y  MEMORIAS 

la  obra  atribuida  á  Sacharles,  y  opiua  quo  este  personaje  es  imaginario  y  El  Español 
reforuiado  una  novela  fingida,  en  la  que  se  quiere  imitar  la  historia  del  protestante  Juan 
Díaz,  asesinado  por  su  hermano  Alfonso  en  Neoburg. 


VII 

Penosa  en  extremo  fué  la  cautividad  del  dii-ector  espiritual  de  Santa  Teresa  de  Jesús, 
ül  Padre  Jerónimo  Graeián,  ilustre  escritor  místico  (').  Expulsado  de  la  Religión  Carme- 
lita á  consecuencia  de  las  cuestiones  suscitadas  á  raíz  de  la  muerte  de  su  egregia  Refoi- 
míidora,  se  dirigió  á  Roma  creyendo  que  el  Sumo  Pontífice  le  haría  justicia.  Grande  fué 
su  tribulación  al  ver  que  éste,  dando  la  razón  á  sus  perseguidores,  le  ordenaba  ingresar 
en  otra  Orden  monástica.  Intentó  cumplir  este  precepto,  mas  todas,  excepción  hecha  de 
la  augustiniana,  le  cerraron  sus  pnertas.  En  medio  de  tales  angustias  fué  apresado  por 
el  corsario  Elisbey  en  el  año  1592,  yendo  desde  Mesina  á  Roma.  Despojado  por  los  moros 
del  hábito  que  llevaba,  quedó,  según  él  refiere,  en  el  traje  de  Adán,  «del  cual  ya  no 
podían  despojarle»;  el  hambre,  la  sed  y  el  calor  que  padeció,  y  la  estrechez  y  hedor  del 
calabozo  que  tuvo  en  la  galera,  son  superiores  á  toda  ponderación.  Había  escrito  con  suino 
estudio  un  libro  llamado  Armonía  h/ístiea,  y  los  piratas,  á  cuyas  manos  fué  á  parai-,  lim- 
piaron con  sus  hojas  los  mosquetes. 

Desde  Biserta  fué  conducido  á  Túnez  y  allí  adjudicado  al  Dajá,  en  lo  cual  tomó  éste 
mucho  empeño  por  creer  que  se  trataba  de  persona  importante,  nada  menos  que  Cardenal 
do  la  Iglesia  Romana.  La  vida  de  los  cautivos,  con  ser  penosa  en  extremo,  tenía  también 
sus  libertades  y  expansiones;  en  los  baños  oían  misa  y  asistían  á  las  ceremonias  de  su 
culto,  los  moi-os  se  compadecían  muchas  veces  de  ellos;  celebraban  con  iiiusitado  aparato 
las  festividades  cristianas,  y  no  faltaban  representaciones  de  comedias  y  otros  espectáculos 
que  regocijaban  sus  corazones  con  el  recuerdo  de  la  patria:  así  pudo  el  P.  Graeián  desde 
la  mazmorra  en  que  fué  recluido  exhortar  á  los  indecisos,  convei-tir  los  renegados  y  aun 
hacer  alardes  de  intolerancia  en  las  pláticas  que  dirigía  á  los  españoles,  llamando  á 
Mahoma  perro  maldito.  Aunque  era  bienquisto  de  los  moros  estuvo  expuesto  á  ser  que- 
mado vivo  por  su  celo  en  la  salvación  de  las  almas  y  por  las  cédulas  que  daba  á  los  i-ene- 
gados  que  huían,  para  que  la  Inquisición  de  España  no  los  procesai-a  por  su  abjuración. 
Quiso,  en  fiu,  la  suerte  que  fuera  rescatado  por  mediación  de  un  judío  llamado  Simón 
Escauasi,  y  llegó  después  de  pasados  algunos  contratiempos  á  Ifi  ciudad  de  Genova.  El 
Padre  Graeián  ingresó  de  nuevo  en  la  Orden  del  Carmen,  según  él  creyó,  por  una  espe- 
cie de  milagro,  y  mm-ió  en  Flandes  el  año  1614.  Escribió  gran  Jiúmero  de  libi'os,  muchos 
de  los  cuales  se  han  perdido;  de  todos  ellos  hacen  prolija  enumeración  el  licenciado  Andrés 
del  Mármol  en  la  obra  antes  citada  y  Nicolás  Antonio  en  su  liiblioiheca  nova. 

(')  El  P.  Graeián  dejó  consignados  los  sucesos  de  su  esclavitud  en  unos  diálogos  intitulados 
Peregrinación  de  Anastasio  entre  Cirilo  y  Anastasio.  Tan  curiosa  obra  se  La  perdido  y  conocemos  sola- 
mente un  extracto  publicado  por  el  licenciado  Andrés  del  Mármol,  con  esta  portada:  Excelencias, 
vida  y  trabajos  del  Padre  Fray  Jerónimo  Gradan  de  la  Aladre  de  Dios,  Carmelita.  Recopilada  de  lo 
que  escribió  del  Santa  Teresa  de  Jesús  y  otras  personas.  En  Valladolid  por  Francisco  Fernandez  de 
Córdoba.  Año  1619.  Un  vol.  en  8."  que  es  ya  libro  muy  raro.  Ha  sido  reproducido  por  D,  Vicente  de  la 
Fuente  en  \o.  Biblioteca  de  autores  españoles,  de  Rivadeneyra,  como  apéndice  á  las  obras  de  Santa 
Teresa  de  Jesús. 


INTRODUCCIÓN 


vm 


Del  P.  José  Tamayo,  qaieu  cayó  eu  mauos  do  los  piraüís  berberiscos  el  año  1U-I4, 
tenemos  un  curioso  libro  en  que  refiero  sus  trabajos  (*).  Habíale  ordenado  el  P.  Juan 
Antonio  Velázquez,  Provincial  de  Castilla,  ir  á  Italia,  con  objeto  de  reclamar  al  Conde 
de  Beljoyoso  la  legítima  de  su  hermano  el  P.  Juan  Giacomo  Barbiano,  con  cuyo  impoi-te 
se  proyectaba  la  fundación  de  un  Colegio  en  la  Casa  y  solar  de  Loyola,  El  Secretario  del 
Consejo  de  Italia  le  dio  unos  pliegos  para  que  los  entregara  al  Gobernador  de  Milán.  Como 
á  la  sazón  ardía  la  guerra  civil  en  Cataluña  y  los  franceses  protegían  á  los  insurrectos, 
determinó  hacer  el  viaje  por  mar  y  embarcóse  en  el  Grao  en  una  tartana  que  salía  con 
rumbo  á  la  isla  de  Mallorca;  entre  los  pasajeros  se  contaba  cierto  moro  que  huía  de  España 
disfrazado  de  peregrino.  Al  día  siguiente  vieron  im  gran  bajel  que  con  velas  desplegadas 
navegaba  hacia  ellos:  era  un  buque  inglés  que  acababa  de  librai-se  de  los  piratas;  temiendo 
que  perteneciese  á  éstos,  acordaron  refugiarse  en  la  isla  Conejera,  cerca  de  Ibiza,  mas 
antes  de  que  lo  consiguieran  fueron  hechos  prisioneros  por  los  moros,  quienes  se  ensa- 
ñaron con  el  P.  Tamayo  por  ser  religioso,  dejándolo  «vestido  de  sí  mismo» .  El  supuesto 
peregrino  dijo  á  sus  compatriotas  que  aquel  sacerdote  era  Procurador  de  la  Ctu-ia Romana 
y  personaje  de  importancia.  Pudo  escaparse  uno  de  los  cautivos  y  dio  aviso  de  lo  suce- 
dido al  Gobernador  de  las  Baleares,  D.  Lope  de  Francia,  quien  mandó  al  instante  que 
saliesen  tres  fragatas  en  busca  de  los  corsarios  y  procurasen  los  gentiles  hombres  que 
iban  en  ellas  el  rescate  de  los  prisioneros;  alcanzáronlos,  mas  el  arráez,  que  tenía  por 
nombre  Andrahaman  Benliobissa,  se  negó  á  entablar  trato  alguno  y  dirigióse  al  puerto 
de  Argel,  donde  llegó  pasados  cuatro  días.  Gobernaba  allí  en  nombre  del  Sultán  Maha- 
met  Chileni,  quien  solía  tener  bastantes  consideraciones  con  los  sacerdotes  cristianos. 
Jamás  castigaba  á  los  cautivos  que  intentaban  fugarse  por  mar  y  sí  á  los  que  se  escapa- 
ban por  tierra,  pues  creía  que  esto  « era  locm'a  de  unos  hombres  fatuos  » .  Cuando  le  fué 
presentado  el  P.  Tamayo  dijo  á  éste  en  la  jerga  de  los  piratas:  ti  estar  teati¡io\  clonar 
para  tai  mucho  áspero;  ¿tú  sabes  (janar  para  vií?  anda  no  arer  pattra;  mi  facer  bien 
contiyo.  Luego  mandó  que  lo  llevasen  al  baÍLO,  donde  el  infortunado  cautivo  pasó  traba- 
jos sin  cuento;  solo  comía  pan  diu'o  y  dormía  sobre  la  tapa  de  un  arca.  El  día  de  Pente- 
costés quiso  predicar  á  sus  compañeros,  pero  le  detuvo  el  estar  en  camisa;  cierto  don.ado 
ft-anciscano  le  dio  un  sayo,  y  así,  vestido  como  exigía  la  decencia,  pronunció  su  plática. 
Buscábase  el  sustento  pidiendo  limosna  por  las  tabernas,  en  las  cuales  se  embriagaban 
los  turcos  sin  respeto  alguno  á  las  prohibiciones  del  Coráu. 

Transcm-iido  algún  tiempo  supo  por  conducto  de  José  Espada,  cautivo  napolitano, 
que  pronto  lo  enviarían  á  Tetuán,  donde  las  penalidades  de  los  cristianos  eran  mayores 
que  en  Ai'gel.  En  vano  suplicó  á  Mahamet  que  lo  retuviese  en  esta  ciudad;  al  día  siguiente 

(1)  Lleva  por  título:  Memorias  del  caiJÜverio  del  P.  Joseph  Tamai/o  de  la  Comparda  de  Jesús.  El 
manuscrito  original  se  conserva  en  la  Biblioteca  Universitaria  de  Salamanca.  Es  un  vol.  en  4.",  de  40 
hojas  foliadas.  También  compuso  el  P.  Tamayo  la  siguiente  obra:  Comiiendiosa  relación  de  las  cos- 
tumbres, ritos  y  gobierno  de  Berbería^  á  Don  Francisco  Tamnyo  su  hermano.  Hállase  en  la  misma 
Biblioteca  que  el  anterior;  es  un  manuscrito  en  4.°,  de  94  hojas,  todo  autógrafo. 

Se  publicó  en  El  Mensajero  del  Sagrado  Corazón  del  año  1807. 


CL  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMOEIAS 

tuvo  que  embarcarse  para  Tetuán;  allí  fué  confiado  á  la  custodia  de  uu  morisco  llamado 
Maese  Juan  y  también  Abrahau  Cardud,  el  cual  no  había  perdido  por  completo  el  afecto 
al  Cristianismo  ni  la  venei'ación  á  los  religiosos,  como  lo  demostró  cuando  dijo  al  Padre 
Tamayo  al  encerrarlo  en  la  mazmorra:  «Quisiera  daros  oti-a  mejor  posada,  pero  no  dis- 
pongo yo  en  este  particular» ,  En  aquella  prisión  había  dos  frailes  franciscanos,  dos  agus- 
tinos y  un  mínimo.  En  ella  escribió  el  P.  Tamayo  su  obra  intitulada  Job  paciente  en 
tfmh{(s  fortunas  (*). 

Cuatro  meses  estuvo  sin  salir  de  la  cárcel,  á  consecuencia  de  lo  cual  se  desmejoró 
tanto  que  lo  hubieron  de  llevar  á  casa  de  un  italiano  llamado  Miguel  Ángel.  Después, 
merced  á  la  fianza  que  puso  por  él  D.  Antonio  Tabares,  rico  portugués  que  comerciaba 
en  Ceuta,  se  vio  libre  de  residir  en  la  mazmorra.  Por  entonces  los  religiosos  Mercenarios 
llevaron  á  cabo  ima  importante  redención  de  cautivos  en  Tetuán,  mas  no  rescataron  al 
Padre  Tamayo,  pues  no  llevaban  encai-go  expreso  á  causa  de  que  el  P,  Bei'nabé  de  Padilla 
ci'eyó  que  el  dinero  debía  ser  entregado  en  Argel.  Nuevos  sufrimientos  esperaban  al  des- 
dichado jesuita.  Desarrollóse  en  Tetuán  una  terrible  epidemia,  dm-aute  la  cual  fallecie- 
i'on  12,000  moros;  Mahamet  Chileni  envió  al  Hachi  Zarrat  pai'a  que  se  encargase  de  los 
cautivos  si  Maese  Juan  moría;  falleció  éste  á  consecuencia  de  la  peste,  y  su  viuda.  Lela 
Marien,  encomendó  al  P.  Tamayo  el  arreglo  de  sus  cuentas,  lo  cual  ati-ajo  á  nuestro  cau- 
tivo la  enemistad  del  Zarrat,  quien  mandó  encerrarle  de  nuevo  en  el  baño.  Después  de 
varias  peripecias  fué  rescatado  cuando  el  Gobernador  de  Tetuán  marchó  á  Ceuta  para 
ratificar  con  el  Conde  de  Torresvedras  un  ti-atado  de  paz.  Desde  Ceuta  se  dirigió  á  Gibral- 
tar  y  luego  á  Sevilla,  donde  llegó  el  31  de  julio  de  1683;  había  estado  cautivo  cerca  de 
dos  años. 

IX 

Interesantes  son  las  noticias  que  de  su  cautiverio  nos  proporciona  Fj-ay  Juan  del  San- 
tísimo Sacramento  y  Robleda,  lego  franciscano.  Con  propósito  de  visitar  los  Lugares 
Santos  salió  do  Alicante  en  el  año  1725  y  llegó  felizmente  al  puerto  de  Alejandría;  desdo 
allí  se  dirigió  al  Cairo  y  luego  á  Palestina,  cuyos  principales  sitios  recorrió  (-).  Al  vol- 
ver se  embarcó  en  San  Juan  de  Acre  en  una  fragata  que  iba  á  Chipre,  de  donde  partió 
en  otra  nave  con  rumbo  á  Marsella;  cerca  de  la  isla  de  Creta  salieron  al  encuentro  los 
corsarios  de  Trípoli,  y  por  más  que  la  tripulación  se  defendió  valerosamente  algún 
tiempo  hubo  de  rendirse.  Los  piratas  se  condujeron  como  siempre;  despojaron  de  sus 
ropas  á  los  cautivos  y  los  encerraron  en  la  bodega;  allí  los  tuvieron  diez  días  sin  darles 
otro  alimento  que  pan  duro.  Cuando  llegaron  á  Trípoli  descargaron  varios  cañonazos, 

(')  Job  paciente  en  ambas  fortunas.  Escribiólo  el  P.  Joseplí  de  Tamayo  Velarde  de  la  Gompañíii 
fie  leaús  estando  cautivo  en  Berbería.  Sacólo  á  luz  el  Dr.  Diego  de  Castrillo,  Letrado  de  Cámara  del 
Illustrissimo  y  Reverendissimo  Arzobispo  de  Granada.  En  Granada,  por  Francisco  Sancliezy  Balta- 
sar de  Bolívar.  Año  de  1643.  Un  vol,  en  8." 

(2)  y/cye,  I  y  peregrinación  de  |  Jerusalen,  |  qite  hizo  el  Hermano  |  Fr.  Juan  de  el  Santissimo  \ 
Sacramento,  \  Religioso  lego  de  el  Orden  de  nuestro  Seráfico  Padre  \  San  Francisco,  y  hijo  de  la  pro- 
vincia de  San  Ga  \  briel,  y  morador  que  fue  en  el  Colegio  Semina  |  rio  de  Arcos.  Dedicado  á  el  Rey 
Z).  í/?íaHmíesíro  5e)lor.  Lisboa,  en  la  Emprenta  de  Domingo  Gonzales.  M.DCCXLIV.  Un  vol.  en  8.* 
de  327  págs.,  más  20  hojas  al  principio  sin  foliación. 

En  el  capítulo  XXIII  habla  de  los  trabajos  que  sufrió  cuando  fué  cautivo  de  los  moros. 


INTRODUCCIÓN  CLi 

cuyo  estampido  hizo  que  los  prisioneros  se  regocijaran  creyendo  que  se  trataba  de  un 
combate  con  buques  europeos;  pronto  se  desvaneció  tan  grata  ilusión.  Sacáronlos  de  su 
encierro  y  los  llevaron  en  cueros  al  palacio  del  virrey  delante  de  imiiunerable  gentío. 
Preguntó  el  virrey  quiénes  eran  los  cautivos  de  larga  barba,  y  respondiendo  que  papa- 
ces  los  condenó  á  morir.  Fray  Juan  fué  recluido  á  una  oscm-a  mazmorra,  en  la  cual 
gemían  cien  cristianos,  y  de  tal  manera  que,  á  semejanza  del  infierno. 


Quivi  sospiri,  jñanti  ed  alti  guai 
Risonavaii  2)6r  l'aer  senxa  stelle  ('). 

«No  se  oía  en  aquel  calabozo  más  que  suspiros,  unos  pidiendo  libertad,  otros  suspi- 
rando por  su  patria  y  todos  quejándose  del  descuido  de  sus  parientes  ó  amigos  que  no 
los  rescataban  y  libraban  de  tan  acerbo  padecer»  (^).  Algunos  que  no  tenían  valor  para 
suft'ir  tan  ásperos  tormentos  apostataban;  Fr.  Juan  procuraba  con  sus  exhortaciones  que 
volvieran  al  seno  de  la  Iglesia,  por  lo  cual  indignado  el  virrey  le  mandó  que  abrazase 
la  religión  mahometana,  á  lo  que  replicó:  «Yo,  Señor,  es  mi  voluntad  y  gusto  que  este 
cuerpo  corruptible  padezca  los  mayores  y  más  atroces  tormentos  á  trueque  de  que  mi 
alma  no  dexe  á  su  Criador.  Potestad  tienes  al  presente  de  quitiu-le  á  mi  cuerpo  la  vida; 
pero  no  podrás  estorbar  que  si  yo  padeciera  con  constancia  y  amor  de  mi  Dios,  el  que 
mi  alma  suba  á  gozar  los  premios  de  la  gloria».  Irritóse  el  infiel  al  oir  estas  pala- 
bras y  ordenó  que  metiesen  á  Fr.  Juan  en  un  inmundo  pozo,  cuyo  cieno  le  llegaba  á  la 
cintiu'a;  allí  lo  tuvieron  tres  días;  cuando  lo  sacaron  apenas  daba  señales  de  vida.  Viendo 
los  moros  que  el  ft-aile  cautivo  se  mantenía  firme  en  sus  creencias,  echaron  mano  de  una 
diabólica  esti-atagema;  quizá  exagere  al  referirla  el  mismo  Fr,  Juan,  cuyas  palabras  trans- 
cribimos: 

«Apenas  acabó  de  decii-  esto,  quando  por  una  puerta  salieron  dos  Tm*cas  muy  biza- 
rras y  bien  bestidas;  las  quales  con  palabras  y  acciones  deshouestissimas  me  incitaban 
á  que  las  recibiese  por  mugeres,  y  que  con  esto  seria  el  mas  querido  del  Rey  en  toda 
aquella  corte.  Yo  quando  vi  tal  desemboltura  baxé  mis  ojos  á  tierra,  y  lebantando  mi 
corazón  á  Dios  nuestro  Señor  y  á  su  Purísima  Madre,  le  pedi  me  librase  de  aquellos 
dos  enemigos,  que  eran  para  mi  dos  Demonios.  Viendo  un  renegado  que  no  miraba  aque- 
llas deshonestas  mugeres,  tomándome  por  la  barba  me  lebanto  la  cabeza  para  que  las 
mirase,  y  yo  entonces  lebauté  los  ojos  al  cielo,  sin  querer  mirar  lo  que  tanto  daño  me 
podia  hacer.  Lo  que  mas  sintió  mi  corazón  fue,  que  quien  mas  me  incitaba  para  que 
dexase  la  Fe  de  Jesu  Christo,  era  el  renegado  que  me  lebantó  la  cara  para  que  mirase  á 
las  Turcas» . 

Por  entonces  llegó  la  noticia  de  que  se  acercaba  el  Bey  de  Túnez  con  un  ejército 
considerable,  y  esta  circunstancia  favoreció  el  rescate  de  Fr.  Juan,  quien  fué  sacado  ú 
venta  y  adquirido  por  un  griego  en  700  piasti-as,  el  cual  luego  lo  cedió  á  cierto  merca- 
der veneciano;  poco  después  recobró  su  perdida  libertad.  Se  embarcó  para  Malta  y  desdo 
allí  se  dirigió  á  España. 

(')  Divina  Comedia,  canto  III  del  Infierno. 
(2)  Viaje  y  peregrinación;  cap.  XXIII. 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


X 


Restablecida  la  mouarqvu'a  absoluta  en  el  año  1823,  D.  Joaqiiíu  Loreüzo  Villa- 
nueva,  corifeo  del  partido  liberal,  tuvo  que  emigrar  á  Londres  y  allí  publicó  su  Vida 
literaria  ('),  libro  cuyas  páginas  rebosan  de  pedantería  y  vanidad  inofensivas,  y  donde 
el  autor  elogia  de  continuo  las  múltiples  obras,  casi  todas  impregnadas  del  espíritu  rega- 
lista  y  jansenista,  que  con  actividad  infatigable  había  dado  á  luz.  Al  mismo  tiempo  com- 
binó sus  memorias  con  los  sucesos  de  personajes  contemporáneos,  y  obsesionado  contra 
la  autoridad  pontiñcia,  llenó  no  pocos  capítulos  con  discusiones  y  documentos  para  refu- 
tar las  doctrinas  llamadas  nltramontanas.  Villanueva  expone  así  el  plan  de  su  Vida  al 
comienzo  del  Prólogo: 

«Aunque  ésta  que  llamo  rida  literal  ¿a  parece  pertenecer  á  mí  solo  y  á  mis  escri- 
tos, tiene  relación  con  el  estado  de  la  opinión  pública  de  España  en  materias  religiosas 
y  políticas,  y  con  varios  sucesos  notables  de  que  fui  testigo,  enlazados  con  la  historia 
nacional,  literaria,  eclesiástica  y  civil  de  estos  últimos  tiempos,  y  de  los  cuales,  especial- 
mente de  los  secretos,  debo  presumir  que  si  yo  no  los  escribiese  no  quedaría  memoria» , 

No  esperemos  en  la  Vida  literaria  de  Yillanueva  aquella  serenidad  de  juicio  que 
debe  siempre  acompañar  al  historiador,  pues  casi  siempre  considerará  los  hechos  y  las 
personas  á  través  del  sistema  político  y  religioso  que  profesaba.  Desde  sus  primeras  pági- 
nas censura  á  las  órdenes  mendicantes  porque  inculcaban  en  el  pueblo  las  doctrinas  de 
la  infalibilidad  pontificia  y  juzgaban  la  Sede  apostólica  como  única  fuente  y  origen  de 
toda  autoridad  eclesiástica.  Hace  ver  que  desde  su  juventud  profesó  las  mismas  ideas  que 
en  la  madurez,  pues  por  defender  ciertas  conclusiones  canónicas,  nada  ulti-amontanas, 
dejó  su  cátedra  del  Seminario  de  Orihuela.  Elogia  calurosamente  á  Campomanes,  calum- 
niado por  el  fanatismo.  Ye  dos  grandes  enemigos  de  la  ilustración  en  el  «predominio  de 
1a  corte  de  Roma  y  las  tinieblas  del  llamado  Santo  Oficio»  (^),  Que  Olavideera  filósofo., 
esto  es,  librepensado)",  consta  de  manera  indubitable,  y  sin  embargo,  Villanueva  pretende 
que  sus  errores  consistieron  únicamente  en  censurar  el  culto  externo  en  los  nuevos  pue- 
blos de  Sierra  Morena,  añadiendo  que  influyó  mucho  en  aquel  proceso  «la  fiínática  pre- 
ocupación de  algunos  frailes  y  clérigos,  para  quienes  es  impío  el  que  no  ensalza  ciertas 
prácticas  lucrativas  que  llaman  ellos  devotas»  ('').  Sin  embargo,  hace  la  confesión  de  que 
el  Santo  Oficio  era  el  sostén  de  la  moralidad,  sobre  todo  en  el  clero,  cuando  escribe: 
«Díjome  un  día  el  Sr,  Bertrán  (Obispo  de  Salamanca):  si  no  fuera  por  la  Inquisición,  el 
confesonario  sería  un  burdel»  (^).  Censura  el  desagravio  que  de  las  disposiciones  cismá- 
ticas de  Urquijo  dio  Godoy  á  la  corte  Romana,  concediendo  el  Exequátur  á  la  Bula 
Auctorem  fidei,  pues  se  había  convertido  el  Príncipe  de  la  Paz  en  obispo  y  añadido  un 
nuevo  rayo  á  los  del  Vaticano.  Manifiesta  su  odio  al  confesor  de  la  Reina  María  Luisa, 

i}")  Vida  literaria  de  D."  Joaquín  Lorenw  Villanueva ,  ó  memoria  de  sus  escritos  y  de  sus  oiñnio- 
ne.i  eclesiásticas  y  políticas,  y  de  algunos  sucesos  notables  de  su  tiempo.  Con  un  apéndice  de  documentos 
relativos  á  la  historia  del  Concilio  de  Trento.  Londres,  J.  MasintOih.  MDCCCXXV.  2  vol.  en  8.° 

(})  Obra  citada,  pág.  10. 

(a)  Tomo  I,  pág.  18. 

(i)  ídem,  pág.  37, 


INTRODUCCIÓN  cLiH 

D.  Rafael  de  Muzquiz,  llamado  comÜDmente  D.  Opas,  qiiieu  trajo  de  Roma  «una  gi-aii 
colección  de  libros  atestados  de  doctrinas  y  máximas  ultramontanas»  (').  Duélese  de  que 
el  índice  expurgatorio  de  1790  condenase  escritos  «piadosísimos»,  cual  el  de  La  fre- 
cuente comunión,  de  Antonio  Arnauld,  los  de  Nieole  y  otros  solitarios  jansenistas  de 
Port-Real.  Encomia  la  edición  de  la  colección  canónica  visigoda,  pues  con  ella  se  vindi- 
caban las  libertades  de  nuestra  antigua  Iglesia  y  se  ponía  «un  candado  en  la  boca  á  los 
pregoneros  de  las  reservas  y  nuevas  máximas  de  la  Curia» .  Defiende  la  autoridad  de  ios 
prelados  en  materias  litúrgicas,  censurando  el  Breviario  romano  por  estar  lleno  de  «fal- 
sedades ridiculas»  (-),  falsedades  que  á  sabiendas  amparaba  la  Corte  Romana.  De  Fray 
Francisco  Al  varado,  el  Filósofo  rancio,  á  quien  trata  con  notoria  pasión,  dice  que  con 
sus  cartas  «reprodujo  la  necia  cantinela  jesuítica  conti-a  los  que  llaman  ellos  jansenistas 
(que  son  los  enemigos  del  probabilismo  y  de  la  moral  relajada),  pegando  esta  tostada  sin 
ton  ni  son  á  diesti'o  y  siniestro.  íío  le  faltaba  talento  y  viva  imaginación,  pero  estaba 
educado  al  estilo  moderno  de  su  Orden,  esto  es,  imbuido  en  grandes  preocupaciones, 
encerrado  en  un  estrecho  cíi-culo  de  ideas;  en  sacándole  de  esta  esfera  veía,  como  sueleii 
ver  sus  hermanos,  espectros  y  duendes»  (^). 

Con  extensión  habla  Villanueva  de  las  obras  que  publicó,  siempre  encareciendo  los 
méi'itos  de  ellas  y  la  utilidad  que  reportaron  á  sus  lectores.  Su  Año  cristiano  de  España 
ora  el  «pasto  diario»  del  arzobispo  Lorenzana;  analiza  muy  satisfecho  su  libro  De  la 
lección  de  la  Sagrada  Escritura  en  lenguas  vulgares  y  sus  Cartas  eclesiásticas^  donde 
procuró  que  campasen  «la  soltura  y  la  gala  del  estilo  y  la  pureza  y  propiedad  del  len- 
guaje» ,  cosa  que  no  consiguió,  pues  el  estilo  de  Villanueva  nada  tiene  de  suelto  ni  de 
elegante  en  ninguna  de  sus  producciones;  su  Kempis  de  los  literatos  fué  «muy  apre- 
ciado» ,  y  su  perdido  Diccionario  etimológico  de  la  lengua  castellana  constaba  de  40,000 
artículos. 

No  limitándose  Villanueva  en  sus  memorias  á  consignar  sus  hechos,  incluye  datos 
muy  apreciables  de  varios  contemporáneos  suyos,  refií'iendo  los  procesos  que  la  Inqui- 
sición formó  á  Samaniego,  fabulista  moral  en  público  y  obsceno  en  secreto;  á  D.  Tomás 
Liarte,  á  Bails  y  á  Normante;  del  destierro  de  Jovellanos  nada  cierto  sabía  en  cuanto  á 
las  causas,  limitándose  á  decir  que  según  unos  fué  obra  de  los  inquisidores  y  según 
otros  intriga  de  Godoy. 

En  las  Cortes  de  Cádiz,  á  las  que  consagra  largos  capítulos,  ensalzó  la  necesidad  de  los 
Concilios  nacionales,  que  á  su  juicio  no  necesitaban  de  la  confirmación  .pontificia,  ([ue- 
riendo  ftindar  una  especie  de  Iglesia  española  independiente  de  la  romana,  unida  tan 
.sólo  á  ésta  por  los  vínculos  del  dogma  y  del  nominal  Primado  pontificio,  ideal  á  que 
aspiraba  Villanueva.  En  las  mismas  combatió  la  autoridad  temporal  de  los  Papas,  llamada 
por  él  «escandaloso  error»  y  opuesto  á  las  enseñanzas  de  Cristo  ('). 

Como  Villanueva  había  sido  en  las  Cortes  de  Cádiz  campeón  de  la  escuela  liberal  y 
defensor  de  la  soberanía  nacional,  que  quiso  demostrar  con  las  doctrinas  de  Santo  Tomás 
de  Aquino  en  sus  Angélicas  fuentes,  vióse  desterrado  en  el  año  1814  al  monasterio  de 
la  Salceda  (Guadalajara),  hoy  on  ruinas  y  célebre  por  la  estancia  en  él  de  Cisneros.  Allí 

(«j  Tomo  I,  pág.  71. 

(2)  ídem,  cap,  XV. 

(3)  ídem,  pág.  208. 

(4)  ídem,  cap.  XXX  I. 


cLiv  autobiografías  y  memorias 

escribió  su  tratado  de  la  Divina  Providencia^  á  imitación  de  los  Nombres  de  Cristo,  do 
Fray  Luis  de  León,  su  traducción  de  los  Salmos  y  otras  poesías  que  alaba  con  vanidad 
inocente.  «Entre  aquellos  peñascos  volvió  á  prender  en  mi  ánimo  el  fuego  poético  que 
desde  mi  mocedad  había  estado  envuelto  en  cenizas;  con  rayar  ya  entonces  en  los  sesenta 
años,  salieron  de  mi  mano  composiciones  muy  vivas  y  amenas,  de  que  llegó  á  formar 
cuati-o  volúmenes  cierta  persona  á  quien  las  iba  enviando.» 

Y  acto  continuo  inserta  algunas  de  ellas,  que  no  pasan  de  mediocres. 

Procesado  por  el  Santo  Ofício,  recobró  la  libertad  cou  el  advenimiento  del  régimen 
liberal  en  1820  y  fué  elegido  diputado  á  Cortes.  Como  siempre,  defendió  sus  teorías  en 
materias  eclesiásticas,  ya  en  discursos,  ya  en  sus  Cartas  ds  B.  Roque  Leal,  obra  que 
suscitó  polémicas  violentas.  Por  lo  cual  fué  insensata  la  conducta  del  Gobierno  al  nom- 
brarle Ministro  plenipotenciario  en  Roma,  pues  harto  debía  saber  que  no  habría  el  Pou- 
tífíce  de  admitir  como  á  tal  á  im  hombre  que  siempre  manifestaba  sentimientos  de  hosti- 
lidad conti-a  aquella  Corte  y  contra  la  autoridad  del  Papa.  Desairado  Yillanueva  por  éste, 
y  obligado  á  regresar  desde  Turín,  se  desahogó  en  violentas  diatribas;  en  Roma  veía  «en- 
mascarada la  crueldad,  atropelladas  las  leyes  y  máximas  sociales  que  respeta  hasta  el 
diván  de  Constantinopla»  ('),  y  combatió  la  comunicación  del  Nuncio  áD.  Evaristo  San 
Miguel,  Ministro  de  Estado,  cuando  protestó  de  que  el  Gobierno  español,  en  represalias 
de  haber  rechazado  el  Papa  á  Yillanueva,  le  diera  sus  pasaportes.  Acaso  esta  contradicción 
exacerbó  las  ideas  jansenistas  de  Yillauueva;  emigrado  á  Inglaterra  en  1823,  estuvo  á 
punto  de  abjurar  el  Catolicismo,  aunque  él  nada  dice  de  esto;  en  lugar  de  abogar  por  los 
católicos  británicos,  justificó  su  opresión,  pues  «mienti-as  los  tenga  Roma  atados  al  yugo 
de  sus  reservas,  fuera  meter  en  las  Cámaras  la  Corte  de  Roma  y  ponerle  en  la  mano  las 
armas  de  la  esperanza  y  del  temor  para  que  á  su  placer  las  jugase  con  los  miembros  del 
Parlamento»  (').  ¡A  tamaños  absurdos  le  conducía  el  despecho!  (^). 


XI 

De  muy  diversos  modos  ha  sido  juzgada  la  personalidad  de  D.  Juan  Antonio  Llórente, 
no  sólo  desde  el  punto  de  vista  literario,  mas  también  en  lo  referente  á  su  vida  y  opiniones. 
Nada  tiene  de  particular  el  que  se  granjease  un  odio  casi  universal  en  España  quien  puso 
con  sus  escritos  la  segur  al  tronco  del  carcomido  árbol  inquisitorial,  obra  acaso  la  más 
laudable  que  realizó.  De  su  Historia  de  la  Inquisición  han  dicho  unos  que  era  monu- 
mento de  gran  valor,  otros  lo  han  reputado  libelo  calumnioso;  opinión  falsa,  pues  si 
bien  contiene  multitud  de  ori-ores,  debo  considerarse  que  la  escribió  sin  tener  á  la  vista 
los  innumerables  papeles  del  Santo  Oñcio  que  en  otro  tiempo  examinó.  Con  todo,  las  últi- 
mas investigaciones,  hechas  algunas  de  ellas  por  un  jesuíta,  el  P.  Fidel  Fita,  le  van  dando 
la  razón  en  muchas  cosas.  Más  difícil  es  y  será  siempre  vindicar  á  Llórente  de  otro  pecado 
más  cierto:  la  traición  á  su  pati'ia;  dolor  causa  ver  que  un  español  censurase  la  guerra  de 
la  Independencia  como  una  locura  y  llegase  á  decir  que  «la  plebe  de  Madrid,  la  de  Toledo 

(>)  Tomo  II,  pág.  235. 
(2)  ídem,  pág.  391. 

(^)  Las  afirmaciooes  de  Villanueva  en  este  libro  fueron  combatidas  por  D.  Antonio  Puigblancli 
en  sus  cínicos  y  groseros  Opúsculos  gramáüco-satiricos. 


INTRODUCCIÓN  clv 

y  las  de  todos  los  pueblos  capitales  fuerou  puestas  eii  iusurreccióu  por  alguuos  nial  iuten- 
ciouados  ó  vendidos  al  iutluxo  iugiés>  (').  Ingrato  hijo  era  quien  tan  escaso  afecto  pro- 
fesaba á  su  nación  y  no  comprendía  la  sublimidad  del  heroico  esfuerzo  que  España  hacía 
contra  el  colosal  poder  de  Bonaparte. 

Como  entre  la^  virtudes  de  Llórente  no  sobresalía  la  humildad,  publicó  su  vida  (^),  se- 
^ún  dice  en  el  Prólof/o^  á  instancias  de  una  sociedad  de  literatos  alemanes  que  le  pidió  &u 
biografía.  En  ella  no  pierde  ocasión  tle  alabarse,  comenzando  desde  las  primeras  páginas; 
búrlase  de  las  informaciones  de  limpieza  de  sangre,  pero  consigna  que  su  familia  era 
noble  desde  tiempo  inmemorial;  se  llama  á  sí  mismo  sabio:  «tenía  yo  entonces  la  opinióu 
(que  aun  ahora  conserva  el  mayor  número  de  los  sabios)  de  ser  tiempo  perdido  y  ocnpa- 
cióu  perniciosa  dedicarse  á  tales  historias  (genealógicas)» .  Su  vida  no  abundó  en  peripe- 
cias, salvo  las  que  le  ocasionaron  sus  doctrinas  jansenistas  y  su  afrancesamieuto.  Pupilo 
desde  la  niñez  de  D.  Manuel  de  Medrano  en  Calahorra,  estudiante  de  Leyes  en  Zaragoza, 
Vicario  general  interino  en  Calahorra,  consultor  de  la  Duquesa  do  Sotomayor  en  Madrid, 
comisario  del  Santo  Oficio  }'  canónigo  en  Toledo,  pasó  la  mayor  parte  de  su  vida  con- 
sagrado á  los  estudios  históricos,  en  los  que  mostró  alguna  precipitación  y  pecó  por  el 
afán  de  querer  probar  tesis  preconcebidas;  tal  sucede  con  las  dos  obras  suyas  que  aun  son 
y  serán  por  mucho  tiempo  más  ó  menos  consultadas  y  leídas:  las  Noticia f!  históricas  de 
kis  tres  pro iiiucias  rascoit(/((fla>f  y  la  Historia  di'  la  Lifiaisicián  (^). 


(')  Su  Vida,  pág.  125. 

(2)  Noticia  hiogrúfica  de  D.  Juan  Antonio  Llórente,  o  memorias  para  la  Jiistoria  de  su  vida,  escri- 
tas por  él  mismo.  París.  En  la  imprenta  de  A.  Bobee,  1818,  XXÍV-239  págs.  en  8."  con  un  retrato  del 
autor  grabado  por  Blancliard. 

Complemento  de  este  libro  es  el  que  publicó  Llórente  con  el  título  de  Defensx  canónica  y  poli- 
tica  contra  injustas  acusaciones  de  fingidos  crímenes.  París,  Imp.  de  Plassan,  s.  a.  173  págs.  en  8.* 

(3)  Fray  Pedro  Bautista  escribió  una  Relación  de  su  embajada  á  Taikosama,  emperador  del 
Japón,  en  nombre  del  Gobernador  de  Filipinas  D.  Gómez  Pérez  das  Murinhas  (año  1593).  Extrac- 
tóla Fr.  Juan  de  Santa  María  en  los  primeros  capitules  del  tomo  II  de  su  Clironica  de  la  Provincia 
de  San  loseph  de  los  Descalzos  de  la  Orden  de  los  Menores  de  nuestro  Seráfico  Padre  San  Francisco . 
En  Madrid,  en  la  Imprenta  Keal.  M.DCXVIII. 

La  preciosa  cuanto  exacta  descripción  del  Japón  hecha  por  Fr.  Juan  de  Santa  María  fué  tomada 
en  gran  parte  de  lo  que  escribió  Fr.  Pedro  Bautista. 

En  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional,  rotulado  Testimonios  auténticos  de  los  originales  de 
todas  las  diligencias  que  liizo  la  Religión  Seráfica  enla  santa  provincia  de  Pliilipinas  acerca  del  mar- 
tirio de  los  Santos  San  Pedro  Baptista  y  sus  compañeros,  protho-máriires  del  Japón,  hay  copia  de  cuatro 
cartas  de  Fr.  Pedro,  dirigidas  al  Gobernador  Gómez  Pérez  das  Marinhas  y  firmadas  en  Meaco  y  Naga- 
Baki  á  7  de  enero,  4  de  febrero.  6  de  marzo  y  12  de  octubre  del  año  1594  (folios  68  á  78  y  96  á  103). 
Tratan  de  su  embajada  al  emperador  Taikosama  del  Japón. 

Memorias  de  un  prisionero,  por  el  P.  José  R.  de  Prada.  El  autor  cuenta  los  trabajos  de  su  cauti- 
verio en  poder  de  los  tagalos  cuando  éstos  se  sublevaron  contra  España  en  el  año  1898  y  se  apode- 
raron los  yanlcees  de  las  islas  Filipinas.  Se  han  publicado  en  La  Ciudad  de  Dios,  tomos  LIII,  pági- 
nas 92  ú  99,  172  á  181,  353  á  360,  510  á  520  y  576  a  584;  LIV,  págs.  126  á  130,  298  á  305,  350 
á  359,  428  á  439,  508  á  516  y  590  á  599,  y  LV,  págs.  30  á  36,  106  á  IIG^  270  d  278  y  333  á  340. 


CMi  AUTOBIOGRAFLAS  Y  MEMORIAS 


xn 


Pocos  libros  tau  extiavagautes  y  al  misino  tiempo  de  tan  subido  precio  para  el  estu- 
dio de  la  geografía  peruana  se  couoceu  como  la  Pastoral  relicjioso-política  de  ¥r.  Hi- 
pólito Antonio  Sánchez  Rangel,  primer  Obispo  de  Maiuas  (').  Conjunto  más  heterogé- 
neo y  abigarrado  ni  siquiera  puede  concebirse,  ya  que  su  autor  mezcló  en  este  libro  re- 
cuerdos de  su  episcopado;  de  los  viajes  que  hizo  por  aquella  región,  evangelizada  en  el 
siglo  XVII  por  los  misioneros  jesuítas  ("),  y  de  su  fuga  á  España  cuando  en  el  año  1821 
se  acercaron  las  tropas  del  General  San  Martín;  hay  epístolas  á  Pío  V]I  y  al  rey  Feí- 
nando  (^);  alocuciones  político-piadosas  á  los  españoles;  oraciones  con  sus  antífonas;  des- 
cripciones de  minerales,  plantas  y  animales;  observaciones  meteorológicas,  y  por  haber 
de  todo,  la  segunda  parte,  ó  sea  la  Carta  pastoral  vigésinfa  prima  del  Obispo  de  Mai- 
uas {*),  se  halla  escrita  en  décimas  estrafalarias,  como  son  éstas: 

Descansar  podemos;  ¿cuándo? 
¿Y  en  dónde?  ¡Agua  del  cielo! 
Sapos,  culebras,  mal  suelo. 
Boguemos;  vamos  cenando. 
Si  es  así,  ve  preparando. 
¿Qué  es  del  pan?  ¿galleta  alguna 
Podrá  haber?  ¡Qué!  ¿hay?  ninguna. 
El  pastor  calla,  y  al  alba 
Los  pájaros  le  hacen  salva. 
De  estas  noches  basta  una. 

«Fueron  muchas  en  las  (jue  nos  vimos  deste  modo  en  las  tres  fugas  por  agua  y  por 
tieiTa,  en  la  visita  y  en  la  entrada  al  Obispado  y  salida  á  Lima»  ("). 

Paurpas  ó  llanuras  interminables  que  bañan  el  Marañón,  el  Ñapo,  el  UeaijaU, 
Fuiumaijo,  etc. 

Al  buen  pastor  arrimando 
Su  artesa,  en  el  surgidero 
Le  recibe  un  mosquitero; 
Lo  aflige  y  va  desangrando. 

O  Pastoral  reliffioso-poUüca  geográfica.  Lugo,  Impr.  de  Pujol,  1827,  260  paga,  en  4." 
Sániliez  Rangel  escribió  alemas:  Fragmentos  de  una  pastoral  escrita  en  M' anas  en  la  fuga  de  su 
primer  Obispo.  Madrid,  Impr.  de  E,  Aguado,  1825.  En  4." 

(2)  La  Compañía  de  Jesús  fundó  á  mediados  del  siglo  xvii  algunas  relucciones  en  el  país  de 
]os  Mainas;  acerca  de  ellas  escribió  un  precioso  Informe  en  1661  el  P.  Francisco  de  Figneroa,  del 
cual  se  aproveclió  el  P.  Maroni,  ó  quien  sea  el  autor  de  las  Noticias  auténticas  del  famoso  rio  Maraíióu, 
publicadas  por  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  Geográfica  (tomos  XXVI 
á  XXXIII). 

(3)  La  dedicatoria  á  éste  comienza  así:  <(Como  V.  M.  tuvo  á  bien  preguntarme  dónde  estaba 
Mainas,  recogiendo  mis  pensamientos,  con  algunos  apuntes  que  traía  h^  compuesto  este  libro  qne 
presento  á  V.  M.». 

Cualquiera  diría  que  Sánchez  Rangel  se  burlaba  de  Fernando  VII  como  de  monarca  tan  igoo- 
rante  que  ni  aun  tenía  ligeras  y  vagas  noticias  de  sus  dominios. 

(4)  Páginas  71  á  118. 

(5)  Página  105. 


INTRODUCCIÓN  cr.vn 

¡Sus  alesnas  va  clavando 
Por  los  ojos,  barba  y  boca! 
Toda  diligencia  es  poca. 
¡El  sol  se  nubla!  y  la  plaga 
Aquí  lo  hiere,  allí  amaga. 
¿Y  él?  Firme  como  una  roca. 

«Eli  Sau  Joaquíu  de  Omaguas,  docti'ina  del  Marañón,  fuerou  tanto  los  zaucudo.s  y  el 
calor  que  me  acometierou  á  la  eutrada,  en  la  visita  y  eu  las  fugas,  que  sofocado  estuvo 
á  pique  de  insultarme)   (')• 

Recopilación  de  todos  /o.v  rersos: 

Con  todo,  entre  tantas  penas 
Viviendo  y  muriendo  á  coros, 
De  tigres,  monos  y  loros 
Se  encuentran  cosas  muy  buenas. 
Da  gusto  ver  las  amenas 
Praderas,  montes,  regiones; 
Abismos,  tantas  naciones, 
Ríos,  pampas,  que  en  largueza 
La  madre  naturaleza 
Enriquece  en  producciones  {^). 

Lo  más  estupendo  es  que  á  estas  décimas  siguen  largas  notas  que  constituyen  un 
valioso  documento  geográñco  digno  de  crédito,  como  redactado  por  quien  había  reco- 
riido  los  inmensos  bosques  tropicales  del  Ueayali.  del  Ñapo  y  del  Putumayo. 

(1)  Pá,^^na  109. 

(2)  Página  115. 


CAPITULO  IX 

I.  Doña  Leonor  López  de  Córdoba. — II.  Doña  Catalina  de  Erauso,  La  Moííja  Alférez. 

I 

Uuo  de  los  más  antiguos  escritos  femeniles  en  castellano  es  el  llamado  Testamento 
de  Doña  Leonor  López  de  Córdoba,  donde  ésta  refií'ió  la  serie  de  inicuas  persecucio- 
nes que  sufrieron  ella  y  su  marido  por  haber  sido  fieles  en  vida  y  muerte  al  Rey 
D.  Pedro;  relación  que  difiere  en  algunas  cosas  de  lo  consignado  por  el  Canciller  Pero 
López  de  Ayala  en  su  Crónica  del  Rey  D.  Pedi'o  (año  XIX,  cap.  VII)  y  en  la  Crónica 
del  Rey  D.  Juan  I  (año  VI,  caps.  I  y  II). 

Fué  hija  de  D.  Martín  López  de  Córdoba,  á  quien  el  Rey  D.  Pedro  dio  la  encomien- 
da de  Alcántara  y  luego  hizo  Maestre  de  Calati'ava,  y  de  Doña  Sancha  Carrillo,  sobrina 
de  Alfonso  XI.  Nació  en  Calatayud  en  la  casa  de  este  monarca,  y  fueron  madrinas  suyas 
las  Infantas,  quienes  más  adelante  llevaron  á  ella  y  á  su  madre  al  Alcázar  de  Segovia. 
Allí  murió  muy  pronto  Doña  Sancha,  quedando  Doña  Leonor  huérfana  de  poca  edad. 
A  los  diez  y  siete  años  conti-ajo  matrimonio  con  Ruy  Gutiérrez  de  Finestrosa,  hijo  de  Juan 
Fernández  de  Finestrosa,  Camarero  mayor  de  D.  Pedro  y  Mayordomo  mayor  de  Doña 
Blanca.  Ruy  Gutiérrez  era  bastante  rico;  podía  armar  ti'escientos  hombres  de  á  caballo; 
poseía  quinientos  moros  y  moras,  dos  mil  marcos  de  plata  en  vajilla  y  cuarenta  madejas 
de  aljófar  «tan  grueso  como  garbanzos»;  esto  sin  contar  las  joyas  y  preseas,  cuyo  inventa- 
rio no  se  pudiera  «escrebir  en  dos  pliegos  de  papel» .  A  Doña  Leonor  entregó  su  padre 
como  dote  veinte  doblas.  Cuando  ésta  residía  en  Carmona  con  el  Maesti-e  de  Calatrava,  con 
su  marido,  cuñados  y  un  hermano  suyo  llamado  Lope  López  de  Córdoba  Carrillo,  fué 
sitiado  en  Montiel  D.  Pedro  por  D.  Enrique  el  Bastardo.  El  Maestre  se  preparó  á  soco- 
rrerlo, y  sabida  la  muerte  de  su  Rey  se  retiró  de  nuevo  á  Carmona,  villa  que  sitió  don 
Enrique,  y  no  pudiendo  tomarla  por  la  fuerza  de  las  armas,  logró  que  sus  defensores  se 
entregaran  á  condición  de  respetar  sus  vidas  y  haciendas,  pacto  que  el  Bastardo  que- 
brantó ignominiosamente  ordenando  la  decapitación  de  D.  Martín  López  de  Córdoba  en 
la  Plaza  de  San  Francisco  de  Sevilla  y  confiscando  los  bienes  de  éste  y  su  yerno,  á  quien 
con  Doña  Leonor  metió  en  un  calabozo.  Nueve  años  pasaron  en  aquella  prisión,  donde 
á  consecuencia  de  la  peste  fallecieron  los  cuñados  y  hermano  de  Doña  Leonor.  Esta  y  su 
marido  fueron  puestos  en  libertad  al  advenimiento  de  D.  Enrique  III.  Ruy  Gutiérrez  in- 
tentó en  vano  recobrar  su  hacienda,  y  viendo  que  nadie  le  hacía  justicia,  «anduvo  siete 
años  por  el  mundo,  como  desventurado,  é  nunca  halló  pariente  ni  amigo  que  bien  le  ficiese 
ni  hubiese  piedad  del» .  Enti-etanto  Doña  Leonor  se  fué  á  Córdoba  en  casa  do  su  tía  Doña 
María  García  Carrillo,  y  considerándose  abandonada  de  su  esposo  trató  de  entrar  en  un 


cLx  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

monasterio  de  Guadcilajara,  fimdado  por  sus  bisabuelos.  Mas  antes  de  realizai-lo  volvió 
á  su  lado  aquél  «eucima  de  su  muía,  que  valía  muy  pocos  diueros,  é  lo  que  traia  ves- 
tido uo  valia  treinta  maravedís» .  Tan  pobres  se  hallaron  los  dos,  que  viviendo  en  una 
casa  contigua  á  la  de  su  tía,  salían  á  comer  en  la  de  ésta,  con  harta  vergüenza  de  verse 
menospreciados  por  los  caballeros  de  la  ciudad.  En  esto  Doña  Leonor  tuvo  un  sueño: 
«Vi,  dice  ella,  en  la  pared  de  los  corrales  de  San  Hipólito  un  arco  muy  grande  e  muy 
alto,  e  que  entraba  yo  por  alli  e  cogia  flores  dé  la  sierra,  e  veia  muy  grande  cielo» . 
Aquel  sueño  fué  en  cierto  modo  protético;  poco  después  los  clérigos  de  San  Hipólito  le 
concedían  el  corral  donde  liabía  contemplado  el  arco,  á  condición  de  fundar  una  capella- 
nía por  el  alma  de  Alfonso  XI.  Allí,  escribe,  «con  la  ayuda  de  la  señora  mi  tía  y  de  la 
labor  de  mis  manos  hice  en  aquel  corral  dos  palacios  y  una  hortezuela,  e  otras  dos  ó  tres 
casas» . 

Dotada  de  profundos  sentimientos  religiosos  y  de  inagotable  caridad,  hallándose  en 
Aguilar,  donde  huyó  de  la  peste  que  se  cebaba  en  Córdoba,  cuidó  á  un  moro  que  llegó 
de  Ecija  «con  dos  cánceres  en  la  garganta  y  tres  carbunclos  en  el  rostro» ;  lo  hospedó  en 
casa  de  un  criado  de  su  padre,  y  á  taita  de  otra  persona  hizo  que  acompañase  al  doliente 
un  hijo  suyo,  Juan  Fernández  de  Eiuestrosa,  de  edad  de  doce  años;  éste  se  contagió  y 
pasó  á  mejor  vida  (').  Doña  Leonor  mitigó  tan  amarga  desgracia  recitando  una  anti- 
gua oración,  cuyo  principio  nos  ha  conservado: 

Madre  Santa  Maria — de  vos  gran  dolor  habia 
E  vuestro  hijo  bien  criado — vístelo  atormentado 
Con  su  gran  tribulación— amortecí ósevos  el  corazón. 
Desjiues  de  su  tribulación — puso  vos  consolación 
Ponédmela  á  mí  Señora — que  sabéis  mi  dolor. 

De  Doña  Leonor  López  de  Córdoba  trata  Fernán  Pérez  de  Guznián  en  sus  Genera- 
ciones y  semblan  vas  (cap.  XXX),  censm-audo  la  influencia  que  logró  con  la  Reina  Doña 
Catalina: 

«Hernán  Alonso  de  Robles  fue  natural  de  Mausilla,  una  villa  del  Reyno  de  León, 
hombre  de  escuro  e  baxo  linaje.  Leonor  López  de  Cordova  hizole  Seci'etario  de  la  Rey- 
na  Doña  Catalina,  con  quien  el  ovo  gi-au  lugar»;  y  más  adelante,  hablando  del  servilismo 
y  abyección  de  magnates  y  eclesiásticos,  dice,  que  se  sometían  «no  solo  a  este  simple 
hombre,  mas  a  una  liviana  e  pobre  mujer,  ausi  como  Leonor  López,  e  a,  un  pequeño 
e  raez  hombre,  Hernán  López  de  Saldaña» . 


II 

Hasta  hace  pocos  años  se  creía  generalmente  en  la  autenticidad  del  libro  que  D.  Joa- 
quín María  Ferrer  dio  á  luz,  atribuyéndolo  á  la  famosa  Monja  Alférez  ('^).  Pero  como 
hizo  ver  el  Sr.  Sánchez  Moguel  en. un  artículo  que  publicó  en  la  II ast ración  Española 

(')  Relación  que  deja  escrita  para  sus  descendientes  Leonor  de  Córdoba.  Copiada  en  este  año  de  1733 
de  la  original  que  se  encuentra  en  el  Archivo  del  Real  convento  de  San  Pablo,  de  la  ciudad  de  Córdoba. 
Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España,  tomo  LXXXI,  págs.  33  á  44. 

(2)  Historia  de  la  Monja  Alférez  Doña  Catalina  de  Erauso,  escrita  por  ella  misma.  Ilustrada  con 


INTRODUCCIÓN  clxi 

//  Americana  del  año  1892,  sou  tantos  los  errores  cronológicos  en  que  abunda  y  tan 
absurdas  muchas  aventuras,  que  es  preciso  considerarlo  apócrifo.  Así,  por  ejemplo,  afir- 
ma haber  nacido  en  el  año  1585,  estando  probado  que  nació  en  el  de  1592,  Es,  sin  em- 
bargo, histórico  en  el  fondo,  y  muchos  de  sus  datos  han  sido  comprobados  por  los  docu- 
mentos del  Al-chivo  de  Indias,  donde  se  conserva  el  Memorial  de  méritos  y  servicios 
del  Alférez  Eranso,  cuyo  encabezamiento  es  una  verdadera  autobiografía. 

Doña  Catalina  de  Erauso  nació  en  San  Sebastián,  año  1592,  como  consta  de  su  par- 
tida de  bautismo.  Fué  hija  del  capitán  Miguel  de  Erauso  y  de  María  Pérez  de  Galarza, 
Muy  joven  entró  en  un  convento  de  su  ciudad  natal,  donde  permaneció  hasta  el  año  1607. 
Aviniéndose  mal  su  carácter  inquieto  y  turbulento  con  la  vida  pacífica  del  claustro,  huyó 
vestida  de  hombre  y  pasó  al  Nuevo  Continente;  allí  sirvió  en  el  esjército  y  peleó  como 
valiente  en  la  batalla  de  Purén,  D,  Luis  de  Céspedes  Xeria  certificaba  en  el  año  1625 
que  el  Alférez  Erauso  había  militado  más  de  diez  y  ocho  años,  distinguiéndose  en  varios 
encuentros.  Hacia  el  año  1623,  con  ocasión  de  unas  heridas  de  muerte  que  tuvo,  declaró 
su  verdadero  sexo  y  condición  al  Obispo  de  Guamanga;  volvió  á  Europa,  y  divulgán- 
dose las  aventuras  que  había  corrido  compuso  Montalván  una  comedia  inspirada  en 
ellas,  Pedro  de  la  Valle,  que  la  conoció  en  Koma,  escribe: 

«Es  de  estatura  grande  y  abultada  para  mujer,  bien  que  por  ella  no  parezca  no  ser 
hombre.  No  tiene  pechos,  que  desde  muy  muchacha  me  dijo  haber  hecho  no  sé  qué  re- 
medio para  secarlos  y  quedar  llanos,  como  le  quedaron;  el  cual  fué  un  emplasto  que  le 
(lió  un  italiano  que  cuando  se  lo  puso  le  causó  gran  dolor,  pero  después  sin  hacerle  otro 
mal  surtió  el  efecto. 

»  De  rostro  no  es  fea,  pero  no  hermosa,  y  se  le  reconoce  estar  algún  tanto  maltratada, 
pero  no  de  mucha  edad.  Los  cabellos  sou  negros  y  cortos  como  de  hombre,  con  un  poco 
de  melena  como  hoy  se  usa.  En  efecto,  parece  más  eunuco  que  mujer;  viste  de  hombre 
á  la  española;  trae,  la  espada  bien  ceñida,  y  así  la  vida;  la  cabeza  un  poco  agobiada,  más 
de  soldado  valiente  que  de  coi'tesauo  y  de  vida  amorosa.  Sólo  en  las  manos  se  le  puede 
conocer  que  es  mujer,  porque  las  tiene  abultadas  y  carnosas  y  robustas  y  fuertes,  bien 
que  las  mueve  algo  como  mujer» . 

La  seudoautobiografía  de  Doña  Catalina  de  Erauso  está  plagada  de  anacronismos  y 
absurdas  invenciones.  Equivoca  la  fecha  de  nacimiento  y  hace  cometer  á  la  protagonista 
en  América  desmanes  imposibles,  pues  mataba  hombres  con  la  misma  facilidad  que  se 
rompen  muñecos  de  alfeñique;  en  La  Concepción  (Chile)  dio  muerte  á  nn  hermano  suyo; 

notas  ij  documentos  por  Don  Joaquin  María  de  Ferrer.  París.  Ea  la  imprenta  de  Julio  Didot.  1829. 
Un  vol,  en  8,"  de  311  págs.,  con  un  retrato  de  Doña  Catalina. — Port  — Prólogo  del  editor, — Texto. — 
Notas  finales  del  nianuscrito  de  D.  Cándido  María  Trigueros, — Apéndice.— Lrt  Monja  Alférez,  come- 
dia famosa  de  D.  Juan  Pérez  de  Montalván. 

Historia  de  la  Monja  alférez  Doña  Catalina  de  Erauso,  escrita  por  ella  misma  é  ilustrada  con  notas 
D  documentos,  por  D.  J.  M.  D.  F.  Burcelona,  imprenta  de  José  Tauló,  1838;  1  vol,  en  8,"  de  19.") 
páginas,— Anteport. — Port. — líetrato  de  Doña  Catalina.- Prólogo  del  editor.— Texto.— Notas  finales 
del  manuscrito  de  D.  Cándido  María  Trigueros. — Apéndices. — índice  de  los  capítulos. 

Die  Nonne  Fdhnrich  oder  Geschichte  der  Catalina  de  Erauso  von  ihr  selbst  geschrieben  Heraus' 
gcgehen  von  don  Joaquín  de  Ferrer  und  ins  Deusche  iibersetzt  vojí  Obersten  U.  Schepeler.  Leip^.ig,  Ver- 
lag  von  P.  U.  Mayer,  1830;  1  vol.  en  8.°  de  XX.231  págs.  Al  principio  un  retrato  de  Doña  Catalina; 
es  el  mismo  de  la  edición  anterior.  No  lia  mucho  i'uc  traducida  al  francés  por  el  eminente  poeta 
Heredia, 

AUTOJilOGRAFÍAS    V    MKMOIUAS. 11 


cLxii  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

en  el  Cuzco  á  un  soldado  llamado  nuevo  Cid,  v  en  todas  pai-tes  se  ostenta  como  un  joven 
enamoradizo  y  pendenciero.  Hay  motivos  bastantes  para  presumir  que  este  libro  fué 
compuesto  por  Trigueros  en  vista  de  algunas  relaciones  que  corrieron  á  nombre  de  Doña 
Catalina,  cual  es  la  siguiente:  Belácion  verdadera  de  las  grandes  haxañas  y  valerosos 
hechos  que  una  ¡nuger  hiw  en  fegnte  g  quatro  años  que  siruio  en  el  Reyno  de  Chile  g 
otras  partes  al  Reg  nuestro  Señor,  en  abito  de  soldado,  g  los  honrosos  oficios  que  tuuo 
ganados  por  las  armas,  sin  que  la  tuuieran  por  tal  muger  hasta  que  le  fue  fuer^M  el 
descubrirse,  dicho  por  su  mesma  roca  rinie/ulo  nauegando  la  buelta  de  España  en  el 
galeón  San  loseph^  de  que  es  Capitán  Andrés  de  Onion,  del  cargo  del  Señor  General 
Tomas  de  la  Baspuru,  que  lo  es  de  los  galeones  de  la  plata,  en  18  de  setiembre  de  1624 
años.  Sacada  de  un  original  que  dexó  e)>  Madrid  en  casa  de  Bernardino  de  Guxnian, 
donde  fue  impressa,  año  de  1625,  g  en.  Sevilla  por  Simón  Faxardo  (1625).  2  hojas  en 
folio  (•). 

Madrid  3  de  jimio  de  1902. 

M.  Seükano  y  Sakz. 


(1)  Además  de  las  oliriis  estudiadas  ó  citadas  en  esta  Introducción  mencionaremos  las  siguientes: 

Comentarios  de  los  sucesos  de  Aragón  en  los  ai'ios  1591  y  1592,  escritos  por  D.  Francisco  de 
Gurrea  y  Aragón,  Conde  de  Luna.  Publícalos  D.  Marcelino  de  Aragón  y  Azlor,  Duque  de  Villa- 
hermosa,  de  la  Real  Academia  Española.  Madrid,  Imp.  de  A.  Pérez  Dubrull,  1888;  XlTI-635  pági- 
nas en  4.** 

Memorias  del  Marqués  de  Ayerhe  sobre  la  edancia  de  D.  Fernando  VII  en  Valenray  y  el 
principio  de  la  guerra  de  la  Independencia.  Ordenadas  y  publicadas  por  D.  Juan  Jordán  de  Urries, 
actual  Marqués  del  mismo  título.  Zaragoza,  Est.  tip.  de  M.  Salas,  1893;  308  págs.  en  8.° 

Escritos  del  conde  de  Ofalia,  publicados  por  su  nieto  el  Marqués  de  Heredia,  Senador  j)or  derecho 
propio.  Bilbao,  Imp.  de  La  Propaganda,  1894.  En  4.° 

Al  principio  (págs.  11  á  100)  va  la  biografía  de  D.  Narciso  de  Heredia,  escrita  por  D,  Fernando 
Alvarez.  Hay  en  este  libro  algunos  escritos  autobiográHcos  de  Heredia. 

Memorias  para  escribir  la  Historia  contemporánea  en  los  siete  primeros  años  del  reinado  de 
Isabel  II.  Por  el  Marqués  de  Mirajlores,  Conde  de  Villapaterna,  Grande  de  España,  Ministro  Pleni- 
potenciario de  S.  M  O.  en  Londres  en  el  año  1S34,  Embajador  extraordinario  en  Londres  y  París  en 
los  años  1838,  1839  y  1840,  Procer  y  Senador  en  las  épocas  desde  1834  á  1841.  Madrid,  Impr.  de  la 
Viuda  de  Calero,  1843  1844.  2  vol.  en  4.°  de  LXXV-TÚO  y  883  págs. 

Don  Manuel  Ruiz  Zorritla  ante  la  A.  R.  M.  Noticias  sobre  la  formación  y  desarrollo  de  la  misma. 
Historia  de  la  conspiración  militar  que  produjo  la  sublevación  de  Badajoz  y  la  Seo  de  Urgel  y  detallen 
interesantes  al  ejército.  Escrito  todo  por  Sifjler.  —  725,  Secretario  de  la  Junta  republicana  militar,  en 
defensa  de  su  honra  y  aclaración  de  los  hechos  ocurridos.  Madrid,  Imp.  de  José  de  Rojas,  1883.  98  pá- 
ginas en  8.*' 

Enrique  Polo  de  Lara,  En  justa  defensa  (Refutación  documentada  de  las  falsas  aseveraciones 
de  un  fraile  agustino),  por  el  último  Gobernador  civil  español  de  ambos  llocos,  con  una  carta  de  Fran- 
cisco Rodríguez  Marín.  Sevilla,  Imp.  Sauceda,  1900.  20G  págs.  en  8." 

Relación  verdadera  de  los  trabajos  y  fortunas  que  un  pussado  los  que  fueron  el  uiaje  del  Rio  de 
la  Plata.  Escrita  por  Andrés  Martínez,  vezino  desta  ciudad  de  Seuilla, 

(Al  jin) .  Impressa  en  Seuilla,  en  casa  de  Alonso  de  Coca,  impressor.  2  hojas  en  folio. 

La  Relación  está  fechada  en  Santo  Domingo  á  15  de  agosto  de  1559. 

En  la  Colección  de  documentos  para  la  Historia  de  Chile,  2)ublicados  por  J.  T,  Medina,  hay  las 
siguientes  relaciones  autobiográticas  de  navegantes: 


INTRODUCCIÓN  CLxui 

Diario  ó  derrotero  del  viaje  de  Magallanes  desde  el  cabo  de  San  Agustín  en  el  Brasil  hasta  el 
regreso  á  España  de  la  nao  Victoria,  escrito  por  Francisco  Albo.  Tomo  I,  págs.  213  á  256, 

Relación  e  derrotero  de  Diego  Garda  que  salió  de  la  Coruña  en  15  d' Enero  de  1526,  en  el  Mar 
Occeano,  e  llego  en  27  al  Rio  Paraná,  donde  navego  muchas  leguas  tierra  adentro  la  Armada  de 
Sebastian  Caboto.  Describe  las  generaciones  que  habitan  en  las  orillas  deste  Rio  e  su  riqueza.  Añade 
que  quinze  años  antes  abia  estado  alli  e  abia  descubierto  aquellas  tierras,  de  donde  traxo  gran  porción 
de  plata.  Tomo  III,  págs.  40  á  48. 

Relación  de  Francisco  Davila,  sobresaliente  de  la  nao  S.  Gabriel,  asi  de  la  navegación  de  Louisa 
desde  la  Coruña  hasta  el  Estrecho  de  Magallanes,  como  de  los  acaecimientos  particulares  de  aquella 
nao  después  que  se  separo  de  la  armada.  4  de  junio  de  1527 .  Tomo  III,  págs.  48  á  58. 
Cartas  de  D.  Rodrigo  Acuña  sobre  algunos  acontecimientos  del  viaje  deLoai^a. 
Son  dos:  fechada  una  á  15  de  junio  de  1527;  la  otra  sin  fecha.  Tomo  III,  págs.  58  á  64. 
Relación  de  las  cosas  que  sucedieron  en  la  armida  de  Simón  de  Alcazaba,  el  cual  iba  por  Gober- 
nador á  la  provincia  de  León  por  parte  de  la  mar  del  Sur,  escrita  por  Alonso  Vehedor  en  el  año  1530 
Tomo  III,  págs.  330  á  344. 

Relación  hecha  por  Juan  de  Mori  de  la  expedición  de  Simón  de  Alcazaba  al  estrecho  de  Maga- 
llanes desde  que  salió  de  Sanlucar  de  Barrameda  en  veinte  y  uno  de  setiembre  de  mil  quinientos  treinta 
y  quatro  hasta  que  llego  á  Santo  Domingo  en  agosto  de  mil  quinientos  treinta  y  cinco;  dirigida  á  un 
amigo  suyo  de  Sevilla,  á  20  de  octubre  de  1535.  Tomo  III,  págs.  31G  á  330. 

Carta  del  Adelantado  D.  Pedro  de  Alvarado  á  S.  M.  dándole  cuenta  de  lo  que  le  sucedió  cuando 
saliendo  de  Guatemala  tuvo  que  arribar  á  la  Gobernación  de  don  Francisco  Pizarra. 
San  Miguel  15  de  enerO  de  1534.  Tomo  IV,  págs.  193  á  196. 

Carta  á  S.  M.  del  Adelantado  D.  Pedro  de  Alvarado,  sobre  las  contrariedades  que  sufría  de  Piza- 
rra y  estado  de  los  descubrimientos  en  Guatemala. 

Santiago  de  Guatemala  12  de  mayo  de  1536.  Tomo  IV,  págs.  350  á  363 

Diario  del  viaje,  de  (*)  la  Corte  á  Italia,  de  dos  caballeros  curiosos  (15  de  marzo  á  9  de  julio 
del  año  1681). 

Ms.  original  al  parecer;  55  hojas  en  folio.  Bibl.  Nac,  I,  68. 

Relación  histórica  del  viaje  hecho  á  la  ysla  de  A  mat,  por  otro  nombre  Olahití,  y  descubrimiento 
de  otras  adyacentes,  por  D.  José  de  Andia  y  Várela,  en  los  años  de  1774  y  1775, 
Ms.  del  siglo  xvm;  un  vol.  en  4."  (Museo-Biblioteca  de  Ultramar). 

Diarios  ejecutados  á  los  países  del  Gran  Chaco  en  los  años  de  1776  y  1781  por  el  Rdo.  P.  Prior 
del  Orden  Seráfico,  Fr.  Antonio  Lapa,  cura  doctrinero  de  la  reducción  de  Nuestra  Señora  del  Pilar 
de  Macapillo. 

Ms.  autógr.  que  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacional;  14  hojas  en  folio. 

Breve  descripción  de  los  viajes  hechos  en  América  por  la,  Comisión  científica  enviada  por  el 
Gobierno  de  S.  M.  C.  durante  los  años  de  1862  á  1866,  acompañada'  de  dos  mapas,  por  D.  Manuel 
de  Almagro.  Madrid,  Imp.  de  M.  Rivadcneyra,  18GG.  174  págs.  en  4." 

De  dicha  Comisión  formó  parte  el  insigne  americanista  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada 
Correspondencias  de  un  viaje  desde  Filipinas  á  Europa  por  Sicilia,  Ñapóles,  Roma,  Italia.  París, 
Londres  y  España.  Comprenden  la  descripción  de  varias  poblaciones  del  tránsito,   incluso  Cantón  en 
China,  con  los  sucesos  del  viaje  en  la  ida  y  vuelta.  Por  Faustino  Villa/ranea,  prebendado  de  la  Iglesia 
Catedral  de  Manila. 

Manila,  Imp.  de  la  Revista  Mercantil,  1870.  283  págs.  en  4.'* 

Viaje  de  Ccylán  á  Damasco,  Golfo  Pérsico,  Mesopotamia,  ruinas  de  Babilonia,  Ninivey  Palmira, 
y  cartas  sobre  la  Siria  y  la  isla  de  Ceylán,  por  D.  Adolfo  Rivadeneyra.  Madrid,  Imp.  de  M.  Rivade- 
neyra,  1871.  398  págs.  en  8." 

Viaje  al  interior  de  Persia,  por  1).  AdolCo  Rivadcneyra.  Madrid,  Imp.  de  Aribau  y  C*,  1880. 
3  vol.  en  8.° 

Del  Timbó  al  2'artagal.  Impresiones  de  un  viaje  á  través  del  Gran  Chaco,  por  Leopoldo  Amaiul, 
con  un  prólogo  de  Juan  José  García  FeWoso.  Buenos  Aires,  Imp.  de  El  Rio  de  la  Plata,  1889. 
XIII.304  págs.  en  8." 

(*)  do  está  ¡lur  desde. 


cLxiv  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

El  Caiiiagüey.  Viajes  pintorescos  por  el  interior  de  Cuba  y  por  sus  costas,  con  descripciones  del 
país,  por  el  F.  Antonio  Perpiñá,  escolapio.  Barcelona,  Imp.  de  Fidel  Giró,  1889.  448  págs  en  4.° 

Sombras  chinescas  (Recuerdos  de  un  viaje  al  Celeste  Imperio),  1900-1901,  por  Luis  Valera. 
Madrid,  Imp.  de  M.  Tello,  1902.  En  8  "  Tomo  I. 

Se  habían  publicado  ya  estos  Recuerdos  en  el  folletín  de  El  Imparciu.l. 

Miguel  Leitfio  de  Andrade,  soldado  que  fué  en  la  desdichada  campaña  de  D.  Sebastián  en 
África,  consignó  sus  recuerdos  en  su  tan  heterogénea  como  curiosa  Miscellanea  (Lisboa,  lü29). 

Relación  del  sargento  Diego  Ruiz  Maldonado  en  el  viaje  que  llevó  al  socorro  de  la  Guayana  por 
orden  de  don  Martin  de  Saavedra,  acerca  del  Orinoco  (año  1638). 

Iiichiida  en  los  Nuevos  autógrafos  de  Cristóbal  Colón  y  relaciones  de  Ultramar,  hos  publica  la 
Duquesa  de  Benvick  y  de  Alba,  Condesa  de  Siruela. 

Madrid,  Imp.  de  Rivadcneyra,  1902.  Págs.  100  á  121. 

Servicios  del  Maestre  de  campo  Alvaro  de  Paz  Villalobos  á  los  Reyes  Felipe  II y  III,  en  Italia, 
Flandes,  Portugal  y  las  Indias.  1612  ;Obra  citada,  pág.s.  80  á  85). 

[Relación  que  de  sus  méritos  y  servicios  hizo  Sebastian  Hurtado  de  Corcuera],  Córdoba  10  de  julio 
de  1653,  Impresa  sin  indicación  de  lugar  ni  de  año;  4  hojas  en  folio  (Biblioteca-Museo  de  Ultramar). 

Hurtado  de  Corcuera  refiere  que  estuvo  en  Flamles,  en  el  tercio  de  D.  Iñigo  de  Borja,  hasta  el 
año  1616;  liecho  alférez  militó  con  el  Maestre  de  campo  Simón  Antúnez  hasta  1623;  luego  pasó  al 
Perú  y  fué  en  el  Callao  Tesorero  de  la  Real  Hacienda,  y  en  Panamá  Gobernador,  Capitán  general 
y  Presidente  de  aquella  Audiencia;  después  obtuvo  el  Gobierno  de  las  Filipinas,  donde  peleó  contra 
los  moros  de  Miudanao  y  fortificó  la  ciudad  de  Manila,  amenazada  por  los  holandeses.  Todo  esto  no 
impidió  que  fuera  reducido  á  prisión  por  su  sucesor  D.  Diego  Fajardo.  Acaba  su  relación  pidiendo 
al  Rey  que  le  hiciera  justicia. 

Mis  Memorias,  ó  sea  un  recuerdo  pasado  y  un  presente  recuerdo,  por  José  Garda  Monzón.  Ms.  del 
siglo  XIX,  en  4."  (Biblioteca-Museo  de  Ultramar). 

El  autor  nació  en  Zaragoza  á  11  de  septiembre  de  1831.  Fué  soldado  en  Puerto  Rico.  Sus  Me- 
morias llegan  hasta  el  año  1859. 

Mi  cautiverio.  Carta  que,  con  motivo  del  que  sufrió  entre  los  moros  piratas  joloanos  y  sámalos 
en  1857,  dirige  el  Teniente  Coronel  de  Infantería  D.  Luis  Ibañez  y  García  á  su  hermano  D.  Joaquín, 
Capitán  de  fragata  de  la  Armada  destinado  al  apostadero  de  la  Habana.  Madrid,  Imp  de  Gabriel 
Alliambra,  1859.  29  págs.  en  4.» 

Diario  de  un  testigo  de  las  operaciones  sobre  los  insurrectos  de  la  isla  de  Cuba,  llevadas  á  cabo  por 
la  columna  á  las  órdenes  del  Excelentísimo  Sr.  General  Conde  de  Valmaseda,  por  D.  Teodoi'ico  Feijóo 
y  de  Mendoza   Habana,  Imp.  de  la  Viuda  é  Hijos  de  Soler,  1869.  63  págs.  en  folio. 

Los  manhises,  Memorias  de  un  prisionero,  por  el  Capitán  de  Infantería  D.  Antonio  del  Rosal. 
Madrid,  Imp.  de  D.  Pedro  Abienzo,  1874.  44  págs.  en  4  " 

Españoles  é  insurrectos.  Recuerdos  de  la  guerra  de  Cuba,  por  el  Coronel  retirado  D.  Francisc  >  de 
Oamps  y  Feliu.  Habana,  Imp.  de  A.  Alvarez  y  Comp.%  1890.  424  págs.  en  4." 

Recuerdos  histó  icos  de  la  ciudad  de  Veracruz  y  costa  de  Sotavento  del  Estado  durante  las  cam- 
pañas de  ((.Tres  años>\  «La  Intervencióm)  y  cíEl  Imperio'»,  por  el  Mayor  de  Infantería  Sebastián  I. 
Campos.  México,  Ofic.  tip.  de  la  Secretaiía  de  Fomento,  1895,  492  págs.  en  4." 

El  manuscrito  de  un  combate  ó  el  3  de  julio  desde  el  «.Vizcaya»,  por  Tomás  Benítez  Francés.  El 
Ferrol,  Imp.  de  El  Correo  Gallego,  1898.  243  págs,  en  8.» 

Manuel  Corral,  ¡El  desastre!  Memorias  de  un  voluntario  en  la  campaña  de  Cuba.  Barcelona, 
Tip.  Moderna,  1899.  236  págs.  en  8." 

¡La  guerra!  Cuba  (Diario  de  ?m  testigo),  por  Ricardo  Btirguete,  del  Ejército  español.  Barcelo- 
na, 1902.  204  págs.  en  8  ° 

¡La  guerra!  Filipinas  (Memorias  de  un  herido),  por  Ricardo  Burguete.  Barcelona,  1902; 
239  págs.  en  8.° 

Diario  turolense  de  la  primera  mitad  del  siglo  XVI,  escrito  por  Juan  Gaspar  Sánchez  Muñoz, 
Caballero  de  la  noble  familia  de  los  Muñozes  de  Teruel.  Publicado  con  una  introducción  y  notas  por 
el  Dr.  D.  Gabriel  Llabréí  y  Quintana.  Madrid.  Est.  tip.  de  Fortanet,  1902.  80  págs.  en  8." 

Memorias  de  un  empresario,  por  D.  Felipe  Ducazcal;  publicadas  en  el  Heraldo  de  Madrid,  núme- 
ros de  4,  8,  12,  22  y  28  de  noviembre,  y  4  y  17  de  diciembre  de  1890. 


INTRODUCCIÓN  clxv 

Descripción  de  España,  por  D.  Fernando  Colón. 

Ms.  en  parte  autógrafo;  un  volumen  en  4."  Se  conserva  en  la  Biblioteca  Colombina. 

Refiere  en  esta  obra  D.  í>rnando  sus  viajes  por  E-paña;  comenzó  su  itinerario  á  3  de  agosto 
de  1517. 

El  poeta  y  naturalista  canario  D.  José  de  Viera  y  Clavijo  escribió  sus  Memorias  en  el  año  1-99, 
las  cuales  se  han  publicado  con  su  Diccionario  de  Historia  natural  de  las  islas  Canarias.  Son  lu 
fuente  que  más  aprovecharon  Millares  [Hijos  ilustres  de  las  islas  Canarias)  y  D.  José  Román  {Elorjio 
de  Viera)  para  la  biografía  de  este  hombre  ilustre. 

Las  tertidias  de  la  Zarzuela,  Páginas  de  la  vida  literaria,  por  Eduardo  Saco;  insertas  en  el 
Heraldo  de  Madrid,  22  de  febrero;  5,'  1.5,  21  y  30  de  marzo;  17  de  abril;  8  y  27  de  mayo,  y  26  de 
junio  de  1891. 

Recuerdos  de  Filipinas.  Cosas,  casos  y  usos  de  aquellas  islas;  vistos,  oídos,  tocados  y  contados, 
por  Francisco  Cañamaque.  Con  una  caria-prólogo  del  Excmo.  Sr.  D.  Patricio  de  la  Escosura. 

Madrid,  Imp.  de  J.  Cruzado,  1877;  Iinp.  de  Aribau  y  Comp.%  1879.  2  vol.  en  8." 

Diario  de  un  testigo  de  la  guerra  de  África,  por  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón,  soldado  voluntario 
durante  la  campaña.  Segunda  edición,  corregida.  Madrid,  Imp.  Central  á  cargo  de  Víctor  Sáiz,  1880. 
3  vol.  en  8." 

Cuatro  años  en  Méjico;  Memorias  intimas  de  un  periodista  español,  por  D.  Ramón  Elices  Montes. 
Con  vn  prólogo  de  D.  Emilio  Castelar.  Tomo  I.  Méjico  en  la  actualidad.  Madrid,  Imp.  de  la  Viuda  de 
J.  M.  Pérez,  1885.  ün  vol.  en  8." 

Nada  tienen  de  intimas  estas  Memorias,  pues  se  reducen  á  una  descripción  de  Méjico,  tal  como 
puede  verse  en  cualquier  obra  de  geografía. 

Víctor  Gálvez,  Memorias  de  un  viejo,  Escenas  de  costumbres  de  la  República  Argentina.  Buenos 
Aires,  Imp.  de  Pablo  E.  Coni  é  Hijos,  1888-89.  Tres  vol.  en  8.» 

The  Ufe  of  the  Rev.  Joseph  Blanco  White,  written  hy  hrmself;  loith  poriions  ofhis  correspondence . 
Edited  byJohi  Hamilton  Thom.  London,  1845.  3  vol.  en  4."  de  XII-501,  IX-362  y  X-480  páginas. 

Este  libro  se  formó  con  cartas  y  otros  documentos  de  Blanco  White,  quien  había  ya  publicado 
una  autobiografía  en  sus  Lettersfrom  Spain,  con  el  título  de  Afeiofacts  connected  whitli  tlieforma- 
tion  ofthe  intellectual  and  moral  character  of  a  spanish  clergyman  (páginas  06  á  134). 

El  insigne  filólogo  y  religioso  apóstata  D.  Juan  Calderón  redactó  su  biografía  en  una  carta  .i 
Benjamín  Wiffen,  publicada  en  el  año  1855  por  D.  Luis  Usoz  del  Río.  Cnf.  Historia  de  los  hetero- 
doxos españoles,  por  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo;  tomo  III,  págs.  070  á  673. 

El  catalán  D,  Ramón  Montsalvatge ,  fraile  capuchino,  luego  soldado  carlista  y  por  último 
agente  de  sociedades  bíblicas,  compuso  una  autobiografía  novelesca,  aunque  histórica  en  el  fondo, 
traducida  a!  inglés  y  publicada  en  Londres,  año  1846,  con  el  título  de  The  Ufe  of  Ramón  Mont-al- 
vatge,  a  converted  spanish  monlc  of  the  order  of  the  Capucins. 

Resumen  de  un  siglo.  Personas,  cosas  y  sucesos  q^te  han  pasado  y  yo  he  visto  en  el  siglo  XIX. 
Por  Aliitonio]  Miaría]  G[arcia]  B[lanco].  Osuna,  1887.  En  8." 

Reciente  está  aún  la  memoria  de  este  personaje,  tan  célebre  por  sus  conocimientos  hebraicos 
como  por  sus  e.\travaganeias. 

Memoria  histórica  de  S.  M.  la  Reyna  de  Elruria,  escrita  por  ella  misma  en  italiano.  Publícala  en 
español  D.  Marcos  Gándara.  En  Valladolid,  Imp.  de  Santander,  año  de  1815;  42  págs.  en  8.",  más 
tfes  hojas  de  prels. 

Port.— El  traductor.— Memoria  histórica  de  S.  M.  la  Reyna  de  Etrtiria,  escrita  por  ella  misma 
en  italiano.  Esta  reina  fué  D  "  María  Luisa  de  Borbón,  hija  de  Carlos  TV  de  España. 

Recuerdos  de  Cádiz  y  Puerto  Real  (1841-1S50),  por  Fulana  de  Tal.  París.  Tip.  Garnier,  1899; 
110  págs.  en  8." 

Como  autobiografía  puede  considerarse  el  libro  siguiente,  ar.nquc  no  fué  redactado  por  su  pro- 
tagonista, cuyas  aventuras  más  ó  menos  fingidas  se  propahiron  á  fin  de  excitar  en  los  Estados  Unidos 
el  odio  contra  España: 

The  story  of  Evangelina  Cisneros  (Evangelina  Betancourt  Cosío  y  Cisneros)  told  by  herself.  Her 
rescue  by  Karl  Decker.  Introduction  by  JuUan  Hawlhorne.  Illustrations  by  Frederic  Remington, 
Thomas  Fleming  and  others.  New  York,  MDCCCXCVIII.  257  págs.  en  8." 

Nicolás  Antonio  {Bibliotheca  nova)  habla  de  las  siguientes  obras  que  no  hemos  podiilo  examinar: 


cLxvi  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

El  Pretendiente  á  la  corona  lusitana  y  rival  de  Felipe  II.  D.  Antonio,  Prior  de  Ocrato,  escribió 
sus  Memorias,  que  se  intitulaban  Primeira  e  segunda  parte  da  Historia  do  Rey  Doni  Antonio, 

Antonio  de  Sousa  Diniz,  Discursos  de  sua  vida. 

Libro  de  sus  sucesos,  por  D.  Pedro  de  la  Mota  Sarmiento. 

Pablo  de  San  Mauro,  Cousas  da  sua  vida. 

El  P.  Luis  de  Valdivia,  S,  J.,  Relación  de  su  entrada  en  el  reino  de  Chile  para  cipaciguar  aquellos 
rebeldes  el  año  de  1612. 

El  P.  Gonzalo  Piodríguez,  Carta  da  sua  Einbaixada  a  Etiopia^  e  do  que  la  le  sucedeo  con  n  sen 
Reí/  Claudio. 

Publicóla  casi  íntegra  Nicolás  Godinlio  en  su  libro  De  rebus  abissinorum  (libro  11,  cap.  LVill) 
Del  portugués   Francisco  Alvarez  se  tradujo  y  publicó  en  Zaragoza,  año  1561,  un  libro  semejante, 
rotulado  Historia  de  las  cosas  de  Ethiopia,  referidas  muchas  de  ellas  como  testigo  ocular. 

Después  de  escrito  lo  que  pre'.ede  se  ha  publicado  el  tomo  II  de  los  Recuerdos  de  un  diplomá- 
tico, por  D.  Augusto  Conté;  abarca  el  período  comprendido  entre  los  años  1852  y  1865,  cuando  su 
autor  residió  en  Florencia,  Turín,  Ñapóles  y  Londres.  Lo  ha  juzgado  discretamente  en  La  España 
Moderna  (abril,  págs.  158  á  165)  D.  Eduardo  Gómez  de  Baquero. 

Antonio  Vico.  Mis  memorias.  Cuarenta  años  de  cómico.  Impresiones  por  Echegaray ,  Leopoldo 
Cano  y  Zapata.  Madrid.  Imp,  de  A.  Pérez  y  0/  [1902].  182  págs.  en  8  ° 

Están  sin  acabar  dichas  Memorias,  que  en  su  mayor  parte  se  refieren  á  las  campañas  teatríilos 
de  Vico  por  la  América  del  Sur. 

En  La  España,  Moderna  (julio  y  agosto  del  presente  año)  se  ha  reimpreso  el  estudio  de  don 
Adolfii  de  Castro:  Memorias  de  una  dama  del  siglo  XIV  y  XV  (de  1363  á  1412),  Doña  Leonor  Ló- 
pez de  Córdoba. 


VIAJE  DE  TURQUÍA 


POR 


CRISTÓBAL  DE  VÍLLALON 


(1) 


AL  MUY  ALT<1  Y  MUY  PODEROSO,    CATHOLICO  Y  CHRISTIANISSIMO  SEÑOR  DON    PHELIPE, 

REY  D'ESPAÑA,  Y^NGALATERRA  Y  ÑAPÓLES 

EL  AUTOR,  SALUD  Y  DESEO  DE  SINZERA  FELICIDAD  Y  VICTORIA. 


Aquel  insaciable  y  desenfrenado  deseo  de 
saber  y  conos^er  que  natura  puso  en  todos 
los  hombres,  Cesar  invictissinio,  subjetandonos 
de  tal  manera  que  nos  fuerza  a  leer  sin  fructo 
ninguno  las  fábulas  y  fictiones,  no  puede  me- 
jor executarse  que  con  la  peregrina9Íon  y  ver 
de  tierras  estrañas,  considerando  en  quanta 
angustia  se  enzierra  el  animo  y  entendimiento 
que  está  siempre  en  un  lugar  sin  poder  exten- 
derse a  especular  la  infinita  grandeza  deste 
mundo,  y  por  esto  Homero,  único  padre  y 
autor  de  todos  los  buenos  estudios,  habiendo 
de  proponer  a  su  ülixes  por  perfecto  dechado 
de  virtud  y  sabidnria,  no  sabe  de  que  manera 
sp  entonar  mas  alto  que  con  estas  palabras: 

'Avopx  ¡jiot  iVV£ir£,  MoQaa,  TioXúxponov,  o;  ¡xáXa 

[TcoXXá 
«Xá^yer, 

Ayúdame  a  cantar  ¡o  musa!  un  varón  que  rio 
muchas  tierras  y  diversas  costumbres  de  hom- 
bres. Y  si  para  confirmar  esto  hai  necesidad  de 
mas  exemplos,  ¿quien  puede  con  mejor  titulo  ser 
presentado  por  nuestra  parte  que  Vuestra  Ma- 
gestad  como  testigo  de  vista  a  quien  este  vir- 
tuoso deseo  tiene  tan  rindido,  que  en  la  pri- 
mera flor  de  su  jubentud  (como  en  un  espejo) 
le  ha  representado  y  dado  a  conoscer  lo  que 
en  millones  de  años  es  dificil  alcanzar,  de  lo 
qual  España,  Ytalia,  Flamees  y  Alemania  dan 
testimonio?  Conos^iendo,  pues,  yo,  christianis- 
simo  principe,  el  ardentissimo  animo  que  Vues- 
tra Magestad  tiene  de  ver  y  entender  las  cosas 
raras  del  mundo  con  sólo  zelo  de  defender  y 
augmentar  la  sancta  fe  catholica,  siendo  el  pilar 


de  los  pocos  que  le  an  quedado  en  quien  más 
estriba  y  se  sustenta,  y  sabiendo  que  el  mayor 
contrario  y  capital  enemigo  que  para  cumplir 
su  deseo  Vuestra  Magestad  tiene  (dexados  apar- 
te los  ladrones  de  casa  y  perros  del  ortolano) 
es  el  Gran  Turco,  he  querido  pintar  al  bibo  en 
este  comentario  a  manera  de  dialogo  a  Vues- 
tra Magestad  el  poder,  vida,  origen  y  costum- 
bres de  su  enemigo,  y  la  vida  que  los  tristes 
cautibos  pasan,  para  que  conforme  a  ello  siga 
su  buen  proposito;  para  lo  qual  ninguna  cosa 
me  ha  dado  tanto  animo  como  ver  que  muchos 
an  tomado  el  trabajo  describirlo,  y  son  como 
los  piuctores  que  pintan  a  los  angeles  con  plu- 
mas, y  á  Dios  Padre  con  barba  larga,  y  á  Sant 
Migel  con  arnés  a  la  marquesota,  y  al  diablo 
con  pies  de  cabra,  no  dando  a  su  escriptura 
más  autoridad  del  diz  que,  y  que  oyeron  dezir  a 
uno  que  venía  de  alia;  y  como  hablan  de  oidas 
las  cosas  dignas  de  consideración,  unas  se  les 
pasan  por  alto,  otras  dexan  como  casos  reser- 
vados al  Papa.  Dize  Dido  en  Virgilio:  Yo  que 
he  prohado  el  mal  aprendo  a  socorrer  a  los 
miseros;  porque  cierto  es  cosa  natural  dolemos 
de  los  que  pades^en  calamidades  semejantes  a 
las  que  por  nosotros  an  pasado.  Como  los  ma- 
rineros, después  de  los  tempestuosos  trabajos, 
razonan  de  buena  gana  entre  sí  de  los  peligros 
pasados,  quie'n  el  escapar  de  Scila,  quién  el 
salvarse  en  una  tabla,  quién  el  dar  al  trabes  y 
naufragio  de  las  sirtes,  otros  de  las  ballenas  y 
antropófagos  que  se  tragan  los  hombres,  otros 
el  huir  de  los  corsarios  que  todo  lo  roban,  ansi 
a  mí  me  ayudará  tornar  a  la  memoria,  la  cau- 
tiuidad  peor  que  la  de  Babilonia,  la  servidum- 


(•)  Lo  publicamos  con  arreglo  al  manuscrito  original,  ó  sea  el  31.  529.  Cuando  en  éste  faltan  palabras  por 
hallarse  estropeada  alguna  hoja,  hacemos  uso  del  U.  378,  que  es  una  copia  exacta  y  casi  coetánea. 

Como  en  esta  obra  no  hay  división  de  capítulos,  á  fin  de  facilitar  su  lectura  la  hemos  dividido  en  Coloquios 
y  puesto  en  ellos  epígrafes. 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


bre  llena  de  crueldad  y  toraiento,  las  duras 
prisiones  y  peligrosos  casos  de  mi  huida;  y  no 
mire  Vuestra  Magestad  el  ruin  estilo  con  que 
va  escrito,  porque  no  como  erudito  escriptor, 
sino  como  fiel  interprete  y  que  todo  quanto 
escribo  vi,  he  abracado  antes  la  obra  que  la 
aparen^ia,  supliendo  toda  la  falta  de  la  recto- 
rica  y  elegantia  con  la  verdad,  por  lo  qual  no 
ha  de  ser  juzgada  la  imperfection  de  la  obra, 
sino  el  perfecto  animo  del  autor;  ni  es  de  ma- 
ravillar si  entre  todos  quantos  cautibos  los 
turcoá  an  tenido  después  que  son  nombrados 
me  atreba  a  dezir  que  yo  solo  vi  todo  lo  que 
escribo,  porque  puedo  con  gran  razón  dezir  lo 
que  Sant  Juan  por  Sant  Pedro  en  el  18  capi- 
tulo de  su  escriptura:  discipulus  autein  ¿lie 
erat  notas  pontijici  et  introiuit  cum  lesu  ¿n 
atrium  pontificis,  Petrus  mitem  stahat  ad  os- 
tium  (^)foris.  Dos  años  enteros'despues  de  las 
prisiones  estube  en  Constantinopla,  en  los 
quales  entraba  como  es  costumbre  de  los  mé- 
dicos en  todas  las  partes  donde  a  ninguno  otro 
es  lÍ9Íto  entrar,  y  con  saver  las  lenguas  todas 
que  en  aquellas  partes  se  hablan  y  ser  mi  avi- 
tacion  en  las  cámaras  de  los  mayores  principes 
de  aquella  tierra,  ninguna  cosa  se  me  ascon- 
dia  de  quanto  pasaba.  No  ai  a  quien  no  mueba 
risa  ver  algunos  casamenteros  que  dan  en  sus 
escripturas  remedios  y  consejos,  conformes  á 
las  cabezas  donde  salen,  cómo  se  pueda  ganar 
toda  aquella  tierra  del  turco,  diziendo  que  se 
juntasen  el  Papa  y  todos  los  principes  chris- 
tianos,  y  a  las  dignidades  de  la  Iglesia  y  a 
todos  los  señores  quitasen  una  parte  de  sus 
haziendas,  y  cada  reino  contribuyese  con  tanta 
gente  pagada,  y  parescicndoles  dezir  algo  en- 
cares9en  el  papel,  no  mirando  que  el  gato  y  el 
ratón,  y  el  perro  y  el  lobo  no  se  pueden  iun- 
zir  para  arar  con  ellos.  Ningún  otro  aviso  ni 
particularidad  quiero  que  sepa  Vuestra  Mages- 
tad de  mí  más  de  que  si  las  guerras  de  acá 
9Íbiles  diesen  lugar  a  ello  y  no  atajasen  al  me- 
jor tiempo  el  firme  proposito  de  servir  a  Dios, 
no  menos  se  habria  Solimán  con  Philipo,  que 
Dario  con  Alexandro,  Xerse  con  Temistocles, 
Antiocho  ccn  Judas  Macabeo.  Esto  he  conos- 
9Ído  por  la  esperiencia  de  muchos  años  y  desta 
opinión  son  los  miseros  christianos  que  debaxo 
la  subie9Íon  del  turco  están,  cuio  numero  ex- 
cede en  gran  quantidad  al  de  los  turcos;  tienen 
grande  esperanza  que  su  deseo  ha  de  haber 
efecto,  esperan  que  Vuestra  Magestad  tiene  de 
ser  su  Esdra  y  su  Josué,  porque  semejantes 
profecías  ai  no  solamente  entre  los  christianos 
mas  auix  entre  los  mesmos  turcos,  los  quales 
entre  muchas  tienen  esta:  padUfa  omoz  guie- 
l/'vr  chajerum  memelequet  alitr,  qicizil  aJviaa- 

(*)  Ms.,  hostii/m. 


lur  capqeiler,  iedigil  chiaur  quelezi  isic  maze, 
oniquiil  onlarum  bigligeder,  ene  yapar,  bagi 
dequier  tmbaglar,  ogli  qidezi  olur,  oniqui  gil- 
den  zora,  christ/'anon  quielecM  chicar,  turqvi 
cheresine  tuscure:  «verna  nnestro  rei  y  tomara 
el  reino  de  un  prin9Ípe  pagano  y  una  man9ana 
colorada,  la  qual  reduzira  en  su  ser,  y  si  dentro 
de  siete  años  no  se  levantare  la  espada  de  los 
christianos,  reinará  hasta  el  duodécimo,  edifi- 
cará casas,  plantará  viñas  y  zercarlas  ha,  hará 
hijos;  después  del  duodécimo  año  aparescera 
la  espada  de  los  christianos,  la  qual  hará  huir 
el  turco jj.  Llamannus  ellos  a  nosotros  paganos 
y  infieles.  La  man9ana  colorada  entienden  por 
Constantinopla,  y  por  no  saver  desde  quándo 
se  an  de  comenzar  a  contar  estos  doze  años  y 
ver  ya  la  cibdad  en  tanta  puxanza  y  soberbia 
que  no  puede  subir  más,  tienen  por  9¡erto  que 
el  tiempo  es  venido,  y  todas  las  vezes  que  leen 
esta  profe9Ía  acaban  con  grandes  sospiros  y 
lagrimas,  y  preguntándoles  yo  muchas  vezes 
por  que  lloraban  aie  dezian  la  profe9Ía;  y  lo  que 
por  muy  averiguado  tienen  los  modernos  es  que 
breuemente  y  presto  el  rei  christiano  los  tiene 
de  destruir  y  ganar  todo  su  imperio,  y  el  Gran 
Turco  con  la  poca  gente  que  le  quedare  se  tiene 
de  recoger  en  la  Mecha  y  alli  hazerse  fuerte,  y 
después  tornará  sobre  los  christianos  y  ven9er- 
los  ha,  y  alli  sera  el  fin  del  mundo.  Y  no  lo 
tenga  Vuestra  Magestad  a  burla,  que  no  ai  dia 
que  todos  los  principes  no  hazen  leer  en  sus 
cámaras  todas  estas  23rofe9Ías  y  se  hartan  de 
llorar  porque  el  tiempo  se  les  azerca.  Verdadero 
prof'^ta  fue  Balam  fuera  de  Israel,  y  entre  los 
paganos  ubo  muchas  Sibilas  que  predixeron  la 
verdad,  y  por  eso  es  posible  que  fuera  de  los 
christianos  haya  quien  tenga  spiritu  profetice, 
quanto  más  que  podria  ser  la  profe9Ía  que  éstos 
tienen  de  algún  sancto  y  haberla  traduzido  en 
su  lengua.  Yo  no  lo  afirmo,  pero  querría  que 
fuese  verdad  y  ellos  adivinasen  su  mal.  i<  uese 
Dios  servido  que  las  cosas  de  acá  dexasen  a 
Vuestra  Magestad,  y  veria  cómo  todo  sus9ede- 
ria  tan  prósperamente  que  ninguna  edad,  nin- 
gún seso,  ningún  orden  ni  na9Íon  desampara- 
rla las  armas  en  servÍ9Ío  de  Vuestra  Magestad. 
Cada  turco  ternia  en  casa  un  esclabo  que  le 
matase  y  en  el  campo  que  le  vendiese  y  en  la 
batalla  que  le  desamparase.  Todos  los  christia- 
nos griegos  y  ármenos  estiman  en  poco  la  furia 
del  turco,  porque  le  conos9en  ser  fortissimo 
contra  quien  huye  y  fuga9Íss¡mo  contra  quien 
le  muestra  res¡sten9Ía.  Levántese,  pues,  Dios, 
y  rómpanse  sus  enemigos,  huyan  delante  del 
aquellos  que  le  tienen  odio.  Falten  como  falta 
el  humo,  y  regálense  delante  la  cara  de  Dios 
como  la  zera  junto  al  fuego.  Plegué  a  Dios 
omnipotente,  Cesar  invictissimo,  que  con  el 
poder  de  Vuestra  Magestad  aquel  monstruo  tur- 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


queseo,  vituperio  de  la  natura  humana,  sea  des- 
truido y  auicliilado  de  tal  manera,  que  torne 
en  livertad  los  tristes  christiauos  oprimidos  de 
grave  tiranía,  pues  ciertamente  después  de 
Dios  eu  solo  Vuestra  Magestad  está  fundada 
toda  la  esperanza  de  su  salud.  i\.me  pares^ido 
dedicar  este  libro  de  las  fatigas  de  los  christia- 
uos cautivos  a  Vuestra  Magestad,  que  el  mundo 
conos9e  ser  solo  aquel  que  puede  y  quiere  dar 
remedio  a  estos  trabajos,  y  esperamos  que  en 
breue  lo  hará.  Conserve  Dios  a  vuestra  cesárea 
Magestad  por  muchos  años  con  augmento  de 
salud,  para  que  con  felices  victorias  conquiste 
la  Asia  y  África  y  lo  poco  que  de  Europa  le 
queda.  A  primero  de  marco  1557. 

Alegremente  respiuió  Artaxerxes,  rei  de 
Persia,  el  agua  que  con  entrambas  manos  le 
ofreseio  un  dia  caminando  un  pobre  labrador, 
por  no  tener  otra  cosa  con  que  servir,  conos9Íen- 
do  su  voluntad,  no  extimando  en  menos  resf  ibir 
pequeños  servicios  que  hazer  grandes  mercedes. 
Sola  la  voluntad  de  mi  baxo  estilo,  con  que 
muestro  las  fatigas  de  los  pobres  cautiuos,  res- 
ciua  Vuestra  Magestad,  pues  cognos9e  el  mundo 
ser  solo  el  que  quiere  y  puede  dar  el  remedio  y 
en  quien  está  fundada  toda  la  esperan9a  de  su 
salud.  Por  muchos  años  y  con  augmento  de 
salud  conserue  Dios  a  vuestra  cesárea  Mages- 
tad para  que  con  felices  victorias  conquiste  la 
Asia  y  África,  y  lo  poco  que  de  Europa  le 
queda  (•). 


Initium  sapientiae  tímor  Domini. 
COLOQUIO  I 

Salen  de  pasen  Apatilo  )  Panurgo  por  el  camino  líeal  ó  francés 
(le  Valladolid.— Invoclivas  contra  los  peicgrinos  y  incndifíos 
que  iban  por  allí.— Encuénlr;;nse  Panuigo  y  Apaiilo  con  nn 
fraile  extranjero. — Conversación  con  éste. — Les  descubre  sor 
su  atitlguo  amigo  Politropo  ó  Pedro  do  IJrdeinalas  (Cristóbal 
de  Villalón)  y  i)roniete  referirles  sus  aventuras. —  Censura 
Pedro  de  Urdenialas  el  hospital  que  liabian  hecho  aquellos.— 
Anochecido  entran  en  la  ciudad. 

Apatilo.  Panurgo.  Politropo  ('•*), 
Apatilo. —  La  más  deleytosa  salida  y  más 
a  mi  gusto  de  toda  la  cibdad  y  de  mayor  re- 
creación es  ésta  del  camino  (•*)  francés,  ansi  por 

(•)  A  este  prólogo  sigue  en  el  nianuíserito  M.  529 
una  Tabla  »n/i/  ropiosa  do  todan  lan  eomH  que  an  este 
libro  se  rontiaiieri.  Comprende  siete  hojas  á  dos  co- 
lumnas No  lo  publicamos  porcjue  ningún  objeto  lle- 
naría en  la  presente  edición. 

(')  Lds  tres  nombres  se  derivan  del  griego:  Apati- 
lo, de  £;i-axíü)  (engañar);  Panurgo,  de  7:avoupYO<^ 
(astuto),  y  Politropo,  de  TroXüxpoTxoj  i  multiforme) 

También  Kabelais  llamó  Patiiirgo  á  uno  de  los  per- 
son.ajes  de  su  afamada  novela,  ticaso  conocida  por 
Villalón. 

(=•)  (Tachado)  Pveal. 


la  frescura  de  las  arboledas,  como  por  gozar  de 
la  diuersidad  de  gentes,  variedad  de  naciones, 
multitud  de  lenguas  y  trajes  que  Señor  Santia- 
go nos  da  por  huespedes  en  este  su  p  regrinaje. 

Panurgo. — Como  todas  las  cosas  que  de- 
baxo  de  la  luna  están  tienen  su  haz  y  embes, 
tampoco  esta  se  puede  escapar,  por  donde  yo  la 
tengo  poco  en  uso. 

Apatilo. — Al  menos  es  cierto  que  aunque 
Dios  la  criara  perfecta,  en  vuestra  boca  no  le 
tiene  de  faltar  un  sino,  como  es  de  costumbre; 
¿qué  tacha  ó  falta  tiene? 

Panurgo.  —  No  me  la  iréis  a  pagar  en  el 
otro  mundo,  ansi  Dios  me  ayude. 

Apatilo. — Si  no  habláis  más  alto,  este  aire 
que  da  de  cara  no  me  dexa  oyr. 

Panurgo. —  Digo  que  es  gran  trabajo  que 
por  todo  el  camino  a  cada  paso  no  abéis  de  ha- 
blar otra  palabra  sino  Dios  te  ayude.  Verdade- 
ramente, como  soi  corto  de  bista,  aquel  árbol 
gru[e]so  y  sin  ramas  questá  enmedio  del  ca- 
mino todas  las  vezes  que  paso  junto  a  él,  pen- 
sando que  me  pide,  le  digo:  Dios  te  ayude. 

Apatilo. — Buen  remedio  (*). 

Panurgo. — Eso  es  lo  que  deseo  saver. 

Apatilo.  —  Darles  limosna  y  callar. 

Panurgo. — A  sólo  a^os  es  posible  tal  reme- 
dio, que  como  sois  de  la  compañía  de  Juan  de 
Voto  á  Dios  no  pueden  faltar  (^  ,  por  más  que 
se  dé,  las  cinco  blancas  en  la  bolsa,  pero  á  mí 
que  soi  pobre,  mejor  iii'esta  demandar  que  dar. 

Apatilo. — Nadie  es  tan  pobre  que  alguna 
vez  no  tenga  que  dar  una  blanca,  o  un  poco  de 
pan,  o  al  menos  un  pedazo  de  compasión  de  no 
tener  que  dar  y  dolerse  del  pobre;  pero  vos  sois 
amigo  de  beber  la  tarja  que  sobra  y  no  acordar 
c[ue  ai  mañana. 

Panurgo. — La  mayor  verdad  es  que  al  pro- 
posito se  puede  dezir,  y  por  tal  no  la  contra- 
digo, y  pues  jugamos  el  juego  de  dezirlas, 
quiero  también  yo  salir  (•*)  con  la  mia. 

Apatilo. — Ño  de  manera  que  muerda  ni 
queme. 

Panurgo.  —  No  dexará  señal  más  que  un 
rayo.  Veinte  y  más  años  a  que  nos  conosce- 
mos  y  andamos  por  el  mundo  juntos  y  en  todos 
ellos,  por  más  que  lo  e  advertido,  me  acuerdo 
averos  visto  dar  tres  vezes  limosna;  sino  al 
uno:  t'poi'  qȎ  no  sirves  un  amo.';  al  otro:  gran 
necesidad  tenía  Santiago  de  ti;  al  otro:  en  el 
ospital  te  darán  de  cenar;  y  á  bueltas  desto, 
mil  consejos  airadamente  porque  piensen  que 
con  buen  zelo  se  les  dize.  Pues  el  Dios  te  ayn- 


(')  (Tachado)  para  cño. 

A  fin  de  evitar  repeticiones,  diremos  que  mientras 
no  se  indique  otra  cosa  toilas  las  variantes  con  el  texto 
definitivo  son  palabras  tachadas  en  el  nis.  M.  529. 

(')  faltaros. 

(^)  dezir. 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


(le,  ¿yo  de  quién  lo  aprendí  sino  de  vos,  que  en 
mi  tieiTa  a  solos  los  que  esternudan  se  les  dize 
esa  salutación?  Creo  que  pensáis  que  por  ser 
de  la  casa  de  Vota  a  l)ios  sois  libres  de  hazer 
bien,  como  quien  tiene  ya  ganado  lo  que  spera; 
pues  mandos  yo  que  a  te  no  estáis  más  cerca 
que  los  que  somos  del  mundo,  aunque  más  ospi- 
tales  andéis  fabricando.  Mas  dexado  esto  apar- 
te, en  todo  el  año  podiamos  salir  a  tiempo  más 
a  vuestro  proposito  ¿no  miráis  quánto  bordón 
y  calabaza?  ¿cómo  campean  las  plumas  de  los 
chapeos?  Para  mí  tengo  que  se  podría  hazer  un 
buen  cabezal  de  las  plumas  del  gallo  de  señor 
Sancto  Domingo.  Bien  aya  gallo  que  tanto 
fructo  de  sí  da.  Sí  como  es  gallo  fuera  oveja, 
yo  fiador  c^ue  los  paños  vaxaran  de  su  precio. 
¿Pensáis  que  sí  el  clérigo  que  tiene  cargo  de 
rrepartirlas  ubiera  c[uerido  tratar  en  ellas  que  no 
pudiera  aber  embiado  muchas  sacas  á  Flaudes? 

Apatilc— Mirad  aquel  otro  bellaco  tullido 
qué  regozijado  va  en  su  caballo  y  qué  gordo  le 
Ueba  el  vellaco;  y  esta  fiesta  jiasada,  quando 
andaba  por  las  calles  a  gatas,  qué  bozes  tan 
dolorosas  y  qué  lamentaziones  hazia.  El  inten- 
to del  ospital  de  Granada  que  hago  es  por  me- 
ter todos  estos  y  que  no  salgan  de  allí  y  que  se 
les  den  sus  razioues  (').  Para  éstos  son  propios 
los  espítales  y  no  los  abían  de  dexar  salir  dellos 
sino  como  casa  por  carzel,  dándoles  sus  razio- 
ues suficientes  como  se  pudiesen  substentar. 

Panürgo. — Si  eso  ansí  fuese,  presto  abria 
pocos  pobres  aplagados.    , 

Apatilc.  —  Claro  es  que  no  quedaría  nin- 
guno. 

Panürgo. — ISTo  lo  digo  por  eso,  sino  porque 
en  viéndose  enzerrados,  todos  se  ahorcarían  y 
buscarian  maneras  cómo  se  matar.  ¿Luego 
pensáis  que  los  más  sí  quisiesen  no  ternian 
sanas  las  llagas? 

Apatilo. — ¿Por  que  no  lo  hazen? 

Panürgo.  —  Porque  ternian  enfermas  las 
bolsas,  las  quales  agora  están  bien  aforradas. 
No  ai  hombre  destos  quen  un  librico  no  traiga 
por  memoria  todas  las  cofradías,  memorias, 
procesiones,  ledanias  y  fiestas  particulares  de 
pueblos  para  acudir  a  todo  por  su  orden;  de- 
zid  (^),  por  amor  de  mí,  ¿quántas  ferias  abéis 
visto  que  en  la  cíbdad  ni  sus  derredorcs  se  ha- 
gan sin  ellos? 

Apatilc, — Opinión  es  de  algunos  de  nues- 
tros theologos  que  son  obligados  a  restitución 
de  todo  lo  que  demandan  más  de  para  el  subs- 
tentaraiento  de  aquel  día,  so  pena  de  malos 
xpianos. 

Panürgo. — Mejor  me  ayude  Dios,  que  yo 

(')  El  intento  del  ospital  que  hago  en  (Jran.ida  es 
por  meter  todos  estos  y  que  no  salgan  de  alli  [sino] 
que  se  les  den  sus  razioues. 

(*)  maft  dezid. 


[no]  los  tengo  por  xpianos  quanto  máspor  bue- 
nos. Ni  precepto  de  todos  los  de  la  leí  guardan. 

Apatilo. — Eso  es  mal  juzgar  sin  más  saber. 

Panürgo.  —  Ellos,  primeramente,  no  son 
naturales  de  ningún  pueblo,  y  jamas  los  vi  con- 
fesar, ni  oír  misa,  antes  (')  sus  bozes  ordinarias 
son  a  la  puerta  de  la  iglesia  en  la  misa  mayor 
y  en  las  menores  de  persona  en  persona,  que 
aún  de  la  devoción  que  quitan  tienen  bien 
que  restituir,  y  no  me  espantan  éstos  tanto 
como  el  no  advertir  en  ello  los  que  tienen  car- 
go, que  jamas  ubo  obispo,  ni  probisor,  ni  visi- 
tador, ni  cura,  ni  governador,  ni  corregidor  que 
cayese  en  la  quenta  de  ver  como  nunca  estos 
que  piden  por  las  iglesias  oyen  misa,  y  si  la 
oyen  quando;  al  menos  yo  en  todas  las  horas 
que  se  dizen,  mirando  en  ello  todo  lo  posible, 
no  lo  e  podido  descubrir;  aun  quando  alzan 
apenas  se  ponen  de  rodillas,  ni  miran  alia;  en 
lo  (■■^)  que  dixistes  de  la  restitución,  querría  pre- 
guntaros, no  quanto  os  an  restituido,  porque  no 
tienen,  que  pues  tampoco  les  abéis  dado;  pero 
¿quánto  abéis  visto  u  oído  que  an  restituido? 

Apatilc. — Restituir  no  les  vi  jamas,  pero 
vender  hartas  camisas  y  pañízuelos  que  mujeres 
devotas  les  dan,  infinitas  ('),  entre  las  quales, 
por  no  ir  lexos,  esta  semana  vendió  uno  tres,  y 
se  andaba  con  todo  el  frío  que  hazia  en  vivas 
carnes. 

Panürgo. —  ¡Qué  bien  andada  tenía  la  mitad 
del  camino  para  los  cient  azotes  que  merescia 
si  el  corregidor  lo  supiera  hazer!  Mas  ai  al- 
gunos ministros  destos  quel  reí  tiene  para  la 
justicia,  tan  ipocritas  en  estos  pequeños  nego- 
cios,  que  pensarían  que  pecaban  gravisima- 
mente  en  ello,  aunque  más  acostumbrados  es- 
ten  a  pasar  sobre  peine  casos  más  graves. 

Apatilo.— ¿No  es  poco  grabe  éste? 

Panürgo. — ^Llamo  casos  grabes,  como  ellos 
también,  los  de  importancia  que  ai  en  que 
ganar  y  de  que  sacar  las  costas;  y  estos  otros 
bordoneros,  ¿pensáis  que  en  las  aldeas  no  saben 
zebar  las  gallinas  con  el  pan  del  zurrón  y  to- 
marles la  cabeza  debaxo  el  pie  (*)?  Bien  podéis 
creer  que  no  se  dexan  morir  de  hambre,  ni  se 
cansan  de  las  jornadas  muy  largas;  no  hai  des- 
pensa de  señor  mejor  probeida  que  su  zurrón, 

(')  d/'  antes. 

(^)  pne/i  en  lo  de. 

(S)  inKnitas  rezcs. 

(*)  ¡Siguen  copiados  otra  vez  y  tachados  estos  párra- 
fos, en  los  que  hay  no  pocas  vanantes: 

«que  yo  los  tengo  por  christiaoos,  quanto  más  por 
buenos.  Ni  precepto  de  todos  los  de  la  lei  ellos  guar- 
dan; sino  dezidme  /quantas  vezes  los  habéis  visto  con- 
fesar y  oír  missa?  Pues  en  lo  de  la  restitución  nos 
quiero  preguntar  qnanto  os  han  restituido,  porque  no 
tienen  que,  pues  tampoco  les  habéis  dado;  ¿pero  quan- 
to les  habéis  visto  ó  oido? 

.Juan.— Restituir  no  les  he  visto,  pero  vender  mu- 
chas camisas  y  paiiizuelos  que  mugeres  devotas  les 


CRISTÓBAL  T)E  VILLxVLON 


ni  se  come  pan  con  maj'or  liuertad  en  el  mun- 
do; no  dexan,  como  los  más  son  gascones  y 
gabachos,  s¡  topan  alguna  cosa  a  mal  recado, 
ponerla  en  cobro,  quando  entran  en  las  casas  a 
pedir  limosna,  y  quando  buelven  a  sus  tierras 
no  van  tan  pobres  que  les  falten  seis  piezas  de 
oro  y  mantenidos. 

Juan  (}). — Gran  devoción  tienen  todas  estas 
naciones  estrangeras;  bien  en  cargo  les  es  San- 
tiago . 

Mata. — Más  que  á  los  españoles,  principal- 
mente a  los  vezinos  de  Orense  y  toda  Galicia, 
que  en  verdad  que  tengo  por  cierto  que  de  mili 
animas  no  va  allá  una,  ni  aun  creo  que  de  diez 
mili. 

Juan. — ¿Qué  es  la  causa  deso? 

Mata. — Que  piensan,  que  por  ser  su  vezino 
que  ya  se  le  tienen  ganado  por  amigo,  como 
vos  (''),  que  por  tener  el  nombre  que  tenéis,  os 
pare9e  no  es  menester  creer  en  Dios  ni  hazer 
cosa  que  lo  parezca. 

Juan. —  Mira  lo  que  dezis  y  reportaos  (''), 
porque  salis  del  punto  que  a  ser  yo  cristiano 
deueis. 

Mata. — IsTo  lo  digo  por  injuriaros  ni  pen- 
sar que  no  lo  sois;  pero,  como  dizen,  una  pa- 
labra saca  otra;  dexemonos  de  metrificar;  ao- 
ra  sepamos... 


dan,  infinitas  vezes,  entre  las  qiiales,  sin  ir  más  lexos, 
esta  semana  vendió  uno  tres  y  se  andaba  con  todo  el 
frió  que  hazia,  en  carnes 

Mata. — El  medio  camino  tenía  andado  si  la  justi- 
cia supiera  hazer  su  oficio. 

.TUAK. — jComo.';  (-porque  para  darle  los  ciento  azo- 
tes que  merescia  no  hera  menester  desnudar? 

Juan. — Son  tan  ipocritas  los  juezes  que  pensarían 
que  pecaban  en  ello. 

Mata.— ¡Quautas  vezes  se  deben  por  esas  ipoere- 
sias  de  descuidar  en  hazer  su  ofiriol  Y  estos  otros  bor- 
doneros, ¿pensáis  que  no  saben  en  las  aldeas  zebar  las 
gallinas  con  el  pan  del  zurrón  y  tomarles  la  cabeza 
debajo  el  pie.')i 

(')  Desde  aquí  se  cambian  los  nombres  de  los  inter- 
locutores: Aputilíi,  en  Juan  de  Voto  á  Dios;  Panur- 
f/o,  en  Mátalas  Callando;  PoUtrojyo,  en  Pedro  de  Ur- 
idemalas,  ó  sea  Villalón. 

A  través  del  velo  de  estos  nombres  es  posible 
identificar  á  los  dos  primeros  con  Alonso  de  Porti- 
llo y  el  clérigo  Granada,  quienes  en  el  año  1553 
fundaron  en  Valladolid  el  íamoso  hospital  de  la  Re- 
surrección Para  más  detalles,  véase  mi  Intvuducción, 
á  la  Ingeniosa  conijjaraeióii  entre  lo  antiguo  y  lo 
prenente,  publicada  por  los  Bibliófilos  españoles. 

SI  Viaje  de  Turquía  es  la  primera  obra,  que  yo 
sepa,  donde  figura  como  protagonista  Pedro  de  Z'r- 
demalas,  encarnación  popular  de  la  astucia  y  de  la 
travesura.  De  las  posteriores  sido  citaré  El  súbtil  cor- 
dores  Pedro  de  Urdemnlas,  novela  de  Alonso  Jeróni- 
mo de  Salas  Barbadillo,  y  la  comedia  de  Cervantes, 
llena  de  ingeniosos  rasgos,  donde  el  famoso  picaro,  ase- 
sor de  un  alcalde  de  monterilia,  casamentero,  gitano, 
ciego  fingido  y  falso  ermitaño,  hace  gala  de  su  auda- 
cia. También  escribió  Lope  otra  comedia  con  un  asun- 
to parecido. 
(*)  vos,  qve 2)ensais, 
C^)  en  lo  que  dezis. 


Juan. — Estos  clérigos  que  aqui  ban,  en  sus 
tierras  no  deben  de  tener  benefi9Íos,  que  de  otra 
manera  no  irian  pidiendo. 

Mata.  —  También  a  vueltas  destos  suelo 
haber  algunos  vellacos  españoles  que  hazen  de 
las  suyas,  y  se  juntan  con  ellos,  entre  los  qua- 
les  vi  una  vez  que  andaban  seis  confesando  y 
tomaban  el  nombre  del  penitente,  y  escribiau 
algunos  de  los  pecados  y  comunicabanselos  uno 
a  otro.  Después  venía  uno  de  los  compañeros 
que  se  trocaban,  y  tomábale  en  secreto  diziendo 
que  porque  no  se  emendaba,  que  Dios  le  ha- 
bia  rebelado  que  tenía  tal  y  tal  vicio,  áp  lo  cjual 
quedaba  el  pobre  penitente  muy  espantado  y 
lo  creia,  y  con  esto  les  sacaban  dineros  en  quan- 
tidad  (•). 

Juan.— ¿Y  a  esos  qué  les  hizieron,  que  dig- 
nos heran  de  grande  pena? 

Mata. — 'No  nada,  porque  no  los  pudieron 
cojer;  que  si  pudieran,  ellos  fueran  a  remar 
con  lesu  Christo  y  sus  Apostóles  y  el  Nuncio 
que  están  en  las  galeras. 

Juan. — También  fue  la  de  aquellos  solemne 
vellaqueria. 

Mata. — Bien  solenemente  la  pagan.  Ansi 
la  pagaran  estos  otros,  y  cp;iza  no  ubiera  tan- 
tos vellacos. 

Juan. — ¿Mas  quién  se  va  a  confesar  con  ro- 
meros ni  forasteros,  teniendo  sus  propios  curas 
y  confesores? 

Mata. — Las  bulas  de  la  Cruzada  lo  permi- 
ten, que  antes  a  todos  los  forzaban  a  confesar- 
se (^)  con  sus  curas;  mas  hai  algunos  idiotas  y 
malos  christianos  que  no  an  tenido  vergüenza 
de  peccar  contra  Dios,  ni  de  que  Dios  lo  sepa 
y  lo  vea,  y  temen  descubrirse  al  confesor  que 
conoscen,  paresciendoles  que  quando  le  encon- 
traren los  ha  de  mirar  de  mal  ojo,  no  mirando 
que  es  hombre  como  ellos,  y  buscan  estos  tales 
personas  que  los  confiesen  que  nunca  más  las 
ayan  de  ver  de  sus  ojos;  pues  las  oras  canó- 
nicas que  estos  clérigos  rezan,  de  como  salen 
de  sus  tierras  fasta  que  buelvan,  se  vayan  por 
sus  animas,  que  yo  no  les  veo  traer  sino  unas 
Oras  pequeñas,  francesas  en  la  letra  y  porto- 
guesas  por  de  fuera  con  tanta  grosura. 

Juan. — Pues  la  mejor  invención  de  toda  la 
comedia  está  por  ver;  ya  me  maravillava  que 
nbiese  camino  eu  el  mundo  sin  fraircs.  ¿Vistes 
nunca  al  diablo  pintado  con  ahitos  de  monje? 
Mata. — Hartas  vezes  y  quasi  todas  las  que 
le  pintan  es  en  ese  habito,  pero  vibo  ésta  es  la 
primera;  ¡maldiga  Dios  tan  mal  gesto!  ¡valda- 
riedo,  saltatrás,  Jesús  mili  vezes!  El  mesmo 
habito  y  barba  que  en  el  infierno  se  tenía  debe 


(')  De  estos  impostores, llamados  zarlos  ó  espineles, 
se  habla  en  el  canto  IV  del  Crótalon. 
(')  que  tnbiesen  quenta. 


G 


autobiografías  y  memorias 


de  aber  traído  acá,  que  esto  en  ninguna  orden 
del  mundo  se  usa. 

Juan. — Si  ubieses  andado  tantas  partes  del 
mundo  eonio  yo,  no  barias  esos  milagros.  Ha- 
gote  saber  que  hai  mili  quentos  de  invenciones 
de  fraires  fuera  d'España,  y  este  es  fraire  es- 
trangero.  Bien  puedes  aparejar  im  Dios  te 
iii/ude,  que  hazla  nosotros  endre9a  su  camino. 

Mata. — Siempre  os  liolgais  de  sacar  las  cas- 
tañas con  la  mano  ajena  (').  Si  sacáis  ansi  las 
animas  de  purgatorio  (■■*),  buenas  están.  Abran 
Inicia. 

Juan. — Deogracias,  padre. 

Pedro. — Metánia . 

Mata.— ¿Qué  dize? 

Joan. — Si  queremos  que  taña. 

Mata. — ¿Qué  tiene  de  tañer? 

Jdan. — Alguna  finfouia  que  debe  de  traer, 
como  suelen  otros  romeros. 

Mata. — Antes  no  creo  que  entendistes  lo 
que  dixo,  porque  no  trae  aun  en  el  abito  capilla 
quanto  más  flauta  ni  guitarra.¿  Qué dezis  padre? 

Pedro. — O  Theos  choren. 

Mata. — Habla  aqui  con  mi  compañero,  que 
ha  estado  en  Jerusalemy  sabe  todas  las  lenguas, 

Juan. — ¿Üe  que  paris  estar  bos? 

Pedro. — Ef  logite  pateies. 

Juan.—  Dice  que  es  de  las  Italias,  y  que  le 
demos  por  amor  de  Dios. 

Mata. — Eso  también  me  lo  supiera  yo  pre- 
guntar; pues  si  es  de  las  Italias  ¿para  qué  le 
habláis  negresco?  Yo  creo  que  (^)  sacáis  por 
discreción  lo  que  quiere,  más  que  por  entendi- 
miento. .Vora  yo  le  quiero  preguntar:  ¿Dicatis 
focis  latines.^ 

Pedro. — Oisque  afendi. 

Mata. — ¡Oiste  á  bos!  ¿Cómo,  puto,  pullas 
me  echáis? 

Pedro. —  Grego  agio  Jacobo, 

Mata. — Mala  landre  me  dé  sino  le  tengo  ya 
entendido  que  dize  que  es  griego  y  ba  á  San- 
tiago. 

Juan. — Mas  ha  de  media  hora  que  le  tenía 
yo  entendido,  sino  que  disimulaba,  por  ver  lo 
que  vos  dixerais. 

Mata. — ¿Media  hora  dezís?  más  creo  que 
ha  (*)  de  veinte  años  que  lo  disimuláis;  sois 
como  el  tordo  del  ropavejero  nuestro  vezino, 
que  le  pregunté  un  día  sí  sabía  hablar  aquel  tor- 
do, y  respondióme  que  también  sabía  el  Pater 
noster,  como  la  Abe  Maria.  Yo  para  mí  tengo 
que  habláis  también  griego  como  turquesco. 

Juan. — Quiero  que  sepáis  que  es  vergüenza 
pararse  hombre  en  medio  el  camino  a  hablar  con 
un  pobre. 

(')  No  Be  yo. 
(')  bien. 
(■•)  lo. 
(')  mas. 


Mata. — Bien  creo  que  os  sera  harta  ver- 
güenza si  tudas  las  vezes  han  de  ser  como 
ésta;  mas  yo  reniego  del  compañero  que  de 
quando  en  quando  no  atrabiesa  un  trumpho. 
Debéis  de  saber  las  lenguas  en  confession. 

Juan. — ¿En  qué? 

Mata. — En  cont'ussion,  porque  como  sabéis 
tantas,  se  deben  confundir  unas  con  otras. 

Juan.— Es  la  mayor  verdad  del  mundo. 

Pedro. — Agapi  CJnistii  elemnsini. 

Juan. — Dize  qué... 

Mata. — Dalde  vos,  que  ya  yo  entiendo  cjue 
pide  limosna.  ¿Queríais  ganar  onrra  en  eso 
conmigo?  Cristo,  limosna  ¿quien  no  se  lo  en- 
tiende? Las  berzeras  lo  costruiran.  Pregun- 
talde  si  sabe  otra  lengua. 

Juan. — ¿Saper  parlan  /ranches  o  altra  lin- 
gual 

Mata. — Más  debe  savcr  de  tres,  pues  se  ríe 
de  la  grande  necedad  que  le  paresce  aber  vos 
dicho  con  tanta  ensalada  de  lenguas. 

Juan.— El  aire  me  da  que  hemos  de  reñir. 
Mátalas  callando,  antes  que  volbamos  á  casa. 

Mata.  —¡Cómo!  ¿Tengo  yo  la  culpa  de  que 
esotro  no  entienda? 

Jdan. —  Yo  jurare  en  el  hará  consagrada 
que  no  sabe,  aunque  sepa  cient  lenguas,  otra 
más  elegante  que  esta. 

Mata.  Eso  sin  juramento  lo  creo  yo,  que 
el  no  sabe  tal  lengua,  que  por  eso  no  responde. 

Juan.—  Pues  que  estáis  hecho  un  spiritu  de 
contradiction,  ¿sabrá  ninguno  (')  en  el  mundo, 
agora  que  me  lo  hazeis  dezir,  hablar  donde 
Juan  de  Voto  a  Dios  habla? 

Mata. — No  por  cierto,  que  aun  en  el  mun- 
do C'^)  no  se  debe  hablar  tal  lenguaje. 

Pedro. — No  pase  más  adelante  la  riña, 
pues  Dios  por  su  infinita  bondad  (el  qual  sea 
veiidito  por  siempre  jamas)  me  ha  traído  a  ber 
lo  que  mis  ojos  mas  han  deseado,  después  de  la 
gloria,  ¡ó  mis  hermanos  y  mi  bien  todo! 

Juan. — Deo  gracias,  padre,  teneos  alia, 
¿quién  sois? 

Mata. —  ¡Hideputa,el  postre!  ¡Chirieleison, 
chirieeleison !  Bien  de^ia  yo  que  éste  hera  el  dia- 
blo. ;Per  signvm  crucis  atrás  y  adelante! 

Juan.— Esperadme,  hermano,  ¿donde  vais? 
¿qué  animo  es  ese? 

Mata.  -No  oigo  nada;  ruin  sea  quien  vol- 
biere  la  cabeza;  en  aquella  ermita  si  quisieres 
algo. 

Juan. — Tras  rosotros  se  viene;  si  el  es  cosa 
mala,  no  puede  entrar  en  sagrado;  en  el  humi- 
lladero le  espero;  y  (•')  si  es  diablo,  ¿cómo  dczia 
cosas  de  Dios?  (*);  acá  somos  todos. 

(')  ángel. 
(')  cielo. 
(■')  pero. 
(*)  Mata. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


Mata. — Agora  venga  si  quisiere. 

Jdan. — De  parte  de  Dios  nos  di  quién  heres 
ó  de  qué  parte  somos  tus  hermanos. 

Pe  URO  — Soi  muy  contento  si  primero  me 
dais  sendos  abrazos.  Nunca  yo  pense  que  tan 
presto  me  pusierais  en  el  libro  del  olvido.  Aun- 
que rae  veis  en  el  abito  de  fraire  peregrino, 
no  es  esta  mi  profesión. 

Mata. —  ¡O  más  que  felicissimo  y  ventu- 
roso día,  si  es  verdad  lo  que  el  coraron  me  da! 

Juan. — ¿Qué  es,  por  ver  si  estamos  entram- 
bos de  un  parescer? 

Mata. — ¡O,  poderoso  Dios!  ¿éste  no  es 
Pedro  de  Urdimalas,  nuestro  hermano?  Por  el 
sol  que  nos  alumbra  él  es.  El  primer  abrazo  me 
tengo  yo  de  ganar.  ¡O!,  que  sea  tam  bien  ve- 
nido como  los  buenos  años. 

Pedro. — Nos  lleguéis  tanto  a  mí,  que  quiza 
llevareis  más  jente  de  la  que  traéis  con  vos- 
otros. 

JuAX. — Aunque  pensase  ser  hecho  tajadas, 
no  dexare  de  quebraros  las  costillas  a  poder  de 
abrazos. 

Pedro. — Esos  dádselos  vos  a  esotro  com- 
pañero. 

JüAN. — ¡Quan  cumplida  nos  ha  hecho  Dios, 
vendito  él  sea,  la  tan  deseada  merced!  A  mí  se 
me  debian  de  razón  todas  estas  albricias. 

Mata.  —  Es  ansi,  porque  me  traxistes  por 
este  camino;  pero  con  más  justa  rracon  las  habia 
yo  de  aber,  que  con  estar  tan  disimulado  le 
conosci  el  primero. 

Pedro.  —  Ya  yo  pense  que  las  ubierais 
ganado  de  mi  madre  ]\Iaricastaña,  que  está 
diez  leguas  de  aqui.  Según  el  correr  que  de- 
nantes  llevabais  huyendo  de  mí,  no  sois  bueno 
para  capitán;  pues  huis  de  un  hombre  mejor 
lo  haréis  de  muchos. 

Mata. — No  m'espantéyo  de  vos  en  quanto 
hombre,  sino,  para  deziros  la  verdad,  como  yo 
jamas  he  visto  desos  trajes  otra  vez,  me  pares- 
cistes  qualque  fantasma;  y  si  no  lo  eréis,  tomad 
un  espejo  y  a  vos  mesmo  pongo  por  testigo. 

Juan. — Pues  hermano  Pedro,  ¿qué  tal  ve- 
nís? ¿donde  os  preguntaremos?  ¿en  que  lengua 
os  hablaremos?  ¿qué  habito  es  éste?  ¿qué  rome- 
ría? ¿qué  ha  sido  de  vos  tantos  mili  años  ha? 

Mata. — ¿Qué  diremos  desa  barbaza  ansi 
llena  de  pajas?  ¿desos  cabellazos  hasta  la  cinta, 
sin  peinar.'  ¿y  vestido  de  d'estameña  con  el  frió 
que  haze?  ¿Como  y  tanto  tiempo  sin  hauer  es- 
crito una  letra?  más  ha  de  quatro  años  que  os 
teníamos  con  los  muchos,  sin  aber  ya  memo- 
ria alguna  de  vos. 

Pedro.  —Una  cabeza  de  yerro  que  nunca  se 
cansase,  con  diez  lenguas,  me  parcsce  que  no 
bastarla  a  satisfazer  a  todas  esas  preguntas. 
Al  menos  yo  no  me  atrebere,  si  primero  no 
vamos  a  beber,  a  comenzara  responderá  nada. 


Juan. — Tal  sea  mi  vida  como  tiene  razón; 
mas  primero  me  paresce  que  sera  bien  que  Má- 
talas Callando  vaya  por  vn  sayo  y  vna  capa 
mia  para  que  no  seáis  visto  en  ese  abito,  y  en- 
tre tanto  nos  quedaremos  nosotros  aqui. 

Pedro. — ¿Mudar  havitos  yo?  Hasta  que~los 
dexe  colgados  de  aquella  capilla  de  Santiago 
en  Compostella,  no  me  los  vera  hombre  despe- 
gar de  mis  carnes. 

Juan. — No  lo  digo  sino  por  el  dicho  de  la 
jente.  ¿Qué  dirán  si  os  ven  desa  manera? 

Pedro. — Digan,  que  de  Dios  dixeron;  quien 
no  le  paresciere  bien,  no  se  case  conmigo. 

Mata. — Obligados  somos  a  hazer  muchas 
cosas  contra  nuestra  voluntad  y  probecho  por 
cumplir  con  el  vulgo,  el  cjual  jamas  disimula  ni 
perdona  cosa  ninguna. 

Juan. — No  se  sufre  que  hombre  os  vea  ansi 
¡valame  Dios!  No  heran  menester  otros  toros 
en  la  cibdad.  Luego  los  muchachos  pensarían 
que  tenían  algún  duende  [en]  casa. 

Pedro. —  Como  dixo  Pilatos:  quod  scrtpsi, 
scr/psi,  digo  lo  que  dicho  tengo. 

Mata. — Yos  doi  mi  fe  no  fuese  con  vos 
ansi  como  vais  por  la  cibdad,  avnque  me  diesen 
mili  ducados.  Paresceis  capellán  de  la  varea  de 
Charonte. 

Pedro. — Lo  que  yo  podré  hazer  es  que, 
pues  ya  el  sol  se  quiere  poner,  esperemos  a  que 
sea  de  noche  para  no  ser  visto,  y  estonces  en- 
traremos en  vuestra  casa,  y  holgarme  he  dos 
dias  y  no  más,  y  éstos  estare  secreto  sin  que 
hombre  sepa  que  estol  aqui,  porque  ansi  es  mi 
voto.  Después  de  hecha  mi  romería,  y  dexado 
el  abito,  haced  de  mí  (')  zera  y  pabilo;  y  hasta 
que  esto  sea  cumplido  no  cale  irme  a  la  mano, 
porque  es  excusado.  Aun  a  mi  madre,  con  estar 
tan  zerca,  no  hablaré  hasta  la  vuelta,  ni  quiero 
que  sepa  que  soi  venido. 

Mata. — Por  demás  es  apartarle  de  su  pro- 
posito. Esa  fue  siempre  su  condición;  mejor  es 
dexarle  hazer  Jo  que  quiere.  Es  él  amicissimo 
de  nuebos  trajes  y  ynvenciones. 

Pedro. —  Hablemos  en  otra  cosa,  y  sobre 
esto  no  se  dé  más  puntada.  ¿Cómo  estáis? 
¿Cómo  os  ha  ido  estos  años?  Las  personas,  bue- 
nas las  veo,  gracias  a  Dios.  Verdaderamente 
no  paresce  que  híi  pasado  dia  ninguno  por  vos- 
otros. Lo  demás  vaya  y  venga. 

Juan. — Si  los  dias  son  tales  como  este  de 
oi,  no  es  mucho  que  no  haian  pasado  por 
nosotros.  ¿Cómo  queréis  que  estemos,  sino  los 
mas  contentos  hombres  que  jamas  ubo? 

Mata. —  Quan  contento  estaba  denantes, 
estol  agora  de  descontento,  en  ver  que  no  nos 
hemos  de  olgar  mas  de  dos  dias. 

Pedro. — Mas  serán  de  dos  mili,  con  el  ayu- 

(')  411:111. 


8 


autobiografías  y  memorias 


da  de  Dios;  pero  agora  tened  pa9Íen9Ía  hasta 
la  vuelta,  no  seáis  como  el  otro  que  se  andubo 
toda  la  vida  sin  sayo  y  después  mató  al  sastre 
porque  no  se  le  hizo  el  dia  que  se  le  cortó. 

Mata. — Estoi  por  dezir  que  tubo  la  maior 
razón  del  mundo. 

Juan. — ¿Por  qué.' 

Mata.  — Porque  harto  bastaba  haber  sufri- 
dlo toda  su  vida  sin  pasar  aquel  dia  también,  el 
qual  era  mucho  mayor  que  todo  el  tiempo 
pasado  ('), 

Pedro. — ¿En  qué  se  han  pasado  todos  estos 
años  pasados  después  que  yo  estoi  fuera  d"Es- 
paña,  que  es  lo  que  haze  al  caso.' 

Juan. — Yo  acabé  de  oir  mi  curso  de  Theo- 
logia,  como  me  dexastes  en  Alcalá,  con  la  cu- 
riosidad que  me  fue  posible,  y  agora,  como  veis, 
nos  estamos  en  la  corte  tres  o  quatro  años  ha, 
para  dar  fin,  si  ser  pudiese,  a  mis  ospitales  que 
hago. 

Pedro.  — ¿Nunca  se  acabó  aquél  que  estaba 
(piasi  hecho? 

Juan. — Han  sido  los  años,  con  estas  guer- 
ras, tan  re9Íos,  y  están  todos  los  señores  tan  al- 
canzados, que  no  hai  en  España  quien  pueda 
socorrer  con  un  marabedi. 

Mata. — Y  también  es  tanto  el  gasto  que  te- 
nemos Juan  y  yo,  que  quasi  todo  lo  que  nos 
dan  nos  comemos  y  aun  no  nos  basta, 

Pedro. — ¿Pues  la  limosna  que  los  otros  dan 
para  obras  pias  os  tomáis  para  vosotros? 

Juan. —  Que  no  sabe  lo  que  se  dize,  sino  ('•^) 
como  la  obra  va  tan  sumptuosa  y  los  marmoles 
que  traxeron  de  Genova  para  la  portada  costa- 
ron tanto,  no  se  pares^e  lo  que  se  gasta. 

Pedro. — Desos  habia  bien  poca  neyesidad. 
Más  quisieran  los  pobres  pan  y  vino  y  carne  a 
basto  en  vna  casa  pagiza. 

Mata. — Beso,  gracias  a  Dios  y  a  quien  nos 
lo  da,  bien  abundante  tenemos  la  casa,  que 
antes  nos  sobre  que  falte. 

Pedro. — Bien  lo  creo  sin  juramento.  No 
digo  yo,  sino  los  pobres.  ¡O,  vanitas  ranitatum 
et  oinnia  vanitas;  las  paredes  de  marmol  y  los 
vientres  de  viento! 

Juan. — Pues  qué  ¿decis  que  es  vanidad  ha- 
zer  ospitales? 

Pedro. — La  mayor  del  mundo  universo  si 
han  de  ser  como  esos,  porque  el  cimiento  es 
de  ambición  y  soberbia,  sobre  el  qual  quanto  se 
armase  se  caerá.  Buen  ospital  seria  mantener 
cada  vno  todos  los  pobres  que  su  posibilidad  li- 
vianamente pudiese  sufrir  acuestas,  y  socorrer 
a  todas  sus  necesidades,  y  sino  pudiese  dar  a 
cuatro,  contentasese  con  vno;  si  vieseis  vn  hom- 
bre caido  en  vn  (•')  pantano  que  sino  le  dabais  la 

(•)  junto. 

(5)  que. 

(')  barran[co]. 


mano  no  se  podria  levantar,  ¿nos  paresce  que 
seria  grande  necedad,  dexando  aquel,  ir  dando 
la  mano  a  quantos  topaseis  en  vn  buen  paso, 
que  no  han  caido  ni  tienen  peligro  de  caer.' 
¡(Quantos  y  quantos  rricos  hai  qne  se  andan 
dando  blancas  y  medios  quartos  por  el  pueblo,  - 
y  repartiendo  las  vísperas  de  Pascuas  celemines 
de  trigo  [a]  algunas  viejas  que  saben  que  lo  han 
de  pregonar!;  y  tienen  parientes  dentro  de  se- 
gundo y  tercero  grado,  desnudos,  muriendo  de 
vina  hambre  detras  de  dos  paredes,  y  si  alguno 
se  lo  trae  a  la  nieaioria,  luego  dize:  ¡o,  señor!, 
que  es  vna  jeute  de  mala  garganta,  en  quien  no 
cabe  hazer  ningún  bien,  qne  todo  lo  hecha  a 
mal;  mili  vezes  lo  he  probado  y  no  aprobecha. 
Y  esto  es  porque  allí  es  menester  socorrer  por 
más  grueso. 

Mata. — En  eso,  avnque  jo  no  soi  letrado, 
me  pares9e  que  hazen  mal,  porque  no  se  lo  dan 
por  amordellos,  sino  de  Dios.  Después  queso 
les  da,  qne  se  ahorquen  con  ello. 

Juan. — Bolvamos  a  lo  de  nuestros  ospitales, 
C[ue  estoi  algo  escandalizado. 

Pedro. — Gentil  refrigerio  es  para  el  pobre 
que  viene  de  camino,  con  la  nieve  hasta  la  cin- 
ta, perdidos  los  miembros  de  frió,  y  el  otro  que 
se  viene  a  curar  donde  le  regalen,  hallar  vna 
salaza  desgTimir  y  otra  de  juego  de  pelota,  las 
paredes  de  marmol  y  jaspe,  que  es  caliente  como 
el  diablo,  y  vn  lugar  muy  sumptuoso  donde  pue- 
de hazer  la  cama,  si  trae  ropa,  con  su  letrero  do- 
rado enzima,  como  quien  dize:  Aqui  se  vende 
tinta  fina;  y  que  repartidos  entre  cinqnenta  dos 
panes,  se  vayan  acostar,  sin  otra  cena,  sobre  vn 
poco  de  paja  bien  molida  que  está  en  las  camas, 
y  a  la  mañana  luego  si  está  sano  le  hazen  una 
señal  en  el  palo  que  trae,  de  como  ya  cenó  alli 
aquella  noche;  y  para  los  enfermos  tienen  vn 
asnillo  en  que  los  llevan  a  otro  ospital  para  des- 
cartarse del,  lo  qual,  para  los  pasos  de  romeria 
en  que  voi,  que  lo  he  visto  en  vn  ospital  de  los 
sumptuosos  d'España  (')  que  no  le  quiero  nom- 
brar; pero  se  que  es  Real. 

Juan. — Eso  es  mal  hecho  (2)  y  habian  de  ser 
visitados  muchas  vezes.  No  sé  yo  como  se  des- 
cuidan los  que  lo  pueden  hazer. 

Mata. — Yo  si.. 

Pedro.— ¿Cómo.' 

Mata. — Por  que  aquellos  a  quienes  incumbe 
hazer  esto  no  son  pobres  ni  tienen  necesidad 
de  ospitales;  que  de  otra  manera  yo  fiador  que 
ellos  viesen  donde  les  daban  mejor  de  zenar  las 
noches  y  más  limpia  cama. 

Juan.— Ya  para  eso  probén  ellos  sus  probi- 
sores,  mayordomos  y  escribanos  y  otros  oficia- 
les que  tengan  quenta. 

(')  el  qua'. 
(')  poique. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


Pedro.— Eso  es  como  quien  dize  ya  pro- 
been  quien  coma  la  renta  que  el  fundador  dexó 
y  lo  que  los  probres  habrían  de  comer,  porque 
no  se  pierda. 

Mata. — Mejor  seria  probeer  sobre  probiso- 
res  y  sobre  oficiales. 

Pedro. — Vos  estáis  en  lo  cierto;  pero,  bol- 
viendo  a  lo  primero,  de  todos  los  ospitales  lo 
mejor  es  la  intercion  del  que  le  fundó,  si  fue 
con  solo  zelo  dehazer  limosna;  y  eso  solo  queda, 
porque  las  raciones  que  mandó  dar  se  ciernen 
desta  manera:  la  mitad  se  toma  el  patrón,  y  lo 
que  queda,  parte  toma  el  mayordomo,  parte  el 
escribano;  al  cozinero  se  le  pega  vn  poco,  al 
enfermero  otro;  el  enfermo  come  solo  el  nom- 
bre de  que  le  dieron  gallina  y  oro  molido  si 
fuese  menester.  De  modo  que  ciento  que  estén 
en  vna  sala  comen  con  dos  pollos  y  vn  pedazo 
de  carnero;  pues  al  veber  cada  dia  hai  necesidad 
de  hazer  el  milagro  de  arcbitriclinos,  porque 
como  quando  hazen  el  agua  vendita,  ansi  a  vn 
cangilón  de  agua  hecban  dos  copas  de  vino. 
Lleváronme  vn  dia  en  Genoba  por  ver  vn  hos- 
pital de  los  mas  sumptuosos  de  Italia  y  de  más 
nombre,  y  como  vi  el  dificio,  que  cierto  es  so- 
berbio, diome  gana  destar  vn  dia  a  ver  comer, 
por  ver  que  limosna  hera  la  de  Italia;  y  sen- 
tados todos  en  sus  camas,  que  serian  basta 
trecientos,  de  dos  en  dos,  y  las  camas  poco  o 
nada  limpias,  vino  vn  cozinero  con  vn  gran 
caldero  de  pan  cocto,  que  ellos  llaman,  muy 
vsada  cosa  en  aquellas  partes,  que  no  es  otra 
cosa  sino  pan  hecho  pedazos  y  cozido  en  agua 
fasta  que  se  haze  como  engrudo,  sazonado  con 
sal  y  aceite,  y  comienzan  de  destribuir  a  todos 
los  que  tenian  calentura;  y  a  los  que  no  luego 
se  siguia  otro  cozinero  con  otra  caldera  de  vaca 
diziendo  que  hera  ternera,  y  daba  a  sendas  ta- 
jadas en  el  caldo  y  poco  pan.  El  medico,  otro 
dia  que  purgaba  al  enfermo,  le  despedia  diciendo 
que  ya  no  habia  a  que  estar;  y  como  los  pobres 
estonces  tenian  más  necesidad  de  refrigerio  y 
les  faltaba,  tornaban  a  recaer,  de  lo  qual  morian 
muchos.  Dicen  los  philosofos  que  vn  semejante 
ama  a  otro  su  semejante.  El  pobre  que  toda  su 
vida  ha  vivido  en  ruin  casa  ó  choza  ('c^ué  nece- 
sidad tiene  de  palacios,  sino  lo  que  se  gasta  en 
marmoles  que  sea  para  mantenimiento,  y  que 
la  casa  sea  como  aquella  que  tenía  por  suya 
propia?  Mas  haya  esta  diferencia,  que  en  la 
suya  no  tenía  nada  y  en  ésta  no  le  falte  hebi- 
lleta. 

Mata. — Gran  ventaja  nos  tienen  los  que 
han  visto  el  mundo  a  los  que  nunca  salimos  de 
Castilla.  ¡Mirad  como  viene  filosofo  y  quan 
bien  habla!  Yo  por  nosotros  juzgo  lo  que  dize 
todo  ser  mucha  verdad,  que  estamos  en  vna 
casa,  qual  presto  veréis,  muy  ruin,  pero  como 
comemos  tam  bien  que  ni  queda  perdiz  ni  capón 


ni  trucha  que  no  comamos  no  sentimos  la  falta 
de  las  paredes  por  de  fuera,  pues  dentro  ruin 
sea  yo  si  la  despensa  del  rei  está  ansi.  Acabad 
presto  vuestro  viaje,  que  aqui  nos  estaremos 
todos,  y  no  hayáis  miedo  que  falte  la  merced  de 
Dios,  y  bien  cumplida.  Algunas  veces  estamos 
delgados  de  las  limosnas,  pero  como  se  confie- 
san muchos  con  el  señor  Juan  y  comunican 
casos  de  conciencia,  danle  muchas  cosas  que  res- 
tituya, de  las  quales  algunas  se  quedan  en  casa 
por  ser  muerta  la  persona  a  quien  se  ha  de  dar 
o  por  no  la  hallar. 

.loAN. — ¡Maldiga  Dios  tan  mala  lengua  y 
liestia  tan  desenfrenada,  y  a  mí  porque  con  tal 
hombre  me  junte  que  no  sabrá  tener  para  si 
vna  cosa  sin  pregonarla  a  todo  el  mundo! 

Pedro.  — Esa  es  su  condición,  que  le  es  tan 
natural  que  le  tiene  de  acompañar  hasta  la 
sepultura;  nos  debéis  enojar  por  eso,  que  aqui 
todo  se  sufre,  pues  ya  sé  yo  de  antes  de  agora 
las  cosas  cómo  pasan,  y  aqui  somos  como  dizeu 
los  italianos:  Padre,  Hijo  y  Spiritu  Santo  (•). 
Juan. — ¿Pensáis  que  hiziera  más  si  fuera 
otro  qualquiera  el  que  estaba  delante? 

Mata. — El  caso  es  que  la  verdad  es  hija  de 
Dios,  y  yo  soi  libre,  y  nadie  me  ha  de  coser 
la  boca,  que  no  la  dexaré  de  de^ir  donde  quiera 
y  en  todo  tiempo,  avnque  amargue  por  Dios 
agora  que  acuerda  con  algo  a  cabo  de  mili  años. 
Mejor  sera  que  nos  vamos,  que  ya  haze  oscuro, 
y  yo  quiero  ir  delante  para  que  se  apareje  de 
zenar;  y  en  verdad  que  cosa  no  se  traiga  de 
fuera,  porque  vea  Pedro  si  yo  miento.  Vosotros 
idos  a  entrar  poi'  la  puerta  de  Sant  Francisco, 
que  es  menos  frequentada  de  jente. 

Juan.  -  ¿Nos  paresce  que  tengo  grande  sub- 
sidio en  tener  este  diablo  acuestas? 

Pedro. —  No;  pues  ya  le  conosceis,  lo  mejor 
es  darle  livertad  que  diga,  quiza  por  eso  dirá 
menos. 

Juan. — Yo  quiero  tomar  vuestro  consejo  si 
lo  pudiere  acabar  con  mi  condición.  Esta  es  la 
puerta;  abajad  vn  poco  la  cabeza  al  subir  d» 
la  escalera. 

Pedro. — Vendito  sea  Dios  por  siempre  ja- 
mas, que  ésta  es  la  primera  vez  que  entro  en 
casa  hartos  clias  ha.  Buena  quadra  está  esta 
por  cierto. 

Juan. — Para  en  corte,  razonable. 
Mata.—  Pues  mejor  la  podríamos  tener  sino 
porque  no  varrunten  nada  de  lo  que  pasa. 
Juan. — Badajear  y  a  ello. 


(')  Tachado  Spiritu  Santo  y  ymeato  arriba:  prego- 
nero. 


10 


autobiografías  y  memorias 


COLOQUIO  II 


Cenan  juntos  los  Iros  amigos. — Pedio  censúralas  peregrinario- 
nes  ;i  Jerusalen. — ETnbiistes  y  suporclierias  de  .Iiian  y  Máta- 
las falsas  reliquias  ion  que  traficaban. — Coniitnza  Pedro  á 
referir  su  cautividad. — Sorpresa  de  la  Armada  esjiañola  poi' 
Sinán  Bajá  en  las  islas  de  l'onza. — Cae  Pedro  en  manos  de 
los  turcos.  —  Finge  ser  médico  porque  no  lo  destinasen  al 
remo. — Trabajos  que  sufrían  cautivos  y  galeotes.  —  So- 
berbia y  pedantería  de  los  españoles  que  iban  á  países  ex- 
tranjeros.— Kajiacidad  de  nuestros  cai>ilanes. — \  ida  de  los 
forzados.  — Uegresa  porGi'ecia  la  escuadra  turca  á  t;onstanti- 
nopla.— Entrada  en  esta  ciudad. — Es  adjudicado  Pedro  á  Si- 
nán.— Su  cautiverio  y  enfermedad  en  Calata. 

Mata. —  Sus,  padre  frai  Pedro,  que  ansi 
os  quiero  llamar;  lo  asado  se  pierde;  manda 
tomar  esta  silla  y  ruin  sea  quien  dexare  bocado 
desta  perdiz. 

Pedro.  — ^^míís  Ubi  gratixs,  Domine,  pro 
univevsis  donis  et  beneficiis  tuis;  qut  vivis  et 
regnas per  omnia  sécula  secidorum. 

Juan.  —  ¡Balame  Dios!  ¡qué  animo  es  ese! 
¿Agora  os  paráis  a  llorar.'  ¿Qué  más  hiziera  vu 
niño?  Comed  y  tened  buen  animo,  que  no  ha  de 
faltar  la  merced  de  Dios  entretanto  que  las 
animas  sustentaren  nuestros  cuerpos.  Bien  sa- 
béis que  en  mi  vida  yo  nos  he  de  faltar. 

Mata. — Estas  son  lagrimas  de  plazer;  que 
no  es  más  en  sí  de  detenerlas  que  a  mí  las  ver- 
dades. 

Pedro. — ¿Qué  más  comida  para  mí  de  la 
merced  que  Dios  este  dia  me  ha  hecho? 

Juan. — Aquel  adobado  por  ventura  porná 
apetito  de  comer,  o  sino  vna  pierna  de  aquel 
conejo  con  esta  salsa. 

Pedro. — Vna  penca  de  cardo  me  sabrá  me- 
jor que  todo;  con  juramento,  que  ha  seis  años 
qne  no  vi  otra. 

Mata. — Eso  sera  para  después;  agora,  si  no 
queréis  nada  de  lo  asado,  comed  de  aquella 
cabeza  de  puerco  salvaje  cozida,  y  si  queréis,  a 
bueltas  del  cardo  o  de  vn  rábano. 

Juan. — Ya  sabéis  que  en  palacio  no  se  da 
a  beber  a  quien  no  lo  pide.  Blanco  y  tinto  hai: 
escojed. 

Pedro. — Probarlo  hemos  todo,  y  beberemos 
del  que  mejor  nos  supiere:  este  blanco  ¿es  ba- 
liente? 

Mata. — De  Sant  Martin  y  a  miebe  reales  y 
medio  el  cántaro,  por  las  nuebe  horas  de  Dios; 
pues  probareis  el  tinto  de  Ribadabia,  y  diréis: 
¿qué  es  esto  que  quasi  todo  es  a  vn  precio? 

Juan. — Ya  me  paresce  que  habéis  estancado. 
¿Que  hazeis? 

Pedro.  Yo  no  comeré  más  esta  noche; 
estoi  satisfecho. 

Juan.  — Vna  cosa  se  rae  acuerda  que  os  quise 
oi  replicar  quando  hablábamos  de  los  ospitales, 
y  habiaseme  olvidado,  y  es:  si  fuese  ansi  que 
no  vbiese  ospitales,  ¿qué  harían  tantos  pobres 
peregrinos  que  van  donde  vos  agora  de  Fran- 


cia, Flaudes,  Italia  y  Alemana?  ¿dónde  se  po- 
drían aposentar? 

Pedro.  -  El  mejor  remedio  del  mundo:  los 
que  tubiesen  que  gastar,  en  los  mesones,  y  los 
que  no,  que  se  estubiesen  en  sus  tierras  y  casas, 
que  aquella  era  buena  romería,  y  que  de  allí  tu- 
jiiesen  todas  las  devociones  que  quisiesen  con 
Santiago.  ¿Qué  ganamos  nosotros  con  sus  rome- 
rías, ni  ellos  tanpoco,  según  la  intención?  Que 
el  camino  de  Hierusalem  ningún  pobre  le  pue- 
de ir,  porque  al  menos  gasta  quarenta  escudos 
y  más,  y  por  alia  maldita  la  cosa  les  aprobe- 
dla pedir  ni  importunar. 

Mata. — A  fe  que  frai  Pedro,  que  dize  esto, 
que  debe  de  traer  aforrada  la  bolsa. 

Pedro. — Yo  no  pido,  por  9Íerto,  limosna; 
y  a  trueco  de  no  oír  vn  Dios  te  ayude  de  quien 
sé  que  me  puede  dar,  lo  hurtaría  si  pudiese. 

Mata.  — Sino  fuese  porque  faborescereís  a 
los  de  vuestro  oficio,  nos  dexíiria  de  preguntar 
qué  tanto  mérito  es  ir  en  romería,  porque  yo, 
por  dezir  la  verdad,  no  la  tengo  por  la  más 
obra  pía  de  todas. 

Pedro.  —Por  eso  no  dexaré  de  dezir  lo  que 
siento:  porque  mí  romería  va  por  otros  nortes. 
La  romería  de  Hierusalem,  salvo  el  mejor  juicio, 
tengo  más  por  incredulidad  que  por  santidad; 
porque  yo  tengo  de  fe  que  Christo  fue  crucificado 
en  el  monte  Calvario  y  fue  muerto  y  sepultado  y 
que  le  abrieron  el  costado  con  vna  lan^a,  y  todo 
lo  demás  que  la  Iglesia  cree  y  confiesa;  pues  ¿no 
tengo  de  pensar  que  el  monte  Caluario  es  vn 
monte  como  otros,  y  la  lanza  como  otras,  y  la 
cruz,  que  hera  estonces  en  vso  como  agora  la 
horca;  y  que  todo  esto  por  si  no  es  nada,  sino 
por  Christo  que  padesció?  Luego  si  vbiese  tan- 
tas Hierusalenes,  y  tantas  cruzes,  y  lanzas  y 
reliquias  como  estrellas  en  el  cíelo,  y  arenas  en 
la  mar,  todas  ellas  no  valdrían  tanto  como  \\\& 
minima  parte  de  la  hostia  consagrada,  en  la 
qual  se  enzicrra  el  que  hizo  los  cíelos  y  la  tie- 
rra, y  á  Hierusalem,  y  sus  reliquias,  y  esta  veo 
cada  día  que  quiero,  que  es  más;  ¿que  se  me  da 
de  lo  menos?  quanto  más  que  Dios  sabe  quán 
poca  pacieny.ia  Ueban  en  el  camino  y  quantas 
vezes  se  arrepienten  y  reniegan  de  quien  haze 
jamas  voto  que  no  se  pueda  salir  afuera.  Lo 
mesmo  siento  de  Santiago  y  las  demás  romerías. 

Juan. — No  tenéis  razón  de  condenar  las  ro- 
merías, que  son  sanctas  y  buenas,  y  de  Christo 
leemos  que  apáreselo  en  ese  abito  a  Lucas  y 
Cleopbas. 

Pedro.-— Yo  ñolas  condeno,  ni  nunca  Dios 
tal  quiera;  mas  digo  loque  me  paresce  y  he  visto 
por  la  luenga  experien9¡a;  y  a  los  que  alia  van 
no  se  les  muestra  la  mitad  de  lo  que  di^en: 
porque  el  templo  de  Salomón  avnque  den  mili 
escudos  no  se  le  dexarán  ver;  ni  demás  desto 
a  los  devotos   no  faltan  algunos  fraires  modtj- 


CRISTÓBAL 

rros  que  les  muestran  ciertas  piedras  con  vnas 
pintas  coloradas,  en  el  camino  del  Calvario,  las 
quales  dicen  que  son  de  la  sangre  de  Christo, 
que  avn  se  está  allí,  y  ciertas  piedrecillas  blan- 
cas, como  de  yeso,  dizen  que  es  leche  de  Nues- 
tra Señora,  y  en  vna  de  las  espinas  está  tam- 
bién cierta  cosa  roja  en  la  punta  que  dizen 
que  es  de  la  mesma  sangre,  y  otras  cosas  que 
no  quiero  al  presente  dezir;  y  e'stas  como  las  sé 
antes  de  muchos  dias  lo  sabréis.  En  lo  que  dc- 
zis  (')  de  la  romería  de  Christo  y  los  aposto- 
Íes  es  cosa  diferente;  porque  ellos  iban  la  ro- 
mería vrebe,  y  es  que  no  tenían  casa  ni  hogar, 
sino  andarse  tras  su  buen  maestro  y  depren- 
der el  tiempo  que  les  cabia  después  enseñar  y 
predicar.  Marabillome  yo  de  vn  theologo  como 
vos,  comparar  la  vna  romería  con  la  otra. 

Mata. — Que  tampoco  no  se  mataba  mucho 
para  estudiar,  sino  poco  a  poco  cumplir  el 
curso;  para  entre  nosotros,  no  sabe  tanta  Teo- 
logía como  pensáis;  mas  yo  queria  saver  quál 
es  la  mejor  romería. 

Juan. — Ninguna  si  a  Pedro  de  Vrdimalas 
creemos. 

Pedro. — El  camino  real  que  lleba  al  cielo  es 
la  mejor  de  todas,  y  más  breue,  que  es  los  diez 
mandamientos  de  la  lei  nmy  bien  guardados  a 
ma90  y  escoplo  (2);  y  estos  sin  caminar  ninguna 
legua  se  pueden  cumplir  todos.  ¡Quántos  pere- 
grinos reniegan  y  blasfeman,  quántos  no  oyen 
misa  en  toda  la  jornada,  quántos  toman  lo  que 
hallan  a  mano! 

Mata.  —  De  manera  que  haziendo  desde 
aqui  lo  que  hombre  pudiere,  según  sus  fuerzas, 
en  la  observancia  de  la  lei  de  Dios,  sin  ir  a 
Hierusalera  ni  Santiago,  ¿se  puede  salvar? 

Pedro. — Muy  lindamente. 

Mata. — Pues  no  queria  saver  más  deso  para 
estarme  quedo  y  servir  a  Dios. 

Juan. — Quítese  esta  mesa  y  póngase  silen- 
cio en  las  cosas  de  acá,  que  poco  importa  la 
disputa.  Sepamos  de  la  buena  venida  y  de  la 
significación  del  disfraz  y  de  la  avsencia  pasada 
y  de  la  merced  que  Dios  nos  ha  hecho  en  do- 
xarnos  ver. 

Pedro. — Tiempo  habrá  para  contarlo. 

Mata. — Por  amor  de  Dios,  no  nos  tengáis 
suspensos,  ni  colgados  de  los  cabellos.  Sacad- 
nos  de  dubda. 

Pedro.  — El  caso  es,  en  dos  palabras,  que 
yo  fui  cautivo  y  estube  alia  tres  o  quatro  años. 
Después  sálveme  en  este  abito  que  aqui  veis, 
y  agora  voi  a  cumplir  el  voto  que  prometí  y 
dexar  los  ahitos  y  tomar  los  mios  propios,  en 
los  quales  procuraré  servir  a  Dios  el  tiempo 
que  me  diere  de  vida;  esto  es  en  conclusión  (*). 

(«)  que. 
(')  sin  mas. 
(^)  8olu9Íon. 

AUTOmOrtUAFÍAS  V  MEMORIAS.— 12 


DE  VILLALON  11 

Joan. — ¿Cautivo  do  moros? 

Pedro. —  De  turcos,  que  es  lo  mesmo. 

Juan. — ¿En  Berbería? 

Pedro. — No,  sino  en  Turquía. 

Mata. — Alguna  matraca  nos  debe  de  querer 
dar  con  esta  fiction.  ¡  Por  vida  de  quien  hablare 
de  veras,  no  nos  haga  escandalizar! 

Juan. — Avnque  sea  burlando  ni  de  veras,  yo 
no  puedo  estar  mas  escandalizado;  ni  me  ha 
quedado  gota  de  sangre  en  el  cuerpo.  No  es 
de  buenos  amigos  dar  sobresaltos  a  quien  bien 
los  quiere. 

Pedro. — Nunca  de  semejantes  burlas  me 
pagué.  Lo  que  habéis  oido  es  verdad,  sin  dis- 
crepar vn  punto. 

Juan. — ¡Jesús!  pues,  ¿dónde  o  cómo? 

Pedro.— En  Constantinopla. 

Juan. — ¿Y  dónde  os  prendieron? 

Pedro. — En  esos  mares  de  Dios. 

Juan.  —  ¡Qué  desgraciadamente  lo  contais  y 
que  como  gato  por  brasas!  Pues  ¿quien  os 
prendió,  o  quándo,  o  de  qué  manera,  y  cómo 
salistes,  y  qué  nos  con  tais? 

Mata. — Bien  os  sabrá  examinar,  que  esas 
tierras  mejor  creo  que  las  sabe  que  vos,  Juan 
de  Voto  a  Dios,  que,  como  recuero,  no  haze  sino 
ir  y  venir  de  aqui  a  Hierusalem. 

Juan. — No  cae  hazia  allá;  nosotros  vamos 
por  la  mar  de  Venecia,  y  esta  postrera  vez  que 
vine  fue  por  tierra. 

Pedro. — Pues  ¿cómo  os  entendían  vuestro 
lenguaje? 

Juan. — Hablaba  yo  griego  y  otras  len- 
guas. 

Mata. — ¿Como  las  de  oy? 

Pedro  ('). — ¿Quántas  leguas  hai  por  tierra 
de  aqui  alia? 

Juan. — No  sé  a  fe. 

Pedro. — ¿Por  qué  tierras  buenas  vinistes? 
¿por  que  cibdades? 

Juan. — Pasado  se  me  ha  de  la  memoria. 

Pedro. — Y  por  mar,   ¿adonde  aportastes? 

Juan.  —  ¿^Vdonde  habíamos  de  aportar  sino  a 
Hierusalem? 

Pedro. — ¿Pues  entrabais  dentro  Hierusa- 
lem con  las  naves? 

Juan. — Hasta  el  mesmo  templo  de  Salomón 
teníamos  las  ancoras. 

Pedro. — Y  las  naves  ¿iban  por  mar  o  por 
tierra? 

Juan. — No  está  mala  la  pregunta  para 
hombre  platico   ¿Por  tierra  van  las  naos? 

Pedro.  — En  Gerusalem  no  pueden  entrar 
de  otra  arte,  porque  no  llega  alia  la  mar  con 
veinte  leguas. 

Mata. — Avn  el  diablo  sera  este  examen, 
quanto  y  mas  si  Pedro  ha  estado  alia  y  nos  dc- 

(•)  Y. 


12 


autobiografías  y  memorias 


cubre  alguna  celada  de  las  que  yo  tanto  tiempo 
ha  barrunto.  Quiza  no  fue  por  ese  camino. 

Juan. — Ha  tanto  tiempo  que  no  lo  anduve, 
que  estoi  priuado  de  memoria,  y  tampoco  en 
los  caminos  no  advierto  mucho. 

Mata. — Agora  digo  que  no  es  mucho  que 
sepa  tanto  Pedro  de  Vrdimalas,  pues  tanto  ha 
peregrinado.  En  verdad  que  venis  tan  trocado, 
que  dubdo  si  sois  vos.  Dos  horas  y  más  ha  que 
estamos  parlando  y  no  se  os  ha  soltado  vna 
palabra  de  las  que  soliais,  sino  todo  sentencias 
llenas  de  philosofia  y  religión  y  themor  de 
Dios. 

Pedro. —A  la  fe,  hermanos.  Dios,  como 
dicen,  consiente  y  no  para  siempre,  y  como  la 
muerte  jamas  nos  dexa  de  amenazar  y  el  de- 
monio de  asechar  y  cada  dia  del  mundo  natu- 
ral tenemos  veinticuatro  horas  de  vida  menos, 
y  como  en  el  estado  que  nos  tomare  la  muerte 
según  aquel  ha  de  ser  la  maior  parte  de  nues- 
tro juicio,  paresciome  que  valia  más  la  emienda 
tarde  que  nunca,  y  esa  fue  la  causa  porque  me 
determine  a  dexar  la  ociosa  y  mala  vida,  de  la 
qual  Dios  me  ha  castigado  con  vn  tan  grande 
azote  que  me  le  dexó  señalado  hasta  que  me 
muera.  Digolo  por  tanto,  Juan  de  Voto  a  Dios 
que  ya  es  tiempo  de  alzar  el  entendimiento  y 
voluntad  destas  cosas  peres9ederas  y  ponerle 
en  donde  nunca  ha  de  aber  fin  mientra  Dios 
fuere  Dios,  y  desto  me  habéis  de  perdonar  que 
doi  consejo,  siendo  vn  idiota,  a  vn  theologo. 

Juan. — Antes  es  muy  grande  merced  para 
mí  y  consuelo,  que  para  eso  no  es  menester 
theologias. 

Pedro. —Ansi  que,  pues  aqni  estamos  los 
que  siempre  hemos  vivido  en  vna  uiesma  vo- 
luntad, y  ésta  ha  de  durar  hasta  que  nos  he- 
chen  la  tierra  acuestas,  bien  se  sufre  dézir  lo 
que  haze  al  caso  por  más  secreto  que  sea  ('). 
Yo  estoi  al  cabo  que  vos  nunca  estubistes  en 
Hierusalem  ni  en  Roma,  ni  avn  salistes  d'Es- 
paña,  porque  loquela  tua  te  manije  shan  fecit, 
ni  avn  de  Castilla;  pues  ¿qué  fructo  sacáis  de 
hazer  entender  al  vulgo  que  venis  y  vais  a  Ju- 
dea,  y  a  Egipto  ni  a  Samarla?  Paresceme  que 
ninguno  otro,  sino  que  (-)  todas  las  vezes  que 
venga  viio,  como  agora  yo,  os  tome  en  mentira. 

Mata. — Otro  mejor  fructo  se  s;xca. 

Pedro.— ¿Quál? 

Mata. — El  aforro  de  la  volsa,  que  de  otra 
manera  peresceria  de  frió;  pero  a  fe  de  hombre 
de  bien  que  lo  he  dicho  yo  hartas  vezes,  entre 
las  quales  fue  vna  que  nos  vimos  con  tres  mili 
escudos  (•*)  de  fabrica  para  los  ospitales,  y  resti- 
tución de  vnos  indianos  o  peruleros.  Jamás 
quiso  escucharme,  y  ansi  y  todo  se  nos  ha  ido 

(')  que  necesidad. 

(')   81. 

(•>)  de  limosna. 


dentre  las  manos  con  diez  pórfidos  y  otros 
tantos  azulexos. 

Juan. — Presupuesta  la  estrecha  amistad  y 
vnidad  de  corazones,  responderé  en  dos  pala- 
bras a  todo  eso,  como  las  diria  al  propio  confe- 
sor. No  ha  pocos  dias  y  años  que  yo  he  es- 
tado para  hazer  todo  esto,  y  parespe  que  Dios 
me  ha  tocado  mil  vezes  convidándome  a  ello: 
pero  vn  solo  inconviniente  ha  vastado  para  es- 
torbármelo hasta  oi,  y  es  que  como  yo  he  vi- 
bido  en  honrra,  como  sabéis,  teniendo  tan  fa- 
miliar entrada  en  todas  las  casas  de  illustres 
y  ricos,  ¿con  qué  vergüenza  podre  agora  yo  dezir 
publicamente  que  es  todo  burla  quanto  he  dicho, 
pues  avn  al  confesor  tiene  hombre  empacho 
descubrirse?  pues  si  me  huyo  ¿a  dónde  me  cale 
parar?  y  ¿qué  dirán  de  mí?  ¿quién  no  querrá  an- 
tes mili  ynfiernos?  (•). 

Mata. — Desa  te  guarda. 

Pedro. — Más  vale  vergüenza  en  cara  que 
mancilla  en  cora9on. 

Mata. — ¿Y  qué  habíamos  de  hazer  de  todo 
nuestro  relicario? 

Pedro.  — ¿Quál? 

Mata. — El  que  nos  da  de  comer  principal- 
mente: ¿luego  nunca  le  habéis  visto?  Pues  en 
verdad  no  nos  falta  reliquia  que  no  tengamos 
en  vn  cof recito  de  marfil;  no  nos  falta  sino  plu- 
ma de  las  alas  del  arcángel  Sant  Gabriel  (^). 

Pedro. —  Esas  dar  con  ellas  en  el  rio. 

Mata. — ¿Las  reliquias  se  an  de  hechar  en 
el  rio?  Grandemente  me  habéis  turbado.  Mirad 
no  traíais  alguna  punta  de  luterano  desas  tier- 
ras estrañas. 

Pedro. — íí'o  digo  yo  las  reliquias,  sino  esas 
que  yo  no  las  tengo  por  tales. 

Mata.  —  Por  amor  de  Dios,  no  hablemos 
más  sobresto;  los  cabellos  de  Nuestra  Señora, 
la  leche,  la  espina  de  Xpo.,  el  dinero,  las  otras 
reliquias  de  los  sanctos,  al  rio,  que  dize  que  lo 
traxo  el  mesmo  de  donde  estaba  (•'). 

Pedro. — ¿Es  verdad  que  traxo  vn  gran  pc- 
daco  del  palo  de  la  cruz?  (*). 

Mata. — Avn  ya  el  palo  de  la  cruz,  vaya,  que 
aquello  no  lo  tengo  por  tal;  por  ser  tanto,  j)a- 
resee  de  encina. 

Pedro. — ¡Qué!  ¿tan  grande  es? 

Mata. — Buen  pedazo.  No  cabe  en  el  cofre- 
cillo. 

Pedro.  —Ese  tal,  garrote  sera,  pues  no  ha¡ 
tanto  en  Sanct  Pedro  de  Roma  y  Gerusalem. 

(')  (Entre  linra«)  muertes. 

Este  y  otros  pasajes  fueron  enmendados  posterior- 
mente por  un  lector  demnsiado  piadoso  que  taclió  al- 
gunas palabras  y  aun  líneas  y  las  sustituyó  con  otfas. 

(»)  ¡Solamente  falta  pluma  de  las  alas  del  gallo  de 
Santo  Domingo. 

(5j  C Entre  lineas)  sino  de  aquellas  reliquias  granes 
que  dize  traxo  de  Santiago. 

{})  que  de  allí  lo  traxo? 


CRISTÓBAL  DE  VILLALOIS" 


13 


Juan.— Todo  se  traxo  devna  mesma  parte. 
Dexad  hablar  a  Pedro  y  callad  vos. 

Mata. — Pues  si  todo  se  traxo  de  vna  parte, 
todo  sera  y  no;  ¿y  el  pedazo  de  la  lapida  del  mo- 
numeato?;  agora  yo  callo.  Pues  tierra  santa 
harta  teníamos  en  Ana  talega,  que  bien  se  po- 
dra hazer  vn  huerto  dello. 

Juan. — El  remedio  es  lo  más  dificultoso  de 
todo  para  no  ser  tomado  en  mentira  del  aber 
estado  en  aquellas  partes.  Vn  libro  que  hizo  vn 
fraire  del  camino  de  Hierusalen  y  las  cosas  que 
vio,  me  ha  engañado,  que  con  su  peregrinaje 
ganaba  como  con  cabeza  de  lobo. 

Peduo. — ¡Mas  de  las  cosas  que  no  vio!  ¡tan 
grande  modorro  hera  ese  como  los  otros  que 
hablan  lo  que  no  saben,  y  tantas  mentiras  dice 
en  su  libro! 

Juan. — Toda  la  corte  se  traia  tras  si  quando 
predicaba  la  Quaresma  cosas  de  la  passion. 
Luego  señalaba  cada  cosa  que  de^ia:  fue  Xpo. 
a  orar  en  el  Huerto,  que  sera  como  de  aqui  a 
tal  torre,  y  entró  solo  y  dexó  sus  discípulos  a 
tanta  distancia  como  de  aquel  pilar  al  altar;  lle- 
váronle con  la  cruz  acuestas  al  monte  Calvario, 
que  es  de  la  9Íbdad  como  de  aqui  a  tal  parte:  la 
casa  de  Anas  de  la  de  Caiphas,  es  tanto;  y 
otras  cosas  ansi. 

Pedro. — De  manera  que  en  aber  dos  pulga- 
das de  distancia  de  más  o  menos  de  la  vna  a  la 
otra  parte  está  el  creer  o  no  en  Dios.  Y  ¿que' 
se  me  da  a  mí  para  ser  christiano  que  sean  más 
dos  leguas  que  tres;  ni  que  Pilato  y  Caiphas 
viban  en  una  mesma  calle? 

Mata. — Quien  no  trae  nada  de  nuebo,  no 
trae  tra  si  la  gente;  yos  prometo,  con  ayuda  de 
Dios,  que  vos  hagáis  hartos  corrillos. 

Pedro. —  Desos  me  guardare  yo  bien. 

Mata. — No  sera  en  vuestra  mano;  y  tam- 
bién es  bueno  tener  que  contar. 

Juan. — Hablemos  en  mi  remedio,  que  es  lo 
que  importa.  ¿Qué  haré?  ¿cómo  bolvere  atrás? 
¿cómo  me  desmentiré  a  mí  mesmo  en  la  plaza? 
Pues  qué  ¿dexaré  mi  borden  por  hazcrme  tea- 
tino  ni  fraire?  'No  es  razón;  porque  alia  dentro 
los  mesmos  religiosos  me  dariau  más  matracas 
porque  entrellos  hai  mas  que  ayan  estado  alia 
que  en  otra  parte  ninguna. 

Pedro.  —No  hai  para  qué  pregonar  el  aver 
mentido,  porque  Dios  no  quiere  que  nadie  se 
disfame  a  sí  raesmo,  sino  que  se  enmiende. 

Mata. —  Yo  quiero  en  eso  dar  vn  corte  con 
toda  mr  poca  gramática  y  menos  saber,  que  me 
paresce  que  más  hará  al  proposito. 

Juan. — No  me  haríais  este  pesar  de  callar 
vna  vez  en  el  año. 

Pedro. —  Dexalde  diga;  nunca  deshecheis 
consejo,  por  que  sino  es  bueno,  pase  por  alto, 
y  si  lo  es  aposentalde  con  vos ;  dezid  lo  que 
queríais. 


Mata.— Agora  me  habia  yo  de  hazer  de  ro- 
gar, mas  no  hai  para  qué;  digo  yo,  que  Pedro 
de  Vrdimalas  nos  quente  aqui  todo  su  viaje 
desde  el  postrero  dia  que  (')  no  nos  vimos  fasta 
heste  dia  que  Dios  de  tanta  alegría  nos  ha  dado. 
De  lo  qual  Juan  de  Voto  a  Dios  podra  quedar 
tan  docto  que  pueda  hablar  donde  quiera  que 
le  pregunten  como  testigo  de  vista;  y  en  lo  de- 
mas,  que  nunca  en  ninguna  parte  hable  de  Hie- 
rusalem,  ni  la  miente,  ni  reliquia  ni  otra  cosa 
alguna,  sin-;  dezir  que  las  reliquias  están  en  A-n 
altar  del  ospital,  y  que  nos  demos  prisa  a  aca- 
barle, avnque  enduremos  en  el  gasto  ordina- 
rio; y  después,  allí,  con  ayuda  de  Dios,  nos  reco- 
geremos, y  lo  que  está  por  hazer  sea  de  obra  tos- 
ca, para  que  antes  se  haga;  y  quien  no  quiere 
hablar  de  tierras  estrañas  con  quatro  palabras 
cerrará  la  boca  a  todos  los  preguntadores.  Si 
el  consejo  n'os  paresce  bien,  tomadme  acuestas. 

Juan. — Loado  sea  Dios,  que  habéis  dicho 
vna  cosa  bien  dicha  en  toda  vuestra  vida.  Yo 
lo  acepto  ansi. 

Mata. — Hartas  he  dicho,  si  vos  ío  vbierais 
hecho  ansi. 

Pedro. — Ansi  Dios  me  dé  lo  que  deseo,  que 
yo  no  cayera  en  tanto;  bien  paresce  vn  ne9Ío 
entre  dos  letrados.  El  agrabio  se  me  liaze  a 
mi  porque  soi  muy  enemigo  dello,  ansi  por  que 
es  muy  largo  como  por  el  refrán  que  dize:  los 
casos  de  admiración  no  los  cuentes,  que  no  sa- 
ben todas  jentes  como  son. 

Mata. — Ello  se  ha  de  saver  tarde  ó  tem- 
prano todo  a  remiendos;  más  vale  que  nos  lo 
digas  todo  junto,  y  no  os  andaremos  en  cada  dia 
amohinando  y  haréis  para  vos  vn  probecho,  que 
reduciréis  a  la  memoria  todos  los  casos  par- 
ticulares. 

Juan. — Paresce  que  después  que  éste  habla 
de  veras  se  le  escalienta  la  boca  y  dize  algunas 
cosas  bien  dichas,  entre  las  quales  esta  es  tam- 
bién que  yo  comiendo  de  aguzar  las  orejas. 

Pedro.  —  Yo  determino  de  hazer  en  todo 
vuestra  voluntad;  mas  antes  que  comience  os 
quiero  hazer  vna  protesta  porque  quando  con- 
tare algo  digno  de  admiración  no  me  cortéis  el 
hilo  con  el  hazer  milagros;  y  es  que  por  la  1¡- 
uertad  que  tengo,  que  es  la  cosa  que  más  en 
este  mundo  amo,  sino  plegué  a  Dios  que  otra 
vez  buelua  a  la  cadena,  si  cosa  de  mi  casa  pu- 
siere ni  en  nada  me  alargare,  sino  antes  perder 
el  juego  por  carta  de  menos  que  demás ;  y  las 
condiciones  y  costumbres  de  turcos  y  griegos 
os  contaré,  con  aprescibimiento  que  después 
que  los  turcos  reinan  en  el  mundo,  jamas  vbo 
hombre  que  mejor  lo  supiese,  ni  que  alia  más 
privase. 

Juan. — No  hemos  menester  más  para  creer 

(•)  ae  fue. 


14 


autobiografías  y  memorias 


eso,  sino  ver  el  arrepentimiento  que  de  la  vida 
pasada  tenéis,  y  hervor  de  la  enmienda  y  aquel 
estar  tan  trocado  de  lo  que  antes  herais. 
Pedro. — No  sé  por  donde  me  comienze. 

Mata. — Yo  si:  del  primer  dia,  que  de  alli 
adelante  nosotros  os  iremos  preguntando,  que 
ya  sabéis  que  más  preguntará  vn  necio  que  res- 
ponderan  mil  sabios.  ¿En  donde  fuistes  preso 
y  qué  año?  ¿Quién  os  prendió  y  adonde  os 
llevó?  Responded  a  estas  quat'-o,  que  después 
no  faltará,  y  la  respuesta  sea  por  orden. 

Pedko. — Vispera  de  Nuestra  Señora  de  las 
Niebes,  por  cumplir  vuestro  mandado,  que  es  a 
quatro  de  agosto,  iendo  de  Genova  para  Ñapó- 
les con  la  armada  del  Emperador,  cuio  general 
es  el  principe  Doria,  salió  a  nosotros  la  armada 
del  turco  que  estaba  en  las  islas  de  Ponza,  es- 
perándonos por  la  nueba  que  de  nosotros  te- 
nía, y  dionos  de  noche  la  caza  y  alcanzónos  y 
tomo  siete  galeras,  las  más  llenas  de  jente  y 
más  de  lustre  que  sobre  la  mar  se  tomaron  des- 
pués que  se  navega.  El  capitán  de  la  armada 
turquesca  se  llamava  Zinan  Baxa,  el  qual  traia 
ciento  y  ginquenta  velas  bien  en  orden. 

Juan. — ¿Y  vosotros  quántas? 

Pedeo. — Treinta  y  nuebe  no  mas. 

Mata. — ¿Pues  cómo  no  las  tomaron  todas, 
pues  había  tanto  exceso? 

Pedro.— Porque  huyeron  las  otras;  y  avn 
si  los  capitanes  de  las  que  cazaron  fueran  hom- 
bres de  bien  y  tubieran  buenos  oficiales,  no  to- 
maran ninguna,  porque  huyeran  también  como 
las  otras;  pero  no  osaban  azotar  a  los  galeotes 
que  remaban,  y  por  eso  no  se  curaban  de  dar 
prisa  a  huir. 

Juan.—  ¿De  qué  tenian  miedo  en  castigar  la 
chusma?  ¿No  está  amarrada  con  cadenas? 

Pedro.  —  Sí,  y  bien  rezias ;  pero  como  son 
esclabos  turcos  y  moros,  temíanse  que  después 
que  los  prendiesen,  aquellos  habían  de  ser  libres 
y  dezir  a  los  capitanes  de  los  turcos  cómo  he- 
ran  crueles  para  ellos  al  tiempo  que  rremaban. 

Mata. — ¿Pues  qué,  por  eso? 

Pedro. —  Quando  ansí,  luego  les  dan  a  los 
tales  vna  muerte  muy  cruel,  para  que  los  que 
lo  oyeren  en  las  otras  galeras  tengan  rienda  en 
el  herir.  Dos  castigaron  delante  de  mí  el  dia 
que  nos  prer^dieron:  al  vno  cortaron  los  br¿izos, 
orejas  y  narizes  y  le  pusieron  vn  rotulo  en  la 
espalda,  que  decía:  Quien  tal  haze  tal  halla;  y 
al  otro  empalaron. 

Juan. — ¿Qué  es  empalar? 

Pedro. —  La  más  rabiosa  y  abominable  de 
todas  las  muertes.  Toman  vn  palo  grande,  hecho 
a  manera  de  asador,  agudo  por  la  punta,  y  po- 
nenlc  derecho,  y  en  aquel  le  espetan  por  el  fun- 
damento, que  llegue  quasi  a  la  boca,  y  dexanse- 
le  ansí  vibo,  que  suele  durar  dos  y  tres  días. 

Juan. — Quales  ellos  son,  tales  muertes  dan. 


En  toda  mi  vida  vi  tal  crueldad;  ¿y  qué  fue  del 
primero  que  justiciaron? 

Pedro. — Dexaronsele  ir  para  que  le  viesen 
los  capitanes  christíanos,  y  ansí  le  dio  el  prín- 
cipe Doria  quatro  escudos  de  paga  cada  mes 
mientras  vibiere. 

Mata. — ¿Peleastes  o  rindistesos? 

Pedro.  —  ¿Qué  habíamos  de  pelear,  que  para 
cada  galera  nuestra  había  seis  de  las  otras?  Co- 
menzamos, pero  luego  nos  tiraron  dos  lombar- 
dazos  que  nos  hizieron  rindir.  Saltaron  dentro 
de  nuestra  galera  y  comenzaron  a  despojarnos 
y  dexar  a  todos  en  carnes.  A  mí  no  me  quita- 
ron vn  sayo  que  llebaba  de  cordobán  y  vnas 
calzas  muy  acuchilladas,  por  ser  enemigos  de 
aquel  traje,  y  ver  que  no  se  podían  aprobechar 
del,  y  también  porque  en  la  cámara  donde  yo 
estaba  había  tanto  que  tomar  de  mucha  ympor- 
tancia,  que  no  se  les  daba  nada  de  lo  que  yo  te- 
nia acuestas:  maletas,  cofres,  bnules  llenos  de 
vestidos  y  dineros,  barriles  con  barras  de  plata 
por  llevarlo  mas  escondido,  y  avn  de  doblones 
y  escudos. 

Mata. — ¿Qué  sentiais  quando  os  vistes 
preso? 

Pedro. — Eso,  como  predicador,  os  lo  dexoyo 
en  contemplación:  bofetones  hartos  y  puñadas 
me  dieron  porque  les  diese  si  tenía  dineros,  y 
bien  me  pelaron  la  barba.  Fue  tan  grande  el 
alboroto  que  me  dio  y  espanto  de  verme  quál  me 
había  la  fortuna  puesto  en  vn  instante,  que  ni 
sabía  si  llorase  ni  reyese,  ni  me  maravillase,  ni 
dónde  estaba,  antes  dizen  mis  compañeros,  que 
lloraban  bien,  que  se  maravillan  de  mí  que  no 
les  pares^ia  que  lo  sentía  más  que  si  fuese  libre, 
y  es  verdad  qne  de  la  repentina  mudanza  por 
tres  dias  no  sentía  nada,  porque  no  me  lo  po- 
día creer  a  mi  mesmo  ni  persuadir  que  fuese 
ansí.  Luego  el  capitán  que  nos  tomó,  que  se 
llamaba  Sactan  Mustafa,  nos  sentó  a  su  mesa 
y  dionos  de  comer  de  lo  que  tenía  para  sí,  y  al- 
gunos bobos  de  mis  compañeros  pensaban  que 
el  viaje  había  de  ser  ansí;  pero  yo  les  consolé 
dizíendo:  Veis  alli,  hermanos,  como  entre  tan- 
to que  comemos  están  aparejando  cadenas 
para  que  dancemos  después  del  vanquete;  y 
hera  ansí,  que  el  carzelero  estaba  poniéndolas  en 
borden. 

Juan. — ¿Y  qué  fue   la  comida? 

Pedro. — Vizcocho  remojado  y  vn  plato  de 
miel  y  C)tro  de  azitunas  y  otro  chico  de  queso 
cortado  bien  menudo  y  sutil. 

Mata.— No  hera  malo  el  vanquete;  pues 
¿no  podían  tener  algo  cozínado  para  el  capitán? 

Pedro  —  No,  porque  con  la  batalla  de  aquel 
dia  no  se  les  acordaba  de  comer,  y  pluguiera  a 
Dios,  por  quien  él  es,  que  las  Pascuas  de  quatro 
años  enteros  hubiera  otro  tanto.  Llegó  luego 
por  fruta  de  postre,  a  la  popa,  donde  estábamos 


CRISTÓBAL  DE  VI LL ALÓN 


lá 


coa  el  capitán,  vu  turco  cargado  de  cadenas  y 
grillos,  y  couienzonos  a  herrar,  y  por  ser  tantos 
y  no  traer  ellos  tan  sobradas  las  cadenas,  nos 
metían  a  dos  en  vn  par  de  grillos,  a  cada  vno 
vn  pie,  vna  de  las  mas  vellacas  de  todas  las  pri- 
siones, porque  cada  vez  que  queréis  algo,  abéis 
de  traer  él  compañero,  y  si  él  quiere  os  ha  de 
llevar;  de  manera  que  estáis  atado  a  su  voluntad 
avnque  os  pese.  Esta  prisión  no  duró  más  que 
dos  dias,  porque  luego  el  capitán  hera  obligado 
de  ir  a  manifestar  al  General  la  presa  que  habia 
hecho.  Llegóse  a  mí  vn  cautiuo  que  habia  mu- 
chos años  que  estaba  alli,  y  preguntóme  qué 
hombre  hera  y  si  ternia  con  qué  me  rescatar,  o 
si  sabia  algún  ofi9Ío;  yo  le  dixe  que  no  me 
faltarian  do9Íentos  ducados,  el  qual  me  dixo 
que  lo  callase,  porque  si  lo  dezia  me  ternian  por 
hombre  que  podia  mucho  y  ansi  (')  nunca  de  alli 
saldria;  y  que  si  sabia  ofi9Ío  seria  mejor  trata- 
do, a  lo  qual  yo  le  rogue  que  me  dixese  qué  ofi- 
cios estimaban  en  más,  y  dixome  que  médicos 
y  barberos  y  otros  artesanos.  Como  yo  vi  que 
ninguno  sabia,  ni  nunca  acá  le  deprendí,  ni  mis 
padres  lo  procuraron,  de  lo  qual  tienen  gran 
culpa  ellos  y  todos  los  que  no  lo  hazen,  imaginé 
quál  de  aquellos  podía  yo  fingir  para  ser  bien 
tratado  y  que  no  me  pudiesen  tomar  en  mentira, 
y  acordé  que,  pues  no  sabia  ninguno,  lo  mejor 
hera  dezír  que  hera  medico,  pues  todos  los  he- 
rrores  habia  de  cubrir  la  tierra,  y  las  culpas  de 
los  muertos  se  habían  de  hechar  a  Dios.  Con 
dizir  Dios  lo  hizo,  auía  yo  de  quedar  libre;  de 
manera  que  con  aqxiella  poca  de  Lógica  que  ha- 
bia estudiado  podría  entender  algún  libro  por 
donde  curase  o  matase. 

Mata. — Pues  qué  ¿hera  menester  para  los 
turcos  tantas  cosas, sino  matarlos  a  todos  quan- 
tos  tomarais  entre  las  manos? 

Pedro. — No  es  buena  cuenta  esa,  que  no 
menos  omicida  seria  quien  tal  hiziese  que  a  los 
xpianos.  Quando  fuese  en  licita  guerra,  es  ver- 
dad; pero  fiándose  el  otro  de  mí,  sería  gran 
maldad;  porque,  en  fin,  es  próximo.  Al  tiempo 
que  nos  llevaron  a  presentar  delante  el  General, 
comenzai-ou  de  poner  a  vna  parte  todos  los  que 
sabian  ofi9Íos,  y  los  que  no  a  otra  para  echar  al 
remo.  Quando  vinieron  a  mí,  yo  dixe  liberal- 
mente  que  hera  medico.  Preguntándome  si  me 
atrebería  a  curar  todos  los  heridos  que  en  la 
vatalla  pasada  habia,  respondí  que  no,  porque 
no  hera  zirujano,  ni  sabía  de  manos  nada  hazer. 
Estaba  allí  vn  renegado  genoves  que  se  llama- 
ba Darmux  Arráez,  que  hera  el  comité  (■^)  Real, 
y  dixo  al  General  que  mucho  mayor  cosa  hera 
que  zirujano,  porque  hera  medico  de  orina  y 
pulso,  que  ansí  se  llaman,  y  quiso  la  fortuna 
que  el  General  no  traía  ninguno  para  que  me 

(•)  yo  me 
(»)  del 


examinase,  y  alia  avijque  hai  muchos  médicos 
judíos  pero  (')  pocos  son  los  buenos. 

Juan.  -  ¿Que  quiere  dezír  comité? 

Pedro.— El  que  govierna  la  galera  y  la  rije. 

Mata.  — ¿Y  arráez? 

Pedro. — Capitán  de  vna  galera.  Quiso  tam- 
bién la  fortiina  que  el  General  se  contentó  de 
mí  y  me  escogió  para  sí.  De  todas  las  presas 
que  hazen  por  la  mar  tiene  el  Gran  Turco  su 
quinto;  pero  los  generales  toman  siempi-e  para 
sí  los  mejores  y  que  saben  que  son  de  rescate,  o 
que  tienen  algunos  oficios  que  serán  de  ganan- 
cia. Los  soldados,  pobres  y  lacayos  de  los  caba- 
lleros dan  al  reí,  pues  que  nunca  los  ha  de  ver. 

Mata. — ¿Para  qué  los  quiere? 

Pedro. — Metenlos  en  vna  torre,  y  de  allí 
los  embian  a  trabajar  en  obras  de  la  señoría, 
que  llaman. 

Juan.— ¿Qué  kmtos  desos  terna? 

Pedro. — Al  pie  de  tres  mili. 

Mata. — Y  quando  os  tomo  el  General,  ¿vis- 
tióos luego? 

Pedro. — No,  sino  calzóme,  y  bien. 

Juan. — ¿Cómo? 

Pedro. — Lleváronme  luego  a  xn  banco  don- 
de estaban  dos  remadores  y  faltaba  vno,  y  pu- 
siéronme vna  cadena  al  pie  de  doze  eslabones 
y  enclabada  en  el  mesmo  banco,  y  mandáronme 
remar,  y  como  no  sabia  comenzaron  de  darme 
de  anguílazos  por  estas  espaldas  con  vn  azote 
diabólico  empegado. 

Juan. — Ya  los  he  visto,  que  muchos  cauti- 
bos  que  pasan  por  aquí,  que  se  han  escapado, 
los  traen  camino  de  Santiago. 

Pedro. — Otra  buena  canalla  de  vagamun- 
dos. Todos  esos,  creed  que  jamas  estubieron 
allí;  porque  ¿en  que  seso  cabe,  si  se  huyen,  que 
an  de  llevar  el  azote,  que  jamas  el  comité  le 
dexa  de  la  mano?  Ansí  engañan  a  los  bobos. 

Mata. — Bien  pintadas  debéis  de  tener  las 
espaldas. 

Pedro.  —  Ya  se  an  quitado  las  mas  ron- 
chas; pero  vno  me  dieron  vn  día  que  me  ziño 
estos  ríñones,  que  después  acá  a  tiempos  me 
duele.  Quiso  Dios  que  como  tomaron  tanta 
jente  y  tenían  bien  quien  remase,  que  acorda- 
ron, pues  yo  les  parescía  delicado  y  no  lo  sabia 
hazer,  y  hera  bueno  para  servir  en  mi  ofi9¡o, 
que  entrase  cada  vez  en  mi  lugar  vn  gitano; 
pero  no  me  quitaron  de  la  cadena,  sino  alli  me 
metía  donde  poca  menos  pena  tenía  que  sí  re- 
mara, porque  había  de  ir  metida  la  cabeza  entre 
las  rodillas  sentado,  y  quando  la  mar  estaba 
algo  alvorotada,  venia  la  onda  y  dábame  en 
estas  espaldas  y  remojábame  todo.  Llamase 
aquel  lugar  en  la  galera  la  banda,  que  es  la  que 
sirvo  de  necesaria  en  cada  vaneo. 

O  hai 


16 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Juan, — ¿Y  qué  os  daban  alli  de  comer? 

Pedro. — Lo  que  a  los  otros,  que  es  quando 
hai  bastimento  harto,  y  estábamos  en  parte, 
que  cadadia  lo  podian  tomar.  Daban  a  cada  vno 
26  on^as  de  A'izcocho;  pero  si  estábamos  donde 
no  lo  podian  turnar,  que  liera  tierra  de  enemi- 
gos, 20  oncas  y  vna  almueza  de  mazamorra. 

Mata. — ¿Qué  es  vizcocho  y  mazamorra? 

Pedro. — Toman  la  harina  sin  cerner  ni 
nada  y  hazenla  pan;  después  aquello  hacenlo 
quartos  y  recuezenlo  hasta  que  está  duro  como 
piedra  y  metenlo  en  la  galera;  las  migajas  que 
se  desmoronan  de  aquello  y  los  suelos  donde 
estubo  es  mazamorra,  y  muchas  vezes  hai  tanta 
necesidad,  que  dan  de  sola  ésta,  que  quando 
habréis  apartado  a  vna  parte  las  chinches  muer- 
tas que  están  entrello  y  las  pajas  y  el  estiércol 
de  los  ratones,  lo  que  queda  no  es  la  quinta 
parte. 

Juan. — ¿Quién  diablos  llevó  el  ratón  á  la 
mar? 

Pedro. — Como  se  engendran  de  la  bascosi- 
dad, mas  hai  que  en  tierra  en  ocho  dias  que 
esté  el  pan  dentro.  . 

Mata.  —Y  á  beber  ¿dan  riño  blanco  ó  tinto? 

Pedro.  —Blanco  del  río,  y  avn  bien  ludiendo 
y  con  más  tasa  que  el  pan. 

Juan. — ¿Y  qué  más  dan  de  razion? 

Pedro. — ¿No  basta  esto?  Algunas  vezes 
reparten  a  media  escudilla  de  vinagre  y  otra 
media  de  azeite  y  media  de  lentejas  ó  arroz 
para  todo  vn  mes;  alguna  pascua  suya  dan 
carne,  quanto  vna  libra  a  cada  vno;  mas  destas 
no  hai  sino  dos  en  el  año. 

Mata. — ¡Mal  aventurados  dellos;  bien  pa- 
rescen  turcos! 

Pedro. — ¿Pensáis  que  son  mejores  las  de 
los  xpianos?  Pues  no  son  sino  peores. 

Juan. — Yo  reniego  desa  manera  de  la  mejor. 
Y  la  cama  ¿hera  conforme  á  la  comida? 

Pedro. — Tenia  por  cortinas  todo  el  cielo  de 
la  luna,  y  por  frazada  el  aire.  La  cama  hera 
vn  banquillo  quanto  pueden  tres  hombres  caber 
sentados,  y  de  tal  manera  tenia  de  dormir 
alli,  que  con  estar  amarrado  al  mesmo  vaneo  y 
no  poder  subir  encima  la  pierna,  sino  que  habia 
destar  colgando,  si  por  malos  de  mis  pecados 
sonaba  tantico  la  cadena,  luego  el  verdugo  es 
taba  enzima  con  el  azote. 

Mata. — ¿Quién  os  lavaba  la  ropa  blanca? 

Pedro. — Nosotros  mesmos  con  el  sudor  que 
cada  dia  manaba  de  los  cuerpos;  que  vna  que 
yo  tube,  a  pedazos  se  cayo  como  ahorcado. 

Juan. — Paresce  que  me  comen  las  espaldas 
en  ver  quál  debia  estar  de  jente. 

Pedro. — A  eso  quiero  responder  que  por  la 
fe  de  buen  xpiano,  no  más  ni  menos  que  en  vn 
hormigal  hormigas  los  veia  en  mis  pechos  quan- 
do  me    miraba,  y  tomábame  vna  congoja  de 


ver  mis  carnes  vivamente  comidas  dellos,  y 
llagadas,  ensangrentadas  todas,  que,  como  avn- 
que  matase  veinte  pulgaradas  no  hazia  al  caso, 
no  tenía  otro  remedio  sino  dexarlo  y  no  me 
mirar;  pues  en  vnas  votas  de  cordobán  que  tenía, 
por  el  juramento  que  tengo  hecho  y  por  otro 
mayor  si  queréis,  que  si  metia  la  mano  por 
entre  la  vota  y  la  pierna  hasta  la  pantorrilla, 
que  era  en  mi  mano  sacar  vn  puñado  dellos 
como  granos  de  trigo. 

Juan. — ¿Y  todos  están  ansí? 

Pedro. — No,  que  los  que  son  viejos  tienen 
camisas  que  mudar;  no  tienen  tantos  con  gran 
parte,  y  laban  allí  sus  camisas  con  agua  de  la 
mar,  atándola  con  un  pedazo  de  soga  como 
quien  saca  agua  de  algún  pozo,  y  alli  las  dejaban 
remojar  un  rato;  quasi  el  labar  no  es  más  sino 
remojar  y  secar,  porque  como  el  agua  de  la  mar 
es  tan  gruesa,  no  puede  penetrar  ni  limpia  cosa 
ninguna. 

Mata. — Caro  cuesta  desa  manera  el  ver  co- 
sas nuebas  y  tierras  estrañas.  En  su  seso  s'está 
Juan  de  Voto  a  Dios  de  no  poner  su  vida  al 
tablero,  sino  hablar  como  testigo  de  oidas,  pues 
no  le  vale  menos  que  a  los  que  lo  han  visto. 

Pedro.— Yos  diré  quán  caro  cuesta.  Sien- 
do yo  cautibo  nuebo,  que  no  habia  sino  vn  mes 
que  lo  hera,  vi  que  junto  a  mí  estaban  vnos 
turcos  escribiendo  ciertas  cartas  mensajeras;  y 
ellos,  en  lugar  de  firma,  vsan  ciertos  sellos  en 
vna  sortija  de  plata  que  traen,  en  donde  está 
esculpido  su  nombre  o  las  letras  de  cifra  que 
quieren,  y  con  este,  vntado  con  tinta  emprimen 
en  el  lugar  donde  habían  de  firmar,  su  sello,  y 
cierto  queda  como  de  molde. 

Mata. — Yo  apostare  que  es  verdad  sin  más, 
pues  no  lo  puede  contar  sin  lagrimas. 

Pedro. — Mas  heche  allá  quando  pasó;  y 
como  a  mi  me  parescio  cosa  nueba,  entre  tanto 
que  zerraba  vno  las  cartas,  como  en  conversa- 
ción, tomé  en  la  mano  el  sello  y  como  vi  que 
no  me  dezian  nada  tomé  tinta  y  vn  poco  de 
papel  para  ver  si  sabria  yo  ansi  sellar.  De  todo 
esto  olgaban  ellos  siu  dárseles  nada;  yo  lo  hize 
como  quiera  que  era  cien9Ía  que  vna  vez  bastaba 
verla,  y  conténteme  de  mí  mesmo  haber  azerta- 
do;  torné  á  poner  la  sortija  donde  se  estaba,  y 
como  de  alli  a  vn  poco  me  acordase  de  lo  mes- 
mo, quise  tornar  a  ver  si  se  me  habia  olvidado, 
y  así  del  papel  que  estaba  debaxc  de  la  sortija, 
pensando  que  estaba  encima,  porque  estaba 
entre  dos  papeles,  y  cáese  la  sortija  de  la  tabla 
abajo  y  da  consigo  en  la  mar,  que  estábamos 
estonces  en  Sancta  Maura.  Los  turcos,  quando 
me  vieron  vaxar  a  buscarla,  pensando  que  no 
fuese  caida,  ásenme  de  las  manos  presto  por 
pensar  que  yo  la  habia  hecho  perdidiza. 

Juan. — '¿De  qué  os  reis  desto  o  a  que  pro- 
posito? 


CRISTÓBAL  DE  YILLALON 


17 


Mata. — Porque  voi  viendo  que  según  va  el 
quento,  al  fin  todos  lloraremos  de  lastima  y 
para  rehazer  las  lagrimas  lo  hago. 

Pedro.  —  Como  no  me  la  aliaron  en  las 
manos,  viene  vno  y  méteme  el  dedo  en  la  boca, 
quasi  hasta  el  estomago,  que  me  uviera  alio- 
gado,  por  ver  si  me  la  habia  metido  en  la  boca. 

Mata. — ¿Pues  no  le  podiais  morder? 

Pedro. — Quando  esto  fue,  ya  no  tenia  dien- 
tes ni  sentido,  porque  me  habian  dado  dos  bo- 
fetones de  entrambas  partes,  tan  grandes  que 
estaba  tonto. 

Juan. — ¿No  podian  mirar  que  herais  hombre 
de  bien  y  que  en  el  avito  que  llebabais  no  herais 
ladrón  ? 

Pedro.  —El  avito  de  los  esclabos  todo  es 
vno  de  malos  y  buenos,  como  de  fraires,  y  avn 
las  mañas  también  en  ese  caso,  porque  quien 
no  roba  no  come.  Luego  llamaron  al  guardián 
mayor  de  los  esclabos,  que  se  llamaba  Morato 
Arráez,  y  dieron  como  ellos  quisieron  la  infor- 
mación de  lo  pasado,  la  qual  podia  ser  senten- 
cia y  todo,  porque  yo  no  tenia  quien  hablase 
por  mí,  ni  yo  mesmo  podia,  porque  no  sabía 
lengua  ninguna.  Luego  como  me  cato  todo,  que 
presto  lo  pudo  hazer,  porque  estaba  desnudo,  y 
no  lo  halló,  manda  luego  traer  el  azote  y  pusié- 
ronme de  la  manera  que  agora  diré.  Como  los 
vancos  están  puestos  por  orden,  como  renglones 
de  coplas,  pusiéronme  la  vna  pierna  en  vn 
vaneo,  la  otra  en  otro,  los  brazos  en  otros  dos, 
y  quatro  hombres  que  me  tenían  de  los  brazos 
y  piernas,  quasi  hecho  rueda,  puesta  la  cabeza 
en  otro. 

Juan.— Ya  me  pesa  que  comenzastes  este 
cuento,  porque  me  toman  calofríos  de  lastima. 

Pedro. — Antes  lo  digo  para  que  más  se  nia- 
niñesten  las  obras  de  Dios.  Puesto  el  guardián 
el  vn  pie  sobre  vn  vaneo  y  el  otro  sobre  mi  pes- 
cuezo, y  siendo  hombre  de  razonables  fuerzas, 
comenzó  como  relox  tardío  a  darme  quan  largo 
hera,  deteniéndose  de  poco  en  poco,  por  mayor 
pena  me  dar,  para  que  confesase,  hasta  que 
Dios  quiso  que  bastase;  bien  fuera  medio  quarto 
de  oi'a  lo  que  se  tardó  en  la  justicia. 

Juan.— ¿Pues  de  tanto  valor  era  la  sortija 
que  los  xpianos  vuestros  compañeros  de  remo 
que  estaban  alderredor  no  lo  pagaban  por  no 
ver  eso.' 

Pedro, — A^'aldria  siete  reales  quando  mucho; 
pero  ellos  pagaran  otros  tantos  porque  cada  día 
me  dieran  aquella  colación. 

Mata,— ¿Luego  no  heran  xpianos? 

Pedro. — Sí  son,  y  por  tales  se  tienen;  pero 
como  el  maior  enemigo  que  el  bueno  tiene  en 
el  mundo  es  el  ruin,  ellos,  do  gracia,  como 
dizen,  me  querían  peor  que  al  diablo,  de  embidia 
porque  yo  no  remaba  y  que  hazian  algún  caso 
de  mí,  y  porque  no  los  sirbia  allí  donde  estaba 


amaiTado,  y  lo  peor  porque  no  tenia  blanca  que 
gastar;  vltimamente,  porque  todos  heran  italia- 
nos, de  diferentes  partes,  y  entre  todas  las  na- 
ciones del  mundo  somos  los  españoles  los  más 
mal  quistos  de  todos,  y  con  grandissima  razón, 
por  la  soberbia,  que  en  dos  dias  que  sirbimos 
queremos  luego  ser  amos,  y  si  nos  conbidan 
vna  vez  a  comer,  alzamosnos  con  la  posada;  tene- 
mos fieros  muchos,  manes  no  tanto;  veréis  en  el 
campo  del  reí  y  en  Ytalia  vnos  ropavejerue- 
los  y  oficiales  mecanices  que  se  huyen-  por  la- 
drones, ó  por  deudas,  con  vnas  calzas  de  ter- 
ciopelo y  vn  jubón  de  raso,  renegando  y  descre- 
yendo a  cada  palabra,  jurando  de  contino  puesta 
la  mano  sobre  el  lado  del  cora9on,  a  fe  de  caba- 
llero; luego  buscan  diferencias  de  nombres:  el 
vno.  Basco  de  las  Pallas,  el  otro,  Ruidiaz  de  las 
MendoQas;  el  otro,  que  echando  en  el  mesón  de 
su  padre  paja  a  los  machos  de  los  mulateros 
desprendió,  bai  y  galagarre  y  goña,  luego  so 
pone  Machin  Artiaga  de  Mendarozqueta  y  dize 
que  por  la  parte  de  oriente  es  pariente  del  rei 
de  Francia  Luis,  y  por  la  de  poniente  del  conde 
Fernán  González  y  Acota,  con  otro  su  primo 
Ochoa  de  Galarreta,  y  otros  nombres  ansí  pro- 
pios para  los  libros  de  Amadis.  No  ha  quatro 
meses  que  vn  amigo  mío  me  hizo  su  testamen- 
tario, y  traia  fausto  como  qualquier  capitán 
con  tres  caballos.  Hizo  vn  testamento  conforme 
a  lo  que  el  bulgo  estaba  engañado  de  creer. 
Llamábase  del  nombre  de  vna  casada  principal 
d'España.  Al  cabo  murió,  y  yo,  para  cumplir 
el  testamento,  hize  inventario  y  abrí  vn  cofre- 
cico,  donde  pense  aliar  joyas  y  dinero,  y  la 
mayor  que  halle',  entre  otras  semejantes,  fue 
vna  carta  que  su  padre  de  acá  le  habia  escrito 
en  la  qual  iba  este  capitulo:  ctEn  lo  que  dczis, 
hijo,  que  habéis  dexado  el  oficio  de  tundidor  y 
tomado  el  de  perfumero  en  Francia,  yo  huelgo 
mucho,  pues'  debe  de  ser  de  mas  ganancia», 
Quando  este  y  otros  tales  llegaban  en  la  posada 
del  pobre  labrador  ytaliano,  luego  entraban  ri- 
ñendo:  ¡Pese  a  tal  con  el  puto  villano;  á  las  14 
me  habéis  de  dar  de  comer!  ¡reniego  de  tal  con 
el  puto  villano!  ¡cada  día  me  habéis  de  dar  fruta 
y  vitella  no  mas!  corre,  mocjo,  mátale  dos  galli- 
nas, y  para  mañana,  por  vida  de  tal,  que  yo 
mate  el  pabon  y  la  pana;  no  me  dexes  pollas- 
tre ni  presuto  en  casa  ni  en  la  estrada. 

Mata,  —  ¿Qué  es  estrada?  ¿qué  es  vitela? 
¿qué  presuto?  ¿qué  pollastre? 

Pedro. —  Como  en  fin  son  de  baxa  suerte 
y  entendimiento,  avnque  estén  alia  mili  años, 
no  deprenden  de  la  lengua  más  de  aquello  que 
avnque  les  pese,  por  oírlo  tantas  vezes,  se  les 
encasqueta  de  tal  manera  que  por  cada  bocablo 
ytaliano  que  deprenden  olvidan  otro  de  su 
propia  lengua.  A  cabo  de  tres  o  quatro  años  no 
saben  la  suya  ni  la  ajena  sino  por  ensaladas 


18 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


como  Juan  de  Voto  a  Dios  quando  hablava  con- 
migo. Estrada  es  el  camino;  presuto,  el  pernil; 
pollastre,  el  pollo;  vitela,  ternera. 

Mata.  -Ño  menos  me  hnelgo,  por  Dios,  de 
saber  esto  que  las  cosas  de  Turquía,  porque 
para  quien  no  lo  ha  visto  tan  lexos  es  Ita- 
lia como  Grecia.  ¿No  podia  saber  qné  es  la  cau- 
sa porque  algunos;  quando  vienen  de  alia,  traen 
vnos  bocablos  como  barreta,  belludo,fudro,  esti- 
hal,  manca,  y  hablando  con  nosotros  acá,  que 
somos  de  su  propia  lengua?  Este  otro  dia  no 
hizo  más  vno  de  ir  de  aqui  a  Aiagon,  y  estubo 
alia  como  quatro  meses,  y  volvióse  y  en  llegando 
en  casa  tómale  vn  dolor  de  ijada  y  comento  a 
dar  vozes  que  le  portasen  el  menge.  Como  la 
madre  ni  las  hermanas  no  sabian  lo  que  se  de- 
9Ía,  tornábanle  a  repreguntar  qué  quería,  y  a 
todo  decia:  el  menge.  Por  discreción  dieronle  vn 
jarrillo  para  que  mease,  pensando  que  pedia  el 
orinal,  y  el  a  todos  queria  matar  porque  no  le 
entendían.  Al  fin  por  el  dolor  que  la  madre  vio 
que  le  fatigaba,  llamó  al  medico,  y  entrando 
con  dos  amigos  a  le  visitar,  principales  y  d'en- 
tendimíento,  preguntóle  que  qué  le  dolia  y  [de] 
donde  venía.  Respondió:  Mosen,  chi  so  stata 
Saragosa;  de  lo  qual  les  dio  tanta  risa  y  sonó 
tanto  el  quento,  que  el  quisiera  más  morir  que 
aberlo  dicho,  porque  las  mesmas  palabras  le 
quedaron  de  allí  adelante  por  nombre. 

Juan. —  Lo  mesmo,  avnqne  parezca  contra 
mí,  acontesfio  en  Logroño;  que  se  fue  vn  mu- 
chacho de  casa  de  su  madre  y  entróse  por  Fran- 
cia. Ya  que  llegó  a  Tolosa,  topóse  con  otro  de 
su  tamaño  que  venia  romeriUo  para  Santiago. 
Tomaron  tanta  amistad,  que,  como  estaba  ya 
arrepentido,  se  volvieron  juntos,  y  viniendo  por 
sus  pequeñas  jornadas  llegaron  en  Logroño,  y  el 
muchacho  llebó  por  huésped  al  compañero  [á] 
casa  de  su  madre.  Entrando  en  casa  fue  resci- 
bido  como  de  pobre  madre,  y  que  otro  no  tenía. 
Luego  echo  mano  de  vna  sartén,  y  toma  vnos 
huebos  y  pregunta  al  hijo  cómo  quiere  aquellos 
huebos,  y  qué  tal  viene,  y  si  bebe  vino.  El  res- 
pondió, que  hasta  allí  no  había  hablado:  Ma 
mes,  parlen  bus  a  Fierres,  e  Fierres  parlara  a 
moi,  quo  chi  non  so  res  cV España.  La  madre 
turbada,  dixo:  No  te  digo  sino  que  cómo  quie- 
res los  huebos.  Entonces  pregunto  al  francesi- 
11o  que  qué  decia  su  madre.  Ella,  fatigándose 
mucho,  dixo:  ¡pues,  malaventurada  de  mí,  hijo! 
avn  los  mesmos  zapatos  que  te  llebaste  traes, 
y  tan  presto  se  te  ha  olvidado  tu  propria  len- 
gua. Ansí  que  (')  tiene  mucha  razón  Mátalas 
Callando,  que  estos  que  vienen  de  Italia  nos 
rompen  aqui  las  cabezas  con  sus  salpicones  de 
lenguas,  que  al  mejor  tiempo  que  os  van  con- 
tando vna  proeza  que  hizieron,  os  mezclan  vnos 

(')  es  muy  grande 


bocablos  que  no  entendéis  nada  de  lo  que  dizen: 
«Saliendo  yo  del  cuerpo  de  guardia  para  ir  a  mi 
trinchera,  que  era  manco  de  media  milla,  vi  que 
de  la  muralla  asestaban  los  esmeriles  para  los 
que  estábamos  en  campaña;  yo  calé  mi  serpen- 
tina y  llebele  al  bonbardero  el  bota  fogo  de  la 
mano)j ;  y  otras  cosas  al  mesmo  tono. 

Pedro. — Pues  si  esos  no  hiziesen  como  la 
zorra,  luego  serian  tomados  con  el  hurto  en  la 
mano. 

Mata.—  i  Qué  haze  la  zorra? 

Pedro. — Quando  va  huyendo  de  los  perros, 
como  tiene  la  cola  grande,  ciega  (')  el  camino 
por  donde  va,  porque  no  hallen  los  galgos  el 
rastro.  Pues  mucho  mayores  necedades  dizen  en 
Italia  con  su  trocar  de  lenguas,  avnque  vn  dia 
castigaron  a  vn  bisoño. 

Juan. — ¿Cómo? 

Pedro.  —  Estaba  en  vna  posada  de  vn  la- 
brador rico  y  de  onrra,  y  hera  razien  pasado 
d'España,  y  como  no  entendia  la  lengua,  vio 
que  a  la  muger  llamavan  madona,  y  dixole  al 
huésped;  Madono  porta  manjar,  pensando  que 
dezia  muy  bien;  que  es  como  quien  dixese  mu- 
gero.  El  otro  corrióse,  y  entre  él  y  dos  hijos 
suyos  le  pelaron  como  palomino,  y  tubo  por 
bien  mudar  de  allí  adelante  la  posada  y  avn  la 
costumbre. 

Mata. — Si  el  reí  los  pagase  no  quitarían 
a  nadie  lo  suyo. 

Pedro. — Ya  los  paga;  pero  es  como  quando 
en  el  banquete  falta  el  vino,  que  siempre  hai 
para  los  que  se  sientan  en  cabezera  de  mesa, 
y  los  otros  se  van  a  la  fuente.  Para  los  gene- 
rales y  capitanes  nunca  falta;  son  como  los  pe- 
ces, que  los  mayores  se  comen  los  menores. 
Conclusión  es  averiguada  que  todos  los  capi- 
tanes son  como  los  sastres,  que  no  es  en  su 
mano  dexar  de  hurtar,  en  poniéndoles  la  pieza 
de  seda  en  las  manos,  sino  solo  el  dia  que  se 
confiesan. 

Mata. — Ese  dia  cortaría  yo  siempre  de  bes- 
tir;  pero  ellos  ¿cómo  hurtan? 

Pedro.  -  Yo  os  lo  diré  como  quien  ha  pa- 
sado por  ello:  Cada  capitán  tiene  de  tener  tan- 
tos soldados,  y  para  tantos  se  le  da  la  paga. 
Pongamos  por  caso  300;  él  tiene  dofientos,  y 
para  el  dia  de  la  reseña  busca  ^iento  de  otras 
compañías  o  de  los  oficiales  del  pueblo,  y  dales 
el  quinto  como  al  reí  y  tómales  lo  demás;  al 
alférez  da  que  pueda  hazer  esto  en  tantas  pla- 
zas y  al  sargento  en  tantas ;  lo  demás  para 
nobis. 

Juan. — Y  los  Generales  ¿no  lo  remedian  eso? 

Pedro. — ¿Como  lo  han  de  remediar,  que  son 
ellos  sus  maestros,  de  los  quales  deprendieron?; 
antes  éstos  disimulan,  porque  no  los  descubran, 

O  va  zegando 


CRISTÓBAL  DE  YILLxVL()N 


19 


que  ellos  lo  hurtan  por  grueso,  diziendo  que  al 
rei  es  licito  vrtarle  porque  no  le  da  lo  que  ha 
menester. 

Mata. — Y  el  rei  ¿no  pone  remedio? 

Pedro, — No  lo  sabe,  ¡qué  ha  de  hazer! 

Juan. — ¿Pues  semejante  cosa  ignora? 

Pedro. — Si,  porque  todos  los  que  hablan 
con  el  rei  o  son  generales  o  capitanes,  o  oficia- 
les a  quien  toca,  que  no  se  para  a  hablar  con 
pobres  soldados;  que  si  eso  fuese,  él  lo  sabría  y 
sabiéndolo  lo  atajarla;  pero  ¿queréis  que  vaya 
el  capitán  a  dezir:  Señor,  yo  vrto  de  tres  par- 
tes la  vna  de  mis  soldados;  castígame  por  ello? 

Joan. — Y  el  Consejo  del  rei  ¿no  lo  sabe? 

Pedro. — No  lo  debe  de  saber,  pues  no  lo  re- 
media; mas  yo  reniego  del  capitán  que  no  ha 
sido  primero  muchos  años  soldado. 

Mata. — Esos  soldados  fieros  que  de^iais 
denantes  en  el  escuadrón  al  arremeter,  ¿qué 
tales  son? 

Pedro. — Los  postreros  al  acometer  y  pri- 
meros al  retirar. 

Joan. — Buena  va  la  guerra  si  todos  son 
ansi. 

Pedro. — Nunca  Dios  tal  quiera,  ni  avn  de 
treinta  partes  vna;  antes  toda  la  religión,  crian- 
za y  bondad,  está  entre  los  buenos  soldados, 
de  los  quales  hai  infinitos  que  son  vnos  Cesares 
y  andan  con  su  bestido  llano  y  son  todos  gente 
noble  y  illustre;  con  su  pica  al  hombro,  se  andan 
sirviendo  al  rei  como  esclavos  invierno  y  verano, 
de  noche  y  de  dia,  y  de  muchos  se  le  olvida  al 
rei,  y  de  otros  no  se  acuerda,  y  de  los  que  restan 
no  tiene  memoria  para  gratificarles  sus  ser- 
vicios. 

Joan. — Y  esos  tales,  siendo  ansi  buenos, 
¿qué  comen?  ¿tienen  cargos? 

Pedro. — Ni  tienen  cargos,  ni  cargas  en  las 
bolsas.  Comen  como  los  que  más  ruinmente,  y 
visten  peor;  no  tienen  otro  acuerdo  ni  fin  sino 
a  servir  a  su  lei  y  rei,  como  dizen  quando  en- 
tran en  alguna  cibdad  que  an  combatido.  Todos 
los  ruines  son  los  que  quedan  ricos,  y  estos 
otros  más  contentos  con  la  victoria. 

Joan. — Harta  mala  ventura  es  trabajar 
tanto  y  no  tener  que  -gastar  y  estar  subjeto  vn 
bueno  a  otro  que  sabe  que  es  más  astroso  que  él. 

Mata. — La  pobreza  no  es  vileza. 

Pedro. — Maldiga  Dios  el  primero  que  tal 
refrán  inventó,  y  el  primero  que  le  tubo  por 
verdadero,  que  no  es  posible  que  no  fuese  el 
mas  tosco  entendimiento  del  mundo  y  tan  gro- 
seros y  ciegos  los  que  le  creen. 

Mata.  — ¿Cómo  ansi  a  cosa  tan  común  que- 
réis contradezir? 

Pedro.  —  Porque  es  la  mayor  mentira  que 
de  Adán  acá  se  ha  dicho  ni  formado;  antes  no 
hai  mayor  vileza  en  el  mundo  que  la  pobreza  y 
que  más  viles  haga  los  hombres;  ¿qué  hombre 


hai  en  el  mundo  tan  illustre  que  la  pobreza  no 
le  haga  ser  vil  y  hazer  mili  quentos  de  vilezas? 
y  ¿qué  hombre  hai  tan  vil  que  la  riqueza  no 
ennoblezca  tanto  que  le  haga  illustre,  que  le 
haga  Alexandro,  que  le  haga  Cesar  y  de  todos 
reberenciado? 

Joan. — Paresceme  que  Ueba  camino;  pero 
acá  bamonos  con  el  hilo  de  la  jente,  teniendo  por 
bueno  y  aprobado  aquello  que  todos  an  tenido. 

Pedro. — Tan  grande  necedad  es  esa  como 
la  otra.  ¿Porqué  tengo  yo  de  creer  cosa  que 
primero  no  la  examine  en  mi  entendimiento? 
¿qué  se  me  da  a  mí  que  los  otros  lo  digan,  sino 
Ueba  camino?;  ¿so  yo  obligado  porque  mi  padre 
y  abuelos  fueron  necios,  a  sello?  ¿pensáis  que 
sirbe  nadie  al  rei  sino  para  que  le  dé  de  comer  y 
no  ser  pobre,  por  huir  de  tan  grande  vileza  y 
mala  ventura? 

Mata. — Razonablemente  nos  hemos  apar- 
tado del  proposito  a  cuia  causa  se  comenfo. 

Joan. — No  hai  perdido  nada  por  ello;  por- 
que aquí  nos  estamos  para  volver,  que  también 
esto  ha  estado  excellente. 

Pedro. — ¿En  qué  quedamos,  que  ya  no  me 
acuerdo? 

Mata. — En  el  quento  de  la  sortija  y  la  ene- 
mistad que  os  tenían  los  otros  mesmos  que  re- 
maban. Beamos:  y  allí  ¿no  curabais  o  estu- 
diabais? 

Pedro. — Yinome  a  la  mano  vn  buen  libro 
de  medicina,  con  el  qual  me  vino  Dios  a  ver, 
porque  aquel  contenía  todas  las  curas  del  cuerpo 
humano,  y  nunca  hazia  sino  leer  en  él;  y  por 
aquel  comenze  a  curar  vnos  cautíbos  que  caye- 
ron junto  a  mi  enfermos,  y  salíame  bien  lo  que 
experimentaba;  y  como  yo  tengo  buena  me- 
memoria,  tómelo  todo  de  coro  en  poco  tiempo, 
y  quando  después  me  vi  entre  médicos,  como 
les  dezia  de  aquellos  testos,  pensaban  que  sabía 
mucho.  En  tres  meses  quasí  supe  todo  el  oficio 
de  medico. 

Mata. — En  menos  se  puede  saber  y  mejor. 

Pedro. — Eso  es  imposible.  ¿Cómo? 

Mata. — Si  el  oficio  del  medico,  al  menos  el 
vuestro,  es  matar,  ¿no  lo  hará  mejor  quanto  me- 
nos estudiare? 

Joan. — Dexemonos  de  disputas.  ¿En  la  ga- 
lera hai  barberos  y  cirujanos? 

Pedro. — Cada  vna  trae  su  barbero,  ansí  de 
turcos  como  de  xpianos,  para  afeitar  y  san- 
giar.  Acontesciome  vn  dia  con  un  barbero  por- 
togues  que  hera  cautibo  en  la  galera  que  yo 
estaba,  muchos  años  había,  no  habiendo  yo  más 
de  cinquenta dias  que  hera  esclavo,  lo  que  oiréis: 
Al  banco  donde  yo  estaba  al  remo  me  traxeron 
vn  turco  que  mirase,  ya  muy  al  cabo;  y  como 
le  miré  el  pulso,  vi  que  le  faltaba  y  que  estaba 
ya  frió,  y  dixeles,  pensando  ganar  honrra  con 
mi  prognostico,  que  se  moriría  aquella  noche. 


20 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


¿Que  qué  le  querían  hazor  los  couipañeros  del 
enfermo?  Como  bieron  la  respuesta  dixeron:  Al- 
guna bestia  debe  e'ste  de  ser;  llamen  al  barbero 
de  la  galera  que  nos  le  cure,  que  sabe  bien 
todos  nuestros  culsos,  el  qual  vino  luego  y 
preguntó  que'  liabia  yo  dicho,  y  como  lo  oí  dixe: 
que  se  morirá  esta  noche;  y  comenze  a  philoso- 
far:  ¿No  beis  que'  pulso?  ¿qué  frió  está?  ¿qué 
gesto?  ¿qué  lengua?  ¿y  quán  vndidos  los  ojos  y 
qué  color  de  muerto?  Dixo  él:  Pues  yo  digo 
que  no  se  morirá;  y  comienza  de  fregarse  las 
manos  y  dezir:  sus  hermanos,  ¿qué  me  daréis? 
yo  os  le  daré  sano  con  ayuda  de  Ala.  Ellos  di- 
xeron que  biese  lo  que  sería  justo.  Respondió 
que  le  diese[n]  quinze  ásperos,  que  son  tres 
reales  y  medio  de  acá,  para  ayuda  de  las  medi- 
cinas, y  que  si  el  enfermo  vibiese  le  habian  de 
dar  otros  cinco  más,  que  es  vn  real. 

Juan. —¿Pues  no  ponía  mas  diferenfia  de 
muerte  a  vida  de  va  real? 

Pedro. — Y  hera  harto,  según  él  sabia;  lue- 
go se  los  dieron  y  fuese  al  fogón,  que  es  el  lu- 
gar que  trae  cada  galera  para  guisar  de  comer, 
y  en  vna  oUica  mete  un  poco  de  vizcocho  y 
agua,  y  haze  vno  como  engrudo  sazonado  con 
su  azeite  y  sal,  y  delante  de  los  turcos  tomó  vna 
pedrezica  como  de  anillo,  de  azúcar  cande,  y  me- 
tióla dentro  diziendo:  Esta  sola  me  costo"  a  mí 
lo  que  vosotros  me  dais.  Fue  a  dar  su  comida, 
y  engargántesela  metiéndole  la  cuchar  siempre 
hasta  el  estomago.  Yo  a  todo  esto  estaba  algo 
corrido  de  la  desvergüenza  que  el  barbero  habia 
vsado  contra  mí;  y  los  que  estaban  conmigo  al 
remo  comentaron  a  tomarme  (')  doblado  odio 
porque  yo  podia  aber  ganado  aquellos  dineros 
para  que  todos  comiéramos  y  no  lo  habia  hecho, 
y  blasfemaban  de  mí  diziendo  que  hera  vn  trai- 
dor poltrón  y  que  maldita  la  cosa  yo  sabía,  sino 
que  por  no  remar  lo  hazia  fingido,  y  otras  co- 
sas H  este  tenor;  y  de  quando  en  quando,  si  me 
podian  alcanzar  alguna  coz  o  cadena^o  con  la 
cadena,  no  lo  dexaban  de  hazer.  El  pobre  en- 
fermo aquell^  noche  dio  el  cuerpo  a  la  mar  y  el 
anima  al  diablo.  Este  barbero  cada  dia  le  qui- 
taban la  cadena  y  a  la  noche  se  la  metían;  quan- 
do supo  que  hera  muerto,  dixo  que  no  le  des  fe- 
rrasen aquellos  dos  dias  porque  tenía  muchos 
vnguentos  que  hazer,  que  no  estaba  la  galera 
bien  probeida.  Como  no  habia  quien  curase, 
mandaron  que  me  quitasen  a  mí  la  cadena;  y 
como  fui  donde  el  barbero  estaba,  preguntóme 
como  me  llamaba.  Respondí  que  el  licenciado 
Pedro  de  Vrdimalas.  üixome:  Pues  noramala 
tenéis  el  nombre,  tened  el  hecho.  ¿Pensáis  que 
estáis  en  vuestra  tierra  que  por  prognostícos  ha- 
béis de  medrar?  Cúmpleos  que  nunca  desau- 
cieis  a  nadie,  sino  que  a  todos  prometáis  la  sa- 

(*)  conmigo. 


lud  luego  de  mano;  porque  quiero  que  sepáis 
la  condición  de  los  turcos  ser  muy  diferente  de 
la  de  los  xpianos,  en  que  jamas  hechan  la  culpa 
de  la  umerte  al  medico,  sino  que  cada  vno  tie- 
ne en  la  frente  escrito  lo  que  ha  de  (')  ser  del,  y 
que  es  cumplida  la  hora;  y  demás  desto,  sabed 
que  prometen  mucho  y  nada  cumplen;  dezir  os 
an:  si  me  sanas  yo  te  daré  tanto  y  haré  tal  y  tal; 
en  sanando  no  se  acuerdan  de  vos  más  que  de 
la  niebe  que  nunca  vieron.  Para  ayuda  de  las 
medicinas  cojed  siempre  lo  que  pudieredes,  que 
ansí  se  vsa  acá,  qve  no  se  recepta,  sino  vos  las 
tenéis  de  poner,  y  si  tenéis  menester  quatro 
demandad  diez.  Yo  que  antes  tenía  grandissi- 
mo  enojo  contra  él,  me  quedé  tan  manso  y  se  lo 
agradesci  tanto  que  más  no  pudo  ser;  y  más 
me  dixo:  que  de  miedo  no  le  tornasen  a  pidir 
los  dineros  que  le  habían  dado  no  habia  querido 
que  lo  desherrasen  fasta  que  se  olvidase  de  allí 
a  dos  dias.  Los  turcos  que  dormían  en  mí  ba- 
llestera no  dexaron  de  notar  y  maravillarse, 
que  nunca  habian  en  su  tierra  visto  tomar  pul- 
so, que  por  tentar  en  la  muñeca  dixese  lo  que 
estaba  dentro  y  que  muriese. 

Mata. — ¿Qué  cosa  es  ballestera? 

Pedro. — Vna  tabla  como  vna  mesa  que  tie- 
ne cada  galera  entre  banco  y  banco,  donde  ban 
dos  soldados  de  guerra. 

Juan. — ¿Pues  no  tienen  más  aposento  de 
vna  tabla? 

Pedro.  —  Y  ese  es  de  los  mejores  de  la  ga- 
lera. ¡Ojala  todos  le  alcanzasen! 

Mata. — ¿Y  quántas  desas  tiene  (^)  cada  ga- 
lera? 

Pedro. — Vna  en  cada  vaneo. 

Mata.— ¿Quántos  bancos? 

Pedro.  —  Veinticinco  (^)  de  vna  parte  y 
otros  tantos  de  la  otra,  y  en  cada  A'anco  tres 
hombres  al  remo  amarrados;  y  algunas  capita- 
nas haí,  que  llaman  bastardas,  que  lleban 
quatro. 

Mata. — ¿De  manera  que  ha  menester  150 
hombres  de  remo? 

Pedro.  —  Y  más  diez,  para  no  menester 
quando  los  otros  caen  malos,  que  nunca  faltan, 
suplir  por  ello. 

Joan. —  ¿Y  soldados  quántos? 

Pedro.  —  Quando  van  bien  armadas,  50 
y  diez  o  doze  gentiles  hombres  de  popa,  que 
llaman,  amigos  del  capitán. 

Mata. — ¿Y  esos  an  de  ser  marineros? 

Pedro. — No  haí  para  qué,  porque  los  mari- 
neros son  otra  cosa;  que  van  vn  patrón  y  vn 
comité  y  otro  sota  comité,  dos  consejeros,  dos 
artilleros  y  vn  alguazil  con  su  escribano  y  otros 
veinte  marineros. 


(•)  hazer  y. 
vna. 
a  cada. 


í'l 


CRISTÓBAL  DE  VILLALOÍÍ- 


21 


Juan. — ¿Parescera  al  infierno  vna  cosa  tan 
pequeña  con  tanta  jente?  ¡Que'  confusión  y  he- 
dentina debe  de  aber! 

Pedro. — Ansi  lo  es  verdaderamente  infierno 
abreviado,  que  con  toda  esta  jente  ordinaria 
que  va,  quando  es  menester  pasar  de  vn  reino 
a  otro  por  mar  llebarán  oient  hombres  más 
cada  vna  con  todos  sus  hatos. 

Juan. — Buenos  xpianos  serán  todos  esos  de 
buena  razón,  pues  cada  ora  traen  tragada  la 
muerte. 

Pkdro. — Antes  son  los  más  malos  del  mun- 
do. Quando  en  más  fortuna  y  necesidad  se  ven. 
comienzan  de  blasfemar  y  renegar  de  quanto 
hai  del  cielo  de  la  luna,  hasta  el  más  alto,  y  de 
la  falta  de  paciencia  de  los  remadores  no  es 
de  tanta  maravilla,  porque  verdaderamente  ellos 
tienen  tanto  afán,  que  cada  hora  les  es  dulze  Ja 
muerte;  mas  los  otros  bellacos,  que  lo  tienen 
por  pasatiempo,  son  en  fin  marineros,  que  son 
la  más  mala  gente  del  mundo. 

Juan. — ¿Pues  tan  infernal  trabajo  es  re- 
mar? 

Pedro. — Bien  dixistes  infernal,  porque  acá 
no  hai  a  qué  le  comparar;  para  mí  tengo  que 
sy  lo  lleban  en  paciencia  que  se  irán  todos 
al  cielo  calzados  y  vestidos,  como  dizen  las 
viejas. 

Mata. — ¿Cómo  puede  vn  solo  hombre  tener 
quenta  con  tantos? 

Pedro. — Con  vn  solo  chiflito  que  trae  al 
cuello  haze  todas  las  diferencias  de  mandar  que 
son  menester,  al  qual  an  de  (')  estar  tan  promp- 
tos  que  en  oyéndole  en  el  mesmo  punto  quando 
duermen  an  de  estar  en  pie,  con  el  remo  en 
la  mano,  sin  pararse  a  despabilar  los  ojos,  so 
pena  que  ya  está  el  azote  sobre  e'l;  dos  andan 
con  los  azotes,  el  vno  en  la  mitad  de  la  galera, 
el  otro  en  la  otra,  como  maestros  que  enseñan 
leer  [a]  niños. 

Juan. — Con  todo  eso,  puede  el  que  quiere 
hacer  del  vellaco  quando  ese  buelve  las  espal- 
das, y  hazer  como  qne  rema. 

Pedro. — Ni  por  pensamiento.  ¿Luego  pen- 
sáis que  hai  música  ni  compases  en  el  mundo 
más  acordada  que  el  remar?;  engañaisos,  que  en 
el  punto  que  eso  hiziese,  estorba  a  sus  compa- 
ñeros y  suenan  vn  rem<»  con  otro  y  deshazese 
el  compás,  y  como  buelve  el  comité,  si  le  había 
de  dar  vno  le  da  seis. 

Juan. — Y  esos  mal  aventurados  ¿cómo  viben 
con  tanto  trabajo  y  tan  poca  comida? 

Pedro. — Hai  veréis  cómo  se  manifiesta  la 
grandeza  de  Dios,  que  más  gordos  y  ricos  y 
lufios  los  veréis  y  con  más  fuerzas  que  estos 
cortesanos  que  andan  por  aqui  paseando  cada 
dia  con  sus  muías.  Tienen  vn  buen  remedio,  que 

(')  es  meneí5ter. 


todos  procuran  de  saber  hazer  algunas  cosillas 
de  sus  manos,  como  calzas  de  aguja,  almillas, 
palillos  de  mondar  dientes,  muy  labrados,  bo- 
neticos,  dados,  partidores  de  cabellos  de  muje- 
res labrados  a  las  mili  maravillas  y  otras  cosi- 
llas, ansi  quando  hai  viento  prospero,  que  no 
reman,  y  quando  están  en  el  puerto;  lo  qual 
todo  venden  quando  llegan  en  alguna  cibdad  y 
a  los  pasajeros  que  van  dentro,  y  desto  se  re- 
median, y  suelen,  temporadas  hai  [tener]  que 
comer  mejor  que  los  capitanes;  y  mira  quán 
grande  es  Dios,  que  todos,  por  la  mayor  parte, 
son  ricos  y  hai  muy  muchos  qi;e  tienen  cient 
ducados  y  do9Íentos,  que  no  los  alcanza  ningún 
capitán  de  Italia,  y  hombres  hai  dellos  que  jue- 
gan cient  escudos  vna  noche  con  algún  caballe- 
ro, si  pasa,  o  con  quien  quisiere;  y  si  el  capitán 
o  los  oficiales  tienen  necesidad  de  dineros,  éstos 
se  los  prestan  sebre  sus  firmas  basta  que  les 
den  la  paga. 

Mata. — ¿Nunca  se  les  alzan  con  ello? 

Pedro. —  No,  ni  pueden  avnque  quieran; 
antes  lo  primero  que  el  pagador  haze  es  satis- 
facerles, y  tampoco  se  los  prestarán  de  valde, 
sino  que  si  le  dan  15,  que  le  hagan  la  cédula  de 
16.  No  faltan  también  inabiles  como  yo  que  ni 
saben  oficio  ni  tienen  que  comer;  pero  éstos 
sirben  a  los  otros  de  remojar  el  bizcocho  y  co- 
zinar  la  olla  y  poner  y  quitar  las  mesas  y  comen 
con  ellos. 

Juan.  — ¡Y  qué  tales  deben  de  ser  las  mesas! 

Pedro. — Vna  rodilla  bien  su^ia,  si  la  alcan- 
zan, y  los  capotes  debajo;  la  propia  mesa  es  co- 
mer bien;  que  avnque  esté  sobre  vn  muradal, 
no  se  me  da  nada. 

Mata. — ¿En  qué  comen?  ¿tienen  platos? 

Pedro.— Vna  escudilla  muy  grande  tienen 
de  palo,  que  llaman  gabeta,  y  vn  jarro,  de  palo 
también,  que  se  dÍ9e  chipichape;  esto  hai  en 
cada  banco;  y  antes  que  se  me  olvide  os  quiero 
dczir  vna  cosa  y  es  que  me  vi  vna  vez  con 
quince  (•)  caballeros  comendadores  de  Sant 
Juan,  y  entre  todos  no  había  sino  vna  gabeta 
en  la  qual  comiamos  la  carne  y  el  caldo  y  bebía- 
mos en  lugar  de  taza,  y  orinábamos  de  noche  si 
era  menester. 

Juan. — ¿Y  no  teniais  asco? 

Pedro.  —  De  dia  no,  porque  con  todo  eso 
teníamos  gana  de  bíbir;  y  de  noche  menos,  por- 
que más  de  tres  meses  cenamos  a  escuras,  y 
esto  hera  en  tierra  en  Constantinopla,  porque 
viene  a  proposito  de  las  gabelas. 

Jcan. — ¿Nos  daban  siquiera  vn  candil,  ni 
miraban  que  fuesen  caballeros? 

Pedro. — Antes  adrede  maltratan  más  a  esos 
tales,  por  sacarles  más  rescate,  como  a  gatos  de 
Algalia. 

(')  yiiico. 


22 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Mata.  -No  salgamos,  por  Dios,  tan  presto 
de  galera.  A  los  soldados  y  gente  de  arte  ¿qué 
les  dan  de  comer? 

Pedro.  Sus  rabiones  tienen  en  las  de  los 
xpianos,  de  atún  y  pan  vizcoclio  y  media  zum- 
bre  de  vino,  y  a  terzer  dia  mudan  a  darles 
vaca  si  están  donde  la  puedan  aver,  y  dos  du- 
cados al  mes  razonablemente  pagados. 

Juan. — ;Y  pueden  sufrir  por  tan  poco  suel- 
do esa  vida? 

Pedro. — Y  están  muy  contentos  con  ella  por 
la  grandissima  livertad  que  tienen  sin  obedescer 
rei  ni  (')  Roque;  en  los  de  los  turcos  no  les  dan 
nada  a  los  soldados  sino  quatro  escudos  al  mes 
y  ellos  se  juntan  de  quatro  en  quatro  o  seis  en 
seis  y  meten  en  la  galera  arroz  y  vizcocho,  azú- 
car y  miel;  que  no  an  menester  vino,  pues  no 
lo  pueden  beber. 

Juan.  —  Y  en  las  de  xpianos  /oyen  nunca 
misa  y  traen  quien  los  confiese? 

Pedro.  —  Si,  bien  cada  domingo  y  fiesta;  si 
no  navegan,  les  dizen  misa  en  tierra  donde  pue- 
dan todos  ver,  y  en  cada  galera  traen  vn  cape- 
llán, y  los  turcos  también  vno  de  los  suyos. 

Mata. — Vamos  adelante  con  la  jornada,  que 
la  galera  ya  está  bien  entendida. 

Pedro. —  De  Sancta  Maura  fuimos  a  otro 
puerto  de  vna  cibdad,  cerca,  que  se  llama  Le- 
panto,  y  Patras,  que  está  junto  donde  Sant 
Andrés  fue  martirizado.  Aili  estubimos  con  esta 
vida  vnos  veinte  dias  y  despalmamos  las  ga- 
leras. 

Joan. — ¿Qué  es  despalmar? 

Pedro. — Darles  (*)  por  debaxo  con  sebo  vna 
camisa  para  que  corra  bien,  y  que  la  yerba  que 
hai  en  la  mar  donde  no  está  muy  honda  y  la 
bascosidad  del  agua  no  se  pegue  en  la  pez  de  la 
galera,  porque  (^)  no  podria  de  otra  manera  ca 
minar;  y  esto  es  menester  hazer  cada  mes,  para 
bien  ser,  o  de  dos  a  dos  a  lo  más.  De  alli  cami- 
namos a  Puerto  León,  que  es  en  Athenas,  y 
llámase  ansi  porque  tiene  vn  grandissimo  león 
de  marmol  a  la  entrada. 

Juan. — ¿Llega  la  cibdad  de  Athenas  a  la 
mar? 

Pedro. — No;  pero  hai  vna  legua  no  más. 

Mata. — Pues  ¿qué  nos  diréis  de  Athenas? 
¿es  gran  cosa  como  dizen? 

Pedro. — No  la  vi  estonces  hasta  la  buelta, 
que  verná  a  proposito;  yo  lo  diré.  De  Puerto 
León  fuimos  a  Negroponto,  y  de  alli  pasamos 
por  Sexto  y  Abido  y  entramos  en  la  canal  de 
Constantinopla,  que  es  el  Hellesponto,  y  fui- 
mos a  Gallipol  y  a  la  isla  de  Mármara,  y  de 
alli  a  Constantinopla,  que  es  metrópoli  que  Ua- 

(•)  no. 

(')  Untarlas. 

p)  como  no  pudiese. 


man;  como  quien  dice  cabeza  de  toda  la  Tur- 
quia,  donde  reside  siempre  por  la  mayor  parte  el 
Gran  Señor  y  concurre  todo  el  imperio. 

Juan. — ¡Grande  sería  la  solenidad  de  la  en- 
trada ! 

Pedro.— Mucho,  y  de  harta  lastima.  Salió  el 
Gran  Turco  a  vn  mirador  sobre  la  mar,  porque 
bate  en  su  palacio,  y  comenzaron  de  poner  en 
cada  ga^.era  muchos  estandai*tes,  en  cada  vaneo 
el  suyo;  en  lo  más  alto  las  vanderas  de  Maho- 
nia,  y  debaxo  dellas  los  pendones  que  nos  ha- 
blan tomado,  puestos  los  crucifixos  y  imágenes 
de  Nuestra  Señora  que  venian  dibuxados  en 
ellos,  las  piernas  hazia  riba,  y  la  canalla  toda 
de  los  turóos  tirándoles  con  los  arcos  muchas 
saetas;  luego  las  banderas  del  Gran  Turco  y 
debaxo  delías  también  las  del  Emperador  y  el 
principe  Doria,  hazia  baxo,  al  rebes  puestas; 
luego  comenzaron  de  hazer  la  salba  de  artille- 
ría más  soberbia  que  en  el  mar  jamas  se  pudo 
ver,  donde  estaban  ciento  y  cinquenta  galeras  con 
algunas  de  Fran9Ía,  y  más  de  otras  trescientas 
nabes,  entre  chicas  y  grandes,  que  se  estaban 
en  el  puerto  y  nos  ayudaban ;  cada  galera  sol- 
taba tres  tiros  y  tornaba  tam  presto  a  cargar; 
duró  la  salva  vna  hora,  y  metimonos  en  el 
puerto  y  desarmamos  nuestras  galeras  en  el 
tara^anal,  que  es  el  lugar  donde  se  hazen  y 
están  el  imbierno,  y  no  tardamos  tres  horas  en 
desbaratar  toda  la  armada,  y  el  Gran  Señor 
quiso  ver  la  pi'esa  de  la  jente,  porque  no  los 
habia  podido  ver  dentro  de  las  galeras,  y  ensar- 
táronnos todos,  que  seriamos  al  pie  de  dos  mili, 
con  cadenas,  todos  trabados  vno  a  otro;  a  los 
capitanes  y  oficiales  de  las  galeras  hecharon  las 
cadenas  por  las  gargantas,  y  con  la  música  de 
trompetas  y  atambores  que  nosotros  nos  lleba- 
bamos  en  las  galeras,  que  es  cosa  de  que  ellos 
mucho  se  rien,  porque  no  vsan  sino  clarines, 
nos  llebaron  con  nuestras  banderas  ( ' )  arras- 
trando a  pasar  por  el  zerraje  del  Gran  Turco, 
que  es  su  palacio,  de  donde  ya  iban  señalados 
los  que  habían  de  ser  para  él ,  que  le  cabían  de 
su  quinto,  y  entrellos  principalmente  los  capita- 
nes de  las  galeras;  y  estos  llebaron  a  Galata, 
a  la  torre  del  Gran  Señor,  donde  están  aquellos 
dos  mili  que  arriba  dixe,  para  sus  obras  y  para 
remar  al  tiempo. 

Juan.— ¿Donde  es  Galata?  Por  ventura  es  la 
que  San  Pablo  dice  ad  galatas. 

Pedro. — Creo  que  no,  porque  esa  es  junto 
a  Babilonia.  Esta  se  llamaba  otro  tiempo  Pera, 
que  en  griego  quiere  dezir  dése  cabo,  y  llamá- 
banla ansi  porque  de  Constantinopla  a  ella  no 
hai  más  de  el  puerto  de  mar  en  medio,  que  sera 
vn  tiro  de  arcabuz,  el  qual  cada  vez  que  quisie- 
redes  pasar  podréis  por  vna  blanca;  y  sera  de 

(«)  y  todo 


CRISTÓBAL  DE  VILLALüX 


23 


tres  mili  casas,  y  en  esta  ha¡  en  la  muralla  mu- 
chas torres,  en  vna  de  las  quales  metieron  a 
todos  los  que  heramos  esclabos  de  Zinan  Baxa, 
el  General,  que  seriamos  en  todos  700,  de  los 
quales  empresento  obra  de  ciento,  puestos  to- 
dos en  vn  corral  como  obejas.  Tornaron  a  re- 
preguntar a  cada  vno  su  nombre  y  patria,  y 
qué  oficio  sabia,  y  ponian  a  todos  los  de  vn  ofi- 
cio juntos;  y  repartieron  a  los  más,  porque 
para  todos  no  habia,  sendas  mantas  para  dor- 
mir y  capotes  de  sayal  y  zaraguellles  de  lo  mes- 
mo,  de  lo  qnal  fue  Dios  servido  que  alcanze 
mi  parte;  y  los  barberos  que  hablan  tomado  de 
las. galeras  fueron  siete,  en  el  numero  de  los 
quales  fui  yo  escrito.  Dieronnos  por  superior 
vn  zirujano  viejo,  hombre  de  bien  y  cudicioso 
de  ganar  dineros,  por  lo  qual,  como  tenia  cré- 
dito, s'enLremetia  en  curar  de  medicina  y  todo, 
y  mandáronnos  obedescerle  en  todo  lo  que  él 
mandase.  Como  heramos  los  más  cautibos  nue- 
bos  y  la  vida  rain,  comenzó  de  dar  vna  modo- 
rra por  nosotros,  que  cada  dia  se  morían  mu- 
chos, entre  los  quales  yo  fui  vno. 

Mata.  — ¿Que  os  moristes? 

Pedko. — No,  sino  herido.  Dio  industria  este 
barbero  o  medico,  o  qué  hera,  que  nos  metiesen 
los  enfermos  apartados  en  vna  gran  caballeriza, 
adonde,  por  estar  fuera  de  la  torre,  habia  buen 
aparejo  para  huir,  y  por  eso  nos  ensartaban  a 
todos  por  las  cadenas  que  teníamos  con  vna 
muy  larga  y  delgada  cadenilla,  y  a  la  mañana 
entraba  el  viejo  cirujano  con  los  otros  barberos 
a  ver  qué  tales  estaban,  y  probeia  conforme  a 
lo  que  sabia,  que  hera  nonada.  Traia  vn  jarro 
grande  de  agua  cozida  con  pasas  y  regaliz,  que 
hera  la  mejor  cosa  que  sabía,  y  dábanos  cada  dos 
tragos  diziendo  que  heraxarabe,  y  al  tiempo  que 
le  parescia,  sin  mirar  orina  ni  nada,  daba  vnas 
pildoras  o  vna  bebida  tal  qual,  y  en  sangrar 
hera  muy  cobarde,  por  lo  qual  entre  ciento  y 
treinta  enfermos  que  estábamos,  cada  dia  habia 
una  docena  o  media  al  menos  de  muertos  que 
entresacar. 

JüAX. — Alli,  pues  estabais  en  tierra,  razona- 
bles camas  tubierais. 

Pedro. — Peores  que  en  galera  y  menos  lu- 
gar mili  vezes;  estábamos  como  sardinas  en 
cesto  pegados  vnos  con  otros.  No  puedo  dezir 
sin  lagrimas  que  vna  noche,  estando  muy  malo, 
estaba  en  medio  de  otros  dos  peores  que  yo,  y 
en  menos  espacio  de  tres  pies  todos  tres  y  en- 
sartado con  ellos;  y  quiso  Dios  que  entrambos 
se  murieron  en  anocheciendo,  y  yo  estube  con 
todo  mi  mal  toda  la  noche  con  quan  larga  hera, 
que  el  raes  hera  de  nobiembre,  entre  dos  muer- 
tos; y  de  td  manera,  que  no  me  podia  rebolver 
sino  caia  sobre  vno  dellos.  Quando  a  la  mañana 
vinieron  los  guardianes  a  entresacar  para  llebar 
a  enterrar,  yo  no  hazia  sino  alzar  de  poco  a 


poco  la  pierna  y  sonar  con  la  cadena  para  que 
viesen  que  no  hera  muerto  y  me  llebasen  entre- 
llos  a  enterrar.  Y  los  bellacos  de  los  barberos, 
con  el  maioral,  llamábanme  el  7nato,  que  quiere 
dezir  en  italiano  el  loco,  porque  les  hazia  que 
me  sangrasen  muchas  vezes,  y  lieran  como  dixe 
tan  avarientos,  que  avn  mi  propia  sangre  les 
dolia.  Al  fin  me  vbieron  de  sangrar  quatro  ve- 
zes y  quiso  Dios  que  mejorase,  lo  qual  ellos 
no  debian  de  querer  mucho  porque  no  vbiese 
quien  entendiese  sus  herrores. 

Juan. — Y  los  muertos  ¿dónde  los  entierran? 
¿hai  iglesias? 

Pedro. — Si  hai;  pero  en  la  caba  de  la  zerca, 
y  no  muy  hondo,  los  hechan. 

Juan. — Esa  es  grandissima  lástima. 

Pedro. — Antes  me  paresce  la  mayor  mise- 
ricordia que  ellos  con  nosotros  vsan.  ¿Qué  dia- 
blos se  me  da  a  mí,  después  de  nmerto,  que 
me  entierren  en  la  caba  o  en  la  horca  murien- 
do buen  xpiano.'  Quando  la  calentura  me  dexó 
al  seteno,  quedé  muy  flaco  y  debilitado  y  no 
tenia  la  menor  cosa  del  mundo  que  comer,  y 
no  podia  dormir,  no  por  falta  de  gana  sino  por 
que  no  me  ayude  Dios  si  no  me  podían  barrer 
los  piojos  de  acuestas,  por  que  ya  habia  cerca 
de  quatro  meses  que  no  me  había  desnudado 
la  camisa. 

Juan. — No  se  le  es  d'agrade9er  que  se  haya 
trocado  y  no  se  acuerde  del  mundo  hombre  que 
semejantes  mer9edes  ha  rescíbido  de  Dios. 

Pedro. — De  beras  lo  diréis  quando  aca- 
bare. 

Mata. — ¿Y  qué  os  daban  allí  de  comer  en 
tan  buena  enfermería.' 

Pedro. — Vna  caldera  grande  como  de  tinte 
hazían  cada  dia  de  azelgas  sin  sal  ni  azeíte,  y 
de  aquéllas  avn  no  daban  todas  las  que  pudie- 
ran comer,  y  vn  poquito  de  pan.  Vn  hidalgo  de 
x4.rbealo,  hombre  de  bien,  me  fue  a  visitar  vn 
dia,  que  habia  quince  años  que  hera  cavtibo;  al 
qual  le  dixe,  que  bien  sabía  yo  que  hera  impo- 
sible y  pidir  í>ullurias  en  golfo,  como  dicen  los 
marineros,  pero  que  comiera  vna  sopa  en  vino; 
el  qual  luego  fue  y  me  traxo  vn  buen  pedazo 
de  una  torta,  y  media  copa  de  vino,  y  comilo; 
y  como  ocho  dias  había  que  no  comía  bocado, 
quedé  tan  consolado  y  contento,  y  credlo  sin 
jurarlo,  como  si  me  dieran  lívertad,  y  otro  dia 
siguiente  me  tornó  a  dezir  sí  comería  dos  ma- 
nos de  carnero  con  vinagre.  Respondí  qu^í  de 
buena  voluntad,  avuque  pense  que  burlava; 
el  me  las  traxo.  Y  como  estubiese  razonable, 
luego  me  metieron  en  la  torre  con  los  demás, 
y  el  sobre  barbero  me  mandó  que  vaxase  cada 
dia  a  servir  a  los  enfermos,  de  darles  de  comer; 
y  siempre,  como  dizen  arrímate  a  los  buenos, 
procuré  tomar  buena  compañía  y  procuré  d'es- 
tar  con  la  camarada  de  los  caballeros,  que  he- 


24 


autobiografías  y  memorias 


ran,  entre  comendadores  y  no,  quince;  y  como 
me  conoscian  algunos,  cayó  vn  ginobés  allí  jun- 
to a  mí,  que  tenía  dineros,  y  rogóme  que  le  cu- 
rase; y  quiso  Dios  que  sanó,  y  diome  tres  reales, 
con  los  quales  fui  más  rico  que  el  rei ;  porque  la 
bolsa  de  Dios  es  tan  cumplida,  que  desde  aquel 
dia  hasta  el  que  esto  hablamos  nunca  me  faltó 
blanca.  El  sobre  barbero,  como  iba  por  la  cib- 
dad  y  ganaba  algunos  escudos,  y  entre  esclabos 
no  nada,  probó  a  ver  si  se  podria  eximir  del 
trabajo  sin  probecho,  y  mandóme  que  delante 
del  otro  dia  hiziese  vna  visita  general,  para 
probarme,  y  no  le  descontenté;  descuidóse  por 
seis  dias,  en  los  quales  yo  no  sabía  qué  medi- 
cina hazer;  sino  como  conosci  que  aquel  sabía 
poco  o  nada  y  morían  tantos,  hize  al  rebes  todo 
lo  que  el  hazía,  y  comienzo  a  sangrar  liveral- 
mente  y  purgar  poco,  y  quiere  Dios  que  no 
mnrio  nadie  en  toda  vna  semana,  por  lo  qual 
yo  vi  ciertamente  al  ojo  que  no  hai  en  el  mundo 
mejor  medicina  que  lo  contrario  del  ruin  me- 
dico, y  lo  he  probado  muchas  vezes,  y  qual- 
quiera  que  lo  probare  li>  aliará  por  verdad. 
Fueron  las  nuebas  a  mi  amo  desto,  de  lo  qual 
se  holgó,  y  embió  su  mayordomo  mayor  a  que 
yo  de  alli  adelante  curase  a  todos,  y  que  no  me 
llebasen  al  campo  a  trabajar  con  los  otros.  Yo 
pidi  de  merced  que  los  barberos  me  fuesen  sub- 
jetos,  lo  qual  no  querían,  antes  se  me  alzaban  a 
mayores.  Fueme  otorgado,  y  más  hize  vn  razo- 
namiento diciendo  que  cada  xpiano  valia  sesenta 
escudos,  y  que  si  muchos  se  morían  perderían 
muchos  escudos,  y  rno  que  se  moria,  si  se  pu- 
diera librar,  pagaba  las  medicinas  de  todos; 
por  tanto,  me  hiziesen  merced  de  comprarme 
algunas  cosas  por  junto.  Parescioles  tan  bien 
que  me  dieron  comission  que  fuese  a  vna  bo- 
tica y  alli  tomase  hasta  quarenta  escudos  de  lo 
que  yo  quisiese,  y  cumpliólo  muy  bien. 

Juan. — ¿Pues  hai  alia  boticas  como  acá? 

Pedro. — Más  y  maiores,  y  avn  mejores. 
En  Galata  hai  tres  muy  buenas  de  xpianos  ve- 
necianos; en  Constantinopla  bien  deben  de 
pasar  de  mili,  que  tienen  judíos. 

Mata. — ¡Qué  buen  clabo  debistes  de  echar 
en  la  compra! 

Pedro. — Y  ava  dos,  porque  el  boticario  me 
dio  dos  escudos  porque  lo  Uebase  de  su  bo- 
tica; y  yo  me  concerté  con  él  que  Uebase  c^ua- 
rentu  escudos  por  aquello  a  mi  amo,  y  no  mon- 
taba sino  treinta  y  seis,  y  me  diese  los  otros 
quatro. 

Mata.— No  hera  mala  entrada  de  sisa  esa; 
mejor  hera  que  la  del  otro  pobre  barbero  que 
contastes;  buen  dicipulo  saco  en  vos. 

Juan. — Harta  miseria  había  pasado  el  mal 
aventurado  antes  de  cojer  eso. 

Pedro. — Pocas  noches  antes  lo  vierais;  (jue 
estábamos  quinzc  caballeros  y  yo   vna   noche 


entre  muchas  sin  tener  que  yenar  otra  cosa  sino 
media  escudilla  de  vino  que  vn  cautibo  nos 
habia  dado  por  amor  de  Dios,  y  diónos  otro 
vn  cabo  razonable  de  candela,  como  tres  dedos 
de  largo,  que  fue  la  primera  que  en  tres  meses 
hablamos  tenido.  Tubimosla  en  tanto  que  no 
sabíamos  qué  hazer  della.  Fue  menester  botar 
entre  todos  de  qué  sirviria.  Yo  dezia  que  zena- 
semos  con  él;  otro  dixo  que  se  guardase  para 
si  alguno  de  nosotros  estubiese  in  articulo 
movtis;  otro  que  hiziesemos  para  otro  dia  con 
él  y  con  vizcocho  migas  en  sebo;  dixo  el  que 
más  autoridad  tenía  y  a  quien  todos  obedecía- 
mos, porque  hera  razón  que  lo  merescia,  que 
mejor  sería  que  le  gastásemos  en  espulgarnos, 
pues  de  dia  en  la  prisión  no  habia  suficiente 
luz  para  hazerlo.  Yo  repliqué  que,  pues  la 
zena  hera  tan  liviana,  que  bien  se  podria  todo 
■junto  hazer,  y  ansí  se  puso  la  mesa  acostum- 
brada, y  puesta  nuestra  cena  en  medio,  que  ya 
gracias  a  Dios  teníamos  pan  fresco,  avnque 
negro  ('),  pero  ciertamente  C"^)  bueno,  y  desta- 
jamos que  ninguno  metiese  dos  rezes  su  sopa 
en  la  escudilla  de  vino,  sino  que,  metidas  dentro 
tantas  quantos  heramos,  cada  vno  sacase  la  suya 
por  orden;  y  luego  hechabamos  vn  poco  de 
agua  para  que  no  se  acabase  tan  presto;  y  esto 
duró  hasta  que  ya  el  vino  era  hecho  agua  clara; 
y  con  esto  hubo  fin  la  cena,  que  no  fue  de  las 
peores  de  acjuellos  dias.  Tras  esto  cada  vno  se 
desnudó,  y  comen9amos  de  matar  jente,  de 
cada  golpe  no  vno  sino  quantos  cabían  en  la 
prensa. 

Juan. — ¿Qué  prensa? 

Mata. —  ¿No  eres  mas  bobo  que  eso?;  las 
vñas  de  los  pulgares.  ¿Y  bastó  la  candela 
mucho? 

Pedro. — Mas  de  quince  horas  en  tres  no- 
ches. 

Mata. — Esa,  hablando  con  reberencia,  de 
las  de  Juan  de  Voto  a  Dios  es;  ¿tres  dedos  de 
candela  quince  horas?  Venga  el  cómo;  sino  no 
lo  creré.  ¿Son  las  horas  tan  grandes  alia  como 
acá? 

Pedro. — Por  tanto  como  eso  soi  enemigo 
de  contar  nada;  mas  pues  lo  he  comenzado  a 
todo  daré  razón.  Ubo  vn  acuerdo  de  consenti- 
miento de  todos,  que  cada  vno  el  piojo  grueso 
le  pusiese  en  aquel  poco  sebo  derretido  que  está 
junto  a  la  llama  para  que  se  quemase.  Comento 
cada  vno  de  poner  tantos,  que  tubo  la  llama 
para  gastar  todo  este  tiempo  que  dixe. 

O  algo. 

{^)  avnque  poco. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


25 


COLOQUIO  III 

Trabajos  á  que  eran  dedicados  los  cautivos. — Mala  íe  de  sus 
capataces. — Iiilriíias,  ambición  é  ignorancia  de  los  cléiigos 
españoles. — Comienza  Pedro  á  ejercer  la  medicina  en  Cons- 
tantinopla. — Enfermedad  de  Sinán  Bajá. — Confía  éste  su  cu- 
ración á  llrdemalas. — Disputa  con  un  mrdico  judío. — Moj<ira 
Sinán  y  en  recompensa  manda  quitar  á  Pedro  la  cadena  (pie 
llevaba. — Expedición  á  las  ruinas  de  NicoraeJia.  — Pretende 
Sinán  que  su  cautivo  abrace  la  ley  de  Malioma. — Nié^rase  á 
ello  Pedro  y  en  castigo  es  condenado  á  trabajar  como  albañil 
en  la  construcción  de  un  palacio  que  Sinán  bacía  en  Cons- 
tanlinopla. 

Mata. — Desde  aqui  hago  voto  y  prometo  de 
creer  quanto  dixeredes,  pues  tan  satisfecho  que- 
do de  mi  dubda. 

Juan. — Ya  quando  bullia  el  dinero  de  la  sisa 
debiais  de  comer  bien. 

Pedro.  —  Razonablemente;  hizimos  vn  ca- 
ballero cozinero  que  lo  hazia  lindamente. 

Mata. — ¿Dónde  lo  habia  deprendido  siendo 
caballero? 

Pedro. — Habia  sido  paje,  y  como  son  golo- 
sos, nunca  salen  de  la  cozina.  Heramos  (')  ya 
señores  de  sendas  cuchares  y  vna  calabaza  y 
olla.  Comíamos  muchas  vezes  a  las  noches;  en- 
tre dia  no  quedaba  nadie  en  casa. 
Juan. — ¿Qué  sehazian? 
Pedro. — En  amanesciendo,  los  guardianes, 
que  son  en  aquella  torre  treinta,  dan  bozes  di- 
ziendo:  Baxa  bajo  tuti,  y  habren  la  puerta  de 
la  torre,  y  todo  el  mundo  baxa  por  contadero 
al  corral,  y  en  el  paso  está  vno  con  vn  costal 
de  pan,  dando  a  cada  vno  vn  pan  que  le  basta 
aquel  dia;  cada  oficio  tiene  su  guardián,  que 
tiene  cargo  de  llpbar  y  traer  aquéllos ;  luego  di- 
9en:    Fuera  carpenteros;  quien  no  saliere  tan 
presto  siéndolo,  llebara  veinte  palos  bien  dados ; 
luego,  afuera  herreros,  lo  mesmo;  y  serradores, 
lo  mesmo;  y  ansí  de  todos  los  oficios;  estos  que 
se  llaman  la  maestranza  van  al  tarazanal  a  tra- 
bajar en  las  obras  del  Gran  Turco,  y  gana  cada 
vno  diez  ásperos  al  dia,  que  es  dos  reales  y  me- 
dio, vna  muy  grande  ganancia  para  quien  tiene 
esclabos.  Tenia  mi  amo  cada  dia  de  renta  desto 
más  de  treinta  escudos,  y  con  vno  hazia  la  cos- 
ta a  seiscientos  esclabos.  Los  demás  que  no 
saben  oficio  llaman  ergates ,  los  quales  van  a 
trabajar  en  las  huertas  y  jardines,  y  a  cabar  y 
cortar  leña  y  traerla  acuestas,  y  traer  cada  dia 
agua  a  la  torre,  que  no  es  poco  traer  la  que  an 
menester  tanta  jente;  y  con  los  muradorcs  o  ta- 
piadores  y  canteros  cjue  van  a  hazer  casas,  para 
habrir  cimientos  y  servir,  y  por  ser  en  Cons- 
tantinopla  las  casas  de  tanta  ganancia,  no  hai 
qnien  tenga  esclabos  que  no  emprenda  hazc-r 
todas  las  que  puede;  y  con  quanta  prisa  se  ha- 
gan yo  lo  contaré  quando  viniere  a  proposito 
de  vnos  palacios  que  hizo  Zinan  Baxa  mi  amo. 

(')  Teníamos. 


Suélense  al  salir  a  trabajar  muchos  esconder 
debaxo  de  las  tablas  y  mantas;  algunos  les 
aprobecha,  a  otros  no,  porque  cada  mañana  con 
candelas  andan  a  buscarlos  como  conejos.  Vn 
esclabo  de  los  más  antiguos  es  escribano  y  es 
obligado  a  dar  quenta  cada  dia  de  todos;  y  ansi 
entrega  a  cada  guardián  tantos;  y  pone  por 
memoria:  Fulano  llebó  tantos  a  tal  obra;  y  al 
venir  los  rescibe  por  la  mesma  quenta. 

Juan.— ¿Tanto  se  fian  del  esclabo  que  le  ha- 
zen  escribano? 

Pedro  .  —  Más  que  del  turco  en  caso  de 
guardar  xpianos;  antes  son  de  mayor  caridad  en 
eso  (')  que  nuestros  generales  xpianos  para  con 
ellos.  Ordinariamente  hazia  Zinan  Baxa  y  cada 
general,  cada  pascua  suya,  siete  o  ocho  los  más 
antiguos,  o  por  mejor  dezir  los  mayores  bella- 
cos de  descaras,  parleros,  que -entre  todos  había, 
guardianes  de  los  mesmos  xpianos,  a  los  cuales 
dan  livertad.  Desta  manera  permitenles  andar 
solos  adonde  fueren,  y  danles  vna  carta  de  li- 
vertad con  condición  que  sirvan  lealmente  sin 
traición  tres  años,  y  al  cabo  dellos  hagan  de  si 
lo  que  quisieren ;  y  en  estos  tres  años  guardan 
a  los  otros,  y  son  bastantes  ocho  para  guardar 
quatrocientos,  lo  qual  turcos  no  bastan  cin- 
quenta. 

Juan.—  ¿Cómo  puede  eso  ser? 
Pedro.  —  Como  ellos  an  primero  sido  es- 
clabos, saben  todas  las  mañas  y  tratos  que  para 
huir  se  buscan,  y  por  alli  los  guardan,  de  lo 
qual  el  turco  está  inocente.  También,  como  es- 
tán escarmentados  de  la  prisión  pasada,  des- 
belanse  en  sei-vir  por  no  bolver  a  ella. 

Juan. — ¿Cómo  lo  hazen  esos  con  los  xpianos? 
Pedro. — Peor  mili  vezes  que  los  turcos,  y 
más  crueles  son  para  ellos  (^) ;  traenlos  quan- 
do trabajan  ni  mas  ni  menos  que  los  agua- 
dores los  asnos ;  vanles  dando  quando  ban 
cargados  palos  detras  sino  caminan  más  de 
lo  que  pueden,  y  al  tiempo  del  cargar  les  ha- 
zen tomar  maior  carga  acuestas  de  la  que  sus 
costillas  sufren,  y  quando  pasan  cargados  por 
delante  el  amo,  por  parescer  que  sirbe  bien, 
alli  comienza  a  dar  bozes  arreándolos  y  dando 
palos  a  diestro  y  a  siniestro;  y  como  son  ladrón 
de  casa  ya  saben,  de  quando  estaban  a  la  cade- 
na, quál  esclabo  alcanza  algunos  dinerillos  y 
aquel  dan  mejores  palos  y  no  le  dexan  hasta 
que  se  los  hazen  gastar  en  tabernas  todos,  y 
después  también  los  maltratan  porque  no  tie- 
nen más  que  dar;  si  algún  pobre  entre  merca- 
deres tiene  algún  crédito  para  que  le  probean 
alguna  miseria,  éstos  los  lleban  a  sus  casas 
para  que  negocien,  pero  no  los  sacarán  de  la 
torre  si  primero  no  les  dan  algunos  reales,  y 


(•)  ese  caso. 
(2)  que. 


26 


autobiografías  y  memorias 


después  de  lo  que  cobran  la  mitad  o  las  dos 
partes ;  ni  los  dexan  hablar  con  los  mercaderes 
en  secreto  por  saber  lo  que  les  dan  y  que  no  se 
les  encubra  nada;  y  si  ven  que  tiene  buen  cré- 
dito de  rescate,  luego  se  hazen  de  los  conseje- 
ros, diziendo  que  digan  que  son  pobres  y  que 
ellos  serán  buenos  terceros  con  el  señor,  y  que 
por  tal  y  tal  via  se  ha  de  negociar,  y  banse  al 
señor  y  congraciándose  con  él  le  dizen  que 
mire  lo  que  haze,  que  aquel  es  hombre  que  tie- 
ne bien  con  qué  se  rescatar. 

Juan. — ¿Esos  guardianes  no  se  podrían  hnir 
si  quisiesen  con  los  otros  cautibos? 

Pedro. — Facilissimamente  si  los  bellacos 
quisiesen;  pero  no  son  desos,  antes  les  pesa 
quando  se  les  acaba  el  tiempo  de  los  tres  años, 
por  no  tener  ocasión  de  venirse  en  livertad. 

Mata. — ¿Pues  quieren  más  aquella  vida  de 
guardar  xpianos  que  estar  acá? 

Pedro.— Sin  comparación, porque  (')  acá  an 
de  vibir  como  quienes  son,  y  alia,  siendo  como 
son  ruines  y  de  ruin  su[e]lo,  son  señores  de 
mandar  a  muchos  buenos  que  hai  cauiibos,  y 
libres  para  emborracharse  cada  dia  en  las  ta- 
bernas y  andarse  de  ramera  en  ramera  a  costa 
de  los  pobres  subditos. 

Mata.— (2)  ¿Hai  putas  en  Constantinopla? 

Pedro. — Desas nunca  hai  falta  dondequiera. 

Mata. — ¡Mira  qué  os  dize,  Juan  de  Boto  a 
Dios! 

Juan. — Con  bos  habla  y  a  bos  responde. 

Pedro. — Y  avn  bujarrones  son  los  más, 
que  lo  deprenden  de  los  turcos.  Finalmente, 
¿queréis  que  os  diga?  sin  información  ni  mas  oir 
habia  el  reí,  en  viniendo  alguno  que  dixese  que 
por  su  persona  le  hablan  dado  los  turcos  liver- 
tad y  habia  sido  alia  guardián  de  xpianos,  de 
mandarle  espetar  en  vn  palo  y  que  le  asasen 
bibo;  porque  aquel  cargo  no  se  le  dieron  sino 
por  bellaco  azezinador  y  malsin  de  los  xpianos 
que  nunca  hazen  quando  están  entrellos  antes 
que  les  den  livertad  sino  acusarlo?  que  se  que- 
dan a  las  mañanas  escondidos,  que  son  de  res- 
cate, que  tienen  dineros,  que  tienen  parientes 
ricos;  y  quando  están  trabajando  con  ellos,  que 
ban  a  andar  del  cuerpo  muchas  vezes  por  hol- 
gar, y  otras  cosas  ansinas  semejantes,  por  don- 
de se  rescatan  pocos;  porque  el  pobre  que  tenia 
cient  escudos  ya  le  han  levantado  que  tiene 
mili,  y  que  si  no  los  da  que  no  saldrá  (3),  y 
como  la  pestilencia  anda  muy  común  alli,  de 
vn  año  a  otro  se  mueren  todos:  no  se  entiende 
que  a  todos  los  que  ellos  dan  livertad  sin  dine- 
ros les  hablan  de  hazer  esta  justicia  (^),  porque 
hai  muchos  que  caen  en  manos  de  turcos  hon- 

(•)  no  hai. 
(5)  Pues. 
C)  de  alli. 
(*)  sino. 


rrados  particulares  que  no  tienen  sino  dos  o 
tres  y  los  traen  sin  cadenas  en  la  Notolia,  que 
propiamente  es  la  Asia,  junto  a  Troya,  y  andan 
en  la  ]abran9a,  y  como  les  han  servido  muchos 
años,  danles  livertad  y  dineros  para  el  camino, 
sino  a  los  que  an  sido  guardianes,  pues  por 
parleros  les  dieron  el  cargo. 

Mata. — A  esa  quenta  cada  dia  habria  acá 
hartas  justicias  desas  si  a  los  malsines  y  par- 
leros vbiesen  de  asar;  porque  no  hai  señor  nin- 
guno que  no  se  deleite  de  tener  en  cada  pueblo 
personas  tales  quales  habéis  pintado;  veo  guar- 
dianes que  les  van  a  dezir  qué  dixo  el  otro  pa- 
seándose en  la  plaza  quando  vio  el  corregidor 
nuebo,  y  qué  trato  trae,  y  cómo  vibe  y  el  trigo 
que  compra  para  rebender,  sin  mirar  la  costa 
que  el  otro  tiene  en  su  casa;  y  que  le  oyó  dezir 
que  hera  tan  buen  hidalgo  como  su  señoría,  no 
mirando  en  todo  la  viga  lagar  de  su  ojo  sino 
la  mota  del  ajeno,  de  donde  nascen  todas  las 
disensiones  y  pleitos  entre  señores  y  vasallos; 
porque  como  (')  creen  las  parlerías,  quando 
van  [a]  aquellos  pueblos  luego  mandan:  a  Fu- 
lano echádmele  doblados  huespedes,  y  a  Fula- 
no dalde  a  executar  por  la  resta  de  la  alcabala 
que  me  debe,  y  al  otro  quitadle  el  salario  que 
le  doi,  y  comienza  a  no  se  querer  quitar  la  gorra 
a  nadie  y  mirarlos  de  mal  rostro  y  detenerse 
alli  mucho  tiempo  para  mas  molestar,  y  traer 
vn  juez  de  residencia  que  castigue  las  cosas 
pasadas  y  olvidadas  y  los  acusadores  que  acu- 
saren Ueben  la  mitad  de  la  pena. 

Pedro  ('').  —  Esa  les  daria  yo  muy  bien; 
porque  a  los  parleros  que  (')  fueron  la  causa 
daria  la  pena  que  los  guardianes  merescen,  y  a 
estotros  la  mitad  della,  y  avn  los  señores  que  se 
pagan  de  parleros  no  se  me  irían  en  saibó. 

Mata. — No  hayáis  miedo  que  se  le  vayan  a 
Dios  tarde  o  temprano. 

Juan. — Harto  los  pico  yo  sobreso  en  las 
confesiones,  avnque  no  aprobecha  mucho. 

Pedro.  —  También  los  confesores  servis  al- 
gunas vezes  de  pelillo  y  andáis  a  sabor  de  pa- 
ladar con  ellos,  por  no  los  desabrir;  para  mi 
santiguada  que  si  yo  los  confesara  que  les  hi- 
ziera  temblar  quando  llegaran  a  mis  pies;  y  que 
si  en  dos  o  tres  confesiones  me  confesasen  vn 
mesmo  pecado,  sin  emienda,  yo  los  embiase  a 
buscar  el  Papa  que  los  absolviese,  y  a  los  par- 
leros absolveria  con  condición  que  fuesen  aquel 
que  tienen  robada  la  fama  y  le  dixesen:  Señor, 
pidos  perdón  que  he  dicho  esto  y  esto  de  vos, 
en  lo  qual  he  mentido  mal  y  falsamente;  y  por 
no  lo  ir  a  hazer  otra  vez,  procurara  de  enmen- 
dar la  vida,  ya  que  no  mire  la  ofensa  que  a  Dios 
haze. 

(•)  lo  en. 

I»)  Juan. 
('')  dieron. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


27 


Mata. — ¡Por  Dios,  gentil  consejo  hera  esc 
para  tener  nosotros  de  comer!  bien  podriamos 
desde  luego  tomar  nuestro  hato  y  caminar  al 
ospital,  porque  podria  bien  tocarse  la  vigüela  sin 
segunda,  que  nadie  volbería. 

Pedro. —  Querria  mas  vn  quarto;  mayor  es 
la  bolsa  de  Dios  que  me  los  pagara  mejor,  y  si 
todos  los  confesores  liiziesen  ansi,  ellos  volve- 
rían avnque  no  quisiesen. 

Mata. — ¿Quie'n  pensáis  que  volverla  segun- 
da vez?;  que  andan  pretendiendo  y  hechando 
mili  rogadores  vna  infinidad  de  confesores  por 
quitarle  los  perrochanos  de  lustre  a  Juan  de 
Voto  a  Dios?  ¡Más  sobornos  traxo  el  otro  dia 
vno  para  q^ue  le  diesen  vn  domingo  el  pulpito 
de  la  reina  ('),  por  procurar  alguna  en- 
trada como  contentar,  para  si  pudiese  alcan- 
zar a  confesarla!  ('^);  rebolvio  toda  la  corte 
hasta  que  lo  alcanQÓ,  y  si  fuera  con  buen  zelo 
no  hera  malo:  mas  creo  que  lo  hazen  por  es- 
tas (*)  mitras,  que  son  muy  sabroso  manjar,  y 
para  faborescer  a  quien  quisieren. 

Pedro. — De  creer  es;  porque  si  por  otra  via 
lo  hizieseu  no  ternian  (*)  que  rogar  más  a  los 
ricos  que  a  los  pobres,  y  ellos  harian  que  los  fue- 
sen a  rogar  y  huirían  dello;  pero  con  su  pan  se  lo 
coman,  que  este  otro  dia  vi  en  vn  lienzo  de  Flan- 
des  el  infierno  bien  pintado,  y  habia  alli  hartas 
mitras  puestas  sobre  vnas  muertes  y  algunas 
coronas  y  bastones  de  reyes  sobre  otras.  Plega 
Dios  que  no  parezca  lo  vibo  a  lo  pintado.  ¡Más 
que  pensado  devia  de  ir  aquel  sermón  y  qué  de 
extremos  ternia  buscados  por  no  parescer  que 
dezia  lo  que  los  otros! 

Mata.  —  En  esto  lo  vierais,  que  no  predicó 
del  Evangelio  de  aquel  dia,  sino  tomó  el  tema 
de  vna  lection  que  dezia  que  habia  recado  a  la 
mañana  en  las  laudes,  y  entró  declarando  el 
Evangelio,  y  al  cabo  que  le  dixo  todo  en  roman- 
ce mandó  le  prestasen  atención,  porque  aquello 
que  habia  dicho  hera  la  corteza  del  sermón,  y 
entró  por  vnas  figuras  del  Testamento  viejo,  sin 
más  acordársele  de  tema  ni  Evangelio,  con  cier- 
tas comparaciones,  y  dio  consigo  en  la  passion 
de  Xpo.  y  acabó  con  vnas  terribles  voces  dizien- 
do  que  se  acercaba  el  dia  del  juicio. 

Pedro. — Buena  estaba  la  ensalada,  por  mi 
vida.  En  Ytalia,  donde  son  gente  de  grande  en- 
tendimiento, en  viendo  el  predicador  que  se 
mete  en  qualquiera  desas  cosas,  luego  ven  que 
es  idiota  y  trae  cosas  de  cartapacio,  si  no  es 
dia  (^)  que  la  Iglesia  haze  mención  dellas.  ¿Y 
supo  acabar;  porque  la  mayor  dificultad  que 
semejantes  predicadores  tienen  es  esa? 

(')  para  vu  domingo. 
(')  la  Reina. 
(')  negras. 
I*)  aqui. 
(8)  de. 

a uroiiiOG rafias  y  memorias. — 13 


Mata. — Alia  predicó  sus  dos  horas  o  zerca, 
por  si  otra  vez  no  le  dieran  el  pulpito. 

Pedro. — Vna  cosa  veo,  hablando  con  relie- 
ren9Ía  de  la  teulogia  de  Juan  de  Boto  a  Dios,  la 
mas  re9Ía  del  mundo,  en  los  predicadores  d'Es- 
paña  (*),  y  es  que  tienen  menester  ser  los  pul- 
pitos de  azero,  que  de  otra  manera  todos  los 
hazen  pedazos  a  bozes;  pare'sceles  que  aporra- 
das an  de  persuadir  la  fe  de  Xpo. 

Juan. — ¿Qué  es  la  causa  deso? 

Pedro. — La  Retorica  q\;e  no  les  devc  de  so- 
brar; en  tiempo  de  los  romanos  los  retóricos 
como  Cicerón  y  de  los  griegos  Demosthenes  y 
Eschines  heran  procuradores  de  causas  que  iban 
a  dezir  en  los  senados,  lo  que  agora  los  juristas 
dan  por  escritos,  y  procuraban  con  su  rectorica 
persuadir,  y  esta  es  la  cosa  que  más  hablan  de 
saver  los  letrados;  de  la  qual  no  se  hable,  por- 
que están  llenos  como  colmenas  de  letras  bar- 
baras y  no  saben  latin  ni  romance,  quanto  más 
Rectorica;  los  médicos  algunos  hai  que  la  saben, 
pero  no  la  tienen  menester;  de  manera  que  toda 
la  ne9esidad  della  ha  quedado  en  los  theolo- 
gos  ('^),  de  suerte  que  no  valen  nada  sin  ella, 
porque  su  intento  es  persuadirme  que  yo  sea 
l3uen  xpiano,  y  para  hazer  bien  esto  han  de  ha- 
zer  vna  oración  como  quien  ora  en  vn  theatro, 
airándose  a  tiempos ,  amansándose  a  tiempos, 
llevando  siempre  su  tono  conzertado  y  muy 
igual,  ansi  como  lo  guardan  muy  gentilmente 
en  Italia  y  Francia,  y  desta  manera  no  se  can- 
sarían tanto  los  predicadores. 

Juan. — Algunos  de  los  que  an  pasado  alia 
an  traido  esa  costumbre  y  de  dezir  la  misa  re- 
zada a  bozes,  y  todo  se  lo  reprehenden  porque 
dizen  que  no  se  vsa. 

Pedro. — ¿Qué  se  me  da  a  mí  de  los  vsos, 
si  lo  cine  hago  es  bien  hecho?  En  verdad  que  lo 
de  dezir  alto  la  misa  que  es  vna  muy  buena 
cosa;  porque  el  precepto  no  manda  ver  misa 
sino  oiría,  y  es  muy  bien  que  avnque  haya  mu- 
cha gente  todos  participen  igualmente. 

Mata. —  Alia  se  avengan';  determínenselo 
ellos.  ¿Cómos  fue  después  con  vuestros  enfer- 
mos y  las  medicinas  que  tomastes? 

Pedro. — Bien,  por  pierto;  que  luego  di  a  vn 
barbero  la  llabe  de  la  caja  en  donde  estaban  y 
que  él  fuese  el  boticario,  y  sabía  hazer  vnguen- 
tos,  que  hera  grande  alivio;  en  fin,  todos  sana- 
ron, y  de  alli  en  adelante  no  cayan  tantos.  Esto 
duró  seis  meses,  que  yo  tenía  toda  la  carga  y 
el  zirujano  viejo  curaba  los  turcos  que  en  casa 
de  Zinan  Baxa  habia,  con  alguna  ganancia  y  no 
tanto  trabajo  como  yo  tenía  (^).  Al  cabo  destos 
seis  tenía  yo  ya  algunas  letras  y  experiencia, 
que  podia  hablar  con  quien  quiera,  y  fama  que 

(*)  Juan. 
(^)  que  uo. 
(^)  El  Baxá. 


28 


autobiografías  y  memorias 


no  faltaba,  y  veníanme  a  buscar  algunos  turcos 
all!,  y  yo  pidia  licencia  para  salir  de  la  torre,  al 
guardián  mayor,  y  éste  me  la  daba  con  condi- 
ción que  le  diese  parte  de  la  ganancia,  y  dába- 
me otro  hombre  de  guardia,  que  iba  conmigo, 
el  qual  también  queria  la  suya;  y  entre  muchos 
curé  a  vn  privado  de  Dargute,  el  qual  me  dio  vn 
escudo,  que  vino  a  buen  tiempo  porque  no  ha- 
bia  tras  que  parar;  y  los  turcos  que  curaba, 
como  me  habia  dicho  el  barbero  al  principio, 
prometian  mucho  y  después  no  cumplian  nada 
quando  estaban  buenos.  Zinan  Baxa  mi  patrón 
tenia  vna  enfermedad  que  se  llama  asma,  doze 
años  habia,  el  qual  no  habia  dexado  medico  que 
no  provase.  y  a  la  sazón  estaba  puesto  en  ma- 
nos de  aquel  ziruxano  viejo,  que  le  daba  nuiy 
poco  remedio,  y  los  a^identes  crescian.  Dixeron- 
le  que  tenía  vn  christiano  español  medico,  que 
por  qué  no  le  probaba;  luego  me  ymbió  a  lla- 
mar, y  andaba  siempre  con  mí  cadena  al  pie, 
de  seis  eslabones,  rodeada  a  la  pierna,  como 
traen  también  en  tierra  todos  los  cautibos,  y 
quando  llegué  adonde  él  estaba,  hize  aquel 
acatamiento  que  acá  hiziera  a  vn  pricipe,  lla- 
mándole siempre  de  Ex9elen9Ía,  y  quando  le  lle- 
gué a  tomar  el  pulso  hinqueme  de  rodillas  y 
vesele  el  pie  y  (•)  tras  él  la  mano;  y  mirando  el 
pulso,  torné  a  vesarle  la  mano  y  retíreme  atrás. 
Los  renegados  que  estaban  presentes  refirié- 
ronle todo  lo  pasado,  como  entendían  la  vna  y 
la  otra  lengua  y  lo  que  acá  y  alia  se  vsa ;  y  muy 
contentos  de  lo  que  había  hecho  tubíeron  en 
mucho  la  buena  crianza,  la  qual  los  otros  xpia- 
nos  que  hast'alli  habían  hablado  con  él  no 
habían  vsado,  pensando  que  por  ser  turco  no 
lo  entendiera,  y  no  habia  necesidad  dello,  o  por 
no  lo  saber  hazer,  antes  le  trataban  de  tu,  y  sí 
le  daban  alguna  medi[ci]na,  llebabanla  sin  nin- 
guna reberencía  en  vnas  vasijas  de  a  blanca  (2) 
sin  hazer  más  caso.  El  dixo  a  los  gentiles  hom- 
bres que  estaban  con  él:  Bien  pares^e  éste  ha- 
berse criado  entre  gente  noble;  y  a  mí  me  co- 
menzó a  contar  su  enfermedad  por  vno  de  los 
interpretes;  y  dixome  si  me  bastaba  el  animo  a 
sanarle:  Yo  le  respondí  que  no,  porque  Dios 
hera  el  que  le  habia  de  sanar  y  otro  no;  pero  que 
lo  que  en  mí  fuese  estubiese  cierto  que  no  falta- 
ría. Ellos  son  amigos  que  luego  el  medico  diga 
que  le  dará  sanidad,  y  tornóme  a  replicar  que  en 
quántos  dias  le  daria  sano.  Yo  dixe  que  no  sabía 
y  que  aplicaría  todos  los  remedios  posibles,  de 
tal  manera  que  lo  que  yo  no  hiziese  no  lo  haría 
otro  medico,  y  en  lo  demás  dexase  hazor  a  Dios 
y  él  se  dispusiese  a  hazer  quanto  yo  mandase, 
porque  de  otra  manera  no  se  podia  hazer  nada. 
A  esto  respondió  que  a  él  le  páresela  aver  ha- 


(«)  luego. 
(')  y  en 


liado  hombre  a  su  proposito,  y  desde  lu[e]go 
comenzase.  Yo  fui  presto  a  la  votica  y  tomé 
vnos  xarabcs  apropiados  en  vn  muy  galán  vidro 
veneciano,  y  llebeselos  con  aquella  solemni- 
dad que  a  tal  principe  se  debía,  y  holgóse  en 
verlos  tam  bien  puestos  y  preguntóme  cómo  los 
habia  de  tomar  (').  Mandé  que  me  traxesen 
vna  cuchar  {^)  y  tomé  tres  cucharadas  grandes 
y  comimelas  delante  del,  y  dixe:  Señor,  ansína. 
Luego  él  tomó  su  cuchar  y  comenzó  a  comer, 
dando  gracias  a  Dios  de  que  le  hubiese  dado 
vn  hombre  a  su  proposito,  no  estimando  en 
menos  la  salba  que  la  crianza  pasada;  y  hecho 
mano  a  la  faldriquera  y  sacó  vn  gran  puñado 
de  ásperos,  que  serian  tres  escudos,  y  diomelos, 
mandando  que  prestamente  me  quitasen  los 
bestidos  de  sayal  y  me  diesen  otros  de  paño. 
Dieronme  una  sotana  cjue  ellos  vsan,  que  lla- 
man dolaman,  y  vna  ropa  enzima  hasta  en  pies; 
la  sotana  de  paño  morado  aforrada  en  vocazí; 
la  otra  de  paño  azul,  aforrada  en  paño  colo- 
lado;  mas  no  me  quitaron  la  cadena  ni  la  guar- 
da, antes  me  la  dieron  doblada  de  allí  adelante. 
Acabados  sus  xarabes,  dile  vnas  tal^letas  para 
la  tos,  y  habiéndole  de  dar  vna  tarde  cinco  pil- 
doras, no  supe  como  hazer  dellas  la  salba,  por- 
que siempre  iba  con  cautela  como  quien  estaba 
entre  enemigos.  Hize  seis  y  quando  se  las  di  le 
dixe  que  había  de  tomar  aquella  noche  (^)  cinco. 
Preguntado  cómo,  porque  no  pensase  que  la 
que  yo  había  de  tomar  llebaba  señalada  y  le 
daba  a  él  algún  veneno,  diselas  todas  seis  en  la 
mano  y  pídele  vna.  Díomela,  y  tragúemela  de- 
lante del.  Tomólas  y  hobró  bien  con  ellas  y  vbo 
mejoría. 

Mata.— El  ardid  fue  por  cierto  como  de 
Pedro  de  Urdimalas.  ¿Y  él  vsaba  antes  curarse 
a  fuer  de  acá,  o  ai  médicos  como  acá? 

Pedro. — Médicos  y  voticarios  no  faltan, 
principalmente  judios;  hai  médicos  muchos,  los 
quales  para  ser  conoseidos  traen  por  divisa 
vna  barreta  colorada,  alta,  como  vn  pan  de 
azúcar. 

Jdan. — ¿Son  letrados? 

Pedro.  —  Muy  pocos  hai  que  lo  sean,  y  esos 
an  ido  de  acá;  pero  allá  no  hai  estudios,  sino 
vnos  con  otros  se  andan  enseñando,  y  quasi 
va  por  erencia,  que  el  padre  dexa  la  barreta  y 
vn  libro  que  dize  en  romance:  para  curar  tal 
enfermedad,  tal  y  tal  remedio;  sin  poner  la 
causa  de  donde  puede  venir;  algunos  hai  que 
saben  arábigo  y  le[e]n  Abizena,  pero  tampoco 
entienden  mucho.  Turcos  y  griegos  no  saben 
letras,  sino  los  médicos  que  hai  todos  son  echí- 
zeros  y  supersticiosos.  Hera  tan  Imeno  mi  amo 
que  porque  los  otros  que  le  habían  curado  no 

/«)  Yo. 

(*)  y  traída. 

(s)  aquellas. 


CRISTÓBAL  DE  VILLxVLÜN 


29 


se  desabriesen  uie  de9Ía:  Si  te  preguntaren  a 
quién  curas,  di  que  a  vn  camarero  mió;  Iiera 
balientissimo  hombre,  de  cuerpo  como  vn  gi- 
gante, colorado  y  cierto  lindo  hombre.  Yo  de- 
terminé de  sangrarle  si  él  se  dispusiese  a  ello, 
y  fue  tan  contento,  que  se  dexó  sacar  de  los 
brazos  dos  libras  de  sangre  en  dos  vezes,  y 
aquel  dia,  como  lo  supo  vn  judio  medico  que 
antes  llebaba  su  salario,  quedo  atónito,  porque 
son  cobardes  en  el  sangrar,  y  vino  a  la  cámara 
del  Baxa,  que  se  holgaba  siempre  con  él,  y  (') 
venía  cargado  con  vna  alforja,  dentro  de  la  qual 
traia  vn  libro  grande  como  de  iglesia,  escrito 
en  ebraico,  y  dixo  a  mi  amo  que  me  queria  pro- 
bar que  las  sangrias  hablan  sido  mal  hechas. 
Yo  fui  llamado  y  sentamonos  en  el  suelo  sobre 
vna  alombra,  que  ansi  se  vsa,  y  traxeron  vn 
escañico  sobre  que  poner  el  libro,  y  dixome  a 
lo  que  venía.  Yo  no  dexé  de  temer  vn  poco, 
pensando  que  sabía  algo,  y  pregúntele  que  en 
qué  lengua.  Dixome  que  en  fina  castellana, 
pues  hera  común  a  entrambos.  Yo  dixe  que  no, 
sino  latina  o  griega.  Respondió  que  no  sabía 
ninguna  de  aquéllas,  de  lo  qual  me  holgué  mu- 
cho y  comen90  de  abrir  el  libro  y  (^)  preguntar- 
me que  qué  enfermedad  hera  aquélla.  Yo  dixele 
que  me  lo  dixese  el  a  mi,  que  habia  tantos  años 
c^ue  la  curaba.  Dixo  que  le  plagia,  que  el  me  la 
mostrarla  alli  en  el  libro.  Quiso  Dios  que  yo 
tenia  vn  librico  dorado  como  vnas  Horas,  que 
habia  ávido  de  medÍ9Ína  y  traíale  siempre  en  la 
fratiquera,  y  dixele:  Si  vos  sois  medico,  este 
libro  habéis  de  leer,  que  en  ebraico  ningún 
autor  hai  que  valga  vn  quarto;  más  yo  reniego 
del  medico  que  ha  d'estudiar  cada  cosa  quando 
es  menester,  que  mucho  mejor  sería  tomarlo  en 
la  cabeza  y  traerlo  dentro;  que  ya  yo  tenía  en- 
tendido que  él  no  lo  sabía,  pues  nunca  le  habia 
dado  remedio,  y  porque  no  se  cansase  supiese 
que  hera  asma  y  la  difinicion  hera  aquélla  y  se 
habia  de  curar  de  tal  y  tal  manera;  y  comenze 
de  dezirlo  en  latin  y  declarárselo  en  romance. 
El  Baxa  se  hazia  de^ir  todo  lo  que  pasaba,  de 
los  interpretes,  y  estaba  tan  {^)  regocijado 
quanto  el  judio  de  confuso.  Dixo:  no  busco  en 
este  libro  sino  que  le  habéis  sacado  mucha  san- 
gre, porque  el  cuerpo  del  hombre  no  tiene  sino 
diez  y  ocho  libras,  y  comenzó  de  leer  ebraico. 
Yo  quando  esto  vi  dixe  ciertos  versos  griegos 
que  en  Alcalá  habia  deprendido  de  Homero,  y 
declaroselos  en  castellano  al  proposito  contrario 
de  lo  que  él  dezia;  y  quanto  a  lo  de  las  sangrias, 
que  ellas  estaban  muy  a  proposito  y  bien;  y  que 
lo  de  las  diez  y  ocho  libras  de  sangre  era  gran 
mentira,  porque  vnos  tenian  ¡)i)ca  y  otros  mu- 
cha, según  eran  gordos  o  ñacos,  y  la  grandeza 

(«)  traxo. 
(.-)  (Ie<,'ir. 
(5)  muy. 


del  cuerpo,  y  dado  que  fuese  verdad  que  todos 
los  hombres  tenian  a  diez  y  ocho  libras,  que  el 
Baxa  tenia  9Íncuenta,  porque  no  hera  hombre 
sino  gigante.  Movióse  gran  risa  en  la  sala,  y 
sabido  el  Vaxa  de  qué  se  reian  les  ayudó.  El 
judio  acabó  los  argumentos  dÍ9Íendo  que  lo  que 
habia  hecho  era  para  tentarme  si  daria  razón  de 
mí,  y  que  él  hallaba  que  mi  amo  tenía  buen  me- 
dico, y  encargóle  al  Baxa  que  no  ex9ediese  en 
nada  de  lo  que  yo  mandase  y  despartióse  el  tor- 
neo. Con  las  sangrias  y  beber  cada  dia  agua 
miel,  quedó  tan  sano  que  no  tosió  más  por  aque- 
llos dos  años, 

Juan. — ¿Nunca  os  quitó  la  cadena  en  sa- 
nando.' 

Pedro. — Luego,  estando  vn  dia  con  sus  re- 
negados ('),  les  mandó  que  me  tomasen  jura- 
mento solene,  como  nosotros  vsamos,  de  no  me 
huir  ni  azerle  traÍ9Íon  y  me  quitarla  la  cadena. 
Hizolo  ansi  vno  que  se  llamaba  Amuzabai,  va- 
lenciano y  avn  de  buena  parte,  y  tomóme  sobre 
vna  cruz  mi  juramento  bien  en  forma,  a  lo  qual 
dixo  el  Baxa  que  no  estaba  satisfecho,  porque 
los  xpianos  tenian  vn  papa  en  Rroma  que  luego 
los  absolvía  de  cjuantos  pecados  cometían  en  la 
lei  de  Xpo;  mas  que  ello  estarla  si  puesta  la 
mano  sobre  el  lado  izquierdo  prometía  en  fe  de 
bxien  español  de  no  hacer  traición.  Yo  lo  hize 
como  el  lo  mandó  y  volvióse  a  sus  gentiles  hom- 
bres y  dixoles:  Sabed  que  agora  éste  está  bien 
ligado,  porque  el  rei  d'España  todas  sus  for- 
talezas fia  destos  y  de  ninguna  otra  nación,  y 
antes  se  dexarán  hazer  piezas  que  ha9er  cosa 
contra  esta  jura;  y  digo  mi  pecado,  que  por 
aquel  buen  concepto  que  de  nosotros  tenía,  yo 
quedé  tan  atado  que  primero  me  atrebiera  a 
cj^uebrar  tres  juramentos  como  el  primero,  que 
aquél,  avnque  fuera  más  pecado.  Llegó  de 
presto  el  herrero  con  su  martillo  y  quebrantóme 
la  cadena  y  dexaronme  andar  sin  ella. 

Mata. — ¿Solo  y  a  do  quisieseis? 

Pedro. — Solo  no;  antes  traia  doblada  guar- 
da; pero  adonde  quisiese  sí,  con  condición  que 
a  la  noche  fuese  a  dormir  a  la  torre  con  los 
otros  esclabos  y  a  curarlos;  mas  del  tiempo  que 
me  sobraba  buscaba  de  comer  para  mí  y  para 
mis  compañeros. 

Juan. — Mucho  os  debia  de  querer  después 
que  sanó  ese  Baxá. 

Pedro. — Tanto  que  me  andaba  él  mesmo 
acreditando  y  buscando  negocios  y  avn  forzan- 
do algunos,  por  poco  mal  que  tubiesen,  porque 
yo  ganase  algo,  que  se  curasen  conmigo;  y 
muchas  vezes  me  llamaba  aparte  y  me  dezia: 
Mira,  xpiano,  yo  de  ti  estol  uniy  satisfecho,  y 
no  quiero  ([ue  pierdas  onrra;  hagote  saber  que 
estos  turcos  son  vna  jento  algo  de  baxa  suer- 

(')  me- 


30 


autobiografías  y  memorias 


te,  que  vaos  creen  y  otros  no;  quíuiclo  vieres 
que  la  enfermedad  es  tal  que  no  puedes  salir  con 
ella,  dexala  y  no  vuelbas  más  alia  avnque  yo  te 
lo  mande,  porque  soi  muchas  vezes  molestado. 

Juan.  —  ¡  Palabras,  por  cierto,  de  grande  amor 
y  dignas  de  tan  gran  principe!  Y  ese  tiempo 
¿que'  os  daban  de  comer? 

Pedro. — Ninguna  cosa  más  que  antes,  sino 
dos  panecillos  al  dia,  porque  sabia[n]  que  yo  me 
ganaba  que  gastar,  y  él  también  me  daba  de 
quando  en  quando  algunos  dineros  para  vino. 

Mata. — ¿Y  no  os  pagaban  mejor  los  que 
curabais  después  de  aber  hechado  fuera  los  cax- 
cabeles  y  el  pelo  malo? 

Pedro. — Todos  me  tinian  ya  harto  de  pro- 
meterme liuertad  si  los  sanaba,  y  montes  de  oro; 
después  no  hazian  mas  caso  que  si  nunca  me 
ubieran  visto;  quando  mucho  el  cozinero  mayor 
del  Gran  Turco  me  dio,  teniéndome  prometida 
liuertad  y  dos  ropas  de  brocado,  quatro  reales, 
de  lo  qual  yo  quedé  tan  corrido  y  escarmen- 
tado, que  de  alli  adelante  me  valió  harto  porque 
comenze,  acordándoseme  del  consejo  del  varbero 
portogues,  a  hurdir  algunas  (')  y  vínome  a  la 
mano  vn  caballero  que  tenía  vn  gran  cargo,  que 
se  llamaba  el  Arnin  y  es  como  probedor  de  las 
armadas,  y  hizo  a  mí  interprete  que  yo  me  traía 
que  me  dixese  que  le  sanase  y  me  daría  liuer- 
tad y  montes  de  oro  como  los  pasados.  Yo  le 
dixe :  Dile  que  no  soi  esclabo  suyo,  sino  de 
Zínan  Baxa;  que  me  pague  y  yo  le  daré  sano  sí 
Dios  quisiere.  Preguntáronme  quánto  quería. 
Respondí  que  vn  escudo  al  día,  y  que  yo  me 
p(>rnía  las  medicinas.  El  dolor  que  le  acusaba 
me  fue  faborable  a  que  se  le  hifiese  poco,  y  ansí 
duró  vna  o  dos  semanas  lo  que  había  que  gas- 
tar con  los  compañeros. 

Juan. — ¿Vuestro  patrón  os  dio  interprete  o 
hera  menester  buscarle  cada  vez? 

Pedro. — Vno  de  los  que  me  guardaban  sir- 
via  deso  y  desotro,  que  por  la  gracia  de  Dios  y 
nuestros  pecados  hartos  hai  alia  que  sepan  las 
dos  lenguas.  No  duró  muchos  días  que  no  en- 
trase Satanás  en  el  corazón  del  Baxa,  con  el 
grande  amor  que  me  t?nía,  para  persuadirme 
que  fuese  turco,  y  comenzó  de  tentarme  con  el 
hec  oninia  tihi  dnbo,  mostrándome  vna  multitud 
de  dineros  y  de  ropas  de  brocados  y  sedas,  dí- 
ziendo  que  me  haría  vno  de  los  mayores  de  su 
casa  y  protomedico  del  Gran  Señor,  y  otras  cosas 
al  tono,  con  las  quales  a  otros  venzen;  a  todo 
lo  qual,  y  a  otros  que  mo  liechaba  que  me  lo 
rogasen,  Dios,  que  jamas  faltó  en  tales  tiempos 
sí  por  nosotros  no  quiebra,  particularmente  pro- 
beyo  todo  lo  que  habia  de  responder,  fortificán- 
dome para  que  no  me  derribasen,  y  dixele  que 
suplicaba  a  su  excelencia  no  me  mandase  tal 

(')  de  allí  a.l[clautej. 


cosa  ni  me  hablase  sobrello,  porque  yo  hera 
xpiano  y  mí  linaje  lo  había  sido  y  tal  había  de 
morir;  y  que  sí  me  quería  para  medico,  que  yo 
le  seruíria  estando  xpiano  con  más  fidelidad  y 
amor  que  de  otra  manera,  como  lo  habia  visto 
por  la  hobra  (')  y  lo  vería  de  alli  adelante,  y  si 
fuese  turco  luego  me  había  de  procurar  huir; 
ansí  por  estonces,  vista  la  osadía,  se  resfrío  por 
quín9e  días  que  más  no  se  habló  sobrello. 

Mata  (^). — Gran  deseo  tenia  de  preguntar 
sobreso;  porque  an  venido  por  acá  algunos  rene- 
gados diziendo  que  por  fuerza  los  an  hecho  ser 
moros  o  turcos;  otros  que  an  estado  cautíbos 
cuentan  milagros  de  los  grandes  martirios  que 
les  daban  porque  renegasen;  también  se  dexan 
dezir  otros  que  al  que  reniega  luego  le  hazen 
vno  de  los  principales  señores.  A  todo  esto  de- 
seo ser  satisfecho. 

Pedro. — No  hai  mas  satisfacion  de  que  to- 
dos mienten  como  Judas  mintió;  porque  quanto 
a  lo  primero,  mí  voluntad,  con  todo  su  poderío 
ni  todos  los  tormentos  del  infierno,  no  me  la 
pueden  forzar  a  que  diga  de  sí  donde  no  quie- 
re; y  los  que  dizen  que  por  fuerza  se  lo  hizie- 
ron  hazer  son  vnos  bellacos,  que  porque  les 
dixeron  que  los  matarían  o  les  dieron  cient  pa- 
los luego  dan  su  sí. 

Juan. — Eso  es  gran  maldad,  porque  obliga- 
dos son  a  morir  mili  muertes  por  Chrísto  y  res- 
cibir  martii'io  como  hizíeron  tantos  mártires 
como  ha  habido. 

Pedro. — Quanto  más  que  no  lo  pueden  ha- 
zer conforme  a  su  leí;  sino  que  todos-  esos,  por 
miedo  de  los  otros  chrístíanos  que  están  con  él, 
no  le  corran,  avisan  a  los  turcos  que  le  tomen  y 
le  aten  y  le  circumcíden. 

Mata. — Como  algunas  damas  que  dan  vozes 
y  dizen  que  las  fuerzan  y  huelgan  dello. 

Pedro. — Es  verdad;  yo  vi  por  estos  ojos 
dos  casos  desos  mesmos  a  dos  entalladores  muy 
primos,  y  vinieron  a  tomar  consejo  conmigo; 
yo  les  dixe  que  avnque  los  matasen  tubiesen 
firme,  que  vien  aventurados  ellos  sí  aquel  dia 
morían ;  y  de  allí  a  quatro  horas  ya  habían  vsa- 
do  aquella  maña  de  que  por  fuerza  los  habían 
cortado.  La  segunda  mentira  es  de  los  que 
se  rescatan  o  se  huyen,  que  dizen  que  res9Íbian 
alia  porque  renegasen  muertey  pasión.  No  pue- 
den, como  dicho  tengo,  hazerles  más  de  persua- 
dírselo tres  vezes,  y  sino  quisieren,  dexarlos, 
sino  es  que  algunos  los  amenazan;  pero  estos 
tales  ya  van  contra  su  leí.  Allende  desto  no  se 
les  da  vn  quarto  que  sean  turcos;  antes,  porque 
los  an  menester  dexar  andar  solos  y  que  no  re- 
men más,  les  pesa  que  nadie  diga  que  quiere 
ser  turco,  y  muy  muchos  vi  yo  que  andaban  a 


(')  onira. 
(«)  Juan. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


31 


rogar  que  los  hiziesen  turcos,  y  no  qnerian,  sino 
echábanlos  con  el  diablo  diziendo  que  lo  hazian 
porque  quitándoles  la  cadena  y  prisión  ternian 
mejor  aparejo  para  huir,  y  el  Baxa  me  dixo  vn 
dia  hablando  en  eso  conmigo,  que  si  quisiese 
abrir  tienda  a  circumcidar  todos  los  que  c|uisie- 
sen,  que  muy  pocos  quedariau  en  las  torres  que 
no  lo  hiciesen  por  salir  dellas,  lo  qual  andando 
más  el  tiempo  vi  claramente  ser  ansi. 

Juan. — Qnando  esos  tales  reniegan  ¿quedan 
libres? 

Pedro  ('). — No,  sino  más  esclabos;  porque 
primero  teniau  solamente  el  cuerpo  y  después 
anima  y  todo;  acontesje  como  acá:  si  vno  tiene 
vn  moro  que  ha  comprado  y  se  bautiza  en  su  po- 
der ¿no  se  queda  como  de  primero  por  su  amo? 

Mata. — Ansi  se  me  entiende. 

Pedro. — ¿Y  (^)  hazenle  acá  quando  se  chris- 
tiana  grande  señor? 

Mata, — Quanto  a  Dios  sí,  si  sabe  perseve- 
rar; mas  quanto  al  mundo  con  su  mesmo  sayo 
y  capa  se  queda. 

Pedro. — Pues  no  le  falta  punto  a  lo  de 
alia:  solamente  a  los  que  son  buenos  artesanos, 
digo  que  saben  algunos  buenos  ofi9Íos  y  puli- 
dos, como  son  aquellos  dos  que  arriba  dixe  y 
algún  eminente  artillero,  o  zerrajero,  o  armero, 
o  medico,  o  cirujano,  o  ingeniero.  Estos  tales 
son  rogados  y  casanlos,  y  danles  alguna  mise- 
ria de  paga  con  que  pasen  entre  tanto  que  ha- 
zen  hijos  y  se  han  al  infierno.  Después  que  se 
han  hecho  turcos  ninguna  palabra  oyen  de  los 
superiores  buena,  sino  a  dos  por  tres  les  llaman 
hombres  sin  fe,  vellaco,  que  si  tú  fueras  hombre 
de  bien,  no  dexaras  tu  fe,  avnque  fuera  peor,  y 
otras  palabras  que  los  lastiman;  mas  el  diablo, 
con  el  almagre  que  los  tiene  ya  señalados  por 
suyos,  les  tiene  amortezidos  los  sentidos  a  que 
no  sientan  el  aguijón.  De  los  nnichachos  nin- 
guno s'escapa  que  no  (jircum^iden  sin  mirar  su  sí 
ni  su  no.  De  las  mugeres,  las  viejas,  porque  no 
se  lo  ruegan,  no  suelen  ser  turcas;  pero  las 
mozas,  como  hai  entrellos  hombres  como  acá, 
presto  las  engaña  el  diablo  como  ya  son  amigos 
de  tiempo  immemorial  acá. 

Mata. —  ¿Torno  a  se  calentarse  el  rogaros 
que  fueseis  turco? 

Pedro. —  Pasados  aquellos  quince  dias  que 
se  calló,  tubo  el  Vaxa  ne9es¡dad  de  ir  con  diez 
galeras  aNicomidia,que  agora  se  llama  Ezmite, 
para  hazer  traer  por  mar  ciertos  marmoles  que 
aquella  provin9Ía  da  de  edificios  antiguos  que 
alli  habia,  para  vna  grande  mezquita  que  el  Gran 
Señor  haze,  lo  qual  incumbe  traer  al  General  de 
la  mar,  que  es  de  Constantinopla  distancia  de 
treinta  leguas.  Llebome  consigo  y  armamos  se- 


(')  Antes  quedan. 
(»)  clanlc, 


senta  tiendas  en  aquel  campo,  que  hera  por 
mayo,  adonde  estubimos  vn  mes,  y  en  este 
tiempo  yo  conoscia  algunas  yerbas  y  tenía  vn 
libro  donde  están  dibuxadas,  de  medicina,  que 
se  llama  herbario  y  tomaba  algunas  dellas  y  yba- 
me  al  pabellón  del  Baxa  y  mostrabaselas  vibas 
y  pintadas  juntas,  de  lo  qual  estaba  el  más  con- 
tento hombre  del  mundo,  por  ser  cosa  que  nun- 
ca habia  visto  ni  alli  se  vsa,  y  muchas  vezes, 
saliendo  por  aquellas  huertas,  cogia  quantas  no 
conos9Ía,  y  venido  a  la  tienda  luego  mandaba 
llamar  al  xpiano  y  preguntaba  de  cada  vna  qué 
cosa  fuese ,  y  deziaselo  mostrándosela  siempre 
pintada,  el  qual  (')  se  tenía  el  libro  alia  para 
mirar  entre  si. 

Juan. — ¿Pues  qué,  tanto  sabíais  vos  de  co- 
noscer  yerbas? 

Mata. — Todo  aquello  que  no  podía  dexar  de 
saver  siendo  hijo  de  partera,  primo  de  barbero 
y  sobrino  de  boticario. 

Pedro. — Mátalas  Callando  dize  bien  todo  lo 
que  hai. 

Mata. — Quanto  más  que  el  baria  como  los 
herbolarios  de  por  acá,  que  en  no  conos9Íendo 
la  yerba  luego  le  dan  para  quien  no  los  entien- 
de vn  nombre  francés :  la  gerba  de  Notro  Señora 
y  la  gerba  de  Sant  Juan  y  de  Santhaque,  y  si 
entiende  francés  dize  que  el  griego  la  llama  al- 
chorchis  y  el  bocablo  latino  no  se  le   acuerda. 

Pedro. — Acabaré  mi  cuento.  Ya  que  estaba 
contentissimo  de  mí,  diole  alarma  Satanás  otra 
vez,  y  en  achaque  de  que  fuésemos  a  buscar 
yerbas,  tomóme  por  la  mano  solo  con  vn  inter- 
prete y  llebome  vn  bosque  adelante,  rogando 
como  solia  que  fuese  turco.  Respondí  (^)  que  no 
quería.  Llegamos  a  vnas  matas  donde  estaban 
dos  renegados  amigos  suyos.  El  vno  hera  Amu- 
zabai,  aquel  balen9Íano  que  arriba  dixe.  El 
otro,  el  comité  real  Darmuz  Arráez,  con  vn 
berdugo.  Dixome  que  aquella  hera  mi  hora 
sino  lo  quería  hazer,  porque  me  haría  cortar  la 
cabeza ;  a  lo  qual  yo  respondí  que  hera  su  es- 
clabo  y  podía  hazer  de  mí  lo  que  quisiese;  mas 
yo  no  habia  de  hazer  lo  que  el  quería  en  aquel 
caso;  dixo  al  verdugo:  baxi  chiez,  que  quiere 
dezir:  córtale  la  cabeza.  El  otro  desembainó 
vna  zimitarra,  que  es  alfange  turquesco,  y 
fue  para  mí.  Llegó  vno  de  aquellos  dos  i'ene- 
gados,  y  tubole,  mandándole  esperar,  y  echá- 
ronse entrambos  a  los  pies  del  Baxa  pidién- 
dole de  merced  que  esperase  a  que  ellos  me  ha- 
blasen. Otorgoselo  y  comenzaron  de  predicarme 
reprehendiéndome,  diziendo  que  para  qué  que- 
ría perderme,  vn  man9ebo  tan  docto  como  yo, 
que  mirase  qué  amor  tan  grande  me  tenía  mi  amo 
y  qué  mercedes  tan  soberbias  rae  haría;  y  el 


(')  siempre. 
(*)  como  solía. 


32 


autobiografías  y  memorias 


otro  dezia:  Di  de  si,  avnque  guardes  en  tu 
corazón  lo  que  quisieres,  que  nosotros,  avnque 
nos  ves  en  este  habito,  tan  christiauos  somos 
como  tú.  Dixeles:  ¿No  basta,  señores,  haber  per- 
dido vuestras  animas  sin  [o]  (')  querer  perder  la 
mia  también?  ¿Cómo  podéis  vosotros  servir  dos 
señores?  ¿Pensáis  engañar  a  Dios?  Sabed  que 
dixo  Christo  en  el  Evangelio:  Qui  me  negaverit 
coram  hominibus ,  negaba  tllum  coram  patre 
meo,  qui  in  celis  est:  El  que  me  negare  delante 
los  hombres,  negarle  he  yo  delante  de  mi  padre, 
que  está  en  el  cielo.  Ansi,  que  vana  es  vuestra 
cluMstiandad,  y  no  me  habléis  más  sobrello.  El 
Baxa  preguntó  qué  dezia,  y,  referido,  con  ira 
dixo  otra  vez  que  cortase.  Hizieron  lo  mesmo 
los  renegados,  y  respondi  lo  mesmo  segunda 
vez,  y  volvime  al  verdugo,  alumbrado  del  Spi- 
ritu  Sancto,  que  ya  hera  la  muerte  tragada,  y 
dixele:  Haz  lo  que  te  an  mandado.  Vino  para 
mí  el  Vaxa,  atribuyéndolo  a  soberbia,  y  dixome: 
Pues,  perro  traidor,  ¿avn  de  la  muerte  no  tie- 
nes miedo?  Respondi:  No  tengo  de  qué,  por 
que  mi  madre  tiene  otros  quatro  hijos  mejores 
que  yo  con  que  se  consuele.  Estonces  escupió 
sobre  mí  diziendo:  ¡O,  mal  viaje  hagas,  perro 
enemigo  de  Mahoma!  espérame  vn  poco,  que  yo 
te  haré  que  me  vengas  a  rogar  y  no  querré  yo. 
Y  fuese  el  bosque  adelante  y  el  verdugo  em- 
bainó  su  espada  y  llebaronme  a  la  tienda. 

Mata. — Con  ningún  cuento  me  habéis  hecho 
saltar  las  lagrimas  como  con  este. 

Juan. — Griinde  merced  os  hiziera  Dios  en 
que  os  mataran  estonces ,  que  la  muerte  no  es 
máb  del  trago  que  pasastes.  ¿Y  después  en  qué 
paro  la  amenaza? 

Pedro. — Habia  determinado  de  hazer  vnos 
palacios  muy  sumptuosos  en  vna  plaza  de  Cons- 
tantinopla  que  se  dice  Atmaitan  que  quiere 
dezir  plaza  de  caballos,  para  lo  qual  compró 
tres9Íentas  casas  pequeñas  que  alli  habia  para 
sitio,  y  por  el  quento  desta  obra  entenderéis 
cómo  son  los  christiauos  tratados  en  tierra  para 
refrigerio  de  la  pena  que  en  galera  se  pasa;  y 
como  desta  diré  entenderéis  de  todas  las  otras 
obras  que  los  otros  con  el  sudor  de  los  pobres 
cautibos  hazen.  Todo  el  mundo  pensó  que  para 
solo  derribar  tantas  casas  y  sacar  la  tierra,  y 
abrir  cimientos  serian  menester  siete  o  ocho 
meses,  y  por  Dios  os  juro  que  dentro  de  seis 
estaban  hechos  los  palacios  y  hera  pasado  el 
Baxa  a  bibir  a  ellos,  que  tienen  de  zerca  poco 
menos  de  (^)  media  legua. 

Mata. — Si  os  sabe  mal  el  iros  a  la  mano, 
dad  el  cómo  sin  que  os  le  pidan;  porque  a  pri- 
ma facje  no  se  puede  hazer  sin  negroman^ia. 

PEono. — Andaban  cada  dia  mili  y  quinien- 

(')  aber  por 
(')  tres. 


tos  hombres  entre  maestros  y  quien  los  sirvia, 
los  quales  heran  guardados  de  dozientos  guar- 
dianes, que  los  guardaban  y  los  arreaban  dando 
toda  la  prisa  y  palos  que  podían ;  y  porque  pue- 
do también  hablar  de  experiencia  quicrome  me- 
ter dentro  y  hc.blar  como  quien  lo  vio  y  no  de 
oidas.  Aconsejaron  al  Vaxa  ciertos  renegados 
que,  pues  yo  no  habia  querido  ser  turco,  nin- 
guna mejor  venganza  podia  tomar  de  mí  que 
mandarme  hechar  dos  cadenas,  en  cada  pie  la 
suya,  y  embiarme  a  trabajar  con  los  otros;  por- 
que él  sabia  que  los  españoles  heramos  fantás- 
ticos, y  como  antes  me  habia  visto  en  honrra 
sin  cadena,  y  bien  vestido,  y  como  rei  de  los 
otros  cautibos,  sería  tanta  la  afrenta  que  resci- 
biria  en  verme  caido  de  aquello,  que  de  pura 
verguen9a  de  los  otros  yo  haria  lo  que  él  quisie- 
se, y  renegaría  mili  vezes.  Tomó  el  acuerdo  de 
tal  manera,  que  en  llegando  a  Constantinopla 
mandó  fuese  todo  esto  executado,  y  lleváronme 
con  mis  dos  cadenas,  estando  él  allí  mirando  en 
qué  andaba  la  obra,  y  en  entrando  comenzaron 
aquellos  turcos  de  darme  prisa  que  tomase  vna 
cofa,  que  dizen,  como  espuerta,  y  acarrease  con 
los  demás  tierra.  Yo  lo  obedes^i  sin  mostrar 
más  flaqueza  que  antes,  y  para  más  me  moles- 
tar tenía  el  Baxa  dado  aviso  que  todos  los  guar- 
dianes tubiesen  quenta  conmigo,  y  hazialos  po- 
ner en  vna  escalera  por  donde  habíamos  de  su- 
bir tantos  a  vna  parte  como  a  otra  y  quando  yo 
pasase  alzasen  todos  sendos  bastones  que  te- 
nían y  cada  vno  me  alcancase  poco  o  mucho,  y 
más  que  para  que  no  descansase,  entre  tanto 
que  se  hinchian  las  espuertas,  a  mí  se  me  tu- 
biese  vna  siempre  aparejada  llena,  para  trocar 
en  llegando. 

Mata.— ¿Y  mudastes  el  avito  como  los  otros 
cautibos,  ó  andabais  con  vuestros  fandularios 
doctorales? 

Pedro. — No  quise  dexar  la  sotana,  sino 
arremangúela  como  fraire,  y  ansi  andaba,  y  mi 
amo  el  Baxa  estaba  en  vnos  cori'edores  mirando 
y  sonreyéndose  en  verme,  y  embiome  un  tru- 
hán que  me  dixese,  como  que  salia  del,  que  me 
quitase  aquel  abito  y  le  guardase  para  quando 
estubiese  en  gracia.  Al  qual  yo  respondi  de 
manera  que  el  Baxa  lo  oyese:  Guarde  Dios  la 
cabeza  de  mi  amo,  qxie  quando  éste  se  rompiere 
me  dará  otro  de  brocado.  Senti  que  respondió 
el,  de  arriba:  Más  sabe  este  perro  de  lo  que  yo 
le  enseñé.  Mas  no  obstante  esto,  como  vio  que 
los  primeros  días  no  se  me  hazia  de  mal,  y 
quán  perdida  tenía  la  verguen9a  al  trabajo  dán- 
doseme poco,  caile  en  desgracia  por  ver  que  no 
pudiese  con  todo  su  poder  contra  vn  su  esclabo, 
y  disinuiló  el  hazerme  trabajar,  c[ue  yo  pensaba 
que  lo  hazia  para  tentar,  como  el  cortar  de  la 
cabeza,  pero  hasta  el  poner  de  la§  tojas  y  el  ba- 
rrer de  la  casa  después  de  hecha  no  me  dixo 


CRISTÓBAL  DE  VILLALüN 


33 


¿qué  Iiazes  hai?,  sino  siempre  trabajaba  como  el 
que  más. 

Juan.  —  Cou  tanta  jente,  ¿cómo  se  podian 
dar  manos  a  la  obra.'  ¿no  se  confundían  vnos  a 
otros? 

Pedro.  —  Antes  andaba  mejor  orden  que  en 
vn  exercito.  Los  principales  maestres  de  cada 
oficio,  que  llaman  cabemaestros,  no  heran  escla- 
bos,  sino  griegos  libres  ó  turcos,  y  e'stos  toma- 
ban a  cargo  cada  vno  los  esclabos  que  hai  de 
aquel  ofi9Ío  para  mandarles  lo  que  han  de 
hazer.  üormiamos  en  vn  establo  dozientos, 
allá  en  la  mesma  obra,  y  los  otros  venian  de  la 
torre  del  Gran  Turco  y  la  del  Baxa,  que  estaban 
en  Galata,  y  hera  mes  de  junio  quando-  el  sol 
está  mas  encumbrado;  y  dos  horas  antes  que 
amanesciese  salia  vna  voz  como  del  infierno 
de  un  guardián  de  los  xpianos,  cuyo  nombre  no 
hai  para  que'  (')  traer  a  la  memoria  y  dezia: 
biste  ropa,  christianos.  Desde  a  vn  credo  dezia: 
Toca  trompeta.  Salia  vn  trompeta,  esclabo  tam- 
bién, y  sonaba  de  tal  manera  que  cada  dia  se 
representaba  mili  vezes  el  dia  del  juicio.  Alli 
vierais  el  sonar  de  las  cadenas  para  levantarse 
todos,  que  dixerais  que  todo  el  infierno  estaba 
alli.  Terzera  voz  del  verdugo,  digo  del  guardián 
hera:  Fuera  los  del  barro;  los  otros  reposa  vn 
poco.  En  saliendo  los  que  hazian  el  barro  de9Ía: 
Fuera  todos  y  no  se  asconda  nadie,  que  no  le 
aprobecha.  Y  tenía  razón:  hera  tan  de  mañana, 
que  los  maestros  no  verian  trabajar,  pero  no 
faltaba  que  hazer  hasta  el  dia.  Llebabannos  á 
la  mar,  que  estaba  de  alli  vn  tiro  de  ballesta, 
donde  descargaban  la  madera,  piedra  y  ladri- 
llo y  otros  materiales  que  heran  menester,  y 
traíamos  dos  caminos  entre  tanto  que  hera  de 
dia,  y  no  se  permitía  tomar  acuestas  poca 
carga  ni  caminar  menos  de  corriendo,  porque 
iban  detras  con  los  bastones  dando  a  todos  los 
que  no  corriaii,  diziendo:  Yurde,  yurde,  que 
quiere  dezir:  camina,  camina.  Quando  hera 
hora  del  trabajo,  nietiamonos  todos  dentro  de 
vn  patio,  puestos  por  orden  todos,  los  que  no 
sabiamos  oficio  a  vna  parte,  y  los  oficios  todos 
por  sí  cada  vno.  Subíase  el  maestro  de  toda  la 
obra  y  dezia:  Vayan  tantos  canteros  y  parede- 
ros  a  tal  parte  y  tantos  a  tal.  Luego  los  tomaba 
vn  guardián  que  habia  de  dar  quenta  dellos 
aquel  dia,  y  preguntábales:  ¿quántos  esclabos 
abran  menester  de  servicio?;  y  los  que  pidian 
les  daban  del  montón  donde  yo  estaba,  con 
otro  guardián  (pie  andubiese  sobrellos.  De  cada 
vno  de  los  otros  ofi9Íos  repartía  por  esta  mes- 
ma orden  toda  la  jente  que  habia,  y  sobre  los 
mesmos  guardianes  había  otros  sobre  estantes 
que  les  daban  de  palos  sino  arreaban  a  los 
xpianos  para  que  trabajasen  mucho. 

(' )  ilezir. 


Juan. — ¿Qué  os  daban  de  comer,  que  con 
tanto  trabajo  bien  hera  menester? 

Pedro.— Sonaba  el  trompeta  a  comer,  que 
llaman  faitos ,  y  dábannos  por  vna  red  cada 
sendos  quarterones  de  pan. 

Mata. — ¿No  más? 

Pedro. — Y  avn  esto  tan  deprisa,  que  quan- 
do los  postreros  acababan  de  tomar  ya  sonaban 
a  manos  a  labor. 

Juan.— Yo  m'estubiera  quedo. 

Pedro. — No  faltara  quien  os  quebrara  la 
cabeza  a  palos  si  no  respingabais  en  oyéndola. 
Guisaban  también  vna  grandissima  caldera  de 
habas  ó  lentejas,  pero  como  dixo  Sant  Philipo 
a  Christo:  ¿Quid  ínter  tantos?  Por  mí  digo  que 
maldita  la  vez  las  pude  alcanzar;  todo  mi  re- 
medio hera,  que  sin  él  me  muriera,  copia  de 
agua  fresca,  que  estaba  alli  zerca  vna  grandis- 
sima fuente  y  buena,  que  traxo  Ibraim  Baxa  a 
vnos  sus  palacios. 

Juan. — ¿Nunca  les  daban  nada  a  esos  oficia- 
les, siquiera  para  que  nodixesen:  nunca  logres 
la  casa? 

Pedro. — De  quando  en  quando  nos  (')  da- 
ban a  todos  sendos  reales  con  que  a  las  noches 
hazíamos  nuestras  ollas;  mas  como  el  dia  hera 
tan  largo  quanto  la  noche  de  corta  y  no  toca- 
ban la  trompeta  a  recojer  fasta  que  vían  la  es- 
trella, cuando  llegábamos  a  la  caballeriza  donde 
hera  nuestro  aposento,  más  queríamos  dormir, 
según  andábamos  de  alcanzados  de  sueño  y 
molidos  (2)  de  los  palos  que  aquel  día  habíamos 
llebado,  juntamente  con  el  infernal  trabajo.  No 
me  ayude  Dios  si  no  me  acontes9Ío  algunas 
vezes  hallarme  quando  nos  levantábamos  al  tra- 
bajo la  tajada  de  baca  en  la  boca,  que  ansí  me 
había  quedado  sentado  como  9enaba. 

Mata.— ¿Sin  desnudar? 

Pedro. — ¿Ya  nos  tengo  dicho  la  cama  de 
galera? ;  pues  ansí  es  la  de  tierra ;  demás  de  los 
piojos,  que  nos  daban  de  noche  y  de  día  músi- 
ca, lleioaban  los  tiples  la  infinidad  de  las  pul- 
gas, que  nos  tenían  las  carnes  todas  tan  apla- 
gadas  como  si  tubieramos  sarampión. 

Juan. — No  me  marabillo  si  do9Íentos  hom- 
bres estabais  en  solo  un  establo;  y  ¡qué  heden- 
tina vbíera! 

Pedro. — Peor  que  en  galera,  porque  como 
estábamos  todos  zerrados  no  estaba  desabahado 
como  en  la  mar ;  estando  zenando  vnos  y  otros  se 
sentaban  en  vnos  barrílazos  grandes  que  habia 
en  lugar  de  ne9esaria  y  refrescaban  el  aposento. 
Para  hazer  trabaxar  mucho  a  todos  los  que 
íbamos  a  la  mar  a  traer  los  materiales,  vsaba 
desta  astu9Ía:  que  ponía  premio  al  que  más 
carga  trajese  acuestas,  dos  pares  de  ásperos, 


(«)  les. 

(')  cargado.- 


34 


autobiografías  y  memorias 


que  quasi  es  vn  real;  al  que  primero  llegase  en 
casa,  otros  quatro.  Habia  vnos  vellacos  que  en 
su  biela  acá  liabiau  sido  sino  peores  y  más  nial- 
habenturados,  que  [cuantos]  alia  estaban,  que 
sin  pasión  porganar  aquellos  dos  premios  corrían 
con  vnas  cargas  de  bestias;  y  hera  menester,  so 
pena  de  palos,  siguirlos  en  la  carga  y  en  el  paso, 
diziendo  que  también  teniamos  brazos  y  piernas 
como  ellos. 

Mata. — Gran  cosa  fue  con  ninguna  desas 
cosas  no  perder  la  pa^ienjia;  a  Juan  de  Voto 
a  Dios,  yos  seguro  que  no  le  sobrara. 

Pedro, — Vna  o  dos  vezes,  a  la  mi  fe,  ya 
tropeze;  habianme  hecho  vn  dia  cargar  dos  la- 
drillos que  heran  de  solar  aposentos,  de  vn 
palmo  de  grueso  y  como  media  mesa  de  an- 
cho, de  los  quales  hera  vno  suficiente  carga 
para  vn  hombre  como  yo;  y  yendo  tan  fatigado 
que  no  podia  atener  con  los  otros,  ni  via,  por- 
que el  grande  sudor  de  la  cabeza  me  caia  en 
los  ojos  y  me  zegaba,  y  los  palos  iban  espesos, 
alzé  los  ojos  yn  poco  y  dixe  con  vn  sospiro  bien 
acompañado  de  lagrimas :  ¡  Perezca  el  dia  en  que 
nas^i!  Hallóse  zerca  de  mí  vn  judio;  que  como 
yo  andaba  con  barba  y  bien  vestido,  y  los  otros 
no,  traia  siempre  infinita  gente  de  judios  y  grie- 
gos tras  mí,  como  maravillándose,  diziendo  vnos 
á  otros:  Este  algún  rei  o  gran  señor  debe  de  ser 
en  su  tiena;  otros:  Hijo  o  pariente  de  Andrea 
de  Oria.  En  fin,  como  tamboritero  andaba  (') 
muy  acompañado  (^)  y  no  sé  qué  me  iba  a 
decir. 

Mata. — Lo  que  os  dixo  el  judio  quando  se 
acabo  la  pafien^ia. 

Pedro. — ¡Ha!,  dize;  ¡ánimo,  ánimo,  gentil 
hombre,  que  para  tal  tiempo  se  ven  los  caba- 
lleros! Y  llegóse  a  mí  y  tomóme  el  vn  ladrillo 
•y  fuese  conmigo  a  ponerle  en  su  lugar.  Res- 
pondile:  El  animo  de  caballero  es,  hermano, 
poner  la  vida  al  tablero  cada  y  quando  que  sea 
menester  de  buena  gana;  pero  sufrir  cada  hora 
mili  muertes  sin  nunca  morir  y  llebar  palos  y 
cargas,  más  es  de  caballos  que  de  caballeros. 
Quando  los  guardianes  que  estaban  en  la  se- 
gunda puerta  de  la  casa  vieron  dentro  el  judio, 
maravillados  del  avito,  que  no  [le]  hablan  visto 
trabajar  aquellos  dias,  preguntáronle  que  qué 
buscaba ;  dixoles  cómo  me  habia  ayudado  a  traer 
aquella  carga,  porque  yo  no  podia;  respondie- 
ron: ¿Quién  te  mete  a  ti  donde  no  te  llaman?; 
¿somos  tan  necios  que  no  sabemos  si  puede  o 
no?  Y  diziendo  y  haziendo,  con  los  bastones, 
entre  todos,  que  heran  diez  o  doze,  le  dieron 
tantos  que  ni  él  ni  otro  no  osó  más  llegarse  a 
mí  de  alli  adelaiite. 

Mata.— En  verdad  que  he  pensado  rebentar 

(')  siempre. 

(*)  y  dixome  como  digo  el  judio. 


por  las  ijadas  de  risa,  si  no  lo  templara  la  falta 
de  paciencia  pasada;  pero  por  lo  que  dcfiais  de 
barba,  ¿los  otros  cautibos  no  la  traen? 

Pedro. — Ni  por  más  fabor  que  tenga[u]  no 
se  lo  consentirán;  cada  quince  dias  les  rapan 
cabello  y  barba,  ansi  por  la  limpieza  como  por 
la  insigña  d'esclabo  que  en  aquello  se  ve;  y  si 
eso  no  fuese,  muchos  se  huirian. 

Juan.— ¿No  es  mejor  herrarlos  en  el  rostro 
como  nosotros? 

Pedro. — Eso  tienen  ellos  a  mal  y  por  pe- 
cado grande;  también  en  las  galeras  de  chris- 
tianos  rapan  toda  la  chusma  cada  semana  por 
la  mesma  causa. 

Mata. — A  mí  me  pares9e  que  ser  esclabo 
acá  es  como  alia,  y  ansi  son  de  vna  manera  las 
galeras,  aunque  todavía  querría  yo  más  remar 
en  las  nuestras  que  en  las  otras. 

Pedro. — Estáis  muy  engañado;  por  mejor 
ternia  yo  estar  entre  turcos  quatro  años  que  en 
éstas  vno.  La  causa  es  porque  en  éstas  estáis 
todo  el  año,  y  alia  no  más  del  verano;  en  éstas 
no  os  dan  de  comer  bizcocho  hasta  hartar,  y 
aquello  todo  tierra;  en  las  turquescas  muy  buen 
bizcocho,  y  rancho,  si  no  es  algunas  vezes  que 
falta;  que  sobre  Bonifacio,  en  Corzega,  quando 
la  tomamos,  treinta  habas  vendían  por  vn  áspe- 
ro, que  es  vn  cuartillo;  y  en  Constantinopla, 
estando  en  tierra,  no  falta  mucho  y  buen 
pan  (^)  y  la  merced  de  Dios,  que  es  grande. 
Sola  vna  cosa  tenéis  buena  si  estáis  en  las  de 
acá,  y  es  el  negociar,  que  cada  dia  pasan  jentes 
que  os  pueden  llebar  cartas  y  rogar  por  vos, 
que  aprovecha  bien  poco,  y  avn  ¡ojala!,  después 
de  haber  cumplido  el  tiempo  por  que  os  hecha- 
ron,  con  servir  otros  dos  años  de  gra9Ía,  os  de- 
xen  salir;  pues  azotes,  yos  prometo  que  no  hai 
menos  que  en  las  otras;  la  ventura  del  que  es 
esclabo  es  toda  las  manos  en  que  cae:  si  le 
lleba  algún  capitán  de  la  mar,  hazed  quenta 
que  va  condenado  a  las  galeras;  si  em  poder  de 
algún  caballero  o  particular,  allá  lexos  de  la 
mar,  tratanlos  como  los  que  acá  los  tienen  en 
Valladolid,  sirviéndose  dellos  en  casa  y  dando- 
Íes  bien  de  comer  de  lo  que  en  casa  sobra,  y  a 
éstos  también,  quando  losamos  mueren, quedan 
en  los  testamentos  libres. 

Mata. — ¿Qué  oficios  os  mandaban  hazer  a 
vos  en  ese  trabajo? 

Pedro. — Mejor  os  sabría  dezir  que  no  me 
mandaban.  Los  primeros  días  servimos  vn  ca- 
pitán y  yo  a  quatro  maestros  que  hazían  vn 
horno,  de  traer  la  tierra  y  amasar  el  varro  y 
servírselo;  otros  después  con  vnas  angarillas, 
que  llaman  alia  vayardo,  entre  otro  y  yo  traía- 
mos la  argamasa  que  gastaban  muchos  maes- 
tres; quando  me  querían  descansar  un  poco, 

(')  a  comprar  varato. 


CEISTOr.AL  PE  VILLAL()N 


35 


porque  faltaba  rripia,  con  vna  gran  maza  de 
yerro  me  Iiazian  quebrar  cantos  grandes,  y  si 
me  volvía  a  rascar  la  oreja,  el  sobreestán  te  me 
tocaba  con  el  bastón,  que  no  me  comia  allí  más 
por  aquellos  días.  Sobre  la  cabeza,  en  vnas  ta- 
blas, acarreaba  muchos  dias  de  la  argamasa, 
que  me  hazia  devilitar  mucho  el  zelebro,  fasta 
tomarlo  en  costumbre.  Vn  dia  de  Sant  Verna- 
be,  que  es  el  dia  que  el  sol  haze  quanto  puede, 
me  acuerdo  que  en  donde  mejor  reberberaba 
nos  hizieron  a  tres  capitanes  y  a  mi  zerner  vna 
montannela  de  tierra  para  amasar  barro,  y  que- 
daron por  aquellos  dias  las  caras  tan  desolladas, 
que  no  se  les  olvido  tan  presto. 

Mata. — ¿Para  qué  querían  tanto  barro? 

Pedro. — No  quieren  los  turcos  hazer  per- 
petuos edificios,  sino  para  su  vida,  y  ansí  las 
paredes  de  la  casa  son  de  buena  piedra  y  lodo, 
y  por  la  vna  y  la  otra  parte  argamasa,  que  no 
es  mal  edificio.  Vsó  el  Vaxá  con  los  ofi9Íales 
otra  segunda  astu9Ía  de  premios:  puso  á  los 
alvanires  y  canteros,  encima  las  paredes  que 
iban  ha9Íendo,  vna  pieza  de  diez  varas  de  bro- 
cado vaxo,  que  valdrian  ^inquenta  escudos,  di- 
ciendo que  el  que  aquel  dia  hiziere  más  obra, 
trabajando  todos  aparte,  que  fuese  suyo  el  bro- 
cado; a  los  zerrageros:  al  que  más  piezas  de 
zerrajas  y  vísagras  y  esto  hiziese,  aquel  dia  se- 
rian dados  treinta  escudos,  y  cincuenta  al  car- 
pentero  que  más  ventanas  y  puertas  diese  á  la 
noche  hechas.  Ya  podéis  ver  el  pobre  esclabo 
cómo  se  deshiziera  por  ganar  el  premio;  pares- 
ció  hecha  mucha  obra  a  la  noche,  y  cumplió 
muy  bien  su  palabra  como  quien  hera;  pero 
dixo  al  que  llebó  la  pieza  de  brocado:  tomad 
vuestro  premio,  y  en  verdad  que  sois  buen 
maestro:  nos  descuidéis  de  trabajar,  porque  me 
quiero  pasar  presto  a  la  casa;  tantos  pies  de 
pared  habéis  hecho  oy;  el  dia  que  hizierodes 
vno  menos  que  oy,  os  mandaré  dar  tantos  pa- 
los como  hilos  tiene  la  ropa  que  llebastes;  y  los 
que  no  han  llebado  el  premio,  a  cada  vno  Q) 
doi  de  tarea  igualar  con  la  obra  de  oi.  Vn  en- 
tallador, con  solo  un  aprendiz-  que  labraba  lo 
tosco,  hizo  do^e  ventanas,  al  qual,  vno  sobre 
otro,  dio  los  9Ínquenta  escudos,  pero  con  la 
mesma  salsa;  y  consiguientemente  a  todos  los 
demás  ofi9Íales  hizo  trabajar  executando  la 
pena,  de  modo  que  le  ahorraron  lo  que  les  dio. 
Si  se  comenzaban  a  la  mañana  los  9Ímientos 
donde  había  de  aver  vna  sala,  a  la  tarde  estaba 
tan  acabada  que  podían  vivir  en  ella. 

Mata. — Dos  dedos  de  testimonio  querría 
ver  deso,  porque  de  papel  avn  pares9e  impo- 
sible. 

Pedro. — Soi  contento  dároslo  a  entender: 
en  el  instante  que  se  comenzaba  venia  el  enta- 

(')  me  de 


llador  por  la  medida  de  la  ventana  que  habían 
de.dexar,  y  de  la  puerta,  y  ponía  luego  dili- 
genfia  de  hazerla  en  el  aire;  llegaba  el  aerrajero 
con  sus  yerros  todos  que  heran  menester,  y  an- 
tes que  se  acabase  la  pared  ya  las  ventanas  y 
puertas  estaban  en  su  lugar;  el  pedazo  de  pared 
que  estaba  hecho  de  (')  obra  gruesa  iban  otros 
maestros  haziendo  de  obra  prima;  y  ansí  venia 
todo  a  cumplirse  junto. 

Joan. — Dios  os  guarde  de  tener  muchos 
oficiales  y  que  los  podéis  mandar  C-^)  a  palos. 
Está  Mátalas  Callando  acostumbrado  de  las 
mentiras  de  los  ofi9Íales  de  por  acá,  que  de  dia 
en  dia  nos  traen  todo  el  año.  ¿Quál  fue  la  se- 
gunda vez  que  se  quebró  la  pa§ien9Ía? 

Pedro. — Como  trataba  con  la  cal,  habíame 
comido  todas  las  yemas  de  los  dedos  por  den- 
tro y  las  palmas,  que  avn  el  pan  no  podía  to- 
mar sino  con  los  artejos  de  fuera;  y  mandáron- 
me vn  dia  que  se  hazia  el  tejado,  para  más  me 
fatigar,  que  subiese  con  vna  destas  garruchas 
tejas  y  lodo,  y  la  soga  hera  de  zerdas.  ¡Imagi- 
nad el  trabaxo  para  las  manos  que  el  pan  blan- 
do no  podian  tomar!  Y  después  de  subidas 
hera  menester  subir  al  tejado  a  darlas  a  la  mano 
a  los  retejadores.  Hazia  razonable  sol,  y  vime 
tan  desesperado,  que  si  n9  fuera  porque  sabia 
cierto  irme  al  infierno,  no  me  dejara  de  hechar 
alli  avajo  de  cabeza  postponíendo  toda  la  leí  de 
natura  y  orden  de  no  se  aborres9er  a  sí  mesmo. 
Aquella  mesma  tarde  me  mandaron  en  vna 
herrada  traer  vn  poco  de  argamasa  para  el  alar 
del  texado;  y  quando  la  hinchí,  con  el  peso, 
queriéndola  cargar,  quitosele  el  suelo  y  vime  el 
más  confuso  que  podía  ser,  porque  me  daban 
prisa.  Tomé  el  mesmo  suelo  y  llebé  vn  poco, 
porque  no  holgasen  los  maestros.  Quando  el 
guai-dian  lo  vio,  preguntóme:  Perro,  ¿qué  es 
eso?,  y  en  hablando  yo  la  desculpa,  diome  tan- 
tos palos  con  su  bastón,  corriendo  tras  mi,  que 
se  me  acuerda  oi  dellos  para  contároslos,  y  por 
despecho  me  hizo  ir  a  traer  más  en  vn  9esto 
como  de  sardinas,  para  que  se  me  ensucíase 
bien  la  sotana,  y  caíame  quando  venía,  como 
hera  líquido,  por  las  espaldas,  y  todo  lo  quema- 
ba por  donde  pasaba,  hasta  que  me  deparó  Dios 
vn  capacho,  el  qual  me  defendía  puesto  en  la 
cabeza. 

Mata. — ¿No  había  en  todo  ese  tiempo  na- 
die de  los  que  habías  curado  que  rogase  por 
vos,  siquiera  que  no  os  mataran? 

Pedro. — Más  holgara  yo  que  alcanyavan 
que  me  ahorcasen.  Todavía  vno  vino  este  mesmo 
día,  acarreando  yo  lodo,  que  jamas  le  había  visto 
ni  le  vi  sino  aquella  vez;  creo  que  debía  de  ser 
nmy  privado  del  reí;  y  estando  yo  hinchendo 


(')  tosco 
^')  como 


36 


autobiografías  y  memorias 


la  espuerta  de  lodo,  púsose  detras  de  mí,  mirán- 
dome, con  vna  sotana  de  ter9Íopelo  verde  y  vna 
juba  de  brocado  enzima,  que  bien  parescia  de 
arte,  y  dixime:  Di,  xpiano,  aquella  pliilosopliia 
de  Aristotil  y  Platón,  y  la  medicina  del  Galeno, 
y  eloquencia  de  CÍ9erou  y  Demosthencs,  ¿qué 
te  han  aprobechado?  No  le  pude  responder  muy 
de  repente,  ansi  por  la  prisa  del  guardián  y 
miedo  de  los  palos  como  por  las  lagrimas  que 
de  aquella  lanzada  me  saltaron,  y  en  ponién- 
dome la  espuerta  sobre  los  homliros,  volvi  los 
ojos  a  él  y  dixele:  Ame  aprobechado  para  saber 
sufrir  semejantes  dias  como  éste. 

Juan.  — ¿Y  en  que  lengua? 

Pedro.— En  esta  propia.  Satisfizose  tanto 
de  la  respuesta,  que  arremetió  conmigo  y  quí- 
tame la  espuerta  y  cárgasela  sobre  sí,  y  base  a 
donde  estaba  el  Baxá  mirando  la  obra,  y  entra 
diziendo:  Seilor,  yo  y  mi  muger  y  hijos  quere- 
mos ser  tus  esclabos  porque  no  mates  seme- 
jante hombre,  que  allanís  pocos  como  éste,  en 
lo  qual  contradÍ9es  a  Dios  y  al  Rei.  Atónito  el 
Baxá  de  verle  ansi,  fue  para  abrazarle  diziendo 
que  se  hiziese  todo  lo  que  mandase;  y  mandóme 
que  no  trabajase  más  y  me  fuese  a  casa,  y  aquel 
turco  diome  vncs  no  sé  quantos  ásperos.  Ya 
podéis  contemplar  el  gozo  que  yo  llebaria  yen- 
dome  a  casa  libre  del  trabajo. 

Mata. — Como  quien  sale  del  infierno,  si  no 
duró  poco. 

Pedro. — Hasta  la  mañana  quando  mucho, 
que  me  quedé  muy  repantigado,  quando  los 
otros  se  fueron,  en  la  cama,  y  el  sobreestante 
de  toda  la  obra  hechome  menos,  y  habiéndole 
mandado  el  Baxá  que  me  hiziese  bolver  al  tra- 
bajo, embió  por  mí  y  diome  la  estada  de  la  cama 
y  bolvimos  al  mesmo  juego  de  prin9Ípio. 

Juan. — ¿No  caia  alguno  malo  entre  tanto 
que  fuera  privado? 

Mata. — Buena  fuera  vna  poca  de  asma  de 
quando  en  quando  y  no  la  haber  desraigado. 

Pedro. — Vno  cayó  y  me  hizieron  irle  a  ver, 
que  tenia  mucha  fe  conmigo,  y  dexabanme  le  ir 
a  ver  dos  vezes  cada  dia;  no  dexaba  de  ser  pro- 
lixo  en  la  vista  y  dezir  que  hera  menester  estar 
yo  viendo  lo  que  el  voticario  hazia,  porque  no  lo 
sabria  hazer,  por  halentar  siquiera  vn  poco. 
Gozé  tres  días  razonables,  pero  en  fin  no  le  supe 
curar. 

Jdan. — ¿Cómo?  ¿Murióse  o  no  le  conos9Ístes 
la  enfermedad? 

Pedro. — No  sino  que  sanó  muy  presto,  que 
quando  luenos  me  caté,  queriéndole  ir  vna  ma- 
ñana a  ber,  le  veo  pasar  a  caballo. 

Mata. — Tiene  razón,  que  a  estos  tales  hera 
bien  alargar  la  cura,  como  suelen  los  médicos 
hazer  a  otros. 

Pedro. — Los  cirujanos  diréis,  que  el  medico 
es  imposible. 


Mata. — ^¿Qué  mas  tiene  lo  vno  que  lo  otro? 

Pedro. — Mucho,  porque  el  medico  es  coad- 
jutor de  natura  y  si  él  se  descuida  viene  natura- 
leza, dale  vn  sudor,  o  vnas  cámaras  o  sangre 
de  narizes,  que  le  haze  dar  vna  hega  al  medico; 
mas  el  zirujano,  quando  quiere  ahonda  la  llaga; 
quando  quiere  la  ensu9Ía,  prin9Ípalmente  si  no 
se  iguala  o  no  le  pagan.  Todos  son  crueles  en 
eso;  apenas  hallai'eis  quien  haga  rectamente  su 
ofi9Ío;  demás  deso,  son  tiranos;  al  pobre  no  curan 
de  gra9Ía;  los  más,  como  lo  tienen  jurado,  no 
es  más  en  su  mano  dexar  d'ensu9Íar  la  llaga 
quando  sienten  dineros,  que  en  el  sastre  dexar 
de  hurtar  puestas  las  manos  en  la  masa. 

Mata. — ¿Por  qué  dezis  de  hurtar?;  buen 
aparejo  teníais  siendo  medico  de  hazerlo,  pues 
entrabais  donde  habia  qué. 

Pedro. — No  me  lo  demandará  Dios  eso, 
porque  jamas  me  pasó  por  el  pensamiento,  como 
fuese  pecado,  que  si  se  sabia  perdia  toda  la 
honrra  y  crédito.  Quando  trabajábamos,  es  la 
verdad  que  a  la  noche  quitábamos  los  mangos 
a  la  pala  de  yerro  o  azadas  que  podíamos  cojer 
y  rebujábamos  con  el  capoto  para  vender  á  los 
judios  que  compran  por  poco  dinero;  todavía 
nos  daban  tres  o  quatro  ásperos  por  cada  vna, 
que  habia  para  vna  olla,  y  esto  hazia  quasi  por 
vengarme  del  trabajo  que  aquel  dia  pasaba  con 
ello. 

Mata. — ¿Pues  tantas  palas  y  azadas  heran 
que  habia  para  todos  que  hurtar. 

Pedro. — Donde  andaban  tantos  hobreros, 
menester  heran  erramientas,  quanto  más  que 
los  herreros  no  sirbian  de  otro  si  no  de  hazellas, 
que  ya  los  sobreestantes  tenían  por  cierto  que 
hurtábamos  las  que  podíamos,  pero  no  lo  podían 
remediar,  que  heramos  tantos  que  no  sabia  qué 
hazerse  (');  la  maestranza  que  va  al  tarazanal 
a  trabajar  en  las  obras  del  Gran  Señor,  a  la 
noche  siempre  trae  algo  hurtado  que  vender 
para  su  remedio,  como  los  que  hazen  remos, 
plomo;  los  carpinteros,  clabos;  algunos,  yaque 
otro  no  ])uedon,  alguna  tabla  o  maderueJos 
para  bancos.  Quisiéronles  poner  grande  estre- 
cheza  vna  vez  que  supieron  que  habia  hombres 
que  llevaban  valia  de  su  ducado  cada  noche,  y 
hazianlos  pasar  por  contadero  y  catábanlos  a 
todos  de  manera  que  al  que  topaban  algo  le 
azotaban  y  se  lo  quitaban;  pero  supiéronles  la 
maña,  porque  hizieron  sendos  barrílles  como 
pipotes  de  azitunas,  colgados  de  vna  cadeni- 
lla, para  llebar  agua,  que  otros  lo  vsahan,  y  el 
tempano  se  quitaba  y  ponía,  y  al  salir  metían  lo 
que  habían  hurtado  dentro,  y  toniaban  su  barril 
acuestas  y  salíanse,  que  nadie  lo  imaginava; 
hasta  que  vn  vellaco  por  inibidia  y  hazer  mal  a 
los  compañeros  lo  descubrió;  mas  no  obstante 

(*)  también. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


87 


eso  siempre  buscan  buenas  y  nuebas  invencio- 
nes como  se  remediar.  Traen  los  turcos  vnas 
fintas  muy  galanas  a  manera  de  toallas  de  tafe- 
tán muy  labrado  y  largas  que  les  den  tres  buel- 
tas,  que  cuesta  dos  ó  tres  escudos;  hai  algunos 
esclabos  que  no  hazen  sino  comprar  vna,  la 
más  galana  que  pueden  haver,  y  mótenla  dentro 
de  vna  volsa  de  lienzo  muy  cojida;  traen  jun- 
tamente otra  bolsa  ni  más  ni  menos  que  aquella 
con  vnas  rodillas  ó  pedazos  de  camisa  viejos,  y 
quando  van  por  la  calle  y  ven  algún  turco  que 
les  pares^e  visoño  que  viene  a  comprar  algunas 
cosas,  de  los  quales  cada  dia  hai  vna  infinidad, 
dizenle  si  quiere  comprar  aquella  cujanqa,  que 
ansi  se  llama,  y  miiestransela  con  rrezelo,  mi- 
rando a  vna  parte  y  a  otra,  dándole  a  entender 
que  la  trae  hurtada  y  Ueba  abisado  el  guardián 
que  le  de  prisa  y  demanda  por  ella  poco,  como 
por  cosa  que  no  le  costo  más  de  tomarla;  como 
el  otro  ve  que  es  esclabo  y  le  paresce  no  la  haber 
podido  aber  sino  hurtándola,  luego  se  acubdÍ9Ía 
y  va  recatadamente  regateando  tras  e'l,  y  el 
guardián  dándole  prisa;  quando  se  con9Íerta 
dizele  quedico  que  la  tome  y  no  la  torne  a  des- 
coger, porque  no  le  vean,  y  dale  sus  dineros  y 
el  esclabo  le  da  la  otra  bolsa  en  que  uan  los  pe- 
dazos, con  que  va  muy  vfano,  hasta  que  ve  el 
engaño  en  casa. 

Juan. — El  mejor  quento  es  que  puede  ser, 
pero  no  se  podra  hazer  muchas  vezes  porque 
ese  engañado  abisará  a  otros  y  quando  topare 
con  el  esclabo  procurará  vengarse. 

Pedro. — No  se  puede  hazer  eso  ni  esotro; 
¿pensáis  que  Constantinopla  es  alguna  aldea  de 
España  que  se  conosíjen  vnos  a  otros?;  que  no 
hai  dia,  como  tiene  buen  puerto,  que  no  haya 
tanta  gente  forastera,  como  en  Valladolid  na- 
tural; pues  conoscer  más  el  cautibo,  vueltas  las 
espaldas,  es  hablar  en  lo  excusado,  porque  avn 
vnos  compañeros  a  otros  no  se  conoscen.  Lo 
mesmo  suelen  hazer  con  vnas  vainicas  de  cu- 
chillos muy  galanes,  guarnes9¡dos  de  plata,  que 
ellos  vsan;  moneda  falsa  se  bate  poca  menos  en- 
tre esclabos  que  en  las  casas  de  la  moneda;  diez 
pares  de  ojos  habéis  menester  quando  compráis  o 
hendéis;  a  doze  ásperos  os  darán  el  ducado  falso, 
que  le  pasareis  por  bueno,  que  vale  60;  ¡tanto  es 
de  bien  hecho  !^  y  os  le  venderán  por  falso. 

Juan. — ¿Y  eso  no  se  castiga? 

Pedro. — ¿Que  les  han  de  hazer?  ¿Hecharlos 
a  las  galeras?  Ya  ellos  s'estan;  ninguna  cosa 
aventuran  a  perder. 

Mata. — ¿Pues  quie'n  se  los  compra? 

Pedro. — Mili  gentes,  para  pasarlos  por  bue- 
nos. Thesoreros  de  señores,  para  quando  les 
mandan  dar  quantidad  de  dineros  de  alguna 
merced;  entre  los  buenos  ducados  dan  algunos 
destos,  poi'que  saben  que  a  quien  dan,  como 
dÍ9e  el  refrán,   no  escojo  ni  an  de  ir  á  dczir 


este  es  falso.  También  los  pasan  los  cautibos 
comprando  algunas  cosas  de  comer,  y  los  que 
más  pulidamente  lo  hacen,  son  9Íertos  esclalios 
fiados  que  andan  sin  guardianes  y  se  ban  a  la 
calle  de  los  cambiadores,  que  son  judios  los 
más,  y  es  ofi9Ío  que  mucho  se  corre. 

Mata. — ¿Pues  tanta  moneda  corre  alia? 

Pedro. — Tanta,  por  9Íerto  de  oro,  quanta 
acá  falta,  que  no  os  trocarán  vn  ducado  si  no 
pagáis  vn  áspero;  y  si  queréis  comprar  el  du- 
cado habéis  de  pagar  otro  áspero. 

Mata. — Vamonos  alia,  compañero,  a  ha9er 
ospitales,  que  lo  de  acá  todo  es  piojería;  mas 
con  todo  bien  tenemos  este  año  que  comer.  ¿Y 
qué  ha9en  esos  con  los  ducados  falsos  en  la 
calle  de  los  cambiadores?  ¿Por  ventura  engañan 
a  los  judios? 

Pedro. — Deso  están  bien  seguros,  que  no 
son  jente  que  se  maman  el  dedo.  Tienen  vuo 
en  la  boca  y  aguardan  los  visónos  que  van  a 
trocar  algún  buen  ducado;  y  como  quando  no 
es  de  peso,  el  cambiador  no  le  quiere,  si  no  se 
escalfa  lo  que  pesa  menos,  base  a  otra  tienda, 
y  estonces  el  esclabo  le  llama,  ha9Íendosele  en- 
contradizo, dÍ9Íendole  ¿que  que  había  con  aquel 
puto  judio?  Luego  él  dÍ9e:  En  verdad,  herma- 
no, quiéreme  quitar  de  un  ducado  bueno  tantos 
ásperos;  responde:  As  de  saber  que  este  es  vn 
vellaco  y  muy  escrupuloso;  ¿el  ducado  es  bueno? 
El  otro  se  le  da  simplemente  para  que  le  vea  y 
toma  el  ducado  y  llévale  a  la  boca  para  hincarle 
el  diente,  a  ber  si  se  doblega,  y  saca  el  otro  falso 
que  tenia  en  la  boca  y  dáselo  y  dÍ9e:  Miente, 
que  éste  es  muy  fino  y  bonissimo  ducado;  por 
tanto  vete  aquél,  que  es  hombre  de  bien,  y  el 
dará  todo  lo  que  vale  sin  pesarle,  y  señálale 
vno  qualquiera  de  los  cambiadores ;  y  en  bol- 
viendo  las  espaldas,  él  se  va  por  otro  camino  y 
se  desapares9e. 

Mata. — ¿Pues  qué  más  harian  los  gitanos? 

Pedro. — Tan  hábiles  son  los  esclabos  como 
ellos,  porque  tienen  el  mesmo  maestro,  que  es 
la  necesidad,  enemiga  de  la  virtud. 


COLOQUIO  IV 

Cébase  una  pestilencia  en  los  cautivos.— Enferma  la  mujer  de 
Rustan  Bajá.— Es  llamado  Pedro  á  curarla. — Lazos  que  á 
ésle  ponían  sus  enemigos. — Cuestiones  con  los  miélicos  ju- 
díos.— Sangra  á  la  Stillana,  quien  recupera  la  salud.— Ob- 
tiene aquél  por  esto  algunas  mercedes. — Ejerce  su  profesión 
en  la  ciudad.— Nueva  enfermedad  de  Si n.-in.— Disputa  Urde- 
malas  otra  vez  con  los  judíos.— Púnese  el  Raja  en  manos  de 
curanderos  supersticiosos  y  embaucadores. — Opera  el  cautivo 
á  Sinán,  quien  sana  de  la  hidropesía.  — Alcanza  Pedro  su 
carta  de  libertad  y  la  privanza  de  Sinfín.— Recaída  y  muerte 
de  ¿ste. — Crueldades  que  había  cometido  con  varios  cristia- 
nos prófugos. — Sus  funerales.  -Almoneda  de  sus  bienes.— 
Crecido  número  de  cautivos  que  había  en  Constantinopla. — 
Resuelve  Pedro  huir  de  allí. 

Mata. — El  fin  sepamos  del  trabajo.  ¿Cómo 
so  acabó  la  casa? 


38 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Pedro. — Fue,  como  tengo  contado,  fasta 
que  vino  la  pestilencia  y  entró  en  nuestro  esta- 
blo algo  enojada  y  comenzó  de  dezmarnos  de 
tal  manera,  que  de  quatro  partes  murieron  las 
tres,  y  yo  fui  herido  entrellos,  y  fue  Dios  ser- 
vido que  quedase,  habiéndose  muerto  en  tres 
dias  de  nuebe  que  comiamos  juntos  los  siete. 

Joan. — Nunca  he  visto  pestilengia  tan  agu- 
da como  es  esa, 

Pedro. — Viene  un  carbunchico  como  vn 
garbanfo,  y  tras  el  vna  seca  a  la  ingre  o  al  so- 
baco; a  esto  sus9eden  sus  ayidentes  y  calentura, 
de  tal  suerte  que  o  muere  o  queda  lisiado  para 
siempre  de  algún  miembro  menos  o  tal  que 
cosa;  quando  viene  la  seca  sin  carbuncho,  es 
muy  pestilencial;  por  marabilla  escapa  hombre; 
y  quando  es  con  el  grano,  muchos  escapan.  Es- 
taba yo  herido  en  vna  pierna,  y  hizeme  sacar 
dos  libras  de  sangre  de  vna  vez,  abiertos  jun- 
tamente entrambos  brazos,  y  purgúeme  sin  xa- 
ropar,  y  estube  9Ínquenta  dias  malo  sobre  vn 
pellejo  de  carnero  que  por  grande  limosna  ha- 
bía alcancado.  Harto  peor  servido  que  en  la 
primera  enfermedad  os  conté,  porque  como  te- 
nia la  landre  todo  el  mundo  huia  de  mí. 

Juan. — Y  que  ¿tan  contina  es  alli  esta  mala 
cosa? 

Pedro. — Jamas  se  va  en  imbierno  ni  en 
verano,  saibó  que  menos  jente  muere  el  im- 
bierno. 

Juan. — ¿Y  no  la  aciertan  a  curar  los  médi- 
cos de  aquella  tierra? 

Pedro.  -Ni  ellos  la  curan  ni  la  entienden; 
la  mayor  cura  que  le  hallé  yo  alia,  que  por  acá 
tampoco  la  habia  visto,  es  sangrar  mucho  y 
purgar  sin  xaropar  el  mesmo  dia. 

Mata. — ¿No  hera  mejor  poco  a  poco? 

Pedro. — Si  do9e  ó  quince  horas  os  descui- 
dabais, luego  se  pintaba  y  perdona  mucho. 

JüAN. — ¿Qué  llamáis  pintar? 

Pedro. — Quando  se  quieren  morir  les  salen 
vnas  pintas  leonadas,  y  quando  aquellas  están, 
avnque  le  parezca  estar  bueno,  se  muere  de  tal 
arte  que  jamas  se  ha  visto  hombre  escapar  des- 
pués de  pintado,  si  las  pintas  son  leonadas  o 
negras;  si  son  coloradas,  algunos  escapan. 

Mata. — ¿Y  esa  no  podria  remediarse  que 
no  la  ubiese? 

Pedro. — Dificultosamente,  porque  los  tur- 
cos no  se  guardan,  diciendo  que  si  de  Dios  está 
no  hai  que  huir,  y  ansi  acabado  de  morir, 
vno  se  viste  la  camisa  del  muerto,  y  otro  el 
jubón,  y  otro  las  calzas,  y  luego  se  pega  como 
tina. 

Juan. — ¿La  casa  se  debió  de  acabar  entre 
tanto  que  tubistes  la  enfermedad? 

Pedro.  -Es  ansi,  y  no  fue  mi  amo  a  posar 
en  ella  con  poco  triimipho;  porque  demás  que 
hera  General  de  la  mar,  el  (jran  Turco  so  par- 


tió para  Persia  contra  el  Sophi,  y  dexóle  por 
governador  de  (')  Constantinopla  y  todo  el  Im- 
perio. 

Mata.— ¿Llevaba  mucha  gente  el  Turco  en 
campo? 

Juan. — No  mezclemos,  por  amor  de  Dios, 
caldo  con  berzas,  que  después  nos  dirá  la  vida 
y  costumbres  de  los  turcos;  agora,  como  ba,  aca- 
be de  contar  la  vida  suya.  ¿Qué  fue  de  vos  des- 
pués de  sano  de  la  pestilencia? 

Pedro. — Luego  me  vino  a  la  mano  la  cura 
de  la  hija  del  Gran  Señor,  que  habia  dos  meses 
que  estaba  en  oy  se  muere,  más  mañana;  y  ya 
que  habia  corrido  todos  los  protomedicos  y  mé- 
dicos de  su  padre,  vinieron  a  mí  a  falta  de 
hombres  buenos  en  grado  de  apelación ;  y  quiso 
Dios  que  sanó. 

Mata. — ¿Pues  vna  cosa  la  mas  notable  de 
todas  quantas  podéis  contar  dezis  ansi  como 
quien  no  dice  nada?  ¿A  la  mesma  hija  del  Gran 
Señor  ponían  en  vuestras  manos? 

Pedro. — Y  avn  que  es  la  cosa  que  más  en 
este  mundo  él  quiere. 

Mata.  —¿Pues  qué  entrada  tubistes  para 
eso? 

Pedro. — Yo  os  lo  diré:  su  marido  hera  her- 
mano de  mi  amo,  y  llamábase  Rustan  Baxá;  y 
como  no  aprobechaba  lo  que  los  médicos  ha- 
9Ían,  mí  amo  mandóme  llamar,  que  habia  qua- 
tro meses  que  no  le  habia  visto,  para  pidirme 
consejo  qué  le  harían,  y  el  que  me  fue  a  llamar 
díxome:  Beato  tú  si  sales  con  esta  empresa, 
que  creo  que  te  llaman  para  la  Sultana,  que 
ansí  la  llaman.  Yo  holgueme  todo  lo  posible, 
avnque  iba  con  mis  dos  cadenas.  Y  quando  lle- 
gué á  mí  amo  Zinan  Baxá,  que  estaba  en  su 
trono  como  rreí,  díxome  que  qué  harían  a  vna 
mujer  que  tenía  tal  y  tal  indisposición.  Yo  le 
dixe  que  viéndola  sabríamos  dar  remedio.  El 
dixo  que  no  podía  ser  verla,  sino  que  ansi  di- 
xese;  a  lo  cual  yo  negué  poderse  por  ninguna 
vía  hazer  cosa  buena,  sin  vista,  por  la  informa- 
ción, dando  por  excusa  que  por  ventura  la  que- 
rría sanar  y  la  mataría,  y  que  no  permitiese,  sí 
era  persona  de  importancia,  que  yo  la  dexase  de 
ver,  porque  de  otra  manera  ningún  beneficio 
podría  rescibir  de  mí,  porque  el  pulso  y  orina 
heran  las  guías  del  medico.  Como  él  me  vio 
firme  en  este  proposito  y  los  que  estaban  alli 
les  parescia  llebar  camino  lo  que  yo  dezia,  que 
verdaderamente  andaba  porque  me  viera  para 
que  me  hiziera  alguna  merced,  mandóme  sen- 
tar junto  á  sus  píes,  en  una  almohada  de  bro- 
cado y  dixo  a  vn  interprete  que  me  dixese  que 
por  amor  de  Dios  le  perdonase  lo  que  me  había 
hecho,  que  todo  iba  con  zelo  de  hazerme  bien, 
y  con  el  grande  amor  que  me  tenía,  y  que  estu- 

(')  todo. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALOÍÍ 


39 


biese  ^ierto  que  él  me  tenia  sobre  su  cabeza,  y 
me  liazia  saber  que  la  enferma  era  vna  señora 
de  quien  él  y  su  hermano  y  todos  ellos  depen- 
dían; de  tal  arte,  que  si  ella  moria,  todos  que- 
daban perdidos;  por  tanto  me  rogaba  que,  no 
mirando  a  nada  de  lo  pasado,  yo  hiziese  todo  lo 
que  en  mí  fuese,  que  lo  de  menos  que  él  baria 
seria  darme  livertad ;  a  lo  qual  yo  respondí,  que 
vesaba  los  pies  de  su  excelencia  por  la  merced 
y  que  mucho  mayor  merced  habia  sido  para  mí 
todo  lo  que  conmigo  habia  vsado  que  darme  li- 
vertad, porque  en  mas  estimaba  yo  ser  querido 
de  vn  tan  gran  principe  como  él  que  ser  libre, 
pues  siendo  libre  no  hallara  tal  arrimo  como  te- 
nia siendo  esclabo,  y  en  lo  demás  me  dexase  el 
cargo,  que  en  muy  poco  se  habia  de  tener  que 
yo  hiziese  lo  que  podía,  sino  lo  que  no  pedia;  y 
ansi  me  embió  a  casa  del  hermano.  El  qual  co- 
mento de  parlar  conmigo,  que  era  (')  hombre  de 
grande  entendimiento,  para  ver  si  le  paresye- 
ria  ne9¡o,  y  procuraba,  porque  son  muy  celosos, 
que  le  diese  el  pares9er  sin  verla,  lo  qual  nunca 
de  mí  pudo  alcanzar;  y,  como  diré  quando  ha- 
blaré de  turcos,  siempre  están  marido  y  mujer 
cada  vno  en  su  casa,  embió  a  dezir  a  la  soltana 
si  ternia  por  bien  que  la  viese  el  medico  esclabo 
de  su  hermano,  y  entre  tanto  que  venia  la  res- 
puesta comenyome  de  preguntar  algunas  pre- 
guntas de  por  acá,  entre  las  quales,  después  de 
aberme  rogado  que  fuese  turco,  fue  quál  era 
mayor  señor,  el  rei  de  Francia  o  el  Emperador. 
Yo  respondí  a  mi  gusto,  avnque  todos  los  que 
lo  oyeron  me  lo  atribuyeron  a  ne9edad  y  sober- 
bia, si  quería  que  le  dixese  verdad  o  mentira, 
üixome  que  no,  sino  verdad.  Yo  le  dixe:  Pues 
hago  saber  a  Vuestrn  Alteza  que  es  mayor  se- 
ñor el  Emperador  que  el  rei  de  Fran9Ía  y  el 
Gran  Turco  juntos;  porque  lo  menos  que  él 
tiene  es  España,  Alemania,  Ytalia  y  Flandes; 
y  si  lo  quiere  ver  al  ojo,  mande  traer  un  ma- 
ppa  mundi  de  aquellos  que  el  embaxador  de 
Fran9¡a  le  empresentó,  que  yo  lo  mostraré.  Es- 
pantado dixo:  Pues  ¿qué  gente  trae  consigo?; 
no  te  digo  en  campo,  que  mejor  lo  sé  que  tú. 
Yo  le  respondí:  Señor,  ¿cómo  puedo  yo  tener 
quenta  con  los  mayordomos,  camareros,  pajes, 
caballerizos,  guardas,  azemileros  de  los  de  lus- 
tre? Diré  que  trae  más  de  mili  caballeros  y  de 
dos  mili;  y  hombre  hai  destos  que  trae  consigo 
otros  tantos.  Dixome,  pensando  ser  nuestra 
corte  como  la  suya:  ¿Qué,  el  rei  da  de  comer  y 
salarios  á  todos?  ¿Pues  qué  bolsa  le  basta  para 
mantener  tantos  caballeros?  Antes,  digo,  ellos, 
señor,  le  mantienen  a  él  si  es  menester,  y  son 
hombres  que  por  su  buena  gra9Ía  le  sírben,  y 
no  queriendo  se  estaran  en  sus  casas,  y  si  el 
Emperador  los  enoja  le  dirán,  como  no   sean 

(')  verdaderamente. 


traidores,  que  son  tan  buenos  como  él  y  se  sal- 
drán con  ello;  ni  les  puede  de  justÍ9Ía  quitar 
nada  de  lo  que  tienen,  si  no  hazen  por  qué.  Zo- 
rro la  platica  con  la  mas  humilde  palabra  que 
á  turco  jamas  oy,  dizíendo:  honda  hepbiz  cular, 
que  quiere  dezir:  acá  todos  somos  esclabos.  Yo 
le  dixe  cómo  la  diferenfia  que  habia,  porque  el 
Gran  Turco  hera  más  rico  hera  porque  se  tenia 
todos  los  estados  y  no  tenía  cosas  de  iglesia,  y 
que  si  el  Emperador  todos  los  obispados,  duca- 
dos y  condados  tubiese  en  sí,  vería  lo  que  yo 
digo.  En  esto  A'íno  el  mappa  y  hizele  medir 
con  vn  compás  todo  lo  que  el  Turco  manda,  y 
no  es  tanto  como  las  Indias,  con  gran  parte,  de 
lo  que  quedó  marabillado;  y  llegó  la  licen9Ía  de 
la  Soltana  que  la  fuese  a  ver,  y  fuimos  su  ma- 
rido y  yo  al  pala9Ío  donde  ella  estaba,  con  toda 
la  solemnidad  que  a  tal  persona  se  requería,  y 
llegué  a  su  cama,  en  donde,  como  tengo  dicho, 
son  tan  zelosos  que  ninguna  otra  cosa  vi  sino 
vna  mano  sacada,  y  a  ella  le  habían  hechado  vn 
paño  de  tela  de  oro  por  en9Íma,  que  la  cubría 
toda  la  cabeza.  Mandáronme  hincar  de  rodi- 
llas, y  no  osé  vesarle  la  mano  por  el  zelo  del 
marido,  el  qual,  quando  hube  mirado  el  pulso, 
me  daba  gran  prisa,  que  bastaba  y  que  nos  sa- 
liésemos; a  toda  esta  prisa  yo  resistía,  por  ver 
si  podría  hablarla  o  verla,  y  sin  esperar  que  el 
interprete  hablase,  que  ya  yo  barbullaba  vn 
poco  la  lengua,  dixole:  Obir  el  vera  Zoltana, 
que  quiere  dezir:  déme  Vuestra  Alteza  la  otra 
mano.  Al  meter  de  aquella  y  sacar  de  la  otra, 
descubrió  tantico  el  paño  para  mirarme  sin  que 
yo  la  viese,  y  visto  el  otro,  el  marido  se  levantó 
y  dixo:  Anda,  [ajeábamos,  que  avn  la  vna 
mano  bastaba.  Yo  muy  sosegado,  tanto  por 
verla  como  por  lo  demás,  dixe:  Dilinchica  Sol- 
tana:  Vuestra  Alteza  me  muestre  la  lengua. 
Ella,  que  de  muy  mala  gana  estaba  tapada,  y 
avn  creo  que  tenia  voluntad  de  hablarme,  arrojó 
el  paño  quasí  enojada  y  dixo:  ¿iVe  exium  chajir 
deila?:  ¿qué  se  me  da  a  mí?  ¿no  es  pagano  y  de 
diferente  lei?  de  los  quales  no  tanto  se  guardan; 
y  descxibre  toda  la  cabeza  y  bra90s  algo  congo- 
xada,  y  mostróme  la  lengua;  y  el  marido,  co- 
nos9Íendo  su  voluntad,  no  me  dio  mas  prisa, 
sino  dexome  interrogar  quanto  quise  y  fue  me- 
nester para  saber  el  origen  de  su  enfermedad,  el 
qual  había  sido  de  mal  parir  de  vn  enojo,  y  no  la 
habían  osado  los  médicos  sangrar,  que  no  había 
bien  purgado,  y  sus9edíole  calentura  continua. 
Yo  propuse  que,  si  ella  quería  hazer  dos  cosas 
que  yo  mandaría,  estaria  buena  con  ayuda  de 
Dios:  la  primera,  que  habia  de  tomar  lo  que  yo  le 
diere;  la  segunda,  que  entre  tanto  que  yo  hazia 
algo,  ninguna  cosa  había  de  hazer  de  las  que 
de  los  otros  médicos  fuesen  mandadas,  sino  que, 
pues  en  dos  meses  no  la  habían  curado,  que 
probase  conmigo  diez  ó  quince  dias,  y  si  no  ha- 


40 


autobiografías  y  memorias 


liase  mejoría,  hai  se  estaban  los  médicos ;  y  que 
esto  no  lo  hazia  por  no  saver  delante  de  todos 
sustentar  lo  que  habia  de  hazer,  sino  porque  yo 
hera  xpiano  y  ellos  judios,  y  dos  turcos  tam- 
bién liabia,  y  podíanle  dar  alguna  cosa  en  que  hi- 
ziesen  traÍ9Íon  por  despecho  o  por  otra  cosa,  y 
después  dezir  que  el  christiano  la  habia  muerto; 
los  judios  ya  yo  sabia  que  (*)  sin  haberme 
visto,  de  miedo  que  si  yo  entraba  descubrirla 
su  poca  9Íencia,  andaban  diziendo  que  yo  no 
sabia  nada  y  que  era  mo9o  y  otras  calumnias 
muchas  que  ellos  bien  saben  hazer,  con  las  qua- 
les  perdieron  más  que  ganaron,  porque  me  hi- 
zierou  soltar  la  maldita;  y  la  Soltana  me  dixo 
que  lo  aceptaba,  pero  que  si  se  habia  de  poner 
en  mis  manos  también  ella  queria  sacar  otra 
condición,  y  hera  que  no  la  habia  de  purgaj*  y 
sangrar,  porque  le  hablan  dado  muchas  purgas, 
tantas  que  la  hablan  debilitado,  y  para  la  san- 
gría hera  tarde;  yo,  como  vi  9errados  todos  los 
caminos  de  la  medÍ9Ína,  Señora,  digo,  yo  no  soi 
negromantico  que  sano  por  palabras;  pero  yó 
quiero  que  sea  ansi,  mas  al  menos  un  xarabe 
dulze  grande  ne9esidad  hai  que  Vuestra  xil- 
teza  le  tome.  Ella  dixo  que  de  aquello  hera 
contenta,  y  se  disponía  a  todo  lo  que  yo  hi- 
ziese;  y  fuimonos  su  marido  y  yo  a  su  aposento, 
donde  tenia  llamados  todos  los  protomedicos  y 
médicos  del  rei,  y  como  comen9aron  a  descoser 
contra  mí  tanto  en  turquesco,  y  yo  les  dixese 
que  me  diesen  quenta  de  toda  la  enfermedad, 
como  habia  pasado  ('-),  tubieronlo  a  pundonor,  y 
mofaban  todos  dÍ9Íendo  que  qué  grabedad  te- 
nía el  rapaz  christianillo;  y  dicen  a  Rustan 
Baxá  cu  turquesco,  que  ya  me  han  tentado  y 
que  no  sé  nada,  ni  cumple  que  se  haga  cosa  de  lo 
qiie  yo  le  dixere,  quanto  más  que  soi  eselabo  y 
la  matare  por  ser  su  enemigo.  Vn  paje  del  Rus- 
tan Baxá,,  que  se  me  habia  afi9Íonado  y  hera 
hombre  de  entendimiento,  que  habia  estudiado, 
dixome,  llegándose  a  mí,  todo  lo  que  los  médi- 
cos hablan  dicho.  A  los  quales,  yo,  señores, 
digo,  que  no  pensé,  para  derribaros  en  dos  pa- 
labras de  todo  vuestro  ser  y  estado,  que  soi 
venido  a  enmendar  todos  los  herrores  que  ha- 
béis hecho  en  esta  Reina,  que  son  muchos  y 
grandes;  y  digo  al  interprete:  Dezid  hai  a  Rus- 
tan Baxá  que  los  médicos  que  primero  curaron 
esta  señora  la  han  muerto,  porque  cuanto  le 
han  hecho  ha  sido  al  rebes  y  sin  tiempo,  y  la 
mataron,  al  prin9Ípio  por  no  la  saber  sangrar, 
y  con  qualquiera  de  las  purgas  que  le  an  dado 
m'espanto  cómo  no  es  muerta.  ¡0,  por  amor  de 
Dios,  señor,  tened  quedo,  no  digáis  nada,  dixe- 
ron  al  interprete,  que  lo  crerá  Rustan  Baxá  y  nos 

(')  Dedistinta  letra:  Mata,  ¿llera  hermosa?— I'e- 
Diio.  Como  Diana;  no  la  lini  de  aquí  allá  más.  ('Ja- 
chado) No  habéis  visto  por 

C)  estimaron. 


matará  a  todos.  Dezilde  ('),  digo  también,  que 
los  haga  que  no  se  bayan  de  aqui  hasta  que  les 
haga  conos9er  todo  lo  dicho  ('■')  ser  verdad. 
Este  fue  otro  ego  sum  para  derribarlos  en  tie- 
ri'a;  y  muy  humilldemente  dixeron:  Hermano, 
no  pensamos  que  os  habláis  de  enojar;  nos- 
otros haremos  todo  lo  que  vos  mandáis,  y  no  se 
le  diga  nada  al  Baxá,  que  sabemos  que  sois  le- 
trado y  tenéis  toda  la  ra9on  del  mundo;  sabed 
que  pasa  esto  y  esto,  y  se  le  ha  hecho  esto  y  es- 
totro. Yo  lo  iba  todo  contrad¡9Íendo  y  ven9Íen- 
dolos. 

Mata. — ¿Y  á  los  médicos  del  Rei  ven9Íais 
vos?  Yo  ya  tenía  conos9Ído  lo  poco  que  sabian. 

Pedro.  —¿Luego  pensáis  que  los  médicos 
de  los  reyes  son  los  mejores  del  mundo? 

Mata. — ¿Y  eso  quién  lo  puede  negar  que 
no  quiera  para  sí  el  Rei  el  mejor  medico  de  su 
reino,  pues  tiene  bien  con  que  le  pagar? 

Pedro.  —Y  avn  eso  es  el  diablo,  que  los  pa- 
gan por  buenos  sin  sello.  Si  la  entrada  fuese 
por  examen,  como  para  las  cathedras  de  las 
Vniversidades,  yo  digo  que  tenéis  razón;  pero 
mirad  que  van  por  fabor,  y  los  pribados  del  Rei 
le  dan  médicos  por  muy  buenos,  que  ellos,  si 
cayesen  malos,  yo  fiador  que  no  se  osasen  po- 
ner en  sus  manos,  no  porque  no  haya  algunos 
buenos,  pero  muchos  ruines,  y  creedme  que  lo 
sé  bien  como  hombre  que  ha  pasado  por  todas 
las  cortes  de  los  mayores  prin9Ípes  del  mundo, 
Ansi  como  en  las  cosas  de  por  acá  es  menester 
más  maña  que  fuerca,  para  entrar  [en]  casa  del 
Rei,  mas  industria  que  letras,  yo  me  vi,  por 
acortar  razone.^,  como  el  azeite  sobre  el  agua 
con  mis  letras,  que  avnque  p<;cas,  heran  buenas, 
sobre  todos  aquellos  médicos  en  poca  rato,  y 
prometiéronme  de  no  hablar  más  contra  mí  para 
el  Dios  de  Habraham,  sino  que  hiziese  en  la 
cura  como  letrado  que  hera  y  ellos  me  ayuda- 
rían si  en  algo  valiesen  para  lo  que  yo  manda- 
se; y  fuime  á  la  torre  con  mis  compañeros,  que 
ya  me  hablan  quitado  las  cadenas,  y  di  orden 
de  hazerle  un  xarabe  de  mi  mano,  porque  do 
nadie  me  fiaba,  y  llebandoscle  otro  dia  topé  vn 
caballero  renegado,  muy  principal  al  pares9er  y 
dixome:  Yo  he  sabido,  christiano,  quién  tu  he- 
res  y  tenido  gran  deseo  de  te  conosyer  y  serbir 
por  la  buena  rela9Íon  que  de  ti  hai.  Yo  se  lo 
agrades9Í  todo  lo  posible.  Pasó  adelante  la  pla- 
tica diziendo  cómo  sabia  que  curaba  a  la  Sol- 
tana  y  si  queria  ganar  livertad  que  él  me  daria 
industria.  Yo  le  hize  9Íerto  ser  la  cosa  que  más 
deseaba  en  el  mundo.  Dize:  Pues  pares9es  pru- 
dente, hagote  saver  que  este  tu  amo  Zinau 
Baxá  y  su  hermano  Rustan  Baxá  son  dos  tira- 
nos los  más  malos  que  ha  habido,  y  dependen 


(')  añadí. 
(*j  que  di{;o. 


CRISTÓBAL  DE  A^LLALON 


41 


dosta  señora,  la  qual  s¡  muriese  estos  no  serian 
más  liombres.  Yo  soi  aqui  espia  del  Empera- 
dor; si  tu  le  das  alguna  cosa  con  que  la  mates, 
yo  te  esconderé  en  mi  casa  y  te  daré  400  es- 
cudos con  que  te  vayas,  y  te  porne  segura- 
mente en  tierra  de  christianos  y  darte  he  vna 
carta  para  el  Emperador,  que  te  haga  grandes 
mercedes  por  la  proheza  que  has  hecho.  Fue 
tan  grande  la  confusión  y  furor  que  de  repente 
me  cayó,  que  me  pares9Ía  estar  borracho;  y  si 
tubiera  vna  daga  yo  arremetía  con  él,  y  dixele: 
No  se  sirve  el  Emperador  de  tan  grandes  trai- 
dores y  bellacos,  como  él  debia  de  ser,  y  que  se 
me  fuese  luego  delante  ni  pasase  jamas  por 
donde  mis  ojos  le  viesen,  sopeña  que  quando 
no  le  empalase  Rustan  Baxá  yo  mesmo  lo  ba- 
ria con  mis  manos,  porque  mentia  vna  y  dos 
vezes  en  quanto  de^ia,  y  no  hera  yo  hombre 
que  por  veinte  liuertades  ni  otros  tantos  Em- 
peradores habia  de  hazer  cosa  que  ofendiese  a 
Dios  ni  al  próximo,  quanto  más  contra  vna  tan 
grande  prinyesa. 

Mata. — Que  me  maten  si  ese  no  hera  he- 
chado  aposta  de  parte  de  la  mesma  Reina  para 
tentaros. 

Pedro. — Ya  me  pasó  a  mí  por  el  pensa- 
miento, y  conformó  con  ello  que  quando  llegué 
con  el  xarabe  entre  tanto  que  habian  ido  por 
liíjen^ia  para  entrar,  el  Rustan  Baxá  comento 
de  parlar  conmigo  y  darme  quenta  de  la  sub- 
je9Íon  que  tenia  a  su  muger,  y  diziendo  que  vna 
esciaba  que  la  Soltana  mucho  queri|i  le  ponia 
siempre  en  mal  con  ella,  y  que  deseaba  matar- 
la, que  le  hiziese  tanto  plazer  le  dixese  con  qué 
lo  podria  hazer  delicadamente;  lespondile  que 
mi  facultad  hera  medicina,  que  serbia  para  sa- 
nar los  que  estaban  enfermos  y  socorrer  a  los 
que  habian  tomado  semejantes  venenos,  y  si 
desta  se  queria  servir  yo  lo  baria,  como  esclabo 
que  hera  suyo;  pero  lo  demás  no  me  lo  manda- 
se, porque  no  lo  sabia,  y  los  libros  de  medÍ9Ína 
todos  no  contenian  otra  cosa  sino  cómo  se  cu- 
rará tal  y  tal  acídente.  No  obstante  eso,  dize: 
te  ruego  que  pues  te  conozco  que  sabes  mucho 
en  todo,  me  digas  alguna  cosa,  c{ue  no  me  va 
en  ello  menos  que  la  vida.  Concluí  diziendo: 
Señor,  la  mejor  cosa  que  yo  para  eso  sé,  es  vna 
pelotica  de  plomo  que  pese  vna  drama,  y  hará 
de  presto  lo  que  ha  de  hazer;  él.  algo  contento, 
pensando  tenerme  cojido,  preguntóme  el  cómo; 
digo:  Señor,  metido  en  vna  escopeta  cargada  y 
dándole  fuego,  y  no  me  pregunte  mas  Vuestra 
Alteza  en  eso,  que  no  sé  más,  por  Christo.  Y 
fuiuionos  a  dar  el  xarabe  a  la  Princesa,  la  qual 
le  tomó  de  buena  gana,  creo  que  por  lo  que  ha- 
bia precedido. 

Juan. — Por  fe  tengo  que  si  en  aquellos 
tiempos  os  moriais,  que  ibais  al  cielo,  porque  en 
todo  eso  no  se  apartaba  Dios  de  vos. 


Mata.— Yo  lo  tengo  todo  por  rebelaciones- 
Pedro. — Yos  diré  quanto,  para  que  me  ayu- 
déis a  loarle  (')  que  no  lo  habian  apuntado  a  ha- 
zer quando  estaba  al  cabo  del  negocio,  y  de  alli 
adelante  me  comencé  a  recatar  más,  y  todas  las 
medicinas  que  heran  menester  las  hazia  delante 
de  Rustan  Baxá  yo  mesmo  junto  al  aposento 
de  la  Soltana,  Uebandome  en  la  fratiquera  los 
materiales  que  yo  mesmo  me  compraba  en  casa 
de  los  drogueros;  y  para  más  satisfacion   mia, 
por  si  muriese,  hazia  estar  alli   los   médicos  y 
dábales  quenta  de  todo  lo   que   hazia,    lo  qual 
siempre  aprobaban,  ansi  por  el  miedo  que  me 
tenian  como  por  no  saber  si  hera  bueno  ni  malo; 
quexaronse  vna  vez  a  mi  amo  de  mí  que  h  era 
muy  fantástico  y  para  ser  esclabo  no  hera  me- 
nester tanta  fantasia;  que  quando  so  hazia  al- 
guna cosa  de  medicina  para  la  Soltana,  sin  más 
respecto  a  vnos  mandaba  majar  en  vn  mo  rtero 
raices  o  pólvoras;  a  otros  soplar  debaxo  la  va- 
sija que  estaba  en  el  fuego,  porque  no  podían 
decir  de  no,  estando  delante  el  Baxá,  haziendole 
entender  que  hera  gran  parte  para  la  salud  ir 
maxado  de  mano  de  médicos,  y  él  no  hazia  na- 
da  sino  biiscar  que   majar  y  fuesen   piedras. 
Llamóme  mi  amo  y  quasi  enojado  dize:  Perro, 
¿parescete  bien  estimar  en  tan  poco  los  médicos 
del  Reí  que  se  me  han  quexado  desto  y  esto,  y 
que  tú  no  hazes  nada  sino  mandar?  Mayor  tra- 
baxo,  digo,  señor,   es  ese  que  majar;  Vuestra 
Excelencia,  avnque  no  rema  en  las  galeras,  ¿no 
tiene  harto  trabajo  en  mandar?  Pues  manden 
ellos,  que  yo  majaré,  y  pues  no  saben  mandar 
que  majen,  que  yo  no   soi  mas  de  vno  y  no  lo 
puedo  hazer  todo.   Diose  vna  palmada  en  la 
frente  y  dixo:  Yerchec  vara:  verdad  dices;  anda 
vete  y  abre  el  ojo,  pues   sabes  quanto   nos  va. 
Como  vi  la  calentura  continua  y  la  grande  ne- 
cesidad de  sangrar  que  habia,  determiné  vsar 
de  maña  y  dixele:  Señora,  entre  sangrar  y  no 
sangrar  hai  medio;  necesidad  hai  de  sangría, 
mas  pues  Vuestra  iVlteza  no  quiere,  será  bien 
que   atemos   el  pie  y  le  meta  en  vn  bazin  de 
agua  muy  caliente  para  que   llame  la  sangre 
abaxo  y  esto  bastará;  y  holgó  dello,  para  lo 
qual  mandé  venir  vn  barbero  viejo  y  dixele  lo 
que  habia  de  hazer,  y  tubiese  muy  a  punto  vna 
lanceta  para  cenando  yo  le  hiziese  del   ojo,  pi- 
case. Todo  vino  bien,  y  ella,  descuidada  de  la 
traición,   quando  vi  que  parescia  bien  la  vena 
asile  el  pie  con   la  mano,   y  el  barbero  hirió 
diestramente.   Dio  vn   gi-ande  grito  diziendo: 
Perro,  ¿(¡ué  as  hecho,  que  soi  muerta.^  Consoló- 
la con  dczir:  No  es  mas  la  sangría;  desto  ni 
hai  de  que  temer;  si  Vuestra  Alteza  quiere  que 
no  sea,  tornaremos  á  zerrar.   Dixo:  Ya,  pues 
que  es  hecho,  veamos   en  que  para,  que  ansi 

(')  a  Dios. 


42 


autobiografías  y  memorias 


como  ansi  te  tengo  de  hazer  cortar  la  cabeza. 
Sintió  nmclio  alivio  aquella  noche,  y  otro  dia, 
qiiando  me  contó  la  raejoria,  habrile  las  nnebas 
diziendo  como  del  otro  pie  se  avia  de  sacar  otra 
tanta,  por  tanto  prestase  paciencia,  lo  qual 
a9eptó  de  buena  voluntad,  j  mejoró  otro  peda- 
zo. Habia  tomado  dosxarabes  (•)  y  quedaba  que 
liabia  de  tomar  otros  dos;  pero  purga  hera  im- 
posible. Yo  liize  vn  xarabe  que  llaman  rosado 
de  nuebe  infusiones,  algo  agrete,  y  dile  cinco 
on9as  qne  tomase  en  las  dos  mañanas  que  que- 
daban, el  qual,  como  le  supiese  mejor  que  el 
primero,  tomó  todo  de  una  vez  y  alvorotola  de 
manera  que  hizo  treze  cámaras  y  quedó  algo 
dismayada  y  con  miedo.  Rustan  Baxá,  espan- 
tado, embiome  a  llamar  y  dixome:  Perro  cor- 
nudo, ('qué  toxico  as  dado  a  la  Soltana  que  se 
va  toda?  A  mi  es  verdad  que  me  pesó  de  que 
lo  ubiese  tomado  todo,  y  pregúntele  quántas 
habia  hecho;  y  quando  respondió  que  trece 
consolele  con  que  yo  quisiera  que  fueran  trein- 
ta, y  fuimos  a  verlas,  y  era  todo  materia,  como 
de  vna  apostema.  Llamados  alli  los  médicos 
dixeles:  Señores,  esto  habláis  de  aber  sacado 
al  principio,  y  no  eran  menester  tantas  purgas, 
porque  no  hai  para  qué  sacar  otro  humor  sino 
el  que  haze  el  mal.  Quiso  Dios  aquella  noche 
quitarle  la  calentura. 

Mata. — ¿Qué  os  dieron,  que  es  lo  que  haze 
al  caso,  por  la  cura? 

Pedro. — A  la  mañana,  quando  fui,  antes 
que  llegase  sacó  el  brazo  y  alzó  el  dedo  pulgar 
a  la  fran9esa,  que  es  el  maior  fabor  que  pueden 
dar,  y  dixome:  Aferum  heqiiim  Baxa;  buen  via- 
je hagas,  cabeza  de  médicos;  y  llegó  vn  negro 
eunucho  que  la  guarda  y  hechóme  vna  ropa  de 
paño  morado,  bien  fina,  aforrada  en  zebellinas, 
acuestas.  Quando  le  miré  el  pulso  y  la  hallé 
sin  calentura  alzé  los  ojos  y  di  gra9Ías  a  Dios. 
Dixome  que  ella  hera  tan  grande  señora  y  yo 
tan  bajo,  que  qualquiera  merced  que  me  hiziese 
seria  poco  para  ella;  que  aquella  ropa  suya  tra- 
xese  por  su  amor,  y  que  ya  sabia  que  lo  que  yo 
mas  querría  hera  livertad,  que  ella  me  la  man- 
darla dar.  De  manera  que  dentro  de  doze  dias 
olla  sanó  con  la  ayuda  de  Dios,  y  embio  a  dezir 
a  Zinan  Baxá  que  me  hiziese  turco  y  me  asen- 
tase vn  gran  partido,  o  si  no  queria  que  luego 
me  diese  livertad.  Respondió  que  lo  primero  no 
aprobechaba,  porque  me  lo  habia  harto  rogado; 
que  mi  proposito  hera  venirme  en  España;  que 
él  me  traería  quando  saliese  el  junio  la  armada, 
y  me  pornia  en  livertad. 

Juan. — ¿En  qué  mes  la  curastes? 

Pedro. — Por  Navidad. 

Mata. — Y  el  marido  ¿n'os  dio  nada? 

Pedro. — Todavía  me  valdria  dos  dozenas 

(')  habia  de. 


d'escudos;  que  alia,  quando  hazen  mer9ed  los 
señoi-es,  dan  vn  puñado  de  ásperos  y  que  sea 
tan  grande  que  se  derramen  algunos. 

Juan. — No  son  muy  grandes  mer9edes  esas. 

Pedro.—  No  son  sino  muy  demasiado  de 
grandes  para  esclabos.  Bien  pares9e  que  habéis 
estado  .poco  en  galeras  de  xpianos  para  que  vie- 
rais qué  tales  las  hazen  los  señores  de  acá;  que 
con  los  que  no  son  cautivos  tan  largos  son  en 
dar  como  los  de  acá  y  más,  y  avn  con  los  cau- 
tibos:  plugiese  a  Dios  que  acá  se  hiziese  la  mi- 
tad de  bien  que  alia. 

Juan. — Fama  y  onrra  a  lo  menos  harta  se 
ganaría  con  la  cura. 

Pedro. — Tanta  que  quando  a  la  mañana 
iba  a  bisitar  desde  la  torre  en  casa  de  Zinan 
Baxá,  si  en  todas  las  casas  que  me  llamaban 
quisiera  entrar,  no  llegara  hasta  la  noche  alia. 

Mata. — ¡Qué!  ¿Tan  lexos  sera? 

Pedro. — Aunque  habláis  con  malicia,  sera 
media  legua.  Yo  me  deshize  luego  de  curar  los 
cautibos  de  la  torre,  remitiéndolos  a  los  otros 
barberos,  sino  fuese  algún  hombre  honrrado, 
porque  quando  me  hizieron  trabajar,  con  ha- 
berles yo  hecho  mili  servÍ9Íos  y  regalos  a  todos, 
se  holgaron  tanto  de  verme  alia  como  si  les 
dieran  livertad;  y  también  como  lo  más  que 
corría  hera  pestilencia,  yo  me  guardaba  quanto 
podía  della.  En  casa  de  Zinan  Baxá  nunca  fal- 
taban enfermos ;  como  la  casa  hera  grande,  y 
el  tiempo  que  sobraba  gastaba  en  curar  gente 
de  estofa,  prin9Ípalmente  mugeres  de  capitanes 
y  mercaderes,  que  vnas  querían  parir  y  otras 
que  les  viniese  su  regla,  otras  de  mal  de  madre 
viejo,  a  todos  prometía  a  dos  por  tres  en  qual- 
quier  enfermedad  de  darlos  sanos,  y  no  bisitaba 
a  hombre  más  de  vna  vez  al  día,  y  aquella  a  la 
hora  que  yo  quisiese,  por  no  los  poner  en  mala 
costumbre.  Al  principio  siempre  coxia  para  las 
medÍ9Ínas  dos  o  tres  ducados,  y  si  no  me  paga- 
ban, luego  les  dezia  que  no  iría  más  allá  y  siem- 
pre daban  algo. 

Mata. — ¿Andabais  ya  sin  guardia? 

Pedro. — Avn  no,  que  si  eso  fuera,  yo  fuera 
rrico,  que  aquella  me  destruía.  Tenia  con  vn 
boticario  hecho  pacto  que  me  habia  de  dar  las 
medicinas  a  vn  precio  bueno,  que  él  gánase, 
pero  no  mucho,  como  con  otros,  porque  yo  le 
gastaba  do9Íentos  escudos  en  dos  meses,  y  al- 
gunas también  me  hazía  yo. 

Mata.- — Cierto  haziais  bien  en  visitar  pocas 
vezes;  que  yo  lo  tengo  por  chocarrería  esto 
d' España  visitar  dos  vezes  a  todos,  avnque  no 
sea  de  enfermedad  peligrosa. 

Pedro.  — La  mayor  del  mundo,  y  señal  que 
saben  poco. 

Mata. — Son  como  las  mugeres,  que  en  no 
siendo  hermosas  son  virtuosas  para  .suplir  lo 
que  naturaleza  faltó  en  hermosura  con  virtud. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÚN 


43 


Ansí  los  médicos  idiotas  suplen  con  visitar 
muchas  vezes  su  poca  ciencia;  pero  ¿cómo  osa- 
bais prometer  salud  a  todos?  ¿Todos  sanaban? 
¿Todas  las  estériles  se  empreñaban?  ¿A  todas 
les  venia  su  tiempo  quantas  tomabais  entre 
manos?  ¿A  todas  se  les  quitaba  el  mal  de 
madre? 

Peduo. — No  por  cierto;  pero  algunas,  con 
hazerles  lo  que  por  via  de  medizina  se  sufre, 
alcanzaban  lo  que  deseaban;  a  otras  liera  im- 
posible. 

Mata. — Y  las  que  no  sanaban  ¿n'os  toma- 
ban a  cada  paso  en  mentira?  ¿cómo  os  eximiais? 
Haí  no  solo  era  menester  vrdir,  pero  texer. 

Pedro. — La  mejor  astu9Ía  del  umndo  les 
vrdi.  Hize  vna  medizina  en  quantidad,  que  te- 
nia en  vn  bote,  que  llaman  los  médicos  gerapli- 
ga  logadiov,  que  es  compuesta  de  las  cosas  más 
amargas  del  nuindo;  y  ella  lo  es  de  tal  modo, 
que  la  yel  es  dulze  en  su  couipara^ion  della;  y 
quando  veia  que  no  podia  salir  con  la  cura,  ha- 
biendo hecho  todos  los  remedios  que  hallaba 
escritos,  procuraba  de  rescibir  todos  los  dineros 
que  podia  para  ayuda  de  hazer  la  principal  me- 
dÍ9¡na,  que  liera  aquella,  y  dábale  vn  botecito 
muy  labrado  lleno  della,  que  serian  {})  dos  on- 
zas, mandándoles  cada  mañana  tomasen  vna 
dragma  desatada  en  cozimicnto  de  pasas ;  y  esto 
hablan  de  tomar  19  mañanas  a  reo  al  salir  el 
sol,  de  tal  arte  que  no  interpolasen  ninguna. 
Ello  hera  tan  amargo  que  no  hera  posible  hom- 
bre ni  muger  pasarlo,  y  la  que  con  el  deseo  de 
parir  porfiaba  tomaba  algunos  dias,  mas  no 
todos  CO. 

Mata. — ¿Y  si  porfiando  los  tomaba  todos  o 
la  mayor  parte? 

Pedro.  —Nunca  faltaba  achaque:  o  que  dexó 
vno,  o  que  interpoló  alguno,  o  que  no  lo  tomó 
siempre  a  vna  hora,  y  que  hera  menester  co- 
menzar de  prinyipio. 

Juan. — ¿Y  a  todos  curabais  des'arte  en  qual- 
quier  enfermedad? 

Pedro. — Nunca  Dios  tal  quiera,  que  los  que 
estaban  de  peligro  curábanse  como  hera  ragon; 
pero  los  males  viejos  y  yncurables  an  menester 
maña.  Quando  me  tomaban  en  la  calle  algunos 
que  por  amistad  querían  que  les  curase  males 
viejos,  de  setiembre  adelante,  luego  les  pregun- 
taba para  escabullirme  del  quanto  tiempo  habia 
que  tenían  aípiclla  enfermedad  (') ;  en  respon- 
diendo tantos  años,  le  dezia:  Pues  yo  (piiero 
nuiy  de  proposito  curarte,  pero  es  menester  que 
como  has  sufrido  lo  más  sufras  1<)  menos  y  ten- 
gas pa^ien^ia  desde  aqui  a  marzo,  que  vernan 
las  yerbas  buenas  y  podremos  hazer  medirinas 
a  nuestro  proposito,  y  con  esto  los  embiaba 

(')  tres. 

C)  (Nota  viarginal).  Para  el  mi  Alonsito. 

(^)  Luego. 

AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 14 


muy  contentos;  y  esto  acostumbraba  tanto,  que 
elguardian  mío,  que  hera  interprete,  quando  me 
via  que  oia  de  mala  gana,  luego  me  dcoia:  Este, 
¿remitirle  hemos  a  las  yerbas?;  y  avn  algunas 
vezes  respondía  sin  darme  a  mi  parte. 

Mata. — Y  venidas  las  yerbas  ¿nunca  os  pi- 
dian  la  palabra? 

Pedro. — Hartas  vezes;  pero  para  ellos  y 
para  los  que  pidian  remedio  <3n  verano  habia 
otro  achaque,  que  hera  la  luna;  avnque  fuesen 
dos  dias  no  más  de  la  luna,  les  dezia  que  se  apa- 
rejasen, que  a  la  entrada  de  la  que  venia  los  que- 
ría sanar,  y  como  la  9Íbdad  es  grande  no  podía- 
mos siempi"e  toparnos. 

Juan. — ¿Pagaban  los  que  sanaban  después 
quando  andabais  de  reputación  mejor  que  antes? 

Pedro. — Todo  se  iba  de  un  arte.  Vn  merca- 
der turco  venia  de  Alexandria  y  cayó  malo,  y 
viéndose  con  calentura  continua  me  prometió 
diez  escudos  si  le  sanaba.  Yo  pidi  para  las  me- 
dicinas dos,  y  diomelos,  y  en  tres  dias  sanó  con 
sangrarle  y  purgarle  bien ;  y  a  tiempo  después 
diome  vn  ducado  y  dixome  que  avn  le  quedaba 
cierta  tos,  y  en  sanando  della  me  darla  la  resta. 
Comenze  de  hazerle  remedios  para  aquello,  que 
le  costaron  dos  ducados  otros.  Ya  como  el  ve- 
Uaco  iba  engordando  [y]  no  podia  desimular  la 
salud,  por  no  me  pagar  nunca  dezia  que  habia 
mejoría  de  la  tos.  Dixome  vn  paje  suyo  renegado 
que  no  estaba  muy  bien  con  él:  Mira,  christia- 
no,  no  te  mates  por  venir  más  acá,  que  en  ver- 
dad nunca  tose  sino  quanto  te  siente  subir.  Fui 
a  él,  y  preguntado  cómo  estaba,  respondió  que 
malo  de  su  tos.  Dixele:  ¿Tú  quieres  sanar  de 
tal  manera  que  jamas  padezcas  tos  ni  romadizo 
avnque  bibas  mili  años?  El  dixo:  Oxala  tú  me 
dieses  tal  remedio,  que  no  ando  tras  otro.  Digo: 
Pues  hagote  saber  que  para  Zinan  Baxá  he 
mandado  hazer  vn  letuario  de  mucha  costa,  y  el 
boticario  creo  que  guardó  vn  poco  para  sí;  ha- 
gamos que  te  lo  dé,  y  embia  vn  paje,  que  yo  seré 
intercesor;  tres  escudos  le  daban  por  ello  para 
vn  arráez,  mas  no  lo  quiso  dar;  yo  te  lo  haré 
dar  por  lo  que  fuere  justo.  De  vergüenza  de 
yiertos  tui'cos  que  estaban  con  él  no  pudo  dexar 
de  embiar  conmigo  el  paje,  el  qual  traxo  el  bote- 
qíco  de  la  gera  logodion,  más  labrado  que  otros 
la  solían  Uebar,  y  fue  menester  rogar  harto  al 
boticario  que  se  lo  diere  por  los  tres  ducados, 
de  los  quales  vbo  medio  y  yo  la  resta. 

Mata. — Pues  se  (')  que  a(jucl  no  estaba  de 
parto  ni  (pieria  parir,  ¿para  qué  le  dabais  medi- 
cinas de  nial  de  madre? 

Pedro. — Para  (jue  pariese  aciuellos  tres  du- 
cados y  no  volver  más  alia,  perdonándole  la 
resta. 

Mata. — No  había  mucho  que  perdonar,  por- 

(')  se  está  por  si. 


u 


autobiografías  y  memorias 


que  poco  á  poco  me  pares9e  que  os  eiitregastes 
de  todos  diez. 

Joan. — ¿Qué  tanto  haría  de  costa  de  las  me- 
dicinas en  todo? 

Pedro. — Más  en  verdad  de  medio  esculo. 

Mata. — No  liera  mala  cabeza  de  lobo  la  ge- 
ra  ])lie(ja,  que  no  costaría  toda  vn  escudo. 

Pedro. — Vno  y  avn  dos  costó,  pero  bjen  se 
sacaron  della. 

Mata. — Con  pocos  botes  desos  se  acabaría 
nuestro  ospital, 

Juan. — ¿Tubistcs  más  conquistas  con  los 
médicos  del  Reí? 

Pedro. — La  mayor  está  por  dezir,  que  fue 
con  Ciñan  Baxá. 

Joan. — ¿De  qué  estubo  malo?  ¿Tornóle  la 
asma? 

Pedro. — No,  sino  como  había  quedado  por 
gobernador  de  Constantinopla,  de  rondar  de 
noche  la  9Íbdad,  resfrióse  y  hinchosele  el  vien- 
tre y  estomago  de  ventosidades,  que  quería  re- 
bentar,  y  los  judíos,  como  son  tan  entremetidos, 
fueronle  todos  a  ber,  y  yo  que  fui  el  primero 
quísele  dezir  que  tomase  vna  ayuda,  y  no  se  lo 
osaba  el  interprete  dezir  porque  lo  tienen  por 
medio  pulla,  y  todos,  avnque  buxarrones,  son 
muy  enemigos  dellas.  Yo  pregunté  cómo  se  lla- 
maba y  dixeronme  que  hocna,  y  dixeselo,  y  ad- 
mitiólo y  res9Íbiola;  pero  los  judíos  no  dexaron, 
estando  picados,  avnque  no  lo  mostraban,  de 
tornar  a  sembrar  zízania,  y  también  por  ser 
hombres  de  respecto  mí  amo  hazia  lo  que  man- 
daban, y  hera  todo  como  vna  jara  derechamente 
al  rebes.  Dábanle  a  comer  espinacas,  lentejas  y 
muchos  caldos  de  abe  y  carnero  y  leche,  que  la 
quería  mucho,  y  en  fin  concedíanle  comer  lo 
que  queria  para  ganarle  la  boca  y  tenerle  con- 
tento. El  protomedico  principal,  que  se  llamaba 
Amon  Vgli  y  tenia  cada  día  de  salario  más  de 
siete  escudos,  párese iondole  ({ue  había  vn  poco 
el  Baxá  mejorado,  teniendo  presentes  los  otros 
médicos  y  algunos  de  los  pribados  que  tenían 
sobornados,  dixo  que  por  algunas  causas  en 
ninguna  manera  le  cumplia  curarse  con  el  espa- 
ñol christiano:  la  vna  porque  hera  U1090  y  po- 
dría ser  que  en  su  tierra  él  fuese  líuen  medico, 
pero  (jue  alia  heran  otras  complexiones  y  otra 
diversidad  de  tierras,  que  yo  no  podia  alcanzar, 
dando  exemplo  del  durazno  que  mataba  en  Per- 
sia  y  no  en  Egipto:  lo  otro,  porque  yo  hera  su 
esclabo,  y  por  qualquier  cosa  que  algún  enemi- 
go suyo  me  prometiese  podria  darle  con  qué  uux- 
riese,  por  ser  libre,  y  esto  no  podia  abcr  habido 
efecto  en  la  Soltana  porque  en  la  nniertc  della 
no  ganaba  como  en  la  suya;  a  esto  ayudaban 
todos  de  mala,  de  tal  suerte  que  le  persuadieron, 
y  yo  veía  que  andaban  muy  vfanos  dándole  mil 
bebrajcs  y  no  hacian  caso  de  mí.  Vn  paje  de  la 
cámara,  amigo  mío,  dixome  lo  que  había  pasa- 


do, y  queriendo  el  Baxá  tomar  vn  xarabe  dixele 
que  le  dexase  si  no  quería  morir  por  ello,  hasta 
que,  venidos  allí  todos  los  médicos,  les  probase 
ser  toxico.  Pusele  (')  tanto  miedo  que  los  embió 
a  llamar,  y  yo  procuré  que  se  hallasen  allí  tur- 
cos principales  de  mi  parte,  y  venidos  comencé 
con  muchas  sofisticas  razones  a  dar  los  incon- 
venientes dello,  dizíendo  que  él  estal)a  lleno  de 
viento  y  que  aquel  xarabe  hera  frío  y  se  con- 
vertiría todo  en  puro  viento,  y  el  dar  de  la  leche 
hera  gran  maldad,  porque,  tomado  el  exemplo 
acá  fuera,  quando  poca  leche  cueze  en  vn  cal- 
dero se  alza  de  tal  modo  que  no  cabe,  y  lo  mes- 
mo  hazia  tocado  del  calor  del  estomago;  y  ya 
yo  comenzaba  a  hablar  turtiuesco  sin  interprete; 
como  ellos  vieron  que  el  exemplo  hera  palpable 
y  que  tenia  razón,  dixeronme:  Habla  la  lengua 
que  entendemos.  ¿Para  qué  habláis  la  que  nt> 
sabéis?  ¿Pensáis  por  ventura  que  los  turcos  os 
entienden? 

Mata, — Porque  no  lo  entendiesen  lo  hazian; 
porque  dando  bozes  muy  altas  y  todos  contra 
vos,  quien  quiera  que  no  entendiera  pensara  que 
ellos  vencian. 

Juan. — Costumbre  y  remedio  de  quien  tiene 
mal  pleito. 

Pedro. — Dixe  a  mí  amo  y  a  los  otros  que 
estaban  alli,  en  turquesco:  Señores  ¿entendéis 
esto?  Todos  respondieron  de  sí;  y  cierto  (*)  mi- 
lagrosamente me  socorría  Dios  con  bocablos, 
porque  ninguno  ignoraba.  Satisfizole  mucho  el 
exemplo  de  la  leche  al  Baxá  y  a  los  demás  que 
estaban  alli,  y  dixeron  que  yo  tenia  razón. 
Quando  vi  la  mía  sobre  el  ito  (^)  pidi  de  merced 
me  oyesen  las  satisfacíones  que  a  ciertas  cosas 
que  de  mí  decían  queria  dar.  Hizolo  el  Baxá  de 
buena  boluntady  comenzepor  la  primera.  Quan- 
to  a  lo  primero  que  estos  médicos  me  acusan, 
que  avnque  en  mi  tierra  yo  sea  buen  medico  acá 
no  es  posible  ni  puedo  alcanzar  como  ellos  las 
complexiones,  digo  que  es  al  rebes,  que  yo  soi 
bueno  para  acá  y  ellos  para  España,  porque  la 
medicina  que  yo  sé  es  de  Ilippocrates,  que  fue 
cient  leguas  de  aqui  no  más,  de  vna  isla  que  se 
llama  Coo,  y  de  Galeno,  que  fué  troyano  de 
Pergamo,  vna  eibdad  que  no  es  más  de  treinta 
o  quarenta  leguas  de  aqui,  y  de  Aecio  y  Paulo 
Egincta,  no  más  lexos  de  Constantinopla  que 
los  otros.  La  que  estos  señores  saben,  que  es 
poca  o  nada,  es  de  Abicena  y  Aberrees,  que  el 
vno  fue  cordobés  y  el  otro  de  Sevilla,  dos  C'b- 
dades  d'España,  ansi  que  la  mía  es  propia  para 
acá  y  la  suya  para  alia;  y  si  fuese  que  Vuestra 
Excelencia,  para  vengarme  de  mis  enemigos  los 
españoles,  yo  los  embiuria  alh'i,  porque  verdade- 
ramente en  pocos  años  mataran  nn'is   que  todo 

{')  En  el  mñ.  2>uesele. 
(')  verdaderamente. 
("•)  dixe  que. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


-15 


el  t'xerc'itü  del  Tuau;  y  para  probar  esto  tenia 
alli  vn  cozinero  mayor  del  Baxá,  alemán  nmy 
gentil,  latino  y  muy  leido,  y  hizeselo  leer  en  vn 
rimero  de  libros  que  alli  teniTi  aposta  yo  traídos, 
y  otro  de  junto  a  Venecia,  que  siendo  tlieologo 
renegó,  también  se  halló  presente. 

Juan. —  La  satisdación  estubo  muy  aguda, 
como  de  quien  hera,  y  avnque  el  Baxá  fuera 
vn  leño  no  podía  dexar  de  entenderla  y  qnedar 
satisfecho.  ¿Qué  dezian  los  judios  a  eso? 

Pedro. — El  Baxá  reir  y  ellos  callar,  y  hacer- 
me del  ojo  que  callase;  y  yo  no  queria  mirar 
alia  por  no  los  ver  guiñar.  Quanto  a  lo  que 
hera  mo^o  y  no  tenia  experiencia,  avnque  hera 
poca  la  que  yo  tenia,  hera  mili  vezes  más  qtie  la 
suya,  porque  con  letras  y  entendimiento  y  ad- 
vertir las  cosas  se  sabia  la  experiencia,  que  no 
por  los  años,  que  a  esa  quenta,  las  muías  y 
asnos  que  andaban  en  las  norias  y  tahonas 
sabrian  más  que  ellos ,  pues  heran  más  vie- 
jas, y  las  comadres  y  los  pescadores  viejos;  y 
tras  esto  vna  parábola  pues  la  otra  les  ha- 
bla contentado:  Si  Vuestra  Excelencia  parte  en 
amanesciendo  en  vna  barquilla  (que  estábamos 
en  la  ribera  del  mar)  para  ir  de  aqui  alli,  seña- 
lando vn  trecho,  y  no  lleva  sino  dos  remos  y 
desde  a  dos  o  tres  horas  parto  yo  en  vn  bergan- 
tín bien  armado  con  muchos  remos,  ¿quál  lle- 
gara primero?  Respondió:  Tú.  Pregúntele  el 
porque'.  Dize:  Porque  llevas  mejor  vareo.  Digo: 
¿Pues  vuestra  excelencia  no  partió  primero  tres 
horas?  No  haze,  dixo,  eso  al  caso.  Pues  tampo- 
co les  haze,  digo,  al  caso,  a  estos  judios  haber  nas- 
Cido  tantos  años  antes  que  yo,  porque  van  caba- 
lleros en  asnos,  que  son  sus  entendimientos,  y  yo 
corriendo  a  caballo  en  el  mió,  y  con  ver  yo  vna 
vez  la  cosa  la  sé,  porque  estudio,  y  ellos,  avn- 
que la  vean  mil  vezes,  no.  Lo  mesmo  acontesce 
en  el  camino,  que  vno  le  va  mili  vezes  y  no  va 
advirtiendo,  y  cada  vez  ha  menester  guia,  y 
otro  no  le  ha  ido  más  de  vna  y  da  mejor  cuenta 
que  él  y  le  podría  guiar;  que  no  hai  senda  ni 
atajo  que  no  sabe,  ni  casa,  ni  pueblo  en  medio 
que  no  os  diga  por  nombre. 

Mata.  -  Ño  menos  bueno  es  todo  eso  que  lo 
primero,  y  es  cierto  que  también  concluirla; 
exemplos  son  que  cada  dia  veréis  acá,  que  an- 
dan vnos  mediconacos  viejos  con  las  chinelas 
y  bonetes  de  damasco  y  mangas  de  terciopelo 
raso  pegadas  al  sayo,  tomando  morcillas  y  todo 
si  les  dan,  en  vnos  caballazos  de  a  tres  varas 
de  pescueco,  y  tienen  sumidos  los  buenos  letra- 
dos y  metidos  en  los  rincones,  con  ira  bisitar 
sin  que  h)a  llamen,  tliciendo  que  por  amigo  le 
visitan  aquella  vez;  y  quaudo  salien  (pie  el  doc- 
tor tal  le  cura,  luego  con  vna  risa  falsa  dize 
que,  avnque  es  moro,  sera  bonico  si  bibe;  y  co- 
mienca  luego  a  dar  tras  los  manzebos  diziendo 
que  son  médicos  del  templecillo  y  amigos  de  se- 


tas nuebas.  Y  como  tienen  canas,  pensando  que 
saben  lo  que  dicen,  los  cree  el  vulgo.  Como  la 
verdad  sea  que  si  los  mocos  son  griegos  y  los 
otros  barbaros  saben  más  durmiendo  que  ellos 
velando,  y  tienen  más  experiencia,  verdad  es 
que  si  el  viejo  tiene  tan  buenas  letras,  lo  me- 
jor es,  que  las  canas  con  buenas  letras  y  tra- 
bajo, más  sallen. 

Juan. — ¿N'os  acordáis  quando  fuimos  a  San- 
torcaz  a  holgamos  con  el  cura,  que  topamos 
vna  mañana  vn  medico  de  la  mesma  manera 
como  los  habéis  pintado  y  salía  de  vna  casa 
donde  le  habían  dado  vna  morcilla  que  llebaba 
en  la  fratiqíiera? 

Pedro. — Se  (^)  que  yo  también  me  hallé  hai 
quando  le  hizimos  ir  a  jugar  con  nosotros  a  los 
bolos;  y  quando  jugaba,  vn  galgo  del  cura,  como 
olía  la  morcilla,  siempre  se  andaba  tras  él  del 
juego  a  los  bolos  y  de  los  bolos  al  juego,  hasta 
que  vna  vez  tomo  la  bola  para  sacar  siete  que 
le  faltaban,  y  tomó  la  alda  derecha,  que  como 
hera  tan  larga  l'estorbaba,  y  púsola  sobi-e  la 
otra,  y  como  acortó,  descubrióse  la  fratiquera; 
el  perro  como  la  vio,  pensando  que  aquella  hera 
la  morcilla,  arremete  y  haze  presa  en  fratiquera 
y  todo,  que  todos  juntos  no  le  podíamos  hazer 
que  la  dexase,  de  lo  que  quedó  el  más  corrido 
del  mundo. 

Mata. — Cada  vez  que  se  me  acuerda,  avn- 
que esté  solo  me  da  vna  risa  que  no  me  puedo 
valer;  como  dixo  después:  hera  vna  pobre  c^ue 
,  no  tenia  qué  dar  y  habia  matado  un  lechon,  y 
empresentomela  para  mi  huéspeda,  que  está 
preñada  y  no  puede  comer  cosa  del  mundo  ni 
verla.  La  terzera  satisfacion  sepamos. 

Pedro. —  Quanto  a  lo  que  dezian  que  hera 
esclabo  y  no  guardarla  fidelidad,  yo  hera  chris- 
tiano  y  guardaría  mejor  mi  fe  que  ellos  su  leí; 
desto  era  el  Baxá  buen  testigo,  y  en  la  fe  de 
Christo  tanto  pecado  hera  matarle  a  él  como 
a  vn  principe  christiano;  y  demás  desto,  los  es- 
pañoles gmirdamos  más  fidelidad  en  leí  de 
hombres  de  bien  que  otras  naciones;  y  ya  que 
todo  esto  no  fuese,  ¿á  quién  importaba  más  su 
vida  que  a  mí?  ¿dónde  hallaría  yo  otro  padre 
que  tanto  me  regalase  ni  principe  que  tantas 
mercedes  me  hiziese.'  No  habia  yo  de  ser  omi- 
Cida  de  mí  mesmo,  ni  ganal)a  yo  para  Dios  en 
ello,  nada  más  de  irme  al  infierno;  ni  para  mi 
Rei,  pues  muerto  el  que  no  hera  más  de  vn 
hombre,  luego  le  suscederia  otro;  y  desde  eston- 
ces comencase  a  recatarse  y  traer  la  barba  so- 
bri'  el  hombro,  porque  lo  que  se  piensa  y  nego- 
cia de  dia  es  lo  que  de  noche  se  sueña,  y  aque- 
llos judios  debían  de  vrdirle  alguna  muerte;  y 
no  se  fiase  en  ([ue  hera  más  poderoso  que  ellos, 
(pie  a  Christo,  con  ser  quien  hera,  ellos  le  mu- 

(')  Se  por  si. 


46 


autobiografías  y  memorias 


taron,  porque  muy  presto  se  conforman  cu  lo 
que  lian  de  liazer.  Y  con  esto  quedó  por  mí  el 
campo;  mas  como  habian  pasado  algunos  días 
que  ellos  le  hablan  curado  y  hartado  de  leche, 
teníanle  quasi  hidrópico,  y  los  remedios  que  yo 
le  comenze  a  hazer  no  pudieron  sanarle  del 
todo  en  dos  dias,  y  luego  tornaron  a  estudiar, 
con  el  grande  odio  que  me  tenian,  sobre  lo  de 
la  leche  que  yo  le  habia  quitado,  que  por  aque- 
llo no  habia  ya  sanado.  Quisiéronme  argüir  que 
la  de  la  camella,  al  menos,  fuese  buena. 

Juan.  -  ¿Por  qué  aA^toridad  se  guiaban?  ¿No 
les  podiais  hazer  traer  alli  los  avtores,  que  no 
es  posible  que  hombre  del  mundo  fuera  tan  ne- 
910  que  escribiera  tal  contrariedad? 

Pedro. — No  me  acotaban  otro  avtor,  sino 
todos  los  libros.  Dizen  todos  los  libros  esto; 
dizen  todos  los  libros  estotro.  Yo  desviviame 
acotando  del  Galeno  avtoridades  y  llevándolos 
libros  alli  y  interpretes  turcos  que  fuesen  jue- 
zes.  Al  cabo  concluian  con  que  la  del  camello 
hora  buena.  Como  no  habia  en  aquellos  dos 
dias  sanado  y  los  turcos  son  amigos  de  primera 
información,  que  se  buelven  a  cada  viento,  ni 
más  ni  menos  que  vna  veleta,  acordaron  de  po- 
nerme perpetuo  silencio  en  que  so  pena  de  9¡ent 
palos  en  ninguna  cosa  les  contradixese  ni  ha- 
blase con  ellos,  avnque  viese  claramente  que  le 
mataban,  porque  él  estaba  determinado  de  acu- 
dir a  la  mayor  parte  de  pares^eres. 

Juan. — Pues  con  quanto  os  habia  visto  ha- 
zer y  en  él  mesmo  lo  del  asma,  ¿no  se  persua- 
día a  creer  más  a  vos  que  a  los  otros? 

Pedro. — No,  porque  el  diablo  en  fin  los  trae 
engañados.  Se  que  más  cosas  vieron  hazer  los 
judios  a  Xpo,  y  con  todo  siempre  estubieron 
pertinazes  y  están;  y  los  turcos  no  ven,  si  quie- 
ren abrir  los  ojos,  el  herror  en  que  están.  Yo 
determiné  de  callar  y  estar  a  la  mira;  y  ellos 
comenzaron  do  curarle  vnos  dias  y  acabar  lo 
que  habian  comentado,  de  hazerle  del  todo  hy- 
clropico.  Y  ensoberbezieronse  tanto,  que  deter- 
minaion  pagarme  el  majar  de  la  Soltana  en  la 
mesma  moneda;  y  estábamos  en  vn  jardin  que 
se  dize  Vegitag,  legua  y  media  de  Conátanti- 
nopla,  porque  hera  verano,  y  cada  hora  me  em- 
biaban  por  vnas  coSas  y  por  otras;  y  el  pobre 
Pedro  de  Vrdimalas,  algo  corrido  de  las  matra- 
cas que  todos  los  otros  le  daban,  sin  osar  ha- 
blar, y  también  buscaban  cosas  que  majar  a 
costa  de  mis  brazos. 

Mata. — Al  menos  quando  os  embiabau  por 
esas  cosas  ¿no  habia  algo  que  sisar? 

Pedro. — Más  vellacos  heran,  que  tanto  que 
quando  se  habia  de  tocar  dinero  ellos  emviaban 
a  vno  dellos,  que  partia  la  ganancia  con  todos; 
hizieron  vn  dia,  por  malos  de  sus  pecados,  vna 
rezetaza  de  vn  pliego,  toda  de  cosas  de  poca 
impcn-tancjia  para  ayudas  y  emplastos,  muchas 


redomillas  de  azeites,  manadillas  de  yerbas  se- 
cas, taleguillas  de  simientes  y  flores  secas,  y 
]jregnntaronle&  quanto  costarían;  dixeron  que 
quinze  escudos  podrían  todas  valer;  mas  que 
hera  bien  que  viniese  todo  junto.  Despachába- 
me a  mí  el  chiaya,  que  es  mayordomo  mayor, 
que  fuese  por  ello;  dixo  el  Amon  Vgli:  Mejor 
sera  que  vaya  vno  destos,  que  a  ese  no  enten- 
derán, ni  lo  sabrá  escojer;  y  denle  también  di- 
neros, que  pague  lo  que  ha  traido  el  christiano. 
Fue  tan  presto  hecho  como  dicho,  y  bailóles  la 
burla  mas  de  diez  y  siete  escudos. 

Mata. — ¿No  podiais  descubrir  vos  esa  pe- 
lada? 

Pedro. — ¿Qué  tenia  de  descubrir,  que  valia 
más  su  mentira  estonces  que  mi  verdad?  Hera 
tarde,  y  el  judio  que  fue  por  ello  no  habia  de 
venir  hasta  otro  dia;  yo  como  les  dolian  poco 
mis  pies,  fui  a  traer  recado  para  vna  ayuda  y 
venir  presto;  y  Rustan  Baxá  entre  tanto  vino 
a  visitar  a  su  heraiano,  que  estaba  bien  fatiga- 
do, y  de  lastima  saltaronsele  las  lagrimas,  y  a 
mi  amo  de  miedo,  pensando  que  lo  hazla  por 
haberle  dicho  los  médicos  que  se  moria.  Retra- 
xosele  el  calor  adentro  y  desmaj'ose,  y  estubo 
asi  vn  rato,  hasta  que  medio  tornó  en  sí.  Fuese 
el  Rustan  Baxá,  porque  no  vsan  hazer  visitas 
mas  largas  de  preguntar  cómo  está  y  salirse. 

Mata. — ¿Pues  cómo  siendo  hermanos? 

Pedro. — Porque  son  tan  recatados  que  pen- 
sarían, si  mucho  hablasen,  que  vrdian  traición 
al  Rei.  Vierais  los  judios  huir  como  no  le  halla- 
ron pulso,  en  vna  barca  con  todos  sus  libros, 
que  se  estaban  ya  en  el  jardin  de  proposito,  y 
el  camino  se  les  hazia  bien  largo;  y  tópelos  (}), 
y  dixeles  dónde  iban;  dixeronme  como  mi  señor 
hera  muerto,  y  que  la  ayuda  bien  la  podia  de- 
rramar. En  llegando  al  jardin  vi  que  todos  llo- 
raban ;  y  entré  de  presto  á  tomarle  el  pulso,  y 
hállele  sin  calentura  y  como  vn  hombre  atran- 
cado que  no  podia  hablar,  y  apretele  la  mano 
diziendo:  ¡Qué  animo  es  esc!  Vilestra  Excelen- 
cia no  tema,  que  la  mejor  señal  que  liai  para 
que  no  se  morirá  es  de  que  los  judios  van  todos 
huyendo  y  le  dexan  por  muerto  sin  saber  la 
causa  del  azidente.  Y  mandé  traer  presto  dos 
cucharadas  de  aguardiente  y  hizeselas  tomar,  y 
dixele  que  si  desta  moria  me  cortasen  la  cabe- 
za. Estubo  bueno  y  regozijado  a(j[uella  noche, 
que  estaba  propio  para  hazer  mercedes,  y  esti- 
mó mi  consejo  en  mucho  y  el  ver  quán  firme- 
mente tenia  yo  (|ue  no  hera  nada.  Sabiendo 
aquella  noche  los  judios  la  mala  nueba  de  que 
por  el  presente  110  queria  morirse,  helos  aquí  a 
la  mañana  con  todo  su  ajuar,  ansi  de  libros 
como  de  medicinas. 

Mata. — ¿Y    osaron    pares^er    entre    jente? 

(')  en  camino. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


47 


Bien  dizen  que  quien  no  tiene  vergüenza  todo 
el  mundo  es  suyo. 

Pedro. — Como  si  no  vbiera  pasado  cosa 
por  ellos;  ¡tan  hechizado  tenian  ya  a  mi  amo 
con  su  labia! 

Mata. — ¿[De]  dónde  defian  que  venian? 

Pedro. — De  buscar  mili  recados  que  para 
sanarle  traian,  y  tener  acuerdo  con  los  libros 
que  tenian  en  casa,  para  mejor  le  curar. 

Juan. — ¿Y  creyólos? 

Pedro. — Como  de  primero. 

Joan. — ¿Pues  qué  diablo  de  gente  es  (')? 
Mayor  pertinacia  me  paresce  esa  que  la  de  los 
judios,  pues  lo  que  tantas  vezes  veian  creian 
menos. 

Pedro. — Siempre  quando  se  quexau  dos 
gana  el  primero,  y  en  cosa  destos  pares^eres  el 
postrero;  y  como  los  vellacos  sabian  tan  bien  la 
lengua,  siempre  hablaban  a  la  postre;  avnqiie 
le  tubiese  de  mi  parte  le  mudaban  luego.  Co- 
mienzan de  sacar  drogas  de  vna  talega  y  mos- 
trar al  Baxá,  y  los  manojuelos  de  poleo  y  mes- 
tranfos  y  calamento  y  otros;  ansi  dezian:  ¿Ve 
Vuestra  Excelencia  esto?  viene  de  Chipre,  es- 
totro de  Candia,  aquello  de  tal  India,  estotro 
de  Damasco;  y  sin  vergüenza  ninguna  de  mi; 
yo,  algo  enojado,  dixe  al  Baxá  al  oido  que  me 
hiziese  mei-^ed  de,  pues  hera  cosa  que  le  iba  la 
vida,  mandase  que  yo  hablase  alli  y  me  diesen 
atención;  lo  qual  hizo  de  buena  gana,  porque 
la  noche  antes  habia  cobradonie  vn  poco  de  cré- 
dito, y  dixeles:  señores... 

Mata. — ¿En  qué  lengua? 

Pedro.— En  turquesco,  que  nunca  Dios  me 
faltaba;  no  por  via  de  disputa  ni  de  contradezir 
cosa  que  haréis  sino  para  saber:  ¿esas  yerbas  no 
serian  mejores  y  de  más  virtud  frescas  que 
secas?  Dixo  el  Amon:  Bien  habéis  estado  aten- 
to a  lo  que  hemos  dicho.  ¿No  oistes  que  ésta 
viene  de  docientas  leguas,  y  estotra  de  mili; 
aquella  de  Indias,  la  otra  de  Judea?  ¿Pensáis 
que  estáis  en  vuestras  Españas,  que  hai  destas? 
Ya  lo  tengo,  digo,  señores,  entendido,  y  no 
digo  sino  si  las  vbiese,  por  si  Dios  me  lleba  en 
mi  tierra,  que  dezis  que  las  hai,  sepa  alguna 
cosa  de  nuebo.  Respondieron  todos  a  vna:  No 
hai  que  dubdar  sino  que  si  se  hallasen  serian 
mili  vezes  mejores.  Pregunté  al  Baxá  si  abia 
entendido  lo  que  dezian,  y  él  dixo  que  sí;  y 
tornoselo  el  mesmo  a  preguntar,  y  refirmáronse 
en  sus  dichos;  estonces  yo  digo:  Pues,  señor, 
mande  Vuestra  Excelenyia  poner  la  caldera  en 
que  sean  de  cozer  al  fuego,  con  agua,  y  si  an- 
tes que  yerba  no  traxese  todas  estas  yerl)as 
frescas  y  algunas  mas,  en  llegando  quirro  que 
se  me  sea  cortada  la  cabeza;  ponpie  vuestra 
excelencia  vea  cómo  éstos  no  saben  nada  más 

(')  esa. 


de  robar.  Respondió  el  Amon:  Si  vos  trajere- 
des  ésta,  mostrándome  vn  poco  de  zentabra,  yo 
os  daré  vn  sayo  de  brocado,  si  no  vais  a  Espa- 
ña por  ella.  El  Baxá  prestamente  mandó  ser 
puesto  todo  por  la  obra,  y  voi  con  mis  guar- 
dianes y  vn  azadón  a  vna  montañuela  que  es- 
taba del  jardin  vn  tiro  de  vallesta  pequeño, 
donde  yo  algunas  vezes  quando  curaba  á  la  Sol- 
tana  habia  ido  por  todas  las  yerbas  y  raizes 
que  habia  menester,  y  donde  sabia  claramente 
que  estaban  todas,  y  comienzo  de  arrancarlas 
con  sus  raizes  y  todo,  y  tomo  vn  grande  haz 
dellas  y  otras  que  ellos  no  habian  traido,  y  en- 
tro cargado  con  mi  azadón  y  todo  en  la  cáma- 
ra del  Baxá,  donde  estaba  toda  la  congrega- 
ción, y  arrojé  junto  a  mi  amo  el  haz,  bien  su- 
dando, y  que  no  me  alcanzaba  vn  huelgo  a  otro, 
y  comencé  de  tomar  vn  manojuelo  de  secas  y 
vna  rama  de  verdes,  y  juntábalas  y  mostrándo- 
selas a  mi  amo  decía:  iSoltan  buhephir  deilal 
¿Señor,  esto  no  es  todo  vno?  A  lo  qual  respon- 
día, como  no  lo  podia  negar:  ierchec:  es  grande 
verdad;  y  tomaba  otra  y  degia  lo  mesmo;  has- 
ta que  no  habia  más  de  las  secas,  y  comencé  de 
mostrar  otras  que  también  hazian  al  proposito, 
y  heché  la  zentaura  sobre  la  cabeza  del  judio  y 
dixele:  Dadme  vn  sayo  de  brocado,  y  toma  esta 
yerba. 

Mata. — El  os  diera  dos  por  no  la  ver.  ¿Y 
qué  dixo  a  eso?  No  faltara  alli  confusión;  ma- 
ravillóme no  alegar  el  testo  del  Evangelio:  in 
Belzebict,  principe  demoniorwn  ejicit  demonia. 

Pedro. — Antes  respondieron  lo  mejor  del 
mundo,  que  el  diablo  que  los  guia,  como  yo  des- 
pués les  dixe,  les  faltó  al  tiempo  que  más  hera 
menester.  Salió  Amon  Vgli  y  dixo:  Señor,  yo, 
en  nombre  de  todos  ('),  te  juro  por  el  Dios  de 
Abraham  y  por  nuestra  lei  embiada  del  yielo, 
que  tienes  en  casa  al  que  as  menester,  y  que  si 
ese  no  te  cura,  nadie  del  mundo  baste  a  hazello; 
y  como  ya  sabe  Vuestra  Excelengia,  nosotros, 
por  la  grande  subjecion  que  os  tenemos,  no  osa- 
mos salir  al  campo  a  buscar  si  hai  estas  cosas, 
porque  nos  matarian  por  quitarnos  las  capas; 
no  pensábamos  que  tal  cosa  vbiese,  y  ansi  con 
las  nabes  que  van  a  esos  lugares  que  dixe,  em- 
biamos  a  probemos  de  todo.  Salidos  alia  fuera 
en  conversación,  yo  les  dixe:  Señores,  pidos 
por  merced  que  n'os  toméis  conmigo,  que  mal- 
dita la  honrra  jamas  ganéis,  porque  por  virtud 
del  carácter  del  baptismo  sé  las  lenguas  todas 
que  tengo  menester  para  confundiros,  y  gana- 
reis conmigo  más  por  bien  que  por  mal. 

Juan,  —  Razonablemente  de  contento  queda- 
ra vuestro  amo. 

Pedro. — Como  si  le  dieran  otro  estado  más 
como  el  que  tenia;  y  os  diré  que  tanto,  que 

(')  dezimos. 


48 


autobiografías  y  memorias 


aquel  mesmo  dia  hizo  testamento  muy  solemne 
y  la  primera  manda  (')  es  dexarme  libre  si  se 
niuripro;  y  mandóme  venir  delante  del  con  mis 
guardianes  y  diomo  vna  sotana  de  muy  buen 
paño,  morada,  y  a  ellos  sendas  otras  de  vn  paño 
razonable  y  cada  quatro  escudos;  y  dixoles:  Yo 
os  agradezco  mucho  la  buena  guarda  que  deste 
cln'istiano  me  habéis  tenido  fasta  agora;  pues 
Dios  le  ha  hecho  libre,  de  aqui  adelante  dexadle 
andar,  y  vosotros  idos  a  mi  torre  a  guardar  los 
otros  christianos,  que  éste  guardado  esta;  y 
desde  aquel  dia  adelante  comente  de  gozar  al- 
guna livertad  y  serbir  con  tanta  afiction  y  amor, 
que  no  me  hartaba  de  correr  quando  me  man- 
daban algo,  y  comediame  tanto,  que  si  veia  que 
el  Baxá  mandaba  alguna  cosa  a  vno  de  sus 
criados,  yo  procuraba  ganar  por  la  mano  y  ha- 
zerla.  Vino  la  priuanca  a  suliir  tanto  de  grado 
y  estar  todos  en  casa  tan  bien  conmigo,  como 
ya  sabia  la  lengua,  que  vn  dia,  estando  purga- 
do el  Baxá  algo  fatigado,  levantóse  al  serbidor, 
y  cierto  en  aquella  tierra  ni  saben  servir  ni  ser 
servidos;  y  como  yo  vi  que  ningún  regalo  ha 
zian  a  la  cama  siquiera  ygualarla,  dexo  caer 
mi  capa  en  tierra,  y  abrazo  toda  la  ropa  y 
quitóla  de  la  cama  y  hago  en  el  aire  la  cama 
bien  hecha,  de  lo  que  quedó  el  Vaxá  tan  espan- 
tado y  contento,  que  mandó  que  sirltiese  yo  en 
la  cámara,  y  dendc  a  pocos  dias  proveyó  al  ca- 
marero vn  cargo  y  mandóme  que  yo  fuese  ca- 
marero suyo,  lo  qual  acepté  con  grande  aplauso 
de  toda  la  casa;  y  de  tal  manera,  que  no  se  le- 
vantara por  ninguna  via  ni  se  rebolviera  si  yo 
no  lo  liazia.  Cada  mañana  habia  yo  de  ir  a  la 
C09Ína  y  ordenarle  la  comida;  y  quando  qneria 
comer  hera  menester  que  yo  sirbiese  de  mastre- 
sala,  y  en  ninguna  manera  se  le  llebara  la  co- 
mida si  yo  no  iba  con  vna  caña  de  Indias  en  la 
mano  a  dezir  que  la  traxesen;  y  venia  delante 
della  y  yo  por  mi  mano  se  lo  cortaba  y  daba  de 
comer,  y  me  comia  delante  del  los  rcliebes. 

Mata. — ¿Desa  manera  l)ien  liberal  fuerais  en 
mandar  lo  que  habia  de  comer? 

Pedro. — Más  al  menos  que  los  jndios. 

Juan. — ¿Pues  no  son  liverales  en  el  ordenar 
la  comida? 

Pedro. — Yo  os  diré  ('*):  vn  dia  que  el  Ba- 
xá se  purgaba  fueron  a  la  cocina  y  dixeron  al 
cozinero  que  coziese  media  abe  y  diese  del  cal- 
do sin  sal  media  escudilla,  y  después  la  sazo- 
nase porque  habia  de  comerla  el  Vaxá.  Yo, 
como  los  vi  Jiiandar  aquello,  atéstelos  de  hides- 
putas,  vellacos,  y  mandé  poner  quatro  ollas  de- 
lante de  mí  y  en  cada  vna  heehasen  dos  aves. 
En  la  vna  se  cociesen  sin  sal,  con  garbanros; 
en  la  otra,  con  raizes  de  perejil  y  apio;  en  la 

(')  que  en  él  haze. 
(')  que. 


otra,  con  cebollas  y  lentejas;  la  vltima,  con  mu- 
chas yerbas  adobadas,  y  asasen  otras  dos  tam- 
bién por  si  quisiese  asado.  Ellos  luego  dixeron: 
(Vt  quid  jK'rd/t/o  liec?  Digo:  porque  sepáis  que 
nunca  cnrastes  hombre  de  bien;  ¿cómo?  ¿á  vn 
tan  gran  señor  tratáis  como  se  habia  de  tratar 
vno  de  vosotros?;  cómanse  estas  gallinas  des- 
pués los  mo90s  de  copina.  No  dexé  de  ganar 
honrra  con  mi  amo  quando  lo  supo. 

Juan. — Con  los  cocineros  creo  que  no  se 
perdió. 

Mata. — ¿Pensáis  que  es  mala  amistad  en 
casa  del  señor?  No  menos  la  querría  yo  que  la 
del  más  prinzipal  de  casa. 

Juan. — Y  de  alli  adelante,  ¿mejoraba  o  peo- 
raba? 

Pedro.' — ^  Oras  mejoraba,  oras  se  sentía 
peor,  como  la  hydropesia  estaba  ya  confirmada. 

Juan. — ¿Hera  subjeto  a  medicina?  ¿Tomaba 
bien  lo  que  le  dabais? 

Pedro. — Por  lo  que  pasó  con  el  caldo  sin 
sal  de  la  primera  purga  que  le  di  lo  podréis  juz- 
gar; porque  le  dexé  vn  dia  ordenado,  habiendo 
tomado  las  pildoras,  que  media  hora  antes  de 
comer  tomase  vna  escudilla  de  caldo  sin  sal; 
pensando  que  para  cada  dia  se  lo  mandaba,  le 
duró  40  dias,  que  lo  tomaba  cada  dia,  fasta  que, 
como  le  sabia  tan  mal,  vn  dia  me  rogo  que  si 
podía  darle  otra  cosa  en  trueco  de  aquello  lo 
hiziese,  porque  estaba  ya  fastidiado.  Venido  a 
saber  cpié  era,  contome  cómo  cada  dia  tomaba 
aquel  vebrajo.  Yo  le  desengañé  con  de^ir  que 
hera  muy  bien  que  le  ubiese  tomado,  mas  que 
yo  no  lo  habia  ordenado  más  de  para  el  dia  de 
las  pildoras. 

Juan. — En  proposito  he  estado  mili  vezcs 
de  preguntar  esto  del  caldo  sin  sal  a  que  pro- 
posito es,  o  si  se  puede  excusar,  porque  a  raí  y 
avn  a  muchos  es  peor  de  tomar  que  la  misma 
purga.  Pares9cnie  a  mí  que  (juatro  granos  de 
sal  poco  hazen  ni  deshazen. 

Pedro. — Es  como  la  necedad  connin  del  re- 
frán de  la  pobreza  que  no  es  vileza;  que  se  van 
los  médicos  al  hilo  de  la  jente  sin  más  escudri- 
ñar las  cosas  a  qué  fin  se  hazen.  No  se  me  da 
más  que  sea  con  sal  que  sin  sal,  ni  que  sea  cal- 
do que  agua  cozida.  El  fin  para  que  los  que  es- 
crivieron  lo  dan  es  para  lavar  la  garganta  y  .tri- 
pas y  estomago,  y  en  fin  todas  las  partes  por 
donde  ha  pasado,  porque  no  quede  algún  po- 
quillo  por  alli  pegado  que  después  haga  alguna 
mordicación  y  alltorote  los  humores.  Esto  tam- 
bién lo  haze  con  sal  como  sin  ella. 

Mata. — A  mí  me  cuadra  eso;  y  vn  medico 
nuiy  grande,  francés,  que  pasó  por  aqui  vna 
vez,  curando  aciertos  señores  les  daba  el  cf.ldo 
con  sal,  y  agua  con  azúcar  otras  vezes. 

Pedro. — Eso  mesmo  se  vsa  en  todo  el  mun- 
do, sino  que  muchas  cosas  se  dexan  de  saver 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


49 


por  no  les  saber  buscar  el  origen;  sino  porque 
mi  padre  lo  hizo,  yo  lo  quiero  hazer. 

]\Iata. — ¿Qué  se  Jiizo  do  los  judins?  (Nunca 
más  pares^ieron? 

Pedro. — Yo  hize  que  los  despidiesen  a  to- 
dos, sino  a  dos  los  principales  que  estubiesen 
alli. 

Mata. — ¿Para  qué? 

Peduo, — Eso  mesmo  me  preguntó  mi  amo 
vn  dia;  que  pues  no  se  hazia  más  de  lo  que  yo 
mandaba,  ¿para  qué  tenia  alli  aquellos  médicos 
a  gastar  con  ellos?  Dixele:  Señor,  esos  yo  no 
los  tengo  para  Vuestra  Excelencia,  sino  para 
mi  satisfaoion;  si  Dios  quisiere  llcbar  de  este 
mundo  á  Vuestra  Ex^elen^ia,  no  digan  que  yo 
le  maté,  y  también  para  que  vn  pi-in^ipe  tan 
grande  se  cure  con  aquella  avtoridad  que  con- 
viene, pues  tiene,  gracias  a  Dios,  bien  con  qué 
lo  pagar. 

Juan. — ¿Contrade(;ian[v]os  en  algo? 

Pedro. — Antes  estábamos  en  grande  her- 
mandad, y  de9Ían  mili  bienes  de  mí  en  avsen- 
cia  al  Baxá;  y  quando  le  venían  a  ver  primero 
hablaban  conmigo,  preguntándome  cómo  ha- 
bia  estado,  y  lo  que  yo  les  respondía  aquejlo 
mesmo  decian  dentro. 

Juan. — 'No  entiendo  eso. 

Pedro, — Si  yo  decía  que  tenia  calentura, 
ellos  también;  si  que  no  la  tenia,  ni  más  ni  me- 
nos; ya  no  me  osaban  desabrir  ellos. 

Mata. — ¿Y  otros? 

Pedro.  —Cada  dia  teniamos  médicos  nuebos 
en  casa,  a  la  fama  que  tenia  de  ser  liveral. 

Mata.  —Sé  que  ya  no  los  creía. 

Pedro.  —  Como  si  no  vbiera  pasado  nada 
por  él;  pero  heran  médicos  de  las  cosas  de  su 
leí,  con  palabras  y  sacrificios,  a  lo  qual  ni  los 
judíos  ni  yo  no  osábamos  ir  a  la  mano,  y  nin- 
guno venia  que  no  prometiese  dentro  de  tres 
días  darle  sano,  y  a  todos  creía.  Díxeronle  los 
letrados  do  la  leí  de  Mahoma  que  los  médicos 
no  entendían  aquella  enfermedad  ni  la  sabrían 
curar;  que  hera  la  causa  della  que  algunos  que 
le  querían  mal  hal)ían  leído  sobre  él,  que  es  vna 
Ruperstícion  que  ellos  tienen,  que  sí  quieren  ha- 
zer a  vno  mal  loen  cierto  libro  sobre  él,  y  luego 
le  hazen  o  que  no  hable  y  que  no  ando,  o  le  cie- 
gan, o  semejante  cosa;  y  el  remedio  para  este 
hera  que  buscase  grandes  lectores  y  que  leyesen 
contra  aquellos,  y  deste  modo  sanaría.  Costóle 
la  l)urla  más  do  siete  mili  ducados. 

Mata. — ¿De  sólo  leer?  ¿Marabedis  diréis? 

Pedro. — No,  sino  ducados,  y  avn  de  peso, 
porque  hizo  poner  vn  pabellón  muy  galán  en- 
niodio  el  jardín ,  que  podían  caber  debaxo  del 
C-inquonta  hombros,  y  de  día  y  noche  por  mu- 
chos días  venían  allí  nnirhos  letrados  a  leer  su 
Alcorán  y  otros  libros,  y  velaban  toda  la  noclie, 
y  a  la  mañana  se  iban  con  cada  quatro  piezas 


de  oro,  y  venían  otros  tantos,  de  manera  que 
nunca  se  dexase  de  leer;  tras  ésto  mil  hechize- 
ros,  vnos  hincando  clabos,  otros  fixando  car- 
tas, otros  dándole  en  la  taza  qne  bebía  vna  car- 
ta para  que  se  deshiziese  alli. 

Juan. — ¿Y  todos  esos  prometían  a  tres  dias 
la  salud? 

Pedro. — Todos,  y  nadie  salía  con  ella;  vino 
vna  muger  que  a  mí  gusto  lo  hizo  mejor  que 
nadie,  y  tenía  grande  fama  entrellos,  que  cada 
día  la  primera  cosa  que  veía  por  la  mañana  ha- 
zia que  fuese  vna  cabra  negra,  y  tras  esto  pa- 
saba tres  vezes  por  debaxo  de  la  tripa  de  vna 
borrica,  con  ciertas  palabras  y  c^rinionias,  y 
hera  la  cosa  que  más  contra  su  voluntad  hazia, 
porque  hera  vn  hombrazo  y  con  vna  tripa  ma- 
yor que  vn  atanilior,  ya  podéis  ver  la  fatiga  que 
rescibiria.  Entre  estas  y  estas  le  daba  vn  le- 
tuario lleno  d'escamonea,  que  le  hazia  echar 
las  tripas,  Díxo  que  hera  menester  hazer  vn 
pan  en  vn  horno  edificado  con  sus  cei'íiiionias, 
y  probeyose  que  en  vn  punto  fuesen  los  maes- 
tros con  ella  y  la  obrerica  necesaria,  y  que  jun- 
tamente le  llebasen  cpiatro  carneros.  Yo  fui  a 
ver  lo  que  pasaba,  por  el  deseo  c¿ue  de  la  salud 
de  mí  amo  tenía,  y  en  vna  parte  de  la  casa, 
donde  hera  l)uen  lugar  para  el  horno,  tomó  vna 
espada,  y  con  ciertas  palabras,  mirando  al  cíelo, 
la  dosembainó  y  comenzó  d'esgrímir  a  todas  las 
partes,  y  puso  en  quadro  los  carneros  maniata- 
dos donde  el  horno  había  d'estar  y  dio  al  cor- 
tador el  espada  para  que  los  degollase  con  ella, 
y  después  de  degollados  mandólos  dar  a  vnas 
hijas  suyas  arriba,  y  sobre  la  sangre  comenca- 
ron  a  edificar  su  horno  con  toda  la  prisa  posi- 
ble, de  suerte  que  en  vn  día  y  vna  noche  esta- 
ba el  mejor  horno  que  podía  en  Constantinopla 
haber,  y  alli  echo  un  bollo  con  sus  ceremonias  y 
llebosele  al  Baxá,  diciendo  que  comiese  aquél, 
con  el  qual  había  de  ser  luego  sano,  y  no  de- 
xase ¡jara  que  se  cumpliesen  los  nuebe  dias  ha- 
zer lo  do  la  cabra  y  la  asna,  Ella  se  fue  a  su 
casa,  y  dexose  a  mi  amo  peor  que  nunca, 

Juan. — Ella  lo  hizo  muy  avisadamente,  por- 
que no  quería  mas  de  tener  orno  y  carnero  para 
cecina,  y  merescia  muy  bien  ese  Baxá  todas 
esas  burlctas  pues  lo  creía  todo, 

Pedro. — Vino  tras  esta  otro  que  díxo  que 
veinte  y  quatro  horas  podía  tener  el  mal,  y  no 
veinte  y  cinco,  sí  luego  le  daban  recado;  y  pi- 
dió vna  mesa  ahí  delante  y  tras  esto  cinco  du- 
cados soldaninos  cine  llaman,  que  tienen  letras 
arábigas,  y  que  fuesen  nuebos.  No  fue  menes- 
ter, por  la  gracia  de  Dios,  irlos  á  buscar  fuera 
de  casa.  Quando  los  tubo  sobre  la  mesa  dize: 
Traiganmcí  a(|UÍ  vn  clabo  de  vn  ataut  de  judio, 
y  vna  mancana  do  palo  que  tienen  los  atantes 
de  los  turcos,  en  que  Ileban  el  tocado  del 
muerto,  y  la  tabla  de  otro  ataut  de  chrístíanos. 


50 


autobiografías  y  memorias 


Todo  fue  con  breuedad  traído,  y  puso  la  tabla 
sobro  la  mesa  y  los  ducados  sobre  la  tabla,  y 
tomó  la  mancanilla  con  vna  mano  y  el  clabo  en 
la  otra;  y  alzados  los  ojos  arriba,  no  sé  que  se 
murmuraba  y  daba  vn  golpe  en  el  ducado  y 
agujerábale,  y  tornaba  a  de9¡r  más  palabras  y 
daba  otro  golpe;  en  fin,  los  agujeró  todos,  y  di- 
xo  que  aparejasen  el  almuerzo  porque  a  la  ma- 
ñana no  habria  más  mal  en  la  tripa  que  si  nunca 
fuera,  con  lo  que  liabia  aquella  noche  de  hazer 
en  las  letras  de  los  ducados,  y  tomó  sus  duca- 
dos en  la  mano  y  fuese  hasta  o¡,  avnque  l'es- 
peraban  bien. 

Mata. — ¡Dios,  que  meres^ia  ese  yna  corona, 
porqiie  hizo  la  cosa  mejor  hecha  que  imaginarse 
puede,  porque  sepan  los  bellacos  a  quién  tienen 
de  creer  y  a  quien  no! 

Jdan.  —De  allí  adelante,  al  menos,  bien  es- 
caiiiientado  quedara, 

Pedro. — Maldito;  lo  más  que  si  ninguna 
cosa  ubiera  pasado  por  él  destas;  porque  otro 
dia  siguiente  A^no  otro  que  le  liazia  beber  cada 
dia  media  copa  de  agua  de  vn  P090,  y  cada  dia 
leia  sobre  el  P090  vna  hora;  y  mandó  al  cabo 
de  ocho  dias  que  fuesen  a  buscar  si  por  ventura 
aliasen  algo  dentro;  y  entró  vn  turco  y  sacó  vn 
esportillo,  dentro  del  cual  estaba  vna  calabera 
de  cabrón  con  sus  cuernos,  y  otra  de  hombi-e  y 
muchos  cabellos,  y  valióle  vn  vestido  al  bellaco 
del  hechizero,  no  considerando  que  él  lo  podia 
aver  echado. 

Juan.— ¿Pues  qué  dicia  que  significaba? 

Pedro. — Que  el  que  lo  hecho  causó  el  mal, 
y  habia  de  durar  hasta  que  lo  sacase;  mas  no 
curó  de  esperar  mas  fiestas.  Dieronle  dos  du- 
cados, con  los  quales  se  fue  y  sin  pelo  malo. 
Tras  todo  esto  vino  vn  medico  judio  de  quien 
no  rebaba  la  Iglesia,  que  se  llamaba  él  licencia- 
do, y  prometió  sy  se  le  dexaban  ver  que  le  sa- 
narla. El  Baxá,  por  ser  cosa  de  medÍ9Ína, 
quando  vino  remitiomelo  a  mí  rogándome  que 
si  yo  viese  que  hera  cosa  que  le  podria  hazer 
probecho  por  embidia  no  lo  dexase.  Yo  se  lo 
prometí,  y  quando  vino  el  señor  lÍ9en9¡ado  co- 
men9Ó  de  hal)lar  de  tal  manera  que  ponía  asco 
a  los  qiie  lo  entendían.  Yo  le  dixe:  Señor,  ¿en 
quántos  dias  le  pensáis  dar  sano?  Dixo  que 
con  la  ayuda  del  Dio  en  tres.  Repliqué  si  por 
vía  de  medÍ9¡na  o  por  otra  (').  El  dize  que  no, 
sino  de  medÍ9Ína;  porque  aquello  hera  trópico  y 
le  habían  de  sacar,  que  hera  como  vn  gato,  y 
otros  dos  mili  disparates;  a  lo  qual  yo  le  dixe: 
Señor,  el  grado  de  lÍ9enciado  que  tenéis  ¿ubis- 
tesle  por  letras  o  por  herencia?  Dixo  tan  sim- 
plemente: No,  señor,  sino  mi  agüelo  estudió  en 
Salamanca  y  hizose  lÍ9en9Íado,  y  como  nos  he- 
cbaron  d'España,  vinose  acá,  y  mi  padre   fue 

(•)  Via. 


medico  que  estudió  en  sus  libros  y  llamóse 
ansí  lÍ9en9Íado,  y  también  me  lo  llamo  yo.  Di- 
go: ¿Pues  a  esa  quenta  también  vuestros  hijos 
después  de  vos  muerto  se  lo  llamarán?  Dize: 
Ya,  señor,  los  llaman  lícen9Íaditos.  No  pude 
estar  sin  reírme,  y  el  Baxá  preguntó  que  qué 
cosa  hera,  si  cumplía  o  no.  Respondíle  que  no 
sabía;  reprehendióme  dÍ9Íendo  que  ¿cómo  hera 
posible  que  no  lo  supiese?  Digo:  Señor,  si 
digo  a  Vuestra  Ex9elen9Ía  que  no  sabe  nada, 
luego  me  dirán  que  le  destierro  quantos  médi- 
cos hai  que  le  han  de  sanar;  si  le  digo  quesa!  e 
algo,  sera  la  mayor  mentira  del  mundo,  y  anme 
mandado  que  no  mienta;  por  eso  es  mejor  ca- 
llar. A^yudaronme  de  mala  los  protomedicos 
que  allí  estaban,  y  tubímos  qve  reír  vnos  días 
del  señor  licen9Íado  con  sus  lÍ9en9Íaditos. 

Juan. — De  rebentar  de  risa  hera  razón, 
quanto  más  de  reír.  ¿Y  en  estos  medios  haziais- 
le  algunas  medifínas  o  dexabais  hazer  a  los 
uegromanticos? 

Pedro. — Siempre  en  el  dar  de  comer  asado 
y  vizcochos  y  tomar  muchos  xarabes  y  letuarios 
apropiados  a  la  enfermedad  continuábamos 
nuestra  cura,  hasta  que  quiso  Dios  que  se  le 
hincho  la  bolsa  en  tanto  grado,  que  estaba  ma- 
yor que  su  cabeza,  y  comen9e  de  ponerle  mili 
emplastos  y  ungüentos,  que  adelga9aron  el  cue- 
ro y  comen9Ó  de  sudar  agua  clara  como  del  río, 
en  qué  manera,  si  pensáis  que  le  agujeré  la  cama 
para  que  cayese  en  vna  bazia  lo  que  destilaba, 
y  hallé  pesándolo  que  cada  hora  caían  tres  on- 
9as  y  media  de  agua,  por  manera  que  si  no  me 
fueseis  a  la  mano  os  diría  el  agua  toda  que  sa- 
lió quánto  pesó. 

Mata. — Como  sea  cosa  de  creer,  ¿quién  os 
tiene  de  contradezir? 

Pedro.  —  Pues  no  lo  creáis  sí  no  quisieredes, 
mas  yo  os  juro  por  Dios  verdadero  que  pesó 
on9e  ocas. 

Juan. — ¿Quánto  es  cada  oca? 

Pedro. — Quarenta  on9as;  en  fin  quatro  li- 
bras medicinales. 

Mata. — ¿Qué  es  libra  medÍ9¡nal? 

Pedro. — De  do9e  on9as. 

Mata. — ¿De  manera  que  son  cuarenta  y  qiia- 
tro  libras  desas? 

Pedro. — Tantas. 

Mata. — Porque  vos  lo  dezis  yo  lo  creo,  pero 
otro  me  queda  dentro. 

Juan. — Yo  lo  recreo,  por  el  juramento  que 
ha  hecho,  y  sé  que  no  está  agora  en  tiempo  de 
mentir,  quanto  más  que  qué  le  va  a  él  en  que 
sean  diez  ni  ciento. 

Mata. —  Ello  por  vía  natural,  como  dÍ9en, 
¿podíase  convertir  el  viento  en  agua? 

Pedro. — Muy  bien. 

Mata. — Desa  manera  yo  digo  que  lo  creo, 
que  se  engendraba  cada  día  más  y  más. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


51 


Pedro. — No  menos  indiada  quedó   siendo 
salida  tanta  agua  que  si  no  saliera  nada,  porque 
la  parte  sutil  salió  y  quedóse  la  gruesa,  por  no 
aver  por  donde  saliese;  lo  qual  fue  causa  de  rom- 
per toda  nuestra  amistad,  porque  viendo  yo  que 
se  tornaba  de  color  de  plomo  y  dolia  terrible- 
mente y  se  canceraba,  fui  de  paresoer  que  luego 
le  abriesen,  y  losprotomedicos  que  no  en  ningu- 
na manera;  ¡tanto  es  el  miedo  que  aquellos  mal- 
aventurados tienen  de  sangrar  y  abrir  poste- 
mas! Yo  dixe,  como  hera  verdad,  que  si  espe- 
raban a  la  mañana  el  fuego  no  se  podria  atajar; 
por  tanto,  luego  mandasen  hazer  junta  de  to- 
dos los   cirujanos  y  médicos  que  hallasen,  los 
quales  vinieron  luego,  y  propuesto  y  visto  el 
caso  no  habia  hombre  que  se  atrebiese  sino  solo 
aquel  mi  compañero  viejo  de  quien  arriba  he  di- 
cho, y  llegúeme  a  la  oreja  a  vn  cirujano  napo- 
litano judio  que  habia  estado  en  Italia  y  se  lla- 
maba Rabi  Ochanan,  y  dixele:  Si  tú  quieres  ga- 
nar honrra  y  probecho,  ven  conmigo  en  mi  opi- 
nión, que  todos  éstos  son  bestias,  y  yo  haré  que 
quedes  aqui  en  la  cura.  El  fuese  tras  el  inthe- 
rese  y  dixo  que  estando  e'l  con  el  Marques  del 
Gasto  habia  curado  dos  casos  ansinas  y  ningu- 
no habia  peligrado;  no  sabia  por  qué  aquellos 
señores  contrade9Ían  tanto.  Yo  hable  el  postre- 
ro de  abtoridad  y  digo:   Contra  los  que  dizen 
que  se  abra  no  tengo  que  argüir,  porque  me  pa- 
res^e  tienen  gran  razón ;  pero  los  que  dizen  que 
no,   ¿como  lo   piensan  curar?   Dixo  el   Amon 
Vgli:  Con  emplastos  por  de  fuera  y  otros  vn- 
gueñtos   secretos   que  yo  me  sé.   Digo:    Pues 
¿por  qué  estos  dias  no  los  habéis  aplicado?  Res- 
pondióme: Porque  no  han  sido  menester.  Digo: 
¿Pues  no  beis  que  mañana  estará  hecho  can9er, 
y  lo  que  está  dentro,  que  es  materia  gruesa,  si 
no  le  liazeis  lugar,  por  donde  ha  de  salir?  El 
Baxá,  visto  el  dolor  mortal,  embió  a  dezir  a  su 
hermano  Rustan  Baxá  el  consejo  de  los  médicos, 
y  cómo  la  mayor  parte  de^ia  de  no  y  qué  le  pá- 
resela que  hiziese.  La  Soltaua  le  embió  su  eunu- 
cho  a  mandar  expresamente  que  ninguna  otra 
cosa  hiziese  sino  lo  que  el   christiano  español 
mandase,  y  lo  mesmo  el  hermano,   y  a  mí  que 
me  rogaba  que  mirase  por  la  salud  de  mi  amo 
y  no  consintiese  hazerle  cosa  que   a  mí  no  me 
pares9¡ese  ser  buena  y  probada.  Despidieron  y 
pagai'on  los  médicos  todos,  que  no  quedó  sino 
vno,  yerno  del  Amon,  que  se  llamaba  Jozef,  y 
el  9Írujano  Rabi  Ocanan ;  y  otro  dia  por  la  ma- 
ñana mándeles  a  los  9Írujanos  se  pusiesen  en 
orden  y  le  abriesen,  lo  que  pusieron  por  obra,  y 
salió  infinita  materia;  pero  porque  no  se  desma- 
yase yo  lo  hize  zerrar  y  que  no  saliese  más,  por 
sacarlo  en  otras  tres  vfzes. 

JcAN.— ¿No  hera  mejor  de  vna,  pues  era  cosa 
corrompida?  ¿Qué  mal  le  tenia  de  hazer  sacarle 
la  materia  toda? 


Pedro. — Podiase  quedar  muerto,  porque  no 
menos  debilita  sacar  lo  malo  que  lo  bueno. 

Juan. — El  por  qué. 

Pedro. — No  es  posible  que  a  bueltas  de  lo 
malo  no  salga  grande  quantidad  de  bueno;  y 
como  iba  saliendo,  él  sentia  grandissima  mejo- 
ría, y  cuanto  más  iba  más;  y  de  aquella  vez 
quedó  muy  enemigo  con  todos  los  médicos  que 
no  le  querian  abrir,  diciendo  que  claramente  le 
querían  matar. 

Mata. — ¿Y  vos  entendíais  algo  después  de 
abierto  de  su  mal? 

Pedro. — ¿Como  si  entendía? 

Mata. — Digolo  porque  ya  hera  caso  de  9Íru- 
xia  y  los  médicos  no  la  vsan. 

Pedro. — No  la  dexan  por  eso  de  saber,  an- 
tes ellos  son  los  verdaderos  9Írujanos. 

Mata. — Pues  acá,  en  viendo  una  herida,  o 
llaga,  o  ínchazon,  luego  lo  remiten  al  9Írujano 
y  él  comienza  a  recetar  muy  de  gravedad. 

Pedro. — Esa  es  una  gran  maldad,  y  mayor 
de  los  que  lo  consienten;  porque  ni  puede  pur- 
gar ni  sangrar  más  que  vn  barbero  sin  lÍ9en- 
9Ía  del  medico,  sino  que  los  malos  phisícos  han 
íntrodu9Ído  esa  costumbre,  como  ellos  no  sa- 
bían medifiua,  de  descartarse;  y  los  confesores 
no  los  habían  de  absolver,  porque  son  omicidas 
mili  vezes,  y  pues  no  escarmientan  por  el  mie- 
do de  ofender  a  Dios,  que  la  justÍ9Ía  los  castí- 
gase. 

Mata. — Pues  ¿qué  es  el  oficio  del  9Írujano, 
limpia  y  christianamente  vsado? 

Pedro.— El  mesmo  del  verdugo. 

Mata. — No  soi  yo  9Írujano  desa  manera. 
Pedro. — Anse  el  medico  y  el  9Írujano  como 
el  corregidor  y  el  verdugo,  que  sentencia:  a  éste 
den  9Íent  a90tes,  a  éste  traigan  a  la  Avergüenza, 
al  otro  corten  las  orejas;  no  lo  quiere  por  sus 
manos  él  hazer,  mándalo  al  verdugo,  que  lo 
exer9Íta  y  lo  hará  mejor  que  el  por  nunca  lo  aver 
probado,  pero  ¿claro  no  está  que  el  verdugo  pues 
no  ha  estudiado,  no  sabrá  qué  sentencia  se  ha  de 
dar  a  cada  vno? 

Mata.  -  Como  el  christal. 
Pedro. — Pues  ansí  el  medico  ha  de  guiar  al 
9Írujano:  corta  este  bra90,  saxa  este  otro,  mu- 
da esta  vizma,  limpia  esta  llaga,  sangralde 
porque  no  corra  allí  la  materia,  poned  este  vn- 
guento,  engrosa  esa  mecha,  dalde  de  comer  esto 
y  esto,  en  lo  que  mucho  consiste  la  cura. 

Mata. — Y  sí  ese  tal  ha  estudiado,  ¿no  lo 
puede  hazer?     \ 

Pedro.  — Ese  (')  ya  sera  medico  y  no  querrá 
ser  inferior  vn  grado. 

Mata. — Pues  muchos  conozco  yo  y  quasi  to- 
dos que  se  llaman  bachilleres  y  avn  lÍ9en9Íados 
en  9Írujia. 

(«)  tal. 


52 


autobiografías  y  memorias 


Pedro. — ¿Habéis  visto  nunca  graduados  en 
ahorcar  y  descuartizar? 

Mata.     Yo  no. 

Pedro. — Pues  tampoco  en  cirugia  liai  gra- 
dos. 

Mata. — -¿Pues  en  qué  Facultad  son  estos 
que  se  lo  llaman? 

Pedro. — Yo  os  diré  también  eso:  ¿nunca 
habéis  visto  los  que  tienen  bacadas  guardar  al- 
gunos nobillos  sin  capar,  para  toros,  y  después 
que  son  de  tres  años,  visto  que  no  valen  nada, 
los  capan  y  los  doman  para  liarar,  y  siempre 
tienen  vn  resabio  de  más  brabos  que  los  otros 
bueyes,  y  tienen  algunas  puntas  de  toros  que 
ponen  miedo  al  que  los  junce? 

Mata. — Cada  dia,  y  avn  capones  que  les 
quedan  algunas  i'aizes  con  que  cantan  como 
gallos. 

Pedro. — Pues  ansi  son  éstos,  que  estudia- 
ban Súmulas  y  Lógica  para  médicos,  y  como 
no  vallan  nada  quedáronse  bachilleres  en  artos 
de  tibi  quoque;  sus  padres  no  los  quieren  más 
probeer,  porque  ven  que  es  cojer  agua  en  9esto, 
y  otros  avnque  los  probean,  de  puros  olga9ancs 
se  quedan  cu  medio  del  camino,  y  luego  compran 
vn  estuche,  y  alto,  a  emplastar  incordios,  que- 
dándose con  aquel  encarar  a  ser  médicos, 

Juan. — Está  tan  bien  dicho,  que  si  me  ha- 
llase con  el  Rei  le  pediría  de  mer9ed  que  man- 
dase poner  en  esto  remedio,  como  en  los  sal- 
teadores, porque  deben  de  matar  mucha  más 
gente. 

Mata. — Y  avn  robar  más  volsas. 

Pedro. — Pues  los  barberos  también  tienen 
sus  puntas  y  collares  de  cirujanos,  pares9Íen- 
doles  que  en  hallándose  con  vna  lanceta  y  vna 
navaja,  en  aquello  solo  consiste  el  ser  cirujano. 
Vna  cosa  os  sé  dezir,  que  donde  yo  estol  no 
consiento  nada  desto,  si  lo  puedo  estorbar. 

Juan. — Sois  obligado,  sopeña  de  tan  mal 
christiano  como  ellos. 

Pedro. — Ansi  tenia  aquellos  9Írujanos  del 
Baxá,  que  ninguna  cosa  hazian  si  no  la  man- 
daba yo  primero.  El  judio  hera  algo  fantástico 
y  quisosome  al9ar  a  mayores  porque  se  vio  fa- 
bores9Ído;  mas  yo  luego  lo  derribé  tan  baxo 
quan  alto  queria  subir;  en  fin,  determinó  nm- 
dar  costumbre  y  liizoso  medio  truhán,  qu(!  de9Ía 
algunas  gracias. 

Juan.  —¿Y  era  buen  oficial? 

Pedro.— Todo  hera  palabras,  que  yo  á  falta 
de  hombres  buenos  le  tomé.  Siempre  el  otro  lo 
haziatodo,  y  éste,  por  pares9er  que  hazia  algo, 
tenia  la  candóla  al  curar  y  estaba  tentando  y 
jeometreando  porque  pensasen  que  enseñaba  al 
otro  viejo;  los  sábados,  comenzando  del  viernes 
a  la  noche,  no  alumbraiía,  por([ue  conforme  a  su 
leí  no  podia  tíiuer  candela  en  la  mano,  pero  to- 
davía parlaba.  Tenia  30  vn  dia  la  candela,  y  son 


tan  ipocritas,  que  por  ninguna  cosa  quebranta- 
ran aquello,  y  hazen  otros  pecadazos  gordos ;  y 
fue  no9esidad  que  yo  fuese  a  no  sé  qué  y  dábale 
la.  candela  que  tubiese  entre  tanto,  y  él  huia 
las  manos,  y  yo  ibame  tras  ellas  con  la  llama  y 
quemábale,  lo  cual  movió  al  Baxá  a  grandissi- 
uui  risa,  y  más  qnando  supo  la  9erimonia  y  la 
hipocresía  de  guardarla  delante  del.  Aquel  dia 
habían  traído  vn  cesto  de  moscateles  enpresen- 
tado  de  Candía,  porque  en  Constantinopla, 
avnque  hay  grande  abundan9Ía  de  ubas,  no  hai 
moscateles,  y  pidió  el  Baxá  que  se  los  mostra- 
sen, y  traxeron  vn  plato  grande  dellos,  y  tomó 
vnos  granos,  pidiéndome  lÍ9en9Ía  para  ello,  y 
después  tomó  el  plato  y  hizo  merced  dellos  al 
judio,  que  no  era  poco  fabor,  y  diomele  a  mí 
que  se  le  diese;  quando  se  le  daba  estendio  la 
mano  y  asió  el  plato;  yo  tiré  con  furia,  eston- 
ces, y  no  se  le  di  y  dixe:  Binwiin  tut  maz  em- 
tepzi  tutar:  ¡hi  ele  jyuta!  ¿no  jjodeis  tomar  la 
candela  y  tomáis  el  plato,  que  pesa  como  el  dia- 
blo? a  Je  qne  no  los  comáis.  El  Baxá,  harto  de 
rreír,  mandóme,  movido  a  compasión  de  cómo 
había  quedado  corrido,  que  se  los  diese  y  muy 
de  veras;  al  qual  respondí  que  no  me  lo  man- 
dase, que  por  la  cabeza  del  Gran  Turco  y  por 
la  suya  grano  no  comiese,  y  senteme  allí  de- 
lante y  comime  todas  mis  ubas,  con  gran  con- 
fusión del  judio, que  siempre  me  estaba  pidiendo 
dellas  quando  las  comía,  y  de  allí  adelante  vio 
que  no  se  habían  de  guardar  todas  las  cerímo- 
nias  en  todo  lugar,  y  tomaba  ya  los  sábados 
candela,  con  proposito  de  hazer  poníten9Ía  dello. 

Juan. — ¿Y  vos,  guardabais  allí  zerimonías? 

Pedro. — Quanto  a  los  diez  mandamientos, 
lo  mejor  que  podia,  porque  nadie  me  lo  podía 
impedir;  mas  las  cosas  de  jure  postti?'o  ni  las 
guardaba  ni  podia;  porque  si  el  bicrnes  y  qua- 
resma  no  comía  carne  sentándome  a  la  mesa  do 
los  turcos,  que  siempre  la  comen,  yo  no  tenía 
otra  cosa  que  comer,  y  fuera  peor,  según  el 
grande  trabajo  que  tenia  de  dormir  en  suelo, 
junto  a  la  cama  de  mi  amo,  y  avn  ojala  dor- 
mir, que  noventa  días  se  me  pasaron  sin  sueño, 
dexarmc  morir,  quanto  más  que  se  me  acor- 
daba de  Sant  Pablo,  que  dize  que  si  quis  infi- 
delis  ros  vocauerit  et  imltis  iré,  quidquid  appo- 
net  edite,  nihil  interrogantes  propter  conscien- 
tiam;  Domini  si  quidem  est  térra  et  plenitudo 
ei'us.  No  os  lo  quiei-o  declarar,  pues  lo  enten- 
déis. 

Mata. — Yo  no. 

.ÍUAN.  — Dice  Sant  Pablo  que  si  algún  infiel 
os  combidare  y  queréis  ir,  comed  do  quanto  de- 
lante se  os  pusiere  sin  preguntar  nada  por  la 
conciencia,  que,  como  dize  David,  del  Señor  es 
la  tierra,  y  quanto  en  ella  hai.  Poro  mirad,  se- 
ñor, que  se  entiende  quaudo  Sant  Pablo  predi- 
caba a  los  judíos  para  convertirlos,  y  después 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


acá  hai  muchos  Concilios  y  Estatutos  con  quien 
hemos  de  tener  cuenta,  que  la  Iglesia  ha  hecho. 

Pedro. — Ya  lo  sé;  pero  estando  yo  como 
estaba  y  en  donde  estaba,  me  pares^cí  estar  en 
aquel  tiempo  de  Sant  Pablo  quando  esto  dezia, 
no  teniendo  que  comer  sino  lo  que  el  judio  o  el 
turco  me  daban,  y  mayor  pecado  fuera  dexarme 
morir.  El  oir  de  la  missa  no  lo  pedia  executar, 
porque  con  el  oficio  que  tenia  de  camarero  no 
hera  posible  salir  un  punto  de  la  cámara,  y 
otras  obras  ansi  de  misericordia,  avnque  la  de 
enterrar  los  muertos  bien  me  la  habiau  hecho 
executar,  haziendome  Uebar  el  muerto  acuestas 
a  echar  en  la  caba. 

Mata. — ¿Pues  hai  quien  diga  misas  alia? 

Juan. — Eso  sera  para  quando  hablemos  de 
Constantínopla;  agora  sepamos  en  que  paró  la 
cura  del  Baxá. 

Pedro. — A  lo  primero  respondo,  porque 
Mátalas  Callando  no  quede  preñado,  que  quien 
tiene  livertad  oirá  misas  todas  las  que  quisiere 
cada  dia,  y  todos  los  oficios,  como  en  Roma,  y 
desto  no  más,  hasta  su  tiempo  y  sazón.  Quiso 
Dios  que  el  Baxá  sanó  de  su  enfermedad  de 
hydropesia,  y  de  la  abertura  de  la  bolsa,  y  la 
pascua  suya  tienen  por  costumbre  dar  de  bestir 
a  toda  su  casa  y  hazer  aquel  dia  reseña  de  to- 
dos, que  le  vienen  vno  a  vno  a  vesar  la  mano;  y 
como  avnque  sanó  estaba  flaco  en  conualecen- 
9.ia,  mandóme  que  le  vistiese  como  yo  quisiese, 
y  pusele  todo  de  tela  de  plata  y  brocado  blanco 
y  saquele  a  vna  fuente  muy  rica  que  tenia  en 
vna  sala,  en  donde  tardó  con  grandissima  mu- 
sica  gran  pieza  el  besar  de  la  mano;  y  quando 
todos  [se]  vbieron  ya  con  sus  ropas  nuebas 
hecho,  vino  el  mayordomo  mayor  y  hechonie 
vna  ropa  de  brocado  acuestas  porque  veáis  la 
magnifi9en9Ía  de  los  turcos  en  el  dar,  y  el  tlic- 
sorero  me  dio  vn  pañizuclo  con  9Ínquenta  du- 
cados en  oro,  y  quando  me  hinqué  de  rodillas 
para  vesar  la  mano  a  mi  amo,  tenia  la  carta  de 
livertad  hecha  y  sellada,  rebultada  como  vna 
suplicación,  y  pusomela  en  la  mano  y  comen- 
carón  de  disparar  mucha  artillería  y  tocar  mu- 
sicas,  y  tornando  a  porfiar  para  vesarle  el  pie, 
asióme  por  el  brazo  y  abrazóme,  y  diome  yn 
beso  en  la  frente,  diciendo:  Ningunas  gracias 
tienes  que  me  dar  desto,  si  no  á  Dios  que  lo  ha 
hecho,  que  yo  no  soi  parte  pxra  nada.  Avnque 
agora  te  doi  la  carta,  no  te  doi  lií^enricc  para 
que  te  riayas  á  tu  tierra  fasta  que  yo  esté  en  más 
Juen-as;  ten  parienria  hasta  aquel  tiempo,  que 
yo  te  prometo  por  la  cabeza  del  Oran  Turco  de 
te  emhiar  de  manera  que  no  digas  alia  en  cris- 
tianidad  que  has  sido  esc  I  abo  de  Zinan  Ikixá, 
sino  su  medico.  Yo  le  respondi,  inclinándome  a 
besarlo  otra  vez  el  pie  y  la  ropa,  que  vesnba  las 
manos  de  su  ex9elen9Ía  y  no  ukí  tubiesc  ])or 
tan  cruel  que  le  habia  de  dexar  en  semejante 


tiempo  hasta  que  del  todo  estuhiese  sano,  an- 
tes de  en  cabo  del  mundo  que  me  hallara  tenia 
do  venir  para  servirle  en  la  convales9en9Ía,  don- 
de más  nepesidad  hai  del  medico. 

Juan. — Estoi  tan  afi9Íouado  a  tan  humano 
prin9Ípe,  que  os  tengo  enibidia  el  haber  sido  su 
esclabo,  y  no  dexaria  de  consultar  letrados  para 
ver  si  es  lÍ9Íto  rogar  a  Dios  por  él. 

Pedro.— Después  de  muerto  {})  tengo  yo  el 
escrúpulo,  que  en  vida  ya  yo  rogaba  mili  ve- 
zes  al  dia  que  le  alumbrase  para  salir  de  su 
herror. 

Mata. — Y  la  carta  ¿qué  la  hizistes?  ¿traíais- 
la  con  vos  o  confiabaisla  de  otro? 

Pedro. — El  mayordomo  mayor,  acpiel  que 
me  dio  la  ropa  de  brocado,  con  temor  de  que 
estaba  en  mi  mano  y  me  podria  venir  quando 
cpiisiese,  sin  que  nadie  me  lo  pudiese  estorltar, 
me  la  pidió  para  guardármela  fasta  cpie  me  qui- 
siese venir,  y  entre  tanto,  para  entretenimiento, 
me  dio  vna  polica  por  la  qual  me  hazian  medi- 
co del  Gran  Turco  con  va  ducado  veneciano  de 
paga  cada  dia,  de  ayuda  de  costa. 

Joan. — ¿Quánto  es  el  ducado  vene9Íano. 
Pedro.— Tre9e  reales. 

Mata. — No  dexara  yo  mi  carta  por  cient 
mili  ducados  vene9Íanos  del  seno. 

Pedro. — -Hartos  ne9Íos  me  han  dicho  esa 
mesnia  ne9edad.  ¿Luego  pensáis  que  si  yo  no 
viera  que  el  Vaxá  lo  mandaba  ansi  que  no  la 
supiera  guardar?  No  pude  hazcr  menos ;  que  si 
por  malos  de  mis  pecados  dixera  de  no  o  refun- 
fuñeara,  luego  me  levantaran  que  rabiaba,  y  me 
quería  ir,  y  fuera  todo  con  el  diablo,  rocin  y 
man9anas. 

Juan. — A  vsuadas,  mejor  consejo  tomastes 
vos,  quanto  más  que  la  honrra  y  probecho  de 
medico  del  Gran  Turco  valian  poco  menos  que 
la  livertad.  ¿Y  que  dio  a  los  judios? 

Pedro.- — Cada  9Íent  ducados  y  sendas  ropas 
de  brocado.  ¿Mas  los  triunqihos  que  cada  dia 
haziamos  por  Constantinopla  me  decid?  El  pri- 
mer dia  que  fue  a  Duan,  que  es  a  sentarse  en 
el  Consejo  Real  en  lugar  del  Gran  Señor,  iba 
en  vn  bergantín  dorado  por  la  mar,  todo  cu- 
bierto de  ter9Íopelo  carmesí,  y  ninguna  perso- 
na iba  dentro  con  él  sino  yo,  con  mi  ropa  de 
brocado;  y  en  otro  vergantin  iban  los  gentiles 
hombres,  y  los  médicos  judios,  y  no  habia  dia 
que  no  repartiesen  dineros  para  vino  a  todos, 
cada  tres  o  quatro  escudos.  Fue  grandissima 
confusión  para  los  médicos  mis  contrarios  que 
al  cabo  de  quatro  meses  vbiese  salido  con  la  hi- 
dropesía curada,  y  de  tal  manera  pesó  al  Amen 
Vgli,  que  cayó  malo  y  dentro  d(^  ocho  dias  fue 
a  ser  medico  de  Belzebut,  y  los  que  ((uedaron 
grandissima  envidia  de  verme  medico  del  Rei,  y 

(')  que  en  vida. 


54 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


con  más  salario  del  primer  salto  que  ellos  o  los 
más  en  toda  su  vida. 

Mata. — ¿Y  sabiaislo  representar? 

Pedro.-— Hera  como  águila  entre  pájaros  yo 
entre  aquellos  médicos;  todos  me  temblaban. 

Mata. — ¿Pues  tan  para  poco  heran  que  no 
podian  vn  dia  mataros  o  hazerlo  hazer? 

Pedro. — No  podían  lo  vno  ni  lo  otí'o,  por- 
que mi  cabeza  hera  guardada  con  las  suyas; 
más  subjeta  jente  es  que  tanto  ni  avn  al9ar  los 
ojos  a  mirarme  no  osaran,  porque  no  tenian 
mayor  enemigo  en  el  mundo  que  a  mi  amo;  a 
ellos  y  a  sus  casas  y  linajes  pusiera  fuego. 

Mata. — Que,  ¿no  faltara  vn  bocadillo  para 
que  nadie  lo  supiera? 

Pedro. — Bobo  es  el  mo90  que  tomara  cola- 
9Íon  ni  cosa  de  comer  en  sus  casas.  Convidá- 
banme hartas  vezes,  pero  yo  siempre  les  de9Ía 
que  ya  sabían  que  mi  fe  lo  tenia  vedado,  por 
tanto  no  me  lo  mandasen. 

Mata. — Y  al  cirujano  viejo  aquel  christiano, 
¿no  le  dieron  nada  o  no  sirvió? 

Pedro. — También,  que  todo  lo  que  de  ciru- 
gía se  hizo  se  habia  de  agrades^er  a  él,  que  el  ju- 
dio no  estaba  más  de  para  lo  que  os  dixe  (•).  Le 
dieron  su  carta  de  livertad,  y  la  depositó  en  la 
mesma  parte  dÍ9Íendo  que  nos  habíamos  de  ve- 
nir juntos.  No  penséis  que  no  se  torno  otra  vez 
de  nuebo  a  perder  la  amistad  de  los  judíos,  que 
le  vino  vna  herisipela  que  se  paro  como  fuego, 
y  yo,  avnque  estaba  flaco,  fui  de  pares9er  de 
sangrarle,  en  lo  qual  fui  contradicho  de  todos 
los  médicos,  que  no  menor  copia  había  mandado 
venir  que  al  tiempo  del  abrir,  los  quales  de9Ían 
que  vn  hombre  que  habia  pasado  lo  que  él,  y 
estaba  tan  flaco,  juntamente  con  la  sangre 
hecharía  el  anima.  No  me  aprobechando  dar 
bozes  dÍ9Íendo  que  se  en9endia  en  fuego  de  la 
gran  calentura  y  mirasen  tenia  tanta  sangre 
que  le  venia  al  cuero,  y  que  por  estar  flaco  no 
lo  dexasen,  que  quanto  más  gordo  es  el  animal 
tiene  menos  sangre,  como  claramente  vemos  en 
el  puerco,  que  tiene  menos  que  vn  carnero, 
éntreme  dentro  en  la  recamara  y  dixele  el  con- 
sejo de  todos  los  médicos,  y  como  ni  por  pen- 
samiento le  consentían  sangrar;  que  [sí]  de  la 
sangre  ajena  heran  tan  avarientos  ¿qué  hizieran 
de  la  suya  propia?  Üixome:  ¿pues  qué  te  pares- 
9e  a  tí?  Entonces  tómele  a  solas  por  la  mano 
y  apretándosela  como  de  amistad  digo:  Señor, 
por  Christo,  en  quien  creo  y  adoro,  que  lo  que 
alcan90  es  que  sí  no  te  sangras  te  mueres  sin 
aprobecharte  nada  tan  gran  peligro  como  has 
huido  de  la  hydropesia,  y  soi  de  paresfer  que 
entre  tanto  que  ellos  acaban  de  consultar  el 
cómo  te  an  de  matar,  entre  el  9Írujano  chris- 
tiano y  9erremos  la  puerta  y  saquemos  vna  es- 

(>)  También. 


cudilla  de  sangre.  El  lo  aceptó,  estendiendo  el 
bra90  y  dÍ9Íendo:  Más  quiero  que  tú  me  mates 
que  no  ser  sano  por  sus  manos;  pero  ¿qué  dire- 
mos, que  querrán  entrar  al  mejor  tiempo?  IXigo: 
Señor,  para  eso  buen  remedio;  de9Ír  que  estás 
en  el  seruidor.  Y  quedamos  a  puerta  zerrada  vn 
gentil  hombre  que  se  llamaba  Pcrbis  Aga,  the- 
sorero  suyo  y  el  más  privado  de  toda  la  casa, 
que  me  tenia  tanta  y  tan  estrecha  amistad  como 
sí  fuéramos  hermanos  y  el  que  jamas  se  aparto 
de  la  cama  del  Baxá  en  toda  su  enfermedad,  y 
el  barbero  y  yo  y  vn  paje.  A  puerta  9errada  le 
saque  zerca  de  vna  libra  de  sangre,  la  más  pes- 
tilen9Íal  que  mis  ojos  vieron,  verde  y  9enicienta, 
y  habrímos  la  puerta  que  entrasen  los  que  qui- 
siesen, escondida  la  sangre,  y  allí  estubieron  en 
conversa9Íon  vna  hora,  en  la  qual  el  Baxá  sin- 
tió notable  mejoría,  y  muy  contento  les  pre- 
guntó el  ínconvíniente  de  la  sangría,  9ertifican- 
doles  estar  quasi  bueno  con  haber  hecho  dos 
cámaras.  Ellos  respondieron  que  no  habia  otro 
sino  que  no  podía  escapar  sí  lo  hiziera.  No  pudo 
sufrirlo  en  pa9Íen9Ía,  y  airadamente,  mostrán- 
doles la  sangre,  les  mandó  que  se  le  quitasen 
delante,  llamándolos  de  omicídas,  y  que  sí  mas 
le  iban  a  ver,  avnque  los  llamase,  a  todos  los 
mandaría  ahorcar.  Fueronse,  baxas  sus  cabezas, 
a  quejar  al  hermano  y  a  la  Soltana,  y  descul- 
parse que  si  so  muriese  no  les  hechasen  culpa 
ninguna.  El  hermano  le  embió  a  visitar  y  re- 
prehender porque  vbiese  ansí  refutado  su  con- 
sejo; y  él  le  embió  la  sangre  que  la  viese,  la  qual 
vio  también  la  Soltana,  y  andaba  entre  señores 
mostrándose  como  cosa  monstruosa;  y  ala  tarde 
yo  le  saqué  otra  tanta,  con  que  quedó  sano  del 
todo. 

Mata. — ¿Qué  os  de9Ían  después  los  judíos? 

Pedro. — Que  no  se  maravíllal)an  de  que 
vbiese  sanado,  pero  la  temeridad  mía  los  abo- 
baba. Vn  hombre  que  habia  salido  con  tantas 
cosas  y  con  victoria  y  estaba  ya  libre,  y  si  mo- 
ría su  amo  con  el  pares9er  de  todos  quedaba  más 
libre  y  con  mucha  honrra,  atreberse  a  perder 
todo  lo  ganado  en  vn  punto,  ya  que  si  moría  en 
sus  manos  la  mayor  mer9ed  que  le  hizieran 
fuera  atenazarle;  lo  mesmo  me  dixo  vn  dia  el 
Rustan  Baxá,  al  qual  respondí:  Señor,  quando 
yo  voí  camino  derecho,  a  sólo  Dios  temo,  y  a 
otro  no;  mas  quando  voi  tor9Íendo,  vna  gallina 
pienso  que  me  tiene  de  degollar,  avnque  esté 
atada.  Y  a  los  judíos  dixe  también:  Sabed  que 
la  mejor  cosa  de  la  fortuna  es  siguir  la  victoria. 

Mata. —  Al  menos  hartas  cosas  había  visto, 
por  donde,  avnque  le  pesase,  ese  vuestro  amo 
os  había  de  creer  más  que  nadie. 

Pedro. — Eso  fuera  si  estubiera  bien  con 
Dios;  pero  como  le  traía  el  diablo  engañado,  ha- 
bíale de  dexar  hasta  dar  con  él  en  el  infierno; 
dos  meses  más  le  dio  de  vida. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÜN 


55 


Juan. — ¿Cóiuo? 

Pedro.  —Andaba  en  el  mes  ele  diziembre,  al 
prin9Ípio,  con  vna  caña  en  las  manos,  como 
si  no  tnbiera  ni  vbicra  tenido  mal,  y  al  cabo 
que  habia  caminado  vna  legua  se  me  quexaba 
que  le  dolían  vn  poco  las  piernas  y  que  le  cu- 
rase. Yo  lo  echaba  por  alto  di^iendole:  ¡Se- 
ñor, vn  hombre  que  seis  meses  ha  pasado  lo 
que  Vuestra  Ex9elen9¡a  se  espanta  deso!  Las 
piernas  avn  están  algo  débiles  y  no  pueden  sus- 
tentar como  de  primero  tan  grande  carga  como 
el  cuerpo,  sin  hazer  sentimiento,  fasta  que  tor- 
nen del  todo  en  su  ser.  Guárdese  Vuestra  Ex- 
»;elen9Ía  del  diablo  y  no  haga  medÍ9Ína  nin- 
guna, que  le  matará.  Vino  a  él  vn  judio  boti- 
cario que  se  hazia  medico  y  todo,  el  más  mal- 
aventurado que  habia  en  Judea  y  más  pobre, 
que  se  llamaba  Elias,  y  como  sabia  que  pagaba 
bien,  dixole  en  secreto:  Yo,  señor,  he  sabido 
que  Vuestra  Ex9elen9Ía  ha  estado  mucho 
tiempo  ha  malo,  y  mi  ofi9Ío  es  solamente  de  vn 
secreto  de  hazer  a  los  flacos  que  por  más  que 
anden  no  se  cansen.  Podrete  servir  en  ello, 
pero  ha  de  ser  con  condÍ9Íon  que  este  christiano 
español  no  sepa  nada,  porque  luego  hará  burla 
y  dirá  que  no  sé  nada  y  no  quiero  que  deprenda 
por  mili  ducados  mi  secreto.  El  Vaxá,  que  es- 
tábamos de  camino  para  Persia  al  campo  del 
Gran  Turco,  tubolo  en  mucho,  y  no  solo  le  pro- 
metió que  yo  no  lo  sabria,  mas  juróle  todos  los 
juramentos  que  en  la  lei  de  Mahoma  más  estre- 
chamente ligan,  y  luego  comenyó  de  esconderse 
de  mí  y  tomar  9Íertos  bocados  que  aquél  le 
daba,  llenos  de  escamonea,  que  le  hazia  hechar 
las  tripas;  purgóle  on9e  días  mañana  y  noche, 
que  al  menos  le  hizo  hazer  9Íento  y  ochenta  cá- 
maras, y  da  con  él  en  tierra. 

Mata. — ¿Pues  él  no  se  sentía  peor? 

Pedro. — Sí;  pero  el  otro  le  hayia  creer  que 
aquello  que  salía  hera  de  las  piernas,  y  que  no 
debilitaba  nada,  y  que  él  ponía  su  cabeza  que 
se  la  cortasen  sí  no  saliese  con  la  cura.  Ya  que 
se  vio  muy  decaído  acordó  de  mandarme  dar 
parte  de  todo  lo  pasado,  y  quando  lo  supe,  que 
aquellos  dias  yo  me  andaba  paseando  por  la 
9Íbdad  como  no  le  ha9Ía  ninguna  u)edÍ9Ína,  há- 
llele quasi  muerto,  devilítado  y  con  vna  calen- 
turilla, y  reñile  mucho  el  herror  pasado.  Y  como 
vino  allí  el  judio,  quisele  matar,  y  los  pribados 
del  Vaxá,  entre  los  quales  hera  el  mayordomo 
mayor  y  el  thesorero,  que  debían  d'estar  con- 
certados con  él  que  le  despachase,  no  7ne  dexa- 
ron  que  le  hablase  mal  ni  le  reprehendiese  cosa 
de  quantas  hazia.  Yo  vime  perdido,  y  estando 
la  sala  llena  de  caballeros  y  dos  ]íaxás  amigos 
suyos,  que  le  habían  venido  a  ver,  como  ({uien 
toma  por  testimonio  le  protesté  y  requerí  que 
no  hiziese  más  cosa  que  aquel  le  mandase,  por- 
que  si  lo  hazia  no  llegaría  a  nuestra  pascua. 


que  hera  de  allí  a  veinte  dias,  y  me  maravi- 
llaba de  vna  cabeza  como  la  suya,  que  gober- 
naba el  imperio  todo  por  mar  y  por  tierra, 
ygualarla  con  la  de  vn  judío  el  más  infame  de 
su  lei.  Sí  quería  por  via  de  medÍ9Ína  judíos, 
habia  honrrados  y  buenos  médicos;  llámaselos 
y  enrásese  con  ellos,  y  no  les  diese  aquella  higa 
a  todos  los  médicos.  Gran  venganca,  digo,  sera, 
que  después  de  muerto  corten  la  cabeza  del  ju- 
dío. Pregunto:  ¿Qué  gana  Vuestra  Ex9elen9Ía 
por  eso?  A  todos  les  páreselo  bien  y  de  allí 
adelante  cada  día  a  qiiantos  me  preguntaban 
cómo  estaba  mi  amo  les  respondía:  Muerese.  El 
judio  no  dexó  de  perseverar  su  cura,  con  dezir 
que  ya  él  habia  dicho  que  yo  le  había  de  con- 
tradecir; mas  por  bozes  que  diese  no  depren- 
dería el  secreto  y  que  tomase  lo  que  le  daba  y 
callase,  lüo  dexó  de  mejorar  vnpoco,  porque  ce- 
só de  darle  purgas,  y  reíase  mucho  de  que  yo  le 
dixese  quando  le  tomaba  el  pulso  que  se  moría. 
Como  no  sanaba  dentro  del  plazo  constituido, 
dixole:  Señor,  yo  hallo  por  mis  escrituras  que 
contra  el  mandado  y  voluntad  de  Dios  no  se 
puede  ir;  hagote  saber  que  sí  no  vendes  (')  vna 
nabe  que  tienes,  por  la  qual  te  a  benido  el  mal, 
que  ningún  rremedio  ay.  Manda  luego  sin  nin- 
guna dila9Íon  se  diese  por  qualquier  pre9Ío, 
porque  él  se  acordaba  que  del  día  que  aquella 
nabe  se  cayo  en  la  mar  tenia  todo  su  mal. 

Juan. — ¿Qué  nabe?  ¿qué  tenía  que  ayer  el 
mal  con  la  nao? 

Pedro. — Tenía  vna  muy  hermosa  nao,  la 
qual  vn  día  dentro  el  puerto,  dándole  carena, 
que  es  9Íerto  baño  de  pez  que  le  dan  por  debaxo, 
cargáronla  sobre  vnas  pipas,  y  por  no  la  saber 
poner  se  vndio  toda  en  la  mar;  a  sacarla  con- 
currió infinita  gente,  que  casi  no  quedó  esclabo 
en  Constantinopla.  Con  muchos  yngenios,  en 
ocho  dias,  a  costa  de  los  brayos  de  los  christia- 
nos,  sin  lesión  ninguna  la  sacaron.  J)e9Ía  agora 
aquel  judio  que  la  nabe  causaba  el  mal.  Hizo- 
sela  hender  en  9Ínco  mil  ducados,  balíendo  ocho 
mil,  con  el  agonía  de  sanar. 

Juan. — ¿Y  no  ahia  otra  causa  más  para  he- 
char la  culpa  a  la  nabe?  ¿qué  decíais  vos  a  eso? 

Pedro. — Quando  yo  lo  vi,  concedí  con  el 
judío  que  desde  entonces  tenia  el  mal,  y  el  ca- 

(*)  Falta  una  hoja  en  el  manuscrito  original;  la- 
puna  que  suplimos  con  la  copia  contenida  en  el  ma- 
nuscrito R.  37S.  En  el  primero  se  intentó  llenar  el  va- 
cío añadiendo  algunas  lineas  de  letra  diferente,  la  úl- 
tima de  las  cuales  está  cortada;  dicen  así:  «si  no  te 
buelues  cristiano  y  te  encomiendas  a  Dios,  yo  no  te 
hallo  cura,  y  de  hazer  esto  se  te  seguirá  provecho  en 
el  cuerpo  y  en  el  alma. 

Mata  —  ;I'ues  tan  indiscreto  eras  ([iie  le  de<;ias  cosa 
con  que...  aconsejas  al  pagano  lo  (\ue  le  conviene  y  si 
no  lo  hiziere  yrse  Con  sus  pecados  al  infierno? 

[l'EüUo.]  -  En  fin,  él  murió  y  ubo  tantasyiiimonias 
y  llantos  quanto  te  podre  encarecer,  de  manera  que  en 
muriendo,  yo  estava  temblando... 


56 


autobiografías  y  memorias 


horse  la  uabe  abia  sido  la  causa  de  la  enferme- 
dad; mas  que  ni  el  judio  ni  él  no  sabian  el  poi- 
qué como  yo,  y  si  me  perdonaba  yo  lo  diria. 
i)iome  luego  lÍ9en9Ía  y  aseguróme;  dixe: 
¿Vuestra  Ex^elen^ia  tiene  memoria  que  aquel 
dia  crucifico  vn  xpiano  y  le  tuuo  delante  de  los 
otros  más  de  quatro  horas  cruyificado?  Pues 
Dios  está  enojado  deso. 

JüAN. — ¿Cru9Ííicar  xpiano? 
Pedro. — Sí  en  verdad. 
Juan. — ¿En  criiz? 
Pedro. — En  cruz. 
Juan'. — ¿Bibo? 
Pedro.  -  Bibo. 
Juan. — ¿Y  ansi  aspado? 
Pedro. — Ni  más  ni  menos  que  a  Xpo. 
Juan. — ¿Pues  cómo  o  por  qué?  ¿bos  bistes 
tan  gran  crueldad? 

Pedro.— Con  estos  ojos.  Hay  dos  o  tres 
galeras  en  Constantinopla  que  llaman  de  la 
piedra. 

Mata. — ¿Son  hechas  de  argamasa? 
Pedro. — No,  si  no  como  las  otras;  mas  por- 
que sirben  de  traher  de  contino,  ynbierno  y  be- 
rano,  piedra  para  las  obras  del  Gran  Turco  las 
llaman  de  la  piedra.  En  rrespecto  de  la  de  éstas, 
es  parayso  estar  en  las  otras ;  traen  sin  arboles 
ni  helas,  saibó  vna  pequeñita  que  está  en  la 
proa,  que  se  dize  trinquete,  y  los  que  an  hecho 
de  los  turcos  tan  granes  delitos  que  merecen 
mili  muertes,  por  darles  más  pena  los  hechan 
alli,  donde  cada  dia  an  de  cargar  e  antel  y  des- 
cargar, como  si  tanbien  quando  faltan  malhe- 
chores meten  xpianos  cautibos. 

Juan. — ¿Por  qué  no  tiene  árbol  ni  velas? 
Pedro. — Porque  como  es  tan  infernal  la 
bida,  los  que  aran  (')  dentro  se  hirian  con  la 
mesma  galera,  que  aun  sin  velas  se  huyó  tres 
vezes  estando  yo  alli,  entre  las  quales  fue  esta 
quando  vn  gar9on9Íto  destos  concertó  (^)  con 
todos  los  que  con  él  rremaban  que  matasen  los 
guardianes  y  se  huyesen;  vinieron  a  executar 
su  pensamiento,  y  lebautaronse  contra  los  que 
estaban  dentro  y  i-indieronseles,  matando  algu- 
no, e  hvyeronse.  Aquel  vngaro,  no  contento 
con  esto,  ya  que  estaban  rrendidos  estaua  mal 
con  el  arráez,  porque  le  azotaua  mucho,  y 
quando  se  bio  suelto  arremete  a  él  y  dale  de 
puñaladas,  y  al)rele  el  pecho  y  sacó  el  cora9on, 
el  qual  se  comió  a  bocados,  y  otro  compañero 
suyo  tomó  al  canite  y  a  vn  liijo  del  arráez  hi 
hÍ90  otro  tanto.  No  fue  Dios  serbido  de  darles 
buen  biaje.  Bolvio  el  biento  contrario,  y  dieron 
al  traues  9Íncuenta  leguas  de  (Jonstantinopla, 
y  fueron  descubiertos  de  la  gente  de  la  tierra  y 
presos  todos  y  Uebados  a  Constantinopla  quan- 


(' )  Esto  es,  reman. 
(')  Ms.,  desiorctó. 


do  esta  ñaue  se  sacaba.  Quando  se  huyen  xpia- 
nos, los  turcos  a  los  capitanes  que  los  enponen 
en  que  se  huyan,  castigan,  que  a  los  demás  no 
los  hazen  mal,  sino  dizen  que  los  otros  los  en- 
gañaron y  lo  an  de  pagar.  Como  la  bcllaqueria 
que  aquel  vngaro  y  su  compañero  hablan  hu- 
sado  hera  tan  grande,  (^inan  Bajá,  coukj  virrey 
mandó  que  aquel  dia,  que  todos  los  cautibos 
estañan  sacando,  junto  en  la  nabe  fuesen  cru9Í- 
ficados,  bibo  el  que  mató  al  capitán,  y  el  otro 
enpalado  después  de  cortados  bracos  y  horejas 
y  narÍ9es;  éste  luego  murió,  mas  el  que  estaua 
en  la  cruz  bien  alta,  entre  vna  nabe  y  otra,  es- 
tuuo  con  gran  calor  medio  dia,  asta  que  yo  con 
mi  privanza  fui  a  vesar  el  pie  del  Bajá,  que 
nuichos  abian  ydo  y  no  abian  alcan9ado  nada; 
hizome  la  mer9ed  de  que  yo  le  hiciese  cortar  la 
cabeza,  con  la  qual  nueua  fui  tan  contento 
como  si  le  hiciera  la  merced  de  la  uida. 

Juan. — Grande  lastima  es  esa.  En  mi  bida 
oy  dezir  que  fuesen  tan  crueles;  por  mayor 
mer9ed  tengo  aquella  que  el  alcanyar  la  uida. 
¿Murió  xpiano? 

Pedro.— Yo  no  entendí  su  lengua;  pero  a 
lo  que  dijeron  todos  los  que  le  oyau  y  enten- 
dían, como  vn  martil. 

Juan. — Bienauenturado  él,  que  no  sé  qué 
más  martirio  del  huno  y  del  otro.  ¿Y  los  xpia- 
nos qué  dezian? 

Pedro.— Ayudarle  con  vn  pésame.  ¿Qué 
queréis  que  hiciesen?  Lastimas  artas;  y  los 
mercaderes  bene9Íanos  y  griegos  todos  estaban 
mirándole  y  animándole. 

Mata. — -Y  al  Baxa  ¿pesóle  lo  que  le  dixis- 
teis,  porque  yo  por  fe  tengo  que  liesa  fue  la 
causa? 

Juan. — ¿No  hos  paree9e  que  hera  bien  sufi- 
9Íente? 

Pedro. — Hecholo  en  rrisa  y  dijome;  Mucho 
caso  haze  Dios  de  vuestro  Xpo  en  el  9Íelo  con 
toda  su  mejoría  y  hender  de  nao.  El  día  de 
Santo  Tomé,  pidióme,  estando  sentado,  vn  es- 
pejo y  vu  peyne,  y  preguntóme,  estándose  mi- 
rando, quando  hera  nuestra  pasqua.  Yo  le  rres- 
pondi  que  de  alli  a  quatro  dias.  Díjome:  Gen- 
til pronostico  as  hechado  si  no  he  de  bibir  más 
de  asta  alia.  Con  nuicha  rrisa  yo  le  dixe:  Vues- 
tra Ex9elen9Ía,  (pie  no  ay  cosa  en  el  mundo 
que  yo  más  dessco  que  mentir  en  tal  caso;  pero 
como  yo  beia  el  camino  que  este  malabentura- 
do  de  judío  trae,  procuraba  apartar  a  Vuestra 
Excelen9Ía  de  que  no  muriese  a  sus  manos. 
Di  jome:  Pues  si  es  hora  de  comer,  trábeme  la 
comida  y  baya  el  diablo  para  rruin,  que  yo  no 
he  tenido  mejor  apetito  muchos  meses  ha.  To- 
ni('  mi  caña  de  Yndias,  como  tenia  de  costum- 
bre, y  fui  á  la  co9Ína  y  mandé  (pie  llebasen  la 
comida;  yendo  yo  delante  de  los  (pie  la  Ueba- 
ban,  bi  vn  negro  que  a  grande  priesa  bajava  la 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


57 


escalera  dioiendo:  Yulco,yulco;  (ujua,  agua  /ro- 
sada. Salté  arriba  por  ver  quién  estaua  desma- 
yado, y  alié  al  pobre  Qiuaii  Baxá  con  el  espejo 
en  la  vna  mano  y  el  peyne  en  la  otra,  muerto 
ya  y  frió;  y  por  si  o  por  no,  y  de  miedo  que 
algún  turco  no  me  diese  algo  que  no  me  supie- 
se bien,  pues  pares^eu  mal  los  médicos  en  las 
cámaras  de  los  muertos,  retrajeme  a  mi  apo- 
sento que  hera  baxo  del  de  el  Baxá  y  zerreme 
por  dentro. 

Mata. — Yo  me  huyera. 

Pedro. — Gentil  consejo;  agora  os  digo  que 
habéis  borrado  quanto  bueno  toda  esta  noche 
habéis  ablado,  ¿Pares9eos  que  hera  bueno, 
donde  no  tenia  culpa,  liazerme  omÍ9Ída  y  don- 
de hera  libre  tornar  a  ser  cautibo?  Antes  gané 
la  mayor  honrra  que  en  todas  las  curas  ni  de 
Sol  tana  ni  prin9Ípe  ninguno;  porque  con  la 
protesta  que  le  hize  y  el  prognostico,  todos 
quedaron  señalándome  con  el  dedo  d¡9Íendo  el 
verefilius  De¿  erat  iste.  Si  a  éste  creyera,  nunca 
muriera.  Desde  mi  cámara  vi  toda  la  solemni- 
dad y  pompa  del  enterramiento,  y  llantos,  y 
lutos,  lo  qual,  si  queréis,  os  diré  agora;  sino  re- 
mitirlo he  para  su  lugar. 

Mata. — ¿Qué  más  a  proposito  lo  podéis  de- 
zir  en  ninguna  parte  que  aqui? 

Juan. — Dicho  se  estara. 

Pedro. — Pues  presuponed  que  en  su  casa 
tenia  muchos  gentiles  hombres  y  criados  que  se 
pusieron  luto  y  le  lloraban  por  orden  y  compa- 
ses, diciendo  vno  la  voz  y  respondiendo  todos 
llorando.  El  luto  es  sobre  la  toca  blanca  que 
traen,  que  llaman  turbante;  se  ponen  la  9Ínta 
que  traen  9Íñida  de  manera  que  el  tocado  se 
cubra  y  parezca  o  todo  no  blanco,  sino  entre- 
berado,  o  negro  o  de  otro  Cíjlor  como  es  la  cin- 
ta. No  hai  más  luto  deste  ni  dura  sino  tres 
dias;  y  con  éste  llevan  los  vestidos  que  quieren, 
que  avnque  sea  brocado  es  luto.  La  boz  del 
llanto  dezia:  ¡llci,  Zinan  Baxá!  ¡Hei!  respon- 
dian  todos.  ¡Hei,  hei  biziim  afendi!  ¡Hei,  hei! 
respondian  siempre.  ¡Hei  denis  beglerbai;  hei, 
hei,  Stainhol  bezir!  ¡hei,  hei  andabulur  biryuile 
captan  anda!  A  esto  todos:  ¡Vhai,  vai,  vai! 
Quiere  dezir:  ¡Hai!  Zinan  Baxá,  ¡hai!  nuestro 
patrón  y  señor,  almirante  de  la  mar,  governador 
del  imperio,  (dónde  se  hallará  im  capitán  como 
éste?  ¡Guai.  guai,  guai!  Yo,  9erradas  mis  ven- 
tanas, en  mi  cámara  me  heché  de  hozicos  sobre 
vna  arca  y  apretaba  los  ojos  fuerte,  y  tenia  muy 
a  mano  vn  jarro  de  agua,  con  que  los  mojaba,  y 
el  pañizuelo  también,  para  si  alguno  eutnist'  que 
no  pares9Íese  que  no  le  lloraba;  y  u  la  verdad, 
entre  mí  holgábame  porque  Dios  le  habia  ma- 
tado sin  que  yo  tubicse  en  qué  entender  con  él; 
y  como  en  la  muerte  del  asno  no  pierden  todos, 
quedaria  libre,  y  me  podria  venir;  lo  qual  si 
viviera  siempre  tenia  themor  que  por  más  car- 


tas de  livertad  (jue  me  diera  nunca  alcanzara 
lÍ9en9Ía. 

Mata. — No  me  pares9o  que  dexó  de  ser 
crueldad  no  os  pesar  de  veras  y  avn  llorar,  que 
en  fin,  avnque  hera  pagano,  os  habia  hecho 
obras  de  padre  a  hijo. 

Pedro. — Yo  a  el  de  Spiritu  Sancto;  bien 
pares9e  que  nunca  salistes  de  los  tÍ9ones  y  de 
comer  bodigos,  que  de  otra  manera  veríais  quan- 
to pesa  la  livertad  y  cómo  puesta  en  vna  valan- 
9a  y  todas  las  cosas  que  hai  en  el  mundo,  sa- 
cada la  salud,  pesa  más  que  todas  juntas.  No 
digo  yo  Zinan  Baxá,  pero  todo  el  mundo  no  se 
me  dieríi  nada  que  se  muriera,  por  quedar  yo 
libre.  No  dexé,  con  todo  esto,  de  meter  basti- 
mento para  si  no  pudiese  salir  aquellos  dos 
dias,  de  vna  calabaza  de  vino  que  siempre  te- 
nia, y  queso  y  pan,  pasas  y  almendras.  Luego 
le  pusieron  sobre  vna  tabla  de  mesa  y  con  mu  - 
cha  agua  caliente  y  jabón  le  labaron  muy  bien 
todo. 

Mata. — ¿Para  qué? 

Pedro. ^Es  costumbre  suya  hazer  ansi  a 
todos  l(js  turcos.  Y  metiéronle  en  vn  ataut  de 
fipres,  y  tomáronle  entre  quatro  Baxás,  con 
toda  la  pompa  que  acá  liarian  al  Papa,  que  no 
creo  que  hera  menor  señor,  y  llebaronle  a  vna 
mezquita  que  su  hermano  tenia  hecha,  que  se 
llama  Escutar,  vna  legua  de  Constantinopla,  y 
para  la  buelta  habia  muchos  sacrifi9Íos  de  car- 
neros, y  mucho  arroz  y  carne  guisado,  para 
dar  por  amor  de  Dios  a  quantos  lo  quisiesen. 
Otro  dia  que  le  habian  enterrado  yo  sali  a  la 
cozina,  a  requerir  si  habia  qué  comer,  muy  del 
hipócrita,  puesto  el  pañizuelo  en  los  ojos,  mo- 
jado, con  lo  qual  movi  a  grandissima  lastima  a 
todos  quantos  me  vieron,  y  dezianse  vnos  a 
otros:  ¡Oh,  cuitado,  mezquino  deste  christiano, 
que  ha  perdido  a  su  padre!  Eu'  la  cozina  me 
dieron  vn  capón  asado.  Emliolvile  en  vna  torta, 
sin  quererle  comer  alli,  por  fingir  mas  soledad 
y  dolor,  y  fuime  a  la  cámara,  harto  rego9Íjado 
dentro.  Como  informaron  al  mayordomo  ma- 
yor y  al  thesorero  de  mi  gran  dolor  y  tristeza, 
fueron,  que  no  fue  poco  fabor,  con  otros  diez  o 
doze  gentiles  hombres  a  visitarme  a  mi  cáma- 
ra, y  por  hazerme  más  fiesta  quisieron  que  alli 
se  hiziese  vn  llanto  con)o  el  otro  y  llebase  yo  la 
voz,  por  el  anima  del  Baxá.  Fui  for9ado  a  ha- 
zerlo,  y  con  llorar  todos  como  vna  fuente,  yo 
digo  mi  culpa,  no  me  pudieron  hazer  saltar  la- 
grima ;  digo  de  veras,  (jue  del  cántaro  liarto  más 
({ue  ellos.  No  veia  la  hora  que  se  fuesen  con 
l)ios;  ¡tanto  hera  el  miedo  que  tenia  de  reirme! 
Mata.  -¿Qué  se  hizo  de  la  liazienda?  ¿Te- 
nia liijos? 

Pedro. — C^uedó  la  Soltana  por  testamenta- 
ria o  albazea,  y  llebaronle  alia  todo  quanto  ha- 
bia, que  no  fueron  pocas  cargas  de  oro  y  plata. 


58 


autobiografías  y  memorias 


Estad  pierios  que  eran  en  dinero  mas  de  vn 
millón  y  en  joyas  y  muebles  más  de  otro;  dejó 
dos  hijas  y  vn  hijo;  y  después  que  yo  vine  he 
sabido  que  el  hijo  y  la  vna  hija  son  muertos; 
en  fin  todo  le  verná  al  Gran  Turco  poco  a  poco ; 
dia  de  los  Reyes  fue  el  primero  que  sacaron  a 
vender  por  las  calles  en  alta  voz  los  esclabos, 
no  menos  contentos  que  yo;  porque  dÍ9e  el 
italiano:  chi  cangia  j^atron,  cangia  ventura: 
Quien  trueca  amo  trueca  ventura.  Como  hera 
tan  grande  señor  y  tan  poderoso,  no  se  le  daba 
nada  por  recatar  christianos,  antes  lo  tenia  a 
pundonor,  y  ansi  muchos,  avnque  tenian  con- 
sigo el  dinero,  estaban  desesperados  de  ver  que 
estubiosen  en  manos  de  quien  no  tubiese  ne^e- 
sidad  de  dineros.  Comen9aron  a  sacar  a  todos 
mis  compañeros,  y  avncjue  heran  caballeros  an- 
daban tan 'baratos,  por  no  tener  oficios,  los  res- 
cates dubdosos  y  la  pestilencia  cada  dia  en  casa, 
que  nadie  se  atrebiaa  pasar  de  do9Íentos  duca- 
dos por  cada  vno,  entre  los  quales  muchos  ha- 
bían rogado  con  seiscientos  a  (')  Zinan  Baxá 
y  podian  dar  mil.  Yo  quisiera  aquel  dia  más 
tener  dineros  que  en  toda  mi  vida,  porque  los 
daban  a  luego  pagar  como  si  no  fueran  nada,  y 
como  no  tenia  andaba  estorbando  a  todos  los 
que  veia  que  tenian  gana  dellos  y  se  alargaban 
en  la  moneda,  diziendo  como  amigo  que  mirase 
lo  que  hazia,  que  yo  le  conopia  d'España  y  que 
avnque  deyia  que  hera  caballero  lo  hazia  porque 
no  le  hiziesen  trabajar  tanto  como  a  los  otros, 
mas  en  lo  cierto  hera  vn  pobre  soldado  que  no 
tenia  sino  deudas  hartas  acá,  y  por  eso  se  ha  - 
bia  ydo  a  la  guerra.  Siendo  cosa  de  intherese, 
todos  tomaban  sospecha  ser  verdad  lo  que  yo 
les  de^ia  y  nadie  los  queria  comprar. 

Mata. — ¿Pues  ellos,  que  ganaban  en  eso? 
¿No  fuera  mejor  que  los  comprara  algún  hom- 
bre de  bien  que  los  tratara  como  caballero? 

Juan. — ¿Ño  veis  que  acaba  de  decir  que 
vale  más  ser  de  vn  particular  que  de  vn  señor? 

Pedro. — Y  avn  de  vn  ¡jobre  que  de  vn  rico; 
porque  como  el  pobre  tiene  todo  su  caudal  alli 
empleado,  dales  bien  de  comer  y  regálalos,  y  es 
compañero  con  ellos,  porque  no  se  les  mueran, 
y  lo  mejor  de  todo  es  que  por  poca  ganauyia 
que  sienta  los  da  por  haver  y  asegurar  su  dine- 
ro; lo  qual  el  rico  no  haze,  porque  ni  les  habla 
ni  les  da  de  comer,  pudiendo  mejor  sufrir  él  que 
los  poljres  la  perdida  de  que  se  mueran.  Al  que 
yo  conoscia  ({ue  hera  pobre  y  hombre  de  bien  le 
deeia:  compra  a  éste  y  á  éste,  y  no  te  extiendas 
a  dar  más  de  fasta  tanto,  (jue  yo  los  fio  que  te 
darán  cada  vno  de  ganancia  vna  jvba  de  grana 
(jue  valga  quince  escudos;  y  ansi  hize  a  vno 
c[ue  comprase  tres  Comendadores  de  Sant  Ivan 
por  docientos  ducados,  y  él  tenia  vn  hermano 

(')  Rustan. 


cautibo  en  Malta,  y  de  ganancia;  quando  le 
diesen  los  docientos  ducados,  le  habian  de  dar 
al  hermano;  y  dentro  de  tres  meses  se  vinieron 
a  su  religión  bien  varatos;  a  otros  dos  hize  que 
comprase  otro  por  ciento  veinte  ducados,  los 
quales  sobre  mi  palabra  dexaba  andar  sin  cade- 
nas por  la  cibdad. 

Mata. — ¿Tanto  fiaban  de  vos? 

Pedro. — Avnque  fueran  mili  y  diez  mili; 
no  lo  hayáis  a  burla,  que  vno  de  los  principales 
y  (jue  más  amigos  tenia  alia  hera  yo. 

Mata. — ¿Cómo  aquistastes  tantos? 

Pedro. — Con  procurar  siempre  hazer  bien 
y  no  catar  a  quién.  Todos  los  oficiales  y  genti  • 
les  hombres  de  casa  de  Zinan  Baxá  pusieran 
mili  vezes  la  vida  por  mi,  tanto  es  lo  que  me 
querian;  y  el  mayor  remedio  que  liallo  para  te- 
ner amigos,  es  detras  no  murmurar  de  hombre, 
ni  robarle  la  fama,  antes  loarle  y  moderada- 
mente ir  a  la  mano  a  quien  dize  mal  del;  no 
ser  parlero  con  el  señor  es  gran  parte  para  la 
amistad  en  la  casa  que  estáis.  ¿Sabéis  las  parle- 
rías que  yo  a  mi  amo  dezia?  Que  no  hubo  hom- 
bre de  bien  en  la  casa  a  quien  no  hiziese  subir 
el  salario  que  en  muchos  años  no  habia  podido 
alcanyar  y  le  pusiese  en  privauca  con  el  Baxá. 
Tenia  esta  orden:  Que  quando  estaba  solo  con 
él,  siempre  daba  tras  el  oficio  de  que  más  ve- 
nia al  proposito;  vnas  vezes  le  dezia:  Muchas 
cosas,  señor,  he  visto  de  reyes  y  pricipes,  mas 
tan  bien  ordenada  como  esta  ninguna,  por  la 
grande  solicitud  que  el  mayordomo  mayor  trae, 
del  qual  todo  el  mundo  dize  mili  bienes;  y  so- 
bre esto  discantaba  lo  que  me  paresyia.  Otras 
vezes  del  thesorero:  Señor,  yo  soi  testigo  que 
en  tantos  dias  de  vuestra  enfermedad  no  se  des- 
nudó ni  vbo  quien  mejor  velase.  Del  cocinero 
otras  vezes:  Yo  me  estoi  maravillado  de  la  li- 
veralidad  y  gana  de  servir  del,  y  del  gusto  y 
destreza;  que  tengo  para  mí  que  en  el  mundo 
[no]  hay  Rei  que  mejor  cozinero  mayor  tenga; 
(juando  de  noche  voi  a  la  cozina  para  dar  algún 
caldo  a  Vuestra  Excelencia,  le  hallo  sobre  la 
mesma  olla,  la  cabeca  por  almohada,  no  se 
fiando  de  hombre  nascido,  bestido  y  calzado. 
Hasta  los  moyos  de  despensa  y  de  cocina  pro- 
curaba darle  a  conocer  y  que  les  hiziese  merce- 
des. Luego  veia  otro  dia  al  vno  con  vna  ropa 
de  brocado,  al  otro  con  vna  de  martas  y  con 
más  salario,  o  mudado  de  ofiyio,  venirme  a  abra- 
zar, porque  algunos  pajes  que  se  hallaban  de- 
lante les  dezia:  Esto  y  esto  ha  pasado  ©1  chris- 
tiano  con  el  Baxá  de  vos.  Si  entraba  en  el 
horno,  despensa  o  cozina,  todos  me  vesaban  la 
ropa;  pues  avn((ue  yo  tubiera  cada  dia  cicnt 
combidados  no  les  faltara  todo  lo  (|ue  en  la 
mesa  del  Baxá  podian  tener  (').  Tened  por  en- 

(•)  Pues. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALüN 


59 


tendido  qne  si  dixera  mal  dellos,  ni  más  ni 
menos  lo  supieran,  que  las  paredes  han  oido,  y 
fuera  tan  malquisto  como  hera  de  bien,  de  más 
del  grandissimo  desservÍ9Ío  que  a  Dios  en  ello 
se  haze.  Son  gente  muy  encojida,  y  avnque  se 
mueran  de  pura  hambre  no  hablaran  en  toda  su 
vida  al  amo,  ni  vnos  por  otros;  y  por  liabJar  yo 
ansi  tan  liberalraente  con  él  me  queria  tanto. 
El  numero  de  los  arraezes  no  es  9Íerto,  que  pue- 
den hazer  los  que  el  Baxá  de  la  mar  quiere;  yo 
pidia,  como  supiese  que  cabia  en  e'l,  para  mu- 
chos la  merced  y  la  alcanzaba,  y  no  les  queria 
Uebar  blanca,  avnque  me  acometian  a  dar  siem- 
pre dineros.  Veis  aqui,  hermanos,  el  modo  de 
aquistar  amigos  donde  quiera,  que,  en  dos  pa- 
labras, es  ser  bien  criado  y  liveral  y  no  hazer 
mal  a  nadie,  porque  donde  hai  avarÍ9Ía  o  inthe- 
rese,  maldita  la  cosa  hai  buena. 

Mata, — ¿No  os  aprobechastes  de  nada  en 
esos  tiempos? 

Pedro — Si,  y  mucho;  deprendí  muy  bien  la 
lengua  griega,  turquesca  y  ytaliana,  por  las  qua- 
les  supe  muchas  cosas  que  antes  ignoraba,  y  vine 
por  ellas  a  ser  elchristianomás  pribado  que  des- 
pués que  hai  infieles  jamas  entre  ellos  vbo. 

Mata. — ¿No  digo  yo  sino  de  algunos  dineros 
para  rescataros? 

Pedro.— ¿Qué  más  dineros  ni  riqueza  c[uie- 
ro  yo  que  saber?  Estas  me  rescataron,  éstas  me 
hiziero  privar  tanto  que  fui  interprete  dellas  con 
Ciñan  Baxá,  de  todos  los  neg09Íos  de  impor- 
tanyia  dellas,  y  avn  con  todo  se  están  en  pie,  y 
los  dineros  fueran  gastados;  qnanto  más  que,  si 
yo  más  alia  estubiera,  no  faltara,  o  si  mi  amo 
vibiera. 

JuAK. — Volviendo  a  nuestra  almoneda,  ¿to- 
dos se  vendieron? 

Pedro. — No  quedaron  sino  obra  de  9Íento 
para  hazer  vna  mezquita  en  su  enterramiento, 
y  acabada  también  los  venderán. 

Juan. — Pues  de  las  limosnas  d'España  que 
hai  para  redemption  de  cautibos  ¿no  podían  ha- 
zer con  qué  rescatar  en  buen  pre9Ío  hartos? 

Pedro. — ¿Qué  redemption?  ¿qué  cautibos? 
¿qué  limosna?  Córtenme  la  cabeza  si  nunca  en 
Turquía  entró  real  de  limosna. 

Mata. — ¿Cómo  no,  que  no  hay  dia  que  no  se 
pide  y  se  hallega  harto? 

Pedro. — ¿No  sabéis  que  no  puede  pasar  por 
los  puertos  oro,  ni  moro,  ni  caballo?  Pues  como 
no  pase  los  puertos,  no  puede  llegar  alia. 

Mata. — Mas  no  sea  como  lo  de  los  ospita 
[les]...  no  digo  nada. 

Pedro. — Tú  dixiste.  Yo  lo  he  procurado  de 
saber  por  acá  y  todos  me  dÍ9en  que  por  estar 
cerca  d'España  Berbería  van  alia,  y  de  allí  los 
traen;  bien  lo  creo  que  algunos,  pero  son  tan 
pocos,  que  no  hai  perlado  que  si  quisiese  no 
traheriacada  año  más,  quedándole  el  brazo  sano, 

AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS.— 15 


que  en  treinta  años  las  limosnas  de  los  señores 
de  salba.  No  hai  para  qué  dezir,  pues  no  lo  han 
de  hazer  como  los  otros:  sola  la  medÍ9Ína  dÍ9en 
que  ha  menester  experiencia;  no  hai  Facultad 
que,  juntamente  con  las  letras,  no  la  tenga  ne- 
cesidad, y  más  la  Theologia.  Pluguiese  a  Dios, 
por  quien  él  es,  que  muchos  de  los  theologos 
que  andan  en  los  pulpitos  y  escuelas  midiendo 
a  palmos  y  a  jemes  la  poten9Ía  de  Dios,  si  es 
finita  o  infinita,  si  de  poder  absoluto  puede 
hazer  esto,  si  es  ab  eterno ;  antes  que  hiziese 
los  cielos  y  la  tierra  dónde  estaba,  si  los  ange- 
les superiores  ven  a  los  inferiores  y  otras  co- 
sas ansi,  supiesen  por  experien9Ía  midir  los 
palmos  que  tiene  de  largo  el  remo  de  la  galera 
turquesca  y  contar  los  eslabones  que  tenia  la 
cadena  con  que  le  tenian  amarrado,  y  los  azo- 
tes que  en  tal  golfo  le  habían  dado,  y  los  dias 
que  habia  que  no  se  hartaba  de  pan  cozido, 
sin  9erner,  vn  año  habia,  lleno  de  gusanos, 
y  las  arrobas  de  peso  que  le  habían  hecho  Ue- 
bar acuestas  el  dia  que  se  quebró,  y  los  puña- 
dos de  piojos  que  iba  echando  a  la  mar  vn 
dia  que  no  remaba;  ¡pues  qué,  si  viesen  las  ani- 
mas que  cada  dia  reniegan,  mugeres  y  niños  y 
avn  hombres  de  barba!  Pasan  de  treinta  mili 
animas,  sin  mentir,  las  que  en  el  poco  tiempo 
que  yo  allí  estube  entraron  dentro  en  Constan- 
tinopla:  de  la  isla  de  Llipar,  9.000;  de  la  del 
Gozo,  6.000;  delTripol,  2.000;  de  la  Panta- 
nalea  y  la  Alicata,  qnando  la  presa  de  Bonifacio, 
3.000;  de  Bestia  en  Apulla,  6.000;  en  las  siete 
galeras,  quando  yo  fui  preso,  3.000.  No  quiero 
dezir  nada  de  lo  que  en  Ungria  pasa,  que  bien 
podéis  creer  que  lo  que  he  dicho  no  es  el  diez- 
mo dellos;  pues  pluguiese  a  Dios  que  siquiera 
e!  diezmo  quedase  sin  renegar.  Lo  que  por  mí 
pasó  os  diré;  embiaron  de  Malta  vna  comisión 
que  se  buscasen  para  rescatar  todas  las  animas 
que  en  el  Gozo  se  habían  tomado,  y  como  yo  lo 
podia  hazer,  dieronme  a  mí  el  cargo;  anduve 
flechando  los  bofes  por  Constantinopla  y  no 
pude  hallar,  de  seis  mili  que  tenia  por  minuta, 
sino  obra  de  9Íento  y  9Íncuenta  viejos  y  viejas. 

Mata. — ¿Pues  qué  se  habían  hecho? 

Pedro. — Todos  turcos,  y  muertos  muchos, 
y  estos  que  quedaron,  por  no  se  lo  rogar  creo 
que  lo  dexaron  de  hazer.  Juzgad  ansi  de  los  de- 
mas.  ¿Qué  más  queréis  que  se  hablan  las  len- 
guas de  la  Iglesia  romana,  como  italiano,  ale- 
mán y  vngaro,  y  español,  tan  común  como  acá 
y  de  tal  modo  que  no  saben  otra?  ¿Pares9eos 
que,  vistas  las  orejas  al  lobo,  como  ensanchan 
sus  con9Íen9Ías  ensancharían  las  limosnas  y  las 
questiones,  si  es  lÍ9Íto  el  sacerdote  tomar  armas, 
y  serían  de  pares9er  que  no  quedase  clérigo  ni 
fraire  que,  puestas  sus  aldas  en  cinta,  no  fuese 
a  defender  la  sancta  fe  catholica  como  lo  tiene 
prometido  eu  el  baptismo?  A  vos,  como  a  theo- 


60 


autobiografías  y  memorias 


logo,  os  pregunto:  si  vna  fuerza  coiuo  la  de  Bo- 
nü'a9Ío,  o  Tripol,  o  Rliodas,  o  Buda,  o  Velgrado 
la  defendieran  clérigos  y  fraires  con  sus  picas  y 
arcabuzes,  ¿fueranse  al  infierno? 

Juan. — Para  uii  tengo  que  no,  si  con  solo  el 
zelo  de  servir  a  Dios  lo  hazen. 

Mata. — Para  mí  tengo  yo  otra  cosa. 

Pedro. — ¿Qué? 

Mata. — Que  es  eso  hablar  adefeseos,  que  ni 
se  ha  de  hazer  nada  dcso,  ni  habéis  de  ser  oydos, 
porque  no  hai  hombre  en  toda  esta  corte  de 
tomo,  letrado,  ni  no  letrado,  que  no  piense  que 
sin  haber  andado  ni  visto  nada  de  lo  que  vos, 
porque  leyó  aquel  libro  que  hizo  el  fraire  del 
camino  de  Hiorusalem  y  liabló  con  vno  de  aque- 
llos vellacos  que  deciaisque  fingen  haberse  esca- 
pado de  poder  de  moros,  que  les  atesto  las  ca- 
bezas de  mentiras,  no  les  harán  entender  otra 
cosa  avnque  vaxase  Sant  Pablo  a  predicársela; 
yos  prometo  que  si  mi  compadre  Juan  de  Voto 
a  Dios  topara  con  otro  y  no  con  vos,  que  nunca 
él  toryiera  su  bra^o,  pues  conmigo  avn  no  le  ha 
querido  torcer  en  tantos  años,  sino  hechome  en 
creer  del  9Íelo  Rebulla. 

Pedro. — No  tengo  que  responder  a  todos 
esos  mas  de  vna  copla  de  las  del  redondillo,  que 
me  acuerdo  que  sabia  primero  que  saliese  de 
España,  que  dize: 

Los  9¡egos  desean  ver, 
oir  desea  el  que  es  sordo 
y  adelgazar  el  que  es  gordo 
y  el  coxo  también  correr; 
solo  el  neyio  veo  ser 
en  quien  remedio  no  cabe, 
porque  pensando  que  sabe 
no  cura  de  mas  saber. 

Mata. — Agora  os  digo  que  os  perdonen 
quauto  habéis  dicho  y  hecho  contra  los  theolo- 
gos,  pues  con  solo  vn  jubón  habéis  vestido  a  la 
mayor  parte  de  la  corte. 

Pedro. — Pocos  tran9es  desos  pensareis  que 
he  pasado  con  muchos  señores  que  ansi  me  pre- 
guntan de  alia  cosas,  y  como  no  les  diga  lo  (|ue 
ellos  saljen,  luego  os  salen  con  vn  vos  mas  de 
media  vara  de  largo:  Engañaisos,  señor,  que  no 
sabéis  lo  que  de9Ís;  porque  pasa  dcsta  y  desta 
manera.  Preguntado  que  cómo  lo  saben,  si  han 
estado  alia  por  dicha,  ni  avn  en  su  vida  vieron 
soltar  vna  escopeta,  y  por  esto  yo  estoi  delibe- 
rado a  no  contar  cosa  ninguna  jamas  si  no  es  a 
quien  ha  estado  alia  y  lo  sal)e. 

Mata.  —  ¿Ni  del  Papa  ni  nadie  nunca  fue 
alia  limosna  de  rescate? 

Pedro. — ^Ni  del  que  no  tiene  capa. 

Juan. — ¿Y  del  Ilei? 

Pedro. — No,  cpie  yo  sepa;  porque  si  algunas 
habia  de  aber  hecho,  había  de  ser  en  los  sol- 
dados de   Castilnovo,  que  después  que  en  el 


mundo  hai  guerras  nunca  vbo  más  lialerosa 
jente  ni  que  con  más  animo  peleasen  hasta  la 
muerte,  que  tres  mili  y  quinientos  soldados  es- 
pañoles que  alli  se  perdieron,  lo  qual,  avnque  yo 
no  lo  vi,  sé  de  los  mesmos  turcos  que  me  lo  con- 
taban, y  lo  tienen  en  cabezera  de  todas  las  ha- 
zañas que  en  sus  tiempos  ha  havido,  y  a  esta 
postponen  la  de  Rhodas,  con  averiguarse  que 
les  mataron  los  Comendadores  mas  de  9Íent 
mili  turcos. 

Mata. —  ¿Quánto  tiempo  ha  eso  de  Castil- 
nobo? 

Pedro. — Habia  quando  yo  estaba  alia  17 
años,  y  conos9Í  muchos  pi^bres  españoles  dellos, 
que  avn  se  estaban  alli  sin  poner  blanca  de  su 
casa.  Podria  el  Rei  rescatar  todos  los  soldados 
que  alia  hai,  y  es  vno  de  los  consejos  adefeseos, 
como  vos  de9Íais  denantes,  que  las  bestias  como 
yo  dan,  sabiendo  que  el  Rei  ni  lo  ha  de  hazer  ni 
avn  ir  a  su  notÍ9Ía;  mas,  pues  no  tenemos  quien 
nos  de  prisa  en  el  hablar,  hechemos  juiyio  a 
montones.  Ya  habéis  oido  cómo  por  antigüe- 
dad, o  porque  quieren,  dan  los  turcos  a  algunos 
christianos  cartas  de  livertad  con  condÍ9Íon  que 
sirvan  tres  años,  (juedandose  por  todos  aquellos 
tres  tan  esclabo  como  antes,  y  no  menos  conten- 
to, avnque  no  le  dan  de  comer,  que  si  ya  estubiese 
en  su  tierra.  ¿Quánto  más  mei'ced  le  seria  si  el 
Rei  los  sacase  y  les  quitase  de  cada  paga  vn  ter- 
9Í0  fasta  que  se  quedase  satisfecho  de  la  devda? 
Y  haría  otra  cosa;  que  el  esquadron  de  mili 
hombres  desta  manera  valdría,  sin  mentir,  con- 
tra turcos,  tanto  como  vn  exercito,  como  pri- 
mero se  consentirían  hazer  mili  peda90S  que  tor- 
nar a  aquella  primera  vida. 

Mata. — ¿Habéis  dicho?  Pues  bien  podéis 
hazer  quenta  que  no  habéis  dicho  nada,  y  aun 
que  metáis  ese  consejo  en  vna  culebrina,  no  ha- 
yáis miedo  que  llegue  a  las  orejas  del  Rei;  por- 
que si  las  dignidades  solamente  de  las  iglesias 
de  España,  con  sus  perlados,  quisiesen,  que 
es  también  hablar  al  aire,  no  habria  necesidad 
del  ayuda  del  Reí  para  ello;  mas  ¿no  sabéis 
que  dize  David:  /Non  est  i/u¿  factat  bonitm,  non 
est  nsqiie  ad  unum.'  No  se  nos  vaya,  señores, 
la  noche  en  fallas  ¿Qué  fue  después  de  la  almo- 
neda? 

Pedro. — Ya  que  vendieron  a  todos,  yo  de- 
mandé la  carta  que  tenia  de  livertad,  depositada 
en  el  mayordomo  mayor  del  Baxá,  el  qual  fue 
a  la  Sultana  y  le  hizo  rela9Íon  de  la  venta  de  los 
christianos,  y  que  no  quedaba  más  del  medico 
español;  si  mandal)a  Su  Alteza  que  se  le  diese 
la  carta  que  estaba  en  deposito.  Ella  respondió 
(jue  no,  por  quánto  Anión  Vgli  hera  muerto,  el 
})rotoniedico  de  su  padre,  y  no  habia  quien  me- 
jor lo  pudiese  ser  ((ue  yo,  ni  de  quien  el  Gran 
Turco  mejor  pudiese  fiarse;  por  tanto,  que  me 
tomasen  con  dos  jenÍ9aros,  que  son  de  la  guarda 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


01 


del  Rei,  y  me  llebasen  alia,  que  ella  le  quería 
liazer  aquel  presente. 

Mata, — ¿Dónde  estaba  el  Gran  Turco  es- 
ton9es? 

Pedro. — En  Ama9¡a,  vna  ^ibdad  camino 
de  Persia,  quince  jornadas  de  Constantinopla; 
y,  como  sabéis  no  liai  mejor  cosa  que  tener 
donde  quiera  amigos,  vn  paje  desta  Soltana, 
ginoyes,  que  habia  sido  de  Ciñan  Baxá  capado, 
que  yo  quando  no  sabia  la  lengua  hera  mi  in- 
terprete, dio  a  vn  barbero  que  entraba  a  sangrar 
vna  mujer  alia  dentro,  dos  renglones,  por  los 
cpiales  me  avisaba  de  todo  lo  que  pasaba;  por 
tanto  viese  lo  que  me  cumplia.  Yo  fui  luego  al 
Papa  suyo  y  dixele  (que  hera  uuiy  grande  señor 
mió,  ([ue  le  liabia  curado)  todo  como  pasaba; 
digo  el  depositar  de  la  carta,  y  cómo  no  me  la 
daban  y  el  miedo  que  habia  que  la  Soltana  no 
hubiese  mandado  que  no  me  la  diesen  ¿qué  re- 
medio tenia  si  la  quisiese  sacar  por  justicia;  si 
podría,  pues  la  ultima  voluntad  del  testador 
hera  aquella,  y  tenia  muchos  testigos,  y  él  mes- 
mo  confesaba  tenerla?  Respondióme  que  tenia 
mucha  iustÍ9Ía  y  me  la  haria  guardar;  mas  que 
me  hazia  saber  que  habia  entrellos  (')  vna  lei  (^) 
que  si  caso  fuese  que  el  cautibo  que  aorrasen 
fuese  eminente  en  vna  arte,  no  fuesen  obligados 
a  cumplir  con  él  la  palabra  que  le  luibian  dado, 
por  sercosaque  conviene  a  la  república  que  aquel 
tal  no  se  vaya.  Si  esto,  dize,  os  alegan,  no  os  fal- 
tará pleito,  mas  yo  creo  que  no  se  les  acordará; 
lo  que  yo  pudiere  hazer  por  vos  no  lo  dexaré. 


COLOQUIO   V 


Concierta  Pedro  su  fuga  con  un  griego  llamado  Estainati. — Sale 
con  éste,  disfrazado  de  monje,  en  compañía  de  un  cirujano 
\ieio. — Encuentran -c  al  poco  tiempo  en  el  camino  con  vatios 
jenízaros  que  iban  en  su  persecución. — No  son  conocidos  y 
marclian  todos  juntos  algunos  días. — Peligrosas  distracciones 
del  cirujano. — Embjrcanse  Pedro  y  su  amigo  en  La  Caballa 
con  nimbo  al  monte  Athos. — Llegada  á  éste  pasando  por  la 
isla  de  Skiatbos. — Primera  entrevista  ron  los  monjes  grie- 
gos.— Son  acogidos  en  un  convento. — Manifiestan  los  fugiti- 
vos quiénes  eran  y  el  superior  del  moTiastcrio  se  niega  á 
ocultarlos. — Viajes  por  el  monte  Atlio?. — Costumbres  y  cere- 
monias de  los  monjes. 


Mata. — ¿Todo  eso  tenemos  a  cabo  de  rato.' 
¿Pues  qué  consejo  tomastes? 

Pedro. — El  que  mi  tia  Celestina,  buen  siglo 
haya,  daba  a  Parmeno,  nunca  a  mí  se  me  olvi- 
dó, desde  la  primera  vez  que  le  o¡,  que  hera  bien 
tener  siempre  vna  casa  de  respecto  y  vna  vieja, 
a  donde  si  fuese  menester  tenga  acojida  en  todas 
mis  prosperidades;  con  el  miedo  do  caer  dcUas, 
siempre,  ptua  no  menester,  ttibe  vna  casa  de  vn 
griego,  el  (pial  en  necesidad  (•')  me  encubriese 


(')  su  ley. 

(")  que  deyia. 

{■')  si  fuese  nieuester. 


a  mi  o  a  quien  yo  quisiese,  pagándoselo  bien,  y 
dábale  de  comer  a  él  y  vn  caballo  muchos  meses, 
no  para  mas  de  cpie  siempre  me  tubiese  la 
puerta  abierta. 

Mata. — No  creo  haber  abido  en  el  mundo 
otro  Dédalo  ni  Vlixes,  sino  vos,  pues  no  pudo 
la  prosperidad  cegaros  a  que  no  mirasedes  ade- 
lante. 

Pedro. — ¿Vlises  ó  qué?  Podéis  creer  como 
eréis  en  Dios,  que  yo  acabare  el  quento,  que  no 
paso  de  diez  partes  vna,  porque  lo  de  aquel  di- 
zelo  Homero,  que  hera  9Íego  y  no  lo  vio,  y 
también  era  poeta;  mas  yo  vi  todo  lo  que  pasé 
y  vosotros  lo  oiréis  de  quien  lo  vio  y  pasó. 

Juan.  —Pues  ¿qué  griego  hera  aquel?  ¿hera 
libre?  ¿hera  christiano?  ¿a  quién  estaba  subjeto? 
Pedro. — Presuponed,  entre  tanto  que  más 
particularmente  hablamos,  que  no  porque  se 
llame  Turquia  son  todos  turcos,  porque  hay 
más  cliristianos  que  viben  en  su  fe  que  turcos, 
avnque  no  están  subjetos  al  Papa  ni  a  nuestra 
Iglesia  latina,  sino  ellos  se  hazen  su  Patriarca, 
que  es  Papa  dellos. 

Mata. —  Pues  ¿cómo  los  consiente  el  Turco? 
Pedro. — ¿Qué  se  le  da  a  él,  si  le  pagan  su 
tributo,  que  sea  nadie  judio  ni  christiano,  ni 
moro?  En  España,  ¿no  solía  haber  moros  y  ju- 
díos? 

Mata.— Es  verdtxd. 

Pedro.— Pues  de  aquellos  griegos  hai  algu- 
nos que  viben  d'espias,  de  traer  christianos  es- 
condidos porque  les  paguen  por  cada  uno  diez 
ducados,  y  la  costa,  hasta  llegar  en  saibó,  que 
es  vn  mes,  y  si  aportan  en  Raguza  o  en  Corfó, 
}as  9Íbdades  les  dan  cada  otros  diez  ducados 
por  cada  uno. 

Juan.— La  gananyia  es  buena  si  la  pena  no 
es  grande. 

Pedro. — -"No  es  mayor  ni  menor  de  empa- 
lar, como  he  visto  hazer  a  muchos;  que  al  chris- 
tiano cautibo  que  se  huye  qumdo  mucho  le  dan 
vna  dofena  de  palos,  mas  al  que  le  sacó  empa- 
lanle  sin  ninguna  redemption. 

Mata. — ¿Pues  hai  quién  lo  ose  hazer  con  esa 
pena .' 

Pedro. — Mil  quentos:  la  ganan9Ía,  el  di- 
nero, la  ne9esidad  y  yntherese,  hazen  los  hom- 
bres atrebidos;  sé  que  el  que  hurta  bien  sabe 
cpie  si  es  tomado  le  han  de  aliorcar,  y  el  que 
nabega,  cpie  si  cae  en  la  mar  se  tiene  de  aogar; 
mas,  no  obstante  eso,  nabega  el  vno  y  el  otro 
roba.  Por  9Íerto,  la  espia  que  yo  traxe  ha- 
bia ya  hecho  diez  y  nueve  caminos  con  chris- 
tianos, y  con  el  mió  ftieron  veinte. 
Juan. — ¿Cómo  se  llamaba? 
Pedro. — Estainuti. 

Mata. — ¿Y  ([ué  hazia?  ¿De  ipié  os  serbia? 
Pedro. —  De   mostrarme  el  camino,  y  ser- 
virme en  él. 


02 


autobiografías  y  memorias 


Juan. — ¿Y  traxo  a  bos  solo? 

Pedro. — Como  yo  vi  la  respuesta  que  el 
Papa  turco  uie  dio,  comencé  de  pensar  en  mí 
quién  me  mataba  tomar  pleito  contra  el  Reí,  va- 
liendo más  salto  de  mata  que  ruego  de  buenos 
hombres;  yo  determiné  de  huirme  y  tomé  los 
libros,  que  heran  muchos  y  buenos,  y  dilos  em- 
bueltos  en  vna  manta  de  la  cama  a  vna  vezina 
mia,  de  quien  yo  me  fiaba,  que  los  guardase,  y 
saqué  de  vna  arquilla  las  camisas  y  zaragüelles 
delgados  que  tenia,  labradas  de  oro,  que  val- 
drian  algunos  dineros,  que  serian  vna  dozena, 
que  me  daban  turcas  porque  las  curaba,  y  fui- 
me  en  casa  de  la  espia  y  topé  en  el  camino 
aquel  cirujano  viejo  mi  compañero,  y  contele  lo 
que  habia  pasado,  y  dixele:  Yo  me  voi  huyen- 
do; si  queréis  venir  conmigo,  yo  os  llebaré  de 
buena  gana,  y  si  no,  y  os  viniere  por  mí  algún 
mal  no  me  hecheis  la  culpa.  Fue  contento  de 
hazerme  compañia,  mas  quiso  ir  a  casa  por  lo 
que  tenia,  que  hera  cosa  de  poco  precio.  Digo 
yo:  No  quiero,  sino  qne  se  pierda;  si  habéis  de 
venir  ha  de  ser  desde  aqui,  si  no  quedaos  con 
Dios.  El  pobre  viejo,  que  más  valiera  que  se 
quedara,  fuese  conmigo  a  casa  del  griego,  y  alli 
consultamos  en  qué  habito  nos  trairia.  Dixo 
que  el  mejor,  pues  yo  sabia  tan  bien  la  lengua, 
seria  de  fraire  griego,  que  llaman  caloiero,  que 
es  este  (')  con  que  espanto  á  Mátalas  Callando, 
pues  teníamos  las  barbas  que  ellos  vsan,  que 
hera  también  mucha  parte.  Yo  di  luego  dine- 
ros para  que  me  traxeren  vno  para  mí  y  otro 
para  mi  compañero. 

JüAN. — ¿Pues  véndense  publicamente? 

Pedro. — No,  sino  que  se  los  tomase  a  dos 
fraires  y  les  diese  con  qué  hazer  otros  nuebos; 
y  traxolos.  Dile  luego  9Ínco  ducados  para  que 
me  comprase  vn  par  de  caballos. 

Mata.  — Tenedle,  que  corre  mucho. 

Pedro. — ¿Que  decís? 

Mata. — ¿Que  si  corrian  mucho? 

JüAx, — No  dixo  sino  vna  malicia  de  las  que 
suele. 

Mata. — Pues  9Ínco  ducados  dos  caballos 
¿quién  lo  ha  de  creer?  Avnquc  fueran  de  corcho. 

Pedro. — Y  avn  creo  que  me  sisó  la  quinta 
parte  el  comprador.  No  entendáis  caballos  para 
que  rúen  los  caballeros,  sino  vn  par  de  camino, 
como  éstos  que  alquilan  acá,  que  bastasen  a  lle- 
varnos treinta  y  siete  jornadas,  y  estos  no  valen 
más  alia  de  a  dos  o  tres  escudos. 

Mata. — ¡Quemado  sea  el  tal  barato! 

Pedro.  -Este  griego  vsaba  tenerse  en  casa 
escondidos  los  cautibos  vn  mes  o  dos  bebo- 
rreando,  hasta  desmentir  y  que  no  se  acorda- 
sen; mas  yo  no  quise  estar  en  aquel  acuerdo, 
antes  aquella  noche,  a  media  noche,  quise  que 

(')  que  veis. 


nos  partiésemos,  haziendo  esta  quenta:  como 
yo  ando  libre,  el  primero  ni  segundo  dia  no  me 
buscarán;  pues  cuando  al  tercero  me  busquen 
y  embien  tras  mí,  ya  yo  les  tengo  ganadas  tres 
jornadas,  y  no  me  pueden  alcanzar. 

Mata. —  Separaos  con  qué  tantos  dineros 
os  hallastes  al  salir. 

Pedro. — Obra  de  pincuenta  ducados  en  oro 
y  vna  ropa  de  brocado  y  otra  de  terciopelo  mo- 
rado, y  las  camisas  y  calfones  y  otras  joyas. 
El  viejo  no  sé  lo  que  se  tenia;  creo  que  lo 
habia  empleado  todo  en  piedras,  que  valen  en 
buen  precio.  Salimos  a  la  mano  de  Dios,  y  la 
primera  cosa  que  topé  en  apartándome  de  las 
percas  de  Constantinopla,  que  ya  queria  ama- 
nes^er,  fue  vna  paloma  blanca  que  me  dio  el 
mayor  animo  del  mundo,  y  dixe  á  los  compa- 
ñeros: Yo  espero  en  Dios  que  hemos  de  ir  en 
salbamento,  porque  esta  paloma  nos  lo  pro- 
mete. 

Mata. — Y  si  fuera  cuerbo  ¿volvieraisos? 

Pedro. — No  penséis  que  miro  en  aguaros; 
aquello  creia  para  confirmación  d'esperanpa; 
pero  no  lo  otro  para  mal.  Ibanos  dando  la  es- 
pia lection  de  lo  que  habíamos  de  hazer,  como 
nunca  habíamos  sido  fraires,  y  es  que  al  que 
saludásemos,  si  fuese  lego,  dixesemos,  baxando 
la  cabeza:  Melania,  el  Dto  gratias  de  acá 
(quiere  dezir  penitencia),  que  es  lo  que  os  dixe 
quando  nos  topamos,  que  interpretaba  Juan  de 
Voto  a  Dios  tañer  tamboril  o  no  sé  qué.  A  esto 
responden  O  Theos  xoresi,  que  es  el  por  siem- 
pre de  acá  (quiere  de^ir  Dios  te  perdone);  si  son 
fraires  a  los  que  saludáis,  habéis  de  dezir:  Eflo- 
gite,  pateres:  venderid, padre .  Heranme  a  mí  tan 
fáciles  estas  cosas,  como  sabia  la  lengua  griega, 
que  no  hera  menester  más  de  media  vez  que 
me  lo  dixeran , 

Mata. — ¿Y  el  compañero,  sabia  griego? 

Pedro. — Treinta  y  quatro  años  habia  que 
estaba  casado  con  vna  griega  de  Rodas,  y  en 
su  casa  no  se  hablaba  otra  lengua;  y  él  nunca 
supo  nada,  sino  entendía  vn  poco;  pero  en  ha- 
blando dos  palabras  se  conoscia  no  ser  griego, 
y  nunca  el  diablo  le  dexó  deprender  aquellas 
palabras  (').  Topamos  vna  vez  vn  turco  que 
entendía  griego  y  llegase  a  él,  por  decirle  meta- 
nia  y  dixole  asthenia. 

Mata. — ¿Qué  quiere  de^ir? 

Pedro. — Dios  te  dé  vna  calentura  hectica 
o,  si  no  queréis,  el  diablo  te  rebiente.  Como  el 
turco  lo  oyó  airóse  lo  más  del  mundo  y  dixo: 
¿Ne  sniler  su  chiipec.^  ('qué  dixo  ese  perro?  Yo 
llegué  y  digo:  ¿Qué  habia  de  de^ir,  señor,  sino 
metania?  El  turco  juraba  y  perjuraba  que  no 
habia  dicho  tal;  en  fin,  alia  regañando  se  fue. 
Yo  reprehendile  diciendo:  ¿Pues  vna  sola  pala- 

(')  Principal. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


63 


bra  que  nos  ha  de  sainar  o  condenar,  no  sois 
para  deprender?  Habiendo  caminado  siete  le- 
guas no  más,  llegaron  a  nosotros  a  caballo  dos 
genicaros  que,  como  diré,  son  de  la  guardia  del 
rei,  y  dixeron:  Christianos,  no  quiero  de  vos- 
otros otra  cosa  más  de  que  nos  deis  a  beber  si 
llehais  vino:  porque  avnque  el  turco  no  lo 
puede  beber  conforme  a  su  lei,  quando  no  le 
ven,  muy  bien  lo  bebe  hasta  emborrachar.  Yo 
llevaba  el  recado  conforme  al  avito. 
Juan. — ¿Cómo? 

Pbdro. — ¿Habéis  nunca  visto  fraire  caminar 
sin  bota  y  baso,  avnque  no  sea  más  de  vna  le- 
gua? Yo  heche'  mano  a  mi  alforxa,  y  mandé  al 
compañero  que  caminase,  que  aquello  yo  me  lo 
haria  y  le  alcanzarla,  porque  no  fuese  descu- 
bierto por  no  saver  hablar,  y  comente  de  escan- 
ciarles una  y  otra,  y  yban  caminando  junto  con- 
migo en  el  alcance  de  los  compañeros ;  pregun- 
táronme [de]  dónde  venia;  digo:  Constanti- 
nopla. 

Juan. — ¿En  qué  lengua? 
Pedro. —  Quándo  griego,  quándo  turquesco, 
que  todo  lo  sabían.  Dixeronme:  ¿Qué  nuebas 
hai  en  Constantinopla?  Digo:  Eso  a  bosotros 
incumbe,  que  sois  hombres  del  mundo,  que  yo 
que  le  he  dexado  no  tengo  quenta  con  (''^)  nueba 
ni  vieja;  si  de  mi  monesterio  queréis  saber,  es 
que  el  Patriarca  nuestro  está  bueno  y  esta  se- 
mana pasada  se  nos  murió  vn  fraire.  Pregun- 
tóme el  vno,  llegándose  a  mí,  quántos  años  ha- 
bla que  era  fraire.  No  me  supo  bien  la  pregunta 
y  dixele,  haziendo  de  las  tripas  cora9on,  que 
seis.  Preguntóme  en  dónde.  Respondí  que 
parte  en  la  mar  Negra  y  parte  en  Constantino- 
pía.  Asióme  el  otro  del  abito  y  dixo:  Pues 
¿cómo  puedes,  pobreto,  con  esta  estameña  re- 
sistir al  frió  que  haze? 

Mata. — A  fe  que  meterla  el  asir  las  cabras 
en  el  corral. 

Pedro. — Yo  le  dixe  que  debaxo  traíamos 
sayal  o  paño.  Fue  la  pregunta  adelante,  y  dixe- 
ron: ¿Dónde  vas  agora?  Respondí  que  a  Monte 
Sancto. 

Juan. — ¿Qué  es  Monte  Sancto? 
Pedro. — Vn  monte  que  terna  de  9erco  quasí 
tres  jornadas  buenas,  y  es  quasí  isla,  porque 
por  las  tres  partes  le  bate  la  mar,  en  el  qual 
haí  veinte  y  dos  monasterios  de  fraires  desta 
mi  orden,  y  en  cada  vno  do9Íentos  o  tres9Íentos 
fraires,  y  ningún  pueblo  hai  en  él,  ni  vive  otra 
jente  ni  puede  entrar  muger,  ni  hay  en  todo  él 
hembra  ninguna  de  ningún  generode  animal  (*); 
a  este  monte  son  sus  peregrinajes,  como  acá 
Santiago,  y  por  eso  no  se  hecha  de  ver  quiéu  va 
ni  viene  tanto  por  aquel  camino.  Ya  que  nos  jun- 


(•)  el. 

(')  abstinen. 


tamos  con  los  compañeros  dixeles:  ¿Y  vosotros 
a  dónde  vais?  Respondió  el  vno:  En  busca  de 
vn  perro  de  christiano  que  se  ha  huido  a  la  Sol- 
tana,  el  mayor  bellaco  traidor  que  jamas  vbo, 
porque  le  hacian  más  bien  que  él  mereseia  y 
todo  lo  ha  postpuesto  y  huidose  (pares9e  ser 
que  aquella  noche  le  habia  dado  vn  dolor  de 
ijada,  y  habíanme  buscado,  y  como  supieron 
que  habia  sacado  los  libros,  luego  lo  imagi- 
naron). Digo:  ¿Y  dónde  hera?;  que  del  viejo 
no  se  hacia  caso  que  se  fuera  [o]  que  estu- 
bieras  Dice:  De  alia  de  las  Españas.  Tórnele  a 
preguntar:  ¿Qué  hombre  hera?  Comenzóme  á 
dezir  todas  las  señales  mias. 

Juan. — 'Pues  ¿cómo  no  os  conoscio? 
Pedro. — Yo  os  diré;  ¿veis  esta  barba?,  pues 
tan  blanca  nie  la  puso  vna  griega  como  es  ago- 
ra negra,  y  al  viejo  la  suya  blanca,  como  está 
esta  mia,  y  toda  rebuxada  como  veis;  el  diablo 
nos  conos9Íera,  que  ninguna  seña  de  las  que 
traia  veia  en  mi:  la  caperu9a,  el  sayo,  la  ropa, 
todo  se  habia  convertido  en  lo  que  agora  veis. 
Dixeles:  Pues,  señores,  ¿adonde  le  vais  a  bus- 
car? Respondieron :  Nosotros  vamos,  hasta  Sa- 
lonique,  que  es  diez  y  siete  jornadas  de  aqui,  a 
tomarle  todos  los  pasos,  y  por  mar  han  des- 
pachado también  vn  vergántin  para  si  acaso  se 
huyó  por  mar.  Yo  estonces  les  digo:  Pues  ese 
mesmo  camino,  señores,  llebo  yo.  Ellos  dixeron 
que  por  9Íerto  holgaban  de  que  fuésemos  juntos. 
La  espia  y  el  compañero  desmayaron,  pensando 
que  ya  yo  me  rindia  o  estaba  desesperado. 

Mata. — ¿Pues  no  tenian  racon?  ;¿no  hera 
mejor  o  caminar  adelante  o  quedar  atrás? 

Pedro. — Ni  bos  ni  ellos  no  sabéis  lo  que  os 
decis;  atrás  no  hera  seguro,  porque  ellos  dexa- 
ban  toda  la  jente  por  donde  pasaban  abisada,  y 
sobre  sospecha  heramos  presos  en  cada  pueblo; 
adelante  no  bastaban  los  caballos.  ¿Qué  más 
sano  consejo  que,  viendo  que  no  me  hablan  co- 
nos9Ído,  hazer  del  ladrón  fiel,  y  más  la  seguri- 
dad del  camino,  q\ie  es  el  más  peligroso  que 
hai  de  aqui  allá?  si  el  Rei,  por  hazerme  grande 
merced,  me  quisiera  dar  vna  grande  y  segura 
compañía,  no  me  diera  más  que  aquellos  dos 
de  su  guarda;  es  como  si  acá  llebara  vn  alcalde 
de  Corte  y  vn  algua9Íl,  para  que  nadie  me  ofen- 
diese; ¿n'os  pai-eye  que  hiria  a  buen  recado? 
Quanto  más  que  de  otra  manera  nunca  alia  lle- 
gara, porque  los  jenÍ9aros  tienen  tanto  poder 
que  por  el  camino  que  van  toman  quantas  ca- 
balgaduras topan,  sin  que  se  les  pueda  resistir, 
y  quando  hazen  mucha  mer9ed,  por  vn  ducado 
o  dos  las  rescatan;  en  solas  siete  leguas  me 
hablan  tomado  ya  a  mí  mis  caballos,  porque  to- 
dos los  caminos  por  donde  yo  iba  estaban  lle- 
nos de  jenÍ9aros,  y  por  ir  en  compañía  de  los 
otros  nadie  me  osaba  hablar. 

Joan. — No  fue  de  vos  ese  consejo.  Por  vos 


64 


AUTOBIOGRAFI 


so  puede  decir:  Beatus  es,  Simón  Barjona,  quia 
caro  nec  sanguis  non  rei'ehwit  tihi;  sed  Pnter 
meus  qui  in  celis  est.  Agrade9edselo  a  quien 
nunca  faltó  a  nadie. 

Pedro. — Llegáronse  a  mí  los  dos  mis  com- 
pañeros rozagaudose  y  comentaron  do  decirme 
que  para  qué  habia  destruido  a  mí  y  a  ellos. 
Yo  le  respondi  que  poco  sabia  para  haber  he- 
cho tantas  vezes  aquel  camino.  Respondióme: 
Si  bos  solo  fuerais,  yo  bien  creo  que  fuera  bien; 
¿mas  no  veis  ({ue  por  este  viejo,  que  ninguna 
lengua  sabe,  somos  luego  descubiertos?  ¿Qué 
haremos.'  ¿Dónde  iremos?  Consolóle  diciendo 
no  ser  inconviniente,  avnque  no  [supiese  la 
lengua;  pero  que  lo  que  cumplia  hera  que  no 
hablase.  Dixo  que  habia  ne9esidad  de  que  se 
hiziese  mudo  por  todo  el  camino;  donde  no, 
bien  podiamos  perdonar;  lo  que  más  presto, 
digo,  nos  hechará  a  perder  es  eso,  porque  es 
cosa  tan  común  que  todos  lo  hazen  en  donde 
quiera  cenando  no  saben  la  lengua,  y  se  está  ya 
en  todas  estas  tierras  mucho  sobre  el  aviso,  que 
dirán:  Fraire  y  mudo,  ¿quién  le  dio  el  avito? 
Guadramaña  hai.  El  es  viejo  y  estarle  ha  muy 
bien  que  se  haga  sordo,  y  qualquiera  que  le 
hablare  se  amohinara  de  replicar  a  bozes  mu- 
chas vezes  lo  que  lia  de  dezirle,  y  ansi  respon- 
deremos nosotros  por  él;  desto  hai  tanta  nece- 
sidad, que  en  hazerlo  o  no  está  nuestra  salba- 
9Íon  y  con  algunas  palal)rillas  que  sabe  de  grie- 
go, y  no  tener  a  qué  hablar  mucho,  sera  mejor 
encubierto  que  nosotros. 

Mata. — Bien  dicen  que  quien  quiero  ruido 
compre  vn  cochino.  ¿Qué  necesidad  teníais  vos 
de  salir  con  nadie  sino  salvaros  a  vos? 

Pedro. — Oiréis  y  veréis,  que  avn  esto  no  es 
nada:  mili  vezes  estube  movido  para  hediarlo 
en  la  mar  por  salvarme  a  mí. 

Mata. — Ya  que  hizistes  el  yerro,  vrdistes 
la  mejor  astucia  de  vuestra  vida ;  porque  hablar 
con  vu  sordo  es  vn  terril)le  trabajo;  al  mejor 
tiempo  que  os  habéis  quebrado  la  cabeza,  os 
sale  con  vn  ¿qué?  puesta  la  mano  en  la  oreja; 
y  al  cabo,  por  no  jmresQer  que  no  oyó,  responde 
vn  disparate. 

Pedro.— Muy  bien  le  páreselo  al  espia;  mas 
cosa  fue  para  el  viejo  que  en  tres  meses  do  pe- 
regrinación nunca  la  pudo  deprender. 

Mata, — Pues  ¿qué  haliia  que  deprender? 

Pedro. — No  más  de  a  no  lialilar;  que  para 
vn  liombro  viejo  y  que  habia  sido  barI)ero  os 
muy  oscuro  lenguaje  y  cosa  muy  cuesta  arriba; 
al  mejor  tiempo,  mili  vezes  qu(i  hablábamos  en 
las  posadas  en  conversación,  diclio  ya  que  hora 
sordo,  como  entendia  el  griego,  rcspoiulia  dos- 
cuidado,  y  motia  (')    su  cucliarada  (^)   ([no  a 

(')  a  meter. 

(')  en  la  conversayion. 


AS  Y  MEMORIAS 

todos  hacia  advertir  cómo  oia  siendo  sordo. 
Yendo  nuestro  camino  con  los  genicaros,  yo 
les  tenia  buena  conversajion,  y  ellos  a  mí,  como 
sabíamos  bien  las  lenguas ;  el  espia  y  el  viejo 
se  iban  hablando  por  otra  parte;  llegamos  la 
noche  a  la  posada,  y  yo,  como  sabia  las  mañas 
de  los  turcos,  que  querían  que  les  rogasen  con 
el  vino,  liize  traer  harto  para  todos,  pues  ellos 
no  podian  ir  a  la  taberna,  y  para  mejor  disi- 
mular pusimonos  a  comer  vn  poco  apartados 
dellos,  como  que  cada  vno  comia  por  sí,  y  el 
griego  nunca  hacia  sino  escanciar  y  darles, 
hasta  que  se  ponian  buenos.  Mándele  también 
al  griego  que  los  sirviese  mejor  que  a  mí  y 
mirase  por  sus  cavallos. 

Juan. — ¿Hai  por  alia  mesones  como  por  acá? 

Pedro. — Mesones  muchos  hai,  que  llaman 
carahanza;  pero  como  los  turcos  no  son  tan  re- 
galados ni  torrezneros  como  nosotros,  no  hai 
aquel  recado  de  camas,  ni  de  comer,  antes  en 
todo  el  camino  no  vi  carabanra  de  aquellos  que 
tubiese  mesonero  ni  nadie, 

Mata, — ¿Pues  cómo  son? 

Pedro. — Vnos  hechos  a  modo  de  caballe- 
riza, con  vn  solo  tejado  encima,  y  dentro  por 
vn  lado  y  por  otro  lleno  de  chimineas  y  alto  a 
manera  de  tableros  de  sastres,  avnque  no  es  de 
madera,  sino  de  tierra,  donde  se  aposenta  la 
jente. 

Mata. — ¿Sin  más  camas  ni  recado? 

Pedro. — W\  avn  pesebres  para  los  caballos, 
sino  entre  tantos  compañeros  toman  vna  chi- 
minea  destas  con  su  cadahalso,  y  alli  ponen  su 
hato,  sol)re  el  qual  duermen  hechando  dobaxo 
vn  poco  do  heno.  Yna  ropa  aforrada  hasta  en 
pies  lloba  cada  turco  de  a  caballo  en  camino,  la 
qual  le  sirve  de  cama. 

Joan. — ¡O  de  la  bestial  jente! 

Pedro. — No  es  sino  buena  y  belicosa. 

Mata. — ¿Pues  donde  comen  las  bestias? 

Pedro.— A  los  mosmos  pies  do  sus  amos, 
en  el  cadahalso  o  talilado,  lo  liechan  fono  harto, 
que  en  aquella  tierra  es  de  tanto  nutrimento, 
que  si  no  trabaja  la  bestia  esta  gorda  sin  ceba- 
da, y  cada  vna  Ueba  consigo  vna  bolsa  que  lla- 
man trasta,  que  le  cuelga  de  la  cabeza  como 
acá  suelen  hazer  los  carreteros,  y  dentro  los  he- 
dían la  odiada. 

Juan. —Paos  si  no  hai  huespodos  ¿quién  los 
da  cebada  y  todo  lo  que  lian  menester? 

Pedro. — Mili  tiendas  que  hai  cei'ca  del  me- 
són, que  de  quanto  hai  los  probcran,  qu(>  por  la 
jiosada  no  pagan  nada,  (jue  os  una  cosa  hecha 
do  limosna  para  (piantos  pasaron,  pobres  y  ri- 
o^)R;  en  ontrando  a  apearse  llegan  alli  muchos 
con  colinda,  lona,  arroz,  heno  y  lo  que  mas  hai 
necesidad.  A  las  bestias  en  aquella  tierra  tienen 
Ilion  acostum liradas  que  nunca  comen  de  dia, 
sino  de  noche  les  ponen  tanto  que  les  baste. 


CRIST(3BAL  DE  YILLALON 


65 


Mata. — ¿Desa  manera  tampoco  se  gastará 
tanto  en  el  camino  como  por  acá? 

Pedro. — El  que  cada  dia  gasta  dos  o  tres 
ásperos  en  comer  él  y  la  bestia  es  mucho,  por- 
que la  cebada  vale  varata,  y  el  pan;  y  vino  no 
lo  beben  la  jente,  con  (')  quémenos  se  les  da  por 
el  comer,  llizimos  nuestras  camas  y  hechamo- 
nos,  no  con  menos  frió  que  agora  haze,  todos 
juntos,  la  alforja  frairesca  por  cabezera  y  el  te- 
xado  por  fracada,  y  a  primo  sueño  comienza  a 
tomar  el  diablo  a  mi  compañero,  y  hablar  entre 
sueños,  no  ansí  como  quiera,  sino  con  tantas 
bozes  y  tanto  Ímpetu  y  cozes  como  vn  endemo- 
niado, y  decir  levantándose:  ¡Mueran  los  trai- 
dores vellacos  que  nos  roban!  ¡ladrones,  ladro- 
nes! y  con  esta  juntamente  dar  puñadas  a  vna 
y  a  otra  parte;  no  solamente  despertamos  todos, 
mas  pensamos  que  hera  verdad  que  nos  mata- 
ban; la  lengua  española  en  que  liablaba  escan- 
dalizó mucho  a  los  jenízaros  que  allí  dormían 
y  preguntaron  qué  hera  aquello  y  yo  les  dixe 
cómo  soñaba. 

Mata. — La  vida  os  diera  hazer  del  mudo 
con  tan  buena  condición. 

Pedro.— Avn  con  todo  eso  no  les  podía 
quitar  á  los  turcos  de  la  imaginación  el  hablar 
diferentemente  de  lo  que  ellos  todos,  lo  qual 
me  dio  las  más  malas  noches  cpie  en  toda  mi 
vida  pasé. 

Juan. — ¿En  qué? 

Pedro. — Porque  y*  no  me  osaba  fiar,  sino 
tenerle  de  contíno  asida  la  mano,  para  quando 
comentase  despertarle  presto. 

Juan. — ¿Y  soñaba  desa  manera  cada  noche? 

Pedro, — Y  avn  de  día,  si  se  dormía,  y  no 
menos  ferozes  los  sueños;  que  avnque  he  leído 
muchas  vezes  de  cosas  de  sueños  que  los  mé- 
dicos llaman  turbulentos,  y  visto  algunos  que 
los  tienen  (^)  no  tan  continuos  y  tan  brabos; 
contemplad  agora  y  hechad  seso  a  montones 
¿qué  sintiera  vn  hombre  que  venía  huyendo  y 
estalla  entre  sus  enemigos  durmiendo  y  por  solo 
él  hablar  español  lialna  de  ser  conoscido,  y  las 
noches  de  henero  largas,  y  hechado  en  el  suelo, 
sin  ropa,  y  no  poder,  avnque  tenia  grande  gana, 
dormir,  por  no  le  osar  dexar  de  la  mano? 

Mata. — No  me  dé  Dios  lo  que  deseo  sí  no 
me  paresfje  que  vn  tal  hera  mérito  matarle  si  se 
pudiera  hazer  secretamente;  alo  menos  hecharle 
en  la  mar;  yo  hizíeralo,  porque  en  fin  muchas 
cosas  hazen  los  hombres  por  salvarse;  luás  va- 
lia (jue  muriera  el  vno  que  no  todos.  ¿Y  quán- 
tos  dias  duró  ese  subsidio? 

Pedro. — Con  los  genícaros  treze. 

Juan. — /Pues,  treze  dias  vinistes  siempre 
con  vuestros  enemigos.' 


(*)  En  el  ms 
{')  pero. 


Pedro. — Y  avn  que  reseibia  hartos  sobre- 
saltos cada  día. 

Juan. — ¿Cómo? 

Pedro. — Sentándonos  a  la  mesa  hartas  ve- 
zes daba  vn  suspiro  el  vno  dellos  dizíendo: 
Hei  (juidi  imanzizis,  qidm  eizimhulur  nase  mos- 
tulii  colur:  ¡ha,  cornudo  sin  fe,  quie'n  te  topase 
que  buenas  albri(¡ias  se  hahria!  ¿Qué  os  paresce 
que  sintiera  mí  coraron?  No  podía  ya  tener  pa- 
ciencia con  el  viejo,  viendo  que  de  los  pensa- 
mientos y  torres  de  viento  del  dia  procedían 
los  sueños,  y  llegúeme  vn  dia  a  él,  apartado  de 
los  genÍ9aros,  y  pregúntele  en  qué  iba  pensan- 
do, porque  con  las  manos  iba  entre  sí  esgri- 
miendo. ¿Sabéis,  digo,  qué  querría  yo  que  pen- 
saseis? La  miseria  del  trabajo  en  que  hamos  y  la 
longura  del  camino,  y  que  sois  vn  pobre  barbei'o 
y  no  capitán  ni  hombre  de  guerra,  y  de  setenta 
años,  y  quando  llegaréis,  si  Dios  quiere,  en 
vuestra  casa,  o  vuestra  muger  sera  muerta,  o  ya 
que  biba,  como  ha  tanto  que  vos  faltáis,  no  po- 
dra dexar  de  averos  olvidado,  y  vuestras  hijas 
por  casar  y  cada  dos  vezes  paridas.  Esto  id  vos 
contemplando  de  día.  que  no  creo  yo  que  esca- 
pa de  ser  verdad,  y  soñareys  de  lo  mesmo. 

Mata. — ¡Por  Dios  que  vos  le  dabais  gentil 
consuelo!  ¿Y  vos  consolabaísos  con  eso,  o  pa- 
sabais este  rosario  que  traéis  a  la  ^inta,  muchas 
vezes? 

Pedro. — Siempre  al  menos  iba  vrdiendo 
para  quando  fuese  menester  tejer. 

JuAK. — ¿Malicias? 

Pedro. — No  en  verdad,  sino  ardides  que 
cumpliesen  a  la  salvación  del  camino. 

JüAN. — Pues  ese  el  mejor  hera  ayuno  y  ora- 
tion.  ¿Quántas  vezes  pasabais  cada  día  este  ro- 
sario? 

Pedro. — ¿Queréis  que  os  diga  la  verdad? 

Juan. — No  quiero  otra  cosa. 

Pedro. — Pues  en  fe  de  buen  christiano  que 
ninguna  me  acuerdo  en  todo  el  viaje,  sino  solo 
le  trayo  por  el  bien  pares^er  al  abito. 

Juan. — Pues  ¡qué  erejía  es  esa!  ¿ansí  paga- 
bais a  Dios  las  mercedes  que  cada  hora  os  ha- 
zia? 

-  Pedro.  —Ninguna  quenta  tenía  con  los  pa- 
ter  nostres  que  rezaba,  sino  con  solo  estar  aten- 
to a  lo  que  decía.  ¿Luego  pensáis  que  para  con 
Dios  es  menester  rezar  sobro  taja?  Con  el  co- 
racon  habierto  y  las  entrañas,  daba  un  arcabu- 
zazo  en  el  cíelo  que  me  parescia  que  penetraba 
hasta  donde  Dios  estaba;  cpie  decía  en  dos  pa- 
labras: Tú,  Señor,  que  guiaste  los  tres  reyes 
de  Lebante  en  Yelem  y  libraste  a  Santa  Su- 
sana del  falso  testimonio,  y  a  Sant  Pedro  de 
las  prisiones  y  a  los  tres  muchachos  del  horno 
de  fuego  ardiendo,  ten  por  bien  llevarme  en  este 
viaje  en  salvamento  ad  laudem  et  f/loriaiu  om- 
nipotentis  nominis  tai;  y  con  esto,  algún  pater 


66 


autobiografías  y  memorias 


noster;  lio  fiarla  do  toda  esa  jente  que  trae  pa- 
ter  nos  tres  en  la  mano  yo  mi  anima. 

Mata. — Quanto  más  de  los  que  andan  en 
las  plazas  con  ellos  en  las  manos,  meneando 
los  labios,  y  al  otro  lado  diciendo  mal  del  que 
pasa,  y  más  (|ue  lo  vsan  agora  por  gala  con 
viva  borlaba. 

JüAX,— Vosotros  sois  los  verdaderos  maldi- 
cientes y  murmuradores,  que  por  ventura  le- 
vantáis lo  que  en  los  otros  no  liai. 

Mata. — Buen  callar  os  perdéis,  que  vos  no 
sois  parte  en  eso. 

Juan. — Mejor  os  le  perdéis  vosotros,  que 
quando  no  tenéis  de  qué  murmurar  dais  tras 
vna  cosa  tan  santa,  buena  y  aprobada  como  los 
rosarios  en  la  mano  del  christiano. 

Pedro.  —  Pues  como  no  sea  de  derecho  diui- 
no  el  rosario,  avnque  sea  de  los  que  el  general 
de  los  fraires  vendimió,  podemos  de9Ír  lo  que 
nos  pares9e. 

Juan. — Sí,  codío  no  sea  contra  Dios  ni  el 
próximo. 

Mata. — Aora,  sus,  y  con  esto  acabo.  A  mí 
me  quemen  como  a  mal  christiano  si  nunca 
hombre  se  fuere  al  infierno  por  rezar  ocho  ni 
diez  pater  nostres  de  más. 

Juan. — ¿Pues  eso  quién  lo  quita? 

Mata. — Pues  si  no  lo  quita,  ¿qué  necesidad 
hai  para  con  Dios  de  rezar,  como  dijo  Pedro 
de  Vrdinialas,  sobre  taja,  habiendo  dado  Dios 
9Ínco  dedos  en  cada  mano,  ya  que  queríais 
quenta,  por  los  quales  se  pueden  contar  las  es- 
trellas y  arenas  de  la  mar? 

Pedro. — Por  los  dedos  puédese  contar  sin 
que  la  gente  lo  bea,  debaxo  de  la  capa,  como 
quien  no  haze  nada,  y  no  andan  ellos  tras  eso; 
mas  ¡que  de  vezes  saltan  desde  el  qui  es  in  celis 
en  el  remissionem  pecatornm  quando  ven  pasar 
al  deudor! 

Mata. — Yo  veo  que  Juan  de  Voto  a  Dios 
no  puede  tragar  estas  pildoras.  Vaya  adelante 
el  quento.  Al  cabo  de  los  treze  días  ¿dónde 
aportastes  con  los  turcos? 

Pedro. — Llegamos  a  vn  pueblo  bueno,  que 
se  llama  la  Caballa,  que  ya  es  en  la  mar,  por- 
que hasta  alli  siempre  había  procurado  de  no 
pasar  por  entre  los  dos  castillos  de  Sexto  y 
Abido. 

Mata. — ¿Aquéllos  que  cuenta  Boscan? 

Pedro. — Los  mesmos. 

Mata. — ¿Dónde  están? 

Pedro. ^ — A  la  entrada  de  la  canal  que  lla- 
man de  Constantinopla,  los  quales  son  toda  la 
fuerza  del  Gran  Señor,  porque  no  puede  entrar 
dentro  de  Constantinopla  ni  salir  nabe,  galera, 
ni  barca,  que  no  se  registre  allí,  so  pena  que  la 
hecharan  a  fondo,  porque  han  de  pasar  por  con- 
tadero. 

Juan. — ¿Qué  tanto  hai  del  uno  al  otro? 


Pedro. — Vna  culebrina  alcanza,  que  sera 
legua  y  media. 

Juan. — ¿Y  son  fuertes.' 

Pedro. — Todo  lo  possible;  al  menos  están 
lo  iiiejor  artillados  que  entre  muchos  que  he 
visto  hai,  y  de  jente  no  tienen  mucha,  porque 
cada  y  quando  fuere  menester  dentro  de  dos 
días  acudirán  a  ellos  cinquenta  mili  hombres. 

Juan. — Y  la  Caballa  donde  llegastes  ¿es 
deste  cabo  o  del  otro? 

Pedro. — No,  sino  deste.  De  alli  a  Salonique 
herau  tres  jornadas,  y  a  Monte  Sancto,  veinte 
leguas  por  mar;  yo  determiné  de  no  tentar 
más  a  Dios,  y  que  vastaban  tre9e  jornadas  con 
los  enemigos.  El  camino  real  es  el  más  pasajero 
del  mundo;  yo  soi  muy  conosfido  entre  judios 
y  christianos  y  turcos;  no  sea  el  diablo  que  me 
engañe,  y  me  conozca  alguno;  más  quiero  irme 
por  agua-  a  Monte  Sancto;  y  despidime  con 
harto  dolor  y  lagrimas  de  los  geni^aros,  que  les 
contentaba  la  compañía,  dÍ9Íendo  que  yo  quería 
irme  en  vna  barca  a  mis  monesterios,  y  me  pe- 
saba de  perder  tan  buena  compañía  y  los  servi- 
cios que  les  había  dejado  de  hazer.  Ellos  res- 
pondieron que  por  9Íerto  holgaran  que  el  cami- 
no y  compañía  fuera  por  mucho  mayor  tiempo, 
y  ansí  se  fueron.  En  la  posada  bien  sabían  quién 
yo  hera,  porque  conos9Ían  el  espía,  y  había  alli 
vn  sastre9Íllo  medio  remendón,  candióte,  que 
también  solía  ser  espía,  con  los  quales  vebimos 
largo  aquella  noche. 

Juan. — ¿Cómo  podías  sin  cama  sufrir  tanto 
frío  y  sin  ropa? 

Pedro.  —  Hartándome  de  ajos  crudos,  y 
vino,  que  es  brasero  del  estomago,  avnque  no 
todas  vezes  hallaba  la  fruta;  mas  a  fe  que 
quando  la  podia  aver  luego  iba  a  la  alforxa.  Tu- 
bimos  consejo  entre  los  dos  espías  y  yo  con  el 
mesonero  griego,  quál  seria  mejor:  pasar  ade- 
lante siempre  por  tierra  o  ir  a  Monte  Sancto 
alquilando  vna  barca.  Todos  dixeron  que  ir  a 
Monte  Sancto  (')  y  yo  lo  acepté,  estando  nmy 
engañado  con  pensar  que  harían  a  fuer  de  acá 
los  fraires  en  recojer  a  los  huidos  y  malhechores, 
quanto  más  a  mí  en  tal  caso;  y  donde  tantos 
frain's  hai,  no  es  menos  sino  que  les  agradaré 
con  mis  pocas  letras  griegas  y  latinas,  y  tener- 
me han  fasta  que  pase  por  ahí  alguna  nabe  o 
galera  de  christianos,  que  como  están  en  la  ri- 
bera de  la  mar  muchas  vezes  pasan,  con  la  qual 
me  vernía  fasta  QÍ9Ília.  El  espía  y  los  compa- 
ñeros no  veian  la  hora  de  apartarse  de  mí,  por 
el  peligro  en  que  andaba;  y  con  pensar  que  en 
el  punto  que  pusiese  el  píe  en  Monte  Sancto 
seria  libre,  porque  ansí  me  lo  dezian  los  griegos, 
hize  que  me  alquilasen  vna  barca  que  me  llevase 
al  primer  monesterio,  y  traxeronme  vna  igua- 

(')  hera  lo  mejor. 


CRISTÓBAL  T)E  VILLALON 


67 


lada  por  9¡nco  ducados,  para  aver  de  partir  otro 
dia  por  la  mañana.  Hize  quenta  con  el  espia  con 
pensar  que  ya  no  le  habría  menester,  y  akan- 
come  quarenta  ducados  vene(,'ianos,  sin  dozeque 
yo  le  habia  dado,  los  quales  le  pagué  doblados 
porque  tomó  mis  vestidos  de  brocado  y  seda  y 
las  camisas  de  oro  y  pañizuelos  y  otras  joyas  en 
descuento,  al  precio  que  él  quiso,  y  empresentele 
dé  más  desto  vn  caballo  de  aquellos  y  el  otro 
vendi  por  dos  escudos. 

Mata. — Pues  ¿quánto  le  dabais  cada  dia  al 
espión? 

Pedro.  —  Quatro  ducados  venecianos,  que 
son  9Ínquenta  y  dos  reales,  y  de  comer  a  él  y  a 
vn  caballo. 

Juan. — Y  el  viejo  ¿no  pagaba  su  mitad? 

Pedro. — No  me  ayude  Dios  si  yo  le  vi  en 
todo  el  viaje  gastar  mas  de  9Íent  ásperos,  que 
el  mal  viejo  todo  lo  llebaba  empleado  en  piedras, 
y  por  no  nos  parar  a  venderlas  y  ser  descu- 
biertos, yo  no  hazia  sino  gastar  largo  entre 
tanto  que  durase.  A  la  mañana  despedi  la  es- 
pia y  tomé  probision,  y  metime  en  la  barca,  y 
aquel  sastre^illo  griego  quiso  irse  conmigo  por- 
que el  dueño  de  la  barca  le  daba  parte  de  la  ga- 
nancia si  le  ayudaba  a  remar.  Partimos  con  vn 
bonico  viento  y  caminamos  obra  de  tres  leguas, 
y  alli  volbio  el  viento  contrario,  y  hechonos  en 
vna  isla  que  se  llama  Schiatho,  dos  leguas  y  me- 
dia de  la  Caballa,  [de]  donde  habiamos  salido. 
Dixome  el  sastre9Íllo:  Hagoos  saber  que  habe- 
rnos, gra9Ías  a  Dios,  aportado  en  parte  que  por 
ventura  sera  mejor  que  Monte  Sancto,  porque 
esta  es  vna  muy  fértil  isla  de  pan  y  vino,  aceite 
y  todas  frutas,  y  en  este  puerto  vienen  siempre 
muchas  nabes  grandes  y  pequeñas  que  van  al 
Chio,  y  a  Candia,  y  a  Vene9Ía  a  tomar  basti- 
mento. Estarnos  hemos  aqui  hasta  que  venga 
alguna;  y  subimonos  al  pueblo  que  estaba  en  vn 
alto.  El  marinero  pidió  dineros  de  la  barca,  y  yo 
le  daba  dos  ducados  y  no  quiso  menos  de  todo. 
Digo:  Hermano  ¿pues  cómo?  Yo  te  alquilé  para 
beinte  leguas  a  Monte  Sancto  y  no  me  has 
traido  sino  tres,  y  ¿quieres  tanto  por  éstas  como 
por  todo  él  viaje?  Dixome:  Padre,  tornaos  con 
Dios  y  con  el  viento,  que  yo  no  tengo  culpa;  el 
sastre  ayudó  de  mala,  como  habia  de  aver  la 
mitad  y  dixo:  Dele  vuestra  reveren9Ía,  padre, 
todo,  que  avnque  no  tenga  justÍ9Ía,  no  os  tiene 
nadie  de  sentir  por  ello.  Dile  sus  9Ínco  ducados 
y  avn  en  oro  pagados,  y  tomamos  en  el  pueblo 
vna  posada  donde  estaba  vn  mercader  que  traia 
sardinas  en  quantidad,  griego,  y  como  nos  sen- 
tamos a  comer  ('),  yo  heché  la  vendÍ9Íon  sin 
estar  advertido  el  como  lo  habia  de  hazer,  sin 
pensar  que  fuese  menester.  Aquel  mercader  y 
otros  griegos  preguntáronme  si  hera  sacerdote. 

(*)  el  viejo. 


Yo  dixe  que  no;  luego  vieron  que  yo  ni  el  otro 
no  heránios  fraires,  y  llegóse  a  mí  el  mercader 
y  comen9ome  de  de9Ír  en  italiano  (*):  Yo  co- 
nozco a  ese  sastre,  que  es  vn  gran  tacaño,  y  os 
trae  engañados;  agora  esta  jente  barrunta,  como 
creo  que  es  verdad,  que  no  sois  fraires  y  luego 
os  hará  prender. 

Juan. — Pues  ¿qué  jente  era  la  del  pueblo? 
Pedro. — Christianos  todos,  sino  sólo  el  go- 
vernador  que  hera  turco. 

Juan. —  Pues  ¿qué  miedo  teniais  de  los  chris- 
tianos? 

Pedro. — Antes  desos  se  tiene  el  miedo,  que 
del  turco  ninguno;  porque  fa9Íl  cosa  es  engañar 
a  vn  turco  que  no  sabe  las  particularidades  de 
la  fe  y  lengua,  y  9eriraonias,  como  el  griego.  Si 
conos9en  aquellos  griegos  de  aquella  tierra  que 
el  cautibo  christiano  va  huido,  luego  le  prenden 
y  dan  con  él  en  Constantinopla. 

Mata. — Pues  ¿por  qué,  siendo  christianos? 

Pedro, — Por  ganar  el  allazgo,  lo  vno;  lo 
otro  porque  si  después  hallan  al  esclabo,  luego 
pesquisan:  con  éste  habló,  aqui  durmió,  aquel 
otro  le  mostró  el  camino,  y  destruyenlos,  lle- 
bandoles  las  penas,  y  avn  muchas  vezes  los  ha- 
zen  esclabos.  Yo  ningún  miedo  jamas  tube  de 
los  turcos;  pero  de  los  christianos  grandissimo, 
porque  re9Ío  caso  eshazernos  vn  italiano"  o  fran- 
9es  a  los  tres,  como  estamos,  entender  que  es 
español  avnque  hable  muy  bien  nuestra  lengua, 
que  en  el  pronunciar,  que  en  vn  bocablo  muy 
presto  se  descubre  no  sei'le  natural  la  lengua, 
ansí  que  dÍ9e:  El  mejor  consejo  que  vos  podéis 
tomar  me  pares9e  (*),  que  luego  os  vaxeis  aba- 
xo  y  os  metáis  en  aquel  baxel  que  va  a  Sidero 
Capsa,  y  de  alli  en  vn  dia  podréis  por  tierra  iros 
a  Monte  Sancto.  Yo  metidas  las  cabras  en  el  co- 
rral, acepté  el  consejo,  y  dixeselo  al  sastre,  el 
qual  dixo  que  no  quería  sino  quedarse  alli,  que 
habia  mucho  que  remendar;  que  si  me  quería 
quedar  con  él,  hera  mejor,  y  si  me  quería  ir  él 
con9ertaria  que  me  llevasen  en  el  vaxel. 

Mata. — ¿Qué  llamáis  vaxel? 

Pedro. —  Es  vn  nombre  general  que  com- 
prehende  nabe  grande  y  pequeña  y  galera,  en 
fin  qualquier  cosa  que  anda  en  la  mar.  Sidero 
Capsa  es  vna  9Íbdad  pequeña,  donde  se  hunde 
todo  el  oro  y  plata  que  se  saca  de  las  minas  que 
hai  en  aquella  isla  del  Schiatho,  donde  yo  esta- 
ba, y  en  la  Caballa,  las  quales  son  tan  caudalo- 
sas que  dubdo  sí  son  más  las  del  Perú. 

Mata. — ¿Qué  tanto  hai  de  las  minas,  a  don- 
de se  hunde? 

Pedro. — Veinticinco  leguas  por  mar;  sirben 
9Íent  nabe9Íllas  que  llaman  caramu(^alides,  y  acá 
corchapines,  de  Uebar  solamente  de  aquella  tie- 

í*)  español. 
(')  que  es. 


68 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


rra  que  produze  ciorto  horo  finissimo  de  muchos 
qnilaíps,  y  plata,  y  lo  qxie  más  es  en  grándissi- 
ma  quantidad.  Pagué  porque  me  llebasen  den- 
tro vn  ducado,  y  qnando  me  vi  alli,  los  del  va- 
xol  imaginaron  que,  pues  tanto  les  habia  dado 
siendo  fraire,  podrian  sacarme  más,  que  dobia 
de  tener  nmelio,  y  en  descargando  la  tierra  de 
la  mina,  para  bol  ver  por  más,  dixome:  Yo  os 
querría  hecliar  en  tierra;  mas  quiero  que  sepáis 
que  el  poco  camino  que  tenéis  de  andar  hasta 
Monte  Sancto  por  tierra  está  lleno  de  ladrones, 
que  cierto  os  matarán;  dadnos  otro  ducado  y 
poneros  hemos  por  mar  en  vna  meto.ria  de  los 
í'raires,  que  es  lo  que  acá  llamamos  granja.  Con- 
certeme  con  él  y  disele,  porque  me  parescio  que 
tenia  razón,  [y]  avn  que  también  estaban  con 
gran  sospecha  de  los  sueños  del  compañero,  que 
yo  9Íerto  tengo  que  estaba  spritado.  Desembar- 
camos junto  a  la  granja,  que  hera  vna  torre  don- 
de habia  vn  Fraire  mayordomo  y  otros  seis  frai- 
res  que  le  servian  y  cababan  las  viñas.  Ya  yo 
pense  estar  en  España;  y  como  llegamos  con 
nuestro  hato  acuestas  llamamos  y  no  quisieron 
abrir  para  que  entrásemos,  que  no  estaba  alli  el 
íconomo,  que  ansi  se  nombra  en  griego.  Espera- 
mos, y  quando  vino  a  la  tarde  saludárnosle  y 
respondióme  como  fraire,  en  fin,  de  granja. 

Mata. — Siempre  dan  esos  cargos  de  man- 
dar a  los  más  ca[z]arros  y  desgraciados. 

Pedro. — Luego  dixe:  Noramala  acá  veni- 
mos, si  todos  los  frairos  son  como  éste;  ya  con 
las  cejas  caldas  sobre  los  ojos,  a  media  cara,  con 
sus  cabellazos  hasta  la  cinta  y  liarbaza,  dixo: 
subi  si  queréis,  padre,  a  hazer  colación,  avnque 
acá  todos  somos  pobres. 

Mata. — ¿Luego  la  primera  cosa  que  todos 
tienen  es  esa? 

Pedro.— ¿Qué? 

Mata. -r- Predicar  pobreza. 

Pedro. — Es  verdad;  y  subimos  y  comen9ode 
preguntarme  y  repreguntarme  [de]  dónde  hera. 
Yo  le  dixG  que  de  la  isla  del  Cilio,  porque  si 
acaso  liablase  alguna  palalira  que  no  pareciese 
griego  natnral  no  se  marabillasen,  por  respec- 
to que  en  aquella  isla  se  habla  también  italiano, 
y  tftdos  los  griegos  lo  saben.  Scntamonos  a  ce- 
nar en  [ol]  suelo  sobre  vna  ma[n]ta  vieja  y 
dieron  gracias  a  Dios  y  comenzaron  de  sirvir 
míinjares. 

Mata.-  ¡Y  avn  qné  tales  debian  de  ser  y 
qué  dcllos! 

Pedro. — No  linbo  fruta  do  principio  nin- 
guna. 

Mata. — Ni  .avn  de  medio  creo  yo. 

Pedro. — La  principal  cosa  que  sacaron  fue 
habas  remojadas  de  la  noche  antes  en  agua  fria 
y  con  vnos  granos  de  sal  encima,  sin  moler,  tan 
grandes  como  ellas,  y  tras  esto  vn  plato  de  azi- 
tunas  sin  aceite  ni  vinagre,  que  yo  quando  las 


vi  pense  9Íerto  que  fuesen  pildoras  de  cabras, 
porque  no  heran  mayores;  añadieron  por  los 
huespedes  tercero  plato,  que  fue  media  cebolla. 

JtJAN.—  ¿Y  ansi  comen  siempre? 

Mata. — Que  son  mañas  de  fraires  quando 
hai  huespedes  forasteros,  por  comprobar  la  po- 
breza que  tienen  predicada;  mas  entre  sí  y'os 
prometo  cpie  lo  pasan  bien  y  tienen  alguna  ra- 
zón, porque  luego  les  acortarían  las  limosnas 
por  la  fama  que  los  huespedes  les  darian. 

Pedro.—  De  los  de  acá  yo  bien  creo  lo  que 
vos  decis,  mas  de  aquellos  no,  porque  lo  sé 
muy  bien  que  hazen  la  mayor  abstinen9Ía  del 
mundo  siguiendo  siempre  ellos  y  los  clérigos 
griegos  la  orden  evangélica.  Llegamos  de  alli 
en  el  primer  monasterio  de  Monte  Sancto, 
yendo  por  vna  espesura  muy  grande,  que  es  de 
esclabones,  que  alia  se  llaman  Imlgaros,  y  el 
nombre  del  monesterio  Chilandari;  y  en  lle- 
gando estaban  vnos  fraires  sentados  á  la  puerta 
de  la  portería,  y  encima  de  todas  las  puertas 
hai  vna  imagen  de  Nuestra  Señora,  a  la  qual 
los  c{ue  van  en  romería  han  de  hazer  primero 
oration  que  hablen  a  nadie,  y  en  esto  tienen 
grande  scrupulo.  Yo,  como  no  sabia  aquello,  en 
viendo  los  fraires  los  saludé  con  el  grande  pla- 
zer  que  tenia,  pensando  hallar  la  charidad  y 
acogimiento  que  en  Burgos.  Ellos  respondie- 
ron: Bre  ¿ti  camis? padre  ¿qué  hazeis?  señalán- 
dome la  imagen.  Yo  luego  cai  en  la  quenta,  y 
hize  mi  oration  como  ellos  vsan. 

Juan. — ¿Qué  vso  es  el  suyo? 

Pedro. — En  toda  la  Iglesia  griega  no  so 
hincan  de  rodillas,  y  las  orationes  particulares, 
como  no  sean  misa  ni  horas  de  la  Iglesia,  son  a 
la  apostólica,  muy  breues :  ha9en  tres  vezcs  vna 
cruz  como  quien  se  persina,  tan  larga  como  es 
el  hombre,  de  "manera  que  como  nosotros  llega- 
mos al  pecho  con  la  cruz  elloó  a  la  garganta 
del  pie,  y  dicen:  Agios  o  TJieos,  Agios  schiros, 
Agios  athanatos,  eleison  imas.  Esto,  como  digo, 
tres  vezes  o  cuatro,  y  en  la-iglesia  añaden  un 
pater  noster. 

Mata.— ¿Qué  (juieren  decir  aquellas  pala- 
bras? 

Pedro. — Sancto  Dios,  Sancto  fuerte,  Sanc- 
to immortal,  ten  misericordia  de  nosotros. 

Mata. — En  verdad  que  es  linda  oration. 

-Idak. — A  vos  por([ue  es  brene  os  agrada. 

Pedro. — También  tienen  vn  Chirie  eleison, 
la  (•)  más  común  palabra  (■■*).  Quando  se  ma- 
ravillan de  algo,  Chirie  eleison',  quando  se  ven 
en  fortuna  de  mar  o  de  tierra,  Chirie  eleison. 
Estarse  a  vn  griego  media  llora  diziendo:  Chirie 
eleison;  que  es:  Señor,  miserere.  Entramos  ya 
en  el  monesterio  y  fuimos  a  la  iglesia  a  hazer 


O  Ku  el  ms.  his. 
{-)  que  tienen. 


CRISTÓBAL  Í)E  YILLALÓN 


69 


primero  la  oration  qiio  llaman  prosqtünima,  y 
qnando  me  pregmitalian  adonde  iba,  o  [de] 
dónde  venia  aquellos  fraires,  con  decirles  que 
hera  prosqninitis,  que  quiere  decir  como  pere- 
grino que  va  a  cumplir  alguna  romeria,  ata- 
]a[ba]  muchas  preguntas ;  dieronme  luego  a  be- 
ber en  la  despensa  y  el  prior  mostró  buena  cara. 

Mata. — Esas  siempre  las  muestran  hasta 
saber  si  les  dan  algo  o  no. 

Peduo. — Deso  estaba  bien  seguro;  y  hera  ya 
vna  hora  antes  que  el  sol  se  pusiese,  [cuando] 
vinieron  luego  todos  los  fraires  que  estaban 
fuera  y  tocaron  a  bisperas,  y  entramos  en  el  coro 
donde  vi,  fierto,  vna  iglesia  muy  buena  y  bien 
adornada  de  imágenes  y  cera. 

Mata. — A  todo  esto,  ¿nunca  se  hazia  caso 
del  compañero,  ni  hablaba,  ni  preguntaban  cómo 
no  hablaba? 

Pedro. — Cada  paso  (');  mas  yo  luego  res- 
pondía que  era  sordo  y  no  entendía  lo  que  dezia- 
mos.  ¿Cómo  habia  de  hablar?  lo  qual  bian  por 
la  experiencia.  Los  oficios  heran  tan  largos 
como  maitines  de  la  Noche  Buena  y  cierta- 
mente, sin  mentir,  duraron  quatro  horas;  al 
cabo  salimos,  que  nunca  lo  pense,  y  fuimonos 
al  refitorio  a  cenar. 

Juan. — /(*)  Qué  rezan  que  tanto  tardan? 

Pedro. — El  Salterio,  del  primer  psalmo 
hasta  el  postrero. 

Juan. — ¿Cada  dia? 

Pedro. — Dos  vezes,  vna  a  bisperas  otra  a 
maitines. 

Juan. — ¿Cantado  o  rezado? 

Pedro. — Cantado  re9ando. 

Mata. —  ¿Cómo  es  eso?  ¿cantar  y  rercar 
junto? 

Pedro. — No,  sino  que  lo  cantan  tan  de  co- 
rrida, que  pares(;e  que  rezan. 

Mata. — ¡Ha!  ¿cómo  acá  los  clérigos  en  los 
mortuorios  de  los  pobres? 

Pedro. — Ansi  es. 

Juan.  — Largo  oficio  es  ese.  ¿Qué  tiempo  les 
queda  si  han  de  olgar? 

Pedro. — (•')  Lo  que  pluguiese  a  Dios  so- 
brase a  los  fraires  todos  de  acá. 

Juan. — ¿Qué  es? 

Pedro. — Después  lo  sabréis ;  dexadme  agora. 
El  refictorio  tenia  las  mesas  de  marmol  todas, 
sin  manteles  ningunos,  mas  de  la  vina  piedra, 
y  vn  agujero  en  medio  y  algo  concaua,  para  en 
acabando  de  comer  biliaria  y  cae  el  agua  por 
aquel  agujero. 

Mata. — ¿Con  ([ué  se  limpian? 

Pedro. — ¿De  qué? 

Mata.  -De  la  comida. 

Pedro.  — ¿Pues  aA'u  no  nos  liemos  sentado 

(')  En  el  ma  ^m'sc. 
{^)  l'iiea. 
(^)  Después. 


a  la  mesa  y  ya  os  queréis  limpiar?  Hera  dia  de 
Sancto  Mathia,  y  en  cada  mesa  se  sentaban  seis 
y  habia  seis  jarrillos  de  plomo  de  a  quartillo 
llenos  de  vn  vino  que  no  sabe  mal,  hecho  de 
orujo  y  miel  con  cierta  hierba  que  le  hedían 
dentro  y  vn  poco  de  agua  de  azar  que  le  da  sa- 
bor. Verdaderamente  salta  y  emborracha  ('),  y 
si  no  os  dizen  qué  es,  pares^eros  ha  buen  vino 
blanco,  y  un  platico  de  queso  molido,  que  en 
aquellas  partes  quajan  mucho  queso,  como 
manteca  de  bacas,  y  metenlo  en  cueros  como  la 
mesma  manteca,  y  secase  alli;  después  está 
como  sal  (2),  y  esto  se  come  amasando  el  bocado 
de  pan  primero  entre  los  dedos  para  que  ad- 
quiera alguna  humidad,  y  pegue  el  queso  en 
ello  quando  vntare  el  pan.  Teníamos  olla  de 
vnas  como  arliejas  que  Wmwííw  jasóles ,  y  azitu- 
nas  como  las  pasadas  y  a  casco  y  medio  de  ze- 
bolla.  El  pan  hera  algo  durillo,  pero  no  malo. 

Mata. — Duro  tenerlo  ian  para  que  no  se 
comiese  tanto. 

Pedro. — A9ertastes;  luego  a  la  ospederia  a 
dormir,  la  qual  hera,  como  agora  os  pintaré, 
vna  camaraza  antiquissima  con  muchos  para- 
mentos naturales. 

Juan. — ¿Que  son  naturales? 

Mata. — ¡Hechadle  paja!  ¿No  sabéis  qué  son 
telarañas? 

Pedro. — Las  camas  sobre  vn  tablado;  vna 
manta  que  llaman  esclabina,  que  de  más  de  la 
infinita  gente  que  dentro  tenia,  liabria  una  car- 
ga de  polvo  en  ella.  Vna  almohadilla  de  pluma 
que  si  la  dexaran  se  fuera  por  su  pie  a  la  pila. 

Mata. — ^¿ Habia  más? 

Pedro, — No. 

Mata. — ¿Luego  para  ir  a  maitines  y  madru- 
gar, no  habia  necesidad  de  despertadores?  Y 
las  camas  dellos  ¿son  ansi? 

Pedro. — Sin  faltar  punto,  saibó  la  de  algu- 
no que  se  la  compra  él.  Con  ser  la  noche  larga, 
a  las  dos  fuimos  a  maitines ;  salimos  a  las  sie- 
te. Avn  estaba  confuso  qué  habia  de  ser  de  mí; 
llegúeme  al  prior,  y  dixele  que  le  (pieria  en  con- 
fesión decir  dos  palabras,  y  tubolo  por  bien. 
Digo,  pues:  Padre  santo,  yo  os  hago  saverque 
no  somos  fraires,  ni  avn  griegos  tampoco;  so- 
mos españoles  y  venimos  liuidos  del  poder  de 
los  turcos  y  para  mejor  nos  salvar  hemos  toma- 
do este  vuestro  sancto  abito.  Ajiostolcs  sois  de 
Christo;  hazed  conforme  al  oficio  que  tenéis, 
que  por  solamente  querernos  liazer  renegar  so- 
mos huidos,  y  a  ser  tomados,  por  no  ser  mal- 
tratados, quiza  haremos  algún  desatino,  el 
qual,  no  usando  vos  de  piedad  y  misericordia, 
seréis  causa  y  llebareis  sobre  vos.  Yo  traigo 
gra(;'ias  a   Dios,  dineros  que  gastar  estos  dos 


(■-')  hubo. 


70 


autobiografías  y  memorias 


meses,  s¡  fuere  menester;  no  quiero  más  de  que 
me  tengáis  aqui  fasta  que  benga  algún  nabío 
que  me  llebe  de  aqui  y  pagaré  cortesmente  la 
costa  toda  que  entre  tanto  liare. 

Juan. —  Justa  petición  hera  por  cierto. 

Pedro. — Tan  justa  heraquan  injusta  me  res- 
pondió. Comen9ode  santiguarse  y  hazer  melin- 
dres, y  espantosos  escrúpulos,  diziendo:  Chirie 
eleisov,  ¿y  esta  traÍ9Íon  teniais  encubierta.' 
¿queréis,  por  ventura,  vos  ser  el  t¡9on  con  que 
toda  nuestra  casa  se  abrase,  y  avn  la  borden? 
Luego  sin  dila9Íon  os  id  con  Dios,  que  a  esta 
mar  no  biene  nabio  ninguno  de  los  que  vos  que- 
réis, sino  idos  a  Santa  Laura,  que  hera  otro 
monesterio,  que  alli  hai  un  portifuelo  donde  se 
hallan  algunas  vezes  esos  nabios:  y  no  os  de- 
tengáis más  aqui,  porque  como  éste  es  el  mo- 
nesterio mas  9erca  de  donde  están  los  turcos, 
cada  dia  vienen  aqui  a  visitarnos  y  luego  os 
verán;  yo  no  lo  puedo  hazer,  anda  con  Dios. 

Mata. — Pues  ¡maldiga  Dios  el  mal  fraire! 
¿tan  pequeño  hera  el  monesterio  que,  avnque 
viniesen  mili  turcos,  no  os  podian  esconder 
quanto  más  sin  venir  a  buscaros? 

Pedro. — El  menor,  de  veintidós  que  son, 
es  como  Sant  Benito  de  Valladolid,  y  mayor 
mucho,  como  están  en  desierto,  que  pares9e 
cada  vno  vn  gran  castillo;  y  más  que  todo  es 
muy  espeso  monte  de  castaños  y  otros  arboles, 
que  ya  que  algo  fuera  me  podia  salir  al  bosque 
entre  tanto  que  me  buscaban. 

Mata. — ¿Qué  buscar?  ¿qué  bosque  ni  espe- 
sura? Yos  prometo  que  si  fuerais  doncellas, 
avnque  fueran  9¡ento  cupieran  en  casa  con  to- 
das sus  santidades. 

Pedro. — Yo  le  demandé  vn  fraire  que  me 
mostrase  el  camino  hasta  otro  monesterio,  re- 
negando de  la  pa9Íencia,  que  seria  ocho  leguas 
de  alli  por  el  más  áspero  camino  que  pienso 
haber  en  el  mundo,  y  diomele  de  buena  gana, 
más  con  tal  condÍ9Íon  que  le  pagase  su  trabajo, 
porque  heran  pobres;  yo  lo  puse  en  sus  manos 
y  mando  medio  ducado  (');  admitilo,  avnque 
hera  mucho,  mas  con  condÍ9Íon  que  por  que  yo 
estaba  cansado  y  el  viejo  no  podia,  que  llebase 
él  las  alforjas  acuestas,  que  de  camisas  y  beinte 
baratijas  pesaban  bien;  no  quiso,  sino  a  ratos 
él  y  yo;  escoxi  del  mal  lo  menos,  por  tener  a 
quien  hablar  que  supiese  que  no  hera  fraire, 
para  que  me  avisase  de  todas  las  cosas  que  ha- 
bla de  hazer  y  zerimonias  que  en  la  orden  ha- 
bla, para  mejor  saber  fingir  el  abito,  lo  qual  fue 
vna  de  las  cosas  que  más  me  dieron  la  vida 
para  salvarme,  porque  yo  fierto  lo  deprendí  a 
saberlo  tan  bien  como  quantos  habia  en  el  Mon- 
te. Pasamos  por  vn  monesterio  que  se  llamaba 
Psimeno  sin  entrar  dentro,  y  fuimos  a  dormir 

(«)  yo  lo. 


en  otro  muy  de  los  prin9Ípales  que  se  llama 
Batopedi,  adonde  ya  sabia  yo  el  modo  de  las 
ferimonias  de  fraire,  y  no  fui  conos9Ído  por 
otro,  y  fuimos  huespedes  aquella  noche;  y  di- 
mos con  nosotros  en  otro,  que  es  también  prin- 
cipal, que  se  dÍ9e  Padocratora,  en  donde  almor- 
9amos,  y  pasamos  a  otro,  que  se  llama  Hibe- 
ríco,  en  donde  comimos,  y  queriendo  pasar  ade- 
lante me  preguntaron  qué  hera  la  causa  que 
pues  todos  los  peregrinos  en  cada  monesterio 
estaban  tres  dias,  nosotros  Íbamos  tan  deprisa. 
Yo  respondí  porque  en  Santa  Lavra  tenia  nue- 
ba  que  estaba  vn  nabio  que  se  partia  para  Chio, 
y  por  llegar  antes  que  se  partiese  a  escribir  vna 
carta,  y  embiar  cierta  cosa  que  nuestro  patriar- 
ca me  habia  dado  en  Constan tinopla,  mas  que 
luego  habia  de  dar  la  buelta  y  hazer  mi  oration 
como  hera  obligado;  y  con  esto  los  aseguré  ya; 
pasé  a  otro,  que  se  llama  Stabronequita,  y  de 
alli  a  Sancta  Laura,  donde  pensaba  habia  de 
aver  fin  mi  esperan9a;  y  hecha  la  oration  y  96- 
rimonias  fuimos  a  hablar  al  prior,  al  qual  hize 
el  mesmo  ra9onamiento  que  al  primero,  y  él  los 
mesmos  milagros  y  respuestas  que  el  otro,  y 
dixo  que  alli  jamas  habia  nabio  semejante,  sino 
de  turcos,  que  me  conoscerian  y  seria  la  ruina 
de  todos.  El  mejor  remedio  hera  ir  al  Xilanda- 
ri,  que  hera  el  primero  de  todos,  y  alli  solian 
acudir  aquellos  nabios.  Yo  digo:  Señor,  he  es- 
tado alia  y  remitiéronme  acá;  mirad  que  con- 
migo no  habéis  de  gastar  nada.  No  aprobechan- 
do,  procuré  de  saber  si  habia  algún  fraire  letra- 
do para  comunicar  con  él,  y  contentándole,  que 
se  me  afi9Íouase  y  rogase  por  mí,  y  habia  vno 
solo  que  se  llamaba  el  papa  Nicola,  y  comen9e- 
le  de  hablar  en  griego,  latino  y  cosas  de  letras, 
el  qual  m'entendia  tanto,  que  con  vna  ayuda  de 
agua  fria  (')  le  hizieran  hechar  quanto  sabia.  En 
fin  como  (iÍ9e  el  italiano:  en  la  térra  de  U  orbi, 
beato  chi  ha  un  ochio:  en  la  tierra  de  los  ('Je- 
gos,  beato  el  tuerto;  afi9Íonoseme  vn  poco  y  ha- 
bló por  mí,  y  lo  que  pudo  alcan9ar  hera  que  nos 
quedásemos  alli  por  fraires  de  veras,  y  que  él 
nos  enviarla  adentro  el  bosque,  donde  tenian  vna 
granja,  y  yo  cabaria  las  viñas  y  mi  compañero 
guardarla  vn  hato  de  obejas;  y  si  esto  no  que- 
ríamos, desde  luego  desembarazásemos  la  casa; 
yo  (})  respondí  agrades9Íendoselo  que  holgara 
dello,  pero  no  podíamos  por  respecto  que  tenía- 
mos mugeres  y  hijos,  que  de  otra  manera  Dios 
sabia  nuestro  muy  buen  proposito. 

Joan.  —Pues  ¿el  fraire  mesmo  habia  de  ca- 
bar  ni  guardar  ovejas? 

Pedro. — Quieroos  aqui  pintar  la  vida  del 
Monte  Sancto,  para  que  no  vais  tropezando  en 
ello,  y  después  acordadme  dónde  quedó  la  platica . 


(')  no. 
(')  como. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


71 


Mata. — Yo  tomo  el  cargo  deso, 
Pedro. — Los  veintidós  monesterios  que  os 
he  dicho,  todos,  sino  dos,  están  en  la  mesma  ri- 
bera de  la  mar,  y  cada  vno  tiene  vna  torre  y 
puertas  de  yerro,  y  puentes  levadizas,  no  más 
ni  menos  que  vna  fortaleza,  y  no  se  liabre  hasta 
que  salga  el  sol.  Tiene  ansi  mismo  cada  mones- 
terio  su  artilleria,  y  fraires  que  son  artilleros, 
[y]  vna  cámara  de  arcos  y  espadas. 
Juan. — ¿Para  qué  esas  armas? 
Pedro. — Para  defenderse  de  los  cosarios, 
que  podrían  hazer  algún  salto.  La  distan9Ía  de 
vn  monasterio  a  otro  no  sera  de  dos  leguas 
adelante.  En  el  punto  que  sueltan  vna  pieza  de 
artilleria,  concurrirán  al  menos  tres  mili  fraires 
armados  y  avn  muchos  dellos  a  caballo,  y  resis- 
tirán a  vn  exer9Íto  si  fuere  menester. 

Juan.  -  Si  esos  están  debajo  el  Turco,  ¿quie'n 
les  haze  mal? 

Pkdro. — Cosarios,  que  no  obedes^en  a  na- 
die; son  como  salteadores  o  bandoleros  en 
tierra. 

Mata. — ¿No  sera  mejor  a  repique  de  cam- 
pana? 

Pedro. — En  todo  el  imperio  del  Gran  Tur- 
co no  las  hai,  ni  las  consiente.  Vnos  di^en  que 
porque  es  pecado;  mas  yo  creo  a  los  que  diíjen 
que,  como  hai  tantos  christianos,  teme  no  se  le 
alzen  o  le  hagan  alguna  traición ;  porque  el  re- 
pique de  campana  junta  mucha  jente;  ni  órgano 
tampoco  no  le  hai  en  ninguna  iglesia,  que  con 
trompetas  se  dize  en  Constantinopla  algún  dia 
solemne  la  misa. 

Juan. — ¿Pues  cómo  tañen  los  fraires  o  los 
clérigos  a  misa? 

Pedro. — Campanas  tienen  de  palo  y  de  hie- 
rro que  tocan  como  acá. 

Mata. — Eso  no  entiendo  como  pueda  ser. 
Pedro. — Vna  tabla  delgada,  estrecha  y  lar- 
ga cuanto  seis  varas;  por  enmedio  tiene  vna 
asa  como  de  broquel  y  traenla  en  el  aire  en  la 
vna  mano,  que  no  toque  a  rropa  ni  a  nada,  y  en 
la  otra  vn  marico,  con  el  qual  va  repicando  en 
su  tabla  por  todo  el  monesterio  y  haze  todas 
las  differen^ias  de  sones  que  acá  nosotros  con 
las  nuestras. 

Juan. — ¿Como  acá  los  Viernes  Sanctos? 
Pedro. — Quasi.  Las  de  yerro  son  vna  barra 
ancha  y  a  manera  de  herradura  o  media  luna, 
colgada  de  modo  que  no  toque  a  ninguna  par- 
te, y  alli  con  dos  mágicos  de  yerro  hazen  tam- 
bién sus  diferencias  de  repiquetes  los  dias  de 
fiesta. 

Mata. — ¿Qué,  es  posible  que  en  tan  grande 
miseria  están  los  pobres  christianos?  Nunca  lo 
pensara.  ¿Y  tantos  hai  desos  fraires? 

Pedro. — Ya  os  he  dicho  que  en  cada  mo- 
nasterio do(;ientos  o  trescientos,  ansi  como  los 
monesterios   de   acá  y  las  perrochias;  todo  es 


vna  manera  de  celebrar  (•)  alia;  digolo  para 
que  lo  que  oyerdes  de  Monte  Sancto  se  entien- 
de de  toda  Grecia. 
Mata.— ¿El  comer? 

Pedro. — Ya  os  he  dicho  cómo  comimos 
aquellos  dias  de  fiesta.  Ellos  tienen  la  mayor 
abstinencia  que  imaginarse  puede.  Primera- 
mente no  comen  carne,  ni  huebos,  ni  leche, 
sino  es  obra  de  treinta  o  quarenta  dias  en  todo 
el  año;  iten  tienen  quatro  Quaresmas. 
Juan. — ¿Los  fraires  o  todos  los  griegos? 
Pedro. — Todos  las  tienen;  pero  más  absti- 
nencia tienen  los  fraires.  El  Adviento  es  la  una, 
en  el  qual  comen  pescado  si  le  tienen;  luego  la 
nuestra  Quaresma,  que  la  llaman  ellos  grande, 
la  qual  toman  ocho  dias  antes  que  nosotros  y 
en  aquéllos  bien  pueden  comer  todos  huebos  y 
leche  y  pescado.  El  domingo  de  nuestras  {^) 
Carnestolendas  las  tienen  ellos  de  pescado  y 
huebos  y  leche,  si  no  fuere  pescado  sin  sangre, 
como  es  ostrias,  caracoles,  calamares,  pulpos, 
gibias,  veneras  y  otras  cosas.  Ansi,  los  fraires 
añaden  más  abstinencia,  que  no  comen  lunes, 
miércoles  y  viernes  aceite,  diciendo  que  es  cosa 
de  gran  nutrimento,  ni  beben  vino;  guisan 
vnas  ollas  de  hinojo  y  fásoles,  con  vn  poco  de 
vinagre;  habas  remojadas  con  sal  de  la  noche 
antes  tienen  muy  en  vso  y  algunas  acitunas. 

Juan. — ¿Pasáis  por  tal  cosa?  ¿Y  pueden  re- 
sistir a  guardarlo  de  esa  manera? 

Pedro. — Como  testigo  de  vista  os  diré  lo 
que  pasa  en  eso.  No  digo  yo  fraire  (^),  ni  en 
Quaresma,  sino  vn  plebeyo  en  viernes,  que  esté 
malo,  que  se  purgue,  no  comerá  dos  tragos  de 
caldo  de  abe,  ni  vn  huebo,  si  pensase  por  ello 
morir  o  no  morir,  y  avn  irse  al  infierno;  en  eso 
no  se  hable,  que  entre  vn  millón  que  curé  de 
griegos  jamas  lo  pude  acabar,  sino  vnas  pasas 
o  vn  poco  de  aquel  pan  cocto  de  Italia.  El  Do- 
mingo de  Ramos  y  el  dia  de  Nuestra  Señora 
de  marco  comen  pescado  y  se  emborrachan  to- 
dos los  seglares,  y  avn  de  los  otros  algunos,  y 
darán  las  capas  por  tener  para  aquel  dia  pes- 
cado. 

Juan. — ¿Celebran  ellos  la  Pascua  como  nos- 
otros? 

Pedro. — Como  nosotros,  y  quando  nosotros 
tienen  todas  las  fiestas  del  año,  y  la  mañana  de 
Pascua  es  la  mejor  fiesta  del  mundo,  que  se  be- 
san quantos  se  topan  por  la  calle  y  se  conoscen, 
vnos  a  otros,  y  el  que  primero  vesa  dice:  O 
2'heos  aresti.  El  otro  responde:  Allithos  anesti: 
Christo  resuscitó.  Y  el  otro:  Verdadevamente 
resuscitó. 

Mata.  — ¿Y  a  las  damas  también? 

Pedro.  -  Ni  más  ni  menos,  si  las  conosgen; 

(<)  es. 

(')  Quaresma. 

(5)  porque  sino. 


72 


autobiografías  y  memorias 


aviique  yo,  para  de^ir    la  verdad,   aquel  dia  si 
me  {)ares9Ía  bien,  avnque  no  la  eonosyiese,  le 
daba  las  pascuas  en  la  calle  y  uie  lo  tenia  a  mu- 
cho por  ser  español,  y  avn  cobraba  amistades  de 
nuebo  por  ello. 

Mata. — ¿Hai  hermosas  griegas  alia? 

Pedro. — Mucho,  como  vnas  deas  ('). 

Joan, — Dexaos  agora  deso;  ¡mira  adonde 
salta!  ¿Quál  es  la  ter9era  Qaaresma.' 

Mata.  -  No  querria  Juan  de  Voto  a  Dios 
oir  hablar  de  damas  burlando,  mas  de  veras. 
Dios  os  guarde  de  todos  los  de  tal  nombre  en 
achaque  de  sanctos. 

Peouo. — Desde  principio  de  junio  hasta 
Saiit  .Juan;  y  ésta  no  hai  abstinencia  de  pesca- 
do, avnque  tenga  sangre.  La  vltima  desde  pri- 
mero de  agosto  hasta  Nuestra  Señora,  y  avn 
hai  muchos  que  tienen  otra  quinta  de  25  días, 
a  San  Dimitre;  mas  ésta  no  es  de  pre9epto. 

Juan. — Y  en  el  sacrificar  ¿en  que  difieren 
de  nosotros? 

Pedro. — En  el  baptÍ9ar  dÍ9en  que  somos 
herejes,  porque  es  grande  soberbia  que  diga  vn 
hombre:  Ego  te  baptizo,  sino  Dulos  Thetí  se 
haptizi:  el  sierbo  de  Dios  te  baptiza.  Yo,  ha- 
blando muchas  A^ezes  con  el  patriarca  y  algunos 
obispos,  les  de9Ía  que  por  falta  de  letrados  es- 
taban diferentes  su  Iglesia  y  la  nuestra  roma- 
na; porque  esto  del  baptismo  todo  hera  vno 
dezir:  Vo  te  bautizo  en  el  nombre  del  Padre,  etc. 
y  El  sierbo  de  Dios  te  baptiza.  No  hechan  el 
agua  de  alto,  sino  tomanle  por  los  pies  y  za- 
puzanle  todo  dentro  la  pila.  Eu  la  misa  no 
no  hai  pan  senzeño,  ni  curan  de  hostia  como 
nosotros,  sino  vn  peda9Íllo  de  pan  algo  crecido. 
Las  mugeres  que  lleban  pan  a  la  iglesia  para 
ofres9er  hazen  vna  cruz  a  vn  lado  del  panezillo, 
para  que  de  allí  tome  el  sacristán  para  sacrifi- 
car, y  en  vn  platico  lo  tienen  en  el  altar.  La 
casulla  es  a  manera  de  manto  de  fraire  hasta 
en  pies,  con  muchos  pliegues;  no  le  verán  de- 
9Ír  la  misa,  porque  el  altar  esta  detras  de  vna 
parod  a  manera  de  can9el  con  dos  puertas  a  los 
lados.  El  sacerdote  sobre  la  vna  dÍ9e  la  Epis- 
tola  al  pueblo,  y  muchas  orationes  que  nuestra 
Iglesia  dÍ9e  el  Viernes  Sancto,  ellos  en  todas 
sus  misas  las  tienen.  En  la  otra  puerta  dÍ9e  el 
Eyaugelio.  El  credo  y  el  pater  noster  no  le  di- 
96  el  sa9erdote,  sino  vn  muchacho  a  boces  en 
medio  de  la  iglesia. 

Juan.  —¿Qué  causa  dan  para  que  se  ha  de 
sacrificar  con  pan  leuado? 

Pedro. — Porque  el  pan  sin  levadura  es  co- 
mo cuerpo  sin  anima,  y  habiéndose  de  convertir 
en  Christo  aquello,  no  puede  si  no  tiene  aniin;i. 
Son  todos  vna  jente  quasi  tan  sin  razón  como 
los  turcos. 

(')  la  tercera. 


Juan. — Ansi  me  pares9e  a  mí  por  lo  que 
dellos  me  contais.  ¿Y  cómo  al9an  el  sacra- 
mento? 

Pedro. — Tieneleel  sacerdote  en  su  plato  cu- 
Ijierto  con  vn  belo  negro  y  sale  por  vna  puer- 
ta, y  da  vuelta  jjor  todo  el  coro  a  manera  de 
pro9ession  (•)  y  torna  por  la  otra;  y  otro  tanto 
al  cáliz,  y  de  como  sale  hasta  que  torna  ningu- 
no mira  ha9Íalla,  sino  todos,  inclinadas  las  ca- 
bezas hasta  las  rodillas,  y  más  si  más  pueden, 
están  ha9Íendo  cru9es  y  dÍ9Íendo:  Ghirie  elei- 
son,  Chirie  eleison.  En  fin  de  la  misa  el  sa9er- 
dote  da  por  su  mano  a  todos  el  pan  bendito, 
que  llaman  andhlero,  y  algunos  estonces  ofres- 
9en  algo,  y  no  creáis  que  habrá  griego  que  al- 
nuier9e  el  domingo  antes  que  coma  el  pan  ben- 
dito. Las  más  vezes  hai  en  fin  de  la  misa  psi- 
chico,  que  es  limosna  que  algunos  dan  de  j)an 
y  sendas  vezes  de  vino  a  toda  la  jente  que  hai 
en  misa,  sentados  por  su  orden.  Como  no  co- 
noscen  nuestro  Papa,  tienen  por  superior  vn 
patriarca,  el  qual  reside  en  Constantinopla,  y 
éste  pone  otros  dos:  vno  en  Antiochia  y  otro 
en  Alexandria. 
.   Juan. — ¿Qué  renta  tiene? 

Pedro. — La  que  tubiesen  muchos  perlados 
de  acá;  solamente  aquello  que  por  su  persona 
allega  pidiendo  seis  meses  del  año  limosna  en 
cada  pueblo;  es  Aa'rdad  que  se  lo  tienen  allega- 
do, pero  conviene  ir  en  persona;  lo  que  estando 
yo  alia  cada  año  allegaba  eran  treze  mili  duca- 
dos, de  los  quales  daba  ocho  mili  al  Gran  Turco 
de  tributo  porque  le  dexe  tener  la  fe  de  Christo 
en  peso  y  hazer  justÍ9Ía  en  lo  eclesiástico;  y  de 
los  yinco  o  seis  mili  ducados  se  mantiene  a  sí  y 
a  los  otros  dos  patriarcas. 

Juan.  -  ¿Y  ese  es  fraire  o  clérigo? 

Pedro. — No  puede  él  ni  obispo  ni  ninguno 
ser  clérigo,  porque  los  clérigos  todos  son  casa- 
dos a  lei  y  a  beudiyion.  Ha  do  ser  por  fuerya  de 
los  de  Monte  Sancto. 

Mata. — Eso  de  casados  los  clérigos,  me 
de9Íd:  ¿Cómo  casados?  ¿Qué  cosa  es  casa- 
dos? 

Pedro. — ¿No  os  tengo  dicho  que  se  vibe 
alia  a  la  apostólica,  y  no  están  debaxo  de  nues- 
tra Iglesia  Romana?  Cada  clérigo  se  llama 
papa:  el  papa  Juan,  el  papa  Nicola,  etc,  y  su 
nmger,  la  paparía. 

Mata. — ¡Cómo  se  holgaría  Juan  de  Voto  a 
Dios  que  acá  se  usase  eso;  digo  a  lei  y  a  ven- 
dÍ9Íon,  que  sin  lei  y  a  maldiyion,  de  las  de  a  pan 
y  cuchillo,  no  falta,  por  la  gra9Ía  de  Dios.  Tres 
vezes  ha  parido  la  señora  después  que  vos  fal- 
táis. 

.)  UAN. — Para  éstas  que  yo  sepa  de  aqui  ade- 
lante de  quién  me  guardar. 

(')  y  lo  niesmo. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


73 


Mata. — No  tenéis  por  qué  os  picar  más  vos 
que  los  otros,  que  yo  no  dixe  sino  de  los  clérigos 
y  tli[e]ologos  de  acá  en  comparajion  de  los  de 
alia;  sé  que  vos  no  sois  obligado  a  responder 
por  todos. 

Juan.  —Ello  está  bien.  ¿Los  obispos  no  ter- 
nan,  a  esa  quenta,  mucha  renta? 

Pedro. — La  que  les  basta  para  servir  a  Dios : 
dofientos  o  tres9Íentos  ducados  el  que  más;  y 
llamanse  metropollitas;  los  obispados,  como  en 
renta,  stm  pequeños  también  en  jurisdicioil; 
quasi  cada  pueblo,  como  sea  de  do^ientas  casas, 
tiene  el  su  metropoUita  y  no  puede  salir  de  su 
obispado  sino  es  a  la  election  del  patriarca,  que 
es  por  mano  destos  y  eligen  a  vno  dellos. 

J  UAN. — ¿Y  éstos  elígelos  el  mesmo  patriarca 
de  los  de  Monte  Sancto? 

Pedro. —  Sí. 

Juan.— ¿Y  los  clérigos  que  renta  tienen? 
¿Ilai  canonicatos  o  dignidades  como  acá? 

Pedro.  —  Ni  avn  beneficios  tampoco;  no 
penséis  que  es  alia  la  sumptuosidad  de  las  igle- 
sias como  acá;  son  pequeñas,  como  cosa  que 
está  entre  enemigos,  y  heredanse  como  cosa  de 
patrimonio;  es  como  hai  acá  9Ícrtas  abadías  en 
ermitas  o  encomiendas  de  Sant  Juan.  Tengo 
agora  yo  esta  iglesia  como  cura  delhi;  tomo 
quatro  o  seis  papas  que  me  ayudan,  y  parto  con 
ellos  la  gaiuxncia  toda  que  los  perrochianos  me 
dieren,  que  es  harta  miseria,  si  no  tienen  otras 
cosas  de  que  se  sustentar  ausi  el  cura  como  los 
otros. 

Joan.     ¿Confiesanse? 

PEDRo.—Como  nosotros;  no  hai  más  dife- 
ren9Ía  entre  su  Iglesia  y  la  nuestra  de  lo  que  os 
lie  dicho;  en  lo  demás,  entended  que  lo  que  vos 
hazeis  en  latin  el  otro  lo  haze  en  griego. 

Mata. — Acabemos  si  os  pares9e  a  Monte 
Sancto,  que  después  daremos  vna  mano  a  lo  que 
desto  quedare.  En  ese  monte  tan  scabroso,  don- 
de ni  hai  hombre  ni  muger  ni  pueblo  en  diez  le- 
guas alrrededor,  ¿qué  comen?  ¿de  qué  se  man- 
tienen? ¿quién  les  da  limosna? 

Pedro. — ¿Limosna  o  qué?  ¿Luego  ahuyia  de 
la  limosna  se  tienen  de  meter  en  las  religiones 
teniendo  sus  miembros  sanos?  Cada  mañana  en 
amanes9Íendo  que  se  habré  la  puerta  y  vaxan  la 
puente,  veréis  vuestros  fraircs  todos  salir  con 
vnos  sayos  de  sayal  hasta  la  espinilla,  y  vnos 
bicoquis  como  éste;  veinte  por  aqui  con  sus  aza- 
das a  cabar  las  viñas;  otros  tantos  por  acullá 
con  las  yubadas;  por  la  otra  parte  otros  tantos 
con  sus  hachas  al  monte  a  cortar  leña  o  madera; 
9Ínquenta  otros  están  haziendo  aquel  cuarto  de 
casa,  enyesando,  labrandcj  tablas,  y  todo  en  fin 
que  ninguno  hai  de  Fuera.  Maestros  hai  de 
hazer  barcas  y  nabios  pequeños;  otros  van  con 
sus  remos  a  pescar  para  la  (tasa;' otros  a  guar- 
dar ovejas;  los  de  ofi9Íos  mecánicos  quedan  en 


casa,  como  9apateros,  sastres  y  cal9eteros,  he- 
rreros; de  tal  manera  que,  si  no  es  el  prior  y  el 
que  ha  de  diyir  la  misa,  y  algún  impedido,  no 
queda  hasta  vna  hora  antes  que  el  sol  se  ponga 
hombre  en  casa.  Yo  me  espantaba  quando  no 
lo  sabia;  y  caminando  de  vn  monesterio  a  otro 
veia  aquellos,  que  9Íerto  pares9en  hombres  sal- 
vajes, con  aquellos  cabellazos  y  barbas. 

Mata. — No  pares9eis  vos  menos  en  verdad. 

Pedro. — Y  preguntábanme:  Po  pni  ¿iagio- 
sini  su  pate?-  agiotate]  Sanctísimo padre  ¿dónde 
va  vuestra  santidad.'  Yo  muerto  de  haml)re  y 
con  mis  alt'orjacas  acuestas  respondía  primero 
entre  dientes:  ¡La  puta,  que  os  parió  con  vues- 
tras sanctidudes.' 

Juan. — ¿Pues  por  qué  os  llamaban  ansi? 

Pedro. — Vsase  entre  ellos,  avnque  sea  al 
cozinero  y  al  herrero,  llamar  sanctidad. 

Mata.-— ¿Y  cómo  llaman  al  patriarca? 

Pedro. — Ni  más  ni  menos.  ¿Como  queréis 
subir  más  arriba?  Dentro  el  mesmo  Monte  hai 
muy  buenos  pedacos  de  viñas  y  olivares  y  here- 
dades, a  donde  lue  querían  enviar  a  mí  a  traba- 
jar, que  son  muchos  dellos  de  particulares,  y  lo 
venden. 

Juan. — Eso  no  entiendo. 

Pedro. — Digo  que  hai  caserías,  como  diga- 
mos, con  sus  viñas  y  olíuares;  y  el  Fraire  que 
tiene  dineros  compra  vna  de  aquellas,  y  escoje 
quatro  o  9Ínco  compañeros  que  se  lo  labren  y 
dales  su  mesa  y  mantienense  de  aquello. 

Juan. — ¿No  comen  en  refitorio? 

Pedro. — Estos  tales  no,  sino  tienen  muchos 
quartos  en  la  casa  apartados  que  corresponden 
a  aquellas  caserías  y  son  anejos  (')  a  ellas,  y 
allí  se  están  y  ban  a  sus  oras  como  los  otros; 
mas  no  son  obligados  a  trabajar  nada  para  la 
casa. 

Juan.— ¿Y  esa  quien  la  vende? 

Pedro.  —  El  monesterio;  porque  quando 
muere  se  queda  otra  vez  en  el  monesterio,  avn- 
que en  vida  bien  la  puede  vender.  Ansi  hai  mu- 
chos labradores  que  son  viudos  o  de  otros  ofi- 
9Í0S,  y  hazen  dinero  lo  ({uc  tienen  y  metense 
fraires  allí. 

Mata. — ¿Y  lo  que  llel)an  es  nuestro,  como 
acá? 

Pedro. — No,  si  no  suyo  propio,  que  nadie  se 
lo  puede  tomar. 

Juan. — ¿Y  esos  no  saben  letras? 

Pedro. — De  diez  partes  las  nuebe  no  saben 
leer  ni  escrebír,  y  gramática  griega  de  mili  vno, 
y  aquella  bien  poca. 

Juan.  — Pocos  sacerdotes  habrá  a  esa  ipienta. 

Pedro. — Muy  pocos.  Quando  a  la  noche  lle- 
gaban del  trabajo  veníanme  algunos  a  hablar; 
y  yo  no  sabía  de  qué  me  conos9Ían.  Como  ve- 

(')  Ms.  anejas. 


74 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


niau  con  sus  capas  de  coro,  largas  ('),  de  cha- 
melote o  estameña,  y  las  barbas  algo  más  peina- 
das, preguntábales  quiénes  heran  o  de  qué  me 
conos9Ían:  Decian.  ¿Vuestra  sanctidad  no  se 
acuerda  que  me  pregunto  por  el  camino  estando 
yo  cabando  en  tal  parte?  Yo  luego  le  de9Ía: 
¿Vuestra  sanctidad  es?  ya  cayo  en  la  quenta,  si 
mala  pascua  le  dé  Dios. 

■  Mata. — ¿Cómo  es  posible  haber  pan  y  vino 
y  todo  la  ne9esario  para  tantas  personas  y  tan 
grandes  monasterios  en  solo  peda90S  del  Monte? 

Pedro.  -¿No  dixe  primero  que  tenian  sus 
viHoxias  o  granjas  fuera?  Cada  monesterio  tiene 
vna  o  dos  o  más  metoxias  fuera  del  Monte  jun- 
to a  Sidero  Capsia,  y  en  las  islas  del  arcipiela- 
go  algunas,  como  son  en  la  isla  de  Lemno  y  del 
Schiatho,  donde  yo  estube,  y  Eschiro,  que  son 
de  distan9Ía  de  Monte  Sancto  quinze  leguas 
por  mar;  y  en  estas  metoxias  tienen  sus  mayor- 
domos, con  tantos  fraires  que  basten  a  labrar 
las  viñas  y  heredades,  y  con  aquellos  nabios  pe- 
queños que  hazen  van  y  bienen  y  benden  lo  que 
les  sobra,  y  alli  tienen  ganado  y  gallinas  para 
los  huebos,  porque  carne  no  la  comen,  y  otras 
granjerias  de  fraires;  de  la  lana  del  ganado  ha- 
zen de  bestir  para  la  casa  a  todos. 

Mata. — ¿Y  esos  trabajan  mucho? 

Pedro, — Como  los  mayores  ganapanes  que 
hai  por  acá;  lo  que  seis  obreros  cabarán  en  vn 
dia,  ellos  largamente  lo  liaran quatro.  ¿Que  pen- 
sáis? Antes  que  fuesen  fraires,  no  heran  más 
deso  tampoco;  ellos  al  paresfer  tienen  vida  con 
c|ue  se  pueden  bien  salvar,  y  no  piden  a  nadie 
nada  ni  son  importunos. 

Mata. — Si  en  nuestras  fronteras  de  moros 
vbiese  monesterios  desa  manera,  no  se  deserbi- 
ria  Dios  ni  el  Rei;  porque  a  Dios  le  defenderian 
su  fe  y  le  servirían,  y  al  Rei  su  reino,  y  que  la 
jente  de  guerra  que  alli  está  se  fuese  al  exer9Í- 
to  donde  anda  su  persona. 

Juan. — Dezid  vos  eso  y  pelaros  han  los 
fraires. 

Pedro. — No  me  ayude  Dios  si  no  creo  que 
irian  de  tan  buena  voluntad  la  mayor  parte  de- 
llos  como  a  ganar  los  perdones  de  más  indul- 
gen9¡as  que  la  Cruvada  con9ede,  y  avnque  cor- 
tase tanto  la  espada  de  algunos  como  las  de  los 
soldados. 

Mata. — Estaba  pensando  qué  se  me  olvida- 
ba de  preguntar,  y  agora  me  acuerdo:  ¿Qué  ha- 
bito traen  los  clérigos  griegos  o  papas? 

Pedro. — Vnas  ropas  moradas  por  la  mayor 
parto,  avnque  algunos  las  traen  negras,  y  en 
la  cabeza  vn  barretin  morado  y  vna  benda  azul 
por  la  frente  que  le  da  tres  o  quatro  bueltas  a 
la  cabeza.  Ya  no  tengo  memoria  en  dónde  que- 
dó la  platica  pnn9Ípal. 

(')  como. 


Mata. — Yo  si.  Quando  en  Santa  Laura  el 
prior  os  dixo  que  si  queríais  ir  a  trabajar  con 
los  hermanos  y  respondistes  que  herais  ca- 
sado. 

Pedro.  —Gran  deseo  es  el  que  Mátalas  Ca- 
llando tiene  de  saver,  pues  tiene  tanta  aten9Íon 
al  quento.  Yo  determiné,  harto  falto  de  pafien- 
9Ía  y  desesperado  de  verme  traer  de  Anas  a 
Caiphas,  de  no  me  descubrir  más  a  ningún 
hombre  ni  por  pensamiento;  sino,  pues  sabia  ya 
tan  bien  todas  sus  9erimonias  y  vida  frairesca, 
que  aquel  que  vino  conmigo  los  dos  dias  me  ha- 
bía enseñado,  estarme  en  cada  monesterio  los 
tres  dias  que  los  otros  peregrinos  estaban  por 
huespedes,  y  hazerles  entender  que  hera  tan 
buen  fraire  como  ellos  todos;  quanto  más  que 
sabia  9Íertos  psalmos  en  griego,  de  coro,  y  otras 
cosillas,  con  las  quales  los  espantaba  y  me  lla- 
maban didascalos,  que  quiere  decir  doctor;  to- 
do el  pan  que  podia  ahorrar  escondido  lo  guar- 
daba para  tener  que  comer  en  el  bosque  quando 
me  quisiese  ir  a  estar  algún  dia  para  detenerme 
más,  por  si  acaso  en  aquel  tiempo  pasase  algún 
nabio  que  me  llebase.  Sali  de  aquel  monasterio 
con  otro  fraire  de  guia  y  fui  a  otro  que  se  llama 
Agio  Pablo,  donde  me  estube  mis  tres  días  y 
cantaba  con  ellos  en  el  coro,  y  no  se  contenta- 
ban poco,  y  la  comida  hera  como  las  pasa- 
das. Acabados  mis  tres  dias  fui  al  monasterio, 
Rusico,  que  es  de  rusios,  9Íerta  jente  que  confi- 
na con  los  tártaros,  y  está  subjeta  a  la  Iglesia 
griega,  y  estube  los  mesmos,  y  fui  a  Sant  Ge- 
rónimo, donde  pasé  vn  grandissimo  trago;  por- 
que estaban  vnos  turcos  que  hablan  aportado 
alli,  y  preguntáronme  [de]  dónde  hera,  y  dixe 
que  del  Chio;  y  a9ertó  que  el  vno  hera  de  alia, 
renegado,  y  luego  me  preguntó  cuyo  hijo  y  en 
qué  calle;  y  yo  en  mi  vida  habia  estado  alia; 
pero  Dios  me  dio  tal  gracia  que  estube  hablan- 
do con  el  más  de  vna  hora,  dando  razón  a  quan- 
to me  preguntaba  sin  discrepar  ni  ser  tomado 
en  mentira,  y  avn  oian  la  platica  otros  dos  frai- 
res naturales  de  alia. 

Mata. — Eso  no  me  lo  engargantareis  con 
vna  cuchar.  ¿Qué  razón  podíais  vos  dar  de  lo 
que  nunca  vistes? 

Pedro. — Andad  vos  como  yo  por  el  mundo 
y  sabreislo.  Dábale  a  todo  respuestas  comunes; 
a  lo  que  me  preguntó  cuio  hijo  era,  dixe  que 
de  Verni,  que  es  nombre  que  muclios  le  tienen, 
y  si  me  preguntaba  de  quál,  de9Ía  que  del  viejo; 
¿y  cómo  está  fulano?  es  muerto;  el  otro  no  está 
alli;  fulano  está  malo;  el  tal  armó  vna  barca 
cargada  de  limones  para  Constantinopla;  y 
otras  cosas  ansi;  ¿pares9eos  que  me  podia  exi- 
mir? y  avn  os  prometo  que  quedó  bien  satis- 
fecho. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


75 


COLOQUIO  VI 

Salida  para  la  isla  de  Lemnos. — Tempestad  que  sufren. — Son 
arrojados  á  la  isla  de  Skiatlios. — Trabajos  que  allí  pasaron. — 
Llegan  á  un  pueblo  de  la  costa  cuyos  habitantes  ruegan  á 
Pedro  que  confiese  en  la  iglesia. — Huye  éste  y  va  á  Lemnos. 
— Llegada  á  Chios. — Buena  acogida  que  tuvo  allí. — Descrip- 
ción de  la  isla.— Navegación  por  el  Archipiélago  y  el  Adiiálico. 

Mata. — Pares^cmc  que  no  les  faltaba  rra- 
zon  a  los  que  de9Ían  que  teníais  demonio,  por- 
que tales  cosas  avn  el  diablo  no  las  vrdiera. 

Pedro. — Pues  hombre  que  habia  ya  sido  dos 
meses  o  9erca  fraire  ¿no  queréis  que  vrda  cosas 
que  el  diablo  no  baste?  El  vltimo  monasterio 
adonde  fui  se  llamaba  Sero  Potami,  estando  en 
el  qual  dos  dias,  en  vísperas  vi  entrar  vn  mari- 
nero griego,  y  pregúntele  [de]  dónde  venia,  y 
dixome  que  de  la  isla  de  Lemno,  y  tornaba  allá. 
Como  no  via  la  hora  de  salir  de  alli,  que  se  me 
acababa  la  candela,  dixele  si  desde  allí  podían 
ir  al  Chío  que  me  iría  con  él;  dixome  que  muy 
bien,  Ygualeme  en  medio  escudo,  y  embarque- 
me  con  mí  compañero,  y  de  aquel  monesterio 
donde  yo  salí  se  embarcaron  seis  fraires,  los 
quales  metieron  harto  bastimento,  principal- 
mente vino.  Comenzamos  de  alzar  vela  y  nave- 
gar, y  era  quasi  noche  y  dieziseis  de  hebrero. 
Comenco  a  abibar  el  viento  y  dixe  al  pati'on 
del  nabío:  Mirad,  señor,  que  es  imbierno  y  la 
noche  larga,  y  el  nabío  pequeño;  mejor  sera 
que  nos  quedemos  aquí  esta  noche,  porque  el 
viento  refresca  y  podra  ser  que  nos  veamos  en 
aprieto.  Como  iban  él  y  los  fraires  bebiendo  y 
borracheando  lo  que  habían  metido,  no  hizieron 
caso  ninguno  de  lo  que  yo  dezia,  antes  se  re- 
yeron,  y  quasi  todos  beodos;  a  las  on9e  de  la 
noche  alborotóse  la  mar,  no  así  como  quiera, 
sino  la  más  braba  y  hinchada  que  en  mi  vida 
la  vi;  los  marineros,  parte  por  lo  poco  que  sa- 
bían, parte  por  el  vino,  perdieron  el  tino  de  tal 
manera  que  no  sabían  donde  se  estaban  y  no 
hacían  sino  bomítar.  Quiso  Dios  que  cayeron 
en  la  quenta  que  hechasemos  en  la  mar  todo 
quanto  llebabamos  para  alivianar  el  nabío;  es- 
forzando más  el  viento  llebonos  el  árbol  y  an- 
tena con  sus  velas;  ya  hera  el  día  y  halláronse 
menos  borrachos,  pero  perdidos;  comenzó  de  di- 
visarse tieria,  y  no  sabian  qué  hera.  Vnos  de- 
cían que  Saloníque,  otros  que  Lemno,  otros 
que  Monte  Sancto;  yo  reconosci,  como  habia 
estado  otra  vez  alli,  que  era  el  S^íatho,  y  dixe- 
selo;  mas  ya  desesperados,  viendo  que  íbamos 
a  dar  en  vnas  peñas  dixeron:  Agora,  por  Dios 
verdadero,  nos  ahogamos  todos;  serio7-es,  ¿que 
liaremos  sin  vela  ni  nada.'  Dexó  el  patrón  el 
timón  ya  por  desesperado,  y  hincáronse  de  ro- 
dillas y  comencaron  de  invocar  a  Sant  Nicolás, 
y  tornaron  a  preguntarme  a  mí:  ¿Qué haremos.' 
Respondí  con  enojo:  A^a  mas  par  i  o  diavolos 
olus:  Que  nos  lleven  todos  los  diablos;  y  salto 

AUTOBIOURAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 16 


donde  estaba  vn  pedazo  de  vola  viejo,  y  hago 
de  dos  pedazos  vna  bela  chica,  y  pongo  en  cruz 
dos  baras  largas  que  acerté  a  hallar,  y  dixeles: 
Tened  aqui,  tira  destas  cuerdas,  y  tirando  lla- 
mad quantos  santos  quisieredes;  no  penséis 
que  los  sanctos  os  ayudarán  si  vos  no  os  ayu- 
dáis también.  Comenco  de  caminar  nuestro  na- 
bío con  aquel  trinquete,  como  la  fuerca  del 
viento  hera  tan  grande,  que  cada  hora  serian 
bien  tres  leguas;  y  fuenos  la  vida  que  durase 
la  fortuna,  porque  sí  estonces  cesara  y  nos  que- 
dábamos en  calma,  todos  peresciamos  de  ham- 
bre, porque  estábamos  en  medio  del  golfo,  y  el 
vizcocho  todo  habia  ido  a  la  mar  por  salvar  las 
vidas,  y  no  podíamos  caminar  sin  viento.  Lle- 
gamos a  distancia  de  tierra  por  tres  o  cuatro 
leguas  y  alli  abibó  de  tal  modo  el  viento,  que 
nos  llebó  el  trinquete,  que  del  todo  desesperó  a 
todos.  Dixo  el  patrón:  Señores,  todo  el  mundo 
se  encomiende  a  Dios,  porque  nuestro  nabío  va 
a  dar  en  aquellas  peñas,  adonde  todos  peresye- 
remos;  y  comento  de  mantener  quanto  podía  el 
nabío,  que  ni  andubiese  atrás  ni  adelante,  y  de- 
zia: Si  alguno  tiene  dineros  (')  délos  a  estos  mo- 
rilleros, que  saben  muy  bien  nadar,  que  por  ven- 
tura se  salvará  y  hará  algún  bien  por  el  ani- 
ma. Yo  les  dixe,  aunque  ciertamente  no  falta- 
ban vna  docena  y  dos  de  ducados,  que  no  tenia 
blanca;  mas  avnque  la  tubiese,  ¿qué  se  me  daba 
a  mí,  perdiéndome  yo,  que  también  la  mar  se 
sorbiera  el  dinero?  En  esto  quiso  Dios  que  nos 
acercamos  a  tíeiTa  mucho  más;  y  con  la  grau- 
dissima  furia  que  la  mar  tenia  no  se  pudo  de- 
xar  de  dar  al  trabes  en  aquella  isla,  y  fuenos 
Uebando  la  mar;  y  como  yo  me  vi  quasi  en  tie- 
rra, sin  saber  nadar,  acudicieme  a  saltar,  y  si  no 
me  sacaran  dos  marineros,  yo  me  quedaba  alli; 
los  demás  no  quisieron  saltar  por  el  peligro,  y 
ensoberveciose  la  mar  más  y  dio  con  el  nabío 
más  de  vn  quarto  de  legua  fuera  del  agua,  junto 
a  vna  ermita  de  Nuestra  Señora  que  allí  estaba, 
y  asentad  está  por  cabezera  entre  todas  las 
uieryedes  que  de  Dios  he  rescíbido;  que  aquella 
isla  del  Schiatho  donde  dimos  al  trabes,  tiene 
de  cerco  treinta  y  ciiieo  leguas  y  en  ninguna 
parte  de  todas  ellas  podíamos  dar  al  trabes  que 
no  perescíeramos  todos  (^),  porque  es  por  todas 
partos  peña  viba,  sino  adonde  dimos,  que  había 
vn  río  pequeño  que  daba  en  la  mar  y  hera  are- 
na todo,  y  alli  embocó  el  nabío,  que  no  seria  de 
ancho  c¡ent  pasos. 

Juan. —  ¿Qué  llamáis  dar  al  trabes?  ¿Por 
ventura  es  lo  que  dize  Sant  Pablo  padosc-er 
naufragio? 

Pedro. — Eso  mesmo;  y  este  fue  tal,  que  a 
la  mañana,  que  la  mar  habia  sosegado,  el  nabío 


(')  algunos. 
(')  sino. 


76 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


estaba  hasta  medio  enterrado  en  el  arena.  Cayó 
aquella  noche  vna  niebe  de  media  vara  en  alto, 
y  todos  nos  acoximos  a  la  hermita,  que  estaba 
llena  de  vnos  ^epos  muy  grandes  de  tea,  la 
qiial  se  embarca  desde  alli  para  llebar  a  Sidero 
Capsía,  donde  se  hazen  el  oro  y  plata. 

Juan,  —  ¿Pues  qué,  tanto  camino  teníais 
aventajado  en  tanto  tiempo  que  no  saliais  desa 
Sidero  Capsia? 

Pedro. — ¿N'os  tengo  dicho  que  me  bolvio  la 
fortuna  a  la  isla  donde  dexé  al  sastre,  que  en 
mes  y  medio,  con  quanto  habia  caminado  y  tra- 
bajado, no  me  hallé  aver  aventajado  vna  legua? 
Qiento  y  9Ínquenta  leguas  que  a  pie,  cargado 
de  alforjas,  habia  caminado  en  mes  y  medio, 
torné  en  vna  noche  y  vn  dia  hacia  airas,  con 
otras  tantas  más  de  rodeo,  de  tal  manera  que  en 
finquenta  días  no  me  hallé  más  de  cient  leguas 
de  Constantinopla.  El  frió. que  aquella  noche 
ha9Ía  no  se  puede  aqui  escribir,  pero  tomó- 
me tan  falto  de  ropa  que  no  tenia  sino  es- 
tameña acuestas,  porque  vna  ropa  morada  que 
la  Soltana  me  habia  dado,  que  traia  (')  deba- 
xo  el  abito,  con  sus  martas,  troqué  en  Monte 
Sancto  con  aquel  fraire  que  liabló  por  mí,  a  vna 
túnica  vieja  llena  de  piojos  que  tenia  al  rincón. 

Mata. — ¿A  qué  proposito  el  trueco  del 
topo? 

Pedro. — Porque  como  iba  por  aquellas  espe- 
suras, alguna  mata  o  retama  me  asia  de  la  esta- 
meña y  llebabame  vn  girón,  y  por  alli  se  pa- 
res9Ía  luego  lo  azul  y  podia  ser  descubierto, 
porque  no  hera  cosa  decente  a  fraire. 

Mata. — ¿Y  en  aquella  ermita  no  podiais  en- 
9ender  buen  fuego  con  aquellas  teas  y  calen- 
taros? lí'o  fuera  mucho  con  esa  poca  ropa  y  con 
el  frió  que  hazia  quedaros  alli. 

Pedro. — Los  marineros  y  los  otros  fraires 
eran  tan  scrupulosos  que  no  osaban  llegar  a  to- 
mar de  la  teda,  dÍ9Íendo  ser  sacrilegio,  y  como 
ellos  no  saltaron  en  la  mar  como  yo,  no  esta- 
ban mojados,  y  mediano  fuego  les  bastaba,  al 
qual  yo  no  me  osaba  llegar  por  no  me  arreman- 
gar para  calentarme,  y  ser  conos9Ído  por  las 
calyas  que  debajo  traia,  y  camisa,  que  no  hera 
de  fraire. 

Mata. — ¿lío  podiais  tomar  juntamente  con 
el  abito  todos  los  demás  vestidos  de  fraires  al 
principio? 

Pedro. — Como  yo  nunca  me  habia  huido 
otra  vez,  y  el  espia  m'engaño,  que  dixo  bastar 
aquello,  no  curé  más  de  liecharme  el  abito  sobre 
la  ropa  que  yo  me  tenia;  si  yo  fuera  platico 
como  agora,  tampoco  saliera  en  abito  que;  fue- 
sen menester  tantas  ipocresias  ni  no  comiesen 
carne;  en  abito  de  turco  me  podia  venir  can- 
tando. 

(';  juntu. 


Juan. — O  de  judio. 

Pedro. — También,  pero  es  peligroso;  que 
en  pudiéndole  cojer  en  descampado  le  roban  y 
le  matan  por  hazerlo.  Si  no  fuera  por  el  peligro 
que  habia,  siendo  tomado,  de  ser  turco,  mejor 
habito  de  todos  hera  el  turquesco. 

Mata. —  ¿Qué  remedio  tubistes  aquella 
noche? 

Pedro. — Pesábame  de  aver  escapado  tan 
grande  peligro  y  morir  muerte  tan  rabiosa. 
Como  la  compañía  toda  se  durmió  junto  al  fue- 
go, yo  tomé  vna  hachuela  y  hize  pedazos  vn 
9epo  de  aquellos,  y  desnúdeme  y  mudé  camisa 
y  hago  vn  fuego  tan  grande,  que  quería  quemar- 
se la  ermita,  y  con  todo  no  bastaba  a  tornar  en 
mí.  Quando  los  otros  despertaron  dixeron:  Ver- 
daderamente este  es  diablo,  y  no  es  posible  ser 
christiano,  pues  tan  poco  themor  ha  tenido  de 
Dios  en  hurtar  lo  ajeno  avnque  peres9Íera. 
Dixo  otro:  ¿N'os  acordáis  quando  oí  en  la  ma- 
yor fortuna  de  la  mar  dixo  que  nos  llebasen  to- 
dos los  diablos,  y  otras  veinte  cosas  que  le  he- 
mos visto  hazer?  Yo  estaba  tal  que  no  se  me 
daba  nada  ser  descubierto,  por  no  morir  ansi, 
y  no  se  me  dio  tampoco  de  lo  que  decían.  Otro 
dia  vinieron  alli  dos  clérigos  de  la  tierra,  que 
para  dar  gra9Ías  a  Dios  habíamos  llamado  que 
dixesen  (')  misa,  los  quales  9erraron  la  iglesia, 
poniendo  por  grandissimo  escrúpulo  la  noche 
que  alli  habíamos  dormido,  y  nos  hizieron  dor- 
mir otras  dos  noches  fuera.  Los  marineros  se 
fueron  a  dormir  al  nabio,  y  a  mí  y  el  compañe- 
ro no  nos  dexaron  entrar  por  el  pecado  pasado, 
y  fue  necesario  dormir  debaxo  de  vn  árbol  aque- 
lla noche. 

Mata. — ¿Con  toda  la  nieve  y  frialdad? 

Pedro. — Y  avn  yelo  harto. 

Mata. — ¿Y  no  os  vais  adonde  sirváis  a  Dios 
de  tal  manera  que  venialmente  no  le  ofendáis, 
habiendo  res9Íbido  tan  particulares  mer9edes? 

Pedro.  — Plegué  a  él  que  conforme  al  deseo 
que  yo  de  servirle  tengo  me  ayude,  para  que  lo 
haga.  Como  estaba  el  nabio  enterrado  en  la 
arena,  los  marineros  quisieron  sacarle  y  forga- 
ronme  que  les  ayudase,  pues  también  habia  yo 
venido  dentro,  y  no  hosé  hazer  otra  cosa  por- 
que heran  muchos  y  9Íerto  me  mataran.  Comen- 
9e  con  gran  fatiga  de  cabar  y  hazer  lo  que  me 
mandal)an;  entraron  todos  en  vna  barca  para 
ir  a  buscar  una  anchora  que  se  les  había  caído 
en  la  mar,  que  ya  sabían  donde  estaba,  y  man- 
daron que  entre  tanto  yo  y  mi  compañero  ca- 
basemos.  Como  yo  vi  el  laberinto  tan  grande  y 
la  poca  jente  que  heramos  para  ello,  pregunté 
a  vno  de  la  tierra  que  descargaba  alli  tea  quan- 
to habia  de  alli  al  primer  lugar  y  quál  hera  el 
camino,  ymostromelo;  dixe  a  mi  compañero  si 

(')  alli. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


77 


seria  para  (')  siguirme  y  llebaria  yo  nuestra 
alfo.rxa  y  nos  les  huyésemos.  Hera  vn  viejo  en- 
juto que  caminaba  más  que  yo,  y  dixo  de  sí. 
Voi  donde  estaba  el  hato  y  hurtóles  vn  pedaf  i- 
11o  de  vizcocho  y  tome'  mi  alforxa,  y  metimonos 
por  el  bosque,  yendo  con  harto  más  miedo  de- 
llos  que  de  los  turcos;  y  quiso  Dios  que  llega- 
mos a  vna  aldea,  y  en  la  taberna  almorzaban 
vnos  griegos,  y  conbidaronnos  a  pan  y  buen 
vino,  con  lo  qual  Dios  sabe  el  rrefrigerio  que 
ubimos,  y  contamos  nuestra  desventura  y  pedi- 
mos consejo  de  lo  que  haríamos  para  ir  a  Chio. 
Dixeronnos  que  diez  leguas  de  alli,  avnque  por 
grandes  montañas,  estaba  el  puerto  de  mar, 
donde  muchas  vezes  había  nabios  en  que  pudié- 
semos ir,  y  si  queriamos  nos  darian  vn  mo^o 
que  por  vn  real  no  más  nos  enseñaria  todo 
aquel  camino.  Respondiles,  agradesfiendoselo 
mucho,  que  hera  muy  contento  dcllo  avnque  lo 
dexase  de  comer,  y  fuimos  aquel  dia  tres  leguas, 
y  hallamos  vna  metoxia  de  vn  monasterio  de 
Monte  Sancto,  en  la  qual  nos  recibieron  aque- 
lla noche,  como  dixo  Basco  Fig[u]eira,  muyto 
contra  su  voluntad.  Todavia  vbo  pan  y  vino  y 
sendos  huebos,  que  fue  la  mayor  comida  que 
había  fasta  alli  habido;  y  a  la  mañana  dixe- 
ronnos que  fuésemos  presto,  porque  la  niebe 
estaba  elada  y  si  ablandaba  no  hera  posible  pa- 
sar. Camínanos  con  nuestro  mo^o  para  hazer 
seis  leguas  de  sierra  despoblada  que  nos  falta- 
ban, y  caminamos  las  tres  lo  mejor  del  mundo 
por  sobre  la  niebe;  mas  estando  en  medio  el 
camino  en  vn  altissimo  monte  vino  vna  niebla 
que  nos  enternes9Ío  la  niebe  y  no  podíamos  ir 
atrás  ni  adelante;  cayendo  y  levantando,  quiso 
Dios  que  anduviésemos  una  legua  más  y  topa- 
mos en  vn  A'alle  vn[a]  casilla  pequeña,  donde 
habia  dos  moradores  que  labraban  ^iertas  viñas, 
y  dieronnos  pan  y  vino,  vinagre  y  vnas  nueces 
y  higos,  que  yo  dubdo  si  en  el  mundo,  quan 
grande  es,  las  hai  mejores,  de  lo  qual  hinchi- 
mos  bien  los  estómagos;  y  el  mo^o  determinó 
de  que  caminásemos  adelante,  y  yo  bien  quisie- 
ra quedarme  alli;  en  fin,  las  dos  leguas  que  res- 
taban se  caminaron  en  medio  dia,  con  la  niebe 
siempre  hasta  los  muslos,  cayendo  de  quatro  en 
qiiatro  pasos,  y  acabándose  ^ierto  la  paciencia, 
que  hera  de  lo  que  más  me  pesaba;  tubimos 
consejo  mi  compañero  y  yo  que  valia  más  ser 
esclabos  que  no  padescer  ele  aquella  manera;  y 
Dios  lo  permitia  ansi,  quiza  que  se  le  hazia 
mayor  servicio  de  serlo;  por  tanto,  en  llegando 
a  la  villa,  preguntásemos  por  el  governador 
turco  y  le  dixesemos  cómo  heranios  dos  escla- 
bos de  Zinau  Baxá  y  nos  habiamos  huido,  por 
tanto  nos  volviese  a  nuestro  dueño,  que  todo  lo 
hazia  cada  (jient  palos  y  no  padeseer   tantas 

O  mostrar. 


muertes  como  habiamos  pasado;  y  lo  que  más 
me  incitaba  para  ello  era  ver  que,  pues  Dios  no 
queria  que  pasásemos  adelante,  señal  hera  que 
se  servia  más  de  que  volviésemos  a  Constanti- 
nopla,  que  avn  los  pecados  que  en  el  cautiverio 
se  hablan  de  pasar  no  debían  de  ser  acabados 
de  purgar;  ya  llegábamos  con  esta  fatiga  al 
pueblo,  y  entrando  queriamos  preguntar  por 
casa  del  baivoda,  y  vi  a  deshora  en  vna  boti- 
quilla  el  sastregillo  que  habia  llebadome  alli 
desde  la  Caballa. 

Mata. — ¿Hera  ese  el  pueblo  donde  el  mer- 
cader os  habia  dicho  que  os  llebaban  engañado 
y  que  os  fueseis  de  alli,  que  estaba  en  un  alto? 

Pedro. — El  mesmo. 

Mata. — Yo  digo  que,  avnque  la  pa9Íen9Ía  se 
os  acababa,  si  estonces  os  moríais  estabais  bien 
con  Dios,  porque  muy  grandes  requiebros  y  fa- 
bores  son  esos  que  os  daba. 

Pedro. — Como  yo  vi  mi  sastre,  arremetí 
para  abracarle  con  grande  alegría,  y  estube  en  su 
botica  vn  grande  rato,  y  dile  quenta  de  todo  lo 
pasado,  y  él  me  dixo  que  por  amor  de  Dios  me 
fuese  de  alli,  porque  él  se  estaba  bien,  y  buscase 
vna  posada  y  no  le  hablase  como  que  le  conos- 
Cia,  Yo  le  rogue  que  me  tubíese  alli  escondido, 
pues  yo  tenia  qué  gastar,  que  avn  duraban  los 
dineros,  gracias  a  Dios.  Dixo  que  en  ninguna 
manera  lo  haría;  por  tanto  que  luego  me  saliese 
de  su  botica.  Viéndome  perdido, pregunteledón- 
de  viuia  el  governador.  Dixome  que  para  qué  le 
queria.  Yo  le  descubrí  el  consejo  que  habiamos 
tomado  de  querer  más  ser  cautivos  que  morir 
muertes  rabiosas.  Dixo  que  para  qué  queriamos 
levantar  la  liebre  ni  desesperarnos  ansí.  Digo: 
Por  ver  que  en  el  mundo  no  hai  fe  ni  verdad: 
que  yo  pensaba  aver  topado  la  lívertad  en  ve- 
ros ;  mas  agora  que  os  veo  olvidado  de  el  bien 
que  os  hize  y  los  dineros  que  os  di,  yo  deter- 
mino que  tan  ingrato  hombre  no  viba  en  el 
mundo,  y  pues  no  habéis  querido  encubrirme, 
iremos  juntos  a  Constantinopla,  porque  yo  diré 
que  vos  me  sacastes,  pues  sois  espía,  y  vengar- 
me he  de  vuestra  ingratitud,  que  en  fin  a  mí 
menester  me  han  y  tengo  muchos  amigos,  que 
no  seré' muy  maltratado;  y  quedad  con  Dios  de 
aquí  a  que  el  governador  embie  por  vos;  y  yba- 
me  a  salir;  él  muy  turbado,  viendo  ya  la  muerte 
al  ojo,  arremetió  conmigo  para  no  me  dexar  salir 
y  echoseme  a  los  pies  puestas  las  manos,  rogán- 
dome qxie  por  amor  de  J  )ios  le  perdonase,  y 
que  él  se  determinaba  de  tenerme  alli  y  darme 
de  comer  hasta  que  vbiese  nabios  donde  fuese  a 
mí  plazer,  y  hechaba  por  rogador  a  mí  compa- 
ñero. Comenzó  a  puerta  zerratla,  que  hazla  frío, 
a  encender  fuego,  ([ue  estaba  bien  probeido  de 
leña,  y  descalzarme  y  liazerme  regalos.  Yo  le 
aseguré  y  dixe  que  le  ponía  por  juez  de  la  razón 
que  yo  tenia,  y  sí  podía  daniie  lívertad  ¿por  qué 


AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 


lo  había  de  dexar?  Y  si  quería  venirse  conmigo, 
le  daría  más  que  ganase  en  toda  su  vida.  Allí  ea- 
tube  j  no  le  dexaba  gastar  ocho  dias,  fasta  que 
entraron  las  Carnestollendas,  y  los  de  la  tierra 
que  iban  a  cortar  ropas  y  nos  vian  allí,  como  no 
salíamos  de  casa,  comen9aron  a  murmurar  y 
sospechar  lo  que  hera,  y  avisaron  al  sastre  que 
se  apartase  de  nuestra  compañía  sino  quería  que 
sus  dias  fuesen  pocos.  El  les  respondió  que  he- 
ramos  muy  buenos  religiosos,  y  si  no  salíamos 
hera  porque  habiendo  dado  al  trabes  el  día  de  la 
gran  fortuna,  estábamos  desnudos  y  mojados; 
no  contentos  con  esto,  vinieron,  para  más  de 
veras  tentar,  los  clérigos  del  pueblo,  y  como  que 
venían  a  visitar,  rogáronme  que  fuésemos  el 
primer  día  de  Quaresma  a  la  iglesia  a  ayudarles 
a  los  oficios.  Yo  respondí  que  hera  sacerdote  y 
letrado,  y  quería  hazerles  este  servicio  al  pueblo 
de  confesarlos  todos  y  dezír  la  misa  mayor  el  día 
de  Quaresma.  Como  me  vieron  hablar  tan  bien 
y  tan  osadamente  su  lengua,  creyéronlo,  y  dí- 
xeron,  porque  hera  cosa  de  mucha  ganancia  lo 
que  aquííl  día  se  ofres^e,  que  la  misa  no  hera  me- 
nester, que  allí  estaba  el  cura,  mas  que  el  con- 
fesar, ellos  lo  a9eptaban.  Yo  dixe  que  no  quería 
sino  todo,  y  la  ganan9Ía  daría  yo  al  cura.  No 
aprobechó,  que  avn  pensaba[n]  que  le  había  de 
sisar,  y  rogáronme  que  confesase  mucha  jente 
del  pueblo  onrrada,  avnque  por  tentar,  creo  que; 
yo  concedí  lo  que  demandaban,  y  aquella  noche 
el  sastrepillo  me  dixo:  Y 'os  prometo,  sí  a9er- 
tais  a  confesarlos,  la  ganan9Ía  sera  bien  grande; 
bien  quisiera  yo  deshazer  la  rueda,  avnque  me 
pares9Ía  que,  según  son  de  idiotas,  lo  supiera 
hazer.  Y  avisáronme  que  para  el  segundo  día 
de  Quaresma  yo  estubíese  a  punto  para  ello,  y 
el  primer  día  hera  de  ayuno  fasta  la  noche,  que 
no  se  podía  comer;  y  yo  determiné  que  nos  ba- 
lásemos con  un  pan  a  la  mar  y  vn  pañizuelo  de 
higos  y  nuezes,  dizíendo  que  íbamos  a  traer 
ostras  para  la  noche,  y  teníamos  muchos  grie- 
gos que  querian  9enar  con  el  padre  confesor;  y 
en  la  mar  metime  entre  vnas  peñas,  y  represen- 
tándoseme dónde  estaba  y  cómo  y  los  trabajos 
pasados,  no  pude  estar  sin  llorar,  y  de  tal  ma- 
nera vino  el  impeta  de  las  lagrimas  a  los  ojos, 
que  no  las  podía  restañar,  sino  que  pares9Ían 
dos  fuentes;  quedé  el  más  consolado  del  mundo 
de  puro  desconsolado,  y  otro  tanto  creo  hizo  mí 
compañero,  que  entrambos  nos  escondimos  a 
espulgarnos,  que  había  razonables  días  que  no 
lo  habíamos  hecho. 

Mata. — ¡Hi  de  puta,  qual  estaría  la  túnica 
que  os  trocó  el  otro  a  la  ropa! 

Pedro. — Esa  yo  no  la  espulgué,  porque  te- 
nía tanta  quantidad  que  no  aprobechara  matar 
vn  celemín.  Los  ojos  tenía  quebrados  y  deslum- 
hrados de  mirar  si  pares9Ía  algún  nabío  donde 
me  meter,  como  no  fuese  a   Constantínopla, 


para  huir  de  aquellas  calumnias  que  la  jente  de 
aquel  pueblo  me  traía.  Como  fuese  tarde  y  no 
pares9Ía  nada,  fuimonos  al  pueblo  que  espera- 
ban para  9enar,  con  la  determinafion  de  por  no 
ser  descubierto  confesar  y  hazer  lo  que  me  man- 
daran. 

Joan.—  ¡Buena  con9Íen9Ía  hera  esa!  Mejor 
fuera  descubriros  que  cometer  tal  herror. 

Pedro. — ¿No  miráis  la  ipocresia  española? 

Mata. — Ruin  sea  yo  sí  no  creo  que  lo  hi- 
ziera  mejor  que  vos.  Yo  al  menos  antes  confe- 
sara veinte  pueblos  que  bolver  a  Constantíno- 
pla; mas  sí  después  fuera  sabido,  hera  el  pe- 
ligro. 

Pedro. — ¿Qué  peligro?  Tornaba  a  ser  es- 
clabo. 

Mata. —  No  digo  sino  por  haber  hecho 
aquello. 

Pedro.  — Siendo  esclabo  no  estimara  quan- 
tos  griegos  ni  judíos  había  en  lo  que  huello; 
antes  si  cojiera  alguno  dellos  le  moliera  a  palos 
y  me  saliera  con  ello,  no  me  la  fueran  a  pagar 
al  otro  mundo  los  que  me  descubrieran. 

Juan.  —  Como  no  teníais  ya  mas  que  perder, 
yo  lo  creo. 

Pedro.  — Hízolo  Dios  mejor,  que  9enamos 
bien,  avnque  de  quaresma,  temprano,  y  pusié- 
ronme en  cabezera  de  mesa  para  el  bende9Ír 
del  comer  y  beber. 

Juan. — ¿No  es  todo  vno? 

Pedro.  —  No,  que  primero  se  vendÍ9e  la 
mesa;  después  cada  vno  que  tiene  de  beber  la 
primera  vez  dize  con  la  copa  en  la  mano:  EJfo- 
gison  ejlogiinene;  Hechad  la  vendiqion,  padre 
vendito.  Eston9es  él  comien9a,  entre  tanto  que 
el  otro  bebe,  a  de9Ír  aquella  su  común  ora9Íon: 
Agios  o  Theos  os,  y  otro  tanto  a  quantos  ve- 
bieren  las  primeras  vezes,  avnque  haya  mili  de 
mesa. 

Mata. — Trabajo  es.  ¿Y  si  no  hay  fraire  ni 
clérigo? 

Pedro. — (')  Ellos  entre  si  la  jente  bulgar, 
y  avn  quando  el  fraire  o  clérigo  bebe,  también 
hechan  los  otros  la  vendÍ9Íon.  Y  acabada  la  9ena 
vimos  despuntar  dos  velas  por  detras  de  vna 
montaña  y  a9ercaronse,  y  heran  dos  nabíos 
cargados  de  trigo  que  venían  a  tomar  allí  bas- 
timento para  pasar  adelante.  Como  yo  los  vi, 
Dios  sabe  lo  que  me  holgué,  y  luego  los  patro- 
nes subieron  al  pueblo  a  comprar  lo  que  les  fal- 
taba; y  yo  le  híze  al  vno  llamar  en  secreto,  y 
pregúntele  adonde  iba.  üíxome  que  a  la  isla  de 
Metellin,  a  buscar  nabes  de  vene9Íanos  que  ve- 
nían a  buscar  trigo,  y  si  no  las  hallaban  allí, 
que  pasarían  al  Chio.  Pidilcs  de  mer9ed  que 
nos  llebasen  alia  pagándoles  su  trabajo. 

Juan. — ¿Herau  chrístíanos  o  turcos? 

(')  Ni  más  ni  menos. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


79 


Pedro,  -  Christianos.  ¡Oxala  fueran  turcos! 
No  querían,  por  más  ruegos,  hazerlo;  porque 
quantos  marineros  liai  tienen  esta  superstÍ9Íon, 
que  todo  el  mundo  no  se  lo  desencalabazará, 
acá  y  alia  en  toda  la  mar:  que  quando  lleban 
fraires  o  clérigos  dentro  el  nabio,  todas  las  for- 
tunas son  por  ellos. 

Juan. — Callad,  no  digáis  eso. 

Pedro. — Dios  no  me  remedie  si  no  es  tan 
verdad  como  os  lo  digo;  y  no  asi  como  quiera, 
sino  en  toda  la  mar  quan  espa9Íosa  es;  y  avn 
en  Bar9elona  ha  menester  más  fabor  vn  fraire 
para  embarcarse  que  fient  legos;  y  si  es  clérigo 
o  fraire,  sin  que  tenga  fabor,  asi  se  puede  ahor- 
car que  no  le  llebaran  si  no  los  engaña  con 
bestirse  en  abito  de  soldado. 

•Juan. — La  cosa  más  nueba  oyó  que  ja- 
mas oi. 

Pedro. — Preguntádselo  a  quantos  han  es- 
tado en  la  mar  y  saben  destas  cosas.  Fne  tanta 
la  importunación  y  ruegos,  que  lo  concedió  el 
vno,  y  dixome  que  me  embarcase  luego,  porque 
se  partirían  a  media  noche.  Yo  compre  de  presto 
vna  sartaza  de  aquellos  higos  buenos,  que  pe- 
saría media  arroba,  y  obra  de  vn  celemín  de 
nuezes  y  pan;  y  en  anocheciendo  baxamonos  a 
la  mar  y  embarcamonos,  y  a  media  noche  co- 
mencamos  de  caminar.  Habiendo  andado  como 
tres  leguas  llegaron  dos  galeras  de  turcos,  que 
iban  en  sigxiimiento  de  los  nabios,  y  mandaron 
amainar. 

Joan. — ¿Qué  es  amainar? 

Pedro.  — Quitar  las  velas  para  que  no  ca- 
mine más;  y  saltan  dentro  de  nuestros  nabios, 
y  prenden  los  (')  patrones  dellos  y  ponenlos  al 
remo,  y  llebabannos  a  todos. 

Mata. — ¿Pues  como  o  por  qué?  ¿No  había 
amistad  con  los  turcos? 

Pedro. — Si;  pero  liabía  prematíca  que  na- 
die sacase  trigo  para  llebar  a  vender,  y  para  eso 
estaban  aquellas  dos  galeras.  Considerad  lo  que 
podía  el  pobre  Pedro  de  Vrdímalas  sentir.  Yo 
luego  hize  de  las  tripas  coracon,  y  como  me  vi 
cobré  animo.  Y  en  verdí.d  que  el  capitán  turco 
y  muchos  de  los  suyos  me  conoscian  bien  en 
Constantínopla,  pero  no  en  aquel  habito.  Yo  les 
díxe:  Señores,  yo  conozco  que  estos  pobres 
christianos  han  pecado  contra  el  mandado  de 
nuestro  Gran  Señor;  pero,  en  fin,  la  pobreza 
incita  a  los  hombres  muchas  vezes  a  hazer  lo 
que  no  deben.  Obligados  sois  en  vuestra  lei  a 
tener  misericordia  y  no  hazer  mal  a  nadie.  Bien 
tengo  entendido  que  tomarnos  a  todos  podéis 
licitamente,  y  hazer  lo  que  fueredes  servidos; 
pero  también  sé  que,  idos  en  Constantinopla, 
ningún  intherese  se  os  sigue,  porque  habéis  de 
dar  por  quenta  todo  lo  que  los  patrones  confe- 

(')  capitanes. 


saren  que  traian  en  sus  nabios,  y  la  jente;  de 
manera  que  solamente  os  habéis  vosotros  dello 
el  hazer  mal  y  pensar  que  el  Gran  Turco  res- 
C¡be  servicio,  y  no  por  eso  se  le  acuerda  de  vos- 
otros. No  sabéis  en  lo  que  os  habéis  de  ver.  Pi- 
dos por  merced  que,  dandos  con  qué  hagáis  vn 
par  de  ropas  de  grana,  los  dexeis  ir,  y  aquello 
os  ganareis,  y  tenernos  eis  atodos  como  vues- 
tros esclabos.  Respondióme  sabrosamente  que 
por  haberlo  tan  bien  dicho  determinaban  dexar- 
los,  pero  que  el  dinero  que  daban  hera  poco.  Yo 
repliqué  que  no  hera  sino  muy  mucho  para  ellos, 
pues  daban  lo  que  tenian  todo  y  heran  pobres. 
Yo  lo  hize  en  fin  por  cinquenta  ducados,  que 
no  pensaron  los  otros  pobres  se  hiziera  con- 
mill,  y  soltai'onnos  y  dexaronnos  ir  (').  Luego 
vinieron  a  mí  los  patrones  entrambos,  y  me  lo 
agradescieron  como  hera  racou. 

Mata. — ¡Mirad  quánto  haze  hazer  bien  sin 
mirar  a  quién!  Tan  esclabos  heran  esos,  si  vos 
no  os  hallabais  alli,  como  vos  lo  habláis  sido. 

Pedro, — Eso  bien  lo  podéis  creer. 

Juan. — De  alli  adelante  bien  os  trataran  en 
sus  nabios. 

Pedro. — Muy  bien  si  durara;  mas  aina  me 
dieran  el  pago  si  Dios  no  me  tubiera  de  su 
mano. 

Mata. — ¿También  deshizistes  la  amistad, 
como  con  los  turcos  y  judios  solíais  hazer? 

Pedro. — Y  avn  más  de  beras,  porque  no 
vbiera  sido  la  riña  de  palabra.  Caminamos  por 
nuestra  mar  adelante  con  razonable  viento,  y  ya 
que  estábamos  junto  a  Metellin,  donde  iban, 
revolvió  vn  viento  contrario  y  dio  con  nosotros 
en  la  isla  de  Lemno,  no  con  menor  fortuna  que 
la  pasada.  Tubieron  consejo  para  ver  cómo  po- 
drían salvar  las  vidas,  que  se  veian  ir  todos  a 
perescer.  Dixeron  que  si  no  hechaban  los  frai- 
res en  la  mar  no  cesarían  jamas,  porque  no  ha- 
llaban causa  otra  por  donde  se  moviese  seme- 
jante fortuna.  Ya  todos  muy  determinados  de 
lo  hazer,  inspiró  Dios  en  los  patrones  y  dixe- 
ron: Por  el  bien  que  nos  han  hecho,  mátelos 
Dios  y  no  nosotros;  ya  no  se  excusa  que  no  de- 
mos al  trabes.  Quando  si  Dios  quisiere  nos  va- 
mos de  aquí,  los  dexaremos  y  no  irán  con  nos- 
otros ;  y  en  esto  la  mar  echó  fuera  nuestros  na- 
bios, y  quiso  Dios  que  no  peligraron  cosa  ningu- 
na, mas  de  quedar  en  seco.  La  fortuna  duró  ocho 
dias,  en  los  quales,  con  mucho  mayor  frió,  nos 
hizieron  dormir  fuera  de  los  nabios,  y  avn  oxala 
vbiera  alguna  mata  a  donde  nos  acojer  o  pan 
siquiera  que  comer.  Esta  isla  es  muy  abun- 
dantissima  de  pan  y  vino,  y  ganado;  pero  de 
arboles  no,  porque  es  toda  paramo;  no  tiene  en 
veinte  leguas  al  derredor  más  de  vn  olmo,  que 
está  junto  a  vna  fuente. 

(')  mira. 


80 


autobiografías  y  memorias 


Mata,— ¿Pues  con  qué  se  calientan? 

Pedro. — Por  mar  traen  la  leña  de  otra 
parte,  y  los  sarmientos  que  de  las  viñas  tienen 
y  algunas  ailagas.  El  viento  que  liazia,  cierno 
que  acá  llamáis,  hera  terrible,  y  a  que  no  se  po- 
dia  resistir,  porque  si  no  es  vn  rimero  de  pie- 
dras que  los  pastores  tenian  hecho  para  ponerse 
detras  dellas,  ninguna  otra  pared,  árbol  ni  mata 
habia  allí.  Hartos  de  pazer  yerba  nos  metiamos 
a  espulgarnos,  y  labamos  nuestras  camisas  y 
zaragüelles;  y  después  de  seco,  quando  fui  por 
ello,  vilo  tan  manchado  como  si  no  lo  vbiera 
lavado,  y  no  sabia  que'  pudiese  ser,  pues  yo 
bien  lo  habia  fregado,  y  halle'  que  heran  muchos 
millones  de  rebaños  de  piojos,  que  como  no  se 
habia  hechado  agua  caliente,  quando  estaban 
las  camisas  mojadas  no  se  pareS9Ían,  pero  con 
el  sol  habian  rebibido. 

Mata. — Grande  crueldad  hera  la  de  aquellos 
perros,  que  ansi  se  pueden  llamar,  y  el  trabajo 
de  no  comer  sino  yerba,  no  menor. 

Pedro. —  (')  Quanto  más  que  como  hera 
mes  de  hebrero  habia  pocas  y  pequeñas,  y  como 
la  hambre  acusaba,  comiendo  de  prisa  y  no  ad- 
virtiendo, topaba  con  alguna  que  amargaba, 
otra  que  espinaba  y  otra  que  abrasaba  la  boca. 

Joan.— ¿Pues  no  habia  pueblos  en  esa  isla? 

Pedro. — Sí  habia  más  de  treinta,  a  quatro 
leguas  de  distan9Ía;  pero  no  osaba  apartarme 
de  los  nabios,  por  saber  quando  se  iban,  que 
las  cosas  de  mar  son  inciertas.  Dentro  de  vn 
instante  se  alza  la  mar,  y  se  amansa;  y  queria 
probar  a  ver  si  vsaran  de  misericordia;  ya  como 
la  fortuna  fue  adelante,  determinaron  los  pa- 
trones de  irse  al  primer  pueblo  a  borrachear, 
y  nosotros  fuimonos  tras  ellos,  por  comprar  pan 
que  comer.  Y  hera  tanto  el  frió  que,  con  cami- 
nar medio  corriendo  y  cargado,  no  sentia  miem- 
bro de  todo  el  cuerpo,  y  los  ojos  estaban  que 
no  los  podia  menear,  quasi  como  paralitico. 
Llegados  al  pueblo,  en  la  primera  casa  del  es- 
taban borracheando  muchos  griegos  en  vn  des- 
posorio, y  como  yo  preguntase  si  hallaría  por 
los  dineros  vn  poco  de  pan,  ellos  nos  hizieron, 
movidos  a  compasión,  sentar,  y  como  hera  qua- 
resraa  no  tenian  sino  habas  remojadas  y  pasas; 
y  como  vieron  que  no  podia  tomar  el  j)an  con 
las  manos  (^),  mandaron  sacar  a  la  mesa  vn 
poco  de  fuego,  y  al  primer  bocado  que  comi 
luego  el  escanciador  me  dio  vna  copa  de  agua 
ardiente,  que  avnque  en  mi  vida  lo  habia  bebi- 
do, me  supo  tan  bien  que  no  fue  menester  más 
brasero,  y  quedé  todo  confortado. 

Mata. — ¿Aguardiente  a  comer?  ¿a  qué  pro- 
posito? 

Pedro. — Tan  vsado  es  en  todas  las  comidas 


(*)  Avn  raizas. 
(')  metióme  vno. 


de  conversa9Íon  en  Grecia  y  toda  Turquía  el 
beber  dos  o  tres  vezes,  las  primeras  de  aguaar- 
diente,  que  lo  llaman  raqui,  como  acá  vino 
blanco. 

Juan. —  ¿No  los  abrasa  los  hígados  y  boca? 

Pedro. — No,  porque  lo  tienen  en  costum- 
bre, y  tampoco  es  lo  primero  que  es  demasiado 
de  fuerte,  sino  lo  segundo  que  llaman. 

Juan. — ¿Hazenlo  a  falta  de  vino  blanco? 

Pedro. — No  por  cierto,  que  no  falta  mal- 
basia  y  moscatel  de  Candía;  antes  tienen  más 
blanco  que  tinto;  sino  porque  la  mayor  honrra 
que  en  tales  tiempos  hai  es  el  que  primero  se 
emborracha  y  se  cae  a  la  otra  parte  dormido;  y 
como  medio  en  ayunas,  con  los  primeros  boca- 
dos, veben  el  raqui,  luego  los  comienza  a  de- 
rribar; y  avn  las  mugeres  turcas  y  griegas, 
quando  entre  sí  hazen  fiestas,  luego  anda  por 
alto  el  raqui. 

Mata. ^ ¿Tan  jente  bebedora  es  la  griega? 

Pedro. — Como  los  alemanes  y  más.  Saibó 
que  en  esto  difieren,  que  los  alemanes  beberán 
pocas  vezes  y  vn  cangilón  cada  vez;  mas  los 
griegos,  avnque  beben  mucho,  comen  muy  poco 
y  beben  tras  cada  bocado  con  pequeñita  taza. 
Podéis  creer  que  de  como  el  que  escan9Ía  toma 
la  copa  en  la  mano,  avnque  no  sean  más  de 
tres  de  mesa,  hasta  que  se  hayan,  que  no  ce- 
sará la  copa  ni  porná  los  pies  en  suelo  avnque 
dure  la  comida  dieciseis  horas,  como  suele. 

Mata. — ¿Que  deviséis  horas  vna  sola  co- 
mida? Pues  avnque  tubiesen  todos  los  manjares 
que  hai  en  el  mundo  bastaban  tres. 

Pedro.—  Por  no  tener  manjares  miichos  son 
largas,  que  si  los  tubiesen  presto  se  enhada- 
rian.  Con  vn  platico  de  azitunas  y  vn  tara9on 
de  pescado  salado,  crudo,  entre  diez,  hai  buena 
comida;  y  antes  que  se  acabe  beberán  cada  seis 
vezes;  luego  si  hai  huebos  con  cada  sendos 
asados,  tardandolos  en  comer  dos  horas,  bebe- 
rán otras  tantas  vezes. 

Mata. — ¿Pues  en  qué  tardan  tanto? 

Pedro. — Como  no  va  nadie  tras  ellos,  y  son 
tan  habladores  que  con  el  huebo  o  la  taza  en 
la  mano  contará  vno  vn  quento  y  escuchará 
quatro. 

Mata. — ¿Parleros  son  al  comer  como  viz- 
caínos? 

Pedro. — Con  mucha  más  crian9a,  que  esos 
parlan  siempre  a  troche  moche  y  ninguno  calla, 
sino  todos  hablan;  mas  los  griegos,  en  hablando 
vno,  todos  callan,  y  le  están  escuchando  con 
tanta  aten9Íon  que  temían  por  muy  mala 
crianca  comer  entre  tanto;  y  no  os  marabilleis 
de  deoiseis  horas,  porque  si  es  algo  de  arte  el 
combite,  sera  manteniendo  tela  dos  días  con 
sus  noches;  agora  sacan  vn  palmo  de  longa- 
niza; de  aquí  a  vn  hora  hostrias,  que  es  la  cosa 
que  más  comen;  tras  éstas,  vn  poco  de  hinojo 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


81 


cozido  con  garban90S  o  espinacas;  de  alli  a  qua- 
tro  horas  vn  peda9Íllo  de  queso;  luego  sendas 
sardinas;  si  es  dia  de  carne,  vn  poco  de  zezina 
cruda,  y  desta  manera  alargan  el  combite  quanto 
quieren. 

Mata. — ¿Cómo  pueden  resistir? 

Pedro.  — Yos  lo  diré:  vno  duerme  a  este 
lado,  otro  a  estotro;  quando  despiertan  comen 
y  levantanse;  otros  que  van  a  mear  o  hazer  de 
sus  personas,  y  ansi  anda  la  rueda  y  nunca 
para  el  golondrino. 

Mata. — ¿Qué  llaman  golondrino? 

Pedro. — Vnos  barriles  de  estaño  que  en 
toda  Grecia  vsan  por  jarros,  hechos  al  tor- 
no, muy  galanes,  de  dos  asas,  que  se  dan  en 
dotes,  y  la  que  lleba  quatro  no  es  de  las  menos 
ricas. 

Mata.  -  ¿Qué  fue  del  combite  de  la  isla  de 
Lemno? 

Pedro. — El  desposado  luego  me  trajo  em- 
presentado vn  grande  jarro  de  vino  de  vna 
pipa  que  habia  comentado,  y  pan  no  faltaba; 
comi  fasta  que  me  harté  y  conteles  el  cómo  ha- 
bia dado  al  trabes,  y  compré  en  el  pueblo  vna 
dozená  de  panes;  y  dixe  a  mi  compañero  que 
nos  volviésemos  a  estar  junto  a  los  nabios  avn- 
que  peres9Íesemos  de  frió,  porque  si  se  iban  sin 
nosotros  no  teníamos  qué  comer  y  en  mili  años 
no  hallaríamos  quien  nos  llebase.  Partimonos 
a  media  noche,  consolados  con  el  comer  y  des- 
consolados de  no  haber,  con  el  frió  que  hazia, 
donde  meter  la  cabeza  que  se  defendiese  del 
aire,  y  metimouos  junto  a  un  arroyo  que  baxaba 
a  la  mar,  algo  hondo,  de  donde  atalayábamos 
los  nabios  quando  aparejaban  de  irse.  Como  no 
pesaba  la  fortuna,  los  marineros,  desesperados, 
determinaron  de  irse  de  alli,  porque  habia  nueba 
de  cosarios,  adonde  la  ventura  los  llebase,  y  co- 
men9aron  a  sacar  las  anchoras.  Fuimos  presto 
a  que  nos  tomasen  y  hecharonnos  con  el  dia- 
blo. Yo  comen9e  de  aprovecharme  del  abito 
que  traia,  que  hasta  alli  no  lo  habia  hecho. 

Juan. — ¿Cómo  aprobechar?  ¿No  habíais  sido 
dos  meses  fraire? 

Pedro. — Digo  a  ser  importuno,  y  pidir  por 
amor  de  Dios. 

Mata. — También  las  mata  Pedro  algunas 
vezes  callando. 

Juan. — Sí,  que  Hebro  lleba  la  fama  y  Duero 
el  agua. 

Pedro. — Ya  como  no  aprobechaba  nada  y 
se  partían,  dixe  que  no  quería  ir  con  ellos; 
pero  por  el  bien  que  a  los  patrones  habia  hecho 
les  rogaba  que  m'escuchasen  dos  palabras.  Res- 
pondieron que  no  habia  qué,  porque  ellos  ya  no 
iban  al  Chio,  sino  a  buscar  nabes  de  christia- 
nos  de  acá  a  quien  vender  su  trigo,  y  que  si 
fueran  al  Chio  olgaran  de  Uebarme.  Tanto  los 
importuné,  que  saltaron  en  vn  batel  a  ver  qué 


secreto  les  quería  dezir.  Y  tomólos  (')  -detrás  de 
vn  peñasco  y  digo:  Señores,  la  causa  porque  no 
queréis  que  vaya  con  vosotros  es  por  ser  frai- 
res;  pues  sabed  que  ni  lo  soi  ni  avn  querría, 
sino  somos  dos  españoles  que  venimos  desta  y 
desta  manera ;  y  para  que  lo  creáis  arremangué 
el  habito  y  mostréle  el  jubón  y  la  camisa  labrada 
de  oro,  que  junta  con  las  carnes  traia,  y  vnas 
muy  buenas  calzas  negras  que  debaxo  estos  (2) 
bor9eguilazos  traia.  Y  en  lo  que  dezis  que 
vais  a  buscar  naos  de  christianos,  eso  mesmo 
busco  yo.  Oy  podéis  redimir  dos  cautibos;  mi- 
rad lo  que  hazeis.  Enternescioseles  algo  el  co- 
ra9on  y  dixeron:  ¿Por  qué  no  lo  habíais  dicho 
hasta  agora?  Dixeles  que  porque  sabia  que  to- 
dos los  griegos  prendían  los  cautibos  que  se 
huían  y  no  los  querían  encubrir.  Tomáronme 
eston9es  de  buena  gana  y  metiéronme  en  sus 
nabios,  y  dixeron  que  no  me  descubriese  á  nin- 
gún marinero,  y  caminamos  con  tanta  fortuna 
que  me  holgara  de  haberme  quedado  en  tierra; 
porque  comen9Ó  a  entrar  tanta  agua  dentro, 
que  no  lo  podíamos  agotar.  Llegamos  en  Me- 
tellin,  en  vn  puerto  'que  llaman  Sigre,  adonde 
pensaban  hallar  naos,  y  como  no  vbiese  nin- 
guna, pasaron  con  toda  su  fortuna  al  Chio. 

Mata. — ¿No  podían  esperar  en  aquel  puerto 
a  que  pasase  la  fortuna? 

Pedro.  —  Habia  gran  miedo  de  infinitos 
cosarios  que  por  alli  andan;  y  también  la  for- 
tuna, aunque  grande,  hera  favorable  en  11c- 
bar  hacia  alia.  A  media  noche  fue  Dios  ser- 
vido, con  grandissimo  peligro,  que  llegamos 
en  el  Delfín,  que  es  vn  muy  buen  puerto  de 
la  mesma  isla  del  Chio,  seguros  de  la  mar, 
mas  no  de  los  cosarios,  que  hai  más  por  alli 
que  en  todo  el  mundo,  porque  no  hai  pueblo  (*) 
que  lo  defíenda,  y  de  allí  a  la  9Íbdad  son  siete 
leguas.  Rogue  a  los  patrones  que  nos  echasen 
en  tierra,  y  heché  mano  a  la  bolsa  y  diles  hobra 
de  vn  ducado  que  bebiesen  aquel  día  por  amor 
de  mí.  Y  no  le  queriendo  tomar,  les  dixe  que 
bien  podían,  porque  ido  yo  a  la  9¡bdad  seria 
más  rico  que  ellos.  Tomáronlo  y  abisaronme 
que,  por  quanto  habia  tantos  cosarios  por  alli 
que  tenían  emboscadas  hechas  en  el  bosque  por 
donde  yo  había  de  ir,  para  cojer  la  jente  que 
pasase,  mirase  mucho  cómo  iba.  Yo  fui  por  vn 
camino  orillas  del  mar,  más  escabroso  y  mon- 
tañoso que  en  Monte  Santo  habia  visto,  y  de 
tanto  peligro  de  los  cosarios  que  habia  dos  me- 
ses que  de  la  9Íbdad  nadie  osaba  ir  por  él ;  y 
aun  os  digo  más  que  cuando  llegamos  al  pueblo 
todos  nos  dixeron  que  diésemos  gra9Ías  á  Dios 
por  todos  los  peligros  de  que  nos  habia  sacado, 
y  más  por  aquel,  que  era  mayor  y  más  9Íerto 

(')  debaxo. 
(!")  vnos. 
(s)  alli. 


82 


autobiografías  y  memorias 


que  todos,  porque  en  más  de  vu  año  no  pasó 
nadie  que  no  fuese  muerto  o  preso. 

Mata. — ¿Y  alli  estabais  en  tierra  de  chris- 
tianos  seguros? 

Pedro. — íío  mucho,  porque  avnque  es  de 
christianos,  y  los  mejores  que  liai  de  aqui  alia, 
cada  dia  hai  muchos  turcos  que  contratan  con 
ellos,  y  si  fuesen  conoscidos  los  cautivos  que 
han  huido,  se  los  harán  luego  dar  a  sus  patro- 
nes; porque  en  fin,  avnque  están  por  sí,  son 
subjetos  al  turco  y  le  dan  parias  cada  vn  año. 

Juan. — ¿A  dónde  cae  esa  isla? 

Pedro. — Cien  leguas  más  acá  de  Constan- 
tinopla  y  otras  tantas  de  Chipre,  y  las  mesmas 
del  Cairo  y  Alexandria  y  Candia;  a  todas  estas 
está  en  igual  distancia,  y  9Ínquenta  leguas  de 
Rodas.  Es  escala  de  todas  las  nabes  que  van 
y  vienen  desde  SÍ9Ília,  Esclabonia,  Vene^ia  y 
Constantinopla  al  Cairo  y  Alexandria. 

Mata. — ¿Qué  llamáis  escala? 

Pedro.— Que  pasan  por  alli  y  son  obligadas 
a  pagar  vn  tanto,  y  alli  toman  quanto  basti- 
mento han  menester  y  compran  y  venden,  que 
la  9Íbdad  es  de  muchos  mercaderes. 

Juan. — ¿Qué,  tan  grande  es  la  isla? 

Pedro. — Tiene  treinta  y  seis  leguas  al  de- 
rredor. 

Juan. — ¿Cuia  es? 

Pedro. —  Como  Vene9Ía,  es  señoria  por  sí, 
y  ríjese  por  siete  señores  que  cada  año  son  ele- 
gidos. 

Juan. — ¿De  qué  nación  son? 

Pedro. — Todos  ginobeses,  gentiles  hombres 
que  llaman,  de  casas  las  prin9Ípales  de  Genova, 
y  hablan  griego  y  italiano.  Solía  esta  isla  ser  de 
Genoba  en  el  tiempo  que  mandaban  gran  parte 
del  mundo,  y  avn  agora  le  conos9e  esta  supe- 
rioridad, que  la  9Íbdad  nombra  estos  siete  seño- 
res y  Genoba  los  confirma. 

Juan. — ¿Hai  más  de  vna  9Íbdad? 

Pedro.  — No;  mas  villas  y  pueblos  más  de 
9Íento. 

Juan. —  ¿Qué,  tan  grande  es  la  9Íbdad? 

Pedro. — De  la  mesma  manera  que  Burgos, 
y  más  galana ;  no  solamente  la  9Íbdad,  pero 
toda  la  isla  es  vn  jardin,  que  tengo  para  mí  ser 
vn  paraiso  terrenal.  Podra  prober  a  toda  Espa- 
ña de  naranjas,  y  limón  y  9Ídras,  y  no  ansi 
como  quiera,  sino  que  todo  lo  de  la  vera  de  Pla- 
sen9Ía  y  Balenfia  puede  callar  con  ello.  Entran- 
do vn  dia  en  vn  jardin  os  prometo  que  vi  tantas 
caídas  que  de  solas  ellas  podian  cargar  vna  nao, 
y  ansi  valen  en  Constantinopla  y  toda  Turquía 
muy  baratas  por  la  grandissima  abundan9Ía.  La 
jente  en  sí  está  subjeta  a  la  Iglesia  romana;  y 
entrado  dentro,  en  el  traje  y  vsos,  no  diréis  sino 
que  estáis  dentro  de  Genoba;  mas  difieren  en 
bondad,  porque  avnque  los  ginoveses  son  ra90- 
nable  jente,  éstos  son  la  mejor  y  más  caritativa 


que  hai  de  aqui  alia.  Avnque  saben  que  serian 
castigados  y  quÍ9as  destruidos  del  turco  por 
enculirir  cautivos  que  se  huyen,  por  estar  la  más 
9ercana  tierra  de  chistianos,  no  los  dexaran  de 
acoxer  y  regalar,  y  dándoles  bastimento  ne9e- 
sario  los  meten  en  vna  de  las  nabes  que  pasan 
para  que  vengan  seguros.  Tienen  fuera  de  la 
9Íbdad  un  monasterio,  que  se  llama  Sánete 
Sidero,  en  el  qual  hai  vn  fraire  no  más,  y  alli 
hazen  que  estén  los  que  se  huyen  todos  escon- 
didos, y  del  publico  herario  mantienen  vn  hom- 
bre que  tenga  quenta  de  llebarles  cada  dia  pan 
y  vino,  carne,  pescado  y  queso  lo  ne9esario,  y 
el  que  estando  yo  alli  lo  hazia  se  llamaba  mas- 
tre  Pedro  el  Bombardero. 

Juan. — ¿  Qué  tributo  pagan  esos  al  Gran 
Turco? 

Pedro. — Cator9e  mili  ducados  le  dan  cada 
año,  y  están  por  suyos  con  tal  que  no  pueda  en 
toda  la  isla  bibir  ningún  turco;  sino  como  vene- 
9Íanos,  están  amigos  con  todos,  y  res9Íben  á 
quantos  pasan  sin  mirar  quién  sea,  y  tratan  con 
todos. 

Juan. — Estos  dineros  ¿cómo  se  pagan?  ¿De 
algún  repartimiento? 

Pedro. — No,  sino  Dios  los  paga  por  ellos, 
sin  que  les  cueste  blanca. 

Mata. — ¿Cómo  es  eso? 

Pedro. — Hai  vn  pedazo  de  terreno  que  sera 
quatro  -leguas  escasas,  donde  se  haze  el  almas- 
tica,  y  de  alli  salen  cada  año  15  ó  20  mili  du- 
cados para  pagar  sus  tributos. 

Mata.— ¿Qué  es  almastica?  ¿Cómo  es? 

Juan.— ¿Nunca  habéis  visto  vno  como  en- 
9Íenso,  sino  que  es  mas  blanco,  que  hai  en  las 
boticas? 

Pedro.  —  Es  vna  goma  que  llora  el  lentisco, 
como  el  pino  termentina. 

Mata. — Pues  desos  acá  hai  hartos;  mas  no 
veo  que  se  haga  nada  dellos,  sino  mondar  los 
dientes. 

Pedro. — También  hai  alia  hartos,  que  no  lo 
traen  en  lo  que  mucho  se  engrandes9e  la  po- 
tencia del  Criador,  que  en  solamente  aquel  pe- 
da90  que  mira  derecho  á  medio  dia  se  haze,  de 
tal  manera  que  en  toda  la  isla,  aunque  está  llena 
de  aquellos  arboles,  no  hai  señal  della.  Y  más 
os  digo,  que  si  este  árbol  que  trae  almastica  le 
quitan  de  aqui  y  le  pasan  dos  pies  más  adelante 
o  atrás  de  donde  comien9a  el  termino  de  las 
quatro  leguas,  no  traerá  mas  señal  de  almastica; 
y  al  contrario,  tomando  vn  salvaje,  que  nunca 
la  tubo,  y  trasplantándole  alli  dentro,  la  trae 
como  los  otros. 

Mata. — Increíble  cosa  me  contais. 

Pedro. — Podeisla  creer,  como  eréis  que  Dios 
está  en  el  9Íelo;  porque  lo  he  visto  con  estos 
ojos  muy  muchas  vezes. 

Mata. — ¿Y  cómo  lo  hazen? 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


83 


Pedro. — El  pueblo  como  por  veredas  es  obli- 
gado a  labrarlo  y  tener  el  suelo  limpio  como  el 
ojo,  porque  quando  lloran  los  arboles  y  cae  no 
se  ensu9Íe;  todos  los  arboles  están  sajados  y 
por  allí  sale,  y  ningún  particular  lo  puede  tomar 
para  vender,  so  pena  de  la  vida,  sino  la  mesma 
señoría  lo  mete  en  vnas  cajas  y  da  con  parte 
dello  a  Genoba  y  otra  parte  a  Constantinopla; 
y  tienen  otra  prematica  que  no  se  puede  vender 
cada  caja,  que  ellos  llaman,  menos  de  9Íent  du- 
cados, sino  que  antes  la  derramen  en  la  mar  y  la 
pierdan  toda. 

Juan.— ¿Pues  no  la  hai  en  otra  parte? 

Pedro. — Agora  no,  ni  se  escribe  que  la  aya 
abido,  sino  alli  y  en  Egipto;  mas  agora  no 
pares9e  la  otra,  antes  el  Gran  Señor  ha  procu- 
rado lo  más  del  mundo  en  todas  las  partes  de 
su  imperio  probar  a  poner  los  arboles  sacados 
de  alli,  y  jamas  aprobecha. 

Juan. —  ¡Qué  tiene  de  aprobe-^har,  si  en  la 
mesma  isla  avn  no  basta  fuera  de  aquel  termino! 

Mata. — ¿De  que'  sirbe? 

Pedro. — De  muchas  cosas:  en  med¡9Ína,  y 
a  muchos  mandan  los  médicos  mascarla  para 
desflemar,  y  siempre  se  está  junta,  y  por  eso  se 
llama  almastica,  porque  masticar  es  mascar. 
Los  turcos,  como  la  tienen  fresca,  la  vsan  mu- 
cho para  limpiar  los  dientes,  que  los  dexa  blan- 
cos y  limpios. 

Mata. — Ya  la  he  visto;  agora  cayo  en  la 
quenta;  un  oidor,  nuestro  vezino,  la  mascaba 
cada  día. 

Juan. — Esa  mesma  es.  ¿Y  cómo  llegastes 
en  la  cibdad?  ¿Seriáis  el  bien  venido? 

Pedro.  —  Llegar  me  dexaron  a  la  puerta, 
mas  no  entrar  dentro. 

Mata. — ¿Por  qué? 

Pedro. —  Por  la  grande  diligen9¡a  que  tienen 
de  que  los  que  vienen  de  parte  donde  hai  pesti- 
len9Ía  no  comuniquen  con  ellos  y  se  la  peguen; 
y  como  yo  no  pude  negar  dónde  venia,  mandá- 
ronme ir  a  Sancto  Sidero,  y  alli  embio  la  seño- 
ría vno  de  los  siete  que  me  preguntase  quién 
hera  y  qué  quería;  y  como  le  conté  el  caso,  dixo- 
me  que  m'estubiese  quedo  en  aquel  monasterio 
y  alli  se  me  seria  dado  recado  de  todo  lo  necesa- 
rio; mas  de  vna  cosa  me  advertía  de  parte  de  la 
señoría:  que  no  saliese  adonde  fuese  visto  de 
algún  turco;  porque  si  me  conosfian  y  me  de- 
mandaban no  podían  dexar  de  darme,  pues  por 
vn  hombre  no  tenia  de  perderse  toda  la  isla. 
Llamábase  éste  Nicolao  Grímaldo  (}). 

Juan.  —¿Qué  quiere  de9Ír  Grimaldo?  (^). 

Pedro. — Es  nombre  de  vna  casa  de  gíno- 
veses  antiguos.  Hai  tres  casas  principales  en 
Chio:  Muñeses,  Grimaldos,  Garribaldos.  Para 


(•)  Garribaldo. 
(")  (larri baldo. 


aquella  noche  no  faltó  de  9enar,  porque  mi  com- 
pañero tenia  alli  vn  firujauo  catalán  pariente, 
que  se  llamaba  mase  Pedro,  hombre  valeroso 
ansí  en  su  arte  como  por  su  persona,  bien  amigo 
de  amigos,  y,  lo  que  mejor,  tenía  bien  quisto  en 
toda  la  9Íbdad.  Yo  rogue  a  vno  de  aquellos 
señores  que  me  llamasen  alli  a  vno  de  los  del 
año  pasado  que  la  Señoría  había  embiado  por 
embaxador  a  Constantinopla,  para  qiie  le  queiña 
hablar,  el  qual  a  la  hora  vino. 

Juan. — ¿Qué  tanto  es  el  monesterio  de  la 
5ibdad? 

Pedro.  —  Vn  tiro  de  vallesta;  y  conos9Íome, 
avnque  no  a  prima  faqie;  porque  estando  yo  en 
Constantinopla  camarero  de  (^inan  Baxa,  todos 
los  neg09Íantes  habían  de  entrar  por  mi  mano; 
y  como  arriba  dixe  procuraba  siempre  destar 
bien  con  todos,  y  quando  venían  nego9Íos  de 
christianos  yo  me  les  afi9Íonaba,  deseando  que 
todos  alcan9asen  lo  que  deseaban.  Cada  vez  que 
aquel  embaxador  quería  hablar  con  mi  amo  le 
hazia  entrar.  Allende  desto,  como  yo  hera  inter- 
prete de  todos  los  negofios  de  christianos,  lleva- 
ba vna  carta  de  la  Señoría  de  Chio  para  Ciñan 
Baxa,  y  no  iba  escrita  con  aquella  crian9a  y  so- 
lemnidad que  a  tal  persona  se  requería;  y  9Íer- 
tamente,  si  yo  la  leyera  como  iba,  él  no  nego- 
9Íara  nada  de  lo  que  quería. 

Mata.  — ¿Pues  alia  se  mira  en  eso? 

Pedro. — Mejor  que  acá.  En  el  sobreescrito 
le  llamaban  capitán  general,  que  es  cosa  que 
ellos  estiman  en  poco,  sino  almirante  de  la  mar, 
que  en  su  lengua  se  dije  beglerbei;  tratábanle 
de  señoría,  y  abianle  de  llamar  ex9elencia;  y 
esto  de  quatro  en  quatro  palabras.  Como  yo  vi 
la  carta,  con  deseo  que  alcan9asen  lo  que  pídían, 
leyla  a  mi  proposito,  supliendo  como  yo  sabia 
tan  bien  sus  costumbres,  de  manera  que  quedó 
muy  contento  y  vbo  consejo  conmigo  de  lo  que 
había  de  hazer,  y  le  híze  despachar  como  que- 
ría, abisandole  que  otra  vez  vsasen  de  más 
crian9a  con  aquellos  Baxás;  y  el  quedó  con  toda 
la  obliga9Íon  posible,  ansí  por  el  buen  despacho 
como  por  la  breuedad  del  negofiar;  y  como  me 
vio  y  nos  hablamos,  fue  a  la  9ibdad  y  juntada 
la  señoría  les  dixo  quien  yo  hera  y  lo  que  había 
hecho  por  ellos,  y  que  me  podrían  llamar  libe- 
rador de  la  patria  y  como  a  tal  me  hiziesen  el 
tratamiento.  De  tal  manera  lo  cumplieron,  que 
en  28  días  que  alli  estube  fui  el  más  regalado 
de  presentes  de  todo  el  mundo,  tanto  que  no 
consentían  que  comiese  otro  pan  sino  rosquillas. 
Podía  mantener  30  compañeros  con  lo  que  alli 
me  sobraba.  Mandaron  también,  para  más  me 
hazer  fiesta,  que  los  siete  señores  se  repartiesen 
de  manera  que  cada  día  vno  fuese  a  estar  con- 
migo en  el  monesterio  a  mantenerme  conversa- 
9Íon.  Pues  de  damas,  como  hera  quaresma,  que 
iban  a  las  estaciones,  tampoco  faltó.  Alli  hallé 


84 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


vn  mercader  que  iba  en  Constantinopla,  el  qual 
llebaba  comisión  de  vn  caballero  de  los  princi- 
pales d'España  para  que  me  rescatase,  y  pidile 
dineros  y  no  me  dio  mas  de  9Ínco  escudos  y 
otros  tantos  en  ropa  para  vestirme  a  mí  y  a  mi 
compañero. 

Mata. — ¿Pues  qué  bestidos  hizistes  con  cin- 
co escudos  dos  compañeros? 

Pedro. — Buenos,  a  la  marineresca;  que  claro 
es  que  no  habian  de  hazerse  de  carmesi. 

Mata. — ¿Y  en  habito  de  t'rairesos  festejaban 
las  damas? 

Pedro. — Al  principio  si;  porque  vn  dia,  el 
segundo  que  llegamos,  yo  estaba  al  sol  tras  vna 
pared,  y  llegaron  quatro  señoras  principales  en 
riqueza  y  hermosura,  y  como  vieron  a  mi  com- 
pañero, fueron  a  besarle  la  mano.  El  de  ver- 
güenza huyó  y  no  se  la  dio,  sino  escondióse. 
Quedaron  las  señoras  muy  escandalizadas,  y 
como  yo  las  senti,  sali  y  vilas  santiguándose. 
Pregúnteles  en  griego  que  de  qué  se  maravilla- 
ban. Dixo  vna  no  sé  quasi,  que  no  le  alcancaba 
vn  huelgo  a  otro:  Estaba  aqui  vn  fraire  y  qui- 
simosle  vesar  la  mano  y  huyó;  creemos  que  no 
debe  de  ser  digno  que  se  la  besemos.  Digo:  No 
se  maravillen  vuestras  mercedes  dcso,  que  no 
es  sacerdote;  yo  lo  soi.  En  el  punto  que  lo  dixe, 
arremetieron  a  porfía  sobre  quál  ganaría  primero 
los  perdones.  Yo  a  todas  se  la  di  liberalmente, 
y  a  cada  vna  hechaba  la  veiidicion,  con  la  qual 
pensaban  ir  sanctificadas,  como  lo  contaron  en 
la  c¡bdad.  Ya  andaba  el  rumor  que  se  habian 
escápalo  dos  christiauos  en  habito  de  fraires  y 
estaban  en  Sancto  Sidero.  Halláronse  tan  corri- 
das, que  fueron  otro  dia  alia,  y  quando  yo  sali 
a  saludarlas  y  darles  la  mano,  vna  llevaba  vn 
palillo  con  que  me  dio  un  golpe  al  tiempo  que 
estendi  la  mano,  y  armóse  grande  conversación 
sobre  que  yo  no  tenia  ojos  de  fraire ;  y  ningún 
dia  faltaron  de  alli  adelante  que  no  fuesen  a 
visitarme  con  mili  presentes  y  a  dancar.  Al  cabo 
de  vn  mes  partíase  vna  nabe  cargada  de  trigo, 
y  el  capitán  della  hera  pibdadano,  y  habia  tam- 
bién otros  doce  christiauos  que  se  habian  dellos 
rescatado,  dellos  huido,  y  mandóle  la  señoria  que 
nos  traxese  alli  hasta  Sicilia,  dándoles  a  todos 
bizcocho  y  queso,  pero  a  mí  no  nada,  sino  man- 
daron al  capitán  que  no  solamente  me  diese  su 
mesa,  mas  que  me  hiziese  todos  los  regalos  que 
pudiese,  haziendo  cuenta  que  traia  a  vno  de  los 
siete  señores  del  Ohio;  y  ansí  me  embarqué  y 
fuimos  a  vn  pueblo  de  Troya,  alli  cerca,  que  se 
llama  Siuirne,  de  donde  fue  Omero,  a  acabar 
de  cargar  trigo  la  nabe  para  partirnos. 

Juan. — ¿De  Troia,  la  mesma  de  quien  es- 
criben los  poetas? 

Pedro. — De  la  mesma. 

Mata. —  ¿Pues  avn  es  biba  la  cibdad  de 
Troya? 


Pedro. — No  habia  gibdad  que  se  llamase 
Troya,  sino  todo  vn  reino,  como  si  dixesemos 
España  o  Francia;  que  la  cibdad  principal  se 
llamaba  el  Ilio,  y  habia  otras  muchas,  entre  las 
quales  fui  a  ver  vna  que  se  llama  Pergamo,  de 
donde  fue  natural  el  Galeno,  que  está  en  pie 
y  tiene  dos  mili  vezinos;  pedacos  de  edificios 
antiguos  hai  muchos;  pueblos,  muy  muchos, 
pero  no  como  Pergamo,  ni  donde  parezca  rastro 
de  lo  pasado.  Los  turcos,  quando  ven  edificios 
viejos,  los  llaman  esquí  Estambol,  la  vieja  Cons- 
tantinopla; y  para  los  (')  edificios  que  el  Gran 
Turco  haze  en  Constantinopla  lleban  toda  quan- 
ta-piedra  hallan  en  estas  antiguallas. 

Jdan. — ¿Hera  buena  tierra  aquella? 

Pedro. — Yna  de  las  muy  buenas  que  he  vis- 
to, abundosa  de  pan,  vino,  carne  y  ganado,  y  lo 
que  demás  quisieredes. 

Jdan.  — ¿Y  qué,  aquella  es  la  fibdad  de 
Troya? 

Pedro. — Todo  lo  demás  que  oyeredes  es  fá- 
bula. 

Mata. — ¿No  decían  que  tenia  tantas  leguas 
de  cerco? 

Pedro. — Es  verdad  que  Troya  tiene  más  de 
Cient  leguas  de  cerco;  ¿mas  en  qué  seso  cabe  que 
habia  de  aber  cibdad  que  tubiese  esto?  Sola- 
mente el  íleo  hera  la  más  populosa  cibdad  y 
cabeza  del  reino,  y  cae  en  la  Asia  Menor,  y  Abi- 
do  C'^)  es  vna  cibdad  de  Troya  que  la  batia  la 
mar,  enfrente  de  Sexto. 

Mata.  -  En  fin,  eso  lleba  camino,  y  ase  de  dar 
crédito  al  que  lo  ha  visto,  y  no  a  poetas  que  se 
traen  el  nombre  consigo. Y,  porque  viene  a  pro- 
posito, quiero  preguntar  de  Athenas  si  la  vistes. 

Pedro. — Muy  bien. 

Mata. — ¿Y  es  como  dezian  ó  como  Troya? 
¿O  no  hai  agora  nada? 

Pedro. — La  cibdad  está  en  pie,  no  como  so- 
lia,  sino  como  Pergamo;  de  hasta  dos  mili  ca- 
sas, mas  labradas  no  a  la  antigua,  sino  pobre- 
mente como  a  la  morisca. 

Juan.  —¿Y  hai  todavia  escuelas? 

Pedro. — Ni  en  Athenas  ni  en  toda  Grefia 
hai  escuela  ni  rastro  de  haber  habido  letras  en- 
tre los  griegos,  sino  la  jente  más  barbara  que 
pienso  hauer  habido  en  el  mundo.  El  más  pru- 
dente de  todos  es  como  el  menos  de  tierra  de 
Sayago.  La  mayor  escuela  que  hai  es  como  acá 
los  sacristanes  de  las  aldeas,  que  enseñan  leer  y 
dos  nominatibos  (^);  ansi,  los  clérigos  que  tie- 
nen iglesia,  tienen  encomendados  muchachos 
que,  después  que  les  han  enseñado  vn  poco  leer 
y  escribir,  les  muestran  quatro  palabras  de  gra- 
mática griega  y  no  más,  porque  tampoco  ellos 
lo  saben. 

(')  sus. 
(')  Sexto. 
(3)  de  griego. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


85 


Mata. — ¿Hai  alguna  diferencia  entre  griego 
y  gramática  griega? 

Pedro. —  Griego  es  su  propia  lengua  que 
hablan  comunmente,  y  gramática  es  su  latin 
griego,  como  lo  que  está  en  los  libros. 

Juan. — ¿Hai  mucha  diferencia  entre  lo  vno 
y  lo  otro? 

Pedro. — Como  entre  la  lengua  italiana  y  la 
latina.  En  el  tiempo  del  florescer  de  los  roma- 
nos la  lengua  común  que  en  toda  Italia  se  ha- 
blaba hera  latina,  y  esa  es  la  que  Ciñeron  sin 
estudiar  supo  y  el  vulgo  todo  de  los  romanos 
la  hablaba.  Vino  después  á  barbarizarse  y  co- 
rromperse, y  quedó  ésta,  que  tiene  los  mesmos 
bocablos  latinos,  mas  no  es  latina,  y  ansi  solian 
llamarse  los  italianos  latinos.  En  el  tiempo  de 
Demosthenes  y  Eschines,  Homero  y  Galeno  y 
Platón  y  los  demás,  en  Grecia  se  hablaba  el 
buen  griego,  y  después  vino  a  barbaricarse  y 
corrompióse  de  tal  manera  que  no  la  saben;  y 
guardan  los  mesmos  bocablos,  saibó  que  no  sa- 
ben la  gramática,  sino  que  no  adjetivan.  En  lo 
demás,  sacados  de  dos  docenas  de  bocablos  bar- 
baros que  ellos  vsan,  todos  los  demás  son  grie- 
gos. Dirá  el  buen  griego  latino;  blepo  en  aan- 
thropon,  veo  vn  hombre;  dirá  el  bulgar:  hlepo  en 
antropo.  Veis  aqui  los  mesmos  bocablos  sin  ad- 
jetibar. 

Juan. — De  manera  que  solamente  en  la  con- 
gruidad del  hablar  difieren,  que  es  la  gramática. 
Pregunto:  Vno  que  acá  ha  estudiado  griego, 
como  vos  hizistes  antes  que  os  fueseis,  ¿enten- 
derse ha  con  los  que  hablan  alia? 

Pedro. — No  es  mala  la  pregunta.  Sabed  que 
no,  ni  él  a  ellos  ni  ellos  a  él;  porque  primera- 
mente ellos  no  le  entienden,  por  no  saber  gra- 
mática, y  tampoco  él  sabe  hablar,  porque  acá 
no  se  haze  caso  sino  de  entender  los  libros;  ni 
éstos  entenderán  a  los  otros,  porque  como  no 
adjetivan  y  mezclan  algunos  bocablos  barbaros, 
paresceles  algarabia,  y  también  como  no  tienen 
vso  del  hablar  griego,  acá  no  abundan  de  boca- 
blos. Eso  mesmo  es  en  la  italiana,  que  los  latir 
nos  que  desde  acá  ban,  si  no  lo  deprenden  no  lo 
entienden,  no  obstante  que  algunas  palabras  les 
son  claras;  ni  los  italianos  que  no  han  estudiado 
entienden  sino  qualque  palabra  latina.  Bien  es 
berdad  que  el  que  sabe  el  griego  vulgar  depren- 
de más  en  vn  año  que  vno  de  nosotros  en  bein- 
te,  porque  ya  se  tiene  la  abundancia  de  boca- 
blos en  la  cabeza,  y  no  ha  menester  más  de 
componerlos  como  han  destar.  También  el  que 
sabe  la  gramática  deprendera  más  presto  vul- 
gar que  el  que  no  la  sabe,  por  la  costumbre  que 
ya  tiene  de  la  pronunciación.  Yo  por  pií  digo 
que,  sin  estudiarla  más  de  como  fui  de  acá,  por 
deprender  la  vulgar  me  halle  que  cada  vez  cjue 
quiero  hablar  griego  latiu  lo  hago  también 
como  lo  vulgar. 


Mata.  — Deveis  de  sauer  tan  poco  de  vno 
como  de  otro. 

Pedro. —  De  todas  las  cosas  sé  poco;  mas 
estad  satisfecho  que  hai  pocos  en  Grecia  que 
hablen  más  elegante  y  cortesanamente  su  pro- 
pia lengua  que  yo,  ni  avn  mejor  pronunciada. 

Mata. — El  pronunciar  es  lo  de  menos. 

Pedro. — No  puedo  dexar  de  daros  a  enten- 
der por  solo  eso  la  grandissima  falta  que  todos 
los  barbaros  d'España  tienen  en  lo  que  más 
haze  al  caso  en  todas  las  lenguas. 

Mata. — ¿Qué,  el  pronunciar? 

Pedro.  —¡  Si  vieseis  los  letrados  que  acá  pre- 
sumen, idos  en  Italia,  donde  es  la  policia  del 
hablar,  dar  que  reir  a  todos  quantos  hai,  pro- 
nunciando siempre  n  donde  ha  haber  m,  b  por 
uyu  por  b,  comiéndose  siempre  las  postreras  le- 
tras! Ninguna  cosa  hai  en  que  más  se  manifies- 
te la  barbarie  y  poco  saver  que  en  el  pronunciar, 
de  lo  qual  los  padres  tienen  grandissima  culpa 
y  los  maestros  más.  Veréis  el  italiano  defir 
quatro  palabras  de  latin  grosero  tam  bien  dichas 
que  avnque  el  español  hable  como  Cicerón  pa- 
resce  todo  cacefatones;  en  respecto  del  más  va- 
len quatro  palabras  bien  sabidas  que  quanto 
supo  Salomón  mal  savido.  Una  cosa  quiero  que 
sepáis  de  mí,  como  de  quien  sabe  seis  lenguas, 
que  ninguna  cosa  hai  para  entender  las  lenguas 
y  ser  entendido  más  necesaria  y  que  más  im- 
porte que  la  pronunciación,  porque  en  todas 
las  lenguas  hai  bocablos  que  pronunciados  de 
vna  manera  tienen  vna  significación  y  de  otra 
manera  otra,  y  si  queréis  dozir  cesta,  diréis 
vallesta.  Tome  uno  de  vosotros  en  la  cabeza 
seis  bocablos  griegos,  mal  pronunciados,  y  pre- 
gúnteselos a  vn  griego  qué  quieren  decir,  y  vera 
que  no  le  entiende.  La  mayor  dificultad  que 
para  la  lengua  griega  tube  fue  el  olvidar  la  mala 
pronunciación  que  de  acá  llebé,  y  sabia  hablar 
elegantemente  y  no  me  entendían ;  después,  har 
blando  grosero  y  bien  pronunciado,  hera  enten- 
dido. Hai  en  ello  otra  cosa  que  más  importa  y 
es  que  si  pasando  por  vn  reino  sabiendo  aque- 
lla lengua  queréis  pasar  como  hombre  del  reino, 
a  dos  palabras,  avnque  sepáis  muy  bien  la  len- 
gua,, sois  tomado  con  el  hurto  en  las  manos.  Es- 
tos son  primores  que  no  se  habian  de  tratar  con 
jente  como  vosotros,  que  nunca  supo  salir  de- 
tras los  ticones,  mas  yo  querria  que  salieseis  y 
veriais. 

Mata. — Yo  me  doi  por  vencido  en  eso  que 
decis  todo,  sin  salir,  porque  a  tan  clara  razón  no 
hai  qué  replicar. 

Pedro. — Si  las  primeras  palabras  que  a  vno 
enseñan  de  latiu  o  griego  se  las  hiziesen  pro- 
nunciar bien,  sin  que  supiese  más  hasta  que 
aquellas  pronunciase,  todos  sabrían  lo  que  sa- 
ben bien  sabido;  pero  tienen  vna  buena  cosa  los 
maestros  de  España:  que  no  quieren  que  los 


m 


autobiografías  y  memorias 


d¡s9¡piilos  sean  menos  asnos  que  ellos,  y  los  dis- 
9Ípulos  también  tienen  otra:  que  se  contentan 
con  saber  tanto  como  sus  maestros  y  no  ser  ma- 
yores asnos  que  ellos;  y  con  esto  se  concierta 
muy  bien  la  música  barbaresca. 

Juan. — Question  es  y  muy  antigua,  princi- 
palmente en  España,  que  tenéis  los  médicos 
contra  nosotros  los  theologos  quereros  hazer 
que  sabéis  más  philosofia  y  latín  y  griego  que 
nosotros.  Cosas  son  por  cierto  que  poco  nos  im- 
portan, porque  sabemos  lógica;  latin  y  griego 
demasiadamente  ¿para  qué? 

Pedro. — En  eso  yo  concedo  que  tenéis  mu- 
cha rafon,  porque  para  entender  los  libros  en 
que  estudiáis  poca  necesidad  hai  de  letras  hu- 
manas. 

Juan.— ¿Qué  libros?  ¿Sancto  Thomas,  Es- 
coto y  esos  Gabrieles  y  todos  los  más  escolásti- 
cos? ¿Paresceos  mala  theologia  la  desos? 

Pedro. — No  por  cierto,  sino  muy  sancta  y 
buena;  pero  mucho  me  contenta  a  mí  la  de 
Christo,  que  es  el  Testamento  Nuebo,  y  en  fin, 
lo  positibo,  principalmente  para  predicadores. 

Juan. — ¿Y  esos  no  lo  saben? 

Pedro. — No  sé  (');  al  menos  no  lo  mues- 
tran en  los  pulpitos. 

Juan.— ¿Cómo  lo  veis  vos? 

Pedro.  — Soi  contento  de  decirlo:  todos  los 
sermones  que  en  España  se  tratan,  que  aqui 
está  Mátalas  Callando  que  no  me  dexará  men- 
tir, son  tan  escolásticos  que  otro  en  los  pulpitos 
no  oiréis  sino  Sancto  Thomas  dice  esto.  En  la 
distinction  143,  en  la  question  26,  en  el  articu- 
lo 62,  en  la  responsion  a  tal  replica.  Escoto 
tiene  por  opinión  en  tal  y  tal  question  que  no. 
Alexandro  de  Ales,  Nicolao  de  Lira,  Juanes 
Maioris,  Gayetano,  digen  lo  otro  y  lo  otro, 
que  son  cosas  de  que  el  vulgo  gusta  poco, 
y  creo  que  menos  los  que  más  piensan  que  en- 
tienden. 

Juan. — ¿Paes  que  querríais  vos? 

Pedro.  — Que  no  se  traxese  alli  otra  doctri- 
na sino  el  Evangelio,  y  vn  Chrisostomo,  Agus- 
tino, Ambrosio,  Gerónimo,  que  sobrello  escri- 
ben; y  esotro  dexasenlo  para  los  estudiantes 
quando  oyen  lectiones. 

Mata. — En  eso  yo  soi  del  vando  de  Pedro 
de  Vrdimalas,  que  los  sermones  todos  son  como 
él  dice  y  tiene  racon. 

Juan. — ¿Luego  por  tan  bobos  tenéis  vos  a 
los  theologos  de  España,  que  no  tienen  ya  ol- 
vidado de  puro  sabido  el  Testamento  Nuebo  y 
quantos  expositores  tiene? 

Mata. — Olvidado,  yo  bien  lo  creo;  no  sé  yo 
de  qué  es  la  causa. 

Pedro. — Las  capas  de  los  theologos  que 
predican  y  nunca  leyeron  todos  los  Evangelis- 

(*)  por  cierto. 


tas  plugiese  a  Dios  que  tubiese  yo,  que  pienso 
que  sería  tan  rico  como  el  Rey,  quanto  más  los 
expositores.  ¿No  acabastcs  (')  agora  de  confe- 
sar que  no  hera  menester  para  la  Theologia, 
Philosofia,  latin  ni  griego? 

Mata. — Eso  yo  soi  testigo. 

Pedro. — ¿Pues  cómo  entenderéis  á  Chrisos- 
tomo y  Basilio,  Gerónimo  y  Agustino? 

Juan. — ¿Luego  Sancto  Thomas  y  Escoto  no 
supieron  Philosofia? 

Pedro. — De  la  sancta  mucha  (-). 

Juan. — No  digo  sino  de  la  natural. 

Pedro. — Desa  no  por  cierto  mucha,  como 
por  lo  que  escribieron  della  consta.  Pues  latin 
y  griego,  por  los  cerros  de  Vbeda. 

Juan. — Ya  comencais  a  hablar  con  pasión. 
Hablemos  en  otra  cosa. 

Pedro.  -¿No  está  claro  que  siguieron  al  co- 
mentador Aberrees  y  otros  barbaros  que  no  al- 
cancaron  Philosofia,  antes  ensuciaron  todo  el 
camino  por  donde  la  iban  los  otros  a  buscar? 

Mata. — ¿Qué  es  la  causa  porque  yo  he  oido 
decir  que  los  médicos  son  mejores  philosofos 
que  los  theologos? 

Pedro. — Porque  los  theologos  siempre  van 
atados  tanto  a  Aristotiles,  que  les  paresce  como 
si  dixesen:  El  Evangelio  lo  dize,  y  no  cale  irles 
contra  lo  que  dixo  Aristotiles,  sin  mirar  si  Ueba 
camino,  como  si  no  ubiese  dicho  mili  quentos 
de  mentiras;  mas  los  médicos  siempre  se  van  a 
viba  quien  vence  por  saver  la  verdad.  Quando 
Platón  dice  mejor,  refutan  a  Aristóteles;  y 
quando  Aristóteles,  dicen  libremente  que  Pla- 
tón no  supo  lo  que  dixo.  Decid,  por  amor  de 
mí,  a  vn  theologo  que  Aristóteles  en  algún  paso 
no  sabe  lo  que  dice,  y  luego  tomará  piedras  para 
tiraros;  y  si  le  preguntáis  por  qué  es  verdad 
ésto,  responderá  con  su  gran  simpleza  y  menos 
saber,  que  porque  lo  dixo  Aristóteles.  ¡Mirad, 
por  amor  de  mí,  qué  philosofia  pueden  saber! 

Joan. — Ya  yo  hago  como  dicen  orejas  de 
mercader,  porque  me  paresce  que  jugáis  dos  al 
mohíno.  Acabemos  de  saver  el  viaje. 

Pedro.— Soi  dello  contento,  porque  ya  me 
paresye  que  os  vais  corriendo.  Acabada  de  car- 
gar la  nabe,  fuimos  en  la  isla  del  Samo,  adonde 
nos  tomó  vna  tormenta  y  nos  quedamos  alli 
por  tres  días,  que  es  del  Chio  veinte  leguas, 
la  qual  es  muy  buena  tierra,  mas  no  está  po- 
blada. 

Juan, — ¿Por  qué?  ¿Qué  comíais  alli? 

Pedro. — Gallinas  y  ovejas  comíamos,  que 
hallábamos  dentro.  Desde  el  tiempo  de  Barua- 
rroja  comencaron  a  padescer  mucho  mal  todos 
lo  5  que  habitaban  en  muchas  islas  que  hai  por 
alli,  que  llaman  del  Arcipielago,  y  hartos  de 


(•)  algo. 

(*)  por  yierto. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


87 


pades^er  tanto  mal  como  aquel  perro  les  hazia, 
dexaron  las  islas  y  fueroiise  a  poblar  otras 
tierras,  y  como  dexaron  gallinas  y  ganados  alli, 
hase  ido  multiplicando  y  está  medio  salvaje,  y 
los  que  por  alli  pasan,  saltando  en  tierra  hallan 
bien  que  cazar,  y  no  penséis  que  son  pocas  las 
islas,  que  más  he  yo  visto  de  9Ínquenta. 

Mata. — ¿Pues  cuias  son  esas  abes  y  ga- 
nados? 

Pedro. — De  quien  lo  toma;  ¿n'os  digo  que 
son  despobladas  habrá  quince  años? 

Joan.  — ¿Y  no  lo  sabe  eso  el  Gran  Turco? 

Pedro.  —Sí ;  pero,  ¿cómo  pensáis  que  lo  pue- 
de remediar?  Algunas  cosas  habrá  hecho  An- 
drea de  Oria  que  avnque  las  sepa  el  Emperador 
son  menester  disimular.  De  alli  fuimos  a  Milo, 
otra  isla,  y  de  alli  pasamos  vna  canal  entre  Mi- 
colo  y  Tino,  dos  islas  pobladas,  y  con  vu  gran 
viento  contrario  no  podimos  en  tres  dias  pasar 
adelante  a  tomar  tierra,  y  dimos  al  cabo  con 
nosotros  en  la  isla  de  Délo,  que  avnque  es  pe- 
queña es  de  todos  los  escriptores  muy  celebrada 
porque  estaba  alli  el  templo  de  Apolo,  adonde 
concurría  cada  año  toda  la  Gre9Ía. 

Juan. — ¿Esa  es  la  isla  de  Délo?  ¿Y  hai  ago- 
ra algún  rastro  de  edificio? 

Pedro. — Más  ha  ávido  alli  que  en  toda  Gre- 
9Ía,  y  oi  en  dia  avn  hai  infinitos  marmoles  que 
sacar  y  los  lleba  quien  quiere,  y  antiguallas 
muchas  se  han  hallado  (')  y  hallan  cada  dia. 
De  alli  fuimos  a  la  isla  de  Sira,  donde  hai  vn 
buen  pueblo,  y  vi  las  mugeres  que  no  traen  más 
largas  las  ropas  que  hasta  las  espinillas,  y  quan- 
do  sienten  que  hai  cosarios  todas  salen  valero- 
samente con  espadas,  langas  y  escudos,  mejor 
que  sus  maridos,  a  defenderse  y  que  no  les  lle- 
ben  el  ganado  que  anda  paciendo  riberas  del 
mar.  Dimos  con  nosotros  luego  en  Cirigo,  y  de 
alii  á  París  y  Necsia,  dos  buenas  islas,  y  pasa- 
mos a  vista  de  Candía,  y  hechamos  anchoras 
en  Cabo  de  Santangelo,  que  llaman  Puerto 
Coalla  por  la  multitud  de  las  codornÍ9es  que  los 
albaneses  toman  por  alli,  que  se  desembarcan 
quando  van  a  tierras  calientes  y  se  embarcan 
para  venir  a  criar  acá.  Luego  nos  engolfamos 
en  el  golfo  de  Vene9Ía,  que  llaman  el  Sino 
Adriático,  con  muy  buen  tiempo,  y  veníamos 
cazando,  con  mucho  pasatiempo. 

Mata. — Tened  puncto;  ¿que'  cazabais  en  el 
golfo? 

Pedro. — CodornÍ9es,  tórtolas,  destos  paja- 
ros  verdes  y  otras  diferen9Ías  de  abes,  que  se 
venían  por  la  mar,  siendo  mes  de  abril,  para 
criar  acá. 

Mata. — Bien  puede  ello  ser  verdad;  mas  yo 
no  creo  que  en  medio  del  golpho  puedan  cazar 
otro  sino  mosquitos,  ni  avn  tampoco  croo  que 

(')  alli. 


tengan  tanto  sentido  las  abes  que  vna  vez  van 
que  tornen  a  bolver  acá. 

Pedro. — No  solamente  volver  podéis  tener 
por  muy  aberlguado,  mas  avn  a  la  mesma  tierra 
y  lugar  donde  habla  estado,  y  no  es  cosa  de 
poetas  ni  historias,  sino  que  por  experienjia  se 
ha  visto  en  golondrinas  y  en  otras  muchas  aves, 
que  siendo  domesticas  les  hazen  vna  señal  y  las 
conos9en  el  año  adelante  venir  a  hazer  nidos  en 
las  mesmas  casas;  pues  de  las  codornÍ9es  no 
queráis  más  testigo  de  que  tres  leguas  de  Ña- 
póles hai  vna  isla  pequeña,  que  se  dÍ9e  Crapí, 
y  el  obispo  della  no  tiene  de  otra  cosa  quinien- 
tos escudos  de  renta  sino  del  diezmo  de  las 
codornl9es  que  se  toman  al  ir  y  venir,  y  no 
solamente  he  yo  estado  alli,  pero  las  he  cazado, 
y  el  obispo  mesmo  es  mi  amigo. 

Juan. — Muchas  vezes  lo  habla  oido  y  no  lo 
creía,  mas  agora  como  si  lo  viese.  También  dÍ9en 
que  lleban  quando  pasan  la  mar  a]9ada  el  ala 
por  vela,  para  que,  dándoles  el  viento  alli,  las 
llebe  como  nabios. 

Pedro. — La  mayor  parte  del  mar  que  ellas 
pasan  es  a  buelo .  Verdad  es  que  quando*  se 
cansan  se  ponen  en9Íma  del  agua,  y  siempre 
van  gran  multitud  en  compañía,  y  si  hai  fortu- 
noso viento  y  están  cansadas,  alzan  como  dezis 
sus  alas  por  vela ;  y  de  tal  manera  habéis  de 
saber  que  es  verdad,  que  la  vela  del  nabio  creo 
yo  que  fue  Inventada  por  eso,  porque  es  de  la 
mesma  hechura;  las  que  cazábamos  hera  por- 
que rebolviendose  vna  fortuna  muy  grande  en 
medio  el  golfo,  todas  se  acojlan  a  la  nao,  que- 
riendo más  ser  presas  que  muertas,  y  aunque 
no  ubiese  fortuna  se  meten  dentro  los  nabios 
para  pasar  descansadas;  los  marineros  lleban 
vnas  cañas  largas  con  un  la9Íco  al  cabo  con  que 
las  pescan,  y  van  tan  domesticas.  Ende  mas  si 
hai  fortuna  que  se  dexaran  tomar  a  manos;  de 
golondrinas  no  se  podían  valer  de  noche  los 
marineros,  que  se  les  asentaban  sobre  las  orejas 
y  narlges,  y  cabeza  y  espaldas,  que  harto  tenían 
que  ojear  como  pulgas. 

Mata. — No  es  menos  que  desmentir  a  vn 
hombre  no  creer  lo  que  dl9e  que  el  mesmo  vio, 
y  si  hasta  aquí  no  he  creído  algunas  cosas  ha 
sido  por  lo  que  nos  habéis  motejado  con  razón 
de  nunca  haber  salido  de  comer  bollos ;  y  al 
prin9Ípio  pares9en  dificultosas  las  cosas  no  vis- 
tas, mas  yo  me  subjeto  a  la  razón.  ¿De  aquel 
golfo  adonde  fulstes  a  parar? 

Pedro.  —  Adonde  no  queríamos;  mal  de 
nuestro  grado,  dimos  al  trabes  con  la  fortuna, 
tan  terrible  quo.l  nunca  en  la  mar  han  visto 
marineros,  vn  Juebcs  Sancto,  que  nunca  se  me 
olvidará,  en  vna  Isla  de  vene9lanos  que  se  llama 
el  Zante,  la  qual  está  junto  a  otra  que  Uaman 
la  Cliefalonia,  las  quales  divide  vna  canal  de 
mar  de  tres  leguas  en  ancho. 


autobiografías  y  memorias 


Mata. —  ¡O,  pecador  de  mí!  ¿Avn  no  son 
acabadas  las  fortunas? 

Juan.  — Quasi  en  todas  esas  partes  cuenta 
Sant  Lucas  que  peligró  Sant  Pablo  en  su  pere- 
grina9Íon. 

Pbdro. — ¿y  el  mesnio  no  confiesa  haber 
dado  tres  vezes  al  trabes  y  sido  acotado  otras 
tantas?  Pues  yo  he  dado  quatro  y  sido  acotado 
sesenta,  porque  sepáis  la  obligación  en  que  estoi 
a  ser  bueno  y  servir  a  Dios.  Ayudáronnos  otras 
tres  nabes  a  sacar  la  nuestra,  que  quiso  Dios 
que  encalló  en  vn  arenal,  y  no  se  hiziese  peda- 
zos, y  tubimos  alli  con  gran  regocijo  la  Pasqua, 
y  el  segundo  dia  nos  partimos  para  Sicilia,  que 
tardamos  otros  seis  dias  con  razonable  tiempo, 
avnqae  fortunoso;  pero  aquello  no  es  nada,  que, 
en  fin,  en  la  mar  no  pueden  faltar  fortunas  a 
cuantos  andan  dentro.  Llegamos  en  el  Faro  de 
Meyiua,  donde  está  Cila  y  Caribdi,  que  es  vn 
mal  p-iso  y  de  tanto  peligro  que  ninguno,  por 
buen  marinero  que  sea,  se  atrebe  a  pasar  sin 
tomar  vn  piloto  de  la  mesma  tierra,  que  no 
viben  de  otro  sino  de  aquello. 

Juan. — ¿Qué  cosa  es  Faro? 

Pedro. — Vna  canal  de  mar  de  tres  leguas 
de  ancho  que  divide  a  Sicilia  de  Calabria,  llena 
de  remolinos  tan  diabólicos  que  se  sorben  los 
nabios,  y  tiene  éste  una  cosa  más  que  otras  ca- 
nales: que  la  corriente  del  agua  vna  va  a  vna 
parte  y  otra  a  otra,  que  no  hai  quien  le  tome 
el  tino,  y  Q'úa,  es  vn  codo  que  haze  junto  a  la 
Cibdad  la  tierra,  el  qual  por  huir  de  otro  codo 
que  haze  a  la  parte  de  Calabria,  como  las  co- 
rrientes son  contrarias,  dan  al  trabes  y  se  pier- 
den los  nabios. 

Juan. — ¿Y  las  otras  canales  no  son  también 
ansi? 

Pedro. — No,  porque  todas  las  otras,  aun- 
que tienen  corriente,  no  es  diferente,  sino  toda 
a  vn  lado.  ¿No  os  espantaria  si  vieseis  un  rio 
que  la  mitad  del,  cortándole  a  la  larga,  corra 
hazia  bajo  y  el  otro  hayia  riba? 

Mata. — ¿Eso  es  lo  de  Qilla  y  Caribdin? 

Pedro. —  Eso  mesmo. 

Juan. — Espantosa  cosa  es  y  digna  que  todos 
fuesen  a  verla  solamente.  Dicese  de  Aristotiles 
que  por  sólo  verla  fue  de  Athenas  alia. 

Mata. —  ¿Qué,  tanto  hai? 

Pedro.  —  No  es  mucho;  serán  trescientas 
leguas. 

Mata. — A  mí  rae  paresce  que  iria  quinien- 
tas por  ver  la  menor  cosa  de  las  que  vos  abéis 
visto,  si  tubiese  seguridad  de  las  galeras  de 
turcos. 


COLOQUIO  VII 


Llegada  á  Mesina.— Cuarentenas  con  que  allí  molestaban  á 
los  \iajeios  de  Levante. — Salla  Pedro  en  tierra,  y  con  no 
seguir  por  mar  hasta  Ñapóles  se  libra  de  caer  nueva- 
iiienle  en  poder  de  los  turcos.— A'iaje  por  la  Calabria. — El 
pírcor/io.— Descripción  de  Ñapóles. — Roma  y  la  Corte  pon- 
tificia.— Noticias  de  \enecia,  Florencia,  Bolonia  y  otras  ciu- 
dades de  Italia.— Peregrinaciones  de  Urdemalas  hasta  llegar 
á  \alladoUd. 


Juan. — Llegados  ya  en  salvamento  en  Sici- 
lia ¿grande  contentamento  terniais  por  ver  que 
ya  no  habia  más  peligros  que  pasar? 

Pedro. — ¿Cómo  no?  El  mayor  y  más  ven- 
turoso estáis  por  oir.  En  todas  las  cibdades  de 
Sicilia  tienen  puestos  guardianes,  que  llaman 
de  la  sanidad,  y  más  en  Mecina ,  donde  yo 
llegué;  para  que  todos  los  que  vienen  de  Le- 
vante, adonde  nunca  falta  pestilencia,  sean 
defendidos  con  sus  mercancías  entrar  en  pobla- 
do, para  que  no  se  pegue  la  pestilencia  que 
dicen  que  traen ;  y  éstos,  quando  viene  alguna 
nabe,  van  luego  a  ella  y  les  ponen  grandes  pe- 
nas de  parte  del  Virrei  que  no  se  desembarque 
nadie;  si  tiene  de  pasar  adelante  embia  por  ter- 
cera persona  a  comprar  lo  que  ha  menester,  y 
vase.  Si  quiere  descargar  alli  el  trigo,  algodón 
o  cueros  (')  que  comunmente  traen ,  habida 
licencia  que  descargue,  lo  tiene  de  poner  todo 
en  el  campo,  para  que  se  horee  y  exale  algún 
mal  humor  si  trae,  y  todas  las  personas  ni  más 
ni  menos. 

Mata. — Cosa  me  paresfe  esa  muy  bien  hecha, 
y  en  que  mucho  servicio  hazen  los  governado- 
res  a  Dios  y  al  Rei. 

Pedro. — Muchas  cosas  hai  en  que  se  sirvi- 
ria  Dios  y  la  república  si  fuesen  con  buen  fin 
ordenadas ;  mas  quando  se  hazen  para  malo, 
poco  merescen  en  ello.  No  hai  nabe  que  no  le 
cueste  esto  que  digo  quatrocientos  ducados,  que 
podrá  ser  que  no  gane  otios  tantos. 

Juan. — Pues  ¿en  qué? 

Pedro. — En  las  guardas  que  tiene  sobre  sí 
para  que  no  comuniquen  con  los  de  la  tierra. 

Mata.  -  ¿Y  esas  no  las  paga  la  mesma  cibdad? 

Pedro. — No,  sino  el  que  es  guardado. 

Mata.  -  Pues  ¿en  qué  lei  cabe  que  pague  yo 
dineros  porque  se  guarden  de  mí?  ¿Qué  se  me 
da  a  mi  que  se  mueran  ni  biban? 

Pedro. — Hai  podréis  ver  lo  que  yo  os  digo. 
¿Ha  visto  (^)  ninguno  de  bosotros  buena  fruta 
de  sombrío  donde  nunca  alcanca  el  sol? 

Mata. — Yo  no. 

Juan.—  Ni  yo  tampoco. 

Pedro. — Pues  menos  veréis  justi[i'¡]a  recta 
ni  que  tenga  sabor  de  justicia  donde  (•'')  no  está 
el  Rey;  porque  si  me  tengo  de  ir  a  quexar  de 

{*)  o  qualquiera  otra  cosa. 
(')  nunca. 
(»)  nunca. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


89 


vn  agrabio  500  leguas,  gastare  doblado  que  el 
prin9Ípal,  y  ansí  es  mejor  perder  lo  menos.  Ante 
todas  cosas  tiene  de  pagar  cada  dia  ocho  reales 
a  ocho  moros  que  rebuélban  la  mercancía  j  la 
descarguen. 

Mata. — ¿Para  qué  la  han  de  rebolver? 

Pedro. — Para  que  se  horee  mejor  y  no  quede 
escondida  la  landre  entre  medias.  Tras  esto  otros 
dos  guardianes,  que  les  hagan  hazerlo,  a  dos 
reales  cada  dia,  que  son  cuatro,  y  vn  escudo 
cada  dia  a  la  guarda  mayor,  que  sirbe  de  mirar 
si  todos  los  demás  hazen  su  ofi9Ío. 

Juan. — ¿Y  quántos  dias  tiene  esa  costa  hasta 
que  le  den  lÍ9en9¡a  que  entre  en  la  9Íbdad? 

Pedro. — El  que  menos  ochenta, si  trae  algo- 
don  o  cueros;  si  trigo,  la  mitad. 

Mata. — Bien  empleado  es  eso  en  ellos,  por- 
que no  gastan  quanto  tienen  en  informar  al  Rei 
dello. 

Pedro. — También  quiero  que  sepáis  que  no 
es  mejor  guardado  el  monumento  de  la  Semana 
Sancta,  con  más  chuzones,  broqueles  y  guaza- 
.malletas,  y  avnque  alguno  quiera  desembaiTarse 
sin  lÍ9en9Ía,  éstos  no  le  dexan.  No  teniendo  yo 
mercan9Ías,  ni  qué  tomar  de  mí,  no  me  querían 
dexar  desembarcar,  y  el  capitán  de  mi  nao  de- 
terminó venir  á  Ñapóles  con  el  trigo  y  otras  tres 
nabes  de  compañia,  y  como  yo  habia  de  venir 
a  Ñapóles  dixome  que  me  venia  bien  haber  alia- 
do quien  me  traxese  cient  leguas  más  sin  des- 
embarcarme. Yo  se  lo  agrades9Í  mucho,  y  co- 
menzaron a  sacar  las  anchoras  para  nos  partir. 
Pasó  por  junto  a  la  nao  vn  vergantin,  y  no  sé 
qué  se  me  antojó  preguntarle  [de]  dónde  venía. 
Respondió  que  de  Ñapóles.  Dixele  qué  nueba 
había.  Respondió  que  diez  y  nuebe  fustas  de 
turcos  andaban  por  la  costa.  Como  soi  razona- 
ble marinero,  dixe  al  capitán  que  dónde  queria 
partirse  con  aquella  nueba  tan  mala.  Dixome 
que  donde  habia  quatro  nabes  juntas  qué  habia 
que  temer.  Conos9Íendo  yo  que  los  rogo9eses, 
vene9Íanos  y  ginoveses  valían  poco  para  la 
batalla,  y  que  necesariamente,  si  nos  topaban, 
heramos  presos,  hize  como  que  se  me  habia 
olvidado  de  neg09Íar  vna  cosa  que  mucho  im- 
portaba en  la  cibdad,  y  pidile  de  mer9ed,  sobre 
todas  las  que  me  habia  hecho,  que  me  diese  vn 
batel  de  la  nabe  para  ir  en  tierra  a  encomendar 
a  aquellos  que  guardaban  que  nadie  se  desem- 
barcase que  los  negociasen  por  mí,  y  que  luego 
en  la  hora  me  bolveria  sin  poner  el  pie  en  tierra. 

Mata. — ¿Qué  cosa  es  batel,  que  muchas  ve- 
zes  lo  he  oido  nombrar? 

Pedro. — Como  la  nabe  y  la  galera  son  tan 
grandes,  no  pueden  estar  sino  adonde  hai  mu- 
cho hondo,  y  quando  quieren  saltar  en  tierra, 
en  ninguna  manera  puede  acercarse  tanto  que 
llegue  adonde  haya  tierra  firme,  y  por  eso  cada 
nabio  grande  trae  dos  barcas  pequeñas  dentro, 


la  una  mayor  que  la  otra,  con  las  quales  quando 
están  9erca  de  tierra  ban  y  vienen  a  lo  que  han 
menester,  y  éstas  se  llaman  bateles.  Fue  tanta 
la  importunapion  que  yo  tube  üorque  me  diese 
el  batel,  que  avnque  fierto  le  venía  muy  á  tras- 
mano, lo  hubo  de  hazer  con  condÍ9Íon  que  yo 
no  me  detubiese.  Seria  vn  tiro  de  arcabuz  de 
donde  la  nao  estaba  a  tierra,  y  dixe  a  mi  com- 
pañero y  a  otros  dos  que  habían  sido  cautibos 
que  se  metiesen  conmigo  dei^tro  el  batel,  y 
caminamos;  quando  yo  me  vi  tres  pasos  de  tie- 
rra no  curé  de  aguardar  que  nos  a9ercasemos 
más,  sino  doi  vn  salto  en  la  mar  y  luego  los 
otros  tras  mí;  quando  las  guardias  me  vieron, 
vienen  luego  con  sus  lan9ones  a  que  no  me 
desembarcase  sin  licencia,  y  quisieron  hazerme 
tornar  a  embarcar  por  fuer9a.  Yo  dixe  a  los 
marineros  que  se  fuesen  a  su  nabe  y  dixesen  al 
capitán  que  le  vesaba  las  manos,  y  por  9Íerto 
impedimento  no  podía  por  el  presente  partirme, 
que  en  Ñapóles  nos  veríamos;  como  tanto  por- 
fiaban las  guardas  fue  menester  hazerles  fieros, 
y  dezir  que  avnque  les  pesase  habíamos  d'estar 
allí.  Fueron  presto  a  llamar  los  jurados,  que  son 
los  que  goviernan  la  9Íbdad,  y  vinieron  los  más 
enojados  del  mundo,  y  quando  yo  los  vi  tan 
sobex-bios,  determiné  de  hablarles  con  mucho 
animo;  y  en  preguntando  que  quién  me  habia 
dado  lÍ9en9Íapara  desembarcarme,  respondí  que 
yo  me  la  había  tomado,  que  siendo  tierra  del 
Emperador  y  yo  su  vasallo,  podía  estar  en  ella 
tan  bien  como  todos  ellos.  Donosa  cosa,  digo, 
es  que  si  yo  tengo  en  esta  9Íbdad  algo  que 
neg09Íar,  que  no  lo  pueda  hazer  sino  irme  a 
Ñapóles  y  dexarlo.  Dixeron  que  estaban  por 
hazerme  luego  ahorcar.  Yo  les  dixe  que  podían 
muy  bien,  mas  que  sus  cabezas  guardarían  las 
nuestras;  fueronse  gruñendo,  y  mandaron  que 
so  pena  de  la  vida  no  saliésemos  de  tanto  espa- 
9Í0  como  dos  heras  de  trillar,  hasta  que  fuese 
por  ellos  mandada  otra  cosa,  y  ansí  estube  alli 
junto  a  los  otros  que  tenían  sus  mercaderías  en 
el  campo,  con  muy  mayor  guarda  y  más  niala 
vida  y  más  hambre  que  en  todo  el  cautiberio. 

Mata. — ¿Quántos  dias? 

Pedro. — Veinte  y  ocho. 

Juan.  —¿Y  en  qué  dormíais? 

Pedro. — Dos  cueros  de  vaca  de  aquellos  que 
tenían  los  mercaderes  me  sirvieron  todo  este 
tiempo  de  cama  y  casa,  puestos  como  cueba,  de 
suerte  que  no  podía  estar  dentro  más  de  hasta 
la  9Íntura,  dexando  lo  demás  fuera  al  sol  y  al 
aire. 

Mata. — ¿Pues  la  9Íbdad,  siquiera  por  limos- 
na, no  os  daba  de  comer? 

Pedro. — Maldita  la  cosa,  sino  que  pades9Í 
más  hambre  que  en  Turquía;  y  para  más  encu- 
brir su  bellaquería,  a  quántos  traían  cartas  que 
dar  en  Me9Ína,  se  las  tomaban  y  las  abrían,  y 


90 


Autobiografías  y  memorias 


quitándoles  el  lulo  con  que  venían  atadas  y  ten- 
diéndolas en  tierra  ro9Íabanlas  con  vinagre  di- 
9Íendo  que  con  aquello  se  les  quitaba  todo  el 
veneno  que  traian,  y  la  mayor  vellaqueria  de 
todas  era  que  a  los  que  no  tenian  mercadurías  y 
heran  pobres  solíanles  dar  li^eníia  dentro  de 
ocho  días;  pero  a  mí,  por  respecto  que  los  mer- 
caderes no  se  quexasen  diciendo  que  (')  por  po- 
bre me  dexaban  y  a  ellos  por  ricos  los  detenían 
más  tiempo,  me  liizieron  estar  como  a  ellos  y 
cada  día  me  hazian  labar  en  la  mar  el  capote  y 
camisa  y  a  mi  mesmo. 

Juan.  —Si  queríais  traer  algo  del  pueblo,  ¿no 
había  quien  lo  hiziose? 

Peduo. — Aquellos  guardianes  lo  hazian  mal 
y  por  mal  cabo,  sisando  como  yo  solía. 

Mata,  — ¿Qué  os  guardaban  esos? 

Pedro. — ¿No  tengo  dicho  que  no  se  juntase 
nadie  conmigo  a  hablar?  sí  me  venia  algún 
amigo  de  la  9¡bdad  a  ver,  no  le  dexaban  por 
espacio  de  doce  pasos  llegar  a  mí,  sino  a  bozes 
le  saludaba  y  él  a  mí. 

Juan. — ¿De  modo  que  no  podía  haber  se- 
creto? 

Pedro.  — Y  las  mesmas  guardas  tampoco  se 
juntaban  a  mí,  sino  tiraba  el  real  como  quien  tira 
vna  piedra  y  de9¡ale[s]  a  boíjes:  traedme  esto  y 
esto.  El  ter9ero  día  que  estaba  en  esta  miseria, 
que  voi  a  la  mayor  de  todas  las  venturas,  vino  a 
mí  vn  hermano  del  capitán  de  la  nabe  en  que 
había  yo  venido,  y  dixome:  Habéis  habido  bue- 
na ventura.  Digole:  ¿Cómo?  DÍ9e:  Porque  las 
fustas  de  los  turcos  han  tomado  la  nabe  y  otras 
tres  que  iban  con  ella,  y  veis  aquí  esta  carta 
que  acabo  de  res9Íbir  de  mi  hermano  Rafael 
Justiníano,  el  capitán,  que  le  probea  luego  mili 
ducados  de  rescate.  Ya  podéis  ver  lo  que  yo 
sintiera. 

Mata. — Grande  pla9er,  por  vna  parte,  de 
veros  fuera  de  aquel  peligro,  y  pesar  de  ver 
presos  a  vuestros  amigos,  sabiendo  el  trata- 
miento que  les  habían  de  hazer. 

Juan.  —  ;0,  poderoso  Dios,  quán  altos  son 
tus  secretos!  Y,  como  dice  Sant  Pablo,  tienes 
misericordia  de  quien  quieres  y  endures9es  a 
quien  quieres. 

Pedro. — Sin  Sant  Pablo,  lo  dixo  primero 
Cliristo  a  Nicodemus,  aquel  prin9Ípe  de  judíos: 
Sj)iritus  ubi  i'ult,  spírat.  Luego  fue  en  el  Chio 
y  en  Constantinopla  la  nueba  de  cómo  yo  hcra 
preso,  que  no  dio  poca  fatiga  y  congoxa  a  mis 
am  igos,  segu  n  ellos  me  contaron  quando  vi  nieron . 

Joan. — ¿Cómo  supieron  la  nueba? 

Pedro. — Como  el  capitán  hera  de  Chio  y  la 
nabe  también,  y  nic  haliian  metido  a  mí  dentro, 
viendo  tomada  la  nao,  señal  hera  que  liabía  yo 
de  ser  tomado  también.  ¿Quién  había  de  ímagi- 

(')  a  mi. 


nar  que  yo  me  había  de  quedar  en  SÍ9Ílía  sin 
tener  que  hazer  y  dejar  de  venir  en  la  nabe  que 
de  tan  buena  gana  y  tan  sin  costa  me  traía? 

Mata. — ¿Después  vinístes  por  mar  a  Ña- 
póles? 

Pedro. — No,  sino  por  tierra.  ¿Por  tan  asno 
me  tenéis  que  había  por  eston9es  de  tentar  más 
a  Dios? 

Juan. — ¿Quántas  leguas  son? 

Pedro. — Ciento,  toda  Calabria. 

Mata. — ¿A  tal  anda  don  Gar9Ía  ó  en  la 
muía  de  los  f  raí  res? 

Pedro. — No,  sino  a  caballo  con  el  percacho. 

Mata. — ¿No  debíais  agora  poco  ha  que  no 
teníais  blanca?  ' 

Pedro. — Fióme  vna  señora,  muger  de  vn 
capitán  que  había  estado  preso  conmigo,  que  en 
llegando  a  Ñapóles  pagaría,  porque  allí  tenía 
amigos. 

Mata. — ¿Qué  es  percacho? 

Pedro. — La  mejor  cosa  que  se  puede  imagi- 
nar; vn  correo,  no  que  va  por  la  posta,  sino  por 
sus  jornadas,  y  todos  los  viernes  del  mundo 
llega  en  Ñapóles,  y  parte  los  martes  y  todos  los 
viernes  llega  en  Me9Ína. 

Mata. — ¿Cien  leguas  de  ida  y  otras  tantas 
de  buelta  haze  por  jornadas  en  ocho  dias? 

Pedro. — No  habéis  de  entender  que  esvno, 
sino  cuatro  que  se  cruzan,  y  cada  vez  entra  con 
treinta  o  quarenta  caballos,  y  vezes  hai  que  con 
9Íento,  porque  aquella  tierra  es  montañosa,  toda 
llena  de  bosques  y  andan  los  salteadores  de 
9Íento  en  9Íento,  que  alia  llaman  fuera  exidos, 
como  si  acá  dixesemos  encartados  ó  rebeldes  al 
reí;  y  este  percacho  da  cabalgaduras  a  todos 
quantos  fueren  con  él  por  seis  escudos  cada 
vna,  en  estas  9Íent  leguas,  y  van  con  éste  segu- 
ros de  los  fuera  exidos. 

Juan. — ¿Y  si  los  roban  percacho  y  todo, 
¿qué  seguridad  tienen? 

Pedro.  — El  pueblo  más  9ercano  adonde  los 
roban  es  obligado  a  pagar  todos  los  daños, 
aunque  sean  de  gran  quantia. 

Juan.— ¿Qué  culpa  tiene? 

Pedro. — Es  obligado  cada  pueblo  a  tener 
limpio  y  muy  guardado  su  termino  dellos,  que 
muchos  son  de  los  mesmos  pueblos;  y  porque 
saben  que  sus  parientes,  mujeres  y  hijos  lo  tie- 
nen de  pagar  no  se  atreben  a  robar  el  percacho; 
y  si  esto  no  hiziesen  ansí,  no  sería  posible 
poder  hombre  ir  por  aquel  camino. 

Mata. — ¿Qué  dan  a  esos  percachos  porque 
tengan  ese  oficio? 

Pedro. — Antes  él  da  mili  ducados  cada  año 
porque  se  le  dexen  tener,  que  son  derechos  del 
correo  mayor  de  Ñapóles,  el  qual  de  solos  per- 
cachos  tiene  un  quento  de  renta. 

Juan. — ¿Tan  grande  es  la  ganan9Ía  que  se 
sufre  arrendar? 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


91 


Pedko.  — De  sólo  el  porte  de  las  cartas  saca 
los  mili  ducados,  y  es  el  queiito  que  si  no  lleba 
porte  la  carta  no  hayáis  miedo  que  os  la  den, 
si  no  dexarsela  en  la  posada. 

Juan. — Grande  trabajo  será  andará  dar  tan- 
tas cartas  en  vna  fibdad  como  Ñapóles  o  Roma. 

Pedro.  —  El  mayor  descanso  del  mundo, 
porque  se  haze  con  gran  orden,  y  todas  las  co- 
sas bien  ordenadas  son  fa9¡les  de  hazer;  en  la 
posada  tienen  vn  escriuano  que  toma  todos  los 
nombres  de  los  sobreescritos  para  quien  vienen 
cartas,  y  ponelos  por  minuta,  y  en  cada  carta 
pone  vna  suma  de  guarismo,  por  su  orden,  y 
ponelas  todas  en  vn  cajón  hecho  aposta  como 
barajas  de  naipes,  y  el  que  quiere  saber  si  tiene 
cartas  mira  en  la  minuta  que  está  alli  colgada 
y  hallará:  Fulano,  con  tanto  de  porte,  a  tal 
número,  y  va  al  escribano  y  dieele :  Dadme 
una  carta.  Pregúntale:  ¿A  quántas  está?  Luego 
d¡9e:  A  tantas;  y  en  el  mesmo  puncto  la  halla. 

Mata. — En  fin,  acá  todos  somos  bestias,  y 
en  todas  las  habilidades  nos  exyeden  todas  las 
na9Íones  extranjeras;  ¡dadme,  por  amor  de  mí, 
en  España,  toda  quan  grande  es,  una  cosa  tan 
bien  ordenada! 

Pedro. — No  bai  caballero  ni  señor  ninguno 
que  no  se  pre9Íe  de  ir  con  el  percacho,  y  a  todos 
los  que  quieren  haze  la  costa,  porque  no  tengan 
cuidado  de  cosa  ninguna  más  de  cabalgar  y 
apearse,  y  no  les  lleba  mucho,  y  dales  bien  de 
comer. 

JüAK.  —¿Y  solamente  es  eso  en  Calabria? 

Pedro. — En  toda  Italia,  de  Ñapóles  a  Roma, 
de  Genoba  a  Vene9Ía,  de  Floren9Ía  a  Roma, 
toda  la  Apulla  y  quanto  más  quisieredes. 

Joan. — ¿Deben  de  ser  grandes  los  tratos  de 
aquella  tierra? 

Pedro. — Si  son  ('),  pero  también  son  gran- 
des los  de  acá,  y  no  lo  hazen;  la  miseria  de  la 
tierra  lo  lleba,  a  mi  pares9er,  que  no  los  tratos. 

Juan. — ¿Misera  tierra  os  pares9e  España? 

Pedro. — Mucho  en  respecto  de  Italia;  ¿pa- 
res9eos  que  podria  mantener  tantos  exercitos 
como  mantiene  Italia?  Si  seis  meses  andubiesen 
9Ínquenta  mili  hombres  dentro  la  asolarían,  que 
no  quedase  en  ella  hanega  de  pan  ni  cántaro 
de  vino,  y  con  esto  me  paresye  que  nos  vamos 
a  acostar,  que  tañen  los  fraires  a  media  noche, 
y  no  menos  cansado  me  hallo  de  haberos  con- 
tado mi  viaje  que  de  haverle  andado. 

Juan. — ¡O,  pecador  de  mí!  ¿Y  a  medio  tiem- 
po os  queréis  quedar  como  esgrimidor? 

Pedro. — Pues,  señores,  ya  yo  estaba  en 
livertad,  en  Ñapóles.  ¿Qué  más  queréis? 

Mata. — Yo  entiendo  a  Juan  de  Voto  a 
Dios;  quiere  saber  lo  que  hai  de  Ñapóles  aqui 
para  no  ser  cojido  en  mentira,  pues  el  proposito 


(')  por  yierto, 

AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 17 


a  que  se  ha  contado  el  viaje  es  para  ese  efecto, 
después  de  la  grande  consola9Íon  que  hemos 
tenido  con  saberlo;  gentil  cosa  seria  que  dixese 
haber  estado  en  Turquia  y  Judea  y  no  supiese 
por  dónde  van  alia  y  el  camino  de  enmedio; 
dirianle  todos  con  razón  que  habia  dado  salto 
de  vn  estremo  a  otro,  sin  pasar  por  el  medio, 
por  alguna  negroman9Ía  o  diabólica  arte, que  (') 
tienen  todos  por  imposible ;  a  lo  menos  comviene 
que  de  todas  esas  9Íbdadcs  prin9ipales  que  hai 
en  el  camino  hasta  acá  digáis  algunas  particu- 
laridades comunes,  entretanto  que  se  escalienta 
la  cama  para  que  os  vais  a  reposar,  y  yo  quiero 
el  primero  sacaros  a  barrera.  ¿Qué  cosa  es  Ña- 
póles? ¿Qué,  tan  grande  es?  ¿Quántos  castillos 
tiene?  ¿Hai  en  ella  muchas  damas?  ¿Cómo  ha- 
béis prosiguido  el  viaje  hasta  alli?  ¡Llebadle  al 
cabo! 

Pedro.—  Con  que  me  deis  del  codo  de  rato 
en  rato,  soi  dello  contento. 

Mata.—  ¿Tanto  pensáis  mentir? 

Pedro. — No  lo  digo  sino  porque  me  carga 
el  sueño;  hallé  muchos  amigos  y  señores  en  Ña- 
póles, que  me  hizieron  muchas  mercedes,  y  allí 
descansé,  aunque  cai  malo,  siete  meses;  y  no 
tenia  poca  ne9esidad  dello,  según  venia  de  fati- 
gado; es  vna  muy  gentil  9Íbdad,  como  Sevilla 
del  tamaño,  probeida  de  todas  las  cosas  que 
quisieredes,  y  en  buen  pre9Ío;  tiene  muy  gran- 
de caballería  y  más  prin9Ípes  que  hai  en  toda 
Italia. 

Mata. — ¿Quiénes  son? 

Pedro.  —  Los  que  comunmente  están  hai, 
que  tienen  casas,  son:  el  prin9Ípe  de  Salerno, 
el  pi'infipe  de  Vesiñano,  el  pringipe  d'Estilla- 
no,  el  prin9Ípe  de  Salmona,  y  muchos  duques  y 
condes;  ¿para  qué  es  menester  tanta  particu- 
laridad? tres  eastillos  prin9Ípales  hai  en  la  9Íb- 
dad:  Castilnobo,  vno  de  los  mejores  que  hai  en 
Italia,  y  San  Telmo,  que  llaman  Sant  Martin, 
en  lo  alto  de  la  9Íbdad,  y  el  castillo  del  Ovo, 
dentro  de  la  mesma  mar,  el  más  lejos  de  todos. 

Mata. —  Antes  que  se  nos  olvide,  no  sea  el 
mal  de  Gerusalem,  ¿llega  alli  la  mar? 

Pedro. — Toda  Ñapóles  está  en  la  mesma 
ribera,  y  tiene  gentil  puerto,  donde  hai  nabcs  y 
galeras  ('''),  y  llamase  el  muelle;  los  napolitancs 
son  de  la  más  pulida  y  diestra  jente  a  caballo 
que  hai  entre  todas  las  nafiones,  y  crian  los 
mejores  caballos  ("*),  que  lo  de  menos  que  les 
enseñan  es  hazer  la  reberen9Ía  y  vailar;  calles 
comunes,  la  plazuela  del  Olmo,  la  rúa  Cata- 
lana, la  Vicaria,  el  Chorillo. 

Mata. — ¿Es  de  hai  lo  que  llaman  soldados 
chorilleros? 

Pedro. — Deso  mesmo;  que  escomo  acá  11a- 

(*)  reputan. 

(*)  y  quanto  quisieredes. 

(5)  del  mando. 


92 


autobiografías  y  memorias 


mais  los  bodegones,  j  hai  muchos  galanes  que 
no  quieren  poner  la  vida  al  tablero,  sino  andar- 
se de  capitán  en  capitán  a  saver  quándo  pagan 
su  jente  para  pasar  vna  plaza  y  partir  con  ellos, 
y  beber  y  borrachear  por  aquellos  bodegones ;  y 
si  los  topáis  en  la  calle  tan  bien  vestidos  y  con 
tanta  crian9a,  os  harán  picar  pensando  que  son 
algunos  hombres  de  bien. 

Mata. — ¿Qué  frutas  hai  las  más  mejores  y 
comunes? 

Pedro  ('). — Melocotones,  melones  y  mos- 
cateles, los  mejores  que  hai  de  aqui  a  Hierusa- 
lem,  y  unas  manganas  que  llaman  peradas,  y 
esto  creed  que  vale  harto  barato. 

Mata. — ¿Qué  vinos? 

Pedro.  —Vino  griego  de  la  montaña  de  So- 
ma, y  latino  y  brusco,  lagrima  y  raspada. 

Mata. — ¿Qué  carnes? 

Pedro. — Volatería  hai  poca,  si  no  es  codor- 
niges,  que  esas  son  en  mucha  quantidad,  y  tór- 
tolas y  otros  pájaros ;  perdices  pocas,  y  aquellas 
a  escudo;  gallinas  y  capones  y  pollos  harto  ba- 
rato. 

Mata. — ¿Hai  carnero? 

Joan. — ¡  0,  bien  haya  la  madre  que  os  pa- 
rió, que  tan  bien  me  sacáis  de  vergüenza  en  el 
preguntar,  agora  digo  que  os  perdono  quanto 
mal  me  habéis  hecho  y  lo  por  hazer! 

Pedro. — No  es  poca  merced  que  os  haze  en 
eso. 

Mata. — Tampoco  es  muy  grande. 

Pedro. — ¿No?  ¿perdonar  lo  que  está  por 
hazer? 

Mata.  —  Con  quantos  con  él  se  confiesan  lo 
suele  tener  por  costumbre  hazer  quando  ve  que 
se  le  siguira  algún  intherese. 

Pedro. — No  puede  dexar  de  quando  en 
quando  de  dar  vna  puntada. 

Juan. — Ya  está  perdonado;  diga  lo  que  qui- 
siere. 

Pedro. —  Pues  desa  manera,  yo  respondo 
que  no  solamente  en  Ñapóles,  pero  en  toda  Ita- 
lia no  hai  carnero  bueno,  sino  en  el  sabor  como 
acá  carne  de  cabra;  lo  que  en  su  lugar  alia  se 
come  es  ternera,  que  hai  muy  mucha  y  en  buen 
precio  y  bonissima. 

Mata. — ¿Pescados? 

Pedro. — Hartos  hai.  aunque  no  de  los  de 
España,  como  son  congrios,  salmones,  pesca- 
dos seriales;  destos  no  se  pueden  aber,  y  son 
muy  estimados  si  alguno  los  embia  desde  acá 
de  presente;  sedas  valen  en  buen  precio,  porque 
está  (jerca  de  Calabria,  donde  se  haze  más  que 
en  toda  la  christiandad,  pero  paño  hai  bueno  y 
no  muy  caro;  priny ¡pálmente  raja  de  damas,  es 
tierra  mal  probeida. 

Mata. — ¿Cómo?  ¿no  hai  mugeres? 

(')  las  máfl  y  mejores. 


Pedro. — Hartas;  pero  las  más  feas  que  hai 
de  aqui  alia,  y  con  esto  podréis  satisfa9er  a 
todas  las  preguntas. 

Mata. — ¿Qué  iglesias  hai  prin9Ípales? 

Pedro. — Monte  Oliveto,  Santiago  de  los 
Españoles,  Pie  de  Gruta,  Sant  Lauren9Ío  y 
otras  mil.  De  hai  vine  en  Roma,  con  proposito 
de  holgarme  alli  medio  año,  y  vila  tan  rebuelta 
que  quin9e  dias  me  pares9Ío  mucho,  en  los  qua- 
les  vi  tanto  como  otro  en  seis  años,  porque  no 
tenia  otra  cosa  que  hazer.  Desta  poco  hai  que 
de9Ír,  porque  vn  libro  anda  escrito  que  pone  las 
maravillas  de  Roma.  Vn  dia  de  la  Asfension 
vi  toda  la  sede  apostólica  en  vna  pro9ession. 

Mata. — ¿Vistes  al  Papa? 

Pedro. — Sí,  y  a  los  cardenales. 

Mata. — ¿Cómo  es  el  Papa? 

Pedro. — Es  de  hechura  de  vna  yeboUa,  y 
los  pies  como  cántaro.  La  más  ne9Ía  pregunta 
del  mundo;  ¿cómo  tiene  de  ser  si  no  vn  hom- 
bre como  los  otros?  Que  primero  fue  cardenal 
y  de  alli  le  hizieron  Papa.  Sola  esta  particula- 
ridad sabed,  que  nunca  sale  sobre  sus  pies  a 
ninguna  parte,  sino  llebanle  sobre  los  hombros, 
sentado  en  vna  silla. 

Mata. — ¿Qué  habito  traen  los  cardenales? 

Pedro. — En  la  pro9ession  vnas  capas  de 
coro,  de  grana,  y  bonetes  de  lo  mesmo.  A  pa- 
lacio van  en  unas  mulayas,  llenas  de  chatones 
de  plata;  quando  pasan  por  debajo  del  castillo 
de  Sant  Ángel  les  tocan  las  cherimias,  lo  que 
no  hazen  a  otro  ningún  obispo  ni  señor;  fuera 
de  la  pro9esion ,  por  la  9Íbdad,  muchos  traen 
capas  y  gorras,  con  sus  espadas. 

Juan. — ¿Todos  los  cardenales? 

Pedro.  —  No,  sino  los  que  pueden  servir 
damas,  que  los  que  no  son  para  armas  tomare 
estanse  en  casa;  algunos  van  disfrazados  den- 
tro de  vn  carro  triumphal,  donde  van  a  pasear 
damas,  de  las  qufvles  hai  muchas  y  muy  hermo- 
sas, si  las  hai  en  Italia. 

Mata. — ¿De  buena  fama  o  de  mala  fama? 

Pedro.  —De  buena  fama  hai  muchas  matro- 
nas en  quien  está  toda  la  honestidad  del  mun- 
do, avnque  son  como  serafines;  de  las  enamo- 
radas, que  llaman  cortesanas,  hai  ¿qué  tantas 
pensáis? 

Mata. — No  sé. 

Pedro. — Lo  que  estando  yo  alli  vi  por  ex- 
perien9Ía  quiero  de9Ír,  y  es  que  el  Papa  mandó 
hager  minuta  de  las  que  habia,  porque  tiene 
de  cada  vna  vn  tanto,  y  hallóse  que  habia  tre9e 
mili,  y  no  me  lo  creáis  á  mí,  sino  preguntadlo 
a  quantos  han  estado  en  Roma,  y  muchas  de  a 
diez  ducados  por  noche,  las  quales  tenían  mu- 
chos negoyiantes  echados  al  rincón  de  puros  al- 
can9ados,  y  hafieudo  mohatras,  quando  no  po- 
dían simonías;  yo  vi  a  muchos  arfídianos,  dea- 
nes y  priores,  que  acá  habia  conos9Ído  con  mu- 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


93 


cho  fausto  de  muías  y  mo^os,  andar  alia  con  vna 
capa  llana  y  gorra  comiendo  de  prestado,  sin 
mofp  ni  haca,  medio  corriendo  por  aquellas  ca- 
lles como  andan  acá  los  9Ítadores. 

Mata. — ¿Capa  y  gorra  siendo  dignidades? 

Pedro. — Todos  los  clérigos,  neg09iantes,  si 
no  es  alguno  que  tenga  largo  que  gastar,  traen 
capa  algo  larga  y  gorra,  y  plugiese  a  Dios  que 
no  hiziesen  otra  peor  cosa,  que  bien  se  les  per- 
donarla, 

Juan.  — ¿De  qué  procede  que  en  habiendo 
estado  vno  algunos  años  en  Roma  luego  biene 
cargado  de  calongias  y  deanazgos  y  curados? 

Pedro. — Habéis  tocado  buen  puncto;  éstos 
que  os  digo,  que,  por  gastar  más  de  lo  ra9ona- 
ble,  andan  perdidos  y  cambiando  y  recambiando 
dineros  que  paguen  acá  de  sus  rentas,  toman 
alia  de  quien  los  tenga  quinientos  ducados  o 
mili  prestados,  por  hazerle  buena  h obra,  y  como 
no  hai  ninguno  que  no  tenga,  juntamente  con 
la  dignidad,  alguna  calongia  o  curado  anexo, 
por  la  buena  hobra  resgibida  del  otro  le  da  lue- 
go el  regreso,  y  nunca  más  el  acredor  quiere  sus 
dineros,  sino  que  él  se  los  haze  de  gra9Ía,  y 
quando  los  tubiere  sobrados  se  los  pagará. 

Juan. — Esa,  simonía  es  en  mi  tierra,  encu- 
bierta. 

Mata. — ¡O,  el  diablo!  Aunque  estotro  quie- 
ra defir  las  cosas  con  crian9a  y  buenas  palabras, 
no  le  dexareis. 

Pedro. — ¿Pues  pensabais  que  traíanlos  be- 
nefi9Íos  de  amistad  que  tubiesen  con  el  papa? 
Hagos  saver  que  pocos  de  los  que  de  acá  van 
le  hablan  ni  tienen  trabaquentas  con  él. 

Juan. — ¿Pues  cómo  consiente  eso  el  papa? 

Pedro. — ¿Qué  tiene  de  hazer,  si  es  mal  in- 
formado? ¿Ya  no  responde:  si  sic  estfiat?  más 
de  quatro  que  vos  conos9eis,  cuios  nombres  no  os 
diré,  que  tenian  acá  bien  de  comer,  comerían 
allá  si  tubiesen,  que  yo  pensaba  que  la  galera 
hera  el  infierno  abreviado;  pero  mucho  más  se- 
mejante me  pares9Ío  Roma. 

Mata. — ¿Es  tan  grande  como  diyen,  que  te- 
nia quatro  leguas  de  9erco  y  siete  montes  den- 
tro? 

Pedro. — De  cerco  solia  tener  tanto,  y  oi  en 
dia  lo  tiene;  pero  mucho  más  sin  conpara9Íon 
es  lo  despoblado  que  lo  poblado.  Los  montes 
es  verdad  que  alli  se  están,  donde  hai  agora 
huertas  y  jardines.  Las  cosas  que,  en  suma  hai, 
insignes  son:  primeramente,  concurso  de  todas 
las  na9Íones  del  mundo;  obispos  de  a  quin9e  en 
libra  sin  quento.  Yo  os  prometo  que  en  Roma 
y  el  reino  de  Ñapóles  que  pasan  de  tres  mili 
obispos  de  do9Íentos  a  ochoyientos  ducados  de 
renta. 

Mata. — ¿Esos  tales  serán  de  Sant  Nicolás? 

Pedro. — Y  aun  menos,  a  mi  pares9er;  por- 
que si  no  durase  tan  poco,  tanto  es  obispo  de 


Sant  Nicolás  como  cardenal  al  menos.  Ruin 
sea  yo  si  no  está  tan  contento  como  el  papa. 
Las  esta9Íones  en  Roma  de  las  siete  iglesias  es 
cosa  que  nadie  las  dexa  de  andar,  por  los  per- 
dones que  se  ganan. 

Juan. — ¿Quáles  son? 

Pedro.  — Sant  Pedro  y  Sant  Pablo,  Sant 
Juan  de  Letran  y  Sant  Sebastian,  Sancta  Ma- 
ria  Maior,  Sant  Lorenfio,  Sancta  Cruz.  Bien  es 
menester,  quien  las  tiene  de  andar  en  un  dia, 
madrugar  a  almor9ar,  porque  hai  de  vna  a  otra 
dos  leguas ;  al  menos  de  Sant  Juan  de  Letran 
a  Sant  Sebastian. 

Juan.— Calles,  ¿quáles? 

Pedro. — La  calle  del  Populo,  la  plaza  In 
agona,  los  Bancos,  la  Puente,  el  Pala9Ío  Sacro, 
el  castillo  de  Sant  Angelo,  al  qual  dosde  el  Pa- 
la9Ío  Sacro  se  puede  ir  por  un  secreto  pasadifo. 

Mata, — ¿Es  en  Sant  Pedro  el  pala9Ío? 

Pedro. — Sí. 

Juan. — Sumptuosa  cosa  sera. 

Pedro. — Soberbio  es  por  9Íerto,  ansí  de  edi- 
fi9Íos  como  de  jardines  y  fuentes  y  pla9as  y 
todo  lo  ne9esario,  confoi'me  a  la  dignidad  de  la 
persona  que  dentro  se  aposenta. 

Mata. — ¿Caros  valdrán  los  bastimentos  por 
la  mucha  jente? 

Pedro. — Más  caros  que  en  Ñapóles,  pero  no 
mucho. 

Mata. — ¿Tiene  mar  Roma  o  no?  esto  nun- 
ca se  ha  de  olvidar. 

Pedro.  — Qinco  leguas  de  Roma  está  la 
mar,  y  pueden  ir  por  el  rio  Tiber  abajo,  que  va 
a  dar  en  la  mar,  en  barcas  y  en  vergantines, 
que  alia  llaman  fragatas,  en  las  quáles  traen 
todo  lo  ne9esario  a  Roma. 

Juan. — Cosa  de  grande  magestad  sera  ver 
aquellas  audienfias.  ¿Y  la  Rota? 

Pedro.— No  es  más  ni  aun  tanto  que  la 
Chan9Ílleria  y  el  Consejo  Real.  Ansi,  tienen 
sus  salas  donde  oyen.  De  las  cosas  más  insignes 
que  hai  en  Roma  que  ver  es  vna  casa  y  guerta 
que  llaman  la  Viña  del  papa  Julio,  en  donde  se 
ven  todas  las  antiguallas  pr¡n9Ípales  del  tiem- 
po de  los  romanos  que  se  pueden  ver  en  toda 
Roma,  y  vna  fuente  que  es  cosa  digna  de  ir  de 
aqui  alia  a  sólo  verla;  la  casa  y  huerta  son  tales 
que  yo  no  las  sabré  pintar,  sino  que  al  cabo  de 
estar  bobo  mirándola  no  sé  lo  que  me  he  visto; 
digo,  no  lo  sé  explicar.  Bien  tengo  para  mí  que 
tiene  más  que  ver  que  las  siete  marabillas  del 
mundo  juntas. 

Juan.  ^¿Qué  tanto  costana? 

Pedro.  — Ochoyientos  mili  ducados,  dÍ9en 
los  que  m'íjor  lo  saben;  pero  a  mí  me  pares9e 
que  no  se  pudo  hazer  con  vn  millón. 

Juan. — ¿Y  quién  la  g09a? 

Pedro.  ~  Vn  pariente  del  Papa;  pero  el  que 
mejor  la  g09a  es  vn  casero,  que  no  hai  dia  que 


u 


autobiografías  y  memorias 


no  gane  más  de  vn  escudo  a  sólo  mostrarla, 
sin  lo  que  se  le  queda  de  los  banquetes  que  los 
cardenales,  señores  y  damas  cada  dia  hazen 
alli. 

Juan. — Pues  ¿cómo  no  la  doxo  al  Pontifica- 
do vna  cosa  tan  admirable  y  de  tanta  costa? 
Más  nombrada  fuera  si  siempre  tubiera  al  Papa 
por  patrón. 

Pedro. — lío  sé;  más  quiso  fabores^er  a  sus 
parientes  que  a  los  ajenos. 

Mata.  —  ¿Si  le  liabia  pesado  de  haberla 
hecho? 

Pedro. — Bien  podra  ser  que  sí. 

MATA.~¿Quánto  más  triumphante  entrara 
el  dia  del  Juiyio  ese  Papa  con  vn  carro,  en  el 
qual  Uebara  detras  de  sí  ^inquenta  mili  animas 
que  ubiera  sacado  del  cauteberio  donde  vos  sa- 
lís y  otras  tantas  pobres  huérfanas  que  ubiera 
casado,  c¿ue  no  haber  dexado  vn  lugar  adonde 
Dios  sea  muy  ofendido  con  banquetear  y  bo- 
rrachear y  rufianar?  Por  eso  me  quieren  todos 
mal,  porque  digo  las  verdades;  estamos  en  vna 
hera  que  en  dipiendo  vno  A'na  cosa  bien  dicha 
o  vna  verdad,  luego  le  dÍ9en  que  es  satírico, 
que  es  maldÍ9Íente,  que  es  mal  christiano;  si 
dige  que  quiere  más  oír  vna  misa  re9ada  que 
cantada,  por  no  parlar  en  la  iglesia,  todo  el 
mundo  a  vna  voz  le  tiene  por  ereje,  que  dexa 
de  ir  el  domingo,  sobre  sus  finados,  a  oír  la 
misa  mayor  y  tomar  la  paz  y  el  pan  bendito;  y 
quien  le  preguntase  agora  al  papa  Julio  por 
quánto  no  quisiera  haber  malgastado  aquel  mi- 
llón, cómo  respondería  que  por  mili  millones; 
y  si  le  dexasen  bolver  acá,  ¿cómo  no  dexaria 
piedra  sobre  piedra?  ¿Qué  más  hai  que  ver,  que 
se  me  cscalicnta  la  boca  y  no  quiero  más  ha- 
blar? 

Pedko. — El  Coliseo,  la  casa  de  Verguío  y 
la  torre  donde  estubo  colgado;  las  termas  y  vn 
hombre  labrador  de  metal  en9Íraa  de  vn  caballo 
de  lo  mesmo,  muy  al  bibo  y  muy  antiguo,  que 
dÍ9en  que  libró  la  patria  y  prendió  a  vn  Rey 
que  estaba  sobre  Roma  y  la  tenia  en  mucho 
aprieto,  y  no  quiso  otro  del  Senado  romano 
sino  que  le  pusiesen  alli  aquella  estatua  por  me- 
moria. Casas  hai  muy  buenas. 

Juan. —  El  9elebrar  del  culto  diiiino,  ¿con 
mucha  más  magostad  sera  que  acá  y  más 
sumptuosas  iglesias? 

Pedro. — Por  lo  que  dixe  de  los  obispos  ha- 
bíais de  entender  lo  demás.  No  son,  con  mili 
partos,  tan  bien  adornadas  como  acá;  antes  las 
hallareis  todas  tan  pobres  que  paresfen  ospita- 
les  robados;  los  edifi9Íos,  buenos  son,  pero  me- 
jores los  hai  acá  (').  Sant  Pedro  de  Roma  se 
haze  agora  con  las  limosnas  de  España;  pero 
yo  no  sé  quándo  se  acabara,  según  ba  el  ed.ifi9Ío. 

(')  en  Senn. 


Juan. — ¿Es  alli  donde  d¡9en  que  pueden  su- 
bir las  bestias  cargadas  a  lo  alto  de  la  obra? 

Pedro. — Eso  mesmo.  En  Sena  hai  buena 
iglesia,  y  en  Milán  y  Floren9Ía,  pero  pobrisi- 
mas;  los  canónigos  dellas  como  ra9Íoneros  de 
iglesias  comunes  de  acá;  pobres  capellanes,  más 
que  acá. 

Juan.—  Con  sólo  eso  basto  a  ferrar  las  bo- 
cas de  quantos  de  Roma  me  quisieren  pre- 
guntar. 

Pedro. — Avnque  sean  cortesanos  roma- 
nos, podréis  hablar  con  ellos;  y  no  se  os  olvide, 
si  os  preguntaren  de  la  aguja  que  está  a  las 
espaldas  de  Sant  Pedro,  que  es  de  vna  piedra 
sola  y  muy  alta,  que  sei'a  como  una  casa  bien 
alta,  labrada  como  vn  pan  de  a9ucar  quadrado. 
Bodegones  hai  muy  gentiles  en  toda  Italia, 
adonde  qualquier  Señor  de  salba  puede  hones- 
tamente ir,  y  le  darán  el  recado  conforme  a 
quien  es.  Tomé  la  posta  y  vine  en  Viterbo, 
donde  no  hai  que  ver  mas  de  que  es  vna  muy 
buena  9Íbdad,  y  muy  llana  y  grande.  Hai  vna 
sancta  en  vn  monesterio  que  se  llama  Sancta 
Rosa,  la  qual  muestran  a  todos  los  pasajeros 
que  la  quieren  ver,  y  está  toda  entera;  yo  la  vi, 
y  las  monjas  dan  vnos  cordones  que  han  tocado 
al  cuerpo  santo,  y  digen  que  aprobecha  mucho 
a  las  mugeres  para  empreñarse  y  alas  que  están 
de  parto  para  parir;  anles  de  dar  algo  de  limos- 
na por  el  cordón,  que  de  eso  biben. 

Mata. — ¿Y  vos  no  traxistes  alguno? 

Pedro. — Vn  par  me  dieron,  y  diles  vn  real, 
con  lo  que  quedaron  contentas;  y  dixeles:  Se- 
ñoras, yo  llebo  estos  cordones  porque  no  me 
tengáis  por  menos  christiano  que  a  los  otros 
que  los  lleban;  mas  de  vna  cosa  estad  satisfe- 
chas, que  yo  creo  verdaderamente  que  basta 
para  empreñar  vna  muger  más  vn  hombre  que 
quantos  sanctos  hai  en  el  9Íelo,  quanto  más  las 
sanctas.  EscandalÍ9aronse  algo,  y  tubimos  vn 
rato  de  pala9Ío.  Dixeronme  que  pares9Ía  bien 
español  en  la  ipocresia.  Yo  les  dixe  que  en 
verdad  lo  de  menos  que  tenia  hera  aquello,  y 
yo  no  traía  los  cordones  porque  lo  creyese, 
sino  por  ha9erlo  en  creer  acá  quando  viniese,  y 
tener  cosas  que  dar  de  las  que  mucho  valen  y 
poco  cuestan. 

Juan. —  Pues  para  eso  acá  tenemos  una 
yinta  de  Sant  Juan  de  Ortega. 

Pedro.  —¿Y  paren  las  mugeres  con  ella? 

Juan. — 'Muchas  he  visto  que  han  parido. 

Mata. — Y  yo  muy  muchas  que  han  ido  alia 
y  nunca  paren. 

Juan. — Será  por  la  poca  debo9Íon  que  lleban 
esas  tales. 

Mata. — No,  sino  porque  no  lleba  camino 
que  por  ceñirse  la  9Ínta  de  vn  sancto  se  empre- 
ñen. 

Juan. — Eso  es  mal  dicho  y  ramo  de  eregia, 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


95 


que  Dios  es  poderoso  de  hazer  eso  y  mucho 
mas. 

Mata. — Yo  confieso  que  lo  puede  liazcr, 
mas  no  creo  que  lo  haze.  ¿Es  articulo  de  fe  no 
lo  creer?  Si  yo  he  visto  sesenta  mugeres  que 
después  de  ceñida  se  quedan  tan  estériles  como 
antes,  ¿por  qué   lo  he  de  creer? 

Joan. — Porque  lo  creen  los  theologos,  que 
saben  mas  que  bos. 

Mata.— Eso  será  los  theologos  como  bos  y 
los  fraires  de  la  mesma  casa;  pero  asnadas  que 
Pedro  de  Urdimalas,  que  sabe  más  dello  que 
todos,  que  deso  y  sudar  las  imagines  poco  crea; 
¿que  de9Ís  bos? 

Pedro. — Yo  digo  que  la  9Ínta  puede  muy 
bien  ser  causa  que  la  muger  se  empreñe  si  se  la 
saben  9eñir. 

Juan. — Porfiara  Mátalas  Callando  en  su  ne- 
cedad hasta  el  dia  del  juifio. 

Mata. — ¿Cómo  se  ha  de  9eñir? 

Juan.  — ¿Cómo,  sino  con  su  estola  el  padre 
prior  y  con  aquel  debido  acatamiento? 

Pedro. — Desa  manera  poco  aprobechará. 

Juan. — ¿Pues  cómo? 

Pedro. — El  fraire  más  mo9o,  á  solas  en  su 
peída,  y  ella  desnuda,  que  de  otra  manera  yo 
soi  de  la  opinión  de  Mátalas  Callando. 

Juan. — Como  sea  cosa  de  malÍ9Ías  y  ruin- 
dades, bien  creo  yo  que  os  haréis  presto  á  vna. 

Pedro. — Mas  presto  nos  aunaremos  con  vos 
en  la  ipocresía.  Sabed  también  que  en  Biterbo 
se  hazen  muchas  y  muy  buenas  espuelas,  más 
y  mejores,  y  en  mejor  pre9Ío  que  en  toda  Italia, 
y  no  pasa  nadie  que  no  traiga  su  par  dellas; 
tiene  también  vnos  baños  naturales  muy  bue- 
nos, adonde  va  mucha  jente  de  Roma,  avnque 
yo  por  mejores  tengo  los  de  Pufol,  que  es  dos 
leguas  de  Ñapóles,  en  donde  hai  grandissimas 
antiguallas:  alli  está  la  Cueba  déla  Sibila  Cu- 
mana  y  el  Monte  Miseno,  y  estufas  naturales 
y  la  laguna  Estigia,  adonde  si  meten  un  perro 
le  sacan  muerto  al  paresper,  y  metido  en  otra 
agua  está  bueno,  y  si  un  poco  se  detiene,  no 
quedara  sino  los  huesos  mondos;  y  esto  digolo 
porque  lo  vi;  sacase  alli  muy  gran  quantidad 
de  a9ufre. 

Mata. — ¿Y  eso  se  nos  habia  pasado  entre 
renglones  siendo  la  cosa  más  de  notar  de  to- 
das? Pues  agora  se  me  acuerda,  porque  de9Ís  de 
azufre,  ¿qué  cosa  es  vn  monte  que  dijen  que 
hecha  llamas  de  fuego? 

Pedro.  -  Eso  es  en  Sicilia  tres  o  quatro 
montes;  el  pr¡n9Ípal  se  llama  Mongibelo,  muy 
alto,  y  tiene  tanto  calor  que  los  nabios  que 
pasan  por  junto  a  él  sienten  el  aire  tan  caliente 
que  pares9e  boca  de  horno,  y  vna  vez  entre 
muchas  salió  del  tanto  fuego  que  abrasó  quanto 
habia  más  de  seis  leguas  al  derredor.  De  alli 
traen  estas  piedras  como  esponjas,  que  llaman 


pumiqes,  con  que  raspan  el  cuero.  Hai  otros  dos 
que  se  llaman  Estromboli  y  Estrombolillo,  y 
otro  Bulcan,  que  los  antiguos  llamaban  Ethna, 
donde  de9Ían  que  estaban  los  cicoplas  y  gi- 
gantes. 

Juan. — ¿Pues  de  los  mesmos  montes,  de  la 
concavidad  de  dentro,  sale  el  fuego? 

Pedro. — Perpetuamente  están  echando  hu- 
mo negro  y  9entellas,  como  si  se  quemase  al- 
gún grandissimo  horno  de  alcalleres,  y  aquello 
dÍ9en  que  es  boca  del  infierno. 

Mata. — ¿Qué  ven  dentro  subiendo  alia? 

Pedro. — ¿Quién  puede  subir  nunca?  Nadie 
pudo,  porque  ya  que  van  al  medio  camino,  co- 
mien9an  a  hirmar  en  tierra  quemada  como  9e- 
nÍ9a,  y  más  adelante  pueden  menos,  por  el  calor 
grandissimo,  que  cierto  se  abrasarían. 

Mata. — ¿Qué9ibdades  nombradas  tiene  Si- 
9¡lia? 

Pedro. — Palermo  es  de  las  más  nombradas 
y  con  ra9on,  porque  avnque  no  es  grande,  es 
más  probeida  de  pan  y  vino  y  carne  y  volatería 
y  toda  ca9a  que  9Íbdad  de  Italia;  Qaragoza 
también  es  buena  9Íbdad,  Trápana  y  Me9Ína. 

Juan. — ¿Cae  Vene9Ía  ha9Ía  esa  parte? 

Pedro. — No;  pero  diremos  della  que  es  la 
más  rica  de  Italia  y  la  mayor  y  de  mejores 
casas,  y  muchas  damas;  aunque  la  gente  es  al- 
go apretada,  en  el  gastar  y  comer  son  muy  de- 
licados; todo  es  penar  ellos  y  los  florentines 
ensaladitas  de  flores  y  todas  yerbe9Ítas,  y  si  se 
halla  varata  vna  perdiz  la  comen  ó  gallina;  de 
otra  manera,  no. 

Mata. — ¿Es  la  que  está  armada  sobre  la 
mar? 

Pedro. — La  mesma. 

Mata. — ¿Qué,  es  posible  aquello? 

Pedro. — Es  tan  posible  que  no  hai  mayor 
9Íbdad  ni  mejor  en  Italia. 

Juan. — ¿Pues  cómo  las  edifican? 

Pedro. — Habéis  de  saber  que  es  mar  muer- 
ta, que  nunca  se  ensoberveze,  como  esta  de  La- 
redo  y  Sevilla,  y  tampoco  está  tan  hondo  alli 
que  no  le  hallen  suelu.  Fuera  de  la  mar  hazen 
vnas  cajas  grandes  a  manera  de  arcas  sin  co- 
vertor,  y  quando  más  sosegada  está  la  mar 
metenles  dentro  algunas  piedras  para  que  la 
hagan  ir  a  fondo,  y  metenla  derecha  a  plomo, 
y  en  tocando  en  tierra  comienpan  a  toda  furia 
a  hinchirla  de  tierra  o  piedras  o  lo  que  se  ha- 
llan, y  queda  firme  para  que  sobre  ella  se 
edifique  como  pimientos  de  argamasa,  y  si  me 
preguntáis  cómo  lo  sé,  preguntaldo  a  los  que 
fueron  cautibos  de  ^''lan  Baxa  y  Barbarroja, 
que  nos  hizieron  trabajar  en  hinchir  más  de 
cada  9Íent  cajas  para  hacer  sendos  jardines  que 
tienen,  donde  están  enterrados,  en  la  canal  de 
Constantinopla,  legua  y  media  de  la  pibdad, 
y  con  ser  la  mar  alli  poco  menos  fuerte  que  la 


96 


autobiografías  y  memorias 


de  Poniente,  quedó  tan  perpetuo  edifi9Ío  como 
quantos  hai  en  Vene9Ía. 

Juan. — ¿Y qué  tantas  cajas  lia  menester  para 
vna  casa? 

Pedro. — Quan  grande  la  quisiere  tantas  y 
más  ha  menester. 

Juan. — ¿Grande  gasto  sera? 

Pedro. — Vna  casa  de  piedra  lodo  no  se  pue- 
de acá  ha9er  sin  gasto;  mas  (')  no  cuesta  más 
que  de  cal  y  canto  y  se  tarda  menos. 

Mata. — Y  las  calles  ¿son  de  mar  o  tienen 
cajas? 

Pedro. — Todo  es  mar,  si  no  las  casas,  y 
adonde  quiera  que  queráis  ir  os  llebaran,  por  vn 
dinero,  en  vna  barquita  más  limpia  y  entoldada 
que  vna  cortina  de  cama;  bien  podéis  si  queréis 
ir  por  tierra,  por  vnas  cajas  anchas  que  están  a 
los  lados  de  la  calle,  como  si  imaginaseis  que 
por  cada  calle  pasa  vn  rio,  el  qual  de  parte  a 
parte  no  podéis  atravesar  sin  barca;  mas  podéis 
ir  rio  abajo  y  arriba  por  la  orilla. 

Mata. — Admirable  cosa  es  esa;  ¿quie'n  por 
poco  dinero  se  querrá  cansar? 

Juan. — Mas  ¿quien  quisiera  dexar  de  haber 
oido  esto  de  Benefia  por  todo  el  mundo,  y  en- 
tenderlo tan  a  la  clara  de  persona  que  tan  bien 
lo  ha  dado  a  entender  que  me  ha  quitado  de  la 
mayor  confusión  (2)  que  puede  ser?  jamas  la 
podia  imaginar  cómo  fuese  cada  vez  que  oia 
que  estaba  dentro  en  la  mar. 

Mata. — ¿Acuérdaseos  de  aquel  quento  que 
os  contó  el  duque  de  Medina9eli,  del  pintor  que 
tubo  su  padre? 

Juan.  —  Sí,  muy  bien,  y  tubo  mucha  ragon 
de  ir. 

Pedro. — ¿Qué  fue? 

Juan. — Contábame  un  dia  el  Duque,  que  es 
mi  hijo  de  confession,  que  habia  tenido  su  padre 
vn  pintor,  hombre  muy  perdido. 

Mata. — No  es  cosa  nueba  ser  perdidos  los 
pintores;  más  nueba  seria  ser  ganados  ellos,  y 
los  esgrimidores  y  maestros  de  danzar  y  de 
enseñar  leer  a  niños.  ¿Habéis  visto  alguno  des- 
tos  ganado  en  quanto  habéis  peregrinado? 

Pedro. — Yo  no,  dexalde  degir. 

Juan. — Tan  pocos  soldados  habréis  visto  ga- 
nados; y,  como  digo,  fuese,  dexando  su  muger 
y  hijos,  con  vn  bordón  en  la  mano  a  Santa 
Maria  de  Loreto  y  a  Roma,  hiendo  a  ida  y  a 
venida,  como  no  Uebaba  prisa,  las  cosas  insig- 
nes que  cada  gibdad  tenia,  y  en  toda  Italia  no 
dexó  de  ver  sino  a  Vene9Ía;  estubo  por  alia  tres 
o  quatro  años,  y  volvióse  a  su  casa;  y  el  Duque 
dábale  de  comer  como  medio  limosna,  y  el  par- 
tido mesmo  que  antes  tenia,  y  mandóle,  como 
daba  tan  buena  quenta  de  todo  lo  que  habia 

(')  sabed  que. 
(')  del  mundo. 


andado,  que  cada  dia  mientras  comiese  le  con- 
tase vna  9Íbdad  de  las  que  habia  visto,  qué  sitio 
tenia,  qué  ve9Índad,  qué  cosas  de  notar.  El  lo 
ha9Ía,  y  el  Duque  gustaba  mucho,  como  no  lo 
habia  visto.  Y  de9Ía:  Señor,  Roma  es  vna  9¡b- 
dad  desta  y  desta  manera;  tiene  esto  y  esto. 
Acabado  de  comer,  el  Duque  le  prevenía  dÍ9Íen- 
do:  Para  mañana  traed  estudiada  tal  9Íbdad,  y 
traíala,  y  aquel  dia  le  señalaba  para  otro.  Mi 
fe,  vn  dia  dixole:  Para  mañana  traed  estudiada 
a  Vene9Ía.  El  pintor,  sin  mostrar  flaqueza,  res- 
pondió que  sí  haria;  y  salido  de  casa  viose  el 
más  corrido  del  mundo  por  abersela  dexado.  No 
sabiendo  qué  se  hazer,  toma  su  bordón,  sin  más 
hablar  a  nadie,  y  camina  para  Fran9Ía  y  pasase 
en  Italia  otra  vez,  y  vase  derecho  a  Vene9Ía,  y 
mírala  toda  muy  bien  y  particularmente,  y 
buelvese  a  Medinayeli  como  quien  no  haze 
nada,  y  llega  quando  el  Duque  se  asentaba  a 
comer  muy  descuidado,  y  di^e:  En  loque  vues- 
tra señoría  dipe  de  Venefia,  es  vna  9ibdad  de 
tal  y  tal  manera,  y  tiene  esto  y  esto  y  l'otro; 
y  comien9a  de  no  dexar  cosa  en  toda  ella  que 
no  le  diese  a  entender.  El  Duque  quedóse 
mudo  santiguando,  que  no  supo  qué  se  de9Ír, 
como  habia  tanto  que  faltaba. 

Pedro. — El  más  delicado  quento  que  a  nin- 
gún señor  jamas  acontescio  es  ese  en  verdad; 
él  meresgia  que  le  hiziesen  mercedes. 

Juan,  -  Hízoselas  conforme  a  buen  caballero 
que  hera,  porque  le  dio  largamente  de  comer  a 
él  y  a  toda  su  casa  por  su  vida. 

Mata. — Pues  a  fe  que  en  la  hera  de  agora 
pocos  halléis  que  hagan  mer9edes  de  por  vida; 
antes  os  harán  diez  mercedes  de  la  muerte  que 
vna  de  bida.  De  Viterbo  ¿adonde  vinistes? 

Pedro. — -A  Sena  y  su  tierra,  la  qual  no  hai 
nadie  que  la  vea  que  no  haga  los  llantos  que 
Hieremias  por  Hierusalem;  pueblos  todos  que- 
mados y  destruidos,  de  edificios  admirables  de 
ladrillo  y  marmol,  que  es  lo  que  más  en  todo  el 
Senes  hai,  y  no  pocos  y  como  quiera,  sino  de  a 
mili  casas  y  a  quatro9Íentas  y  en  gran  numero, 
que  no  hallarais  quien  os  diera  vna  jarra  de 
agua;  los  campos,  que  otro  tiempo  con  su  gran 
soberbia  floresjian  abundantissimos  de  mucho 
pan,  vino  y  frutas,  todos  barbechos,  sin  ser  en 
seis  años  labrados;  los  que  los  habian  de  labrar, 
por  aquellos  caminos  pidiendo  misericordia,  pe- 
res9Íendo  de  la  viba  hambre,  hecticos,  consu- 
midos. 

Mata. — ¿Y  eso  todo  de  qué  hera? 

Pedro. — De  la  guerra  de  los  años  de  52, 
53,  54,  55,  quando  por  su  propia  soberbia  se 
perdieron.  La  y.ibdad  es  cosa  muy  de  magestad; 
las  casas  y  calles  todo  ladrillo.  Vna  fortissima 
fortaleza  se  haze  agora,  con  la  qual  estaran 
subjetos  a  mal  de  su  grado.  Hai  que  ver  en  la 
fibdad,  principalmente  damas  que  tienen  fama. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


97 


y  es  verdad  que  lo  son,  de  muy  hermosas;  vna 
iglesia  que  llaman  el  Domo,  que  sólo  el  suelo 
costo  más  que  toda  la  iglesia. 

Juan. — ¿Es  de  plata  ó  de  qué? 

Pedro. — De  polidissimo  marmol,  con  toda 
la  sutileza  del  mundo  asentado,  y  todo  escul- 
pido de  mili  quentos  de  istorias,  que  en  él  están 
grabadas,  que  verdaderamente  se  os  hará  muy 
de  mal  pisar  en9Íma.  En  Ytalia  toda  no  hai  cosa 
más  de  ver  de  templo. 

Mata. — Pues  ¡qué  necedad  hera  hazer  el 
suelo  tan  galán! 

Pedro. — Soberbia  que  reinó  siempre  mucha 
en  los  seneses.  Vna  pla^a  tiene  también  toda 
de  ladrillo,  que  dubdo  si  hai  de  aqui  alia  otra 
tal;  y  vna  fuente,  entre  muchas,  dentro  la  (jib- 
dad,  que  sale  de  vna  peña  por  tres  ojos  o  qua- 
tro,  que  cada  vno  basta  a  dar  agua  a  vna  rueda 
de  molino. 

Mata.— ¿Está  junto  a  la  mar? 

Pedro. — No,  sino  doge  leguas  hasta  puerto 
Hercules  y  Orbitelo.  Luego  fui  en  Floren9Ía, 
yibdad,  por  9Íerto,  en  bondad,  riqueza  y  hermo- 
sura, no  de  menos  dignidad  que  las  demás, 
cuyas  calles  no  se  pueden  comparar  a  ningunas 
de  Italia.  La  iglesia  es  muy  buena,  de  cal  i 
canto  toda,  junto  a  la  qual  está  vna  capilla  de 
Sant  Juan,  donde  está  la  pila  del  baptismo, 
toda  de  hobra  musaica  de  las  buenas  y  costosas 
piezas  de  Italia,  con  quatro  puertas  muy  sober- 
bias de  metal  y  con  figuras  de  vulto. 

Mata. — ¿Qué  llaman  hobra  musaica? 

Pedro. — Antiguamente,  que  agora  no  se 
haze,  vsaban  hazer  9Íertas  figuras  todas  de  pie- 
dreyitas  quadradas  como  dados  y  del  mesmo 
tamaño,  vnas  doradas,  otras  de  colores,  con- 
forme a  como  hera  menester. 

Juan. — "No  lo  acabo  bien  de  entender. 

Pedro. — En  la  pared  ponen  vn  betún  blanco. 

Juan. — Bien. 

Pedro. — Y  sobre  él  asientan  vn  papel  agu- 
jerado con  la  figura  que  quieren,  que  llaman 
padrón,  y  dexala  alli  señalada.  Ya  lo  habréis 
visto  esto. 

Juan. — Muchas  vezes  los  brosladores  lo 
vsan. 

Pedro. — Ansi,  pues,  sobre  esta  figura  que 
está  señalada  asientan  ellos  sus  piezezicas  qua- 
dradas, como  los  vigoleros  las  tarabeas. 

Juan. — Entiéndelo  agora  muy  bien.  ¿Pero 
sera  de  grandissima  costa? 

Pedro. — En  eso  yo  no  me  entremeto,  que 
bien  creo  que  costara. 

Mata. — Muchas  vezes  había  oido  de^ir  ho- 
bra musaica,  y  nunca  lo  habia  entendido  hasta 
agoi-a;  y  apostare  que  hai  más  de  mili  en 
España  que  presumen  de  bachilleres  que  no  lo 
saben. 

Pedro. — Con  quan  ricos  son  los  florentines. 


veréis  vna  cosa  que  os  espantará,  y  es  que  si  no 
es  el  dia  de  fiesta  ninguna  casa  de  principal  ni 
rico  veréis  abierta,  sino  todas  perradas  con  ven- 
tanas y  todo,  que  os  parespera  ser  inhabitada. 

Juan. — ¿Pues  dónde  están?  ¿qué  hazen? 

Pedro. — Todos  metidos  en  casa,  ganando  lo 
qne  aquel  dia  han  de  comer,  aunque  sean  hom- 
bres de  quatro9Íentos  mili  ducados,  que  hai 
muchos  dellos;  quién  escarmenando  lana  con 
las  manos,  quién  seda;  quién  haze  esto  de  sus 
manos,  quién  aquello,  de  modo  que  gane  lo  que 
aquel  dia  ha  de  comer;  que  tampoco  es  menester 
mucho,  porque  todo  es  ensaladillas,  como  dixe 
de  los  vene9Íanos.  De  pan  y  vino,  9ebada  y 
otras  cosas  es  mal  probeida,  porque  es  todo  de 
acarreo,  y  por  eso  vale  todo  caro.  De  sedas, 
paños  y  rajas  es  muy  bien  baste9Ída  y  barato,  y 
otras  muchas  mercan9Ías.  Tiene  buen  castillo  y 
guertas  y  jardines.  El  pala9Ío  del  Duque  es 
muy  bueno,  a  la  puerta  del  qual  está  vna  meda- 
lla de  metal  con  vna  cabeza  de  Medusa,  cosa 
muy  bien  hecha  y  de  ver.  Vna  leonera  tiene  el 
Duque  mejor  que  ningún  rey  ni  principe,  en  la 
qual  veréis  muchos  leones,  tigres,  leopardos, 
on9as,  osos,  lobos  y  otras  muchas  fieras.  Ansi 
en  Floren9Ía  como  en  todas  las  grandes  9Íbda- 
des  de  Fran9Ía  y  Ytalia,  tienen  todos  los  que 
tienen  tiendas,  de  qualquiera  cosa  que  sea,  vnas 
banderetas  a  la  puerta  con  vna  insignea,  la  que 
él  quiere,  para  ser  conosfido,  porque  de  otra 
arte  seria  preguntar  por  Pedro  en  la  Corte,  y 
ansi  cada  vno  dice:  Señor,  yo  bibo  en  tal  calle, 
en  la  insigna  del  Qisne,  en  la  del  León,  en  la 
del  Caballo,  y  ansi. 

Juan. — ¿Es  deso  vnas  figuras  que  traen  to- 
dos los  libros  en  los  prin9Ípios,  que  vno  trae  la 
Fortuna,  otro  no  sé  qué? 

Pedro. — Lo  mesmo;  eso  significa  que  donde 
se  vende  o  se  imprimió  tienen  aquella  insigna. 

Juan. — Agora  digo  que  tiene  ra9on  Mata- 
lascallando, que  nos  podrían  hechar  acá  en 
España  a  todos  sendas  albardas,  que  no  sabe- 
mos tener  orden  ni  conpierto  en  nada.  ¿Qué 
cosa  hai  en  el  mundo  mejor  ordenada? 

Pedro. — Pues  avn  en  el  relox  pusieron  los 
florentines  orden,  que  porque  daba  24  y  los 
ofi9Íales  se  detenían  en  contar,  y  perdían  algo 
de  sus  jornales,  hizieron  que  no  diese  sino  por 
9Ífra  de  seis  en  seis. 

Juan. — Eso  me  hazed  entender,  por  amor  de 
Dios,  porque  [dicen]  algunos  de  los  soldados 
que  de  alia  pasan  [y]  blasonan  del  arnés:  fui- 
mos los  nuestros  a  las  quin9e  horas  a  9Íerta  co- 
rreduría, y  hizieronnos  la  escolta  tantos  y  bol- 
uimos  a  las  veinte.  El  relox  do  (')  Italia  y  acá 
¿no  es  todo  vno  o  es  diverso  sol  el  de  alia  que 
el  de  acá? 

{•)  alia. 


98 


autobiografías  y  memorias 


Pedro.—  Vno  mesmo  es,  como  la  luna  di 
Salamanca  dctjia  el  estudiante;  pero  Ytalia,  de 
lo  que  los  antiguos  astrólogos  tenian  y  de  lo 
que  agora  tenemos  en  España,  Fran9Ía  y  Ale- 
mania difieren  en  la  manera  del  contar  el  dia 
natural,  que  se  quenta  noche  y  dia,  son  veinte 
y  quatro  horas.  Este,  nosotros  contamos  de  me- 
dio dia  a  medio  dia,  como  los  mathematicos; 
la  mitad  hazemos  hasta  media  noche  y  la  otra 
mitad,  de  alli  al  dia,  a  medio  dia.  Estas  veinte 
y  quatro  horas  los  italianos  lasquentan  de  como 
el  sol  se  pone  hasta  que  otro  dia  se  ponga,  y 
ansi  como  nosotros  de9Ímos  a  medio  dia  que 
son  las  doze,  que  es  la  mitad  de  veinte  y  qua- 
tro, ansi  ellos,  en  el  puncto  que  el  sol  se  pone 
dizen  que  son  las  veinte  y  quatro;  y  como  nos- 
otros vna  hora  después  de  medio  dia  debimos 
que  es  la  vna,  y  quando  da  las  quatro  quiere 
dezir  que  son  quatro  horas  después  de  medio 
dia,  ansi  en  Italia,  si  el  relox  da  vna  significa 
que  es  una  hora  después  de  puesto  el  sol,  y  si 
las  quatro,  quatro  horas  después  de  puesto  el 
sol. 

Juan. — ¿Y  si  da  veinte,  que'  significa? 

Pedro. — Que  ha  veinte  horas  que  se  puso 
el  sol  el  dia  pasado. 

Juan,  — Mucha  retartalilla  es  esa, 

Pedro. — Más  tiene  9¡erto  que  el  nuestro. 

Juan. — Oi,  a  las  dos  del  dia  en  nuestro  re- 
lox, ¿quántas  serán  en  el  de  Italia? 

Pedro. — Las  21. 

Juan. — ¿Porqué? 

Pedro.— Porque  agora  son  quin9e  de  He- 
nero,  y  el  sol,  a  nuestra  quenta,  se  pone  a  las 
9Ínco;  pues  de  las  dos,  a  quel  sol  se  ponga, 
¿quántas  horas  hai? 

Juan. — Tres. 

Pedro. — (')  Quitad  aquellas  de  veinte  y 
quatro,  ¿quántas  quedaran? 

Juan.  —Veinte  y  una. 

Pedro. — Pues  tantas  son. 

Mata. — (2)  Yo,  con  quan  asno  soi,  lo  tengo 
entendido,  y  vos  nunca  acabáis.  Si  no,  pregun- 
tadme a  mí. 

Juan. — ¿Qué  hora  es  en  este  puncto  que  es- 
tamos? 

Mata. — Las  siete  y  media. 

Juan. — ¿Cómo? 

Mata. — Porque  media  hora  ha  que  tañeron 
los  fraires  a  media  noche,  y  de  las  9Ínco  que  el 
sol  se  puso  acá  son  siete  horas  y  media. 

Pedro. — Tiene  razón. 

Juan.  — Ello  requiere,  como  las  demás  cosas, 
exer9Í5Ío  para  ser  bien  entendido. 

Pedro.  —  Aqui  no  se  di^e  esto  sino  para  que 
ansi,  en  suma,  lo  sepáis, dando  algún  rastro  de 

/•)  Pues. 
(•)  Pues. 


liaucr  estado  donde  se  usa,  y  para  si  fueredes 
alia  tenerlo  deprendido. 

Mata. — ¿Qué  os  pares9e,  si  yo  estudiara,  de 
la  abilidad  del  rapaz? 

Pedro.  —Bien  en  verdad  pares9eme  que 
quando  yo  me  parti  comen9abais  a  estudiar  de 
Menores  en  el  Colegio  de  Alcántara. 

Juan. — ¿No  le  quitaron  vn  dia  la  capa  por 
el  salario  y  vino  en  cuerpo  como  gentil  hom- 
bre? 

Mata.— Nunca  más  alia  volui.  A9erté  a  lie- 
bar  aquel  dia,  que  nebaba,  vna  capilla  vieja,  y 
quedóse  por  las  costas.  Decorar  aquel  arte  se 
me  ha9Ía  a  mí  gran  pere9a  y  dificultoso  como 
el  diablo,  prin9Ípalmente  en  aquel  gurges,  mer- 
ges,  ven-es,  sirinx  et  meninx  etinx,  quepares9en 
más  palabras  de  encantamiento  que  de  doctrina. 
Tan  dificultosas  se  me  ha9ian  después  que  me 
las  declaraban  como  antes.  Pares9enme  los 
versos  del  Antonio  como  los  Salmos  del  Salte- 
rio, que  quanto  más  oscui'os  son  más  claros; 
mejor  entiendo  yo,  sin  saver  latin,  los  versos 
del  Psalterio  que  en  roman9e.  Dixo  el  Seño?-  a 
mi  Señor:  Siéntate  a  mi  diestra,  hasta  que  pon- 
ga tus  enemigos  por  escaños  de  tus  pies.  En  la 
salida  de  Isrrael  de  Egito,  la  casa  de  Jacob, 
del  pueblo  bárbaro;  dice  el  Antonio:  la  hembra 
y  el  macho  asientan  el  genero  sin  que  ninguno 
se  lo  enseñe.  Más  pares9e  que  enseñan  a  hazer 
corchetes  que  no  latinidad.  Machos  te  serán  los 
quasi  machos  y  hembras  las  como  hembras. 

Pedro. — Malditos  seáis  si  no  me  habéis  he- 
cho hechar  tantas  lagrimas  de  risa  como  esta 
tarde  de  pesar  con  vuestros  corchetes. 

Mata. — ¿N'os  pares9e  que  quien  tubiese  hilo 
de  yerro  y  vnas  tenazuelas  que  podría  hazer- 
los  por  estos  versos? 

Juan. — ¿Qué  entendimiento  os  le  daban  a 
esos  versos? 

Mata. — No  son  ni  más  ni  menos  como  yo 
dixe  vueltos  en  roman9e,  o  el  lÍ9en9Íado  Alcán- 
tara y  Pintado  mienten. 

Juan.  — El  pie  de  la  letra  eso  es;  mas  ¿qué 
¡nteligen9Ía  le  daban? 

Mata.  — ¿Qué?  ¿Por  intelligen9Ías  tengo  yo 
de  estudiar  la  gramática?  ¡Pardios!  La  que 
ellos  daban  no  tenia  más  que  hazer  con  la  sig- 
nifica9Íón  de  los  versos  que  agora  Iluebe. 

Pedro. — Nunca  medre  yo  sino  es  más  lite- 
ral sentido  el  que  Mátalas  Callando  le  da,  y 
más  arrimado  a  la  letra. 

Mata. — Pues  si  por  esas  inteIigen9Ía8  o 
fantasmas,  o  como  las  llamáis,  tengo  de  enten- 
der latin,  ¿no  es  mejor  nunca  lo  saver?  Mejor 
entiendo  sin  saver  latin  lo  que  dÍ9e  el  profeta: 
Et  tu,  Bethlem,  térra  Juda,  nequáquam  minima 
es;  y  el  otro:  Egrediet  virga  de  radice  Jese,  que 
no  esas  enigmas  del  Antonio,  y  aun  el  mesmo 
las  debia  de  entender  mejor. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


99 


Pedro. — ¿Pues  todavía  se  lee  la  gramática 
del  Antonio? 

Juan.— ¿Pues  quál  se  habia  de  leer?  ¿hai 
otra  mejor  cosa  en  el  mundo? 

Pedro.  —  Agora  digo  que  no  me  marabillo 
que  todos  los  españoles  sean  barbaros,  porque 
el  pecado  original  de  la  barbarie  que  a  todos 
nos  ha  tinido  es  esa  arte. 

Juan. — No  os  salga  otravezde  la  boca,  si  no 
queréis  que  quantos  letrados  y  no  letrados  hai 
os  tengan  por  hombre  extremado  y  avn  negio. 

Pedro.  -  ¿Qué  agrabio  me  hará  ninguno  de- 
sos  en  tenerme  por  tal  como  él  es?  No  me  ten- 
gan por  más  ruin,  que  lo  demás  yo  se  lo  per- 
dono. Gracias  a^Dios  que  Mátalas  Callando, 
sin  saber  gramática,  ha  descubierto  todo  el  ne- 
gocio; paresge  cosa  de  rebela9Íon.  Entretanto 
que  está  el  pobre  estudiante  tres  o  quatro  años 
decorando  aquella  borrachería  de  versos,  ¿no 
podra  saber  tanto  latin  como  QÍ9eron?  ¿No  ha 
menester  saber  tanto  latin  como  Antonio  qual- 
quiera  que  entender  quisiere  su  arte?  Doi  os 
por  exemplo  los  mesmos  versos  que  agora  os 
han  traído  delante;  ¿que  es  la  causa  que  para 
la  lengua  latina,  que  bastan  dos  años  (')  se 
gastan  9Ínco,  y  no  saben  nada,  sino  el  arte  del 
Antonio? 

Juan. — Antonio  dexó  muy  buen  arte  de  en- 
señar, y  vosotros  dezíd  lo  que  quisíeredes,  y 
fue  español  y  hemosle  de  honrrar. 

Pedro.  —Ya  sabemos  que  fue  español  y  doc- 
to, y  es  muy  bien  que  cada  vno  procure  de  imi- 
tarle en  saber  como  él;  mas  si  yo  lo  puedo  ha- 
zer  por  otro  camino  mejor  que  el  que  él  me 
dexó  para  ello,  ¿por  qué  no  lo  haré? 

Juan. — No  le  hai  mejor. 

Pedro. — Esa  os  niego,  y  quantas  al  tono 
dixeredes;  pregunto:  italianos,  fran9eses  y  ale- 
manes, ¿son  mejores  latinos  que  nosotros  o 
peores? 

Juan. — Mejores, 

Pedro.  — ¿Son  más  hábiles  que  nosotros? 

Juan. — Creo  yo  que  no. 

Pedro.  Pues  ¿cómo  saben  más  latin  sin  es- 
tudiar el  arte  del  Antonio? 

Juan, — ¿Cómo  sin  estudiarle?  pues  ¿no 
aprenden  por  él  la  gramática? 

Pedro,— No,  ni  saben  quién  es;  que  tienen 
otras  mil  artes  muy  buenas  por  donde  estudian, 

Juan, — ¿Que  no  conos9en  al  Antonio  en 
todas  esas  partes  ni  deprenden  por  él?  Agora 
yo  callo  y  me  doi  por  subjetado  a  la  razón. 
¿Qué  artes  tienen? 

Pedro. — De  Herasmo,  de  Phelipo  Melan- 
thon,  del  Donato.  Mirad  si  supieron  más  que 
vuestro  Nebrisense;  finco  o  seis  pliegos  de  pa- 
pel tiene  cada  vna,  sin  versos  ni  burlerías,  sino 

Cj  son  menes[ter]. 


todos  los  nombres  que  se  acaban  en  tal  y  tal 
letra,  son  de  tal  género,  sacando  tantos  que  no 
guardan  aquella  regla,  y  en  vn  mes  sabe  muy 
bien  todo  quanto  el  Antonio  esciñbio  en  su 
Arte.  La  Gramática  griega  ¿teneisla  por  menos 
dificultosa  que  la  latina? 

Juan. — No. 

Pedro. — Pues  en  dos  meses  se  puede  saber 
desta  manera,  con  ser  mucho  más  dificultosa. 
Lo  que  más  haze  al  caso  es  el  uso  del  hablar  y 
exer9Ítar  a  leer.  Luego  los  cargan  acá  de  media 
do9ena  de  libros,  que  de  ninguno  pueden  saver 
nada, 

Juan. — ¿Y  alia? 

Pedro,— Vno  no  más  les  dan,  que  es  Tulio, 
porque  si  aquél  saben  no  an  menester  más  latin, 
y  comien9an  también  por  algunos  versos  del 
Virgilio,  para  differen9Íar,  y  poco  apoco,  en  dos 
años,  sabe  lo  que  acá  vno  de  nosotros  en  trein- 
ta; porque  su  fin  no  es  saver  fábulas,  como  acá, 
de  tantos  libros,  sino  entender  la  lengua,  que 
después  que  la  saben  cada  vno  puede  leer  para 
sí  el  libro  que  se  le  antojare. 

Mata, — Plugiera  a  Dios  que  yo  ubiera  esta- 
do lo  que  en  Alcalá  en  Paris  o  en  Bolonia,  que 
a  fe  que  de  otra  manera  ubiera  sabido  aprobe- 
charme. 

Juan.  — Yo  estaba  engañado  por  pensar  que 
no  ubiese  en  todo  el  mundo  otra  Ai-te  sino  la 
nuestra;  agora  digo  que  avn  del  malde9Ír  he 
sacado  algún  fruto,  apartando  lo  malo  y  en  per- 
JUÍ9Í0  de  partes. 

Pedro. — ¿Qué  malo,  qué  malde9Ír,  qiié  per- 
JUÍ9Í0  de  partes  veis  aqui?  Lo  que  yo  de9Ía  el 
otrodia:  malde9Ír  llamáis  de^ir  las  verdades  y 
el  bien  de  la  República;  si  eso  es  maldezir,  yo 
digo  que  soy  el  más  maldÍ9Íente  hombre  del 
mundo. 

Mata. — ¿Por  quánto  quisierais  dexar  de  sa- 
ber esta  particularidad? 

Juan. — Por  ningún  dinero;  eso  es  la  verdad. 

Pedro. — Nunca  os  pese  de  saber,  aunque 
más  penséis  que  sabéis,  y  hazed  para  ello  esta 
quenta,  que  sin  comparafion  es  más  lo  que  no 
sabéis  vos  y  quantos  hai  que  lo  que  saben,  pues 
quando  os  preguntan  vna  cosa  y  no  la  sabéis 
óigaos  de  deprenderla,  y  hazed  quenta  que  es 
vna  de  las  que  no  sabíais. 

Mata.  — ¿No  sabremos  por  qué  se  leuantó 
nuestra  platica  de  disputar? 

Juan. — Por  lo  del  relox  de  Italia. 

Mata. — ¡  Valame  Dios  cómo  se  divierten  los 
hombres!  Mirad  de  dónde  adonde  hemos  sal- 
tado, aunque  no  es  mucho,  que  en  fin  no  hemos 
salido  de  las  cosas  insignes  de  Italia.  ¿De  ma- 
nera que  los  florentines  hizieron  dar  al  relox 
por  fií'ra? 

Pedro.  —  Si;  de  seis  en  seis. 

Juan.  — ¿Cómo? 


100 


autobiografías  y  memorias 


Pedro. — Quando  ha  de  dar  veinte  y  quatro 
que  no  dé  sino  seis,  y  quando  ha  de  dar  siete 
da  una;  sé  que  yo  no  me  puedo  engañar  en  seis 
horas,  aunque  esté  borracho,  que  si  me  da  vna  a 
estas  horas  no  he  de  entender  que  es  vna  hora 
después  de  puesto  el  sol. 

Juan. — Es  verdad.  ¿Y  Floren9Ía,  cuya  es? 
Pedro. — Del  Duque,  que  es  vn  grande  se- 
ñor; tiene  de  renta  ochocientos  mili  ducados, 
según  el  común,  pero  con  los  tributos  que  hecha 
a  los  vasallos  bien  llega  a  vn  millón. 

Mata.— Más  tiene  él  solo  que  veinte  de  acá. 
Pedro. — Hai  muy  grandes  ditados  en  Ita- 
lia: el  Ducado  de  Ferrara,  el  de  Milán,  el  de 
Saboya,  el  de  Plasencia  y  Parma;  todos  éstos 
son  grandissimos. 

Juan. — ¿Y  el  de  VeneQia? 
Pedro. — Ese  no  es  más  de  por  tres  años, 
que  es  señoría  por  sí,  y  eligen  a  vno  dellos, 
como  en  Genoba.  Todo  el  tocino,  pan  y  vino 
que  se  vende  en  Florencia  dicen  que  es  del  Du- 
que, lo  qual  le  renta  vn  Perú.  De  Florencia 
vine  a  Bolonia,  por  un  pueblo  que  se  llama 
Escarperia,  donde  todos  son  cuchilleros,  y  se 
hacen  muy  galanos,  y  muchos  adrecos  de  estu- 
ches, labrados  a  las  mili  maravillas;  y  lo  que  más 
de  todo  es  que  por  muy  poco  dinero  lo  dan,  y 
no  pasa  caminante  que,  apeándose,  no  lleguen 
en  la  posada  beinte  de  aquellos  a  mostrar  mu- 
chas delicadezas,  y  fuercan,  dándolo  tan  barato, 
a  que  todos  compren.  Pasé  los  Alpes  de  Bolo- 
nia, que  son  vnos  muy  altos  montes,  donde  está 
vna  cuesta  que  llaman  Descarga  el  Asno, 
Juan, — ¿Por  qué? 

Pedro. — Porque  no  pueden  baxar  las  bes- 
tias cargadas  sin  grande  fatiga,  y  ansi  todos  se 
apean;  y  entré  en  Bolonia,  cibdad  que  no  debe 
nada  en  grandeza  y  quanto  quisieredes  a  todas 
las  de  Italia. 

Juan. — ¿Guia  es? 
Pedro. — Del  Papa. 
Mata. — ¿Está  junto  a  la  mar? 
Pedro. — No,  ni  Florencia  tampoco.  Hai  que 
ver  el  Colegio  de  los  españoles,  cosa  muy  insig- 
ne y  de  toda  la  cibdad  venerada,  aunque  más 
mal  quieran  a  los  españoles. 
Juan. — ¿Qué  habito  traen? 
Pedro. — Vnas  ropas  negras  fruncidas,  he- 
chas a  la  antigua,  con  vnas  mangas  en  punta, 
que  acá  llamáis,  y  vnas  vecas  moradas.  El  rec- 
tor dellos  suele  ser  también  de  la  Vnibersidad, 
y  estonces  trae  la  ropa  de  raso  y  la  veca  de 
brocado,  que  llaman  el  capuqio,  el  qual  le  dan 
con  tanta  honra  y  triumpho  como  en  tiempo  de 
los  romanos  se  solía  hazer:  gastó,  porque  lo  vi, 
vno  en  el  capucio,  ochocientos  ducados,  y  los 
que  sacaron  las  libreas  cada  vno  la  hizo  a  su 
costa  por  honrrarle,  que  de  otra  manera  no  lo 
hiziera  con  seis  mili. 


Juan. — ¿Y  qué  le  dan  aquel  año  que  es 
rector? 

Pedro. —  Quatrocientos  ducados  le  podrá 
valer  y  la  honrra. 

JaAN. — Y  la  escuela  ¿qué  tal  es? 
Pedro. — Muy  excelente,  y  donde  hai  varo- 
nes doctissimos  en  todas  Facultades. 
Juan. —  ¿Qué  estudiantes  terna? 
Pedro. — Hasta  mili  y  quinientos  o  dos  mili. 
Juan. — ¿Y  esa  decis  que  es  buena  Vniver- 
sidad?  Mal  lograda  de  Salamanca,  que  suele 
tener  ocho  mili. 

Pedro. — No  alabo  yo  la  Vniversidad  por- 
que tenga  muchos  estudiantes  ni  pocos,  sino 
por  los  muchos  y  grandes  letrados  que  della 
salen  y  en  ella  están ;  y  el  exercic¡o  de  las  letras 
no  menos  anda  que  en  París,  que  hai  treinta 
mili ;  y  mas,  ¿dexa  vna  casa  de  ser  buena  por- 
que no  viba  nadie  en  ella? 

Juan. — ¿Todas  Facultades  se  len  allí? 
Pedro. — Y  muy  bien  y  curiosamente. 
Juan. — ¿Es  bien  probeída? 
Pedro. — Tanto  que  la  llaman  Bolonia  la 
grasa;  de  quantas  cosas  pidieredes  por  la  boca; 
lo  que  por  acá  se  trae  de  allí  y  se  lleba  en  toda 
Italia  son  jabonetes  de  manos,  de  la  insignia 
del  melón  o  del  león,  que  son  los  mejores,  aun- 
que muchos  los  hazen;  son  tan  buenos  que  pa- 
rescen  pomas  de  almizque  y  ámbar;  no  se  dan 
manos  veinte  criados  en  cada  tienda  destas  a 
dar  recado.  Al  Reí  se  le  puede  acá  empresen- 
tar vna  docena  de  aquellos. 
Mata. — ¿Cuestan  caros? 
Pedro.  —  No  muy  baratos;  más  de  a  real 
cada  uno,  y  dos  si  son  de  los  crescidos.  Hai 
también  guantes  de  damas,  labrados  a  las  mili 
maravillas  y  no  caros,  todos  cortados  de  cuchi- 
llo, con  muchas  labores.  No  hai  quien  pueda 
pasar  sin  traer  algo  desto. 

Mata. — ¿Quién  cree  que  el  zurroncillo  no 
trae  alguna  fiesta  destas? 

Pedro. — Sí  traía;  mas  todo  lo  he  repartido 
por  ahi,  que  no  me  ha  quedado  quasi  nada. 
Todavía  habrá  para  los  amigos.  Vna  cosa  entre 
muchas  tiene  exfelente:  que  os  podéis  ir,  por 
más  que  Ilueba,  por  soportales  sin  mojaros. 
Mata. — ¿Como  la  calle  Mayor  de  Alcalá? 
Pedro. — Mirad  la  mala  comparación.  No 
hai  casa  de  todas  aquellas  que  no  sea  vnos  pa- 
lacios; tan  grande  y  mayor  es  que  Roma;  cada 
casa  tiene  su  huerta  o  jardín,  empedradas  las 
calles  de  ladrillo.  En  aquella  plaza  son  muy  de 
ver  las  contadinas  que  llaman,  que  son  las 
aldeanas,  que  vienen  a  vender  ensaladas,  ver- 
duras, cosas  de  leche,  frutas  cojídas  de  aquella 
mañana;  hasta  los  gatillos  que  le  parió  la  gata 
viene  a  la  cibdad  a  hender,  quando  otra  cosa  no 
tenga. 

Juan. — Cosa  real  es  esa. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


101 


Pedro. — Yo  os  diré;  quantoque  como  todas 
están  puestas  en  la  pla9a  por  su  orden,  hazen 
vnas  calles  que  toda  la  pla9a,  con  quan  grande 
es,  hinchen;  de  300  abaxo  no  hayáis  miedo  de 
ver;  junto  a  vna  iglesia  está  vna  torre  que  sale 
toda  ladeada,  que  si  la  veis  no  diréis  sino  que 
ya  se  cae,  y  es  vna  muy  buena  antigualla. 

Juan. — ¿En  qué  iglesia? 

Pedro. — En  Sancto  Domingo  creo  que  es, 
y  alli  está  el  cuerpo  sancto  suyo.  Pasa  vn  rio 
pequeño  por  la  9Íbdad,  en  medio,  en  el  qual  hai 
muchas  inven9Íones  de  papelerías,  herrerías, 
sierras  de  agua  y,  lo  mejor,  tor9edores  de  seda. 

Juan.  —  ¿Cómo  puede  el  agua  tor9er  la  seda? 

Pedro. — Vna  canal  de  agua  trae  vna  rueda, 
la  qual  tuerfe  a  otra  grande,  que  trae  puestos 
más  de  mili  y  do9Íentos  usos;  y  pasa  vna  como 
mano  dando  bofetones  a  todos  los  usos,  y  antes 
que  se  pare  ya  le  ha  dado  otro  y  otro,  de  tal 
manera  que  da  bien  en  que  entender  a  quin9e 
o  veinte  hombres  en  dar  recado  de  anudar  si 
algo  se  quiebra,  que  es  poco,  y  quitar  y  poner 
vsadas;  vna  gerigon9a  es  que  yo  no  la  sé  expli- 
car, mas  de  que  es  vn  sutilissimo  ingenio. 

Juan. — Yo  la  medio  entiendo  ansi,  y  me 
pares9e  tal. 

Pedro. — ¿Pares9eos  que  podréis  hablar  con 
esto  de  Bolonia  donde  quiera? 

Juan. —  Sí  (*)  puedo;  mas  de  los  grados  no 
hemos  hablado, 

Pedro. — Alia  no  hai  bachilleres  ni  lÍ9en9Ía- 
dos ;  el  que  sabe  le  dan  el  grado  de  doctor,  y  al 
que  no  hedían  para  asno,  aunque  venga  car- 
gado de  cursos;  el  coste  no  es  mucho. 

Mata. — Ne^.io  fuistes  en  no  os  graduar  por 
alli  de  doctor,  que  acá  no  lo  haréis  con  tanta 
honrra  sin  gastar  lo  que  no  tenéis,  y  según  me 
parespe  podéis  vibir  por  vuestras  letras  tan  bien 
como  quantos  hai  por  acá. 

Pedro. — ¿Qué  sabéis  si  lo  hize?  Y  aun  me 
hizieron  los  doctores  todos  de  la  Facultad  mili 
mer9edes,  por  inter9esion  de  vnos  colegiales 
amigos  mios;  y  como  yo  les  hize  vna  platica  de 
suplica9Íonero,  no  les  dexé  de  pares9er  tan  bien, 
que  perdonándome  algunos  derechos,  me  dieron 
con  mucha  honrra  el  doctorado,  con  el  qual 
estos  pocos  dias  que  tengo  de  vibir  pienso  ser- 
uir  a  Dios  lo  mejor  que  pudiere;  pero  avisóos 
que  no  me  lo  llaméis  hasta  que  venga  otro 
tiempo,  porque  veo  la  medÍ9Ína  ir  tan  cuesta 
abaxo  en  España,  por  nuestros  pecados,  que 
antes  se  pierde  honrra  que  se  gane. 

Mata. — Sea  para  bien  el  grado,  y  hazerse 
ha  lo  que  mandáis;  mas  hagos  saver  que  como 
la  gente  es  amiga  de  novedades  todos  se  irán 
tras  vos  con  de9¡r  que  venis  de  Italia,  aunque 
no  sepáis  nada,  y  las  hobras  han  de  dar  testi- 

(>)  por  9Íerto. 


monio,  aunque  acordándose  de  quien  solíais  ser, 
todos  no  os  ternan  por  muy  letrado  (*),  pen- 
sando que  no  os  habéis  mudado;  mas  como  ha- 
gáis vn  par  de  buenas  curas  es  todo  el  ganar 
de  la  honrra  y  fama. 

Pedro. — Subido  en  una  montañica  que  está 
fuera  de  Bolonia,  en  donde  hai  vn  monesterio, 
se  ve  el  mejor  campo  de  dehesas,  prados  y  he- 
redades, llano  como  un  tablero  de  ajedrez,  a 
todas  partes  que  miren,  que  hai  en  la  Europa. 
Y  de  Bolonia  hasta  Susa  dura  este  camino. 

Mata. — ¿Quántas  leguas? 

Pedro. — Más  de  9Íento.  Primeramente  vine 
a  Modena.  9Íbdad  razonable;  de  alli  a  Bezo, 
otra  pequeña,  y  a  dormir  en  Parma;  y  por  ser 
español  no  me  dejaban  entrar  dentro  la  9Íbdad. 
Ai  cabo  entré  y  la  vi:  es  muy  buena  y  muy 
grande  9Íbdad,  y  por  estas  tierras  es  menester 
traer  poca  moneda,  porque  de  una  jornada  a 
otra  no  corre.  De  Parma  en  vn  día  vine  en  Pla- 
sen9Ía,  que  son  doze  leguas,  la  qual  tiene  la  más 
hermosa  muralla  que  9Íbdad  de  quanto  he  an- 
dado; toda  nueva,  con  vn  gentil  foso,  que  le 
pueden  hechar  vn  rio  caudaloso,  que  se  llama 
el  Po;  tiene  buena  iglesia  y  es  grande  ^ibdad, 
pero  tiene  ruines  edifi9Íos  de  casas  pequeñas  y 
baxas,  y  posadas  para  los  pasajeros  ruines;  en 
Parma  y  Plasen9Ía,  con  su  tierra  se  haze  el 
queso  muy  nombrado  pla9entino,  que  son  gran- 
des como  panes  de  9era,  y  aunque  alli  vale  va- 
rato,  en  todas  partes  es  caro.  Para  venir  a  Mi- 
lán, que  es  do9e  leguas,  se  pasa  el  Po  en  vna 
barca  allí  9erca,  y  luego  se  entra  en  Lombar- 
dia,  el  mejor  peda90  de  Italia,  que  no  es  más 
caminar  por  ella  que  pasear  por  vn  jardín;  los 
caminos  muy  llanos  y  anchos,  y  por  cada  parte 
del  camino  corre  vn  rio  pequeño  que  riega  todo 
aquel  campo,  donde  se  cojo  pan  y  vino  y  leña, 
todo  junto. 

Juan. — ¿Cómo? 

Pedro.  —  Las  viñas  en  Italia  son  desta 
suerte:  que  las  heredades  están  llenas  de  olmos 
y  por  ellos  arriba  suben  las  parras,  y  es  tan 
fértil  tierra  que  aunque  la  siembren  cada  año 
no  dexa  de  traer  mucho  pan,  y  cada  9epa  de 
aquellas  trae  tres  o  quatro  cargas  de  uba  y  al- 
gunas diez,  y  los  olmos  dan  harta  leña. 

Juan.— ¿Todo  en  vn  mesmo  pedazo? 

Pedro. — Todo;  y  ver  aquellos  ingenios  que 
tienen  para  los  regadíos,  que  acontes9e  quatro 
ríos  en  medio  el  camino  hazer  vna  encru9Íjada 
y  llebar  los  vnos  por  en9Íma  de  los  otros,  vnos 
corriendo  ha9Ía  baxo  y  otros  hacia  riba,  y  por 
toda  esta  tierra  podréis  llebar  los  dineros  en  la 
mano  y  caminar  solo,  que  nadie  os  ofenderá. 
Vine  en  Milán,  que  ya  abréis  oído  su  grande- 
za; ninguna  9Íbdad  hai  tan  grande  en  Italia; 

(*)  porque. 


102 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


buena  gente,  más  amiga  de  españoles  que  los 
otros;  dos  mesones  tiene  insignes,  adonde  qual- 
quier  pnn9Ípe  se  puede  aposentar,  que  los  lla- 
man osterias:  la  del  Falcon  y  la  de  los  Tres 
Reyes;  no  menos  darán  de  comer  a  cada  vno 
en  llegando  que  si  vn  Señor  le  liiziese  acá  ban- 
quete, y  ansi,  aunque  vayan  prin9Ípes  ni  perla- 
dos, no  comen  ni  pueden  más  de  lo  que  el  hués- 
ped les  da. 

Juan. — ¿Quánto  paga  cada  dia  xn  hombre 
con  su  caballo? 

Pedro. — El  ordinario  es  quatro  reales  y 
medio,  y  no  paga  más  el  Señor  que  el  particu- 
lar, porque  no  le  dan  más,  sea  quien  quiera,  ni 
hai  más  que  le  dar.  En  cada  vno  hai  vn  escri- 
iiano,  que  tiene  bien  en  que  entender  en  tomar 
dineros  y  asentar  el  dia  y  hora  a  que  vino,  y 
ansi  alli  como  en  toda  Fran9Ía  bien  podéis  des- 
cuidaros del  caballo,  que  os  le  darán  todo  reca- 
do y  os  le  limpiaran,  y  no  os  harán  la  menor 
traÍ9Íon  del  mundo;  por  alia  no  hai  paja,  sino 
heno,  ni  9ebada,  sino  abena. 

Mata. — ¿El  huésped  da  de  comer  al  caballo? 

Pedro. — Tiene  seis  criados  de  caballeriza, 
que  en  ninguna  otra  cosa  entienden  sino  en 
darles  de  comer,  y  otros  tantos  de  mesa  que 
sirban,  y  otros  tantos  cozineros,  y  otros  tantos 
despenseros. 

Juan. — ¿Y  a  esos  que  les  da? 

Pedro. — ¿Qué  les  ha  de-  dar  sino  el  comer? 
Por  solo  esto  le  sirben,  y  alzan  las  manos  a 
Dios  de  que  los  quiera  tener  en  casa. 

Juan. — ¿Qué  intherese  se  les  sigue? 

Pedro. — Grande.  La  buena  andada,  que 
llaman;  y  es  que  por  los  servicios  que  hazen 
a  los  huespedes,  quién  les  da  vn  quarto  y  quién 
vna  tarja,  y  habiendo  tanto  concurso  de  hues- 
pedes es  mucho.  No  es  más  ni  menos  la  en- 
trada de  la  casa  que  vno  de  los  pala9Íos  buenos 
de  España.  Pregunté  al  escribano  me  dixese  en 
su  con9Íen9Ía  quántos  escudos  tocaba  cada  dia. 
Dixome,  mostrándome  la  minuta,  que  9Ínquen- 
ta,  vno  con  otro. 

Juan. — Gran  cosa  es  esa;  ¿y  no  hai  más 
desos? 

Pedro.— Muchos  otros;  pero  éstos  son  los 
nombrados,  por  estar  en  lo  mejor  de  la  9Íbdad. 
El  castillo  es  muy  fuerte,  y  poco  menos  que 
vna  9Íbdad  de  las  pequeñas  de  acá.  Cosas  de 
armas  y  joias  valen  más  baratas  que  en  toda 
Italia  y  Flandes;  espadas  muy  galanas  de 
tauxia,  con  sus  bolsas  y  talabartes  de  la  mesma 
guarnÍ9Íon,  y  dagas,  9Ínco  escudos  cuestan, 
que  sola  la  daga  se  lo  vale  acá. 

Mata. — ¿Qué  es  atauxia? 

Pedro. — Graban  el  yerro,  y  en  la  mesma 
grabadura  meten  el  oro,  que  nunca  se  quita 
como  lo  que  se  dora;  arneses  grabados  y  muy 
galanes,  25  escudos,  que  acá  valen  200;  plu- 


mas, bolsas  y  estas  cosillas,  por  el  suelo.  La 
pla9a  de  Milán  es  tan  bien  proveida,  que  a 
ninguna  hora  llegareis  que  no  podáis  hallar  to- 
das las  perdÍ9es,  faisanes  y  francolines  y  todo 
genero  de  ca9a  y  fruta  que  pidieredes,  y  en 
muy  buen  pre9Ío  todo. 

Mata. — ¡  Válame  Dios!  ¿qué  es  la  causa  que 
en  Floren9Ía  y  por  hai  son  tantos  los  ricos? 

Pedro.— Por  la  multitud  de  pobres  que  hai. 

Mata. — No  lo  dexo  de  creer. 

Pedro. — En  ninguna  de  todas  estas  iréis  a 
misa  que  seáis  señor  de  la  poder  oir,  que  carga- 
rán sobre  la  persona  las  manadas  dellos,  que 
no  cabe[n  en]  la  iglesia,  y  si  acaso  sacáis  vn  di- 
nero que  dar  alguno,  quantos  hai  en  la  iglesia 
vernan  sobre  vos  que  os  sacarán  los  ojos.  Nin- 
gún remedio  tenia  yo  mayor  que  no  dar  a  nadie 
Cosa  muy  hermosa  es  de  ver  la  iglesia  mayor, 
de  las  mejores  de  Italia,  y  harto  antigua;  vi  en 
ella  vna  particularidad  que  pocos  deben  aber 
mirado  ('):  el  que  dife  la  misa,  primero  dÍ9e  el 
pater  noster  que  el  credo,  y  después  del  pref afio, 
quando  quiere  tomar  la  ostia  para  al9ar,  se  laba 
las  manos,  y  otras  cosillas  que  no  me  acuerdo. 

Juan. — ¿Qué  mejor  cosa  queréis  acordaros 
que  desa,  que  en  verdad  nunca  tal  jerimonia  oi? 

Pedro — Muchas  cosas  hai  por  alia  que  acá 
no  las  vsan:  todos  los  clérigos  y  fraires  traen 
barbas  largas,  y  lo  tienen  por  más  honestidad, 
y  alia  no  se  alga  en  ninguna  parte  la  hostia 
postrera. 

Juan. — Eso  de  las  barbas  me  pares9e  mal  y 
deshonesta  cosa.  Dios  bendixo  la  honestidad 
de  los  sa9erdotes  de  España  con  sus  barbas 
raidas  cada  semana. 

Pedro. — Más  deshonestidad  me  pares9e  a 
mí  eso,  y  aun  ramo  de  hipocresia  pensar  que 
perjudique  al  (^)  culto  divino  la  barba. 

Juan. — No  digáis  eso,  que  es  mal  dicho. 

Pedro. — No  es  sino  bien.  Veamos;  el  papa 
y  los  cardenales  y  perlados  de  Italia  ¿no  son 
christianos? 

Juan. — Si  son,  por  9Íerto. 

Pedro. — Pues  creo  que  si  pensasen  ofender 
a  Dios,  que  no  lo  harian  ni  lo  consintirian  a  los 
otros.  De9Íd  que  es  vso,  y  yo  con9edere  con 
vos;  pero  pecado,  ¿por  qué?  De  Milán  me  vine 
en  Genoba,  pensando  de  embarcarme  alli  para 
venirme  por  mar,  y  no  hallé  pasaje.  Es  vna 
gentil  9Íbdad,  y  muy  rica;  las  calles  tiene  an- 
gostas, pero  no  creo  que  hai  en  Italia  9Íbdad 
que  tenga  a  vna  mano  tantas  y  tan  buenas 
casas;  la  ribera  de  Genoba  es  la  mejor  que  na- 
die ha  visto  en  parte  ninguna,  porque  aunque 
es  toda  riscos  y  montañas  y  no  da  pan  ni 
vino,  cosa  de  jardines  en  las  vibas  peñas  hai 

(')  en  ella. 
(')  a  cosa. 


CEISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


103 


muchos,  que  traen  naranjas  y  toda  fruta  en 
quantidad,  y  hai  tantas  casas  soberbias,  que  los 
ginobeses  llaman  vilas,  que  toda  la  ribera  pa- 
res^e  vna  9Íbdad. 

Juan.  —¿Qué  tan  grande  es? 

Pedro. — Desde  Sahona  a  la  Espe9¡a,  que 
serán  veinte  leguas. 

Juan. — ¿Y  todo  eso  está  lleno  de  casas? 

Pedro. — Y  que'  tales,  que  la  más  ruin  es 
mejor  que  las  muy  buenas  d'España. 

Mata. — ¿Por  qué  lo  hazen  eso? 

Pedro. — No  tienen  en  qué  gastar  los  dine- 
ros, y  a  porfía  les  dio  esta  fantasía  de  edificar  y 
hazer  aquellas  rilas,  donde  se  ir  a  holgar.  Ha- 
zen esta  quenta:  Fulano  gastó  en  su  casa  (jin- 
quenta  mili  ducados;  pues  yo  he  de  gastar  sesen- 
ta mili;  el  otro  dice:  pues  vos  sesenta,  ¡voto  a 
tal!  yo  setenta,  y  el  otro:  yo  ochenta,  y  ansi 
hai  deste  precio  casas  muy  muchas  sin  quento. 

Mata. — ¿Y  en  el  campo? 

Pedro. — Y  aun  quatro  y  seis  leguas  de  la 
^ibdad. 

Mata. — Gran  soberbia  es  esa;  nunca  se  de- 
ben de  pensar  morir. 

Pedro.  —Tierra  es  bien  sana,  y  adonde  hai 
más  viejos  que  en  quantas  9Íbdades  he  visto; 
vn  capitán  de  la  guarda  de  la  9Íbdad  quiso  ha- 
zer vna  casa  y  no  se  halló  con  dineros  para  ser 
nombrado,  y  determinó  en  vna  guerta,  no  de 
las  más  galanas  que  habia  afuera  de  la  9Íbdad, 
de  hazer  vna  fuente,  porque  tenia  allí  el  agua, 
que  gastó  en  ella  doze  mili  ducados,  la  más  de- 
licada cosa  que  imaginarse  puede,  y  que  más 
honrra  ganó,  porque  no  hai  que  ver  sino  la 
fuente  del  capitán  en  Jenoba. 

Juan. — ¿Qué  tiene,  que  costó  tanto? 

Pedro.  —No  sé  sino  que  si  la  vieseis  con  tan- 
tos maruioles,  corales,  nácaras,  medallas  y  otras 
figuras,  pafes9erá  poco  lo  que  costó;  vnos  gigan- 
tes hechos  todos  de  vnas  guijitas  como  media 
vña,  tan  bien  formados  que  espanta  verlo,  y 
quando  quieren  que  manen,  por  quantas  coyun- 
turas tieno[n],Ie[s]  hazen  sudar  agua  en  quan- 
tidad, y  unos  cuerbos  y  otras  abes  de  la  mesma  ma- 
nera; es  imposible  saverlo  nadie  dar  a  entender. 

Juan. — ¿Y  en  qué  parte  está  esa? 

Pedro.— Junto  a  las  casas  del  prin9Ípe  Do- 
ria. La  iglesia  mayor,  que  se  llama  Sant  Lau  • 
renfio,  no  es  de  las  mayores  de  Italia  ni  de  las 
buenas,  pero  tiene  dos  muy  buenas  joyas:  la 
una  es  el  plato  en  que  Christo  9enó  con  sus 
disfipulos  el  dia  de  la  Qena,  que  es  una  esme- 
ralda de  tanta  estima,  dexada  aparte  la  grande 
reliquia,  que  valdría  vna  9Íbdad;  la  otra  es  la 
9enÍ9a  de  Sant  Juan  Baptista. 

Juan. —  Reliquias  son  dignas  de  ser  tenidas 
en  benera9Íon. 

Pedro  — De  las  damas  de  Milán  se  me  ol- 
vidó que  son  feas  como  la  noche. 


Mata. — ¿Está  junto  a  la  mar? 

Pedro. — No,  sino  bien  lexos.  Las  damas  ge- 
nobesas  son  muchas  y  hermosas;  tienen  gran- 
dissima  quenta  con  sus  cabellos;  mas  que  en 
toda  Italia  no  dexara  ninguna  semana  del  mun- 
do, prin9Ípalmente  el  sábado,  de  labarse  y  poner 
los  cabellos  al  rayo  del  sol,  aunque  sea  verano, 
por  la  vida.  Yo  les  dixe  hartas  ve9es  que  si  ansi 
cumplían  los  mandamientos  como  aquello,  que 
bienanventuradas  heran.  No  gastan  en  tocados 
nada,  porque  todas  hazen  plato  de  los  cabellos: 
quién  los  lleba  de  vna  manera,  quién  de  otra; 
menos  gastan  en  bestir,  porque  ninguna  puede 
traer  ropa  de  seda,  con  haber  aili  más  seda  que 
en  toda  Italia;  ni  anillo,  ni  arracada,  ni  otra 
cosa  de  oro,  sino  vna  cadena  que  valga  de  doce 
ducados  abaxo. 

Juan. — Pues  ¿qué  se  visten? 

Pedro.  —Muchas  maneras  de  chamelotes  y 
de  diversos  colores,  y  otraé  telillas,  y  muy  buen 
pañofinissimoy  bien  guarne9Ído,  aunque  tampo- 
co pueden  hechar  toda  la  guarnÍ9Íón  que  quieren. 

Mata. — ¿Traen  por  alia  chapines? 

Pedro. — Ni  mantos,  si  no  es  en  SÍ9Ília. 

Juan. — ¿Con  qué  van  a  la  iglesia? 

Pedro. — En  cuerpo,  y  darán  por  Uebar  aquel 
dia  una  clabellina,  jazmín  ó  rrosa,  si  es  por  este 
tiempo,  vno  y  dos  ducados. 

Juan. — Y  las  viudas,  ¿qué  traen? 

Pedro, — Ni  más  ni  menos  andan  que  las 
otras  en  cabello,  saibó  que  vna  rede9¡ca  muy 
rala,  que  las  otras  traen  de  oro,  ellas  negras. 

Juan. — Deshonestidad  pares9e  ésa. 

Pedro. — Todo  es  usarse;  también  andan  con 
vestidos  negros,  que  no  traen  de  color. 

Mata. — ¿Y  qué  traen  cal9ado? 

Pedro. — Las  piernas  no  las  cubren  las  ro- 
pas más  de  hasta  las  espinillas,  y  las  cal9as 
traen  de  aguja,  más  estiradas  que  los  hombres, 
y  vnas  chinelicas. 

Juan.— Mejor  habito  es  ese  que  el  de  acá. 

Pedro. — También  quiero  que  sepáis  que  las 
mugeres  de  acá  naturalmente  son  más  chicas 
de  cuerpo  que  las  de  por  alia.  Vanse  todos 
los  domingos  y  fiestas  a  vna  ribera  de  vn  rio, 
que  se  llama  Blsaño,  y  allí  danyan  todo  el  dia 
con  quantos  quieren. 

Juan. — Y  los  hombres,  ¿son  buena  jí^nte? 

Pedro. — De  todo  hai;  no  son  muy  largos 
en  el  gastar. 

Mata. — Algo  os  an  hecho,  que  no  pares9e 
que  estáis  muy  bien  con  ellos. 

Pedro. — Yos  diré  :  en  el  cautiberio  estaba 
vno,  que  hera  prin9lpal,  y  porque  le  embiaban 
a  trabajar  con  los  otros  encomendoseme,  y  a 
pesar  de  todos  los  guardianes  le  hize  que  no  tra- 
bajase más  de  un  año,  fingiendo  que  heraquebi'a- 
do,  y  para  cumplir  con  ellos  mandaba  a  un  bar- 
bero que  cada  dia  le  pusiese  en  la  bolsa  vna 


104 


autobiografías  y  memorias 


clara  de  huebo,  y  al  tiempo  que  se  hizo  la  almo- 
neda de  los  esclabos  de  mi  amo,  yo  fui  parte 
para  que  le  diesen  por  do9Íentos  ducados,  que 
no  pensó  salir  por  mili  y  quinientos.  Después 
vn  dia  le  topé  en  su  tierra  y  casa,  hombre  de 
quenta  en  la  9ibdad,  y  llebóme  a  vn  bodegón  y 
combidóme  alli,  y  nunca  más  me  dio  nada  ni 
fue  para  preguntarme  si  habia  menester  algo. 

Mata. — Eso  hizieralo  él  de  miedo  que  le 
dixerais  de  sí;  mas  con  todo  fue  gran  crueldad. 

Pedro. — Otros  quatro  o  9Ínco  topé  también 
alli  en  sus  casas,  que  les  habia  yo  alia  hecho 
plazer,  y  hizieron  lo  mesmo.  Pues  éstos  son 
ansí,  de  creer  es  que  a  quien  menos  bien  hizie- 
redes  menos  os  hará. 

Mata. — Todavía  dice  el  refrán:  «haz  bien 
y  no  cates  a  quien;  haz  mal  y  guarte». 

Pedro. — El  dia  de  oi  veo,  por  esperien^ia, 
ser  mentiroso  ese  refrán,  y  muy  verdadero  al 
rebes:  «haz  mal  y  no  cates  á  quien;  haz  bien  y 
guarte».  Muy  muchos  males  me  han  venido 
por  hazer  bien,  y  de  los  mesmos  a  quien  lo  ha- 
zla. No  digo  yo  que  es  mejor  hazer  mal,  pero 
el  dicho  es  más  verdadero.  Salido  de  Genoba, 
vine  a  Casar  de  Monferrar,  que  es  en  el  Pia- 
monte,  y  de  alli  a  Alexandria  la  Palla,  y  luego 
a  Nohara  y  de  alli  a  Berse;  todas  estas  son 
9Íudadelas  del  Piamonte,  y  de  alli  a  Turin,  que 
está  por  Fran9Ía,  vna  muy  fuerte  tierra,  y  pasa 
por  ella  el  Po,  y  es  llabe  de  todo  el  Piamonte; 
di  luego  conmigo  en  Susa,  y  comen9e  de  ir  al 
pie  de  las  montañas,  que  hasta  alli  todo  hera 
llano,  y  vi  que  por  aquella  tierra  las  mugeres  y 
muchos  de  los  hombres  todos  son  papudos,  y 
preguntando  yo  si  bibian  menos  los  que  tenian 
aquellos  papos,  dixeronme  que  no,  porque  aque- 
lla semana  habia  muerto  vn  hombre  de  noben- 
ta  años,  y  tenia  el  papo  tan  grande,  que  le 
echaba  sobre  el  hombro  porque  no  le  estorbase. 

Mata. — Valame  Dios,  ¿pues  de  qué  puede 
venir  eso? 

Pedro. — Creo  que  lo  hazen  las  aguas;  por- 
que también  los  vi  en  Castrovilla  y  Cosen9Ía, 
dos  9ibdades  de  Calabria.  Vine  luego  por  aque- 
llas montañas  de  Saboya,  y  por  muchos  valles 
bien  poblados,  pero  de  pueblos  pequeños,  con 
quien  no  se  ha  de  tener  quenta,  hasta  que  vine  en 
León,  de  Francia,  que  en  grandeza  y  probision 
y  mercaderia  ya  veis  el  nombre  que  acá  tiene, 
que  mucho  más  es  el  hecho;  tiene  dos  muy  cau- 
dalosos rios,  por  los  quales  se  puede  ir  a  la 
mar  con  muchas  barcas  que  van  y  vienen;  ca- 
sas O  muy  buenas;  tratos  de  mercan9Ías  con 
todo  el  mundo;  libros  hai  los  más  y  en  mejor 
pre9Ío  que  en  la  christiandad,  y  todos  los  basti- 
mentos baratos ;  mesones  en  Fran9Ía  todos  son 
como  los  que  os  conté  de  Milán;  la  ropa  y  seda 

(')  tiene. 


me  maravillo  que  con  traerla  de  otras  partes  vale 
mucho  más  varato  que  en  donde  se  haze;  igle- 
sias hai  muchas, y  muy  buenas;  arcabuzicos,  que 
llaman  pistoletes,  darán  por  escudo  y  medio 
vno,  con  todo  su  adre90,  que  valga  acá  seis.  De 
León  vine  en  Tolosa  y  a  Burdeos,  que  no  hai 
que  de9Ír  dellas  más  de  que  son  buenas  9Íbda- 
des  y  grandes,  y  muy  bien  baste9Ídas.  Y  de 
Burdeos  a  Bayona,  vna  villa  de  hasta  seis9Íen- 
tas  casas  ,  muy  fuerte,  adonde  hai  vn  rio  tan 
caudal,  que  van  las  nabes  por  él  y  sacan  mucha 
pesca,  y  la  mejor  es  vnas  truchas  muy  grandes, 
salmonadas.  Vienese  luego  a  Sant  Juan  de  Lus 
y  a  Fuenterrabia,  por  toda  Guipúzcoa  y  Alaba 
a  Victoria,  y  de  Victoria  aqui,  y  de  aquí  a  la 
cama  si  os  plaze. 

Juan. — Mo§os,  tomad  esta  vela  y  alúmbren- 
le, vaya  a  reposar. 

Pedro. — A  la  mañana  no  me  llamen,  por- 
que tengo  proposito  hasta  comer  de  no  me  le- 
vantar. 

Mata. — En  buen  hora. 

Juan.  —Baraonos  nosotros  a  hazer  otro  tanto. 

Mata. — ¿Pasáis  por  tal  cosa?  Si  lo  que  ha 
contado  es  verdad,  como  creo  que  lo  es,  ¡quán- 
tas  fatigas,  quántas  tribula9Íone8,  quántos  mi- 
llones de  martirios  ha  pades9Ído  y  quán  emen- 
dado y  otro  de  lo  que  solía  ser,  y  gordo  y  bue- 
no viene! 

Joan. — ¿No  sabéis  que  no  en  sólo  pan  bibe 
el  hombre,  como  dixo  Christo,  y  que  no  hai 
cosa  que  más  engorde  el  caballo  que  el  ojo  de 
su  amo?  Mirad  quán  á  la  clara  se  manifiesta 
que  Dios  ha  puesto  los  ojos  en  él  afi9Íonadamen- 
te  y  pai-ticularissima,  como  los  puso  en  vna 
Madalena  y  en  vn  ladrón  y  en  tantos  quentos 
de  mártires.  De  quanto  ha  dicho  no  me  queda 
cosa  scrupulosa,  sino  que  pornia  yo  mi  mano 
en  vna  barra  ardiendo  que  antes  ha  pecado  de 
carta  de  menos  que  alargarse  nada.  Conozcole 
yo  muy  bien,  que  quando  habla  de  veras  ni 
quando  estaba  acá  no  sabia  dezir  vna  cosa  por 
otra.  Allende  desto,  tengo  para  mí  que  él  biene 
muy  docto  en  su  facultad,  porque  no  es  posible 
menos  vn  hombre  que  tenia  la  abilidad  que  acá 
vistes,  aunque  la  empleaba  mal,  y  que  entiende 
tan  bien  las  lenguas  latina  y  griega,  sin  las  de- 
mas  que  sabe,  y  buen  filosopho,  y  el  juicio 
asentado,  y  lo  que  más  le  haze  al  caso  aver  vis- 
to tantas  diversidades  de  regiones,  reinos,  len- 
guajes, complexiones;  conversado  con  quantos 
grandes  letrados  grandes  hai  de  aqui  a  Hieru- 
salera,  que  vno  le  daria  este  abiso,  el  otro  el 
otro. 

Mata.— Y  habrá  también  visto  muchas  co- 
sas de  mediginas  que  por  acá  no  las  alcan9an,  y 
9ertificadose  de  ellas ;  y  lo  que  más  a  mí  de  todo 
me  contenta  es  venir  escarmentado  de  haver 
visto  las  orejas  al  lobo,  que  tiene  delante  el  the- 


CKISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


105 


mor  de  Dios,  que  es  vna  bandera  que  basta  para 
vencer  todos  los  enemigos. 

Joan. — ¿N'os  paresfe  que  es  obligado  a  quien 
tanto  debe,  que  en  aquellas  disputas  pregunta- 
ba por  él,  respondia  por  él,  prestábale  lenguas 
con  que  diese  razón  de  sí,  sacábale  del  brazo  en 
los  golphos  del  mar? 

Mata.— Todos  somos  obligados  a  quererle, 
por  quien  El  es,  sin  intherese,  quanto  más  que 
no  hai  hora  ni  momento  que  no  nos  ha9e  mili 
mer9edes.  ¿No  miráis  el  orden  y  con9Íerto  con 
que  lo  ha  contado  todo? 

Juan  (}). — Agora  me  parescje  que  le  haria 
en  creer,  si  quisiese,  que  he  andado  todo  lo  que 
él,  quanto  más  a  otro. 

Mata. — Quanto  más  que,  sabiendo  eso,  avn- 
que  os  pregunten  cosas  que  no  hayáis  visto,  po- 
déis dar  respuestas  coml^nes:  Pasé  de  noche; 
no  sali  de  las  galeras;  como  la  9Íbdad  es  gran- 
de, no  bi  eso.  Esto  vi  y  estotro  vi;  que  hera  lo 
quemas  habia  que  mirar,  y  con  eso  os  ebadireis. 

Juan. — Mañana  nos  contara,  si  Dios  quisie- 
re, qué  vida  tienen  los  turcos,  y  qué  jente  son, 
y  qué  vestidos  traen. 

Mata. — Dexadme  vos  a  mí  el  cargo  de  pre- 
guntar, que  yo  os  le  sacare  los  espíritus.  ¿Bien 
no  se  los  he  sacado  en  estotro? 

Juan. — Muy  bien;  pero  no  le  habéis  de  ir  a 
la  mano,  que  creo  que  se  corre. 

Mata. — Al  buen  pagador  no  le  duelen  pren- 
das. Si  lo  que  dÍ9e  es  verdad,  él  dará  razón  de- 
11o,  como  ha  hecho  siempre ;  si  no,  no  queremos 
oir  mentiras,  que  harta  nos  quentan  todos  esos 
soldados  que  vienen  del  campo  de  Su  Magestad 
y  los  indianos. 

Juan. — Haora  durmamos,  que  es  tarde. 

Mata. — Yo  estoi  tan  desvelado,  que  no  sé 
si  podre;  pero  porfiare  a  estarme  en  la  cama 
hasta  las  diez,  como  Pedro,  que  no  le  dexare- 
mos  estar  dos  dias  solos. 

Juan,  —  Toda  esta  semana  le  haré  estar 
aqui,  avnque  le  pese:  la  venida  ha  sido  en  su 
mano;  la  ida,  en  la  nuestra. 


COLOQUIO  VIII 


Levántase  Pedro  ile  la  cama. — Comienza  á  referir  las  costumbres 
de  los  turcos. — Dogmas  y  ritos  de  estos.  — Sus  mezquitas  y 
oraciones. — El  Juicio  final  según  los  turcos. — Ministros  del 
culto.-  -Escuelas. — Poesía. — Ordenes  religiosas. — Peregrina- 
ción á  la  Meca. — Los  camellos. — El  sepulcro  de  Mahoma  — 
Caridad  de  los  turcos. — El  matrimonio;  sus  leyes  y  ceremo- 
nias.— Administración  de  justicia. — El  Consejo  del  Sultán. — 
Palacio  y  Corte  de  éste. 

Juan. — Contá. 
Mata. — Siete. 
Juan. — ¿Habéis  contado  las  otras? 


(<)  AI  mesmo. 


Mata. — Callad;  ocho,  nueve,  diez  dio  por 
9Íerto. 

Juan. — Pares9eme  que  llaman  ('):  escucha. 

Pedro. — ¡Ha  los  de  abajo!  ¡Es  hora! 

Juan.-  ¡Ya,  ya! 

Pedro. — Volveos  del  otro  lado  que  no  es 
amanes9Ído. 

Juan.  —  Levantémonos  y  vámosle  a  tener 
pala9Ío  en  la  cama. 

Mata. — Mas  no  le  dexemos  levantar,  que 
haze  frió,  y  pues  no  ha  de  salir  de  casa  ni  ser 
visto  de  nadie,  mejor  se  estara  alli  y  podra  tam- 
bién comer  como  parida  en  la  cama. 

Juan. — Hazedle  llebar  vna  ropa  aforrada, 
para  si  se  quisiere  levantar. 

Mata. — Anoche  se  la  hize  poner  C-^)  junto  a 
la  cama  y  vn  bonete.  Cojerle  hemos  hechado  y 
entretanto  que  se  adreza  de  comer  parlaremos. 

Juan. — ¡Buen  jorno! 

Pedro. — Me  rricomando. 

Juan. — ¿Qué  tal  noche  habéis  Uebado?  Creo 
que  ruin. 

Pedro. — No  ha  sido  sino  buena,  avhque  no 
he  podido  dormir  mucho.  En  despertando  an- 
tes que  amanezca,  vna  vez,  ya  puedo  volber  al 
ristre. 

Juan. — ¿Debia  destar  dura  la  cama? 

Pedro. — Antes  por  estar  tan  blanda,  por- 
que no  lo  tengo  acostumbrado. 

Juan. — Eso  me  haze  a  mí  dormir  más. 

Pedro.— Todas  las  cosas  consisten  en  cos- 
tumbre. Ansi  como  vos  no  podéis  dormir  en 
duro,  yo  tampoco  en  blando.  También  podria 
sus9eder  enfermedad  a  quien  ha  dormido  enduro 
y  sin  cama,  [al]  darle  vna  cama  regalada,  como 
a  mí  me  acontes9Ío  en  ííapoles,  que  habiendo 
tres  años  que  no  habia  dormido  en  cama,  sino 
vestido  y  en  suelo,  me  dieron  vna  muy  buena 
cama  y  comen9aronme  a  hazer  regalos,  y  yo 
cai  en  una  enfermedad  que  estube  quatro  me- 
ses para  morir. 

Juan. — La  causa  natural  deso  no  alcanzo. 
¿Por  mejorarse  vno  venirle  mal? 

Pedro.  —  Saltase  de  vn  extremo  en  otro  sin 
pasar  por  medio,  que  es  malo;  y  como  esto  se 
haze,  no  [se]  puede  dormir,  y  la  vela  causa  en- 
fermedad. Ansi  mismo,  con  aquella  blandura  es- 
calientanse  los  riñones,  las  espaldas,  todos  los 
miembros,  y  la  sangre  comienza  a  herbir  y  al- 
borotarse, y  dan  con  el  hombre  en  tierra,  inti- 
mamente, como  tenéis  costumbre  de  no  os  des- 
nudar, no  tenéis  frío  de  noche  avnque  os  des- 
cubráis; desnudo  en  la  cama,  rebolveisos,  como 
no  estáis  acostumbrado  a  estar  cubierto,  des- 
cubrisos,  y  entra  el  sereno  y  frió  y  la  mala  ven- 
tura, y  penetraos. 


(*)  de  arriba. 
(»)  alh. 


106 


autobiografías  y  memorias 


Juan. — Todas  son  buenas  ra9ones;mas  ¿qué 
remedio? 

Pedro.  —El  que  dixe  de  pasar  por  medio: 
comen9ar  a  no  tener  más  de  vn  colchón  y  vna 
manta,  y  a  no  quitar  más  de  solo  el  sayo;  luego, 
de  alli  a  vnos  dias,  añadir  otro  colchón  y  quitar 
las  calzas,  y  vltimamente,  la  mejor  cama  que 
tubieredes,  quitando  jubón  y  todo.  Si  durmie- 
seis vna  noche  al  sereno  sin  cama,  ¿no  pensa- 
ríais caer  malo? 

Juan. — Y  avn  morirme. 

Pedro. — Pues  ansi  yo  con  buena  cama. 

Juan. — Pues  quitaremos  de  aqui  adelante, 
si  queréis,  de  la  ropa. 

Pedko. — No,  que  ya  estoi  acostumbrado  a 
camas  regaladas  otra  vez ;  no  lo  digo  por  tan- 
to, que  el  no  dormir  más  lo  ha  causado  el  gran- 
de contentamiento  que  mi  spiritu  y  alma  tie- 
nen de  verme  en  donde  estoi;  y  el  anima  no 
permite  que  tan  grande  plazer  se  pase  en  sue- 
ño sin  que  se  comunique  a  todos  los  sentidos, 
pues  el  tiempo  que  dormimos  no  vivimos  ni  so- 
mos nadie. 

Joan. — Ansi  dixo  el  otro  philosopho.  Pre- 
guntado qué  cosa  hera  sueño,  dixo  que  retrato 
de  la  muerte.  La  mesma  causa,  en  verdad,  he 
tenido  yo  para  no  pegar  ojo  en  toda  la  noche. 

Mata. — Mirad  que  la  olla  esté  descozida,  y 
asar  no  pongáis  hasta  que  os  lo  mandemos,  que 
yo  me  subo  arriba...  ¿Vsase  en  Turquía  madru- 
gar tanto?  ¡Buenos  días!  ¿Cómo  lo  habéis  pasa- 
do esta  noche? 

Pedro. —  ¿Cómo  lo  habia  de  pasar  sino  muy 
bien?  Que  me  habéis  dado  vna  cama  con  saba- 
nas tan  delgadas  y  olorosas  y  todo  lo  demás 
tan  a  gusto  que  me  ha  hecho  perder  (')  el  con 
que  me  vi  en  el  cautiverio  que  haueis  oydo,  y 
lie  momento  a  momento  doy  y  e  dado  mil  gra- 
9¡as  a  Dios  que  de  tanto  trauajo  me  libró;  y  en 
tanto,  con  comenzar...  (^). 

Juan. — [Pues  no]  estamos  muy  ocupados 
al  presente,  [quiero  que]  me  saquéis  de  vna 
duda  en  que  me  tiene  puesto  mi  entendimiento, 
y  es  que  quando  vn  turco  pide  a  vn  cristiano 
se  vuelva  á  su  peruersa  seta,  de  qué  suerte  se 
lo  pide  y  el  orden  que  tienen,  que  estaran  segu- 
ros de  él  para  le  tomar  (')  y  la  legalidad  y  ju- 
ramento que  conforme  a  su  seta  le  toman. 

Pedro. — Toda  su  secta  consiste  en  que,  al- 
zado el  dedo,  diga  tres  vezes  estas  palabras; 
avnque  no  se  9Írcum9Ídase  queda  atado  de  ma- 

(•)  el  regalo. 

(')  Cortada  una  línea.  Faltan  luego  las  páginas  182 
á  217,  que  no  están  copiadas  en  el  li.  378.  Por  lo  que 
se  desprende  de  la  Tahln.  referíase  en  ella.i  la  historia 
de  algunos  emperadores  turcos,  ó  inciiientalmente  se 
hablaba  de  los  libros  de  caballeríiis,  pues  se  lee  en  la 
Tahhi:  «Libros  de  caballerias,  abian  de  ser  bedados 
por  la  InquiBÍcion.  — 21-1». 

(^)  fidelidad. 


ñera  que  si  se  volviese  atrás  le  quemaran:  la  Ha 
he  hilda  da  Mahamed  resulula. 

Juan. — ¿Qué  quiere  dezir? 

Pedro.  -  Que  Dios  es  criador  de  todas  las 
cosas,  y  no  hai  otro  sino  El  y  Mahoma  junto  a 
El,  su  Profeta,  que  en  su  lengua  se  dice  acur- 
zamam  jjenganber:  vltimo  propheta. 

Juan. — ¿Y  qué  confesión  tienen? 

Pedro. — Ir  limpios  quando  van  a  hazer  su 
orafion,  que  llaman  zalá,  y  muy  lavados;  de 
manera  que  si  han  pecado  se  tienen  de  la- 
var todos  con  vnos  aguamaniles,  arremangados 
los  brazos;  y  si  han  orinado  o  descargado  el 
vientre,  conviene  que  vayan  lavadas  lo  primero 
las  partes  baxeras. 

Joan. — ¿Y  si  es  imbierno? 

Pedro. — Con  agua  caliente;  no  puede  nadie 
ir  a  la  ne9esaria  si  no  lleba  consigo  vn  jarro  de 
agua  con  que  se  limpie,  como  nosotros  con 
paño.  Si  con  papel  se  limpiasen  es  uno  de  los 
más  grabes  pecados  que  ellos  tienen;  porque 
dizen  que  Dios  hizo  el  papel  y  es  malo  hazer 
poco  caso  del;  antes  si  topan  acaso  vn  poco  de 
papel  en  suelo,  con  gran  reberen9Ía  lo  al9an  y 
lo  meten  en  vn  agujero,  besándolo  y  ooniendolo 
sobre  su  cabeza. 

Juan. — ¿No  hai  más  fundamento  deso? 

Peduo. — No  cabe  demandarles  razón  de  cosa 
que  hagan,  porque  lo  tienen  de  defender  por 
armas  y  no  disputar.  Lo  mesmo  hazen  si  to- 
pan vn  bocado  de  pan,  dÍ9Íendo  que  es  la  cara 
de  Dios.  La  boca,  brazos  y  narizes  y  cabeza  se 
han  de  labar  tres  vezes  y  los  pies. 

Joan. — ¿Qué  iglesias  tienen? 

Pedro. — Vnas  mezquitas  bien  hechas,  salvo 
que  ni  tienen  sanctos  ni  altar.  Aborres9en  mucho 
las  figuras,  teniéndolas  por  gran  pecado.  Están 
las  mezquitas  llenas  de  lamparas.  En  lugar  de 
torre  de  campanas  tienen  vna  torre9Íca  en  cada 
vna  mezquita,  muy  alta  y  muy  delgada,  porque 
no  vsan  campanas,  en  la  qual  se  suben  vna 
manera  de  sa9erdotes  inferiores,  como  acá  sa- 
cristanes, y  tapados  los  oidos,  a  las  mayores 
vozes  que  pueden  llaman  la  gente  con  este  ver- 
so: Exechnoc  mach  laila  he  htllala,  calezala 
calezala,  etc.  No  se  les  da  nada,  sino  son  sa9ei- 
dotes,  ir  a  las  mezquitas  como  acá,  sino  donde 
se  hallan  hazen  su  orafion,  y  los  señores  siem- 
pre tienen  en  sus  casas  sa9erdotes  que  les  digan 
sus  oras. 

Joan.— ¿Quántas  vezes  al  día  lo  hazen? 

Pedro. — Qinco,  con  la  mayor  devo9Íon  y 
curiosidad;  que  si  ansi  lo  hiziesemos  nosotros, 
nos  querría  mucho  Dios.  La  primera  ora9Íon  es 
quando  amanes9e,  que  se  llama  sula  namazi;  la 
segunda  a  medio  dia,  uile  namazi;  la  terzera, 
dos  horas  antes  que  el  sol  se  ponga,  iquindi  na- 
mazi; la  quarta,  al  punto  que  se  pone,  acxam- 
namazi;  la  postrera,  dos  horas  de  noche,  iatsi 


CRISTÓBAL  1)E  VILLALON 


107 


namazi.  De  tal  manera  entended  que  lioran 
estas  cinco  vezes,  que  no  queda  anima  viba  de 
turco  ni  turca,  pobre  ni  rico,  desde  el  empera- 
dor hasta  los  mo^os  de  cozina,  que  no  lo  haga. 

Joan. — ¿Tienen  reloxes,  o  cómo  saben  esos 
sacerdotes  la  hora  que  es  para  llamar  la  gente? 

Pedro. — Para  sí  tienen  los  de  arena,  mas 
para  el  pueblo  no  los  hai,  como  no  haya  cam- 
panas. 

Juan. — ¿Pues  cómosabelagentequé  hora  es? 

Pedro. — Por  las  orationes,  poco  más  o  me- 
nos. Quando  a  la  mañana  oyen  gritar,  ya  saben 
que  amanesce;  quando  a  medio  dia,  también 
saben  qué  hora  es;  y  ansi  de  las  otras  horas; 
de  manera  que  si  quiero  saber  qué  hora  es,  con- 
forme, poco  más  o  menos  de  dia,  pregunto: 
¿Han  cantado  a  medio  dia?  respondenme: 
Presto  cantarán  o  rato  ha  que  cantaron.  Y  no 
penséis  que  cantan  en  vna  o  dos  mezquitas, 
sino  en  trescientas  y  más,  que  hunden  la  cib- 
dad  a  bozes  más  que  campanas.  Lo  mesmo 
hago  de  las  otras  horas;  pregunto  si  han  can- 
tado al  quindi,  que  es  la  oración  dos  horas 
antes  que  el  sol  se  ponga,  y  conforme  aque- 
llo sé  la  hora  que  es.  Congregados  todos  en 
la  mezquita,  viene  el  que  llamaba  y  comienza 
el  mesmo  salmo  recado,  y  todos  se  ponen  en 
pie  muy  mesurados,  vueltos  hazia  mediodía,  y 
las  manos  vna  sobre  otra  en  la  cintura,  miran- 
do al  suelo.  Este  sacerdote  que  canta  en  lo  alto 
se  llama  meizin:  luego  se  levanta  otro  sacerdote 
de  mayor  calidad,  que  se  llama  imam,  y  dize  vn 
verso,  al  qual  responde  el  meizin,  y  acabado  el 
verso  todos  caen  de  ozicos  en  tierra  y  lavesan, 
diciendo:  Saban  Ala,  saban  Ala,  suban  Ala, 
que  es:  Señor,  misericordia;  y  estanse  asi  sobre 
la  tierra  hasta  que  el  imarn  torne  a  cantar,  que 
todos  se  levantan,  y  esto  hazen  tres  o  quatro 
veces.  Vltimamente,  el  anam  comienca,  estando 
todos  de  rodillas  en  tierra,  a  dezir  vna  larga 
oration  por  la  qual  ruega  a  Dios  que  inspire  en 
los  christianos,  judios  y  los  otros,  a  su  manera 
de  hablar,  infieles,  que  tornen  a  su  seta,  y  oyen- 
do estas  palabras  todos  alzan  las  manos  al  zielo 
diziendo  muchas  vezes:  amin  ami7i;  y  tocanse 
todos  los  ojos  y  barba  con  las  manos,  y  acabase 
la  oration. 

Juan.  —  ¿Y  chico  vezes  hazen  todo  eso 
cada  dia? 

Pedro. — Tantas.  Mirad  qué  higa  tan  gran- 
de para  nosotros,  que  no  somos  christianos  sino 
en  el  nombre. 

Joan. — ¿Qué  fiestas  celebran? 

Pedro. — El  viernes  cada  semana,  por  que 
dizen  que  aquel  dia  nascio  Mahoma.  Tienen 
también  dos  pascuas;  la  mayor  dellas  es  en  la 
luna  nueba  de  agosto,  que  dura  tres  dias,  y 
toda  vna  luna  antes  tienen  su  quaresma,  que 
dura  vn  mes,  y  la  llaman  ramazan. 

AUTOBIOUUAKÍAS   Y    MEMORIAS. ^18 


Juan. — ¿Y  ayunan  esos  dias? 
Pedro. — Todos  a  no  comer  hasta  que  vean 
la  estrella;  pero  estonces  pueden  comer  carne  y 
quanto  quisieren  toda  la  noche. 

JcAN. — ¿Y  qué  significa  ese  ramazan? 
Pedro. — Los  treinta  dias  que  Mahameto 
estubo  en  ayunos  y  orationes  esperando  que 
Dios  le  embiase  la  lei  en  que  habian  los  hom- 
bres de  vibir;  y  la  pascua  es  quando  baxó  del 
cielo  vn  libro  en  el  qual  está  toda  su  lei,  que 
llaman  Cuiaham. 

JcAN. —  ¿Con  quien  dicen  que  se  le  embio 
Dios? 

Pedro. — Con  el  ángel  Gabriel.  Tienen  este 
libro  en  tanta  veneración,  que  no  pueden  tocar 
a  él  sino  estando  muy  limpios  y  lavados  o  con 
vn  paño  envuelto  a  las  manos.  El  que  le  tiene 
de  leer  es  menester  que  tenga  resonante  voz,  y 
quando  lee  no  le  puede  tener  más  avajo  de  la 
cintura,  y  está  moviendo  todo  el  cuerpo  a  vna  y 
a  otra  parte.  Dizen  que  es  para  más  atención. 
Los  que  le  oyen  leer  están  con  toda  la  posible 
atención,  abiertas  las  bocas. 

Juan. — ¿De  manera  que  ellos  creen  en  Dios? 
Pedro. — Sí,  y  que  no  hai  más  de  vno,  y 
sólo  aquel  tiene  de  ser  adorado,  y  de  aqui  viene 
que  aborrescen  tanto  las  imagines,  que  en  la 
iglesia,  ni  en  casa,  ni  en  parte  ninguna  no  las 
pueden  tener,  ni  retratos,  ni  en  paramentos. 
JuAX. — ¿Qué  contiene  en  sí  aquel  Alcoram? 
Pedro. — Muchas  cosas  de  nuestra  fe,  para 
mejor  poder  engañar.  Ocho  mandamientos: 
amar  a  Dios,  al  próximo,  los  padres,  las  fiestas 
onrrarlas,  casarse,  no  hurtar  ni  matar  y  ayu- 
nar el  ramazan  y  hazer  limosna.  Ansi  mismo 
todos  los  siete  pecados  mortales  les  son  a  ellos 
pecados  en  sii  Coraham.  Y  dize  también  que 
Dios  jamas  perdona  a  los  que  tienen  la  maldi- 
ción de  sus  padres.  Tienen  vna  cosa,  que  no 
todos  pueden  entrar  en  la  mezquita  como  son: 
omicidas,  borrachos  y  hombres  que  tienen  males 
contagiosos,  logreros,  y  lo  principal  las  mu- 
geres. 

JüAK. — ¿Las  mugeres  no  pueden  entrar  en 
la  iglesia? 

Pedro. — Muy  pocas  vezes,  y  éstas  no  todas. 
Cantoneras  en  ninguna  manera,  ni  mugeres 
que  no  sean  casadas  a  lei  y  vendicion  suya;  vir- 
gines  y  viudas,  después  de  cinco  meses,  pueden 
entrar,  pero  han  de  estar  en  vn  lugar  apartado  y 
tapadas,  donde  es  imposible  que  nadie  las  vea, 
porque  dizen  que  les  quitan  la  devoción. 

Juan. — Ponerlas  donde  nadie  las  pueda  ver 
en  ninguna  manera,  bien  hecho  me  paresfe; 
mas  vedarles  que  no  entren  dentro,  no.  ¿Y  ha- 
zen sacrificios? 

Pedro.  —  La  pascua  grande,  que  llaman 
bairam  biuc,  son  obligados  todos  a  hazer  qual 
que  sacrificio  de  vaca  o  carnero  o  camello,  y  re- 


108 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


partirlo  a  los  pobres,  sin  que  le[s]  quede  cosa 
ninguna  para  ellos,  porque  de  otra  manera  no 
aprobedla  el  sacrificio.  Quando  están  malos 
mucho,  vsan,  según  la  facultad  de  cada  vno, 
sacrificar  muchos  animales,  que  llaman  ellos 
curban,  y  darlos  por  amor  de  Dios.  Los  princi- 
pes y  señores,  quando  se  ven  en  necesidad,  de- 
güellan vn  camello,  y  dizeu  que  la  cosa  que 
más  Dios  oye  es  el  jemido  que  da  quando  le 
degüellan ;  y  en  todo  dizen  que,  ansi  como  Dios 
libro  a  Isach  de  no  ser  degollado,  quiera  librar 
aquel  enfermo. 

Juan. — ¿El  mesmo  Alcorán  les  manda  que 
den  limosna? 

Pedro. — Hallan  escrito  en  él  que,  si  supie- 
sen la  obra  que  es  dar  limosna,  cortarian  de  su 
mesma  carne  para  dar  por  Dios,  y  si  los  que 
la  piden  supiesen  el  castigo  que  por  ello  les  está 
ordenado,  comerian  primero  sus  propias  carnes 
que  demandarla;  porque  dÍ9e  la  letra:  Ecsa  de 
cliatul  baila  aJi. 

Juan. — ¿Qué  quiere  de^ir? 

Pedro. — Que  la  limosna  quita  al  que  la  da 
los  tormentos  y  tribulaciones  que  le  están  apa- 
rejados, y  caen,  juntamente  con  la  limosna,  so- 
bre el  pobre  que  la  res^ibe,  y  por  experien9Ía 
ven  que  nunca  están  sanos  los  pobres. 

Juan. — ¿Y  el  matar  también  lo  tienen  por 
pecado? 

Pedro. — Y  de  los  más  grabes;  porque  dice 
el  Coraham  que  el  segundo  pecado  del  mundo 
fue  el  de  Caim,  y  por  eso  el  primero  que  irá  al 
infierno  el  dia  del  JUÍ9Í0  sera  él.  Y  quando  Dios 
le  hecho  la  maldÍ9Íon,  se  entendió  por  él  y  todos 
los  omÍ9Ídas. 

Juan. — ¿Confiesan  infierno  y  juÍ9¡o? 

Pedro. — Y  avn  purgatorio. 

Juan. — ¿Quién  dicen  que  ha  de  juzgar? 

Pedro. — Dios.  Dicen  que  está  vn  ángel  en 
el  cielo  que  tiene  siempre  vna  trompeta  en  la 
mano,  y  se  llama  Israphil,  aparejado  para  si  Dios 
quisiese  que  fuera  el  fin  del  mundo,  tocai'ia  y 
luego  caerían  muertos  los  hombres  todos  y  los 
angeles  del  cielo. 

Juan. — ¿Siendo  los  angeles  inmortales,  an 
de  morir? 

Pedro. — Question  es  que  ellos  disputan  en- 
tre si  muchas  vezes,  pero  concluyen  con  que 
dize  el  Coraham  que  Dios  dixo  por  su  boca  que 
todas  las  cosas  mortales  han  de  aver  fin,  y  no 
puede  pasar  la  disputa  adelante,  como  ni  en  las 
otras  cosas.  Y  hecho  esto  verna  vn  tan  gran 
terremoto,  que  desmenuzará  las  montañas  y 
piedras;  y  luego  Dios  tornará  a  hazer  la  luz,  y 
della  los  angeles,  como  hizo  la  primera  vez,  y 
verna  sobre  todo  esto  vn  ro9Ío,  que  se  llama 
rekemetzv,  Ilubia  de  misericoidia,  y  quedará  la 
tierra  tornada  a  amasar,  y  mandará  Dios,  de 
alli  a  quarenta  dias,  que  torne  el  ángel  a  sonar 


la  trompeta,  y  al  sonido  resu9Ítarán  todos  los 
muertos,  desde  Abel  hasta  aquel  dia;  vnos  con 
las  caras  que  resplandezcan  como  sol,  otros 
como  luna,  otros  muy  oscuras  y  otros  con  ges- 
tos de  puercos,  y  gritarán  dÍ9iendo:  Nesi,  nest: 
¡ai  de  mí,  mezquino! 

Juan. — ¿Qué  significan  esas  caras? 

Pedro. — Los  que  las  tienen  resplandes9Íen- 
tes  son  los  que  han  hecho  bien;  los  otros,  mal; 
y  Dios  preguntará  por  los  emperadores,  reyos, 
pr¡n9Ípes  y  señores  que  tiranizaban,  y  no  les 
calerá  negar,  porque  los  miembros  todos  habla- 
rán la  verdad.  Alli  verna  Moisen  con  vn  estan- 
darte, y  todos  los  judios  con  él,  y  Christo,  hijo 
de  María,  virgen,  con  otro,  debaxo  del  qual 
estaran  los  christianos ;  luego  Mahoma  con  otra 
bandera,  debaxo  la  qual  estaran  todos  los  que 
le  siguieron.  Todos  los  que  de  éstos  habrán 
hecho  buenas  hobras  teman  buen  refrigerio  de- 
baxo la  sombra  de  sus  estandartes,  y  los  que 
no  sera  tanto  el  calor  que  habrá  aquel  dia,  que 
se  aogaran  del;  no  se  conosceran  los  moros  de 
los  christianos  ni  judios  que  han  hecho  bien, 
porque  todos  ternan  vna  misma  cara  de  divini- 
dad. Y  los  que  han  hecho  mal  todos  se  conos- 
ceran. A  las  animas  que  entrarán  en  el  paraíso 
dará  Dios  gentiles  aposentos  y  muy  espaciosos, 
y  habrá  muchos  rayos  del  sol  sobre  los  quales 
cabalgarán  para  andar  ruando  por  el  9Íelo  sin 
cansarse,  y  comerán  mucha  fruta  del  paraíso,  y 
en  comiendo  vn  fruto  hará  Dios  dos,  y  beberán 
para  matar  la  sed  vnas  aguas  dulzes  como  azú- 
car y  cristalinas,  con  las  quales  les  crescera  la 
vista  y  el  entendimiento,  y  verán  de  vn  polo  a 
otro. 

Mata. — ¿Y  si  comen  y  beben,  no  cagarán  el 
Paraiso? 

Pedro. — Maravillábame  como  no  salláis  ya; 
toda  la  superfluidad  ha  de  ir  por  sudor  de  mili 
delicados  manjares  qne  tienen  de  comer,  y  an 
de  tener  muchas  mo9as  virgines  de  quince  a 
veinte  años,  y  nunca  se  tienen  de  cmbegezer, 
y  los  hombres  todos  tienen  de  ser  de  treinta  sin 
mudarse  de  alli. 

Juan. — ¿An  de  tener  a9eso  a  las  virgines? 

Pedro. — Sí,  pero  luego  se  tienen  de  tornar 
a  ser  virgines.  Moysen  y  Mahoma  serán  los 
mejor  librados,  que  les  dará  Dios  sendos  prin- 
cipados que  goviernen  en  el  9Íelo. 

Juan. — Pues  si  tienen  que  los  christianos  y 
judios  que  han  hecho  buenas  obras  van  al  cielo, 
¿para  qué  ruegan  a  nadie  que  se  haga  turco? 

Pedro. — Entienden  ellos  que  todos  los  ju- 
dios que  vinieron  bien  hasta  que  vino  Christo, 
y  todos  los  buenos  christianos  hasta  que  vino 
Mahoma  son  los  que  van  al  cielo. 

Juan. — ¿Mas  no  los  que  hai  después  que 
vino  Mahoma,  avnque  hagan  buenas  obras? 

Pedro. — Esos  no.  Los  que  irán  condenados 


CRISTÓBAL  DE  VILLALOIÍ" 


109 


llebará  cada  vno  escrito  en  la  frente  su  nombre 
y  en  las  espaldas  cargados  los  pecados.  Serán 
llebados  entre  dos  montañas,  donde  está  la  boca 
del  ynfierno ;  y  de  la  vna  a  la  otra  liai  vna  puen- 
te de  diez  leguas  de  largo,  toda  de  yerro  muy 
agudo  y  llamase  serrat  cirpUsi,  puente  de  jus- 
ticia. Los  que  no  son  del  todo  malos  caerán  en 
el  purgatorio,  donde  no  hai  tanto  mal;  los  otros 
todos  irán  la  puente  abajo  al  infierno,  donde 
serán  atormentados;  en  medio  de  todos  los  fue- 
gos hai  un  manzano  que  siempre  esta  lleno  de 
fruta,  y  cada  vna  pares9e  una  cabeza  de  demo- 
nio; llamase  zoacum  agach,  árbol  de  amargura, 
y  las  animas,  comiendo  la  fruta,  pensando  de 
refrescarse,  sentirán  mayor  sed  y  grande  amar- 
gura que  los  atormente.  Llenos  de  cadenas  de 
fuego  serán  arrastrados  por  todo  el  infierno. 
Y  los  que  llamaren  a  Dios  por  tiempo,  al  fin 
saldrán,  avnque  tarde;  los  que  le  blasfemaren 
quedarán  por  siempre  jamás.  Veis  aqui  todo  lo 
que  9erca  desto  tienen  de  fe  de  su  Alcorán. 

Juan. — Vna  merced  os  pido,  y  es  que,  pues 
no  os  va  nada  en  ello,  que  no  me  digáis  otra 
cosa  sino  la  verdad;  porque  no  puedo  creer  que, 
siendo  tan  barbaros,  tengan  algunas  cosas  que 
parezcan  llebar  camino. 

Peduo. — ¿No  sabéis  que  el  diablo  les  ayudó 
a  hazer  esta  seta? 

Juan. — Muy  bien. 

Pedro. — Pues  cada  vez  que  quiere  pescar  es 
menester  que  lo  haga  a  bueltas  de  algo  bueno. 
Si  hizieseis  juntar  todos  los  letrados  que  hai 
en  Turquia,  no  os  dirán  vn  puncto  más  ni  me- 
nos desto  que  yo  os  digo,  y  fiaos  de  mi,  que  nos 
diré  cosa  que  no  la  sepa  primero  muy  bien. 

Juan. — Tal  confianca  tengo  yo.  Sepamos  del 
estado  sazerdotal.  ¿Tienen  papa  y  obispos? 

Pedro. —  Ocho  maneras  hai  de  sacerdotes. 
Primeramente  el  mayor  de  todos,  como  acá  el 
papa,  se  llama  el  cadilcsquier;  luego  es  el  mufti, 
que  no  es  inferior  ni  subjeto  a  este  otro,  sino 
como  si  vbiese  dos  papas ;  el  tercero  es  el  cadi; 
quarto  los  moderiz,  que  son  probisores  de  los 
ospitales;  quinto  el  antipi,  que  dize  el  oficio  los 
dias  solenes,  puesto  sobre  vna  escala  y  vna  es- 
pada desnuda  en  la  mano,  dando  a  entender  lo 
que  arriba  dixe,  que  no  se  tiene  de  poner  su  lei 
en  disputa,  sino  defenderla  con  las  armas.  El 
sexto  es  el  imam,  que  son  los  que  dizen  el  oficio 
al  pueblo  cada  dia.  El  postrero,  mezin,  aquellos 
que  suben  a  gritar  en  las  torres.  El  cadileschier 
eligen  que  sea  vn  hombre  el  más  docto  que  pue- 
dan y  de  mejor  vida,  al  qual  dan  grandissima 
renta,  para  que  no  pueda  por  dinei'o  torzer  la 
justicia;  e'ste  es  alia  como  si  dixesemos  Presi- 
dente del  Consejo  real,  y  deste  y  de  lo  que  en 
el  Consejo  se  haze  se  apela  para  el  mufti,  que 
no  entiende  sino  en  lo  eclesiástico.  También 
tiene  éste  gran  renta  por  la  mesma  causa. 


Juan. —  ¿Tanta  como  acá  el  papa? 

Pedro. — Ni  aun  la  mitad.  ¿No  le  basta  a  vn 
hombre  que  se  tiene  de  sentar  él  mesmo  cada 
dia  a  juzgar,  y  le  puede  hablar  quien  quiera, 
9Íeut  mili  ducados? 

Juan. — Y  sobra.  ¿Pero  no  tienen  su  Con- 
sejo que  haga  la  audiencia  y  ellos  se  estén 
olgando? 

Pedro.— Eso  solo  es  en  los  señores  d'Espa- 
ña,  que  en  lo  demás  que  yo  he  andado  todos 
los  principes  y  señores  del  mundo  hacen  las 
audiencias  como  acá  los  oidores  y  corregidores. 
En  Ñapóles,  si  queréis  pedir  vna  cosa  de  poca 
importancia  [a]  algún  contrario  vuestro,  lo 
liareis  delante  el  mesmo  virrei  y  en  Sicilia  lo 
mesmo  y  en  Turquia  lo  mesmo. 

Mata. — Ese  me  paresce  buen  vso,  y  no  po- 
ner corregidores  pobres,  que  en  ocho  dias  quie- 
ren, a  tuerto  o  a  derecho,  las  casas  hasta  el 
techo. 

Pedro. — El  cadi,  que  es  el  inferior  a  éstos, 
está  como  son  acá  los  probisores  de  los  obispos, 
administrando  su  justicia  de  cosas  baxas,  por- 
que las  de  importancia  van  á  los  superiores. 
Ante  éstos  se  hazen  las  cartas  de  dotes,  castiga 
los  borrachos,  da  cartas  de  horros  a  los  escla- 
vos, conosce  también  de  los  blasfemos. 

Juan, — ¿Qué  meresce  quien  blasfema? 

Pedro. — De  Dios,  cient  palos;  de  Mahoma, 
muerte. 

Juan. — ¿Pues  en  más  tienen  a  Mahoma  que 
a  Dios  ? 

Pedro. — Dicen  que  Dios  es  grande  y  puede 
perdonar  y  vengarse;  mas  Mahoma,  vn  pobre 
profeta,  ha  menester  amigos  que  miren  por  su 
honrra. 

Juan.  -  ¿Están  dotadas  las  mezquitas  como 
nuestras  iglesias? 

Pedro. — Todas,  pero  las  dignidades  de  ca- 
dileschier, mufti  y  cadi  el  rey  lo  paga;  las  oti'as 
maneras  de  sacerdotes  tienen  sus  rentas  en  las 
mezquitas:  quién  tres  reales,  quién  quatro  y 
quien  vno  al  dia;  y  si  esto  no  basta,  como  todos 
son  casados  y  en  el  habito  no  difieren  de  los 
seglares,  hazen  oficios  mechanicos;  ganan  mu- 
cho, como  alia  no  hai  emprentas,  a  escribir 
libros,  como  el  Alcoram,  el  Musaf  y  otros  mu- 
chos de  canciones. 

Juan. — ¿Caros  valdrán  desa  manera? 

Pedro.  —  Vn  Alchoram,  comunmente,  vale 
ocho  ducados ;  quando  murió  el  medico  del  Gran 
Turco,  Amon,  se  apreció  su  libreria  en  chico 
mili  ducados,  por  ser  toda  de  mano,  y  le  habia 
costado,  según  muchas  vezes  le  oi  jurar,  8.000, 
y  cierto  los  valdría,  avnque  yo  para  mí  no  daría 
quatro  reales. 

Mata. — Tampoco  daría  él  dos  por  la  vuestra. 

Pedro.  —  Quanto  más  por  la  que  agora 
tengo. 


lio 


autobiografías  y  memorias 


jDAN.--t  Tienen  escuelas  alia? 

Pedro. — Infinitas.  Los  señores,  y  primera- 
mente el  Emperador,  las  tienen  en  sus  casas  para 
los  pajes :  tienen  maestros  salariados  que  van 
cada  dia  a  leerles  su  Alcorán,  que  es  en  arábi- 
go, y  el  Musaph;  de  manera  que,  como  a  nos- 
otros el  latín,  les  es  a  ellos  el  arábigo.  Leenles 
también  philosophia,  astrologia  y  poesía;  ver- 
dad es  que  los  que  enseñan  saben  poco  desto 
y  los  discípulos  no  curan  mucho  dello;  pero,  en 
fin,  todavía  saben  más  que  los  griegos  christia- 
nos  y  ármenos,  que  son  todos  bestias. 

Juan. — ÍSTo  me  maravillo  que  sepan  algo 
deso,  que  árabes  vbo  muy  buenos  astrólogos  y 
philosofos. 

Pedro.  —En  aquellas  quatro  mezquitas  gran- 
des hai  también  escuelas  como  acá  vniversida- 
des,  muy  bien  dotadas,  y  colegíales  muchos 
dentro,  y  es  tan  grande  la  limosna  que  en  cada 
vna  se  haze,  que  si  tres  mili  estudiantes  qui- 
siesen cada  día  comer  en  qualquiera  de  las  mez- 
quitas podrían,  y  cierto,  si  fuesen  curiosos  de 
saber,  habría  grandissimos  letrados  entrellos; 
pero  en  sabiendo  hazer  quatro  versos  se  con- 
tentan. 

Juan. — ¿Es  posible  que  vsan  poesía?  ¡Por 
vida  de  quien  nos  dixere  vn  par  dellos,  por  ver 
como  son! 

Pedro. —  Birichen,  beg,ori  ciledum  derdumi, 
iaradandam  iste  viiseem  iardumi,  tercli,  eile- 
dumza  anumi  gurdumi ,  ne  ileim  ieniemejun 
gunglumi.  Esta  es  vna  común  canción,  que  can- 
tan ellos,  de  amores  a  la  diosa  Asich,  que  es 
diosa  de  amor. 

Joan. — ¿Qué  quieren  dezir? 

Pedro. —  Vna  vez,  cinco  y  diez  he  estado 
apasionado,  demandando  del  Criador  ayuda; 
menosprecii'  el  consuelo  y  plazer  de  mi  tierra. 
¿Qué  haré,  que  no  puedo  vencer  la  voluntad? 

Mata. — Buena  va. 

Pedro. — Sabed  que  para  quien  las  entiende 
no  hai  en  ninguna  lengua  canciones  más  dolo- 
rosas  que  las  turquescas;  mas  es  la  gente  que 
alia  sabe  leer  y  escribir,  mucha,  que  no  acá. 

Mata. — Dense  prisa,  señores;  ya  saben  que 
ha  rato  que  estoi  mudo. 

JüAx. — Callad  hasta  que  yo  acabe,  que  des- 
pués terneís  tiempo  sin  que  nadie  os  estorbe. 

Mata. — Con  esa  esperanza  estoy  (')  más  ha 
de  vna  hora. 

Joan. — Pasemos  a  las  religiones. 

Pedro. — Quatro  ordenes  hai  de  religión,  tal 
qual:  calender,  derhis,  torlach,  isach.  Los  calen- 
deros  andan  desnudos  y  en  cabello,  los  cabellos 
largos  hasta  la  pintura,  llenos  de  termentína; 
visten  9ÍIÍ9Í0  hecho  de  ^erdas,  y  sobre  las  es- 
paldas  traen  dos  cueros  de  carnero  la  lana 

(')  rato  ha. 


afuera;  las  ijadas  desnudas;  en  las  orejas  y 
brazos  traen  9Íertas  sortijas  de  yerro,  y  para 
mayor  abstinen9Ía  traen  colgada  del  miembro 
vna  sortija  de  metal  que  pese  tres  libras;  andan 
desta  manera  por  las  calles,  cantando  can9Íones 
bulgares,  y  dmles  limosna,  porque  ninguna 
destas  ordenes  tiene  como  acá  monesterios,  sino 
como  ermitaños.  El  inventor  destos,  en  vn  libro 
que  escribió,  fue  más  christiano  que  moro.  La 
segunda  orden,  de  los  dervíses,  andan  como 
éstos  en  el  traer  los  pellejos,  mas  los  zarzillos 
son  vnas  sortijas  de  piedra,  la  más  fina  que  ha- 
llan; piden  limosna  con  estas  palabras:  Ala 
iche,  por  amor  de  Dios.  En  la  cabeza  traen  vna 
caperuza  de  fieltro  blanco  a  manera  de  pan  de 
azúcar,  y  en  la  mano  vn  bastón  lleno  de  nudos 
tan  grueso  como  pueden.  Estos  tienen  en  la 
Anotolia  vn  sepulchro  de  vno  por  quien  dizen 
que  se  conquistó  la  mayor  parte  de  Turquía,  y 
fue  de  su  orden,  que  llaman  Cidíbatal,  donde 
habitan  vna  multitud  de  más  de  quinientos,  y 
cada  año  van  allí  a  hazer  el  capitulo  general, 
donde  concurren  muchas  vezes  más  de  ocho 
mil,  y  están  siete  días  con  grandes  fiestas  y 
triumphos.  El  general  destos  se  llama  azan 
baba,  que  significa  padre  de  padres.  Entrellos 
hai  algunos  manzebos  muy  doctos,  que  traen 
vnas  bestíduras  blancas  hasta  en  pies;  y  cada 
vno  destos  en  llegando  es  obligado  a  contar 
vna  historia,  y  luego  la  escriben  con  el  nombre 
del  autor  y  dansela  al  general. 

Joan.  — ¿De  qué  es  la  historia? 

Pedro. — Vna  cosa  de  las  más  de  notar  que 
ha  visto  por  donde  ha  peregrinado,  que  nun- 
ca paran  de  andar  en  todo  el  año.  Luego  el 
viernes,  que  es  su  fiesta,  tienen  en  vn  prado  un 
gran  banquete,  sobre  la  mesma  yerba,  y  sién- 
tase el  general  entre  todos  aquellos  man9ebos, 
y  sobre  comida  toman  ciertas  yerbas  en  polbos, 
que  llaman  aseral;  yo  creo  que  es  cáñamo,  que 
los  haze  estar,  avnque  no  quieran,  los  más  ale- 
gres del  mundo,  como  borrachos.  También  le 
mezclan  opio,  que  llaman  afion;  y  toma  el  ge- 
neral el  libro  de  las  historias  y  hazele  leer  pu- 
blicamente que  todos  le  oyan,  y  a  la  tarde  ha- 
zen  grandes  hogueras,  alderredor  de  las  quales 
vallan,  como  todos  están  borrachos,  y  cada  vno 
con  vn  cuchillo  agudo  se  da  muchas  cuchilladas 
muy  largas  por  los  pechos,  brazos  y  piernas, 
dizíendo:  Esta  por  amor  de  Vlana,  esta  por 
amor  de  la  tal.  Otros  labran  con  la  punta  de 
vna  aguja  en  las  manos  cora9ones,  o  lo  que 
quieren;  y  las  heridas  se  sanan  con  un  poco  de 
algodón  viejo  quemado.  Tras  todo  esto  piden 
lÍ9en9Ía  del  general  y  vanse  todos.  La  ter9era 
orden,  de  los  torlacos,  viste  ni  más  ni  menos 
pellejos  de  carnero;  pero  en  la  cabeza  no  traen 
caperuza  ni  cabello,  sino  cada  semana  se  raen  a 
nabaja,  y  por  no  se  refriar  vntan  las  cabezas 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


111 


siempre  con  aceite;  y  todos,  por  la  mayor  parte, 
por  ser  apasionados  de  catarro,  se  dan  vnos 
cauterios  de  fuego  en  las  sienes  con  vn  poco  de 
trapo  viejo,  porque  no  carguen  los  humores  a 
los  ojos  y  los  Rieguen.  Son  grandissimos  bella- 
cos, chocarreros,  y  no  bai  quien  sepa  entrellos 
leer  ni  escribir;  andanse  de  taberna  en  taberna 
cantando  y  pegándose  a  donde  ven  que  les  han 
de  dar  de  comer;  salen  a  los  caminos  en  qua- 
drilla,  y  si  topan  alguno  que  puedan  quitar  la 
capa,  no  lo  dexan  por  miedo  ni  vergüenza;  en 
las  aldeas  hazen  como  giptanos  en  creer  que  sa- 
ben adivinar  por  las  manos,  y  con  esto  allegan 
queso,  huebos  y  pan  y  otras  cosas ;  traen  los 
vellacos  de  tantos  en  tantos  vn  viejo  de  ochen- 
ta años  que  haga  del  sancto,  y  adoranle  como  a 
tal,  y  muchas  vezes  habla  mirando  al  cielo  cosas 
que  dize  ver  alia  y  a  grandes  vozes  dize  a  sus 
discipulos:  Hijos  mios,  sacadme  presto  de  este 
pueblo,  porque  acabo  de  ver  en  el  cielo  que  se 
apareja  vn  gran  mal  para  e'l,  y  ellos  fingen  que- 
rerle tomar  acuestas,  y  el  bulgo  les  ruega  con 
grandes  dadiuas  que  por  amor  de  Dios  no  les 
lleben  aquel  sancto  de  alli,  sino  que  ruegue  a 
Dios  alze  su  ira,  pues  tam  bien  está  con  él,  y  él 
comien9a  luego  a  ponerse  en  oración,  y  aqui 
veréis  que  la  jente  no  se  da  manos  a  ofres9er,  y 
todos  salen  cargados  como  asnos  y  se  van  re- 
yendo  de  las  bestias  que  les  creian.  Son  sobre 
todo  esto  grandissimos  bujarrones.  Los  /saches, 
que  es  la  postrera  orden,  andan  bestidos  de 
lienzo  y  traen  vnos  tocados  turquescos  groseros 
y  pequeños,  y  cada  vno  vna  bandera  en  la  mano, 
andan  cantando  por  las  calles  pidiendo. 

Juan. — Paresceme  que  me  dixistes  que  te- 
nían dos  pasquas,  y  no  me  declarastes  más  de 
la  vna,  de  quando  les  embio  Dios  la  lei. 

Pedro. — La  otra  es  en  fin  de  octubre,  que 
llaman  de  los  peregrinos  que  van  a  la  Mecha, 
la  qual  ellos  celebran  alia. 

JüAK. — ¿Qué,  vsan  también  como  nosotros 
peregrinaje? 

Pedro. — Y  muy  solemne.  Hallan  escrito  en 
sus  libros  que  quien  vna  vez  va  a  la  Mecha  en 
vida.  Dios  no  permite  que  se  condene,  por  lo 
qual  ninguno  que  puede  lo  dexa  de  hazer;  y 
porque  es  largo  el  camino  se  parten  seis  meses 
ant;s  para  poderse  hallar  alia  a  tiempo  de  ce- 
lebrar esta  su  fiesta,  y  con9Íertanse  muchos  de 
ir  juntos,  y  los  pobres,  mezclados  con  los  ricos, 
dan  consigo  en  el  Cairo,  y  de  alli  van  por  vn 
camino  muy  desierto,  llano  y  arenoso  en  tanta 
manei'a,  que  el  viento  haze  y  deshaze  montañas 
del  arena  y  peligran  muchos,  porque  los  toma 
debaxo,  y  de  aqui  se  haze  la  carne  momia,  se- 
gún muchos  que  la  traen  me  contaban,  que  en 
Constantinopla  todas  las  vezes  que  quisieredes 
comprar  dorientos  y  trescientos  cuerpos  destos 
hombres  los  hallareis  como  quien  compra  raba- 


nos.  An  menester  llebar  camellos  cargados  de 
agua  y  probision,  porque  a  las  vezes  en  tres 
dias  (')  no  hallan  agua;  son  los  desiertos  de 
Arabia,  y  ningún  otro  animal  se  puede  llebar 
por  alli  sino  el  camello,  porque  sufre  estar  qua- 
tro  y  ginco  dias  sin  beber  ni  comer,  lo  que  no 
hazen  los  otros  animales. 

Mata. — Por  mi  vida  que  estoi  por  asentar 
esa;  cinco  dias  sin  comer  ni  beber  y  trabajar. 

Pedro. — Tiempo  del  año  hai  en  el  imbierno 
que  sufren  quarenta  dias,  porque  os  espantéis 
de  beras;  y  porque  he  sido  señor  de  cinco  ca- 
mellos que  del  Gran  Turco  tenia  para  mi  reca- 
mara, y  si  fuese  menester  salir  en  campo,  os 
quiero  contar,  pues  no  es  fuera  de  proposito, 
qué  carguerío  es  el  del  camello,  y  también  por- 
que pienso  haber  visto  tantos  como  vosotros 
ovejas,  que  mi  amo  solo  tenia  para  su  recamara 
dos  mili,  y  no  le  bastaban. 

Mata. — Camaleones  diréis,  de  los  que  se 
mantienen  del  viento ;  porque  camellos  comerán 
mucha  cebada,  siendo  tantos. 

Pedro. — No  acabaremos  ogaño;  sea  como 
vos  quisieredes,  decidoslo  bos  todo. 

Juan. — Dexadle  haora  depir. 

Mata. —  Por  mí  diga  lo  que  quisiesse. 

Pedro. — Ningún  cargerio  por  tierra  hai  me- 
jor que  el  del  camello,  porque  tiene  estas  pro- 
piedades: avnque  la  jornada  sea  de  aqui  a  Hie- 
rusalem,  no  tenéis  de  cargarle  más  de  una  vez. 

Mata. — ¿Nunca  se  descarga? 

Pedro.  — Jamas  en  toda  la  jornada,  sino  él 
se  hecha  a  dormir  con  su  carga  y  se  levanta 
quando  se  lo  mandaren,  pero  no  le  habéis  de 
hechar  más  carga  de  aquella  con  que  se  pueda 
bien  levantar;  ni  tenéis  a  qué  ir  al  mesón,  sino 
en  el  campo  se  hechan  quando  se  lo  mandéis; 
andan  recuas  de  diez  y  doze  mili,  y  en  casa  de 
los  señores,  camellero  mayor  no  es  de  los  me- 
nores cargos. 

Mata. — Por  quanto  tengo,  que  no  es  nada, 
no  quisiera  dexar  de  saver  ese  secreto. 

Pedro. — Pues  callad  y  direos  otro  mayor 
al  proposito  que  se  levanto;  si  le  habéis  de  dar 
dos  celemines  de  zebada  cada  dia,  y  le  dais  de 
vna  vez  media  hanega,  la  comerá  como  vos  vna 
pera,  y  por  aquellos  tres  dias  no  tengáis  cuida- 
do de  darle  nada,  y  a  beber  lo  mesmo,  y  si  que- 
réis probar  con  vna  entera,  maldito  el  grano 
dexe,  y  si  dos  le  saliesen,  que  no  les  huirían  el 
campo;  alia  tienen  ciertas  bolsas  de  donde  lo 
tornan  a  rumiar  como  cabras;  y  no  habléis  más 
sobre  esto,  que  es  más  viejo  y  común  que  el  re- 
pelón entre  los  que  han  visto  camellos  y  trata- 
dolos.  Llegan  por  sus  jornadas  los  peregrinos 
a  la  Medina,  que  es  vna  cibdad  tres  jornadicas 
de  la  Mecha,  y  alli  los  salen  a  rescibir  y  hai 

(•)  leguas. 


112 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


miichos  persianos  y  indios  que  han  venido  por 
las  otras  partes.  Otro  dia  que  han  llegado  y  la 
pasqua  se  azerca,  hazen  reseña  de  toda  la  jente, 
porque  dizen  que  no  se  puede  zelebrar  la  pas- 
qua si  son  menos  de  sesenta  mili,  y  la  bispera 
de  la  pascua  o  tres  dias  antes  van  todos  a  vna 
montaña  cerca  de  la  Mecha  y  desnudanse,  y 
avnque  vean  algún  piojo  o  pulga  no  le  pueden 
matar,  y  llamase  la  montaña  Arafet  Agi;  y 
metense  en  vn  rio,  el  agua  hasta  la  garganta,  y 
están  alli  entre  tanto  que  les  dizen  9Íertas  ora- 
tiones. 

JoAX. — ¿A  qué  proposito? 
Pedro.— Porque  Adán,  después  que  pecó, 
en  aquel  rio  hizo  otro  tanto,  y  Dios  le  perdonó; 
y  vestidos  van  a  la  Mecha  de  mañana,  y  lo  pri- 
mero tocan  los  que  pueden  el  Alcorán  a  la  se- 
pultura de  Mahoma,  y  dizen  sus  solenes  oficios, 
Que  tardan  tres  lioras,  y  luego  todos  los  que 
han  podido  tocar  el  sepulchro  van  corriendo  a  la 
montaña  como  bueyes  quando  les  pica  la  mosca. 
JüAX. — ¿Para  qué? 

Pedro.— Porque  con  aquel  sudor  caen  los 
pecados,  y  para  dar  lugar  los  que  han  tocado 
a  los  que  no. 

JüAX. — ¿Muestranles  el  cuerpo? 
Pedro. — No  más  del  sepulchro,  y  vn  zapa- 
to dorado  suyo,  llamado  isa7'oh,  que  está  colga- 
do y  cada  vno  va  a  tirar  dos  piedras  en  vn  lu- 
gar redondo,  que  esta  alli  9erca,  donde  dizen 
que  el  diablo  apáreselo  a  Ibrahim  quando  edi- 
ficaba aquel  templo,  por  ponerle  miedo  y  que  no 
lo  edificase.  Y  el  Abraham  le  tiro  tres  piedras 
y  le  hizo  huir;  y  encima  el  monte  hazen  gran- 
des sacrifi9Íos  de  carneros,  y  si  acaso  entrase 
algún  esclabo  alli,  hera  libre.  Tornan  otra  vez 
a  la  Mecha,  y  hazen  grandes  orationes,  rogan- 
do a  Dios  que  los  perdone  y  ayude  como  hizo 
a  Hibrahim  quando  edificaba  aquel  templo;  y 
con  esto  se  parten  y  van  a  Hierusalem,  que  en 
su  lengua  dize  Cuzum  Obarech,  y  hazen  alli 
otra  oration  a  su  modo  donde  esta  el  sepulchro 
de  Christo. 

Juan. — ¿Pues qué  tienen  ellos  alli  que  hazer? 
Pedro. — ¿No  os  tengo  dicho  que  le  tienen 
también  en  mucha  veneración?  No  ternian  por 
acepto  el  peregrinaje  si  no  fuesen  alia. 

Juan. — ¿Abi-ahan  dizen  que  edifico  aquel 
templo? 

Pedro. — Hallan  escrito  en  sus  libros  que 
Dios  le  mandó  a  Abraham  que  le  edificase  alli 
vna  casa  donde  viniesen  los  pecadores  a  hazer 
penitencia,  y  lo  hizo;  y  más  que  las  montañas 
le  traian  la  piedi'a  y  lo  que  hera  menester.  A 
vna  esquina  de  la  Mecha  está  vn  marmol  que 
dizen  que  mandó  Dios  a  Abrahan  traer  y  po- 
ner alli,  medio  blanco  medio  negro,  el  qual  to- 
dos adoran  y  tocan  los  ojos  y  algunos  librillos 
a  él  como  reliquias. 


JuAX. — ¿Qué  misterio  tiene? 
Pedro. — Dicen  que  (')  es  el  ángel  de  la 
guardia  de  Adán  y  Eba,  y  porque  los  dexó  pe- 
car y  no  los  guardó  bien,  Dios  le  convertio  en 
marmol,  y  estara  alli  haziendo  penitencia  hasta 
el  dia  del  Juicio. 

Juan, — ¿Cómo  está  el  sepulchro? 
Pedro. — Sus  mesmos  discípulos  le  hizieron 
muy  hondo,  y  metido  en  vna  caja  le  pusieron 
dentro;  después  hizieron  vna  como  tumba  de 
marmol,  con  vna  tabla  de  lo  mesmo  a  la  cabe- 
zera  y  otra  a  los  pies,  escrito  en  ellas  cómo 
aquélla  es  su  sepxiltura,  y  alli  adoran  todos. 
Está  cubierta  encima  con  vn  chamelote  verde. 
Los  ármenos  habian  vna  vez  hecho  vna  mina  de 
más  de  media  legua  para  hurtarles  el  cuerpo,  y 
fueron  descubiertos  y  justiciados,  lo  qual  cuen- 
tan por  gran  milagro  que  hizo  Mahoma. 

Juan. — Mejor  quento  fuera  si  le  cojieran  su 
profeta . 

Pedro. — Y  por  esto  le  hizieron  vnos  yerros 
que  ziñen  toda  la  sepultura  por  baxo  y  arriba. 
Dexó  dicho  cenando  murió  que  no  habia  de  es- 
tar alli  más  de  mili  años  y  éstos  no  habia  de 
durar  la  seta,  sino  que  habria  fin,  y  de  alli  se 
habia  de  subir  al  cielo.  Destos  que  buelven  de  la 
Mecha  muchos  toman  por  devoción  andar  con 
vnos  cueros  muy  galanes  que  hazen  aposta,  lle- 
nos de  agua,  que  cabrán  dos  cantaros,  acuestas 
y  con  vna  taza  de  fuslera  muy  limpia,  dando  a 
beber  a  todos  quantos  topan  y  convidándolos  a 
que  lo  quieran  hazer  por  fuerza,  porque  en  aca- 
bando de  beber  digan  gracias  a  Dios. 
Mata. — ¿Qué  les  dan  ^jor  eso? 
Pedro. — No  nada  quien  no  quiere,  mas  al- 
gunos les  dan  y  lo  toman. 

Juan. — ¿Hazen  quando  mueren,  en  sus  tes- 
tamentos, mandas  grandes  como  acá,  de  ospita- 
les,  o  no  saben  qué  cosa  son? 

Pedro.— No  menos  soberbias  mandas  ha- 
zen que  nosotros,  sino  más,  y  en  vida  son  más 
limosneros.  Los  quatro  emperadores  que  ha  ha- 
bido, donde  están  enterrados  han  dexado  aque- 
llas quatro  mezquitas,  tan  magnificas,  con  sus 
ospitales,  como  os  dixe;  otros  Vaxas,  sin  éstos, 
han  hecho  muchos  ospitales;  hazen  también 
mesones  por  todos  los  pueblos  y  desiertos,  que 
llaman  carahanzas,  por  amor  de  Dios.  Adrezan 
caminos,  traen  fuentes  adonde  ven  que  hai  fal- 
ta de  agua,  necesarias  para  andar  del  cuerpo; 
[las]  han  hecho  muchos  tas  bistosas,  que  pen- 
sareis ser  algunos  palacios,  diciendo  que  es  li- 
mosna si  por  alli  toma  la  prisa  a  alguno,  hallar 
donde  lo  hazer  a  su  placer;  y  no  es  posible  que 
no  diga  después:  bien  haya  quien  te  hizo.  No 
solamente  tienen  por  mucho  mérito  hazer  bien 
a  los  próximos,  pero  avn  a  los  animales  salvá- 
is) quando. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


113 


jes,  de  donde  muchos  se  paran  a  echar  pan  a  los 
pezes  en  la  mar,  d¡9¡endo  que  Dios  lo  res9Íbe  en 
seryÍ9Ío.  Toda  Constantinopla  esta  llena  de  pe- 
rros que  no  son  de  nadie,  sino  por  detras  de 
aquellas  zercas,  junto  al  pala9Ío  del  Gran  Tur- 
co, hai  tantos  como  hormigas;  porque  si  vna 
perra  pare  tienen  por  pecado  matarle  los  hijos, 
y  desta  manera  multiplican  como  el  diablo.  Lo 
mesmo  hai  de  gatos,  y  todos,  como  no  son  de 
nadie,  ni  duermen  en  casa,  están  llenos  de  sar- 
na. La  limosna  que  muchos  hazen  es  comprar 
vna  dozena  o  dos  de  asaduras  o  de  panes  y  po- 
nerse a  repartirselos.  Quando  está  alguno  malo, 
meten  dentro  vna  javla  muchos  pájaros,  y  para 
aplacar  a  Dios  habrenla  y  dexanlos  salir  a  to- 
dos. Otras  muchas  limosnas  hazen  harto  más 
que  nosotros,  sino  que  como  cada  vno  que  vie- 
ne de  la  feria  quenta  según  que  le  va  en  ella, 
disfamanlos  si  no  lo  hizieron  bien  con  ellos,  y 
dizen  que  son  crueles  y  habaros  y  mili  males. 

JüAX. — ¿Cómo  se  han  en  los  mortuorios? 

Pedro. — Ya  os  dixe  en  el  enterramiento  de 
mi  amo  lo  que  habia.  Si  es  hombre,  labanle 
hombres;  si  muger,  mugeres,  y  envuelto  en  vna 
sabana  limpia  le  meten  en  vn  ataut  y  llebanle 
cantando;  y  si  es  pobre,  ponenle  en  vna  parte 
donde  pasa  jente,  y  alli  piden  a  quantos  pasan 
limosna  para  pagar  a  los  que  cantan  y  le  en- 
tierran  en  el  campo,  y  como  es  [hecho]  ansi,  le 
ponen  los  marmoles  en  la  sepultura.  Las  mu- 
geres no  van  con  el  cuerpo,  mas  acostumbran 
ir  muchas  vezes  entre  año  a  visitar  las  sepultu- 
ras, y  alli  lloran. 

Mata. — A  proposito  vernian  tras  los  mor- 
tuorios las  bodas,  digo  si  a  ellos  les  pares9e. 

JuAX. — Sea  ansi. 

Pedro. — A  mí  no  se  me  da  (')  más  vno  que 
otro,  si  todo  se  tiene  de  de9Ír.  Llamase  en  su 
lengua  el  matrimonio  eulemet,  y  es  muy  al  re- 
bes  de  lo  que  acá  vsamos;  porque  él  tiene  de 
dar  el  dote  a  ella,  como  quien  la  compra,  y  (*) 
los  padres  della  ninguna  cosa  a  él  más  de  lo  que 
heredara,  y  si  tiene  algo  de  suyo  que  se  lleba 
consigo;  y  sobre  todo  esto,  no  la  tiene  de  ha- 
ver  visto  hasta  que  no  se  pueda  deshazer  el  ma- 
trimonio y  haya  pagadole  todo  el  dote,  el  qual 
res9¡be  el  padre  de  la  nobia  antes  que  salga  de 
casa,  y  cómprale  a  la  hija  vestidos  y  joyas  de- 
Uo,  La  madre  va  de  casa  en  casa  combidando 
mugeres  para  la  voda,  quantas  su  posibilidad 
basta.  Lleban  vna  cola9Íon  muy  grande  casa  de 
la  nobia,  con  trompetas  y  atambores,  donde  ha- 
llan que  están  allegadas  ya  todas  las  mugeres, 
las  quales  salen  a  resjibir  el  presente  que  el  es- 
poso embia,  y  otro  dia  de  mañana  tornan  y 
comen  en  la  boda  con  la  esposa;  porque  el  es- 

(•)  nada. 
(»)  ella. 


poso  no  se  halla  alli  en  ninguna  fiesta,  sino  se 
está  en  casa. 

Mata. — ¿De  manera  que  sin  él  se  haze  la 
boda? 

Pedro. — Toda  mi  fe.  Acabado  el  banquete 
que  tienen  entre  sí  las  mugeres,  la  lleban  al 
baño  y  labanla  toda  muy  bien,  y  con  haleña  le 
vntan  los  cabellos  como  hazen  acá  las  colas  y 
crines  de  los  caballos,  y  las  vñas  y  manos  todas 
labradas  de  escaques  con  la  mesma  haleña,  y 
las  piernas  hasta  la  rodilla;  y  las  mugeres,  por 
librea,  en  lugar  de  guantes,  se  vntan  con  la 
haleña  el  dedo  pulgar  de  la  mano  derecha,  y 
la  media  mano  que  lleban  de  fuera,  que  pai'es- 
gen  rábano  de  ovejas  almagradas.  Quitada  la 
haleña  desde  a  vna  hora  queda  vn  galán  color 
de  oro;  quando  viene  la  esposa  de  la  estupha 
siéntanla  en  medio  y  comienzan  de  cantar  mili 
can9Íones  y  sonetos  amorosos  y  tocar  muchos 
instramentos  de  música,  como  harpas  y  guita- 
rras y  flautas,  y  entended  que  no  puede  haber 
en  esta  fiesta  hombre  ninguno. 

Mata. — ¿Pues  quién  tañe? 

Pedro.— Ellas  mesmas  son  muy  músicas; 
dura  esta  fiesta  de  bailar  y  voltear  hasta  media 
noche,  y  en  oyendo  el  gallo  cantar,  todas  al- 
zan un  alarido  que  dÍ9e:  cachialum,  huyamos, 
y  vanse  a  dormir  y  vuelven  a  la  mañana  á  es- 
perar el  pariente  del  nobio  más  9ercano,  que  es 
el  padrino  que  viene  por  la  esposa  para  llebarla 
a  casa  del  marido. 

Juan. — ¿Cómo  se  llama  el  padrino  en  tur- 
quesco? 

Pedro. —  Sagdich,  el  qual  va  con  grande 
acompañamiento  de  caballos,  y  entrellos  lleba 
vno  va9Ío,  el  más  gentil  de  todos  y  mejor  enjae- 
zado, en  que  ella  venga,  y  muchas  azemilas  en 
que  venga  su  ajuar,  que  todavía  les  dan  los  pa- 
dres, y  las  mugeres  que  están  con  ella  no  le 
dexan  entrar  en  casa  si  no  haze  primero  cortesia 
de  una  buena  cola9Íon;  y  toma  su  nobia,  acom- 
pañada de  gran  caballería,  ansi  de  mugeres 
como  de  hombres,  y  muchos  instrumentos  de 
músicas.  La  nobia  lleva  vn  belo  colorado  en  el 
rostro,  y  llegados  a  casa  del  esposo  se  apean 
sobre  alombras  y  ricos  paños,  y  dexanla  alli  y 
buelvense  a  la  noche.  El  segdich  desnuda  a  él 
y  vna  muger  a  ella,  y  metenlos  en  la  cama; 
lleba  ella  vnos  calzones  con  muchos  nudos,  los 
quales  no  se  dexa  desatar  si  primero  no  le  pro- 
mete las  barras ;  a  la  mañana  los  lleban  al  vano 
a  labarse. 

Juan.  — ¿No  hai  más  bendÍ9Íones  desas  ni 
cosas  eclesiásticas? 

Pedro. — No  más  de  que  el  cadi  haze  vna 
carta  de  dote,  en  que  da  fe  que  Vlano  se  casó 
con  Vlana  tal  dia,  y  le  da  tanto  de  chihin,  que 
es  el  dote,  y  por  esto  les  rapa  vn  ducado.  Los 
parientes,  como  se  vsa  acá  en  algunas  partes, 


114 


autobiografías  y  memorias 


les  empresentan  algunos  dineros  o  ropas  a  los 
rezien  casados. 

Juan.  — Pares^eme  que  el  esposo  haze  pocas 
fiestas. 

Pedro. — Hasta  vn  dia  después  de  la  voda 
es  verdad,  pero  después  pone  muchos  premios 
y  joyas  para  los  que  mejor  coiTieren  a  pie  y  a 
caballo.  El  padrino  haze  poner  vn  árbol  como 
acá  mayo,  el  más  alto  que  halla,  a  la  puerta  del 
nobio,  y  encima  vn  jarro  de  plata,  y  que  todos 
los  que  quisieren  le  tiren  con  los  arcos,  y  el  que 
le  acertare  primero  con  la  saeta  es  suyo. 

Juan. — ¿Permiten  divorcio? 

Pedro. — Habiendo  causa  manifiesta  sí;  pero 
es  obligado  el  marido  a  darle  todo  el  dote  y 
barras  que  le  mandó  j  quanto  ella  trajo  consi- 
go, y  vase  con  esto  casa  de  sus  padres:  y  no 
puede  ser  tornada  a  demandar  otra  vez  del  si  no 
fuere  haziendo  nuebo  dote,  y  con  todo  esto,  si 
la  quiere,  ha  de  tener  vn  turco  primero  que 
hazer  con, ella  delante  de'I. 

Mata. —  Pocos  las  querrán  desa  manera  se- 
gunda vez. 

Pedro. — Entre  los  mesmos  christianos  que 
están  alia  se  permite  vna  manera  de  matrimo- 
nio al  quitar,  como  censo,  la  qual  hallaron  por 
las  grandes  penas  que  les  Uebaban  los  turcos  si 
los  topaban  aman9ebados;  y  es  desta  manera: 
que  si  yo  me  quiero  casar,  tomo  la  muger  chris- 
tiana  que  me  paresce;  digo  si  ella  quiere  tam- 
bién, y  vamos  los  dos  casa  del  cadi,  y  digole: 
Señor,  yo  tomo  ésta  por  muger  y  le  mando  de 
quibin  9Ínquenta  escudos,  o  lo  que  quiero,  se- 
gún quien  es;  y  el  cadi  (')  pregunta  a  ella  si  es 
contenta,  y  dÍ9e  que  sí;  hazeles  luego  su  carta 
de  dote  y  danle  vn  ducado  y  llebala  a  casa.  Es- 
tan  juntos  como  marido  y  muger  hasta  que  se 
quieran  apartar  o  se  arrepientan,  por  mejor  de- 
zir.  Si  e'l  la  quiere  dexar,  hale  de  dar  aquel  dote 
que  le  mandó,  y  vayase  con  Dios;  si  ella  le 
quiere  dexar  a  él,  pierde  aquello  y  vase  sin 
nada,  comido  por  servido,  y  desta  manera  están 
casados  quantos  mercaderes  A'ene9Íanos  y  flo- 
rentines  hai  alia,  y  cristianos  muchos  que  han 
sido  cautivos  y  son  ya  libres  (*),  viendo  que  hai 
mejor  manera  de  ganar  de  comer  alia  que  acá, 
luego  toman  sus  mugeres  y  hazen  casa  y  hogar; 
hazen  esta  cruenta,  que  aunque  vengan  acá, 
como  están  pobres,  no  los  conos^era  nadie.  El 
embajador  de  Fran9Ía  se  casó  (')  estando  yo 
alli  desta  manera. 

Mata. — ¿Y  vos,  padre,  por  c^ué  no  os  casas- 
tes? 

Pedro. — Porque  me  vine  al  mejor  tiempo, 
que  de  otra  manera  creed  que  lo  hiziera  por  go- 
zar del  barato,  que  hartas  me  pidian. 

(')  responde. 
(')  pues. 
^)  alli. 


Mata. — ¡Hi  de  puta,  si  acá  viniese  vna  bula 
que  dispensase  eso,  cómo  suspenderla  a  la  Cru- 
zada! 

Pedro. — Más  querría  ser  predicador  eston- 
ces que  ar9obispo  de  Toledo. 

Juan. — Pocos  son  los  que  las  dexarian  de 
tomar,  y  avn  dobladas  para  si  la  vna  se  per- 
diese. ¿Esos  christianos  no  se  casan  por  el  pa- 
triarca suyo? 

Pedro. — Los  que  se  casan  a  lei  y  a  vendi- 
cion  sí,  porque  lo  hazen  como  acá  nosotros; 
pero  los  forasteros  que  están  hai,  más  lo  hazen 
por  las  penas  que  les  lleban  si  los  topan  que 
por  otra  cosa. 

JüAx. — Vamonos  poco  a  poco  a  la  justicia, 
si  no  hai  más  que  dezir  del  matrimonio. 

Pedro. — Ni  avn  tanto.  La  justicia  del  turco 
conosce  ygualmente  de  todos,  ansí  christianos 
como  judíos  y  turcos.  Cada  juez  de  aquellos 
principales  tiene  en  vna  mesa  vna  cruz,  en  la 
qual  toma  juramento  a  los  christianos,  y  vna 
Biblia  para  los  judíos.  El  cadilesclder,  dexado 
aparte  el  Consejo  real,  es  la  suprema  justicia, 
medio  eclesiástica.  Si  es  cosa  clara,  examina 
sus  testigos  y  oye  sus  partes,  y  guarda  justicia 
recta;  si  es  caso  criminal,  remitele  al  suhaxi, 
que  es  governador,  y  ansí  matan  al  omicida, 
ahorcan  al  ladrón,  empalan  al  traidor,  y  sí  vno 
hecha  mano  a  la  espada  para  otro,  avnque  no 
le  hiera,  le  prenden  y,  desnudo,  le  pasan  quatro 
o  cinco  cuchillos  por  las  carnes,  como  quien 
cose,  y  le  traen  a  la  vergüenza;  y  deste  miedo 
he  visto  muchas  vezes  darse  de  bofetones  y 
tener  las  espadas  en  las  cintas  y  no  osar  hechar 
mano  a  ellas,  y  en  cerca  de  quatro  años  que  estu- 
be  en  Turquía  no  vi  matar  y  herir  más  de  a  vn 
hombre,  que  hera  christiano  y  muy  principal, 
llamado  Jorje  Chelevi.Y  este  síí^o.c/ tiene  poder 
sobre  todas  las  mugeres  que  no  son  onestas. 

Juan. — ¿Y  si  los  testigos  son  falsos,  sacan- 
Íes  los  dientes.' 

Pedro.  —  Los  dientes  no,  pero  vntanle  la 
cara  toda  con  tinta,  y  ponenle  sobre  vn  asno  al 
rebes,  y  danle  por  freno  la  cola,  que  llebe  en  la 
mano,  y  con  esto  le  traen  a  la  vergüenza,  y  el 
asno  lleba  en  la  frente  vn  rotulo  del  delito  y 
vanle  tirando  naranjas  y  berengenas,  y  buelto 
a  la  cárcel  le  yerran  en  tres  partes,  y  no  vale 
más  por  testigo;  en  cosas  de  pena  pecuniaria 
luego  os  meten  en  la  cárcel;  el  que  debe,  de  ca- 
beza en  un  zepo  hasta  que  pague,  y  otras  vezes 
le  hazen  vn  cerco  con  vn  carbón  que  no  salga 
de  alli  sin  pagar,  so  grandes  penas.  La  más 
común  de  todas  las  justicias  en  casos  crimina- 
les, como  no  los  hayan  de  matar  ni  abergonzar 
por  la  tierra,  es  darles  de  palos  alli  luego,  fres- 
cos, casa  del  mesmo  juez:  porque  riñó,  porque 
se  emborracho,  porque  blasphemó  livianamente, 
porque  de  otra  manera  le  queman  bibo. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALOK 


115 


Juan, — ¿En  dónde  le  dan  los  palos? 

Pedro. — En  las  plantas  de  los  pies.  Toman 
vna  palanca  y  en  medio  tiene  vn  agujero,  del 
qual  está  colgado  vn  lazo,  y  por  aquél  mete  los 
pies;  y  echanle  en  tierra,  y  dos  hombres  tienen 
la  palanca  de  manera  que  los  pies  tiene  altos  y 
el  cuerpo  en  tierra;  cada  juez  y  señor  tiene  vna 
multitud  de  porteros,  que  traen,  como  acá  va- 
ras, vnos  bastones  en  la  mano;  y  éstos  le  dan 
vno  de  vn  lado  y  otro  de  otro  los  palos  que 
la  senten9Ía  manda;  por  cada  palo  que  les  dan 
han  de  pagar  vn  áspero  a  los  que  les  dan,  y  ansi 
se  le  dexan  después  de  haver  pagado. 

JüAX. — Valame  Dios,  ¿y  no  le  mancan? 

Pedro. — Alia  vacoxeando  y  le  lleban  acues- 
tas; por  tiempo  se  sana,  pero  muchos  veréis 
que  siempre  andan  derrengados,  tal  vez  hai  que 
se  quiebren  de  aquellos  bastones,  en  vno  diez 
y  veinte,  como  dan  medio  en  vago.  Quando  Ci- 
ñan Baxa,  mi  amo,  hera  Virrei,  no  lo  tengáis  a 
burla,  que  por  Dios  verdadero  ansi  venian  cada 
semana  cargas  de  bastones  a  casa  como  de  leña, 
y  más  se  gastaba  ordinariamente.  Hai  cada  dia 
muchos  apaleados  en  casa  de  cada  juez.  Vn  dia 
que  Ciñan  Baxa  me  hizo  juez,  yo  execute  la 
mesma  justicia. 

Mata. — ¿No  habia  otro  más  hombre  de  bien 
que  hazer  juez  o  por  qué  lo  hizo? 

Pedro. — Heracasode  medicina:  demandaba 
vna  vieja  griega  christiana  a  vn  medico,  el  de 
mejores  letras,  judio,  que  alli  habia,  que  le  pa- 
gase a  su  marido  que  se  le  habia  muerto;  lo 
qual  probaba  porque  vn  otro  medico  judio  cata- 
lán (}),  enemigo  suyo,  dezia  que  él  defenderia 
ser  ansi.  El  bellaco  del  catalán  hera  el  más  mal 
quisto  que  habia  en  la  cibdad,  y  conmigo  mes- 
mo  habia  reñido  vn  dia  sobre  la  cura  de  vn  ca- 
ballero. Por  ser  muy  i"ico  salia  con  quanto  que- 
na, y  todos  le  tenian  miedo.  Mi  amo  remitió- 
me a  mí  aquella  causa,  que  mirase  qnál  tenia 
razón,  y  senteme  muy  de  pontifical,  y  llamadas 
las  partes,  el  catalán  alegaba  c^ue  no  sé  qué 
letuario  que  le  habia  dado  hera  contrario.  El 
otro  daba  buena  cuenta  de  sí.  Como  yo  vi  que 
iba  sobre  malicia,  mandé  llamar  a  los  porteros 
y  vn  alguazil,  que  se  llama  chauz,  y  mándele 
dar  9Íent  palos,  y  que  por  cada  vno  pagase  vn 
real  a  los  que  se  los  diesen,  lo  qual  fue  muy 
presto  executado  con  la  cobdÍ9Ía  del  dinero. 
Como  el  Baxa  oyó  las  vozes  que  el  pobre  judio 
daba,  preguntó  qué  fuese  aquello.  Dixeronle: 
Señor,  vna  justicia  que  el  christiano  ha  man- 
dado haze>\  Hizome  llamar  presto,  y  dixome 
algo  enoxado:  ¡Perro!  ¿Quién  te  ha  mandado  á 
ti  dar  senten9Ía?  Yo  respondí:  Vuestra  Expe- 
len^ia.  Dixome:  Yo  no  te  mande  sino  que  vie- 
ses lo  que  pasaba  para  informarme.  Yo  le  dixe: 

(<)  dczia. 


Señor,  Vuestra  Ex9elen9Ía,  asi  como  asi,  lo  ha- 
bia de  hazer,  ¿qué  se  pierde  que  esté  hecho?  Con 
esto  se  reyó,  y  quedóse  con  sus  palos.  Holgá- 
ronse tanto  los  judios  de  ver  que  no  habia  aquel 
bellaco  jamas  hallado  quien  le  castigase,  que 
por  la  calle  donde  yo  iba  me  vesaban  los  judios 
la  ropa.  En  el  tiempo  que  Ciñan  Baxa  gover- 
naba  tenia  los  mejores  descuidos  de  justÍ9Ía  del 
mundo  todo. 

Juan. — ¿En  qué? 

Pedro. — Muchas  vezes  se  iba  disfrazado  a 
los  bodegones  a  comer  por  ver  lo  que  pasaba; 
cada  noche  rondaba  toda  la  9Íbdad  para  que  no 
pegase  nadie  fuego;  como  las  casas  son  de  ma- 
dera, pequeñas,  seria  malo  de  matar;  y  si  des- 
pués que  tocan  vnos  atambores  a  que  nadie 
salga  topaba  alguno  fuera  de  casa,  luego  le  col- 
gaba en  la  mesma  parte.  Hazia  barrer  las  puer- 
tas a  todos  los  vezinos;  y  si  pasando  por  la  calle 
veia  alguna  puerta  sucia,  luego  haziá  baxar  alli 
la  señora  de  la  casa  y  las  mo9as  y  a  todas  les 
daba,  en  medio  de  la  calle,  de  palos;  yendo  yo 
con  él  vn  dia  le  vi  hazer  una  cosa  de  prin9Ípe, 
y  es  que  vio  vn  judio  con  vnas  haldas  largas  y 
todo  lleno  de  rabos,  como  que  los  tenia  del  otro 
año  secos,  y  los  zapatos  y  calzas  ni  más  ni  me- 
nos, y  llamóle  y  preguntóle  si  hera  ve9Íno  del 
pueblo;  dixo  que  sí;  y  si  hera  casado;  dixo  que 
sí ;  y  si  tenia  casa ;  a  todo  respondió  que  sí. 
Dize:  Pues  and'alla,  muéstrame  tu  casa  que  la 
quiero  saber.  El  judio  se  fue  con  él  y  se  la  mos- 
tró, y  mando  llamar  a  su  muger  y  preguntóle 
si  hera  aquel  su  marido;  dixo  ella:  sí,  señor; 
dize:  ¿date  de  comer  y  lo  que  as  menester  todo? 
respondió:  por  9Íerto,  señor,  muy  cumplida- 
mente. Bolviose  después  a  los  porteros,  que 
iban  tras  él,  y  dixoles :  dalde,  en  medio  esta 
calle,  cient  palos  a  la  vellaca,  pues  dándole  todo 
lo  que  ha  menester  su  marido,  no  es  para  lim- 
piarle las  cazcarrias.  No  lo  vbo  acabado  de  de- 
zir  quando  fue  puesto  por  obra. 

Mata.  —  Ruin  sea  yo  si  de  chan9Íller¡a  se 
quente  puncto  de  más  recta  justicia  ni  más  gra- 
9Í0S0.  Y  a  proposito,  ¿esa  jente  llamáis  barba- 
ra? Nosotros  lo  somos  más  en  tenerlos  por  tales. 

Pedro. — Su  VÍ9Í0  hera  andarse  todo  el  dia 
solo  por  las  calles,  disfracado,  mirando  lo  que 
pasaba  para  cojerlos  en  el  hurto,  visitando  muy 
a  menudo  los  pesos  y  medidas. 

Juan. — ¿Y  al  que  lo  tiene  falso  que  le  hazen? 

Pedro.  —  Toman  vna  tabla  como  mesa,  y 
alderredor  colgados  muchos  zenzerros  y  campa- 
nillas, y  hazenle  por  medio  vn  agujero,  quanto 
pueda  sacar  la  cabeza,  para  que  la  llebe  enzima 
de  los  hombros,  y  traenle  ansi  por  las  calles, 
entiznada  la  cara  y  con  vna  cola  de  raposo  en  la 
caperuza. 

Juan. — Todas  son  buenas  maneras  de  justi- 
9Ía  esas,  y  agora  los  tengo  por  rectos. 


116 


autobiografías  y  memorias 


Pedro. — Mas  de9Íldes  qite  no  la  guarden, 
rereis  cómo  les  ira ;  maldito  el  pecado  venial 
hai  que  sea  perdonado  en  ningún  juez ;  a  fe  que 
alli  no  aprobechan  cartas  de  fabor,  y  la  mejor 
cosa  que  tienen  es  la  brevedad  en  el  despachar; 
no  hayáis  miedo  que  dilaten  como  acá  para  que, 
por  no  gastar,  el  que  tiene  la  justÍ9Ía  venga  a 
hazer  concierto  de  puro  desesperado;  en  Con- 
sejo real  y  en  las  otras  abdien9Ías  hai  esta  cos- 
tumbre, que  ningún  juez  se  puede  levantar  de 
la  silla  si  primero  no  se  dize  tres  vezes:  ¿quim 
maz  lahatum  bar?  ¿quién  quiere  algo? 

Mata. — ¿Avnque  sea  hora  de  comer? 

Pedro. — Avnque  le  amanezca  alli  otro  dia. 

JüAX. — ¿Juzgan  por  sus  letrados  y  escri- 
banos? 

Pedro.  — Sus  libros  tienen  los  juezes,  y 
letrados  hai  como  acá,  pero  no  tanta  barbareria 
y  confusión  babilónica;  quien  no  tiene  justicia, 
ninguno  hallara  que  abogue  por  el  a  traer  sofis- 
ticas razones;  pocos  libros  tienen,  lo  más  es 
arbitrario. 

Mata. — ¿íío  habrá  alia  pleitos  de  treinta 
años  y  quarenta  como  acá? 

Pedro. — No,  porque  niegan  haber  más  de 
vn  infierno;  y  si  eso  tubiesen,  heran  obligados  a 
confesar  dos.  Quando  el  pleito  durare  vn  mes, 
sera  lo  más  largo  que  pueda  ser,  y  es  por  el 
buen  orden  que  en  todas  las  cosas  tienen.  Si  yo 
quiero  pedir  vna  cosa  la  qual  tengo  de  probar 
con  testigos,  es  menester  que  quando  pido  la 
primera  vez  tenga  los  testigos  alli  trabados  de 
la  halda  porque  (')  en  demandando  preguntan: 
¿tienes  testigos?  en  el  mesmo  instante  se  ha  de 
responder:  Si,  señor;  helos  aqui;  y  examinanlos 
de  manera  que  cuando  me  voi  a  comer  ya  llebo 
la  sentencia  en  fabor  o  contra  mí. 

Jdaíí. — ¿Cómo  llebais  los  testigos  si  primero 
el  juez  no  los  manda  llamar? 

Pedro. — Cada  vno-de  aquellos  cadis  o  suba- 
xis  tiene  porteros  muchos,  como  os  tengo  di- 
cho, y  llamadores  y  9Ítadores,  y  otros  que  lla- 
man cazazes,  como  acá  porquerones,  y  todos  és- 
tos tienen  poder,  como  se  lo  paguéis,  de  llebar 
de  los  cabezones  a  quantos  le  mandareis,  sino 
quieren  ir  de  grado. 

Mata. — ¡O,  vendito  sea  Dios,  que  sean  los 
infieles  en  su  seta  sanctos  y  justicieros  y  nos- 
otros no,  sino  que  nos  contentemos  con  solo  el 
nombre ! 

Juax. — ¿Cómo  se  haze  el  Consejo  Real? 

Pedro. — En  Turquía  todos  son  esclabos, 
sino  solo  el  Gran  Turco,  y  destos,  tres  más  pri- 
vados haze  Vaxas,  que,  como  dicho  tengo,  es 
dignidad  de  por  vida,  los  quales  tres  Vaxas  son 
los  mayores  señores  que  alia  hai;  tienen  de  ren- 
ta para  su  plato,  cada  9Ínquenta  mili  ducados, 

(*)  En  el  ms.  para  qne. 


sin  muchas  9Íbdades  y  proviíi9Ías  que  tienen  a 
cargo,  y  los  presentes  que  les  dan,  que  valen 
más  de  do9Íentos  mili.  Dentro  el  zer?-aje  del 
Gran  Turco  hai  vna  sala  donde  se  tiene  el  Con- 
sejo, dentro  la  qual  hai  vn  trono,  todo  hecho  de 
gelosias,  que  cae  adentro  a  los  aposentos  del 
emperador,  y  de  alli  habla  lo  que  han  de  hazer,  y 
quando  piensan  que  está  alli  no  está,  y  quando 
piensan  que  no  está,  está.  Por  manera  que  nin- 
guno osa  hazer  oti*a  cosa  que  la  que  es  de  jus- 
t¡9Ía.  Los  tres  Baxas  son  los  que  goviernan  el 
imperio,  como  si  dixesemos  acá  del  Consejo  de 
Cámara,  y  con  éstos  se  sientan  los  dos  cadíles- 
chieres,  y  a  la  mano  izquierda  se  sientan  los 
tephterdes,  que  es  como  Contadores  mayores,  y 
ansí  hazen  su  abdien9Ía,  que  llaman  diuan,  con 
toda  la  breuedad  y  rectitud  que  pueden;  y  si 
por  caso  ellos  o  los  otros  juezes  hazen  alguna 
sin  justicia,  aguardan  a  que  el  Gran  Turco  vaya 
el  viernes  a  la  mezquita,  y  ponen  vna  petiyion 
sobre  vna  caña  por  donde  ha  de  pasar,  y  él  la 
toma  y  ponesela  en  la  toca  que  lleba,  y  en  casa 
la  lee  y  remedia  lo  que  puede,  para  mal  de 
alguno,  y  acabado  el  Consejo  se  da  orden  de 
comer  alli  donde  están,  y  si  acaso  hai  mala- 
informa9Íon  de  algún  capitán,  mándale  (')  em- 
presentar el  rei  vna  ropa  de  ter9Íopelo  negro,  la 
qual  le  significa  el  luto,  de  manera  que  sin 
alboroto  en  el  Consejo  secreto  le  llaman,  y  el 
Gran  Turco  le  haze  vna  reprehensión,  y  para  que 
se  emiende  en  lo  de  por  venir,  luego  del  pie  a  la 
mano  le  haze  cortar  la  cabeza  y  embiale  a  casa. 
Estos  Baxas  no  tienen  para  qué  ir  a  la  guerra 
sino  yendo  la  mesma  persona  del  Gran  Señor. 

Mata. — Soberbia  cosa  sera  de  ver  el  pala9Ío 
del  Emperador. 

Pedro. — No  le  hai  en  christianos  semejante. 
En  medio  tiene  vn  jardin  muy  grande,  y  con- 
forme a  tan  gran  señor;  está  a  la  orilla  del 
mar,  de  suerte  que  le  vate  por  dos  partes  y  alli 
tiene  vn  corredor9Íco  todo  de  jaspe  y  pórfido, 
donde  se  embarca  para  irse  a  holgar.  Dentro  el 
jardin  hai  vna  montaña  pequeña,  y  en  ella  vn 
corredor  con  más  de  docientas  cámaras,  a  donde 
solian  posar  los  capellanes  de  Sancta  Sofia. 
Todo  esto  cercado  como  vna  9Íbdad,  y  tiene 
seis  torres  fuertes  llenas  de  artillería,  y  avn  de 
thesoro,  que  no  hai  tanto  en  todo  el  mundo 
como  él  sólo  tiene ;  y  todo  al  derredor  bien  arti- 
llado; los  aposentos  y  edififios  que  hai  dentro 
no  hai  para  qué  gastar  papel  en  de9Írlos. 

Mata. — Quien  tan  grande  cosa  tiene  ¿no 
podra  dexar  de  tener  gran  corte? 

Pedro — Esa  os  contare  breuemente;  pero 
sabed  primero  que  todos  los  señores,  ansí  el  Rey 
como  Baxas  (-),  tienen  dentro  de  sus  casas  toda 


(>)  En  el  ms.  mandanle. 
(')  y  todos. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


117 


su  corte  por  gran  orden  puesta,  que  el  cozinero 
duerme  en  la  cozina,  y  el  panadero  en  el  horno, 
y  el  caballerizo  en  el  establo;  y  todos  los  oficios 
mechanicos  de  sastres,  zapateros,  herreros,  y 
plateros  todo  se  cierra  dentro  de  casa,  junta- 
mente con  los  gentiles  hombres,  camareros  y 
thesoreros  y  mayordomos. 

Juan. — 'No  deben  de  ser  gente  muy  regala- 
da, si  todos  caben  dentro  vna  casa  quantos 
habéis  nombrado. 

Pedro. — Hazed  quenta  que  es  vn  moneste- 
rio  de  los  fraires  de  San  Francisco,  y  avn  oja- 
la tubiesen  cada  uno  su  felda,  que  serian  muy 
contentos.  Tres  pajes  son  en  la  cámara  del  Gran 
Turco  los  más  privados  de  todos.  El  primero, 
que  le  da  la  copa  y  siempre  cuando  sale  fuera 
le  lleba  vn  fieltro  para  si  llubiei'e.  El  segundo, 
lleba  detras  de'l  vn  baso  con  agua  paia  que  se 
labe  donde  quiera  que  se  halle  para  hazer  ora- 
tion.  El  otro  lleba  el  arco  y  la  espada.  Hazen- 
le  de  noche  quando  diierme  la  guarda  con  dos 
blandones  en9endidos.  Hai,  sin  éstos,  quin9e 
pajes  de  cámara,  que  también  se  mudan  para 
hazer  la  guarda  y  quarenta  guardarropas;  hai 
también  tres  o  quatro  thesoreros  y  otros  mu- 
chos pajes,  que  sirven  en  la  contaduría;  los  más 
preminentes  oficios,  tras  e'stos,  son:  portero 
mayor,  que  se  llama  capichi  haxa,  y  su  teniente 
déste;  y  sin  éstos,  otros  trescientos  porteros; 
cozinero  y  despensero  mayor  son  tras  esto,  en 
casa  del  Rei  y  los  demás  pi-in9Ípes,  preminentes 
oficios,  y  tienen  en  algo  razón,  pues  por  su 
mano  ha  de  pasar  lo  que  comen  todo.  El  cozi- 
nero mayor  tiene  debaxo  de  sí  más  de  9Íento  y 
finquenta  cozineros,  entre  grandes  y  chicos,  y 
el  despensero  otros  tantos;  y  llaman  al  cozinero 
aschi  baxi,  y  al  despensero  quillergi  baxi.  El  pa- 
nadero y  caballerizo  también  son  dest'arte.  El 
sastre,  que  llaman  tereziba.ca,  tiene  otros  tantos. 

Mata. — ¿Cómo  tienen  tantos? 

Pedro. — Yo  os  diré:  como,  por  nuestros  pe- 
cados, cada  dia  lleban  tantos  prisioneros  por 
mar  y  por  tierra,  del  quinto  que  dan  al  empera- 
dor, y  de  otros  muchos  que  le  empresentan,  los 
muchachos  luego  los  reparte  para  que  depren- 
dan oficios:  a  la  cozina  tantos  y  a  la  botilleria 
tantos,  y  ansi;  y  la  pestilen9Ía  también  lleba  su 
parte  cada  año,  que  no  se  contenta  con  el  quin- 
to ni  avn  con  el  ter9Ío  vezes  hai.  El  prin9Ípal 
cargo  en  la  corte,  después  de  los  baxas,  es  bos- 
tangi  baxi,  jardinero  mayor,  por  la  privan9a 
que  tiene  con  el  Gran  Turco  de  hablar  con  él 
muchas  vezes ;  y  quando  va  por  la  mar,  éste  lle- 
ba el  timón  del  bergantín;  tiene  debaxo  de  sí 
éste  do9Íentos  muchachos,  que  llaman  jardine- 
ros, a  los  quales  no  les  enseñan  leer  ni  escribir 
sino  esto  solo,  y  el  quedéstos  topa  el  primer  fru- 
to para  empresentar  al  Turco  tiene  sus  albrÍ9Ías. 

Mata. — ¿Qué  hade  hazer  de  tanto  jardinero? 


Pedro. — Estos  do9Íentos  entended  que  son 
del  jardin  de  pala9Ío,  que  de  los  otros  jardines 
más  son  de  quatro  mili. 

Mata. — ¿Jardineros? 

Pedro. — Sí;  bien  nos  contentariamos  todos 
tres  si  tubiesemos  la  renta  que  el  Gran  Turco  de 
solos  los  jardines.  La  primera  cosa  que  cada  se- 
ñor haze  es  vn  jardin,  el  mayor  y  mejor  que 
puede,  con  muchos  9Ípreses  dentro,  que  es  cosa 
que  mucho  vsan;  y  como  ha  cortado  la  cabeza 
a  tantos  baxas  y  señores,  tómales  todas  las  ha- 
ziendas  y  caenle  jardines  hartos;  y  de  aquellos 
cujas  grandes  que  tiene  por  guarda  de  las  mu- 
geres  y  pajes  haze  grandes  señores,  y  como  son 
capados  y  no  pueden  tener  hijos,  en  muriendo 
queda  el  Turco  por  heredero  vniversal.  Ber9as 
y  puerros  y  toda  la  fruta  se  vende  como  si  fue- 
se de  un  hombre  pobre,  y  se  hazen  cada  año 
más  de  quatro  mili  ducados  de  tres  que  yo  le 
conozco,  que  el  vno  tiene  vna  legua  de  9erco. 

Mata. — ¿De  qué  na9Íon  son  esos  mo90S? 

Pedro. — Todos  son  hijos  de  christianos,  y  los 
privados  que  tiene  en  la  cámara  y  en  casa  también. 

Juan. — Espántame  de9Ír  que  todos  sean  alia 
esclabos,  si  no  el  Rei. 

Pedro.—  Todos  lo  son  y  muchas  vezes  veréis 
vno  que  es  esclabo  del  esclabo  del  esclabo;  aze- 
mileros,  camelleros  y  jente  de  la  guarda  del 
Gran  Turco  y  otros  oficiales  necesarios,  enten- 
ded que  hai  como  acá  tienen  nuestros  Reyes,  sin 
que  yo  los  quente  médicos,  y  barberos,  y  agua- 
dores, y  estuphas. 

Juan.— ¿Quántos  serán  aquellos  eunuchos 
prin9Ípales  que  hai  dentro  el  9erraje? 

Pedro. — Más  de  9Íento,  de  los  quales  hai 
diez  que  tienen  cada  dia  de  paga  quatro  duca- 
dos, y  otros  tantos  de  a  dos,  y  los  demás  a  du- 
cado, y  vestidos  de  seda  y  brocado. 

Mata. — ¿Y  esos  pueden  salir  a  pasear  por 
la  9¡bdad? 

Pedro. — Ninguno,  ni  de  quantos  pajes  he 
contado,  que  son  más  de  do9Íentos,  puede  salir 
ni  asomarse  a  ventana  más  que  las  mugeres ; 
porque  son  9elosos,  y  como  creo  que  os  dixe 
otra  vez  ayer,  todos,  desde  el  mayor  al  menor, 
quantos  turcos  hai  son  buxarrones,  y  quando  yo 
estaba  en  la  cámara  de  Ciñan  Baxa  los  via  los 
muchachos  entre  sí  que  lo  deprendian  con  tiem- 
po ('),  y  los  mayores  festejaban  a  los  menores. 

Juan. — Y  quando  esos  pajes  son  grandes, 
¿qué  les  hazen?  ¿mudanlos? 

Pedro. — Luego  los  hazen  espais,  que  son 
como  gentiles  hombres  de  caballo,  y  les  dan  me- 
dio escudo  al  dia,  y  caballo  y  armas,  y  mandan- 
le[s]  salirdelzerraje,  metiendo  en  su  lugar  otros 
tantos  muchachos.  Allí  les  van  cada  dia  los 
maestros  a  dar  lÍ9¡on  de  leer  y  escribir  y  contar. 

(')  como  ranas. 


118 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


COLOQUIO  IX 


Organ'zación  militar  de  Io«  turcos. — Lo?  jenízaros. —  Otros  ejér- 
citos del  Sultán. — Hacienda  pública. — La  iglesia  de  Santa 
Sofía.— Jinetes  y  aililleria  de  los  turcos. — Co^tunlb^es  y  con- 
diciones de  las  mujeres. — Los  harenes. — Indumentaria  de 
de  uno  y  otro  sexo. — Judíos  españoles  que  había  en  Cons- 
tantinopla:  D.^  Heatriz  Méndez  y  su  sobrino  D.  José  Nasi. — 
Fiestas  y  diversiones. 

Juan. — He  oído  que  en  las  cosas  de  la  gue- 
rra [el  Gran  Turco]  no  gasta  dinero  como 
nuestros  reyes. 

Pedro. — ¿Ya  queréis  que  entremos  en  la 
guerra?  Pues  sea  ansi.  Digamos  primero  de  los 
señores  y  capij^anes.  Tras  los  tres  baxas,  la  ma- 
yor dignidad  es  beguelerbai,  que  es  como  c^uien 
di^e  señor  de  señores.  Capitán  general  destos 
hai  vno  en  Grecia,  el  qual  tiene  debaxo  de  sí 
quarenta  sanjaques. 

Mata. — ¿Qué  es  sanjaque? 

Pedro. — Como  acá  maestres  de  campo  o  co- 
roneles: sangac,  en  su  lengua,  quiere  dezir  ban- 
dera; y  (jiento  y  (jinquenta  subagis,  que  son 
governadores.  El  heglerbai  tiene  treinta  mili 
ducados  de  paga,  sin  sus  probedlos,  que  son 
mucho  más.  Los  sanjaques  bais  tienen  de  qua- 
tro  a  seis  mili  ducados;  los  subax/s,  de  mili  a 
dos  mili;  el  segundo  beglerbai  es  de  la  Anoto- 
lia,  y  tiene  treinta  saníjaques  y  9Íent  siibaxis 
quasi  de  la  mesma  paga.  Tiene  también  ocho 
mili  espats  y  el  de  la  Gre9Ía  otros  tantos  y  más. 
El  tercero  es  el  beglerbei  de  la  Caramania;  no 
es  tan  grande  como  estos  otros.  Tiene  diez  san- 
jaques y  entre  subagis  y  espais  obra  de  diez 
mili.  El  quarto  es  el  beglerbai  de  Ama9Ía.  Tie- 
ne como  e'ste  la  paga  y  jente.  El  quinto  es  el 
de  Arbecha,  en  Mesopotania.  Danle  más  par- 
tido que  a  los  otros  porque  está  en  la  frontera 
del  Sophi.  Tiene  beinte  sanjaques  con  quinye 
mili  caballos;  tiene  sobre  todo  esto  vn  Virrei  en 
las  tierras  que  tomó  al  Aduli  y  otro  en  el  Cairo, 
que  le  embian  cada  año  grandes  tliesoros.  En 
el  campo  es  preferido  el  beglerbei  de  la  Grecia, 
y  no  puede  nadie  tener  las  tiendas  colocadas  ni 
junto  a  la  del  gran  señor  sino  los  tres  baxas,  y 
éstos,  y  si  hay  algún  hijo  del  Gran  Turco  es 
obligado  a  estar  debaxo  de  lo  que  éstos  orde- 
naren, en  paz  y  en  guerra.  Paga  muy  bien  toda 
esta  jente.  Cada  luna  veis  aqui  vn  exer9Íto. 
Tras  éstos  es  vn  señor  que  es  mayor  que  todos 
si  quiere,  que  es  el  geni(¡aro  aga,  el  general  de 
los  genizaros,  el  qual  tiene  debaxo  de  sí  co- 
munmente doze  mili  genizaros,  que  hazen  tem- 
blar a  toda  Turquia  y  en  quien  está  toda  la  es- 
peran9a  del  campo  y  las  victorias  más  que  en 
todo  junto,  como  nuestro  rey  en  los  españoles. 

Joan. — ¿Qué  cosa  son  esos  genizaros? 

Pedro. — Todos  son  hijos  de  christianos  tri- 
butarios del  Gran  Turco,  como  griegos,  búlga- 
ros y  esclabones  [en]  los  quales  son  obligados 


los  padres  a  dar  de  9Ínco  vno,  no  en  todas  par- 
tes, porque  en  muchas  son  previllegiados;  y  de- 
mas  de  todo  esto,  avnque  os  paresye  que  gasta 
mucho  el  Turco  con  tener  el  exer9Íto  en  paz  y 
guerra  tan  grande,  hagos  saver  que  es  poco; 
porque  de  cada  cabeza  que  hai  en  la  casa  de 
qualquíer  christiano  o  judio,  de  catorze  años 
arriba,  son  obligados  a  pagar  vn  ducado  cada 
año.  Mirad  quántos  millones  salen,  y  los  hijos 
que  le  diezman  tomanlos  pequeños  y  ponen'los 
a  ofifios  y  a  deprender  leer  y  a  trabajar,  para 
que  se  hagan  fuertes,  y  destos  eligen  los  geni- 
zaros. Llamanse,  antes  que  los  hagan  geniza- 
ros, axamoglanes.  Traen  por  insigna  los  geni- 
zaros vnas  escofias  de  fieltro  blanco  a  manera 
de  mitras  con  vna  cola  que  buelve  atrás  y  has- 
ta en  medio  labrada  de  hilo  de  oro,  y  vn  cuer- 
no delante  de  plata  tan  grande  como  la  escofia, 
lleno  de  piedras  los  que  las  tienen.  Estos  son 
jente  de  a  pie,  y  si  no  es  los  capitanes  dellos, 
que  son  diez  prin9Ípales  de  a  mili,  y  9Íento  me- 
nores de  a  cada  9Íento,  no  puede  en  la  guerra 
nadie  ir  a  caballo. 

Juan. — ¿Qué  es  la  paga  desos? 

Pedro.— De  real  y  medio  hasta  tres  cada 
dia,  y  vna  ropa  larga  azul  cada  año.  Los  axa- 
moglanes tienen  de  medio  real  hasta  tres  quar- 
tillos  y  otra  ropa;  su  insigna  es  vna  escofia  de 
fieltro  amarillo,  de  la  mesma  hechura  que  vn 
pan  de  azúcar;  también  les  dan  vna  ropa  de 
paño  más  grosero  y  del  mesmo  color  cada  vn 
año,  y  destos  y  de  los  genÍ9aros  embian  siem- 
pre en  todos  los  nabios  del  gran  Señor  cada  y 
quando  que  salen  fuera  para  el  mar  Mayor  y  al 
Cairo  y  Alexandria. 

Mata. — ¿Dónde  tienen  esos  genÍ9aros  su 
asiento? 

Pedro. — Las  fortalezas  prin9ipales  todas 
están  guarne9Ídas  destos,  porcjue  avnque  sean 
malhechores  no  los  matan,  sino  embianlos  fue- 
ra de  Constantinopla  en  vn  lugar  apartado  de 
Constantinopla,  quasi  en  medio  della  ('),  que  se 
llama  laibaza.  Están  más  de  mili  cámaras, don- 
de ellos  viben  diez  por  cada  cámara,  y  el  más 
antiguo  de  aquellos  diez  se  llama  oddobaxi,  al 
qual  están  los  otros  subjetos,  y  cuando  van  en 
campo  es  obligado  de  buscar  vn  caballo  en  que 
lleben  sus  ajuares.  Danle  a  cada  cámara  vn 
axamoglan  para  que  los  sirba  de  guisarles  de 
comer. 

Mata. — ¿Que  tan  grande  es  la  cámara? 

Pedro.  —  Quanto  puedan  caber  todos  a  la 
larga  echados. 

Mata. — ¿Y  los  que  son  casados? 

Pedro. — No  puede  genÍ9aro  ninguno  ser 
casado. 

Juan. — ¿Cómo  duermen? 

(')  hai  vn. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


119 


Pedro. — En  el  suelo,  como  esclabos;  no  ha¡ 
hombre  dellos  que  en  paz  ni  en  guerra  tenga 
más  cama  de  vna  alombra  y  vna  manta  en  que 
se  rebolver,  y  sin  jamas  se  desnudar  avnque 
esté  enfermo. 

Juan. — ¿Ninguno  puede  ser  casado? 

Pedro. — Siendo  genÍ9aro  no;  pero  suelen 
aS9ender  a  capitán  o  a  espai  o  algún  otro  cargo, 
y  salen  de  aquel  monesterio.  La  más  fuerte 
jente  son  que  en  ningún  exercito  hai  de  espada, 
arco  y  escopeta  y  partesana,  y  no  creo  que  les 
haze  cosa  ninguna  ser  fuertes  sino  el  estar  sub- 
jetos  y  no  regalados. 

Mata. — Decid,  por  amor  de  mí,  a  vn  soldado 
de  los  nuestros  que  no  duerma  en  cama,  y  si  es 
a  costa  ajena,  podiendolo  hurtar  o  tomar  por 
fuerza  del  pobre  huésped,  que  dexe  de  comer 
gallinas  y  avn  los  viernes,  y  que  no  ande  car- 
gado de  vna  puta. 

Juan. — Hartas  veces  duermen  también  en 
el  campo  sin  cama. 

Pedro.  -  Sera  por  no  la  tener. 

Mata. — ¿Lleban  putas? 

Pedro. — En  todo  el  exercito  de  ochenta  mili 
hombres  que  yo  vi  no  habia  ninguna.  Es  la 
verdad  que,  como  son  buxarrones  y  lleban  pajes 
hartos,  no  hazen  caso  de  mugeres.- 

Juan. — ¿Ordenan  bien  su  exercito  como 
nosotros? 

Pedro. — ¿Por  que'  no?  Y  mejor.  No  son 
gente  bisoña  los  que  gobiernan,  sino  soldados 
viejos,  y  no  tienen  ne9esidad  de  hazer  jente 
ninguna  como  acá,  sino  embia  a  llamar  tal 
beglerbei  que  venga  luego  a  tal  parte;  luego 
éste  llama  sus  santjaques  bais,  y  los  santjaqiies 
sus  capitanes;  y  en  paz  están  tan  apercibidos 
como  en  guerra,  de  manera  que  dentro  de  ter- 
9ero  dia  que  el  beglerbei  res9Íbe  la  carta  del 
emperador  tiene  allegados  veinte  mili  hombres 
pagados,  que  no  tiene  que  hazer  otro  sino  par- 
tirse, y  el  que  dentro  de  ter9ero  dia  no  pares- 
9Íese  le  sei'ía  cortada  sin  remisión  ninguna  la 
cabeza,  d¡9Íendo  que  ha  tantos  años  que  el  se- 
ñor le  paga  y  el  dia  que  le  ha  menester  se  es- 
conde. Ochenta  mili  hombres  vi  que  se  juntaron 
dentro  de  quince  dias  de  como  el  Gran  Turco 
determinó  la  ida  de  Persia. 

Mata. — ¿No  tocan  alambores? 

Pedro. — Para  hajser  jente  no;  mas  en  el 
campo  traen  sus  atambores  y  bien  grandes,  que 
no  puede  llebar  vn  camello  más  de  vno,  y  to- 
canle  dos  hombres,  y  9Íerto  pares9e  que  tiembla 
la  tierra.  También  hai  trompetas  y  pífanos. 

Juan. — ¿Qué  ordenan9a  lleban  quando  el 
Gran  Turco  sale  en  campo? 

Pedro. — De  los  genÍ9aros  escojen  para  la- 
cayos tres9Íentos,  que  este  emperador  tiene  los 
más  gentiles  hombres  de  todos,  y  muy  bien 
adrezados,  que  se  llaman  solaques]  los  quales 


traen  en  la  cabeza  vna  mitra  blanca  a  modo  de 
pan  de  azúcar,  y  enzima  vn  muy  rico  penacho 
y  grande  de  garyotas  blanco.  Muy  soberbia  cosa 
9Íerto  es  ver  quando  sale  en  campo,  que  los  ge- 
nizaros  van  todos  hechos  vna  rueda  dentro  de  la 
qual  va,  y  los  solaques  la  mitad  atrás  y  la  otra 
delante,  y  todos  los  baxas  y  beglerbeis  junto  a 
él,  delante  de  los  quales  todos  los  san  jaques  ban 
con  sus  banderas  cada  vno,  y  no  las  dan  a  los 
mo9os,  como  acá,  sino  ellos  mesmos  se  la  lleban. 
En  quantos  os  he  dicho  [no]  hai  hombre,  sino 
es  los  genicaros,  que  vaya  bestido  menos  de  seda 
o  brocado  hasta  en  pies.  No  curéis  demás  sino 
que  más  soberbio  principe  en  ese  caso  no  le  hai 
en  el  mundo  ni  más  rico,  porque  con  quanta 
costa  tiene  en  lo  que  os  he  dicho  gana  y  no 
pierde  en  las  jornadas,  agora  sea  por  mar,  agora 
por  tierra;  por  que  en  queriendo  salir,  luego 
hecha  vn  repartimiento  ansi  a  turcos  como  ju- 
dies y  christianos,  para  ayuda  de  defender  sus 
tierras  contra  christianos,  y  saca  más  de  lo  que 
gasta  por  más  jente  que  llebe. 

Juan. — Bien  sé  que  no  se  puede  contar  ni 
saber  la  i-enta  que  tiene  de  cierto;  pero,  a  lo 
que  comunmente  se  dÍ9e,  ¿qué  tanta  sera? 

Pedro. — Dexadme  acabar  el  escuadi'on  de 
la  guerra,  que  todo  se  andará  para  que  no  de- 
xemos  rastro.  Estos  espais,  que  son  como  acá 
caballos  ligeros  de  la  guarda  del  rei,  le  hazen 
siempre,  quando  está  en  el  campo,  de  quinien-  ' 
tos  en  quinientos,  la  centinela  al  derredor  del 
pabellón,  y  los  que  duermen  también  tienen 
destar  alli;  detras  de  todos  éstos  van  los  sili- 
taros  en  esquadron,  que  son  dos  mili,  los  qua- 
les lleban  los  caballos  del  Gran  Señor  para 
quando  quisiere  trocar  caballo,  que  es  como  acá 
pajes  de  caballeriza;  luego  van  los  vlofagos, 
que  son  mili  quasi,  como  espais,  y  hazen  la 
9entinela  al  rei  de  dia  y  noche;  luego  va  el  es- 
quadron de  los  cazadores,  que  son  tantos  (') 
como  el  exer9Íto  de  algún  rei,  a  caballo  y  a  pie. 

Juan. — De  manera  que  sirben  de  soldados  y 
cazadores. 

Pedro. — No  cale  a  nadie  dezir  no  soi  obli- 
gado a  pelear,  que  mo90s  de  90zina  y  todos  van 
quando  el  rei  sale.  Bien  son  los  cazadores  mili 
de  caballo,  y  mas  de  otros  tantos  a  pie,  y  tie- 
nelos  bien  menester,  porque  tiene  gran  multi- 
tud de  aleones,  azores  y  girifaltes  que  le  traen 
de  tributos  y  presentes ;  perros  de  todas  suertes 
vn  buen  rábano  hai  como  de  ovejas,  de  más  de 
dos  mili.  Los  lebreles  y  alanos  tienen  paga  de 
genÍ9aro  cada  dia;  los  podencos,  galgos  y  per- 
digueros, paga  de  axanioglan,  y  avn  mantas 
cada  vn  año,  ansi  para  echarse  como  para  traer, 
porque  los  vsan  alia  traer  enmantados  como 
caballos.  Mili  jenicaros  y  axamoglanes  tienen 

(')  que  algún. 


120 


autobiografías  y  memorias 


cargo  de  solos  los  perros,  y  no  les  falta  en  qué 
entender. 

Mata. — ¿Y  jente  de  a  pie  no  liai? 

Pedro. — Demás  de  los  geniyaros  y  sola- 
ques,  que  van  a  pie,  hai  otro  esquadron  que 
llaman  cariplar,  como  quien  dize  el  de  los  po- 
bres, que  por  la  mayor  parte  es  de  tres  o  qua- 
tro  mili.  El  postrero  es  de  azapes,  como  quien 
dÍ9e  libres,  los  quales  son  hijos  de  turcos  y  na- 
turales, y  éstos  se  allegan  como  acá  los  solda- 
dos, y  quando  se  acaba  la  guerra  los  despiden. 

Juan. — Con  todo  eso  no  me  pares^e  que  lle- 
ga el  exoryito  a  ochocientos  mili  y  a  quatro- 
9Íentos  mili,  como  acá  nos  quentau  que  trae  el 
gran  señor  en  campo. 

Pedro. — Vna  muy  gran  cantera  o  mina 
habéis  descubierto  que  no  os  la  sabrá  nadie  sol- 
tar sino  es  muy  visto  en  aquellas  partes;  y  si 
nuestro  invictissimo  Cesar  tubiese  tiempo  de 
poder  ir  contra  este  exer^ito,  con  sólo  el  diezmo 
de  gente  que  llebase  quebrarla  los  dientes  al 
lobo,  sino  que,  parte  él  estar  empedido  en  estas 
guerras  de  acá,  que  no  le  dexan  executar  su 
deseo,  parte  también  nuestra  cobardía  y  poco 
animo,  por  las  ruines  informaciones  que  los  de 
alia  nos  dan  sin  saber  lo  que  se  diyen,  les  da  a 
ellos  animo  y  victorias;  de  manera  que  el  miedo 
que  nosotros  tenemos  los  haze  a  ellos  balientes, 
que  de  otra  manera  más  gente  somos  de  guerra 
sesenta  mili  de  nosotros  que  seiscientos  mili 
dellos,  y  más  son  diez  mili  caballos  nuestros 
que  9Íen  mül  (*)  de  los  suyos  {^). 

Mata. — ¿Cómo  pueden  ser  más  setenta  que 
ochocientos? 

Pedro. — Decíroslo  he,  si  estáis  muy  atentos 
a  oir  la  cosa,  que  hallareis  pocos  on  inguno  que 
os  sepa  dezir  ciertamente.  Suele  haver  en  el 
campo  del  Gran  Tui'co  ordinariamente  quinien- 
tos mili  hombres,  y  no  más  tampoco,  porque 
siempre  se  dize  más  de  lo  que  es,  de  los  quales 
oxala  sean  el  diezmo  para  armas  tomar;  <;ient 
mili  caballos  cada  vez  los  lleba  sin  dubda  nin- 
guna; mas  tened  por  averiguado  que  no  son 
treinta  mili,  ni  avn  veinte.  ¿Pensáis  que  por 
caballo  se  a  dentender  7n  caballo  de  los  hombres 
de  armas  de  acá?  Pues  engañado  estáis,  que  de 
aquellos  pocos  hai.  ¿Acuérdaseos  que  os  dixe 
ayer  quando  me  quise  huir  que  compre  dos 
caballos  en  cinco  ducados,  razonables? 
Mata. — Muy  bien. 

Pedro.  —  Pues  hazed  quenta  que  de   seis 
partes  de  los  que  hai  en  el  campo  del  Gran  Tur- 
co los  cinco  son  de  aquéllos. 
Mata. — ¿Y  de  que  sirven? 
Pedro. — Yo  os  lo  diré;  de  dos  mili  espais 
que  hai,  que  tienen  a  medio  ducado  de  paga  al 

(«)  diez. 

(')  cierta  cosa  es. 


dia,  cada  vno  es  obligado  a  tener  tres  caballos 
consigo  y  tres  hombres  en  ellos;  y  otros  que 
tienen  un  ducado  de  paga  son  obligados  a  man- 
tener seis  caballos,  y  cada  vno  conforme  a  la 
paga  que  tiene;  allende  desto,  como  no  son 
gente  regalada  ni  duermen  jamas  en  poblado, 
cada  vno  lleba  vn  caballo  cargado  con  la  tienda 
y  vna  cama  en  que  duerme,  y  otro  con  arroz  y 
vizcocho  y  calderas  en  que  guisar  de  comer,  y 
otro  para  los  vestidos  y  ajuar;  demás  de  todo 
esto,  en  casa  no  dexan  más  de  las  mugeres ;  no 
hai  quien  no  tenga  media  docena  de  esclabos, 
pajes  y  otros  quatro  para  los  caballos,  y  todo 
esto  que  digo  mantiene  cada  dia  con  medio  real 
de  pan  y  otro  tanto  de  arroz;  vino  no  lo  beben; 
pues  los  caballos  los  más  dias  comen  heno. 
Finalmente,  que  cada  espai  lleba  al  menos  ocho 
caballos,  y  entrellos  vno  que  vale  algo,  y  diez 
esclabos,  y  con  dos  reales  de  costa  al  dia  el  que 
más  gasta.  Ansi  mesmo  cada  ulofegi  otro  tan- 
to, y  todos  quantos  tiran  de  paga  vn  ducado 
lleban  doze  criados  y  otros  tantos  caballos;  y  si 
tiene  de  paga  dos  ducados  lleba  doblados,  caba- 
llos y  esclabos. 

Juan. — Espántame  poder  sustentar  con  tan 
poco  dinero  tanta  gente. 

Pedro. — ¿De  qué  os  espantáis?  ¿no  miráis 
que  son  sus  esclabos  y  no  les  dan  salario  nin- 
guno ni  a  beber  vino,  ni  vestido,  sino  de  mili  en 
mili  años?  También  hinchen  mucho  los  que  tie- 
nen cargo  de  apacentar  los  caballos  del  Gran 
Turco  y  llebarlos  de  diestro,  que  son  christianos. 
Mata. — ¿Y  ban  con  él  a  la  guerra? 
Pedro.  —  Y  son  los  que  más  probecho  le 
hazen,  de  Caramania  y  Blachia,  que  son  tie- 
rras de  jente  medio  salvaje,  y  de  Bulgaria. 
También  se  dan  muchos  tributos  al  Gran  Turco 
entre  los  quales  cada  año  tienen  estas  provin- 
cias de  embiar  dos  mili  hombres  para  dar  el 
verde  a  los  caballos  del  Gran  Señor  y  llebarlos 
de  diestro  quando  va  en  campo. 

Juan. — ¿Y  qué  paga  les  dan  a  esos? 
Pedro. — Ninguna;  más  de  que  cada  vno, 
quando  se  buelven,  que  ha  servido  vn  par  de 
años,  lleba  consigo  vna  polica  de  cómo  sirvió  y 
es  exento  de  no  pagar  al  rei  tributo  ninguno  de 
vn  ducado  que  cada  año  habia  de  pagar,  y 
quando  vienen  la  primavera  traen  su  capitán  y 
vanse  a  presentar  delante  del  Gran  Turco  con 
vna  hoz  y  vn  haz  de  heno  cada  vno  por  insig- 
nia, y  luego  les  reparten  los  caballos. 

Mata.  —¿Pues  tantos  caballos  tiene  el  Gran 
Señor  que  son  menester  dos  mili  hombres? 

Pedro. — Y  avn  más  de  tres  mili  también. 
Es  muy  rico  y  tiene  grangerias  de  yeguas  y 
caballos,  y  os  seguro  que  pasan  de  ciuco  mili 
los  caballos  regalados  y  más  de  cinquenta  mili 
camellos,  por  no  decir  de  cient  mili.  ¿Con  qué 
pensáis  que  podria  dar  a  todos  los  de  su  corte, 


i 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


121 


que  son  más  de  beinte  mili,  los  caballos  y 
camellos,  sino  dcsta  manera?  Que  si  yo  tengo 
por  gentil  hombre  suyo  vn  escudo  de  paga, 
digo  de  los  que  sirben  en  su  corte,  les  da  tam- 
bién tantos  caballos  y  tantos  camellos  quando 
fuere  en  campo;  por  manera  que,  muy  bien 
contado  todo,  de  quatro^ientos  mili  hombres 
habrá  ^ient  mili  que  peleen,  y  avn  ojala  ochenta, 
y  esto  querría  yo  que  procurasen  saber  de  raiz 
nuestros  principes  christianos,  y  no  creer  a 
cada  chirrichote  que  se  viene  a  encalaba9arles 
beinte  mentiras,  que  después  no  hai  quien  los 
saque  dellas.  Pues  en  las  cosas  de  la  mar,  me 
de^id;  que  no  hazen  sino  parlar  que  puede 
armar  do^ientas  galeras,  quinientas  galeras ;  yo 
le  con9edo  que  cada  vez  que  quiera  puede  echar 
trescientas  en  la  mar,  pero  armarlas  le  es  tan 
imposible  como  a  mí,  porque  si  tiene  guerra  en 
Persia,  si  arma  setenta  hará  todo  su  poder  y 
más  de  lo  que  puede;  y  si  no  tiene  guerra, 
9¡ento  y  veinte  serán  las  más  que  pueda. 

Mata. — ¿Cómo  no  puede  con  tanto  dinero 
armar  las  que  quisiere? 

Pedro. — Porque  no  aprobecha  el  dinero  y  la 
galera  sin  gente  que  la  govierne.  No  hai  mari- 
neros en  todo  su  estado  para  más  de  ^iento;  y 
avnque  haya  marineros  no  hai  quien  reme,  que 
tiene  menester  para  cada  vna  ciento  y  sesenta 
hombres,  y  no  se  pueden  haver  de  tres  o  quatro 
mili  adelante,  de  aquellos  morlacos  y  chacales 
que  vienen  a  Constantinopla  para  alquilarse  a 
remar. 

JüAK. — ¿Que  sera  la  renta  del  Gran  Turco? 

Pedro. — Lo  más  conforme  a  la  verdad  que 
pude  descubrir  es  que  de  sólo  el  tributo  de  los 
christianos  tiene  cada  año  millón  y  medio,  sin 
los  presentes,  cp;e  son  más  de  otro  medio;  las 
alcabalas,  vn  millón  escaso;  las  salinas,  medio 
millón;  bien  hai  otro  medio  millón  al  menos  de 
las  cosas  que  vacan  antes  que  e'l  las  probea  y 
las  haciendas  de  todos  los  que  mueren  sin  hijos, 
y  avnque  los  tengan,  si  tienen  oficios  Reales  en- 
tra por  hijo  el  Gran  Turco  a  la  partición.  El  es- 
tado que  fue  del  Carabogdan  paga- cada  año  mi- 
llón y  medio  y  harto  más ;  los  venecianos  pagan 
por  Chipre  y  el  Zante  treze  mili  ducados,  sin  lo 
de  las  parias  que  no  se'  lo  que  monta.  El  Chio  le 
da  14  mili;  Raguca,  medio  millón  dicen;  esto 
no  sé  si  es  tanto.  El  baxa  que  está  por  gover- 
nador  del  Cairo  y  Suria  y  todo  el  estado  que 
tenia  el  soltan,  da  un  millón,  y  quince  mili  hom- 
bres pagados.  Sobre  todo  esto  tiene  aquellas 
minas  que  ayer  os  dixe  de  la  Cabala  y  la  isla 
del  Schiato,  que  pasan  de  dos  millones.  Pues 
sumadme  a^os  lo  que  valdría  la  decima  de  todos 
los  fructos  del  imperio,  que  yo  no  me  atrebo. 

Juan. — ¿Los  diezmos  lleba  el  Gran  Turco? 

Pedro. — ¿Qué  pensabais?  todos,  ansi  de 
christianos  como  judios  y  turcos,  y  no  penséis 


que  le  valen  menos  los  judios  del  tributo  que 
le  dan  que  los  christianos,  que  antes  es  más; 
porque  avnque  creo  que  son  más  los  christianos, 
los  tributos  de  los  judios  son  mayores  mucho. 
Quando  tiene  de  ir  en  campo,  todos  los  baxas  y 
beglerbeis  y  sangiaques  y  los  demás  oficiales 
principales  a  porfía  le  hazen  cada  vno  vn  pre- 
sente, el  mejor  que  puede.  Yo  vi  uno  que 
(^inan  Baxa  le  hizo  que  valia  cient  mili  ducados 
de  plata  y  oro  y  sedas. 

Juan. — Vn  mal  orden  veo  en  el  pagar  del 
tributo  de  los  christianos  que  decis. 

Pedro. — ¿Qué  es? 

Juan. — Que  paga  vno  de  catorze  años  arriba 
vn  ducado,  ¡qué  barbareria  es  tratar  a  los  pobres 
y  a  los  ricos  de  una  mesma  forma! 

Pedro. — No  tocáis  mal  puncto,  y  por  eso  os 
tengo  dicho  que  preguntándome  me  haréis 
acordar  muchas  cosas.  El  (•)  pobre  y  el  rico,  en 
tocando  los  años  catorze,  es  empadronado  en  el 
libro  que  llaman  del  araclio,  y  si  es  pobre  paga 
vn  escudo  y  el  rico  tres. 

Juan. — Eso  bien. 

Pedro. — Y  avn  hai  algunos,  particularmen- 
te previllegiados,  que  no  pagan  nada,  mas  son 
obligados  de  hazer  vn  presente  que  valga  trein- 
ta ásperos. 

Mata. — ¿De  artilleria  es  bien  probeido? 

Pedro. — No  lo  solia  ser,  ni  tenia  (})  maes- 
tros que  los  enseñasen,  principalmente  el  enca- 
balgar las  piezas  en  carretones,  hasta  que  echa- 
ron los  judios  de  España,  los  quales  se  lo  han 
mostrado,  y  el  tirar  d'escopetas,  y  hazer  de  fuer- 
tes y  trincheras  y  todos  quantos  ardides  y  cau- 
telas hai  en  la  guerra,  que  no  heran  antes  más 
que  vnas  bestias.  Anse  en  el  oampo  desta  mane- 
ra, que  si  se  quema  la  tienda  de  alguno,  so 
pena  de  la  vida  no  puede  gritar  ni  hazer  alvo- 
roto,  sino  matarlo  si  puede  buenamente,  por  no 
desasosegar  el  campo,  y  avnque  vengan  a  matar 
algunos  a  otro,  no  puede  aquél  tal  gritar,  sino 
defenderse  y  callar^  so  la  mesma  pena,  y  avn- 
que se  le  suelte  el  caballo  no  puede  ir  tras  él 
gritando,  sino  bonicamente  si  le  puede  coger,  y 
si  no  que  se  pierda. 

Juan. —  ¿Qué  mazeros  lleba  el  Gran  Señor? 
porque  otros  reyes  lleban  los  que  hagan  lugar 
para  pasar. 

Pedro. — Llámase  el  chauz  ba.d,  vn  capitán 
que  sirve  como  de  sargento,  de  poner  la  gente 
en  orden,  y  tiene  debaxo  de  si,  que  tengan  el 
mesuio  oficio,  trecientos  cJiauzes,  que  van  ha- 
ziendo  lugar  por  donde  ha  de  pasar. 

]\Iata. — ¿Hai  alia  postas  como  acá? 

Pedro. — Donde  quiera  que  va  el  Gran  Señor 
le  siguen  los  correos  de  a  caballo;  pero  no  hai 


(')  mas. 

(^)  En  el  ms.  tenían. 


122 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


caballos  deputados  para  eso,  porque  son  tan  pe- 
losos que  les  podrian  dar  avisos  a  los  christia- 
uos  por  donde  vrdieseu  alguna  tra¡9Íon. 

Mata. — i  Pues  corren  sin  caballos? 

Pedbo. — Cada  vno  es  menester  que  llcbe 
vua  (;edula  del  Gran  Turco  para  que  le  den  ca- 
ballos por  donde  fuere,  con  la  qual  liazen  dos 
mili  vellaquerias,  tomando  quantos  topan  por  el 
camino  sin  que  se  les  pueda  decir  de  no,  y  al- 
gunos rescatan  por  dinei'os.  Verdad  sea  que  no 
corren  alia  de  noche;  los  mejores  correos  son  de 
a  pie,  que  van  siempre  donde  quiera  que  va  el 
Gran  Señor  junto  a  él  9Íent  persianos,  que  lla- 
man peics,  los  quales  dizen  por  muy  averiguado 
que  no  tienen  vazo.  Yo  no  lo  creo,  pero  ellos 
mesmos  me  dician  que  liera  verdad,  y  no  que- 
rían dezir  el  secreto  como  se  le  sacaban.  Estos 
van  cantando  y  saltando  siempre  delante  el  ca- 
ballo del  señor,  sin  calzas,  vestidos  de  vnas  ro- 
pas de  seda  verdes  y  cortas  hasta  las  espinillas ; 
en  la  cabeza  vna  mitra  como  pan  de  azúcar  de 
ter9Íopelü  colorado,  llena  de  muchas  plumas  y 
muy  galanas,  y  colgadas  de  la  9Ínta  vnas  cam- 
panillas como  de  buhonero,  de  plata,  que  quan- 
do  caminan  van  sonando;  en  la  vna  mano  vn 
pedazo  de  azúcar  cande  y  en  la  otra  vna  redo- 
mica  de  agua  rosada,  con  que  van  ro9Íando  la 
gente,  y  en  el  puncto  que  algo  quiere  el  señor, 
despachan  vno  de  aquellos. 

Juan. — ¿Qué  tanto  caminan  cada  dia? 

Pedro.  —  VeintÍ9Ínco  leguas  y  treinta  si 
fuere  menester.  Ciñan  Vaxa  tenia  vno  que  de 
Constantinopla  a  Andrinopoli  iba  en  vn  dia  y 
venia  en  otro,  que  son  treinta  leguas. 

Mata. — Mucho  es;  no  camina  más  la  posta. 
¿Es  verdad  que  quando  el  Gran  Señor  sale  fue- 
ra siempre  lleba  diez  mili  caballos  que  le  acom- 
pañan? 

Pedro. — Más  lleba  de  ochenta  mili  quando 
va  a  la  guerra. 

Mata — Xo  digo  yo  sino  a  pasear  por  la 
9Íbdad  o  a  su  ora9Íon. 

Pedro. — Eso  es  vna  gran  mentira;  porque 
si  tiene  de  irá  pasear,  por  la  mayor  parte  va  en 
vn  bergantin  por  mar;  si  tiene  de  ir  a  la  ora- 
vion,  sabed  que  lo  que  esos  dizen  en  su  vida 
vieron  do9Íentos  caballos  juntos,  porque  de  otra 
manera  no  dirian  tan  grande  ne9edad;  desde  el 
pala9Ío  a  Sancta  Sophia,  donde  se  le  diye  el 
ofi9Ío,  habrá  quatro9Íentos  o  quinientos  pasos. 
Pues  metedme  en  quinientos  pasos  diez  mili 
caballos  (').  Aina  me  haréis  dezir  que  diez  mili 
mosquitos  no  cabrán  por  el  aire,  quanto  más 
caballos.  La  realidad  de  la  verdad  es  que  quan- 
do sale,  ansí  sale  como  nuestro  emperador,  con 
obra  de  tres9Íentos  de  a  caballo  y  otros  tantos 
de  a  pie,  y  no  creáis  otra  cosa  avnque  os  lo  ju- 

(*)  puea. 


ren;  lo  que  podran  afirmar  es  que  son  gente 
muy  lucida  todos  aquellos,  porque  traen  ropas 
de  brocado  y  sedas  de  mili  colores,  hasta  en 
pies,  y  muy  luzidos  caballos,  y  aquellos  solaques 
con  sus  penachos  campean  mucho  y  abultan, 
yendo  como  van  ellos  y  los  genÍ9aros  en  grande 
ordenan9a. 

Juan, — ¿Sancta  Sophia  tienen  los  turcos 
como  nosotros? 

Pedro. — Justiniano  Magno,  duode9¡mo  em- 
perador de  Constantinopla,  edificó  el  templo  de 
Sancta  Sofía,  el  más  magnifico,  sumptuoso  y  so- 
berbio edificio  que  pienso  haber  en  Asia,  África, 
ni  Europa;  y  quando  sol  tan  Mahameto  tomó  a 
Constantinopla,  hizole  hazer,  quitando  todas 
las  imágenes  y  figuras,  mezquita  suya,  adonde 
el  Gran  Señor  va  todos  los  viernes  a  su  ora9Íon, 
y  quedóle  el  nombre  de  Santa  Sofía.  Toda  la 
han  derribado,  que  no  ha  quedado  más  de  la 
capilla  prin9ipal  y  dos  claustras,  para  edificar 
allí  casas. 

Juan. — ¿Qué  más  había  de  tener  de  dos 
claustras? 

Pedro. — Más  de  quatro  villas  hai  en  Espa- 
ña menores  que  solia  ser  la  iglesia;  tenia  tres- 
cientas puertas  de  metal  y  una  legua  pequeña 
de  9erco. 

Juan. — ¿Qué  obra  tiene?  ¿de  qué  está  hecha? 

Pedro. — Yo  quería  pintárosla  quando  ha- 
blase de  Constantinopla;  pero,  pues  viene  a 
proposito,  dicho  se  estara;  no  puedo  dezir  con 
verdad  cómo  estaba  primero,  porque  yo  no  la 
vi,  sino  de  oidas;  mas  viendo  los  cimientos  por 
donde  iba  y  lo  que  hagora  hai,  se  puede  sacar 
lo  que  estonces  hera.  Las  dos  claustras  son  to- 
das de  marmol  blanco,  suelo  y  paredes,  y  la  te- 
chumbre de  obra  musaica;  tienen  diez  y  ocho 
puertas  de  ínetal.  El  marmol  no  está  asentado 
como  acá,  sino  muy  pulido,  a  manera  de  table- 
ro de  axedrez. 

Mata. — Eso  me  dad  a  entender  que  las  pa- 
redes se  hagan  de  aquella  echura. 

Pedro. — Los  marmoles  sierran  alia  como 
acá  los  maderos,  y  hazen  tan  lindas  y  tan  del- 
gadas tablas  del  como  de  box,  lo  qual  es  vno 
de  los  más  grandes  trabajos  que  a  los  christia- 
nos  les  dan. 

Mata. — La  sierra  debe  de  ser  de  requesón, 
porque  otra  cosa  no  bastar  a  hender  ni  cortar 
los  marmoles,  como  nos  queréis  hazer  en  creer. 

Pedro. — La  sierra,  porque  hagáis  milagros, 
corta  sin  dientes  ni  aguzarla,  y  porque  me  ha- 
béis detenido  mucho  en  esto  os  lo  quiero  presto 
dar  a  entender.  Con  aquellas  sierras,  en  la  se- 
ñal que  hazen,  hechando  arena  y  agua  se  cor- 
ta con  la  mesma  arena,  y  es  menester  que  ^'ri.n 
esté  de  contino  echando  arena. 

Joan. — Donde  sacan  el  jaspe,  en  Sánete  Do- 
mingo de  Silos,  me  han  dicho  que  se  haze  eso. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


123 


Pedro. — Creólo;  de  manera  que  primero  ha- 
zen  de  obra  gruesa  la  pared;  después  asientan 
en9Íma  aquellas  losas,  no  más  ni  menos  que 
lo  escaques  en  vn  tablero  de  axedrez,  o  como 
acá  ladrillos.  La  capilla  principal  no  tiene  en 
toda  ella  marmol  ninguno,  sino  todo  es  jaspe  y 
pórfido. 

M.\TA. — ¿El  suelo  también? 

Pedro. — Todo. 

Mata.  —¿No  sera  muy  grande  desa  manera? 

Pedro. — Cabrán  dentro  diez  y  siete  mili 
animas,  las  quales  cada  dia  de  viernes  se  ven 
salir,  porque  solo  aquel  dia  se  dize  el  oficio  con 
solemnidad,  de  que  el  rei  o  quien  está  en  su  lu- 
gar se  tiene  de  hallar  presente. 

Mata. — ¡Hai,  ojo!  ¡Hai,  que  me  ha  caido 
no  se  que!  ¿en  vna  capilla  de  jaspe  y  pórfido 
diez  y  siete  mili  animas?  Vos  que  estáis  más 
(jerea  tiradle  del  avito,  y  paso,  porque  se  le  rom- 
peréis todo. 

Pedro. — El  contar  a  bobos  como  vos  cosas 
tales  es  causa  del  admirar.  ¿Haveis  nunca  es- 
tado en  Salamanca? 

Mata, — ¡Pues  no!  ¿Por  qué  lo  preguntáis? 

Pedro. —  Que  boquiabierto  debíais  destar 
quando  vistes  el  relox,  porque  para  tales  en- 
tendimientos como  el  vuestro  y  otros  tales  aque- 
lla es  vna  sutil  ynven9Íon  y  grande  artificio. 
Pues  más  os  hago  saver,  que  con  ser  quán 
grande  es,  que  bien  terna  vn  tiro  de  arcabuz  de 
parte  a  parte,  en  medio  no  tiene  pilar  ningu- 
no, sino  el  cruzero  de  obra  musaica,  que  pares- 
96  que  llega  al  cielo ;  alderredor  todo  es  corredo- 
res de  columnas  de  pórfido  y  jaspe,  sobre  que 
se  substenta  la  capilla,  vno  sobre  otro.  Estoi 
por  dezir  que  en  solas  las  ventanas  pueden  es- 
tar más  de  doze  mili  animas,  y  es  ansi. 

JüAX.— ¿Cómo  están  esos  corredores?  ¿To- 
dos alderredor  de  la  capilla? 

Pedro.  — Sí,  y  vnos  sobre  otros  hasta  qiie 
llega  a  lo  más  alto. 

Juan. — Admirable  cosa  es  esa.  ¿Y  dexan 
entrar  a  quantos  quieren  dentro  a  verlo? 

Pedro. — Si  no  son  turcos  no  puede  otro 
ninguno  entrar,  so  pena  que  le  harán  turco, 
salvo  si  no  es  privado,  como-yo  hera.  Siempre 
tiene  su  guarda  de  genÍ9aros  a  las  puertas,  los 
quales  por  dos  reales  que  les  den  dexaran  en- 
trar a  los  que  quisieren,  sin  pena;  pero  si  en- 
tran sin  licen9Ía  castiganlos  como  dicho  tengo. 
La  capilla  tiene  nuebe  puertas  de  metal  que  sa- 
len a  la  claustra,  todas  por  orden  en  vn  paño 
de  pared,  quatro  de  vna  parte  y  otras  tantas  de 
la  otra;  tienen  la  mayor  en  medio  y  todas  son 
menester,  según  la  gente  carga,  y  son  bien 
grandes ;  tienen  vnas  antepuertas  de  fieltro  co- 
lorado; la  cubierta  de  arriba,  en  lugar  de  tejas, 
es  toda  plomo,  como  dixe  de  la  casa  de  D  ra- 
him  Baxa. 

AUTOBIOr.RAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 19 


Mata. — Yo  callo.  Dios  lo  puede  hazer  todo. 

Pedro. — Bien  podéis,  que  ello  es  como  yo 
digo,  que  no  me  va  a  mí  nada  en  que  sea  gran- 
de ni  pequeña;  mas  digo  aquello  que  muchas 
vezes  he  visto  y  palpado. 

Juan. — Los  galanes,  ¿cómo  por  acá  van  á 
muía  y  a  caballo  a  ese  templo? 

Pedro. — Todos  los  que  las  tienen.  Verdad 
es  que  más  se  vsa  cabalgar  a  caballo  que  a  mu- 
la,  avnque  muchos  señores  van  a  muía  y  los  ju- 
díos médicos  también;  tienen  por  gran  desho- 
nestidad cortarles  la  cola,  y  por  eso  no  lo  hazen 
sino  tren9ansela  y  atansela  a  la  correa  del  estri- 
bo que  la  llebe  de  lado. 

Juan. — ¿Traen  gualdrapas? 

Pedro. — Todos;  pero  pequeñas,  de  brocado 
o  de  carmesí;  las  sillas  son  pequeñitas  y  muí 
pulidas,  pintadas  o  de  plata,  y  sobrellas  no  les 
hechan  gualdrapa  ni  otra  cubierta,  porque  son 
ansi  mas  galanas  labradas.  El  mo^o  d'espuelas 
o  paje  lleba  vn  capara9on  de  paño  muy  repicado 
v  en  apeándose  el  amo  luego  le  hecha  aquel  en- 
9Íma  a  la  silla  porque  no  se  "ensu9Íe. 

Mata. — ¿Cabalgan  bien?  ¿Son  buena  gente 
de  caballo? 

Pedro. — Los  turcos  no,  sino  muy  ruin;  los 
estribos  son  anchos  como  los  de  la  gíneta,  y 
cabalgan  largo  a  la  estradiota.  Sí  corren,  harto 
piensan  que  hazen  en  tenerse  que  no  los  derri- 
be el  caballo,  sin  otra  policía,  dando  mili  cula- 
das. Los  caballos  todos  son  capados  y  mejor 
curados  que  ninguna  na9Íon,  sino  es  aquellos 
que  quieren  para  casta,  y  de  aquí  viene  que  es- 
tan  en  vna  caballeriza  muchos  muy  juntos  sin 
rifar.  Por  la  mayor  parte  traen  todos  los  gala- 
nes el  freno  de  plata  y  las  riendas  también. 
Lleban  todos  colgada  del  ar9on  vna  maca  de 
yerro  y  vna  caja  de  latón  que  cabrá  dentro  vn 
azumbre  de  vino. 

Mata.— ¿De  que  les  sirbe  aquella? 

Pedro. — Quando  pasean  por  la  cibdad  lle- 
ban en  ella  vna  esponja  con  que  se  limpian  los 
bestidos  en  apeándose,  como  nosotros  con  esco- 
betas, y  quando  van  en  campo  les  sirbe  como  a 
nosotros  vna  barretera  o  barjuleta  de  llebar  un 
poco  de  carne  o  higos  o  pan. 

Mata. — ¿No  hai  alia  escobetas? 

Pedro. — Si,  hartas;  pero  mucho  mejor  lim- 
pia el  paño  la  esponja,  y  el  cuero  para  las  guar- 
nÍ9Íones  del  caballo;  que  en  apeándose,  entre 
tanto  que  neg09Ía,  se  las  tienen  de  limpiar  los 
mocos;  tanto  son  de  pulidos  y  limpios.  Para  los 
pies  del  caballo  Ucba  el  mo90  d'espuelas  otra  en 
la  9Ínta. 

Mata. — "No  hemos  dicho  de  las  armas  con 
que  pelean. 

Pedro.— Ellos  no  vsan  arneses  como  nos- 
otros; camisas  dft  malla  los  que  las  pueden  al^ 
can9ar  las  traen,  y  vnos  morriones  guarnesyidos 


124 


autobiografías  y  memorias 


de  plata  mny  bien  hechos,  y  éstos  son  pocos  los 
que  se  los  ponen,  porque  el  tocado  que  ellos 
traen  cada  día  en  lugar  de  caperuza,  es  tan 
fuerte  como  rn  almete  y  no  le  pasará  vn  arca- 
buz; la  jente  de  caballo  también  Ueba  cada  vno 
vna  lanza  medio  gineta  con  yna  beleta  de  tafe- 
tán, y  como  cada  caballo  tenga  vna  destas  en 
la  mano  paresce  lo  mejor  del  mundo,  y  de  muy 
lexos  campea. 

Mata. — 'No  podra  dexar  de  ser  cosa  muy  de 
ver  9Íent  mili  caballos  que  cada  vno  tenga  su 
lanza  con  bandereta;  pues  ¿no  vsan  lanza  en 
cnxa,  como  éstas  de  nuestros  hombres  d'armas? 

Pedro. — ¿Para  qué  las  quieren,  no  vsando 
ameses?  La  jente  de  a  pie  son  buenos  escope- 
teros, y  traen  vnas  gentiles  escopetas  que  acá 
son  muy  presciadas,  y  con  razón,  partesanas  y 
sus  zimitarras. 

JüAX. — Muchas  vezes  he  oido  que  quando 
tiene  de  llebar  la  artilleria,  que  la  haze  desbara- 
tar toda,  y  a  cada  vno  da  tantas  libras  que  lie- 
be  y  adonde  se  tiene  de  asentar  la  haze  vndir. 

Pedro. — Asiéntese  con  las  otras  fábulas  que 
por  acá  quentan,  y  no  nos  detengamos  en  eso, 
que  él  trae  la  mejor  artillería  que  principe  del 
mundo,  y  mejor  encabalgada  en  sus  carretones 
y  con  todo  el  artificio  necesario.  Teniendo  tan- 
tos renegados,  por  nuestros  pecados,  que  son 
muchos  más  que  los  turcos  naturales,  ¿queríais 
que  ignorase  todos  los  ardides  de  la  guerra? 
Aina  me  haréis  dezir  que  es  más  y  mejor  la  ar- 
tilleria que  tiene  sobrada  en  Constantinopla, 
sin  servirse  della  que  la  que  por  acá  tenemos  avn- 
que  sea  mucha.  El  Sophi  es  el  que  no  trae  arti- 
lleria ni  escopetería,  que  si  la  tubiese  más  beli- 
cosa jente  son  que  los  turcos. 

Juan. — El  Sophi  ¿es  turco  o  qué  es? 

Pedro. — Rei  de  Persia,  donde  fue  el  fin  de 
Mahoma;  todos  son  moros. 

Juan. — ¿Pues  á  que  fin  es  la  guerra  entre  él 
y  el  Gran  Turco? 

Pedro. — Pretende  el  Sophi  que  él  es  el  legi- 
timo emperador  de  Constantinopla,  Cairo  y 
Trapisonda  y  á  él  compete  la  conquista  y  defen- 
sión de  Mahoma,  como  a  mas  antiguos  moros, 
y  que  el  Gran  Turco  es  medio  christiano,  y  des- 
9Íende  dellos,  y  todos  sus  renegados  son  hijos 
de  christianos  y  malos  turcos,  como  el  empera- 
dor solia  traer  contra  los  alemanes  luteranos  la 
guerra. 

Juan. — ¿Qué  gente  trae  en  campo  ese? 

Pedro. — Sesenta  mili  caballos,  todos  de  pe- 
lea, y  tan  acostumbrados  al  mal  pasar  que  se 
estaran  dos  años  si  es  menester  sin  meter  la 
cabeza  debajo  de  poblado. 

Juan. — ¿Y  a  pie? 

Pedro. — Ninguno,  ni  vn  tan  solo  hombre, 
y  por  eso  es  más  fuerte  que  el  turco,  y  las  más 
yezes  le  venze,  porque  o¡  está  aqni,  mañana 


amanes^e  acullá,  y  toma  de  sobresalto  al  Gran 
Señor  muchas  vezes.  Por  donde  quiera  que  va 
todo  lo  asuela;  [en]  lo  poblado  no  dexa  casa  ni 
cimiento;  los  panes  por  donde  pasa  todos  los 
quema;  la  gente  toda  la  pasa  á  cuchillo;  por- 
que quando  va  el  Gran  Turco  por  alli  no  hallen 
qué  comer  ni  dónde  se  acoger  para  hazerso 
fuerte. 

Mata. —  ¿Llebando  el  Gran  Turco  mucha 
más  gente  que  él  no  le  ven^e?  ¿y  más  con  tanta 
artilleria  como  dezis  que  tiene  y  el  otro  no  nada, 
y  la  jente  de  pie  que  es  más? 

Pedro. — Si  el  Sophi  quisiese  esperar  batalla 
campal,  no  hai  dubda,  sino  que  le  ven9eria  cada 
vez,  porque  la  gente  de  a  pie  mucha  cosa  es 
para  desjarretarles  los  caballos. 

Juan.—  Más  es  la  artilleria. 

Pedro. — N'os  engañéis  en  eso,  que  en  ba- 
talla campal  las  manos  y  arcabuzeria  hazen  la 
guerra  y  en  la  mar  también,  que  la  artilleria 
poco  estrago  puede  hazer.  Contra  yna  fibdad 
es  buena,  porque  derriba  un  liento  de  vna  zerca 
o  vna  torre,  o  vn  fuerte  de  donde  les  hazen 
mal,  y  haze  lugar  por  donde  pueda  entrar  el 
exer^ito;  pero  en  lo  demás  todo  es  llebar  vna 
hila  de  gente,  que  en  vn  exercito  no  es  nada  y 
da  muchos  qíucos,  vnos  de  corto,  otros  de  lar- 
go y  otros  de  calles.  Líbreos  Dios  de  las  pe- 
lotillas pequeñas  quando  juega  la  arcabuzeria, 
que  paresce  enxambre  de  abejas,  y  si  una  no 
os  a9Íerta,  viene  otra  y  otra  que  no  puede  he- 
rrar. Los  persianos  cabalgan  ex9elentissima- 
mente,  y  sesenta  mili  caballos  que  el  Sophi 
trae  sin  dubda  valen  más  que  vn  millón  de  el 
Gran  Turco. 

Jüax. — ¿Pues  cómo  no  le  quiere  esperar  la 
batalla? 

Pedro. — De  miedo  de  la  artilleria  y  gente 
de  a  pie,  que  hazen  luego  fuertes  y  trincheas 
donde  se  mete  la  gente  de  a  pie,  y  los  de  caba- 
llo no  pueden  entrar  alli  ni  ofenderles. 

Juan. — Desa  manera,  ¿cómo  de9is  que  por 
la  mayor  parte  es  victorioso  el  Sophi? 

Pedro. — Yo  lo  diré.  El  Gran  Turco  le  va 
siempre  rogando  que  le  espere  la  batalla  cam- 
pal, y  el  Sophi  va  huyendo  y  no  quiere.  Al  cabo 
con9edesela  y  señalan  el  lugar  donde  tiene  de 
ser,  y  alli  cada  vno  asienta  su  real,  y  el  Gran 
Turco  planta  su  artilleria  y  ordena  su  campo, 
y  el  otro  pone  sus  tiendas  y  comien9an  luego 
de  escaramuzar,  en  las  quales  escaramu9as 
siempre  el  Sophi  gana,  porque  son  lexos  de  la 
artilleria,  y  tienenles  ventaja  en  la  caballería. 
Vienen  luego  a  la  batalla,  y  al  mejor  tiempo» 
como  se  ven  ir  de  vencida,  buelve  las  espaldas  y 
alza  su  real  y  huyese.  El  Gran  Turco  va  si- 
guiendo la  victoria,  y  acósesele  a  qualque  mon- 
taña, y  al  mejor  tiempo  rebuelve  de  noche  so- 
bre la  rectaguarda  del  turco,  que  resta  a  guardar 


CRISTÓBAL  DE  YILLALÓN 


125 


la  artillería,  j  tomándola  sobre  salto  desbará- 
tala y  destruyela. 

Juan. — Por  manera  que  quando  quiere  veu- 
9er  huye. 

Pedro. — No  puede,  si  eso  no  haze,  ganar 
sino  perder;  la  mejor  cosa  que  él  trae  es  venir 
ansi  a  la  ligera.  Si  tubiese  este  Sophi  arcabuze- 
ria,  sin  dubda  ninguna  podría  conquistarle 
quanta  tierra  tiene,  y  si  nuestros  principes  chris- 
tianos  fuesen  contra  el  turco,  habia  de  ser  quan- 
do tubiese  guerra  con  éste,  que  eston9es  no 
tiene  fortaleza  ninguna. 

Mata. — Mejor  seria  hazer  del  ojo  al  Sophi, 
como  quien  dize:  dad  vos  por  alia  y  yo  por  acá; 
tomarle  hemos  en  medio ;  mas  poco  veo  que 
ganamos  con  todas  sus  discordias,  como  ellos 
han  hecho  con  las  nuestras. 

Pedkc. — Ganaremos  si  Dios  fuei'e  servido, 
y  si  no  se  tiene  de  servir  no  lo  queremos. 

Mata. — Las  bodas  turquescas  hizimos  sin 
acordársenos  del  nobio,  y  toda  la  platica  de 
ayer  y  oi  hemos  hecho  sin  acordársenos  dellas. 
¿Hai  mugeres  en  Turquía? 

Pedro. — 'No,  que  los  hombres  se  nas9en  en 
el  campo  como  hongos. 

Mata. — Digolo  porque  no  hemos  sabido  la 
vida  que  tienen  ni  la  manera  del  vestir  y  afei- 
tarse. 

Juan. — Media  hora  ha  que  vi  a  Mátalas  Ca- 
llando que  estaba  rebentando  por  esta  pre- 
gunta. 

Mata.— ¿Son  las  mugeres  turcas  muy  ne- 
gras ? 

Pedro. — Ni  avn  las  griegas  ni  judias,  sino 
todas  muy  blancas  y  muy  hermosas. 

Juan. — ¿Cayendo  tan  alia  el  Oriente  son 
blancas?  Yo  pensaba  que  fuesen  como  indias. 

Pedro. — ¿Qué  haze  al  caso  caer  al  Oriente 
la  tierra  para  ser  caliente,  si  partÍ9Ípa  del  Se- 
temptrion?  Constantinopla  tiene  55  grados  de 
longitud  y  43  de  latitud,  y  no  menos  frío  hai 
en  ella  que  en  Burgos  y  Yalladolid. 

Mata. — ¿Afeitanse  como  acá? 

Pedro, — Eso,  por  la  grafia  de  Dios,  de 
Oriente  a  Poniente  y  de  Mediodia  a  Setemp- 
trion  se  vsa  tanto,  que  no  creo  haver  ninguna 
que  no  lo  haga.  ¿Quién  de  vosotros  vio  jamas 
vieja  de  ochenta  años  que  no  diga  que  entra  en 
cuarenta  y  ocho  y  no  le  pese  si  le  dezis  que  no 
es  hermosa?  En  sola  una  cosa  biben  los  turcos 
en  razón  y  es  ésta:  que  no  estiman  las  muge- 
res  ni  hazen  más  caso  dellas  que  de  los  asado- 
res, cuchares  y  cazos  que  tieueu  colgados  de 
la  espetera;  en  ninguna  cosa  tienen  voto,  ni  ad- 
miten consejo  suyo.  Destos  ruidos,  cuchilladas 
y  muertes  que  por  ellas  hai  áca  cada  dia  están 
bien  seguros.  ¡Pues  cartas  de  fabor  me  decid! 
Más  querria  el  fabor  del  mofo  de  cozina  que  el 
de  quantas  turcas  hai,  sacada  la  soltana  que 


yo  curé,  que  ésta  tiene  echizado  al  Gran  Tur- 
co y  haze  lo  que  le  manda;  pero  las  otras,  avn- 
que  sean  mugeres  del  Gran  Turco,  no  tienen 
para  qué  rogar,  pues  no  se  tiene  de  hazer. 

Mata. — Ruin  sea  yo  si  no  tienen  la  razón 
mayor  que  en  otra  cosa  ninguna;  y  si  acá  vsa- 
semos  eso,  si  no  bibiesemos  en  paz  perpetua  y 
fuésemos  en  poco  tiempo  señores  de  todo  el 
mundo  (')  de  más  de  que  seriamos  buenos  chris- 
tianos  y  serviríamos  a  Dios,  y  le  terniamos  ga- 
nado para  que  nos  ayudase  en  quanto  empren- 
diésemos de  hazer. 

Juan.— ¿Qué  nos  estorban  ellas  para  eso?  A 
la  fe  nosotros  somos  ruines  y  por  nosotros 
queda. 

Mata. — ¿No  os  pares9e  que  andaría  recta 
toda  la  justifia  de  la  christiandad  si  no  se  hi- 
ziese  caso  del  fabor  de  las  mugeres?  Que  en 
siendo  vno  ladrón,  y  salteador  de  caminos,  pro- 
cura vna  carta  de  la  señora  abadesa  y  otra  de 
la  hermana  del  conde,  para  que  no  le  hagan 
mal  ninguno,  diziendo  que  el  que  la  presente 
lleba  es  hijo  de  vn  criado  suyo;  de  tal  ma- 
nera que,  siendo  ladrón  y  traidor,  con  vna 
carta  de  fabor  de  vna  muger  dexa  de  serlo.  La 
otra  escribe  que  en  el  pleito  que  sobre  9Íei-ta 
hacienda  se  trata,  entre  Fulano  y  vn  su  criado, 
le  ruega  mucho  que  mire  que  aquél  es  su  cria- 
do y  res9Íbira  dello  servifio.  El  juez,  como  no 
hai  quien  no  pretenda  que  le  suban  a  mayor 
cai'go,  haze  vna  de  dos  cosas:  o  quita  la  justi- 
9Ía  al  otro  pobre  que  la  tenia,  o  dilátale  la  sen- 
ten9Ía  hasta  tomarle  por  hambre  a  que  venga 
a  partir  con  el  otro  de  lo  qiae  de  derecho  era  suyo 
propio,  sin  que  nadie  tubiese  parte. 

Juan. — Esos  serán  qual  y  qual  que  alcan9an 
aquel  fabor;  pero  no  todos  tienen  entrada  en 
casa  de  las  damas  y  señoras  para  cobrar  cartas 
de  fabor. 

Pedro. — Engañaisos,  avnque  me  perdonéis, 
en  eso,  y  no  habláis  como  cortesano.  ¿Quién 
no  quiere  cartas  de  fabor,  desde  la  reina  a  la 
más  baxa  de  todas  las  mugeres  [que]  no  la  al- 
can9a?  Como  el  hijo  de  la  que  vende  las  ber9as 
y  rábanos  quiera  el  fabor,  no  ha  menester  más 
de  buscar  a  la  comadre  o  partera  con  quien 
pare  aquella  señora  de  quien  quiere  el  fabor,  y 
encomiéndase  a  ella,  y  alcan9arle  ha  vna  alfor- 
xa  de  cartas. 

Juan. — Y  si  es  monja,  ¿qué  cuenta  tiene  con 
la  partera? 

Pedro. — El  padre  vicario  os  hará  dar  fir- 
mado quanto  vos  pudierdes  notar,  avnque  no 
conozcan  aquel  a  quien  escriben.  Yna  muger  de 
vn  corregidor  vi  vn  dia,  no  muy  lexos  de  Ma- 
drid, que  porque  estaba  preñada  y  no  se  le  albo- 
rotase la  criatura  rogo  a  su  marido  que  no 

(')  allende. 


126 


autobiografías  y  memorias 


aereasen  vn  liombre  que  ya  estaba  sobre  la  esca- 
lera, y  en  el  mesmo  puncto  le  hizo  quitar  y  sol- 
táronle como  si  no  vbiera  hecho  pecado  venial 
en  su  vida. 

Mata. — ¿Andan  tan  galanas  como  acá  y 
con  tanta  pompa? 

Pedro. — Y  con  más  mucha;  pero  no  se  pue- 
den conos9er  fuera  de  casa  ninguna  quién  sea. 

Mata. — ¿Por  qué? 

Pedro. — Porque  no  puede  ir  ninguna  des- 
cubierta sino  tan  tapadas  que  es  imposible  que 
el  marido  ni  el  padre  ni  hermano  la  conozca 
fuera  de  su  casa. 

Juan. — ¿Tan  poca  quenta  tiene  con  ella  en 
casa  que  no  la  conos^e  fuera? 

Pedro. — Avnque  tenga  toda  la  que  quisie- 
redes,  porque  no  son  amigas  de  trajes  nuebos, 
sino  todas  visten  de  vna  mesma  manera,  como 
avitos  de  monjas.  ¿Conos9er¡ais  en  vn  combeuto 
a  vuestra  hermana  ni  muger  si  todas  se  os  pu- 
siesen delante  con  sus  belos? 

Mata. — ¿Quién  las  ha  de  conosfer? 

Pedro. — Menos  os  hago  saver  que  podréis 
estotras;  porque  todas  van  de  vna  manera  re- 
bozadas, y  los  vestidos  de  vna  hechura,  avnque 
vnas  vayan  deste  color,  otras  de  aquel,  vnas  de 
brocado,  otras  de  seda  y  otras  de  paño.  Notad 
quanto  quisieredes  el  bestido  y  reboco  que  vues- 
tra muger  e  hija  se  pone  para  salir  de  casa,  que 
como  salgáis  el  vmbral  de  vuestra  puerta  topa- 
reis 9Íent  mugeres  entre  las  quales  las  medias 
lleban  el  vestido  mesmo  y  rebofO  que  vuestra 
muger. 

Mata. — ¿Son  yelosos  los  turcos? 

Pedro. — La  más  gelosa  jente  son  de  quanta 
hai,  y  con  gran  razón,  porque  como  por  la  ma- 
yor parte  todos  son  buxarrones,  ellas  buscan  su 
remedio. 

Juan. — ¿Y  sabenlo  ellas  que  lo  son? 

Pedro. — Tan  grandes  bellacos  hai  entrellos 
que  tienen  los  muchachos  entrellas,  y  por  ha- 
zerles  alguna  vez  despecho  en  vna  mesma  cama 
hazen  que  se  acueste  la  muger  y  el  muchacho, 
y  estase  con  él  toda  la  noche  sin  tocar  a  ella. 

M  ata  .  —  Sobrales  desa  manera  la  ra^on  a  ellas. 

Pedro. — Tampoco  fiaran  que  el  ermano  ni 
el  pariente  entre  dentro  do  están  las  mugeres, 
como  vno  que  nunca  vieron.  Quando  yo  curaba 
la  hija  del  Gran  Turco,  me  preguntaba  (^-inan 
Baxa,  y  no  se  hartaba,  cómo  hera,  y  cómo  es- 
taba, y  cómo  hera  posible  que  yo  le  tomase  el 
pulso;  y  siendo  muger  de  su  propio  hermano,  y 
estando  dentro  de  vna  9Íbdad,  me  de^ia  que 
diera  vn  millón  de  buena  gana  por  verla,  y  no 
en  mala  parte,  sino  por  servirla  como  a  cuña- 
da y  a  persona  que  lo  meresyia.  Pero  no  apro- 
becha,  que  se  tiene  de  ir  con  la  costumbre. 

Mata. — Desa  manera  ¿para  qué  las  dexan 
salir  fuera  de  sus  casas? 


Pedro. — Los  que  las  dexan  no  pueden  me- 
nos, porque,  como  dixe  atrás,  su  confesión  dc- 
llos  es  labarse  todos,  y  los  juebes,  por  ser  bis- 
pera  de  la  fiesta,  van  todas  al  vano  avnque  sea 
imbierno,  y  alli  se  vanan,  y  de  camino  haze 
cada  vna  lo  que  quiere,  pues  no  es  conosgida, 
buscando  su  abentura;  en  esto  exceden  los  se- 
ñores y  muy  ricos  a  los  otros,  que  tienen  dentro 
de  casa  sus  vanos  y  no  tienen  a  qué  salir  en 
todo  el  año  de  casa  ni  en  toda  su  bida  de  como 
alli  entran,  más  que  monjas  de  las  más  ence- 
rradas que  hai  en  Sancta  Clara. 

Mata. — ¿Cómo  pueden  estar  solas  en  tanto 
encerramiento? 

Pedro. — Antes  están  más  acompañadas  de 
lo  que  querrían.  Mi  amo  Ciñan  Baxa  tenia 
sesenta  j  tres  mugeres.  Mirad  si  hai  monaste- 
rio de  más  monjas. 

Juan. — ¿Qué  queria  hazer  de  tantas  muge- 
res?  ¿No  le  bastaba  vna,  siendo  buxarrones 
como  de9Ís? 

Pedro. — Habiéndose  de  ir  de  vna  manera 
j  de  otra  al  infierno,  ccn  el  diablo  que  los  llebe, 
procuran  de  gozar  este  mundo  lo  mejor  que 
pueden.  Habéis  de  saver  que  los  señores  ni 
reyes  no  se  casan,  porque  no  hai  con  quien, 
como  no  tengan  linajes  ni  mayorazgos  que  se 
pierdan,  sino  compran  alguna  esciaba  que  les 
parezca  hermosa  y  duermen  con  ella,  o  si  no 
alguna  que  les  empresentan,  y  si  tiene  hijos, 
aquella  queda  por  su  nuiger,  y  haze  juntamente, 
quando  edifica  casa  para  sí,  vna  otra  apartada, 
si  tiene  posibilidad  para  ello,  y  si  no  vn  quarto 
en  la  suya  sin  ventana  ninguna  a  la  calle,  con 
muchas  cámaras  como  celdas  de  monjas  (^)  don- 
de las  mete  quantas  tenga,  y  avn  si  puede  hazer 
vna  legua  de  su  zerraje  el  de  las  mugeres  es 
cosa'  de  más  magestad.  Puede  tener,  según  su 
lei,  quatro  legitimas,  y  esciabas  compradas  y 
empresentadas  quantas  quisiere.  Y  lo  que  os 
digo  de  (j^iuan  Baxa  mi  amo  entenderéis  de 
todos  los  otros  señores  de  Turquía;  y  no  esti- 
méis en  poco  que  yo  os  diga  esto,  que  no  hai 
nas^ido  hombre  turco  ni  christiano  que  aya 
pasado  acá  que  pueda  con  verdad  degir  que  lo 
vio,  sino  hablar  de  oídas.  En  aquella  casa 
tenia  63  mugeres;  en  quatro  dellas  tenia  hijos. 
La  mayor  hera  la  madre  del  hijo  mayor,  y 
todas  estaban  debaxo  desta,  coqio  de  abadesa. 
Este  perraje  tenia  tres  puertas  fuertes,  y  en  cada 
vna  dos  negros  eunucos  que  las  guardaban  y 
llaman  los  agas.  El  mayoral  destos  tenia  la 
puerta  de  más  adentro,  y  alli  su  aposento. 

Juan. — ¿Y  capados  heran  los  porteros? 

Pedro. — No  entendáis,  a  fuer  de  acá  (*)  qui- 
tadas las  turmas,  sino  a  raiz  de  la  tripa  cortado 

{')  y  alli. 
(*)  sino. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


127 


miembro  y  quanto  tienen,  que  si  de  este  otro 
modo  fuese,  no  se  fiarían;  y  destos  no  todos 
son  negros,  que  algunos  hai  blancos.  Quando 
tienen  algún  muchacbo  que  quieren  mucbo, 
luego  le  cortan  desta  manera,  porque  no  le 
nazca  barba,  y  quando  ya  es  viejo,  sirbe  de 
guardar  las  mugeres  o  los  pajes,  que  no  menos 
están  enzerrados.  El  mayor  presente  que  se 
puede  dar  a  los  principes  en  aquella  tierra  es 
destos  eunucos,  y  por  eso  los  que  toman  por  acá 
christianos,  luego  toman  algunos  muchachos  y 
los  hazen  cortar,  y  muchos  mueren  dello.  Ha- 
biendo yo  de  entrar  en  el  9erraje  de  las  muge- 
res  a  visitar,  llamaba  en  la  primera  puerta  de 
yerro  como  los  encantamientos  de  Amadis,  y 
salíame  a  responder  el  eunuco,  y  visto  que  yo 
hera,  mandábame  esperar  alli,  y  él  iba  a  dar  la 
nueva  en  la  segunda  puerta,  que  el  medico 
estaba  alli.  El  segundo  portero  iba  al  tercero, 
que  hera  el  mayoral ;  este  tomaba  luego  vn  bas- 
tón en  las  manos  y  a  todas  las  mugeres  hazia 
retirar  a  sus  aposentos  y  que  se  escondiesen,  y 
no  quedase  más  de  la  enferma;  y  si  alguna,  por 
males  de  sus  pecados,  quisiera  no  se  esconder  por 
verme,  con  aquel  bastón  le  daba  en  aquella  cabe- 
za, que  la  derribaba,  aunque  fuera  la  prin9Ípal. 

Juan.— ¿Superior  a  todas  es  ese  negro? 

Pedro. —  Mas  que  el  mesmo  señor.  En 
manos  deste,  si  quiere,  está  hazer  matar  a  qual- 
quiera  turco  que  él  dixere  que  miro  por  entre 
la  puerta  o  que  quiso  entrar  alia;  tiene  de  ser 
creido.  Dexadas  todas  enzerradas,  venia  por  mí 
y  llebabame  a  la  cámara  donde  habia  de  mirarla 
enferma;  y  no  calia  ir  mirando  las  musarañas, 
sino  los  ojos  vajos  como  fraire,  y  quando  veia 
el  pulso  tenia  las  manos  rebueltas  con  vnos 
tafetanes  para  que  no  se  las  viese,  y  la  manga 
de  la  camisa  justa  mucho,  de  manera  que  no 
veia  otra  cosa  sino  dos  dedos  de  muñeca.  Todo 
el  rostro  tapado,  hasta  que  me  quexe  al  Baxa  y 
le  dixe:  Señor,  de  mi  bien  sabe  vuestra  ex^e- 
len^ia  que  se  puede  fiar;  este  mal  negro  vsa  con- 
migo esto  y  esto,  y  por  no  le  ver  el  rostro  pierdo 
lo  más  de  la  cura.  El  Baxa  luego  mandó  que 
para  mí  no  se  cubriesen  ni  dexasen  d'estar  alli 
las  otras,  que  yo  las  viese.  De  alli  adelante,  por 
despecho  del  negro,  le  tomaba  el  pulso  encima 
el  codo  y  les  hazia  descubrir  entrambos  brazos, 
para  ver  en  quál  pares^eria  mejor  la  vena,  si 
fuese  menester  sangrar,  y  quedamos  muy  ami- 
gos el  eunuco  y  yo,  y  la  mejor  amistad  en  casa 
de  aquellos  señores  es  de  aquél,  porque  es  el  de 
más  crédito  de  todos,  y  no  hai  quien  más  mer- 
cedes alcanze  con  el  señor  que  él.  Yo  os  pro- 
meto que  el  que  guarda  a  la  soltana,  que  se  lla- 
ma Maliamut  Aga,  que  es  mayor  señor  y  más 
rico  que  duque  de  quantos  hai  en  España,  y 
quando  sale  a  pasearse  por  la  9Íbdad  lleba  9Íent 
criados  vestidos  de  seda  y  brocado. 


Mata. — ¿No  tienen  grandes  envidias  entre 
sí  sobre  con  quál  duerme  el  señor  y  se  mesan? 

Pedro.  — Tenia  vn  aposento  pai-a  sí  en  aquel 
zerraje,  y  quando  se  le  antojaba  ir  a  dormir  con 
alguna,  luego  llamaba  el  negro  eunuco  y  le 
dezía:  tiaeme  aquí  a  la  tal;  y  traiasela,  y  dor- 
mía con  ella  aquella  noche,  y  tornábase  á  su 
palacio  sin  ver  otra  ninguna  de  quantas  estaban 
alli ,  y  avn  por  ventura  se  pasaba  el  mes  que  no 
bolvia  más  alia. 

Juan. — ¡O,  v'da  bestial  y  digna  de  quie- 
nes ellos  son!  ¿Y  con  sesenta  y  tres  tenia 
quenta? 

Pedro. — No  se  entiende  que  todas  heran 
sus  mugeres,  que  no  dormía  sino  con  siete  de- 
llas;  las  otras  tenia  como  acá  quien  tiene  escia- 
bas :  las  que  le  caían  de  su  parte,  las  que  le  em- 
presentaban, luego  las  metían  alli  como  quien 
las  cuelga  de  la  espetera,  en  donde  la  señora 
prin9Ípal  le  hazia  deprender  vn  oficio  de  sus  ma- 
nos como  ganase  de  comer,  como  es  asentar  oro, 
labrar  y  coser;  otras  sirben  de  labar  la  ropa  y 
otras  de  barrer,  y  quando  el  señor  quiere  hazer 
merced  a  algún  su  esclabo,  dale  vna  de  aquellas 
por  muger,  y  hazele  primero  la  cata  él  mesmo 
como  a  melón,  y  ansí  como  ser  esclabo  de  vn 
señor  es  peor  que  de  vn  particular  y  pobre,  es 
también  en  las  esciabas;  que  el  día  que  de  alli 
las  sacan,  avnque  sea  para  venderlas,  se  tienen 
por  libres. 

Mata. — Paresceme  que  esos  señores  estaran 
muy  seguros  de  ser  cornudos. 

Pedro. — No  hai  señor  alia  que  lo  sea,  ni 
particular  que  no  lo  sea,  por  la  grande  libertad 
que  las  mugeres  tienen  de  irse  arrebozadas  al 
vano  y  a  bodas  y  otras  fiestas. 

Juan. — Por  manera  que  esas  que  están  muy 
enzerradas  no  sirben  a  sus  maridos. 

Pedro. — ¿Quál  servir.'  Yos  prometo  que  en 
siete  meses  que  Ciñan  Baxa  estubo  malo  no  le 
vio  muger,  ni  él  a  ella  más  que  le  veis  agora 
vosotros,  y  más  que  estaban  en  vn  quarto  de  la 
casa  del  jardín  donde  estaba  malo;  sino  cada  día 
venía  el  negro  mayoral  a  mí,  que  de9Ían  las  se- 
ñoras que  cómo  estaba,  y  Rebaba  la  ropa  que 
habia  su9Ía  para  hazerla  lavar,  y  hera  también 
y  mejor  servido  de  los  pajes  y  camareros  como 
si  estubieran  alli  las  mugeres  ('). 

Mata. — Los  particulares,  como  no  puedan 
mantener  tantas  casas,  ¿estarse  han  juntos  con 
ellas  como  acá? 

Pedro. — Es  ansí:  en  vna  casa;  pero  de 
aquella  terna  vna  cámara  donde  se  recoxen  las 
mugeres,  que  por  más  pobre  que  sea  no  tiene 
vna  sola.  ¿Queréis  ver  quán  estimadas  son  las 
mugeres?  Que  cada  día  que  queráis  comprar  al- 
guna hallareis  vna  casa  donde,  en  vn  gran  por- 

(')  y  mejor. 


128 


AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 


tal  della,  se  benden  dos  mili  (')  de  todas  nacio- 
nes y  la  más  herniosa  y  más  d'estopha  que  entre 
todas  haya  costara  9Ínqnenta  escudos,  y  si  lle- 
gase a  setenta  hera  menester  que  fuese  otra 
Helena. 

Mata. — Vn  asno  con  xaquima  y  albarda  se 
vale  tanto. 

Pedro. — Y  avn  ansi  no  hai  quien  compre 
ninguna,  que  cada  día  sobran  dos  mili  dellas. 
Vn  paje  valdrá  dolientes  escudos. 

Juan. — En  casa  de  los  particulares  ¿comen 
juntos  marido  y  muger? 

Pedro. — Todos,  y  guisan  ellas  de  comer 
como  es  entre  nosotros,  y  mandan,  algunas  hai 
avnque  pocas,  más  que  los  maridos,  quando  ven 
que  está  pobre  y  que  avnque  se  quiera  apartar 
no  tiene  con  qué  le  pagar  el  dote  que  tiene  de 
llebar  consigo.  Todas  las  calles  están  llenas  de 
mugeres  por  donde  quiera  que  vais,  muy  gala- 
nas; y  señora  hai  que  lleba  tras  si  vna  docena 
d'esclabas  bien  adre^adas,  como  es  mugeres  de 
arraezes  y  capitanes  y  otros  cortesanos. 

Mata. — Dicen  por  acá  que  son  muy  amigas 
de  los  christianos. 

Pedro. — Como  sean  los  maridos  de  la  ma- 
nera que  os  he  contado,  eran  ellas  amigas  de  los 
negros,  quanto  más  de  los  christianos.  Quando 
van  por  la  calle,  si  les  de^is  amores,  os  respon- 
den, y  a  dos  por  tres  os  preguntaran  si  tenéis 
casa,  y  si  dezis  que  no,  os  dirán  mili  palabras 
injuriosas;  si  dezis  que  si,  dirán  os  que  se  la 
mostréis  disimuladamente,  y  metense  alli,  y  ve- 
zes  hai  que  serán  mugeres  de  arraezes ;  otras  to- 
mareis lo  que  viniere,  y  si  os  pares9e  tomareis 
de  alli  amistad  para  adelante,  y  si  no  no  querrá 
deziros  quién  es. 

Mata. — Desa  manera  no  hai  que  preguntar 
si  hai  putas. 

Pedro. — ISTo  penséis  que  tiene  de  haber 
pueblo  en  el  mundo  sin  putas  y  alcauetas,  y  en 
los  mayores  pueblos  más.  Burdeles  públicos  hai 
muchos  de  zingaras,  que  son  las  que  acá  lla- 
man gitanas,  cantoneras  muchas,  christianas, 
judias  y  turcas,  y  muchas  que  ni  están  en  el 
burdel  ni  son  cantoneras  y  son  desas  mesmas. 

Juan. — ¿íí'o  van  algunas  señoras  a  caballo? 

Pedro. — Las  más  van  en  vnos  carros  zerra- 
dos,  a  manera  de  litera;  otras  van  a  caballo,  no 
en  muías,  sino  en  buenos  caballos,  ni  sentadas 
tampoco,  sino  caballeras,  como  hombres,  y  por 
mo90s  d'espuelas  lleban  vna  manada  d'esclabas; 
y  sabed  que  alia  no  se  vsa  que  las  mugeres  va- 
yan sentadas  en  las  bestias,  sino  todas  orcaja- 
das  como  hombres. 

Mata. — No  me  paresia  buena  postura  y  ho- 
nesta para  mugeres. 

Pedro. — En  toda  Levante,  digo,  en  quanto 

(«)  dellas. 


manda  el  turco,  no  hai  muger  de  condición  ni 
estado  ninguno  que  no  traiga  zaragüelles  y  se 
acueste  con  ellos,  y  no  se  le[s]  da  nada  que  las 
veáis  en  camisa. 

Juan. — Ese  es  buen  vso.  ¿Traen  chapines? 

Pedro. — No  saben  qué  cosa  es. 

Mata. — ¿Qué  habito  traen?  ¿cómo  bisten? 

Pedro. —  Ya  os  tengo  dicho  que  si  no  es  en 
el  tocado,  todo  lo  demás  es  vna  mesma  cosa  el 
vestido  de  los  hombres  y  de  las  mugeres,  y  esto 
se  acostumbra  desde  el  principio  que  vinieron 
al  mundo  hasta  oi,  sin  andar  mudando  como 
nosotros  hazemos.  En  todas  las  cosas  que  pue- 
den hazcr  al  rebes  de  nosotros  piensan  que  ga- 
nan mérito  de  hazerlo,  diciendo  que  quanto  más 
huyere  vno  de  ser  christiano  y  de  sus  cosas,  más 
grados  de  gloria  terna  y  mejor  cumplirá  la 
seta  de  Mahoma,  y  por  eso  traen  las  camisas  re- 
dondas sin  collar  ninguno,  y  las  calzas  quantas 
más  arrugas  hazen  son  más  galanas,  y  las  man- 
gas del  sayo  también  y  las  ropas  largas  y  es- 
trechas, y  si  pudiesen  caminar  hazla  tras  lo  ha- 
rían, por  no  nos  parescer  en  nada,  lo  qual  acos- 
tumbran (')  algunos  de  aquellos  sus  ermitaños 
que  tienen  por  sanctos;  quando  van  por  la  calle 
el  pedazo  que  pueden  le  caminan  hazia  tras.  La 
camisa,  como  digo,  es  sin  cabezón,  bien  delga- 
da, de  algodón  porque  no  vsan  otras  telas,  y 
sobre  la  camisa  traen  vn  jubón  largo  hasta  las 
rodillas,  estofado,  y  las  mangas  hasta  el  codo. 

Juan. — ¿Porqué  tan  cortas? 

Pedro. —  Porque  se  tienen  de  labar  cada 
paso  para  la  oration,  y  es  menester  arremangar 
los  bracos. 

Mata. — Mal  se  podran  atacar  siendo  tan  (2) 
largo  el  jubón,  que  más  me  paresce  a  mi  sayo. 

Pedro.—  No  traen  esta  burleria  de  calzas 
con  agujetas  que  paresgen  tamboriles,  como 
nosotros,  sino  zaragüelles  muy  delicados  como 
la  camisa. 

Juan. — ¿No  han  frió  con  ellos? 

Pedro.— El  inbierno  buen  zaragüelle  traen 
de  paño  fino  encima  del  otro  delgado,  por  más 
limpieza;  quasi  es  a  manera  de  calzas  enteras 
nuestras,  sino  que  arriba  se  ata  como  zaragüe- 
lles; las  medias  calzas  de  los  tobillos  avajo  son 
de  un  sutil  cordobán  amarillo  o  colorado. 

Mata. — ¿A  qué  proposito? 

Pedro.  — Porque  tienen  necesidad  de  traer 
contino  los  pies  más  limpios  que  las  manos,  y 
en  el  verano  todos  traen  vnos  borceguis  muy 
delgados,  cortos  hasta  la  rodilla,  morados,  co- 
lorados o  amarillos,  y  dan  al  cuero  este  color 
alia  tan  fino  como  acá  a  los  paños ;  en  lugar  de 
sayo  traen  vna  sotana  hasta  en  pies,  que  lla- 
man dolaman,  y  por  capa  vna  ropa  que  llaman 

(')  hazer. 

(»)  Ea  el  ms.  tal. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


129 


ferxa  o  caftán  larga  couio  digo;  de  qué  sean 
estas  ropas,  ya  veis  que  cada  vuo  procurará  de 
traerlas  de  lo  mejor  que  pudiere.  Hazense  por 
aquellas  partes  vnos  brocados  vaxos  que  son 
más  vistosos  y  galanes  que  los  de  quatro  al- 
tos; vnos  de  raso  pardo,  todos  llenos  de  alca- 
chofas de  oro  o  de  granadas;  otros  ter9Íopelo 
carmesi  con  flores  y  ojas  de  parra  de  oro;  otros 
de  damasco,  y  que  todos  aquellos  coraQones 
sean  de  oro.  También  los  señores  las  tienen  de 
quatro  altos  y  muy  costosas,  pero  por  no  ser 
más  galanas  no  las  traen. 

JüAX. — ¿Qué  tanto  cuesta  vna  ropa  desas? 

Peduo. — Dexando  aparte  los  muchos  altos 
destas  otras,  de  veinticinco  ducados  a  quarenta. 

Mata.-  C^o  más?^ Antes  me  vistiria  deso 
que  de  paño  ni  otra  seda. 

Pedro. — Quasi  es  tan  barato,  y  son  tan  pri- 
mos los  sastres  de  alia,  que  perspuntan  de  arri- 
ba abaxo  toda  vna  ropa,  como  pares9e  mejor,  y 
dura  dublado. 

Mata. — ¡Ansi  costará  caro! 

Pedro. — Vn  ducado  cuesta  el  perspuntar 
no  más;  porque  no  penséis  tampocoque  es  como 
perspunte  de  jubón,  tan  menudo,  sino  tienen 
vnas  agujas  damasquinas  largas  vn  geme  y  del- 
gadas como  un  cabello  y  con  ellas  en  dos  dias 
lo  haze  vn  ofi9Íal,  y  avuque  sea  de  bocazi  de  co- 
lor, si  está  perspuntada  desta  manera,  pares^e 
bien;  las  mangas  del  dolaman  son  hasta  el 
codo,  como  las  del  jubón;  pero  las  de  la  ropa  de 
encima  son  largas  y  estrechas  quan  larga  es  la 
ropa,  y  por  estar  el  jubón  y  sayo  sin  mangas 
traen  vnas  postizas  y  muy  largas  para  que  ha- 
gan muchas  arrugas,  como  lenterna  desta,  que 
se  cojen  y  sueltas  sin  prender  con  botón  ni 
agujeta,  y  quando  se  quieren  labar  tiran  de  arri- 
ba y  sale  al  medro  pelo  y  después  de  labado  de 
solo  un  tirón  la  viste. 

Juan. — Deben  de  ser  muy  amigos  de  an- 
darse a  su  plazer  sin  andar  engarrotados  como 
estos  nuestros  cortesanos. 

Pedro. — El  bor9egui  y  la  calza  es  tan  an- 
cho por  abaxo  como  por  arriba;  agujeta  no  la 
busquéis  en  el  turco,  que  no  hallareis  ninguna 
en  Turquia.  Las  ropas  todas  traen  botones  con 
alamares  y  andan  holgadas;  los  ^apatos  son 
tan  pxmtiagudos  como  las  albarcas  que  ysan  los 
de  la  sierra,  pero  pulidos  por  todo  extremo,  y  se 
calzan  como  pantuflos  y  se  descalzan,  porque 
el  talón  está  tieso  como  si  fuese  de  palo,  y  todo 
el  í-apato  ansi  mesmo,  y  bruñido,  no  está  me- 
nos duro  y  tieso  ni  avn  pulido  que  si  fuese  de 
vidro  y  desta  manera  se  laba  en  la  fuente  como 
vidro  sin  mojarse;  ansi  los  de  los  señores  como 
particulares  están  debaxo  herrados  el  calca- 
ñar (')  con  vna  herradura  pulida,  y  arriba,  de- 

(')  todo. 


baxo  de  los  dedos  donde  haze  fuerza  el  pie,  tie- 
ne {})  dos  o  tres  dozenas  de  clabillos. 

Juan. — ¿De  yerro? 

Pedro. — Pense  que  de  palo. 

Juan. —  ¿Y  esa  llamáis  policia.' 

Pedro. — Eslo  y  más  por  donde  están  los 
yerros  puestos  con  tanto  primor. 

Mata.—  ¿No  van  sonando  por  las  calles  desa 
manera? 

Pedro.  — Si  van,  pero  ¿qué  se  les  da  a  ellos? 
Si  acá  se  vsase  que  todos  sonasen  por  las  ca- 
lles como  se  vsa  el  no  sonar,  nadie  se  maravi- 
llarla. Este  es  el  avito  dellos  y  dellas;  de  tal 
manera  que  si  el  marido  se  levanta  primero  se 
puede  vestirlos  vestidos  de  su  muger,  y  si  ella 
los  del,  y  quando  le  dan  al  sastre  que  haga  vna 
ropa  no  penséis  que  le  están  examinando  ha- 
zelda  hasta  aqui,  ganduxalda  desta  manera, 
guarne^elda  destotra;  alia  no  hai  guarnizion 
ninguna,  saibó  que  todas  las  ropas  son  aforra- 
das en  telas  delgadas  como  muy  finos  bocazis, 
y  no  toma  el  sastre  más  medida  de  sacarla  por 
otra  ropa,  que  no  ve  la  persona  para  quien  es, 
sino  tomad  esa  ropa  y  hazed  a  medida  della 
otra  de  aqui. 

Juan. — Seglares  y  eclesiásticos,  oficiales  y 
soldados,  ¿todos  visten  ropa  hasta  en  pies? 

Pedro.— Todos,  que  no  queda  ninguno,  y 
griegos  y  judios,  vngaros  y  vene9Íanos,  y  en 
fin,  toda  Levante. 

Mata. — ¿Y  no  les  estorba  algo  para  la 
guerra? 

Pedro. — ¿Qué  les  tiene  d'estorbar  la  cosa 
que  desde  que  nas9en  acostumbran  y  quando  es 
menester  ponen  haldas  en  9Ínta?  La  más  co- 
mún merced  que  los  señores  hazen  es  dar  vna 
ropa  de  brocado  quando  le  viene  vna  buena 
nueba  o  quando  quieren  gratificar  vna  buena 
obra.  Y  para  esto  tienen  vna  multitud  en  sus 
casas  de  sastres  esclabos  suyos,  que  están  siem- 
pre haziendo  ropas,  y  el  señor  se  pone  cada  dia 
vna  y  luego  la  da.  Quando  yo  hera  camarero 
tenia  Ciñan  Baxa  vna  rima  de  más  de  quinien- 
tas (2)  de  brocado,  y  quando  queria  hazer  algu- 
na merced  mandaba  que  le  vistiesen  aquel  tal 
vna  ropa  de  aquéllas,  y  dabasela  yo  a  uno  de  los 
pajes  que.se  la  vistiese,  porque  hera  obligado  a 
darle  alguna  cosa  después  que  con  ella  le  ha- 
bla besado  la  mano  al  señor.  Si  el  Gran  Señor 
embia  vn  capitán  probeido  en  algún  cargo,  tam- 
bién les  da  su  ropa,  con  la  qual  le  van  á  vesar 
la  mano  por  la  meryed,  y  de  aqui  viene  vna 
gran  mentira  que  antes  que  fuese  esclabo  oia 
dezir  por  acá,  que  ninguno  podia  vesar  la  mano 
al  Gran  Señor  ni  hablarle  si  no  fuese  vestido 
de  grana. 

(M  siete. 
(»)  ropas. 


130 


autobiografías  y  memorias 


Mata. — Y  agora  se  dize  y  se  tiene  por  ansí. 

Pedro. — Pues  es  mentira,  que  cada  vno  que 
tiene  que  negociar  con  él  le  habla  con  los  ves- 
tidos que  lleba,  si  no  es  como  dicho  tengo,  que 
las  más  vczcs  él  haze  mer9edes  destas  ropas,  y 
después  le  van  a  vesar  las  manos  con  ellas  ves- 
tidas. Quando  Zinan  Baxa  estaba  por  Virrei 
en  Constantinopla  y  el  Gran  Turco  en  Persia, 
le  cmbiaba  desde  alia  con  vn  correo  de  mes  a 
mes  o  de  dos  en  dos  la  espada  que  trae  aquel 
dia  zeñida  y  el  panecillo  que  le  tienen  puesto 
delante  para  comer,  y  este  es  el  mayor  fabor 
que  le  podía  dar;  la  espada  dándole  a  entender 
que  guardase  justiyia,  y  el  pan,  por  familiari- 
dad que  con  él  tenia,  significando  quán  en  gra- 
9Ía  suya  estaba.  El  dia  que  lo  res^ibia  estaba  tan 
contento  que  hera  dia  de  pidirle  mer9edes. 

JüAN'. —  Aforros  de  martas  y  zorras  y.  es- 
tas cosas  ¿no  lo  teman  tan  en  vso  como  nos- 
otros? 

Pedro. — Más  comunes  son  alia  las  zebelli- 
nas  y  martas  que  acá  las  corderunas.  Por  ma- 
ravilla hai  en  toda  Turquia  hombre,  judio,  ni 
christiano,  ni  turco,  que  no  traiga  quando  haze 
frió  ropa  aforrada  lo  mejor  que  su  posibilidad 
sufre.  A  comprar  hallareis  quantos  géneros  hai 
en  el  mundo  de  aforros,  y  en  buen  precio: 
martas  muy  finas  cuestan  veinte  escudos  y 
treinta;  zebellinas,  fiento,  y  avn  a  zinquenta 
hallareis  las  que  quisieredes;  turones,  a  siete  es- 
cudos que  parescen  martas;  conejos,  ratas,  que 
son  como  felpa  parda,  a  quatro  ducados;  rapo- 
sos, a  tres;  corderunas,  a  dos;  zacales,  que  son 
como  raposos,  a  ducado  (•),  y  por  ser  tan  bueno 
el  precio,  pocos  hai  o  ninguno  que  no  los  traya; 
para  de  camino  tiene  cada  turco  vna  ropa  afo- 
rrada de  varrigas  de  lobos  que  le  sirbe  de  cama, 
y  es  muy  pre9Íada;  cuesta  diez  escudos  y  no 
es  menos  vistosa  que  martas;  hai  vna  cosa  en 
ello,  que  para  aforrar  vna  ropa  de  las  nuestras 
es  menester  tanto  y  medio  aforro,  porque  son 
mas  anchas. 

Juan.— ¿Xo  traen  gorras  ni  caperuzas? 

Pedro. — En  eso  el  tocado,  como  dixe  de- 
nantcs,  difieren  los  hombres  y  mugeres  del 
habito.  Caballeros  y  gente  de  guerra  y  seglares, 
todos  se  raen  la  barba  dos  vezes  cada  mes,  de- 
xando  los  vigoíes;  los  eclesiásticos  traen  barba; 
cada  semana  se  rapan  las  cabezas  a  navaxa  y 
dexan  en  la  corona  los  cabellos  cres9Ídos  quanto 
vn  ducado  de  a  diez  d'espacio. 

Juan. — ¿Para  qué? 

Pedro. — Porque  si  los  mataren  en  la  guerra 
y  el  enemigo  le  cortare  la  cabeza  no  le  meta  el 
dedo  en  la  boca,  que  es  vergüenza,  sino  tenga 
donde  la  asir. 

Joan.  — ¿Y  todos  están  en  esa  ne9edad? 

('J  los  que  quisieredes. 


Pedro — Y  en  otras  muy  mayores.  En  la 
cabeza  lo  primero  traen  vn  vonetico  delgado  y 
colchado,  de  los  que  se  hazen  en  galera,  y  so- 
bre aquél  vno  de  seda  grueso  dos  dedos,  y  lleno 
de  algodón  y  colchado,  para  que  esté  duro  y 
tieso,  en  el  qual  rebuelven  la  toca  que  llaman 
turbante,  y  en  su  lengua  chalina,  y  éste  vnos  le 
traen  grande,  otros  menor.  El  común  de  los 
gentiles  hombres  lleba  quarenta  baras  de  toca 
de  algodón  delgada;  los  que  andan  en  la  mar 
le  traen  de  25 ;  el  Vaxa,  quando  va  en  Consejo, 
llebale  de  otra  manera  que  quando  va  por  la 
fibdad:  todavía  terna  sus  ochenta  varas;  ansí 
mesmo  le  traen  el  mufti,  el  cadileschier  y  los 
otros  cadis.  No  es  poca  silencia  saverle  ha- 
zer  (•),  y  hay  hombres  que  no  viben  de  otro. 
Blanco  y  limpio  le  traen  como  la  niebe,  y  si 
sola  vna  mota  hai  sobre  él,  luego  le  deshazen  y 
le  laban. 

Joan.  -  ¿Cómo  pueden  traer  acuestas  esa 
albarderia? 

Pedro. — El  vso  haze  maestros;  enseña  ha- 
blar las  picazas;  caba  las  piedras  con  el  vso  la 
gotera;  súfrelo  la  tierra  por  ser  muy  húmeda,  y 
sirbeles  en  la  guerra  de  guardarles  las  cabe- 
zas, que  no  es  más  cortar  alli  que  en  una  saca 
de  lana.  Quien  nunca  vio  turcos,  si  los  ve  de 
aparte,  pensara  que  son  mugeres,  con  las  ropas 
largas  y  los  tocados  blancos. 

Mata. — El  tocado  de  las  mugeres  ¿de  qué 
manera  es? 

Pedro. — Los  cabellos  por  detras  son  lar- 
gos y  derramados  por  las  espaldas ;  por  delante 
los  zerzenan  vn  poco  a  manera  de  los  clérigos 
de  acá.  La  primera  cosa  que  sobre  ellos  se  po- 
nen es  vn  barretin  a  manera  de  copa  de  som- 
brero, quadrado,  de  brocado,  y  la  que  más  galano 
puede,  más;  tieso  también  es  menester,  y  sobre 
él,  di  la  media  cabeza  atrás,  vn  paño  delicado, 
que  viene  a  dar  vn  nudo  debaxo  de  la  barba,  y 
luego  otro  enzima  más  delicado,  labrado  de  oro, 
y  vna  venda  de  tafetán  por  la  frente  a  manera 
de  corona,  que  le  da  dos  o  tres  bueltas  y  no  se 
tarda  nada  en  tocar. 

Mata. — No  me  dexa  de  contentar  el  tocado. 

Pedro. — Pares9eles  muy  bien, 

Juan. — No  lo  sepan  eso  las  de  acá,  si  no 
luego  dexaran  los  tocados  que  tienen  y  tomaran 
esos. 

Pedro. — Ahorraran  los  alfileres,  que  no  han 
menester  ninguno.  Collares  de  oro,  llenos  de 
pedrería,  ajorcas  y  arracadas,  por  pobre  que 
sea,  lo  tiene,  porque  las  piedras  valen  baratas. 
El  dia  que  van  al  baño  he  visto  muchas  seño- 
ras mugeres  de  prin9Ípales,  y  quando  van  a  bo- 
das, que  llevan  dos  mili  ducados  acuestas  de 
solo  oro  y  pedrería. 

(•)  el  tocado,  porque. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


131 


Mata. — ¿Debíais  de  ser  ya  vos  allá  vn  Pe- 
dro entrellas? 

Pedro. — Maldita  !a  cosa  de  mí  se  guardaba 
ninguna,  sino  que  me  iba  a  las  bodas  donde 
todas  estaban  destapadas  y  no  se  cubrian  de  mí, 
y  también  quando  visitaba  alguna  señora  ve- 
nian  muchas  damas  a  verla,  y  hazian  vn  corri- 
llo y  metíanme  en  medio;  vnas  me  hablaban 
turquesco,  otras  griego,  otras  italiano,  y  avn 
algunas  fino  español,  de  las  moriscas  que  de 
Aragón  y  Valen9Ía  se  huyen  cada  dia  con  sus 
maridos  y  haziendas  de  miedo  de  la  Inquisición. 
¡Pues  judíos  me  dezid  que  se  huyen  pocos!  No 
había  más  que  yo  no  supiese  nuebas  de  toda  la 
christiandad  de  muchos  que  se  iban  desta  ma- 
nera a  ser  judíos  o  moros,  entre  los  quales  fue 
vn  dia  vna  señora  portoguesa  que  se  llamaba 
doña  Beatriz  Méndez,  muy  rica,  y  entró  en 
Constantinopla  con  quarenta  caballos  y  quatro 
carros  triumphales  llenos  de  damas  y  criadas 
españolas.  No  menor  casa  Ilebaba  que  vn  duque 
d'España,  y  podíalo  hazer,  que  es  muy  rica,  y 
se  hazia  hazer  la  Galba;  destaxó  con  el  Gran 
Turco  desde  Venecia,  que  no  quería  que  le  diese 
otra  cosa  en  sus  tierras  sino  que  todos  sus 
criados  no  traxesen  tocados  como  los  otros  ju- 
dies, sino  gorras  y  vestidos  a  la  veneciana.  El 
se  lo  otorgo,  y  más  si  más  quisiera,  por  tener 
tal  tributaria. 

Juan. — ¿Qué  ganaba  ella  en  eso? 

Pedro. — Mucho:  porque  son  los  judíos  alia 
muy  abatidos,  y  los  christianos  no;  y  no'  les 
harían  mal  con  el  avitode  christianos,  pensando 
que  lo  fuesen. 

Juan. — ¿No  tienen  alia  todos  los  judíos  go- 
rras.' 

Pedro. — No,  sino  tocados  como  los  turcos, 
avnque  no  tan  grandes,  azafranados,  para  que 
sean  conoscidos,  y  los  griegos  christianos  los 
traen  azules.  Quando  menos  me  caté  vierais  a 
la  señora  doña  Beatriz  mudar  el  nombre  y  lla- 
marse doña  Gracia  de  Luna  et  tota  Hierosoli- 
ma  cum  illa.  Desde  a  vn  año  vino  vn  sobrino 
suyo  en  Constantinopla,  que  hera  año  de  1554, 
que  en  corte  traía  gran  fausto  ansí  del  Empe- 
rador como  del  Eeí  de  Francia,  y  meresyialo 
todo  porque  hera  gentil  hombre  y  diestro  en 
armas  y  bien  leído  y  amigo  de  amigos;  y  hai 
pocos  hombres  de  quenta  en  España,  Italia  y 
Flandes  que  no  le  conos^iesen,  al  qual  el  Empe- 
rador había  hecho  caballero,  y  llamábase  don 
Juan  Micas;  y  porque  aquella  señora  no  tenia 
más  de  vna  hija,  a  la  qual  daba  tres9Íentos  mili 
ducados  en  dote,  engañóle  el  diablo  y  circum- 
óidose  y  desposóse  con  ella;  llamase  agora  lozef 
Nasi.  Los  gentiles  hombres  suyos  vno  se  ponía 
don  Samuel,  otro  don  Abraham  y  otro  Salo- 
món. Los  primeros  días  que  el  Juan  Micas  es- 
tubo  alli  christiano,  yo  le  iba  cada  dia  a  predi- 


car que  no  hiziese  tal  cosa  por  el  intherese  de 
quatro  reales,  que  se  los  llebaria  vu  dia  el  dia- 
blo, y  hallábale  tan  firme  que  ^ierto  yo  volvía 
consolado,  y  dezia  que  no  iba  más  de  a  ver  su 
tía  y  se  quería  luego  boluer.  Quando  menos  me 
caté  supe  que  ya  hera  hecho  miembro  del  dia- 
blo. Preguntado  que  por  qué  había  hecho  aque- 
llo, respondió  que  no  por  más  de  no  estar  sub- 
jeto  a  las  Inquisiciones  d'España;  a  lo  qual  yo 
le  dixe:  Pues  hagos  saver  que  mucho  mayor  la 
terneís  aquí  si  bibis,  lo  qual  no  penséis  que  sera 
mucho  tiempo,  y  aquel  malo  y  arrepentido;  y  no 
pasaron  dos  meses  que  le  vi  llorar  su  pecado, 
pero  consolábale  el  diablo  con  el  dinero. 

Jdaií. — ¿Qué  fiestas  y  regozíjos  vsan  los 
turcos?  ¿Juegan  cañas?  ¿jurtan?  ¿tornean?  ¿co- 
rren sortija? 

Pedro. — Ninguna  de  todas  esas:  no  justan, 
ni  tornean,  porque  no  vsan  arneses;  no  corren 
cañas,  porque  no  saben  cabalgar  a  la  gíneta; 
ni  sortija,  porque  no  vsan  lanza  en  cuja. 

Juan. — ¿En  qué  se  exeroitan?  ¿Qué  fiestas 
tienen  solenes  demás  de  las  Pascuas? 

Pedro. — Ninguna. 

Mata. — El  día  de  Sant  Juan  dizen  que 
hazen  grandes  fiestas. 

Pedro.  —  Los  que  dizen  esa  mentira  sola- 
mente la  fundan  por  el  cantar  que  dize: 

La  mañana  de  Sant  Juan, 
al  tiempo  que  alboreaba; 

pero  la  verdad  es  que  ninguna  fiesta  hazen  a 
ninguno  de  quantos  sanctos  tenemos,  porque  lo 
temían  por  pecado  festejarlos,  avnque  los  tie- 
nen por  sanctos;  como  son  Sant  Pedro,  Sant 
Pablo,  Sant  Juan  y  otros  muchos,  9Íerto  los 
tienen  por  sanctos,  y  buenos;  mas  de  ninguno 
guardan  el  día,  si[no]  de  solo  Sant  Jorge  ('), 
al  qual  festejan,  sin  comparación  ninguna,  más 
que  su  propia  Pascua,  y  le  guardan  el  mesmo 
día  que  nosotros,  que  pienso  que  cae  a  23  de 
abril. 

Juan. — ¿Por  qué  á  San  Jorge? 

Pedro.  —  Porque  fue  caballero  turco  y  es 
sancto  turco,  y  nosotros  dizen  que  se  le  vsur- 
pamos  a  ellos. 

Juan. — ¿Y  en  su  lengua  mesma  le  llaman 
Sant  Jorge? 

Pedro. — No,  sino  Hedrelez,  y  mucho  más 
le  venera  la  gente  de  guerra  que  la  plebeya.  Si 
el  Gran  Señor  tiene  de  ir  con  su  campo  á  Yn- 
gria  o  contra  el  Sophi,  por  dos  meses  de  más  a 
menos  no  dexara  d'esperar  a  partirse  aquel  dia 
señaladamente,  teniendo  por  averiguado  que 
por  sólo  aquello  tiene  de  haber  la  victoria.  Los 
otros  turcos  y  turcas  le  da  cada  vna  vna  escu- 

(')  En  el  m8.  Jorge  no. 


i  32 


autobiografías  y  memorias 


dilla  de  su  sangre,  no  sabiendo  qué  otra  cosa  le 
dar,  y  ansí  pocos  hai  que  no  se  sangren  aquella 
mañana,  como  vsan  algunos  ¡diotas  acá  la  ma- 
ñana de  Sant  Juan  hazer  otro  tanto.  De  cami- 
sas y  pañizuelos  hera  muy  bien  probeido  yo 
aquel  dia  para  todo  el  año,  que  me  daban  las 
mugeres  del  zerraje  de  Zinan  Baxa  porque  tu- 
biese  cargo  de  sangrarlas.  Tomaba  (')  aquella 
mañana  vn  par  de  barberos  y  metíalos  dentro, 
y  venian  todas  tapadas  dos  a  dos,  y  sin  escudilla 
ni  zerimonia,  en  aquel  suelo,  o  en  vna  medio 
artesa,  caia  la  sangre  a  discreción ;  yo  las  ataba 
a  todas  y  les  fregaba  los  brazos,  y  los  barberos 
no  tenian  más  que  hazer  de  herir,  y  cada  vna 
me  ofres^ia  camisa,  zaragüelles  o  pañizuelos, 
según  lo  que  podia. 

Mata. — Pues  ¡valame  Dios!  si  no  hazen 
fiestas,  ¿en  qué  se  les  pasa  el  tiempn?  ¿Todo  ha 
de  ser  jugar? 

Pedro. —La  cosa  que  menos  en  el  mundo 
hazen  es  eso.  ííingun  genero  de  juego  saben 
que  sea;  con  quatro  baraxas  de  naipes  hai  harto 
para  quantos  hai  debaxo  la  bandera  de  Mahoma, 
si  no  es  algún  bellaco  renegado  que  hera  taur 
quando  christiano,  que  éste  tal  busca  a  los 
judios  o  venecianos  con  quien  lo  hazer;  pero 
vna  golondrina  no  haze  verano.  Algunos  hom- 
bres de  la  mar  juegan  agedrez,  no  como  nos- 
otros, sino  otro  juego  más  claro,  y  esto  por  pasa- 
tiempo, sin  dineros.  En  un  lienzo  traen  pinta- 
dos los  escaques,  y  en  mili  dias  vno  que  está 
más  sosegada  la  mar  juegan  por  su  pasatiempo 
como  los  niños  acá  con  piedras. 

Juan. — ¿Qué  causa  dan  para  no  jugar? 

Pedro.  — La  que  yo  os  dezia  el  otro  dia:  ser 
gran  vileza  y  deservicio  de  Dios,  y  tiempo  mal- 
gastado y  daño  del  próximo,  y  omicidio  de  sí 
mesrao. 

Mata.— Luego  ¡par  Dios!  a  esa  quenta  todo 
el  tiempo  se  les  va  en  comer,  que  es  tan  bellaco 
vicio  como  jugar  y  peor  y  más  dañoso. 

Pedro.  — En  todas  las  nayiones  que  oi  viben 
no  hai  gente  que  menos  tarde  en  comer,  ni  que 
menos  guste  dello,  ni  que  menos  se  le  dé  por  el 
comer.  Principe,  ni  rei,  ni  señor  hai  en  Turquia 
que  en  dos  o  tres  vezes  que  come  gaste  hora 
entera  en  todas  tres. 

Mata.  — Si  eso  es  ansi,  repartidme  vos  el 
tiempo  en  qué  le  gastan,  que  por  fuerza  ha  de 
ser  todo  dormir. 

Pedro. — Eso  es  lo  que  menos  hazen,  que  a 
nadie  le  toma  el  sol  en  la  cama;  pero  soi  con- 
tento de  repartírosles  el  tiempo  en  qué  lo  gas- 
tan, como  quien  se  le  ayudó  quatro  años  a  gas- 
tar. Los  oficiales  mechanicos  todos  tienen  que 
hazer  en  sus  oficios  toda  la  vida. 

Mata.— ¿Y  las  fiestas? 

O  yo. 


Pedro. — Oye  el  oficio  solene  cu  Sancta 
Sofia,  o  en  otras  mezquitas;  visita  sus  amigos; 
siéntase  con  ellos;  parlan,  hazen  colación;  van- 
se  a  pasear,  negocian  lo  que  el  dia  de  labor  los 
puede  estorbar.  Los  eclesiásticos  son  como 
acá  los  fraires,  que  no  juegan;  lo  que  les  sobra 
de  tiempo  de  sus  oficios  escriben  libros,  porque 
alia  no  hai  emprentas;  leen,  estudian.  Los  que 
administran  la  justicia,  si  cada  dia  fuese  vn 
año,  temían  negocios  que  despachar,  y  no  les 
vaga  comer.  La  gente  toda  de  guerra  se  está 
exercitando  en  las  armas;  vase  a  la  escuela 
donde  se  tira  el  arco  y  alli  procura  de  saver  dar 
en  el  fiel  si  puede,  teniendo  en  poco  dar  en  el 
blanco;  procura  también  saver  algún  oficio  con 
que  ganar  de  comer  el  rato  que  no  está  en  la 
guerra.  Los  caballeros  todos  pasean  a  caballo 
por  las  calles,  y  van  a  tener  palacio  a  los  vaxas 
y  santjaques,  pretendiendo  que  les  augmenten 
las  pagas  y  les  hagan  mercedes.  Pues  el  rei  y 
los  baxas,  en  tan  grande  imperio  bien  ternan 
que  despachar  sin  que  les  sobre  tiempo  para 
jugar. 


coloquio  X 

Lechos  y  mobiliario  de  los  turcos. — Embajadoies  cristianos  que 
había  en  Coiislantiiioiila;  noticias  de  algunos  y  especialmenti- 
de  los  de  Venecia.— Avisos  que  esta  Kci)ública  daba  al  Sul- 
tán.— El  corsario  Dragut. — Vajilla  y  comidas  de  los  turcos. — 
Sortijas  contra  los  accidentes  cardíacos. — Dos  graciosas  equi- 
vocaciones de  Urdemalas. 

Juan. — Gran  virtud  de  gente  es  esa  y  muy 
grande  confusión  nuestra. 

Pedro. — No  os  quebréis  la  cabeza  sobre 
eso  ni  creáis  a  esos  farsantes  que  vienen  de 
alia,  y  porque  los  trataban  mal  en  galera  dizen 
que  son  vnos  tales  por  quales,  como  los  ruines 
soldados  comunmente  dizen  mal  de  sus  capi- 
tanes, y  les  hedían  la  culpa  de  todo,  que  pocos 
esclabos  destos  pueden  informar  de  lo  que  por 
alia  pasa,  pues  no  los  dexan  entrar  en  casa, 
sino  en  la  prisión  se  están.  En  lo  que  yo  he 
andado,  que  es  bien  la  tercera  parte  del  mundo, 
no  he  visto  gente  más  virtuosa  y  pienso  que 
tampoco  la  hai  en  Indias,  ni  en  lo  que  (')  J^o  •be 
andado,  dexado  aparte  el  creer  en  Mahoma, 
que  ya  sé  que  se  ban  todos  al  infierno,  pero 
hablo  de  la  lei  de  natura.  Donosa  cosa  es  que 
porque  no  jueguen  no  haya  en  qué  pasar  el 
tiempo. 

Juan. — ¿A  qué  hora  se  acuestan? 

Pedro. — Invierno  y  verano  tienen  por  cos- 
tumbre acostarse  dos  horas  después  de  ano- 
chezido;  hazen  la  oración  postrera  que  llaman 
iat  namazi  y  todos  se  van  a  dormir,  y  levan- 
tanse  al  rayar  del  alba  a  la   otra  oration;  ni 

0)  yo. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALüN 


133 


penséis  que  vnos  madrus^an  y  otros  no,  sino 
hombres  y  mugeres,  grandes  y  chicos,  todos  se 
levantan  aquella  hora. 

Mata. — ¿Que'  tales  camas  tienen,  porque  he 
oido  dezir  que  duermen  en  suelo? 

Pedro. — Razón  tienen  los  que  eso  dizen, 
pero  más  vale  la  cama  suya  que  la  nuestra.  No 
tienen  camas  de  campo,  sino  sobre  vnas  alom- 
bras  tienden  vnos  colchones  sin  colchar  ni  bas- 
tear, que  se  llaman  duquexes,  de  damasco,  y 
éstos  están  llenos  de  vna  pluma  sutil  que  tie- 
nen los  gansos,  como  flueco,  y  sobre  éste  ponen 
vna  colcha  gruesa  doblada,  porque  todas  las 
camas  vsan  estrechas  como  para  vno  no  más,  y 
hablo  de  la  cama  de  vn  hombre  de  bien  y  rico; 
luego  viene  vna  sabana  delgada  y  la  sabana  de 
arriba  esta  cosida  con  la  colcha  de  encima  y 
sirve  de  atorro  de  la  mesma  colcha,  y  quando 
se  ensucia  quitan  aquella  y  cosen  otra.  Si  haze 
mucho  frió  tienen  vnas  mantas  con  vn  pelo 
largo,  que  llaman  esclabinas,  azules  y  colora- 
das; a  muy  poca  costa  es  la  colcha  de  brocado, 
porque  como  la  sabana  toma  la  mayor  parte, 
que  buelbe  (')  afuera  por  todos  quatro  lados,  lo 
que  se  paresye  que  tiene  menester  de  ser  broca- 
do o  seda  es  muy  poco. 

Mata. — ¿Vsan  tapizerias  por  las  paredes? 

Pedro. — Si  no  es  rei  o  hijo  suyo,  no  (2);  y 
éstos  las  tienen  de  brocado  desto  mesmo  de  que 
hazen  las  ropas ;  mas  la  otra  gente,  como  siem- 
pre procuran  de  hazer  todas  las  cosas  al  rebes 
de  nosotros,  la  tapizeria  es  en  suelo  y  las  pare- 
des blancas. 

Juan. — ¿De  qué  son  los  tapizes? 

Pedro. — Finisimas  alombras.  Ansí  como 
■^nosotros  tenemos  por  magestad  tener  muchos 
aposentos  colgados,  tienen  ellos  de  tenerlos  de 
muy  buenas  alombras;  y  esta  es  la  causa  por- 
que agora  poco  ha  os  dixe  que  traian  muy  lim- 
pios los  pies,  porque  a  ningún  aposento  podéis 
entrar  sino  descalzos,  no  porque  sea  9erimonia, 
sino  porque  no  se  ensu9¡en  las  klhombras;  y 
como  se  tienen  de  cal9ar  y  descalzar  a  cada 
paso,  es  menester  que  los  9apatos  entren  como 
pantuflos. 

Mata. — ¿Dónde  se  descalzan? 

Pedro. — A  la  entrada  de  cada  aposento,  y 
dexan  los  9apatos  a  la  puerta;  y  para  que  me- 
jor lo  entendáis,  sabed  otro  se:'reto,  y  es  que  no 
se  sientan  como  nosotros  en  sillas,  sino  en  es- 
trados, de  la  mesma  manara  que  acá  las  seño- 
ras, con  alombras  y  cogines. 

Mata. — ¿Dónde  se  sientan? 

Pedro. — Sobre  las  almohadas. 

Mata. — ¿Ansi  baxos? 

Pedro. — En  el  mesmo  suelo. 


(')  a  la  parte  de. 
(')  la  vsa  tener. 


Mata. — ¿De  qué  manera? 

Pedro. — Puestas  las  piernas  como  sastres 
cuando  están  en  los  tableros,  y  por  mucha 
crian9a,  si  están  delante  vn  superior  y  los  man- 
da sentar,  se  hincan  de  rodillas  y  cargan  las 
nalgas  sobre  los  calcañares,  que  los  que  no  lo 
tienen  mucho  en  uso  querrían  más  estar  en  pie. 

Mata. — ¿Y  desotra  manera  no  se  cansan 
de  estar  sentados? 

Pedro. — Yo,  por  la  poca  costumbre  que  de- 
11o  tengo,  estare  sin  cansarme  vn  dia,  ¿qué  ha- 
rán ellos  que  lo  mamaron  con  la  leche? 

Juan. — ¿Luego  no  tienen  sillas  los  señores? 

Pedro.  —  Sí  tienen,  para  quando  los  va  a  vi- 
sitar algún  señor  christiano,  como  son  los  em- 
baxadores  de  Fran9Ía,  Vngria,  Venetia,  Flo- 
rentia.  A  estos,  porque  saben  su  costumbre, 
luego  les  ponen  vna  silla  muy  galana  de  cade- 
ras a  nuestra  vsanza,  muy  bien  guarneseida,  y 
algunas  vezes  ellos  mesmos  se  sientan  en  ella, 
que  no  es  pecado  sentarse,  sino  solamente  cos- 
tumbre. 

Juan. — ¿Tantos  embaxadores  hai  en  Cons- 
tantinopla? 

Pedro. — Del  rei  de  Frangía,  por  la  amistad 
que  con  el  turco  tiene,  hai  siempre  vno,  que  se 
llamaba  Mos  de  Ramundo,  y  el  de  agora  Mos 
de  Codoñat;  del  rei  de  Vngria  hai  otro,  que  se 
llamaba  Juan  Maria,  y  deziros  he,  porque  vie- 
ne aproposito  deste  ('),  lo  que  vi  en  Constanti- 
nopla,  por  lo  qual  podréis  juzgar  quán  cautelo- 
sos son  los  turcos  en  el  consejo  de  guerra  y  qué 
avisados.  Este  Juan  Maria  habia  estado  muchos 
años  por  embaxador,  y  rompióse  la  guerra  el 
año  de  52  con  el  turco,  el  qual  mandó  prender 
y  poner  en  vna  torre  al  Juan  Maria.  Andubo 
vn  año  la  guerra,  y  al  cabo  vinieron  a  tratar  de 
congiertos  y  el  Gran  Señor  embio  al  Juan  Ma- 
ria que  fuese  a  tratar  la  paz,  porque  tenia  ne- 
9es¡dad  de  ir  contra  el  Sophi.  Como  el  Juan 
Maria  fue  en  Vngria,  trató  los  capitules  todos 
que  cumplían  a  la  paz  y  suplicó  al  rei  que, 
atento  que  él  le  habia  siruido  muchos  años  en 
aquel  cargo  y  estaba  enfermo  de  la  horina,  que 
avn  yo  mesmo  le  había  curado  en  la  prisión,  le 
diese  de  comer  en  otro  cargo,  porque  aquel  no 
le  aceptaba.  El  rei  lo  tubo  por  bien  y  embió  con 
los  capítulos  al  obispo  de  Viena,  y  como  llegó 
y  hizo  su  embaxada  al  Gran  Turco,  luego  pre- 
gunto por  Juan  Maria.  El  obispo  le  respondió 
que  estaba  enfermo  y  empedido  y  por  eso  venia 
él.  Dixo  el  Gran  Turco:  Pues  yo  no  firmare  ca- 
pitulo de  todos  esos,  y  ansi  se  lo  escrebíd  a 
vuestro  rei,  sí  no  viene  el  Juan  INLiria  por  em- 
baxador. El  obispo  lo  escribió  ansi  al  rei,  el 
qual  torno  a  responder  que  no  había  lugar,  pe- 
ro que  él  embiaba  vn  embaxador  muy  prin9Ípal 

(')  Juan  Maria. 


134 


autobiografías  y  memorias 


en  el  obispo  y  a  quien  su  magestad  olgaria  co- 
nos^er  y  tratar.  Tornó  a  dezir  que  por  ninguna 
manera  aceptaría  nada  si  él  no  venia;  por  eso, 
que  bien  se  podia  bolrer.  Los  baxas  le  repre- 
hendieron diziendo:  ¿Cómo,  señor,  por  vna  cosa 
que  tan  poco  importa  como  que  venga  aquel  o 
no  veuga,  quiere  vuestra  magestad  dexar  de 
liazer  la  paz  que  por  el  presente  tanto  le  im- 
porta, principalmente  viniendo  vn  tan  cabal 
liorabre  como  éste,  que  pocos  de  tal  suerte  debe 
de  tener  el  rei  de  Vngria  en  su  corte?  A  lo  qual 
medio  airado,  respondió  el  Gran  Turco:  Pésame 
que  tenga  yo  en  mi  Consejo  gente  tan  ne^ia 
como  vosotros  y  que  ignore  vna  cosa  semejante 
y  que  tanto  me  va.  ¿Pares^eos,  dezid,  que  es 
bien  que  en  el  Consejo  de  mi  enemigo  haya  un 
hombre  tan  platico  en  nuestros  negocios  que  ha 
estado  tanto  tiempo  entre  nosotros  y  sabe  me- 
jor todos  los  negocios  de  acá  que  nosotros  mes- 
mos,  y  de  alia  (')  guiara  hágase  la  cosa  desta 
manera  y  desta,  por  tal  y  tal  inconviniente,  por- 
que los  turcos  son  desta  suerte  y  tienen  esta 
costumbre?  no  me  habléis  más,  que  no  firmaré 
capítulo  ninguno  si  no  viene  Juan  Maria  muer- 
to o  vino.  Lo  que  con  él  se  pudo  acabar  fue 
que  firmase  con  esta  condÍ9¡on,  que  dentro  de 
vn  9Íerto  tiempo  viniese  en  Constantinopla  (}) 
por  embaxador,  donde  no  quedaban  las  pazes 
por  ningunas. 

Mata. — Y  avn  con  eso  ganan  cada  dia  y  ja- 
mas pierden.  El  mas  alto  consejo  me  paresce 
que  fue  el  del  Gran  Turco  en  eso,  que  de  cabeza 
de  ningún  prin9Ípe  podia  salir.  Sin  más  oir  del 
Gran  Turco,  yo  para  mí  tengo  que  es  hombre 
de  buen  JUÍ9Í0  y  de  tal  consejo  se  debe  de  ser- 
vir; cosa  es  esa  que  no  se  mira  acá  ni  se  haze 
caso,  sino  que  por  fabor  hai  muchos  que  alcan- 
9a n  a  ser  capitanes  y  consejeros  en  la  guerra 
no  habiendo  en  toda  su  vida  oido  atambor  ni 
pifano,  sino  tamboril,  guitarra  y  salterio.  ¡Mi- 
rad qué  consejo  puede  aquel  dar  en  la  guerra! 

Juan. — Quando  los  9Íegos  guian  ¡guai  de 
los  que  van  detras !  de  mi  voto  gente  ternia  yo 
de  experien9Ía  y  no  se  me  daria  nada  de  toda 
su  S9ient¡a. 

Pedro,— t" No  sabéis  qué  respondió  el  prin- 
9Ípe  Anibal  quando  en  Athenas  le  llebaron  an- 
dando a  ver  las  escuelas,  a  oir  vn  philosofo  el 
de  mayor  fama  que  alli  tenían  y  más  docto? 

JcAN. — No  me  acuerdo. 

Pedro. — Estando  leyendo  aquel  philosofo 
entro  el  prin9Ípe  Anibal  a  oír  vn  hombre  de 
tanta  fama,  y  como  le  avisaron  quién  era  el  que 
le  entraba  a  oir,  dexó  la  platica  que  tenia  entre 
manos  y  comen9c  de  hablar  de  cosas  de  la  gue- 
rra; cómo  se  habían  de  haber  los  reyes,  los  ge- 

(')  este  Juan  Maria. 
(')  Juan  Maria. 


nerales;  el  modo  de  ordenar  los  esquadrones,  el 
arremeter  y  el  retirar;  en  fin,  leyó  vna  lection 
tan  bien  leída  que  todos  quedaron  muy  conten- 
tos y  satisfechos.  Salidos  de  allí  preguntaron 
al  prín9ipe  qué  le  pares9Ía  de  vn  tan  eminente 
varoia.  Respondió:  Habeisme  engañado,  que  me 
dixístes  que  tenía  de  oír  vn  gran  philosofo,  lo 
qual  no  es  éste,  sino  grande  nes9Ío  y  idiota, 
que  aquella  lection  el  prin9Ípe  Anibal  la  tenia 
de  leer,  que  ha  ven9Ído  tantas  batallas,  y  no  vn 
viejo  que  en  toda  su  vida  vio  hombre  armado, 
quanto  más  exergitos  ni  esquadrones.  A  todos 
pares9Ío  bien  la  respuesta,  como  le  vieron  algo 
airado  y  la  razón  que  tenía. 

Mata. — Y  a  mí  también  me  satisfa9e,  que 
bien  hai  entre  chrístíanos  algunos  que  hablan 
mucho  de  la  guerra  y  en  su  vida  vieron  arma- 
dos sino  el  juebes  de  la  yena  o  en  alguna  justa. 

Pedro. — Y  avn  muchos  que  justan,  y  pues- 
tos en  el  esquadron  se  les  olvida  con  quál  mano 
han  de  tomar  la  laufa. 

Jüak. — Remedíelo  Dios,  que  puede.  ¿Tam- 
bién los  venetíanos  y  florentines  tienen  su  em- 
baxador? 

Pedro. — Todos  los  reyes,  prín9Ípes  y  seño- 
rías que  tienen  paz  con  el  turco  los  tienen 
alia  (^).  El  de  Venetía  y  Florentia  se  llaman 
baílos;  éstos  son  como  priores  de  los  mercade- 
res que  están  en  Galata  y  alli  víben. 

Mata. — ¿Hai  muchos  mercaderes  desos? 

Pedro. — Bien  creo  que  de  florentines  y  ve- 
netíanos habrá  más  de  mili  casas. 

Mata. — ¿Hazen  algún  bien  a  los  cautibos? 

Pedro. — Más  mal  les  hazen  que  bien,  y  avn 
a  nuestro  reí  también ;  en  viendo  el  hombre  con 
cadena,  huyen  del  y  no  le  hablaran  palabra,  y 
sí  de  acá  les  ímvian  dineros  para  que  los  resca- 
ten, tomanlos  y  tratan  con  ellos  sin  darles  las 
cartas  ni  cosa  ninguna,  y  desde  a  dos  o  tres 
años  torna  a  embiar  los  dineros  dÍ9Íendo  que  es 
muerto  o  que  no  le  quieren  dar  por  tan  poco. 
No  penséis  que  hablo  en  esto  de  oídas,  que  más 
de  quatro  neg09Íos  destos  averigüé  yo,  y  sí 
más  alia  estubíera  yo  los  hiziera  andar  dere- 
chos. De  tres  en  tres  aiíos  estas  señorías  em- 
vían  nuebo  vaíle,  y  siendo  yo  interprete  con  Ci- 
ñan Baxa  y  teniendo  la  familiaridad  tan  grande 
con  él,  vi  dos  cosas,  las  quales  os  quiero  con- 
tar: la  una  es  el  orden  que  la  señoría  de  Ve- 
netía tiene  en  prouer  vn  cargo.  El  baile  de  nue- 
bo que  fue  llebaba  en  pergamino  la  probísion, 
que  de9Ía  desta  manera  (}) : 

«Marcus  Antonius  Tríuísano,  Deí  gratia  ve- 
netiarum  dux,  etc.  Magnífico  111.™*'  ac  potenti 
domino  Zínan  baxa  potentissímí  otomanorum 
imperatoris  beglerbai  marís  nec  non  eiusdem 


(•)  sus  embaxadores. 
(')  el  sobre  escri[to]. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓH" 


135 


locum  tenenti  Constantinopoli,  salutem  ac  sin- 
cere felicitatis  af  fectiim.  Mandamo  bailo  lo  sere- 
nissimo  gran  signore  el  dilecto  nobil  nostro 
Antonio  Herizo  in  luogo  de  Dominico  Trinis- 
sano,  il  qual  fara  residentia  de  lui,  sí  como  con- 
viene a  la  bona  amicitia  que  con  lasua  imperial 
magestate  habiamo,  a  le  parole  dil  quale  prega- 
mo  la  magnifi^entia  et  excellentia  vostra  sia 
contenta  prestar  fede  non  altrimenti  que  ela  fa- 
ria  a  noaitri  medesimi.  Et  li  sui  ani  siano  molti 
et  felichi.  Datis  in  hoc  ducali  palatio  auno  a 
Christo  nato  lóóí  mensis  aprilis  d\e  16  iudic- 
tione  12». 

Veis  aqui  quán  brevemente  negocia  la  seño- 
ría de  Venetia. 

Mata. — Yo  no  veo  nada  ni  entiendo  esa  ge- 
rigonza  si  no  habláis  más  claro. 

Pedro.— De9Íd  a  Juan  de  Voto  a  Dios  que 
os  lo  declare. 

Mata. — No  pasó  por  Venetia  quando  fue 
a  Hierusalem,  como  el  pintor  del  duque  de 
Medina^eli. 

Pedro. — Dige  ansí:  «Marco  Antonio  Tribi- 
sano,  por  la  gratia  de  Dios,  duque  de  Vene- 
tia, etc.  Al  magnifico,  Illustrissimo  y  poderoso 
señor  Zinan  Baxa,  Almirante  de  la  mar  del  po- 
tentissimo  emperador  de  ¡turcos,  y  su  lugarte- 
niente en  Constantinopla,  salud  y  deseada  fe- 
licidad. Imbiamos  baile  al  serenissimo  gran  se- 
ñor nuestro  querido  Antonio  Herizo,  en  lugar 
de  Domingo  Triuissano  (*)>  7  residirá  en  su  lu- 
gar, ansi  como  conviene  a  la  buena  amistad  que 
tenemos  con  su  imperial  magestad,  a  las  pala- 
bras del  qual  suplicamos  a  vuestra  magnificen- 
tia  y  ex^elentia  dé  crédito,  no  de  otra  manera 
que  baria  a  nosotros  mesmos;  y  sus  años  sean 
muchos  y  felices.  Dada  en  este  ducal  palacio  a 
diez  y  seis  de  abril,  año  del  nascimiento  de 
Christo  de  1554  y  en  la  indiction  duodécima». 

Mata. — Harto  es  breue  y  compendiosa.  No 
habia  más  que  dezir. 

Pedro. — Más  pense  que  habia  de  llebar, 
como  nosotros  vsamos,  vn  proceso  este  baile,  y 
estadme  atentos  que  no  lo  saben  ni  lo  alcanzan 
acá:  es  obligado  cada  mes  de  embiar  mensaje- 
ros que  van  por  mar  y  por  tierra  a  Venetia, 
como  acá  correos,  y  en  fin  del  mes.  en  resci- 
biendo  cartas  de  Venetia  (2)  ba  el  baxa  que  esta 
en  lugar  del  Gran  Señor  quando  no  está  hai, 
y  estando  a  él  mesmo,  y  lleba  vn  papel  en  el 
qual  d¡ce:  El  rei  d'España  está  en  tal  parte, 
con  tanta  gente;  quiere  hazer  esto  y  esto.  El 
de  Francia  está  con  tanta  en  tal  parte;  an  ha- 
vido  tal  refriega;  venció  fulano.  El  papa  haze 
esto  y  trata  estotro,  y  tal  principe  se  ha  rebe- 
lado de  tal  manera,  que  ninguna  cosa  pasa  en 

(')  el  qual  y  tomarle  "ha.  la  residen [cia], 
{')  tiene  de. 


todos  los  consejos  de  acá,  secretos  y  públicos  de 
que  no  tenga  el  Gran  Señor  aviso,  y  si  me  pre- 
guntáis cómo  lo  sé  pensareis  que  de  oidas.  Yo 
mesmo,  quando  el  Gran  Turco  estaba  en  Persia, 
se  los  leia  en  italiano  y  lo  convertía  en  turquesco 
para  ir  en  Persia. 

Juan. — Grande  maldad  y  poca  christiandad 

y  menos  themor  de  Dios  vsan  si  ansi  lo  hazen. 

Mata. — También  deben  nuestros  reyes  tener 

otros  tantos  avisos  del  turco  por  los   mesmos 

venetianos. 

Pedro. — Eso  no;  más  recatados  son  que 
tanto  los  turcos;  no  hayáis  miedo  que  pueda 
saber  el  venetiano  lo  que  se  determina  en  con- 
sejo real;  tanto  se  guardan  de  los  mesmos  tur- 
cos como  de  los  christianos,  y  otra  no  menor 
delicadeza  suya  os  quiero  dezir  que  las  pasadas, 
todo  de  vista.  El  mesmo  capitán  general  de  la 
armada  y  almirante  de  toda  la  mar,  habiendo 
de  salir  con  galeras  fuera,  no  sabe  quántas  tie- 
ne de  sacar  hasta  el  dia  que  sale,  ni  adonde 
tiene  de  ir  hasta  que  ya  está  alia. 

Mata. — ¿Cómo  se  parte  sin  saber  adonde? 
Pedro.  —  Eso  es  el  saber.  Vistele  el  Gran 
Turco  vna  ropa  de  brocado  y  dizele  quando  está 
de  partida:  Toma  esta  armada  y  vete  a  tal  par- 
te, y  alli  abrirás  esta  carta  sellada  de  mi  mano, 
con  tu  consejo,  y  harás  lo  que  en  ella  se  contie- 
ne; y  coii  esto  se  parte.  El  exemplo  os  doi  de 
Zinan  Baxa  quando  tomo  a  Tripol,  que  le  man- 
do uenir  hasta  Sicilia,  y  que  sobre  vna  cibdade- 
ta  que  se  llama  Rigoles  hiziese  alto,  y  hasta 
alli  a  ninguno  hiziese  mal;  y  alli  abriese  la  co- 
misión, la  qual  deciaansi:  «Embiaras  vn  emba- 
xador  a  Juan  de  Vega,  virrei  de  Sicilia,  y  dile 
que  te  den  la  cibdad  de  África  que  me  an  to- 
mado mal  tomada  y  contra  la  tregua  que  te- 
níamos; donde  no,  haz  elraal  que  pudieres».  El 
Juan  de  Vega  respondió  que  aquella  cibdad  no 
hera  suya,  sino  de  Dargute,  al  qual  se  la  hablan 
tomado,  y  muy  bien,  y  en  lo  demás  él  no  podia 
hazer  nada;  que  él  escribirla  al  Emperador  y  ba- 
ria en  ello  lo  que  le  mandase.   Llebaba  ansi 
mesmo  comisión  de  si   topase  a  Dargute,   que 
hera  vn  cosario  el  qual  no  estaba  subjetc  a  na- 
die, que  le  prendiese  y  hiziese  del  lo  que  le  pa- 
resciese.  Tardosele  la  respuesta  al  Zinan  Baxa 
y  determinó  de  hazer  quanto  mal  pudiese,  y  lo 
primero  tomó  lo  que  pudo  de  Bigoles  y  Cala- 
bria, y  entre  tanto  llegó  el  Dargute,  y  juntóse 
con  él,  y  rescibiole  bien  porque  traia  doce  ga- 
leras y  fustas,  y  [a]vn  creo  que  diez  y  seis;  y 
como  el  bellaco  es  tan  buen  piloto,  le  dixo  que  se 
fuese  con  él  y  le  pornia  donde  ganase  honrra  y 
probedlo,  y  llebole  sobre  la  isla  del  Gozo,  junto 
a  Malta,  y  tomáronla,  de  donde  llebo  seis  mili 
animas,  y  de  alli  fueron  a  Tripol  de  Berbería; 
y  el  governador  hera  francés,  el  qual  hizo  trai- 
ción y  se  dio  a  pacto  con  que  dexasen  salir  to- 


136 


autobiografías  y  memorias 


dos  los  caballeros  de  Sant  Juan.  Guárdeselos, 
avnque  no  todos.  Llamábase  Chambarin  el  go- 
vernador.  Ue  allí  perdonó  al  Dargnte  y  le  dixo 
que  se  fuese  con  él  a  Constantinopla  y  le  por- 
nia  en  grafía  del  Gran  Turco.  Vino  en  ello  el 
Dargute  y  fueronse  con  mucho  triumpho,  y  fue 
bien  res9Íbido  el  Dargute  del  Gran  Señor,  y 
diole  ciento  y  9Ínquenta  mili  ásperos  de  renta, 
que  serán  tres  mili  escudos  y  grande  crédito  de 
alli  adelante.  Este  bellaco  luego  se  le  alzo  a 
mayores  a  Zinan  Baxa,  y  dixo  al  Gran  Turco 
que  baria  él  más  con  sesenta  galeras  que  Zinan 
Baxa  con  decientas,  y  tubo  razón,  porque  el  año 
de  53  lo  probo  a  hazer  y  con  sesenta  galeras  y 
las  de  Francia  de  compañía  tomo  a  Bonifafio  y 
en  SÍ9Ília  la  Alicata  y  la  Pantanalea,  y  el  año 
de  54,  con  otras  tantas  que  salió,  tomó  la  ^ib- 
dad  de  Bestia,  en  Apulla.  El  año  de  55  salió 
con  otro  nuebo  general  que  sus^edio  a  Zinan 
Baxa  y  no  tomó  nada  y  quedóse  en  Tripoli ;  an- 
tes perdió,  y  por  eso  mando  el  Gran  Turco  que 
saliese  a  ser  governador  de  Tripol  y  tener  alli 
siete  galeras. 

Juan. — ¿Conocistes  vos  a  Guterraez? 

Pedro.— Este  mesmo  es,  y  fuimos  muy 
amigos  y  comi  muchas  A-ezes  con  él.  Nunca  se 
hartaba  de  contar  de  las  cosas  de   christianos. 

Jdan. — ¿Qué  sabia  él?  ¿Habia  sido  chris- 
tiano? 

Pedro. — No  hera  sino  turco  natural,  y  ha- 
bia sido  esclabo  de  Andrea  Doria,  el  qual  le 
rescató  por  tres  mili  ducados, 

Juan. — ¿Vn  hombre  tan  nombrado  y  que 
tantos  males  habia  hecho  en  este  mundo  y  ha- 
zla rescataban?  ¿Tanto  le  hazian  a  vn  principe 
tan  grande  como  Andrea  Doria  tres  mili  duca- 
dos que  dexaba  ir  vn  tan  grande  vellaco  por  ellos? 

Pedro. — Y  deso  se  reia  muchas  vezes  con- 
migo el  mesmo  Dargute,  dÍ9Íendo  cómo  se  ha- 
bia bien  esquitado,  porque  por  cada  millar  de 
ducados  habia  tomado  vn  millón  después  que  le 
soltó  y  avn  mas. 

Juan. — Igual  fuera  haberle  luego  cortado  la 
cabeza. 

Pedbo.—  o  tenérsele  en  prisión  toda  la  vi- 
da, tratándole  razonablemente,  como  haze  el 
Gran  Señor,  que  jamas  dará  capitán  ni  hombre 
ninguno  de  quenta,  avnque  le  den  por  él  vnas 
Indias;  porque  haze  esta  quenta:  yo  soi  muy 
poderoso  y  no  me  haze  al  caso  mili  ni  diez  mili 
ducados  que  ést<í  me  dé,  el  qual  en  su  tierra 
debe  de  ser  hombre  de  consejo  y  valeroso,  pues 
tenia  cargo;  y  rescatado,  luego  tiene  de  procu- 
rar de  esquitarse,  y  por  9Íen  ducados  que  me 
da  me  tomara  cient  mili;  y  mándale  poner  en  la 
torre  con  los  otros  christianos,  y  darle  cada  dia 
dos  ásperos  de  que  se  mantenga  y  que  no  le 
lleben  a  trabaxar.  Alli  fenesce  miseramente  sus 
dias,  que  es  mejor  que  sean  pocos. 


Mata. — Tan  buen  ardid  de  guerra  es  ese 
como  esos  otros:  hombre  de  guerra  cudicioso, 
me  pares9e  que  nunca  valdrá  vn  quarto. 

Pedro. — Vos  estáis  en  lo  9Íerto,  y  el  dia  de 
oi  no  veréis  en  todo  el  exer9Íto  de  los  christia- 
nos sino  cudicia  y  poca  victoria. 

Juan. — ¿Cómo  queréis  que  se  compadezcan 
dos  contrarios  en  vn  subjeto?  Yo  creo  que  son 
muy  pocos  los  que  van  a  la  guerra  si  no  es  por 
ganar,  y  siempre  ganan  más  los  que  pelean 
menos. 

Pedro. — ¿Sabéis  qué  otra  cosa  haze  el  turco 
con  los  capitanes  que  tiene  prisioneros? 

Mata.— ¿Qué? 

Pedro.—  Si  ue  que  bive  mucho,  hazele  dar 
vn  bocadillo,  con  que  nadie  se  atrebe  a  impor- 
tunarle de  alli  adelante,  y  por  justicia  no  los 
quiere  matar,  porque  no  hagan  acá  otro  tanto 
de  los  que  tienen  presos  de  los  turcos. 

Mata. — ¡Quán  poco  nos  hemos  acordado  del 
comer  de  los  tnrcos,  habiendo  pasado  por  tantas 
cosas  que  acostumbran! 

Pedro. — No  penséis  que  hai  menos  que  de- 
zir  deso  que  de  lo  que  está  dicho. 

Juan. — ¿Sirvense  con  aquella  magestad  en 
el  comer  que  nuestros  cortesanos,  al  menos  el 
Gran  Turco? 

Pedro.  —  Deziros  he  cómo  comia  Zinan 
Baxa,  y  ansí  entenderéis  qué  vsan  todos  los 
principes ;  y  con  otro  exemplo  particular  sabréis 
de  la  gente  común;  y  sabido  acá  cómo  come  vn 
prin9Ípe,  podréis  pensar  que  ansi  haze  el  rei, 
añadiendo  más  fausto.  Ansi  como  es  su  vsanza 
sentarse  en  baxo,  acostumbran  también  comer 
en  suelo,  y  ponen  por  manteles,  para  que  las 
alhombras  no  se  ensu9Íen,  vn  cuero  colorado  y 
grueso,  como  de  guadamezi  de  caballo,  y  por 
panizuelos  de  mesa  vna  toalla  larga  alderredor 
de  todos,  como  hazen  en  nuestras  iglesias 
quando  comulgan.  El  cuero  del  caballo  se  lla- 
ma zojra;  fruta,  ni  cuchillo,  ni  sal,  ni  plato  pe- 
queño no  se  pone  en  la  mesa  de  ningún  señor 
en  aquella  tierra. 

Mata. — ¿No  comen  fruta? 

Pedro. — Si  comen  harta,  pero  no  a  las  co- 
midas ni  de  prin9Ípio  ni  postre. 

Juan. — ¿Con  qué  cortan? 

Pedro. — El  pan  son  vnas  tortas  que  llaman 
pitas.  A  cada  vna  dan  tres  cuchilladas  en  la 
botillería  antes  que  la  lleben  a  la  mesa,  y  estas 
sirben  de  platos  pequeños,  porque  cada  vno 
toma  su  pedazo  de  carne  y  le  pone  encima;  la 
sal  es  impertinente,  porque  tienen  tan  buenos 
cozineros  que  a  todo  lo  que  guisan  dan  tan  buen 
temple  que  ni  tiene  más  ni  menos  sal  de  la  que 
tiene  menester.  Tenia  Zinan  Baxa  quarenta 
gentiles  hombres  que  llaman  chesineres,  y  el 
prin9Ípal  destos  se  llama  chesiner  baxa;  sirbe  de 
mastre  sala,  y  estos  tienen  de  paga  real  y  me- 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


137 


dio  cada  dia,  los  quales  de  Binguna  otra  cosa 
sirbian  sino  de  llebar  el  plato  a  la  comida  del 
Baxa.  Vestianse  de  pontifical  todos  para  solo 
llebar  el  plato,  con  ropas  de  sedas  y  brocados, 
las  quales  el  Baxa  les  daba  cada  año  yna  de 
seda  y  otra  de  grana  fina,  y  en  la  cabeza  se  po- 
nen vnas  escofias  de  fieltro,  como  aquellas  de 
los  genizaros,  con  sus  cuernos,  saibó  que  son 
coloradas. 

Mata. — ¿Que'  tanto  valdi-a  cada  vna  desas? 

Pedro. — Cinquenta  escudos,  sino  lleba  al- 
guna pedrería  en  el  cuerno  de  plata. 

Mata. — ¿Y  para  solo  llebar  la  comida  se  le 
ponen? 

Pedro. — Y  para  ir  algunas  vezes  con  el 
Baxa  quando.  va  fuera;  lleban  demás  de  todo 
esto  vnas  zintas  que  llaman  cuxacas,  de  plata, 
anchas  de  vn  palmo,  y  todas- de  costillas  o  co- 
lumnicas  de  plata  a  manera  de  corazas;  la  que 
menos  destas  pesa  (')  son  cinquenta  ducados. 

Juan. — ¿Parescen  bien  desa  manera? 

Pedro. — Avnque  sea  vna  albarda,  si  es  de 
oro  o  de  plata  paresce  mucho  bien;  estos  todos 
iban  con  su  capitán  a  la  cozina  y  tomaban  la 
comida  en  vnas  fuentes. 

Mata. — ¿De  plata? 

Pedro. — Antes  quiero  que  sepáis  que  nin- 
gún turco,  por  su  lei,  puede  comer  ni  beber  en 
plata  ni  tener  salero,  ni  cuchar  dello,  ni  el  Gran 
Turco,  ni  principe,  ni  grande,  ni  chico  en  toda 
su  seta  quan  grande  es. 

Mata.  —  ¿Qué  dezis?  ¿Estáis  en  vuestro 
seso?  ¿El  Gran  Turco  no  tiene  baxilla  de 
plata? 

Pedro. —  Si  tiene,  y  muy  rica  y  caudalosa,  y 
candeleros  bien  grandes,  no  que  la  haya  hecho 
él,  sino  que  se  la  empresentan  de  Venetia, 
Francia  y  Vngria,  y  avn  de  Esclabonia;  pero 
tienela  en  la  cámara  del  thesoro,  sin  apro- 
becharse  della.  Otro  tanto  tenia  Zinan  Baxa  de 
muchos  presentes  que  le  hablan  hecho,  mas 
tampoco  se  sirria  della  ni  podia  avnque  qui- 
siese. 

Mata. — ¿Quién  se  lo  estorbaba? 

Pedro.  —  Su  lei,  que  otro  no. 

Mata. — ¿En  qué  se  funda  para  eso? 

Pedro. — No  en  más  de  que  si  en  este  mun- 
do comiese  en  plata,  en  el  otro  no  comería  en 
ella,  y  no  cale  pidirles  la  razón  más  adelante 
desto. 

Mata. —  Pues  ¿en  qué  comen?  ¿De  qué  son 
aquellas  fuentes? 

Pedro. — En  cobre,  que  como  ellos  lo  labran 
es  más  lindo  que  el  peltre  de  Ingalaterra;  ansi 
como  nosotros  el  box  o  qualquier  otro  palo  la- 
bramos al  torno,  haziendo  dello  quanto  quere- 
mos, labran  les  turcos  el  cobre,  y  después  lo 

O  otros. 


estañan  y  queda  como  plata  y  las  piezas  todas 
hechas  de  la  mesma  manera  que  quieren,  y  en 
las  mesas  del  Gran  Turco  y  los  pr¡n9Ípes  quan- 
to se  sirue  es  en  estas  fiestas  de  cobre  estañado 
con  sus  cobertores,  y  en  embege9Íendose  vn 
poco  tornanlo  a  poca  costa  a  estañar  y  paresce 
cada  vez  nuebo. 

Mata. — ¿Cómo  lo  estañan?  ¿Como  acá  los 
cazos  y  sartenes? 

Pedro. — Es  vna  porquería  eso;  no,  sino  con 
muy  fino  estaño  y  con  sal  armoniaco,  en  quatro 
horas  estañara  vn  ofi9Íal  toda  la  vaxilla  del 
gran  señor.  Como  van  a  la  cozina,  cada  vno  de 
aquellos  gentiles  hombres  tomaba  su  fuente  con 
su  couertor  y  con  la  mayor  orden  que  podian 
iban  todos,  unos  a  vna  parte  y  otros  a  otra,  de 
manera  que  hazian  dos  lleras;  cada  vno  iba  por 
su  antigüedad,  y  llegados  los  primeros  todos  se 
paraban  quedando  la  mesma  ordenanza,  y  el 
chesiner  baxi  ponia  su  fuente  en  la  mesa  y  to- 
maba la  del  que  estaba  junto  a  el,  para  ponerla, 
y  aquél  tomaba  la  del  otro  y  el  otro  la  del  otro; 
de  modo  que  sin  menearse  nadie  de  su  lugar 
pasaban  las  fuentes  todas  de  mano  en  mano 
hasta  la  mesa  del  Baxa;  y  dada  la  comida  se 
bolvian,  entretanto  que  hera  hora  de  quitar  la 
mesa. 

Mata.—  ¿Qué  Uebaban  en  aquellos  platos? 
¿Qué  es  lo  que  más  acostumbran  comer? 

Pedro. — Asado,  por  la  mayor  parte  comen 
muy  poco  o  nada;  todo  es  cozido  y  hecho  mi- 
niestras,  que  dicen  en  Italia,  y  ellos  las  llaman 
sorbas;  es  como  acá  diriamos  potajes,  de  tal 
manera  que  se  pueden  comer  con  cuchar. 

Mata. — ¿De  qué  hera  tanto  plato? 

Pedro. — Los  manjares  que  (')  vsaban  11c- 
barle  cada  dia  hera  arroz  hecho  con  caldo  de  car- 
nero y  manteca  de  vacas,  no  nada  húmido,  sino 
seco,  que  llaman  ellos  pilao,  o  mezcladas  con 
ello  pasas  negras  de  Alexandria,  que  son  muy 
pequeñas  y  no  tienen  simiente  ninguna  dentro; 
para  con  esto,  en  lugar  del  polvoraduque  o  miel 
ha9Ían  otro  potaje  de  pedazos  de  carnero  gordo, 
y  pasas  y  9Íruelas  pasas,  con  algunas  almen- 
dras; otro  modo  de  arroz  guisaban  que  llebaba 
al  quo9Ír  gran  quantidad  de  miel  y  estaba  tieso 
y  amarillo,  que  se  llama  zerde.  Terzero  plato 
de  arroz  es  de  tauc  sorba,  gallina  hecha  peda- 
zos y  guisado  el  arroz  con  ella,  con  pimienta  y 
su  manteca.  De  vna  cosa  os  quiero  advertir: 
que  ningún  guisado  hai  que  hagan  sin  manteca 
de  vacas;  ni  asar,  ni  cozer,  ni  adobado,  ni  len- 
tejas y  garban90s,  ni  otra  cosa  de  quantas 
comen,  hasta  en  el  pan.  El  mejor  de  todos  los 
platos  que  a  la  mesa  del  Baxa  se  ponia  hera  de 
carnero  hecho  peda90s  de  a  libra,  y  guisado  con 
hinojo,  garbanzos  y  zebollas;  y  otro  plato  habia 

(* )  por  la  mayor  parte. 


138 


autobiografías  y  memorias 


bueno  d'espinacas,  cosa  muy  vsada  entrellos; 
otro  es  de  trigo  quitados  los  ollejos,  con  su  car- 
nero y  manteca,  y  otro  de  lentejas  con  zumo  de 
limón  y  guisadas  con  el  caldo  de  carne,  a  las 
quales  les  meten  dentro  vnos  que  llaman  acá 
fideos,  que  son  hechos  de  masa.  Al  tiempo  de 
las  ojas  de  parras,  vsan  otro  potage  de  picar 
muy  menudo  el  carnero,  y  meterlo  dentro  la  oja 
de  la  parra  y  hazerlo  a  modo  de  albóndiga,  y 
quando  hai  berenjenas  o  calabazas  sacanles  lo 
de  dentro  y  rellenanlas  de  aquel  carnero  picado 
y  hazenlas  como  morcillas;  quando  no  hai  ho- 
jas, ni  calabazas,  hazen  de  masa  vna  torta  del- 
gada como  papel,  y  en  ella  enbuelben  el  mesmo 
bocadillo  del  carnero  muy  picado,  y  hazen  vn 
potaje  a  modo  de  cuescos  de  duraznos.  Salsas 
no  se  las  pidáis,  que  no  las  vsan,  antes  por  el 
comer  son  tan  po"0  viciosos  que  más  creo  que 
comen  para  solo  vivir  que  por  deleite  que  dello 
tengan;  como  se  les  pares^e  en  el  comer  que 
cada  vno  toma  su  cuchar  y  come  con  tanta 
prisa  que  pares9e  que  el  diablo  va  tras  él  y  tie- 
nen muy  buena  crian9a  en  el  comer,  que  sin 
hablar  palabra,  como  esté  vno  satisfecho,  se 
levanta  y  entra  alguno  otro  en  su  lugar,  Quan- 
do mucho,  dice:  Gracias  a  Dios;  y  son  comunes 
e  itrellos  los  bienes,  al  menos  del  comer,  por- 
que, avnque  no  conozca  a  nadie,  si  uen  comer 
les  es  licito  descalzarse  y  tomando  su  cuchar 
ayudarles;  no  son  habladores  quando  comen; 
acabado  de  comer,  el  Baxa  daba  gracias  a  Dios 
y  mandaba  quitar  la  mesa. 

Mata.  —  ¿Timbien  dan  ellos  gratias  como 
nosotros? 

Pedro. — Bien  que  como  nosotros.  ¿Quando 
las  damos  nosotros  ni  nos  acordamos  de  Dios 
vna  vez  en  el  año? 

Juan. — ¿Qué  dezian  en  las  gratias? 

Pedro.  —  Ilelamdurila  choc  jucur  iarabt, 
Alat,  Ala  padi.ra  bir  guiunbin  eilesen.  Yendito 
sea  Dios;  mejor  lo  haze  conmigo  de  lo  que  me- 
rezco. Dios  prospere  nuestro  rei  de  manera  que 
por  cada  dia  le  haga  (')  mili. 

Joax. — Muy  buena  oration  en  verdad,  y  que 
todos  nosotros  la  temamos  de  vsar,  y  nos  habían 
de  for9ar  a  ello  por  justicia  o  por  excomunión. 

Pedro.  —  Creed  que  no  hai  turco  que  no 
haga  a  cada  vez  que  coma  esta  mesma,  avnque 
sean  quatro  vezes. 

Mata.  -¿Puede  cada  vno  llebar  vn  plato  a 
cuestas  o  llebanle  de  9¡nco  en  finco? 

Pedro. — Nos  entiendo.  ¿Cinco  tienen  de 
llebar  \n  plato? 

Mata.  —  Digolo  porque  dixistes  al  prinfipio 
que  los  gentiles  hombres  heran  quarenta,  y  no 
hebeis  contado  más  de  siete  o  nuebe  platos. 

Pedro. — Quanto  habláis  siempre  tiene  de  ir 

(')  ^lento. 


fundado  sobre  malÍ9Ía.  Mirad,  por  amor  de 
Dios,  que  estaba  aguardando.  No  se  tiene  d'en- 
tender  que  todos  quarenta  se  hallen  presentes  a 
cada  comida,  avnque  lleven  el  salario  (')  basta 
la  mayor  parte;  pero  del  pilao  no  se  pone  vna 
fuente  sola,  sino  dos  o  tres,  y  del  zerde  ansí 
mesmo,  y  del  carnero  otro  tanto.  Comen  a  la 
flamenca,  en  dexar  primero  poner  toda  la  co- 
mida en  la  mesa  que  ellos  se  sienten. 

Mata. — ¿Qué  gente  comia  con  Ciñan  Baxa? 

Pedro. — Todos  quantos  querian,  sino  fue- 
sen esclabos  suyos,  avunque  tenia  muchos  on- 
rrados  Gouernadores  deprouin9Ías,  pero  por  ser 
esclabos  suyos  no  lo  permiten ;  si  son  de  fuera 
de  casa,  avnque  sean  los  mc90s  de  cozina,  se 
sientan  con  él. 

Joan. — ¿Y  nadie  de  su  casa  lo  haze,  siquie- 
ra el  contador  o  thesorero  o  la  gente  más  de 
lustre? 

Pedro. — El  mayordomo  mayor  y  el  cozine- 
ro  mayor  tienen  esta  preminencia  de  comer 
quando  el  señor  de  lo  mesmo  que  él;  mas  no  a 
su  mesa,  sino  aparte.  Tenia  veinte  y  quatro 
criados  turcos  naturales,  que  no  heran  sus  es- 
clabos, con  cada  dos  i'eales  de  paga  al  dia  para 
que  remasen  en  vn  vergantin  quando  él  iba  por 
la  mar,  los  de  mayores  fuer9as  que  hallaba,  y 
llamábanlos  caiclar,  y  solos  éstos  comian  de  sus 
criados  con  él. 

Mata. — ¿Para  remar  no  fueran  mejor  es- 
clabos? 

Pedro. — No  se  osa  nadie  fiar  d'esclabos  en 
aquellos  vergantines,  porque  quando  le  tienen 
dentro  pueden  hazer  del  lo  que  quisieren,  y  ha 
miedo  que  le  traerán  a  tierra  de  christianos. 
Alzada  la  mesa  los  mesmos  gentiles  hombros 
toman  los  platos  por  la  mesma  orden  que  los 
pusieron,  y  quasi  tan  llenos  como  se  estaban,  y 
llebanlos  a  la  mesa  del  thesorero,  camarero,  que 
hera  yo,  y  pajes  de  cámara  y  eunucos  que  los 
guardaban,  que  en  todos  seriamos  ginquenta, 
y  alli  comiamos  y  dábamos  las  fuentes,  que 
avn  no  heran  a  mediadas  fuera  a  los  gentiles 
hombres,  y  comian  ellos;  y  Icuantados  de  la 
mesa,  sentábanse  los  ofi9Íales  de  casa,  como 
sastres,  capateros,  herreros,  armeros,  plateros 
y  otros  ansi,  los  quales  ya  no  hallaban  de  lo 
mejor  nada,  como  aves  ni  buen  carnero,  ha- 
biendo pasado  por  tantas  manos.  El  plato  del 
mayordomo  mayor  andaba  también,  después  de 
él  comido,  por  otra  parte  las  esta9Íones,  y  el 
del  cozinero  mayor. 

Mata. — ¿Qué  tanto  cabria  cada  fuente 
desas? 

Pedro. — Vn  ^elemin  de  aroz.  ¿Dezislo  por- 
que sobraba  tanto  en  todas  las  mesas? 

Mata. — No  lo  digo  por  otro. 

(•)  avnque  se  hallan. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALON 


139 


Pedro. —  Sabed,  pues,  que  de  cada  comida 
andado  lo  que  se  guisa  de  comer  por  toda  la 
casa,  a  no  dexar  hombre,  es  menester  que  so- 
bre algo  que  derramar  para  los  perros  y  gatos 
y  aves  del  9Íelo,  lo  qual  ternian  por  gran  peca- 
do y  agüero  si  no  sobrase. 

Mata.  —  ¿Son  grandes  las  ollas  en  que  adres- 
9an  de  comer? 

Peduo. — Tan  grandes  como  baste  a  cumplir 
con  la  casa.  Son  a  manera  de  caldero  sin  asas, 
vn  poco  más  estrecha  la  boca,  y  llamanse  ten- 
gev,  de  cobre  gruesa  y  labrada  al  torno,  como 
las  fuentes,  que  llaman  tepzi. 

Juan. — ¿Ño  beben  vino? 

Pedro.  — Ni  agua  quando  comen,  sino  como 
los  bueyes  se  van  después  de  comer  a  la  fuen- 
te o  donde  tienen  el  agua.  En  lugar  del  vino 
tenia  Zinan  Baxa  muchas  sorbetas,  que  ellos 
llaman,  que  son  aguas  confe9Íonadas  de  cozi- 
mientos  de  guindas  y  albaricoques  pasados 
como  9Íruelas  pasas,  y  ziruelas  pasas,  agua  con 
azúcar  o  con  miel,  y  estas  cada  dia  las  hazian, 
porque  no  se  corrompiesen.  Quando  hai  algún 
banquete  no  dexan  ir  la  gente  sin  beber  agua 
con  azúcar  o  miel. 

Mata. —  ¿Acostumbran  hazer  banquetes? 

Pedro. — Dos  hizo  Zinan  Baxa  a  Dargute 
que  no  se  hizieran  mejor  entre  nosotros,  donde 
vbo  toda  la  volatei'ia  que  se  pudo  haver  y  fru- 
tas de  sartén,  cabritos,  conejos  y  corderos. 

Mata. — ¿Saben  hazer  manjar  blanco? 

Pedro. — Y  avn  vna  fruta  de  sartén  a  ma- 
nera de  buñuelos  llenos  dello,  saibó  que  no  lo 
hazen  tan  duro  como  nosotros,  sino  quede  tan 
liquido  que  se  coma  con  cuchar,  y  por  comer 
ellos  todas  las  cosas  ansi  liquidas  no  tienen  tan- 
ta sed  como  los  señores  d'España,  que  por  so- 
lamente beber  más  comen  asado,  y  los  potajes 
llenos  d'espe9Ía  que  asa  las  entrañas,  y  por  esto, 
si  miráis  en  ello,  biben  poco. 

Juan. — En  ninguna  comida  ni  banquete  os 
he  oido  nombrar  perdizes;  no  las  debe  de  hauer. 

Pedro. — Muchas  hai;  sino  que  están  lexos 
y  no  hai  quien  las  caze,  porque  en  Constanti- 
nopla  sólo  el  Gran  Señor  lo  puede  hazer.  Fuera 
en  aquellas  islas  del  ar9Ípielago  hai  más  que 
acá  gorriones;  donde  yo  estube  en  el  Schiatho 
venian  como  manadas  de  gallinas  a  comer  las 
migajas  de  vizcocho  que  se  nos  caian  de  la 
mesa;  en  la  isla  del  Chio  las  tienen  tan  domes- 
ticas como  las  palomas  mansas  que  se  van  todo 
el  dia  al  campo  y  a  la  noche  se  recojen  a  casa. 
Los  griegos  en  estas  islas  no  las  matan,  por- 
que para  sí  más  quieren  vn  poco  de  cabiari,  y 
si  las  quieren  vender  no  hai  a  quién. 

Mata. — ¿Qué  llamáis  cabiari? 

Pedro.  -Vna  mixtura  que  hazen  en  la  Mar 
Negra  de  los  sesos  de  los  pescados  grandes  y 
de  la  grosura,  y  gastase  en  todo  Levante  para 
autobiografías  y  memorias. — 20 


comer,  tanto  como  acá  azeite  y  más.  Es  de  ma- 
nera de  vn  xabon  si  habéis  visto  ralo. 

Juan. — Harto  hai  por  acá  deso. 

Mata. — ¿Y  comenlo  aquellos? 

Pedro.  —  Con  vn  áspero  (')  comerá  toda  vna 
casa  dello.  Los  griegos  son  los  que  lo  comen; 
sabe  con  ello  muy  bien  el  beber,  a  manera  de 
sardina  arencada  fiambre  y  puesta  entre  pan. 
En  la  mar  el  mejor  mantenimiento  que  pueden 
llebar  es  éste,  porque  se  puede  comer  todos  los 
dias  sin  fuego,  avnque  sea  Quaresma  ni  Carnal. 
Dixele  vn  dia  a  (y*inan  Baxa  que  hiziese  traer 
para  sí  algunas  perdizes;  y  como  era  general 
de  la  mar,  todas  estas  islas  donde  las  hai  he- 
ran  suyas,  y  avisó  a  sus  governadores  que  se 
las  embiasen;  y  os  prometo  que  comenzaron 
cada  dia  de  venir  tantas,  que  las  teníamos  más 
comunes  que  pollos;  llamanse  en  turquesco  che- 
che y  el  capón  iblic,  y  más  de  yien  turcos  no 
os  lo  sabrán  dezir. 

Mata. — ¿No  mudan  comida,  sino  todos  los 
dias  eso  mesmo  que  habéis  dicho? 

Pedro. — Muchas  vezes  comen  asado  y  otras 
adobados,  pero  lo  más  continuo  es  lo  que  os 
tengo  dicho. 

Juan. — ¿Ningún  dia  dexan  de  comer  carne, 
habiendo  tan  buenos  pescados  frescos,  avnque 
su  lei  (2)  lo  permita? 

Pedro.  —Muy  enemigos  son  del  pescado, 
No  lo  vi  comer  dos  vezes  en  casa  del  Baxa. 

Mata. — ¿Por  qué? 

Pedro. — Como  no  pueden  beber  vino,  dizen 
que  rebibiria  en  el  cuerpo  con  el  agua,  y  tienen- 
lo  por  tan  aberiguado  que  todos  lo  creen.  Tam- 
poco son  amigos  de  huebos. 

Mata. — ¿Por  qué  comen  tanto  arroz? 

Pedro. — Dicen  que  los  haze  fuertes,  ansi 
como  ello  y  el  trigo  lo  es.  Tabernas  publicas 
muchas  hai  de  turcos  donde  venden  todas  aque- 
llas sorbetas  para  veuer  los  que  quieren  gastar 
y  bien  varato;  por  vn  maravedí  os  hartaran. 

Juan. — ¿En  qué  bebia  (^inan  Baxa,  que  se 
nos  habia  olvidado? 

Pedro. — Lo  que  más  vsan  los  señores  es 
por9elanas,  por  la  seguridad  que  les  hazen  en- 
tender de  no  poder  sufrir  el  veneno,  y  vale  diez 
escudos  cada  vna.  También  hazen  de  cobre  es- 
tañado vnas  como  escudillas  sin  orejas,  con  su 
pie  de  taza,  y  cabrán  medio  azumbre,  y  destas 
vsan  todos  los  que  no  pueden  alcanzar  las  por- 
zelanas  y  avn  los  que  pueden. 

Juan. — ¿Y  vidros  no? 

Pedro. — Hailos  muy  finos  de  los  vene9Ía- 
nos;  mas  por  no  nos  pares9er  en  nada  si  pu- 
diesen, no  los  quieren  para  beber  en  ellos,  y 
también,  quien  no  tiene  de  beber  vino   ¿para 


{«)  dello. 
(»)  no. 


140 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


qne  quiere  vidro?  íTo  los  dexan  de  tener  para 
conserbas  y  otras  delicadezas. 

Mata. — ¿Es  verdad  eso  de  las  por9elanas, 
que  por  aoa  por  tal  se  tiene? 

Pedro. — A  esa  hufia  no  querría  que  me 
diesen  ninguna  cosa  que  me  pudiese  hazer  mal 
en  ellas  a  beber;  los  que  las  venden  que  digan 
eso  no  me  maravillo,  por  sacar  dinero;  mas 
¿quie'n  no  terna  por  grandes  bestias  a  los  que 
dan  crédito  a  cosas  que  tan  poco  camino  lleban? 
Eso  me  pares9e  como  las  sortijas  de  A'ña  para 
mal  de  corazón,  y  piedras  preciosas  y  oro  mo- 
lido que  nos  liazen  los  ruines  phisicos  en  creer 
ser  cosa  de  mucho  probedlo. 

Juan.  —¿Las  sortijas  de  vña  de  la  gran  bes- 
tia me  de9Ís?  La  más  probada  cosa  que  en  la 
gota  coral  se  baze  son,  como  sean  verdaderas; 
por  mi  verdad  os  juro  que  tenia  vn  corregidor 
vna,  que  yo  mesmo  la  vi  más  de  cinquenta  ve- 
zes  hazer  la  experiencia. 

Pedro.— ¿I)e  qué  manera? 

Juan. — Estando  caido  vn  pobre  dándose  de 
cabezadas,  llegó  el  corregidor  y  metiosela  en  el 
dedo  y  tan  presto  se  leuantó. 

Pedro. — Otro  tanto  se  hiziera  si  le  tocara 
con  sus  propias  vñas  el  corregidor. 

Juan.  —¿Cómo  abia  de  leuantarse  por  eso? 
¿Qué  virtud  tenian  para  eso  sus  vñas? 

Pedro.  -  ¿No  acabáis  de  dezir  que  tiene  de 
ser  la  vña  de  la  gran  bestia? 

Juan. — Sí. 

Pedro. — Pues  ¿qué  mayor  bestia  que  vos  y 
el  corregidor,  y  qnantos  lo  creyeren ?  No  creo  yo 
que  esa  gran  bestia  que  decis  sea  tan  grande 
como  ellos.  ¿Qué  hombre  hai  de  tan  poco  juifio 
en  el  mundo  que  crea  hauer  cosa  tan  eficaz  y  de 
tanta  virtud  que  por  tocarla  a  los  artejos  de 
los  dedos  haga  su  efecto?  Vemos  que  el  fuego, 
con  quan  fuerte  es,  no  podra  quemar  vn  leño 
seco,  ni  vn  copo  d'estopa,  si  no  le  dan  tiempo 
y  se  lo  ponen  zerca,  y  queréis  que  vna  uña  de 
asno  haga,  puesta  por  de  fuera,  lo  que  no  vas- 
tan todas  las  medicinas  del  mundo. 

Juan. — ¡También  es  recio  caso  que  me  que- 
ráis contradezir  lo  que  yo  mesmo  me  he  visto! 

Pedro.— Puedolo  hazer  dándoos  la  causa 
dello. 

Mata.— Desa  manera  sí. 

Pedro.  —Habréis  de  saber  que  aquel  paro- 
xismo le  viene  de  quando  en  quando,  como  a 
otros  vna  tertiana,  y  es  burla  que  venga  del 
cora9on  ni  de  aquella  gota  sobre  el,  que  dizen 
las  viejas,  sino  es  vn  humor  que  ocupa  el  ce- 
lebro y  priua  de  todos  los  sentidos,  sino  es  del 
movimiento,  hasta  que  le  expele  fuera,  que  es 
aquella  espuma  que  al  cabo  le  veis  echar  por  la 
boca,  y  no  hai  más  diferentia  entre  el  esternu- 
dar  y  eso  que  llamáis  gota  coral,  de  que  para  el 
esternudo  hai  poca  materia  de  aquel  humor  y 


para  esto  otro  hay  mucho,  lo  qual  veréis  si  mi- 
ráis en  ello  claramente  en  algunos  que  con  difi- 
cultad esternudan,  que  hazen  aquellos  mesmog 
gestos  que  a  los  que  le  toma  la  gota  coral,  que 
es  mal  de  luna. 

Mata. — Es  tan  clara  philosofia  esa,  que  la 
tengo  entendida  yo  muy  bien. 

Pedro. — Como  aquel  acidente  dura,  según 
su  curso,  vn  quarto  de  hora  y  media  a  lo  más 
largo,  azierta  a  pasar  el  corregidor  ya  que  co- 
mien9a  a  hechar  la  espuma  por  la  boca,  y  en 
poniéndole  la  sortija,  señor,  luego  se  levantó 
de  alli  a  media  hora.  El  probar  della  hera  qae 
el  mesmo  payiente  la  traxese  de  contino  y  ver- 
nia  el  mal  ansi  como  asi.  ¿Vosotros,  señores, 
pensáis  que  yo  no  he  visto  vñas  y  la  mesma 
bestia  de  que  son?  Vn  caballero  de  Sant  Juan, 
bailio  de  Santa  Femia,  conozco,  que  trae  vnas 
manoplas  desas  sortijas  y  otras  monedas  que 
dizen  que  aprobechan,  y  piedras  muy  exquisi- 
tas, que  le  an  costado  mucho  dinero;  mas  al 
pobre  señor  ninguna  cosa  le  alivian  su  mal  más 
que  si  no  lo  traxese;  j  si  os  queréis  informar 
desto,  saved  que  se  llama  don  FabrÍ9Ío  Piñate- 
lo,  hermano  del  conde  de  Monte  León,  en  Ca- 
labria. 

Juan. — ¿No  es  (jierto  que  están  las  virtudes 
en  piedras  y  en  yerbas  y  palabras? 

Pedro. — No  mucho,  que  ese  refrán  es  de 
viejas  y  de  los  más  mentirosos;  porque  a  los 
que  dizen  qu*e  están  en  palabras  y  salen  de  las 
cosas  comunes  del  Evangelio,  y  de  lo  que  nues- 
tra Iglesia  tiene  aprobado,  ya  podéis  ver  quá- 
les  los  para  la  Inquisición,  la  qual  no  castiga 
lo  que  es  bueno,  sino  lo  que  no  lo  es;  y  pues 
pone  pena  a  los  que  curan  por  palabras,  señal 
es  que  no  es  bueno  latet  amus  in  esca,  aunque 
las  veis  buenas  palabras;  sepe  ángelus  Sathahe 
travsfigurat  se  in  angelum  luris,  dize  la  Escrip- 
tura.  A  los  que  creen  en  piedras,  mirad  cómo 
los  castigan  los  lapidarios  y  alchimistas  (')  en 
las  bolsas,  haziendoles  dar  por  vn  diamante  o 
esmeralda  ocho  mili  escudos,  y  treinta  mili,  y  a 
las  vezes  es  falso;  y  que  sea  verdadero,  maldita 
la  virtud  tiene,  más  de  que  costó  tanto  y  no 
hai  otro  tal  en  esta  tierra.  Dadme  vno  que  por 
piedras  haya  sido  imortal,  o  que  estando  malo 
haya  por  ellas  escapado  de  vn  dolor  de  costado, 
o  que  por  llebar  piedras  consigo  entrando  en  la 
batalla  no  le  hayan  herido,  o  que  por  tener 
piedras  no  coma,  o  que  las  piedras  le  excusen 
de  llegarse  al  fuego  el  iuivierno  y  buscar  niebe 
y  salitre  el  verano  para  beber  frió,  ó  que  se  ex- 
cuse de  ir  al  infierno,  adonde  estaba  condena- 
do, por  tener  piedras.  A  la  fe  hazed  en  piedras 
vivas,  si  queréis  andar  camino  derecho,  y  si  los 
otros  quieren  ser  necios,  no  lo  seáis  vos. 

O  haziendo. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓÍí 


141 


Juan. — Dezid  qiianto  quisieredes,  que  yo  la 
he  visto  hechar  en  medicinas  y  vsarlas  a  médi- 
cos tan  buenos  como  vos  debéis  de  ser  y  me- 
jores, y  las  loan  mucho. 

Pedko. — Hartos  médicos  debe  de  haber  me- 
jores que  yo;  pero  en  verdad  que  de  los  que  vsan 
esas  cosas  ninguno  lo  es,  ni  merescen  nombre 
de  tales;  esos  se  llaman  charlatanes  en  Italia, 
porque  si  leen  ^ient  vezes  los  autores  todos  que 
hai  de  medÍ9Ína,  no  hallarán  re9epta  donde  en- 
tren esas  piedras,  y  si  dicen  que  sí,  serán  algu- 
nos cartapacios  y  trapa^etas,  pero  no  autores. 
Corales  y  guijas  son  los  más  vsados,  y  éstos 
son  buenos,  y  algún  poco  de  aljófar  para  cuan- 
do hai  ne9esidad  de  desecar  algunas  humida- 
des;  por  pares^er  que  hazen  algo,  siendo  vn  se- 
ñor, le  ordenan  esas  borracherías,  pensando  que 
si  no  son  preciosas  cosas  las  que  tiene  de  tomar 
no  podra  haber  efecto  la  medicina,  como  si  el 
señor  y  el  albardero  no  fuesen  dos  animales 
compuestos  de  todos  c^uatro  elementos.  Los 
metales  y  elementos  ningún  nutrimento  dan  al 
cuerpo,  y  si  coméis  vna  onca  de  oro,  otra  he- 
chareis  por  vaxo  quando  hagáis  cámara,  que  el 
cuerpo  no  toma  nada  para  sí. 

Juan. — ¿El  oro  no  alegra  el  coracon?  De- 
zid también  que  no. 

Pedro.  — Digo  que  no,  sino  la  posesión  del. 
Yo,  si  paso  por  donde  están  contando  dinero, 
más  me  entristezco  que  alegrarme  por  verme 
que  no  tenga  yo  otros  tantos;  y  comido  o  be- 
bido el  oro,  ¿cómo  queréis  que  lo  vea?  ¿el  cora- 
ron tiene  ojos,  por  dicha?  Quando  les  hechan 
en  el  caldo  destilado,  los  médicos  barbaros,  do- 
blones, ¿pai'a  qué  pensáis  que  lo  hazen?  Pen- 
sando que  el  señor  tiene  de  dezir:  dad  esos  do- 
blones al  señor  doctor;  C|ue  si  los  pesan,  tan  de 
peso  salen  como  los  echaron,  no  dexando  otra 
cosa  en  el  caldo  sino  la  mugre  que  tenían.  Si 
tenéis  piedras  preciosas,  credme  y  trocaldas  a 
piedi'as  de  molino,  que  son  más  finas  y  de  más 
probecho,  y  dexaos  de  burlas. 

Mata. — Tal  sea  mi  vida  como  tiene  ra9on 
en  eso. 

Pedro.-  Quanto  más  que  vn  hombre  para 
lo  del  mundo,  más  luze  con  vn  buen  vestido  de 
seda  o  fino  paño  que  con  vn  anillo  en  el  dedo 
que  valga  diez  mili  ducados,  Todas  estas  cosas 
que  estos  médicos  barbaros  hazen  ¿dónde  pen- 
sáis que  las  sacan?  ¿de  los  autores?  No,  sino  de 
las  viejas,  que  se  lo  dizen,  como  aquello  de  que 
el  oro  alegra  el  cora9on,  y  que  esté  la  virtud  en 
piedras  y  yervas  y  palabras.  Muy  ruinmente 
estaria  la  virtud  aposentada  si  no  tubiese  otra 
mejor  casa  que  las  piedras,  yerbas  y  palabras. 

Mata. — ¿Sabéis  qué  digo  yo,  Juan  de  Voto 
a  Dios? 

Juan,  —¿y  es? 

Mata. — Que  no  nos  demos  a  philosofar  con 


Pedro  de  Vrdimalas,  que  ninguna  (')  honrra 
con  él  ganaremos,  por  más  que  hagamos,  por- 
que viene  abil  como  el  diablo.  Bol  vamos  a  re- 
buscar si  hai  algo  que  preguntar  que  ya  no  se 
qué.  ¿Deleitanse  de  truhanes  y  músicos  los  tur- 
cos? 

Pedro. — Algunas  guitarras  tienen  sin  tras- 
tes, en  que  tañen  a  su  modo  can9Íones  turques- 
cas, y  los  leventes  traen  vnas  como  cucharo- 
nes de  palo  con  tres  cuerdas,  y  tienen  por  gala 
andarse  por  las  calles  de  dia  tañendo. 

Juan.  —  ¿Qué  llaman  leventes? 

Pedro. — Gente  de  la  mar,  los  que  nosotros 
decimos  corsarios  ¡truhanes  también  tienen,  que 
los  llaman  mazcara,  avnque  lo  que  dixo  soltan 
Mahameto,  el  que  ganó  a  Constantinopla,  bis- 
abuelo deste  que  agora  es,  es  lo  mejor  destos 
para  hauer  plazer. 

Juan. — ¿Qué  de9Ía? 

Pedro. — Dixeronle  vn  dia  que  por  qué  no 
vsaba  truhanes  como  otros  señores,  y  él  pregun- 
to que  de  qué  sirvian.  Dixeronle  que  para  ale- 
grarle y  darle  plazer.  Dize:  pues  para  eso  traed- 
me  vn  moro  o  christiano  que  comienza  a  ha- 
blar la  lengua  nuestra,  que  aquel  es  más  para 
reir  que  todos  los  truhanes  de  la  tierra;  y  tubo 
grande  racon^  porque  ciertamente,  como  la  len- 
gua es  algo  oscura  y  tiene  palabras  que  se  pa- 
rescen  vnas  a  otras,  no  hai  vizcaíno  en  Casti- 
lla más  gra9Íoso  que  vno  que  alia  quiere  hablar 
la  lengua,  lo  qual  juzgo  por  mí,  que  tenían  más 
quentos  entre  sí  que  conmigo  habían  pasado, 
que  nunca  los  acababan  de  reir;  entre  los  canales 
os  quiero  contar  dos:  Curaba  un  día  vna  señora 
muy  hermosa  y  rica,  y  estaban  con  ella  muchas 
otras  que  la  habían  ido  a  visitar,  y  estaba  ya 
mejor,  sin  calentura.  Preguntóme  c{ué  cenaría. 
Yo,  de  puro  agudo,  pensando  saver  la  lengua, 
no  quise  esperar  a  que  el  interprete  hablase  por 
mí,  y  digo:  Ya,  señora,  vuestra  mer9ed  está 
buena,  y  comerá  esta  noche  vnas  lechugas  co- 
zidas  y  echarles  ha  en9Íma  vn  poco  de  azeite  y 
vinagre,  y  sobre  todo  esto  pií-para  zeciuier. 

Mata. — ¿Qué  es  zequier? 

Pedro. — El  azúcar  se  llama  gequier,  y  el 
a9eso  que  el  hombre  tiene  a  la  muger,  cequier; 
como  no  difieren  en  más  de  vna  letra,  yo  le 
quería  dezir  que  echase  en9Íma  azúcar  a  la  en- 
salada, y  dixele  que  se  echase  vn  hombre  a 
cuestas.  Como  el  interprete  vio  la  desonesti- 
dad  que  había  dicho,  comencome  a  dar  del  codo, 
y  yo  tanto  más  hablaba  quanto  más  me  daba. 
Las  damas,  muertas  de  risa,  nunca  hazian  sino 
preguntarme:  ¿ne?  que  quiere  dezir  ¿qué?  Yo 
replicar:  Señora,  zequier;  hasta  que  el  interprete 
les  dixo:  Señoras,  vuestras  mer9edes  perdonen, 
que  él  quiere  dezir  azúcar,  y  no  sabe  lo  que  se 

(•)  maldita  la. 


142 


autobiografías  y  memorias 


di^e.  En  buena  fe,  dixeron  ellas,  mejor  habla 
que  no  vos.  Y  quando  de  allí  adelante  iba,  luego 
se  reían  y  me  preguntaban  si  quería  zequier. 

Mata. — El  mejor  alcaguete  que  liai  para 
con  damas  es  no  saver  su  lengua;  porque  es  li- 
zito  dezir  quanto  quisieredes,  y  tiene  de  ser 
perdonado. 

Pedro. — Iba  otro  dia  con  aquel  zirujano 
yiejo  mi  compañero  y  entro  a  curar  vn  turco 
de  vna  llaga  que  tenia  en  la  pierna;  y  tenién- 
dole descubierta  la  llaga,  dixome,  porque  no 
sabia  la  lengua,  que  le  dixese  que  habia  nece- 
sidad de  vna  aguja  para  coser  vna  venda.  Yo 
le  dixe:  Inchir  yerec  (el  higo  se  llama  inchir  y 
la  aguja  icne).  Yo  quise  dezir  icne,  y  dixe  in- 
cliir;  el  pobre  del  turco  levantóse  y  fue  con  su 
llaga  descubierta  medio  arrastrando  por  la  calle 
abajo  a  buscar  sus  higos  que  pensó  que  serian 
menester  para  su  mal,  y  quando  menos  me 
cato  hele  a  donde  viene  desde  a  media  hora  con 
vna  haldada  de  higos,  y  diomelos.  Yo  comenze 
de  comer,  y  como  vio  la  prisa  que  me  daba, 
dixo:  ¿Pues  para  eso  te  los  travo?  El  zirujano 
nunca  hazia  sino  por  señas  pidir  la  aguja,  y 
yo  comer  de  mis  higos  sin  caer  en  la  malicia; 
al  cabo,  ya  que  lo  entendió,  quedo  el  más  con- 
fuso que  podia  ser,  no  sabiendo  si  se  enojar  o 
reir  de  la  burla,  hasta  que  paso  vn  judio  y  le 
hizo  que  me  preguntase  a  qué  proposito  le  ha- 
bia hecho  ir  por  los  higos  estando  coxo,  que  si 
algo  quería  podia  pidirle  dineros.  Yo  negué 
que  nunca  tal  habia  dicho,  hasta  que  me  pre- 
guntaron cómo  se  llama  la  aguja  en  su  lengua, 
y  dixe  que  hinchir  (higos);  y  estonces  se  ra- 
yeron mucho  y  me  tubieron  por  borrico,  y  con 
gran  razón.  Otros  muchos  quentos  pasaba  cada 
dia  al  tono,  y  yo  niesmo  se  los  ayudaba  a  reir, 
y  me  holgaba  que  se  reyesen  de  mí,  porque 
siempre  me  daban  para  vino. 

Juan. — ("Alumbranse  de  noche  con  hachas? 

Pedro. — Muy  poco  salen  fuera,  y  lo  que  sa- 
len no  saven  qué  cosa  es  hacha,  sino  vnas  len- 
ternas  de  yerro  de  seis  columnas,  y  vestida  vna 
funda  enzima,  de  muy  delgada  tela  de  algodón, 
como  lo  que  traen  en  las  tocas;  da  más  resplan- 
dor que  dos  hachas,  y  llamanla  fener. 

Juan. — Decíais  denantes  la  oration  que  to- 
dos hazen  después  de  comer,  mas  no  la  que  ha- 
zen  al  principio;  ¿o  no  la  hazen? 

Pedro. — No  sólo  al  principio  de  la  comida, 
sino  quando  quieren  hazer  qualquíer  cosa  dizen 
estas  palabras:  Bismillair  rehemanir  reliim:  en 
nombre  de  Aquél  que  crío  el  cielo  y  la  tierra  y 
todas  las  cosas.  Y  a  proposito  desto  os  quiero 
contar  otra  cosa  que  tienen  en  la  mar;  no  me 
certifico  si  también  lo  hazen  en  tierra.  Todas  las 
vezes  que  tienen  proposito  de  ir  algún  cabo  he- 
chan  el  libro,  que  dicen,  a  modo  del  libro  de  las 
suertes  de  acá,  y  si  les  dize  que  vayan,  por  vía 


ninguna  dexaran  de  ir,  avnque  vean  que  tienen 
la  mitad  menos  galeras  y  gente  que  los  enemi- 
gos, y  si  les  dize  que  no  vayan,  no  irán  si  pen- 
sasen ganar  la  christiandad  de  aquel  viaje. 

Juan. — ¿Qué  es  la  cavsa  por  que  no  beben 
vino? 

Pedro. — Pocos  hallareis  que  os  la  sepan 
dezir  como  yo,  que  la  procuré  saver  de  muchos 
letrados,  y  es  que  pasando  Mahoma  por  vn 
jardín  vn  dia,  vio  muchos  mancebos  que  esta- 
ban dentro  regocijándose  y  saltando,  y  estubo- 
selos  mirando  vn  rato,  holgándose  de  verlos,  y 
fuese  a  la  mezquita,  y  quando  volvió  torno  por 
allí  a  la  tarde  y  violos  que  estaban  todos  bo- 
rrachos y  dándose  muy  cruelmente  vnos  con 
otros  tantas  heridas,  que  quasi  todos  estaban 
de  modo  que  no  podrían  escapar,  sin  haber  pre- 
cedido entrellos  enemistad  ninguna  antes  que 
se  emborrachasen.  Estonces  Mahoma  lo  prime- 
ro les  echo  su  maldición,  y  tras  esto  hizo  lei 
que  ninguno  bebiese  vino,  pues  bastaba  hazer 
los  hombres  bestias  (').  Solamente  lo  pueden  be- 
ber de  tres  días  sacado  de  las  vbas,  mas  no  de 
quatro,  porque  lo  primero  es  zumo  de  vbas  y  lo 
otro  comienca  de  ser  vino. 

Mata. — ¿Dexanles  labrar  viñas  a  los  turcos? 

Pedro. — Alguna  labran  para  pasas  y  para 
comer  en  vba;  mas  el  viñedo  para  hazer  el  vino, 
los  christianos  mesmos  se  lo  labran. 

Mata. — ¿Y  el  pan? 

Pedro. — Eso  ellos  labran  gran  parte  en  la 
Notolia,  y  tienen  mucho  ganado. 

Mata. — ¿Son  amigos  de  leche? 

Pedro. — Dulce  comen  muy  poca,  pero  agrá 
comen  tanta  que  no  se  hartan. 

Mata. —  ¿Qué  llamáis  agrá? 

Pedro. — Esta  que  acá  tenéis  por  vinagrada 
estiman  ellos  en  más  que  nuestras  mas  dulzes 
natas,  y  llamanla  yagurt;  hai  gran  provisión 
della  todo  el  año;  cuajase  con  la  mesma  como 
con  cuajo,  y  la  primera  es  cuajada  con  leche  de 
higos  ó  con  lebadura. 

Mata. — ¿Qué  tan  agrá  es? 

Pedro. — Poco  menos  que  zumo  de  limones, 
y  comen  se  las  manos  tras  ella  en  toda  Levante. 

Mata. — Pues  mal  hayan  las  bestias;  ¿no  es 
mejor  dulze? 

Pedro. — Aquello  es  mejor  que  sabe  mejor; 
a  él  le  sabe  bien  lo  agro,  y  a  vos  lo  dulce.  To- 
man en  vna  taleguilla  la  cuajada,  y  cuelganla 
hasta  que  destila  todo  el  suero  y  queda  tieso 
como  queso  y  duro,  y  quando  quieren  comer 
dello  o  beber,  desatan  vn  poco  como  azúcar  en 
media  escudilla  de  agua  y  de  aquello  beben. 

Mata.  -  Ello  es  vna  gran  porquería. 

Pedro.— No  les  faltan  las  natas  nuestras 
dulzes,  que  llaman  caimac;  mas  no  las  estiman 

(»)  Mata.— Son  muy  amigos  los. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALüN 


143 


como  esto,  y  9Íerto  os  digo  que  quando  haze 
calor  que  es  vna  buena  comida,  y  avn  desto 
hazen  salsas.  Algo  pares9e  que  están  los  seño- 
res atajadillos,  y  que  sabe  más  vn  sabio  respon- 
der que  dos  necios  preguntar;  a  la  oreja  os  me 
estáis  hablando. 

Mata. — Yo  digo  mi  pecado,  que  no  sé  más 
qué  preguntar,  si  no  pasamos  a  cómo  es  Cons- 
tantinopla, 

Pedro. — ¿Qué,  también  se  tiene  de dezir  eso? 

Mata. — Y  avn  había  de  ser  dicho  lo  primero. 

Juan. —  Primero  quiero  yo  saver  si  se  hazen 
por  alia  los  chamelotes  y  si  los  visten  los  turcos. 

Pedro. — No  muy  lexos  de  Constantinopla 
se  hazen,  en  vna  9Íbdad  que  se  llama  Angora. 

Juan. — ¿De  qué  son?  ¿Lleban  seda? 

Pedro.  —Chamelotes  hai  de  seda,  que  se 
hazen  en  Venetia. 

Juan. — lío  digo  sino  destos  comunes. 

Pedro. — IsTo  lleban  hebra  dello,  mas  antes 
son  de  lana  grosera,  que  acá  llamáis,  como  de 
cabra,  la  qual  se  cria  en  aquella  tierra,  y  no  en 
toda,  sino  como  la  almastica,  que  en  este  ter- 
mino paciendo  trae  lana  buena  para  chamelote 
y  en  el  otro  no. 

JüAií. — ¿Cómo  está  con  aquel  lustre  que 
pares9e  seda? 

Pedro. — Si  tomáis  va  pellejo  de  aquellas 
ovejas,  diréis,  avnque  es  grosera  lana,  que  no 
es  posible  sino  que  son  madexas  de  seda  cruda; 
y  los  tienen  los  turcos  en  sus  camas. 

Joan. — ¿Valen  alia  baratos? 

Pedro. — Vale  vna  pieza  doble  de  color  do- 
9Íentos  ásperos,  que  son  quatro  escudos,  y  ne- 
gra tres. 

Juan. — ¿Doble? 

Pedro. — Si. 

Juan. — Quemado  sea  el  tal  barato;  no  la 
hallareis  acá  por  doze. 

Pedro.  —  Hai  también  vno  que  llaman  mo- 
cayari,  que  es  como  chamelotes  sin  aguas,  y  es 
vistoso  y  muy  varato. 

Juan. — Por  tan  vencido  me  doi  ya  yo  como 
Mátalas  Callando;  por  eso  bien  podéis  comen- 
zar a  dezir  de  Constantinopla. 

Pedro. — Muy  en  breve  os  daré  toda  la  traza 
della  y  cosas  memorables,  si  no  me  estorvais. 

Juan.  — Estad  deso  seguro. 


COLOQUIO  XI 

description  de  constantinopla  o 

Pedro. — En  la  ribera  del  Hellesponto  (que 
es  vna  canal  de  mar  la  qual  corre  desde  el  mar 

(•)  De  letra  po3terior:  Huic  deacriptioni  lege  Se- 
bastianum. 


Grande,  que  es  el  Euxino,  hasta  el  mar  Egeo) 
está  la  9Íbdad  de  Constantinopla,  y  podríase 
aislar,  porque  la  mesma  canal  haze  vn  seno, 
que  es  el  puerto  de  la  9Íbdad,  y  dura  de  largo 
dos  grandes  leguas.  Podéis  estar  seguros  que 
en  todo  el  mar  Mediterráneo  no  hai  tal  puerto, 
que  podran  caber  dentro  todas  las  naos  y  gale- 
ras y  barcas  que  oi  hai  en  el  mundo,  y  se  puede 
cargar  y  descargar  en  la  escala  qualquier  nabe 
sin  barca  ni  nada,  sino  allegándose  a  tierra.  La 
ex9ellentia  mayor  que  este  puerto  tiene  es  que 
a  la  vna  parte  tiene  a  Constantinopla  y  a  la 
otra  a  Galata.  De  ancho  terna  vn  tiro  de  arca- 
buz glande.  íío  se  puede  ir  por  tierra  de  la  vna 
cibdad  a  la  otra  si  no  es  rodeando  quatro 
leguas;  mas  hai  gran  multitud  de  barquillas 
para  pasar  por  vna  blanca  o  maravedí  cada  y 
quando  que  tubiei'des  a  qué.  Quasi  toda  la  gen- 
te de  mar,  como  son  los  arraezes  y  marineros, 
viben  en  Galata,  por  respecto  del  tarazanal, 
que  está  alli,  y  ya  tengo  dicho  ser  el  lugar 
donde  se  hazen  las  galeras,  y  por  el  mesmo 
caso  todos  los  cautibos  están  alia;  los  del  Gran 
Turco  en  la  torre  grande  vna  parte,  y  otra  en 
Sant  Pablo  que  agora  es  mezquita;  los  del 
capitán  de  la  mar,  en  otra  torre;  cada  ari'aez 
tiene  los  suyos  en  sus  casas.  El  tarazanal  tiene 
hechos  vnos  arcos  donde  puede  en  cada  vno  es- 
tar vna  galera  sin  mojarse.  Muchas  vezes  los 
conté  y  no  llegan  a  9Íento,  mas  son  pocos  me- 
nos. También  me  acuerdo  haber  dicho  que  sera 
vna  cibdad  de  quatro  mili  casas,  en  la  qual 
viuen  todos  los  mercaderes  venetianos  y  floren- 
tines,  que  serán  mili  casas;  hay  tres  moneste- 
rios  de  fraires  de  la  Iglesia  nuestra  latina, 
Sant  Fran9Ísco,  Sant  Pedro  y  Sant  Benito;  en 
éste  no  hai  más  de  vn  fraire  viejo,  pero  es  la 
iglesia  mejor  que  del  tamaño  hai  en  toda  Le- 
vante, toda  de  obra  musaica  y  las  figuras  muy 
perfectas.  San  Pedro  es  de  fraires  dominicos, 
y  terna  doce  fraires.  Sant  Francisco  bien  ter- 
na 24.  Hallareis  en  estos  dos  monesterios  misa 
cada  dia,  a  qualquier  hora  que  Uegardes,  como 
en  vno  de  los  mejores  monesterios  de  España, 
rezadas  y  cantadas;  órgano  ni  campana  ya 
sabéis  que  no  le  hai,  pero  con  trompetas  la  dizen 
solemne  los  días  de  grande  fiesta,  y  para  que 
no  se  atreba  ningún  turco  a  hazer  algún  des- 
acato en  la  iglesia,  a  la  puerta  de  cada  moneste- 
rio  destos  hai  dos  genizaros  con  sendas  porras, 
que  el  Gran  Señor  tiene  puestos  que  guarden, 
los  quales  quando  algún  turco,  curioso  de 
saver,  quiere  entrar  le  dan  lÍ9encia  y  dizenle: 
Entra  y  mira  y  calla,  si  no  con  estas  porras  te 
machacaremos  esa  cabeza.  Ningún  judio  tiene 
casa  en  Galata,  sino  tienen  sus  tiendas  y  es- 
tanse  alli  todo  el  dia,  y  a  la  noche  cierran  sus 
tiendas  y  vanse  a  dormir  a  Constantinopla. 
Griegos  y  ármenos  hai  muchos,  y  los  forasteros 


144 


autobiografías  y  memorias 


marineros  todos  posan  alli.  Hai  de  los  griegos 
miichos  panaderos,  y  el  pan  que  alia  se  haze 
tiene  ventaja  cierto  a  todo  lo  del  nnindo,  por- 
que el  pan  coaiun  es  como  lo  regalado  que  co- 
B3en  por  acá  los  señores;  pues  lo  floreado,  como 
ellos  lo  hazen  echándole  en9Íma  vna  simiente 
de  alegría,  o  negrilla  romana,  que  los  griegos 
llaman  melanthio,  no  hai  a  qué  lo  comparar. 

Mata.  —  ¿Tabernas  pocas  habrá,  pues  los 
turcos  no  beben  vino? 

Pedro. — ¿Que'  haze  al  caso  si  los  christia- 
nos  y  judios  lo  beben?  Mucho  hai,  y  en  muy 
buen  precio,  y  muy  bueno.  Vn  examen  os  ha- 
rán quando  vais  por  vino  en  la  taberna.  Si 
queréis  blanco  o  tinto.  Si  de9Ís  blanco  pregun- 
tan si  malvasia,  o  moscatel  de  Candia  o  blanco 
de  Gallipol.  Qualquiera  destos  que  pidáis  es 
tercera  pregunta:  ¿De  quántos  años? 

Mata.-  ÍTo  hai  tanta  cosa  en  la  corte. 

Pedro. — ¿Queréis  comparar  las  probisiones 
y  mantenimientos  d' España  con  Grecia  ni 
Italia? 

JüAX. — ¿Y  es  al  cabo  caro  el  vino? 

Pedro. — El  moscatel  y  malvasia  mejor  de 
todo  es  a  quatro  ásperos  el  golondrino,  que 
sera  vn  azumbre;  hazed  quenta  que  a  real  si  es 
de  quatro  años ;  si  de  vno  o  dos  á  tres  ásperos, 
y  tenedlo  por  tan  bueno  como  de  Sant  Martin 
y  mejor. 

Mata.— ¿El  tinto? 

Pedro. — El  mejor  del  tinto  es  el  tópico,  que 
dicen  los  griegos;  quiere  dezir  el  de  la  mesma 
tierra.  Es  muy  bibo,  que  salta  y  raspa,  y  medio 
clarete.  Viene  otro  más  9errado  como  acá  de 
Toro,  de  Metellin,  junto  al  Chio.  Lo  prímero 
vale  a  dos  ásperos  el  golondrino,  y  lo  segundo 
a  vno  y  medio.  De  Trapisonda  carga  mucho 
clarete  y  de  la  isla  de  Mármara,  Todos  éstos, 
con  lo  de  ]N"egroponto,  haced  quenta  que  valen 
a  siete  maravedís,  de  lo  qual  los  cautivos  car- 
gan por  junto,  yéndose  por  él  a  las  barcas  que 
lo  traen.  La  príncipal  calle  de  Galata  es  la  de 
Sant  Pedro,  que  llaman  la  Lonja,  donde  los 
mercaderes  tienen  sus  tratos  y  ayuntamientos. 
El  tarazanal  está  a  la  puerta  que  mira  a  0?!- 
dente,  y  otra  puei-ta,  que  está  ha9Ía  donde  sale 
el  sol,  que  va  la  canal  de  mar  arriba,  se  llama 
El  Topana,  que  quiere  dezir  donde  se  hunde  la 
artillei'ia.  Top,  en  turquesco,  se  dize  el  tiro.  En 
medio  de  aquel  campo  están  tantas  piezas  so- 
bradas, sin  carretones  ni  nada,  que  algún  rei 
las  tomaría  por  prin9Ípal  artillería  para  todo  su 
exercito:  culebrinas  muy  grandes,  y  buenas  de 
las  que  tomaron  en  Rhodas  y  de  las  de  Buda  y 
Belgrado,  y  cañones  muy  graesos,  que  se  me- 
terá por  ellos  vn  liombre,  hai  muchos. 

Juan.  — ¿Qué  haze  alli  aquello? 

Pedro. — Está  sobrado,  para  no  menester, 
que  no  sabe  qué  hazer  dello.  Quando  falta  vn 


buen  cañón  en  alguna  parte,  luego  le  van  a 
buscar  allí. 

Mata. — ¿Es  de  yerro  todo  aquello? 

Pedro. —  No,  sino  de  muy  fino  metal  de 
campanas. 

Mata. — ¿Qué  tantos  terna  desos  gruesos 
allí  sobrados? 

Pedro.  Más  de  quatro9Íentos,  avnque  yo 
no  los  he  contado. 

Mata.-  Mucho  es  quatro9Íentos  tiros  de 
artillería. 

Pedro. — Más  es  el  estar  sobrados,  que  es 
señal  que  tiene  muchos  y  no  ha  menester  aque- 
llos. Mezquitas  y  estufas,  que  llaman  vanos,  no 
hai  pocas  por  toda  la  ^ibdad,  y  Constantinopla 
también,  y  iglesias  de  griegos,  que  son  más  de 
dos  mili;  y  la  realeza  de  aquellos  vanos  de  la 
vna  y  de  la  otra  parte  es  muy  de  notar;  pares9en 
por  de  fuera  palagios  muy  prin9Ípales  y  tienen 
vuas  capillas  redondas  a  manei'a  de  media  na- 
ranja, cubiertas  de  plomo.  Por  dentro  todos  son 
marmol,  jaspe  y  pórfido.  La  ganan9Ía  lo  sufre, 
que  no  hai  ninguno  de  todos  que  no  rinda  cada 
dia  9Ínquenta  escudos. 

Mata. — ¿Quánto  paga  cada  vno? 

Pedro. — Lo  que  quiere  y  como  es;  vnos 
medio  real,  y  otros  vno,  y  otros  dos ;  los  pobres 
vn  áspero. 

Juan.—  ¿Quántos  se  pueden  vañar  juntos  de 
vna  vez? 

Mata. — Eso  quería  yo  preguntar, 

Pedro. — En  seis  capillas  que  tiene  el  que 
menos  cabrán  juntos  vanándose  ochenta  hom- 
bres. 

Mata. — ¿Cómo  se  vanan?  ¿Metense  dentro 
algunas  pilas? 

Pedro. — Danle  a  cada  vno  vna  toalla  azul, 
que  se  pone  por  la  9Íntura  y  llega  a  la  rodilla; 
y  metido  dentro  la  estufa  hallara  dos  o  tres  pi- 
lleas en  cada  vna,  en  las  quales  caen  dos  cani- 
llas de  agua,  vna  muy  caliente  y  otra  fria.  Está 
en  vuestra  mano  templar  como  quisieredes,  y 
alli  están  muchas  tazas  d'estaño  con  las  quales 
cojeis  el  agua  y  os  la  echáis  a  questas,  sin  tener 
a  qué  entrar  en  pila.  El  suelo,  como  es  todo  de 
marmol,  está  tan  limpio  como  vna  taza  de  pla- 
ta ('),  que  no  habria  pila  tan  limpia.  Los  uies- 
mos  que  sirben  el  baño  os  labaran  muy  a  vues- 
tro plazer,  y  esto  no  solamente  los  turcos  lo 
vsan,  sino  judios  y  christianos,  y  quántos  hai  en 
Levante.  Yo  mesmo  lo  hazia  cada  quinze  dias, 
y  hallábame  muy  bien  de  salud  y  limpieza,  que 
acá  hai  gran  falta.  Vna  de  las  cosas  que  más 
nos  motejan  los  turcos,  y  con  ra9on,  es  de  su- 
9Í0S,  que  no  hai  hombre  ni  muger  en  España 
que  se  labe  dos  vezes  de  como  nas9e  hasta  que 
muere. 

(')  sin  tener. 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


145 


Juan. — Es  cosa  dañosa  y  a  muchos  se  ha 
visto  hazerles  mal. 

Pedro. — Eso  es  por  no  tener  costumbre; 
mas  decidles  que  lo  y&en,  y  veréis  que  no  les 
ofenderá.  Ningún  hombre  prin9Ípal  ni  muger  se 
va  a  bañar,  que  lo  hazen  todos  los  juebes  por 
la  mayor  parte,  que  no  dexe  vn  escudo  en  el 
vano  por  sus  criados  y  por  sí. 

JüAx. — ¿No  se  vanan  juntos  los  hombres  y 
las  mugeres? 

Pedro.—  ¿Eso  habian  de  consentir  los  tur- 
cos siendo  tan  onestos?  Cada  vano  es  por  sí,  el 
de  los  hombres  y  de  las  mugeres. 

Mata. — Mucha  agua  se  gastará  en  esos 
vanos. 

Pedro. — Cada  vno  tiene  dentro  su  fuente, 
que  deso  es  bien  probeida  Constantinopla  y  Ga- 
lata,  si  hai  9Íbdades  en  el  mundo  que  lo  sean, 
y  avn  muchos  turcos  tienen  por  limosna  hazer 
arcas  de  fuentes  por  las  calles  donde  ven  que 
esté  lexos  el  agua,  y  cada  dia  las  hinchen  a  su 
costa,  poniéndoles  vna  canilla  por  fuera  destas 
de  tornillo,  y  el  que  se  la  dexare  destapada  para 
que  se  vaya  el  agua  peca  mortalmente.  Digo 
que  las  arcas  son  artificiales,  que  no  traen  alli 
las  fuentes;  y  esto  de  Galata  baste.  Constanti- 
nopla, que  antes  se  llamaba  Bizancio,  tiene  el 
mejor  sitio  de  9ibdad  que  el  sol  es^alienta  desde 
Oriente  o  Poniente,  porque  no  puede  padescer 
ne9esidad  de  bastimentos  por  via  ninguna,  si 
en  alguna  parte  del  mundo  los  hai. 

Juan. — Eso  me  declarad,  porque  avnque 
tenga  mar  no  haze  al  caso,  que  muchas  otras 
9Íbdades  están  junto  al  mar  y  pades9en  muchas 
ne9esidades. 

Pedro. — Si  tnbiesen  dos  mares,  como  ésta, 
no  podrían  pades9er.  La  canal  de  mar  tiene  de 
largo,  desde  el  mar  Eugino  hasta  Sexto  y  Abi- 
do,  9Ínquenta  y  avn  sesenta  leguas.  En  la  mes- 
ma  canal  está  Constantinopla,  cinco  leguas  más 
acá  de  la  mar  Negra,  que  es  el  mar  Euxino.  De 
manera  que  a  la  mano  izquierda  tiene  el  mar 
Euxino,  que  tiene  dozientas  leguas  de  largo  y 
más  de  quatro9Íentas  de  zerco;  a  la  mano  de- 
recha está  el  mar  Mediterráneo.  Por  no  haber 
estado  en  la  mar  no  creo  que  gustareis  nada 
desto.  ¿Pensáis  que  es  todo  carretas  de  vino  y 
recuas  de  garbanzos?  Mas  no  se  me  da  nada. 

Juan. — Demasiado  lo  entenderemos  de  bien, 
si  no  os  escures9cis  de  aqui  adelante. 

Pedro. — Antes  iré  más  claro.  O  haze  viento 
para  que  vayan  los  nabios  con  bastimento  o 
no;  si  no  haze  ningún  viento,  caminan  las  gale- 
ras y  barcas  y  vergantines  con  los  remos  a  su 
plazer;  si  vbiere  vientos  o  son  de  las  partes  do 
Mediodia  y  Poniente,  o  de  Setentrion  y  Orien- 
te, porque  no  hai  más  vientos  en  el  mundo, 
andando  los  primeros,  caminan  las  naos  y  todos 
los  nabios  del  Cairo  y  Alexandria,  Suria,  Chi- 


pre y  Cand'a,  y  en  fin  todo  el  mar  Mediterrá- 
neo desde  el  estrecho  de  Gibraltar  alia;  si  los 
vientos  que  corren  son  de  la  otra  parte,  son 
prósperos  para  venir  de  la  mar  Negra  y  ansí 
veréis  venir  la  manada  de  nabios  de  Trapisonda 
y  toda  aquella  ribera  hasta  Capha  y  el  rio  Ta- 
ñáis, que  pares9e  vna  armada.  Tres  años  es- 
tube  dentro  que  en  todos  ellos  vi  subir  vna 
blanca  el  pan,  ni  vino,  ni  carne,  ni  fruta,  ni 
bastimento  ninguno. 

Mata. — ¿Valen  caras  todas  esas  cosas? 

Pedro. — Dos  panes,  que  llaman  de  bazar, 
como  quien  dize  de  mercado,  que  ternan  dos 
quartales,  valen  vn  áspero;  por  manera  que 
saldrá  a  tres  y  medio  el  quartal,  y  de  lo  otro 
muy  blanco  como  niebe  y  regalado  sera  hazed 
quenta  a  siete  maravedís  el  quartal,  que  creo 
llamáis  dos  libras  y  media.  Carnero  es  tan  bue- 
no como  el  mejor  de  Castilla,  y  dan  do9Íentas 
dragmas  al  áspero,  que  son  a  quatro  maravedís 
la  libra  de  do^e  on9as  y  media;  ternera  al  mes- 
mo  pre9Ío;  vaca  a  dos  maravedís  la  libra  des- 
tas.  Más  varato  sale  comprando  el  carnero  todo 
vivo,  que  si  llegáis  en  vn  rábano  y  escogiendo 
el  mejor  no  cuesta  sino  medio  escudo,  y  quan- 
do  más  medio  ducado,  que  son  treinta  ásperos, 
y  tienen  9Ínco  quartos,  porque  la  cola  es  tan 
grande  que  vale  por  vno. 

Mata. — ¿Qué  tanto  pesará? 

Pedro. — Cola  hai  que  pesará  seis  y  siete 
libras. 

Juan. — ¿De  carnero? 

Pedro. —  De  carnero,  y  los  más  tienen  qua- 
tro cuernos. 

Mata. — Nunca  tal  oi. 

Pedro.— Eso  es  cosa  muy  común,  que  to- 
dos los  que  han  estado  en  África  y  Cerdeña  os 
lo  dirán.  Cabeza  y  menudo  todo  lo  hechan  a 
mal,  que  no  hazen  caso  dello. 

Mata. — ¿De  fruta  bien  probeidos  serán? 

Pedro.—  Quanto  es  posible,  principalmente 
de  seca. 

Juan. — ¿Qué  llamáis  fruta  seca? 

Pedro. — Higo  y  pasa,  almendra,  nuez,  abe- 
llana,  castaña  y  piñón.  Vbas  en  grande  abun- 
dancia hai,  y  muchas  diversidades  dellas,  sino 
es  moscatel. 

Juan.— ¿Esa  fruta  os  de  la  mcsma  tierra  o 
de  acarreo? 

Pedro. — Gran  parte  es  de  la  misma  tierra, 
porque  en  sí  es  fértilísima,  prin9Ípalmente  las 
vbas;  pero  lo  más  viene  de  fuera.  Zoroca  hai 
en  quantidad;  guindas  pocas  y  aquéllas  no  las 
comen,  sino  pasanlas  como  vbas  y  entre  año 
bebón  del  cozimieiito  dolías,  que  no  es  de  mal 
sabor;  y  en  Italia  hai  tanbien  muy  pocas  guin- 
das, si  no  es  en  Bolonia,  y  las  llaman  marascas, 
y  en  otra  parte  de  Italia  bignas.  Salido  de  Cas- 
tilla no  hallareis  camuesa  ni  9Íruela  regañada, 


146 


autobiografías  y  memorias 


en  parte  de  las  que  hai  hasta  Hierilsalem;  pero 
hai  vnas  maii9anas  pequeñas  en  Constantino- 
pla,  que  llaman  moscateles,  que  son  tan  buenas 
como  las  camuesas;  pera,  mangana  y  melón 
grande  es  la  quantidad  que  hai  alia,  y  todo  ello 
sin  comparación  más  varato  que  acá.  Estando 
(Jinan  Baxa  por  virrei  teníamos  muchos  presen- 
tes de  frutas,  entre  los  quales  traxeron  vn  dia 
ocho  melones  de  los  que  al  Gran  Señor  suelen 
traer  de  veinte  jornadas  grandes  de  Constanti- 
nopla  por  tierra,  y  avnque  os  quiera  dezir  el  sa- 
bor que  tenian  no  sabré:  lieran  como  la  maná 
que  Dios  emvió,  que  sabian  lo  que  querían  que 
supiese.  Lo  podrido  y  cortezas  que  echaban  a 
mal  tenia  mejor  sabor  que  los  mejores  de  la 
Fuente  del  Saúco.  La  simiente  hera  como  al- 
mendras peladas,  y  como  vi  tan  celestial  cosa 
pregunté  al  que  los  traia  dónde  y  cómo  se  ha- 
zian,  y  dixome  que  junto  a  Babilonia,  en  la  ri- 
bera de  vn  rio  no  sé  cómo  se  le  llama.  No  ha- 
zian  sino  escarbar  en  la  arena  y  luego  salia  agua 
y  se  hinchia  aquel  hoyo,  y  metian  alli  dos  ó 
tres  pepitas  y  tornábanlo  a  cubrir  y  de  alli  se 
hazian. 

JuAK. —  Cosa  de  maravilla  es  esa.  ¿En  la 
mesma  agua  echaban  la  simiente? 

Pedro. — Sí. 

Mata.—  ¿Qué  vezindad  terna  Constantino- 
pla?  ¿Es  mayor  que  Valladolid? 

Pedro. — Nunca  yo  los  conté  para  saverlo 
vno  más  o  menos;  mas  lo  que  pude  (')  alcanzar 
por  las  matriculas  que  a  Zinan  Baxa  mostra- 
ban y  de  las  personas  que  tenian  quenta  con 
ello,  de  solos  christianos  habrá  quarenta  mili 
casas,  y  de  judios  diez  mili ;  de  turcos  bien  serán 
mas  de  sesenta  mili;  de  manera  que,  para  no 
poner  sino  quitar  de  nuestra  casa,  hazedla  de 
9Íent  mili,  y  creed  que  no  hai  quien  mejor  lo 
sepa  ni  lo  aya  procurado  saver;  y  avn  otra  cosa 
más  os  digo:  que  no  quento  los  arrabales,  que 
están  dentro  de  dos  leguas  de  la  yibdad,  que 
son  más  de  otros  diez  mili.  Fuera  de  la  9erca 
en  la  orilla  del  puerto,  sobre  la  mesma  mar, 
hai  más  de  diez  mili  casas  de  griegos  y  ruines 
edificios;  todo  es  casillas  de  pescadores,  de 
madera. 

Juan. — ¿Estando  dentro  de  la  mar  hazen 
ruines  edifi9Íos? 

Pedro. — Como  es  puerto  aquello,  es  mar 
muerta,  y  están  tan  dentro  que  en  abiendo 
fortuna  se  mete  por  las  ventanas.  En  cada  casa 
tienen  una  pesquera  de  red,  y  porque  se  la  de- 
xen  tener  son  obligados  a  pagar  cada  vn  año 
vn  ducado,  pero  en  sola  una  noche  toman  pes- 
cado que  lo  vale, 

Juan, — ¿Quánto  tiene  de  zerco  Constanti- 
nopla? 

{*)  saver. 


Pedro. — Terna  9Ínco  leguas. 

Mata. — ¿Todo  poblado? 

Pedro, — Todo  lo  está;  mas  en  vnas  partes 
no  tanto  como  en  otras.  De  largo  tiene  desde 
el  zerraje  del  Gran  Turco  hasta  la  puerta  de  An- 
drinopoli,  donde  están  los  pala9Íos  del  empe- 
rador Constantino,  dos  leguas  y  media. 

Mata. — Bien  se  cansara  quien  tiene  que  ne- 
g09Íar, 

Pedro, — No  haze,  porque  le  llebaran  por 
mar  por  quatro  ásperos,  y  le  traerán  con  toda  la 
carga  que  quisiere  llebar  o  traer.  Está  la  9Íbdad 
hecha  vn  triangulo:  lo  más  ancho  es  a  la  parte 
da  la  canal,  donde  está  el  Gran  Turco,  y  lo 
que  está  a  la  puerta  de  Andrinopoli  es  vna  pun- 
ta muy  estrecha. 

Juan.  —  ¿Qué  cosas  tiene  memorables? 

Pedro. — Pocas,  porque  los  turcos,  con  no 
ser  amigos  dellas,  las  han  gastado  y  derribado 
todas;  muy  pocas  casas  ni  edifi9Íos  hai  buenos, 
sino  todo  muy  común,  sacando  las  quatro  mez- 
quitas prin9Ípales  y  los  pala9Íos  y  algunas  ca- 
sas de  los  baxas.  El  mejor  edifi9Ío  y  la  casa  que 
más  hai  que  ver  en  toda  la  9Íbdad  es  el  Baziz- 
tan,  que  es  vna  claustra  hecha  debaxo  de  tie- 
rra, toda  de  cal  y  canto,  por  miedo  del  fuego; 
muy  espaciosa,  en  la  qual  están  todos  los  joye- 
ros que  hai  en  la  9Íbdad  y  se  hazen  todas  las 
mercan9Ías  de  cosas  delicadas,  como  sedas, 
brocados,  oro,  plata,  pedrerías. 

Mata,— ¿Todos  los  que  venden  eso  tienen 
alli  dentro  sus  casas? 

Pedro.  —  Menester  seria  para  eso  hazer 
dentro  vna  9Íbdad.  Ninguno  tiene  otro  que  la 
tienda,  y  este  Baziztan  tiene  quatro  puertas,  a 
las  quales  van  a  dar  quatro  calles  muy  largas  y 
anchas,  en  las  quales  consiste  todo  el  trato, 
no  digo  de  Constantinopla,  sino  de  todo  el  im- 
perio; a  qualquier  hora  que  quisiercdes  pasar 
os  sera  tan  dificultoso  romper  como  vn  exer9Íto; 
quanto  por  alli  caminaredcs  tiene  de  ser  de  lado; 
no  tengáis  miedo  avnque  niebe  de  haber  frió. 

Mata. — ¡Qué  buen  cortar  de  bolsas  sera  hai! 

Pedro. — Hartas  se  cortan,  pero  a  los  turcos 
no  hai  que  cortar  sino  meterles  la  mano  en  la 
fratiquera,  que  todos  la  traen,  y  sacar  lo  que 
hai.  Las  joyas  y  riquezas  que  alli  dentro  hai 
¿quién  lo  podrá  dezir?  Tiendas  muchas  de  pe- 
drería fina  veréis,  que  a  fe  de  buen  christiano 
las  podréis  medir  a  zelemines  y  avn  a  hanegas 
lio  de  oro  y  cosas  dello  labradas,  vale  muy  va- 
rato.  Aquella  joyería  que  veis  en  la  plaza  de 
Medina  del  Campo  verlo  eis  todo  en  vna  sola 
tienda.  Platería  mejor -y  más  caudalosa  que  la 
de  nuestra  corte,  avnque  no  comen  en  plata.  En 
fin  no  sé  qué  os  dezir,  sino  que  es  todo  oro  y 
plata  y  seda  y  más  seda,  y  no  querrá  nadie 
imaginar  cosa  de  comprar  que  no  la  halle  den- 
tro. Cosa  de  paños  y  telas  y  armería,  y  espe- 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN" 


147 


9Íer¡a,  se  vende  eu  las  otras  qiiatro  calles.  A 
cada  puerta  deste  Baziztan  liai  dos  geniíjaros 
de  guarda,  que  tienen  quenta  con  los  que  en- 
tran y  salen, 

Juan. — ¿Es  grande? 

Pedro. — Terna  de  zerco  media  legua. 

Juan. — Harto  es. 

Pedro. — La  mayor  grandeza  de  Constanti- 
nopla  es  que  después  de  vista  toda  hai  otro 
tanto  que  ver  debaxo. 

Juan. — ¿En  que'? 

Pedro. — Las  bobedas,  que  quasi  toda  se 
puede  andar  quan  grande  es,  con  columnas  de 
marmol  y  piedra  y  ladrillo  dentro,  y  no  ter- 
neis  ne9esidad  de  abaxaros  para  andar  debaxo, 
que  bien  tiene  de  alto  cada  vna  treinta  y  qua- 
renta  pies,  y  hai  muchas  destas  bobedas  que 
tienen  vna  legua  de  largo  y  ancho  y  las  colum- 
nas hazen  dentro  calles  estrechas. 

Juan. — (^ierto  que  no  se  que  haria  si  pen- 
sase que  lo  debíais  de  veras. 

Pedro.  — No  curéis  de  más,  sino  hazed  quen- 
ta que  lo  veis  todo  como  os  digo. 

Juan. — ¿A  qué  propósito  se  hizo  eso? 

Pedro. — Alli  se  tuerce  la  seda  y  hilo  que  es 
menester  para  el  servÍ9Ío  de  la  9Íbdad,  y  tienen 
sus  lumbreras  que  de  trecho  en  trecho  salen  a 
la  calle  ('). 

Mata. — En  mi  vida  tal  cosa  oi. 

Pedko.  Oidlo  agora.  Dos  puertas  prin9Ípa- 
les  sé  yo  por  donde  muchas  vezes  entre  a  verlo, 
como  si  fuesen  vnos  pala9Íos. 

Juan. — ¿Qué  calles  tiene  las  más  principales? 

Pedro. — No  hai  turco  alia  que  lo  sepa.  To- 
dos van  poco  más  ó  menos  como  en  las  horas 
del  relox.  Lo  que  más  quentan  es  por  las  qua- 
tro  mezquitas  prin9Ípales.  ¿A  dónde  vive  fula- 
no Vaxa?  Responderos  han:  En  soltan  Maha- 
meto,  por  lo  qual  se  entiende  media  legua  de 
más  á  menos;  o  en  soltan  Bayazete,  que  es  otra 
mezquita.  Si  queréis  para  comprar  o  vender 
saver  calles,  todas  las  cosas  tienen  su  orden 
donde  las  hai:  Taucbazar,  donde  se  venden  las 
gallinas;  Balucbazar,  la  pescadería;  Coinbazar, 
donde  se  venden  los  carneros,  y  otras  cosas 
desta  manera. 

Mata. — ¿Valen  caras  las  aves? 

Pedro.  —  Vna  gallina  pelada  y  adre9ada  va- 
le vn  real,  y  vn  capón,  el  mejor  que  hallen, 
real  y  medio  En  las  plazas  de  aquellas  mez- 
quitas hai  muchos  charlatanes  que  están  con 
las  culebras  y  lagartos  a  vso  de  Italia,  herbo- 
larios muchos,  y  gente  que  vende  carne  momia 
en  tanta  quantidad  que 'podran  cargar  nabes  de 
solo  ello,  y  muchas  tiendas  de  viejas  que  no  tie- 
nen otra  cosa  en  ellas  sino  vna  do9ena  de  habas 
y  ganan  largo  de  comer. 

(')  no  se  si  se  hizo  para  esto. 


Juan. — ¿A  qué? 

Pedro. — A  echar  suertes  con  ellas,  como 
las  gitanas  que  dÍ9en  la  buena  ventura.  Son  tan 
supei*stÍ9Íosos  los  griegos  y  turcos,  que  creón 
quanto  aquellas  dizen.  En  Atmaidan,  que  es 
la  plaza  que  está  enfrente  de  las  casas  de  Ibra- 
im  baxa  y  Ciñan  baxa,  hai  vna  aguja  como  la 
de  Roma;  pero  es  "más  alta  y  está  mejor  asen- 
tada, la  qual  puso  el  emperador  Theodosio,  se- 
gún dÍ9en  vnos  versos  que  en  ella  están  griegos 
y  latinos.  Junto  a  ésta  está  vna  sierpe  de  metal 
con  tres  cabezas,  puesta  derecha,  tan  alta  como 
vn  hombre  a  caballo  la  toque  con  la  mano.  Hai 
a  par  destas  otra  aguja  más  alta,  pero  no  de 
vna  pieza,  como  la  otra,  sino  de  muchas  piedras 
bien  puestas.  Lo  primero  que  yendo  de  acá  to- 
pamos de  Constantinopla  se  llama  ledicula,  las 
Siete  Torres,  donde  están  juntas  siete  torres 
fuertes  y  bien  hechas.  DÍ9en  que  solian  estar 
llenas  de  dinero.  Yo  entré  en  dos  dellas,  y  no 
vi  sino  heno.  En  aquella  parte  se  mata  la  ma- 
yor parte  de  la  carne  que  se  gasta  en  la  cibdad, 
y  de  alli  se  distribuye  a  las  carne9erias,  que  me 
haréis  dezir  que  son  tantas  como  casas  tiene 
Burgos.  Grande  realeza  es  ver  la  niebe  que  se 
gasta  todo  el  tiempo  que  no  haze  frió,  y  quán 
barata  vale,  de  lo  qual  no  hai  menos  tiendas 
que  carne9erias.  Aquellos  que  tienen  las  taber- 
nas de  las  sorbetas  que  beben  los  turcos,  cada 
vno  tiene  vn  peñón  dello  en  el  tablero,  y  si  que- 
réis beber,  por  vn  maravedí  os  dará  la  sorbeta 
que  pidieredes,  agrá  o  dul9e  o  agridulze,  y  con 
vn  cuchillo  le  echara  la  niebe  que  fuere  menes- 
ter para  enfriarla;  la  quantidad  de  vn  gran  pan 
de  jabón  de  niebe  darán  por  dos  maravedís. 
Toda  la  que  en  vna  casa  de  señor  se  puede  gas- 
tar darán  por  medio  real.  Esto  dura  hasta  el  mes 
de  septiembre  (');  de  alli  adelante  traen  vnos 
tablones  de  yelo,  como  lapidas,  que  venden  al 
precio  de  la  niebe. 

Juan. — ¿Cómo  la  conservan'? 

Pedro. — En  Turquía  hai  grandes  montañas, 
y  alli  tiene  el  Gran  Señor  vnas  cuevas  todas 
cubiertas  (^)  muy  grandes;  y  cada  año  las  in- 
chen,  y  como  lo  traen  por  mar,  y  con  poca  (^) 
prisa  se  deshaze,  danlo  varato,  y  no  se  puede 
vender  otro  sino  lo  del  Gran  Turco,  hasta  que 
no  haya  más  que  vender  dello.  Bien  le  vale, 
con  quan  barato  es,  cada  año  treinta  mili  du- 
cados. Particulares  lo  cojen  también  en  Galata 
y  Constantinopla  y  ganan  bien  con  ello;  pero 
avnque  es  tierra  fria,  no  nieba  todos  los  años. 
Los  turcos  son  muy  amigos  de  flores,  como 
las  damas  de  Genoba,  y  darán  por  traer  en  los 
tocados  vna  flor  quanto  tienen,  y  a  este  respecto 
hai  tiendas  muchas  de  solas  flores  en  el  verano, 

(«)  En  el  R   378:  agosto. 

(')  R.  378:  fosas  muy  grandes. 

("')  R.  378:  si  no  le  dan. 


148 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


que  valdrán  quinientos  ducados.  Mirad  la  mag- 
nifiyenpia  de  Constantinopla:  vna  columna  esta 
muy  alta  y  gruesa,  toda  historiada  al  romano, 
en  vna  parte  de  la  zibdad  que  se  llama  Abrat- 
bazar,  donde  las  mugeres  tienen  cada  semana 
vu  mercado,  que  yo  creo  que  costo  (j'wnt  mili 
ducados.  Puede  por  dentro  subirse  por  un  cara- 
col. En  resolu9Íon,  mirando  todas  las  qualida- 
des  que  vna  buena  ^ibdad  tiene  de  tener,  digo 
que,  hecha  compara9Íon  a  Roma,  Yene9Ía,  Mi- 
lán y  Ñapóles,  Paris  y  León,  no  solamente  es 
mala  comparación  compararla  á  éstas,  pero  pa- 
res9eme,  vistas  por  mí  todas  las  que  nombradas 
tengo,  que  juntas  en  valor  y  grandeza,  sitio  y 
hermosura,  tratos  y  probision,  no  son  tanto 
juntas,  hechas  vna  pella,  como  sola  Constanti- 
nopla; y  no  hablo  con  pasión  ni  informado  de 
sola  vna  parte,  sino  oidas  todas  dos  digo  lo  que 
dicho  tengo,  y  si  las  más  particularidades  os 
vbiese  de  dezir,  había  ne9es¡dad  de  la  vida  de 
vn  hombre  que  sólo  en  eso  se  gastase.  Si  algu- 
nas otras  cosillas  rezagadas  se  os  quedan  de 
preguntad,  mirad,  señores,  que  es  largo  el  año, 
y  a  todas  os  responderé.  Habed  misericordia 
entre  tanto  de  mí.  Contentaos  de  lo  hablado, 
que  ya  no  me  cabe  la  lengua  en  la  boca,  y  los 
oídos  me  zurrean  de  llena  la  cabeza  de  viento. 

Mata.— Sí  más  hai  que  preguntar  no  lo 
dexo  sino  por  no  saber  que',  y  desde  aquí  me 
aparto  dando  en  rehenes  que  se  me  ha  agotado 
la  9ienvia  del  preguntar,  no  me  maravillando 
que  estéis  cansado  de  responder,  pues  yo  lo 
hestoi  de  preguntar. 

Joan.— En  todo  y  por  todo  me  remito  á  todo 
lo  que  Mátalas  dize,  que  9¡erto  yo  me  doi  por 
satisfecho,  sin  ofres9erse  otra  cosa  a  que  me 
poder  responder  (i). 

Pedro. — Agora  que  os  tengo  a  entrambos 
rindidos,  quiero  de  ofi9Ío,  como  hazen  en  Tur- 
quía, deziros  C-^)  algunas  cosas  de  las  que  vues- 
tros entendimientos  no  an  alcanzado  a  pregun- 
tar, pasándoseles  por  alto  y  no  para  que  aya  en 
ellas  demandas  y  respuestas,  sino  con  suma  bre- 
vedad, y  lo  primero  sea  de  una  manera  de  er- 
maudad  que  vsan,  por  la  qual  se  llaman  herma- 
nos de  Sangre,  y  es  que  quando  entre  dos  ai 
grande  amistad,  para  perpetuarla  con  mucha 
soleiiidad  se  yeren  cada  vno  vn  dedo  de  su 
mano  quanto  salga  alguna  sangre,  y  chupa  el 
vno  la  sangre  de  el  otro,  y  desde  aquel  punto 
ya  son  hermanos  y  tales  se  llaman,  y  no  menos 
obras  se  hazen;  y  esto  no  sólo  turco  con  turco, 
sino  turco  con  christíano  y  judio. 

Mata.— ¿Quién  cree  que  no  queda  Pedro 
bien  emparentado  en  Turquía,  quanto  más  si  al 
tiempo  del  nuebo  parentesco  había  banquetes? 

(')  R.  378:  que  desear  saber. 
C)  11.  378:  los  juezes,  contaros. 


Juan. — Mas  si  sufría  también  ser  hermano 
de  las  damas,  quántas  debe  de  dexar,  y  avn  ple- 
gué a  Dios  que  no  las  aya  engañado,  que  tam 
buen  alcauete  me  pares9e  el  chupar  de  la  san- 
gre como  el  no  saber  las  lenguas. 

Pedro. — También  quiero  defiros  del  luto  de 
los  9ez'queses,  que  es  vna  gente  christiana  tal 
qual  dentro  la  mar  Negra,  no  lexos  del  rio 
Thanaís,  que  se  venden  vnos  a  otros  a  pre9¡o  de 
cosas  viles,  como  los  negros,  y  avn  padres  ai 
que  venden  las  hijas  donyellas.  Destos  hai  mu- 
chos en  Constantinopla  que  fa9Ílissimamente  se 
hazen  turcos,  y  allí  vi  el  luto;  que  quando  mue- 
re el  padre  se  cortan  vna  oreja,  y  quando  la  ma- 
dre ó  el  hermano  la  otra,  y  ansí  no  es  afrenta 
grande  el  estar  desorejado. 

Mata,-  Bien  queda  estaba  la  liebre  si  ñola 
levantara  nadie;  mas  agora  se  ofrespe  la  pos- 
trera pregunta:  ¿Si  es  hazia  esa  parte  el  preste 
Juan  de  las  Indias,  de  quien  tantas  cosas  nos 
dizen  por  acá  los  peregrinos  de  Hierusalem,  y 
más  de  su  electíon  milagrosa  con  el  dedo  de 
Sancto  Thomas? 

Pedro. — Ansí  le  ven  todos  esos  como  Juan 
nuestro  compadre  a  Hierusalem,  ni  tiene  qué 
hazer  con  el  camino.  Sabed  en  dos  palabras  que 
es  burla  llamarle  preste  Juan,  porque  no  es  sa- 
cerdote ni  trae  ahitos  dello,  sino  vn  reí  que  se 
llama  el  preto  Juan,  y  los  qne  le  ponen,  descri- 
biendo la  Asia,  en  las  tablas  della,  no  saben  lo 
que  se  hazen;  por  vna  parte  confina  con  el  rei- 
no de  Egipto  y  por  otra  del  reyno  de  Melínde; 
por  la  parte  09¡dental  confina  con  los  etiopes 
interiores;  por  la  de  oriente  con  la  mar  Verme- 
ja,  y  desto  da  testimonio  el  rey  Manuel  de  Por- 
tugal en  la  epístola  al  papa  León  de9Ímo.  Di- 
fiere de  la  iglesia  romana  en  algunas  ferimonias, 
como  la  griega.  El  año  de  153-4  embiaron  a 
Portugal  doctores  que  aprendiesen  la  lengua 
española,  los  quales  declararon,  quando  la  su- 
pieren, el  vso  de  sus  sacramentos.  DÍ9en  lo  pri- 
mero que  Sant  Phílippo  les  predicó  el  Evange- 
lio, y  que  constituyeron  los  apostóles  que  se  pu- 
diesen casar  los  sacerdotes,  y  si  tomaren  algún 
clérigo  o  obispo  con  hijo  bastardo,  pierde  por  el 
mesmo  caso  todos  sus  benefi9Íos.  Bautiganse 
cad'año  el  dia  de  la  Epiphania,  no  porque  lo 
tengan  por  ne9esario,  sino  por  memoria  y  come- 
uioracion  del  baptismo  de  Jesucristo:  Et  quoti- 
die  accipiunt  corpus  Chr/sti.  Tienen  su  confe- 
sión y  penítentia,  avnque  no  extremavn9Íon  ni 
confirma9Íon.  En  el  punto  que  pecan  van  a  los 
pies  del  confesor;  no  comulgan  los  enfermos, 
porque  á  nadie  se  puede  dar  el  sacramento  fuera 
de  la  yglesia.  Los  sacerdotes  viben  de  sus  ma- 
nos y  sudor,  porque  no  hai  rentas,  sino  cosa  de 
mortuorios.  Dizen  vna  sola  misa;  santifican  el 
sábado  como  los  judíos;  eligen  vn  patriarca  de 
la  orden  de  Santo  Antonio  Eremita,  cuyo  ofi9Ío 


CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 


149 


es  ordenar;  no  tienen  moneda  propia,  sino  pere- 
grina de  otros  réjanos,  sino  oro  y  plata  por  peso. 

Juan. — Ya,  ya  comenzaba  a  hazer  de  mi  ofi- 
cio como  vos  del  vuestro,  y  zerrar  toda  nuestra 
platica,  quando  a  proposito  de  el  preste  Juan, 
o  preto  Juan,  como  dczis,  me  vino  a  la  memoria 
el  arca  de  Noe.  Deseo  saber  si  cae  a  esa  parte  y 
qué  cosa  es,  porque  todos  los  que  vienen  nos  la 
pintan  cada  qual  de  su  manera. 

Pedro.  —  La  mesma  pintura  y  retrato  os 
pueden  dar  que  los  pintores  de  Dios  padre  y  de 
Sant  Miguel,  a  quien  nunca  vieron.  En  Arme- 
nia la  alta,  junto  a  vna  ziudad  que  se  llama 
Agorre,  ai  vnas  altisimas  montañas,  don- 
desta;  poro  es  imposible  berse  ni  nadie  la  vio, 
tanta  es  la  niebla  que  sobrella  está  perpetua- 
mente, y  nieve  tiene  sobre  sí  beinte  picas  en 
alto.  Ella,  en  fin,  no  se  puede  ver  ni  sabemos 
si  es  arca  ni  armario  ny  nabe;  antes  mi  pares- 
fer  es  que  devia  de  ser  barca,  y  de  alli  vino  la 
ynvencjion  del  nabegar  a  los  hombres,  y  es  cosa 
que  lleba  camino  serlo,  pues  avia  de  andar  so- 
bre las  aguas,  y  Beroso,  escriptor  antiguo,  la 
llama  ansi;  y  9Íerto  yo  tengo  para  mí  que  fue 
el  primero  Noe  que  enseño  navegar.  Esta  tie- 
rra cae  debajo  el  señorío  del  Sophi,  que  es 
rey  de  Persia.  Tiene  este  reyno  muy  buenas 
fibdades,  prin9Ípalmente  Hechmeazin,  donde 
reside  su  patriarca,  como  acá  Roma;  Taurez, 
donde  tiene  su  corte  el  Sophi,  que  se  llama 
Alaziaquin.  Año  de  1558  mató  su  hijo  por  rei- 
nar; Cara,  Hemet,  Bidliz  tienen  cada  diez  mili 
casas;  Hazu,  ^inco  mili;  Vrpha,  ginco  mili  ca- 
sas, y  otras  mili  9Íbdades.  No  difiere  la  Iglesia 
de  los  armenios  de  la  romana  tanto  como  la 
griega,  y  ansi  nuestro  papa  les  da  lÍ9encia  que 
puedan  dezir  por  acá  misas  quando  vienen  a 
Santiago,  porque  sacrifican  con  hostia  y  no  con 
pan  leuado,  como  los  griegos.  Zerca  deste  está 
el  Gurgistan,  que  llaman  el  Gorgi,  vn  rey  muy 
poderoso,  christiano,  subjeto  a  la  yglesia  grie- 
ga, y  tiene  debaxo  de  sí  nuebe  reynos.  En  este 
reyno  ni  en  el  de  el  Sophi  no  consienten  viuir 
judíos.  Tampoco  me  olvido  yo  de  las  cosas 
como  Mátalas.  Deseo  saver  que  esloqueapun- 
tastes  de  vuestro  ofi9Ío,  que  yo  ya  tengo  más 
deseo  de  escuchar  que  de  hablar. 

Juan. — Por  tema  del  sermón  tomo  el  refrán 
del  vulgo:  que  del  predicador  se  a  de  tomar  lo 
que  dize,  y  no  lo  que  haze;  y  en  recompensa  de 
la  buena  obra  que  al  pi'inyipio  me  hizistes  de 
apartarme  de  mi  mala  vida  pasada,  quiero, 
representando  la  venidera,  que  hagáis  tal  fin 
quales  prin9¡pios  abéis  llebado,  y  todo  se  hará 
fa9Ílmente  menospreciando  los  regalos  de  acá 
que  son  muy  benenosos  y  ynficionan  más  el 
alma  que  todas  las  prisiones  y  remos  de  ynfie- 
les.  Puédese  colegir  de  toda  la  pasada  vida  la 
obl¡ga9Íon  en  que  estáis  de  servir  a  Dios  y  que 


ningún  pecado  venial  ay  que  no    sea  en   bos 
mortal,  pues  para  conos9erlos  sólo  vos  bastáis 
por  juez.  Simonides,   poeta,  oyendo  vn  día  a 
Pausanias,  reí  de    La9edemonia,  loarse   quán 
prósperamente  le  abian  sus9edido  todas  las  co- 
sas, y  como  burlándose  preguntó  alguna  cosa 
dicha  sabiamente,  aconsejóle  que  no  se  olvi- 
dase de  que  era  hombre.  Esta  respuesta  doi  yo 
sin  demandármela.  Philippo,  rey  de  Ma9edonia, 
teniendo  nueba  de   tres   cosas   que   prospera- 
mente  le  avian  sus9edido  en  un  dia  ('),  puestas 
las  manos  y  mirando  al  gielo  dixo:  ¡O,  fortuna, 
págame  tantas  felÍ9Ídades  con  alguna  pequeña 
desventura!  no  ignorando  la  grande  invidia  que 
la  fortuna  tiene  de  los  buenos  sus9esos.  Thera- 
menes,  vno  de  los  treinta  tiranos,  abiendo  solo 
escapado  quando  se  le  hundió  la  casa  con  mu- 
cha gente,  y  teniéndole    todos  por  beato,  con 
gran  clamor:  ¡O,  fortuna!  dize,  ¿para  quando 
me  guardas?  No  pasó  mucho  tiempo  que  no  le 
matasen  los   otros  tiranos.  Grande  ingratitud 
vsariais  para  con  Dios  si  cada  dia  no  tubieseis 
delante  todas  esas  mer9edes  para  darle  gra9Ías 
por  ellas,  y  avn  me  pares9e  que  no  ai  más  ne9e- 
sidad  para  quererle  y  amarle  mucho  de  repre- 
sentarlas en  la  memoria,  y  sera  buena  oración  y 
meditación,  haziendo  deste  mundo  el  caso  que 
él  meres9e,  abiendo  visto  en  tan  pocos  años  por 
experien9Ía  los  galardones  que  a  los  que  más  le 
siguen  y  sirben  da,  y  cómo  a  los   que  le  abo- 
rresfen  es  de  azero  que  no  se  acaba,  y  a  los  que 
no  de  vidro,  que  falta  al  mejor  tiempo.  Compara- 
ba muy  bien  Platón  la  vida  del  hombre  al  dado, 
que  siempre  tiene  destar  deseando  buena  suer- 
te, y  con  todo  eso  se  a  de  contentar  con  la  que 
cayere.  Eurípides  jugó  del  vocablo  de  la  vida 
como  meres9ia.  La  vida,  dÍ9e,  tiene  el  nombre; 
mas   el   hecho  es  trabaxo.  ¿A veis   aprendido, 
como  Sant  Pablo,  contentaros  con  lo  que  te- 
néis, como  di9e  en  la  carta  a  los  philipenses? 
sé    ser   humíllde  y   mandar,   aver   hambre    y 
hartarme,  tener  necesidad  y  abundar  de  todas 
las  cosas;  todas  las  cosas  puedo  en  virtud  de 
Christo,   que  me  da  fuer9as;  ¿que  guerra  ni 
paz,  hambre  o  pestilencia  bastara  a  priuaros  de 
vna  quieta  y  sosegada  vida,  y  que  no  estiméis  en 
peco  todas  las  cosas  de  Dios  abaxo?  Mas  cómo 
hablando  Sant   Pablo  con  los  romanos:  ¿por 
ventura  la  angustia,  la  afliction,  la  persecu9Íon, 
la  hambre,  el  estar  desnudo,  el  peligro?  Persua- 
dido estoy  ya,  dize,  que  ni  la  muerte,  ni  la  vida, 
ni  los  angeles,  ni  los  principados  y  potestades, 
ni  lo  presente  ni  por  venir,  ni  lo  alto  ni  lo  baxo, 
ni  criatura  ninguna  nos  podra  apartar  del  amor 
y  afi9¡on  que  tengo  a  Dios. 

(')  que  abia  sido  vencedor  en  los  juegos  olimpiog. 
FIN 


LA  VIDA  Y  COSAS'  NOTABLES 


DEL  SESOE  obispo  DE  ZAMORA 


DON  DIEGO  DE   SIMANCAS 


NATURAL  DE  CÓRDOBA,  COLEGIAL  DEL  COLEGIO  DE  SANTA  CRUZ  DE  VALLADOLID 


ESCRITA    POR   EL    SUSODICHO 


LIBRO     PRIMERO 

DE    LA    VIDA    DEL    AUTOR 

Si  algunos  quisieren  saber  el  discurso  de  mi 
vida,  juntamente  con  algunas  particularidades 
dignas  de  memoria,  aquí  lo  hallarán  con  toda 
verdad  y  con  la  brevedad  y  distinción  que  siem- 
pre he  usado  en  todos  mis  escritos. 

Yo  nací  en  Córdoba;  mi  padre,  madre  y 
abuelos  fuei'on  naturales  de  Simancas  y  de 
otros  pueblos  de  Castilla,  todos  nobles,  y  sin 
mixtura  de  judíos,  moros  ni  herejes.  Fueron 
mis  padres  á  morar  á  Córdoba,  con  un  tío  de 
mi  madre  que  fue'  Arcediano  de  Córdoba  y  dio 
coadjutoría  del  arcedianasco  á  mi  hermano 
don  Francisco  de  Simancas,  de  su  mismo  nom- 
bre, y  dejó  á  doña  María,  mi  madre,  las  casas 
principales  que  él  edificó,  que  son  de  las  mejo- 
res de  Córdoba  y  están  vinculadas  en  los  des- 
cendientes de  mi  hermana  doña  Isabel  y  de  su 
marido,  Gonzalo  de  Hoces,  caballero  de  aquel 
linaje  principal  de  la  cepa  de  Córdoba.  Estuve 
en  aquella  ciudad  hasta  que  cumplí  catorce 
años,  en  los  cuales  me  mostraron  á  leer  j  es- 
cribir y  gramática,  y  se  conoció  en  mí  habilidad 
para  pasar  adelante,  y  así,  un  día,  tratándose 
de  haber  para  mí  un  canonicato,  dijo  mi  ma- 
dre: Cargo  de  conciencia  será  no  hacer  que  este 
niño  estudie  y  sea  un  gran  doctor;  de  la  cual 
palabra  nunca  me  olvidé  y  trabajé  siempre  por 
sacarla  verdadera,  á  lo  menos  en  ser  doctor, 
como  lo  fui  en  sus  días.  Y  porque  en  Córdoba 
no  había  escuelas  para  estudiar  Derechos,  ni 
aun  se  mostraba  bien  Latinidad,  me  llevaron 
a  Valladolid,  juntamente  con  mi  hermano  don 
Juan  de  Simancas  (que  después  fué  colegial  en 
Bolonia  y  Obispo  de  Cartagena  en  Indias,  y 


cuando  esto  escribo  es  Arcediano  y  Canónigo 
de  Córdoba) ;  en  Valladolid  estudié  un  año  más 
Latinidad,  y  con  la  afición  que  le  tomé  apro- 
veché de  manera  que  con  un  mediano  estilo  di 
algún  lustre  á  todos  mis  actos  públicos  y  mis 
escritos.  Después  comencé  á  oir  Derechos  en 
Valladolid,  y  á  cabo  de  un  año  fui  á  Salamanca, 
y  allí  estuve  nueve  años,  oyendo  á  los  Lectores 
cinco  años  y  pasando  cuatro,  todo  ello  con 
mucho  cuidado  y  provecho;  y  disputando  en 
unas  conclusiones  delante  de  muchos  doctores, 
dijo  fray  Domingo  de  Soto,  alto  que  yo  lo  oí: 
«¿  éstos  habían  de  hacer  doctores,  con  tres 
años  de  estudio,  y  no  otros  con  reintey>.  El 
último  año  leí  públicamente  el  título  De  rebus 
dubiis,  con  copia  de  oyentes,  y  me  opuse  al 
colegio  de  Santa  Cruz  de  Valladolid,  y  fui  ele- 
gido y  preferido  á  once  opositores,  muchos  de 
ellos  buenos  letrados.  El  año  primero  que  fui 
colegial  comencé  á  leer  en  las  escuelas,  y  fue- 
ron mis  oyentes  Hernán  Vásquez  de  Men- 
chaca,  del  Consejo  de  Hacienda,  y  Avalos,  que 
fué  del  Consejo  Real.  El  segundo  año  prove- 
yeron una  cátedra  de  Código,  y  casi  todo  el  año 
leí  dos  lecciones  cada  día:  la  de  mi  cátedra  á  la 
mañana  y  la  de  Prima  á  la  tarde  (que  por 
abuso  de  aquel  tiempo  se  hacía  asi  cuando  el 
Catedrático  de  Prima  era  Oidor),  y  entonces  lo 
era  el  doctor  Mora,  y  estuvo  ausente  visitando 
los  Adelantamientos.  El  año  tercero  me  gra- 
dué de  Licenciado  y  doctor  en  Leyes  y  dejé  la 
cátedra,  por  serme  impedimento  en  mis  estu- 
dios, y  por  los  pocos  oyentes  que  había  en  Le- 
yes, aunque  yo  los  tenía  todos;  y  de  ahí  ade- 
lante volví  á  pasar  infinito  número  de  libros  de 
Derechos  y  otras  facultades.  El  año  de  1545 
fui  llamado  por  consultor  de  la  Inquisición,  y 
no  me  satisfaciendo  de  los  libros  que  había  en 


152 


autobiografías  y  memorias 


aquella  materia,  la  estudie'  más  de  raíz  y  hice 
para  mí  un  borrador,  del  cual  después  salieron 
mis  Instituciones  Católicas. 

Fui  un  año  Rector  de  la  Universidad,  en  que 
se  proveyeron  muchas  cátedras  entre  colegiales 
y  otros  contrarios  del  Colegio,  y  ninguno  me 
recusó  ni  se  arrepintió  de  no  haberme  recusado. 

El  año  octavo  de  mi  Colegio  vacó  la  cátedra 
de  Vísperas  de  Leyes,  y  contra  mi  voluntad  me 
hicieron  oponer  á  ella,  y  fué  mi  opositor  el  doc- 
tor San  Andrés,  Oidor  más  antiguo  de  Valla- 
dolid,  después  de  Arrieta,  y  siendo  contra  mí 
la  Chancillería  y  la  Villa  y  la  Iglesia,  la  llevé 
con  grandísima  honra. 

Después  de  esto  hablé  al  Patriarca  don  Fer- 
nando Niño,  Presidente  del  Consejo  Real,  y  le 
dije  que  yo  siempre  había  deseado  emplearme 
en  servicio  de  el  Rey;  que  le  suplicaba  que,  si 
en  mí  concurrían  tantas  partes  cuantas  en  el 
que  más  de  los  que  pretendían  Audiencias,  fuese 
servido  de  representarlo  á  Su  Majestad.  Res- 
pondióme que  ya  él  tenía  de  mí  bastante  noticia; 
que  solamente  reparaba  en  la  cátedra,  que  era 
casi  incompatible  con  el  oficio ;  y  le  dije  que  no 
había  llevado  la  cátedra  para  que  fuese  estorbo 
de  servir  á  Su  Majestad,  sino  para  público  tes- 
timonio de  lo  que  podía  bien  hacer,  y  que  ha- 
ciéndome Su  Majestad  merced  de  una  Audien- 
cia, yo  vacaría  luego  la  cátedra.  Dijo  que  no 
quería;  que  venida  la  provissión  yo  pretendiese 
retener  la  cátedra.  Respondíle  que  no  me  mara- 
villaba de  lo  que  su  señoría  decía,  porque  nin- 
guno había  dejado  cátedra  de  propiedad  por 
darle  oficio  Real;  mas  que  yo  quería  ser  el  pri- 
mero y  quedar  por  ejemplo;  que  viese  su  seño- 
ría qué  mandaba  que  hiciese.  Dijo  que  sólo  lo 
diese  firmado,  y  así  lo  hice. 

El  me  invió  nombrado  al  Emperador,  que 
estaba  en  Flandes,  y  por  negociación  de  priva- 
dos vinieron  proveídos  por  Oidores  de  Vallado- 
lid  dos  que  nunca  estuvieron  en  colegios,  ni 
jamás  leyeron  cátedra,  y  me  exol vieron,  de  que 
el  Patriarca  quedó  sentido  y  yo  más. 

Supe  después  del  Alcalde  Muñatones,  que 
se  halló  en  Flandes,  que  para  exol  verme  dije- 
ron que  yo  era  Abogado  en  Valladolid,  y  que 
era  inconveniente  hacerme  allí  Oidor,  y  es 
cierto  que  en  toda  mi  vida  hice  escrito  como 
Abogado,  ni  fué  inclinado  jamás  mi  ánimo  á 
tal  oficio. 

Desde  á  pocos  meses  volvió  el  Patriarca  á 
nombrarme,  y  vino  mi  provisión  hecha  en  Metz, 
y  luego  vaqué  la  cátedra  y  tomé  la  posesión,  y 
salí  del  Colegio  habiendo  estado  en  él  nueve 
años,  en  mucha  conformidad  con  todos,  y  no  se 
me  habiendo  dado  cargo  en  alguna  de  las  nueve 
visitas  que  en  aquel  tiempo  se  hicieron. 

El  año  primero  que  fui  Oidor  tuve  necesidad 
de  ir  á  Córdoba,  y  estando  para  partirme  con 


licencia  del  Presidente  (que  entonces  él  sólo  la 
daba),  me  vino  á  hablar  el  Marqués  de  Sarria, 
diciendo  que  me  detuviese  á  ver  un  pleito  suyo 
muy  largo  contra  el  Conde  de  Monterrey;  y 
diciéudole  que  no  podía  y  dando  mis  justas 
causas,  fuese  al  Rey  de  Bohemia,  que  era  Go- 
bernador, y  negoció  que  el  Rey  enviase  á  decir 
al  Presidente  que  me  detuviese;  y  yo  fui  luego 
al  Rey  y  le  convencí  en  que  el  Marqués  no  pe- 
día i-azón,  y  aunque  con  dilación  de  algunos 
pocos  días,  se  me  dio  la  licencia,  y  viniéndoseme 
á  disculpar  el  Marqués,  le  dije  que,  aunque  me 
había  dado  pesadumbre,  le  era  en  cargo  que 
confió  de  mí  que  le  había  de  guai-dar  justicia, 
aunque  me  hubiese  hecho  tan  mala  obra;  y  él 
respondió  que,  por  estar  muy  cierto  dello,  se 
había  atrevido  á  enojarme. 

Fui  á  Córdoba,  y  de  allí  á  Granada,  á  cier- 
tas cosas  que  me  convenían,  y  en  nueve  días 
que  allí  estuve,  siempre  el  doctor  Covarrubias, 
que  era  Oidor,  y  me  hizo  merced  de  llevarme 
al  Presidente  y  á  los  Oidores,  como  padrino,  y 
entonces  fué  la  primera  vez  que  nos  comuni- 
camos, y  él  fué  el  que  me  persuadió  que  im- 
primiese el  libro  de  mis  Instituciones  Católi- 
cas (*),  porque  había  visto  el  borrador  mío  y  le 
había  contentado,  y  me  aseguró  que  sería  útil  y 
bien  recibido. 

Y  assí,  vuelto  á  Valladolid,  en  horas  hurta- 
das lo  torné  á  añadir  y  poner  en  la  forma  en 
que  se  imprimió. 

El  segundo  año  que  fui  Oidor  entró  en  mi 
estudio  un  caballero  que  me  había  sido  muy 
contrario  en  la  ocasión  de  la  cátedra  y  había 
gastado  hartos  dineros  en  sobornar  votos  con- 
tra mí;  y  díjome  que  se  le  había  ofrecido  un 
negocio  en  que  yo  era  Juez,  que  bien  sabía  que 
yo  no  tenía  causa  para  hacerle  merced,  antes 
para  lo  contrario,  mas  que  en  cosas  de  justicia 
estaba  cierto  que  yo  la  guardaría  á  todos,  aun- 
que me  hubiesen  ofendido,  como  él  lo  había 
hecho  en  aquella  cátedra.  Yo  le  respondí  que 
si  la  perdiera  quizá  me  quedara  el  enojo  contra 
los  que  me  la  hicieron  perder;  pero  que  el  día 
que  la  llevé  perdoné  á  todos  mis  contrarios, 

(')  De  catholicis  institutionihus.  lacohi  Siinancce 
Pacensis  cpiscopi,  de  catholicig  institutionibus,  li- 
her,  ad  prrrcarendas  k.  estirpandas  lifíreses  admo- 
dum  neecssarius.  Comp'.uti,  apud  Andrea  de  Ángulo. 
Anno  1569.  18-310  hojas  eu  folio. 

La  primera  edición  es  de  Valladolid,  año  1552. 

lleiuiprimióse  en  Roma,  año  1575. 

Este  libro  no  es,  según  parece  indicar  su  título,  un 
estudio  de  las  instituciones  principales  del  Catoli- 
cismo, pues,  como  acaso  creyera  el  buen  D.  Diego  de 
Simancas  que  la  esencia  de  nuestra  religión  consistía 
en  quemar  herejes,  se  limitó  á  escribir  un  Directo- 
rium  Inquisitorum,  donde  minuciosamente  se  inves- 
tigan los  delitos  de  herejía,  sus  penas  y  los  procedi- 
mientos del  Santo  Oficio.  Abundan  en  él  frasea  como 
ésta  (tit.  II):  «Ha:retici  tanquam  animalia  venenosa 
et  pestífera,  antequam  virus  evomant,  sunt  punieadi». 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


153 


especialmente  porque,  cuanto  fueron  más,  más 
honra  me  hicieron  ganar,  y  con  estas  palabras 
se  acabó  de  quietar. 

El  año  tercero  que  fui  Oidor  imprimí  el  libro 
de  las  Instituciones  Católicas,  y  lo  presenté  al 
Eey  Felipe,  que  entonces  era  Príncipe;  lo  reci- 
bió graciosamente  y  hizo  que  nueve  noches  le 
leyeran  del  una  hora  cada  noche,  y  lo  mandó 
llevar  en  su  recámara  cuando  fué  de  ahí  á  poco 
tiempo  á  las  Cortes  de  Monzón. 

Este  libro  fué  bien  recebido  en  España  y  en 
Italia,  y  muchos  me  escribieron  aprobándolo  y 
loándolo;  pero  dos  solos  testigos  referiré:  el  uno 
fué  el  doctor  Sepúlveda,  en  una  Epístola  queme 
invió  y  anda  entre  las  suyas  impresa,  y  el  otro 
fué  el  doctor  Remigio  Gómez,  noble  navarro, 
el  cual  dejó  impresos  algunos  tratados,  y  me 
invió  á  visitar  con  un  sobrino  suyo  desde  Pam- 
plona con  muchas  palabras  de  loor,  y  entre 
otras  dijo  que  el  Emperador  era  mal  aconse- 
jado en  no  me  desocupar  de  oficios  y  no  man- 
darme que  escribiese  otras  muchas  cosas. 

Antes  desto  me  había  dicho  el  licenciado 
Pedrosa,  de  parte  del  Patriarca,  que  si  quería 
ser  Regente  de  Navarra,  que  él  gustaría  dello, 
porque  el  Virrey  de  allí  pedía  una  persona  cali- 
ficada. Yo  respondí  que  en  años  pasados  habían 
dos  Oidores  de  Valladolid  dejado  de  aceptar 
aquella  plaza,  por  no  las  tener  por  ascenso;  que 
si  me  crecieran  el  salario  de  tal  manera  que  se 
viese  que  se  me  hacía  merced,  yo  la  aceptaría  y 
me  contentaba  con  800  ducados  y  aun  con  700. 
No  le  pareció  mal  al  Patriarca,  y  envióme  sólo 
nombrado  para  en  caso  que  se  creciese  el  sa- 
lario. 

El  Emperador,  que  estaba  en  guerras  y  con 
faltas  de  dineros,  respondió  que  no  era  tiempo 
de  acrecentar  salarios,  y  así  con  el  salario  or- 
dinario proveyó  al  doctor  Cano,  Juez  de  los 
grados  de  Sevilla,  al  cual  sucedió  después  el 
licenciado  Espinosa,  que  fué  Presidente  del 
Consejo. 

El  año  sexto,  que  ya  era  Oidor,  me  llamó  un 
día  don  Antonio  de  Fonseca,  Presidente,  y  me 
ofreció  la  plaza  de  la  Rota,  y  me  apretó  mucho 
para  que  la  aceptase,  diciendo  que  en  Italia 
tenían  á  los  juristas  españoles  por  bárbaros,  y 
que  con  ir  yo  á  Roma  se  desengañarían,  y  otras 
palabras  dulces,  con  ofertas. 

Yo  respondí  luego:  Ni  Roma  es  para  mí  ni 
yo  para  Roma.  Replicó  que  yo  sería  para  todo 
lo  que  quisiese,  y  que  no  me  resolviese  sin  pen- 
sarlo y  comunicarlo;  y  yo  lo  hice  así. 

Infórmeme  lo  mejor  que  pude  de  aquel  ofi- 
cio, y  como  gracias  á  Dios  nunca  fui  codicioso 
ni  ambicioso,  no  hallé  relación  qvie  me  satisfa- 
ciese, ni  me  pareció  que  mi  ánimo  podía  bien 
acomodarse  á  aquella  jornada,  ni  aun  mi  con- 
ciencia; y  así  diciéndolo  yo  al  Duque  de  Sessa, 


me  respondió:  Pues  si  eso  es  así  no  hay  que 
delilierar,  que  por  servir  al  Rey  base  de  poner 
la  persona  y  la  hacienda,  pero  no  la  ánima  ni 
la  honra;  finalmente,  no  la  acepté,  y  en  defecto 
de  no  ir  yo,  fué  Gaspar  de  Quiroga,  que  des- 
pués vino  á  ser  Arzobispo  de  Toledo. 

De  ahí  á  algunos  días  fui  nombrado  para 
ejecutar  el  subsidio  (que  había  revocado  Pau- 
lo IV)  contra  la  Iglesia  de  Toledo;  yo  me 
excusé,  con  justas  razones,  de  ello,  y  aunque 
don  Juan  Suárez,  Obispo  de  Lugo,  que  era  Co- 
misario, me  quiso  persuadir  á  ello,  y  entre 
otras  cossas  me  dijo  que  no  era  yo  tan  rico  que 
no  me  estuviese  bien  ser  aprovechado  en  aque- 
llo y  ganar  favor  del  Rey,  y  que  por  esta  causa 
él  y  el  licenciado  Gregorio  López,  su  asesor, 
como  mis  amigos,  me  habían  nombrado  para 
ello,  respondíle  que  era  verdad  que  yo  no  era 
rico  ni  favorecido,  mas  que  no  quería  favor  ni 
riquezas  con  escrúpulo  de  mi  conciencia,  el  cual 
yo  tenía  en  aquel  negocio,  así  por  ser  contra  la 
revocación  del  Papa  como  por  tener  yo  coadju- 
toría del  Arcedianazgo  de  Córdoba;  que  allí  es- 
taba el  licenciado  Santillán,  más  antiguo  Oidor 
que  yo,  que  lo  haría  muy  bien;  y  así  fué  que 
le  nombraron  y  hizo  la  ejecución. 

Fuimos  después  nombrados  para  hacer  una 
visita  de  un  colegio  de  beatas  y  monjas  que  había 
hecho  doña  Ana  Boniseni  (')  fuera  de  la  puerta 
del  Campo,  en  Valladolid,  porque  habían  allí 
muerto  un  clérigo  y  sucedido  otras  cosas  escan- 
dalosas; hicimos  la  visita  con  harto  fastidio,  así 
por  ser  cosa  muy  extraordinaria  como  porque 
nosotros  la  escribimos  toda  de  nuestras  manos, 
y  porque  no  fuimos  sobrellevados  de  los  conti- 
nuos y  pesados  negocios  de  la  Chancilleria.  En- 
tramos con  la  resolución  della  en  Consejo,  y 
oido  nuestro  parecer,  Vaca  de  Castro,  que  pre- 
sidía (por  estar  enfermo  Juan  de  Vega),  nos 
dijo  que  lo  habíamos  hecho  tan  bien,  que  ora 
justo  que  nos  cometiesen  otras  muchas  cosas,  y 
esto  nos  dio  por  pago. 

También  por  este  tiempo,  vistos  los  desórde- 
nes que  había  en  vender  los  oficios  de  la  Chan- 
cilleria, so  color  de  renunciaciones,  y  el  daño 
que  desto  venía  á  la  República  y  la  fraude 
que  se  hace  á  las  leyes,  que  justísimamente 
en  esto  disponen,  se  comenzó  á  poner  en  ellos 
escrúpulo,  y  solo  otro  Oidor  y  yo  comenzamos 
á  disputarlo,  y  se  reían  de  nosotros  hasta  que, 
oídas  nuestras  razones,  fueron  de  nuestro  pa- 

(M  En  el  ms.,  doña  Nabogui  Seguí.  Cnf.  Antolínez 
de  Burgos,  Historia  de  Valladolid,  cap.  LXVIU. 
En  un  ms.  de  la  misma  obra(Bibl.  Nac.  núm.  10597) 
es  llamada  doña  Ana  de  Bolosen.  D  Casimiro  Gon- 
zález ÍTarcía-ValIadolid,  en  B\i&  Dut  OH  parala  Hinto- 
ria  hihliogr ática  de  Valladolid  {I,  207),  la  llama  doña 
Ana  Bonisen.  El  convento  que  fundó  ésta  era  de 
monjas  Dominicas,  bajo  la  advocación  del  Corpus 
Christi. 


154 


autobiografías  y  memorias 


recer  la  mayor  parte,  aunque  tuvo  poco  efecto; 
y  porque  pudiese  ser  que  en  algún  tiempo  pre- 
valeciese lo  más  justo,  y  no  se  pretendiese 
ignorancia  ni  excusa  con  abusos,  recogí  mis 
fundamentos  y  hice  el  opúsculo  De  ambitu,  y 
aunque  por  ser  en  materia  de  intereses,  y  por 
eso  muy  odiosa,  no  lo  he  querido  imprimir,  pero 
he  dejado  trasladarlo  á  cuantos  me  lo  han  pe- 
dido. 

Cuando  fué  Juan  de  Vega  Presidente  co- 
menzó á  proveer  algunas  cosas  buenas,  como 
persona  de  buen  entendimiento  y  de  mucha 
experiencia,  y  que  había  hecho  muy  bien  el 
officio  de  Virrey  en  Sicilia,  de  lo  cual  entre 
idiotas  y  enemigos  de  justicia  se  levantó  una 
voz  falsa  contra  los  letrados,  diciendo  que 
atados  á  sus  leyes  no  sabían  gobernar.  Yo,  que 
sabía  cuan  contrario  es  aquello  del  buen  gobier- 
no y  de  la  justicia,  comencé  á  escribir  el  libro 
De  República,  que  después  ha  crecido  mucho,  y 
no  lo  proseguí  entonces  porque  la  falsa  opinión 
duró  poco  y  Juan  de  Vega  murió  dentro  de 
poco  tiempo. 

El  año  áa  1568  se  descubrió  en  Valladolid 
un  conveuto  de  luteranos,  que  puso  gran  admi- 
ración, porque  sin  ser  muchos  en  número,  lo 
fueron  en  calidades,  con  extrañas  circunstan- 
cias; porque  había  en  ellos  ilustres  hidalgos,  pe- 
cheros, cristianos  viejos  y  confesos;  había  cléri- 
gos, frailes,  monjas,  teólogos,  juristas,  casadas^ 
viudas,  doncellas,  solteras,  A'iejas  y  mozas;  y  re- 
sidiendo en  Valladolid  la  Inquisición  ordinaria, 
y  entonces  también  el  Consejo  de  la  Inquisi- 
ción, se  atrevieron  á  dogmatizar  y  á  hacer  con- 
ventículos heréticos,  contra  los  cuales  se  hicie- 
ron procesos  muy  bien  formados  por  los  Inqui- 
sidores ordinarios,  con  asistencia  del  licenciado 
Valtodano,  del  Consejo  de  la  Inquisición. 

Entretanto  se  descubrió  en  Murcia  una 
gran  Siuaiíoga,  en  la  cual  de  noche  predicaba 
la  ley  de  Moisén  un  guardián  de  San  Francis- 
co, judío  de  nación,  que  se  llamaba  fray  Luis 
de  Valdecañas;  y  porque  se  comenzó  á  testifi- 
car de  gran  número  de  personas,  y  algunas  de 
ellas  calificadas,  y  los  dichos  (')  de  [varios] 
testigos  no  eran  muy  fidedignos,  estuvo  el  Con- 
sejo dividido  en  votos  sobre  el  proceder  en  aque- 
llos negocios. 

Visto  esto  por  don  Fernando  de  Valdés,  In- 
quisidor general,  nos  juntó  á  Santillán  y  al  doc- 
tor Santiago  y  á  mí  para  que  dijésemos  nues- 
tro parecer;  y  vistos  en  su  presencia  dos  proce- 
sos, nos  dijo  si  queríamos  votar  luego,  y  los  dos, 
que  eran  más  antiguos  que  yo,  dijeron  que  sí; 
y  vuelto  á  mí  el  Inquisidor  genera],  dijo  que 
si  quería  yo  votar  luego.  Respondí  que  sí,  y  di 
luego  mi  voto,  de  tal  manera  que  no  tuvieron 

(')   En  el  ms.,  números. 


que  añadir  ni  quitar,  y  se  conformaron  con  él, 
y  se  prosiguieron  aquellos  negocios  con  mode- 
ración hasta  tener  muy  bastantes  probanzas  con 
grandes  evidencias. 

Acabados  de  hacer  los  procesos  de  la  mitad 
de  los  herejes  de  Valladolid  y  de  aquellas  co- 
marcas, me  llamó  el  Inquisidor  general  y  dijo 
que  tenía  necesidad  de  mí  para  la  determinación 
de  aquellos  procesos,  y  que  para  ello  tenía  esco- 
gidas parsonas  de  todos  los  Tribunales,  y  que 
había  alguna  diferencia  sobre  los  asientos,  espe- 
cial entre  los  Oidores  de  Valladolid  y  los  del 
Consejo  de  las  Indias;  mas  que  los  que  había 
escogido  fueron  primero  Oidores,  y  que  en  este 
caso  decían  que  se  solían  preferir.  Yo  le  res- 
pondí qixe,  aunque  en  otros  negocios  se  tuviese 
aquella  competencia,  pero  que  en  cosas  de  fe 
católica  no  había  para  qué  ponerse  en  puntillos; 
que  su  señoría  lo  ordenase  como  le  pareciese, 
que  todos  lo  temían  por  bien,  y  así  yo  lo  ofrecía 
de  mi  parte. 

Y  porque  no  solamente  aquellos  ¡procesos 
tocarían  á  los  presos,  sino  también  á  muchas 
personas  principales,  especialmente  al  Arzo- 
bispo de  Toledo,  convino  mucho  que  se  eligie- 
sen personas  cuales  los  negocios  requerían,  y 
así  fué  con  razón  alabada  la  elección  que  hizo 
el  Inquisidor  general  de  las  personas  siguientes: 

Los  Obispos  de  Ciudad  Rodrigo  y  de  Falen- 
cia, D.  Pedro  Ponce  y  el  licenciado  Gasea, 
que  habían  sido  del  Consejo  de  la  Inquisición; 
Figueroa  y  Muñatones,  del  Consejo  Real  y  de 
la  Cámara;  Villagómez  y  Castro,  del  Consejo 
de  las  Indias;  Santillán  y  yo,  de  la  Chancille- 
ría,  y  dos  Inquisidores  ordinarios.  Vaca  y  Gui- 
jelmo,  y  otros  dos,  uno  de  Cuenca,  el  doctor 
Riego  y  otro  Inquisidor  que  se  añadió  de  nuevo, 
el  licenciado  Diego  González;  y  asistía  Valto- 
dano, del  Consejo  de  la  Inquisición. 

Los  asientos  fueron  de  esta  manera:  el  Inqui- 
sidor general  en  medio,  y  á  su  mano  derecha 
el  Obispo  de  Ciudad  Rodrigo,  y  luego  Figue- 
roa y  Muñatones,  y  tras  de  ellos  Villagómez  y 
Castro,  y  luego  Santillán  y  yo.  Y  á  la  mano 
izquierda  el  Obispo  de  Falencia  y  Valtodano, 
y  los  cuatro  inquisidores  por  su  antigüedad;  y 
en  el  votar  no  se  guardó  el  mismo  orden,  por- 
que todos  éramos  consultores,  excepto  los  In- 
quisidores y  Valtodano.  Yo  votaba  el  primero, 
y  luego  Santillán,  y  después,  según  los  asien- 
tos, los  del  Consejo  de  Indias  y  del  Real  y  los 
Obispos,  y  volvía  el  voto  á  los  Inquisidores, 
comenzando  del  menos  antiguo  y  acabando  en 
Valtodano. 

Estuvo  algunos  días  presente  el  Inquisidor 
mayor.  Arzobispo  de  Sevilla,  hasta  ver  votar^ 
los  primeros  procesos  en  las  cosas  de  la  Inqui- 
sición; y  en  ellos  y  en  los  demás  casi  todos 
siguieron  mis  votos,  y  así  comenzó  el  Secre- 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


155 


tario  á  escribirlos  diciendo:  El  señor  doctor 
Simancas  rotó  esto,  y  todos  los  demás  señores 
votaron  la  mismo;  y  le  dije  al  segundo  voto: 
Eso  no  va  bien  oi'denado,  que  no  ha  de  decir 
sino  que  á  estos  señores  y  á  mí  nos  pareció 
esto. 

Hablando  de  ahí  á  pocos  días  el  Inquisidor 
Vaca  con  el  Arzobispo,  le  preguntó  qué  le  había 
parecido  de  mis  votos.  Respondió  que  muy 
bien,  pero  que  había  sido  sobre  estudio;  que 
más  se  había  maravillado  de  un  voto  que  di  en 
los  negocios  de  Murcia,  en  el  cual  de  repente 
dije  lo  que  pudiera  decir  si  lo  pensara  mucho 
tiempo.  Y  el  licenciado  Santillán,  volviendo  de 
Regente  de  la  Vicaría  de  Ñapóles  á  ser  Presi- 
dente de  Granada,  me  dijo  en  Valladolid  que 
Figueroa,  en  Monzón,  que  estaba  en  las  Cortes, 
le  había  hablado  loando  mucho  aquellos  votos 
míos,  porque  fuera  de  lo  que  era  de  Derecho, 
me  citaba  en  algunas  cosas  notables  de  Teolo- 
gía y  de  Historia  muy  á  propósito  y  con  bre- 
vedad. 

Fui  oidor  en  Valladolid  diez  años  y  medio, 
y  en  este  tiempo  me  recusaron  dos  veces  solas, 
y  en  la  una  dieron  las  causas  por  no  bastantes 
y  en  la  otra  condenaron  en  costas  á  la  parte 
que  me  recusó,  y  en  todo  este  tiempo  nunca 
tuve  disención  con  ningún  Oidor,  ni  me  fué 
dado  cargo  particular  en  dos  visitas  que  enton- 
ces se  hicieron,  y  de  lo  de  que  más  gracias  doy 
á  Dios  es  que  nunca  tuve  escrúpulo  de  no  haber 
hecho  justicia  con  igualdad  á  todos  estados. 

Dos  cosas  acaecieron  en  aquel  tiempo  en 
que  yo  me  hallé:  la  una  que  se  tuvo  duda  en 
qué  lugar  habían  de  ir  los  Consejos  y  en  cuál  la 
Chancillería,  yendo  juntos  á  las  honras  de  la 
Reina  doña  Juana,  madre  del  Emperador,  que 
se  hicieron  con  mucha  pompa  en  San  Benito;  y 
fuimos  diputados  para  informar  á  los  del  Con- 
sejo del  Estado  Santillán  y  yo;  y  les  convenci- 
mos á  que  fuese  la  Chancillería  en  mejor  lugar 
que  los  Consejos,  excepto  el  Real,  y  así  se 
ejecutó,  que  el  Consejo  Real  fué  al  lado  del 
Evangelio,  y  delante  del  todos  los  otros  Conse- 
jos, por  aquel  lado,  y  la  Chancillería  al  lado  de 
la  Epístola,  en  igual  del  Consejo  Real,  lo  cual 
no  se  hizo  después  así,  porque  reclamaron  algu- 
nos Consejos,  especialmente  el  de  Aragón,  y 
otra  vez  se  fué  por  sí  la  Chancillería,  y  con  ella 
la  villa. 

Lo  otro  fué  que,  viendo  gran  número  de  plei- 
teantes y  que  no  se  podían  despachar  antes  de 
Navidad,  acordamos  los  cuatro  Presidentes  de 
Salas  de  despedir  los  de  pleitos  grandes  hasta 
después  de  Pascua  y  despachar  con  diligencia 
los  otros;  y  fué  así,  que  en  veintisiete  días 
prommciamos  432  sentencias  difinitivas,  las 
cuales  yo  conté,  porque  presidía  en  la  Sala  del 
Audiencia,  y  los  autos  no  pude  contar,  por  ser 

AUTOBIOGRAFÍAS    Y    MEMORIAS.— 21 


innumerables,  que  suelen  siempre  ser  tres  tan- 
tos y  cuatro  tantos  que  las  sentencias,  cosa  que 
creo  nunca  se  vio  ni  verá,  si  no  se  toma  otra 
forma  de  concluir  y  ver  los  pleitos. 

Estando  el  Rey  nuestro  señor  en  Flandes 
se  le  enyió  nombramiento  de  personas  para  una 
plaza  que  estaba  vaca  en  aquel  Consejo,  y 
siendo  yo  uno  de  los  nombrados,  Su  Majestad 
me  eligió  y  invió  su  letra  al  Inquisidor  general 
para  que  me  diese  la  provissión  en  forma  como 
se  suele  dar,  y  él  me  la  dio  á  20  de  abril  del 
año  1559,  y  á  los  veinte  y  dos  tomé  la  posesión. 
Díjome  después  el  licenciado  Menchaca,  que 
entonces  estaba  con  el  Rey,  por  de  su  Consejo 
y  Cámara,  que  había  cuadrado  tanto  á  Su  Ma- 
jestad mi  nombre  que,  aunque  fueron  otros 
nombrados,  luego  me  había  escogido. 

Yo  fui  otro  día  á  besar  las  manos  al  Prín- 
cipe, por  la  merced  que  su  padre  me  había 
hecho,  y  él  me  dijo  estas  palabras:  Huélgome 
que  se  os  haya  dado  este  oficio,  que  es  bueno,  y 
está  bien  empleado  en  vuestra  persona,  y  más 
en  tiempo  que  tanto  es  menester.  Yo  respondí 
lo  mejor  que  supe,  y  quedé  á  su  gracia. 

Desde  á  un  mes  justo  se  celebró  solemnísi- 
mamente  el  auto  de  aquellos  herejes  en  la  Plaza 
Mayor,  con  un  tablado  para  los  reos,  hecho  de 
nueva  manera,  para  que  de  todas  partes  pudie- 
sen ser  vistos.  Juntáronse  en  otros  tablados 
todos  los  Consejos  y  personas  principales,  y  fué 
tanto  el  concurso  de  gente  que  vino  de  toda  la 
comarca,  que  se  creyó  que  con  las  del  pueblo 
que  allí  estaban  podrían  ser  docientas  mil  per- 
sonas. 

Fueron  quemados  doce  ó  trece  y  reconcilia- 
dos dos  tantos,  y  lo  más  señalado  fué  el  ductor 
Agustín  de  Cazalla,  teólogo  y  predicador,  el 
cual  fué  predicador  contra  sí  y  contra  los  otros 
condenando  aquellas  herejías,  y  diciendo  cosas 
muy  buenas  de  la  fee  católica  y  exhortando  con 
ella.  Fui  yo  de  parecer  que  á  los  sacerdotes  no 
seles piisiese  coroza  hasta  que  estuviesen  degra- 
dados, y  á  todos  pareció  bien,  y  así  se  hizo 
entonces  y  de  ahí  adelante  (•). 

Llevóse  la  relación  del  auto  al  Papa  PauloIV, 
y  gustó  mucho  della  y  hízola  leer  delante  de 
algunos  Cardenales;  y  dijo  que  por  inspiración 
del  Espíritu  Santo  habían  los  Reyes  Católicos 
dado  orden  en  que  se  pusiesen  Inquisiciones  en 
España,  para  que  no  prevaleciesen  en  ella  los 
herejes,  y  concedió  muchas  gracias  al  Santo 
Oficio. 

Y  habiendo  dado  su  Breve  para  que,  si  paré- 
is) Los  procesos  de  los  luteranos  de  Valladolid  han 
sido  publicados,  traducidos  en  su  mayor  parte  al  ale- 
mán, por  el  Dr.  Ernesto  Schiifer  en  su  Beitriige  zur 
Gcscliichte  des  spanvichen  Protestantianns  xuid  dt-r 
Inquixition  im  sechzchnten  Jahrhundert .  Gütersloli, 
19U2.  3  vol,  en  8.°. 


156 


autobiografías  y  memorias 


ciesen  algunos  Preladas  culpados  de  herejía  ea 
España,  se  pudiese  proceder  contra  ellos  aun- 
que fuesen  Obispos,  Arzobispos  y  Primados, 
se  recogieron  todas  las  cosas  que  habían  resul- 
tado contra  fray  Bartolomé  de  Miranda,  Arzo- 
bispo de  Toledo,  así  de  testigos  como  de  sus 
escritos,  que  andaban  en  poder  de  monjas  y  de 
sus  discípulos,  y  sobre  todo  se  hizo  mucho  caso 
de  las  calificaciones  de  su  Catecismo,  en  el  cual 
se  halló  mucha  mala  doctrina  impresa,  trasla- 
dada de  libros  perniciosísimos  de  herejes. 

Lo  cual  todo  visto  en  el  Consejo  de  la  Inqui- 
sición y  comunicado  en  todos  los  que  votaron 
en  el  auto  pasado  se  i-esolvió  que  debía  ser 
preso  el  dicho  Arzobispo,  dando  primero  noti- 
cia al  Rey,  que  estaba  en  Flandes,  y  así  se  [me] 
cometió  que  hiciese  la  consulta,  la  cual  se  envió 
al  Rey;  y  vista,  nos  escribió  una  carta  dignísi- 
ma de  su  cristiandad,  en  que  en  efecto  decía 
que  se  hiciese  justicia  contra  el  Arzobispo,  y 
contra  cualesquiera  personas  que  no  sintiesen 
bien  de  la  fee  católica,  aunque  tocase  á  su  pro- 
pio hijo,  que  él  daba  todo  el  favor  necesario. 

Con  esta  respuesta  se  votó  la  prisión  del 
Arzobispo,  y  todos  dieron  sus  votos  conformes, 
aunque  al  principio  habían  tres  blandeado. 
Estaba  él  entonces  visitando  algunos  pueblos, 
y  porque  se  hiciese  la  prisión  con  menos  incon- 
venientes, se  acordó  que  la  Princesa  de  Portu- 
gal, Gobernadora,  le  enviase  á  llamar  y  que 
venido  podía  ser  preso  en  la  casa  de  su  apo- 
sento, que  se  le  señaló  junto  á  San  Pedro,  fuera 
de  los  muros  de  Valladohd. 

Fué  con  este  mensaje  don  Rodrigo  de  Castro, 
creado  Inquisidor  secreto  para  este  efecto,  y  el 
reo  dilató  tanto  su  venida,  que  se  tuvo  sospe- 
cha que  había  sido  avisado  de  lo  que  estaba 
votado;  y  visto  esto  se  mandó  á  don  Diego  Ra- 
mírez, Inquisidor  de  Toledo,  yá  Cebrián,  Algua- 
cil mayor  de  el  Consejo,  que  prendiesen  al 
Arzobispo  con  el  mejor  medio  que  pudieren ;  y 
así  lo  prendieron  en  Tordelaguna,  estando  en 
su  cama,  antes  que  amaneciese,  habiendo  cer- 
cado la  posada  con  muchos  familiares  y  hecho 
otras  buenas  prevenciones ;  fué  esta  prisión  á 
22  de  agosto  del  año  de  1559  ('). 

Fué  traído  á  Valladolid  á  28,  al  cuarto  del 
alba,  y  luego  en  el  Consejo  fuimos  diputado*! 
para  visitarle  Valtodano  y  yo,  y  decirle  lo  que 
allí  se  había  acordado.  Hallámosle  en  aquellas 
casas  en  que  estaba  hecho  su  aposento  (que  en- 
tonces eran  de  Pedro  González  de  León),  el 


(')  Por  ser  tan  conocido  lo  referente  al  proceso  de 
Carranza  y  á  los  personajes  que  en  él  figuran  consi- 
dero ocioso  el  poner  notas  á  la  relación  de  Simancas, 
que  es  fácil  cotejar  con  lo  que  acerca  del  particular 
escribe  D.  Marcelino  Menóndez  y  Pelayo  en  su  Ilis- 
tori/i  de  los  hetcrodoxrs  españoles,  t.  II,  págs.  359 
á  ^15. 


cual  estaba  solo  en  una  pieza  encerrado,  y  en- 
trando allá  le  dijimos  que  su  justicia  seria  muy 
bien  guardada  y  su  persona  sería  tratada  con 
toda  decencia  y  proveída  de  todo  lo  necesario;  y 
porque  no  se  sufría  estar  mucha  gente  con  él, 
escogiese  dos  personas,  cuales  más  le  agrada- 
sen, que  le  sirviesen  dentro  en  su  aposento,  y 
que  dijese  si  estaba  contento  de  los  oficiales  que 
tenía  para  su  cocina  y  despensa,  que  aquellos 
que  más  le  agradasen  se  le  darían.  El  escogió 
un  fraile  lego  y  un  paje  que  estuviesen  con  él 
y  dijo  que  estaba  satisfecho  de  sus  oficiales,  y 
así  se  hizo  como  se  lo  ofrecimos. 

Y  acomodado  bien  su  aposento,  vino  el  Ar- 
zobispo de  Sevilla,  y  todo  el  Consejo  con  él,  y 
en  nuestra  presencia  le  dijo  algunas  buenas  pa- 
labras, y  le  exhortó  á  que  tuviese  paciencia,  y 
le  hizo  luego  una  monición  de  las  que  usa  el 
Santo  Oficio.  El  respondió  que,  pues  le  decía 
que  tuviese  paciencia,  que  la  tuviese  su  Seño- 
ría entretanto  que  él  usaba  de  su  derecho,  y 
luego  le  comenzó  á  poner  causas  de  recusación, 
tan  pesadamente  que,  habiéndole  esperado  un 
rato  el  Inquisidor  general,  y  viendo  que  il)a 
muy  prolijo,  le  dijo  que  aquello  podría  decir 
después  cuan  largo  quisiese,  y  que  no  era  ne- 
cesario que  él  estuviese  presente;  y  con  esto 
nos  fuimos. 

Y  volvimos  Valtodano  y  yo  con  el  Secreta- 
rio Landeta,  y  prosiguió  sus  causas,  cuantas 
pudo  imaginar,  y  también  recusó  á  Cobos  y  al 
maestro  Andrés  Pérez,  que  era  del  Consejo  de 
la  Inquisición. 

Juntámonos  con  el  Arzobispo  de  Sevilla  to- 
dos los  del  Consejo  y  los  Consultores,  para  ver 
lo  que  se  debía  hacer,  y  hubo  tres  pareceres: 
uno,  que  se  procediese  recusatione  remota,  por 
parecer  las  causas  frivolas ;  otro,  que  se  consul- 
tase al  Papa,  y  éste  fué  el  mejor,  según  des- 
pués pareció;  otro,  que  se  nombrasen  arbitros 
para  conocer  de  las  cav.sas  de  la  recusación,  y 
éste  se  ejecutó;  y  nombró  el  reo  á  don  Juan 
Sarmiento,  del  Consejo  de  las  Indias,  y  el  Fis- 
cal nombró  á  Isunza,  Oidor  de  Valladolid,  los 
cuales  declararon  lo  que  después  se  dirá. 

Entretanto  se  votaron  los  procesos  de  los 
otros  herejes  que  estaban  en  la  Inquisición  de 
Valladolid,  y  por  estar  enfermo  Valtodano  fui 
yo  el  último  voto,  habiendo  sido  en  el  otro  auto 
el  primero. 

Fué  el  número  de  los  quemados  y  reconci- 
liados casi  el  mismo  que  en  el  otro  auto;  el  más 
notable  hereje  fué  fray  Domingo  de  Rojas, 
hijo  del  Marqués  de  Poza,  fraile  dominico,  dis- 
cípulo último  del  Arzobispo  de  Toledo,  el  cual 
estuvo  pertinaz  hasta  cerca  de  la  hoguera,  y 
dijo  en  su  proceso  dos  cosas  señaladas:  la  una, 
que  él  no  merecía  perdón  en  esta  vida  ni  en  la 
otra,  porque  nunca  se  pudiendo  persuadir  que 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


157 


aquellas  herejías  de  Lutero  fuesen  verdaderas, 
las  dogmatizó  por  buenas  á  sus  parientes  y 
amigos;  la  otra,  que  si  el  Arzobispo  de  Toledo 
no  les  hubiera  dado  los  jarabes,  no  obrara  tan 
presto  la  purga  en  él  y  en  aquella  gente  erra- 
da; y  es  cierto  que  el  lenguaje  de  todos  aque- 
llos procesos  era  el  mismo  que  el  del  Cate- 
cismo. 

Aunque  fué  muy  solemne  el  auto  pasado,  lo 
fué  más  éste,  por  hallarse  presente  en  él  el  Rey 
nuestro  señor  con  toda  su  majestad,  el  cual  pú- 
blicamente, estando  en  pie  y  la  gorra  quitada, 
hizo  juramento  en  manos  del  Inquisidor  gene- 
ral que  favorecería  las  cosas  de  la  fee  católica  y 
á  sus  ministros,  conforme  una  minuta  que  yo 
había  ordenado  el  día  antes.  Conté  yo  allí  trein- 
ta y  nueve  personas  de  título,  aunque  no  había 
entonces  tantos  Marqueses  y  Condes  cuantos 
ahora  hay. 

Dejado  el  reo  en  buena  custodia  nos  fuimos 
con  la  Corte  á  Toledo,  entretanto  que  se  daba 
fin  á  la  recusación  ó  se  tomaba  otro  orden  para 
proseguir  la  causa  principal,  en  lo  cual  se  tar- 
dó año  y  medio. 

Entretanto  despachamos  las  causas  ocurrien- 
tes, y  entre  ellas  se  trajeron  allí  los  procesos 
principales  de  Murcia,  y  fuimos  á  hallarnos 
presentes  Valtodano  y  yo  á  la  Inquisición  de 
Toledo  veintisiete  días,  y  el  Inquisidor  gene- 
ral también  fué  allí  algunos  días,  y  en  nuestra 
presencia  los  votaron  los  Inquisidores  de  To- 
ledo y  los  de  Murcia  que  vinieron  con  los  pro- 
cesos, y  á  todos  y  á  los  Consultores  pareció  que 
no  había  que  dudar  en  las  culpas  de  aquellos 
reos,  y  así  se  hizo  justicia;  y  aprov?chó  estar 
yo  allí  para  informar  después  al  Papa  Pío  V, 
cuando  le  quisieron  persuadir  que  todo  aquello 
era  falso. 

En  aquel  tiempo,  entendiendo  el  Rey  de 
Francia  que  su  reino  estaba  lleno  de  herejes, 
envió  á  pedir  á  nuestro  Rey,  su  cuñado,  que  le 
enviase  una  relación  é  información  de  la  forma 
que  se  tenía  en  España  de  proceder  contra  los 
herejes.  Di  jólo  el  Rey  al  Inquisidor  general,  y 
él  nos  lo  encargó  á  Valtodano  y  á  mí,  y  la  hi- 
cimos y  se  le  envió;  y  comenzó  por  mano  de 
los  Obispos,  Inquisidores  ordinarios,  á  proce- 
der contra  aquellos  herejes,  y  fueron  algunos 
presos;  mas  ellos  eran  tantos  y  tan  favorecidos, 
que  no  se  ejecutó  lo  que  convenía,  por  donde 
han  venido  al  perdimiento  en  que  ahora  están. 

También  entonces  me  envió  el  Rey  á  llamar 
y  me  dixo  que  el  Obispo  de  Segovia,  don  Mar- 
tín Pérez  de  Ayala,  había  hecho  la  visita  del 
Consejo  de  las  Ordenes;  y  que  como  era  teólo- 
go, tenía  necesidad  de  un  jurista  para  la  deter- 
minación de  ella;  que  me  juntase  con  él  y  en 
ello  se  le  haría  servicio.  Yo  le  respondí  algunas 
razones,  diciendo  cuan  gran  merced  era  para  mí 


que  se  acordase  de  mandarme,  y  que  si  era  cosa 
que  requiriese  presteza  diría  al  Inquisidor  ge- 
neral que  me  tuviese  por  excusado  algunos 
días.  Díjome  estas  palabras:  Sois  allí  tan  ne- 
cesario, que  no  quería  faltásedes  un  punto. 

Fui  luego  en  casa  del  Obispo,  al  cual  no  ha- 
bía jamás  hablado,  y  le  dije  si  había  tratado 
con  el  Rey  algo  de  mí.  Respondióme  qua  le  ha- 
bía pedido  una  persona  de  sus  Consejos  para 
resolver  lo  que  conviniese  en  aquella  visita,  y 
que  le  señaló  á  Menchaca  y  á  Pedrosa,  del 
Consejo  Real,  y  que  él,  por  buenos  respetos, 
dijo  que  no  convenía,  y  que  le  dijo  el  Rey: 
Fues  elegid  vos  el  que  más  os  agradare;  y  que 
él  me  había  nombrado,  y  que  el  Rey  había 
aprobado  su  elección,  y  dijo:  Bien  os  hallaréis 
con  él. 

Yo  le  pregunté  qué  le  había  movido  á  nom- 
brarme sin  haberme  conocido.  Respondió  que 
había  leído  en  mis  Instituciones  Católicas,  y 
había  oído  de  mí  otras  cosas  que  le  habían 
persuadido  á  ello.  Vimos  lo  que  tenía  hecho,  y 
platicamos  algunos  días  en  lo  que  se  debía  ha- 
cer, y  hállele  tan  dócil  en  lo  que  dudaba,  que 
nunca  replicó  á  mis  respuestas.  Ordenamos 
todo  lo  que  nos  pareció  que  convenía;  y  llevado 
al  Rey  me  dijo  si  estaba  satisfecho  de  todo 
aquello,  y  yo  le  respondí  que  cuanto  habíamos 
podido  entender  el  Obispo  y  yo  habíamos  orde- 
nado allí  sin  más  respeto  que  el  que  convenía 
al  bien  de  aquel  Tribunal  y  servicio  de  Su  Ma- 
jestad. Díjome:  Yo  os  lo  agradezco  mucho. 

Era  entonces  Presidente  del  Consejo  el  Mar- 
qués de  Mondéjar,  con  quien  yo  tenía  mucha 
familiaridad,  y  díjele  un  día  que  había  de  en- 
gañarse su  señoría  en  las  elecciones  de  oficio 
con  el  mucho  artificio  que  en  ellas  se  usaba,  mas 
que  el  engaño  sería  menor  si  se  entendiese  que 
ternía  en  poco  al  que  le  quisiese  engañar,  y  si 
no  creyese  á  uno  sólo,  sino  á  muchos  contes- 
tes, y  que  no  se  infiriesen,  porque  el  que  venía 
á  negociar  por  alguno  necesariamente  le  había 
de  hablar  y  encubrir  sus  faltas. 

Respondióme  que  él  era  ya  de  mucha  edad  y 
que  las  provisiones  que  hiciese  sería  como  las 
hiciera  al  punto  de  su  muerte,  y  que  si  el  Rey 
le  desbaratase  alguna,  que  él  no  tenía  la  culpa, 
y  que  si  las  provisiones  no  fuesen  á  gusto  del 
Reino,  que  también  volvería  por  su  honra  y 
diría  que  el  Rey  las  había  hecho  y  no  él..  Túvo- 
me tanta  afición,  que  me  cometió  algunos  me- 
moriales, que  también  había  yo  jurado  como  él 
tener  secreto  y  procurar  el  bien  público,  y  un 
día  dijo  á  Valtodano,  hablando  de  mí:  Soy  su... 
no  sé  por  qué  termino  lo  diga ;  soy  su  enamo- 
rado. 

Los  Jueces  arbitros  dieron  por  recusado  á 
Cobos,  por  ser  pariente  cercano  del  Marqués  de 
Camarasa,  que  pleiteaba  con  el  reo  sobre  el 


158 


autobiografías  y  memorias 


adelantamiento  de  Cazorla,  y  al  Arzobispo  de 
Sevilla,  porque  era  gran  amigo  de  las  cosas  de 
Cobos,  y  declaró  que  deseaba  que  tuviese  justi- 
cia en  lo  del  Adelantamiento,  y  que  un  día  se 
halló  presente  á  la  consulta  que  sus  Abogados 
hicieron  sobre  ello;  y  á  Andrés  Pérez  dieron 
por  recusado  por  ciertas  palabras  que  había  di- 
dicho  contra  el  reo. 

Visto  que  si  se  apelase  de  aquellas  senten- 
cias nunca  el  negocio  se  acabaría,  y  que  se  mo- 
rirían algunos  testigos,  impetróse  Breve  del 
Papa  Pío  IV,  en  que  cometió  á  las  personas 
que  el  Rey  nombrase  que  hiciesen  el  proceso 
dentro  de  dos  años.  Mandó  Su  Majestad  que 
platicásemos  sobre  ello  y  le  dijésemos  nuestra 
resolución;  y  después  de  haberlo  conferido  fui- 
mos á  consulta  delante  del  Rey  Figueroa  y  Vi- 
llagómez,  Valtodano,  yo  y  Ventura  de  Guz- 
mán  (que  ya  era  del  Consejo  de  la  Inquisi- 
ción), y  Fresneda,  confesor  del  Rey,  que  los 
demás  estaban  recusados  y  ausentes. 

Los  que  nunca  habíamos  estado  en  consulta 
con  la  persona  Real  preguntamos  á  Figueroa 
cómo  nos  habíamos  de  haber.  Respondió  que  si 
fuese  la  consulta  breve  estaríamos  en  pie  y  qui- 
tados los  bonetes;  mas  si  fuese  larga  nos  man- 
daría sentar  y  cubrir,  y  que  solamente  cuando 
él  hablase  estaríamos  descubiertos,  y  cada  uno 
cuando  votase;  y  así  fué,  que  nos  mandó  sen- 
tar en  unos  escabelos  fronteros  y  cerca  del. 

Después  de  sentados  nos  mandó  cubrir  con 
seña  que  hizo  con  la  mano,  y  luego  dijo:  Su 
Santidad  me  ha  cometido  el  nombramiento  de 
las  personas  que  han  de  hacer  este  proceso; 
quiero  oir  vuestro  parecer,  porque  estaré  cierto 
que  no  erraré  siguiéndolo.  Y  luego  añadió: 
vos,  licenciado  Valtodano,  que  por  vuestra  edad 
y  larga  experiencia  estaréis  más  instruido,  de- 
cid qué  os  parece;  y  tras  él  dijo  que  hablase 
yo,  y  después  Guzmán  y  el  confesor  Fresneda, 
y  los  últimos  Villagómez  y  Figueroa. 

Oidos  nuestros  pareceres,  nos  preguntó  algu- 
nas dudas  muy  á  propósito,  á  las  cuales  res- 
pondimos, y  con  esto  se  acabó  la  consulta.  Y 
me  preguntó  Figueroa  qué  me  había  parecido 
de  lo  que  el  Rey  había  hablado.  Respondí  le  que 
muy  bien.  Dijo:  Plugiese  á  Dios  que  así  lo 
ejecutase  como  lo  entiende. 

De  aquella  consulta  resultó  que  el  Arzobispo 
de  Santiago,  don  Gaspar  de  Zúñiga,  fuese  nom- 
brado, pues  el  de  Toledo  era  el  reo  y  el  de  Se- 
villa estaba  recusado;  y  que  el  de  Santiago  nos 
subdelegase  á  Valtodano  y  á  mí  para  hacer  el 
proceso  en  Valladolid,  y  él  se  quedase  en  la 
Corte  y  se  acompañase  con  los  del  Consejo  de 
la  Inquisición  en  las  dudas  que  ocurriesen. 

Entretanto  que  el  Arzobispo  vino  desde 
Santiago  hicimos  Valtodano  y  yo  noventa  y 
un  capítulos  del  orden  que  debían  guardar  en 


proceder  los  Inquisidores,  que  aunque  estaba 
mandado  por  instrucción  antigua  que  todos  se 
conformasen  en  esto,  pero  no  se  hacía  así,  lo 
cual  era  de  gran  inconveniente.  Estos  capítu- 
los se  imprimieron  en  nombre  del  Inquisidor 
general,  y  éstos  di  yo  al  Papa  Gregorio  XIII 
para  las  Inquisiciones  de  Italia,  que  los  habían 
más  menester,  y  él  se  holgó  con  ellos. 

Por  este  tiempo  vacó  el  obispado  de  Sigüenza, 
y  un  día  el  Príncipe,  sobre  mesa,  dijo:  ¿A 
quién  dará  mi  padre  este  obispado?  Dijo  el  doc- 
tor Olivares,  su  médico  de  cámara:  Déjeselo  á 
mi  parecer,  que  yo  lo  emplearía  bien.  Dijo  el 
Príncipe:  Vos  daríadeslo  al  doctor  Simancas, 
vuestro  amigo.  Respondió  él:  Sí  daría,  por 
cierto.  Replicó  el  Príncipe:  No,  que  este  obis- 
pado es  de  los  mejores,  y  hase  de  dar  á  quien 
tenga  otro  que  dejar.  Entonces  dijo  Honorato 
Joan,  su  maestro:  En  verdad.  Señor,  que  no  se 
errase  en  darlo  al  doctor  Simancas  de  primera 
vez,  porque  es  de  los  más  calificados  que  Su 
Majestad  tiene  en  todos  sus  Tribunales.  Vino 
luego  aquella  tarde  á  contármelo  (como  lo  he 
referido)  el  doctor  Olivares,  diciendo  que  con- 
servase la  amistad  de  Honorato  Joan,  que  se 
mostraba  muy  mi  aficionado. 

Vacó  tam])ién  en  este  tiempo  el  obispado  de 
Falencia,  y  por  sus  buenas  cualidades,  y  por- 
que se  tratase  la  causa  con  más  autoridad,  fué 
nombrado  para  él  don  Cristóbal  Fernández 
Valtodano,  con  el  cual  fui  yo  á  Valladolid  el 
mayo  siguiente  de  1561,  y  entre  tanto  se  me 
cometió  la  visita  de  la  Inquisición  de  Toledo,  la 
cual  yo  hice  lo  mejor  que  pude  y  supe,  que  aun- 
que no  les  descontentó,  ningunas  gracias  me 
dierou  por  ella. 

Para  ir  yo  á  Valladolid  me  salió  un  compe- 
tidor, que  pretendió  ir  él,  y  tuvo  negocio  y 
favor  para  ello,  y  se  sospechó  que  la  visita  de 
la  Inquisición  de  Toledo  se  me  encargó  en 
aquella  coyuntura  para  embarazarme  el  camino, 
y  porque  yo  me  di  priesa  y  la  acabé  presto  no 
se  me  agradeció. 

Llegados  á  Valladolid,  dimos  orden  en  la 
manera  de  proceder  y  en  las  circunstancias  que 
había  de  haber,  y  fueron  que  se  dispuso  una 
pieza  para  hacer  las  audiencias,  en  la  cual  es- 
taba un  dosel  y  debajo  del  ima  mesa  atravesada 
á  la  larga,  y  el  Obispo  de  Falencia  estaba  sen- 
tado hacia  un  lado  debajo  del  dosel,  y  yo  junto 
á  él  en  una  de  las  que  llaman  cabecera  de 
mesa,  y  al  otro  lado  frontero  de  mí  se  sentaba 
el  reo,  y  cerca  de  mí,  en  una  banquilla,  estaba 
el  Secretario  que  escribía,  y  desde  él  al  reo  ha- 
bía un  escabelo  en  que  se  sentaban  los  Abo- 
gados. 

Vínome  á  visitar  don  Antonio  Pimentel, 
Conde  de  Benavente,  que  era  muy  aficionado 
al  reo,  por  tener  en  su  casa  un  hermano  suyo; 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


159 


y  entre  otras  cosas  y  pláticas  (que  tenía  muy 
discretas  y  graciosas),  me  dijo  que  él  diera  de 
buena  gana  quinientos  ducados  por  ver  al  reo 
en  la  primera  audiencia.  Yo  le  dije  que  su  se- 
ñoría empleara  mal  el  dinero  por  ver  un  ruin 
gesto.  Replicó  que  no  lo  haría  por  su  gesto  (que 
ya  lo  había  visto),  sino  por  oir  lo  que  diría,  y 
es  cierto  que  tenía  el  reo  un  aspecto  desapaci- 
ble; y  viéndolo  un  día  en  Roma  Onufrio  Camo- 
yano,  uno  de  los  Consultores,  dijo  que  tenía 
rostro  infelicísimo. 

Cuando  el  reo  entraba  á  audiencia  levantába- 
mouos  á  él  sin  saür  de  nuestras  sillas,  y  lo 
mismo  hacíamos  cuando  se  volvía,  y  los  Aboga- 
dos nos  hacían  primero  á  nosotros  como  Jueces 
la  reverencia  y  después  al  reo,  el  cual  nos  tuvo 
suspensos  tres  meses  llamando  Abogados  y 
consultando  si  consentiría  en  que  hiciésemos 
su  proceso;  y  al  fin,  visto  que  no  tenía  causa 
para  recusarnos  y  no  podía  hacer  otra  cosa,  se 
allanó. 

Todas  las  consultas  con  sus  Abogados  se  ha- 
cían en  nuestra  pi-esencia,  sin  darle  lugar  á 
otras  pláticas  secretas.  Quísonos  recusar  por- 
que habíamos  votado  su  prisión,  y  lo  mismo 
dijo  el  Nuncio  del  Papa  al  Rey  en  Toledo, 
cuando  supo  que  estábamos  nombrados ,  al  cual 
respondió  el  Rey  discretamente  que  si  aquella 
era  causa  justa  de  sospecha,  ningún  Juez  que 
mandase  prender  á  los  reos  podía  después  cono- 
cer de  sus  causas. 

Hacíimos  audiencia  con  el  reo,  unas  veces  de 
oficio,  otras  á  su  petición,  otras  pidiéndolo  el 
Fiscal  y  otras  á  pedimiento  de  los  Abogados. 
Era  el  reo  tan  prolijo  y  confuso  y  tardo  en  re- 
solverse y  tan  sospechoso  en  todo,  que  nos  daba 
mucho  fastidio. 

Hicímosle  las  admoniciones  ordinarias,  y  es- 
tuvo negativo  á  todas  ellas,  diciendo  que  no  te- 
nía más  culpa  que  Santo  Domingo. 

Estaban  calificando  sus  esci'itos  fray  Die- 
go de  Chaves,  dominico:  fray  Joan  de  Ibarra, 
francisco;  fray  Rodrigo  Vadillo,  benito ;  fray 
Joan  de  Alzorozas,  Jerónimo,  y  enviaron  gran 
número  de  malas  proposiciones,  sacadas  de  sólo 
el  "séptimo  cartapacio  del  reo,  y  dellas  se  le 
puso  la  primera  acusación,  y  dije  al  Obispo  de 
Falencia  que,  pues  faltaba  de  calificar  otros 
trece  cartapacios  y  el  Catecismo  y  otros  pape- 
les del  reo,  que  escribiésemos  á  los  teólogos  que 
no  calificasen  sino  solas  las  proposiciones  más 
importantes,  porque  aliende  de  la  prolijidad  y 
poco  efeto,  era  causa  de  calumniar  todas  las 
otras,  diciendo  que  quien  calificaba  cosas  tan 
menudas  que  tenía  mal  ánimo  contra  el  reo.  Es- 
cribímoslo  al  Arzobispo  de  Santiago,  y  él  se  lo 
dijo,  y  nos  respondió  que  decían  que  ellos  lo 
habían  de  calificar  todo,  que  los  Jueces  tomasen 
dello  lo  que  quisiesen;  y  ello  sucedió  en  Roma  | 


como  yo  lo  había  conjeturado,  que  lo  atribuye- 
ron todo  á  mala  voluntad  y  odio  y  mal  ánimo. 

El  reo  estuvo  siempre  negando  cuanto  se  le 
oponía  de  testigos  y  escritos,  y  justificándose 
en  todo  y  por  todo.  Nosotros  proseguimos 
nuestro  proceso  con  toda  justificación,  sin  dar 
al  reo  causa  ni  ocasión  para  agraviarse,  para  po- 
der apelar. 

Entretanto  se  pidieron  dos  prorrogaciones 
para  que  los  teólogos  acabasen  de  calificar,  y 
los  que  hacían  por  el  reo  las  impidieron  de  tal 
manera  que  no  se  concedieron  sino  diez  meses 
en  ambas,  y  así  que,  bien  contado  el  tiempo 
que  el  reo  estuvo  preso  en  España,  se  redujo  á 
poco  más  de  tres  años,  en  que  se  pudo  tratar 
de  su  negocio,  porque  dos  años  se  gastaron  en 
la  recusación,  hasta  que  venimos  á  hacer  el  pro- 
ceso, y  catorce  meses  estuvo  la  causa  parada  es- 
perando las  prorrogaciones,  y  casi  otros  dos 
añ  )s  se  pasaron  en  demandas  y  respuestas  sobre 
á  dónde  se  había  de  ver  y  sentenciar  la  causa. 

El  doctor  Navarro,  Abogado  del  reo,  con  in- 
finita pasión,  que  siempre  tuvo  en  este  negocio, 
escribió  en  su  buen  romance  al  Rey  un  trata- 
dillo,  persuadiéndole  que  no  estorbase  que  esta 
causa  no  fuese  á  Roma,  que  si  lo  contrario  hacía 
no  dejaba  de  pecar,  á  lo  menos  venialmente  ('). 

El  Rey,  con  su  gran  juicio,  se  disgustó  con 
la  obrilla,  y  la  envió  luego  al  Ai'zobispo  de  San- 
tiago, y  él  me  la  envió  (que  estaba  Yaltodano 
en  Falencia  entonces).  Yo  en  tres  días  escribí 
lo  contrario,  no  negando  que  las  causas  de  los 
Prelados  no  sean  de  la  jurisdicción  del  Papa, 
sino  probando  por  historias,  decretos  y  ejem- 
plos y  razones  eficaces,  que  convenía  que  esta 
causa  se  i-emitiese  á  España,  asistiendo  á  ella, 
en  nombre  de  Su  Santidad,  las  personas  que  él 
quisiese  enviar. 

Agradó  al  Rey  lo  que  yo  escribí,  y  lo  guardó 
en  su  escritorio. 

En  este  tiempo  se  me  cometió  la  visita  de  la 
Inquisición  de  Yalladolid,  y  yo  la  hice  á  con- 
tento del  Consejo;  pero  ni  aun  de  palabra  me 
dieron  gracias  por  ella. 

El  año  15G-t  me  envió  el  Rey  esta  carta: 

POR   EL  REY 

Al  doctor  Simancas,  del  Consejo  de  la  Santa 
General  inquisición. 

El  Reí 

«Doctor  Simancas,  de  la  Santa  General  In- 
quisición, habiendo  promovido  al  doctor  Cova- 
rruvias,  Obispo  de  Ciudad  Rodrigo,  al  obis- 
pado de  Segovia,  que  como  sabéis  estaba  vaco, 

(*)  El  dictamen  de  Azpilcueta  ha  sido  impreso  por 
Fr.  Justo  Cuervo  en  su  estudio  Carranza  y  el  doctor 
A'arnrro  (Revista  ibera-americana  de  Ciencias  ecle- 
siásticas, julio  de  1902,  paga.  53  á  64). 


160 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


por  promosión  que  hicimos  de  don  Martín  de 
Ayala,  Obis[)0  de  aquella  Iglesia,  al  arzobis- 
pado de  Valencia,  y  teniendo  luemoria  de  vues- 
tra persona,  letras  y  buenas  costumbres,  y  sien- 
do cierto  que  la  dicha  Iglesia  de  Ciudad  Ro- 
drigo será  ijien  gobernada,  y  nuestra  conciencia 
descargada,  os  habernos  elegido  y  nombrado 
para  aquel  obispado,  cargándole  de  nuevo  do- 
cientos  ducados  de  pensión  demás  y  allende  de 
la  que  al  presente  tiene,  que  se  proveerán  des- 
pués, y  con  que  dejéis  lo  que  tuviéredes  por  la 
Iglesia,  de  que  nos  enviaréis  relación  firmada 
de  vuestro  nombre;  de  lo  cual  os  habernos  que- 
rido avisar,  para  que  proveáis  á  Roma  de  lo  ne- 
cesario para  la  expedición  de  las  bulas,  que  yo 
mando  escribir  á  nuestro  Embajador  que  con- 
forme á  esto  os  presente  á  Su  Santidad,  y 
venidas  aquellas,  iréis  á  estar  y  residir  en  aquel 
obispado,  teniendo  de  su  buena  gobernación  y 
administración  el  cuidado  que  de  vos  espero 
y  confío,  como  conviene  al  servicio  de  Nuestro 
Señor  y  descargo  de  nuestra  conciencia.  De 
Madrid  3  de  agosto  de  1564». 

Yo  acepté,  y  no  tenía  que  dejar,  aunque  era 
coadjutor  del  Arcedianazgo,  y  aun  Canonicato 
de  Córdoba.  No  se  pasaron  las  bulas  en  Ro- 
ma, por  no  enviar  el  despacho  al  Embajador 
hasta  diciembre,  ni  vinieron  hasta  marzo,  y  así 
yo  fui  consagrado  en  Valladolid  el  primero  de 
abril  de  1505. 

Acabado  el  tiempo  de  la  última  prorroga- 
ción fué  á  Roma  el  licenciado  Buenaventura  de 
Guzmán,  del  Consejo  de  la  Inquisición,  á  ne- 
gociar con  Pío  IV  que  se  sentenciase  acá  esta 
causa  y  no  se  llevase  á  Roma,  y  volviendo  con 
ciertos  despachos,  se  trastornó  un  bergantín  en 
que  venía,  y  se  ahogó,  y  se  perdieron  los  des- 
pachos que  traía. 

Por  aquel  tiempo  hice  imprimir  en  Vallado 
lid  mi  libro  De  República  ('),  el  cual  envié  des- 
pues  á  un  caballero  de  Ciudad  Rodrigo,  lla- 
mado Antonio  de  Cáceres  Pacheco,  cuyas  obras 
muy  elegantes  andan  impresas,  y  visto  el  li- 
bro, me  escribió  una  carta  en  latín,  cuya  parte 
es  la  que  se  sigue: 


(')  lacobi  Simancep  Civitatensis  episcopi,  ¿¡-•/•w- 
cun.sulti  clarissimi,  CoUcctaneorum  de  I}í'2?uhliea 
Lihri  nimem.  Opus  studiuais  ómnibus  vtile:  ^'ir^s 
autcm  politicis  nccessarium.  Valdoiiti,  Ex  Typogra- 
phia  Adriani  Ghemartii.  M.D.LXV.  288  págs.  eti  8." 

Reimprimióse  en  Venecia,  1569;  Amberes,  157'J,  y 
Salamanca,  1582. 

Este  libro  es  un  conjunto  de  textos  de  la  Escritura 
y  de  los  clásicos  griegos  y  romanos;  se  halla  dividido 
en  nueve  libros,  que  tratan:  1.  De  urbe,  civitate  et 
cive.— II.  De  rebus  publicis.— III.  De  Monarchia  et 
Rege. — IV.  De  legibus. — V".  De  magistratibus  et 
eorum  virtntibus.— VI.  De  bis  qu;v!  vitanda  sunt  a 
magistratibus.  —  VII.  De  república  Hispania-.  — 
VIII.  De  Pruifectis  urbium. — IX.  De  regni  guberna- 
tione. 


(cS.  P.  Legi,  Presul  ornatissime,  librum 
tuum  De  República,  super  vestram  fidem, 
quanta  ille  eruditione,  quanta  elegantia  dicen- 
di,  quam  incredibili  omnium  rerum  varietate 
et  copia  et  ornatus  reffertus  est;  equidem 
multa  vidi,  multa  audivi,  multa  etiam  egi:  qua^ 
quidem  si  cum  hoc  eruditissimo  opere  conferan- 
tur,  inopia?  cuiusdam  et  mendicitatis  instar  ha- 
bitura  certe  sunt;  ¿quid  queris?  Non  vnns  est 
mihi  liber,  sed  integra  et  locuples  grajcorum 
et  latinorum  Bibliotheca  visa  est,  quia  au- 
tem  illas  doctissimorum  virorum  sententias 
ipse  tu  verborum  ornamenta  rara  illa  quidem, 
velut  in  coelo  sidera  iutexuisti,  quam  totam 
ipsam  venustant,  adornant,  illuminant,  scrip- 
tionem.  Utinam  quid  sentio  verbis  satis  ex- 
plicare possem  (nihil  enim  recurreretur  adula- 
tionis  suspitionem) ;  facile  profecto  intelligeres 
me  in  eo  legendo  summam  quamdam  volup- 
tatem  cepise,  et  quod  cum  ad  me  miseris  tibi 
singular!  quodam  beneficio  obstrictum   esse». 

Este  verano  de  15G5  se  exoneró  por  su  vo- 
luntad de  la  presidencia  del  Consejo  el  Mar- 
qués de  Mondéjar  y  se  resolvió  el  Rey  de  po- 
ner en  aquel  lugar  un  letrado  de  autoridad  y 
nombre  que  fuese  jurista,  y  para  esto  se  halla- 
ron entonces  tres;  Espinossa,  Quiroga  y  yo,  y 
fué  elegido  Espinossa.  Escribióme  el  doctor 
Olivares,  que  había  sabido  por  cierto  que,  si  yo 
no  tuviera  obispado,  que  sin  duda  fuera  Presi- 
dente, y  que  por  sola  la  residencia  me  había 
excluido.  Yo  le  respondí  que  no  tuviese  pena 
por  ello,  que  según  estaba  enfadado  de  nego- 
cios ajenos,  más  quería  aquel  obispado  que  la 
Presidencia. 

En  este  mismo  tiempo  se  juntaron  Concilios 
provinciales  en  toda  España,  para  i'ecibir  el 
Concilio  general  de  Trento  y  ordenar  otras  co- 
sas que  conviniesen  á  las  Iglesias  de  España; 
y  el  Arzobispo  de  Santiago  fué  por  Valladolid 
á  Salamanca  á  hacer  su  Concilio,  y  de  camino 
me  dijo  que  dejase  al  Arzobispo  de  Toledo  con 
buena  guarda  y  me  fuese  al  Concilio,  que  ya 
Valtodano  era  ido  á  visitar  el  colegio  de  San 
Bartolomé  y  estaría  yo  sólo. 

Entonces  me  dio  un  fuerte  dolor  de  hijacfa, 
que  me  tuvo  dos  días  en  la  cama,  y  fué  la  ter- 
cera vez  que  me  había  dado  en  mi  vida,  y  no 
había  tenido  otra  indisposición  en  Valladolid 
en  más  de  veinte  años  que  había  a'lí  residido; 
y  volviendo  á  visitar  al  Arzobispo  de  Santiago 
le  dije  que  por  poco  no  le  pudiera  ver  antes  de 
su  partida,  por  el  dolor  que  había  tenido,  y  él 
con  hervor  de  amistad  que  teníamos,  me  dijo 
muy  acelerado:  Pues  ¿por  qué  vuestra  señoría 
no  me  avisó  luego  para  que  le  fuera  á  visitar? 
Yo  le  respondí  sosegadamente:  Porque  entendí 
vuestra  señoría  no  me  quitaría  el  dolor,  que  si 
creyera  que  me  lo  quitara,  luego  por  la  posta 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


161 


le  suplicara  que  me  hiciera  merced;  y  cierto 
que  en  Roma  se  tiene  en  esto  mayor  mira- 
miento que  en  España,  porque  allá  no  dan  pe- 
sadumbre con  visitar  á  los  enfermos,  y  acá  la 
dan  algunas  veces  mayor  que  el  mismo  mal. 

Dos  cosas  había  dejado  de  decir  que  pasaron 
antes  que  yo  fuese  Obispo:  la  una  que,  visitan- 
do al  doctor  Orozco,  en  una  enfermedad  de  que 
poco  después  murió,  me  dijo  que  estaba  muy 
descansado,  y  sin  escrúpulo,  en  acordarse  que 
todo  el  tiempo  que  fue'  Oidor  en  mi  Sala  nunca 
se  había  apartado  de  mi  voto  y  parecer.  Fué 
un  hombre  muy  cuerdo  y  gran  letrado,  como 
parece  por  lo  que  escribió  sobre  los  Digestos,  y 
tenía  escritas  otras  cosas  curiosas  que  por  mal 
recado  se  perdieron. 

Lo  otro  fué  que,  escribiendo  yo  el  parabién 
á  Honorato  Joan,  maestro  del  Príncipe,  del 
obispado  de  Osma,  me  respondió  que,  porque 
viese  cuánto  confiaba  de  mí,  rae  rogaba  que  yo 
le  escogiese  Provisor  y  Visitador,  que  le  im- 
portunaban muchos,  pero  que  él  no  tomaría 
sino  los  que  yo  le  nombrase,  y  así  lo  hizo.  Yo 
le  respondí  que  los  buscaría  con  tal  condición, 
que  si  se  ofreciesen  otros  que  más  le  convinie- 
sen, aquéllos  recibiese,  que  yo  no  pretendería  el 
provecho  de  los  que  nombrase,  sino  su  servicio 
y  contentamiento;  y  como  era  privado  del  Prín- 
cipe y  valenciano,  que  no  podía  proveer  las 
vacantes  en  sus  parientes  por  ser  extranjeros, 
concurrieron  muchos  y  buenos  opositores,  y  él 
los  remitió  todos  á  mí  y  recibió  los  que  le  es- 
cogí, y  se  halló  bien  con  ellos. 

Tornando  al  Concilio  de  Santiago,  que  se  ce- 
lebró en  Salamanca,  i'ué  el  más  solemne  de  Es- 
paña, porque  en  él  concurrimos  doce  Obispos 
sufragáneos,  y  dos  agregados,  y  el  Arzobispo, 
aunque  se  murió  luego  allí  don  Diego  Henrí- 
quez,  Obispo  de  Coria,  y  no  se  proveyó  otro 
durante  el  Concilio;  y  diciéndole  yo  al  Obispo 
de  Plasencia,  don  Pedi'O  Ponce  de  León,  que  no 
pensé  que  pudiera  venir  al  Concilio,  por  causa 
del  Arzobispo  de  Toledo,  me  dijo:  Bueno  fuera 
eso,  que  nos  faltara  la  mejor  pieza  del  arnés. 

Hízose  una  procesión  solemne  de  todos  los 
Obispos  desde  San  Martín  á  la  iglesia  Mayor, 
y  luego  comenzó  á  haber  diferencia  entre  los 
Obispos,  de  Plasencia,  que  era  el  más  antiguo 
sufragáneo,  y  el  de  León,  agregado,  que  era 
más  antiguo  que  él,  sobre  quién  había  de  pre- 
ceder; y  estando  la  cosa  en  término  que  pare- 
ciera mal  no  haber  concordia,  me  cometió  que 
los  concordase,  y  así  lo  hice,  que  el  de  Plasen- 
cia se  contentó  con  iiacer  un  protesto  que  no 
le  parase  perjuicio  á  él  ni  á  sus  sucesores,  y 
con  esto  tuvo  la  antigüedad  San  Millán,  el  de 
León,  que  al  tiempo  que  esto  escribo  es  vivo  y 
de  noventa  y  tres  años. 

Después  sucedió  otra  diferencia  entre  otros 


Obispos,  y  yo  la  pacifiqué,  y  también  otra  so- 
bre la  jurisdición  entre  el  Arzobispo  y  el  Obis- 
po de  Salamanca,  yo  la  concordé;  y  así  un  día 
me  dijo  el  Conde  de  Monteagudo,  que  asistió 
en  aquel  Concilio  en  nombre  del  Rey,  que  no 
se  podía  negar  que  yo  no  fuese  Ángel  de  Paz. 

También  don  Joan  Manuel,  Obispo  de  Za- 
moi'a,  tuvo  conmigo  otra  diferencia  sobre  la  an- 
tigüedad, porque  él  se  había  consagrado  ocho 
días  antes  que  yo,  y  mi  Iglesia  se  pasó  en  Ro- 
ma un  mes  antes  que  la  suya,  y  tenía  parecer 
de  tres  catedráticos  en  su  favor  y  el  estilo  de 
la  capilla  del  Rey,  adonde  suelen  tener  cuenta 
con  sola  la  consagración;  yo  sabía  que  en  Ro- 
ma se  hacía  lo  contrario,  y  que  en  el  Concilio 
de  Trento  se  había  así  guardado. 

Que  no  se  entendiendo  aquello  en  España, 
se  habían  consagrado  en  Valladolid  cuatro 
Obispos  en  un  día,  y  tomando  testimonio  cuál 
de  ellos  se  acabó  antes  de  consagrar,  cuando 
fueron  á  Trento  con  sus  testimonios,  se  rieron 
dello,  y  enviaron  á  Roma  á  saber  cuáles  Igle- 
sias se  pasaron  primero  en  Consistorio  por  el 
Papa,  y  conforme  aquello  les  dieron  la  anti- 
güedad. 

Yo  dije  á  don  Joan  Manuel  que  sin  dilación 
lo  podían  determinar  allí  en  el  Concilio.  Dijo 
que  no  lo  quería  poner  en  votos,  sino  que  yo 
fuese  el  juez.  Repliquéle  que  yo  no  lo  quería  ser 
en  mi  causa  propia.  Dijo  que  se  contentaba  con 
que,  juntos  los  pareceres  de  aquellos  catedráti- 
cos, dijese  que  eran  dudosos.  Yo  los  vi  y  dije 
que  tenía  duda,  y  con  sólo  aquello  en  la  pri- 
mera congregación  se  allanó  diciendo  que,  aun- 
que tuviera  derecho  él,  me  lo  cediera;  y  creo 
que  la  costumbre  de  la  capilla  del  Rey  nació  de 
que  en  España  los  Obispos  no  se  ponen  ro- 
quete hasta  que  se  consagran,  ni  les  parece  que 
hasta  entonces  son  perfectos  Obispos. 

Prosiguiéronse  las  sesiones  por  tiempo  de 
ocho  meses,  con  dilaciones  procuradas  para  cier- 
tos fines,  de  lo  cual  quedamos  hartos  de  Con- 
cilios provinciales  para  siempre,  y  vimos  por 
experiencia  que,  según  está  el  mundo,  de  aque- 
llos Concilios  se  siguen  más  inconvenientes  que 
utilidades. 

En  estos  meses  hice  cinco  vece>  Ordenes  ge- 
nerales de  todos  aquellos  obispados;  dije  algu- 
nas misas  de  pontifical,  y  confirmé  y  consagré 
aras,  y  hice  todos  los  actos  pontificales  que  se 
me  ofrecieron  por  ir  ejercitado  á  mi  obispado. 

Pretendió  el  Arzobispo  de  Santiago  que  los 
decretos  habrían  de  ordenarse  en  su  nombre  con 
acuerdo  de  los  sufragáneos,  y  un  día  quísolos 
fundar  por  unos  Concilios  de  Tarragona,  y  por 
otras  razones  que  alegó,  bien  pensadas  y  apa- 
rentes; y  después  que  acabó  su  plática  callaron 
todos,  yo  pedí  licencia.  Dije  que  tenía  obliga- 
ción á  una  de  dos  cosas,  ó  á  asegurar  el  parecer 


162 


autobiografías  y  memorias 


del  Arzobispo  ó  á  responder  á  sus  fundamentos 
para  ser  de  parecer  contrario,  del  cual  fui,  y  le 
respondí  luego  á  ellos  de  tal  manera,  que  se 
apartó  de  su  pretensión,  y  saliendo  de  aquella 
congregación  me  abrazó  diciendo:  ¡Ah,  buen 
Obispo  de  Ciudad  Rodrii?o;  que  yo  juro  que 
estimo  en  más  su  contradicción,  porque  sé  de 
qué  ánimo  sale,  que  si  me  siguiera  con  adulacit'n ! 

El  Duque  de  Alba,  con  su  gran  juicio  y  mu- 
chas inteligencias  que  siempre  tuvo,  dijo  que 
aquel  Concilio  lo  habíamos  de  hacer  el  Obispo 
de  Plasencia  y  yo;  y  cierto,  que  sin  agravio  de 
todos  los  otros  Obispos,  él  no  se  engañó  mu- 
cho, que  el  de  Plasencia  con  sus  muchas  letras 
y  experiencia  votaba  largo  y  yo  resolvía  lo  que 
convenía;  y  el  Conde  de  Monteagudo  me  dijo 
á  la  despedida  que  toda  su  vida  sería  pregonero 
de  mis  votos. 

Estando  en  Salamanca  entonces  leí  el  libro 
de  fray  Miguel  de  Medina,  De  recta  in  Deum 
fide,  en  el  cual  claramente  condena  á  los  juris- 
tas que  aceptan  obispados  y  á  quien  se  los  da. 
Es  verdad  que  después  en  Roma  me  dijo  que 
si  entonces  escribiera  afirmara  que  gobiernan 
mejor  los  obispados  los  juristas  que  los  teólo- 
gos. También  yo  á  persona  fidedigna  oí  que  fray 
Domingo  de  Soto  había  dicho  que  igualmente 
intercedería  para  obispado  por  un  zapatero  que 
por  un  jurista;  y  visto  que  algunos  otros  teólo- 
gos ambiciosos  y  de  menor  cuantía  seguían  esta 
mala  doctrina,  añadí  en  la  segunda  edición  de 
mis  Instituciones  Católicas  una  breve  defensa 
de  los  juristas  ('). 

Habiendo  venido  á  Salamanca  á  aquella  co- 
juntura  Andrés  Ponce  Caballero,  gran  letrado 
(que  había  tenido  oficios  principales  en  Ñapóles 
y  Milán,  y  después  fué  del  Consejo  Real  y  de 
el  de  Estado),  le  comuniqué  aquella  adición,  y 
me  respondió  estas  mismas  palabras:  Porque 
estos  papeles  son  originales,  y  no  quiero  que  se 
me  pierdan,  los  envío  á  vuestra  señoría.  Es  la 
mejor  cosa  que  he  visto  en  mi  vida,  y  más  sus- 
tancial y  más  sabrosa,  y  dicha  de  manera  que 
no  se  puede  negar;  y  creo  que  Santo  Tomás  y 
Escoto  no  lo  negarán  ellos,  leídos  tres  veces. 

Poco  antes  que  partiese  de  Salamanca  di  á  la 
imprenta  mi  libro  De  mai/orazgos  (^),  y  la  oca- 
sión que  tuve  para  hacerlo  fué  qi;e  un  deudo 
mío  andaba  tan  engañado  en  hacer  un  mayoraz- 
go, que  pensaba  que  haría  gran  servicio  á  Dios 

(')  Incohi  Simancce  Pacenstis  epitenp!,,  irrpporiíirJt'h 
De  Epiíiropi.i  inrix  peritix,  opunculum.  Antuerpiív; 
Ex  officina  'hiistopbori  Plantini,  M.D.LXXIIII.  36 
páginas  en  8  '^ 

O  lac  Simanco'  Pacrnsis  ejiiseopi,  Lihcr  discrp- 
tationum:  in  qvo  de  primof/enüs,  ac  potisshnr  de 
illorvm  piihlientione  di-oputntnr.  Antuerpisv.  Ex  offi- 
cina Christophori  Plantini,  M.D  LXXV  fifi  páginas 
en  8.°  Hay  una  edición  anterior,  de  Salamanca,  año 
15.56. 


en  ello,  y  no  bastaban  i'azones  para  quitarle 
aquella  opinión.  Y  también  entendí  que  muchos 
pensaban  lo  mismo;  y  aunque  el  libro  no  es 
grande,  creo  que  tiene  sustancia,  y  desde  ahí  á 
algunos  años  escribió  más  largo  en  la  misma 
materia  el  doctor  Luis  de  Molina,  muy  exce- 
lente letrado,  y  del  Consejo  Real,  y  me  envió 
su  libro  á  Roma;  y  escribiéndole  yo  lo  que  del 
me  había  parecido,  me  respondió  estas  pala- 
bras: «Beso  las  manos  de  vuestra  señoría  por 
la  merced  que  me  hace  en  favorecer  aquel  libro 
mío;  lo  que  hay  que  loar  en  él  es  haber  conti- 
nuado lo  que  vuestra  señoría  comenzó». 

Entré  en  mi  Obispado  de  Ciudad  Rodrigo  á 
8  de  mayo  de  15C6,  y  luego  comencé  á  hacer 
mi  oficio;  pero  dentro  de  seis  días  me  llegó  un 
correo  de  Su  Majestad  para  que  hiciese  cierta 
visita  de  la  Universidad  de  Salamanca  y  averi- 
guase lo  que  allá  se  hacía  con  mal  orden  y  por 
cuya  culpa  y  qué  convenía  remediar  en  ello, 
porque  tenía  relación  que  no  estaban  aquellas 
escuelas  como  debían. 

Yo  recibí  grandísima  pesadumbre  por  no 
haber  sido  avisado  antes  que  saliese  de  Sala- 
manca, estando  hecha  aquella  provisión  algunos 
meses  antes,  y  habiendo  ya  deshecho  mis  alha- 
jas de  casa  y  estando  ocupado  en  cosas  del 
Obispado,  y  así  respondí  que  suplicaba  que 
aquello  se  cometiese  á  otro  más  desocupado  ó  á 
lo  menos  me  diesen  tiempo  para  confirmar  y 
hacer  algunos  actos  pontificales,  y  escribí  á  un 
amigo  del  Consejo  Real  (de  donde  manaba 
aquello)  que  no  era  justo  que  me  cometií^sen  mu- 
chas cosas  por  el  barato,  que  ya  serían  cinco 
visitas  con  aquella,  y  que  todas  las  había  hecho 
á  mi  costa  sin  premio  alguno.  Respondióme 
que,  estando  algunos  días  allí,  todavía  fuese  á 
hacer  lo  que  se  me  encargaba. 

Confirmé  en  la  ciudad  cerca  de  mil  criaturas 
y  hice  otras  cosas  de  mi  oficio,  y  tornái'onme 
á  dar  prisa  que  fuese  antes  de  las  vacaciones, 
y  así  fui  á  primero  de  julio,  y  ante  todas  cosas 
escribí  al  Consejo  que  me  enviasen  una  provi- 
sión con  pena  para  que  no  dictasen  los  Lecto- 
res, que  era  una  cosa  perniciosa  á  los  estu- 
diantes, y  que  no  se  solía  usar;  y  dije  que  les 
quitaban  el  ejercitar  la  memoria,  y  se  la  des- 
truían, porque  no  encomendando  las  lecciones  á 
ella,  sino  escribiendo  lo  que  les  dictaban  los 
Lectores,  no  la  cultivaban  y  no  la  acrecentaban; 
y  también  estragaban  á  los  discípulos  sus  en- 
tendimientos, porque  los  cautivaban  á  lo  que 
escribían,  sin  dejarles  elección,  y  quitábanles  el 
cuidado  y  diligencia,  porque  ya  había  sabido 
que  muchos  encomendaban  á  sus  amigos  ó  á 
sus  criados  que  les  escribiesen  las  lecciones,  y 
con  aquello  se  contentaban,  y  sobre  todo  que  lo 
que  habían  de  leer  en  un  mes,  no  esperando  á 
que  escribiesen  los  discípulos,  no  lo  leían  en 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


]63 


seis  meses.  Yo  me  hallé  en  una  lección,  y  vide 
que  repetían  cinco  y  seis  veces  cada  palabra  de 
las  que  decían  pai'a  que  las  escribiesen,  porque 
los  que  eran  tardos  daban  con  el  tintero  muchas 
veces,  y  decía  el  Lector:  Digo, señores;  repitién- 
dolo hasta  que  [ya  no]  daban  tinterazos.  Vis- 
tas mis  razones  en  Consejo,  me  enviaron  una  pro- 
visión, con- pena  de  privación  de  cátedra,  contra 
el  que  leyese  y  diese  de  aquella  manera  á  escri- 
bir dictando.  Hice  juntar  todos  los  Catedráti- 
cos en  su  claustro,  y  mándeles  notificar  la  pro- 
visión, lo  cual  sintieron  tanto  que  no  lo  pudie- 
ron disimular,  y  Sandoval,  Catedrático  de  Pri- 
ma de  Cánones,  dijo  con  lágrimas  que  según 
aquello  le  habían  de  quitar  la  cátedra,  y  que 
había  gastado  en  ella  y  en  graduarse  la  dote  de 
su  mujer,  y  que  quedaba  destruido.  Héctor 
Rodríguez,  Catedrático  de  Prima  de  Leyes, 
dijo  que  se  nombrasen  dos  personas  que  junta- 
sen las  utilidades  que  resultaban  en  leer  de 
aquella  manera,  y  otras  dos  que  juntasen  los 
inconvenientes  y  que  se  hiciese  conforme  á  lo 
que  más  conviniese.  Otro  dijo  que  les  decla- 
rase yo  un  estatuto  que  daba  orden  en  el  dar 
teóricas  por  escrito. 

Estaban  á  mis  lados  el  Rector  y  Maestres- 
cxxela,  y  decíanme  que  me  levantase,  que  nunca 
acabarían.  Yo  les  dije  que  no  habían  de  quedar 
sin  respuesta,  y  volviéndome  al  Sandoval,  dije 
que  por  lo  pasado  no  quitaba  las  cátedras,  y 
que  si  no  obedeciesen  un  mandato  tan  justo 
por  su  culpa  serían  privados  de  las  cátedras ,  y 
no  temían  de  quién  quejarse  sino  de  sí  mis- 
mos. Y  á  Héctor  dije  que  si  sería  cosa  muy 
acertada,  sobre  lo  que  el  Rey  mandaba,  nom- 
brar quien  lo  disgustase.  Y  al  otro  dije  que, 
habiendo  allí  sesenta  Catedráticos,  era  bueno 
que  me  pidiesen  á  mí  declaración  de  un  estatuto 
que  estaba  escrito  en  romance;  que  guardasen 
lo  que  se  les  mandaba,  y  si  no  que  se  apareja- 
sen á  la  pena;  y  con  esto  salí  del  claustro,  y 
ellos  se  fueron  (como  dicen  en  Italia)  con  tanto 
«aso. 

Después  me  vino  á  informar  muy  despacio  el 
Doctor  Diego  Pérez  (que  escribió  sobre  el  orde- 
namiento). Yo  le  respondí  que  aunque  en 
otras  cosas  se  podía  haber  engañado  Su  Majes- 
tad, en  enviarme  á  aquel  negocio,  no  en  una, 
que  era  en  haber  elegido  persona  que  había 
pasado  por  todo  aquello,  y  había  sido  catedrá- 
tico y  entendido  y  visto  por  experiencia  lo  que 
tocaba  á  los  oyentes  y  Lectores;  que  lo  que 
decía  (aunque  le  diesen  otros  colores)  todo  pa- 
raría en  excusarse  de  trabajo  los  Catedráticos  y 
leer  siempre  por  sus  cartapacios,  sin  más  estu- 
diar ni  recapacitar;  que  las  cáthedras  no  se 
hicieron  para  dar  de  comer  á  sesenta  hombres 
holgando,  sino  que  les  daban  aquellos  estipen- 
dios para  utilidad  de  todo  el  reino  trabajando. 


Hice  mi  visita  dentro  de  pocos  días,  y  averi- 
güé lo  que  era  público,  que  los  estudiantes  no 
guardaban  estatutos  ni  aun  pragmáticas,  y  que 
andaban  vestidos  tan  costosos  y  con  tanto 
fausto  que  no  bastaban  haciendas  para  susten- 
tarlos ;  en  sus  casas  tenían  camas  de  campo,  ta- 
picerías, escritorios,  mesas  y  sillas  de  nogal,  y 
las  lobas,  manteos  y  sotanas  de  refino  y  de  ra- 
jas de  mucho  precio,  y  unos  bonetes  ridículos, 
con  cuatro  cuernos  muy  grandes,  y  las  bocas 
que  no  cabían  en  la  mitad  de  la  cabeza;  los 
manteos  tan  largos  que  rastraban,  y  otras  mu- 
chas boberías  á  este  tono. 

Escribí  al  Consejo  que  era  necesario  que 
viniese  persona  á  ejecutar  la  enmienda  de  todas 
aquellas  cosas,  y  que  no  era  menester  otras  visi- 
tas ni  estatutos  nuevos,  que  hartos  había  muy 
buenos,  sino  que  no  se  ejecutaban  por  culpa  del 
Maestrescuela  y  de  los  Rectores,  y  envíeles  un 
bonete  de  aquellos  de  media  vara  en  largo  de 
cuerno,  con  que  rieron  algunos  mucho. 

Escribíles  que  bien  sabían  que  en  España  no 
suelen  estudiar  sino  los  que  poco  tienen,  y  que 
la  principal  reformación  sería  quitarles  el  abu- 
so de  los  gastos.  Proveyeron  muy  bien  todo  lo 
que  les  avisé,  y  enviaron  á  ejecutarlo  al  licen- 
ciado Jaraba,  del  mismo  Consejo.  Solamente 
dejaron  de  remediar  la  costa  del  A'cstido,  porque 
no  se  concordaron,  que  algunos  días  había  que 
les  pareció  vistiesen  buriel  ó  pardo;  pero  á  mi 
parecer  se  pudiera  bien  proveer  que  vistiesen  de 
paño  negro  de  lo  que  labran  en  el  Andalucía  y 
en  Alburquerque,  el  cual  es  de  poca  costa,  y 
que  dura  mucho,  y  con  dar  á  mercaderes  una 
honesta  ganancia  lo  dieran  á  estudiantes  bara- 
to, y  á  ellos  se  les  había  de  mandar  con  penas 
y  censuras  que  no  se  vistiesen  de  otro  paño. 

Concluida  mi  visita,  y  habido  el  premio  por 
ella  que  por  las  pasadas,  volví  á  mi  Iglesia,  y 
hice  dos  veces  órdenes  generales,  y  visité  las 
iglesias  de  la  ciudad,  y  hice  reparar  cinco  de- 
llas,  que  estaban  casi  caídas;  dije  muchas  mi- 
sas de  pontifical,  consagré  algunas  aras  y  hice 
otros  muchos  actos  pontificales. 

Llamé  á  los  curas  y  beneficiados  á  Sínodo  y 
el  Corregidor  y  Regidores  pretendieron  entrar 
en  él,  diciendo  que  todos  los  otros  Obispos  que 
entonces  hacían  Sínodo  los  habían  llamado  en 
sus  ciudades,  que  si  habían  errado  todos  ellos. 
Yo  le  respondi  que  si  los  habían  llamado  pen- 
sando que  tenían  obligación  á  llamarlos  habían 
errado  todos;  que  los  podían  llamar,  pero  que 
no  eran  obligados  á  hacerlo.  Pusiéronme  sobre 
ello  pleito,  y  condenáronlos. 

Hice  el  Sínodo  con  mucha  solemnidad  y  no 
se  había  allí  hecho  otro  cincuenta  y  dos  años 
había.  Rogáronme  los  del  regimiento  que  á  lo 
menos  el  día  primero  en  lo  público  los  admi- 
tiese, y  así  se  lo  concedí.  Tenía  entonces  la 


164 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Iglesia  buena  música,  y  con  esto  y  con  el  buen 
orden  que  en  todo  se  tuvo,  un  portugue's  fidalgo 
medio  teatino,  que  allí  se  halló,  me  dijo  que 
no  había  tal  cosa  en  todo  Portugal.  Yo  dije 
entre  mí  que  había  hecho  la  mayor  confesión 
que  nunca  portugués  hizo. 


LIBRO  SEGUNDO 

Habiendo  venido  sin  recaudo  Buenaventura 
de  Guzmán,  y  habie'ndose  ahogado,  volvió  á 
Roma  don  Rodrigo  de  Castro,  del  Consejo  de 
la  Inquisición,  á  instar  en  que  se  votase  en 
España  el  negocio  del  Arzobispo  de  Toledo,  y 
con  mis  papeles  que  llevó,  y  con  otras  cosas 
que  él  sabía  mejor  alegar,  y  sobre  todo  con  el 
favor  del  Rey,  condescendió  Pío  IV  en  enviar 
á  España  al  Cardenal  Boncompagno,  y  con  él 
Aldobrandino,  Auditor  de  Rota,  y  á  Montalto, 
fraile  claustral  de  San  Francisco,  y  á  Castaño, 
que  después  fué  Nuncio  Apostólico. 

Llegados  á  Madrid  trataron  de  dar  orden 
las  personas  que  habían  de  ver  con  ellos  el  pro- 
ceso, y  no  se  conformando  con  lo  que  acá  pa- 
reció que  convenía,  estuvieron  en  demandas  y 
respuestas  algunos  días,  y  al  fin  de  ellos  vino 
nueva  de  la  muerte  de  Pío  IV,  la  cual  sabida 
por  el  Cardenal  se  partió  luego  para  Roma, 
por  hallarse  á  la  elección  de  Papa;  y  di  jome  el 
Embaxador  don  Luis  Requesens,  que  sin  duda 
fuera  elegido  Papa  si  se  hallara  entonces  en 
Roma,  y  lo  mismo  oí  después  decir  á  otras  per- 
sonas. 

^  Envióle  Pío  V  (que  fué  elegido)  á  que  pro- 
siguiese la  Comisión  que  había  llevado,  y  en- 
contróle el  mensajero  en  Francia,  y  él  prosiguió 
su  camino,  respondiendo  que  primero  haliía  de 
informar  á  Su  Santidad,  y  por  el  suceso  se  en- 
tendió que  le  había  de  decir  que  no  le  parecía 
que  se  tratase  aquella  causa  en  España,  porque 
después  ningún  medio  se  pudo  tomar  con  él, 
sino  que  había  de  ir  el  proceso  con  el  reo  á 
Roma. 

Envió  persona  que  de  su  parte  lo  pidiese  al 
Rey  con  mucha  instancia,  y  porque  para  otros 
efectos  convenía  tenerle  grato,  se  concedió  con 
ello,  contra  el  parecer  de  muchos;  y  cierto  que 
yo  nunca  pensé  que  se  hiciera  así,  por  los 
grandes  inconvenientes  que  de  ello  resultaban. 

1  estando  yo  muy  descuidado  dcsto  en  mi 
Iglesia,  esperando  tiempo  para  salir  á  visitar  el 
obispado,  entró  un  mensajero  con  una  carta  del 
Rey,  del  tenor  siguiente: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de 
Ciudad  Rodrigo, del  nuestro  Consejo:  Ya  tenéis 
entendido  el  negocio  del  Arzobispo  de  Toledo, 
y  el  estado  en  que  está  su  causa;  hase  tomado 


con  Su  Santidad  resolución  de  que  la  persona 
del  Arzobispo  y  sn  proceso  se  envíe  á  Su  San- 
tidad, á  quien  pertenece  el  conocimiento  y  de- 
terminación dellas;  y  por  ser  de  tanta  impor- 
tancia se  ha  ordenado  que  de  estos  niiestros 
Reinos  vayan  á  Roma  personas  graves  de  le- 
tras, y  otras  buenas  partes,  así  Prelados  como 
de  la  Inquisición,  para  que  también  asistan  á 
la  determinación  de  ella,  y  teniendo  considera- 
ción á  esto  y  á  la  mucha  noticia  que  tenéis  de 
las  cosas  del  Santo  Oficio,  y  en  pai-ticular  de 
esta  causa,  me  ha  parecido  nombraros  para  este 
negocio,  que  será  de  poca  dilación,  para  el  cual 
os  encargo  mucho  os  comencéis  desde  luego  á 
apercibir  con  todo  secreto,  que  en  breve  seréis 
avisado  del  tiempo  de  la  ¡jartida  y  de  la  como- 
didad que  para  ello  se  os  á  de  hacer;  y  en  que 
lo  hagáis  así  recibiremos  mucho  placer  y  ser- 
vicio, porque  la  buena  y  justa  definición  de 
este  negocio  conviene  mucho  al  de  Nuestro 
Señor  y  mío». 

Recibí  con  esta  carta  tanto  disgusto,  que  no 
lo  sabré  encarecer,  y  bien  entendí  que  el  nego- 
cio se  había  de  tratar  en  Roma  diversamente 
que  en  España;  y  a-í,  respondí  al  Rey  excu- 
sándome con  nueve  razones  que,  según  me 
escribió  Bustos  de  Villegas,  que  las  vio,  le  con- 
cluyeron, y  pluguiera  á  Dios  que  no  salieren  tan 
ciertas  cuanto  después  salieron;  pero,  sin  em- 
bargo dellas,  me  envió  el  Rey  esta  carta: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de 
Ciudad  Rodrigo,  del  nuestro  Consejo;  vimos 
vuestra  carta  de  14  del  presente,  y  teniendo 
consideración  á  lo  mucho  que  importa  en  la 
jornada  del  Arzobispo  de  Toledo  hagáis  lo  que 
por  otra  nuestra  carta  os  hemos  ordenado  y 
mandado,  por  la  noticia  que  tenéis  de  su  causa, 
y  mucha  experiencia  de  las  cosas  del  Santo 
Oficio,  os  encargamos  y.  mandamos  que  os 
apercibáis  luego  para  ir  con  él  á  Roma  y  asis- 
tir á  la  determinación  della,  sin  embargo  de  las 
razones  que  escribís  en  vuestra  excusa,  que 
aunque  tengan  alguna  consideración,  es  de 
mucha  más  vuestra  asistencia  para  la  definición 
de  causa  tan  importante,  en  lo  cual  nos  teme- 
mos de  vos  por  muy  bien  servido.  Dada  en 
Aranjuez  á  28  de  noviembre  de  1566  años.  Yo 
el  Rey». 

Juntamente  con  ésta  me  escribió  otra  el 
Presidente  Espinosa,  en  que  decía  estas  pala- 
liras:  «No  se  haga  de  mal  á  vuestra  señoría 
hacer  cosa  que  tanto  es  necesaria,  y  de  que  el 
Rey  tanto  gusta,  pues  ha  de  sor  para  acrecen- 
tamiento de  vuestra  señoría,  así  allá  com^  acá, 
y  yo  quedaré  por  solicitador». 

Ninguna  cosa  me  movieron  estas  ofertas, 
que  cierto,  si  en  mi  voluntad  se  dejara,  aunque 
me  prometieran  el  Arzobispado  de  Toledo,  es- 
cogiera antes  no  ir  á  Roma;  pero  no  pude  dejar 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


165 


de  aceptarlo,  por  ser  el  mandato  del  Rey  tan 
forzoso,  y  porque  el  Obispo  de  Falencia  y  yo 
solos  habíamos  hecho  el  proceso,  y  como  él  no 
tenía  edad  ni  salud  para  aquella  jornada,  era 
yo  solo  el  que  podía  dar  razón  de  todo  lo  pro- 
cesado. 

Respondí  al  Rey  que  yo  cumpliría  su  man- 
damiento, aunque  me  costase  la  vida,  y  á  Bus- 
tos de  Villegas  escribí  que  si  el  Rey  no  me  que- 
ría decir  algo  de  palabra,  que  á  mí  importaba 
ir  por  mi  tierra  á  dar  orden  á  lo  que  allí  había 
de  dejar,  y  en  lo  que  me  había  de  proveer,  que 
había  siete  años  que  no  estaba  en  ella.  Respon- 
dióme que  el  Roy  le  había  dicho  que  mr  escri- 
biese que  me  lo  agradecería  mucho,  y  que  fuese 
por  mi  tierra,  que  e'l  no  tenía  qué  decirme. 

Eligieron  otros  cuatro  para  ir  á  Roma,  que 
los  dos  dellos  eran  impertinentes,  y  hicieron 
más  daño  que  provecho  al  negocio,  que  de  mi 
voto  conviniera  nombrar  á  don  Pedro  Ponce, 
Obispo  de  Plasencia,  que  era  gran  letrado,  y 
estaba  instruido  en  la  causa,  y  á  Covarrubias, 
que  por  sus  libros  tenía  mucha  fama  en  Roma, 
y  teólogos  fray  Diego  de  Chaves,  que  se  había 
hallado  en  todas  las  calificaciones,  y  otros  dos 
eminentes,  que  había  muchos  en  España  entre 
quien  escogerlos;  y  con  esto  se  autorizaba  y 
aseguraba  más  el  negocio  y  se  ganaba  mucha 
honra  con  los  letrados  de  Italia,  mas  todo  fué 
para  mayor  trabajo  mío. 

No  me  avisaron  que  partiese  hasta  mediado 
enero,  y  entonces  me  dieron  mucha  prisa,  y 
proveídas  las  cos:as  que  tocaban  al  gobierno 
del  obispado,  y  hecho  mi  testamento,  salí  de 
Ciudad  Rodrigo  á  29  de  enero  de  1567,  y  fui 
á  Córdoba,  donde  se  me  hizo  solemne  recibi- 
miento del  Obispo  y  Cabildo,  y  de  todos  los 
caballeros  de  aquella  ciudad,  los  cuales  me 
salieron  al  camino  bien  lejos,  y  el  Obispo  don 
Cristóbal  de  Rojas,  y  el  Cabildo,  salieron  buen 
rato,  y  todos  me  acompañaron  por  las  princi- 
pales calles  de  la  ciudad  hasta  mi  casa,  lleván- 
dome siempre  el  Obispo  por  su  mano  derecha, 
y  aunque  era  muy  más  antiguo  y  yo  porfié 
mucho  lo  contrario. 

Estuve  en  Córdoba  doce  días,  y  de  allí  fui  á 
Cartagena  á  dos  de  marzo,  á  donde  hallé  al  reo 
recluso  en  la  fortaleza,  y  en  casi  dos  meses  que 
allí  estuvimos  esperando  al  Duque  de  Alba  (que 
fué  entonces  en  Flandes)  no  tuve  otro  ejei-ci- 
cio  sino  ir  á  sufrir  pesadumbre  y  prolijidades 
del  Arzobispo,  y  entretenerle  con  las  nuevas 
que  nos  daban,  que  cada  día  venía  el  Duque. 

Al  fin  llegó  el  día,  y  salimos  de  allí  á  27  (') 
de  abril  con  las  cuatro  galeras,  y  en  el  golfo 
de  Valencia  una  noche  pasamos  una  peligrosa 
tormenta,  de  manera  que  los  marineros  andaban 

(')  En  el  ms.  de  D  M.  Menéndez  y  Pclayo,  á  2S. 


turbados,  temiendo  que  con  vientos  contrarios 
que  corrían  no  se  encontrasen  unas  galeras  con 
otras.  Yo,  sintiendo  el  peligro,  dije  al  doctor 
Pazos,  que  iba  conmigo,  que  ocurriésemos  á 
Dios,  y  rezamos  la  letanía  y  otras  oraciones,  y 
después  mandé  á  un  clérigo  mío  que  subiese  á 
la  popa  y  echase  un  pedazo  de  Agnns  Dei  en  la 
mar,  hecho  primero  el  signo  de  la  cruz,  é  liízo- 
lo  así,  y  según  afirman  los  que  allí  estaban, 
luego  cesó  el  peligro,  aunque  la  mar  tardó  algo 
en  sosegarse. 

Llegamos  á  Genova  con  buen  tiempo,  y  des- 
de allí  se  fué  el  Duque  por  tierra  su  jornada,  y 
nos  envió  con  solas  dos  galeras,  tan  llenas  de 
pasajeros,  desarmadas  y  tan  cargadas  de  mer- 
caderías, que  ni  podíamos  huir  ni  defendernos; 
y  si  el  Conde  de  Altamira  no  nos  encontrara  y 
no  hubiera  con  doce  galeras  tomado  tres  fustas 
de  moros  que  por  allí  andaban,  corriérramos 
manifiesto  peligro;  mas  quiso  Dios  que  el  Con- 
de nos  aseguró  y  acompañó  hasta  vista  de  Ci- 
vita  Vieja. 

Llegamos  allí  día  de  la  Santísima  Trinidad, 
y  luego  comenzaron  los  criados  del  Arzobispo 
á  decir  palabras  de  regocijo  y  á  tener  por  libre 
á  su  amo,  y  el  fraile  lego  que  iba  con  él  dijo: 
Veamos  el  gesto  á  fray  Miguel  (que  era  el 
Papa)  y  luego  se  hará  todo  bien;  y  el  reo  pidió 
luego  que  quería  hablar  á  su  letrado  el  doctor 
Delgado,  y  en  mi  presencia  le  dijo:  Escriba 
luego  una  carta  al  Papa  que  yo  soy  venido 
aquí,  que  mande  lo  que  he  de  hacer.  Respon- 
dióle: No  sé  si  me  darán  lugar  para  que  escri- 
ba. Di  jóle  el  reo:  ¿Cómo  no?  Pues  pártase  lue- 
go y  dígaselo.  Y  luego  hizo  una  gran  pausa.  Yo 
le  dije  que  me  maravillaba  que  pensase  su  se- 
ñoría que  ahora  estaba  aquello  por  acordar;  que 
reposase,  que  todo  lo  vería. 

Volvió  á  prolijear  (como  solía)  y  díjele  que 
yo  venía  mareado  y  había  veintitrés  horas  que 
no  comía  bocado;  que  abreviase,  que  no  podía 
esperar  allí  más,  y  con  esto  acabó  su  plática. 
Y  luego  el  martes  amaneció  allí  el  Comenda- 
dor mayor,  con  gente  de  á  caballo  de  la  guar- 
dia del  Papa,  y  con  el  mandato  que  trujo  en- 
tregó la  guarda  del  Arzobispo  á  don  Lope  de 
Avellaneda  y  á  los  demás  que  hasta  allí  lo 
guardaban,  lo  cual  él  sintió  mucho,  y  metién- 
dolo en  una  litera  nos  fuimos  á  Roma,  á  donde 
llegamos  víspera  del  Corpus  Christi  á  27  de 
mayo. 

El  reo  fué  luego  recluso  en  el  castillo  de 
Sant  Ángel,  y  nosotros  nos  fuimos  con  el  Em- 
bajador á  su  casa,  entretanto  que  buscábamos 
posada. 

El  viernes  siguiente  fuimos  á  besar  el  pie 
á  el  Papa,  y  cúpome  á  mí  hablarle,  como  á 
Obispo  y  más  antiguo;  habíanme  dicho  que 
bastaba  hablarle  en  romance,  y  después  me  avi- 


166 


autobiografías  y  memorias 


saron  que  no  lo  entendía  bien,  ni  algunos  de 
los  Cardenales  que  habían  de  estar  presentes. 
Estúvonos  esperando  con  cuatro  Cardenales  de 
la  Inquisición,  y  yo  le  dije  por  mi  latín  lo  que 
había  de  decir  en  romance,  que  fué  lo  siguiente: 

El  Rey  Felipe,  como  católico  que  es,  confor- 
mándose con  la  voluntad  de  Vuestra  Santidad, 
nos  ha  enviado  con  la  persona  y  proceso  del 
Arzobispo  de  Toledo,  y  aunque  habemos  pasa- 
do trabajo  y  peligro  en  el  camino,  lo  damos  por 
bien  empleado  por  besar  los  pies  de  Vuestra 
Santidad  y  ver  su  beatísima  persona,  y  venir  á 
hacer  en  esto  y  en  lo  demás  lo  que  fuere  ser- 
vido de  mandarnos. 

Con  esto  me  levante',  por  dar  lugar  á  que 
llegasen  los  que  allí  veníamos,  y  me  llegué  á 
una  ventana  que  estaba  allí  cerca.  Después  que 
todos  le  besaron  el  pie,  me  hizo  llamar,  y  me 
preguntó  que  dónde  habíamos  tenido  peligro 
en  el  camino.  Respondíle  que  en  el  golfo  de 
Valencia;  y  como  no  preguntó  más,  le  dije  que 
yo  había  estado  en  aquel  negocio  desde  el  prin- 
cipio y  había  sido  en  hacer  el  proceso;  que  si 
alguna  cosa  quisiese  saber  de  aquéllas,  yo  le 
daría  cuenta  della.  Dijo  que  él  me  daba  audien- 
cia particular  todas  las  veces  que  yo  quisiese. 
Díjele  yo  que  ninguna  cosa  quería  decir  en 
particular,  sino  en  público,  que  aquel  negocio 
más  tocaba  á  Su  Santidad  que  á  mí,  y  con  esto 
nos  fuimos. 

El  lunes  siguiente  llamó  á  congregación,  en 
la  cual  estaba  el  Papa  sentado  en  su  silla,  y  los 
cuatro  Cardenales  en  unos  escaños,  y  para  nos- 
otros habían  sacado  unos  escabelos,  y  después 
que  entraron  al  Papa,  ciertos  Cardenales  cere- 
moniosos los  quitaron  y  nos  hicieron  estar  en 
pie  á  las  espaldas  de  los  Cardenales,  al  revés 
de  lo  que  se  hizoen  el  Concilio  de  San  Silvestre, 
en  el  cual  (como  del  consta)  solos  los  Obispos 
estuvieron  sentados,  y  los  Presbíteros  Carde- 
nales en  sus  espaldas  estuvieron  en  pie. 

El  orden  fué  este:  que  puestos  los  escaños 
en  cuadra,  al  lado  derecho  del  Papa,  detrás  de 
los  Cardenales,  estaba  el  primero  Cervantes, 
Arzobispo  de  Salerno,  y  luego  el  Arzobispo 
Sanseverino,  y  yo  y  Montalto,  que  ya  era  Obis- 
po,, y  Aldobrandino,  Auditor  de  Rota,  y  el 
Maestro  del  Sacro  Palacio,  fray  Tomás  Man- 
rique, y  Lncatelo,  confesor  del  Papa,  y  Va- 
dillo.  General  de  los  benitos,  y  los  dos  Inqui- 
sidores Temiño,  de  Calahorra",  y  Pazos,  de  To- 
ledo, y  Camoyano,  Presidente  de  la  casa  del 
Papa,  y  el  último  el  Fiscal  de  la  Inquisición  de 
Roma,  y  él  comenzaba  á  votar,  y  volvían  por 
el  mismo  orden  los  votos,  hasta  acabar  en  Cer- 
vantes. 

Yo  hice  relación  de  todo  el  discurso  del  ne- 
gocio desde  su  principio,  y  en  casi  una  hora 
que  hablé  en  latín  resolví  en   suma  la  sustan- 


cia de  lo  que  se  había  hecho  y  el  estado  en  que 
venía,  y  las  causas  de  la  dilación  después  de  la 
prisión;  y  concluí  diciendo  que  lo  que  se  ha- 
bía hecho  en  España  em  muy  justificado,  y  que 
el  reo  estaba  justísimaraente  preso,  y  que  toda 
España  deseaba,  y  yo  el  primero,  que  de  tal 
manera  se  descargase,  que  Su  Santidad  no  so- 
lamente lo  diese  por  libre,  pero  que  también  le 
hiciese  mercedes. 

Después  nos  agraviamos,  en  particular  fuera 
de  allí,  de  la  indecencia  que  con  nosotros  se  ha- 
cía, especialmente  en  los  Obispos,  y  con  ser 
Sanseverino  italiano,  y  muy  pobre,  me  dijo 
que  no  sabía  cómo  se  compadecía  que  en  la  ca- 
pilla del  Papa,  estando  él  en  su  mayor  trono, 
estuviesen  los  Obispos  sentados,  y  allí  á  puer- 
ta cerrada,  nos  hiciesen  estar  en  pie.  Yo  decía 
que  el  Rev  Católico  á  sus  vasallos  y  criados, 
cuando  están  con  él  en  consulta,  si  era  larga  los 
mandaba  cubrir  y  sentar;  y  que  los  Obispos, 
hermanos  del  Papa,  los  hiciesen  estar  en  pie  y 
descubiertos  en  consultas  tan  largas  y  tantas, 
no  entendía  con  qué  razón  se  podía  hacer.  Obra- 
ron nuestras  quejas,  que  nos  pusieron  otros 
escaños  detrás  de  los  Cardenales,  vueltos  al  re- 
vés, de  manera  que  nos  pudiésemos  arrimar  y 
no  sentar,  y  con  esta  crueldad  proseguimos  las 
Congregaciones  tres  años,  que  de  ordinario  eran 
de  dos  horas,  y  algunas  veces  de  tres  horas,  y 
más  cada  semana  una  vez. 

Como  vio  el  Papa  que  había  contra  el  reo 
tantos  papeles  de  sus  escritos,  y  de  testigos,  y 
de  otros  libros,  y  de  sus  exámenes  de  acusa- 
ciones, y  respuestas  y  calificaciones,  hizo  de- 
mostración de  que  se  congojaba  y  no  hallaba 
por  dónde  entrar  ni  salir  en  el  proceso.  Dí- 
jele á  solas  que  si  mandase  que  se  sacasen  re- 
laciones, como  se  hacía  en  España,  y  se  junta- 
sen las  materias,  que  Su  Santidad  lo  podía  ver 
en  breve.  Respondióme  que  ya  tenía  proveído 
cómo  se  había  de  ver,  y  avisáronme  que  me  te- 
nía por  sospechoso,  y  que  no  haría  cosa  que  yo 
le  dijese,  porque  pensaría  que  lo  decía  con  cau- 
tela y  no  con  buen  fin,  y  así  no  hablé  más  en 
ello. 

La  manera  que  se  tuvo  en  su  presencia  (que 
lo  quiso  ver  todo)  fué  que  el  'Notario  leía  se- 
guido lo  que  le  ponían  delante,  fuese  perte- 
neciente ó  no;  y  como  el  Papa  callaba,  que  casi 
nunca  habló  allí  palabra,  todos  callábamos,  y 
en  dos  horas  se  tocaban  muchas  veces  pocas 
cosas  pertenecientes ;  y  ya  decía  un  testigo  de 
una  materia,  ya  otro  de  otra,  y  esto  de  ocho  á 
ocho  días,  de  manera  que  era  imposible  rete- 
nerse en  la  memoria  lo  que  se  iba  lej-endo,  has- 
ta que  al  fin  se  hicieron  sumarios  y  memoriales 
por  sus  materias,  lo  cual,  si  se  hiciera  cuando 
yo  lo  dije,  se  abreviara  muclio  la  causa. 

Pusiéronnos  en  disputa  el  Catecismo  del  reo, 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


167 


diciendo  sus  abogados  que  estaba  confirmado 
en  el  Concilio  de  Trento,  estando  prohibido  en 
España;  que  el  Papa  estuvo  persuadido  de  co- 
sas que  no  eran  verdades  en  aquella  cansa,  y 
ello  era  así,  y  entre  ellas  era  lo  del  Catecismo, 
que  nunca  quiso  hacer  el  caso  del  que  era  justo 
hacerse.  Al  fin  lo  disputamos  y  no  faltaron  vo- 
tos de  que  estaba  aprobado,  siendo  nna  maraña 
que  los  apasionados  del  Arzobispo  habían  urdi- 
do, y  fué  que  furtivamente  hicieron  que  algunos 
diputados  para  ver  libros  malos  sin  saber  la  len- 
gua castellana  en  que  estaba  escrito,  mostrán- 
doles muchas  aprobaciones  hechas  del  en  Espa- 
ña, lo  aprobaron,  y  luego  sacaron  testimonios 
dello  y  los  publicaron  por  Italia  y  España. 

Pero  entendido  el  trato  y  mal  orden  que  en 
ello  se  tuvo,  se  volvióla  tratar  dello,  y  en  efecto, 
se  revocó  lo  que  tan  mal  se  había  hecho.  Y  es- 
tando yo  solo  en  España  para  hacer  audiencia 
con  el  Arzobispo,  por  ausencia  de  Valtodano, 
me  pidió  Navarro  licencia  para  dar  un  testi- 
monio de  aquella  falsa  aprobación;  yo  se  lo  ne- 
gué, porque  sabía  la  verdad,  y  hizo  tanta  ins- 
tancia sobre  lo  que  le  dije,  que  no  había  Con- 
cilio que  tal  pudiese  aprobar,  porque  no  hay 
poder  para  lo  malo,  y  allí  había  cosas  malas, 
que  no  se  podían  aprobar;  y  ésta  fué  la  prime- 
ra palabra  que  dije  áspera  en  aquella  causa, 
la  cual  tuvo  siempre  en  memoria  Navarro;  y 
dando  el  Fiscal  Salgado  en  Roma  peticiones  á 
Pío  V  sobre  que  mandase  que  no  se  vendiese 
aquel  libro  públicamente,  como  se  vendía,  calló 
al  principio,  y  instando  el  Fiscal  en  la  congre- 
gación ordinaria  de  la  Inquisición,  respondió 
con  enojo  que  él  no  tenía  aquel  Catecismo  por 
reprobado,  y  que  no  le  hiciesen  tanto  que  lo 
aprobase  por  un  motu  proprio. 

Entendiendo  fray  Tomás  la  volundad  de  el 
Papa,  á  quien  él  y  Navarro  tenían  persuadido 
aquello  y  otras  cosas  peores,  se  atrevió  á  decir 
en  nuestra  Congregación  que  el  Catecismo,  no 
sólo  estaba  aprobado  en  el  Concilio,  pero  gran 
número  de  teólogos  de  España  y  Prelados  doc- 
tísimos lo  habían  también  aprobado,  y  qiie  sólo 
tres  y  medio  habían  hallado  en  él  projíosiciones 
malas.  Yo  respondí  que  los  que  las  hallaban  las 
mostraban  con  el  dedo,  y  eran  elegidos  para  ello 
por  el  Juez  apostólico,  que  se  lo  pudo  cometer,  y 
que  otros  muchos  habían  notado  aquellas  malas 
proposiciones,  y  que  ellos  eran  juramentados,  y 
que  los  otros  que  él  decía  eran  elegidos  por  el 
reo,  antes  que  fuese  preso,  estando  en  su  auto- 
ridad, y  eran  sus  amigos,  y  le  enviaron  al  reo 
sus  aprobaciones  adulatorias  y  generales  y  no 
sabían  de  qué  autores  había  salido  aquella  doc- 
trina, y  que  por  esto  no  hacían  fe  alguna  y  los 
tres  y  medio  la  hacían  entera,  Llamaba  medio 
á  fray  Joan  de  Ibarra,  porque  murió  sin  acabar 
las  calificaciones  del  Catecismo. 


Y  porque  este  libro,  por  ser  impreso,  hacía 
gran  perjuicio  al  reo,  procuraron  sus  Abogados 
y  apasionados  defenderlo  por  vías  ilícitas,  tanto 
que  el  doctor  Navarro,  habiendo  visto  que  era 
sacado  de  Lutero  y  de  Ecolampadio  y  de  otros 
muchos  hei'ejes,  y  que  estaba  prohibido  en  Es- 
paña, lo  hacía  leer  en  su  mesa,  cuando  comía, 
como  á  libro  de  algún  Santo.  Y  diciéndole  un 
día  el  reo  que  si  estudiaba  un  sobrino  suyo,  le 
respondió  (en  el  castillo  de  Sant  Ángel,  delante 
de  los  que  asistían  á  aquellas  juntas),  que  sí  es- 
tudiaba; pero  con  que  él  supiese  un  libro  sólo  se 
contentaría,  aunque  nunca  supiera  otro.  Y  pre- 
guntándole el  reo  qué  libro  era  aquél,  respon- 
dió: El  Catecismo  de  vuestra  señoría  ilustrísima. 
Quien  mejor  calificó  este  libro  y  le  descubrió 
el  lenguaje  de  los  herejes  que  tenía  fué  fray 
Melchor  Cano,  hombre  de  gran  juicio  y  de  rara 
doctrina,  al  cual  publicó  luego  el  reo  que  lo 
supo  y  sus  apasionados  por  enemigo  mortal  del 
Arzobispo;  y  advirtiéndole  yo  que  me  dijese 
qué  causa  había  para  que  le  tuviesen  por  ene- 
migo, me  juró  que  ninguna  otra  sino  haber  ca- 
lificado aquel  libro  conforme  á  su  conciencia,  y 
que  si  lo  calificara  á  gusto  del  reo,  fueran  ami- 
gos como  antes  lo  eran,  y  yo  se  lo  creí,  porque 
aun  él  excusaba  al  reo  en  lo  que  podía. 

Entregóse  el  proceso  con  todos  los  papeles  á 
Aldrobandino,  Auditor  de  Rota,  muy  buena 
persona,  pero  espaciosísimo  y  que  nunca  se 
acababa  de  resolver,  y  él,  al  uso  de  la  Rota,  co- 
menzó á  remontar  dubios  sobre  si  se  había 
guardado  en  España  la  forma  del  Breve  de 
Paulo  IV  y  otras  cosas  á  este  tono.  Fuí- 
mosle  á  hablar  Cervantes  y  yo,  y  los  dos  In- 
quisidores Temiño  y  Pazos,  y  dijímosle  que  por 
aquel  camino  nunca  la  causa  se  acabaría.  Res- 
pondiónos que  le  avisásemos,  porque  él  nunca 
en  su  vida  había  visto  causa  de  Inquisición. 

Díjele  que  todas  las  dudas  que  tocasen  al 
orden  del  proceso  me  las  diese  á  mí,  que  me 
había  hallado  en  hacerlo,  que  yo  respondería  á 
ellas,  y  comunicado  con  el  Papa,  se  hizo  así. 
Dióme  después  doce  dudas,  á  las  cuales  res- 
pondí de  tal  manera  que  nunca  pude  acabar  que 
se  leyesen  en  la  congregación  delante  del  Papa 
y  de  mí;  entendí  después  que  las  habían  AÍsto  el 
Papa  y  los  Cardenales,  y  que  les  satisfacieron 
más  las  respuestas  que  las  preguntas,  y  que  por 
esto  no  habían  querido  que  se  leyesen  en  pú- 
blico. 

Proseguimos  las  audiencias  muchas  veces  a 
horas  tan  desacomodadas  que  ni  antes  ni  des- 
pués dellas  se  podía  comer,  porque  eran  al  me- 
dio día  y  habíamos  de  subir  y  bajar  gran  nú- 
mero de  escalones,  y  estar  en  pie,  y  salir  tarde, 
que  el  Papa  tenía  costumbre  de  desayunarse  á 
la  mañana  y  no  comer  hasta  dos  horas  antes 
de  la  noche. 


168 


autobiografías  y  memorias 


El  año  de  1568  me  escribió  el  Rey  esta  carta: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de  Ciu- 
dad Rodrigo,  del  nuestro  Consejo;  estando  vaco 
el  obispado  de  Badajoz,  por  promoción  de  don 
Joan  de  Ribera,  último  poseedor  del,  al  arzo- 
bispado de  Valencia,  y  teniendo  delante  las  le- 
tras y  buenas  cualidades  que  concurren  en 
vuestra  persona,  y  lo  bien  que  habéis  goberna- 
do aquella  Iglesia,  y  siendo  cierto  que  lo  mesmo 
haréis  en  la  de  Badajoz,  he  acordado  de  pro- 
moveros á  ella,  cargando  cierta  pensión  que  se- 
ñalaremos después,  de  que  os  he  querido  avisar 
para  que  lo  sepáis,  y  con  otro  se  enviará  la  pre- 
sentación, con  declaración  de  las  pensiones, 
para  que  Su  Santidad  mande  expedir  y  despa- 
char las  bulas.  De  Madrid  á  29  de  julio  de 
1568  años». 

Recibí  esta  carta  en  3  de  septiembre,  y  luego 
á  6  me  dieron  unas  calenturas  tan  pestilencia- 
les que  al  quinto  día  me  desafuciaron,  y  estuve 
en  este  peligro  hasta  el  noveno,  y  fué  Dios  ser- 
vido que  el  onceno  me  vino  la  postrera  fiebre. 
Tuve  nueve  parasismos  recios,  y  en  el  uno  de 
ellos,  queriéndome  levantar  con  furia  del  mal, 
me  dijeron  que  á  dónde  quería  ir.  Yo  dije  sin 
sentido :  Dejadme,  que  no  han  de  pensar  el  Papa 
ni  el  Rey  que  yo  he  de  votar  en  este  negocio  á 
su  gusto,  sino  conforme  á  mi  conciencia;  que 
fué  cosa  que  cuando  lo  vine  á  saber  me  dio  mu- 
cho contentamiento.  Entonces  me  concedió  el 
Papa  licencia  para  testar  en  seis  mil  ducados,  y 
creyendo  que  rae  moría  dijo  palabras  de  senti- 
miento, muy  en  mi  loor. 

Volviendo  á  continuar  nuestras  audiencias, 
dio  una  petición  el  reo  suplicando  á  Su  Santi- 
dad le  diese  más  anchura  en  su  prisión,  que 
mayor  y  mejor  la  tenía  en  España.  Yo  dije 
que  advirtiese  Su  Santidad  aquellas  palabras, 
para  que  entendiese  con  cuanta  verdad  le  ha- 
bían informado  que  teníamos  al  reo  en  cárceles 
oscuras.  Respondióme:  E  vero,  Monseñor. 

Llegó  la  presentación  del  Rey  en  noviem- 
bre, y  luego  se  propuso  la  Iglesia  de  Badajoz, 
con  tanta  aprobación  del  Papa  y  Cardenales, 
que  decían  que  había  veinte  años  que  ninguna 
pasó  con  más.  Dijo  allí  el  Cardenal  Capisuco, 
que  ya  no  se  buscaba  más  causa  en  estas  pro- 
mociones que  pasar  á  mayor  Iglesia,  por  aque- 
llas palabras  (aunque  no  enteras)  (¿uia  in  pernea 
fuisti  fidelis,  sujva  multa  te  constituam;  intra 
in  gaudium,  y  no  más;  fue  reído  el  dicho  y  pasó 
por  donaire. 

Por  este  tiempo,  en  una  congregación,  man- 
dó el  Papa  que  delante  de  nosotros  propusiesen 
su  querella  unos  confesos  de  Murcia  que  de- 
cían haberles  hecho  grandes  agravios  el  Santo 
Oficio;  y  un  letradillo  desvergonzado  dijo  tan- 
tas cosas,  que  se  me  acabó  la  paciencia  y  dije: 
no  es  verdad;  lo  cual  en  Italia  no  tienen  por 


afrenta;  y  aunque  lo  fuera,  creo  que  yo  no  de- 
jara de  decirlo,  viendo  que  delante  del  Papa  y 
de  nosotros  se  atrevía  á  decir  tales  cosas.  Y  en 
acabando  de  irse  de  allí,  dije  al  Papa  que  yo 
me  había  hallado  en  votar  aquellas  prisiones,  y 
después,  siendo  del  Consejo,  había  visto  los 
principales  procesos,  y  que  nunca  tuve  escrú- 
pulo de  ellos,  porque  de  su  voluntad,  sin  tor- 
mento, testificaban  padres  contra  hijos  y  hijos 
contra  padres,  maridos  contra  sus  mujeres  y 
ellas  contra  ellos,  y  hermanos  contra  hermanos, 
y  asimismo  los  demás  parientes  y  amigos,  y 
los  más  de  todos  confesaban  contra  sí  mismos 
cosas  verisímiles,  y  que  se  averiguarían  las  jun- 
tas que  hacían  y  sermones  que  oían,  que  como 
se  podían  quejar  sino  de  sí  mismos. 

I)íjome  el  Papa  que,  con  todo  eso,  para  ma- 
yor satisfacción,  escribiese  yo  al  Cardenal  Es- 
pinosa, Inquisidor  general,  que  le  enviase  una 
relación  de  todo  lo  que  había  en  aquellos  nego- 
cios, Escribíle  al  Cardenal  como  el  Papa  lo 
mandaba,  y  respondióme  desta  manera: 

«Muy  ilustre  y  venerado  señor: 

))He  visto  la  carta  que  vuestra  señoría  me 
escribió  con  ocasión  de  la  queja  que  han  pro- 
puesto á  Su  Santidad  los  de  Murcia,  y  fué  muy 
bien  que  la  audiencia  se  les  diese  en  presencia 
de  tan  buenos  testigos,  que  saben  la  justifica- 
ción y  rectitud  con  que  el  Santo  Oficio  ha  pro- 
cedido en  estos  negocios,  de  que  ha  días  envia- 
mos particular  relación,  dirigida  al  ilustrísimo 
señor  Cardenal  Alexandrino,  para  satisfacción 
de  Su  Beatitud,  y  con  la  ida  del  licenciado 
Soto  del  Consejo  de  la  General  Inquisición  á 
quien  cometimos  fuese  á  entender  muy  de  fun- 
damento cómo  aquello  estaba,  se  va  ordenando 
y  componiendo  de  manera  que,  haciéndose  jus- 
ticia y  lo  qiie  conviene,  se  quietará  aquella  Re- 
pública, como  ya  se  va  entendiendo.  Dios  (cuya 
es  la  causa),  es  de  esperar  lo  encaminará  todo 
como  más  convenga  á  su  servicio,  y  El  guarde 
la  muy  ilustre  persona  de  vuestra  señoría  como 
deseo.  De  Madrid  17  de  marzo  de  1569». 

Dísela  al  Cardenal  Pacheco,  y  leyósela  al 
Papa  en  congregación  ordinaria,  y  volvióme  el 
original. 

Continuáronse  las  audiencias  delante  del 
Papa  dos  horas  cada  lunes,  hasta  que  yo  torné 
á  estar  muy  fatigado  de  unos  dolores  de  hijada, 
y  de  tal  manera  perdido  el  apetito,  que  en  tres 
semanas  no  pude  comer  cosa  alguna,  sino  sola- 
mente beber  unos  caldos  esforzados  y  huevos 
frescos,  y  en  aquellos  días  tomé  ocho  purgas, 
con  que  me  paré  tan  flaco,  que  me  temieron 
tanto  y  más  que  en  la  dolencia  pasada,  y  tardé 
todo  aquel  verano  en  convalecer  ('). 

(')  En  el  ms.  de  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo 
hay  al  margen  esta  graciosa  acotación:  Noticia  im- 
portante: cuántas  veces  ^-e  j^i'rgó  Simancas. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


169 


Entretanto  se  juntaron  todos  los  Consulto- 
res en  casa  de  Aldrobandino,  y  allí  verificaban 
por  los  libros  del  reo  las  acusaciones  y  las  de- 
fensas, y  de  tal  manera  se  trató  el  negocio,  que 
ya  lo  hacían  cosa  de  burla,  con  dos  vulgarida- 
des falsas:  la  una  que  aquellos  escritos  privados 
no  hacían  daño  al  reo,  y  la  otra  que  el  mismo 
reo,  en  otros  lugares,  trataba  aquellas  materias 
católicamente;  y  con  el  poco  brío  de  algunos 
españoles  que  allí  estaban,  se  tenía  por  la  parte 
contraria  el  negocio  por  ganado  en  su  favor. 

Fué  Dios  servido  que  convalecí,  y  avisado 
del  estado  en  que  estaba  la  causa  fui  á  aquella 
junta,  y  luego  dijo  Aldrobandino  que  pues  ya 
todos  estaban  concordes  y  les  constaba  de  la 
innocencia  del  reo,  que  nos  fuésemos  con  esta 
resolución  al  Papa,  que  holgaría  mucho  con 
ella,  y  que  daban  luego  al  reo  la  ciudad  por 
cárcel  y  se  haría  todo  bien.  Yo  dije  que  hablase 
por  sí  solo,  que  yo  era  de  perecer  contrario,  y 
que  quería  decirlo  y  fundarlo  delante  de  Su 
Santidad.  Replicóme  fray  Tomás  diciendo  qué 
me  había  hecho  el  reo  para  que  le  persiguiese. 
Respondí  que  ninguna  cosa,  ni  yo  lo  perseguía, 
sino  hacía  lo  que  debía  conforme  á  mi  concien- 
cia. Entonces  los  Inquisidores  españoles  dije- 
ron que  también  ellos  eran  de  parecer  contrario 
y  querían  votar  delante  de  Su  Santidad. 

Habían  notado  los  italianos  que  á  la  vista  de 
el  proceso  yo  nunca  hablaba,  y  díjomelo  Ca- 
moyano.  Respondíle  que  yo  no  era  Fiscal,  que 
allí  estaban  los  Fiscales  que  hablarían  cuando 
les  pareciese,  y  los  Consultores  no  tenían  para 
qué  hablar  hasta  que  votasen,  mayormente  es- 
tando delante  del  Papa,  y  que  decía  el  refrán 
que  el  vaso  lleno  suena  menos  y  el  vacío  suena 
más;  y  cuando  llegó  el  tiempo  de  votar  les  pesó, 
porque  hablaba  tanto,  aunque  siempre  fui  breve. 

Votáronse  algunos  puntos  cada  uno  por  sí,  y 
\nego  entendimos  el  ánimo  c^e  los  italianos,  que 
era  conforme  como  los  había  instruido  fray  To- 
más Manrique,  el  cual  fué  el  Danao  de  aquella 
tragedia ;  y  estaba  tan  apasionado,  que  me  cer- 
tificaron que  había  dicho  en  casa  de  Aldroban- 
dino que  había  de  defender  á  Lutero,  á  trueque 
de  defender  al  reo;  y  así  lo  hacía.  Y  diciendo 
un  día  en  aquella  congregación  que  el  reo  era 
lan  necio,  que  confesaba  por  herética  una  pro- 
posición que  era  católica,  le  dije  que  también 
sería  hereje  afirmando  que  la  proposición  cató- 
lica era  herética,  como  diciendo  lo  contrario; 
porfió  conmigo  hasta  descomponerse,  pero  nin- 
guna honra  ganó. 

Vinieron  á  los  votos  delante  del  Papa;  por 
hablar  á  su  gusto,  como  entendieron  su  volun- 
tad, se  dijeron  cosas  indignísimas  de  aquel  lu- 
gar, así  en  Derecho  como  en  Teología.  Decían 
muchos  que  los  cartapacios,  por  ser  escripturas 
privadas,  no  perjudicaban  al  reo,  y  por  no  ser 


perfectas,  y  uno  dijo  que,  por  estar  el  reo  ocu- 
pado en  los  Tribunales  Reales,  no  había  podi- 
do corregir  sus  escritos,  al  cual  allí  no  pude 
replicar  porque  votaba  después  que  yo;  mas  pre- 
gúntele, acabada  la  congregación,  que  quién 
había  oído  cosa  tan  extraña,  que  los  frailes  en 
España  se  ocupaban  en  los  Tribunales  Reales. 
No  me  quiso  esperar,  sino  casi  á  espaldas  vuel- 
tas dijo  que  así  se  lo  habían  dicho. 

Confesó  el  Arzobispo  que  había  dado  tras- 
lado de  aquellos  malos  escritos,  y  que  á  ninguno 
los  negara,  y  repitió  tres  veces  esta  confesión  en 
juicio;  y  porque  de  ahí  á  dos  meses  volvió  á 
decir  que  no  se  acordaba  bien  de  aquello,  y  que 
no  se  afirmaba  en  ello,  votó  Aldrobandino  que 
había  en  aquellas  palabras  revocado  la  confe- 
sión triplicada;  pero  yo  le  convencí  allí  luego; 
sino  que,  como  el  Papa  era  teólogo,  se  atrevían 
á  decir  aquello  y  otras  semejantes  cosas,  y  me 
pareció  que  les  daba  más  crédito  que  á  los  que 
decíamos  verdad  conforme  á  Derecho. 

Hacía  escarnio  fray  Tomás  Manrique  de  las 
calificaciones  hechas  en  España,  y  juntóse  con 
los  italianos  á  hacer  otras  que  faltaban,  y  leídas 
en  la  congregación  delante  del  Papa,  nos  pare- 
cieron muchas  de  ellas  falsas  y  desatinadas, 
como  realmente  lo  eran,  porque  añadiendo  y 
glosando  y  dividiendo,  daban  sentidos  muy  di- 
versos á  las  proposiciones  que  los  que  ellas  cla- 
ramente sonaban. 

Una,  entre  otras,  fué  que  habiendo  dicho  el 
reo  al  Emperador,  cuando  estaba  cercano  á  la 
muerte:  «Esfuércese  Vuestra  Majestad,  que  no 
hay  pecados,  porque  Cristo  pagó  por  todos)i, 
dividieron  este  dicho  en  dos  proposiciones;  la 
una:  «ya  no  hay  pecados»,  y  esta  calificaron 
de  que  era  stulta,  y  la  otra:  «Cristo  pagó  por  to- 
dos», que  era  católica,  entendiendo  cuanto  á  la 
substancia.  Yo  dije  que  la  primera  ora  herética 
contra  el  artíciilo  de  la  remisión  de  los  pecados, 
y  que  ser  stulta  no  le  quitaba  también  el  ser  he- 
rética, que  pocas  herejías  ó  ningunas  son  discre- 
tas, y  que  la  herejía  que  niega  el  libre  albedrío 
también  incluye  que  no  hay  pecado,  y  que  la  otra 
proposición,  que  dividían  de  esta  primera,  no 
era  sino  razón  della  y  pura  luterana,  junta  con 
estotra.  Quedaron  atajados,  y  nunca  más  qui- 
sieron sacar  sus  calificaciones  en  público  para 
que  yo  las  viese. 

Otro  Consultor  jurista  (que  entró  de  nuevo 
en  lugar  del  Fiscal  de  Roma,  que  había  falleci- 
do) dijo  que  habíamos  prendido  al  Arzobispo 
sin  indicios,  según  nuestras  leyes,  siendo  cató- 
lico y  bien  nacido  (yo  dije  entre  mí:  ínter  equos 
et  mulos);  y  añadió  otras 'boberías  semejantes, 
casi  reprehendiéndonos,  según  se  lo  habían  per- 
suadido fray  Tomás  y  Navarro,  sin  que  él  viese 
letra  del  proceso,  según  pareció. 

Como  vieron  que  me  ofendí  de  aquello,  me 


170 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


rogaron  que  no  le  respondiese;  yo  dije  que  no 
podía  ser,  mas  que  respondería  con  mucha  mo- 
destia, pues  estábamos  delante  del  Papa;  y 
asi  el  día  siguiente  pedí  licencia  á  Su  Santi- 
dad para  referir  algo  del  proceso,  porque  el 
Cardenal  Chiesa,  que  allí  estaba,  no  se  había 
hallado  al  principio  del  negocio  (que  había  su- 
cedido al  Cardenal  Tiano,  que  era  muerto),  y 
sin  hacer  caso  del  otro,  le  referí  con  cuánta  jus- 
tificación estaba  el  reo  preso  y  cuántas  y  cuáles 
personas  lo  habían  votado;  y  que  si  yo  me  enga- 
ñaba, non  egre  ferrent  cum  tot  ac  tantis  viris  fa- 
llí, cuanto  más  que  todos  ei"an  de  mucha  expe- 
riencia y  lo  habían  mirado  muy  bien ;  y  los  que 
no  tenían  experiencia  reconocían  pocas  cosas,  lo 
cual  dije  por  el  otro,  y  mirándolo  fué  mi  voto 
tal,  que  dijo  el  Cardenal  Pacheco  que  había 
levantado  el  negocio,  que  iba  ya  muy  cuesta 
abajo. 

Había  el  reo  estorbado  que  no  denunciasen 
á  don  Carlos  de  Sesso  á  la  Inquisición,  y  con- 
tentóse con  decirle  que  no  tuviese  aquellos 
errores,  de  lo  cual  se  siguió  muy  gran  mal  á  él 
y  otros  muchos,  y  por  excusar  desto  al  reo, 
votó  muy  largo  fray  Tomás,  queriendo  probar 
que  no  habían  de  denunciar  los  herejes  sin 
hacerles  primero  la  corrección  fraterna,  y  dijo 
que  quería  enseñar  esta  doctrina  á  los  juris- 
tas; y  luego  le  aprobaron  dos  teólogos  que  vo- 
taron después  del,  y  así  se  acabó  la  audiencia 
de  aquel  día. 

Yo,  viendo  su  falsa  doctrina,  estudié  el 
punto  aquella  noche,  y  luego  otro  día  dije  en 
la  congregación  que  delante  de  Su  Santidad 
nos  habían  dado  una  doctrina  contra  la  de 
Santo  Tomás,  de  cuya  excepción  hacían  regla, 
y  que  era  manifiesta  destrucción  del  Santo  Ofi- 
cio, y  alegué  autores  graves  que  decían  todo  lo 
contrario;  y  el  Papa  se  sintió  de  lo  que  yo 
dije:  «que  en  su  presencia  nos  daban  aquella 
doctrina»;  y  con  alguna  cólera  dijo:  «No  por- 
que yo  callo  por  no  interrumpir  los  votos 
apruebo  todo  lo  que  se  dice».  Ello  fué  muy 
mal  dicho,  y  dióle  una  fraterna  al  señor  Maes- 
tro del  Sacro  Palacio,  y  por  consiguiente  á  los 
que  lo  siguieron,  uno  de  los  cuales  era  nuestro 
teólogo  español. 

Antes  desto  me  había  dicho  un  Cardenal  que 
el  Papa  gustaría  que  yo  hiciese  algún  libro  que 
sirviese  de  instrucción  para  los  Inquisidores  de 
Italia,  porque  no  estaban  tan  adelante  en  esta 
materia  como  los  de  España.  Respondí  que  lo 
haría, y  en  cincuenta  días  hice  q\  Enquiridion  (') 

(')  laeoii  Siniancm  Pacensis  episcopi  Enehiri- 
di<  n  Icdicum  violatre  Rcligionis,  ad  cxtirpajidas 
hereses  theoricen  &  j;raa;¿j;t  summa  Ireuitate  com- 
2)lectens.  Opun  admodvm  titile,  non  soluní  iudicibus 
ipsis,  assensoribus  &i  consultoribus:  sed  etiam  nccu- 
satoi-ibus,  atque  adeo  reorum  j'rocui'aforibus  k  aduo- 


y  se  lo  presenté  al  Papa,  y  mosti'ó  holgarse  con 
él,  y  me  dijo  estas  palabras:  Lo  desideraba  vi- 
dere.  Fué  bien  recibido  el  librillo  en  Italia,  y 
después  en  Flandes  por  los  católicos,  que  dije- 
ron (cuando  se  imprimió  en  Amberes)  que  hol- 
garían haber  por  él  entendido  cómo  procedía  la 
Inquisición  de  España,  porque  allá  hablaban 
mal  de  ella,  y  el  Plantino  le  invió  á  París  á 
algunos  amigos  católicos. 

Volviendo  á  los  votos  de  nuestra  congrega- 
ción, el  Papa  dijo  á  Camoyano  que  yo  le  qui- 
taba todas  las  tinieblas  que  le  ponían  todos  los 
que  votaban  primero,  y  cierto  que  yo  le  veía 
sacar  la  cabeza  con  más  atención  á  mis  votos 
que  á  los  otros,  porque  yo  apartaba  lo  cierto  de 
lo  dudoso,  y  esto  resolvía  con  claridad  y  con 
brevedad;  y  el  mismo  Camoyano  me  dijo  otro 
día:  No  parece,  cuando  vuestra  señoría  vota, 
sino  que  todos  habemos  dicho  nada,  Y  el  se- 
cretario Castellón  decía  que  le  pesaba  cuando 
yo  acababa  de  votar,  quél  quisiera  que  duraran 
mucho  más  mis  votos. 

Acabados  de  votar  los  dubios  todos  que  se 
propusieron,  salió  rumor  de  creación  de  Carde- 
nales, y  había  dicho  un  día  el  Papa,  habiéndo- 
me oído  un  voto  celoso  de  la  fe  católica  y  á  su 
gusto,  que  le  parecía  que  yo  convenía  para 
aquel  Consejo,  de  lo  cual  todos  los  que  lo  su- 
pieron decían  que  yo  había  de  ser  elegido  de  los 
primeros;  y  diciéndome  cierta  persona  de  mu- 
cha autoridad  que  andaban  temerosos  de  ello 
los  del  Arzobispo,  respondí:  Pues  avísenme 
por  qué  vía  lo  puedo  estorbar,  que  yo  doy  mi 
palabra  de  hacerlo;  y  cierto  que  lo  procuré  im- 
pedir, porque  yo  no  lo  quería  ser  sin  la  volun- 
tad de  mi  Rey,  ni  quería  que  se  pensase  que  yo 
había  de  ablandar  mis  votos  ó  mudarlos. 

Y  sucedió  así,  que  el  Papa  eligió  diez  y  seis 
Cardenales  juntos,  y  algunos  después  se  arre- 
pintió de  haberlos  elegido,  y  muchos  se  admi- 
raron de  que  me  los  hubiese  antepuesto,  lo  cual 
llegó  á  sus  oídos,  y  dijo  que  él  quería  igualar  á 
los  franceses  con  los  españoles,  y  que  no  había 
hallado  sino  dos  franceses  que  le  contentasen, 
y  que  tenía  pensado  de  darme  un  capelo,  y  que 
se  lo  habían  pedido  para  el  nuevo  Arzobispo  de 
Sevilla,  que  era  primo  del  Embajador,  y  no 
había  podido  dejar  de  dárselo.  Algunos  creye- 
ron que  no  fué  ésta  la  causa,  sino  que  para 
sentenciar  al  reo  á  gusto  entendió  que  yo  había 
de  serle  gran  estorbo;  mas  sea  por  lo  que  fuere, 
que  á  mí  me  quedó  poca  pena,  y  más  quise 
(como  dijo  un  sabio  romano)  que  se  dijese 
por  qué  no  me  habían  elegido  que  no  por  qué 

catis.  Cui  accessei'unt ,  eiusdeni  aucturis  &  argti- 
menti,  opuscula  dúo  hactemcs  non  impressa;  vnrw, 
annotationum  in  Zanchinum  Altercm,  de  patre 
hwrctico.  Venetiis ,  Ex  Officina  lordani  Zileti. 
M.D.LXIX.  125  hojas  en  8.» 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


171 


rae  eligieron,  como  se  decía  en  algunos  de  los 
otros. 

Dándole  el  parabién  al  Arzobispo  de  Sevi- 
lla, don  Gaspar  de  Zúñiga,  y  diciéndole  que  lo 
colorado  le  quitaría  alguna  melancolía  de  la  que 
le  había  causado  salir  á  recibir  á  la  Reina  nues- 
tra señora  (que  le  costaba  entonces  la  hacienda 
y  después  le  costó  la  vida),  me  respondió  la 
carta  siguiente: 

cMuy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

»Una  carta  me  han  dado  de  vuestra  señoría 
después  de  la  creación  de  los  Cardenales,  y 
según  la  merced  que  yo  recibo  con  ella  la  echa- 
ba ya  de  menos,  especialmente  que  no  me  entra 
nada  en  provecho  sin  la  aprobación  y  parabién 
de  vuestra  señoría.  El  que  vuestra  señoría  me 
da  de  mi  capelo  torno  á  volver  á  vuestra  seño- 
ría, porque  sé  muy  bien  lo  puedo  dar  á  vuestra 
señoría  de  todo  lo  que  fuere  mi  acrecentamiento, 
y  asimesmo  puede  estar  vuestra  señoría  cierto 
que  éste  será  para  servir  á  vuestra  señoría  con 
la  voluntad  que  debo,  y  harálo  vuestra  señoría 
muy  mal  si  habiendo  en  que  yo  haga  esto  no 
me  lo  manda.  Bendito  Dios  que  vuestra  seño- 
ría está  con  salud;  yo  la  tengo, y  á  cabo  de  tanto 
tiempo  que  me  tienen  aquí,  me  mandan  ahora 
ir  á  Valladolid  sin  saber  lo  que  hemos  de  hacer 
desde  allí.  Menester  es  el  vestido  colorado  para 
quitar  las  melancolías  que  estas  dilaciones  aca- 
rrean; todas  se  quitarían  si  yo  viese  á  vuestra 
señoría.  Plegué  á  Dios  que  esto  sea  presto,  y 
que  guarde  y  acreciente  la  muy  ilustre  y  reve- 
rendísima persona  y  estado  de  vuestra  señoría, 
como  deseo.  De  Almazán  24  de  julio  de  1570. 
Besa  las  manos  de  vuestra  señoría  su  servidor, 
G.  CardinaUs  ZuTdga  Hispalensisy>. 

Antes  que  pase  destas  elecciones  quiero  decir 
que,  hablando  dellas  un  día  conmigo  don  Joan 
de  Zúñiga,  Embajador,  caballero  muy  discreto, 
me  dijo  que,  estando  el  oficio  de  Cardenal  tan 
estimado  de  la  cristiandad,  se  maravillaba  con 
cuánta  facilidad  se  daba  á  personas  sin  linaje, 
sin  letras,  sin  edad  y  sin  otra  aprobación.  Yo 
le  dije  que  cuanto  erraban  los  Príncipes  en  las 
elecciones,  engañados  por  falsas  relacimes,  no 
era  de  maravillar,  porque  al  fin  se  habían  de 
fiar  de  algunos;  mas  cuando  se  engañaban 
á  sí  mesmos  contra  lo  que  veían  por  vista  de 
ojos,  que  no  sabía  qué  excusa  podían  tener 
con  Dios  ni  con  las  gentes;  c^ue  en  aquella 
creación  de  Cardenales  se  había  visto  mucho 
de  esto.  Y  pareciéndole  al  Cardenal  Pacheco 
que  se  me  había  hecho  agravio,  dijo  al  Obispo 
de  Pati  que  el  Rey  estaba  obligado  á  hacerme 
alguna  merced,  pues  por  hacei  bien  mi  oficio 
en  servicio  de  Dios  y  suyo  me  habían  hecho 
aquel  tiro. 

Olvidado  se  me  había  que  el  año  primero 
que  fui  á  Roma,  viendo  que  el  Papa  trataba  de 

AUTOBIOCRAFIAS   Y   MEMORIAS, — 22 


reformaciones,  le  dije  que  la  pena  que  el  Dere- 
cho canónico  pone  á  los  clérigos  someticos  era 
ridicula  y  que  no  se  podía  ejecutar;  que  le 
suplicaba  que  la  augmentase  de  manera  que 
aquel  abominable  delito  fuese  castrgado  con  el 
rigor  que  de  justicia  se  debía.  Preguntóme  si 
p'edía  que  lo  hiciese  caso  de  Inquisición.  Res- 
pondíle  que  no,  porque  yo  sabía  en  aquello  su 
voluntad,  sino  que  le  suplicaba,  por  lo  que 
tocaba  á  la  jurisdicción  de  los  Obispos  de  Es- 
paña, que  no  pudiendo  degradar  aquellos  reos, 
y  no  los  queriendo  recibir  en  los  monasterios 
(como  con  justa  causa  no  querían),  se  soltaban 
de  las  cárceles  eclesiásticas  sin  castigo  y  se  iban 
á  continuar  su  maldad  á  otras  partes, 

Díjome  que  le  parecía  bien,  y  que  no  lo  haría 
caso  de  Inquisición,  porque  en  la  sede  vacante 
de  Paulo  IV,  por  sólo  haber  mandado  que 
conociese  la  Inquisición  le  habían  arrastrado  la 
cabeza  de  su  estatua  y  quemado  las  casas  de  la 
Inquisición,  y  todos  los  procesos,  sospechando 
que  ya  estaban  allí  testificados  algunos.  Díjele 
que,  cuanto  á  los  legos,  estaba  muy  bien  pro- 
veído en  España;  pero  para  contra  los  clérigos 
era  necesario  lo  que  le  suplicaba.  Dijo  que  le 
parecía  bien;  pero  no  lo  proveyó  de  aquella  vez 
ni  de  otra  en  que  le  supliqué  lo  mesmo  de  ahí 
á  algunos  días,  hasta  que  tercera  vez  se  lo  llevé 
escrito  y  casi  ordenado,  y  entonces  lo  proveyó 
como  se  lo  supliqué,  según  parece  por  el  motu 
proprio  y  constitución  que  sobre  ello  hizo. 

Decíanme  en  Roma  que  ya  era  imposible  en 
Italia  remediarse  ni  castigarse  el  pecado  nefando. 
Yo  les  respondí  que  no  me  parecía  así  á  mí, 
sino  que  se  atajaba  si  se  ordenase  y  ejecutase 
que  el  muchacho  corrompido  que  no  lo  denun- 
ciase dentro  de  algún  día  después  de  violentado 
lo  quemasen  por  ello,  y  desde  niños  lo  supie- 
sen y  cobrasen  aquel  miedo  (que  ahora  pasan 
ligeramente  por  ello)  y  no  perdonar  lo  pasado, 
pero  no  lo  inquirir  si  no  lo  indiciasen. 

Comenzó  Su  Santidad  á  rever  en  particula- 
res congregaciones  la  summa  del  proceso,  y 
juntaba  para  esto  á  solos  dos  Consultores,  de 
los  que  había  hecho  nuevamente  Cardenales, 
un  teólogo  y  otro  jurista,  que  habían  votado 
conforme  al  deseo  del  Papa;  y  así  platicábamos 
los  españoles  que  los  vimos  votar  que  no  le 
habían  de  hacer  relación  contraria  á  sus  votos, 
sino  confirmándolos,  y  que,  según  aquello,  el 
reo  sería  absuelto,  y  entendido  esto  y  que  á  mí 
no  me  llamaba  ni  servía  de  cosa  alguna  mi 
estada,  escribí  á  Su  Majestad  que  porque  yo 
tenía  falta  de  salud,  y  por  justísimas  causas 
que  concurrían,  le  suplicaba  me  diese  licencia 
sin  esperar  á  la  sentencia,  pues  ni  yo  había  de 
firmar  ni  se  había  de  consultar  conmigo,  y  se- 
gún parece  por  la  respuesta,  el  secretario  enten- 
dió que  yo  pedía  licencia  para  después  de  sen- 


172 


autobiografías  y  memorias 


tenciada  la  causa,  y  no  fué  así,  sino  que  por 
las  razones  que  alegué,  y  por  excusar  la  grita 
que  habían  de  dar,  me  quisiera  ir  antes.  La  res- 
puesta del  Rey  fué  ésta: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de 
Badajoz,  del  nuestro  Consejo:  Por  la  carta  que 
me  esci-ibísteis  el  postrero  de  junio,  y  por  lo 
que  don  Joan  de  Zúñiga,  nuestro  Embajador, 
refiere  por  la  suya,  entendemos  la  razón  que  os 
mueve  para  insistir  en  pedir  licencia  para  salir 
de  esa  corte  cuando  se  declare  la  sentencia  en 
la  causa  del  Arzobispo  de  Toledo;  pero  como 
se  tenga  por  más  universal  el  beneficio  que 
resulta  de  vuestra  asistencia  cerca  de  Su  San- 
tidad para  mejor  instrucción  y  información  suya 
en  lo  que  se  puede  ofrecer  en  ella,  y  conside- 
rando que  hallándose  tan  adelante  ya  parece 
que  se  puede  con  mucha  brevedad  esperar  la 
determinación  de  Su  Santidad,  entendemos  que 
ni  vuestra  detención  será  ya  larga  ni  conver- 
nía  por  ahora  vuestra  ausencia  hasta  ver  lo  que 
sucede,  y  así  os  encargamos  afectuosamente 
que  esperéis  la  determinación  de  Su  Santidad 
y  nuestra  orden  antes  de  vuestra  partida,  que 
en  ello  me  tendré  por  muy  servido.  De  Madrid 
23  de  agosto  de  1571». 

Ya  por  este  tiempo  predicaba  en  Roma  fray 
Alonso  de  Lobo,  descalzo,  con  gran  concurso 
de  oyentes,  y  sospecho  que  había  ido  de  España 
sobornado  para  predicar  contra  el  estatuto  de 
Toledo,  porque,  no  obstante  que  fué  amones- 
tado que  no  tratase  de  aquello,  no  se  pudo  aca- 
bar con  él,  sino  que  casi  en  cada  sermón,  sin 
propósito,  y  con  poca  ó  ninguna  ocasión,  daba 
grandes  voces  contra  el  estatuto.  Y  dijo  una 
vez:  «Bien  sé  quedicen,  tócale,  tócale;  más¿qué 
hace  al  caso  si  yo  digo  verdad?».  Halló  tanto 
favor  por  esto  en  Roma,  que  le  adoraban  poco 
menos  que  á  santo,  y  puso  en  cuidado  á  los  que 
no  tocaba  el  estatuto,  y  entendimos  que  trata- 
ban los  otros  muy  de  veras  en  ponerlo  en 
disputa  delante  del  Papa,  y  se  prometían  vic- 
toria, porque  en  Roma  no  tienen  en  menos  á 
los  conversos  que  á  los  cristianos  viejos  y  por- 
que tenían  hecha  una  larga  información  contra 
el  estatuto,  afirmando  que  era  contra  todo  dere- 
cho divino  y  humano. 

Estos  papeles  vinieron  á  mis  manos,  y  den- 
tro de  pocos  días  deshice  todos  sus  fundamen- 
tos, y  defendí  con  otros  mejores  el  estatuto,  y 
dello  hice  un  librico  y  se  imprimió  en  mi  nom- 
bre, aunque  no  en  el  que  ordinariamente  me 
nombran  (•);  pero  por  el  estilo  y  manera  de  pro- 
ceder luego  cayeron  cuantos  lo  leyeron  en  que 

(')  Defensio  statrti  Toletani  a  Sede  Apostólica 
scepe  confirmati,  j)ro  hix,  qni  bo7io  Se  incontaminato 
genere  nati sunt:  Atictore Didaco  Vclasquez,in  rtro- 
que  iurc  Laurento.  Antuerpiaj,  Ex  officina  Chris- 
tophori  Plantini,  M.D.LXXV.  124  págs.  en  8.» 


yo  era  el  autor.  Envíelo  al  doctor  Molina,  del 
Consejo  Real,  y  respondióme  estas  palabras: 

«Recibí  la  carta  de  vuestra  señoría,  y  por  la 
merced  que  me  hizo  con  ella  y  con  el  librico 
beso  las  manos  de  vuestra  señoría  muchas  veces ; 
que  fué  para  mí  muy  grande,  y  el  libro  muy 
grato,  porque  aunque  se  han  visto  por  acá  otras 
cosas  más  largas  en  aquellas  materias,  en  nin- 
guna se  han  tratado  con  tanta  brevedad  y  com- 
pendio, ni  tan  en  buen  estilo,  y  así  me  lo  ha 
tomado  el  señor  Presidente  del  Consejo  Real,  á 
quien  le  mostré,  y  le  pareció  muy  bien». 

También  envié  otro  á  Busto  dé  Villegas, 
Gobernador  que  era  del  Arzobispado  de  To- 
ledo, y  me  escribió  esta  carta: 

«Recibí  la  de  vuestra  señoría,  con  el  librico, 
el  cual  envié  al  Rey,  y  le  escribí  cuanto  vues- 
tra señoría  me  escribió  á  mí  (sin  su  licencia). 
Respondióme  graciosamente  y  dice  que  ha  hol- 
gado en  extremo  con  el  libro,  y  que  le  tiene  en 
BU  cámara  y  lee  en  él,  y  que  holgaría  que  ahí 
se  publicase  en  nombre  de  vuestra  señoría,  y 
que  vuestra  señoría  me  escribiese  largo  todo  lo 
que  se  ofrece  en  esotro  negocio,  porque  lo  desea 
saber,  y  dice  la  satisfacción  grande  que  tenia  de 
la  persona  de  vuestra  señoría. 

» Yo  le  escribí  á  propósito  del  libro  que  vues- 
tra señoría  reverendísima  era  la  persona  eclesiás- 
tica más  aventajada  en  letras  y  estofa  de  la  cris- 
tiandad. Bien  creo  que  no  haría  buen  estómago 
á  nuestros  compañeros  (si  la  vieron) ;  pero,  en 
fin,  dije  la  verdad,  y  así  lo  es  toda  la  respuesta 
que  aquí  digo». 

Pero  dejado  esto,  y  volviendo  á  Pío  Y,  vien- 
do que  yo  nunca  le  pedía  cosa  alguna  (y  quizás 
sintiendo  que  me  había  hecho  agravio),  deseaba 
hacerme  alguna  gracia,  y  así  el  Cardenal  Cer- 
vantes me  ofreció  de  su  parte  que  si  yo  quería 
proveer  lo  que  vacase  en  sus  meses  en  mi  obis- 
pado, él  holgaría  de  concedérmelo.  Yo  le  res- 
pondí que  ¿si  había  de  ser  echando  pensiones  á 
los  por  mí  proveídos  y  obligándolos  á  ellas  con 
fianzas  bancarias  y  otras  de  renovando  como  se 
usaba?  Respondióme  que  sí.  Entonces  le  dije 
que  tenía  en  mucho  la  gracia,  pero  que  no  que- 
ría yo  tan  mal  á  las  personas  beneméritas  que 
había  de  nombrar  que  las  obligase  á  tantas  car- 
gas ;  que  harto  hacía  si  acertase  á  proveer  bien 
en  mis  meses,  sin  poner  gravamen  á  los  que  yo 
proveyese,  sin  encargarme  de  buscar  (')  per- 
sonas idóneas  (que  las  más  dellas  son  pobres), 
y  obligándolas  á  lo  imposible. 

Murió  Su  Santidad  primero  de  mayo  del  año 
de  1572,  sin  sentenciarla  causa  del  Arzobispo, 
y  aunque  deseó  acabarla  y  darle  por  libre,  al  fin, 
como  era  un  ánima  buena  y  le  debía  de  remor- 
der la  conciencia,  instando  los  del  reo  por  mn- 

(')  En  el  ms  huscar  más. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


173 


chas  vías  para  que  sentenciase,  dicen  que  últi- 
mamente dijo  que  no  quería  morir  con  aquel 
escrúpulo;  y  así  pareció  por  el  efecto,  pues 
viéndose  morir  muchos  días  antes  del  mal  de 
piedra  nunca  sentenció;  y  á  los  que  porfiaban 
que  él  sabía  que  el  reo  era  inocente,  les  repli- 
caba yo  que,  si  aquello  fuera,  él  iba  con  grandí- 
simo cargo  de  conciencia  en  dejar  preso  wn 
inocente  y  tener  por  su  causa  tantos  Obispos 
fuera  de  sus  Iglesias,  mayormente  sabiendo 
que  había  de  tardarse  mucho  en  reverse  y  sen- 
tenciarse. 

La  hora  que  se  certificó  en  Roma  que  el  Papa 
era  muerto,  iban  por  las  calles  hombres  y  mu- 
jeres huyendo  á  sus  casas,  á  pie  y  á  caballo  y 
en  coches,  como  que  se  hubiera  entrado  la  ciu- 
dad por  enemigos.  Vivía  yo  entonces  cerca  de  la 
cárcel  Sábela,  y  me  admiré  de  entender  que 
aquélla  y  las  otras  fueron  luego  rotas  y  sueltos 
los  presos,  y  se  hallaban  á  hacer  esto  hombres 
honrados,  y  decían  que  era  aquella  preeminencia 
de  Roma  soltar  los  presos  todos,  y  que  los  delin- 
cuentes quedasen  sin  castigo  y  los  acreedores 
perdiesen  sus  deudas ;  tanto  puede  la  mala  cos- 
tumbre, que  sin  vergüenza  ni  escrúpulo  delin- 
quen contra  las  leyes  divinas  y  humanas. 

Di  jome  luego  el  Embajador  que  desde  el 
septiembre  pasado  que  estuvo  el  Papa  enfermo 
estaba  acordado  que  si  muriese  había  de  venir 
á  la  elección  de  otro  Papa  el  Cardenal  de 
Granvela,  y  que  convenía  que  yo  fuese  á  ser 
Virrey  de  Ñapóles ;  que  el  Rey  no  había  de  bus- 
car extranjeros  para  el  tiempo  de  las  necesida- 
des que  ocurrían,  sino  valerse  de  los  suyos,  y 
así  de  su  parte  me  lo  pedía,  y  que  había  de  ser 
con  mucha  brevedad,  que  hasta  Gaeta  vernían 
galeras  por  mí,  y  antes  de  Gaeta  saldrían  sol- 
dados á  asegurarme  el  camino.  Respondíle  que 
nunca  había  dejado  de  servir  al  Rey  con  todas 
mis  fuerzas,  y  así  lo  haría  ahora,  pues  me  ha- 
llaba con  salud. 

Partí  de  Roma  dentro  de  tres  días,  y  antes 
de  Terrachina  me  salió  una  escuadra  de  soldados 
españoles  á  acompañar  hasta  Gaeta,  y  les  di  á 
cado  uno  un  escudo  de  oro  en  oro  y  al  caporal 
dos  escudos;  hallé  allí  dos  galeras  que  rae  es- 
peraban y  en  ellas  fui  á  Ñapóles,  adonde  el 
Cardenal  me  recibió  y  regaló  mucho,  y  desde 
luego  me  puso  en  igual  lugar,  y  en  el  sitial,  y 
en  la  mesa,  y  en  todo. 

Dióme  allí  la  carta  del  Rey  siguiente: 

«Conviniendo  al  servicio  de  Dios  y  nuestro 
que  el  Cardenal  Granvela,  nuestro  lugarte- 
niente general,  se  llegue  á  Roma,  habemos 
hecho  elección  de  vuestra  persona  para  el  go- 
bierno de  nuestro  reino  de  Ñapóles,  siendo 
cierto  que  atenderéis  á  ello  con  la  vigilancia  y 
cuidado  que  de  vuestra  persona  confiamos.  De 
Madrid  á  27  de  septiembre  de  1571». 


En  el  sobreescrito  dice: 

«Al  reverendo  en  Cristo  Padre  el  Obispo  de 
Badajoz,  nuestro  muy  caro  y  muy  amado 
amigo». 

Pero  engañóse  mucho  el  señor  que  hizo  este 
sobreescrito,  que  hasta  el  día  que  esto  escribo  no 
han  tenido  el  Rey  ni  el  Emperador  su  padre 
más  barato  servidor,  pues  no  les  he  hecho  de 
costa  un  solo  real  con  todos  mis  servicios. 

Fui  á  tomar  la  posesión,  en  partiendo  de 
allí  Granvela,  con  la  pompa  grandísima  que  se 
usa  en  Ñapóles;  en  la  iglesia  Mayor  se  leyó  la 
patente,  que  por  muy  larga  no  la  ingiero  aquí; 
pero  en  suma  contiene  que  Su  Majestad  me  co- 
metía y  encomendaba  el  regimiento  y  goberna- 
ción del  reino  de  Ñapóles,  así  en  lo  de  justicia 
como  en  lo  de  hacienda  y  de  la  guerra,  de  la 
misma  manera  que  tenía  cometido  á  Granvela, 
y  que  para  todo  ello  me  daba  amplísima  facul- 
tad, autoridad  y  poder,  con  libre  y  general  ad- 
ministración, y  mandaba  que  todos  los  del  reino 
me  sirviesen  y  reverenciasen  por  superior,  y 
como  á  quien  representaba  su  persona,  y  que  á 
mis  mandamientos  obedezcan  como  á  los  suyos 
propios. 

Tomada  la  posesión,  traté  luego  los  nego- 
cios, y  entendí  que  se  quejaban  de  que  se  les 
daba  (según  ellos  decían)  poca  audiencia,  y  que 
los  despachaban  con  dilación,  y  así  les  di  más 
continua  la  audiencia  y  á  más  horas,  y  procuré 
despacharlos  con  más  brevedad,  y  con  esto  y 
con  ser  cosa  nueva  (de  que  ellos  son  muy  ami- 
gos), mostraron  tener  contentamiento;  y  en 
una  causa  que  hice  despachar,  en  que  un  gen- 
tilhombre estaba  mal  condenado  y  le  echaban 
en  una  isla,  mandé  hacer  relación  delante  de 
mí,  y  fué  dado  por  libre  de  los  mismos  autos. 
El  dijo  á  voces  que  al  fin  el  buen  gobierno  es 
de  los  españoles. 

Estando  yo  en  Ñapóles  me  escribió  el  Rey 
esta  carta: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de  Ba- 
dajoz, del  nuestro  Consejo:  Por  vuestra  carta 
del  primero  deste  y  por  lo  que  don  Joan  de  Zú- 
ñiga  me  ha  escrito  he  entendido  la  voluntad 
con  que  os  habéis  dispuesto  á  ir  á  servirme  y 
á  asistir  en  los  negocios  en  Ñapóles,  entretanto 
que  el  cardenal  de  Granvela  está  ausente  en  el 
cónclave  y  elección  del  Pontífice,  lo  cual  os 
agradezco  y  tengo  en  mucho  servicio,  y  os  en- 
cargo y  ruego  que  el  tiempo  que  esto  durare 
tengáis  el  cuidado  de  aquello  que  conviene  y  yo 
de  vos  confío.  Del  Pardo  19  de  mayo  de  1.372». 

Hízose  brevemente  la  elección  de  Grego- 
rio XIII,  y  con  toda  prisa  se  volvió  Granvela 
á  Ñapóles,  y  luego  me  partí  para  Roma,  y  el 
Cardenal  me  porfió  mucho  que  recibiese  el  sa- 
lario de  Virrey,  lo  cual  no  pudo  acabar  conmi- 
I   go,  y  le  dije  c¿ue  no  era  justo  que  el  Rey  pa- 


174 


AUTOBIOGEAFIAS  Y  MEMOHIAS 


gase  en  un  tiempo  dos  Virreyes.  Replicóme  que 
él  se  entendería  con  el  Rey  que  no  dejase  yo  de 
cobrar  aquello,  para  compensa  de  parte  de  lo 
que  había  gastado  en  el  camino.  Dijele  que 
todo  lo  que  yo  tenía  gastaría  en  servicio  del 
Rey,  que  aquello  era  lo  de  menos,  y  así  fui  y 
volví  á  mi  costa  y  entendí  que  había  dejado  sa- 
tisfacción y  buen  nombre  en  aquel  reino,  y  el 
Rey  me  escribió  esta  carta: 

c( Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de  Ba- 
dajoz: La  carta  que  me  escribisteis  á  2G  de 
mayo  con  el  aviso  de  vuestra  vuelta  de  Ñapó- 
les recibí;  y  el  Cardenal  de  Granvela  me  ha  es- 
crito lo  bien  que  el  tiempo  que  allí  estuvisteis 
gobernasteis,  que  es  conforme  á  lo  que  yo  es- 
peraba de  vos,  y  asi  os  doy  muchas  gracias  por 
ello.  De  Madrid  á  8  de  julio  de  1572». 

Vuelto  á  Roma,  fui  á  besar  el  pie  al  Papa,  y 
le  dije  que  toda  la  cristiandad  debía  estar  muy 
alegre  con  su  buena  elección,  por  muchas  causas ; 
pero  que  nosotros  lo  habíamos  de  estar  más, 
porque  allende  de  aquellas  esperábamos  que  nos 
acabaría  aquel  negocio  en  que  estábamos  allí 
detenidos  tantos  años  con  brevedad,  y  que  con 
BUS  muchas  letras  y  grande  experiencia  no  po- 
dría recibir  engaño  con  los  votos  de  los  juristas, 
ni  aun  con  los  de  los  teólogos.  El  se  rió,  y  dijo 
que  él  procuraría  que  el  negocio  se  abreviase. 

Publicaron  entonces  los  del  Arzobispo  que 
Pío  V  había  ya  dado  la  sentencia,  y  afirmáron- 
lo tan  de  veras  que  alegaban  testigos  dello,  y 
fueron  al  nuevo  Papa  y  le  suplicaron  que  la 
publicase  y  sentenciase,  el  cual  respondió  que 
se  la  diesen  y  les  daría  veinte  mil  ducados  por 
ella,  por  no  ver  el  proceso,  y  aun  con  todo  esto 
se  estaban  en  su  error,  y  creo  que  siempre  lo 
estuvieran  si  en  la  sentencia  que  despue's  se  dio 
no  se  dijera  expresamente  que  Pío  V  murió  an- 
tes que  sentenciase.  Yo  creo  que  parte  fué  en- 
gaño y  parte  cautela  de  las  que  usaban  para 
acreditar  su  negocio,  diciendo  que  el  Papa  Pío 
había  absuelto  al  reo. 

Y  en  parte  podían  tener  alguna  probabilidad, 
porque  el  Pío  había  dado  muchas  ocasiones 
para  que  se  esperase  aquello  del,  y  el  Cardenal 
Hosio  (conocidísimo  por  sus  libros),  me  dijo 
que  él  había  hablado  dos  veces  al  Pío  para  que 
sentenciase  al  reo,  que  le  afirmaba  Navarro  que 
estaba  inocente,  y  que  le  había  respondido  que 
él  deseaba  absolverle,  mas  que  buscaba  conyun- 
tura  para  hacerlo  con  dulzura,  que  los  teólogos 
de  España  querían  hacerle  hereje  sin  serlo.  Yo 
le  dije  que  aquellas  últimas  palabras  eran  in- 
dignas de  su  persona,  y  mus  de  la  Silla  de  San 
Pedro;  que  nuestros  teólogos  no  querían  sino 
que  no  hubiere  herejes  en  España,  y  pluguiera 
á  Dios  que  su  señoría  fuera  juez  ó  calificador 
en  aquella  causa,  que  no  creyera  lo  que  della 
se  hablaba  por  las  calles. 


Y  le  dije  más:  que  no  creyese  á Navarro,  que 
estaba  ciego  en  aquel  negocio  por  ser  Abogado 
y  consuegro  del  reo,  el  cual  tenía  con  sus  apa- 
sionadas y  artificiosas  sanctimonias  tan  enga- 
ñado al  Hosio,  que  habiendo  soltado  al  Conde 
Gayazo,  que  estaba  preso  por  hereje,  dijo  á  un 
Cardenal  de  la  Inquisición:  Soltasteis  á  Barra- 
bás y  dejasteis  preso  á  Cristo,  entendiendo  por 
Cristo  al  reo. 

Tomóse  muy  mejor  orden  de  ver  el  proceso 
esta  segunda  vez  que  la  primera,  porque  en- 
tonces se  vio  á  consejo  abierto  (como  dicen)  y 
ninguno  replicaba,  ni  podían  ni  llegal)an  las  co- 
sas á  averiguarse  por  el  proceso,  y  se  leía  lo 
pertinente  y  lo  impertinente  sin  orden;  pero 
ahora  fuimos  elegidos  cuatro:  dos  Cardenales, 
Montalto,  teólogo,  que  había  reducido  las  pro- 
posiciones del  reo  á  artículos,  y  Aldrobandino, 
que  relataba  y  había  hecho  sumarios  en  que 
juntaba  por  materias  las  probanzas,  y  junta- 
mente con  ellos  jo  y  Vadillo,  Obispo  de  Cha- 
falu,  y  no  víamos  sino  lo  que  hacía  al  caso,  y 
replicábamos  cuando  era  menester,  y  estábamos 
todos  sentados  cerca  del  Papa,  los  Cardenales 
al  lado  derecho  y  nosotros  al  izquierdo  y  llevá- 
bamos los  papeles  y  libros  que  queríamos. 

Y  porque  Vadillo  tenía  más  respeto  que  en 
aquel  caso  debía  á  los  Cardenales,  le  respondí 
que  no  sólo  á  ellos,  mas  también  al  Papa,  con 
debido  acatamiento,  era  menester  hablar  claro, 
que  no  sufría  otra  cosa  la  materia,  y  así  fué  que 
muchas  veces  convencí  allí  á  los  Cardenales,  y 
una  vez  que  dijo  el  Papa:  Parece  que  sigue  de 
aquí  cierta  cosa  en  favor  del  reo,  le  dije  luego: 
No  se  sigue  tal.  Beatísimo  Padre,  por  esta  ra- 
zón y  por  ésta;  y  él  se  satisfizo,  y  no  lo  tuvo 
ni  pudo  tener  por  descomedimiento. 

Visitando  yo  al  Cardenal  Farnesio  poco  des- 
pués que  vine  de  Ñapóles,  me  dijo  que  había 
oído  hablar  mal  al  Papa  de  la  prisión  del  reo  y 
de  su  causa.  Pregúntele  qué  causa  daba  dello. 
Respondió  que  porque  cuando  estuvo  en  Espa- 
ña todos  le  hablaban  en  su  favor,  y  ninguno 
contra  él.  Yo  lo  dije  que  aqi;ello  no  era  causa 
justa,  porque  los  que  hablaban  en  favor  del  reo 
no  sabían  lo  que  contra  él  había  y  los  que  lo  sa- 
bían no  decían  ni  podían  hablar  contra  él,  por 
no  descubrir  el  secreto  y  por  no  mostrarse  fis- 
cales. 

Aprovechóme  el  aviso  para  decir  al  Papa  en 
la  primera  congregación  que  le  suplicaba  me 
oyese  cuando  quisiese  apuntar  alguna  cosa,  que 
yo  sería  muy  breve  y  no  diría  sino  cosas  impor- 
tantes, y  con  esto  yo  tenia  por  cierto  que  den- 
tro de  pocos  días  Su  Santidad  vería  que  esta 
causa  era  muy  diversa  de  lo  que  della  se  habla- 
ba por  las  calles.  Respondió  que  él  me  oiría 
todas  las  veces  que  yo  quisiese,  y  así  lo  hizo, 
y  aun  muchas  veces,  sin  hacer  yo  ademán  que 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


175 


quería  liablar,  rué  preguntaba  si  quería  decir 
algo. 

Juntábamonos  delante  del  Papa  dos  veces 
cada  semana,  y  pasaban  algunas  cosas  notables; 
una  fué  que,  diciendo  yo  que  el  reo  estaba  con- 
vencido, se  paraba  colorado  Aldrobándino, 
como  que  lo  dijera  por  él,  porque  sabía  el  Papa 
lo  que  había  él  votado,  y  nosotros  también,  que 
lo  oímos  votar,  y  una  vez  que  más  se  accidentó, 
dije  yo  al  Papa  que  aquella  diferencia  que  te- 
níamos en  los  pareceres  no  era  contrariedad  de 
voluntades,  sino  de  entendimientos,  que  ni  los 
Cardenales  querían  librar  al  hereje  ni  nosotros 
condenar  al  católico;  pero  que  pensábamos  que 
teníamos  más  luz  en  esto  los  españoles,  por- 
que conocíamos  mejor  al  reo  y  á  los  testigos 
que  no  ellos,  y  nos  constaba  más  de  lo  que  ha- 
bía ^n  el  proceso;  y  con  esto  de  ahí  adelante 
se  quietó  más. 

Otra  cosa  fué  que  decían  los  Cardenales  que 
el  reo  no  trataba  las  herejías  exprofeso,  y  nues- 
tro teólogo  dijo  que  era  verdad,  y  ellos  se  asían 
de  esto,  de  manera  que  parecía  que  ya  quedaba 
con  aquello  el  reo  descargado.  Yo  sentí  que 
así  lo  entendían  y  lo  querían  dar  á  entender  al 
Papa,  porque  se  acogían  á  ello.  Dije  á  Su  San- 
tidad que  yo  deseaba  saber  qué  entendían  por 
aquella  palabra  exprofeso,  que  si  la  entendían 
como  suelen  los  juristas,  quería  decir  de  propó- 
sito y  á  la  larga,  y  que  yo  no  hallaba  que  para 
ser  uno  hereje  fuese  necesario  que  tratase  de 
aquella  manera  las  herejías,  sino  que  bastaba 
que  dijese  y  creyese  lo  contrario  de  la  fe  cató- 
lica, aunque  lo  dijese  de  paso  y  en  una  sola 
proposición.  Confesáronmelo,  y  dijeron  que  ex- 
profeso entendían  que  era  de  ánimo  deliberado, 
y  así  se  deshizo  aquel  encantamiento. 

Otra  vez,  queriendo  excusar  al  reo,  dijo 
Montalto  que  lo  que  escribía  que  Cristo  no 
era  legislador  se  entendía  tantum  ó  tan  sola- 
mente. Yo  repliqué  luego  que  si  so  permitía 
salvar  la  proposición  añadiendo  aquella  pala- 
bra, era  fácil,  con  sola  ella,  decir  que  los  grie- 
gos, que  tenían  que  el  Espíritu  Santo  no  pro- 
cedía del  Hijo  solo,  sino  también  del  Padre,  y 
la  herejía  de  los  arríanos.  Cristo  no  es  Dios 
tantum,  sino  Dios  y  hombre,  y  de  la  misma 
manera  otras  infinitas;  no  se  pudo  esto  negar, 
y  así  me  pareció  que  con  esto  y  con  otras  mu- 
chas cosas  semejantes  el  Papa  inclinaría  á  mi 
parecer  más  que  á  los  contrarios. 

Pero  en  dos  cosas  me  dio  gran  contenta- 
miento: la  una  fué  que  diciendo  los  Cardena- 
les que  el  reo  trataba  aquellas  cosas  católica- 
mente en  otras  partes,  y  respondiendo  yo  que 
aquello  no  le  excusaba,  dijo  el  Papa:  Guárdese 
que  no  haya  caído  en  algunas  partes  en  here- 
jías, que  esotro  no  le  aprovecha.  Y  era  defensa 
aquella  que,  á  falta  de  otra  mejor,  la  repetían 


infinitas  veces.  Lo  otro  fué  que  leyéndose  la 
confesión  del  reo,  en  que  decía  que  él  dejaba 
trasladar  el  cartapacio  7",  que  era  el  peor,  y 
que  no  lo  negara  á  ninguno  de  sus  discípulos, 
dijo  el  Papa:  ¿Luego  por  buena  doctrina  tenía 
aquélla?  Respondíle:  Así  parece  claro.  Beatí- 
simo Padre.  Y  con  estas  cosas  tuve  siempre 
gran  esperanza  que  había  de  hacer  justicia,  lo 
cual  casi  ninguno  tuvo,  antes  decían  que  no  lo 
querían  creer,  porque  no  había  caiisa  para  pen- 
sar tal  cosa. 

Ya  que  estaba  la  causa  casi  vista,  cayó 
enfermo  Aldrobandino,  que  era  el  Cardenal 
que  hacía  la  relación,  y  su  mal  fué  largo,  hasta 
que  murió  de  tísica,  y  por  esto  hubo  dilación 
nueva  en  el  negocio. 

También  murió  en  España  el  Cardenal  Espi- 
nosa, Inquisidor  general,  y  fué  nombrado  para 
aquel  oficio  don  Pero  Ponce,  Obispo  de  Plasen- 
cia,  y  antes  que  tomase  la  posesión  falleció. 
Desoués  del  fué  nombrado  Quiroga,  y  era  pú- 
blica y  común  opinión  en  el  reino  que  si  yo 
estuviera  en  España  fuera  yo  nombrado. 

Y  aun  el  Cardenal  Granvela,  desde  Ñapó- 
les, rae  escribió  en  una  carta  estas  palabras: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 
)) Harto  siento  que  en  esta  sazón  no  se  halle 
vuestra  señoría  en  España,  porque  soy  cierto 
que  al  oficio  de  Inquisidor  mayor  ninguno  tenia 
mayor  acción,  y  aun  no  despero  que  Su  Majes- 
tad terna  cuenta  en  los  ausentes,  así  en  esto 
como  en  mejorarle  de  Iglesia,  habiendo  tantas 
vacantes;  sé  que  á  lo  menos  no  he  faltado  de 
dar  el  testimonio  que  debía  á  vuestra  señoría, 
como  lo  haré  siempre,  ni  habrá  jamás  persona 
que  con  más  afición  le  sirva  que  yo.  Guarde 
Nuestro  Señor  y  acreciente  la  muy  ilustre  per- 
sona y  estado  de  vuestra  señoría,  como  deseo. 
De  Ñapóles  10  de  abril  de  1573». 

Y  el  mes  antes  me  había  escrito  otra  con  la 
misma  cortesía,  y  en  ella  puso  estas  palabras: 

«La  de  vuestra  señoría  de  seis  de  éste  he  re- 
cebido,  y  con  ella  (como  haré  siempre  con  todas 
las  suyas)  me  he  holgado,  y  me  hallará  vuestra 
señoría  siempre  muy  deseoso  de  hacerle  servi- 
cio, teniendo  de  su  persona,  valor  y  méritos,  y 
de  la  obligación  que  le  reconozco,  la  cuenta  que 
deseo;  y  así,  si  Su  Majestad  hiciese  lo  que  á 
mí  parece,  creo  que  no  pecaría  en  la  justa  dis- 
tribución de  las  Iglesias  vacantes  en  España  y 
que  yo  ternía  contentamiento  de  ver  promovido 
y  adelantado  á  vuestra  señoría,  que  lo  merece». 

Había  ya  sido  proveído  de  la  presidencia  del 
Consejo  Real  el  doctor  Covarrubias,  Obispo  de 
Segovia,  y  á  la  carta  que  yo  le  escribí  dándole 
el  parabién  me  respondió  de  esta  manera: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

»Por  la  carta  de  vuestra  señoría  reverendí- 
sima he  entendido  la  satisfacción  que  ha  tenido 


176 


autobiografías  y  memorias 


de  que  Su  Majestad  se  haya  querido  servir  de 
mí  en  este  oficio,  el  cual  quisiera  yo  cupiera  á 
vuestra  señoría,  porque  ahorrara  este  trabajo,  y 
en  le  que  de  mi  parte  se  podía  pretender  en  este 
Tribunal  estaría  muy  cierto  se  me  haría  toda 
merced  y  favor;  ya  que  la  suerte  acudió  á  esta 
otra  parte,  vuestra  señoría  esté  cierto  que  le 
serviré  en  todo  lo  que  en  mí  fuere,  y  haré  en 
esto  lo  que  debo  al  servicio  de  Dios  Nuestro 
Señor  y  de  Su  Majestad  por  las  partes  que 
siempre  conocí  de  vuestra  señoría,  á  quien  beso 
muchas  veces  las  manos  por  la  merced  que  me 
hizo  en  su  carta,  y  le  suplico  me  mande  avisar 
de  su  salud  y  de  lo  que  ocurriere  en  que  yo 
pueda  servir  á  vuestra  señoría,  cuya  muy  ilus- 
tre y  reverendísima  persona  guarde  Nuestro 
Señor  como  sus  servidores  deseamos.  De  Ma- 
drid 18  de  diciembre  de  1572». 

Y  como  era  una  bendita  ánima,  me  tuvo 
mucha  voluntad  y  amistad  toda  la  vida. 

Volviendo  á  nuestro  negocio,  viendo  que  la 
mayor  parte  del  era  cosas  de  Teología,  y  que 
había  para  esto  mucha  flaqueza  de  nuestra  parte, 
cscribílo  á  España,  y  que  era  necesario  envia- 
sen teólogos,  y  así  se  hizo,  que  inviaron  cua- 
tro que  importaron  mucho,  especialmente  fray 
Diego  de  Chaves,  que  había  siempre  sido  de  los 
que  calificaron  en  España. 

Vino  también  el  maestro  Sancho,  de  cuyo 
gesto,  habla  y  deseo  se  pudiera  decir  mucho,  y 
por  ser  decano  de  los  teólogos  de  Salamanca 
(adonde  era  doctor  el  Navarro)  fuélo  á  visitar,  y 
él  le  dijo:  ¿A qué  vienen  á  perseguir  á  un  santo; 
que  todo  esto  es  odio,  malicia  é  interés?  Lo 
cual  en  la  primera  congregación  dije  al  Papa, 
y  que  le  suplicaba  que  no  diese  más  crédito  á 
Navarro  que  lo  que  le  probase  por  derecho,  y 
estaba  tan  apasionado  que  había  dicho  aquellas 
palabras,  y  que  pues  se  había  atrevido  á  decirlas 
al  maestro  Sancho,  que  aquéllas  y  otras  peores 
habría  dicho  y  diría  á  otras  personas;  y  que 
hombre  que  en  su.  Manual  hacía  tantos  escrúpu- 
los de  pecados  veniales,  yo  no  sabía  en  qué  gra- 
do ponía  hacer  juicio  tan  temerario  y  tan  falso 
y  malo  contra  el  Rey  Católico  y  sus  ministros. 

Quise  decirle  esto  delante  de  los  Cardenales, 
porque  le  tenían  por  oráculo,  y  añadí  las  cau- 
sas de  su  pasión,  que  tenía  casado  su  sobrino, 
hijo  de  su  hermano  mayor,  con  sobrina  del  reo, 
y  era  de  su  tierra,  y  su  abogado,  y  que  me  de- 
cían que  estaba  obligado  á  dotar  aquella  sobrina 
si  el  reo  no  salía  libre.  Dijo  á  esto  el  Papa: 
Mahim.  Yo  le  dije:  Todo  lo  demás  es  público; 
esto  postrero  no  lo  sé  cierto,  y  no  permita  Dios 
que  delante  del  Sumo  Pontífice  yo  afirme  lo 
incierto  por  cosa  cierta,  aunque  me  lo  han  dicho 
personas  á  quienes  soy  obligado  á  creer,  y  por 
eso  me  atreví  á  referirlo  delante  de  Vuestra 
Santidad. 


Supe  después  que  de  ahí  adelante  no  lo  creía 
el  Papa  tanto  como  antes ;  y  cierto  fué  de  ma- 
ravillar que  un  tan  buen  hombre  estuviese  tan 
ciego  de  pasión  que  no  tuviese  por  pecado  decir 
aquellas  palabras,  ni  escribir  adulaciones  terri- 
bles, cuales  parecen  en  las  obrillas  que  hizo  en 
Roma,  y  las  decía  cada  día  con  humillaciones 
y  sumisiones  ridiculas,  y  continuando  en  Valla- 
dolid  ir  casi  cada  día  á  mi  casa,  nunca  jamás 
me  visitó  en  Roma;  y  sabiéndolo  el  Comenda- 
dor mayor  le  dijo  que  por  qué  no  entraba  en 
mi  casa,  ni  aun  para  informar  por  el  reo.  Res- 
pondióle: Porque  me  han  dicho  que  dijo  que 
el  reo  era  hereje.  Entonces  le  replicó  el  Comen- 
dador mayor:  Si  lo  dice,  yo  lo  creeré  más  á  él 
que  á  toda  Italia  que  diga  lo  contrario.  Esto 
fué  después  que  vino  de  la  victoria  naval  que 
alcanzó  de  la  armada  del  turco. 

En  este  tiempo  proseguía  Lobo  sus  sermo- 
nes contra  el  estatuto  de  Toledo  con  tanta  furia, 
que  dijo  que  los  que  llevaban  semejantes  esta- 
tutos confirmados  de  Roma  pensaban  que  hacían 
alguna  buena  cosa  y  llevaban  herejías  confir- 
madas; y  también  predicó  otros  errores.  Yo  dije 
al  Cardenal  de  Gambara,  de  el  Consejo  de  la 
Inquisición,  que  estaban  maravillados  y  escan- 
dalizados en  España  de  saber  que  se  predica- 
ban aquellas  herejías  en  Roma  y  que  no  las  cas- 
tigaban. El  picóse  de  esto,  y  díjolo  al  Papa,  y 
envió  á  mi  casa  al  Obispo  de  Nepe,  que  hacía 
los  procesos  de  la  Inquisición,  el  cual  se  infor- 
mó de  mí  de  los  errores  que  Lobo  había  predi- 
cado y  delante  de  qué  testigos  (que  aunque  yo 
nunca  le  oí  sino  un  sermón  todos  me  venían 
á  contar  los  disparates  que  predicaba),  y  con  la 
memoria  que  yo  di  y  verificación  que  se  hizo,  le 
prendieron  y  condenaron  á  que  se  retractase  y 
que  no  predicase  más  sin  licencia  expresa  del 
Papa,  y  así  se  ejecutó. 

Por  este  tiempo  se  proveyeron  en  España 
muchas  Iglesias  mayores  que  la  mía,  sin  sacar 
yo  parte,  bien  contra  parecer  de  todo  el  reino, 
y  todos  decían  que  por  estar  ausente  se  había 
hecho  así.  Y  Busto  de  Villegas  me  escribió 
que  él  sabía  de  cierta  ciencia  que  mi  ausencia 
me  había  quitado  oficio  y  mejor  Obispado.  Yo 
le  respondí  que  aunque  aquella  era  común  opi- 
nión y  bastante  causa  para  no  me  dar  oficio, 
mas  que  para  los  obispados  no  lo  quería  creer; 
que  si  yo  estuviera  ausente  sirviendo  al  turco  ó 
al  Rey  de  Francia,  fuera  la  causa  justa;  pero 
estando  en  tan  grande  servicio  del  Rey,  y  en 
parte  á  donde  había  necesidad  de  honrarme  y 
autorizarme,  y  á  donde  me  venían  á  dar  (como 
dicen)  humo  á  narices  con  las  bulas,  no  me 
podía  persuadir  que  aquella  fuese  la  causa  final; 
y  de  lo  que  me  pesaba  más  que  de  otra  cosa  era 
que  lo  echaban  de  ver  los  que  me  querían  mal 
para  aquel  negocio,  y  holgaban  mucho  dello. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


177 


No  solamente  no  se  me  hizo  entonces  mer- 
ced, pero  hiciéronme  dos  cosas  de  disfavor  no- 
table: 

La  una  que  habiendo  el  Rey  acordado  muy 
bien  que  cuando  alguno  á  quien  hubiese  dado 
pensión  fuese  promovido  á  obispado,  dejase 
las  pensiones  que  tuviese  sobre  obispados,  y 
ejecutándose  con  otros,  se  hizo  particularidad 
contra  mí;  porque  teniendo  el  nombrado  para 
Astorga  seiscientos  ducados  de  pensión  sobre 
Badajoz,  y  quinientos  sobre  Cartagena  (cuyo 
Obispo  no  había  jamás  servido  al  Rey),  quitá- 
ronle los  de  Cartagena  y  dejaron  los  de  Ba- 
dajoz. 

La  otra  cosa  fué  que  estando  un  Canónigo 
de  San  Pedro,  bolones,  en  Roma,  hombre  sin 
letras  y  sin  otras  cualidades  de  las  que  en  mí 
concurrían,  se  pidió  capelo  para  él  en  nombre 
del  Rey,  sin  tener  cuenta  conmigo,  aunque  es 
verdad  que  el  Papa  respondió  muy  bien,  dicien- 
do al  Embajador:  Pídame  el  Rey  Católico  ca- 
pelos para  españoles,  y  el  de  Francia  para 
franceses,  y  entonces  yo  terne  cuenta  en  lo  que 
se  pudiere  hacer;  pero  déjenme  á  mí  los  ita- 
lianos, que  yo  veré  quién  más  conviene  elegir 
dellos,  y  así  no  hizo  lo  que  se  le  pedía. 

Prosiguieron  todas  las  audiencias  hasta  el  día 
primero  de  abril  de  1573,  y  en  aquélla,  que  fué 
la  última,  dije  algunas  cosas  breves  y  eficaces 
al  Papa,  y  le  di  mi  voto  y  parecer  en  18  plie- 
gos de  papel,  diciendo  que  con  aquello  descar- 
gaba mi  conciencia ;  que  Su  Santidad  fuese  ser- 
vido de  pasar  los  ojos  por  ello,  que  no  tenía 
más  que  decir.  Y  visto  que  me  había  sobreve- 
nido gota,  y  que  ya  no  tenía  qué  decir  más  en 
el  negocio,  y  que  había  perdido  dos  sobrinos 
que  fueron  conmigo  de  España,  y  que  se  me 
habían  muerto  en  aquellos  años  dos  hermanos 
y  dos  hermanas,  y  que  crecían  mis  trabajos  y 
disfavores,  escribí  luego  al  Rey  y  al  Inquisidor 
general  que  ya  era  justo  se  me  diese  licencia 
para  ver  mi  obispado  y  casa  y  para  remediar 
cuatro  sobrinas  huérfanas,  y  proveer  otras  cosas 
para  después  de  mis  días. 

Respondióme  el  Rey  estas  palabras: 

«[En  lo  que  toca  á]  la  licencia  que  pedís 
para  que  os  podáis  venir,  por  ahora  parece  que 
vuestra  asistencia  en  esa  corte  es  muy  nece- 
saria, estando  esta  causa  en  el  estado  que  veis; 
y  aquí  se  tendrá  cuidado  de  os  la  dar  para  que 
podáis  usar  della  en  la  coyuntura  que  significáis; 
y  así  me  tendré  por  servido  que  sobreseáis  en  ella 
hasta  que  yo  os  mande  avisar». 

Con  todos  mis  trabajos  y  disfavores  nunca 
aflojé  uñ  punto  en  lo  que  tocaba  á  la  causa,  y 
escribiéndome  el  Inquisidor  general  que  le  avi- 
sase de  todo  lo  que  pudiese,  sin  venir  contra  el 
juramento  del  secreto,  que  el  enviaba  mis  car- 
tas al  Rey,  y  que  sin  lisonja  me  afirmaba  que 


el  Rey  gastaba  mucho  dellas,  me  pareció  escri- 
bir al  mismo  Rey  que  no  me  parecía  justo  que 
le  encubriesen  lo  que  había  en  el  proceso,  pues 
convenía  que  lo  supiese,  para  avisar  á  Su  San- 
tidad de  lo  que  conviniese  al  estado  de  España, 
al  cual  tocaba  mucho  esta  causa  por  ser  el  reo 
Primado  y  principal  del  brazo  eclesiástico,  y 
que,  pues  al  Rey  de  Francia  le  sufrían  la  liga 
con  el  turco,  y  con  título  de  tocar  en  el  estado 
no  le  osaba  hablar,  y  aun  á  los  venecianos 
disimularon  que  quebrasen  la  liga  y  se  concer- 
tasen con  el  turco,  que  Su  Majestad  se  aprove- 
chase deste  lenguaje,  no  para  cosas  tan  impías 
y  feas,  sino  para  que  se  guardase  justicia  en 
esta  causa,  que  yo  creía  que  entendiendo  que 
sabía  Su  Majestad  las  culpas  del  reo  no  se 
podría  dejar  de  hacer  justicia,  y  que  sólo  esto 
me  parecía  que  faltaba  de  hacer.  Pareció  bien 
al  Rey  y  escribióme  esta  carta: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de 
Badajoz,  del  nuestro  Consejo:  Vi  lo  que  me 
escribisteis  por  la  de  los  27  de  noviembre,  y  lo 
que  por  ella  advertís  del  recurso  que  os  parece 
que  queda  para  esperar  que  se  haga  justicia  en 
la  determinación  de  la  causa  del  Arzobispo  de 
Toledo,  y  todo  está  considerado  como  de  vues- 
tro buen  celo  y  prudencia  se  debe  confiar,  y  os 
lo  tengo  en  servicio.  Yo  escribo  á  Su  Santidad 
suplicándole  tenga  por  bien  de  dar  la  licencia 
que  decís,  como  es  tan  justo  que  lo  haga;  y  en- 
cargo á  mi  Embajador  que  lo  procure  por  los 
buenos  medios  que  le  pareciere,  y  espero  de  la 
prudencia  de  Su  Beatitud  que  tendrá  por  bien 
de  condescender  en  cosa  tan  justa,  pues  puede 
considerar  para  los  buenos  íines  y  efectos  que 
se  pretende.  De  Aranjuez  20  de  hebrero  de 
1574». 

Recibida  la  carta  del  Rey  por  el  Papa,  aun- 
que se  le  hizo  de  mal,  nos  mandó  á  fray  Diego 
de  Chaves  y  á  mí  que  secretamente  enviásemos 
al  Rey  la  relación  del  estado  y  méritos  del  pro- 
cesso.  El  maestro  Chaves  envió  luego  lo  que 
tocaba  á  las  proposiciones,  y  yo  lo  del  hecho  y 
derecho,  y  aun  algo  de  Teología ;  y  escribí  al 
Rey  que  allí  lo  enviaba  en  seis  pliegos  de  papel 
en  romance,  con  las  alegaciones  en  las  márge- 
nes, para  que  si  Su  Majestad  quisiese  pudiese 
pasar  los  ojos  por  ello.  Respondióme  lo  si- 
guiente: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  ©hispo,  del 
nuestro  Consejo:  Vuestra  carta  de  los  1-1  del 
pasado  recibí,  con  la  relación  que  me  enviasteis, 
y  por  todo  ello  se  entiende  bien  el  celo  que 
habéis  tenido  desde  el  principio  que  esta  causa 
se  introdujo  en  el  Tribunal  del  Santo  Oficio  de 
la  Inquisición,  al  servicio  de  Nuestro  Señor  y 
bien  universal  de  su  Iglesia,  y  con  el  cuidado  y 
atención  que  habéis  asistido  y  trabajado  en 
ella,  que  es  conforme  á  la  satisfacción  que  yo 


178 


autobiografías  y  memorias 


siempre  he  tenido  de  vuestras  letras  y  buenas 
partes,  de  que  me  tengo  por  muy  servido.  Yo 
escribo  á  Su  Santidad  suplicándole  tenga  por 
bien  que  estas  relaciones  se  comuniquen  á  don 
Joan  de  Zúñiga,  uii  embajador,  por  lo  que  im- 
porta al  servicio  de  Nuestro  Señor  y  á  la  con- 
servación de  nuestra  santa  fe  católica  que  Su 
Santidad,  en  la  determinación  de  esta  causa, 
prevenga  todos  los  peligros  y  inconvenientes 
que  se  representan.  Os  ruego  y  encargo  que 
así  lo  declaréis  en  las  congregaciones  que  se 
tuviesen,  y  continuéis  los  buenos  oficios  que 
hasta  aquí  se  han  proseguido,  como  de  vuestra 
prudencia  y  doctrina  se  confía,  que  en  ello 
seré  muy  servido.  De  Madrid  22  de  junio  de 
1574». 

Fué  mi  pliego  sobreescripto  para  el  Inquisi- 
dor general,  al  cual  escribí  que  aquella  relación 
enviaba  tan  breve  porque  no  diese  al  Rey  pesa- 
dumbre, y  porque  alargar  más  para  su  señoría 
y  el  Consejo  en  lo  que  tocaba  al  Derecho  fuera 
superfino.  Respondióme  de  esta  manera: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

Recibí  la  carta  de  vuestra  señoría  reverendí- 
sima de  14  de  mayo,  y  con  ella  la  relación  del 
negocio  del  Arzobispo  de  Toledo,  la  cual  leyó 
Su  Majestad  y  se  satisfizo  en  gran  manera  de 
ella;  y  á  estos  señores  del  Consejo  y  á  mí  ha 
parecido  cosa  de  la  mano  de  vuestra  señoría, 
que  es  término  de  harto  encarecimiento;  y  vista 
esta  relación  y  la  del  señor  fray  Diego  de  Cha- 
ves, y  las  calificaciones  que  vinieron  de  allá,  y 
las  que  habemos  enviado  de  acá,  no  parece  que 
el  Arzobispo  tenga  remedio,  sino  es,  confesan- 
do sus  culpas,  pedir  misericordia.  Harto  desea- 
mos todos  á  saber  el  fin  de  este  negocio,  por 
muchos  respetos,  y  no  es  el  de  menos  c«nside- 
raf"ión  ver  en  esta  tierra  á  vuestra  señoría  re- 
verendísima con  el  descanso  que  desea,  cuya 
muy  ilustre  y  reverendísima  persona  y  estado 
acreciente  Nuestro  Señor  por  largos  años  para 
flu  servicio.  De  Madrid  19  de  junio  1574». 

Dio  licencia  Su  Santidad  para  que  comuni- 
cásemos este  negocio  con  el  Embajador,  y  tra- 
tando un  día  con  él  si  faltaba  de  hacer  alguna 
diligencia,  dijo  el  licenciado  Temiño  que  sería 
bien  que  algunos  Prelados  y  teólogos  de  auto- 
ridad que  habían  aprobado  el  Catecismo,  de  que 
se  ayudaban  mucho  los  de  la  parte  del  reo, 
fuesen  advertidos  de  la  doctrina  que  allí  había, 
con  sus  calificaciones,  mostrándoles  los  lugares 
de  donde  la  sacó  el  reo;  pareciónos  que  era  cosa 
que  podía  aprovechar  y  no  dañar. 

Y  así  escribimos  al  Inquisidor  general  que 
pues  estaban  allá  fray  Joan  de  la  Fuente  y 
Orantes,  dos  principales  teólogos  que  se  habían 
hallado  en  calificar  los  escritos  y  libros  del  reo, 
qu?  aquellos  fuesen  á  hacer  esta  diligencia  con 
los  aprobadores  principales;  y  que  porque  no 


calumniasen  que  estando  la  causa  delante  del 
Papa  se  hacía  aquello  sin  su  autoridad,  que 
diese  el  Rey  cédula  para  los  aprobadores,  y  por 
su  mandado  se  hiciese  aquella  diligencia  que, 
si  sucediese  como  esperábamos,  podrían  después 
declarar  sus  dichos  por  mandado  del  Papa. 

Y  aunque  respondió  el  Inquisidor  general 
desconfiando  que  aquello  había  de  ser  de  algún 
efecto,  todavía  lo  hizo  de  la  manera  que  le  ad- 
vertimos, y  luego  todos  ellos  revocaron  sus 
aprobaciones,  diciendo  que  no  sabían  de  qué 
autores  fué  sacada  aquella  mala  doctrina,  y  que 
tenían  entonces  al  reo  por  muy  católico.  Yo 
gusté  mucho  del  buen  suceso  porque  ayudán- 
dose mucho  el  reo  de  la  autoridad  de  aquellos 
aprobadores,  siempre  dije  delante  del  Papa 
que  yo  confiaba  dellos  que  si  supieran  lo  que 
había  contra  el  reo  nunca  aprobaran  el  Cate- 
cismo. 

Y  sucedió  una  cosa  notable:  que  habiendo  el 
reo  alabado  mucho  á  fray  Mancio,  siendo  exa- 
minado y  advertido  como  los  otros,  dijo:  Pues 
el  Arzobispo  á  sabiendas  enseñó  esa  doctrina  á 
sus  discípulos  y  'a  comunicó  y  imprimió,  tén- 
gasele por  hereje,  y  no  de  los  de  aquí  (').  Lo 
cual  sabido  por  el  reo  (después  que  por  man- 
dado del  Papa  se  hizo  la  misma  diligencia), 
dijo  que  fray  Mancio  era  un  hombre  liviano  y 
inconstante;  y  cierto  era  gran  teólogo.  Catedrá- 
tico de  Prima  entonces  en  Salamanca,  y  antes 
lo  había  sido  en  Alcalá,  Y  estas  revocaciones 
fueron  de  mucho  efecto,  según  que  después  se 
entendió,  porque  algunos  de  los  aprobadores 
eran  de  mucha  autoridad  y  conocidos  por  tales 
del  Papa. 

Hechas  ya  todas  las  diligencias  que  conve- 
nían, y  visto  y  por  mí  votado  el  negocio,  en- 
tendí que  sobre  siete  años  después  qiie  estába- 
mos en  Roma  se  tomaban  caminos  de  muy  lar- 
gas dilaciones,  y  doliéndome  mucho  tan  largo 
destierro,  por  las  causas  que  ya  he  referido, 
hice  de  nuevo  instancia  en  pedir  licencia  para 
volver  á  España,  pues  no  me  llamaban  á  otras 
congregaciones  que  hacían,  ni  era  allí  menes- 
ter, á  lo  cual  me  respondió  el  Rey  por  estas  pa- 
labras: 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo,  del 
nuestro  Consejo:  Por  lo  que  nos  escribís  por 
la  de  los  20  de  octubre  vemos  lo  que  allá  se 
entiende,  que  Su  Santidad  no  muestra  volun- 
tad de  acabar  la  causa  del  Arzobispo  de  Tole- 
do, y  por  esta  consideración  pedís  tengamos 
por  bien  que  vengáis  á  residir  á  vuestra  Igle- 
sia, y  aunque  por  lo  pasado  se  ha  entendido  de 
cuánto  momento  ha  sido  y  es  en  todo  lo  que  se 
ofrece  vuestra  presencia  é  asistencia  cerca  de 
Su  Santidad,  y  se  representan  los  inconvenien- 

{*)  En  el  me.,  (iq^ui  luego. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


179 


tes  que  se  podían  seguir  de  desamparalla  antes 
de  determinarse,  mas  por  lo  que  cumple  al  ser- 
vicio de  Nuestro  Señor  en  lo  de  la  residencia 
de  vuestra  Iglesia,  y  por  lo  que  significáis,  á 
que  tenemos  la  consideración  que  es  razón,  os 
encargamos  que  por  el  verano  que  viene  asis- 
táis como  hasta  agora  lo  habéis  hecho,  de  que 
me  terne  por  muy  servido;  y  si  Su  Santidad 
dilatase  tanto  la  determinación  de  esta  causa 
como  allá  se  piensa,  podre'is  poner  en  orden 
vuestra  partida  para  el  mes  de  septiembre  del 
año  de  1575  y  veniros  con  la  buena  gracia  y 
licencia  de  Su  Santidad,  que  dello  tendremos 
mucha  satisfacción  por  lo  que  acá  importará 
vuestra  presencia,  y  así  lo  escribimos  á  nues- 
tro Embajador.  De  Madrid  16  de  diciembre 
de  1574». 

De  manera  que  me  alargaron  la  venida  en 
España  por  un  año  y  más  sobre  los  pasados,  y 
para  colorarla  me  escribió  dos  cartas  el  In- 
quisidor general  con  palabras  que  salieron  muy 
lejos  de  las  obras.  La  primera  dice  así: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

^Algunas  cartas  de  vuestra  señoría  reveren- 
dísima he  recibido,  á  que  no  he  respondido  por 
no  se  haber  ofrecido  correo;  ahora  digo  que  he 
suplicado  á  Su  Majestad  con  toda  la  instancia 
que  he  podido  tuviese  por  bien  dar  licencia  á 
vuestra  señoría  para  venir  á  residir  á  su  Igle- 
sia; y  aunque  conozco  que  hay  harta  razón 
para  ello,  y  Su  Majestad  lo  conoce  también, 
por  ahora  no  le  parece  que  la  ausencia  de  vues- 
tra señoría  de  esa  corte  podría  ser  sin  mucho 
inconveniente,  y  que  sería  volver  las  espaldas 
y  dejar  desarnparado  negocio  de  tanta  impor- 
tancia. Con  todo  eso,  espero  que  en  declarán- 
dose algo  Su  Santidad  en  esta  causa  se  hará 
lo  que  vuestra  señoría  desea;  y  como  su  perso- 
na sea  y  haya  sido  de  tanta  importancia  para 
descubrir  la  verdad  desta  materia,  debe  vues- 
tra señoría  tener  paciencia,  entendiendo  que  Su 
Majestad  se  sirve  de  ello,  y  demás  de  lo  prin- 
cipal que  es  servir  á  la  causa  de  Dios  y  de  la 
religión  cristiana;  y  Su  Majestad  tiene  muy 
bien  entendido  esto  y  la  reverendísima  persona 
de  vuestra  señoría  en  la  estimación  que  es  ra- 
zón, como  espero  yo  que  lo  mostrará  en  breve 
por  la  obra,  y  tomaré  yo  todo  lo  que  al  servicio 
de  vuestra  señoría  tocare  como  lo  pide  mi  obli- 
gación y  lo  mucho  que  vuestra  señoría  merece. 
Nuestro  Señor,  etc.  De  Madrid  11  de  octubre 
de  1574». 

La  otra  carta  dice: 

«Recibí  la  carta  do  vuestra  señoría  reveren- 
dísima de  22  de  octubre,  y  acudí  á  Su  Majes- 
tad con  ella  y  le  representé  las  razones  que 
vuestra  señoría  me  escribe  que  tiene  para  desear 
venir  á  su  casa,  y  aun  siempre  le  mostré  las 
cartas  de  vuestra  señoría,  porque  no  le  pesa  de 


leerlas  y  porque  se  moviese  más  á  venir  en  lo 
que  vuestra  señoría  pretende,  y  en  fin.  Su  Ma- 
jestad se  resuelve  en  decir  que  en  dando  Su 
Santidad  sentencia  en  este  negocio ,  y  no 
dando  para  el  septiembre  de  1575,  sin  otra  nue- 
va licencia  se  podrá  vuestra  señoría  venir;  aun- 
que se  conoce  cuan  justo  es  lo  que  vuestra  se- 
ñoría suplica,  por  ser  este  negocio  de  tanta  im- 
portancia ha  parecido  que  no  conviene  por 
agora  volver  las  espaldas  y  dejarle  abandonado 
la  persona  que  le  ha  puesto  en  pie  y  sustentado, 
que  es  vuestra  señoría,  y  así  suplico  á  vuestra 
señoría  lo  tome  en  paciencia,  pues  ha  de  ser 
esta  la  postrera  dilación.  Dicen  que  monseñor 
illustrísimo  Pacheco  trae  título  de  Arzobispo 
de  Burgos,  y  que  Su  Santidad  le  dio  el  palio. 
Plega  Dios  que  le  vea  yo  dar  á  vuestra  señoría 
reverendísima  de  la  Iglesia  de  Toledo,  pues 
tanto  lo  merece,  y  acreciente,  etc.  De  Madrid 
17  de  diciembre  de  1574». 

Y  luego  añade: 

«La  licencia  que  el  Rey  da  de  que  se  venga 
vuestra  señoría  para  el  septiembre  del  ailo 
que  viene,  manda  Su  Majestad  que  la  tenga  se- 
creta, por  no  dar  materia  de  dilatar  la  expedi- 
ción de  la  causa  del  Arzobispo  para  cuando  no 
tenga  quien  vuelva  por  ella». 

Cuando  no  quieren  los  ausentes  creer  á  los 
que  están  presentes  á  los  negocios  (siendo  fide- 
dignos) pónense  á  manifiesto  peligro  de  no 
acertar  siguiendo  sus  imaginaciones,  y  no  los 
dichos  de  los  que  están  (como  dicen)  al  pie  de 
la  obra;  y  así  fué  en  esta  añadidura,  que  si  yo 
pudiese  publicar  que  tenía  licencia  para  el  sep- 
tiembre, la  causa  se  acabara  antes  y  no  se  pu- 
siera al  peligro  que  estuvo  si  el  reo  muriera  un 
mes  antes,  que  siempre  quedara  cargado  sin 
culpa  Su  Majestad  y  todos  sus  Ministros. 

Poco  antes  me  había  el  Rey  escrito  esta  carta: 

«Reverendo,  etc.  Enviando  á  esa  corte  al 
Marqués  de  las  Navas  y  al  licenciado  Francisco 
de  Vera,  del  nuestro  Consejo  de  Ordenes,  á  las 
cosas  que  dellos  entenderéis,  les  habemos  or- 
denado os  comuniquen  las  que  se  ofrecieren  de 
nuestro  servicio,  siendo  cierto  os  emplearéis  en 
ellas  con  la  voluntad  y  cuidado  que  soléis  y  de 
vuestra  persona  se  confía.  Del  Escorial  4  de 
junio  de  1574». 

Yo  respondí  que  nunca  había  faltado  ni  fal- 
taría á  su  servicio,  y  así  haría  en  esto  lo  que 
pudiese;  jnas  que  siendo  negocio  de  jurisdiccio- 
nes, en  que  el  Papa  pretendía  defender  la  ecle- 
siástica, que  no  convenía  que  clérigos  tratasen 
dello,  mayormente  dentro  en  Rouní,  y  también 
temí  que  era  ocasión  para  detenerme  otros  mu- 
chos años;  mas  luego  murió  el  Marqués  de  las 
Navas,  y  aquellos  negocios  quedaron  suspensos. 

Yo  quedé  detenido  contra  toda  mi  voluntad, 
sin  servir  sino  de  respecto  para  ver  si  se  moría 


180 


autobiografías  y  memorias 


el  Papa  j  se  había  de  tratar  tercera  vez  el  nego- 
cio, estando  el  Papa  más  sano  y  recio  que  yo,  y 
en  su  tierra  y  con  más  contentamiento.  Mas 
viendo  que  no  era  más  en  mi  mano,  tuve  pa- 
ciencia y  procuré  en  aquellas  dilaciones  en  qué 
pasar  el  tiempo  en  utilidad  pública  y  con  la  mía ; 
y  así  añadí  dos  veces  mi  Encliiridion,  del  cual 
ya  he  hecho  mención,  y  díselo  al  Cardenal 
Amulio,  que  era  de  mucha  autoridad  y  muy 
docto  en  buenas  letras,  y  á  pocos  días  que  leyó 
en  él  me  envió  á  decir  que  cada  día  adelantaba 
ó  aprendía  del.  Yo  le  fui  á  visitar,  y  volviendo 
á  decirme  las  mismas  palabras  le  dije  que  to- 
dos habíamos  de  aprender  de  su  señoría. 

Replicóme  que  no  lo  decía  sin  causa,  que 
él  había  sido  algún  tiempo  del  Consejo  de 
la  Inquisición  en  vida  de  Pío  YV ,  mas  que 
nunca  entendió  aquella  materia  como  ahora  la 
entendía  por  aquel  librico.  No  hice  imprimir  en 
Italia  lo  que  añadí  la  tercera  vez,  porque  están 
allí  todas  las  dudas  que  se  disputaron  en  la 
causa  del  Arzobispo  y  me  calumniaran  él  y  sus 
Abogados;  pero  imprimiráse  en  España,  siendo 
Dios  servido,  y  creo  será  muy  provechoso  y  en 
honra  del  Santo  Oficio. 

También  imprimí  con  él  dos  obrillas,  una  de 
anotaciones  sobre  un  libro  de  Zanquino  en  la 
misma  materia  y  era  Del  padre  hereje,  sobre  si  el 
hijo  es  obligado  á  denunciarlo,  en  lo  cual  seguí 
y  confirmé  la  opinión  del  Tostado,  la  cual  se 
leyó  en  Roma  en  las  cátedras  estando  yo  allí, 
y  dándome  por  autor  y  siguiendo  mis  funda- 
mentos. 

El  Enquíridion  fué  muy  bien  recibido  en  Ita- 
lia y  puso  codicia  de  mis  Instituciones  Católi- 
cas, de  las  cuales  yo  haca  mención  y  decía  que 
casi  todo  lo  había  sacado  dellas  y  que  allí  es- 
taba más  á  la  larga,  con  otras  muchas  cosas;  y 
así  el  doctor  Francisco  Bussato,  de  los  mejo- 
res letrados  de  Italia,  las  hizo  llevar  á  Mantua, 
y  desde  allí  sin  haberme  visto  escribió  en  un 
Consejo  «el  reverendísimo  Obispo  Pacense,  en 
sus  eruditísimas  Instituciones  Católicas^},  y 
después  me  vino  á  ver  á  Roma  y  le  convidé  y 
quedamos  muy  amigos. 

También  el  Inquisidor  general  de  Venecia, 
fraile  dominico  de  mucha  autoridad  y  doctrina, 
me  escribió  la  carta  siguiente: 

«Ilustre  y  reverendísimo  monseñor  y  señor 
mío  colendísimo: 

»Estando  yo  resuelto,  á  recuesta  de  muchos 
que  me  hacen  grandísima  instancia,  que  la  obra 
de  vuestra  señoría  reverendísima  de  las  Católi- 
cas Instituciones  se  imprima,  y  sabiendo  que 
podrá  fácilmente,  por  su  mucho  saber,  haberla 
acrecentado  y  mudado  en  muchas  partes,  le 
quiero  suplicar  que  se  contente  de  hacer  este 
favor  y  provecho  á  todos  los  letrados  de  darles 
copia  de  cuanto  tuviere  añadido  ó  mudado  en 


dicha  obra,  para  que  salga  á  luz  con  aquella 
mayor  perfección  que  ser  pueda,  y  cuando  por 
su  abundante  cortesía  se  dignase  de  enviarme 
un  ejemplar  corregido  de  su  obra,  sería  que  sus 
grandísimos  servidores  quedáramos  con  infinita 
obligación  á  vuestra  señoría  reverendísima,  y  yo 
más  que  todos,  por  la  mucha  ayuda  que  yo  re- 
cibo de  su  mucha  erudición  en  guiar  justamente 
las  cosas  pertenecientes  al  Santo  OÍficio,  sien- 
do yo  puesto  (aunque  indignamente)  por  Nues- 
tro Señor  por  Inquisidor  general  de  Venecia  y 
de  todo  su  serenísimo  señorío.  Por  tanto,  su- 
plico á  vuestra  señoría  de  nuevo  haga  este  fa- 
vor al  mundo  de  comunicarle  sus  utihsimos  tra- 
bajos, por  dar  reposo  en  gran  parte  á  los  tra- 
bajosos estudios  de  todos  los  otros.  Nuestro 
Señor  Dios  dé  á  vuestra  señoría  reverendísima 
toda  verdadera  felicidad,  al  cual  humildemente 
me  recomiendo  en  buena  gracia  y  le  beso  las 
manos.  De  Venecia  18  de  diciembre  de  1574. 
De  vuestra  señoría  ilustrísima  y  reverendísima 
humilde  servidor, /ra^  Marco  Medid,  Inquisi- 
dor general  de  Veneciay>. 

Vistas  estas  razones,  con  las  que  después  re- 
feriré que  me  dijo  el  maestro  del  Sacro  Pala- 
cio, sucesor  de  fray  Tomás  Manrique,  he  teni- 
do á  gran  especialidad  que  ya  italianos,  ya  espa- 
ñoles, ya  teólogos,  ya  juristas,  frailes  dominicos 
y  clérigos,  hayan  tenido  tanto  respeto  y  mostrado 
tanto  reconocimiento,  mayormente  que  se  decía 
por  notorio  que  yo  era  el  qu3  principalmente 
hacía  la  guerra  al  Arzobispo,  fraile  dominico; 
lo  cual  no  han  hecho  mis  naturales  españoles, 
sino  que  algunos  han  dicho  que  metí  la  hoz  en 
mies  ajena,  escribiendo  cosas  de  teología  que 
ellos  nunca  supieron,  sino  las  aprendieron  de 
mis  libros. 

Volviendo  á  la  carta,  yo  respondí  con  la  me- 
jor gracia  que  supe,  y  condescendí  en  lo  que 
me  pedía,  y  estando  con  diligencia  juntando 
mis  papeles  súpolo  el  Papa  y  envióme  á  decir 
dos  veces  con  el  Cardenal  Jesualdo  que  holga- 
ría que  el  imprimirse  aquel  libro  fuese  en  Roma, 
que  mandaría  que  fuese  la  impresión  á  su  costa 
del  pueblo  romano.  Yo  holgué  por  ello  por  es- 
tar presente  á  entender  lo  que  se  hacía  y  á  ver 
si  era  bien  corregido,  porque  en  Venecia  co- 
múnmente hay  malos  correctores. 

Y  un  día,  estando  muy  descuidado,  vinieron 
á  mi  posada  dos  regidores  de  Roma  y  me  refi- 
rieron que  el  Papa  les  había  mandado  que  hi- 
ciesen aquello  con  tanta  eficacia,  que  harían 
todo  lo  posible ;  y  que  me  rogaban  que  así  lo  di- 
jese á  Su  Santidad  el  primero  día  que  lo  viese,  y 
luego  previnieron  buen  papel  y  todo  lo  que  fué 
menester  y  lo  comenzaron  á  hacer  y  imprimir 
con  mucho  cuidado. 

Mas  primero  examinaron  mi  libro  dos  teólo- 
gos, y  después  el  maestro  del  Sacro  Palacio  y 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


181 


el  Vicario  de  Roma,  y  con  estas  aprobaciones 
se  imprimió,  mirándolo  tan  por  menudo  que 
me  rogaron  que  no  pusiese  divino  Platón,  pues 
fué  gentil,  ni  dijese  Serrato?-  noster,  sino  Sal- 
vator,  j  otras  cosillas  semejantes.  Yo  les  dije 
que  aquel  libro  no  se  imprimía  para  mí;  que 
todo  lo  que  entendiesen  que  aprovecharía  más 
á  otros  me  lo  advirtiesen,  que  yo  holgaría  dello 
y  lo  haría  sin  pesadumbre. 

Para  abreviar  esta  cosa,  en  la  tercera  edición 
me  aproveché  de  la  segunda  de  Alcalá,  mudan- 
do algunas  pocas  cosas  y  añadiendo  otras  por 
las  márgenes.  Aquella  segunda  impresión  fué 
muy  alabada  y  della  me  escribió  el  doctor  Luis 
de  Molina,  del  Consejo  Real,  estas  palabras: 

«El  libro  de  vuestra  señoría  tiene  la  estima- 
ción que  siempre,  y  ésta  se  va  acrecentando 
cada  día,  así  por  la  necesidad  que  había  de  un 
tal  autor  en  aquella  materia,  como  por  ser  ella 
una  obra  de  suyo  muy  consumada  y  de  tan 
grande  y  varia  erudición». 

Y  aquel  doctísimo  varón  Antonio  Agustín, 
Arzobispo  de  Tarragona,  me  escribió  lo  que 
sigue: 

«La  fama  de  las  letras  y  vida  de  vuestra  se- 
ñoría me  encendieron  mucho  en  deseo  de  ver 
y  tratar  á  vuestra  señoría.  Yo  tengo  las  Insti- 
tuciones Católicas  de  vuestra  señoría  añadidas, 
un  libro  muy  raro  y  singular,  especialmente 
para  cosas  del  Santo  Oficio,  y  otro  Collecta- 
neorum  de  Bepublica,  donde  se  muestra  muy 
leído  en  todo  género  de  autores,  y  el  uno  y  el 
otro  juzgo  yo  aprovechan  mucho  para  enrique- 
cer de  lugares  á  propósito  de  muchas  cosas  de 
que  se  haya  que  tratar.  Quédame  desear  los 
otros;  no  me  faltará  curiosidad  para  buscarlos, 
pues  hay  el  deseo». 

Otra  carta  me  escribió  á  Roma  fray  Joan  de 
Sotomayor,  Guardián  de  San  Francisco,  de  Je- 
rez de  la  Frontera,  persona  de  gran  erudición, 
cuyas  palabras  son  estas: 

«Ilustrísimo  y  reverendísimo  señor: 

»Muchos  años  ha  que  tengo  en  el  alma  im- 
preso un  particular  amor  á  vuestra  señoría  reve- 
rendísima sin  le  haber  visto,  porque  con  aquel 
su  libro  señalado  he  tenido  estrecha  conversa- 
ción entre  mis  ordinarios  estudios,  de  lo  cual, 
así  por  la  utilidad  y  provecho  mío  como  por 
la  elegancia  y  autoridad  suya,  le  tengo  puesto 
en  el  cuento  de  los  ilustres  escritos  de  nuestros 
tiempos,  y  á  su  autor  en  el  asiento  de  los  heroi- 
cos varones,  no  sólo  neothericos,  más  anti- 
guos y  veteranos.  Aquestos  sentimientos  míos 
colmados  son  en  [este]  gazofilacio,  [aun]  que  en 
negociode  alabar  el  valorde  vuestraseñoria  reve- 
rendísima mayor  testimonio  dan  los  Príncipes  de 
la  cristiandad  que  cualquier  caudal  ó  ímpetu  de 
palabras  mías  en  sujeto  do  tanto  resplandecen 
las  obras  suyas.  Dichosa  con  razón  se  puede 


llamar  la  patria  que  tal  hijo  ha  producido,  tan 
lleno  de  virtudes  cuanto  de  buenas  letras,  tanto 
en  el  punto  de  la  gobernación  eclesiástica  cuanto 
cabal  en  la  administración  seglar;  aguda  espada 
de  la  fe,  acerada  con  su  ilustre  sangre;  hermo- 
seada con  la  sangre  de  Cristo,  es  nuestra  cris- 
tiana Iglesia  en  los  presentes  siglos  muy  ser- 
vida, etc.». 

Solos  unos  pocos  teólogos  de  menor  cuantía 
que  con  dos  sermones  decorados  de  un  cartapa- 
cio se  desvanecen  y  piensan  y  dicen  que  con 
aquello  poco  merecen  todas  las  prelacias  del 
mundo,  estos  tales  se  agraviaron  tanto  de  aque- 
llas palabras  que  añadí  en  defensa  de  los  juris- 
tas (ó  por  mejor  decir  en  defensa  de  la  verdad 
católica),  que  hicieron  rumor  que  yo  decía  allí 
mal  de  la  Teología  y  de  los  teólogos,  y  uno  que 
había  sacado  todas  sus  obras  de  herejes  añadió 
que  yo  afirmaba  que  no  era  oficio  de  Obispos 
predicar. 

Desque  fui  avisado  dello  y  supe  que  era  hom- 
bre no  legítimo  y  que  no  había  sido  muy  ejem- 
plar en  Flandes,  y  por  tal  estorbó  el  Duque  de 
Alba  que  no  volviese  allá,  y  que  había  querido 
hacer  (como  dicen)  de  colas  de  puercos  buenos 
virotes,  de  libros  de  herejes  libros  católicos,  y 
que  en  una  compilación  de  un  libro  mal  repur- 
gado  que  había  hecho  imprimir  en  Amberes, 
los  Inquisidores  de  los  libros  en  Lovaina  habían 
hallado  muchas  cosas  malas  que  quitar,  y  otros 
hallaron  otras  que,  aunque  no  eran  todas  here- 
jías, por  ellas  le  notaban  á  él  de  ignorancia  en 
cosa  que  no  la  había  de  haber,  y  porque  como 
en  España  no  pudo  chupar  libros  de  herejes 
parece  que  quiso  calumniar  mi  libro  católico  y 
mostrarse  ingenioso  en  obra  ajena,  fué  necesa- 
rio que  yo  hiciese  la  obra  De  los  Obispos  juris- 
tas, de  la  cual  él  se  agravió  mucho  por  su  culpa, 
porque  no  le  habiendo  yo  nombrado  por  no  le 
notar  claramente,  él  se  quiso  divulgar  publi- 
cando que  por  él  se  decía. 

También  doliéndome  que  en  Roma  tratasen 
indignísimamente  á  los  Obispos  italianos  po- 
bres, echándolos  en  cárceles  públicas  entre 
malhechores  legos  y  sirviéndose  dellos  con  poco 
respeto  de  su  dignidad,  compuse  la  obrica  De 
la  dignidad  de  los  Obispos  ('). 

Y  porque  pocos  saben  el  origen  y  nombre  de 
Cardenales,  y  otras  cosas  de  aquel  oficio,  hice 
otra  obrica  De  Cardenales  y  otras  cosas,  la 
cual  aún  no  está  impresa;  y  así  mesmo  añadí 
dos  veces  el  Enchiridion  y  otras  dos  el  libro  De 
República,  por  no  estar  ocioso  ni  gastar  mal 
el  tiempo. 

Imprimióse  en  Flandes  la  tercera  vez  mi  libro 
De  República,  y  dijo  el  Plantino,  que  lo  es- 

(')  lac.  Simanccc  Pacensis  episeopi,  De  diguitate 
epÍKci>ponun  Summarium,  AntuerpiiU,  Ex-oí'ficina 
Cbistopbori  Plantini,  M.D.LXXV.  34  págs.  en  S.» 


182 


autobiografías  y  memorias 


tarupó,  que  aquel  libro  no  perecería  en  muchos 
siglos,  y  el  Cardenal  Sirleto  me  dijo  que  e'l 
tenia  cerca  de  seis  mil  libros,  pero  que  ninguno 
era  tan  provechoso  como  aquél,  y  persuadió  al 
Papa  que  no  estuviese  siu  e'l,  el  cual  le  dijo 
que  se  lo  buscase,  y  él  me  envió  á  decir  si  tenía 
alguno  para  dárselo.  Yo  respondí  que  sí  tenía, 
mas  que  estaba  dirigido  al  Rey  Católico  y  no  á 
él,  y  por  eso  no  se  lo  había  ofrecido;  y  refirién- 
dolo al  Papa,  le  dijo  que  así  lo  quería,  y  encua- 
dernado con  sus  armas  se  lo  llevó  el  Cardenal 
Jesualdo  y  lo  recibió  bien,  y  supe  leía  á  ratos 
en  él,  aprobándolo. 

La  tercera  impresión  de  mis  Instituciones 
Católicas  se  acabó  mediado  agosto,  y  luego  á 
cuatro  de  septiembre  las  presenté  al  Papa  y  le 
pedí  licencia  para  volverme  á  España,  porque 
ya  la  tenía  del  Rey  Católico.  Díjome  blanda- 
mente que  no  era  justo  hasta  que  se  acabase  el 
negocio. 

Díjele  que  en  su  mano  estaba  acabarlo  cada 
día,  y  que  ya  había  año  y  medio  que  de  nin- 
guna cosa  servía  allí  haciendo  mucha  falta  en 
mi  Iglesia  y  en  mi  casa  y  familia.  Volvióme  á 
decir:  Pues  bien,  acabaráse  el  negocio.  Repli- 
quéle  que  se  pasaba  el  tiempo  del  paso  de  las 
galeras  de  España,  y  añadí  otras  cosas  que  le 
debieron  mover,  y  al  fin  dije  que  si  yo  no  era 
menester  para  algo  no  era  justo  determe.  Dijo 
que  sí  era.  Entonces  concluí  que  si  así  era, 
yo  esperaría,  aunque  ciun  magno  dolore  coráis. 
Estas  palabras  dije  porque  entendía  que  era 
negociación  de  los  que  me  querían  detener  injus- 
tamente, y  porque  para  ninguna  cosa  me  que- 
rían sino  para  que  estuviese  de  respeto,  como 
después  pareció,  que  no  me  llamaron  sino  para 
que  me  hallase  presente  cuando  se  levó  la  sen- 
tencia. 

Como  vi  que  tan  sin  causa  me  detenían  en 
tanto  daíio  de  mi  Iglesia  y  de  mi  salud  y  de 
todo  cuanto  en  esta  vida  me  convenia,  quise 
saber  por  qué  no  me  daba  el  Papa  licencia,  y 
preguntándoselo  á  un  Cardenal  mi  amigo  y  su 
privado,  respondió  que  era  afrenta  que  yo  vol- 
viese á  España  antes  que  la  causa  se  acabase. 
Dije  yo:  Pues  ¿quién  tiene  la  culpa  de  que  no 
se  acabe,  y  por  qué  han  dado  licencia  á  los  Car- 
denales Pacheco  y  Cervantes  y  al  Obispo  de 
Pati?  Respondióme  aquel  Cardenal:  Eso  es 
honra  de  vuestra  señoría  que  haga  Su  Santidad 
más  caso  de  su  presencia  aquí  que  todos  esotros. 
Yo  dije  que  perdonaba  aquella  honra,  y  al  fin 
el  Embajador  y  todos  me  confesaban  que  tenía 
razón.  Yo  les  decía  que  eso  me  daba  más  pena, 
que  teniéndola  tan  sobrada  no  me  valiese. 

Entretanto  se  comenzó  públicamente  á  ven- 
der mi  libro,  y  le  dieron  tanta  priesa  que  me 
certificaron  se  habían  vendido  en  pocos  meses 
seiscientos  volúmenes,  y  me  venían  á  decir  tan- 


tas lisonjas  que  si  gustara  dellas  me  dieran 
algún  alivio,  pero  nunca  fui  amigo  de  decirlas 
ni  de  que  me  las  dijesen.  Dos  aprobaciones 
solas  porné  aquí:  la  iina  del  Maestro  del  Sacro 
Palacio,  que  me  dijo:  «Vuestra  señoría  nos 
deja  en  este  libro  un  maestro  perpetuo  de 
Italia». 

La  otra  es  de  Marco  Antonio  Marsilio  Colou- 
na.  Arzobispo  de  Salerno,  varón  doctísimo  y  de 
sangre  ilustrísima,  el  cual  me  escribió  una  carta 
en  la  cual,  hablando  de  mi  libro,  dice  estas 
palabras : 

«Esta  no  es  para  más  de  besará  vuestra  seño- 
ría reverendísima  las  manos,  dándole  las  bue- 
nas fiestas,  y  deseándole  otras  felicísimas  como 
merece  su  bondad  y  méritos.  Yo  he  gozado  infi- 
nito contento  con  el  libro  de  vuestra  señoría 
reverendísima,  que  es  cierto  escogidísimo  y  tan 
bien  ordenado  y  distinto,  demás  de  copioso, 
que  bien  podrá  ser  imitado,  pero  alcanzado  no, 
etcétera.  De  Salerno  30  de  diciembre  1575». 

Viendo  yo  que  se  pasaba  el  invierno  y  que 
no  había  memoria  de  acabar  el  negocio  del  Ar- 
zobispo de  Toledo,  y  que  había  escrito  al  Rey 
que  le  suplicaba  mandase  al  Embajador  diese 
priesa  á  pedir  sentencia,  y  que  ne  me  respon- 
día ni  el  Embajador  la  daba,  escribí  al  Inqui- 
sidor general  que,  ya  que  por  mí  no  diesen  prie- 
sa á  aquel  negocio,  que  á  lo  menos  por  el  buen 
suceso  del  la  diesen,  porque  si  el  Papa  moría 
ningún  otro  lo  sentenciaría  tan  bien  como  él, 
que  era  más  recto  y  más  letrado  que  ninguno 
de  los  que  le  podían  suceder  y  lo  tenía  bien 
entendido,  y  yo  no  tenía  vida  para  volverlo  á 
pelear  por  tercera  vez;  y  si  el  reo  moría  que- 
daban perpetuamente  infamados  el  Rey  Católico 
y  el  Santo  Oficio,  porque  ya  decían  que  por 
nuestra  parte  se  procuraría  la  dilación,  por 
entender  que  el  reo  había  de  ser  absuelto  si  se 
daba  sentencia,  y  si  yo  allí  moria  no  ganaba 
nada  la  causa  y  á  mí  se  daba  mal  galardón. 

Todas  estas  razones  y  otras  que  yo  decía 
nunca  bastaron  paraque  me  creyesen  ni  sedolie- 
sen  de  mis  trabajos,  ni  me  respondiesen  á  esto 
ni  á  lo  que  juntamente  suplicaba  c^ue  se  escri- 
biese para  c[ue  á  su  tiempo  me  diesen  pasaje 
en  galeras,  pues  no  se  podía  volver  por  tierra. 
Visto  esto,  volví  á  importunar  á  los  Cardena- 
les de  la  Inquisición  para  que  acordasen  al  Papa 
la  obligación  que  tenía  de  despachar  este  nego- 
cio, y  que  le  encargasen  la  conciencia  sobre  ello, 
y  yo  les  encargaba  á  ellos  las  suyas. 

Quiso  Dios  que  ya  por  Cuaresma  se  trató  muy 
de  veras  de  acabar  de  dar  sentencia,  y  fuimos 
llamados  para  catorce  de  abril,  víspera  de  Do- 
mingo de  Ramos,  para  que  nos  hallásemos  pre- 
sentes. Fuimos  los  de  una  parte  y  los  de  la  otra 
á  ver  una  cosa  tan  grande,  y  cuando  fué  hora, 
salió  el  Papa  con  los  Cardenales  de  la  Inquisi- 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


183 


ción,  con  su  vestido  ordinario  con  que  anda  por 
casa,  y  sin  más  solemnidad  que  haber  concurso 
deles  que  pudieron  entrar  en  una  pieza  no  muy 
grande,  se  puso  el  Papa  con  los  Cardenales 
como  en  congregación  ordinaria,  y  mandáronme 
estar  muy  cerca  de  Su  Santidad,  tanto  que  entre 
él  y  mí  no  había  sino  Castellón,  el  Secretario 
que  leyó  la  sentencia,  la  cual  por  ser  muy  larga 
y  porque  hay  muchos  traslados  de  ella  no  la 
pongo  aquí. 

La  suma  de  ella  fué  que  le  condenó  Su  San- 
tidad á  abjurar,  por  vehemente  sospecha,  diez 
y  seis  proposiciones  heréticas,  y  que  estuviese 
recluso  en  cierto  monasterio  de  su  orden  por 
cinco  años  y  suspenso  de  la  administración  del 
arzobispado  por  otros  tantos,  y  más  por  la 
voluntad  suya  y  de  sus  sucesores  en  la  Sede 
Apost  ^lica,  y  en  otras  ciertas  penas  espiritua- 
les; y  es  cierto  que  la  intención  del  Papa  fué 
que  la  reclusión  y  suspensión  fuesen  perpetuas, 
sino  que  según  la  edad  del  reo  se  entendió  que 
no  viviera  los  cinco  años. 

Leyóse  la  sentencia  estando  el  reo  hincado  de 
rodillas,  desviado  del  Papa  como  diez  pasos 
frontero  de  él,  y  cerca  de  los  últimos  escaños, 
en  que  estaban  sentados  los  Cardenales.  Aca- 
bada de  leer  la  sentencia,  luego  allí  hizo  la  abju- 
ración solemne,  leyéndola  como  venía  escrita 
en  un  papel;  y  después  de  leída  se  vino  á  los 
pies  del  Papa,  el  cual  le  dijo:  Por  la  larga  pri- 
sión que  habéis  tenido  y  porque  en  otro  tiempo 
servísteis  á  la  Iglesia  católica,  no  ha  sido  más 
rigurosa  la  sentencia;  y  sin  dar  lugar  á  que  el 
reo  hablase  mandó  al  Gobernador  del  Burgo 
que  le  llevase  luego  al  monasterio  de  la  Minerva, 
que  es  de  dominicos;  y  pasando  junto  al  Car- 
denal Gambara,  le  dijo  que  le  suplicaba  que  le 
hiciese  llevar  á  la  Minerva  la  ropa  que  tenía  en 
el  castillo  de  San  Ángel.  Admiráronse  los  que 
lo  vieron  y  oyeron  de  dos  cosas:  la  una  que  leyó 
su  abjuración  tan  secamente  como  que  leyera 
una  escriptura  que  no  le  tocara,  y  la  otra  que 
acabado  de  oir  tal  sentencia  se  le  acordase  de 
pedir  la  ropa,  lo  cual  pareció  insensibilidad. 

Llevado  á  la  Minerva  le  desvanecieron  allí 
sus  criados  y  amigos,  de  tal  manera  que  decía 
misa  y  comía  con  cuasi  la  misma  solemnidad 
que  si  saliera  absuelto,  de  que  dio  poca  satis- 
facción de  penitente,  y  como  una  de  las  peni- 
tencias espirituales  era  que  fuese  un  día  á  las 
siete  iglesias  fué  á  ellas  con  tantos  coches  y 
acompañamiento  que  dio  con  razón  materia  de 
mormurar  y  de  decir  que  hacía  de  la  peniten- 
cia fausto  y  triunfo,  y  pudiendo  gastar  todo 
aquel  día  en  andar  despacio  aquel  camino,  que 
es  muy  largo,  fué  muy  á  priesa,  dando  golpes 
el  coche  en  que  iba ;  y  siendo  tocado  de  dificul- 
tad de  mina,  aunque  tuvo  necesidad  de  nrinar, 
no  lo  hizo,  y  cuando  volvió  no  lo  pudo  hacer. 


Dicen  que  de  empacho  de  los  que  le  acom- 
pañaban, habiendo  aparejo  para  más  que  nri- 
nar en  aquel  camino,  que  es  mucho  del  por  el 
campo,  y  las  más  de  aquellas  iglesias  estar  en 
partes  á  donde  podía  sin  ser  visto  proveer  á  su 
necesidad,  no  lo  hizo,  con  imprudencia  que  le 
costó  la  vida,  la  cual  se  le  acabó  de  aquella 
ocasión  dentro  de  pocos  días,  atormentado  de 
cirujanos. 

Avisado  de  los  médicos  que  se  moría  envió  á 
llamar  á  uno  de  los.  secretarios  de  su  causa, 
españoles,  y  le  dijo  que  le  diese  por  testimonio 
que  moría  católico,  y  de  otras  cosas  que  allí 
quería  protestar.  El  secretario  le  respondió  que 
no  lo  podía  hacer  sin  mandato  del  Papa,  que  ya 
la  causa  era  acabada  y  él  no  había  de  escribir 
más  en  ella  de  lo  que  le  mandasen,  y  salióse 
fuera  y  oyóle  decir:  Yo  nunca  fui  hereje,  antes 
prediqué  contra  los  hei'ejes,  si  no  como  el  que 
mejor,  no  como  el  que  peor,  y  escribí  contra 
ellos,  si  no  como  el  que  mejor,  no  como  el  que 
peor. 

Estas  y  otras  semejantes  palabras  dieron  gran 
contentamiento  á  sus  apasionados  y  poca  satis- 
facción á  los  que  bien  las  consideran,  especial- 
mente á  los  que  habíamos  visto  su  proceso,  en 
el  cual  había  tanta  mala  doctrina  sacada  de  los 
herejes  deste  tiempo  y  leída  en  cátedra  por  él 
y  comunicada  por  escrito,  y  también  impresa, 
por  el  mismo  lenguaje  de  los  hei-ejes,  y  por  sus 
mismas  palabras ;  y  negado  todo  por  él  con  gran 
número  de  perjurios,  que  quisiéramos  mucho 
más  que  muriera  diciendo  las  palabras  del  pu- 
blicano  que  las  jactancias  del  fariseo.  Después 
de  muerto  pusiéronlo  en  forma  solemne  en  la 
iglesia  de  la  Minerva;  y  es  costumbre  loable  en 
Roma  que  á  cualquiera  sacerdote  que  quieren 
enterrar  le  besan  la  mano  muchos  de  los  que 
allí  se  hallan,  y  mucho  más  á  los  Obispos  y  á 
los  otros  prelados ;  y  conforme  á  esto  concurrió 
mucha  gente  por  ver  el  cuerpo,  y  más  que  era 
día  de  fiesta,  y  besáronle  la  mano,  como  suelen, 
y  sus  apasionados  escribieron  á  los  que  no  sa- 
ben aquel  uso  que  por  santo  le  habían  besado 
la  mano. 

Habíaseme  olvidado  que  el  reo  estaba  testi- 
ficado que  había  dicho  que  «no  quería  él  más, 
cuando  se  quisiese  morir,  que  llamar  un  notario 
y  pedirle  que  le  diese  por  testimonio  que  él 
daba  por  ningunos  todos  sus  pecados  y  los  re- 
mitía á  los  méritos  de  la  Pasión  de  Nuestro 
Señor»,  y  aunque  lo  negó  en  España,  pero  di- 
ciéndole  en  Italia  en  un  examen  que  parecía 
imposible  que  siendo  sus  aficionados  los  que 
aquello  testificaban  se  lo  levantasen,  dijo  que 
ftpodía  ser  que  él  dijese  algunas  palabras  de 
aquellas»,  lo  cual  nos  puso  mala  sospecha  que 
estotro  testimonio  que  pedía  al  secretario  tiraba 
á  algo  de  aquello. 


184 


autobiografías  y  memorias 


Poco  antes  que  le  enterrasen  fueron  los  cria- 
dos del  reo  y  uno  de  los  Abogados  á  suplicar 
al  Cardenal  de  Gambara  que  les  diese  licencia 
para  que  sacasen  el  cuerpo  con  procesión  fuera 
de  la  iglesia,  por  el  cimenterio;  el  cual  respon- 
dió que  no  se  contentaban  con  haberle  hecho 
más  ceremonias  en  vida  que  las  que  fuera  razón, 
sino  que  aun  después  de  muerto  querían  hacer 
exceso  con  su  cuerpo,  habiendo  fallecido  en  pe- 
nitencia y  carcelería.  Di  jóle  el  Abogado:  Se- 
ñor, pues  así  es,  poco  va  en  ello,  que  ya  su 
ánima  estará  en  el  cielo.  Dijo  entonces  Gain- 
bara:  ¡Ojalá  en  el  Purgatorio! 

Publicaron  tambie'n  los  apasionados  del  reo 
que  había  soñado  un  fraile  de  aquellos  de  la 
Minerva  que  vio  ir  el  ánima  del  reo  al  cielo 
entre  Santo  Domingo  y  San  Pedro  mártir,  que 
vinieron  por  ella,  y  con  este  sueño  y  con  la  pro- 
testa que  hizo  y  con  que  le  besaron  la  mano 
después  de  muerto  quisieron  dar  á  entender  á 
los  mal  informados  y  á  los  bobos  que  era  un 
santo  el  reo,  y  que  como  tal  le  debían  tener,  y 
si  no  temieran  al  Papa  que  lo  sentenció  dije- 
ran y  hicieran  otras  insolencias  mayores. 

Y  de  los  otros  no  es  de  maravillar,  pues  el  doc- 
tor Navarro,  en  una  carta  fingida  que  él  sobre 
[esto]  escribió  para  un  su  amigo  ausente,  dijo 
que  el  Arzobispo  había  obtenido  victoria,  aun- 
que algo  sangrienta,  y  confesó  que  creyó  siem- 
pre que  le  habían  de  absolver,  hasta  el  punto 
que  oyó  la  sentencia,  y  que  deseó  que  le  diesen 
por  libre,  sabiendo  (como  sabía)  las  culpas  gra- 
vísimas del  reo;  ¡tanto  puede  la  demasiada 
pasión! 

En  publicándose  la  sentencia  fui  al  Papa  y 
le  dije  que  á  Su  Santidad  le  era  dado  xisar  de 
mucha  misericordia;  que  nos  contentábamos 
con  que  de  su  sentencia  entendiese  el  mundo 
cuan  bien  había  andado  en  este  negocio  el  Rey 
Católico,  y  cuan  bien  lo  habían  hecho  sus  mi- 
nistros; que  le  suplicaba  me  diese  licencia  para 
volver  á  España  y  ir  á  residir  á  mi  obispado,  y 
me  hiciese  las  gracias  que  le  suplicase. 

Respondióme  que  era  justo  que  yo  lo  desea- 
se y  hiciese  y  que  ya  no  me  podía  negar  la 
licencia,  y  que  pidiese  las  gracias  que  quisiese. 
Yo  le  pedí  cuatro:  La  primera,  un  altar  privi- 
legiado como  el  de  San  Gregorio  de  Roma, para 
una  capilla  que  habíamos  edificado  en  la  iglesia 
Mayor  de  Córdoba.  La  segunda,  indulgencia 
plenaria  en  la  misma  capilla  para  los  días  de  la 
Pascua  del  Espíritu  Santo,  y  añadí  que  era  per- 
sona que  se  lo  podía  bien  pagar,  de  que  se  rió. 
La  tercera,  licencia  para  traer  á  España  reli- 
quias que  me  habían  dado,  muj^  buenas.  La 
cuarta,  que  me  alzase  el  juramento  del  secreto 
de  aquella  causa,  pues  ya  era  acabada.  Conce- 
diómelas  todas,  diciendo  á  cada  una:  Sia  fatta 
la  gracia;  lo  cual  dijo  cuatro  veces,  haciendo 


la  cruz  cada  vez,  con  mucha  benevolencia,  y  me 
preguntó  si  quería  más.  Respondíle  que  aqué- 
llas tenía  yo  en  lo  que  debía,  que  si  algo  más  se 
me  ofreciese  volvería  á  besarle  el  pie  y  á  tomar 
su  última  bendición  y  á  suplicarle  me  bendijese 
algunas  cuentas. 

Todo  aquel  tiempo  que  estuve  antes  de  mi 
partida  hablaba  Su  Santidad  tan  bien  de  mí 
que  claro  daba  á  entender  que  holgaría  de  tener- 
me en  Roma;  y  no  sólo  esto,  pero  dijo  al  Car- 
denal Jesualdo  que  si  el  Rey  Católico,  ó  el  Em- 
bajador en  su  nombre,  le  pidiesen  para  mí 
un  capelo,  holgaría  de  dármelo,  y  él  me  lo  vino 
á  decir.  Respondíle  con  la  cortesía  debida,  pero 
dije  que  ya  no  había  tiempo  para  hacerlo  saber 
al  Rey,  y  que  entendía  que  el  Embajador  no 
tenía  comisión  para  ello.  Fué  el  Cardenal  con 
mi  respuesta,  y  volvióme  á  decir  que  Su  San- 
tidad se  contentaba  con  que  le  dijese  el  Emba- 
jador que  no  le  pesaría  al  Rey  dello.  Yo,  que 
sabía  que  ni  el  Rey  ni  el  Embajador  querían 
Cardenales  españoles  en  Roma,  le  dije  que  sos- 
pechaba que  tampoco  el  Embajador  diría  aque- 
llo sin  especial  comisión,  y  que  yo  era  enemi- 
go de  pedir  cosa  que  con  algún  color  se  me  pu- 
diese negar,  y  así  se  quedó  esta  plática. 

Y  es  cierto  que  si  no  fuese  para  grandes 
efectos  que  resultasen  en  servicio  de  Dios,  nun- 
ca deseé  capelo;  y  habiéndolo  yo  asi  dicho  á  un 
amigo  mío,  le  dijo  don  Gaspar  de  Mendoza,  hijo 
del  Conde  de  Coruña,  que  yo  debía  desear  ca- 
pelo. El  respondió  que  si  me  tenía  por  cuerdo. 
Respondió  que  sí.  Preguntóle  que  si  sabía  que 
yo  ni  con  el  Papa,  ni  con  sus  prÍA^ados,  ni  con 
el  Rey,  ni  con  los  suyos  usaba  de  medios  para 
capelo  ni  para  alcanzar  otra  merced.  Dijo  que 
así  lo  entendía.  ¿Pues  qué  hombre  cuerdo  hay 
que  desee  mucho  una  cosa  y  tenga  partes  y  pro- 
babilidad para  haberla  que  no  busque  medios 
para  conseguirlo?  No  tuvo  qué  replicar. 

Deseando  yo  infinitamente  venir  á  España 
y  sabiendo  que  el  señor  don  Joan  de  Austria, 
General  de  la  Armada,  tenía  todas  las  galeras 
en  Ñapóles,  le  escribí  con  brevedad  suplicán- 
dole que  me  proveyese  de  alguna,  habiendo  opor- 
tunidad, pues  que  no  había  paso  por  Francia. 
Respondióme  con  esta  carta: 

«Reverendísimo  señor:  El  secretario  Joan  de 
Escobedo  me  ha  dicho  antes  de  ahora  lo  que  se 
entendía  de  la  causa  del  Arzobispo  de  Toledo 
y  el  suceso  que,  poco  más  ó  menos,  podría  te- 
ner, y  por  todos  respetos  ha  sido  bien  que  sal- 
ga, y  particularmente  por  la  autoridad  del  San- 
to Officio,  y  quitar  de  tan  gran  pesadumbre  á 
Su  Majestad,  y  sé  lo  mucho  que  vuestra  seño- 
ría ha  trabajado  en  este  negocio  y  lo  que  vale 
y  merece  su  persona,  y  conforme  á  todo  tendré 
yo  en  mucho  siempre  su  amistad,  y  holgara 
más  de  lo  que  puedo  decir  darle  luego  las  gale- 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


185 


ras  que  me  pide  para  ir  á  España;  pero  ha 
mandado  Su  Majestad  que  se  junte  su  armada 
temprano  para  los  efectos  que  se  hubieren  de 
hacer,  y  con  lo  sucedido  en  Villaf ranea  será 
menor  el  número  de  las  que  se  pensaba,  y  ha- 
rán mucha  falta  cualesquiera  que  ahora  se  pue- 
dan dar,  y  sé  que  vuestra  señoría  y  los  que  han 
de  pasar,  por  su  comodidad  no  querrán  que  [no] 
la  haya  en  cosa  que  pueda  importar  tanto ;  pero 
porque  á  su  tiempo  también  es  mucha  razón 
acudir  á  esto,  tendré  yo  mucho  cuidado  de  dar 
el  recaudo  necesario  lo  más  temprano  que  pue- 
da. Guarde  Nuestro  Señor  la  reverendísima 
persona  de  vuestia  señoría  como  deseo.  De  Ña- 
póles 18  de  abril  de  1576». 

Fácil  será  de  entender  cuánta  pena  daría 
esta  dilación  á  quien  fué  á  Roma  con  esperan- 
za de  que  había  de  acabarse  presto  el  negocio, 
y  había  ya  estado  casi  nueve  años  esperando  el 
fin  del,  y  á  este  tiempo  no  hallaba  aparejo  para 
volverse. 

Es  de -notar  que  los  apasionados  del  reo  in- 
famaban á  los  que  entendimos  en  su  causa  en 
España,  diciendo  que  allí  se  dilataba  el  nego- 
cio demasiadamente,  siendo  (como  ya  he  refe- 
rido) aquellas  dilaciones  necesarias,  y  tomaban 
las  de  Roma  en  paciencia,  siendo  tanto  más 
largas,  excepto  que  echaban  la  culpa  dellas  al 
Rey  y  á  sus  Ministros,  con  la  falsedad  y  men- 
tira con  que  dijeron  otras  muchas  cosas,  y 
quejándose  un  día  de  estas  dilaciones  el  reo, 
dijo  en  particular  audiencia  que  bien  había  li- 
brado en  traer  la  causa  á  Roma,  pues  que  á 
cabo  de  tantos  años  no  la  acababan.  Respon- 
dióle el  Cardenal  Sanseverino:  No  se  arrepien- 
ta vuestra  señoría  de  haber  venido  acá,  que  yo 
le  doy  mi  palabra  que  si  su  causa  se  senten- 
ciara en  España,  mucho  tiempo  ha  que  estu- 
viera hecho  ceniza. 

Y  es  cosa  clara  que  el  Papa,  por  buenos  res- 
petos, dispensó  en  la  sentencia,  porque  estan- 
do el  reo  pertinaz,  negando  cuanto  le  oponían, 
y  convencido  de  haber  predicado,  enseñado, 
repetido  y  impreso  herejías,  no  podía  por  vía 
ordinaria  dejar  de  ser  quemado,  y  así  refirién- 
dole yo  un  día  al  Cardenal  Santa  Cruz  que 
decía  uno:  Si  no  fueron  más  que  sospechas, 
¿cómo  fue'  tan  rigurosa  la  sentencia  y  le  dijo  el 
Papa,  cuando  se  la  leyeron,  que  era  muy  blan- 
da? y  si  eran  más  que  sospechas,  ¿cómo  no  lo 
quemaron,  ó  á  lo  menos  lo  privaron  del  arzo- 
bispado, que  había  tanto  tiempo  que  estaba  sin 
Prelado?  me  dijo  el  Cardenal,  como  gran  le- 
trado; ¡qué  bien  decía  ese! 

Este  Cardenal  Santa  Cruz,  noble  romano, 
había  sido  veinticuatro  años  Auditor  de  Rota, 
y  Legado  en  Francia  y  en  Portugal  y  en 
Hungría,  y  era  el  más  señalado  voto  de  todo  el 
Colegio,  según  afirmaba  el  Cardenal  Carrafa; 


éste  dijo  á  Francisco  de  Vera  que  me  deseaba 
conocer.  Di  jóle  el  Vera:  Yo  sé  que  él  no  re- 
husará, pero  tienen  vuestras  señorías  unas  ce- 
remonias que  le  retraen  de  su  conversación. 
Replicó  el  Cardenal:  ¿Habíame  yo  de  poner  en 
esos  puntos  con  un  Chispazo  que  puede  dar  de 
comer  á  cuatro  Cardenales  como  yo.'  Si  él  me 
hacía  esa  merced,  yo  sé  que  no  quedara  descon- 
tento de  mí. 

Rogóme  Francisco  de  Vera  una  y  dos  veces 
que  le  viese.  Yo  respondí  que  poco  se  perdía 
en  ver  cómo  se  había  conmigo;  y  así  fui  á  su 
casa  y  salióme  á  recibir  y  llevóme  á  su  mano 
derecha  y  hízome  las  mismas  ceremonias  que 
ellos  se  hacen  entre  sí,  y  después  me  vino  á 
visitar  tantas  veces  cuantas  yo  á  él;  y  siempre 
fué  nuestra  conversación  de  cosas  graves  im- 
portantes al  servicio  de  Dios  y  al  bien  públi- 
co, y  él  quedó  tan  mi  aficionado  que  cuando 
me  partí  para  España,  pocos  meses  después  de 
haberle  Aasto,  dijo  á  Francisco  de  Vera:  No 
tuve  yo  ventura  de  conocer  antes  al  Obispo  de 
Badajoz. 

Los  apasionados  del  reo  y  de  Lobo  no  pu- 
diendo  decir  de  mi  vida,  ni  de  mi  gobierno,  ni 
de  mi  cordura,  cosa  que  me  perjudicase  ni  que 
se  les  pudiese  con  algún  color  creer,  levan- 
táronme otras  que  llevasen  alguna  apariencia, 
aunque  falsa.  Una  dellas  fué  que  yo  decía  mal 
de  Cardenales,  tomando  ocasión  de  que  los  vi- 
sitaba pocas  veces  y  de  que  no  me  parecían 
bien  algunas  ceremonias  demasiadas  que  algu- 
nos usaban;  pero  esto  que  me  levantaban  pa- 
reció falsedad,  por  lo  mucho  en  que  los  Carde- 
nales me  estimaron  y  honraron  y  por  la  amis- 
tad que  me  tuvieron,  lo  cual  no  hicieran  si  su- 
pieran y  creyeran  que  yo  decía  mal  dellos. 

Siete  Cardenales  me  visitaban,  y  otros  mu- 
chos lo  dejaron  de  hacer,  parte  por  sus  cere- 
monias, parte  porque  yo  no  los  visitaba;  y  un 
día  dijo  el  Cardenal  de  Aragón  que  daba  al 
demonio  sus  ceremonias,  que  le  impedían  que 
no  me  pudiese  visitar  como  deseaba;  y  él,  y 
Colona,  y  Gambara,  y  Justiniano,  demás  de  los 
otros  siete,  me  inviaron  á  decir  que  me  querían 
venir  á  visitar  un  día  antes  de  mi  partida.  Yo 
les  invié  á  suplicar  que  no  lo  hiciesen,  porque 
3^0  andaba  muy  ocupado.  En  esto  y  en  todo  lo 
demás  yo  sustenté  el  punto  de  los  Obispos 
de  España,  con  tanta  autoridad  y  buenos  me- 
dios que  puedo  afirmar  que  me  son  en  cargo 
todos  en  cuanto  á  esto;  y  fui  causa  que  crecie- 
sen en  las  cortesías  de  palabra  y  por  escrito, 
que  algunos,  especialmente  Granvela  y  Corna- 
ro,  Camarlengo,  siempre  en  conversación  á 
cada  palabra  me  decían:  «Vuestra  señoría  reve- 
rendísima», y  todos  los  que  me  escribían  y  es- 
criben me  ponen:  «Muy  ilustre  y  reverendísimo 
señor». 


186 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


También  me  ponían  aquella  buena  gente  por 
defecto  que  no  convidaba  yo  de  ordinario  á  mu- 
chos, lo  cual  yo  confieso,  y  no  por  defecto,  sino 
por  justas  causas:  convidé  muchos  al  principio, 
hasta  que  conocí  el  humor  de  los  que  andaban 
cu  Roma,  que  glosan  las  palabras  y  añaden  lo 
que  quieren  y  revuelven  á  los  que  están  des- 
cuidados; demás  de  que  suelen  ser  inquietos  y 
viciosos,  y  enemigos  de  los  que  no  son  como 
ellos.  Levantáronme  que  yo  decía  algunas  co- 
sas que  nunca  pensé  y  enemistáronme  con  mu- 
chos que  les  daban  crédito,  por  ver  que  entra- 
ban en  mi  casa,  y  por  eso  me  fui  poco  á  poco 
desviando  dellos. 

Juntóse  á  esto  que  dos  sobrinos  míos  que 
tenía  en  casa,  y  los  convidaban  y  entretenían, 
ambos  murieron,  y  me  quitaron  la  gana  de 
aquellos  entretenimientos  que  suele  haber  des- 
pués de  comer,  de  los  cuales  nunca  fui  amigo; 
y  finalmente,  yo  quedé  tan  achacoso  de  las  dos 
graves  enfermedades  que  padecí  en  Roma,  que 
vivía  siempre  por  consejo  de  médico,  el  cual 
me  prohibió  que  no  comiese  vaca,  ni  carnero, 
ni  ternera,  ni  cabrito,  ni  puerco,  ni  cecinas,  ni 
cosa  de  leche,  porque  todo  esto  me  era  daño- 
so, de  manera  que  no  había  de  comer  con  mis 
convidados  ó  había  de  hacerme  daño  la  comi- 
da; y  por  estas  razones  convidaba  pocas  veces 
á  convites  (que  allí  se  usan  sibaríticos),  sino  al- 
gunas veces  á  tales  amigos  que  fuese  más  la 
buena  conversación  que  la  superfina  comida. 

De  aquí  también  tomaron  ocasión  á  decir 
que  yo  gastaba  poco,  sin  atender  á  que  yo  gas- 
taba cuatro  tantos  más  en  limosnas  que  lo  que 
podía  gastar  en  convites;  que  yo  hacía  siempre 
muchas  públicas  y  secretas,  ordinai-ias  y  ex- 
traordinarias, y  muchas  ayudas  de  costa  y  so- 
corro de  oro,  y  unas  y  otras  veces  muchas  á 
cuarenta  y  treinta  escudos  de  oro  en  oro,  y  mu- 
chas más  de  otras  sumas. 

La  casa  en  que  moraba,  con  los  alquileres  de 
tapices  y  otros  aderezos,  me  costaba  seiscientos 
escudos  y  más  cada  año.  Mi  familia  era  de 
treinta  personas,  con  mayores  raciones  que  las 
de  los  Cardenales,  y  pagando  médico  y  botica 
á  todos,  hasta  los  mínimos,  con  caballos  y  mu- 
las,  con  coche  y  dos  coches;  en  ir  á  Ñapóles 
gaste  hartos  centenares  de  escudos,  con  tanta 
liberalidad  cuanta  fué  notorio.  A  un  criado  le 
di  para  redimir  pensiones  y  sacar  bulas  qui- 
nientos y  tantos  escudos,  y  á  otro  trescientos, 
■cosa  que  pocos  hicieron  en  mi  tiempo. 

El  Papa,  hablando  de  mí  á  cierto  propósito, 
dijo  que  bien  sabía  que  yo  había  siempre  teni- 
do Iwnorata  Jamilia.  Para  ayuda  á  casar  huér- 
fanas y  para  obras  pías  di  hartos  escudos,  y  al 
Hospital  de  los  incurables  di  una  casulla  con 
sus  aderezos,  que  me  costó  de  lance  mil  reales. 
Otras  cosas  pudiera  decir  semejantes  con  ver- 


dad, si  no  pareciera  jactancia;  pero  ni  aun  és- 
tas dijera  si  no  me  compelieran  á  ello  los  fal- 
sos testimonios  de  malas  gentes. 

De  lo  mismo  infieren  que  yo  estaba  y  estoy 
riquísimo,  presuponiendo  falso  (como  presu- 
ponen) que  el  obispado  de  Badajoz  renta  mu- 
cho más,  y  no  descontando  pensiones,  subsidio 
y  excusado,  ni  los  ga&tos  de  cuatro  curas  que 
paga,  ni  los  salarios  de  Provisor  y  Visitador 
y  Fiscal,  y  los  que  se  hacen  en  pleitos  y  en 
los  ministros  de  ellos,  y  en  los  cogedores  y 
contador,  y  otros  que  entienden  en  lo  de  la  ha- 
cienda. 

No  digo  de  lo  de  Ciudad  Rodrigo,  porque 
renta  tan  poco  que  no  hay  que  hacer  caso  de- 
11o;  y  á  mi  me  rentó  menos,  porque  la  tenencia 
de  la  Hinojosa,  y  la  notaría,  y  otras  escribanías 
de  que  los  Obispos  todos  mis  antecessores  se 
aprovechaban,  todo  ello  lo  di  dado,  sin  que  me 
valiese  cosa  alguna,  y  me  confesaron  los  que 
allí  lo  habían  visto  y  notado  que  yo  tenia  más 
casa  que  ninguno  de  mis  predecesores,  y  así 
en  esto  como  en  la  costa  de  las  bulas  y  adere- 
zos de  pontifical  gasté  todo  lo  que  había  in- 
ventariado que  tenia  antes  que  fuese  Obispo. 

Y  por  esto  cuando  fui  á  Roma  llevé  tres  mil 
ducados  prestados  y  tomados  á  censo,  con  otros 
pocos  que  yo  tenia,  de  manera  que  en  pagar  mis 
deudas  y  los  subsidios  y  pensiones  y  sustentar 
la  casa  que  dejé  en  Ciudad  Rodrigo  no  se  puede 
decir  que  de  allí  me  quedó  riqueza;  cuanto  más 
que  de  eso  poco  que  me  sobró  di  mil  ducados 
para  hacer  en  Simancas  una  casa  de  albóndiga 
y  para  algún  pan  para  ella,  y  otros  mil  para  me- 
ter una  parienta  pobre  monja  en  Santa  Cruz  y 
para  ayudar  al  dote  á  otra  su  hermana,  y  otros 
mil  para  repartir  en  otras  limosnas  y  obras 
pías. 

Resta  solamente  la  renta  de  Badajoz  desde 
en  fin  del  año  de  1568,  el  primero  de  los  cuales 
no  rentó  sino  catorce  mil  ducados,  y  dellos  pa- 
gué diez  meses  de  la  pensión  de  los  dos  mil  du- 
cados que  entonces  vacaron  por  la  muerte  de 
Santillán,  y  pagadas  las  otras  pensiones  y  sub- 
sidio y  los  salarios  dichos  no  quedaron  ocho  mil 
ducados. 

Desde  el  año  de  1570  tuve  aquella  pensión 
menos,  pero  luego  la  diputé  para  limosnas,  y 
se  dieron  cada  año  cuatrocientos  ducados  y 
cuatrocientas  fanegas  de  trigo  de  limosnas  or- 
dinarias, y  cuasi  otro  tanto  de  extraordinarias, 
que  libré  allí  y  en  Vallad olid  y  Simancas  á  per- 
sonas pobres  y  á  hijos  de  mis  criados  y  á  obras 
pías ;  y  los  dos  años  postreros  hice  repartir  más 
de  otros  mil  y  docientos  ducados,  por  ser  años 
caros,  y  porque  suplicasen  á  Dios  que  me  trajese 
á  España  con  salud,  y  con  otras  limosnas  que 
también  añadi  se  gastarían  en  obras  pías  mil  y 
quinientos  ducados  más,  pocos  más  ó  menos, 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


187 


cada  año  en  España,  que  en  aquellos  siete  años 
son  diez  mil  ducados. 

En  la  capilla  que  edificamos  al  Espíritu  San- 
to en  la  iglesia  Mayor  de  Córdoba  gaste'  nue- 
ve mil  ducados. 

El  obispado  de  Badajoz  rentó  estos  años, 
uno  con  otro,  á  diez  y  siete  mil  ducados.  Pagó 
de  pensiones  tres  mil  ducados,  y  de  subsidio  y 
excusado  dos  mil  ducados,  que  son  seis  mil;  y 
con  los  salarios  que  he  referido  de  los  oficiales 
de  la  dignidad  y  de  curas,  y  con  pagar  algunos 
criados  que  dejé  en  mi  casa  de  Badajoz,  no 
quedan  más  de  diez  mil  ducados  escasos,  que 
en  los  siete  años  son  setenta  mil  ducados,  y  la 
ayuda  de  costa  tres  mil  ducados  cada  año,  que 
en  los  dichos  siete  años,  con  el  A^alor  de  pagar- 
se en  escudos  de  oro,  suman  veinte  y  siete  mil 
ducados,  poco  más  ó  menos;  y  este  tino  debie- 
ron de  llevar  los  que  decían  que  yo  tenía  cien 
mil  ducados,  salvo  que  no  hacían  cuenta  de  lo 
que  gastaba  en  todos  siete  años  de  tiempo. 

Mas  si  la  malicia  no  los  cegara  y  considera- 
ran lo  que  yo  gasté  aquellos  siete  años,  clara- 
mente entendieran  que  por  lo  menos  gastaba  en 
mis  expensas  y  limosnas  ordinarias  en  Roma 
siete  mil  ducados  por  lo  menos  cada  año,  y  más 
si  supieran  que  gasté  allí  con  dos  sobrinos  cua- 
tro mil  ducados  en  bulas  y  redempción  de  pen- 
siones del  uno,  y  en  otros  gastos  muchos  del 
otro,  y  si  contaran  lo  que  gasté  en  limosnas  y 
en  ir  á  Ñapóles  y  en  otras  liberalidades  de  que 
he  hecho  mención. 

Y  si  descontaran  esto,  que  suma  cuarenta  y 
nueve  mil  ducados,  y  veinte  y  dos  mil  y  qui- 
nientos que  ya  he  referido,  no  pudieran  estirar 
el  resto  á  cuarenta  mil  ducados,  mayormente 
que  los  muchos  millares  de  ellos  que  me  envia- 
ron á  Roma  y  los  que  yo  allí  tomé  costaron 
muchos  cambios  y  costas. 

Este  resto  quise  dejar  de  gastar  en  cosas  su- 
perfinas por  poderlo  emplear  (como  lo  hago)  en 
cosas  útiles  y  necesarias  y  pías,  y  aunque  en 
este  tiempo  se  tiene  á  gentileza  gastar  los  hom- 
bres sus  haciendas  y  las  ajenas,  y  deber  y  no 
pagar,  y  andar  entrapazados;  mas  yo  siempre 
aprendí  de  la  Sagrada  Escriptura  y  de  los  san- 
tos doctores  y  de  los  prudentes  y  sabios,  que 
no  conviene  al  hombre  cuerdo  (y  menos  al  cris- 
tiano) hacer  exceso  en  los  gastos,  ni  caer  en  los 
males  y  daños  que  vienen  de  la  prodigalidad; 
que  gastar  mucho,  especialmente  en  cosas  su- 
perfinas, no  es  virtud,  sino  vicio,  y  por  el  con- 
trario, adquirir  lícitamente  y  conservar  con  cor- 
dura y  gastar  con  prudencia  es  mucha  virtud,  y 
cualquiera  perdido  sabe  desbaratar  y  malgastar 
la  hacienda,  poro  adquirirla  y  conservarla  y 
gastarla  bien  no  lo  saben  hacer  sino  los  pruden- 
tes y  cuerdos. 

He  querido  poner  esto  aquí  tan  á  la  larga 

AUTOBIOGRAFÍAS    Y    MEMOKIAS.  — 23 


y  por  menudo  por  confusión  de  los  que  me  han 
levantado  que  estaba  muy  más  rico  y  que  gas- 
taba poco,  y  lo  han  dicho  para  ponerme  mala 
voz  y  para  persuadir  que  no  hay  para  qué  el 
Rey  me  haga  más  merced.  Un  Obispo,  muy 
más  rico  que  yo,  dijo  un  día  hablándose  delante 
del  cómo  el  Rey  no  me  había  hecho  merced  des- 
pués que  vine  de  Roma:  Harta  merced  le  ha 
hecho,  pues  le  ha  dado  con  qué  ha  ahorrado 
cien  mil  ducados.  Y  otro  riquísimo  y  miserabi- 
lísimo, dijo  delante  de  muchos  que  había  oído 
á  cuantos  venían  de  Roma  que  yo  no  me  tra- 
taba allí  con  el  gasto  conveniente  y  que  me  no- 
taban dello. 

Si  algunos  esto  me  levantaron,  debían  ser 
apasionados  del  Arzobispo,  ó  de  Lobo,  con- 
tra el  estatuto  de  Toledo,  ó  algunos  malignos; 
pero  fuesen  cualesquiera,  yo  sé  que  no  dijeron 
verdad  y  que  había  muy  pocos  Cardenales  en 
Roma  que  tuviesen  tanta  casa  como  yo,  y  nin- 
guno que  tratase  sus  criados  tan  bien  como  yo; 
y  esto  era  tan  notorio  que  el  Papa  dijo  lo  que 
ya  he  referido,  que  sabía  que  yo  había  tenido 
siempre  honorata  familia,  y  visto  cómo  yo  me 
gobernaba,  per.saban  y  decían  muchos  que  yo 
tenía  treinta  mil  ducados  de  renta. 

Mas  quisiera  yo  preguntar  al  que  dijo  que  yo 
había  ahorrado  cien  mil  ducados  y  por  eso  el 
Rey  no  me  había  de  hacer  merced:  Presupuesto 
que  aquello  fuera  verdad  (que  no  era),  si  yo 
gastara  en  banquetes  aquellos  dineros,  ¿sí  fuera 
entonces  más  razón  que  el  Rey  me  hiciera  mer- 
ced y  si  había  aquello  salido  de  la  hacienda  del 
Rey?  y  si  un  rico  sirve  mucho  al  Rey,  ¿si  por 
ser  rico  deja  de  tener  obligación  de  gratificarle? 

El  orden  de  vivir  que  tuve  en  Roma  fué  que 
me  levantaba  temprano,  y  luego  rezaba  y  antes 
de  entender  en  otra  cosa  decía  misa,  la  cual 
dije  siempre  todos  los  días,  exceptos  los  que 
por  enfermedad  ó  por  justo  impedimento  no  pu- 
diese decirla;  hasta  hora  de  comer  estudiaba  y 
escribía;  después  de  comer  pasaba  la  siesta  sin 
dormir  con  algún  entretenimiento  bueno,  hasta 
hora  de  rezar  vísperas;  en  rezándolas  volvía  á 
mis  estudios,  como  á  la  mañana,  y  algunas  ve- 
ces recibía  visitas  y  otras  hacía  yo,  aunque  eran 
las  menos  que  podía.  Algunos  pocos  días  hacía 
ejercicio,  por  salud  más  que  por  pasar  tiempo; 
en  mi  casa  no  había  juego,  sino  de  solo  ajedrez 
á  horas  pertinentes.  Mis  criados  entendían  en 
sus  oficios,  y  algunos  estudiaban  y  cantaban. 
A  ninguno  sufrí  que  fuese  vicioso,  y  en  sabien- 
do que  lo  era  luego  lo  despedía,  y  así  tuve  mi 
casa  quieta,  y  nunca  esbirro  alguno  entró  en 
ella,  ni  me  tuvieron  preso  criado  alguno. 

Hacía  limosnas  (como  he  dicho)  ordinarias  y 
extraordinarias.  Cenaba  poco  después  de  reza- 
dos maitines.  Acostábame  á  buena  hora  para 
madrugar.  Iba  pocas  veces  á  Palacio,  y  menos 


188 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


á  casa  de  Cardenales  ni  de  otros  algunos.  Nun- 
ca iba  á  Dataria,  ni  á  pedir  vacantes  de  benefi- 
cios. Con  ninguno  tuve  diferencia  y  con  todos 
traté  afablemente,  aunque  los  que  no  me  comu- 
nicaban me  juzgaban  por  algo  severo,  y  como 
siempre  perseveré  en  esta  manera  de  vida, 
echóse  mucho  de  ver,  tanto  que  el  Cardenal 
Ursino,  hermano  del  Duque  de  Gravina,  perso- 
na muy  principal,  hablándose  de  mí  delante  de 
algunos,  dijo:  Deste  Obispo  español  habíamos 
de  tomar  ejemplo;  y  añadió  otras  palabras  que 
me  obligaron  á  visitarle  de  ahí  adelante,  porque 
hasta  entonces  nunca  le  había  hablado. 

Volviendo  á  mi  partida  de  Roma,  viendo  que 
ya  el  verano  iba  muy  adelante  y  que  no  hallaba 
paso  de  galeras,  determiné  de  ir  por  tierra  hasta 
Genova  para  esperar  allí  coyuntura  de  ir  por 
mar,  porque  por  tierra  no  había  camino  seguro, 
y  así  hice  testamento  y  previne  lo  que  me  pa- 
reció necesario,  y  entretanto  anduve  despidién- 
dome de  los  Cardenales  principales  y  amigos. 
Alexandrino  me  invió  á  convidar  diciendo  que 
no  lo  había  hecho  antes  por  ser  el  Arzobispo 
fraile  de  su  Orden  y  porque  no  pareciera  so- 
borno. Yo  acepté,  porque  nunca  lo  había  visita- 
do, sino  una  vez  en  llegando  á  Roma,  y  dije 
entre  mí:  No  me  pudo  sol)ornar  su  tío  el  Papa, 
y  ¡había  él  de  sobornarme!  aunque  sé  que  lo  en- 
vió á  decir  por  manera  de  donaire. 

Más  hondo  fué  lo  que  pasé  con  Farnesio, 
que  yéndome  á  despedir  del  se  apartó  conmigo 
y  me  tuvo  casi  una  hora,  quejándose  de  los 
consejeros  del  Rey,  siendo  tan  su  aficionado,  y 
siendo  hermano  de  su  cuñado,  y  siendo  el  Prín- 
cipe de  Parma  igualmente  sobrino  de  ambos;  y 
que  él  no  lo  liacía  por  el  Papado,  sino  porque 
no  saliese  algún  Papa  que  destruyese  aquella 
casa  con  título  de  que  había  sido  parte  della  de 
la  Iglesia  Romana;  y  que  él  no  suplicaba  al 
Rey  que  le  favoreciese,  aunque  tenía  razón  de 
hacerlo,  sino  que  no  le  excluyese  (como  lo  ha- 
bía hecho  la  vez  pasada),  que  era  lo  más  que  se 
podía  hacer  con  el  mayor  enemigo;  luayormente 
que  con  gravísimas  excomuniones  estaba  prohi- 
bido que  los  Pi'incipes  seglares  no  se  entrome- 
tiesen en  las  elecciones  de  Papas.  Estaba  lasti- 
mado que  se  le  quitó  el  Papado  la  vez  pasada, 
que  era  refrán  común  que  había  entrado  Papa 
en  el  conclave  y  salido  Cardenal.  Y  finalmente, 
quejándose  más  del  Cardenal  Pacheco  que  de 
otro,  dijo:  Aunque  el  Rey  me  desfavorezca  no 
dejaré  de  ser  su  servidor,  pero  seré  servidor 
agraviado. 

Antes  desto  me  vino  á  visitar  Marco  Anto- 
nio Colonna,  pidiendo  perdón  de  no  lo  haber 
hecho  antes;  yo  le  visité  después  una  sola  vez 
á  él,  y  me  hizo  toda  la  ceremonia  que  á  Carde- 
nal ;  y  entrando  entonces  el  de  Trento,  le  supli- 
qué que  lo  saliese  á  recibir,  y  no  quiso,  y  se  es- 


tuvo quieto  conmigo,  prosigiuendo  pláticas 
graves  de  la  gobernación  del  reino  de  Ñapóles 
y  de  cosas  semejantes. 

A  lo  último  fui  á  tomar  la  bendición  del 
Papa  y  á  interceder  por  un  caballero,  deudo  de 
deudos  míos,  para  una  vacante;  no  me  quiso 
oir  sin  que  me  sentase,  diciéndome  tres  ve- 
ces :  Sede,  sede,  sede.  A  lo  de  la  vacante  respon- 
dió que  diesen  la  memoria  al  Datario,  que  él 
deseaba  acertar  en  hacer  buenas  provisiones  y 
que  temía  cuenta  con  lo  que  le  suplicaba,  y  des- 
pidiéndome del  me  dio  tres  veces  la  bendición, 
con  demostración  de  mucha  afición. 

No  pudiendo  sufrir  los  apasionados  del  Ar- 
zobispo y  de  Lobo  que  yo  saliese  con  tanta 
honra  de  Roma,  con  odio  rabioso  y  malicia 
diabólica  pensaron  como  escurecer  en  algo  mi 
nombre;  y  no  pudiendo  poner  nota  en  mi  vida 
y  costumbres,  acordaron  algunos  dellos  de  pu- 
blicar que  en  aquel  mi  libro  de  Instituciones 
Católicas,  tan  examinado  en  España  y  en 
Roma,  y  tan  aprobado  y  alabado  en  toda  Ita- 
lia, había  un  error  grande,  y  dieron  sobre  ello 
petición  al  Papa,  el  cual  los  remitió  al  Carde- 
nal Madrucio,  muy  buen  teólogo. 

Yo,  avisado  desto,  fui  á  su  casa;  díjome  que 
asían  de  unas  palabras  del  Papa  Inocencio  que 
refería  en  mi  libro.  Yo  le  dije  que  á  Inocen- 
cio III  hacían  el  agravio,  y  no  á  mí,  que  dije 
lo  mismo  que  él,  y  alegándole  y  refiriendo  sus 
mismas  palabras  sin  añadirle  cosa  alguna.  El 
me  lo  confesó,  y  aun  añadí  que  en  otra  decre- 
tal había  el  Inocencio  dicho  lo  mismo  con  más 
fuertes  términos;  y  también  lo  confesó,  diciendo 
que  aquello  entendían  equívocamente  y  no  uní- 
voca. Yo  le  repliqué  que  como  Inocencio  lo 
había  entendido  así,  lo  entendía  yo,  y  así  lo 
trasladé. 

Fué  aquel  Sumo  Pontífice  el  más  docto  y 
excelente  que  ha  habido  de  seiscientos  años  á 
esta  parte,  que  lo  que  yo  del  trasladé  está  pues- 
to en  las  Epístolas  Deci-etales,  que  son  leyes 
de  los  Papas;  y  me  dijo  también  el  Cardenal 
Madrucio  que  en  el  Concilio  de  Trento  los  que 
ordenaban  los  decretos  no  osaban  decir  aque- 
lla autoridad  de  Inocencio,  sino  que  pusieron 
que  el  [bautismo]  era  puerta  para  los  otros  sa- 
cramentos; y  así  él  lo  tuvo  por  calumnia,  como 
lo  fué,  y  no  hizo  caso  della. 

Un  confeso  teologastro  de  Toledo  hacía  mu- 
chas alharacas  (como  los  semejantes  las  suelen 
hacer),  y  decía  que  el  Inocencio  se  apartaba  de 
aquella  opinión,  la  cual  él  no  entendía,  ciego 
con  malicia,  y  lastimado  porque  en  una  oposi- 
ción que  hizo  en  Roma,  pocos  días  había,  á  un 
beneficio  le  opusieron  que  era  confeso  y  que  le 
obstaba  el  estatuto  de  Toledo  que  yo  defendí; 
éste,  como  mal  coronista,  y  según  pareció  como 
no  buen  teólogo,  no  miró  que  el  Inocencio  no 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


189 


se  aparta  de  aquella  opinión  en  el  caso  del  ma- 
trimonio, sino  del  sacerdocio,  para  el  cual  se 
requieren  muchas  más  cosas  que  para  casarse; 
y  con  todo  eso  dice  el  Inocencio  que  en  aquel 
caso  difícil  sigue  la  vía  más  segura,  y  quien  tal 
dice  no  condena  la  otra,  como  es  notorio. 

Vino  á  mi  casa  el  maestro  Toledo,  muy  gran 
teólogo,  y  dijo  que  habían  ido  á  él  con  aquella 
calumnia,  y  que  él  se  la  condenó  por  tal.  Vino 
también  el  doctor  Miguel  Tomás,  hombre  doc- 
to y  por  tal  conocido,  y  se  maravilló  de  la  ce- 
guedad y  desvergüenza  de  aquéllos,  y  lo  mismo 
hicieron  todos  los  que  lo  entendieron.  Yo  es- 
cribí un  papel  breve  en  que  respondí  á  aquella 
calumnia,  y  lo  envié  á  algunas  personas,  y  dejé 
un  traslado  al  Auditor  Gregorio  Bi-avo,  el  cual 
lo  mostró  á  los  que  quisieron  saber  qué  era 
aquello,  y  me  escribió  después  á  España  que 
no  habían  osado  hablar  más  en  ello,  y  que  como 
era  humo  se  había  brevemente  deshecho. 

Estando  ya  para  partirme  por  tierra  me 
avisó  el  Embajador  que  el  señor  don  Joan  de 
Austria  iba  con  galeras  á  Genova;  yo  le  escribí 
luego  acordándole  lo  que  me  había  escrito,  y 
suplicándole  que  mandase  que  alguna  galera 
tocase  en  Civita  Vieja.  Respondió  que  no  sólo 
una,  sino  tres  y  cuatro  daría  si  fuese  menester, 
y  avisóme  el  día  en  que  había  de  estar  allí. 

Refiriendo  en  summa  las  cosas  que  pasé  en 
Roma,  digo  que  yo  estuve  allí  nueve  años  y 
cuatro  días,  en  los  cuales  nunca  salí  de  allí 
sino  para  ir  á  Ñapóles ,  sin  ir  á  ver  lugares  ni 
villas  de  la  comarca,  aunque  fui  algunas  veces 
importunado  para  que  viese  á  Tíboli,  que  es  lo 
que  todos  alaban.  Padecí  allí  dos  enfermedades 
muy  peligrosas.  Eché  de  mí  muchas  piedras,  y 
entre  ellas  una  como  un  hueso  de  dátil,  que 
fué  gran  milagro  no  morir  della.  Cobré  allí  mal 
de  gota.  Padecí  muchas  pesadumbres,  y  muy 
grandes.  Recibí  diez  malas  nuevas,  de  otras 
tantas  personas  muy  conjuntas  que  me  tocaban 
en  segundo  grado,  las  cuales  todas  murieron  en 
aquel  tiempo.  Recibí  los  disfavores  que  ya  he 
contado  y  otros  algunos. 

Desenvolví  y  agoté  las  librerías  de  Roma  pú- 
blicas y  algunas  particulares  de  hombres  curio- 
sos. Tuve  comunicación  con  los  más  doctos  que 
allí  estaban.  Añadí  mis  obras  y  hice  otras  de 
nuevo.  Sustenté  y  acrecenté  la  autoridad  de  los 
Obispos  de  España  y  Cardenales,  y  [me  tuvie- 
ron] en  mucha  veneración  los  graves  y  doctos 
hombres.  La  fama  de  n-.i  vida  y  costumbres  y 
cordura  quedó  muy  aprobada  en  Roma  y  Ña- 
póles adonde  me  conocieron,  y  la  de  mis  letras 
por  mis  libros  está  muy  celebrada  en  toda  la 
cristiandad.  Entretuve  la  causa  del  Arzobispo 
de  Toledo  en  tiempo  de  Pío  V  con  los  Inquisi- 
dores de  España  que  entonces  me  ayudaron. 
Vencíla  yo  sólo  en  tiempo  de  Gregorio  XIII 


con  grandísima  honra  de  España,  y  especial- 
mente del  Rey  Católico  y  del  Santo  Oficio, 
con  lo  cual  he  dado  por  bien  empleados  todos 
mis  trabajos,  aunque  en  esta  vida  no  se  me 
agradeciesen. 


LIBEO  TERCERO 

Después  que  visité  las  siete  iglesias  y  dis- 
puse de  las  alhajas  de  mi  casa,  y  repartí  algu- 
nas dellas  á  pobre  gente  y  hice  buenas  limos- 
nas para  que  suplicasen  á  Dios  que  me  diese 
buen  viaje,  y  tuve  aviso  del  día  en  que  partía 
de  Ñapóles  el  señor  don  Joan  de  Austria,  salí 
de  Roma  (dejando  muchos  pobres  llorando  á 
mi  puerta,  dándoles  la  última  limosna),  acom- 
pañado de  mucha  gente  principal,  que  no  me 
quisieron  dejar  hasta  buen  rato  fuera  de  Roma, 
el  día  primero  de  junio  de  1576. 

Aquella  tarde  fui  á  Palos,  que  es  casi  la 
mitad  del  camino  desde  Roma  á  Civita  Vieja, 
y  allí  me  envió  á  hospedar  el  Cardenal  Farne- 
sio,  que  supo  que  yo  iba  á  parar  alh,  y  luego 
al  alba  se  oyeron  tiros  de  artillería,  y  se  enten- 
dió que  el  señor  don  Joan  había  llegado  á  Civita 
Vieja;  y  á  pocas  millas  encontramos  un  correo 
que  nos  venía  á  decir  fuésemos  presto,  que  ha- 
bían de  parar  poco  allí  las  galeras,  y  así  nos 
dimos  priesa,  y  llegamos  tempi-ano,  y  otro 
día  fui  á  besar  las  manos  al  señor  don  Joan,  el 
cual  me  recibió  con  mucha  gracia  y  cortesía. 

Aquella  noche  partimos  de  allí,  y  al  amane- 
cer se  descubrieron  cuatro  galeras  de  cosarios, 
y  el  señor  don  Joan  tomó  las  dos  con  su  galera 
capitana,  y  atadas  á  ella  se  vino  á  rodear  la 
mía;  yo  estaba  en  la  cama  de  un  poco  de  gota, 
y  conjo  no  me  vido  envió  á  decirme  con  un 
caballero  criado  suyo  ¿qué  me  parecía  de  su 
caza?  yo  le  respondí  lo  menos  mal  que  supe. 

De  allí  fuimos  á  Genova  y  estuvimos  cinco 
días,  y  él  se  quedó  para  ir  á  Flandes,  y  allí  le 
supliqué  me  diese  galeras  hasta  Cartagena,  y 
me  respondió  muy  bien;  y  dándole  yo  las  gra- 
cias, me  dijo:  á  priesa,  tres  veces  á  mi  volun- 
tad; sintiendo  que  á  su  voluntad  se  debían  las 
galeras,  que  aquello  era  poco  para  darse  las 
gracias  por  ello,  y  con  mucha  gi-acia  al  despe- 
dir pidió  que  le  echase  la  bendición;  y  allí  me 
vino  á  ver  Orantes,  su  confesor,  uno  de  los  ca- 
lificadores de  la  doctrina  del  Arzobispo,  y  me 
dijo:  ¡Oh,  cuánto  se  ha  de  holgar  el  Rey  con 
vuestra  señoría,  y  lo  que  ha  de  hacer  el  Inqui- 
sidor general!  Parece  que  fué  adivino,  según 
constará  por  lo  que  sucedió. 

De  Genova  fuimos  á  Barcelona,  y  allí  estu- 
vimos trece  días  esperando  á  que  las  galeras 
pasasen  adelante,  y  en  este  tiempo  estuvieron 


190 


para  poderse  embarcar  cuatro  criados  de  los 
principales  míos,  que  habían  estado  muy  enfer- 
mos. Allí  se  quedaron  algunos  de  los  que  ha- 
bían venido  desde  Roma  á  mi  costa,  que  habían 
sido  cuarenta  y  cuatro. 

Y  porque  muchos  pensaron  que  yo  había 
errado  en  no  ir  desde  allí  á  la  corte,  y  que  des- 
merecí en  ello,  diré  ahora  lo  que  en  ello  hubo, 
y  [fué]  que  diciendo  al  Cardenal  Jesualdo  que 
no  había  de  ir  por  la  corte,  me  dijo  que  no  me 
resolviese  sin  comunicarlo  con  el  Embajador  y 
con  Granvela.  Dije  que  me  placía,  y  así  lo  traté 
primero  con  el  Embajador,  y  le  dije  que  las 
razones  que  me  movían  eran  éstas:  que  yo  lle- 
gaba á  tiempo  peligroso  de  calor,  y  que  no  po- 
dría ir  aquellas  cien  leguas  que  hay  hasta  la 
corte  desde  Barcelona,  por  el  gran  sol,  ni  de 
noche  por  los  bandoleros  y  malos  pasos,  y  que 
saldría  de  la  galera  sin  muías  ni  caballos  ni 
aderezos  y  sin  acompañamiento  de  gente  para 
entrar  en  corte,  y  que  dado  que  llegase  con 
salud,  de  lo  cual  yo  dudaba,  no  me  habían  de 
dar  posada  en  corte  en  muchos  días,  como  sue- 
len, y  que  ya  que  me  la  diesen,  no  podía  llevar 
con  qué  adornarla,  y  que  el  Eey  estaba  tan  re- 
tirado en  sus  bosques  que  daba  tarde  y  á  pocos 
audiencia,  y  que  le  pesaba  que  le  fuesen  allí  á 
hablar,  y  que  yo  no  tenía  cosa  notable  que  de- 
cirle ni  le  quería  pedir  nada. 

Pudiera  añadir  que  lo  que  ya  otras  vec^es  me 
había  dicho  me  diría  brevísimamente:  Yo  me 
tengo  por  bien  servido  de  vos;  yo  os  lo  agra- 
dezco mucho.  Respondióme  el  Embajador  que 
yo  consideraba  tan  bien  mis  acciones  que  no 
había  que  contradecirlas,  y  parecióle  muy  bien 
que  le  dije  que  aunque  no  fuera  sino  porque 
no  pareciese  que  iba  á  negociar  otro  obispado, 
habiendo  vacante,  como  la  había,  holgaba  de 
no  ir  por  entonces,  y  también  á  Granvela  satis- 
facieron  mis  razones. 

Y  conforme  á  esto  escribí  desde  Barcelona  al 
Rey  que  con  su  licencia  y  con  la  del  Papa  ha- 
bía partido  de  Roma,  no  habiendo  ya  más  que 
hacer  en  el  negocio  del  Arzobispo,  y  que  había 
llegado  á  Barcelona  fatigado  de  la  mar,  y  que 
ya  había  escrito  á  Su  Majestad  todo  lo  que 
convino  y  se  pudo  avisaren  aquella  causa,  en  la 
que  había  hecho  lo  á  mí  posible,  sin  respeto  al- 
guno humano;  que  por  el  rigor  del  tiempo  y 
porque  no  tenía  más  que  decir  ni  tratar  con  Su 
Majestad  negocio  mío  ni  ajeno,  entendiendo 
que  le  hacía  más  servicio  en  ir  á  mi  obispado 
que  en  darle  fastidio  con  cosas  no  muy  impor- 
tantes, proseguía  mi  navegación  y  estaba  para 
lo  que  Su  Majestad  fuese  servido  mandarme, 
como  siempre  lo  había  hecho;  á  la  cual  carta  y 
á  otra  que  le  escribí  desde  Córdoba  casi  de  la 
misma  manera  nunca  me  respondió. 

De  Barcelona  fuimos  por  Mallorca,  á  donde 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

el  Obispo,  don  Joan  Vique,  me  salió  á  recebir  al 

puerto  y  me  llevó  á  su  casa  y  me  hizo  mucho 

regalo  tres  días  que  allí  estuvimos.  De  Mallorca 

Cartagena,  adonde  estuvimos  cuatro 


fuimos  a 

días,  y  desde  allí  á  Málaga;  y  don  Francisco 
Pacheco  de  Córdoba,  gran  señor  y  amigo  mío, 
me  acabó  de  recrear  y  acomodar  hasta  que  fui  á 
Córdoba,  y  seis  leguas  antes  me  salió  á  el  ca- 
mino don  Joan,  mi  hermano,  Arcediano  y  Canó- 
nigo de  Córdoba,  Obispo  que  fué  de  Cartagena, 
que  sólo  me  había  quedado  de  todos  mis  her- 
manos; y  con  llegar  con  salud  y  hallarle  con 
ella  me  pareció  que  no  tenía  más  que  desear,  y 
entendí  claramente  que  Dios  me  hal  ía  traído 
con  bien  á  intercesión  de  muchas  personas,  sus 
siervos,  que  se  lo  suplicaban. 

Entré  en  Córdoba  día  primero  de  agosto, 
adonde  fui  bien  recebido  y  hallé  á  todos  mis  deu- 
dos con  salud,  y  luego  me  vino  á  visitar  todo  lo 
principal  de  aquella  ciudad,  y  todos  esperaban 
que  el  Rey  me  había  de  hacer  señaladas  merce- 
des, y  el  Obispo  de  Córdoba,  Fresneda,  me 
dijo  que  si  hubiera  el  reconocimiento  debido  á 
la  honra  que  yo  había  dado  á  España,  que  con 
procesiones  y  cruces,  cantando  Te  Deum  lau- 
damus,  me  habían  de  haber  salido  á  recebir  á 
los  puertos. 

Escribióme  mi  solicitador  de  Roma  que  los 
confesos  decían  que  me  había  de  anegar  en  la 
mar,  y  si  escapaba,  que  el  Rey  no  me  había  de 
hacer  merced,  porque  perseguía  á  Lobo.  Yo 
respondí  que  les  dijese  que  ya  Dios  me  había 
libi-ado  de  los  peligros  del  camino,  y  que  si  el. 
Rey  no  me  hiciese  más  mercedes,  que  bastaban 
las  que  me  había  hecho;  que  creyesen  bien  en 
Dios  y  se  guardasen  de  ser  como  sus  pasados; 
que  yo  no  perseguí  á  Lobo,  sino  su  temeridad  é 
insolencia  le  persiguieron,  y  ellos  que  le  desva- 
necieron porque  decía  mal  del  estatuto  de  To- 
ledo. 

Luego  me  escribieron  muchos   dándome  el 
parabién  de  la  venida  y  esperando  que  el  Rey 
me  había  de  hacer  grandes  mercedes.  El  Carde- 
nal de  Granvela  me  escribió  estas  palabras: 
«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 
))Deseo  infinito  nuevas  de  vuestra  señoría, 
por  entender  cómo  se  halla  en  España,  habiendo 
entendido  por  cartas  de  otros  su  buena  llegada ; 
espero  que  Su  Majestad  no  dejará  de  hacer  co- 
nocer al  mundo  la  satisfacción  que  tiene  de  lo 
bien  y  mucho  que  vuestra  señoría  le  ha  servido X). 
Y  el  Cardenal  Jesualdo  me  escribió  lo  si- 
guiente: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 
»La  letra  que  vuestra  señoría  me  escribió  de 
Córdoba  á  23  de  agosto  me  fué  gratíssima,  por 
avisarme  en  ella  de  su  buena  navegación  y  de 
haber  llegado  en  salvamento  á  su  patria,  adon- 
de se  había  restaurado  del  trabajo  de  mar  y  tic- 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


191 


rra.  Hame  dado  grandísimo  contentamiento 
ver  que  según  el  sólito  de  su  noble  naturaleza, 
no  falta  de  conservar  aquella  amorébola  memo- 
ria de  mí  que  merece  la  afición  que  yo  le 
tengo». 

Y  el  Cardenal  de  Santa  Cruz  me  escribió  de 
esta  manera: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 
)>Por  la  letra  de  vuestra  señoría  he  entendido 
su  llegada  á  salvamento  á  la  patria  suya;  supli- 
cóle me  avise  de  su  salud  y  que  se  conserve 
para  conmigo  de  aquella  manera  que  tengo  por 
cierta  de  su  mucha  cortesía,  y  vuestra  señoría 
se  asegure  que  no  hay  persona  en  Roma  que 
con  mayor  afición  y  mejor  voluntad  desee  em- 
plearse en  su  servicio  que  yo». 

Estas  cartas  he  puesto  aquí  para  que  se  en- 
tienda con  cuánta  cortesía  me  escriben  los  Car- 
denales y  en  qué  reputación  quedé  con  ellos. 

Estando  en  Córdoba  previniéndome  para  ir  á 
mi  obispado  vacó  el  de  Jaén,  y  por  estar  allí 
cerca,  más  que  por  la  renta,  y  por  gozar  de  mis 
deudos  j  de  mi  tierra,  pues  había  toda  mi  vida 
andado  por  servir  al  Rey  desterrado  de  ella,  me 
rogaron  que  hiciese  alguna  diligencia  para  que 
aquel  obispado  se  me  diese.  Yo  condescendí  en 
escribir  á  tres  amigos  para  que  si  viesen  coyun- 
tura lo  diesen  á  Su  Majestad  á  entender,  pero 
nunca  pudieron  acabar  conmigo  que  le  escribiese 
al  Rey.  El  doctor  Olivares  me  escribió  que  no 
tenía  duda  en  ello,  y  algunos  me  culpan  por 
parecerles  que  me  contentaba  con  poco. 

El  Marqués  de  los  Vélez,  Mayordomo  mayor 
de  la  Reina,  me  respondió  por  estas  palabras: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

»Vuestra  señoría  me  ha  hecho  merced  muy 
grande  con  su  carta  y  con  todas  las  nuevas  que 
en  ella  me  dice;  por  todo  le  beso  las  manos  y 
oso  decir  que  lo  debe  á  la  afición  que  tengo  de 
servirle  muchos  años  ha,  y  me  he  holgado  de 
saber  de  la  salud  de  vuestra  señoría,  y  no 
menos  de  que  sus  acciones  hayan  sido  tan  á  sa- 
tisfacción de  todo  el  mundo,  como  el  suceso  lo 
ha  mostrado,  de  que  yo  siempre  estuve  satisfe- 
cho, sin  esperar  suceso  ninguno,  porque  co- 
nozco á  vuestra  señoría  con  mucha  prudencia 
en  todo,  y  conforme  á  esto  deseo  que  Su  Ma- 
jestad haga  sus  provisiones  y  en  particular 
ésta  que  se  ofrece;  quisiera  valer  algo  para  ser- 
vir á  vuestra  señoría  como  lo  merece,  mas  hasta 
donde  yo  pudiere  le  serviré,  no  perdiendo  oca- 
sión para  ello,  y  desto  puede  estar  satisfecho  de 
mí  vuestra  señoría,  cuya  muy  ilustre  persona  y 
reverendísima  Nuestro  Señor  acreciente.  De 
Fuencarral  20  de  octubre  de  1576». 

Estando  yo  en  Córdoba  escribió  Sancho 
Méndez  de  Salazar  al  licenciado  Pero  Hernán- 
dez de  Córdoba  una  cai"ta  en  que  decía  estas 
palabras: 


«Entiéndese  que  Su  Majestad  anda  po- 
niendo los  ojos  en  persona  grave  para  la  visita 
de  estos  Consejos  de  Hacienda;  yo  he  acordado 
la  del  señor  Obispo  de  Badajoz,  porque  en- 
tiendo que  es  la  persona  de  mayor  importancia 
y  entereza  que  hoy  tiene  Su  Majestad  en  estos 
reinos;  sería  esto  grato  á  todos  y  el  reparo  de 
los  negocios  que  Su  Majestad  le  encargase,  y 
creo  que  la  coyuntura  es  grande,  porque  dicen 
que  el  señor  Presidente  de  Castilla  desea  reco- 
gerse, y  para  esta  plaza  no  sé  yo  si  hay  otra 
persona  como  la  del  señor  Obispo,  perdóneme 
el  señor  Inquisidor  general;  sería  posible  que 
Nuestro  Señor  hiciese  tan  gran  merced  á  estos 
reinos  como  sería  poner  en  este  lugar  tal  perso- 
na. De  Madrid  25  de  octubre  de  157G». 

Escrebí  al  Cardenal  Santa  Cruz  que  me  que- 
ría retirar  á  mi  residencia  y  respondióme  de 
esta  manera: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

»La  letra  de  vuestra  señoría  del  último  de 
septiembre  me  ha  dado  infinito  contentamiento 
en  la  buena  nueva  de  salud,  y  aunque  he  holga- 
do entender  que  por  su  satisfacción  se  quería 
retirar  á  su  Iglesia,  á  mí  no  menos  bien  me 
pareciera  que  vuestra  señoría  asistiese  en  la 
corte  para  ayudar  con  su  prudencia  y  valor  en 
el  servicio  de  la  Iglesia  católica  y  en  utilidad 
de  la  mísera  y  afligida  cristiandad  en  tiempo 
tan  turbulento,  y  no  tener  ascondido  el  talento 
que  Dios  Nuestro  Señor  le  ha  dado;  que  si  bien 
hará  mucho  provecho  en  su  residencia,  pero  me 
parece  que  vuestra  señoría  es  para  cosas  mayo- 
res y  más  importantes,  y  estamos  en  tal  tér- 
mino que  aunque  cada  uno  haga  lo  que  en  sí 
sea,  todavía  tememos  dificultad  de  no  quebrar, 
viendo  de  toda  parte  el  evidentísimo  peligro  y 
que  en  mucha  mies  hay  muy  pocos  obreros.  De 
mí  y  de  cuanto  yo  valgo  podrá  vuestra  señoría 
disponer  seguramente,  y  así  doy  fin  rogando  á 
Dios  le  dé  toda  felicidad.  De  Roma  3  de 
diciembre  de  1576». 

Habiendo  proveído  algunas  cosas  que  me 
convenían,  viendo  que  el  Rey  no  me  había  res- 
pondido á  la  carta  que  le  escribí  desde  Barcelo- 
na, escrebí  otra  desde  Córdoba  con  casi  las 
mesmas  razones,  añadiendo  que  estaba  Su  Ma- 
jestad ocupadísimo  con  negocios  gravísimos, 
como  entonces  lo  estaba,  entendiendo  en  dar 
orden  á  la  ida  del  señor  don  Joan  de  Austria  á 
Flandes,  y  como  tampoco  á  ésta  me  respondió, 
partíme  á  mi  obispado,  entrado  el  mes  de  no- 
viembre. 

Aquí  vuelven  otra  vez  los  émulos  á  hacerme 
cargo  por  qué  no  fui  desde  Córdoba  á  la  corte; 
y  aunque  bastaba  darles  por  respuestas  las  cau- 
sas que  di  al  Embajador  en  Roma,  según  arriba 
las  tengo  escritas,  todavía  añadiré  otras.  Ya  Su 
Majestad  me  había  hecho  algunos  disfavores  en 


192 


autobiografías  y  memorias 


Roma,  y  nunca  quiso  mandar  que  me  diesen 
paso  en  galeras  para  venirme,  aunque  algunas 
veces  lo  supliqué;  y  quejándome  á  Granvela 
desto,  me  dijo  que  era  imposible  que  no  lo  hu- 
biese mandado,  sino  que  lo  tenían  secreto.  Pre- 
gunté en  Genova  á  Soto,  secretario  del  Señor 
don  Joan  de  Austria,  si  había  el  Rey  escrito 
algo  desto.  Afirmóme  que  no,  porque  él  había 
visto  todas  las  cartas,  y  que  á  sólo  el  señor  don 
Joan  lo  agradeciese. 

Pues  viendo  esto,  y  que  el  Rey  no  me  respon- 
día ni  ninguno  de  la  corte  me  avisaba  que  Su 
Majestad  gustaba  que  yo  le  fuese  á  besar  las 
manos,  y  acordándome  que  mis  enemigos  de 
Roma  se  atrevían  á  decir  que  el  Rey  no  me 
había  de  hacer  mercedes,  recéleme  de  irle  á  dar 
pesadumbres  y  que  no  me  hiciese  algún  disfavor 
en  presencia.  El  camino  era  más  que  ochenta 
leguas  de  rodeo,  y  el  Concilio  de  Trento  me  avi- 
saba ya  para  que  fuese  á  mi  i'esidencia. 

Considerando  estas  y  otras  cosas  que  no 
quiero  aquí  decir,  fui  á  Badajoz,  y  apenas  hube 
llegado  cuando  recibí  una  carta  del  Rey,  que  me 
inviaba  á  Córdoba,  por  la  cual  decía  que  me 
encargaba  que  me  fuese  á  Badajoz  á  hallarme 
presente  á  la  entrada  del  Rey  de  Portugal,  que 
iba  á  Guadalupe,  y  esto  sólo  basta  para  tapar 
las  bocas  de  los  calumniadores  en  esta  parte, 
pues  el  Rey  me  mandó  venir  á  Badajoz  y  no  ir 
á  la  corte. 

Después  recebí  otra  carta  de  creencia  para 
que  yo  proveyese  de  lo  que  me  dijesen  de 
su  parte  para  la  entrada  del  Rey  de  Portu- 
gal, y  así  lo  ofrecí  y  cumplí  todo  aquello  que 
pude. 

Estaba  acordado  que  pasase  la  primera  noche 
en  Badajoz,  y  porque  la  casa  del  Obispo  es  de 
poco  aposertto  y  muy  á  trasmano,  había  do  ser 
su  posada  en  las  casas  de  don  Pedro  de  Fon- 
seca,  que  son  mayores  y  están  en  parte  cómo- 
da, y  allí  suelen  ser  aposentados  los  personajes 
principales.  Yo  previne  mi  casa  para  el  Duque 
de  A veros. 

Después  tomóse  otro  orden  y  no  paró  el  Rey 
en  Badajoz  más  que  á  hacer  oración  en  la  igle- 
sia Mayor.  Yo  dije  á  los  Ministros  de  Su  IÑIa- 
jestad  qué  querían  que  yo  hiciese.  Respondie- 
ron que  ayudase  para  aderezar  el  aposento  en 
Talaveruela, treslegnsiS  adelante, y  de  mis  alha- 
jas y  de  las  que  procuré,  juntamente  con  lo  que 
se  invió  del  Marqués  de  Villanueva,  se  proveyó 
de  manera  que  sobró  para  otras  partes. 

El  día  que  el  Rey  entró  salí  al  campo  buen 
rato  de  la  ciudad  con  mis  capitulares  en  hábito 
ordinario,  y  él  se  paró  á  que  yo  le  hablase,  y 
apeándome  no  lejos  del,  le  dije  que  su  venida 
fuese  para  bien  de  la  cristiandad,  y  que  nos 
tuviese  en  su  gracia.  No  sé  lo  que  me  respon- 
dió porque  lo  dijo  entre  dientes,  y  luego  volví 


á  tomar  la  muía  y  él  esperó  hasta  que  la  tomase 
y  fuese  delante  á  esperaile  en  la  iglesia. 

Allí  le  recibí  con  mi  clerecía  en  orden  y  hice 
lo  que  hiciera  con  nuestro  Rey,  según  estaba 
acordado,  y  supliquéle  entrase  á  hacer  oración. 
Respondióme:  A  iso  veno.  Fui  al  altar  mayor 
con  mi  hábito  pontifical  y  allí  le  canté  las  ora- 
ciones que  estaban  señaladas  para  semejante 
acto  y  le  eché  la  bendición  solemne,  la  cual 
recibió  hincadas  las  rodillas  en  la  alfombra, 
saliéndose  de  la  almohada,  con  mucha  devoción 
y  respeto,  y  luego  sin  más  esperar  se  fué  por 
la  posta. 

También  aquí  rae  calumnian  buenas  intencio- 
nes de  enemigos,  que  dicen  quedé  corto  en  no 
hacer  presentes  al  Rey  de  Portugal.  Y  si  les 
preguntan  qué  presentes  le  había  de  hacer,  res- 
ponderán disparates;  porque  caballos  no  se  los 
había  de  dar  no  los  teniendo,  ni  siendo  presente 
de  Obispo;  joyas  de  oro  menos,  que  ni  había 
por  qué  ni  para  qué  dárselas,  ni  yo  las  había  de 
comprar  para  esto;  cosas  de  comer  mucho  me- 
nos, porque  nuestro  Rey  le  hizo  tan  abundantes 
provisiones  por  todo  el  camino  que  no  se  pudo 
más  desear,  y  aun  con  todo  eso  él  no  quería 
que  nuestro  Rey  le  hiciese  la  costa.  Fué  de  mí 
muy  contento,  y  dixo  que  tenía  boa  maneira  de 
Bispo;  y  mis  calumniadores  de  nada  se  con- 
tentan. 

Dicen  más:  que  había  de  ir  con  el  Rey  de 
Portugal;  creo  quisieran  que  con  mi  mitra  y 
hábito  pontifical  saliera  luego  corriendo  la  posta 
con  él.  Añaden  que  á  lo  menos  había  de  ir  á 
ver  á  nuestro  Rey  á  Guadalupe,  y  no  saben  (ó 
lo  disimulan)  que  nuestro  Rey  expresamente 
mandó  que  ninguna  persona  fuese  con  él  sino 
los  que  él  nombrase,  y  no  me  nombró  á  mí,  y 
con  más  color  me  pudieran  culpar  si  entonces 
me  ingiriera,  y  pareciera  que  por  ahorrarcamino 
había  esperado  á  que  el  Rey  sé  viniese  más 
cerca  de  Badajoz;  pero  la  malicia  es  ciega  y 
temeraria  y  no  deja  entenderla  razón. 

Después  desto  saliei'on  provisiones  de  Igle- 
sias de  Toledo,  Zaragoza,  Córdoba,  Plasencia, 
Cuenca  y  de  Jaén,  la  cual  sólo  yo  en  toda  mi 
vida  había  pretendido,  y  ésta  se  proveyó  dos 
veces:  i;na  al  Obispo  de  Osma,  que  por  su  edad 
grande  había  muchos  años  que  estaba  jubilado 
y  ni  la  pedía  ni  la  quiso;  la  otra  vez  al  Obispo 
de  Coria,  paralítico,  que  mucho  antes  que  se 
enviase  su  presentación  estaba  tal  que  ni  se 
podía  menear  de  perlesía  incurable,  ni  hablaba 
cosa  que  se  le  pudiese  entender,  ni  limpiar  la 
boca  con  sus  manos.  Confieso  que  esta  provi- 
sión me  dio  algún  disgusto,  por  ver  que  quien 
persuadió  al  Rey  que  aquel  señor  Obispo  estaba 
para  encomendarle  nueva  Iglesia,  y  para  serme 
preferido,  con  mucha  más  facilidad  podría  le- 
vantarme cuantos  falsos  testimonios  quisiese. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


193 


Poco  antes  me  había  escrito  el  secretario 
Martín  de  Gaztelu  estas  palabras: 

«Ya  vuestra  señoría  sabe  que  Su  Majestad 
ha  nombrado  al  señor  Obispo  de  Coria  para 
Plasencia,  y  que  después  le  ha  sobrevenido  una 
enfermedad  de  perlesía  (aunque  me  escribe  des- 
de Sevilla  que  le  va  mucho  mejor  de  salud),  y 
que  porque  Plasencia  le  es  muy  contraria  á  su 
salud,  y  haberle  aconsejado  los  médicos  que  si 
va  allá  se  moría,  no  está  puesto  á  ir  allá,  sino 
en  quedarse  en  Coria,  y  que  yo  suplique  á  Su 
Majestad  tenga  por  bien  de  dejarle  en  ella,  no 
siendo  servido  de  darle  Jaén,  por  ser  tierra 
templada  y  al  propósito  de  su  salad,  y  como  Su 
Majestad  ha  dado  á  Jaén  al  señor  Obispo  de 
Osma,  me  ha  parecido  avisar  á  vuestra  señoría 
para  que  vea  si  es  servido  le  proponga  para  la 
Iglesia  de  Plasencia,  de  cuyas  calidades  y  valor 
tendrá  noticia,  porque  en  tal  caso  lo  haré  con 
la  diligencia  que  convenga.  Vuestra  señoría  me 
avise  de  su  voluntad,  porque  no  querría  enca- 
minar cosa  que  no  estando  bien  y  excusándose 
se  enfadase  Su  Majestad». 

Respondíle  dándole  las  gracias  y  dije  que 
yo  sabía  bien  las  calidades  de  Plasencia  j  que 
es  Iglesia  muy  principal,  mas  que  por  muy  jus- 
tas causas  no  me  convenía. 

También  desto  me  culpan  los  que  no  lo  en- 
tienden, y  quien  quisiere  saber  por  qué  res- 
pondí aquello  advierta:  Lo  primero,  que  á  Gaz- 
telu yo  nunca  le  vi  jamás,  y  aun  que  si  el  Rey 
me  inviara  el  nombramiento,  me  resolviera  en 
lo  mismo;  pero  declararé  las  causas  que  adrede 
no  quise  declarar,  y  son:  Que  Plasencia  tiene 
mucha  más  carga  de  gobierno  que  Badajoz, 
porque  tiene  más  que  doblada  tieri'a.  ítem  hay 
muchos  pleitos  con  el  Obispo,  que  no  hay  en 
Badajoz.  Tiene  más  un  Cabildo  de  más  de  cien 
capitulares,  que  no  sé  cuan  concordes  están 
entre  sí  ni  con  su  Obispo;  acá  hay  pocos  y  muy 
obedientes.  Es  tierra  muy  fría  y  contraria  á  mi 
edad  y  á  mi  salud,  y  casi  cien  leguas  de  Cór- 
doba. 

ítem  lo  que  (á  ley  del  mundo)  había  de  decir 
primero  "si  yo  fuera  codicioso.  Contadas  mis 
pensiones  con  las  de  Plasencia,  ó  perdía  renta 
ó  la  acrecentaba  muy  poco,  y  había  de  gastar 
mucho  en  las  bulas  y  en  poner  otra  casa;  y 
pudiera  también  decir  que  Su  Majestad  había 
dado  aquella  Iglesia  de  primera  vez  á  dos  com- 
pañeros míos  que  últimamente  la  tuvieron,  que 
es  cosa  notoria  que  en  letras  y  servicios  y  en 
algunas  otras  calidades  no  podían  competir 
conmigo. 

Y  finalmente,  ¿había  de  rogar  á  Gaztelu  que 
me  propusiese  después  de  haberme  antepuesto 
seis  personas  que  las  más  de  ellas  en  aquella 
coyuntura  pudieran  dejarme  su  vez? 

Digo  en  aquella  coyuntura,  porque  Roma  y 


Ñapóles  estaban  á  la  mira  esperando  nuevas 
de  alguna  señalada  merced  que  Su  Majestad 
me  hiciera,  y  toda  España  clamaba  por  mí;  y 
así,  pasado  este  nublado,  de  todas  partes  me 
dieron  el  pésame,  como  de  pérdida  de  cosas 
debidas. 

Escribí  al  Embajador  de  Roma  lo  que  se 
había  hecho  en  esta  consulta,  y  que  como  no 
era  el  disfavor  primero  que  había  recibido  ya 
tenía  hechos  callos,  y  que  no  siendo  esto  por 
culpa  ni  deméritos  míos  pasaba  por  ello  con 
buen  ánimo,  según  que  siempre  lo  había  tenido. 
Respondióme  estas  palabras: 

«Confieso  á  vuestra  señoría  que  me  tiene 
espantado  que  no  le  haya  cabido  á  vuestra  seño- 
ría parte  de  las  provisiones  en  que  pudiera  ser 
mejorado,  porque  por  cartas  muchas  de  Su  Ma- 
jestad podría  mostrar  la  gran  estimación  que 
de  la  persona  de  vuestra  señoría  tiene,  y  cuan 
satisfecho  estaba  de  sus  servicios  y  particular- 
mente de  los  que  hizo  en  Roma  en  el  negocio 
que  Su  Majestad  tuvo  siempre  por  de  mayor 
importancia  de  cuantos  se  le  han  ofrecido.  Vues- 
tra señoría  lo  toma  tan  de  manera  que  nos  da 
ejemplo  y  consuelo  á  los  que  tienen  la  obliga- 
ción que  yo  de  desear  y  procurar  su  acrecen- 
tamiento y  de  servirle,  como  lo  haré  con  la 
voluntad  que  le  debo  y  vuestra  señoría  puede 
tener  conocida.  Nuestro  Señor  la  muy  ilustre 
y  reverendísima  persona  de  vuestra  señoría 
guarde  y  estado  acreciente  como  yo  deseo.  De 
Roma  12  de  julio  de  1577». 

Sabía  tan  bien  lo  que  yo  había  hecho  en 
aquella  causa  que  me  dijoundía:  Vuestra  señoría 
se  ha  sacrificado  por  este  negocio. 

Y  el  Cardenal  de  Pisa,  varón  muy  venera- 
ble, y  (como  dicen  en  Roma)  sujeto  papable, 
que  es  sujeto  para  ser  Papa,  que  era  el  más 
antiguo  del  Consejo  de  Inquisición  y  estuvo 
siempre  presente  á  mis  votos  y  disputas  delante 
de  ambos  Papas,  decía  en  mi  ausencia  que  no 
podía  dejar  de  ser  Arzobispo  de  Toledo  ó  de 
Sevilla;  y  cuando  me  despedí  del  (aunque  le 
había  conversado  poco),  abrazándome  dos  veces 
me  dijo  que  le  lasaba  martelo  en  el  cor.  Me 
escribió  el  Auditor  de  Rota  Gregorio  Bravo 
estas  palabras: 

((Digo  á  vuestra  señoría  que  el  Cardenal 
de  Pisa  estotro  día ,  estando  con  él,  me  dijo 
que  ¿cómo  se  hacía  tan  mal  con  vuestra  señoría, 
que  tanta  fatica  non  meritaba  cjiusto.'». 

Y  en  la  misma  carta  dice: 

((Tenga  vuestra  señoría  salud,  que  con  ésta 
todo  se  puede  pasar,  aunque  no  sin  sentirse  el 
agravio  que  á  vuestra  señoría  se  hace,  que  es 
muy  grande,  pues  su  jornada  y  los  trabajos 
que  la  acompañan  de  pérdida  de  tantos  deudos 
tenía  tan  merecida  otra  paga  que  la  que  se  le 
ha  dado». 


194 


autobiografías  y  memokias 


Y  el  licenciado  Vallejo,  desde  Ñapóles,  me 
escribió  estas  palabras: 

4  Si  las  cosas  el  día  de  hoy  se  guiasen  por 
razón,  al  arzobispado  de  Toledo  habían  de  ha- 
ber enviado  á  vuestra  señoría  ilustrísima,  pues 
le  ha  tan  bien  merecido  y  conquistado  con  sus 
letras,  valor,  fidelidad  y  perseverancia  en  tan- 
tos años,  con  tantos  disgustos  y  desabrimen- 
tos;  si  Su  Majestad  viera  la  presencia  de  vues- 
tra señoría  ilustrísima  y  le  comunicara,  le  obli- 
gara á  hacer  la  razón  y  á  gratificar  tantos  y  tan 
importantes  servicios». 

El  Obispo  de  Lugo,  de  noventa  y  dos  años 
de  edad  y  muy  entero  en  su  buen  entendimien- 
to, me  escribió  esto: 

«Mucho  más  [está]  vuestra  señoría  probado 
para  reparar  el  alma,  y  no  tener  cuidado  ni  dar- 
le pena  estas  cosas;  que  no  se  debe  hacer  sino 
dejar  pasar  el  mundo  como  pasa  y  reimos  de- 
11o,  principalmente  los  que  vimos  los  tiempos 
pasados,  porque  llorarlo  no  es  remedio,  sino 
aflicción ;  que  para  hacerse  cosa  qiie  á  algunos 
parece  ser  justa,  no  aprovecha  nada  haber  me- 
morias de  méritos,  letras  ni  servicios  dignos  de 
remuneración;  poco  hay  que  hablar  y  no  hay 
que  escribir.  Bien  creo  que  no  tiene  culpa  el 
Señor,  sino  que  todos  buscan  sus  propios  inte- 
reses, y  la  caridad  para  con  los  prójimos  pa- 
rece que  está  olvidada». 

Y  el  doctor  Olivares,  en  otra  carta,  escribe: 
«No  sé  cómo  se  han  movido  tantas  piedras 

sin  topar  con  piedra  tan  bien  labrada;  no  hay 
otro  consuelo  sino  que  lo  hacen  hombres». 

Y  Gran  vela  me  escribe : 

«Holgárame  en  extremo  que  Su  Majestad 
hiciera  con  su  persona  la  grata  demostración 
que  sus  servicios  merecen». 

El  Duque  de  Béjarme  escribe  estas  palabras: 
«Si  todos  entienden  lo  que  yo  juzgo  de  lo 
que  vuestra  señoría  merece,  ninguna  Silla  de 
las  de  España  deja  de  ser  debida  á  quien  vues- 
tra señoría  es,  y  así  por  los  que  son  tales,  cla- 
ma el  serlo  para  que  sus  cosas  sin  que  las 
negocien  se  hagan.  Bien  creo  yo  que  vuestra 
señoría  trujera  de  Roma  lo  que  es  tan  deseado 
de  todos  si  hiciera  vuestra  señoría  de  su  parte 
para  haberlo  lo  que  hacen  otros.  Dejallo  á 
quien  sabe  lo  que  nos  conviene,  y  así  tendremos 
lo  que  debemos  querer». 

Y  en  otra  carta  dice: 

«Descanse  vuestra  señoría  entretanto  que  se 
repara  lo  que  pide  su  persona,  méritos  y  servi- 
cios, pues  tiene  fundada  su  razón  para  que  sea 
satisfecho  tanto  merecimiento,  aunque  no  se 
puede  reparar  sino  con  su  cordura;  y  pues  co- 
rren así  las  cossas  de  vuestra  señoría,  el  que 
lo  permite  quiere  que  vuestra  señoría  se  satis- 
faga de  que  todos  entienden  que  tiene  muy  fun- 
dada su  razón». 


Y  porque  sería  nunca  acabar  poner  aquí  todo 
lo  que  escribieron  sobre  este  punto,  solamente 
añadiré  la  carta  de  Castellón,  porque  estuvo 
siempre,  como  Secretario,  presente  á  lo  que  se 
trató  en  la  causa  del  Arzobispo  de  Toledo  y  ú 
mis  votos  y  á  lo  que  dije  delante  de  ambos 
Papas.  Su  carta  dice  así: 

«Sabe  Dios  que  quisiera  hallarme  más  libre 
para  ir  á  besar  á  vuestra  señoría  ilustrísima  las 
manos  y  poder  presente  dolerme  un  poco  de 
estos  tiempos,  y  mostrar  el  sentimiento  que 
tengo  de  que  con  vuestra  señoría  se  haya  usado 
de  tanta  ingratitud  en  ocasiones  que  se  habían 
de  haber  procurado  mucho  paia  gratificarle, 
c\ianto  más  á  Dios  ofrecido;  que  los  que  sa- 
bíamos lo  que  vuestra  señoría  ha  trabajado  y 
cuan  merecido  lo  tenía,  por  cierto  teníamos, 
fundándolo  en  justicia,  que  había  de  ser  ante- 
puesto; pero  nada  desto  ha  bastado.  Pláceme 
que  esto  cae  en  pecho  tan  prudente  y  para 
estos  sucesos  humanos  tan  conformado  y  reso- 
luto, no  menos  sabia  que  cristianamente,  como 
me  acuerdo  muchas  veces  en  Roma  oirlo  á 
vuestra  señoría  y  conocerlo  en  todas  sus  accio- 
nes, fundadas  en  honesta  libertad  y  muy  libres 
de  ambición  y  desta  hipocresía  que  tanto  puede 
el  día  de  hoy.  Gracias  á  Dios  que  á  vuestra 
señoría  le  toma  de  manera  que  no  ha  menester 
á  nadie,  y  que  el  no  ser  acrecentado  no  es  por 
culpa,  sino  por  falta  de  conocimiento  y  de  gra- 
titud». 

Estas  últimas  palabras,  con  la  de  ingratitud, 
que  tengo  i-eferidas  antes,  no  se  deben  entender 
por  el  Rey,  sino  por  algunos  Ministros;  que  Su 
Majest:id  me  ha  hecho  mucha  meiced  y  creo 
me  hiciera  más,  según  pude  colegir  de  las  car- 
tas que  escribió,  y  de  la  del  Embajador,  y  otra 
del  Inquisidor  genei^al,  que  van  aquí  insertas, 
si  no  le  escribieran  ó  mal  informaran  los  que 
no  sé  por  qué  me  quieren  mal;  pero  yo  se  lo 
perdono. 

A  todos  los  que  me  querían  consolar  como  á 
persona  afligida  les  respondí  las  causas  por 
qué  yo  tenía  poca  ó  ninguna  aflicción;  porque 
yo  supliqué  siempre  á  Dios  que  me*  desviase 
todo  aquello  que  él  sabía  que  no  convenía  para 
mi  salvación  y  para  más  servirle,  y  así  he  in- 
terpretado que  él  lo  ha  ordenado  para  mayor 
bien  mío,  ó  queriendo  que  de  aquella  manera 
se  hiciese  ó  permitiéndolo,  mayormente  que 
el  corazón  del  Rey  está  en  su  mano  y  lo  inclina 
á  lo  que  su  Divina  Majestad  quiere. 

También  por  larga  experiencia,  ó  por  alguna 
ciencia,  he  confirmado  mi  pecho  para  no  ele- 
varme con  prosperidades  del  mundo,  ni  ser  pusi- 
lánime en  las  adversidades,  cuanto  más  que  yo 
no  tengo  este  suceso  por  adversidad,  porque  no 
creo  que  lo  es,  sino  lo  que  más  me  conviene. 

Allende  de  esto,  según  mi  edad,  no  me  pue- 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


195 


do  prometer  muchos  años  de  vida,  y  para  dar 
cuenta  á  Dios  de  algún  obispado,  el  de  Badajoz 
es  el  menos  difícil  de  gobernar  y  del  que  hay 
menos  que  dar  cuenta  que  de  otros  mayores. 

Y  dejando  de  decir  otras  muchas  conside- 
raciones y  razones  cristianas,  las  cuales  se  de- 
ben tener  y  tengo  delante  de  los  ojos,  es  bas- 
tante sola  una  que  escribe  San  Jerónimo:  que 
fácilmente  menosprecia  todas  las  cosas  el  que 
piensa  que  se  ha  de  morir,  y  más  el  que  debe 
pensar  que  se  ha  de  morir  presto,  como  lo  de- 
ben pensar  siempre  los  viejos;  y  asi  creo  que 
no  me  han  visto  hacer  sentimiento  conocido  por 
estos  ni  otros  sucesos. 

Volviendo  á  mi  historia,  yo  estuve  lo  más 
que  pude  en  Badajoz  y  hice  los  actos  pontifi- 
cales que  fuei'on  necessarios,  y  visite'  y  pacifiqué 
muchos  monasterios  de  monjas  subditas  mías, 
y  tuve  gran  conformidad  con  mi  Cabildo;  y  no 
teniendo  aquel  año  más  que  seis  mil  y  cuatro 
cienf  as  hanegas  de  trigo,  resistí  á  la  hambre  de 
aquella  comarca  de  Extremadura  y  Portugal, 
y  parte  dado  de  limosnas,  parte  para  la  semen- 
tera, parte  á  personas  pobres  que  no  lo  halla- 
ban á  comprar,  fui  causa  que  se  hallase  trigo 
y  entretuve  que  no  se  encareciese  demasiado,  y 
al  fin,  repartiendo  todo  lo  que  me  quedaba,  hice 
que  bajase  seis  reales  por  hanega. 

Cantáronme  con  muy  buen  tono  el  día  de  los 
Reyes  estas  coplas: 

Velador  que  estás  en  vela. 
Vivas  infinitos  años 
Visitando  tus  rebaños, 
A  quien  tu  vista  consuela. 

Tu  muy  graciosa  persona 
Da  contento  á  tu  ganado, 
Que  está  muy  regocijado 
Porque  tu  suuima  prudencia, 
Tu  bondad,  saber  y  ciencia 
Ningún  mal  de  hoy  más  recela. 
Visitando,  etc. 

Tu  summa  sabiduría 

Y  experiencia  tan  probada 
Por  el  mando  es  divulgada, 

Y  como  luz  relucía. 
La  suprema  Monarquía 
Merece  quien  tanto  vela. 
Visitando,  etc. 

Hasta  aquí  ha  estado  seguro, 
Por  estar  muy  amparado 
Por  el  guardar  recatado. 
Velador  sabio  y  maduro. 
Tiene  ya  más  fuerte  muro 
Con  tu  sacra  centinela. 
Visitando,  etc. 

Y  vos,  señor  valeroso. 
Estáis  hoy  regocijado 
Viendo  entre  vuestro  ganado 


Al  Rey  Jesús  glorioso. 
Niño  misericordioso 
Que  hoy  por  dar  calor  se  hiela, 
Visitando,  etc. 

Hoy  le  vienen  á  adorar 
Reyes  á  este  Niño  Rey, 
Y  vos  mostrando  su  ley 
Nos  enseñáis  á  le  amar. 
Larga  vida  os  quiera  dar, 
Pues  sois  de  su  fee  tutela. 
Visitando,  etc. 

Mediado  el  mes  de  marzo  tuve  unas  indispo- 
siciones que  vinieron  á  parar  en  gota,  la  cual 
me  tuvo  en  casa  los  meses  de  abril  y  mayo,  y 
parte  de  ellos  en  la  cama;  y  viendo  que  la  es- 
tada allí  era  muy  peligrosa,  por  ser  de  suyo  la 
ciudad  malsana  en  el  estío,  y  entonces  lo  era 
más  por  el  tabardillo,  que  había  despachado  á 
dos  Corregidores  dentro  de  dos  meses  y  medio, 
y  había  ya  dado  en  mi  casa  á  dos  mozos,  y  no 
había  médicos  con  quien  me  poder  curar,  ni 
lugar  sano  ni  proveído  de  bastimentos  en  todo 
el  obispado,  acordé  volver  á  Córdoba  y  concluir 
cosas  que  no  había  podido  efectuar  el  verano 
pasado  y  requerían  mi  presencia. 

Llegué  á  Córdoba  entrado  junio  y  acabé  de 
concertar  el  casamiento  entre  don  Diego  de  los 
Ríos  y  doña  Catalina  Venegas,  su  prima,  nie- 
tos de  mi  hermana  doña  Catalina  y  de  Luis 
Venegas,  su  marido,  que  muchos  años  se  había 
tratado  y  nunca  se  había  podido  concluir.  Y 
por  ser  parientes  en  segundo  grado  creí  que  hu- 
biera mucha  dificultad  en  la  dispensación,  como 
la  había  en  casos  semejantes,  y  no  hacía  mu- 
cho caso  de  la  voluntad  que  el  Papa  me  había 
mostrado,  porque  yo  nunca  le  había  escrito,  ni 
sabía  si  ya  se  acordaría  de  mí,  mayormente 
que  aunque  visité  á  la  partida  á  sus  dos  sobri- 
nos Cardenales,  no  visité  otro  pariente  suyo 
más  propincuo  de  cuya  visita  é!  más  gustara, 
pero  jamás  le  fui  á  ver  ni  lo  pudo  acabar  con- 
migo. 

Escribí  al  Embajador  y  á  tres  Cardenales 
mis  amigos  sobre  la  dispensación,  por  saber 
cómo  respondía  el  Papa,  y  el  Embajador  solo 
la  fué  á  pedir  (aunque  los  Cardenales  se  habían 
ofrecido  á  ello),  y  Su  Santidad,  sabiendo  que 
era  cosa  mía,  dijo  era  contento  y  que  tenía  de- 
seo se  ofreciese  en  oué  mostrar  la  voluntad  que 
me  teiu'a;  y  diciéndole  que  había  causas  justas 
para  darla,  dijo  que  pusiesen  la  que  quisiesen, 
que  él  por  mí  hacía  la  gracia,  y  así  en  la  mes- 
ma  dispensación  vienen  estas  palabras:  «Por- 
que sois  nobles  y  de  las  más  principales  fami- 
lias de  la  ciudad  de  Córdoba,  para  conservar 
vuestros  bienes  en  vuestro  linaje  y  que  no  ven- 
gan á  extraños,  y  porque  sois  sobrinos  de  nues- 
tro venerable  hermano  Diego,  Obispo  de  Bada- 


196 


autobiografías  y  memorias 


joz,  y  él  desea  mucho  que  os  caséis,  dispensa- 
mos, etc.». 

Es  cierto  que  yo  gusté  mucho  de  la  manera 
que  Su  Santidad  tuvo  de  mí,  y  de  aquella  gra- 
cia que  me  hizo,  que  fué  muy  grande,  sin  ha- 
berle yo  servido,  sino  por  solo  haberme  visto 
tratar  aquel  negocio  en  su  presencia  en  las  cir- 
cunstancias debidas. 

Concluí  también  otro  casamiento  de  otra  so- 
brina y  ofrecí  augmento  de  dotes  á  otras  dos, 
de  manera  que  en  efecto  remedié  cuatro  sobri- 
nas naías,  las  tres  de  ellas  huérfanas  y  todas 
nobles,  hijas  de  caballeros  principales,  y  en 
ninguna  cosa  de  éstas  se  excedió  de  lo  que  un 
Obispo  debía  hacer. 

Hice  también  en  Córdoba  un  terno  de  tela  de 
plata  para  la  iglesia  de  Badajoz,  que  le  había 
mucho  menester,  y  con  la  pobreza  de  la  fá- 
brica no  lo  podía  hacer,  y  éste  y  seis  vinajeras 
grandes,  y  un  dosel  que  di  á  la  Iglesia,  que  eran 
muy  necesarias  cosas,  me  costaron  casi  ocho 
cientos  ducados;  y  ninguno  de  mis  antecesores 
de  estos  tiempos  había  dado  cosa  á  esta  Igle- 
sia, sino  don  Francisco  de  Navarra,  que  dio  un 
terno  de  brocado  bueno. 

Tratando  en  Córdoba  muchos  de  qué  causas 
podía  haber  por  donde  el  Rey  no  me  hubiese 
hecho  merced,  y  no  las  hallando,  escribió  á  la 
corte  don  Joan  (Obispo  de  Cartagena  y  Arce- 
diano de  Córdoba),  mi  hermano,  á  un  su  amigo 
que  le  avisase  qué  se  decía  de  esto  allí.  Respon- 
dióle: 

«Que  unos  decían  que  porque  yo  no  había 
ido  por  la  corte,  y  otros  que  porque  era  muy 
rico;  otros  que  porque  no  había  hecho  presentes 
al  Rey  de  Portugal,  ni  ido  con  él  á  Guadalupe 
á  besar  allí  las  manos  á  nuestro  Rey».  A  todas 
estas  boberías  y  disparates  tengo  ya  satisfecho 
en  verdaderas  respuestas  que  en  estos  Comenta- 
rios he  puesto. 

Levantáronme  también  los  malignos  que  yo 
era  de  terrible  condición,  y  por  el  discurso  de 
toda  mi  vida  consía  notoriamente  lo  contrario: 
que  jamás  reñí  con  hombre,  ni  fui  malquisto, 
ni  revoltoso,  ni  hice  mal  á  persona  alguna;  sino 
que  tienen  por  terrible  al  que  no  se  aparta  de  la 
verdad,  ni  de  la  justicia,  ni  es  adulador,  ni  se 
rinde  á  interese.  Siempre  fueron  mis  votos  li- 
bres, sin  respetos  humanos,  pero  muy  comedi- 
dos y  no  porfiados;  lo  cual  todo  es  muy  notorio. 

Cayóme  en  gracia  lo  que  me  escribió  el  doc- 
tor Olivares:  que  le  había  dicho  uno  que  yo 
dormía  mucho,  y  que  él  respondió  que  no 
habiendo  hombre  en  España  que  haya  leído 
tanto  como  yo,  no  era  posible  sino  que  leía  y 
estudiaba  y  escribía  entre  sueños.  Yo  le  escribí 
que  habiendo  sido  siempre  en  Salamanca  de  los 
que  más  madrugaban,  y  lo  mismo  en  el  Colegio 
y  Chancillería,y  nunca  habiendo  podido  dormir- 


me oyendo  lección,  ni  sermón,  ni  caminando, 
ni  siendo  jamás  notado  de  soñoliento,  no  lo  de- 
cía aquél  sino  porque  me  dormía  en  negociar. 

Decíame  mi  hermano:  Yaque  hubiera  habido 
en  vuestra  señoría  algún  descuido,  que  no  lo 
hubo,  ¿había  de  ser  parte  para  desmerecer  lo 
que  por  tantas  vías  tiene  merecido?  Yo  le  res- 
pondí que  no  creyese  que  era  por  culpas  ni  por 
descuidos  míos,  sino  por  envidias  y  ambiciones 
ajenas,  y  por  odio  que  me  tienen  los  apasiona- 
dos del  Arzobispo  y  de  Lobo;  y  más  pienso  que 
han  procurado  desacreditarme  con  el  Rey  y  en- 
tibiarle para  conmigo  los  primeros  que  he  dicho 
que  los  postreros,  porqixe  aquestos  están  más 
dentro  en  la  corte. 

Escribió  don  Francisco  de  Silva,  Canónigo  de 
Badajoz,  desde  la  corte,  que  yo  tenía  allí  mu- 
chos contrarios,  porque  estaban  en  el  cuerno  de 
la  luna,  y  si  yo  iba  á  estar  en  la  corte  habían  de 
dar  de  hocicos,  y  es  cosa  clara  que  les  había  de 
pesar  de  que  allí  entrase  personaje  de  quien  pu- 
diesen decir:  Este  ha  estudiado  más,  escrito 
más,  servido  y  provediado  más;  porque  de  allí 
se  seguía:  luego  este  merece  más;  pero  ellos  se 
engañan  mucho  si  piensan  que  yo  procuro  ni 
deseo  de  ir  á  residir  en  la  corte,  porque  bien  veo 
que  ni  ella  es  para  mí  ni  yo  para  ella. 

Dice  muy  bien  Andrés  Resendio  en  el  trata- 
do de  Vita  Áulica.  Libertas  odio  est:  fallendi 
nescius  et  cui  candida  simplicitas  placeat  exeat 
aula.  Yo  no  sé  engañar,  ni  mentir,  ni  fingir,  ni 
lisonjear,  ni  usar  de  cautelas,  ni  de  artificios, 
sino  vivir  sencillamente,  y  por  eso  me  convie- 
ne desviarme  de  la  corte. 

Puedo  bien  decir  á  mis  émulos  lo  que  dijo 
Joseph  á  sus  hermanos:  «Vosotros  pensasteis 
hacerme  mal,  mas  Dios  lo  convirtió  en  bien». 
Pensaron  cuando  quise  partir  de  Roma,  que 
con  la  calumnia  que  pusieron  al  Papa  Inocen- 
cio III  que  me  ponían  á  mí  mala  voz,  y  ellos 
quedaron  confusos,  y  por  confutarlos  dilaté  un 
poco  mi  partida,  que  había  de  ser  por  tierra, 
con  gran  riesgo  de  mi  salud  y  de  los  míos;  y  en 
aquellos  pocos  días  tuve  el  aviso  de  que  pasaba 
el  señor  don  Joan  por  Civita  Vieja  y  sucedió- 
me muy  bien,  como  ya  lo  tengo  referido;  y  por 
quitarles  la  ocasión  de  fingir  que  yo  iba  á  pedir 
cerca  desto  al  Papa  alguna  cosa,  me  vine  sin 
tornarle  á  ver. 

Y  los  que  en  España  andan  calumniándome, 
si  persuaden  al  Rey  que  no  me  haga  merced 
serán  causa  que  yo  esté  más  contento  y  tenga 
menos  de  qué  dar  cuenta  y  que  Dios  me  haga 
mayores  mercedes,  pues  á  él  principalmente 
serví  en  Roma  defendiendo  la  pureza  de  su 
sante  fee  católica,  y  estas  mercedes  no  me  las 
pueden  estorbar  los  émulos,  pues  no  podrán  en- 
gañar á  Dios. 

Pocos  días  antes  que  yo  partiese  de  Córdoba 


DOíí  DIEGO  DE  SIMAMCAS 


197 


llegó  allí  la  nueva  de  la  muerte  del  Presidente, 
y  \nego  mis  amigos  me  avisaron  con  diligencia 
diciendo  que  ya  aquel  era  lance  forzoso,  y  que 
no  había  en  Espaíia  quien  pudiese  competir 
conmigo;  y  así  en  estos  reinos  por  voz  pública 
todos  me  ponían  el  primero ,  de  que  me  pesa- 
ba, aunque  sabía  que  aquello  era  despertar  y  en- 
conar más  los  ánimos  á  mis  émulos;  pero  hol- 
gaba algo  dt3  ello,  no  por  deseo  que  saliese  cier- 
to, sino  porque  entienda  el  mundo  en  que' 
reputación  me  tiene  toda  España,  pero  nunca 
se  pudo  acabar  conmigo  que  hiciese  diligencia 
alguna  sobre  ello. 

Y  así  me  volví  á  mi  Iglesia;  y  muy  de  asiento 
y  descuidado  de  otra  mudanza  he  reparado  y 
edificado  en  las  casas  de  mi  dignidad,  y  adere- 
zado en  la  iglesia  de  Santa  María  el  altar  y  ca- 
pilla de  Santo  Andrés;  y  después  que  vine  en 
pocos  días,  no  teniendo  mayores  ocupaciones, 
he  escrito  estos  comentarios  con  toda  verdad 
hasta  hoy  26  de  noviembre  de  1577. 

Poco  después  me  escribió  de  la  corte  el  doc- 
tor Pazos,  nuevo  Obispo  de  Avila,  que  había 
por  cierto  entendido  que  el  Rey  estaba  mal  in- 
formado de  mí,  porque  habiéndole  hablado  el 
Arzobispo  de  Toledo  por  mí,  no  salía  á  ello. 
Respondíle  que  por  lo  que  hizo  conmigo  Su 
Majestad  en  la  consulta  pasada,  sobre  las  car- 
tas que  me  había  inviado  á  Roma,  y  sobre  los 
servicios  tan  grandes  que  yo  había  hecho,  lo  te- 
nía muy  bien  adivinado,  pues  aquello  no  pudo 
ser  sino  por  falsas  informaciones,  porque  con 
verdaderas  no  me  podían  perjudicar;  que  de- 
seaba mucho  saber  qué  mal  le  habían  dicho  de 
mí:  que  si  eran  cosas  de  Roma,  allí  tenía  su  Em- 
bajador, fidedignísimo  testigo  de  vista,  y  que  á  él 
me  remitía,  y  aun  también  daba  por  testigos  al 
Papa  y  Cardenales;  y  si  era  de  cosas  de  España, 
yo  estaba  presto  de  descargarme  con  evidente  con- 
fusión de  mis  enemigos,  y  que  deseaba  esto  por 
mi  honra  y  no  porque  me  hiciese  mercedes,  que 
las  que  me  podía  hacer  de  mayor  obispado  no 
las  codiciaba,  así  porque  ya  tenía  lo  que  me  bas- 
taba como  porqiie  no  podía,  por  más  presto  que 
me  las  hiciese,  gozar  mucho  tiempo  de  ellas,  se- 
gún mi  edad;  y  para  oficios  ya  estaba  muy  harto 
de  ellos  y  había  gustado  de  alguna  quietud  de 
espíritu,  la  cual  no  dejaban  tener  los  oficios 
de  corte. 

Y  es  verdad  que  importunándome  amigos 
que  hiciese  alguna  diligencia  sobre  la  Presiden- 
cia, que  estaba  vaca  por  muerte  de  Covarru- 
bias,  le  respondí  que  con  qué  juicio  podía  yo  ne- 
gociar cosa  que  entendía  que  estaría  mal  á  mi 
ánima  y  á  mi  vida  y  á  mi  hacienda,  y  dando 
tres  evidentes  razones  de  todas  tres  cosas,  los 
convencí. 

Y  para  huir  de  la  corte  mayormente,  donde 
me  dicen  que  tengo  muchos  enemigos,  sin  sa- 


ber quién  son  ni  por  qué,  se  me  acordaron  dos 
cosas  notables:  La  una  que  habiendo  celos  de 
la  privanza  del  Regente  Figueroa  con  nuestro 
Emperador  en  Flandes,  dos  émulos  muy  prin- 
cipales tenían  consulta  particular  cada  día,  so- 
bre buscar  medio  para  desprivarle,  y  entre  otros 
acordaron  que  en  un  banquete  le  echasen  sal 
en  el  vino,  y  así  se  hizo,  y  con  ello  se  le  tur- 
bó algo  la  cabeza  y  de  aquello  tomaron  ocasión 
para  decir  mal  del,  y  con  este  y  otros  ardides  le 
desacreditaron.  La  otra  cosa  es  que  dos  perso- 
najes grandes  de  la  corte  fingíanse  enemigos  y 
se  contradecían  delante  de  nuestro  Rey  y  no  se 
visitaban  de  día,  y  después  se  visitaban  de  no- 
che, lo  cual  me  contó  por  cosa  cierta  en  Roma 
fray  Gregorio  Gallo,  y  lo  otro  también  por  ver- 
dad refirieron  por  cortesanía  y  gentileza,  nom- 
brando los  personajes,  que  por  su  honra  yo 
callo.. 

Hablando  de  la  muerte  de  Covarrubias  me 
escribió  el  licenciado  Temiño,  del  Consejo  de  la 
Inquisición,  estas  palabras: 

«Perdió  vuestra  señoría  un  grande  amigo, 
porque  le  estimaba  todo  lo  que  yo  puedo  enca- 
recer y  deseaba  y  procuraba  su  acrecentamien- 
to tanto  como  el  que  más ,  lo  cual ,  tratando 
con  él  este  particular,  entendí  diversas  veces». 

Y  en  la  misma  carta  añade: 

(.(Muy  notorio  agravio  se  hará  á  vuestra  se- 
ñoría si  no  le  dan  d  Cuenca;  24  de  octubre 
da  1577». 

Y  en  otra  carta  dice: 

«Vuestra  señoría  reverendísima  perdió  un 
buen  amigo  en  el  señor  Presidente,  y  sé  cierto 
que  por  su  voto  á  vuestra  señoría  se  diera  Cór- 
doba ó  Jaén,  porque  estimaba  en  mucho  sus 
muchas  letras  y  experiencias;  20  de  noviembre 
del  dicho  año». 

Pocos  días  después  don  Jorge  de  Meneses  y 
Sotomayor  (caballero  principal  y  de  mucha  lec- 
ción, señor  de  Arconchel),  me  escribió  en  una 
carta  estas  palabras: 

«Yo  me  he  pasado  de  Arconchel  á  Zahínos  á 
pasar  este  invierno,  cazando  los  días,  leyendo 
las  noches,  que  como  son  largas  y  hay  aquí 
mucha  leña  y  poca  gente,  con  los  tizones  y  la 
soledad  hago  noches  áticas,  teniendo  siempre 
en  brazos  los  libros  De  República  de  vuestra 
señoría  y  habilitándome  con  ellos  para  mandar 
y  ser  mandado;  obra  es  cierto  digna  de  vuestra 
señoría  y  que  muestra  bien  los  tesoros  de  su 
pecho,  con  que  enriquece  su  nombre  y  la  cris- 
tiana república». 

En  principio  del  año  1578  di  cuatro  mil  du- 
cados para  que  se  comprasen  docientos  de 
renta  y  con  ellos  se  casasen  cada  año  dos  don- 
cellas pobres  en  la  villa  de  Simancas:  la  una  del 
estado  de  los  hidalgos,  con  treinta  mil  mara- 
vedís, y  la  otra  de  los  buenos  hombres,  con 


198 


autobiografías  y  memorias 


yeinte  mil,  y  lo  demás  se  repartiese  en  limos- 
nas en  la  dicha  villa. 

Y  compré  en  Badajoz  unas  casillas  junto  á 
las  de  la  dignidad  episcopal  para  incorporarlas 
en  ella  y  extender  los  cuartos  de  la  morada, 
que  están  cortos,  y  acabé  de  edificar  las  caba- 
llerizas y  de  acomodar  y  reparar  toda  la  casa  y 
el  estudio  y  huerta  de  ella. 

A  los  8  de  enero  llegó  un  liombre  honrado 
con  cartas  del  Secretario  Martín  de  Gaztelu, 
en  que  me  decía  que  Su  Majestad  me  había 
promovido  al  Obispado  de  Zamora  de  muy 
buena  voluntad,  y  le  había  mandado  que  me 
avisase  dello;  y  envióme  testimonios  públicos 
que  había  estado  arrendado  los  tres  años  pró- 
ximos en  veintisiete  mil  ducados  cada  año,  y 
que  valía  sin  arrendamiento  treinta  mil. 

Es  cierto  que  yo  gusté  poco  dello  y  así  lo 
sintió  el  mensajero,  porque  yo  no  deseaba  tan- 
to tener  más  renta  cuanto  est  ir  más  cerca  de 
Cóidoba,  adonde  pesó  mucho  á  todos  mis  deu- 
dos desta  nueva,  por  estar  noventa  y  cuatro  le- 
guas de  allí  y  ser  tierra  muy  fría  y  no  á  mi 
propósito. 

Y  si  yo  pudiera  con  justa  causa  no  lo  acetar, 
lo  hiciera;  pero  no  habiendo  querido  á  Plasen- 
cia  (')  y  dándome  esto  sin  negociarlo,  y  debiendo 
creer  que  Dios  lo  encaminaba,  no  pude  dejar  de 
acetarlo. 

A  lo  cual  ayudó  ver  que  esta  tierra  tiene 
grandes  incomodidades  para  el  Obispo:  que  la 
casa  es  muy  lejos  de  la  iglesia  y  áspera  la  su- 
bida y  bajada,  y  de  gente  muy  pobre  y  muy 
holgazana,  enemiga  de  servir  y  de  trabajar;  y 
con  la  vecindad  de  Portugal  está  más  llena  de 
pobres  y  de  gentes  de  tratos  ilícitos  y  poco  de- 
vota, y  con  otras  calidades  de  las  que  la  ociosi- 
dad suele  acarrear. 

Escribióme  también  Martín  de  Gaztelu  este 
capítulo: 

«Su  Majestad  desea  saber  qué  personas  hay 
en  esa  Iglesia  y  Diócesis  letrados,  graduados 
en  Teología  y  Derechos  en  Universidades  apro- 
badas, que  sean  muy  prudentes,  de  vida  ejem- 
plar, mucha  caridad  y  limpios  de  sangre,  para 
ser  proveídos  en  Iglesias;  y  que  de  los  que  no 
tuviere  vuestra  señoría  entera  noticia  se  infor- 
me por  diferentes  vías  para  entender  de  raíz  la 
verdad ;  y  que  cuando  vuestra  señoría  lo  tuviere 
averiguado  envíe  relación  dello,  y  que  no  lo  en- 
tienda nadie  acá  ni  allá,  porque  quiere  Su  Ma- 
jestad que  sea  muy  secreto;  y  que  vuestra  se- 
ñoría, por  la  mucha  confianza  que  tiene  de  su 
persona  y  religión,  y  como  cosa  que  tanto  im- 
porta al  servicio  de  Dios,  haga  esta  diligencia». 

Cosa  es  esta  digna  de  Rey  Católico.  Plega 
Dios  que  no  lo  engañe  otro  más  que  yo. 

(')  En  el  ms.  Falencia. 


En  hebrero  partí  de  Badajoz  á  besar  las  ma- 
nos al  Rey,  dejando  primero  ordenadas  las  co- 
sas del  obispado,  adonde  compré  veinte  mili 
maravedís  de  juro  á  diez  y  siete  mil  el  millar 
para  limosnas,  repartidas  de  esta  manera:  la 
mitad  para  pobres  viejos  muy  necesitados,  y 
la  otra  mitad  para  las  beatas  descalzas,  cuya 
casa  yo  bendije  y  son  de  mucha  penitencia  y 
grandes  siervas  de  Dios. 

Llegué  á  la  corte  sábado  8  de  marzo  y  fui 
de  amigos  recebido  con  buen  acompañamiento, 
y  luego  el  domingo  me  vinieron  á  visitar  los 
Consejeros  y  mucha  gente  principal,  y  tuvie- 
ron por  cierto  que  venía  llamado  para  la  presi- 
dencia del  Consejo  Real,  aunque  yo  los  desen- 
gañé á  todos. 

El  día  siguiente  quise  besar  las  manos  al 
Rey,  y  de  repente  se  fué  (como  suele)  al  Esco- 
rial, y  quise  ir  allá  y  dijo  que  no  ei'a  necesario 
que  tomase  aquel  trabajo,  que  él  volvería  presto, 
lo  cual  dilató  un  mes  entero,  que  es  ya  refrán 
que  sus  idas  son  ciertas  y  sus  tornadas  inciertas. 

En  este  medio  pagué  algunas  visitas  princi- 
pales, y  todos  decían  que  les  había  dado  mucha 
satisfacción  mi  conversación,  y  se  maravillaban 
de  verme  tan  fresco  y  tan  sano,  y  de  tan  buen 
sujeto,  porque  habían  publicado  que  estaba  li- 
siado, y  unos  decían  que  de  gordo  y  otros  que 
de  mucha  gota,  y  que  era  inhábil  por  esto  para 
servir  en  oficio;  y  entre  otros  Mateo  Vázquez, 
íntimo  Secretario  del  Rey,  viéndome,  se  santi- 
guó, diciendo  que  le  guardase  Dios  de  las  mal- 
dades del  mundo,  pues  me  habían  pintado  tan 
al  contrario  de  la  verdad. 

A  los  nueve  de  abril  fué  un  criado  antiguo  de 
Gaztelu  al  patio  de  Palacio  y  publicó  á  cuan- 
tos le  quisieron  oir  que  yo  era  Presidente  del 
Consejo;  y  llamado  por  los  de  las  Indias  dijo 
que  era  verdad  y  que  él  había  visto  la  provisión 
firmada  del  Rey,  lo  cual  nunca  después  se  ave- 
riguó cómo  y  por  qué  lo  dijo. 

Oído  esto  vino  toda  la  corte  á  darme  el  para- 
bién, y  siempre  yo  respondí  que  no  debía  ser 
cierto  porque  semejantes  cosas,  y  aun  otras  me- 
nores, ninguno  las  sabe  primero  que  aquel  á 
quien  tocan,  y  que  yo  no  sabía  tal;  y  con  todo 
eso  no  me  creían, 

Fué  tanto  el  aplauso  y  alegría  de  todos  (exep- 
tos  los  émulos),  que  públicamente  decían  que 
era  elección  del  Espíritu  Santo  y  que  no  se 
podía  hacer  cosa  más  acertada.  Yo  decía  á  al- 
gunos amigos  que  ni  me  pesaría  que  saliese 
cierto,  por  ver  si  podía  ser  útil  á  la  república, 
ni  que  [era]  disparate,  pues  en  ello  excusaba 
gran  trabajo,  mayormente  en  tiempo  que  había 
de  haber  rencuentros  entre  el  Rey  y  el  reino; 
de  que  no  se  podía  juntamente  servir  á  Dios  y 
á  las  pretensiones  en  que  malos  hombres  ponían 
al  Rey. 


DON  DIEGO  DE  SIMAÍíCAS 


199 


Otro  día  voItíó  el  Rey  á  Madrid  y  el  si- 
guiente fui  á  besarle  las  manos,  y  sin  yo  que- 
rerlo se  juntaron  á  me  acompañar  ciento  y  cin- 
cuenta personas  de  calidad,  y  entre  ellos  mu- 
chos señores  de  título  y  Comendadores  y  otros 
caballeros  y  gente  de  lustre,  y  el  Rey  y  la 
Reina  y  sus  hijos  lo  estuvieron  mirando  el 
acompañamiento  á  la  ida  y  vuelta. 

Yo  entré  al  Rey  y  hinqué  la  rodilla  cabe  él, 
y  me  levanté  muy  ligero  en  mandándomelo  y 
le  dije  estas  palabras:  Déme  Vuestra  Majestad 
las  manos  por  la  memoria  que  ha  tenido  de 
hacerme  mercedes;  y  si  yo  fuera  para  servir  en 
algo,  lo  haré  con  la  Jidelidad  y  cuidado  que 
siempre  he  servido.  Respondió:  Habeisme  ser- 
vido bien  y  especialmente  en  Roma.  Repliqué: 
Quisiera  yo  poder  más,  que  todo  lo  que  pude 
hice.  Preguntóme  cómo  me  iba  de  salud.  Res- 
pondí que  en  Roma  me  iba  mal,  pero  que  en 
España  tenía  buena  salud. 

Y  porque  le  esperaban  para  consulta  los  del 
Consejo  Real,  y  con  los  Príncipes  se  ha  de  ha- 
blar poco,  y  él  no  me  preguntó  más,  me  volví 
con  todo  aquel  acompañamiento;  y  pensando  el 
pueblo  que  ya  era  Presidente  salían  á  decir  que 
tenía  buen  gesto  y  buena  persona  y  que  goza- 
se la  presidencia,  y  otras  cosas  mayores,  mos- 
trando todos  mucha  satisfacción  y  alegría. 

Vinieron  de  la  Iglesia  de  Zamora  á  darme  el 
parabién  y  descubriéronme  el  engaño  que  ha- 
bían hecho  en  decir  que  valía  aquel  obispado 
veinte  y  siete  mil  ducados,  el  cual  solaparon  y 
coloraron  con  tres  cosas:  la  una  que  no  sacaron 
los  prometidos,  que  sumaron  cada  año  mil  y 
trescientos  ducados;  la  otra,  que  contaron  todo 
el  pan  al  precio  de  la  Pregmática,  habiéndolo 
de  estimar,  para  efecto  de  echar  pensiones,  á 
justa  y  común  estimación;  la  tercera  en  que 
también  contaron  por  ordinaria  la  renta  de 
unas  nuevas  roturas,  que  al  principio  dan  mu- 
cho y  después  rentan  menos. 

Visto  el  engaño  y  que  el  Rey  me  puso  la 
pensión  á  respecto  de  veintisiete  mil  ducados, 
no  rentando  el  obispado  sino  veintidós  mil,  le 
di  un  memorial  diciendo  que  en  cuanto  fué  de 
su  parte  yo  recebí  mucha  merced,  mas  que  por 
la  dicha  falsa  relación  quedaba  defraudado  del 
efecto  de  ella;  que  le  suplicaba  tuviese  de  esto 
memoria  para  hacerme  otra  merced  que  no  me 
fuese  tan  dañosa.  Recibió  y  leyó  el  memorial,  y 
guardólo  y  no  proveyó  cosa. 

En  estos  días  me  vino  á  visitar  el  Arzobispo 
de  Toledo,  y  las  pláticas  que  pasamos  fueron 
éstas:  Díjome:  ¿Qué  aguarda  aquí  vuestra  seño- 
ría? Respondí:  Aguardo  á  que  se  envíe  á  Roma 
mi  presentación  y  á  ver  si  el  Rey  me  desagravia- 
ba del  engaño  que  he  recebido  en  lo  de  Zamora. 
Replicó:  ¿Y  espera  vuestra  señoría  también  la 
presidencia?  Respondí:  También  espero  el  fin  de 


estos  rumores.  Dijo:  ¿Y  atreveríase  vuestra  se- 
ñoría á  sufrir  el  trabajo  de  ser  Presidente?  Res- 
pondí: Sí  atrevería,  hasta  ver  silo  podía  tolerar; 
y  si  viese  que  no  podía,  dejaría  el  oficio.  Dijo: 
Eso  es  bueno  de  decir  y  difícil  de  ejecutar.  Re- 
pliquéle  que  yo  me  conocía  y  para  mí  sería  cosa 
fácil.  Dijo:  ¿Y  no  haría  vuestra  señoría  escrú- 
pulo de  la  residencia?  Respondí  que  dispen- 
sando el  Papa  y  siendo  para  el  bien  público,  el 
Concilio  quitaba  el  escrúpulo.  Dijo:  Pues  por  mi 
consagración  que  yo  nombré  á  vuestra  señoría 
para  Presidente.  Díjele  que  me  hacía  agravio 
en  jurarlo;  que  aunque  todo  el  mundo  me  dijera 
lo  contrario,  yo  no  creyera  que  su  señoría  había 
de  serme  contrario,  pues  había  tantas  cau- 
sas para  creer  que  había  de  hacerme  en  todo 
merced. 

Lo  que  de  ahí  á  pocos  días  resultó  dio  bien 
á  entender  que  todas  estas  pláticas  fueron  arti- 
ficiosas y  para  darme  alguna  excusa,  porque  ya 
él  sabía  lo  que  estaba  tratado  y  lo  que  él  había 
rodeado,  y  que  todos  le  habían  de  echar  la  cul- 
pa; y  así  [no]  me  dijo  que  había  hecho  por  mí 
más  que  nombrarme,  y  se  entiende  que  tam- 
bién nombró  otros,  y  que  hizo  cuanto  pudo 
porque  fuese  Presidente  el  Obispo  de  Pati, 
como  lo  fué. 

El  discurso  que  sobre  esto  hicieron  hombres 
cuerdos  fué  éste:  que  viéndose  el  Arzobispo 
muy  malquisto  y  siendo  de  condición  áspera  y 
altiva,  no  pudo  sufrir  que  fuese  Presidente 
hombre  más  bienquisto  y  más  letrado  y  que 
más  había  servido  que  él;  y  que  temió  que  si  á 
mí  se  daba  la  presidencia  yo  no  había  de  es- 
tarle sujeto,  y  que  podría  desbaratar  su  privan- 
za si  el  Rey  me  comunicase  y  supiese  con  cuán- 
ta fidelidad  y  verdad  y  libertad  cristiana  siem- 
pre le  serví,  y  cuan  sin  interese  y  sin  artificio 
y  sin  malos  respetos. 

Algunos  meses  antes  se  dijo  en  su  casa  que 
ó  él  sería  Presidente  ó  quien  él  quisiese;  y  él 
dijo  una  vez  que  no  había  tenido  día  bueno  des- 
pués que  fué  Obispo,  pero  que  todo  lo  sufría  la 
señora  ambición,  y  ésta  es  la  que  (como  en  otra 
parte  he  referido)  llamaron  con  razón  algunos 
demonio  pésimo. 

Las  causas  que  movieron  á  todos  para  en- 
tender y  creer  que  esta  provisión  fué  guiada  por 
el  Arzobispo  fueron  muchas:  que  es  de  los  Qui- 
rogas,  de  Galicia,  y  el  de  Pati  gallego,  de  Pon- 
tevedra; que  él  le  cometió  la  visita  de  la  Inqui- 
sición de  Sicilia,  y  dio  orden  que  viniese  con 
ella  á  la  corte:  que  le  hizo  nombrar  para  el  obis- 
pado de  Avila,  diciendo  al  Rey  que  merecía 
mejor  el  arzobispado  de  Toledo  que  él  mismo,  y 
que  se  podía  y  debía  servir  del  en  cosas  de  gran 
importancia;  que  fué  en  su  nombre  á  tomar  la 
posesión  del  arzobispado  después  que  fué  nom- 
brado para  Avila,  y  hacía  por  él  en  Madrid 


20Ü 


autobiografías  y  memorias 


actos  pontificales,  como  hombre  de  su  propia 
casa;  y  por  éstas  y  otras  causas  le  tenía  tan 
obligado,  que  podía  esperar  qne  le  había  de  te- 
ner de  su  mano. 

El  Obispo  de  Pati,  don  Antonio  Mauriño 
de  Pazos,  estudió  en  Bolonia  y  de  allí  se  fué 
á  abogar  á  Galicia,  y  siendo  yo  tres  años  había 
del  Consejo  de  la  Inquisición,  después  de  diez 
y  medio  de  Oidor  de  Valladolid,  me  vino  á  pe- 
dir cartas  de  favor  para  pretender  una  Inquisi- 
ción, y  con  ellas  negoció  la  de  Sevilla,  y  de  allí 
la  de  Toledo,  y  para  ir  á  Roma  á  la  causa  del 
Arzobispo  fué  nombrado  porque  había  estado 
en  Italia  y  sabía  la  lengua  de  allá,  y  tenía  más 
noticia  que  los  que  de  nuevo  íbamos  de  las  co- 
sas de  Roma. 

Yo  le  llevé  en  mi  galera  y  le  hice  amistad 
siempre  y  le  negocié  que  le  dejasen  salir  de 
Roma,  porque  allí  le  dio  gota  artética  y  estu- 
vo dos  veces  deshauciado,  y  cuanto  comía  se  le 
convertía  en  mal  humor,  y  dijo  un  médico  que 
le  curaba  que  ya  no  sabía  qué  le  pudiese  man- 
dar que  comiese,  sino  pan  y  pildoras. 

Fuéle  mejor  de  salud  en  Sicilia  y  hizo  allí 
una  visita  de  la  Inquisición  y  vino  con  ella  á 
Madrid,  y  el  Arzobispo  de  Toledo  le  hizo  nom- 
brar para  el  obispado  de  Avila,  y  según  pareció 
por  el  suceso  él  persuadió  al  Rey  que  le  hiciese 
Presidente  y  sin  obispado,  y  le  puso  nuevo  es- 
crúpulo de  que  Obispo  obligado  á  residencia 
fuese  Presidente,  y  aun  que  para  excluirme  á  mí 
y  á  los  pretendientes  que  estaban  delante  se 
suplicó  que  no  era  bien  hacer  Presidente  cole- 
gial, porque  proveían  muchos  de  sus  colegios. 

La  cual  creo  fué  también  invención  de  con- 
fesos, enemigos  de  colegios,  y  es  bordón  de 
herejes  condenar  las  cosas  buenas  porque  haya 
en  los  que  las  administran  algunos  abusos;  y 
debían  advertir  los  que  esto  trataron  que  el 
no  Obispo  de  Pati  había  sido  colegial  de  Bo- 
lonia. 

Y  porque  los  que  desean  que  los  colegios  se 
pierdan  ó  que  dejen  entrar  hombres  malvados 
en  ellos  han  inventado  una  fábula  en  tiempos 
pasados,  y  ahora  vuelven  á  ella  diciendo  que  no 
deben  salir  los  colegiales  desde  el  colegio  á  ofi- 
cios mayores  sin  que  primero  pasen  por  oficios 
menos  principales,  digo  que  es  invención  falsa 
y  mala,  porque  para  oficios  perpetuos  no  es  me- 
nester experiencia  de  otros  menores,  sino  mu- 
chas letras  y  buen  seso,  y  la  experiencia  y  prác- 
tica de  las  Chancillerías  allí  se  aprende  en  po- 
cos días,  y  la  de  los  oficios  temporales  no  apro- 
vecha para  esto,  antes  estorba,  y  en  ellos  se  ol- 
vidan las  letras,  porque  no  se  puede  estudiar 
con  aquellas  ocupaciones,  y  menos  en  los  me- 
sones andando  en  las  residencias;  y  desto  hay 
notoriedad  y  evidencia,  y  experiencias  cotidia- 
nas; es  verdad  que  no  todos  los  colegiales  son 


grandes  letrados,  ni  de  macho  seso,  pero  por 
aquéllos  no  han  de  perder  los  otros. 

Volviendo  á  la  historia,  el  01>ispo  de  Pati 
fué  declarado  por  Presidente  el  día  de  Santa 
Cruz  de  mayo  con  gran  admiración  destos  rei- 
nos y  muy  á  disgusto  de  todos  los  letrados,  es- 
pecialmente de  los  Consejos,  y  el  licenciado 
Luis  Tello  Maldonado,  del  Consejo  Real,  dijo 
estas  palabras:  Nuestros  pecados  han  causado 
esto,  porque  no  merecíamos  tener  á  vuestra  seño- 
ría en  nuestra  compañía. 

Vinieron  muchos  amigos  á  consolarme,  y 
halláronme  tan  sin  necesidad  de  consuelo  que 
se  maravillaban;  y  les  decía,  y  lo  había  dicho 
antes  desto  y  era  verdad,  que  yo  nunca  nego- 
cié la  Presidencia,  ni  la  deseé;  solamente  quise 
no  enterrar  los  talentos  que  Dios  me  dio  y  ve- 
nir á  la  corte  á  deshacer  las  mentiras  que  ha- 
bían publicado  para  estorbar  que  el  Rey  me 
ocupase  en  su  servicio  y  bien  del  reino,  y  con 
esto  había  cumplido  conmigo  y  con  todos;  y 
resuelto  el  Rey  en  no  elegir  Obispo  obligado  á 
residencia,  no  me  había  hecho  agravio,  antes 
holgaba  mucho  que  cayese  la  suerte  en  persona 
que  me  tenía  mucha  amistad. 

Y  hasta  que  esto  escribo  se  ha  mostrado 
siempre  muy  amigo  en  palabras  y  obras,  y  creo 
que  siempre  lo  sea,  y  ha  tenido  particular 
cuenta  con  todo  lo  que  me  ha  tocado  y  le  he 
pedido  por  otros.  Y  dijo  el  Marqués  de  Priego 
que  él  había  negociado  algunos  meses  para  mí 
la  Presidencia,  y  por  cartas  que  me  escribió  en- 
tonces á  Badajoz,  y  por  lo  lejos  que  estaba  de 
poderla  negociar  para  sí,  creo  que  dijo  verdad. 

Han  considerado  algunos  cuan  hondo  fué  el 
trato  para  no  darme  la  Presidencia,  pues  per- 
suadieron al  Rey  muchas  cosas  juntas  para 
ello,  y  le  hicieron  condescender  en  cosas  muy 
ajenas  de  su  condición,  que  estimando  más  pro- 
veer doscientos  ducados  de  pensión  que  un 
obispado,  le  dio  seis  mil  ducados  de  pensión;  y 
teniendo  mucha  cienta  en  hacer  pocas  merce- 
des en  dinero,  le  dio  seis  mil  ducados  para  po- 
ner casa  y  le  suplió  hasta  doce  mil  ducados  de 
renta,  lo  cual  todo  se  excusaba  dándome  la 
Presidencia. 

Y  don  Antonio  de  Padilla  y  Busto  de  Ville- 
gas, que  tenían  partes  conocidas  para  ser  Pre- 
sidentes y  sintieron  mucho  no  los  haber  ele- 
gido, decían  que  si  yo  lo  fuera  no  se  agravia- 
ran, pues  era  más  antiguo  que  ellos  y  había 
servido  más;  pero  si  no  querían  Obispo,  que 
con  menos  que  dieron  al  de  Pati  se  contenta- 
ran, y  antes  habían  sido  Oidores  y  del  Consejo, 
y  don  Antonio  era  Presidente  de  Ordenes  y 
Villegas  había  sido  Gobernador  del  arzobis- 
pado de  Toledo. 

En  estos  días  recebí  una  carta  del  Cardenal 
Granvela,  cuyas  palabras  son  éstas: 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


201 


«De  la  dispensación  del  sobrino  tanto  me  he 
holgado  de  que  se  hiciese,  con  mostrar  Su 
Santidad  la  buena  voluntad  que  tiene  á  vuestra 
señoría,  como  vuestra  señoría  mismo,  y  en  mí 
hallará  siempre  la  afición  viva  y  deseo  de  ser- 
virle en  todas  las  ocasiones;  y  le  aseguro  que 
siento  en  todo  extremo  lo  que  veo  por  su  carta 
primera,  que  Su  Majestad  no  haya  hecho  con 
vuestra  señoría  más  demostración,  ni  sé  á  qué  se 
pueda  imputar,  pues  en  su  persona  hay  tantos 
méritos  y  ningún  desmérito,  y  si  Su  Majestad 
quiere  creer  á  los  de  ruines  intenciones  y  á  rela- 
ciones apasionadas  ó  interesadas  no  hará  poco 
daño  á  sus  cosas;  dejo  aparte  lo  que  esto  podría 
agraviar  su  conciencia  real». 

Y  después  de  otras  razones  dice: 

«A  otros  veo  medrar  con  pocos  años  de  ser- 
vicio y  no  es  tiempo  para  desear  cargos.  Vues- 
tra señoría  mire  de  servirse  de  mí,  si  se  ofre- 
ciere ocasión  en  que  lo  pueda  hacer,  confiado 
en  que  en  ninguna  parte  rae  hallaré  jamás  á 
donde  no  conozca  en  mí  la  misma  voluntad  y 
afición  que  siempre,  y  por  no  ser  las  cosas  del 
mundo  muy  sabrosas  dejaré  de  tocar  dellas,  y 
acabaré  con  suplicar  á  Nuestro  Señor  guarde 
y  acreciente  la  muy  ilustre  y  reverendísima 
persona  y  estado  de  vuestra  señoría  como  deseo. 
De  Eoma  3  de  hebrero». 

También  recebí  dos  cartas  del  doctor  Bravo, 
Auditor  de  Rota,  y  en  la  una  dice: 

«Creación  hay  de  Cardenales  publicada,  y 
creen  que  presto  habrá  otras,  de  que  no  se  me 
da  nada,  como  no  sea  vuestra  señoría,  que  si 
quisiera  sello  fuera  más  antiguo  que  muchos 
que  lo  son.  No  corren  tiempos  de  llevar  las 
cosas  por  su  punto,  y  lo  peor  es  que  padece  la 
república». 

Y  en  la  otra  pone  estas  palabras: 

«Con  cuidado  estoy  de  saber  cómo  le  ha  ido 
á  vuestra  señoría  en  la  corte.  Aquí  se  han  dicho 
muchas  cosas  que  satisfarían  á  los  servidores 
de  vuestra  señoría  si  fuesen  ciertas.  No  se  pue- 
de dejar  de  haber  acertado  en  haber  ido  ahí- 
por  muchas  cosas,  y  especialmente  para  desha- 
cer las  buenas  intenciones  de  algunos  que  que- 
rían privar  á  vuestra  señoiía  de  la  salud  que 
Nuestro  Señor  es  servido  darle.  Dios  los  con- 
funda y  vuelva  por  tantos  servicios  y  trabajos 
que  no  merecen  se  traten  así». 

Por  este  tiempo  recebí  de  Roma  la  carta 
siguiente: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

«Infinita  consolación  he  recibido  con  la  carta 
de  vuestra  señoría  de  9  de  noviembre  y  con  el 
duplicado  de  ella  de  los  19  de  enero,  si  bien  la 
una  y  la  otra  eran  anejas,  siéndome  en  todo 
tiempo  gratísimas  las  nuevas  de  su  salud  y  ver 
que  se  acuerda  de  mi  aficionada  voluntad  acer- 
ca de  vuestra  señoría.  He  dado  á  Su  Santidad 


aquellas  cartas  que  vuestra  señoría  le  escribió, 
y  en  su  nombre  le  besé  los  pies  por  la  gracia 
que  le  hizo  de  la  dispensación,  la  cual,  no  ha- 
biendo yo  podido  hacer  por  la  ausencia  antes  de 
hoy,  he  diferido  hasta  ahora  la  respuesta  á  las 
dichas  letras.  Ahora  digo  que  no  sólo  Su  San- 
tidad ha  aceptado  y  agradecido  á  vuestra  seño- 
ría este  oficio,  mas  también  mostrado  tener 
grata  memoria  de  su  persona,  hablándole  yo 
del  nombramiento  que  de  sí  Su  Majestad  ha 
hecho  de  vuestra  señoría  para  la  Iglesia  de 
Zamora,  de  lo  cual,  al  igual  de  cualquiera  su 
más  aficionado,  siento  increíble  alegría,  viendo 
que  se  comienzan  á  conocer  con  efectos  sus 
muchos  méritos,  y  por  tanto  doy  muchísimas 
gracias  á  vuestra  señoría  del  aviso  que  quiso 
darme  por  esta  suya  de  11  de  febrero  y  del 
favor  que  por  su  cortesía  promete  de  hacerme 
llegando  á  la  corte,  donde  del  señor  don  Carlos 
de  Avalos,  mi  cuñado,  con  gran  contento  mío 
he  entendido  que  vuestra  señoría  se  hallaba 
cerca  de  la  expedición  de  la  Iglesia,  aunque  la 
cédula  del  nombramiento,  según  me  ha  dicho 
el  señor  Embajador,  aun  no  es  venida;  no  de 
menos  he  hecho  oficios.anticipados  con  algunos 
destos  señores  ilustrísimos,  y  particularmente 
con  el  señor  Cardenal  Esforza,  que  es  grandí- 
simo patrón  y  amigo  mío,  y  todos  están  dis- 
puestísimos  de  mostrar  á  vuestra  señoría  en 
esta  ocasión  la  afición  que  le  tienen. 

Cuando  sea  tiempo  les  volveré  á  hablar,  y 
cada  vez  que  vuestra  señoría,  por  me  hacer 
favor,  querrá  mandarme,  le  serviré  con  la  obra 
y  con  el  corazón  prontísimamente,  con  el  cual 
fin  suplico  á  Nuestro  Señor  dé  á  vuestra  seño- 
ría continua  felicidad.  De  Rema  á  los  26  de 
mayo  1578.  Al  servicio  de  vuestra  señoría  muy 
ilustre  y  reverendísima  promptísimo. —  El  Car- 
denal Jesualdoy>. 

Poco  antes  me  había  escrito  el  Rey  lo  que  se 


siffue: 


«POR  EL  REY 


Al  reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo   de  Ba- 
dajoz, del  su  Consejo,  electo  de  Zamora : 

El  Rey 

«Reverendo  en  Cristo  Padre,  Obispo  de  Ba- 
dajoz, del  nuestro  Consejo,  electo  Obispo  de 
Zamora: 

"Sabed  que  un  moro  de  nación,  llamado  Joan 
Alayde,  que  fué  del  Xarife,  ha  venido  á  esta 
nuestra  corte  de  su  voluntad,  alumbrado  por  el 
Spíritu  Sancto,  á  convertirse  á  nuestra  sancta 
fee  católica;  y  porque  tengo  buena  relación  del 
y  su  buen  propósito  vaya  adelante  y  sirva  á 
Nuestro  Señor  como  buen  cristiano,  holgaría 
que  estuviese  en  vuestra  casa,  y  así  os  ruego 


202 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


que  haciéndole  primero  bautizar  le  recibáis  y 
tengáis  ocupado  en  cosas  della,  ordenando  que 
se  le  haga  buen  tratamiento  y  tengan  particu- 
lar cuidado  del  en  doctrinarle  y  enseñarle  de 
manera  que  vaya  en  aumento  con  su  buen  pro- 
pósito, y  estando  satisfecho  de  que  es  verdadera 
su  vocación  á  nuestra  religión  y  de  sus  costum- 
bres y  de  que  es  útil  para  algún  ministerio,  nos 
avisaréis  dello  para  hacerle  emplear  en  lo  que 
más  se  inclinare,  que  en  ello  me  serviréis.  De 
Parraces  á  18  de  junio  1578. — Yo  el  Rey. — 
Por  mandado  de  Su  Majestad,  Martín  de  Gaz- 
telws). 

Y  en  cumplimiento  de  lo  que  Su  Majestad 
me  mandaba,  después  que  el  dicho  moro  estuvo 
bien  instruido  en  la  doctrina  cristiana  le  bap- 
ticé yo  mismo  con  mucha  solemnidad  en  la 
iglesia  de  San  Sebastián,  que  es  la  parroquia 
de  mi  morada,  y  le  tengo  señalado  uno  de  mis 
capellanes  que  le  enseña  la  lengua  y  las  cosas 
tocantes  á  nuestra  religión  católica. 

A  11  de  agosto  recebí  otra  carta  del  Carde- 
nal Jesualdo,  cuya  copia  es  la  que  sigue: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

» Ayer  se  pasó  en  el  Consistorio  la  Iglesia  de 
Zamora  en  la  persona  de  vuestra  señoría,  con 
tanta  honra  de  mención  de  la  virtud  y  méritos 
suyos  y  con  tanto  aplauso  de  todo  el  Sacro 
Colegio  que  no  he  querido  pasarlo  en  silencio; 
mas  como  sentí  placer  grandísimo,  así  también 
por  la  presente  quise  con  todo  afecto  alegrar- 
me con  vuestra  señoría,  gozando  yo  de  ver  que 
en  todo  lugar  sean  reconocidas  y  tenidas  en 
mu  ho  sus  raras  cualidades;  y  suplico  á  Dios 
Nuestro  Señor  sean  ensalzadas  en  el  grado  que 
ellas  merecen,  y  que  entretanto  le  conceda 
continua  felicidad.  De  Roma  14  de  junio  1578. 
Al  servicio  de  vuestra  señoría,  muy  ilustre  y 
reverendísima.  El  Cardenal  Jesualdoy>. 

En  este  propósito  recibí  otras  dos  cartas, 
una  del  Cardenal  Santa  Cruz  y  otra  de  don 
Joan  de  Zúñiga,  Embajador.  La  del  Cardenal 
es  ésta: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

» Sirva  ésta  para  alegrarme  con  vuestra  seño- 
ría de  la  traslación  que  pocos  días  ha  fué  hecha 
de  su  persona  en  Consistorio,  con  grande  testi- 
monio y  alabanza  de  su  valor  y  de  muchas  de 
sus  obras  impresas  que  hacen  fee  de  la  doctrina, 
prudencia  y  bondad  de  vuestra  señoría.  Plega 
á  Nuestro  Señor  de  darle  cada  día  mayor  exal- 
tación y  contento,  así  como  lo  merece  su  gran 
virtud  y  valor  y  como  lo  deseamos  nosotros 
que  tanto  le  conocemos,  amamos  y  estimamos, 
entro  los  cuales  yo  siempre  pretendo  ser  de  los 
primeros,  y  no  tendré  mayor  contento  que  de 
emplearme  en  servicio  de  vuestra  señoría,  á  la 
cual  ruego  á  Dios  conceda  toda  felicidad.  De 
Roma  á  12  de  julio  de  1578.  Aficionadísimo 


para  servirle  siempre  Próspero,  Cardenal  San- 
ta Cruzy>. 

La  otra  carta,  del  Embajador  de  Castilla, 
don  Joan  de  Zúñiga,  cuyo  tenor  es  el  que 
sigue: 

«Muy  ilustre  y  reverendísimo  señor: 

))Por  no  escribir  á  vuestra  señoría  lo  que  ha- 
bía sentido  que  se  hubiese  alejado  tanto  de  su 
tierra,  con  tan  poca  mejoría  como  hay  de  Za- 
mora á  Badajoz,  he  dejado  de  escrebir  á  vues- 
tra señoría,  esperando  cada  día  que  por  otro 
camino  Su  Majestad  remediara  esto;  y  no  estoy 
desconfiado  de  que  haya  de  ser,  siendo  testigo 
del  valor  y  integridad  con  que  vuestra  señoría 
sirvió  en  el  mayor  negocio  que  á  Su  Majestad 
y  á  esos  reinos  se  ha  ofrecido,  y  teniendo  mu- 
chas cartas  de  Su  Majestad  en  que  me  dice  la 
gran  satisfacción  que  de  esto  le  queda;  mien- 
tl'as  este  punto  llegare,  suplico  á  vuestra  se- 
ñoría atienda  á  mirar  por  su  salud  y  me  dé 
siempre  aviso  de  la  que  tuviere  y  de  lo  que  hu- 
biere en  que  yo  le  sirva,  pues  sabe  que  lo  cum- 
pliré con  la  voluntad  que  le  debo.  Nuestro  Se- 
ñor guarde  y  prospere  la  muy  ilustre  y  reve- 
rendísima persona  y  estado  de  vuestra  señoría, 
como  deseo.  De  Roma  18  de  julio  de  1578. — 
Besa  las  manos  de  vuestr  a  señoría,  don  Joan 
de  Zúñigay>. 

Vistas  estas  cartas  por  un  amigo  mío,  dijo 
que  mejor  me  habían  conocido  en  Roma  que 
en  la  corte  de  España.  Yo  respondí  que  no  ha- 
bía faltado  entre  algunos  ministros  del  Rey  co- 
nocimiento, sino  sobrada  malicia,  y  que  yo  en- 
tendía que  los  que  habían  querido  escurecer 
mis  méritos  y  servicios  lo  habían  hecho  con 
malos  medios  y  peores  fines;  los  unos  por  en- 
vidia y  propios  intereses,  y  los  otros  por  miedo 
que  tuvieron  á  la  verdad  y  fidelidad  sin  interese 
mío,  con  las  cuales  cosas  siempre  he  servido, 

Díjome  un  fraile  Jerónimo  estos  días  pasa- 
dos que  cuando  se  hablaba  mucho  que  me  da- 
ban la  Presidencia  del  Consejo  Real,  le  había 
dicho  uno  de  los  que  tratan  en  la  Hacienda  de 
el  Rey  que  si  yo  era  Presidente  los  había  de 
destruir,  el  cual  miedo  no  pudo  nacer  de  mi 
condición  (que  siempre  fué  blanda  y  sin  per- 
juicio de  tercero),  sino  del  vermículo  de  su  con- 
ciencia, que  les  debe  de  remorder  si  no  han 
tratado  fielmente  sus  oficios,  lo  cual  se  entien- 
de bien  claro  de  algunos  dellos,  que  habiendo 
entrado  muy  pobres  á  servir  al  Rey  dentro  de 
pocos  años  están  riquísimos. 

Otros  me  han  sido  enemigos  secretos  por- 
que habiendo  ellos  servido  muy  mal  no  han 
sido  castigados,  antes  han  recibido  premios,  y 
á  los  tales  pésales  que  otros  sirvan  bien  y  que 
los  buenos  servicios  sean  galardonados.  Otros 
porque  defendí  el  estatuto  de  Toledo  me  tienen 
odio;  y  otros  de  miedo  que  si  yo  quedaba  en 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


203 


la  corte  y  el  Rey  me  conociese  y  tratase,  ellos 
quedarían  muy  desacreditados  y  quizá  perde- 
rían la  gracia  del  Rey  que  indignamente  ha- 
bían ganado. 

En  agosto  de  este  año  se  concertó  en  Cór- 
doba de  casar  á  doña  Catalina  de  Acebedo  con 
don  Alonso  de  Argote,  uno  de  los  principales 
mayorazgos  de  aquella  ciudad  y  de  los  más  no- 
bles della;  prometiéronsele  diez  mil  ducados  de 
dote;  yo  le  pagué  los  tres  mil  dellos,  por  ser 
doña  Catalina  nieta  de  mi  hermana  la  señora 
doña  Isabel  de  Simancas,  madre  de  doña  Isa- 
bel de  Hoces,  mujer  de  don  Pedro  de  Acebe- 
do, cuya  hija  es  la  dicha  doña  Catalina  de  Ace- 
bedo, 

A  pocos  días  vino  en  esta  corte,  de  Sevilla, 
el  doctor  Cartagena,  médico  y  teólogo,  el 
cual  rae  dijo  que  curando  él  á  don  Diego  De- 
za.  Obispo  de  Coria,  de  la  enfermedad  de  per- 
lesía que  tenía,  le  llegó  la  presentación  del  Rey 
para  la  Iglesia  de  Jaén;  y  que  él  le  dijo  que, 
atento  á  que  su  edad  y  enfermedad  ninguna 
esperanza  daba  de  que  pudiese  jamás  ir  á  Jaén 
ni  hacer  acto  pontifical  (como  ello  salió  cierto), 
que  le  parecía  que  no  podía  con  buena  concien- 
cia aceptar  aquel  obispado,  y  que  él  le  respon- 
dió que  lo  viesen  teólogos;  y  sus  parientes  y 
interesados  hallaron  dos  frailes  augustinos  que 
dieron  por  parecer  que  porque  había  enferma- 
do siendo  Obispo  de  Coria  podía  en  buena 
conciencia  aceptar  el  obispado  de  Jaén,  no  obs- 
tante lo  que  decía  el  doctor  Cartagena;  y  así, 
conformándose  con  el  dicho  parecer  aceptó  el 
obispado  de  Jaén  y  lo  tiene  hasta  el  día  que 
esto  se  escribe,  sin  haberse  podido  menear  y 
cobrando  las  rentas  un  sobrino  suyo  lego,  con 
muy  gran  daño  de  todo  aquel  obispado. 

He  querido  poner  aquí  esto  porque  se  sepa 
quién  me  fué  antepuesto  en  la  provisión  del 
dicho  obispado,  y  para  que  sirva  de  aviso  á  los 
Reyes  y  Papas  que  no  crean  sin  mucho  funda- 
mento en  materia  tan  grave  á  los  medianeros 
que  les  quisieren  persuadir  que  provean  obis- 
pados en  personas  de  que  no  tengan  muy  en- 
tera relación  del  estado  en  que  están  aquellos  á 
quien  quieren  proveer;  porque  si  el  Rey  y  el 
Papa  supieran  cuál  estaba  el  dicho  Obispo  al 
tiempo  que  le  nombraron  y  hicieron  Obispo  de 
Jaén,  imposible  fuera  que  lo  aprobaran  para 
otra  Iglesia,  pues  no  descargaban  sus  concien- 
cias en  hacerlo. 

Por  este  tiempo  compré  sobre  las  alcabalas 
de  carnecería  y  de  los  paños  de  Córdoba  seis- 
cientos ducados  de  renta,  los  cuales  el  Rey  ha- 
bía dado  en  pago  á  un  genovés  á  treinta  mil 
el  millar,  y  yo  los  compré  del  á  diez  y  nueve 
mil  maravedís  el  millar,  que  suman  once  mil  y 
cuatrocientos  ducados,  los  cuales  compré  para 
dotar  nuestra  capilla  de  la  advocación  del  Es- 

AUTOBIOURAKÍAS    V    MEMORIAS.— 24 


píritu  Santo,  de  la  iglesia  Mayor  de  Córdoba  y 
para  otras  obras  pías. 

Día  de  San  Lucas  de  este  año  murió  el 
Príncipe  don  Fernando,  heredero  que  había  de 
ser  de  estos  reinos;  y  aquella  tarde  me  envió 
el  Rey  á  decir  que  rccebiría  servicio  en  que 
fuese  juntamente  con  el  Almirante  de  Casti- 
lla á  llevar  el  cuerpo  del  Príncipe  á  San  Lo- 
renzo del  Escorial;  y  avisáronme  que  todos  los 
capellanes  y  clérigos  habían  de  ir  á  mi  cargo, 
y  que  en  los  lugares  por  donde  habíamos  de 
pasar  ningún  bastimento  había  y  que  era  ne- 
cesario que  se  llevase  de  Madrid  todo. 

Yo  acepté,  diciendo  que  nunca  había  rehu- 
sado en  hacer  lo  que  Su  Majestad  me  había 
mandado,  ni  menos  rehusaría  ahora,  aunque  me 
pesaba  de  hallarme  desproveído  y  de  darme 
muy  poco  tiempo  para  proveer  todo  lo  necesa- 
rio, porque  el  Rey  quería  que  luego  otro  día 
en  amaneciendo  saliésemos  con  el  cuerpo  del 
Príncipe,  y  era  mayor  la  dificultad  por  ser 
aquel  día  fiesta  y  el  día  siguiente  domingo; 
mas  con  todo  eso  se  puso  tanta  diligencia  que 
mis  criados  con  algunos  amigos  en  aquella  no- 
che hincheron  de  bastimentos  diez  carretas  de 
las  grandes  de  la  Mancha,  llevando  gran  can- 
tidad de  aves,  cabritos,  carneros,  terneras,  va- 
ca, tocino,  manteca  y  otras  cosas  de  comer,  y 
mucho  pan  masado  y  cebada,  de  que  había 
harta  falta  en  Madrid,  y  llevóse  mucha  plata, 
mesas,  sillas,  bufetes  y  todo  lo  que  para  seme- 
jante caso  se  requería. 

El  otro  día,  antes  que  amaneciese,  nos  junta- 
mos en  San  Jerónimo,  y  por  auto  público,  ante 
Martín  de  Gaztelu,  nos  entregaron  el  cuerpo 
del  Príncipe  á  mí  y  al  Almirante,  anteponién- 
dome siempre  por  escrito,  y  después,  llevando 
al  Almirante  á  mano  izquierda,  porque  esta 
honra  y  preeminencia  se  guarda  á  los  Obispos 
en  España;  lo  cual  había  de  ser  ejemplo  para 
que  lo  mismo  se  hiciese  en  Italia,  pues  que  se 
debe  esto  y  más  á  los  Obispos,  según  consta 
claro  por  lo  que  escril)í  en  el  libro  que  compuse 
De  la  dignidad  de  los  Obispos. 

Fuimos  con  el  cuerpo  del  Príncipe  á  Las 
Rozas  á  comer  y  al  Galapagar  á  cenar,  y  el 
día  siguiente  temprano  llegamos  á  San  Loren- 
zo, adonde  dije  yo  misa  de  pontifical  y  entre- 
gamos el  cuerpo  al  Prior  y  frailes  de  aquel  mo- 
nasterio, y  comimos  allí,  y  visto  lo  principal  de 
aquellos  soberbios  edificios,  volví  á  dormir  á 
Galapagar  y  otro  día  vine  temprano  á  Madrid. 

Fueron  aquellos  días  muy  ásperos  de  frío  y 
vientos  y  aguas;  pasóse  mucho  fastidio  en  pro- 
veer á  tanta  gente,  que  en  la  primera,  segunda 
y  tercera  mesa  se  dio  de  comer  á  cien  personas, 
sin  muchas  raciones  que  se  dieron  fuera  de  las 
mesas,  en  todo  lo  cual  se  gastaron  muchos  di- 
neros por  estar  la  tierra  carísima;  mas  yo  los 


204 


autobiografías  y  memorias 


di  por  bien  empleados,  porque  se  hizo  todo 
cumplidamente,  que  sobró  parte  de  casi  todas 
las  vituallas  que  se  habían  llevado. 
'"Esperando  yo  por  horas  las  bulas  de  Za- 
mora y  no  pudiendo  ni  debiendo  llevar  conmi- 
go aquel  moro  que  por  mandado  del  Rey  había 
baptizado,  por  ser  muy  vicioso  y  más  amigo  de 
guerra  que  de  paz,  y  por  no  poder  en  mi  casa 
servir  en  oficio  alguno,  hablé  con  don  Luis 
Manrique  (por  cuya  mano  se  me  había  encar- 
gado), y  le  rogué  que  tratase  con  el  Rey  que 
lo  enviasen  á  Flandes,  donde  había  guerra,  ó  á 
alguna  guarnición  de  Italia  para  que  allí  sir- 
viese, conforme  á  lo  que  él  decía  que  deseaba 
hacer. 

Tratólo  don  Luis  con  Su  Majestad  y  no  se 
tomó  resolución,  diciendo  que  se  venían  muchos 
moros  de  África  pensando  que  les  habían  de 
hacer  muchas  fiestas,  y  que  después  de  baptiza- 
dos probaban  todos  mal  y  no  se  querían  aplicar 
á  servir  ni  á  oficio  alguno,  lo  cual  era  gran 
confusión,  porque  no  se  les  podía  negar  el  bap- 
tismo  ni  se  podía  cumplir  con  ellos  como  lo 
pensaban. 

Yo  le  dije  á  don  Luis  que  el  baptismo  no  se 
les  podía  negar  viniendo  con  buen  propósito  y 
estando  primero  doctrinados  en  la  fee  católica; 
mas  que  debían  antes  ser  desengañados,  avi- 
sándoles que  no  les  habían  de  dar  de  comer 
holgando,  sino  que  lo  habían  de  ganar  traba- 
jando en  algún  oficio,  si  lo  sabían,  ó  sirviendo 
conforme  á  su  calidad,  como  hacían  los  cristia- 
nos que  no  tenían  hacienda;  que  aunque  deseá- 
bamos que  todos  los  infieles  se  convirtiesen  á  la 
sancta  fee  católica,  mas  que  no  se  les  podían  dar 
muchos  bienes  temporales;  harto  era  que  seles 
abriese  el  camino  para  el  cielo  y  sacados  de  sus 
errores  y  malas  sectas,  y  declarándoles  esto  al 
principio  de  su  conversión,  no  temían  después 
de  qué  agraviarse  de  que  no  les  hiciesen  muclia 
fiesta,  como  ellos  decían  que  la  hacían  los  mo- 
ros á  los  cristianos  renegados  que  se  pasaban  á 
ellos. 

Parecióle  bien  esto  que  le  dije  á  don  Luis; 
no  sé  si  lo  harán  así. 

Desde  algunos  días  me  fui  á  despedir  del 
Rey  y  le  dije  que  por  su  mandado  yo  había 
baptizado  á  aquel  convertido,  y  que  todo  su  de- 
seo era  guerra,  la  cual  en  mi  casa  no  podía 
ejercitar  si  no  era  peleando  con  mis  criados. 
Rióse  el  Rey  oyendo  estas  palabras,  y  yo  prose- 
guí diciendo  que  ya  don  Luis  Manrique  había 
tratado  desto  con  Su  Majestad  y  que  la  reso- 
lución que  le  diese  aquélla  seguiría  yo.  Díjome: 
Yo  os  lo  agradezco.  Proseguí  luego  diciendo 
que  con  su  licencia  yo  pensaba  partirme  presto 
para  Zamora  (creyendo  que  no  tardarían  mis 
bulas);  que  si  allí  entendiese  que  podía  servir 
en  algo  á  Su  Majestad  lo  haría  sin  esperar  á 


que  se  me  mandase.  Díjome:  Así  lo  confío  de 
vos. 

Tardó  el  Rey  en  determinarse  á  dónde  se 
enviaría  el  dicho  convertido  otros  cuatro  meses, 
y  al  fin  dellos  acordó  que  fuese  á  servir  de  sol- 
dado á  Cataluña,  con  cuatro  ducados  de  ventaja 
cada  mes,  habiéndome  hecho  á  mí  de  costa  más 
que  ciento  y  cincuenta  ducados. 

No  vinieron  mis  bulas  hasta  siete  de  diciembre, 
y  el  Rey  firmó  la  provisión  (^que  llaman  ejecu- 
toriales) víspera  de  Navidad,  y  con  ella  y  con 
las  bulas  envié  á  mi  Provisor  para  que  tomase 
la  posesión  con  un  poder  muy  general,  por  vir- 
tud del  cual  pudiese  hacer  todo  aquello  que  yo 
pudiera  siendo  presente. 

Pidió  mi  Provisor  la  posesión  al  Cabildo,  y 
no  se  la  quisieron  dar  porque  no  decía  el  poder 
expresamente  que  jurase  los  estatutos  y  cos- 
tumbres y  sentencias  arbitrarias  de  aquella 
Iglesia ;  y  aunque  el  Provisor  se  ofreció  que 
por  virtud  del  poder  que  tenía  él  juraba  en 
ánima  mía  que  todo  aquello  les  sería  guardado 
en  cuanto  conforme  á  derecho  se  debiese  guar- 
dar, con  todo  eso  no  le  dieron  la  posesión  hasta 
que  llevase  poder  particular  para  ello. 

Lo  cual  por  mí  sabido  recebí  mucha  indigna- 
ción y  di  noticia  dello  al  Presidente  del  Consejo 
Real  y  á  otras  personas,  en  las  cuales  hallé 
muy  buena  voluntad  para  proceder  conti'a  los 
Capitulares  con  rigor  y  mandar  que  pareciesen 
algunos  dellos  en  la  corte  peísonalmente  por 
haber  sido  inobedientes  á  las  bulas  del  Papa  y 
á  la  provisión  del  Rey  en  que  se  les  mandaba 
dar  luego  la  posesión,  y  por  haber  hecho  una 
gran  insolencia  y  de  mal  ejemplo. 

Que  bien  mirado,  después  que  los  Capitula- 
res no  eligen  á  los  Obispos,  antes  el  Rey  los 
presenta  y  el  Papa  les  confiere  los  obispados, 
poca  parte  son  los  Cabildos  para  dar  ó  impedir 
la  posesión,  mayormente  mandando  el  Papa  y 
el  Rey  que  se  les  dé  sin  condición  alguna. 

Y  puédese  decir  que  los  Obispos  no  tienen 
obligación  de  jurar  en  manos  de  sus  inferiores, 
ni  hay  ley  de  superior  que  tal  mande;  y  si  hay 
costumbre  que  se  haga  así,  esa  es  voluntaria, 
introducida  por  inferiores  ó  á  lo  menos  por 
iguales,  así  que  no  obliga  á  los  Obispos  suceso- 
res; y  el  juramento  que  el  Papa  manda  que  los 
Obispos  hagan,  señala  en  su  bula  particular 
que  sea  en  manos  de  otro  Obispo  y  no  de  el 
Cabildo. 

Y  caso  que  dicha  costumbre  obligara  y  el 
nuevo  Obispo  no  la  quisiere  guardar,  no  por 
eso  era  parte  el  Cabildo  para  impedir  la  pose- 
sión contra  los  mandamientos  del  Papa  y  del 
Rey,  pues  jurar  el  Obispo  ó  no  jurar  los  dichos 
estatutos  no  es  cosa  que  puede  estorbar  la  pose- 
sión de  su  Iglesia,  antes  debía  de  ser  pleito  ordi- 
nario después  de  dada  la  posesión. 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


205 


Y  aunque  la  costumbre  fuera  muy  más  fuer- 
te de  lo  que  es,  para  que  el  Obispo  jurara,  pero 
no  hay  costumbre,  ni  la  puede  haber  para  que, 
no  queriendo  jurar  el  Obispo,  tenga  autoridad 
el  Cabildo  para  impedir  la  posesión;  y  asi  el  li- 
cenciado don  Pedro  Ponce  de  León,  Obispo  de 
Plasencia  cerca  de  veinte  años  ha,  yendo  á 
tomar  la  posesión  de  su  Iglesia  y  pidiéndole 
los  Capitulares  que  hiciese  aquel  juramento,  dijo 
con  muchas  letras  y  valor  que  tenía:  Yo  soy 
Obispo  por  el  Papa  y  por  el  Rey  á  vuestro  pe- 
sar, y  no  quiero  hacer  ese  juramento;  y  luego  se 
entró  en  la  Iglesia  y  tomó  su  posesión. 

Así  que  bien  pudiera  yo,  á  pesar  del  Cabildo 
de  Zamora,  tomar  la  posesión  por  virtud  de  los 
mandatos  del  Papa  y  del  Rey,  y  con  esto  refre- 
nar sus  insolencias,  que  las  suelen  tener  también 
en  otras  cosas  contra  sus  Obispos;  mas  por  no 
usar  del  rigor  que  pudiera  y  no  entrar  en  dis- 
gusto, y  porque  muchos  me  lo  rogaron,  quise 
remitir  algo  de  mi  derecho  y  envié  un  poder 
particular  para  hacer  aquel  juramento,  que 
realmente  es  de  muy  poco  efecto,  que  no  obli- 
ga, conforme  á  derecho,  más  que  á  las  cosas  lí- 
citas, justas  y  honestas. 

CÍAPÍTÜLO  DE  CARTA  DEL  DOCTOR  NAVARRO  Á 
CIERTO  AMIGO  SOYO  DESPUÉS  DE  LA  SEN- 
TENCIA DEL  ARZOBISPO  DON  FRAY  BARTO- 
LOMÉ DE  CARRANZA 

Muy  magnífico  y  muy  reverendo  señor: 

Las  nuevas  de  la  causa  de  nuestro  ilustrísi- 
mo  son  éstas. 

Lo  primero  que  en  la  causa  hay  es  que  ella 
está  acabada,  contra  la  opinión  de  los  que  pen- 
saban y  aun  por  ventura  deseaban  que  nunca  se 
acabase. 

Lo  segundo,  que  su  señoría  ilustrísima  ha 
obtenido  victoria;  porque  se  pretendía  contra  él 
que  había  caído  en  algunas  herejías,  de  tantas 
que  dicen  haberle  sido  opuestas,  y  por  consi- 
guiente que  era  descomulgado  por  la  bula  de 
la  Cena  y  privado  de  su  dignidad  y  deber  ser 
privado  de  la  vida.  Y  Su  Santidad  ha  declara- 
do, con  efecto,  que  no  ha  caído  en  herejía 
alguna  ni  en  pena  por  derecho  estatuida  contra 
ella,  ni  haber  perdido  su  dignidad,  ni  menos 
deber  perder  la  vida. 

Lo  tercero,  que  aunque  Su  Santidad  lo  decla- 
ró por  sospechoso  acerca  de  algunas  herejías, 
pero  luego  in  continenti,  en  dándose  la  senten- 
cia, su  señoría  se  purgó  dellas  y  de  todas  las 
otras  sospechas  en  la  forma  que  se  le  mandó; 
por  la  cual  purgación  quedó  libre  y  absuelto  de 
todas  herejías  que  se  le  opusieron  y  de  las  di- 
chas sospechas  y  de  las  penas  en  derecho  con- 
tra ellas  ordenadas  y  libre  de  toda  suspensión 
de   las    órdenes,  et  ab  officio  et   beneficio,   no 


obstante  que  de  las  penas  penitenciales  que  se 
le  pusieron  fué  la  suspensión  de  la  administra- 
ción de  la  Iglesia  y  frutos  por  cinco  años, 
exepta  la  de  doce  mil  ducados  por  cada  año, 
libres  de  todo  cargo.  Porque  es  claro  en  derecho 
que  otra  cosa  es  deponer  ó  suspender  á  uno  de 
sus  órdenes,  ó  de  oficio  ó  beneficio,  y  otra  sus- 
penderlo de  la  administración  de  cierta  Iglesia 
y  frutos  de  ella,  á  lo  menos  para  poco  tiempo. 

Por  lo  cual  el  dicho  ilustrísimo,  al  otro  día, 
que  fué  Domingo  de  Ramos,  dijo  públicamente 
misa  delante  de  gran  auditorio,  y  ansí  la  dirá 
cada  día  que  le  pareciese.  Y  el  Obispo  que  le 
acompañó  de  San  Angelo  á  oir  la  sentencia  de 
Su  Santidad  le  trató  de  ilustrísima,  como  se 
debe  tratar  el  Arzobispo  de  Toledo,  Primado 
de  la  España.  Y  de  la  misma  manera  lo  trató 
el  ilustrísimo  Gobernador  de  el  Burgo,  cuan- 
do, después  de  oída  la  sentencia,  lo  llevó  hon- 
radamente al  monasterio  de  la  Miner\^a.  Y  de 
la  misma  manera  lo  trataron  los  otros,  y  con 
razón,  porque  las  penas  penitenciales  que  se 
suelen  dar  á  los  que  han  caído  en  sospecha  de 
herejía,  á  los  que  se  purgan  de  ellas  jurídica- 
mente no  son  penas  ordenadas  por  derecho 
contra  la  herejía,  sino  por  haber  dicho  ó  hecho 
algunas  cosas  de  que  resulte  aquella  sospecha. 

Lo  cuarto,  que  los  más  de  los  romanos,  gen- 
te que  son  de  gran  prudencia,  dicen  que  no  se 
maravillan  de  que  contra  el  dicho  ilustrísimo, 
aunque  nunca  haya  caído  en  herejía  ninguna, 
se  hayan  hallado  conjeturas  de  tales  sospechas, 
porque  piensan  que  apenas  se  hallará  persona 
en  todo  el  orbe  que  haya  sido  como  él,  de  ocho 
años  hasta  casi  sesenta,  estudiante,  fraile.  Lec- 
tor, Maestro,  Provincial,  Predicador  y  Consul- 
tor del  oficio  de  la  Santa  Inquisición,  y  aun 
del  Concilio  de  Trento,  y  Calificador  de  libros 
de  herejes  y  de  las  proposiciones  en  ellos  llega- 
das que  Inquisidores  le  mandaban  calificar  en 
España,  Inglaterra,  Flandes  y  Trento,  y  hu- 
biese escrito  tantos  cartapacios  y  libros,  y  he- 
cho tantos  memoriales  y  respondido  á  tantos 
como  él,  contra  quien  no  se  hallasen  algunas  ne- 
gligencias y  descuidos  en  dichos  ó  hechos,  pre- 
dicando, aconsejando  ó  escribiendo,  que  pudie- 
sen causar  algunas  tales  sospechas,  y  [más]  si  se 
hiciese  pesquisa  desto  contra  él  en  tanto  tiempo 
y  con  tan  gran  costa  y  diligencia  en  cuanto 
tiempo  y  con  cuanta  diligencia  se  ha  hecho 
contra  él.  Los  cuales  mismos  romanos  dicen 
que  en  menos  tiempo  y  con  menos  costa  y  di- 
ligencia se  hubieran  hallado  más  y  mayores 
conjeturas  de  que  él  siempre  ha  sido  católico, 
siendo  mayormente  notorio  que  la  Majestad  del 
Catolicísimo  Rey,  que  lo  conocía  enteramente, 
le  nombró  para  la  mayor  dignidad  de  todos  los 
reinos,  principalmente  por  conocer  que  era  tan 
gran  períeguidor  de  herejes;  y  que  si  antes  de 


206 


autobiografías  y  memorias 


su  nombramiento  como  [tal]  era  tenido  de 
todos  por  muy  docto,  asi  era  reputado  por  muy 
católico,  y  después  no  ha  empeorado. 

Lo  quinto,  que  de  todo  esto  se  sigue  que  el 
dicho  ilustrísimo  ha  alcanzado  victoria  en  lo 
principal,  aunque  algo  costosa  en  lo  accesorio, 
por  lo  cual  doy  las  mayores  gracias  á  Dios  que 
puedo  y  á  la  gloriosísima  Virgen  María,  Pa- 
trona  de  Toledo  y  Roncesvalles,  por  redundar 
ello  en  muy  gran  honra  de  Dios  y  de  su  san- 
tísima Madre  Iglesia  y  de  su  soberano  y  único 
presidente,  Nuestro  Santísimo  Señor,  de  la 
Iglesia  de  Toledo  y  de  la  muy  ilustre  Orden 
de  los  Predicadores,  de  toda  España  y  de  la 
Católica  Real  Majestad  do  suCatolicísimo  Rey, 
que  como  he  dicho  le  nombró  para  tanta  digni- 
dad, y  del  dicho  ilustrísimo  y  aun  de  mí,  por 
no  se  poder  decir  que  he  defendido  herejía  nin- 
guna suya  en  los  quince  años  de  los  diez  y 
siete  de  su  prisión,  que  por  mandado  de  la 
dicha  Real  Majestad  he  sido  su  abogado,  ni  he 
contravenido  á  la  protestación  que  á  su  señoría 
ilustrísima  le  hice  al  principio  sobre  que  había 
de  hacer  aquello  con  tal  condición  y  libertad  de 
que  ninguno  más  presto  que  yo  le  condenaría 
en  lo  que  le  hallase  hereje  ni  más  fielmente  le 
serviría  hasta  entonces.  Lo  cual  le  plugo  tanto 
que  me  dijo  que  yo  fuese  el  priuiero  que  le  lle- 
vase la  leña  si  tal  lo  hallase. 

Lo  sexto,  que  yo  quedo  alegre  por  este  su- 
ceso; aun  más  alegre  quedara  si  Su  Santidad 
juzgara  que  tampoco  había  caído  en  sospecha, 
como  yo  siempre  [creí]  á  buena  fe,  sin  mal  en- 
gaño, hasta  el  punto  que  oí  [lo  que]  la  senten- 
cia juzgaba  que  había  de  juzgar;  porque  como 
más  enteramente  conocía  su  casta,  su  vida,  su 
saber,  su  celo  de  la  fe  y  su  odio  contra  los  here- 
jes, y  su  devoción  acerca  de  la  Santa  Sede 
Apostólica  y  sen'icio  de  la  Católica  Majestad, 
creí  que  las  conjeturas  que  contra  él  fuesen  pro- 
badas no  bastaban  para  causar  sospechas,  sino 
que  la  muchedumbre  de  las  conjeturas  contra- 
rias deshacían  aquellas;  aunque  lo  contrario  ha 
parecido  á  Su  Santidad,  á  cuyo  muy  gran  jui- 
cio, no  solamente  por  ser  soberano  lugarte- 
niente de  Jesucristo  Nuestro  Señor  en  la  tierra, 
pero  aun  por  ser  doctor  doctísimo,  juez  justí- 
simo y  en  juzgar  experimentadísimo,  de  muy 
buena  gana  y  llanamente  someto  el  mío  muy 
pequeño,  con  esperanza  de  que  Su  Santidad  y 
Real  Majestad  se  apiadarán  del  después  que 
vieren  la  continuación  de  su  obediencia  y  hu- 
mildad y  ferviente  devoción  que  siempre  ha 
tenido  acerca  de  entrambos,  para  que  Dios, 
apiadándose  dellos,  á  entrambos  los  haga  feli- 
císimos en  el  suelo  y  el  cielo.  Amén. 

Esta  es  la  suma  de  las  nuevas  que  escribí  la 
semana  pasada,  que  fué  la  Semana  Santa,  que 
por  ventura  no  las  habrá  recibido  vuestra  mer- 


ced, á  las  cuales  añado  hoy  día  de  Pascua,  día 
cuarto: 

Que  el  dicho  señor  ilustrísimo,  el  segundo 
día  de  Pascua,  fué  á  andar  las  siete  iglesias 
con  solos  sus  criados,  en  ocho  coches,  y  fui  yo 
á  muía  como  más  mozo,  y  en  todas  ellas, 
exepta  la  de  San  Pedro,  fué  en  amaneciendo,  y 
en  la  de  Santa  María,  á  do  llegó  á  medio  día, 
aunque  no  estaban  avisados  fué  recibido  con 
grandísimo  amor  y  cortesia,  mostrándole  en 
día  trasordinario  tantas  y  más  reliquias  que  se 
suelen  mostrar  en  días  ordinarios,  aun  á  los 
Cardenales  y  á  los  otros  Príncipes,  habiéndole 
Su  Santidad  concedido  este  día  para  él  y  toda 
su  familia  que  le  acompañaba  jubileo  plenísi- 
mo, como  el  año  santo,  que  había  sido  una  gran 
cosa,  y  en  señal  de  alegría  que  han  tomado 
casi  todos  de  que  un  tan  gran  Prelado  haya 
salido  libre  y  limpio  de  herejía,  como  espe- 
raban. 

Añado  también  que  los  mayores  de  esta  cor- 
te se  han  maravillado  de  la  gran  paciencia  y 
generosísimo  ánimo  con  que  la  suspensión  de 
tantos  frutos  y  rentas  ha  recibido,  como  si  no 
fuese  nada,  por  no  tocarle  en  el  ánima. 

Después  de  esto  su  señoría  ilustrísima,  por 
haber  andado  las  siete  iglesias  todas  desde  la 
mañana  hasta  la  noche  en  coche,  como  arriba 
se  dice,  vino  á  la  Minerva  muy  indispuesto,  de 
lo  cual  se  le  recreció  calentura  y  no  pudo  ori- 
nar; así  que  el  miércoles,  segundo  de  mayo,  una 
hora  antes  del  día,  murió  en  el  propio  día  que  la 
santa  memoria  de  Pío  V,  y  del  mismo  mal, 
porque  le  sacaron  tres  piedras  mayores  que 
avellanas  que  del  curso  del  coche  se  le  remo- 
vieron y  fueron  causa  de  su  muerte. 

CAPÍTULO  DE  CARTA  INVIADA  AL  DOCTOR  NA- 
VARRO POR  UN  AMIGO  SUYO  EN  RESPUESTA 

De  todas  las  nuevas  que  vuestra  merced  me 
escribe  me  he  holgado  en  extremo,  porque  estoy 
deseoso  de  oirías,  aunque  cierto  quisiera,  en  las 
que  tocan  al  Arzobispo  de  Toledo  (que  Dios 
haya),  estuviera  vuestra  merced  más  considera- 
do y  más  desapasionado,  por  ser  el  negocio 
tan  graA^e  acerca  de  Dios  y  de  el  mundo  y  ser 
vuestra  merced  la  persona  que  es  en  edad  y  es- 
timación, mayormente  que  me  dicen  que  ha 
mandado  vuestra  merced  hacer  muchas  copias 
del  capítulo  de  esta  carta  que  me  escribió  y 
las  ha  esparcido  por  todo  el  mundo. 

En  verdad  digo  á  vuestra  merced,  señor 
doctor,  que  ha  sido  una  cosa  fuera  de  tino  y  de 
propósito,  y  de  que  podría  suceder  á  vuestra 
merced  alguna  desgracia.  Y  es  cierto  que  si  no 
supiera  haberla  vuestra  merced  hecho,  la  juz- 
gara fácilmente  ser  cosa  hecha  de  algún  mozal- 
billo sin  seso  y  sin  juicio.  Mas  pues  vuestra 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


207 


merced  lo  hizo  alguna  cosa  le  debió  de  luover 
á  hacerlo,  aunque  no  sea  sino  la  pasión  y  el 
haber  tanto  tiempo  defendido  tanto  número  de 
herejías  y  malas  proposiciones  como  dicen  por 
muy  cierto  se  han  hallado  en  los  escritos  y  libros 
del  Arzobispo,  y  vuestra  merced  á  ojos  ciegos 
las  defendía  todas. 

En  la  relación  de  estas  nuevas  me  propone 
vuestra  merced  seis  cosas.  Y  por  parecerme  ser 
razones  muy  sin  razón  e'  indignas  de  la  mano 
de  vuestra  merced,  y  ser  yo  tan  servidor  suyo 
y  estar  tan  informadísimo  de  esta  causa  de 
personas  que  lo  saben  muy  de  raíz,  y  que  no 
me  dirían  sino  la  pura  verdad,  quiero  responder 
á  cada  una  dellas  en  particular;  y  por  ventura 
sabrá  vuestra  merced  de  aquí  algunas  que  en 
el  proceso  de  la  causa  no  entendió,  movido 
por  ventura  de  la  mucha  afición  que  tenía  al 
Arzobispo. 

Lo  primero  que  vuestra  merced  dice  que  la 
causa  es  acabada  contra  la  opinión  de  algunos 
que  deseaban  que  nunca  se  acabase,  esto  ya 
sabe  vuestra  merced,  señor  doctor,  que  es  jui- 
cio temerario  y  revuelto  en  alguna  malicia, 
porque  entiende  lo  contrario;  y  poniendo  vues- 
tra merced  en  su  Manual  multitud  de  pecados 
mortales,  que  de  cada  cosa  forma  un  pecado 
mortal,  me  pesaría  mucho  que  se  le  olvidase  de 
hacer  conciencia  de  esto,  y  aun  añadirlo  en  el 
Manual  en  la  segunda  impresión,  si  la  dejan 
hacer,  porqiie  me  dicen  que  se  halla  no  sé  qué 
cerca  dello.  Plega  Dios  que  no  se  haga  sino  lo 
que  vuestra  merced  desea,  porque  cierto  á  sus 
servidores  nos  pesara  mucho. 

Lo  segundo,  dice  vuestra  merced  que  el 
Arzobispo  hubo  victoria  en  la  sentencia  que  en 
su  causa  se  dio. 

En  verdad  que  por  una  parte  estoy  por  de- 
cir que  vuestra  merced  tiene  razón,  pues  no  se 
le  dio  la  pena  que  el  Fisco  pedía;  mas  es  me- 
nester, señor  doctor  mío,  que  considere  vuestra 
merced  en  esto  dos  cosas:  lo  uno  las  palabras 
que  me  dicen  que  Su  Santidad  públicamente 
dijo  allí  al  Arzobispo,  acabando  de  hacer  la 
abjuración  de  vehementi,  porque  me  dicen  mu- 
chas personas  que  lo  oyeron  que  dijo:  «ique  mi- 
rase que  había  usado  con  él  de  mucha  miseri- 
cordia, pudiendo  usar  de  rigor,  mas  que  no 
usaba  de  él  atento  á  su  larga  prisión  y  que  ha- 
bía en  algún  tiempo  servido  á  la  Sede  Apostó- 
lica y  atento  á  la  dignidad  de  su  Iglesiay>. 

De  donde  se  colige  claramente  que  no  se  usó 
con  él  del  rigor,  pues  Su  Santidad  dice  que  usó 
con  él  de  misericordia.  Lo  uno,  porque  está 
clarísima  la  misericordia  que  con  él  Su  Santi- 
dad usó,  de  la  cual  ningún  juez  inferior  podía 
usar,  que  está  adstricto  á  la  ley  y  á  el  canon  y 
no  puede  dispensar  en  él  ni  derogarlo,  sino  eje- 
cutar ad  unguem  lo  que  el  derecho  tiene  orde- 


nado; mas  Su  Santidad,  como  supremo  prítici- 
pe  y  legislador,  por  causas  y  respectos  que  le 
mueven,  puede  dispensar  en  la  ley  y  derogarla 
cuando  le  parezca  y  mitigar  la  pena  ordinaria' 
como  en  esta  causa  la  mitigó  por  las  causas 
arriba  dichas  y  otras  que  á  Su  Santidad  pu- 
dieron mover;  porque,  según  me  dicen  personas 
que  saben  esta  causa  muy  de  raíz  y  la  han  no- 
tado mucho  tiempo,  el  Arzobispo,  ultra  de  lo 
que  contra  él  habían  testificado  ciento  y  trein- 
ta y  siete  testigos,  de  los  cuales  ninguno  deja 
de  picarle  poco  ó  mucho,  había  comentado  la 
Epístola  de  San  Pablo  ad  Galatas  en  todos 
los  seis  capítulos  que  la  epístola  tiene,  ayudán- 
dose en  esto  de  Martín  Lutero  que  la  comen- 
tó, y  usando  en  esta  composición  de  grandísi- 
mo artificio  y  cautela  para  que  no  se  conociese 
de  dónde  se  sacaba,  tomando  algunos  renglo- 
nes de  aquel  hereje  é  ingiriendo  otros  de  otra 
parte,  y  después  voMa  otra  vez  al  hereje,  y  de 
lo  que  de  allí  tomaba  mudaba  el  singular  en 
plural,  etc.,  y  contra,  lo  de  activa  en  pasiva,  é 
usaba  de  otras  infinitas  invenciones  y  mutacio- 
nes y  retrocesiones,  que  se  espantan  los  que  lo 
han  visto  de  el  inmenso  trabajo  que  allí  puso. 

ítem  me  dicen  que  comentó  la  Epístola  ad 
Bomanos  hasta  los  12  capítulos,  ayudándose  de 
Martín  Lutero  sobre  la  misma  epístola,  con  el 
mismo  artificio  de  invenciones  y  mutaciones  y 
adiciones  que  la  pasada, 

Dícenme  también  que  tenía  comentada  la  se- 
gunda Canónica  de  San  Juan  toda  entera, 
ayudándose  de  Ecolampadio,  sobre  la  misma 
Canónica,  con  el  artificio  y  trabajo  arriba  dicho. 

ítem,  que  había  escrito  sobre  las  Epístolas 
ad  Philipenses  et  ad  Colosenses,  ayudándose 
de  diversos  herejes,  con  aquel  artificio,  para  que 
no  fuesen  conocidos. 

ítem,  que  comentó  la  Profecía  de  Isaías  en 
todos  sus  capítulos,  sacándola  de  Ecolampadio, 
con  la  misma  maña  y  artificio  que  la  pasada. 

ítem,  que  había  escrito  sobre  Ecequiel  y  Je- 
remías, ayudándose  de  Ecolampadio,  de  la  mis- 
ma manera. 

ítem,  algunos  tratados  de  Spiritu  et  litte- 
ra;  De  differentia  novi  et  veteri  Testamenti,  et 
dijferentia  legis  et  Evangelii,  y  otros  más,  to- 
mándolos, con  aquel  mismo  artificio,  de  Feli- 
pe Melanchton. 

ítem,  hizo  algunos  tratados  sobre  algunos 
Evangelios,  tomándolos,  de  la  misma  manera, 
de  homilías  de  Martín  Lutero. 

ítem,  tenía  el  libro  de  Brencio  sobre  Job,  y 
le  quitó  el  prólogo  y  le  puso  otro  escrito  y  fir- 
mado de  su  mano,  sacado  con  el  mismo  artifi- 
cio de  Ecolampadio  sobre  Job. 

Y  que  puso  escolios  al  Brencio  por  toda  la 
obra,  hasta  el  último  capítulo,  sa'^ados  de  la 
misma  manera  de  Ecolampadio,  y  los  ponía  en 


208 


autobiografías  y  memorias 


el  margen  enfrente  de  muchas  herejías  que 
Brencio  allí  tiene,  y  no  había  palabra  de  confu- 
tación en  ninguno  de  los  escolios,  antes  pare- 
cía aprobación,  y  lo  quería  imprimir  en  su 
nombre. 

Y  otras  muchas  cosas  á  este  tono  me  dicen ; 
y  que  en  todas  estas  obras,  ó  en  las  más  dellas, 
se  ha  notado  una  gran  multitud  de  herejías  ó 
proposiciones  heréticas,  erróneas,  de  vehementi 
suspectas,  escandalosas  y  de  otras  muchas  cali- 
dades, repartidas  por  todas  ellas. 

Pues  siendo  esto  así,  como  sin  falta  lo  es, 
porque  las  personas  que  me  lo  han  dicho  no 
me  dijeran  otra  cosa,  ultra  de  que  lo  más  dello 
se  refiere  en  la  sentencia,  ya  sabe  vuestra  mer- 
ced, señor  doctor,  la  pena  de  compositor  de 
obras  donde  hay  herejías,  la  cual  raras  veces  ó 
ningunas  por  jueces  inferiores  se  perdona,  por- 
que el  que  escribe  premedita,  y  la  premedita- 
ción arguye  mal  ánimo  y  pertinaz;  y  así,  aun- 
que se  convierte,  se  presume,  que  formidine 
pena'  et  non  virtutis  amore  se  convierte,  y  de 
esta  suerte  se  puede  usar  con  él  de  rigor. 

Ni  tampoco  se  admite  lo  que  vuestra  merced 
dice  que  eran  memoriales  para  confutar  los  he- 
rejes. 

Porque  demás  de  que  no  hay  confutación  en 
ellos  alguna,  esta  respuesta  no  se  compadece 
con  las  repeticiones  que  el  Arzobispo  hace 
en  sus  obras  de  las  mismas  proposiciones,  y  se 
alega  asimismo  de  unas  en  otras,  citando  la 
hoja  y  el  capítulo;  ni  con  la  dogmatización  y 
publicación  que  de  ellas  hizo,  como  debajo  diré, 
que  el  que  saca  de  herejes  para  confutar  no  ha- 
ce composición  de  toda  la  obra  entera,  sino  en 
las  partes  adonde  es  necesaria  la  confutación;  y 
entonces  no  usa  de  aquellas  invenciones  y  mu- 
taciones, sino  saca  al  pie  dp  la  letra  el  dicho 
del  hereje  y  luego  pone  al  pie  la  confutación, 
como  han  hecho  todos  los  que  escribieron  con- 
tra herejes.  Y  así  vuestra  merced  me  peí  done, 
que  esta  respuesta  no  está  en  su  lugar  ni  debe 
ser  admitida. 

Dícenme  también  que  el  libro  del  Catecismo 
es  de  la  misma  manera  sacado  de  diversos  he- 
rejes, de  Lutero,  de  Bucero,  de  Ecolampadio, 
de  Melanchton,  de  Calvino,  de  las  Consideracio- 
nes de  Valdés,  aquel  grande  hereje,  y  que  en 
él  se  han  hallado  gran  multitud  de  proposicio- 
nes heréticas,  erróneas,  vehementis  suspectas,  y 
de  las  otras  cualidades  que  arriba  dije.  Por  cier- 
to donoso  libro  para  catequizar  muchachos  y 
para  andar  en  lengua  vulgar  que  lo  leyesen 
mujeres  y  hombres  idiotas,  y  para  que  vuestra 
merced  lo  mandase  leer  á  su  tabla  cuando  co- 
mía y  cenaba,  delante  de  sus  criados  y  de  cuan- 
tos allí  estaban,  sabiendo  cierto  que  estaban  no- 
tadas en  él  más  de  doscientas  y  treinta  propo- 
siciones de  malas  cualidades,  y  que  estaba  mal 


recebido  y  prohibido  en  España  desde  el  año  de 
1558.  Y  aunque  sea  verdad  que  aquella  cons- 
titución no  ligue  acá  al  subdito,  pareciera  muy 
bien  que  una  persona  de  tanta  calidad  y  edad 
como  vuestra  merced  se  abstuviera  de  mandar 
leer  á  su  mesa  semejante  cosa,  pues  no  falta- 
ban otros  mejores  libros  de  buena  doctrina  que 
se  pudiei'an  leer.  Mas,  como  ya  tengo  dicho,  la 
pasión  ciega  la  vista  muy  clara. 

Demás  desto  me  dicen  que  no  contento  el 
Arzobispo  con  haber  compuesto  estas  obras  que 
arriba  referí,  las  publicó,  dogmatizó  á  sus  dis- 
cípulos y  algunas  dellas  á  todo  el  mundo.  Y 
esto  en  tres  maneras. 

La  primera,  que  las  tenía  en  su  cámara  y  es- 
tudio y  las  dejaba  trasladar  á  todos  los  discí- 
pulos que  las  querían  trasladar,  y  así  las  tras- 
ladaron muy  muchos  y  repartieron  por  toda 
España;  y  algunos  interpretaban  algunas  de- 
llas en  vulgar  castellano  y  las  daban  á  monjas 
y  á  otras  mujeres  seglares,  las  cuales  las  pre- 
ciaban mucho  por  ser  cosas  del  Arzobispo  de 
Toledo,  y  algunas  dellas  fueron  después  he- 
rejes. 

La  segunda  fué  que  leyendo  en  Palencia  la 
Epístola  de  San  Pablo  ad  Galatas  leía  y  con- 
sultaba aquella  obra  que  había  sacado  de  Lute- 
ro sobre  aquella  epístola,  y  se  hallan  en  los 
cartapacios  de  sus  discípulos  las  mismas  pro- 
posiciones de  Lutero  que  están  en  el  del  Ar- 
zobispo ;  y  que  leyendo  en  Valladolid  la  Profe- 
cía de  Isaías,  leyó  la  de  Ecolampadio,  como  la 
tenía  sacada,  hasta  los  30  capítulos,  y  no  pasó 
más  adelante  por  ocupaciones  que  tuvo. 

Y  allí  leyó  él  también  la  Canónica  de  San 
Juan  que  había  compuesto  de  Ecolampadio,  y 
que  en  los  cartapacios  de  los  discípulos  se  ha- 
llan la  misma  doctrina  y  proposiciones  de  Eco- 
lampadio, y  otras  cosas  más  de  esta  suerte. 

La  tercera,  que  divulgó  por  todo  el  mundo 
el  libro  del  Catecismo  en  estampa,  en  el  cual  se 
contiene  la  doctrina  que  está  dicha. 

Pues  siendo  esto  tan  verdad  como  vuestra 
merced  sabe,  no  sé  por  qué  se  queja  de  la  sen- 
tencia, pues  entiendo  que  por  sólo  esto  mere- 
cía lo  que  vuestra  merced  sabe.  Y  en  todo  esto 
no  hay  duda  alguna. 

También  me  dicen  que,  habiendo  oído  á  don 
Carlos  de  Sesso  el  negar  el  purgatorio,  fun- 
dándose con  autoridades,  y  estando  presente 
Pedro  de  Cazalla,  no  lo  denunció  á  los  Inqui- 
sidores, como  estaba  obligado,  mayormente  ha- 
biendo dos  testigos  con  que  poder  probarse, 
conviene  á  saber,  el  mismo  Arzobispo  y  Pedro 
de  Cazalla,  que  eran  bastante  para  hacerle  que- 
mar. 

Mas  ni  tampoco  lo  corrigió  como  debiera.  Y 
en  tal  caso,  como  vuestra  merced  sabe,  no  ha- 
bía lugar  de  corrección,  pues  había  número  de 


DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 


209 


testigos  con  que  probarse  el  delito,  máxime 
que  del  que  funda  la  herejía  con  autoridades  no 
se  espera  enmienda  por  corrección  de  poco 
tiempo.  Y  así,  aunque  lo  corrigiera,  claro  estaba 
que  no  se  podía  esperar  del  enmienda,  pues  se 
apartaba  de  una  cosa  tan  versada  en  la  Iglesia 
de  Dios,  alegando  y  trayendo  para  ello  autori- 
dades. 

Y  como  don  Carlos  vio  que  no  lo  denuncia- 
ba ni  corregía,  confirmóse  más  en  su  opinión  y 
comenzó  á  dogmatizarla  y  á  enseñarla  entre 
mucha  gente,  de  donde  vino  á  hacer  gran  par- 
te del  estrago  que  en  años  pasados  por  nues- 
tros pecados  vimos  en  Valladolid. 

Y  tambie'n  el  Pedro  de  Cazalla,  como  enten- 
dió que  su  maestro  tan  poco  caso  hacía  de  aque- 
llo, abrazó  aquella  opinión  y  la  enseñó  á  mu- 
chos hombres  y  mujeres,  sus  feligreses,  los  cua- 
les unos  fueron  quemados  y  otros  reconciliados. 

Por  manera  que,  siendo  esto  así,  como  por 
muy  cierto  lo  afirma  quien  lo  vio  en  el  proceso 
probado,  grandísima  razón  tenia  España  de  la- 
mentarse y  quejarse  de  quien  tanto  mal  la  hizo 
y  fué  causa  de  tanta  ruina,  pudie'ndolo  estorbar. 

Dicen  asimismo  que  en  esta  causa  ha  andado 
harto  falto  de  verdad,  habiendo  jurado  de  de- 
cirla, y  que  se  le  pueden  notar  al  pie  de  cua- 
renta lugares  á  donde  no  la  dijo;  por  lo  cual, 
siendo  causa  de  fee  y  delante  del  Vicario  de 
Cristo,  merecía  grandísima  pena,  aunque  no  hu- 
biera otra  razón,  como  vuestra  merced  mejor 
sabe;  y  de  esto  no  hace  vuestra  merced  caso, 
como  si  no  fuera  nada.  Dice  vuestra  merced  en 
el  tercero  capítulo  que  aunque  Su  Santidad  de- 
claró al  Arzobispo  por  sospechoso  de  herejía, 
pero  que  luego  in  continenti,  en  dándose  la  sen- 
tencia, se  purgó. 

Yo  no  estaba  allí  para  poder  testificar  lo  que 
pasó;  mas  personas  que  se  hallaron  presentes, 
á  quienes  les  mostré  este  capítulo,  ¿no  habrán  de 
reirse  de  vuestra  merced,  diciendo  que  la  mucha 
afición  tiene  á  vuestra  merced  embelesado,  ó  que 
como  entiende  poco  de  cosas  de  Inquisición  no 
sabe  qué  cosa  es  abjuración  de  vehementi  ni  la 
forma  della?  pues  dice  que  en  dándose  la  sen- 
tencia quedó  purgado  de  las  sospechas  de  he- 
rejía con  las  cuales  fué  declarado  por  sospe- 
choso. 

Cierto  á  mí  me  pesó  por  haber  mostrado  á 
aquellas  personas  este  capítulo,  y  se  lo  mostré 
pensando  que  no  sabían  tanto  de  la  causa  como 
después  entendí  que  sabían,  y  que  no  entendían 
el  oficio  de  Inquisición  como  me  parece  lo  en- 
tienden. Y  habiéndolos  entendido,  comencé  á 
revueltas  dellos  á  reírme  de  vuestra  merced, 
porque  aunque  soy  su  amigo  y  servidor,  dícen- 
me  que  es  más  amiga  la  verdad  hablando  en  las 
plazas,  como  dice  el  Sabio.  En  tan  poco  tiene 
vuestra  merced   una  al)iuración    de  vehementi 


que  está  en  un  tumbo  de  dado  el  quemar  á  un 
hombro  que  la  hizo  si  después  acierta  á  caer  en 
la  herejía  que  abjuró,  ó  en  otra  cualquiera, 
como  dicen  que  es  muy  claro  derecho.  Y  así 
aquellas  personas  no  quedan  purgadas,  pues 
después  dicen  ó  hacen  lo  mismo  [é]  incurren 
en  la  herejía ,  y  esto  no  ignora  vuestra  merced, 
mas  lo  que  he  dicho  le  impide  no  querer  confe- 
sarlo. 

Y  bien  sabe  vuestra  merced  que  aquella  sus- 
pensión del  arzobispado  fué  una  honesta  mane- 
ra de  privación  que  Su  Santidad,  por  mucha  pie- 
dad y  misericordia,  quiso  usar.  Y  hubiera  vues- 
tra merced  de  acabar  de  entender  que  aquello 
que  se  decía  en  la  sentencia,  ad  heneplacitum 
iSedis  Apostolice',  importaba  algún  misterio.  Y 
si  bien  discurría  vuestra  merced,  según  su  edad 
le  daba  lugar  (porque  de  muchas  cosas  pasadas 
nacen  los  discursos),  se  hubiera  de  persuadir  que 
aunque  el  Arzobispo  viviera  muchos  años  no 
volviera  á  España.  Mas  lo  que  tengo  dicho  no 
le  ha  dado  lugar  á  pensar  en  ello,  y  así  aquella 
diferencia  que  vuestra  merced  pone  entre  sus- 
pensión de  órdenes  ó  beneficio  no  tiene  aquí  lu- 
gar por  los  tres  respetos  arriba  dichos,  y  es 
fuera  de  propósito  y  no  para  entre  estudiantes  y 
oyentes  considerando  lo  ine  á  otros  se  dice. 

Cuanto  á  lo  que  vuestra  merced  dice  que  lle- 
vándolo á  la  Minerva  lo  trataron  de  ilustrísi- 
ma,  no  tengo  que  decir  sino  que  vuestra  mer- 
ced, como  es  tan  bueno  y  trata  al  tiempo  anti- 
guo, tiene  en  mucho  lo  que  agora  se  usa,  es- 
pecialmente entre  la  nación  italiana,  que  es  cor- 
tesísima  con  todos,  máxime  con  un  hombre  que 
le  llevaban  afligido  y  preso  de  aquella  manera, 
al  cual  no  era  razón  sino  honrar  lo  más  que  se 
pudiese.  Mas,  pues  los  que  le  llevaban  se  halla- 
ron presentes  á  la  sentencia,  pregúnteles  lo  que 
sintieron  allí  de  él,  y  ellos  lo  dirán,  y  por  ven- 
tura lo  dicen.  Y  no  me  harto  de  reir  de  que  en 
este  capítulo  confunde  vuestra  merced  dos  ve- 
ces la  abjuración  de  vehementi  con  la  purgación, 
como  si  no  hubiera  visto  los  derechos  que  po- 
nen la  diferencia  entre  ellas. 

En  el  cuarto  capítulo  dice  vuestra  merced 
que  los  romanos,  gente  de  mucha  prudencia, 
dicen  que  no  se  maravillan  que  contra  el  Arzo- 
bispo se  hayan  hallado  estas  cosas,  porque  ape- 
nas en  todo  el  orbe  se  hallará  hombre  que  haya 
hecho  lo  que  él  ha  hecho,  con  tanto  trabajo  y 
artificio  y  cuidado,  para  venir  á  caer  en  la  aflic- 
ción que  cayó.  Y  si  el  orbe  se  dice  al  de  Espa- 
ña, no  se  hallará  hombre  que  liasta  hoy  haya 
llevado  la  doctrina  y  frases  de  los  herejes  deste 
tiempo  como  el  Arzobispo,  según  arriba  está 
dicho.  Y  esto  no  se  puede  negar  si  no  es  con 
grande  pasión. 

Y  por  otra  parte,  yo  he  oído  á  muchos  ro- 
manos de  mucha  prudencia  que  se  maravillaban 


210 


autobiografías  y  memorias 


de  lo  que  allí  oyeron,  teniendo  de  vuestra  mer- 
ced y  de  otros  tan  diferente  relación. 

No  sé  á  quie'n  crea,  aunque  entiendo  lo  que 
arriba  está  dicho;  allegóme  á  estos  últimos.  Y 
á  lo  que  vuestra  merced  dice  que  por  su  bondad 
fue'  promovido  al  arzobispado  de  Toledo,  no 
haga  vuestra  merced  de  esto  mucho  caso;  por- 
que los  ojos  humanos  no  ven  lo  interior,  y  para 
alcanzar  el  arzobispado  de  Toledo  no  había  de 
ser  hombre  disoluto  ni  profano,  mayormente 
siendo  fraile  dominico  y  persona  tan  conocida 
como  él  era.  Y  sabe  vuestra  merced  que  dicen 
los  santos  que  ésta  es  la  condición  de  los  here- 
jes, para  mejor  atraer  á  sí  las  gentes  y  el  pueblo, 
porque  si  fuesen  disolutos  todos  huirían  dellos. 
Y  así  en  esto  no  hay  que  hablar,  que  es  cosa 
muy  vulgar. 

Vuelve  vuestra  merced  en  el  quinto  capítu- 
lo á  decir  que  el  Arzobispo  alcanzó  victoria. 

A  esto  ya  está  arriba  respondido.  Y  cierto 
que  se  había  vuestra  merced  de  correr  que  en 
los  diez  y  siete  años  los  quince  ha  sido  Aboga- 
do del  Arzobispo.  Confieso  ser  así.  Mas  ultra 
de  lo  que  muchas  veces  oí  á  Santander,  los  mis- 
mo«!  criados  del  Arzobispo  dicen  ahora  que 
vuestra  merced  no  se  puede  excusar  de  culpa,  ó 
que  no  entendió  el  negocio;  y  no  entendiéndolo 
estaba  obligado  á  buscar  quien  se  lo  diese  á  en- 
tender, por  no  echarlo  á  perder,  y  si  lo  enten- 
dió los  engañó  diciéndoles  que  no  era  nada  y 
que  saldría  el  Arzobispo  muy  libre.  Y  así  les 
hizo  estar  esperando  y  gastando  sus  haciendas 
y  tiempo,  de  manera  que  quedaron  como  vues- 
tra merced  ahora  los  ve.  Y  esto  todo  se  hizo 
con  la  confianza  que  en  la  autoridad  de  vuestra 
merced  tenían. 

Dice  vuestra  merced  en  el  sexto  capítulo  que 
quedó  alegre  por  el  suceso,  aunque  más  alegre 
quedara  si  Su  Santidad  juzgara  que  tampoco 
había  caído  en  sospecha. 

Y  si  vuestra  merced  quiere  decir  que  holgara 
que  no  hubiera  culpa  por  donde  le  declararan 
haber  caído  en  sosoecha,  es  muy  santo  deseo  y 
así  lo  deseaban  todos  los  cristianos,  ó  no  lo  eran 
si  esto  no  desearan.  Mas  si  quiere  decir  que  ha- 
bienda  culpa  holgara  que  no  le  dieran  esta 
pena,  es  desear  una  injusticia  muy  grande  en 
cosa  que  inmediatamente  toca  á  Dios,  en  la 
cual  toda  piedad  es  reprobada  y  se  pudiera  con 
razón  llamar  impiedad. 

Dice  vuestra  merced  al  fin  de  lo  tocante  á 
esta  materia  que  el  Arzobispo  fué  á  visitar  las 
iglesias  con  ocho  coches  y  que  vuestra  merced 
fué  á  muía  como  más  mozo. 

Y  por  lo  que  deseo  servir  á  vuestra  merced 
quisiera  no  hablar  en  ello,  que  cierto  dicen  to- 
dos que  fuera  mejor  no  ir  en  coche  ni  vuestra 
merced  á  muía  para  suceder  lo  que  sucedió, 
porque   dicen   sus   criados   públicamente   que 


vuestra  merced  le  mató;  que  como  vuestra  mer- 
ced daba  prisa  á  que  los  coches  caminasen  y 
él  tuvo  compasión  de  vuestra  merced  del  mu- 
cho sol  que  le  daba,  mandó  dar  furia  al  coche 
y  con  el  gran  movimiento  se  le  movieron  los 
intestinos,  y  por  no  pararse  y  hacer  daño  á 
vuestra  merced  aunque  tuvo  gana  de  orinar 
detuvo  la  orina;  de  manera  que  vuestra  mer- 
ced, como  mozo,  lo  mató  en  campo.  De  la  cor- 
tesía que  en  las  iglesias  se  le  hizo  no  se  mara- 
ville vuestra  merced,  porque  es  condición  na- 
tural de  gente  italiana,  como  tengo  dicho,  prin- 
cipalmente en  cosas  espirituales,  á  quien  tanta 
necesidad  tenía  dellas. 

Lo  que  últimamente  dice  que  los  mayores  de 
esta  corte  se  maravillaban  de  la  paciencia  que 
el  Arzobispo  tuvo  por  habérsele  quitado  los 
frutos,  creo  cierto  (salvo  el  mejor  juicio)  que 
no  dijo  vuestra  merced  esto  sin  alguna  mali- 
cia, queriéndonos  notar  de  que  más  se  admira- 
ban de  la  paciencia  de  quitarle  los  frutos  é  in- 
tereses que  de  la  que  tuvo  de  una  afrenta  tan 
grande  de  una  abjuración  de  vehementi,  y  otras 
muchas  penitencias,  que  sobre  esto  no  hable- 
mos más. 

Sólo  suplico  á  vuestra  merced,  por  amor  de 
Dios,  que  se  deje  de  tratar  destas  cosas  por- 
que no  le  están  bien,  y  me  pesaría  en  extremo 
que  alguno  de  los  que  aquí  están  de  la  Inqui- 
sición de  España  supiese  del  capítulo  de  esta 
carta  que  vuestra  merced  me  escribió,  que  no 
podrían  dejar  de  dar  noticia  dello  á  Su  Santi- 
dad antes  que  dar  á  vuestra  merced  reprehen- 
sión. Aunque  creo  por  otra  parte  que  ninguno 
dellos  hablaría  en  ello,  porque  les  parecería  ser 
más  autoridad  no  hacer  caso  de  niñerías  y  de 
cosas  de  que  todos  se  han  reído;  de  lo  cual  á 
mí  no  me  pesa,  porque  quiero  y  amo  á  vuestra 
merced  como  á  las  niñas  de  mis  ojos,  y  siento 
mucho  que  en  tan  largos  años  se  le  muestre 
tan  sobrada  pasión;  de  manera  que  encomiendo 
á  vuestra  merced  se  la  quite  y  tenga  por  muy 
buena  la  sentencia  del  Vicario  de  Cristo,  el 
cual  en  semejantes  materias  no  puede  errar, 
como  creo  en  esta  presente  causa  no  habrá 
errado,  antes  fué  en  ella  muy  guiado  y  alum- 
brado por  el  Espíritu  Sancto,  el  cual  le  alum- 
bra y  tiene  de  su  mano  en  todas  las  cosas  que 
en  su  vicariato  ejercita,  mayormente  en  las  to- 
cantes á  la  fee,  y  quien  tuviere  lo  contrario  será 
malo  y  perverso  y  digno  de  gran  castigo. 

Y  advierta  vuestra  merced  que  no  comuni- 
que este  capítulo  á  nadie,  porque  está  en  él 
toda  la  médula  de  la  causa;  en  la  cual,  si  bien 
se  advierte,  hay  pocas  cosas  que  favorezcan  la 
opinión  de  vuestra  merced,  según  me  han  di- 
cho, porque  yo  de  esto  poco  sé. 

FIN 


DISCURSO  DE  LÁ  VIDA 


DEL 


IIÜSTRHO !  REllEilSIi  Sltt  il  IIAEIM  OE  iliU 


ARZOBISPO   DE   VALENCIA 
HASTA   NUEVE   '   DÍAS    ANTES   QUE   DIOS    NUESTRO   SEÑOR   LE   LLEVASK    CONSIGO 

ESClíITO  POR  sí  MISMO  ' 


En  el  nombre  de  Dios  simplicísimo,  Omnipo- 
tente, Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo;  qu¿  i'ocat 
ea  quce  non  sunt  tanquam  ea  quo'  sunt  ^,  qui 
suscitat  de  pulvere  egenum,  ut  sedeat  cum  prin- 
cipibus  et  solium  glorüe  teneat  *  y  para  su  ala- 
banza solamente  sea  '  dicho  lo  que  se  dirá,  y 
para  que  naide  pierda  de  sus  inmensas  miseri- 
cordias la  confianza  que  se  debe  tener,  cuyos 
efectos  habemos,  mientras  habemos  vivido  en  el 
mundo,  no  solamente  entendido  y  creído,  pero 
casi  palpado  y  experimentado;  por  lo  cual  habe- 
mos querido  ''  escribir  el  discurso  de  nuestra  "^ 
trabajosa  vida,  y  no  para  fin  de  jactancia,  ni  ^ 
alabanza;  porque  bien  entendemos  que  si  algo 
bueno  ha  habido  en  nuestras  acciones  ha  sido 
todo  de  la  larga  mano  de  Dios,  y  lo  malo  (que 
ha  sido  mucho)  ha  sido  de  la  cosecha  de  nues- 
tras imperfecciones,  flaquezas  y  miserias.  Dire- 
mos en  el  discurso  del  cuento  dellas  lo  que  hace 
al  caso,  porque  Dios  sea  engrandecido  en  la  opi- 
nión de  los  hombres  que  tienen  poca  fé  y  están 
todos  ^  pendientes  de  su  prudencia  carnal  y 
diligencias  humanas,  sin  hacer  caso  de  la  despo- 
siciún  ^^  de  Dios,  como  sea  cierto  que,  aunque 
encubiertamente,  nadie  se  mueve  sin  ella,  ni  aun 
las  hojas  en  el  '•  árbol,  como  las  Sanctas  Es- 
cripturas  lo  testifican  *2  y  la  buena  Filosophia 
lo  enseña,  y  [diré]  lo  que  fuere  para  *^  edifica- 
ción del  discurso  ordinario  de  nuestra  vida  y 
estado,  dejadas  las  cosas  secretas  buenas  y 
malas  para  Dios  que  las  ha  de  juzgar  y  pre- 
miar, todo  con  simplicidad  y  verdad,  como  ha 
pasado  por  mí,  sin  añadir  ni  quitar  nada,  y  así 

'  G.  cuatro.—*  Publicamos  este  libro  con  arreglo 
al  ms.  de  la  Bibl.  Nao.  G.  155  (siglo  xvil;  en  folio), 
corrigiendo  las  no  pocas  erratas  que  contiene,  y  anota- 
mos las  principales  variantes  de  los  mss.  X.  303  (siglo 
XVII;  en  8.°),  T.  265  (siglo  xvill;  en  4.»)  y  otro  que 
fué  de  Gayangos  (siglo  XVIII;  en  4.o).  Designare- 
mos los  tres  primeros  con  las  letras  G.,  X.  y  T.). — 
*  Epüt.  acl  Romanos,  IV,  17.— <  LÍhro  1  de  los 
Reyes  II,  8.  -  ^  X.  y  G.  se  ha.  — «  queremos.  —  '  T. 
y  G.  de  la.  —  '  y.  —  ^  todo.  —  '"  las  disposiciones.  — 
*•  del, — "  certifican.—*^  de. 


lo  testificamos  á  Dios,  á  '  cuya  presencia  ^  es 
cribimos  esto. 


CAPITULO  PRIMERO 

De  nuestra  natiridad  y  padres  naturales. 

Yo  nací  en  la  villa  de  Segura  de  la  Sierra, 
lugar  del  '  Orden  de  Santiago,  año  de  1503  ó 
de  1504,  porque  en  un  año  andaba  *  mi  madre 
dudosa,  que  no  sabía  determinarse;  nací  en  el 
mes  de  noviembre,  y  según  á  mi  madre  oí  decir, 
comencé  á  nacer  día  de  San  Martín,  estando  el 
sol  casi  en  los  primeros  grados  del  Sagitario,  y 
acabé  de  nacer  estando  el  sol  en  el  tercero  grado 
de  Sagitario  (oriente  solé),  porque  tuvo  mi 
madre  de  mí  un  parto  el  más  difícil  ^  que  se 
ha  visto,  porque  estuve  ''  una  tarde  y  dos  días 
en  nacer,  de  que  llegó  mi  madre  á  tanto  extre- 
mo ',  y  tan  sin  fuerza,  que  ya  no  le  daban 
vida;  y  así,  por  nacer  oriente  solé  fui  algo  apa- 
sionado de  la  vista,  y  por  el  accidente  que  tuve 
de  Sagitario  fui  de  medio  cuerpo  abajo  peloso, 
y  aficionado  al  campo  y  cosas  de  grande  difi- 
cultad, por  el  nacimiento  que  tuve  tan  dificul- 
toso; y  así  creemos  á  los  geománticos  *  y  astró- 
logos, que  notaban  ^  bien  la  vida  laboriosa  en 
grande  manera  que  había  de  tener  en  este 
mundo,  lo  cual  comprobó  bien  la  consecuencia 
de  las  cosas,  como  parece,  así  de  necesidades 
como  de  persecuciones;  fui  bautizado,  por  haber 
salido  atormentado  á  la  luz  de  este  mundo,  al 
tercero  día  en  la  iglesia  parrochial  de  Santa 
María  de  aquella  villa,  por  ministerio  de  Juan 
Román,  vicario  y  cura  de  ella,  hombre  viejo, 
sencillo  y  buen  sacerdote;  pusiéronme  el  nom- 
bre del  día  en  que  nací,  á  honor  del  glorioso 
confesor  y  pontífice  San  Martín,  Obispo  de 
Tours  '".  Parióme  mi  madre  siendo  de  quince 
años  ó  dieciséis;  fui  el  primero  génito  ^'  de  ella. 

*  en.—'  G.  penitencia.— 3  de  la.—*  estaba.—^  difi- 
cultoso.—' tardé. — '  T.  estrecho.—»  T.  guálicos.  G. 
gebálicos.— 3  G.notan.  — '"G.Turios.— «'  primogénito. 


212 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Nací   de  honestos  padres  y  de  legítimo   ma- 
trimonio, aunque  obscuro,  por   ol   tener  poco. 
Mi  padre  era  natural  del  Valle  de  Ayala,  de 
una  de  las  casas  principales,  aunque  no  de  las 
más  ricas  de  aquel   valle,  porque   era  de    las 
cinco  ó  seis  que  hay  fama  constante  y  escritura 
aute'ntica  que  son  descendientes  de  la  casa  que 
hoy  llaman   de   Ayala  ó  Respaldisol  '  y  des- 
cendientes 2  del  Infante  Don   Vela  ^,  Señor 
de  xlyala,  como  más  largamente  se  contiene  en 
el  libro  de  becerro  *.  Tenía  deudos  en  la  casa 
de  Mierzo  ^;  esto  de  ^  parte  de  su  padre;  por 
la  otra  parte  venía  de  los  Ángulos  y  de  la  casa 
de   Minaya   ';   lo  que  á  mi  me  parece  le   oí 
decir  es  que  la  ocasión  de  su  venida  á  aquellas 
partes  fue'  el  haberse  hallado  en  la  muerte  de 
un  pariente,  el  mayor  de  su  casa,  por  donde  fué 
necesario  perder  para  siempre  su  naturaleza. 
Pasó  en  Flandes  en  la  armada  en  que  Gómez 
González  de  Butrón  llevaba  á  la  Archiduquesa 
D(jña  Juana,  que  después  fué  Reina  de  España, 
mujer  de  Filipo,  Conde  de  Flandes  y  Duque 
de  Austria,  el  cual  después  fué  Rey  de  Casti- 
lla, primero  deste  nombre,  padre  del  invictí- 
simo Emperador  Don  Carlos,  de  gloriosa  me- 
moria, mi  señor;  y  de  allí  pienso  que  por  medio 
del  Conde  de  Paredes  y  Don  Pedro  Manrique 
(los  cuales  eran  cuñados  deste  Gómez  de  Bu- 
trón y  estaban  privados  *  en  casa  de  aquellos 
Príncipes,  los  cuales  eran  Comendadores  y  Se- 
ñores de  aquella  tierra  de  donde  era  mi  madre 
y  donde  yo  nací),  enderezó  su  vida,  donde  casó 
con  mi  madre  año  de  1501  ó  de  1502,  hom- 
bre ya  de  cuarenta  años   ó  más,   con  •   una 
capa  y  una  espada,  que  no  sé  más  que  trajese 
otra  cosa,  ni  hube  yo  más  del,  salvo  ">  la  ge- 
nitura.  Mi  madre  era  natural  del  mesmo  lugar 
de  Segura,  de  los  Díaz  y  de  Rodríguez  Ne- 
gretes,  ó  Hegretes  ó  ^  egretes  ^',  de  allí,  que  era 
lo  mejor  y  lo  más  antiguo  del  pueblo,  de  par- 
tes '^  de  su  madre;  y  de  partes  de   su  padre 
era  do  Yeste,   de  los  Suárez  y  Bermúdez,  los 
cuales  eran  de  las  mejores  parentelas  de  allí,  á 
lo  que  se  cree  hijosdalgo,  porque  todos  eran 
gentes  '3  de  frontera,  y  eran  de  las  montañas 
de  Galicia,  y  como  eran  libres  por  razón  de  la 
tierra  '*,  no  curaron  de  sacar  los  '"  previlegios; 
después,  á  cabo  de  trescientos  años,  como  les 
habían  mandado  pagar  pecho  habíase  perdido 
el  hilo  de   su  nobleza,  y  no  supieron  "'  con 
qué  probarlo  y  quedaron   así  hasta  hoy;  con 
cuyo  padre  me  crié  más  que  con  el  mío,  y  así  no 
tuve  patria  cierta  de  crianza,  porque   '"^  aun- 

*  Ilespadiaol.  X.  Respaldi^'al.-'  desciende.— »  G. 
Bello  -  <  G.  becerros.  —  '  Miergo.  X  tenía  deudo  con 
la  casa  de  Mayorga.  T.  Miorgo.— 8  por.—'  X.  Mena. 
— *  G.  estaba  privado.  —  »  T.  y  más.-'"  más.—"  X. 
de  ios  Díaz  y  liodrígiiez  Negreles.  T.  de  los  Díaz  y 
Rodríguez  Negretes.  — '«  parte.  — 's  gente.  —  "  las 
tierras.— ««  su8.-<«  tuvieron.—"  que. 


que  nací  en  Segura,  luego  desde  *  á  poco 
salió  mi  padre  de  allí,  y  me  crié,  parte  en  Yeste, 
parte  en  otros  lugares,  hasta  los  catorce  años, 
que  fui  *  á  Alcalá,  donde  estuve  mucho.  Mi 
padre,  con  lo  que  le  dieron  de  mi  madre,  que 
fué  razonable  dote,  compró  una  sierra  de  agua, 
con  que  pasaba  la  Anda  honestamente,  y  á  ' 
cabo  de  cuatro  años  se  le  quemó  con  ciertos 
obreros,  y  fué  principio  y  causa  que  queda- 
sen *  pobres. 

CAPÍTULO  II 

De    la    educ aci ón  . 

Luego  que  llegué  á  los  cinco  años,  comen- 
zaron á   mostrarme  '  á  leer  y   escribir  en  la 
iglesia,  y  primero  me  mostraron  leer  latín  que 
en  romance  y  el  servicio  de  la  iglesia,  y  salí  tan 
grande  lector,  que  se  hacían  desafíos  conmigo 
y  con  otros  para  quién  más  presto  ^  y  expe- 
ditamente leyese,  y  aprovechaba  notablemente 
en  todo  lo  que  me  ponían  más  que  mis  compa- 
ñeros y  contemporáneos,    y  esta  merced  me 
hizo  Dios  grande  de  darme   ánimo  subtil  y 
recogido,   apto    para  deprender  ',   según   que 
todos  testificaban;  tenía  tanta  cudicia  al  apren- 
der,  que   me  hacía  levantar  con  la  gente   de 
casa  que  iban  *  al  campo,  para  ir  á  aguardar 
á  la  iglesia  ®,  por  *®  ser  el  primero  antes  de  '* 
mis  compañeros  y  que  ninguno,  y  esperaba  á 
la  puerta  de  la  iglesia  muchas  veces  con  unas 
tedas  y  espartos  y  tizones  y  brasas  que  llevaba, 
que  espantaba  á  los  que  pasaban  por  el  cimen- 
terio,  sin   tener  temor  de  las   cosas  que   los 
niños    suelen  temer  *'•*,   y  no  quería  almox'zar 
porque  no  impidiese  el  aprender;  de  que  venían 
muchos  á  conjeturar  que  Dios  había  de  hacer 
algo  conmigo  *'  notable;  porque  no  me  veían 
destraído,  sino  muy  sujeto  y  muy  continuo,  in- 
dustriado y  enseñado  en  las  cosas  de  la  Igle- 
sia y  en  leer  muy  bien  latín ;  luego  me  pusieron 
á  la  escuela,  donde  aprendí  á  leer  romance  con 
la  mesma   habilidad  y  presteza  que   el   latín, 
salvo  que  el  escribir  no  se  me  daba  mucho,  por- 
que era  un  poco  torpecillo  de  las  manos.  Sabía 
de  coro  muchos   psalmos,  cantaba   lectioneB  y 
lamentaciones,  y  podía  acudir  á  las  horas,  aun- 
que no  sabía  perfectamente  lo  del   ^*   Brevia- 
rio; todo  esto  se  hizo  en  *^  tres  ó  cuatro  años, 
hasta  los  nueve  ó  diez  de  mi  edad;  en  todo  este 
decenio  estuve  tan  sujeto  á  la  crianza  que  mi 
madre  me  ponía,  que  sin  su  licencia  no  había 

♦  de.—'  hasta  que  á  los  catorce  años  fui.  -  '  al. — *  de 
quedar.-*  me  pusieron  á que  aprendiese.-  *  con  más 
presteza — '  aprehender. — '  iba.  — •  G.  para  ir  aguar- 
dar la  iglesia.  X  para  irme  á  la  iglesia.—-'"  para. — 
'•  que  ninguno  de.  — "  G.  tener. — ■'  en  mí. — *♦  el. — 
'*  en  los. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


213 


de  salir  de  casa;  hacíame  continuamente  ir  á  la 
iglesia  á  las  misas  de  Nuestra  Señora  cada  sá- 
bado, y  á  vísperas,  y  los  domingos  también, 
con  una  sobrepelliz  que  para  esto  me  había 
hecho  ',  de  lo  cual  no  quedé  poco  aprovechad») 
en  la  iglesia  y  en  la  devoción  de  los  oficios  divi- 
nos, sabiéndolos  y  cantándolos  tan  entonada- 
mente como  si  supiera  canto  por  arte,  y  esto 
no  lo  aprendí  de  *  maestro,  sino  por  curso  y 
afición  c.;ntaba  cualquier  cosa;  lo  cual  hacía 
crecer  ''  la  piedad  á  mi  madre  para  guiarme,  y 
salí  deligente  en  *  guardarme  de  malas  compa- 
ñías y  de  salir  de  casa,  como  si  no  fuera  varón. 

CAPÍTULO    III 

Del  estudio. 

A  los  diez  años  me  trajeron  '  á  Yeste,  donde 
había  preceptor  que  leía,  el  cual  se  llamaba  el 
doctor  Cartagena,  médico,  que  murió  en  Roma 
con  fama  de  grande  médico;  tenía  por  compe- 
tidor al  bachiller  Mercado,  hombre  docta  y  pío, 
con  quien  aprendí  los  rudimientos  de  la  gra- 
mática con  tanta  presteza  y  habilidad,  pasando 
á  todos  mis  contemporáneos,  que  si  no  fuera 
por  la  grosería  del  bárbaro  modo  del  enseñar 
que  on  España  tenían  ^  de  tomar  mucho  de 
memoria  del  arte  de  Nebrija,  que  fatigaban  '' 
mucho  los  ingenios  de  los  niños,  de  tal  manera 
que  hacía[n]  odiosa  ^  la  sciencia  ó  doctrina,  con 
gran  perjuicio,  y  aun  ahora  lo  usan,  aunque  no 
tanto,  yo  supiera  en  dos  años  lo  que  convenía 
de  la  gramática;  pero  supe  lo  que  el  tiempo  me 
dio  lugar  y  los  preceptores  me  supieron  ense- 
ñar, con  tanta  facilidad  y  continuación  que  era 
el  más  regalado  de  mis  maestros  que  había.  Y 
nunca  por  maravilla  tocaban  á  mí,  sino  fue  una 
ó  dos  veces,  y  esas  me  dieron  de  burlas.  A  los 
once  años  de  mi  edad  á  mi  padre  le  acaeció  un 
desastre  en  una  muerte  de  un  pariente  de  mi 
madre,  por  lo  cual  y  porque  era  hombre  mal 
aplicado  á  la  hacienda,  y  por  deudas  que  tenía 
y  otros  infortunios  que  le  habían  acaecido,  hubo 
de  dejar  la  tierra,  y  fuese  '  á  los  Yelbes  cuan- 
do murió  *"  Don  García;  él  era  muy  conocido 
del  Conde  Pedro  Navarro,  y  no  supimos  qué 
hizo  Dios  del;  unos  decían  que  le  habían  muer- 
to '*;  otros  que  estaba  cautivo  y  se  había  es- 
capado en  la  mar,  viniendo  á  Tánger,  y  otros 
decían  otras  cosas;  mi  madre,  como  carga- 
ban *2  deudas  de  mi  padre,  húbose  de  oponer 
á  su  dote,  y  entregáronla  en  dos  pares  de  ca- 
sas, que  valían  '■*  en  cantidad  hasta  40.000  ma- 
ravedises ó  50.000,  habiendo  ella  probado  mu- 

*  tenían  hecha.  —  *  por.—'  creer.  —  *  y  la  diligen- 
cia de. -*  X.  llevaron.  — •  se  tenía. — '  fatigaba. — •  de 
los  niños,  haciendo  odiosa. — *  irse. — '"  los  Gelvescon. 
— "  caativado. — '*  G.  capaban. — 's  (j   daban. 


cha  más  cantidad  que  había  traído,  conforme 
aquellos  tiempos,  y  asi  se  quedó  destruida.  A 
los  catorce  años  de  mi  edad  murióse  el  abuelo, 
padre  de  mi  madre,  de  quien  yo  recibía  muchos 
beneficios  y  me  daba  también  estudio,  y  como 
mi  madre  no  era  de  legítimo  matrimonio,  no 
heredó  nada  más  de  una  manda  que  me  hizo  á 
mí  de  poca  quantidad.  En  este  tiempo  ya  yo 
estaba  sin  amparo  humano  alguno  sino  en  com- 
pañía de  madre,  y  ganaba  á  escribir  para  ayuda 
á  la  costa  '  de  casa,  siempre  sujeto  á  mi  ma- 
dre en  todo,  y  casi  vivía  como  Orígenes  en  su 
adolescencia,  cuanto  al  adquirir  de  comer.  Al 
fin  del  año  catorceno  yo  determiné  de  ir  al  es- 
tudio y  Universidad  de  Alcalá,  aunque  mi  ma- 
dre me  ponía  temor  de  necesidades;  jo^ro  yo  con 
un  poco  que  pedí  me  atreví  á  pasar  delante, 
con  ánimo  de  si  me  faltase  ^  ponerme  á  ser- 
vir con  persona  que  me  dejase  estudiar  cuanto 
más  pudiese;  ayudóme  mi  madre  con  su  pobre- 
za, y  en  año  y  medio  acabé  de  estudiar  la  Gra- 
mática en  Alcalá,  en  el  colegio  de  San  Euge- 
nio ^,  presidiendo  en  él  el  maestro  Ángulo; 
acabado  esto,  mi  madre  quisiera  que  yo  hubiera 
estudiado  Cánones  y  que  me  comenzara  á  or- 
denar, por  tenerme  consigo,  como  es  costum- 
bre de  labradores  y  de  viudas  que  aman  tierna- 
mente á  sus  hijos,  y  yo  había  oído  el  postrero 
año  de  la  Gramática  no  sé  qué  términos  de  Ló- 
gica, que  entonces  se  usaba,  y  dábaseme  tan 
bien,  que  por  persuasión  de  mi  maestro  dejé  el 
camino  que  mi  madre  me  guiaba,  y  en  esto  solo 
le  fui  desobediente,  y  comencé  á  oir  Lógica 
el  año  de  1523  *,  debajo  de  la  disciplina  del 
maestro  Encinas  ',  gran  sofista  y  matemáti- 
co; y  la  ayuda  de  mi  madre  no  era  tanta  que  no 
pasase  hasta  graduarme  en  las  artes  grandes  ^ 
necesidades,  y  yo  '  todavía  perseveraba  como 
podía  luchando  con  ellas,  y  ya  me  faltaba  el 
vestir,  ya  el  comer,  y  aun  á  donde  dormir;  y 
mi  madre,  pensando  que  yo  estudiaba  lo  que 
ella  quería,  y  graduándome  con  harta  dificul- 
tal  de  balde,  porque  era  de  los  que  entendían 
bien  el  curso  y  el  maestro  me  favorecía  mucho, 
yo  me  fui  á  la  tierra,  donde  declaré  á  mi  ma- 
dre lo  que  había  heclio,  y  cómo  no  había  estu- 
diado lo  que  ella  había  querido  *,  de  lo  cual 
ella  y  [los]  deudos  suyos  tomaron  pena  y  resa- 
bio de  pensar  que  yo  traía  engaño  y  que  no  sabía 
nada.  Y  así  me  despedí  de  mi  madre  con  algu- 
na desgracia  y  con  pocos  dineros  ó  ningunos, 
más  de  cuatro  ó  cinco  ducados  que  me  dio  una 
parienta  mía  doncella  con  quien  yo  me  había 
criado  ^;  y  así  me  fui  á  acabar  mi  curso  de 
Artes,  que  me  quedaba  año  y  medio  por  pasar, 
donde  fui  relevado  con  ayuda  del  colegio  en 

'  las  cosas. — '  G.  que  si  me  faltase.  Ga.  faltaba. — 
5  Eusebio.  —  *  de  1.520.  —  *  G.  Ennymias.  —  •  har- 
tas.— '  aunque.—  '  quería. — '  crié. 


214 


autobiografías  y  memorias 


aquella  Universidad,  aunque  ^>or  poco  tiempo; 
quíseme  graduar  de  Licenciado  en  Artes  y  hice 
algunas  muestras  para  ello,  y  preámbulos,  y 
después  no  tuve  con  qué  graduarme,  y  aunque 
pudiera  yo  graduarme  por  pobre  ';  pero  por- 
que á  los  tales  no  se  les  guarda  justicia  en  los 
lugares  no  quise  ni  osé,  y  todo  esto  pasó  hasta 
los  veinte  años  ^  ó  fin  de  los  diez  y  nueve. 

CAPÍTULO  IV 

De  la  resolución  que  tuve  en  tomar  estado. 

Estando,  pues,  en  estos  términos  harto  de 
luchar  con  las  necesidades,  que  parecía  milagro 
haber  podido  llegar  hasta  aquel  término,  ví- 
nome al  pensamiento,  como  pobre  hombre  que 
no  podía  ^  hacer  otra  cosa,  y  por  alguna  devo- 
ción, de  meterme  en  religión,  y  andaba  *  pen- 
sando sobre  cuál  convendría  ^  más  para  mi  con- 
dición ó  inclinación;  traté  primero  de  meterme 
en  Madrid  en  San  Jerónimo,  y  como  son  tan 
morosos,  trajéronme  no  sé  qué  dilaciones,  y 
ordenarme  no  quería  por  no  mendigar  más  ni 
andar  viviendo  de  ^  decir  misa  por  precio  ni 
limosna.  Retraíame  también  de  ser  i'raile  ver 
que  mi  madre  quedaba  con  grande  necesidad,  y 
parte  della  había  adquirido  por  mí,  y  que  tenía 
obligación  de  servirla  y  socorrerla.  De  otra 
parte,  determinaba  casarme;  pero  también  en 
esto  era  '  contra  la  voluntad  de  mi  madre,  que 
deseaba  fuese  clérigo  y  me  había  criado  con 
grandes  trabajos  para  tan  alto  ministerio  *,  y 
tampoco  se  socorría  su  necesidad  con  esto,  por- 
que ordinariamente  los  casados  quieren  más 
para  su  mujer  y  hijos  que  para  sus  padres; 
y  aunque  se  ofrecían  causas  ^  razonables,  lo 
dejé.  Al  fin,  como  yo  había  nacido  en  tierra  del 
Orden  de  Santiago  y  tratado  con  gentes  de 
aquel  hábito,  determiné  de  ir  á  Uclés  i",  por 
consejo  de  algunos,  y  pedirles  el  hábito,  donde 
fui  recebido  con  facilidad  y  de  buena  gana,  por 
llevar  los  principios  que  llevaba,  y  también  te- 
nía dentro  un  pariente  "  de  mi  madre,  que  me 
ayudaba  á  ello;  y  así  entré  en  aquel  convento, 
parte  forzado  de  mis  necesidades,  parte  por  ser- 
vir á  Nuestro  Señor,  visto  que  el  Orden  era  re- 
cogido y  yo  tenía  algún  respiradero  para  poder 
tener  algo  para  socorrer  á  mi  madre  y  pasar 
adelante  en  los  estudios,  como  pasé.  Esto  fué 
el  año  de  1525,  al  medio  del  mes  '^  de  julio,  día 
del  Triunfo  de  la  Cruz,  siendo  de  veinte  años  '*. 
Recibido  en  la  casa,  queriendo  hacer  de  la  ne- 

'  X.  no  tuve  con  que  graduarme  como  pobre. — 
'  Cr.  y. — 3  X.  puede. —  *  X.  y  anduve. — *  convenía. 
— «  andar  obligado  á.  — '  X.  pero  esto  también  era. 
— '  (i.  para  ello.— »  se  me  ofrecieron  lances.  X.  fe  me 
ofrecían  lances.— <"  G,  Veles.—"  primo  — ''  G.  al 
cabo  de  él  en  el  mes.  X.  al  cabo  del,  en  el  mes. — 
'3  veinte  v  un. 


cesidad  virtud,  después  de  haberme  confesado 
generalmente,  como  es  costumbre,  propuse  de 
hacer  de  la  necesidad  virtud,  y  de  hacer  peni- 
tencia de  mis  pecados.  Estaba  aquella  casa  muy 
recogida  entonces,  con  la  ^  memoria  viva  de  la 
vida  heroica  del  Sancto  Padre  Don  Pedro  Al- 
fonso de  Valdaracete,  que  fué  hombre  de  gran 
penitencia  y  perfección  y  había  cinco  años  que 
era  difunto,  y  aprovechóme  ^  desto  y  aun  de 
los  instrumentos  de  su  penitencia,  procurando 
de  hacer  lo  que  me  mandaba  la  obediencia  y 
estudiar  y  trabajar,  cosa  increíble;  porque  en 
tres  años  apenas  me  acosté  tres  veces  después 
de  maitines,  donde  pasé  hartas  tentaciones  casi 
visibles  del  demonio,  que  me  pusieron  en  harto 
estrecho,  si  la  misericordia  de  Dios,  grande,  con 
un  poco  de  oración  y  meditación,  juntamente 
con  la  aspereza  de  la  penitencia,  no  me  defen- 
diera. Tuve  grandes  persecuciones  y  emulacio- 
nes en  la  casa,  y  al  cabo  sobre  una  elección 
del  *  Priorato  de  Montalbán,  que  es  á  pro- 
veer del  Capítulo  de  Uclés  *,  el  cual  preten- 
día un  Prior  que  á  la  sazón  era;  porque  sien- 
do yo  recién  ordenado  de  subdiácono  no  quise 
consentir  en  que  aquella  '^  electión  se  hiciese 
como  él  la  pretendió  guiar,  dividiendo  los  votos, 
dejando  unos  en  Uclés  ®  y  otros  enviándolos 
á  una  recreación  que  se  llamaba  Torre  Luen- 
ga ',  para  mejor  conseguir  su  pretensión  co- 
diciosa, me  trató  muy  mal  él  y  todos  sus  ofi- 
ciales, dándome  penitencias  graves  por  tales 
cosas,  que  al  parecer  de  todos  parecía  clara  pa- 
sión; y  un  día,  porque  le  dije  que  no  podía  ser 
por  ley  parte  y  juez  en  una  cosa  que  me  man- 
daba sobre  que  •*  desistiese  de  mi  pretensión  ^, 
me  mandó  echar  en  una  mazmorra,  que  era  un 
hombre  respetuoso,  y  me  quería  enviar  a  León 
si  hombres  cuerdos  no  le  fueran  á  la  mano;  lo 
cual  duró  cerca  de  medio  año,  persistiendo  yo 
en  mi  propósito  con  otros  tres  ancianos,  aun- 
que sin  provecho,  porque  él  salió  con  lo  que 
quiso,  y  así  pasé  hasta  fin  del  año  de  1526  '** 
sirviendo  en  oficios  trabajosos  á  la  casa,  y  con 
malos  tratamientos,  que  mis  pecados  pasados 
lo  tenían  bien  merecido.  Acabado  el  trienio 
deste  Prior,  eligióse  un  Prior  benévolo  y  asen- 
tado *',  de  mucha  religión  y  prudencia,  que  era 
vicario  de  Yeste,  del  lugar  donde  yo  había  pa- 
sado parte  de  mi  infancia;  mudáronse  las  cosas, 
y  hizo  Dios  loque  suele  con  sus  misericordias; 
éste  entendía  mi  habilidad  y  inclinación  y  ejer- 
cicio '*,  y  me  mandó  leer  una  lección  de  Ló- 
gica, y  procuró  con  el  Presidente  de  Ordenes, 
que  era  el  Conde  de  Osorno   '^,  cómo  en  el 

*  recogida;  en  los  más  estaba  viva  la.  X.  entonces 
estaba  viva  la  vida. — '  aprovechábame. — ^  del  subprio- 
rato.— *  G.  Veles.  — »  que  la.-*  G.  Vele.s.— '  Lengua. 
—8  G.  queme.— 3  G.  condición.—'"  1627.  X.  1523.— 
"  G  y  T.  atentado,— "  ejercicios.—'^  Osorio, 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


215 


número  de  los  colegiales  que  estaban  *  enton- 
ces en  Salamanca,  que  eran  cuatro  ó  cinco, 
fuese  yo  añadido,  y  por  no  enviarme  solo  en- 
vió otro  conmigo,  hombre  trabajoso  y  que  traía 
siempre  emulación  consigo,  con  grandísima  pa- 
sión de  mi  vida,  el  cual  me  causó  muchos  desa- 
sosiegos. 

CAPÍTULO  V 

De  la  asistencia  en  Salamanca. 

Proveídos  que  fuimos  á  Salamanca  por  el 
mes  de  noviembre  del  año  de  1528,  como  la 
casa  del  colegio  era  estrecha  y  estaban  los  reli- 
giosos de  León  mal  con  los  de  Uclés  ^,  fui- 
mos mal  recibidos  y  albergados.  Yo  tomé  mi 
aposento  para  recogerme  '  á  estudiar  de  no- 
che, porque  el  *  día  oía  lectiones  de  Santo 
Tomás,  donde  tuve  por  maestro  principal  cerca 
de  un  año  á  Fr.  Francisco  de  Vitoria ,  de 
buena  memoria,  el  cual  había  comenzado  la 
Secunda  secundtv  entonces  y  '  había  poco  que 
tenía  la  cátedra  de  Prima  allí.  Y  así  pasa- 
mos algunos  días  ®  mal  acomodados,  con  har- 
to '  rigor  de  frío  que  aquel  invierno  hizo, 
qiie  muchas  veces,  por  ser  el  aposento  bajo, 
llegaba  á  tener  los  pies  *  sin  sentido  ninguno, 
de  que  no  encurrí  en  pequeñas  enfermedades 
de  cuartanas  y  otras;  al  cabo,  como  no  podía- 
mos estar  allí,  en  el  ^  Consejo  de  Ordenes 
con  el  Prior  determinaron  ^^  de  pasarnos  á 
Alcalá  y  eso  fui  yo  á  negociai'lo  '*  á  Toledo, 
y  así  nos  pasamos  ^^  el  año  de  1529;  donde 
tuve  '"*  por  maestro  al  reverendo  doctor  Juan 
de  Medina,  que  fué  uno  de  los  célebres  esco- 
lásticos de  su  tiempo,  y  oí  del  tres  años  conti- 
nuos, que  tanto  entonces  duraba  un  curso,  con 
toda  la  diligencia  posible;  procuré  también  ^' 
graduarme  de  licenciado  y  maestro  en  Artes, 
donde,  á  respecto  de  los  doctos  '^  que  allí  hubo, 
en  treinta  y  cinco  licenciados  fui  el  segundo;  el 
año  de  1532,  y  al  principio  de  él,  fui  proveído 
por  Rector  de  aquella  compañía,  el  cual  cargo 
acepté  y  llevé  con  harta  pesadumbre,  por  la 
licencia  que  tenían  de  vivir  los  colegiales,  pare- 
ciéndoles  que  fuera  del  convento  no  eran  obli- 
gados á  tener  religión,  y  así  acabé  de  estudiar 
Teología  y  graduarme  en  Artes;  hice  algunos 
actos  allí  en  Alcalá,  especial  la  tentativa  que 
llaman,  con  grande  trabajo  de  estudio;  leí  allí 
medio  curso  de  artes,  siguiendo  los  ejercicios  '® 
de  las  escuelas  y  de  la  cátedra  de  Matemáticos. 


*  G.  estaba.—'  U.  Vélez. — ''  poderme  recoger. — *  de. 
— ^  que.—*  T.  días  iillí. — '  T.  tanto.— ^  (i.  llevaba  á 
cenar  las  pierna.s.  X.  llevaba  las  piernas.—"  allí,  el. — 
'"  determinó.  —  '*  G.  negociar. —  "  T.  partimos. — 
'^  en  Alcalá  tuve.  —  *^  (i.  también  de.  —  *"  otros. — 
•'  T.  cl  ejercicio  de  la  escuela. 


A  la  sazón  se  había  levantado  de  nuevo  el 
estudio  y  colegio  de  la  ciudad  de  Granada 
por  el  Emperador  Don  Carlos,  con  industria  y 
favor  de  los  reverendísimos  Fr.  Pedro  de  Alba, 
Prior  de  San  Hierónimo,  y  de  Don  Gaspar 
de  Avalos,  su  sucesor,  y  como  llevaban  siem- 
pre maestros  de  Alcalá,  yo  fui  señalado  y 
aceptado  entre  ellos  para  leer  Artes  en  aquella 
Universidad  por  *  Don  Gaspar  de  Avalos,  Ar- 
zobispo de  Granada  y  moderador  de  aquella 
Universidad,  con  30.000  maravedises  de  par- 
tido en  cada  un  año  ^,  y  de  comer  y  lo  demás  que 
era  mejor,  lo  cual  acepté,  porque  ^  yo  para  con- 
sumarme tenía  necesidad  de  leer  un  curso  de 
Artes  y  dar  una  vuelta  de  propósito  y  confir- 
marme en  Al-tes  y  para  perfeccionarme,  que 
me  era  muy  necesario.  Y  visto  que  en  Alcalá 
todo  era  por  pasiones  y  votos  de  muchachos  y 
personas  maliciosas  que  suelen  tener  mano  * 
cu  estas  cosas,  quebré  el  hilo  á  mis  pretensio- 
nes de  cátedras  y  licencias,  y  determiné  de 
ir  ^  allá,  con  mandato  y  licencia  del  Empera- 
dor, como  señor  y  maestre,  y  así  comencé  á 
6  de  noviembre  á  leer  en  Granada,  con  harto 
aplauso,  aunque  como  los  estudiantes  eran 
viciosos  por  causa  de  la  tierra  y  ser  **  natu- 
rales y  mal  aplicados  no  me  sucedió  tan  bien 
aquel  año,  porque  no  me  salieron  entre  ocho 
tres  que  entendiesen,  y  así  hube  otro  año  de 
tornar  á  comenzar,  y  como  había  poco  favor 
en  aquella  Universidad  '  para  los  pobres,  que 
son  los  que  más  suelen  *  aprovechar,  toda- 
vía llevé  mucha  hijada  en  el  curso,  aunque 
se  sacaron  una  docena  de  ellos  que  entendían 
bien;  pero  no  pararon  ^  mucho  allí;  unos  se 
metieron  frailes,  otros  se  fueron  á  otros  estu- 
dios, donde  pasé  y  leí  á  Aristóteles  casi  todo 
con  la  curiosidad  que  se  sufría,  no  dejando  de 
cumplir  con  la  sofistería  metafísica  que  enton- 
ces se  usaba,  con  gran  jactura  de  los  ingenios; 
apliquéme  hasta  la  indignidad  de  libros  que 
había,  y  la  mucha  variedad  '*  de  ellos,  para 
leer  en  el  curso  y  escribí  "  con  grandísimo 
trabajo  unos  Comentarios  y  cuestiones  sobre  los 
universales  de  Porfirio,  donde  allende  '*  la 
germana  inteligencia  del  texto,  que  proseguí  lo 
mejor  que  pude,  en  las  cuestiones  me  metí  *' 
mucho  y  procuré  ingerir  los  principios  de  las 
sectas  que  entonces  se  usaban  en  las  escuelas, 
es  á  saber:  de  tomistas,  escotistas  y  nomina- 
les '*;  fué  libro  muy  acepto  y  bien  trabajado, 
y  fuéralo  más  si  escribiera  diez  ó  veinte  años 
atrás,  cuando  más  prevalecían  las  metafísi- 
cas, y  abstracciones  '^  y  compuestos  metafí- 

*  fí.y.  — '  G.  en  cada  uno. — '  aunque.  T.  hasta  que. 
—  *  X.  y  (i.  mando.— ^  irme. — *  T  son.  T.  y. — '  ciu- 
dad.— *  T.  han  de. — '  plisaron.  —'"  G.  barbaria.—"  G. 
á  escribir.—"  además  de.—'"'  T.  y  G.  merecí.  X.me 
remire.—'*  (í.  nominables. — '*  (i.  abstracción. 


216 


autobiografías  y  memorias 


sicos;  proseguí  con  esto  '  mis  actos  de  Teo- 
logía allí,  y  graduéme  *  de  licenciado  y  de 
doctor  en  aquella  Universidad  al  postrero  año 
de  mi  curso;  entramos  dos  licenciados  y  dié- 
ronme  el  primer  lugar.  Acabado  el  curso,  el 
Arzobispo  me  mandó  leer  un  curso  de  Teolo- 
gía escolástica,  y  comencé  á  Gabriel,  porque 
en  él  están  todas  las  opiniones  de  los  otros,  y 
no  tiene  nada  suyo;  leía  ^  dos  lectiones  y  es- 
cribía con  harta  curiosidad,  trayendo  todo  lo 
que  yo  podía,  y  así  tenía  más  de  cuarenta 
oyentes  y  más  que  los  otros,  y  leí  hasta  el  cabo 
del  tercero  con  mucho  aplauso.  El  grado  y  la 
cátedra  se  me  dio  á  mí  de  treinta  y  cuatro 
años;  así,  estuve  en  Granada  desde  el  fin 
de  treinta  y  dos  años  hasta  el  principio  de 
cuarenta  '*. 

CAPÍTULO  VI 

De  la  estada  en  Jaén. 

A  la  sazón  fué  electo  Obispo  de  Jaén  Don 
Francisco  de  Mendoza,  hermano  del  Marqués 
de  Mondéjar,  Don  Luis  de  Mendoza,  el  cual  se 
vino  allí  á  Granada  entretanto  que  venían  sus 
bulas;  y  como  yo  tuviese  gana,  con  la  codicia 
de  saber,  de  ir  á  París  ó  á  ^  Lovaina,  y  tu- 
viese ®  en  Granada  una  cátedra  de  40.000 
maravedís,  aunque  tenía  de  comer,  como  no 
fuese  del  todo  tan  allegador,  tenía  necesidad  de 
dineros  para  proseguir  mi  negocio,  y  también 
se  allegó  ',  que  como  yo  leía  dos  lectiones  de 
Teología  y  escribía  muy  colérico,  quemábaseme 
la  sangre,  y  de  dos  á  tres  meses  me  había  de 
sangrar,  y  tenía  perpetuo  dolor  de  cabeza,  de 
manera  que  no  podía  durar  en  aquel  ejercicio; 
y  como  no  nos  daban  cosa  perpetua  desaní- 
meme *  á  perseverar  en  Granada,  y  así  hice 
asiento  con  el  dicho  Don  Francisco  de  Mendo- 
za para  confesor  y  lector  suyo  casi  con  el  par- 
tido que  allí  tenía,  y  de  comer  á  mí  y  á  dos 
criados  y  una  muía;  fuíme  con  él,  y  lo  de  la 
lectión  tratábalo  como  lo  suelen  tratar  los  ge- 
nerosos en  España,  por  cumplimiento;  leíase 
el  compendio  de  la  Teología,  una  lectión  cada 
semana;  la  confesión  duraba,  y  después  mandó 
que  entendiese  en  '  visitar  el  obispado  unos 
meses  que  él  se  ausentó,  lo  cual  fué  causa  de 
algunos  disgustos  y  muchos  desasosiegos  que 
me  dieron  allí  ciertos  clérigos  destraídos,  y  tes- 
timonios que  me  levantaron,  de  tal  manera  que 
alguno  de  ellos  de  su  propno  motu  se  desdijo 
dello  un  Viernes  Sancto  públicamente.  En  todo 

*  G.  coa  esto  de  seguir.  —  '  G.  graduarme.  — ^  G. 
le(. — *  de  treinta  y  nueve  al  principio  del  de  cua- 
renta. T.  de  treinta  y  cuatro  años  en  Granada,  al 
principio  de  cuarenta  - "  X  ú  á.  — '  G.  me  tuviese. — 
X.  y  me  vi(  se  en  Granada  con. — '  llegó. — '  deter- 
miné á  no.— '  de. 


esto  se  gastaron  dos  años,  al '  fin  de  los  cuales 
vino  el  Obispo;  yo  le  dije  que  yo  no  le  quería 
servir  en  aquel  oficio  ^,  y  así  habiendo  el  Papa 
Paulo  III  convocado  Concilio  en  Trento  *  á 
la  sazón,  fué  el  Obispo  uno  de  los  señalados 
que  allí  fueron,  y  rogóme  fuese  con  él,  aun- 
que siempre  con  muy  pocos  dineros,  aunque  el 
Obispo  me  había  dado  un  beneficio  *,  el  cual 
valía  hasta  60  ducados  por  todo,  y  servido,  más; 
en  una  '  iglesia  cabe  ^  Andújar  otro  me  dio, 
pero  sacáronme  [lo]  los  romanos  con  reservas. 

CAPÍTULO  VII 

De  la  ida  al  Concilio. 

Al  principio  del  año  de  1543  el  Emperador 
determinó  de  pasar  á  '  Italia  y  Flandes  con- 
tra el  Duque  de  Cleves  y  capitanes  del  Rey  de 
Francia,  que  le  habían  perturbado  é  invadido 
todos  aquellos  estados,  y  ganado  el  ducado  y 
estado  de  Güeldres  *,  tratando  de  su  persona 
con  ignominia,  y  diciendo  que  le  había  comido 
un  pez  en  Argel  el  año  pasado,  á  causa  de  lo 
cual  pareció  á  Su  Majestad  que  el  Papa  llama- 
ba ^  á  Concilio  para  hacerle  cumplir  con  el 
mandado  ó  divertirle  "^  para  que  no  cobrase  lo 
perdido  ni  se  satisficiese;  y  por  eso  no  señaló 
sino  tres  Prelados  para  allá,  teniéndolo  *'  por 
burla,  como  fué  al  dicho  Don  Francisco  y  á 
Don  Gaspar  de  Avalos,  Arzobispo  de  San- 
tiago, y  al  Obispo  de  Huesca  ''*,  Don  Martín 
de  Gurrea  '•*;  y  asi  se  hizo  á  la  vela  de  Rosas 
miércoles  de  Pentecostés.  Yo  fui  á  grande  prisa, 
porque  no  pude  ir  con  el  Obispo  por  disponer 
de  mis  cosas,  y  topé  la  armada  en  Rosas  ^* 
lunes  de  Pentecostés,  en  el  cual  camino  '',  por 
la  prisa  de  ir  por  jornadas,  dejé  mis  bestias  en 
el  camino;  llegamos  día  de  Corpus  Christi  á 
Genova,  donde  Su  Majestad  fué  recibido  con 
grande  solemnidad;  desde  ahí  fué  á  Pavía  y  á 
Cremona,  y  se  vio  con  el  Papa.  Por  el  Man- 
tuano  bajó  á  Trento,  llevando  su  infantería  y 
gentes  de  armas  consigo;  en  Trento  estaba  el 
Cardenal  legado  Juan  Morón,  milanés,  hacien- 
do cuerpo  de  principio  de  Concilio,  el  cual,  des- 
pués de  tratado  con  el  Emperador  la  prosecu- 
ción del,  el  Emperador  y  los  tres  Obispos  pro- 
testaron en  contra  del  progreso  '®  del  dicho 
Concilio,  diciendo  que  era  tiempo  turbulento  y 
de  guerras  y  que  hasta  que  se  satisficiese  el 
Emperador  no  se  podía  ni  convenía  celebrar. 
Con  esto  se  suspendió  hasta  el  año  de  1545. 
Al  cabo,  cuando  comenzó,  el  Emperador  pasó 

'  en.  —  '  ejercicio. — ^  G.  Tarento. —  '  G.  oficio. — 
»  G.  la.—"  G.  cabo.  X.  en  la  Higuera,  cabe  — '  G.  en. 
— '  G.  de  los  Jclde8.-9  X.  y  G.  llamaría.-'"  y  di- 
vertirlo X  ú  tiacelle  divertir. — "  G.  teniendo. — 
"  G.  Huesear.  T.  Sigüenza.— •'  (}.  UrÍ9a.  X.  Go- 
rtea.  — '^  G.  liodaa  — '*  viaje.-'*  T.  proceso. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


217 


cou  su  ejército  á  Espruch,  á  Viena  y  Espira,  y 
de  ahí  dio  con  el  ducado  de  JuUiers  ',  donde 
tomó  y  abrasó  á  Dura,  y  se  le  rindió  Julliers, 
y  el  Duque  se  le  vino  á  poner  en  las  manos 
después  y  le  entregó  todo  el  ducado  de  Geldres; 
y  el  Emperador  le  recibió  y  le  casó  con  su  so- 
brina, hija  del  Rey  de  los  Romanos;  de  ahí 
pasó  á  dar  guerra  al  Rey  de  Francia  á  las  fron- 
teras, donde  estaba  fortificado.  Yo,  como  vi  la 
oportunidad  y  prolijidad  de  guerra,  que  no  ar- 
piaba con  mi  profesión,  despedíme  del  Obispo 
para  me  ir  á  Lovaina;  cuando  me  despedí  no 
tenía  cierto  cuatro  ducados,  aunque  esperaba 
no  sé  qué  crédito;  fuíme  á  Lovaina  al  cabo  del 
año  de  1543;  entré  en  el  Colegio  de  Lillio,  don- 
de con  el  principal  del  [me]  asenté  por  pupilo, 
para  poder  mejor  cumplir  con  mis  estudios  ^, 
yo  y  un  criado,  y  allí  en  dos  años  procuré  saber 
un  poco  de  griego  y  refrescarme  ^  en  el  he- 
breo, que  había  oído  en  Alcalá,  aunque  poco,  y 
pasé  todos  los  libros  de  los  herejes  que  tenían 
algún  nombre;  porque  en  aquel  estudio  hay 
privilegio  del  Papa  que  lo  puedan  hacer  los 
doctores  que  allí  residen  *,  y  leí  á  vueltas  mu- 
chos de  los  Doctores  Santos,  porque  no  hacía 
otra  cosa  ni  tenía  en  qué  distraerme,  por  ser  la 
tierra  y  lengua  extraña;  continuaba  los  actos  de 
Teología  y  tenía  algún  comercio  con  aque.los 
doctores  que  había  entonces  eminentes,  donde 
pasé  muchas  necesidades,  fríos  y  trabajos,  por- 
que el  Obispo  murió  en  Espira,  y  yo  quedé  de 
manera  que  no  podía  irme  á  España  ni  quedar- 
me ',  porque  la  provisión  venía  tarde  y  mal. 

CAPÍTULO  VIII 

De  la  ida  á  Alemania. 

Estando  en  medio  destas  necesidades,  me- 
diando el  año  de  1545,  Su  Majestad  había 
concertado  en  la  Dieta  de  Espira  á  los  alema- 
nes para  que  pudiesen  enviar  al  Concilio  una 
doctrina,  y  en  conformidad  se  juntasen  ®  y 
cada  una  República  y  Señor  trajese  en  escrito 
lo  que  sentía  acerca  de  la  Religión,  para  ver  si 
podía  tomar  una  conformidad  con  los  católicos; 
para  esto  tuvo  Su  Majestad  necesidad  de  jun- 
tar y  congregar  número  de  teólogos  que  se 
hallasen  en  Vormes  '  aquel  año,  y  así  juntó 
de  París  dos  y  de  Lovaina  otro  y  á  mí,  y  de 
Colonia  otros  dos,  y  nos  envió  con  Gran  vela, 
que  era  el  gobierno  '  de  aquellas  cosas,  y  el  Rey 
de  Romanos,  que  había  de  ir  delante,  porque  el 
Emperador  no  partió  '  dende  á  cuatro  meses; 
donde  fuimos  y  comenzamos  á  ver  lo  que  tra- 
taban por  espacio  de  nueve  meses,  y  todos  iban 

'  X.  y  T.  Julia  — '  estudiar. —  '^  reformnrnie. — 
*  G.  reciben. —  ^  G.  quedar  —  «  juntápdoise.  —  '  G. 
Vanies. — '  X.  gobernalle. — *  podía. 


apartados  de  la  verdad  en  muchas  cosas  entre 
sí  muy  diversas.  Al  fin.  Su  Majestad  se  vol- 
vió sin  hacer  nada,  y  determinaron  de  hacer 
junta  ^  otro  año  en  Ratisbona,  donde  tam- 
poco se  aprovechó  nada,  y  así  estuvimos  hasta 
el  cabo  del  año  de  154G  ^,  que  se  armó'Ia 
guerra  contra  los  tudescos  rebeldes.  Vinimos  á 
Flandes,  y  en  Amberes  estuvo  ^  Su  Majestad 
la  fiesta  de  Pascua,  y  de  ahí  fué  á  Flandes  *, 
y  yo  en  este  tiempo,  que  fué  cerca  de  año  y 
medio,  pasié  hartas  necesidades,  j^or  ser  poca 
mi  renta,  y  esta  pagábase  en  España  y  no  daba 
acá  sino  200  ducados;  fué  tanta  mi  necesidad, 
que  no  pude  salir  de  Amberes  por  no  tener 
con  qué  pagar  al  huespede  la  posada.  Escribía 
entonces  el  libro  De  traditionibus  divinis  et 
apostobcis  y  leía  en  un  monasterio  á  ^  San 
Pablo  porque  diesen  de  comer  á  mis  bestias,  y 
á  mí  á  las  menos  veces,  aunque  su  modo  de 
comer  no  me  placía,  porque  era  todo  cerveza  y 
manteca.  No  quiero  dejar  de  contar,  aunque 
sea  sueño,  lo  que  aquí  me  aconteció,  y  porque 
el  suceso  más  pareció  revelación  que  sueño: 
Una  noche,  que  fué  primero  de  febrero,  vís- 
pera de  la  Purificación,  yo  demandé  ®  á  un 
criado  mío  que  trajese  colación  ya  bien  de  noche, 
después  de  haber  estudiado  y  escrito  gran  rato, 
y  di  jome  que  ni  había  pan  ni  vino;  yo  entriste- 
címe,  aunque  no  era  nuevo  para  mí  aquello  y 
díjele  que  se  saliese,  que  me  quería  acostar,  y 
de  tristeza  hinquéme  de  rodillas  junto  á  la 
cama  y  comencé  á  pensar  un  poco  en  Dios,  en 
mi  vida  y  en  mi  necesidad,  no  sin  lágrimas; 
acostéme;  aquella  noche,  al  cabo,  cuando  los 
sueños  suelen  sar  menos  dudosos,  con  haberme 
acostado  con  harta  tristeza,  melancoha  y  pen- 
samientos, yo  sueño  que  me  veo  '  en  una  casa 
muy  bien  edificada,  labrada  y  dorada  con  arte- 
sones, y  muchos  racimos  también  de  oro,  y  que 
una  doncella  de  bulto  angélico  ^  me  tomaba 
de  la  mano  y  me  paseaba  por  aquella  casa;  y 
cuando  me  hubo  llevado  di  jome:  No  estés 
triste,  porque  ya  son  acabadas  todas  tus  nece- 
sidades. Recordé  '  muy  alegre,  porque  ya  era  el 
alba,  y  levánteme,  recé  y  fuime  á  decir  misa  á 
un  monasterio  de  monjas  que  estaba  enfrente 
de  mi  posada  en  Amberes,  y  mientras  la  decía 
vino  un  escudero  ó  mayordomo  de  cierto  caba- 
llero á  quien  yo  no  conocía,  ni  él  á  mí  de  con- 
versación, porque  era  recién  venido  de  España 
desde  Utrech,  donde  estaba  el  Emperador,  y 
parecióle  que  yo  me  había  cpiedado  allí  por 
necesidad,  y  envióme  una  carta  con  cien  escu- 
dos, y  á  decir  '*  que  si  más  había  menester 
que  él  los  daría,  los  cuales  yo,  por  la  extrema 
necesidad  en  que  me  hallaba,  recibí,  y  con  ellos 

'  coloquio.  —  *  1545.  —  "'  tuvo  '  Holanda.-*  de. 
—  ^  le  mandó  — '  veía.  X.  soñA  que  me  vi. — *  ange- 
lical.—* X.  recordeme.— '"  y  diciendo. 


218 


pagué  lo  que  dehia  á  los  huéspedes,  y  piide  salir 
de  allí;  y  es  verdad  que  de  allí  adelante  nunca 
pasé  necesidad  de  lo  necesario  que  me  pu- 
siese en  estrecho.  Este  mesmo  día  tuve  cartas 
de  caballeros  particulares  nmy  r)rincipales,  y 
en  ellas  me  hacían  ^  saber  cómo  Su  Majestad 
me  había  nombrado  para  Obispo  de  Cartagena, 
y  con  aquella  fama  constante,  aunque  de  raí 
nunca  creída,  me  partí  de  Amberes  para  Mas- 
trie,  donde  había  de  salir  el  Emperador  para 
tomar  el  camino  de  Alemania  y  declarar  la 
consulta;  y  por  todo  el  camino,  que  son  buenas 
dos  jornadas,  tuve  muchas  cartas  de  personas 
de  cualidad  que  me  daban  la  norabuena  y  afir- 
maban lo  mismo.  Luego  ^  que  llegué  á  Mas- 
trie,  que  fué  víspera  ^  de  Santo  *  Matías,  hallé 
declarada  la  consulta  y  que  me  habían  dado 
el  dicho  obispado  y  cierta  pensión,  y  todo  fué 
verdad  que  fui  señalado  por  Obispo,  como 
después  supe  por  una  persona  de  la  Cámara; 
lo  ^  cual  se  mudó,  porque  aquella  consulta 
duró  mucho  en  divulgarse,  y  murió  á  la  sazón 
el  señor  Arzobispo  ^  de  Santiago,  Don  Gaspar 
de  Avalos,  de  buena  memoria,  y  por  cuya 
muerte  y  nuevas  oposiciones  y  intercesiones 
del  Rey  de  Portugal,  que  se  recibieron,  se 
estorbó  aquella  consulta,  y  lo  principal  fué  por 
no  haberlo  dicho;  porque  preguntó  el  Empera- 
dor si  yo  lo  sabía,  y  como  no  lo  supiese,  lo  dio 
aquella  vez  á  un  portugués  que  había  sido 
Obispo  de  León  y  capellán  de  Su  Majestad; 
pero  conocióse  en  Su  Majestad  tener  tanto  cré- 
dito de  mí,  que  ya  muchos  miraban  en  ello. 

De  Mastric  partió  Su  Majestad  á  Ratisbona, 
y  tomó  la  vía  de  Lieja  ';  y  por  allí,  por  las 
haldas  de  la  sierra  de  Ardenia  *,  que  estaba 
ya  alterada,  y  los  Príncipes  luteranos  de  la 
Liga  se  habían  juntado  en  Francfort  para  tra- 
tar de  echar  al  Emperador  fuera  de  Alemania, 
y  fui  de  dos  uno  que  le  fueron  sirviendo  en 
aquella  peregrinación,  con  harto  trabajo  y  des- 
comodidad ,  porque  ni  se  hallaban  posadas  ni 
de  comer  sino  tocino;  llegados  á  Ratisbona  la 
Dominica  in  Passione,  fué  sonado  '  que  el 
Emperador  tuviese  sus  Concilios,  y  trató  de 
hacer  gente  contra  los  enemigos  rebeldes,  y 
aparejó  un  grande  ejército,  aunque  vino  poco  á 
poco,  y  los  luteranos  ya  estaban  puestos  en 
armas  con  gran  copia  de  artillería  y  gente  de 
á  caballo,  cual  nunca  se  había  visto  junta  en 
Alemania.  Al  Emperador  seguían  ^^  el  Duque 
de  Baviera,  no  con  gente,  dando  en  su  tie- 
rra paso  ^1  para  los  mantenimientos;  el  Maes- 
tre de  los  Teutones  '2,  el  Duque  Mauricio,  el 
Marqués  Juan  de  Brandemburch  ^^,  y  todos 

•  decían. —2  Llegado.  —'  día.—*  San  Matias.— 
"  G.  la.— «  G.  obispo.—'  G.  Luna.—'  G.  Anleñu  — 
»  G.  forzado  — *"  siguió.-"  G.  pasto.—'»  G.  Tuzo- 
nes.— '*  Vrandemburg.  X.  Biandanburque. 


autobiografías  y  MEMORIAS 

los  Prelados  v  Repúblicas  católicas,  que  eran 
pocas;  y  con  la  gente  que  hizo  venir  de  Hun- 
gría, que  fueron  2.000  españoles,  y  otros  que 


vinieron  del  Estado  de  Milán,  y  3.000  caballos, 
al  fin  era  muy  desigual  el  número  de  sus  adver- 
sarios, '  que  les  sobrepujaban  en  todo,  salvo  en 
la  causa;  él  salió  de  Ratisbona  y  fué  á  Alen- 
quer  *,  donde  se  llegaron  hartas  otras  gen- 
tes, y  así  se  partió  para  Ingolstad  ',  y  para 
tomar  aquel  sitio  á  los  enemigos,  y  el  paso  del 
Danubio,  que  estaba  allí  muy  cómodo  para  los 
mantenimientos  que  venían  de  Austria  y  de 
Baviera,  y  de  Polonia  *  y  Hungría,  donde 
hizo  rostro  Su  Majestad  valerosamente,  ani- 
mado de  la  causa  ^,  j  envió  gente  á  la  mano 
izquierda,  y  hizo  sus  fosos  para  defenderse 
de  los  caballeros  ^;  los  adversarios  se  pusie- 
ron '  poco  más  ó  menos  de  un  cuarto  de  le- 
gua á  la  parte  de  un  lugar  de  un  hermano  del 
Conde  de  Palatino,  hacia  la  vuelta  de  Tala- 
bert  •*,  en  un  alto  hacia  la  vista  del  cuartel  ® 
de  los  españoles,  que  estaban  primero  hacia  '" 
aquella  parte. 

CAPÍTULO  IX 

De  la  ida  segunda  al  Concilio  de  Trento. 

Como  vi  la  guerra  ya  comenzada,  y  que  no 
tenía  cómo  estar  cómodamente,  allende  •'  que 
no  era  ejercicio  de  clérigos  andar  en  guerra, 
demandé  licencia  á  Su  Majestad  pai'a  me  ir  al 
Concilio,  que  entonces  estaba  abierto  en  Trento 
nueve  meses  había,  que  era  desde  trece  **  de 
diciembre  de  1545  y  esto  era  al  fin  de  agosto; 
diómela  para  ir  allá,  y  como  yo  no  tenía  mucho 
caudal,  hube  de  condescender  al  ruego  de  Don 
])iego  de  Mendoza,  Embajador  que  á  la  sazón 
era  de  Su  Majestad  allí  en  Venecia,  el  cual  me 
rogó  mucho  me  fuese  á  su  casa  y  me  haría  todo 
el  buen  tratamiento  que  él  pudiese,  y  así  lo 
hizo.  A  la  sazón  trataban  en  el  Concilio  la  ma- 
teria de  Justijicatione  cuatro  meses  había,  que 
era  lo  más  importante  que  se  podía  tratar,  se- 
gún los  tiempos  presentes,  y  en  que  discorda- 
ban muchos  herejes  de  los  católicos  ".  Este 
punto  '*,  como  era  de  mucha  importancia,  y 
de  donde  dependía  la  concordia  de  los  unos  y 
de  los  otros,  junto  con  la  de  Communione  suh 
vtraque  specie,  que  era  lo  que  los  luteranos  más 
escarnecían  y  despreciaban  y  les  parecía  que 
triunfaban  de  los  católicos,  la  Majestad  impe- 
rial '••  quisiera  que  se  guardara  para  después, 

'  X.  en  fin,  cían  muy  desií^iiales  en  número  .-í,. — 
'  Ahmquer.— 5  G.  Inhel  Sthael.  — *  G.  Volotria.— 
*  G.  animando  á  la  casa.  X.  ¿i  todos  animando,  ñ 
todos  — "  caballos.  —  '  G.  jjartieron.— '  Tabanet.  X. 
Tavanent.  — 9  G.  cuarto.—*"  en.— '«  fuera.—*'  G. 
veintitrés. —  •'  y  en  que  los  herejes  disputaban  mucho 
con  los  católicos.-"  articulo.—'"  El  Emperador. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


219 


confiando  en  '  Nuestro  Señor  que  Alemania 
se  sujetaría  al  Concilio  y  las  cosas  sucederían 
con  prosperidad,  de  modo  que  hubiese  alguna 
manera  de  concordia  y  paz  en  lo  de  la  religión. 
El  Papa  Paulo  III,  como  astuto,  quería  otras 
cosas,  y  es  que  se  disputase  y  concluyese  este 
artículo,  porque  temía  á  la  prosperidad  del 
Emperador,  y  que  si  Alemania  se  conceitaba 
con  él  vernía  al  ^  Concilio  y  le  apretarían 
en  la  reformación  y  otras  cosas,  de  que  él 
estaba  muy  temeroso,  y  así  daban  priesa  en 
la  materia  de  su  parte  los  Legados  y  los  que 
los  **  seguían,  que  era  la  mayor  parte  del  Con- 
cilio, aunque  el  Emperador  no  le[s]  dejaba  de 
repugnar  *  y  dar  sus  puntadas  para  dilatar 
la  disputa  de  esta  materia  ^.  Dióme  parte  el 
Embajador  Don  Diego  de  las  cosas,  y  cómo 
tenían  hechos  sus  •*  artículos  para  hacer  sus 
ordinaciones  y  la  doctrina,  y  cómo  no  faltaba 
sino  ponerlo  en  orden  en  la  disputación,  y  díjo- 
me  lo  mucho  que  el  Emperador  deseaba  la  dila- 
ción, de  cualquiera  manera;  esto  instantísima- 
mente  ''  entendióse  que  no  había  otro  remedio, 
sino  poner  impedimento  de  parte  de  la  misma 
materia.  Yo  estudié  sobrello  y  revolví  mis  pa- 
peles, y  hallé  c^ue  se  dejaban  por  examinar  mu- 
chos puntos  principales,  que  no  se  satisfacía  á 
la  materia  con  lo  que  querían  hacer,  ni  se  orde- 
naban ni  se  tocaban  muchos  errores,  ¡j  que  me 
importaba  mostrarlos  por  los  mesmos  dichos  de 
los  lierejes,  cuyos  libros  yo  había  bien  pasado  y 
ventilado  en  el  tiempo  que  estuve  allí.  Deman- 
dé audiencia  para  decir  mi  parecer  en  una  con- 
gregación, y  diéronmela  día  ('e  San  Miguel, 
septiembre,  donde  dije  por  espacio  de  un  hora; 
quedáronse  confusos  con  la  claridad  que  se  les 
dio  entender  la  falta  *  grande  que  ^  lleva- 
ban, y  tornaron  á  tratar  nuevos  •"  puntos,  y 
así  se  detuvo  la  determinación  deste  artículo 
hasta  la  Cuaresma  de  1547,  que  no  se  sufrió 
más  detener,  porque  el  Papa  y  sus  Lega- 
dos daban  prisa  por  las  cosas  ya  dichas.  Dije 
allí  mi  parecer  sobre  otras  cosas  en  la  materia 
de  Justijicatione  otras  dos  veces,  especialmente 
en  una  sobrevienta  *'  que  se  levantó  allí  so- 
bre un  parecer  que  dijo  el  P.  Rmo.  Fr.  Jeróni- 
mo Siripando,  Generalísimo  de  la  Orden  de 
San  Agustín  '^^  el  cual  después  fué  Cardenal, 
en  '^  que  afirmaba  que  las  obras,  aunque  se 
cumpliese  la  ley  con  ellas,  no  bastaban  á  tener 
derecho  á  la  gloria,  supuesto  el  Baptismo,  fe 
y  la  ley  nueva,  por  la  misericordia  de  Dios.  En 
este  tiempo  ya  se  rumiaba  '*  el  disceso  ^'  del 
Concilio,  como  veían  al  Emperador  que  sobre- 

'  G.  de.—*  G.  el.— 3  G.  le.—'  G.  repuntar.—*  G. 
dilatarlo. — *  y  que  tenían  hechos  seis. — '  G.  injusta- 
mente. X.  iniustísiniamente  — '  falsedad. —  "  G.  de 
que.— '"  muchos.  —  "  sobre  una  reyerta.  —'^  General  de 
los  agustinos. — '5  el  -  '«  G.  pasé  y  rumió. — '*  discurso. 
AUTOBIOGRAFÍAS   Y    MEMOKl AS.— 25 


pujaba  el  temor  ya  dicho;  tratábase  al  fin  la 
materia  de  Justijicatione,  y  como  se  temía 
(como  fué)  que  lo  había  de  trasladar  ó  disolver 
y  Don  Diego  en  aquella  sazón  fuese  proveído 
por  la  Embajada  de  Roma,  rogóme  que,  pues 
ya  no  se  hacía  nada  ni  se  esperaba,  me  fuese 
con  él  y  vería  á  Italia;  yo,  con  curiosidad  de 
ver  fuíme  en  su  compañía  á  Venecia,  y  de 
ahí  á  Mantua  y  á  Bolonia,  y  á  Florencia,  y  á 
la  Pulla  ',  y  á  Piombino  ^,  y  á  Rija  ^,  y  á 
Cuma  *,  y  allí,  con  negocios  que  tenía  con  el 
Duque  sobre  Piombino  ",  nos  detuvimos  todo 
el  mes  de  febrero  y  marzo,  donde  fuimos  muy 
regalados.  Y  á  la  Pascua  florida  entró  en  Roma 
con  todo  el  triunfo  y  pompa  que  hasta  allí 
había  entrado  Embajador.  Estando  allí  acaes- 
ció  la  victoria  famosa  del  Emperador  en  el  río 
Albis,  con  que  se  desbarató  el  ejército  de  los 
luteranos,  y  se  rompió  al  Duque  de  Sajonia, 
que  fué  preso  y  se  llamaba  Juan  Federico,  A 
esta  sazón  fui  llamado  de  la  corte  para  ir  á  Ale- 
mania, y  estuve  en  Roma  cuarenta  días  visi- 
tando los  lugares  santos  y  algunas  antigüeda- 
des, y  volví  por  Trento  en  el  mes  de  mayo  de 
aquel  año,  y  estaba  ya  diviso  el  Concilio;  por- 
que los  Legados  y  los  que  les  seguía  echaban 
fama  falsa  de  peste,  que  fingieron  que  había  en 
Trento,  y  asi  se  salieron,  y  disolvieron  el  Con- 
cilio de  Trento,  y  lo  pasaron  á  Bolonia  por  vir- 
tud de  una  Bula  del  Papa,  que  estaba  dada  ® 
en  Roma,  como  parece  de  su  fecha,  desde  antes 
que  se  abriese  el  Concilio,  en  que  les  daba  po- 
der el  Papa  para  transferir,  mudar  y  disolver 
como  les  pareciese,  porque  se  vea  con  qué  aten- 
ción atendía  el  Papa  á  las  cosas  del  Concilio. 
Detúveme  allí  dos  meses,  hasta  que  el  Empe- 
rador "^  se  acercase  hacia  los  Alpes  y  se  ase- 
gurasen los  caminos,  y  así  fui  en  el  mes  de 
julio  del  año  de  1547  á  Augusta,  donde  ser- 
ví en  *  lo  que  antes  á  Su  Majestad.  Enten- 
dióse en  dar  á  los  protestantes  un  ínterin  que 
guardasen  la  religión  y  reformación,  ^  entre- 
tanto que  el  Concilio  se  tornaba  á  entablar,  el 
cual  recibieron  mal  los  tudescos  y  el  Papa  tam- 
bién, aunque  por  diversos  respetos. 

CAPITULO  X 

Del    obispado    de    Guadir. 

Al  principio  del  año  de  1548  hubo  ciertas 
vacantes,  donde  se  presumió  que  se  había  de 
hacer  consulta;  y  instando  i/o  que  Su  Majestad 
me  hiciese  alguna  merced  de  algún  beneficio  ó 
pensión  para  irme  á  recoger,  porque  obispado 
nunca  lo  pretendí,  Deus  est  mihi  testis,  ni  por 

«  Capilla.— 2  G.  Ponplen.-í  G.  Rica.  X.  Capua, 
Pií^a  y  Luca.— ••  G.  Luna. —  ^  G.  Ponplcn.— *  se  había 
dado.—'  G.  poder.- «  G.  de.-  '•'  G.  intormacióii. 


2-20 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


uií  ni  por  otro,  ni  lo  deseé  en  nji  vida  de  pro- 
pósito, acaesció  que  Sn  Majestad  se  determinó 
de  nombrarme  para  el  obispado  de  Guadix,  en 
el  reino  de  Granada,  al  cual  fui  nombrado  día 
de  San  Ambrosio,  á  5  de  abril,  en  que  se  suele 
celebrar  el  día  de  su  muerte,  porque  la  fiesta 
que  se  celebra  en  diciembre  es  de  su  electión, 
que  Fué  milagrosa;  celébrala  '  la  Iglesia,  y  la 
recibió  antes  que  celebrase  el  día  de  su  muerte; 
y  yo  lo  acepté  á  cabo  de  dos  dias  con  harta  difi- 
cultad, porque  no  dijesen  que  dejaba  de  acep- 
tarlo porque  era  el  obispado  de  poca  renta,  por- 
que apenas  valía  ochocientos  mil  maravedís  ^  y 
más  conocida  la  condición  de  Su  Majestad,  (/tie 
cuando  uno  no  aceptaba  lo  que  le  daba,  era  bas- 
tante para  no  acoi'darse  más  de  darle  otra  cosa; 
y  como  me  certificó  uno  del  Consejo  íntimo  que 
el  Emperador  sabía  que  yo  tenía  entendido  que 
había  estado  nombrado  para  Cartagena,  que  es 
Iglesia  mucho  más  opulenta,  era  muy  probable 
que  si  no  aceptaba  esta  Iglesia  que  el  Empera- 
dor pensara  que  no  la  aceptaba  por  estar  des- 
graciado y  no  tener  en  nada  lo  que  me  daba;  y 
también  por  mi  suma  pobreza  y  la  de  mi  ma- 
dre, que  no  tenía  con  qué  socorrerme  á  mí  ni  á 
ella,  yo  hube  de  aceptar  confiando  en  Dios, 
aunque  no  dejé  de  quejarme  á  él  que  siendo  yo 
tal  y  de  tan  flacas  fuerzas  me  hubiese  puesto 
en  necesidad  de  tomar  Iglesia  sin  pretenderla 
y  ponerme  en  lugar  que  no  merecía.  Yo  enton- 
ces fui  á  besar  las  manos  del  Emperador  por 
la  memoria  y  confianza  que  de  mí  hacía  en 
tenerme  para  más  de  lo  que  era,  que  yo  creía 
Su  Majestad  había  tenido  respecto  en  aquel 
nombramiento  á  que  yo  era  predicador,  y  que 
sabía  la  lengua  y  costumbres  de  los  moriscos, 
desengañando  á  Su  Majestad  si  lo  estaba,  por- 
que yo  no  acostumbraba  á  predicar,  y  aunque 
había  estado  en  Granada  no  sabía  nada  de  la 
lengua  ni  costumbres  de  moriscos;  y  que  si  [á] 
alguna  de  aquellas  cosas  había  tenido  respecto 
en  el  nombramiento,  que  yo  le  desengañaba 
para  que  antes  que  le  aceptase  Su  Majestad 
pudiese  proveer  lo  que  le  cumpliese  al  des- 
cargo de  su  conciencia;  él  me  respondió:  En  lo 
del  predicar  vos  podréis  de  manera  que  lo  ha- 
gáis bien  de  presto,  pues  tenéis  tan  buen  cau- 
dal; en  lo  de  esotro  no  se  ha  tenido  respecto 
á  nada,  sino  confiar  de  vos  que  descargaréis 
vuestra  conciencia;  y  así  yo  acepté  y  le  besé 
las  manos,  y  le  pedí  ciertas  cosas  para  el  buen 
gobierno  y  instrucción  de  los  nuevos  ^  cristia- 
nos, las  cuales  él  me  otorgó  lilieralmente;  acep- 
tado, fuíme  á  Inhesltad  \  ciudad  y  Universi- 
dad del  Duque  de  Baviera,  á  imprimir  el  libro 
que  había  escrito  De  Traditionibus  dírin/s  et 
appostoUcis,  donde  pasé  nuevo  trabajo  en  la 

*  y  la  celebra.-  '  8.000.-  »  X.  moros.  -  «  Inclos- 
tadio. 


impresión  por  la  falta  de  buen  corrector  en  mu- 
chas partes,  y  después  lo  dejé  encomendado 
en  Colonia,  donde  se  imprimió  la  primera  vez, 
y  estuve  hasta  Santa  María  de  agosto  apa- 
rejándome de  lo  necesario  para  el  camino,  y 
el  día  de  Nuestra  Señora,  después  de  la  Misa, 
yo  le  demandé  licencia,  y  él  me  la  dio,  y  me 
mandó  que  me  fuese  á  Trento  á  aquella  sombra 
de  Concilio  que  allí  se  hacía  para  hacer  cuerpo 
y  que  estuviese  allí  hasta  que  él  me  mandase  otra 
cosa;  yo  le  repliqué  la  necesidad  de  la  Iglesia  á 
la  cual  estaba  proveído,  y  cómo  había  tres  años 
que  estaba  vacante,  y  ultra  desto  ser  de  nuevos 
cristianos,  y  él  se  resolvió  en  que  fuese  á  Tren- 
to, y  así  lo  hice;  y  quise  esperar  allí  mis  bulas, 
que  se  habían  despachado,  porque  Su  Majestad 
había  hecho  instancia  en  que  se  me  diesen  de 
balde,  así  por  mi  pobreza  como  porque  había 
trabajado  mucho  en  servicio  de  la  Iglesia  en  las 
cosas  de  Alemania,  que  esto  iba  en  la  minuta 
de  la  carta,  según  me  la  mostró  el  Secretario 
Vargas,  después  que  por  Santiago  vine  '  á  Au- 
gusta; yo  también  pretendía  no  pagar  njida,  no 
tanto  por  la  costa  '^  como  por  escrúpulo  que  me 
vino  en  dar  dineros  por  cosa  semejante  de  la 
manera  que  se  llevaban,  lo  cual  no  se  pudo  aca- 
bar con  Su  Santidad,  y  entonces  mandó  Su 
Majestad  al  Embajador  que  me  dejasen  ^  un 
beneficio  curado  que  tenía  en  el  obispado  de 
Jaén,  en  la  tierra  que  llaman  de  Andújar,  y  la 
pensión  de  Cartagena,  para  ayuda  de  costa  á 
esto,  que  el  obispado  era  pobre,  y  así  se  sus- 
pendieron las  bulas. 

Estuve  en  Trento  algunos  días,  y  como  vi 
que  las  cosas  iban  sin  remedio  de  tornarse  *  por 
entonces  el  Concilio  á  Trento,  [y]  que  se  per- 
día ^  tiempo,  torné  á  importunar  á  Su  Majes- 
tad, por  las  razones  dichas,  me  diese  licencia 
para  irme  á  mi  Iglesia,  y  que  yo  prometía  vol- 
ver de  buena  gana  cada  y  cuando  fuese  menes- 
ter y  Su  Majestad  me  mandase,  y  así  me  la 
envió  ^,  y  fuíme  á  Milán,  á  donde  llegaron 
mis  bulas,  y  parecióme  consagrarme  en  la  igle- 
sia de  San  Ambrosio,  pues  había  sido  electo  en 
el  día  de  su  muerte,  y  tomarlo  por  especial  abo- 
gado, para  lo  cual  me  salí  de  mi  posada  y  me 
fui  á  un  recogimiento  que  estaba  '  cerca  de  San 
Ambrosio,  que  se  dice  de  San  Valerio,  donde 
están  las  convertidas,  y  un  clérigo,  sacerdote 
pío  y  siervo  de  Dios,  el  cual  tenia  allí  un 
aposento  con  un  huertezuelo;  yo  [se]  lo  deman- 
dé *  para  recogerme  allí,  á  donde  me  fui  ocho 
días  antes  de  mi  consagración  con  sólo  un  paje 
y  la  Biblia  y  los  Ambrosios  ^,  donde  me  hizo 
Dios  harta  merced  "'.Aparéjeme  para  hacer  una 
confesión  general  de  toda  mi  miserable  y  cul- 

'  T.  vino.  —  '  las  costas  — ^  G.  dejase. —  ••  G.  to- 
marse.— "  G.  pedía.—'  dio.  —  '  T.  está.  —  *  y  yo  se  lo 
pedí.— 8  G.  Amerosiüs.— '"  hartas  mercedes. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  A  Y  AL  A 


221 


pada  vida;  lúcela,  y  me  di  '  á  la  meditación  y 
lición,  y  oía  desde  mi  aposento  los  maitines  que 
decían  á  media  noche,  rogando  á  Dios  afinca- 
damente ^  que  por  méritos  de  su  hijo  sagrado 
y  de  la  gloriosa  siempre  Virgen  María  y  de  los 
bienaventurados  confesores  y  Pontífices  San 
Martín  y  San  Ambrosio,  abogados  míos,  me 
quisiese  hacer  bueno  y  legítimo  ministro  suyo 
en  la  Iglesia,  pues  él  me  había  llamado  para 
ello  sin  yo  desearlo  ni  procurarlo.  Con  estas 
meditaciones  y  lectión  y  oraciones,  una  noche 
vi  en  sueños  ^  al  glorioso  San  Ambrosio  ves- 
tido de  pontifical,  el  cual  me  hablaba  y  decía 
dos  avisos  que  tenía  necesidad  de  guardar  si 
quería  ser  buen  ministro  en  el  oficio  que  toma- 
ba; es  á  saber:  templanza  en  los  manjares  y  en 
los  afectos,  libertad  en  tratar  los  negocios  de 
Dios,  y  no  me  acuerdo  bien  de  otra  cosa,  y 
así  *  desapareció  y  quedé  bien  consolado. 

Hecha  mi  confesión  general,  vino  el  día  del 
glorioso  San  Jerónimo,  en  el  cual  tenía  concer- 
tada mi  consagración,  la  cual  hicieron  el  Arzo- 
bispo de  Milán,  que  entonces  era  hombre  x'eve- 
rendo  ",  que  se  llamaba  Anibaldo,  y  los  Obis- 
pos de  Lodi  y  de  Urgel  ^,  la  cual  se  hizo  en 
San  Ambrosio  en  su  propio  altar,  que  estaba 
sobre  su  cuerpo  ',  y  con  la  Misa  ambrosiana, 
que  no  se  pudo  decir  otra.  Hízose  uuiy  solem- 
nemente; fué  á  ella  ^  el  Señor  Don  Fernando 
de  Gonzaga  y  la  Princesa  su  mujer,  y  hizo  ^ 
ac{uel  día  el  convite  á  muchos  prelados  y  seño- 
res, los  cuales  comimos  con  él,  y  fué  esto  el 
último  de  septiembre  de  1548. 

CAPÍTULO  XI 

De  la  venida  á  España  y  posesión  del  obispado. 

Entonces  á  la  sazón  andaban  por  quebrar  la 
paz  el  Emperador  y  el  Rey  de  Francia  Enri- 
que, que  había  heredado,  por  la  muerte  de  Fran- 
cisco su  padre,  y  no  osé  emprender  camino  por 
Francia;  antes  bien  aguardé  la  armada  que 
venía  con  el  Serenísimo  Principe  de  España 
Don  Filipe,  el  cual  hoy  es  Rey  de  Castilla, 
que  su  padre  había  enviado  por  él  para  hacerle 
conocer  los  astados  **•  de  aquellas  partes,  el  cual 
llegó  á  Genova  el  día  de  Santa  Catalina,  con 
grande  aparato,  y  fué  recibido  con  grande  so- 
lemnidad, á  donde  estuvo  seis  días,  y  [con]  las 
galeras  de  España  fué  "el  Capitán  Don  Bernar- 
dino  de  Mendoza;  partió  ''■'  diez  días  antes  de 
Navidad  para  '"*  España,  y  yo  me  embarque 
en  la  capitana,  porque  así  lo  quiso  él,  y  vinimos 

'  G.  daríanie.  —  ^  G.  y  T.  aticiunadainente.  --  '  G. 
sueño. — ^  se. — *  venerable.—  *  G.  y  el  Obispo  de  lo 
Diungel.  X.  y  el  Obispo  de  Lodi  y  el  de  Urf^el.—  '  se- 
pulcro.—* G.  allá.  -  ^  que  hicieron. — '"  G.  estatutos  — 
"  G.y  las  galeras  de  España  eu  ir. — '^  partieron. — •'>  á. 


á  Rosas  el  Año  Nuevo,  y  yo  me  desembarqué 
en  la  Peñíscula  ^,  porque  iba  mal  dispuesto, 
y  fui  por  tierra  hasta  Valencia,  donde  llegué 
para  los  Reyes  ^,  con  ánimo  de  comunicar  al  "* 
Reverendísimo  Tomás  de  Villanueva,  Arzobis- 
po de  aquella  Iglesia,  y  ver  el  modo  que  tenía 
en  gobernarse  á  sí  y  á  los  moriscos,  para  tomar 
algo  bueno;  pero  hállele  desembarazado  desto 
y  dando  el  cargo  *  desto  '  á  ciertos  comisa- 
rios por  autoridad  apostólica,  y  así  no  sabía  de 
su  gobierno  que  fuese  de  provecho;  de  alU  me 
fui  á  ver  mi  señora  madre  á  Yeste,  y  por  sei-  el 
lugar  muy  saludable  y  su  naturaleza  y  ella  estar 
tocada  en  el  celebro  de  perlesía,  se  había  venido 
allí  á  su  casa  por  mi  orden.  Yo  estuve  con  ella 
seis  días,  y  partíme  para  Guadix,  y  llegué  allá 
el  postrero  de  enero,  y  el  día  de  la  Purificación 
fué  el  primero  día  que  entré  en  mi  Iglesia, 
donde  fui  bien  recibido;  entonces  eran  pasados 
tres  meses  del  año  cuarenta  y  cinco  ®  de  mi  edad 
cuando  comencé  á  obispar. 

Entrado  '  en  aquella  Iglesia,  pasé  grandes 
dificultades,  porque  yo  la  hallé  de  tres  años  de 
Sede  vacante  que  habían  corrido,  donde  todo 
lo  que  por  la  erección  de  la  Iglesia  convenía 
al  Prelado,  así  en  el  recibir  de  los  ministros 
como  en  las  licencias  de  las  ausencias  y  resi- 
dencias, todo  lo  tenían  usurpado  y  entrado  en 
üosesión  con  actos  perjitdiciales,  y  como  aque- 
llas Iglesias  de  aquel  reino  sean  de  Patro- 
nos *,  no  podía  yo  con  la  fuerza  de  jurisdic- 
ción, ni  por  vía  de  visita,  enmendar  nada,  sino 
todo  lo  llevaban  á  la  Chancillería  del  Rey, 
donde  las  causas  eclesiásticas,  como  se  trataban 
cuesta  arriba,  así  tenían  tardos  y  dificultosos 
sucesos.  Comencé  á  citar  los  ausentes,  que  los 
capitulares  habían  dado  licencia[s] ;  ellos  por- 
fiaban á  sustentarlas  por  amistades  ^  y  con- 
servar sus  preeminencias  usurpadas;  habíanse 
también  metido  en  la  jurisdicción  de  las  culpas 
leves  y  graves  del  ^^  Cabildo;  en  especial  ten- 
taron á  castigar  un  tesorero  de  la  Iglesia,  por 
lo  ^^  cual  como  los  '^  quisiese  refrenar  y  no  qui- 
siesen por  bien,  hube  de  proceder  contra  ellos, 
de  que  se  siguieron  desacatos,  prisiones  y  pa- 
siones y  desasosiegos  grandes,  y  los  pleitos 
siempre  en  pie,  porque  ^^  nunca  se  acaban  allí. 
En  este  tiempo,  queriendo  ejecutar  una  concor- 
dia que  estaba  hecha  entre  '*  mi  antecesor,  Don 
Antonio  de  Avila,  y  su  Cabildo,  de  una  parte, 
con  ^•'  Don  Juan  de  Tavera,  Arzobispo  de  To- 
ledo, y  su  Cabildo,  de  otra,  sobre  la  abadía  de 
Baza  y  su  distrito,  la  cual  había  sido  muy 
reñida  otros  tiempos,  tuve  grandes  dificultades 

'  G.  Pauíscula.—  '  T.  donde  llegaron  los  Reyes. — 
3  G.  el.-*  G.  carrego.  -  ^  de  ellos.-  *  G.  de  cuarenta 
y  cinco — '  (j.  lOntiando  -  '^  patronazgo.  T.  patro- 
nazgos.—» amistad.—  '»  G.  de.—  "  G.  el.~<=  G.  le. 
—  '"'  G.  para  que.—  "  G.  ante.—  ""  y. 


222 


autobiografías  y  memorias 


con  el  Señor  Arzobispo  de  Toledo,  Don  Juan 
de  Silíceo,  el  cual  fué  sucesor  del  otro,  porque 
no  quería  pasar  por  ella ;  tenía  otra  grande 
dificultad,  que  como  los  del  Cabildo  estaban  con 
pasión  por  las  cosas  pasadas,  nunca  quisieron 
concurrir  conmigo,  siendo  provecho  de  todos 
que  ^  esta  concordia  se  efectuase,  y  así  tenía 
dificultades  de  fuera  y  dentro;  al  fin,  soltándole 
cierta  rata  de  frutos  que  rae  venían  de  lo  co- 
rrido desde  el  día  del  contrato,  que  eran  casi 
mil  ducados,  y  prestando  caución,  como  presté, 
por  lo  que  mis  capitulares  habían  de  haber,  que 
eran  más  de  400  ducados,  con  estas  inicuas 
condiciones  me  concerté  con  él  de  nuevo,  por 
ser  hombre  poderoso  y  vario  -,  y  así  se  conclu- 
yeron [estas  cuestiones]  con  la  ayuda  de  ííues- 
tro  Señor,  repugnándome  todos,  y  los  que  me 
habían  de  ayudar,  lo  que  nunca  se  pensó,  des- 
pués de  cincuenta  años  de  pleito,  y  tomé  la  po- 
sesión de  Baza  y  su  Hoya  ■',  donde  fui  bien 
recibido,  con  grande  solemnidad,  víspera  de 
San  Juan,  año  de  1550,  de  que  se  acreció  * 
aquella  silla  de  Guadix  y  su  mucha  autoridad, 
por  ser  ciudad  grande  y  noble,  y  tener  buen 
distrito  de  nueve  ó  diez  lugares  ^  grandes,  y 
una  iglesia  Colegial  tan  rica  casi  de  prebendas 
como  la  Catedral  de  Guadix;  antes  que  fuese  á 
tomar  esta  posesión  visité  la  iglesia  Catedral  de 
Guadix  y  toda  la  diócesis  por  mi  persona.  No 
hallé  estatutos,  que  todos  los  habían  hecho  des- 
aparecer, ni  cosac/e  donde  se  pudiese[n]  ayudar 
de  gobierno,  y  así  comencé  á  labrar  allí  como  si 
fuera  proveído  á  una  Iglesia  nueva  de  África; 
y  entre  otras  ^  cosas  que  hice,  con  el  favor  de 
Dios,  fué  hacer  los  estatutos  sobre  las  cosas 
del  gobierno  de  la  iglesia  Catedral,  y  quitar 
muchos  abusos  y  licencias  que  se  tomaban  con 
perjuicio  del  '  buen  gobierno  della;  porque  á 
un  Inquisidor  de  Granada,  llamado  el  doctor 
Arias,  el  cual  era  Canónigo  Doctoral  de  aUí, 
quité  la  ])i-ebenda,  no  sin  grandes  dificultades  y 
enojos  que  se  me  ofrecieron,  porque  los  del  Ca- 
bildo le  favorecieron,  y  como  los  Inquisidores 
sean  tan  potentes  algunas  veces  en  su  manera 
de  proceder  en  lo  que  les  toca,  hicieron  mil 
vejaciones  á  mis  criados,  impidiéndomelos  que 
no  testificasen  algo,  y  echáronme  el  ^  Consejo 
de  Inquisición  ^  encima  y  el  Príncipe  Maxi- 
miliano, para  estorbarme;  y  yo  hícelo  saber  al 
Emperador  mi  Señor,  que  estaba  en  Alemania, 
y  envióme  el  favor  que  convenía,  y  así  la  vaqué 
y  [no]  proveí  yo  otro  '",  por  ser  el  patrimonio 
Real  y  la  Iglesia  pobre.  Compuestas  las  cosas 
de  la  Catedral  de  esta  Iglesia  en  '*  la  primera 
visita,  aunque  siempre  los  pleitos  andaban  en 

'  G.  porque.-  *  T.  valido  —  *  G.  Vaca  y  Sevcya. — 
'  acrecentó— 5  G.  leguas.— ^  G.  estas.—  ''  G.  de. — 
*  G.  al.  —  9  echáronme  encima  la  Inquisición. — 
'°  T.  y  proveyó  otro.—*»  G.  de. 


pie,  como  viniese  á  Baza  ',  comencé  á  visitar  la 
Iglesia,  que  por  haber  sido  de  Toledo  tantos 
años  no  tenía  ley  ni  se  gobernaba  por  eUa;  por- 
que cada  uno  hacía  lo  que  quería,  y  el  Vicario 
del  Arzobispo  que  allí  había  estado  no  era 
parte  para  hablarles,  porque  estaba  en  su  mano 
el  echarle  cuando  quisiesen,  y  esto  les  concedía 
por  conservarlos  que  no  se  diesen  al  Prelado 
de  Guadix;  hallé  nuevos  bienes  enajenados; 
otros  mal  arrendados,  dados  á  censo  sin  poder 
ni  solemnidad  y  con  menoscabo  grande  de  la 
Iglesia,  más  de  lo  que  el  uso  les  daba,  i/  esto  se 
variaba  por  líbito  de  tres  ó  cuatro;  la  hacienda 
y  cuenta  ^  de  la  fábrica  de  más  de  doce  años 
por  tomar,  de  mucha  cantidad  "*,  y  de  pecados 
públicos  que  en  la  una  parte  y  en  la  otra  ha- 
bía, donde  se  castigaron  muchos  excesos  con 
misericordia,  pero  ejemplarmente,  con  que  se 
edificó  mucho  el  pueblo,  aunque  se  incurrió  odio 
en  otros,  como  suele  ser  en  estas  causas.  Híceles 
un  libro  para  el  gobierno  de  las  ceremonias, 
parte  reservando  las  que  ellos  tenían  buenas  y 
tomando  otras  de  las  Iglesias  cercanas,  y  de  la 
buena  razón  de  nuestra  Catedral  otras  cosas 
tocantes  á  los  oficios  y  residencia,  capítulos  y 
modo  de  celebrar  el  culto  divino.  Hice  traer  á 
todos  los  títulos  de  censes  que  tenían;  compo- 
níame *  con  ellos  por  algo  más,  asegurándoles 
las  fianzas;  torné  á  darles  los  títulos  firmes,  y 
ellos  quedaron  contentos  y  yo  algo  descargado. 
Hízose  un  libro  de  todas  las  heredades  "*  y 
haciendas  de  las  Iglesias  ^  y  híeelas  apear, 
haciendo  memoria  de  quién  las  tenía  y  ante 
quién  estaban  las  escripturas,  de  lo  cual  se 
aumentó  la  renta  de  las  Iglesias  notablemente; 
acrecentóse  renta  á  la  silla  de  Guadix  desta 
hecha  cerca  de  mil  ducados  en  todo,  de  que  se 
ayudó  algo  la  necesidad.  Acabada  esta  visita, 
volví  á  Guadix  al  fin  del  año  1548  ',  por  ver 
si  podía  concertar  unos  pleitos  que  cierto  nos 
traían  inquietos;  porque  durando  no  podía  ser 
si  no  fuesen  cosas  donde  se  mostrasen  las  vo- 
luntades al  revés  de  lo  que  convenían  estar,  y  * 
no  ^  aprovechó  nada  aunque  les  ofrecí  medios 
convenientes. 

CAPÍTULO  XII 

De  la  ida  como  Obispo  al  Concilio  de  Trento. 

Entrando  '"  el  año  de  1550  ",  el  Papa  Ju- 
lio ni,  que  halda  entrado  el  año  pasado  en  el 
Pontificado,  tornó  á  revocar  '"•'  el  Concilio  á 
Trento  por  la  importunidad  de  la  Majestad  del 

'  G.  Vaca.— ^  renta.—  ''  de  diez  años  sin  tomar 
cuentas  de  nnichas  cantidades. — ■*  G.  componíanse. — 
^  G.  libertades,— 8  la  Iglesia.—  '  T.  15.50.—  '  pero. — 
»  G.  noles.— ">  T.  entrado.—  "  T.  1551.  G.  1541).— 
'-  convocar. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


223 


Emperador.  Yo  fui  llamado  y  nombrado  espe- 
cialmente por  Su  Majestad,  y  excusábame  por 
las  muchas  deudas  que  tenía,  de  haber  paga- 
do '  bulas  y  gastado  con  el  obispado  en  plei- 
tos, y  en  haber  puesto  casa;  mandóseme  que 
fuese  como  pudiese,  y  así  yo  me  aderecé  lo  más 
presto  que  pude,  y  salí  á  7  de  marzo  de  Gua- 
dix  con  mil  ducados  prestados  de  las  iglesias 
que  tenían  demasiados,  porque  yo  no  tenía; 
despedíme  *  de  mi  Iglesia,  encomendéles  lo 
que  les  había  de  encomendar  //  que  proveye- 
sen un  Canonicato  que  estaba  vaco,  de  teólo- 
go **,  pues  yo  no  me  podía  hallar  presente,  á 
una  persona  docta,  ejemplar  y  que  predicase  * 
bien,  y  ellos  lo  hicieron  todo  al  revés.  Yo  fuí- 
me  á  Baza  ',  á  donde  estuve  dos  ^  días,  y  pre- 
diqué y  encomendé  al  pueblo  mi  camino  y  las 
cosas  públicas  de  la  Iglesia,  y  proveí  otras 
cosas  que  eran  menester,  y  partíme,  no  sin 
muchas  lágrimas  de  todos,  que  '  me  amaban 
entrañablemente.  Cuando  partí,  que  fué  á  10 
de  marzo,  hice  un  mensajero  á  mi  señora  ma- 
dre, para  que  me  saliese  al  camino  á  una  villa 
que  se  llama  Volteruela,  para  que  la  viese  an- 
tes de  la  partida  y  tomar  su  bendición.  Así 
me  fui  por  mis  jornadas  con  quince  cabalgadu- 
ras y  cuatro  acémilas,  y  llegué  á  Barcelona 
después  de  la  semana  de  Pascua  de  Resurrec- 
ción, la  cual  tuve  en  Tortosa;  allí  me  rehice  de 
bestias,  porque  las  llevaba  muy  cansadas  y  otras 
medio  muertas;  partí  de  allí  á  tres  días,  ?/ 
(como  supe  después)  allí  me  espiaron  franceses 
y  miraron  mucho  por  dónde  iba  para  hacer  lo 
que  hicieron;  fui  por  mis  jornadas,  y  el  Do- 
mingo de  Cuasimodo  estuve  en  Salsas,  y  partí 
otro  día,  y  tomé  seis  arcabiiceros  soldados  del 
castillo  *  para  mi  compañía,  por  causa  de  los 
bandoleros  y  ladrones  que  allí  suelen  andar,  y 
llegados  aquel  día  á  deshierra  caballos,  de  allí 
á  poco  ^  veía  venir  soldados  delante,  que  sa- 
han  del  castillo  de  la  Caba  '"  á  tomarme  el 
paso,  y  cuando  allí  llegué  dije  "  á  dos  de  los 
arcabuceros  que  se  llegasen  al  collado  donde 
comienza  á  bajar  el  camino  *^  hacia  la  villa  de 
Salsa  ^*  para  ver  si  había  ladrones;  en  llegan- 
do descubrieron  gente,  y  dijéronrae:  ladrones 
''f'^)  y  yo  díjeles  que  se  viniesen,  y  casi  toda 
mi  gente  y  acémilas  y  pajes  delante  con  cuatro 
arcabuceros,  y  yo  tomé  dos  cabe  mí  ^*  y  quédeme 
atrás,  y  yendo  con  ellos  á  bajar,  [luego]  que  ba- 
jamos vimos  en  la  ladera  del  camino,  [á]  mano 
derecha,  catorce  ó  quince  hombres  con  arcabu- 
ces y  ballestas  de  torno  y  lanzas,  que  estaban 
allí  fingiendo  que  cazaban  ^^,  y  no  tenían  más 

*  G.  pasado. — '  G.  despidióiKlome.  — '  Teología. — 
^  procediet-e  — ^  G.  Vaca.—  *  G.  diez  — '  T  los  que. 
— '  de  Castilla.  —  '•'  G.  ya  yo  había  poco. — '"  Caiasa 
T.  Laiasa.  — "  G.  dice  — '»  campo.—  '»  (i.  Villafal- 
sa.  —  '<  iunto  á  mí  — '5  G.  cavaban. 


de  un  gosque,  y  yo  entendí  la  maña  ' ;  pero 
como  los  vi  que  no  eran  muchos,  parecióme  que 
no  osarían  tocarnos  y  que  nos  avendríamos  con 
ellos.  Pasamos  por  nuestro  camino  á  nuestro 
paso  y  con  ^  orden;  luego  ellos  mueven  tras 
nosotros  poco  á  poco,  yendo  de  nosotros  un  tre- 
cho de  ballesta;  luego  vi  por  los  collados  '^  al- 
rededor gente  que  estaba  casi  en  la  delantera,  y 
como  veíamos  *  que  unos  iban  detrás  y  otros 
delante,  parecióme  mal  caso  de  ir  así  en  me- 
dio con  tanto  peligro  de  ser  atajado  •'';  salíme 
del  camino  y  los  nuestros  también,  y  díjeles  á 
los  que  iban  detrás :  Gentiles  hombres,  pa- 
sen ••  adelante,  que  no  os  queremos  llevar 
atrás,  y  salios  del  camino;  ellos  dijeron  ^:  So- 
mos justicia  y  podemos  ir  como  quisiéremos;  y 
yo  díjeles:  Si  sois  justicia,  mostradlo,  y  todos 
os  favoreceremos  y  os  llevaremos  en  medio  si 
fuere  menester;  ellos  no  quisieron  responder  á 
esto,  y  como  vieron  que  les  tornaba  á  impor- 
tunar y  que  hablábamos  *  entre  nosotros,  sá- 
lense del  camino  y  mótense  en  un  valle  bajo  ' 
hacia  una  roqueta  '"  ó  castillejo,  y  de  que  fue- 
ron un  poco  lejos,  comenzaron  á  dar  grandes 
silbos  "  y  hacer  grandes  señas,  y  nosotros  se- 
guimos nuestro  camino;  y  á  una  legua  antes 
de  Villasalsa  '^  divisamos  que  venían  detrás  de 
nosotros  ciertos  arcabuceros  á  caballo,  poco 
á  poco,  y  dejáronnos  llegar  á  Villasalsa  '3;  y 
así  como  entramos  y  la  comida  estaba  apare- 
jada, llegaron  á  la  posada  aquellos  de  á  caba- 
llo, que  eran  ocho  ó  diez,  y  entre  ellos  venía  un 
Proboste,  el  cual  como  entró  se  comenzó  á  que- 
rellar que  había  hecho  fuerza  á  la  justicia  en  el 
camino  y  qne  había  metido  hombres  en  Fran- 
cia; luego  entendí  que  era  aquello  buscar  oca- 
siones '*,  y  que  no  venían  de  buena  mane- 
ra; pero  satisfícelo  como  se  podía  satisfacer  y 
dije:  Cuanto  á  la  resistencia  y  "•  fuerza  de  la 
justicia,  ellos  dirán,  si  quieren  decir,  la  verdad 
de  lo  que  pasó  en  esto;  todos  pensamos  que 
eran  ladrones;  yo  les  dije  que  me  mostrasen 
que  eran  justicia  y  que  yo  me  haría  con  ellos; 
no  lo  hicieron,  i/  salieron  ellos  del  camino; 
y  en  lo  otro  que  ya  sabían  que  se  usaba  en 
tiempo  de  paz  que  de  Narbona  salían  soldados 
hasta  Salsas  y  entraban  en  España  cada  hora, 
y  que  aquello  bien  sabia  yo  que  era  costumbre, 
metió  '®  el  juego  á  barato,  y  aunque  entendí 
que  traían  mal  ánimo,  dije  *'':  Comamos  juntos 
y  hagamos  buena  cibera  '^,  que  todo  es  aire; 
él  se  quietó  como  buen  francés ,  y  comimos 
y  bebimos  todos;  yo  les  hice  beber  '',  convi- 


'  eran  más.—-  en  — ^  el  collado.—*  vimos. — ^  ata- 
jados.—* G.  pasa.  —  '  respondieron.—'  (i.  hablamos. 
—  8  vallejo. — '"  (i.  aroquita.  •  "  silbidos — **  G.  Vi- 
Uafals.i. —  *''  G  Villafalsa. —  "  ocasión.  —  *^  (í.  en.— 
>"  (i.  metí. — •'  G.  traía  mal  camino,  díjele.— '^  jira. 
— '*  G.  venir. 


224 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


dándoloí:  y  regocijándolos,  hasta  que  se  ca- 
yeron y  durmieron  por  más  de  una  hora,  que 
á  irme  algo  en  escabullirme  los  pudiera  ma- 
tar y  salirme;  cuando  hubieron  ^  dormido,  el 
Proboste  dijo  que  tenía  una  casa  de  un  caba- 
llero en  Narhona,  donde  me  quería  aposentar// 
donde  sería  bien  servido,  y  que  enviase  un  cria- 
do mío  con  uno  suyo  á  Narbona;  yayo  entendí 
un  poco  más  de  su  intención,  y  recibí  su  buen 
comedimiento,  confiado  '^  de  mi  inocencia;  par- 
timos á  las  tres  //  llegamos  á  puestas  del  ^ 
sol  á  Narbona,  donde  teníamos  liien  de  cenar  á 
uso  de  Francia,  y  el  Preboste  cenó  conmigo  y 
no  los  otros.  Estando  cenando  vino  el  Gober- 
nador de  la  tierra  á  verme  con  gente  *,  y  como 
vido  que  estaba  de  reposo  no  me  dijo  nada;  á  la 
mañana  antes  de  levantarme,  ya  que  se  apare- 
jaba la  partida,  vino  con  gente  de  armas,  y 
desarmóme  mi  gente,  y  arresta  mi  ropa  ^  y 
bestias,  y  mándame  de  parte  del  Rey  que  no 
salga  de  aquella  posada  hasta  que  vi[ni]ese  '• 
mandamiento  del  mismo  Rey,  jurándome  á  Dios 
que  tenía  mandato  lieal  para  hacerlo,  pero  que 
no  sabía  la  causa;  yo  oliodecí,  y  estuve  allí  arres- 
tado ''  algunos  días  apretado,  tanto  que  á  un 
correo  que  pasaba  le  di  una  carta  por  una  ^ 
quicialera  de  una  puerta  para  la  Majestad  Im- 
perial y  otra  para  un  caballero  amigo,  que  es- 
taba con  él,  para  que  entendiese  el  estado  de 
mis  cosas  y  cómo  me  tenían  sin  saber  por  qué, 
y  al  cabo  de  cuatro  días  me  dieron  licencia  para 
que  pudiese  hablar  cor,  mis  criados  y  algunos 
otros,  y  taml)ién  ^  para  oir  misa  y  decirla;  y 
lleváronme  ^^  ocho  alabarderos  ordinariamen- 
te, y  por  las  calles  me  iban  dando  con  tabletas 
hombres  y  muchachos,  que  es  así  el  ingenio  de 
aquella  gente.  En  estos  días  me  tenturon  ", 
haciéndome  muchas  preguntas  muchas  'veces ; 
tomáronme  '^  las  cartas  del  Emperador,  y  pre- 
guntáronme que  á  dónde  había  estudiado,  á 
quién  había  servido,  de  dónde  era,  dónde  había 
estado,  y  diciendo  que  al  Emperador,  pregun- 
táronme que  en  qué  le  había  servido,  qué  es- 
tado tenía,  si  era  teólogo,  y  para  esto  echáronme 
frailes  que  me  tentasen,  donde  pasé  harta  tri- 
bulación, así  por  la  tristeza  de  mis  criados  como 
por  la  suspensión  que  tenía  de  no  saber  por 
qué  me  tenían;  sospechaba  algunas  veces  que 
la  Reina  de  Navarra  y  sus  hijos  hacían  aquello 
porque  yo  había  escrito  con  alguna  libertad 
contra  los  Príncipes  que  daban  á  los  herejes 
favor;  mil  pensamientos  me  venían  ;  hasta  hoy 
jamás  supe  por  qué  me  prendieron;  echaban 
color  que  un  criado  mío  había  muerto  un  hom- 

'  hubo.  —  ^  G.  confiando  —  ^  puesto  el.  —  *  con 
gentes.-»  T.  resta  mi  ropa.-»  venga.—'  G.  restado. 
— «  la.-'J  diéronme  licencia  también.— 'O  llévanme. 
T.  llevábanme.  —  <<  atromentaron.  —  «i"  G.  torn:i. 
ron  me. 


bre  por  mi  mandado  en  Villasalsa  ',  y  echa- 
ron una  mujer  que  se  quejase  y  llorase;  tomá- 
ronme el  criado  y  echáronmelo  en  una  torre,  y 
diéronle  ^  tormento,  todo  con  malicia  y  men- 
tira, y  diciéndoles  yo  por  qué  me  tenían,  echa- 
ban esto  por  excusa;  yo  les  '  dije  que  hiciesen 
venir  á  la  mujer  delante  de  mí,  que  si  no  le  * 
hiciese  variar  y  mostrar  que  era  mentira,  que 
yo  le  ^  pagaría  todo  lo  que  ella  pretendiese,  y 
ellos  no  trataban  se  descubriese  ^  la  verdad. 
Al  fin  enviaron  postas  al  Rey,  y  yo  por  mi  par- 
te, y  el  Emperador  '  había  ya  escrito  al  Rey 
de  Francia,  y  vino  todo  junto  y  *  licencia  del 
Rey  para  mi  libertad  al  cabo  de  veintinueve 
días  de  mi  detenimiento,  y  así  me  libertaron, 
sin  decirme  por  qué  ni  por  qué  no,  de  que  no 
poco  recelé  en  mí  ^,  pensando  que  me  querían 
despachar  en  el  camino.  Saliendo,  pues,  seis 
leguas  de  Narbona,  en  una  venta  cerca  de  Mon- 
peller,  tomé  tres  postas  y  á  tres  criados  míos 
y  el  postillón,  y  aunque  hombre  ya  pesado  y 
mal  enseñado  ^"^  á  hacer  ejercicio,  yo  me  puse 
in  brevibus  ó  cum  brevibvs ,  y  lo  más  *'  que 
pude  desconocido;  así  en  cuatro  días  entré  en  el 
Piamonte,  llegué  á  Alejandría  de  la  Palla  ^^, 
donde  estuve  con  el  Gobernador,  mi  amigo,  que 
era  un  caballero  de  Salamanca,  y  de  ahí  fui 
á  Milán,  donde  me  sangré  y  me  rehice;  y  á  dos 
días  partí  á  Trento,  donde  entré  sábado  de 
Pentecostés,  á  15  ''  de  mayo  de  1551. 

CAPÍTULO  XIII 

De  lo  que  pasó  en  algunas  sesiones  del  Concilio. 

Era  venido  allí  Marcelo  Crescencio,  Carde- 
nal, por  Legado,  y  otros  dos  Obispos,  que  lla- 
maban Presidentes  i/  eran  el  Arzobispo  de 
Sipf)nto,  el  cual  '*  después  fué  Cardenal,  y  el 
Obis}  o  de  Verona,  Lipomauo  i^,  y  algunos 
españoles  que  allí  '®  estaban,  y  algunos  italia- 
nos, hasta  cuarenta  Obispos.  Después  vinieron 
los  tres  Arzobispos  electores  del  Imperio,  con 
los  cuales  se  comenzó  á  hacer  hacienda;  hicié- 
ronse  dos  sesiones  y  tratóse  la  tercera  de  Ordi- 
ne,  donde  me  sucedió  una  cosa  harto  peligrosa 
y  de  grandísima  dificultad.  Había  llegado  Cres- 
cencio en  la  sesión  de  Pamitentia  y  la  del 
Sancto  Sacramento;  yo  fui  deputado  para  la 
del  Sacramento.  El  Obispo  de  Módena  y  yo  la 
compusimos,  y  mudaron  '''  cierta  cosa  de  sus- 
tancia en  la  doctrina  acerca  de  los  casos  reser- 
vados, contra  [la]  voluntad  de  los  diputados,  y 


*  G.  Villafalsa.— *  y  conmináronle  de.  T.  comuni- 
cáronle.—  "^  G.  le.  —  *  la.—  '*  la  — ^  ,ie  descubrir. — 
'  Embajador.-  *  con.  — ^  no  hubo  en  mí  poco  recelo. — 
'"^  acostumbrado  —"  G.  demás.— *"  G.  Tulla.- '^  día 
10.— 'í  que.—  *»  Lipozamo.— '6  G.  ahí.  —  "  G  y  T, 
mandando.  X.  mudando. 


BO'N  MARTÍN  PÉREZ  DE  AYALA 


225 


era  yo  uno  de  ellos  y  el  que  había  insistido  en 
que  se  pusiese;  es  á  saber:  que  el  Papa  podría 
reservar  casos  ad  cvdipcationem;  y  ofendido 
deste  atrevimiento  y  tiranía,  cuando  vino  á 
tratarse  la  sesión  de  Ordine,  que  no  se  liizo, 
habiéndome  señalado  por  diputado,  no  lo  ' 
quise  aceptar;  importunándome  me  estaba  siem- 
pre en  ello,  y  también  por  poder  contradecir 
con  libertad  cierta  doctrina  que  venía  de  Roma 
en  lo  que  tocaba  al  Papa,  en  que  se  destruía 
la  autoridad  di  los  Concilios  y  Prelados,  la 
cual  los  Prelados  pasaron  sin  dificultad,  algu- 
nos ^  porque  no  la  entendieron  ^  y  otros  por- 
que no  osaron  ^  Yo,  como  era  de  los  más 
modernos,  cuando  á  mí  vino,  ya  mi  contra- 
dicción no  había  de  aprovechar,  porque  era  el 
décimo  ^  antes  del  postrero  y  los  otros  ®  eran 
más  de  cincuenta.  Y  así  acordé,  por  el  bien 
público  de  la  Iglesia  (que  cierto  no  me  mo- 
vió otra  cosa),  de  avisar  al  Embajador  de 
aquella  cláusula  y  cuan  perniciosa  era,  y  cuan 
escandalosa  sería  á  los  herejes,  y  comunicóse 
con  el  doctor  Vargas  y  los  frailes  que  allí  esta- 
ban por  el  Emperador,  que  eran  Fr.  Bartolomé 
de  Miranda  y  otros,  los  cuales  estuvieron  en 
que  no  se  debía  dejar  pasar  '.  y  así  acordó  el 
Embajador  enviar  el  ^  doctor  Vargas  y  hacerlo 
saber  al  Emperador,  que  estaba  en  Ispruch, 
veinticinco  leguas  de  aUí,  y  fué  y  dio  relación; 
y  allá  ^  le  dijeron  que  enviase  yo  los  moti- 
vos que  tenía  para  que  se  no  debía  '**  admitir; 
enviólos  en  suma,  y  el  Emperador  envió  á 
decir  al  Embajador,  Don  Francisco  de  Toledo, 
que  hablase  al  Legado  para  que  se  quitase 
aquello.  El  Legado  recibió  grande  alteración, 
porque  tocaba  á  la  autoridad  y  utilidad  de  la 
curia,  y  quiso  y  procuró  saber  cómo  se  había 
sabido;  poco  más  ó  menos,  él  adivinó  que  yo 
había  avisado  y  dado  y  tomado  el  negocio.  El 
Legado  dijo  que  no  se  podía  sufrir  ni  cumplir 
lo  que  Su  Majestad  mandaba;  el  Embajador  ^^ 
le  dijo  que  se  había  de  hacer  así,  que  se  dispu- 
tase primero.  Venidos  á  quién  disputaría  ó 
cómo,  dijo  Don  Francisco:  Pidamos  teólogos 
frailes  que  salgan  á  hacer  buena  la  doctrina,  que 
no  es  bien  que  se  ponga  ^^  sin  disputa.  Dijo 
el  Legado:  Ño  quiero  frailes,  sino  Prelados  *•*. 
El,  por  sacar  en  limpio  quién  le  hacía  la  gue- 
rra, para  armar  alguna  calumnia  '*.  Díjome 
el  Embajador:  Conviene  que  vos  salgáis  con 
otros  que  señalaré,  y  mostréis  esto.  Yo  dije 
que  no  venía  á  aquello  al  Concilio,  sino  á  decir 
mi  parecer,  y  que  no  era  buen  pago  por  mi 
aviso  ponerme   en   un  riesgo   donde  yo  fuese 

'  G.  le.—'  unos. — '  T.  no  lo  entendían.  G.  no  sólo 
entendieron.— ^  se  atrevieron. — *  T.  deceno.— ^  (j.  vo- 
tos.—'  G  dejar  de  pasar  — ^  al.—»  G.  y  á  ól.— '"  por 
qué  no  se  había.— "  G.  el  otro  —  •'  hacer  bueno,  que 
no  es  bien  que  se  ponga. —  '^  prelado. —  '<  armarle  algo. 


maltratado  y  calumniado.  El  Embajador  escri- 
bió al  Emperador  el  punto  en  que  estaban  las 
cosas.  Entretanto  el  Legado  cayó  malo  de 
muerte  de  enojo,  y  fué  empeorando.  Su  Majes- 
tad me  envió  á  decir  que  saliese  á  defender  lo 
que  había  dicho,  que  no  había  quien  mejor  lo 
hiciese  que  yo  ^,  y  que  él  me  prometía  que 
de  ello  no  me  viniese  mal;  ya  que  yo  había 
aceptado,  muere  el  Legado.  Y  así  cesó  la 
disputa  y  la  sesión,  y  desbaratóse  todo  con  la 
venida  del  Duque  Mauricio  contra  el  Empera- 
dor, donde  sobre  el  disolver  el  ^  Concilio,  so- 
bre si  había  de  ser  por  vía  de  suspensión  ó 
por  vía  de  prorrogación,  hubo  grandes  altera- 
ciones; la  parte  mayor  era  de  los  Legados,  que 
no  querían  sino  suspensión,  porque  no  se  tor- 
nasen á  juntar  sin  nueva  convocación  de  Roma; 
doce  que  allí  estábamos  á  que  fuese  por  vía  de 
prorrogación  atrevímonos,  porque  Deus  inter- 
pellat  ])ro  homine,  y  anduvimos  dando  y  toman- 
do; ellos,  como  eran  más,  quisieron  enseñar  y 
mostrar  que  su  intento  era  el  que  convenía,  y 
hicimos  un  protesto  modesto,  aunque  bien  sen- 
tido, y  cierto  que  no  dormí  aquella  noche  hasta 
las  tres  de  la  mañana,  trabajando  con  otro 
Prelado,  y  esto  por  que  se  entendiese  que  no 
todo  el  Concilio  quería  argüir  como  mercena- 
rio **,  y  no  por  otro  fin.  A  la  mañana,  que 
fué  22  de  abril,  hízose  la  última  sesión  y  sus- 
pensión del  Concilio,  donde  hicimos  un  pro- 
testo, aunque  con  algún  alboroto,  pero  no  sin 
aplauso  de  los  que  bien  sentían.  Y  así  Su  Ma- 
jestad, pensando  algunos  que  fueron  de  con- 
trario parecer  que  lo  había  de  sentir  y  tomar 
ci  mal,  cuando  recibió  nuestra  carta  dio  mues- 
tras que  habíamos  hecho  lo  que  debíamos;  des- 
tas  cosas  no  se  incurrió  poco  odio  en  la  gente 
romana,  que  qiuvrebant  qiuv.  sua  sunt;  manet 
alta  mente  repo^tum  iudicium  Paridis,  spre- 
ta'que  injuria  Jormn>;  *  pero  como  se  sirvió  á 
Dios,  él  me  libró  de  hartos  peligros  y  inconve- 
nientes, y  salimos  de  Trento  á  26  de  abril 
de  1552. 

CAPÍTULO  XIV 

De  la  vuelta  á  Guadi.r  por  mar. 

Salidos  ^  de  Trento  á  los  postreros  de  abril ; 
venimos  á  Milán  víspera  de  la  Ascensión, 
donde,  por  haberme  allí  consagrado  y  esta- 
do algún  tiempo,  tenía  muchos  conocidos,  y 
como  estaba  la  guerra  roía  entre  el  Emperador 
y  el  Rey  Enrique  de  Francia,  no  fué  posible 
venir  •*  por  tierra;  esperábamos  allí  si  hubiera 

*  lo  pudiese  defender  que  yo. —  "^  G.  del.  — ^  q,  ge 
entendiese  en  todo  el  Concilio  que  querían  argüir 
como  merecíamos.—  *  Eneida;  I,  v.  26  y  27. — "  Sali- 
mos.— *  G.  ir. 


226 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


alguna  foiuia  de  buen  pasaje  los  Obispos  de 
España,  al  pie  de  veinte;  como  no  hubiese  forma 
de  pasar  en  las  galeras,  aunque  las  esperamos  ^ 
allí  cuatro  meses,  en  Pavía  hice  imprimir  un 
Confesionario  Manual,  j  un  Catecismo  peque- 
ño, y  un  Aviso  de  buen  morir  para  mis  clérigos 
y  para  nuevos  cristianos,  aunque  por  falta  de 
corrector  de  lengua  castellana  no  salieron  bue- 
nos. Yo  me  fui  de  Milán  á  Pavía  en  el  mes  de 
agosto,  por  ser  (como  es)  lugar  más  *  sano 
y  de  mejores  aires;  allí,  en  el  mes  de  septiem- 
bre, me  dio  un  mal  muy  peligroso  de  dolor  de 
estomago,  y  fiebre  continua  junto  con  el  dolor, 
y  tanto  ^  que  no  pude  comprender  cuál  nacía 
de  cuál  ni  de  qué  procedía,  de  que  se  causaba 
mucha  confusión  entre  *  los  médicos  que  me 
curaban  sobre  si  me  habían  de  sangrar,  en  la 
cual  si  yo  no  diera  mi  parecer  y  voto  muriera, 
porque  fui  de  parecer  que  me  sangrasei>,  aun- 
que repugnando  algunos  médicos,  que  decían 
ser  mortal  en  los  dolores  del  estómago,  porque 
imaginaban  que  del  venía  la  calentura. 

Al  fin  quiso  Dios  que  después  de  seis  ó  siete 
días  de  rabioso  dolor  y  otras  tantas  noches  que 
pasé  sin  sueño  al  seteno  me  sangraron,  y  al 
noveno  se  quitó  el  dolor  con  sacar  más  sangre, 
y  así  tardé  en  convalecer,  aunque  estaba  en  un 
monesterio  de  canónigos  seglares  de  San  Agus- 
tín, donde  se  me  hacía  toda  la  caridad.  Y  por 
esta  causa  pasó  el  mes  de  septiembre  y  parte 
del  de  octubre,  que  no  pude  llegar  á  Genova 
para  embarcarme  con  tiempo.  Finalmente  lle- 
gué allá  por  San  Lucas  ^  poco  á  poco,  y  ha- 
llé que  se  habían  ido  las  naves  centurionas 
donde  yo  pudiera  ir,  y  así  me  quedé  y  procuré 
de  fletar  una  nave,  y  juntóse  conmigo  el  señor 
Obispo  de  Plasencia,  que  es  ahora  de  Ciudad 
Rodrigo,  y  el  de  Sigüenza,  que  entonces  era  de 
Orense,  y  como  nos  vieron  que  nos  queríamos 
partir,  los  otros  prelados  se  aderezaron  para  lo 
propio  *;  y  el  Arzobispo  de  Granada  rogóme 
que  lo  esperase,  que  quería  hacer  lo  mismo,  y 
con  él  rogaron  '  otros  ancianos.  Detuvímonos 
y  yo  perdí  el  tiempo  de  la  navegación,  que  fué 
desde  veinte  de  octubre  hasta  el  principio  *  de 
noviembre;  hubimos  de  partir  el  día  de  Santa 
Catalina,  que  son  días  brumales  "  y  [los]  más 
tempestuosos  de  todo  el  año,  y  partimos  juntos 
catorce  prelados  en  cuatro  naves,  y  desde  otro 
día  en  la  noche  levantóse  una  tempestad  cru- 
delísima,  que  duró  una  noche  y  casi  dos  días,  y 
partiéronse  '"  las  naos,  y  la  nuestra,  y  la  del 
Arzobispo  y  de  los  Obispos  ^'  de  León  y  Pla- 
sencia; venimos  á  Córcega  sin  velas  ni  casi  timón 
muy  perdidos,  y  toda  la  hacienda  y  matalotaje  y 

*  T.  esperábamos. — »  muy. — "  tan  junto.—*  de. — 
•  T.  Santa  Lucía.—»  mismo.  T.  y  X.  se  alteraron  para 
partir.—'  G.  á  el  rogaron.— *  principios.  —  »  bramales. 
G.  grumales.— *«  dividiéronse.-  "  G.  del  Obispo. 


bestias  algunas;  ya  íbamos  al  infierno  descen- 
diendo, ya  subiendo  á  las  nubes  con  la  gran- 
deza de  las  olas;  aportamos  á  Cerdeña  día  de 
San  Andrés,  y  allí  estuvimos  nueve  días  hasta 
el  día  de  la  Concepción,  adonde  nos  rehici- 
mos de  todo.  Partimf)S  nuestro  viaje  y  la  no- 
che siguiente  topamos  '  otra  mayor  tempestad 
que  la  pasada,  donde  hasta  las  obras  muertas 
iban  todas  por  el  suelo  y  no  esperábamos  ya 
sino  la  muerte,  todos  orando  y  confesándonos 
y  encomendándonos  á  Dios.  Apareciónos  Me- 
norca ^  á  la  mañana  de  Santa  Lucía,  y  como 
quisiéramos  encaminar  á  la  canal  ',  un  viento 
contrario  nos  volvió  á  echar  en  alta  mar,  y 
á  *  medio  día  cesó  la  tempestad.  Estando  en 
el  paraje  entre  Mallorca  y  Ibiza  ''  á  la  media 
noche,  comenzónos  á  soplar  un  poco  de  viento, 
y  enderezamos  á  Alicante,  y  á  la  vuelta  de  la 
Formentera,  en  un  lugar  ^  que  suele  ser  des- 
palmadero  de  galeras  de  turcos,  vimos  cuatro 
hombres  que  dijeron  que  eran  cuatro  galeotas 
de  turcos,  y  los  marineros  taparon  las  lumbres 
de  las  naos  "^  para  que  no  fuésemos  descu- 
biertos, y  anduvimos  un  poco  y  topamos  *  una 
calüiía  recia,  y  hubimos  de  parar  y  dormir  allí 
aquella  noche,  y  á  la  mañana  levantóse  un 
viento  maestral  contrario  y  comiénzanos  á  echar 
hacia  Ibiza  ®,  y  dejándonos  llevar  entramos 
en  un  cercado  que  hay  en  la  mar,  de  rocas  *", 
que  tendrá  ^'  hasta  tres  millas  de  cerco,  y  no 
hay  '2  sino  tres  lenguas  por  ^'  donde  salir;  lugar 
abrigo,  pero  desacomodado  para  ir  [á]  la  isla, 
por  amor  del  recio  viento  terrenal  '*  que  nos 
resistía,  y  aunque  el  patrón  no  quería  que  fué- 
semos, así  por  ser  el  puerto  malo  y  tener  mu- 
chas rocas  como  porque  tiene  dificultosa  sali- 
da, fué  tanta  la  porfía  del  Obispo  de  Orense  y 
el  poco  ánimo  que  tenía,  que  comenzamos  á 
barloventear  ^^  contra  el  viento  para  acercar- 
nos á  la  isla;  pero  ganábase  poco  espacio,  y 
así  hubo  de  tirarse  '^  una  pieza  de  artillería 
para  que  entendiesen  los  de  la  isla  que  había- 
mos menester  socorro,  porque  no  estaba  sino 
tres  millas;  oyó  el  tiro  el  ''  Gobernador  y  en- 
vió una  fragata  y  cien  remeros  con  ella;  yo  fui 
de  parecer  que  no  fuésemos  con  ellos,  porque 
podría  ser  que  fuesen  renegados  de  algunas 
galeotas  de  allí  cerca;  pero  enviamos  tres  cria- 
dos con  ellos  para  que  enviasen  más  recado  ^^; 
partiéronse  y  quedamos  allí  ya  que  anochecía, 
y  apenas  eran  llegados  allá  los  criados  cuando 
se  levantó  ''  una  borrasca  diabólica  y  hizo  dar 
á  la  nave  dos  ó  tres  vueltas,  de  manera  que  con 


*  T.  tomamos. — '  G.  menos. — ^  allá  la  nave, — ^  G. 
en. — 5  {;  Eviya. — ^  G.  Fromentera,  en  llegar.—  ''  la 
nave. — *  G.  tomamos.  — *  (i  EvÍ9a.— '"  de  roca  en  la 
mar.  —  "  tenía.  —  "  G.  había  —  '^  G.  leguas  de. — 
'*  G.  serral.— '^  G.  balroventar  — '•  (i.  tirar.—*'  G. 
oyóse  el  tiro  del. —  '*  recados. — ''  levántase. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


227 


la  grande  oscuridad  perdieron  el  tino  los  pilo- 
tos y  estuvimos  en  ^  gran  peligro  de  dar  por 
aquellas  peñas;  porque  si  no  era  á  gran  dicha  '■^ 
no  podíamos  escapar.  En  esto  púsoles  Dios 
en  el  corazón  á  nuestros  criados  de  poner  lum- 
bre en  la  plaza  de  íbiza  ^,  y  vista  la  lumbre 
pudieron  enderezar  allá  la  nave,  porque  *  el 
viento  se  había  vuelto  y  vencía  el  aire  de  la  mar 
al  de  la  tierra  ';  y  así  fuimos  dando  en  rocas, 
la  nao  toda  rota,  que  á  durar  media  hora  la 
navegación  nos  anegáramos,  y  así  aportamos 
en  aquella  isla  á  trece  ®  de  diciembre,  donde 
estuvimos  hasta  los  Reyes  sin  poder  salir,  y 
como  estábamos  así  aislados  '  vimos  venir  la 
nao  ^  del  Arzobispo  de  Granada  casi  ocho  mi- 
llas de  la  isla,  que  pasaba  de  Mallorca  á  Ali- 
cante con  razonable  viento,  y  el  Obispo  de 
Orense  no  tuvo  paciencia  y  fuese  á  una  fraga- 
tilla  con  harto  peligro  y  alcanzólo  *,  y  queda- 
mos el  Obispo  de  Ciudad  Rodrigo  y  yo  solos, 
y  una  noche  después  dijeron  que  hacía  tiempo; 
fuimos  á  la  *'  nao,  y  comenzó  á  salir  luego  cal- 
ma, á  poco  ^^  tiempo,  á  las  once  de  la  noche,  y 
soltaron  piezas  de  la  fortaleza  haciendo  señal 
de  galeotas,  y  así  el  Obispo  y  yo,  con  cada  seis 
criados,  nos  salimos  en  una  fragata  que  había- 
mos mercado  de  unos  cautivos  que  con  ella  se 
habían  ^^  venido  de  Argel,  y  nos  tornamos  á 
I  biza  '3^  y  acordamos  de  enviar  á  Mallorca 
por  dos  hierros  para  pasarnos  á  Denia,  que  es 
espacio  de  quince  leguas,  poco  más  ó  menos. 
Embarcamos  el  domingo  en  la  noche  á  11  de 
enero,  pensando  que  '*  amaneciéramos  en  De- 
nia, y  cuando  llegamos  á  la  mitad  del  camino 
levantóse  un  viento  terral  '^  bravo  que  nos 
echó  á  "'  alta  mar,  y  como  toda  aquella  playa 
es  sin  defensa  y  descubierta  no  podimos  tomar 
tierra  ni  en  Denia  ni  en  Oliva,  ni  en  Gandía,  ni 
Cullera,  ni  Valenciü,  y  llevónos  el  viento  hacia 
Murviedro  ''',  y  pasados  ^^  hacia  la  villa  ''  tuví- 
monos  por  cautivos,  porque  decían  que  habían 
salido  ya  de  Argel  vasos  y  galeras  ^',  y  es 
aquél  su  asiento,  y  tienen  en  él  mezquita.  Pa- 
samos con  un  viento  contrario  hacia  los  Alfa- 
ques y  [á]  las  once  de  la  noche  calmó  cerca  de  ^i 
Oropesa;  allí  nos  entramos,  y  tomamos  tierra; 
llegamos  á  la  tierra  2*  de  Don  Luis  de  Cerve- 
llón  2*,  y  á  un  lugar  despoblado  de  muchos  y 
buenos  palmitos,  y  poco  faltó  que  de  la  frontera 
no  nos  tirasen,  porque  pensaron  ^4  ^x\q  éra- 
mos enemigos,  y  procuramos  luego  de  hacer 
demostración  de  quién  éramos;  pusieron  me- 

*  G.  á. -*  porque  sin  gran  dicha.- ^  G.  Ev¡(;a.— 
*  G.  y.  — ^  y  venía  del  mará  la  tierra  — «  quince  — 
"  (t.  á  isla. —  8  nave.  —  '  G.  alcanzólos. —  '"  una. — 
"  G.  luego  al.  — "  G.  los  cuales  habían. —  '5  G.  Evi^^a. 
— '^  G.  piensando.— '*  G.  real.-  "  en.—  "  Moznmbi- 
que.  G.  Mo^ocmbre.  X.  Moncolobre.— '*  pasándonos. 
— '"  orilla,  —  "'  galeotas.—"  T.  del  llano  de.-  "  torre. 
— '^  ti.  Cervello.— 'í  pensando. 


sas  en  '  aquel  suelo,  y  con  tedas  hicieron  lum- 
bres, y  una  ^  vieja  que  estaba  fuera  metióse 
en  una  soterraña  •',  la  cual,  como  *  no  le  hi- 
ciésemos mal,  ella  nos  recogió  ^  de  manera  que 
estuvimos  seguros;  pero  ni  por  esas  nos  qui- 
sieron abrir  la  torre,  y  comenzamos  á  albergar- 
[nos]  por  aquellas  peñas,  y  allá  como  á  las  dos 
de  la  noche,  visto  nuestro  reposo,  la  señora  de 
la  fortaleza  envió  por  los  dos  Prelados,  y  su 
hijo  ncs  mandó  dar  sendas  ^  camas,  y  así  pa- 
samos aquella  noche  hasta  otro  día  después  de 
comer,  que  hicimos  traer  bestias  de  Cabanas, 
que  está  dos  leguas,  y  acémilas;  y  así  nos  fui- 
mos allá,  y  en  llegando  llegaron  '^  cuatro  ga- 
leotas *  que  nos  venían  á  buscar,  y  oímos  la 
señal  en  Cabanas;  holgamos  aquella  noche,  y 
otro  día,  con  las  bestias  de  albarda;  llegamos  á 
Nules  ^  y  allegamos  hasta  una  legua  de  Va- 
lencia, donde  el  Arzobispo,  Don  Tomás  de 
Villanueva,  envió  su  muía  y  sus  criados,  y 
al  señor  Obispo  y  á  los  Inquisidores;  y  así  en- 
tramos en  Valencia,  y  nos  rehicimos  de  dine- 
ros '•'y  de  todo  y  compramos  muías;  yo  me 
fui  para  Gnadix  en  cinco  días,  donde  fui  reci- 
bido de  todos  honoríficamente,  especial  *^  que 
en  la  entrada  de  Baza  *2  comenzó  á  llover,  que 
había  tres  meses  que  no  llovía,  y  era  casi  pos- 
trero de  enero.  Prediqué  la  Septuagésima  en 
Baza  ^^  y  fui  para  la  víspera  de  la  Purifica- 
ción á  Guadix,  año  de  155o  ^*. 

CAPÍTULO  XV 

Del  Sínodo  de  Guadix  y  visita  del  obispado 
y  convento  de  Granada. 

Pasados  algunos  días  de  Cuaresma,  salí  ^^  á 
visitar  la  diócesis  y  partido  de  Guadix  hasta 
el  Sábado  Santo\  y  después,  antes  que  los 
calores  entrasen  ^^,  visité  lo  demás;  al  otoño  ''' 
volví  á  Baza  ^^  y  visité  aquel  partido,  y  todo 
el  invierno  y  parte  del  verano  acabé  de  refor- 
mar allí  lo  que  quedaba  antes  de  Navidad.  Al 
principio  del  año  de  1554  convoqué  Sínodo, 
para  el  cual,  de  las  visitas  que  había  hecho  con 
alguna  diligencia,  tenía  allegadas  muchas  cosas, 
las  cuales  tenían  necesidad  de  ^^  remedio,  y  así 
llamé  á  los  Cabildos  de  las  iglesias,  ciudades 
y  señores.  Comenzóse  ^^  la  Sínodo  el  día  de 
la  Conversión  de  San  Pablo,  donde  concurrie- 
ron hombres  doctos,  así  teólogos  como  juristas, 
todos  los  curas  y  arciprestes.  Disputóse  2'  al 
principio  si  los  Cabildos  de  las  iglesias  tenían 

'  por.—'  G.áuna.— "'  G.  y  T.  socareña.— '  y  como. 
-*  G  recorrió.—*  buenas.—"  allí  llegaron.— ^  gale- 
ras.— ^  G.  Nubles.  T.  llegamos  á  Nules,  hasta.—'"  di- 
nero—"  especialmente.—"  G.  Vaca.— ■'>  G.  Vaca. — 
'*  G.  15.52.—'^  pasé.— '^  apretasen.—"  G.  otro  año. 
—  '^  G.  Vaca. —  '»  necesitaban.—  *"  comencé. — "  G. 
archipiestes.  Dificultóse. 


228 


autobiografías  y  memorias 


voto,  y  sentencióse  que  no,  con  hartas  dificul- 
tades, porque  venían  casi  todos  heclios  de  con- 
cierto para  repugnar,  juntándose  con  los  Cabil- 
dos de  las  ciudades,  y  evitóse;  cierto  se  pasó  en 
esto  harto  trabajo.  Como  '  había  de  los  particu- 
lares de  Guadix  hombres  de  mala  intención  y 
se  vieron  sin  voto  de  Sínodo,  por  sí,  imponían  '^ 
á  los  curas  en  cosas  que  no  convenían,  amoti- 
nándolos para  que  no  consintiesen  en  los  esta- 
tutos, y  yo  casi  era  solo.  Con  la  ayuda  *  de 
Nuestro  Señor  salí  con  lo  que  era  bueno,  que 
era  lo  que  yo  pretendía,  y  acabé  la  *  Sínodo 
en  veinte  días,  donde  tuve  varias  apelaciones  y 
pesadumbres,  que  no  se  pueden  contar;  trajé- 
ronme  la  Sínodo  los  '  Cabildos  de  las  ciuda- 
des, con  connivencia  **  de  los  eclesiásticos,  por 
todas  las  audiencias  y  tribunales;  llegó  al  del 
Consejo  Real,  sobre  lo  que  ponían  '^,  y  era 
que  yo  me  metía  en  la  jurisdicción  del  Rey  á 
castigar  y  hacer  ^  leyes  á  los  legos,  porque 
ellos  estaban  tan  bárbaros  y  cerriles  que  les 
parecía  que  sólo  el  Rey  podía  poner  leyes;  en 
todo  me  hicieron  gastar  hartos  dineros,  y  aun 
paciencia  hartas  veces.  Quiso  la  suma  bondad 
de  Dios  que  se  entendiese  su  malicia,  y  así  se 
deshicieron  '  sus  pretensiones  como  la  sal  se 
deshace  en  el  agua;  la  Sínodo  quedó  ilesa  y  se 
imprimió  y  usó,  y  ahora  se  gobierna  el  obis- 
pado por  ella,  con  liarta  pacificación  y  provecho, 
de  donde  muchos  han  tomado  hartas  causas  de 
edificación,  y  esta  fué  tina  de  las  cosas  que  Dios 
hizo  milagrosamente  y  contra  todo  curso  de 
humana  prudencia,  creo  por  la  fe  que  en  él  se 
tuvo,  la  cual  nos  sacó  visiblemente  de  todos  los 
peligros  ya  dichos  por  tierra  y  por  mar,  de  tal 
manera  que  en  medio  de  los  peligros  parecía  ^** 
que  tenía  acá  en  el  corazón  cierto  testimonio 
que  no  nos  había  Dios  de  faltar.  Hecha  la 
Sínodo,  mostróse  más  la  pasión  destos  capi- 
tulares ^',  que  iban  delante  con  ella,  y  peores 
cada  día;  á  causa  que  los  pleitos  se  iban  de- 
clarando y  no  podían  sufrir  el  buen  suceso  '^ 
de  las  cosas,  y  porque  á  un  predicador  que  allí 
estaba  muy  parcialero  yo  le  vedé  el  pulpito 
porque  decía  muchas  malicias  y  era  predicador 
sin  gracia  y  sin  '•*  fruto  alguno,  se  revolvió  más 
esto  y  se  escalentaban  ^  *  las  pasiones ;  yo  salta- 
ba '^  como  podía,  sin  faltar  á  lo  que  debía  á  mi 
autoridad  y  á  la  justicia,  procurando  '^  escabu- 
llirmo  de  tan  trabajosa  compañía;  así  yo  lo  hacía. 

*  pero  como. —^  empeñaron.  T.  Sínodo,  empeñan 
á  los  curas.  -  ^  autoridad.  —  '  acabóse  con  esto  el. — 
— ^  G.  y  los. — ^  (i  cohivencia.  — ''  ponía.  T.  diciendo 
que.  —  '*  y  castigaba  y  hacía  —9  G  desidieron. — i"  G. 
padecía. — "  G  particulares  — "  gobierno.  —  *^  ni. — 
* '  G.  revolví,  mas  esto  escalentaba.  T.  y  saltaba  como 
podía,  sin  faltar  á  lo  que  debía  á  mi  autoridad  y  á  la 
justicia;  pero  cuando  podía  escabullirme  de  tan  tra- 
bajosa compañía,  yo  lo  hacía.  — <5  G.  y  faltaba.— 
"■  G.  pero  cuando. 


Sucedió  que  Su  ^  Majestad  del  Rey  Don  Fe- 
lipe, yéndose  á  Inglaterra,  me  mandó  que  visi- 
tase un  monasterio  de  su  patronato  "■',  el  cual  es 
de  monjas,  en  Granada,  y  estaba  muy  revuelto 
á  causa  de  una  •*  visita  que  había  hecho,  dando 
muchas  penitencias  de  importancia  á  personas 
principales  *,  de  que  redundaba  infamia  en  al- 
gunas monjas  muy  principales,  emparentadas 
en  la  tierra;  yo  fui  con  plenario  poder  de  Su 
Majestad  para  mandar,  quitar,  poner  y  revocar 
visitas,  donde  estuve  casi  dos  meses  ^;  y  es- 
tando como  estaba  el  monasterio  perdido  y 
diviso  en  bandos  y  casi  sin  religión,  con  el 
favor  de  Nuestro  Señor  yo  le  ^  dejé  quieto  y 
pacífico,  de  manera  que  se  vio  '  el  fruto,  con 
quitar  un  prior  y  una  priora  que  había  de  pocos 
talentos  y  de  mal  gobierno  y  no  conforme  á 
leyes  de  caridad.  Luego  hice  la  visita  en  la 
iglesia  Mayor,  donde  se  hicieron  estatutos  harto 
cumplidos  *  y  necesarios  al  buen  gobierno.  En- 
tre otros  procuré  remediar  la  raíz  de  las  discor- 
dias ^  y  atajar  ^^  las  causas  de  los  pleitos  y  los 
gastos  inmensos  que  se  hacían  en  ellos,  lo  cual 
hice  •'  con  otras  cosas;  y  ellos,  con  el  ánimo 
endurecido,  apelaron  y  llevaron  el  negocio  á  la 
Chancillería,  y  se  quejaron  dello  como  de  agra- 
vio, y  de  otro  que  decían  que  no  les  dejaba  en 
su  libro  capitular  escribir  cosa  que  fuese  en  per- 
juicio del  derecho,  especialmente  que  se  prose- 
guiesen  los  abusos. 

CAPÍTULO  XVI 

De  la  ida  á   ücle's,  vuelta  á  Guadix,  7-etiro 
con  dos  hebreos  y  otras  cosas. 

Después  fuimos  al  priorato  de  Uclés  '"^  y 
convento  á  tratar  algunas  cosas  que  cumplían 
al  servicio  de  Dios  y  quietud  del  orden  ^'',  y  á 
pagar  con  algún  reconocimiento  la  deuda  que 
yo  debía  en  i*  aquella  casa,  donde  salí  á  visitar 
y  confirmar  por  ^-^  espacio  de  tres  meses;  estuve 
allí  desde  la  tiesta  de  Navidad  hasta  el  Domin- 
go de  Cuasimodo;  esto  fué  el  año  de  1554  '®. 
Venido  de  Uclés  ^'',  quíseme  ir  por  Granada, 
para  ^*  sacar  de  allí  las  visitas  que  me  tenían 
impedidas  con  apelaciones  y  tergiversaciones, 
para  ver  si  pudiera  haber  modo  como  todo  se 
acabase;  donde  hallé  que  en  ciertas  cosas  que 
habían  querido  probar  ^^  se  habían  perjurado 
claramente,  y  los  perjurios  ''"'  tan  grandes  eran, 
c|ue  como  vi  que  la  cosa  iba  tan  encendida  y 
que  llegaba  hasta  perdimiento  de  ánimas  '^'  y 

*  Por  este  tiempo  la,  —  -  patronazgo. — ^  otra. — 
*  de  las  más  principales,  emparentadas  en  la  tierra. — 
s  estuve  dos  meses.  —  *  lo  — '  G.  duró.—  *  cumpli- 
deros. —  "  G.  de  raíz  las  discordias  —  *"  G.  atalar.  - 
*'  quité.—"  G.  Veles.  -  '^  de  la  Orden.— '*  á.  — '*  con- 
firmar por. — '"  1556  —  "  G.  Veles. —  '^  por  — i9  G. 
prover.— ^^  perjuicios.-*'  almas. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


229 


la  caridad  peligraba  ^  y  á  mi  se  me  acababa  el 
sufrimiento  '■*,  tuA'e  forma  aquel  año  cómo  echar 
una  recolecta  para  la  Iglesia  y  su  gobierno,  con 
acuerdo  de  dos  de  los  más  cuerdos,  la  cual  l'ué 
muy  provechosa  y  que  dio  grande  lustre  á  aque- 
lla Iglesia.  Tomé  ocasión  yo  para  mí  mesmo  de 
demandar  concierto  en  ^  las  cosas  que  cierto 
eran  de  mi  dignidad  *,  y  por  atajar  males  par- 
timos las  cosas  de  manera  que  los  pleitos  cesa- 
ron del  todo  y  lo  que  dellos  ^  resultaba;  y  qué- 
deme ••  en  perpetua  paz,  y  estuve  hasta  el  año 
de  1555  '  sin  pleito  y  quieto.  Entonces  tuve 
modo  como  hacer  ^  venir  dos  judíos  bautizados 
en  diversos  tiempos,  para  pasar  el  Testamento 
Viejo  y  Profetas  por  las  propias  fuentes,  lo  cual 
hice  apartándome  de  todas  tribulaciones  en  dos 
aldeas  de  Guadix,  es  á  saber:  Gor  ^  y  Beas, 
donde  yo  tenía  casa  propia  y  eran  lugares  ame- 
nos para  mi  condición  y  á  propósito  de  aquello; 
y  yo  por  tiempo  de  tres  años  no  hice  otra  cosa 
hasta  el  año  de  1558,  confiriendo  muchas  tras- 
laciones, injor mandóme  y  satisfaciéndome  lo 
mejor  que  pude  de  las  dificultades  de  la  Escrip- 
tura,  buscando  el  germano  "^  sentido  de  las 
palabras  de  la  lengua  santa;  y  aunque  yo  no  me 
fiaba  del  todo  dellos,  porque  en  lo  demás  ^^  son 
porfiados  en  especial  en  lo  que  toca  al  '•^  Me- 
sías, pero  con  los  socorros  ?/  adminículos  que 
yo  tenía  de  diversas  anotaciones  y  traslaciones 
y  vocabularios  diversos,  se  hizo  mucho  prove- 
cho, y  pasé  los  Profetas  dos  veces  por  el  mismo 
texto  hebreo  y  algunas  exposiciones  caldeas; 
después  en  los  dos  años  que  quedaron  hasta  el 
principio  del  año  de  15G0  los  gasté  en  prose- 
guir un  pleito  inmortal,  el  .cual  había  días  que 
estaba  comenzado,  sobre  los  diezmos  y  juris- 
dicción ^*  del  Marqués  de  Cénete  ^*,  que  [hal)ía 
obtenido]  con  cierta  maña,  por  ^^  una  exorbi- 
tante y  subrepticia  gracia  de  Su  Santidad,  hecha 
al  primer  Marqués  de  Cénete  ^*',  y  estaba  todo 
extincto;  de  los  cuales  diezmos  á  mí  no  venía 
provecho  sino  muy  poco:  todo  era  de  la  iglesia 
del  dicho  marquesado;  sobre  el  cual  pleito,  vista 
la  insuficiencia  y  flojedad  de  los  letrados  que  yo 
tenía  en  Granada,  aunque  eran  de  los  mejores 
de  allí,  yo  me  determiné  de  escribir  un  tratado 
sobre  estos  dos  puntos:  el  uno,  si  el  Papa  podía 
extinguir  in  totum  jus  decimandi  ó  darlo  per- 
petuamente á  legos,  ó  si  él  podía  conmutar[lo] 
por  dineros  y  otras  cosas  anejas  á  éstas,  lo  cual 
fué  de  tanta  eficacia  que  los  jueces  dijeron  que 
no  había  necesidad  de  más  información  de  mi 
parte,  y  fué  con  mucho  aplauso  recebido  de 
muchos.  Los  jueces,  por  ser  de  pleito  tan  intri- 

'  muy  peligrosa  — '  sentimiento, —  '■•  G.  de.  —  *  G. 
eran  benignidad.  — ^  G.  dello.— ^  quedamos. — 'estuve 
el  año  de  1556.—*  G.  hice.  -^  Lor.  — '"  humano. — 
"  en  algo.— *»  G.  á  lo.— '^  G.  injure  dicendi.—  '*  G. 
Cañete.  —  *"  G.  que  por.  —  •*  G.  Cañete. 


cado  y  depender  ^  de  la  autoridad  del  Papa, 
y  tocar  á  '^  tan  principales  señores,  especial- 
mente que  entonces  estalia  por  Presidente  del 
Consejo  Real  el  Marqués  de  Mondéjar,  el  cual 
era  deudo  muy  cercano  del  Marqués  de  Cé- 
nete '^j  con  quien  ellos  tenían  mucha  cuenta 
para  adelantarse  en  sus  pretensiones,  no  se 
osaron  determinar,  y  al  cabo  de  catorce  meses 
que  estaban  informados,  lo  *  remitieron  á  otra 
Sala  bien  apasionada,  á  lo  menos  dos  de  los 
Oidores,  por  la  parte  de  la  casa  mendocina, 
donde  no  poco  odio  me  manó  de  los  de  este 
linaje;  y  así  me  volví  á  Guadix  seis  días  antes 
de  la  Pascua  de  Navidad. 

CAPÍTULO  XVII 

De  la  ínsita  del  Consejo  de  las  Ordenes 
y  capitulo  de  la  de  Santiago. 

Después  de  llegado,  á  los  dos  días  vino  un 
correo  de  Su  Majestad,  particular,  el  cual  en- 
tonces estaba  en  Toledo,  recién  venido  con  su 
nueva  mujer  Doña  Isabel,  quien  Dios  tenga 
de  su  mano,  en  que  me  mandaba  luego  me 
llegase  á  Toledo,  de  manera  que  pudiese  estar 
allá  algunos  días,  porque  así  convenía  al  ser- 
vicio de  Nuestro  Señor.  Yo  comencé  de  apare- 
jarm'e  ^  para  partir  después  de  Pascua,  y  el 
mesmo  día,  de  noche,  tocando  al  sermón,  por- 
que yo  quería  predicar,  me  dio  un  dolor  de 
hijada,  tan  cruel  que  me  echó  en  la  cama  dos 
días  y  tres  noches  sin  dormir,  sino  rabiando, 
de  manera  que  no  descansaba,  sino  en  tanto 
cuanto  salía,  porque  me  debilitaba  mucho, 
me  ^  tornaba  peor;  hasta  que  entre  otros  "^ 
remedios  me  aplicaron  un  emplastro  de  viejas, 
que  hizo  un  estupor  ^  en  aquella  parte,  del 
dolor,  la  ^  cual  se  me  tornó  insensible,  y  súbi- 
tamente se  mé  quitó  de  allí  aquel  humor  i",  y 
dame  en  los  tobillos  del  pie  derecho  tan  terri- 
ble gota  que  parecía  dolor  del  infierno;  esta  fué 
la  primera  vez  que  me  dio  con  tanta  acrimonia 
y  furor,  que  yo  tuve  otros  cuatro  días  dolor 
incompatible  ^^,  y  más  de  doce  de  sentimiento 
de  hinchazón,  como  suele  hacer  ''^  la  gota,  y  así 
me  duró  el  ^^  convalecerme. 

En  convaleciendo,  partí  día  de  San  Ilde- 
fonso, acabadas  y  concluidas  todas  mis  cuen- 
tas, como  si  fuera  para  no  volver,  y  ansí  fué:  y 
tomé  mi  litera  porque  no  podía  ir  de  otra  ma- 
nera, y  fui  poco  á  poco  á  Toledo,  donde  por  la 
dificultad  de  las  posadas  no  entré  luego,  hasta 


*  dependiente.—  '  G.  tocar  á  la  autoridad  á.— ^  G. 
Cañete.— <  G.  los.  — ^  G  aparejar.—  *  G.  ni.  — '  G. 
tres  X.  dormir,  sino  rabiando  de  manera  que  no  po- 
día descansar  punto  ni  hora;  entre.  —  *  esputar.  — »  G. 
el.  — 10  dolor.  —  "  incomportable.  —  "  seren.- '»  G. 
dio  en. 


230 


autobiografías  y  memorias 


que  me  la  dieron  eu  un  monasterio  de  la  Mer- 
ced, y  entré  en  Toledo  á  tres  de  febrero  año  de 
15G0;  donde  después  de  besadas  las  manos  á 
Su  Majestad  fui  dignamente  recibido,  y  man- 
dóme volver  otra  vez  y  me  dijo  que  me  había 
enviado  á  llamar  para  que  visitase  el  Consejo 
de  las  Ordenes  y  para  comunicar  conmigo  sobre 
tornar  á  celebrar  el  Concilio,  [lo]  que  trata- 
ba '  con  Su  Santidad,  y  otras  cosas  que  dijo  ^ 
que  ocurrían. 

En  esta  visita  pasé  muchos  trabajos  y  emu- 
laciones, por  [lo]  que  pretendieron,  especial- 
mente un  Presidente  que  tenía  no  buena  inten- 
ción, y  era  él  que  había  procurado  se  hiciese  la 
visita  y  que  la  hiciese  yo,  pareciéndole  que  yo 
me  gobernaría  por  él  y  le  acudiría  á  su  preten- 
sión, la  cual  iba  fundada  en  su  provecho  y  en 
alguna  maldad,  aunque  colorada  con  alguna 
justicia.  Había  en  el  Consejo  de  Ordenes  un 
Oidor  navarro,  el  cual  era  más  antiguo,  que 
tenía  el  hábito  de  Calatrava,  y  él  fué  por  su 
antigüedad  Presidente  del  Consejo  á  la  falta 
de  Presidente,  que  no  lo  había  días  había  >".  El 
Presidente  que  entraba  tenía  temor  y  celos 
deste,  el  cual,  por  ser  del  Orden  de  Calatrava 
y  haber  gobernado  y  ser  caballero,  temía  que 
fuese  electo  *  por  Presidente  de  Calatrava  y 
Alcántara,  y  él  se  quedase  con  sola  la  Presi- 
dencia del  Orden  de  Santiago,  como  algunas 
veces  se  ha  ^  hecho;  y  como  atendió  que  **  este 
Oidor,  al  tiempo  que  había  gobernado,  no  era 
muy  limpio  de  manos  ni  muy  diligente  en  su 
oficio,  con  color  que  todo  el  Consejo  estaba 
manchado  en  esto,  dijo  al  '  Rey  que  no  toma- 
ría la  presidencia  si  no  se  visitase  primero  el 
Consejo  y  se  limpiase  *,  y  su  fin  era  para  que 
por  *  la  visita  este  Oidor  fuese  echado  ó  que- 
dase en  mala  opinión  para  que  no  pudiese  estar 
en  el  lugar  ^^  que  recelaba,  y  él  quedarse  gene- 
ral Presidente  de  las  Ordenes,  lo  cual  declaró 
el  suceso  de  las  cosas  y  bien  á  la  clara;  y  fué 
que  como  este  Oidor  viese  que  se  le  descubrían 
algunas  cosas  por  donde  pensó  que  había  de 
quedar  quebrado,  de  vejez  y  de  pensamientos  '\ 
andando  ya  al  cabo  de  la  visita,  él  murió,  y  así 
el  Presidente  quedó  seguro  de  su  adversario,  y 
yo  á  la  sazón  habíale  dado  los  cargos  para  que 
respondiese  ^^.  Y  en  este  tiempo  [que]  murió, 
1/a  había  dado  oficios  á  los  demás,  y  algunos 
dellos  bien  importantes,  sino  que  la  práctica  de 
Castilla  ^*  tiene  en  esto  ojo  en  las  visitas  que  se 
hacen  de  los  jueces,  y  las  demás  '*  cosas,  aun- 
que sean  graves  y  sean  contra  la  sustancia  de 
los  oficios,  no  curan  tanto  de  ellas.  Aquí  me 

•  G.  estaba.— 2  G  dejo  -  ^  G.  que  no  sólo  había  ha- 
bido días  había.  —  »  nombrado.—  *  había.  —  ^  G.  ha 
tenido  y.  —  '  (t.  el.«  —limpiaba.—  "  con.  —  '»  lado.— 
*•  (i.  piensamientos.— **  se  descargase. ~*3  G.  plática 
de  castellano. — "  más. 


tomó  la  gota  segunda  vez  por  el  mes  de  sep- 
tiembre, y  entendí  más  ^  claro  qué  era  y  estu- 
ve '^  hasta  Todos  los  Santos,  y  convalecí  en  una 
casa  de  ^  campo  de  Pero  López  de  Ayala.  Co- 
menzaron á  murmurar  de  los  cargos,  los  cua- 
les por  *  testimonios  yo  di  al  Rey,  diciendo  que 
se  hiciera  justicia,  [pues]  aquella  visita  no  la 
hiciera  sin  cargar  aquellos  cargos.  Este  Presi- 
dente, teniendo  entendido  que  tenía  hecho  su 
juego,  viendo  que  había  algunos  cargos  que  ya 
le  tocalian,  revuelve  al  ^  contrario  y  favorece  •* 
tanto  á  los  Oidores,  que  quedaron  allí  mere- 
ciendo ser  repulsos ;  donde  se  saca  claro  que  no 
por  la  visita  éste 'la  hizo  comenzar,  sino  por 
derribar  al  adversario  con  color  de  visita;  y 
ansí  apocó  las  cosas  y  las  extremó,  y  quisiera 
que  yo  me  acompañara  con  él  para  que  cons- 
tase á  Su  Majestad  la  justificación  del  negocio, 
y  habló  á  Su  Majestad,  notando  la  justicia 
deste  caso,  por  '  damnificarme  á  mí  y  desau- 
torizarme, sino  que  la  bondad  de  Su  Majestad 
no  sufrió  aquello.  Al  fin  no  se  hizo  justicia 
sino  con  dos  personas  que  poco  podían,  y  á 
quien  él  tenía  sobre  los  ojos,  aunque  lo  mere- 
cían. Después  Su  Majestad  mandó  ejecutar 
muchas  cosas  que  yo  dejé  mandadas,  las  cuales 
eran  contra  gente  flaca;  porque  este  Presidente 
era  hombre  muy  violento,  y  hacía  de  cabeza 
todo  lo  que  le  parecía  *  abiertamente. 

CAPITULO  XVIII 

Del  obispado  de  Segoi'ia,  sermón  en  el  Capítulo 
de  Toledo  ¡i  consultas  sobre  Concilios. 

Haciendo  esta  visita,  á  los  cuatro  meses  que 
la  comencé  vacó  el  obispado  de  Segovia  por 
muerte  de  Don  Francisco  do  Benavides,  tío  ^ 
del  Marqués  '"  de  Fromesta,  el  cual  murió  en 
Guadalajara  á  21  ^*  de  mayo,  y  Su  Majestad 
me  la  proveyó  á  mí  á  10  de  junio  de  15G0,  sin 
yo  pedírselo  ni  otro  por  mí,  que  yo  supiese.  En 
este  tiempo  caí  malo  en  Toledo  de  una  modo- 
rra, de  la  cual  estuve  á  peligro  •■^,  aunque  con- 
valecí pronto,  bendito  Dios.  Este  año,  día  de 
Santiago,  prediqué  por  mandado  de  Su  Majes- 
tad en  Santa  Fe,  monasterio  de  monjas  de  la 
Orden  en  Toledo,  donde  el  Rey  ^ '  y  los  caballe- 
ros hacían  la  fiesta;  donde,  al  propósito  **  de 
la  milicia  y  ejercicio  de  ella,  y  las  correrías  que 
los  moros  hacían  cada  día  por  la  costa  de  estos 
sus  reinos,  dije  algunas  cosas  claras,  con  que 
descargué  mi  conciencia,  aunque  no  faltó  quien 

'  G.  entendimos.  —  '  G.  e«tuvimos  — ^  Q_  en  el. — 
*  (t.  para.— s  G.  el.  — ^  favoreció.  — '  hizo  muy  mu- 
chas diligencias  sobre  esto,  así  á  Su  Majestad  como  á 
la  justicia.  —  *  lo  que  quería. — "  G.  y  tío.  — '"  G.  Ma- 
riscal.—  "  quince. —  "  peligroso. —  '^  Su  Majestad. 
— '*  G.  prepósito. 


DOK  MARTÍN  PÉREZ  DE  AYALA 


231 


dijo  que  [me]  había  excedido  sobre  lo  que  á  la 
conversión  general  de  los  moros  tocaba.  Sobre  lo 
que  al  Concilio  general  y  conversión  del  tocaba, 
tuvimos  muchos  y  varios  ^  consejos  por  manda- 
do de  Su  Majestad  en  casa  del  Señor  Arzobispo 
de  Sevilla,  los  cuales  duraron  más  de  un  año, 
donde  se  ventilaron  dificultades,  y  se  escribie- 
ron cartas  á  Su  Santidad  [para  que]  tuviese 
por  bien  tratar  de  la  reducción  del  Concilio,  con 
ciertas  condiciones,  especialmente  que  no  l'uese 
nueva  convocación,  como  sonaban  las  palabras 
de  la  bula  convocatoria,  sino  continuación  de  lo 
pasado,  porque  á  los  herejes  no  se  les  diese  una 
cosa  en  la  cual  ellos  con  tanta  pertinacia  y  fal- 
sedad habían  insistido,  aunque  disputaban  de 
la  nueva  indicción  *;  estaba  entonces  toda  la 
Alemania  suspensa,  y  el  Emperador  y  el  Rey 
de  Francia,  ó  por  mejor  decir  su  madre,  y  sus 
reinos,  y  al  fin  Su  Santidad,  despue's  de  mu- 
chas embajadas,  envió  un.  Breve  particular  en 
que  declaraba  que  su  intención  era  de  continuar 
el  Concilio,  lo  cual  '^  (como  quedase  la  bula  on 
pie,  la  cual  sonaba  lo  contrario)  á  mí  no  me  pa- 
reció bien,  por  la  confusión,  ni  á  otros  tres;  por- 
que después  los  Legados,  vista  allá  la  división  * 
que  había  de  haber,  habían  de  elegir  lo  que  les 
pareciese,  y  poníase  la  autoridad  de  los  Conci- 
lios á  riesgo;  de  lo  que  ^  los  Nuncios  de  Su  San- 
tidad quedaron  con  queja  ••  de  mí,  pero  injusta- 
mente, y  aun  se  lo  relataron  á  Su  Santidad  para 
ayuda  de  lo  que  había  pasado  ante  él.  Final 
mente,  Su  Majestad  en  la  Villa  Seca,  viniendo 
de  Aranjuez,  que  es  ''  tres  leguas  ó  cuatro  de 
Toledo,  juntó  seis  *  Prelados  y  tres  ^  Grandes, 
y  dos  de  su  Consejo,  y  se  resolvió  en  satisfa- 
cerse con  el  Breve  particular,  y  se  acabó  aquel  "* 
negocio  tan  pesado.  Muchas  otras  cosas  pasa- 
ron allí,  que  por  ser  cosas  secretas  no  hay  para 
qué  las  diga,  aunque  hacían  al  caso  para  la  pre- 
sente narración.  Acabado  ^'  esto,  que  fué  en  año 
y  medio  poco  menos  que  había  estado  en  Tole- 
do, aunque  Su  Majestad  me  quería  detener  y 
procuraba  '^  ocuparm.e  en  la  corte  en  cosas  que 
otros  Prelados  las  negociaban,  á  lo  que  entendí 
de  un  privado  suyo,  que  trató  dello  conmigo, 
yo  me  fui  á  mi  Iglesia,  visitando  primero  unos 
dos  ó  tres  lugares  que  tiene  ^^  sujetos  en  lo  tem- 
poral en  el  arzobispado  de  Toledo,  y  llegué  allá 
12  de  julio  de  1561,  y  había  tomado  la  posesión 
víspera  de  Todos  los  Santos  del  año  de  antes 
por  procurador,  donde  fui  con  gran  pompa  re- 
cibido y  grande  alegría  de  todo  el  pueblo  y  cle- 
ro; hallé  los  clérigos  de  las  iglesias  algo  albo- 
rotados, porque  uno  '*  de  mi  iglesia  de  Guadix 
á  quien  yo  habia  reprimido  de  su  mal  vivir,  en 

'  G.  vanos. — *  G.  jurisdicción.— ^  en  lo  cual.  G.  el 
cual.— ••  confusión. — ^  desto. —  *  quejosos.—  '  está. — 
'  tres.  —  9  dos.  —  '"  este.  —  '•  G.  Al  ciho. —  "  G.  yo 
procuió  de.— '■'  G.  tienen. —  ^  G.   mucho.? 


especial  cuando  me  quise  partir  para  Toledo, 
ese  y  otro  fraile  *  vinieron  como  apóstatas  ''' 
á  decir  que  era  hombre  áspero  y  terrible,  y  que 
no  me  habían  ^  de  poder  sufrir,  de  lo  cual  no 
se  alborotaron  poco,  y  más  aquellos  más  perver- 
sos que  pudieran  *  tener  algunas  trabacuentas 
con  la  ^  justicia,  lo  cual  me  causó  alteraciones 
al  principio,  pero  después  palparon  chicos  y 
grandes  lo  contrario  abiertamente,  y  se  cjuieta- 
ron  ^  mucho.  Yo  ',  con  sospecha  que  tenía 
que  el  *  Concilio  se  aparejaba  y  que  el  Rey  ^ 
me  había  de  mandar  salir,  como  asi  fué,  comencé 
luego  á  visitar  parroquias  de  la  ciudad  y  luga- 
res algunos  alrededor;  pasé  algunas  dificulta- 
des con  los  de  la  iglesia  Mayor,  por  pretender 
que  eran  exentos  en  cierta  inanera;  tuve  presos 
á  algunos,  y  como  vi  que  el  Concilio  estaba  á 
la  mano  y  que  allí  se  daría  fin  á  ^^  semejantes 
abusos,  como  se  dio  ''  en  parte,  no  pasé  más  '^ 
adelante  con  ellos,  porque  todo  paraba  en  ape- 
laciones y  pleitos. 

CAPÍTULO  XIX 

De  la  ida  al  Concilio  cíe  Trente  y  último  viaje 
de  mi  vida. 

Venido  el  invierno,  por  ser  la  tierra  exce- 
sivamente '^  fría,  después  de  haber  tenido  y 
tomádome  la  gota  la  tercera  vez  por  el  mes  de 
septiembre  y  parte  de  octubre,  fui  á  Turué- 
gano  '^  para  aparejarme  para  la  partida  al  Con- 
cilio, porque  ya  había  recibido  dos  cédulas  de 
Su  Majestad  en  que  rae  mandaba  ir;  y  tra- 
tando con  Su  Majestad  de  las  dificultades  que 
tenía  para  la  ida  y  cuan  poco  fruto  haría  '*', 
asi  por  falta  de  mi  salud  como  por  estar  alcan- 
zado y  gastado,  y  ser  yo  allá  odioso,  porque  no 
sufrían  allí  quien  hablase  ^''  con  libertad,  díjo- 
me:  Habéis  de  ir,  aunque  vayáis  á  gatas,  y  si 
no  aprovechárades  para  hacer  bien,  aprovecha- 
réis para  excusar  algún  mal,  con  "  más  expe- 
riencia y  doctrina  y  buenas  partes  y  libertad 
que  Dios  os  dio;  y  por  esto  ***  me  conmencé  á 
aderezar  y  arrendar  mal  mi  obispado,  por  ser 
bien  socorrido,  y  estando  á  punto  me  partí  de 
Turuégano  ^^  á  9  de  marzo  de  1562,  y  fui  á 
Jumillas  '^^,  lugar  de  mi  jurisdicción  y  seño- 
río, donde,  después  de  reformar  lo  que  me  pa- 
reció en  cinco  días  que  allí  estuve,  me  partí  de 
allí  á  los  14  de  marzo,  y  fui  de  allí  aquel  día  á 
Cedilio  2'  de  la  Torre,  casi  el  postrer  lugar  de 
mi  obispado,  donde  prediqué  la  dominica  in 

*  otros  frailes  —  ^  G.  postas. —  '  había.  —  *  en  que 
él  pudiera.  —  ^  contra.  —  *  aquietaron  —  '  G.  y.  ~ 
*  sospecha  de  que  el.  —  '■•  Su  Majestad.  —  '^  G.  allí 
había.  —  "  (i.  se  vio— '*  muy. —  '"'  tan. —  '*  Tnrriga- 
no.— '^  G.  hacía. —  '^  G  sufren  allí  que  se  hable. — 
"  (í.  como  con. —  "  yo  al  punto.— '^  G.  Turpano.- 
^n  Aljunjüliis.— "  G.  Kdillo. 


232 


AUTOBIOGRAÍ^IAS  Y  MEMORIAS 


Passione,  y  después  de  comer  partí  para  Ay- 
llón,  que  es  postrero  lugar  del  obispado  ^  de 
Sigüenza,  porque  los  dos  intermedios  son  de 
Segovia,  á  los  cuales,  por  ser  pequeños,  con- 
firmé de  camino,  y  así  proseguí  mi  viaje  ^ 
hasta  Zaragoza.  Estando  en  Turuégano  '  me 
trujeron  nuevas  de  la  señora  *  mi  madre  que 
había  muerto  en  Yeste,  donde  ella  residía  por 
ser  lugar  templado,  y  de  donde  era  su  padre 
y  tenía  sus  casas;  y  así  entonces  bícele  "  ha- 
cer sus  honras  como  convenía  donde  la  nueva 
me  tomó.  El  sábado  de  Ramos  llegué  á  Za- 
ragoza; posé  •*  en  Nuestra  Señora  del  Pilar, 
donde  estuve  hasta  el  martes  á  medio  día,  y 
ansí  proseguí  mi  camino  hasta  Lérida,  donde 
estuve  el  sábado  primero  día  de  Pascua,  y  des- 
pués de  celebrado  y  comulgado  'mis  criados, 
partí  el  lunes  después  de  comer,  y  llegué  á  Bar- 
celona el  lunes  después  de  Pascua,  donde  hallé 
al  Obispo  de  Segorbe,  que  había  más  de  medio 
año  que  estaba  allí,  qne  no  sabía  si  ir  *  por 
tierra  á  Trento  ó  si  por  mar,  porque  por  todas 
partes  había  inconvenientes:  por  tierra  los  lute- 
ranos, que  estaba  todo  el  camino  lleno  y  con- 
taminado dellos,  y  sin  Rey;  por  mar  no  había 
vasos  seguros  en  que  ir.  Al  cabo  de  tres  días 
aportaron  allí  los  Obispos  de  Ciudad  Rodrigo 
y  de  Lugo,  y  estuvieron  con  la  misma  perple- 
jidad, y  también  el  de  Ui"gel.  En  [esto]  llega- 
ron dos  galeras  de  Juan  Andrea  de  Oria  ^  d 
liosas,  y  Su  Majestad  mandó  que  nos  lleva- 
sen si  quisiésemos  ir  en  ellas.  Y  así  determi- 
namos los  tres  de  enviar  nuestras  casas,  digo 
bestias  y  criados,  cosas  de  embarazo  y  no  de 
mucho  momento,  por  tierra,  y  nosotros  con 
cada  seis  criados  nos  fuésemos  en  las  galeras. 
Y  así  fuimos  hasta  Rosas,  y  allí  se  partieron 
nuestros  criados  por  el  Perturs  ^^  y  fueron  por 
Francia,  y  nosotros  nos  quedamos  en  Rosas 
esperando  oportunidad,  lo  cual  se  nos  ofreció 
en  breve.  Quiero  contar  aquí  ima  cosa  á  glo- 
ria de  Nuestro  Señor,  la  cual,  aunque  fué 
sueño,  el  suceso  hizo  parecer  más  que  sueño,  y 
ansí  fué.  Y  es  que  como  yo  estuviese  perplejo 
en  Barcelona  por  dónde  tomaría  el  camino, 
acordándome  del  mal  trato  ^^  que  en  Francia 
se  me  había  hecho  la  otra  vez,  esto  me  espan- 
taba y  quitaba  la  gana  de  ir  por  tierra,  y  más 
el  estar  la  tierra  peor  alterada  y  llena  de  liere- 
jes;  por  otra  parte,  acordábame  de  las  tormen- 
tas que  había  pasado  por  la  mar  y  de  los  peli- 
gros y  fastidios  que  llevaban  ^'^  los  que  navega- 
ban ^"*,  y  más  yo  que  siempre  estoy  trocando  ^* 
y  nunca  estoy  en  mí,  especial  ^*  que  el  tiem])0 

'  G.  de  mi  obispado.  — -  camino.  — ^  G.  Turrigano. 
—  *  G.  de  mi.  — 5  hicela. —  *  G.  por  ser.— '  comulga- 
dos.-" G.  iba.— 8  ])üria. — '"rnrtiiz.— "  tratamiento. 
— '"'  llevan.—  '"•  navegan  — '*  estaba  reservando.— 
'^  especialmente. 


era  ya  muy  metido  en  agua  y  los  corsarios  de 
Argel  andaban  por  el  mar,  y  el  paraje  no  era 
seguro.  Durmiendo  una  noche  con  mucha  per- 
plejidad, soñé  á  mi  madre  con  mucha  claridad 
de  rostro,  la  cual  me  requería  y  protestaba  ' 
que  en  ^  ninguna  manera  fuese  por  tierra,  por- 
que me  vendría  mucho  mal  dello,  sino  que  fuese 
por  mar;  y  no  lo  tenga. naide  á  liviandad  creer 
ansí  en  este  sueño,  porque  de  muchas  cosas 
me  ha  hecho  Nuestro  Señor  merced  de  dárme- 
las á  entender  en  sueños,  de  que  tengo  y  he 
tenido  experiencia,  así  de  sucesos  de  cosas  futu- 
ras como  de  inteligencia  de  cosas  difíciles,  las 
cuales  yo  con  vigilancia  no  las  podía  alcanzar; 
y  así  fué  tanta  la  certidumbre  que  me  dio  esta 
visión,  que  habiendo  encomendado  á  Dios  nos 
inspirase  lo  que  más  convenía  á  su  servicio,  yo 
determiné  de  ir  por  mar,  y  así  lo  hicieron  los 
demás  y  nos  determinamos  á  la  navegación, 
y  sucedió  como  [en]  el  sueño  había  entendido. 
Partimos,  pues,  de  Rosas  á  22  de  abril,  y  fué 
tan  próspera  la  navegación  que  si  no  fué  una 
borrasquilla  que  duró  dos  ó  tres  horas,  cerca  de 
San  Telmo  ^,  no  de  nmcha  fuerza,  no  tuvimos 
desabrimiento  ninguno;  y  fué  desta  *  manera 
que  el  día  de  San  Marcos  por  la  mañana  llega- 
mos á  Genova  sanos;  luego  me  partí  para  Mi- 
lán; otro  día  pasé  en  San  Ambrosio,  donde  es- 
tuve el  día  de  la  Asunción  ^  y  tres  días  más, 
y  luego  me  partí  para  Trento,  donde  llegué 
segundo  día  de  la  fiesta  de  Pentecostés,  y 
donde  fui  bien  recibido  de  los  amigos,  aunque 
no  tanto  de  los  otros,  que  se  acordaban  de  la 
otra  vez. 

CAPÍTULO  XX 

De  algunas  cosas  que  pasaron  en  el  Concilio. 

Con  la  frecuencia  de  los  Prelados  que  llega- 
ron aquel  mes  se  comenzó  ••  á  hacer  hacien- 
da, y  por  lo  que  yo  comencé  á  ver  en  el  Conci- 
lio, esperaba  muchas  "^  dificultades  y  contradic- 
ciones de  hombres  aduladores  y  corruptos  que 
allí  venían  enviados  para  sustentar  lo  que  era 
digno  de  desterrar  de  la  Iglesia,  donde  lo  que 
yo  pasé  por  volver  por  el  bien  común  de  la 
Iglesia  Universal,  el  *  cual  veía  tan  disipado  ^, 
Dios  lo  sabe,  y  muchos  otros  lo  saben,  resis- 
tiendo á  los  que  no  querían  reformación  y  á 
los  que  querían  formar  dogmas  por  artículos 
de  fe,  siendo  opiniones  de  algunos  ^®  nuevas  de 
sustentar ;  en  especial  se  pasó  dificultad  con 
ciertos  frailes,  y  con  los  más  teatinos,  los  cua- 
les traían  particular  voto  de  sustentar  todo  lo 

'  obtestaba.  —  '  de. —  ''  San  Pedro.  —  <  de  tal. — 
^  Ascensión.  —  *  comenzaron.  —  "  hacienda,  lo  cual 
en  el  Concilio  se  ve,  aunque  no  lo  que  .se  esperaba, 
con  tantas.     *  la. — "  disipada.  —  '"  y  algunas. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALxV 


2á3 


que  en  Roma  se  hacía,  donde  acerca  de  muchos 
ignorantes  Prelados  tenían  mucha  autoridad; 
especial  se  pasó  gran  dificultad  sobre  tres  ó 
cuatro  artículos  arduos,  en  '  que  nos  pusimos 
á  resistir  unos  diez  '^,  es  á  saber:  sobre  la  resi- 
dencia de  los  Prelados  y  curas  de  ánimas  ■',  que 
rio  la  *  querían  estatuir  los  romanos;  acerca  de 
la  autoridad  de  los  Prelados  ^,  que  querían  ten- 
tar á  determinar  ^  la  parte  negativa  ';  acerca 
de  la  autoridad  del  Papa  sobre  toda  la  Iglesia 
junta,  los  cuales  quisieran  *  que  no  quedara 
autoridad  en  los  Concilios,  y  acerca  de  los  ma- 
trimonios clandes'tinos  y  caracteres,  que  en  todo 
querían  ir  asegurados  que  se  quedase  '  ansí  y 
no  hubiese  otra  autoridad  en  la  Iglesia  sino  ^^  la 
del  Papa.  En  el  mes  de  junio  me  tomó  la  gota 
la  cuarta  vez  y  me  dio  en  el  hombro  izquierdo, 
y  '^  descendió  al  brazo  hasta  abajo  desde  el  hom- 
bro, que  ^'-^  me  le  dejó  sin  sentido  ni  movimien- 
to, y  estaba  harto  peligroso,  que  parecía  cjue  era 
enfermedad  complicada  de  gota  y  perlesía;  por- 
que no  paró  en  el  brazo  ni  en  conjunturas  '^, 
sino  que  por  los  miembros  ^*  adelante  corrió; 
después  de  esto  se  bajó  á  los  pies,  y  me  tuvo 
treinta  días  en  la  cama.  Hiciéronme  diputa- 
do en  ^^  la  primera  sesión  que  se  hizo  algo,  la 
cual  fué  de  la  Comunión  sub  utraqne  specie,  y 
en  mi  casa  se  hicieron  las  congregaciones  de  la 
diputación,  porque  los  Legados  querían  poner  y 
quitar  por  sola  su  autoridad,  no  según  en  la 
diputación  ^^  se  ordenaba;  á  la  postre  "  yo  no 
Cj[uise  ser  más  diputado.  Bien  será  contar  ahora, 
á  honra  de  Dios,  lo  que  me  acaeció  en  el  Conci- 
lio á  6  de  noviembre  de  este  año.  Tratábase  de 
la  materia  de  Ordine,  y  especialmente  lo  que 
tocaba  á  los  Obispos,  si  eran  á  Deo  ó  ^*  me- 
diante Papa.  Esforzábanse  ^'  mucho  en  esta 
opinión  de  Cayetano  y  Torquemada  los  '^^  Obis- 
pos romanos  y  sus  secuaces,  queriendo  deter- 
minar que  eran  mediante  Papa  y  como  Vi- 
cario de  Dios.  Opusímonos  ^^  á  este  dogma 
algunos  Prelados;  es  á  saber,  el  Arzobispo  de 
Granada,  yo  y  otros,  especialmente  franceses  y 
alemanes;  pero  toda  la  fuerza  de  la  resistencia 
pendió  de  mí  y  del  Arzobispo,  el  cual,  diciendo 
su  voto,  dijo  que  decía  lo  que  la  otra  vez  había 
dicho  en  el  Concilio,  cuando  se  trataba  de  Or- 
dine, lo  cual,  aunque  no  se  divulgó,  él  así  lo 
decía  y  lo  votaba  ^'^.  El  Cardenal  de  Mantua, 
que  presidía,  á  *'  cabo  de  dos  días,  casi  defi- 
niendo ■•''''   la  materia,  dijo  que   en  parte  era 

'  G.  á.  —  '  algunos  días.  —  ^  almas.  —  ■*  G.  le. — 
^  acerca  de  los  Prelados.  —  "  defender.--'  neg:itiva 
cnanto  á  su  autoridad  — *  quisieron.—'  guardase. — 
'"  que. —  "  que — '-  y. — '"'  y  coyunturas. — "  nervios. 
—  '^  de.  —  '^  G.  disputación.  —  "y  por  último.  — 
**  non.  —  '"  G.  esforcé.—^"  G.  y.  —  ^'  G.  opposimo- 
nos  — '-  dijo  ([ue  la  otra  vez  en  el  Concilio  en  lo 
que  trataba  d/;  Ordi/ic  (y  no  se  divulgó)  se  decía  que 
no  se  había  votado  así. — ■'■•  al. — -<  refiriendo. 


verdadera  y  en  parte  no,  porque  aunque  se  ha- 
bía tratado  no  había  sido  concluido  por  los  Pa- 
dres ^.  Cuando  vine  á  decir  mi  parecer,  como 
me  había  acordado  de  lo  que  había  dicho  '^ 
aquel  día,  ya  lo  tenía  escrito  ^,  y  así  contra- 
dije al  Cardenal,  diciendo  que  se  había  tratado 
y  concluido,  que  yo  entonces  era  de  los  moder- 
nos, y  despttés  voté  *  en  ello,  y  que  después 
de  mí  no  quedaron  sino  diez  votos;  y  que  por 
más  señas  había  dicho  mi  parecer  un  sábado 
por  la  mañana,  y  que  había  acabado  á  las  once 
antes  de  comer.  El  Cardenal  se  quedó  perple- 
jo ^  y  sintió  mucho  la  contradicción,  y  buscó 
muchas  cosas  que  ••  satisfacer  con  falso  cum- 
plimiento, llamando  al  Secretario  para  ver  si 
tenía  remedio  su  negocio,  porque  era  el  mismo 
que  había  estado  la  otra  vez,  y  tenido  '  de 
manga;  éste  tenía  el  día  que  yo  había  votado, 
no  la  hora,  que  no  la  ponen,  y  para  mostrar 
que  yo  estaba  mal  acordado,  dijo  en  pública 
congregación  que  no  había  dicho  mi  parecer  á 
11  de  octubre,  sino  á  15,  y  con  esto  *  le  pa- 
reció f^we  quedaba  satisfecho;  y  no  había  i/o  ha- 
blado nada  del  día,  sino  que  había  dicho  mi  pa- 
recer en  el  mes  de  octubre  un  día  á  las  once , 
pareciendo  después  que  el  Cardenal  había  dicho 
verdad,  y  qtie  yo  había  quedado  confuso,  esfor- 
zando la  ^  mentira  contra  la  verdad,  aunque 
los  demás  bien  entendieron  "^  que  él  era  el 
que  quedaba  quebrado  y  confuso.  El  Cardenal 
sabe  Dios  cuál  quedó  de  aquella  ocasión  ^\  y 
cuan  sentido;  fué  tanto,  que  si  Dios  no  se  lo 
llevara  desde  á  tres  meses,  pensaron  muchos 
que  armara  ^^  alguna  zalagarda  antes  que  sa- 
liéramos de  Italia;  y  pudiéralo  hacer,  y  por  ven- 
tura lo  hiciera,  porque  era  poderoso,  y  estos 
italianos  son  vengativos  y  sin  alma  ninguna; 
pero  él  acabó,  y  éste  ^^  fué  uno  de  los  riesgos 
grandes  de  que  me  libró  Dios  por  su  miseri- 
cordia, en  favor  de  la  verdad,  y  así,  muerto  este 
Cardenal,  pasamos  adelante  y  vino  el  Carde- 
nal Morón  en  su  lugar,  hombre  doblado;  pero 
aunque  me  quiso  halagar,  no  por  eso  dejé  de 
usar  de  mi  libertad  en  favor  de  la  Iglesia  uni- 
versal, por  lo  cual,  y  sintiendo  que  las  razones 
que  alegaba  por  mi  parte  satisfacían  en  cosas 
de  mucha  importancia  al  ^'*  bien  común  de  la 
Iglesia,  y  en  los  dogmas  que  pretendían  ^^  es- 
tablecer, muchas  veces  sin  disputarlos  ni  tra- 
tarlos "',  y  así  hice  un  protesto  en  la  postrera 
congregación  de  la  penúltima  sesión,  sobre  cier- 
tas cosas  (pie  habían  los  ^"^  Legados  prevertido, 

'  G.  Papiís.— "  hecho.— 5  G.  dicho.  -  ■•  voto.  -  ^  G.  es- 
tuvo presente  —  *  mucho  que.  — • '  T.  y  teníalo.— 
**  G.  en  esto.  — '  esforzándose  con. —  '"  conocieron. — 
"  aquello.- '2  G.  pensaron  armar. — ''•  al  cabo,  éste, — 
"  por  lo  cual  hice  contradicciones  de  mi  parte,  satis- 
faciendo en  cosas  de  mucha  importancia  al.  — '"  pre- 
tendía.—'" G  disputarlas  ni  tratarlas.  —  ''  congrega- 
ción, pero  habíanla  ya  los. 


234 


autobiografías  y  memorias 


estando  ya  votadas  v  pasadas,  es  á  saber:  sobre 
las  primeras  instancias  y  exenciones  *  de  ca- 
bildos, que  estaban  quitadas  del  ^  todo  y  las 
tornaron  á  hacer  votar  con  intención  de  revo- 
carlas, porque  en  la  postrera  sesión  eligieron 
diputados  casi  todos  italianos,  y  los  más  ene- 
migos de  la  reformación,  y  entre  los  españoles 
no  eligieron  sino  á  mí  solo  que  les  pudiera  ha- 
cer resistencia,  por  lo  cual  esta  vez  no  quise 
aceptar  la  diputación,  aunque  el  Embajador  me 
lo  rogó  mucho.  Esto  todo  junto  con  lo  pasado, 
dije  con  libertad  cristiana,  y  como  convenia 
siib  3  pena  de  infierno,  y  caí  en  grande  odio 
de  ellos  y  de  sus  secuaces;  y  asi  me  andaban 
buscando  calumnias,  retorciendo  sentencias  * 
de  mal  sentido  para  desautorizarme,  viendo  que 
muchos  del  Concilio  me  seguían,  y  al  fin,  por- 
que hicieron  una  congregación  privadamente,  y 
sabía  yo  ^  que  querían  determinar  cosas  que 
estaban  en  disputa,  y  de  que  ®  se  podía  se- 
guir grande  perjuicio  á  la  Iglesia  y  Concilios, 
no  quise  ir  á  la  última  '  sesión,  aunque  tam- 
bién estaba  malo,  y  porque  había  protestado. 
Lo  que  el  protesto  contenía  era  requerirlos 
que  ^  hiciesen  la  reformación  verdadera  y  cum- 
plida ^  tam  in  cnpite  quam  in  membris  ^^,  como 
llevaban  visto  ''  que  se  acababa  ya  el  Con- 
cilio, y  por  mejor  decir  ellos  le  querían  es- 
trangular; la  otra,  que  los  decretos  de  la  refor- 
mación no  los  hiciesen  curiales,  los  cuales  ^^ 
tenían  allí  para  ello,  con  ^^  fin  de  envolverlos 
y  confundirlos  con  palabras  que  dicen  oración 
de  pleitos,  y  para  que  despue's  ellos  '*  en  Roma 
les  diesen  el  entendimiento  que  les  pareciese  y 
quitasen  la  fuerza  á  los  bien  ^'  estatuidos,  lo 
cual  quise  que  hiciesen  ^^  con  sencillas  •'^  pala- 
bras y  canónicas,  y  no  por  términos  curiales, 
que  era  mucho  lenguaje  de  Concilios  ^*;  tam- 
bién les  dije  que  ellos  mismos  viesen  los  decre- 
tos que  habían  pasado  por  el  Concilio,  y  no 
otros  por  ellos,  y  que  las  disputas  las  hiciesen 
de  todas  las  naciones,  o  delante  de  ellas,  por- 
que aquel  modo  que  ellos  guardaban  más  daba 
á  entender  que  era  Concilio  de  italianos  que  no 
Concilio  general,  y  que  no  determinasen  cosa 
ardua,  que  llevaban  muchas  en  aquella  sesión, 
sin  que  se  tratasen  y  disputasen  '^;  si  no  que 
protestaba  de  nulidad  cuanto  de  derecho  podía, 
y  lo  repugnaba  y  contradecía;  en  todo  esto  me 
hallé  muy  solo,  aunque  sentía  que  Dios  estaba 
conmigo,  que  me  daba  constancia  y  osadía  para 
hacer  ''^"  lo  que  me  parecía  que  convenía  al  ser- 
vicio de  Diox  i)  de  su  Iglesia;  porque  todo  lo 


'  (j.  ejecuciones  —  *  (\.  de.— ^  so.- 
*  G.  sabían.— '  Je  aqní. — '  postrera 


<  fieutencia. — 
aqni.  — '  postrera  — ^  y  les  había 
protestado  lo  ijue  convenía  Kl  protesto  era  que. — '  (i. 
venidera  y  contenida.—'"  G.  y.  -"  pues  veían. — 
'2  que. — '"'  al  — '*  allá  — '*  G.  bienes.  —  '*  y  que  quise 
se  hiciesen  — "  G.  sentidas. —  "  Concilio.  —  '^  G. 
trata-se  y  disputase. — •"  decir. 


había  ya  vencido  el  *  Cardenal  Morón  ^  con 
sus  artes,  y  así  al  ^  Cardenal  de  Lorena  como 
al  Arzobispo  de  Granada,  como  otros  siete  ó 
ocho  que  al  principio  estuvieron  bien  en  las 
cosas  de  *  bien  común;  sólo  quedaron  conmigo 
el  de  Gerona,  el  de  Vique  (Vich)  y  el  de  Gua- 
dix,  aunque  no  del  todo  se  osaron  ^  mostrar; 
ni  por  esto  faltó  en  mí  osadía,  sino  que  ellos, 
echando  ••  fama  que  el  Papa  se  moría,  lo  en- 
volvieron todo,  y  acabaron  el  Concilio  día  4  ' 
de  diciembre  de  15(53  *  años. 

CAPÍTULO  XXI 

De   lo   que  pasó  en    Genova  de  vuelta  jxira 
España  y  en  Barcelona. 

Yo  partí  de  Trento  día  de  Santa  Lucía  por 
el  río,  donde  me  hicieron  alguna  molestia  unos 
criados  del  Cardenal  de  Trento  por  ciertas 
cosas  que  habíamos  pasado  yo  y  su  amo,  en 
que  me  hicieron  detener  la  barca  so  ciertos 
colores  que  no  llevaban  color;  á  la  sazón  ve- 
nían ciertos  principales  del  ^  Rey  Maximiliano, 
que  iban  á  España,  y  tenían  hecho  cerca  de  la 
fosa  ^^  de  los  venecianos  un  puente  de  bar- 
cos '  •  con  que  no  podían  pasar  las  barcas  '^  que 
venían  ^^,  y  así  hubimos  de  saltar  en  tierra,  y 
como  yo  llevaba  buen  recado  de  bestias  no  me 
detuve,  aunque  otros  estuvieron  allí  algunos 
días,  porque  todas  las  bestias  de  alrededor  esta- 
ban tomadas;  y  así  subí  á  Milán  dos  ó  tres  días 
antes  de  Pascua;  posé  en  Santo  Víctor,  que  es 
el  monasterio  más  principal  de  allí,  de  bernar- 
dos, el  cual  me  señaló  el  Duque  de  Sessa  ^*,  que 
á  la  sazón  allí  gobernaba,  y  estuve  allí  con  algu- 
na mala  disposición  hasta  víspera  de  año  nxievo, 
que  partí  para  Genova  con  intención  de  embar- 
carme con  mi  mala  disposición  después  ^',  donde 
llegué  á  2  de  enero,  y  un  día  antes  en  las  haldas 
del  Apenino,cabe  un  lugar  que  estaba  una  jor- 
nada de  Genova,  yendo  por  Alejandría  de  Mi- 
lán, estaba  tan  nevado  todo  que  fué  forzoso 
apearme  en  una  cuesta,  y  como  estaba  todo 
cubierto  de  nieve  yo  puse  los  pies  en  vago  al 
cantón  de  una  cuesta,  que  iba  á  caer  más  de 
veinte  lanzas  en  hondo,  y  si  no  fuera  por  un 
lacayo  que  llevaba,  que  hasta  hoy  vive  con- 
migo, llamado  Esteban  de  Prusia,  hombre  muy 
alto  y  de  grandes  fuerzas,  el  cual  me  llevaba 
del  brazo,  yo  y  él  cay[era]mos  allí  abajo.  Es- 
tando allí  '^  aguardando  la  embarcación  de  los 
Príncipes,  que  no  habían  querido  venir  á  Ge- 
nova por  estar  el  Emperador  enojado  con  los 

'  G.  áel.  — '  G  de  Morón.  — s  G.  el.  — ^  de  él.— 
^  se  osaban.  —  *  G.  pero  echando. — "  G.  á  H.— *  G. 
1.562.  -  3  los  Príncipes  y  el. — '"  casa. — "  barca. — '*  G. 
cataras.  — '■'•  los  que  venían. — "  Sesar. —  **  de  pies. — 
'*  en  Genova. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  AYALA 


235 


genoveses  sobre  ciertos  negocios  del  Conde  Ma- 
laespina  *,  el  cual  había  de  hacer  cierta  nego- 
ciación, yo  posaba  en  San  Teodoro,  un  ^  mo- 
nasterio extramuros,  de  canónigos  reglares  muy 
religiosos,  y  allí  vino  un  caballero  canónigo,  hijo 
del  Embajador  '  que  entonces  estaba  en  Roma, 
d  avisarme  cómo  estaba  discernida  una  citación 
de  Su  Santidad  para  que  pareciese  en  Roma 
personalmente  y  que  lo  sabía  de  cierto,  y  no  lo 
deje  de  creer,  según  que  ellos  habían  ido  con- 
migo, y  que  me  harían  cualquiera  vejación,  aun- 
que por  otra  parte  me  parecía  que  no  habían  de 
osar  hacerlo. 

Esto  se  divulgó  por  toda  España  y  Italia  y 
vino  á  las  orejas  de  la  Majestad  del  Rey  Fe- 
lipe, y  no  sé  si  fué  treta  de  ronjauos  echar  * 
aquella  fama,  para  que  yo  desbaratara;  visto 
esto  y  cuan  constantemente  se  decía,  aunque 
tenia  gana  de  irme  por  tierra,  porque  la  nave- 
gación, por  '  causa  de  los  malos  temporales, 
era  mal  segara,  y  ^  porque  no  dijesen  '  que 
me  iba  medio  huyendo,  yo  me  estuve  de  repo- 
so *  el  mes  de  enero,  para  ver  lo  que  era,  y 
esperar  ^  allí  lo  que  viniese,  y  ir  donde  Su 
Santidad  me  mandase  á  dar  razón  de  mí,  con 
la  misma  libertad  que  yo  había  tratado  las 
cosas  en  el  Concilio  todas  tres  veces  que  i/o 
allí  había  estado,  y  cierto  en  justicia  yo  '"  no 
temía  '•  nada,  antes  pensaba  confundir  á  los 
que  de  ello  ^^  trataban;  porque  la  verdad  y  la 
r-azón  y  muchos  buenos  y  doctos  estaban  por 
mí,  que  se  habían  hallado  presentes;  solamen- 
te '^  temía  alguna  ^*  traición.  Pasado  todo  el 
mes  de  enero,  como  vi  que  naide  ^^  venía,  hice 
pasar  por  tierra  mi  litera  y  bestias  hasta  Susa, 
y  yo  tomé  un  bergantín,  y  con  la  familia  que 
me  quedaba  me  fui  á  Yillafranca,  y  de  allí  tomé 
mi  camino  por  Francia,  y  por  mis  jornadas  á 
fin  de  febrero  llegué  á  Barcelona,  donde  estaba 
el  Rey.  Al  segundo  ^*'  día  que  llegué,  que  fué 
primero  de  marzo,  fui  á  besar  las  manos  á  Su 
Majestad  á  palacio;  recibióme  con  grande  ale- 
gría y  muy  bien,  y  luego  me  habló  sobre  la  '' 
citación,  la  cual  le  había  dado  pena,  aunque 
como  yo  no  se  lo  había  escrito  no  lo  había  creí- 
do; y  él  mismo  dijo:  Ayer. estuvo  aquí  el  Nun- 
cio y  me  dijo  cómo  tenía  '*  un  breve  gracioso 
para  vos  de  Su  Santidad,  y  holguéme  mucho 
de  ello.  Descansad  ahora  y  no  os  rai/áis  ^^  hasta 
que  hayamos  consultado  algunas  cosas  deste 
Concilio,  cómo  le  tengo  de  recibir  y  de  qué 
cosas  hay  que  advertirme  "^^  en  los  decretos ;  y  lo 
mismo  dijo  ''''  á  tres  ó  cuatro  Prelados,  y  los 


'  O.  Mala  Espina.  —  '  G.  en  un  — "  Gobernador. 
*  de  Roma  echarnos.  —  ^  á. —  ^  mas.  —  '  se  dijese  — 
'  despacio  todo— ^  G.  esperaba.—  '"  G.  y. — "  tenía. — 
'^  desto.  —  '"'  fiolo.  —  '♦  G.  de  alguna.  —  '*  nada.  — 
'^  otro.  —  '■'  habló  de.  —  '*  tengo.  —  "  G.  vais. — 
*■'  haya  de  advertir.  —  "  mandó. 

AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMOHIAS. — 26 


demás  despidió.  Yo  procuré  ver  el  Breve,  y  el 
Nuncio  me  lo  envió  con  su  secretario,  y  aunque 
venía  bueno,  todavía  iba  fundado  en  que  yo  me 
había  descuidado,  y  el  Cardenal  de  Lorena,  en 
algunas  cosas  que  tocaban  á  la  Sede  Apostólica, 
y  casi  dando  á  entender  que  él  ^  no  miraba  en 
aquellas  cosas  y  alababa  ^  mi  constancia;  y  es 
verdad  que,  hablando  yo  con  el  '  Cardenal  de 
Lorena,  cuando  vino  de  Roma,  me  dijo  que  me 
habían  revuelto  con  Su  Santidad  en  que  de  su 
potestad  no  sentía  lo  que  los  otros,  y  que 
había  *  querido  decir  que  le  eran  iguales  los 
Obispos.  Yo  le  dije  que  Su  Santidad  advir- 
tiese que  yo  tenía  muchos  contrarios  allí  " 
con  recios  caviladores  y  '¡ue  le  iban  con  nuevas 
para  congraciarse  ''  con  él  '',  y  que  no  las 
creyese,  y  que  supiese  que  sentía  yo  de  su 
potestad  lo  que  debía  y  los  Santos  Padres  y 
Concilios  sienten,  y  que  decir  que  en  el  Or- 
den *  eran  todos  los  Obispos  ^  iguales,  era 
cosa  averiguada;  pero  que  en  la  jurisdicción 
bien  gobernada  había  gran  diferencia  del  á  ellos. 
Y  así  en  respuesta  del  Breve,  porque  parecía 
que  me  quería  cargar,  como  si  yo  me  purgase  *", 
escrebí  á  Su  Santidad  una  carta  con  reverencia 
y  libertad  cristiana,  no  consintiendo  en  aque- 
llas cosas,  porque  no  tenía  de  qué  purgarme,- 
«ino  que  lo  que  yo  le  había  enviado  á  decir  era 
que  los  que  le  habían  informado  no  le  habían 
dicho  la  verdad,  y  que  era  por  malevolencia  que 
me  tenían  y  por  congraciarse  ^*  con  Su  Santi- 
dad, y  que  esto  lo  probaría  *^  con  todos  los  doc- 
tos y  desapasionados  del  Concilio,  porque  días 
había  que  yo  sabía  lo  que  le  debía  dar  y  lo  que 
no  le  había  de  dar.  Y  así  envié  esta  carta,  y  no 
hubo  más. 

Tratando  los  negocios  que  Su  Majestad  man- 
dó, unos  se  resolvieron  y  otros  se  remitieron 
para  Madrid.  Yo  caí  malo  de  la  gota,  y  esta 
fué  la  quinta  vez  que  me  dio;  estuve  en  la  cama 
veinte  días.  Luego,  como  pude,  aunque  en  lite- 
ra, porque  á  caballo  no  era  posible,  me  partí 
para  mi  Iglesia;  antes  que  me  partiese  *■*,  Su 
Majestad  me  envió  á  decir  si  estaba  todavía  en 
que  la  ^*  Iglesia  de  Brindis  ^'^  se  había  proveí- 
do '^  bien  en  el  que  la  tiene  ^',  que  es  Cario 
Bobio  **,  hombre  muy  docto,  porque  así  se  lo 
había  yo  escrito  desde  Trento,  y  que  le  diese 
memoria  de  las  personas  que  en  Italia  yo  cono- 
cía *®  y  sabía  había  buenos  para  Obispos.  Yo  le 
dije  que  en  cuanto  á  Bobio  20  estaba  bien  em- 
pleada en  la  persona  que  le  había  comunicado, 
y  que  era  acertada  provisión,  y  luego  Su  Majes- 

'  Su  Santidad.—'  G.  alabando  — '  yo  al. — '  G.  le 
habían  —  *  G.  muchas  cue.itas  y  él  allí.  —  '  G.  en- 
graciarse.—  '  G.  que  le  llevaban  nuevas.  — '  G.  la 
Orden.  —  ^  G.  bispos  —  '^  G.  pregace.— "  G.  engra- 
ciarse.—  "*  G.  probaba.  —  '^  partiera. —  'i  aquella.— 
'!•  G.  Biudes.— '8  se  proveyera.— "  tenia.— '*  G,  Pro- 
bio. —  '9  G.  como  sabía.—  '"  G.  Vique. 


286 


autobiografías  y  memorias 


tad  la  hizo;  y  cuanto  al  memorial,  que  yo  se  lu 
enviaría  desde  Segovia,  porque  no  venían  allí 
mis  cartas  ni  libros,  porque  había  venido  desde 
Genova  la  *  mitad  de  mi  familia  con  toda  la 
ropa  y  libros,  y  entonces  supe  que  ^  era  llegada 
sana  y  salva  á  Alicante;  díjele  también  lo  mal 
que  me  hallaba  en  Segovia,  á  causa  de  mis  en- 
fermedades y  de  la  excesiva  frialdad,  y  que  tenía 
gana  de  dejar  el  obispado  y  recogerme,  porque 
estaba  cansado  de  gobernar  y  no  podía  hacer 
nada,  y  más  teniendo  á  Roma  por  contraria  en 
todo,  que  no  me  quería  atravesar  ^  con  ellos,  y 
lo  que  me  quedaba  de  vida  lo  quería  emplear  en 
revolver  mis  estudios  y  tener  cuenta  con  Dios  y 
conmigo;  y  él  me  dijo:  Dios  os  dará  salud,  y 
placerá  á  Dios  qne  tengáis  más  quietud,  y  otras 
buenas  palabras. 

CAPÍTULO  XXII 

Del  arzobispado  de   Valencia. 

Yo  me  partí  luego,  porque  había  fama  que 
la  peste  daba  en  Barcelona,  y  vine  por  mis  jor- 
nadas á  Valencia  la  Pascua  de  Resurrección,  y 
de  allí  en  ocho  días  llegué  á  Segovia  día  de 
San  Marcos,  y  cogílos  *  desapercibidos  todos  y 
fui  recibido  con  grandísimo  contentamiento  ^ 
y  aplauso  de  todos,  chicos  y  grandes,  especial 
de  la  gente  menuda,  que  es  muy  aficionada  á 
sus  Prelados.  Luego  comencé  á  dar  orden  solire 
los  beneficios  curados,  cómo  se  residiesen  y  los 
dejasen  los  que  no  los  podían  tener,  por  ser 
cosa  tan  principal  y  necesaria.  En  esto  entendí 
dos  meses,  que  no  hice  otra  cosa,  y  en  salir  á 
confirmar  algunas  aldeas  cerca  de  allí. 

Estando  en  Segovia  sábado  víspera  de  la 
Santísima  Trinidad  entró  un  correo  en  mi  casa 
de  Su  Majestad,  el  cual  traía  la  provisión  del 
arzobispado  de  Valencia,  cosa  cierto  no  pen- 
sada por  mí.  Estuve  diez  ^  días  en  determi- 
nar si  aceptaría,  encomendándolo  á  Nuestro 
Señor;  y  cierto  yo  no  estaba  inclinado  á  acep- 
tarlo, así  por  venir  á  hacer  vida  con  gente  nueva 
y  no  de  nuestra  nación  del  todo,  y  reino  donde 
había  una  ciudad  que  era  '^  una  Babilonia,  y 
lo  demás  era  de  infieles;  allegábanse  las  difi- 
cultades que  habían  de  pasar  en  Roma,  y  venir 
á  las  *  manos  de  los  que  me  habían  perse- 
guido y  perseguían  y  podían  hacerme  muchas 
vejaciones,  y  más  los  gastos  tan  excesivos  que 
allá  se  hacen  por  estas  bulas,  tan  inicuos  que 
queda  uno  por  tres  años  que  no  puede  alzar 
cabeza  entrando  de  nuevo  en  un  obispado;  lo 
que  más  me  retardaba  era  ver  el  gran  senti- 

'  los  envié  desde  Genova  con  lii.  —  ^  como.  —  '•  tra- 
bajar.—  ■*  hallólos. — I"  contento.  —  «  tres  —  '  ciudad 
como  '  pasar  las  Bulas,  que  habían  de  venir  en 
Roma  á  las. 


miento  que  había  '  en  la  ciudad  de  Segovia 
por  mi  partida,  que  cierto  fué  cosa  notable,  así 
de  grandes  como  de  pequeños;  finalmente,  por 
no  parecer  que  tenía  en  poco  la  merced  que  Su 
Majestad  me  había  hecho,  sin  yo  demandár- 
sela ^,  antes  teniendo  tantos  adversarios  como 
sé  que  tuve  en  la  provisión,  y  porque  no  dije- 
sen mis  enemigos  "*  que  no  osaba  '*  aceptarlo 
por  miedo  de  Roma,  y  porque  había  de  ser  yo. 
el  primero  en  quien  el  decreto  tridentino,  que 
hablaba  desto,  se  había  de  ejecutar,  y  por  la 
salud  y  venir  á  vivir  en  tierra  templada,  donde 
podía  mejor  trabajar,  yo  lo  acepté,  dando  á  Su 
Majestad  las  gracias  debidas.  Su  Majestad  es- 
cribió allá  cartas  muy  favorables,  cuyos  trasun- 
tos yo  vi,  para  que  no  se  desmandasen  á  ha- 
cerme sin  justicia  ",  y  aunque  no  dejaron  de 
hacer  de  sus  malicias  entre  los  Cardenales, 
que  procuraron  dar  ^  algunas  molestias;  pero 
en  [el]  primero  '  Consistorio  pasó  la  gracia  de 
la  Iglesia  á  6  de  septiembre  del  dicho  año,  y  así 
vinieron  las  bulas  á  fin  de  octubre,  y  se  touKÍ 
la  posesión  de  Valencia  con  grande  aplauso  el 
día  de  Santo  Esteban,  que  es  á  26  de  diciembre. 
A  2  de  junio,  estando  en  un  lugar  que  se 
llama  Revenga,  i/  en  Losa,  prediqué  la  Visita- 
ción y  confirmé,  y  aquel  día  pasé  algún  trabajo 
y  sol,  y  más  que  quise  volver  á  Segovia  con 
un  cuartago  mío,  que  andaba  mucho;  aguíjelo 
tanto  que  de  la  alteración  y  cansancio  tuve  una 
calentura  con  un  gran  frío;  al  otro  día  me  dio 
otra,  1/  al  tercero  día  luego  saltó  en  *  conti- 
nua; los  médicos  tardaron  ^  en  hacerme  san- 
grías, y  subióseme  ^"  la  sangre  á  la  cabeza;  al 
quinto  casi  ya  no  tenía  sentido,  sino  todo  era 
dormir;  llegué  muy  ^*  al  cabo;  sangráronme  seis 
veces  1/  purgáronme  más  de  ocho;  atormentá- 
ronme cinco  médicos,  cuatro  de  la  tierra  y  uno 
de  la  corte,  el  cual  entendía  algo  más;  quitó- 
seme  la  calentura.  Con  achaque  de  una  Sínodo 
que  tenía  llamada  trabajé  algo,  y  no  sé  si  desto 
ó  si  de  no  estar  liien  curado,  que  esto  fué  lo  más 
verdadero,  volví  ^^  á  caer,  y  volviéronme  á  san- 
grar *■';  henchíme  de  sangre  i*  tres  veces,  y  así 
estuve  con  calentura  hasta  mediado  noviembre; 
finalmente,  un  clérigo  me  sanó  con  unas  raíces 
de  llantel  molidas  ^'  y  echadas  en  vino  blanco, 
lo  cual  me  hizo  beber  cuando  me  quería  venir 
el  frío;  y  la  primera  vez  se  me  quitó  la  mitad 
del  frío  y  calentura,  pero  víneme  á  henchir  de 
lepra  todas  las  piernas,  que  parecía  carne  de  le- 
proso, y  dos  veces  mudé  el  cuero,  con  harta 
pesadumbre  que  yo  tenía  de  mi  mismo. 


'  vi. — "  bacía,  sin  que  yo  ni  nadie  se  lo  suplicase.— 
"'  émulos. — í  G.  osaba  de. — ^  alguna  injusticia.—*  de 
hacer.—  '  no  en  pi-imo. —  *  se  volvió.—  '  tardaban. — 
'"  la  sangría  y  subíame. — "  G.  lleguemos.—  '^  cierto 
torné. —  '*  sacar  sangre.  —  '*  G.  sarna.  —  ">  G.  lantén, 
mojadas. 


DON  MARTIN  PÉREZ  DE  xVYALA 


237 


Estando  yo  en  Segovia  entendiendo  en  des- 
pedinue  y  rematar  mis  cuentas  y  salir  desem- 
barazado, Su  Majestad  vino  allí  víspera  de 
Todos  los  Santos,  y  le  luí  á  besar  las  manos 
una  '  noche  y  le  demandé  ^  licencia  para  irme 
á  Valencia,  y  que  viese  lo  que  era  servido  que 
hiciese:  él  me  dijo  que  tenía  algunas  cosas 
que  comunicar  conmigo,  que  aie  fuese  á  Ma- 
drid; y  así  partí  de  Segovia  víspera  de  la  Con- 
cepción de  Nuestra  Señora,  y  llegué  allá  sábado 
á  9  de  diciembre,  y  comenzó  Su  Majestad  á 
tratar  de  la  forma  que  se  había  de  tener  en 
los  Concilios  provinciales  y  en  la  instrucción 
de  los  moriscos  del  reino  de  Valencia,  y  cómo 
se  harían  unas  juntas  en  casa  del  Arzobispo 
de  Sevilla  y  se  asentarían  algunas  cosas:  la 
una,  que  se  hiciese  la  ¿nátnccción,  y  la  hiciesen 
los  Prelados  de  propósito  con  buena  disposi- 
ción '  [en]  instruidos  catecismos,  que  yo  ofrecí 
hacer  *  á  mi  costa;  la  segunda  fue  '^  que  la  In- 
quisición no  tuviese  con  ^  ellos  que  hacer,  sal- 
vo en  los  '  que  con  desvergüenza  y  al  des- 
cubierto pecasen;  la  tercera,  que  se  les  diese  ^ 
indulgencia  por  todo  lo  pasado  á  los  nueva- 
uícnte  convertidos,  por  el  Inquisidor  que  fuese. 
Y  otras  cosas  trató  Su  Majestad  conmigo  de  la 
Universidad  de  Lovaina,  la  cual  parece  que  se 
maleaba  ya,  y  habían  venido  á  ^  Su  Majestad 
malas  nuevas  de  lo  que  '*  allí  pasaba.  Estú- 
veme  allí  mal  dispuesto  algunos  días,  por  los 
muchos  fríos,  y  la  semana  de  Lázaro  comencé 
á  caminar  en  litera  malo  para  Valencia,  y  en  el 
camino  me  puse  bueno,  ¡bendito  Dios  Nuestro 
Señor!  y  vine  el  miércoles  de  la  Semana  Santa 
á  Alaguaz  ^^,  un  lugar  de  Don  Gaspar  Agui- 
lar,  una  legua  de  Valencia,  donde  está  un  mo- 
nasterio de  Mínimos,  y  allí  estuve  los  días  de  la 
Pasión  y  de  la  Resurrección,  y  el  segundo  día 
de  Pascua  comulgué  á  mis  criados  y  fui  al 
Socos  á  comer,  que  es  un  cuarto  de  legua  de 
Valencia,  donde  celebré  misa  y  comieron  con- 
migo muchos  caballeros  de  Valencia  y  otros  de 
la  Iglesia,  y  entré  aquella  tarde  con  toda  solem- 
nidad y  fiesta  que  ellos  me  pudieron  ^^  hacer  á 
22  13  de  abril  de  1565. 

CAPÍTULO  XXIII 

De  la  ínsita  i/  Sínodos  de  Valencia. 

Luego  comencé  á  juntar  los  de  la  Iglesia  y 
decirles  **  lo  que  me  parecía  que  convenía  al 
descargo  de  mi  conciencia,  y  á  los  caballeros 
para  amonestarles  la  obligación  que  tenían  á 
proveer  i'  á  la  salvación  destos  ^^  nuevos  cris- 

'  de.—'  pedile. — ^  buenos  cati-eñsmos.  —  *  hacerlo.— 
"  G.  y  fué. — *  en. — '  fuera  de  aquellos,- 8  hiciese  — 
"  y  teniendo. — '"  dijo  lo  (¿ue— "  Alaquiz.  — "  qui- 
sierou. — '5  23,  -  'i  hablarles.  -  's  procurar,-  '*  de  los. 


tianos  y  procurar  su  buena  industria,  digo  ins- 
trucción, declarándoles  la  buena  voluntad  de  * 
Su  Majestad  é  intención,  de  que  mostraron  es- 
tar contentos.  Comencé  á  tratar  sobre  los  be- 
neficios curados  ;  visité  todas  las  parroquias 
desde  mayo  hasta  fin  de  septiembre,  donde  se 
enmendaron  muchas  cosas  y  castigaron  cier- 
tos -  excesos  que  no  se  habían  visto  castigar, 
aunque  con  benignidad;  hice  órdenes  por  mi 
persona  dos  veces,  y  cuánto  '^  provecho  se  haya 
hecho  '*  allí  con  nuestra  estada  Dios  lo  sabe; 
acabada  la  visita,  luego  comenzó  el  Sínodo 
provincial,  y  dióse  principio  á  él  en  la  iglesia 
Mayor  á  7  de  octubre,  y  pudiéralo  acabar  en 
todo  el  mes  si  de  parte  de  Su  Majestad  no  se 
nos  ofrecieran  "  algunos  impedimentos.  El  día 
de  San  Martín  hice  la  primera  sesión  de  lo  que 
tocaba  á  la  doctrina  y  recibir  *  el  Concilio  de 
Trento,  y  dije  yo  la  misa  '  con  mucha  so- 
lemnidad; la  segunda  sesión  se  hizo  en  el 
Adviento  y  celebró  el  reverendísimo  de  Mallor- 
ca; la  tercera,  el  día  de  San  Tomás  Apóstol; 
dijo  la  misa  el  Obispo  Cebrián,  por  el  Obispo 
de  Orihuela,  y  la  cuarta,  donde  se  acabó,  dije 
yo  la  misa  día  de  Santo  Matías  de  1566  años, 
y  así  se  fueron  en  paz.  No  hubo  en  el  Sínodo 
alguna  discrepación  ni  contradicción  en  cosa 
que  se  determinase,  que  fué  cierto  merced  y  don 
del  Espíritu  Santo,  y  más  que  estando,  como 
estuve,  impedido  de  los  pies,  nunca  se  dejó  de  tra- 
bajar; ¡bendito  su  santo  nombre!  ^  y  así  el  año 
de  1566  se  acabó,  entrando  yo  en  el  de  sesenta  y 
dos  de  mi  edad, desde  San  Martín  acá.  En  el  se- 
gundo año  de  mi  arzobispado,  después  que  por 
la  gracia  de  Dios  Nuestro  Señor  entendí  en  ce- 
lebrar el  Concilio  provincial  *,  que  duró  desde 
25  de  abril  hasta  mediados  de  mayo,  donde  con 
toda  paz  se  determinai'on  cosas  de  harto  pro- 
vecho 1"  para  el  buen  gobierno  del  arzobispa- 
do, con  toda  concordia,  luego  al  fin  de  este 
mes,  compelido  de  falta  de  salud,  porque  tenía 
gota  en  cuatro  ó  cinco  partes  y  no  podía  andar, 
fui  á  unos  baños  de  metal  que  estaban  cerca  *' 
de  la  villa  de  Yeste,  con  cuyas  aguas  sanaban 
muchos  de  semejantes  enfermedades  ó  recibían 
muchos  1^  algún  alivio;  y  llegué  allí  tres  ^^  días 
antes  de  la  fiesta  Pentecostés  y  prediqué  allí, 
y  fuime  á  estar  en  los  baños  siete  días,  donde 
recibí  notable  mejoría.  Vine  á  Segura,  lugar 
de  mi  natiridud,  adonde  fui  recibido  con  mucJia 
alegría  de  todos.  Prediqué  allí  día  del  Señor, 
y  poco  después  de  visitados  los  amigos  y  luga- 
res de  mi  naturaleza  partí  para  **  Valencia  y 

'  G.  á.— *  hartos. — ^  el. — *  que  se  hizo.  —  "  Ma- 
jestad se  nos  acudiera  con  quitar. —  '  recibí. — '  y  di- 
jeron las  misas.—  '  sea  Dios. — *  Sinodal.  -  *<>  G  pro- 
pósito.—  "  estaban  dos  leguas. — '^  G.  winabau  muchas 
enfermedades  ó  recebían  muchos.—  '^  dos.  —  '*  G.  por 
ésta. 


238 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


luego  *  [tuve  una  cuestión  con]  los  estamen- 
tos de  ella,  por  haber  proveído  yo  á  Francisco 
Lozano,  presbítero,  de  la  capiscolía  ^  de  Valen- 
cia, teniendo  la  provisión  libre  de  derecho  '  y 
costumbre.  Y  ellos  pretendieron  que  había  de 
guardar  un  fuero  que  ellos  tienen  para  que  no 
se  den  sino  á  naturales,  que  allende  *  ser  con- 
tra derecho,  no  est.á  usado  ni  guardado.  Y'^o  leí 
cartas  de  Su  Majestad  yendo  hacia  mi  diócesis, 
y  elegí  '  un  lugar  grande  que  se  llama  Onte- 
niente,  para  estar  allí  los  días  de  calor  y  visitar 
aquel  lugar  y  otros  de  aquella  comarca;  súbita- 
mente me  dio  un  dolor  en  ®  un  riñon  toda  la 
noche,  y  por  la  mañana  tomé  una  ayuda,  con  la 

'  G.  digo.—  '  G.  capriscolía.  X.  me  torné  á  Valen- 
cia, que  estaba  muy  alborotada  conmigo,  por  haber 
yo  proveído  en  Francisco  Lozano,  presbítero,  la  Ca- 
biscolía.  T.  estar  en  ^^alencia,  digo,  los  estamentos 
della,  por  haber  proveído  yo. — »  q  posesión  de  libre 
de  derechos.—*  fuera.—  ^  y  llegué  á. — *  de. 


cual  no  hice  nada;  luego  tomé  otra  más  recia, 
con  que  me  dio  cámaras  recias  y  me  oprimió 
el  ^  liacer  aguas  y  se  me  quitó  el  dolor,  y  como 
las  cámaras  duraron  duró  ^  la  opresión  del  ori- 
nar, y  dura  ''  ocho  días  hasta  hoy,  que  se  acabó 
de  escribir  esto.  Los  médicos,  que  tuve  hartos, 
han  tenido  en  mucho  esto,  diciendo  que  la  ex- 
pulsión de  la  orina  se  salía  por  muchas  cámaras, 
y  así  lo  ha  mostrado  la  experiencia;  vivo  ansí 
debajo  la  mano  poderosa  de  Dios,  sin  hincha- 
zón ni  pasión  ni  dolor,  no  orinando  y  viviendo, 
esperando  lo  que  Dios  será  servido  de  hacer  *,  y 
estoy  muy  pronto.  Hoy  viernes  á  28  de  julio  " 
de  1566,  esperando  la  misericordia  de  Dios,  y  al 
octavo  día  de  nuestra  enfermedad,  sin  miedo  ® 
de  acabar.  Sed  sive  inoriamur,  swe  vivamus, 
Domi'ni  sumns  '. 

'  privó  de. — '  duran,  dura. — ^  G.  duró. —  *  quiera 
hacer.— ^  Junio.— ^  medio.—'  G.,  añade:  Murió  á  5  de 
Agostode  1.566  años.  LausDuo,  honor  etglorm.  Amen. 


APÉNDICE  Á  LA  VIDA  DE  DON  MARTÍN  PÉREZ  DE  AYALA 


FJR  AQM  BNTOS 

DE   LA 


ilORIi  DE  10  SUCEDIDO  Ei  EL 


ESCRITA   POR 

DON  PEDRO  GONZÁLEZ   DE  MENDOZA 

OBISPO    DE    SALAMANCA    (*) 


En  este  tiempo  (^)  comenzaron  los  negocios 
á  enconarse  y  á  dar  muestras  de  poner  algún 
gran  estorbo  en  las  cosas  del  Concilio,  de 
suerte  que  se  temía  no  fuesen  parte  para  disol- 
verse; porque  por  una  parte  el  Emperador  pe- 
día dos  cosas:  la  una,  que  se  fuesen  dilatando 
las  sesiones,  ora  lo  hiciese  porque  convenía  así 
para  la  reductión  de  sus  reinos  ó  porque,  como 
algunos  pensaban,  no  fuese  parte  el  Concilio 
para  estorbar  la  coronación  de  su  hijo;  la  otra 
fué  que  en  los  decretos  que  se  hiciesen  no  se 
nombrase  continuación,  Y  esto  lo  pidió  de 
suerte  que  si  se  hiciese  lo  contrario  mandó  á 
sus  Embajadores  que  luego  se  partiesen  del 
Concilio.  Los  Embajadores  franceses,  por  otra 
parte,  no  solamente  querían  que  no  se  llamase 
continuación,  sino  que  se  le  pusiese  nuevo  ti- 
tulo de  indictión,  y  así  lo  pidieron  pública- 
mente, no  sin  algún  escándalo.  Por  otra  parte, 
Su  Santidad  tenía  prometido  á  la  Majestad 
Católica  que  se  declararía  su  continuación,  y 
ansí  lo  pedían  los  Prelados  españoles,  que  sa- 
bían la  voluntad  del  Rey,  aunque  algunos  de- 
llos,  que  al  principio  estaban  muy  recios  y  cada 
día  daban  voces  á  los  Legados,  pidie'ndoles  que 
se  declarase  ser  continuación,  después  aflojaron 
porque  los  Embajadores  del  Emperador  que 
pedían  que  no  se  nombrase  continuación  estu- 
viesen bien  en  el  negocio  de  la  Residencia. 

(')  Publicamos  estos  Fragmento»  con  arreglo  á  un 
manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional,  copiado  á  fines 
del  siglo  XVI,  dos  vol.  en  8.",  que  perteneció  á  Gil 
González  Dávila.  Su  signatura,  núms.  11.2.53y  11.2.54. 
Acerca  de  D.  Pedro  González  de  Mendoza  y  de  su 
libro,  véase  la  Biblioteca  de  Eitcritore.i  de  la  provin- 
cia de  Guadiila/ara,  por  D.  Juan  Catalina  García, 
páginas  177  á  179. 

O  Se  refiere  á  la  tercera  época  del  Concilio  de 
Trente,  cuya  sesión  XVII  se  celebró  á  18  de  enero 
de  1562. 


Esta  Residencia  ha  sido  causa  de  grandes  al 
teraciones  y  desabrimientos.  El  Papa  recebía 
pesadamente  la  importunación  de  los  españo- 
les. El  Colegio  de  los  Cardenales  estaba  de 
parecer  que  no  convenía  declararse,  y  muchos 
Obispos  y  letrados  del  Concilio,  los  más,  decían 
que  tenían  entendido  que  era  de  ju7-e  divino  la 
Residencia;  pero  que  no  era  cosa  conveniente 
para  las  conciencias  de  los  Prelados  ni  para  la 
autoridad  de  la  Sede  Apostólica  que  se  deter- 
minase; otros  estaban  tan  terribles  que  les  pare- 
cía que  toda  la  reformación  de  la  Iglesia  pendía 
de  que  se  declarase  por  un  decreto  ser  de  jure 
divino.  Su  Santidad,  viendo  las  grandes  difi- 
cultades, no  acababa  de  determinarse  en  este 
negocio  ni  había  clara  resolución  de  su  volun- 
tad. Los  Prelados  españoles,  que  eran  los  que 
más  instaban  y  insistían,  como  vieron  que  se  iba 
la  cosa  entreteniendo  y  que  no  se  hacía  nada,  y 
que  en  la  sesión  que  se  había  de  hacer  á  los 
4  de  junio  [de  1562]  no  se  quería  determinar 
este  artículo,  sino  que  se  dilataba  de  manera  que 
parecía  quitarse  la  esperanza  de  que  no  se  trar 
taría  jamás  dello,  la  víspera  de  la  Trinidad  se 
juntaron  en  el  Domo  á  congregación  particular. 
Yo,  que  estaba  mal  con  estas  juntas  particula- 
res, porque  me  parecía  que  servían  más  de  dar 
escándalo  que  de  hacer  fruto  ninguno,  y  por 
otra  parte  sabía  que  Su  Santidad  y  sus  Dele- 
gados se  ofendían  grandemente  con  ellas,  estaba 
determinado  de  no  hallarme  en  ellas,  como  tam- 
poco me  hallara  en  ésta  si  los  Delegados  no  me 
lo  enviaran  á  rogar,  porque  entendían  cuan  des- 
apasionadamente yo  trataba  los  negocios,  y  pa- 
reciéndoles  que  podía  yo  ser  parte  para  estor- 
bar algún  alboroto  que  se  temía,  como  fué  des- 
pués Nuestro  Señor  servido  que  fuese  yo  parte 
para  que  se  estorbase. 


240 


AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 


Lo  que  se  propuso  en  esta  junta  fué  que,  por 
cuanto  parecía  que  Su  Santidad  y  Legados 
disimulaban  en  este  negocio  de  la  Residencia, 
y  ellos  se  habían  puesto  tan  de  veras  en  ello,  y 
se  dejaba  de  hacer  una  cosa  tan  importante  á  la 
reformación  de  la  Iglesia  cristiana,  que  les  pa 
recia  ser  bien  que  en  nombre  de  todos  los  Pre- 
lados españoles  se  hiciese  un  protesto  sobre 
este  artículo.  Todos  fueron  de  parecer  que  se 
hiciese,  hasta  que  llegó  á  mí,  que  considerando 
los  grandes  inconvenientes  que  de  hacer  seme- 
jante protestación  se  seguían,  doliéndome  gran- 
demente de  que  los  españoles  fuesen  los  pri- 
meros autores  de  un  parecer  que  en  el  Concilio 
haría  disensión,  dije:  «Reverendísimos  señores: 
Puesto  caso  que  el  tratarse  si  la  Residencia  de 
los  Prelados  sea  de  jure  divino  es  negocio  de 
grande  importancia  para  el  buen  gobierno  de 
la  Iglesia,  y  no  haya  cosa  que  más  todos  desea- 
mos, que  es  que  se  efectuase  en  gracia  y  con- 
formidad de  todo  el  Concilio,  pero  porque  del 
protestar  se  siguen  grandes  inconvenientes,  me 
parece  que  no  se  debería  tomar  este  camino. 
Lo  primero,  porque  no  hay  coga  tan  perniciosa 
para  la  autoridad  del  santo  Concilio  como  es 
comenzar  á  haber  en  el  división  y  scisma,  y  no 
es  razón  que  comencemos  nosotros  á  ser  los 
primeros  autores  dalla,  principalmente  pudien- 
do  sin  ella,  por  otro  camino,  conseguir  lo  que 
pretendemos.  Lo  segundo,  este  será  uno  de  los 
mayores  argumentos  de  que  los  herejes  se  apro- 
vecharán para  con  el  pueblo,  diciendo  que  cómo 
puede  estar  el  Spíritu  Santo  donde  comienza  á 
haber  tanta  disensión  y  discordia.  Crecerá  el 
odio  que  tienen  ontra  la  Sede  Apostólica;  to- 
marán ocasión  de  estimar  en  menos  las  cosas 
que  ordenare  el  santo  Concilio;  servirá  de  dar- 
les las  armas  que  ellos  más  desean  para  com- 
batirnos, y  no  deseando  ellos  otra  cosa  más  que 
sembrar  entre  nosotros  cizaña  seríamos  nos- 
otros los  ejecutores  de  su  voluntad;  y  pues  en 
este  Concilio  tiene  puesta  la  Iglesia  toda  la 
esperanza  de  su  remedio,  no  es  justo  que  de- 
mos ocasión  á  que  comience  á  perdella,  viendo 
que  no  hay  conformidad  en  los  que  procuran  su 
bien.  Lo  tercero,  el  Concilio  se  resolvió  en  que 
Su  Santidad  fuese  consultado  sobre  este  nego- 
cio, y  hasta  saber  su  determinación  no  es  justo 
que  acá  se  haga  cosa  en  tanto  desgusto  y  de- 
servicio suyo,  principalmente  teniendo  el  celo 
que  tiene  y  haciendo  la  reformación  de  su  corte 
que  hace,  y  que  por  dejar  de  hacer  el  protesto 
no  se  pierde  la  esperanza  de  que  se  dejará  de 
tratar  este  artículo  de  la  Residencia,  y  en  tiem- 
po que  tan  perseguida  es  la  Sede  Apostólica 
tenemos  gran  necesidad  los  hijos  suyos  de  vol- 
ver por  ella.  Considerando  esto  Su  Majestad 
de  nuestro  Rey  Católico,  viendo  la  grande  ne- 
cesidad que  hay  de  ser  amparada  la  autoridad 


del  Sumo  Pontífice,  nos  tiene  por  instrucción 
particular  encargado  que  miremos  por  ella  y  que 
la  favorezcamos  de  suerte  que  todo  el  mundo 
entienda  la  voluntad  que  él  tiene,  como  obe- 
diente hijo,  de  volver  por  ella.  De  manera,  seño- 
res, que  por  estas  y  otras  causas  me  parece  que 
se  debería  seguir  otro  camino,  escribiendo  á  Su 
Santidad  suplicándole  lo  tenga  por  bueno,  po- 
niéndole delante  de  los  ojos  los  grandes  bienes 
que  de  aquí  se  siguen,  y  que  por  esta  vía,  no 
solamente  no  se  ofende  su  autoridad,  sino  que 
antes  se  aumenta,  pidiéndole  que  nos  declare  su 
voluntad  para  que,  siendo  como  lo  será  santa 
y  justa,  la  sigamos  los  que  tanta  razón  y  obli- 
gación tenemos  de  obedecella». 

Después  que  hube  dicho  mi  parecer,  aunque 
por  ser  solo  y  por  estar  todos  determinados  de 
hacer  el  protesto  parece  que  no  se  inclinaban  á 
seguirle,  y  que  antes  perseveraban  en  su  deter- 
minación y  se  quejaban  de  que  yo  me  apartase 
del  suyo  y  no  quisiese  seguirle;  pero  en  fin  les 
hizo  tanta  impresión,  y  Nuestro  Señor,  que 
quiso  favorecer  en  esta  parte  su  causa,  que  ellos 
dejaron  de  hacer  lo  que  tenían  muy  determinado 
y  vinieron  á  confesar  ser  lo  más  acertado  lo  que 
yo  les  había  suplicado  que  hiciesen.  Y  ansí  se 
pasó  la  sesión  sin  protesto,  la  cual  se  hizo  á 
los  4  de  junio;  pero  no  hubo  más  en  ella  de 
dilatarse  hasta  Ití  de  julio,  porque  fueron  tantas 
las  cosas  que  se  ofrecieron  que  en  tan  breve 
tiempo  no  tuvo  el  Concilio  lugar  de  tratarlas 
en  esta  sesión,  aunque  la  principal  culpa  tuvo 
este  artículo  de  la  Residencia,  que  ha  puesto 
grandes  estorbos  y  impedimentos  á  las  demás 
cosas  que  se  habían  da  tratar;  en  esta  sesión 
dije  yo  la  misa  y  leí  los  decretos. 


Día  de  San  Agustín  [del  año  1562]  en  la  tar- 
de comenzaron  los  Prelados  á  votar  sobre  este 
negocio  (*);  hubo  tan  grande  variedad  y  diferen- 
cia en  los  votos  que  apenas  se  hallaban  dos  que 
dijesen  una  mesma  cosa:  unos  decían  que  se  les 
concediese  con  condición  que  ellos  echasen  pri- 
mero los  que  llaman  ministros  ó  predicadores  de 
sus  iglesias;  otros  absolutamente  decían  que  no 
se  les  diese;  otros  eran  de  parecer  que  se  difiriese 
este  negocio;  otros  lo  remitían  á  Su  Santidad; 
pero  aun  en  esto  había  gran  diferencia,  porque 
unos  se  lo  negaban  y  se  remitían ;  otros  se  lo 
concedíaTi  con  remitirse;  otros  sin  condición 
ninguna  lo  ponían  en  las  manos  de  Su  Santi- 
dad. Hubo  algunos  que  recibieron  tan  mal  el 
tratarse  deste  negocio,  que  siendo  de  la  mesma 
nación  alemana  dos  prelados,  el  uno  se  ausentó 
por  no  votar  en  ello  y  el  otro  claramente  dijo 

O  Se  refiere  á  la  comanión  suh  vtraque  spccie^ 
pedida  por  los  alemanes. 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


241 


que  no  debía  concedérseles,  que  no  se  tuvo  en 
poco;  porque  siendo  alemán  y  estando  presente 
el  Embajador  del  Emperador,  que  con  tanto 
calor  lo  negociaba,  y  sabiendo  que  podía  venir 
en  odio  de  su  nación  y  del  Emperador,  forzado 
de  la  mesma  verdad,  como  quien  conocía  cuan 
indignos  eran  de  que  el  Santo  Concilio  les 
hiciese  esta  gracia,  dijo  claramente  que  no  era 
bien  dárselo,  porque  ni  el  pueblo  lo  pedia  ni 
había  esperanza  por  este  camino  de  reducirlos. 
Aunque  muchas  veces  se  había  pedido  con 
grande  insistencia  que  Quinqueclesiense,  que 
es  el  Embajador  del  Emperador,  se  saliese  de 
la  congregación,  por  ser  parte  en  esto  que  se 
pedía,  y  él  se  había  excusado  con  decir  que  él 
era  Prelado  y  tenía  voto,  y  que  el  negocio  no 
le  tocaba  á  él  sino  á  los  que  lo  pedían,  y  no 
solamente  no  se  salió,  sino  que  un  día  después 
de  haber  dicho  su  parecer  pidió  á  los  Legados 
le  hiciesen  merced  de  oírle  otra  vez,  y  hizo  una 
oración  persuadiendo  con  toda  la  fuerza  y  calor 
que  pudo  que  se  les  concediese;  pero  es  tanta 
la  libertad  del  santo  Concilio,  que  no  sola- 
mente no  se  movieron  con  lo  que  él  dijo,  pero 
no  faltó  quien  dijese  que  pedir  que  se  conce- 
diese el  cáliz  á  una  gente  tan  perdida  como 
aquella  tenía  olor  de  herejía.  Esto  dijo  un  abad 
de  Vercellis ;  pero  el  Cardenal  de  Mantua, 
pareciéndole  cosa  indigna,  le  mandó  que  callase, 
y  aunque  los  Prelados  parece  que  se  alborota- 
ron un  poco  en  que  no  dejasen  decir  á  cada 
uno  su  parecer  con  libertad,  en  fin,  por  haber 
sido  duras  palabras,  y  porque  el  Cardenal  tornó 
á  insistir  en  que  no  pasase  adelante,  no  se  le 
permitió  acabar  de  decir  su  parecer;  antes,  aca- 
bada la  congregación,  llego  á  pedir  perdón  á 
los  Legados  y  excusarse  de  lo  que  había  dicho. 
El  Cardenal  parecía  estar  inclinado  á  que  se 
les  concediese,  por  amor  del  Emperador  y  fran- 
ceses, que  también  lo  pedían.  Muchos  de  los 
Perlados  italianos,  aunque  tenían  voluntad  de 
que  se  les  concediese,  sospechando  que  los 
Embajadores  del  Emperador  y  los  españoles 
tenían  hecho  concierto  en  que  los  unos  vinie- 
sen en  el  cáliz  porque  los  otros  insistiesen  en 
la  Residencia,  pareciéndoles  que  les  querían 
llevar  la  cosa  por  negocio,  muchos  hubo  que 
votaron  lo  contrario  de  lo  que  deseaban,  por- 
que los  otros  no  saliesen  con  lo  que  pre- 
tendían, aunque  es  verdad  que  se  tuvo  por 
cierto  que  el  Arzobispo  de  Granada  había  tra- 
tado este  negocio  con  el  Quinqueclesiense,  y  se 
quejó  después  del  por  qué  cuando  dijo  su  parecer 
no  favoreció  su  negocio,  sino  que  dijo  que  le 
parecía  que  debia  dilatarse ;  pero  bien  se  enten- 
dió que  con  los  demás  españoles  no  se  había 
tratado  este  concierto,  porque  todos  ellos  insis- 
tieron en  que  de  ninguna  suerte  convenía  con- 
cederles la  comunión  suh  utraque  specie.  Sólo 


el  Obispo  de  Segorbe  iba  con  determinación  de 
dársela,  y  ansí  lo  llevaba  escrito,  por  parecerle 
que  era  camino  para  reducir  aquella  gente  per- 
dida á  la  Iglesia;  pero  cuando  vino  su  lugar 
en  que  había  de  decir,  acabando  de  hablar  otro 
Perlado  que  estaba  junto  á  él,  el  cual  había 
probado  muy  bien  cuan  indigna  cosa  era  poner 
la  sangre  de  Jesucristo  en  manos  de  sus  ene- 
migos, el  de  Segorbe,  persuadido  con  aquellas 
razones,  mudó  parecer  y  dijo  que  él  venía 
determinado  de  concedérselo,  y  ansí  mostró  su 
voto,  pero  que  lo  que  había  oído  le  había  dado 
á  entender  que  no  convenía,  y  que  ansí  era  de 
parecer  que  no  se  les  concediese.  A  mí  siempre 
me  pareció  que  no  solamente  no  debía  conce- 
dérseles, por  la  grande  irreverencia  de  tan  alto 
Sacramento  y  por  la  poca  esperanza  que  había 
de  que  esto  fuese  parte  para  reducirlos,  pero 
que  ni  debiera  proponerse  ni  tratarse,  y  ansí 
me  extendí  algo  más  de  lo  que  suelo  en  esto  ('). 


Era  tanta  la  diligencia  y  cuidado  que  po- 
nía en  este  negocia'  el  Embajador  del  Empe- 
rador, y  también  parece  que  había  muchos 
inclinados  á  ello,  parte  por  persuasiones  de 
Quinqueclesiense,  parte  por  pensar  que  sería 
medio  para  algún  buen  suceso,  que  muchos 
iban  temiendo  que  salieran  con  ello;  pero  el 
negocio,  como  tengo  dicho,  de  los  votos,  iba 
tan  revuelto  y  tan  enmarañado,  que  fué  nece- 
sario gastar  algunos  días  en  regular  los  votos 
para  poderse  hacer  decreto  conforme  á  ellos. 
En  este  medio  que  se  hacía  el  decreto,  porque 
la  sesión  se  llegaba  y  el  tiempo  era  corto,  se 
propusieron  los  cánones  de  Reformación,  que 
por  ser  tantos  y  tan  largos,  que  eran  trece  ó 
catorce,  no  los  pongo  aquí,  ni  los  de  los  abusos 
de  la  misa,  que  se  dieron  juntamente  con  ellos, 
porque  no  importa  mucho  para  el  parecer  que 
yo  di,  y  porque  hubo  muy  poca  mudanza  en 
ellos  de  como  se  propusieron  al  principio, 
comenzaron  á  decir  los  perlados  sus  parece- 
res sobre  los  capítulos  de  Reformación  y  abu- 
sos de  la  misa  (*). 


El  canon  que  hablaba  de  las  pensiones  que 
se  ponen  en  los  obispados  ó  en  los  beneficios 
curados  fueron  de  parecer  los  Legados  que  se 
quitasen  y  que  no  se  hablase  por  agora  dellos, 
dilatándolo  para  otro  lugar;  no  sé  si  hicieron 
esto  por  negocio  que  tocaba  á  Su  Majestad  y 
porque  los  Perlados  comenzaron  á  tratar  este 
negocio  con  mucho  calor,  por  ver  tan  oprimidos 

(•)  Tomo  I,  folios  48  á  51. 
(»)  Tomo  I,  folio  57. 


242 


autobiografías  y  memorias 


los  obispados  y  beneficios  con  excesivas  pen- 
siones, aunque  el  Obispo  de  Bada,  viniendo  á 
votar,  dijo  que  no  le  tocaba  á  él  este  negocio, 
porqiie  no  tenía  iglesia,  ni  canónigos,  ni  renta, 
ni  pensiones,  pero  por  el  bien  común  queria 
decir  dos  cosas.  La  primera,  que  le  parecía  que 
ningún  fraile  pudiese  ser  Obispo,  y  la  otra,  que 
le  pesaba  de  no  tener  pensión  sobre  su  obis- 
pado, porque  todavía  le  quedara  algo,  pero  que 
le  parecía  muy  mal  esto  de  las  pensiones,  aun- 
que peor  les  parecía  á  los  que  las  pagaban. 

Olvidóseme  en  la  sesión  pasada  de  escrebir 
una  cosa  que  contó  este  mesmo  perlado  que  le 
había  acontecido  en  su  obispado,  que  es  harto 
maravillosa:  que  andando  un  día  por  él  disi- 
mulado, porque  no  podía  andar  de  otra  manera, 
por  estar  en  poder  de  turcos,  se  llegó  á  él  un 
viejo  griego  de  iiu^s  de  cien  años,  y  echándose 
á  sus  pies  le  dijo:  Muchos  días  ha  que  deseaba 
yo  y  esperaba  esta  venida  como  Simeón  la  de 
nuestro  Redentor;  doy  infinitas  gracias  á  Dios 
que  me  le  ha  cumplido  y  pídoos  en  su  nombre 
que  me  deis  el  Sacramento  de  la  Confirmación, 
porque  no  estoy  confirmado,  que  por  no  haber 
habido  aquí  Obispo  no  le  he  recibido.  El  Obispo 
le  dijo  que  de  dónde  ó  cómo  sabía  él  que  era 
Obispo.  Respondióle  que  Dios,  que  le  había 
prometido  este  día,  se  lo  había  dado  á  enten- 
der. El  Obispo,  espantado  del  caso,  dando  infi- 
nitas gracias  á  Dios,  le  confirmó.  El  viejo  en- 
tonces sacó  un  anillo  de  oro  que  traía  y  diósele 
al  Obispo,  y  acabándosele  de  dar  expiró  en  sus 
manos.  Cosa  harto  espantosa  y  de  gran  con- 
suelo para  los  católicos  y  contusión  para  los 
herejes.  El  Obispo  mostró  el  anillo  al  Santo 
Concilio,  y  juró  ser  aquél  y  haberle  pasado  el 
caso  de  la  mesma  suerte  que  lo  había  contado. 

Acabado  de  votar  sobre  los  cañones  de  Re- 
formación se  tornaron  á  traer  los  cánones  y 
doctrina  de  sacrificio  misso'  emendados,  y  se 
tornó  á  revolver  el  negocio  sobre  dos  puntos: 
el  uno,  por  qué  en  la  doctrina,  hablando  de 
cómo  Christus  se  obtiilit  in  Cena,  se  añadían 
unas  palabras  (\\\q  áec\&n:  justa  vetevum patrum 
sententias ,  las  cuales  se  quitaron  con  parecer 
de  la  mayor  parte  del  Concilio  y  se  puso  abso- 
lutamente y  sin  condición  ninguna  que  Chris- 
tus se  obtulit  in  Cena.  El  otro  punto  fué  sobre 
aquellas  palabras  que  se  pusieron  en  el  canon, 
que  Cristo  Nuestro  Señor  había  ordenado  sa- 
cerdotes á  los  apóstoles  con  decir:  Hoc  facite 
in  meam  commemorationem.  Hubo  sobre  esto  una 
contienda  tan  reñida,  que  yo  temí  no  tuviese 
algún  mal  suceso,  porque  el  Arzobispo  de  Gra- 
nada, el  Obispo  de  Segovia,  el  de  Orense,  el  de 
Módena  y  otros  cuatro  ó  cinco  insistían  gran- 
demente sobre  que  no  debía  determinarse,  y 
traían  muchos  argumentos  y  testimonios  de 
Santos,  y  decir  que  no  se  había  disputado  este 


negocio  por  los  teólogos,  que  ora  necesario 
hacerse  primero;  pero  tenían  tan  contra  sí  todo 
lo  restante  del  Concilio,  que  no  solamente  les 
contradecían  con  razones,  pero  con  algunas 
pesadas  palabras  que  ellos  no  quisieran  oir, 
principalmente  la  víspera  de  la  sesión,  que  fué 
tan  grande  el  alboroto  que  hubo,  que  á  mí  me 
escandalizó  grandemente  y  me  tuvo  confuso, 
porque  queriendo  Granada  hablar  más  en  este 
negocio,  hubo  grande  contradicción  y  ruido,  de 
suerte  que  como  él  vio  que  no  le  querían  oir, 
se  salió,  y  un  Perlado  fué  á  tornarle,  dándole  á 
entender  cuan  mal  hecho  era  salirse,  y  que  es- 
candalizaba con  lo  que  hacía  á  todo  el  Concilio; 
en  fin  le  tornó,  y  dicen  que  él  le  dijo:  Este  no 
es  Concilio,  sino  behetría.  También  el  de  Sego- 
via oyó  algunas  cosas  que  no  quisiera.  En  fin, 
ellos  se  estuvieron  en  su  parecer  de  que  no  era 
bien  determinarse,  y  aun  el  día  de  la  sesión  no 
querían  venir  á  ella,  y  el  padre  fray  Pedro  do 
Soto  hubo  decir  por  Granada  y  otros  por  Sego- 
via, y  en  aqueste  punto  ellos  y  los  demás  no 
quisieron  dar  el  placet  ('). 


» 


Los  Embajadores  del  Emperador,  viendo  lo 
poco  que  les  había  aprovechado  su  diligencia 
para  alcanzar  del  Concilio  que  se  les  concediese 
la  comunión  suh  utraqiie  specie,  quedaron  muy 
corridos  y  muy  lastimados,  principalmente 
viendo  qiie  aún  lo  que  había  de  hacer  el  Papa 
no  había  de  ser  con  aprobación  y  autoridad  del 
Concilio  porque  los  herejes  estiman  en  poco  que 
el  Sumo  Pontífice  se  lo  conceda  ó  se  lo  niegue, 
porque  no  le  reconocen  por  superior,  y  estima- 
ran en  mucho  que  un  Concilio  como  éste  auto- 
rizara este  negocio  y  de  su  mano  recibieran  el 
cáliz.  De  manera  que  Quinqueclesiense,  un  día 
que  salíamos  de  una  congregación,  juntando  los 
Perlados  españoles,  les  hizo  una  plática  dicien- 
do que  Su  Majestad  del  Emperador  deseaba  se 
hiciese  reformación  de  la  Iglesia,  que  era  la  cosa 
que  más  convenía,  y  porque  tenía  entendido  del 
ánimo  de  los  españoles  que  deseaban  también 
esto,  por  el  bien  de  la  cristiandad,  que  fuesen 
servidos  de  juntarse  con  ellos  y  ordenar  de  que 
se  presentasen  los  capítulos  que  más  convenían 
para  este  negocio.  El  Arzobispo  de  Granada 
tomó  la  mano  y  respondió  en  nombre  de  todos 
que  la  voluntad  de  Su  Majestad  el  Emperador 
estaba  bien  conocida,  y  el  celo  con  que  miraba 
por  las  cosas  de  la  Iglesia;  pero  que  este  era 
negocio  de  mucho  peso  y  que  era  necesario 
que  le  comunicásemos  y  tratásemos  primero  los 
españoles,  y  después  se  daría  la  respuesta.  Des- 
pedido con  esto  el  Embajador,  se  comenzó  á 

(')  Tomo  I,  folies  62  á  65. 


DOX  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


243 


tratar  entre  nosotros ;  había  diferentes  parece- 
res. Yo  dije  que  debía  considerarse  el  ánimo 
con  que  venían  á  pedirnos  esto,  porque  parecía 
que  querían  tomar  este  negocio  por  torcedor 
para  hacer  venir  al  Papa  á  su  voluntad  y  á  que 
les  concediese  el  cáliz,  y  que  de  gente  que  sa- 
bíamos que  estaba  apasionada  no  se  había  de 
seguir  parecer  sin  examinar  primero  muy  bien 
lo  que  querían  que  se  tratase  de  Reformación; 
y  si  nos  pareciese  que  convenía,  hacello,  y  si  no, 
no.  En  fin,  se  señalaron  dos  diputados  para 
que  les  respondiesen  y  se  informasen  de  las 
cosas  que  querían  que  se  propusiesen.  Como 
ellos  no  hallaron  en  nosotros  el  acogimiento 
que  deseaban,  presentaron  á  los  Legados  un 
largo  proceso  y  petición  de  cosas,  que  no  es- 
candalizaron poco  los  ánimos  de  los  Legados  y 
de  los  demás  que  lo  supieron,  y  porque  en 
otra  parte  las  tengo  escritas  no  las  pongo  aquí. 
Los  Legados  respondieron  á  ellas  admitiendo 
unas  y  reprobando  otras,  diciendo  cuáles  eran 
dignas  de  tratarse  en  este  santo  Concilio  y  cuá- 
les no;  y  esta  respuesta  se  envió  al  Empera- 
dor, el  cual  dicen  que  ha  tornado  á  replicar; 
hasta  ahora  no  he  visto  la  respuesta.  No  hay 
cosa  que  no  se  intente;  pero  el  Espíritu  San- 
to, que  tiene  debajo  de  sus  alas  y  amparo  este 
santo  Concilio,  inspirará  lo  que  más  convenga 
para  el  remedio  de  su  sancta  Iglesia. 

Los  Legados,  en  una  congregación,  propu- 
sieron lo  que  les  parecía  que  debía  tratarse  en 
esta  sesión,  que  fué  del  sacramento  del  Orden 
y  algunas  cosas  de  Reformación.  Los  Perlados 
dijeron  que  para  dos  meses  que  había  de  tiem- 
po era  poca  materia,  y  que  les  parecía  debía 
también  tratarse  de  Matrimonio,  y  ansí  se  de- 
terminó que  se  hiciese.  Propusiéronse  siete  ar- 
tículos de  Ordine,  para  que  los  disputasen  la 
mitad  de  los  teólogos,  y  dióse  muy  buena  traza 
en  la  orden  con  que  se  había  de  disputar,  para 
que  ningún  teólogo  dejase  de  decir  y  las  dis- 
putas no  fuesen  muy  pesadas,  y  fué  que  los 
dividieron,  de  suerte  que  la  mitad  tratase  lo 
de  Ordine  y  la  otra  mitad  lo  de  Matrimonio; 
pero  de  los  primeros  hicieron  tres  clases,  y  á 
cada  clase  señalaron  los  artículos  que  había  de 
disputar,  para  que  ni  tratasen  de  todos  ni  tu- 
viesen ocasión  de  detenerse  mucho.  Acabadas 
las  disputas  de  sacramento  Ordínis  se  hizo  la 
dotrina  y  cánones,  y  se  propusieron  á  los  Per- 
lados para  que  dijesen  su  parecer  sobre  ellos. 

Habíase  levantado  y  movido  una  cuestión 
entre  los  teólogos,  aunque  en  los  artículos  no 
se  había  propuesto,  sobre  si  episcopatus  est  ordo 
y  si  est  jure  divino  institutus;  esto  ha  dado 
ocasión  agora  á  los  Perlados  de  tratar  dello, 
principalmente  á  los  que  desean  que  se  averi- 
güe si  la  residencia  es  de  jure  divino.  ¡  Plegué 
á  Dios  que  no  levante   este    negocio  alguna 


escarapela  como  las  pasadas !  Muchos  han  sido 
de  parecer  que  se  pongan  en  los  cánones  que 
episcopatus  est  de  jare  divino,  et  eodem  jure 
inajor  preshyterio  {}). 


En  este  medio  hemos  tenido  ya  nueva  cierta 
de  la  venida  del  Cardenal  de  Lorena  y  otros 
Perlados  franceses  y  abades  que  vienen  con  él ; 
y  el  Marqués  de  Pescara  nos  ha  avisado  de 
cómo  no  traen  muy  buena  intención  ni  mucha 
devoción  á  las  cosas  de  Su  Santidad,  y  adver- 
tiéndonos de  parte  de  Su  Majestad  que  mire- 
mos por  la,  autoridad  de  la  Sede  Apostólica, 
como  príncipe  cristianísimo  y  como  quien  en- 
tiende cuánto  importa  al  bien  de  la  cristiandad 
el  ampararla  y  defenderla  en  tiempo  que  tan 
perseguida  es  de  los  herejes.  Yo  tengo  á  muy 
buena  dicha  el  haber  acertado  á  hacer  esto  an- 
tes que  Su  Majestad  lo  mandase,  y  creo  he 
sido  alguna  parte  en  que  Su  Santidad  no  haya 
recibido  algunos  desabrimientos  y  Su  Majestad 
desei'vicio.  Cuando  se  propuso  este  decreto  (2) 
el  Cardenal  de  Mantua  dijo  que  en  el  Concilio 
pasado  se  había  también  tratado  este  mismo 
negocio  y  héchose  el  canon  del;  pero  que  los 
Perlados  no  habían  examinádole,  porque  antes 
que  llegasen  á  ello  se  desbarató  el  Concilio.  El 
Obispo  de  Segovia,  cuando  le  vino  su  lugar  de 
hablar  sobre  este  decreto,  dijo  que  él  se  había 
hallado  presente  la  otra  vez,  y  que  no  sola- 
mente se  había  disputado  por  los  teólogos  y 
hecho  el  canon  por  los  diputados,  de  los  cuales 
el  uno  había  sido  el  Arzobispo  de  Granada, 
sino  que  también  los  Perlados  habían  hablado 
sobre  él,  y  que  en  testimonio  desto  podría  él 
mostrar  el  parecer  que  entonces  había  dado. 
El  Cardenal  de  Mantua  se  corrió  mucho  desto, 
como  se  pareció  después,  porque  era  aquella 
una  manera  de  desmentirle;  pero  satisfízoso 
muy  bien,  porque  otro  día  en  congregación, 
antes  que  comenzase  á  votar,  dijo  el  Cardenal 
lo  que  él  había  dicho,  y  como  si  no  estuviera  él 
muy  enterado  y  satisfecho  de  que  era  así,  no 
era  hombre  él  que  en  presencia  de  un  Concilio 
tan  principal  se  atreviera  á  decirlo;  pero  que 
no  obstante  esto  había  dicho  el  Obispo  de  Se- 
govia lo  contrario  como  hombre  que  se  había 
hallado  presente;  que  para  que  se  entendiese 
quién  decía  verdad,  que  el  secretario  del  Conci- 
lio, que  estaba  presente  y  se  había  hallado  en 
las  cosas  pasadas  y  las  tenía  escritas,  leyese 
allí  en  público  lo  que  entonces  se  había  hecho 
y  en  qué  punto  había  quedado  este  negocio.  Y 
ansí  lo  hizo,  y  se  entendió  claramente  que  el 
Cardenal  había  dicho  verdad.  Y  el  secretario 

(')  Tomo  I,  folios  C8á  71. 

(')  El  referente  á  ser  el  episcopado _y«>r  divino. 


244 


autobiografías  y  memorias 


dijo  que  á  él,  por  hombre  de  verdad,  le  había 
entonces  enviado  al  Concilio  el  Papa  Paulo  III 
y  agora  Pío  IV  por  secretario,  y  que  nunca  en 
todos  sus  registros  se  había  hallado  jamás  men- 
tira, sino  que  todo  lo  que  tenía  escrito  era  la 
verdad  de  lo  que  había  pasado,  y  lo  que  fuese 
contra  ello  no  podía  serla.  Quiso  Dios  que  el 
Obispo  de  Segovia  no  se  halló  presente  en  esta 
congregación,  que  no  pudiera  dejar  de  salir 
muy  corrido  della. 

Bien  creo  yo  que  no  se  apurara  tanto  este 
negocio  si  no  fuera  por  estar  los  Legados  desa- 
bridos con  él  por  las  cosas  pasadas  de  la  Resi- 
dencia, en  que  él  había  estado  tan  porfiado 
como  los  demás,  y  ansí  le  traen  sobre  ojo,  y 
cuando  dijo  su  parecer  sobre  esto  de  Ordine  se 
le  pidieron  por  escrito,  porque  en  él  había  di- 
cho algunas  cosas  con  que  muchos  se  habían 
escandalizado,  como  fué  que  el  sacramento  de 
Orden  ex  vi  verboi-um  ipsius  sacramenti  non  da- 
bat  aut  conferebat  gratiam  gratum  facientem,  y 
que  no  hallaba  en  los  antiguos  Padres  esta  pa- 
labra chai'acter,  sino  potestas  spiritualis. 

Al  tiempo  que  se  trató  lo  de  la  Residencia 
de  los  Perlados,  que  pedían  con  tan  grande 
instancia  los  españoles  que  se  averiguase  si 
era  dejtu-e  divino  ó  no,  el  Cardenal  de  Mantua, 
por  excusar  la  pesadumbre  y  alboroto  que  en- 
tonces había,  prometió  que  cuando  se  tratara 
de  Orden  se  trataría  también  de  Residencia;  y 
ansí,  por  salir  desta  obligación,  hoy  viernes, 
que  fué  á  los  6  de  noviembre,  hizo  un  razona- 
miento diciendo  que  él  había  prendado  su  pa- 
labra de  que  se  haría  el  canon  de  la  Residencia 
cuando  se  disputase  lo  de  Ordine,  y  que  la  que- 
ría cumplir,  y  ansí  propuso  un  decreto  largo,  el 
cual  leyó  el  secretario  del  Concilio,  con  grande 
contento  de  todos,  del  cual  no  se  trata  agora 
hasta  haber  acabado  de  votar  sobre  el  séptimo 
canon  de  Ordine.  Yo  bien  entiendo  que  no  nos 
ha  de  faltar  cuestión  en  el  de  Residencia  como 
en  el  de  Jurisdictione. 

Hartos  días  ha  que  se  comenzó  á  votar  sobre 
este  séptimo  canon  y  han  votado  muy  pocos, 
porque  lo  toman  estos  señores  tan  de  espacio 
que  no  hay  nadie  que  no  le  parezca  que  es  me- 
noscabo de  lionra  no  estarse  dos  horas  en  decir. 
Estotro  día  estábamos  tratando  ciertos  Perla- 
dos y  yo  desta  importunidad,  y  les  decía:  Yo 
os  doy  mi  palabra  que  no  solamente  pienso  ser 
muy  largo,  sino  que  tengo  de  llevar  á  congre- 
gación las  partes  de  Santo  Tomás  y  leerlas  to- 
das, por  vengarme  dellos,  porque  es  cosa  into- 
leral)le  ver  repetidas  unas  mesmas  cosas  cien 
mil  veces.  Todos  los  más  que  hasta  agora  han 
dicho  son  de  parecer  que  se  diga  claramente 
que  los  Obispos  son  superiores  á  los  sacerdotes 
jure  divino;  pero  ha  venido  á  adelgazarse  el 
negocio  tanto,  que  se  ha  tratado  lo  que  tiene  el 


I  obispado  de  Orden  y  jurisdicción,  y  si  la  juris- 
dicción la  tiene  inmediatamente  de  Dios  ó  del 
Sumo  Pontífice,  y  si  se  dio  tola  al  Pontífice 
para  que  él  la  distribuyese,  ó  si  la  da  Dios  por 
él,  de  manera  que  el  Papa  sea  solamente  un 
instrumento  por  quien  Dios  haya  querido  re- 
partir el  Orden  y  jurisdicción  en  los  ministros 
de  su  Iglesia.  Hanse  dicho  á  este  propósito 
tantas  cosas,  que  muchas  dellas  han  sido  harto 
desabridas  para  los  Legados,  y  á  lo  que  se  sos- 
pecha no  menos  á  Su  Santidad,  y  han  estado 
con  esto  tan  desabridos  y  tan  hostigados,  que 
ya  no  podían  sufrir  que  se  diga  cosa  que  toque 
ó  perjudique  en  la  menor  cosa  del  mundo;  y 
ansí  estotro  día,  queriendo  el  Obispo  de  Ciudad 
Rodrigo  decir  su  parecer  y  comenzando  á  decir 
que  quería  tratar  de  lo  que  se  había  propuesto, 
que  era  lo  de  la  Jurisdicción  y  Orden  de  los 
Obispos,  salió  el  Cardenal  Simoneta  y  dijo: 
Reverendissime  Domine,  salva  pace,  nunca  tal 
se  propuso.  Y  tomando  la  mano  el  Cardenal 
Siripando,  dijo  que  se  espantaba  y  se  dolía  que 
no  solamente  se  cargase  tanto  la  mano  en  una 
cosa  que  no  se  había  propuesto,  sino  que  pa- 
sase tan  adelante  el  negocio,  que  á  vueltas  dello 
se  hubiesen  dicho  cosas  tan  feas  y  desacatadas 
contra  Su  Santidad,  y  que  les  rogaba  se  trata- 
sen con  más  templanza  y  moderación. 

La  sesión  no  se  pudo  tener  á  los  12  de  no- 
viembre, como  estaba  señalado,  y  ansí  el  martes 
que  fué  á  los  10  de  noviembre,  se  dilató  en 
congregación  quince  días  más,  que  fué  para 
los  27  del  mesmo  mes,  porque  en  la  sesión  pa- 
sada estaba  determinado  que  en  pública  con- 
gregación se  pudiese  dilatar  la  sesión  todas  las 
veces  que  fuese  necesario. 

A  los  catorce  de  noviembre  entró  el  Carde- 
nal de  Lorena  acompañado  de  doce  ó  catorce 
Obispos  y  otros  tantos  dotores  franceses;  sa- 
lieron los  Legados  á  recebirle;  una  mala  dispo- 
sición que  tuvo  en  llegando  fué  causa  de  que 
no  viniese  á  congregación  hasta  diez  días  des- 
pués que  vino,  que  no  fué  poco  esperado  y  de- 
seado, porque  como  venía  de  un  reino  que  está 
tan  perdido  y  es  tan  principal  persona,  todos 
esperaban  que  había  de  proponer  cosas  de 
grande  importancia  para  el  remedio  de  Francia 
y  de  toda  la  Iglesia,  aunque  algunos  maliciosos 
decían  que  no  hablaría  en  cosas  de  Reforma- 
ción un  hombre  tan  cargado  de  obispados  y 
abadías  y  de  muchos  bienes  eclesiásticos;  en 
fin  él  se  presentó  al  Concilio  á  los  23  de  no- 
viembre y  hizo  una  oración  llena  de  lástimas 
de  las  desventuras  que  pasaban  en  Francia, 
pidiendo  que  se  doliesen  de  la  Iglesia  y  que 
la  reformasen,  y  que  si  fuese  necesario  echa- 
sen en  la  mar  á  aquellos  por  quien  se  había 
levantado  esta  tormenta,  dando  á  entender 
que  traía  ánimo  de  despojarse  de  todo  cuanto 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


245 


tenía  si  era  menester  para  el  remedio  de  la 
Iglesia. 

También  este  día  el  Embajador  francés,  qne 
se  llama  Renaldo  Ferrerio,  hizo  un  razona- 
miento, pidiendo  que  se  usase  de  misericordia 
y  se  les  permitiesen  algunas  cosas  á  los  france- 
ses, sin  las  cuales  no  podría  restaurarse  aquel 
reino  ni  la  religión,  dando  á  entender  que  si 
aquí  no  se  hacía,  no  podría  después  el  mesmo 
reino  dejar  de  hacerlo,  por  lo  que  convenía  á  la 
paz  y  sosiego  suyo. 

Fué  recebido  el  Cardenal  con  grande  con- 
tento dé  todo  el  Concilio,  y  con  muchas  mues- 
tras de  amor  le  fué  respondido. 

El  haber  ido  hasta  agora  tan  de  espacio  las 
congregaciones  y  detenídose  tanto  este  negocio 
del  séptimo  canon  parece  que  ha  sido  por  espe- 
rar esta  venida  del  Cardenal  de  Lorena  y  saber 
lo  que  traía  y  dar  cuenta  dello  á  Su  Santidad; 
porque  ahora  que  todo  esto  se  ha  hecho  se 
torna  á  dar  prisa,  y  como  hasta  aquí  no  había 
habido  sino  una  congregación  cada  día,  y  que 
en  ella  no  decían  más  de  dos  ó  tres,  ahora  co- 
mienza á  haber  dos  y  han  avisado  los  Legados 
que  no  se  diga  tan  largo,  por  que  haya  lugar  de 
decir  muchos.  El  día  que  yo  hube  de  decir  es- 
taba tan  lastimado  con  una  nueva  tan  triste 
como  fué  la  muerte  desastrosa  del  señor  Don 
Juan  de  Mendoza,  capitán  de  las  galeras,  que 
no  estaba  para  poder  decir  parecer,  sino  para 
llorar  una  desventura  tan  grande  como  le  ha 
venido  á  España  sobre  las  pasadas  con  la 
muerte  de  un  hombre  tan  valeroso.  ¡Plega  á 
Dios  que  no  sea  esta  ira  del  cielo,  que  grandes 
muestras  y  señales  hay  dello,  pues  en  tan  pocos 
días  ha  recebido  España  tan  grandes  daños  que 
verdaderamente  parecen  azote  dado  de  la  rigu- 
rosa mano  de  Dios  por  nuestros  pecados!  (') 


Un  día  después  que  yo  hube  votado,  vinién- 
dole al  obispo  de  Guadix  su  lugar  en  que  había 
de  dar  su  parecer,  le  dijo  de  manera  que  no  puso 
pequeño  alboroto  en  la  congregación,  porque 
vino  á  decir  que  no  solamente  tenían  los  Obis- 
pos todo  lo  que  tenían  de  jure  divino,  pero  que 
aunque  no  fuesen  confirmados  por  el  Sumo  Pon- 
tífice no  por  eso  dejaban  de  ser  Obispos,  por- 
que ni  Crisóstomo,  ni  Basilio,  ni  Gregorio 
Niseno,  ni  otros  Perlados  antiguos  se  prueba 
haber  sido  confirmados  ni  recebido  cosa  alguna 
de  la  mano  del  Sumo  Pontífice  Romano.  Cuando 
comenzó  á  decir  esto,  el  Cardenal  Simoneta  le 
dijo  que  mirase  lo  que  decía,  porque  aquello 
era  cosa  escandalosa,  principalmente  en  este 
tiempo.  Comenzaron  los  Perlados  á  alborotarse 

(')  Tomo  I,  folios  75  á  82. 


con  esto  y  hacer  grande  ruido,  y  el  Patriarca  de 
Venecia  se  levantó  de  su  lugar  diciendo  que 
era  scismático  y  que  había  de  desdecirse.  Dicen 
que  el  Arzobispo  de  Granada,  qne  estaba  cerca, 
dijo  á  los  que  se  levantaron  que  ellos  eran  los 
scismáticos,  pues  tan  temerariamente,  sin  enten- 
der lo  que  el  Obispo  de  Guadix  decía,  se  albo- 
rotaban y  atrevían  á  decir  palabras  tan  desco- 
medidas y  pesadas  contra  un  Perlado  tan  cató- 
lico. Yo  no  oí  esto,  aunque  no  estaba  muy 
lejos,  porque  en  este  tiempo,  como  era  grande 
el  alboroto,  yo  también  me  había  levantado  y 
dicho  que  me  parecía  muy  mal  que  le  atrope - 
liasen  de  aquella  manera;  que  le  dejasen  decir 
hasta  el  cabo,  y  que  después  se  averiguaría  si 
había  dicho  alguna  cosa  que  fuese  digna  de 
reprehensión  y  castigo.  El  Obispo  de  Guadix, 
sin  alteración  ninguna,  á  lo  que  mostró,  en 
medio  de  todo  aquel  estruendo,  no  dejó  de  pro- 
seguir adelante,  diciendo  su  parecer.  Y  cuando 
hubo  acabado,  volviéndose  á  los  Cardenales  y 
Perlados  les  dijo  que  se  espantaba  que  una 
gente  tan  sabia  y  tan  discreta  se  alborotase  de 
una  cosa  como  aquella  que  él  había  dicho,  y 
que  no  era  justo  que  los  Perlados,  que  tan 
libremente  pueden  hablar  en  un  Concilio,  sean 
atropellados  de  aquella  manera  y  no  sean  oídos; 
que  si  alguna  cosa  se  había  dicho  que  fuese  en 
ofensa  de  la  Iglesia,  que  él  estaba  aparejado 
para  sujetarse  á  la  corrección  del  sancto  Conci- 
lio. Había  también  dicho  el  Obispo  de  Guadix, 
al  principio  de  su  parecer,  hablando  con  los 
Legados:  Vos  non  estis  Concilium  sine  nobis 
quamvis  nec  etiam  nos  sine  vobis.  Con  estas 
palabras,  aunque  ellas  fuesen  verdad,  se  ofen- 
dieron algo  los  Legados,  como  se  pareció  otro 
día;  porque  el  Cardenal  de  Mantua,  en  un 
razonamiento  que  hizo  al  principio  de  la  con- 
gregación, dijo  que  no  era  razón  que  los  Le- 
gados, que  tenían  en  el  Concilio  el  lugar  y 
las  veces  del  Papa,  fuesen  maltratados  con 
ningún  desacato  de  palabras,  y  que  también 
entendía  que  los  Perlados  habían  de  ser  oídos 
y  reverenciados,  y  que  deseaban  que  en  todo 
se  guardase  aquel  orden  y  modestia  como  era 
razón  que  se  guardase  en  una  congregación  de 
tanto  ser  y  calidad.  Tras  esto  propuso  que  se 
determinase  para  cuándo  les  parecía  que  se 
celebrase  la  sesión,  porque  á  los  27  de  noviem- 
bre no  se  pudo  hacer,  por  no  haber  dicho  sino 
poco  más  de  la  mitad  de  los  Perlados. 

El  Arzobispo  de  Granada,  viendo  lo  que 
había  pasado  el  día  anterior,  venía  prevenido  y 
dijo  que  el  Obispo  de  Guadix  era  un  hombre 
nol)le  y  muy  grande  letrado,  y  muy  católico  y 
español;  que  este  título  basta  para  pensar  que 
no  diría  cosa  que  fuese  en  ofensa  de  la  Sede 
Apostólica,  y  que  no  era  razón  que  los  Perla- 
dos de  su  calidad,  sin  acabar  de  ser  oídos,  fue- 


246 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


sen  atropellados  Je  aquella  manera;  y  en  lo 
demás  que  se  había  propuesto  del  día  que  se 
liabía  de  señalar  para  la  sesión  que  le  parecía 
no  se  podía  hacer  para  los  17  de  diciembre; 
porque  habiéndose  propuesto  que  se  había  de 
tratar  de  Matrimonio  y  de  Orden  y  de  cosas 
de  Reformación  y  en  tan  corto  término  no  se 
podía  hacer,  le  parecía  que  se  dilatase  hasta 
después  de  Pascua,  porque  no  se  quebrantase 
el  orden  que  estaba  puesto,  el  cual  le  pare- 
cía que  no  debía  ni  podía  quebrantarse.  Como 
ya  yo  había  dicho  mi  parecer,  no  iba  hoy  preve- 
nido, porque  no  entendí  que  se  ofreciera  cosa  en 
que  hubiera  necesidad  de  decir  más  de  placet  ó 
non placet.  Y  ansí  cuando  vino  mi  lugar,  breve- 
mente dije  estas  pocas  palabras:  Illustrissimi 
Legati  et  Rever endissimi  Paires:  video  varias 
fuisse  atque  diversas  patrum  senfentias,  de  die 
in  qua  sit  futura  sessio  celebranda;  quidam 
enim  27 J^  a  decemhris  haberi  cupiunt;  alii  vero 
in  15.""^  januarii  recipiendam  arbitrantur;  ego 
vero  in  re  dubia  majori  huius  sacri  Concilii 
partí  subscribam,  sanctam  vero  admonitinnem  et 
justissimam  objurgationem  Illustrissimi  Legati 
Cardinalis  Mantuani  ego  libentissimo  animo 
complector,  quia  video  eam  a  sapientissimo  et 
christiano  pectore  profectam;  nihil  est  enim  ma- 
gis  necessarium  ad  conservandam  summam  Jmjus 
Concilii  autoritatem  et  ad  res  pacijice  et  modé- 
rate gerendas  quam  ut  et  suus  Episcopis  honos 
exhibeatur  et  ut  omnes  Illustrissimos  Legatos 
qui  vices  summi  Ponticipcis  gerunt  debito  et 
honore  et  máxima  veneratione  prosequamur. 

Finalmente,  porque  parecía  que  los  parece- 
res acerca  de  señalar  el  día  de  la  sesión  eran 
mny  diferentes,  y  el  negocio  estaba  dudoso, 
reguláronse  los  votos  y  hallóse  que  la  mayor 
parte  era  de  parecer  que  se  hiciese  á  los  17  de 
diciembre. 

No  quiero  dejar  de  escrebir  una  cosa  que  es 
buena  para  entender  lo  que  hace  una  mentira. 
Estaba  aquí  un  Obispo  de  Verona,  que  se 
llamaba  Hieronymo  Trevisano,  gentilhombre 
veneciano,  fraile  de  Santo  Domingo,  hombre 
muy  docto  y  de  grande  ingenio  y  de  muy  gentil 
persona  y  amigo  mío;  cayó  en  una  gravísima 
enfermedad  de  calentura  continua  y  frenesía, 
de  que  al  fin  fué  üios  servido  que  muriese,  que 
no  dejó  pequeño  dolor  y  lástima  á  todo  el 
Concilio,  porque  era  amado  de  todos  y  esti- 
mado en  mucho,  y  con  grande  razón,  porque 
tenía  partes  para  ello.  Después  que  fué  muerto 
á  cabo  de  algunos  días  vino  á  mí  el  Obispo  de 
Bergamo  y  me  dijo  que  qué  era  lo  que  yo 
había  pasado  con  el  Obispo  de  Verona.  Yo  le 
respondí  que  ninguna  cosa,  más  de  que  le 
tenía  por  amigo  y  me  dolía  grandemente  de  su 
muerte.  Pues  sabed,  dijo  él,  que  es  pública  voz 
y  fama  en  Venecia  que  vos  le  matastes  y  ansí 


lo  tienen  por  cierto,  y  dicen  que  se  lo  han 
escrito  de  Trento,  que  estando  que  estábades 
un  día  juntos  en  casa  del  Cardenal  Siripando 
en  cierta  disputa,  él  se  había  venido  á  desco- 
medir de  tal  manera  con  vos  de  palabra,  que 
vos,  enojado,  os  levantastes  y  le  habíades  dado 
un  gran  bofetón,  y  que  él  había  recebido  tan 
gran  pena  de  verse  afrentado  y  que  no  se  podía 
vengar,  que  deste  coraje  había  caído  malo  y  se 
había  muerto,  y  tiénenlo  por  tan  cierto,  que  sus 
deudos  andan  haciendo  información  para  saber 
la  verdad  de  lo  que  pasó.  Esto  no  solamente 
se  dijo  en  Venecia,  pero  también  anduvo  en  la 
corte  del  Emperador  en  boca  de  muchos  corte- 
sanos, y  allá  escribieron  que  les  enviasen  á 
decir  cómo  había  pasado.  Y  lo  que  más  es  de 
espantar,  que  con  ser  tan  grande  mentira  y 
pudiéndose  hacer  tan  presto  la  prueba  della 
aquí  en  Trento,  hubo  algunos  que  lo  creyeron, 
hasta  que  se  desengañaron.  Imaginando  yo 
qué  fundamento  podía  haber  tónido  este  dis- 
parate, no  hallaba  otro  sino  que  como  él  estaba 
frenético,  en  medio  de  aquella  locura  se  debió 
acordar  de  mí  y  decir  por  ventura:  El  Obispo 
de  Salamanca  me  ha  muerto,  ó  alguna  otra 
cosa  semejante,  de  donde  alguno  tomase  oca- 
sión para  armar  esta  torre  de  viento.  Teníamos 
después  sobre  esto  conversación  algunos  Per- 
lados y  yo ,  porque  no  solamente  decían  el 
hecho,  sino  sobre  qué  era  la  disputa  y  las  pa- 
labras descomedidas  que  él  me  había  dicho, 
y  yo  les  decía:  Tened  por  cierto  que  si  él  me 
dijo  eso,  que  yo  le  di  el  bofetón.  Acordóseme 
agora  da  escrebir  esto,  porque  no  ha  sino  tres 
ó  cuatro  días  que  escribieron  de  la  corte  del 
Emperador  enviando  á  preguntar  cómo  había 
sido. 

Pero  volviendo  á  las  cosas  qae  pasan  en  las 
congregaciones  sobre  este  séptimo  canon  do  la 
Dignidad  de  los  Obispos,  que  ha  venido  á  ser 
peor  que  lo  de  la  Residencia,  ha  habido  tanta 
diferencia  en  los  pareceres,  que  no  se  puede 
adevinar  en  lo  que  parará,  porque  los  que  hacen 
los  negocios  del  Papa,  pareciéndoles  que  si  se 
explicase  que  los  Obispos  son  instituidos  jure 
divino  et  quod  eodemjure  sunt  presbyteris  supe- 
riores, que  de  aquí  se  podría  inferir  que  la  juiis- 
dicción  también  les  viene  de  Dios  y  que  la  re- 
sidencia sería  también  de  jure  divino,  cosa  de 
ellos  tan  temida,  no  querrían  que  este  negocio 
se  determinase;  los  demás  instan  grandemente 
en  esto,  de  suerte  que  hay  gran  miedo  no  sea 
esto  parte  para  que  el  Concilio  se  suspenda. 

Acabado  de  votar  sobre  el  séptimo  canon, 
que  no  fué  poco,  según  la  manera  llevaba  de 
nunca  acabarse,  se  propuso  el  decreto  de  la 
Residencia,  en  el  cual  se  ha  tornado  á  renovar 
aquella  vieja  contienda  de  pedir  unos  que  se  de- 
clare si  es  áQJure  divino  ó  no.  Y  porque  comen- 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


247 


zaban  los  Perlados  á  ser  tan  largos  que  no  lleva- 
ba camino  el  poderse  hacer  la  sesión  á  los  17  de 
diciembre  ni  aun  en  todo  enero,  se  dilató  el 
averiguarse  el  día  cierto,  que  sería  bien  cele- 
brarla para  la  víspera  de  año  nuevo,  y  después 
se  ha  tornado  á  dilatar  otros  quince  días;  cuasi 
todos  los  Perlados  han  sido  de  parecer  que 
este  decreto  que  se  ha  hecho  de  la  Residencia 
es  indigno  de  la  autoridad  de  los  Obispos,  y 
la  cosa  de  jure  divino  está  tan  enconada,  que 
no  parece  puede  tener  buen  fin,  porque  el  deja- 
11o  de  hacer,  pidiéndolo  tantos  y  estando  puesto 
ya  en  este  punto,  habiéndose  voceado  tanto  y 
echádose  tan  en  plaza  que  se  sabe  por  toda  la 
cristiandad  y  anda  en  boca  de  los  herejes, 
parece  que  no  se  puede  dejar  de  tratar  sin  gran 
escándalo,  y  por  otra  parte,  no  hay  esperanza 
ninguna  de  que  de  Roma  se  haya  de  consentir 
que  se  averigüe.  ¡Dios  por  su  misericordia  ins- 
pire lo  que  más  conviene  al  bien  de  su  Iglesia 
al  que  lo  puede  hacer!  El  Obispo  de  Segovia 
parece  que  siempre  ha  querido  señalarse  en 
decir  alguna  cosa  nueva,  y  ansí  lo  ha  hecho 
agora,  porque  viniendo  á  decir  su  parecer  tra- 
tando de  la  Dignidad  de  los  Obispos,  dijo  que 
el  Obispo,  después  que  estaba  ordenado  y  con- 
sagrado, erat  emancipatus  a  Stimino  Pontifice, 
y  que  solamente  quedaba  en  él  aquella  obe- 
diencia filial,  como  acontece  en  el  hijo  eman- 
cipato  iam  a  potestate  paterna.  Lo  segundo 
dijo  fué  que  se  dolía  grandemente  que  por  el 
que  parecer  de  algunos  doctores  escolásti- 
cos, contra  el  de  los  antiguos,  se  determi- 
nasen algunas  cosas  en  este  Santo  Concilio. 
No  faltó  quien  se  escandalizase  con  estas  cosas 
y  murmurase  dellas  (^). 


Los  franceses  han  dado  estos  días  treinta  y 
seis  ó  treinta  y  siete  capítulos  de  Reformación 
de  la  Iglesia;  vienen  harto  moderados  para  lo 
que  se  esperaba;  aunque  algunos  dellos  estu- 
vieran bien  por  poner,  sospéchase  que  han  dila- 
tado el  darlos  hasta  ver  en  qué  paraban  las  co- 
sas de  los  hugonotos.  Ha  sido  Dios  servido  de 
enviarnos  la  nueva  de  la  victoria  que  han  alcan- 
zado los  católicos  franceses  contra  el  Príncipe 
de  Conde  con  el  favor  de  los  españoles,  qxie  no 
ha  dado  pequeña  esperanza  de  que  esto  ha  de 
ser  el  principio  del  remedio  de  Francia.  El  día 
que  se  supo  esta  nueva  por  carta  del  Rey  Cris- 
tianismo, que  escribió  al  Ducj[ue  de  Saboya, 
fueron  los  Legados  y  la  mayor  parte  de  los 
Perlados,  en  fin,  casi  todo  el  Concilio,  al  Domo 
á  dar  gracias  á  Nuestro  Señor  de  tan  grande 
merced  como  ésta,  y  dijeron  el   'fe  Deum  lau- 

(')  Tomo  I,  folios  89  á  'JO. 


damus.  También  el  Cardenal  de  Lorena,  por 
parecerle  que  estaba  más  obligado  á  celebrar 
esta  fiesta  que  nadie,  como  á  quien  le  tocaba 
tanto  la  gloria  de  este  buen  suceso,  por  haber 
sido  el  Duque  de  Guisa,  su  hermano,  el  princi- 
pal autor  de  esta  victoria,  que  siendo  desbara- 
tada la  retaguardia  y  batalla,  él  con  solos  los 
españoles  había  roto  y  vencido  los  enemigos, 
quiso  señalarse  en  hacer  fiesta  particular  de 
esta  victoria,  y  ansí,  domingo  que  fué  á  los  10 
de  enero,  dijo  misa  en  [la]  capilla  del  Sacra- 
mento, y  el  Obispo  de  Mez  hizo  un  sermón  todo 
enderezado  en  alabanzas  del  Duque  de  Guisa, 
principalmente,  y  el  lunes  adelante  se  hicieron 
las  exequias  de  los  que  en  tan  santa  empresa 
habían  sido  muertos. 

Este  capítulo  de  la  Residencia  y  el  séptimo 
canon  han  sido  los  dos  mayores  estorbos  que 
han  tenido  las  cosas  del  Concilio  para  dilatar- 
se más  de  lo  que  era  menester  y  más  de  lo  que 
muchos  querrían,  porque  como  muchos  han  di- 
cho que  si  se  determina  que  Episcopi  sunt  ins- 
tituti  a  Christo  jure  divino  superiores  presby- 
tfris,  de  aquí  se  ha  de  seguir  que  tienen  tam- 
bién de  jure  divino  todo  lo  que  es  menester 
para  el  gobierno  de  sus  Iglesias  y  de  las  almas 
que  están  á  su  cargo;  y  de  allí  infieren  que  no 
ha  de  haber  reservación  de  casos  ni  de  benefi- 
cios, cosas  que  á  Roma  no  le  pueden  hacer  muy 
buen  estómago,  y  también  si  se  averiguase  que 
la  residencia  es  de  jtire  divino  se  podrían  tam- 
bién seguir  otras  cosas  semejantes,  no  muy  en 
gusto  de  Su  Santidad  ni  muy  favorables  á  la 
Sede  Apostólica.  Ha  habido  tanta  alteración 
en  esto  y  tantas  demandas  y  respuestas  de 
Roma,  que  ha  hecho  alargarse  tanto  las  cosas, 
porque  los  Legados  no  quieren  que  se  trate 
cosa  sin  dar  parte  de  ello  á  Su  Santidad,  como 
es  razón,  y  ansí,  para  informarle  más  particu- 
larmente de  todo,  enviaron  los  Legados  al  Viz- 
conte.  Obispo  de  Ventemilla,  que  es  un  mozo 
discreto  á  quien  el  Papa  tiene  voluntad.  Tam- 
bién despacharon  otro  Perlado  con  los  capítu- 
los que  dieron  los  franceses,  para  que  todo  lo 
vea  Su  Santidad  y  dé  el  mejor  medio  que  le 
pareciere  para  averiguar  negocios  tan  enmara- 
ñados como  éstos,  que  nadie  puede  adevinar  el 
suceso  que  han  de  tener. 

En  este  tiempo  se  ha  pasado  adelante  en  el 
votar  sobre  el  decreto  de  la  Residencia,  donde 
se  han  dicho  hartas  cosas  escandalosas,  que  no 
han  puesto  poco  alboroto  en  las  almas  de  mu- 
chos; otras  dignas  de  risa.  Un  Perlado  muy 
aficionado  á  la  Sede  Apostólica  y  muy  devoto 
de  Su  Santidad,  siendo  de  parecer  qne  Episcopi 
non  sunt  instituti  a  Christo,  sed  a  Papa,  cuan- 
do llegó  el  tiempo  de  decir  su  parecer,  quitán- 
dose el  bonete,  dijo:  Parcat  mihi  divina  Ma- 
jestas,  ego  non  suin  sui  juris.  Otro  Perlado,  ha- 


248 


autobiografías  y  memorias 


blando  sobre  la  Residencia,  enfadado  de  ver 
con  cnánta  cólera  se  trata  esta  cuestión  si  la 
residencia  es  de  jure  divino  ó  no,  dijo:  Reve- 
rendissimi  Paires:  Vultis  ut  dicam  quod  sen- 
tio;  hwc  residentia  personalis  ñeque  est  precepta 
a  Deo,  ñeque  ab  homine,  ñeque  a  diabolo.  Es- 
tando diciendo  el  Obispo  de  Aliphe  su  parecer, 
que  es  un  Obispo  español,  aunque  el  obispado 
es  en  Ñapóles,  hablaba  muy  encarecidamente 
en  este  negocio  de  la  Residencia,  probando  con 
muchos  testimonios  que  era  de  jure  divino,  ins- 
tando mucho  en  esto;  los  Perlados,  enfadán- 
dose de  oirlo,  porque  le  tienen  en  posesión  de 
muy  largo  y  muy  pesado  en  decir  su  parecer, 
comenzaron  á  toser  y  escupir.  El  Embajador  de 
Francia,  Mosiur  de  Lansach,  que  estaba  pre- 
sente, volviéndose  á  un  Prelado  que  estaba  cer- 
ca del,  le  dijo:  Cosa  maravillosa  es  ver  el  cata- 
rro que  cria  este  jtís  divinum.  Todas  estas  cosas 
y  otras  semejantes  ha  traído  consigo  esta  cues- 
tión tan  importuna,  que  pluguiera  á  Dios  que 
no  se  hubiera  comenzado,  que  no  ha  servido 
sino  de  dar  que  decir  á  todo  el  mundo  y  mur- 
murar de  las  contiendas  que  hemos  tenido  so- 
bre ella.  Decía  un  gentilhombre  que  está  aquí 
por  el  Marqués  de  Pescara,  que  se  llama  Pa- 
ñán,  viendo  las  cosas  como  pasan,  que  había 
mucho  que  agradecerle  de  ser  cristiano  habién- 
dose hallado  en  dos  elecciones  de  Papas  y  en 
un  Concilio.  Algunos  decían  á  esto  que  tenía 
muy  gran  razón  si  había  algo  que  agradecerle. 
Dilatóse  la  sesión  hasta  los  4  de  hebrero,  por- 
que todos  pensaron  que  bastaría  para  averi- 
guarse estas  dos  cosas  que  ha  cinco  meses  que 
nos  tienen  ocupados,  sino  fué  el  Obispo  de  Bu- 
dua,  que  hablándose  de  esta  dilación,  dijo:  Re- 
verendissimi  Futres:  ego  non  sum  propheta  ñe- 
que filius  filius  propheta',  sed  luec  sessio  nun- 
quam  fiet.  Creo  que  ha  de  salir  esta  profecía 
verdadera,  porque  los  negocios  van  de  manera 
que  no  parece  que  han  de  tener  fin,  ni  parece 
que  lleva  camino  el  poderse  hacer  á  los  4  de  he- 
brero. Después  que  hubieron  acabado  de  votar 
los  Perlados  sobre  el  decreto  de  Residencia,  se 
señalaron  por  deputados  para  emendar  el  de- 
creto al  Cardenal  de  Lorena  y  Madrucio,  para 
que  ellos  señalasen  los  que  les  habían  de  ayu- 
dar; fueron  por  todos  los  diputados  diez  y  seis; 
en  la  primera  junta  que  se  hizo  vinieron  á  pala- 
bras algo  desentonadas  el  Arzobispo  de  Grana- 
da y  el  de  Otranto  (*),  que  eran  de  los  deputa- 
dos  que,  tratando  de  la  Residencia  y  estando  el 
Arzobispo  de  Otranto  inclinado  á  la  parte  que 
dice  no  ser  de  jure  divino,  dijo  Granada  que  era 
tan  grande  herejía  decir  que  la  residencia  no 
era  de  jure  divino,  como  la  de  los  arríanos  y  de 
los  que  dicen  que  Spiritus  Sanctus  non  proce- 

(')  Eu  el  m.8.  Otreato, 


dit  a  Filio.  Otranto,  volviéndose  á  los  Carde- 
nales, les  dijo  que  pusiesen  modo  y  templanza 
en  el  hablar  á  Granada,  sino  que  él  seria  for- 
zado á  responder  como  merecían  unas  palabras 
tan  insolentes  como  aquellas.  El  Cardenal  de 
Lorena  parece  que  se  inclinaba  á  la  parte  de 
Granada,  y  quiso  favorecer  su  razón,  y  Grana- 
da le  dijo  que  aquellas  mesmas  palabras  había 
dicho  en  pública  congregación  á  los  Legados, 
y  pues  ellos  lo  habían  sufrido,  no  era  mucho 
que  él  lo  sufriese.  Finalmente  enmendaron  el 
decreto  de  manera  que  creo  será  causa  de  nue- 
vos alborotos,  porque  claramente  han  puesto  en 
él  que  la  residencia  es  de  jure  divino,  y  como 
la  mayor  parte  ha  sido  de  parecer  que  no  debía 
por  ahora  declararse,  y  los  deputados  no  tienen 
más  comisión  de  enmendar  el  decreto  conforme 
á  los  pareceres  de  los  Ooispos,  no  hay  esperanza 
de  que  consentirán  pasar  adelante  este  decreto. 

En  este  tiempo  ha  pasado  por  aquí  Don  Al- 
varo de  Sande,  que  venía  rescatado  de  Constau- 
tinopla  en  cambio  de  veinte  turcos  que  el  Em- 
perador dio  por  su  rescate. 

También  ha  venido  el  Secretario  Gaztelu,  que 
envió  Su  Majestad  del  Rey  nuestro  señor  con 
los  despachos  del  Conde  de  Luna,  el  cual  no 
sabemos  cuándo  vendrá  ni  si  ha  de  venir,  por- 
que no  parece  que  hay  ningún  buen  medio  so- 
bre los  asientos  entre  él  y  Francia. 

El  Obispo  de  Cincoiglesias,  que  es  Embaja- 
dor del  Rey  de  Bohemia,  se  partió  á  Inspruch 
á  verse  con  el  Emperador,  y  á  lo  que  se  tuvo 
por  cierto  á  quejarse  de  que  en  el  Concilio  no 
se  hacía  lo  que  Su  Majestad  quería,  ni  se  pro- 
ponían los  capítulos  que  él  había  enviado,  ni 
había  esperanzas  que  se  trataría  dellos.  Los 
Legados,  temiendo  que  no  fuese  esto  parte  para 
indignar  al  emperador,  principalmente  que  en- 
tendían que  el  Embajador  lo  iba,  determinaron 
enviar  al  Obispo  Conmenduno  para  que  hablase 
á  Su  Majestad  y  mitigase  algo  de  la  cólera  que 
Cincoiglesias  encendería;  créese  que  dará  más 
crédito  y  mejores  oídos  á  su  Embajador. 

Acercándose  el  día  de  la  sesión,  que  había 
de  ser  á  los  4  de  hebrero,  viendo  cuan  enmara- 
ñado estaba  el  negocio  de  la  Residencia  y  del 
séptimo  canon  y  que  no  había  esperanza  de  que 
se  pudiera  dar  buen  corte  en  estos  negocios  y 
que  el  tiempo  era  tan  breve  que  no  se  podría 
tornar  á  votar  sobre  los  decretos  que  estaban 
hechos,  acordaron  estos  señores  Legados  para 
que  en  este  medio  se  resfriase  esta  furia,  de  que 
se  dilatase  esta  sesión  hasta  los  22  de  abril, 
diciendo  que  para  esta  sesión  se  había  pro- 
puesto lo  del  Saci'amento  de  Matrimonio,  y 
que  sería  bien  que  se  tratase  dello  y  de  capítu- 
los de  Reformación  y  abusos  de  Orden,  para  lo 
cual  era  necesaria  toda  esta  dilación.  Y  ansí  á  los 
3  de  hebrero  lo  propusieron,  que  no  hubo  poco 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


249 


alboroto  en  la  cougregación  y  se  dijeron  algu- 
nas palabras  desacatadas.  Algunos  dijeron  que 
todo  esto  era  artificio  para  que  no  se  hiciese 
nada;  otros  decían  que  el  Concilio  no  era  libre. 
El  Obispo  de  Buda,  que  era  el  que  había  profeti- 
zado que  no  se  había  de  hacer  esta  sesión  á  los 
4  de  hebrero,  dijo  hoy  otra  profecía  más  en 
forma  que  la  pasada,  diciendo  que  esta  sesión 
no  se  había  de  hacer  sin  grande  alboroto  y  di- 
sensión de  príncipes  cristianos,  y  que  no  sería 
en  vida  del  Pontífice  que  agora  tenemos.  Y 
cuando  hubo  dicho  estas  y  otras  cosas,  acabó 
como  suelen  comenzar  ó  acabar  los  Profetas, 
diciendo:  <.iReverendissimi  Paires:  hcec  dicit 
Dominusy>.  Y  después  á  muchos  que  le  han 
pedido  su  parecer  le  da  firmado  de  su  nombre. 
En  fin,  la  mayor  parte  del  Concilio  vino  en  que 
la  sesión  se  dilatase  hasta  los  22  de  abril,  aun- 
que pasaron  de  cincuenta  los  que  no  les  pare- 
cía bien  tanta  dilación. 

También  nos  hemos  visto  agora  en  otro  em- 
barazo, que  habiéndose  ya  dado  ocho  artículos 
de  Matrimonio  para  que  los  teólogos  comenza- 
sen á  disputar,  los  Legados  habían  hecho  las 
clases  de  los  que  habían  de  decir,  de  manera  que 
primero  decía  uno  del  Papa  y  luego  cuatro 
franceses  y  después  uno  solo  de  Su  Majestad 
de  el  Rey  nuestro  señor.  Y  esto  lo  habían  hecho 
porque  el  Cardenal  de  Lorena  lo  había  pedido, 
y  como  un  voto  para  el  Sumo  Pontificado  es 
cosa  muy  importante,  estos  señores  Legados 
huelgan  siempre  de  complacer  antes  á  un  Car- 
denal que  á  un  Rey.  Y  ansí,  por  darle  este  con- 
tento á  Lorena,  lo  habían  ordenado,  de  suerte 
que  no  era  muy  en  servicio  de  Su  Majestad,  y 
comenzaban  por  esta  vía  los  franceses  á  ganar 
tierra  para  los  asientos  de  los  Embajadores.  Yo 
hablé  sobrello  al  Cardenal  de  Mantua,  dándole 
á  entender  el  agravio  que  se  hacía  á  !a  nación 
española  y  principalmente  á  Su  Majestad,  y 
que  le  suplicaba  lo  remediase,  y  el  remedio  era 
que  dijesen  por  su  antigüedad  los  dotores, 
pues  esta  mesma  orden  se  guardaba  en  el  decir 
de  sus  pareceres  los  Perlados  y  en  los  asientos, 
ó  si  ansí  no  se  hacía,  que  ninguno  de  los  letra- 
dos que  había  enviado  Su  Majestad  iría  á  decir; 
el  Cardenal  ha  dado  orden  como  se  tome  el  pri- 
mer medio,  y  que  cada  uno  diga  por  su  anti- 
güedad. El  Duque  de  Saboya  envió  también 
Embajada  á  este  santo  Concilio,  y  por  quitarse 
de  ruido  y  competencias  en  esto  de  los  asien- 
tos hizo  muy  discretamente  en  enviar  Obispo. 

El  Rey  de  Francia  escribió  una  letra  al  Con- 
cilio dando  la  nueva  de  la  victoria  que  Dios 
había  sido  servido  de  darle  contra  los  enemigos 
de  la  religión  y  suyo.s,  y  pidiendo  muy  aliinca- 
damente  que  pues  el  remedio  destas  desventuras 
estaba  puesto  principalmente  en  la  reformación 
de  la  Iglesia,  que  se  atendiese  principalmente 


á  ella.  Y  á  este  propósito  hizo  también  una 
oración  uno  de  los  Embajadores  de  Francia,  y 
el  Patriarca  de  Aquileya  hizo  otro  razona- 
miento, dando  á  entender  la  razón  que  tenía 
Francia  para  pedirlo  y  la  que  había  para  con- 
cedérselo, Y  el  Cardenal  de  Lorena  también 
habló  en  ello,  y  á  los  13  de  hebrero  se  partió  á 
Inspruch  á  ver  al  Emperador. 

No  sé  en  qué  se  ha  de  parar  este  negocio  de 
reformación,  que  tan  importunado  es  de  Ale- 
mania y  de  Francia,  pareciéndoles  que  toda 
la  esperanza  de  la  reductión  de  los  herejes  está 
puesta  en  esto;  pero  fuera  de  lo  que  toca  á  este 
punto  de  Reformación  tienen  tantas  herejías, 
que  no  se  puede  esperar  que  la  reformación  ha 
de  ser  bastante  para  reducirlos,  ansí  que  nunca 
me  pareció  bien  el  instar  tanto  en  esto  por  sólo 
este  fin,  pues  por  esta  vía  no  hay  esperanza 
cierta  de  remedio.  Ella  es  cosa  importantísima 
y  deseada  con  grande  razón  de  todos,  pero  no 
creo  que  para  con  los  herejes  ha  de  ser  ya  potlc- 
rosa,  porque  no  son  solos  los  abusos  los  que 
tienen  apartados  de  la  Iglesia  los  herejes. 

También  se  han  señalado  estos  días  deputa- 
dos  para  los  abusos  que  hay  en  el  sacramento 
de  Orden,  para  i'emediarlos  en  esta  sesión.  El 
Obispo  de  Ciudad  Rodrigo  y  yo  habíamos  tra- 
tado en  Salamanca  sobre  un  abuso  que  hay  en 
el  ordenar  los  subdiáconos,  que  cuando  se  les  da 
el  cáliz  y  patena,  que  es  al  tiempo  que  se  impri- 
me el  carácter,  no  se  usa  de  forma  ninguna,  sien- 
do de  esencia  del  sacramento  tener  materia  y 
forma,  y  estando  ya  determinado  en  el  Conci- 
lio florentino  que  el  subdiaconato  es  sacramento 
y  en  un  pontifical  antiguo  de  Salamanca  halla- 
mos una  forma  de  que  entonces  se  usaba  en  el 
ordenar  los  subdiáconos,  que  decía:  aAccipe 
potestatem  administrandi  ut  augeat  tibí  Deus 
gratiam  suan.  Avien».  Y  así  lo  presentamos  á 
los  deputados,  firmado  de  nuestros  nombres. 

Martes  á  los  2  de  marzo  de  1563  fué  Nues- 
tro Señor  servido  de  llevarse  al  (Cardenal  de 
Mantua,  que  no  duró  sino  siete  días,  comen- 
zando la  enfermedad  de  un  romadizo,  al  cual 
sucedió  una  calentura  pestilencial  que  le  arre- 
bató en  tan  pocos  días,  dejando  tan  grande 
soledad  y  tristeza  en  todo  el  Concilio,  que  no 
se  podría  explicar,  porque  era  un  señor  muy 
principal  y  valeroso,  muy  amado  de  todos,  muy 
prudente  y  sufrido;  autorizaba  mucho  este  Con- 
cilio, y  así  universalmente  fué  llorado  de  to- 
dos, porque  todas  las  naciones  le  eran  aficio- 
nadísimas, porque  á  todos  procuraba  dar  con- 
tento. Pero  á  nadie  alcanzó  tanta  parte  de  la 
pena  de  su  muerte  como  á  un',  que  le  amaba 
más  que  todos  y  hal)ía  recebido  de  su  mano 
mayores  regalos  y  favores  que  nadie,  y  me 
tenía  particular  afición,  y  me  la  había  mostrado 
en  todas  las  cosas  que  se  habían  ofrecido.  Muy 


250 


autobiografías  y  memorias 


pocos  días  antes  se  había  venido  á  cenar  con- 
migo, y  dos  días  antes  que  cayese  malo  rae 
liabía  hecho  gran  fiesta  en  su  casa.  Dolióme  su 
muerte  grandemente,  por  el  entrañable  amor 
que  yo  le  tenía,  y  por  lo  mucho  que  perdió  la 
Iglesia  y  este  santo  Concilio  con  ella;  pero  él 
hizo  tales  obras  y  murió  tan  cristiana  y  católi- 
camente, dejando  tan  buen  olor  de  sí,  que  fué 
gran  consuelo  para  los  que  tanto  habíamos 
sentido  su  muerte  (^). 


En  este  tiempo  también  ha  llegado  una  triste 
nueva  á  este  Concilio  de  la  muerte  del  Duque 
de  Guisa,  un  señor  en  quien  parece  que  tenía 
ahora  Francia  puesta  toda  su  esperanza  en  las 
cosas  de  la  religión  y  el  mayor  y  más  valeroso 
enemigo  que  tenían  los  herejes.  Matóle  uno  de 
los  hugonotes  á  traición  de  más  de  treinta  que 
dicen  que  había  conjurados  en  su  muerte,  por- 
que les  parecía  que  el  mayor  estorbo  que  tenían 
para  sus  cosas  era  él;  y  aquél,  fingiendo  que  se 
pasaba  de  los  enemigos  á  él,  le  aguardó  un  día 
pasando  un  río  y  le  dio  un  arcabuzazo  por  las 
espaldas.  Ha  sido  grande  la  pena  y  tristeza  que 
ha  causado  su  muerte,  porque  hay  gran  miedo 
que  las  cosas  de  Francia  irán  cada  día  peores. 
Es  grande  el  odio  que  tienen  los  hugonotos  á  la 
casa  de  Guisa,  y  ansí  han  avisado  al  Cardenal 
de  Lorena  que  se  guarde,  porque  aquí  en  Trento 
está  más  á  peligro  que  en  parte  ninguna.  El 
anda  recatado  y  se  hace  hacer  guarda;  todo 
anda  de  manera  que  si  Dios  por  su  misericor- 
dia no  lo  remedia,  con  ser  tan  grandes  los  ma- 
les que  hasta  agora  ha  habido  y  hay  en  la  Igle- 
sia, se  temen  otros  mayores. 

El  sábado  á  los  13  de  marzo  hubo  un  gran 
alboroto  en  Trento,  que  se  revolvieron  ciertos 
españoles  criados  de  los  Perlados  con  unos  ita- 
lianos, de  tal  manera  que  estuvo  muy  á  punto 
de  encenderse  un  fuego  que  no  se  apagara  sin 
sangre  de  muchos.  Con  todo  eso  hubo  más  de 
veinte  y  cinco  heridos  y  manos  cortadas,  y  si  el 
Embajador  de  Portugal  no  recogiera  los  espa- 
ñoles en  su  casa  no  parara  en  esto.  El  Obispo 
Quinqueclesiense,  que  había  ido  á  verse  con  el 
Emperador  á  Inspruch,  ha  vuelto  y  negociado 
que  Su  Santidad  torne  á  remitir  al  Concilio  la 
definición  y  determinación  de  aquella  cuestión 
de  Commiinione  suh  utraque  specie,  porque  es 
grandísima  el  ansia  que  tienen  que  este  santo 
Concilio  se  la  permita,  pareciéndoles  que  será 
este  camino  pora  reducir  uuicha  gente  á  la 
Iglesia.  Harto  trabajó  la  otra  vez  en  este  nego- 
cio y  no  pudo  alcanzarlo;  agora  quiere  tornará 
la  empresa,  y  para  persuadirlo  de  nuevo  prueba 

(')  Tomo  I,  folios  98  á  110. 


haber  sido  costumbre  muy  antigua  de  aquellas 
provincias  de  Alemania  y  en  un  monesterio  que 
está  junto  á  Inspruch  halló  un  cáliz  muy 
grande  con  dos  asas  y  una  patena  grandísima 
que  le  cubría,  y  unas  fístulas  de  alambre  con 
que  llegaba  el  pueblo  á  comulgar  en  aquel  cáliz; 
las  fístulas  tienen  unas  asillas,  de  donde  las 
tomaba  el  sacerdote  y  llegaba  el  pueblo  á  beber 
por  ellas  un  poco  de  la  sangre  de  nuestro  Re- 
dentor, de  suerte  que  el  que  se  comulgaba  no 
llegaba  con  la  mano  á  la  fístula,  sino  con  la 
boca.  Desta  manera  se  evitaba  el  peligro  del 
derramarse  y  por  esta  causa  se  hizo  aquella 
invención  de  las  fístulas,  que  es  como  beber  con 
una  paja  hueca,  y  esta  costumbre  guarda  agora 
el  Sumo  Pontífice  cuando  comulga.  No  sé  lo 
que  le  han  de  aprovechar  todas  estas  inven- 
ciones á  Quinqueclesiense ;  á  lo  menos  por 
diligencia  no  le  queda,  que  él  pone  toda  la 
posible. 

El  miércoles  á  las  seis  de  la  tarde,  que  fue- 
ron 17  de  marzo  15(53,  fué  Nuestro  Señor  ser- 
vido de  llevarse  al  Cardenal  Siripando,  que 
tenía  el  segando  lugar  en  este  Concilio  tras  el 
de  Mantua.  Era  un  hombre  doctísimo,  de  gran- 
de prudencia  y  ejemplo  de  vida,  muy  gran  teó- 
logo y  muy  elocuente,  y  ansí  se  ha  sentido 
mucho  su  muerte.  Estuvo  en  la  cama  diez  días, 
porque  á  la  entrada  del  onceno  murió,  en  los 
cuales  hizo  razonamientos  muy  señalados  á  los 
Perlados  que  iban  á  visitarle,  con  tanto  espíritu 
que  hizo  derramar  muchas  lágrimas.  Mostraba 
que  moría  muy  contento  y  suplicaba  muy  de 
corazón  á  Dios  que  fuese  aquella  la  postrera 
enfermedad,  quel  moría  muy  alegre  saliendo 
desta  vida  en  tiempo  que  no  viese  los  gran- 
des males  quel  temía  que  había  de  haber  en  la 
Iglesia. 

Dejó  grande  lástima  en  este  Concilio,  prin- 
cipalmente viniendo  sobre  la  muerte  del  Carde- 
nal de  Mantua,  que  no  había  sino  quince  días 
que  le  habíamos  enterrado,  y  ansí  decía  el  Car- 
denal Varmiense  que  si  de  quince  en  quince 
días  se  había  de  llevar  Dios  un  Legado,  que 
muy  corta  vida  le  quedaba.  Ha  sido  grandísimo 
consuelo  para  todos  ver  que  hayan  muerto  tan 
católica  y  cristianamente,  que  han  dejado  cier- 
ta esperanza  que  están  en  el  cielo.  Mandóse 
depositar  Siripando  en  San  Marcos,  que  es  un 
monesterio  de  Augustinos,  jiara  que  después  le 
lleven  á  Ñapóles  á  una  capilla  donde  él  tiene 
su  enterramiento. 

El  Obispo  que  llaman  Insulano  le  hizo  dos 
versos,  que  pusieron  en  la  lauda,  que  decían: 

Si  ijuis  liónos  lumuli,  rjiiantum  sol  lampade  lustrat 
Trrrariiin  crrlique  tuiím  cst,  Siri}iande,  sepidcrum  ('). 

(')  Tomo  I,  folios  112  á  117. 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


251 


Eu  este  tiempo  vinieron  aquí  dos  cartas:  una 
de  los  diputados  de  los  Príncipes  confesionis- 
tas,  escrita  de  Nuremberga  al  Emperador,  en 
que  decían  que  nunca  ellos  habían  rehusado  ni 
contradicho  á  que  era  bien  haber  Concilio  ge- 
neral y  libre;  pero  que  el  que  agora  se  celebra 
en  Trento  no  lo  era,  y  otras  cosas  contra  Su 
Santidad  harto  indignas,  pero  dignas  de  quien 
ellos  son;  esta  carta  envió  su  Majestad  del  Em- 
perador al  Papa,  con  otra  suya,  las  cuales  por- 
que están  escritas  en  otra  parte  no  pongo  aquí. 

Tambie'n  escribió  Su  Majestad  del  Rey  Cató- 
lico al  Conde  de  Luna  una  carta,  cuyo  traslado 
él  envió  desde  Inspruch  á  muchos  destos  se- 
ñores Perlados  españoles,  en  que  les  encomen- 
daba mucho  que  mirasen  por  la  autoridad  de 
8u  Santidad,  y  no  tenía  por  bueno,  antes  re- 
prehendía, el  haber  instado  en  algunas  cosas,  de 
que  el  Papa  estaba  muy  desabrido.  No  me  dio 
á  mí  pequeño  contento  ver  que  hubiese  yo  acer- 
tado á  hacer  las  cosas  que  Su  Majestad  quería 
antes  que  las  mandase;  no  creo  que  les  hizo 
muy  buen  estómago  esta  carta  á  muchos  de  los 
que  la  recibieron. 

Como  hay  tanto  ocio,  cada  día  salen  nuevas 
invenciones,  y  muchas  cosas  se  hacen  en  Tren- 
to y  échase  fama  que  vienen  de  Alemania  ó  de 
Roma,  y  como  todos  piensan  que  se  ha  de  tra- 
tar de  Reformación  hácense  muchos  capítulos  y 
á  algunos  les  ponen  títulos  falsos.  Salieron 
unos  en  nombre  de  españoles,  los  cuales  tenían 
hartas  impertinencias,  y  después  se  ha  averi- 
guado que  no  los  habían  dado  ellos.  Los  ita- 
lianos, como  gente  discreta  y  de  negocios  y  de 
grandes  discursos,  viendo  la  instancia  grande 
que  se  hace  en  esto  de  la  Residencia,  para  di- 
vertir el  humor  que  no  se  haga  apostema,  han 
buscado  un  camino  que  no  parece  que  es  malo 
para  conseguir  lo  que  desean:  para  hacer  aflo- 
jar á  algunas  gentes  en  la  Residencia  han  hecho 
catorce  artículos  que  son  catorce  torcedores, 
diciendo  que  para  que  la  residencia  de  los  Per- 
lados se  haga  como  debe  y  sea  fructuosa,  es 
necesario  quitar  los  impedimentos  que  impiden 
el  fruto  de  la  residencia,  y  que  ansí  es  necesa- 
rio que  se  provea  primero  que  se  quiten  preg- 
máticas  de  extranjería  y  alzarse  los  Príncipes 
con  casos  mere  ecch'siasticos  y  estorbar  intima- 
ciones de  bulas  y  otras  cosas  desta  manera,  las 
cuales,  como  muchos  de  los  que  instan  en  la 
Residencia  ven  que  son  contra  sus  reyes,  no 
será  mucho  que  aflojen  en  ella. 

Agora  se  suena  que  Su  Santidad  envía  en 
lugar  de  los  dos  Legados  nuiertos  al  Cardenal 
Morón  y  al  Cardenal  Navagero;  también  se  ha 
dicho  que  en  ciertas  ciudades  de  Calabria  ha 

AUrOBIOORAKÍAS  Y  MEMOKIAS.— 27 


habido  gran  alboroto  de  luteranos,  y  que  en 
Flandes  han  sido  quemados  algunos  moneste- 
rios,  y  que  los  venecianos  habían  tomado  cier- 
tas cartas  enviadas  de  algunos  luteranos  á  Vin- 
centio  comunicándose  con  otros  que  allí  hay; 
por  donde  quiera  parece  que  brota  esta  mala 
simiente;  todo  está  estragado  y  pone  gran  mie- 
do de  mayores  males  que  los  de  hasta  aquí  si 
Dios  por  su  misericordia  no  se  duele  de  su  Igle- 
sia y  la  remedia.  También  se  sonaba  que  el 
Cardenal  Borbón  había  enviado  á  pedir  licencia 
á  Su  Santidad  para  casarse.  El  Emperador  es- 
cribió una  carta  muy  larga  á  Su  Santidad  pi- 
diéndole tres  ó  cuatro  cosas:  que  el  Concilio  tu- 
viese toda  la  libertad  que  ha  menester,  y  que  se 
tratase  principalmente  de  la  reformación  univer- 
sal de  la  Iglesia,  y  que  Su  Santidad  tuviese  por 
bien  de  hallarse  presente  al  Concilio,  y  que  él 
vendría.  Dicen  que  Su  Santidad  ha  respondido 
á  esto  que  en  lo  de  la  libertad  no  puede  él  en- 
tender la  que  le  falta  al  Concilio;  que  la  refor- 
mación él  huelga  que  se  haga  de  todos,  y  que  la 
venida  suya  al  Concilio  también  le  parece  muy 
bien,  pero  porque  Trento  es  pequeño  lugar  don- 
de él  y  Su  Majestad  no  pueden  estar  acomoda- 
dos, le  parece  que  será  bien  que  el  Concilio  se 
pase  á  Bolonia  y  que  allí  se  junten.  Algunos  tie- 
nen por  cierta  esta  mudanza  y  á  otros  les  parece 
que  nunca  vendrá  á  efecto.  Como  el  Emperador 
ha  instado  tanto  en  esto  de  la  libertad  del  Con- 
cilio, los  Legados  que  aquí  están,  según  me  han 
dicho,  escribieron  á  Su  Majestad  la  mucha  que 
había,  y  en  consecuencia  desto  dicen  que  truje- 
ron  las  cosas  que  habían  dicho  Perlados  espa- 
ñoles en  públicas  congregaciones,  principal- 
mente el  Arzobispo  de  Granada,  y  según  dicen 
cargaron  algo  en  esto  la  mano  contra  el  Arzo- 
bispo. El  Obispo  Quinqueecclesiense,  que  es 
Legado  del  Emperador,  escribió  á  Su  Majestad 
muy  en  favor  del  Arzobispo  de  Granada,  abo- 
nándole todo  lo  posible  y  deshaciendo  la  sos- 
pecha que  los  Legados  habían  puesto  al  Em- 
perador, y  dándole  á  entender  cómo  los  espa- 
ñoles eran  los  que  más  desapasionadamente  y 
con  mayor  celo  miraban  por  el  bien  de  la  Igle- 
sia, sin  tener  otros  respectos  humanos. 

El  Arzobispo  de  Estrigonia  escribió  al  Con- 
cilio una  carta  muy  larga,  poniendo  delante  la 
perdición  grande  de  todas  aquellas  provincias 
y  la  mu-:rha  necesidad  que  hay  de  reformación. 
Todo  el  nuindo  da  voces  por  ella.  ¡Plega  á 
Dios  que  aproveche  y  se  haga  la  que  conviene 
para  el  bien  de  la  cristiandad! 

Las  paces  se  suenan  que  son  hechas  eu 
Francia  con  ventajas  de  los  hugonotos.  Aquí 
se  han  traído  ciertos  capítulos  ó  condiciones 
dellas,  propuestas  del  Príncipe  de  Conde,  con 
la  respuesta  de  la  Reina  de  Francia.  Ellas  son 
tales  que  bien  parecen  del  pecho  de  donde  sa- 


252 


AUTOBIOGEAFIx^S  Y  MEMORIAS 


leu,  y  que  si  los  hngonotos  fueran  los  vencedo- 
res no  pudieran  hacer  paces  con  mayores  ven- 
tajas suyas.  ¡Lástima  es  grande  ver  á  lo  que 
ha  venido  el  nombre  cristianísimo  de  Francia  y 
cuan  furiosas  están  allí  las  herejías!  Hase  des- 
cubierto una  conjuración  que  tenían  hecha  de 
matar  á  los  Príncipes  católicos:  unos  que  ma- 
tasen á  Guisa,  otros  al  Duque  de  Saboya,  otros 
al  Rey  de  España  y  á  los  demás  señores  y 
Príncipes.  Los  del  Duque  de  Saboya  se  dice 
que  han  sido  presos;  en  mosieur  de  Guisa  eje- 
cutaron su  traición.  ¡Dios  por  sn  misericordia 
nos  guardará  á  nuestro  Rey  Católico!  El  Car- 
denal de  Lorena  vive  con  grandísimo  recato  y 
con  mucho  miedo,  porque  ha  sido  avisado  que 
entra  él  en  los  que  están  señalados  para  ser 
muertos.  A  la  Reina  de  Escocia,  que  es  cató- 
lica, determinaron,  no  de  matarla,  sino  des- 
honrarla para  que  no  se  casase,  y  ansí  envia- 
ron allá  un  hombre  que  fingiendo  que  estaba 
desterrado  de  Francia  aguardó  una  noche  de 
serao,  y  entrándose  en  el  aposento  de  la  Reina 
se  metió  debajo  de  la  cama  con  intención  de 
salirse  á  la  mañana  por  una  ventana,  para  que 
viéndole  salir  la  gente  entendiese  que  salía  de 
con  la  Reina  y  quedase  infamada;  pero  siendo 
descubierto  por  unas  criadas  de  la  Reina  no 
pudo  efectuar  su  mal  propósito,  y  finalmente 
dicen  que  ha  sido  justiciado.  Bien  se  parece 
cuan  ajena  es  de  la  ley  de  Cristo  la  dotrina 
que  profesan,  pues  les  parece  que  es  bien  para 
defenderla  cometer  tan  grandes  maldades  como 
es  matar  y  deshonrar  Reyes  y  Príncipes.  La 
Reina  ha  escrito  al  Cardenal  de  Lorena  dándole 
cuenta  de  las  paces  que  se  han  hecho  y  descul- 
pándose de  la  culpa  que  le  echarán  algunos,  y 
cómo  no  ha  podido  hacer  más,  y  que  las  cosas 
estaban  en  tal  estado  que  no  se  podía  dar  otro 
medio,  y  que  ella  tendría  cuidado  de  que  con  el 
Rey  no  tratasen  ni  comunicasen  sino  católicos, 
ni  se  diesen  los  obispados  sino  á  católicos,  y 
otras  muchas  cosas  que  nadie  las  cree,  ni  aun- 
que fuesen  verdad  bastan  á  desculparla,  porque 
todos  tienen  entendido  que  ha  sido  y  es  la  des- 
truición  y  ruina  de  aquel  reino.  Agora  se  dice 
que  los  católicos  no  quieren  pasar  por  aquellos 
conciertos  de  paces,  y  que  han  conmenzado  á 
alborotarse,  y  que  han  muerto  muchos  hugono- 
tos.  ¡Dios  lo  remedie,  que  sólo  El  puede! 

La  víspera  de  Pascua,  que  fué  á  los  10  de 
aliril  1563,  entró  en  Trento  el  Cardenal  Mo- 
rón, que  viene  por  primer  Legado.  Fué  recobido 
con  grande  acompañamiento  y  muchas  cerimo- 
nias  y  música.  No  le  pudiera  Su  Santidad  ha- 
ber hecho  mayor  bien  ni  merced  qu(í  ésta,  por- 
que habiéndole  tenido  preso  el  Papa  Paulo  IV 
dos  años  por  sospecha  de  herejía,  según  se  dice, 
restituyese  bien  en  su  honra  con  ponerle  agora 
en  lugar  que  represente  la  persona  del  Papa  y 


tenga  á  cargo  las  cosas  de  la  religión  y  de  un 
tan  grande  y  tan  principal  Concilio.  Partióse 
viernes  después  de  Pascua  á  verse  con  el  Em- 
])erador,  porque  según  dicen  ha  de  tratar  con  él 
aquellas  cosas  que  Su  Majestad  había  escrito  al 
Papa  sobre  los  negocios  del  Concilio  en  aque- 
lla carta  que  arriba  dijimos.  El  Conde  de  Luna, 
que  había  muchos  días  que  estaba  con  el  Em- 
perador en  Inspruch,  esperando  respuesta  del 
Rey  en  esto  de  los  asientos  de  Francia  y  del, 
entró  el  segundo  día  de  Pascua.  Fuéle  hecho 
un  señalado  recibimiento,  porque  era  muy  de- 
seado. Hasta  agora  están  los  franceses  tan  re- 
cios en  su  preeminencia  como  si  todavía  fuesen 
cristianísimos  y  no  hubiesen  recebido  los  benefi- 
cios que  han  recebido  del  Rey  de  España,  de 
manera  que  no  quieren  sino  que  la  primera 
vez  que  el  Conde  se  presente  hallarse  allí  y 
precederle.  El  Conde  estaba  determinado  de 
presentar  luego  sus  poderes  antes  que  Morón 
se  partiera,  si  no  fuera  por  este  inconveniente, 
y  ansí  está  esperando  la  vuelta  del  Cardenal, 

Aquí  se  ha  sonado  que  los  alemanes  envia- 
ban algunos  Ministros  al  Concilio,  y  por  aquí  se 
traían  los  nombres  de  los  que  decían  que  habían 
de  venir;  pero  ya  se  ha  muerto  esta  nueva,  por- 
que no  se  pspera  venga  (^)  ninguno  dellos. 

La  venida  de  Don  Luis  de  Avila  á  Roma  ha 
puesto,  según  se  dice,  en  grandísima  congoja  á 
Su  Santidad,  porque  los  capítulos  que  le  ha 
presentado  no  deben  de  ser  muy  á  su  gusto.  No 
se  sabe  determinadamente  lo  que  es,  porque  se 
ha  tenido  muy  secreto;  algunos  dicen  que  son 
unos  que  mase  Pasquín  ha  publicado  por  ahí 
y  nos  los  han  traído  aquí  á  Trento;  Su  Santi- 
dad dicen  que  los  ha  remitido  á  Signatura,  que 
como  allí  se  ha  de  examinar  muy  particular- 
mente si  son  cosas  convenientes  á  la  Iglesia  y 
al  bien  de  la  cristiandad,  sospéchase  que  no 
habi'áu  efecto,  y  la  mayor  señal  de  que  Su 
Santidad  no  lo  quiere  hacer  dicen  que  es  ha- 
berlo remitido  á  Signatura. 

Aquellos  capítulos  de  los  italianos  dicen  que 
han  parecido '  tan  bien  á  los  Cardenales  en 
Roma,  que  aunque  los  Legados  no  habían  ad- 
mitido sino  siete  dellos,  los  de  Roma  son  de 
parecer  que  se  admitan  todos  y  que  ellos  favo- 
recerán el  negocio  todo  lo  posible.  En  este 
tiempo,  como  el  demonio  no  duerme  y  los  he- 
rejes sus  ministros  no  se  descuidan,  por  inter- 
cesión de  Calvino,  que  es  el  mayor  enemigo 
que  tiene  agora  la  Iglesia,  se  ha  hecho  un  con- 
ciliábulo en  Heidelberga,  un  lugar  del  Conde 
palatino  Elector  del  Imperio,  donde  se  juntaron 
algunos  ministros  de  Satanás  y  hicieron  diez  y 
siete  decretos  dignos  de  quien  ellos  son.  L^n 
solo  bien  traen  consigo,  que  creo  será  el  comien- 

(')  En  el  m.s.  bien. 


POÍí"  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


253 


zo  de  su  perdición,  que  condenan  en  el  primero 
el  catecismo  de  Lutero  y  de  Brencio  y  todos 
sus  escritos;  por  esta  puerta  ha  de  entrar  su 
perdición,  que  es  scisma  y  disensión,  porque  co- 
menzándose á  condenar  los  unos  á  los  otros, 
vernán  á  perseguirse  y  á  toinar  las  armas  y  por 
este  camino  á  perderse.  ¡Dios  lo  encamine  en 
servicio  y  gloria  suya! 

Este  mes  de  abril,  después  de  Pascua,  ha 
sido  Nuestro  Señor  servido  de  llevarse  á  su 
gloria  al  padre  fray  Pedro  de  Soto,  hombre  de 
grande  virtud  y  letras.  El  Papa  le  había  en- 
viado á  este  santo  Concilio,  donde  liabía  dado 
grandes  muestras  de  su  prudencia  y  celo,  y  no 
se  perdió  poco  con  su  muerte.  Pasó  bien  la 
carrera  desta  vida  y  esta  postrera  jornada;  dejó 
muy  cierta  esperanza  de  que  se  iba  á  recebir 
en  el  cielo  el  premio  de  sus  trabajos,  porque  acá 
no  ha  tenido  sino  persecuciones.  Sintióse  mu 
cho  su  muerte;  l'ué  enterrado  con  grande  honor 
y  acompañamiento  de  Perlados  en  la  iglesia  de 
San  Lorencio.  El  Emperador  dicen  que  ha  he- 
cho gran  sentimiento  con  su  muerte. 

Miércoles  en  la  noche  entró  el  Cardenal  Na- 
vagero,  que  fué  á  los  23  de  abril;  no  hubo  rece- 
bimiento,  por  ser  á  la  hora  que  fué. 

El  Rey  Católico  había  escrito  á  Su  Santi- 
dad que  él  holgaba  (')  en  esto  de  la  precedencia 
con  Francia  pasar  por  cualquiera  buen  medio, 
aunque  él  perdiese  en  él,  porque  no  hubiese 
algún  estorbo  en  cosas  tan  importantes  como 
son  del  bien  de  la  Iglesia  y  honra  de  Dios;  que 
holgai'ía  por  esto  perder  de  la  suya  si  fuese  ne- 
cesario. Esto  obligaba  á  Su  Santidad  que  bus- 
case algún  medio  que  fuese  más  conveniente  á 
la  honra  de  dos  tan  grandes  Príncipes.  Parece 
que  Su  Santidad  en  esto  se  ha  descuidado,  y 
por  temor  que  los  franceses,  indignados,  no  se 
vayan  y  hagan  algún  Concilio  nacional  en 
Francia,  ha  querido  contemporizar  antes  con 
ellos  que  con  el  Rey  Católico  y  ha  estado  muy 
tibio  en  buscar  camino  como  concertar  este  ne- 
gocio, disimulando  hasta  agora  con  ello,  y  lo  que 
escribió  Su  Majestad,  como  quien  es,  con  humil- 
dad, que  había  de  obligar  á  que  se  mirase  más 
por  su  honor.  Eso  parece  que  le  ha  hecho  daño; 
agora  me  dicen  que  escribió  una  letra  á  Su  San- 
tidad, la  cual  vino  al  Conde  de  Luna  y  él  la  en- 
vió á  Vargas,  donde  se  queja  desto,  diciendo 
que  pues  habiendo  él  hecho  lo  que  debía  como 
quien  es,  ha  habido  tanta  tibieza  en  dar  algún 
liuen  corte  en  esto,  qiie  él,  por  evitar  escándato, 
pasará  cualquier  agravio  que  en  este  caso  se  le 
hiciese,  pero  que  él  prenda  su  pa]al)ra  de,  aca- 
badoel  Concilio, quitar  su  Embajadorde  Roma. 
El  Papa  dicen  que  ha  sentido  nuicho  esto;  no 
sabemos  agora  el  remedio  (jue  pondrá. 

(')  En  el  m?.  que  en. 


El  día  de  la  sesión  se  llegaba  y  no  se  ha 
hecho  nada,  ni  hay  esperanza  que  veremos  tan 
presto  el  día  que  ha  de  ser,  porque  hay  mil  co- 
sas que  averiguar  que  no  han  de  ser  poco  reñi- 
das, como  la  Residencia  y  la  Dignidad  de  los 
Obispos  y  esto  del  sacramento  de  Matrimonio 
y  de  los  matrimonios  clandestinos,  y  si  será 
bien  conceder  á  algunas  provincias,  donde  no 
se  hallen  sacerdotes,  que  los  casados  puedan 
ser  ordenados,  y  más  unos  abusos  que  agora 
han  dado  los  deputados  del  sacramento  de  Or- 
den, que  no  son  de  poca  importancia  y  más 
nuevos  capítulos  de  Reformación  que  se  han  de 
dar.  Cosas  son  todas  estas  que  han  menester 
muchos  días  y  meses  {}). 


A  los  21  de  abril  hubo  congregación  y  se 
determinó  que  á  los  20  de  mayo  se  señ.alase  el 
día  que  se  había  de  tener,  porque  el  Cardenal 
Morón  se  suena  que  no  vendrá  antes  de  la  vi- 
sita del  Emperador,  por  ser  los  negocios  tan 
graves,  y  porque  dicen  que  han  hecho  correo  á 
Su  Santidad  sobre  ellos,  y  es  menester  esperar 
üu  voluntad  para  concluillos.  Roma  nunca 
pierde  aquella  vieja  y  mala  costumbre  de  decir 
de  cualquiera  con  libertad  lo  que  le  parece  en 
pasquines,  y  ansí  dicen  que  lo  ha  hecho  agora 
destos  dos  Legados  que  ha  enviado  Su  Santi- 
dad al  Concilio,  Morón  y  Navagero,  y  fué  que 
el  Marfodio  preguntaba  á  Pasquín  si  había 
algo  de  nuevo;  él  le  respondió  que  no  había 
otra  cosa  sino  que  Su  Santidad  enviaba  dos 
Legados  al  Concilio.  Decía  Marfodio:  ¿Qua- 
les  sunt?  Respondía  Pasquín:  Alter  claudicat 
in  fide,  alter  utroque  pede.  Nunca  deja  de  decir 
malicias,  porque  el  uno  ha  estado  preso  dos 
años  por  la  Inquisición  y  el  otro  no  se  puede 
menear  de  la  gota.  También  decía  de  los  otros 
Legados  al  principio  cuando  vinieron  otras  co- 
sas semejantes  á  éstas,  queriendo  dar  á  enten- 
der que  las  cosas  del  Concilio  no  iban  como 
habían  de  ir  por  falta  de  los  Legados.  De  Man- 
tua, non  audit;  de  Siripando,  non  audct;  do 
Warmiense,  semper  legit;  de  Simoneta,  semper 
scribi't;  de  Altaemps,  nec  audit,  nec  audet,  nec 
legit,  nec  scrihit. 

La  Semana  Santa  fué  Dios  servido  de  dar- 
me una  enfermedad  harto  pesada  y  peligrosa 
d(!  tercianas  dobles,  que  se  alcanzaban  unas  á 
otras,  con  vahídos  y  dolores  de  cabeza  grandí- 
simos, que  me  ha  durado  cerca  de  un  mes,  con 
un  hastío,  de  suerte  que  no  podía  comer  sino  á 
poder  de  tragos  de  agua.  Ha  placido  á  Nues- 
tro Señor  darme  salud  por  su  bondad  iníinita 
y  por  la  buena  industria  de  los  médicos,  y  yo 

(')  Tomo  II,  iolios  6  á  lü. 


254 


autobiografías  y  memorias 


de  mi  parte  he  liecho  todo  lo  posible,  esforzán- 
dome á  comer  y  obedeciendo  á  los  médicos,  de 
suerte  que  nunca  creo  que  han  tenido  ellos  en- 
fermo tan  obediente  como  yo.  Todo  esto  ha 
menester  hacer  quien  está  apartado  del  regalo 
de  sus  padres  y  de  su  tierra.  Lunes  á  10  de 
mayo  se  presentó  en  congregación  una  carta  de 
la  Reina  de  Escocia  que  enviaba  al  Concilio. 
Era  de  creencia,  porque  todo  lo  remitía  al  Car- 
denal de  Lorena,  que  es  sobrina  suya,  el  cual 
hizo  un  razonamiento  loando  á  la  Reina  María 
de  Escocia,  contando  los  trabajos  que  había 
pasado  por  las  cosas  de  la  religión  y  la  causa 
por  qué  no  habla  enviado  sus  Prelados,  porque 
los  católicos  son  pocos  y  son  muy  necesarios  para 
la  conservación  de  aquellas  reliquias  de  cristian- 
dad que  quedan  en  Escocia,  con  cuya  ausencia 
se  acabarían  de  perder. 

Hoy  martes  á  los  12  de  mayo  han  comen- 
zado las  congregaciones  sobre  los  abusos  de 
Online.  El  primer  canon,  que  es  del  modo  que 
se  ha  de  tener  en  la  electión  de  los  Perlados, 
ha  sido  reprobado  de  la  mayor  parte  del  Con- 
cilio más  de  cuasi  todo,  si  no  es  de  algunos 
Obispos  franceses.  Hanse  dicho  muchas  cosas, 
principalmente  contra  los  Obispos  titulares,  de 
los  grandes  abusos  que  por  su  cansa  han  en- 
trado en  la  Iglesia,  y  no  ha  faltado  quien  los 
llamase  monstruos  y  larvas  y  puesto  en  duda 
si  son  Obispos,  porque  decían  que  nunca  hubo 
en  la  primitiva  Iglesia  Obispos  desta  manera, 
sino  que  los  que  se  ordenaban  eran  consagrados 
á  ciertas  Iglesias,  donde  ejercitasen  el  oficio.  No 
ha  escandalizado  poco  este  negocio,  porque  tres 
ó  cuatro  Obispos  annulares  que  hay  aquí  han 
querido  volver  por  su  honra,  y  poner  en  duda 
una  cosa  como  ésta  es  escandalizar  toda  la 
Iglesia.  Yo  me  fui  á  convalecer  á  una  casa  de 
campo  y  no  me  he  podido  hallar  en  las  congre- 
gaciones. 

A  los  20  de  mayo  se  tornó  á  dilatar  el  día 
en  que  se  había  de  determinar  lo  de  la  sesión 
para  10  de  junio. 

A  los  21  de  mayo  se  presentó  el  Conde  de 
Luna.  Concertóse  el  negocio  con  el  francés  de 
manera  que  entrambas  partes  quedaron  conten- 
tas ;  diósele  asiento  por  sí  apartado  de  los  de- 
más Embajadores,  de  suerte  que  le  tienen  en 
medio.  El  lugar  es  de  manera  que  se  conserva 
bien  la  autoridad  de  Su  Majestad;  con  todo  eso, 
se  hicieron  protestos  de  entrambas  partes.  Acu- 
dió gran  gente,  porque  muchos  temían  no  hu- 
biese algún  alboroto.  La  oración  hizo  el  doctor 
Fuentidueña,  y  como  la  mayor  parte  dcUa  fue 
en  loores  de  Su  Majestad  y  no  dijo  nada  de 
los  demás  Príncipes  cristianos,  porque  ni  era 
razón  barajar  á  Su  Majestad  con  nadie  ni  los 
Embajadores  de  los  otros  Reyes  y  Príncipes 
habían   dicho    palabra   del    Rey    Filipo,   algu- 


nos se  sintieron  desto  y  se  agraviaron,  pero  sin 
razón  ninguna,  porque  todos  los  que  bien  sien- 
ten juzgaron  que  todo  lo  que  se  había  dicho  de 
Su  Majestad  era  verdad  y  que  se  le  debía  aque- 
lla honra  muy  debida.  Yo  tuve  á  buena  dicha 
que  en  mi  casa  hubiese  quien  le  sirviese  como 
aquel  día  se  le  sirvió. 

A  principio  de  junio  llegó  aquí  un  Embaja- 
dor de  Francia.  Fué  recebido  en  congregación, 
donde  dio  cuenta  de  parte  del  Rey  Cristianísi- 
mo al  santo  Concilio  de  lo  que  en  Francia  se 
había  hecho,  desculpando  las  condiciones  de  las 
paces  que  en  Francia  se  habían  hecho  con  los  hu- 
gonotes, porque  [el]  estarlas  cosas  tan  encona- 
das como  estaban  había  forzado  al  Rey  de  pa- 
sar por  ellas.  Los  Legados  han  estado  muy  con- 
fusos y  dudosos,  y  todo  el  Concilio,  en  la  res- 
puesta que  se  debía  dar  á  esta  embajada,  por- 
que pasar  por  unas  paces  hechas  tan  en  detri- 
mento de  la  religión  y  en  deservicio  de  Nuestro 
Señor  no  es  posible,  ni  darlas  por  buenas,  de 
donde  se  ha  de  seguir  quedar  el  Rey  de  Fran- 
cia desgraciado.  I)e  manera  que  han  andado  en 
demandas  y  respuestas,  porque  unas  veces  des- 
agrada la  respuesta  al  Cai'denal  de  Lorena, 
que  intercede  por  su  Rey;  otras  le  parece  mal 
al  Concilio;  pero  en  fin  ello  se  vendrá  á  resu- 
mir en  que  no  será  muy  á  gusto  del  francés, 
porque  todos  abominan  de  paces  que  han  que- 
rido juntar  á  Cristo  con  Belial. 

Agora  se  torna  á  tratar  del  séptimo  canon, 
que  es  el  de  la  institución  de  los  Obispos.  El 
Cardenal  Morón,  por  concertar  una  cosa  tan 
enconada  y  hacer  de  manera  que  hubiese  paz  y 
concordia  entre  todos,  ha  hecho  congregaciones 
particulares  de  algunos  Prelados  para  mostrar- 
les aquel  capítulo  quinto  de  la  dotrina  de  Ordine 
que  hicieron  los  diputados  italianos  y  otro  que 
había  hecho  el  Cardenal  Lorena  y  algunos  espa- 
ñoles, á  lo  que  se  cree.  Yo  fui  llamado  á  la 
primera  congregación,  donde  nos  propusieron 
tres  cosas:  la  primera,  unas  cartas  de  los  Per- 
lados de  Inglaterra,  en  que  pedían  al  Concilio 
que  declarase  por  herética  y  scismática  á  la  Rei- 
na de  Inglaterra,  porque  convenía;  la  otra  fué 
pedirnos  que  para  cuándo  nos  parecía  que  era 
bien  que  be  señalase  el  día  de  la  sesión,  por- 
que se  llegaba  ya  el  día,  que  era  los  15  de  junio, 
en  que  se  había  de  determinar;  lo  tercero,  que 
dijésemos  nuestro  parecer  sobre  el  capítulo  de 
la  doctrina.  Cuando  llegó  mi  lugar,  yo  dije  á 
lo  primero  que  el  oficio  propio  del  Concilio  era 
definir  los  dogmas  de  fee  y  tratar  de  cosas  tocan- 
tes á  la  reformación  universal  de  la  Iglesia,  y 
no  meterse  agora  en  condenar  á  personas  par- 
ticulares; que  si  eso  se  hubiese  de  hacer  sería 
cuando  el  Concilio  se  acabase,  pero  que  me  pa- 
recía que  sería  bien  dar  parte  dello  á  Su  Santi- 
dad y  al  Emperador,  y  que  si  á  ellos  les  pare- 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


255 


ciese  que  era  liieu  que  el  Concilio  tratase  dello, 
que  se  seguiría  su  voluntad.  A  lo  segundo,  que 
me  parecía  que  el  señalar  el  día  de  la  sesión 
pendía  de  saber  el  estado  en  que  estaban  las 
cuestiones  comenzadas,  y  la  esperanza  que  ha- 
bía de  concordarse,  y  que  esto  nadie  lo  podía 
saber  como  los  señores  Legados,  y  que  á  ellos 
remitía  en  esta  parte  mi  parecer  y  voluntad.  A 
lo  tercero,  que  yo  no  me  había  hallado  en  estas 
disputas  por  mis  indisposiciones,  y  que  ansí,  no 
estando  prevenido,  no  podía  dar  parecer  en  cosa 
de  tanta  cualidad  sin  tener  más  espacio  para 
pensar  en  ello;  que  suplicaba  á  sus  señorías 
ilustrísimas  me  diesen  lugar  para  poder  mejor 
y  más  cómodamente  decir  lo  que  sentía.  Las  co- 
sas están  de  tan  mala  digestión  en  este  canon 
que  otro  día  que  nos  llamaron  á  congregación 
dije  al  Cardenal  Morón  que  me  parecía  no  ha- 
bía esperanza  de  concordia,  si  no  era  no  hacién- 
dose dotrina  sino  sólo  el  canon,  porque  los 
fi-anceses  pelean  por  la  autoridad  del  Concilio 
sobre  el  Sumo  Pontífice,  los  españoles  por  la 
autoridad  de  los  Obispos  y  los  italianos  por  la 
del  Papa,  y  ansí  que  era  imposible  hacerse  doc- 
trina que  pareciese  bien  á  todos.  Al  Cardenal 
le  pareció  bien  esto,  pero  dijo  que  no  se  podía 
acal)ar  con  ellos;  ansí  se  hizo  que  se  dejase  de 
hacer  la  dotrina.  Después  han  llamado  teólo- 
gos para  que  averigüen  si  en  el  canon  que  hi- 
cieron los  franceses  hay  alguna  cosa  que  sea 
contra  la  autoridad  del  Sumo  Pontífice.  Lla- 
maron los  teólogos  de  Su  Santidad  y  los  del 
Rey  de  Portugal  y  al  dotor  Fuentidueña,  por 
hacerme  á  mí  el  Cardenal  Morón  este  regalo  y 
porque  hubiese  quien  me  diese  cuenta  del  estado 
en  que  iban  los  negocios. 

La  sesión  se  echó  para  los  15  de  julio;  gran- 
dísima duda  hay  si  ha  de  bastar  este  mes  que 
hay  de  aquí  allá  para  averiguar  cosas  tan  en- 
marañadas y  de  tan  mala  digestión  como  es  el 
canon  de  la  residencia  y  de  la  institución  de  los 
Obispos,  que  ha  once  años  que  se  comenzó; 
hanse  hecho  muchos,  pero  ninguno  se  puede 
hacer  que  agrade  á  todos.  En  el  que  última- 
mente convinieron  se  ha  enviado  á  Su  Santidad 
para  que  le  vea,  que  pues  se  trata  de  su  autori- 
dad razón  es  que  se  le  dé  parte  dello  (*). 


El  Embajador  de  Francia  que  vino  á  dar 
cuenta  de  las  paces  al  Concilio  pasó  al  Empera- 
dor á  decirle  lo  mesmo,  y  él  le  respondió,  como 
convenía  á  i;n  Emperador  tan  católico:  á  lo  de 
las  paces,  que  le  pesaría  en  el  alma  que  las 
cosas  de  Francia  estuviesen  de  tal  manera  que 
hubiesen  forzado  al  Rey  Cristianísimo  á  hacer 


')  Tomo  II,  folios  20  á  29. 


lo  que  hizo,  que  si  no  fuei'a  por  fuerza  no  fuera 
posible  venir  en  paces  tan  perjudiciales  á  la 
honra  de  Dios  y  de  su  Iglesia;  á  lo  de  la  mu- 
danza del  Concilio,  que  le  parecía  que  como 
agora  estaba  se  podía  tener  esperanza  de  hacerse 
algún  bien,  y  que  con  el  mudarse  se  perdería; 
que  fuera  desto,  él  lo  tenía  asegurado  en  Trento, 
que  es  lugar  de  su  estado  del  condado  de  T¡- 
rol,  y  que  allí  bien  se  obligaba  él  á  tenerle 
seguro  debajo  de  su  amparo,  pero  que  en  nin- 
gún otro  lugar  fuera  deste,  en  Alemania, 
estando  las  cosas  como  están,  se  atrevería  á 
hacello,  y  que  aunque  esto  pareciese  flaqueza  él 
se  atrevía  á  decillo  porque  así  lo  senda.  El 
Embajador  se  partió  con  esto  al  Rey  de 
Bohemia. 

Día  de  San  Pedro,  el  conde  de  Luna  fué  á 
capilla  sin  esperar  á  hacer  concierto  con  los 
franceses,  porque  aunque  estaba  dado  orden 
en  lo  de  los  asientos  en  las  congregaciones, 
pero  en  la  misa  quedaba  otra  dificultad  por  el 
incensar  y  dar  de  la  paz,  que  no  parece  que 
podía  hacerse  sin  señalarse  algo  la  preceden- 
cia, y  en  esto  aun  no  se  había  dado  ningún 
medio;  pero  viendo  el  Conde  que  se  llegaba  la 
sesión  y  que  no  era  bien  aguardar  para  enton- 
ces, y  entendiendo  que  Su  Santidad  había 
mandado  que  se  usase  de  dos  turíbulos  y  dos 
portapaces,  determinó  de  irse  á  capilla.  Los 
Legados  (^),  á  lo  que  parece  no  estaban  pre- 
venidos, aunque  se  piensa  que  lo  estaban,  por- 
que habían  enviado  por  otro  [in]  censario;  pero 
viendo  sentado  el  Conde  y  que  los  franceses 
se  alteraban,  principalmente  el  Cardenal  de 
Lorena,  se  salieron  de  la  capilla  y  se  juntaron 
para  dar  orden  en  lo  que  se  debía  hacer.  En 
fin  mandaron  que  no  se  incensase  á  nadie  ni 
se  diese  paz.  Entretanto  uno  de  los  Embaja- 
dores franceses,  que  se  llama  Ferrer,  se  apartó 
de  su  lugar  y  fué  detrás  del  altar  á  hacer  una 
protestación,  porque  es  letrado  y  parecióle  que 
aquéllas  eran  las  mejores  armas.  En  fin,  con- 
cluida la  misa,  el  Conde  se  salió  y  vohñó  á 
casa  bien  acompañado  de  Perlados  españo- 
les y  italianos.  Los  franceses  quedaron  tan 
sentidos  de  lo  que  había  pasado,  que  dijeron 
que  querían  hacer  una  protestación  en  congre- 
gación pública  y  partirse  luego  y  hacer  un 
Concilio  nacional  en  Francia;  pero  que  pri- 
mero querían  que  se  averiguase  si  Pío  IV  era 
verdadero  Pontífice,  porque  había  sido  electo 
por  simonía,  y  que  desta  causa  querían  que 
fuese  juez  el  Concilio.  Estas  y  otras  cosas  les 
hacía  decir  la  cólera  y  poca  cristiandad.  Des- 
pués dijeron  que  no  querían  hacer  el  protesto 
sino  en  congregación  particular  á  solos  los 
Legados.  ¡Bien  han  dado  á  entender  lo  que 

(*)  En  d  ms.  Legados  que. 


256 


autobiografías  y  memorias 


tienen  en  el  pecho,  pues  con  tan  liviana  oca- 
sión han  venido  á  decir  cosas  tan  exorbitan- 
tes! Yo  á  esta  sazón  no  estaba  en  Trento,  que 
nio  había  ido  á  Margón.  El  Conde  me  envió  á 
llamar  para  darme  parte  de  los  negocios;  yo 
vine  7  nos  hemos  juntado  en  su  casa  muchos 
Perlados  españoles  y  italianos  para  dar  orden 
en  lo  que  se  ha  de  responder  al  protesto  de  los 
franceses,  si  le  hiciesen.  En  fin  se  resolvieron 
los  franceses  en  despachar  un  correo  á  Su  San- 
tidad para  quejarse  del  agravio  que  se  le  hacía 
al  rey  pupilo,  pues  sin  oirle  le  querían  quitar 
la  preeminencia  que  tantos  años  había  que 
])Oseía.  Los  Legados  despacharon  otro  correo 
al  Papa  dándole  cuenta  de  todo  lo  que  pasaba. 
No  habrá  tenido  poco  desabrimiento  cuando  lo 
haya  sabido,  principalmente  cuando  entienda 
las  injurias  que  se  han  dicho  contra  él,  porque 
los  franceses  decían  que  ellos  no  tenían  enojo 
con  los  Legados,  ni  con  el  Rey  de  España,  ni 
con  su  Embajador,  ni  con  la  Sede  Apostólica, 
á  quien  querían  estar  obedientes,  sino  con 
Pío  IV,  por  el  agravio  que  hacía  al  Rey  Cris- 
tianísimo, á  quien  siendo  niño  quería  privar 
del  honor  que  habían  tenido  sus  pasados.  El 
Conde  estaba  apercibido  para  responder  á  los 
protestos  que  hiciesen,  de  manera  que  si  el 
protesto  fuese  descomedido  contra  la  autoridad 
del  Papa,  se  les  respondiese  como  convenía  á 
su  atrevimiento  y  á  la  autoridad  de  Su  Santi- 
dad, y  si  no  se  respondiese  con  moderación. 
A  todo  esto  fuimos  todos  de  parecer  que  se 
hiciese  un  comedimiento  con  el  Cardenal  de 
Lorena  y  fuesen  dos  ó  tres  Perlados  de  los 
nuestros  á  hacelle,  dándole  á  entender  cómo 
las  cosas  que  por  ahí  andaban  sembradas  de 
parte  de  los  Embajadores  franceses  no  sola- 
mente eran  en  deshonor  de  la  Sede  Apostólica 
y  Pío  IV,  pero  que  con  ellas  se  hacía  también 
agravio  al  Rey  Cristianísimo,  y  que  las  cosas 
que  se  hacían  eran  por  bien  de  pez  sin  agravio 
del  derecho  que  cada  uno  tenía,  y  que  el  Rey  de 
España,  por  el  parentesco  y  amistad  que  con 
el  de  Francia  tenía,  miraría  tanto  por  su  honor 
como  por  el  propio,  y  que  el  mesmo  señor  Car- 
denal de  Lorena  había  importunado  en  Ins- 
pruch  al  Emperador  que  hiciese  venir  al  Conde 
que  él  liaría  cómo  se  diese  buen  orden  en  los 
asientos,  y  que  pues  esto  era  ansí,  qu?  les  supli- 
caba no  diesen  ocasión  á  que  el  Concilio  por 
algún  scisma  se  desbaratase.  Este  comedi- 
miento hizo  el  mesmo  Conde,  porque  el  Car- 
denal en  este  medio  le  vino  á  ver.  A  todos  nos 
pareció  que  era  bien  que  el  Conde  en  lo  público 
mostrase  su  valor  y  diese  á  entender  que  de 
ninguna  manera  torcería  de  lo  que  Su  San- 
tidad había  ordenado;  pero  que  cuando  se 
hubiese  de  venir  al  hecho,  de  ninguna  manera 
se  diese  ocasión  á  tanto  mal  como  era  desbara- 


tarse el  Concilio  por  cosa  semejante  ó  irse  los 
franceses. 

La  sesión  no  lleva  camino  de  hacerse  á  los 
lá  de  julio,  porque  fuera  de  que  este  negocie 
de  los  Embajadores  ha  sido  un  gran  tropiezo, 
las  demás  cosas  aun  no  están  de  suerte  que 
nos  den  buenas  esperanzas.  Ya  me  parece  que 
se  podrá  llamar  esta  sesión  disensión,  pues  ella 
la  ha  hecho  durar  diez  meses  que  ha  que  se 
comenzó,  y  se  está  agora  tan  entera  como  al 
principio.  Agora  se  han  tornado  á  dar  los 
cánones  de  abusos  de  Ordine  para  que  se  vote 
sobre  ellos. 

El  Cardenal  Morón,  viendo  la  disensión  y 
variedad  de  opiniones  que  hay  sobre  esto  de  la 
institución  de  los  Obispos,  ha  seguido  un  orden 
muy  bueno  y  cuerdo,  que  ha  hecho  muchas 
congregaciones  particulares ,  llamando  unas 
veces  unos  Perlados  y  otras  otros,  para  que, 
sabiendo  los  pareceres  y  voluntades  de  todos, 
se  entendiese  qué  medio  se  podría  dar  para 
concertallos.  No  se  ha  hallado  mejor  medio 
que  quitar  el  quinto  canon  de  la  dotrina, 
donde  se  hablaba  del  Papa  y  Obispos,  porque 
en  aquél  no  había  esperanza  de  concierto.  Y 
ansí  se  quitó,  y  porque  á  nadie  le  pesaba  tanto 
de  que  se  dijese  lo  que  allí  se  decía  del  Papa 
como  á  los  franceses,  porque  ellos  pretenden 
que  el  Concilio  es  superior  al  Papa,  holgaron 
de  ablandar  en  lo  del  séptimo  canon  y  que  no 
se  dijese  Episcopos  esse  a  Christo  institutos, 
sino  que  el  canon  se  hiciese  desta  manera:  Si 
qids  dixerit  in  Ecclesia  catholica  non  esse 
hierarchiam  divina  ordinatione  institutam  qwi' 
constat  ex  episcupis,  /»ré.s%íer/s  et  ministris^ 
anathema  sit. 

Y  á  este  canon  en  particular  congregación 
habían  dicho  placet  el  Cardenal  de  Lorena  y 
franceses,  y  el  Arzobispo  de  Granada  y  Obispo 
de  Segovia,  que  eran  los  que  más  recios  habían 
estado  en  este  negocio. 

Concertado  esto,  pareciéndoles  á  los  Lega- 
dos después  de  haber  tomado  el  pulso  á  las 
naciones,  que  la  cosa  se  podía  ya  poner  en  pú- 
blica congregación  porque  ya  lo  daban  por 
hecho,  viernes  á  las  cinco  de  la  mañana  llama- 
ron á  congi'egación  general,  que  fué  á  los  9  de 
julio,  y  propusieron  la  doctrina  de  Ordine  sin 
el  quinto  capítulo,  y  los  cánones,  y  más  el 
canon  de  Residencia,  que  muchos  días  había 
que  habían  enmendado.  El  Cardenal  de  Lorena 
y  los  que  fueron  deputados  con  él  votaron  en 
lo  primero  cuasi  todos  per  verhum  placet,  aun- 
que sobre  aquella  palabra  Ordinatione  divina 
hubo  algunas  contradicciones,  por  parecerles 
que  aquella  palabra  es  muy  general  y  que  della 
no  se  podía  argüir  ser  instituidos  los  Obispos 
de  Cristo  porque  Reyes  y  magistrados  y  otras 
cosas  dicuntiir  Jleri  in   Ecclessia  ordinatione 


DOX  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


257 


divina;  de  manera  que  algunos  dijeron  que  se 
pusiese  oriUnatione  peculiari,  y  en  esto  parece 
que  quedaron  resolutos  y  aprobado  el  canon 
de  Residencia.  Y  luego  el  sábado  se  comenzó  á 
votar  en  los  cánones  de  los  abusos. 

El  Arzobispo  de  Granada,  aunque  el  día  de 
antes  le  había  parecido  bien  el  canon  de  la 
Hierarchia,  el  día  de  la  congregación  lo  reprobó 
con  aspereza,  y  el  Obispo  de  Segovia  dijo  que 
él  había  estado  bien  en  el  canon,  pero  viendo 
que  sin  habérselo  mostrado  habían  añadido 
otro,  decía  que  agora  ni  el  uno  ni  el  otro  le 
parecía  bien ;  con  todo  esto,  aunque  hubo  algu- 
nas contradicciones,  fué  grande  la  alegría  de 
todo  el  Concilio  viendo  que  la  sesión  se  hacía 
á  los  15  de  julio,  que  nadie  lo  esperaba,  según 
iban  las  cosas.  Sábado  en  la  noche  me  dicen 
que  fué  el  Conde  de  Luna  á  los  Legados  y  les 
dijo  que  si  no  se  ponía  en  el  canon  claramente 
institutione  divina,  que  los  españoles  no  irían 
á  la  sesión.  Esto  se  hizo,  lo  uno  porque  verda- 
deramente aquella  palabra  ordinatione  divina 
es  tan  universal  que  se  puede  tomar  en  muchos 
sentidos ,  y  ansí  los  unos  aprobaban  aquel 
decreto  con  persuasión  que  quería  decir  que 
los  Obispos  son  instituidos  de  Cristo,  y  otros 
con  creer  que  del  Papa  les  viene  la  dignidad 
cuanto  á  la  jurisdicción,  porque  todo  lo  que  el 
Papa  hace  con  la  autoridad  que  Dios  le  dio  se 
dice  hecho  ordinatione  divina;  de  suerte  que 
no  parece  que  todos  pretenden  una  cosa  ni  es 
el  mesmo  espíritu  el  de  todos,  que  es  harto 
inconveniente  para  hacer  decreto  sub  nomine 
anathematis.  La  oti-a  causa  fué  porque  el 
Conde  recibió  una  carta  de  Su  Majestad  en 
que  le  decía  que  hiciese  que  las  cosas  del  Con- 
cilis  fuesen  de  espacio.  El  designo  desto  nadie 
lo  sabe,  sino  que  se  hacen  muchos  discursos  al 
uso  italiano.  Esta  embajada  que  hizo  el  Conde 
á  los  Legados  no  les  hizo  muy  buen  estómago, 
porque  parece  que  ha  de  ser  parte  para  que  la 
sesión  no  se  haga  á  los  15  de  julio,  principal- 
mente á  Morón  que  lo  sintió  en  extremo  viendo 
que  se  le  impide  una  cosa  que  él  tenía  tan  tra- 
bajada y  en  tan  buenos  términos  para  con- 
cluirla tan  á  gusto  de  Su  Santidad.  ¡Dios  lo 
remedie,  que  no  parece  sino  que  todos  quieren 
hacer  sus  negocios  con  este  Concilio  y  se  quie- 
ren servir  del  para  sus  intereses,  y  no  parece 
que  se  tiene  el  respeto  que  se  debe  á  la  honra 
de  Dios  y  al  remedio  de  su  Iglesia  que  va  tan 
decaída;  pero  yo  creo  que  son  estos  secretos 
caminos  de  su  Providencia,  que  permite  todas 
estas  cosas  para  mayor  azote  de  nuestros 
pecados!  (^). 


(')  Tomo  II,  folios  U  á  16 


Entre  los  otros  libros  que  han  visto  los  depu- 
tados  del  índice  fué  uno  la  Doctrina  Cristiana 
del  Arzobispo  de  Toledo;  aprobáronla  y  firmá- 
ronla once  diputados,  y  despacháronse  luego 
copias  de  la  aprobación  á  España.  No  debió  de 
hacer  buen  estómago  este  negocio  á  los  seño- 
res inquisidores,  porque  se  ha  hecho  tan  grande 
instancia  en  este  caso  que  algunos  de  los  que 
habían  firmado  han  andado  vacilando  y  casi 
por  desdecirse,  como  es  el  Arzobispo  de  Pa- 
lermo  y  el  Obispo  de  Columbria,  español  y 
fraile  agustino;  han  querido  achacar  que  no  fué 
en  día  de  deputación  ni  llamados  los  deputa- 
dos,  y  el  Obispo  de  Lérida  ha  querido  tomarlo 
tan  á  pechos  que  dijo  el  otro  día  en  deputa- 
ción, porque  fué  uno  de  los  que  no  se  hallaron 
el  día  que  se  firmó,  aunque  era  de  los  deputa- 
dos,  que  había  sido  hecho  sin  consideración  y 
imprudentemente.  El  xVrzobispo  de  Praga,  que 
es  Presidente  de  la  deputación,  averiguó  allí 
cómo  se  había  hecho  á  la  hora  acostumbrada  y 
en  día  de  deputación,  y  después  dijo  que  no 
venía  él  allí  para  que  nadie  le  dijese  injurias,  y 
que  él  diría  á  los  Legados  que  señalasen  otro 
Presidente;  harto  más  templada  respuesta  que 
merecía  la  demanda. 

También  se  ha  dado  orden  estos  días  y  Su 
Santidad  lo  quiere,  y  todos  lo  desean  y  es  cosa 
muy  importante  á  la  cristiandad,  que  se  haga 
un  catecismo,  y  así  han  señalado  teólogos  para 
ello,  distribuyendo  las  materias  por  ellos.  Para 
el  Credo  señalaron  españoles,  porque  parece 
que  son  gente  á  quien  S3  les  puede  encomendar 
la  fee.  Entre  ellos  señalaron  al  doctor  Fuenti- 
dueña  y  le  dieron  aquel  artículo:  et  inde  ventu- 
ras est  judicare  vivos  et  mortuos.  El  Pater  nos- 
ter  encomendaron  á  unos  doctores  de  Lovaina 
y  otros  franceses.  Hacerse  han  dos  catecismos, 
uno  grande  y  otro  pequeño.  El  grande  para  que 
se  sirvan  del  los  que  han  de  enseñar,  como  son 
los  curas,  y  el  otro  pequeño  que  sea  como  una 
suma  del  grande,  el  cual  ande  en  todas  len- 
guas para  que  los  niños  le  deprendan  de  coro, 
que  es  una  cosa  importantísima,  porque  se  tiene 
por  cierto  que  un  catecismo  que  hizo  Calvino 
fué  el  que  destruyó  á  toda  Francia. 

Pasada  la  sesión,  como  ya  estaba  disputada 
la  materia  de  Matrimonio,  hicieron  los  deputa- 
dos  once  cánones  y  dos  decretos  de  los  matri- 
monios clandestinos,  y  los  propusieron  para 
que  los  Prelados  diesen  su  parecer  sobre  ellos. 
En  lo  que  ha  habido  mayor  controversia  ha 
sido  sobre  si  se  han  de  anular  los  matrimonios 
clandestinos,  porque  á  algunos  les  parece  que 
la  Iglesia  no  lo  puede  hacer,  ni  tampoco  que 
sea  menester  el  consentimiento  de  los  padres, 
como  lo  dispone  el  segundo  decreto,  porque 
parece  que  se  va  contra  la  libertad  de  aquel 
;  consejo  que  da   San   Pablo,  qui  non  continet 


258 


AUTOBIOGRAFLAS  Y  MEMORIAS 


nubat;  pero  más  de  las  dos  partes  del  Concilio 
han  venido  en  que  la  Iglesia  lo  puede  hacer  y 
que  es  cosa  muy  necesaria  en  la  república,  y  los 
Embajadores  de  España,  Francia  y  Portugal 
lo  han  pedido  con  grande  instancia.  También 
ha  habido  alguna  diversidad  sobre  el  sexto 
canon,  porque  parece  que  en  él  se  condena  la 
opinión  de  San  Ambrosio  (*). 


* 
*  « 


Los  cánones  de  sacramento  Matrimonii,  co- 
rregidos por  los  diputados,  se  tornaron  á  pro- 
poner al  Concilio  juntamente  con  doce  capí- 
tulos de  abusos  que  hay  en  este  sacramento. 
Hase  tornado  á  encender  la  disputa  sóbrelos  ma- 
trimonios clandestinos,  porque  hay  muchos  que 
les  parece  que  la  Iglesia  no  los  puede  irritar,  y 
como  los  dos  Cardenales  Lorena  y  Madrucio, 
que  son  los  primeros  que  votan,  estuvieron  dife- 
rentes, parece  que  esta  ha  sido  causa  de  una 
manera  de  competencia  que  no  ha  parecido 
bien,  porque  no  ha  faltado  quien  ha  dicho  en 
congregación  quién  andaba  á  sobornar  para 
que  no  se  irritasen  los  clandestinos.  El  negocio 
tiene  tanta  contradicción  que  creo  ha  de  ser 
bastante  á  impedir  la  determinación  deste  de- 
creto. También  hay  controversia  sobre  el  canon 
del  divorcio,  porque  los  Embajadores  de  los 
venecianos  dieron  una  súplica  en  pública  con- 
gregación, pidiendo  al  Concilio  que  tuviese  por 
bien  que  el  canon  no  pasase  adelante,  porque 
fuera  de  que  en  él  se  condenaban  tantos  Pa- 
dres antiguos,  como  Ambrosio,  Tertuliano,  Hi- 
lario, Lactancio,  Theophilacto  y  otros,  condená- 
base también  toda  la  nación  griega,  la  cual  no 
era  razón  ser  condenada  sin  ser  llamada  ni 
oída,  y  que  ansí  suplicaban  que  se  ordenase  aquel 
canon  de  otra  suerte;  y  ansí  dieron  ellos  un 
canon  cuya  sentencia  era  que  el  que  dijese  que 
la  Iglesia  católica  romana  había  errado  man- 
dando que  los  que  habían  hecho  divorcio  causa 
fornicationis  no  se  pudiesen  tornar  á  casar, 
fuese  anatema.  Este  canon  aprobó  el  Cardenal 
de  Lorena,  y  muchos  han  sido  deste  parecer. 
No  sé  qué  fin  tendrá. 

Los  capítulos  de  Reformación  los  andan 
glosando  los  Embajadores  de  los  Reyes;  los  de 
Francia  dieron  sus  glosas  cual  sea  su  salud; 
también  las  han  dado  los  de  España;  todos  dan 
razón  de  algunos  decretos  que  no  deben  liacerse 
porque  no  les  está  bien  á  sus  Reyes.  Ella  no  es 
muy  buena  razón,  pero  dicen  que  están  antes 
obligados  á  dar  malas  razones  que  á  dejar  de 
volver  por  el  interés  de  sus  Reyes. 

También  se  ha  hecho  un  decreto  de  las  exen- 
ciones de  los  capítulos,  donde  no  sólo  confir- 

(')  Tomo  II,  folios  52  á  54. 


man  el  que  se  hizo  en  tiempo  de  Paulo,  pero 
añaden  otras  cosas  más,  de  suerte  que  cuasi  no 
les  queda  nada  á  los  Cabildos,  y  no  me  espanto, 
porque  están  algunos  tan  deseosos  de  ser  seño- 
res como  no  lo  nacieron,  que  como  tienen  ellos 
el  mando  y  el  palo,  siendo  los  jueces,  quieren 
hacer  su  negocio,  y  no  ha  faltado  quien,  dicien- 
do su  parecer  en  congregación  y  hablando  de 
los  capítulos,  dijo:  Capitulares  pessimiim  genus 
hominum,  A  mí  no  me  ha  parecido  bien  que 
sean  maltratados  los  que  la  Iglesia  nos  dio  por 
ministros  que  nos  ayudasen  en  el  gobierno 
della,  y  así  holgaría  que  quitadas  todas  las 
exenciones,  se  diese  algún  buen  medio  en  el 
corregir  de  los  delictos. 

El  Patriarca  de  Aquileya,  que  se  llama  Gri- 
mano,  gentilhombre  veneciano,  vino  aquí  al 
Concilio  á  que  se  sentenciase  en  él  su  causa,  la 
cual  pasa  desta  manera:  que  estando  él  en  Ve- 
necia  y  habiendo  dejado  en  Aquileya  un  provi- 
sor suyo,  un  fraile  de  Santo  Domingo,  predi- 
cando en  la  iglesia  mayor,  dijo  entre  otras 
cosas,  tratando  de  la  predestinación,  que  los 
predestinados  no  podían  condenarse,  ni  los 
prescitos  salvarse,  lo  cual  escandalizó  al  pue- 
blo grandemente,  de  manera  que  no  sabiendo 
el  provisor  qué  medio  tener  para  quitar  este 
escándalo,  escribió  al  Patriarca  dándole  cuenta 
de  lo  que  pasaba.  El  Patriarca  respondió  largo, 
diciendo  que  el  fraile  había  dicho  verdad  y  el 
pueblo  no  había  tenido  razón  de  escandalizarse, 
trayendo  nmchos  argumentos  en  confirmación 
desta  doctrina.  A  cabo  de  trece  años  que  pasó 
este  negocio,  estando  el  Patriarca  en  Roma, 
le  hizo  merced  el  Papa  Pío  V  de  darle  capello. 
Propuesto  el  negocio  en  Consistorio  y  votado 
ya  que  se  la  diese,  ciertos  Cardenales  émulos 
suyos  dijeron  que  Su  Santidad  no  debía  ha- 
cerlo, porque  el  Patriarca  era  sospechoso  en 
cosas  de  la  fee  y  no  convenía  que  entrase  en  el 
CoUegio  de  los  Cardenales,  y  para  testimonio 
desto  presentaron  la  carta,  que  había  trece  años 
que  estaba  enterrada;  pero  no  hay  cosa  que  no 
desentierra  la  invidia  y  la  calumnia.  El  Papa 
quiso  que  se  viese  el  negocio  y  se  averiguase  y 
resolvióse  en  que  si  el  Patriarca  se  purgase  se 
le  diese  el  capello,  y  si  no  no.  El  pobre  Pa- 
triarca, que  antes  estaba  muy  honrado,  sin- 
tiendo que  la  suma  honra  le  acarreaba  suma 
deshonra,  pues  el  día  que  le  hacían  Cardenal  le 
hacían  también  hereje,  se  fué  llorando  al  Papa. 
Eli  fin,  se  resumió  la  cosa  en  que  se  tratase  en 
Inquisición.  Los  inquisidores  fueron  de  pare- 
cer la  mayor  parte  de  los  votos  que  en  la  carta 
había  algunas  proposiciones  que  podían  tener 
bueno  y  mal  sentido,  de  suerte  que  todo  pendía 
de  que  él  declarase  el  sentido  en  que  las  había 
dicho.  El  Papa  le  tomó  un  día  descuidado,  y 
mandándole  encerrar  en  su  aposento,  le  hizo 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


259 


que  sin  luás  estudios  ni  libros  respondiese  á 
aquellas  proposiciones.  El  lo  hizo  de  suerte  que 
las  respuestas  hacían  la  carta  muy  católica;  con 
todo  eso,  eran  los  adversarios  tan  poderosos, 
que  no  bastó  á  que  Su  Santidad  hiciese  que  la 
causa  se  sentenciase.  El  Patriarca,  viendo  que 
no  podía  acabar  nada  con  el  Papa,  con  supli- 
carle cada  día  que,  pues  él  estaba  infamado, 
hiciese  que  su  causa  se  sentenciase,  y  si  tenía 
culpa  fuese  castigado  y  si  no  que  no  padeciese 
sin  culpa  sn  honra,  vínose  á  Venecia.  Desde 
allí  ha  importunado  tanto  la  Señoría  al  Papa, 
que,  aunque  con  harta  dificultad,  se  acabó  con 
e'l  que  le  diese  licencia  para  venir  á  Concilio,  y 
quo  allí  se  averiguase  su  causa.  Venido  aquí  se 
sometió  por  los  Legados  á  veinte  y  seis  Per- 
lados de  todos  las  naciones,  y  todos  ellos  sin 
l'altar  ninguno  han  dado  por  católica  la  epís- 
tola y  dado  su  parecer  por  escrito.  De  todos  se 
saca  una  sentencia  de  absolución  para  enviar  á 
Roma.  Hay  esperanza  que  le  darán  el  capelo. 


Hanse  tornado  todos  estos  cánones  de  Ma- 
trimonio al  crisol  de  la  depntación,  para  que 
conforme  á  los  votos  se  emienden.  Hay  gran 
controversia  sobre  la  irritación  de  los  clandes- 
tinos; pero  mayor  la  hay  sobi-e  los  cánones  de 
Reformación,  porque  se  dieron  treinta  y  seis,  y 
como  los  Embajadores  de  los  Reyes  han  instado 
en  que  no  se  hable  en  pragmáticas  ni  en  los 
demás  privilegios,  liase  detenido  el  proponerlos. 
El  Embajador  de  Espafxa  usa  de  un  artificio, 
que  por  ser  tan  claro  deja  de  serlo,  y  es  que 
nunca  ha  dicho  á  los  Legados  que  no  se  pro- 
ponga aquello  que  toca  á  lo  de  los  Reyes, 
pero  por  otra  parte  dicen  que  si  se  propone 
que  no  irá  ninguno  de  los  españoles  á  congre- 
gación. 

De  parte  de  los  Embajadores  del  Empera- 
dor se  pidieron  diez  días  de  término  para  de- 
terminarse ellos  si  pasarían  por  la  proposición 
de  aquellos  capítulos.  Los  Reyes  querrían  que 
se  reformase  el  clero  y  que  no  se  hablase  en 
ninguna  cosa  que  les  toca,  ó  á  lo  menos  que 
aquello  fuese  lo  postrero,  y  que  primero  se  co- 
menzase por  los  eclesiásticos,  y  ansí  lo  quería 
probar  cierto  Perlado  con  un  ejemplo,  diciendo 
que  si  toda  una  ciudad  estuviese  enferma,  si  de 
otra  se  enviase  algún  médico  para  que  la  cu- 
rase, que  lo  primero  había  de  curar  los  médicos 
enfermos  para  que  ellos  después  le  ayudasen  á 
curar  los  demás,  y  pues  los  eclesiásticos,  que 
son  los  médicos,  están  enfermos,  que  sean  los 
primeros  que  se  curen.  Esta  razón,  aunque  es 
ímena,  no  les  agrada  á  los  Legados,  porque  les 
parece  que  el  dilatar  los  Reyes  su  cura  es  bus- 
car ocasión  como  estorbarla,  y  querrían  que 


todo  anduviese  junto  lo  uno  y  lo  otro;  pero 
como  los  Reyes  pueden  hacer  lo  que  quisieren  y 
salirse  con  ello  por  fuerza  ó  por  grado,  y  hacen 
tantos  fieros,  aunque  no  creo  que  ellos  los  ha- 
cen, sino  sus  ministros,  para  ganarles  la  venia, 
y  muchos  Perlados  por  respectos  suyos  no  ^e 
osan  tomar  con  ellos  y  procuran  llevarlo  por 
otro  camino,  y  es  quitando  algunos  capítulos 
que  deseaban  mucho  algunos  Obispos  españo- 
les que  se  propusiesen  que  son  muy  importan- 
tes, para  que  después  con  ellos,  como  con  tor- 
cedor, hiciesen  que  se  propusiesen  los  que  tocan 
á  los  Reyes,  pero  aun  esto  no  les  aprovecha, 
porque  les  tornan  á  amenazar,  si  no  proponen, 
que  no  irán  á  congregación.  Y  ansí  al  principio 
daban  diez  y  ocho  capítulos  y  después  les  hi- 
cieron que  añadiesen  dos  que  se  quedaban:  el 
uno  de  las  exentiones  de  los  Cabildos,  y  otro  de 
la  pluralidad  de  beneficios;  y  no  contentos  con 
esto  tornaron  á  porfiar  que  se  añadiesen  el  de 
las  primeras  instancias  y  también  se  les  ha  con- 
cedido. Tras  esto  querrían  agora  el  de  los  re- 
gresos. El  Cardenal  Morón,  enojado,  ha  dicho 
que  pues  el  Embajador  de  España  dice  que  no 
quiere  él  estorbar  que  no  se  proponga  el  de  los 
Reyes,  y  los  del  Emperador  han  pedido  diez 
días,  que,  cumplido  este  término,  él  los  propon- 
drá todos.  Yo  no  sé  porqué  tienen  tanto  miedo 
estos  Embajadores  y  Pei-lados,  porque  si  lo  que 
los  Reyes  tienen  por  privilegios  es  cosa  conve- 
niente para  el  bien  de  la  Iglesia,  de  creer  es 
que  el  Concilio  lo  aprobara,  y  si  es  malo  y 
oprime  la  libertad  eclesiástica,  ¿por  qué  no  con- 
sienten que  se  quite,  queriendo  más  ganar  la 
gracia  del  Rey  que  hacer  lo  que  conviene  á  la 
Iglesia?  de  suerte  que  han  de  confesar  que  ó  es 
malo  lo  que  los  reyes  hacen  ó  tienen  á  todo  el 
Santo  Concilio  por  sospechoso,  de  quien  no 
osan  confiar  el  averiguación  dellos,pareciéndolcs 
que  ellos  entienden  mejor  lo  que  conviene  á  la 
Iglesia  que  lo  entenderá  todo  el  Concilio  y  que 
tienen  mejor  celo  que  tendrá  el  Concilio,  que  es 
una  presunción  soberbia.  Estas  cosas  son  las 
que  han  de  hacer  detener  el  Concilio  más  de  lo 
que  todos  desean,  y  también  el  Emperador 
teme  que  si  se  condenan  los  herejes  no  se  sigan 
algunas  alteraciones  en  sus  estados,  y  ansí 
desea  alguna  dilación.  No  es  de  creer  de  un 
pecho  tan  cristiano  y  tan  celoso  que  hace  esto 
sin  buen  fin,  y  ansí  se  dice  que  trata  con  los 
herejes  buscando  si  hallase  algún  camino  como 
reducirlos;  y  en  lo  que  toca  á  ser  reformados, 
él  ha  escrito  que  se  huelga  que  el  Concilio,  en 
su  persona  y  privilegios  y  lo  demás,  reforme  lo 
que  le  pareciere  que  más  conviniere  para  el  re- 
medio de  la  Iglesia  cristiana. 

Hoy  que  son  7  de  septiembre  se  comienza  á 
votar  sobre  los  cánones  y  decretos  de  Matrimo- 
nio. Han  mudado  la  prefación  en  otra  que  para 


2G0 


autobiografías  y  memorias 


dotrina  es  corta  y  para  prefacio  es  doctrina. 
También  han  propuesto  otro  decreto  en  que 
irritan  todos  los  ruatrinionios  clandestinos,  para 
ver  si  el  Concilio  quiere  recibirle,  de  suerte  que 
se  ha  de  votar  en  él  solamente  per  rerbum  pla- 
cel. No  parece  que  hay  esperanza  de  hacerse  la 
sesión  el  día  señalado.  Hoy  también  se  ha  reci- 
bido un  Embajador  de  la  Orden  de  San  Juan 
de  Malta,  y  se  le  ha  dado  lugar  entre  los  Em- 
bajadores eclesiásticos,  que  hacía  diez  meses 
que  no  le  dejaban  sentar  en  el  Concilio,  que  es 
de  espantar  cómo  ha  podido  esperar  tanto  tiem- 
po aquí,  según  los  pleitos  [que]  le  han  movido, 
y  si  no  fuera  porque  mucha  gente  principal  ha 
intercedido,  nunca  creo  que  acabaran  de  darle 
lugar  donde  se  sentase,  aunque  ya  parece  que 
se  sienta  á  tiempo  que  todos  quieren  levan- 
tarse, aunque  él  debe  haber  tenido  por  mejor  el 
sentarse  tarde  que  nunca,  según  ha  tenido  la 
paciencia  para  esperar  tanto  tiempo  (}). 


En  este  tiempo  llegó  una  carta  de  Su  Ma- 
jestad, en  que  manda  que,  por  cuanto  la  estada 
del  Maestrescuela  de  Segovia  en  Trento  por 
parte  de  los  Capítulos  y  Iglesias  de  España  es 
perjudicial  al  gobierno  de  sus  reinos,  mandaba 
que  dejase  el  oficio  que  tenía  y  se  saliese  de 
Trento.  Ha  escandalizado  esto  á  muchos,  por 
ser  contra  la  libertad  del  Concilio,  que,  dando 
licencia  á  los  herejes  que  vengan  y  que  digan 
lo  que  quisieren  en  defensa  de  sus  errores  y 
que  sean  oídos  sin  recebir  agravio  de  nadie,  no 
consientan  á  los  católicos  y  obedientes  á  la 
Iglesia  que  vengan  á  dar  razón  de  sus  privile- 
gios y  exenciones,  para  que  se  entienda  con 
qué  razón  y  derecho  las  tienen,  sino  que  los 
quieran  condenar  sin  oirlos  ni  consentir  que 
haya  nadie  que  alegue  de  su  derecho,  princi- 
palmente que  el  defender  sus  exenciones  no 
puede  perjudicar  al  gobierno  del  reino,  sino  que 
deste  Concilio  ha  habido  Perlados  españoles 
que  han  importunado  á  Su  Majestad  que  haga 
esto,  por  hacer  ellos  mejor  su  negocio,  no  acor- 
dándose de  la  injuria  grande  que  hacen  á  la 
libertad  del  santo  Concilio  y  la  ofensa  á  Dios 
y  escándalo  á  todos  los  que  lo  saben. 

También  se  suena  que  Su  Santidad  ha  con- 
cedido á  Su  Majestad  las  galeras  perpetuas  y 
patnmazgo  para  todas  las  primeras  dignidades 
de  todas  las  Iglesias  de  España,  catedrales  y 
colegiales,  y  la  venta  de  todos  los  lugares  de  la 
Iglesia.  Cosas  son  éstas  que  pueden  poner  de- 
seo á  los  Obispos  de  dejar  los  obispados  y  á  los 
clérigos  las  ordenes,  pues  ven  tan  abatida  la 
Iglesia  y  tributaria,  que  Dios  quiso  que  fuese 

V)  Tomo  II,  folios  61  á  68. 


libre,  y  por  mano  de  aquellos  que  habían  de 
mirar  más  por  su  libertad  y  su  honra. 

Entre  los  demás  que  son  de  opinión  que  no 
so  deben  irritar  los  matrimonios  clandestinos, 
uno  es  el  Cardenal  Varmiense,  que  ni  las  dis- 
putas pasadas  de  los  teólogos  ni  los  pareceres 
de  Perlados  han  sido  bastantes  para  quitarle 
un  escrúpulo  grande  de  que  la  Iglesia  no  lo 
puede  hacer;  y  después  de  haberse  votado  tres 
veces,  el  Cardenal  Morón,  por  satisfacerle,  hizo 
juntar  en  su  casa  todos  los  Legados  y  los  dos 
Cardenales  Lorena  y  Madrucio  y  los  diputados 
de  estos  capítulos  de  Sacramento  Ordinis,  y 
mandó  llamar  ocho  teólogos  para  que  en  su 
presencia  disputasen  si  la  Iglesia  podía  irritar 
estos  matrimonios,  y  si  la  causa  de  hacerse 
ocultamente  era  bastante  para  ser  irritados. 
Los  cuatro  de  los  teólogos  decían  que  lo  podían 
hacer,  que  fueron  Diego  de  Paiva,  portugués; 
Vigor  y  Dupré,  franceses,  y  el  doctor  Fuenti- 
dueña.  Los  otros  cuatro  tenían  lo  contrario, 
que  eran:  Salmerón  y  Torres,  españoles;  Pel- 
tier,  francés ,  y  un  inglés.  Disputóse  lunes  á 
los  13  de  septiembre,  y  martes  quisieron  que 
se  tornase  á  la  disputa  y  que  se  hiciese  más 
pública,  á  la  cual,  como  acudió  mucha  gente 
y  muchos  Perlados,  no  tuvo  otro  fruto  sino 
llegar  algunos  de  los  Perlados  que  quisieron 
atravesarse  á  decirse  malas  palabras.  Primero 
se  disputó  entre  los  Legados  y  Obispos  cuáles 
de  los  teólogos  habían  de  argüir  y  cuáles  res- 
ponder. Unos  decían  que  los  que  defendían  que 
la  Iglesia  no  lo  podía  hacer  estaban  en  pose- 
sión de  mil  quinientos  años  que  la  Iglesia  ha- 
bía tenido  por  válidos  estos  matrimonios,  y  los 
que  querían  quitarlos  habían  de  probar  por  qué 
razón  podía  ahora  la  Iglesia  darlos  por  ningu- 
nos. La  otra  parte  decía  que  aunque  la  Iglesia 
en  todo  este  tiempo  estuviese  en  posesión  de 
que  eran  válidos,  pero  no  estaba  en  posesión 
de  que  no  podía  hacer  lo  contrario,  de  lo  cual 
se  había  de  disputar;  y  que  fuera  de  esto  ciento 
cincuenta  Perlados  habían  votado  que  lo  podía 
hacer  y  muy  pocos  que  no  podía;  así  que  el  pri- 
mer día  se  mandó  que  arguyesen  los  que  de- 
cían que  la  Iglesia  no  lo  podía  hacer,  y  el  día 
siguiente  mandaron  que  arguyesen  los  otros. 
Muchos  se  han  ofendido  desta  disputa,  por- 
que dicen  que  sobraban  las  pasadas  y  que  ha- 
bía de  ser  antes  que  los  padres  hubiesen  vota- 
do, y  aun  se  dice  que  algunos  de  los  Embaja- 
dores han  escrito  á  Su  Santidad  quejándose  de 
esto,  por  parecer  que  ei'a  buscar  alguna  oca- 
sión con  que  desbaratar  este  negocio,  porque 
habiendo  tanto  exceso  de  votos  de  los  que  di- 
cen que  deben  quitarse,  no  puede  dejar  de  ha- 
cerse, aunque  algunos  porfían  que  no  se  puede 
hacer  con  tanta  contradicción,  diciendo  tam- 
bién que  este  era  negocio  de  dogma.  Pero  es 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


261 


engaño,  pues  la  Iglesia  podría  deshacer  este 
decreto  cuando  se  le  antojase,  annque  sea  ver- 
dad que  el  decreto  pende  de  un  dogma,  que  es 
averiguar  si  lo  puede  hacer  la  Iglesia. 

Miércoles  á  los  15  de  setiembre  se  dilató  la 
sesión  hasta  el  día  de  San  Martín,  con  Jiarta 
tristeza  de  muchos  Prelados,  que  desean  ver  el 
fin  de  tantos  trabajos.  Muchos  reclamaron,  pero 
fue'  muy  mayor  el  número  de  los  que  vinieron 
en  la  dilación,  porque  estos  capítulos  de  Refor- 
mación sobre  que  se  vota  y  más  los  que  se  han 
dado,  hasta  cumplimiento  de  treinta  y  seis,  han 
menester  todo  este  tiempo,  según  son  ellos,  por- 
que lastiman  á  muchos,  tocan  á  muchos  Prín- 
cipes, y  en  cosa  de  interés,  que  es  lo  que  más 
duele,  cada  uno  querría  se  curasen  los  otros. 
Siéntese  mucho  tocar  llagas  tan  envejecidas. 
Los  frailes  negocian  reciamente,  y  así  en  todos 
los  capítulos  hacen  de  manera  que  quede  su 
negocio  á  salvo.  Para  la  otra  sesión  dicen  que 
se  guarda  su  reformación.  También  dicen  que 
de  Roma  favorecen  mucho  las  exenciones  de 
los  capítulos,  las  cuales  favorecen  muchos  Per- 
lados italianos  y  franceses,  y  uno  dijo  estotro 
día  que  en  haber  echado  de  aquí  al  que  hacía 
la  causa  de  los  capítulos  se  había  violado  gran- 
demente la  fe  pública  dada  por  este  santo  Con- 
cilio, no  solamente  á  los  herejes,  sino  á  todos 
los  que  quisiesen  venir  á  él.  Esto  no  creo  que 
hizo  muy  buen  estómago  al  Conde,  que  estaba 
presente,  ni  á  algunos  Perlados  españoles  que 
habían  sido  los  autores  deste  negocio.  Des- 
pués lo  han  tornado  á  decir  otros  Obispos  ita^- 
lianos.  El  de  Segovia  quiso  probar  que  había 
sido  bien  hecho,  diciendo  que  el  Emperador 
Carlos  nunca  lo  había  consentido  y  que  basta- 
ba un  año  que  hacía  que  estaba  aquí  el  Procu- 
rador de  los  Cabildos  haciendo  su  negocio. 

Pero  no  ha  faltado  quien  replique  diciendo 
que  más  valiera  haberle  impedido  la  venida,  que 
después  de  admitido  echarle  con  escándalo  de 
muchos,  que  les  parece  que  se  ha  quebrantado 
la  fee  que  tiene  dada  el  Concilio  á  todos  los  que 
quisieren  venir  á  él. 

El  Obispo  Ventemilla  se  partió  para  Roma 
despachado  por  los  Legados.  No  sé  qué  se  sue- 
na de  suspensión  del  Concilio.  Harto  mal  sería 
para  el  estado  en  que  agora  está  la   Iglesia. 
xllguna  sospecha  pone  de  ser  verdad  el  ver  que 
r     esta  reformación  va  metiendo  la  curia  romana 
!Í^     tan  en  petrina  y  atando  de  cierta  manera  las 
í     manos  á  Su  Santidad,  y  como  le  han  dicho  que 
no  pretenden  otra  cosa  los  Obispos  sino  hacer- 
se Papas  en  sus  Obispados,  no  será  mucho  que 
el  temor  de  ver  que  tantos  se  le  quieren  igua- 
lar le  haga  hacer  alguna  cosa  que  sea  para  aca- 
bar de  destruir  la  Iglesia. 

Hoy  miércoles  á  22  de  septiembre,  el  Em- 
bajador de  Francia,  que  se  llama  Ferrer,  pidió 


licencia  en  congregación  para  hablar;  hizo  un 
razonamiento  muy  largo,  que  no  puso  pequeño 
escándalo  en  las  almas  de  muchos,  porque 
como  está  tenido  por  sospechoso  en  cosa  de  la 
religión,  y  los  más  le  oían  con  esta  sospecha, 
parecióles  que  las  cosas  que  decía  la  confirma- 
ban. Comenzó  á  lamentarse  que  había  ciento  y 
cuarenta  años  que  pedía  Francia  esta  reforma- 
ción de  la  Iglesia  y  que  en  el  Concilio  constan- 
ciense  había  el  Rey  de  Francia  enviado  á  Ger- 
són  para  que  la  pidiese,  y  en  el  Concilio  tri- 
dentino  primero  no  había  pedido  otra  cosa  Da- 
nesio  en  nombre  de  su  Rey,  y  en  este  de  agora 
el  Cardenal  de  Lorena  y  su  compañero  Fabro, 
y  los  Embajadores  del  Emperador  y  los  del 
Rey  Católico  no  daban  voces  por  otra  cosa  y 
que  no  aprovechaban  más  agora  que  el  primer 
día,  y  que  ellos  se  estaban  llorando  sus  des- 
venturas sin  esperanza  de  remedio,  y  lo  que 
peor  era  que  ya  que  este  Concilio  comenzaba  á 
reformar  la  Iglesia  fuese  uno  de  los  primeros 
capítulos  de  reformación  el  descomulgar  y  ana- 
tematizar los  Reyes,  principalmente  al  de  Fran- 
cia, sabiendo  que  habia  más  de  ochocientos 
años  que  era  el  primogénito  de  la  Iglesia,  y 
que  las  leyes  que  habían  hecho  las  hicieron 
hombres  á  quien  la  Iglesia  tuvo  por  santos, 
como  Luis  y  Cario  Magno,  y  que  si  bien  se  con- 
siderasen no  había  en  las  leyes  cosa  que  estor- 
base el  oficio  de  los  Perlados  y  eclesiásticos  ni 
se  estatuyan  cosas  injustas,  y  que  ansí  supli- 
caba al  santo  Concilio  no  se  tratase  de  aquel 
trigésimosexto  capítulo  que  habla  con  los  Re- 
yes, porque  donde  no,  ellos  tenían  mandado  de 
su  Rey  que  intercediesen  y  protestasen,  y  que 
ansí  lo  hacían.  Pero  lo  que  escandalizó  en  esta 
plática  fué  el  decir  que  el  Rey  podía  quitar  los 
bienes  á  los  eclesiásticos  cuando  tuviese  nece- 
sidad dellos,  y  que  los  eclesiásticos  no  eran  se- 
ñores de  sus  haciendas  sino  sólo  usufructua- 
rios, y  los  pobres  solos  verdaderos  señores,  y 
que  cuando  daban  limosna  no  se  llamaba  dar, 
sino  restituirles  lo  que  era  suyo.  Y  también  dio 
grandísimo  descontento  á  todos  los  italianos 
ver  que  se  quería  resistir  á  la  reformación  de 
los  Reyes,  siendo  una  cosa  tan  importante 
para  la  libertad  de  la  Iglesia,  que  está  grande- 
mente oprimida  con  la  tiranía  de  algunos  seño- 
res seglares.  Algunos  dicen  que  lo  que  este 
Embajador  dijo  fué  con  consentimiento  de  los 
demás  Embajadores,  que  quisieron  sacar  las 
ascuas  con  mano  ajena.  Ello  se  descubrirá. 

Hoy  ha  defendido  el  Obispo  de  Orense  con 
grande  calor  que  ha  sido  bien  hecho  el  echar  de 
aquí  el  Procurador  de  los  Cabildos,  como  á 
hombre  que  no  sólo  con  palabras  y  lágrimas, 
sino  con  otras  cosas,  solicitaba  los  Perlados,  y 
que  ansí  el  que  le  echó  no  solamente  no  se  po- 
día llamar  violator  Jidei  et  libertatis  Concilii, 


262 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


sed  vindex.  Coa  todo  oso,  no  lo  acaban  de  creer 
muclios,  y  mientras  más  razones  se  dan,  menos 
aprovechan,  y  aun  ellos  creo  que  no  creen  que 
ha  sido  bien  hecho,  sino  que  les  parece  que  es- 
tán obligados  á  defender  una  sinrazón  con  otra. 
Tambie'n  han  tratado  agora  ciertos  españo- 
les Perlados  con  el  Conde  que  se  torne  á  pedir 
que  se  quiten  aquellas  palabras  que  en  la  pri- 
mera sesión  deste  Concilio  se  pusieron  que 
dicen:  jrroponentibns  legatis,  y  que  se  torne  á 
averiguar  cómo  los  Obispos  sunt  instituti  a 
Christo,  y  que  aquella  palabra  ordtnatíone  diiñ- 
na  se  vuelva  en  institutione  divina.  No  sé  si 
saldrán  estas  cosas  á  luz.  El  tiempo  lo  dirá.  Si 
salieren,  bien  cierto  está  que  alborotarán  á 
muchos  y  se  escandalizarán  con  ellas  y  no  da- 
rán poca  pesadumbre  á  Su  Santidad  {}). 


Otro  día  después  que  yo  dije  vino  á  decir  el 
Chispo  de  Guadix,  el  cual,  como  estaba  lasti- 
mado de  lo  que  la  otra  vez  le  aconteció  cuando 
habló  sobre  el  sacramento  de  Orden,  parecién- 
dole  que  con  las  espaldas  que  le  hacia  agora  la 
presencia  del  Embajador  de  Su  Majestad  se 
podía  atrever  á  vengarse  de  los  romanos,  tra- 
tando de  que  no  debía  quitarse  aquella  palabra 
gratis  del  primer  canon,  dijo  muchas  cosas  con- 
tra abusos  de  Roma,  principalmente  contra  los 
intereses  que  llevaban  los  ministros  de  la  curia 
en  la  provisión  y  expedición  de  bulas  de  los 
obispados,  y  recitó  allí  particularmente  todo  lo 
que  llevaba  cada  uno,  con  harta  pesadumbre  de 
todos,  porque  no  sirvió  sino  de  indignar,  sin 
hacer  otro  ningún  fruto  lo  que  dijo.  Y  á  los 
españoles  les  pareció  muy  mal,  y  al  Conde  le 
pesó  dello,  y  no  faltó  quien  luego  le  respon- 
diese: Muchos  abusos  hay  en  Roma,  pero  mu- 
cha es  la  libertad  del  Concilio  en  descubrir  las 
llagas  de  Roma,  y  aun  echar  en  plaza  las  de 
Su  Santidad.  Todas  estas  cosas  amenazan  sus- 
pensión. 

En  este  tiempo  vino  la  nueva  de  la  corona- 
tión  de  Maximiliano,  del  reino  de  Hungría, 
que  fué  día  de  Nuestra  Señora  de  setiembre, 
y  de  la  entrada  del  Comendador  mayor  de  Cas- 
tilla en  Roma,  que  viene  por  Embajador,  y  de 
la  deposición  del  Cardenal  Chatillon,  francés, 
hermano  del  Almirante,  por  hereje  y  favorece- 
dor de  los  hugonotos,  que  ha  sido  descomul- 
gado y  depuesto  de  la  dignidad  por  Pío  IV. 

El  Cardenal  de  Lorena  se  partió  para  Roma 
llevando  muchos  Obispos  y  dotores  franceses 
consigo.  Tiénese  por  cierto  que  se  quieren  lue- 
go ir  á  Francia  y  hacer  un  Concilio  nacional. 
Este  negocio  de  proponentibiis  legatis  se  trata 

(')  Tomo  II,  folios  78  á  87. 


agora  con  mucho  calor  por  el  Embajador  de 
Su  Majestad.  Algunos  de  los  Perlados  que 
aquí  están  debieron  escrebir  á  Su  Majestad  so- 
bre ello,  y  el  Embajador  Vargas,  porque  fué  el 
que  insistió  mucho  al  principio  en  que  no  debía 
ponerse,  porque  el  Rey  escribió  al  Emperador 
suplicándole  favoreciese  este  negocio.  El  Em- 
perador lo  comunicó  con  Su  Santidad  y  con  los 
Legados,  y  dióse  orden  cómo  se  declarasen 
aquellas  palabras  á  la  fin  del  Concilio,  dando  á 
entender  que  con  ellas  no  se  pretendía  adquirir 
nuevo  derecho  á  Su  Santidad,  ni  derogar  la 
libertad  del  Concilio,  ó  si  no  que  se  propusiese 
luego  en  congregación.  El  Rey  tornó  á  escrebir 
al  Emperador  que  convenía  mucho  que  se  de- 
clarase luego,  porque  no  se  sabía  el  fin  que  ten- 
dría el  Concilio  y  no  convenía  que  una  cosa  de 
tanta  importancia  se  quedase  por  hacer.  El 
Conde  apretó  mucho  á  los  Legados  sobre  ello; 
dióse  orden  que  tornase  á  escrebir  á  Su  Majes- 
tad, que  si  era  servido  de  aceptar  el  partido 
que  se  había  tomado  con  el  Emperador  ó  que 
se  quedase  para  el  fin  del  Concilio,  y  si  no  qui- 
siese ninguno  destos  partidos,  sabida  su  volun- 
tad, ellos  daban  su  palabra  de  proponerlo  á  la 
Sínodo,  y  ansí  lo  firmaron  de  su  nombre  todos 
los  cuatro  Legados.  Su  Santidad,  viendo  cuan 
á  pechos  tomaba  este  negocio  el  Rey,  envió  un 
Breve  á  los  Legados  en  que  daba  licencia  que 
se  propusiese  y  que  se  declarasen  aquellas  pa- 
labras, porque  él  deseaba  que  todo  el  mundo 
estuviese  saneado,  que  no  era  su  intención  de 
diminuir  la  autoridad  y  libertad  del  Concilio. 
Después  que  el  Conde  tuvo  resolución  de  lo  que 
Su  Majestad  quería,  que  fué  que  en  esta  sesión 
se  averiguase,  ha  pedido  á  los  Legados  que  lo 
hagan ;  pero  porque  pareció  que  si  desnuda- 
mente se  propusiese  á  la  Sínodo  el  quitar  aque- 
llas palabras  que  en  sesión  habían  sido  aproba- 
das, no  querrían  venir  en  ello,  y  que  por  este 
camino  no  se  hacía  nada,  propuso  el  Conde  á 
los  Legados  un  canon  para  que  lo  presentasen 
en  congregación  al  Concilio  y  se  votase  sobi-e 
él.  A  los  Legados  les  pareció  tan  mal  el  de- 
creto, que  no  quisieron  proponerle,  sino  dijeron 
que  ellos  cumplirían  la  palabra  que  tenían  dada 
de  proponerlo  al  Concilio.  El  Conde  y  los  es- 
pañoles que  gobiernan' el  negocio,  pareciéndoles 
que  si  el  negocio  se  echa  en  plaza,  siendo  tan- 
tos los  italianos,  que  no  saldrán  con  él,  no  quie- 
ren ya  este  partido,  sino  que  el  Conde  insta 
con  los  Legados  que  ellos  hagan  que  se  reme- 
die, si  no  que  él  protestará,  de  manera  que  toma 
la  protestación  por  torcedor  para  hacer  que  los 
Legados  hagan  á  los  Perlados  italianos  que  es- 
tén bien  en  ello  y  no  osan  confiarlo  de  la  Sí- 
nodo, dando  á  entender  lo  mucho  que  puede  el 
negocio  en  el  Concilio,  de  quien  no  osan  con- 
fiar la  causa  sin  que  primero  lo  hayan  soborna- 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


263 


do  los  Legados.  Creo  que  aun  en  las  cosas  de 
dogmas  tambie'n  tienen  esta  opinión  de  los  ita- 
lianos. La  cosa  anda  ahora  en  demandas  y  res- 
puestas. No  sé  el  suceso  que  tendrá. 

El  viernes  á  los  8  de  otubre  hubo  congrega- 
ción, y  el  Cardenal  Morón  hizo  un  razona- 
miento en  que  dijo  que  le  parecía  que  se  debía 
hacer  esta  sesión  con  solos  los  veinte  y  un  ca- 
pítulos de  Eeformación,  porque  el  tiempo  tan 
breve  no  daba  lugar  para  que  se  tratasen  los 
otros  catorce  que  quedaban,  y  que  en  este  tiem- 
po tendrían  resolución  de  los  Príncipes  sobre  el 
capítulo  último,  y  que  tenía  esperanza  que  esta- 
rían bien  en  él  siendo  cosa  que  importase  para 
el  bien  de  la  Iglesia,  y  que  les  suplicaba  que 
estuviesen  bien  en  esto,  porque  convenía  para 
hacerse  la  sesión,  y  que  Su  Santidad  holgaba 
dello;  y  dio  también  á  entender  que  podría  ser 
concluirse  con  esta  sesión  el  Concilio,  pues  con 
ella  se  acababa  de  tratar  la  materia  de  Sacra- 
mentos. Hubo  gran  diversidad  en  los  votos,  por- 
que algunos  decían  que  se  prorrogasen  también 
los  veinte  y  un  capítulos  para  la  otra  sesión 
donde  se  tratasen  todos  juntos ;  otros  decían  que 
las  cosas  en  que  había  controversia,  como  los 
clandestinos  y  el  sexto  y  décimooctavo  y  vigé- 
simoprimo,  se  dilatasen;  otros  insistieron  mu- 
cho en  la  reformación  de  los  Príncipes  como  en 
cosa  necesaria  á  la  libertad  de  la  Iglesia,  di- 
ciendo que  esta  dilación  no  era  otra  cosa  sino 
huir  de  ser  reformados ;  pero  en  fin  la  mayor 
parte  vino  en  que  se  hiciese  la  sesión  con  la 
mayor  brevedad  que  fuese  posible,  con  los  capí- 
tulos 21  y  con  Ijs  cánones  de  sacramento  Ma- 
trimonii  y  el  decreto  de  clandestinis.  Y  ansí 
se  señalaron  deputados  para  el  regular  de  los 
votos  y  emendar  los  capítulos.  El  Emperador 
está  inclinado  á  que  con  esta  reformación  sería 
bien  que  se  concluyese  el  Concilio,  porque  si  se 
procede  más  adelante  y  los  alemanes  se  conde- 
nan, teme  que  siendo  tan  poderosos  no  le  den 
que  hacer  y  comience  á  encenderse  en  Alema- 
nia fuego,  que  no  sea  él  poderoso  para  apagar- 
le; ansí  que  le  parece  que  lo  qu3  más  le  convie- 
ne sería  la  suspensión,  aunque  tiene  un  pecho 
tan  cristiano  y  tan  gran  celo,  que  si  con  pér- 
dida suya  se  pudiesen  remediar  las  cosas  de  la 
religión,  lo  aventuraría  todo  por  el  bien  de  la 
Iglesia.  Pero  no  están  de  suerte  los  herejes 
que  puedan  ser  fácilmente  reducidos,  por  su 
grande  obstinación,  ni  castigados,  por  su  mu- 
cho poder.  De  manera  que  esto  les  hace  pare- 
cer que  sería  bien  que  no  se  pasase  más  ade- 
lante, y  hubiese  alguna  manera  de  suspensión, 
diciendo  que  con  la  determinación  de  dogmas 
que  se  ha  hecho,  y  poniendo  en  ejecución  lo 
que  se  ha  reformado,  podría  poco  á  poco  irse 
remediando  la  perdición  que  hay  en  la  Iglesia 
sin  jirocedcr  á  la  condenación  de  tantas  pro- 


vincias y  tan  poderosos  Príncipes  como  los  de 
Alemania. 

En  el  regular  de  los  votos  sobre  los  capítu- 
los de  Reformación  se  han  pasado  algunos  días, 
porque  como  son  tan  largos  y  tienen  tantos 
puntos,  y  sobre  cada  uno  dellos  había  tan  dife- 
rentes pareceres,  era  muy  dificultoso  sacar  la 
resolución  dellos,  principalmente  en  el  sexto 
capítulo,  que  es  de  los  Cabildos,  porque  unos 
pedían  que  se  quitasen  todas  las  exenciones, 
otros  querían  que  no  se  tocase  en  las  de  funda- 
ción y  costumbre  inmemorial.  Otros  que  se  re 
mitiese  al  Papa,  otros  se  remitían  á  la  mayor 
parte,  de  suerte  que  esta  variedad  ha  sido  causa 
de  dilación  en  ol  regular.  El  más  enconado  ne- 
gocio de  todos  ha  sido  el  de  los  Cabildos,  por- 
que cuando  se  acabó  de  votar  dijeron  los  secre- 
tarios, y  ansí  lo  tenían  todos  entendido,  que  les 
parecía  que  eran  más  los  votos  que  quitaban  las 
exenciones,  y  ello  era  así;  pero  al  tiempo  del 
regular,  porque  estaba  la  cosa  muy  revuelta, 
por  ser  los  votos  de  algunos  Perlados  muy  lar- 
gos y  muy  enmarañados,  pidióse  que  cada  uno 
enviase  su  voto  al  secretario  escrito  resoluta- 
mente. Esto  fué  causa,  según  se  publicó  por 
todo  el  Concilio,  que  algunos  Perlados  italia- 
nos, aprovechándose  desta  ocasión,  sobornasen 
á  otros  para  que  mudasen  parecer  en  lo  del 
sexto  canon  y  vigésimoprimo,  y  sucedióles  como 
deseaban,  porque  regulados  los  votos  se  halló 
que  eran  más  los  votos  que  quitaban  las  pri- 
meras instancias  y  defendían  las  exenciones. 
Enconó  este  negocio  los  ánimos  de  los  Per- 
lados españoles,  que  hicieron  con  el  Conde 
que  se  fuese  á  quejar  á  los  Legados  de  un 
agravio  tan  grande  como  éste,  y  que  si  no  se 
remediaba  de  suerte  que  los  capítulos  se  corri- 
giesen conforme  á  lo  que  públicamente  se  había 
votado  que  no  se  hallarían  en  la  sesión,  y  él 
se  iría  del  Concilio.  También  se  quejaron  los 
demás  Embajadores  del  Emperador  y  los  Prín- 
cipes . 

En  iste  medio  se  han  tornado  á  proponer  los 
cánones  de  Matrimonio  y  el  decreto  de  los  clan- 
destinos, reformado,  para  que  se  votase  per 
rerburn  placet.  Venía  reformado  de  suerte  que 
se  quitan  los  clandestinos,  pero  no  los  que  se 
hacen  sin  consentimiento  de  los  padres.  Votóse 
el  día  de  San  Evaristo,  que  fué  el  que  dijo  des- 
tos  matrimonios  lo  que  ellos  merecían,  y  algu- 
nos tomaron  ocasión  del  día  para  decir  que  se 
hiciese  aquel  sacrificio  á  este  bienaventurado 
Santo,  que  se  quitasen  estos  matrimonios  de 
que  él  había  abominado  y  aun  había  irritado. 
Otros  decían  lo  contrario;  en  fin,  la  cosa  tornó 
también  á  estar  reñida,  porque  los  que  no 
quieren  que  se  anulen  están  tan  obstinados  que 
decían  que  para  el  día  de  la  sesión  guardaban 
el  resistir  con  mayur  fuerza  á  este  negocio.  Con 


264 


autobiografías  y  memorias 


todo  eso  hubo  mayor  número  de  votos  que  la 
otra  vez  de  los  que  quieren  que  se  irriten. 

Hanse  agora  señalado  deputados  para  hacer 
un  misal  y  breviario,  que  no  sería  pequeño  bien, 
por  la  grande  diversidad  que  hay  en  esto,  ha- 
biendo de  haber  más  unidad  que  en  otra  cosa 
ninguna;  pero  temo  que  no  ha  de  haber  e£ecto 
por  comenzarse  tan  tarde,  y  que  se  ha  de  que- 
dar á  vueltas  de  otras  cosas  que  están  comen- 
zadas, como  es  el  catecismo,  en  el  cual  en  cua- 
tro meses  que  ha  se  comenzó  no  se  ha  hecho 
nada,  y  agora  de  nuevo  lo  han  sometido  secre- 
tamente á  cuatro,  para  que  ellos  le  hagan,  que 
son  el  Arzobispo  de  Zara,  el  Obispo  de  Astu- 
ni,  el  Obispo  de  Uxento  y  el  dotor  Puentidue- 
ña,  para  que  en  este  tiempo  que  durare  el  Con- 
cilio le  acaben.  Como  se  ha  tratado  aquí  del 
catálogo  de  los  libros,  y  al  principio  se  deter- 
minó que  se  había  de  publicar  á  la  fin  del  Con- 
cilio, como  parece  que  se  va  acabando,  los  judíos 
de  Mantua  han  enviado  aquí  dos  embajadores  á 
negociar  que  no  se  les  quite  el  Talmud,  y  la 
Duquesa  me  escribió  que  en  lo  que  con  justicia 
pudiesen  ser  favorecidos  yo  los  favoreciese. 
Quisiera  que  me  empleara  en  otra  cosa  que 
fuera  más  honesta  que  en  defender  la  cosa  más 
perniciosa  que  ellos  tienen  para  sí,  y  más  inju- 
riosa á  nuestra  religión,  de  quien  dijo  el  Tos- 
tado que  había  sido  peor  el  Talmud  de  los  ju- 
díos que  el  Alcorán  de  Mahoma. 

Los  capítulos  de  Reformación  se  han  tor- 
nado á  proponer  corregidos  de  manera  que  pa- 
rece que  están  muy  peores  que  al  principio,  por- 
que ni  se  acortaron  ó  se  hicieron  más  breves, 
como  muchos  deseaban,  y  quitóse  el  cuarto 
canon  de  la  obligación  que  se  ponía  á  los  curas 
de  predicar  y  que  nadie  pudiese  hacer  este  oficio 
sin  licencia  del  Ordinario,  que  era  cosa  harto 
importante,  principalmente  para  las  provincias 
donde  hay  herejes.  Y  el  sexto  canon  se  tornó 
á  proponer,  aunque  harto  mudado  de  como  es- 
taba al  principio,  de  suerte  que  será  un  semi- 
nario de  pleitos  entre  los  Cabildos  y  Perlados. 
También  al  vigésimoprimo  se  le  añadieron  cier- 
tas excepciones,  con  que  las  cosas  se  quedan 
como  antes  estaban.  De  manera  que  ha  habido 
grandísimo  descontento  de  la  mudanza  que  en 
estos  negocios  lia  habido,  porque  si  al  princi- 
pio eran  más  los  que  habían  defendido  el  canon 
sexto  y  vigésimoprimo,  parece  que  fué  una  cosa 
de  gran  escándalo  que  por  negocios  y  sobín-nos 
de  personas  particulares  se  hiciese  mudanza  en 
aquello  que  en  públicas  congregaciones  se  había 
determinado,  y  si  después  eran  más  los  votos, 
que  quitaban  aquellos  dos  decretos,  pues  los 
Perlados  tienen  libertad  de  mudar  parecer  hasta 
él  día  de  la  sesriín;  fué  mal  hecho  por  peticio- 
nes ni  quejas  dé  nadie  mudar  lo  que  se  deter- 
minaba por  la  mayor  parte,  ansí  que  esto  será 


parte  para  que  después  haya  hartos  pleitos  y 
revueltas  y  para  que  ahora  todos  los  que  lo  en- 
tienden se  escandalicen  de  ver  que  puedan  tanto 
intereses  y  negocios  humanos  donde  sólo  Dios 
había  de  poder  y  sólo  se  había  de  mirar  la  honra 
suya  y  remedio  de  su  Iglesia.  También  se  han 
añadido  ciertas  anotaciones  en  las  márgenes 
para  que  voten  los  Perlados,  si  les  parece,  que 
conforme  á  ellas  se  compongan  los  decretos, 
porque  en  algunas  dellas  había  mucho  número 
de  Perlados  que  las  deseaban  como  en  el  pri- 
mer capítulo,  que  la  forma  de  la  elección  de  los 
Obispos  la  hiciese  el  Sumo  Pontífice,  y  en  el 
segundo,  que  se  quitase  aquella  mala  costum- 
bre que  hay  en  algunas  provincias  de  que  los 
Obispos  estén  obligados  á  ir  á  hacer  la  obe- 
diencia á  los  Metropolitanos,  y  en  el  cuarto, 
que  las  causas  menores  de  los  Perlados  que  no 
merecen  suspensión  ó  deposición  las  conozca  el 
Concilio  provincial,  y  las  demás  el  Papa;  en  el 
nono,  que  la  visita  no  se  entienda  en  las  igle- 
sias que  están  sujetas  á  órdenes  donde  se  ce- 
lebran capítulos  generales;  en  el  decimonono, 
que  se  conserven  los  mandatos  de  providendo 
en  gracia  y  favor  de  los  pobres  y  doctos;  en  el 
quinto,  que  se  tenga  cuenta  con  las  iglesias 
colegiales  que  están  sujetas  á  Universidades. 
Esto  principalmente  se  hizo  por  la  Universidad 
de  Alcalá,  por  quien  el  Obispo  de  León  ha  he- 
cho todo  lo  posible,  pidiendo  al  Concilio  que  le 
conservase  sus  exenciones  y  privilegios,  por  lo 
que  conviene  al  aumento  de  una  Universidad 
tan  principal.  Hay  muchos  que  favorecen  este 
negocio,  aunque  los  salmantinos  no  están  bien 
en  ello,  y  ansí  el  Arzobispo  de  Granada  car- 
gó la  mano  todo  lo  posible,  diciendo  que  no 
convenía,  y  trayendo  todas  las  razones  posi- 
bles que  para  probarlo  se  podían  traer,  di- 
ciendo que  él  hacía  las  partes  del  Arzobispo 
de  Toledo  y  Sevilla  y  otros  Perlados  ausentes 
que  en  sus  diócesis  tenían  Universidades,  y 
trayendo  todos  los  inconvenientes  que  se  se- 
guían de  que  estas  iglesias  quedasen  exentas; 
de  manera  que  por  estas  razones  hubo  muchos 
que  se  movieron  á  mudar  parecer,  y  á  muchos 
se  les  hizo  el  negocio  dudoso,  aunque  parece 
que  los  más  van  favoreciendo  el  partido  de 
Alcalá,  porque  los  italianos  están  desabridos 
con  Granada,  que  no  desean  sino  C{ue  él  quiera 
una  cosa  para  hacer  ellos  la  contraria,  y  esto 
ha  de  favorecer  mucho  el  negocio  de  las  Uni- 
versidades. El  Obispo  de  Segovia  estuvo,  como 
siempre,  terrible;  á  ninguno  de  los  cánones 
dijo  placel;  de  todo  uuirmuró  y  protestó  que  lo 
contradecía,  y  pidió  con  grande  insistencia  que 
aquel  su  parecer  se  pusiese  entre  los  actos  del 
Concilio. 

Taml)iéu  se  pide  en  una  de  las  márgenes,  en 
el  capítulo  diez  y  ocho,  que  los  examinadores 


DOÍí  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


265 


para  los  beneficios  los  elija  no  el  Sínodo  pro- 
vincial, sino  los  Perlados  ó  colatores. 

Es  tanta  la  libertad  que  hay  en  el  Concilio, 
que  todas  las  cosas  que  han  pasado  sobre  estos 
capítulos  y  los  negocios  secretos  quo  ha  habido, 
todos  los  han  echado  en  plaza  en  públicas  cou- 
gregaciones,  y  se  han  quejado  muchos  Perlados 
dallo,  principalmente  el  Arzobispo  de  Granada 
y  reprehendídolo  gravemente,  de  manera  que  no 
creo  que  les  ha  hecho  muy  buen  estómago  á  los 
Legados,  porque  á  ellos  principalmente  toca  el 
remedio  deste  negocio,  y  ansí  á  ellos  se  echa 
toda  la  culpa;  pero  todas  estas  cosas  las  pasan 
y  disimulan  porque  ha  menester  mucha  pacien- 
cia y  sufrimiento  quien  ha  de  ser  Legado. 

Los  diputados  mesmos  confesaban  que  ha- 
bían quitado  y  añadido  cosas  en  los  cánones 
que  no  las  había  aprobado  ó  quitado  la  mayor 
parte  de  los  Perlados,  y  el  Arzobispo  Seno- 
nense,  que  fue  uno  de  los  deputados,  confesó 
que  el  cuarto  canon  había  sido  admitido  por  la 
mayor  parte,  pero  que  ellos  le  habían  quitado 
porque  en  tiempo  de  Paulo  se  había  ya  deter- 
minado lo  que  convenía  al  negocio  de  la  predi- 
cación; pero  no  era  esta  bastante  causa  para 
quitar  ellos  por  su  autoridad  lo  que  estaba 
aprobado  por  la  del  Concilio  (^). 


La  exención  de  la  Universidad  de  Alcalá  ha 
sido  aprobada  por  cuasi  todo  el  Concilio  y  la  de 
las  otras  Universidades,  las  cuales  han  ganado 
esto  por  Alcalá,  en  la  cual  han  hablado  todos 
los  Perlados  honoríficamente.  Yo  he  trabajado 
lo  que  he  podido,  por  lo  que  soy  obligado  á 
aquella  Universidad  y  ser  mis  padres  patro- 
nes della. 

El  Cardenal  de  Lorena  volvió  de  Roma  á 
tiempo  que  ya  se  acababa  de  votar  sobre  estos 
capítulos;  con  todo  eso  dijo  su  parecer,  haciendo 
primero  una  oración  donde  dio  larga  cuenta  de 
su  peregrinación,  loando  el  Pontífice  que  Dios 
nos  ha  dado,  tan  encarecidamente,  que  dio 
gi'andísimo  contento  á  todo  el  Concilio.  El 
canon  que  habla  de  los  capítulos,  aunque  pa- 
rece que  quita  las  exenciones,  está  hecho  de 
suerte  que  deja  abierta  la  puerta  para  muchos 
pleitos,  y  ansí  ranchos  de  los  Perlados  le  han 
llamado  litium  seminarinm,  y  el  Obispo  de  Ciu- 
dad Rodrigo  dijo  que  más  le  parecía  j)resf(livm 
c.i'emjdionum  i/nam  i/e.^tructio.  Acabado  de  votar 
esta  segunda  vez  se  han  tornado  á  juntar  los 
deputados  con  los  Cardenales  para  enmendar 
los  capítulos  conforme  á  los  votos,  porque  no 
hay  sino  dos  días  de  aquí  á  la  sesión,  la  cual 
parece  que  se  va  haciendo  de  tan  mala  diges- 

(')  Tomo  II,  folios  104  á  117. 


tión  como  la  pasada,  porque  los  españoles 
están  muy  desabridos  con  esto  del  quinto  y 
último  canon.  Dicen  que  se  ha  resumido  en 
que  se  quiten  estos  dos  y  se  guarden  para  otra 
sesión,  que  más  vale  que  no  se  hagan  que  ir 
tan  mal  hechos.  Hanse  tambie'n  concertado  en 
que  se  restituya  el  cuarto  canon  que  se  había 
quitado.  Mañana,  que  es  la  víspera  de  la  sesión, 
se  verá  lo  que  hay.  También  se  ha  hecho  una 
declaración  sobre  el  proponentibus  legatis,  en 
forma  de  decreto,  para  que  se  pase  en  esta 
sesión.  ¡Plega  á  Dios  que  se  haga! 

Los  Legados  habrán  escrito  á  Su  Majestad 
diciéndole  cómo  el  Concilio  había  ya  hecho  lo 
que  convenía  para  la  condenación  de  las  here- 
jías y  parte  de  la  reformación  de  la  Iglesia,  y 
que  Su  Majestad  tuviese  por  bien  que  se  con- 
cluyese, porque  si  se  dilataba  mucho,  podría 
ser  que,  ó  por  muerte  del  Sumo  Pontífice  ó 
por  otras  causas,  sucediese  algún  scisnia  ó  se 
levantase  alguna  guerra;  y  fuera  desto,  rece- 
bían  gran  daño  las  Iglesias  con  el  ausencia 
tan  larga  de  sus  pastores.  El  Rey  respondió 
que,  pues  el  Concilio  se  había  juntado  para 
remediar  la  perdición  de  la  Iglesia,  que  le  pare- 
cía que  no  debía  disolverse  hasta  que  se  hubiese 
hecho  lo  que  convenía  para  conseguir  este  fin, 
y  que  de  scisma  no  había  que  temer  por  la  paz 
que  Nuestro  Señor  ha  sido  servido  dar  á  todos 
los  Príncipes  cristianos,  ni  guerra  tampoco,  y 
que  la  ausencia  de  los  Perlados,  estando  tan 
bien  ocupados  en  un  bien  tan  universal  de  toda 
la  cristiandad  y  que  ha  de  redundar  en  prove- 
cho pai'ticular  de  todas  las  Igle'sias,  no  era 
inconveniente  que  se  hiciese  mientras  se  aca- 
baba de  concluir  una  cosa  tan  necesaria  y  tan 
deseada  de  todo  el  mundo,  la  cual  no  podría 
ya  durar  tanto  tiempo  que  por  él  se  recibiese 
daño  en  las  Iglesias.  El  Emperador  dicen  ha 
escrito  al  Papa  que  haga  en  esto  lo  que  lé 
pareciere,  que  todo  lo  remite  á  su  voluntad, 
como  pastor  universal  de  la  Iglesia.  Sus  eml)a- 
jadores  procuran  que  se  quedase  el  Concilio 
suspenso  hasta  cuando  el  Papa  y  Reyes  cris- 
tianos se  junten  en  otro  Concilio,  donde  con 
autoridad  y  voluntad  de  todos  sean  los  herejes 
declarados  y  condenados,  pero  esto  parece  dis- 
parate. No  sé  lo  que  se  hará.  ¡Dios  los  enca- 
mine como  él  más  se  sirva! 

A  los  10  de  noviemlire,  que  fué  la  víspera 
de  la  víspera  de  la  sesión,  nos  juntamos  en 
casa  del  Conde  los  Perlados  españoles,  donde 
se  trató  de  lo  que  se  había  de  hacer  sobre  estos 
capítulos  de  Reformación,  principalmente  sobre 
el  de  los  Cabildos,  y  las  primeras  instancias;  á 
unos  les  parecía  que  era  bien  se  quedase  para 
otra  sesión,  porque  como  estallan  no  era  cosa 
que  convenía  pasar  por  ellos.  Otros  decían  que 
era  bien  Ifecer  un  protesto;  á  otros  les  parecía 


266 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


que  si  pasaban  los  cánones  deste  punto,  que  se 
quedarían  para  siempre,  y  que  era  mejor  en  lo 
de  las  pnmeras   instancias   tomar  lo  que  nos 
daban  que   no  quedarnos    sin   nada,   y   deste 
parecer  fueron  los  más,  aunque  algunos  estaban 
tan  porfiados  en  esto  del  protesto  que  no  apro- 
vechaba nada  con  ellos.  Yo  he  estado  siempre 
tan  mal  con  esto  de  los  protestos,  por  ser  cosa 
tan   en   deshonor  del  Concilio  y  tan   agrada- 
ble á   los  herejes,   que   dije  que  no   se  podía 
sufrir  que  nadie  se  descomidiese  á  hacer  pro- 
testo, y  que  si  alguno  lo  hiciese,  que  yo  protes- 
taría contra  é!.   El   Obispo  de  Aliphe  quiso 
responder  á  esto  con  más  libertad  y  licencia  de 
la  que  le  daba  su  autoridad  y  con  menos  res- 
pecto del  que  era  obligado,  y  yo  lo  quedé  á 
decirle  lo  que  merecía  su  descomedimiento  y  lo 
que  él  no  quisiera   oir,   aunque   á  muchos  les 
dio  contento,  porque  le  tienen  por  muy  sobrado 
y  descomedido,  y  á  mi  la  demasiada  razón  me 
hizo  que  no  pudiese   enfrenar   la  cólera.  Pero 
después  le  convidé  á  comer  y  fuimos  amigos, 
y  me  compuse  con  él  á  costa  de  xana  pieza  de 
plata.    Fuímonos    de    allí  á    la    congregación 
general,  donde  nos  propusieron  los  cánones  de 
sacramento  Matrimonii  y  abusos,  á  los  cuales 
se  respondió  per  verbum  placel,  aunque  siem- 
pre hay  quien  contradiga,  á  la  anulación  de  los 
clandestinos;  después  se  propusieron  los  capí- 
tulos de   Reformación,  donde  como  el  Obispo 
de  Girona  quisiese  hacer  protestación,  el  Car- 
denal Morón  le  hostigó  de  tal  manera,  diciendo 
que  era  tan  gran  desacato  que  un  hombre  solo 
se  atreviese  á  decir  que  todo  lo  que  un  Concilio 
universal  determinase  lo  tendría  por  ninguno, 
que  mereciera  que  le  echaran  de  la  congrega- 
ción. Reprehensión  fué  ésta  que  puso  freno  á 
otros  que   estaban  determinados  de   hacer  lo 
mesmo  y  que  pareció  bien  á  todos.  Después  se 
propuso  el  canon  sobre  proponentibus  legatis, 
y  todos  lo  aprobaron.   La  sesión  se  echó  para 
los  !)  de  diciembre,  que  aun  no  es  un  mes  cabal 
y  hay  cosas  que  tratar  para  medio  año,  porque 
hay   veinte  y   siete  artículos   de   negocios  de 
dogmas,  y  la  Reformación  de  monjas  y  frailes, 
y  los  catorce   capítulos  que  se  quedaron  de  la 
sesión  pasada  y  el   de   las   exenciones   de  los 
cabildos,  que   también   agora  se   deja  para  la 
sesión  que  viene,  y  más  el  índice  de  los  libros 
y  lo  del  misal  y  breviario,  que  cada  cosa  destas 
tiene  necesidad  de  muchos  días  para  determi- 
narse. Dicen  que  han  seguido  los  Legados  este 
consejo  por  entretener  á  muchos  Perlados  que 
se  querían  ir  con  la  esperanza  de  que  en  este 
breve  tieuipo  se  hará  la  sesión,  pero  la  dilación 
de  las  cosas  pasadas  los  desengaña. 

El  día  señalado  de  San  Martín  se  celebró 
la  sesión.  Comenzóse  el  oficio  á  las  ocho,  que 
es  la  misa  del  Espíritu  Santo,  y  después,  por 


ser  la  sesión  del  sacramento  del  Matrimonio, 
se  dijo  aquel  evangelio:  Nuptio'  Jacta'  siint  in 
Ganan  GaUlea\  Comenzóse  á  votar  sobre  los 
cánones  de  Matrimonio  y  los  clandestinos, 
después  de  haber  leído  tres  poderes  de  tres 
Embajadores:  de  Margarita,  gobernadora  de 
Flandes;  del  Duque  de  Florencia,  que  envió 
agora  de  nuevo  un  Obispo  por  Embajador, 
por  quitarse  de  competencias  en  precedencia, 
y  del  gran  Maestre  de  Malta.  Los  Legados 
remitieron  el  negocio  de  los  clandestinos  á  Su 
Santidad.  Hubo  treinta  y  seis  que  no  consin- 
tieron en  la  irritación  y  diez  y  seis  que  lo 
remitieron  al  Papa;  todos  los  demás  dieron  el 
placet.  Después  se  votó  sobre  los  veinte  capítu- 
los de  Reformación.  El  de  los  Cabildos  se  quedó 
para  la  otra  sesión.  Duró  el  votar  hasta  las 
ocho  de  la  noche,  de  suerte  que  estuvimos  doce 
horas  sin  levantarnos  de  un  lugar,  por  la  mu- 
cha diversidad  que  había  de  votos  y  ser  las 
cosas  que  se  tratan  en  la  Reformación  de  ma- 
nera que  lastiman  á  muchos.  El  segundo  y 
tercero  capítulo  se  hicieron  muy  en  favor  de 
los  Obispos,  en  lo  que  toca  á  la  visita  de  los 
Arzobispos  y  otros  abusos  que  hay  acá  en 
Italia,  de  que  cada  año  estaban  obligados  los 
Obispos  á  presentarse  en  la  Iglesia  metropoli- 
tana. Del  sexto  canon  se  quitó  lo  de  la  Inqui- 
sición, porque  en  estos  tiempos  es  grande 
inconveniente  que  los  Obispos  no  puedan  absol- 
ver los  herejes  que  vinieren  á  sus  pies  arre- 
pentidos de  su  yerro,  pidiendo  misericordia, 
pues  el  inquisidor  ordinario  y  el  más  legítimo 
pastor  de  las  almas  es  el  Obispo.  El  peniten- 
ciario quedó  á  elección  del  Obispo.  Con  todo 
eso  era  tanta  la  variedad  de  los  pareceres  y 
tantas  las  cosas  sobre  que  se  votaba,  que  no 
pudieron  aquel  día  los  Legados  declarar  al 
Concilio  la  resolución  de  todas  ellas,  más  de 
decir  que  la  mayor  parte  del  Concilio  aprobaba 
lo  que  estaba  hecho  y  que  conforme  á  los  votos 
se  enmendarían  los  cánones  de  Matrimonio  y 
capítulos  de  Reformación. 

El  sábado  por  la  mañana  rae  envió  á  llamar 
el  Cardenal  Morón,  porque  hizo  una  junta  de 
Legados  y  Cardenales,  Arzobispos  y  Obispos, 
que  seríamos  cerca  de  cincuenta,  y  nos  propuso 
dos  cosas.  La  una,  que,  pues  las  cosas  más  im- 
portantes á  la  religión  estaban  ya  concluidas, 
que  eran  las  que  tocaban  á  los  siete  sacramen- 
tos de  la  Iglesia,  que  si  nos  parecía  que  sería 
bien  que  con  la  sesión  que  viene  se  concluyese 
este  Concilio,  porque  parece  que  convendría 
acabar  ya  una  cosa  que  ha  tantos  años  que  co- 
menzó y  que  tanto  desea  todo  el  mundo  verle 
el  cabo,  y  que  el  Emperador  y  los  Príncipes  y 
Reyes  lo  deseaban,  y  Su  Santidad,  y  que  aun- 
que el  Conde  de  Luna  le  había  dicho  no  sé  qué 
cosas,  él  tenía   entendido  que  seguiría  en  esto 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


267 


la  voluntad  del  Papa.  Lo  segundo,  que  ya  que 
hubiese  de  acabarse  con  esta  sesión,  si  sería 
bien  que  en  ella  se  tratase  de  solas  cosas  de  Re- 
formación y  se  dejasen  los  dogmas  que  queda- 
ban, porque  cuasi  todos  estaban  ya  determina- 
dos en  otros  Concilios. 

El  Cardenal  de  Lorena  venía  prevenido  y 
hizo  un  largo  razonamiento,  representando  la 
necesidad  que  había  de  que  se  concluyese  bre- 
vemente, y  poniendo  delante  de  los  ojos  la  des- 
ventura y  perdición  del  reino  de  Francia  y  que 
en  sólo  acabarse  con  brevedad  este  Concilio  es- 
taba puesta  la  esperanza  de  su  remedio,  y  que 
suplicaba  por  amor  de  Dios  á  todos  que  se  do- 
liesen de  la  pérdida  de  aquel  reino,  porque  el 
dilatarse  el  Concilio  sería  la  total  destrucción 
suya.  Habló  tan  cuerda  y  piadosamente  y  con 
tanto  hervor  y  afectos,  que  movió  grandemente 
los  corazones  de  todos.  El  Arzobispo  de  Gra- 
nada fué  de  su  parecer,  y  cuasi  todos  los  Per- 
lados que  allí  había.  Yo,  como  vine  á  decir  des- 
pués de  muchos,  y  habían  tenido  tanta  fuerza 
conmigo  las  razones  del  Cardenal,  dije  que  por 
no  fatigarlos  con  largo  parecer,  seguía  el  del 
Ilustrísimo  de  Lorena  y  del  Reverendísimo  de 
Granada.  En  fin,  se  resolvieron  en  que  se  aca- 
be el  Concilio  y  no  se  miente  suspensión,  y 
que  se  traten  solas  cosas  de  Reforma,  aunque 
algunos  quieren  que  se  trate  de  purgatorio  y  de 
imágenes,  y  el  Cardenal  de  Lorena  mostró  un 
decreto  que  se  había  hecho  en  París  sobre  la 
adoración  de  las  imágenes  que  agradó  mucho 
á  todos.  Quedaba  otra  dificultad  sobre  el  últi- 
mo capítulo,  que  trata  de  la  Reformación  de  los 
Reyes  y  Príncipes  cristianos.  El  Cardenal  Mo- 
rón mostró  un  decreto  que  el  Papa  le  Lalía  en- 
viado tan  medido  y  tan  bueno,  y  que  los  trata 
tan  cortésmente,  quitando  anatemas  y  desco- 
muniones, que  era  lo  que  había  ofendido  gran- 
demente á  los  franceses,  y  dejándolo  todo  en  su 
voluntad,  de  suerte  que  más  parece  admones- 
tación  que  decreto,  que  á  todos  les  pareció  que 
estaba  tan  bien,  que  no  podría  nadie  ofenderse 
con  él.  Sólo  el  Arzobispo  Senonense  dijo  que 
le  parecía  que  derogaba  algunos  privilegios  que 
tenía  el  reino  de  Francia  y  que  aquello  tenía 
necesidad  de  emendarse.  En  fin,  todos  salimos 
de  allí  con  esperanza  de  que  se  acabara  presto 
el  Concilio  y  veremos  el  fin  de  una  cosa  tan  de- 
seada y  de  un  trabajo  tan  grande  como  el  que 
aquí  se  padece.  El  Cardenal  Morón  dijo  que 
era  menester  despachar  un  Obispo  que  fuese  al 
Papa,  y  otro  al  Rey  de  España,  y  otro  al  Em- 
perador, y  al  de  Francia  otro,  para  que  con  vo- 
luntad y  consentimiento  de  todos  se  diese  fin 
al  Concilio. 

Lunes  que  fue  á  los  15  de  noviembre  hubo 
congregación  general,  y  el  Cardenal  Morón 
propuso  las  mesmas  cosas  que  nos  había  pro- 

AUTOlilOGKAI-IAS    V    MF.MOKIAS. — 28 


puesto  en  la  particular.  A  todos  les  ha  pareci- 
do bien  que  se  acabe  con  esta  sesión  el  Conci- 
lio. El  Cardenal  de  Lorena  pidió  dos  cosas:  La 
primera,  que  Su  Santidad,  pocos  días  después 
de  hecha  la  sesión,  enviase  la  confirmación  de 
cuanto  se  había  determinado  en  este  Concilio. 
La  segunda,  que  les  diese  también  facultad  á 
los  Perlados,  por  un  indulto,  de  poder  dispen- 
sar en  los  impedimentos  de  matrimonio.  Co- 
menzóse juntamente  á  hablar  en  los  catorce 
capítulos.  El  de  los  Reyes,  que  antes  había  he- 
cho, se  quitó  y  en  su  lugar  se  puso  el  que  ax'ri- 
ba  dije.  Hase  parecido  bien  el  deseo  que  todos 
tienen  de  acabar,  porque  se  han  dado  tanta  pri- 
sa y  dicho  con  tanta  brevedad,  que  en  tres  días 
acabaron  de  votar  sobre  ellos  ('). 


Acabado  de  votar  sobre  estos  cánones,  que  se 
concluyeron  en  tres  días,  dando  á  entender  esta 
brevedad  el  deseo  que  todos  tienen  de  acabar, 
se  dieron  otros  cuatro  capítulos:  uno  de  la  mo- 
deración que  han  de  tener  los  Obispos  en  la 
mesa  y  gasto  y  distribución  de  renta.  Este  se 
hizo  por  importunación  del  Arzobispo»  de  Bra- 
ga. Otro  de  las  décimas,  otro  de  la  descomu- 
nión y  el  otro  de  que  se  haga  en  las  iglesias  un 
archivo  donde  se  pongan  las  escrituras;  esto 
había  muchos  días  que  pedía  el  Arzobispo  de 
Granada. 

También  se  han  hecho  veinte  y  dos  capítulos 
de  Reformación  de  frailes,  y  ocho  de  monjas, 
con  otros  dos  decretos.  Mucha  ropa  es  ésta 
para  tan  pocos  días  como  hay  de  aquí  á  la 
sesión.  La  reformación  de  los  frailes  está  hecha 
con  menos  rigor  del  que  era  menester,  porque 
fueron  frailes  los  que  entendieron  en  hacerla,  y 
después  ha  sido  tanto  el  negocio  que  han  traído, 
que  más  valiera  que  nunca  se  hiciera  que  ha- 
cerse de  la  suerte  que  se  hace.  A  las  monjas  las 
han  estrechado  de  manera  que  será  parte  para 
que  no  haya  tantas.  Todo  este  rigor  había  me- 
nester la  mucha  libertad,  ó  por  mejor  decir 
disolución,  que  en  muchas  partes  había,  de  la 
cual  tenemos  aquí  tan  larga  información,  que 
es  cosa  de  espanto  y  de  pensar  que  las  abomi- 
naciones que  pasan  y  han  pasado  han  sido  gran 
parte  para  indignar  á  Dios  y  hacer  el  castigo 
que  agora  hace  en  su  Iglesia.  Pésame  mucho 
que  habiendo  nacido  mucha  parte  del  escándalo 
clestos  tiempos,  de  la  licencia  y  perdición  de 
algunos  ma!os  religiosos,  se  haga  la  reforma- 
ción tan  á  sobre  peine  y  de  manera  que  para 
los  herejes  será  risa  y  para  los  católicos  muy 
poca  edificación.  Por  ventura  al  tiempo  de 
votar  se  remediará  alguna  cosa,  aunque  tene- 

(')  Tomo  II,  folios  121  á  130. 


268 


autobiografías  y  memorias 


mos  experiencia  ele  que  se  hace  muy  poca  mu- 
danza de  lo  que  una  vez  se  propone. 

Martes  á  los  23  de  noviembre  se  comenzó  á 
votar  sobre  los  cuatro  cánones  y  otros  dos  que 
se  añadieron,  y  sobre  los  decretos  de  monjas  y 
frailes.  El  Cardenal  Morón  dijo  primero  que 
otro  canon  se  había  hecho  de  lo  que  tocaba  á 
las  encomiendas,  y  que  tambie'n  se  daría  para 
que  se  votase  sobre  él  con  los  otros.  Bien  se 
parece  la  gana  que  hay  de  acabar,  pues  con  ser 
treinta  y  seis  decretos  de  Reformación  se  han 
votado  en  cinco  días.  Hanse  descubierto  mu- 
chas llagas  de  frailes  y  monjas  que  tienen 
harta  necesidad  de  ser  curadas;  pero  los  frailes 
se  dan  tan  buena  maña,  que  ellos  podrán  poco 
ó  harán  que  se  remita  el  negocio  de  su  refor- 
mación á  los  Generales  de  las  Ordenes,  que  es 
quedarse  las  cosas  como  se  estaban.  Muchos  tie- 
nen de  su  parte,  y  creo  que  son  granjeados  ('). 

Acabado  de  votar  hizo  el  domingo  á  los  2S 
de  noviembre  el  Cardenal  Morón  una  congre- 
gación en  su  casa  para  tratar  del  remate  que  se 
le  ha  de  dar  al  Conciho,  porque  el  Conde  de 
Luna  el  día  antes  le  había  hablado  diciendo  que 
no  convenía  precipitar  desta  manera  el  Conci- 
lio, dejándose  de  hacer  lo  que  convenía  y  no 
acabándose  las  cosas  comenzadas,  y  muchos  de 
los  españoles  están  muy  mal  en  que  se  acabe 
con  tanta  brevedad,  y  á  otros  muchos  les  parece 
cosa  recia  que  se  concluya  el  Concilio  sin  de- 
terminarse aquello  que  primero  procuraron  des- 
hacer los  herejes  y  fué  el  principio  de  toda 
esta  desventura,  que  son  las  indulgencias,  pur- 
gatorio, intercesión  de  los  santos  y  las  demás 
cosas  que  se  habían  comenzado  á  tratar  en 
congregaciones  y  deputaciones  particulares. 

Por  otra  parte  el  Cardenal  de  Lorena,  por  lo 
que  toca  á  sus  propios  negocios,  ha  metido 
todas  las  velas  posibles  para  que  se  concluya,  y 
como  tiene  de  su  parte  la  voluntad  de  Su  San- 
tidad, la  del  Emperador  y  Legados  y  muchos 
Obispos  que  desean  verse  ya  fuera  de  Trento, 
no  ha  sido  cosa  difícil  hacer  lo  que  cuasi  todus 
desean.  Está  la  cosa  en  un  aprieto  grande, 
porque  si  se  concluye  la  sesión  el  día  señalado 
y  con  ella  el  Concilio,  no  parece  que  hay  lugar 
para  poder  decretarse  ninguna  cosa  de  dogma, 
que  es  harto  inconveniente,  y  si  aquel  día  no  se 
concluye,  el  Cardenal  de  Lorena  se  parte  y  la 
nación  francesa  con  él,  y  los  Embajadores  del 
Emperador  y  del  Rey  de  Bohemia  y  de  Polo- 
nia, y  nmchos  Perlados  italianos  que  tienen 
enviada  ya  su  casa  y  hacienda,  de  suerte  que 
no  quedará  Concilio  ecuménico  hecho  esto.  Por 
otra  parte,  se  suena  que  alguna  gente  en  Ale- 
mania comienza  á  alborotarse  y  á  tomar  armas. 
El  Cardenal  Morón  tornó  este  día  á  proponer 

(')  Tomo  II,  folios  132  á  134. 


este  negocio,  que  ya  otras  veces  había  consul- 
tado, á  más  de  sesenta  Prelados  que  nos  junta- 
mos. El  Cardenal  de  Lorena  tornó  á  persuadir 
y  á  pedir  con  grande  instancia  la  conclusión 
del  C^^ncilio.  Muchos  hubo  de  parecer  que  se 
debían  tratar  las  materias  de  dogmas  que  que- 
daban y  pidieron  muy  ahincadamente  á  Lorena 
que  se  detuviese  siquiera  ocho  días  para  que 
hubiese  lugar  de  hacerse,  y  no  se  pudo  acabar 
con  él.  En  fin  se  concluyó  esta  congregación 
con  esperanza  de  que  se  acabaría  el  Concilio  y 
que  en  este  tiempo  se  formarían  ciertos  capítu- 
los de  dogmas,  de  suerte  que  en  ellos  no  pu- 
diese haber  ocasión  de  disputa  ni  controversia, 
sino  que  se  pasarían />6r  verbum  placet. 

El  Conde  juntó  el  día  siguiente  los  Perlados 
españoles  y  nos  dijo  que  no  convenía  que  el 
Concilio  se  concluyese  sin  la  voluntad  y  con- 
sentimiento de  Su  Majestad  y  que  esto  era  me- 
nester pedirse  á  los  Legados,  y  él  despachó  un 
correo  luego  sobrello  para  tener  resolución  de 
lo  que  Su  Majestad  quería. 

El  martes  en  la  noche  llegó  un  correo  de 
Roma  con  una  nueva  de  que  Su  Santidad  es- 
taba de  manera  que  los  médicos  no  tenían  es- 
peranza de  su  vida.  Llegó  esta  nueva  tan  á 
punto  para  ayudar  á  la  conclusión  del  Conci- 
lio, que  hubo  sospecha,  según  lo  que  después 
se  vio,  para  pensar  que  había  sido  ruido  hechi- 
zo; á  lo  menos  los  Legados  se  supieron  bien 
aprovechar  della,  porque  luego  llamaron  los 
Embajadores  todos  de  los  Príncipes  y  les  die- 
ron cuenta  de  lo  que  pasaba  y  de  cuánto  con- 
venía que  la  sesión  se  anticipase  y  el  Concilio 
se  concluyese,  porque  sucediendo  la  muerte  del 
Papa  no  podía  tener  buen  fin  y  podía  suceder 
algún  scisma  que  fuese  para  mayor  perdición  de 
la  Iglesia.  Fácil  cosa  fué  persuadir  esto  á  Lo- 
rena y  á  los  Embajadores  del  Emperador  y  ve- 
necianos y  los  demás  que  lo  deseaban,  sino  al 
del  Rey  Filipo,  que  con  todo  eso  no  quería  con- 
sentir en  la  conclusión.  Comenzó  luego  á  tra- 
tarse de  la  elección  del  iiuevo  Pontifice,  porque 
ya  daban  por  muerto  á  Pío  IV,  aunque  {^) 
creo  yo  que  él  nunca  estuvo  mejor.  Unos  de- 
cían que  el  Concilio  eligiría,  otros  que  no.  El 
Conde  juntó  aquella  tarde  los  españoles  y  re- 
frescóles una  carta  vieja  que  tenía  de  Su  Ma- 
jestad en  que  mandaba  que  si  durante  el  Con- 
cilio sucediese  muerte  del  Sumo  Pontífice,  que 
no  se  hiciese  alteración  ninguna  en  la  costum- 
bre que  hasta  aquí  se  ha  t(  nido  de  eligir.  El 
Arzobispo  de  Granada  dijo  que  no  solamente 
le  parecía  bien  y  obedecería  lo  que  Su  Majes- 
tad mandaba,  pero  que  nunca  le  había  pasado 
por  pensamiento  hacer  otra  cosa.  Todos  segui- 
mos este  parecer,  y  hubo  en  esto  tanta  confoi- 

(')  En  el  ms.  con  (¿ue. 


DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA 


269 


midad  y  concordia,  que  el  Arzobispo  Colonna, 
que  acaso  se  halló  presente,  dio  las  gracias  de 
aquella  voluntad  que  todos  mostraban  á  que  no 
hubiese  mudanza  ninguna  en  la  elección  del 
Pontífice,  y  que  habia  recebido  tanto  contento 
de  ver  el  celo  de  los  señores  Perlados  españoles 
en  esta  parte,  que  él  sería  el  pregonero  del  con 
Su  Santidad  y  con  todo  el  mundo.  Este  mes- 
mo  oficio  hizo  el  Conde  con  los  Perlados  del 
reino  de  Ñapóles  y  Sicilia,  que  son  á  provisión 
de  Su  Majestad  ó  á  presentación.  El  jueves 
por  la  mañana  que  fué  á  los  2  de  diciembre, 
hizo  congregación  el  Cardenal  Morón  en  su 
casa  de  muchos  Pei'lados,  y  nos  propuso  unos 
cánones  de  purgatorio  y  de  invocatione  et  inter- 
cessione  sanctorum  y  de  imágenes,  para  que 
dijésemos  si  nos  agradaban,  porque  si  era 
ansí,  estando  concluidas  las  demás  cosas  de 
Reformación,  le  parecía  que  otro  día  se  podría 
celebrar  la  sesión.  A  todos  les  parecieron  bien 
los  cánones,  aunque  el  del  purgatorio  deseaban 
mucho  más  de  lo  que  en  él  hay,  por  parecerles 
que  estaba  tratada  muy  flojamente  una  cosa  de 
tanta  importancia.  Otros  pidieron  que  se  hicie- 
se algo  de  indulgencias.  Finalmente  se  conclu- 
yó la  congregación  y  al  Cardenal  le  pareció  que 
era  bien  aprovecharse  desta  buena  ocasión  y 
conformidad  que  hallaba  en  los  decretos  de  dog- 
mas y  acabar  con  el  Concilio.  El  Conde,  como 
lo  supo,  nos  hizo  juntar  después  de  comer  en 
su  casa  antes  de  la  congregación  general  y  en- 
vió al  Arzobispo  de  Valencia  electo  y  al  Obis- 
po de  Segovia  á  hablar  á  los  Legados,  tornán- 
doles á  pedir  que  no  se  acabase  el  Concilio  sin 
esperar  el  consenso  del  Rey  Católico  y  sin  que 
él  tuviese  respuesta  de  su  voluntad,  que  ya  ha- 
bía despachado  un  correo,  y  que  siquiera  se  es- 
perase hasta  Navidad,  y  que  si  para  entonces 
no  hubiese  respuesta,  que  él  sería  de  parecer 
que  se  concluyese.  Morón,  que  ni  desea  ni 
piensa  en  otra  cosa  sino  en  acabarle,  y  no  quie- 
re perder  coyuntura  ni  punto  de  tiempo,  no  se 
movió  nada  con  esta  embajada,  sino  pasó  ade- 
lante con  su  intento,  entreteniendo  con  buenas 
palabras  al  Conde,  de  manera  que  los  Emba- 
jadores se  volvieron  sin  haber  hecho  nada  y  nos 
fuimos  á  la  congregación  general,  donde  el 
Cardenal  propuso  al  Concilio  los  cánones  de 
dogmas  y  se  pasaron  brevísimamente  cuasi  per 
verbum  placet.  Acabado  esto,  liizo  un  razona- 
miento diciendo  cuánto  convenía  que  el  Conci- 
lio se  concluyese,  porque  la  dilación,  estando 
las  cosas  en  el  estado  en  que  estaban,  podría 
ser  parte  para  que  ó  nunca  se  acabase  ó  tuviese 
mal  fin,  y  que  suspensión  era  la  más  pernicio- 
sa cosa  que  se  podía  imaginar  para  la  Iglesia, 
ansí  que  de  dos  cosas  deseaba  el  que  delibera- 
sen los  padres:  la  primera  de  que  se  hiciese  la 
sesión  otro  día,  que  era  viernes,  y  porque  había 


muchas  cosas  que  tratar  y  leerse  los  que  se  ha- 
bían hecho  en  tiempo  de  Paulo  III  y  Julio  III, 
que  se  continuase  hasta  el  sábado,  siendo  ne- 
cesario; la  segunda,  que  se  diese  fin  con  esto 
al  Concilio.  El  Conde  de  Luna  se  levantó  de 
su  silla  y  se  vino  á  los  Legados  con  un  papel 
que  tenía  en  la  mano,  que  era  una  protestación 
de  que  el  Concilio  no  se  acabase.  Los  Legados 
no  consintieron  en  que  se  leyese,  y  le  dieron  á 
entender  que  no  convenía,  y  con  esto  se  tornó 
á  su  silla,  aunque  más  le  hizo  aflojar  el  no  te- 
ner él  expreso  mandato  del  Rey  para  hacerla, 
y  aquel  acometimiento  hizo  porque  pareció  que 
convenía  y  por  satisfacer  á  algunos  Perlados 
españoles  que  se  lo  pedían.  Luego  se  levan- 
taron los  Embajadores  del  Emperador,  y  Hun- 
gría, y  Portugal,  y  Saboj^a,  y  Florencia,  y  fue- 
ron á  los  Legados  y  les  dijeron  que  si  no  se 
concluía  el  Concilio  que  ellos  protestarían  y 
se  irían.  En  fin,  Morón,  porque  no  hubiese 
algún  estorbo  á  sus  designios,  dijo  que  se 
votase  si  les  placía  que  el  viernes  se  hiciese 
la  sesión  y  que  el  acabarse  el  Concilio  se  que- 
dase para  el  día  en  que  se  hiciese  la  sesión,  y 
ansí  se  votó  sobre  el  primer  punto  y  todos  vi- 
nieron en  que  se  hiciese  la  sesión,  si  no  fueron 
catorce. 

Luego  se  leyeron  todos  los  decretos  de  Refor- 
mación y  los  de  los  frailes  y  monjas,  y  se  votó 
sobre  ellos  cuasi  per  verbum  placet,  y  sobre  el 
sexto  canon  de  los  Cabildos,  porque  se  tornó  á 
proponer  de  la  suerte  que  antes  estaba,  diciendo 
los  Legados  que  no  habían  podido  hallar  otro 
medio  ninguno,  ni  se  podía  el  canon  formar  de 
otra  manera,  conforme  á  lo  que  los  padres  ha- 
bían votado;  sola  una  cosa  se  añadió,  á  peti- 
ción de  Lorena,  que  los  pecados  de  la  carne 
entrasen  á  vueltas  de  los  que  en  el  canon  se 
llaman  atroces.  Luego  el  viernes  se  hizo  la  se- 
sión, votándose  primero  en  los  decretos  de  dog- 
mas, en  los  cuales  hubo  muy  poca  contradic- 
ción, porque  todos  dijeron  placet,  sino  dos  que 
pidieron  que  se  añadiesen  ciertas  palabras;  en 
los  cánones  de  Reformación  también  hubo 
grande  concordia,  y  porque  muchos  habían  pe- 
dido que  se  hiciese  alguna  cosa  de  indulgencias 
y  estaba  ya  hecho  algo  dello  por  los  deputados, 
determinaron  los  Legados  que  el  sábado  ade- 
lante, hasta  el  cual  se  había  determinado  que  se 
prolongase  la  sesión,  siendo  necesario,  se  pro- 
pusiese un  decreto  de  indulgencias  hecho  de 
manera  que  no  pudiese  haber  en  él  ocasión  de 
contienda,  y  ansí  antes  de  ir  al  Domo  á  celebrar 
la  sesión,  el  sábado  por  la  mañana  hizo  el  Car- 
denal Morón  congregación  en  su  casa,  donde 
les  propuso  el  canon  de  indulgencias,  y  concer- 
tados, se  presentó  al  Concilio  en  la  sesión,  y 
fué  recebido  con  gran  contento  y  aprobación  de 
todos.  Había  en  él  unas  palabras  que  decían 


270 


autobiografías  y  memorias 


que  se  quitasen  las  suspensiones  de  las  bulas, 
porque  á  muchos  les  parecía  que  se  podía  con- 
tar entre  los  abusos  que  hay  en  la  materia  de 
indulgencias.  Esto  me  pareció  á  mí  que  no  de- 
bía ponerse,  porque  si  era  abuso  Su  Santidad  le 
emendaría,  y  entre  tanto  no  me  pareció  que 
convenía  al  servicio  del  Rey  que  se  pusiese,  y 
comuniquélo  con  el  Cardenal  de  Lorena  y  hi- 
cimos que  se  quitase.  Leyóse  después  un  de- 
creto de  la  fin  del  Concilio,  muy  discreto  y  muy 
á  propósito,  que  hicieron  Lorena,  Madrucio, 
Le'rida  y  Ciudad  Rodrigo.  Leyéronse  los  de- 
cretos hechos  en  tiempo  de  Paulo  III  y  Ju- 
lio III  de  dogmas  y  reformación,  que  duraron 
buen  rato,  y  después  de  haber  dicho  todos  el 
placel,  les  dijo  el  Cardenal  si  anatematizaban 
todos  los  herejes,  y  respondió  el  Concilio  todo: 
Anathema  ómnibus  hereti'cis ;  anathema  ómni- 
bus Jtereticis. 

Fué  tanto  el  contento  y  alegría  que  hubo  en 


los  corazones  de  todos,  junto  con  la  devoción 
que  aquel  día  parece  que  puso  Dios  más  parti- 
cularmente en  las  almas  de  los  que  estaban 
presentes,  que  de  puro  gozo  se  derramaron  har- 
tas lágrimas.  Tras  esto  el  Cardenal  Morón 
dijo:  Illustrissimi  et  Ret'erendissimi  Paires, 
Concilium  est  jamjinitum;  ite  /nj9ac«.  Leyéronse 
también  unas  oraciones  que  el  Cardenal  de 
Lorena  sacó  de  la  costumbre  que  se  había  te- 
nido en  otros  Concilios  de  rogar  á  Nuestro  Se- 
ñor por  la  salud  del  Papa  y  del  Emperador  y 
Reyes  y  Príncipes  católicos,  tan  devotas  y  tan 
agradables  á  todos  que  aumentaron  más  la  de- 
voción y  alegría  de  todos. 

Y  ansí  se  acabó  el  Concilio  tridentino,  que 
había  más  de  diez  y  ocho  años  que  se  había  co- 
menzado á  gloria  y  honra  de  Nuestro  Señor  y 
remedio  de  su  santa  Iglesia  (}). 

(')  Tomo  II,  folios  139  á  147. 


VIAJE  DEL  MUNDO 

HECHO    Y    COMPUESTO    POR    EL 

LICENCIADO    PEDRO    ORDOÑEZ    DE    CEBALLOS 

OANÓNIOO  DK  LA  SANTA  IGLESIA  DE  A8T0RGA,  NATURAL  DE  LA  INSIGNE  CIUDAD  DE  JAÉN 

-CONTIENE  TRES  LIBROS 

DIRIGIDO    Á    DON    ANTONIO    DÁVILA    Y    TOLEDO,    MARQUES    DE    SAN    ROMÁN, 
SUCESOR    EN    LA    CASA    DE    VELADA    0) 


TASA 

Yo,  Diego  González  de  Villarroel,  escriba- 
no de  Cámara  dé  Su  Majestad,  de  los  que  en 
BU  Consejo  residen,  doy  fe  que,  habiéndose 
visto  por  los  señores  del  el  libro  intitulado  Viaje 
del  Mundo,  compuesto  ^  or  el  Licenciado  Pedro 
Ordóñez,  clérigo,  que  con  licencia  de  los  dichos 
señores  ha  sido  impreso,  tasaron  cada  pliego  en- 
tero del  dicho  libro  á  cuatro  maravedís,  y  á  este 
precio  no  más  mandaron  se  venda,  y  que  esta 
tasa  se  ponga  al  principio  de  cada  libro,  para 
que  se  entienda  el  precio  del, 

Y  para  que  dello  conste,  de  mandamiento  de 
los  dichos  señores  del  Consejo  y  de  pedimiento 
del  dicho  Licenciado  Pedro  Ordóñez  di  esta 
fe.  En  Madrid  á  siete  días  del  mes  de  noviem- 
bre de  mil  y  seiscientos  y  catorce  años. 

Diego  González  de  Villarroel. 


SUMA  DEL  PRIVILEGIO 

El  Licenciado  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos 
tiene  privilegio  por  diez  años  para  imprimir 
este  libro  del  Viaje  del  Mundo,  y  que  ninguna 
otra  persona  le  pueda  imprimir  sin  su  orden  y 
consentimiento,  conforme  en  el  dicho  privilegio 
se  contiene,  que  fue  dado  en  San  Lorenzo  el 
Real  á  seis  de  agosto  de  mil  y  seiscientos  y  ca- 
torce años  despachado  por  Jorge  de  Tovar. 

Este  libro  del  Viaje  del  Mundo,  hecho  por 
el  Licenciado  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos,  co- 
rresponde con  su  original  y  no  hay  en  él  errata 


de  consideración  que  notar.  En  Madrid  á  29 
de  octubre  de  1614. 

Licenciado  Murcia  de  la  Llana. 


LICENCIA    DEL   OBISPO    DE   JAÉN 

Don  Sancho  Dávila  y  Toledo,  por  la  gracia 
de  Dios  y  de  la  Santa  Sede  Apostólica,  Obispo 
de  Jaén,  del  Consejo  de  Su  Majestad.  Por  la 
presente  cometemos  y  encargamos  al  padre 
Juan  Méndez,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que 
vea  y  examine  con  el  cuidado  y  santo  celo  que 
de  su  paternidad  confiamos  este  libro  intitulado 
Viaje  del  Mundo,  compuesto  por  el  Licenciado 
Pedro  Ordóñez  de  Ceballos,  vecino  de  la  dicha 
ciudad,  por  cuya  parte  fue  presentado  ante  Nos 
y  pedida  nuestra  aprobación,  y  visto  y  exami- 
nado, ponga  por  escrito  su  parecer  y  censura, 
diciendo  en  ella  si  se  le  puede  dar  licencia  ó 
si  tiene  alguna  proposición  herética,  ó  algún 
error  ó  cosa  mal  sonante  y  contra  las  buenas 
costumbres,  por  donde  no  se  deba  imprimir; 
que  para  que  así  lo  haga  le  damos  comisión  en 
forma,  sobre  que  le  encargamos  la  conciencia. 
Dada  en  Jaén  á  siete  de  setiembre  de  mil  y 
seiscientos  y  trece  años.  Y  en  caso  que  fuere 
aprobado  el  dicho  libro,  mandamos  al  dicho 
Licenciado  Pedro  Ordóñez  le  haga  presentar 
ante  el  Consejo  supremo  de  Su  Majestad,  como 
se  acostumbra. 

El  Obispo  de  Jaén. 

Por  mandado  del  Obispo  mi  señor, 
Antonio  de  Amatriain. 


(')  Publicamos  este  libro  conforme  á  la  edición  de  Madrid,  por  Luis  Sánchez,  en  cuya  portada  se  lee 
año  M.DC.XVI  y  al  final  año  M  DC.XIIII.  En  4.»;  290  hojas  numeradas,  más  10  de  preliminares  y  cuatro  á 
la  conclusión  sin  foliar.  Lleva  un  tosco  retrato,  imaginario  al  parecer,  de  D.  Pedro  Ordóñez.  Únicamente 
suprimimos  las  acotaciones  marginales,  por  ser  casi  todas  inútiles. 


272 


autobiografías  y  memorias 


APROBACIÓN 


Por  mandado  de  V.  S.  I.  se  me  cometió  un 

libro  intitulado  Viaje  del  Mundo,  compuesto 
por  el  Licenciado  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos, 
vecino  de  la  dicha  ciudad,  para  que  le  viese  y 
examinase,  y  diese  mi  parecer  y  censura  en 
orden  á  poderse  imprimir,  y  visto  el  mandato 
de  V.  S.  I.,  á  quien  por  mil  títulos  reconozco 
por  mi  superior  y  señor,  tomé  á  mi  cargo  el 
hacerlo  con  mucho  gusto,  por  serlo  de  V.  S.  I.,y 
he  puesto  en  ello  el  cuidado  que  piden  materias 
tan  serias.  He  visto,  pues,  y  examinado  el 
dicho  libro,  y  en  la  forma  que  va  no  contiene 
proposición  herética  ni  error,  ni  doctrina  mal 
sonante  ni  contraria  á  las  buenas  costumbres; 
antes  su  leyenda  la  tengo  por  ejemplar,  apaci- 
ble y  entretenida  para  todo  género  de  perso- 
nas, en  especial  para  las  curiosas  y  aficionadas 
á  historia,  pues  podrán  apacentar  su  entendi- 
mÍ3nto  con  lo  que  pudieran  la  vista  si  á  mucha 
costa  y  cansancio  suyo  pasearan  el  orbe,  y  en 
particular  los  naturales  deste  reino  gustaran 
ver  las  cosas  memorables  del,  sacadas  á  luz  con 
la  puntual  curiosidad  que  el  autor  profesa.  Así, 
que  siento  puede  V.  S.  I.  conceder  al  autor  la 
licencia  que  pide  para  que  se  imprima  su  libro 
y  logre  sus  trabajos,  que  parece  será  premio 
dellos  y  galardón  de  su  buena  intención.  Desta 
casa  de  V.  S.  I.  de  San  Eufrasio,  de  la  Com- 
pañía de  Jesús.  Jaén  21  de  marzo  de  1614. 

Juan  Méndez. 


APROBACIÓN 

Esta  historia,  que  V.  A.  me  ha  mandado 
ver,  del  Viaje  del  Mundo  y  itinerario  de  todo 
él,  que  hizo  el  Licenciado  Pedro  Ordóñez  de 
Ceballos,  y  es  también  el  autor  que  él  escribe, 
no  contiene  cosa  contra  la  fe  ni  buenas  cos- 
tumbres. Podrá  V.  A.,  siendo  servido,  dar 
licencia  para  que  se  imprima.  En  Madrid  á 
catorce  de  julio  de  mil  y  seiscientos  y  catorce 
años. 

Fr.  Francisco  de  Jesús. 


DEL  CLÉRIGO  AGRADECIDO  Á  LA  MERCED  DE 
HABERLE  DIOS  TRAÍDO  LIBRE  Á  Sü  PATRIA 
Y  OFRECIENDO   ESTE  LIBRO  AL  LECTOR 

Soneto. 

Gracias  os  doy.  Señor,  pues  he  llegado 
Como  el  pájaro  ausente  al  patrio  nido. 
No  para  que  se  llore  lo  perdido, 
Sino  para  dar  fe  de  lo  ganado. 


Seguro  vengo,  alegre  y  mejorado 
En  el  oficio,  estado  y  el  vestido. 
Suerte  dichosa  para  quien  se  vido 
En  tantas  partes  con  la  muerte  al  lado. 

Conozco  ser  favor  de  vuestra  mano, 
Y  singular  merced  no  merecida 
Vuelto  á  mi  patria  y  de  mi  patria  ausente. 

Y  para  no  gastar  el  tiempo  en  vano 
(Agradecido  á  quien  me  dio  la  vida), 
Hoy  te  ofrezco,  lector,  este  presente. 


DE  GONZALO  DE  AVALA  AL  LICENCIADO  PEDRO 
ORDÓÑEZ   DE  CEBALLOS 

Soneto. 

A  la  vista  del  sol,  sus  hijos  prueba 
El  águila  real,  y  al  que  se  para 
Y  sus  rayos  contempla  cara  á  cara. 
Reconoce  por  tal,  ama  y  aprueba. 

Mas  al  que  el  vil  temor  vencido  lleva. 
Huyendo  de  su  luz,  y  no  repara 
Que  por  eso  le  deja  y  desampara, 
Como  á  extraño  le  trata  y  le  reprueba. 

La  vista  al  sol,  Ceballos,  anduvistes. 
Ya  experto  capitán,  ya  gran  soldado, 
Ya  sacerdote.  ¡Cosa  prodigiosa! 

Nieblas  de  reina  y  reino  reprimistes 
En  Cochinchina,  donde  habéis  plantado 
La  fe  de  Cristo.  ¡Empresa  valerosa! 

Y  así  alegre  y  gozosa 
Os  da  de  la  venida  el  parabién, 
Vuestra  ciudad  y  nido  de  Jaén. 


DE     ANDRÉS    QUERINO    AL    LICENCIADO    PEDRO 
ORDÓÑEZ   DE   CEBALLOS 

Soneto. 

Imposible  parece  á  la  esperanza 
Haberse  en  tantas  partes  defendido 
Un  hombre  de  peligros  combatido. 
Sujeto  á  la  fortuna  y  su  mudanza. 

Mas  bien  se  ve  que  tanto  bien  alcanza 
El  que  á  los  vicios  no  vive  rendido. 
Que  cuanto  más  se  viere  perseguido 
Tendrá  tras  más  fortuna  más  bonanza. 

Si  habéis  grandes  victorias  alcanzado, 
Valeroso  Ceballos,  más  empleo 
Fue  la  victoria  que  de  vos  llevastes. 

Que  si  un  reino  tuvistes  ya  ganado, 
No  le  quisistes,  y  á  su  reina  veo 
Que  para  Dios  dos  veces  la  ganastes. 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBADLOS 


273 


Á  DON  ANTONIO  DÁVILA  Y  TOLEDO,  SUCESOR 
Y  MAYORAZGO  EN  LA  CASA  DE  VELADA 

_Por  haber  dedicado  el  libro  de  Los  triunfos 
de  la  santísima  Cruz  de  Cristo  Nuestro  Señor 
y  Maestro  á  su  señoría  ilustrísima  el  Obispo 
mi  señor,  Don  Sancho  Dávila  y  Toledo,  digní- 
simo Obispo  desta  insigne  ciudad  de  Jaén,  tío 
de  V.  S.,  de  quien  se  dice  que  lleva  su  cruz 
tan  parecida  á  la  de  Cristo  nuestro  bien,  si- 
guiendo como  verdadero  pastor  las  pisadas  de 
su  maestro  en  vida  y  santas  costumbres  y  pro- 
digiosa predicación,  me  pareció  de  derecho  de- 
bérsele á  V,  S.  la  dedicación  deste  libro  por 
muchas  razones.  La  primera,  por  ser  V.  S.  hijo 
y  propincuo  mayorazgo  de  Don  Gómez  Dávi- 
la, mi  señor,  Marqués  de  Velada,  Grande  de 
Castilla,  Mayordomo  mayor  de  la  Majestad  ce- 
sárea del  rey  Don  Felipe  III,  nuestro  señor.  Y 
la  otra,  por  la  gran  fama  de  la  magnanimidad 
del  heroico  pecho  de  V.  S.,  su  grande  discreción 
y  demás  virtudes,  que  como  nuevo  sol  promete 
nuevos  resplandores  á  la  grandeza  antigua  de 
su  ilustrísima  casa,  juntando  con  ella  la  de  la 
ilustrísima  prosapia  de  Astorga,  cuyo  ramo  es 
mi  señora  Doña  Constanza  Osorio,  dignísima 
mujer  de  V.  S.,  de  quien,  si  hubiera  de  contar 
sus  grandezas  y  virtudes,  discreción,  hermosu- 
ra y  gran  cristiandad,  fuera  hacer  una  gran- 
diosa historia,  que  por  reconocerme  indigno  lo 
dejo.  V.  S.  se  digne  de  acetar  este  pequeño 
don,  ofrecido  con  humilde  voluntad,  para  que 
todo  el  mundo  entienda  que,  siendo  V.  S.  su 
protector  y  amparo,  no  podrá  hacer  en  él  presa 
la  murmuración,  refrenándose  los  maldicientes, 
y  yo  quedaré,  siendo  acetado  de  V.  S.,  tan 
enriquecido  y  pagado  de  mis  peregrinaciones, 
trabajos  y  desvelos,  cuanto  puede  un  humilde 
capellán  y  criado  de  V.  S.,  á  quien  Kuestro 
Señor  guarde  largos  y  felicísimos  años. 
Humilde  capellán  de  V.  S., 

El  licenciado  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos. 


PROLOGO  AL  LECTOR 

El  divino  Crisóstomo  nos  enseña  dos  fines 
con  los  cuales  se  agrada  á  Dios  en  las  obras 
que  en  público  se  hicieren  ó  salieren  escritas  de 
personas  en  que  por  particular  interés  puede 
haber  sospecha  dellas,  que  son  la  mayor  gloria 
para  Dios  y  algún  ejemplo  ó  consuelo  para  los 
oyentes,  y  así  lo  dice  el  mismo  Señor  por  San 
Marcos,  cap.  V:  «Las  obras  que  hieiéredes  den 
ejemplo  á  los  que  las  vieren,  y  juntamente  den 
gloria  á  vuestro  Padre  celestial".  C<?n  estos  dos 


fines,  prudente  lector,  me  atreví  á  escribir  esta 
historia,  para  gloria  de  Dios,  por  cuyo  amor 
llevé  los  más  de  mis  sucesos,  ya  trabajosos,  ya 
felices,  y  para  que  en  tus  peregrinaciones  y  tra- 
bajos te  animes,  y  donde  quiera  que  los  pasa- 
res, si  fuere  en  el  Oriente,  consideres  que  si  las 
obras  que  hicieres  llevaren  estos  dos  fines,  en- 
tonces naces  para  Dios,  y  si  en  el  Poniente, 
consideres  que  te  acabas  en  esta  vida  para  go- 
zar en  la  otra  del  mismo  Señor,  y  que  tendrás 
asimismo,  haciendo  tales  obras  en  el  Mediodía, 
descanso  en  la  celestial  Jerusalén,  que  es  la 
bienaventuranza,  q\ie  con  buen  principio,  medio 
y  fin  se  alcanza. 

Tenía  Dios  gran  deseo  que  su  pueblo  israe- 
lítico tuviese  voluntad  de  conquistar  la  Tierra 
de  promisión,  como  se  ve  en  el  Libro  de  los 
Números,  cap.  XIII,  donde  dice  que  su  capi- 
tán Moisés  envió  exploradores  que  la  viesen  y 
paseasen  toda,  y  después  de  bien  vista  y  pasea- 
da trajeren  la  muestra  de  la  fertilidad  y  abun- 
dancia della  en  algún  fruto,  para  que  siendo 
visto,  codiciosos  de  gozar  tierra  tan  fértil  y 
abundante,  se  animasen  á  conquistarla  y  ga- 
narla á  los  idólatras  sus  poseedores.  Fueron  los 
exploradores  y  trajeron  aquel  racimo  de  uvas, 
que  por  ser  tan  en  extremo  fértil  fue  necesario 
atravesarle  en  una  gruesa  lanza  y  traerlo  en 
sus  hombros. 

Desde  edad  de  nueve  años,  queriéndolo  así 
el  divino  Moisés,  Cristo  Jesús  me  envió  por 
ese  mundo  en  compañía  de  sus  exploradores  y 
por  mínimo  de  sus  humildes.  Desde  esta  edad 
hasta  los  cuarenta  y  siete  años  anduve  peregri- 
nando y  viendo  el  mundo,  andando  por  él  más 
de  treinta  mil  leguas,  como  en  el  progreso  desta 
historia  verás,  tocando  todas  las  cinco  partes 
del:  Europa,  África,  Asia,  América  y  Magalá- 
nica.  La  Europa,  como  nacido  en  ella,  y  pisán- 
dola en  todos  sus  más  reinos,  España,  Italia, 
Francia,  Alemania,  Flandes  y  sus  estados ;  Je- 
rusalén,  en  Siria,  visitando  todos  los  lugares 
santos,  instrumentos  donde  se  obró  nuestra  re- 
dención ;  puertos  en  Arabia  la  Feliz,  la  Cara- 
mania,  Grecia,  Georgia  y  la  infinidad  de  islas 
del  mar  Mediterráneo;  reinos  de  Dania  y  puer- 
tos en  su  mar  Mediterráneo;  la  Noruega,  In- 
glaterra, Escocia,  Ibernia  y  Islanda.  En  la 
parte  de  África,  asimismo,  en  Túnez,  Ceuta, 
Marruecos,  Fez,  Cabo  Verde,  los  ríos  en  Con- 
go, puerto  en  Monomotapa,  en  el  principado 
Cefala,  Madagascar  y  Magadoxo,  Abasia  y 
otros.  En  la  Asia,  en  Filipinas,  China,  en  los 
reinos  de  Guachinchina,  donde  cogí  el  racimo 
de  la  fruta  más  fértil,  pues  fue  baptizar  la 
reina,  virreyes,  capitanes,  soldados  y  otro  gran 
número  de  gente,  hasta  el  reino  de  Champaa  y 
calió  de  Cicir;  toqué  en  puertos  de  Camboja, 
Malaca,  Sian  y  Pegú;  reinos  de  una  parte  y 


274 


autobiografías  y  memorias 


otra  del  Ganges,  golfo  de  Mengala  (^),  reinos 
del  Gran  Mogor,  Meliapur,  reino  de  Narsinga 
ó  Bisnaga,  donde  visité  el  sepulcro  santo  del 
apóstol  Santo  Tomás;  á  cabo  de  Camori,  Pes- 
querías y  reinos,  hasta  la  famosa  ciudad  de 
Goa,  cabeza  del  Oriente;  toqué  en  Dio  y  Da- 
mam,  puertos  del  gran  reino  de  Cambaya,  y  en 
otros  de  la  Persia,  hasta  Oromuz,  y  en  muchas 
islas,  Japón,  las  Javas,  Humatria,  Ceilán  y 
otras  infinitas. 

En  la  parte  de  América  que  son  las  Indias 
de  Castilla  he  pisado  todos  sus  reinos  y  provin- 
cias: Cartagena,  Santamarta,  Veragua,  Nica- 
ragua, Santafé,  nuevo  reino  de  Granada,  An- 
tioquia,  Popayán,  reino  de  Quito,  y  en  las  pro- 
vincias de  los  Quijos  cogí  otra  gran  copia  de 
fruto  de  los  idólatras  de  guerra,  donde  por  la 
inmensidad  de  los  excesivos  trabajos  me  fue 
necesario  cargar  hasta  en  los  hombres,  ponien- 
do la  vida  á  tantos  riesgos,  y  gastar  tanta  can- 
tidad de  hacienda,  donde  poblé  doce  pueblos  de 
aucaes,  baptizándolos  y  enseñándolos.  Anduve 
todo  el  Piríi,  hasta  Potosí,  Charcas,  Cuzco, 
Lima  y  otras  provincias;  toda  la  Nueva  Espa- 
ña, hasta  Acapulco,  Brasil,  Río  de  la  Plata, 
Tucumán,  Paraguay,  con  algunos  puertos  del 
estrecho  de  Magallanes,  por  donde  quise  entrar 
y  no  pude,  y  tanta  infinidad  de  islas.  Y  la 
quinta  parte  del  mundo,  que  es  la  Magalánica 
ó  tierra  incógnita,  toqué  por  la  parte  de  hacia 
el  mar  del  Norte,  cerca  del  estrecho  de  Maga- 
llanes, en  dos  puertos. 

Y  porque  en  mi  vida  las  cosas  y  sucesos 
prodigiosos  que  me  han  pasado  han  sido  mien- 
tras seglar  y  después  de  clérigo,  me  pareció, 
discreto  lector,  referirlo  en  dos  libros,  y  así 
trata  el  primero  de  los  sucesos  mientras  seglar 
y  el  segundo  de  lo  que  me  pasó  después  de 
clérigo.  Y  por  no  interromper  la  historia,  y 
para  dar  noticia  y  conocimiento  de  las  tierras, 
reinos  y  provincias,  hice  por  tercero  libro  un 
itinerario  ó  viaje  por  dónde  se  camina,  y  sus 
descubridores,  y  por  donde  yo  lo  caminé,  y  co- 
sas famosas  de  los  reinos  en  general  y  particu- 
lar. Y  por  cuarto  libro,  por  ganar  la  deuda  á  la 
madre  patria,  trato  de  las  grandezas  dcsta  fa- 
mosísima ciudad  de  Jaén,  guarda  y  defendi- 
miento  de  los  reinos  de  Castilla,  con  doce  ma- 
ravillas della  y  doce  varones  de  fama  que  sus 
hechos  famosos  merecen  que  en  los  tiempos 
venideros  la  voladora  fama  los  publique.  Este 
lie  dejado  para  libro  de  por  sí,  que  con  el  favor 
de  Dios  saldrá  á  luz,  que  todo  lo  uno  y  lo  otro 
es  para  los  dos  fines  referidos:  la  gloria  y  hon- 
ra de  Dios  y  ejemplo  para  el  prójimo,  y  tam- 
bién para  dar  algún  gusto,  pues  se  dice  en  ge- 

(')  Dejamos  éste  y  los  demás  nombres  propios  tal 
como  se  encuentran  en  el  original . 


nei'al  de  las  historias  que  lo  dan,  y  que  son 
grandes  los  provechos  que  dellas  resultan.  Y  el 
príncipe  de  la  elocuencia.  Cicerón,  en  el  segun- 
do de  Oratoria,  alaba  las  historias  con  gran- 
diosos nombres,  diciendo:  «La  Historia  es  tes- 
tigo de  los  tiempos,  luz  de  la  verdad,  vida  de 
la  memoria,  maestra  de  la  vida  y  mensajero  de 
la  antigüedad.  Testigo  de  los  tiempos,  pues  por 
ella  sabemos  lo  acaecido  en  el  mundo  desde  su 
creación  hasta  hoy,  donde,  si  me  hubiera  de 
alargar,  pudiera  contar  infinitos  escritores  y  li- 
bros por  los  cuales  sabemos  en  el  tiempo  presen- 
te todo  lo  pasado  y  en  unas  partes  se  sabe  lo 
que  sucedió  en  otras  muy  remotas.  Luz  de  la 
verdad,  pues  nos  enseña  con  cuánta  razón  la 
virtud  debe  ser  amada  y  lo  que  con  ella  alcan- 
zaron los  virtuosos,  y  el  vicio  aborrecido,  y  el 
castigo  que  merecen  los  viciosos.  Vida  de  la 
memoria,  porque  estaiúa  la  memoria  como 
muerta  si  no  hubiese  historias  maestras  de  la 
vida,  pues  aprenden  los  unos  de  lo  que  otros  hi- 
cieron. Y  finalmente  es  mensajero  de  la  anti- 
güedad, pues  siempre  que  leemos  historias  es- 
tán como  presentes  embajadores,  declarándo- 
nos sus  creencias».  Por  todas  las  dichas  razo- 
nes, y  por  las  demás  que  dejo,  cristiano  y  pru- 
dente lector,  verás  que  mi  celo  de  escribir  esta 
historia  no  es  mi  propia  alabanza,  pues,  como 
dice  Cicerón  en  el  quinto  de  las  Familiares,  no 
es  justo  que  nadie  se  alabe  á  sí  mismo,  sino  que 
se  dé  la  gloria  y  honra  á  Dios,  á  quien  todo  se 
debe,  como  se  dice  en  el  cap.  LI  del  Eclesiásti- 
co, y  se  aproveclien  los  prójimos  en  esta  vida, 
para  que  en  la  oti"a  le  gocen  por  sus  eternida- 
des. Amén. 

Y  para  que  no  te  parezcan  cosas  fabulosas 
las  que  leyeres  en  este  libro,  ni  imposible  ha- 
bei'le  acaecido  á  una  persona  tanto  y  haber  an- 
dado tantas  tierras ,  lee  la  certificación  del 
Real  Consejo  de  las  Indias,  que  vio  y  le  constó 
todo  lo  susodicho,  por  informaciones  auténticas 
secretas  que  contra  mí  hicieron  la  Real  Au- 
diencia y  Obispo  de  Quito,  y  pareceres  que  so- 
bre ello  dieron,  que  es  como  se  sigue: 

(i  Certificación  deste  Real  Consejo,  ele  los  servi- 
cios del  Licenciado  Pedro  Ordóñez  de  Ceba- 
líos,  clérigo  ])resbítero, 

»Atento  á  que  ha  treinta  años  que  sirve,  y 
antes  que  se  ordenase,  siendo  seglar,  de  alférez 
real  en  las  galeras  de  Espaiia,  y  después  en  las 
Indias  fue  por  tres  veces  capitán  contra  los 
negros  cimarrones  de  Cartagena,  que  estaban 
rebelados,  y  prendió  y  sacó  más  de  cuatrocien- 
tos, de  que  cupo  á  Su  Majestad  más  de  ciento 
y  sesenta,  que  se  vendieron,  y  montó  mucha 
suma  de  ducados,  y  aseguró  los  caminos  y  la 
tierra;  y  vuelto,  el  gobernador  le  envió  contra 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


275 


dos  navios  de  la  Rochela,  y  los  venció  y  echó  á 
fondo,  y  en  la  jornada  de  Uraba  y  Caribana, 
metió  á  su  costa  treinta  y  seis  soldados  y  seis 
negros,  y  después  fue  nombrado  por  maese  de 
campo  della,  en  la  cual  tuvo  diversas  batallas  y 
guazabarasy  peleó  cuerpo  á  cuerpo  con  un  indio 
valentísimo,  y  por  su  vencimiento  quedaron  de 
paz  y  se  poblaron  dos  ciudades,  la  Concepción 
y  Santiago  de  los  Caballeros;  y  después  la 
Audiencia  del  nuevo  reino  le  nombró  por  visi- 
tador de  Antioquía  y  Popayán,  y  después  por 
gobernador  de  Popayán,  y  siéndolo  fue  contra 
los  indios  pixaos  y  paeces,  y  los  retiró  y  soco- 
rrió al  capitán  Diego  Soleto,  que  le  tenían  cer- 
cado los  sutagaos  y  en  mucho  riesgo,  y  avió  la 
gente  del  capitán  Juan  López  de  Herrera  y 
con  el  socorro  se  fundó  la  ciudad  de  Altagracia 
de  Sumapaz. 

))Y  siendo  sacerdote  fue  cura  y  vicario  de 
Pamplona,  y  dos  veces  visitador  general  del 
nuevo  reino.  Y  habiéndose  embarcado  en  Aca- 
pulco  para  ir  al  Pirú,  por  haberse  derrotado 
con  temporal,  fue  á  parar  al  reino  de  la  Cochin- 
china,  y  en  el  dicho  viaje  de  ida  y  vuelta  peleó 
con  navios  flamencos  y  turcos  cosarios,  y  aportó 
á  una  isla  y  socorrió  algunos  españoles  que 
estaban  perdidos,  y  entrando  en  el  dicho  reino 
baptizó  á  la  reina  y  algunos  virreyes  y  gober- 
nadores suyos  y  mucha  gente  del  reino,  y  los 
instituyó  y  enseñó  todo  lo  tocante  á  la  fe,  y 
por  ello  fue  preso  y  condenado  á  muerte,  y  al 
fin  desterrado;  y  saliendo  del  rescató  algunos 
navios  portugueses  que  estaban  detenidos  en 
él,  y  les  socoriió  y  dio  lo  necesario  para  aviar- 
se, y  volvió  hasta  cerca  del  estrecho  de  Ma- 
gallanes, y  encontró  con  muchos  navios  de 
Inglaterra,  y  peleó  y  echó  á  fondo  dos  dellos, 
y  salió  muy  herido,  y  por  Buenos  Aires  volvió 
al  Pirú  y  llegó  á  Quito  y  á  la  provincia  de  los 
Quijos,  estando  rebelados  los  indios,  con  cua- 
renta hombres  para  reducirlos,  y  la  libró  y  entró 
á  los  indios  de  guerra  que  había,  y  sacó  de 
paz;  enseñó,  dotrinó  y  baptizó  más  de  catorce 
mil  dellos,  y  dellos  pobló  doce  pueblos  y  res- 
cató muchos  que  ellos  mismos  vendían,  y  fundó 
un  pueblo  y  los  dio  á  todos  libertad,  en  que 
gastó  más  de  veinte  mil  ducados,  y  de  allí  fue 
por  cura  de  Pimampiro,  donde  enseñó  y  baptizó 
gran  cantidad  de  indios  y  entre  ellos  repartió 
de  limosna  más  de  cuatro  mil  ducados. 

))De  todo  consta  por  informaciones  de  oficio, 
con  pareceres  de  Audiencia  y  Obispo,  que  refie- 
ren todo  lo  susodicho,  y  que  es  clérigo  virtuoso 
y  limosnero  y  buen  estudiante,  y  que  siempre 
ha  procedido  con  grande  aprobación  de  virtud 
y  letras,  y  este  Real  Consejo  le  aprueba  para 
cualquier  dignidad  ó  calonjía». 

Está  al  fin  rubricado  del  secretario  Pedro  de 
Ledesma. 


Lo  cual  he  puesto  para  que  dello  te  conste, 
prudente  lector,  que  lo  que  en  el  libro  pongo 
es  cosa  averiguada,  cierta  y  aprobada  por  tan 
grande  Tribunal,  que  sobre  todo  hizo  informa- 
ciones auténticas.  En  lo  que  hallares  faltas  re- 
cibe mi  buen  deseo,  que  siempre  fue  de  acertar. 

Vale. 


CAPITULO  PRIMERO 

Donde  se  da  noticia  de  la  patria  y  crianza 
del  Clérigo  agradecido. 

Es  la  virtud  del  agradecimiento,  prudente 
lector,  tan  obligatoria,  que  della  dicen  los  sa- 
bios grandes  cosas,  y  han  sentido  tan  maravi- 
llosamente que  son  casi  infinitas  las  sentencias 
que  han  dejado  escritas.  De  aquí  es  que  de  su 
contrario  y  opuesto,  que  es  la  ingratitud,  han 
dicho  asimismo  otras  tantas  cosas,  manifesta- 
doras todas  ellas  de  cuan  ajena  (^)  debe  estar  de 
todo  honrado  pecho.  El  poeta  Menandro,  y  lo 
refiere  Amiano,  filósofo,  en  el  libro  XXIII,  dice 
ser  la  ingratitud  la  peor  cosa  que  hay  sobre  la 
tierra.  Y  Estobeo  dice  que  el  ingrato  tiene  en 
menosprecio  á  Dios  y  á  los  hombres.  Jenofonte, 
en  su  libro  primero,  trae  una  ley  de  los  persas, 
de  un  riguroso  castigo  que  se  les  daba  cuando 
eran  ingratos.  Y  hasta  nuestro  Fuero  castella- 
no, en  el  libro  III,  título  12,  dice  que  los  tales 
deben  ser  desposeídos  del  bien  que  recibieron. 
Casi  lo  mismo  dice  Alejandro  Sardo  en  el 
libro  I,  capítulo  XVI,  que  usaban  los  masilos 
y  persas,  y  que  el  emperador  Claudio  mandó 
lo  propio  en  Roma.  Pero  dejando  á  una  parte  á 
otros  muchos,  que  hablaron  casi  á  tiento  por 
haberles  faltado  la  lumbre  de  la  fee,  lo  mismo, 
y  aun  con  más  elegante  término,  liallaremos  que 
lo  dijeron  los  Santos,  afirmando  ser  el  agrade- 
cimiento de  derecho  natural,  humano  y  divino. 
Así  lo  afirma  el  divino  Bernardo,  y  en  el  segun- 
do sermón  de  los  panes  dice  que  la  ingratitud  es 
cierzo  desecativo  de  la  divina  misericordia  y  de 
las  corrientes  de  la  gracia.  El  glorioso  Agustín, 
sobre  el  salmo  XIII,  dice  que  no  hay  mayor 
necio  que  el  ingrato.  Y  para  que  quede  más 
corroborado  con  testimonio  del  que  es  la  mis- 
ma verdad.  Cristo  nuestro  bien,  en  el  capítu- 
lo XVII  de  San  Lucas,  condena  y  declara 
cuan  mala  sea  la  ingratitud  y  aun  la  tardanza 
del  agradecimiento,  en  aquella  historia  de  los 
diez  leprosos,  de  los  cuales  uno  solo  fue  agra- 
decido del  beneficio  que  recibió. 

Esta  misma  tardanza  condenaron  los  sabios 
antiguos,  como  dicen  Séneca,  Eurípides,  Helío- 

(')  En  la  edición,  ajeno. 


276 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


doro  y  Diogeniano,  porque  tras  la  tardanza  di- 
jeron que  suele  venir  el  olvido.  De  aquí  es  que 
mandaba  l)ios  que  después  de  cualquier  cosa 
que  se  acabase  en  el  templo  le  diesen  alabanzas 
y  lo  pusiesen  en  memoria. 

Considerando  esto,  y  que  todo  el  discurso  de 
mi  vida  he  sido  agradecido  á  los  hombres  por 
los  beneficios  que  dellos  he  recebido,  me  ha  pa- 
recido dar  muestra  tambie'n  del  que  á  Dios, 
dador  de  todo,  he  tenido  siempre.  Lo  que  sé  de- 
cir de  mí,  aunque  pobre  y  frágil ,  es  que,  ayu- 
dado del  poderoso  brazo  del  Señor,  no  he  rece- 
bido merced,  favor,  auxilio  ni  cosa  en  particu- 
lar suya  de  que  no  haya  en  este  caso  hecho  mi 
obligación,  agradeciéndolo,  aunque  no  como  de- 
bía, sino  como  puede  la  flaqueza  de  mi  natura- 
leza. Fáltame  ahora,  para  cumplir  el  consejo 
de  Esdras,  para  más  alabanza  de  Dios,  ponerlo 
en  memoria  de  las  gentes  con  verdad  y  puntua- 
lidad, como  me  ha  pasado. 

Bien  sé  que  á  algunos  se  les  puede  hacer 
cosa  muy  nueva  el  ser  yo  historiador  de  mi  pro- 
pia vida;  parece  que  yendo  contra  el  consejo 
del  sapientísimo  Salomón,  que  dice  que  nadie 
quiera  ser  alabado  de  su  propia  boca..  A  eso 
responderé  que  no  es  mi  intento  hacer  tal,  sino 
dar  un  desengaño  particular  de  la  variedad  que 
este  mundo  tiene.  Y  que  asícomo  el  gran  Julio 
César,  emperador  romano,  historió  su  vida  y 
guerras,  no  por  el  interés  del  nombre  y  fama 
que  dello  le  podía  resultar,  sino  para  que  sir- 
viese de  un  ejemplar  vivo  para  otros  capitanes 
y  gente  aficionada  al  ejercicio  militar,  no  de 
otra  suerte  me  ha  parecido  á  mí  el  poner  aquí 
los  varios  sucesos  que  me  han  acontecido;  lo 
uno,  para  que  sirvan  de  nota  para  otros,  y  lo 
otro,  para  que  haciéndolo  cumpla  con  mi  debido 
agradecimiento. 

Nací  en  la  ciudad  de  Jaén,  hijo  de  padres 
cristianos,  y  criéuie  debajo  de  su  amparo,  estu- 
diando en  la  iglesia  del  señor  San  Andrés.  Fue 
mi  maestro  Juan  Diciar,  que  por  haber  sido  tan 
famoso  y  haber  enseñado  á  escribir  al  príncipe 
Don  Carlos  es  justo  nombrarlo.  De  nueve  años, 
cuando  aún  los  niños  no  saben  salir  de  los  re- 
gazos de  sus  madres,  comencé  yo  á  peregrinar, 
y  así  desa  edad  fui  á  Sevilla,  donde  acudí  á  la 
Compañía  de  Jesús  y  colegio  de  mase  Rodrigo, 
y  estudié  hasta  edad  de  diez  y  siete  años. 

Siendo  ya  de  edad  mayor,  pues  tenía  los  diez 
y  siete  años,  como  digo  tengo,  pasando  un  día 
por  una  calle,  en  la  esquina  de  una  casa  princi- 
pal, estaba  en  un  balcón  una  señora,  á  la  cual 
se  le  cayó  un  ramillete  que  tenía  en  la  mano,  y 
abajándome  por  él,  dijo  un  tío  mío,  llamado 
Alonso  de  Andrade  de  Avendaño,  que  conmigo 
iba:  Este  ramillete  ha  de  ser  de  tanta  inquie- 
tud como  el  de  Muza.  Y  esto  porque  me  vido 
su  marido  alzarle  del  suelo.  Fue  así,  que  con 


no  haber  culpa  de  parte  de  nadie ,  mandó  aquel 
caballero  que  me  matasen.  Fui  avisado  de  un 
criado  suyo,  que  era  de  mi  patria  y  lo  había 
librado  de  un  gran  trabajo,  pagándome  en  esto 
lo  que  por  él  había  hecho,  que  no  fue  de  poca 
importancia,  pues  llevé  siempre  la  barba  sobre 
el  hombro.  Y  no  por  esto  me  dejé  de  ver  mu- 
chas veces  en  grandes  peligros  de  muerte,  de 
que  la  divma  Providencia  me  libró  por  interce- 
sión de  la  santísima  Cruz  y  ánimas  del  Purga- 
torio, de  quien  fui  siempre  muy  devoto.  Por 
causa  de  tan  continua  persecución  me  fue  for- 
zoso el  dejar  mis  estudios,  ponerme  espada  y 
aun  irme  de  Sevilla,  impetrando  el  favor  de 
Francisco  Duarte,  fator  y  proveedor  general,  y 
de  Don  Jerónimo  de  Montalvo,  alguacil  mayor 
de  Sevilla,  para  Don  Juan  de  Cardona,  por  cuj'o 
medio  me  prometió  dar  una  bandera,  y  yéndole 
á  besar  las  manos  al  Puerto  de  Santa  María, 
me  pasó  el  caso  siguiente: 

Estaba  el  dicho  Don  Juan  de  Cardona  en 
su  capitana,  y  llegándole  á  besar  las  manos  me 
dijo:  Una  bandera  mandé  á  aquellos  caballeros, 
y  no  se  la  daré  por  dos  cosas:  la  más  principal 
es  porque  trae  pantuflos,  que  no  es  de  solda- 
dos ese  traje,  y  la  otra  por  sus  pocas  barbas. 
Pedfle  licencia  para  responder,  y  diciendo  ya 
la  doy,  dije,  echando  los  pantuflos  al  agua: 
Vuestra  señoría  me  perdone,  que  no  es  justo 
que  siendo  mis  enemigos  estén  conmigo.  Y  en 
lo  que  toca  á  las  barbas,  digo  que  no  hace  el 
hábito  al  monje ;  mas  yo  doy  mi  palabra  á  vues- 
tra señoría  de  procurar  servir  tan  bien  al  rey 
nuestro  señor  y  á  V.  S.  que  cuando  salgan 
merezca  la  bandera.  Hízome  merced  de  algua- 
cil real  de  las  galeras,  sin  otras  grandes  mer- 
cedes que  después  recebí  de  su  mano. 

Estaban  las  galeras  de  partida  para  Italia, 
y  así  partimos  por  aquellos  puertos  á  Cartage- 
na, Barcelona,  Palamós  y  Colibre.  De  allí  en- 
golfados fuimos  á  Marsella,  y  después  á  Rapa- 
lio,  puerto  y  pueblo  cuatro  leguas  más  allá  de 
Genova.  Tornamos  á  esta  famosa  ciudad,  que 
cierto  lo  es,  según  su  gallarda  vista,  y  porque 
no  se  nos  concedió  licencia  para  entrar  en  ella, 
podré  decir  el  refrán  tan  ordinario:  que  estuve 
en  la  corte  y  no  vi  al  rey.  Desde  Mafa  fui 
por  tierra  á  Milán,  que  hasta  entonces  no  ha- 
bía visto  tan  hermosa  ciudad,  que  pienso  lo  es 
de  la  mejores  del  mundo  y  muy  barata,  y  su 
castillo  en  aquel  llano  tan  grande  que  es  todo 
lo  que  se  puede  desear.  Tornamos  por  aquellos 
puertos  hasta  el  de  Ostia,  y  de  allí  á  la  Santa 
Ciudad,  cabeza  y  señora  del  mundo.  Besamos  el 
pie  al  Vicario  de  Cristo,  que  entonces  tenía  la 
silla  Gregorio  decimotercio,  que  por  ser  para 
mí  uno  de  les  mayores  beneficios  y  dádiva  que 
en  mi  vida  recebí  la  que  me  dio  Su  Santidad 
(aunque  de  pequeño  valor  en  el  precio),  la  con- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


277 


taré,  la  cual  toda  mi  vida  estimé  en  tanto  que 
alguna  vez  (como  se  verá  en  el  discurso  de  la 
historia)  la  estimé  en  más  que  joyas  de  valor;  y 
ésta  fue  una  medalla  de  plata,  que  su  peso  era 
de  tres  reales  solos;  de  la  una  parte  estaba  la 
limpísima  Concepción  y  de  la  otra  el  glorioso 
San  Gregorio,  que  milagrosamente,  en  ponién- 
domela, se  me  quitó  un  gravísimo  dolor  de  es- 
tómago que  más  de  cuatro  años  con  excesivo 
sentimiento  me  tenía  atormentado ;  era  tan 
grande,  que  no  habían  sido  bastantes  los  reme- 
dios de  la  tierra,  ni  médicos,  ni  medicinas  hu- 
manas, sobre  haberse  hecho  muchas,  hasta  que 
proveyó  el  cielo  desta  espiritual  que  me  fue 
total  remedio.  También  en  una  misa  que  Su 
Santidad  dijo  de  pontifica!  por  los  españoles 
recebí  de  su  mano  un  rosario,  que  han  sido  dos 
piezas  para  mí  de  grande  valor  y  estima.  Visi- 
tamos todas  las  iglesias  de  dentro  y  fuera  de 
Roma,  y  en  muchas  nos  enseñaron  y  tocaron 
infinitas  reliquias,  recibiendo  tanto  bien  con 
humilde  espíritu  y  debido  agradecimiento. 

Partimos  á  nuestras  galeras,  y  en  ellas  á 
Ñapóles,  que  es  una  grandísima  y  bella  ciudad, 
y  de  tantos  príncipes  y  titulados,  que  entonces 
entendí  el  dicho  de  la  vieja  que  decía  al  empe- 
rador: Plega  á  Dios,  hijo,  que  yo  te  vea  virrey 
de  Ñapóles.  De  allí  fuimos  á  Cicilia,  á  Mecina, 
que  es  una  gran  ciudad  y  fuerte,  á  donde  halla- 
mos á  Don  Francisco  de  Benavides,  y  dentro 
de  pocos  días  llegó  el  gran  Don  Alvaro  Bazán, 
marqués  de  Santa  Cruz,  su  tío.  Mandó  esco- 
ger dos  galeras  bastardas,  las  mejores  que  se 
hallasen,  y  puestos  bancos  en  esquife  y  fogón, 
que  se  dijo  competían  con  la  Garza  y  Negrona, 
de  Ñapóles.  Mandó  escoger  infantería  y  gente 
de  la  mar,  y  casi  los  más  que  sabían  la  lengua 
turquesa;  escogidos  todos  los  remeros  cristia- 
nos, con  grandes  promesas  de  libertad,  y  mu- 
chos pertrechos  de  guerra,  nos  despacharon  en 
lo  público  á  tomar  lengua  y  en  lo  secreto  en 
corso,  y  de  Cabo  Pájaro  en  una  noche  pasamos 
á  Malta,  para  de  allí  partir  como  se  dirá  en  el 
siguiente  capítulo. 

CAPÍTULO    II 

A  do  se  cuenta  lo  que  nos  pasó  en  aquel 
primero  viaje. 

Por  los  varios  sucesos  del  mundo,  y  por 
llamarse  rueda  de  fortuna  los  casos  que  en  él 
pasan,  unos  dignos  de  fama  y  otros  de  ejem- 
plo, unos  para  imitarse  y  otros  para  huirse, 
tomaré  ocasión  de  contar  algunos,  aunque  no 
hagan  á  la  historia,  como  es  el  que  se  sigue. 
En  la  ciudad  de  Sevilla  vivió  una  señora,  casada 
con  un  hombre  noble;  sus  nombres  callo  aun- 
que el  caso  fue  bien  manifiesto;  ésta  enviudó,  y 


su  marido  la  dejó  usufrutuaria  de  la  hacienda, 
por  no  tener  hijos;  un  cuñado  suyo  la  infamó 
de  mala  con  un  hombre  de  menor  calidad  que 
la  suya;  fue  reprcliendida  de  sus  parientes  y 
muy  afligida  de  razones,  así  de  los  de  la  parte 
de  su  marido  como  de  los  de  la  suya;  apre- 
tada juró  de  vengarse,  y  así  lo  hizo,  amane- 
ciendo una  mañana  enclavadas  (')  en  las  puer- 
tas de  su  casa  la  lengua,  narices,  orejas  y  ma- 
nos, y  un  letrero  que  decía  cómo  ella  lo  había 
hecho.  Acudió  la  justicia  á  hacer  sus  ordinarias 
y  debidas  diligencias,  y  nunca  pudo  ser  hallada. 
El  segundo  día  después  de  llegados  á  Malta 
púseme  á  ver  jugar  á  los  dados,  como  es  uso 
de  soldados,  y  vi  jugar  un  mozuelo  como  capón, 
y  reparando  en  él  parecióme  haber  visto  aquel 
rostro  en  otra  parte;  como  vio  que  lo  miraba, 
me  apartó  y  me  dijo  si  lo  conocía;  y  diciéndole 
que  sí,  aunque  sólo  de  vista,  se  descubrió  y  me 
contó  todo  lo  referido,  y  que  ella  y  un  negro  á 
quien  dio  libertad  y  dejó  en  Lisboa  lo  habían 
hecho.  Yo  me  espanté  de  ver  caso  tan  extraño, 
y  la  rueda  tan  varia  que  el  mundo  tiene,  pues 
ima  mujer  tierna,  delicada  y  que  de  sí  son  deli- 
cadas todas  ellas,  hubiese  venido  á  tan  lejas  tie- 
rras y  se  hubiese  transformado  en  soldado.  Y 
de  camino  puede  temer  el  disfamador  de  honras 
y  mordaz  la  pena  que  la  majestad  de  Dios  en 
esta  vida  ó  en  la  otra  tiene  guardada  para 
semejante  culpa. 

Partimos  de  Malta  hasta  llegar  á  reconocer 
á  Candía;  tuvimos  aviso  que  venía  la  flota  que 
viene  cada  dos  años  de  Alejandría  con  todos 
los  tributos  de  Egipto,  de  la  Berbería,  de  la 
Suria,  de  Arabia  Feliz,  Magadoxo  y  costas  de 
mar  Bermejo,  y  todo  lo  que  rescatan  en  Oro- 
muz  de  las  cosas  de  la  India,  que  es  una  gran 
riqueza  de  oro,  plata,  pedrería  y  otros  metales, 
sedas,  alfombras,  lienzos,  especería,  drogas, 
añil  y  otra  gran  máquina  de  cosas,  que  todo  va 
á  Constantinópoli,  á  donde  reside  el  Gran  Tur- 
co, que  es  el  rey  y  señor  de  todo  aquello.  En- 
golfándonos hacia  el  Archipiélago  una  maña- 
nita, descubrimos  un  caramuzali,  que  es  un  gé- 
nero de  navio,  que  venía  derrotado  con  tempo- 
ral deshecho.  Todas  las  banderas  y  estandartes, 
toda  la  gente  y  demás  cosas  de  nuestras  gale- 
ras, si  no  eran  los  forzados,  que  éstos  iban  como 
cristianos,  iba  al  modo  turquesco,  y  así  no  se 
guardó  hasta  que  le  teníamos  embestido  y  en- 
trado, y  fue  cosa  milagrosa  que  con  traer  qui- 
nientos genízaros  y  la  demás  gente  de  la  mar, 
casi  no  hubo  defensa  en  él;  y  así  se  cogió  toda 
la  riqueza  y  se  pasó  á  las  galeras,  y  con  todo 
lo  demás  y  gente  se  destabló  y  fue  á  fondo, 
sacando  hasta  once  cristianos  que  en  él  venían 
esclavos.  Fue  muy  grande  el  gozo  de  la  gente 

(')  En  la  edición,  U7ia  maña  enclavados. 


278 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


con  tan  buen  suceso,  y  se  tuvo  por  pronóstico 
de  gran  ventura  que  se  había  de  tener  en  aquel 
viaje,  y  más  vista  la  generosidad  del  general 
Don  Francisco  de  Benavides,  que  mandó  dar 
á  cada  soldado  cien  cequíes  de  oro  y  otras  pre- 
seas, y  á  los  oficiales  doblado,  y  á  los  forzados 
á  cincuenta  y  vestidos,  y  de  allí  se  tomaron 
muchas  ropas  turquescas. 

Súpose  como  toda  la  flota  se  había  derrota- 
do, y  así  fue  que  dentro  de  tres  horas  descubri- 
mos otro  caramuzali  un  poco  más  pequeño  que 
el  dicho,  y  pensamos  fuera  el  mismo  suceso  que 
del  pasado  y  que  se  entrara  con  la  facilidad  de 
nuestro  deseo,  y  así  le  embestimos  con  tanta 
furia  como  al  primero,  y  al  entrar  la  gente  en 
él  los  genízaros  y  turcos  se  defendieron  con 
tanto  coraje  y  brío  que  fueron  bien  necesarias 
las  manos.  Tenía  yo  un  criado  que  se  llamaba 
Marcos  Ortiz,  natural  de  Jerez,  y  un  camarada 
soldado,  que  se  decía  Pedro  de  Lomelín,  que 
eran  muy  valientes  soldados,  como  después  se 
dirá.  Fuimos  de  los  primeros  que  subimos,  y 
tras  nosotros  otros  catorce;  en  la  plaza  de  ar- 
mas nos  cercaron  y  defendieron  á  los  demás  la 
entrada,  de  tal  manera  que  tres  fueron  á  la 
mar,  y  otros  seis  heridos,  cortados  dedos  y  ma- 
nos al  subir.  Visto  por  el  general,  dijo:  Ea, 
soldados,  á  la  defensa  de  los  amigos,  y  así  en- 
traron otros  treinta,  que  por  babor  retiraron  los 
turcos  y  se  juntaron  con  nosotros.  Acudieron 
los  genízaros  y  no  pudieron  tornar  á  ganar 
aquel  lado,  y  así  entraron  más  de  otros  ciento. 
Retiráronse  á  la  popa,  donde  se  defendieron 
más  de  tres  horas;  hubo  de  una  y  otra  parte 
grandes  hazañas,  y  el  que  más  se  aventajó 
aquel  día  fué  Pedro  de  Lomelín.  Como  á  las 
tres  reconocimos  vitoria,  y  á  aquel  tiempo  todo 
lo  que  era  de  más  precio  ya  se  había  sacado  y 
llevado  á  las  galeras;  y  visto  que  los  que  que- 
daban no  se  querían  rendir,  mandó  nuestro 
general  recoger  á  embarcar  y  destablar  el  na- 
vio, y  así  se  fue  á  fondo.  Halláronse  treinta  y 
dos  cristianos.  Murieron  de  los  nuestros  trece, 
y  heridos  hubo  más  de  treinta;  dellos  faltaron 
más  de  las  dos  partes  en  el  combate,  y  luego 
los  demás  fueron  ahogados. 

Al  anochecer  de  aquel  día  tomamos  un  navi- 
chuelo de  aviso,  á  modo  de  barca  larga  con 
trece  remos  por  banda,  cuya  ligereza  era  tal 
que  parecía  volar;  pero  cuando  entendió  la  es- 
tratagema y  que  no  eran  galeras  turquescas,  ya 
estaba  en  el  lazo.  Echáronse  al  remo  los  turcos, 
quitando  del  á  todos  los  cristianos  que  quisie- 
ron quedarse  por  soldados,  y  los  demás' que 
eran  necesarios  fueron  bogando  hasta  Mesina  á 
darle  aviso  al  marqués  de  Santa  Cruz  de  todo 
lo  que  pasaba.  Lastróse  el  bergantín  en  gran 
parte  del  oro  y  plata  y  envió  con  él  un  secreta- 
rio del  Marqués  y  veinte  y  cuatro  soldados,  doce 


de  cada  galera,  y  los  demás  que  se  cogieron  se 
repartieron  en  ambas  galeras.  Llevó  mandato 
que  no  aguardase  en  la  mar,  aunque  conociese 
al  Marqués,  hasta  llegar  á  Sicilia,  donde  llegó 
en  salvamento  con  la  mayor  riqueza  que  ha  en- 
trado navio. 

Pasamos  todo  aquel  archipiélago  de  islas, 
que  deben  ser  docientas  y  más,  algunas  con  un 
pueblo,  otras  con  tres  y  muchas  sin  ninguno; 
todos  son  griegos  sujetos  al  turco,  y  en  las  que 
son  fuertes  hay  guarnición  turquesca.  Entramos 
en  el  mar  mayor,  y  surgimos  en  dos  puertos,  y 
hicimos  agua.  Supimos  en  toda  la  Caramania 
las  grandes  muertes  y  castigos  que  había  man- 
dado hacer  el  Turco  por  el  levantamiento  de  un 
obispo  contra  él.  Y  al  fin,  como  gente  sin  ar- 
mas, los  vencieron  y  castigaron,  y  decían  aque- 
llos griegos  y  albaneses  y  otras  naciones  que 
allí  habitun  que  sólo  quisieran  armas  y  cabeza 
para  vengarse  de  aquel  enemigo  cruel  que  tan 
oprimidos  los  tenía.  Y  cierto  que  es  decreto 
particularísimo,  y  pregonero  de  la  gran  miseri- 
cordia de  Dios  y  su  divina  Providencia,  con- 
servar tantos  cristianos  en  medio  de  aquellos 
señoríos  y  tan  agraviados  de  aquel  tirano. 

Tomamos  en  aquel  mar  diez  ó  doce  vasos  pe- 
queños, de  los  cuales,  en  sacando  lo  necesario, 
todo  lo  demás  y  gente  iba  á  fondo.  Una  maña- 
na después  de  haberse  pasado  cinco  días  que  no 
habíamos  hecho  cosa  de  provecho  cerca  del 
cabo  Queroneso  y  isla  Xops,  descubrimos  un 
navio  á  modo  de  galeaza,  de  mar  en  través  y 
muy  desbaratado  de  un  temporal,  y  nos  pareció 
se  ponía  en  arma  y  que  llevaba  por  banda 
casi  treinta  piezas,  y  vimos  gran  cantidad  de 
gente,  por  lo  cual  fue  acordado  no  acometerle, 
sino,  antes  que  más  aclarase  el  día,  que  nos 
desviásemos  muy  lejos  y  le  tuviésemos  á  vista 
hasta  la  noche,  que  así  se  hizo,  y  dentro  de  dos  ó 
tres  horas  dimos  mate  y  caza  á  una  barca  gran- 
de, que  cogida  nos  dio  nueva  cómo  traía  gran 
cantidad  de  moneda  de  todos  aquellos  reinos  y 
que  S3  entendía  entre  él  y  otros  dos  caramuza- 
líes  llevar  cuatro  millones,  de  que  fue  inmensa 
nuestra  alegría,  por  parecemos  que  ya  nos  ha- 
bía sucedido  loque  con  los  pasados.  Esta  barca 
fue  á  fondo,  como  las  demás,  por  convenir  así 
y  por  no  ser  descubiertos.  Lo  que  nos  pasó  se 
dirá  ahora. 

CAPÍTULO  III 

A  do  se  cuenta  todo  lo  que  pasó  en  estos  mares, 
hasta  la  vuelta  á  Mesina  y  prisión  en  Candía. 

Dije  cómo  en  todo  género  de  gente  de  nues- 
tras galeras  entró  una  alegría  grande,  por  saber 
de  la  riqueza  de  la  galeaza  y  caramuzalies;  mas 
como  lo  que  Dios  tiene  ordenado  es  inexpug- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


279 


nable,  aquella  noche  se  levantó  nn  tan  gran 
temporal,  que  si  no  llegaran  los  dos  caramuza- 
líes  y  otros  navios,  la  galeaza  y  dos  millones  y 
la  gente  se  perdiera;  acudiéronle,  y  nos  pax'eció 
que  sacando  la  gente  y  parte  de  lo  que  tenía, 
se  fue  á  fondo,  donde  nos  quitó  el  mar  la  mitad 
de  lo  que  pensábamos  ser  nuestro,  y  luego  el 
temporal  la  otra  mitad,  y  nos  quedamos  sola- 
mente muy  devotos,  pidiendo  á  Dios  su  divino 
socorro;  y  así,  casi  a  riesgo  de  anegarnos  corri- 
mos hasta  la  boca  de  la  laguna  Meotis  y  no 
vimos  más  aquellos  vasos.  Por  todo  aquel  espa- 
cio de  mar  tomaríamos  hasta  cosa  de  treinta 
bajeles  chicos  y  medianos,  en  discurso  de  diez 
días,  todos  los  cuales  fueron  á  fondo,  sacando 
primero  todo  lo  bueno  dellos,  repartiéndose  por 
despojos,  dando  á  todos  contento.  Tuvimos 
nueva  que  en  dos  navios  venían  todos  los  tribu- 
tos de  Georgia,  que  es  el  .reino  que  era  de  Jor- 
ge Castrioto,  y  de  otros  reinos.  Fuimos  al  río 
de  Chemuch,  en  el  puerto  de  Faso,  y  de  allí 
salimos  en  conserva  hasta  qi;e  nos  pareció  tiem- 
po, y  lina  noche  entramos  el  un  navio  y  dán- 
dole barrenos  sacamos  del  gran  riqueza  de  oro, 
poca  plata  y  otras  cosas ,  que  se  decía  valer 
todo  iin  millón.  Queriendo  la  otra  galera  hacer 
lo  propio  no  pudo,  porque  fue  sentida,  y  así  por 
un  lado  les  desfondó  una  tabla,  con  que  sin  po- 
der sacar  cosa  del  se  fue  á  fondo.  Fue  luego 
acordado  saliésemos  de  aquel  mar,  y  así  se  hizo 
por  no  ser  sentidos,  porque  si  llegaran  nuevas 
á  Constantinópoli  nos  podíamos  ver  en  gran 
aprieto,  y  así  no  tomamos  tierra  hasta  que  en 
breve  nos  vimos  enfrente  de  Galata,  que  por 
ser  tarde  y  casi  noche  hicimos  la  salva,  y  como 
que  aguardábamos  á  tomar  puerto;  otro  día  nos 
hicimos  á  la  mar,  y  á  remo  y  vela  huimos  aque- 
lla noche,  y  otro  día  cogimos  un  bergantín,  del 
cual  tuvimos  nuevas  ciertas  que  del  puerto  de 
Faso  habían  llegado  dos  barcas  á  Constantinó- 
poli, que  con  los  navios  de  los  tributos  habían 
salido  dos  galeras,  y  como  no  sabían  qué  ga- 
leras, salió  este  bergantín  á  las  islas  á  saber  si 
habían  pasado  galeras  turquescas,  y  no  había 
nueva,  y  así  volvían  á  darla  al  gran  Señor;  y 
también  nos  dio  por  nueva  cómo  había  despa- 
chado este  bergantín  otros  dos,  uno  á  Candía 
y  otro  á  donde  encontrase  á  Ochali,  gran  Bajá 
del  mar  y  rey  de  Argel,  para  saber  qué  galeras 
eran.  Fuenos  necesaria  la  presteza  y  diligencia 
que  es  madre  de  la  buenaventura,  y  así  en  bre- 
ve llegamos  á  vista  de  Candía  y  descubrimos 
doce  galeras;  eran  éstas  la  guarda  y  defensa  de 
aquellos  mares,  porque  en  el  mar  de  Venecia 
no  pueden  andar  en  corso,  con  pena  de  las  vidas 
de  popa  á  proa.  Era  general  dellas  el  dux  ó 
duque  de  Candía,  que  le  llamaban  Cuatro  Ojos; 
envió  á  mandar  que  fuésemos  allá,  y  si  no  que 
nos  echaría  á  fondo.  Don  Francisco  de  Bena- 


vides  se  agravió  y  le  envió  á  decir  que  él  era 
general  del  rey  de  España  y  que  venía  á  tomar 
lengua  y  convenía  al  servicio  de  su  rey  no  dete- 
nerse, y  que  le  suplicaba  no  le  enviase  fieros, 
que  le  daba  su  palabra  á  ley  de  caballero  que  si 
seis  galeras  tuviera  que  no  le  escuchara,  y  que 
le  requería  lo  dejase  pasar  libre,  porque  los  avi- 
sos que  llevaba  convenían  á  toda  la  cristiandad. 
Habidas  sus  demandas  y  respuestas,  se  deter- 
minó que  entrase  la  capitana,  y  la  otra  se  fuese 
á  dar  los  avisos,  y  así  se  hizo.  Entramos  y  junto 
á  la  dárcena  surgimos.  Tiene  un  bravo  puerto 
esta  ciudad  y  se  cierra  con  una  cadena;  desar- 
máronnos y  así  estuvimos  allí  algunos  días,  en 
los  cuales  tuvimos  infinitos  tragos,  porque  en 
entrando  algún  bajel  de  Venecia,  luego  se  decía: 
Ya  los  manda  la  señoría  degollar  á  todos. 

La  galera  que  fue  llegó  en  salvamento  á 
presencia  del  Marqués,  que  luego  mandó  tomar 
todos  los  navios  y  los  demás  vasos  que  por 
todos  aquellos  puertos  y  en  Ñapóles  había  de 
la  Señoría;  y  luego  despachó  á  Venecia  que  le 
enviasen  su  galera  libre  y  sin  agravio  el  más 
mínimo,  sino  que  él  haría  lo  propio  con  todos 
aquellos  vasos  y  gente,  y  así  envió  á  mandar 
la  señoría  fuésemos  á  Venecia,  y  llegado  su 
mandado  se  cumplió,  yendo  en  nuestra  guarda 
seis  galeras,  y  nosotros  repartidos  en  ellas. 
Llegamos  á  aquella  famosa  ciudad,  tal  que 
acertó  el  que  dijo:  Venecia,  quien  no  te  ve  no 
te  precia;  porque  es  casi  inimaginable  su  gran- 
deza, hermosura  y  riqueza.  En  llegando  nos 
dieron  libertad;  vimos  todo  lo  que  hay  que  ver 
en  ella:  sus  muchas  reliquias  y  cuerpo  del  glo- 
rioso Evangelista  San  Marcos;  una  de  las 
mayores  grandezas  que  tiene  y  que  en  el 
mundo  hay  es  el  tesoro  de  San  Marcos,  que 
decían  valía  entonces  más  de  treinta  millones. 

Aunque  es  cosa  menuda  referiré  lo  que  allí 
vi,  porque  puede  servir  de  ejemplo  para  muchos 
que  lo  poco  no  estiman  y  así  no  vienen  á  tener 
mucho.  Fue  el  caso  que  estando  en  una  tienda 
de  un  veneciano,  mercader  riquísimo,  pues 
tenía  ochenta  mil  ducados  de  hacienda  y  no 
menos  que  ochenta  años  también  de  edad,  el 
cual  estaba  sentado  á  la  mesa  en  una  sala  tras- 
tienda con  su  mujer  y  tres  hijas,  llegó  un 
muchacho  con  una  moneda  por  especias,  que 
su  valor  era  menos  que  una  blanca,  y  se  levantó 
y  la  dio,  de  que  todos  aquellos  caballeros  se 
admiraron;  y  preguntándole  cómo  siendo  hom- 
bre tan  rico  y  poderoso  se  levantaba  de  la  mesa 
por  interés  de  cosa  tan  pequeña,  respondió  él 
estas  palabras:  ¡  Ah,  españoles,  que  despreciáis 
lo  poco  y  así  no  sabéis  guardar  ni  tener!  Desta 
manera  he  ganado  yo  lo  que  tengo  y  lo  que  he 
dado  á  otros  tres  hijos  que  he  puesto  en  estado. 
Desta  suerte  se  adquiere,  que  gastar  y  no  guar- 
dar,  no  procurar  adquirir  y  adquirido  no  con- 


280 


autobiografías  y  memorias 


servarlo,  esto  empobrece  á  los  hombres,  y  en 
particular  á  vosotros  los  españoles,  que  todo  se 
os  va  en  juegos  y  devaneos.  Esto  nos  dijo  el 
veneciano,  donde  nos  hizo  caer  en  la  cuenta  que 
quien  guarda  halla,  que  quien  tiene  retiene,  y 
quien  hace  caso  de  muchos  pocos  viene  á  tener 
después  lo  que  ha  menester. 

Salimos  de  aquella  insigne  ciudad  y  tuvimos 
nuevas  de  dos  galeotas  que  habían  robado  á 
otras;  fuimos  en  demanda  dellas,  y  nos  salió 
tan  mal,  que  volvimos  atrás  y  nos  hallamos 
otra  vez  entre  el  Archipiélago,  y  con  un  tiempo 
tan  tempestuoso,  que  pensamos  anegarnos  una 
mañana.  Al  cabo  de  veinte  días  estábamos  á 
vista  de  la  isla  de  Sidra  y  golfo  de  Barca,  á 
do  nos  tuvimos  por  perdidos ;  con  presteza  tro- 
camos el  hábito  y  banderas  en  turquescas,  y  con 
esto  pasamos.  De  allí  á  dos  días  descubrimos 
las  dos  galeotas,  y  cuando  comenzaron  á  hacer- 
nos la  salva,  visto  su  estandarte  Real,  ya  tenía- 
mos la  una  á  fondo,  y  entrando  en  la  otra 
hallamos  en  ella  gran  cantidad  de  oro,  que  todo 
se  repartió  entre  todo  género  de  gente,  que- 
dando todos  contentos.  De  allí  fuimos  por 
aquellos  mares  hasta  Mesina,  sin  acaecemos 
otra  cosa  que  se  pueda  decir.  Fuimos  bien  rece- 
bidos,  y  vueltos  á  gratificar,  que  hubo  soldado 
de  tres  mil  cequíes  y  otros  dos  mil.  A  Su  Exce- 
lencia le  cupo  una  gran  suma,  y  así  deste  viaje 
fue  su  mayor  riqueza.  Libráronse  muchos  for- 
zados, dando  otros ;  diose  gran  parte  para  gasto 
de  todas  aquellas  galeras,  y  sobre  todo  en 
hacimiento  de  gracias  se  hicieron  procesiones, 
dijéronse  muchas  misas,  diose  gran  número  de 
limosnas,  porque  esta  es  la  costumbre  de  los 
soldados  españoles,  que  si  tienen  dan  con  ge- 
nerosidad. En  todo  el  viaje  no  faltaron  más 
de  veinte  y  seis  hombres,  y  también  se  les  dio 
su  parte  á  los  que  se  hallaron  de  su  linaje, 
mujer,  hijos  ó  parientes,  enviándolo  á  do  quiera 
que  se  sabía  estaban,  y  de  los  que  no  se  tenía 
noticia  tener  parientes  se  les  decían  muchas 
misas  y  sufragios  para  sus  almas.  En  este  viaje, 
después  de  dadas  gracias  al  Señor  de  los  muchos 
peligros  de  que  me  había  librado,  prometí  ir  á 
visitar  la  santa  ciudad  de  Jerusalén,  el  cual 
voto  cumplí,  como  se  verá  en  su  lugar. 


CAPITULO  IV 

En  que  se  trata  la  partida  n  España,  con 
torios  los  demás  puertos  donde  llegamos,  y 
del  principio  del  iñaje  á  Jerusalén,  hasta 
llegar  á  Jope  y  á  la  Santa  Ciudad. 

Llegáronle  recaudos  á  Don  Juan  de  Cardo- 
na de  un  general  de  Túnez,  turco,  de  que  tenía 
licencia  del  Gran  Señor  para  poder  llegar  allá 


á  verlo  con  una  galera,  porque  había  sido  su 
captivo  (como  se  dirá).  Aprestóse  nuestro  via- 
je, y  fue  necesario  enviar  nuestra  galera  á  Ve- 
necia,  que  era  en  la  que  yo  más  asistía,  de  la 
cual  era  capitán  Felipe  de  Andrade,  sobrino 
del  general  Gil  de  Andrade,  y  asimismo  del 
que  á  mí  me  crió,  que  me  llamaba  sobrino. 
Partimos  para  Venecia;  llegamos  á  Corfú,  y  de 
allí  al  cabo  de  Santa  María,  y  de  allí  á  la  in- 
signe ciudad,  negociando  á  lo  que  íbamos  y 
sacado  salvoconducto  de  la  Señoría  para  llegar 
á  cualquiera  puerto  del  señorío  del  Turco,  y  yo 
para  el  viaje  de  Jerusalén,  como  más  bien  me 
estuviese,  en  hábito  de  soldado  ó  de  peregrino. 
Partimos  de  allí  y  fuimos  al  golfo  de  Raguza, 
y  lo  que  podré  decir  de  aquella  tierra  es  haber 
conocido  de  aquella  gente  que  todos  sólo  en  el 
nombre  son  cristianos,  y  que  cuando  quieren  ó 
han  menester  algo  son  vasallos  de  la  Señoría  de 
Venecia  y  cuando  han  menester  al  Turco  lo 
propio,  y  así  dicen  ellos:  Nosotros  somos  libres; 
á  lo  cual  se  les  podría  responder  que  libres  y 
libertados  en  vida  y  costumbres. 

Partidos  de  allí  con  un  temporal,  dimos  so- 
bre Alexio,  que  es  de  Grecia:  fue  necesario  mu- 
dar de  hábito  y  estandartes.  Volvimos  á  reco- 
nocer el  cabo  de  Santa  María,  y  de  allí  engol- 
fados fuimos  hasta  el  golfo  del  Estaño,  y  allí 
vimos  las  ruinas  del  fuerte  y  torre  del  Estaño 
y  de  la  Goleta.  Hallamos  nuestras  galeras  y 
General,  que  entró  en  la  nuestra,  y  despachó 
las  siete  y  llegamos  á  Túnez,  y  hecha  la  salva 
y  levantada  la  bandera  de  paz,  surgimos.  En- 
vió el  General  luego  á  saber  si  era  Don  Juan 
de  Cardona,  y  sabido  le  salió  á  recebir,  y  dio 
licencia  saliesen  á  tierra  los  oficiales  con  armas, 
y  los  soldados  y  marineros  sin  ellas.  Este  Bajá 
fué  cosario,  y  se  llamaba  Mahomed;  en  una  re- 
friega fue  captivo  de  Don  Juan  de  Cardona,  y 
sabido  en  secreto  del  que  en  su  corazón  era 
cristiano,  y  que  tenía  una  hermana  en  Cons- 
tantinópoli  que  tenía  en  un  caballero  cristiano 
tres  hijos,  un  varón  y  dos  mujeres,  y  el  Gran 
Señor  no  lo  había  querido  dar  por  ningún  res- 
cate, porque  tenía  esperanza  que  renegaría  y 
que  con  la  enseñanza  del  cuñado  eran  por  él 
baptizados  todos,  mujer,  hijos  y  cuñado,  y  que 
por  él  lo  daría,  que  dentro  de  tiempo  se  efetuó 
y  dio  el  Gran  Turco  á  nuestro  General  este 
caballero  y  se  quedó  con  el  hijo  solo,  dándole 
su  mujer  y  hijas,  y  así  este  leal  turco  tenía  gran 
reconocimiento  al  que  fue  su  señor,  y  de  cada 
día  esperaba  ocasión,  que  no  llevase  género  de 
traición  contra  el  Gran  Turco,  para  que  le  dic 
se  su  sobrino  y  venirse  á  España,  y  como  el 
Gran  Turco  conocía  su  lealtad  se  servía  del  en 
aquel  cargo  de  Gobernador  y  capitán  general 
de  Túnez,  con  nombre  de  Bajá,  y  lo  había  he- 
cho en  otros  cargos. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


281 


Estaba  en  aquella  ciudad  un  esclavo  cristia- 
no que  su  nombre  era  Cáceres,  y  por  ser  chi- 
quillo de  cuerpo  le  llamaban  Cacerillos;  era 
ligerísimo  como  el  pensamiento,  y  porque  le  vi 
hacer  cosas  delicadísimas,  así  de  sutileza  de 
manos  como  de  ligereza  de  pies,  me  aficioné  á 
él,  y  diciendo  yo  que  era  de  mi  patria  y  deudo 
de  deudos  al  General,  hizo  con  el  Bajá  que  me 
lo  dieran.  Habían  captivado  á  éste  viniendo  de 
Indias,  donde  había  sido  Gobernador  y  capitán 
general,  y  por  los  grandes  rescates,  así  él  como 
otros,  estaban  casi  sin  esperanzas ;  pero  con 
este  medio  que  dicho  tengo  me  lo  dieron  á  él  y 
á  otro,  y  esto  de  gracia,  que  fue  el  capitán  Re- 
dondo de  Cali.  Rescaté  otros  veinte  que  ellos 
me  dieron  por  memoria,  entre  los  cuales  fue 
un  clérigo  que  se  llamaba  Don  Francisco  Ga- 
iavis,  que  fue  después  arcediano  en  Quito  y 
murió  deán;  un  fraile  y  tres  mujeres.  Estos 
caballeros  habían  prometido  de  ir  á  Jerusalén 
si  se  vían  libres,  y  así  me  lo  dijeron,  y  yo  les 
dije  cómo  asimismo  en  la  necesidad  dicha  lo 
había  prometido,  y  que  pues  había  ocasión, 
gozásemos  della,  y  así  lo  pusimos  por  obra, 
ordenándolo  la  majestad  del  cielo,  como  se 
verá. 

Estaba  en  aquella  ciudad  de  Túnez  el  Bajá 
de  la  Suria,  que  era  muy  pariente  de  Mahomed 
y  se  llamaba  Alicrvago  Bajá.  Fuime  á  nuestro 
General  y  supliquéle  se  sirviese  de  habernos 
merced,  declarándole  nuestra  promesa,  y  su  se- 
ñoría me  la  concedió  cumplidísimamente,  to- 
mando ocasión  de  tomar  lengua  en  Candía, 
Chipre  y  otras  partes  acerca  de  los  nuestros,  y 
el  Bajá  de  Túnez  lo  pidió  á  su  primo  hermano, 
manifestándole  las  promesas,  y  que  pues  quería 
partirse  á  su  casa  y  gobierno  con  sus  dos  gale- 
ras, fuese  la  nuestra,  lo  cual  concedió  y  porque 
Don  Juan  de  Cardona  se  había  de  detener  dos 
meses  en  Túnez;  y  así  aprestamos  el  viaje,  que 
fue  el  más  próspero  que  jamás  se  vio,  y  un 
miércoles  partimos  las  tres  galeras,  llevando  en 
la  nuestra,  por  ser  mejor,  al  Bajá,  al  cual  regalé 
todo  aquel  viaje  con  grandísima  puntualidad  y 
abundancia  de  cosas,  sirviéndole  á  la  mesa  y  es- 
tando casi  todo  el  tiempo  cerca  de  su  persona, 
el  cual  manifestaba  quererme  en  extremo,  y  de- 
cía que  si  así  servía  al  General,  que  no  se  espan- 
taba de  lo  que  hacía  por  mí.  íbamos  con  la 
promesa  yo,  el  Gobernador  Cáceres,  el  capitán 
Francisco  Redondo  y  el  bachiller  Don  Fran- 
cisco Galavis,  á  todos  los  cuales  hice  la  costa 
por  no  tener  entonces  dineros  por  sus  captive- 
rios,  y  di  para  lo  que  ordenase  el  capitán  Felipe 
deAndrudedoci  'ntos  ducados,  y  de  regalos  com- 
pré otros  trecientos,  con  que  tuve  con  que  servir 
á  los  mayores  y  regalar  á  mis  compañeros. 

Otro  día  después  de  partidos  tomamos  á 
cabo  de  Bona;  acjuella  noche  descaecimos.  Pa- 


samos á  vista  de  Lampadosa,  y  otro  día  á  vista 
de  Maltn,  y  desta  manera  engolfados  descubri- 
mos cabo  de  San  Juan,  de  la  isla  de  Candía,  y 
por  el  buen  tiempo  no  paramos  hasta  descubrir 
la  isla  de  Chipre,  todo  en  sólo  diecisiete  días. 
Tampoco  quiso  parar  el  Bajá,  que  el  deseo  de 
sus  hijos  y  mujeres,  y  de  su  descanso,  casa  y 
gobierno  le  hacía  desear  su  llegada  y  todo  le 
parecía  tardanza,  y  todo  era  bien  para  nosotros 
por  la  mayor  brevedad  y  el  gasto.  De  allí  á  dos 
días  tomamos  puerto  en  Jope  ó  Zafa,  que  todo 
es  uno;  será  de  treinta  vecinos  y  parece  haber 
sido  grandísima  según  los  edificios  y  paredes  y 
ruinas,  y  el  Bajá  nos  lo  dijo  así,  que  por  tradi- 
ción lo  había  oído.  Hízosele  gran  salva  y  salie- 
ron á  recebirle  todas  las  justicias  y  soldados, 
que  eran  los  subafies  y  otros,  como  capitán  y 
oficiales.  Pidió  luego  cabalgaduras,  que  en  un 
punto  le  fueron  traídas;  y  así  como  al  tropel 
subimos  en  caballos  y  con  priesa  caminamos 
hasta  dos  horas  de  la  noche  por  entre  olivares, 
toda  tierra  llana,  hasta  Rama  ó  Ramata,  que 
dijeron  haber  cuatro  leguas ;  es  lástima  ver 
esta  ciudad  cuál  está:  unos  edificios  famosos 
hay  en  pie,  aunque  mucha  parte  dellos  derriba- 
dos; hay  algunas  iglesias  y  torres,  que  todo  da 
á  entender  cuan  famoso  debía  de  ser  en  su  tiem- 
po. Antes  de  estar  en  este  pueblo  está  la  igle- 
sia del  glorioso  San  Jorge,  y  allí  hicimos  los 
cristianos  oración  á  caballo  desde  la  puerta,  por 
la  priesa  del  Bajá.  Vimos  la  casa  de  Nicode- 
mus,  que  es  un  gran  edificio;  sirve  lo  que  no 
está  arruinado  para  posada  de  los  peregrinos. 
Otro  día  salimos  de  allí,  acompañándole  delante 
en  turbas  cada  veinte  turcos  bien  armados  por 
los  alárabes  que  dicen  haber,  aunque  nosotros 
no  vimos  ninguno.  Llegamos  á  almorzar  á  Ti- 
ribinti,  que  es  el  valle  de  la  batalla  del  glorioso 
David  con  Goliat.  Está  allí  un  río  seco,  que  nos 
dijo  un  judío  que  iba  en  nuestra  compañía  que 
era  á  donde  David  cogió  las  piedras.  Hay  una 
puente  que  parece  haber  sido  hermoso  edificio, 
aunque  está  casi  caída.  De  allí  se  sube  una 
cuesta,  y  en  llegando  á  un  llano  se  descubre  al- 
guna parte  de  la  Santa  Ciudad,  que  con  suma 
alegría,  arrojándonos  en  tierra,  la  adoramos  y 
dimos  gracias  á  Nuestro  Señor  que  en  tan  breve 
tiempo  hubiésemos  llegado  allí  y  nos  hubiese 
hecho  merced  de  dejarnos  verla.  Es  todo  aque- 
llo montuoso.  Desde  allí  fuimos  encontrando 
turcos,  que  salían  á  reccbir  al  Bajá,  que  cuando 
llegamos  ¡rían  más  de  docientos.  Enviónos  á 
una  posada  cerca  de  la  muralla,  y  allí  hay  una 
casilhi  de  tablas  á  do  hay  dos  aposentos,  que 
entendimos  era  aduanilla,  porque  había  escri- 
bano, y  allí  lo  que  salía  de  la  ciudad  se  firmaba 
para  algunos  derechos.  Avisónos  aquella  noche 
el  padre  guardián  latino,  que  es  el  legado  del 
Papa,  y  nos  envió  dos  frailes  con  grandes  ofre- 


282 


autobiografías  y  memorias 


cimieutos,  y  á  pedir  que  no  visitásemos  los  lu- 
gares santos  como  caballeros  del  siglo,  con  gala 
y  pompas,  sino  como  caballeros  de  Jesucristo, 
y  así  lo  prometimos,  pidiendo  licencia  al  Bajá, 
el  cual  nos  la  concedió  con  grande  gusto. 


CAPITULO  V 

A  do  se  cuentan  los  Lugares  Santos  fjue  visita- 
mos y  mercedes  que  nos  hacia  el  Bajá. 

La  gran  priesa  que  nos  daba  el  Bajá  fue 
causa  de  que  no  nos  detuviésemos  día  ninguno, 
y  así  otro  día  de  como  llegamos  nos  envió  á 
decir  el  padre  guardián  que  mirásemos  si  está- 
bamos dispuestos  para  confesar,  que  lo  hicie'se- 
raos  aquella  mañana;  hicímoslo  todos  cinco  con 
el  capitán  Felipe  de  Andrade,  y  recebimos  el 
Cuerpo  del  Señor  en  la  iglesia  de  San  Salvador, 
y  de  allí  por  diversas  veces  nos  trajeron  en 
procesión,  y  todas  las  veces  que  á  esto  íbamos, 
tomábamos  los  hábitos  de  jei'ga  y  luego  hecha 
la  estación  nos  los  quitábamos,  por  tenerlo  asi 
mandado  el  Bajá.  Dionos  el  padre  guardián  ab- 
solución general,  porque  tiene  el  poder  del  Pon- 
tífice, y  con  él  confesamos,  y  hicimos  decir  tres 
misas  en  aquellos  altares  privilegiados.  De  allí 
fue  el  padre  guardián  con  nosotros  y  para  más 
disponernos  gustó  de  que  fuesen  las  estaciones 
dolorosas  las  primeras;  y  asi,  saliendo  del  con- 
vento, venimos  por  la  calle  del  Amargura.  Lle- 
gamos á  la  casa  de  Pilato,  que  es  ahora  casa 
de  justicia,  y  de  allí  llegamos  á  una  casa  que 
nos  dijo  ser  de  la  mujer  Verónica,  y  nos  dijo: 
Aquí  tomó  la  cruz  el  Cirineo;  allí  salieron  las 
mujeres  á  llorarlo,  y  junto  está  la  casa  del  rico 
avariento.  Adoramos  todos  estos  lugares;  iba- 
nos  diciendo  también  lo  que  se  ganaba  en  cada 
lugar,  y  lo  que  habíamos  de  rezar.  Reverencia- 
mos desde  la  calle  las  ventanas  á  do  sacaron  al 
Hijo  de  Dios  á  enseñar  al  pueblo,  que  da  un 
consuelo  y  alegría  espiritual  mezclada  con  sen- 
timiento y  dolor,  considerando  ser  aquel  lugar 
donde  le  hicieron  á  nuestro  Redemptor  aquella 
afrenta  y  oprobio.  Fuimos  más  adelante  y  nos 
iba  diciendo:  Aquí  arrodilló;  aquí  le  dieron  de 
palos;  alH  lo  arrastraron.  En  este  lugar  fue 
donde  la  Virgen  sin  mancilla  recibió  sumo  do- 
lor, siendo  la  primera  vez  que  le  vio  con  la  cruz 
acuestas.  Aquí  fue  á  do  le  dieron  de  empello- 
nes por  entrar  á  verlo.  Esta  es  la  calle  por  don- 
de rodeó  á  coger  la  delantera.  Vimos  una  calle 
por  donde  Pilatos  le  había  enviado  de  su  casa 
á  la  del  rey  Herodes,  y  nos  señalaron  las  casas 
que  entonces  eran  deste  tirano  rey.  Más  ade- 
lante, cerca  de  la  misma  calle,  en  otra,  á  dos 
casas  vimos  la  cárcel  á  do  estuvo  preso  el  glo- 
rioso San  Pedro,  de  donde  le  libró  el  ángel.  El 


templo  de  Salomón  está  en  esta  calle,  y  aunque 
los  cristianos  no  pueden  entrar  con  pena  de  la 
vida  ó  renegar,  el  Bajá  envió  expresa  licencia. 
Vimos  acá  fuera  las  ruinas  de  los  portales,  y  á 
do  era  la  piscina,  y  cerca  la  casa  de  San  Joa- 
quín y  Santa  Ana,  padres  de  la  Virgen  Nues- 
tra Señora,  y  á  do  fue  su  limpísima  concepción. 

Están  todos  estos  lugares  tales  que  es  lás- 
tima, casi  debajo  de  tierra,  unos  edificios  sobre 
otros.  En  todos  estos  lugares  hay  grandes  in- 
dulgencias. Salidos  de  la  puerta  de  San  Este- 
ban nos  enseñó  el  lugar  á  do  fxie  apedreado,  y 
de  allí  comienza  el  valle  de  Josafat,  que  apenas 
parece  valle;  está  lleno  de  huertas  y  olivos;  de 
iMia  parte  está  el  monte  Sión  y  de  la  otra  el 
Olívete.  A  la  salida  nos  dijo  el  padre  guardián 
que  nos  quería  llevar  por  el  lado  de  las  fuentes, 
para  irnos  enseñando  las  estaciones  santas  del 
otro  lado,  para  que  con  más  devoción  llegáse- 
mos. Cerca  nos  enseñó  la  fuenfe  de  Siloe,  á  do 
Cristo  envió  al  ciego;  bebimos  della.  Poco  más 
adelante  está  otra  más  pequeña  al  otro  lado, 
que  nos  dijo  descender  de  un  edificio  que  allí 
había,  y  que  era  de  la  casa  de  la  Virgen.  Lue- 
go nos  fue  diciendo  todos  aquellos  edificios  y 
lugares.  Lo  primero  que  vimos  fue  la  casa  de 
mal  consuelo,  á  do  era  el  cabildo  y  junta  á  do  se 
votó  y  dijo  Caifas  la  palabra  de  nuestro  reme- 
dio: Conviene  que  muera  uno  por  el  pueblo,  por- 
que no  perezca  toda  la  gente.  Más  adelante 
treinta  pasos,  poco  más  ó  menos,  está  la  cueva 
do  los  Apóstoles  estuvieron  escondidos.  Más  de 
cien  pasos  adelante  está  do  se  ahorcó  Judas,  y 
allí  es  el  campo  do  se  entierran  los  judíos.  Aca- 
bado éste  comienza  el  campo  do  se  entierran 
los  peregrinos,  que  se  compró  con  los  treinta 
dineros.  Hay  un  edificio  vasto  y  de  arriba  del 
con  sogas  descienden  á  los  muertos.  De  allí 
cerca  nos  enseñó  el  lugar  do  estuvo  Santiago 
el  Menor  hasta  que  vido  á  su  maestro  resuci- 
tado y  le  dijo:  Come. 

En  el  valle  está  el  sepulcro  de  Absalón,  y 
bien  maltratado,  porque  no  pasa  quien  no  le 
tira  una  piedra,  por  la  desobediencia;  es  una 
cueva  tortísima.  Todo  esto  es  de  la  parte  del 
monte  Sión.  Pásase  una  puente  que  dicen  del 
Cedrón,  que  es  un  arroyo  seco;  bien  cerca  está 
una  pared  á  un  lado  y  á  otro  de  piedras,  que 
nos  dijo  fue  á  do  prendieron  al  Señor;  más 
adelante  dijo:  Aquí  quedaron  los  ocho  Apósto- 
les. Como  sesenta  pasos  está  á  do  se  durmie- 
ron Pedro,  Juan  y  Diego;  casi  otro  tanto  está 
lina  hermosa  cueva  alta  y  clara  á  do  Cristo  oró 
al  Padre  Eterno,  que  no  quisiéramos  salir  de 
allí,  según  el  contento  y  regalo  que  sentíamos 
en  nuestro  espíritu,  particularmente  cuando  nos 
iba  diciendo  lo  que  el  ángel  y  Nuestro  Salva- 
dor pasaron,  y  el  sudor  de  sangre,  que  prometo 
que  algunos  de  nosotros,  con  la  consideración 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


283 


de  tales  misterios,  no  quisiéramos  apartarnos 
de  allí.  Bien  cerca  desta  bóveda  está  una  igle- 
líia  de  cantería,  que  parecía  haber  sido  hermoso 
edificio,  y  casi  toda  está  debajo  de  tierra;  hace 
un  crucero,  y  en  medio  está  una  capilla  pequeña 
que  es  el  altar  mayor;  descendiendo  una  esca- 
lera á  mano  derecha,  nos  enseñó  los  sepulcros 
de  señora  Santa  Ana  y  de  San  Joaquín,  y 
enfrente  dellos  está  el  entierro  del  glorioso  San 
José,  y  en  la  capilla  de  en  medio  de  la  iglesia 
está  el  sepulcro  de  la  Virgen  Nuestra  Señora; 
allí  está  un  altar  y  encima  de  la  losa  dicen 
misa;  es  una  grande  estación  y  de  grandísima 
devoción,  con  la  consideración  de  la  Asunción 
de  la  Madre  de  Dios.  Bebimos  agua  de  una 
cisterna  que  está  en  esta  iglesia,  y  por  ser  ya 
tarde  entramos  en  la  ciudad  y  fuimos  á  la  casa 
de  Caifas,  que  hay  una  iglesia,  y  nos  dijo  que 
en  aquel  lugar  fue  el  Señor  acusado,  y  nos 
enseñó  la  piedra  del  Santo  Sepulcro,  que  es 
grandísima:  medíla  y  tiene  diez  palmos  de 
largo,  cuatro  de  ancho  y  más  de  uno  de  grue- 
so; hay  un  retrete  en  la  pared,  la  puerta  muy 
pequeña;  díjonos  que  allí  estuvo  Cristo  preso 
mientras  salía  á  verle  el  Pontífice;  abajo  en  un 
patio,  salidos  de  la  iglesia,  nos  enseñó  el  lugar 
á  do  se  calentó  San  Pedro  y  negó  al  Señor.  De 
allí  fuimos  al  Cenáculo,  que  es  ahora  mezquita, 
y  nos  lo  enseñó  á  los  cinco  un  turco  por  man- 
dado del  Bajá,  y  nos  dijo:  Aquí  dicen  fue  la 
Cena  de  vuestro  Dios  y  á  do  instituyó  el  Sacra- 
juento;  allí  donde  lavó  los  pies  á  sus  discípu- 
los, y  aquí  era  la  casa  de  su  madre  y  á  do  vino 
por  la  Pascua  el  Espíritu  Santo;  y  casi  en  me- 
dio de  la  mezquita  nos  enseñó  la  sepultura  del 
santo  Rey  David,  y  allí  eran  sus  palacios,  y 
nos  dijo:  En  aquel  despoblado  estaba  el  edifi- 
cio do  se  asomó  y  vido  á  Bersabé;  y  de  allí  nos 
enseñó  y  señaló  á  do  era  la  casa,  jardín  y  baños, 
y  nos  decía  señalándonos  los  lugares  mil  cosas, 
porque  era  ladino  en  la  lengua  española,  como 
quien  había  estado  en  Madrid  más  de  veinte 
años,  y  suspiraba  por  volver,  diciendo  que  le 
parecía  mal  su  ley.  Enseñónos  un  montón  de 
piedras  y  dijo  que  allí  era  donde  quisieron  qui- 
tar los  judíos  el  cuerpo  de  la  Virgen  Nuestra 
Señora,  cuando  lo  llevaban  á  enterrar,  y  que 
llegando  un  sacerdote  judío  se  le  secó  el  brazo, 
y  después  sanó  y  fue  cristiano.  Y  como  nos 
veníamos  ya  á  nuestra  posada,  y  el  guardián 
se  hattía  despedido  y  ido  á  su  convento,  de 
camino  nos  enseñó  á  do  San  Pedro  hizo  la 
penitencia  y  lloró  su  pecado.  Enseñónos  la 
iglesia  á  do  Nuestra  Señora  fue  presentada;  en 
una  torre  della  está  una  media  luna  de  hierro, 
que  se  ve  de  lejos,  y  es  mezquita  de  moros 
ahora.  Llegamos  á  la  posada,  que  por  no  haber 
comido  en  todo  el  día  nos  dio  una  gran  cena  el 
Bajá. 

AUTOBIOGKAFIAS    Y    MEMOUIAS. — 29 


CAPITULO  VI 


A  donde  se  prosiguen  las  estaciones  y  lo  demás 
que  pasó  en  aquel  santo  viaje  de  Jerusalén. 

Dejé  dicho  cómo  el  Bajá  nos  mandó  dar  una 
gran  cena;  ésta  fue  opulentísima,  y  cuanto  era 
de  buena  era  no  menor  el  gusto  con  que  la  re- 
cebimos,  por  ser  no  pequeña  la  necesidad  que 
todos  teníamos.  En  acabando  de  cenar  nos  en- 
vió á  decir  que  otro  día  abreviásemos  con  todas 
las  demás  estaciones,  porque  había  tiempo  bue- 
no pai-a  volver  y  lo  traía  muy  encargado.  Otro 
día  muy  de  mañana  fuimos  al  convento,  recon- 
ciliamos y  oímos  misa  y  recebimos  al  Señor. 
Tornamos  á  visitar  la  iglesia  de  los  armenios, 
donde  fue  degollado  Santiago.  Llegamos  á  casa 
de  Anas,  donde  el  Señor  fue  traído  primera- 
mente después  de  preso;  es  iglesia  de  armenios. 
Enseñónos  el  padre  guardián  á  dónde  dieron  la 
bofetada  á  Cristo  Nuestro  Redentor,  y  en  este 
lugar  lloramos  amarguísimamente  de  rodillas  y 
le  rogamos  que  por  ella  fuese  servido  salvarnos. 
Enseñónos  una  oliva,  y  dijo  que  allí  había  es- 
tado atado  el  Señor  mientras  salió  Anas.  Fui- 
mos de  allí  al  monte  Olívete,  que  es  agradable  y 
hay  en  él  muchas  estaciones.  Tornamos  á  visi- 
tar la  iglesia  de  Nuestra  Señora,  y  de  allí  nos 
dijo  cuando  íbamos  subiendo:  Este  es  el  lugar 
adonde  la  Virgen  vio  á  San  Esteban  cuando  lo 
sacaban  á  apedrear,  y  hizo  oración  hasta  que 
fue  muerto  (singular  excelencia  del  santo,  si  el 
padre  guardián  nos  refería  verdad);  allí  fue 
apedreado  y  más  arriba  adonde  recibió  la  cinta 
Santo  Tomás  de  la  Virgen.  Otro  poco  más 
arriba  es  adonde  le  dijeron  los  Apóstoles  al 
Señor  que  les  enseñase  á  orar,  y  les  dio  la 
grande  oración  del  Padre  nuestro;  está  allí  iina 
iglesia  caída.  Más  arriba  está  el  lugar  á  do  los 
santos  Apóstoles  compusieron  el  Credo.  Más 
arriba  está  adonde,  mirando  á  Jerusalén,  dijo 
el  Señor  que  no  había  de  quedar  piedra  sobre 
piedra.  Hay  otras  estaciones,  así  mezquitas 
como  iglesias  caídas.  En  la  cumbre  está  una 
iglesia  caída,  y  allí,  sobre  una  gran  piedra,  el 
pie  del  Señor  cuando  subió  á  los  cielos;  es  una 
estación  devotísima.  Enseñónos  el  lugar  donde 
estuvo  la  Virgen  y  los  Apóstoles,  y  nos  dijo  el 
santo  guardián  que  hincados  de  rodillas  le  ado- 
rásemos, y  juntamente  considerásemos  la  subi- 
da de  Nuestro  Redemptor  á  los  cielos  en  carne 
humana.  Y  cierto  que  da  un  deseo  de  verle, 
que  de  allí  parece  que  íbamos  con  el  alma  y 
pensamiento  tras  del  á  la  bienaventuranza;  sé 
decir  que  todos  dijimos  que  en  tres  lugares  era 
adonde  habíamos  sentido  nuestros  espíritus  de- 
votísimos, en  particular  que  era  allí,  besando 
aquel  tan  dichoso  lugar  y  pie,  y  en  el  monte  de 
nuestra  redempción,  considerando  el  acto  amo- 


284 


autobiografías  y  memoeias 


roso  y  tan  excesivo  que  Cristo  obró  en  la  cruz, 
y  en  la  iglesia  do  está  el  sepulcro  de  la  Virgen. 
Saliendo  de  allí  fuimos  por  lo  llano  del  monte 
á  una  torrecilla,  á  do  nos  dijo  que  allí  habían 
venido  los  ángeles  y  hablado  con  los  Apósto- 
les. De  allí  se  ve  todo  Jerusalén,  y  es  pequeña 
Y  hermosa,  por  tantas  torres  y  chapiteles  y  ca- 
sas de  piedra  blanca.  Bajado  este  monte  fuimos 
á  Betania  rezando  todo  el  camino,  con  la  con- 
sideración de  que  el  Señor  lo  andaba;  habrá 
media  legua.  Llegamos  á  Betania,  que  parece 
un  cortijo,  donde  están  los  más  edificios  caídos, 
y  casi  todo  es  chozas  de  pastores.  Entramos  en 
una  bóveda  que  nos  dijeron  ser  casa  de  Simón 
Leproso,  adonde  el  Señor  cenó  con  Lázaro  re- 
sucitado y  le  ungió  la  Madalena,  Visitamos  el 
sepulcro  de  Lázaro;  aquí  nos  mandó  hincar  de 
rodillas  y  que  meditásemos  en  las  lágrimas  de 
Dios.  Visitamos  la  casa  de  Lázaro,  que  no  hay 
sino  ruinas,  pero  grandes,  y  las  casas  de  Marta 
y  María:  todo  está  tal  que  para  saberlo  nos  de- 
cía: Aquí  fue.  Enseñónos  el  lugar  desde  donde 
envió  el  Señor  por  el  asna  el  día  de  Ramos. 
De  allí  nos  enseñó  las  ruinas  de  Jericó,  y  el 
lago  á  do  se  consume  el  río  Jordán,  á  do  fue- 
ron las  ciudades  destruidas.  Y  desde  allí  nos 
enseñó  también  el  monte  donde  el  Señor  ayunó 
la  Cuaresma. 

Tornando  para  Jerusalén  nos  mostró  un 
lugar  á  do  dijo  fue  el  de  la  higuera  que  maldijo 
el  Señor,  y  una  piedra  en  que  estuvo  sentado 
cuando  lloró  sobre  Jerusalén;  y  volviendo  al 
Olívete,  volvimos  á  andar  las  estaciones;  llega- 
mos al  muro,  á  do  está  cerrada  de  cantería  la 
puerta  Áurea,  por  donde  le  recibieron  el  día  de 
Ramos.  De  allí  tornamos  por  la  calle  de  la 
Amargura,  y  fuimos  hasta  la  iglesia  del  Santo 
Calvario,  y  volvimos  á  visitar  las  estaciones 
que  hay  por  el  paso,  que  por  estar  ya  dichas  no 
refiero.  Envió  el  Bajá  al  Gobernador  ó  teniente 
de  la  ciudad  con  las  llaves,  y  así  sin  derechos 
entramos  dentro,  que  es  admirable  edificio  y  el 
que  más  mueve  á  devoción  y  contemplación. 
Hay  nueve  géneros  de  frailes  en  esta  iglesia, 
quiero  decir  de  nueve  naciones,  porque  todos 
son  de  la  religión  del  glorioso  San  Francisco; 
cada  una  va  diferente  en  sus  ceremonias,  y  viven 
en  paz,  porque  tienen  pena  de  la  vida  si  se  en- 
tremeten los  unos  con  los  otros,  y  es  lástima 
de  ver  tantos  ritos  en  una  sagrada  fe,  lo  cual 
es  parte  para  que  los  turcos  sientan  lo  que  les 
parece  de  ver  que  cada  uno  diga  que  lo  que  él 
hace  se  ha  de  tener.  ¡Dios  los  traiga  á  un  ver- 
dadero conocimiento,  pues  son  ovejas  de  un 
rebaño!  A  la  entrada  desta  iglesia  es  el  lugar 
do  estuvo  el  Señor  y  le  ungieron  para  ente- 
rrarlo, y  en  la  misma  nave  es  el  santísimo 
monte  Calvario;  puestos  en  el  coro  que  está 
en  Doedio  de  la  iglesia,  el  un  altar  es  de  griegos, 


y  hay  cuatro  sillas  de  Patriarcas,  y  el  altar  es 
muy  galano,  con  muchas  figuras  de  santos  do- 
rados. Es  la  iglesia  de  tres  naves,  y  las  de  los 
lados  acaban  en  redondas.  Cada  nación  tiene 
su  estación,  y  allí  duermen  y  comen,  que  son 
como  capillas,  con  sus  rejas  para  negociar  con 
los  de  afuera.  Hay  muchas  lámparas,  y  como 
la  iglesia  está  siempre  cerrada,  lo  de  dentro 
está  abierto  para  todos.  La  primera  estación 
fue  el  lugar  á  do  estuvo  el  Señor  mientras  le 
ponían  en  la  cruz  y  hacían  el  hoyo;  es  de  la 
nación  maronita.  Más  adelante  visitamos  la 
capilla  á  donde  los  soldados  echaron  suertes 
sobre  las  vestiduras  del  Señor;  es  de  surianos. 
Más  adelante  está  una  silla  de  piedra  en  que 
se  sentaba  Santa  Elena  mientras  cavaban  para 
buscar  la  cruz.  Hay  doce  escalones,  todos  de  la 
piedra  del  monte  Calvario,  á  do  se  halló  la  cruz 
y  el  título  y  clavos  del  Señor,  y  las  de  los  la- 
drones están  muy  cerca,  á  do  estaban  entram- 
bas; estas  dos  capillas  son  de  abisinos.  Otra 
capilla  está  más  adelante,  y  allí  hay  un  pedazo 
de  una  columna  en  que  el  Señor  estuvo  sentado 
cuando  le  coronaron  de  espinas;  es  de  frailes 
jacobitas.  De  allí  subimos  por  diez  y  nueve 
escalones  al  lugar  del  Calvario;  son  dos  capillas 
casi  en  medio  de  la  primera  nave.  La  primera 
es  el  lugar  á  do  fue  ensalzado  el  Hijo  de  Dios 
en  el  árbol  de  nuestra  redención,  y  allí  está  el 
agujero  casi  de  media  vara,  con  el  brocal  de 
plata;  allí  metimos  los  pies,  brazos  y  boca,  y 
dijo  que  era  el  lugar  de  más  devoción  de  todos, 
y  se  echa  bien  de  ver,  pues  de  mi  parte  sé  decir 
no  quisiera  apartarme  del.  Allí  estuvimos  muy 
buen  rato,  porque  cinco  veces  le  adoramos  y 
rezamos.  No  nany  apartados  están  los  agujeros 
de  las  cruces  de  los  ladrones.  Entre  la  del  Señor 
y  del  mal  ladrón  hay  una  abertura  en  la  piedra 
que  es  de  ver,  porque  tiene  más  de  un  palmo 
de  ancho  y  siete  de  largo,  que  nos  dijo  el  padre 
guardián  que  aquella  se  había  abierto  cuando 
el  Señor  expiró.  Al  otro  lado  es  á  do  fue  encla- 
vado estando  en  la  cruz  en  el  suelo.  Es  de  ver 
estas  dos  capillas,  y  son  muy  de  mirar  las  labo- 
res, jaspes  y  primores  que  tienen.  Hay  cin- 
cuenta y  seis  lámparas  de  todas  las  naciones 
cristianas.  La  parte  adonde  el  Señor  estuvo 
en  la  cruz  es  de  los  frailes  gorgianos  y  la  en 
que  le  clavaron  de  los  latinos.  Bajando  de  aquí 
llegamos  en  medio  de  la  nave  primera,  adon- 
de estaba  una  reja  en  el  suelo,  enfrente  de  la 
puerta  y  reja  que  miran  los  de  afuera,  porque 
de  allá  los  que  no  entran  adoran  este  lugar. 
Está  la  losa  adonde  fue  ungido  el  Salvador 
delante  de  la  Virgen  y  Marías  y  San  Juan  y 
demás  mujeres.  Visitamos  á  la  otra  parte  el 
Santo  Sepulcro;  está  á  cargo  de  los  latinos. 
Allí  hay  altar;  es  desta  manera:  una  capilla 
pequeña  cuadrada,  y  en  medio  está  una  losa  de 


PEDRO  ORDOÑEZ  ÜE  CEBALLOS 


285 


•  dos  palmos  y  otros  dos  de  grueso,  que  es  don- 
de estuvo  sentado  el  ángel  cuando  vinieron  las 
Marías  y  les  dijo  que  ya  era  resucitado.  Lnego 
está  otra  más  pequeña,  donde  es  el  Santo  Se- 
pulcro y  á  donde  resucitó,  que  es  de  gran  con- 
suelo, está  un  altar  y  es  de  una  losa;  lo  de 
abajo  no  se  enseña  ni  dicen  que  jamás  se  ense- 
ñó; es  cuadrada  esta  capilla  y  por  de  fuera  re- 
donda, y  un  chapitel  que  hace  una  galana  obra, 
por  las  muchas  colunas  de  jaspe  que  tiene,  y 
todo  cubierto  de  losas.  Lo  alto  es  de  figuras  de 
santos,  que  no  se  conocen  de  viejas;  sólo  la  de 
Santa  Elena  y  de  Constantino  su  hijo.  Allí 
cerca  está  otra  capilla,  donde  hay  dos  losas,  la 
una  en  que  estuvo  el  Señor  y  la  otra  María 
Madalena,  cuando  le  dijo:  No  me  toques.  Esta 
es  de  frailes  armenios.  En  el  coro  de  los  frailes 
latinos,  que  está  allí  cerca,  nos  dijo  que  allí  se 
había  aparecido  á  la  Virgen,  y  en  esta  capilla 
en  la  pared  está  un  pedazo  de  la  coluna  donde 
fue  azotado  el  Señor,  y  tocamos  así  en  este 
lugar,  como  en  todos  los  demás,  las  cuentas  y 
estampas.  Los  griegos  tienen  todo  lo  demás  de 
la  iglesia,  y  hartas  capillas.  Estuvimos  allí 
aquella  noche  y  otro  día  y  noche,  que  no  qui- 
siéramos salir  de  allí,  si  no  fuera  para  verlo. 
Siendo  mandados  del  Bajá,  salimos  deste  santo 
lugar  y  visitamos  la  capilla  mayor  por  de  fuera, 
adonde  fue  el  sacrificio  de  Abraham,  que  es  en 
el  propio  monte  Calvario,  y  otra  capilla  á  do 
Melquisedech  ofreció  pan  y  vino.  Estas  capillas 
tienen  frailes  de  Etiopía. 

CAPÍTULO  VII 

Acábase  de  dar  cuenta  de  la  ida  á  la  santa 
ciudad  de  Belén  y  de  la  vuelta  á  Túnez 
y  viaje  hasta  Berbería. 

De  allí,  sin  tornar  al  monasterio  ni  á  nues- 
tras posadas,  determinamos  ir  á  Bele'n,  y  así 
en  compañía  del  padre  guardián  fuimos  una 
cuesta  abajo  que  salimos  hacia  do  cae  la  puerta 
del  Calvario;  subimos  otra  más  pequeña  á  un 
camino  llano  y  agradable,  aunque  algo  pedre- 
goso y  todo  lleno  de  olivares  y  muchos  árboles 
frutales,  viñas  y  caserías,  y  muchas  torrecillas 
que  parece  todo  una  calle  muy  hermosa.  Todas 
las  más  de  aquéllas  fueron  casas  de  Profetas, 
cuyos  nombres  nos  iba  diciendo.  Hay  en  aquel 
campo,  como  en  espacio  de  dos  tiros  de  arcabuz, 
gran  suma  de  piedras,  todas  como  garbanzos 
y  de  la  propia  hechura.  Díjonos  el  guardián 
que  por  tradición  se  dice  que  sembrando  uno, 
le  dijo  la  Virgen  si  eran  garbanzos  y  que  le 
respondió:  No  son  sino  piedras,  y  así  se  que- 
daron piedras.  Vimos  el  árbol  tiribinto  y  reza- 
mos allí,  porque  dijo  haber  estado  la  Virgen 
á  su  sombra.  Vimos  el  sepulcro  de  Raquel, 


muy  hermoso  edificio.  Vimos  una  cisterna  de 
agua  á  do  los  reyes  orientales  habían  estado, 
y  se  les  tornó  á  aparecer  la  estrella.  Vimos 
una  iglesia  de  griegos,  que  dijo  ser  la  casa  á 
do  estuvo  Elias.  Llegamos  á  la  dichosa  ciudad 
de  Belén,  que  es  tan  pequeña  como  Betania, 
que  apenas  tiene  sesenta  fuegos.  Llegamos  á 
la  iglesia;  avisó  el  guardián  á  los  frailes  fran- 
ciscos latinos,  y  salieron,  que  todos  eran  hasta 
trece,  y  como  á  su  prelado  lo  reverenciaron. 

Fuimos  á  Santa  Caterina,  que  así  se  llama  la 
iglesia,  y  hecha  oración  fuimos  á  la  iglesia  gran- 
de, y  por  la  capilla  descendimos  veinte  escalones 
á  unas  capillas  y  crucero  que  está  abajo.  La  pri- 
mera capilla  es  donde  degollaron  muchos  de  los 
inocentes  por  el  Señor.  Más  adelante  está  un 
sepulcro  de  San  Ensebio,  dicípulo  de  San  Jeró- 
nimo. Más  adelante  está  el  de  Santa  Paula  y  su 
hija  Eustoquia,  y  enfrente  el  de  San  Jerónimo. 

Salimos  de  aquí;  pasamos  á  do  está  el  lugar 
del  Nacimiento,  que  parece  se  entra  en  el  cielo; 
y  si  en  el  suelo  hay  cielo,  cierto  que  es  éste. 
Esta  capilla  es  en  la  piedra  viva  y  toda  ella 
muy  hermosa;  hay  un  altar  de  una  losa,  y  de- 
bajo es  el  lugar  do  nació  el  Hijo  de  Dios;  está 
señalado  con  una  losa  muy  blanca  y  en  medio 
una  estrella  de  jaspe.  Aquí  llegamos  las  manos 
y  cuentas,  y  besamos  muchas  veces.  Hay  gran- 
des indulgencias,  y  en  todas  las  demás  las  hay 
también  grandísimas.  Más  adelante  está  una 
piedra  como  una  pileta  de  mármol,  á  do  fue 
reclinado  el  Señor.  Aquí  se  ve  un  peñasco  que 
da  tanto  contento  que  es  cosa  indecible.  Entre 
este  peñasco  y  el  pesebre  está  un  altar  de  már- 
mol, á  do  los  reyes  ofrecieron  sus  dones  y  á  do 
estuvieron  los  ángeles  y  pastores.  De  allí  subi- 
mos otra  vez  á  la  iglesia,  porque  esto  está  de- 
bajo, como  tengo  ya  dicho.  La  iglesia  es  famosa. 
En  la  capilla  está  el  lugar  donde  el  Señor  fue 
circuncidado.  Desde  arriba  vimos  los  campos 
donde   estaban   los   pastores.   Viraos   el  cerro 
donde  estaban  las  viñas  del  bálsamo,  que  estará 
una  legua.  De  allí  fuimos  á  la  cueva  en  que 
estuvo  la  Virgen  y  el  Señor  y  San  José  escon- 
didos cuando  habían  de  irse  á  Egipto.  De  aquí 
llevan  tierra  para  las  que  no  tienen  leche,  por- 
que cayó  en  ella  la  leche  de  la  Virgen.  Este 
día  y  otro  visitamos  todos  estos  santos  lugares, 
y  eran  tantos  los  mensajeros  y  priesa  del  Bajá 
que   no  pudimos   estar  más.    Dimos   grandes 
limosnas,  pues  cada    uno  de    nosotros    cinco 
repartimos   en  todos  los  lugares,  informándo- 
nos del  guardián  á  do  era  más  menester,  qui- 
nientos escudos  de  oro.  El  padre  guardián  nos 
pidió  cosas  que  pensó  que  el  Bajá  no  las  había 
de  conceder  muchas  dellas,  y  sin  faltar  en  todas 
nos  hizo  merced,  porque  en  lo  secreto  era  cris- 
tiano y  sabía  cómo  el  General  su  primo  había 
tratado  de  casar  &u  sobrina  conmigo.  Dionos 


286 


autobiografías  y  memorias 


once  llaves  de  diversos  lugares,  que  dimos  al 
Guardián,  y  prometió  favorecerle  aunque  lo 
hacía.  Hizonos  á  todos  grandes  presentes,  y 
con  un  amor  como  si  fuera  muy  nuestro  nos 
despachó  y  e'l  se  partió  á  Trípoli,  que  es  á  don- 
de asiste.  Llegamos  al  puerto,  á  do  estaba  nues- 
tra galera  de  vergas  en  alto,  por  el  gran  tem- 
poral, bien  bastecida  de  todo  lo  necesario,  de  á 
donde  partimos,  pareciéndonos  dejar  allá  el 
alma,  y  porque  en  el  camino  no  pasó  cosa  nota- 
ble más  del  buen  viaje,  y  que  á  veces  todos 
remábamos,  y  sin  ver  islas,  que  antes  huíamos, 
llegamos  en  tan  breve  tiempo  á  Túnez,  que 
pareció  milagro.  Dimos  cuenta  á  los  generales 
de  nuestro  buen  suceso,  y  las  cartas.  Holgóse 
Don  Juan  de  Cardona,  por  estar  con  cuidado, 
que  al  fin  una  galera  sola  lleva  riesgo. 

De  allí  partimos  la  vuelta  de  España,  dando 
el  general  Mahomed  grandes  presentes  al  nues- 
tro y  haciendo  sentimiento  de  su  partida,  que 
un  generoso  corazón  obligado  siente  el  apar- 
tarse de  la  cosa  amada.  En  un  puerto  de  Cer- 
deña  estaban  las  demás  galeras  esperando.  De 
allí  llegamos  á  Mallorca  y  Menorca  y  á  Ebiza, 
y  tomamos  puerto  en  Alicante.  A  vista  de  Do- 
ma encontramos  dos  navios  ingleses  y  llegando 
á  preguntar:  ¿Qué  porta  la  nave  y  á  dónde 
iban?  Respondió  un  inglés  en  medio  castellano: 
¿Qué  porte  la  nave?  Muche  y  buene  pelote, 
pólvore  y  otre  municiones,  y  vamos  al  pillaje 
con  licencia  de  la  reina.  Dijo  el  general:  ¡San- 
tiago y  á  ellos!  que  nosotros  tenemos  licencia 
del  rey  para  castigar  ladrones.  Echamos  el  un 
navio  á  fondo,  y  queriendo  entrar  en  el  otro  se 
pegaron  fuego  y  se  quemó,  y  así  perecieron  por 
su  atrevimiento. 

Venían  en  esta  galera  del  capitán  Felipe  de 
Andrade  los  amigos  captivos  que  habíamos 
hecho  vínculo  de  amistad.  Don  Juan  de  Car- 
dona se  fue  con  las  seis  galeras  hacia  el  Con- 
dado, mandando  á  la  nuestra  y  á  otra  llegasen 
á  Ceuta  y  á  otros  puertos,  á  cosas  que  debían 
de  convenir,  y  así  llegamos  por  intercesión  del 
capitán,  y  nos  dio  licencia  el  general  portugués 
para  entrar  en  la  tierra  adentro  con  el  fraile 
que  iba  á  rescatar  captivos,  como  que  á  buscar 
compañeros;  y  así  llegadas  las  turbas  ó  cáfilas 
que  vienen  de  los  moros  á  Ceuta,  salimos  con 
ellos  hasta  Tetuán,  y  de  alH  á  Marruecos,  y  nos 
holgamos  de  ver  aquella  ciudad,  que  cierto  es 
famosísima  y  tiene  una  torre  que  es  lo  propio 
que  la  de  Sevilla;  sólo  difieren  el  remate,  y  así 
se  dice  que  el  que  las  hizo  fueron  tres  las  que 
fabricó,  y  que  en  el  mundo  no  hay  otras  como 
ellas,  que  son  las  de  vSevilla,  Marruecos  y  la  de 
Tripuli  de  Su  ría.  De  allí  fuimos  (en  demanda 
de  un  Benalcázar,  que  había  captivado  con  estos 
caballeros)  á  la  ciudad  de  Fez,  que  fuera  de 
Marruecos  es  la  mejor  de  Berbería. 


Lo  que  tengo  que  decir  deste  viaje  es  haber 
visto  todo  lo  que  hay  que  ver  en  aquel  reino, 
y  tanta  diversidad  de  gentes,  turcos,  geníza- 
ros,  moros,  judíos,  alárabes  y  renegados,  que 
todos  son  tan  diferentes  como  si  lo  fueran  en 
leyes.  Los  turcos  son  valerosos  celadores  de  su 
ley,  pero  de  perversas  costumbres,  porque  son 
soberbios,  ambiciosos,   jatanciosos,  envidiosos, 
avarientos,  comedores,  y  sobre  todo  muy  malos 
en  el  pecado  nefando.  Los  genízaros  tienen  lo 
propio,  sólo  les  falta  el  ser  viciosos  en  este  pe- 
cado; digo  esto  en  general,  porque  en  particular 
algunos  hay  que  son  tales  como  sus  compañe- 
ros. Los  moros  son  más  humildes,  más  enemi- 
gos  de  cristianos  y  en   ninguna   manera  son 
manchados  en  el  pecado  contra  naturaleza;  no 
son  muy  celadores  de  su  secta,  y  son  menos 
valientes.  Los  alárabes,  que  allá  les  dicen  ára- 
bes, tienen  dos  contrariedades  grandísimas,  por- 
que tienen  muchas  buenas  propiedades  de  apa- 
cibilidad,  aunque  tienen  mucho  malo  en  otras 
costumbres;  sólo  en  una  cosa  en  particular  se 
señalan,  que  es  en  aborrecer  el  vicio  ya  dicho, 
y  así  lo  castigan  con  rigor  y  de  ninguna  manera 
celan  su  secta;  son  dadivosos,  compasivos  por 
una  parte,  y  por  otra  son  rigurosísimos,  angos- 
tos de   corazón  y  apretados;   son  amigos  de 
cristianos,  de  donde  se  precian  descender,  por- 
que dicen  que  los  de  Arabia  Feliz,  de  donde 
ellos  descienden,  proceden  de  cristianos.  Los 
renegados  son  gente  por  extremo  mala,  porque 
ni  creen  en  Cristo  ni  en  Mahoma;  en  lo  público 
son  moros  y  en  lo  secreto  demonios;  son  blas- 
femos, jugadores,  ladrones,  inconstantes,  ami- 
gos de  mujeres,  y  fuera  del  pecado  nefando  no 
hay  vicio  que  no  tengan,  en  fin,  como  gente 
traidora  á  su  Dios.  Los  judíos  son  hipócritas, 
ceremonieros,  cobardes,  logreros  y  se  precian 
de  engañar,  y  certifico  haberme  dicho  uno  que 
estaba  en  Oran,  y  muy  rico,  y  tenía  un  hijo 
cristiano  y  capitán  de  infantería  española,  que 
el  día  que  no  engañaba  á  alguno  no  comía  con 
gusto. 

Rescatamos  todos  los  demás  del  navio  per- 
dido de  las  Indias,  que  por  todos  fueron  treinta 
y  seis,  que  solos  cuatro  faltaron,  que  los  debían 
haber  pasado  á  Constantinópoli  ó  á  otras  par- 
tes, y  así  volvimos  hasta  Ceuta,  con  mil  acae- 
cimientos de  aquel  caballero  que  rescatamos  en 
Fez,  y  una  hija  de  su  amo  que  se  vino  tras  del. 
La  tierra  de  África  es  buena  y  fértil,  no 
muy  poblada  de  ciudades  y  villas,  que  es  donde 
habitan  los  moros.  Los  demás  campos  lo  son 
nmcho  de  los  árabes,  que  los  continúan  porque 
no  viven  en  poblados;  hay  trigo,  cebada  y  ca- 
ñizo, que  es  la  semilla  de  que  por  tiempo  del 
año  usan  para  comida,  y  así  no  hay  falta,  que 
si  comieran  todo  el  año  pan  de  trigo,  según  la 
gente  que  hay,  faltara  sin  duda,  porque  como 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


287 


cada  uno  tiene  las  mujeres  que  puede  susten- 
tar, engendran  mucho  y  tienen  infinitos  hijos. 
Hay  infinidad  de  langosta.  ¡Sea  Dios  servido 
de  traer  esta  tierra  á  su  conocimiento  verdade- 
ro, que  para  España  le  valdría  mucho! 

En  nuestras  galeras  llegamos  á  Sevilla  con 
próspero  viaje,  donde  aquellos  caballeros  me 
pagaron  muy  noblemente  lo  que  me  debían,  ha- 
ciéndome mil  regalos  y  agradecimientos,  donde 
me  pasó  lo  que  en  el  siguiente  capítulo  diré. 

CAPÍTULO  VIII 

De   diversas    cosas   que  pasaron   en   Sevilla, 
y  la  ocasión  de  dejar  las  ¡/aleras. 

Por  ir  con  la  corriente  de  la  historia  me  será 
forzoso  el  haber  de  contar  la  razón  y  motivo 
que  tuve  para  dejar  de  ir  con  las  galeras.  Yo 
certifico  que  era  muy  de  mi  gusto  este  ejerci- 
cio, y  aun  me  había  de  ser  de  mucho  provecho; 
mas  como  la  envidia  es  madre  de  traiciones  y 
el  blanco  (aunque  harto  negro)  de  los  envidio- 
sos es  no  poder  ver  sucesos  prósperos  en  los 
que  envidian,  fue  necesario  el  quitarme  delan- 
te por  el  caso  que  contaré. 

Con  las  ganancias  del  buen  suceso  del  Ar- 
chipiélago me  quedaron  limpios  más  de  cuatro 
mil  ducados;  considerado  que  repartidos  bien 
y  con  magnanimidad  se  alcanzan  amigos,  lo 
hice,  socorriendo  necesidades  de  soldados,  y 
esto  con  tanta  liberalidad  que  en  breve  tiem- 
po oí  decir  á  muchos  que  los  tenía  obliga- 
dos con  buenas  palabras  y  mejores  obras,  y 
por  esta  razón  era  querido  de  todos.  No  lo  fui 
menos  del  General,  y  así  decía  hartas  veces  que 
le  había  pesado  de  no  darme  la  bandera,  y  que 
deseaba  ocasión  para  poderme  ocupar,  por  lo 
cual  me  encargaba  todos  negocios  que  se  ofre- 
cían de  cuidado;  por  esta  razón  fui  envi[di]ado 
de  dos  soldados  oficiales  de  la  galera  del  capi- 
tán Felipe  de  Andrade,  [que]  en  secreto  le  de- 
cían que  no  se  hacía  cosa  que  no  fuese  con  ella 
al  General,  y  aunque  le  serví  con  el  gasto  de  la 
jornada  de  la  Tierra  Santa  y  decía  ser  mi  pa- 
riente (como  queda  referido),  no  bastó  todo 
esto  para  que  no  les  diese  crédito  á  las  traicio- 
nes de  los  envidiosos,  y  así,  estando  yo  un  día 
durmiendo  en  popa,  dijeron:  Ahora  le  envía  el 
General  á  proveer  bastimentos  y  municiones,  y 
iremos  con  él,  y  si  sucede  bien  no  volverá,  que  le 
habernos  de  matar.  Todo  lo  oí,  porque  he  teni- 
do siempre  un  sueño  ligcrísimo.  Disimulé  y 
hice  como  que  recordaba  y  levantado  dije:  Ca- 
balleros, ¿jugaremos?  porque  me  tengo  de  par- 
tir en  breve.  Di  jome  el  capitán:  ¿Adonde  es  la 
partida  breve?  Mire  vuestra  merced  no  se  diga 
el  refrán:  Quien  breve  parte  nunca  vuelve.  Yo 
no  me  di  por  entendido.  Armóse  juego,  adonde 


gané  todo  el  dinero.  Decía  uno:  Parece  que 
vuestra  merced  se  quiere  morir,  según  anda  de 
venturoso.  Otro  dijo:  ¿No  veis  que  es  provee- 
dor general?  Respondió  el  capitán:  Estos  car- 
gos los  solían  dar  á  los  capitanes  por  su  rue- 
da, mas  ahora  todo  lo  manda  el  señor  bachiller 
Pedro  Ordóñez.  Respondí  yo  con  otros  chistes 
de  placer,  no  dando  á  entender  que  lo  advertía, 
ofreciéndome  á  todos  y  dando  grandes  baratos, 
que  con  ganar  más  de  quinientos  reales  di  aún 
de  mi  dinero.  Aquellos  dos  oficiales  y  alférez, 
mirándose,  encogían  los  hombros  y  arqueaban 
las  cejas,  no  sé  si  diciendo:  Ya  nos  paga  la 
muerte  que  le  pensamos  dar,  ó  ¿cómo  se  la 
daremos  á  quien  tanto  desea  agradarnos?  Por 
hacerse  ya  tarde  partí  desde  Cádiz  al  Puerto 
de  Santa  María,  y  en  el  camino  fue  servido  el 
Señor  que  aunque  salieron,  sucediese  tan  bien 
que  no  sirvió  más  que  de  alborotar  y  que  se 
descubriesen  los  celados  enemigos  y  h  s  capi- 
tanes conociesen  mi  razón  y  cuan  sin  culpa  es- 
tuviese. No  por  esto  cesé  de  hacerles  bien,  pues 
pareciendo  delante  su  señoría  le  supliqué  con 
grandes  veras  mirase  de  cuánto  provecho  eran 
aquellos  oficiales,  y  para  el  uno  pedí  le  diese  la 
vara  de  alguacil  real,  que  era  la  que  yo  tenía,  y 
reconciliándome  con  todos  partí  para  Sevilla 
con  los  amigos  rescatados  como  dicho  queda. 

Llegados  á  Sevilla  tornó  á  retoñecer  el  tra- 
bajo de  la  enemistad  de  aquel  caballero  (que  no 
hay  mayor  trabajo  que  enemigos).  Di  jome  el 
maestro  Pedro  de  la  Madalena  Soto,  pariente 
mío,  que  le  había  hablado  y  jurado  que  aunque 
fuese  en  la  plaza  de  San  Francisco  ó  en  la  igle- 
sia que  me  había  de  hacer  quitar  la  vida  si  no 
me  iba  de  Sevilla,  y  así  el  proveedor  general  de 
las  galeras  y  armadas ,  como  siempre  me  favo- 
recía, me  dio  una  gran  comisión  para  Ecija. 

Fui  á  esta  comisión,  y  habiéndola  acabado 
con  mucha  satisfacción,  viniendo  de  Ecija  á  Se- 
villa oímos  en  una  quebrada  voces  como  que 
pedían  socorro;  acudiendo  hallamos  un  hidalgo 
atado  en  una  espesura,  que  salteadores  habían 
robado  y  despojado  hasta  de  la  camisa,  que  fue 
necesario  vestirlo.  A  este  vide  en  breve  tiempo 
casarse  y  ser  jurado,  y  después  veinticuatro  de 
Sevilla  y  otros  cargos,  dándole  Dios  docientos 
mil  ducados  y  mayorazgo,  y  le  oí  decir  que  todo 
aquel  bien  le  hacía  el  Señor  por  lo  que  respetó 
y  reverenció  á  sus  padres,  sustentándolos  y  re- 
verenciándolos. 

Llegado  á  Sevilla  esta  vez,  y  antes,  hice 
harto  en  defenderme  de  los  traidores  que  con 
promesas  y  pagas  tenía  granjeados  mi  enemigo, 
que  si  hubiera  de  contar  los  varios  sucesos  y 
los  trances  peligrosos  que  me  acontecieron, 
fuera  alargar  mucho  este  discurso ;  sólo  digo 
que  nueve  veces  me  vide  en  peligro  de  muerte 
con  pendencias  muy  travadas,  en  que  tuve  ne- 


288 


autobiografías  y  memorias 


cesidad  de  los  amigos,  y  cuan  bueno  sea  tener- 
los la  experiencia  nos  lo  enseña,  y  yo  lo  experi- 
menté con  lui  grande  amigo  Pedro  de  Lomelín, 
y  mi  criado  Marcos  Ortiz,  y  con  el  favor  del 
gran  marqués  de  Peñafiel,  que  era  valentísimo, 
y  de  Don  Alonso  Melgarejo  de  Giizmán,  pues 
libraron  mi  persona  mucbas  veces  déla  muerte, 
poniendo  á  riesgo  las  suyas. 

CAPÍTULO  IX 

De  un  viaje  que  hice  á  Sanlúcar  y  lo  que  allí 
pasó,  con  algunas  cosas  del  rey  D.  Sebastián. 

Partí  de  Sevilla  para  Sanlúcar  como  deste- 
rrado, pues  iba  contra  mi  gusto,  y  con  necesi- 
dad de  llevar  en  mi  compañía  seis  arcabuceros. 
Llevé  una  comisión  del  proveedor  general  para 
el  Condado  y  Algarbes,  y  para  despachar  y 
aviar  la  gente  castellana  que  iba  á  la  guerra  de 
África  con  el  rey  Don  Sebastian  de  Portugal. 
Llevaba  cartas  para  el  duque  de  Medina  Sido- 
nia.  Llegado  entre  Bonanza  y  Sanlúcar  tuvi- 
mos un  rebato  (que  donde  quiera  hay  peligro), 
y  fue  que  una  galeota  de  turcos  de  Argel  con 
temporal  se  entró  por  la  barra  y  vino  á  dar  casi 
sobre  nosotros.  Saltaron  cinco  turcos  en  nues- 
tra barca,  y  los  demás  en  tierra,  que  retiraron 
la  gente  hasta  el  baluarte  de  la  playa  y  allí  se 
defendían  con  gran  brío.  Púsose  el  pueblo  en 
arma  y  el  castillo  disparó  á  la  mar  algunas  pie- 
zas. Acudió  Su  Excelencia,  y  prometiéndoles 
no  matarlos  ni  echarlos  al  remo  se  le  rindieron. 
De 'los  cinco  de  mi  barca  al  entrar  con  las  esco- 
petas mataron  los  tres,  y  uno  de  los  otros  dos 
mató  á  un  marinero  de  los  míos  y  se  asió  á 
brazos  con  Pedro  de  Lomelín,  que  dio  con  él 
debajo  y  le  desarmó.  Yo  embestí  con  el  otro  y 
Ortiz,  y  pidiéndole  que  se  rindiese  me  dijo  en 
español  si  era  yo  el  capitán ;  díjele  que  sí,  y  así 
me  dio  las  armas  y  dijo  al  caído  que  se  rindiese, 
y  luego  lo  hizo;  di  jome  que  lo  tuviese  yo  por 
mi  esclavo,  y  que  su  rescate  sería  bueno.  Llé- 
velos á  la  presencia  del  duque,  y  dándole  las 
cartas  me  dijo:  Toma  esos  dos  captivos  para 
vos,  y  acudí  á  palacio.  Llevé  los  turcos  á  mi 
posada  y  aquél  me  dijo:  Dame  libertad  á  mí  y 
á  éste  y  fíate  de  nosotros ,  que  el  rescate  será 
bueno.  Yo  le  dije:  Sin  rescate  ó  con  rescate 
eres  libre ;  haz  de  ti  y  de  tu  compañero  á  tu 
gusto,  y  mira  lo  que  has  menester.  Diome  las 
gracias  y  dijo  que  sólo  irse.  Yo  .besé  las  manos 
en  palacio  al  duque,  y  sobre  la  comisión  que 
llevaba  me  dio  otras  y  la  bandera  de  Don 
Alonso  de  Aguilar,  un  gran  caballero  de  Cór- 
doba que  pasaba  á  África.  Partí  y  llegué  á 
Ayamonte,  y  de  allí  á  Faro  y  Tuvila,  y  por 
todos  aquellos  puertos  hice  el  oficio  de  mi  co- 
misión, despachando  la  gente  y  municiones  con 


gran  presteza ,  y  por  tener  nueva  que  la  Ma- 
jestad del  rey  Don  Sebastián  había  llegado  á 
Cádiz,  vine,  á  do  hallé  mis  turcos  ya  sanos  de 
algunas  heridas  que  habían  recebido  en  la  re- 
friega; aviólos  dándoles  algunas  cosas,  con  que 
partieron  obligados.  Partí  de  allí  á  Málaga  y 
otras  partes  á  mi  comisión,  y  haciendo  viaje  de 
Málaga  hacia  Denia  fuimos  asaltados  y  presos 
de  dos  galeras  y  llevados  á  la  capitana  del  co- 
sario. Vídeme  preso  y  captivo  de  mi  turco,  que 
me  dijo:  ¿Qué  te  pai*ece  que  rueda  da  la  fortu- 
na? Respondí:  Desta  prisión  yo  tengo  la  culpa, 
que  si  no  te  diera  libertad  no  me  viera  esclavo 
de  ti.  Respondió  riéndose:  Libre  eres  tú  y  los 
tuyos,  y  quiero  decirte  ahora  quién  soy  y  pagar- 
te mi  rescate,  que  sólo  por  eso  vine;  y  así  me 
mandó  dar  mil  cequíes,  y  dijo:  Yo  soy  hijo  de 
Morato  Corzo,  que  fue  rey  de  Argel  y  murió 
captivo  en  Malta,  y  nieto  de  Morato,  renegado, 
que  ganó  renombre  de  Grande,  de  quien  tembló 
el  mundo,  y  soy  teniente  de  Ochali,  rey  de  Ar- 
gel y  gran  Bajá  de  la  mar,  que  es  el  cargo  que 
en  España  príncipe  de  la  mar;  y  así  nos  envió 
con  dones  y  libres,  ofreciéndose  mucho  y  dicien- 
do muchas  veces:  Haz  bien  y  no  cates  á  quién. 
Rescaté  un  fraile  bernardo  que  estaba  al  remo. 
Vuelto  á  Cádiz,  como  los  portugueses  de- 
cían que  el  ganar  á  África  lo  tenían  por  jorna- 
da muy  segura  y  cierta,  de  los  castellanos  se 
despidieron  más  de  tres  mil  hombres  y  entre 
ellos  mi  compañía.  Vide  allí  en  Cádiz  hechos 
grandiosos  deste  famoso  rey  Don  Sebastián,  de 
fuerza  increíble.  Un  día  corrió  carrera  pública 
en  una  calle,  y  á  la  segunda  se  asió  de  una  reja, 
y  se  vio  alzar  al  caballo  entre  las  piernas,  y  con 
la  gran  fuerza  desencajó  la  reja,  que  vino  sobre 
él,  y  si  no  acudiera  gente  le  sucediera  una  des- 
gracia. Otra  vez  corrió  en  la  plaza,  y  en  el  pilar 
que  está  en  medio  de  las  casas  del  cabildo  em- 
bistió el  caballo  con  tan  inmensa  furia,  que 
dando  con  la  testera  cayó  muerto,  y  también 
tuvo  necesidad  de  breve  socorro.  Diéronle  otro 
caballo,  que  lo  escaramuzó  con  gran  gallardía, 
porque  era  extremo  de  naturaleza  puesto  á  ca- 
ballo, gentil  hombre,  robusto,  valentísimo,  y 
sobre  todo  un  gran  cristiano  y  limosnero. 

CAPÍTULO  X 

Del  primer  viaje  que  hice  á  las  Indias 
y  pérdida  en  la  Bermuda. 

Estaba  de  partida  Don  Diego  Maldonado 
por  General,  y  á  tomar  cuenta  de  los  galeones 
á  Don  Cristóbal  de  Eraso,  que  lo  era  dellos,  y 
fue  forzoso  partir  luego  con  todos  los  amigos 
de  las  Indias  que  rescaté.  No  se  hizo  hasta  en- 
tonces más  próspero  viaje,  porque  en  ocho  días 
surgimos  en  Canaria,  en  treinta  y  dos  en   la 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


289 


Dominica  y  en  once  en  Cartagena.  Llegados 
allí,  se  fueron  los  amigos  por  el  río  grande  de 
Madalena,  dellos  al  i-eino,  otros  á  Cali  y  el 
arcediano  Don  Francisco  Galavis  á  Quito,  á 
do  estaba  proveído  por  arcediano.  Hubo  allí  un 
día  una  gran  refriega,  porque  Don  Cristóbal  no 
se  dejaba  visitar  de  Don  Diego  Maldonado,  y 
un  caballero  romano  que  se  decía  el  capitán  Vi- 
santi,  marido  de  la  Romana  la  rica,  dio  un  bo- 
fetón á  otro.  Hubo  muchas  prisiones  y  secres- 
tos  y  grandes  encuentros  de  jurisdiciones.  Era 
aquel  gran  cristiano  Martín  de  las  Alas  Go- 
bernador de  Cartagena,  y  se  entró  de  por  me- 
dio y  concertó  á  los  dos  Generales  que  en  la 
capitana  de  los  gajeones  viniesen  ambos  á  Es- 
paña, y  así  se  hizo;  mas  sucedió  al  uno  dellos 
al  reve's  de  lo  que  se  imaginaba,  porque  en 
saliendo,  en  una  punta  de  aquéllas  con  una 
barca  hizo  echar  el  General  de  los  galeones  á  su 
visitador  en  tierra,  y  le  dejó  allí  y  se  vino  á  Es- 
paña, y  fue  milagro,  á  cabo  de  dos  días,  pasar 
una  canoa  y  traerlo  á  Cartagena,  tan  enojado 
de  la  burla  que  aprestó  un  navichuelo  y  me 
mandó  partiese  con  los  papeles  á  España,  que 
en  siete  días  llegué  á  la  Habana  y  no  tuve  nue- 
vas de  los  galeones,  mas  que  en  la  punta  de 
San  Antón  habían  visto  unas  velas;  partí  otro 
día,  y  en  tres  desemboqué  por  la  canal  de  Ba- 
hamnr  con  un  viento  deshecho,  y  al  desembo- 
car con  más  furia,  que  cada  momento  enten- 
díamos perecer.  Otro  día  nos  vimos  tan  cerca 
de  tierra  que  con  hacerse  todas  las  diligencias 
posibles  no  se  pudo  remediar  que  no  encallase 
el  navio  y  se  abriese.  Salió  toda  la  gente,  unos 
en  tablas,  otros  arrojándose,  otros  á  nado,  que 
era  un  espectáculo  de  lástima  ver  tanta  grita  y 
confusión;  unos  desnudos,  otros  con  poca  ropa, 
y  el  que  más  en  camisa  y  calzones  de  lienzo; 
sólo  peligró  una  mujer  de  un  Contador  y  una 
negra  suya  y  un  marinero,  que  por  sacar  un  co  - 
fre  de  oro  deste  Contador  se  quedó  allá.  Per- 
diéronsele  cuarenta  mil  pesos,  la  mujer  y  ne- 
gra, y  á  mí  mil  y  quinientos  ducados  que  traía. 

En  todo  aquel  día  y  en  el  siguiente  echó  la 
mar  muchas  cosas,  que  la  gente  de  la  mar  cogía, 
entre  las  cuales  fueron  unas  petacas  de  bizco- 
cho y  otras  de  quesos  y  jamones,  dos  pailas, 
dos  valdés,  tres  espadas  y  alguna  ropa,  que  se 
repartió  entre  todos,  y  hubo  capa  que  se  dio  á 
diez  compañeros;  sólo  á  las  mujeres  se  les  dio 
todo  lo  necesario;  el  que  mejor  libró  en  esto  fui 
yo,  que  me  arrojé  vestido,  y  Marco  Ortiz  y 
algunos  que  no  sabían  nadar;  saqué  la  cajuela 
de  los  papeles,  que  me  la  arrojó  desde  el  na- 
vio Ortiz,  y  dos  capas.  Traía  en  la  cajuela, 
que  era  á  modo  de  escritorillo,  docientos  rea- 
les de  á  ocho,  y  dos  pedacillos  de  oro,  y  otras 
cosillas. 

Cuando  la  inclemencia  del  mar  y  de  los  vien- 


tos acabó  con  nuestro  navio,  y  vimos  caer  los 
árboles  y  hacerse  pedazos  los  unos  con  los  otros, 
y  las  jarcias  y  demás  tablazón,  cuál  de  nosotros, 
como  despertando  de  un  profundo  sueño,  decía: 
¿Qué  haremos,  que  ya  se  lleva  el  mar  nuestro 
remedio?  Cuál  con  más  espanto  decía:  Mira  el 
timón,  que  era  nuestro  gobierno,  cuál  se  despa- 
rece. El  piloto,  con  un  suspiro  salido  de  lo 
íntimo  de  sus  entrañas,  dijo:  Todo  esto  es  aire, 
y  no  es  pérdida,  según  la  que  nos  espera,  por- 
que por  nuestros  pecados  nos  ha  castigado  Dios 
en  ocharnos  á  la  isla  de  la  Bermuda,  á  do  no 
hay  esperanza  de  salir  para  siempre  jamás,  sino 
perecer,  y  lo  peor  será  de  sed,  que  estaremos 
rodeados  de  agua  para  más  tormento  y  rabian- 
do nuestras  entrañas  no  hallaremos  una  gota 
de  agua.  Yo  estaba  sentado  encima  de  mi  escri- 
torilln,  pensando  que  mi  pérdida,  fuera  de  la 
del  Contador,  y  en  su  tanto,  había  sido  la  ma- 
yor, porque  el  navio,  que  valía  dos  mil  ducados, 
me  lo  había  dado  el  General,  y  promesa  de  otros 
dos  mil,  y  si  llegaba  á  Madrid  antes  que  Don 
Cristóbal  de  Eraso  otros  cuatro  mil;  y  lo  que  yo 
había  perdido  de  mi  hacienda,  y  la  grande  oca- 
sión de  ir  á  Madrid,  y  que  por  lo  menos  me 
daría  ser  capitán  de  un  galeón  ó  me  quedara 
en  Madrid  con  algo  bueno;  y  luego  oir  las  pala- 
bras de  aquel  piloto,  fue  necesario  lo  primero 
el  favor  del  Altísimo  y  mi  gran  corazón  para 
no  desfallecer;  y  así  me  levanté  en  pie  y  lo 
mejor  que  pude  les  persuadí  la  paciencia  en  los 
trabajos  y  la  perseverancia  en  sufrirlos,  con 
esperanza  que  sería  Dios  servido  por  su  mise- 
ricordia perdonar  lo  que  nuestros  pecados  ha- 
bían causado.  Y  enderezando  mi  plática  al  Con- 
tador, que  era  un  hombre  muy  venerable,  le 
procuré  consolar  en  tan  gran  pérdida,  ponién- 
dole por  delante  los  hijos  que  el  Señor  para  su 
consuelo  fue  servido  dejarle,  y  le  ofrecí  el  cargo 
que  yo  tenía,  y  le  puse  en  las  manos  an  bastón 
que  yo  tenía  en  las  mías;  todos  lo  tuvieron  por 
bien,  y  juraron  obedecerle. 

La  gente  de  la  mar  sintió  en  alguna  manera 
que  hubiese  cargo  perpetuo,  y  como  ellos  eran 
más  y  los  que  tenían  las  armas,  que  eran  tres 
espadas,  dos  dagas  y  dos  cuchillos,  se  juntaron 
y  dijeron  que  pues  no  habían  de  salir  de  allí, 
que  se  repartiesen  las  mujeres,  y  ellos  querían 
que  fuese  entre  ellos  y  luego  por  suertes,  ó  que 
cada  tantos  tuviesen  una.  Acudí  á  ellos,  y  en- 
tendiendo su  locura  les  dije  tantas  razones  que 
callaron  y  dijeron  que  fuese  yo  escribano  per- 
petuo, y  tuviese  un  cuadrante,  que  les  dije  ha- 
ría, para  que  en  el  servir  nadie  fuese  agraviado, 
y  en  lo  de  las  mujeres  les  prometí  la  mayor 
parte  cuando  fuese  tiempo,  y  les  pedí  las  armas, 
las  cuales  me  dieron  luego,  porque  tenía  los 
más  de  mi  bando;  y  asi  di  la  una  espada  al 
Gobernador,  espada  y  daga  tomé  yo,  y  la  otra 


290 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


se  quedó  para  el  que  tuviese  el  cargo  de  algua- 
cil mayor,  y  los  cuchillos  y  un  machete  y  una 
mala  dagnilla  se  quedó  para  lo  que  fuese  nece- 
sario. Votáronse  dos  alcaldes  semaneros,  que 
fueron  el  piloto  y  maestre  del  navio,  y  alguacil 
mayor,  que  fue  un  hijo  del  Contador,  que  tenía 
dos  hijos  y  cuatro  hijas,  y  dos  negras  y  una 
negrilla.  Otro  hombre  pasajero  casado,  con  mu- 
jer y  dos  hijas  pequeñas,  y  otra  negra,  y  una 
beata  vieja,  y  su  negra.  Había  tambie'n  otra 
mulata  viuda  y  dos  hijas,  las  cuales  perdieron 
diez  mil  ducados,  donde  todas  las  mujeres  eran 
quince  y  los  varones  ciento  y  ocho. 

Hacia  aquella  parte  en  aquella  isla  no  hay 
cosa  viva,  si  no  es  un  género  de  animalillos  que 
se  dicen  armadillos;  es  de  tal  costelación  que 
los  pájaros  que  vienen  de  otras  islas  en  lle- 
gando á  aquella  se  caen  muertos,  y  el  pescado 
que  toca  allí  en  tierra  asimismo,  que  la  saca  y 
resaca  del  mar  dejaba  siempre  gran  cantidad. 
No  hay  leña  ni  árbol  en  toda  la  isla,  y  no  falta 
leña  de  la  que  arroja  el  mar,  y  como  se  sabe 
hay  alguna  que  torciendo  la  punta  de  un  pa- 
lillo sobre  otro  atravesado  á  pocas  vueltas  sale 
lumbre.  Yo  tenía  papel  y  escribanías  en  mi  es- 
critorillo,  y  en  una  arca  del  Contador  y  en  otras 
dos  había  papel  blanco  y  escrito  harto.  Hice 
luego  el  cuadrante,  repartiendo  los  oficios  con 
mucho  orden,  tantos  á  coger  leña  y  á  buscar  el 
agua,  tantos  á  coger  el  pescado  que  echa  la 
mar,  tantos  á  buscar  los  pájaros  que  caen  muer- 
tos, que  es  grande  la  cantidad  que  cae,  en  par- 
ticular de  los  que  dicen  pájaros  bobos;  otros  á 
coger  armadillos,  y  los  nadadores  y  fuertes  que 
pasasen  unos  bajíos  á  pedazos  de  islas  que  se 
descubren,  por  palos  y  bihaos,  para  hacer  cho- 
zas, por  la  inclemencia  del  sol,  y  otros  oficios  y 
cosas  necesarias,  todo  lo  cual  se  cumplía  con 
puntualidad,  y  las  mujeres  guisaban  y  lavaban, 
con  todo  lo  demás  á  su  estado  conveniente. 

Hiciéronse  cinco  casillas  muy  largas  y  bajas 
de  palos  y  cubiertas  con  hoja  de  bihao  por  el 
sol  y  el  agua;  las  mujeres  en  una  sola;  la  guarda 
por  la  una  parte  fue  el  casado,  y  por  la  otra  la 
beata  y  su  negra;  todo  lo  demás  se  dispuso 
como  para  quedarnos  allí  para  siempre. 

CAPÍTULO  XI 

En  que  se  acaban  de  contar  las  calamidades 
de  la  isla  y  el  milagro  con  que  el  Señor  nos 
lihrú. 

Todo  lo  referido,  con  todos  los  demás  traba- 
jos que  en  la  Bermuda  se  pasaron,  como  fue  el 
dormir  en  el  suelo,  el  mal  comer,  la  poca  espe- 
ranza de  salir  de  allí  y  otras  mil  calamidades 
y  miserias,  todo  ello  no  llegó  á  lo  que  todos 
sentimos  cuando  el  primero  y  segundo  día  se 


volvían  los  que  iban  á  buscar  el  agua  con  las 
nuevas  de  que  en  toda  la  isla  no  la  había.  El 
día  tercero  pusimos  otras  dos  cruces  desviadas 
de  la  primera  que  pusimos  en  llegando  junto 
á  los  ranchos  y  como  á  verdadero  estandarte 
de  Cristo;  cada  uno  hizo  la  suya  de  palillos,  y 
al  amanecer,  puestos  en  orden,  cantando  las  le- 
tanías, hicimos  dos  procesiones  los  varones  á 
la  una  cruz  y  las  mujeres  á  la  otra,  y  en  ella 
estuvimos  de  rodillas  casi  tres  horas,  pidiendo 
á  Dios,  por  aquella  sagrada  señal,  hubiese  mi- 
sericordia de  nosotros.  No  había  en  toda  nues- 
tra compañía  más  de  la  imagen  de  la  estampa 
que  yo  llevaba  al  cuello  de  la  limpísima  Con- 
cepción y  del  glorioso  San  Gregorio,  que  recebí 
en  Roma,  y  en  otros  dos  rosarios  de  la  beata  y 
su  negra  dos  Verónicas  y  el  beato  padre  Fran- 
cisco Jabierre,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que 
en  cada  procesión  se  adoraron.  De  allí  nos  le- 
vantamos, y  de  dos  en  dos  se  repartieron  por  la 
isla  á  buscar  agua.  Los  viejos  se  volvieron  en 
procesión  y  las  mujei-es  á  los  ranchos.  Parti- 
mos el  alguacil  mayor  y  yo,  llevando  en  com- 
pañía un  pajecillo,  que  lo  había  sido  del  navio 
portugue's.  Acordamos  irnos  derechos  á  unas 
peñas,  más  abajo  de  donde  nos  perdimos,  y  mi- 
rar si  víamos  entrar  agua  en  el  mar.  Camina- 
mos más  de  dos  leguas,  y  con  el  gran  calor  y 
sol  que  arde  allí  íbamos  tan  cansados  que  nos 
sentamos  casi  para  dar  el  alma,  perdidos  de  sed. 
Llegó  el  portuguesillo  al  canto  de  una  peña,  y 
mirando  toda  aquella  orilla  dando  voces  me 
llamó,  y  dijo  que  se  veía  muy  allá  adelante  en- 
turbiarse la  mar  después  de  la  resaca,  que  le 
pareció  era  arroyo.  Dejámoslo  alH  para  que  nos 
avisase,  y  fuimos  la  playa  abajo  hasta  que  nos 
anocheció,  y  así  pasó  aquel  día;  al  amanecer 
no  podíamos  hablar  de  sed.  Fuimos  más  abajo 
como  dos  tiros  de  escopeta,  y  mirando  la  seña 
del  portuguesillo  vimos  sahr  un  gran  arroyo  de 
agua.  Don  Francisco  dio  orden  y  bajó  con 
harto  trabajo.  Satisfízose  bien  de  agua  y  que- 
dóse dormido.  Yo  anduve  de  la  una  parte  á  la 
otra,  hasta  que  se  me  hundió  un  pie,  y  cavando 
en  la  arena  con  mis  manos  descubrí  el  agua  y 
me  satisfice,  y  me  quedé  también  dormido.  El 
pajecillo  vino  derecho,  y  debió  de  llegar  presto; 
hizo  lo  propio  y  se  durmió.  El  alguacil  mayor 
recordó,  y  dando  voces  recordé  yo,  y  recor- 
dando asimesmo  el  chiquillo,  le  dije  que  no  se 
quitase  de  allí,  y  partí  con  priesa  á  la  ranche- 
ría, y  con  caminar  mucho  me  anocheció  media 
legua  de  la  gente;  así  como  me  columbraron, 
antes  que  anocheciese  partió  el  hijo  del  gober- 
nador con  la  hermana  grande,  y  allí  le  encontré 
y  me  dijo  llorando:  Padre  mío,  ¿hay  agua?  por- 
que ya  todos  queremos  expirar,  y  si  no  fuera 
por  los  orines  ya  fuéramos  muertos.  Dile  agua 
de  una  bota  que  traía,  y  díjeles  que  caminasen. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


291 


pues  hacía  luna.  Yo  llegué  á  la  gente,  y  me  dio 
tanta  lástima  que  no  es  explicable;  porque  al- 
gunas mujeres  estaban  carleando,  la  lengua 
sacada,  y  en  particular  las  mncliachas;  fueron 
bebiendo  un  poquito  cada  una,  con  que  cobra- 
sen ánimo;  partimos  todos  aquellos  arenales 
abajo,  caminando  como  gamos;  Íbamos  carga- 
dos de  comida.  Llegamos  con  sumo  contento 
de  todos;  queríanse  todos  arrojar  á  beber,  pero 
no  consentí  que  bebiese  nadie  sin  comer.  Fue 
Dios  servido  que  no  murió  ninguno,  habiendo 
los  postreros  que  vinieron  cinco  días  que  no 
habían  bebido  sino  solos  los  orines.  Trujéron^e 
allí  los  ranchos ,  porque  decían  las  mujeres  que 
más  querían  agua  que  todo  cuanto  podían  tener. 
Cumplidos  los  ocho  días  votamos  entre  los  cin- 
co otros  dos  alcaldes  y  alguacil  mayor,  y  solos 
éstos  eran  privilegiados  del  trabajo,  y  en  cin- 
cuenta y  siete  días  que  allí  estuvimos  no  hubo 
otra  cosa  de  contar,  sólo  que  algunos  pedían  mu- 
jeres,  á  los  cuales  entretuvimos  con  palabras. 

Un  miércoles  al  amanecer,  entre  los  que  re- 
partíamos por  velas  ó  centinelas  para  ver  si 
columbraban  gente,  nn  marinero  vino  diciendo 
que  con  el  mal  tiempo  venían  cinco  piraguas 
de  indios.  Y  así  enviamos  gente  que  de  repente 
los  cogieron  y  echaron  fuera  de  las  piraguas. 
Luego  comenzamos  á  embarcar  lo  que  era  de 
consideración,  y  dejando  algunos  indios  y  todas 
las  indias  en  tierra,  nos  embarcamos  todos  re- 
partidos en  las  cinco  piraguas,  y  partimos  de 
allí  con  el  mayor  contento  que  imaginarse  pue- 
de. Hasta  la  Habana  no  acaeció  cosa  más  de 
que  desembarcamos  en  el  golfo,  y  de  allí  por 
tierra  fuimos  á  San  Cristóbal  de  la  Habana.  Y 
dando  aviso  un  indio  de  la  tierra  se  pusieron 
en  arma,  y  el  Gobernador,  que  entonces  era 
Don  Gabriel  de  Montalvo,  hermano  de  Don 
Jerónimo,  alguacil  mayor  de  Sevilla,  que  ambos 
oran  del  hábito  de  Santiago  (^),  saliónos  á  re- 
cebir,  y  fue  singular  el  contento  que  tuvo  cuan- 
do supo  que  venía  yo  allí,  porque  era  gran  se- 
ñor mío.  A  la  entrada  del  pueblo  salieron  las 
cruces,  el  vicario  y  toda  la  clerecía  y  los  frai- 
les, y  nos  recibieron  cantando  Te  Deum  lauda- 
mus,  dando  gracias  al  Señor  por  habernos 
librado  de  un  trabajo  tan  grande,  donde  jamás 
tal  se  había  visto,  y  así  hallamos  en  la  isla  por 
las  peñas  y  en  piedras  escritas  memorias  de  di- 
versos navios  que  allí  se  habían  perdido.  Vis- 
tieron toda  la  gente,  y  era  cosa  de  admiración 
ver  lo  que  enviaban  á  las  mujeres  de  presentes, 
porque  es  la  gente  de  aquella  tierra  muy  cari- 
tativa. 

Luego  di  orden  de  comprar  un  navichuelo, 
que  costó  ochocientos  ducados,  los  cuales  pagó 

(')  En  esto  no  miente  el  buen  Ordóñez.  Las  pruebas 
de  dichos  señore?,  verificadas  en  los  años  1566  y  1572, 
se  conservan  en  el  Archivo  Histórico  Nacional. 


el  General  en  llegando.  Quiso  venirse  en  mi 
compañía  el  Contador  y  sus  hijos,  el  piloto  y 
maestre,  y  muchos  de  les  marineros,  y  en  todo 
el  viaje  no  nos  acaeció  cosa  más  que  muchos 
golpes  de  agua  que  á  veces  nos  mojaban.  En 
treinta  y  cinco  días  reconocimos  la  isla  de  Santa 
María.  En  las  Terceras  tomamos  refresco  y  en 
otros  siete  días  surgimos  en  Sanlúcar.  Había 
diez  días  que  había  llegado  Don  Cristóbal  de 
Eraso.  Partí  luego  á  Sevilla  y  notifiqué  á  Don 
Cristóbal  no  saliese  de  la  villa  hasta  ser  visita- 
do de  Don  Diego  Maldonado.  De  allí  fui  á  la 
posta  con  los  papeles  á  Madrid.  Tenía  hechas 
grandes  prevenciones,  y  con  todo  eso  alcancé 
tres  cédulas  contra  las  que  había  alcanzado  y 
torné  á  Sevilla  dentro  de  veinte  días.  Llegó 
Don  Diego  Maldonado  trece  días  después,  y 
me  hizo  mucha  merced,  y  entre  otras  una  fue 
que  habló  al  que  me  seguía  siempre,  y  le  pidió 
me  dejase  y  me  reconcilió  con  él,  lo  cual  tuve 
en  mucho.  Fui  á  Alonso  de  Andrade  y  le  su- 
pliqué hiciese  amigos  los  Generales,  y  con  su 
gran  ser  y  prudencia  lo  hizo.  Vino  á  esta  oca- 
sión cédula  al  doctor  Antonio  González,  que 
entonces  visitaba  el  Santo  Oficio,  para  visitar- 
los á  entrambos,  en  que  pasaron  grandes  co- 
sas, las  cuales  dejo  por  no  detenerme.  Sólo 
acabo  con  que  por  las  paces  y  por  otros  nego- 
cios que  hice  entonces  por  ambos  recebí  mil 
mercedes,  así  de  dinei'os  como  de  honra. 

De  Sevilla  hice  dos  viajes  á  Francia  por  tri- 
go, en  los  cuales  gané  gran  cantidad,  aunque 
poco  ahorraba,  pues  parte  daba  y  parte  gasta- 
ba. Pidióme  el  marqués  de  Peñafiel  me  fuese 
con  él  á  Madrid.  Sucediéronnos  en  este  viaje 
cosas  gravísimas,  y  algunas  tales  que  nos  oca- 
sionaron á  habernos  de  salir  de  allí  y  á  la  posta 
ir  por  diversas  partes:  y  venimos  á  la  ciudad 
de  Oporto  en  Portugal,  y  allí  nos  embarcamos 
en  un  navio  inglés  y  fuimos  á  desembarcar  á 
San  Juan  Dangeli,  y  de  allí  tornamos  á  correr 
la  posta  hasta  Ginebra,  que  es  una  famosa  ciu- 
dad de  gente  francesa  que  vive  en  libertad  de 
conciencia.  Hay  de  todas  naciones  y  sectas, 
digo  herejes,  que  como  no  obedezcan  al  Pontí- 
fice pueden  vivir  allí.  Pedida  licencia  á  la  seño- 
ría y  dicho  que  éramos  católicos,  se  nos  con- 
cedió por  doce  días,  atento  que  el  Marqués  era 
tan  gran  príncipe  y  venía  á  ver  su  ciudad  y 
gobierno  y  buenas  leyes,  como  se  dirá. 

CAPÍTULO  XII 

En  que  se  trata  las  cosas  que  pasaron  en  Gi- 
nebra y  otras  partes  de  Francia, 

Entramos  en  esta  famosa  ciudad,  que  muy 
bien  se  le  puede  dar  este  nombre,  pues  es  una 
de  las  bellas  del  mundo,  porque  tiene  muchos 


292 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


muroi?  y  contramuros,  fosos  y  contrafosos,  que 
es  de  ver.  Hallamos  allí  al  capitán  Francisco 
Zapata,  un  famoso  soldado  y  buen  cristiano, 
que  nos  hospedó.  Estaba  á  la  sazón  allí  un  frai- 
le do  cierta  orden,  al  cual  habíamos  visto  en 
Indias,  y  se  había  venido  á  esta  ciudad  y  casa- 
do y  era  bodegonero,  el  cual  nos  regaló  mucho 
y  enseñó  toda  la  ciudad.  Llevónos  una  noche  á 
oir  sus  predicaciones,  que  cierto  los  ignoran- 
tes, cuanto  más  los  que  algo  saben,  echaran  de 
ver  muy  á  lo  claro  sus  maldades.  Este  volvió 
despue's  á  las  Indias,  y  por  sustentar  errores 
heréticos  lo  echaron  en  galeras,  y  por  quererse 
huir  dellas  se  ahogó,  donde  comenzó  á  pagar 
la  pena  de  sus  culpas.  Encontré  con  otro  fran- 
cés que  había  estado  en  el  Pirú,  y  deste  nos 
informamos  de  sus  cosas,  y  nos  dijo  tantas  y 
tan  bajas  que  no  las  escribiré  por  no  parecer- 
me  ser  razón  que  ninguna  pluma  cristiana  las 
emprenda.  A  éste,  por  tener  buenos  propósitos, 
le  prometió  el  marqués  todo  el  favor  posible  con 
el  Pontífice,  y  así  lo  cumplió  después,  y  alcan- 
zando perdón  de  su  yerro  se  vino  á  Sevilla  y 
acabó  su  vida  santamente  sirviendo  en  el  con- 
vento de  la  Cartuja  de  la  misma  ciudad  de  Se- 
villa. 

Acabado  el  tiempo  de  la  licencia  salimos  de 
allí  once  españoles  y  fuimos  por  todos  aquellos 
pueblos  hasta  la  Rochela;  yo  hasta  entonces  no 
había  visto  fuerza  tan  inexpugnable,  que  con 
razón  es  tan  celebrada  por  el  mundo,  pues  tie- 
ne grandes  fosos  llenos  de  agua,  muchas  to- 
rres, baluartes,  terraplenes  y  artillería  muchísi- 
ma, infinita  guarda  y  soldadesca,  y  tan  bien 
diciplinada  que  puede  competir  con  las  mejores 
del  mundo. 

De  aUí  embarcados  fuimos  á  Cales;  cuatro 
leguas  de  allí  estaba  Don  Alonso  de  Vargas, 
el  cual  era  General  de  la  gente  de  Bretaña  que 
el  gran  Felipe  II  enviaba  en  favor  de  aquel 
duque.  Este  caballero  fue  uno  de  los  mayores 
soldados  que  ha  habido  en  el  mundo.  Tenía 
nueve  mil  hombres,  los  tres  mil  españoles;  un 
día  se  amotinaron  por  las  pagas,  y  nombraron 
por  general  al  príncipe  de  Asculi.  El  General  le 
envió  (^)  á  decir  de  secreto  que  lo  acetase,  y  fue 
trato  que  yo  fuese  y  viniese  con  los  recaudos  á 
los  Generales,  y  así  lo  hice  con  harto  riesgo  de 
mi  persona.  Y  así  en  secreto  y  por  cifra  decía 
los  avisos.  Despacháronme  de  allí  á  Bretaña  al 
Duque  que  viniese  con  la  gente,  torné  y  traje 
aviso  cómo  llegaría  la  gente  de  Francia  breve- 
mente, y  que  les  hiciese  cara  algún  tiempo  has- 
ta que  se  viese  lo  que  convenía.  Tornamos  á 
conciertos  con  los  amotinados,  los  cuales  esta- 
ban indignadísimos,  diciendo  que  todos  los  con- 
ciertos eran  falsos,  y  así  un  día  me  arrimaron 

(')  En  la  edición,  enrié. 


para  empicarme  si  no  les  decía  la  verdad.  Quiso 
Dios  que  otro  día  se  descubriesen  los  enemigos 
en  dos  campos.  Habíales  dado  una  paga  el  Ge- 
neral y  prometido  las  demás,  y  grandes  perdo- 
nes, sin  género  de  castigo;  se  volvieron  á  su 
principio,  y  se  quedó  por  entonces  secreto  todo 
lo  que  había  pasado  hasta  su  tiempo. 

Como  vido  el  General  que  los  enemigos  se 
acercaban  y  que  no  podía  vencer  si  llegaban  á 
las  manos,  hizo  un  ardid  y  una  extratagema 
de  prudente  capitán,  y  fue  que  como  estaba  so- 
bre un  cerrillo  y  una  montañuela  de  arboleda, 
hizo  banderas  de  sábanas  y  de  pedazos  de  ca- 
misas teñidas  que  campeasen,  unas  de  un  color 
y  otras  de  otro.  Y  un  día  desde  las  ocho  hasta 
más  de  las  tres  de  la  tarde  entró  gente,  que- 
dando las  banderas  y  bultos  de  paja  con  sus 
sombreros  y  palos  á  modo  de  personas,  y  arca- 
buces, y  picas,  y  cajas,  y  pifaros,  que  parecía 
entrar  en  socorro  diez  mil  infantes.  Luego  se 
pusieron  algunos  entre  los  otros,  como  iban  en- 
trando, y  disparaban.  Uno  de  los  ejércitos  que 
más  se  había  acercado  se  retiró  un  gran  peda- 
zo, como  para  juntarse  otro  día  con  el  otro.  En 
anocheciendo  comenzó  á  salir  la  vanguardia  y 
poco  á  poco  se  caminó  hacia  el  mar,  no  faltando 
del  cerro  las  humaredas,  fuego,  cajas  y  pifaros, 
banderas,  piquería  y  arcabucería  de  paja  y  pa- 
los. Antes  de  media  noche  se  comenzó  á  em- 
barcar en  la  mar  casi  cuatro  leguas  del  cerrillo, 
y  á  esa  hora  salió  la  retaguardia  y  caballería, 
puesta  á  trechos.  Los  enemigos,  como  no  vían 
gente  que  se  menease  y  las  espías  que  avisa- 
rían, vino  la  caballería  y  entró  en  el  monteci- 
11o,  y  visto  lo  que  pasaba  á  media  rienda  picó 
tras  nosotros  y  alcanzó  á  los  postreros  de  la 
infantería  á  la  lengua  del  agua  y  á  la  caballería 
á  tiro  de  arcabuz.  Y  así  se  quedaron  como  es- 
pantados y  no  osaron  acometer  por  causa  de 
los  navios  y  artillería.  Poco  más  de  medio  día 
llegarían  más  de  veinte  mil  hombres.  Hubo 
consejo  y  algunos  decían  que  venían  cansados 
y  que  serían  fáciles  de  romper;  y  al  fin  se  dejó, 
porque  su  caballería  era  más.  Un  día  que  el 
viento  del  mar  cesó  dimos  velas,  con  el  que  nos 
ayudaba  de  la  tierra,  la  vuelta  de  Flandes,  don- 
de llegamos  y  la  gente  desembarcó  y  la  repar- 
tieron en  presidios.  No  hubo  cosa  acerca  de  mi 
historia  que  se  pueda  referir  más  de  ver  aque- 
llos puertos  y  ciudades,  que  hay  algunas  que 
son  extremo  de  buenas,  y  ver  máquinas  de  gue- 
rra y  hablar  de  ingenios  y  de  otras  cosis  con 
grandes  capitanes  flamencos,  porque  el  marqués 
era  amigo  de  saber,  y  fuera  de  ser  muy  tratable 
de  gente  que  no  era  tal  para  tan  gran  calidad 
como  la  suya,  que  era  lo  que  le  murmuraban, 
en  lo  demás  tenía  algunas  cosas  de  estima,  por- 
que era  caritativo,  dadivoso,  limosnero  y  don- 
de era  menester  muy  magnánimo;  y  así  oí  de- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBADLOS 


293 


cir  á  muchos  capitanes  y  soldados,  en  viéndole 
venir  hacia  ellos:  Ya  viene  el  segundo  Alejan- 
dro. Y  hoy  gozamos  de  su  famoso  hijo,  que 
hoy  es  duque  de  Osuna  y  virrey  de  Sicilia,  pues 
se  dice  de  Su  Excelencia  que  en  todo  ha  sido 
extremo;  en  sus  mocedades  hizo  como  mozo,  y 
agora,  aunque  no  tiene  mucha  edad,  puede  go- 
bernar todo  un  mundo,  y  más  las  cosas  de  la 
guerra,  con  su  bravo  y  invencible  corazón,  como 
se  vee  por  la  experiencia  de  sus  famosos  hechos, 
dignos  de  una  grande  historia,  como  hijo  al  fin 
de  tal  padre,  al  cual  le  oía  decir  muchas  veces 
que  no  descansaba  ni  tenía  gusto  sino  con  los 
trabajos  y  cuando  daba  á  soldados  y  gente  me- 
nesterosa. Era  gran  favorecedor  y  honrador  de 
buenos  y  malos,  y  decía  que  honraba  á  los  bue- 
nos por  merecerlo  y  á  los  malos  porque  se  co- 
rrigiesen. Yo  le  vi  en  Mastrique,  que  por  cier- 
tos delitos  ahorcaban  un  buen  soldado  y  de 
gran  fama,  y  estando  triste  me  llegué  á  él,  y 
pregunté:  Señor,  ¿qué  tiene  V.  S.?  Respondió: 
¿Qué  puedo  tener  más  de  ver  ahorcar  un  buen 
soldado?  Y  no  trató  de  favorecerle  y  librarle. 
El  cual  ahorcado  le  hizo  su  entierro  honrosí- 
simo y  le  mandó  decir  muchas  misas.  A  tres 
días  estaba  un  blasfemo,  matador,  ladrón  in- 
corregible y  que  todos  decían :  Muera  tan  mal 
hombre;  y  le  favoreció  con  tantas  veras  que  se 
decía  en  público:  El  marqués  á  tales  hombres 
como  éste  favorece.  Díjeselo,  j  tomándome  las 
manos  dijo:  Es  verdad:  mas  sabe  Dios  por  qué 
favorezco  á  éste  con  todos  mis  posibles  y  al  del 
otro  día  no  más  de  en  la  sepultura;  y  es  porque 
si  muriese  éste  ahora  peligraría  mucho  su  alma, 
y  así  procuro  librarlo,  porque  se  emiende  y  co- 
nociendo sus  pecados  Dios  misericordioso  le 
perdonará,  Y  así  lo  hizo,  que  lo  libró,  y  des- 
pués fue  (según  todos  vimos)  muy  bueno,  y  es- 
tuvo emendado  de  muchas  cosas  que  antes  te- 
nía. Otros  mil  casos  pudiera  decir  deste  gran 
príncipe,  que  por  ser  tan  ilustres  los  dejo  para 
otro  historiador  que  lo  sea  también. 

CAPÍTULO  XIII 

De  la  vuelta  á  España  y  viaje  á  Inglaterra  y 
golfo  de  Dania  y  á  Irlanda,  y.  del  viaje  que 
hice  á  Guinea  y  otras  partes. 

Pasados  tres  meses  que  estuvimos  en  Flan- 
des,  de  donde  salimos  dos  veces  á  aquellas  islas 
de  los  Estados  á  sólo  verlas,  por  ser  (como  he 
referido)  el  Marqués  tan  amigo  de  ver,  y  así  no 
nos  quedó  ciudad  ni  pueblo  ó  fortaleza  que  di- 
jesen que  era  algo  que  no  la  viésemos ;  un  día 
me  dijo  su  señoría:  Ea,  amigo  fiel  (que  así  me 
llamaba),  vamonos  á  España.  Y  por  no  hallar 
navio  compró  una  barca  muy  grande  y  le  echa- 
ron cubierta  y  obras   muertas.   Partímonos  y 


llegamos  á  Sevilla  en  salvamento.  Diome  su 
señoría  aquel  navichuelo  ó  barca,  que  lo  troqué 
por  otro  inglés  y  di  ochocientos  ducados,  y 
apresté  viaje  para  Irlanda,  y  de  camino  á  Ingla- 
terra y  otras  partes. 

De  Sanlúcar  partí  y  llegué  con  buen  tempo- 
ral hasta  Cales,  en  Francia.  Salí  de  allí  y  pensé 
perecer,  porque  son  aquellos  mares  de  Inglate- 
rra bravísimos.  Tomé  puerto  en  Adover,  en 
Inglaterra,  y  de  allí  fuimos  seis  compañeros  á 
Londres,  y  me  holgué  mucho  de  ver  aquella 
ciudad,  y  es  lástima  que  gente  tan  buena  en  le 
moral  esté  errada.  Yo  tengo  para  mí,  según 
vide  sus  tratos,  buenas  palabras  y  mejores  obras, 
que  es  de  las  mejores  naciones  del  mundo,  y 
puede  competir  con  franceses,  italianos  y  otras 
muchas;  y  ellos  se  tienen,  después  de  los  espa- 
ñoles, por  los  mejores.  Y  poco  valiera  el  pen- 
sarlo si  no  lo  mostraran,  como  en  efeto  lo 
muestran,  en  las  obras.  Y  así  cuando  vi  su 
trato,  proceder  y  personas,  se  me  acordó  del 
dicho  de  San  Gregorio  Magno,  donde  los  llama 
ángeles  en  la  tierra. 

Tornamos  al  puerto  á  do  dejamos  el  navio, 
y  de  allí  pasamos  al  mar  Mediterráneo  de  Da- 
nia ó  Dinamarca,  y  tomamos  puerto  en  Siage 
y  en  Rostel  y  en  Gastorruscenhac  y  en  otros 
más  de  diez  puertos,  y  de  Basti  atravesamos 
otra  vez  al  mar  Grande.  Lo  que  por  allí  vimos 
fueron  infinitas  naciones,  unos  buenos  cristia- 
nos y  otros  que  no  les  tomábamos  tiento;  otros 
tenían  sólo  el  nombre.  Encontramos  con  here- 
jes, gentiles,  idólatras,  porque  estuvimos  en 
Dania,  Alemania,  Livonia,  Rusia,  Finían,  Sue- 
via  y  Noruega,  que  gastamos  diez  meses.  De- 
trás de  la  Noruega,  en  el  mar  Helado  se  nos 
heló  y  nos  detuvo  más  de  un  mes,  sin  menearse, 
el  navio,  que  pensamos  perecer  de  frío.  Lleva- 
mos en  nuestro  navio  de  todas  naciones  para 
podernos  entender.  De  allí  fuimos  á  Irlanda,  y 
en  Selvopa  compramos  gran  cantidad  de  perros 
y  falcones.  Es  esta  tierra  muy  fría  y  mísera,  y 
pienso  que  la  gente  es  la  más  blanca  del  mun- 
do; no  roja  como  la  de  Inglaterra,  sino  blan- 
quisca. Es  gente  dócil,  amiga  de  servir  y  dar 
contento.  De  allí  partimos  y  tuvimos  un  tem- 
poral deshecho,  que  llegamos  á  tanta  altui-u 
que  reconocimos  la  Tierra  Verde,  y  dijo  el  piloto 
que  si  lo  era  habíamos  de  llegar,  y  sería  el  se- 
gundo navio  que  hubiese  llegado,  y  que  se  tenía 
por  verdad  ser  la  gente  de  aquella  tierra  tan 
pequeña  como  enanos.  Y  tomada  el  altura  le 
pareció  cosa  imposible  que  llegásemos  casi  á 
sesenta  y  cinco  grados,  según  él  decía.  Tornó 
buen  temporal  y  viento  en  popa,  con  que  venía- 
mos á  Escocia  á  Gellesguije,  donde  nos  pro- 
veímos de  lo  necesario,  que  se  nos  dio  de  buena 
gana  y  barato.  Salidos  de  allí ,  corrimos  tres 
días  con  vientos  contrarios,  y  pensando  estar 


294 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


muy  apartados  de  viaje,  uos  hallamos  sobre  la 
isla  de  H ¡bernia,  en  el  puerto  de  Siogo,  donde 
nos  hicieron  mil  molestias,  porque  es  gente  sin 
Dios,  y  al  fin  todo  paró  en  llevarnos  nuestro 
dinero.  De  allí  hasta  cerca  de  Finisterra,  en 
Galicia,  venimos  con  viento  próspero,  y  el  día 
que  descubrimos  tierra  de  España  vimos  dos 
velas  que  dieron  sobre  nosotros,  y  al  pasar  sal- 
taron seis  hombres  en  nuestro  navio  y  más  de 
diez  fueron  á  la  mar.  Alzóse  un  temporal  tan 
desbaratado  que  no  pudieron  vernos  más,  y  así 
visto  el  poco  socorro  de  sus  navios  se  rindieron 
y  los  aprisionamos.  Tomado  puerto  en  Bayona, 
allí  hicieron  justicia  dellos:  eran  rocheleses  he- 
rejes. De  allí  venimos  á  Lisboa,  á  Sanlúcar  y 
Sevilla.  Valióme  este  viaje,  con  los  perros  y 
neblíes  y  mercaderías  que  vendí  y  compre'  en 
aquel  mar  de  Rosia,  cuatro  mil  ducados.  Con- 
certéme  con  un  mercader  portugués  que  tenía 
licencia  para  ir  á  Guinea  por  negros.  Acetólo, 
aunque  compró  él  otro  navio,  y  así  partimos  de 
Sanlúcar ;  á  los  cinco  días  descubrimos  dos 
velas,  las  cuales,  ganándonos  el  barlovento, 
vinieron  sobre  nosotros  dando  voces  que  nos 
rindiésemos,  y  disparando  juntamente  sus  pie- 
zas y  arcabucería;  y  respondiendo  con  lo  pro- 
pio, tuvimos  una  refriega  muy  reñida,  hasta 
que  la  noche  nos  apartó.  Hacía  muy  escuro,  y 
por  no  perdernos  todos  pusimos  luces.  Al  ama- 
necer dije:  ¡Ea,  soldados,  Santiago  y  á  ellos! 
Y  visto  por  los  enemigos  que  los  acometíamos, 
quiso  Dios  que  concibiesen  miedo,  y  con  ser 
mayores  sus  navios,  dando  velas  huyeron,  y 
nosotros  hicimos  nuestro  viaje,  y  hasta  llegar 
á  Cabo  Verde  no  hubo  otra  cosa  más  que  hallar 
mala  venta  de  negros  y  partir  de  allí  á  los  Ríos 
y  á  Congo. 

En  los  Ríos  compramos,  y  con  brevedad  tor- 
namos hasta  Sevilla  con  tiempo  próspero,  viento 
en  popa,  que  parecía  que  una  promesa  que  hici- 
mos en  Sevilla  á  Santa  Cruz  de  una  cruz  de 
plata  y  misas  para  las  ánimas  era  la  perfeta 
aseguración.  Aprendimos  este  modo  de  asegu- 
rar de  Juan  Antonio  Corzo,  que  sabido  lo  que 
montaba  lo  que  le  habían  de  llevar  los  asegura- 
dores, se  iba  á  una  iglesia  y  decía  al  santo  que 
más  devoción  tenía:  Esto  os  daré,  asegurador 
verdadero;  guárdame  mi  navio;  y  así  se  vido 
que  pocos  ó  ninguno  se  le  perdieron,  y  él  enri- 
queció tanto  como  se  sabe,  pues  de  paje  de  un 
navio  (aunque  hijo  de  padres  muy  hidalgos) 
llegó  á  ser  título  y  ver  á  su  hija  duquesa  y  á 
su  hijo  señor  de  Cantillana,  Brenes  y  Villaver- 
de,  y  enriqueció  las  iglesias,  adornándolas  de 
todo  lo  necesario.  Imitando,  pues,  á  este  famoso 
varón,  llegué  yo  por  ser  tan  devoto  de  la  San- 
tísima Cruz,  y  le  pedí  me  los  asegurase,  y  cum- 
plí en  llegando  mi  promesa,  con  otros  hacimien- 
tos  de  gracias. 


Partí  á  la  jornada  del  reino  de  Portugal  y 
llegado  á  Lisboa  me  hallé  hasta  la  entrada 
desta  ciudad  como  alférez  entretenido  con  Don 
Gonzalo  de  Sotomayor,  que  era  capitán  de  ca- 
ballos, el  cual  fue  el  que  ganó  el  morcillo  en 
que  se  halló  el  día  de  la  batalla  el  que  decía  ser 
rey  de  Portugal  Don  Antonio;  el  cómo  le  ganó 
y  quitó  el  caballo  no  se  alcanzó  á  saber,  mas 
que  se  presume  lo  dejó  por  huir  en  una  barca. 
Por  saberse  todo  que  pasó  en  Lisboa,  sólo  to- 
caré lo  que  hace  á  mi  historia,  y  es  que  como 
fuese  acometida  la  ciudad  por  unos  tercios  para 
ganar  la  puente,  y  no  pudiesen  y  fuesen  otros 
y  otros,  y  al  fin  la  ganasen,  y  acometiendo  la 
caballería  española  con  tanta  furia  y  ánimo  que 
fue  parte  para  que  se  ganase,  díjome  Don  Gon- 
zalo de  Sotomayor:  Señor  alférez,  no  pelee  hoy, 
sino  vaya  á  la  mira  con  Mudarra  y  Vega  para 
darnos  caballos  y  socorrernos  con  cada  diez 
soldados  á  los  cuatro  camaradas,  que  eran  el 
Marqués,  el  capitán  Don  Gonzalo,  Don  Ga- 
briel de  Montalvo,  su  cuñado,  que  es  el  que  dije 
había  sido  Gobernador  de  la  Habana,  y  á  un 
hijo  suyo,  Don  Francisco  de  Montalvo. 

Acometiendo  la  caballería  la  una  contra  la 
otra  con  tanto  furor  y  ímpetu,  por  ser  de  los 
primeros  nuestra  compañía,  de  la  una  y  otra 
parte  fueron  á  tierra  muchos,  entre  los  cuales 
fue  el  Marqués  y  estos  caballeros  dichos.  Acudí 
luego  y  di  caballo  al  Marqués,  y  yéndolo  á  dar 
Mudarra  y  Vega  fueron  atropellados,  donde  to- 
dos hubimos  menester  las  manos  y  no  fue  poco 
el  defendernos.  El  Marqués  me  hizo  espaldas,  y 
cogí  un  caballo  y  luego  se  lo  di  á  Don  Gabriel, 
que  sin  duda  muriera  si  no  lo  socorriera.  Cogí 
otro  y  subí  en  él.  Don  Francisco  su  hijo  se  sin- 
tió porque  no  lo  había  dado  aquél  en  que  yo 
había  subido,  y  dijo:  Quien  no  pelea,  bueno 
fuera  que  pudiendo  dar  caballos  á  todos  los 
diera.  Respondi:  Quien  no  es  para  pelear,  no 
entre  en  batallas,  que  harto  hizo  el  que  dio  ca- 
ballos á  dos,  quedándose  á  tanto  riesgo  de  la 
vida  entre  sus  pies.  Replicó:  Este  atrevimiento 
no  es  para  pelear,  yo  lo  castigaré  hoy.  Enton- 
ces me  apeé  y  le  di  el  caballo  y  le  dije:  Cansado 
está  vuestra  merced  para  hacer  ese  castigo; 
suba  aquí  para  que  no  le  maten  y  le  pueda  yo 
pedir  esa  palabra.  Subió  y  yo  le  tuve  el  estribo; 
fuime  tras  otro  caballo  y  él  tras  mí,  y  sin  verlo 
me  atropello,  de  manera  que  si  su  padre  no  le 
viera  me  matara  con  la  lanza;  y  su  padre  le  dio 
voces:  Mal  caballero,  desconocido  á  quien  tanto 
bien  nos  ha  hecho.  ¡Adelante  á  socorrer  los 
amigos!  Yo  me  levanté  con  un  gran  dolor  en 
una  pierna.  En  esto  salía  un  portugués  huyen- 
do, y  un  negro  suyo  tras  del;  y  así  como  me 
vido  cojear,  embistió  conmigo  y  me  tiró  una 
puñalada  con  un  cuchillo  carnicero  que  me  hizo 
sentar;  segundando  con  otra  me  dio  en  un  hom- 


PEDKO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


295 


bro  7  se  le  quebró  el  cuchillo  por  junto  al  cabo, 
y  si  no  fuera  por  el  casco  y  cota  me  matara,  ó 
si  fuera  daga.  Llamólo  su  amo,  y  asi  me  dejó; 
y  fue  gran  milagro  el  no  atropellarme  los  que 
iban  huyendo.  Como  pude  cogí  un  caballo  y 
subí  en  él,  y  me  fui  tras  el  tropel  hasta  donde 
me  pude  apartar  dellos,  y  paré  el  caballo  hasta 
que  tuve  más  aliento.  Vide  venir  aquellos  caba- 
lleros, y  á  Marcos  Ortiz,  mi  criado,  entre  ellos. 
Pedíle  la  lanza,  y  luego  me  la  dio.  En  esto  llegó 
Don  Gabriel  de  Montalvo,  diciendo  que  perdo- 
nase á  su  hijo  y  fuese  su  amigo.  Respondíle 
que  de  mi  parte  lo  era,  pero  que  bien  conocía 
la  mala  condición  de  su  hijo.  Hallóse  cerca  y 
oyólo,  y  [cogiendo]  por  un  lado  la  lanza,  á  me- 
dio brazo,  picando  el  caballo,  me  dio  en  las  es- 
paldas. Caí  sobre  el  arzón  delantero,  y  mi  caballo 
se  asombró  y  empinó,  dando  conmigo  de  espal- 
das tal  caída  que  pensaron  me  había  hecho  pe- 
dazos. El  gran  soldado  de  su  padre,  Don  Ga- 
briel de  Montalvo,  le  dio  con  la  lanza  tal  golpe 
sobre  la  cabeza  que  lo  derribó,  y  lo  matara  si 
no  fuera  por  aquellos  caballeros;  y  diciéndole 
palabras  de  sentimiento  y  avergonzándole,  le 
mandó  se  fuese  á  mí  y  me  pidiese  perdón,  como 
lo  hizo. 

CAPÍTULO  XIV 

Üo  se  prosigue  la  historia  y  todo  lo  demás  que 
pasó  hasta  embarcarme  y  llegar  á  Carta- 
gena. 

Por  no  dejar  el  hilo  de  la  historia,  aunque 
en  cosas  pequeñas,  proseguiré  para  venir  á  las 
mayores,  y  se  A'ca  cómo  la  devoción  de  las  san- 
tas ánimas  del  Purgatorio  y  la  de  la  Santísi- 
ma Cruz  libra  á  sus  devotos  de  todos  peligros. 
Dije  cómo  Don  Francisco  llegó  á  pedirme  per- 
dón, obedeciendo  á  su  padre;  y  en  llegando 
con  grandes  razones  me  dio  satisfación,  y  muy 
quedo  me  dijo:  Soy  forzado  á  decir  esto,  que 
en  lo  que  toca  á  procurar  obras,  á  lo  dicho  me 
atengo.  Respondí:  Así  lo  aceto  para  mañana 
en  la  noche.  Y  respondió:  Sí.  Pasó  aquel  día 
y  el  siguiente  con  la  alegría  de  la  entrada  de  la 
gran  Lisboa.  Pero  llegada  la  noche  de  nuestro 
desafío  me  descubrí  á  un  amigo,  que  era  el 
capitán  Bolea,  para  que  le  avisase  del  sitio. 
Dejando  cosas  que  pudiera  contar,  fue  Dios 
servido  que  el  contrario  tropezase  y  cayese  en 
una  acequia,  perdiendo  la  espada,  y  por  habér- 
seme quebrado  la  mía,  de  un  gran  golpe  que  so- 
bre el  casco  le  alcancé  gocé  de  la  ocasión  y  me 
apoderé  de  la  suya,  qiie  saltó  hacia  mi,  y  dije 
con  una  gran  paciencia  y  con  una  flema  pensa- 
da: No  quiero  más  desta  espada.  Ayúdele  á 
levantar,  porque  se  ahogaba  Salieron  en  esto 
de  entre  los  árboles  (porque  era  en  una  huerta) 


el  capitán  Bolea  y  seis  soldados  diciendo:  Tén- 
gase al  capitán  de  campaña;  y  de  otra  parte  sa- 
lió Don  Gabriel  y  Mudarra,  y  dijo:  ¿Por  qué  no 
mata  vuestra  merced  á  este  desobediente  hijo? 
que  aquí  he  estado  aguardando  si  le  sucedía 
bien,  para  pagar  mi  obligación,  pues  visto  que 
cayó  no  le  favorecí.  Yo  le  di  mil  gracias  y 
dije:  Miré  que  es  hijo  de  vuestra  merced  y 
sobrino  de  Don  Jerónimo,  que  si  no  yo  me 
aprovechara  de  la  ocasión  de  la  caída.  Había 
callado  el  Don  Francisco  hasta  entonces  y  me 
dijo  mil  palabras  de  comedimiento,  y  que  dos 
veces  me  debía  la  vida;  yo  le  di  la  espada  y  nos 
hicieron  amigos;  fuímoslo  muy  grandes  (que 
no  es  poco  para  ser  reconciliados)  y  nos  regala- 
mos el  uno  al  otro  mucho  con  vínculo  de  amis- 
tad, que  jamás  faltó. 

Estos  caballeros  y  el  capitán  Don  Gonza- 
lo y  el  Marqués  me  hicieron  mil  mercedes  y 
honraron  mucho  con  la  excelencia  del  Duque  de 
Alba,  y  le  dijeron  lo  que  había  hecho  aquel  día, 
y  se  me  repartieron  despojos,  que  los  estimé 
en  mucho  por  verme  honrado  de  tal  príncipe,  y 
más  con  el  caso  que  se  sigue. 

Posábamos  en  casa  de  una  portuguesa,  el 
marido  de  la  cual  había  ido  con  Don  Antonio, 
y  ella  deseaba  sumamente  irse  con  su  marido. 
Descubriómelo  un  día  en  secreto,  y  temiendo 
de  no  ser  encontrada  del  capitán  de  campaña, 
el  cual  tenía  fama  que  ahorcaba  mucha  gente, 
rae  pidió  lo  tratase  con  él  y  así  lo  hice  y  se  le 
regaló  con  dineros.  Una  noche  salió  esta  seño- 
ra y  dos  criadas;  lucírnosles  espaldas  el  Mar- 
qués y  yo.  Apartados  dellas  las  encontraron 
tres  soldados,  que  según  nos  dijo  uno  dellos  se 
aprovecharon  dellas  con  amenazas  de  matarlas 
y  después  les  quitaron  el  dinero  y  joyas  que 
llevaban.  Llegó  á  este  tiempo  el  capitán  Bolea, 
y  visto  que  se  quejaban,  con  su  presteza  no 
vista  dio  de  puñaladas  á  los  dos  y  el  otro  huyó. 
Oimos  ruido,  acudimos,  temiéndonos  de  algún 
suceso,  y  encontrando  al  soldado  nos  dijo  lo 
que  pasaba.  Pidió  misericordia  al  Marqués,  y 
con  sus  generosas  entrañas  dijo:  Hombre,  da 
el  dinero  y  joyas  que  llevas  y  vete  en  paz,  y 
así  lo  hizo.  Pasando  un  tiro  de  piedra  más 
adelante  encontramos  con  el  capitán  Bolea,  y 
me  dijo  el  Marqués  que  fuese  tras  las  mujeres 
y  les  diese  el  dinero  y  detuviese  mientras  lle- 
gaba con  el  capitán  á  darles  esotro.  Partido  yo, 
clíjole  que  se  lo  diese  para  volverlo  á  su  dueño, 
y  sobre  este  caso  pasaron  muchas  cosas,  y  vi- 
niendo á  las  manos  se  hirieron  malamente.  Al- 
cancé las  mujeres  que  se  querían  embarcar  ya 
en  Tajo  y  les  di  lo  que  traía  suyo  y  les  pedí 
aguardasen,  que  luego  tornábamos  el  Marqués 
y  yo  con  lo  demás.  Torné  con  gran  presteza 
temiéndome  de  la  libertad  del  capitán  y  de  la 
cólera  del  Marqués  y  los  hallé  cu  su  batalla,  y 


296 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


aunque  es  verdad  que  el  Marqués  era  valentí- 
simo, pero  como  son  encuentros  inciertos,  le 
había  alcanzado  el  capitán  una  herida  en  la 
frente,  que  la  sangre  que  della  salía  le  atapaba 
la  vista,  de  manera  que  aunque  se  limpiaba 
estaba  á  peligro;  llegué  diciendo:  Paz.  Tenía 
el  capitán  algunas  heridillas,  y  en  el  brazo  iz- 
quierdo una  mala,  y  con  ellas  tanto  coraje,  que 
dijo:  ¡Ah,  traidores,  que  á  ambos  os  tengo  de 
matar!  Fue  necesario  decirle  que  era  el  Mar- 
qués, y  nombrarme  á  mí,  y  con  esto  se  apartó 
tal,  que  sin  sentido  se  cayó  en  el  suelo.  Bien 
quisiera  el  Marqués  acabar  con  él,  y  suplicán- 
doselo no  lo  hiciese  dijo:  Gran  cosa  es  el  agra- 
decimiento, pues  aun  mi  demasiada  cólera  re- 
frena. Cúrelo  lo  mejor  que  pude,  y  estaba  tan 
cansado  que  fue  necesario  ayudarle  hasta  una 
casilla  cercana,  y  allí  le  dejé  recostado. 

Torné  á  do  estaba  el  capitán  y  le  até  las  he- 
ridas, porque  se  desangraba  y  aun  no  liabía 
vuelto  en  sí.  Era  más  de  media  noche.  Tomé  el 
dinero  y  joyas  y  fui  á  la  orilla  del  Tajo,  á  do 
hallé  á  las  mujeres  y  recibiéronlo  todo  con  gran- 
dísimo agradecimiento.  En  este  tiempo  pasaron 
los  soldados  del  capitán,  y  viéndole  así  le  lle- 
varon ante  el  gran  prior  de  San  Juan,  Don 
Fernando  de  Toledo,  que  les  dijo  tornasen  y 
buscasen  el  que  lo  había  hecho  ó  indicio  de 
algo.  Yo  torné  á  la  casilla,  y  visto  no  parecía 
el  capitán,  sospeché  lo  que  había  pasado,  y 
visto  que  el  Marqués  reposaba,  hice  lo  propio. 
A  más  de  las  cuatro  de  la  mañana  llegó  el  tro- 
pel de  la  gente  por  allí;  con  el  ruido  recordé  y 
llamé  al  Marqués,  diciéndole:  Gente  pasa,  este- 
mos á  punto  no  suceda  algo.  Llegaron  á  la 
puerta,  que  aunque  vieja  la  tenía  bien  atranca- 
da y  con  hartas  piedras  y  palos,  y  mirando 
por  una  raja  y  columbrándonos  con  la  luz  de 
las  lanternas  que  traían,  dijeron:  Gente  hay 
dentro.  El  Marqués  quisiera  no  ser  conocido; 
yo  le  pedí  que  pues  no  podía  ser  sin  riesgo  de 
las  vidas,  que  gustase  le  nombrase,  y  así  res- 
pondí: Gente  está  de  paz,  que  es  el  Marqués 
de  Peñafiel  y  un  alférez.  Llegándome  cerca  oí 
decir  á  uno:  Ea,  digamos  que  es  falso  y  colgué- 
moslos. Pasáronse  demandas  y  respuestas,  todo 
en  razón  de  que  habían  de  entrar,  y  no  consin- 
tiendo nosotros,  se  determinaron  á  ello.  Traje- 
ron palos  y  fuego  con  que  quebraron  la  puerta, 
y  uno  que  se  mostró  más  atrevido  le  pasó  el 
Marqués  la  garganta  y  le  atravesó  en  la  puerta, 
y  al  otro  le  hizo  una  espinilla  pedazos.  Ama- 
necía ya,  y  el  capitán  Bolea,  liabiéndose  curado 
y  tornado  en  sí,  salió  con  seis  soldados  y  llegó 
á  tiempo  que  pensaban  con  fuego  ahogarnos; 
desvió  la  gente  pidiendo  al  Marqués  saliese 
fuera,  y  llegándose  cei'ca  dijo:  Suplico  á  usía 
no  se  descubra  cosa.  Dijo  el  Marqués:  De 
nuestra  parte  así  será,  diciendo  que  gente  no 


conocida  nos  hirió  á  ambos.  Con  todo  esto  nos 
salimos,  mandando  el  Marqués  avisasen  á  su 
posada  que  le  trajesen  caballos,  porque  no  se 
fió  de  enemigo  tan  cruel.  Venidos  los  caballos 
y  visto  que  todos  se  habían  ido,  subimos  en 
ellos  hasta  la  posada.  Apeados  me  abrazó  el 
Marqués  repitiendo  su  dicho:  Amigo  fiel,  ¡cuán- 
tas veces  os  debo  la  vida! 

Embarcado  torné  á  Sevilla.  Alcanzóme  el 
Marqués  y  Francisco  Duarte  una  plaza  de  gen- 
tilhombre de  treinta  escudos,  para  el  viaje  de 
Indias,  que  todo  él  fue  muy  próspero;  sólo 
acaeció  que  un  caballero  de  Sevilla,  Alvaro  de 
Cabrera,  que  iba  de  secreto  por  veedor  de  la 
flota,  para  lo  que  iba,  y  se  cogiese  sin  registro 
cerca  de  Matalino  me  envió  á  llamar  y  pasé  á 
la  capitana  de  la  flota,  y  por  estar  á  la  muerte 
cedió  el  poder  que  tenía  en  mí.  Puso  una  pala- 
bra el  escribano  que  no  advertimos  en  ella,  y 
me  costó  harto,  y  fue  que  me  daba  todo  su  po- 
der cumplido,  como  lo  tenía  del  Rey  nuestro 
señor,  y  nombra  lo  que  he  de  hacer,  y  dice: 
Sólo  no  poder  sentenciar,  como  por  él  consta. 
Murió,  y,  por  abreviar,  llegados  á  Cartagena 
hice  el  oficio  de  veedor,  cogí  en  diversas  partes 
mucha  ropa,  y  si  pudiera  sentenciar  pagara  á 
Su  Majestad  lo  que  se  le  había  de  dar,  y  sus 
herederos  quedaran  remediados  y  ricos  y  no  se 
quitara  y  diera  por  perdida  tanta  hacienda. 
Llegué  en  una  ocasión  que  cogí  gran  cantidad 
de  plata  y  oro.  Salieron  doce  enmascarados  con 
sus  arcabuces,  y  me  dijeron  que  cuál  quería 
más,  doce  balas  postas  y  perdigones  ó  para 
calzas.  Escogí  para  ellas  antes  que  la  muerte, 
protestando  la  fuerza.  En  la  visita  me  pusieron 
aquel  cargo  y  me  mandaron  depositar  el  oro  que 
me  dieron.  Respondí  que  si  me  diei-an  las  balas 
y  postas  que  decían,  que  sí  las  depositara ;  y 
así  se  quedó,  sentenciándome  por  libre,  y  quedé 
grande  amigo  del  gobernador,  que  entonces  lo 
era  Pedro  Hernández  de  Bustos,  y  con  el  ge- 
neral de  las  galeras  Don  Pedro  Vique,  disi- 
mulando hartas  cosas  por  su  ocasión. 

Acaecióme  allí  un  caso,  acordándome  de  un 
consejo  que  me  dio  en  Sevilla  el  gran  cristiano 
Alonso  de  Andrade,  el  cual  guardé  toda  mi 
vida  y  le  será  saludable  á  todos  los  que  fuera 
de  su  patria  lo  guardaren.  Estando  de  partida 
para  las  galeras  me  dio  un  bolsoncillo  Doña 
Isabel  de  Velasco,  mujer  del  dicho;  en  él  había 
docientos  escudos;  íbame  dando  consejos  y  jun- 
tamente ñudos  al  bolsoncillo,  diciendo  que  no 
fuese  gastador,  porque  quien  guarda  halla.  To- 
móle el  marido,  y  entre  las  demás  cosas  que 
dijo  fueron  dos:  Hijo,  al  gastador  y  dadivoso, 
en  razón  Dios  le  dio  que  gastar;  gasta  y  ten- 
drás amigos,  piu's  la  mayor  riqueza  es  el  cora- 
zón de  los  tales.  Esta  fue  la  una.  La  otra:  En 
cualquiera  ciudad,  pueblo  ó  junta  de  gente  lié- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


297 


gate  álos  mejores,  que  en  el  punto  qi;e  te  hicie- 
res estimar  te  estimarán  y  honrarán.  Acordán- 
dome, pues,  desto,  y  habiéndolo  procurado 
guardar  siempre,  el  segundo  día  que  llegué  á 
Cartagena,  baliendo  á  la  marina,  pregunté 
quién  eran  tres  soldados  que  allí  estaban,  bra- 
vos en  sus  aspectos  y  vestidos;  dijéronme  ser 
los  dos  capitanes  y  el  otro  alférez ;  llegué  y  he- 
cho el  comedimiento  debido,  estuve  un  rato  en 
conversación  con  ellos;  y  apartándose  el  un 
capitán  dijo:  Vamonos  de  aquí,  señor  capitán, 
que  ya  todos  se  nos  atreven ;  y  volviendo  las  espal- 
das me  dio  ocasión  á  tirarle  de  un  brazo,  dicién- 
dole:  Yo  soy  veedor  general  de  estas  armadas 
y  he  sido  alférez,  y  me  p;iedo  llegar  á  conver- 
sación de  capitanes  y  de  gente  principal  como 
Yuestras  mercedes,  porque  lo  soy  yo.  Agravióse 
de  mis  razones  y  dijo:  Apartémonos  de  aquí  á 
esta  marina.  Fuéronse  delante  los  dos  capita- 
nes, y  el  alférez  y  yo;  y  traspuestos  en  un  lugar 
á  do  no  podíamos  ser  vistos  de  la  ciudad  echa- 
mos mano  á  las  espadas,  y  permitió  Dios  que 
á  pocas  tretas  se  arrojase  con  una  estocada  á 
mis  pechos,  que  en  el  medio  de  proporción  que 
llaman  los  diestros  de  filo  al  cuerpo,  y  bajando 
la  muñeca  le  di  por  la  suya  una  estocada  que  le 
pasé  el  brazo  dos  dedos  de  la  muñeca,  y  luego 
por  el  molledo,  y  con  la  furia  que  él  venía  entró 
la  espada  de  tal  manera  que  queriéndola  sacar 
no  pude,  y  la  suya  se  le  cayó,  y  en  un  pensa- 
miento la  así  y  me  defendí,  porque  venía  des- 
cargando un  golpe  el  otro  capitán.  El  alférez 
echó  mano  y  se  fue  hacia  él  diciéndole:  Señor 
hermano  ( porque  lo  eran),  deténgase  vuestra 
merced,  y  si  no  perderé  el  respeto  á  la  mayoría, 
y  así  se  reportaron,  y  yo  me  aparté  y  le  saca- 
ron la  espada,  y  me  la  trajo.  Atadas  las  heri- 
das se  fueron  los  capitanes,  y  el  alférez  y  yo 
por  otra  parte.  Pidióme  no  lo  entendiese  nadie, 
y  después  nos  hizo  amigos.  Alcanzáronlo  á 
saber  los  Generales  del  mar  y  tierra  dichos,  y 
así  me  estimaron  y  ocuparon  en  ocasiones, 
como  se  verá. 

CAPÍTULO  XV 

De  las  cosas  que  me  pasaron  en  Cartagena 
y  en  otras  partes  de  aquella  provincia. 

Por  ser  caso  notable  contaré  lo  que  pasó  á 
nuestro  galeón  en  Matalino,  y  fue  que  como  se 
llega  á  una  de  aquellas  islas  Dominicas  á 
hacer  agua,  que  es  de  lo  que  más  se  carece  en 
el  mar,  y  de  temor  de  los  indios  de  guerra,  que 
suelen  hacer  notables  daños  si  se  descuidan  los 
navios,  en  llegando  disparan  piezas  por  aque- 
llas montañas ,  y  los  soldados  van  por  tierra 
con  sus  escopetas  mientras  lavan  y  se  recoge 
la  gente.  Vido  un  soldado  un  salvaje  en  cueros, 


solas  atapadas  sus  vergüenzas,  éste  dio  voces 
en  portugués  diciendo  que  era  cristiano;  trajé- 
ronle  á  la  capitana  y  dio  cuenta  que  había  cua- 
renta años  que,  siendo  niño,  le  había  cogido 
un  cacique  de  aquella  isla,  y  criándose  con  una 
hija  suya  se  la  vino  á  dar  el  cacique  por  mujer 
y  tenía  en  ella  cinco  hijos  y  hijas,  y  acordán- 
dose que  era  cristiano  y  que  no  confesaba  ni 
oía  misa,  le  daba  tanta  pena  que  vivía  tristísi- 
mo, y  acudía  allí  por  tiempos  á  ver  si  podía  al- 
canzar aquella  ocasión  y  que  dejaba  mujer  y 
hijos,  y  aun  mando,  que  era  ya  cacique  por 
muerte  de  su  suegro,  por  sólo  venir  á  confesar 
sus  pecados. 

Fue  forzoso  salir  aquel  propio  día  los  navios; 
estúvose  el  cuarto  confesando  con  un  fraile  del 
glorioso  padre  San  Francisco,  que  era  capellán 
del,  y  al  quinto  día,  ya  después  de  absuelto,  es- 
tando sentado  en  el  bordo  del  navio  se  soltó 
una  escolta  ó  amantillo,  que  son  con  las  que 
está  asida  la  vela  mayor,  y  le  dio  con  tanta 
furia  en  los  pechos  que  le  arrojó  á  la  mar,  y 
sin  poder  ser  socorrido  se  ahogó,  de  que  todos 
quedamos  tristes,  y  juntamente  dando  infinitas 
gracias  al  Señor  de  la  muestra  de  la  predesti- 
nación de  su  escogido. 

Volviendo  ahora  á  mi  historia  digo  que  me 
fue  forzoso  quedarme  en  Cartagena  á  acabar 
mi  comisión  dicha  de  veedor.  Estaban  los  ca- 
minos de  Cartagena  que  no  se  podían  andar, 
porque  los  negros  cimarrones  salían  á  la  gente 
y  les  quitaban  lo  que  llevaban,  y  si  se  defen- 
dían los  mataban.  Había  salido  dos  veces  por 
capitán  (con  comisión  de  los  Gobernadores 
Martín  de  las  Alas  y  de  Pedro  Hernández  de 
Bustos)  Francisco  Sánchez,  un  valeroso  solda- 
do, y  los  había  ahuyentado  y  castigado  á  algu- 
nos, y  como  le  temían  tanto  no  le  aguardaban, 
pero  luego  volvían  á  hacer  sus  daños.  Hablan- 
do sobre  esto  el  Gobernador  y  yo  me  dijo  que 
quería  enviarme  á  esta  jornada,  lo  cual  le  agra- 
decí, y  hice  gente  la  que  fue  necesaria,  en  que 
gasté  dos  mil  pesos.  Salí  con  cincuenta  hom- 
bres y  treinta  y  seis  negros  horros  y  seis  míos 
y  ocho  de  diferentes  soldados.  Nombré  por  cau- 
dillo á  Bartolomé  Pérez,  un  portugués  valentí- 
simo y  gran  soldado.  Despácheles  por  la  mon- 
taña y  yo  me  fui  por  el  camino  con  el  capitán 
Bolaños,  juez  de  Mompox,  y  con  otros  dos  sol- 
dados, Pedro  de  Lomelín  y  Marcos  Ortiz.  Por- 
que era  tarde  nos  quedamos  cuatro  leguas  de 
Cartagena  en  un  ingenio  viejo  de  azúcar,  en 
donde  nos  pasó  el  caso  que  se  sigue. 

Acabados  de  apear,  que  ya  era  escuro,  oímos 
un  gran  ruido  como  de  gente  de  guerra.  Albo- 
rotados echamos  los  frenos  á  los  caballos  y  su- 
bimos; los  tres  fueron  tras  el  ruido,  y  yo  me 
quedé  aguardando  dos  indios  que  habían  ido  á 
coger  hierba.  A  cabo  de  un  rato  oí  una  voz  que 


298 


AUTOBIOGRAFIAS  Y  MEMORIAS 


casi  decía:  ¡Hola,  acá  está!  Yo  entendí  que  me 
llamaban  y  acudí  hacia  allá,  y  luego  oí  aquella 
voz  más  lejos,  y  fui  allá,  y  de  aquella  manera 
me  llevó  de  la  una  parte  á  la  otra  más  de  tres 
horas,  donde  me  perdí  en  aquella  montaña,  y 
para  que  se  sepa  quién  da  estas  voces,  que  pa- 
recen puramente  de  persona  y  que  hablan  en 
castellano,  es  un  pájaro  que  es  aquel  su  graz- 
nido; y  así  se  ha  visto  en  diversos  tiempos  per- 
derse personas,  y  unos  dan  en  pantanos,  otros 
en  los  cimarrones,  y  en  otras  desgracias  en  que 
han  perecido.  Los  comjjañeros  fueron  (como 
dicho  es)  tras  el  ruido  más  de  un  cuarto  de  le- 
gua, donde  vieron  que  eran  antas  en  celo,  que 
parece  ruido  de  gente,  y  queriendo  volver  se 
perdieron  de  manera  que  ellos  y  yo  anduvimos 
dos  noches  y  dos  días  sin  acertar  á  salir  del 
arcabuco.  Al  tercero  día  al  amanecer  nos  en- 
contramos muertos  de  hambre,  porque  no  ha- 
bíamos comido  sino  solos  palmitos,  y  no  osába- 
mos comer  otras  frutas  por  no  comer  la  man- 
zanilla, que  es  una  fruta  muy  sabrosa,  á  modo 
de  gordas  guindas,  la  cual  comida  hincha  las 
personas  y  algunas  revientan.  Encontramos  un 
negro  que  nos  encaminó  á  la  estancia  de  su 
amo,  donde  llegamos  tan  deseosos  de  comer 
cuanto  se  verá  por  lo  que  se  sigue. 

En  aquella  estancia,  que  está  en  el  camino 
de  la  Barranca,  estaba  un  mayordomo  tuerto  y 
de  todo  lo  que  se  servía  había  de  serlo  también ; 
y  así  hasta  los  caballos,  perros,  gatos,  aves  y 
demás  cosas  vivas  que  en  su  casa  estaban  todos 
eran  tuertos,  como  lo  era  asimismo  una  india 
que  le  servía,  la  cual  nos  recibió  diciendo  que 
pasásemos  adelante,  porque  su  amo  el  mayor- 
domo no  estaba  allí.  Pedírnosle  algo  de  comer, 
y  díjonos  que  si  no  era  im  olla  de  bledos  no 
tenía  otra  cosa;  trájolos,  aunque  fríos,  con 
muy  poca  sal  y  mucho  pimiento;  pero  sabían 
tan  bien,  que  decía  el  capitán  Bolaños:  ¿Hase 
visto  cosa  tan  sabrosa?  Comimos  dellos  y  de 
algunos  bollos  de  maís,  que  es  el  trigo  que  en 
España  se  llama  de  las  Indias,  y  sobre  estar 
mohosos  y  agros,  la  hambre  los  hacía  tan  sa- 
brosos como  los  bledos.  Fue  uno  de  nosotros 
á  la  olla  donde  estaban  los  bledos,  y  visto  cuál 
estaba  la  cargó  y  vino  riendo  con  ella  ante  nos- 
otros diciendo:  ¡Oh,  qué  sabrosos  bledos,  capi- 
tán Bolaños!  y  sacando  con  una  cuchara,  vi- 
mos cómo  casi  la  mitad  de  la  olla  era  cieno, 
porque  el  agua  con  que  allí  se  guisa  es  cogida 
de  charcos,  y  de  aquí  quedó  en  toda  aquella 
tierra,  y  hasta  el  nuevo  reino  de  Granada,  en 
diciendo:  ¡Qué  sabroso  es!  ¿son  los  bledos  de 
Bolaños?  que,  en  razón  de  lo  dicho,  es  decir 
que  á  la  hambre  no  hoy  pan  duro. 

Partí  de  allí  con  la  gente  y  encontré  en  el 
camino  de  la  Barranca  á  dos  hijos  de  Mateo 
Rodríguez,  juez  de  la  Barranca,  que  llevaban 


un  preso  á  Cartagena,  y  sabida  la  causa,  era 
porque  iba  huyendo  de  los  de  la  flota.  Pedí  me 
lo  diesen  y  fuésemos  todos  á  socorrer  al  caudi- 
llo, por  haber  tenido  nuevas  que  estaba  cercado 
de  los  negros.  Respondió  el  mayor:  Si  vuestra 
merced  es  capitán,  mi  padre  es  juez,  y  así  no 
iremos;  quitóles  el  preso,  el  cual  dejé  allí  con  la 
gente,  con  orden  que  marchasen  callados  toda 
una  loma  arriba  hasta  la  cordillera;  y  con  Pe- 
dro de  Lomelín  y  otros  dos  partí  á  la  Barranca, 
donde  hallé  quince  españoles;  traía  poderes  para 
llevar  todos  los  que  quisiese;  pedíselos  con  cor- 
tesía y  que  se  sirviesen  de  venirse  conmigo  á 
asegurar  los  caminos.  Hiciéronlo  así,  y  partí 
á  priesa  de  allí,  y  alcanzando  en  lo  alto  á  la 
gente  vide  á  mi  caudillo  Bartolomé  Pérez  en 
otra  cordillera  y  una  gran  multitud  de  negros. 
Partí  allá  y  por  estar  lejos  no  pude  llegar  aque- 
lla noche,  basta  otro  día.  Oí  antes  de  amanecer 
fotutos  (}),  que  era  señal  de  apercebimiento  de 
batalla.  Subí  más  de  legua  y  media  que  queda- 
ba de  sieri'a,  y  en  la  cumbre  deje  todos  los  in- 
dios en  una  emboscada  con  el  capitán  Bolaños 
y  mi  criado  Ortiz,  y  todos  los  demáe  españoles 
y  negros  en  otra  con  nueve  escopetas,  y  los 
demás  con  espada  y  rodelas.  Yo  pasé  sólo  con 
Pedro  Lomelín,  á  tiempo  que  fue  bien  necesa- 
rio, porque  los  negros  nuestros  se  retiraban  la 
loma  adelante  de  sólo  dos  negros  y  de  hasta 
ciento  y  cincuenta  negras  que  peleaban  mejor 
que  los  varones  con  sus  dardos  y  macanas  y 
habían  muerto  tres  nuestros  y  ellos  sola  una 
negra ;  todos  los  demás  varones  peleaban  con 
los  españoles,  que  si  no  fuera  por  veinte  arcabu- 
ces que  les  habían  muerto  diez  negros,  se  los 
llevaran,  y  habían  muerto  tres  españoles.  Dije 
en  llegando  á  los  negros:  ¡Santiago,  varones! 
¿de  quién  huís?  Mirad  que  son  hembras;  y  así 
las  retiramos,  aunque  me  mataron  dos  negros. 
Así  como  nos  juntamos,  porque  me  entendiese 
el  caudillo,  dije:  Retirémonos  destos  demonios 
y  si  quieren  perdón  y  libertad  á  todos  los  perdo- 
no. Peleaba  un  negro  con  tanta  furia'  y  coraje 
que  me  paré  á  mirarle.  El  caudillo  dijo:  Perro 
Martinillo,  aquí  estoy.  Retirósele  luego  dicien- 
do: Demonio  portugués,  no  bastaba  en  las  mi- 
nas, sino  que  aun  aquí  me  persigues,  y  con  esto 
se  arrojó  hacia  los  españoles,  que  nos  retirába- 
mos la  loma  adelante.  Una  negra  dijo  á  voces: 
examina  con  esos  que  á  este  valiente  yo  lo  en- 
tretendré, y  se  quedo  batallando  con  el  caudi- 
llo. Fuimos  con  la  mejor  orden  que  pudimos 
hasta  las  emboscadas,  que  de  improviso  salie- 
ron y  dieron  los  indios  con  sus  flechas,  y  los 
españoles  y  negros  con  los  arcabuces  y  dardos 
que  yo  pensé  fuera  presto  acabada  aquella  ba- 


(')  Fotutos  son  unos  caracoles  marinos  que  sirven 
de  trompetas.  (Nota  margiiud.) 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


299 


talla;  mas  como  peleaban  por  vidas  y  libertad 
acudieron  con  tanta  furia  con  sus  lanzas,  dar- 
dos y  macanas,  que  se  arrojaban  á  los  mismos 
arcabuces  y  se  los  quitaban  de  las  manos,  y  á 
palos  y  golpes  los  mataban  con  ellos;  los  indios 
se  retiraron  á  la  espesura  y  murieron  ocho  y 
hubo  más  de  treinta  heridos.  Los  negros  que  yo 
llevé  y  el  caudillo  se  juntaron  junto  á  unas  pe- 
ñas y  allí  se  defendían;  murieron  otros  tres  ne- 
gros. Los  españoles  éramos  los  que  mejor  lo 
pasábamos,  y  todos  juntos  acometimos  hacia 
donde  peleaban  los  indios,  que  eran  los  que  más 
pena  me  daban,  y  aunque  perdí  un  hombre  y 
hii'ieron  nueve,  lo  tuve  á  mucho  juntarme  con 
ellos  para  defenderlos. 

En  este  tiempo  la  negra  Polonia,  que  pelea- 
ba con  el  caudillo,  lo  dejó,  porque  acudieron 
tres  valientes  negros  que  le  daban  bien  que 
hacer.  Entró  dando  voces:  ¿Dónde  está  el  ca- 
pitán traidor  cordobés  que  hace  engaños  con 
celadas?  que  yo  también  nací  en  Córdoba.  Salí 
con  mi  espada  y  rodela,  que  me  pareció  que  si 
aquel  demonio  que  se  había  resistido  á  Bartolo- 
mé Pérez  animase  y  esforzase  su  gente  nos 
pondría  en  trabajo,  que  era  bueno  entretener- 
la, y  así  le  dije:  Yo  soy  el  cordobés  de  la  me- 
jor tierra  del  mundo,  y  así  procura  de  matar- 
me; y  si  lo  haces  te  podrás  alabar  que  una 
mujer  mató  al  hombre  que  más  la  estimaba,  y 
cuando  no  fuera  ser  tan  gentil  y  hermosa  como 
eres  (que  por  cierto  para  negra  lo  era),  bastá- 
bate ser  de  Córdoba,  de  donde  soy,  para  que  te 
estimara,  que  aunque  motejaste  á  los  de  tu  pa- 
tria de  traidores  ya  sabes  que  son  la  nata  del 
mundo.  Sin  decirme  cosa  me  arrojó  un  dardo  de 
tres  que  traía  que  lo  fijó  en  la  rodela  con  una 
furia  infernal,  y  me  acometió  con  otro  dardo  y 
se  lo  corté,  y  luego  hizo  lo  mismo  con  el  otro, 
y  hice  yo  también  lo  propio.  Asió  de  una  an- 
chísima macana  y  dijo:  Ahora  veré  si  me  cor- 
tas ésta.  Lo  que  más  pasé  con  esta  monstruosa 
mujer  diré  luego  en  el  capítulo  siguiente. 


CAPITULO  XVI 

A  do  se  prosigue  lo  demás  que  pasó  en  esta 
jornada. 

AI  tiempo  que  me  acometió  la  negra  con  la 
macana  venía  la  ladera  abajo  huyendo  un  ne- 
gro y  el  caudillo  tras  del  con  buen  deseo  de 
matarle,  pues  ya  dejaba  los  dos  muertos.  Tras 
del  caudillo  venía  aquel  negro  Martín  que  ha- 
bía sido  minero  y  capitán  de  una  cuadrilla  de 
negros,  y  entonces  era  general  de  aquellos  ci- 
marrones. Dije  á  la  negra:  Déjame  por  tu  vida 
pelear  con  aquel  negro  que  el  caudillo  nombró 
Martinillo  y  verás  si  soy  de  tu  patria,  y  torno 

AOrOClOGKAFIAS   Y   MEMOlllAS. — 3U 


á  decir  que  te  estimo  y  haré  seas  libre  y  que 
te  den  hacienda  del  rey.  Dijo:  Anda  ve  y  má- 
talo, quedaré  así  sin  marido  y  te  podré  servir. 
Díjele:  Pues  para  que  yo  vea  que  me  estimas 
tira  dése  dardo  que  me  ocupa.  Tiró  con  tanta 
furia  y  fuerza  que  por  poco  me  hiciera  dar  de 
manos.  Batallé  un  tanto  con  el  negro  hasta 
que  se  oyó  una  gran  gritería,  que  fue  juntarse 
nuestros  negros  con  los  españoles  y  indios  con 
la  retirada  de  los  contrarios,  y  los  indios  ha- 
cían aquella  algazara  á  su  usanza  y  modo.  De- 
jóme el  negro  Martin,  y  como  un  corzo  subió 
la  loma  anñba  á  la  defensa  de  su  gente.  El  ne- 
gro dejó  al  caudillo  y  se  fue  para  mí,  y  estando 
peleando  retiréme  quince  ó  veinte  pasos,  hasta 
ver  si  le  pudiese  cortar  las  piernas,  y  encomen- 
dándome á  las  ánimas  de  Purgatorio  y  á  la 
Cruz  santísima  me  abalancé  á  él  y  le  di  en  una 
rodilla  tal  golpe  que  se  la  hice  pedazos.  Hincóla 
de  presto  en  la  tierra  y  con  la  macana  se  defen- 
día. Polonia  que  lo  estaba  mirando  vino  sobre 
mí;  queríame  ayudar  el  caudillo;  di  una  voz  y 
dije:  A  socorrer  á  la  gente,  que  yo  lo  habré 
con  éstos.  Fuese  el  caudillo  la  loma  arriba  y 
valió  su  ida  no  menos  que  la  victoria.  El  negro 
se  desangraba  y  así  era  de  poca  consideración 
para  mí.  Retiré  la  negra  á  do  primero  había- 
mos comenzado  la  batalla,  donde  me  dijo:  Pues 
no  fuiste  para  matar  al  general,  vénceme  á  mí. 
Tirábame  golpes  furiosos,  y  yo,  aunque  pudie- 
ra herirla,  me  iba  poco  á  poco  pareciéndome 
que  no  era  justo,  y  que  era  no  acabar  la  gue- 
rra, y  pensaba  que  si  la  vencía  por  bien,  pues 
ella  y  el  negro  eran  el  todo,  que  hacía  mi  ha- 
cienda, y  le  decía:  Mira  lo  que  te  he  dicho,  que 
es  verdad,  y  te  lo  juro  por  mi  vida  de  darte 
libertad  y  hacienda.  Fuese  para  mí  pensando 
herirme;  arrójele  lín  golpe  con  que  le  pude  ma- 
tar, y  á  esta  ocasión  le  dije:  Cordobesa,  ahora 
bien  te  pudiera  matar.  Revolvió  con  una  furia 
de  varón  y  con  ambas  manos  me  asió  del  bra- 
zo y  me  llevó  la  daga  que  tenía  en  la  mano  y 
dijo:  ¡Ah,  cordobés,  ahora  mío  eres!  Saqué  un 
pistolete  que  llevaba  y  dije:  Tuyo  seré  si  haces 
lo  que  digo  y  miras  las  veces  que  te  he  dado  la 
vida;  reconoce  las  misericordias  de  Dios,  pues 
eres  cristiana.  Preguntóme  si  estaba  herido;  dí- 
jele que  sí,  mas  que  no  era  nada,  porque  con  el 
segundo  dardo  me  había  dado  en  un  muslo,  y 
el  negro  un  pequeño  rasguño  en  la  cabeza. 
Dijo:  Anda  y  retira  tu  gente  en  orden,  que 
yo  los  apaciguaré  esta  noche  á  todos,  y  soco- 
rre tu  gente.  Diome  la  daga,  y  tomé  la  espa- 
da y  torné  á  subir  la  loma  arriba,  que  casi 
no  podía  de  cansado,  y  en  lo  alto  me  senté  con 
una  melancolía  grande  que  me  dio  de  ver  tal 
estrago. 

Cuando  subió  el  caudillo  Bartolomé  Pérez 
iban  los  nuestros  retirándose  porque  revolvie- 


300 


autobiografías  y  memorias 


ron  con  grande  ánimo  los  negros,  y  ya  no  ha- 
bía arcabuz,  sino  á  pura  fuerza  de  brazos,  y  me 
certificaron  que  si  no  fuera  por  Pedro  de  Lo- 
melín  y  el  caudillo  los  mataran  á  todos,  y  así 
cobraron  lo  perdido  del  campo,  y  habría  nuier- 
tas  más  de  cincuenta  negras  y  treinta  negros 
de  los  suyos;  y  de  los  nuestros,  sin  los  dichos 
tres  hombres,  dos  negros  y  tres  indios,  y  heri- 
dos casi  todos,  que  si  no  fue  Pedro  de  Lomelín 
y  Polonia,  que  éstos  su  gran  ventura  los  guar- 
dó, mas  todos  los  demás  salieron  heridos  y 
algunos  con  nueve  heridas.  Era  ya  muy  tarde 
y  toque'  un  fotuto  que  llevaba  al  cuello,  con  la 
seña  de  recoger,  y  así  en  orden  se  retiraron, 
haciendo  cara  los  españoles  á  los  enemigos,  y 
ellos  tirando  dardos  y  piedras  en  un  palo  como 
dos  tercias  de  macana,  que  es  tan  fuerte  como 
hierro;  en  lo  alto  tiene  un  arco  como  la  palma 
de  la  mano,  y  una  redecilla  de  cordón  de  pita, 
y  cogida  abajo  con  otro  cordel  de  mi  dedo  de 
gordo,  y  allí  entran  la  piedra  y  se  despide  con 
tanta  furia  que  parece  una  bala  de  escopeta; 
con  estas  armas  hacían  el  mayor  daño.  El  ge- 
neral negro  Martín  y  otro  demonio  de  un  Fran- 
cisco Jolofo,  que  antes  había  sido  captivo  en 
Manomotapa,  y  de  idólatra  gentil  llevado  á 
Arabia  Feliz  y  Turquía  y  vue'ltose  moro,  y  de 
allí  captivo  en  una  fusta  turquesa  en  cabo  de 
Gata,  que  los  turcos  dicen  cabo  de  Plata,  fue 
traído  á  Sevilla,  donde  se  volvió  cristiano,  y 
llevado  á  las  Indias,  y  como  inconstante  huido 
y  hecho  cimarrón;  éste  hacía  el  oficio  de  maese 
de  campo,  y  era  el  que  más  había  peleado 
aquel  día.  Como  vieroli  retirar  la  gente  y  oye- 
ron dónde  se  tocó  el  fotuto,  miraron  y  dejada 
la  gente  en  orden,  á  media  ladera  de  la  loma 
encubiertos  vinieron  donde  yo  estaba;  oí  una 
gran  voz  que  dijo:  Martín,  acá  bajo.  Revolví 
la  cabeza  y  vide  desembrazar  un  dardo  que  si 
no  me  aparto  me  mata,  y  luego  vinieron  dos 
piedras  que  ambas  una  tras  otra  las  recibí  en  la 
rodela;  di  dos  saltos  con  grande  ligereza  (por- 
que entonces  era  muy  cenceño)  y  me  hallé  tan 
cerca  del  Martín  que  le  alcancé  un  revés  en  la 
barriga  que  le  hice  una  herida  grande  y  no  pe- 
ligrosa, aunque  le  ocupé  la  una  mano  detinién- 
dose  las  tripas  que  se  le  salían.  A  este  tiempo 
llegó  Ortiz  y  dos  indios,  y  el  uno  le  dio  un  fle- 
chazo en  un  ojo.  El  Jolofo  derribó  de  una  pe- 
drada á  este  indio  y  luego  con  la  lanza  al  otro 
indio;  en  este  tiempo  le  herí  en  una  pierna;  re- 
volvió como  un  toro  herido  y  me  dio  una  lan- 
zada sobre  el  postrero  borde  de  la  rodela,  y  me 
alcanzó  en  un  hombro,  que  me  desmalló  la  cota 
y  me  hirió.  Ortiz  le  paso  el  brazo,  y  al  General 
le  dio  otra  estocada  y  le  pasó  la  mano  y  las 
tripas  que  con  ella  detenía.  Aquí  acudió  toda  la 
gente,  la  una  y  la  otra,  y  fue  lo  peor  de  todo  el 
día.  Subió  Polonia  y  peleó  un  poquito  por  de- 


tener la  gente,  y  luego  tocó  á  recoger,  y  asi 
ellos  y  nosotros  nos  recogimos  cada  uno  en  su 
puesto.  Cúreme,  hice  lo  propio  con  más  de 
veinte  heridos  y  los  demás  unos  á  otros  se  cu- 
raron. 

El  General  y  maese  de  campo  de  los  negros 
determinaron  que  curados  sus  soldados  diesen 
sobre  nosotros,  pues  hacía  luna  y  nos  tenían 
ventaja  en  ligereza  y  conocimiento  de  la  tierra 
para  retirarse  y  acometer.  Polonia  lo  excusó 
con  razones,  y  después  dijo  que  por  mí,  como 
cuando  dio  la  voz  y  llamó  á  Martín,  que  fue 
por  avisarme.  Tuvieron  fuerza  sus  palabras  y 
más  cuando  vieron  cómo  rabiaba  Martín  del 
flechazo  del  ojo,  que  fue  el  que  lo  acabó,  y  el 
Jolofo  no  se  podía  menear  de  la  pierna.  Atrá- 
jolo  con  palabras  de  que  le  darían  libertad,  y  á 
otros,  y  que  si  pudiese  á  todos,  y  que  antes  que 
amaneciese  lo  quería  tratar;  y  así  poco  más  de 
media  noche  tañó  el  fotuto  como  de  paz,  y  dijo 
á  la  guarda:  Di  al  capitán  que  viene  Polonia 
de  paz.  Salió  Pedro  de  Lomelín  y  la  trajo. 
Venía  sin  armas;  díjome  todo  lo  que  pasaba  y 
que  Martín  era  muerto  y  que  á  todos  los  que 
viniesen  con  ella  se  les  había  de  dar  libertad  y 
tierras  cerca  de  Cartagena,  á  do  labrasen,  y  á 
ella  lo  prometido,  y  con  gran  vínculo  de  amis- 
tad se  lo  ratifiqué  y  juré.  Tornóse  á  su  sitio  y 
allá  hubo  grandes  pareceres,  de  suerte  que  los 
que  no  quisieron  se  fueron,  y  hasta  cuarenta  y 
ocho  vinieron  por  la  mañana  con  Polonia  y  Jo- 
lofo. Vinieron  sin  armas  y  se  quedaron  entre 
nosotros.  Aquel  día  y  otros  dos  cogimos  diez  y 
nueve  piezas,  y  en  otros  veinte  y  dos  días  cua- 
renta y  siete.  Polonia  pidió  gente  y  salió  un  día 
y  trajo  doce  negras  y  veinte  y  dos  muchachos. 
Ya  estaba  Jolofo  bueno;  salió  él  y  cinco  de  sus 
negros  y  trajo  á  su  mujer  y  tres  hijos,  y  otras 
quince  mujeres  y  ocho  hijos  de  los  negros  que 
se  dieron  de  paz,  con  que  se  acabó  la  guerra  de 
los  negros  cimarrones,  apaciguóse  la  tierra  y 
aseguráronse  los  caminos,  y  los  demás  negros 
de  Cartagena,  Zaragoza,  los  Remedios  y  todas 
las  minas. 

Salimos  de  allí  hasta  el  río  grande  de  la 
Madalena,  en  el  cual  nos  embarcamos  en  ca- 
noas, y  fuimos  en  salvo  á  Cartagena.  Fue  cosa 
de  ver  el  alegría  del  pueblo  y  las  fiestas  y  rego- 
cijos que  se  hicieron  con  toros  y  juegos  de 
cañas.  Luego  repartí  los  negros  y  negras,  dando 
á  la  caja  real  cuarenta,  y  á  Polonia,  á  Bartolo- 
mé Pérez,  á  Pedro  de  Lomelín  y  á  mi  seis;  los 
demás  se  repartieron  según  cada  uno  lo  hizo, 
vendiéndose  diez  para  los  herederos  de  los  di- 
funtos indios,  y  de  cada  uno  dellos  tomamos 
cinco  ducados,  y  lo  mismo  hicimos  de  todos  los 
demás,  gastando  este  dinero  en  misas,  sufra- 
gios y  procesiones,  que  fueron  muchas,  por  serlo 
también  los  negros  que  se  vendieron. 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


301 


CAPITULO  XYII 

A  do  se  cuenta  la  jornada  que  se  aprestó  para 
el  Dorado,  y  cómo  me  quede'  por  particular 
merced  de  Dios. 

Llegado  el  tiempo  que  la  Majestad  del  cielo 
dispone  para  las  cosas,  como  todo  sea  en  su 
mano  y  voluntad  divina,  no  hay  fuerza  humana 
ni  prevención  que  pueda  excusar  los  sucesos 
que  han  de  venir,  según  la  disposición  de  la 
suave  y  divina  Providencia,  como  se  verá  en  el 
siguiente. 

Llegado  de  la  jornada  de  los  negros,  ya  re- 
ferida, me  llegué  á  Turvaco,  donde  estaba  Don 
García  de  Serpa,  caballero  honradísimo,  al  cual 
por  sus  grandes  servicios  y  de  su  padre  le  ha- 
bían dado  de  encomienda  todos  los  pueblos  del 
rey  que  había  en  Cartagena.  Estaba á  este  tiem- 
po haciendo  gente  para  ir  á  descubrir  el  Dora- 
do y  la  gran  ciudad  de  Manoa,  que  se  dice  en 
aquella  tierra  que  es  la  mayor  de  todas  las 
Indias,  Tenía  juntos  de  los  soldados  que  había 
hecho  en  España  docientos  hombres,  y  del  nue- 
vo reino  y  de  allí  más  de  ciento.  Este  caballero 
me  pidió  fuese  con  él  por  capitán  de  los  aven- 
tureros, porque  entendía  se  me  juntarían  mu- 
chos. Yo  lo  aceté,  y  así  comencé  á  despachar 
la  gente  y  á  hacer  aventurera.  Diome  cargo  de 
su  hacienda  y  tributos.  Compré  lo  necesario  de 
pertrechos  cíe  guerra  y  comida ,  alpargates , 
algodón.  Fue  necesario  tomar  gran  cantidad  de 
pesos  fiados,  que  quedando  yo  y  la  hacienda 
obligados  me  los  daban,  y  cuando  fue  el  tiempo 
de  la  partida  se  quejaban  los  acreedores  y  me 
fue  forzoso  el  quedarme,  Pedíle  llevase  en  mi 
lugar  á  Pedro  Lomelín ,  al  cual  hizo  capitán  de 
los  aventureros. 

Aprestada  la  gente  que  había  de  ir  en  descu- 
brimiento del  Dorado  y  á  conquistar  la  gran 
ciudad  de  Manoa,  que  fueron  trecientos  solda- 
dos y  sesenta  aventureros,  partieron  de  Carta- 
gena, y  yo  en  su  compañía  hasta  Santa  Marta 
y  Salamanca,  que  es  la  Ramada,  donde  se  sa- 
can dos  millones  de  perlas.  Y  vide  allí  monto- 
nes de  todas  suertes,  que  me  quedé  absorto, 
porque  se  podían  medir  con  media  hanega  En 
estas  dos  ciudades  compré  pita  y  torzales  para 
los  sayos  de  armas,  y  muclia  cuerda  y  algunos 
arcabuces,  y  en  Santa  Marta  gran  cantidad  de 
matalotaje,  á  donde  tomé  más  de  veinticinco 
mil  pesos,  sin  más  de  cincuenta  mil  en  Carta- 
gena. De  allí  partimos  para  la  laguna  de  Ma- 
racaibo,  que  es  un  mar,  pues  anduvimos  por 
ella  más  de  docientas  y  ochenta  leguas.  Al 
tomar  puerto  nos  diíron  los  naturales  una  gua- 
zavara  crudelísima,  en  que  nos  mataron  nueve 
hombres,  y  entre  ellos  un  capitán  y  di>s  alfére- 
ces. Tomóse  á  su  pesar  puerto,  muriendo  dellos 


más  de  mil  indios.  De  allí  me  partí  y  fui  hasta 
el  valle  de  Upar,  que  es  una  ciudad  de  espa- 
ñoles sujeta  á  la  gobernación  de  mi  gran  ami- 
go el  gobernador  Cáceres.  Allí  le  vide,  y  me 
holgué  mucho,  porque  se  me  acordó  del  santo 
viaje  de  Jerusalén.  Regalóme  mucho,  y  de  allí 
fui  á  Tamalameque,  y  por  el  Río  Grande  á 
Mompox,  y  de  allí  á  Tenerife.  Era  en  esta  ciu- 
dad Mateo  Rodríguez,  vecino  encomendero  y 
teniente  de  Gobernador  y  capitán  general  del 
castigo  de  la  gente  blanca,  que  negando  la  obe- 
diencia se  había  levantado  y  muerto  algunos 
españoles,  negros  y  indios.  Era  su  alguacil 
Real  su  hijo,  que  para  mi  tengo  que  así  como 
me  vieron  debieron  de  decir:  Ya  viene  el  enso- 
ñador, matémoslo  ó  echémoslo  en  una  cistena. 
Así  como  llegué,  me  dijo:  Paréceme,  señor 
capitán  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos,  que  todo 
se  paga  en  esta  vida.  Y  así  vuestra  merced  se 
aperciba,  y  sus  camaradas,  que  conviene  al  ser- 
vicio de  Dios  y  del  rey  que  vamos  á  este  casti- 
go. Yo  le  dije:  Vamos  muy  enhorabuena.  Dijo 
el  General:  No  tornará,  porque  será  como 
Urias.  Callé  y  hice  testigos.  En  tres  ó  cuatro 
días  que  allí  estuve  oí  tantas  cosas  de  amena- 
zas que  le  dije  á  Ortíz  que  se  apartase  á  la 
montaña  y  me  hiciese  una  balsa  de  palos  bien 
atados,  que  los  hay  en  aquella  montaña  muy 
gordos  y  livianos.  Yo  hice  presencia,  porque  no 
lo  sospechasen,  y  á  la  noche  me  embarqué, 
atando  dos  petacas  (que  corresponden  á  nues- 
tas  arcas),  de  mi  ropa  fuertemente  con  vejucos 
de  árboles;  y  con  dos  canaletes,  que  son  remos, 
Marcos  Ortíz  en  la  proa  y  yo  gobernando,  nos 
fuimos  el  río  abajo,  y  cuando  amaneció  estaría- 
mos más  de  doce  leguas.  El  río  abajo  vimos  un 
raudal  muy  grande;  no  pudimos  librarnos  del 
y  así  fuimos  sumergidos  debajo  del  agua  con 
tanto  ímpetu  que  parecía  un  rayo  la  balsa. 
Ortiz  se  arrojó  á  nado  y  salió  á  la  otra  banda 
y  de  allí  se  fue  á  Cartagena;  yo,  por  no  saber 
nadar,  me  así  á  un  fuerte  ve  juco  que  tenía  la 
balsa  en  popa  para  atarla,  y  cerrados  los  ojos 
y  boca,  la  mesma  balsa  me  sacó  cuando  la  des- 
pidió el  raudal.  Torné  á  subir  en  ella  y  cami- 
nando hasta  medio  día  por  donde  quería,  con 
el  furor  de  las  corrientes  del  río  dio  conmigo 
en  una  punta  donde  encalló.  Salté  en  tierra  tan 
molido  de  los  golprs  que  la  balsa  me  había 
dado  y  del  agua  y  del  miedo  que  no  me  podía 
menear;  y  como  se  atravesaba  la  balsa  algunas 
veces,  porque  solo  gobernaba  con  los  brazos, 
jue  daban  tales  golpes  de  agua  que  no  deseaba 
otra  cosa  sino  poderme  desnudar. 

Considere  cada  uno  cuál  estaría,  porque  sólo 
me  quedó  lo  que  saqué  en  el  cuerpo,  que  era  un 
vestidillo  de  angeo  con  cuchilladas  largas,  y 
dentro  tela  falsa  verde,  y  un  jubón  de  la  propia 
tela,  y  unas  medias  de  seda  verde.  Despójeme 


302 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


de  todo  por  enjugarlo  y  quede'  cual  se  pinta 
Job  cuando  dice  que  salió  del  vientre  de  su  ma- 
dre. Tendílo  en  unos  árboles,  y  por  los  mosqui- 
tos xegenes,  que  hay  muchos  por  allí,  me  entré 
en  un  maisal,  tomando  de  aquellas  yerbas  para 
ojearlos.  Comí  unas  mazorcas  de  aquel  maís,  y 
luego  troqué  echando  gran  cantidad  de  agua. 
Hice  un  hoyo  en  la  arena,  donde  me  enterré 
para  poder  dormir  por  los  mosquitos,  y  con  el 
cansancio  lo  hice  tan  bien  que  el  calor  del  sol 
me  recordó  otro  día  siendo  ya  el  medio  curso 
del  pasado.  Comí  de  aquel  mais  y  salí  de  mi 
sitio  para  ponerme  el  vestido  y  no  lo  hallé.  Ví- 
deme  entonces  afligidísimo  y  me  quedé  consi- 
derando lo  que  somos,  y  que  si  fuera  en  la  otra 
banda,  hacia  la  gobernación  de  Santa  Clara,  pu- 
diera ser  comido  de  caribes.  Tuve  vergüenza  de 
mí  mismo,  y  así  rae  entré  huyendo  entre  el 
maís,  trayendo  á  la  memoria  mis  pecado?. 

Luego  vino  el  mayordomo,  que  conoció  el 
vestido,  y  era  un  hidalgo  montañés  que  se  de- 
cía Ceballos,  quien  por  el  apellido  me  amaba 
carísimamente,  y  yo  lo  había  puesto  en  aquella 
hacienda  y  en  tres  pueblos  de  Don  García  de 
Serpa. 

Súpose  en  Cartagena  que  yo  era  perdido,  y 
aun  dijo  Ortiz  que  sería  ahogado.  Luego  des- 
pachó el  General  Mateo  Rodríguez  con  sus 
poderes  y  propio  al  Gobernador  de  Santa  Marta, 
Don  Lope  de  Orozco,  disculpándose  del  caso, 
el  cual,  aunque  calló  por  entonces,  le  pareció 
mal.  Hallé  allí  en  Cipacúa  hartos  dineros  de 
maís  y  cazabe  que  había  vendido  el  mayordo- 
mo, y  pagué  á  un  mercader  que  había  prestado 
en  moneda  cinco  mil  pesos.  Fui  por  todos  aque- 
llos pueblos,  y  en  ellos  (á  los  caciques  y  á  otro 
mayordomo  de  otros  pueblos)  oí  contar  tantas 
maravillas  y  milagros  del  padre  fray  Luis  Bel- 
trán,  que  noté  muchas  cosas  de  que  se  pudiera 
hacer  un  libro;  de  las  cuales,  por  ser  para  ejem- 
plo del  letor  y  noticia  de  la  vida  de  tan  gran 
santo,  diré  algunas  dellas. 

CAPÍTULO  XVIII 

Do  se  tratan  algunas  cosas  del  gran  santo 
jray  Luis  Beltrán. 

Aquella  noche  que  llegué  á  Cipacúa  vino  un 
viejo  que  había  muchos  años  que  tenía  el  oficio 
de  mayordomo  de  aquellos  pueblos  del  rey,  y 
en  una  plática  que  tuvimos  me  dijo:  Aunque 
me  quitaron  este  pueblo  y  otro  y  la  mitad  del 
salario,  no  acierto  á  salir  de  por  aquí,  porque 
pisó  esta  tierra  aquel  gran  varón  fray  Luis 
Beltrán,  el  cual  fue  cura  y  dotrinero  destos 
pueblos,  y  le  vide  decir  y  hacer  cosas  maravi- 
llosas en  que  mostraba  su  gran  santidad  y  ser 
un  varón  de  Dios.  Deseosísimo  de  saber  cosas 


suyas,  porque  ya  el  capitán  Francisco  Sánchez 
me  había  contado  algunas,  le  rogué  me  dijese 
lo  que  sabía,  y  así  me  dijo  lo  siguiente: 

Un  domingo  antes  de  decir  misa  vide  muy 
pensativo  y  triste  á  aquel  t>anto  varón.  Llegúe- 
me á  él,  que  eia  muy  afable,  y  le  pregunté: 
Padre  mío,  ¿de  qué  está  triste?  Respondióme: 
Hijo,  del  gran  trabajo  en  que  está  el  buen  cris- 
tiano Martín  de  las  Alas,  Gobernador  de  Car- 
tagena, que  quiere  expirar.  Júntese  presto  la 
gente,  que  no  los  quiero  dejar  sin  misa,  y  va- 
mos. Apresuré  los  caciques  y  dijo  misa,  y  sin 
comer  el  Santo  bocado  partimos  á  grande  priesa 
en  sendos  caballos,  que  me  parecía,  según  la 
tierra  íbamos  dejando,  que  el  viento  no  era  tan 
ligero.  Junto  á  la  piedra  grande  encontramos 
al  capitán  Francisco  Sánchez,  y  se  admiró  de 
vernos  y  le  preguntó  á  dónde  iba,  y  dijo:  Ca- 
minemos, antes  que  expire  el  Gobernador,  que 
ya  nos  llaman.  Luego  á  un  cuarto  de  legua  en- 
contramos un  mulato  que  venía;  el  cual,  como 
lo  vido,  dijo:  Presto,  padre,  que  mi  señor  que- 
daba expirando.  Así  como  llegamos  lo  confesó, 
aunque  ya  otra  vez  lo  había  hecho,  y  recebidos 
los  santos  sacramentos  lo  ayudó  á  bien  morir 
un  rato.  Luego  se  apartó  y  se  hincó  de  rodillas 
y  rezó  en  un  diurno,  que  me  pareció  ser  los 
Psalmos  y  Letanías.  Hecho  esto  llegóse  al  en- 
fermo con  el  Cristo  y  le  dijo:  Mire,  hermano; 
vee  aquí  la  imagen  de  Jesús;  nómbrelo  y  vayase 
en  paz  con  él.  Abrió  los  ojos,  y  dijo:  Jesús;  que 
todos  los  que  estábamos  presentes  lo  oímos,  y 
recostado  expiró.  Luego  le  encomendó  el  alma 
y  dijo:  Dichoso  hombre,  Dios  me  haga  como  tú. 
Aunque  todos  conocimos  ser  aquellas  palabras 
de  humildad. 

Pedíle  que  prosiguiese  con  otras  cosas,  y  res- 
pondió: Sí  haré,  porque  estos  caciques  que  aquí 
están  en  pie  en  tu  presencia  son  testigos  de 
vista  y  saben  que  no  han  tenido  en  esta  dotrina 
padre  más  santo  que  él,  no  otro  de  tanta  fe  y 
que  tanto  la  predicase,  ni  de  tanta  caridad  y 
que  tanto  la  obrase.  Levantóse  entonces  el  buen 
viejo,  y  con  una  alegría  espiritual  me  dijo:  Mira, 
si  fueres  sacerdote,  tenia  con  estos  pobres  indios 
en  particular,  defendiéndolos  y  curándolos.  Yo 
me  admiré  deste  dicho,  acordándome  de  otro 
que  me  dijo  un  clérigo  de  Evangelio  en  Sevilla, 
queriendo  contraer  matrimonio  con  una  herma- 
na suya,  que  no  había  de  ser  casado  sino  cléri- 
go, y  con  haberme  de  desposar  aquel  día  se 
deshizo,  porque  lo  que  Dios  tiene  determinado 
sin  duda  ha  de  ser. 

Pasó,  pues,  adelante,  y  di  jome:  Este  varón 
santo,  lo  primero  fue  virgen,  tanto  que  no  se 
le  conoció  ni  aun  mirar  á  las  mujeres,  ni  con- 
sintió le  entrasen  en  su  casa,  ni  hablar  con  ellas 
fuera  de  la  iglesia,  confesándolas,  ó  en  alguna 
necesidad  de  enfermedad,  ó  para  darles  limos- 


J 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


303 


na  o  curarlas.  No  tenía  cosa  suya,  porque  todo 
lo  daba,  tanto  que  decían  estos  curacas  y  indios: 
Démosle  á  este  padre  rancho,  pues  tan  bien  lo 
reparte.  Y  así  díganlo  ellos;  si  todos  los  más  de 
los  que  aquí  están  presentes,  en  cogiendo  sus 
sementeras,  no  venían  á  e'l  y  todo  lo  ponían  en 
sus  manos  para  que  por  ellas  se  gastase  en  li- 
mosnas. Diga  allí  Don  Andrés  (señalando  un 
cacique)  si  vino  nn  año  en  el  cual  se  cogió  muy 
poco  y  le  dijo:  Padre,  allí  está  mi  troj;  dad 
como  me  quede,  y  el  santo  lo  dio  todo,  que  no  le 
quedaron  dos  fanegas  de  maís;  y  pareciéndole 
que  había  hambre,  vino  á  él  y  le  dijo:  Padre, 
como  me  has  dejado  sin  maís,  ¿á  dónde  lo  ha- 
llaré para  comprar?  Y  con  aquella  boca  de  risa 
le  dijo:  Anda,  cacique,  y  saca  lo  que  has  me- 
nester. Vinieron  á  llamar  al  cacique,  diciendo 
que  su  troj  estaba  llena,  y  todos  lo  vimos. 
Castigaba  con  grande  amor  á  esta  gente,  y 
cuando  veía  algunos  que  cometían  algunos 
delitos  y  ofensas  de  Dios  y  que  no  se  enmen- 
daban con  las  palabras  ásperas  que  les  decía, 
ni  con  los  castigos  que  les  daba,  decía  vuelto 
á  Dios:  Señor,  llévame  á  morir  á  Valencia 
(de  donde  era  natural);  y  decían  los  tales  re- 
prehendidos que  aquella  palabra  les  pasaba  el 
corazón,  y  que  por  no  perderle  y  enojarle  se 
emendaban. 

Pues  querer  decir  sus  ayunos  y  abstinencias, 
diciplinas  y  penitencias,  sería  no  acabar  mi  ra- 
zonamiento. Sabe  Dios  que  le  vide  noches  en- 
teras pasarse  sin  dormir,  de  rodillas.  Toda  su 
vida  era  un  dechado  de  virtud.  Jamás  dejaba 
de  decir  misa,  y  si  había  enfermos  les  llevaba 
agua  del  cáliz,  y  con  sólo  ponerles  las  manos  dio 
salud  á  infinidad  dellos,  y  á  mí,  su  indigno 
devoto,  me  sanó  dos  veces  de  dos  diferentes 
enfermedades. 

Pues  las  cosas  que  Dios  le  revelaba,  que  aun 
no  eran  venidas,  bastaba  yo  decir  una  que  el 
me  dijo  deste  desdichado  General  Don  García 
de  Serpa,  que  ha  gastado  en  estas  jornadas  que 
ha  hecho  al  Dorado  ó  Manoa  docientos  mil 
ducados  suyos  y  de  otros,  y  á  la  tercera  vez  vol- 
verán pocos,  y  plegué  á  Dios  sea  él  entre  ellos; 
y  así  todos  los  días  le  encomiendo  á  Dios,  que 
es  la  tercera  ésta.  También  me  dijo  que  sería 
Cartagena  entrada  de  enemigos ,  pero  en  breve 
restaurada,  y  otras  cosas  que  las  he  visto  como 
las  dijo;  y  espero  en  Dios  me  ha  de  guardar 
hasta  que  lleguen  á  hacer  sus  informaciones, 
para  en  ellas  decir  la  gran  santidad  deste  varón 
para  ejemplo  de  las  gentes.  Cuando  hube  oído 
todas  estas  cosas  yo  le  prometí  de  pedirle  al 
santo  varón  fray  Juan  de  Andrada,  que  des- 
pués fue  obispo  de  Cartagena,  hiciese  un  trata- 
do deste  santo.  Díjeselo  y  lo  prometió;  mas  sea 
la  gloria  á  Dios,  que  ya  hay  libro  de  su  santa 
vida  y  milagros,  hecho  por  el  padre  Justiniano, 


y  está  ya  beatificado  y  en  vísperas  de  cano- 
nizarlo. Y  por  gastar  este  capítulo  en  las  pro- 
fecías deste  santo,  diré  lo  que  pasó  después 
desto,  porque  lo  supe  por  cartas  del  capellán 
fraile  dominico  que  fue  con  el  dicho  Don  García 
de  Serpa;  y  después  tuve  más  entera  noticia 
por  la  boca  de  Pedro  de  Lomelín,  que  era  hom- 
bre de  verdad.  El  tenor  de  la  carta  del  fraile 
es  éste: 

«Después  que  partimos  y  vuestra  merced  al 
valle  de  Upar,  á  pocos  días,  caminando  hacia 
la  sierra  grande  de  Omagua,  que  se  vee  muchas 
leguas,  al  octavo  día  de  nuestro  camino  salió 
un  cacique,  que  se  llamaba  Tavaidón,  con  sus 
sujetos,  y  nos  dio  la  paz  y  quinientos  indios 
para  las  cargas,  y  dijo  al  General  que  si  se  que- 
ría volver  le  daría  á  cada  soldado  trecientos 
pesos,  y  á  los  capitanes  á  quinientos,  y  al  Gene- 
ral tanto  como  á  todos,  y  que  si  se  quería  que- 
dar allí  hiciesen  un  fuerte  y  un  pueblo ;  y  que  de 
allí  correrían  la  tierra  y  vengarían  á  este  caci- 
que del  gran  Manoa,  que  le  quería  tener  sujeto 
y  castigarle;  y  que  otras  tres  naciones  belicosas 
y  valientes  que  no  obedecían  á  aquel  rey,  se  le 
sujetarían  y  luego  otros.  Fue  deste  parecer  el 
General  y  Pedro  de  Lomelín,  y  todos  los  demás 
del  contrario,  que  diesen  sobre  el  enemigo  an- 
tes que  se  apercibiese,  y  que  llamados  los  ene- 
migos de  Manoa,  visto  que  le  iban  á  buscar, 
vendrían,  y  otros  agraviados  se  les  pasarían. 
Dijo  el  General:  Vamos  á  morir,  que  tan  buen 
cuello  tengo  como  todos». 

Dejo  desdo  aquí  de  ir  notando  la  carta  como 
en  ella  se  contiene,  porque  tiene  cuatro  pliegos 
de  papel.  Y  en  suma  digo  que  fueron  y  jun- 
taron gran  multitud  de  enemigos  del  gran  Ma- 
noa y  le  buscaron  en  su  propia  ciudad;  la  cual 
dicen  que  tenía  una  legua  y  más  de  buhíos  re- 
dondos de  vara  en  tierra,  y  les  parecía  habría 
más  de  decientas  mil  casillas;  y  en  la  primera 
y  segunda  guazavara  que  con  él  tuvieron  le  re- 
tiraron y  mataron  más  de  cincuenta  mil  indios, 
y  él  á  los  nuestros  más  de  veinte  mil,  y  la  mi- 
tad de  la  gente  española,  que  fue  lo  peor. 

Tuvo  el  General  un  desafío  con  na  indio  que 
decían  llevaba  un  coto  de  mano  de  alto  á 
Pedro  de  Lomelín ,  con  ser  tan  alto,  y  desnudo 
como  ellos  vienen  á  pelear,  ó  con  aquellas  cus- 
mas pegadas  al  cuerpo  parecería  gigante,  que 
así  lo  llaman.  Fue  disfrazándose  el  General,  que 
no  le  consentían  salir,  porque  había  vencido  de 
solo  á  solo  otros  caciques  valientes  y  algunos  es- 
pañoles. Y  retirándose  el  General  se  desnudó  y 
tiñó  con  vija,  que  es  colorado,  y  victo,  que  es 
negro,  tapada  la  barba  y  puesta  una  cabellera; 
peleó  ocho  horas,  y  le  dio  el  cacique  veintidós 
heridillas,  y  el  General  siete  al  cacique.  Favo- 
recióle un  hijo  suyo,  mestizo  habido  en  una 
española  cautiva  (que  es  bravata  gente  los  mes- 


504 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


tizos  y  fortísimos,  animosos  y  atreyidos) ;  favo- 
recióle Pedro  de  Lomelín,  que  lo  sabía,  y  luego 
los  ejércitos,  que  pensaron  perecer  todos;  quedó 
el  campo  por  los  nuestros,  aunque  no  quedaron 
más  de  ciento  y  doce  españoles  y  seis  mil  indios, 
que  conocieron  cuan  buen  consejo  fuera  haber 
poblado  donde  les  decían,  y  enviado  por  socorro, 
[pues]  hubieran  ido  otros  trecientos  hombres, 
que  les  valiera  las  vidas  y  poblar  tanta  gente  y 
tan  fértil  y  próspera  tierra. 

Aquella  noche  estuvieron  los  contrarios  muy 
medrosos,  que  si  los  nuestros  les  acometieran 
acabaran  con  sus  trabajos.  El  rey  Manoa  se 
quiso  entregar  y  servir  á  los  españoles,  y  un 
hijo,  de  dos  que  tenía  el  mayor,  que  era  valentí- 
simo, se  alzó  y  mató  al  padre,  y  antes  que 
amaneciese  dio  sobre  los  nuestros  con  tanta 
furia,  y  hizo  cosas  por  su  persona  y  su  herma- 
no,cual  si  fueran  valientes  españoles.  Las  gran- 
dezas de  nuestro  General  y  lo  que  aquel  día  peleó 
pudiera  ser  historia,  aunque  lamentable  y  tris- 
te; pues  habiendo  recebido  tantas  heridas  y  en- 
trándose á  curar  en  su  tienda,  se  arrojó  á  ella  este 
valentísimo  Alejandro,  que  así  llama  el  fraile  á 
aquel  rey  ó  cacique  que  por  no  ser  sujeto  fue 
parricida,  y  en  la  tienda  mató  seis  españoles  y 
hirió  al  General  en  la  ceja  de  una  mortal  herida, 
y  si  no  acudiera  Pedro  de  Lomelín  á  todos  los 
acabara;  sólo  dio  voces  á  su  gente  y  mandó  no 
le  tocasen  en  el  fraile,  y  así  le  llamaba  Alejan- 
dro, pues  le  dio  libertad  luego,  y  grandes  pre- 
sentes, enviándole  libre  al  valle  de  Upar.  Reti- 
róse Pedro  de  Lomelín  con  otros  treinta  y  siete 
hombres  á  unas  peñas,  donde  mandó  el  rey  no 
le  hiciesen  daño,  con  haberle  pasado  un  muslo; 
y  certifica  el  fraile  haber  oído  á  este  cacique  que 
no  pensó  jamás  ver  hombres  tan  valientes  como 
el  General  y  Pedro  de  Lomelín,  y  el  capitán 
Alejandro,  que  era  un  gran  soldado,  aunque 
pequeñito  de  cuerpo,  que  quedó  entre  los  dichos 
españoles  vivos ;  y  decía  que  Pedro  de  Lomelín 
era  más  venturoso,  pues  en  tantas  batallas  y  la 
pelea  del  mestizo  no  le  herían.  Sobre  su  pala- 
bra se  dieron,  y  luego  les  dio  libertad.  Y  por 
grande  honra  les  hizo  un  convite,  en  que  les 
dio  chicha  á  beber,  que  es  su  vino,  en  las  cala- 
veras de  dos  Generales  españoles,  que  se  decía 
era  el  uno  Don  Pedro  de  Silva.  Esta  es  la  ma- 
yor grandeza  de  los  caciques:  tener  una  cala- 
vera, engastada  en  oro  y  piedras,  que  fuese  de 
un  español  famoso;  y  sólo  dio  con  ésta  á  los 
capitanes  Pedro  de  Lomelín  y  á  Alejandro,  y  al 
fraile  por  padre  á  quien  veneran  mucho.  Envió- 
los libres  y  con  muchas  dádivas;  sólo  se  quedó 
con  el  General  y  alguacil  mayor.  No  se  sabe  su 
fin  del  Genex-al,  ó  si  murió  entonces  de  aquella 
herida,  porque  cjuedaba  muy  al  cabo. 

La  otra  profecía  de  nuestro  santo  varón  fray 
Luis  Beltrán,  que  refirió  el  viejo,  fue  la  pérdida 


de  Cartagena,  la  cual  pasó  así:  Un  día  tuvie- 
ron nuevas  en  Cartagena  que  se  habían  visto 
en  la  mar  muchas  velas  de  enemigos,  y  como  se 
sabía  que  el  '•apitán  Francisco  Draque  había 
tomado  la  ciudad  de  Canaria,  y  había  despa- 
chado Su  Majestad  que  si  no  pudiesen  defen- 
derla la  dejasen  y  se  retirasen  á  la  montaña. 
Llegó  el  enemigo  con  catorce  galeones  y  con 
tanta  artillería  que  la  iglesia  y  demás  casas  la 
acribó  y  maltrató  muy  mal.  El  alférez  Nicolás 
de  las  Alas  fue  sólo  el  que  murió  en  esta  entra- 
da, porque  los  demás  se  retiraron,  y  este  vale- 
roso soldado,  aun  después  de  muerto,  estaba 
arrimado  al  baluarte,  abrazado  con  su  bandera; 
y  mandó  el  General  enemigo  le  dejasen  dos  días, 
y  luego  con  toda  su  gente  y  él  propio  le  hizo 
un  solene  entierro,  con  cajas  roncas  y  la  ban- 
dera arrastrando,  porque  decía  que  lo  merecía 
por  su  valor,  y  que  si  hubiera  ciento  como  aquél 
y  como  su  tío  el  capitán  Martín  de  las  Alas 
no  entrara  él  en  Cartagena.  Víase  en  este  ge- 
neral Francisco  Draque  un  valor  admirable,  y 
una  crianza  tan  de  pecho  noble  y  honrado,  que 
siempre  que  oía  nombrar  ó  nombraba  él  al  rey 
Don  Felipe  II  de  España,  se  levantaba  y  hacía 
su  reverencia  y  sumisión,  y  decía  que  en  el 
mundo  no  había  habido,  ni  aunque  entrase  el 
gran  Alejandro  Magno,  Julio  César  ni  los 
nueve  de  la  fama,  que  mereciesen  tanto  como  el 
rey  Don  Felipe.  Y  por  acabar  este  capítulo  con 
lo  que  se  comenzó,  le  oí  decir  á  este  General, 
como  se  tocará  en  su  lugar,  que  aquellos  Alas 
de  Cartagena  tenían  gran  ventaja  á  todos  los 
demás,  y  siendo  Gobernador  su  tío  deste  Nico- 
lás de  las  Alas  y  primo  de  Martín  de  las  Alas, 
no  se  atreviera  él  á  acometer  á  Cartagena. 

CAPÍTULO  XIX 

De  ¡a  jornada  de  Urava  y  Carivana, 
y  de  otros  sucesos. 

Ordenado  todo  lo  necesario  en  los  pueblos 
de  Cipacúa  y  en  los  demás  de  mi  administra- 
ción, partí  á  Cartagena,  donde  visité  al  Gober- 
nador, y  por  haber  tantas  discordias  entre  él  y 
el  de  Santa  Marta,  me  dio  sus  poderes  para  ir 
allá  y  asentar  la  paz  sobre  la  jornada  de  Urava 
y  Carivana  que  se  había  de  hacer;  y  por  estar 
desta  banda  del  río  Grande,  decía  el  de  Carta- 
gena que  era  suya  y  el  de  Santa  Marta  por  los 
poderes  nuevos  del  rey  que  había  alcanzado,  y 
por  las  vertientes  que  miran  á  Santa  Marta 
que  pretendía  ser  de  su  gobernación.  Yo  fui, 
allá,  dejando  primero  el  poder  de  la  admimis- 
tracióu  á  tres  mercaderes  que  se  les  debía  gran 
cantidad.  Llegado  á  Santa  Marta  asenté  las 
paces  é  hice  fuese  por  general  Don  Diego  de 
Carvajal,  su  sobrino,  y  los  soldados  que  tenían 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


305 


juntos,  y  que  nombrase  maesa  de  campo  al  Go- 
bernador de  Cartagena,  y  que  todos  los  pueblos 
vertientes  al  río  Grande  fuesen  de  Santa  Mar- 
ta y  los  que  se  poblasen  de  la  cordillera  allá  de 
Cartagena,  y  cada  gobernador  encomendase  los 
indios  de  su  jurisdición,  apuntando  el  general 
Don  Diego  y  el  maese  de  campo,  por  mitad,  á 
la  gente  de  cada  gobernación,  y  otras  capitula- 
ciones necesarias.  Partió  el  General  y  la  gente 
por  la  laguna,  hasta  desembocar  en  el  río  Gran- 
de, y  de  allí  fue  á  hacer  alto  al  pueblo  de  su 
madi-e  Doña  María  Peón,  á  aguardar  la  demás 
gente. 

Los  indios  de  Tairona,  de  aquella  goberna- 
ción, son  de  los  más  valientes  de  las  Indias,  como 
los  de  Arauco  ó  Pijaos,  y  la  gente  de  más  ver- 
dad que  se  puede  hallar.  Sirven  á  los  españoles 
de  Santa  Marta  por  tiempos,  trayéndoles  cañu- 
tillos de  oro;  y  cuando  les  parece  avisan  que 
quieren  guerrear,  y  en  asentando  la  paz  no  hay 
quebrantarla  de  su  parte.  Llegaron  á  aquellos 
mares  dos  navios  rocheleses,  derrotados  y  fal- 
tos de  agua;  andaba  en  la  marina  pescando  un 
cacique  de  Tairona,  con  sus  indios;  saltaron  en 
tierra  los  franceses;  uno  dellos  sabía  el  español; 
llegó  éste  al  cacique  y  le  preguntó  dónde  había 
agua.  El  cacique  hizo  señas  con  la  mano  que 
en  todos  aquellos  arenales  no  la  hay,  y  en  su 
lengua  dijo:  «Mata,  mata»,  que  es  lo  propio 
que:  «no  la  hay,  no  la  hay».  El  pensó  que  le 
decía  que  aunque  lo  matase  no  lo  diría;  ásese 
del,  amenzándolo  con  la  daga,  y  el  otro  dábase 
más  priesa  á  decir:  «mata».  Hízolo  así,  y  diole 
de  puñaladas.  Acudió  su  gente  y  lucharon  el 
france's  y  otros  que  había  en  tierra,  y  dos  indios 
volando  dieron  aviso,  el  uno  á  toda  la  tierra  de 
los  valles  y  el  otro  al  hijo  del  curaca.  Los  indios 
cercanos  acudieron  á  la  marina;  y  al  un  navio 
que  era  el  Almiranta,  que  no  se  pudo  hacer  á  la 
mar,  con  canoas  y  piraguas  se  le  llegaron  y  echa- 
ron á  fondo,  haciendo  grande  estrago  en  los 
franceses.  El  hijo  del  cacique  muerto  acudió  so- 
bre Santa  Marta,  y  fue  milagro  de  Dios  no  lle- 
vársela por  el  descuido  que  tenían.  Enten- 
dido los  de  Tairona  que  no  eran  españoles  los 
que  habían  hecho  aquel  daño,  se  retiraron  con  el 
cacique  muerto  hasta  saber  la  verdad,  y  así  me 
pidió  el  Gobernador  fuese  en  hábito  de  cle'rigo 
y  asentase  la  paz.  Llevé  un  indio  de  Tairona, 
cristiano;  vide  un  espectáculo  que  por  ser  tal 
lo  contaré. 

Tenía  este  cacique  hijo  del  muerto  embalsa- 
mado á  su  padre  sin  tripas,  y  por  todas  las  he- 
ridas que  le  habían  dado  metidas  dagas,  y  pues- 
to en  un  palo  como  aspa  de  San  Andrés,  muy 
bien  atado.  Tenía  en  la  mano  izquierda  una 
daga  y  en  la  derecha  una  flecha,  que  era  jurar 
la  venganza.  Así  como  llegué  hice  mi  razona- 
miento,  jurándole   por  la  fe  de  Dios  y  de  la 


Cruz  que  eran  franceses,  enemigos  de  los  espa- 
ñoles. Y  después  de  satisfecho  me  dijo:  Yo  lo 
creo  y  pido  perdón  á  los  españoles,  y  juro  en 
nombre  de  todos  los  de  Tairona  ser  desde  hoy 
para  siempre  enemigo  de  los  franceses.  Nosotros 
y  todas  las  naciones  á  quien  ayudamos  y  tene- 
mos debajo  de  nuestro  amparo,  que  son  tan- 
tas como  hay  ñudos  en  ese  hilo  (y  me  dio  un 
hilo  de  pita  con  ciento  y  seis  ñudos,  y  dijo  que  sa- 
cara papel  y  que  la  escribiese,  que  fue  de  harto 
provecho  para  sucesos  venideros  en  todas  aque- 
llas comarcas).  Luego  me  dijo:  Pues  eres  padre, 
llega  y  en  la  verdad  que  dices  desata  á  mi  pa- 
dre; y  si  las  heridas  manaren  sangre  te  pondre- 
mos como  él  está,  porque  se  verá  tu  mentira,  y 
si  no  entiérralo  y  castíganos  por  el  atrevimiento 
de  haber  tomado  las  armas  en  tiempo  de  paz, 
aunque  el  caso  nos  engaño  á  todos.  Fui  y  des- 
átelo, y  como  vieron  ellos  que  no  salía  sangre 
se  quietaron.  Toda  la  gente  se  apartó  muy  lejos, 
y  con  los  indios  que  yo  llevaba  lo  enterré  en  un 
hoyo  que  á  diez  pasos  de  allí  tenían  hecho  á  su 
modo,  y  me  ensayé  á  decir  un  responso  y  echarle 
agua  bendita,  haciéndole  cruces  y  como  mejor 
supe  y  había  visto. 

Llegó  el  cacique  la  cusma  de  la  cintura  abajo 
y  la  lengua  me  dijo  que  tomara  un  freno  y  le 
diera  tres  azotes  en  las  espaldas,  y  luego  toma- 
ra las  flechas  que  traía  otro  cacique  y  las  que- 
brase, y  al  uno  y  otro  les  diese  con  ellas  en  la 
cabeza  y  las  arrojase,  y  así  lo  hice,  y  luego  los 
abracé,  y  juré  en  nombre  de  los  españoles  ayu- 
darles contra  los  franceses,  y  me  dieron  algunos 
presentes  los  cuales  recebía  yo  de  buena  gana, 
y  más  si  eran  cañutillos  de  plumas  llenos  de  oro 
en  polvo,  que  juntaría  quinientos  pesos,  y  así 
me  volví;  y  cuando  me  vide  en  lo  llano  me 
quedé  espantado  de  mi  atrevimiento,  y  aun  que- 
joso del  Gobernador,  que  á  tanto  riesgo  me  ha- 
ijía  enviado,  siendo  lego,  y  habiendo  clérigos 
que  lo  pudieran  hacer.  Disculpóse  diciendo  que 
lo  había  hecho  por  dos  causas.  La  una,  por  ser 
forastero,  que  forzoso  lo  había  de  ser  para  que 
entendiesen  los  taironas  decía  verdad.  Y  lo  otro, 
porque  le  pareció  que  en  negocio  de  hacer  pa- 
ces tenía  buena  ventura,  pues  las  había  hecho 
con  él  y  el  Gobernador  de  Cartagena,  siendo  así 
que  antes  de  hacerse  le  parecía  ser  cosa  impo- 
sible. 

Partí  de  allí  á  la  Laguna  y  al  río  Grande  y 
á  Tenerife,  con  comisión  de  Visitador,  por  el  al- 
zamiento de  la  gente  blanca,  en  donde  hallé  á 
mi  amigo  Mateo  Rodríguez  bien  arrepentido  de 
lo  que  conmigo  había  hecho.  En  llegando  le 
prendí  y  á  sus  hijos.  Páseles  guardas,  porque 
se  quejaban  de  grandes  delitos  acerca  del  alza- 
miento de  la  gente  blanca;  bien  pensó  él  que  lo 
castigara  yo,  y  más  teniendo  tanta  masa  para 
ello,  por  liaberle  echado  un  hijo  suyo  un  perro 


306 


autobiografías  y  MEMORIxVS 


á  un  cacique,  que  fue  la  causa  de  que  se  alzasen, 
porque  le  despedazó  un  muslo,  y  alzados  mata- 
ron tres  (5  cuatro  españoles  cuyas  mujeres  viu- 
das le  seguían,  y  luego  cuando  fue  al  castigo 
haberle  sucedido  tan  mal.  Despaché  á  Ortiz  con 
un  sacerdote  portugués  que  había  sido  su  cura, 
y  apaciguó  la  gente,  y  los  perdoné  á  todos,  y 
todo  lo  que  se  gastó  y  en  contentar  á  los  que 
pedían  le  condené  en  ello  y  le  di  por  libre,  des- 
terrando el  causador  de  aquellos  males,  y  así  la 
segunda  noche  que  lo  prendí  le  aseguré  de  que 
había  aceptado  aquella  comisión  para  que  en- 
tendiesen que  no  era  vengativo.  Agradeciómelo 
mucho,  y  más  el  Gobernador  de  Cartagena,  que 
era  su  íntimo  amigo,  y  me  pidió  abreviase  por- 
que me  tenía  nombrado  por  maese  de  campo 
de  la  jornada  de  Urava,  y  así  en  sentenciándo- 
los á  todos  me  fui  á  Cartagena,  enviando  la 
visita  á  la  Real  Audiencia  de  Santafé,  que  lo 
envío  á  mandar  se  hiciese  así. 

En  Cartagena  hice  ciento  y  setenta  hombres, 
y  los  enviaba  á  Tolú  y  á  Mompox,  donde  iba 
caminando  el  General  por  los  valles  de  María  y 
Antuna,  donde  le  alcancé,  y  fue  acordado  que 
con  toda  la  gente  partiese  á  la  sierra  á  la  pro- 
vincia de  Carivana,  porque  los  taironas,  si  ve- 
nían en  socorro,  habían  de  entrar  por  allí,  y  yo 
tornase  á  Cartagena,  y  entrase  por  Tolú  á  las 
zábanas  de  Urava.  Llevaba  el  General  docientos 
hombres,  y  por  caudillo  de  las  salidas  á  Barto- 
lomé Pérez,  y  por  capitán  y  alguacil  Real  á  Don 
Miguel  de  Eraso,y  su  tiniente  de  general,  mien- 
tras había  maese  de  campo,  á  Don  Diego  de 
Caravajal,  su  sobrino,  el  cual  tendría  hasta  ca- 
torce años. 

Cuando  llegué  á  Cartagena  hallé  toda  la  tierra 
en  armas,  porque  decían  se  habían  visto  tantas 
velas  enemigas,  y  que  iban  hacia  las  Caletas  de 
Tolú  y  habían  tomado  algunos  navichuelos  de 
los  nuestros,  y  piraguas  y  canoas  de  indios,  aun- 
que toda  la  tierra  de  los  naturales  estaba  en  ar- 
mas con  el  nombre  de  franceses  por  el  caso  refe- 
rido de  Tairona,  Holgóse  el  Gobernador  de  mi 
llegada.  Roguéle  que  nombrase  por  maese  de 
canjpo  de  la  jornada  de  Urava  á  Don  Andrés 
Patino,  un  caballero  muy  grande  amigo  mío, 
que  me  lo  pidió,  porque  iba  por  capitán  á  llevar 
la  gente  de  Tolú  y  fue  nombrado  mientras  que 
yo  llegaba. 

CAPÍTULO  XX 

De  la  jornada  contra  los  rocheleses 
y  socorro  de  Urava. 

Aderezóse  un  galeón  pequeño,  aunque  for- 
tísimo,  con  la  mayor  brevedad  que  fue  posi- 
ble, y  púsose  por  banda  seis  piezas,  cuatro  en 
proa  y  popa,  y  proveído  de  gente  y  de  las  de- 


más cosas  necesarias,  y  dando  aviso  á  Don 
Pedro  Vique,  general  de  las  galeras,  el  cual 
había  ido  á  Nombre  de  Dios,  partí  un  miércoles 
por  capitán;  llegué  en  dos  días  á  una  ense- 
nada cerca  de  Tolú,  donde  descubrí  al  enemigo 
con  cuatro  velas,  las  dos  dándole  carena  y  las 
dos  en  guarda  con  vigilancia.  En  mi  servicio 
tenía  un  indio  ladino,  que  era  de  Tolú,  que  se 
decía  Baltasar;  era  fidelísimo.  Échelo  en  tierra 
en  una  punta  y  orden  que  avisase  toda  la  tierra 
enviando  chasques  de  una  parte  á  otra,  y  él 
fuese  á  Tolú  y  avisase  saliese  toda  la  gente,  que 
fue  esta  la  mayor  prevención  que  se  pudo  hacer. 
Híceme  yo  á  la  mar  aquel  día  y  otro,  y  al  ter- 
cero torné  derecho  á  la  ensenada  á  tiempo  que 
acababan  de  dar  lado  á  esotros  dos  navios.  Los 
primeros  ya  estaban  puestos  en  armas;  así  como 
nos  vieron  salieron  hacia  nosotros  dispaiando 
sus  piezas.  Los  indios  por  dos  ó  tres  partes  al- 
zaron tanta  vocería  que  aun  á  nosotros  nos  dio 
pavor.  Dieron  sobre  los  enemigos  que  estaban 
en  tierra  y  mataron  más  de  la  mitad,  y  por 
embarcarse  se  ahogaron  hartos,  y  otros  se  entra- 
ron por  la  montaña,  á  los  cuales  cogieron  des- 
pués y  mataron.  Acudieron  á  las  canoas  y  luego 
á  un  navio;  arrojó  tanto  fuego,  que  quemó  á 
muchos  indios;  y  así  se  retiraron.  Quiso  el  un 
navio,  que  era  mayor  que  el  mío,  aferrarse;  no 
lo  consentí,  y  picaron  loE  cabos.  Estaban  tan 
turbados  los  enemigos  que  casi  no  peleaban; 
todo  era  con  bombardas  de  fuego.  Mi  galeón  les 
disparaba  tantas  piezas,  que  al  fin  por  la  lum- 
bre del  agua  le  entró  tanta  a'  co:itrario  que  se 
iba  á  fondo.  Acometieron  los  indios  y  le  entra- 
ron. A  este  tiempo  llegaron  más  de  docientos 
negros  y  nueve  hombres  de  Tolú  en  canoas  y 
barcas.  Hizo  señal  de  paz  el  otro  navio  enemigo, 
y  queriéndonos  llegar  por  todas  partes  arrojó 
tanto  fuego  que  vide  mi  navio  á  riesgo  de  que- 
marse. Trabajé  en  apagar  el  fuego,  que  hasta 
entonces  en  mi  vida  había  trabajado  tanto  en 
un  día.  Quemaron  algunos  negros  y  españoles. 
Hice  seña  que  todos  le  acometiésemos  y  man- 
dé al  piloto  que  diese  vuelta  de  manera  que  no 
llegase  mi  navio  hasta  que  despidiesen  el  fuego, 
y  luego  diese  sobre  él.  Prometí  el  casco  del  na- 
vio á  quien  lo  entrase,  que  así  se  hizo;  y  aun- 
que el  fuego  que  arrojaron  costó  vidas,  llegué 
por  la  una  parte  con  mi  navio,  y  saltaron  trein- 
ta hombres  dentro,  y  por  un  lado  entraron  ne- 
gros y  indios,  y  en  breve  no  les  quedó  hombre 
de  los  suyos  que  no  fuese  á  la  mar.  Saquearon 
el  navio  y  en  tierra  se  halló  tanta  ropa  y  oro 
que  hubo  para  dar  á  todos.  A  los  que  más  con- 
tenté fue  á  los  indios,  y  al  mío  le  di  un  fardo 
entero. 

Hice  aderezar  el  navio  en  dos  días  y  partí 
á  Cartagena,  y  encontré  las  galeras,  y  tuve  dos 
malas  nuevas:  la  una  que  se  habían  descubierto 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


3o; 


velas  de  enemigos  ingleses,' que  fue  verdadera, 
y  la  otra  que  los  españoles  de  Urava  eran  todos 
muertos  en  una  i^ran  guazavara,  que  no  fue 
verdadera.  Llegados  á  Cartagena  y  sabida  la 
verdad,  fne  de  grande  alegría,  y  así  se  hicieron 
fiestas  solenes  y  muy  regocijadas  de  toros  y 
juego  de  cañas,  y  muchas  procesiones  en  haci- 
miento  de  gracias  por  la  vitoria  de  la  mar 
(que  así  se  dijo).  Vendióse  el  navio  para  los 
gastos  y  así  no  se  hizo  cosa  á  costa  del  rey. 
Tuve  carta  del  capitán  Marmolejo,  cuñado  de 
Don  Lope  de  Orozco,  de  la  certeza  de  Urava, 
y  cómo  había  juntos  infinidad  de  indios  y  los 
españoles  habían  hecho  un  palenque  en  que  es- 
taban, y  la  mayor  necesidad  que  tenían  era  de 
comida.  Esperaba  del  nuevo  reino  de  Granada 
gran  cantidad  de  bizcocho,  quesos,  jamones, 
alpargates,  cuerda  y  otras  municiones,  que  ha- 
bía enviado  á  Marcos  Ortiz.  En  el  entretanto 
hice  ochenta  hombres,  y  por  haber  llegado  el 
general  Don  Antonio  Manrique,  cuñado  de 
Francisco  Duarte,  con  la  flota,  y  haberme  enco- 
mendado á  Don  Rafael  Mejía,  un  caballero  muy 
mozo,  le  nombré  por  alférez  y  despaché  con 
esta  gente,  y  llegada  la  comida  del  reino  y  Pe- 
dro de  Lomelín  con  ella,  lo  tuve  á  buena  suer- 
te. Había  despachado á Marcos  Ortiz  al  valle  de 
María  por  Mompox,  para  hacer  tasajos  de  vaca, 
y  que  fuese  á  Tolú.  Partí  con  treinta  y  seis 
hombres  y  doce  negros.  Llegado  en  salvamento 
á  Tolú,  se  cargaron  cincuenta  muías  y  más  de 
cuatrocientos  indios  con  mazóte  de  maís  y  yuca, 
que  es  comida.  Acaecióme  en  el  camino  de  Tolú 
al  real  un  caso  milagroso,  que  yo  lo  tuve  por 
tal.  Fue  acordado  que  fuésemos  por  el  camino 
de  arriba,  por  ser  más  llano,  aunque  más  lejo.'í, 
y  por  allí  había  entrado  el  maese  de  campo  Pa- 
tino y  el  socorro  de  Don  Rafael.  Era  esto  á 
principio  de  marzo.  Antes  de  la  partida  hice 
decir  misas  á  la  Santísima  Cruz  y  por  las  áni- 
mas de  Purgatorio,  y  hice  una  fiesta  al  glorio- 
so San  Gregorio  Papa,  suplicándole  me  llevase 
para  su  día  al  real  de  los  necesitados,  y  en  cada 
cabalgadura  hice  poner  una  cruz,  y  uno  de  los 
soldados  llevaba  una  banderilla  delante  con  una 
cruz,  que  el  día  desta  fiesta  nos  bendijeron. 
Llegados  á  tres  días  de  camino  de  Tolú,  adon- 
de se  apartan  los  camiuos,  pregunté  á  dos  ne- 
gros del  capitán  Marmolejo  que  sabían  toda  la 
tierra,  que  cuál  de  los  dos  caminos  tomaríamos; 
dijeron:  El  bajo,  que  es  más  cerca.  Había  allí 
una  cruz  y  estaba  más  hacia  la  parte  del  cami- 
no bajo,  y  dije:  Vamos,  que  esta  cruz  nos  en- 
seña por  dónde  hemos  de  ir.  Llegamos  al  real 
á  otros  seis  días,  por  parte  que  fue  necesario 
sacar  acuestas  un  gran  trecho  las  cargas  por  una 
quebrada  arriba,  y  las  cabalgaduras  con  harto 
riesgo.  Librónos  Dios  por  su  santa  cruz  é  in- 
tercesión  del  glorioso   Gregorio  y  ánimas  de 


Purgatorio,  porque  si  fuéramos  por  arriba  dié- 
ramos en  grandes  emboscadas  de  indios  y  con 
todo  su  real,  que  estaba  á  vista  de  los  nuestros, 
en  la  loma  por  donde  habíamos  de  abajar. 

Hallé  todos  los  españoles  temerosos  por  las 
nuevas  de  los  de  Tairona,  y  se  decía  que  había 
más  de  cien  mil  indios,  y  sobre  todo  estaban 
tales  de  hambre  que  no  tenían  fuerzas  para  pe- 
lear. Restauróse  con  tanto  socorro,  y  así  me  lla- 
maban el  restaurador.  Día  del  glorioso  San 
Gregorio,  antes  de  amanecer,  comenzó  la  alga- 
zara y  vocerío  de  los  indios,  con  tan  gran  ruido 
que  ofuscaba  el  entendimiento  y  atemorizaba 
el  corazón.  Puestos  en  arma  hizo  el  General  una 
plática,  exhortando  que  si  acobardaban  no  había 
baluartes  ni  castillos  fuertes  donde  entrarse  si 
con  infame  huida  se  retiraban,  y  otras  cosas 
bien  dichas,  porque  tenia  retórica  y  erudición: 
á  lo  cual  añadí  yo  lo  que  había  pasado  en  la 
fiesta  de  aquel  Santo,  y  cómo  nos  había  traído 
por  el  buen  camino  para  que  comiesen  y  se  alen- 
tasen para  la  pelea  en  su  sagrado  día,  y  el  mi- 
lagro de  la  Santísima  Cruz;  y  luego,  cuál  con 
tierra  colorada,  blanca  ó  negra,  se  señalaba  se- 
gún su  vestido  con  la  cruz.  Apuntado  el  día 
estaban  ya  los  enemigos  tan  cerca  del  palenque 
que  hubo  muchos  que  los  arcabuces  se  los  qui- 
taban de  Jas  manos  á  los  nuestros.  Fue  este  día, 
como  decimos  de  ordinario,  de  juicio,  porque  si 
en  particular  sepudiera  contar  todo  lo  que  pasó, 
fuera  una  larga  historia  ver  tantos  hechos  de 
valientes  y  atrevidos  indios,  tantos  de  valentí- 
simos españoles,  que  certifico  hartas  veces  nos 
parábamos  los  camaradas  á  ver  batallar  algu- 
nos, y  en  particular  al  maese  de  campo  Don 
Andrés  Patino,  natural  de  Jerez,  que  fue  este 
día  muralla  y  amparo  de  los  suyos.  El  General 
y  Don  Miguel  de  Eraso  eran  maravilla,  y  sobre 
todos  se  aventajó  aquel  día  el  caudillo  Bartolo- 
mé Pérez,  el  cual,  ayudado  de  Pedro  de  Lome- 
lín, de  mí  y  de  Marcos  Ortiz  y  otros  seis  que 
eran  de  nuestra  camarada,  acudimos  á  socorros 
de  grande  importancia. 

Traían  los  españoles  sus  sayos  de  armas  de 
algodón  ojeteado  hasta  la  rodilla,  y  había  algu- 
nos que  si  no  se  las  quitaran  no  se  pudieran 
menear  de  flechas,  de  las  que  daban  á  soslayo; 
que  con  esta  arma  y  los  arcabuces  se  pudo  pre- 
valecer contra  cien  mil  enemigos,  no  siendo  más 
de  cuatrocientos  y  cincuenta  españoles  y  hasta 
veinte  negros  y  trecientos  indios,  que  éstos, 
con  cuatro  ó  seis  españoles  sólo  guardaban  el 
palenque  por  la  parte  baja,  que  no  podía  ser  en- 
trado por  la  aspereza  del  sitio.  Peleóse  todo  el 
día  hasta  vísperas  al  parecer,  y  viniendo  ene- 
migos de  refresco  entraron  por  fuerza  al  palen- 
que y  pusieron  fuego  á  las  casillas  que  tenía- 
mos y  mataron  mucha  gente  del  servicio,  y 
todos  estuvimos  por  dejar  los  puestos  y  retirar- 


308 


autobiografías  y  memorias 


nos  á  la  quebrada,  donde  acabáramos  sin  duda. 
Quiso  Dios  que  los  indios  se  retirasen  sin  tiem- 
po. Los  españoles  se  animaron  y  tornando  con 
nuevo  brío  á  dar  Santiago,  salieron  tras  dellos. 
Era  nuestro  puesto  el  mí'.s  alto  de  todo  el  pa- 
lenque, y  vide  en  la  loma  hacia  la  otra  parte 
infinita  plumería,  como  indios  de  Tairona.  Fui 
luego  al  General  y  díjele:  ¿Que'  retirada  es  esta 
destos  indios  sin  ser  vencidos,  habiendo  entrado 
el  palenque?  Yo  vide  plumería  en  aquella  loma, 
y  es  emboscada;  mande  recoger  la  gente  y  for- 
tifiquemos el  palenque. 

El  general,  algo  temeroso,  se  paró  y  tocó  á 
recoger.  El  gran  maese  de  campo  iba  siguiendo 
los  indios  con  aquel  fortísimo  corazón  jamás 
vencido  ni  acobardado ;  dio  en  la  emboscada, 
donde  hizo  cosas  maravillosas,  y  en  fin  le  cer- 
caron y  le  mataron  con  otros  veinte  y  seis  hom- 
bres que  por  sus  intrépidos  é  invencibles  áni- 
mos le  seguían,  que  fue  una  gran  pérdida. 

Como  vieron  los  enemigos  que  nos  retirába- 
mos, revolvieron  sobre  los  nuestros,  que  serían 
docientos  los  que  salieron,  y  fue  gran  miseri- 
cordia de  Dios  no  salir  todos,  porque  otra  em- 
boscada que  estaba  en  la  quebrada  donde  nos 
queríamos  retirar  dio  sobre  el  palenque  con  tanta 
furia  que  si  no  fuera  hacia  donde  estaba  el  cau- 
dillo y  Pedro  de  Lomelín,  lo  enti-aran.  Acudí  á 
la  defensa,  que  fue  bien  necesaria,  y  todo  el  co- 
raje del  caudillo,  que  hizo  cosas  que  los  indios 
le  cobraron  miedo,  y  más  con  lo  que  sucedió, 
retirándose  los  indios.  Como  vido  que  faltaba 
el  maese  de  campo  dijo  á  voces:  Ea,  soldados, 
el  que  tuviere  honra,  sígame,  y  los  buenos  ayú- 
denme á  quitar  aquel  honrado  y  buen  cuerpo 
de  Don  Andrés;  no  consintamos  que  se  venguen 
estos  bárbaros  en  nuestras  barbas  del  que  les 
ha  muerto  hoy  él  dos  ó  tres  mil  indios,  y  no  es 
justo  dejarle,  pues  tenemos  vida  por  él.  Y  sin 
más  guardar  orden,  salió  con  su  ligereza.  Ha- 
bía no  sé  qué  bandillos  entre  los  Guzmanes,  que 
eran  los  de  la  cuadrilla  del  General,  que  eran 
Don  Miguel  de  Eraso  y  otros,  y  se  había  diclio 
que  el  General  quería  nombrar  maese  de  campo 
y  otros  capitanes,  diciendo  que  no  le  obedecían, 
y  otras  causas  que  yo  no  sabía,  y  así  en  salien- 
do el  caudillo  dijo  el  General:  Ño  le  sigan  más 
de  otros  nueve.  Oído  por  sus  camaradas  sali- 
mos, y  fu  ■  tanto  el  temor  de  los  indios  que  vol- 
vieron las  espaldas  pensando  que  salía  todo  el 
ejército,  que  si  saliera  tuviéramos  una  grande 
victoria. 

Llegó  á  donde  estaban  los  españoles  muer- 
tos y  asió  del  cuerpo  del  maese  de  campo,  ha- 
ciéudose  otro  Atlante,  y  se  vino  con  él.  Fue  la 
flechería  tanta  que  vino  cubierto  dellas.  Hici- 
mos alto  y  salieron  los  indios  y  negros  y  lle- 
vamos todos  los  cuerpos  de  los  españoles,  á  los 
cuales  dimos  sepultura.  Era  ya  cerca  de  la  no- 


che; fortificamos  el  palenque  y  curárnoslos  he- 
ridos, que  serían  ciento;  faltónos  aquel  día  trein- 
ta y  un  español[es],  un  negro  y  ciento  y  cua- 
renta piezas  de  servicio,  y  dellos  debieron  de 
ser  más  de  doce  mil. 

CAPÍTULO  XXI 

Do  se  cuenta  todo  lo  demás  que  pasó  en  Urava. 

Casi  no  habían  acabado  de  comer  un  bocado 
los  invencibles  españoles,  cuando  para  sobre 
comida  se  les  dio  unas  nuevas  acrecentadoras 
de  más  trabajo,  y  fue  que  llegando  indios  de 
refresco,  mandó  su  General  que  cercasen  el  pa- 
lenque, y  con  algazara  inquietasen  toda  la  no- 
che para  al  amanecer  dar  sobre  nosotros,  y  que 
si  hallasen  ocasión  lo  entrasen,  que  se  dijo  eran 
más  de  veinte  mil  indios.  Díjome  el  caudillo  to- 
dos los  bandos  que  entre  ellos  había,  y  cómo  dijo 
el  General  que  yo  no  era  maese  de  campo  y  que- 
ría nombrar  á  Don  Miguel  ó  á  su  sobrino  Don 
Diego;  y  que  pues  había  la  ocasión  de  los  ene- 
migos, que  fuésemos  y  que  me  declarase  maese 
de  campo  para  que  me  obedeciesen,  que  él  tenía 
visto  que  otro  día  habíamos  menester  quien  ri- 
giese y  animase  la  gente.  Díjele  que  fuésemos  y 
que  me  dejase  á  mí  hablar  y  que  yo  lo  pediría 
al  General,  y  si  no  quisiese  entonces  hablaría. 

Llegados  á  presencia  del  General,  que  man- 
daba juntar  para  consejo  de  guerra,  le  dije  que 
ya  sabía  cómo  entre  las  paces  que  capitulé  con 
los  Gobernadores,  el  de  Cartagena  nombró 
maese  de  campo,  y  que  era  muerto,  y  que  aun- 
que era  verdad  que  yo  lo  era  por  su  nombra- 
miento, como  constaba  del,  que  no  lo  quería 
ser,  aunque  de  derecho  no  se  podía  quitar,  y  que 
de  justicia  se  me  debía  dar  por  lo  que  había  gas- 
tado en  el  avío  de  la  gente  y  socorro  próximo, 
que  eran  más  de  seis  mil  pesos,  y  lo  que  había 
trabajado  aquel  día,  y  ver  las  plumas  y  avisar 
que  no  saliesen,  que  fue  darles  vida,  y  más  si 
era  el  restaurador,  y  otras  cosas.  Levantóse  Don 
Miguel  de  Eraso,  y  quiso  responder,  y  yo  dije: 
Suplico  á  vuestra  merced...  y  llegúeme  al  ge- 
neral, y  dije:  El  que  merece  este  cargo  es  el 
caudillo;  nómbrele  vuestra  merced...  Y  diciendo 
esto,  dije:  ¡Ea,  soldados!  que  ya  el  señor  Gene- 
ral ha  nombrado  por  maese  de  campo  al  gran 
soldado  y  caudillo  Bartolomé  Pérez,  que  todos 
le  aclamaron  con  alegría,  y  el  General  dijo:  Pues 
todos  lo  quieren,  séalo  en  hora  buena,  y  así  se 
quedó  por  maese  de  campo,  que  fue  de  harto 
bien  para  todos. 

Toda  aquella  noche  acudimos  á  los  lugares 
necesarios,  y  al  amanecer  estaba  toda  la  tierra 
sobre  nosotros.  Tratamos  aquella  noi-he  de  todo 
lo  que  se  debía  hacer,  y  dejamos  cuarenta  hom- 
bres sobresalientes  para  socorrer  á  las  necesi- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


309 


dades;  diose  cargo  dellos  á  Don  Rafael,  y  Don 
Miguel  se  sintió  y  dijo  que  por  qué  razón  á  un 
muchacho  se  le  había  de  dar  tal  cargo.  Respon- 
díle  que  yo  quedaba  por  su  soldado,  que  eso 
bastaba.  Respondió:  Mañana  se  verá.  Salió  el 
maese  de  campo  y  Pedro  de  Lomelin  y  recono- 
cieron á  los  enemigos.  Yo  estuve  en  el  monte- 
cilio  del  día  pasado  con  Don  Rafael  Mejía,  y 
vide  que  la  quebrada  abajo  iba  gente.  Salí  con 
los  cuarenta  compañeros  y  di  en  ellos;  fueron 
los  que  quedaron  muertos  más  de  mil;  luego 
dio  el  maese  de  campo  y  el  capitán  en  los  de 
más  arriba,  los  cuales  iban  huyendo,  y  debieron 
de  matar  más  de  ciento.  Acudí  al  real,  y  dije  á 
Don  Miguel:  Ya  habrá  aprovechado  algo  Don 
Rafael,  pues  quitamos  el  disignio  que  llevaba 
el  enemigo.  Subido  en  el  montecillo  vide  cómo 
iban  huyendo  los  indios,  y  solos  los  dos  siguién- 
dolos. Dije  al  General:  Gocemos  de  la  ocasión 
y  acabaremos  con  estos  indios.  Tuvo  su  consejo 
y  se  barajó  la  salida.  Dije:  Pues  aquellos  dos 
bravos  soldados  ¿no  se  han  de  favorecer?  Dijo: 
No  sean  ellos  locos.  Hubo  muchas  voces  de  los 
soldados  que  proclamaban  que  saliesen,  y  así 
sin  orden  salieron  más  de  ciento.  No  pudieron 
coger  la  quebrada,  porque  bajaban  los  taironas 
con  tanto  ímpetu  que  los  retiraron.  Acudí  á  la 
quebrada  con  mi  gente,  y  ya  venían.  Dimos  en 
los  taironas  por  un  lado,  y  como  sólo  pasaban 
á  otra  loma  para  hacer  alto  y  cercarnos,  y  son 
ellos  tan  ligeros,  no  hubo  más  que  un  muerto 
y  tres  indios  taironas,  que  al  pasar  se  llevaron 
las  cabezas  y  la  del  español,  que  pusieron  en 
lanzas  á  su  usanza,  para  así  recordar  la  ven- 
ganza. Conocí  allí  los  caciques  con  quienes  hice 
las  paces. 

Tornados  al  real  dije  al  General  que  yo  que- 
ría ir  á  hablar  con  los  taironas,  y  puesto  como 
clérigo  tomé  una  bandera  de  paz  y  fui.  Así 
como  me  vido  aquel  cacique  que  le  mataron  á 
su  padre,  me  abrazó  y  dijo:  Padre  ¿acá  estás? 
Yo  dije  que  sí,  á  predicar  aquella  gente.  Pre- 
gúntele que  por  qué  razóu  los  taironas  quebra- 
ron las  paces.  Llevóme  ante  su  general,  que 
tiene  el  nombre  de  Tairona,  y  este  cacique  me 
contó  el  por  qué,  y  por  ser  tan  largo  sólo  digo 
brevemente  que  un  mestizo  llevó  una  india  su 
amiga  á  Tairona,  que  iba  á  cobrar-  los  tributos; 
enamoróse  un  hijo  de  un  cacique  della;  quísole 
matar.  Este  Tairona  General  castigó  al  indio  y 
dio  al  mestizo  por  el  agravio  oro  y  otras  cosas. 
Otra  vez  se  huyó  la  india,  y  el  mestizo  tras 
della.  Entró  en  casa  del  cacique  y  lo  mandó 
atar,  y  á  su  hijo  también.  Envió  á  llamar  á 
este  Tairona,  porque  los  castigase;  por  presto 
que  acudió,  que  estaba  en  otro  pueblo  más  de 
una  legua,  entró  antes  el  mestizo  y  les  dio  de 
puñaladas  al  padre  y  al  hijo,  y  no  á  la  india; 
cogiólo  este  cacique  y  á  su  usanza  le  cortó  la 


cabeza.  Envió  el  Gobernador  gente  contra  ellos 
que  bajó  en  el  llano,  y  los  desbarataron  matan- 
do doce  y  prendiendo  diez  españoles;  éstos  ata- 
dos los  envió  al  Gobernador  de  Santa  Marta, 
que  no  estaba  allí,  que  había  ido  al  socorro  de 
Cartagena,  que  la  tomó  un  inglés  (que  es  lo  que 
queda  referido  en  ,1a  profecía  del  gran  santo 
fray  Luis  Beltrán).  Fueron  sobre  Santa  Marta 
y  pegaron  fuego  á  la  ciudad,  y  estaba  la  gente 
fortalecida  en  las  casas  de  piedra,  y  porque  el 
capitán  Castro  (que  era  un  valiente  capón)  por 
amor  deste  Tairona  le  envió  á  mandar  que  se 
fuese,  que  no  tenían  ellos  culpa  de  lo  que  hizo 
el  mestizo,  lo  dejó,  y  vino  á  favorecer  sus  ami- 
gos y  aliados,  y  dijo  á  la  postre:  Pésame  que 
estés  aquí,  porque  venía  á  matar  todos  estos 
españoles.  El  cacique  me  descubrió  todo  el 
disignio  de  los  indios,  que  era  no  pelear,  por- 
que tenían  gran  temor  del  diablo,  que  así  lla- 
maban al  maese  de  campo  desde  el  día  de  antes 
que  se  cargó  aquel  cuerpo  y  no  le  pudieron 
herir,  y  que  por  hambre  los  habían  de  coger ;  que 
si  yo  me  quería  ir,  y  si  había  otro  padre,  porque 
los  caminos  estaban  muy  guardados;  y  así  fue 
como  lo  dijo,  que  en  más  ¿e  un  mes  que  excu- 
saron la  batalla  no  teníamos  qué  comer.  Yo  me 
venía  hecho  abad,  y  comía,  y  llevaba  á  los  cama- 
radas,  y  el  día  que  no  iba  el  Tairona  me  enviaba 
maís,  que  decían:  Para  el  padre. 

Llegó  á  tanto  la  hambre  que  ya  no  sabíamos 
qué  comer.  Fue  acordado  saliésemos  diez  cama- 
radas  á  buscar  ventura;  y  así  el  día  de  San 
Jorge,  veinte  y  uno  de  abril,  de  noche,  salimos 
el  maese  de  campo  y  sus  cuatro  camaradas,  yo 
y  otros  cinco  que  escogió,  por  no  ser  sentidos 
y  excusar  guazavara,  que  es  batalla,  que  hasta 
aquel  día  nos  habían  dado  nueve,  y  nos  habían 
muerto  tres  hombres,  nueve  negros  y  doce  in- 
dios, porque  si  alguno  del  servicio  se  descuida- 
ba en  salir  por  hierbas  ó  por  otra  cosa,  en  el 
aire  le  llevaban  la  cabeza.  Fuimos  la  quebrada 
arriba  y  cuando  amaneció  estaríamos  más  de 
seis  leguas  del  palenque;  caminamos  aquel  día  y 
otro,  y  al  tercero  el  arroyo  se  nos  partía  en  tres. 
Subimos  el  maese  de  campo  y  yo  en  un  cerrillo, 
y  del  descubrimos  unos  llanos  grandísimos  y 
contamos  en  ellos  catorce  poblaciones,  y  en  lo 
alto  de  la  quebrada  de  en  medio.  Salido[s]  luego 
de  la  montaña  vimos  tres  buhíos  grandísimos; 
bajamos,  y  fue  acordado  los  cinco  fuesen  por 
la  quebrada,  y  los  otros  cinco  atravesamos  el 
cerrillo  y  dimos  en  un  llano,  donde  hallamos 
un  buhío,  casilla  chiquita;  mandé  á  Antón 
Pardo,  que  era  del  nuevo  reino,  y  á  un  mestizo, 
su  pariente,  que  cogiesen  la  puerta,  y  á  Pedro 
de  Lomelin  y  á  Ortiz  las  espaldas  de  la  casilla, 
y  yo  me  arrojé  dentro  con  mi  espada  y  rodela, 
que  eran  las  armas  que  ¡levábamos  todos,  y 
pistoletes.  Había  una  india  con  un  niño  acues- 


310 


autobiografías  y  memorias 


tas,  coQio  ellas  los  cargan ;  quiso  coger  la  puerta 
para  huirse,  y  el  mestizo  asió  de  un  pie  de  la 
criatura  y  Pardo  le  puso  la  espada  á  los  pechos, 
y  tornó  atrás  dejando  el  hijuelo  colgando  de  )a 
Ulano  de  aquella  fiera  cruel,  que,  como  tal,  con 
el  coraje  de  mestizo,  dio  con  él  en  el  poste  de 
la  casilla,  reventándole  los  sesos.  Ño  pude 
corregirme,  y  le  dije:  ¡Perro  mestizo!  ¿Cómo 
nos  ha  de  hacer  Dios  mercedes  con  crueldad 
tal?  Y  le  pasé  un  brazo  de  una  estocada.  Acu- 
dió Antón  Pardo,  que  era  un  bravato  soldado, 
y  la  sangre  (como  dice  el  refrán)  hierve,  y  si 
no  acudieran  los  demás  sucediera  una  desgracia. 
La  india  se  vino  á  guarecer  de  mí,  y  vista  por 
Antón  Pardo  y  su  primo  la  razón,  se  aplacaron. 
En  esto  llegó  el  maese  de  campo  con  un  inde- 
zuelo  que  había  cogido  en  una  labranza  de  maís, 
y  otro  se  le  huyó,  que  era  el  marido  desta  in- 
dia. Dionos  pena  porque  no  avisase  á  las  pobla- 
ciones. La  india,  en  medio  español,  me  apartó 
y  dijo  que  fuese  con  ella  y  lo  llamarían,  que  eran 
baptizados  huidos  de  Tolú,  y  que  ella  se  llamaba 
María  y  el  indio  Diego.  Estaba  el  maese  de 
campo  tan  enojado  con  los  dos,  tanto  por 
haberse  vuelto  contra  mí  como  por  la  crueldad, 
que  decía  que  si  no  había  obediencia  y  respeto 
en  la  guerra  todo  pararía  en  mal  y  nada  suce- 
dería á  gusto  ni  bien.  Roguéle  se  desenojase, 
y  así  se  aplacó.  Fuimos  la  india  y  yo  á  buscar 
al  maridillo,  haciéndome  grandes  promesas  de 
servirme  y  no  dejarme,  agradeciéndome  la  vida, 
por  haber  entendido  que  el  soldado  la  matara, 
y  siempre  me  fue  leal,  como  se  verá.  Llegados 
a  la  labranza  llamó  en  su  lengua,  y  vino;  be- 
sóme la  mano;  yo  lo  abracé  y  le  prometí  le 
casaría  con  María,  porque  no  eran  casados,  an- 
tes él  lo  era  con  otra,  y  por  eso  la  hurtó  y  se 
vinieron  allí  con  aquél  su  hermanillo  que  ha- 
bía traído  el  maese  de  campo. 

Torné  al  buhío  y  estaban  los  ocho  compañe- 
ros comiendo  de  una  grande  olla  que  estaba  al 
fuego,  y  el  maese  de  campo  á  la  puerta.  Llegué 
á  tiempo  que  le  traían  una  presa  de  carne,  que 
pensaban  era  pie  de  ocumare,  que  es  oso;  y 
dijo  Pedro  de  Lomelín:  Parece  pie  de  perso- 
na; y  dijo  el  indio  Diego  que  sí  era,  de  los 
que  morían  en  las  guazavaras.  Sentílo  y  díjele 
á  Pedro  de  Lomelín:  ¡Pesar  del  diablo!  Es- 
tán hartos  y  no  pudieran  rallar  hasta  que 
yo  hubiera  comido.  Pasáronse  grandes  chistes 
sobre  ello,  y  la  india  me  coció  maís  y  hierbas, 
con  que  comí.  Fue  acordado  que  fuesen  seis 
hombres  y  los  dos  indios  cargados  de  maís  al 
real,  y  Diego  los  guió  atravesando  dos  cerrillos, 
por  tan  cerca,  que  otro  día  estaban  allá  antes 
de  medio  día.  A  la  noche  salieron  veinte  hom- 
bres y  cincuenta  indios,  y  fueron  asimismo 
cargados  de  maís.  En  este  tiempo  me  dijo  la 
india  que  aquellos  buhíos  eran  la  casa  del  Sol, 


y  que  estaban  los  caciques  echando  suertes  si 
habían  de  vencer  ó  servir  á  los  españoles. 

Llegados  los  compañeros  subimos  los  diez  la 
cuesta,  que  había  más  de  tres  leguas;  llegamos 
al  anochecer.  Subió  María  á  reconocer  y  vol- 
vió y  nos  dijo  cómo  todos  estaban  borrachos,  si 
no  era  el  cacique  hechicero,  que  estaba  tomando 
coca,  y  que  le  parecía  que  también  lo  estaba, 
y  que  advirtiese  que  si  cogían  á  aquel  barbudo 
era  toda  la  tierra,  porque  hablaba  con  el  diablo, 
y  éste  preguntaba  lo  que  querían  saber;  y  mira- 
se que  había  dos  puertas  en  cada  buhío,  y  en 
el  grande  que  no  había  más  de  una,  estaba 
toda  la  riqueza  del  mundo,  tres  bultos  de  oro, 
que  eran  el  Sol,  Luna  y  Lucero,  marido,  mujer 
y  hijo,  que  eran  sus  dioses.  Subimos  como  á 
las  diez  de  la  noche  y  tomamos  el  buhío  grande, 
porque  en  los  otros  dos  no  había  gente  nin- 
guna; entramos  dentro,  y  buscando  lumbre, 
fuimos  atando  todos  los  caciques.  Tuve  cuenta 
con  el  barbudo,  y  muy  bien  atado  se  lo  entre- 
gué á  Ortiz  y  le  dije  que  sólo  aquél  quería  que 
partiese  con  él  á  una  cueva  que  estaba  cerca  de 
la  casilla  de  Diego,  y  entrándole  una  pella  de 
cera  en  la  boca  partió  sin  que  lo  entendieran 
los  compañeros;  y  Diego  fue  volando  al  real  á 
llamar  la  gente  á  que  diesen  sobre  los  indios  que 
estaban  sin  quien  los  gobernase.  Yo  y  Pedro 
de  Lomelín  entramos  otros  tres  aposentos,  que 
se  pasaba  del  uno  al  otro,  y  vimos  los  ídolos, 
el  mayor  arrimado  á  la  pared,  y  el  otro,  que  le 
daría  á  los  pechos,  delante,  y  el  chico,  que  no 
llegaría  á  la  cintura  de  la  Luna,  del  cual  nos 
abrazamos,  y  de  ningún  género  lo  pudimos 
levantar.  Subió  Pedro  de  Lomelín  sobre  el 
altar,  y  sobre  una  tiaña  alta,  que  son  como 
sillas  destas  pequeñas  de  palo,  y  le  quitó  un 
rayo  de  los  que  tenía  en  rueda;  quiso  quitarle 
otro  y  no  pudo.  Oímos  un  gran  ruido;  acudi- 
mos á  ver  lo  que  era  y  hallamos  que  se  había 
soltado  un  cacique  y  asiendo  de  los  tizones  los 
tiraba  á  los  españoles,  por  escaparse,  y  por  no 
ser  sentidos  lo  mataron.  Otro  que  recordó,  que 
no  estaba  tan  borracho  y  daba  voces,  salí  fuera 
y  le  puse  otra  pella  de  cera  en  la  boca,  con  que 
calló  por  fuerza.  Mientras  yo  salí  á  lo  dicho, 
Pedro  de  Lomelín  pasó  la  tiaña  á  la  otra  parte, 
y  quitó  otio  rayo  de  los  derechos,  que  fue  el 
primero,  porque  no  podía  alcanzar  más  arriba. 
Díjele  al  maese  de  campo  lo  que  allá  dentro 
había,  y  entró  con  Antón  Pardo  y  se  quedaron 
atónitos  y  pasmados  de  ver  tanto  oro  junto; 
subió  sobre  Pedro  de  Lomelín  y  quitó  otro  rayo 
de  cada  parte;  no  se  pudieron  quitar  más;  pesó 
cada  uno  veinte  y  ocho  libras.  El  maese  de  cam- 
po era  uno  de  los  mayores  caminadores  que  se 
podían  hallar,  y  así  se  determinó  ir  él  mismo 
al  real  y  traerlo  á  aquel  puesto;  yo  le  dije  que 
pues  los  indios  lo  temían  tanto,  qUe  no  desara- 


TEDRO  ORÜOXEZ   DE  CEBALLOS 


311 


parase  toda  aquella  riqueza;  salimos  fuera  car-  s 
gados  con  los  rayos.  Fue  acordado  que  fuese  el 
maese  de  campo  y  que  se  llevasen  aquellos  rayos 
á  la  cueva,  y  así  se  hizo,  y  llevaron  comida  y 
otros  dos  caciques.  Quedamos  allí  yo  y  Pedro 
de  Lomelín,  y  tornaron  otro  día  al  medio  del. 


CAPITULO  XXII 

De  lo  que  sintieron  los  indios  el  haber  llegado 
los  españoles  á  sus  dioses  y  de  la  infeliz  pér- 
dida del  los. 

Llegaron  los  nuestros  á  la  lomilla,  antes  de 
la  casilla  de  Diego.  La  vanguardia  y  la  reta- 
guardia vendría  una  legua  de  allí.  Dieron  los 
indios  en  ellos  desde  medio  día  hasta  la  noche, 
y  sólo  se  defendían.  No  pudieron  alcanzar  el 
cerrillo  la  retaguardia.  Los  indios,  pensando 
por  ventura  lo  que  podía  ser,  atravesaron  más 
de  veinte  mil  por  otra  loma  á  la  Casa  del  Sol, 
y  debieron  de  avisar  á  las  poblaciones,  porque 
acudió  gente  que  dio  sobre  nosotros.  Y  visto 
que  si  aguardábamos  hasta  amanecer  nos  ma- 
tarían, dejamos  el  tesoro  y  con  él  los  deseos,  y 
nos  retiramos  á  la  cueva  á  tiempo  que  llegaba 
nuestro  maese  de  campo  animando  la  gente  y 
diciendo:  ¡Arriba,  á  la  Casa  del  Sol!  ¡A  la  ri- 
queza, que  hv.j  oro  para  todos!  y  no  había  sido 
él  de  los  primeros,  porque  había  estado  peleando 
en  la  retaguardia,  y  tres  veces  se  le  habían  re- 
tirado los  indios,  dándole  voces  en  su  lengua: 
¡Diablo!  ¡Diablo!  Como  á  las  nueve  del  día 
llegarían  á  lo  alto.  Yo  y  Pedro  de  Lomelín, 
Ortiz  y  Don  Rafael,  nos  quedamos  en  la  cueva 
con  el  Moháí!.  los  dos  caciques,  el  oro,  Diego, 
su  heraiano  y  su  mujer,  y  encerramos  mucho 
maís  y  agua  todo  aquel  día,  leña,  pescado  seco 
y  otras  legumbres. 

Habían  venido  á  la  Casa  del  Sol  docientas 
mil  almas  y  se  habían  llevado  sus  diosos.  La 
gente  española,  con  lo  que  les  certificaba  el 
maese  de  campo  y  todos  los  demás  compañeros 
que  vieron  los  ídolos,  y  con  haber  visto  los 
cuatro  rayos,  estaban  tales  que  parecían  rayos 
de  fuego.  Acometieron  las  casas;  los  naturales 
las  defendían  con  tanto  coraje  por  el  desacato 
de  sus  dioses,  y  haberse  atrevido  á  llegar  á  ellos 
para  ofenderlos,  y  más  al  Sol,  quitándole  sus 
rayos,  que  cada  indio  prometía  de  matar  un  es- 
pañol, y  como  no  podían,  morían  en  sus  ma- 
nos. Costónos  la  guazavara  de  la  Casa  del  Sol 
ochenta  y  cuatro  hombres,  y  sólo  quedó  un  ne- 
gro y  hasta  cien  indios  y  otras  tantas  indias. 
Díjose  que  nmrieron  dellos  más  de  veinte  mil. 
Experimentaron  bien  los  de  Tairona  el  valor 
del  maese  de  campo.  Como  á  las  cuatro  de  la 
tarde  se  reconoció  la  vitoria  por  los  españoles. 


y  ganaron  los  buhíos,  y  entrando  á  ver  el  Sol, 
la  Luna  y  Lucero,  que  entendían  entraban  en 
el  cielo,  se  hallaron  sin  Sol,  Luna  y  Lucero,  y 
por  consiguiente  á  escuras.  Fue  tanto  el  coraje 
del  maese  de  campo,  y  más  cuando  Don  Mi- 
guel (como  haciendo  burla)  le  dijo:  Paréceme 
que  se  le  eclipsó  el  sol  al  maese  de  campo,  si  aca- 
so lo  vido.  Aquí  respondió  Antón  Pardo:  Los 
demás  y  nosotros  lo  vimos  y  palpamos,  y  cuatro 
rayos  que  están  en  la  cueva  lo  certifican,  y 
como  á  incrédulo,  no  es  justo  lleve  el  alguacil 
Real  parte  dellos;  y  cuando  no  hubiera  visto  el 
Sol  el  maese  de  campo  es  solo,  y  lo  que  hizo 
ayer  y  hoy  certifican  mi  verdad.  Entróse  el  Ge- 
neral de  por  medio,  y  porque  seguía  el  alcance 
el  maese  de  campo  le  siguieron  hasta  la  pri- 
mer población,  donde  se  ranchearon  aquella 
noche,  descansando  y  satisfaciendo  su  hambre 
y  cansancio. 

Porque  no  quedásemos  sin  parte  del  trabajo, 
nos  vino  ya  cerca  de  la  noche  un  tan  gran  nu- 
blado que  pensó  llevarnos  los  rajaos  del  Sol,  y 
aun  las  vidas;  y  fue  que  los  íaironas  en  su  reti- 
rada fueron  hacia  la  montaña,  que  como  gente 
criada  en  ella  acudió  á  su  natural.  Dieron  cerca 
de  la  eueva  donde  estábamos,  que  era  grande  y 
la  boca  muy  angosta,  que  habían  de  entrar  de 
uno  en  uno  y  á  gatas.  Un  cacique  dio  voces  y 
dijo  en  su  lengua:  Aquí  está  el  Mohán,  y  yo 
que  soy  el  General,  y  otro  cacique,  y  los  rayos 
de  nuestro  dios.  No  pudimos  más  presto  ta- 
parle la  boca;  quisieron  entrar  algunos  indios, 
que  pagaron  con  las  vidas  su  atrevimiento.  Visto 
que  era  imposible,  trajeron  mucha  leña  y  pega- 
ron fuego,  para  ahogarnos  con  el  humo  que 
hiciera  si  la  cueva  no  tuviera  algún  respiradero. 
Toda  la  noche  nos  dieron  humazo;  al  amanecer, 
visto  por  dónde  respiraba  el  humo,  acudió  gente 
á  cavar,  que  yo  entiendo  nos  entraran  si  no  se 
cayera  hacia  la  parte  de  arriba  gran  cantidad 
de  piedras  y  tierra,  que  acabó  más  de  treinta 
dellos.  Tornaron  á  su  obra  trabajando  hasta 
medio  día,  y  con  grandes  puntales  descubrieron 
una  boca  á  la  cueva,  también  muy  angosta, 
por  donde  nos  arrojaban  fuego,  y  por  una  y  la 
otra  nos  dieron  humazo;  y  era  tanto,  que  den- 
tro no  nos  veíamos  y  teníamos  grandísima  ca- 
lor. Pedían  al  Mohán,  que  era  el  hechicero  bar- 
budo, y  que  nos  dejarían,  que  pues  teníamos  al 
General  y  al  otro  cacique  bastaba.  Todos  que- 
ríamos darlo;  sólo  Diego  y  María  decían:  Dad- 
les los  demás  y  deja  éste,  que  por  él  nos  han 
de  salvar  las  vidas  y  poblarse  la  tierra.  Yo  dije 
que  estos  indios  decían  verdad,  y  así  respon- 
díamos que  aquél  era  el  priujero  que  había  de 
morir  allí  con  jiosotros.  Dijo  el  general  indio: 
Pues  así  es,  sirvamos  á  esta  gente;  dame  liber- 
tad á  mí,  y  fíate  de  mí.  Aparté  á  Diego  y  á  él,  y 
tratamos  muchas  cosas,  y  al  fin  me  determiné 


312 


autobiografías  y  memorias 


y  lo  desaté  y  eché  fuera,  diciendo  que  era  yo  el 
padre  y  que  despidiese  los  de  Tairoua.  Salió,  y 
lo  hizo  así,  y  el  Tairona  se  llegó  y  me  habló, 
y  conocido  en  la  voz,  dijo.  Yo  te  prometo  que 
no  paremos  hasta  mi  tierra  para  que  estéis  se- 
guros. Sabe  que  nos  llaman  porque  el  capitán 
Castro  con  gente  va  á  Tairona,  y  es  grande 
soldado  que  conoce  nuestra  guerra.  Roguéle 
que  hiciesen  paces  con  él  y  se  quietasen  en  su 
tierra,  y  asi  me  lo  prometió  y  dijo  al  General  y 
al  Mohán  á  voces  que  lo  hiciesen  ellos,  y  con 
algazara  se  fueron,  que  eran  más  de  ocho  mil, 
y  valían  más  que  cuarenta  mil  de  los  que  queda- 
ban. Tornó  á  entrar  el  cacique  indio  y  pidióme 
le  diese  á  Diego  ó  á  su  hermano,  para  que  si 
viniesen  españoles  le  asegurasen;  dijo  Diego 
que  él  iría  con  él. 

Los  españoles  tuvieron  otra  guazavara  y  lle- 
varon lo  mejor; luego  despachó  el  General  gente 
en  nuestro  socorro,  que  faltando  los  de  Tairona 
lo  preguntó  á  un  indio,  y  dijo  que  estal)an  que- 
mando los  de  la  cueva  que  no  querían  dar  los 
rayos  del  Sol  ni  al  Mohán.  Llegaron  doce  hom- 
bres, con  que  salimos,  y  llevando  el  oro  y  ca- 
ciques llegamos  al  pueblo,  en  donde  fuimos  bien 
recebidos  del  General,  y  salió  á  abrazarme,  que 
ya  sabía  de  Diego  lo  que  habla  pasado,  y  dijo: 
Idos  los  taironas,  yo  poblaré  la  tierra  y  buscaré 
los  dioses. 

Los  Guzmanes  querían  se  repartiese  el  oro, 
y  yo  dije:  Ya  lo  tengo  yo  repartido  como  es 
razón.  Respondió  Don  Miguel,  y  de  unas  en 
otras  razones  dijo  que  sin  mi  habían  ellos  ven- 
cido dos  guazavaras.  Dije:  Es  vcTdad;  mas  oigo 
á  mis  oídos  que  el  que  venció  las  batallas,  fuera 
del  General,  que  sabe  mandar  y  obrar,  fue  el 
maese  de  campo,  por  el  gran  miedo  que  los  in- 
dios le  han  cobrado,  y  nosotros  no  estuvimos 
holgando,  que  con  los  taironas  peleábamos. 
Hubo  otras  razones,  que  el  General,  como  dis- 
creto, las  concordó,  y  me  dijo:  Ve.mios  cómo 
ha  repartido  el  oro.  Saqué  una  memoria  que  le 
puse  en  las  manos,  y  pasando  los  ojos  por  ella, 
la  leyó  en  alto,  que  su  temor  era  el  siguiente: 

«De  lus  cuatro  rayos  de  oro  mandará  el  Ge- 
neral que  el  uno  se  guarde  para  las  cosas  nece- 
sarias á  la  iglesia  ó  iglesias  de  los  pueblos  que 
poblaremos,  siendo  Dios  servido;  los  dos  los 
despachará  cada  uno  dellos  al  un  Gobernador, 
suplicándoles  se  acuerden  de  enviarnos  socorro 
de  gente  y  comida,  pues  es  tan  necesaria.  El 
otro,  visto  lo  que  pesa,  se  repartirá  en  conven- 
tos y  iglesias  de  Cartagena,  Santa  Marta  y 
Tulú,  para  hacer  sufragios  por  todos  los  difun- 
tos y  por  todos  nosotros,  que  tan  cerca  esta- 
mos de  seguirlos,  sacándose  el  tercio  para  re- 
partir entre  los  herederos  de  los  indios  que 
traje  con  el  socorro  de  comida  y  de  otros  que 
de  su  voluntad  nos  han  venido  á  ayudar;  salvo 


en  todo  el  mejor  parecer  del  General  y  de  los 
que  mejor  sintieren». 

Así  se  mandó  y  despachamos  indios  con 
ello,  lo  cual  llegó  y  se  cumplió,  y  los  Goberna- 
dores lo  tuvieron  en  mucho  y  estimaron,  escri- 
biéndome mil  favores,  en  particular  mi  Gober- 
nador de  Cartagena,  que  envió  á  mandar  usase 
el  oficio  de  maese  de  campo,  el  cual  no  quise 
usar  aunque  todo  lo  que  era,  fuera  del  nombre, 
yo  la  hacía.  Ofrecióse  faltarnos  la  comida  por- 
que en  toda  la  tierra  se  haliían  retirado  á  las 
montañas  y  dejado  las  poblaciones  solas  y  alza- 
do y  talado  toda  la  comida,  y  no  era  parte 
el  General  indio  á  que  volviesen;  y  vino  á  mí  y 
me  dijo  que  se  tornaba  á  la  prisión,  y  que  no 
podía  atraer  á  los  indios.  Yo  lo  envié,  pidién- 
dole se  acordase  de  mí  y  de  mis  camaradas  y 
me  enviase  algún  m*iis.  Así  lo  prometió  y  cum- 
plió. Como  los  magnates  no  comían,  determi- 
naron enviar  al  barbudo  para  que  les  enviase 
á  ellos.  Súpelo  y  fui  allá,  y  llegáramos  á  las 
manos, si  noque  el  General  me  lo  dio  y  jamás  lo 
dejé  hasta  que  nos  allanó  la  tierra  (como  se 
dirá).  Dijo  el  General  que  fuera  bueno  se  repar- 
tiera el  maís,  y  así  se  hizo,  y  de  allí  adelante 
todo  lo  que  me  enviaban  repartía  también. 

CAPÍTULO  XXIII 

De   todo  lo  demás  que  paso  en  Uravu  hasta 
llegar  á  Santa  Fé  de  Bogotá. 

Apretábanos  la  hambre  de  suerte  que  me 
obligó  á  salir  un  día  con  diez  compañeros  y 
Diego  y  su  hermano;  partí  hacia  la  montaña, 
y  en  la  primera  quebrada  salió  una  emboscada, 
y  de  improviso  fueron  tantos  los  flechazos  que 
hirieron  tres  que  íbamos  sin  escau piles.  Torna- 
mos huyendo,  y  yo  con  la  flecha  pasado  el 
cuerpo  por  el  lado  derecho,  y  fui  el  postrero; 
como  las  puntas  de  las  flechas  tienen  hierba 
me  privó  de  sentido  y  se  me  cayó  la  rodela. 
Como  á  dos  tiros  de  ai'cabuz  volví  en  mí,  y 
viéndome  sin  rodela  revolví  la  quebrada  abajo 
con  tanto  ánimo  que  los  indios,  que  no  eran 
más  de  doce,  huyeron.  Pensarían  venia  socorro. 
Hallé  la  rodela  y  torné  mi  camino.  Preguntó 
María  por  mí,  visto  que  no  iba  con  los  demás; 
salió  y  me  encontró,  que  me  dio  la  vida  porque 
me  dio  la  contrahierba  majada  y  me  ayudó  á  ir. 
Encontramos  treinta  hombres  y  el  maese  de 
campo,  que  de  allí  se  volvieron.  No  osaban 
sacarme  la  flecha,  porcjue  por  punta  y  pluma 
estaba  tocada  en  hierba.  Pedí  una  navaja  y  corté 
por  los  dos  lados  un  poquito  de  la  carne,  y  á 
Ortiz  le  hice  cortase  alrededor  la  flecha  y  la 
c^uebrase,  y  cada  media  por  su  parte  salió.  En 
llegando  al  pueblo  me  tíu'nó  á  curar  con  la  con- 
trahierba majiídu  y  deshecha  con  otras  cosas 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


313 


necesarias  para  ello,  y  con  esto  sané  muy  bre- 
vemente. 

Traían  comida  al  Mohán  y  al  otro  cacique, 
porque  dijeron  que  se  morían  de  hambre,  que 
se  lo  quitaban  los  soldados,  y  con  aquello  traían 
más.  Llegó  allí  cerca  del  real  un  indio  todo 
embijado  (S  y  á  punto  de  guerra,  dando  voces 
con  una  banderilla  de  paz,  que  oído  dijo  Diego 
que  decía  que  sacasen  al  Mohán,  que  le  quería 
hablar.  Saquélo  y  preguntóle  que  cuál  lo  había 
preso,  y  diciéndole  que  yo,  dijo  que  pasaría  y 
pelearía  conmigo:  y  si  lo  venciese  que  serviría 
toda  la  tierra,  y  si  me  veíaciese  que  se  fuesen 
della  todos  los  españoles.  En  resolución,  con- 
cluido el  desafío  y  traídos  seis  caciques  de 
rehenes,  tuve  con  este  famoso  indio  una  batalla 
tan  bra^-a  y  reñida  que  quedó  con  nombre  de  la 
brava  batalla  del  famoso  cacique,  y  quedamos 
tales  qne  pensaron  muriéramos,  porque  duró 
desde  la  mañana  hasta  ponerse  el  sol,  y  hasta 
los  dientes  pelearon,  pues  de  dos  bocados  le 
tronché  un  dedo  y  le  saqué  un  pedazo  del 
carrillo,  y  cayi'udo  ambos  en  la  tierra  le  cogí 
las  partes  inferiores  con  tanta  furia  que  se  rin- 
dió. Saqué  nueve  heridas; la  mayor  fue  un  maca- 
nazo en  un  hombro,  que  no  podía  levantar  el 
brazo,  y  el  cacique  tenía  cinco  heridas;  las  tres 
referidas  eran  las  peores. 

Tuvimos  nueva  que  venían  las  galeras  con 
gran  socorro  de  comida  y  gente,  que  ei'a  bien 
necesaria.  Partimos  cien  soldados,  que  pensá- 
bamos estaba  muy  lejos,  y  sólo  había  dos  leguas 
y  media.  Recebimos  el  socorro,  que  fue  de  todo, 
y  J)artimos  orilla  del  mar,  y  las  galeras  á  vista 
hasta  el  desaguadero  de  una  grandísima  laguna. 
Díjome  el  Mohán  que  en  la  ribera  de  aquella 
laguna  estaban  sus  indios;  yo  lo  regalaba  mucho 
y  había  curado  un  mal  que  le  dio.  Decía  que 
quería  que  poblasen.  Yo  le  dije  que  mirase  que 
no  fuese  traidor.  Envió  por  un  indio  mozo  y 
dijo:  Este  es  lo  propio  que  yo,  que  es  el  que 
me  ha  de  heredar;  llévalo  á  la  galera  y  suéltame 
á  mí,  y  si  viniere  la  gente  sobre  vosotros  no 
peleéis,  sino  amparaos  con  las  galeras,  y  hace 
fieros  que  lo  queréis  ahorcar  y  yo  llegaré  á 
hablarte;  cógeme  de  los  cabellos  y  éntrame 
en  la  galera,  y  haz  los  propios  fieros.  Aparté  á 
Diego  y  díjome  que  lo  hiciese  así.  Vino  el  indio 
y  solté  al  Mohán,  que  fue  y  tornó  dentro  de 
ocho  días,  y  en  llegando  vendrían  más  de 
sesenta  mil  indios.  Hicimos  todo  lo  referido  y 
cogí  al  Mohán  viejo  y  lo  llevé  con  el  otro;  y 
en  fin,  porque  no  los  ahorcásemos  se  presenta- 
ron cuarenta  curacas,  que  embarcamos  en  las 
galeras;  y  el  hechicero  mozo  con  el  viejo  y 
ciento  y  cincuenta  españoles  con  cincuenta  que 


(')  Bija  es  un  color  con  que  se  pintan  los  indios. 
{Nota  marginal.) 


vinieron  de  socorre  fuimos  la  laguna  arriba, 
avisando  al  General  que  atravesase  con  todo  el 
ejército  allá;  y  en  un  hermoso  valle  poblamos 
la  ciudad  de  la  Concepción  con  las  ceremonias 
que  se  suele  hacer.  Nombramos  á  Don  Diaguito 
por  teniente;  dos  alcaldes  ordinarios  que  fui  yo 
el  uno  y  Don  Pedro  de  Guzmán  el  otro,  y  á 
Don  Miguel  de  Eraso  por  alguacil  mayor,  y 
ocho  regidores  y  un  escribano 

Pasamos  de  la  otra  parte  de  la  laguna  y 
poblamos  otra  ciudad  que  llamamos  Santiago 
de  los  Caballeros.  Hiciéronse  oficiales;  fuimos 
alcaldes  el  maese  de  campo  y  yo;  alguacil  mayor 
Don  Rafael  Mejia. 

Acabado  esto  se  trató  de  encomendar  los 
indios  para  que  cada  uno,  conocido  su  enco- 
mendero, acudiesen  á  hacer  casas  mientras  se 
hacían  las  iglesias  y  casas  de  cabildo  y  junta- 
ban madera.  Apuntó  el  general  todos  los  caci- 
ques. Hubo  cuatro  encomiendas  iguales,  qne 
fue  la  suya,  la  del  maese  de  campo,  la  de  Don 
Dieguito  y  la  mía,  que  tuvieron  á  seis  mil 
indios  cada  una,  y  aun  la  mía  tuvo  mil  más, 
porque  me  echó  pensión  para  los  indios  Diego 
y  María,  y  treinta  encomiendas  de  tres  mil;  las 
demás  de  á  dos  mil  y  de  á  mil,  y  al  rey  seis 
mil.  Todo  esto,  votado  y  consentido  por  todos 
en  junta,  y  por  los  cabildos  asimismo,  partió  el 
General  á  Cartagena,  y  todo  lo  confirmó  el 
Gobernador  Pedro  Fernández  de  Bustos,  como 
distrito  de  su  gobernación;  sólo  sacó  dos  mil 
para  él  y  otros  dos  mil  para  el  Gobernador  de 
Santa  María,  que  sabido  se  agravió  y  se  vino  á 
las  ciudades  dichas,  donde  quiso  usar  de  gober- 
nador y  tornar  á  encomendar.  No  se  lo  consen- 
timos, antes  le  contradije;  y  hechas  informa- 
ciones, y  de  las  que  él  hacía  y  sentencias  que 
daba,  apelé  á  la  Real  Audiencia  de  Santa  Fé. 
Quitóme  los  indios  y  encomendólos,  y  á  Ortiz, 
que  era  escribano,  porque  no  le  dio  los  papeles 
le  quitó  la  encomienda  y  juntamente  sentenció 
á  galeras. 

Fueme  forzoso  tomar  la  derrota  por  la  tra- 
vesía de  aquellas  sierras  al  río  grande  de  la 
Madalena,  guiándome  por  un  agujón,  que  es 
como  aguja  con  que  se  navega,  llevando  en  mi 
compañía  ima  camarada  y  dos  indios,  Baltasar 
Colima  y  Diego  Tolú  y  su  mujer  María.  Tuve 
sesenta  días  de  excesivos  trabajos,  porque  con 
los  mosquitos  se  le  hacían  llagas  á  Don  Rafael 
Mejía  en  las  piernas,  hinchándosele,  que  por  no 
poderse  menear  le  llevaba  acuestas  casi  todo  el 
camino. 

Para  ejemplo  de  pleiteantes  sin  Dios,  que 
por  salir  con  sus  pretensiones,  por  vía  de  tor- 
cedor traen  otras  cosas,  inl'annindo  sus  contra- 
rios, y  de  solo  pleitos  de  hacienda  los  hacen  de 
honra,  infernando  sus  almas,  diré  aquí  el  fin  de 
mi  pleito,  el  cual  presentado  en  la  Audiencia, 


3U 


autobiografías  y  memorias 


fue  llamado  el  Gobernador  Don  Lope  de  Orozco, 
y  como  los  tales  por  sus  cargos  y  castigar  cul- 
pados son  odiados,  lo  era  este  Gobernador,  que 
por  lo  demás  era  un  famoso  varón  y  gran  caba- 
llero y  muy  cristiano.  Llegaban  á  mí  sus  ene- 
migos con  memoriales  de  cosas  gravísimas,  que 
por    serlo    tanto    pienso    serían    testimonios. 

Decíanme  quién  eran  los  testigos,  y  muchos 
se  ponían  ellos.  Yo  los  recebía  y  entraba  en  mi 
cofre,  y  decía  entre  mí:  Yo  tengo  pleito  de 
indios  y  no  de  honras.  Vino  á  saberlo  el  Gober- 
nador, que  quizá  alguno  de  los  mismos  le  avi- 
saría, y  vino  á  mi  posada  y  me  abrazó,  que- 
dando muy  amigos  y  teniendo  buen  suceso  mis 
pleitos  y  de  todos  mis  amigos. 

Y  para  acabar  con  los  sucesos  de  Urava, 
faltando  yo  y  el  maese  de  campo,  con  los  demás 
de  mi  camarada  que  fueron  en  demanda  de  sus 
negocios  á  Cartagena,  los  Mohanes  ó  dioses, 
como  los  indios  los  llaman  y  respetan  decían: 
¿  Dónde  está  mi  amo?  y  el  General  de  los  indios, 
que  era  de  la  encomienda  del  ma(.'se  del  campo, 
vino  un  día  y  dijo  á  Don  Diaguito,  que  era  el 
teniente  y  había  quedado  por  cabeza  de  todos: 
Yo  no  puedo  detener  la  gente,  que  los  caciques 
piden  á  sus  amos  y  los  Mohanes  nos  mandaron 
que  sirviésemos,  porque  se  lo  prometieron  á  su 
amo,  y  yo  asimismo  al  mío,  porque  eran  bue- 
nos y  nos  trataban  bien;  los  amos  que  ahora 
nos  dio  el  Gobernador  no  son  buenos  y  nos  tra- 
tan mal,  y  no  los  queremos;  llama  presto  á 
nuestros  primeros  amos,  y  sosegará  la  gente. 
Respondió,  como  mozo,  que  ahora  los  castiga- 
rían con  escorpiones  y  les  echarían  doblados 
tributos;  y  le  prendió  y  trasquiló,  que  es  la 
mayor  afrenta  que  se  les  pudo  hacer,  y  llamó  á 
mis  caciques,  y  hecha  información  que  inquie- 
taban los  demás,  y  llamado  el  Mohán  mozo, 
confesó  delante  de  todos  que  era  verdad,  y  que 
era  porque  le  quitaban  los  españoles,  á  quien 
ellos  querían  servir.  Con  esta  confesión  concluyó 
con  él  y  le  ahorcó  por  traidor,  y  á  otros  cinco 
caciques;  los  demás  se  humillaron  demasiado  y 
prometieron  servir  y  traerles  oro,  y  con  aquellas 
ceremonias  que  suelen  los  indios  cuando  quie- 
ren hacer  su  hecho.  Una  noche  pusieron  fuego 
á  las  dos  ciudades  y  mataron  todos  los  espa- 
ñoles. Don  Diego  de  Caravajal  venía  con  soco- 
rro de  ciento  y  setenta  hombres,  y  pensó  fortifi- 
carse; dieron  los  indios  sobre  ellos  con  tanto 
coraje  que  no  les  quedó  hombre.  Cogieron  á 
mano  al  General,  y  el  Mohán  viejo  por  sus 
manos  lo  desolló  vivo;  y  me  certificaron  dos 
frailes  que  llevaba  que  fueron  tantos  los  tor- 
mentos que  le  dieron,  que  del  mayor  mártir  no 
se  pueden  decir  más,  y  que  en  todos  ellos  pedía 
á  Dios  le  perdonase  sus  pecados  y  que  le  dura- 
sen más  los  tormentos,  y  que  tenía  una  pacien- 
cia inmensa.  Asi  acabó  el  desdichado  fin  de  la 


jornada  de  Urava  y  acaban  otras  de  indios,  por 
las  discordias  de  sus  pobladores.  A  los  frailes  les 
dio  libertad,  porque  dice  que  no  pelean,  y  que 
los  sacerdotes  sólo  van  á  hacer  bien;  y  porque 
en  tiempos  pasados,  que  los  mataban,  les  suce- 
dían á  los  matadores  mil  desgracias. 

CAPÍTULO  XXIV 

Donde  se  da  cuenta  de  lo  que  me  pasó  en  Santa 
Fe'  y  visita  de  Antioquía  y  Gobernación  de 
Popayán. 

Ofrecióse  que  el  capitán  Soleto  tenía  en  de- 
pósito una  provincia  de  indios  que  les  llaman 
sutagaos;  pidieron  se  poblasen;  quiso  ir  con 
gente;  estaba  allí  el  capitán  Juan  López  de 
Herrera,  que  decía  ser  en  su  conquista  y  gober- 
nación; entré  de  por  medio,  y  con  gente  de  la 
que  ambos  capitanes  tenían  fui  á  los  sutagaos, 
juntamente  con  los  dichos  capitanes,  y  pobla- 
mos la  ciudad  de  Alta  Gracia;  y  por  llamarse  el 
cacique  maj^or  Suma  T^az,  la  llamé  Alta  Gracia 
de  Suma  Paz.  Con  la  gente  que  sobró  me  entré 
por  aquellos  llanos  hasta  San  Juan  de  los  Lla- 
nos, que  es  una  ciudad  de  españoles  que  está 
distante  de  Santa  Fé  ochenta  leguas  en  medio 
de  aquellas  montañas,  donde  me  rehice  de  otros 
veinte  hombres  y  partí  á  descubrir  gente,  encon- 
trando infinitas  provincias,  aunque  de  poca  gen- 
te cada  una  y  que  se  guerrean  los  unos  á  los 
otros  y  así  se  van  acabando;  en  medio  dellos, 
hacia  la  gobernación  de  la  Grita  de  mi  buen 
amigo  Cáceres,  poblé  otra  ciudad,  que  la  llamé 
Santiago  de  los  Caballeros.  En  la  primera  gua- 
zabara  que  tuve  con  los  indios,  que  me  fue  mal, 
me  favoreció  el  Gobernador  Cáceres,  en  tiempo 
que  todos  pereciéramos,  y  en  otras  dos  los  hosti- 
gué y  castigué,  que  tuvieron  por  bien  de  redu- 
cirse y  servir.  Hice  los  apuntamientos  de  las 
encomiendas  de  todos,  y  con  ellos  y  los  de  Al- 
tagracia  de  Suma  Paz  vine  á  la  Audiencia,  que 
lo  confirmaron.  Y  porque  salió  el  capitán  Pedro 
Daza  le  dieron  indios  porque  enseñó  recaudos 
que  caía  en  su  conquista  y  gobernación,  y  á 
los  capitanes  dichos  y  Gobernador  Cáceres  les 
dieron  indios,  á  todos  estos  cuatro  en  igual 
parte  conmigo;  y  los  que  á  mí  me  cupieron,  he- 
cha dejación,  después  se  dieron  á  Sancho  de 
Caraargo  los  de  Alta  Gracia  de  Smua  Paz,  y  lo 
casé  con  Doña  Teresa  Pacheco,  hija  del  capitán 
Soleto.  Los  otros  de  Santiago  de  los  Caballeros 
los  di  al  Gobernador  Cáceres  para  un  fiel  criado 
suyo  que  vino  de  España  de  negociar  sus  ne- 
gocios. 

Proveyóme  luego  la  Real  Audiencia,  por  cé- 
dula particular  del  rey  en  que  le  mandaba,  visi- 
tase un  Oidor  la  gobernación  de  Antioquía,  que 
pobló  el  Goberaader  Rodas,  y  por  no  haber  más 


PEDRO  ORDOA'EZ  DE  CEBALLOS 


315 


de  tres  Oidores  mandó  fuese  yo.  Hice  esta  visi- 
ta, que  fue  la  primera  que  se  había  hecho  á  este 
famoso  Gobernador  Rodas,  que  fue  uno  de  los 
mejores  y  más  valientes  soldados  de  las  Indias 
y  pobló  toda  aquella  gobernación,  que  por  lla- 
marse la  principal  ciudad  xVntioquía,  dicen  así 
á  la  gobernación ,  y  por  otro  nombre  la  de  San 
Juan  de  Rodas,  por  el  famoso  Gobernador  y 
poblador;  tiene  gran  distrito  y  muchos  indios  y 
provincias  sin  poblar.  Es  tierra  de  mucho  oro  y 
ganado,  que  de  allí  se  baja  á  Cartagena,  y  es 
del  obispado  de  Popayán.  Hice  mi  visita,  con- 
federando los  que  no  lo  estaban,  y  acabando  ne- 
gocios, haciendo  amistades  y  ganando  amigos 
y  buena  fama. 

Y  por  haber  quejas  del  Gobernador  Jerónimo 
de  Tuesta  Salazar,  que  entonces  lo  era  de  la 
gobernación  de  Popayán,  me  mandó   la  Real 
Audiencia  fuese  allá,  que  es  circunvecina.  Fui 
á  Ancerma,  Arma  y  Caramanta,  que  son  tres 
ciudades  de  aquella  gobernación.  Hice  mis  infor- 
maciones y  otras  grandes  diligencias,   en  que 
volví  cinco  encomiendas  que  tenía  quitadas  y 
puestas  en  cabeza  del  rey.  Salí  por  Toro,  adonde 
hallé  á  mi  gran  amigo  el  capitán  Francisco  Re- 
dondo, que  me  esperaba  con  grande  refresco.  Y 
lo  primero  que  me  dijo  fue:  Aquí  le  espero  para 
acompañarle  en  su  prisión,  y  que  allí  recorde- 
mos mi  cautiverio  y  con  el  alma  y  potencias 
meditemos    en    aquellos    lugares    santos    para 
llevar  con  algún  consuelo  los  trabajos  que  le 
esperan.  Dile  las  gracias  con  alegría  de  espíritu, 
y  dije:  Aparejado   estoy  á   todo  lo  que  Dios 
quisiere;  y  viendo  yo  á  tan  verdadero  amigo, 
no  los  estimaré  por  trabajos.  Llegamos  á  Popa- 
yán, donde  se  sintió  agraviado  el  Gobernador 
por  no  haber  venido  y  presentado  los  recaudos ; 
y  tenía  hechas  grandes  informaciones,  como  á 
indios  que  estaban  en  la  corona  Real  los  di,  y 
sentenciado  que  pareciese  en  Consejo  Real  de 
las  Indias  de  España;  y  tenía  nombrado  quien 
me  trajese  preso  por  el  puerto  de  la  Buenaven- 
tura, y  de  allí  á  Panamá,  y  otro  día  me  mandó 
^       salir  con  doce  arcabuceros,  que,  sin  embargo  de 
mandarme  prender,  le  hice  notificar  que  pare- 
ciese en  la  Real  Audiencia  de  Santa  Fe,  que  obe- 
deció y  dijo  que  se  presentaría  con  una  cadena 
al  pie.  Partieron  conmigo,  y  el  buen  capitán  no 
me  dejó,  como  se  verá. 

CAPÍTULO  XXV 

De  la  prisión  hasta  el  puerto  de  la  Buenaven- 
tura, viaje  de  isla  de  Cocos  y  otros  sucesos. 

Haz  bien  y  no  cates  á  quién,  dice  el  refrán 
castellano,  y  pues  queda  referida  la  gran  amis- 
tad que  con  lazos  de  buenas  obras  había  pasado 
entre  mí  y  este  agradecido  caballero  el  capitán 

AÜTOBlOGRAFl.'iS    Y    MEMORIAS. — 31 


Francisco  Redondo,  diré  ahora,  como  dijo  el 
Filósofo,  que  la  buena  obra  en  pecho  noble  se 
paga  de  contado.  Iba  por  alguacil  de  mi  prisión 
un  gran  soldado  poi tugues  con  doce  arcabuceros 
mestizos,  escogidos  en  saber  tirar  á  las  aves  que 
volaban  y  no  errar  el  tiro,  y  como  cazadores  y 
campestres,  crueles  en  sus  condiciones  y  tratos 
todos  llevaban  el  propio  poder,  y  cada  uno  de 
por  sí,  hasta  entregarme   en  los   galeones  de 
España.  El  capitán  Francisco  Redondo,  vecino 
encomendero  de  Caligue,  por  sus  grandes  servi- 
cios le  dio  Su  Majestad  los  pueblos  de  Roldanillo 
y  otros  por  encomienda,  que  eran  de  su  corona, 
y  le  hizo  juez  del  puerto  de  la  Buenaventura, 
inmediato  á  España,  porque  es  jurisdición  de 
la  Gobernación  de  Popayán.  Visto  que  no  pudo 
alcanzar  del  Gobernador  medio  ninguno,  fingió 
volverse  á  su  ciudad  de  Cali,  y  de  sus  indios  me 
envió  docientos  que  tenía  apercebidos  para  que 
me  llevasen  en  guando,  que  es  á  hombros,   en 
una  como  litera  hecha  de  palos  y  arcos  y  cubierta 
con  un  encerado  y  grandes  regalos  de  comida  y 
vino  de  España,  aunque  yo  no  lo  probé  hasta  que 
me  ordené  de  sacerdote,  y  por  otro  camino  á  dos 
jornadas  me  alcanzó  y  me  dijo  que  no  llevase 
pena,  que  él  tenía  hecha  prevención  desde  que 
supo  las  informaciones  que  hacía  el  Gobernador, 
que  había  de  ser  la  mejor  y  que  más  me  había 
de  aprovechar,  y  no  me  quiso  decir  qué  era. 
Fuimos  por  aquellos  malos  caminos,  que  lo  son 
por  extremo  de  sierras  y  lodos,  y  en  compañía 
de  los  crueles,  con  quien  pasábamos  grandes 
cosas.  Llegamos  al  Puerto,  en  donde  como  juez 
detuvo  la  gente  de  un  navio  que  se  partía  á 
Panamá,  y  hizo  mil  armas  falsas  y  los  envió  á 
puestos,  quitando  las  velas  del  navio  y  timón. 
Dentro  de  veinte  días  llegó  un  indio  tocando 
una  corneta,  y  llegando  le  dio  al  capitán  unas 
Reales  provisiones  de  la  Real  Audiencia,  en  que 
le  mandaban  me  detuviese  allí  ó  donde  quiera 
que  me  hallase,  y  otras  para  negocios  tocantes 
á  éste,  y  así  en  público  me  dijo:  Esta  fue  la 
buena  prevención  que  hice,  despachando  con 
tiempo  á  la  Audiencia.  Los  mestizos  y  juez  no 
consentían  me  soltase,  antes  un  día,  haciéndose 
fuertes  por  los  agravios  del  navio,  quitaron  por 
fuerza  las   velas  y  timón  y  quisieron  embar- 
carme. Convocó  todos  los  demás  españoles  y 
toda  la  tierra  de  indios,  y  los  vide  á  punto  de 
darse  batalla,  que  escribí  al  capitán   Redondo 
suplicándole  que  yo  quería  ir  á  Panamá  y  que 
la  Real  Audiencia  me  oiría.  Hablé  al  juez  y  lo 
reduje,  y  á  los  mestizos;   y  hechas  paces  fue 
concertado  entrase,  y  por  las  provisiones  me  sol- 
tase, que  así  se  hizo,  y  pagándoles  se  fueron  á 
Popayán. 

Llegó  allí  un  navio  de  Panamá  y  en  él  Mar- 
cos Ortiz,  que  librándose  concertaron  él  y  Pe- 
dro de  Lomelín  el  uno  de  subir  por  el  río  Gran- 


316 


autobiografías  y  memorias 


de  á  las  gobernaciones  de  Antioquía  y  Popayán 
en  mi  busca  y  el  otro  por  Panamá  á  este  puerto. 
Holguéme  con  su  llegada  y  concerté  el  navio 
para  la  isla  de  Cocos,  mientras  tenia  mandato 
de  la  Real  Audiencia.  Nombróme  el  juez  por 
capitán  del  navio.  Partí  con  buen  tiempo  y  lle- 
gamos á  las  islas  de  Cocos,  y  cargamos  más  de 
la  mitad.  Ofrecióse  un  día  una  gran  pendencia 
entre  Ortiz  y  el  maestre  del  navio.  Yo  acudí 
allá  y  los  prendí  y  entré  á  Ortiz  en  la  popa, 
que  era  mi  rancho,  y  al  maestre  debajo  cubier- 
ta. Agravióse  y  dijo  que  no  le  podía  yo  pren- 
der, y  más  siendo  él  el  agraviado.  Toda  la  gente 
de  la  mar  se  desgració  con  nosotros,  y  hechos 
sus  concilios  fue  acordado  entre  ellos  lo  que 
liabían  de  hacer,  y  así  trataron  de  amistades, 
que  yo  las  hice  con  grandes  satisfaciones,  y 
pensando  estaba  todo  acabado  me  torné  á  tie- 
rra aquel  día,  y  otro  apresuraron  y  llevaban  todo 
lo  que  estaba  en  tierra,  y  un  jueves  en  la  tarde 
se  embarcaron  los  que  quedaban  y  eché  yo  de 
ver  que  me  dejaban  solo  en  tierra.  Llamé  á 
los  marineros,  y  respondió  uno:  Quédese  ahí, 
señor  capitán  y  justicia  mayor  del  navio,  que 
no  le  habemos  menester,  y  sea  manjar  de  cari- 
bes, que  al  que  allá  está  presto  le  acompañará. 
Entendido  allá  de  Ortiz,  se  retrajo  á  la  popa  él 
y  un  negro  suyo;  y  tenía  este  hombre  (como  he 
referido)  bofes,  y  no  le  pudieron  entrar.  Yo  daba 
voces  prometiéndoles  muchas  cosas  y  no  oían; 
y  entrada  en  el  navio  la  barca,  alzaron  velas, 
que  cuando  yo  lo  vide  con  el  pañuelo  los  llama- 
ba, y  dos  ó  tres  veces  me  quise  arrojar  al  mar, 
sin  entender  lo  que  sucediera,  y  Uios  me  detu- 
vo. De  aquella  manera  estuve  en  pie  hasta  que 
los  perdí  de  vista,  y  tornando  en  mí  miré  aque- 
llos mares,  y  luego  hacia  la  tierra,  donde  de 
ambas  partes  consideré  cuan  cercana  estaba  mi 
muerte;  entonces  me  senté  desmayado  tal  cual 
se  puede  entender.  La  necesidad  del  caso  me 
dio  aliento  para  tornar  en  mí,  y  como  avecilla 
desamparada  de  sus  padres,  que  el  temor  de  la 
mano  del  cazador  le  enseña  el  huir  y  guarecerse, 
casi  como  tal  me  fui  de  allí,  y  mirando  un  árbol 
muy  copado  me  subí  en  él,  eiitrándome  entre  la 
espesura  de  sus  ramas;  dentro  de  una  hora  acu- 
dieron los  caribes,  y  flechando  andaban  la  ma- 
rina de  una  parte  en  otra  con  algazara,  hablan- 
do y  respondiendo,  que  debían  de  decir:  Aquí 
estuvieron;  allí  hicieron  lumbre,  y  acullá  dur- 
mieron ;  después  flecliaban  los  troncos  de  los 
árboles,  como  por  venganza  por  haber  cogido 
el  fruto  dellos  sus  enemigos,  que  por  tales  nos 
tienen.  Fuéronse  sin  mirar  hacia  arriba,  como 
enojados  con  las  hojas  y  fruto. 

El  día  siguiente  tarde  vinieron  indios  y  in- 
dias á  coger  marisco;  andarían  dos  horas  por  la 
playa  y  se  fueron ;  yo  aquel  día  comí  cocos,  que 
es  su  gusto  como  de  avellanas  verdes,  y  bebí  de 


aqiiella  agua  que  tiene  cada  uno,  que  es  como 
con  azúcar  muy  dulce  y  tiene  un  cuartillo  tanto 
uno  como  otro,  que  es  muy  notado.  Amaneció 
el  sábado  y  vide  una  india  y  un  indio  que  ve- 
nían una  cuesta  abajo,  y  de  cuando  en  cuando 
se  paraban,  y  el  indio  quería  como  abrazarla  y 
besarla,  y  ella  se  defendía,  que  consideré  que 
hasta  en  aquellos  bárbaros  hay  amor  y  aborre- 
cimiento; cogieron  de  lo  que  hallaron,  y  el  in- 
dio fue  cargado;  á  cabo  de  más  de  una  hora  que 
ella  miró  á  todas  partes  y  vido  que  no  parecía 
nadie,  desató  de  su  afligido  corazón  los  suspiros 
que  estaban  detenidos ;  oile  decir :  Dios  mío, 
sácame  de  aquí  y  llévame  á  Guayaquil ;  marido 
mío  y  hijos  amados,  ¿cómo  estaréis?  y  otras  lás- 
timas, que  estuve  por  responderle,  y  no  osé  por 
pensar  venía  el  indio,  que  al  cabo  de  otra  liora 
llegaría;  sentáronse  cada  uno  de  por  sí  v  co- 
mieron, y  queriendo  aliñar  por  ser  tarde,  el  in- 
dio volvía  á  persuadirle  hasta  hincarse  de  rodi- 
llas, y  ella  en  sus  ademanes  decía  que  no.  El 
indio  se  determinó  de  cumplir  su  deseo  y  for- 
zarla; pelearon  un  gran  rato,  y  hallándose  ren- 
dida dio  una  voz  y  dijo:  Madre  de  Dios,  socórre- 
me. Yo  estaba  con  pena  de  ver  la  fuerza  y  que 
no  podía  remediai'la;  cogí  un  coco  grande  y  se 
lo  tiré  con  tanta  furia  que,  permitiéndolo  Dios, 
le  dio  en  un  ojo  y  se  lo  quebró,  de  que  se  sintió 
mucho.  Alzó  la  india  los  ojos  á  una  parte  y  á 
otra,  y  visto  que  no  parecía  ni  veía  á  nadie, 
dijo:  Dios  envió  este  castigo  para  defenderme. 
Acudió  al  indio  y  lo  curó  con  unas  hierbas,  y  le 
ayudó  y  lo  enti'ó  en  un  hueco  de  un  grande 
árbol.  Yo  salí  de  noche  y  torné  á  mi  piedra, 
y  llegué  cerca  del  árbol  y  oí  quejarse  al  indio; 
no  acerté  al  árbol  donde  yo  estaba  subido,  y 
torné  á  la  piedra  donde  pasé  aquella  noche; 
al  amanecer  torné  al  árbol  y  até  el  indio,  y  qiie- 
riendo  atarla  á  ella  también,  me  dijo:  No  lo  ha- 
gas, que  soy  cristiana  y  deseo  salir  de  aquí. 
Contóme  que  la  había  hurtado  un  cacique  de 
aquella  isla  tres  años  había,  y  que  era  casada  y 
tenía  hijos  en  Guayaquil  y  otro  en  aquel  caci- 
que, y  que  este  indio  herido  era  de  los  resca- 
tados captivos  de  otras  islas,  y  le  había  tomado 
aquel  amor  y  ella  sólo  lo  tenía  en  su  primer 
marido.  Fuimos  á  la  piedra  parlando  y  le  conté 
lo  que  había  pasado  del  navio,  y  me  dijo  que 
matase  aquel  indio  y  lo  echase  en  el  mar,  y  ella 
diría  que  lo  había  visto  ahogarse,  y  que  me  su- 
biese en  el  árbol,  que  ella  me  trairía  alguna 
comida  y  me  visitaría. 

De  nmy  lejos  vido  la  india  una  vela  y  me  la 
enseñó,  y  con  la  velocidad  que  el  navio  camina 
vimos  que  era  un  navio;  como  se  acercaba  más 
conocí  que  era  el  mío,  que  el  gozo  que  mi  alma 
sintió  no  se  puede  encarecer  y  la  india  lo  mos- 
tró ;  llegado  cerca  me  dijo  el  maestre  que  lo  per- 
donase. Yo  le  dije  los  perdonaba  y  agradecía. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


317 


porque  más  hicieron  en  volver  habiéndose  ya  ido 
y  dejádotne  que  en  irse,  y  desembarcados  los 
abracé  á  todos  y  nos  fuimos  al  navio.  En  este 
tiempo  vino  el  cacique  de  aquella  india,  y  con 
un  palo  y  una  grande  hoja  hizo  señas  de  paz,  y 
fue  la  bai'ca  y  lo  trajo  al  navio,  y  habló  con  la 
india;  concertó  se  fuese  y  trajese  el  hijo  y  un 
fraile  viejo  de  la  orden  de  San  Francisco  que 
allá  tenia  que  asi  lo  hizo  y  con  esto  nos  parti- 
mos, que  con  próspero  tiempo  llegamos  al  puer- 
to de  la  Buenaventura;  y  para  que  se  sepa  la 
vuelta  y  el  por  qué,  digo  que  fue  así,  que  como 
Marcos  Ortiz  y  su  negro  los  amenazaban  de 
popa  que  los  habían  de  hacer  castigar  y  se  de- 
fendieron tan  valerosamente,  los  más  comunes 
se  amotinaron  y  fueron  de  aquel  parecer,  y  asi 
fue  acordado  volviesen  por  mí  y  que  se  acabase 
todo,  que  así  se  hizo;  y  de  allí  adelante  no  traté 
más  de  cosa,  y  dejando  allí  cocos,  y  con  lo  demás 
despaché  á  Ortiz,  y  con  otras  cosas,  á  Lima, 
que  fue  razonable  viaje. 

Hallé  allí  en  el  puerto  de  Buenaventura  una 
provisión,  en  que  se  me  mandaba  acabase  la  vi- 
sita, y  partidos  deste  puerto  yo  y  mi  buen  ami- 
go el  capitán  Francisco  Redondo,  llegamos  á 
Popayán,  donde  hallé  cartas  de  reconciliación 
del  Gobernador  Tuesta,  que  puse  en  manos  deste 
varón,  que  con  estar  sentido  de  no  poder  alcan- 
zar lo  que  pidió  él  al  Gobernador,  me  dijo:  Este 
caballero  es  muy  buen  cristiano  y  sólo  es  tenido 
por  justiciero,  y  esto  por  ser  necesario,  y  por 
eso  es  malquisto,  y  para  mí  tengo  que  no  ha 
hecho  otra  cosa  mala  en  su  vida  sino  fue  esta 
pasión;  muy  mi  amigo  ha  sido;  yo  sé  que  con 
los  buenos  dará  buena  vista;  no  digo  más.  Yo 
lo  entendí  muy  bien.  Respondí  y  consolé  á  Juan 
de  Tuesta,  y  escribí  á  la  Audiencia  en  su  favor, 
con  que  negoció  muy  bien,  y  de  secreto  pidió 
me  lo  diesen,  que  luego  me  enviaron  los  recau- 
dos de  Gobernador,  en  el  entretanto  que  llegaba 
él,  reservando  la  visita  mía  á  la  Audiencia. 

CAPÍTULO  XXVI 

De   la  jornada  de   los  pixaos  y  paes   y   los 
grandes  casos  que  en  ella  acaecieron. 

Hallé  toda  la  tierra  alborotada  y  con  la  nueva 
de  los  pixaos,  que  es  la  gente  valiente  y  traido- 
ra de  las  Indias.  Haljía  nueva  que  convocaban 
otras  provincias  y  amenazaban  á  los  paes  y  otras 
naciones  que  servían  á  los  españoles,  que  se  los 
comerían,  porque  comen  carne  humana,  si  no  se 
levantaban.  Los  indios  de  Caramanta  y  Arma, 
dos  ciudades  de  españoles  que  caían  muy  lejos 
de  Popayán,  decían  que  se  convocaban  y  insis- 
tían á  los  de  las  ciudades  de  Toro  y  Ancerma 
que  se  levantasen.  Los  de  la  ciudad  de  Calo- 
coto,  por  otro  nombre  Salamanca,  como  recién 


poblados,  cada  día  estaban  de  su  parecer,  y  si  no 
íuera  por  el  gran  capitán  Hernán  Darias  de 
Saavedra,  que  sola  su  persona  los  atemorizaba 
y  les  ponía  freno,  ya  estuvieran  con  los  pixaos 
ios  de  las  ciudades  de  Baga  y  Tucunián,  del 
valle  de  Neiva,  tan  vecinos  á  esta  gente  y  pro- 
vincias de  pixaos,  como  faltaba  el  General  Boca- 
negra  á  quién  todos  los  indios  temían  tanto. 
Toda  la  gobernación  se  temía  de  algún  gran 
alboroto,  y  como  era  fallecido  aquel  gran  santo 
fray  Agustín  de  la  Corona,  obispo  de  Popayán, 
de  la  orden  del  glorioso  San  Agustín,  varón 
apostólico,  que  por  serlo  tanto  en  su  lugar  tra- 
taré del,  que  como  era  tan  querido  de  los  indios 
y  le  adoraban  por  santo  decían  á  voces  que  ya 
no  había  á  quién  ellos  temiesen  ni  amasen.  To- 
das estas  cosas  me  eran  de  gran  cuidado,  y  así 
me  determiné  con  hábito  de  clérigo  á  entrar  en 
los  pixaos,  y  lo  hice,  y  llevé  grandes  rescates  y 
les  di  infinitas  dádivas.  Llegué  á  un  tiempo  de 
grande  ocasión,  y  fue  que  el  General  pixao  y 
toda  la  tierra  había  nombrado  por  su  teniente 
al  cacique  Calocoto,  y  enviádolo  á  llamar,  y  no 
había  querido  obedecer,  que  decía  que  con  diez 
hombres  como  su  capitán  y  encomendero  Her- 
nán Darias  de  Saavedra  podían  los  españoles 
sujetarlos  y  más  si  venía  el  General  Bocane- 
gra.  Díjole  el  cacique  General:  En  todos  los 
españoles  no  hay  otros  dos  soles  como  esos,  y 
no  me  repitas  más,  que  te  haré  empalar.  Era 
este  Calocoto  un  valiente  indio,  y  levantóse  en 
pie  y  le  respondió:  Cacique,  en  tu  tierra  me  tie- 
nes y  bien  podrás  mandar  lo  que  quisieres;  pero 
advierte  que  el  adelantado  Benalcázar,  que  era 
inmortal  en  las  peleas,  á  quien  todos  llamamos 
hijo  del  Sol,  dejó  hijos  y  nietos,  y  ya  te  has  visto 
con  Don  Sebastián  de  Benalcázar,  y  sabes  que 
lio  hay  quien  le  resista,  ni  á  sus  hermanos  y 
parientes,  que  son  seis;  pues  experimentada 
tienes  la  fortaleza  y  gran  gobierno  del  capitán 
Francisco  Redondo  de  Calí,  y  de  un  Cepero  de 
Popayán,  y  de  los  Cobos  de  Buga,  y  de  otros 
que  te  pudiera  nombrar  desta  gobernación,  y 
luego  vernán  en  su  ayuda  los  Roseros  y  Zúñi- 
gas  de  Pasto,  y  las  Audiencias  de  Quito  y  Bo- 
gata  enviarán  socorro,  y  el  Gobernador  de  Po- 
payán no  se  ha  de  estar  durmiendo,  que  también 
ha  de  querer  imitar  á  los  soles  que  dices,  y  yo 
he  visto  soldadillos  españoles,  y  tú  te  has  visto 
con  algún  mestizo  á  las  manos  que  nos  han  pa- 
recido rayos  del  sol,  que  con  sus  hechos  nos 
ciegan  y  nos  parecen  inmortales,  y  tienen  los 
españoles  gran  ventaja,  que  tienen  el  Señor  del 
Sol  y  de  Lucero  y  de  los  Cerros  por  Dios,  que 
mandará  á  estos  tres  dioses  nuestros  que  no 
nos  favorezcan,  y  tienen  sacerdotes  como  éste, 
señalándome  á  mí,  y  otros  que  se  lo  pidan  y  el 
santo  obispo  Agustín  está  junto  á  su  Dios.  Por 
estas  razones  digo  que  no  conviene  esta  gue- 


818 


autobiografías  y  memorias 


rra,  que  por  lo  demás,  manos  tengo  tan  fuer- 
tes como  las  tuyas  y  más  las  quiero  para  pelear 
contra  ellos,  y  aquí  estoy  y  una  vida  tengo,  haz 
lo  que  quisieres.  Enojóse  el  General  pixao  y 
mandó  que  lo  colgasen  de  sus  partes  inferiores. 
Yo  le  rogue'  no  lo  hiciese,  y  dije:  Sacerdote  soy, 
General;  mira  lo  que  te  digo;  que  si  tales  indios 
como  éste  matas,  te  has  de  arrepentir,  y  si  te 
ves  con  los  españoles  en  batallas  has  de  echar 
menos  este  valiente  y  prudente  cacique,  que, 
como  él  dice,  tiene  manos  para  pelear  y  es  ene- 
migo de  los  españoles,  y  más  habrás  menester 
su  consejo.  La  guerra  está  determinada;  yo 
como  sacerdote  te  aconsejo  que  no  la  hagas; 
mira  que  ha  de  venir  luego  el  gran  Bocanegra 
al  socorro;  mira.  General,  que  el  rey  de  España 
puede  contra  emperadores  y  reyes  que  ponen  en 
campo  más  hombres  y  arcabuces  que  hay  árbo- 
les en  esta  montaña  y  los  sujeta;  advierte  que 
te  dijoCalocoto  que  tienen  los  españoles  á  Dios, 
señor  y  criador  de  todo,  y  que  la  guerra  que 
intentas  no  es  justa;  en  tu  tierra  te  estás  libre 
tú  y  tus  caciques;  con  la  paz  te  vengo  á  rogar 
de  parte  del  Gobernador,  como  tú  la  quisieres, 
y  pues  ves  que  te  aconsejo  lo  justo,  no  llegues 
á  rompimiento;  mira  lo  que  deseas  de  dádivas, 
que  todas  te  las  enviaré,  y  como  quites  las  car- 
nicerías de  carne  humana,  pide  tú  y  tus  indios 
de  lo  que  no  tenéis,  que  cincuenta  y  cien  caba- 
llos cargados  prometo  cada  un  año,  y  otros  tan- 
tos por  la  mitad  del  oro  que  aquí  pagáis  por 
cada  cosa,  así  de  cuentas  como  de  vestidos  y  co- 
mida, y  que  salgáis  de  paz  y  compréis  todo  lo 
que  quisiéredes,  y  si  queréis  ser  cristianos ,  de 
parte  del  rey  nuestro  señor  os  prometo  sacerdo- 
tes y  todo  lo  necesario  para  las  iglesias,  sin  que 
deis  cosa  alguna,  si  no  fuere  algo  para  la  comi- 
da, de  lo  que  tuviéredes  en  vuestra  tierra;  y  si 
ese  quisiéredes  que  se  os  pague,  también  en  sal 
se  traerá  el  valor,  y  si  todo  esto  no  bastare, 
pedí,  que  todo  lo  [que]  pidiéredes  os  concedo. 
Levantóse  el  General  pixao  y  dijo:  Las  ame- 
nazas de  la  guerra  ni  socorro  de  Bocanegra  ni 
de  los  hijos  y  nietos  del  sol  no  lo  estimo,  pues 
yo  y  mis  caciques  los  buscamos;  lo  demás  que 
has  dicho  lo  miraremos  los  caciques  y  te  res- 
ponderemos que  á  los  padres  los  queremos  todos 
bien,  que  son  como  nuestros  Molianes,  á  quien 
se  debe  respeto.  A  este  cacique  bachiller,  por 
amor  á  ti  no  lo  hago  empalar;  agradézcate,  pa- 
dre, la  vida,  mas  con  condición  que  ha  de  acep- 
tar el  cargo  y  acudir  como  todos  los  demás  á  es- 
tas guerras,  si  fueren  adelante.  Lo  que  dice  del 
gran  santo  obispo  Agustín,  que  está  cerca  de 
Dios,  es  muy  claro;  mas  yo  sé  que  quería  tanto 
á  los  indios  como  á  los  españoles,  y  que  rogará 
por  nosotros,  pues  todos  los  indios  lo  queremos, 
y  para  que  sepas  lo  que  entre  nosotros  pasó,  te 
lo  conturé. 


Entramos  en  Consejo  y  todos  votamos  que 
hiciésemos  esta  guerra,  encomendándonos  en  el 
santo  Agustín,  y  que  si  venciésemos  sería  jus- 
ta y  tendremos  razón,  y  si  vencen  los  españoles 
creeremos  qiie  ellos  tienen  razón  y  haremos  lo 
que  el  santo  mandare,  y  los  Mohanes  dicen  que 
el  demonio  nos  hará  mal,  porque  era  el  santo 
Agustín  su  enemigo,  y  que  hagamos  la  guerra 
por  ellos,  para  que  los  que  murieren  no  vayan 
con  los  españoles,  sino  á  otro  lugar  nuevo  que 
él  tiene  donde  estaremos  todos  juntos  nosotros. 
Todo  lo  que  has  dicho  se  verá  y  te  responderé. 
Destacaron  á  Calocoto,  que  ya  estaba  para  col- 
garlo; vino  y  me  besó  la  mano  y  me  la  apretó, 
que  yo  hice  lo  propio  con  la  suya  y  le  entendí 
que  fue  como  vínculo  de  amistad,  y  después  la 
guardó  y  me  dio  muchos  avisos,  como  se  dirá. 
De  allí  cinco  días  se  determinó  la  guerra,  y  me 
despidieron  dándome  algún  oro  y  yo  á  ellos 
otras  cosas.  Vide  las  carnicerías  de  carne  hu- 
mana y  me  informé  de  hartas  cosas  que  para 
la  guerra  importaron  harto,  en  particular  de  un 
caciquillo  que  en  los  sutagaos  libré  de  la  muer- 
te y  de  Calocoto,  y  me  torné  á  Popayán. 

CAPÍTULO  XXVII 

A  do  se  j^rosigue  la  venida  de  los  pixaos  sobre 
las  ciudades  y  la  causa  della. 

Antes  que  pase  adelante  será  justo  declarar 
la  causa  y  motivo  que  tuvieron  estos  pixaos  y 
demás  naciones  de  venir  en  junta  con  tanta  po- 
tencia sobre  la  ciudad  de  Buga  y  demás  ciuda- 
des, y  es  así  que  yendo  proveído  por  Goberna- 
dor Juan  de  Tuesta  Salazar  llevaba  sus  cargas 
un  mestizo  arriero,  y  le  salieron  los  pixaos  más 
acá  de  Quindio,  y  le  tenían  tomadas  las  cargas, 
y  tuvo  nueva,  porque  iba  delante,  y  tornó  con 
tan  gran  brío  que  las  cobró  con  muerte  y  reti- 
rada de  los  pixaos,  y  se  dejarun  dos  indios  que 
le  habían  muerto.  Entró  el  famoso  capitán  Bo- 
canegra con  gente,  por  mandado  de  la  Real 
Audiencia  de  Santa  í  e,  y  Iok  hostigó  y  castigó, 
como  valiente  capitán  y  temido  que  ha  sido 
desta  gente,  por  las  cosas  tan  grandes  y  ven- 
turosas que  entre  ellos  le  han  sucedido,  que 
cierto  es  digno  de  una  grande  historia,  como 
uno  de  los  mejores  soldados  que  se  han  visto 
en  las  Indias,  y  más  venturoso  en  guazabaras, 
á  quien  los  indios  decían  que  era  inmortal 
(como  dicho  es).  Entró  á  Calocoto  el  capitán 
Hernando  Alvart-z  de  Saavedra,  y  por  castigos 
que  mandó  hacer  en  culpados,  y  como  castigo  á 
lus  paez,  que  de  s^ujetos  se  alzaron,  y  á  otras 
naciones,  aunque  perdonó  á  los  calocotos  y  los 
pobló  la  ciudad  de  Salamanca,  y  por  otras  en- 
tradas que  hicieron  otros  capitanes,  se  juntaron 
todos  pixaos  y  paez  y  demás  naciones  y  se  con- 


PEDRO  ORDOXEZ  T)E  CEBALLOS 


319 


juraron  contra  la  ciudad  de  Bn^a,  por  ser  de  allí 
vecinos  los  dichos  capitanes  Booancgra  y  Her- 
nando Alvarez  de  Saavedra.  Die'ronme  aviso 
desta  junta  por  una  carta  el  capitán  Hernando 
Alvarez,  que  es  su  tenor:  • 

Carta  del  capitán  Reman'lo  Alvarez. 

«Señor  Gobernador:  Aunque  las  cosas  famo- 
sas y  de  peso  en  toda  rui  vida  no  me  han  puesto 
en  cuidado,  ni  las  famosas  guazavaras  que  he 
tenido  con  tantas  naciones  de  indios,  como 
vuestra  merced  habrá  sabido,  pues  me  he  hallado 
en  toda  la  mayor  parte  de  las  conquistas  desta 
gobernación,  no  me  han  puesto  en  pensar  qué 
sucederá,  y  ésta  que  al  presente  se  ofrece  de 
una  tan  gran  junta  de  todos  los  pixaos,  que 
aunque  en  número  son  pocos  y  casi  no  llegan 
á  cuatro  mil  soldados  de  pica  y  morrión,  son  de 
los  más  valientes  que  se  pueden  pensar,  y  tanto 
que  con  ser  las  demás  naciones  más  de  veinte 
mil  no  lo  estimo  en  cosa,  que  éstos  con  solos 
mis  valientss  soldados  de  Calocoto  no  dudaran 
salirles  y  en  campo  raso  darles  batalla,  y  con  la 
voluntad  de  Dios  y  ayuda  del  señor  San  Grego- 
rio vencerlos  y  retirarlos;  mas  á  cuatro  mil  pi- 
xaos  hay  necesidad  que  vuestra  merced  en  per- 
sona salga,  y  que  entiendan  esta  gente  que  te- 
nemos Gobernador  y  cabeza  para  hostigarlos  y 
buscarlos  si  fuere  menester  en  su  tierra,  y  pues 
vuestra  merced  los  conoce  y  se  ha  visto  entre 
la  braveza  de  sus  invencibles  corazones,  y  ha 
visto  de  la  manera  que  les  dura  el  coraje  y 
cómo  saben  menear  las  manos,  y  que  si  ven  la 
suya,  de  la  manera  que  llevan  hasta  el  fin  sus 
Vitorias  y  las  demás  cosas  que  pudiera  decir 
desta  indómita  nación,  que  tácitamente  las 
digo  á  quien  tan  bien  las  sabe.  Y  dije  las  digo 
porque  no  las  callo,  porque  no  es  tiempo  de 
callarlas,  sino  que  vuestra  merced  las  piense,  y 
miradas  junte  toda  la  gente  de  su  gobernación, 
y  en  persona  salga  á  la  defensa  della,  que 
ha  de  ser  menester.  Y  en  lo  que  toca  cómo  y 
á  dónde  y  por  qué  orden  se  les  ha  de  defender 
la  tierra,  no  lo  digo,  aunque  pudiera,  porque  sé 
que  vuestra  merced  es  soldado  y  experimentado 
capitán  contra  los  indios,  y  tengo  en  memoria 
la  orden  que  me  dijo  el  alférez  Santillán  que 
vuestra  merced  dio  para  vencer  á  esta  gente  en 
el  socorro  de  los  sutagaos:  representarles  ba- 
tallas y  no  dárselas  si  no  fuere  por  sus  filos, 
y  reconociendo  sus  emboscadas  y  tendiéndoles 
otras.  Yo  y  esta  gente  de  la  ciudad  saldremos 
al  camino  de  las  minas,  y  la  mitad  della  estará 
en  la  quebrada  honda  y  la  mitad  en  la  cumbre 
del  cerro;  vuestra  merced  ordene  en  las  demás 
ciudades  lo  propio,  y  por  ser  aviso  tan  grande 
sea  yo  perdonado.  Tuve  hoy  nueva  de  que  el 
General  indio  partió  su  gente  y  la  mitad  enca- 


mina á  Buga  y  la  otra  mitad  bravea  por  verse 
con  el  capitán  que  le  retiró  en  los  sutagaos,  y 
dice  que  él  verá  si  os  cacique  de  Tairona,  que  con 
mi  cacique  Calocoto  me  lo  envió  á  decir;  y  para 
que  vea  nuestra  merced  un  atrevimiento  de  un 
indio  como  éste,  que  me  dijo  que  le  había  man- 
dado que  le  siguiese  y  que  no  llevase  su  gente, 
y  yo  le  respondí:  Pues  ¿cómo,  Calocoto,  siendo 
vos  mi  encomendado  y  yo  vuestro  encomendero 
y  justicia  mayor  desta  ciudad  me  decís  eso? 
¿Habéis  de  ir  ó  no?  Y  me  respondió:  Mi  amo 
eres;  escoge  de  dos  la  una:  ó  he  de  ir  yo  á  servir 
á  mi  General  en  esta  guerra  en  lo  que  es  mi 
cargo  ó  ha  de  ir  mi  gente.  Yo  le  respondí  que 
si  fuera  en  mi  mano  á  él  y  á  su  gente  los  en- 
viara, porque  los  españoles  nos  holgábamos  de 
que  hubiese  muchos  con  quien  pelear;  mas  que 
por  el  servicio  del  pueblo  se  quedase  la  gente  y 
fuese  él,  que  yo  le  daba  licencia;  es  el  portador 
que  dice  quiere  ir  á  pedírsela  al  Gobernador  su 
amigo.  Ya  sabe  vuestra  merced  cuan  fácil  era 
el  darle  garrote,  mas  no  conviene,  porque  del  se 
sabrán  cosas  que  convengan,  y  porque  no  se  alce 
toda  esta  tierra,  que  ahora  sería  malo  sólo  emba- 
razar aunque  no  sea  más  de  diez  y  ocho  soldados 
mestizos  que  de  aquí  llevaré;  lo  demás  me 
remito  al  dicho  cacique  y  espero  la  orden  de 
vuestra  merced  en  lo  que  yo  no  alcanzo.  De 
Calocoto,  miércoles.  Hernando  Alvarez  y  Saa- 
vedray>. 

Llegó  con  esta  carta  el  cacique,  y  le  hice  lo 
aposentasen  en  un  aposento  de  mi  casa,  y  le 
regalé  y  di  á  entender  que  hizo  mal  el  teniente 
general  Hernando  Alvarez  en  no  darle  cien 
indios  de  los  suyos  para  que  le  acompañasen,  y 
delante  del  escribí  pregonase  que  veinte  indios 
de  los  mejores  y  más  valientes,  escogidos  por 
los  caciquillos  de  los  pueblos,  con  sus  armas  y 
plumas,  viniesen  á  servir  á  su  cacique,  y  le  di 
nueve  indias  de  las  captivas  del  pueblo  para 
que  le  llevasen  su  chicha  y  le  hiciesen  de  comer, 
lo  cual  estimó  en  mucho,  y  le  quería  dar  dos 
espadiis  si  no  fuera  que  había  descomunión. 
Escribíle  una  carta  al  capitán  en  respuesta  de 
la  suya,  y  porque  hace  á  la  historia  diré  su 
tenor: 

Carta  mía  en  respuesta  de  la  del  capitán. 

«Señor  capitán:  La  que  vuestra  merced  me 
escribió  con  el  cacique  Calocoto  recebí,  y  tenía 
recebidas  otras  dos  con  los  primeros  avisos,  y 
delante  del  cacique  con  su  sobrino  y  heredero 
del  cacicasgo,  escribí  y  supliqué  á  vuesta  mer- 
ced se  le  envíen  veinte  indios,  y  digo  por  esta 
qiic  le  responda  vuestra  merced  y  es  acordado 
que  le  envié  vuestra  merced  otros  treinta  indios 
y  dos  curaquillas  para  que  le  acompañen,  y 
de  sus  indias  otras  once,  que  acá  le  doy  nueve. 


320 


autobiografías  y  memorias 


Lo  que  tongo  que  avisar  á  vuestra  merced  os 
quo  no  salga  con  su  gente  hasta  que  vea  mi 
aviso  y  orden,  que  será  diferente  del  que  vues- 
tra merced  piensa,  y  aun  tengo  para  mí  que  las 
guazabaras  que  nos  dieren  serán  en  diferentes 
lugares  de  los  qiie  vuestra  merced  piensa,  por 
que  el  partir  de  la  gente  tiene  más  entenderos 
de  los  que  parecen,  y  sabe  pixao  que  cuando  yo 
di  socorro  al  Capitán  Diego  Soleto  le  entendí 
los  pensamientos  en  dos  emboscadas  que  tenía; 
y  así  me  ha  partido  la  gente  para  que  no  lo 
entienda;  y  digo  que  no  me  ha  de  dar  batalla 
ni  que  le  falte  indio;  y  así  hay  necesidad  de  que 
vuestra  merced  esté  alerta  y  guarde  su  ciudad, 
y  á  tiempo  avisaré  la  deje  y  socorra  á  do  fuere 
necesario,  que  lo  ha  de  ser.  Esa  carta  me  despa- 
che luego  con  indio  seguro  á  Neiva,  al  teniente 
Garzón,  y  va  abierta  para  que  vuestra  merced 
la  vea,  y  en  esotro  medio  pliego,  para  que  la  de 
vuestra  merced  y  suya  vayan  así  juntas  en  ese 
pliego  de  papel.  En  lo  demás  á  ella  me  remito». 
La  otra  carta  es  deste  tenor: 

Carta  mía  para  el  Teniente  general. 

ff  Señor  Teniente  general  Alonso  Garzón  de 
Tauste:  Porque  tengo  respondido  á  su  aviso 
desta  junta  conviene  al  presente  que  vuestra 
merced  guarde  su  ciudad  sin  que  salga  hombre 
della,  y  á  los  pasajeros  que  vinieren  por  el  valle 
de  Neiva  los  detenga,  y  si  cogieren  alguna 
espía  pixao  no  se  les  haga  mal,  y  si  fuere  de 
otra  nación  lo  empiquen  en  la  punta  del  rio 
camino  de  Almague,  y  si  se  huyere  algún  espa- 
ñol no  le  sigan,  ni  se  dé  comisión  á  cacique  para 
esto  ni  para  otra  cosa;  la  gente  se  aliste  en  el 
Cabildo  ó  casa  fuerte  á  do  es  costiimbre;  se 
refuerce  el  palenque  á  do  quedarán  las  mujeres 
y  servicio,  y  si  fuere  necesario  haber  menester 
salir  todos,  tenga  apercebido  todos  los  indios  en 
su  pueblos  con  sus  armas  para  su  defensa, 
dando  orden  de  su  socorro,  los  unos  á  los  otros, 
si  los  pixaos  los  cercasen,  y  no  salga  español  á 
socorrerlos  ni  los  indios  acudan  á  esa  ciudad, 
porque  sé  esta  gente  ha  de  acudir  sobre  muchas 
partes,  sólo  por  divertirlos,  y  en  no  saliéndose 
han  do  volver,  y  si  salen  han  de  matar  muchos 
españoles  en  diversas  partes,  que  después  me 
han  de  hacer  falta,  y  lo  propio  le  digo,  señor 
Teniente  y  alcalde,  que  no  se  ha  de  dar  guaza- 
bara  á  do  vuestra  merced  dice  ni  el  señor  capitán 
Saavedra,  sino  donde  yo  pienso  que  ha  de  ser 
el  todo  para  nuestro  remedio,  y  así  saco  que  si 
Dios  nos  da  vitoria  en  la  zábana  de  Popayán, 
quo  llaman  de  los  Hatos,  los  que  escaparen  han 
de  dar  sobre  las  ciudades  de  su  huida,  y  á  do 
fueron  han  menester  las  manos,  y  tongo  acor- 
dado que  cada  teniente  capitán  guarde  su  ciudad 
y  puesto  como  debe  á  Dios  yj  al  rey]  nuestro 


señor  y  así  aviso  á  todos  que  se  viva  con  cuidado. 
Envíeme  vuestra  merced  luego  todos  los  alparga- 
tes y  cuerda  que  he  avisado;  al  Tesorero  y  Con- 
tador, que  luego  con  doce  soldados  me  envíen  el 
oro  de  Su  Majestad  y  vengan  solos  doce  indios 
de  los  del  Pirú  y  cuatro  negros,  y  en  llegando 
al  i'orro  paren  las  cargas,  y  •  los  doce  soldados 
españoles  cojan  el  alto  y  no  se  quiten  de  allí 
hasta  que  de  aquí  les  vuelva  mandato,  que  al 
cabo  de  la  zábana  estará  la  gente  que  los  espera ; 
sean  los  mejores  soldados  y  de  más  fiar.  Ceso, 
porque  cada  día  avisaré  de  lo  que  se  ofreciere, 
y  vean  estas  cartas  solos  los  oficiales  del  rey  y 
guerra». 

Fueron  recaudo  y  tornaron,  trájose  todo  el 
oro  del  rey  y  á  la  caja  de  Cali,  que  se  puso  en 
casa  del  capitán  Francisco  Redondo,  mi  grande 
amigo,  á  quien  señalé  por  capitán  de  toda  la 
gente  y  hice  teniente  y  justicia  mayor.  Tuve 
nuevas  cómo  una  mañana  había  parecido  sobre 
Buga  gran  número  de  gente  y  dieron  otros  vista 
á  Almague  y  otros  á  Neiva  y  á  otras  ciudades, 
como  se  verá  en  el  capítulo  siguiente. 

CAPÍTULO  XXVIII 

A  do  se  trata  cómo  se  dieron  avisos  d  todas  las 
ciudades,  y  de  otras  cusas  que  pasaron  hasta 
salir  de  Popayán  con  la  gente  y  representar 
la  batalla. 

En  Popayán,  á  do  residía  y  es  de  ordinario 
estar  el  Gobernador,  hice  alarde  de  la  gente 
casi  cada  segundo  día,  porque  estaba  allí  el  ca- 
cique Calocotd,  y  para  que  viese  que  no  se  me 
daba  nada  dellos  tenía  avisado  á  todas  las  ciu- 
dades sobre  que  diesen  gente.  Avisé  en  secreto 
á  los  capitanes  sobre  que  con  astucias  se  hicie- 
sen los  alardes,  mudando  ropa  y  banderas, 
sombreros  y  plumas,  de  suerte  que  decía  al  ca- 
cique que  lo  tenía  conmigo  al  entrar  la  gente 
en  la  plaza:  Aquéllos  son  los  de  tal  parte,  y 
luego  volvían  disfrazados,  y  decía:  Aquéllos  los 
de  tal  ciudad;  y  así  decía  él,  como  veía  tantos: 
Guararay,  que  os  una  manera  de  espanto.  Con 
todo  eso  tenía  trecientos  hombres,  que  me  pa- 
recía que  tenía  hartos  para  contra  indios  y  con- 
quistarlos todos,  como  no  fueran  de  tres  nacio- 
nes, pixaos,  taironas  y  araucos,  que  son  las  tres 
naciones  de  la  gente  más  valiente  de  las  Indias, 
y  digo  que  si  tuvieran  nuestro  proceder  y  saber 
y  pelearan  con  nuestras  armas ,  que  podían 
competir  con  todas  las  naciones  del  mundo, 
aunque  faltándoles  esto,  y  sobre  todo  á  Dios, 
no  hay  que  subirlos;  y  estas  razones  daba  yo  á 
todos  los  capitanes  que  temerosos  me  encare- 
cían aquella  junta. 

Por  haber  tocado  aquí  y  ser  esta  gente  de 
los  pixaos  valentísimos,  diré  brevemente,  ha- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


321 


ciendo  alguna  pausa  en  la  historia,  qué  condi- 
ción de  gente  sea  y  dónde  su  habitación,  y  por 
ser  de  gusto  diré  también  el  motivo  que  tuvie- 
ron del  primer  alzamiento.  Estos,  pues,  son 
una  gente  de  guerra  que  están  desde  la  ciudad 
de  Yuague  en  aquellas  montañas  por  espacio 
de  más  de  cien  leguas;  cogen  á  Cartago,  Buja, 
Toro,  Cali,  y  eni'rente  de  Popayán,  y  hasta 
Calocoto,  Salamanca,  y  por  allá  todo  el  valle 
de  Neyva  y  Almague,  la  Alta  Gracia  de  Suma 
Paz  en  los  Sutagaos  y  hasta  San  Juan  de  los 
Llanos,  que  en  todas  estas  once  ciudades  salen 
y  matan  y  inquietan  á  sus  moradores,  así  á  los 
españoles  como  á  todos  sus  sujetos  indios.  Es 
una  gente  que  no  tienen  pueblos;  habitan  en  las 
altas  palmas  copadas  y  en  otros  árboles  seme- 
jantes ;  hacen  sus  sementeras  entre  aquellas 
montañas,  mudándose  por  parcialidades  y  pa- 
rentescos de  una  parte  á  la  otra,  como  ladrones. 
Es  gente  belicosísima  y  muy  valiente,  traidora 
y  llena  de  asechanzas.  Es  gente  desnuda  y  muy 
morena,  membruda  y  tea;  no  adoran  ningún 
Dios  ni  entiorran  sus  muertos,  porque  pocos  se 
mueren  de  enfermedad.  Entre  ellos  no  se  guar- 
da parentesco  de  padre  á  hija,  de  hijo  á  madre, 
de  hermano  á  hermana  ni  otro  ninguno;  sólo  el 
marido  guarda  á  sus  mujeres.  Y  para  decir 
en  breves  razones  quién  son  (como  ya  lo  tengo 
apuntado  antes  de  ahora),  es  gente  que  se  co- 
men los  unos  á  los  otros  y  tienen  carnicerías 
públicas,  de  que  doy  fe  haberlas  visto,  y  así 
debía  de  haber  entre  ellos  al  tiempo  que  el  ade- 
lantado, de  felice  memoria,  Benalcázar  descu- 
brió y  pobló  aquella  tierra  más  de  ciento  y  veinte 
mil  indios,  y  sus  continuas  guerras  y  el  comer- 
se los  unos  á  los  otros  los  fue  acabando,  de 
manera  que  quedaron  tan  pocos  que  se  junta- 
ron setenta  y  dos  caciques,  y  por  ser  caso  no- 
table, según  lo  tienen  por  tradición  y  me  lo 
contó  el  cacique  Calocoto,  lo  diré,  y  fue  así: 

Que  viviendo  el  grande  Adelantado  y  habien- 
do poblado  toda  aquella  gente  y  gobernación  en 
las  ciudades  arriba  nombradas,  los  repartió  y 
dieron  por  sujetos  tributarios  á  españoles  va- 
lentísimos que  los  ayudaron  á  conquistar.  Los 
sacerdotes,  clérigos  y  frailes,  dotrineros  y  sus 
enconif^nderos  españoles  les  afeaban  y  castiga- 
ban el  comer  carne  humana.  Y  un  buen  sacer- 
dote clérigo  portugués,  llamado  Pedro  Rodrí- 
guez, con  celo  de  quitarles  tan  mal  abuso  les 
predicaba  y  encarecía  este  pecado  y  abomina- 
ción; era  dotrinero  deste  cacique  Pixao,  que 
así  había  por  nombre,  y  tomando  el  sermón  con 
su  ferocidad  y  diabólica  imaginación  juntó  to- 
dos los  demás  caciques,  que  fueron  setenta  y 
dos  con  él,  y  les  hizo  una  plática  de  la  manera 
siguiente,  que  dura  y  la  dicen  entre  ellos  los 
Generales  todas  las  veces  de  sus  juntas  y  oca- 
siones de  guerras: 


«Hermanos  caciques,  ya  sabéis  los  más  vie- 
jos de  vosotros  lo  que  os  quiero  decir,  y  los 
mozos  sabedlo  de  aquí  adelante:  que  cuando  en- 
traron los  grandes  diablos  en  esta  tierra  á  con- 
quistarnos, éramos,  según  los  sujetos  que  cada 
cacique  tenía,  gran  número,  y  por  las  guerras 
y  comernos  los  unos  á  los  otros,  como  nuestros 
pasados  hacían,  y  entre  nosotros  es  y  ha  sido 
cosa  de  asco  y  mala  comer  otra  nación ;  y  asi  no 
quedamos  al  presente  más  de  veinte  dieces  de 
á  diez  grandes  (que  son  veinte  mil);  faltan  cien 
veces  de  á  diez  grandes,  de  suerte  que  en  pocos 
años  no  quedará  ninguno  de  nuestra  nación  y 
lengua;  y  así  hay  necesidad  que  de  aquí  adelan- 
te establezcamos  con  graves  penas  de  las  que 
entre  nosotros  se  acostumbran  de  deshonra, 
como  es  no  beber  en  cabeza  de  español,  maldi- 
ción que  de  continuo  le  sirva  y  sea  sujeto,  que 
en  las  borracheras  no  se  mate  á  ninguno  para 
que  él  viva  mucho  y  en  las  venideras  no  hagan 
cuenta  del  para  matarle  como  á  valiente  y  re- 
partirse su  carne  entre  todos,  como  cosa  sagra- 
da, sino  que  se  muera  de  enfermedad;  que  en 
las  guerras  no  haga  cosa  famosa  ni  al  venir 
dellas  le  den  lauro;  que  no  junte  á  borrachera 
suya  con  ofrecimiento;  que  no  se  le  dé  coca  en 
ella  ni  en  los  cantos  de  las  borracheras  jamás 
comience  ni  se  le  convide  para  convidar  la  gen- 
te, ni  para  de  noche  echar  las  suertes,  ni  sea 
Mohán  hechicero,  ni  jamás  hable  al  diablo,  ni 
el  diablo  le  responda,  que  la  mayor  maldición 
y  deshonra,  al  que  comiere  indio  de  nuestra  na- 
ción ni  de  otra  si  os  parece,  y  ya  que  haya  de 
ser,  sea  á  las  otras.  Y  mira  que  dice  nuestro 
buen  padre  clérigo  que  somos  los  más  malos  del 
mundo,  y  que  nos  habernos  de  acabar,  y  que 
es  grandísimo  pecado,  y  que  así  nos  tiene 
lástima». 

Fueron  todos  de  contrario  parecer  y  sólo  se 
llegó  á  éste  otro  cacique,  llamado  Calocoto,  y 
después  de  voceado  el  caso  y  hechas  borrache- 
ras y  echadas  suertes  fue  acordado  que  estos 
dos  caciques  lo  defendiesen  en  campo  á  todos  los 
demás  con  las  armas  que  quisiesen,  así  en  pe- 
leas como  en  pruebas.  Venció  Pijao  á  tres  en 
beber,  á  dos  en  nadar,  á  cinco  en  mejores  suer- 
tes, á  once  en  luchar,  á  dos  en  correr,  á  seis  en 
jugar  la  lanza,  á  otros  seis  en  macana,  á  cinco 
en  tirar  arco  y  honda,  á  nueve  en  tener  peso  á 
cuestas  y  á  tres  grandes  comedores  en  comer 
carne  humana.  Y  el  cacique  Calocoto  venció  á 
los  demás  en  las  mesmas  cosas.  De  suerte  que 
no  fueron  vencidos  de  ninguno.  Quedó  en  ellos 
el  señorío  de  general  y  maese  de  campo,  y  como 
endemoniados  soberbios  con  el  altivez  de  sus 
Vitorias,  lo  primero  que  mündaron  fue  tomar  á 
todos  armas  y  librarse  de  los  españoles  sus 
amos,  que  en  diversos  tiempos  y  batallas  han 
muerto  á  muchos. 


322 


autobiografías  y  memorias 


Un  viejo  venció  en  las  siiertes  á  Calocoto, 
y  le  profetizó  que  se  había  de  ver  un  decen- 
diente  suyo  otra  vez  sujeto  de  españoles,  y  po- 
blado en  su  tierra  pueblo,  que  fue  parte  para 
que  cuando  entrase  el  bueno  y  valiente  capitán 
Hernando  Alvarez  y  Saavedra  á  su  tierra  deste 
no  se  defendiese,  y  está  poblada  la  ciudad  de 
Calocoto  Salamanca. 

Quedóles  á  estos  pijaos  una  grande  afición 
con  lüs  sacerdotes  clérigos,  tanto  que  basta 
llevar  uno  este  hábito  para  atravesar  toda  su 
tierra  sin  que  le  hagan  mal,  antes  le  regalen  y 
lleven  sus  cargas  á  cuestas.  Sus  comidas  son 
maís,  trigo  de  las  Indias,  yucas,  que  es  cazabe, 
patatas  y  otras  raíces  y  hierbas;  mucho  pes- 
cado, pomas  y  ocumares,  que  son  leones  y  oses; 
y  ahora  á  todas  las  naciones  comarcanas  de 
indios,  salvo  la  suya,  comen  [y]  á  todos  los 
españoles,  y  dicen  es  la  más  sabrosa  carne; 
comen  también  á  los  negros;  solían  comer  á 
los  frailes,  y  por  una  grande  mortandad  que  les 
causó  uno  ya  no  los  comen,  aunque  los  matan; 
sólo  son  reservados  los  clérigos.  Pues  esta  tan 
belicosa  gente  y  indomable  y  valiente  nación 
han  venido  á  quedar  tan  pocos  que  en  mi 
tiempo  no  había  cuatro  mil,  aunque  con  otras 
naciones  que  les  ayudan,  que  ellos  han  hecho 
levantar,  son  más  de  veinte  mil,  que  son:  pijaos, 
cuatro  mil;  paez,  nueve  mil;  omaguas,  cinco 
mil;  sutagaos,  dos  mil,  que  todos  roban  y  ma- 
tan con  nombre  de  pij-^os,  aunque  sobre  todos 
éstos  son  los  más  valientes  y  atrevidos,  y  así 
son  temidos,  como  dicho  tenemos;  pero,  ¡ben- 
dito sea  el  Señor!  á  mí  nunca  me  hicieron 
temer  de  manera  que  no  prosiguiese  con  mi 
intento,  y  así  avisé  por  todas  partes  que  se 
aprestasen  para  contra  ellos,  y  escribí  muchas 
cartas,  y  á  Buga  y  Cartago  una,  que  es  la  que 
ee  sigue: 

Carta  para  los  de  Buga  ij  Cartago. 

<t Señor  general  Bocanegra:  Escribo  estos 
renglones  á  vuestra  merced  más  para  pedirle 
que  su  valeroso  corazón  se  refrene  con  estarse 
quedo  en  esa  ciudad  de  Buga,  encerrando  las 
mujeres  y  chusma  en  un  fortísimo  palenque,  y 
expresamente  ruego  á  vuestra  merced  y  encargo, 
y  si  necesario  es  en  nombre  del  rey  nuestro 
señor  se  lo  mandó,  porque  conviene  á  su  real 
servicio,  que  aunc[ue  vuestra  merced  vea  la 
gente  sobre  esa  ciudad  no  salga  á  batalla  rasa 
de  ningún  género,  porque  no  la  han  de  dar  los 
enemigos,  que  sé  de  cierto  que  sólo  buscan  la 
gente  y  Gobernador  de  Popayán.  Guárdese  se- 
creto, que  á  su  tiempo  sabrá  vuestra  merced 
lo  demás;  si  nos  desbarataren,  aunque  vengan 
sobre  Popayán,  no  salgan  al  socorro,  porque 
tengo  el  pueblo  con  gente  y  tau  fortificado  con 


palenque  y  fosos  para  defenderse  gran  tiempo, 
y  dejo  nombrado  por  Gobernador  y  capitán 
general  al  valiente  y  venturoso  Francisco  Re- 
dondo, pues  lo  es  nombrado  de  las  dos  reales 
Audiencias  de  Santa  Fe  de  Bogotá  y  de  la  de 
Quito  de  Cali  arriba,  y  por  la  distancia  nom- 
bro á  vuestra  merced  de  las  seis  ciudades,  por- 
que tengo  de  vencer  ó  morir.  Avise  vuestra 
merced  al  capitán  teniente  Alameda  á  Cartago, 
y  que  detenga  la  gente  de  españoles  y  negros, 
y  no  pase  del  pueblo  y  fuerte  de  Quindio  nin- 
guno, y  luego  con  los  veinte  hombres  que 
mandé  asistiesen  allí,  vayan  otros  doce  y  veinte 
negros  para  que  haya  cuarenta,  y  no  salgan  á 
cosa,  sólo  guarden  aquel  paso  con  vigilancia,  y 
el  teniente  su  ciudad  de  Cartago.  Con  que  sólo 
advierto  que  si  venzo  á  esta  endemoniada  y 
mala  gente  tengo  para  mí  que  su  venganza  y 
resurtida  ha  de  dar  sobre  vuestra  merced  y  esa 
ciudad,  pues  su  mayor  intento  es  contra  vuestra 
merced  y  el  capitán  Hernando  Alvarez  de 
Saavedra,  como  los  más  famosos  capitanes  que 
el  rey  tiene  y  de  quien  ellos  están  más  ofen- 
didos. Y  si  mi  intento  sale  verdadero,  enton- 
ces será  necesario  tanto  valor  como  el  de  vues- 
tra merced,  á  quien  nuestro  señor  guarde.  Doy 
aviso  á  vuestra  merced  cómo  está  aquí  por  mi 
pilar  y  amparo  su  grande  amigo  el  general 
Jusepe  de  Villamayor  Maldonado,  que  lo  estimo 
más  que  á  cien  soldados  para  fuerza  y  para 
consejo  más  que  á  mil  experimentados  capi- 
tanes. El  besa  las  manos  de  vuestra  merced 
mil  veces». 

Hechas  por  mí  todas  las  diligencias  posibles 
y  dados  todos  los  avisos  necesarios,  se  juntaron 
un  día  algunos  soldados,  capitanes  y  oficiales 
Reales  y  en  nombre  de  Su  Majestad,  con  gran- 
des requerimientos,  me  pidieron  que  cómo  no 
tenía  Consejo  de  guerra  ni  me  aprovechaba  de 
tantos  y  tan  buenos  capitanes,  y  pues  había  lle- 
gado nueva  que  el  general  Pijao  había  partido 
la  gente,  y  la  mitad  della  iba  á  Buga  y  yo 
mandaba  no  saliese  el  general  Bocanegra,  ni 
juntase  la  gente  española  y  negros  de  por  allá 
abajo  y  diese  sobre  aquéllos,  y  que  saliese  yo 
con  quinientos  hombres  y  diese  sobre  estos  otros 
y  así  sería  más  fácil  de  vencerlos,  y  que  me  es- 
taba encerrado  y  mandaba  á  todos  los  tenien- 
tes capitanes  en  sus  ciudades  lo  estuviesen  y  no 
saliesen  á  socorro,  que  parecía  que  toda  la  fuer- 
za la  ponía  en  los  palenques.  Yo  dije  que  tenía 
tomado  lo  alto  del  páramo  con  sesenta  hombres, 
á  do  era  imposible  pasarme  los  enemigos  de  allí 
adelante.  Tenía  tomado  el  paso  de  la  sierra,  ca- 
mino de  Neiva  y  Calocoto;  en  aquel  puerto 
treinta  bravatos  soldados,  con  que  tenía  guar- 
dado asimismo  aquello  de  hacia  allí.  Tenía  en 
Toro  y  en  Tamboquemado  tan  gran  fuerza 
con  que  asimesmo   aseguraba   aquellas  ciuda- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


323 


des;  y  con  docientos  famosos  soldados  con  el 
tercero  capitán  Francisco  Redondo,  de  los  me- 
jores de  aquella  gobernación,  en  guarda  del  oro, 
y  lo  de  por  allá  abajo  tenía  más  guardado  con 
el  capitán  y  general  Bocanegra;  de  suerte  que 
no  tenía  descuido,  pues  hasta  ahora  tenía  aper- 
cebidos  dos  tan  importantes  intentos,  que  sólo 
esto  quería  declarar,  que  era  poner  freno  con 
tanta  vigilancia  y  fuerzas  en  las  propias  ciuda- 
des, porque  los  naturales  indios  no  se  levanta- 
sen, como  solía  ser  en  otras  partes,  y  no  se 
guardando  del  enemigo  sujeto  habían  perecido 
á  sus  manos,  que  viendo  las  ciudades  faltas  de 
gente  solían  dar  sobre  ellas,  y  por  pocos  que 
matasen  en  cada  parte,  con  las  mujeres  y  niños 
y  demás  chusma,  era  una  pérdida  muy  grande, 
que  después  no  se  restauraba  con  las  grandes 
venganzas  y  castigos.  Lo  otro,  tenía  guardada 
toda  la  tierra  de  la  ofensa  que  todos  los  indios 
de  guerra  le  podían  hacer,  y  para  que  viesen 
que  aunque  tuviese  junta  el  capitán  Bocanegra 
la  gente  de  Cartago,  Buga  y  Quindio,  y  qui- 
siera dar  batalla  á  diez  mil  indios  que  á  vista  de 
Buga  parecían,  se  despachase  un  correo  volan- 
do y  que  les  representase  batalla,  y  verán  cómo 
se  la  representan  y  se  desparecen  y  no  se  la  dan; 
sólo  le  matan  alguna  pieza  ó  hombre  desman- 
dado, aunque  no  tengan  más  de  la  gente  de 
Buga,  y  que  entre  ellos  señalen  un  capitán  que 
salga  con  docientos  hombres  y  represente  ba- 
talla á  los  demás  que  se  han  visto  tres  leguas 
de  Popayán.  y  verán  lo  propio,  si  no  le  ha  lle- 
gado toda  la  gente;  mas  que  miren  que  no  den 
batalla  los  unos  ni  los  otros,  que  será  poner 
la  tierra  en  punto  de  perderla,  y  con  esto  me 
salí. 

Nombraron  capitán  y  salió  de  allí  á  dos  días, 
y  se  dio  aviso  al  general  Bocanegra;  y  porque 
no  sirvió  más  de  abreviar  para  que  los  indios  se 
juntasen,  no  diré  á  lo  largo  lo  que  aconteció, 
sólo  brevemente  diré  lo  que  pasó,  y  es  que  los 
de  Buga  se  vinieron  y  esotros  se  retiraron, 
pensando  que  se  arrojase  á  pasar  de  la  zábana, 
para  en  emboscadas  acabarlos  á  todos.  Supe  que 
el  contador,  como  vizcaíno,  quiso  apresurarse  y 
pasar  tras  los  indios,  y  los  soldados  se  le  amo- 
tinaron, y  el  capitán  Pedro  Cepero,  que  envié 
con  él  con  orden  secreta  que  si  quisiese  pasar 
de  la  zábana  no  lo  consintiese  y  fuese  él  capitán, 
que  así  lo  hizo.  Tres  mestizos  que  se  atrevieron 
á  subir  la  montaña,  porque  veían  que  los  indios 
dejaban  las  armas  y  huían,  dieron  en  la  embos- 
cada, y  aquella  noche  los  comieron,  y  pagaron 
su  atrevimiento;  y  aun  al  capitán  contador 
se  lo  llevaran  si  con  su  brío  no  diera  de  puña- 
ladas á  un  indio  que  lo  tenía  asido,  y  casi  no 
había  comenzado  á  subir  á  la  montaña.  Fue  es- 
carmiento para  que  de  allí  adelante  me  dejasen 
y  aprobasen  todo  lo  que  mandaba. 


Aunque  señalé  cinco  capitanes  de  consejo  de 
guerra,  de  allí  á  tres  días  tuve  aviso  cómo  casi 
le  pasó  lo  propio  al  general  Bocanegra,  y  le 
mataron  un  negro  que  envió  por  ver  si  adivi- 
naba yo  lo  porvenir,  y  se  volvió  á  su  palenque. 
Mandé  que  hiciese  alto  la  gente  y  esperase  or- 
den con  solo  guardarse,  que  así  lo  hizo  el  capi- 
tán Pedro  Cepero.  Cada  día  hacía  alarde  y  l>ra- 
voseaba  á  los  soldados  diciéndoles  cómo  habían 
de  haber  menester  las  manos.  Duró  ocho  días, 
que  sirvió  de  ejercitarse  en  la  milicia  y  en  tirar, 
al  cabo  de  los  cuales  me  dijo  Calocoto  que  se 
quería  ir.  Salieron  con  él  cincuenta  famosos  in- 
dios bien  armados  y  veinte  indias  cargadas  con 
chicha,  que  es  su  vino.  Yo  le  di  una  banda  y  mu- 
chas plumas,  y  le  regalé  y  saqué  hartas  cosas 
de  secreto,  con  lo  que  yo  me  sabía,  que  me  hi- 
cieron provecho.  Otro  día  después  de  la  par- 
tida deste  cacique  junté  á  consejo  de  guerra  y 
propuse  que  era  tiempo  de  salir  á  buscar  al  ene- 
migo, y  declaré  cómo  le  hacía  preguntas  á  Ca- 
locoto de  que  cómo  no  se  iba,  que  si  quería  es- 
tarse allí  y  cuando  viniese  su  General  tener  él 
ganada  la  ciudad;  y  como  en  las  palabras  que 
me  respondía  veía  (aunque  eran  con  rodeos  y  des- 
víos) que  no  habían  de  dar  batalla,  y  entonces 
declaré  lo  siguiente,  y  el  capitán  Don  Sebas- 
tián asimesmo: 

Señores,  aunque  yo  no  he  salido  de  Popa- 
yán con  los  españoles  y  buscado  muchas  leguas 
de  aquí  al  enemigo  de  que  se  me  ha  cargado 
culpa,  no  la  he  tenido,  porque  sólo  bastaba  por 
descargo  lo  que  he  dicho  y  las  prevenciones 
hechas,  que  son  tan  grandes  cual  todos  veen; 
mas  mi  mayor  motivo  ha  sido  un  aviso  que 
tuve  secreto  de  un  cacique  pijao  amigo  mío, 
que  en  el  socorro  de  los  sutagaos  hallé  preso 
de  dos  soldados  españoles,  que  le  mataran  por 
quitarle  la  patena,  narigueras  y  orejeras  de  oro, 
que  yo  les  quité  y  satisfice  á  los  soldados,  y  la 
persona  quedó  para  mí;dile  libertad,  y  sabiendo 
este  cacique  que  yo  venía  por  el  puerto  de  la 
Buenaventura  me  salió  á  ver  y  me  dijo  la  junta 
contra  esta  gobernación;  y  sabiendo  que  era 
Gobernador  se  holgó,  y  me  dijo  cómo  en  las 
suertes  para  la  guerra  había  dicho  el  diablo  al 
hechicero  que  sólo  lo  aventurasen  en  una  bata- 
lla, y  que  si  la  vencían  serían  vitoriosos  en 
otras,  y  que  divirtiesen  en  acometimientos  con 
emboscadas  en  muchas  partes  y  matasen  los 
desmandados;  y  para  ver  á  do  había  de  serla 
batalla  vino  en  segundas  suertes  á  decirles  que 
en  el  valle,  al  cabo  del,  con  grandes  embosca- 
das en  la  montaña,  para  que  si  se  viesen  apre- 
tados se  retrajesen,  y  pasando  los  del  alcance 
los  acabasen,  y  así  tengo  con'  grande  acuerdo 
mirado  y  remirado  lo  que  he  de  hacer,  y  la  bata- 
lla cruel  que  nos  han  de  dar  sé  que  ha  de  ser  la 
mayor  que  ha  de  haber  habido  de  indios  á  espa- 


324 


AUTOBIOGRxVFIAS  Y  MEMORIAS 


ñoles,  pues  solo  en  ella  tienen  fundada  su  liber- 
tad y  venganza.  Ahora  ve'ase  lo  que  á  cada  uno 
les  parece,  que  con  ello  veré  yo  más  claramente 
lo  que  deba  hacer  y  lo  demás  deste  camino  lo 
dirá  el  que  está  ahí,  de  quien  me  he  fiado  y  en- 
viado con  tanto  secreto  á  saber  lo  demás,  que 
dijo  lo  siguiente  ('): 

El  señor  Gobernador  me  mandó  con  secreto 
fuese  á  Neiva,  como  que  iba  á  ver  aquella  ciu- 
dad y  palenque,  y  que  lo  reforzase  y  diese  el 
orden  posible  y  tomase  de  allí  doce  hombres 
para  ver  los  hatos  y  poner  gente  á  do  fuese  ne- 
cesario, y  el  alma  de  mí  y  del  y  peligroso  viaje 
(que  así  le  quiero  llamar  por  el  que  llevaba) 
fue  á  sólo  verme  con  un  cacique  pijao,  como 
morador  de  aquella  parte  que  cae  al  río  y  valle 
de  Neiva,  á  do  fui  y  le  hallé  y  hablé  y  me  dio 
grandes  avisos,  que  por  escrito  le  he  dado,  que 
han  de  ser  de  grande  importancia  para  el  buen 
suceso  desta  guerra.  Cosas  de  oro  y  de  grandes 
preseas  de  valor  le  cuesta  al  señor  Gobernador, 
que  yo  llevé  y  di  al  caciquillo.  Los  doce  hom- 
bres traje  y  los  dejé  con  los  treinta  que  están 
en  lo  alto  del  camino,  que  ha  de  importar  mu- 
cho para  la  guarda  de  Neiva  y  de  Salamanca,  y 
como  el  primero  en  este  consejo  de  guerra,  digo 
que  soy  de  parecer  en  que  salga  la  demás  gente 
luego  y  se  junte  con  la  otra  que  tiene  el  capi- 
tán Pedro  de  Lerena,  y  en  lo  demás  me  remito 
al  tiempo  y  al  señor  Gobernador. 

Hubo  dares  y  acuerdos  sobre  todo,  y  asi  man- 
dé salir  otro  día  trecientos  hombre? ,  por  mitad 
infantes  y  de  á  caballo;  salimos  miércoles  de  la 
ciudad,  y  poco  á  poco  en  dos  días  nos  juntamos 
con  la  gente.  Dejé  en  Popayán  los  alcaldes  or- 
dinarios por  capitanes  de  á  caballo  y  infantería, 
y  tan  bien  guardada  y  tapiadas  las  calles,  y  todo 
tan  bien  ordenado,  que  se  dijo  que  aunque  vinie- 
ran docientos  mil  indios  se  podía  defender  Popa- 
yán. Viernes  siguiente  llegó  por  la  mañana  mi 
grande  amigo  el  capitán  Francisco  Redondo,  á 
quien  nombré  por  maese  de  campo.  Al  medio 
día  llegó  el  capitán  Hernando  Alvarez,  y  por 
haber  otros  cincuenta  hombres  de  á  caballo,  y 
con  los  que  él  trajo  y  el  maese  de  campo,  le 
nombré  'capitán.  Otro  día  llegaron  los  Cobos  de 
-Buga  y  también  los  nombré  capitanes  de  infan- 
tería, en  que  repartí  la  gente  del  capitán  Ce- 
pero,  de  suerte  que  me  hallé  con  docientos  y 
cuarenta  de  á  caballo,  y  casi  trecientos  y  cin- 
cuenta de  á  pie,  y  más  de  cien  negros,  que  pa- 
recía era  bastante  gente  para  veinte  mil  indios 
que  teníamos  nuevas  era  toda  la  gente.  Domin- 
go al  amanecer  oímos  los  fotutos  y  descubri- 
mos la  gente  enemiga,  que  á  todos  pareció  gran 
número. 


(M  T)tm  Sebastián  de  Benalcázar,  valeroso  [JVcta 
marginal). 


CAPITULO    XXIX 

De  las  cosas  que  pasaron  antes  que  se  diese 
la  batalla  y  cuan  peligrosa  fue. 

El  dicho  domingo  cerca  de  medio  día  pareció 
un  indio  con  un  trapo  en  una  vara,  como  que 
venía  de  paz,  y  pidió  que  quería  hablar  con  el 
capitán  mayor,  que  ellos  dicen;  todo  esto  por 
señas  poniendo  la  mano  delante,  y  diciendo: 
Amigo,  amigo;  mirar,  mirar,  liatun  capito.Yasí 
lo  trajeron  ante  mí  y  me  holgué  en  el  alma  de 
verlo,  porque  era  mi  amigo  el  caciquillo.  Díjo- 
me  con  ferocidad  que  su  general  decía  que  me 
desafiaba  y  que  si  le  venciese  se  irían,  y  que  si 
él  me  venciese  que  dejásemos  la  tierra  y  nos 
fuésemos  con  las  armas  y  sin  mujeres,  porque 
ellos  querían  las  españolas  ]iara  ellos.  Yo  le  dije 
que  dijese  á  su  cacique  y  general  que  si  él  fal- 
tase que  su  gente  valía  poco;  y  así  que  liien  sa- 
bía que  aquello  era  entretener,  que  yo  esperaría 
todo  lo  que  él  me  avisase,  aunque  fuese  una 
quilla,  que  es  una  luna,  un  mes,  y  que  si  se  arre- 
pentía, con  sólo  que  castigase  á  quien  le  había 
engañado  en  hacer  aquella  junta  y  se  poblasen 
dos  pueblos  en  su  tierra  de  españoles,  le  perdo- 
naría. Supe  del  cacique  le  faltaban  seis  rail  in- 
dios y  que  esperaba  saber  de  las  ciudades  de 
Arma,  Caramanta  y  Toro,  que  me  dio  harta 
pena,  porque  me  dijo  lo  sabría  todo  y  me  avisa- 
ría; y  como  no  volvió  más,  uo  lo  supe;  y  anda- 
ban aquel  domingo  á  las  manos  los  sujetos  con 
los  españoles,  y  es  lo  cierto  que  si  no  tuviera 
hecha  tanta  prevención  en  la  guarda  de  las  ciu- 
dades, todos  los  más  indios  de  paz  se  levanta- 
ran y  SL'  llevaran  las  ciudades,  viéndolas  des- 
apercebidas  de  gente,  y  fue  freno  ver  la  vigi- 
lancia, y  en  cada  parte  hubo  asomadas  de  indios 
embijados  y  emplumados,  que  no  los  conocie- 
ran los  que  los  hubieran  visto,  por  ver  si  salían 
los  españoles  y  dividirlos  y  acabarlos,  y  visto 
que  no  salían,  venían  los  caciques  como  teme- 
rosos y  que  habían  visto  pijaos.  Los  capitanes 
decían  lo  que  yo  les  tenía  dichoque  dijesen;  que 
se  guardasen  en  sus  pueblos  de  tan  mala  gente, 
y  con  esto  los  aseguraban. 

En  estos  tres  días  se  confesó  y  conmigo  toda 
la  gente  y  «►!  fueron  desviando  los  naturales  ene- 
migos más  hacia  el  fin  de  la  montaña,  y  los 
pijaos  se  pusieron  á  mano  derecha,  los  paez  y 
omaguas  en  el  cuerpo  de  la  batalla  y  las  demás 
naciones  al  lado  izquierdo.  Miércoles  al  ama- 
necer nos  desculirimos  á  tiro  de  escopeta,  y  así 
salieron  el  capitán  Hernando  Alvarez  Saave- 
dra  con  su  gente  de  á  caballo  y  comenzaron 
á  escaramuzar  con  los  indios ,  y  ellos  fortaleci- 
dos tenían  más  de  media  legua  hechos  á  trecho 
hoyos  y  estacadas,  que  en  cayendo  hombre  y 


PEDRO  ORÜOÑEZ  DE  CEBALLOS 


325 


caballo  dentro  no  había  más  que  decirle:  Per- 
dónete Dios,  porque  había  de  perecer. 

Descubierto  esto  me  dio  aviso,  y  le  costó 
cinco  hombres  y  caballos  con  sólo  muerte  de 
otros  cinco  dellos.  Descubrimos  los  hoyos  y  así 
los  de  á  pie,  reconocidos,  se  guardaban  dellos;- 
fue  gran  cosa  que  tuve  un  ardid  que  rae  apro- 
vechó harto  aquella  noche.  Quite'  todos  los 
indios  amigos,  que  de  ningún  género  dejé  indio 
ni  india  en  el  real,  retirándolos  hacia  Popayán, 
con  decir  que  me  pesaba  más  perder  un  indio 
amigo  y  verlo  muerto  que  dos  españoles.  Las 
mujeres  y  muchachos  se  retiraron  y  los  varones 
dieron  sobre  el  lado  izquierdo,  sobre  las  nacio- 
nes, que  los  retiraron,  y  entonces  pasó  la  pala- 
bra á  todos  los  soldados  descubriéndoles  las 
celadas  de  la  montaña,  y  que  no  entrase  hombre 
dentro;  y  como  yo  vide  los  amigos  indios  tan 
afrentados,  hice  porque  no  los  acabasen,  que  no 
eran  más  de  trecientos,  que  los  socorriera  el 
capitán  Juan  Rosero:  mataron  de  los  indios 
nuestros  ochenta  y  sólo  tres  españoles.  Tenía 
ordenado  al  capitán  Jusepe  de  Villamayor  Mal- 
donado  no  entrase  en  batalla,  sino  socorriese 
y  animase  á  la  gente,  y  comenzó  labatalla  á  las 
ocho  con  una  vocería  de  aquella  canalla  tan 
grande  que  ponía  espanto,  y  de  nuestra  parte 
«Santiago  y  á  ellos»,  y  mientras  los  indios 
pelearon  les  hice  un  razonamiento  tan  breve, 
que  en  diciéndoles :  Ea ,  señores  soldados 
españoles,  mirad  que  vuestros  contrarios  son 
indios,  fue  tan  breve  el  Santiago  y  la  arreme- 
tida de  los  pijaos  por  el  lado  derecho,  que  no  dio 
lugar  de  decir  más.  Cayeron  de  los  nuestros 
cinco  hombres  y  doce  negros  y  dellos  debieron 
de  ser  más  de  trecientos.  Fue  tanto  el  coraje 
de  aquellos  demonios  que  en  menos  de  medio 
cuarto  de  hora  retiraron  á  los  nuestros.  Era  de 
ver  que  hubo  indio  que  llevado  el  brazo  por 
querer  asir  del  arcabuz,  entró  con  el  soldado 
español  y  con  la  boca  le  llevó  las  narices.  Los 
que  mejores  andaban  eran  los  indios  amigos,  y 
los  capitanes  Juan  Rosero  y  Alejandro  de  Ale- 
jandre, que  llevaban  á  los  indios  de  arrancada. 
Estaba  yo  á  caballo  con  doce  valerosos  compa- 
ñeros, y  bastaba  el  capitán  Pedro  de  Lomelín, 
que  se  deshacía  por  ver  que  no  peleaba;  entonces 
piqué  el  caballo  y  dije:  Pues  no  quiera  Dios 
que  yo  viva  con  infame  retirada,  y  así  tornaron 
á  rehacerse  y  ganaron  lo  perdido.  De  presto 
torné  al  batallón  y  comencé  á  dar  voces:  Ea, 
soldados  españoles,  nmramos  y  no  se  diga  que 
á  quinientos  homlires  españoles  los  retiraron 
omaguas;  y  me  reparé  y  vide  en  una  parte 
tanta  espesura  de  indios,  que  pareció  había  de 
haber  algún  gran  mal.  Partí  para  allá  y  di  aviso 
al  capitán  Villamayor  Maldonado,  y  en  un  pun- 
to desbaratamos  los  indios,  y  vide  al  contador 
Pedro  de  Lerena  á  pie  con  otros  cinco  y  bien 


heridos,  y  el  General  que  daba  voces  á  los  indios 
que  lo  dejasen  con  él,  que  cierto  me  paré  á  ver 
aquella  bravosidad  de  aquel  valiente  indio  con 
una  lanza  hacer  cosas  dignas  de  un  famoso 
español.  ISTo  podía  pasar  por  los  nmertos,  y  así 
me  apeéj  que  me  culparon  harto,  porque  acudió 
Calocoto  con  más  de  mil  indios,  la  flor  de  los 
pijaos,  que  retiraron  de  allí  casi  todos  los  espa- 
ñoles, y  dijo  á  voces:  Ea,  General,  que  á  pie 
tienes  el  General  español.  Vínose  hacia  mí  ter- 
ciada la  lanza,  y  yo,  como  tenía  más  el  pensa- 
miento en  Pedro  de  Lerena,  dije  á  Marcos 
Ortiz:  Ese  caballo  mío  le  he  de  dar,  y  libre  el 
contador;  yo  me  las  habré  con  este  bárbaro,  y 
así  le  rebatí  la  lanza.  Dio  Calocoto  sobre 
Pedro  de  Lomelín  y  los  demás,  que  fue  harto,  y 
se  lo  agradecí,  que  á  fe  si  todos  dieran  sobre  mí 
que  creo  que  mal  me  escapara. 

Vido  aquel  demonio,  ó  se  lo  dijeron,  que  las 
naciones  las  retiraban  los  indios,  acudió  allá, 
que  si  fueran  diez  mil  ó  el  mismo  demonio  no 
le  temieran  más,  y  luego  se  retiraron.  Yo  esta- 
ba herido  en  tres  partes,  y  me  puse  la  contra- 
hierva,  que  la  traía  majada,  y  me  até  y  subí  en 
un  caballo,  sino  que  no  me  duró  mucho,  porque 
me  dijeron  que  Pedro  de  Lomelín  estaba  á  pie 
y  casi  muerto,  y  me  dio  tanta  pena  que  dije: 
Síganme,  y  estaba  Calocoto,  que  decía  en  espa- 
ñol con  su  media  lengua:  Ea,  valiente,  que  yo 
te  he  de  vencer;  date,  date,  y  te  presentaré  á  tu 
amigo.  Como  me  apeé  hicieron  lo  propio  más 
de  doce,  y  acudieron  tantos  indios  y  españoles 
que  por  poco  nos  ahogáramos,  y  más  con  el  ca- 
lor que  allí  hace  y  siendo  casi  medio  día;  eran 
tantos  los  que  acudieron  que  indios  y  españo- 
les no  podían  mandar  las  armas.  Al  fin  pude 
escapar  á  Pedro  de  Lomelín.  Y  ei'a  cosa  vale- 
rosa que  se  dijo  que  este  cacique  y  el  General 
debieron  por  sus  manos  de  herir  más  de  docien- 
tos  hombres  y  matar  más  de  seis.  Todas  la  ve- 
ces que  se  hallaba  conmigo  Calocoto  se  retiraba 
y  decía  á  su  gente  que  se  retirasen,  y  pudo  ma- 
tar á  su  amo  y  tuvo  conocimiento  dello,  y  lo 
dejó;  y  me  certificó  el  propio  capitán  Hernando 
Alvarez  que  á  un  indio  que  con  una  daga  le  iba 
á  herir,  abrazado  del,  lo  mató  el  mesmo  caci- 
que Calocoto.  Salióse  de  allí  este  maese  de  cam- 
po y  fue  en  busca  de  su  General  con  aquellos 
indios  que  eran  el  socorro  de  las  necesidades,  y 
les  dijo  que  se  retirasen,  que  en  dando  en  la 
emboscada  era  toda  su  vitoria,  porque  estaban 
los  indios  pijaos  rabiando  por  ver  los  españoles 
con  ellos.  No  quería  este  bravo  indio,  por  decir 
que  si  él  podía  vencer  en  campo  raso  que  no 
quería  emboscadas,  sino  que  llamase  dos  mil 
pijac)S  que  allí  estaban  y  otros  cuatro  mil  indios 
descansados,  y  que  vencería.  No  le  oyeron  sus 
indios,  y  por  esto  y  porque  mandé  al  capitán 
Alejandro  que  socorriera  al  maese  de  campo, 


326 


autobiografías  y  memorias 


que  había  hecho  cosas  famosas  con  los  pijaos  al 
lado  derecho  donde  peleaba,  y  con  su  llegada  se 
comenzaron  á  retirar,  que  debieron  de  morir  en 
dos  tiros  de  escopeta  más  de  mil  dellos.  lucié- 
ronme cara,  y  en  aquel  poco  tiempo  torné  á  re- 
hacer la  gente,  y  mirando  la  que  había,  halla- 
mos que  faltaban  cuarenta  y  seis  hombres,  sin 
los  heridos,  treinta  negros  y  ochenta  y  seis  in- 
dios, queme  dio  harta  pena,  y  más  porque  todos 
los  capitanes  estaban  heridos  y  de  cada  uno 
dellos  se  podía  hacer  un  libro  de  sus  maravillas, 
y  Pedro  de  Lomelín  tenía  otras  dos  heridas. 

Visto  que  nos  parábamos  tornaron  á  arre- 
meter; los  caballos  no  importaban  y  así  los  de- 
jaron, y  algunos  soldados  se  tornaron  á  rehacer 
de  los  arcabuces  y  debieron  de  matar  más  de 
dos  mil,  sin  que  matasen  ni  hiriesen  hombre, 
solos  tres  negros  y  un  indio;  dijeron  después 
que  la  culpa  de  aquellos  muertos  y  no  dar  nos- 
otros en  la  emboscada  la  tuvo  su  General,  que 
nos  dio  lugar  de  reformarnos  y  de  oler  la  em- 
boscada. Comenzaron  á  huir  y  los  españoles 
tras  dellos  hasta  el  pie  de  la  montaña,  y  allí 
pararon  y  detuvieron  los  indios  con  decir  que 
tocaba  yo  á  recoger  y  á  do  yo  hice  alto  tornó  la 
gente,  y  vístose  burlados  tornaron  todos  los  de 
la  emboscada  con  tanto  brío,  y  los  dos  demo- 
nios General  y  maese  de  campo  entre  ellos, 
que  si  no  fuera  por  los  arcabuces,  que  había 
enviado  los  indios  y  negros  á  buscarlos  y  tra- 
jeron muchos,  y  los  indios  se  debieron  de  llevar 
más  de  sesenta  que  faltaron,  les  dimos  tales 
cargas  que  se  mataron  más  de-  mil  sin  daño 
nuestro.  Envió  el  General  indio  á  llamar  su 
gente  y  tornó  á  arremeter  con  todos  de  golpe, 
y  era  ya  casi  la  noche;  nos  mataron  un  hombre 
y  nueve  negros.  Los  indios  se  retiraron  y  luego 
con  grandes  alaridos  hicieron  muchas  lumbres, 
y  nosotros  asimismo.  Colgáronse  pabellones  y 
descansamos;  comió  la  gente,  que  estaban  tales 
que  era  mancilla;  con  todo  eché  de  ver  en  todos 
que  tenían  buenas  ganas  de  pelear,  y  así  dije 
al  maese  de  campo:  Esta  noche  habemos  de 
tener  otra  guazabara;  vaya  la  palabra  y  alerta; 
echó  espías  y  en  un  momento  que  aun  no  eran 
las  ocho  tornó  uno  y  dijo:  Señor  Gobernador, 
indios  tenemos  detrás  y  se  acercan.  Topó  otro 
soldado  un  indio  y  me  lo  dijo  y  se  descubrió. 
Era  mi  amigo  el  curaquilla,  y  me  trajo  que  mi- 
rase por  mí,  porque  quisieron  colgar  á  Calo- 
coto,  porque  se  dijo  que  me  pudo  matar  y  á  su 
amo  y  que  no  lo  hizo,  y  se  ofreció  de  llevar  las 
cabezas  de  ambos  y  escogió  mil  pijaos.  Estando 
en  esto  dieron  un  alarido  por  detrás  y  asimismo 
por  delante,  que  con  haber  dicho  y  vístose  de 
cierto  que  no  era  gente  de  socorro  sino  la  mis- 
ma, que  había  pasado  por  una  quebrada,  casi  los 
desmayó  á  todos. 


CAPITULO    XXX 

Y    ÚLTIMO 

Donde  se  cuenta  lo  que  pasó  en  la  segunda 
batalla  de  la  noche  y  se  da  fin  á  la  historia 
de  los  pijaos. 

Ya  se  ha  dicho  cómo  con  alaridos  arremetían 
los  indios,  dellos  por  detrás  y  dellos  por  de- 
lante, y  fue  que  como  nos  vieron  tan  reparados 
y  con  tanta  orden,  se  fueron  en  particular  los 
[de]  detrás  retirando  y  de  los  otros  asimismo. 
Costó  la  acometida  cuatro  hombres  y  siete  ne- 
gros y  dos  indios,  y  dellos  más  de  mil.  Toda  la 
noche  nos  velamos,  y  al  amanecer  oímos  gran 
ruido.  Salió  Hernando  Arias  porque  le  dijo  un 
indio  suyo  que  querían  empalar  á  su  cacique, 
y  lo  quitó,  que  prometo  que  no  fue  poco;  no 
teuía  más  de  una  herida  y  cortadas  las  orejas 
por  arriba  dos  piquitos,  que  es  cuando  los  Gene- 
rales los  sentencian  á  muerte  ellos  mismos  á  los 
oficiales  y  caciques  les  cortan  aquellos  piqui- 
tos. Supimos  cómo  faltaban  mil  y  ciento  y 
veinte  y  dos  pijaos  y  casi  siete  mil  de  los  de- 
más, que  fue  una  grande  matanza.  De  nosotros 
faltaron,  con  uno  que  se  murió  aquel  día,  cin- 
cuenta y  dos  hombres,  casi  otros  tantos  negros 
y  aun  no  cien  indios.  Sentílo  mucho,  pero  con- 
solóme con  la  gran  vitoria  que  dellos  se  al- 
canzó. Retíreme  hasta  cinco  leguas  junto  de 
Popayán,  de  donde  partió  el  capitán  Hernando 
Arias  para  su  ciudad  de  Salamanca,  por  la 
gran  necesidad  que  había  allí.  Tuve  allí  cartas 
de  Buga,  del  general  Bocanegra,  que  su  tenor 
es  el  que  se  sigue: 

Carta  del  general  Bocanegra. 

«Llegaron  los  indios  miércoles  á  los  veinte 
y  un  días  después  de  la  batalla  grande,  y  luego 
parecieron  los  españales  que  venían  al  socorro, 
que  animó  y  esforzó  mucho  á  mis  soldados,  por 
ser  á  tan  buen  tiempo  y  tantos  como  eran.  Yo 
tenía  setenta  y  siete  hombres;  salí  luego  con 
los  cincuenta  á  juntarme  con  los  demás  espa- 
ñoles. Arrojóse  Pijao  á  la  ciudad,  y  la  entró; 
pensó  ganar  el  palenque  y  no  pudo  por  la  bue- 
na defensa.  Entró  el  maese  de  campo  tras  del,  y 
yo  con  la  mitad  déla  gente  le  cogí  la  delantera: 
y  creo  le  pesó  al  Pijao  de  haber  entrado  en  la 
ciudad,  pues  fue  emboscada  para  ellos,  pues 
quedaron  por  las  calles  más  de  mil  muertos. 
Pasaron  cosas  señaladísimas,  que  si  las  hubie- 
ra de  escribir  fuera  menester  muchos  pliegos  {}), 
pues  todos  los  españoles  se  mostraron  valero- 
sísimos, aunque  entre  ellos  se  señalaron  once 

(')  En  el  original,  peligros. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


327 


en  particular,  que  por  serlo  tanto  haré  relación 
dellos:  el  maesa  de  campo  Francisco  Redondo, 
el  fator  Rodrigo  Pardo,  sus  dos  sobrinos, 
Pedro  de  Lomelin,  el  capitán  Cava,  Antonio 
Caravajal,  Cristóbal  de  San  Juan  y  el  capitán 
Prado.  Estos  son  nueve,  y  digo  que  fueron 
once,  porque  me  quiero  yo  atribuir  en  esta  oca- 
sión nombre  por  dos,  pues  trabajé  tanto  como 
todos  ellos  dirán.  Retiráronse  los  indios;  fue 
su  amparo  el  general  Pijao,  que  certifico  hizo 
cosas  maravillosas,  pues  tantos  españoles  no 
lo  pudimos  prender,  matar  ni  aun  herir.  Salió 
el  capitán  Pedro  de  Lomelín  en  su  alcance,  y 
á  la  noche,  al  tiempo  del  recoger,  volvió  con  la 
presa,  que  fue  el  general  Pijao  preso,  que  fue 
el  mayor  portento  y  hazaña  que  se  pudo  aguar- 
dar ni  hacer,  pues  uno  solo  hizo  lo  que  tantos 
y  tan  valerosos  no  pudieron.  El  es  el  que  lleva 
ésta,  y  juntamente  al  General  preso,  el  cual 
largamente  contará  á  vuestra  merced  lo  que  ha 
pasado». 

t  Llegó  Pedro  de  Lomelín  con  el  general  in- 
dio, y  con  mucho  contento,  pues  traía  presa  de 
tanta  importancia;  y  no  con  menor  lo  recebí  yo 
también,  y  le  dije  que  quisiera  más  haber  pre- 
so yo  aquel  indio  que  el  ser  señor  de  un  grande 
estado,  y  que  por  haberlo  hecho  él  merecía  en 
premio  ser  recebido  con  tanto  triunfo  y  grande- 
za en  Popayán  como  lo  era  el  gnin  Julio  Cé- 
sar ó  Pompeyo  en  Roma  cuando  venía  glorioso 


y  triunfante  de  alguna  incierta  y  dudosa  vito- 
ría,  á  lo  cual  me  respondió  con  su  acostumbrado 
término:  Este  cacique  vuestra  merced  lo  pren- 
dió, pues  á  sólo  eso  me  envió,  y  así  cuando  me 
abracé  con  él  le  dije  que  se  rindiera  al  Gober- 
nador, que  de  otra  manera  me  parece  no  tu- 
viera efecto  mi  empresa,  y  así  lo  hizo,  que  con 
algún  gusto  se  rindió. 

Con  estar  acabada  la  guerra  nos  fuimos  á 
Popayán,  donde  fui  recebido  con  grandes  de- 
mostraciones de  alegría,  por  la  vitoria  adqui- 
rida, y  se  hicieron  solenísimas  procesiones  en 
hacimiento  de  gracias  á  Dios  Nuestro  Señor, 
con  otras  fiestas  que  la  ciudad  liizo.  Hízome 
un  presente  de  algunas  cosas  de  valor,  el  cual 
recebido  lo  di  luego  á  Pedro  de  Lomelín  y  más 
un  vestido  mío,  por  tenerlo  tan  bien  merecido. 
De  allí  á  pocos  días  di  libertad  al  general  Pi- 
jao, con  capitulaciones  que  se  había  de  poblar 
un  pueblo  de  españoles  en  su  tierra  cuando  los 
mandase  la  Real  Audiencia  de  Santa  Fe  de 
Bogotá  y  que  no  tuviesen  carnicerías  públicas 
de  carne  humana,  y  otras  cosas  con  que  quedó 
asentada  la  paz.  Quédeme  en  aquella  goberna- 
ción algunos  días,  y  después,  por  venir  el  Go- 
bernador propietario,  libre  me  tomé  á  la  ciudad 
de  Santa  Fe,  donde  determiné  escoger  otro  es- 
tado, que  fue  el  de  clérigo,  como  se  dirá  en  el 
segundo  libro. 

¡Sea  la  gloria  al  Señor  de  todo! 


LIBRO  SEGUNDO 


A  DO  THATA  EL  CLÉRIGO  AGRADECino  LOS  VARIOS  SUCESOS  QUE   LE   PASARON 

Y  VUELTA  QUE  DIO  AL  MUNDO 

COMPUESTO  POR  EL  DICHO  LICENCIADO  Pi:DllO  OIíDÚÑEZ  DE  CEBALLOS 


PRÓLOGO 

Porque  la  distinción  (como  dice  el  príncipe 
de  la  Filosofía,  Aristóteles)  es  causa  de  clari- 
dad, por  esto  me  ha  parecido  dividir  esta  his- 
toria en  segundo  libro,  en  el  cual  se  trate  de  los 
varios  y  diversos  sucesos  que  me  han  aconteci- 
do después  que  me  ordené  de  sacerdote.  Y  pues 
mis  estados  han  sido  en  el  discurso  de  mi  vida 
dos,  así  en  otros  tantos  he  determinado  poner- 
los todos.  En  este  segundo,  pues,  trataré  todo 
lo  que  á  este  estado  pertenece,  dividiendo  toda 
la  materia,  como  en  el  primero,  por  capítulos, 
suplicando  humildemente  al  Señor  seapara^glo- 
ria  y  honra  suya,  gusto  y  aprovechamiento  del 
discreto  y  prudente  lector. 

CAPÍTULO  PRIMERO 

Do  se  trata  de  cómo  me  ordené  y  el  contento  que 
recibió  el  arzobispo  de  Santa  Fe  en  ello. 

Ha  habido  diversidad  de  opiniones  en  qué 
signifique  el  nombre  de  presbítero,  y  así  con 
la  delgadeza  de  sus  ingenios  han  dicho  muchas 
cosas  varios  y  diversos  autores;  pero  quien  más 
bien  entiendo  que  dio  en  el  blanco  deste  obscuro 
fue  Hugo  de  Santo  Victore,  el  cual  en  el  libro 
primero  De  Sacramentis,  capítulo  treinta  y  nue- 
ve, dice  que  presbítero  en  griego  significa  viejo, 
tomando  el  nombre,  como  pondera  San  Jeróni- 
mo, del  efeto,  porque  lo  han  de  ser  no  tanto  en 
la  edad  cuanto  en  las  costumbres.  Otros  dicen 
que  presbyter  en  latín  es  lo  propio  que  prcpbens 
iter,  el  que  enseña  el  camino  á  los  demás;  y 
no  deja  de  ser  valerosa  esta  significación,  por- 
que ellos  son  los  que  con  su  ejemplo,  vida  y 
doctrina  enseñan  el  camino  del  cielo.  De  aquí 
es  que  aquella  valerosa  mujer  llamada  Juditli, 
á  los  sacerdotes  del  templo,  como  consta  del 
capítulo  octavo,  los  llamó  presbíteros,  porque' 
enseñaban  el  camino  de  Dios  al  pueblo.  Y  de 
aquí  también  (si  no  me  engaño)  nace  y  se  ori- 
gina el  deseo  vehementísimo  que  algunos  san- 
tos prelados  tienen  de  que  haya  gente  inclinada 


á  recebir  el  Sacramento  santísimo  del  Orden, 
para  que  no  falte  número  grande  de  sacerdotes 
que  animen,  esfuercen  y  enseñen  á  sus  próji- 
mos el  camino  del  cielo,  pues  ese  ha  de  ser  su 
oficio,  y  si  esto  es  tan  necesario  en  todos  los 
pueblos,  como  pondera  el  padre  San  Ambrosio, 
el  cual  dice  ser  necesarísimos  los  sacerdotes  en 
todos  ellos,  en  donde  más  falta  pueden  hacer, 
y  por  consiguiente  son  más  necesarios,  es  en 
las  partes  remotas  y  donde  más  necesidad  hay 
de  enseñanza.  Dijo  Prudencio  que  los  sacerdo- 
tes son  dedo  de  l)ios,  y  con  singular  erudición, 
porque  entre  otros  ministerios  de  que  sirve  el 
(ledo  es  de  enseñar  el  camino  por  donde 'se  ha 
de  caminar,  y  así  el  uno  dellos  se  llama  índice, 
porque  es  ese  su  oficio,  señalar  y  indicar;  y  se- 
gún esto  manifiesta  queda  la  obligación  de  sa- 
cerdote, que  es  mostrar  el  camino  de  Dios.  Este 
ministerio,  pues,  ha  de  procurar  cumplir  como 
San  Pablo  aconseja,  y  en  donde  más  necesidad 
hay  allí  es  donde  con  más  veras  se  han  de  em- 
plear, y  esto  entiendo  ha  movido  á  muchos  va- 
rones amadores  de  la  perfeción  á  pasar  esos 
procelosos  mares,  sujetos  á  tantas  inclemencias 
de  cielo,  vientos  y  aguas:  el  ver  la  necesidad 
([ue  dellos  hay  en  esas  tierras  apartadas  de  las 
Indias.  Y  aun  eso  también,  sin  duda,  movía  los 
corazones  de  aquellos  señores  arzobispos  }'  obis- 
pos de  tales  partes,  y  hoy  en  día  les  mueve: 
procurar  haya  quien  se  ordene,  para  que  haya 
siempre  obreros  en  esta  viña  santa  del  divino 
Padre  de  familias.  De  mí  sé  decir  que  puedo 
escribir  todo  lo  dicho  con  mucha  verdad  y  ates- 
tiguar estos  deseos  vehementísimos  de  los  san- 
tos pastores  de  aquellas  partes,  pues  el  que  me 
ordenó  á  mí  los  mostró  con  singulares  circuns- 
tancias (dejo  á  una  parte  el  amor  grande  que 
me  tenía  y  el  deseo  de  hacerme  merced,  como 
se  verá  en  el  discurso  de  la  historia);  pero  fue- 
ron las  muestras  que  dio  tan  manifestadoras  de 
contento,  que  no  se  pueden  dejar, de  atribuir  á 
lo  uno  y  á  lo  otro.  En  el  instante  que  supo  mi 
voluntad  se  levantó  de  su  asiento  y  me  abrazó, 
y  sacó  de  su  estuche  unas  tijeras  y  me  cortó  el 
cuello.  Diciéndole  yo:  Aguarde  V.  S.,  respon- 


PEDRO  ORüOÑEZ  DE  CEBALLOS 


329 


dio:  Habilidad  tenía  yo  para  que  os  lo  quitáse- 
des  y  no  hacer  esto;  pero  es  tanto  mi  gozo  que 
por  mi  contento  lo  quiero  yo  hacer,  para  que  se 
cuente  que  el  mismo  arzobispo,  en  oyendo  el  sí 
del  padre  Ordóñez,  de  alegría  se  levantó  y  le 
cortó  un  cuello  con  sus  manos  que  valía  muchos 
dineros,  y  éstos  los  daré  yo  hoy  de  limosna  al 
hospital.  Agradecí  á  su  señoría  tanta  merced, 
y  ésta  me  quiso  hacer  de  tal  manera  que  en 
las  primeras  órdenes  me  quería  ordenar  de  to- 
das las  órdenes,  salvo  de  corona  y  el  primer 
grado,  que  lo  tenía  ya  recebido  en  Sevilla.  Su- 
pliquéle  encarecidamente  se  sirviese  ir  más  á 
espacio,  y  así  me  ordenó  desde  el  día  de  Santa 
Lucía  hasta  el  día  de  la  dominica  in  Pasione 
de  todas  órdenes. 

CAPÍTULO   II 

De  lo  que  me  pasó  con  la  Audiencia  y  Visitador 
delta,  y  cómo  apacigüé  un  grande  mal. 

En  Tunja,  ciudad  deste  reino  de  Santa  Fe, 
acaeció  que  una  dama,  hija  de  un  hombre  muy 
principal  y  rico,  se  enamoró  de  Miguel  Enrí- 
quez,  vizcaíno,  poderosísimo  en  su  hacienda  y 
en  su  trato  mercader.  Quiso  casarse  con  ella,  y 
el  padre  se  agravió  tanto  que  lo  siguió  y  aun 
trajo  Oidor  sobre  ello,  al  cual  le  consumió  cien 
mil  ducados,  y  en  ausencia  sentenció  á  muerte 
al  vizcaíno,  y  á  Hernando  de  Torres,  por  ha- 
berse acompañado  con  él,  le  cortó  el  pie;  á  otros 
criados  azotó  y  echó  á  galeras.  En  resolución, 
fueron  tantos  los  agravios  que  hizo  que  se  pi- 
dió en  España  visita  contra  la  Real  Audiencia. 
Proveyóse  en  el  cargo  al  licenciado  Monzón, 
Oidor  que  era  de  Lima,  el  cual  bajó  al  reino  [y] 
suspendió  al  presidente  y  Oidores.  A  la  sazón 
fue  el  licenciado  Pedro  Zorrilla  por  Oidor,  y  por 
fiscal  el  licenciado  Miguel  de  Orozco;  quiso 
prender  á  éstos  también.  Defendieron  ellos  su 
causa  diciendo  que  no  tenía  jurisdición  sobre 
ellos,  por  haber  ido  ellos  después;  y  porque  se 
dijo  que  se  quería  alzar  le  prendieron  y  arras- 
traron y  enviaron  á  España.  Vino  para  emen- 
dar esto  por  Visitador  el  licenciado  Prieto  de 
Orellana,  [y]  suspendiólos.  En  la  flota  donde 
vino  este  mismo  Visitador  vinieron  á  las  plazas 
vacasde  Oidores  el  licenciado  Salazar,que  presi- 
dió, y  el  licenciado  Peralta  y  el  licenciado  Cha- 
parro, y  al  cabo  de  su  visita,  que  duró  casi  cua- 
tro años,  los  quiso  suspender  á  los  dos,  porque 
el  dotor  Chaparro,  como  más  moderno,  estaba 
visitando  las  provincias  de  los  Musos  y  la 
Palma. 

Era  el  licenciado  Salazar  nmy  temido  por- 
que hizo  en  aquel  reino  grandes  justicias,  tanto 
que  acaeció  semana  ahorcar  dos  hombres,  tres 
negros  y  un  indio,  y  azotaba  todos  los  días  de 


mercado,  que  era  cada  cuatro  días,  muchos  in- 
dios, porque  estaba  aquella  tierra  perdida  de  la- 
drones. Hizo  tantas  justicias  que  mandaba  dejar 
las  tiendas  de  la  calle  Real,  que  es  la  de  los 
mercaderes,  abiertas,  y  en  los  cajones  el  oro;  y 
si  pasaban  algunos  por  allí,  huían  de  miedo. 
Desorejó  y  desnarigó  dos  mil  personas,  y  hizo 
otras  justicias  gaandísimas,  sin  respetar  á  nadie 
ni  aunque  interviniese  la  intercesión  de  cual- 
quier persona,  por  principal  que  fuese,  no  era 
bastante  para  detener  su  justicia,  como  se  vido 
cuando  degolló  á  dos  caballeros,  que  aunque  in- 
tercedieron muchos  principales  y  daban  por 
cada  uno  doce  mil  ducados  al  rey,  nada  bastó 
para  que  no  lo  hiciese.  Era  tan  temido,  que  una 
vez  llamó  al  capitán  Gaspar  de  Aguilar,  de 
San  Juan  de  los  Llanos,  y  vino  á  mí  y  lue  dijo 
que  Salazar  lo  había  enviado  á  llamar,  que  se 
quería  huir;  pero  animándolo  y  dándole  buenas 
esperanzas  fui  con  él,  y  llegó  tan  turbado  que 
casi  no  le  acertó  á  hablar.  Queríalo  para  que 
enviase  por  un  negro  suyo,  el  cual  había  veinte 
y  tres  años  que  había  muerto  á  otro  y  á  una 
india,  de  celos,  y  á  una  criatura.  Trájole  él 
mismo  y  se  lo  entregó,  al  cual  atenacearon. 
Sacó  los  procesos  de  treinta  años  y  los  castigó, 
En  conclusión,  fueron  grandes  las  justicias  que 
hizo,  que  era  temido  en  grande  manera.  Siéndo- 
lo, pues,  tanto,  y  como  el  Visitador  decía  que 
en  cosas  de  su  visita  le  obedeciesen,  decía  él  y 
Peralta  que  no  tenía  jurisdición  sobre  ello ,  y 
así  estaba  todo  alborotado,  y  aun  iban  tan  á 
malas  que  ya  se  decía  en  público  que  Peralta 
persuadía  á  Salazar  prendiesen  al  Visitador. 

En  esta  ocasión  había  otro  pleito  eclesiástico, 
y  fue  que  un  clérigo  mestizo,  llamado  el  padre 
Cerro,  obtuvo  de  Su  Majestad  una  canonjía  de 
aquella  iglesia,  y  no  lo  querían  recebir  por  cosas 
que  le  ponían,  y  sobre  la  cédula  y  sobrecédula 
que  le  fue  de  España,  ganó  indulto  del  Pontí- 
íice  y  bula  para  que  lo  recibiesen  y  para  que  si 
no  lo  querían  hacer,  criase  un  juez  conservador. 
No  quisieron  obedecer  á  todo  esto,  y  así  fue  el 
mismo  á  Roma  y  impetró  un  decreto  en  que 
dice  Su  Santidad  de  su  propia  letra  y  firma: 
«El  que  es  sacerdote  está  en  potencia  (sea  del 
linaje  que  fuere)  para  ser  Papa,  cuanto  y  más 
canónigo,  que  es  tan  poco».  Diole  también  bu- 
las para  que  criase  juez  conservador  contra  el 
caliildo  de  la  iglesia  y  contra  todos  los  que  hu- 
biesen sido  ó  fuesen  contra  él  de  cualquier  ma- 
nera, no  exceptando  á  la  Audiencia,  Visitador 
ni  cabildo  de  la  ciudad;  fue  tan  amplia  que  ja- 
más se  vio  tal.  Pasóla  el  Real  Consejo.  En  lle- 
gando que  llegó  con  todo  este  poder,  me  crió 
por  juez  conservador.  Hícele  recebir  por  canó- 
nigo, y  sobre  lo  corrido  y  otros  autos  que  había 
hecho  el  otro  juez  antes,  y  pedido  favor  á  la 
Real  Audiencia  y  al  Visitador,  y  no  se  lo  habían 


330 


autobiografías  y  memorias 


dado;  estaba  todo  esto  en  litis.  Encuéntrase, 
pues,  en  este  tiempo  la  Real  Audiencia  y  el 
Visitador  de  tal  manera,  que  los  unos  notifica- 
ban mil  provisiones  al  Visitador,  hasta  ponerle 
guardas  y  hasta  no  consentir  entrase  nadie  en 
su  casa .  y  el  Visitador  hacía  lo  propioá  los  otros, 
íío  faltaban  en  esta  ocasión  espíritus  del  demo- 
nio, sediciosos  y  chismeros,  que  llevaban  nuevas 
á  una  parte  y  á  otra.  Al  Visitador  le  decían  que 
la  Real  Audiencia  lo  quería  prender,  y  á  la 
Audiencia  que  el  Visitador  los  había  de  sus- 
pender. 

Era  esto  parte  para  que  cada  uno  por  la  suya 
quisiese  hacer  aquello,  temiéndose  los  unos  de 
los  otros.  Acudía  gente  de  la  ciudad,  según  los 
bienes  ó  males  que  había  recibido,  á  cada  una 
de  las  partes,  ofreciendo  sus  personas.  Víspera 
de  Santa  Isabel  había  en  la  plaza  más  de  cien 
arcabuceros  que  tenían  tomadas  las  calles,  y  és- 
tos por  la  Real  Audiencia,  En  casa  del  Visita- 
dor había  otros  tantos.  Estaba  la  ciudad  en 
punto  de  perderse.  El  señor  arzobispo  ni  nadie 
los  podía  aplacar.  Llamábame  cada  momento 
el  Visitador,  y  como  era  tan  viejo  temía  no  lo 
prendiesen,  y  como  Salazar  era  tan  íntimo  ami- 
go mío,  yo  le  aseguraba  del  y  de  Peralta.  Hizo 
aquella  noche  una  suspensión  contra  Peralta  y 
me  prometió  de  no  hacerla  á  Salazar.  Y  yo  de 
parte  deste,  que  asimismo  me  llamaba,  le  pro- 
metí que  no  firmaría  provisión  para  su  prisión. 
Entró  aquella  noche  Diego  de  Uspina,  capitán 
del  Sello  por  el  rey,  y  amaneció  teniéndolos  de- 
bajo de  un  palio  en  los  portales,  con  hombres 
de  guarda.  Pregonó  que  nadie  acudiese  á  la 
Audiencia  ni  al  Visitador,  sino  á  el;  y  como 
fueron  éstos  los  mismos  pasos  por  donde  pren- 
dieron al  otro  Visitador,  y  le  dijeron  á  éste  que 
hablan  visto  la  provisión  firmada  y  entregada 
á  Diego  de  Uspina,  que  era  el  que  había  preso 
al  otro  Visitador  y  era  su  mortal  enemigo,  no 
quiso  aguardar  más,  y  así  salió  á  las  nueve  de 
su  casa  y  vino  hasta  la  esquina  de  la  plaza  con 
más  de  cien  arcabuceros.  La  Audiencia  y  capi- 
tán general,  que  en  aquel  tiempo,  por  cédula 
del  rey,  lo  era  Pedro  de  Uspina,  pregonaron,  so 
pena  de  traidores  y  de  la  vida,  á  todos  aquellos 
que  obedeciesen  al  Visitador  y  contra  todos  los 
que  venían  con  él.  El  Visitador  pregonó  sus 
poderes  y  suspensión  contra  el  licenciado  Pe- 
ralta, que  aun  no  la  había  hecho  contra  el  otro. 
Mandó  el  capitán  general  que  no  pasasen  de 
una  raya  que  mandó  hacer  hacia  la  Audiencia. 
Estuvieron  en  punto  de  darse  batalla,  y  sin 
duda  sucediera  un  mal  grandísimo,  porque  tenía 
la  Audiencia  trecientos  hombres  y  el  Visitador 
los  medios  y  los  negros  y  indios,  que  acudían 
como  moscas,  haciendo  por  obra  lo  que  por  nom- 
bre tienen,  porque  así  los  llaman  en  todo  aquel 
reino,  como  á  nosotros  castellanos,  v  ninguno 


dellos  acudía  á  la  Audiencia.  Estaba  su  señoría 
en  su  casa  con  más  de  docientos  clérigos  y  or- 
denantes con  armas  y  otros  amigos  y  parientes 
destos.  Tenían  tomadas  las  calles  de  su  palacio, 
y  una  esquina  de  la  plaza,  y  la  iglesia  y  hespi- 
tal,  para  lo  que  pudiese  suceder  de  los  indios. 
Cuando  vide  un  conflito  tan  grande  y  una 
ocasión  tan  peligrosa,  llegúeme  á  su  señoría 
del  arzobispo  y  díjele :  Señor  ilustrísimo,  yo 
me  obligo,  mediante  el  favor  del  cielo,  á  apaci- 
guar toda  esta  revolución  y  tempestad  y  hacer- 
les dejen  la  plaza  á  los  unos  y 'a  los  otros; 
díjele  el  cómo.  Salí  de  allí  con  Sancho  de  Ca- 
margo  por  notario;  fui  y  díjele  al  Visitador  lo 
mal  que  lo  hacía,  y  esto  en  secreto,  y  cuando 
Uie  oyó  me  dijo:  Hijo,  ¿cómo  me  habéis  dejado 
hoy?  Díjele  cómo  los  quería  meter  en  paz  con 
descomulgarlos  á  todos  y  que  no  valiesen  sus 
autos.  Estaba  escribiendo  la  suspensión  de  Sala- 
zar  y  yo  se  la  tomé.  Fui  á  la  Audiencia  y  hablé 
con  él  y  díjele  lo  propio,  y  lo  certifiqué  cómo 
no  lo  tenía  suspenso.  Parecióles  bien  á  todos 
por  no  romper;  y  así  salí  y  notifiqué  las  des- 
comuniones de  los  Oidores,  y  luego  la  del  Visi- 
tador. Luego  declaré  por  descomulgado  á  Die- 
go de  L^spina  y  á  otros  que  convino.  Pedí  á 
voces  á  la  gente  que  dejase  las  armas  y  se  fue- 
sen. Como  el  Visitador  y  Audiencia  encogieron 
los  hombros,  dentro  de  una  hora  no  parecía  un 
hombre  en  la  plaza,  y  asi  se  desbarató  y  se 
apagó  aquel  fuego  tan  encendido  y  peligroso  y 
que  tan  caro  había  de  costar  á  los  que  comen- 
zaran primero.  Salió  su  señoría  como  á  la  una, 
fue  á  la  Audiencia  y  quedaron  casi  confedera- 
dos con  que  alcanzase  no  suspendiese  á  ningu- 
no. Fuimos  á  casa  del  Visitador  [y]  alcanzamos 
que  no  suspendiese  á  Salazar,  porque  el  otro  ya 
lo  estaba,  y  no  era  él  parte  para  otra  cosa.  Tor- 
namos con  aquello,  y  quedado  asentado  así, 
sábelo  Peralta  y  viene  á  las  casas  Reales,  y  inci- 
ta nuevamente  á  Salazar  y  Guinea,  que  hacía 
sello  y  registro  por  no  querer  hacerlo  el  propie- 
tario, va  á  llamar  á  Diego  de  Uspina.  que  vivía 
en  Santo  Domingo,  y  en  entrando  dice:  Vaya 
vuestra  merced,  que  yo  doy  fe  que  la  provisión 
para  la  prisión  está  ya  firmada.  Había  alli 
visita,  y  por  presto  que  dijo  que  callase  ya  lo 
oyó  Diego  Hidalgo,  que  era  alcalde,  y  sale  de 
allí  y  en  un  momento  se  fue  á  casa  del  Visita- 
dor y  dícele  lo  que  pasa.  El  tenía  hecho  auto  de 
suspensión  para  lo  que  sucediese ;  dáselo  á 
Diego  Hidalgo,  que  casi  llegó  tan  presto  á  las 
casas  Reales  como  Diego  de  Uspina  y  Guinea: 
sube  y  notifica  el  auto  de  suspensión  á  Salazar 
y  otra  vez  á  Peralta.  Toma  una  alabarda  el 
Presidente,  y  díjole :  Traidor,  ¿  á  tal  cosa  os 
habéis  atrevido?  Sálese  á  la  puerta  de  las  casas 
Reales  y  quitó  de  la  mano  la  provisión  de  la 
prisión  á  Diego  de  Uspina.  Había  ya  prego- 


PEDRO  ORDOÑEZ  ÜE  CEBALLOS 


331 


nado  ser  Gobernador  del  reino,  porque  lo  había 
nombrado  el  Visitador,  como  no  había  otro 
Oidor,  porque  el  dotor  Chaparro  estaba  en  los 
Musos,  y  despachó  por  él.  El  alcalde,  como  un 
león,  notifica  prisión  á  Diego  de  Uspina,  pren- 
de á  Guinea,  salen  los  negros  y  indios,  y  con 
alambores  van  por  las  callos  con  grande  alegría 
pregonando  la  suspensión  de  Salazar  y  Peralta, 
y  que  no  los  tengan  por  Oidores  y  así  se  queda- 
ron suspensos,  Y  cuando  fui  á  casa  del  Visita- 
dor, que  sería  casi  á  la  oración,  me  recibió  con 
la  provisión  de  prisión  que  le  tenía  hecha,  con 
que  encogí  los  hombros.  Fui  y  di  razón  á  su 
señoría,  y  otro  día  se  pasó  Salazar  á  casa  del 
mariscal,  que  está  abajo  de  las  casas  Reales.  Yo 
Fui  á  verlo  y  le  dije  que  lo  había  hecho  mal  en 
darse  por  suspenso,  por  ser  sólo  por  ira  y  no 
por  justicia,  mas  así  se  quedó. 

Llegó  Chaparro  de  allí  á  dos  días,  que  todo 
aquel  tiempo  fue  Gobernador  Diego  Hidalgo, 
y  se  sentó  en  la  silla  de  Presidente.  Con  la 
llegada  del  dotor  se  apaciguó  todo  y  el  pueblo 
y  ellos  se  quedaron  suspensos,  aunque  tornó 
Peralta  á  esta  silla  por  no  haber  tenido  juri- 
dición  para  haberlos  suspendido.  Salazar  no 
quiso,  y  le  hicieron  fiscal  del  Real  Consejo  de 
las  Indias  y  despue's  Oidor.  Estuvo  este  Peralta 
tres  Audiencias  allí,  y  pasó  á  las  Charcas. 

CAPÍTULO  III 

De  la  visita  qiie  hice  del  arzobispado,  y  cómo 
fui  cura  y  vicario  de  Pamplona,  y  despue's 
de  los  pueblos  de  los  panches,  y  otras  cosas. 

Nombróme  su  señoría  por  su  Visitador  gene- 
ral, y  á  esta  ocasión  anduve  todo  este  arzobis- 
pado, porque  al  tiempo  de  la  visita  guardamos 
este  orden:  que  su  señoría  iba  á  confirmar,  y 
yo  iba  delante  con  Alonso  Cortés,  su  secreta- 
rio, y  hacía  la  visita  á  los  clérigos,  y  luego  lle- 
gaba su  señoría  un  día  después  y  confirmaba. 
Llegamos  desta  suerte  por  todos  los  pueblos  de 
Santa  Fe,  Tunja,  Pamplona,  villa  de  San  Cris- 
tóbal, la  Grita,  Alcázar  y  al  puerto  de  Ocaña, 
y  de  vuelta  pasé  yo  y  visité  á  Vélez,  á  Muso 
y  la  Palma.  Hallé  allí  al  licenciado  Mercado 
muy  malquisto;  hice  sus  negocios,  porque  le 
tomé  grande  afición,  y  así  le  libré  de  todos 
ellos,  y  hice  le  pagasen  más  de  nueve  mil  pesos 
que  le  debían.  Hizo  dejación  del  curato,  y  le 
di  una  dotrina  en  Pamplona,  por  estar  yo 
proveído  por  cura  'y  vicario  de  aquella  ciudad, 
y  mientras  le  envié  en  mi  lugar  bajé  por  allí  á 
la  Angostura,  visité  á  Vitoria,  á  Onda,  Mari- 
quita, Vague  y  Tocaima,  á  la  Alta  Gracia  de 
Suma  Paz,  Santiago  de  los  Caballeros  y  San 
Juan  de  los  Llanos.  Tardé  en  la  visita  un  año 
y  un  mes.  Llegué  á  Santa  Fe;  partí  á  los  Lla- 

AÜTOBIOQRAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 32 


nos,  y  estando  visitando  llegó  Don  Fulgencio, 
y  porque  se  le  había  muerto  el  fraile  que  lleva- 
ba me  dijo  que  me  fuese  con  él.  Reíme,  pero 
teniendo  ocasión  de  asirme  me  echaron  en  una 
barbacoa  ó  guando  de  palos  entoldada  que  te- 
nía hecbay  me  cargaron  de  aquella  manera  quin- 
ce días  la  tierra  de  los  Llanos  adentro.  Llega- 
mos á  do  estaba  el  general  Berrio;  tenía  allá 
tres  religiosos,  los  dos  dominicos  y  un  francis- 
co; habia  grande  motín  en  su  campo;  quiso  un 
día  dar  garrote  al  capitán  Baltasar  Pina;  yo 
se  lo  quité  y  alcancé  le  diese  licencia  para  salir. 
Fuimos  un  rio  abajo  el  Marañón  y  llegamos  á 
do  se  parte  en  dos,  por  donde  fue  Aguirre  el 
traidor.  Fuimos  hasta  la  boca  del  Drago,  que 
llaman  la  entrada  deste  río  en  el  mar,  que  es 
un  mar  que  tiene  de  boca  y  islas  sesenta  leguas 
Tornamos  y  vimos  las  poblaciones.  Pasé  tanto 
en  esta  jornada  que  era  necesario  hacer  un 
gran  tratado  si  todo  lo  hubiera  de  referir.  En 
resolución,  por  enfermar  Don  Fulgencio,  atra- 
vesé con  él  con  doce  hombres  y  otros  tantos 
negros  hasta  sacarle  á  Lita  y  de  alH  á  Soga- 
moso,  y  nos  costó  la  jornada  el  gasto  de  un 
año  y  siete  días  hasta  salir  á  Sogamoso,  adon- 
de los  despaché  á  Santa  Fe,  y  yo  me  fui  á  Pam- 
plona. Hallé  allí  todavía  al  licenciado  Mer- 
cado; tomé  mi  vicaría  y  curato.  Holguéme  mu- 
cho el  tiempo  que  allí  estuve,  porque  es  de  bue- 
na gente,  honradísima  y  apacible.  Visité  al  Li- 
cenciado, dile  por  libre  y  licencia  para  bajar  á 
Cartagena  en  modo  de  dimisorias.  Estuve  allí 
solos  ocho  meses.  Y  sucedióme  que  encontré 
allí  á  un  grande  amigo  mío,  que  después  no  lo 
fue  en  las  obras;  dile  veintiuna  muías,  quince 
caballos  y  gran  cantidad  de  dinero,  para  que 
tratase.  En  resohición,  desaparecióse  con  todo. 
Obligóme  á  irle  á  buscar,  porque  eran  más  de 
ocho  mil  pesos  los  que  me  llevaba.  Anduve  en 
su  seguimiento;  sucediéronme  varias  cosas  en 
este  viaje,  y  á  la  postre  me  hube  de  volver  con 
mucho  cansancio,  con  poco  remedio  de  mi  pér- 
dida y  con  camino  en  ida  y  vuelta  de  mil  y 
ochocientas  leguas,  porque  llegué  hasta  los 
confines  de  Chile. 

CAPÍTULO  IV 

De  la  llegada  á  Santa  Fe  y  tornada  ú  Quito, 
con  lo  demás  que  me  pasó. 

Fue  cosa  maravillosa  el  no  lloverme  en  tan 
largo  camino,  porque  siempre  iba  dejando  atrás 
el  invierno.  Llegué  á  Quito.  Hallé  allí  nueve 
de  mis  muías,  que  con  poderes  mios  las  había 
cogido  el  arcediano  Galavis.  Llegué  á  Santa  Fe, 
y  sacadas  dimisorias,  porque  no  las  tenía,  me 
volví  á  Quito.  En  todo  el  viaje  tampoco  me 
llovió  hasta  entrar  en  Quito;  pero  acontecióme 


332 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


un  milagro  que  hizo  el  Señor  por  las  ánimas 
de  Purgatorio,  muy  grande,  junto  á  Popayán, 
y  es  que  llegamos  en  compañía  de  un  mestizo 
platero  una  jornada  más  acá  de  Popayán,  y  en 
aquel  campo  á  do  vimos  buena  hierba  para  las 
cabalgaduras  nos  rancheamos;  como  á  las  siete 
de  la  noche  se  revolvió  el  tiempo  con  tan 
grande  tempestad,  que  parecía  nos  habíamos  de 
anegar,  según  los  truenos  espantosos  y  los  furio- 
sos y  temerosos  relámpagos  que  había.  Di  jome 
el  mestizo:  Señor  padre,  por  aquí  suelen  caer 
unos  aguaceros  terribles  y  suelen  durar  dos  y 
tres  días;  no  sé  qué  ha  de  ser  de  nosotros.  Juntó 
su  silla  y  dos  petaquillas  chicas.  Púsose  su  fiel- 
tro y  faldones,  caballero  y  bien  apesarado  pensó 
pasar  toda  aquella  noche.  Tenía  yo  puesto  mi 
toldo.  Salí  fuera  del  y  encomendéme  á  la  Cruz 
Santísima  y  hice  prometimiento  á  las  santas 
ánimas  de  Purgatorio  que  más  penas  tuvieran 
de  decirles  misa  en  llegando  á  donde  pudiese 
ser,  si  por  su  intercesión  nos  libraba  el  Señor 
de  aquel  conflito  que  esperábamos.  Acabado 
de  hacer  la  promesa,  Dios  Nuestro  Señor,  por 
sus  divinos  y  ocultos  secretos  y  por  sus  almas 
benditas,  llevó  de  allí  la  tempestad  y  así  no  llo- 
vió. Fueron  por  la  mañana  los  indios  por  las 
cabalgaduras,  y  hallaron  cerca  de  alH  bien  llo- 
vido por  la  parte  baja  y  á  un  tiro  de  arcabuz 
estaba  el  camino  lleno  de  agua.  De  suerte  que 
dimos  infinitas  gracias  á  Nuestro  Señor  por  sus 
divinas  misericordias,  á  la  Cruz  Santísima  y  á 
las  ánimas  de  Purgatorio,  haciendo  nuestra 
obligación  de  decirles  muchas  misas.  Pasé  á 
Pasto;  allí  [vi]  al  capitán  Visanti,  marido  de  la 
romana,  la  rica,  el  cual  fue  mayordomo  de  un 
hijo  del  Papa  Gregorio  XIII,  romano.  A  este 
le  vi  en  Sevilla  con  cuarenta  mil  ducados  y  dos 
navios  suyos,  y  en  Popayán  le  hallé  con  un  ca- 
pote pardo  y  unas  calcetas  y  alpargates,  y  que 
le  llamaban  de  vos  como  á  extranjero,  donde  me 
quedé  admirado  de  ver  las  vueltas  que  da  el 
mundo,  que  siendo  éste  un  gran  caballero,  y  del 
hábito  que  da  Su  Santidad  y  el  gran  duque  de 
Florencia,  llegase  á  punto  tan  miserable  que 
oiga  un  vos  y  sirva  á  otro. 

Había  sede  vacante  por  muerte  del  señor 
obispo  fray  Pedro  de  la  Peña;  proveyeron  á 
fray  Miguel  de  San  Miguel,  obispo  de  Chile,  y 
llegó  hasta  Riobumba,  y  allí  murió.  Hízosele 
un  entierro  el  más  sumptuoso  que  jamás  he  vis- 
to, porque  conté  trecientas  y  treinta  cruces,  y 
otros  tantos  estandartes  de  los  pueblos  cercanos 
á  Quito,  de  indios.  Iban  todos  los  conventos  y 
clérigos,  cofradía,  la  Audiencia  y  Cabildos,  con 
luto.  Sintióse  mucho,  porque  tenía  nombre  de 
grande  santo;  era  fraile  francisco.  Quedó  por 
provisor  el  arcediano  Don  Francisco  Galavis,  que 
es  uno  de  los  captivos  que  se  libraron  con  quien 
hice  el  viaje  á  Jerusalén,  como  queda  referido. 


Mandóme  partiese  con  la  hacienda  del  señor 
obispo  muerto,  á  España,  porque  quedó  él  por 
albacea,  y  de  camino  visitase  al  vicario  de  Gua- 
yaquil y  á  otros  dos  clérigos  y  al  vicario  de  Man- 
ta. Señalóme  de  salario  cada  día  cuatro  ducados. 
Entregáronme  treinta  y  cinco  mil  ducados  y 
suyos  cuatro  mil.  Yo  tendría  en  aquella  ocasión 
hasta  cuatro  mil  ducados  míos.  Fui  á  Guaya- 
quil, que  hay  de  Quito  cien  leguas  por  tierra,  y 
un  río  y  muchos  mosquitos  y  lodo.  Visité  á 
los  vicarios  y  clérigos;  gané  mil  ducados.  Pasé 
treinta  y  cinco  leguas  á  la  Puna ;  de  allí  á 
Manta,  que  hay  veinte  leguas;  tardamos  veinte 
días  por  la  mar  para  llegar  á  Panamá,  que  hay 
seiscientas  leguas.  En  Panamá  estuve  muy  de 
priesa,  porque  tuve  nuevas  que  se  partían  los 
galeones.  Salí  por  Chagre,yen  tres  días  de  agua 
y  uno  de  tierra  llegué  á  Nombre  de  Dios,  vemte 
leguas.  Partimos  á  Cartagena,  que  son  ochenta, 
y  en  ella  hallé  poderes  del  arcediano  provisor 
de  Quito,  y  provisiones  de  las  Reales  Audien- 
cias para  que  el  dinero  del  señor  obispo  muerto 
lo  entregase  y  fuese  por  cuenta  de  Su  Majestad. 
Pagáronme  mis  salarios.  Partimos  de  allí  á  la 
Habana,  decientas  y  cincuenta  leguas.  Sucedió- 
me allí  unadesgracia  grandísima, donde  me  hallé 
sin  dinero  así  del  mío  como  del  ajeno,  y  fue  que 
descubriendo  el  cabo  de  San  Antón  encalló  el 
na^'ío  de  suerte  que  no  fue  posible  menearse 
más  hasta  hacerse  pedazos;  fue  Dios  servido  no 
peligrase  la  gente  y  saliese  á  la  Habana  con 
hartos  trabajos  y  calamidades,  que  por  no  entris- 
tecer los  oyentes  los  dejo.  Partí  en  una  fragata 
la  vía  de  la  Nueva  España;  llegué  con  hartas 
tormentas  y  tormento  por  el  poco  dinero,  qui- 
nientas leguas,  que  fue  á  San  Juan  de  Lúa. 

CAPÍTULO  V 

De  cómo  llegué  á  Méjico,  y  de  sus  grandezas  y 
de  una  tormenta  grande  que  tuvimos  en  el 
mar  del  Sur. 

Por  haber  llegado  á  este  punto  y  haber 
tocado  en  Méjico,  me  ha  parecido  (aunque  de 
paso)  decir  su  grandeza  y  abundancia  en  todo. 
Es,  pues,  esta  ciudad  la  más  populosa  de  las 
Indias.  Tendrá  de  población  un  distrito  grandí- 
simo, porque  tiene  de  españoles  treinta  mil  hom- 
bres y  ventidós  mil  mujeres.  Tiene  cien  mil 
indios  con  otras  tantas  indias.  Habrá  en  ella 
veinte  mil  negros  y  quince  mil  negras.  Vide 
en  un  auto  de  la  Santa  Inquisición  en  plaza  y 
calles  treinta  y  cinco  coches  y  carrozas.  Hay 
virrey.  Tiene  Real  Audiencia  y  alcaldes  de  cor- 
te, corregidor  y  teniente,  arzobispo  y  Santo 
Oficio.  Es  ciudad  tan  abundante  que  vale  ♦una 
gallina  un  real;  seis  panes  de  á  libra  cada  uno, 
otro  real;  un  carnero,  cinco  reales;  una  vaca, 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


333 


tres  ducados;  un  cebón,  por  grande  que  sea,  otro 
tanto,  y  á  este  precio  va  todo  lo  demás  de  la 
comida.  Hay  gran  trato  de  seda  y  de  otras  cosas 
que  la  ennoblecen. 

Después  de  haber  gozado  de  algunas  dellas, 
partí  para  los  Angeles,  que  dista  venticinco 
leguas.  Es  tal  también  esta  ciudad,  que  si  Mé- 
jico es  barata  lo  es  más  ésta,  pues  lo  es  más 
que  ninguna  de  las  Indias,  porque  de  aquí  se 
lleva  todo  á  Méjico.  Tiene  unos  llanos  á  la  re- 
donda famosísimos  para  trigo.  Valía  entonces 
la  hanega  á  tres  reales,  y  un  capón  tres  cuar- 
tillos, un  conejo  un  cuartillo  y  una  perdiz  me- 
dio real.  En  esta  ciudad  comencé  á  restaurar 
mi  pérdida,  y  así  hallé  aquí  deudores  míos,  don- 
de recebí  dos  mil  ducados.  Pasé  á  Guatimala, 
distancia  de  trecientas  y  cincuenta  leguas,  donde 
hay  nueve  pueblos  de  españoles.  De  Guatimala 
salí  á  los  obrajes  de  tinta,  y  anduve  todo  aquel 
reino  hasta  el  puerto  de  Santiago,  que  son  tre- 
cientas y  ventinueve  leguas.  Hice  un  grande 
empleo  de  añil,  en  que  gané  muchos  ducados, 
y  atravesé  á  la  Vera  Paz,  que  son  docientas  y 
setenta  leguas.  Los  sacerdotes  que  caminan 
})or  estas  tierras  son  muy  regalados  y  servidos, 
])orque  el  gran  marqués  Martín  Cortés  los  hon- 
raba mucho,  y  con  este  santo  uso  se  ha  que- 
dado toda  aquella  tierra.  Partí  la  vuelta  del 
puerto  de  Acapulco,  ciento  y  doce  leguas,  para 
volverme  á  Quito.  Estuve  en  Alcázar  y  la 
Puebla.  ISTo  hallé  na-^io  para  Guayaquil;  hube 
de  comprar  un  galeoncillo  de  docientas  y  ochen- 
ta toneladas,  muy  fuerte,  de  Martín  de  Norue- 
ga. Costóme  ocho  mil  pesos  de  contado  y  tres 
mil  fiados.  Compré  cinco  piezas  del  navio  gran- 
de que  tenía  el  que  me  lo  vendió.  Tomé  comidas 
y  otros  pertrechos,  y  de  todo  quedé  debiendo 
ocho  mil  pesos.  Cogí  treinta  marineros,  venti- 
cinco grumetes,  capitán,  maestre,  contramaes- 
tre, guardián,  despensero,  escribano  y  veinte 
pajes.  Llegó  á  este  tiempo  mi  buen  amigo  Pedro 
de  Lomelín,  Marcos  Ortiz,  Delgado  y  Mato- 
so, los  cuales  venían  en  mi  busca.  Hize  nom- 
l)raran  por  capitán  de  infantería  á  Pedro  de 
Lomelín  y  por  alférez  Diego  de  Lomelín.  Em- 
barqué otra  gente,  como  fueron  doce  solda- 
dos y  dos  frailes  legos  franciscos  que  pasaban 
al  Pirú.  Cargué  el  navio  de  cosas  para  Guaya- 
(juil,  lonas  para  velas,  jarcias  para  navios,  y 
entre  nueve  mercaderes  lo  acabaron  de  cargar; 
de  suerte  que  todos  fuimos  ciento  y  ociio  en  nú- 
mero. Partimos  con  próspero  viaje  y  camina- 
mos siete  días,  y  un  domingo  descubrió  uno 
tres  velas,  que  fue  ocasión  nos  pusiésemos  to- 
dos en  arma,  y  lo  mesmo  hicieron  ellos.  Eran 
navios  del  Pirú,  y  así  pasamos  todos  con  gran- 
de alegría.  Había  terrible  calma  y  aquella  noche 
avivó  el  viento,  y  jueves  al  amanecer  tuvimos 
tanto  que  ya  tomáramos  pelear  con  enemigos 


y  no  la  inclemencia  del  mar,  porque  era  tal  que 
parece  nos  quería  tragar ;  corrimos  dos  días  de 
tormenta,  que  debió  de  andar  el  navio  cosa  de 
trecientas  leguas.  Viernes  en  la  noche  aplacó; 
pero  sábado  al  amanecer  tornó  un  huracán  des- 
hecho, que  pensamos  perecer.  Echamos  mucho 
hato  al  mar,  y  todas  las  cosas  de  peso.  Duró- 
nos quince  días;  debimos  de  caminar  mil  le- 
guas y  llegamos  á  tanta  altura  que  á  todos  se 
nos  hincharon  las  encías  de  frío,  y  todos  los 
mantenimientos  que  venían  á  mano  se  corrom- 
pieron. Abonanzó  ocho  días,  tomó  el  piloto  la 
altura  y  dijo  estábamos  en  treinta  grados,  y  nos 
hallamos  mil  y  trecientas  leguas  de  Acapulco 
y  mil  ochocientas  de  Guayaquil.  Muriéronse- 
nos  dos  personas  de  no  poder  comer,  aunque 
no  había  mucho.  Tornamos  nuestro  viaje  en 
deciséis  días. 

Aquella  tarde  refrescó  el  viento;  caminamos 
hacia  el  Pirú  tres  días,  y  tornó  otra  tormenta 
tan  grande  que  fue  cosa  para  espantar.  Duró 
doce  días.  Tornamos  por  el  altura  y  á  tener  la 
propia  enfermedad  de  las  encías.  Murieron  tres 
personas.  Amansó  al  doceno  día,  que  ya  no 
había  fuerzas  en  ninguno,  y  nos  duró  otros 
trece  días  en  abonanzar  del  todo.  Hallámonos 
tan  apartados  que  decía  el  piloto  y  otros  mari- 
neros que  lo  entendían  bien  que  estábamos  más 
de  mil  y  quinientas  leguas  de  Guayaquil.  Des- 
cubrimos un  viernes  dos  navios  merchantes  que 
venían  de  las  Filipinas,  que  era  lástima  verlos, 
y  por  que  los  vientos  eran  muy  recios  y  con- 
trarios, y  nos  íbamos  alejando  de  nuestra  de- 
rrota, hice  mirar  todo  el  navio.  Teníamos  co- 
mida para  un  mes.  Agua  teníamos  poca.  Fui- 
mos desta  manera  todos  juntos  doce  días,  y  lo 
que  andábamos  en  cuatro  ó  cinco  hacia  Guaya- 
quil en  uno  que  teníamos  de  viento  contrario  lo 
tornábamos  atrás.  Un  día  sereno  descubrió  la 
capitana  dellos  tierra,  y  disparó  una  pieza.  Fue 
de  grande  alegría  para  todos.  Era  muy  alta  y 
de  grandísimas  peñas  y  montañas.  No  la  cono- 
cía nadie.  Fuímonos  acercando  y  vimos  casas  de 
piedra,  y  en  algunas  partes  cruces:  lo  cual  nos 
dio  sumo  contento.  En  lo  alto  de  la  montaña 
debía  de  haber  más  de  treinta  mil  indios  pelean- 
do con  los  de  las  casas.  Oimos  hablar  nuestra 
lengua  española  á  uno  dellos.  Habría  cien 
casas,  de  piedra  todas,  y  en  las  puntas  que 
hacía  la  montaña,  dos  torres  fortísimas,  y  encima 
de  las  casas  en  aquellos  peñascos  muchas  cue- 
vas, que  era  muy  de  ver.  Saltó  en  tierra  Pedro 
de  Lomelín  y  trajo  un  mulato  que  en  llegando 
al  navio  se  arrodilló  y  me  besó  más  de  cien  ve- 
ces las  manos  y  los  pies,  y  me  contó  la  historia 
siguiente  en  breves  palabras,  según  la  tenían 
por  tradición  de  sus  padres,  y  fue  que  los  años 
pasados  aportó  á  aquella  isla  un  navio  de  espa- 
ñoles y  se  hizo  allí  pedazos;  poblaron  y  por  no 


334 


autobiografías  y  memorias 


tener  mujer  salieron  y  las  hurtaron  de  los  de 
la  tierra.  Tuvieron  grandes  guerras  con  los  in- 
dios, y  todos  los  veranos  les  duraba,  con  una 
enemistad  terrible,  y  de  todos  ellos  no  había 
más  de  tres  vivos,  y  que  todos  eran  cristianos 
baptizados  y  rezaban  y  se  encomendaban  á 
Dios.  Pidióme  les  tirasen  á  aquellos  indios, 
porque  se  habían  convocado  todas  las  islas  que 
allí  estaban  para  acabarlos,  y  que  había  cuatro 
lunas  que  estaban  cercados.  Pidióme  de  comer, 
que  fue  para  mí  nueva  de  grande  dolor.  Tira- 
mos seis  ó  ocho  piezas  á  las  montañas,  y  no 
quedó  indio  que  no  huyese.  Tenían  éstos  su 
orden  de  pueblos  y  iglesias  á  do  se  enterraban. 
Saltamos  en  tierra,  hablamos  con  todos,  y  uno 
de  los  españoles  era  virrey  y  dos  alcaldes  ordi- 
narios perpetuos  y  capitanes.  Dijéronnos  que 
había  cuarenta  años  que  habían  llegado  allí 
ciento  y  sesenta  personas,  y  sola  una  mujer  que 
estaba  viva,  de  cien  años;  y  debían  tener  de- 
cendientes  de  todos  hasta  trecientos  y  cin- 
cuenta, casi  todos  varones.  Tendrían  de  la  tie- 
rra más  de  trecientas  indias,  porque  por  multi- 
plicarse tenían  las  mujeres  que  alcanzaban.  Yo 
traía  seis  costales  de  harina;  hice  hostias  con 
los  hierros  que  traía,  y  dije  misa  en  aquella 
iglesia,  habiendo  treinta  y  tres  años  que  eran 
muertos  dos  írailes  que  la  habían  dicho.  Con- 
fesé toda  aquella  gente,  trabajando  lo  que  fue 
posible,  y  tuve  allí  la  Navidad  del  año  de  1589, 
habiendo  poco  más  de  un  año  que  había  salido 
de  Quito  y  más  de  dos  meses  del  puerto  de 
Acapulco.  Salió  entretanto  nuestra  gente,  y 
ellos  también,  y  trajeron  mucha  carne  de  monte, 
maís  y  otras  cosas.  Quedáronse  allí  los  dos  frai- 
les legos,  porque  venían  enfermos.  Prediquéles 
y  enséñeles  nuestra  fe,  porque  ya  algunos  no 
estaban  muy  enteros,  y  á  los  frailes  encomendé 
mucho  les  industriasen  en  las  cosas  de  su  sal- 
vación. Habiendo  estado  allí  deciocho  días,  y 
habiendo  metido  de  la  provisión  que  en  aquella 
tierra  hay,  nos  embarcamos,  y  les  prometí  pro- 
curar se  les  enviase  gente  para  poblar  aquellas 
islas,  y  que  daría  cuenta  dello  al  virrey.  Toma- 
mos los  grados,  cabos  y  derroteros  para  que  no 
errase  quien  viniese  después.  Salimos,  pues,  de 
allí  con  próspero  viento  y  con  harto  oro,  porque 
hay  en  aquella  tierra  mucho.  Caminamos  jun- 
tos con  buen  tiempo  ocho  días,  y  el  día  de  la 
Candelaria  de  1590  nos  dio  en  el  mismo  paraje 
la  tormenta,  y  todo  lo  que  se  sacó  de  la  isla  se 
pudrió.  Los  otros  navios,  por  no  correr  hacia 
aquella  altura,  tornaron  la  mesma  derrota,  y 
nos  pareció  se  volvían  á  la  misma  isla;  nos- 
otros trabajamos  por  dar  en  el  Pirú  ó  en  la  Nue- 
va España,  y  así  nos  faltó  la  comida.  Acorda- 
mos de  tomar  otra  vez  la  derrota  de  la  isla,  y  en 
cuatro  días  la  reconocimos  otra  vez,  y  vimos  el 
un  navio  surto,  y  el  otro  que  lo  hacían  barcas. 


Por  ser  tarde  no  tomamos  aquella  noche  puer- 
to, y  al  amanecer  nos  dio  un  Sueste  tan  malo 
que  en  una  hora  no  vimos  más  tierra,  y  así 
corrimos  tres  días  y  descubrimos  otra  tierra, 
que  se  reconoció  ser  la  isla  de  los  Ladrones, 
camino  de  las  Filipinas.  Vinieron  muchas  pira- 
guas, canoas  y  balsas,  y  todo  lo  que  traían  eran 
plátanos,  patacas  y  otras  raíces,  y  nos  pedían 
bizcocho.  Son  grandísimos  indios  y  tienen  en 
la  punta  del  bigote  un  mechón  de  cabellos,  y 
todo  lo  demás  se  lo  quitan;  al  apartarse  nos 
flecharon  y  hirieron  un  negro  y  al  capitán  del 
navio.  Partimos  de  allí  con  propósito  de  ir  ú 
Luzón  y  de  allí  á  la  China.  Llegamos  por  tres 
veces  á  reconocer  las  islas,  y  otras  tantas  nos 
daban  temporales.  Perecíamos  de  hambre,  por- 
que sólo  se  daba  una  tacita  de  maís  y  dos  plá- 
tanos y  una  pataca  ó  yuca.  Visto  que  no  podía- 
mos tomar  ninguna  de  las  islas  Filipinas,  deter- 
minamos de  ir  á  la  China  á  Macao.  Vino  á 
tanto  la  hambre  que  nos  comíamos  todas  las 
cosas  de  cuero  que  traíamos  en  el  navio,  y 
dábamos  de  ración  un  pedazo  de  cuero  de  vaca 
de  unos  que  llevaba  allí  un  mercader.  Había 
ya  tres  meses  que  no  habíamos  tomado  puerto, 
y  como  se  nos  pudrió  lo  que  traíamos  de  la  isla 
de  los  Españoles  y  lo  que  nos  dieron  en  la  de 
los  Ladrones,  ya  no  teníamos  sino  morir.  Fue 
para  mí  de  gran  sentimiento  ver  perecer  de 
hambre  una  negra  y  un  pajecillo,  que  al  fin 
murieron  della.  Día  de  Pascua  Florida  á  catorce 
de  abril  tomamos  una  islita,  y  en  ella  agua, 
malvas  y  bledos,  que  no  conocimos  otra  cosa  de 
comer,  y  casi  henchimos  el  navio  destas  hier- 
bas; y  como  teníamos  abundancia  de  agua, 
comíamos  dellas  cocidas  con  el  pedazo  de  cuero, 
y  treinta  granos  de  maís.  Fue  Dios  servido  que 
descubriésemos  isla  del  nombre  de  Jesús  de 
Pintados  y  el  puerto  de  Cebú,  y  hallé  en  esta 
ciudad  á  Cristóbal  de  Espinosa  de  los  Monte- 
ros, natural  de  Jaén,  gran  soldado,  que  por 
haber  de  tratar  de  su  vida  y  hechos  en  el  libro 
de  las  grandezas  de  Jaén,  dejo  lo  que  allí  pasó 
para  decirlo  allá.  Partimos  de  Cebú  viaje  á  la 
China,  como  se  dirá  en  el  siguiente  capítulo. 

CAPÍTULO    VI 

De  cómo  llegamos  á  Macao.  Del  gobierno  que 
hay  en  Cantón,  con  otras  cosas  que  me  suce- 
dieron allí. 

Después  de  tantos  naufragios  y  trabajos 
como  tengo  dicho,  día  de  los  apóstoles  San 
Felipe  y  Santiago  llegamos  á  Macao,  que  nos 
pareció  habíamos  llegado  al  descanso.  Recibió-  J 
nos  su  señoría  con  grande  gusto  y  nos  regaló,  ^ 
y  el  capitán  y  justicia  mayor  hicieron  lo  mismo. 
Estuvimos  allí  dos  meses.  Hicimos  allí  provi- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


335 


sión  de  cosas  de  comida;  bebida  es  poca  la  que 
liay,  porque  no  hay  vino,  tanto  que  valía  enton- 
ces una  botija  cuarenta  pesos,  y  esa  tomé  para 
decir  misa.  Metimos  vino  de  palmas  y  aceite  de 
lo  propio.  Tomamos  salvoconduto,  y  un  día 
después  de  Nuestra  Señora  de  agosto  de  1590 
partimos  para  Cantón.  El  salvoconduto  que 
da  el  capitán  de  Macao  es  del  virrey  de  la  India 
de  Goa,  que  los  tiene  allí  para  esto.  Tomé  puerto 
en  ocho  días.  Es  una  bella  ciudad,  de  grandes 
edificios;  particularmente  tiene  un  muelle  el 
mejor  del  mundo.  Tiene  tres  arcos,  el  de  en 
medio  es  más  grande,  y  en  cada  arco  hay  un 
muelle  que  andando  la  rueda  cargan  y  descar- 
gan. Es  todo  de  cantería  con  muchas  figuras  y 
colunas.  Tiene  una  casa  pegada  al  muelle  que 
tiene  tres  hileras  de  rejas  y  la  de  en  medio  es  de 
balcones  de  hierro,  todos  labrados  con  mil  labo- 
res. Soii  veinte  en  número  los  de  cada  hilera  de 
la  delantera,  y  por  los  lados,  que  cogen  una 
carrera  de  caballo,  hay  otras  tres  de  la  mesma 
manera  con  sesenta  cada  hilera.  Tiene  otra  casa 
de  la  otra  parte  del  muelle,  que  es  de  los  jueces 
del  mar,  que  vista  de  lejos  dirán  que  es  la  cosa 
más  singular  que  se  puede  hallar.  Desde  el 
navio  mirábamos  todo  esto  y  nos  daba  tanto 
contento  que  casi  todos  los  trabajos  pasados  no 
los  sentíamos,  sólo  por  haber  visto  cosa  tan  her- 
niosa. Tiene  la  ciudad  muchos  chapiteles  de 
hoja  de  lata  dorada  y  plateada.  No  consintieron 
que  saliera  en  tierra.  Di  dos  mil  reales  de  á  ocho, 
y  son  de  derechos  los  mil  y  docientos ;  lo  demás 
dan  empleados  en  sedas,  mantas  de  algodón  y 
otras  cosas  de  la  tierra.  Allí  pagué  á  los  solda- 
dos y  gente  de  la  mar,  los  cuales  me  llevaron 
unce  mil  pesos  de  oro,  con  lo  que  pagaron  los 
mercaderes  de  su  parte.  Daba  dos  mil  pesos  por- 
que me  dejaran  saltar  en  tierra  y  ver  aquella  ciu- 
dad, pero  no  hubo  orden.  Estuvimos  allí  dos 
meses,  y  al  cabo  dellos  nos  despidieron  mandán- 
donos que  no  fuéramos  á  ningún  puerto  de 
Cochinchina,  con  grandes  penas.  De  algunos 
chinos  que  venían  al  navio  y  sabían  nuestra 
lengua,  por  haberse  criado  en  Luzón,  supe  algu- 
nas cosas  de  la  tieiTa,  que  las  pondré  aquí  por 
ser  algunas  tan  memorables. 

Dijéronme  que  en  los  tiempos  pasados  la 
hija  de  un  rey  de  aquella  tierra  dio  en  atar  los 
pies  á  sus  hijas  con  unas  vendas  y  con  otras 
cosas,  y  que  con  aquello  se  quedaban  las  más 
imposibilitadas  para  andar;  y  así,  si  no  era  en 
sillas  tapadas,  no  salían.  Supe  dos  precepto.s 
harto  de  ponderar:  el  uno,  que  infaliblemente 
al  adúltero  quitaban  la  vida;  el  otro,  que  el  la- 
drón moría  también,  como  fuese  en  cierta  canti- 
dad, que  no  era  mucha.  Para  saber  la  vida  de 
todos,  cada  calle  tenía  obligación,  debajo  gra- 
ves penas,  de  avisar  en  sabiendo  algo  desto;  y 
nadie  se  mudaba  de  su  callo  ui  casa  sin  licen- 


cia particular  de  la  justicia,  ni  podía  salir  del 
reino  ni  entrar  nadie  sin  la  dicha  licencia,  con 
pena  de  la  vida.  No  había  pobres,  porque  todos 
los  sustentaba  el  rey.  Señaláronme  desde  el  na- 
vio un  barrio  fuera  de  la  ciudad,  que  me  pare- 
ció ser  todas  las  casas  sin  altos,  y  me  dijeron 
que  allí  vivían  las  mujeres  malas,  y  que  por 
minuta  había  decisiete  mil  y  trecientas,  y  que 
todas  eran  esclavas  del  rey.  A  éstas  (dijeron) 
que  venían  los  mozos  solteros  de  menos  de 
deciocho  años,  porque  de  aquella  edad  se  casan, 
y  los  viudos  mientras  se  vienen  á  casar  otra 
vez,  y  esto  con  cédula  de  la  justicia.  Y  todo 
lo  que  allí  se  gana  lo  recibe  por  cuenta  del  rey, 
y  con  aquello  las  sustentan,  visten  y  dan  todo 
lo  necesario,  y  cuando  enferman  las  curan,  y 
cuando  viejas  les  dan  lo  necesario.  Los  casa- 
mientos son  de  cuatro  á  cuatro  meses.  Desta 
manera,  que  en  cada  calle  los  veedores  tienen 
cuidado  de  asentar  el  día  que  nace  el  hijo,  ó 
hija,  y  en  teniendo  la  edad  dicha  los  llevan  á 
la  justicia,  haciendo  tres  partes  de  las  mujeres 
y  hombres.  Todas  vienen  delante  de  la  justicia 
atapadas  con  unos  velos.  Las  muy  hermosas  se 
las  dan  á  los  ricos,  y  éstos  dan  un  dote  que  ya 
está  señalado;  las  no  feas  ni  hermosas,  á  los  de 
mediano  estado,  ni  ricos  ni  pobres,  y  éstos  ni 
ellos  ni  ellas  dan  cosa;  las  feas,  á  los  pobres, 
dándole  á  cada  uno  el  dote  que  habían  dado  los 
ricos  por  las  hermosas,  y  cada  uno  entra  lla- 
mado por  su  nombre  y  memoria,  y  escoge  una 
de  las  atapadas,  y  luego  el  juez  la  descubre  y 
se  la  entrega  y  les  dice:  que  abran  los  ojos  y 
miren  la  ley  de  muerte. 

Hay  otra  cosa  harto  trabajosa,  y  es  que  nin- 
guno puede  conocer  á  su  mujer  doncella,  por- 
que cuando  chiquitos  les  ponen  en  el  prepucio 
un  alfiler  de  oro  que  les  pasa  por  la  parte  baja 
toda  la  cabecilla,  y  allí  se  queda  como  arillo  de 
la  oreja  para  siempre.  De  aquí  es  que  el  rey 
tiene  por  vía  de  merced  y  de  oficio  señalados 
linajes  de  personas  que  no  les  ponen  aquello  y  á 
éstos  las  entregan,  para  que  las  conozcan,  don- 
cellas, y  hagan  camino.  Estos  no  son  casados 
ni  pueden  conocer  otras,  y  en  dándola  al  ma- 
rido no  pueden  volver  á  ellas  con  pena  de  la 
vida.  Pero  dijome  uno  qne  poco  pueden  cui- 
dar de  otras  mujeres,  porque  harto  tienen  que 
entender  con  las  doncellas,  por  ser  muchas,  y 
les  pagan  un  tanto  como  si  fuera  oficio,  y  no  es 
deshonra,  sino  uso  de  más  de  tres  mil  años. 

Tratamos  algunas  cosas  de  nuestra  fe  santí- 
sima, y  se  les  asió  tan  bien  que  convertí  deci- 
ocho y  después  de  catequizados  los  bapticé; 
éstos  procuraron  que  se  hiciera  lo  propio  co?i 
otros,  pero  por  la  incomodidad  no  pude  sino 
sólo  otros  cuatro,  que  fueron  todos  ventidós. 

Partimos  de  aquella  l^prmosa  ciudad  á  quince 
de  otubre  de  1590,  y  por  tener  noticia  que  en 


336 


autobiografías  y  memorias 


Tapam  se  vendería  lo  que  llevábamos  de  mer- 
caderías, partimos  para  ella,  y  tomamos  puerto 
en  una  anconada  grande.  De  allí  pedimos  licen- 
cia para  ir  al  muelle,  y  se  nos  dio  para  Nanga- 
saqui,  que  es  la  mesma  ensenada.  Son  todas 
las  casas  de  madera,  y  será  pueblo  de  seis  mil 
vecinos.  Hay  otros  cuatro  en  la  anconada.  Ven- 
dióse muy  bien  la  mercadería,  particularmente 
las  holandas, que  iba  lavara  á  ocho  pesos  de  oro, 
y  el  raso  blanco  á  peso,  que  es  grande  ganan- 
cia, y  vale  el  peso  de  aquel  oro  á  nueve  reales, 
porque  no  es  muy  fino. 

Tuve  nueva,  la  cual  me  dio  un  grande  siervo 
de  l)ios,  de  la  Compañía  de  Jesús,  con  quien 
había  confesado  tres  ó  cuatro  veces  los  cinco 
días  que  allí  estuvimos,  que  nos  querían  emba- 
razar el  navio,  y  así  una  noche  sin  ser  sentidos 
partimos.  A  tres  días  partidos  de  allí  nos  dio 
una  tormenta  pequeña,  y  corrimos  dos  días  hacia 
la  China,  y  otro  día  despue's  de  Todos  Santos 
vimos  tierra.  Salieron  más  de  quinientos  juncos 
pequeños  para  nosotros.  Estos  son  un  género 
de  navios  de  aquella  tierra,  que  son  de  juncos 
marinos  atados,  y  luego  por  encima  un  betún 
muy  fuerte,  y  de  aquello  hacen  barcas  y  navios; 
mandáronnos  llegar  á  tierra,  y  venían  tan  per- 
trechados que  fue  imposible  hacer  otra  cosa, 
porque  traían  más  de  tres  mil  arcabuceros.  Pen- 
sando nosotros  que  era  la  China,  nos  dijeron 
que  no  era  sino  la  isla  de  Valchio,  sujeta  á 
Cochinchina.  Tomamos  la  licencia  de  la  China 
y  la  quemamos,  y  enseñamos  la  de  nuestro  vi- 
rrey, que  traíamos  de  Macao.  Hay  allí  un  pue- 
blo de  seis  mil  vecinos,  y  otro  como  treinta  le- 
guas de  allí  de  ocho  mil  vecinos;  del  uno  nos 
llevaron  al  otro  como  de  por  fuerza.  De  allí 
salieron  tres  navios  con  nosotros,  y  por  estar 
pregonada  guerra  contra  el  reino  de  Pegu, 
Camboja  y  otros  que  confinan  con  esta  tierra, 
nos  llevaron  por  entre  islas  pequeñas  y  mogo- 
tes, en  que  gastamos  venticinco  días,  y  al  cabo 
de  otras  jornadas  llegamos  á  Picipuri. 

CAPÍTULO  YII 

De  las  notables  y  varias  cosas  que  me  pasaron 
en  Picipuri. 

Tendrá  la  ciudad  de  Picipuri  hasta  treinta 
mil  casas  y  traía  entonces  cuando  llegué  á  ella 
veinte  mil  hombres  de  guarnición  y  cuatro  mil 
de  á  caballo.  Pasáronme  allí  cosas  notables,  y 
así  por  serlo,  y  de  gusto  para  el  que  las  leyere, 
me  ha  parecido  no  dejarlas  de  referir.  Estaba 
allí  un  juez  del  rey ;  éste  era  un  hombre  muy 
alto  y  viejo;  tenía  la  barba  hasta  la  cinta;  éste 
mandó  que  saltase  en  tierra  el  señor  del  navio. 
Vestíme  con  mi  manteo  y  sotana,  con  mi  bonete 
de  los  de  Quito,  que  son  muy  altos  y  no  muy 


anchos,  que  parecen  casi  mitras.  Salió  conmigo 
Pedro  Lomelín  y  sus  soldados,  el  capitán  de  la 
mar  y  otros,  los  que  más  bien  vestidos  estaban. 
Llegamos  á  la  casa  del  juez;  había  en  ella  dos 
intérpretes,  uno  portugués  y  otro  chino.  Dijo- 
me  el  portugués  que  mirase  que  me  había  de 
hincar  tres  veces  de  rodillas.  Díjele  que  no  ha- 
bía de  hacer  yo  tal  cosa,  que  ya  sabía  él  que  era 
yo  sacerdote,  y  que  si  no  fuese  al  rey,  á  quien 
hincaría  la  rodilla  izquierda,  que  no  haría  otra 
cosa,  y  que  todos  los  soldados  y  gente  que  iba 
conmigo  lo  harían.  Díjoselo  al  juez.  Enojóse 
mucho;  pero  con  todo,  por  verme  salió  á  la  sala. 
Todos  le  hicieron  tres  reverencias  humildísimas, 
y  le  quité  yo  el  bonete  y  le  hice  una.  A  na- 
die se  humilló.  Dijóme  por  la  lengua  que  á  qué 
venía.  Respondí  que  por  mandado  de  su  señoría 
me  traían.  Dijo:  Pues  desa  manera,  vayase.  Tor- 
namos al  navio,  y  prometo  si  fuera  puerto  que 
pudiéramos  irnos,  que  aquella  noche  se  hubiera 
hecho.  Vino  un  escribano  y  á  su  modo  nos  no- 
tificó no  pudiésemos  comprar  ni  vender  ni  salir 
á  tierra.  Pero  el  día  de  la  limpísima  Concepción 
vino  el  mismo  escribano  y  mandó  saliese  á 
tierra  de  parte  de  su  señoría.  Mandó  me  lleva- 
sen á  la  ciudad  de  Quibenhu,  donde  estaba  el 
virrey.  Lleváronme  en  una  barca  grande  el  rio 
arriba,  que  tiene  poi  allí  más  de  cuatro  leguas 
de  ancho.  Llegamos  temprano  y  en  una  casa  del 
virrey,  que  es  para  su  recreo,  me  dieron  de  co- 
mer á  su  uso,  que  casi  lo  más  fue  arroz.  A  la 
tarde  salió  el  virrey  muy  acompañado  á  la  playa 
con  más  de  dos  mil  soldados.  Hizose  reseña 
aquel  día  de  la  gente  de  caballo.  Dormimos 
aquella  noche  en  la  mismo  casa.  Otro  día  me 
envió  á  llamar,  y  que  fuese  solo.  Fui  y  lo  hallé 
sentado  en  una  silla.  Díjome  la  lengua  que  hi- 
ciese tres  reverencias,  y  lo  demás  que  me  man- 
dasen. Respondí  lo  propio  que  en  Picipuri.  En- 
tré y  vide  al  virrey  que  tenía  sobre  la  cabeza 
una  gorra  de  tres  picos,  colorada:  éstos  le  venían 
los  dos  á  las  orejas  y  uno  detrás.  Todo  el  ves- 
tido era  colorado,  que  parecía  loco  ó  truhán. 
Estuve  para  reírme,  y  no  me  hartaba  de  ver  tal 
virrey,  que  si  él  no  fuera  hombre  de  tan  gran 
parecer,  dijera  que  era  figura  de  comedia  ó  en- 
tremés para  hacer  reir.  Cuando  no  quise  hacer 
su  petición  y  vio  que  no  me  humillé,  envióme 
á  decir  que  me  aparejase  para  ir  á  la  ciudad  de 
Guanci.  Yo  dije  que  preparado  estaba  para  ir 
donde  me  mandase.  Pasó  por  junto  á  mí  dos 
veces;  hiceme  á  un  lado,  quíteme  el  bonete  y 
hice  reverencia  á  nuestro  uso,  y  jamás  hizo  caso, 
sino  como  que  no  me  veía.  Estuve  allí  hasta 
medio  día  y  me  dieron  de  comer  en  la  misma 
sala  muy  bien,  diez  ó  doce  platos,  que  entiendo 
eran  de  los  de  la  mesa  del  virrey.  A  la  postre 
me  envió  en  una  taza  de  la  China  una  poca  de 
bebida  como  de  cerveza  de  manzanas  y  cebada. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


387 


Envióme  á  preguntar  con  la  lengua  si  era  bueno 
aquel  licor;  dije  que  ninguna  cosa  sería  mala 
de  manos  de  su  alteza,  y  le  envié  á  pedir  licen- 
cia para  enviar  por  un  poco  de  vino  al  navio,  y 
no  me  volvieron  respuesta.  Salió  después  de  un 
rato  que  comió;  levánteme  y  le  hice  mi  acata- 
miento. Vino  á  mí  la  lengua  y  me  dijo  que  se 
había  holgado  de  verme,  y  que  había  estimado 
en  mucho  mi  pundonor  y  que  bien  hacía  si  era 
sacerdote,  y  más  si  no  se  usaba  en  Europa  ha- 
cer aquellas  reverencias.  Miró  mi  vestido  y  dijo 
que  era  bueno,  y  en  particular  le  agradó  el  bo- 
nete y  que  otros  había  visto  chiquitos  y  bajos. 
Yo  dije  que  serían  de  los  de  los  padres  de  la 
Compañía  de  Jesús,  que  eran  unos  santos  varo- 
nes. Cuando  nombraba  á  Jesús  me  destocaba; 
advirtiólo,  y  di  jome:  Muy  bien  haces,  que  es 
muy  buena  manera  de  nombre,  y  si  fuera  mozo 
y  tuviera  hijos  los  había  de  llamar  así.  Avisó- 
me el  portugués  que  no  le  dijese  cosa  de  la  fe, 
porque  lo  había  mandado  así,  y  que  en  otro  tri- 
bunal me  lo  preguntarían.  Hablamos  otras  co- 
sas, y  al  irse  se  despidió  y  me  abrazó  y  dijo: 
Di  al  rey  algo  bueno  de  mí .  Díjome  la  lengua 
si  llevaba  algo  para  el  rey,  que  era  mozo  y  ami- 
go que  le  dieran,  y  que  había  sólo  un  año  que 
reinaba,  porque  otros  deciséis  lo  había  sido  por 
tutores,  y  que  aquel  virrey  había  sido  su  ayo,  y 
que  el  padre  lo  había  dejado  de  cuatro  años;  de 
suerte  que  tenía  él  entonces  ventiuno,  y  que 
era  muy  amigo  de  saber.  Como  á  las  cinco  de 
la  tarde  me  llevaron  á  las  casas  de  recreo.  Es- 
tuA^e  allí  dos  días,  aunque  el  pensamiento  en  el 
navio.  Habían  dicho  de  mi  mil  cosas,  por  donde 
Pedro  de  Lomelin,  Matoso  y  Ortiz  determina- 
ron de  salir  á  buscarme.  Pusiéronme  en  camino 
para  llevarme  al  rey,  y  antes  que  llegáramos  á 
la  ciudad,  como  á  un  tiro  de  arcabuz,  estaban 
más  de  docientas  barcas  en  el  río,  de  aquellos 
juncos,  con  gente  de  guerra;  había  muchos  pi- 
faros, menestriles  y  trompetas,  y  en  la  marina 
al  parecer  más  de  dos  mil  caballeros  con  lanzas 
y  adargas,  y  escopeteros  de  á  caballo  con  sus 
criados  en  las  sillas,  y  ellos  á  las  ancas.  Lleva- 
ban muchos  penachos  en  los  yelmos  y  con  tanta 
bizarría  que  nos  dio  gran  contento  el  verlo.  En 
frente  del  pueblo  estaba  una  barca  sola  muy 
bien  armada  y  muy  galana,  y  en  ella  solos  dos 
hombres.  Saltamos  en  ella,  y  al  entrar  me  dijo 
el  portugués  lengua:  Advierta,  padre,  que  es  el 
rey;  que  si  no  me  lo  dijera  cierto  yo  no  lo  pen- 
sara, porque  era  mozo  y  sin  pelo  de  barba,  de 
color  de  mulato,  delgado,  vestido  con  un  calzón 
ancho  de  gamuza  muy  delgada,  guarnecido  con 
un  pasamano  de  oro  y  plata,  una  ropilla  desco- 
llada, la  camisa  sin  cuello  y  muy  plegada  detrás 
y  delante.  Una  media  manga  de  gamuza  hasta 
el  medio  brazo,  y  la  camisa  muy  plegada,  que 
hacia  allí  una  gran  rueca,  y  debajo  de  aquella 


cusma,  que  así  se  llama,  un  jubón  de  lienzo  muy 
delgado.  Traía  un  turbante  á  uso  de  moros  per- 
sianos,  con  su  toca  roja,  y  del  salían  dos  pedazos 
de  toca  que  servían  como  una  faja;  traía  una 
valona,  y  en  los  pies  unas  botas  de  gamuza  jus- 
tas hasta  media  pierna  y  una  juna  como  alpar- 
gate dentro  un  zaragüel  blanco,  y  por  la  rodilla 
una  rosa  hecha  de  gamuza,  con  dos  mascaro- 
nes y  muy  guarnecida,  y  sobre  cada  hombro  y 
en  cada  codo  traía  lo  propio.  Era  de  buen  ros- 
tro, y  cuando  se  reía  hacía  dos  hoyos  en  los 
carrillos.  Entramos  yo  y  la  lengua.  Holgóse  al 
parecer  de  verme;  fuíme  á  humillar  y  hizome 
señas  con  la  mano  que  me  levantase.  Llegué 
cerca  y  entonces  hinqué  la  rodilla  izquierda  en 
el  suelo,  y  él  me  echó  el  brazo  en  el  hombro, 
que  dicen  no  hacerse  aquello  en  toda  aquella 
tierra  si  no  es  á  grandes  capitanes.  El  que  es- 
taba con  él,  que  era  su  ayo,  le  dijo  que  si  aque- 
llo hacía  á  un  extranjero  que  no  le  quedaba 
honra  para  los  suyos.  Respondióle:  Quisiera  yo 
verte  en  su  tierra  deste  delante  de  su  rey; 
veamos  si  holgaras  que  te  honraran ;  yo  te  digo 
que  si  supiera  otra  honra  mayor  que  hacerle  lo 
hiciera,  para  que  lo  dijera  en  las  tierras  por 
donde  fuere.  Hizo  muestra  que  me  levantase  y 
que  me  cubriese;  holgóse  de  verme  el  bonete 
puesto  y  me  lo  pidió.  Hice  mi  acatamiento  y 
se  lo  di.  Habló  con  el  ayo,  y  se  llegó  y  se  lo 
puso  en  la  cabeza,  y  se  rió  de  muy  buena  gana 
de  ver  lo  que  parecía  el  ayo  con  él.  Dijo  á  la 
lengua:  Dile  á  éste  que  quién  es.  Yo  le  dije  que 
un  sacerdote  de  mi  ley.  Dijo:  Pues  vaya  á  des- 
cansar, y  mire  no  hable  con  aquellos  dos  sucios, 
que  me  enojaré  (éstos  eran  otros  dos  clérigos  á 
quien  no  quería  dar  audiencia),  porque  le  he  de 
preguntar  para  ver  si  es  todo  uno  lo  que  ellos 
dicen  y  lo  que  él  dice ;  y  que  no  tenga  pena,  que 
no  viene  preso,  antes  yo  me  he  holgado  no  se 
humillase  á  mis  virreyes  y  jueces,  pues  en  su 
tierra  no  se  usa.  Dio  de  mano  que  me  fuese. 
Saltamos  en  otra  barquilla  chiquita  y  nos  des- 
embarcaron á  mi  y  á  la  lengua  junto  á  la  mura- 
lla, y  ya  estaban  allí  mis  camaradas  en  un  apo- 
sento que  estaba  junto  á  la  ciudad,  muy  bueno  ; 
allí  estuvimos  dos  días  y  nos  dieron  lo  necesario; 
al  tercero  nos  llevó  un  capitán  por  la  muralla 
y  nos  enseño  las  piezas  de  aquel  lado,  y  comi- 
mos en  otro  aposento  ;  estuvimos  entretenidos 
así  y  regalados  algunos  días;  el  del  Nacimiento 
del  Señor,  que  fue  el  miércoles,  dijo  la  lengua 
que  ya  sabían  en  aquella  tierra  que  era  la  gran 
Pascua  nuestra.  Dieronncs  una  gran  comida  de 
mucho  género  de  carnes  y  con  muchas  especias; 
conté  venticinco  potajes,  y  de  sei'vicios  de  dulce 
otros  tantos.  Dijéronme  que  todos  los  que  ha- 
bían servido  á  la  mesa  era  gente  muy  grave,  de 
los  gentileshombres  de  la  boca.  Traían  al  cue- 
llo en  una  banda  negra  las  armas  Reales,  que  es 


;338 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


un  dragón  y  debajo  tiene  un  león  sangriento,  y 
por  la  parte  baja  una  bandas  y  unas  monedas 
de  aquella  tierra,  con  una  mano,  una  bandera 
y  una  corona,  que  dicen  son  las  de  esotro  rei- 
no. A  la  postre  me  trajeron  en  un  plato  una 
espada  corta  y  ancha ,  dorada,  y  una  mano  de 
papel  de  quince  pliegos  batidos  y  dorados,  y  una 
banda  negra  con  una  moneda  de  aquellas,  col- 
gada de  oro,  que  valía  catorce  ducados.  Traía 
de  la  una  banda  las  armas  dichas  y  de  la  otra 
medio  cuerpo  de  un  rey  con  corona  y  cetro,  y  á 
la  redonda  su  nombre  con  unas  malas  letras  á 
su  usanza.  Envióme  á  decir  que  por  él  me  en- 
viaba aquel  gran  favor,  y  no  por  mis  servicios, 
y  que  la  banda  y  escudo  lo  enviaba  la  infan- 
ta su  hermana,  y  que  mirase  quién  se  lo  po- 
nía; yo  le  envié  á  decir  que  besaba  á  Su  Majes- 
tad las  manos  por  tanto  favor,  y  á  la  infanta 
mi  señora,  y  que  de  nosotros  no  se  atreviera  na- 
die á  ponérsela  hasta  que  Su  Alteza  mandase 
cuál  se  la  había  de  poner. 

CAPÍTULO  VIII 

De  dos  presentes  famosos  que  hice ,  uno  al  rey 
de  Cochinchina  y  el  otro  á  su  hermana  la 
infanta,  con  grandes  coloquios  que  me  pasa- 
ron con  los  dos. 

Cuando  me  vide  tan  obligado  determiné  de 
en  correspondencia  hacer  otros  presentes  que 
igualasen,  en  cuanto  fuese  posible,  á  sus  gran- 
dezas, y  se  midiesen  con  mi  posible  y  con  lo 
que  de  presente  tenía ;  y  así  le  envié  un  fardo 
de  holandas  por  los  extremos  delgadas,  un  reloj 
grandecito,  seis  botijas  de  vino  de  Castilla,  cien 
cordobanes  datilados  del  Japón  y  cuatro  almai- 
zales, una  espada  y  daga  doradas,  una  visarma, 
dos  alabardas,  cuatro  escudos  de  acero  con  sus 
picos  y  aforrados  en  felpa  y  dorados;  seis  pie- 
zas de  felpa  de  Italia,  de  colores;  seis  piezas  de 
terciopelo  de  colores,  dos  sillas  bridas  y  una 
gineta  muy  dorada,  una  gualdrapa  de  terciopelo 
negro,  un  dosel  de  terciopelo  colorado  con  las 
armas  Reales  de  España,  un  fardillo  de  tocas 
rojas  del  Japón,  cosa  muy  rica  y  muy  delgada; 
una  gorra  de  terciopelo  y  un  sombrero;  un  tur- 
bante á  uso  del  Japón.  Dijo  la  lengua  que  lo 
miró  el  rey  todo  y  se  holgó  y  dijo:  Este  debe 
de  ser  muy  poderoso. 

Envié  á  la  infanta  otro  fardo  de  holandas 
y  ctro  fardillo  de  tocas  blancas  de  Japón;  seis 
piezas  de  felpa;  seis  de  terciopelos  fondos:  la 
una  tenía  el  fondo  leonado  y  el  pelo  azul ;  la 
otra  el  fondo  morado  y  el  pelo  negro,  y  por 
tudas  las  labores  un  cordoncillo  de  plata;  doce 
bolsas  de  monjas,  diferentes  y  delicadas  por 
extremo,  y  en  la  una  cincuenta  reales  de  á  ocho; 
otra  coa  otros  tantos  de  á  cuatro,  otra  con  ios 


mismos  todos  de  á  dos,  otra  con  sencillos,  otra 
con  medios,  otra  con  cuartillos  de  plata  que  se 
hacen  en  el  Pirú.  Envíele  también  cuatro  espe- 
jos, el  uno  era  el  mayor  que  yo  había  visto 
iiasta  entonces,  de  tres  cuartas  de  largo  y  media 
vara  y  más  de  ancho ;  seis  cepillos  dorados  para 
limpiar  la  ropa  y  seis  escobillas;  doce  papeles  de 
alfileres  de  todos,  y  uno  de  plata  de  los  chiqui- 
tos, que  los  estimó  en  mucho;  un  reloj  pequeño, 
dos  de  arena,  dos  de  sol,  diez  manojos  de  gra- 
nates, doce  platos  de  arrebol  dorados  por  defue- 
ra; salserillas,  plumajes,  botecillos,  blanduras 
para  las  manos  y  rostro  y  otras  bujerías;  una 
cajita  de  guantes,  dos  petrinas  con  sus  dagui- 
llas,  cuatro  estuches,  las  dos  cajas  doradas  y 
dos  plateadas;  seis  mazos  de  trompas  de  París, 
que  las  estiman  allá  en  mucho  las  mujeres. 
Envié  asimismo  arandelas,  cascabeles  y  cuatro 
tocados  de  mujer  aderezados  á  uso  de  Venecia ; 
seis  pares  de  botines  de  terciopelo  de  colores, 
cairelados  de  plata  y  sus  rosas  de  plata  encima, 
que  prometo  era  de  ver;  un  dosel  de  damasco  y 
todas  las  labores  con  cordoncillos  de  plata  y  en 
medio  un  Cristo  crucificado,  y  otra  cajita  de  co- 
sillas  de  bujerías  de  Venecia  para  las  damas. 

Envíele  á  decir  que  besaba  á  Su  Alteza  las 
manos,  y  que  cuando  yo  se  las  besase  la  servi- 
ría con  dos  preseas  que  las  estimaba  en  más 
que  todo  lo  que  en  mi  vida  había  tenido.  Algu- 
nas de  aquellas  cosas  que  no  hay  en  aquella 
tierra,  por  ser  dijes  de  mujeres,  las  estimó  en 
mucho.  Vino  la  lengua  y  dijo  que  decía  el  rey 
que  Su  Grandeza  gratificaría  el  servicio,  y  que 
decía  la  señora  infanta  que  había  sido  tan  bxae- 
no  todo  y  se  había  holgado  tanto  por  sus  damas, 
y  que  casi  se  lo  habían  quitado  ellas,  en  parti- 
cular aquellas  blanduras,  que  no  se  vendiesen 
ninguna,  porque  si  había  más  Su  Alteza  lo 
quería  y  que  el  espejo  grande  lo  estimaba  en 
una  ciudad,  y  que  todo  lo  tenía  en  mucho,  y 
que  mirase  quién  [se]  ponía  su  banda.  Tuvimos 
pareceres  con  las  lenguas  sobre  que  dos  veces  lo 
había  enviado  á  decir,  y  así  acordamos  que  nin- 
guno se  la  pusiese,  no  fuese  algún  pleito.  Dijo  la 
una  lengua:  Lo  que  yo  sé  decir  es  que  dijo  el  rey 
á  la  hermana:  El  que  se  la  pusiere  se  acordará 
para  siempre;  y  que  ella  replicó:  No  osará  nin- 
guno ponérsela;  y  así  fue  acordado  entre  todos 
que  la  guardásemos  hasta  ver  on  qué  paraba. 

Día  de  San  Esteban,  estando  rezando  mis 
horas  canónicas  en  la  muralla  mirando  al  río, 
alcé  los  ojos  y  vide  al  rey  en  la  muralla  solo;  le- 
vánteme y  hice  aquí  mi  acatamiento;  llamóme, 
fui  y  quíseme  humillar,  y  no  lo  consintió.  Envié 
á  llamar  la  lengua,  y  entretanto  que  venía  tomó 
el  breviario  y  lo  hojeó.  Dijo  en  viniendo  la  len- 
gua: Dile  á  éste  que  no  me  responda  más  pala- 
bra de  lo  que  yo  le  pregunte,  porque  me  enojaré. 
Hice  mi  ucutuiuiento.  Preguntó  que  quién  era 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


339 


y  de  adonde  era  y  de  dónde  venía  y  adonde  iba. 
Dije  que  era  sacerdote  de  mi  ley,  y  que  era  cas- 
tellano, y  que  venía  del  Pirú  por  tormentas,  y 
que  volvía  al  Pirú.  Dije  si  conocía  á  mi  rey  y  si 
le  había  visto.  Dije  que  sí.  Preguntó  que  cómo 
se  llamaba.  Respondí  que  Don  Felipe  de  Aus- 
tria, y  hice  mi  acatamiento  con  la  cabeza,  porque 
estaba  destocado.  El  miró  hacia  atrás  y  dijo  que 
á  quién  hacía  reverencia.  Dije  que  al  nombre  de 
mi  rey  y  señor.  Preguntóme  que  cómo  se  lla- 
maba el  de  Portugal.  Dije  que  ya  lo  había  di- 
cho; que  el  que  murió  se  llamaba  Don  Sebas- 
tián, y  que  heredó  mi  rey.  Sacó  un  papel  y  miró 
y  dijo:  Don  Sebastián  ¿de  qué  murió?  Fue  á 
África  (dije),  tierra  de  moros,  y  en  una  batalla 
murió.  Estos  padres  que  están  aquí,  ¿cómo  se 
llaman?  ¿de  adonde  son?  ¿á  qué  vienen?  Yo 
dije:  Ni  sé  cómo  se  llaman,  ni  de  adonde  son, 
y  si  son  de  mi  ley,  vendrán  á  predicarla.  Yo 
no  los  he  visto  ni  hablado,  que  así  me  lo  envió 
á  mandar  Su  Majestad.  Tomándome  el  bonete 
me  dijo:  ¿Cómo  el  que  ellos  traen  es  tan  chi- 
quito? Dije  que  se  usaría  así  en  Goa,  ó  de  á 
dónde  venían,  y  que  serían  algunos  santos,  bue- 
nos cristianos,  y  que  por  conformarse  con  el  uso 
de  la  tierra  vendrían  así.  Díjome:  ¿Cómo  se  lla- 
ma tu  Dios?  Dije,  poniendo  los  tres  dedos,  que 
habla  distinción,  que  en  mi  lengua  se  llamaba 
Dios.  Dijo:  Ya  lo  sé,  que  aun  acá,  de  sólo  oir- 
]o,  le  decimos  Dios.  Dije  que  Su  Majestad  me 
liabía  dicho  al  principio  que  no  respondiese  á 
más  de  lo  que  me  preguntase  ;  que  si  me  daba 
licencia  hablaría  en  este  caso  un  poco  más.  Res- 
pondió que  no  quería  sino  que  prosiguiese  como 
hasta  entonces,  porque  aquéllos  decían  tanto 
que  ya  le  tenían  enojado.  Tornó  á  preguntar: 
Di  el  nombre  de  tu  Dios.  Dije:  Padre,  Hijo  y 
Espíritu  Santo  es  su  nombre.  Sacó  el  papel  y 
dijo:  No  digo  yo  ese,  sino  otro.  Dije:  Hijo,  y 
éste,  en  cuanto  hombre,  Jesús;  y  entonces  hin- 
qué la  rodilla  derecha  en  tierra,  y  queriendo 
hincar  la  otra  se  enojó,  y  dijo:  ¿Qué,  es  posible 
que  á  mí  no  te  humilles  y  ahora  hincas  las  ro- 
dillas? Díjele:  Señor,  en  nuestra  ley  las  dos  ro- 
dillas tenemos  para  el  Rey  de  los  reyes  y  Se- 
ñor de  los  señores,  y  así  por  serlo  se  las  damos 
á  él  solo.  Dijo  con  cólera:  ¿Cómo  se  llama  su 
madre  de  ese  Jesús?  Torné  á  humillar  la  cabe- 
za y  dije:  María,  y  tórnela  á  humillar.  Enton- 
ces hizo  él  lo  propio  y  dijo:  María  es  muy  buen 
nombre,  y  en  trayéndome  mi  mujer,  que  es  hija 
del  emperador  de  Vismaya,  se  ha  de  llamar  así. 
¡Oh,  soberana  Virgen,  que  en  este  punto  me 
iicordé  de  lo  que  vos  dijistes,  que  todas  las  ge- 
neraciones os  habían  de  llamar  bienaventura- 
da, que  quiso  vuestro  esposo  guardaros  este 
honor  y  excelencia  que  todos  os  reconozcan  por 
quien  sois!  Cosa  notable  por  cierto,  y  que  me 
hizo  i'eparar  y  aun  regocijarse  mi  espíritu,  de 


que  á  todo  este  rey  hubiese  estado  tan  sereno  y 
grave,  y  en  nombrando  á  María  así  se  humillase 
y  reverenciase  su  nombre  benditísimo. 

Prosiguió  con  sus  preguntas  y  díjome:  Ese 
Jesús  ¿era  rey?  Dije:  Del  cielo  y  de  la  tierra, 
en  cuanto  Dios;  pero  en  cuanto  hombre,  aun- 
que lo  era  por  razón  de  la  unión  liipostática, 
no  quiso  tener  la  ejecución  dello.  Su  Madre 
(dijo)  ¿era  reina?  Dije:  No,  mas  descendía  de 
los  reyes  de  Jerusalén.  Pues  ¿por  qué  le  mata- 
ron? Dije:  Permitiólo  el  Padre  para  la  reden- 
ción del  mundo,  y  para  que  se  cumpliese  todo 
lo  que  del  está  escrito.  Dijo:  ¿Y  por  eso  le  lla- 
man Hijo?  Porque  tiene  padre,  respondí,  y  al 
Padre  porque  tiene  hijo.  Y  al  otro  ¿cómo  lo 
llaman?  dijo  dando  de  palmadas.  Espíritu 
Santo,  porque  procede  de  ambos,  por  acto  de 
amor;  esto  es,  del  querer  que  el  Padre  tiene  al 
Hijo  y  el  Hijo  al  Padre.  Dijo:  ¿Y  ese  también 
es  Dios?  Dije:  Sí,  y  tan  igual  y  parejo  como 
los  dos.  Tornóse  á  reir  y  dar  palmadas,  y  dijo: 
Luego  ya  tenemos  tres  dioses.  Pues  ¿cómo 
decís  que  es  uno  solo?  Díjele:  Pues  esa  es  toda 
nuestra  fe,  que  son  tres  personas,  en  las  perso- 
nas distintas,  y  en  la  esencia  un  solo  Dios  ver- 
dadero. Dejemos  eso;  sólo  digo  de  María,  y 
tornó  á  humillar  la  cabeza,  que  tiene  buen 
nombre,  y  me  parece  á  mí  que  debía  de  ser  de 
grande  señorío,  muy  hermosa,  muy  sabia,  muy 
discreta,  y  en  todo  buena,  y  que  no  debía  de 
querer  otro  hombre  sino  á  su  marido.  Dije :  Se- 
ñor, casada  fue  con  San  José,  pero  virgen  para 
siempre;  porque  Jesús,  mi  Dios  y  Señor  y  su 
hijo,  fue  engendrado  del  Padre  por  obra  del 
Espíritu  Santo  sin  ayuntamiento  de  varón. 
Pues  si  lo  engendró  siendo  virgen  para  siem- 
pre, ¿por  dónde  salió  cuando  lo  parió?  Enton- 
ces traje  algunos  ejemplos,  el  del  sol  cuando 
entra  por  la  vidriera,  y  otros  desta  manera. 
Dijo:  Mira,  yo  quiero  tanto  á  María  (y  siempre 
inclinaba  la  cabeza),  que  todo  lo  que  della  dije- 
res me  está  bien,  y  todos  decís  una  cosa,  y 
agora  digo  que  aquellos  padres  son  buenos.  No 
los  veáis,  con  todo,  hasta  que  hables  con  mi 
hermana;  mira  que  es  más  brava  que  yo,  y  la 
quiero  más  que  á  mi  madre;  no  la  enojes.  Dije: 
Señor,  créame  V.  M.,  que  como  hombre  bien 
podré  errar,  mas  mi  deseo  no  será  de  tal.  No 
te  digo  esto  para  que  la  temas,  sino  por  si  pre- 
guntare algo,  que  no  la  contradigas.  Díjele 
entonces:  Como  sea  negocio  de  mi  ley,  aunque 
muera  mil  muertes  no  dejaré  de  decir  la  ver- 
dad. Tornó  á  decir:  Por  mi  vida  que  no  la  eno- 
jes ;  y  así  se  fue.  Yo  quedé  algún  tanto  triste  por 
aquella  razón,  y  así  se  lo  dije  á  las  dos  lenguas, 
de  que  se  rieron  mucho;  y  en  confirmación  de 
quién  era  me  contaron  grandísimas  cosas  suyas, 
que  por  serlo  tanto  me  ha  parecido  escribirlas, 
pudiendo  algunas  dellas  servir  de  ejemplo. 


340 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Un  pariente  suyo  la  pretendió  por  mujer,  y 
ella  le  dijo  que  le  dijese  una  rerdad,  y  le  hizo 
que  la  jurase  si  había  tenido  otros  amores.  Res- 
pondió que,  pues  se  lo  había  jurado,  que  le 
prometía  decir  la  veidad,  con  tal  que  Su  Alteza 
no  lo  comunicase  con  nadie.  Dijoselas,  y  aca- 
bando de  contarlas  dijo:  Pues  yo  no  quiero 
hombre  tan  bellaco,  y  le  desterró  para  siempre 
de  Cochinchina  á  otro  reino.  Otro  quiso  nego- 
ciar de  otra  manera  y  la  requebró ;  preguntóle 
lo  mismo,  y  juró  que  no  había  tenido  tal  en  su 
vida;  probóle  haber  tenido  muchas  y  senten- 
cióle á  muerte.  Envióle  á  decir  que  lo  perdo- 
nase, que  al  fin,  como  hombre  de  bien,  no  lo 
había  querido  descubrir  á  nadie,  y  así  le  dejó 
con  la  vida  y  le  mandó  ir  á  las  islas  recluso  por 
cuatro  años. 

Una  doncella  suya  se  enamoró  de  un  man- 
cebo galán;  díjoselo  á  ella,  y  luego  la  casó  y 
honró.  Otra  ama  viuda  y  vieja  quiso  casarse 
por  este  camino  con  otro  mozo  galán;  y  como 
acudió  al  gusto  de  la  otra  doncella,  pensó  que 
había  de  ser  también  así  con  ella.  Díjoselo.  Sa- 
bido por  ella,  lo  llamó  al  mancebo  y  juró  por 
vida  de  su  hermano  el  rey,  si  más  le  hablaba, 
que  le  había  de  hacer  quitar  la  vida,  y  que  bus- 
case una  moza  y  ella  un  viejo.  Mandó  que  las 
mujeres  públicas  estuviesen  fuera  de  las  ciuda- 
des. Mandó  asimismo  que  en  sus  mares  no  se 
hiciese  mal  á  ninguno,  si  no  se  les  probase  ser 
cosarios,  y  esto  siendo  oídos  y  convencidos  por 
justicia.  Hizo  monesterios  de  monjas  doncellas 
y  otras  abstinentes,  con  clausura  y  torno,  por- 
que antes  no  lo  había.  Hizo  monesterios  de 
bonzos  en  el  campo  para  vida  solitaria,  y  á  to- 
dos les  ordenó  dos  horas  cada  día  y  una  á  me- 
dia noche  de  rodillas,  contemplando  cuan  bueno, 
cuan  grande  y  cuan  sabio  era  el  Dios  principio 
de  todas  las  cosas  que  las  crió,  que  es  el  Dios 
no  conocido  dellos.  Ordenó  que  el  que  hiciese 
servicio  conocido  á  la  persona  Real  y  á  su 
corona  en  seis  maneras,  le  diesen  un  tanto,  más 
ó  menos,  según  los  servicios.  Ordenó  tam- 
bién que  las  personas  Reales  no  se  casasen  si 
no  fuese  con  gente  blanca,  hijas  de  reyes,  sien- 
do ella  hija  de  mulata,  porque  su  abuelo  casó 
con  una  hija  de  un  rey  de  Etiopía,  negra.  Puso 
premática  en  los  superfinos  gastos  de  ropa, 
comida  y  bebida,  y  mandó  que  se  tuviese  por 
infame  el  borracho.  Quitó  cien  y  tantos  dioses 
que  no  pudo  averiguar  quién  habían  sido.  Dejó 
abierta  puerta  para  nuestra  fe,  y  para  todas  las 
demás  la  cerró,  y  con  pena  de  muerte;  sólo 
dejó  un  gravamen,  que  el  que  se  hubiese  de  ha- 
cer cristiano  fuese  con  licencia  expresa  del  rey,  ó 
de  un  juez  que  señaló  en  cada  virreinado.  Hizo 
tres  consejos:  de  Guerra, de  Hacienda  y  de  Jus- 
ticia. Quitó  que  nadie  ejecutase  sentencia  de 
muerte  sin  mandato  expreso  del  rey,  y  les  dio 


de  plazo  á  los  condenados  tres  años,  y  que  el 
que  quisiese  por  toda  la  vida  ser  soldado  en 
frontera  y  trabajar  en  mina  Real  con  el  tercio, 
fuese  aquella  la  muerte.  Ordenó  que  si  un  po- 
bre tuviese  heredad  ó  huerta  junto  al  rico  y  el 
tal  la  quisiese,  que  la  tasasen,  y  que  pagando 
dos  tantos  la  pudiese  tomar,  tomando  el  po- 
bre lo  tasado  y  lo  medio  más,  y  lo  restante 
para  hospitales,  que  en  todo  su  reino  mandó 
fundar  muchos.  Prometió  de  parte  del  Dios  no 
conocido  el  cielo  á  los  que  diesen  limosna.  Hizo 
ley  expresa  de  muerte  para  los  bonzos  de  los 
monesterios  si  se  casaban,  y  reclusión  por  tan- 
tos años  si  hacían  algún  pecado  de  carne,  y  á  las 
monjas  emparedamiento  perpetuo,  y  á  los  bon- 
zos casados  si  se  iban  con  otra  mujer  casada 
les  puso  pena  de  la  mitad  de  sus  bienes,  para 
hospitales,  y  si  con  soltera  un  tercio.  Y  para 
los  hombres  casados  si  se  iban  con  casadas,  el 
cuarto  de  sus  haciendas,  y  si  solteras  el  sexto. 
Mandó  que  á  los  caballeros  por  cualquier  cosa 
no  los  azotasen,  siendo  ordinario  entre  ellos,  y 
á  la  gente  común  por  casos  livianos  fuese  en 
escondido.  Ordenó  que  la  hija  de  los  reyes  que 
quisiese  ser  monja  entrase  á  monesterio  á  do  no 
hubiese  otra  y  fuese  abadesa  perpetua,  y  por 
consiguiente  él  monje.  Ordenó  que  á  los  de  la 
Compañía  de  Jesús  que  viniesen  á  sus  reinos 
no  les  hiciesen  daño  hasta  ser  avisada  la  per- 
sona Real.  Estas  y  otras  cosas  hizo  gobernando 
el  reino  por  su  hermano,  y  porque  algiinas  han 
de  entrar  en  su  lugar  y  cuando  la  historia  lo 
pide,  las  dejo  para  entonces,  prosiguiendo  con 
ella. 

CAPÍTULO  IX 

En  donde  se  trata  parte  de  lo  que  me  pasó 
con  la  infanta  de  Cochinchina. 

El  día  de  los  Santos  Inocentes  me  mandó 
llamar  la  señora  infanta,  y  se  me  puede  bien 
creer  que  me  había  llegado  á  hablar  á  su  her- 
mano con  harto  más  gusto  que  á  ella,  por  la 
fama  que  tenía  de  tan  severa.  Pero  aunque  con 
algunos  sobresaltos  fui  confiado  en  el  Señor,  á 
quien  lo  encomendé  muy  de  veras,  y  si  yo  tuve 
temor  no  fue  menor  el  que  cogió  los  corazones 
de  mis  compañeros,  porque  al  salir  me  dijo  la 
lengua  :  "No  olvide  vuestra  merced  lo  que  el 
rey  ha  mandado  de  que  en  cosa  no  se  contra- 
diga la  gran  señora  (que  así  la  llamaban).  Dije: 
Ya  respondí  al  rey  que  en  la  fe  no  me  contra- 
dijese, porque  no  había  de  torcer  un  punto  de 
la  verdad  cristiana,  y  que  en  todo  lo  demás  no 
tenía  yo  qué  decir,  cuanto  más  contradecir  par- 
ticularmente á  una  reina,  y  en  su  tierra.  Fui- 
mos á  unos  palacios  de  junto  á  la  muralla  y  en 
una  sala  grande  de  recebimiento  estaba  sentada 
en  un  estrado  como  de  reina,  y  más  de  cien 


PEDKO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


341 


mujeres  muy  galanas  á  su  uso,  que  es  como  de 
moras,  salvo  que  son  las  ropas  más  largas.  Solo 
en  la  sala  estaba  un  portero  que  al  entrar  dijo: 
Delante  de  la  gran  señora  no  se  hace  acata- 
miento á  nadie,  y  la  lengua  me  lo  dijo.  Yo  iba 
con  manteo  y  loba  de  raja,  y  mi  bonete,  y  de- 
trajo de  seda  negra,  jubón  y  calzones  nuevos, 
inedias  de  seda  y  zapatos  tapetados.  Hice  mi 
reverencia  al  entrar  hasta  cerca  del  suelo,  y  más 
adelante  otra,  y  me  paré.  Mandó  que  pasase 
adelante  y  estando  cerca  y  hecho  mi  acata- 
miento, dijo  la  aya,  que  estaba  en  pie:  Dice  la 
gran  señora  que  á  qué  vienes.  Dije  que  por  su 
mandado  venía  á  besar  sus  Reales  pies.  Dijo: 
¿  Y  si  no  te  enviara  á  llamar,  no  vinieras?  Dije 
que  no,  porque  no  sabía  su  gusto.  Dijo  que 
fuese  bien  venido  y  que  no  me  turbase,  que  ella 
no  me  llamaba  para  cosas  de  justicia,  que  antes 
bien  ella  fue  ocasión  para  que  no  la  ejecutasen 
conmigo,  que  estando  proveído  la  hiciesen  por- 
que no  había  hecho  reverencia,  ella  había  man- 
dado que,  pues  era  sacerdote,  que  no  la  hiciese, 
y  que  pues  me  había  librado  de  la  muerte,  y  á 
todos  los  que  venían  conmigo,  de  mineros,  que 
agora  no  me  llamaba  para  que  me  turbase,  que 
sin  duda  lo  echaría  de  ver  ella  ó  en  la  razón  ó 
en  el  color.  Dije  que,  delante  de  su  grandeza, 
que  tenía  yo  por  hombre  sin  razón  al  que  no  se 
turbase;  mas  que  pues  Su  Grandeza  lo  manda- 
ba, que  yo  me  haría  fuerza  para  poderle  dar  en 
todo  gusto. 

Acabado  esto  dijo  al  aya:  Dile  á  este  bonzo 
que  si  es  aquel  el  hábito  oue  traía  en  su  tierra 
y  que  por  qué  no  vino  con  el  otro.  Díjele  que 
sí,  y  que  el  otro  era  para  casa;  y  como  Su  Ma- 
jestad me  halló  así,  no  pude  tomar  aquél,  se- 
ñalando el  manteo.  Dijo  que  me  preguntase  que 
cuál  era  el  mejor.  Dije  que  el  que  traía  en- 
tonces era  el  más  honesto  y  el  otro  el  más  des- 
embarazado para  por  casa.  Dijo  que  cuántos 
hombres  traía  en  el  navio.  Dije  que  ciento  y 
cuatro  personas  llegamos,  porque  con  las  tor- 
mentas se  habían  muerto  algunas.  Preguntó  si 
era  muy  lejos  mi  tierra.  Respondí  que  cuatro 
mil  leguas  de  allí;  y  dijo  entonces  que  me  tenía 
lástima,  y  que  la  olvidase  y  no  volviese  más 
allá.  Dije  que  en  cosa  no  había  de  ir  contra  el 
gusto  de  Su  Grandeza.  Dijo:  Dile  que  por  qué 
no  mira  á  todas  aquellas  damas  y  les  dice  que 
se  asienten,  porque  ya  vido  cómo  en  llegando  á 
lo  alto  de  las  gradas  se  levantaron  y  que  no  era 
buen  término  tener  mujeres  en  pie,  y  que  había 
algimas  de  su  sangre.  Díjele,  haciendo  un  aca- 
tamiento,que  hablando  con  Su  Grandeza  ¿cómo 
había  yo  de  mirar  á  otra  parte?  y  que  mal  con- 
tado me  sería  quitar  los  ojos  del  oro  y  ponerlos 
en  la  plata.  Dijo:  Pues  míralas  y  hazles  acata- 
miento á  tu  usanza,  que  yo  gusto  dello.  Volví 
á  las  de  su  lado  derecho  y  hícolcs  una  reveren- 


cia á  nuestro  uso,  y  fullas  mirando  de  espacio, 
y  ellas  todas  juntas  hicieron  acatamiento  con 
las  cabezas,  y  yo  torné  á  hacerles  reverencia. 
Torné  por  el  otro  lado  y  hice  lo  propio,  no  qui- 
tándome de  hacia  la  infanta.  Dijo:  Dime  si  son 
hermosas,  y  de  cada  lado  di  cuál  es  la  más  her- 
mosa. Dije  que  Su  Grandeza  me  diese  licencia 
para  hablar.  Dijo  que  todo  lo  que  quisiese. 
Dije  que  á  do  estaba  Su  Alteza,  por  aquel  lado 
era  la  más  hermosa  y  lo  propio  por  esotro 
lado,  y  que  después  de  Su  Alteza  todas  eran 
hermosas,  y  que  le  pedía  de  merced  que  en 
aquel  particular  gustase  de  no  mandarme  más. 
Hizo  señal  con  la  mano  y  se  levantaron  todas, 
y  haciéndole  tres  reverencias  se  entraron  por 
unos  postigos  dorados  que  á  cada  lado  estaban, 
y  quedó  sola  el  aya. 

Quedados  solos,  dijo  que  quería  saber  de  mi 
ley  tres  cosas  solas:  La  primera,  que  cuántos 
dioses  teníamos;  la  segunda,  que  cómo  se  lla- 
maban, y  la  tercera,  si  la  mujer  Dios  era  virgen. 
Dije  que  en  mi  ley  no  había  más  de  un  Dios 
verdadero,  uno  en  esencia  y  trino  en  personas, 
y  que  éste  se  llamaba  Padre,  Hijo  y  Espíritu 
Santo;  y  en  cuanto  hombre  el  Hijo  se  llamaba 
Jesús  y  que  su  madre  era  la  Virgen  María,  y 
c{ue  no  era  Dios,  sino  madre  de  Dios,  y  que  era 
verdad  que  fue  virgen  antes  del  parto,  en  el 
parto  y  después  del  parto,  y  para  siempre.  Dijo 
que  le  dijese  otras  tres  cosas,  y  ella  las  iba  es- 
cribiendo en  un  libro  de  memorias.  Que  cuán- 
tos géneros  de  bonzos  había  en  mi  ley  y  cuáles 
eran  los  más  santos,  y  cuál  era  el  mayor.  Res- 
pondí que  las  maneras  del  vestido  de  los  sacer- 
dotes eran  muchas,  y  que  así  no  tenía  para  qué 
decirle  los  vestidos,  porque  los  habían  tomado 
de  los  santos  fundadores  de  sus  conventos;  pero 
que  todos  eran,  en  siendo  sacerdotes,  una  mes- 
ma  cosa  y  con  un  mesmo  poder,  y  que  los  más 
santos  eran  aquellos  que  en  cada  religión  ó  há- 
bito hacían  buenas  obras  y  seguían  á  Jesucris- 
to, y  que  el  mayor  dellos  era  el  Sumo  Pontí- 
fice de  Roma,  que  era  vicario  de  Dios  y  tenía 
sus  veces  en  la  tierra.  Repitió:  ¿Y  cuáles  lla- 
mas'buenas  obras?  Dije:  Guardar  los  diez  man- 
damientos de  Dios  y  creer  su  ley.  Dijo:  Díme 
la  ley,  y  luego  lo  que  manda.  Díjele  los  catorce 
artículos,  y  luego  los  diez  mandamientos.  Aca- 
bados de  decir  dijo:  Si  en  los  preceptos  que  yo 
hice  hubieras  estado  acá,  yo  pusiera  estos  diez 
mandamientos;  mas  si  tú  te  C[uedas  yo  haré  con 
mi  hermano  que  haga  otras  cortes  generales  y 
que  los  ponga.  ¿Quién  es  tu  padre  dése  vestido? 
Dije,  el  señor  San  Pedro,  que  fue  el  primer  vica- 
rio de  Dios  que  traía  este  hábito,  y  así  lo  toma- 
mos nosotros.  Dijo:  Y  de  otros  dos  que  están 
aquí,  ¿quién  es  su  padre?  Dije:  No  los  he  visto, 
más  dicen  que  son  deste  hábito  del  señor  San 
Pedro.   Dijo:  Pues  ¿cómo  es  de  otra  manera  y 


342 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


mas  sucio?  Dije  que  serían  más  buenos  cristia- 
nos que  yo,  y  que  por  penitencia  y  humildad  an- 
darían así.  Replicó:  ¿Pues  no  acabaste  de  decir 
que  la  penitencia  era  guardar  tu  ley  y  sus  man- 
damientos? Dije  que  para  ser  más  perfetos  y 
santos  había  diversos  géneros  de  penitencia. 
Dijome  que  los  dijese;  y  así  dije  que  dar  li- 
mosna á  hospitales,  huérfanos,  y  á  todo  género 
de  pobres  y  conventos;  rezar,  ayunar,  azotarse, 
ponerse  á  raíz  de  las  carnes  cilicios,  despreciar- 
se en  las  ropa,  ser  humildes ,  tener  caridad  con 
los  prójimos  curándolos  y  en  los  hospitales  vi- 
sitarlos, y  entonces  le  dije  las  obras  de  miseri- 
cordia, y  siempre  que  nombraba  hospitales  se 
holgaba  mucho,  por  ser  á  esos  ella  muy  aficio- 
nada. Dijo:  Ahora  tendré  en  algo  á  aquellos 
bonzos,  aunque  es  asco  en  mirarlos,  y  no  quiero 
saber  más  ahora  de  tu  ley;  y  mandó  á  la  len- 
gua que  se  fuese  y  á  la  aya.  Hizo  venir  un  mu- 
chacho chino  criado  en  Luzón,  como  de  trece 
años,  que  parecía  indezuelo,  y  dijo:  Dile  á  este 
bon^o  que  me  diga  la  verdad  de  todo  lo  que  le 
preguntare.  Dije  que  sí  diría,  haciendo  la  cruz 
con  los  brazos  encima  de  los  pechos,  diciendo 
que  se  lo  prometía  por  Jesús  y  por  Santa  Ma- 
ría. Dijo  que  le  dijese  si  era  de  casta  Real.  Dije 
que  no.  ¿Fue  por  sus  oficios  de  virreyes?  No. 
¿  De  gobernadores  ?  No,  ¿  De  regidores  ?  Dije 
que  sí,  que  desos  era,  porque  mi  padre  lo  era 
de  mi  ciudad.  Dijo  que  si  era  casado  ó  lo  había 
sido.  Dije  que  en  mi  ley  no  se  casaban  los  sa- 
cerdotes; y  así  no  lo  había  sido,  ni  lo  era,  ni  lo 
podía  ser.  Levantóse  y  dijo:  Mala  ley  es  la 
tuya. 

Descendió  de  las  gradas  donde  estaba.  Era 
ella  muy  alta,  membruda,  morena,  pero  de 
muy  buenas  f aiciones .  Al  descender  extendió  la 
mano,  y  yo  puse  el  manteo  y  se  la  di.  Dijo  que 
cómo  había  puesto  el  manteo.  Dije  que  para  más 
crianza  se  usaba  en  nuestra  tierra.  Dijo  enton- 
ces: No  quiero  yo  esa  crianza,  que  acá  no  se 
usa.  Fue  de  la  mano  y  entramos  por  una  puer- 
ta de  aquéllas  á  do  estaba  su  aposento,  y  se 
sentó  junto  á  una  ventana. 

Estando  así  me  dijo:  Allí  te  hablé  como  rei- 
na y  aquí  te  quiero  hablar  más  llano,  haciéndo- 
te igual  á  mí  ó  yo  á  ti;  mandándome  cubrir  y 
sentar  en  una  sillita  l)aja,  y  me  preguntó  si  te- 
nía salud  y  si  me  hallaba  bien  en  aquella  tierra. 
Hice  mis  cumplimientos  diciendo  que  la  tenía 
para  servirla,  y  que  por  solo  haber  visto  su  gran- 
deza me  hallaría  bien  y  tenía  por  buenos  todos 
los  trabajos  que  había  pasado,  así  en  el  mar 
como  en  reinos  á  do  había  Legado.  Dijome  que 
se  holgara  de  saber  mi  lengua  ó  que  yo  enten- 
diese la  suya  para  hablar  sin  aquel  pajecillo.  Yo 
dije  que  yo  me  holgara  más.  Dijome:  ¿Traes 
más  cosas  de  aquellas  que  me  enviaste?  Yo  te 
lo  agradezco,  que  fue  presente  como  para  mí  y 


para  mi  hermano;  lo  que  más  trajeres  me  lo  da- 
rás á  mí,  porque  gusto  yo  recebillo  de  ti.  Dile 
las  gracias  con  grande  humildad  y  acatamiento. 
Dijome:  Cada  día  lias  de  venir  á  verme  una 
hora  en  acabando  de  comer.  Este  paje  te  avisa- 
rá, y  solos  estaremos  en  este  aposento,  y  no  di- 
gas á  las  lenguas  ni  á  tus  compañeros  lo  que  te 
pasare  acá  dentro;  sólo  les  di  lo  de  la  sala,  y 
ahora  vete.  Hice  mis  reverencias,  y  al  salirme, 
que  fue  cuando  le  hice  la  tercera,  abajó  la  ca- 
beza. 

Salí  fuera  y  me  estaban  esperando  las  len- 
guas, y  bajé  abajo,  y  vide  el  patio,  jardines  y 
fuentes ;  comí  aquel  día  en  una  de  aquellas  salas, 
y  me  sirvieron  solas  las  lenguas  y  el  pajecillo. 
Luego  me  fui  á  los  aposentos  de  los  compañe- 
ros, y  estándoles  contando  lo  que  me  había  pa- 
sado en  la  sala  lo  iban  ellos  escribiendo,  que 
después  de  sus  memoriales  saqué  yo  lo  que  ten- 
go dicho.  Vino  el  pajezuelo  chino  y  dijo  la  se- 
ñora Infanta:  llama  á  la  hora,  y  que  vaya  con 
esotro  vestido.  Tomé  la  ropa  y  montera  y  unos 
muy  buenos  guantes,  y  otras  dos  sortijas,  y  de- 
bajo llevaba  un  rico  Agnus  Dei  y  un  limpiadien- 
tes de  oro  en  dos  cadenillas  pequeñas  de  seis 
vueltas  cada  una.  Partí  por  el  mismo  lugar  hasta 
el  aposento,  y  la  hallé  en  el  mismo  sitio  que 
antes;  recibióme  con  risa,  que  hasta  entonces 
no  la  había  visto  reir.  Mandóme  asentar  y  cu- 
brir. Dijome:  Mejor  vestido  es  éste  y  más  ga- 
lano; y  si  fuera  de  color  y  aforrado  en  tercio- 
pelo fuera  mejor.  Yo  dije  que  los  sacerdotes  no 
vestíamos  aquello.  Tornóme  á  preguntar  si  era 
casado.  Dije:  Ya  respondí  á  Vuestra  Alteza 
que  no  lo  podía  ser.  Dijo:  Ahora  quiero  que 
asentemos  una  cosa,  y  es  que  por  la  mañana 
una  hora  habemos  de  tratar  de  las  cosas  que 
fueren  de  poderse  saber,  y  á  la  tarde  otra  de  las 
cosas  de  tu  ley,  que  deseo  saberlas.  Díjele  que 
si  Su  Alteza  gustaba,  hablaría  yo  á  los  padres 
para  que  el  uno  viniese  á  enseñarla.  Enojóse  y 
dijo:  ¿Y  ellos  hanme  de  decir  otras  cosas  ó  tu 
te  enfadas  de  hablar  conmigo?  Pues  yo  te  digo 
que  más  de  ciento  te  desean  ver  ya  fuera  de 
aquí,  y  no  te  parezca  que  te  hago  poca  merced  y 
honra,  porque  en  mi  reino,  fuera  de  mi  hermano, 
no  hay  quien  se  siente  do  estás  tú,  ni  hombre 
se  ha  asentado  junto  á  mí,  y  no  me  enojes,  pues 
yo  te  deseo  hacer  tanto  bien.  Respondíle:  Se- 
ñora, por  mi  Dios  Jesús  os  prometo  que  no  lo 
dije  sino  porque  aquellos  Padres  están  hechos  á 
enseñar  la  ley  de  Dios,  y  porque  confieso  que  son 
mejores  cristianos  que  yo,  que  por  eso  lo  he  di- 
cho, que  en  lo  demás  yo  estaré  aquí  de  día  y  de 
noche.  Rióse  y  dijo:  Ya  no  estoy  enojada;  no  te 
demudes,  que  me  da  pena,  que  he  visto  que  no  \ 
me  quieres  enojar.  Yo  te  digo  que  aquellos  son 
sucios;  y  si  mis  dioses  lo  fueran  tanto,  no  los 
pudiera  ver.  Miró  las  sortijas  que  llevaba,  y  una 


PEDRO  ORT)0\EZ  DE  CEBALLOS 


U^ 


piedra  colorada  á  modo  de  granate;  me  mandó 
que  lo  sacase  y  le  llegó  un  diamante  finísimo 
muy  grande  que  traía  en  una  y  le  dio  dos  to- 
ques y  por  un  lado  la  quebró,  y  dijo:  Más  fuer- 
te soy  yo,  aunque  soy  mujer,  que  tú,  sacerdote 
de  tu  ley.  Toda  aquella  hora,  que  debieron  de 
ser  más  do  dos  y  más  de  diez  para  mí,  se  le  fue 
en  preguntas  por  las  ciudades  de  España:  si 
había  muchas ;  cómo  se  llamaba  el  rey,  la  reina 
y  sus  hijos;  si  las  hijas  se  casaban;  qué  le  daban 
y  qué  traje  era  el  del  vestido;  si  eran  hermosas, 
castas,  limosneras,  amigas  de  los  hospitales;  si 
las  princesas  salían  fuera ;  si  era  uso  que  habla- 
sen con  los  hombres;  en  qué  se  entretenían,  y 
otras  cosas  á  este  tono.  A  todo  lo  cual  respondí 
y  satisfice  lo  mejor  que  pude  con  pocas  palabras, 
porque  conocí  que  gustaba  de  aquello.  Di  jome: 
Ya  es  hora,  vete,  y  desde  mañana  vendrás  dos 
veces  cuando  te  llame. 

CAPÍTULO  X 

De  cómo  hablaba  dos  horas  cada  día  con  la 
Infanta,  y  de  lo  que  se  trataba  en  ellas. 

Proseguí  con  mi  ejei'cicio  ordinario,  hablan- 
do todos  los  días  dos  veces  con  la  infanta,  y 
viniendo  el  día  de  año  nuevo  de  noventa  y  uno 
me  dijo  en  la  hora  de  por  la  mañana:  Más  que 
te  digo  una  cosa,  y  es  que  hoy  es  una  fiesta 
tuya  grande,  que  hoy  comenzáis  el  año;  pero 
nosotros  de  hoy  en  ocho  días,  y  pues  sabéis 
tanto,  ¿por  qué  no  os  regís  por  el  sol,  ó  por  la 
luna,  ó  estrellas,  ó  cómo  comenzáis  el  año  tan 
presto?  Dije:  Señora,  aunque  es  verdad  que  ese 
día  hace  señal  la  luna  y  el  sol  entra  en  el  Zo- 
díaco, que  es  su  carrera,  acabando  la  que  ha 
traído  el  año,  no  miramos  los  cristianos  eso, 
sino  que  Cristo  Jesús  fue  la  primera  sangre  que 
derramó. 

Sobre  este  artículo  de  fe  estuvimos  toda 
esta  hora  tratando,  en  que  la  satisfice  lo  más 
bien  que  pude.  La  hora  de  la  tarde  la  pasamos 
también  con  el  propio  ejercicio,  y  así  se  fue 
tratando  de  algunos  misterios,  hasta  que  vino 
el  día  de  los  Reyes.  Este  día  por  la  mañana  la 
hallé  en  la  cama,  y  sentado  en  una  silla  junto 
á  la  cama,  le  pregunté  si  estaba  Su  Grandeza 
indispuesta.  Dijo  que  no,  sino  que  aquella  no- 
che había  estado  pensando  en  estas  fiestas 
nuestras,  que  se  las  decía  el  pajezuelo,  y  que 
aquel  día  eran  los  Reyes,  y  que  le  decía  que 
éstos  habían  ido  de  otra  tierra  muy  lejos  á  dar 
tributo  á  Jesús.  Trátele  de  este  misterio,  y  le 
oyó  con  tanto  gusto,  que  me  pareció  había  de 
ser  gran  cristiana.  En  medio  de  la  plática  en- 
tró el  rey  y  se  sentó  sobre  la  cama,  y  no  lo 
había  visto  yo  desde  el  día  que  tuvimos  aquel 
razonamiento.  Holguéme  mucho  y  se  lo  dije,  y 


me  respondió  que  como  su  hermana  hablaba 
conmigo,  no  quería  perturbarla,  y  que  algunas 
veces  nos  había  oído,  y  que  lo  que  yo  decía  á 
su  hermana  llamal)a  él  á  aquellos  padres  cléri- 
gos y  se  lo  decían  á  él,  y  que  lo  que  le  decían 
era  lo  propio  y  con  los  mismos  nombres.  Di  jo- 
me más:  Aquí  cenamos  anoche  mi  hermana  y 
yo,  y  era  más  de  media  noche  y  hablábamos  de 
Melchor,  Baltasar  y  Gaspar,  Jesús,  José  y  la 
señora  María  (y  todas  las  veces  que  la  nombra- 
ba humillaba  la  cabeza).  Después  de  haber  tra- 
tado algunas  cosas  en  que  dudaba,  se  despidió 
riendo  y  haciendo  un  grande  acíitamiento  á  su 
hermana. 

Estuve  en  pie  mientras  estuvo  allí,  y  luego 
me  dijo  ella  que  me  sentase,  y  que  supiese 
cómo  unas  veces  me  preguntaba  á  mí  prime- 
ro y  el  rey  me  escuchaba  y  otras  les  había 
oído  á  ellos  primero,  y  que  ahora  que  sabían 
que  todos  decíamos  una  cosa,  que  se  daría  or- 
den en  unirnos  juntos.  Pedíle  entonces  que 
gustase  de  que  yo  viese  á  los  padres  y  les  ha- 
blase para  que  nos  advirtiésemos  en  cosas  y 
procurásemos  servirlos.  Di  jome  que  ella  haría 
me  fuesen  á  ver. 

Aquel  día  trató  de  mis  compañeros  si  eran 
casados  y  si  era  alguno  de  linaje.  Yo  le  dije 
que  Pedro  de  Lomelín  era  mi  pariente.  Vino  ú 
esta  ocasión  la  aya  y  una  dama  y  echaron  la 
cortina.  Dijéronme  que  me  estuviera  quedo,  y 
por  la  otra  parte  se  levantó  y  vistió,  y  luego 
alzaron  las  cortinas,  y  se  tocó  que  yo  lo  viese, 
y  se  fue  á  su  asiento;  sentéme  junto  á  ella  y  me 
dijo  que  quería  tratar  una  cosa  conmigo,  que  no 
había  de  haber  lengua  más  de  por  señas,  y  las 
palabras  que  ahora  me  dijese,  y  dijo  así:  Dilc 
que  se  ha  de  casar  en  esta  tierra,  y  que  no  luí 
de  volver  á  la  suya,  y  que  sus  compañeros  se 
han  de  casar  también,  y  tendrán  todos  descan- 
so, y  que  yo  les  diré  quién  son  las  mujeres. 
Dije  que  ellos  bien  podían,  mas  que  yo  no  po- 
día ser  casado,  porque  en  mi  ley  no  es  permi- 
tido, antes  bien  me  afrentarían  en  grande  ma- 
nera, y  quedaría  mi  linaje  con  perpetuo  des- 
honor, y  que  juntamente  cometería  un  grande 
pecado  contra  Dios  y  me  echaría  en  el  infierno 
para  siempre.  Enmudeció  un  poco  y  dijo:  Si 
en  esta  tierra  hay  tantos  hombres,  ¿cómo  en- 
tiendes que  á  vosotros  que  sois  forasteros  había 
de  haber  quien  os  quisiese?  Era  por  ver  lo  que 
decías.  Vete,  que  ya  es  hora,  y  haltla  con  los 
jiadres  y  con  tus  compañeros;  y  por  vida  mía, 
y  puso  dos  veces  las  manos  en  los  pechos,  que 
no  digas  á  los  padres  ni  las  lenguas  más  de  las 
cosas  que  veas  que  son  de  decir;  no  me  enojes; 
y  así  me  fui,  y  luego  dentro  de  medio  hora  vi- 
nieron los  padres  Alfonso  de  Acosta  y  Juan 
González  de  Sao.  Serían  hombres  de  cincuenta 
años  el  uno  y  el  otro  de  sesenta,  ya  canos ;  y 


344 


autobiografías  y  memorias 


cierto  tenían  los  royes  razón  de  decir  que  eran 
sucios;  pero  también  la  tenía  yo  sin  conocerlos 
ni  haberlos  visto  de  decir  que  eran  buenos  cris- 
tianos. Hablamos  de  muchas  cosas  y  comimos 
juntos ;  holgáronse  en  extremo  porque  había 
más  de  un  año  que  los  tenían  de  un  pueblo  en 
otro.  Dije'ronme  que  bien  habían  visto  que  había 
algo  de  nuevo,  pues  los  llamaba  el  rey,  siendo 
así  que  desde  que  les  habló  en  la  ciudad  Real 
dos  veces  no  los  había  visto  más,  y  como  ahora 
les  preguntaba  tantas  cosas,  bien  visto  tenían 
que  había  otro  ó  las  lenguas  que  les  decían  al- 
gunas cosas.  Pidiéronme  encarecidamente  que 
me  quedase  allí,  pues  sería  de  servicio  de  Dios, 
y  estaba  tan  en  gracia  con  los  reyes,  según  les 
habían  informado  las  lenguas.  Díjome  el  padre 
Alfonso  que  mirase  que  el  demonio  era  sutil,  y 
que  si  hubiese  ó  sintiese  algo  que  perjudicase  á 
nuestra  fe  que  la  tratásemos  y  viésemos  lo 
que  más  convenía  al  servicio  de  Dios,  y  que  les 
pidiese  licencia  para  que  dijésemos  misa  en  una 
ramada  que  nos  harían  junto  do  ellos  posaban, 
que  era  una  casa  d^  placer  juntico  á  los  pala- 
cios. 

Yo  fui  y  hallé  á  la  infanta  muy  contenta 
y  me  dijo:  Estoy  contenta  de  que  te  habrás 
holgado  de  ver  á  esos  padres,  y  verás  que  ten- 
go razón  de  no  verlos,  porque  van  tan  sucios; 
díles  que  se  limpien,  y  yo  los  veré  por  amor  de 
ti;  y  también  estoy  contenta  porque  me  debes 
dos  mandas  que  no  se  me  han  olvidado. 

Cada  vez  que  yo  iba  llevaba  cositas  de  Ita- 
lia, plumajes  de  vidrio  que  se  van  con  el  aire, 
peines  de  marfil,  y  algunas  veces  granates,  y 
otras  esmeraldas,  trompas  y  otras  niñerías  que 
me  pedía  cada  vez,  y  me  había  mandado  no  le 
llevase  más  de  lo  que  me  pidiese,  y  que  no  se 
vendiese  cosa;  y  así  yo  había  despachado  cartas 
al  navio  sobre  ello,  y  ella  mandato  expreso. 
Hice  que  me  trajesen  algunos  fardos  y  cajas  de 
cosillas.  Trajéronme  una  cajetilla  de  marfil,  que 
me  dijo  la  estimaba  como  de  plata,  que  se  la 
había  llevado  aquel  día  por  la  mañana  llena  de 
cosas. 

Dije  que  lo  que  yo  le  había  mandado  á  Su 
Alteza,  que  en  sabiendo  más  de  nuestra  fe, 
para  que  lo  estimase,  se  lo  daría.  Dijo:  Anda  y 
traémelo.  Cuando  quise  salir,  dijo:  Estáte  que- 
do y  envía  á  este  paje.  Envié  al  chinillo,  que 
era  vivo  como  un  fuego,  y  como  había  nacido 
entre  nosotros,  era  lo  propio,  y  era  nuestra  len- 
gua la  natural  suya.  Vino  el  muchacho  y  yo  me 
levanté  y  quité  la  montera.  Díjele  que  mirase 
Su  Alteza  que  aquello  que  le  quería  dar  eran 
dos  imágenes,  una  de  Jesús  y  otra  de  su  madre 
María,  que  si  las  había  de  tener  en  grande  es- 
tima, y  si  no  que  las  viese  y  adorase  y  me  las 
volviese,  porque  las  estimaba  en  mucho.  Llamó 
á  las  mujeres  y  descubrí  la  de  Cristo  Nuestro 


Señor  crucificado,  y  dije  que  todos  se  hincasen 
de  rodillas  y  así  lo  hicieron.  Yo  la  colgué  en  la 
cortina  de  la  cama  por  estar  tan  cerca  de  la 
ventana,  y  me  arrodillé  y  con  humildes  ruegos 
le  pedí  que  su  santo  nombre  fuese  loado  en 
aquellas  gentes  que  no  le  conocían;  lo  adora- 
ron y  miraron,  y  estaba  por  extremo  bueno, 
porque  el  general  flamenco  lo  había  presentado 
como  á  imágenes  de  grande  estima.  En  la  otra 
cortina  puse  la  imagen  de  la  madre  de  Dios, 
que  puso  gran  devoción  á  todos ;  era  la  limpísi- 
ma Concepción  y  estaba  con  grande  delicadeza 
pintada,  y  con  todas  sus  prerrogativas.  Dijo, 
así  como  la  descubrí,  que  aquella  María  quería 
ella,  y  su  hijo  para  el  hermano,  y  que  ella  les 
haría  altar  y  se  encomendaría  á  ella,  que  le  pa- 
recía tan  bien,  que  tenía  yo  razón  de  estimarlas 
en  tanto  por  ser  mis  dioses  y  estar  tan  bien 
pintadas. 

Luego  mandó  llamar  á  quien  las  llevase  á 
guarnecer,  dorar  y  platear,  y  las  hizo  poner 
muy  por  extremo  galanas,  y  dentro  de  cuatro 
días  estaban  que  era  gran  contento  el  vellas 
y  hizo  en  su  aposento  donde  dormía  hacer 
un  altar,  y  las  pusieron  debajo  de  los  dos 
doseles  que  había  presentado  al  rey  y  les  pu- 
sieron un  frontal  con  sus  frontaleras  de  la 
China,  muy  rico. 

Envié  por  algunas  cosas  para  aquellas  da- 
mas y  díjele  cómo  mis  compañeros  querían 
presentar  á  las  damas  de  aquellas  cosas;  dio 
licencia  para  ello.  Torné  allá  y  vimos  lo  que 
había,  según  las  cajas  y  sus  memorias,  y  me 
torné  luego  con  ellas;  y  preguntaba  á  cada  una 
que  qué  es  lo  que  quería  de  lo  que  se  trajo,  que 
fueron  cinco  fardos  y  tres  cajas.  Dilelamemoria 
al  pajecillo;  él  decía  lo  que  era  y  ella  lo  iba  re- 
partiendo. Hubo  muchas  cosas  muy  galanas  y 
en  particular  de  santos  de  marfil.  Díjome  cuan- 
do las  vido,  que  cómo  no  le  había  dado  á  ella 
de  aquello.  Respondí  que  lo  guardaba  hasta  que 
tuviese  alguna  lumbre  de  mi  fe,  para  que  lo  es- 
timase. Tomó  muchas ,  las  cuales  puso  en  el 
altar;  los  angelitos  colgando  y  los  santos  por 
su  orden.  Debía  de  ser  el  empleo  de  Italia  de 
valor  de  dos  mil  ducados,  y  de  aquella  tierra 
más  de  diez. 

Vino  el  rey  y  se  holgó  y  lo  agradeció,  y 
dijo  muchas  palabras,  estimando  los  españo- 
les en  mucho  por  su  ánimo;  y  dijo  que  de- 
seaba tener  un  pariente  español,  que  de  tantas 
palabras  sospeché  que  se  trataba  algo  entre 
el  rey  y  su  hermana.  Seis  días  duró  el  ir  y  ve- 
nir á  solas  cosas  destas,  sin  tratar  de  nuestra 
fe.  Pedí  en  este  tiempo  dos  cosas  á  la  señora 
infanta:  la  una  lo  de  la  iglesia  y  la  otra  que 
oyese  á  los  padres.  Vestílos  y  diles  cuellos  y 
bonetes  buenos,  y  con  esto  la  aficioné  y  los  oía 
estando  yo  presente. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


345 


CAPITULO  XI 

Do  se  trata  cómo  me  dijo  la  Infanta  ine pusiese 
su  banda  í/ fuese  su  esposo. 

A  trece  de  enero  de  noventa  y  dos,  visto  que 
la  tenía  tan  Favorable  y  propicia  para  todas 
mis  cosas,  le  pedí  una  licencia  en  escrito  para 
decir  misa  y  para  la  estada  de  los  Padres,  y 
para  otros  que  viniesen  de  la  Compañía  de  Je- 
sús, y  la  dio  con  mucho  gusto,  con  patente  del 
rey,  y  para  el  día  de  la  Candelaria,  á  dos  de 
í'ebrero,  se  acabó  la  iglesia,  y  dijimos  aquel  día 
tres  misas,  y  se  le  puso  por  nombre  á  la  iglesia 
Santa  María  de  la  Candelaria.  Aquel  día  á  la 
tarde  me  dijo  que  le  pidiese  yo  todo  lo  que  qui- 
siese y  vería  lo  que  hacía  por  mí.  Díjele  que  lo 
que  yo  quería  y  deseaba  en  el  alma  era  que  el 
rey  y  Su  Alteza  fuesen  cristianos,  y  que  pues 
de  tan  buena  gana  oían  la  palabra  de  Dios  y 
sabían  ya  las  oraciones,  que  fuesen  con  los  ca- 
tecismos adelante  y  oyese  á  los  padres.  Respon- 
dióme que  sí  haría  y  que  también  hiciese  yo 
por  ella  lo  que  me  mandase,  y  que  vería  yo  en 
aquella  tierra  más  cristianos  que  en  Jaén  (que 
ya  le  había  dicho  yo  de  dónde  era  y  qué  veci- 
nos tenía).  Dije  que  mandase,  advirtiendo  que 
el  camino  del  cielo  no  se  había  de  dejar  ni  tras- 
pasar, y  que  en  lo  demás  vería  cómo  la  obede- 
cía. Dijo:  Lo  que  te  pido  es  que  te  pongas  mi 
banda  y  escudo  y  mira  lo  bien  que  te  está.  Dí- 
jele mil  cosas  sobre  esto,  porque  ya  sabía  del 
pajecillo  que  era  aquella  la  insignia  de  las  in- 
fantas, y  que  en  echándola  al  cuello  y  saliendo 
delante  de  gente  era  decir:  Este  es  el  marido 
de  la  infanta.  Díjele:  Señora,  ¿Vuestra  Alteza, 
es  Dios  ó  reina?  Díjome:  Vosotros  sabéis  mu- 
cho, y  con  palabras  vencéis;  no  me  preguntes 
nada,  sino  sabe  claro  que  yo  te  tengo  escogido 
por  marido;  y  si  otro  que  tú  de  esotros  se  pone 
mi  banda,  á  todos  os  mandaré  hacer  pedazos  y 
que  no  os  den  sepultura,  y  por  mar  y  tierra  haré 
á  todos  los  reyes  mis  amigos  que  no  quede  por 
toda  esta  tierra  gente  de  vosotros  ni  memoria 
de  vuestra  ley. 

Levantóse  enojada,  y  yo  me  levanté  y  dije: 
Señora,  dame  licencia  que  yo  trate  esto  con 
los  padres  y  con  mis  compañeros;  y  si  hay 
en  mi  ley  algún  remedio  para  que  yo  sea  ca- 
sado, yo  lo  haré.  Díjome:  ¿Y  si  no  lo  hay? 
Respondí  con  un  ánimo  grande:  Paréceme 
que  esforzándome  Dios  con  nuevo  espíritu, 
moriré  hecho  pedazos  y  como  tú  mandares,  que 
ese  será  mi  contento.  Pues  yo  sé  un  remedio 
(replicó),  y  es  más  fácil:  deja  tú  la  ley  tuya  y 
quédate  en  la  mía,  y  haz  después  cristianos  á 
tuda  esta  tierra  y  yo  te  ayudaré;  y  si  tu  Dios 
es  el  justo  no  conocido,  á  ti  te  perdonará,  por- 
que le  diste  á  conocer  en  esta  tierra,  y  á  mí  por- 


que pase  á  tu  ley  y  te  ayude;  trátalo  con  los 
padres  y  compañeros  sin  las  lenguas,  en  secre- 
to, y  á  la  noche  vernás  acá.  Dije:  Señora, 
siempre  verné,  pero  esto  tiene  necesidad  de 
más  espacio.  Dijo:  Lo  que  quisieres;  y  así  me 
salí  haciéndole  mi  acatamiento.  Vine  á  casa  y 
me  esperaban  los  padres.  El  dotor  Alfonso  de 
Acosta  me  dijo :  Parece  que  viene  vuestra 
merced  descolorido.  Sentámonos  y  diles  cuenta 
de  lo  que  pasaba,  de  que  les  pesó  harto.  Hubo 
dares  y  tomares  sobre  aquel  caso;  los  legos  de- 
cían que  era  bueno  y  que  resultaría  dello  gran 
servicio  á  Dios.  Yo  les  rogué  lo  mirásemos 
poco  á  poco,  y  que  si  los  llamase  á  ellos  sólo 
respondiesen  que  nuestra  ley  no  lo  consentía  sin 
licencia  del  Pontífice,  y  que  le  escribiésemos, 
y  que  me  parecía  que  mientras  vernía,  siendo 
cristiana,  en  consentimiento  de  Dios,  y  vería 
que  no  era  bueno.  Pareció  bien  este  parecer. 
Dijimos  misa  el  día  de  San  Blas  todos,  rogán- 
dole al  santo  suplicase  al  Señor  lo  dispusiese 
como  más  bien  convenía,  y  de  allí  me  fui  de- 
jándolos en  diciendo  misa.  Hállela  en  la  cama; 
humílleme  y  bésele  (^)  las  manos,  que  jamás 
había  hecho  tal.  Tomóme  ella  las  manos  y  las 
besó,  y  dijo  al  pajecillo:  Dile  que  como  es  sacer- 
dote se  las  beso,  pues  se  usa  en  su  ley,  y  que 
lo  que  le  he  dicho  vea  si  puede  ser,  y  si  no  no 
le  dé  pena;  que  mire  si  lo  quiero  mucho,  que  le 
prometo  y  aseguro  por  la  vida  y  corona  de  mi 
hermano  de  que  no  se  le  haga  mal,  ni  á  nin- 
guno de  los  suyos,  porque  por  fuerza  no  le  es- 
tará bien  á  una  infanta  que  ha  sido  gobernadora 
y  reina  y  ha  puesto  leyes;  y  que  lo  que  le  ha- 
bía preguntado  el  día  de  ayer,  que  ya  lo  había 
entendido;  que  pues  ella  no  era  Dios  y  había 
puesto  precepto  que  los  monjes  no  se  casasejí, 
que  si  Dios  había  puesto  esotro  que  cómo  se 
había  de  traspasar.  Dije  que  aquello  propio  era 
lo  que  le  quería  decir.  Dijo  que  pues  no  podía 
ser  yo  casado,  y  ella  se  tornaba  cristiana,  que 
allí  adelante  no  había  que  tratar  en  aquello.  Yo 
dije  que  en  todo  fuese  su  gusto. 

Pasamos  en  esta  suspensión  hasta  el  día 
de  San  Mateo,  el  cual  la  fui  á  ver  más  de 
mañana  que  otros  y  la  hallé  en  la  cama,  y 
me  dijo  si  acababan  los  padres  de  decir  que 
me  casase,  porque  yo  era  mozo  y  ella  sospe- 
chaba que  ellos  como  viejos  me  aconsejaban ; 
y  que  si  no  fuera  por  la  palabra  que  me  dio 
nn  día,  ya  los  hubiera  mandado  meter  mon- 
jes en  un  convento  de  la  sierra  á  do  jamás 
viesen  gentes.  Yo  le  juré  que  ellos  no  me 
decían  más  de  lo  que  yo  me  sabía.  Hízome 
aquel  día  almorzar  de  un  jabalí  y  unas  conser- 
vas, que  hasta  entonces  no  lo  había  hecho,  y 
con  esto  se  quiso  levantar,  y  así  rae  despedí. 

(')  líu  el  original:  béseme. 


346 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Este  mismo  día  entraron  á  ver  al  rey  los  dos 
padres,  y  él  dijo  que  llamasen  al  pajecillo,  y  con 
él  les  dijo:  Vení  acá,  hombres  al  parecer  bue- 
nos y  de  dentro  malos,  ¿por  que  estorbáis  vos- 
otros lo  que  yo  y  Su  Grandeza  tenemos  ordena- 
do? Por  mi  corona  que  si  luego  no  prometéis  á 
mi  hermana  todo  lo  que  ella  os  mandare,  que 
se  ha  de  hacer  á  vuestro  pesar,  y  veréis  enton- 
ces cómo  no  era  bueno  vuestro  consejo.  Dijo  el 
padre  Alfonso  de  Acosta:  Señor,  mire  Vuestra 
Majestad  que  por  no  engañarlo  y  por  servirlo 
decimos  la  verdad.  Ese  padre  no  puede  ser  ca- 
sado, y  será  engañar  á  Su  Grandeza,  y  enton- 
ces seríamos  dignos  de  pena.   El  padre  Juan 
González  de  Sao  dijo:  Señor,  no  se  enoje  Vues- 
tra Majestad;  verlo  hemos,  y  como  pueda  ser, 
se  hará.  Respondió  el  padre  Alfonso :  Pues  lo 
tenemos  visto,  Deo  gratias:  morir  por  la  verdad; 
y  de  allí  adelante  no  se  hacía  caso  del  padre 
Alfonso,  como  sospechoso.  Lleváronlos  á  la  in- 
fanta, que  los  recibió  bien  y  mandó  sentar  junto 
á  sí,  y  les  dijo  lo  siguiente: 

Padres,  yo  fui  la  primera  hija  de  mis  padres, 
y  después  tuvieron  seis  y  tres  hijos,  y  el  más 
pequeño  es  el  rey  mi  hermano,  y  yo  me  había 
de  casar  en  vida  de  mi  padre  con  un  rey  chino, 
con  el  emperador  del  Gange,  y  allá  en  los  ne- 
gros con   el  gran  señor  de  vuestra  ley,  y  todo 
lo  estorbó  la  Divina  Providencia  por  sus  secre- 
tos; como  todos  mis  hermanos  y  hermanas  mo- 
rían, no  se  determinaron  hasta  ver  si  había  yo 
de  ser  heredera.  Murió  mi  padre,  quedé  reina, 
y  algunos  reyes  vecinos  me  molestaron  harto 
porque  me  casase  con  ellos  y  matase  á  mi  her- 
mano y  juntásemos  los  reinos.   Jamás   quise 
hacer  cosa  mala.  Visto  que  ya  llegaba  á  treinta 
años  y  según  nuestra  costumbre  desta  edad 
no  se  casan  fuera  de  sus  reinos,  me  pidieron 
parientes  míos,  y  como  todos  me  temían  y  los 
he  castigado  y  hecho  que  asistan  en   nuestra 
Corte  y  los  he  tratado  con  el  rigor  de  vasallos, 
no  he  querido  casar  con  ninguno,  porque  no 
tenga  dominio  sobre  mí  y  se  vengue  de  lo  pa- 
sado, y  para  no  verme  sujeta  á  mi  sujeto,  fue 
acordado  esperásemos  ocasión  de  un  extranjero 
de  partes  remotas  y  que  con  él  me  casase.  Ha- 
brá un  año  que  di  el  gobierno  á  mi  hermano;  él 
no  quiere  casarse  hasta  que  me  case,  y  me  da 
el  reino  de  nuestra  madre,  pues  lo  heredo  yo 
según  justicia,  y  si  yo  me  casara  con  tiempo 
pudiera  mi  hijo  varón  heredar  este  otro,  no 
siendo  nacido  mi  hermano.  Vino  á  nuestro  rei- 
no este  padre  de  vuestra  ley,  y  escribiendo  el 
virrey  que  no  le  hacía  reverencia,  tratamos  de 
que  debía  de  ser  de  gran  linaje  y  fue  acordado 
enviarle  á  llamar;  y  preguntándole  por  su  linaje 
me  dijo  la  verdad,  ser  del  tercero  linaje,  que  es 
el  de  los  regidores,  pues  su  padre  vive  y  lo  es  de 
Jaén,  que  en  los  tiempos  pasados  descendería 


de  esotros  dos  linajes  primeros,  y  en  su  modo 
lo  parece  poi-que  no  es  muy  blanco,  y  es  bien 
criado,  y  cuando  fuera  sin  linaje,  yo  lo  supliera, 
y  ya  la  afición  de  marido  lo  engrandece  en  mí, 
con  el  respecto  que  yo  le  tengo;  héselo  dicho 
y  sólo  me  dice  que  los  sacerdotes  en  vuestra  ley 
no  se  casan;  digo  que  se  pase  á  la  mía  y  me 
dijo  con  una  libertad  sin  temor:  Antes  moriré 
mil  muertes.  Díjele  que  yo  me  pasai'é  á  la  suya 
y  haré  á  todos  estos  dos  reinos  cristianos;  yo 
tengo  sospecha  que  vosotros  le  aconsejáis  mal. 
No  quiero  que  me  respondáis,  sino  que  os  vais; 
él  salió  de  aquí  ahora,  y  yo  sé  que  me  quiere  y 
veo  que  le  pesa  cuando  le  digo  que  ya  es  pasa- 
da la  hora;  miraldo  bien,  y  mañana  me  trae  la 
respuesta,  y  considera  que  si  es  buena  vuestra 
ley,  mi  pensamiento  es  bueno;  yo  quisiera  no 
quererlo  para   no  verme  en    un    conflito    tan 
grande,  como  cuando  me  dice  que  él  se  quisiera 
ver  sin  ojos  y  sin  manos,  y  que  no  fuei'a  bonz(\ 
para  casarse  conmigo,  y  que  como  me  quiere  no 
me  engaña,  porque  no  será  casamiento  en  vues- 
tra ley,  sino  engaño;  y  cuando  le  digo  de  pasarse 
á  la  mía  lo  veo  enmudecer  y  trocársele  el  color, 
y  algunas  veces  levantarse  y  con  enojo  pedirme 
que  lo  mande  matar,  y  otras  humillarse  y  des- 
cubrirme su  cuello  para  que  lo  corte;  y  como 
mi  corazón  lo  tiene  ya  por  dueño  me  reporto 
y  veo  que  tiene  razón,  y  que  es  gran  fuerza  de 
ley,  pues  quiere  perder  tanto  como  ganaría  y 
quiere  perder  la  vida.  Yo  jamás  he  hecho  cosa 
mal  hecha,  ni  la  he  de  hacer;  y  asilo  pongo  en 
vuestras  manos  y  os  pido  que  si  tenéis  interés 
de  haciendas,  vuestras  manos  estarán  llenas;  si 
interés  de  vuestra  ley,  ya  veis  dos  reinos  llenos 
de  gente  y  sus  voluntades  en  vuestras  manos, 
y  que  por  aquí,  por  bien  ó  por  mal,  los  reinos 
comarcanos  vernán  en  conocimiento  de  vuestro 
Dios,  y  todos  los  reinos  junto  á  Goa  temerán, 
los  moros  se  refrenarán  y  quizá  vernán  á  ser 
vuestros. 

Por  otra  parte,  mira  el  bien  que  os  he  hecho 
y  el  mal  que  os  puedo  hacer,  y  pues  sois  gente 
de  entendimiento,  id  con  Dios,  anda  y  mira  lo 
que  más  conviene;  yo  os  encargo  el  servicio 
de  vuestro  Dios  y  que  no  me  engañéis.  Con 
esto  los  despidió  y  se  fueron. 

Viniéronse  á  mí  luego  y  dijéronme  que  qué 
harían.  Vintilamos  la  respuesta,  y  que  la  fuese 
yo  á  ver  á  la  tarde  á  la  hora  ordinaria.  Aun  no 
habíamos  comido  cuando  llegó  el  paje;  fui  y  me 
recibió  muy  bien  y  díjome  que  entendía  ser  dis- 
creta, y  que  veía  que  no  lo  era.  Yo  me  reí,  y 
preguntóme  si  había  entendido  sus  palabras  y 
el  fin  dellas.  Dije  que  sí,  y  que  Su  Alteza  lo 
decía  porque  no  había  mirado  primero  que  qui- 
siera, el  estorbo,  y  que  ahora  que  quiere  ve  lo 
ha  hecho  mal.  Preguntóme  el  por  qué  no  me 
podía  casar  y  díjele  que  á  los  sacerdotes,  cuando 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


347 


se  ordenan,  se  les  imprime  una  señal  en  el  alma, 
que  jamás  falta,  como  el  baptismo  y  confirma- 
ción, y  así  los  señalados  con  aquella  señal  mal 
podrán  engañar  al  Señor.  Díjome:  Si  yo  lo  viera 
lo  creyera,  Díjele:  Pues  yo  le  empeño  mi  pala- 
bra á  Vuestra  Alteza  de  enseñársela.  Dijo: 
¿Dónde  y  cuándo?  Respoudíle  que  en  el  cielo 
en  el  universal  juicio,  cuando  las  almas  con  los 
ojos  del  espíritu  se  vean.  Rióse  y  dijo:  Con  de- 
masiado gusto  me  has  dejado  y  te  creo  y  veo 
que  eres  bueno;  mañana  me  darán  la  respuesta 
esos  padres;  vuelve  por  mí,  y  busca  orden  si  la 
hay  para  que  seas  mío;  haz  oficio  de  procurador, 
mira  lo  que  te  quiero  y  considera  que  para  siem- 
pre jamás  no  me  he  de  casar  sino  es  contigo,  y 
que  no  soy  mala,  pues  si  fuera  mal  apetito  ya  es- 
tuviera cumplido;  duélete  de  mí,  que  soy  mujer, 
y  si  no  me  caso  contigo  quedaré  sin  esperanza, 
porque  ya  no  la  tendré  de  Rer  casada.  Dijo  otras 
palabras  sentidísimas  y  se  entristeció  de  ma- 
nera que  lloró.  Yo  saqué  un  pañuelo  y  le  lim- 
pié las  lágrimas,  y  con  señas  le  rogué  que  no 
llorase.  Tomó  el  pañuelo  y  se  enjugó ;  salió  en 
esto  el  pajecillo  á  llamar  á  la  aya;  entró  y  ella 
le  dijo  que  á  qué  venía,  si  la  llamaban  por  tes- 
tigo, y  al  pajecillo  le  riñó.  La  aya  le  dijo:  Se- 
ñora, no  llores,  que  si  acaso  lo  ve  alguno  lo  dirá 
al  rey,  y  será  desconsolarlo,  y  hecho  su  acata- 
miento se  fue. 

Llegó  el  pajecillo  y  ella  le  dijo,  tirándole  de 
las  orejas:  Para  otra  vez  abre  los  ojos,  y  decí 
á  este  bonzo  (por  mi  desventura)  que  yo  se  lo 
agradezco,  y  que  vaya  y  hable  con  aquellos  ma- 
los viejos  y  que  sea  mi  procurador,  y  que  de 
aquí  á  la  mañana  aguardaré  para  vivir  ó  dejar- 
me luego  morir. 

Vine  con  gran  congoja  y  con  mil  estímulos, 
que  si  fuera  de  otra  ley  la  dejara  sin  duda,  sino 
que  la  Virgen  mi  señora,  como  tan  madre  mía, 
debía  de  interceder  con  su  Hijo  para  que  me  die- 
se esfuerzo  y  su  divino  favor  y  espíritu.  Llegué 
y  conté  todo  punto  por  punto  á  los  padres  y 
compañeros  lo  que  me  había  pasado,  y  sobre 
ello  hablamos  toda  aquella  noche.  Los  seglares 
decían  que  la  engañáramos,  que  después  de  he- 
cha cristiana  se  le  quitaría  todo  y  que  en  ello  se 
hacía  tanto  bien  á  muchas  almcts.  El  padre  Juan 
decía  que  la  entretuviésemos  con  decir  que  es- 
cribiríamos al  Papa  y  se  traería  licencia.  El 
padre  Alfonso,  como  tan  letrado  y  tan  por  los 
extremos  cristiano,  decía  que  más  bien  estaba 
tratarle  la  verdad  y  morir  por  ella,  que  no  por 
miedo  del  tormento  se  había  de  esconder  una 
verdad  cristiana. 

Estábamos  en  estas  dudas,  y  así  me  levanté 
por  la  mañana  y  dije  misa,  y  sin  hablar  con  los 
padres,  ni  compañeros,  ni  tener  determinado 
lo  que  diría,  ni  saber  lo  que  ellos  responde- 
rían, dije:  Hágalo  Dios,  y  desde  la  iglesia 
autobiografías  y  memorias. — 33 


me  encomendé  muy  de  veras  á  la  reina  de  los 

Angeles  y  me  fui  á  palacio  y  ya  hallé  á  la 
puerta  los  padres,  que  los  había  llamado.  En- 
vié á  decir  á  la  infanta  que  le  suplicaba  diese 
licencia  para  que  los  padres  fuesen  á  decir  misa, 
y  que  mientras  la  quería  ver.  Dijo  que  fuesen  y 
¿que  cuándo  pedía  yo  licencia  para  verla,  pues 
jamás  la  guarda  me  la  había  quitado?  que  en- 
trase. Fuéronse  y  yo  entré  y  la  hallé  vistién- 
dose. En  entrando  me  miró,  y  le  hice  mi  acata- 
miento, como  siempre,  y  me  sonreí  y  la  miré 
con  afición  porque  se  sosegase.  Dijo:  Dile  que 
sea  bien  venido;  y  si  quiere  que  nos  vamos  hoy 
al  río,  que  salen  unas  barcas  contra  otras  y  hay 
escaramuza  en  la  tierra.  Yo  le  respondí  que 
para  todo  lo  que  me  mandase  estaba  muy  apa- 
rejado. Preguntóme  cómo  me  había  ido  aquella 
noche.  Dijele  que  muy  bien.  Respondióme  ella: 
Pues  yo  te  soñé  de  manera  que  me  echabas 
agua,  y  me  decías:  María,  Dios  sea  contigo,  y 
este  gran  nombre  te  ayude  y  te  haga  buena;  y 
yo  lloraba  mucho  y  soñé  tantas  cosas  que  las 
hice  escribir  á  mi  paje,  porque  no  se  me  olvida- 
ran, para  ver  lo  que  de  dellas  sucede;  y  ahora 
cuéntame  lo  que  pasó,  que  no  debe  ser  bueno 
para  mí,  pues  tú  me  lo  quisiste  decir  y  no  los 
padres.  Contéle  todo  lo  que  decían  los  padres 
y  los  seglares,  y  desto  lo  que  me  pareció  ser 
más  necesario.  En  acabando  me  dijo:  ¿Y  á  ti 
qué  te  parece?  Dije:  Señora,  esto  ha  pasado; 
examinaldo  y  mira  lo  que  queréis,  y  hágase. 
Esta  es  nuestra  ley;  ordene  Vuestra  Alteza, 
que  yo  he  de  agradarla  en  todo,  como  no  sea  de- 
jar mi  ley.  Dijo  que  me  lo  agradecía  y  que  no 
viniesen  los  padres,  que  ella  vería  lo  que  se  ha- 
bía de  hacer,  y  que  siempre  la  viese  yo  y  me 
diría  todo  lo  que  había  de  hacer,  y  que  estimaba 
el  haberle  dicho  yo  la  verdad  de  todo  lo  que 
había  pasado,  y  mandó  al  pajezuelo  que  la  res- 
puesta de  cada  uno  la  pusiese  por  escrito  para 
que  se  la  dijese. 

Díjele  al  pajecillo  que  me  diese  el  libro  de 
memoria,  para  ver  si  lo  había  sentado  bien, 
y  hacía  que  lo  miraba  y  busqué  el  sueño  y  miré 
lo  que  decía  después  de  tornada  cristiana,  lo 
cual  apercebí  muy  bien  en  mi  memoria,  para 
referírselo  y  darle  á  entender  que  aquel  no  era 
sueño  sino  revelación,  que  hizo  mucho  al  caso. 
Díjome  que  convidase  á  los  padres  y  compañe- 
ros para  comer  en  palacio  solos  en  aquella  sala, 
que  los  quería  ver  comer,  y  que  no  les  dijese 
nada,  por  su  vida.  Yo  se  lo  prometí.  Díjome 
que  ya  sabía  las  oraciones,  y  las  dijo  las  cuatro, 
y  los  mandamientos  y  artículos,  y  que  desde  el 
día  siguiente  quería  preguntar  como  le  parecie- 
se á  mí  ó  á  los  padres.  Yo  le  dije  que  todo 
aquello  que  gustase,  porque  yo  tenía  propuesto 
en  mi  corazón  decirle  tan  sola  la  verdad,  y  luego 
obedecerla,  sin  mirar  n^ás  de  sn  q-usto. 


848 


autobiografías  y  memorias 


CAPITULO  XII 


De  cómo  convidó  la  infanta  en  palacio  á  comer 
y  cenar  á  todos  mis  compañeros,  y  de  lo  que 
hubo  después  de  la  cena. 

Llegada  la  hora  de  la  comida,  comí  con  ella, 
y  acabada  me  mandó  ir  á  nn  jardín  suyo,  her- 
mosísimo porque  estaba  poblado  de  naranjas, 
limas,  cidras  y  otras  frutas,  con  que  me  entre- 
tuve entretanto  que  ella   estaba  mirando   de 
secreto  cómo  comían  los  padres  y  mis  compa- 
ñeros. Encontré  en  el  jardin  muchas  damas  de 
la  infanta,  y  se  espantaron  mucho  de  que  hu- 
biese yo  entrado.  Preguntáronme  grandes  co- 
sas, y  yo  á  ellas,  y  entre  otras  cosas  les  dije 
que  por  qué  no  se  hacían  cristianas,  y  les  iba 
dando  nombres  que  cada  una  había  de  tomar, 
de  que  reían  mucho.  Hiciéronmelos  escribir  en 
unos  papeles,  y  había  muchas  dellas  que  decían 
casi  toda  el  Ave  María,  y  todas  se  persigna- 
ban; el  aya  sabía  las  cuatro  oraciones,  y  me  de- 
cía el  pajezuelo  que  todos  los  días  le  pregunta- 
ban cosas  de  nuestra  fe,  y  valía  que  el  mocito 
era  muy  buen  cristiano  y  deseaba  que  todas 
aquellas  mujeres  lo  fuesen,  y  así  me  decía  mu- 
chas veces:  Señor,  decilde  á  la  infanta  que  sí 
os  queréis  casar  con  ella,  pero  que  será  cuando 
esté  hecha  cristiana,  y  luego  le  diré  yo  que  no 
se  case  sino  con  lego,  y  veréis  el  bien  que  su- 
cede á  toda  esta  tierra.  Envióme  á  llamar  Su 
Alteza;  fui  y  me  dijo  que  á  dó  quería   ir,  si 
á   las   barcas  ó   á  verlas  desde  los  corredores. 
Yo  le  dije  que  á  donde  había  de  estar  Su  Al- 
teza, que  allí  quería  yo  estar.  Dijo  que  fuese 
así;  mandó  toldar  dos  barcas,  una  para  los  pa- 
dres y  otra  para  los   compañeros.   Vimos   la 
fiesta,  y  cierto  que  fue  de  ver.  Estuvimos  á  ra- 
tos tratando  de  la  comida  de  al  medio  día,  y 
como  los  estuvo  mirando,   fueme  diciendo  lo 
que  le  había  parecido  de  cada  uno.  Dijo  que 
aquel  hombre  feo  era  discreto;  el  padre  Alfon- 
so, buen  cristiano;  el  hermano  de  la  lengua, 
gran  bebedor,  y  Matoso,  que  lo  llamaban  el 
barbudo,  gran  comedor,  y  el  otro  padre  Juan, 
muy  callado.  Todo  lo  miró  muy  bien  y  lo  refi- 
rió mejor.  Entretenidos,  pues,  con  estas  razo- 
nes y  con  las  fiestas,  las  cuales  fueron  de  lo 
mejor  que  yo   he  visto  jamás,  vino  la  tarde  y 
fuimos  á  cenar.  Cenó  el  rey  y  la  infanta  y  yo 
y  los  padres  en  un  aposento,  y  los  compañeros 
y  Grandes  en  la   sala.  Hiciéronle  á  Pedro  de 
Lomelin  mucha  honra,  y  le  sentaron  en  medio 
de  dos  que  habían  sido  virreyes.  Mandó  traer 
una  botija  de  vino  de  cuatro  que  tenía  y  brindó 
á  todos  aquellos  señores,  que  se  lo  agradecie- 
ron harto.  Dijéronle  que  no  lo  habían  ido  á  vi- 
sitar por  mandado  expreso  del  rey,  y  porque  es 
ley  de  aquel  reino  que  á  ningún  extranjero  vi- 


site nadie  hasta  ser  dado  por  bueno  y  por  leal, 
y  que  nosotros  no  estábamos  dados,  y  que  se 
espantaban  de  los  padres,  pues  podían  tanto 
con  el  rey  y  con  Su  Grandeza,  de  que  no  les 
hayan  pedido  que  los  diese  por  buenos  y  lea- 
les y  que  no  son  espías  de  otros  reinos,  y  que 
entonces  los  irían  á  ver  y  se  holgarían  de  tra- 
tar con  ellos.  Alzadas  las  mesas  pidió  un  pa- 
riente del  rey  á  la  lengua  Real  (que  así  le  lla- 
maba al  portugués  mayor  de  los  dos)  que  ju- 
gase las  armas  á  nuestro  uso,  y  trajeron  espadas 
negras  y  jugaron  el  portugués  y  Matoso  bien. 
Luego  tomó  su  hermano  con  Matoso.  Después 
jugó  un  maestro  famoso  de  la  tierra  con  Or- 
tiz,  y  le  dio  dos  heridas  al  Ortiz  sin  saber  cómo. 
Enojóse  Pedro  de  Lomelin  y  dijo:  Soldados: 
los  que  delante  de  príncipes  han  de  tomar  las 
armas  han  de  ser  todo  únicos.  Dijo  uno  de 
aquellos  parientes  del  rey  á  la  lengua  que  qué 
era  lo  que  decía  el  capitán.  Díjoselo  y  respon- 
dió que  tenía  razón,  pero  que  en  el  mundo  no 
había  otro  como  el  maestro  del  rey,  ni  quien  le 
igualase,  porque  había  estado  en  la  China,  Ja- 
pón, Goa  y  en  las  Filipinas,  y  que  por  allá  era 
de  fama;  y  que  si  fuera  de  día  viera  cómo  á 
todos  les  señalaba  heridas  sin  que  le  tocasen. 
Dijo  Pedro  de  Lomelin:  Si  fuera  de  día  lo  vié- 
ramos. Respondió  el  maestro  en  nuestra  len- 
gua: Pues  para  mañana  te  emplazo  y  veréis 
cómo  sabéis  poco  todos  vosotros,  y  que  todo  es 
presunción.  Dijo  Pedro  de  Lomelin  con  mo- 
destia, que  fue  harto  para  él:  Maestro,   bien 
sabes  tú,  si  has  estado  en  tierra  de  cristianos, 
que  los  maestros  de  armas  no  responden  con 
tanta  libertad  á  los  capitanes  honrados  como 
yo,  y  si  fueras  otro  capitán  yo  te  respondiera. 
Preguntó  el  pariente  del  rey  qué  es  lo  que  de- 
cía, y  sabido  mandó  que  callasen  todos,  y  con 
esto  mandó  la  infanta  que  me  llamasen  y  que 
los  demás  se  fuesen  á  su  posada.  Estuve  un 
rato  hablando  con  ella  de  la  fiesta,  y  despidién- 
dome para  irme  dijo  que  madrugase  á  verla. 
Fueron  conmigo  un  capitán  de  palacio  y  treinta 
soldados.  Tratamos  aquella  noche  de  muchas 
cosas  y  de  que  pidiese  que  nos  diesen  por  bue- 
nos para  poder  hablar.  Murmuraban  algunos 
del  rey  por  la  merced  que  nos  hacia  y  que  ad- 
virtiese (me  dijeron  algunos)  que  desde  que  la 
infanta  nos  dio  audiencia  y  mandó  publicar  el 
edito  de  la  iglesia,  que  todos  hacían  mil  pláti- 
cas contra  nosotros  y  nuestra  fe;  que  mirase  lo 
que  hacía  y  decía,  y  que  entendían  que  había 
de  haber  alboroto,  y  que  no  dijese  nada  á  la 
infanta,  porque  ya  el  rey  lo  sabía,  y  que  espe- 
raba al  primero  que  sobre  ello  hablase,  y  que 
me  recatase  al  entrar  ó  salir  en  la  primera  sala 
habiendo  una  ó  dos  personas  solas. 

Venida  la  mañana  llegué  por  mi  muralla  á 
palacio,  y  al  entrar  de  la  sala  vide  dentro  seis 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBADLOS 


349 


hombres,  dos  al  entrar,  otros  tantos  más  ade- 
lante y  dos  junto  al  estrado,  y  con  lo  que  el 
otro  dijo  los  llamé  con  la  mano  y  dije  que  sa- 
lieran fuera.  El  pajecillo  y  el  aya  abrieron  el 
aposento  de  la  infanta  y  entraron  á  decirle  lo 
que  pasaba  y  cómo  me  había  recelado.  Entré  y 
dijo:  No  hay  de  qué  tener  recelo  que  sobre- 
guardas son  para  ti,  que  estos  nuestros  parien- 
tes son  malos,  y  verás  un  castigo  antes  de  diez 
días  que  suene  en  todo  el  reino.  Pedíle  encare- 
cidamente se  sirviese  que  aunque  los  Grandes 
y  otra  cualquier  persona  sobre  nosotros  ni  sobre 
la  fe  hubiesen  dicho  ó  hecho  algo,  que  no  había 
de  haber  muerte,  ni  destierro,  ni  confiscación 
de  hai:ienda.  No  pudo  dejarlo  de  conceder,  por 
tenerme  dicho  que  todo  lo  que  le  pidiese  lo 
concedería,  y  así  me  respondió:  Hoy  comeremos 
juntos  yo  y  el  rey;  en  público  en  la  mesa,  sobre 
comida,  híncate  de  rodillas  ante  mí,  y  aunque 
te  levante  no  lo  hagas,  y  pídeme  que  á  ti  y  á 
todos  mande  luego  matar  ó  que  te  conceda  una 
merced,  y  pídemela;  en  diciendo  yo  que  sí,  di 
los  nombres  de  la  desta  memoria,  y  dame  la 
que  te  diere  este  pajecillo  de  aquí  un  rato;  y 
pues  sabes  encarecerlo  hazlo,  y  yo  haré  que  el 
rey  me  lo  pida  y  sea  lo  que  quisieres.  Pedíle 
también  que  nos  diesen  por  buenos,  y  supuesto 
esto,  que  oyesen  los  sermones  y  dejase  bapti- 
zar al  que  quisiese  y  estuviese  para  ello  sin 
licencia  espresa,  y  que  esto  lo  pusiese  por  motu 
en  sus  Cortes  con  los  mandamientos  de  la  ley 
de  Dios,  y  diese  licencia  para  que  viniesen  pa- 
dres de  la  Compañía  de  Jesús,  y  que  definiese 
dentro  de  quince  días  si  había  de  ser  marido  ó 
no,  pues  estaba  en  su  mano.  Dijo  que  esto  era 
muy  breve,  porque  se  había  llevado  á  los  Con- 
sejos y  á  los  monasterios  de  sus  reinos  para 
que  enviasen  pareceres,  que  me  holgase  y  en- 
tendiese si  convenía  lo  había  de  ser,  y  si  no  que 
también  no  lo  sería;  y  si  no,  que  si  yo  la  que- 
ría como  ella  me  quería  á  mí,  me  fuese  yo  á  su 
ley,  y  que  de  aquella  manera  no  había  que 
aguardar.  Pregúntele  que  si  había  alguna  cere- 
monia en  su  ley  para  tornarse  á  ella.  Dijo  que 
sí,  que  se  juntaban  cuatro  bonzos  y  cuatro 
Grandes,  y  que  en  donde  se  señalaba  salía  el 
de  la  otra  ley  vestido  de  su  hábito  dellos,  y  de- 
cía en  el  tablado  que  le  fuesen  testigos  cómo 
confesaba  que  su  ley  era  la  mejor,  y  que  por 
eso  se  pasaba  á  ella,  y  aquello  lo  asentaban,  y 
él  lo  firmaba  y  todos  aquéllos,  y  luego  lo  pasea- 
ban por  la  ciudad  con  honra,  y  si  era  bonzo  de 
otra  ley,  el  primer  día  quemaban  sus  vestidu- 
ras y  el  segundo  lo  jui'aba  delante  de  ocho  se- 
glares y  lo  firmaba,  y  el  tercero  delante  de 
ocho  bonzos  y  lo  firmaba.  Yo  le  dije:  Señora, 
¿y  s¡  yo  lo  hiciese  así  y  á  mí  me  constase  lo 
contrario,  que  la  mejor  ley  es  la  de  Dios,  qué 
pena  tan  grande  merecería?  Dijo:  Grande,  y  te 


prometo  que  por  eso  te  quiero  y  cohjo  que  tu 
ley  es  la  mejor,  porque  es  cerrada  en  cosas  que 
decís  vosotros  que  no  pueden  ser,  aunque  los 
reyes  quieran  lo  contrario;  y  sabe  que  estimo 
todo  lo  que  dices,  que  hay  santos  mártires  que  los 
mataron  por  la  confesión  de  su  ley,  y  me  parece 
que  sois  los  mejores  por  esa  fortaleza  que  tenéis 
y  he  considerado  que  si  fueras  moro,  ó  chino,  ó 
japón,  ó  etíope  no  me  desecharas  por  tu  ley  y 
un  reino,  y  más  prometiéndote  que  á  todos  los 
tornaré  de  tu  ley,  que  me  parece  que  por  sólo 
este  interés  lo  hicieras,  si  tu  ley  no  fuera  tan 
indubitable,   y  por  eso  callo,  paso  y  me  veo 
desechada;  y  yo  digo  que  si  he  de  ser  cristiana 
no  es  bueno  ir  yo  á  la  ley  que  la  hago  traspa- 
sar, y  así  te  digo  y  pido  que  seas  fuerte  en  tu 
ley,  que  te  lo  estimo  en  mucho,  y  si  con  justi- 
cia pudiere  ser  serás  mi   marido,  y  si  no  no 
quiero  que  perdamos  el  cielo.  Dile  mil  gracias 
de  parte  de  Dios  por  su  fortaleza  y  buen  deseo 
de  salvarse  y  le  pedí  tomase  por  intercesora  á 
la  Reina  de  los  Angeles  y  oyese  los  sermones 
del  padre  Alfonso,  y  sus  damas  los  del  padre 
Juan  y  hiciese  con  el  rey  que  los  oyese.  Díjo- 
me  que  su  hermano  había  de  hacer  Cortes  para 
tomar  otra  ley  y  que  habían  de  pasar  quince 
años,  y  que  así  por  ser  tan  largo  no  se  le  daba 
nada,  mas  que  ella  lo  haría  y  sus  damas,  y  que 
si  me  quedaba  lo  vería,  y  si  me  iba  lo  oiría  de- 
cir cómo  pasado  aquel  tiempo  su  hermano  era 
cristiano  y  pedía  al  virrey  de  Goa  muchos  pa- 
dres, y  que  á  la  tarde  me  diría  más  que  había 
de  hacer  yo  y  los  padres.  Pedíle  otras  cosas, 
como  son  honrar  á  los  padres,  favorecer  la  igle- 
sia y  darles  renta.  Dijo:  A  eso  te  digo  que  si 
tú  fueres  mi  marido  tú  la  darás,  y  si  no  la  re- 
compensa del  presente  que  nos  has  dado  se  les 
dará,  porque  hay  ley  sin  poderla  quitar  de  aquel 
gran  rey  dios  (este  fue  un  rey  que  puso  gran- 
des leyes  y  lo  llaman  dios  por  ser  tan  buenas 
á  su  modo)  que  los  extranjeros  no  lleven  cosa 
del  reino,  siendo  echados  por  justicia,  que  esto 
es  lo  que  me  duele,  si  no  hubieses  de  ser  mío, 
no  poderte  dar  una  gran  cantidad  de  moneda 
para  que  fueses  el  mayor  de  tu  linaje  y  allá 
dijesen:  La  reina  de   Cicir  y  de  Cochinchina 
hizo  á  éste  tan  gran  señor,  y  porque  te  acor- 
dases de  mí.  A  este  punto  se  entristeció  y  lloró. 
Yo  le  pedí  encarecidamente  no  hiciese  aquello, 
y  así  detuvo  las  lágrimas.  Pedíle  que  viese  á  mi 
capitán  jugar  las  armas.  Dijo  que  sí;  concedió- 
melo.  Díjele  al  paje  que  mientras  pasaba  al  apo- 
sento del  rey  trajese  lo  que  las   damas  me  lo 
habían  pedido,  y  ya  lo  tenía  yo  en  una  petaca 
que  trajeron,  y  lo  repartió  el  aya  y  me  dieron 
mil  gracias. 

Llegada  la  hora  del  comer  estaban  las  mesas 
puestas  en  la  sala  para  los  reyes,  y  en  otra  para 
nosotros;  sólo  yo  me  quedé  en  el  aposento  de 


350 


Autobiografías  y  memorias 


la  infanta,  y  el  pajecillo  me  traía  la  comida. 
Ella  daba  platos  diciendo:  Da  éste  á  la  aya; 
éste  á  Fulana  y  este  otro  á  Zutana,  y  eran 
para  mí.  Envióme  á  decir  que  saliese,  que  ya 
los  Grandes  estaban  presentes;  salí  y  hecho  mi 
acatamiento  me  levanté  y  me  puse  junto  al  rey; 
debía  di  haber  en  el  aposento  treinta  Grandes. 
Traía  la  memoria  que  rae  había  dado  la  misma 
infanta  de  letra  del  pajecillo,  y  eran  nueve  los 
conjurados.  Alzaron  las  mesas  y  todos  se  hu- 
millaron. Luego  vino  un  secretario  y  leyó  allí 
una  sentencia  de  cómo  nos  daban  por  leales  y 
que  no  éramos  espías  ni  habíamos  venido  á  sus 
reinos,  sino  traídos  por  su  mandado,  y  los  dos 
padres  asimismo,  para  saber  la  fe  y  ver  si  se 
había  de  recebir  ó  no,  y  que  éramos  dignos  to- 
dos padres  de  nuestra  ley  de  cualquier  honra 
real,  y  los  legos,  según  sus  linajes,  más  ó  me- 
nos, y  que  mientras  se  hacían  Cortes  para  ver 
si  convenía  tomar  la  fe  ó  no,  dispensaba  que 
de  su  voluntad  la  oyese  el  que  quisiese,  y  que 
en  donde  había  dicho  su  hermana  que  no  prohi- 
bía la  ley  de  los  cristianos,  sino  que  la  tomasen 
con  licencia  Real.  Esta  licencia  la  daba  á  todos 
los  que  se  la  hubiesen  de  pedir  como  si  ya  se  la 
hubiesen  pedido,  y  que  tomaba  sobre  su  amparo 
nuestro  navio  y  gente  y  á  todos  los  qne  á  sus 
reinos  viniesen  sujetos  al  rey  Don  Felipe  de 
España,  y  que  declaraba  que  la  concordia  y  pa- 
ces hechas  con  Goa  duraban  para  siempre,  y 
daba  licencia  expresa  á  los  de  la  Compañía  de 
Jesús  que  en  todos  sus  reinos  estuviesen,  fuesen 
y  viniesen,  como  á  gente  de  la  más  buena  del 
mundo,  que  declaraba  desde  luego  por  libre  al 
bonzo  primero,  sin  que  su  Consejo  lo  declarase, 
y  que  se  me  notificase  si  quería  dejar  mi  ley 
para  casarme  luego  ó  pasar  por  lo  que  el  Con- 
sejo dijese,  y  que  se  daba  por  muy  servido  de 
mí  en  ios  presentes. 

Dicho  todo  esto  me  volví  á  arrodillar  y  dije 
que  pues  Sus  Majestades  me  habían  hecho 
tanta  merced,  que  me  hiciesen  otra,  para  que 
viesen  todos  la  grandeza  de  sus  ánimos,  y  en 
particular  se  la  pedía  á  la  señora  reina  (porque 
así  me  dijo  que  le  hablase,  y  con  más  acata- 
miento á  ella  que  al  rey,  porque  era  la  primera 
de  las  personas  Reales).  Levantóse  y  dijo:  Ya 
no  hay  lugar  hasta  que  venga  la  sentencia  del 
Consejo  para  que  os  arrodil  éis  delante  de  nos- 
otros. Levantad.  Dije:  Señora,  no  me  levan- 
taré, aunque  contradiga  el  mandato  de  Vuestra 
Majestad,  hasta  que  se  me  conceda  esta  merced. 
Tornó  á  replicar  que  aunque  yo  hubiera  sido 
traidor  y  estuviera  sentenciado  á  muerte  no  se 
me  podía  hacer  cosa,  ni  á  los  míos,  que  pidiese, 
y  sentóse  y  habló  con  el  rey  y  dijo  él:  La  reina 
mi  hermana,  yo  y  mi  señora  madre  te  prome- 
temos todo  aquello  que  quisieres,  aunque  sean 
casos  de  Cortes,  de  traidores,  vidas,  haciendas 


y  todo  lo  demás  á  nuestra  voluntad,  concedido 
de  gracia  ó  de  justicia,  por  ley  ó  motu  nuestro. 
Pide.  Dije:  Señor,  traidores  sin  este  nombre, 
aunque  lo  hayan  sido,  cuanto  más  que  no  es  así, 
sus  haciendas,  vidas,  destierros  y  que  en  este 
caso  no  se  hable  más  hasta  que  haya  otro  ex- 
preso, ni  sobre  ello  se  escriba,  y  si  algo  secreto 
está,  se  borre  y  no  se  publique,  y  Vuestras  Ma- 
jestades me  oigan  á  mí  los  que  son  en  secreto, 
por  el  qué  dirán  de  los  otros,  si  hay  lugar;  y  si 
lo  hubiere  de  decir  aquí  sea  delante  de  los  Gran- 
des, y  á  todos  se  juramenten  que  no  lo  digan. 
Dijo  el  rey  levantándose:  ¿Traidores?  Pide,  pues 
se  te  ha  concedido.  Tocaron  al  arma  y  en  dos 
credos  tocó  toda  la  ciudad  y  los  sóida  los  se 
pusieron  en  sus  puestos,  que  era  para  admirar. 
Tomé  el  papel  y  díselo  á  la  infanta,  y  ella  al 
rey,  y  él  al  pajecillo,  el  cual  se  llegó  y  se  los 
leyó,  y  dijo:  ¿De  los  presentes  hay  alguno  que 
se  halle  culpado  sobre  mi  persona,  de  mi  madre 
ó  destos  padres  y  demás  extranjeros?  Éntrese 
en  aquel  aposento.  Los  unos  se  miraron  á  los 
otros  y  á  algunos  les  tembló  la  barba,  y  desde 
el  primero  hasta  el  postrero  se  hincaron  de  ro- 
dillas y  en  su  lengua  pidieron  perdón  diciendo: 
No  de  traidores,  sino  de  haber  hablado.  El  rey 
se  levantó  y  dijo:  De  aqui  adelante  mirad  lo 
que  habláis  y  lo  que  hacéis;  ésta  se  os  perdona. 
Ya  sabéis  que  el  hierro  contra  la  persona  Real 
es  mancha  de  linajes,  y  las  leyes  puestas  por 
los  pasados,  con  qué  rigor  se  castigan.  Ganóme 
por  la  mano  este  padre,  que  mejor  que  él  lo  sa- 
bía yo,  como  se  os  dirá  á  cada  uno  de  vosotros 
en  secreto,  y  pensaba  hacer  hoy  un  castigo 
ejemplar  donde  se  cortaran  lenguas,  quitaran 
vidas,  sacaran  ojos,  se  ejecutaran  destierros  y 
se  confiscaran  haciendas.  Los  que  sois  leales, 
la  parte  que  de  dellas  os  cabía  la  perdonad,  que 
yo,  pues  la  reina  mi  hermana  lo  quiere,  o»  per- 
dono; nueve  de  vosotros  haréis  lo  que  tenéis 
obligación,  y  dispenso  sea  secreto,  pues  así  lo 
pidió  el  que  hoy  os  dio  las  vidas;  con  esto  se 
entraron  dentro.  Llegaron  luego  con  gran  co- 
medimiento, y  me  rindieron  las  gracias  todos 
en  una  voz.  Yo  les  dije  que  mi  vida  la  pondría 
por  cada  uno  dellos,  y  que  si  no  fuera  sacerdote 
vieran  cómo  aquellas  palabras  eran  obras,  pero 
que  si  yo  quedaba  en  la  tierra  lo  vieran  muy 
puesto  en  ejecución. 

CAPÍTULO  XIII 

De  un  juego  que  hubo  de  armas  en  palacio  y 
cómo  se  señaló  en  ellas  el  capitán  Pedro  de 
Lomelín. 

Acabadas  todas  estas  mercedes  que  el  rey 
hizo,  y  después  de  haber  descansado  un  poco, 
salieron  el  rey  y  la  infanta  y  se  sentaron  jun- 


PEDKO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


351 


tos  en  el  estrado.  Estaban  ya  preparadas  en  la 
sala  todas  las  armas  necesarias  para  el  juego, 
y  mandaron  Sus  Majestades  que  para  alegrar- 
los jugase  cada  uno  las  armas  como  supiese  y 
sin  agraviarse,  y  que  en  haciendo  él  señal  con 
un  bastón  que  en  las  manos  tenia,  se  apartasen 
luego;  y  porque  los  extranjeros  no  sabían  el 
ox'den  que  se  aguardaba  ante  las  personas  Rea- 
les, les  dio  licencia  para  que  jugasen  [á]  su  uso, 
con  el  acatamiento  que  su  discreción  les  dicta- 
ría, y  que  ante  todo  les  quería  ver  jugar  á  su 
uso.  Soltó  la  capa  Pedro  de  Lomelín,  y  la  len- 
gua Real,  y  hechos  sus  acatamientos  y  sus 
ceremonias  jugaron  el  juego  de  Carranza  por 
extremo  bien  tres  ó  cuatro  levadas.  Dejó  la 
lengua  con  gallardía  la  espada  y  tomóla  Ortiz. 
Dejada  de  Ortiz  tomóla  Matoso.  Vídose  ma- 
nifiestamente que  era  el  más  hábil  y  diestro 
Pedro  de  Lomelín.  Dejaron  juntos  las  espadas 
y  tomaron  las  dagas,  y  sin  hacer  acatamiento 
jugaron,  y  por  el  consiguiente  con  los  broque- 
les y  rodelas.  Allí  se  apartaron  y  tomaron  los 
montantes  los  dos  hermanos  portugueses,  y  el 
menor  lo  jugaba  para  ver,  y  luego  lo  dejó  y  el 
mayor  quedó  con  el  uno  en  la  mano.  Pedro  de 
Lomelín  tomó  las  dos  espadas  y  las  jugó  jun- 
tas solo  tan  por  extremo  que  le  contentó  mu- 
cho al  rey,  porque  era  lo  mejor  que  hacía  des- 
pués de  la  sola;  y  dejadas  tomáronlas  solas  dos 
Grandes,  y  hicieron  mil  acatamientos  y  á  cada 
vez  hablaban  todos  y  después  decían :  Amen, 
sea  así,  que  todo  era  alabanzas  de  los  reyes. 
Hicieron  otros  muy  buenos  juegos,  cuáles  con 
picas  y  cuáles  con  montantes;  otros  con  partesa- 
nas y  con  espadas  otros.  Al  cabo  de  todos  estos 
juegos  se  paró  Pedro  de  Lomelín  y  dijo  á  la  len- 
gua: Di  á  Sus  Majestades  que  me  den  licencia 
para  hablar.  Dijeron  ambos:  Di.  Llegóse  al 
maestro  y  dijo  mojándole  un  broche  con  saliva: 
Aquí  te  tengo  de  dar  una  herida  aunque  no 
quieras,  y  de  ahora  en  adelante  no  has  de  tocar 
á  mi  ropa  y  te  tengo  de  dar  las  heridas  que  yo 
quisiere.  Fuéronse  el  uno  para  el  otro.  Dejó 
Pedro  de  Lomelín  el  juego  de  Carranza  y  tomó 
el  de  Liébana,  y  por  donde  no  pensó  le  tenía 
ya  dada  encima  del  propio  broche  que  señaló 
la  herida.  Dijo  luego :  Mande  Vuestra  Majes- 
tad dó  quiere  que  se  las  vaya  dando.  Dijo  el 
rey:  ¿Hay  alguno  de  vosotros  que  juegue  como 
tú  eso  que  tu  haces?  Respondió  que  cada  uno 
sabía  un  poco  de  lo  que  él  había  dicho  en  la 
mar.  Tomó  la  espada  Matoso  y  holgóse  de  ver- 
los; porque  salían  con  ímpetu  y  se  buscaban 
con  tanta  furia  que  era  para  ver.  Dijo  el  rey: 
Mi  maestro  sabe  más  que  tú;  si  no,  toma  la  es- 
pada y  daga  y  juega  al  uso  de  acá  y  verás.  To- 
móla Pedro  de  Lomelín  y  defendióse  valerosa- 
mente; batallaban  sin  jamás  llegarse,  y  como 
Pedro  de  Lomelín  no  sabía  unos  cercas  que 


tienen  furiosos,  salíase  con  compases  al  juego 
de  Liébana,  y  así  no  se  podían  llegar.  Holgóse 
el  rey  mucho  y  disparando  dos  piezas  (que  es 
la  ceremonia  ordinaria  que  ellos  tienen  al  entrar 
ó  salir  de  las  reales  Majestades)  se  entraron  el 
uno  por  el  un  aposento  y  el  otro  por  otra  parte. 
Llamóme  el  pajecillo  y  estuve  con  la  reina 
y  cené  allá.  Di  jome:  Habla  con  algunos  desos 
Grandes  y  pídeles  oigan  los  sermones  y  se  ha- 
gan cristianos.  Di  jome :  Ven  acá;  mira  lo  que 
te  quiero,  que  por  ti  se  hace  todo  lo  que  no  hi- 
cieran nuestros  padres  por  nosotros;  mañana  te 
notificarán  lo  que  has  de  escoger,  si  quieres  de- 
jar la  ley  ó  estar  á  lo  que  sentenciaren ;  yo  es- 
toy temerosa  y  tanto  que  no  como  ni  duermo 
con  gusto  y  me  da  calenturas  que  no  lo  oso  de- 
cir porque  no  se  sienta  mi  flaqueza,  que  al  fin 
soy  mujer  y  de  carne  y  ya  vencida  en  quererte. 
Dime  si  dejarás  tu  ley  por  mí.  Dije:  Señora, 
mi  ley  es  la  buena  y  perderé  todo  lo  que  hay 
en  el  mundo  y  la  vida  por  no  dejarla  Tornó 
á  decir:  ¿De  suerte  que  en  eso  no  hay  tratarlo 
por  amor,  por  ser,  por  cortesía  ni  por  otra  cosa 
de  la  tierra?  Dije:  No.  Pues  dejado  eso,  sabrás 
que  hay  ley  expresa  del  rey  dios  que  al  que 
desterrasen  sea  confiscada  su  hacienda.  Si  no 
te  puedes  casar  conmigo  te  han  de  desterrar, 
que  en  todo  puedo  y  no  en  volverte  á  ver  más, 
ni  darte  nada,  que  me  llegará  al  alma  y  me 
moriré.  Mira  lo  que  haces;  no  me  pagues  mal 
lo  que  te  quiero;  y  se  entristeció  sumamente. 
Dábame  gran  dolor  verla  así,  y  cierto  que  si  no 
me  esforzara  el  valor  y  bien  de  nuestra  santa  fe, 
y  Nuestro  Señor,  dador  de  las  lumbres,  no  me 
diera  esfuerzo,  me  hacía  mucha  tuerza  el  amor 
que  me  tenía  tal  persona  y  no  podérselo  pagar; 
y  si  hubiera  algún  camino  sin  contradecir  á 
nuestra  ley,  me  holgara.  Fue  para  mí  de  tanta 
pena  el  vería  llorar  que  el  espíritu  se  me  turbó 
y  me  quedé  más  de  dos  horas  sobre  una  silla;  y 
se  alborotó  de  suerte  que  vino  el  rey  y  mandó 
que  callasen  y  se  recogiesen  las  damas.  Torné 
en  mí  con  un  cansancio  grande  y  dije:  Señora, 
no  lloréis,  y  como  no  sea  dejar  mi  ley  hágase 
lo  que  quisiéredes.  Tomé  las  manos  del  rey  que 
estaba  junto  á  mí  y  se  las  besé,  y  reconociendo 
torné  á  cerrar  los  ojos  y  dije:  Señora,  por  quien 
vos  sois  os  suplico  que  no  lloréis;  antes,  pues 
veis  que  la  culpa  no  es  raía  y  por  no  engaña- 
ras pierdo  tanto,  estéme  yo  así  siendo  vuestro 
capellán,  y  escribamos  á  España;  quizá  el  Papa 
dispensará,  que  si  puede  ser  él  lo  hará  porque 
os  tornéis  cristianos.  Quitad,  señora,  esa  ley  de 
que  los  sacros  reyes  no  estén  con  tanta  opre- 
sión, pues  nos  crió  Dios  con  libre  albedrío  y  vo- 
luntad para  escoger  malo  ó  bueno,  y  es  justo 
escoger  ésta  que  es  la  mejor.  La  ley  de  Jesús  es 
la  mejor,  y  tengo  yo  una  razón  para  mí  que  me 
hace  fuerza,  y  es  que  María  Santísima  y  tantos 


352 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


santos  hayan  estado  en  ella.  Suplicóos  no  llo- 
réis y  miréis  lo  que  más  conviniere,  que  más 
quisiera  mi  muerte  que  veros  con  sentimientos 
tan  grandes.  Dicho  esto  dijo  el  pajecillo:  Señor, 
levantaos,  que  es  ya  hora  de  iros.  Hallé  en  la 
sala  veinticuatro  arcabuceros  y  un  capitán,  que 
fueron  conmigo;  llegué  y  me  acosté,  que  estaba 
tal  que  no  podía  hablar. 

Otro  día  me  envió  á  llamar  de  mañana,  que 
aun  no  estaba  yo  levantado,  y  en  entrando  me 
dijo  que  había  estado  aquella  noche  muy  mala 
y  triste,  y  que  le  parecía  que  si  me  notificasen 
que  si  quería  dejar  mi  ley,  que  dijese  que  no, 
y  si  quería  estar  á  lo  que  sentenciase  el  Conse- 
jo, que  respondiese  que  lo  que  Su  Majestad 
mandase.  Luego  salí  fuera  y  me  lo  notifica- 
ron y  respondí  lo  dicho.  Llevóse  al  rey  la  res- 
puesta y  la  infanta  le  envió  á  llamar.  Respon- 
dió que  se  llevase  al  Consejo,  y  al  momento  se 
despachó. 

Entraron  nuevas  al  rey,  que  decían  que  el  de 
Camboja  y  Pegú  y  la  armada  de  la  China  es- 
taba en  la  mar  y  le  había  tomado  un  puerto 
en  la  isla.  Fue  el  alboroto  grande  y  yo  me  vine 
á  mi  aposento,  y  en  aquel  día  no  vide  á  la  in- 
fanta. Determinó  el  rey  de  ir,  y  así  aprestó 
grande  ejército.  Pidióme  que  dejase  ir  á  los 
padres  con  él.  Díjele:  Para  todo  tiene  Vuestra 
Majestad  licencia.  Despidióse  de  mí  con  gran- 
des razones  el  rey.  Yo  me  humillé  y  él  me 
echó  ambos  brazos  y  me  besó  en  la  frente  y 
dijo:  Lo  que  te  pido  es  que  no  enojes  á  mi 
hermana,  que  la  amo  más  que  á  mí  mismo. 
Ella  queda  por  gobernadora  y  así  no  haré  yo 
falta.  Partióse  y  fui  con  él  hasta  la  mar  y  allí 
me  torné  á  humillar  y  tornó  á  abrazarme.  De- 
bían de  ir  quinientas  barcas.  Los  padres  se  des- 
pidieron de  mí  y  me  encomendó  el  padre  Al- 
fonso que  mirase  las  sutilezas  del  demonio,  que 
no  me  pedía  otra  cosa  sino  que  tuviese  forta- 
leza. Di  jome:  Sacerdote  eres;  médico,  cúrate  á 
tí  mismo.  La  gracia  del  Señor  te  tenga  de  su 
mano  y  te  ponga  por  delante  su  muerte,  la 
constancia  de  tantos  mártires  santos  por  la 
confesión  de  tu  fe,  que,  como  sabes,  sin  ella  no 
se  salva  nadie  y  te  acuerdes  que  eres  mortal, 
y  que  hay  juicio,  infierno  y  cielo;  ten  esto  en 
la  memoria. 

Partiéronse  derramando  muchas  lágrimas  y 
yo  quedé  con  harto  sentimiento  y  sólo  le  pude 
responder:  Confía  en  el  Señor  que  no  se  me  ha 
de  olvidar  lo  que  me  has  dicho,  y  en  el  divino 
.Espíritu  espero  me  dará  su  gracia.  Aquel  día 
no  vide  la  infanta;  otro  por  la  mañana  me  en- 
vió á  llamar  y  la  hallé  en  la  cama  con  harta 
tristeza  y  con  más  gravedad  que  antes,  y  así 
me  pareció  que  estaba  mudada  de  lo  que  solía. 
Yo  le  hice  acatamiento  y  no  me  mandó  sentar 
ni  cubrir.  Di  jóle  al  pajecillo;  üile  al  padre  Pe- 


dro que  deseo  saber  su  ley,  y  que  asi  de  aquí 
que  haya  nuevas  de  la  guerra  y  venga  el  rey,  no 
se  ha  de  hablar  en  otra  cosa,  y  que  será  ante  mis 
doncellas,  para  que  ellas  oigan,  y  en  la  sala.  Y 
ahora  dile  que  se  salga  allá  fuera,  que  luego  sal- 
dremos. Díle  las  gracias  con  grandísima  alegría, 
y  la  sintió  mi  corazón  con  la  mayor  que  jamás. 
Salí  fuera  y  el  pajecillo  conmigo,  y  dijome:  Es 
gobernadora  y  tiene  la  gravedad  que  solía;  en 
teniendo  el  gobierno  yo  prometo  que  no  sea 
tan  conversable  y  que  se  ha  de  echar  de  ver  con 
vuestra  merced  más  que  con  nadie.  Respondíle 
que  me  holgaría,  porque  aunque  la  estimaba  en 
mucho  y  como  es  razón,  quería  más  mi  fe,  y 
que  pues  era  cristiano  hablase  de  los  misterios 
divinos  con  ella,  y  con  palabras  persuadiese  á 
Su  Majestad  (que  así  la  llamaban),  y  á  sus  don- 
cellas, que  recibiesen  la  fe  santísima  de  Cristo, 
que  él  vería  el  premio  grande  y  copiosa  merced 
que  de  Dios  recebía. 

Salieron  las  damas  y  se  sentaron  junto  al 
estrado  todas.  Salió  la  infanta  vestida  como  de 
camino  al  uso  de  moras  turquescas  y  una  alma- 
lafa echada  sobre  la  cabeza  y  con  ella  se  tapa- 
ba el  rostro.  Diome  melancolía  grande  el  verla 
vestida  de  aquel  hábito  y  se  lo  dije:  Sea  Vues- 
tra Majestad  bien  levantada;  pena  me  ha  dado 
este  vestido.  Rióse  y  dijo:  ¿Por  qué?  Respondí: 
Por  dos  cosas.  La  una,  porque  es  propio  de 
las  poderosas  persianas,  y  como  son  moras  pa- 
rece que  me  da  pena.  Y  la  otra,  porque  no  qui- 
siera ver  á  Vuestra  Majestad  de  camino.  Dijo: 
En  la  fe  de  la  señora  María  nunca  yo  estaré  de 
camino,  ni  las  vestiduras  me  harán  ser  mora, 
porque  es  la  ley  que  más  aborrezco,  y  deseo  ya 
ser  cristiana  porque  sé  que  siéndolo  me  he  de 
salvar,  y  si  no  no;  y  á  ti  te  quiero  y  tengo  por 
bueno  porque  deseas  esto.  Sentéme  en  una  gra- 
da, á  do  las  tuve  á  todas  delante  y  le  dije  al  pa- 
jecillo le  advirtiera  que  pues  gustaba  Su  Ma- 
jestad que  todas  sus  damas  oyesen  juntamente 
con  ella,  y  pues  con  su  gran  ser,  saber  y  dis- 
creción abrazaba  lo  bueno,  y  no  hiciere  el  aca- 
tamiento debido,  que  será  por  convenir  asi  á  la 
honra  de  Dios,  y  enseñanza  cristiana.  Dijo:  Di 
que  á  aprender  y  saber  de  nuestra  voluntad  sa- 
limos; que  haga  como  maestro. 

CAPÍTULO  XIV 

De  las  primeras  leciones  de  la  ley  cristiana  qm 
di  en  público  á  la  Infanta  y  á  sus  damas. 

Comenzando  la  primera  leción  y  enseñanza 
de  la  ley  santísima  de  Cristo  nuestro  Redeptor 
á  la  infanta  y  á  sus  damas,  dije  por  principio, 
que  para  que  el  Señor  nos  ayudase  y  favoreciese 
en  cosa  tan  importante  para  el  alma,  le  pidié- 
semos humildemente  al  Señor  su  auxilio.  Hice- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


853 


las  que  se  arrodillaran  todas  con  la  infanta  y 
que  se  persinasen.  Díjeles  las  cuatro  oraciones, 
y  estas  y  otras  muchas  cosas  sabía  ya  la  infan- 
ta. Sente'me  y  comencé  á  declarar  el  principio 
del  Génesis :  In  principio  creavit  Deus  ccelum  et 
terram.  Decláreles  la  Creación  hasta  los  días. 
Traté  la  razón  por  qué  la  sabiduría  eterna  ha- 
bía criado  el  mundo,  para  qué  los  ángeles.  Dije 
la  caída  de  los  malos  haber  sido  por  soberbia  y 
cómo  quedaban  aquellas  sillas  vacías  y  las  ha- 
bíamos de  llenar  nosotros.  Holgóse  por  extre- 
mo de  oir  esto,  y  reconocí  en  ella  unos  nuevos 
y  fervorosos  deseos  de  ser  cristiana.  Imprimía- 
sele  todo  lo  que  le  decía  á  ella  y  á  las  damas 
que  era  espanto,  y  así  en  menos  de  doce  ó  cator 
ce  días  estuvieron  muy  adelante  en  cosas. 

A  esta  sazón  vino  nueva  cómo  las  armadas 
salieron  á  la  mar,  y  representándose  batalla  no 
se  dio,  porque  llegaron  á  conciertos  que  unas 
islas  de  aquéllas  que  eran  del  reino  de  Camboja 
decían  que  las  que  ganó  el  rey  de  Cicir  se  le  vol- 
viesen, y  que  diese  su  hermana  á  un  hermano 
deste  rey  con  el  reino,  y  que  la  madera  de  las 
sierras  entre  Pegú  y  sus  reinos  la  cortasen  to- 
dos y  que  estuviese  obligado  á  ayudar  al  gran 
chino  y  no  ser  contra  él  jamás,  y  otras  cosas  de 
menos  momento.  Llamóme  la  princesa  aquel 
día  á  su  aposento  (que  desde  que  se  fue  el  rey 
no  había  hecho  otro  tanto),  y  me  las  hizo  de- 
clarar y  dijo  que  las  mirase  y  que  le  pediría  á 
su  hermano  hiciese  sobre  aquello  lo  que  le  acon- 
sejase, no  como  padre  sino  como  soldado,  pues 
sabía  que  lo  era.  Cesó  aquel  día  la  plática;  tomé 
los  capítulos  y  dije  que  si  las  islas  eran  de  Cam- 
boja y  se  habían  ganado  con  tiranía,  sin  haber 
justa  razón,  era  bueno  volvérselas,  y  si  no  que 
no  lo  hiciese.  En  lo  del  casamiento  dije  que  Su 
Majestad  viese  lo  que  más  convenía.  La  made- 
ra de  las  sierras,  si  solían  antiguamente  cortar 
della  los  de  Pegú  y  no  se  les  había  quitado  con 
justo  título,  los  dejasen  cortar,  con  obligación 
de  que  les  pusiesen  el  diezmo,  con  trabajadores 
en  tierra  llana  de  su  reino,  y  que  les  diesen  un 
tanto  para  pagar  los  soldados  de  guerra  que  el 
reino  de  Cicir  tenía  allí,  y  que  pasasen  sin  armas; 
y  en  lo  que  decían  de  estar  obligado  de  ayudar 
al  gran  chino,  fuese  así  como  hermanos  en  ar- 
mas, y  el  gran  chino  á  él,  y  que  el  no  ser  con- 
tra él  jamás  fuese  por  igual  pacto  el  uno  contra 
el  otro,  ni  el  otro  contra  el  uno,  y  que  no  se  su- 
jetasen de  ningún  género.  Sólo  reparé  en  que 
pedía  el  de  Pegú  y  Siam  dineros  para  los  gas- 
tos. Dije  que  mirase  Su  Majestad  s¡  tenía  ven- 
taja ó  si  se  la  tenían,  con  todos  los  demás  casos 
que  se  debían  mirar  si  se  diese  la  batalla,  el  daño 
si  acá  perdiesen  ó  ganasen,  con  todo  lo  que  se 
arriesga,  y  que  si  fuese  en  bien  para  acá,  no 
diese  dineros,  antes  pidiese  todo  el  gasto;  y  si 
Su  Majestad  sentía  que  no  le  había  de  salir 


bien,  que  poco  era  dar  algunos.  Enviáronse  to- 
das estas  memorias  y  razones.  Y  recibidas,  fue 
acordado  que  se  mirase.  En  lo  que  toca  á  las 
islas  hallóse  que  antiguamente  eran  de  Cicir  y 
se  las  había  ganado  Camboja,  y  otras  tres,  de 
cuenta  que  les  tenía.  Y  en  esto  respondieron 
que  el  más  antiguo  señor  se  las  llevase,  y  otras 
más  si  las  tuviese.  Hallóse  que  la  madera  era 
de  Pegú,  y  que  los  soldados  que  allí  tenía  lle- 
vaban muchos  ganados  con  que  se  sustentaban, 
y  que  por  eso  en  guerras  se  las  quitaron;  vino 
á  quedar,  como  yo  dije,  con  otras  circunstan- 
cias. Hízose  la  amistad  entre  los  chinos  y  coráis 
contra  japoneses.  Pidió  el  rey  todo  el  gasto  de 
su  gente  y  armada,  y  le  dio  el  chino  la  mitad. 
Hiciéronse  las  paces  entre  estos  tres  reinos  y  las 
Filipinas;  y  porque  había  nuevas  que  las  pedía 
Japón  y  su  emperador  había  enviado  armada  á 
reconocerlas,  y  por  ser  general  enemigo  de  todos 
fueron  las  demás  capitulaciones  todas  contra 
Japón  y  sus  confederados,  y  que  el  emperador 
de  Guachinchina  diese  favor  al  de  Corai  contra 
él  y  otras  que  por  no  ser  de  la  historia  no  las 
repito. 

Y  en  lo  del  casamiento  se  determinó  que 
pareciese  el  hermano  del  de  Camboja  en  la 
Corte  y  allí  pidiese  el  beneplácito  de  la  prin- 
cesa, porque  ella  había  respondido  que  no  se 
había  de  casar  si  no  era  con  cristiano,  y  él  de- 
cía que  lo  sería  por  casar  con  Su  Majestad. 
Por  la  otra  mitad  del  dinero  estaban  aun  en 
diferencia,  y  así  se  puso  jueces,  y  en  discordia 
se  determinó  pasar  por  el  parecer  del  virrey  de 
Goa,  ó  que  dentro  de  un  año  entregase  por  ello 
el  de  Camboja  las  otras  tres  islas.  Todos  estos 
dares  y  tomares  duraron  hasta  ocho  de  mayo, 
que  se  partieron  las  armadas.  Yo  había  decla- 
rado hasta  este  día  lo  del  diluvio,  el  castigo  de 
las  nefandas  ciudades,  la  obediencia  de  Abra- 
han  y  el  sacrificio  de  Isaac,  y  la  promesa  que 
Dios  le  dio  del  Mesías,  y  cómo  fue  profeta 
Abrahan,  diciendo  que  en  aquel  mismo  lugar 
no  perdonaría  el  Padre  Eterno  á  su  unigénito 
Hijo,  y  otras  profecías  hasta  el  santo  rey.  Ha- 
bíales declarado  el  misterio  de  la  santísima  y 
inefable  Trinidad  lo  mejor  que  supe  y  pude. 

A  este  tiempo,  que  eran  doce  de  mayo,  vino 
nueva  del  buen  suceso  de  la  guerra,  y  cómo  le 
había  enviado  el  chino  cuatro  millones  para  el 
gasto,  y  que  los  esperaba  el  rey,  que  por  eso  se 
detenía.  Como  se  esperaba  al  rey,  díjome  la 
princesa  reina  (que  así  le  escribía  su  hermano): 
En  viniendo  el  rey  te  notificarán  aquel  man- 
dato suyo;  no  respondas  nada.  Dije:  Señora, 
ya  ha  mucho  tiempo  que  n'spondí,  que  fue 
cuando  Vuestra  Majestad  me  lo  mandó,  que 
ha  casi  dos  meses.  Quedóse  helada  y  díjome 
en  su  lengua:  ¡Oh  qué  mal  has  hecho  y  sin 
entenderlo  cómo  me  has  quitado  mi  gusto!  Yo 


354 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


tengo  la  culpa.  Llauíó  luego  y  preguntó  si  ha- 
bían traído  algo  de  Ilán.  Supo  cómo  había  pa- 
sado al  rey;  despachó  luego  á  saberlo. 

A  ventiuno  de  mayo  tuve  cartas  délos  padres 
y  de  Pedro  de  Lomelín,  que  también  estaba  allá 
con  la  armada;  en  ellas  me  decían  cómo  se  ha- 
bía publicado  nuestro  destierro  y  confiscación 
de  bienes,  y  cómo  todos  estaban  tristísimos  y 
que  negociase  algo  por  llevar  el  navio,  y  siquie- 
ra comidas.  El  virrey  de  allí  me  recibió  dándo- 
me el  pésame  y  díjome  que  para  la  partida  me 
daría  dos  mil  pesos  de  oro  y  alguna  comida 
secreta,  y  que  el  rey  deseaba  hacerme  bien  y 
dispensar  en  algunos  bienes  suyos,  Fuime  á  la 
reina,  y  díjele:  Señora,  ¿Vuestra  Majestad  sabe 
algo  de  lo  que  envió  á  saber?  Dijo:  No,  que  si 
yo  lo  supiera  hubiera  mandado  que  no  pasara 
recaudo  sin  que  yo  lo  viera.  Dije:  ¿Y  si  nos  des- 
terrasen y  confiscasen  los  bienes,  qué  haría 
Vuestra  Majestad?  Dio  un  suspiro  como  de  lo 
íntimo  del  corazón,  y  dijo:  No  quiera  tu  Dios 
tal,  porque  sería  esa  sentencia  sin  remedio,  y 
creo  me  moriría  de  sentimiento.  No  le  quise 
decir  nada.  Torcíase  las  manos  y  lloraba  y  se 
quejaba  de  sí,  de  que  con  tiempo  no  había 
puesto  remedio. 

Otro  día  por  la  mañana  acudí  y  la  hallé  me- 
lancólica y  muy  triste;  díjele  que  qué  tenía; 
respondióme  que  estaba  afligidísima  de  que  por 
ella  me  viniese  mal.  Díjele  si  sabía  algo.  Res- 
pondióme que  no,  mas  que  en  mis  razones 
entendía  que  ya  lo  sabía  yo  y  que  no  se  lo  di- 
jesen, porque  á  quien  le  diese  tales  nuevas  lo 
había  de  desterrar  para  siempre;  y  por  tu  vida, 
que  si  tú  sabes  algo  que  no  me  lo  digas,  y  así 
lo  mandó  á  todos  con  grande  enojo. 

Tornó  desde  aquella  tarde  á  oir  los  sermones 
con  gran  ansia.  Decíame:  Paréceme  que  te  veo 
ya  que  te  partes,  pero  déjame  cristiana  antes 
que  te  partas;  y  si  salieres  deste  reino,  ve  has- 
ta Goa  j  saca  sa  voconduto,  ó  pide  embajada 
y  tórnate,  y  verás  lo  que  hago  por  ti.  Yo  le 
respondí:  Señora,  luego  ¿algo  sabe  Vuestra  Al- 
teza? Si  es  reina  y  gobernadora  ¿no  puede  todo 
lo  que  quiere  en  su  reino?  Dijo:  Sí;  pero  hay 
leyes  con  tanta  fuerza  que  no  las  podríamos 
quitar  sin  gran  nota,  y  más  ésta,  por  ser  en  mí 
causa,  que  me  tendrán  por  mala  y  cada  uno 
dirá  su  parecer,  y  la  honra,  como  tu  dices,  es 
de  mucha  estima.  Tratamos  luego  de  la  hacien- 
da que  yo  tenía.  Díjome  que  en  eso  haría  la 
fuerza  que  pudiese  con  el  rey.  ¿Cómo  puede 
ser,  respondí,  si  Vuestra  Majestad  ha  cerrado 
la  puerta  para  que  nadie  se  lo  diga?  Dijo:  Si 
lo  sabes,  dímelo,  que  de  ti  lo  quiero  saBer;  y 
pues  es  destierro  y  te  has  de  ir,  no  se  traspa- 
sará mi  palabra.  Yo  saqué  las  cartas  y  otras 
que  había  recebido  aquel  día,  y  le  dije  todo  lo 
que  pasaba.  No  respondió  cosa,  mas  de  mirar- 


me y  decirme:  Vete  luego,  pues  fui  yo  la  que 
busqué  mi  daño.  Levánteme  y  hícele  mi  acata- 
miento y  al  volverme  me  dijo:  Pues  ¿cómo  que 
así  te  vas?  parece  que  lo  deseas.  Yo  le  dije: 
Señora,  siempre  he  dicho  que  no  he  de  salir  de 
vuestro  gusto.  Tornó  á  decir  que  me  sentase; 
dijo  á  la  aya  y  á  los  demás:  Dejadme  y  idos. 
Tratamos  en  secreto  de  cómo  quería  hacerse 
cristiana  antes  que  me  fuese,  y  cómo  también 
pretendía  fuese  antes  que  su  hermano  viniese. 

CAPÍTULO  XV 

De  cómo  bapticé  á  la  infanta  y  á  otros  muchos, 
y  de  la  renunciación  que  hizo  de  su  reino  en 

manos  de  su  hermano. 

Visto  que  se  quería  baptizar  y  con  tantas 
veras  lo  pedía,  pregúntele  la  fe  y  si  la  creía,  y 
dijo  que  sí,  y  todo  lo  demás  que  le  dijesen  della, 
y  que  estaba  firme  en  creer  que  si  no  se  bapti- 
zaba se  condenaría.  Díjele  si  quería  el  baptismo. 
Respondió:  Sí,  y  te  lo  pido  antes  que  haya  más 
embarazos.  Trajo  una  dama  un  jarro  de  agua 
y  ella  se  hincó  de  rodillas,  y  díjele:  Señora, 
¿cómo  os  habéis  de  llamar?  Dijo :  María.  Pre- 
gunté: María,  ¿queréis  ser  cristiana?  Dijo:  Sí. 
Pues  es  menester  que  creáis  todo  aquello  que 
ci-ee  la  Santa  Madre  Iglesia  de  Roma.  Dijo: 
Sí,  creo.  Fuile  diciendo  los  artículos  de  la  fe  y 
ella  respondió :  Sí,  creo.  Torné  á  preguntarle, 
si  baptizada,  por  todo  el  mundo  negaría  la  fe. 
Dijo:  Aunque  hubiese  de  morir  por  ello.  Volví 
tres  veces  á  preguntarle:  María,  ¿qué  pides?  Y 
siempre  llorando  dijo  que  baptismo.  Y  así  sien- 
do á  ventidós  de  mayo  de  1591  la  bapticé  en  el 
nombre  del  Padre  y  del  Hijo  y  del  Espíritu 
Santo.  Hícele  una  plática  en  la  cual  le  di  á  en- 
tender las  mercedes  que  Nuestro  Señor  le  había 
hecho.  El  aya  y  otras  tres  pidieron  baptismo,  y 
se  le  di.  Llamóse  el  aya  Ana;  otra  señora  pa- 
rienta  de  la  reina,  Polonia,  y  otra  hermana 
suya,  Úrsula,  y  otra  hija  desta,  María. 

Dile  á  entender  cómo  ahora  tenía  parentesco 
espiritual  con  ella;  holgóse  mucho  y  dijo:  Pues 
si  eres  mi  pariente  no  me  olvidarás.  Yo  te  daré 
cartas  para  el  virrey  de  Goa,  que  te  envíe  por 
embajador,  y  como  tú  me  des  esta  palabra,  vi- 
viré contenta,  y  así  te  trataré  como  pariente. 
Otro  día  se  baptizaron  por  la  mañana  otras 
ocho,  y  de  todas  era  comadre  la  reina,  y  della  lo 
fue  su  aya  y  el  pajecillo.  A  la  tarde  bapticé  otras 
ocho,  y  otro  día  deciséis;  y  cada  día  les  predi- 
caba y  declaraba  misterios.  Fue  tanto  el  afición 
que  tomó  al  Papa,  que  decía  que  si  viese  á  su 
hermano  (cristiano  le  había  de  hacer  que  le  en- 
viase á  visitar.  Hasta  el  fin  de  mayo  tenía  bap- 
tizadas setenta  y  dos  mujeres  y  cinco  hombres, 
hijos  y  sobrinos  destas  señoras.  Este  día  llegó 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


355 


Pedro  de  Lomelin  (porque  había  ido  también  á 
la  guerra  con  toda  mi  gente),  y  se  holgó  mu- 
chísimo de  ver  que  fuese  la  infanta  y  reina  co- 
madre. Y  cierto  era  para  ver  lo  que  el  Señor 
había  hecho  por  esta  su  sierva  habiéndole  dado 
una  profundísima  humildad.  Quiso  que  la  visi- 
tase Pedro  de  Lomelin,  y  le  pidió  que  me  hi- 
ciese tornar,  que  ella  le  daba  palabra  de  hacerlo 
rico,  y  que  esperaba  al  rey  para  ver  todo  lo  que 
se  podía  hacer  acerca  del  secresto  de  los  bienes, 
y  que  lo  que  no  se  hiciese  que  ella  lo  debía,  y 
como  reina  juraba  de  pagarlo  con  el  diez  tan- 
to, que  sólo  el  qué  dirán  la  detendría  para  no 
hacer  todo  lo  que  ella  quería.  Vino  Pedro  de 
Lomelin  tan  contento  que  no  sabía  hablarme 
de  placer.  Vino  también  el  bordador  que  me 
bordó  las  piezas  que  presenté,  como  al  princi- 
pio desta  materia  dijimos;  había  bordado  una 
palia  con  un  Jesús,  y  otra  con  una  María; 
presénteselos  y  dijo  que  les  boi'dase  escudos 
para  los  pechos  ;  y  así  se  hubo  de  quedar,  por- 
que le  asalariaron  mil  ducados  y  de  comer,  y  el 
dijo  la  reina  que  si  ella  hacía  un  convento  de 
monjas  que  vería  lo  que  le  daba  para  que  hi- 
ciese cosas.  Otros  tres  señores  se  concertaron 
con  él  y  le  dieron  cada  un  año  docientos  duca- 
dos porque  les  enseñase;  y  (')  un  muchacho 
que  traía,  á  quien  le  había  mostrado  el  oficio, 
también  se  quedó  y  le  señalaron  docientos  du- 
cados cada  un  año  y  de  comer. 

Llegaron  los  padres  á  doce  de  junio  y  era  su 
alegría  tanta,  que  es  indecible,  al  fin  como  tan 
cristianos  y  doctos;  mayormente  se  les  acrecentó 
cuando  les  dije  que  los  esperaba  para  ver  á  do 
se  haría  iglesia,  porque  así  me  lo  tenía  prome- 
tido la  reina,  y  que  le  daría  renta.  Fui  con  ellos 
y  ella  los  abrazó  y  mandó  cubrir  y  sentar.  Tra- 
tamos de  que  en  llegando  el  rey  se  pusiese  olio 
y  crisma,  que  ellos  tenían  dos  vasos  grandes,  y 
uno  de  enfermos,  que  les  había  dado  el  obispo 
de  Macao  cuando  los  envió  á  aquella  misión, 
como  largamente  lo  trato  en  los  postreros  capí- 
tulos del  libro  de  la  santísima  cruz,  A  13  de 
junio  me  envió  á  llamar  y  me  dijo  cómo  tenía 
pensado  que  para  aplacar  á  su  hermano  y  ma- 
dre, que  le  habían  escrito  muy  enojados  que 
cómo  había  tomado  otra  ley,  siendo  así  que  era 
necesario  que  pasase  quince  años,  y  así  que  no 
fue  válido  el  título  que  me  dio  de  reina  de  mi 
reino.  Pues  para  aplacarlos  dijo  que  tenía  de- 
terminado de  renunciar  en  mí  el  reino,  y  que  yo 
tuviese  hecha  otra  renunciación  para  que  en 
llegando  su  hermano  la  pusiese  en  sus  manos, 
y  que  así  con  el  interés  de  juntarse  estos  reinos 
callaría,  y  que  le  quería  pedir  aquel  alcázar  y 
huertas  y  hacerlo  monesterio  de  monjas  y  que- 
darse allí;  y  que  pues  le  tenía  yo  dado  palabra 

(')  En  la  edición:  á  un. 


de  volver  sería  el  prelado,  y  que  entretanto  lo 
serían  los  padres;  y  que  pues  le  había  pedido 
iglesia  para  ellos,  que  le  parecía  no  podía  ser 
mejor  que  aquella  sala,  quitando  el  suelo.  Yo 
se  lo  agradecí.  Y  asi  luego  sacó  la  renunciación 
que  había  hecho  en  mí,  y  de  la  propia  suerte 
hice  yo  otra,  y  hecha  llamó  á  un  viejo  que  era 
el  secretario  de  la  cámara  y  las  firmó  y  dio  fe 
cómo  delante  de  veinticuatro  testigos  me  en- 
tregaba aquellos  papelea.  Fue  esta  una  diligen- 
cia grande,  porque  aquella  noche  llegó  el  rey  y 
no  la  quiso  ir  á  ver.  Acabada  la  cena  dispara- 
ron mucha  artillería,  y  entonces  se  dijo  su 
venida. 

Envióme  á  llamar  á  las  nueve  de  la  noche,  y 
dijo  la  lengua:  Pésame  que  el  rey  está  indig- 
nado, y  su  madre  llegó  dos  días  ha  y  no  ha 
visto  á  la  reina  ni  el  rey  la  ha  visitado.  Llegué 
á  una  sala  á  do  estaba  paseándose.  Arrodílle- 
me y  díle  el  bien  venido.  Dile  los  papeles. 
Miró  la  resignación  que  su  hermana  había  he- 
cho en  mí  y  la  que  yo  hacía  en  él,  y  dijo:  Si  mi 
hermana,  siendo  de  otra  ley  era  tan  buena, 
ahora  que  es  cristiana  ¿qué  será?  Perdóneme 
mi  madre.  Llamó  al  General,  y  con  los  papeles 
en  la  mano  fuimos  acompañándole,  y  ella  salió 
á  otro  aposento,  y  encontrándose  se  abrazaron 
y  el  rey  le  dijo:  Hermana  de  mis  ojos,  no  puedo 
disimular  lo  que  te  quiero.  Ella  se  arrodilló,  y 
él  la  fue  á  levantar  y  se  arrodilló  una  rodilla  y 
le  dijo:  Siquiera  por  los  presentes  os  pido  que 
no  hagáis  eso.  Dijo:  Quiero  que  Vuestra  Ma- 
jestad me  dé  dos  cosas.  Dijo  él:  Dos  días,  y 
cuanto  pidiéredes,  señora,  en  ellos;  y  estos  pa- 
peles de  vuestro  reino  que  yo  os  di,  y  esta  deja- 
ción en  este  padre,  y  la  que  él  hace  en  mí  torno 
á  Vuestra  Majestad;  y  si  fuere  necesario  mi 
reino.  Dijo  que  no  quería  cosa  ninguna,  porque 
ella  había  prometido  de  ser  monja,  y  que  sólo 
le  pedia  aquellos  palacios  para  casa  y  iglesia,  y 
todas  las  huertas  y  renta  para  ella.  Y  también 
le  hiciese  merced  de  darle  cartas  para  el  virrey 
de  Goa  para  que  me  tornase  á  enviar  por  em- 
bajador, para  que  pudiese  estar  en  aquella  tie- 
n-a,  y  que  se  me  diese  toda  la  ropa  y  más  por 
el  presente.  Respondió:  Hará  un  memorial,  y 
todo  aquello  que  no  fuera  de  nota  se  hará,  por- 
que yo  lo  quiero  mucho;  y  yo  prometo  que  si 
vuelve,  él  verá  lo  que  le  quiero.  Sentáronse  y 
hablaron  quedo  y  enviaron  un  recaudo  con  el 
aya,  y  vino  la  reina  vieja,  que  ya  lo  era,  y  muy 
mulata.  El  rey  habló  y  dijo:  Señora,  vuestra 
hija  es  y  mi  hermana;  perdonadla,  que  pues 
todos  seremos  cristianos,  ventaja  nos  tendrá  en 
el  cielo.  Abrazóla,  y  mandaron  que  nos  recogié- 
ramos, quedándose  ellos  solos. 

Decir  el  alegría  que  pasamos  aquella  noche 
cuando  les  conté  lo  que  había  pasado  no  se 
puede  encarecer.  Otro  día  por  la  mañana  la  vi- 


356 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


sité  y  me  contó  todo  lo  que  le  había  pasado  con 
su  madre,  y  cómo  la  estuvo  persuadiendo  por 
más  de  dos  horas  á  que  no  pasase  adelante  en 
su  intento,  y  que  su  aya  Polonia  decía:  Seño- 
ra, morir  y  no  dejar  la  fe  recebida;  y  la  otra 
aya  Ana  y  las  demás  decían:  Lo  que  la  reina 
hará  haremos  todas.  Y  me  dijo:  Mira,  ahora 
no  me  espanto  que  fueses  tan  fuerte  en  tu  ley, 
que  si  ahora  me  dieran  todos  los  reinos  y  á  ti 
por  marido,  que  es  lo  que  más  he  pretendido 
en  esta  vida,  no  lo  tomaría;  y  si  tú  mesmo  y 
los  padres  me  lo  aconsejárades,  no  os  creyera, 
y  quiero  más  ser  cristiana  que  á  todo  el  mun- 
do, y  tras  dello  monja  en  esta  casa.  Aquí  nací, 
aquí  renací  y  aquí  he  de  morir.  Quiero  que  ha- 
gamos un  memorial  y  declares  á  estas  cristia- 
nas otra  vez  lo  que  has  dicho  de  los  estados, 
cómo  es  el  mejor  el  de  las  vírgenes,  para  que  las 
que  quisieren  sean  monjas  conmigo.  Entré  en 
el  aposento  donde  estaban  y  les  hice  una  gran 
plática.  Hubo  ventidós  doncellas  de  las  ya  cris- 
tianas y  otras  trece  que  bapticé  entonces  y  siete 
de  las  viudas  viejas  y  otras  tres  que  bapticé  en- 
tonces. No  pude  salir  hasta  la  noche,  porque  el 
rey  y  reina  vieja  no  salieron  aquel  día  del  apo- 
sento de  la  reina.  El  dia  siguiente  en  la  tarde 
bapticé  ventisiete  criadas  para  servir  en  el  con- 
vento. De  suerte  que  la  memoria  que  le  di  aque- 
lla noche  fue  de  treinta  y  cinco  doncellas,  diez 
viudas  para  velo  y  ventisiete  donadas,  con  todas 
las  cuales  era  ya  buen  convento.  Holgóse  mu- 
cho, y  contóme  maravillas,  y  decíame  que  mien- 
tras más  le  decían  más  firme  estaba  en  la  fe,  y 
que  á  mí  me  mandaban  partir  en  breve  tiempo, 
y  que  por  darles  contento  y  no  entendiesen  se 
le  seguía  ali^ún  interés,  lo  tenía  ella  por  bien, 
y  que  le  había  pedido  su  madre  que  no  me  ha- 
blase más;  y  que  ella  había  dicho  que  aunque 
muriese  me  había  de  hablar  hasta  que  me  fue- 
se, y  que  había  de  ser  de  allí  á  diez  días.  No  le 
pude  responder  cuando  me  dijo  esto.  Y  como 
lo  sintió  dijo:  Padre,  ya  no  es  tiempo  de  pesa- 
res; yo  estoy  contenta  de  lo  que  ha  sucedido; 
te  estimo  en  mucho  y  conozco  que  eres  honra- 
do, y  que  por  no  engañarme  has  perdido  un 
reino  y  de  tu  honra.  Juróte  por  Dios  Jesús  y  por 
su  santa  Madre  María  que  me  he  visto  de  ayer 
acá  con  madre  y  hermano  tan  perdida,  que  no 
pensé  tal,  y  que  si  no  hubiera  sido  tan  firme  y 
tan  querida  dellos  y  estimada,  que  mi  fortaleza 
y  honestidad  no  me  hubiera  ayudado,  que  yo  y 
todos  vosotros  y  los  demás  cristianos  fuéramos 
ya  muertos.  Mucho  me  debes;  porque  sólo  que 
diese  consentimiento  en  que  procediese  contra 
ti  te  habías  de  ver  en  grande  aflicción,  y  así 
conviene  mucho  que  te  vayas,  para  que  vean 
que  yo  quise  ser  cristiana,  y  que  lo  he  de  ser 
aunque  muera.  Sólo  quiero  de  ti,  aunque  te 
cueste  todo  lo  que  fuere  tuyo  y  de  tus  ami- 


gos en  Goa,  que  vuelvas  por  embajador,  que  en 
lo  que  es  hacienda  verás  lo  que  te  doy;  verás 
las  iglesias  que  se  fundan;  verás  por  ti,  para 
que  nuestro  Dios  te  perdone  tus  pecados,  y  á 
mí  me  dé  fuerzas  para  que  lo  sirva,  un  aumento 
de  su  santa  fe  en  esta  tierra  grandísimo.  Mira 
que  siempre  me  decías  que  deseabas  más  el 
aumento  de  la  fe  que  todos  los  reinos  del  mun- 
do; acuérdate  que  has  dejado  mujer  reina,  co- 
rona en  tu  cabeza,  y  pues  que  todo  esto  hacías, 
como  siempre  dijiste,  por  la  fe,  vuelve  y  lleva 
tu  deseo  adelante;  mira  que  si  has  trabajado 
en  los  cimientos  no  es  razón  pierdas  el  edificio: 
no  temas  lo  mal  que  te  ha  ido  en  esta  tierra, 
el  salir  desterrado  della,  confiscados  los  bienes 
ni  las  demás  cosas  que  el  demonio  te  pondrá 
ante  los  ojos,  sino  la  fortaleza  de  los  santos.  Y 
si  algún  día  me  decías  que  es  grande  gloria  ser 
mártir,  y  que  deseas  morir  por  el  Señor  y  otras 
cosas  de  que  yo  me  edificaba,  pues  no  te  haga 
desfallecer  cosa,  que  de  mi  parte  yo  te  prometo 
firmeza  en  la  fe,  gran  constancia  en  todo  lo  que 
fuere  de  su  guarda  y  en  favorecerte,  y  cuando 
más  no  pueda,  ¿qué  mayor  gloria  sino  que  am- 
bos muramos  mártires  y  seamos  los  primeros 
desta  tierra?  Todo  esto  te  digo  para,  que  vuel- 
vas. Injerto  de  árbol  amargo  soy;  mira  que  ha- 
bré menester  ayuda,  y  aunque  se  queden  aquí 
estos  padres,  y  conozco  fortaleza  y  santidad  del 
padi'e  Alfonso,  con  todo  eso  soy  planta  tuya, 
humilde  gusanillo  del  Señor;  susténtame  con 
su  palabra;  y  con  esto  me  despidió  y  no  quiso 
respuesta.  Dijo:  Hazme  una  memoria  de  tu 
mano  para  lo  que  se  ha  de  pedir  al  rey  acerca 
del  convento,  y  traza  dónde  será  la  iglesia,  que 
yo  haré  otra  esta  noche,  y  ven  por  la  mañana. 
Fuime  dando  gracias  al  Señor  de  ver  tanto  va- 
lor cristiano  ya  en  el  pecho  desta  mujer.  Hici- 
mos aquella  noche  memoria  de  lo  que  habíamos 
de  pedir.  Concediólo  el  rey  por  las  palabras  si- 
guientes: 

«El  Rey. — Hago  saber  á  cualquier  de  vos 
en  su  estado  cómo  á  estos  nuestros  reinos  llegó 
un  forastero  cristiano,  bonzo  de  su  ley,  y  ha- 
biendo sido  acordado  que  mi  hermana  casase 
con  forastero,  de  su  mala  crianza  en  no  humi- 
llarse á  nuestros  jueces  y  virrey,  sacamos  ser  de 
nuestro  linaje;  [lo]  llamamos  á  esta  nuestra  ciu- 
dad de  Guanci,  y  tratado  el  casamiento  fue  leal 
en  no  engañar,  porque  en  su  ley  no  se  casan  lus 
bonzos,  como  acá  los  nuestros  del  yermo.  No- 
tificó se  le  dejase  su  fe;  no  quiso  ni  estimó  co- 
rona. Púsose  en  pleito  y  según  nuestra  sacra 
ley  falló  nuestro  Consejo  que  debía  de  ser  des- 
terrado y  confiscados  sus  bienes,  sin  otra  culpa, 
sino  por  lo  que  los  estados  y  linajes  podrían 
decir.  Todo  tuvo  entera  ejecución.  Resultó  que 
la  señora  reina,  considerando  ser  mortal,  esco- 
giese para  salvarse  y  ir  arriba  á  gozar  de  Dios 


PEDRO  ORDOÑEZ  BE  CEBALLOS 


357 


que  nosotros  no  conocemos,  que  es  el  mismo 
que  los  cristianos  adoran,  baptizarse;  y  este  ex- 
tranjero, que  se  llama  el  padre  Pedro,  la  ense- 
ñó, baptizó,  j  juntó  á  otras  ciento  y  decisiete 
mujeres  y  noventa  hombres,  y  casi  todos  los 
más  de  nuestro  linaje  y  del  segundo.  Fue  pe- 
dido por  la  señora  María  y  por  todas  las  demás 
sus  damas  y  demás  cristianos  iglesia,  y  lo  de- 
más que  parece  por  su  memorial  que  aquí  irá 
escrito,  Y  Nos,  visto  ser  justo,  pues  quien  ayer 
era  reina  y  podía  en  su  reino  hacer  su  voluntad, 
y  della  por  dejación  que  hizo  en  el  padre  Pedro, 
de  su  reino,  islas  y  mar,  y  el  padre  Pedro  en  Nos, 
le  concedemos  nuestro  alcázar  fuera  de  los  mu- 
ros desta  ciudad  de  Guanci;  y  decimos  ser  poco, 
pues  á  quien  nos  dio  tantos  palacios   poco  es 
darle  uno,  y  así  se  lo  concedemos  para  siempre 
jamás,  con  todas  las  huertas  y  campos  hasta  la 
cerca,  y  por  ser  para  monesterio  de  recogidas 
doncellas  y  buenas  viudas,  con  santas  criadas, 
padres  sus  prelados,  y  de  todos  los  demás  cris- 
tianos que  al  presente  hay  y  hubiere  en  nuestros 
reinos,  y  para  su  sustento  y  de  su  obispo,  curas 
y  demás  ministros,  y  para  sustentar  sus  pobres 
en  casas,  y  curallos  en  hospitales,  les  señalamos 
las  rentas  que  los  dichos  palacios  tienen  para 
sus  fábricas,  huertas  y  campos  para  frutas  y  pa- 
nes, y  más  le  señalamos  el  campo  de  nuestro 
soto  de  la  otra  banda  del  río  hasta  la  falda  del 
monte,  para  que  los  cristianos  que  quisieren  por 
estos  diez  años  hagan  casas  y  pueblo  en  el  sitio 
que  la  señora  María  les  señalare,  y  de  la  punta 
del  monte  con  árboles  les  damos  para  ganados 
hasta  la  junta  de  los  ríos,  y  por  la  parte  abajo 
jurisdición  hasta  el  arroyo  blanco.  Y  más  le 
señalamos  el  aduana  de  los  vasos  cargados  que 
suben  y  bajan  por  este  gran  río,  y  todos  los 
juncos  de  la  laguna  grande,  y  para  vasos,  y  que 
en  todo  lo  uno  y  otro  sea  para  siempre  jamás 
ley,  mandato  irrevocable,  sujeto  al  ordinario  y 
no  á  otro  género  de  bonzo  de  su  ley,  aunque 
sean  los  por  Nos  llamados  padres  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús,  sino  á  obispo,  clérigos  y  á  las  di- 
chas monjas,  y  nuestra  ciudad  les  labrará  las 
casas  á  los  que  se  poblaren  si  fuesen  pobres,  y 
si  en  mediada  hacienda  hasta  sacar  los  cimien- 
tos, y  á  los  ricos  con  los  materiales  al  pie  de  la 
obra,  y  de  proveer  de  oficiales  para  las  dichas 
aduanas,  y  [los]  demás  que  necesarios  fueren 
desde  el  mayor  hasta  el  menor  los  proveerán  la 
priora  y  doce  discretas  del  dicho  convento,  y 
señalando  en  cada  oficio  dos  libremente  sin  que 
nadie  se  entremeta,  escogerá  su  obispo  ó  prela- 
do, que  fuere  el  uno,  y  juntos  le  darán  su  paten- 
te, quedando  en  las  cosas  de  justicia   sujetos 
todos  los  legos  á  la  justicia  mayor  que  se  nom- 
brare del  dicho  pueblo,  que  tendrá  el  nombre  del 
dicho  convento,  y  las  de  los  eclesiásticos  á  su 
obispo  ó  prelado,  sin  sujeción  los  unos  ni  los 


otros  á  Nos  ni  á  nuestros  inferiores,  si  no  fuere 
en  crimen  lesee  maiestatis,  y  en  la  voz,  sonido, 
jurisdición  de  nuestros». 

CAPITULO  XVI 

En  que  se  contienen  otros  dos  memoriales  que 
concedió  el  rey  de  Cochinchina  en  provecho  y 
bien  de  los  cristianos. 

Pasaron  adelante  las  concesiones  que  el  rey 
hizo,  y  así  hizo  otros  dos  memoriales  del  tenor 
siguiente: 

«En  quince  de  junio  de  la  Natividad  de  Jesús 
de  1592  la  señora  María  pide  á  Su  Majestad 
que  le   dé  estas  casas  de  su   nacimiento  para 
convento  de  monjas  de  Nuestra   Señora  de  la 
limpísima  Concepción,  con  sus  huertas  y  tie- 
rras hasta  la  cerca,  rentas  para  este  convento, 
para  un  obispo  que  habrá,  clérigos,  curas,  bene- 
ficiados, cabildo,  deán  y  canónigos,  capellanes, 
sacristanes,  ministros  desta  iglesia  y  de  las  de- 
más que  se  hicieren,  casas  de  pobres,  hospitales, 
jurisdición  para  este  convento,  obispo  y  justi- 
cias, sin  ser  sujetas  á  las  desta  ciudad,  el  campo 
de  la  otra  banda  y  sierras,  y  ganados  reales  que 
hay,  sotos,  casería,  palacios,  huertas,   madera, 
juncos  y  aduana,  y  por  diez  años  población,  to- 
das las  obras  que  se  hicieren  á  costa  desta  ciu- 
dad, obra  ordinaria  con  fábrica  en  la  iglesia, 
casa  de  obispo  en  la  contrabanda,  y  en  esta  ca- 
bildo, cárcel,  hospital,  parroquias,  estanques  y 
alameda,  casa  colegial  de  doce  viviendas  para 
doce  canónigos  y  otras  cinco  para  deán  y  dig- 
nidades, todo  lo  necesario  por  diez  años.  A  pe- 
dimiento  deste  convento  y  de  su  vicario,  una 
muralla  al  cabo  deste  palacio  por  la  parte  de  su 
plaza,  con  sus  soldados  de  la  parte  de  afuera 
con  una  capitanía  que  entre  de  guardia;  la  puer- 
ta de  la  ciudad  de  palacio,   con  seis  porteros 
cristianos,  con  plena  jurisdición  para  dejar  en- 
trar ó  no  dejar  á  quien  mandare  el  vicario  y 
priora;  ornamentos,  cálices,  campanas,  custo- 
dias, pilas  y  demás  cosas  necesarias  de  la  igle- 
sia y  convento  de  dentro  y  fuera,  y  demás  mer- 
cedes Reales  que  conceda  Su  Majestad  del  rey 
nuestro  señor,  la  señora  reina  su  madre,  la  cris- 
tianísima reina  María.  Todo  lo  cual  se  concede 
á  Sus  Majestades  y  más  que  si  en  otros  tiem- 
pos los  reyes  pasaren  para  sí  alguna  cosa  de  las 
así  concedidas,  desde  luego  hace  Su  Majestad 
en  el  dicho  convento,  pueblo  y   demás  tierras 
enajenación  perpetua  para  que  se  pueda  poblar 
en  cualquiera  de  las  ciudades  de  los  reinos  y 
señoríos  de  la  señora  reina  María,  desde  la  ciu- 
dad de  Bicipuri  hasta  el  fin  del  cabo  de  Cicir  y 
sea  suyo  aquel  reino,  que  desde  luego  para  en- 
tonces tornó  la  acción  á  la  dicha  señora  reina 
Doña  María,  y  que  como  cosa  suya  lo  mande  al 


358 


autobiografías  y  memorias 


dicho  convento,  y  lo  que  es  fuero  de  justicia 
sea  suyo;  y  si  las  fuerzas  de  los  grandes  reyes 
destos  reinos  no  la  dejaren  poseer  en  conciencia, 
como  cosa  suya,  le  sean  obligados  á  darle  las 
dichas  rentas;  que  por  esto  que  se  le  ha  conce- 
dido, y  lo  que  en  estos  dos  meses  se  le  conce- 
diere, acepto  el  dicho  reino,  y  de  otra  manera  no. 

3)Concede  Su  Majestad  la  señora  reina  ma- 
dre que,  por  ser  su  patrimonio  el  dicho  reino  de 
Cicir  y  conquista  de  los  Laos,  que  las  gracias 
que  el  rey  su  hijo  hiciese  sobre  el  dicho  reino 
las  aprueba  y  las  concede,  y  hace  gracia  irrevo- 
cable á  la  reina  su  hija  para  que  siempre  val- 
gan. La  señora  reina  María  acepta  la  gracia  de 
la  reina  su  madre;  y  asimismo  las  hechas  á  los 
cristianos,  al  convento  y  pueblo  de  la  limpísi- 
ma Concepción  de  Nuestra  Señora  la  Virgen 
María.  Y  desde  luego  para  siempre  jamás  re- 
tiene en  sí  las  dichas  donaciones,  y  nombra 
por  su  heredero  al  dicho  convento,  obispo,  vi- 
cario, pueblo  y  demás  cristianos  que  son  y  fue- 
ren en  tistos  dos  reinos  de  Cochinchina  y  Cham- 
paá  la  Alta,  y  hace  donación  irrevocable  de 
todo  lo  dicho  á  los  hospitales,  colegios,  casas 
de  pobres,  fábricas,  salarios  de  justicias,  á  dis- 
tribución del  padre  que  aquí  estuviere  y  de  la 
abadesa  priora  que  es  ó  fuere  deste  convento 
después  de  nuestros  días,  á  los  cuales  para 
siempre  jamás  nombro  por  mis  herederos;  y  en 
justicia  y  conciencia  los  reyes  que  sucedieren 
no  lo  puedan  quitar;  y  asimesmo  acepto  y  con- 
cedo todas  las  demás  gracias  y  privilegios  que 
ad  perpetuam  reí  memoriam  en  estos  dos  meses 
se  concedieren.  Y  acepto  todos  los  demás  de 
allí  adelante  y  todos  los  concedidos,  y  Nos  los 
reyes  lo  firmamos  de  nuestros  nombres  con  los 
sellos  de  nuestros  despachos». 

Fe,  secretario  de  gobierno  y  de  hacienda  con 
mi  sello,  signo  ordinario.  Testigos,  doce  Gran- 
des, firmas  en  sus  sellos,  y  estaban  tres  sellos 
de  los  nombres  de  los  reyes  y  los  doce  de  los 
testigos,  y  el  del  secretario,  porqiie  así  firman 
en  un  sello  de  sus  armas,  y  á  la  redonda  tiene 
el  nombre. 

Llegó  este  díaá  decisiete  de  junio  un  embaja- 
dor del  reino  de  Camboja,  del  hermano  del  rey, 
que  me  parece  que  era  gobernador  de  aquel 
reino  por  su  hermano,  que  era  mocito  de  doce  á 
catorce  años,  y  era  habido  de  otra  mujer  que  la 
propia.  Pedía  licencia  para  venir  y  el  beneplá- 
cito de  la  princesa.  Llamóme  este  día  y  la  ha- 
llé sentada  en  la  sala  grande,  que  fue  de  tanta 
alegría  para  mí  que  el  corazón  y  todo  el  cuerpo 
me  temblaba  y  aun  parece  que  todos  mis  hue- 
sos decían  al  Señor  con  David:  ¿Quién  hay  se- 
mejante á  vos,  Señor?  y  esto  por  ver  las  mara- 
villas que  obraba  en  esta  mujer.  Hállela  vesti- 
da de  blanco  con  su  escapulario  y  velo,  al  uso 
de  las  monjas  nuestras.  Entré  y  díjele:  Paréce- 


me,  señora,  que  veo  en  vos  á  una  de  las  santas 
monjas,  á  una  Santa  Catalina  ó  Santa  Clara. 
Dijo:  Has  de  saber  que  quiero  delante  de  ti 
dar  una  respuesta  á  un  embajador,  y  luego  le 
responderás  tú,  como  nuestro  vicario.  Mandóme 
sentar  en  una  silla,  y  á  los  dos  padres  asimes- 
mo. Entró  un  mulatazo  como   un  gigante  y 
dijo:  Señora,  el  gobernador  del  gran  reino  do 
Camboja,  hermano  del  rey  de  dicho  reino  y  del 
de  Siam,  señor  del  mar  y  islas  y  de  la  conquista 
de  los  Laos,  como  gente  bárbara  te  envía  por 
mí  salud;  ya  sabrás  cómo  en  las  paces  pasadas 
que  se  hicieron  con  su  reino  por  ti  se  le  conce- 
dió licencia  para  venir  y  casar  contigo;  pide  se 
le  cumpla.  La  reina  dijo:  Mensajero,  aunque      3 
tu  embajada  va  muy  añadida  á  la  verdad,  dirás 
á  tu  rey  que  yo  soy  cristiana   y  monja  deste 
hábito  y  no  puedo  ser  casada,  que  me  perdone, 
y  mire  que  siendo  yo  de  la  decendencia  de  los 
dioses  que  vosotros  adoráis  y  yo  adoraba,  es  su 
intento  contra  el  precepto  del  dios  rey,  pues 
siendo  natural  no  podía  casar  conmigo.  Y  que 
así  por  lo  que  él  es  bueno,  según  su  fama,  ha- 
llará hartas  mujeres,  que  yo  no  puedo  ser  ca- 
sada, y  este  padre  es  mi  prelado  y  te  responde- 
rá lo  demás.  Yo  le  dije:  Di  al  gobernador  que 
lo  que  dice  la  señora  María  es  la  verdad,  y  que 
le  juro  como  sacerdote  de  mi  ley  que  no  puede 
ser   casada  por  haber   prometido    castidad  á 
Nuestro  Señor  Jesucristo.  Quiso  tornar  á  ha- 
blar, y  el  general  le  dijo  que  callase,  porque 
si  traía  más  que  decir  había  de  ser  al  rey.  Pa- 
rece que  se  enojó  y  dijo  que  á  él  no  le  manda- 
ban callar  en  salas  de  emperadores  y  reyes,  y 
que  traía  mandato  para  desafiar  á  todos  cuan- 
tos contradijesen  el  casamiento;  que  si  fuese  el 
rey,  lo  desafiaba  el  suyo;  gobernador  y  de  allí 
abajo,  él  desafiaba  al  general  por  haberle  man- 
dado callar  y  á  aquel  padre  por  estorbar  el  ca- 
samiento, y  á  todos  los  que  le  contradijesen 
uno  á  uno,  y  por   acabar  más  presto  á  todos 
juntos.  Yo  me  levanté  y  pedí  licencia  á  la  rei- 
na para  responder.  Estaba  ya  la  sala  por  las 
paredes  llenas  de  arcabuceros,  y  á  él  le  habían      \ 
apartado  abajo  y  avisado  al  rey;  y  en  un  punto 
se  tocó  al  arma  y  dispararon  una  pieza,  cala- 
ron las  mechas  y  encaráronle  todos  los  arcabu- 
ces; pasándose  á  una  banda,   entró  el  rey  y 
dijo  que   se  estuviesen  quedos.  Levantóse  la 
reina  y  habló  con  él  y  le  contó  todo  lo  que  pa- 
saba, hasta  el  punto  que  yo  me  levanté  y  dije 
que  quería  responder.  Llamólo  el  rey  abajo  de 
los  escalones  y  di  jóle:  Si  no  fueras  embajador 
yo  te  hiciera  que  en  piezas  salado  te  llevaran  á 
quien  te  envió.  ¿No  sabes  que  cuando  tenía  la 
armada  del  gran  chino  y  todos  vosotros  jamás 
temí  á  nadie,  y  que  me  pidieron  paces,  y  yo  no 
á  vosotros,  y  me  pagaron  los  gastos,  tornaron 
islas?  ¿cómo  agora  hablas?  ¿No  sabes  la  pena 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


359 


del  desacato  desta  sala,  y  más  estando  la  reina 
mi  hermana  en  su  asiento?  Tomó  entonces  á  su 
hermana  de  la  mano,  y  se  entró.  Yo  quedé  allí 
y  le  dije  que  lo  que  yo  le  quería  responder  era 
certificarle  que  todos  los  desafíos  del  mundo 
no  eran  parte  para  que  la  reina  se  casase,  aun- 
que vencieran,  porque  no  estaba  en  los  venci- 
mientos ni  tuerzas,  sino  en  que  no  podía  ser 
casada,  y  así  que  se  reportase  y  tornase  con  la 
respuesta.  Dijo  que  sí  haría  y  así  se  salió  fue- 
ra. Había  venido  Pedro  de  Lomelín,  y  estaba 
fuera  de  palacio,  y  así  como  salió  dijo:   ¡Vála- 
me  Dios,  y   si  hubiera  de  llevarse  por  desa- 
fío, cómo  erraba  el  embajador!  Como  todos  le 
hacían  cortesía  y  Pedro  de  Lomelín  no  la  hizo, 
preguntó  lo  que  decía,  y  dijóselo  la  lengua.  En 
llegando  á  su  posada  sacó   un   salvoconduto 
para  desafío  y  diólo  á  un  secretario  y  lo  llevó 
al  rey.  Ventilóse  aquel  día,   y  respondiósele 
que  señalase  embajador,  como  decía  allí  su  rey, 
y  luego  desafiase.  Hízolo  así,  y  luego  envió  á 
desafiar  á  tres  como  él  los  fuese  nombrando, 
acabado  el  uno  al  otro.  Determinóse  que  riñese 
con  tres;  pero  no  los  que  él  quisiese,  sino  los 
que  saliesen,  cada  semana  uno  en  la  plaza  ante 
palacio.  El  precio  fuese  la  honra  y  hacienda  de 
los  vencidos,  y  de  su  parte  sólo  tenerle  por  co- 
barde hablador.  Armas  las  que  trajese  el  que 
viniese.  Comenzóse  á  los  cuatro  días;  salió  uno 
armado  á  su  usanza  y  con  dos  espadas  anchas 
y  rodelas  aceradas.  Fueron  jueces  el  embajador 
que  él  señaló  por  él,  y  por  el  aventurero  otro 
gran  señor  que  venía  con  él.  Por  no  ser  de 
nuestra  historia  contar  todo  lo  que  hubo,  digo, 
en  suma,  que  riñeron  y  batallaron  todo  el  día 
hasta  la  noche  y  no  se  vencieron.  Diéronlos 
ambos  por  buenos.  Di  jome  Pedro  de  Lomelín 
que  de  los  dos  desafiados  era  él  el  uno,  porque 
se  lo  había  enviado  á  decir,  y  el  otro  fue  el  ge- 
neral, que  era  el  que  había  salido,  porque  se 
descubrió  á  Pedro  de  Lomelín,  y  que  al  otro 
que  desafiaba  era  á  mí,  y  que  ya  se  le  había 
respondido  que  los  sacerdotes  no  pelean,  y  que 
dijésemos  que  él  había  de  salir.  Ya  se  había 
confesado  aquella  mañana.  Recibió  el  Señor  de 
mano  del  padre  Alfonso.  Yo  quise  estorbarlo  y 
me  pareció  dar  cuenta  á  la  princesa,  que  se  la 
di,  y  me  respondió:  Haz  lo  que  te  pareciere. 
Pero  digo  yo  que  á  nosotros  que  estamos  dedi- 
cados á  Dios  mejor  es  oir,  ver  y  callar.  Envió- 
selo  á  decir  con  el  pajecillo,  y  así  salió  en  cuer- 
po sin  armas  sólo  con  un  coleto  de  ante,  y  otro 
para  el  mulato  y  dos  espadas  solas.  Díjome  el 
maestro  de  armas  que  lo  viese.  Yo  respondí: 
Sus  Majestades  lo  verán  y  vuestra  merced  me 
lo  contará.  Salieron  fuera  el  rey  y  su  madre; 
por  una  ventana  de  una  celogía  lo  miró  la  prin- 
cesa y  yo  parados.  Entróse  á  poner  el  coleto  y 
debajo  calóse  una  cota  fortísima;  salió  y  tomó 


su  espada  y  dijo:  ¿Habernos  de  matarnos  ó  no 
más  de  vencernos?  Dijo  Lomelín  á  la  lengua: 
Dile  que  lo  que  quisiere.  Dijo:  Pues  yo  no  quiero 
más  de  vencerte,  y  tú  vénceme  y  mátame.  Dijo 
Lomelín:  No,  sino  al  contrario.  Partieron  y 
Lomelín  tomó  en  su  pensamiento  darle  una 
herida  en  el  rostro  para  espantarlo,  y  así  fue 
que  luego  se  la  dio  en  un  carrillo.  Tornóse  á 
apartar  y  dijo  á  la  lengua:  Dile  que  todas  las 
veces  que  emparejare  con  él  lo  tengo  que  herir 
á  do  quisiere  yo,  para  que  vea  que  no  es  va- 
liente, y  alia  va  al  otro  carrillo.  Partió  y  diole 
otra  en  el  otro.  Díjome  la  reina:  ¿Pues  deste 
hombre  tenías  pena?  otra  vez  le  dará  en  la  boca 
y  lo  matará.  Tornaron  otra  vez,  y  púsole  la  es- 
pada en  la  frente,  y  dijo  recio:   Si  yo  quisiera, 
saliera  á  la  otra  parte.  Fuese  á  apartar  y  en  un 
salto  entró  con  él  y  le  dio  una  herida  en  el 
hombro  izquierdo  bien  grande,  y  fue  sobre  él 
con  una  y  otra   sin  dejarlo  apartar,  que  pro- 
meto nos  pesaba  ya  el  verlo.  Diole  otra  herida 
pequeña  en  el  hombro  y  otra  en  la  cabeza.  Re- 
formóse y  entróse  con  él  y  diole  una  tan  gran- 
de estocada,  que  la  espada  se  le  quebró,  y  dijo 
entonces:  Cota  trae.  Quedó  algo  desalentado. 
Mandaron  los  jueces  que,  pues  traía  el  contra- 
rio cota,  que  le  diesen  á   Pedro  de  Lomelín 
otra   espada,  y  al  momento  se  la  arrojaron. 
Arremetió  el  mulato  y  la  cogió;  fuele  la  vida  á 
Pedro  de  Lomelín,  porque  se  embarazaba  con 
ambas,  y  así  arrojó  la  una.  Retiróse  hacía  allí 
Pedro  de  Lomelín,  y  él,  porque  no  la  cogiese, 
le  daba  tanta  priesa  que  ya  el  resuello  se  oía. 
Pedro  de  Lomelín  sólo  se  defendía,  porque  no 
podía  con  un  tercio  de  espada  hacer  cosa,  y 
quería  cansarlo;  y  cuando  lo  sintió  algo  flojo 
cerró  con  él  y  le  dio  una  grande  herida  en  el 
brazo  derecho.  En  este  medio  tiempo  tuvo  lu- 
gar Pedro  de  Lomelín  y  cogió  la  espada.  En- 
tonces dijo:  Ahora  veré  si  te  aprovecha  la  cota. 
Púsose  con  él,  y  al  alzar  de  la  espada  le  dio 
una  herida  por  junto  á  la  muñeca  que  pasó  el 
brazo  por  tres  partes,  y  la  espada  quedó  tan 
clavada  que  después  se  trabajó  harto  en  sacár- 
sela, y  le  quitó  la  que  tenía  en  la  mano.  El 
mulato  se  abajó  y  tomó  con  la  mano  derecha  la 
media  espada  que  había  dejado  Pedro  de  Lo- 
melín, y  dijo  á  voces:  Llama  la  lengua.  Vino, 
porque  andaba  allí  para  que  se  pudiesen  enten- 
der, y  dijo:  Pedro  de  LomeUn,  que  si  quieres 
que  no  me  dejes  con  vida,  pues  soy  tan  cobar- 
de. No  me  has  vencido  por  ánimo,  sino  por 
más  saber.  Dijo  Pedro  de  Lomelín:  Dile  que 
no  lo  he  de  matar,  sino  sólo  mancarle.  Tornó 
para  él  y  diole  otra  estocada  en  el  otro  brazo 
que  le  quebró  la  canilla.  Levantóse  el  rey;  to- 
caron un  clarín.  Vino  Pedro  de  LomeUn  y  la 
lengua  á  los  jueces  y  dijo  que  si  era  vencido 
aquél.  No  le  respondieron,  y  así  dijo:  Diles 


360 


autobiografías  y  memorias 


que  como  ha  vencido  lo  dejo,  y  á  ellos  los  re- 
cuso por  no  responderme.  Tornó  j  el  otro  se 
había  sentado,  que  se  desangraba,  y  Pedro  de 
Lomelín  también.  Fueron  y  en  el  campo  los 
curaron.  Vínose  hacia  las  ventanas.  Ilabía  di- 
cho la  reina:  Pedro  de  Lomelín  será  el  venci- 
do. Al  llegar  que  hizo  el  acatamiento,  dijo  ella: 
Sol  hay.  Tornó  corriendo  como  un  gamo.  Asió- 
se del  mulato,  que  aun  no  lo  habían  acabado 
de  curar,  y  echósele  á  cuestas  y  corriendo  lo 
sacó  hacia  la  ciudad  por  la  puerta  y  le  dejó  en  el 
arco  de  la  calle  y  se  tornó  á  la  puerta.  A  él  lo 
subieron  á  su  alojamiento.  Tornó  á  preguntar 
si  era  vencido.  No  le  respondieron,  sino  que  le 
dieron  de  mano  que  se  fuese.  Tomó  una  silla 
de  las  guardas  de  la  puerta  y  trájola  al  medio 
de  la  plaza  y  se  sentó.  Mandó  el  rey  llamarlo, 
y  dijf):  Vencedor  eres;  pedido  se  me  ha  por 
aquel  bárbaro  que  seas  vencido.  Vete  y  venir- 
se ha  él  al  campo.  Entróse  allá  dentro  y  le  tor- 
naron á  curar,  y  el  otro  se  vino  y  se  sentó  en 
la  silla  hasta  puesta  del  sol,  que  por  poco  le 
costara  la  vida.  Diéronlo  por  vencedor  y  más 
valiente,  y  á  Pedro  de  Lomelín  por  no  vencido 
y  más  diestro. 

En  aquellos  días  hubo  grandísimas  fiestas. 
Hizo  el  rey  mucha  honra  á  Pedro  de  Lomelín. 
Todos  los  días  comía  con  el  General,  ambos 
solos.  No  estuvimos  en  aquel  tiempo  ociosos, 
porque  se  hizo  la  iglesia  quitado  aquel  suelo, 
pintadas  las  paredes  de  la  vida  y  milagros  de 
Cristo.  Hízose  el  coro,  el  altar  mayor,  á  do  era 
el  asiento  del  rey,  en  el  descanso  grande,  y 
como  había  tres  gradas  fueron  bajando  otras 
dos,  y  luego  otro  descanso  grande,  y  luego  otros 
cinco.  En  este  descanso  se  hicieron  los  altares 
colaterales  y  se  puso  un  Cristo  que  traíamos, 
aunque  era  pequeño,  y  de  la  otra  banda  la  ima- 
gen de  Nuestra  Señora.  En  el  altar  mayor  se 
puso  los  doce  Apóstoles  que  yo  traía,  y  otras 
imágenes,  de  que  hicimos  un  retablo.  Hubo  tres 
capillas  de  cada  lado.  Debajo  se  hizo  hueco  para 
entierro  de  los  reyes.  Hízose  sacristía  y  todo  lo 
demás  necesario.  Hízose  también  un  torno,  tres 
locutorios  bajos  y  cinco  altos.  En  los  tres  apo- 
sentos que  había  estaban  los  padres  y  sus  cria- 
dos, que  venían  á  estar  un  poquillo  apartados 
de  la  puerta  de  la  iglesia.  Pusimos  una  cruz 
muy  galana  ante  la  puerta  y  su  peana  con  cinco 
gradas.  El  día  dichoso  y  feliz  de  la  gloriosa 
Santa  Ana  tomaron  los  velos  cincuenta  y  una 
monjas,  que  ya  se  les  había  puesto  olio  y  crisma. 
Este  día  se  soltó  toda  la  artillería  desde  las 
vísperas,  y  se  hizo  procesión  alrededor  de  la 
plaza. 

Dije  la  primera  misa  y  tomé  posesión  de 
aquella  casa,  y  el  rey  se  holgó  de  ver  las  cere- 
monias. Votaron  todas  las  monjas.  Hicieron 
procesión  este  día  en  la  tarde.  Púsosele  olio  y 


crisma  á  la  señora  reina  y  se  baptizaron  muje- 
res deciocho.  Todos  los  días  tenían  los  padres 
una  hora  de  predicación  por  la  mañana  y  otra 
por  la  tarde.  Tenían  ya  cinco  muchachos  que 
sabían  las  oraciones  y  las  enseñaban.  Todos  se 
ocupaban  en  hacer  lo  propio,  porque  las  unas 
mujeres  á  las  otras,  y  los  hombres  también  se 
enseñaban  unos  á  otros  con  grandísimo  feí'vor 
y  celo.  Pasaron  los  reyes  un  día  destos  á  la  otra 
banda,  y  miraron  el  lugar,  y  el  rey,  en  nombre 
del  convento,  fundó  el  pueblo,  y  se  llamó  del 
propio  nombre.  Cuando  vino  la  señora  priora, 
que  ya  no  quería  que  la  llamasen  sino  la  señora 
María  ó  la  señora  priora,  me  lo  dijo,  y  que 
pasase  allá  y  tomase  posesión.  Escribíase  todo 
lo  que  se  hacía  en  su  lengua. 

CAPÍTULO   XVII 

De  cómo  se  pobló  el  lugar  que  dio  el  rey  para 
cristianos.  Trato  en  el  mi  destierro  y  lo  que 
antes  se  hizo  conmigo. 

Después  de  todo  lo  dicho  para  crecer  la  de- 
voción y  aumentarse  el  deseo  de  baptizarse,  en 
un  día  se  baptizaron  sesenta  y  dos  hombres,  y 
sólo  hubo  tres  de  la  tierra.  De  Pegú  había  mu- 
chos y  de  las  montañas  Laos  fueron  treinta  y 
siete,  y  los  demás  chinos.  A  éstos  se  repartió 
los  sitios  del  pueblo,  y  hicieron  casas  de  madera 
y  de  paja.  Nombróse  por  gobernador  y  justicia 
mayor  un  hijo  de  Polonia,  la  parienta  de  la 
señora  priora,  que  aunque  no  tenía  más  de 
quince  años  era  muy  buen  cristiano.  Hicieron 
cuatro  regidores  anuales,  alguacil  mayor  y  alfé- 
rez Real  con  votos  en  Cabildo,  porque  lo  ordené 
yo  al  uso  de  nuestra  España,  y  dos  alcaldes  de 
la  Hermandad,  tres  escribanos,  tres  procurado- 
res. Hice  las  ordenanzas  y  otras  cosas,  que 
todo  se  concedió  en  aquellos  dos  meses.  Seña- 
láronse administradores,  mayordomo  y  todo  lo 
demás  necesario.  Daba  el  rey  gran  priesa  á  la 
obra  del  pueblo,  porque  en  el  convento  ya  no 
había  sino  muy  poco  que  hacer;  todo  estal)a 
hecho,  y  la  iglesia  acabada  con  grande  gallar- 
día y  hermosura.  Hizo  la  señora  María  doce 
ornamentos  de  sus  vestidos  por  los  extremos,  y 
todos  cumplidos  para  altares  y  decir  misa,  de 
suerte  que  eran  ternos  enteros.  La  reja  del  coro 
era  azul  y  dorada  de  hierro,  muy  menuda,  casi 
como  celosía.  Tomó  el  hábito  la  señora  abadesa 
y  hizo  la  profesión  con  tanta  gente  que  acudió, 
que  fue  cosa  de  ver;  tanta  música,  tanta  arca- 
bucería, y  se  disparó  dos  veces  la  artillería,  que 
no  se  veía  la  ciudad. 

El  día  de  Nuestra  Señora  comí  en  un  locu- 
torio bajo,  y  ella  por  de  dentro  de  la  reja  y  por 
el  torno  me  daba  lo  necesario.  Entróse  la  reina 
su  madre  dentro  con  ella,  y  prometió  aquel  día 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


861 


de  tornarse  cristiana.  A  lo  que  me  pareció,  ja- 
más vi  al  rey  más  contento  que  aquel  día.  Dije- 
selo  á  la  señora  Doña  María,  y  como  discreta 
me  dio  la  causa,  y  es  que  era  porque  quedaba 
señor  universal,  sin  madre  ni  hermana,  que  eran 
los  que  le  iban  á  la  mano  en  cosas,  y  que  sin 
duda  en  muestra  de  aqueso  había  de  hacer  aquel 
día  mercedes.  Fue  así,  que  dio  á  dos  queridos 
suyos  y  á  los  soldados  y  General  dádivas;  hizo 
caballeros,  dio  una  patente  para  que  fuese  á 
cinco  ciudades  suyas  con  lo  que  se  me  diese,  y 
allí  lo  vendiese,  y  que  fuesen  cinco  navios  en 
conserva  con  nosotros  por  el  de  Camboja  hasta 
dejarnos  en  Malaca. 

Dio  á  Pedro  de  Lomelín  aquella  tarde  en  cada 
pueblo  que  llegase  mil  ducados,  que  fueron  seis 
todos  (como  se  dirá  después) ;  la  señora  María 
nombró  por  lengua  de  aquel  convento  al  paje- 
cillo, y  le  señaló  quinientos  ducados  de  renta, 
y  el  rey  dio  otros  tantos  á  dos  chinos  cantores, 
criados  en  las  Filipinas,  y  á  cinco  de  aquellas 
islas,  que  estaban  de  miiy  antes  cristianos  en 
ellas  y  eran  cantores,  señaló  renta  la  señora 
María,  y  el  rey  otro  tanto.  Dio  á  cada  imo  del 
navio  en  cada  puerto  de  aquéllos  á  veinte  du- 
cados; sólo  á  mí  no  me  libró  cosa.  Pensábamos 
todos  que  enviaba  alguna  cédula  secreta  para 
mí,  y  decían  los  compañeros:  Poco  es  cien  mil 
ducados. 

Hasta  el  día  de  Nuestra  Señora  de  Agosto 
comí  con  la  priora;  canté  la  misa  aquel  día,  que 
fue  la  primera  que  se  había  dicho  cantada,  y  la 
oficiaron  á  canto  de  órgano  los  chinos  y  filipi- 
nos y  el  pajecillo,  porque  era  también  cantor, 
y  sobre  lo  que  tenía,  como  cantó  tiple,  le  dio  la 
señora  Doña  María  docientos  ducados  cada  año 
más.  Después  de  comer  me  dijo:  El  corazón 
me  da  saltos  y  me  dice  que  no  te  he  de  ver  más; 
mañana  te  partes,  y  ninguno  de  todos  nosoti-os 
lo  sabía,  ni  aun  yo.  Ten  paciencia  de  verte  sacar 
así,  dijo,  y  que  te  prendan  esta  noche,  que  todo 
ha  de  ser  por  las  malas  leyes  de  aquel  rey  dios 
que  estos  gentiles  adoran.  Aunque  te  veas  qui- 
tar hasta  el  vestido  no  se  te  dé  nada,  que  todo 
te  lo  volverán;  tres  veces  han  de  hacer  esto  con- 
tigo; hombre  eres,  súfrelo  y  ponió  á  mi  cuenta, 
que  si  tornas  yo  te  lo  pagaré;  vete  á  la  puerta, 
que  quiero  despedirme.  Fui  á  la  puerta  de  la 
sacristía,  y  salió  con  su  velo  ante  la  cara,  y  dijo: 
Nuestro  vicario  eres  hasta  esta  noche,  mánda- 
me quitar  este  velo,  y  di  jome:  Las  postreras 
palabras  serán  estas:  No  te  olvides  de  mi.  Tor- 
nóte á  pedir  que  por  ti  no  quede  el  tornar  acá, 
que  yo  te  doy  la  palabra  de  reina  y  la  de  María, 
como  es  mi  nombre,  que  la  estimo  más,  de  que  si 
vuelves  he  de  hacerte  prelado  de  todos  los  cris- 
tianos destos  reinos.  Haz  por  alcanzar  licencia 
de  Goa  para  uno  de  tres  casos,  como  en  los 
papeles  que  te  darán  después,  porque  como  te 


han  de  despojar  tres  veces  yo  he  ordenado  á  su 
tiempo  que  te  los  den.  Dios  te  dé  salud.  Vete 
con  Dios  y  acuérdate  de  mí  siempre.  Échame 
tu  bendición.  Hincóse  de  rodillas.  Yo  le  dije: 
Señora,  por  el  amor  de  Jesús  y  de  su  madre  os 
quiero  pedir  una  cosa,  que  con  esto  iré  contento 
y  mi  partida  y  trabajos  que  decís  me  han  de 
venir  no  los  sentiré,  y  es  que  vais  en  aumento 
en  la  virtud  y  que  la  santa  fe  católica  la  tengáis 
por  encomendada  con  todos  los  cristianos,  y  que 
los  favorezcáis  y  no  consintáis  que  los  agravien. 
Suplicóos  asimismo  miréis  en  la  honra  debida 
á  los  sacerdotes  de  Dios,  Mirad  lo  que  se  lee 
de  la  Virgen,  que  los  respetaba  y  acataba  con 
mucha  veneración.  Yo  lo  prometo,  respondió. 
Dile  la  bendición;  tomóme  las  manos  y  las  besó, 
y  todas  las  monjas  hicieron  lo  mesmo  y  se  fue- 
ron. Quedó  ella  sola  y  el  pajecillo,  y  me  dijo 
que  si  había  hecho  nombramiento  de  vicario. 
Dije  que  lo  haría  en  el  padre  Alfonso.  Nombra 
el  que  quisieres,  me  dijo,  para  si  hubieres  de 
volver  que  todos  te  obedezcan.  Todos  los  títu- 
los que  no  so  han  dado  por  nombramiento  Real 
he  hecho  que  los  escriban ;  fírmalos  y  envíame- 
los con  el  notario  y  los  demás  papeles  antes 
que  sea  de  noche;  y  si  tienes  algo  que  estimes, 
haz  que  se  embarque  con  el  notario  como  suyo, 
que  él  lo  envía,  y  no  cesas  que  des  nota.  Qui- 
tóse una  sortija  de  un  diamante  riquísimo,  y 
dijo:  El  rey  mi  padre  me  lo  dio;  estímala,  y 
si  llegaren  á  quitártela  di :  La  señora  María  la 
puso  aquí,  porque  la  envía  al  virrey  del  Pirú  y 
mandó  que  no  la  quitéis.  Y  vuélvote  á  decir 
que  aunque  te  veas  despojado,  y  que  te  parezca 
que  no  ha  de  haber  sino  morir,  acuérdate  que 
te  digo  yo  que  son  actos  de  justicia,  y  que  no 
habrá  cosa  que  dure,  y  lo  verás  siempre  que  no 
te  faltara  uno  de  los  tuyos  ó  que  sepa  tu  len- 
gua para  que  te  diga  lo  que  hay.  Vete  con 
Dios  y  quede  contigo  Santa  María,  le  respondí. 

Partime,  y  ella  propia  cerró  la  puerta.  Salí  á 
la  iglesia  y  me  senté  en  una  grada  un  poco, 
porque  no  podía  más,  que  había  sido  tan  de 
repente  que  no  estaba  en  mí.  Vino  el  notario, 
los  padres  y  los  oficiales;  en  la  misma  iglesia 
firmé  los  nombramientos  de  todos  en  original 
y  traslado  que  á  ellos  se  les  daba.  Por  ser  ya 
tarde  me  fui  al  aposento  de  la  muralla,  á  do 
hallé  á  los  compañeros  turbados  porque  les 
había  enviado  á  decir  que  nos  partíamos.  Todos 
se  despidieron  de  mí,  y  yo  dellos  con  lágrimas, 
y  en  particular  los  padres,  que  me  decían,  mo- 
jadas sus  canas  con  lágrimas  y  con  sentimiento 
entrañable:  Padre  nuestro,  amparo  nuestro,  ¿á 
dó  vais?  ¿Cómo  nos  dejais?  Lloraban  tanto,  que 
fue  parte  para  que  hiciese  yo  lo  propio. 

Antes  de  la  oración  soltaron  dos  piezas.  Yo 
estaba  contando  lo  de  la  prisión,  y  á  este  punto 
vino   un   capitán,  que  parecía  un  turcazo,  y 


362 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


treinta  arcabuceros,  y  el  pajecillo,  y  me  echaron 
mano  del  cuello  de  la  sotana  tres  y  me  la  des- 
abrocharon y  me  quitaron  la  ropa,  y  luego  la 
sotana.  Echaron  fuera  á  los  compañeros  y 
luego  quedaron  tres  y  el  capitán,  y  dijo:  Per- 
dona, que  soy  mandado,  y  porque  han  de  venir 
á  dar  fe.  Me  quitaron  todo  el  hato  negro  y  me 
vistieron  de  blanco  á  su  uso.  Atáronme  las 
manos  atrás  y  pusieron  un  capuz  que  parecía 
de  ahorcado.  Trajeron  tres  cadenas:  una  me 
echaron  á  la  cintura,  dos  á  los  pies;  unas  espo- 
sas en  las  manos,  con  una  argolla  á  la  gar- 
ganta. Fue  de  consuelo  para  mí  habérmelo 
dicho  la  señora  María,  que  si  me  cogiera  de 
improviso  lo  sintiera  más.  Llegaron  cuatro 
secretarios  y  me  notificaron  la  sentencia,  la  cual 
me  declaró  el  pajecillo,  que  fue  que  por  el  pleito 
que  se  había  seguido  en  consejo  Real  de  crimen 
lesoe  maiestatis  contra  mí  y  me  habían  vencido 
y  sentenciado  por  dos  sentencias  á  muerte,  y  á 
mis  compañeros,  y  que  en  la  tercera,  por  ha- 
berse probado  que  de  mi  parte  no  hubo  engaño, 
antes  por  no  engañar  lo  i'emití  al  Consejo;  que 
por  quedar  la  señora  princesa  para  siempre  sin 
marido  y  otras  culpas  que  no  declaraban,  y  no 
haber  hecho  reverencia  á  los  virreyes  y  jueces, 
me  condenaban  á  destieiTO  perpetuo  de  aquellos 
reinos  y  á  todos  los  míos,  y  en  confiscación  de 
bienes,  y  que  me  sacasen  de  aquella  manera  de 
aqueste  reino  hasta  embarcarme.  Secrestaron 
todo  lo  que  había,  que  cosa  no  se  había  alzado, 
y  llegando  al  anillo  dije  lo  que  me  habían  dicho, 
y  así  no  lo  quitaron.  Estaba  ya  escuro,  y  llevá- 
ronme al  río,  y  los  secretarios  se  fueron.  Di  jome 
el  capitán  que  si  quería  que  me  tornasen  á  la 
ciudad.  Pedí  encarecidamente  que  no,  sino  que 
caminásemos,  porque  no  quería  que  de  día  me 
sacasen  así.  Trajeron  gente  y  la  cama;  entoldóse 
la  barca,  y  en  popa  me  recosté  y  de  aquella 
manera  me  dormí,  que  no  me  osaron  recordar 
hasta  más  de  media  noche  que  recordé.  Llevaba 
la  barca  tres  faroles.  Díjome  el  pajecillo  que 
había  dormido  bien,  que  ya  estábamos  más  de 
cuatro  leguas  de  la  ciudad.  Llegaron  y  me  qui- 
taron todo  aquello  y  me  dieron  una  ropa  negra 
y  corta,  que  era  una  media  sotanilla  mía.  Páse- 
mela y  ceñíme.  Díjome  el  capitán  que  no  me 
quitase  lo  blanco,  porque  si  venía  algún  juez 
para  ver  cómo  iba. 

Al  amanecer  estaríamos  más  de  diez  leguas, 
habiendo  pasado  aquella  noche  un  pueblo.  Aquel 
día  pasamos  otros  dos,  y  á  la  tarde  llegamos  en- 
frente de  la  ciudad  de  Quibenhu.  Dijo  el  capi- 
tán: Las  otras  barcas  no  han  venido,  ¿qué 
haremos?  Dije:  Si  ha  de  haber  prisiones,  sea 
esta  noche.  Dijo:  No;  es  mejor  por  la  mañana, 
y  en  dando  fe,  partir  luego  al  navio  para  esotra 
fe.  Hice  que  avisasen  al  virrey,  y  luego  fuimos 
á  tierra,  y  el  propio  capitán  fue.   Dijo  el  virrey 


que  echase  luego  las  prisiones.  Tornó  volando 
y  me  lo  dijo.  Entró  el  virrey,  cuatro  escribanos, 
y  dieron  otra  fe.  En  yéndose  me  los  quitaron  y 
vestí  la  media  sotanilla  y  me  fui  á  palacio, 
cené  con  el  virrey  y  me  hizo  grande  honra,  y 
me  dijo  que  si  tornaba  me  había  de  servir,  y 
quera  grande  amigo  suyo  el  otro  virrey  que  yo  | 
sentencié,  á  quien  él  había  sucedido  en  el  cargo. 
y  que  él  me  despacharía  que  me  holgase,  y  que 
para  mejor  me  llevasen  al  navio,  y  luego  me  j 
tornaría  para  dar  la  otra  fe.  Yo  dije  que  no  se  i 
hiciese  así,  porque  en  entrando  en  el  navio  no 
me  daría  gana  de  salir.  Estuve  allí  dos  días  y 
me  hizo  grande  honra  y  regalo  el  virrey.  Salí 
de  allí;  al  amanecer  ya  estábamos  en  el  navio, 
que  pareció  de  consuelo  para  mí.  Llegó  el  juez 
y  dio  otra  fe  de  como  estaba  así.  El  capitán  se 
despidió  y  aquel  día  nos  hicimos  á  la  vela,  que 
ni  yo  sabía  si  tenía  el  navio  pan  ni  agua  ó  qué 
comer.  TodfS  se  holgaron  de  verme  y  hablarme. 
El  capitán  del  navio  me  dijo  que  todas  aque- 
llas noches  habían  traído  agua,  bizcocho,  arroz 
y  muellísima  comida,  que  había  para  dos  meses, 
y  que  habían  traído  la  ropa  y  otra  más,  que  allí 
tenía  las  memorias.  Yo  lo  vi,  y  no  faltó  cosa, 
antes  de  la  ropa  de  la  tierra  había  más  de 
mil  pesos.  El  virrey  me  dio  dos  mil  en  ropa. 
De  suerte  que  sin  la  ropa,  con  todo  lo  que 
habían  tomado,  no  faltaban  cuatro  mil  pesos  de 
oro,  y  en  lo  que  habían  dado  iban.  Surgimos 
en  Picipuri  aquella  noche;  salté  en  tierra  y  fui 
á  la  ciudad.  Salió  un  mulatón,  que  era  el 
A^rrey  y  bravato  soldado;  aposentóme  en  la  casa 
del  campo,  y  estuvimos  allí  hasta  el  fin  de 
agosto;  cobróse  allí  lo  librado  por  el  rey;  es  una 
buena  ciudad  al  parecer;  tiene  treinta  mil  casas; 
tiene  mil  soldados  de  guarnición,  de  á  caballo 
trecientos.  Fuimos  á  las  minas  y  me  holgué  de 
ver  aqiiella  bravosidad.  Di  orden  de  sacar  la 
poquilla  plata  que  se  sacaba  con  azogue  á  pura 
fuerza  y  sin  las  guairas.  Holgáronse  y  me  pre- 
sentaron mil  pesos  de  oro.  Hubo  fiestas;  hici- 
mos lidiar  cuatro  toros,  que  se  quedaron  espan- 
tados porque  jamás  lo  habían  visto,  ni  en  aque- 
lla tierra  se  usa  lidiar  toros,  antes  son  reses  con- 
sagradas entre  ellos. 

Partimos  de  aquel  puerto  que  nos  esperaban 
en  la  mar  seis  navios,  que  habían  de  ir  con  nos- 
otros, y  se  tenía  nueva  que  el  de  Camboja  ade- 
rezaba navios;  y  así  fue  por  General  de  la  mar 
un  virrey  pariente  del  rey  (á  quien  yo  había 
sentenciado  en  Guanci  y  hecho  sus  partes,  por 
un  pleito  grande  que  tuvo  con  otro  virrey)  y  su 
entenado,  para  ir  con  nosotros.  Envióme  una 
barca  grande,  que  es  á  manera  de  zabra,  y  pilo- 
tos que  nos  sacasen.  Partimos  de  allí,  y  como 
son  tan  malos  aquellos  bajíos,  parece  que  se 
tornan,  y  todo  es  culebrear  por  entre  aquellos 
mogotes ;  y  así  dejé  el  navio  y  entré  en  la  zabra 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


363 


hasta  salir  de  aquella  ensenada  á  la  mar,  que 
fue  menester  cinco  días,  y  el  navio  se  estuvo 
nueve  días.  Pasamos  costa  á  costa  tres  islas, 
que  cada  una  tiene  un  puel^lo  no  más,  y  llega- 
mos á  una  ensenada  que  dicen  de  Sinoa,  á  una 
isla  mayor  que  las  pasadas,  que  será  de  cin- 
cuenta leguas  en.  boj;  tiene  un  buen  puerto  y 
tres  pueblos;  hasta  allí  vine  en  la  zabra.  Toma- 
mos puerto  á  quince  de  setiembre,  y  el  General 
que  había  esperado  allí  por  tener  nuevas  de 
cosarios  salió  con  treinta  velas  y  no  había 
vuelto.  Vino  el  otro  día,  y  muy  gozoso,  porque 
había  encontrado  diez  navios  de  un  cosario 
china,  revelado  al  rey,  que  robaba  en  la  mar,  y 
SH  le  había  ido  por  uñas  (como  dicen)  y  le  ha- 
bía cogido  tres  navios. 

CAPÍTULO  XVIII 

A  (lo  trato  del  viaje  que  hice  por  ¡a  costa  de 
Champaa,  las  vistas  qve  tuve  con  el  General 
y  lo  que  dellas  resultó. 

Por  haber  tomado  tres  navios  al  General  del 
enemigo,  y  con  muy  poco  riesgo  suyo,  se  hicie- 
ron grandes  fiestas  y  se  dispararon  muchos 
tiros.  Sacáronse  á  tierra  los  captivos,  que  serían 
seiscientos,  y  se  hizo  procesión  por  la  plaza  del 
pueblo,  que  era  en  el  mismo  puerto;  sería  un 
pueblo  de  tres  mil  casas;  y  después  salió  el 
virrey  (que  así  lo  llamaban  por  haberlo  sido) 
con  grande  acompañamiento,  y  se  fue  derecho 
á  las  casas  de  la  Aduana,  á  do  estaba  yo  alo- 
jado. a4.sí  como  lo  Vide  venir  bajé  hasta  el  esca- 
lera. Envióme  á  decir  que  no  bajase,  y  así  me 
detuve  en  un  descanso.  Allí  llegó,  y  los  brazos 
abiertos  me  dijo  en  su  lengua,  que  me  declaró 
el  pajecillo,  que  siempre  venía  conmigo:  Esté 
con  nuestro  Dios  el  buen  sacerdote  que  me  dio 
vida,  honra  y  hacienda,  y  se  humilló  y  besó  las 
manos.  Yo  me  quise  humillar  hasta  el  suelo;  no 
lo  consintió  ni  que  fuese  al  lado  izquierdo,  sino 
al  derecho,  y  él  un  poco  delante,  que  es  la  ma- 
yor cortesía  de  aquella  tierra. 

Llegamos  á  una  sala  y  todos  los  capitanes 
y  oficiales  se  pusieron  en  pie  destocados  al  re- 
dedor de  la  sala,  y  nosotros  dos  nos  sentamos. 
Preguntóme  si  había  tenido  salud  todo  aquel 
tiempo.  Díjele  que  sí,  para  servirle.  Pregúntele 
lo  propio,  y  hízome  grande  cumplimiento,  di- 
ciendo que  reconocía  tener  la  vida  por  mí.  Dí- 
jele :  Excelente  señor ,  vuestra  excelencia  la 
agradezca  á  Dios,  que  ordena  todo  lo  del  mun- 
do con  su  sabiduría.  Yo  lo  reconozco  así,  res- 
pondió, y  digo  ahora  en  presencia  de  todos 
estos  grandes  capitanes  que  el  Señor  que  todo 
lo  rige  y  ordena  es  el  Señor  Dios  Jesús  (y  se 
levantó  y  hincó  la  rodilla  en  tierra  y  todos  los 
capitanes   por  la  misma  manera)  y  la  señora 

AürOBlOGRAFÍAS    t    MEMORIAS.  — 34 


María  madre  suya;  y  pues  el  virrey  de  Quim- 
benhu  es  cristiano,  yo  lo  seré  de  mano  de  vues- 
tra beatitud  (que  así  me  decían),  y  algunos 
destos  grandes  varones,  que  también  han  oído 
los  sermones  y  saben  las  oraciones:  y  la  señora 
priora  al  partir  me  dijo  que  diese  este  carta  y 
papeles,  y  los  besó  y  me  los  dio.  Recebílos  y 
hice  lo  propio,  y  sin  querer  se  me  arrasaron  los 
ojos  en  agua,  y  bien  vide  que  había  sido  senti- 
do. Díjele:  Pues  vuestra  excelencia  tiene  tanta 
voluntad  de  ser  cristiano,  no  lo  dilate.  Volví  á 
los  capitanes  y  me  levanté  y  les  quité  el  bone- 
te, que  hasta  entonces  no  les  había  hecho  aca- 
tamiento: Y  vuestras  señorías  y  mercedes  aní- 
mense todos,  y  pues  tienen  almas  y  se  ven  que 
son  mortales,  y  que  hay  gloria  y  infierno,  que 
es  el  galardón  ó  castigo  que  todas  vuestras  se- 
ñorías confiesan  en  su  ley,  vayan  estas  almas 
al  premio,  que  es  la  gloria,  á  gozar  del  propio 
Dios,  y  esto  será  por  medio  del  baptismo  y  de 
su  santa  fe  católica  romana.  La  de  los  cristia- 
nos es  la  verdadera  fe,  y  sin  ella  no  habrá  en 
la  otra  vida  premio.  Pues  hay  entendimiento 
en  todos  y  Dios  los  llama,  sálvense;  y  con  esto 
me  asenté,  porque  todos  se  habían  arrodillado. 
Dijo  el  virrey:  Pues  mañana  visitaré  otra  vez 
á  vuestra  beatitud,  vea  los  papeles  y  carta  y  yo 
traeré  memoria  de  los  que  han  de  ser  cristianos, 
y  trataremos  de  otras  cosas,  y  con  aquello  se 
despidieron  y  no  consintió  que  saliese  más  que 
hasta  la  puerta  de  la  sala,  y  allí  se  arrodilló  y 
me  tornó  á  besar  la  mano  y  le  dije:  Vuestra 
excelencia  me  bese  la  mano  por  la  honra  del 
Señor  Jesús,  que  como  á  sacerdote  suyo  se  la 
doy,  y  con  esto  se  fue,  y  yo  me  quedé  con  el 
pajecillo,  que  me  dijo  muchas  cosas  de  las  que 
los  capitanes  habían  dicho  y  más  que  le  haliía 
dicho  el  General  en  una  vez  que  le  habló:  Di- 
rás al  padre  que  por  qué  no  ha  escrito  á  la  reina 
desde  Bicimpuri,  que  mire  no  se  le  olvide,  y 
díselo  en  secreto. 

Otro  día  como  á  las  ocho  llegó  el  General 
y  todos  aquellos  capitanes  y  oficiales  y  soldad(js 
que  habían  de  ser  cristianos  al  lado  derecho,  los 
cuales  serían  sesenta,  y  al  otro  lado  otros  tan- 
tos; traían  sombreros  todos  los  que  habían  de 
ser  cristianos,  que  en  esto  se  conocían.  L>es- 
pués  de  habernos  hablado  con  los  comedimien- 
tos del  día  antes,  me  dijo:  Señor  padre,  quiero 
pediros  una  merced,  y  es  que  no  pase  desta 
tarde  el  que  todos  éstos  que  traen  sombreros  se 
bapticen,  y  yo  mañana,  si  no  es  que  alguno  de 
los  papeles  que  traje  lo  prohiben.  Yo  dije  que 
fuese  así,  y  que  antes  los  papeles  que  había 
traído  se  lo  pedían  encarecidamente,  como  vería 
por  ellos,  pues  se  los  mostraría.  Pregunté  si 
habían  oído  algo  de  la  fe  aqueUos  capitanes.  Sa- 
lieron dos  los  primeros,  como  estaban,  y  vinie- 
ron allí  delante  y  hecho  su  acatamiento  hasta 


364 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


la  tierra  dijeron  al  pajecillo:  Dile  al  padre  que 
todos  los  que  aquí  viniéremos  habernos  oído 
los  sermones  de  los  padres,  y  sabemos  lo  que 
aquí  diremos,  que  es  lo  que  nos  enseñaron  los 
padres  por  lo  sustancial  de  la  fe  y  para  bapti- 
zarnos, y  que  si  faltare  algo  nos  lo  enseñará. 
Habló  el  uno,  apartándose  el  otro  un  poco,  y 
como  lo  iba  diciendo  me  lo  volvía  á  decir  el 
pajecillo.  Lo  primero,  que  de  mi  voluntad  quie- 
ro ser  cristiano.  Lo  otro,  que  tengo  por  cierto 
y  verdadero  que  en  ninguna  ley,  si  no  es  en  la 
de  Jesucristo,  ninguno  se  puede  salvar,  y  para 
esto  es  menester  creerla  y  guardarla;  creer  ca- 
torce artículos  de  la  fe;  guardar  diez  manda- 
mientos. Díjolos  con  otras  oraciones.  Hícele  las 
preguntas  necesarias  y  vide  que  en  todas  ellas 
estaba  muy  bien.  Hice  lo  propio  con  otros.  De 
suerte  que  por  ver  su  buena  disposición,  bap- 
ticé veinte  dellos;  y  habiendo  hecho  un  espiri- 
tual razonamiento,  y  en  particular  al  General, 
fue  él  el  primero  que  se  baptizó,  y  le  puse  por 
nombre  Gregorio,  y  así  se  llamó  don  Gregorio 
Andononita.  De  los  que  bapticé,  los  nueve  eran 
capitanes,  dos  alférez,  dos  sargentos  y  los  de- 
más soldados,  y  todos  aventajados  en  pagas  y 
gente  de  los  tres  linajes. 

Pidióme  el  General  en  qué  parte  le  nombra- 
ban sus  reyes ;  y  así  fue  necesario  satisfacerlo, 
con  las  cartas,  que  la  del  rey  decía: 

Carta  del  rey. 

«El  rey  de  los  reinos  Cochinchina  y  Cecir, 
Tierra  firme,  conquistas  de  los  Laos  y  demás 
naciones  bárbaras ;  rey  del  Archipiélago,  de  is- 
las y  de  la  mar,  al  padre  Pedro,  sacerdote  de  la 
fe  cristiana.  Sabrás,  padre  Pedro,  cómo  tu  par- 
tida sin  verme  fue  para  mí  de  tristeza;  no  te 
quejes  de  mí,  que,  pues  eres  tan  persuasor  de 
que  los  ritos  de  tu  ley  y  cosas  sustanciales 
della  se  guarden,  advertirás  mi  poca  culpa  en 
no  haberte  visto,  pues  mi  ley  me  lo  prohibía. 
Asimismo  te  pido  no  te  quejes  de  mí  por  lo 
poco  que  por  ti  hice  en  mis  reinos,  que  fue  por 
la  misma  razón.  Lo  que  te  pido  es  que  tornes 
acá  pasado  el  tiempo  que  esta  tirana  ley  tiene 
dispuesto,  que  acá  se  ha  visto  después  de  tu 
partida  son  diez  años,  los  cinco  precisos  y  los 
cinco  voluntarios,  que  éstos  te  alzo;  y  de  los 
cinco  también  concedió  el  dios  rey  á  nuestro 
Consejo  los  dos  y  medio,  que  también  se  te  al- 
zan; otro  año  me  es  concedido  para  otro  reino, 
como  no  sea  en  el  que  se  comete  el  delito,  y  así 
te  señalo  todo  el  reino  de  Champaa  para  que 
estés;  sólo  el  año  y  medio  no  me  es  concedido 
y  por  eso  no  te  lo  alzo.  A  mi  cargo  será  lo  que 
te  debo  por  tus  servicios,  descubrimiento  de 
traición,  resignación  del  reino  que  en  mí  hicis- 
tes,  tan  ricos  presentes  con  que  me  serviste, 


tan  valeroso  capitán  como  trajiste  á  mi  reino 
para  el  vencimiento  del  mensajero  de  Camboja, 
y  los  demás  servicios  que  á  mí  y  á  mi  corona 
lias  hecho  tú  y  los  tuyos;  y  así  verás  cómo  te- 
niendo nueva  que  el  de  Camboja  hace  armada, 
cuidé  de  ti  y  despaché  á  mi  tío  Andononita  por 
General  de  la  mar  y  para  que  te  guarde.  Va 
con  deseos  de  tratar  contigo  cosas  á  nos  prohi- 
bidas: el  dar  la  licencia,  tu  ley  dispensa;  haz 
lo  que  más  convenga  al  servicio  de  tu  Dios, 
pues  pienso  que  si  lo  hicieres  lo  mirarás  con 
los  ojos  abiertos.  Aconsejóle  guarde  su  ley,  y 
lo  prohibido  en  ella,  y  si  otra  cosa  hiciere,  él  y 
los  capitanes  y  demás  serán  castigados  con 
todo  rigor.  Bien  sé  que  pues  quitaste  á  mi 
hermana  y  todo  mi  bien  de  mi  ley,  que  también 
me  lo  has  de  quitar  á  él.  Será  para  nuestros 
oídos  secreto  hasta  pasar  el  tiempo  que  lo  po- 
damos oir,  que  entonces  me  holgaré  porque 
parezca  que  ya  que  mi  hermana  escogió  lo  me- 
jor, hay  hombres  graves  y  de  entendimiento 
que  lo  aprobaron  con  escoger  ellos  la  misma 
ley.  Por  los  papeles  que  te  envío  yo  y  la  señora 
María  verás  lo  demás.  Ruégote  me  encomien- 
des á  tu  Dios,  y  á  mis  remos,  y  que  pasen 
presto  los  quince  años,  para  que  el  que  es  cris- 
tiano en  lo  secreto  lo  sea  en  público.  —  El 
Rey.» 

Respuesta  mía  á  la  carta. 

«Al  gran  rey,  emperador  de  Cochinchina, 
Champaa,  islas  y  Tierra  firme,  conquistas  de  los 
Laos  y  reinos  de  Pegú,  Siam,  Camboja;  señor 
de  las  sierras,  minas  y  pesquerías  de  perlas,  sa- 
lud en  el  Señor  Jesucristo. 

»Todo  aquello,  sacra  Majestad,  que  los  reyes 
dan  para  honrar  á  sus  subditos  ó  amigos  como 
pueden,  nada  de  su  grandeza  se  disminuye;  no 
parece  tanto  como  honrar  á  una  persona  como 
la  mía  tan  al  parecer  de  las  gentes  enemiga, 
pues  salí  desterrado;  mas  como  Vuestra  Ma- 
jestad está  enterado  de  mi  fiel  pecho,  me  hace 
tantas  mercedes,  que  yo  por  la  honra  de  nues- 
tro Señor  Jesucristo  estimo  en  el  grado  que  es 
razón.  Siempre  rogaré  á  Dios  guarde  la  vida, 
salud  y  contento  de  Vuestra  Majestad,  y  le 
traiga  en  verdadero  conocimiento  suyo  y  de  su 
divina  fe;  y  como  justo  juez  y  premiador  pa- 
gará á  Vuestra  Majestad  lo  que  en  su  servicio 
hieiei-e,  j  le  guardará  estos  quince  años  y  des- 
pués en  su  santa  fe  muchos  para  su  santo  ser- 
vicio. En  lo  que  es  mis  servicios  y  las  grandes 
mercedes  que  Vuestra  Majestad  me  promete, 
las  recibo  en  una  merced,  que  Vuestra  Majes- 
tad favorezca  las  cosas  de  los  cristianos,  honre 
á  esos  padres,  que  son  unos  santos,  iglesia  y 
religión  cristiana;  que  el  saber  esto,  á  do  quiera 
que  me  hallare  será  gloria  para  mi  alma  y  se- 
rán mis  pequeños  servicios,  si  alguno  hice,  muy 


í 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


365 


galardonados.  El  virrry  y  General  es  tan  gran 
soldado  que  sus  grandes  servicios  merecen  que 
Vuestra  Majestad  le  haga  grandísimas  merce- 
des; si  escogiese  lo  bueno  para  su  alma  de  la  fe 
verdadera  de  Jesucristo,  tengo  y  creo  que  se- 
rán mercedes  de  la  mano  del  Señor,  por  ser  él 
bueno.  En  lo  demás  que  falto,  por  no  enfadar 
á  Vuestra  Majestad,  tácito  lo  digo,  remitién- 
dome á  la  de  la  señora  María  y  padres.  Guarde 
Nuestro  Señor  á  Vuestra  Majestad.  —  EL  pa- 
dre Ped7'o.y> 

Carta  de  la  señora  Doña  María. 

«María,  priora  del  convento  de  la  limpísima 
Concepción,  salud  en  el  Señor  Jesucristo  al 
padre  Pedro,  su  prelado. 

» Padre  en  el  Señor  destaalma:  Cada  día 
echo  de  ver  lo  mucho  que  á  vuestra  merced 
debo,  como  hija  i-eengendrada  en  Nuestro  Se- 
ñor por  vuestra  merced.  El  aumento  de  la  cris- 
tiandad escribirán  los  padres,  y  á  la  fin  desta 
el  notario.  Pido  á  vuestra  merced  que,  pues  mi 
tío  va  con  tan  buen  propósito,  lo  vea  y  exami- 
ne, y  á  todos  los  deoiás.  y  háganse  cristianos. 
Yo  sé  que  estima  á  vuestra  merced  y  reconoce 
el  bien  recebido,  y  yo  le  estimo  en  macho,  que 
una  persona  de  tanto  entendimiento  ilustre  el 
mío  en  haber  yo  escogido  la  mejor  ley,  y  me 
huelgo  de  que  no  se  pierda  su  alma.  Envío  car- 
ta mía  á  vuestra  merced  para  el  virrey  de  Goa. 
Año  y  medio  será  para  mí  mil  años,  hasta  sa- 
ber que  llegó  á  ese  reino,  á  do  estará  vuestra 
merced  un  año,  tenido  como  mi  persona,  y  ha- 
ciendo fruto,  que  siempre  le  conocí  este  deseo. 
Mi  hermano  no  pudo  dar  cartas,  ni  el  Consejo; 
yo  entiendo  bastará  ésa;  si  no  hubiere  lugar 
por  mensajero  embajador,  tórnese  vuestra  mer- 
ced á  la  isla  del  Cabo,  ó  á  Phxcel,  que  allí  daré 
yo  aviso  de  lo  que  sucediere  notable,  para  que 
traiga  la  nueva,  y  desta  manera  torne  acá  sin 
quebrantar  los  malos  preceptos  desta  ciega  ley; 
y  cuando  no,  en  otro  hábito  daré  yo  orden  que 
me  lo  traiga  aquí  el  general  mi  tío,  y  aunque  se 
esté  encubierto  gozará  esta  alma,  que  tanto 
debe  á  vuestra  merced,  doi  gusto  de  su  visita,  y 
el  tiempo  dirá  lo  que  se  haya  de  hacer. 

dCou  celos  estoy,  y  con  razón,  pues  desde 
que  partió  de  aquí  vuestra  merced  no  me  ha 
escrito;  sospechas  de  olvido.  Y  sabe  Nuestro 
Señor  si  considerando  las  prisiones  y  lo  que 
vuestra  merced  pasó  en  su  cuerpo,  que  fueron 
saetas  y  penas  de  mi  alma,  el  poco  regalo  que 
habrá  tenido  vuestra  merced  y  los  suyos,  qui- 
siera yo  acompañarle  y  que  viera  cómo  me  hol- 
gaba, y  ayudarle  en  sus  trabajos.  Avíseme  vues- 
tra merced  de  su  salud;  la  mía  es  buena,  la  glo- 
ria sea  al  Señor  y  á  la  Virgen  María.  Paso  gran 
consuelo  cuando  miro  que  soy  cristiana  y  que 


por  la  misericordia  del  Señor  le  tengo  de  gozar 
en  el  cielo  con  tanta  eternidad  de  tiempos.  El  pa- 
dre Alfonso,  con  su  santidad  me  edifija  mucho. 
El  padre  Juan  le  quiero  por  su  gran  simplici- 
dad. Hacen  mucho  fruto  y  muchos  cristianos 
y  son  sin  número  los  que  piden  la  fe.  Las  cosas 
desta  casa  y  pueblo  van  en  grande  aumento, 
pues  la  muralla  está  ya  en  los  cimientos.  La 
iglesia  del  pueblo  de  tres  naves,  en  algunas 
partes  sale  ya  una  cuarta  de  la  tierra ;  el  hospi- 
tal más  de  una  vara.  Hay  ya  cuerpos  de  casas 
que  se  maderan.  ¡En  todo  sea  la  gloria  al  Señor! 
Unas  cédulas  que  van  en  nombre  del  General 
para  lo  necesario,  él  lleva  orden  de  palabra  mía 
lo  que  ha  de  hacer. 

»Lo  que  pido  á  vuestra  merced,  padre  mío,  es 
que  siempre  me  encomiende  á  Dios  y  á  esta 
nueva  planta;  mis  monjas  se  le  encomiendan  y 
siempre  hacen  oración  al  Señor  por  su  salud; 
por  ser  nuevas  de  contento  se  las  doy.  Mi  ma- 
dre enfermó;  el  día  postrero  la  alumbró  Nues- 
tro Señor;  baptizóse,  llamóse  Maria;  es  la  pri- 
mera cristiana  que  murió.  He  pedido  no  haya 
lutos  ni  ceremonias  al  uso  desta  gentilidad.  En- 
terróse en  la  bóveda,  embalsamadi.  Trece  horas 
que  vivió  cristiana  mostró  serlo  de  corazón,  y 
dolor  por  no  haberlo  sido  antes  ;  sentílo  como 
hija;  holguéme  por  su  salvación,  y  porque  mi 
hermano  lo  llevó  bien,  y  quizá  teniendo  ya  uno 
de  los  padres  cristianos  lo  será  él.  Esta  ley  del 
qué  dirán  es  mala.  También  doy  aviso  cómo 
ando  procurando  que  vaya  vuestra  merced  por  la 
reina  mi  hermana,  que  ya  ha  habido  nuevas  que 
el  gran  emperador  la  da,  si  puede  ser.  En  Con- 
sejo está;  yo  despacharé. 

Nuestro  Señor  le  aunaente  la  salud  para  su 
servicio. — La  priora  María.'» 

Fe  del  escribano  y  notario  apostólico. 

«Los  que  se  han  baptizado  después  que  falta 
el  padre  Podro  son  docientas  y  noventa  y  cinco 
personas;  veinte  y  siete  se  han  hecho  monjas  de 
velo,  y  nueve  para  donadas;  cstánse  catequi- 
zando y  oyendo  los  sermones  más  de  quinientas 
almas;  hanse  dado  solares  en  el  pueblo  nuevo 
de  la  Concepción  hasta  hoy  á  más  de  docientoa. 
Esta  es  la  relación  de  que  yo  el  notario  apos- 
tólico doy  fe.» 

Respuesta  mía  á  la  carta  de  la  señora  Mana. 

«A  la  priora  del  convento  de  la  limpísima 
Concepción,  señora  María,  gran  sierva  del  Se- 
ñor Jesús: 

»Todos  los  trabajos,  señora  priora,  que  en  esta 
vida  se  pasan,  si  son  en  gusto  de  las  mismas 
personas  que  los  pasan  más  se  llamarán  conten- 
tos y  gustos  que  trabajos.  Así  podré  yo  decjr 


36(5 


que  las  prisiones  y  sobresaltos,  caminos,  maros 
y  otros  naufragios,  han  sido  para  mí  regalos 
espirituales  de  mi  alma,  porque  cuando  pensaba 
que  los  pasaba  por  algún  servicio  de  Nuestro 
(Señor  y  que  quedaba  vuestra  clemencia  cris- 
tiana y  monja  profesa,  y  tantas  almas  en  el  ver- 
dadero conocimiento  de  Jesucristo,  ¡qué  gozos! 
¡qué  consuelos!  Cómo  pasara  yo  otras  muchas 
veces  otros  tantos  por  otro  tal  fruto,  sábelo 
Dios,  y  el  contento  que  mi  alma  recibió  con  la 
merced  de  la  letra  de  vuestra  clemencia,  y  me 
pesa  del  pesar  que  me  significa,  y  suplico  en 
cosa  no  le  tenga;  que  yo  llevo  á  cargo  la  carta 
de  vuestra  clemencia  para  el  virrey  de  Goa,  y 
entiendo  será  fácil  con  ella  la  vuelta;  y  como 
yo  pueda,  pues  el  bien  es  para  mí,  haré  lo  que 
se  me  manda.  El  gran  general  Don  Gregorio 
Antononita  recibió  de  la  mano  deste  indigno 
sacerdote  el  santo  baptismo,  y  hasta  hoy  sesenta 
personas  que  he  hallado  idóneos  para  ello. 
Ruego  á  Nuestro  Señor  le  conserve  su  buen 
celo  y  el  trabajo  que  tienen  en  enseñar  á  otros 
las  oraciones  y  catecismo;  de  lo  demás  que  sobre 
esto  sucediere,  avisai'é.  Alegró  mi  espií'itu  la 
gran  nueva  de  la  reina,  que  Nuestro  Señor  ponga 
en  su  gloria,  de  que  fue  cristiana  y  con  los  requi- 
sitos que  vuestra  clemencia  me  avisa.  Diome 
dolor,  porque  al  fin  siento  lo  que  vuestra  cle- 
mencia y  el  señor  rey  habrán  sentido.  Tengo 
para  mí  que  habiendo  ido  dése  reino  el  primer 
mensajero  al  Eterno,  y  con  tantos  afectos  y 
muestras  como  me  certifican  mis  amados  padres, 
que  Nuestro  Señor  ha  de  obrar,  por  su  miseri- 
cordia y  santísima  Pasión,  y  por  ella,  grandes 
maravillas  en  estos  reinos.  Nuestro  Señor  con- 
serve la  vida  de  vuestra  clemencia  muchos  años, 
para  que  ambas,  la  una  en  el  cielo  y  la  otra  acá, 
con  la  intercesión  de  la  reina  de  los  Angeles, 
siempre  Virgen  María,  se  aumente  la  cristian- 
dad para  gloria  de  Nuestro  Señor  Jesucristo, 
Amén . 

»A  mi  fidelidad  y  deseo  conocido,  con  obras  y 
palabras,  no  tiene  vuestra  clemencia  de  qué  tener 
celos.  El  pajecillo,  cuando  torne,  dirá  cómo  de 
noche  y  de  día  me  ocupo  el  más  tiempo  lia- 
Itlando  de  vuestra  clemencia,  y  si,  lo  que  Dios 
no  quiera,  que  por  sus  divinos  secretos  no  vol- 
viese, todo  el  discurso  que  me  queda  de  vida  no 
olvidaré  tantas  mercedes  recebidas,  pues  sería 
liárbaro  y  de  poco  conocimiento  si  las  olvidase. 
Encomiendo  á  vuestra  clemencia  lo  que  es  tan 
suyo  y  está  debajo  de  su  amparo,  la  honra  de 
mis  padres,  el  favorecer  esa  cristiandad  y  el 
aumento  della.  Hijos  son  dése  santo  corazón  y 
alma  de  vuestra  clemencia,  y  yo  verdadero  cape- 
llán, aunque  indigno,  para  hacer  lo  que  se  me 
manda  en  mis  sacrificios ,  pidiendo  á  esa  santa 
congregación  hagan  lo  mismo  por  mí  al  Señor 
Jesús;  y  porque  he  de  escribir  otra  desde  este 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

mismo  puerto,  y  en  lo  que  falto  me  remito  á  la 
de  mis  padres  Alfonso  y  Juan.  Dé  Nuestro 
Señor  á  vuestra  clemencia  el  colmo  de  su  divina 
gracia.  Capellán  indigno  de  vuestra  clemencia. 
—  £1  padre  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos.D 


CAPITULO  XIX 

En  que  se  prosigue  la  historia  y  cómo  se  acaba- 
ron de  hacer  cristianos  los  demás  capitanes 
y  soldados,  y  una  carta  de  los  padres  y  la 
respuesta  della,  con  otras  dos  que  esciibió  el 
General  y  su  hijo  á  su  mujer  y  madre,  y  cómo 
se  juntaron  aquellos  tres  reinos. 

Dijimos  poco  ha  cómo  se  baptizaron  los 
veinte  que  habían  dicho  las  oraciones.  Proseguí 
con  mi  ejercicio,  y  aquella  misma  tarde  bapticé 
otros  veinte,  siendo  compadre  de  los  unos  y  de 
los  otros  el  señor  don  Gregorio.  Otro  día  por 
la  mañana  vinieron  otros  veinte,  y  después  de 
dichas  las  oraciones  los  bapticé  y  hice  un  ser- 
món, como  tenía  de  costumbre.  Envió  el  señor 
General  á  convidarme  á  comer  con  el  Goberna- 
dor de  aquella  isla,  y  con  su  excelencia  me  acom- 
pañaron todos  los  cristianos.  Llegamos  al  pues- 
to y  comimos  con  mucho  contento  y  grande 
opulencia.  Hubo  después  de  la  comida  unos  vol- 
teadores que  hacían  itnas  vueltas  de  ver,  en 
particular  un  caponcillo  nmchacho  que  después 
se  fue  conmigo  á  Goa.  Fuimos  á  ver  al  señor 
teniente  general  Antononita  (que  así  se  llama- 
ba); estaba  con  unas  calenturas  que  se  asaba; 
pesóme  de  verlo  así  y  se  lo  signifiqué,  y  rogué 
dejase  la  ceguera  de  la  gentilidad  y  fuese  cris- 
tiano. Díjome  que  se  había  desgraciado,  por- 
que un  día  llegó  á  los  padres  á  pedirles  que  no 
hiciesen  cristiano  á  un  mozo  que  él  no  gustaba, 
porque  le  servía,  y  le  respondieron  ásperamente. 
Díjele:  Señor,  mire  vuestra  señoría  que  en  ese 
particular,  pidiendo  el  baptismo  el  mozo,  si  yo 
fuera  y  tuviera  delante  mil  géneros  de  tormen- 
tos, no  se  lo  dejara  de  dar,  y  certifiqúese  vues- 
tra señoría  que  los  padres  son  buenos  y  que 
conocen  las  mercedes  que  han  recebido  de  vues- 
tra señoría,  y  en  una  carta  de  tres  que  he  rece- 
bido lo  tratan,  y  la  saqué  para  que  se  enterase, 
y  el  pajecillo  la  leyó,  y  el  gobernador  se  la  de- 
claró, la  cual  decía  así: 

Carta  del  padre  Alfonso  y  el  padre  Juan. 

«Al  padre  Pedro,  que  Dios  guarde  y  le  vea- 
mos sus  amados  en  esta  tierra,  para  mayor 
aumento  destas  almas:  Sal)rá  vuestra  merced, 
padre  nuestro,  cómo  por  otras  dos  tenemos 
avisado  que  Nuestro  Señor  obra  sus  divinas 
misericordias  en  esta  tierra,  y  por  un  acaeci- 
miento lo  verá  claro.  Entre  otros  que  se  querían 


PEDRO  ORDONEZ  DE  CEBALLOS 


36^ 


baptizar  estaba  un  criado  del  señor  Autononita, 
y  parece  que  por  ser  el  mozo  cuidadoso  en  su 
servicio  no  gustaba  que  se  hiciese  cristiano. 
Vino  su  señoría  á  nosotros  á  decir  que  si  po- 
día ser,  no  se  baptizase.  Yo  lo  respondí  que 
líablaiía  al  mozo,  y  le  Jiablé  y  persuadí  que  des- 
pués tomaría  el  santo  baptismo,  y  con  un  fervor 
grande  me  dijo:  Si  aquí  estuviera  aquel  padre 
que  antes,  yo  me  quejara  á  él,  y  viera  si  era 
razón  quitarme  á  mí  que  mi  alma  no  se  salve; 
y  yo  os  digo  que  el  otro  ni  estimara  á  mi  amo 
ni  al  rey  por  hacer  un  cristiano.  Dadme  luego 
el  baptismo,  y  si  no  me  iré  á  la  señora  María  ó 
tomaré  yo  el  agua  y  me  la  echaré.  Tornó  otra 
vez  su  señoría,  y  como  yo  se  lo  dije  con  mis 
palabras  secas,  parece  que  se  enojó,  y  dijo:  Pues 
baptizaldo,  que  á  fe  que  por  uno  se  perderán 
ciento,  y  así  se  fue.  Vinieron  otro  día  dos  don- 
cellas de  la  señora  su  madre  á  pedir  el  baptis- 
mo y  velo  para  donadas,  y  yo  se  lo  fui  á  decir 
porque  la  señora  priora  me  lo  mandó,  que  yo 
viejo  de  mí  no  advirtiera  en  tanto,  y  no  le  hallé. 
Hablé  con  su  excelencia  la  señora  su  madre  y 
me  disculpé  sobre  el  otro  mozo,  y  vino  su  seño- 
ría y  con  aquellas  entrañas  de  bueno  que  tiene 
me  hizo  acatamiento  y  besó  mi  indigna  mano, 
que  por  el  sacerdocio  lo  consentí.  Díjele  mi 
disculpa;  acetóla  y  rogó  á  su  excelencia  lo  tu- 
viese por  bien.  Ha  de  ser  un  gran  protector 
de  la  cristiandad  y  una  coluna  della,  que  el 
mismo  nombre  de  Antono,  por  el  glorioso  San 
Antón  ó  Antonio,  lo  significa.  Muchos  se  tor- 
naran cristianos  si  las  leyes  de  los  nobles  no  lo 
prohibieran  tanto  tiempo.  Trecientos  cristianos 
habrá  después  que  vuestra  merced  salió  de  aquí, 
alguno  más,  y  más  de  setecientos  oyendo  las 
oraciones,  catecismos  y  sermones.  Primera 
f)lanta  es  de  vuestra  merced;  no  tenemos  para 
qué  rogarle  lo  encomiende  á  Nuestro  Señor.  La 
señora  María  está  triste,  da  los  suspiros  muy  á 
menudo,  que  el  deseo  en  el  Señor  de  ver  á 
vuestra  merced  la  aqueja,  y  también  la  falta  de 
la  señora  reina  su  madre,  como  más  largamente 
escribimos,  y  de  su  conversión  milagrosa  y  sus 
afectos  en  trece  días  qne  vivió  cristiana.  El  rey 
no  nos  visita  ni  oye;  está  en  su  casamiento  muy 
engolfado,  que  después  que  le  vino  la  nueva  y 
embajada  con  tanta  honra  del  emperador,  algu- 
nos días  se  le  pasan  sin  ver  á  la  señora  María, 
que  su  clemencia  lo  siente.  En  edificios  va  muy 
en  aumento,  así  las  obras  deste  convento  como 
las  del  pueblo.  Hay  necesidad  que  vea  vuestra 
merced  dos  memoriales  que  le  enviamos,  para 
que  provea  lo  necesario,  porque  acá  la  señora 
María  dice  que  conviene  que  no  usedel  título  de 
vicario  hasta  que  vuestra  merced  pase  dése  reino. 
Guarde  Dios  á  vuestra  merced  para  su  santo 
servicio.  Hijos  de  vuestra  merced:  El  padre  Al- 
fonso. El  padre  Juan. y) 


Y  aunque  no  se  ha  dicho,  es  costumbre  cu 
todas  aquellas  partes  decir  á  los  sacerdotes  pa- 
dres, aunque  sean  clérigos,  como  lo  eran  estos 
dos. 

Contentóse  tanto  cuando  oyó  esta  carta  que 
dijo:  Verdaderamente  los  sacerdotes  cristianos 
son  buenos;  hasta  ahora  no  he  tenido  tal  deseo; 
haré  en  mí  un  di.scurso,  y  si  la  razón  me  con- 
venciese yo  responderé.  Holguéme  de  oir  qui' 
en  la  ley  del  Señor  Jesús  hubiese  santos  de  mi 
nombre.  Yo  estoy  aficionado  á  un  nombre  de 
aquéllos,  y  quisiera  comunicar  un  poco  con  el 
padre.  Saliéronse  fuera  todos;  quedamos  solos; 
preguntóme  la  vida  del  glorioso  San  Antonio. 
Yo  le  dije  todo  lo  que  del  le  supe  decir,  y  dijo: 
Que  en  efecto  ya  es  mi  padre  Gregorio,  pues 
yo  quiero  ser  Antonio.  Díjele  algunas  cosas  y 
con  eficacia  dijo  que  las  creía  y  aprendería. 
Llamé  á  aquellos  señores,  y  el  gobernador  Don 
Pablo  fue  su  compadre,  que  fue  para  mí  una 
obra  de  grandísimo  contento  porque  me  pare- 
ció que  había  de  ser  grandísimo  defensor  desta 
nueva  cristiandad. 

Respuesta  mía  á  la  carta  de  lof<  padres. 

«A  los  señores  padres  vicario  Alfonso  y  su 
compañero  Juan,  salud  en  Nuestro  Señor  Je- 
sucristo. La  tercera  carta,  padres  míos,  que 
vuestras  mercedes  me  hicieron  merced  de  es- 
cribirme recebí,  y  confieso  que  no  fue  carta  sino 
profecía,  pues  Nuestro  Señor  obró  lo  que  el 
padre  Alfonso  dijo  por  ella;  y  así  ya  su  seño- 
ría del  señor  Antononita  es  Don  Antonio,  y 
tengo  confianza  en  Nuestro  Señor  que  se  ha 
de  cumplir  lo  demás,  y  que  ha  de  ser  una  gran 
coluna  de  la  cristiandad  desa  tierra,  y  pues  su 
padre  fue  rey  del  inferior  reino  de  Cochinchi- 
na,  á  do  cae  esa  ciudad  famosa  á  do  primero 
ha  sido  Dios  servido  que  se  fundase  iglesia,  que 
ha  de  ser  amparo  della.  Vuestras  mei'cedes  le 
comuniquen  y  den  esas  dos  cartas  que  van  con 
ésta  á  su  excelencia  su  madre,  que  también  ha 
de  ser  de  fruto;  y  porque  en  las  demás  escribo 
tan  largo,  en  ésta  soy  breve.  Ruego  á  vuestras 
mercedes  me  encomienden  á  Dios,  y  pues  el 
venir  á  esta  tierra  vuestras  mercedes  fue  por 
tantas  cartas  del  Tunquín ,  y  su  hermana  fue 
la  primera  cristiana,  tengo  grande  confianza  en 
el  Señor  que  lo  ha  de  ser  Su  Majestad  presto, 
y  que  no  han  de  bastar  los  malos  ritos  y  leyes 
de  sus  pasados:  y  pues  ahí  había  tres  reinos  y 
Nuestro  Señor  los  juntó  en  tan  breve  tiempo,  y 
el  de  Champaa  ó  Cecir  asimismo,  y  este  gran 
rey  tan  bueno  que  han  de  ver  vuestras  merce- 
des notables  cosas.  Dé  Dios  á  vuestras  merce- 
des el  colmo  de  su  divina  gracia,  fuerzas  y 
compañeros  para  tan  gran  bien.  Hijo  humilde 
de  vuestras  mercedes,  El  padre  Pedro.'» 


868 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Carta  del  virrey  á  su  mujer^ 


cEl  general  Don  Gregorio  á  la  reina,  su 
deseada  mujer:  Sabrá  Vuestra  Alteza,  deseada 
señora  y  querida  compañera,  cómo  las  cosas 
guiadas  por  Dios  no  las  alcanzamos  los  hom- 
bres; y  así  certifico  á  Vuestra  Alteza  que  creo 
bien  y  con  toda  la  certeza  que  podré  decir  que 
la  fe  del  Señor  Jesús  es  la  A^erdadera.  Yo  soy 
cristiano  y  me  llamo  Don  Gregorio;  mi  amado 
hijo  también,  por  un  caso  milagroso,  como  va 
por  relación  con  ésta..  ¡Qué  consuelo,  qué  glo- 
ria, qué  contento  y  gusto  seria  para  mí  si  al 
entrar  yo  allá  y  gozar  de  vuestros  abrazos  y 
saludaros  dijese  mis  razones  á  María!  No  me 
alargo  más;  sólo  digo  que  si  Vuestra  Al- 
teza lo  hiciese  sería  escoger  el  camino  verda- 
dero de  salvación  para  su  alma  y  el  mayor 
contento  para  mí  en  esta  vida.  Vuestro,  Don 
Gregorio.'!' 

Carta  de  Don  Antonio  á  su  madre. 

«El  hijo  querido  Don  Antononita  á  su  de- 
seada madre,  salud.  Ya  vido  Vuestra  Alteza, 
señora  madre,  el  aborrecimiento  que  tenía  á 
esta  nueva  fe  del  Señor  Jesús,  pues  tuve  con 
los  padres  odio  sobre  Antonio  mi  criado  y  so- 
bre las  dos  Gracias  que  están  con  Su  Majes- 
tad la  señora  reina,  mi  prima,  perdonadas. 
Escriben  esos  padres  viejos  á  este  padre  Pedro 
mozo  que  parece  que  en  sus  razones  para  decir 
y  hacer  creer  la  verdad  sin  muchas  palabras  le 
dio  el  Señor  espíritu,  pues  con  sólo  leerme  la 
carta  y  reirse  y  decir  que  me  vaya  ya  Antonio 
y  defensor  de  los  cristianos  me  dio  tanta  ansia 
que  en  el  punto  lo  fui;  mi  señor  lo  era  ya,  que 
siempre  desde  aquél  restituirle  su  honra  y  ha- 
cienda por  sentencia  suya  le  fue  aficionado;  y 
así  que  pediré  á  Vuestra  Alteza,  deseada  se- 
ñora y  madre  mía,  rogarle  y  traerle  á  la  memo- 
ria las  palabras  que  me  decía  desta  santa  fe, 
y  con  ellas  persuadirle  la  reciba,  y  luego  se 
baptice  y  llame  María,  y  á  mi  hermano  se  le 
llame  Don  Antón  y  á  mis  dos  hermanas  de 
padre  Micaela  y  Gabriela,  y  á  la  más  niña  Ra- 
faela, que  son  nombres  de  tres  ángeles,  pues 
ellas  lo  son  en  hermosura  y  condición;  y  si 
acaso  todas  tres  se  incliuaren  á  monjas,  la  una 
reservarla. 

Y  porque  escribo  tan  largo  en  otras,  no  digo 
más,  sino  que  estaba  en  lo  último  de  una  en- 
fermedad y  el  Señor  Jesús  me  dio  breve  salud 
al  alma  y  cuerpo,  y  creo  aquellos  milagros  que 
Vuestra  Alteza  me  contaba  de  la  Santa  Cruz 
y  de  la  salud  que  dio  la  imagen  de  Nuestra  Se- 
ñora á  aquel  juez,  y  que  más  y  más  puede  el 
Señor,  que  me  deje  ver  á  Su  Alteza.  Su  hijo, 
Don  Antononita, t> 


Relación. 

Esta  es  la  relación  que  saqué  de  una  memo- 
ria, la  cual  pasó  de  la  manera  siguiente: 

Eu  este  gran  reino  de  la  Cochinchina  habla 
tres  reyes,  que  era  el  uno  el  padre  deste  Don 
Antonio,  que  era  rey  hasta  esta  ciudad  á  do 
se  hizo  el  monasterio  y  quedaban  los  padres, 
que  como  he  dicho  se  llama  Guanci,  que  era 
su  ciudad  Real;  otro  rey  era  de  la  otra  parte 
hacia  la  China,  de  la  otra  gran  ciudad  de 
Guanci  y  Sanfin,  y  otras  muchas,  porque  era 
mayor  rey  que  el  padre  de  Don  Antonio.  La 
gran  ciudad  de  Hilan,  con  todo  el  demás  reino, 
tenía  otro  rey;  y  fue  así  que  cuando  aquel  va- 
leroso rey  que  se  libró  de  los  chinos,  que  les 
dio  leyes  y  llaman  el  dios  rey,  ordenó  á  tres 
hijos  suyos  estos  tres  reinos,  al  mayor,  con 
nombre  de  emperador,  le  dio  el  mayor  de  Hi- 
lan, y  á  esotros  dos  les  dio  los  dos  dichos  de 
Guanci  y  Quanci,  y  ordenó  ley  que  habían  de 
tener  estos  reinos  á  voluntad  del  mayor,  y  él 
ni  sus  decendientes  que  no  se  los  quitasen 
para  siempre  si  no  fuese  que  hubiese  reina  6 
gobernadora  hembra,  y  no  varón,  y  ésta  en 
cortes  los  pidiese,  y  entonces  cualquiera  que 
los  tuviese  se  los  dejase,  dándoles  una  ciudad 
y  seis  villas,  la  renta  dellas  y  mercedes  á  su 
albedrío.  Sucedió  que  en  tantos  años  jamás  go- 
bernó mujer,  y  ellos  siempre  eran  como  virreyes 
del  gran  rey,  que  le  llaman  Tunquín,  que  es 
mayor  rey.  Murió  el  padre  de  la  señora  María 
y  dejó  de  cuatro  años  á  su  hijo;  entró  por  go- 
bernadora, y  como  tan  discreta  hizo  Cortes  [yj 
pidió  sus  reinos.  El  padre  del  señor  Don  An- 
tonio vino  en  darle  la  tierra;  el  otro  no.  Hizo 
gente,  diole  batalla,  venciólo  y  matólo;  á  sus 
herederos  les  dio  cargos  en  este  otro  reino  de 
su  madre,  Cecir  ó  Champaa,  que  todo  es  una 
misma  cosa,  de  suerte  que  es  ahora  rey  de  to- 
dos tres  reinos  de  Cochinchina  y  de  esotro, 
que  por  casarse  el  padre  de  la  señora  María 
con  hija  del  rey  de  Champaa  y  Cecir  y  de  tan- 
tas islas,  y  la  señora  María  entrarse  monja 
(como  queda  dicho)  es  su  hermano  un  gran 
rey  y  más  si  conquista  á  Siam  y  los  Laos,  con 
otros  reinos  de  bárbaros  que  le  confinan;  y 
hay  nuevas  que  por  traer  guerras  unos  con 
otros,  y  porque  los  Laos  son  enemigos  morta- 
les del  rey  de  Camboja,  y  por  un  mal  r¿y  que 
dicen  que  reina  en  Pegú,  que  es  cruel  y  el  más 
malo  que  jamás  ha  habido,  por  eso  han  deseado 
tanto  casar  con  la  hija  del  emperador  ó  gran 
rey  de  los  magores,  para  que  le  dé  ayuda,  por 
estar  estos  reinos  en  medio  de  ambos,  y  se  los 
da  en  dote,  que  vendrá  á  ser  un  rey  tan  grande 
como  el  de  la  China  y  como  el  mismo  Magor, 
y  quizá  son  secretos  de  la  divina  Providencia 
para  que  estos  reinos,  pues  tienen  tanta  ansia 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


369 


por  ser  cristianos,  y  ya  está  asentado  un  prin- 
cipio, que  lo  vengan  á  ser  los  chinos  y  mago- 
res,  y  todos  aquellos  tan  extendidos  reinos  que 
certifico  que  si  hubiese  predicadores  que  breve- 
mente lo  serían.  ¡Hágalo  Dios  como  puede! 

CAPÍTULO  XX 

En  donde  se  trata  de  ¡o  queme  pasó  conel  Gene- 
ral y  Gobernador  acerca  de  los  captivos  del 
cosario,  y  de  mi  partida  de  la  isla  de  la  ense- 
nada de  Sinoa,  y  cómo  llegué  á  Ampelo. 

Ya  dije  cómo  el  virrey  don  Gregorio  Anto- 
nionita  cogió  tres  navios  á  aquel  cosario  china, 
y  en  ellos  seiscientos  captivos.  El  día  que  se 
baptizó  el  señor  don  Antonio,  estando  senta- 
dos todos  tres  acá  fuera,  pregunté  al  señor 
General  que  me  dijese  que'  se  hacía  de  aquella 
gente.  Dijo:  Padre,  todos  los  captivos  es  cos- 
tumbre que  sean  esclavos  del  rey  para  las  mi- 
nas y  para  las  pesquerías  de  perlas,  y  e'stos  se 
llevarán  á  esta  isla  del  Gobernador  á  sacar  hie- 
rro y  metal,  aunque  por  una  orden  de  la  señora 
María  todo  lo  que  se  cogiere  en  la  mar  en  este 
viaje,  pues  venimos  á  sólo  pasaros  libre  hasta 
Malaca  ó  más  allá,  sea  vuestro.  Yo  le  dije  que 
me  holgara  de  verlos,  y  á  lo  menos  le  supli- 
caba por  los  que  dellos  fuesen  cristianos.  Díjo- 
me  que  venía  allí  uno  que  sabía  ya  del  que  era 
cristiano.  Diome  ansia  de  vello,  y  así  envió  por 
él  y  enviólo  á  la  aduana  á  mi  aposento.  Pasóse 
aquella  tarde  y  noche  en  danzas,  bailes  y  vol- 
tear. Pregunté  en  llegando  á  mi  posada  por  el 
cristiano  captivo;  vídelo,  un  hombre  alto,  ves- 
tido de  lienzo  angeo,  como  de  cuarenta  años  y 
grave  en  su  aspecto;  y  así  como  me  vido  dijo: 
¿Sois  clérigo  cristiano?  Díjele  que  sí,  por  la  mi- 
sericordia de  Dios.  Pregúntele:  Y  vos  ¿sois 
español?  Respondió:  Sí,  y  castellano  como 
vos,  y  clérigo  de  misa  también,  sino  que  mis 
pecados  me  traen  así;  hícelo  sentar,  y  lo  pri- 
mero que  le  pregunté  si  había  más  castellanos 
ó  portugueses.  Dijo  que  otros  dos  clérigos,  uno 
castellano  y  otro  portugués;  y  que  había  nueve 
hombres,  dos  castellanos,  uno  italiano  y  los 
demás  portugueses.  Supe  sus  nombres,  y  de 
otros  cristianos,  que  todos  en  número  eran 
veinte  y  dos.  Envié  un  recaudo  al  General  que 
me  hiciese  merced  dellos;  al  momento  los  tra- 
jeron. Dióseles  de  cenar  y  en  qué  dormir.  Que- 
daron conmigo  los  tres  sacerdotes,  que  me  die- 
ron cuenta  de  su  viaje  j  prisión.  Salieron  de 
Goa  en  un  navio  para  Malaca,  que  venían  unos 
á  emplear  y  estos  sacerdotes  á  trabajar  en  las 
almas,  y  el  portvigués  venía  por  cura  de  Malaca; 
tuvieron  temporales  y  dieron  en  manos  de  seis 
ó  siete  bergantines  de  moros  de  aquellas  islas, 
y  los  captivaron   y  mataron   algunos.   Dio  de 


allí  á  tres  días  el  cosario  china  con  los  moros 
y  los  cogió  y  mató  y  prendió,  entre  los  cuales 
cogió  éstos  que  cupieron  en  aquellos  tres  na- 
vios, porque  otros  iban  en  los  demás,  que  eran 
cuarenta  los  que  escaparon  vivos,  y  entre  aque- 
llos que  allí  venían  había  dos  mujeres  en  hábito 
de  hombres  con  sus  maridos;  los  tres  clérigos 
eran  dotores,  que  fue  para  mí  de  gran  con- 
tento. Pedíles  á  los  dos  que  fuesen  á  aquella 
empresa  de  la  Cochinchina,  pues  eran  menes- 
ter, y  que  el  portugués  se  tornaría  á  Malaca; 
así  me  lo  prometieron. 

Otro  día  por  la  mañana  me  visitó  el  General 
y  le  dije  lo  que  pasaba,  que  se  holgó  en  extre- 
mo, y  más  con  el  viejo,  que  como  tenía  una  ca- 
bellera blanca  como  una  nieve  parecían  bien. 
Eran  tío  y  sobrino  de  los  Chaves  de  Trujillo; 
á  aquél  le  di  título  de  capellán  de  la  armada,  y 
al  otro  de  vicario  del  pueblo  de  la  Concepción, 
y  á  todos  los  demás  envié  con  cartas  á  la  seño- 
ra priora  (como  se  dirá).  Hubo  otros  catorce 
que  dijeron  que  serían  cristianos,  que  por  todos 
fueron  cuarenta  y  cinco  y  los  tres  clérigos;  di- 
les  vestidos  y  á  las  dos  mujeres  portuguesas. 

Dijo  el  señor  General  que  allí  se  habría  de 
cobrar  en  tierra  firme  lo  de  Pedro  de  Lomelín 
y  lo  de  los  demás,  y  lo  que  había  mandado  la 
señora  María  que  me  diesen  para  lo  necesario. 
Pasamos  allá  otro  día,  que  es  á  la  ciudad  de 
Sinoa.  El  virrey  nos  hizo  un  recebimiento  admi- 
rable, porque  es  una  ciudad  de  más  de  veinte  mil 
casas  y  mucha  guarnición  de  gente  y  de  caba- 
llos. Hicieron  una  escaramuza  á  su  uso  de  lan- 
za y  caballos.  Cobráronse  allí  mil  pesos  para 
Pedro  de  Lomelín  y  veinte  para  cada  uno. 

Allí  metí  lo  necesario  de  comida;  tornamos 
á  la  isla  á  veinte  y  cuatro  de  setiembre  de  1591, 
y  estuvimos  sin  hacer  cosa  notable  hasta  el  fin 
del  mes,  sólo  el  convalecer  del  señor  Antono- 
nita,  quo  era  el  que  había  de  ir  conmigo,  aun- 
que el  señor  General,  por  tener  malas  nuevas 
de  la  mar  de  los  de  Camboja,  se  ofreció  de  ir 
con  toda  su  flota,  porque  por  allí  hay  una  nue- 
va, que  los  deste  reino  son  inclinados  á  la  mar, 
y  siéndolo  roban,  y  como  el  odio  estaba  tan  asi- 
do por  lo  del  embajador,  temíamos  todos  que 
nos  aguardarían  y  se  vengarían  en  nosotros. 

Al  primero  de  otubre  estaba  ya  todo  apare- 
jado para  la  partida;  vino  aquella  mañana  el 
Gobernador  Don  Pablo  y  me  dijo  cómo  tenía 
catequizada  á  su  mujer  y  dos  hijas  y  otras 
personas,  que  estaba  satisfecho  que  sabían  las 
oraciones  y  creían  los  artículos  de  la  fe,  y  así 
que  los  baptizase.  Vino  una  señora  y  dos  hijas, 
la  mayor  de  diez  años;  híceles  algunas  pregun- 
tas, y  á  otros  doce  hombres  todos  criados  suyos 
y  doce  mujeres,  y  á  todos  veinte  y  siete  hice 
cristianos,  y  á  todos  los  casé  con  las  criadas, 
sin  escoger,  sino  por  las  edades.  Puesto  allí  rae 


370 


Autobiografías  y  memoeias 


pidieron  que  los  desposase.  Pregunté  yo  si  ha- 
bía alguna  entre  ellas  que  tuviese  puesto  los 
ojos  en  algunos;  todos  callaron.  Dijo  el  Gober- 
nador: No  es  esta  gente  deso ;  mire  vuestra 
merced,  señor  padre,  cuál  le  parece  para  cual, 
que  con  esto  lo  tendrán  ellos  á  mucho.  Yo  fui 
mirando  los  más  viejos  y  más  feos  para  las 
más  feas  y  más  viejas;  y  así  los  casé,  y  al  go- 
bernador lo  mismo.  Acudieron  más  de  docien- 
tas  personas,  hombres  y  mujeres,  boceando  que 
los  baptizase;  diles  á  entender  lo  que  era  me- 
nester saber  primero  y  que  el  señor  Gobernador 
pondría  quien  los  enseñase,  y  saliendo  (^)  yo  le 
dejaría  el  orden ;  y  así  se  lo  dejé  por  escrito,  y 
de  los  catecismos  y  oraciones  que  yo  traía  es- 
critas y  cada  día  hacía  trasladar  así  en  la  len- 
gua de  Cocliinchina  como  en  la  española,  dejé 
seis  de  cada  lengua  y  rogué  al  Gobernador  hi- 
ciese trasladar  otros  en  aquella  lengua  de  la 
tierra,  y  le  encargué  el  cuidado  de  los  que  qui- 
siesen ser  cristianos,  y  cómo  los  había  de  bap- 
tizar. Pidióme  le  escribiese  á  la  señora  María,  y 
yo  lo  hice,  y  le  pedí  otros  tres  años  más  de  go- 
bierno para  aquel  buen  Gobernador.  Presentóme 
á  la  partida  doce  cajas  de  conservas  y  mucho 
azúcar  y  botijas  de  miel  y  panes  de  naranjas  y 
cidras  ralladas  y  otras  cosas  de  dulce,  muchas 
y  buenas.  Vendióse  allí  alguna  ropa  por  man- 
dado del  rey,  todo  lo  cual  se  hacía  por  escrito. 
Como  al  medio  día  dispararon  de  las  forta- 
lezas y  navios  la  salva ;  salieron  veinte  y  dos 
navios  y  el  nuestro,  y  comimos  los  padres  y  el 
señor  Don  Antonio  y  Pedro  de  Lomelín  con  el 
Gobernador,  y  hizo  comiese  su  mujer  y  hijas, 
que  casi  lo  usaba  él .  como  ci'istiano  que  era. 
Embarcamos  en  comiendo  en  una  barca  grande, 
ligera  y  chata  de  abajo,  por  ir  más  sin  riesgo 
tierra  á  tierra  la  armada.  Tomó  la  mar  y  llegó  á 
otra  ciudad,  que  se  dice  Ampelo,  en  cinco  días. 
y  nosotros  otro  día  después.  Tomamos  puerto 
con  mucha  salva  de  los  puertos  y  navios.  El 
Gobernador  y  General  nos  recibieron  con  mucha 
alegría.  Hízome  en  particular  el  General  mucha 
merced,  y  me  decía  muchas  veces:  No  me  agra- 
dezca vuestra  merced  esto  á  mí,  sino  á  la  so- 
ñora  María,  que  me  lo  mandó  hacer;  sólo  se  me 
ha  de  agradecer  la  voluntad  con  que  lo  hago, 
y  tenía  razón,  porque  cierto  era  grandísima. 
Sería  esta  ciudad  de  doce  mil  casas,  muy  larga 
y  angosta,  y  un  gran  cerro  que  tiene  á  las  ori- 
llas, y  la  muralla  sube  por  el  cerro  arriba.  Díjo- 
7ne  el  clérigo  viejo:  Señor,  esta  ciudad  parece  á 
la  vuestra  de  Jaén,  porque  yo  he  estado  en  ella 
á  ver  la  Santa  Faz,  y  se  me  representó  á  ésta, 
aunque  tiene  más  gente  esta  ciudad,  ó  como  la 
vuestra  en  tiempo  de  Nuestra  Señora  de  agosto. 
Fuimos  á  posar  á  palacio,  que  era  en  la  misma 

(')  En  la  edición:  sahiendo. 


muralla  junto  á  la  mar,  no  muy  galano,  pero 
tenía  salas  muy  grandes  y  es  muy  fuerte,  pues 
dentro  deste  alcázar  y  castillo  se  aposentaban 
todos  los  soldados  de  guarnición,  infantes  y 
de  á  caballo;  los  docientos  son  de  á  caballo; 
los  cuatrocientos  son  soldados,  y  en  el  cas- 
tillo do  estaba  otro  alcázar  había  otros  cuatro- 
cientos, de  suerte  que  todas  aquellas  ciudades 
grandes  tienen  á  mil  hombres  de  presidio  ordi- 
nariamente. Ordenó  el  General  allí  que  se' ade- 
lantase el  señor  Don  Antonionita  con  doce  na- 
vios y  corriese  la  mar  hasta  cabo  de  Cecir,  y  si 
tuviese  alguna  nueva  avisase,  y  despachó  por 
tierra  á  todas  las  ciudades  para  que  tuviese 
guardados  sus  puertos  y  distritos  con  bajeles  á 
la  mar,  y  á  un  General  que  estaba  en  la  ciudad 
de  Champaa,  que  en  tiempos  pasados  fue  ciu- 
dad real  y  es  muy  grande  y  tiene  un  puerto 
famoso  (que  en  su  lugar  diré  della),  para  que 
con  su  armada  saliese  cien  leguas  á  la  mar;  y 
porque  era  el  virrey  de  allí  hijo  de  otro  rey,  que 
mató  la  señora  María  en  la  demanda  del  reino 
(como  queda  dicho),  no  le  quiso  escribir,  por- 
que eran  enemigos,  y  me  hizo  á  mí  que  le  es- 
cribiese, cuyo  tenor  es  éste: 

Carta  al  General  de  Champaa. 

«Ya  sabrá  Vuestra  Alteza  cómo  Su  Majes- 
tad de  la  señora  María  ordenó  y  mandó  por  su 
carta  que  todas  estas  costas  estuviesen  subordi- 
nadas al  excelente  señor  Don  Gregorio  Ando- 
nonita,  como  General  de  todo  este  mar  y  super- 
intendente de  todos  estos  reinados.  Escribe  su 
excelencia  al  señor  General  hermano  de  Vues- 
tra Alteza;  pidióme  lo  hiciese  yo.  A  Vuestra 
Alteza  suplico  se  digne  de  haber  por  bien 
todo  lo  que  pide  se  cumpla,  pues  va  endere- 
zado al  servicio  de  Sus  Majestades,  y  porque 
lleva  visita  general  ordena  que  Vuestra  Alteza 
se  venga  á  la  ciudad  de  Abarella,  á  donde  llega- 
ría su  excelencia  por  si  acaso  Vuestra  Alteza 
no  gustare  de  verlo;  en  lo  demás  pasado  se  ha 
cometido  á  persona  que  no  ha  de  hacer  más  de 
lo  que  Vuestra  Alteza  quisiere,  y  así  no  hay 
para  qué  vacilar  en  desgracias  y  palabras  pa- 
sadas que  la  pesadumbre  fija  en  el  corazón  hizo 
hablar,  pues  la  brevedad  dirá  lo  demás;  ceso. — 
El  padre  Pedro.y> 

CAPITULO  XXI 

De  las  cosas  notables  que  pasaron  en  Ampelo  y 
cómo  partimos  y  llegamos  á  Catam,  y  de  las 
cartas  que  escribió  la  señora  priora  y  los  pa- 
dres, y  sus  respuestas. 

Partió  Don  Antonionita  con  doce  navios  por 
las  costas,  y  como  hay  por  allí  muchas  islas 
pequeñas  pasamos  á  vista  de  una  isla  grande. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


371 


como  la  de  á  do  partimos,  y  otras  tres  chicas, 
cida  una  de  un  pueblo,  y  la  grande  de  cuatro. 
Quedaron  en  aquellos  pueblos  todos  los  navios 
y  áeí  partió  para  allá.  Cuando  nos  encontremos 
oiremos  por  relación  lo  que  le  pasó.  El  gober- 
nador de  Ampelo  está  subordinado  al  de  Siiioa, 
como  lo  está  Don  Pablo  y  el  de  aquellas  cuatro 
islas,  y  otros  dos  que  tiene  y  cinco  corregi- 
mientos. Este  gobernador  y  el  de  aquellas  cua- 
tro islas  eran  hei'manos  y  sobrinos  del  virrey. 
Hubo  muchas  quejas  al  General  dellos,  y  por  no 
traer  comisión  particular  no  quiso  conocer  de 
cosa.  Pidióme  que  lo  hiciese  yo,  y  así  me  dio 
entonces  una  carta  de  la  señora  María,  que  de- 
cía así: 

Carta  de  la  señora  María. 

«Padre  Pedro:  En  ese  reino  de  que  es  super- 
intendente el  General  mi  tío  hay  muchas  justi- 
cias que  de  las  guerras  pasadas  quedó  rencor 
entre  ellos  y  nosotros;  si  hubiere  quejas,  conoz- 
ca dellas  vuestra  merced,  apacigüe,  ponga,  quite, 
haga  y  deshaga  como  nuestra  persona,  que  en 
el  tiempo  de  justicia,  nulidades  de  los  tueros 
dése  reino  y  de  los  demás  requisitos  dispensa- 
mos; en  lo  demás  de  personas  para  proveer  lleva 
memorial  de  por  sí,  que  lo  verá  y  lo  que  vues- 
tra merced  proveyere,  establecemos  y  manda- 
mos.— La  señora  María."» 

Cierto  á  mí  me  pesó,  porque  vide  ocasión  de 
detenernos,  y  deseaba  llegar  á  Goa  para  ver  si 
había  de  volver  ó  no.  Publiqué  visita  contra 
ellos.  Recebí  por  memoriales  quejas  de  ambos, 
que  fueron  muchas;  no  consentí  que  se  quitaran 
las  gorras  de  los  cargos,  porque  en  ellas  se  cono- 
ce el  gobernador  y  las  demás  justicias.  Llamába- 
los en  secreto  y  con  el  pajecillo  los  persuadía 
á  la  verdad,  y  sabía  lo  que  querían  y  en  qué 
eran  agraviados,  y  luego  de  los  gobernadores 
sabía  la  verdad,  y  los  juntaba.  Si  tocaba  en 
dinero  les  hacía  por  bien  que  se  lo  volviesen, 
como  ellos  me  dijesen  en  secreto  que  los  habían 
llevado;  y  esto  decía  yo  que  lo  daría,  y  en  lo 
qiie  era  honras  hallé  culpado  en  doncellas  al 
uno  en  más  de  treinta,  que  en  secreto  les  hice 
dar  lo  que  por  sus  leyes  se  determina,  según 
los  linajes,  y  no  les  condenaba  en  nada.  A  éste 
apercebí  para  ir  con  tres  navios  hasta  el  puerto, 
y  le  nombré  por  castellano  de  un  castillo  de 
Pracel,  en  los  bajíos,  que  era  cargo  de  más 
honra,  y  á  do  no  había  mujeres,  y  al  compadre 
del  señor  General  por  gobernador  de  allí.  Parti- 
mos de  Ampelo,  y  á  la  costa  hay  seis  islas,  que 
cada  una  no  tiene  más  que  un  pueblo,  y  hay 
otro  corregidor  en  la  mayor,  que  tiene  dos,  que 
es  la  primera,  aunque  la  postrera  es  tan  grande 
como  la  primera,  que  será  cada  una  treinta 
leguas  de  boj. 


Cada  noche  tomíbamos  tierra.  Llegamos  á 
Catam,  que  es  una  ciudad  de  más  de  quince 
mil  casas.  Hay  gobernador  sujeto  á  la  de 
Champaa  y  Abarella,  que  son  las  dos  mayores 
ciudades  de  este  reino.  Hízonos  grande  rec- 
bimiento.  Era  enemigo  del  señor  Don  Gregorio 
por  las  guerras  pasadas.  Yo  los  hice  amigos  y 
publicó  la  visita  contra  él  y  contra  el  corregi- 
dor de  las  seis  islas,  que  era  sujeto  á  éste,  y 
me  detuve  algunos  días  por  sólo  que  los  diera 
libres,  y  por  estar  no  muy  bien  recebido  con  la 
gente  trocó  al  otro  gobernador  de  Ampe/O  con 
éste  y  les  dio  títulos  por  tres  años,  y  al  corre- 
gidor lo  hizo  capitán,  y  á  un  capitán  suyo  le  dio 
este  corregimiento,  y  lo  hizo  inmediato  al 
virrey  con  título  de  gobernador.  El  día  de  los 
Santos  y  el  de  los  Finados  dijimos  allí  misa,  y 
en  aquellos  días  despachamos  al  otro  goberna- 
dor y  á  los  padres  para  la  señora  María,  y  res- 
pondí á  otras  dos  cartas  suyas,  y  á  las  de  los 
padres  Alfonso  y  Juan,  que  por  ser  las  dos 
casi  una  sólo  pondré  aquí  una  dellas  con  la  res- 
puesta. Respondí  también  á  otra  de  la  señora 
priora,  la  cual  pondré  también  aquí  para  que 
se  vea  lo  que  obra  el  Señor  en  los  corazones 
buenos  y  que  se  quieren  ayudar  con  los  favores 
de  su  divina  gracia. 

Carta  de  la  señora  María. 

«Otras  dos  cartas  tingo  escritas  á  vuestra 
merced,  amado  padre  mío,  y  por  ellas  habrá 
visto  lo  íntimo  de  mi  corazón,  en  particular  en 
la  segunda,  que  fue  estampa  de  todo  lo  que 
acá  quedaba;  y  así  fue  de  mi  propia  mano  y 
letra,  que  el  cantor  declararía  cómo  por  una 
carta  le  escribí,  y  así  pedí  por  ella  la  respuesta 
de  la  mano  dése  niño  para  poderla  yo  leer.  Digo 
por  ésta  que  de  cada  día  es  tanta  la  ansia  que 
tengo  de  verlo  que  me  hallo  culpada  y  arre- 
pentida de  no  haber  atropellado  estas  malas 
leyes  de  un  tirano  rey,  que  en  esta  tierra  guar- 
dan ciegos  entendimientos,  que  como  recebí  el 
santo  baptismo  sin  aguardar  Cortes  ni  años,  y 
salí  con  ello,  pudiera  salir  con  todo  lo  demás 
que  quisiera.  Verdad  es  que  no  lo  dejé  por  sus 
leyes,  sino  por  la  del  pundonor  de  no  caer  en 
bocas  del  linaje  común.  Paso  mil  penas,  que 
con  sólo  ver  á  vuestra  merced  y  comunicarlas 
por  el  locutorio  excusara;  pues  no  puede  ser, 
abrevie  vuestra  merced  á  Goa,  quizá  se  orde- 
nará de  suerte  que  torne  y  reciba  consuelo  espi- 
ritual mi  alma. 

)>Padre  mío,  tristísima  estoy  por  su  ausencia, 
necesidad  tengo  del  socorro  de  vuestra  merced, 
encomiéndeme  á  Dios  muy  en  particular,  que 
como  estos  padres  son  tan  santos  y  en  sus  le- 
tras tan  doctos,  tienen  otro  modo  de  lenguaje 
por  diferente  estilo,  en  menos  saber  en  las  cosas 


372 


autobiografías  y  memorias 


de  acá,  y  más  cerrados,  que  sólo  con  difinitiva 
sentencia,  sí,  no,  Y  ya  ve,  padre  mío,  que  para 
una  desconsolada,  con  falta  de  madre  y  de  her- 
mano, que  anda  tan  engolfado  que  se  le  pasan 
ocho  días  sin  verme,  aunque  lo  que  yo  ordeno 
y  mando  todos  lo  cumplen,  que  con  él  y  sin  él 
tiene  mandado  que  se  haga  mi  gusto,  y  yo  pro- 
A^eo  en  cosas  aunque  tenga  mandadas  otras, 
porque  así  lo  tiene  ordenado.  Con  todo  esto 
había  menester,  como  planta  nueva,  más  rocío 
y  más  consuelo.  Monja  soy  y  dello  me  precio; 
en  Jesús  y  María  creo  y  protesto  creer,  y  á 
ellos  como  á  mi  Criador  y  su  Madre  adoro; 
mas  el  demonio,  como  á  mujer  flaca,  me  trae 
imaginaciones  de  la  ley  pasada,  del  reino,  de 
marido,  que  aquí  tiene  su  batería;  cuando 
pienso  hallar  consuelo,  hallo  un  solo  sí  ó  no 
tan  seco,  que  cada  día  tengo  á  vuestra  merced 
delante  de  mis  ojos.  Acuerdóme  cómo  llevaba 
mis  enojos,  cómo  á  mis  pasiones  les  daba  lar- 
ga para  más  recogerlas,  cómo  le  hallaba  cada 
día  á  mi  temple  y  gusto,  cómo  me  consolaba 
con  palabras  tan  fundadas  en  razón.  Si  me  de- 
terminaba en  si,  tan  determinado  con  mi  gusto; 
si  en  no,  tan  resuelto  en  el  mismo  no;  en  su 
fe  tan  firme,  en  la  verdad  tan  A^erdadero,  en  los 
engaños  tan  sin  doble  y  en  todo  tan  acertado, 
y  así  lo  hallo  menos  cada  día  más.  Escriba 
vuestra  merced  á  estos  señores  padres  alguna 
cosa  de  consuelo  para  mí,  y  si  allá  hallare  al- 
guno que  lo  vea  con  su  entendimiento  más 
semejante  al  mío,  envíemelo,  ó  véngase  vues- 
tra merced,  que  ya  no  lo  puedo  sufrir;  y  si  de- 
terminare en  venirse,  á  mi  tío  se  le  puede  fiar 
la  honra  y  vida. 

3)Las  cosas  de  aumento  van  en  tanta  abun- 
dancia que  de  seis  días  á  esta  parte  ha  habido 
cuatrocientos  cristianos,  y  de  nuestro  linaje  dos, 
y  muy  viejos,  cinco  del  segundo  linacje  y  diez 
y  ocho  del  tercero,  que  es  para  mí  de  mucho 
consuelo. 

»A  el  virrey  mi  tío,  general  desa  mar,  le  di 
recaudos  para  visitar  los  virreyes  y  demás  jus- 
ticias dése  reino,  porque  mi  hermano  no  quiere 
mandar  cosa  en  él;  y  di  orden  para  que  si  los 
enemigos  qiie  ahí  tiene  los  viese  disgustados, 
vuestra  merced  conociese  de  todas  las  causas. 
Por  este  capítulo  de  carta  torno  á  decir  que  á 
ios  que  se  agraviaren  haga  vuestra  merced  ofi- 
cio de  visitador,  que  confianza  tengo  que  de 
sus  manos  todos  saldrán  amigos  y  gustaré  mu- 
cho dello;  y  que  los  pobres  no  sean  demasiada- 
mente vejados,  que  cada  día  vemos  la  razón  que 
hay  de  favorecerlos,  pues  somos  hijos  de  un 
padre  y  todos  redimidos  por  la  propia  sangre 
de  Dios  Jesús,  el  cual  guarde  á  vuestra  mer- 
ced y  me  le  deje  ver;  y  crea  que  fuera  más  lar- 
ga, sino  que  la  pena  no  me  deja. — La  señora 
María. Ji 


Respuesta  mía  á  la  carta. 

«Amada  señora  María,  sierva  de  Nuestro  Se- 
ñor y  querida  de  su  amada  Madre:  Bien  en- 
tiendo yo  y  tengo  por  fe  que  el  Señor  dará 
lugar  al  demonio  de  tentaciones,  que  aflija  á 
nuestra  clemencia  con  ellas,  porque  sus  amados 
y  escogidos,  para  más  corona  de  gloria,  como 
los  conoce,  les  da  más  tentaciones,  como  los 
padres  contarán  á  vuestra  clemencia  del  glorio- 
so San  Pablo,  Apóstol  y  Doctor  de  las  gentes; 
del  santísimo  Antonio,  cuya  vida  fue  una  per- 
petua lucha  y  una  sangrienta  batalla,  aunque 
espiritual,  con  los  demonios,  y  otro  número 
infinito.  Ya  sabemos  que  el  oro  y  plata,  todas 
las  veces  que  llega  á  sus  quilates,  no  es  bas- 
tante la  hornilla  ni  el  fuego  á  consumirlo.  Dé 
vuestra  clemencia  particulares  gracias  al  Señor 
que  le  dio  talento  para  pasarlo  todo.  ¡Cuántas 
veces,  amada  señora  en  Cristo,  dije  á  vuestra 
clemencia  que  la  ley  del  Señor  Jesús  era  en  el 
modo  áspera,  aunque  ella  de  sí  muy  suave,  y 
que  con  trabajos  se  alcanzaba  el  descanso! 
¡Cuántos  veces  prediqué  á  Jesús  nuestro  ver- 
dadero Dios  con  tantos  trabajos  y  persecucio- 
nes, paciencia  y  sufrimiento,  y  todo  para  ense- 
ñanza nuestra!  ¡Cuántas  veces  dije  lo  que  había 
de  pasar  como  al  pie  de  la  letra  lo  veo  ahora 
por  cartas!  Sí;  entonces  me  decía  vuestra  cle- 
mencia, sin  ser  cristiana,  que  era  razón,  y  que 
esto  era  lo  bueno,  y  que  si  fuera  cristiana  lo 
pasara  y  peleara  para  ganar  la  corona  del  mere- 
cimiento. Lo  que  en  esta  pelea  se  gana  no  es 
otra  cosa  sino  al  mismo  Dios  y  la  bienaventu- 
ranza para  siempre.  Pida  favor  al  mismo  Dios, 
que  él  se  lo  dará  sin  falta.  Satisfecho  quedo, 
señora  de  mi  alma,  de  que  en  viendo  vuestra 
clemencia  esta  mi  carta  ha  de  desechar  todo 
género  de  pesar  y  tornar  con  la  fortaleza  de  ver- 
dadera cristiana.  Pluguiera  á  Dios  pudiera  estar 
yo  allá  para  en  algo  consolar  á  vuestra  clemen- 
cia ó  ser  consolado  con  su  santa  plática.  Tor- 
no á  decir  que  haré  todo  lo  que  en  mí  fuere,  y 
que  si  hay  posibilidad  en  tornar,  tornaré  sin 
que  haya  falta.  Dios,  padre  de  misericordia, 
señora  mía,  proveyó  de  que  en  el  mar  el  Gene- 
ral encontrase  un  cosario  chino  y  le  tomase  tres 
navios.  Venían  en  ellos  esos  cuarenta  y  cinco 
cristianos  que  van  á  ser  hijos  y  á  vivir  debajo 
el  amparo  de  vuestra  clemencia.  Tres  sacerdotes 
hubo;  los  dos,  por  ser  de  mi  propia  nación,  van 
á  besar  las  manos  á  vuestra  clemencia  y  para 
que  los  ocupe  en  esa  viña  del  Señor;  por  obe- 
decer lo  que  vuestra  clemencia  me  manda,  les 
di  título;  podrá  ser  que  alguno  acierte  á  servir 
á  vuestra  clemencia.  JNuestro  Señor  sabe  si  qui- 
siera yo  poder  enviar  muy  al  justo  y  á  contento 
de  vuestra  clemencia,  á  quien  Nuestro  Señor 


PEDKO  ORDONEZ  DE  CEBALLOS 


373 


consuele  con  bienes  espirituales  y  de'  su  divina 
gracia.  Capellán  de  vuestra  clemencia,  e/ par/ /-e 
Pedro.:» 

Carta  de  los  padres  Alfonso  y  Juan. 

«La  postrera  deste  viaje  será  esta,  amado 
padre  Pedro,  y  con  algún  sentimiento  de  su 
ausencia  de  vuestra  merced  y  con  tanto  de  ver 
á  Su  Majestad  apartado  de  nosotros,  que  no 
nos  ve,  ni  jamás  ha  llamado,  ni  ve  á  la  se- 
ñora María  su  hermana;  y  con  esto  está  tan 
triste  y  tan  olvidada  de  si  misma  que  para 
hacerla  salir  de  su  aposento  ha  sido  menester 
rigor  de  obediencia,  y  algunos  días  para  que 
coma  lo  propio,  que  con  su  gran  cristiandad 
obedece,  que  si  fuera  monja  de  muchos  años  no 
acudiera  á  las  cosas  con  más  celo;  sólo  en  lo 
que  tiene  diligencia  es  en  las  cosas  del  servicio 
de  Dios,  y  así  hace  lo  que  dice.  A  la  oración 
que  hacen  á  media  noche  es  la  primera,  y  la 
postrera  que  se  va,  y  aun  la  que  llama  á  las 
otras.  No  falta  jamás  á  las  misas  y  á  las  horas 
que  nosotros  decimos  con  los  cantores.  Acude 
á  su  confesión  y  comunión  de  ocho  días,  ha- 
ciendo que  las  demás  acudan  cada  quince;  y  lo 
que  es  la  gran  religiosa  Polonia,  íe  ayuda  y 
sigue  sus  pisadas,  y  otras  asimesmo.  Aunque 
es  verdad  que  la  señora  María  echa  mucho  de 
menos  á  vuestra  merced,  por  el  locutorio,  que 
me  lo  ha  dicho,  y  como  yo,  pobre  de  mí,  soy 
tan  sin  fruto  y  tan  para  poco,  y  mi  compañero 
tan  corto  de  palabras,  yo  áspero  en  las  mías  y 
él  sin  ningunas,  colegimos  algún  desabrimiento 
en  su  clemencia.  Por  la  mesma  candad,  que  es 
Dios,  le  pedimos  á  vuestra  merced  que  pro- 
cure venir  y  que  nos  disculpe  con  ella.  En  lo 
demás  de  por  acá,  por  los  cristianos  que  hizo 
el  padre  Juan  en  esta  semana  se  verá  lo  que 
hay;  en  dos  días  baptizó  más  de  cuatrocientos, 
y  es  sin  número  los  que  vienen.  Rogamos  al 
Señor  que  nos  envíe  obreros.  Deseamos  que 
vuestra  merced  llegue  á  Malaca  y  nos  envíe 
alguno.  Vuestra  merced  abrevie  su  viaje,  aun- 
que me  parece  que  el  deseo  tan  extraño  que  de 
verlo  en  esta  tierra  tenemos  nos  hace  sospechar 
de  que  no  lo  tenemos  de  ver  cumplido.  Y  si  no 
fuese,  sírvase  el  Señor  con  todo,  que  quizá  esa 
paciencia  para  traer  almas  la  guarda  Nuestro 
Señor  para  otras  de  menos  saber  que  las  desta 
tierra.  Su  divina  Majestad  lo  ordene  para  su 
?,&xyic\o.~ El  padre  Alfonso.  El  padre  Juan.» 

Respuesta  mía  á  la  de  los  padres. 

«Padres  míos  en  el  Señor:  Con  ésta  tengo 
recebidas  tres  de  vuestras  mercedes  y  con  to- 
das contento  de  su  salud  y  del  aumento  de  la 
cristiandad,  que  bien  veo  el  gran  talento  que 


Nuestro  Señor  dio  á  vuestras  mercedes  para 
eso.  Aunque,  como  vuestra  merced,  padre  mío 
Alfonso,  dice,  tiene  alguna  aspereza  de  pala- 
bras, y  mi  padre  Juan  tan  pocas,  que  crean 
vuestras  mercedes  es  el  descontento  de  Su 
Majestad ,  la  gran  cristiana  María,  hay  nece- 
sidad muy  precisa  para  que  en  particular  la 
consuele  con  pláticas  divinas  cada  uno  de  vues- 
tras mercedes  y  en  cosa  no  se  le  contradiga, 
sino  decirle:  Esto  es  lo  derecho;  en  lo  demás 
lo  que  vuestra  clemencia  mandare,  y  alegrarse 
con  ella.  Y  si  preguntare,  satisfacerla  con  las 
palabras  que  ella  gustare,  algo  melosas.  Y  en 
lo  que  fuere  fuera  de  la  fe,  obedecerla  y  no 
hacer  cosa  sino  lo  que  ella  ordenare  y  mandare. 
Consideren  vuestras  mercedes,  padres  míos,  lo 
que  va  en  ello,  y  que  Nuestro  Señor  se  servirá. 
Allá  van  dos  Doctores  extremeños;  el  que 
fuere  apto  será  vicaiio  dése  convento;  ténganlo 
por  bien  vuestras  mercedes  y  no  haya  discor- 
dia. Porque  en  lo  que  en  mí  es,  pues  gusta  su 
clemencia,  yo  nombro  y  escojo  al  que  su  cle- 
mencia mandare,  según  e'.la  viere,  y  al  otro  por 
vicario  del  pueblo,  y  nombro  por  prelado  ma- 
yor al  padre  Alfonso,  y  juntos  ordenen  lo  que 
más  convenga  y  en  todo  no  se  haga  cosa  sin 
expreso  parecer  de  su  clemencia.  Un  memorial 
envío,  como  el  que  sabe  el  pecho  de  la  señora 
María;  guárdese,  pues  convendrá  para  la  quie- 
tud y  aumento  de  la  cristiandad.  Y  crean 
vuestras  mercedes  que  si  puedo  volveré  y  si  no 
enviaré  los  más  sacerdotes  que  pudiere,  y  siem- 
pre avisaré.  Nuestro  Señor  conserve  á  vues- 
tras mercedes  en  su  santa  gracia. — El  licencia- 
do Pedro  Ordóñez  de  Ceba  I  los.» 

CAPÍTULO  XXII 

A  do  se  prosigue  la  historia  y  se  cuenta  lo 
demás  que  pasó  en  Catan,  y  de  la  nueva  que 
hubo  del  cosario  china,  y  cómo  salió  en  su 
busca  el  General  con  los  demás  nainos. 

Despachados  los  dos  padres  doctores  para  la 
Corte,  lo  cual  tuvo  el  señor  General  por  muy 
bien  de  que  fuese  su  capellán  el  uno,  porque 
era  hombre  muy  risueño  y  alegre,  y  considera- 
mos que  se  había  de  holgar  la  señora  priora, 
fueron  también  los  cristianos,  y  el  gobernador 
de  las  islas  con  todos  y  con  dos  navios.  Despa- 
ché cartas  para  otras  personas,  y  grandes  avi- 
sos y  memoriales  que  se  habían  de  aprovechar 
mucho.  Partieron  dos  días  después  de  nosotros 
llegados  allí;  y  como  se  dijo  nos  detuvimos  en 
las  visitas  y  amistades  de  aquellos  príncipes,  y 
todo  se  hizo  bien,  porque  tenía  grandes  partes  el 
señor  Don  Gregorio.  En  aquellos  días  visité  la 
cárcel  de  aquella  ciudad,  como  hacía  en  las  de- 
más; }  visité  los  Cíjcluvds  pura  ver  si  había  cris- 


374 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


tianos,  y  no  hallé  ningunos,  üua  tarde,  víspera 
de  Todos  Santos,  hubo  nueva  como  una  grande 
armada  andaba  en  la  mar,  de  más  de  cuarenta 
vasos,  y  que  había  cogido  navios,  y  que  en 
diciendo  de  Cochiucliina  los  pasaban  á  cuchillo. 
Entendióse  sería  el  cosario  que  huyó,  y  encon- 
trada su  armada  tornaba  á  la  venganza.  Aper- 
cibióse toda  la  tierra  y  diosc  aviso  para  que  en 
todos  los  puertos  enviasen  navios  al  cabo  de 
Pracel,  á  una  isla  do  se  habían  de  juntar  para 
lo  que  pudiese  suceder.  Salió  el  señor  General 
á  priesa  con  doce  navios  y  el  mío,  y  yo  me 
quedé  allí;  y  después  de  los  Santos  me  embar- 
qué en  una  barca  de  las  llanas,  y  conmigo  el 
padre  portugués,  cura  de  Malaca.  Pues  fue  así 
que  el  navio  que  iba  á  la  China  aportó  á  la  isla 
al  cabo  de  Pracel  á  do  estaba  el  señor  Don  An- 
tonio con  sus  navios,  juntando  más  que  cada 
día  llegaban  para  poder  dar  sobre  el  enemigo; 
y  según  su  gran  pecho  se  entendió  que  quería 
aquella  empresa  para  sí  solo,  pues  no  daba  aviso 
á  su  padre  y  lo  había  dado  á  otras  partes. 
Juntó  treinta  y  dos  vasos  y  partió  á  postrero 
de  otubre  en  busca  del  enemigo,  y  tenia  noticia 
de  que  iba  en  su  busca  hacia  la  Ciudad  Real, 
y  así,  por  haber  pasado  hacia  arriba  (que  lla- 
mamos por  los  menos  grados),  no  se  encontra- 
ron; ni  tampoco  con  el  señor  General,  que  iba 
en  demanda  de  la  isla  de  Pracel.  A  tres  de  no- 
viembre, llegando  nosotros  en  la  barca  tierra  á 
tierra,  á  una  isla  muy  fuerte  que  está  allí,  y  otras 
tres  junto  á  ella  más  arriba,  descubrimos  aquella 
tarde,  á  puesta  de  sol,  muchas  velas,  y  de  presto 
á  remo  y  vela  tomamos  puerto.  Como  nos  ano- 
checió no  se  pudo  ver  si  era  nuestra  armada  ó 
la  contraria.  Salimos  otro  día  y-  estando  fuera 
del  puerto  á  muy  poco  camino  nos  hallamos 
cercados  de  más  de  veinte  barcas  que  nos  co- 
gieron y  llevaron  á  un  gran  navio  que  estaba 
cerca  al  abrigo  de  otra  isla,  y  de  allí  descubri- 
mos más  de  setenta  velas,  chicas  y  grandes. 
Lleváronnos  ante  el  cosario,  que  era  un  hom- 
bre viejo  de  mala  fisionomía.  Preguntónos  de 
adonde  éramos,  y  todos  erramos  en  decir  mal 
del  General,  y  que  nos  había  tomado  un  navio; 
que  nos  tornábamos  á  Malaca;  que  había  salido 
con  trece  navios  en  su  busca,  que  decían  que 
traía  treinta,  y  que  su  tiniente  había  partido 
con  otros  doce.  Di  jome:  Dile  á  éste  que  lo  creo, 
porque  yo  vi  los  doce  y  los  tomara,  sino  que  no 
tenía  junta  un'  armada;  y  así  ahora  antes  que 
se  junten  yo  tomaré  los  trece.  Dieron  velas,  y 
aquel  día  á  la  tarde  las  descubrió  y  contaron,  y 
me  llamó  y  abrazó  y  dijo  que  si  iba  allí  mi 
navio  que  me  lo  volvería;  otro  día  barloventeó 
aquella  noche,  y  al  amanecer  nos  hallamos  des- 
caídos con  las  aguas  de  tierra  más  de  diez 
leguas,  y  descubrimos  á  vista  en  aquellos  mo- 
gotes prolongados  de  Pracel  los  trece  navios,  y 


ya  eran  veinte;  de  la  gente  de  acá  hubo  grande 
alegría  por  la  mayor  ganancia.  Cerca  de  medio 
día  á  una  vista  parecían  más  navios;  á  otra 
vista,  á  la  parte  de  Champaa,  otras  velas  que 
no  se  podían  divisar.  Salió  nuestro  galeoncillo, 
que  se  señalaba  entre  todos  por  la  diferencia  de 
la  hechura.  Dijele:  Señor,  aquel  es  mi  navio, 
¿quieres  que  le  hable?  Dijo  que  sí.  Salí  á  la  tolda 
del  castillo  de  proa  y  hice  señas  que  llegase,  y 
Pedro  de  Lomelín  me  conoció,  y  así  no  disparó. 
Di  voces  y  dije:  Señor  capitán, ahora  es  tiempo 
de  vengarnos,  y  no  ayudar  á  quien  nos  ha  de 
quitar  la  hacienda  y  nos  tiene  presos  tantos 
días  há.  Si  hay  algunos  soldados  de  la  tierra, 
métalos  en  prisión,  y  ayudemos  á  quien  nos 
promete  libertad  y  mercedes.  Respondió:  No 
tengo  más  del  piloto,  y  como  están  con  miedo 
me  envió  á  reconocer  si  era  la  parte  de  la  arma- 
da que  le  falta,  que  debe  de  ser  la  que  se  ve 
allá  abajo  á  una  vista.  Acometa  luego  antes 
que  se  junten.  Holgóse  tanto  que  luego  nos 
mandó  echar  en  el  navio,  y  doce  soldados 
suyos.  Pidió  más  gente  y  trajeron  otros  veinte. 
Todos  decían:  Ea,  ánimo,  que  nosotros  ayuda- 
remos á  do  tenemos  obligación.  Y  apartándo- 
nos, porque  venían  ya  los  navios,  pregunté  si 
había  alguno  cristiano  de  los  treinta  y  dos,  y 
dijo  un  chino:  Yo.  Llámelo  á  la  popa  y  púse- 
uie  á  hablar  con  él,  y  pensé  que  á  los  demás 
los  prendiera  Pedro  de  Lomelín.  Repartiólos  en 
sus  puestos,  unos  apartados  de  otros,  y  en  un 
proviso  los  echaron  á  la  mar,  de  que  me  pesó 
harto,  porque  yo  me  holgara  mucho  volvérselos, 
Sólo  quedó  aquel  cristiano  y  otro  que  se  asió  á 
un  cable  y  pidió  misericordia.  Yo  salí  y  no  con- 
sentí le  hicieran  mal.  Sería  como  las  cuatro  de 
la  tarde  cuando  comenzaron  á  cañonearse;  nos- 
otros nos  apartamos  y  el  chino  dio  sobre  la 
armada,  que  ganó  el  barlovento;  y  nuestro 
General  á  hecho  se  lo  dejó  ganar  porque  la 
armada  suya  se  lo  ganase;  hasta  que  fue  de 
noche  pelearon,  que  ya  llegaban  algunos  de  los 
navios,  y  por  ser  ya  tarde  cada  uno  se  apartó, 
y  al  amanecer  nos  hallamos  todos  tan  entreme- 
tidos los  unos  con  los  otros  que  estábamos 
nosotros  á  tiro  de  escopeta  con  un  navio  suyo. 
Toca  al  arma  con  una  presteza  no  imaginable, 
echa  garfios  y  ásese  con  nosotros;  fue  tanto  el 
ímpetu  que  yo  oí  decir  al  piloto  nuestro  que 
era  de  la  tierra:  Rendidos  somos.  Gran  ánimo 
y  coraje  tomaron  los  españoles:  ¡Santiago,  cie- 
rra España!  que  en  media  hora  lo  tenían  ren- 
dido y  presa  toda  la  gente.  Llegaron  tantos 
navios,  barcas  y  otros  géneros  de  navios  que  el 
pobre  cosario  en  el  aire  iba  ya  á  todas  velas 
huyendo,  que  aunque  le  siguieron  y  batallaron 
todo  aquel  día  no  hicieron  más  de  echarse  dos 
navios  cada  uno  al  otro  á  fondo,  y  cada  uno 
tomó  su  gente,  que  poca  debió  de  peligrar.  Y 


PEPRÜ  ORDONEZ  DE  CEBALLOS 


375 


no  se  tomó  sino  sólo  el  navio  que  nosotros 
toiuamoR,  y  una  barquilla,  y  ellos  se  llevaron 
tres  barquillas.  Hacia  la  noche  tornó  en  orden 
y  reconoció.  Puso  á  tres  lumbres  en  cada  navio 
y  se  apartó,  y  todos  nosotros,  si  no  lúe  la  capi- 
tana, á  una.  Otro  día  al  amanecer,  siete  de  no- 
viembre, tornaron  á  cañonearse.  Si  acometía 
nuestra  armada  se  apartaban  ellos;  si  nos  tor- 
nábamos nos  acometían.  Era  de  ver,  aunque  no 
se  hizo  cosa  en  aquel  día  y  otro.  El  noveno  día 
apareció  más  flota  y  navios  de  oti'a  hechura,  y 
fue  que  como  aquel  cosario  china  venía  del  mar 
de  Camboja  y  quedaba  aliado  con  el  General 
para  coger  los  navios  que  en  el  mar  se  hallasen 
para  robarlos,  y  en  la  guerra  que  se  hacía  y  ha- 
bía publicado  contra  el  gran  rey  de  Cochinchi- 
na,  y  como  enemigo  de  su  rey  de  la  China  y 
rebelado  contra  él,  buscaba  los  enemigos  de 
quien  se  quería  valer,  y  era  contra  los  amigos 
de  su  rey.  Y  como  lo  encontró  el  general  Don 
Gregorio  Andonouita  y  le  quitó  tres  navios, 
quedó  tan  agraviado  que  juntó  los  que  tenía  y 
avisó  al  General  de  Camboja,  y  este  día  se  ha- 
llaron juntos  todos  los  navios,  que  debían  de 
ser  suyos  cuarenta  grandes  y  treinta  pequeños, 
y  del  de  Camboja  doce  muy  grandes  y  treinta 
un  poco  menores,  y  sesenta  barcas,  zabras,  pira- 
guas y  otros  géneros  de  navios  de  madera  y  de" 
juncos,  que  contamos  aquella  mañana  ciento  y 
stsenta  vasos.  Los  nuestros  eran  hasta  treinta 
grandes  y  setenta  medianos,  y  los  pequeños  re- 
formó y  dejó  treinta,  y  los  demás  les  mandó  que 
no  peleasen,  sino  socorriesen  á  echar  gente,  y 
envió  los  otros  por  gente,  que  de  los  que  venían 
cada  momento  estaban  ya  los  navios  llenos. 
También  reformó  el  contrario.  Como  á  las  diez 
del  día  comenzó  nuestro  navio  y  el  del  portu- 
gués que  yo  libré  á  disparar,  y  salieron  otros 
dos  navios  de  los  nuestros,  que  conoció  el  navio 
portugués  que  eran  de  los  seis  de  su  camarada; 
no  nos  tiramos,  y  así  pasaron  ellos  hacia  nues- 
tra armada  y  nosotros  hacia  la  suya.  Salió 
otro  navio  asimismo  y  pasó  con  los  otros  dos. 
Fue  cerrándose  el  armada  suya  para  cogernos 
en  medio  y  nosotros  nos  salimos  dándoles  una 
rociada,  y  entraron  tras  nosotros  ocho  navios 
y  como  había  querido  hacer  nuestro  General  lo 
niesmo  nos  hallamos  todos  en  medio  de  nues- 
tros navios,  ellos  once  y  nosotros  dos,  que 
tuvimos  gran  riesgo,  porque,  como  puestos 
entre  \o<  otros,  todos  nos  tii-aban;  nos  mataron 
un  marinero  de  los  nuestros  y  seis  soldados  de 
la  tierra.  Tenia  nuestro  navio  docientos  y  nos 
aferramos  con  dos  navios  de  los  ocho  y  se  peleó 
más  de  dos  horas,  y  los  tres  navios,  como 
habían  pasado  por  junto  al  de  los  portugueses 
amigos,  les  dijeron  que  mirasen  á  quién  ayuda- 
ban, que  eran  enemigos  del  rey  de  la  China,  y 
asi  se  dejaron  rendir  luego.  Aferraron  á  ios 


otros  seis  navios,  á  cada  uno  el  suyo;  sería  en 
punto  de  medio  día  cuando  llegó  un  navio  de 
los  nuestros  por  el  costado  del  contrario  y  le 
abrió  con  unos  artificios  de  unos  espolones  que 
pone  en  proa  de  unas  navajas  de  más  de  diez 
brazas,  y  como  le  entró  tanta  agua  y  nosotros 
estábamos  aferrados  y  de  los  nuestros  había 
gente  dentro,  estuvimos  muy  á  pique  de  perder- 
nos, tanto  que  yo  vide  entrar  agua  por  el  bordo 
de  nuestro  navio,  y  en  el  otro  se  ahogaron  tn-s 
de  los  nuestros  y  catorce  de  la  tierra;  y  si  Pedro 
de  Lomelíu  no  saltara  en  la  gavia  que  estaba 
cerca  del  agua,  también  se  ahogar;!.  Tuve  nece- 
sidad yo  y  también  el  otro  padre  portugués,  y 
el  piloto  nuestro,  y  otros  dos,  de  tomar  hachas 
y  romper  un  cable  de  seda  que  alquitranado 
con  aquel  betún  estaba  tortísimo,  y  si  no  lo 
rompiéramos  iba  á  fondo  el  navio.  Ya  en  este 
tiempo  estaban  las  dos  flotas  asidas  con  tanta 
furia  que  era  bravosidad  verlas.  Nuestra  capi- 
tana no  se  aferró  jamás  á  ninguna,  sino  soco- 
rriendo á  todos  los  demás  navios.  E!  almiranta 
se  aferró  hasta  que  la  socorrió  con  gente  *'l 
General  y  rindió  al  otro  navio  á  más  de  las  tres 
de  la  tarde. 

Fue  tanto  el  coraje  que  tenían  y  loque  en  este 
caso  pasó,  que  había  para  hacer  una  gran  his- 
toria; entenderse  ha  con  que  pelearon  hasta 
que  la  noche  vino,  sin  haberse  declinado  la  vic- 
toria en  todo  el  día  más  á  una  parte  que  á  otra. 
Recogióse  cada  uno  á  su  capitana  y  almiranta. 
Recorrióse  á  todas  partes  para  ver  los  navios 
que  faltaban  y  los  muertos  y  heridos;  faltaron 
seis  navios  dé  los  grandes  y  medianos,  y  once 
de  los  chiquillos.  Murieron  cuatro  mil  almas  y 
heridos  casi  otros  tantos.  Túvose  consejo  luego 
y  determinóse  el  General  de  partir  su  flota,  la 
mitad  del  cabo  abajo  y  la  mitad  arriba,  para 
que  no  se  les  fuesen,  que  tuvo  por  cierta  la  Vi- 
toria. Al  tiempo  que  salían  los  navios,  vimos 
cómo  los  contrarios  se  iban  ya  todos  arriba  ha- 
cia el  cabo  de  Cicir,  porque  habiendo  hecho  las 
mismas  diligencias  hallaron  que  les  faltaban 
veintitrés  navios  grandes  y  ochenta  y  dos  des- 
otros  y  muertos  tuvieron  más  de  nueve  mil,  y 
heridos  nos  certificaron  que  fueron  muchos;  el 
cosario  quedó  muerto  y  el  almirante  de  Cam- 
boja, y  el  General  estuvo  mal  herido.  De  suerte 
que  aquella  noche  cogieron  otros  once  vasos,  y 
á  la  mañana  hallamos  entre  nosotros  otros 
quince,  que  diciendo  que  eran  cochinchinos  se 
habían  quedado,  y  otros  que  no  podían  cami- 
nar estaban  aún  á  vista.  Seguímoslos  todo 
aquel  día  y  no  se  pudo  coger  otro  vaso  ningu- 
no. Caminamos  aquella  noche  la  vuelta  de  la 
Avarella,  por  estar  enfrente,  y  al  amanecer  des- 
cubrimos la  ciudad  puesta  en  arma.  Diouie 
gran  contento  ver  aquellas  murallas,  por  ser 
hermosísimas.  Recibiéronnos  con  tanta  artille- 


.376 


autobiografías  y  memorias 


ría  y  cou  tan  gran  rumor,  que  cosa  no  se  pare- 
cía. Había  enviado  el  General  tres  veces  á  visi- 
tarme j  darme  el  pe'same  de  que  me  hubiese 
hallado  en  aquella  refriega,  y  yo  á  su  excelen- 
cia de  la  gran  vitoria  le  envié  el  parabién. 
Tomamos  puerto.  Estuvimos  allí  algunos  días, 
donde  curaron  muchos  que  estaban  heridos. 

CAPITULO  XXIII 

Del  gran  recebimiento  y  fiestas  que  se  hicieron 
en  la  ciudad  Real  de  Champaa,  y  de  lo  demás 
que  nos  sucedió  en  ella. 

Después  que  estuvimos  algunos  días  en  la 
ciudad  de  Avarella  partimos  á  nueve  de  diciem- 
bre de  1591  á  la  gran  Champaa,  ciudad  Real,  á 
do  llegamos  en  tres  días,  porque  nos  fuimos  de- 
teniendo en  otras  cuatro  islas,  publicando  la  vi- 
sita. Llegamos  allá  y  estaba  toda  la  playa  llena 
de  soldados,  y  hubo  todo  aquel  día  tanta  arti- 
llería que  parecía  hundirse  la  ciudad.  Ordenó 
el  virrey  que  hubiese  tres  recebimientos,  y  así 
vino  la  justicia  y  cabildo;  debajo  de  su  palio  re- 
cibió al  virrey,  callando  todos,  y  le  llevaron  á 
un  templo  que  en  todo  el  camino  que  habíamos 
andado  no  había  visto  otro.  Era  lindísimo  en 
razón  del  edificio,  y  muy  compuesto  de  labores 
y  ornamentos.  Había  en  el  altar  tres  bultos,  que 
á  su  tiempo  hablaré  dellos.  Después  de  hecha 
oración  salió  el  virrey  sin  palio  y  recibió  al  Ge- 
neral con  gran  soldadesca,  pifaros,  atambores 
y  otros  instrumentos  bélicos,  y  fue  en  medio  el 
señor  Don  Gregorio,  el  virrey  al  lado  derecho, 
y  el  señor  Don  Antonio  al  otro;  hasta  que  lle- 
garon á  la  puerta  del  templo  no  cesó  el  artille- 
ría. Habíanme  preguntado  aquellos  príncipes 
cristianos  lo  que  habían  de  hacer;  yo  dije  que 
esperar  más  allá  de  la  puerta  del  templo,  sin 
hacerle  acatamiento,  á  que  los  gentiles  se  fue- 
sen á  su  endemoniada  oración  y  de  allí  irse  á  su 
posada,  y  así  lo  hizo  el  señor  General  y  los  de- 
más cristianos.  Todo  esto  fue  por  la  mañana,  y 
comieron  juntos.  A  la  tarde,  como  á  las  tres, 
dispararon  dos  piezas  y  vi  venir  una  procesión. 
Venían  en  ella  catorce  bonzos  delante  de  todos, 
vestidos  de  colorado,  y  en  las  cabezas  dos  ó  tres 
piezas  de  tocas,  hecho  tocado  á  modo  de  arme- 
nios, sin  bonetes,  y  todas  las  vestiduras  largas  y 
redondas.  Venía  luego  otro  género  de  bonzos 
frailes,  que  tenían  dos  vestidos,  unos  de  negro 
con  tocas  blancas  al  mesmo  modo  y  otros  de 
blanco  con  tocas  negras.  A  los  negros  llamaban 
monjes  del  dios  rey  y  á  los  blancos  monjes  de 
la  señora  reina.  Venían  en  pos  destos  otros  ca- 
torce con  la  vestidura  morada  y  con  colas,  y  lue- 
go otros  catorce  con  la  vestidura  blanca  y  más 
colas;  el  tocado  era  todo  uno,  y  detrás  venía  un 
bonzo  viejo,  una  barba  blanca  como  una  nieve, 


vestido  de  negro  al  uso  de  los  alfaquíes  moros, 
y  encima  una  vestidura  blanca  que  era  como  la 
capa,  que  la  alzaba  en  los  hombros  en  ambas  par- 
tes, y  la  capa  corta  de  encima,  á  modo  de  cape- 
llar,  era  colorada,  morada,  negra  y  blanca.  La 
guarnición  de  abajo  era  de  colorado  y  amarillo, 
blanco  y  negro,  que  salía  mucho,  y  ocho  cordones 
gruesos  con  sus  borlas  á  trechos  pequeñas  de  las 
propias  colores  que  la  guarnición;  la  capa  blan- 
ca tenía  una  gran  falda,  que  la  traían  tres,  ves- 
tidos como  los  primeros.  Venían  á  sus  lados  dos 
mancebos  de  moi'ado,  cada  uno  con  un  ídolo  en 
las  manos  en  un  paño;  el  un  ídolo  era  de  mujer, 
el  otro  de  hombre,  con  sus  coronas  y  cetros, 
como  de  un  palmo  en  largo.  Así  como  los  vide 
envié  á  decir  con  el  pajecillo  al  señor  Don  Gre- 
gorio que  mirase  que  yo  era  cristiano  y  que  no 
era  buen  recebimiento  aquél.  Envióme  un  re- 
caudo junto  con  el  virrey,  que  así  se  había  orde- 
nado para  que  viesen  los  de  la  tierra  la  honra 
que  se  hacía  á  un  bonzo  cristiano;  que  ellos  es- 
peraban en  el  templo  y  que  mirase  convenía 
entrar  así.  Callé  y  salí  del  na"\ao  con  mi  man- 
teo, sotana  y  bonete,  y  fui  hasta  donde  estaba 
el  bonzo  mayor,  pasando  por  medio,  y  todos  se 
humillaron  hasta  el  suelo,  y  yo  bajaba  la  cabeza. 
Iba  solo  cen  el  pajecillo.  Llegué  á  do  estaba  el 
papa  suyo,  que  así  respetaban  á  aquella  bestia 
(que  por  ser  un  viejo  de  poco  entendimiento  lo 
llamo  así).  Cuando  llegué  á  él  me  paré  y  dijo: 
Dile  que  haga  humillación  á  los  dioses  y  que  le 
hablaré.  Respondí:  Dile  que  yo  no  hago  humi- 
llación á  dioses  mentirosos,  porque  yo  soy  cris- 
tiano y  conozco  al  verdadero  Dios.  Entonces 
bajó  la  gorra  que  traía,  que  ora  como  la  del  vi- 
rrey, de  tres  picos,  sino  que  era  negra;  yo  le 
quité  el  bonete  y  le  hice  el  propio  acatamiento 
que  él  me  hizo.  Porfió  de  llevarme  al  lado  dere- 
cho (que  en  esto  de  honras  miran  mucho  entre 
ellos);  yo  no  quise  ni  ir  en  la  procesión  sino 
detrás  desviado  un  buen  rato.  En  todas  las  ca- 
lles no  parecía  criatura  viviente,  sino  en  las 
puertas  y  ventanas  de  las  casas.  Llegamos  al 
templo,  que  era  de  ver,  porque  tenía  nueve  na- 
ves grandísimas.  Era  muy  alto,  grande  y  de 
hermosísimas  pinturas.  En  todo  él  no  habla  más 
que  el  altar  mayor.  Entraron  todos  y  yo  rae 
quedé  á  la  puerta.  Enviáronme  por  tres  veces  á 
decir  el  General  y  el  virrey  que  entrara.  Yo  dije 
que  no  entraba  en  templo  á  do  no  había  de  ha- 
cer oración.  Vino  el  propio  General  y  virrey  y 
me  dijeron  que  no  la  hiciese,  sino  que  viese  lo 
que  se  hacía.  Entonces  entré  y  les  vide  hacer  sus 
ceremonias,  que  son  muchas,  y  con  grande  aca- 
tamiento. Estaban  en  el  altartres  ídolos,  los  dos 
de  un  tamaño,  y  el  de  en  medio  mayor,  un  tron- 
co con  cabeza  sin  figura  muy  vestido,  que  sig- 
nificaba al  dios  no  conocido.  Acabadas  sus  su- 
persticiones pregunté  por  aquellos  dioses.  Dijo- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


377 


me  el  viejo  (que  debía  de  saber  más  de  curar  sus 
cabellos  que  de  lo  que  trataba)  que  aquel  de 
en  medio  era  el  dios  no  conocido,  principio  de 
todos  los  demás  principios,  y  aquel  del  lado  de- 
recho era  el  dios  rey,  dador  de  leyes,  libertador 
de  su  patria,  arancel  de  los  vivientes,  y  la  otra, 
que  era  de  mujer,  era  la  señora  reina  gran  dios, 
reformadora  de  leyes  y  dadora  de  otras  mejores, 
gran  justiciera  y  la  que  por  el  dios  rey  estaba 
profetizada  para  juntar  los  reinos  y  alumbrará 
los  perdidos.  Pregunté  si  era  la  señora  María. 
Dijo  que  sí,  y  con  grande  acatamiento  le  hacía 
reverencia.  Tórneme  á  aquellos  señores  virrey  y 
visitador,  y  dije:  Señores,  veis  aquí  por  qué  no 
quisiera  yo  haber  entrado  acá;  mas  yo  traigo 
orden  para  hacer  lo  que  ahora  veréis;  tenedlo 
por  bien,  porque  es  mandato  y  gusto  de  la  se- 
ñora María.  Y  dije:  Dile  que  si  ella  ha  manda- 
do por  expresa  ley  que  no  la  tengan  por  dios 
que  ¿cómo  se  han  atrevido,  siendo  ella  viva,  á 
hacer  una  cosa  tan  mala?  Respondió  que  tam- 
bién el  dios  rey  lo  había  mandado,  y  que  aque- 
llo era  manifestar  más  su  gloria.  Dije  pues:  No 
se  alborote  ninguno,  que  yo  protesto  que  lo  que 
hago  no  es  por  deshonrar  y  improperar  á  nadie, 
sino  por  honrar  á  la  señora  María,  y  digo  que 
ella  mo  lo  ha  mandado.  Y  tomé  el  bultillo  y  di 
con  él  en  un  canto  del  altar  y  lo  hice  pedazos, 
y  al  otro  que  llevaban  en  la  mano,  que  era  más 
chico,  y  los  mandé  coger  y  dije:  Escribe  esto  á 
Su  Majestad  de  la  señora  reina,  y  que  le  tengo 
de  enviar  estos  palos  para  que  los  queme.  La 
honra,  dije,  se  debe  á  Dios  solamente,  y  no  á 
las  criaturas.  Fue  cosa  de  ver  un  murmurio 
que  se  levantó  en  la  iglesia  de  todos  aquellos 
bonzos,  quedarse  descoloridos  y  mirarse  unos 
á  otros. 

Fue  Nuestro  Señor  servido  de  cerrar  las  bo- 
cas para  que  ninguno  supiese  responder,  ni 
virrey  ni  visitador.  Sólo  el  pajecillo  se  llegó  á 
mí  y  me  dijo:  Señor,  mira  no  enojes  á  la  señora 
María,  pues  te  quiere  tanto  y  es  cristiana.  Dí- 
jele:  Hijo,  por  saber  yo  su  pecho  y  tenérmelo 
mandado  lo  hago,  y  sólo  porque  sé  que  es  cris- 
tiana. Aunque  no  lo  supiera  lo  hiciera,  porque 
los  cristianos  se  precian  de  honrar  á  solo  Dios 
y  á  sus  imágenes ;  y  cuando  la  señora  María 
pase  desta  vida  y  sea  santa,  entonces  le  honra- 
remos su  imagen,  como  lo  hacemos  á  lo  demás 
santos  y  santas.  Cogió  el  pajecillo  los  pedazos 
del  palo  en  su  capote  (que  andaba  vestido  á 
nuestro  uso),  y  como  nadie  se  meneaba  ni  ha- 
blaba, torné  á  mirar  al  señor  General.  Llegán- 
dose á  mí  me  dijo:  Dios  ha  querido  que  no  hu- 
biese gente  en  el  templo,  que  si  la  hubiera, 
fuera  de  los  bonzos,  nadie  te  pudiera  librar  de 
la  muerte.  Yo  le  respondí:  Por  eso  el  Señor  lo 
ordena  con  su  sabiduría;  y  si  yo  muriera  por 
volver  por  su  honra,  ¿qué  mayor  bien?  No  lo 


merezco  yo,  pecador;  ese  es  bien  que  Dios  guar- 
da para  los  muy  escogidos,  y  por  eso  su  divina 
Majestad  me  lo  desvía.  Dijo  entonces  él:  Seño- 
res, pues  es  mandato  de  Su  Majestad,  ¿qué  hay 
que  hacer  sino  obedecer?  Ella  es  cristiana  y  no 
ha  de  querer  más  de  aquello  que  Dios  manda; 
y  así  tengo  pai'a  mí  que  lo  debió  de  mandar. 
Dijo  el  virrey:  ¿Pues  quién  duda  eso  es  así  y 
por  su  mandado  lo  consentimos?  ¿Así  lo  man- 
dó? Dije:  Sí,  y  muy  expresamente.  Dijo:  Pues, 
ea,  no  se  hable  más  en  ello.  Dijo  entonces  el 
papa  viejo:  Prendan  á  éste  hasta  que  venga  su 
carta  y  se  vea  lo  que  manda,  porque  si  yo  pu- 
diera con  los  pedazos  de  las  imágenes  enviara 
los  polvos  deste  demonio.  Díjomelo  el  pajecillo, 
y  respondí:  Dile  á  este  bonzo  que  cuando  vea 
la  carta  de  Su  Majestad,  entonces  verá  que  no 
soy  demonio  sino  cristiano,  y  que  el  que  es 
demonio  es  él,  que  en  obras  lo  imita;  que  si 
sabe  quién  es  Dios.  Atajónos  el  virrey,  porque 
le  habían  entrado  dos  veces  á  decir  que  habían 
llegado  dos  correos  con  cai'tas,  y  así  se  quedó 
para  otro  día.  Saliéronse  todos  los  bonzos  en 
procesión  y  llevaron  al  viejo  á  su  casa,  que  era 
pegada  al  templo,  muy  grande  y  por  extremo 
galana.  Todos  se  fueron;  sólo  quedé  yo  y  el  pa- 
jecillo, y  con  un  criado  del  señor  Don  Antonio, 
que  era  también  cristiano,  me  fui  donde  me  te- 
nían ordenado,  que  siempre  era  en  el  aduana. 
Envióme  á  decir  el  señor  General  que  había 
nueva  que  la  armada  de  Camboja  esperaba  en 
el  Cabo  y  juntaban  navios.  Aquella  noche  me . 
envió  también  dos  pliegos  de  cartas  de  la  se- 
ñora doña  María,  que  fue  para  mí  de  tanto  con- 
tento que  Pedro  de  Lomelín  y  los  demás  me 
decían  que  las  leyese  y  entonces  verían  si  traían 
contento.  Dije:  Yo  estoy  satisfecho  de  la  dis- 
creción desta  reina,  como  persona  que  sabe  su 
corazón,  y  sé  que  todo  lo  que  yo  sospecho  viene 
en  ellas.  Recogíme  y  las  leí;  á  su  tiempo  pon- 
dré alguna  dellas. 

Otro  día  antes  que  me  levantara  vino  el  viejo 
papa  con  más  de  sesenta  que  lo  acompañaban; 
y  era  cosa  de  notar  que  cuando  salía,  por  todas 
las  calles  que  iba  (que  ya  lo  sabían)  no  parecía 
gente.  Aguardó  en  una  sala  del  despacho  y  me 
levanté  apriesa.  Tuvimos  nuestros  comedimien- 
tos y  luego  nuevas  cómo  venían  el  señor  Gene- 
ral y  virrey  y  el  señor  Don  Antonio.  Yo  quería 
salir  fuera,  y  el  viejo  dijo  que  no,  que  ellos  nos 
saldrían  á  recebir  y  nosotros  á  ellos  no.  Con 
todo  eso  me  levanté  y  les  hice  acatamiento,  y 
él  no  lo  hizo  ni  ellos  á  él.  Sentáronse  y  pre- 
guntaron lo  ordinario,  y  si  habían  sido  de  gusto 
las  cartas,  y  otras  cosas.  Y  luego  hablaron  al 
viejo  y  hicieron  sus  ceremonias  acostumbradas. 
Tenía  yo  una  silla  al  lado  del  viejo,  y  tiré  y  la 
aparté,  porque  estaba  á  un  lado  en  medio  dellos 
y  del  viejo  mirando  á  todos.  Dijo  el  viejo:  Dile 


878 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


si  hace  cabecera  como  presidente  o  por  qué  se 
apartó.  Dije  que  yo  era  extranjero  en  aquellos 
reinos,  y  que  así  no  estaba  con  los  unos  ni  con 
los  otros,  y  que  me  puse  enfrente  del  para  pre- 
guntarle y  responder  y  tener  aquellos  señores 
para  que  oyesen;  y  que  yo  era  cristiano  y  muy 
humilde ;  que  si  alguna  vez  había  hecho  algo 
era  por  la  señora  María,  y  por  que  entendiesen 
sus  mandatos,  y  no  por  mí,  aunque  la  dignidad 
de  sacerdote  de  mi  ley  era  digna  de  respeto. 
Alargó  entonces  la  mano  y  dijo :  Toma  esa 
carta  que  vino  con  las  mías,  y  te  pido  para  que 
se  sosiegue  mi  corazón  me  la  leas,  porque  de  lo 
que  hiciste  ayer  estoy  afrentado  y  triste.  Díjele: 
Señor,  no  lo  esté  Vuestra  Alteza  (que  así  le 
llamaban,  porque  era  hermano  del  padre  del 
virrey  de  Champaa),  que  yo  no  lo  hice  sino  por 
volver  por  la  honra  de  Dios.  Y  ahora  digo  que 
la  señora  María,  aunque  no  me  lo  hubiera  man- 
dado, gustaría  dello;  y  pues  escribió  también  á 
Vuestra  Alteza,  sírvase  de  dignarse  se  me  lea 
la  cai'ta.  Diola  al  pajecillo,  el  cual  leyó  un  capítu- 
lo della,  que  vuelto  en  nuestro  vulgar  decía  así: 

a  Amado  tío:  Por  otras  tengo  dado  cuenta  de 
la  merced  que  la  Virgen  María,  madre  de  mi 
Señor  Dios  Jesucristo,  hijo  del  Eterno  Padre, 
me  hace  con  su  favor  para  con  su  precioso  Hijo, 
por  ser  su  madre  en  cuanto  hombre  y  su  divina 
Majestad  Dios.  Ahora  digo  de  nuevo  que  estoy 
con  buena  salud  y  contenta,  aunque  deseosa  de 
saber  de  mi  padre  Pedro,  sacerdote  del  verda- 
dero Dios  y  á  quien  debo  su  verdadero  cono- 
cimiento. Si  hubiere  pasado  su  viaje,  contenta 
estaré  de  lo  que  con  él  se  hubiese  hecho;  si  no 
hubiere  llegado  ó  estuviere  ahí,  de  lo  que  con  él 
se  hiciere,  y  más  si,  alumbrados  con  su  predica- 
ción, los  de  mi  sangre  me  siguieren  y  animasen 
á  los  demás  sus  inferiores  con  su  buen  ejemplo. 
Si  ese  ejemplo  fuese  de  sacerdotes  cristianos, 
cómo  les  mejoraría  las  rentas,  cómo  mi  alma  los 
querría,  sábelo  Dios». 

Leída  esta  cláusula  de  su  carta  hice  también 
que  le  leyesen  otra  de  la  mía,  que  decía  así: 

«•|* Amado  padre  Pedro:  El  gran  bonzo  de  mi 
ciudad  Real  es  mi  tío;  es  el  mayor  en  dignidad 
de  nuestros  reinos,  igual  á  nosotros  y  el  que 
todos  respetan;  sólo  le  falta  el  ser  cristiano.  ¡Qué 
contento  sería  para  mí  si  lo  fuese,  y  mi  amado 
primo!  A  todos  escribo.  Sé  que  en  honra,  ya  que 
me  es  vedado  la  hacienda,  que  tan  justamente 
se  le  debe  á  vuestra  merced,  que  no  le  puedo 
dar;  sea  en  lo  que  puedo  (que  es  en  honra)  el 
primero.  No  quito  lo  que  en  su  ley  es  del  gran 
bonzo,  sino  lo  que  en  la  nuestra  se  le  debe  á 
vuestra  merced,  y  en  secreto  digo  por  otras  lo 
demás». 

Así  como  se  le  leyó  esta  cláusula  dijo  el 
viejo:  Muy  bueno  es  que  Su  Majestad  nos 
quiera  dar  á  entender  su  yerro,  y  que  siendo 


ley  del  dios  rey  que  si  había  de  recebir  mejor 
ley  fuese  con  tres  Cortes,  y  la  mía  con  cuatro, 
que  ahora  de  improviso,  como  si  todos  fuéra- 
mos mujeres  y  de  poco  entender,  la  tomáse- 
mos. No  apruebo  ni  repruebo  lo  que  Su  Ma- 
jestad ha  hecho;  pero  loque  nosotros  habernos 
de  hacer  será  con  maduro  consejo,  porque 
dice  (*)  el  dios  rey  que  si  otra  ley  mejor  se  haya 
de  recebir,  sea  á  tanto  tiempo.  Y  bien  mirado 
(dije  yo)  verán  claro  que  dice  haber  otra  mejor 
ley,  y  digo  que  es  decir  que  si  vieren  que  la  Iiay 
que  la  reciban.  Señalar  las  Cortes  y  tiempo  es 
dar  á  entender  que  adviertan  en  lo  que  se  reci- 
be, y  no  se  ha  de  entender  todo  aquel  tiempo 
de  quince  ó  veinte  años,  porque  se  podrían 
morir  con  conocimiento  de  mejor  ley  y  no  re- 
cibiéndola condenarse.  Tiempo  de  cien  años  es 
hasta  que  yo  conozca  maduramente  y  con  ra- 
zón y  verdadero  conocimiento  lo  mejor,  aunque 
sea  en  un  mes  y  en  menos.  Aquí  en  esta  tierra 
¿cuál  es  el  primer  Dios?  Dijo:  El  no  conocido. 
Pues,  dije  yo,  y  si  ahora  ese  mismo  Dios  diese 
conocimiento  de  sí  ¿era  bueno  estar  otros  quince 
años  sin  quererlo  conocer?  Dijo  el  viejo:  No. 
Pues  ese  mesmo  Dios  conozco  yo,  y  á  ese,  ya 
por  mí  conocido,  adoro  y  creo;  á  ese  predico, 
que  es  Dios  Padre.  Ese  es  el  que  la  señora 
María  ha  acabado  de  conocer,  y  creyó,  y  no  es 
otro;  y  como  no  le  conocen  aquí,  cosa  clara  es 
que  no  sabrán  lo  que  él  manda.  Pues  primero 
se  ha  de  conocer  que  se  obedezca  lo  que  manda, 
y  así  vais  errados  en  conocimiento  y  en  man- 
damientos. Dijo:  Pues  ¿cómo  se  conoce,  si  es 
no  conocido,  y  se  sabe  lo  que  manda?  Dije:  Por- 
que su  divina  Majestad  siempre  ha  sido  cono- 
cido desde  la  creación  del  mundo.  Comencé 
con  esta  plática  de  corrida.  Dije  de  profecías  y 
de  su  Hijo,  y  del  Espíritu  Santo;  sus  catorce 
artículos,  sus  diez  mandamientos.  Traté  de  las 
leyes  de  la  Naturaleza,  de  Escritura  y  de  Gra- 
cia, y  tratamos  otras  cosas  graves  de  nuestra 
santa  fe  por  las  cuales  di  á  entender  la  verdad 
y  ser  verdadero  Dios  el  Salvador  Jesucristo. 
Visto  el  virrey  que  el  papa,  ó  lo  que  era,  suyo, 
preguntaba  y  no  respondía  ni  argüía,  dijo: 
¿Qué  os  parece  desto?  Respondió:  Dícelo  con 
tantas  razones  que  no  sé  qué  le  responder;  y 
como  nosotros  no  conocemos  al  Dios  verdade- 
ro y  él  dice  que  le  conoce,  y  él  mesmo  y  da 
tantas  escrituras  y  lugares  á  do  se  ha  descu- 
bierto, puede  ser  que  su  divina  Majestad  fuese 
servido  de  descubrirse  primero  á  ellos  que  á 
nosotros.  En  estando  yo  enterado  de  cosas 
responderé,  que  ahora  dificultosas  me  parecen. 
Dijo  el  virrey:  Pues  á  mí  me  ha  dado  un  ardor 
en  el  corazón  que  me  abraso  por  ser  cristiano; 
y  si  me  quisiese  luego  baptizar,  estoy  aquí  de 

('/  En  la  edición:  decir. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CK BAL LOS 


879 


corazúu   pitUéudolo.   Díjele:   ¿Vuestra  Alteza 
quiere  ser  cristiano?  Dijo:  Sí.  Y  si  acaso  no  lo 
fuese,  ¿á  do  iría?  Dijo:  Por  las  razones  que  lu; 
oído,  al  infierno.  Y  si  recibiese  el  santo  Baptis- 
uio  y  no  pecase  más,  y  si  pecase  y  hiciese  peni- 
tencia y  confesase  ¿á  do  iría?  Dijo:  En  razón, 
al  cielo.  Pues  los  días  que  yo  estuviere  aquí 
enteraré  á  Vuestra  Alteza  las  oraciones  y  le 
instituiré  en  la  fe  y  le  daré  el  baptismo.  Dijo: 
liuego  lo  lie  de  recebir,  que  después  á  mi  pun- 
donor le  está  bien  saber  la  fe  que  he  tomado. 
Pasaron  otras  cosas,  y  en  resolución,  como  lo 
vide  tan  constante  y  que  los  príncipes  cristia- 
nos me  lo  pedían  con  tanta  instancia,  y  el  mes- 
mo  bonzo  dijo:  ¿En  qué  reparas?  dale  ese  bap- 
tismo. [Dije]:  Dame  un  jarro  de  agua;  y  le 
hice  muchas  preguntas.  Y  cierto  era  de  ver  un 
príncipe  tan  grande,  hijo  de  un  rey,  hincado  de 
rodillas,  descubierto,  besándome  las  manos,  pi- 
diéndome el   santo  Baptismo.  Díselo,   siendo 
compadre  el  señor  General,  y  así  quiso  llamarse 
de  su  nombre.  Comimos  aquel  día  todos  juntos 
y  después  de  comer  les  conté  la  vida  del  glo- 
rioso San  Gregorio,  porque  me  lo  pidieron  en- 
carecidamente;  y   se   contentaron  tanto  della 
que  dijo  el  virrey   que   le  prometía  de  hacer 
casa  y  dar  renta.  Pidióme  el  virrey  que  le  le- 
yese alguna  de  las  cartas  de  su  reina,  que  se 
holgarían,  y  todos  hicieron  lo  mismo,  si  no  fue 
el  gran  bonzo;  y  como  lo  relmsaba,  dijo:  Pues 
hágalo  vuestra  merced  por  mí.  Y  de  cinco  que 
tenía  tomé  la  que  me  pareció  más  conveniente, 
que  dice  así: 

Carta  de  la  señora  doña  María, 

«Amado  padre  en  Nuestro  Señor  Jesucristo: 
La  primera  de  vuestra  merced  recebí,  y  mi 
alma  el  contento  espiritual  que  su  Divina  Ma- 
jestad sabe,  y  tanto  gusto  con  sus  regaladas 
razones,  cual  el  Señor  le  aumente  su  divina 
gracia.  Fue  de  tanto  contento  y  alegría  para 
mí  el  haber  recebido  el  santo  baptismo  mi  que- 
rido tío  y  primo,  cual  de  nuevo  debo  agradeci- 
miento á  vuestra  merced;  les  escribo  y  se  lo 
alabo  como  es  razón,  y  mientras  yo  viviere  les 
tendré  por  padre  y  hermano  muy  queridos,  y  en 
el  aumento  de  sus  estados  y  señoríos  pondré 
la  fuerza  que  tuviere.  Y  afí,  para  que  vuestra 
merced  en  secreto  gane  el  primer  parabién,  le  (') 
dirá  á  mi  primo  Don  Antonio  que  la  jurisdición 
de  sus  seis  villas  ya  está  por  él,  y  en  llegando 
le  dará  el  rey  mi  hermano  la  presea  que  vues- 
tra merced  me  pidió  para  Su  Alteza,  que  por 
decirme  vuestra  merced  que  era  secreto  no  de- 
claro. A  mi  tío  Don  Gregorio  se  le  dio  el  pri- 
mer  cargo  destos   reinos,  visitador  general   y 

{^)  En  la  edición:  lu. 

AUTOBIOGRAFÍAS  V  MEMOIUAS. — 35 


superintendente  de  todos  los  virreyes,  con  la 
renta  de  presidente,  porque  el  querido  de  mi 
hermano  falleció.  Tres  cargos  se  han  dado  á 
capitanes  cristianos,  como  por  los  recaudos  verá 
vuestra  merced  que  van  con  ésta,  que  vuestra 
merced  dará  de  su  mano.  A  mi  tío  el  gran 
lioiizo  se  ha  proveído  en  su  mesma  dignidad,  y 
que  pase  á  la  ciudad  suprema,  y  el  de  allí  queda 
preso  por  consorte  del  presidente.  También  le 
dará  estas  nuevas,  que  aunque  le  escribo  no  se 
lo  digo,  porque  todo  lo  bueno  salga  de  su  boca 
de  vuestra  merced.  No  tengo  que  encomendar 
el  advertir  á  todos  su  perdición,  y  que  sean 
cristianos,  pues  ese  es  oficio  tan  digno  de  vues- 
tra merced  y  que  tanto  vuestra  merced  lo  de- 
sea, más  de  que  me  holgaría  que  Nuestro 
Señor  obrase  sus  misericordias.  Llegaron  los 
padres;  holguéme  por  extremo,  y  más  con  este 
viejo;  por  ser  tan  recién  llegados  no  digo  nada 
dellos.  Mis  padres  Alfonso  y  Juan  son  siervos 
de  Nuestro  Señor;  ya  me  hago  á  la  aspereza 
del  uno,  pues  veo  que  es  en  Dios  y  se  ha  en  - 
mendado  mucho,  y  á  la  simpleza  del  otro,  que 
es  muy  bueno.  Las  cosas  de  la  fe  van  en  gran 
aumento,  y  de  edificios  lo  propio.  De  todo 
enviaré  memoria  en  otra  carta. 

»Amado  padre,  el  deseo  que  tengo  de  veros 
no  tengo  razones  para  escribíroslo.  Olvida  vues- 
tra tierra,  que  ésta  lo  será  en  honra  y  hacienda, 
de  que  doy  mi  palabra  Real.  El  rey  mi  hermano 
os  escribe,  y  os  enviará  libranzas  de  dineros  en 
nombre  de  los  vuestros.  Diciéndoles  á  estos 
padres  lo  que  os  quería  enviar,  me  han  aconse- 
jado que  no  lo  haga,  sino  que  os  lo  guarde, 
porque  no  sea  parte  para  no  volver,  aunque  no 
tengo  yo  tal  confianza.  Escribidme  largo  de 
todo  lo  que  pasai'e  allá,  y  en  lo  que  fuere  me- 
r.ester  tener  condición  áspera,  téngala  vuestra 
merced,  padre  mío,  que  acá  le  alabamos  esas 
buenas  entrañas,  y  para  esos  gentiles  es  menes- 
ter alguna  vez  aspereza  para  más  misericordia. 
No  me  alargo  á  más,  porque  tengo  otras  mu- 
chas que  escribir.  Sólo  concluyo  con  que  Dios 
sea  servido  de  que  yo  vea  á  vuestra  merced.» 

Holgáronse  aquellos  príncipes  de  verla  carta, 
y  dijo  el  virrey  y  Don  Gregorio:  ¿De  qué  nos 
espantábamos  que  dijese  y  hiciese  vuestra  mer- 
ced, si  la  señora  María  lo  mandaba?  Yo  me 
conozco  por  soberbio  y,  como  Su  Majestad 
dice,  gentil  hasta  ahora.  De  aquí  adelante  será 
diferente,  y  la  amistad  entre  nosotros  será  tan 
fija  cuanto  de  mi  parte  se  verá,  y  así  lo  juro 
como  cristiano.  El  General  se  levantó  y  lo 
abrazó,  y  el  señor  Don  Antonio,  y  quedó  la 
amistad  muy  asentada  con  juramento,  y  se 
hicieron  muchos  comedimientos;  los  cuales  he- 
chos, con  grande  encarecimiento  me  pidieron 
les  leyese  también  la  carta  del  rey,  y  por  com- 
placerles lo  hice,  que  es  ésta: 


380 


Autobiografías  y  memorias 


Carta  del  rey. 


«La  señora  María,  cristiana,  mi  querida  her- 
mana, señora  de  todos  mis  reinos  y  señoríos, 
me  ha  pedido,  padre  Pedro,  que  escriba  á  vues- 
tra merced,  y  así,  condescendiendo  con  su 
gusto,  digo  que  lo  es  mío  de  que  vuestra  mer- 
ced torne  á  estos  reinos  pasado  año  y  medio,  y 
estará  en  ese  reino  el  un  año,  á  do  hará  fruto 
en  su  ley,  pues  tan  celoso  es  della,  y  yo  me  hol- 
garé y  será  servida  la  gran  señora  María,  Ma- 
dre de  Jesucristo,  á  quien  yo  quiero  tanto  y  es 
mi  abogada.  En  esa  tierra  y  en  todos  mis  reinos 
es  obedecida  mi  señora  y  amada  hermana;  ella 
dispensa  lo  que  gusta  con  vuestra  merced,  y 
así  yo  no  mando  á  do  ella  está,  sino  que  la 
obedezco.  Y  pues  yo  me  precio  desto,  quiero 
que  todos  lo  hagan,  y  así,  guardando  su  orden, 
se  guarda  la  mía. 

iEl  General  desa  mar,  y  mi  primo  su  hijo, 
son  hechuras  suyas  por  vuestra  merced.  Yo  sé 
que  son  leales  vasallos,  y  creo  todo  lo  que  el 
padre  Pedro  por  las  suyas  me  ha  escrito;  sólo 
advierto  que  el  estudio  de  la  señora  mi  her- 
ma y  crianza  de  tantos  años  está  en  mi  alma 
de  tanto  asiento  cual  se  verá,  que  es  saber  cas- 
tigar lo  malo  y  premiar  lo  bueno.  Por  ser  nue- 
vas de  placer,  digo,  padre  Pedro,  que  ya  cami- 
na mi  amada  mujer  y  llegará  presto  á  ver  á 
quien  tanto  la  desea.  Encomiende  vuestra  mer- 
ced nuestra  salud  á  su  Dios,  y  avíseme  por  su 
letra  de  la  suya  de  vuestra  merced  y  de  lo  demás 
digno  de  avisar.  Jesús  le  guarde,  pues  sé  que 
se  contenta  más  que  si  dijera  mis  dioses.» 

Otros  capítulos  no  les  leí  desta  carta,  que  no 
importan,  ni  tampoco  aquí  ponerlos.  En  suma, 
me  mandaba  en  ellos  que  en  secreto  le  avisase 
de  todo  lo  que  entre  ellos  pasase  y  otras  cosas. 
Rogáronme  les  dijese,  pues  todos  estaban  ya 
tan  unos,  ¿qué  había  yo  pedido  para  el  señor 
Don  Antonio?  Dije  que  el  virreinado  de  aquella 
su  ciudad  de  Guanci,  á  do  estaba  la  señora 
María,  pues  era  allí  el  principio  de  la  cristian- 
dad de  aquel  reino,  y  él  había  de  ser  protector 
della,  y  que  ya  se  le  había  concedido;  y  se  hol- 
garon tanto  que  se  levantaron  y  me  besaron  la 
mano;  y  dije  al  virrey  de  allí:  Y  si  Vuestra 
Alteza  gustare  de  serlo  de  su  ciudad,  también 
me  obligo  de  que  se  le  dé.  Dijo:  Es  ley  del  dios 
rey  que  en  tres  decendientes  no  puede  ser  eso; 
buena  ciudad  es  ésta,  pues  se  me  ha  prometido 
tres  años  por  el  señor  visitador.  Dije:  Eso  será 
sin  falta,  porque  Vuestra  Alteza  lo  merece,  y  la 
señora  María  dará  otros  seis,  cuando  no  fuese 
más  de  porque  Vuestra  Alteza  ha  conocido  la 
ley  del  verdadero  Dios,  y  yo  en  su  nombre  lo 
prometo.  Hiciéronse  de  nuevo  ofrecimientos 
muy  grandes,  y  dije  que  pues  todo  se  había  de 
decir,  que  yo  no  les  quería  encubrir  cosa,  que  la 


señora  doña  Gregoria  y  demás  eran  cristianas 
con  los  nombres  que  Su  Alteza  del  señor  Don 
Antonio  les  había  escrito,  y  lo  propio  el  señor 
Don  Antonio  su  hermano;  y  que  la  señora 
María  había  pedido  que  nadie  lo  escribiese, 
porque  sabía  que  en  dar  nuevas  de  alegría  lo 
era  para  mí  de  tanto  contento.  El  buen  viejo 
General  se  tornaba  loco  de  contento.  Sólo  á  todo 
esto  el  que  más  callaba  era  el  gran  bonzo. 
Dímosle  todos  el  parabién  y  nos  dijo  que  le 
pesaba  porque  mejor  se  hallaría  allí  con  su 
sobrino  á  trueco  de  cien  mil  ducados  menos,  y 
no  donde  estaba  el  rey,  que  al  fin  es  señor;  y 
aunque  es  orden  que  no  ha  de  visitar  á  nadie, 
más  quería  ser  segundo  en  Charapaa  que  octavo 
en  Hilan.  Todos  le  animamos,  y  así  se  consoló. 
Dijo  el  sobrino:  Señor  tío,  mire  Vuestra  San- 
tidad que  para  el  bien  de  los  suyos  está  allí 
bien.  Acuérdese  que  por  no  tener  en  corte  quien 
responda  habernos  perdido  mucho.  Estuvimos 
allí  hablando  hasta  tarde.  Cuando  nos  aparta- 
mos me  daba  cada  uno  las  gracias  de  por  sí  de 
nuevo,  y  decía  se  holgara  de  servirme  con  dine- 
ros, sino  que  se  lo  prohibían,  y  así  el  señor 
General  me  enseñó  la  carta  de  la  señora  María 
y  me  leyó  un  capítulo  que  decía  así: 

«fLas  leyes  tan  malas  de  nuestros  pasados 
prohiben  de  que  no  se  les  dé  dineros  á  los  des- 
terrados por  crimen  lesee  maiestatis\  y  así  no  es 
por  estas  leyes  lo  que  con  tanta  crueldad  se  usa 
con  el  padre  Pedro,  á  quien  todos  debemos 
tanto  y  más  mi  tío  y  primo,  como  él  allá  dirá, 
sino  por  otra  ley  de  consejo  que  habemos  mi- 
rado y  considerado  en  secreto,  que  si  lleva  mu- 
cha cantidad  de  dinero  no  volverá,  y  si  acá  le 
quedan  como  en  depósito  volverá,  y  así  de  al- 
bricia ni  de  presente  no  se  le  dé  nada,  más  de 
comida  y  avío  y  guarda  de  su  persona  y  lo  ne- 
cesario á  BU  salud,  que  lo  estimaré  yo.  Y  así  lo 
mando,  y  que  siempre  se  haga  lo  que  él  orde- 
nare, quisiere,  proveyere,  quitare  y  demás  como 
su  gusto  fuere,  que  en  todo  lleva  el  mío». 

A  Don  Antonio  escribió  el  padre  Alfonso,  y 
dice  en  un  capítulo: 

«Su  Majestad  me  mandó  escribiese  á  Vues- 
tra Alteza  por  mano  de  su  criado,  y  dijese  en 
secreto  cómo  todos  deseamos  acá  la  vuelta  de 
nuestro  amado  padre  Pedro,  y  que  no  se  le  dé 
dineros,  porque  si  tuviere  mucho  quizá  le  dará 
gana  del  Pirú,  á  do  se  ha  criado,  ó  de  irse  á  su 
patria,  á  do  nació,  y  se  holgara  se  le  hagan  pro- 
metimientos para  la  vuelta.  Y  esto  crea  Vues- 
tra Alteza  que  es  por  bien,  que  si  la  señora 
María  entendiera  que  no  había  de  volver,  diera 
orden  como  premiarlo,  y  que  se  holgara  hacerlo 
el  primero  de  su  tierra». 

El  virrey  me  dijo  que  aquella  noche  había  de 
hacer  con  la  señora  su  mujer  y  hijos  que  fuesen 
todos  cristianos,  y  que  entendía  lo  serían,  y  así 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


381 


paso,  pues  otro  día  por  la  mañana  dije  misa  en 
un  lugar  que  diputamos  para  ello,  y  quedó 
después  cerrado  para  solo  aquel  efeto.  Díjola 
también  el  cura  de  Malaca.  Vino  la  señora 
virreina  y  se  halló  fuera.  Los  cristianos  las  oye- 
ron .  Después  tuve  una  gran  plática  con  Su 
Alteza  y  con  sus  hijos  y  hijas;  y  por  no  dete- 
nerme digo  que  los  bapticé  y  llamóse  Gregoria, 
y  á  tres  hijas  puse  los  nombres  de  las  del  Gene- 
ral: Micaela,  Gabriela  y  Rafaela,  y  á  otra  Polo- 
nia, y  á  otra  María;  á  tres  hijos,  al  mayor  llamé 
Gregorio,  á  los  dos  Antonio  y  Antón.  Bapticé 
tres  hijos  del  gran  bonzo  y  quisieron  los  nom- 
bres de  los  ángeles.  Comimos  aquel  día  todos 
juntos,  y  el  gran  bonzo;  sobre  mesa  se  me  pi- 
dió dijese  las  vidas  de  los  santos  Antonio  y 
y  Antón.  Fuilas  diciendo,  de  que  se  admiraron. 
Hubo  después  dos  representaciones  á  su  modo 
y  en  su  lengua,  que  fueron  de  la  libertad  de  la 
China  y  de  las  leyes  de  su  rey  dios,  que  aun- 
que no  las  entendíamos,  por  los  personajes  y 
y  cosas  que  decían  y  hacían  casi  se  dejaban  en- 
tender. El  pajecillo  me  iba  diciendo  algo  dello. 
La  Pascua  de  Navidad  hubo  grandísimas  fies- 
tas, y  bapticé  aquel  día  siete  personas,  y  casi 
todas  graves.  El  día  de  San  Esteban  bapticé 
del  común  trece,  y  tenía  más  de  docientos  oyen- 
do el  catecismo,  que  había  noche  que  nos  íba- 
mos á  dormir  fil  otro  padre  y  yo  pasada  la  me- 
dia noche.  Teníamos  á  los  que  sabían  enseñando 
á  los  otros.  Era  cosa  de  ver  un  tan  gran  prín- 
cipe como  Don  Gregorio  Antononita  enseñar 
las  oraciones  á  sus  ahijados  y  á  otros  muchos, 
y  lo  mismo  hacían  aquellos  capitanes.  Desde 
que  entré  allí  hasta  el  día  de  año  nuevo  tenía 
baptizados  casi  trecientos. 

Ordenábase  nuestra  partida,  porque  después 
que  vinieron  las  nuevas  del  armada  de  Camboja 
había  salido  Don  Antonio  y  había  corrido  toda 
aquella  costa  y  no  había  hallado  cosa ;  llegó 
hasta  el  cabo  de  Cecir  y  á  la  isla  de  Calamia- 
nes,  y  había  cogido  dos  navios  de  portugueses 
que  del  Coral  iban  á  Malaca  y  les  dio  libertad, 
diciendo  que  las  paces  estaban  sentadas  con  el 
virrey  de  la  India,  su  gran  rey,  el  de  la  China 
y  Coral;  y  que  aunque  también  la  tenían  con 
Camboja,  que  no  por  eso  había  de  quebrar  él  las 
paces;  y  más  les  daba  libertad  por  mí,  porque 
yo  pedía  que  ningún  cristiano  estuviese  preso. 
Iba  allí  el  capitán  de  la  fortaleza  de  Coral  que 
se  llamaba  Diego  Veloso,  hombre  valentísimo 
y  juntamente  muy  sagaz,  que  triunfaba  de  sus 
enemigos  por  sus  astucias.  Informóse  de  todo 
lo  que  con  cautela  quiso  saber,  que  el  Don  An- 
tonio se  lo  dijo.  Prometió,  si  veníamos  en  bre- 
ve, llegar  hasta  Goa  con  nosotros,  y  así  se  quedó 
en  una  islilla.  Venido  don  Antonio  nos  lo  dijo, 
y  así  abreviamos,  y  en  aquellos  días  hasta  la 
Pascua  de  Reyes  bapticé  muchos  y  aquel  día 


partimos,  y  querer  decir  las  cosas  particulares 
de  la  partida  sería  no  acabar  en  muchos  pliegos, 
y  así  brevemente  se  dirá  algo  en  el  siguiente 
capítulo. 

CAPITULO  XXIV 

De  cómo  nos  embarcamos  el  día  de  los  Santos 
Reyes,  y  de  la  llegada  á  Cecir. 

El  General  Don  Gregorio  era  el  que  más  sen- 
tía nuestra  partida;  el  día  antes  me  pidió  con 
grande  instancia  la  vuelta,  y  yo  se  la  prometí. 
Lloraba  como  si  fuera  mi  propio  padre.  Hacían 
lo  mesmo  todos  los  cristianos  y  los  que  lo  que- 
rían ser.  Hacían  y  decían  cosas  que  eran  para 
enternecer   cualquier  corazón   por  diamantino 
que  fuera.  Yo  certifico  que  sintió  mi  corazón  de 
los  mayores  dolores  que  jamás  ha  tenido,  por- 
que en  toda  la  ciudad  no  había  al  parecer  á 
quien  no  le  pesase,  sino  á  solos  los  bonzos.  En- 
tre aquellas  señoras  damas  cristianas  se  me  hizo 
un  presente  que  se  entregó  en  una  caja  cerrada 
al  maestre  del  navio,  y  otro  todos  los  cristianos 
juntos,  en  otra  cajuela,  y  el  General  me  envió 
otro  de  regalos.  El  virrey  y  Don  Antonio  y  ca- 
pitanes hicieron  lo  mismo;  todas  las  entregaron 
al  maestre  cerradas  y  selladas  con  sus  nombres, 
sin  saber  yo  cosa.  Diéronme  mucho  bizcocho, 
arroz  y  otros  géneros  de  mantenimientos  mu- 
chos y  muy  buenos,  con  vino  de  maís  y  de  pal- 
ma, cosas  de  dulce  infinitas.  El  día  de  los  Re- 
yes comimos  en  casa  del  virrey  todos;  hubo  dos 
mesas  de  hombres  y  una  de  mujeres,  porque  no 
se  usa  allá  comer  ellas  con  los  hombres.  Comió 
el  gran  bonzo,  el  padre  cura,  el  General,  el  vi- 
rrey y  yo.  En  otra  mesa  comieron  sólo  Don 
Antonio  y  aquellos  caballeros  cristianos,  y  los 
capitanes  y  muchos  de  mis  españoles ;  en  otra 
aquellas  señoras,  allí  á  vista.  Usan  ya  (toma- 
do de  los  españoles)  poner  manteles  en  las  me- 
sas, y  así  tenían  puestas  unas  mesas  muy  curio- 
sas. Duró  la  comida  desde  antes  de  las  diez  al 
parecer,  y  según  señalaban  los  relojes   de  sol 
que  teníamos,  hasta  las  dos.  Hubo  muchos  gui- 
sados á  nuestro  modo,  y  otros  al  suyo.  Después 
de  acabada  enviaron  las  damas  un  presente  al 
gran  bonzo,  cada  cual  dellas  una  sortija,  y  luego 
me  las  dio  á  mí  con  una  que  traía  de  harto  valor. 
Trajeron  una  caja  de  seis  camisas,  pañuelos,  to- 
cadores, calzones  y  sábanas,  todo  muy  curiosa- 
mente labrado,  y  se  lo  presentaron.   Diómelo 
también  á  mí.  Enviáronme  un  recaudo  con  el 
pajecillo  que  se  holgaran  poder  regalarme  más, 
que  las  perdonase,  porque  no  era  posible.  Acu- 
día tanta  gente  á  ser  cristiana,  que  era  para  ala- 
bar á  Dios.  Bapticé  cincuenta.  Dispararon  lue- 
go dos  piezas,  y  leva  tras  dellas,  con  tanta  mú- 
sica y  arcabucería  que  era  un  pasmo.  Salió  in- 
finita gente  de  á  caballo.  Yo  y  aquellos  seño- 


882 


autobiografías  y  memorias 


res  íbamos  en  bufaras,  que  son  unas  vaquillas 
negras  casi  como  las  de  Roma,  muy  mansas. 
Otros  criados  iban  en  otros  géneros  de  ani- 
males, que  era  cosa  de  ver.  Junto  á  las  puer- 
tas de  la  ciudad  se  despidió  el  gran  bonzo,  y 
me  dijo:  Señor,  no  olvide  vuestra  merced  á  mis 
sobrinas  con  Su  Majestad  de  la  reina  señora 
María,  y  lo  que  los  prometió.  Yo  le  dije  que  de 
Cicir  había  de  despachar,  y  que  yo  lo  haría  pues 
se  lo  debía.  Díjele  yo:  Señor,  mire  Vuestra  Al- 
teza por  su  alma;  y  pues  Nuestro  Señor  le  ha  es- 
perado, conviértase,  y  esto  le  pido.  No  me  res- 
pondió. Echóse  un  bando  que  los  que  quisiesen 
fuesen  en  tres  navios  que  iban  á  Cecir  de  los  que 
sabían  para  ser  cristianos.  Embarcáronse  más 
de  cien  personas,  y  el  General  mandó  ir  también 
á  los  que  los  habían  enseñado  y  á  otros  para 
que  les  fuesen  enseñando.  Dejé  muchos  tras- 
lados de  catecismo,  y  otros  de  las  oraciones. 
En  la  playa  se  despidió  el  virrey  y  me  abrazó 
seis  veces,  que  entendí  eran  en  memoria  de  los 
seis  años  más  que  había  de  pedir  á  la  señora 
María.  El  General  se  embarcó  conmigo  y  fue 
hasta  el  bordo  del  navio,  y  en  aquel  tiempo  me 
hizo  tantos  ofrecimientos  y  tales  cuales  de  un 
pecho  honrado  y  cristiano  se  podían  esperar. 
Abrazóme  y  dijo:  ¡Qué  malas  leyes  desta  gen- 
tilidad, que  al  que  lo  merece  y  se  quiere  no  se 
les  pueda  dar!  Yo  tengo  en  nombre  de  vuestra 
merced  para  la  vuelta  gran  cantidad  del  virrey 
y  de  los  demás  cristianos.  Mi  hijo  Don  Anto- 
nio ha  de  servir  á  vuestra  merced  también  con 
algo,  como  el  que  está  tan  agradecido  y  debe 
tanto;  yo  prometo  en  su  nombre  veinticinco  mil 
pesos.  Allá  va;  él  ha  de  volver  con  los  despa- 
chos que  vuestra  merced  enviare  á  Su  Majes- 
tad y  con  el  pajecillo  á  do  no  sea  de  prove- 
cho á  vuestra  merced  para  la  lengua,  y  asi  se 
despidió.  Era  de  ver  la  música  á  la  despedida. 
Estaba  ya  Don  Antonio  en  mi  navio,  y  al  subir 
me  dio  la  mano  y  dijo:  Señor,  estaba  aquí  pen- 
sando que  si  los  que  no  os  deben  tanto  como  yo 
os  quisieran  tener  en  las  entrañas,  ¿yo  con  qué 
podré  serviros,  más  de  que  á  la  vuelta  prometo, 
sin  lo  que  mandó  mi  señor  por  mí,  otros  treinta 
mil  pesos?  Y  si  vivo  y  tornáis  veréis  lo  que 
hago  en  la  ciudad  en  favor  de  los  cristianos, 
porque  ha  sido  tanto  y  de  tanta  honra  de  fide- 
lidad haberme  dado  á  mí  por  virreinado  mi  pro- 
pia ciudad,  que  tanta  honra  no  se  ha  hecho  dos 
mil  años  ha  á  ninguno,  ni  el  hacer  el  dios  rey 
á  sus  hijos  reyes  no  fue  tanto. 

Entramos  en  la  cámara  de  popa  y  era  con- 
tento ver  tanto  barco  de  tres  ó  cuatro  géneros 
que  iban,  y  tanta  alegría  como  se  mostraba  de 
los  que  querían  ser  baptizados.  Antes  que  ano- 
checiera debí  de  baptizar  hasta  treinta,  y  como 
los  iba  baptizando  se  iban  embarcando  en  aque- 
llas barcas  y  desembarcando  de  la  mía.  Otro 


día  bapticé  más  de  veinte,  y  de  aquella  manera 
en  tres  días  que  tardamos  hasta  vista  de  Cicir 
los  demás  hasta  ciento.  Dejé  señaladas  seis 
personas  que  baptizasen  á  necesidad,  y  los  ins- 
truí en  lo  que  habían  de  hacer,  porque  les  parece 
á  ellos  que  si  no  los  baptiza  sacerdote  no  está 
hecho  nada,  y  en  el  artículo  de  muerte  lo  rece- 
birán  de  cualquier  lego. 

A  diez  de  enero  tomamos  puerto  en  Cicir,  y 
allí  nos  recibió  un  gobernador  y  capitán  gene- 
ral, y  hizo  en  su  tanto  lo  que  todos.  Era  natu- 
ral de  aquel  reino  de  Champaa,  y  las  abuelas 
de  la  señora  María  y  deste  eran  hermanas, 
hijas  de  un  rey  de  Etiopía,  y  así  era  muy 
mulato.  Era  cosa  de  espanto  el  ver  lo  que  lo  te- 
mía toda  aquella  costa,  que  sacado  de  Diego 
Velasco  no  había  capitán  más  temido  y  adorado 
de  su  gente,  enemigo  mortal  del  Diego  Velasco; 
y  así  cuando  supo  que  sus  navios  no  me  espera- 
ban mostró  pesar  todos  aquellos  días.  Había 
aprendido  las  oraciones  y  catecismo,  y  con  la 
nueva  que  tuvo  de  los  otros,  en  llegando  á  su 
fortaleza,  que  está  allí  una  famosa,  por  los  de 
Camboja  y  Coral,  me  pidió  lo  primero  que  lo 
hiciese  cristiano,  y  que  se  quería  llamar  Jorge. 
Fue  su  compadre  Don  Antonio.  Otro  día  bap- 
ticé á  su  mujer  y  dos  hijos,  y  los  llamó  de  los 
nombres  de  los  del  capitán  portugués,  que  fue 
á  la  mujer  Doña  Juana,  y  á  ios  hijos  Don  Ma- 
nuel y  Don  Enrique. 

Todos  los  días  que  allí  estuve  se  me  fue  en 
despachar  para  el  rey  y  para  la  señora  María, 
y  para  los  padres  y  demás.  Era  cosa  de  ver  lo 
que  el  pajecillo  lloró  porque  se  había  de  ir,  que 
decía  que  se  hallaba  conmigo  bien,  y  que  de 
buena  gana  vendría  á  España  ó  al  Pirú,  ó 
hasta  que  yo  tornase.  Escribí  seis  cartas  á  la 
señora  María,  en  respuesta  de  otras  seis  suyas, 
cuatro  á  los  padres,  al  rey  dos,  á  los  otros 
padres  á  cada  uno  una,  y  asimismo  á  otros,  que 
debieron  de  pasar  todas  de  ochenta.  Aquí  sólo 
pondré  alguna,  porque  dejo  la  prolijidad,  y  por 
una  se  pueden  entender  otras;  y  por  darnos 
priesa  el  navio  y  la  gente  del,  y  también  por- 
que envió  un  bergantín  el  general  Diego  Ve- 
loso,  que  esperaba,  me  despaché  para  el  dia  del 
señor  San  Sebastián,  y  la  víspera  se  volvieron 
Don  Antonio  y  el  pajecillo,  que  me  dio  harto 
dolor;  llevaba  una  carta  para  la  señora  María, 
y  otros  capítulos  de  todos,  que  decían  así: 

Carta  para  la  señoi'a  María, 

«La  Majestad  del  cielo,  señora  priora,  con- 
serve la  salud  de  vuestra  clemencia.  No  digo  el 
alegría  y  demasiado  contento  que  recebí  con  la 
primera  en  número  de  vuestra  clemencia,  poi- 
que no  tengo  razones  ni  palabras,  porque  como 
fue  más  en  particular  del  alma,   y  ella  es  espí- 


PEDRO  ORUOÑEZ  T)E  CEBALLOS 


383 


ritu,  no  puede  la  boca  significarlo;  pero  como 
con  un  borrón  digo  que  fue  la  salud  y  contento 
que  vuestra  clemencia  tiene,  y  ha  tenido  el  ma- 
yor contento  de  mi  alma,  y  siempre  lo  será. 
Por  hacer  luego  el  mandato  de  vuestra  clemen- 
cia, como  por  la  tercera  se  me  manda,  la  mía  es 
y  ha  sido  buena,  y  siempre  me  he  acordado  que 
vuestra  clemencia,  por  aquella  citada,  me  dice, 
y  en  particular,  aunque  indigno  en  rogar  á 
Dios,  y  á  la  siempre  Virgen  María,  dé  á  vues- 
tra clemencia  lo  que  desea  para  servirlos.  De 
todi)  dará  particular  cuenta  el  pajecillo,  que  su 
despedida  deste  puerto  y  fortaleza  de  Cicir  fue 
para  mí  un  apartamiento  de  un  miembro,  por- 
que es  leal  secretario,  en  el  secreto  chino,  como 
es  su  nación,  en  el  guardarlo  cristiano  y  en 
todas  las  demás  calidades  lo  bueno  que  pue- 
den tener  los  españoles  nobles  y  cochinchinos. 
No  tengo  que  decir  que  vuestra  clemencia  lo 
favorezca,  pues  es  hechura  suya. 

»Del  acrecentamiento  desa  iglesia  estoy  muy 
seguro,  pues  es  la  cabeza  vuestra  clemencia; 
pues  tal  protectora  lo  ampara,  sé  que  ha  de 
crecer  para  gloria  del  Señor;  en  gran  abundan- 
cia pagúeselo  Dios  á  vuestra  clemencia.  A  esos 
mis  amados  padres  tengo  en  el  corazón  y  les 
deseo  bien  y  honra,  porque  veo  el  gran  servi- 
cio de  Nuestro  Señor  en  que  se  ocupan,  y  les 
tengo  una  santa  envidia.  Yo  soy  ellos,  y  ellos 
lo  mismo  que  yo;  vuestra  clemencia  los  ampa- 
re y  siempre  los  mire  con  sus  cristianísimos 
ojos,  pues  son  prendas  amadas  de  mi  alma  que 
dejo  en  mi  lugar  sirviendo  á  vuestra  clemencia 
y  haciendo  lo  que  gusta,  que  es  darle  en  man- 
jar al  Señor  de  las  almas. 

DiQué  de  quilates  de  gloria  más  aventajada 
considero  yo  que  ha  de  recebir  vuestra  clemen- 
cia de  aquellas  manos  sacrosantas  de  nuestro 
Jesús  por  tantos  servicios!  Hago  mi  pensa- 
miento y  considerólas  rotas  con  aquellos  clavos, 
y  juntamente  aquellos  pies  benditísimos  yaque- 
lia  llaga  del  costado,  y  me  parece  que  está  en- 
trando á  vuestra  clemencia  por  ellas,  y  en  aquel 
primero  día  le  dice:  Veslas  aquí,  amada  mía, 
esposa  mía;  y  aunque  es  verdad  que  la  menor 
gota  de  mi  sangre  era  bastante  para  redemir 
mil  millones  de  mundos,  si  tantos  hubiera, 
toda  te  la  doy  para  que  la  goces  en  mí  mismo, 
en  eternidad  de  tiempos;  y  pues  supiste  ganar 
la  corona  y  palma,  recíbela,  virgen  mía,  esposa 
del  espíritu  divino.  Esto  y  más  que  declarar  no 
se  puede,  me  parece  que  le  ha  de  pasar,  pues  es 
El  tan  buen  pagador,  y  los  servicios  que  vues- 
tra clemencia  le  hace  son  tales  favoreciendo  á 
esos  siervos  del  Señor  y  á  toda  la  cristian- 
dad. Memoria  va  de  por  sí  en  ca  la  cosa  de  las 
acá  sucedidas,  según  sus  tiempos;  y  no  quiero 
encarecer  la  honra  que  he  recebido  de  los  gran- 
des cristianos  Don  Gregorio  y  Don  Antonio, 


tío  y  primo  de  vuestra  clemencia,  más  de  decir 
una  verdad:  que  siempre  han  cumplido  vuestro 
Real  mandamiento  en  la  paz  y  en  la  guerra,  que 
tan  sangrienta  pasaron ,  á  do,  como  testigo  de 
vista,  certifico  que  es  su  valor  tan  grande  que 
excede  á  todo  género  de  palabras  para  poderlo 
contar,  y  como  sacerdote  digo,  sin  género  de 
afición,  que  se  les  debe  la  honra  que  vuestra 
clemencia  les  ha  hecho,  y  esa  ciudad  en  virrei- 
nado,  como  vuestra  clemencia  se  lo  concedió 
por  cinco  años,  por  diez,  y  la  presidencia  á  Don 
Gregorio  por  toda  la  vida.  No  me  alargo  más 
en  esto,  sólo  de  que  son  menester  en  estos  dos 
cargos  para  el  servicio  del  Señor  Jesucristo,  y 
entiendo  y  creo  que  su  divina  Majestad  lo 
manda  así;  y  en  la  misma  manera  y  razones 
dichas  digo  del  virrey  de  la  ciudad  Real  de 
Champaa;  sólo  digo  que  lo  que  resultó  de  su 
visita  fue  alargársele  seis  años,  y  yo,  en  nom- 
bre de  vuestra  clemencia,  le  alargué  tres.  Yo 
quedo  confiado  que  ha  de  gobernar  estos  esta- 
dos otros  diez  años,  como  Don  Antonionita  esa 
ciudad,  y  que  á  todos  los  cristianos  príncipes 
vasallos  de  vuestra  clemencia  les  ha  de  honrar 
y  ocupar  en  los  cargos  mayores  de  sus  reinos, 
y  espero  en  Dios  que,  pues  los  hijos  del  gran 
bonzo  recibieron  su  santa  fe,  que  también  á  su 
padre  lo  ha  de  alumbrar  Dios.  También  tengo 
confianza  en  el  Señor  que  ha  de  ser  servido  en 
que  yo  torne  á  esa  tierra,  para  que  lo  vea  y  goce 
y  sirva  á  vuestra  clemencia,  que  en  lo  que  fuere 
en  mi  mano  [no]  faltaré,  como  tengo  prometi- 
do. Nuestro  Señor  dé  á  vuestra  clemencia  el  col- 
mo de  su  divina  gracia.— ^Z  padre  Pedro.y» 

Relación  de  algunos  capítulos  de  las  cartas 
que  escribí. 

<íAl  Rey. — Señor:  Lo  que  primero  certifico 
á  Vuestra  Majestad  es  que  siempre,  aunque 
indigno,  hago  lo  que  Vuestra  Majestad  manda 
y  lo  haré  rogando  al  verdadero  Dic  s  y  á  la  Vir- 
gen María  por  su  salud  y  de  la  próspera  señora 
María,  mujer  que  será  de  Vuestra  Majestad,  y 
por  todos  sus  grandes  reinos  y  señoríos. 

»Lo  otro,  certifico  á  Vuestra  Majestad  la 
gran  batalla  y  vencimiento,  por  la  gran  forta- 
leza y  saber  de  los  grandes  soldados  Don  Gre- 
gorio y  Don  Antonio,  vasallos  tan  leales  de 
Vuestra  Majestad;  y  tengo  para  mí  que  fue 
dictamen  del  Espíritu  Santo,  para  alguna  ma- 
nera de  paga  de  tantos  trabajos,  ocuparlos  en 
su  Real  servicio,  en  la  presidencia  y  virreinado. 

dCou  la  licencia  que  Vuestra  Majestad  me 
concedió  han  sucedido  acá  cosas  milagrosas, 
amistades,  casamientos,  y  muchos  cristianos 
que  siguen  la  bandera  de  Jesús,  entre  los  cuales 
es  el  gran  juez  Don  Gregorio,  virrey  de  la  ciu- 
dad Real. 


384 


autobiografías  y  memorias 


»Encargo  á  Vuestra  Majestad  la  salvación 
de  su  alma  y  que  honre  y  favorezca  á  los  pa- 
dres y  cristianos.  Hágalo  Dios  como  puede,  que 
todos  estos  grandes  reinos  están  cercanos  de  ser 
todos  cristianos  si  la  Majestad  del  cielo  les  en- 
viase obreros  ¡  Plega  á  su  divina  Majestad  de 
poner  en  los  corazones  de  Su  Santidad  de  en- 
viar obreros  que  tanto  servicio  harán!» 

(íA  los  padres. —  Huélgome  tanto,  amados 
padres,  de  la  relación  que  vuestras  mercedes 
me  hacen  del  gran  aumento  desa  cristiandad, 
que  como  es  cosa  que  el  Señor  lo  hace  le  doy 
muchas  gracias  de  que  vaya  el  pueblo  de  la  Con- 
cepción en  tanto  aumento.  Asimismo  me  huel- 
go, y  como  conozco  ya  por  lo  que  he  visto  el 
trabajo  desa  gente,  no  me  escandalizo  y  espanto 
de  que  haya  hechas  ya  cuatro  mil  casas  y  que 
ha  de  ser  pueblo  de  más  de  veinte  mil,  pues  ya 
el  número  de  los  cristianos,  como  se  me  avisa, 
son  tantos. 

i)De  lo  que  en  particular  he  recebido  singu- 
lar contento  es  de  que  me  escriban  vuestras 
mercedes  que  la  señora  María  honre  tanto  á 
vuestras  mercedes  y  los  estime,  y  el  decirme 
que  es  por  mí,  y  después  que  yo  le  escribí  digo 
que  como  su  clemencia  es  tan  buena,  y  la  cari- 
dad que  es  el  mismo  Dios,  mora  en  ella,  y  el 
fervoroso  amor  del  Señor  y  el  ayuda  que  su  di- 
vina Majestad  le  envía  con  su  divina  gracia  es 
el  todo,  que  yo  un  indigno  gusano  suyo  soy  y 
el  mayor  pecador  del  mundo;  pues  siendo  así, 
¿qué  parte  seré  yo  para  eso?  Verdad  es  que  siem- 
pre le  escribo  lo  que  el  Señor  me  da  á  entender 
para  que  su  alma  se  salve. 

»Por  estar  de  partida  no  seré  más  largo;  re- 
mítome  á  las  demás,  encareciendo  á  vuestras 
mercedes  muv  de  veras  amparen  á  los  cristia- 
nos y  sean  incansables  en  atraer  gente  al  aprisco 
de  Cristo  nuestro  verdadero  Señor.» 

Otras  muchas  cartas  escribí,  que  por  no  ha- 
ber necesidad  dellas  para  la  historia  no  las 
pongo.  Estas  que  están  y  algunas  cláusulas  he 
puesto  para  que  por  ellas  se  colija  lo  que  el 
Señor  ha  hecho  por  su  divina  bondad  en  aque- 
llas lejas  y  remotas  tierras,  y  cuan  bueno  sería 
hubiese  quien  se  animase  á  emprender  empresa 
tan  grandiosa  y  tan  provechosa,  pues  la  cose- 
cha es  tan  segura,  por  ser  aquella  gente  dócil  y 
bien  intencionada  y  deseosa  de  elegir  lo  mejor. 

CAPITULO  XXV 

A  do  se  pone  mi  partida  y  lo  demás  que  me 
pasó  en  el  viaje  de  Malaca  con  los  navios  de 
Diego  Veloso. 

Día  del  glorioso  San  Sebastián  partimos  de 
allí  con  tiempo  tan  próspero  y  viento  tan  favo- 
rable que  íbamos  todos  muy  alegres  y  conten- 


tos; mas  crea  cada  uno  que  á  la  gran  tempes- 
tad le  sobreviene  bonanza,  y  así  lo  dice  el  Es- 
píritu Santo,  y  aun  á  veces  al  contrario,  des- 
pués de  gran  tranquilidad  y  sosiego  un  lamen- 
table naufragio  y  un  desgraciado  tiempo  como 
se  verá  en  este  capítulo,  donde  dejaré  de  decir 
muchas  cosas  por  no  ser  dignas  de  tratarse,  y 
diré  otras  por  ser  notables. 

Con  extremado  tiempo  encontramos,  al  pa- 
recer más  de  veinte  leguas,  los  navios  del  Ge- 
neral portugués,  y  al  hacer  la  salva  un  bombar- 
dero se  llevó  el  brazo,  un  arcabuz  reventó  y 
mató  al  que  lo  tiraba  y  hirió  á  otros  dos.  El 
capitán  del  navio  y  Pedro  de  Lomelín  se  apun- 
taron, que  me  hube  de  poner  por  medio.  Llegó 
luego  una  oscuridad  y  se  demudó  el  tiempo  tan 
de  repente  que  el  piloto  y  otros  grandes  ma- 
rineros que  allí  venían  se  quedaron  espantados. 
Fuenos  necesario  ir  al  abrigo  de  una  isla  chi- 
quita, muy  montuosa  y  despoblada,  á  un  puer- 
to que  tiene  abrigo,  aunque  pequeño,  á  do  to- 
dos tomamos  puerto  aquella  noche,  y  fue  mara- 
villa de  Dios  el  no  perdernos  por  la  grande 
tempestad.  Yo  y  Pedro  de  Lomelín  salimos  en 
.  un  bergantín  á  tierra,  á  do  había  salido  el  Ge- 
neral; armamos  toldos,  porque  había  infinitos 
mosquitos,  y  aquella  noche  dormí  sosegado;  á 
la  mañana  hallé  en  tierra  todos  los  soldados 
nuestros,  que  el  bergantín  había  ido  por  ellos, 
y  habían  dormido  en  una  tienda,  y  á  mi  navio 
habían  ido  más  de  veinte  marineros  á  ayudar- 
les, y  al  amanecer  envió  treinta  y  dos  soldados 
de  los  suyos  con  uno  mío  con  un  recaudo  falso, 
y  habían  llevado  á  los  otros  dos  navios  gente 
de  la  nuestra  como  á  festejarlos.  Yo  me  levanté 
y  me  asomé  al  pabellón,  y  como  vide  ir  y  venir 
los  bergantines  recordé  á  Pedro  de  Lomelín  y 
le  dije:  El  corazón  parécele  me  ha  alterado; 
cómo  me  holgara  estar  en  mi  navio  y  haber 
avisado  que  estuviesen  alerta  y  haber  dado 
nombre;  temo  habemos  de  tener  gran  mal.  Yo 
he  visto  ir  y  venir  gente  y  no  me  parece  bien. 
Levantóse  Pedro  de  Lomelín  y  miró  por  un 
lado  y  vio  que  ya  estábamos  cercados.  Llegó 
el  General  y  díjele:  ¿Qué  alboroto  es  este?  ¿Las 
primeras  vistas  anoche  fueron  con  tantos  abra- 
zos y  las  segundas  con  armas?  Dijo:  Padre 
mío,  todo  no  será  nada;  yo  soy  mandado;  quien 
tiene  la  culpa  es  este  capitán  y  vuestra  merced, 
por  ser  traidores  á  su  rey  y  al  de  Camboja,  que 
es  nuestro  amigo.  Soltaron  una  escopeta  y 
luego  prendieron  los  de  tierra,  y  á  un  punto 
los  del  navio;  á  todos  echaron  prisiones,  si  no 
fue  á  mi  y  al  otro  sacerdote.  Los  dos  días  que 
estuvimos  allí  por  la  tormenta  hizo  un  proceso 
contra  nosotros  de  traidores  á  la  corona  Real,  y 
tomó  algunos  testigos  del  navio,  do  les  hizo 
declarasen  la  batalla  de  la  mar  y  cómo  ayuda- 
mos. A  todos  les  tomó  sus  dichos,  y  debían 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


385 


asentar  lo  que  querían,  de  suerte  que  me  em- 
bargó toda  la  hacienda,  y  las  personas,  y  aquel 
día  me  dijo  que  había  de  ir  á  Camboja,  porque 
el  rey  me  deseaba  ver.  Pasé  con  él  grandes 
coloquios;  vilo  inclinado  á  enviarnos  á  Cam- 
boja, y  que  si  allá  fuéramos  no  había  más  que 
esperar  sino  la  muerte;  vilo  también  aficionado 
á  dineros,  y  á  que  si  se  los  diese  nos  libertaría 
de  secreto  y  sin  que  nadie  lo  entendiese;  vine 
á  tratar  con  él  claro  del  cuánto,  y  me  dijo  que 
yo  debía  de  llevar  dos  millones,  que  con  el  uno 
se  contentaba.  Díjele  que  le  daría  la  mitad  de 
lo  que  llevase,  y  que  se  sirviese  mirar  que  pocos 
días  había  que  le  habían  dado  por  mí  libertad  y 
las  vidas  y  haciendas  libres.  Respondióme  que 
por  eso  haría  una  gran  nobleza  y  caballería; 
que  no  quería  por  mí  más  de  cincuenta  mil  pe- 
sos de  oro,  y  que  trataría. con  su  gente  lo  que 
quería  por  cada  uno.  Había  sabido  de  alguno, 
á  lo  que  sospechamos,  el  oro  que  traía  cada 
uno;  y  así  partimos  á  veinte  y  cuatro  de  enero 
de  aquella  islita  presos.  Soltó  algunos  ocho 
marineros,  y  los  demás  en  sus  navios,  y  puso 
de  los  suyos  acá;  quitaron  las  prisiones  á  todos. 
El  padre  cura  iba  en  su  capitana,  y  él  y  yo  en 
mi  navio,  aconsejándome  fuese  á  Camboja  y  que 
él  escribiría  á  un  gran  fraile  dominico  y  al  go- 
bernador hermano  del  rey.  Díjele  algunas  cosas, 
que  las  sufrió.  Pedíle  que  nos  matase  y  que  los 
gentiles  habían  conocido  á  Dios  por  raí  y  me 
habían  hecho  bien,  y  él  siendo  caballero  cris- 
tiano nos  había  hecho  mal.  Díjele  tanto  que 
bien  podía  dello  asir  de  la  ocasión  para  hacerme 
mal;  pero  como  su  intento  no  era  sino  cogernos 
el  dinero,  callaba.  En  secreto  hizo  testigos  de 
todo  lo  que  yo  decía  y  grandes  informaciones; 
y  como  le  decía  del  y  de  vuestra  merced,  dijo: 
Señor  padre,  á  mí  señoría  me  llaman,  y  por  mi 
persona  merezco  alteza.  Todas  esas  palabras  y 
lo  demás  que  vuestra  merced  ha  hecho  y  ha- 
blado irá  escrito  al  virrey,  para  que  se  vea 
quién  son  los  sacerdotes  por  acá,  y  si  no  mira- 
ra que  en  su  nombre  me  dieron  libertad,  ya  hu- 
biera yo  castigado  tales  atrevimientos,  porque 
reyes  y  señores  me  tienen  á  mí  respeto;  mas 
en  dineros  me  lo  pagará,  que  es  menester  qui- 
társelos para  que  se  humille  y  no  tenga  tanta 
soberbia.  Yo  le  dije:  Pueda  ya  decir  esto  en  me- 
dio de  tanta  pena  como  yo  tengo,  y  es  que  si 
quería  dineros,  ¿para  qué  es  prendernos  desta 
manera?  Todo  lo  diera  yo  de  buena  gana  por 
sólo  no  ir  á  Camboja;  y  paréceme  que  ha  sido 
este  muy  mal  pago  y  crueldad  de  un  capitán 
cristiano  que  le  prendan  ayer  los  de  Cochinchi- 
na  en  sus  mares  y  tenga  pena  de  la  vida  y  que 
le  suelten,  y  á  dos  navios  suyos,  y  á  tantas 
personas  por  mi,  y  que  con  una  cautela  como 
ésta  me  prenda  y  me  quite  mi  honra;  remedíelo 
Dios.  Y  si  se  dice  tal  hecho  en  naciones  gentí- 


licas ¿qué  dirán  ó  qué  sentirán  de  un  cristiano? 
Respondió:  A  Dios  pongo  por  testigo  si  la  pri- 
sión que  he  hecho  y  el  andar  en  aquel  mar  si 
ha  sido  sino  sólo  por  el  mandato  que  tenia  de 
prender  á  vuestra  merced  y  coger  este  navio;  y 
así  mi  prisión  fue  por  esta  ocasión,  y  yo  no 
tengo  culpa,  y  si  yo  he  dicho  algo  de  dinero  ha 
sido  por  haberme  pasado  por  el  pensamiento 
contentar  á  toda  esta  gente  y  no  entregarlos  á 
quien  lo  desea  para  vengarse;  mas  pues  ello  su- 
cede así,  el  orden  que  se  me  ha  dado  guardaré, 
aunque  no  en  echar  prisiones  ni  hacer  malos 
tratamientos;  y  si  vuestra  merced  se  agraviare, 
el  Señor  lo  ve  todo;  y  con  esto  ordena  que  se 
guiase  hacia  el  puerto  de  Camboja,  que  le  lla- 
maban el  Pulo  de  Camboja,  porque  está  en  la 
boca  del  río,  en  un  brazo  que  allí  hace,  nueve 
leguas  de  la  ciudad  Real,  setenta  leguas  del 
Coral,  la  fuerza  deste  capitán.  Yo  le  rogué  que 
fuésemos  á  su  fuerza  y  que  de  allí  avisaría  á 
Malaca  ó  á  la  India  al  virrey,  y  con  esto  aman- 
só y  mandó  enderezar  para  allá. 

Caminando  la  vuelta  de  la  fortaleza  de  Coral 
con  próppero  viento,  una  mañana  descubrimos 
once  velas,  que  me  dio  á  mí  gran  cuidado,  por- 
que me  dijeron  que  era  la  guarda  de  Camboja. 
Díjome  entonces:  ¿Quiere  ir  á  Camboja  ó  no? 
Yo  le  dije:  Ya  vuestra  señoría  lo  verá  que  yo 
no  deseo  ir  allá.  Dijo:  Pues  no  vaya,  y  yo  quiero, 
pues  por  vosotros  me  libraron,  libraros,  para 
que  veáis  que  es  diferente  de  lo  que  pensáis; 
y  así  me  habló  más  en  particular  y  me  dijo:  Ya 
ve  vuestra  merced  cómo  traigo  á  mi  costa,  sin 
gajes  del  rey  nuestro  señor,  casi  mil  soldados 
á  quien  pago  y  sustento,  y  pues  en  esos  tan 
ricos  reinos  hay  tanto  oro  y  traerá  mucho,  déme 
para  esta  gente,  y  á  ellos  conténteseles  y  calla- 
remos todos.  Yo  dije  que  fuese  así.  Hizo  otra 
cautela,  que  se  pasó  á  su  navio  y  mandó  á  su 
gente  que  nuestro  navio  fuese  á  su  fortaleza,  y 
se  fue  hacia  la  armada  con  el  suyo,  y  los  dos 
nos  fuimos,  y  otro  día  tomamos  puerto  en  una 
enconada  á  do  hay  otra  fuerza,  cinco  leguas  de 
Coral,  y  el  General  llegó  á  otro  día  y  me  dijo  á 
su  buena  verdad  que  había  dicho  que  ya  había 
sabido  que  partía  para  después  de  Ceniza,  y  que 
él  esperaría  en  la  mar  y  que  haría  lo  que  el  rey 
de  Camboja  le  mandaba.  Otro  día  le  fui  á  ver 
porque  me  había  dicho  que  no  tratase  cosa  con 
ninguno  sino  con  él,  y  así  le  traté  y  comuniqué 
lo  que  había  de  ser  acerca  de  nosotros.  Dijo 
que  á  cada  hombre  suyo  diesen  trecientos  du- 
cados los  míos,  y  á  cada  oficial  á  seiscientos, 
cabos  y  sargentos ;  á  los  alférez  á  mil  duca- 
dos, y  pilotos,  y  que  aquello  había  de  ser  sin 
más  responder,  porque  el  lo  había  tratado  con 
los  suyos,  y  que  luego  me  diría  á  mí  lo  que 
le  había  de  dar  á  él.  Supliquéle  me  lo  dijese 
luego,  y  al  cabo  de  haber  pasado  algunas  razo- 


386 


autobiografías  y  memorias 


nes  dijo  que  le  había  de  dar  ciento  y  cincuenta 
mil  pesos.  Yo  me  quedé  pasmado  y  como  fuera 
de  mí,  tanto  que  no  le  pude  responder.  Supli- 
quéle  juntase  á  toda  mi  gente,  que  les  quería 
hablar,  y  así  lo  mandó;  júntamenos  en  una  casa 
todos  sin  armas  y  nos  puso  guardas .  Traté 
aquel  día  y  otro  con  mi  gente  y  concluímos 
que  todos  ellos  le  maridasen  la  mitad,  y  si  no 
pudiese  los  dos  tercios  y  sino  cerrase  con  ello, 
y  que  para  esto  sería  mejor  no  tratar  nada  de 
mí  hasta  que  hubiese  recebido  aquello,  para  ver 
lo  que  sobraba  ó  faltaba;  asi  lo  hice,  y  día  de 
Nuestra  Señora  pasé  al  navio  con  las  llaves  de 
todos  los  marineros  y  soldados  y  cuatro  con- 
naigo;  vide  lo  que  cada  uno  tenia,  y  rata  por 
cantidad  se  le  echó.  Pagóse  según  la  memoria 
que  me  había  dado,  que  eran  en  los  dos  navios 
marineros  y  soldados  docientas  y  ocho  perso- 
nas, y  entre  ellas  cuatro  sargentos,  ocho  cabos, 
dos  pilotos,  dos  alférez,  dos  capitanes  y  otros 
oficiales  del  navio,  y  se  les  repartió  cincuenta 
mil  pesos,  y  venia  á  montar  lo  que  nos  pedía 
setenta  y  cuatro  mil,  que  no  fue  poco  acabar 
con  su  gente  tomasen  aquello.  Acabado  de  pa- 
gar me  dijo:  Señor  padre,  mira  que  deseo  no 
os  suceda  mal  si  la  flota  pasa  abajo  hasta  Li- 
gor  ó  Patane,  que  son  de  aquel  reino  (porque 
de  allí  arriba  es  de  España,  de  aquel  reino  de 
Malaca  por  un  golfo  y  por  otro  más  de  cien 
leguas  de  tierra),  y  así  se  declaró  que  era  nece- 
sario irme  luego,  y  que  no  quería  andar  conmi- 
go en  dares  y  tomares,  sino  que  le  diese  cien 
mil  pesos.  Yo  le  dije:  Señor,  mire  vuestra  se- 
ñoría que  todo  lo  que  yo  traigo,  aunque  entren 
mercadurías  no  vale  veinte  mil,  ¿cómo  podré 
dar  tanto?  Díjome  que  ya  lo  sabía  y  que  era 
avisado  de  alguno  de  los  míos  que  tenía  cinco 
cofres  de  moneda;  júrele  que  tal  no  era  verdad, 
y  me  dijo:  Pues  sabrás  que  los  míos  querían 
solo  tomar  el  oro  y  plata  del  navio  y  yo  no  se 
lo  consentí;  y  si  tienes  ó  no  pregúntalo,  que 
bien  sé  que  no  lo  sabes,  pero  yo  lo  he  visto,  y 
á  tu  maestre  se  entregaron  en  la  ciudad  Real 
(que  así  le  llaman  á  Champaa).  Torné  al  maes- 
tre y  se  lo  pregunté  y  dijo  que  era  verdad,  y 
que  el  General  los  había  visto,  y  él  había  dicho 
que  ei*an  míos  y  que  yo  no  sabia.  Torné  al  na- 
vio y  abrí  los  cofres,  y  cada  uno  dellos  traía  en 
plata  y  oro  cantidad.  Torné  y  le  dije  que  había 
hallado  lo  que  decía,  y  que  mirase  su  señoría 
mi  poca  culpa.  Dijo:  Pues  quita  veinte  mil  du- 
cados. Yo  le  dije  que  todo  no  era  tanto.  Res- 
pondió: Pues  con  juramento  que  me  hagas  no 
quiero  más  de  lo  que  hay  en  los  cofres.  Tuvi- 
mos demandas  y  respuestas,  y  en  resolución  él 
no  quería  sino  lo  que  traían  los  cofres,  y  como 
me  amenazaba  con  que  la  flota  había  de  ir 
corriendo  aquel  mar  y  volvería  presto  allí,  me 
turbaba,  y  asi  le  hube  de  decir  que  tomase  otro 


tanto  como  habíamos  dado,  y  asi  el  mismo  día 
nos  embarcamos  y  se  romanó  el  oro  y  plata. 
Aquella  noche  nos  tornaron  las  velas  y  armas, 
Y  ordenó  que  partiésemos  antes  del  amanecer. 
Partimos  de  allí  á  cuatro  de  febrero,  y  cuando 
nos  vimos  fuera  pensamos  que  aquel  día  naci- 
mos, y  se  lo  agradecimos,  porque  supimos  del 
cura  que  era  verdad  que  el  de  Camboja  nos  bus- 
cuba,  y  de  algunos  soldados  de  los  nuestros  que 
preguntaron  á  los  que  sabían  la  lengua  las  cosas 
que  hablaba  el  General  de  la  armada  con  el  Ge- 
nei'al  portugués.  Navegamos  á  más  vela  otros 
cuatro  días,  y  aquel  día  á  la  noche  descubrimos 
velas,  lo  cual  nos  dio  harta  pena.  Huimos  aque- 
lla noche  á  más  p<jder  y  nos  hallamos  en- 
frente de  Patane,  y  la  flota  con  nosotros,  que 
eran  seis  navios  la  guarda  de  aquella  ciudad. 
Yo  y  algunos  de  los  nuestros  nos  escondimos, 
y  habló  el  cura  de  Malaca  y  otros  dos  que  nos 
había  dado,  y  dijeron  que  era  navio  del  Gene- 
ral Diego  de  Veloso,  que  enviaba  á  Malaca, 
luciéronnos  salva,  y  nosotros  á  ellos,  y  pasa- 
mos. Caminamos  otros  siete  días  por  entre  mu- 
chas islas  que  hay,  unas  pobladas  con  poca 
gente  y  otras  sin  ninguna.  Sirviónos  mucho 
uno  de  aquellos  que  nos  había  dado,  que  era  pi- 
loto de  aquella  mar,  porque  es  mala  por  extre- 
mo, y  asi  se  lo  agradecimos,  y  nos  dijo  él  que 
cuando  nos  viésemos  liljres  se  lo  agradecería- 
mos, que  quizá  si  nos  cogieran  ó  perdiéramos 
fuera  peor  que  perder  cien  mil  pesos,  y  tenia 
razón. 

Llegamos  á  la  gran  ciudad  de  Malaca  á  vein- 
te de  febrero;  es  una  ciudad  muy  buena,  tiene 
más  de  ocho  mil  hombres  portugueses,  y  de  la 
tierra  más  de  veinte  y  cuatro  mil,  que  eran  mo- 
rillos; ya  son  cristianos  malos;  hay  gobernador 
y  capitán  general,  que  manda  seis  pueblos  de 
españoles  portugueses,  y  hay  oti'os  dos  gobei- 
uadores,  pero  todos  sujetos  á  éste,  aunque  pro- 
veídos por  el  rey.  El  cura  saltó  en  tierra,  fue  á 
hablar  con  el  gobernador  y  con  el  señor  obispo, 
que  era  primo  de  nuestro  General  que  nos  en- 
viaba sin  dinero.  Fuiles  á  besar  las  manos,  y 
fue  de  consideración  haber  salido  el  cura  y  de- 
cirle el  obispo  que  callase  yo  y  callaría  el  pro- 
curador del  general,  y  asi  nos  convino  á  todos. 
Dio  cartas  para  el  gobernador,  y  en  nuestro 
favor,  y  consentidos,  para  si  nosotros  habláse- 
mos; y  asi  ya  no  víamos  el  día  de  salir  de  allí, 
c^ue  fue  el  primero  de  marzo  del  dicho  año. 
Diéronnos  salvoconduto  como  navio  de  allí,  y 
prometo  que  se  hacía  todo  á  peso  de  dinero. 

Llegamos  á  la  isla  de  Humatra,  que  es  en- 
frente de  Malaca;  es  una  isla  grandísima  y  umy 
poblada.  Hay  en  ella  muchos  señores;  allí  ven- 
dimos algunas  cosas  en  que  se  ganaba  harto. 
Salimos  de  allí  y  venimos  á  la  isla  de  Micubar, 
que  son  dos  islas  pequeñas,  y  la  una  tiene  un 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


puerto;  vendimos  allí  hasta,  quinientos  pesos. 
De  allí  fuimos  por  un  archipiélago  de  islas,  que 
tenían  á  dos  días  y  tres  de  camino,  por  aquel 
golfo  de  Bengala,  y  venderíamos  dos  mil  pesos. 
Al  fin  de  marzo  llegamos  á  una  isla  pequeña 
que  se  llama  Tanaceri,  que  es  del  rey  de  Sian, 
y  allí  vendimos  tres  mil  pesos ;  y  de  allí  nos  en- 
golfamos á  una  gran  ciudad.  En  un  golfo  hay 
tres  ciudades  grandes  y  de  mucha  gente;  llá- 
mase ésta  Andilipatán,  la  otra  Pipilipatán    y 
la  otra  Pobilipatán;  son  del  gran  Magor  y  de 
grandísima  contratación.  Vendimos  allí  más  de 
diez  mil  pesos ;  es  esta  gente  belicosa  y  de  gue- 
rra y  parece  que  tienen  á  los  demás  en  poco; 
como  su  rey  es  el  mayor  señor  de  toda  aquella 
tierra  y  tiene  más  de  siete  reyes  sujetos,  ellos 
parece  que  quieren  también  tener  superioridad 
á  todos.  Intenté  allí  de  hacer  algún  fruto,  y  no 
hallé  sino  un  pobre  que  había  estado  en  Goa  y 
era  cristiano,  y  éste  tenía  en  secreto  enseñados 
á  otros  catorce,  á  los  cuales  bapticé.  Fui  á  ver 
en   la  primera  ciudad  (que  dije  ser  la  mayor, 
porque  tiene  más  de  treinta  mil  casas)  al  vi- 
rrey, y  me  recibió  con  tanta  benevolencia  y  gra- 
cia como  si  me  hubiera  tratado  mucho  tiempo. 
Traté  con  él  mucho  acerca  de  la  ley  de  Dios. 
Pidióme  que  me  quedase  y  que  daría  cuenta  al 
graii  Magor,  y  que  se  holgaría,  porque  como 
había  casado  su  hija  con  el  emperador  de  Co- 
chinchina,  y  había  oído  cómo  su  hermana  era 
cristiana,  y  que  en  su  mocedad  se  había  querido 
casar  con  ella  y  no  había  querido  la  reina  por 
no  ser  la  primera  mujer  y  tener  ya  el  empera- 
dor herederos,  y  que  por  el  amor  qi;e  le  tenía 
por  su  gran  gobierno  y  haber  dejado  el  reino  en 
su  yerno  me  haría  á  mí  mercedes  por  ella.  No 
hubo   lugar  porque   los   nuestros   enfermaban 
muy  á  priesa,  porque  es  aquella  tierra  muy  ca- 
liente. Díjeselo,  y  así  me  dio  licencia.  A  la  par- 
tida me  dijo  que  me  quería  dar  un  don,  que  se 
lo  pidiese  en  público.  A  catorce  de  mayo  lo 
fui  á   ver  en  una  gran  sala  y  le  dije  por  la 
lengua;  Excelente  señor,  con  licencia  de  vues- 
tra excelencia   mañana   parte   nuestro  navio; 
vengo  á  pedir  á  vuesti-a  excelencia  dos  cosas; 
la  una,  que  vea  y  mande  lo  que  yo  he  de  hacer 
en  su  servicio;  la  otra,  que  pues  soy  de  tan  le- 
jas tierras  se  sirva  de  concederme  una  merced. 
Dijo  que  lo  que  pidiese  me  lo  daría.  Pedíle  la 
libertad  de  todos  los  presos  que  en  su  distrito 
hubiese  cristianos.  Dijo  que  fuese  así;  mas  que 
en  la  otra  ciudad  estal)a  preso  un  navio  y  que 
había  allí  otros  dos  como  yo,  y  que  habían  he- 
cho un  gran  desacato,  y  era  que  una  imagen  de 
su  emperador  que  punían  en  el  templo  la  ha- 
bían derribado,  y  que  lo  hal)ía  escrito  á  su  em- 
perador y  le  habla  respondido  que  hiciese  jus- 
ticia, y  así  entendía  que  la  justicia  era  libertar- 
los á  todos,  y  que  así  sería,  pues  lo  había  pro- 


metido; agradecíselo  mucho.  Otro  día  por  la 
mañana  fui  á  verle  y  me  abrazó  y  dijo:  ¡Quién 
pudiera  ser  cristiano!  Díjele  que  la  princesa  lo 
había  de  ser  en  llegando,  porque  el  emperador 
de  Cochinchina  me  lo  había  prometido.  Diomc 
grandes  patentes  y  despachó  otras  á  su  distri- 
to para  librar  los  cristianos  presos,  y  prometo 
fueron  muchos  los  que  se  libertarfm  y  de  di- 
versas naciones,  como  tocaré  en  su  lugar.  Nos- 
otros fuimos  á  la  otra  ciudad  de  arriba,  y  luego 
á  la  postrera,  á  do  estaban  los  presos.  Libré 
docientas  personas,  unos  cristianos  y  otros 
que  me  prometían  serlo  si  los  libraba,  entre  los 
cuales  había  treinta  y  cinco  portugueses. 

Salimos  de  allí  en  fin  de  mayo  con  dos  na- 
vios, uno  que  se  volvió  á  los  portugueses  y 
otro  que  nos  dieron  para  la  gente,  que  me  cos- 
tó tres  mil  y  quinientos  pesos  de  oro,  y  era  del 
rey,  que  en  aquella  tierra  no  pueden  tener  va- 
sos particulares,  á  razón  de  que  no  haya  co- 
sarios. Llegamos  á  otros  dos  puertos;  llamába- 
se el  primero  Narsinga  y  el  otro  Negapatán, 
que  están  en  el  reino  de  Narsinga,  sujeto  al 
gran  Magor,  aunque  tiene  rey  de  por  sí.  Sali- 
mos de  allí  y  al  segundo  día  descubrimos 
ochenta  velas,  como  galeras  ó  galeazas,  con  re- 
mos y  velas,  que  era  la  guarda  de  aquellos  ma- 
res, y  todas  las  más  de  la  isla  de  Ceilón. 

CAPITULO  XXVI 

De  lo  que  nos  pasó  en  la  isla  de  Ceilón 
y  con  la  armada. 

Día  de  San  Juan  descubrimos  una  armada 
en  el  golfo  de  Ceilón,  entre  la  isla  y  tierra  Firme 
de  ochenta  velas,  que  á  todos  nos  puso  en  mu- 
cho cuidado,  por  no  saber  si  eran  cosarios;  tuvt; 
acuerdo,  y  todos  eran  de  parecer  que  si  llega- 
sen nos  diésemos,  porque  para  tantos  no  ha- 
bía defensa.  Salió  un  bergantín  á  reconocer 
quién  éramos  y  se  le  respondió  que  vasallos 
del  rey  de  España,  y  con  salvoconduto  del 
gran  emperador.  Díjonos  que  lo  enseñáramos, 
y  que  allí  venían  los  Generales  de  Narsinga  y  de 
Ceilón,  y  mandaban  que  el  señor  de  aquellos 
navios  fuese  allá.  Saqué  el  salvaconduto  y  lo 
di,  y  con  él  partió  el  bergantín.  Tornó  luego 
diciendo  que  mandaban  los  Generales  que  fuese 
allá.  Tuvimos  consejo  y  determinamos  que  re- 
plicásemos, si  nos  tornasen  á  llamar,  y  si  ter- 
cera vez  volvían,  que  fuese  yo,  porque  siendo 
clérigo  quizá  me  tendrían  más  respeto.  Respondí 
que  besaba  á  su  señoría  las  manos,  y  que  si  el 
salvoconduto  del  gran  señor  era  bueno  que  se 
sirviese  de  no  detenernos  y  que  si  era  malo  que 
yo  iría.  Tornó  el  bergantín  tercera  vez  que  fue- 
se luego  allá,  y  si  no  que  nos  echarían  á  fondf», 
y  así  me  hube  de  embarcar  yo  y  un  pajecillo. 


388 


autobiografías  y  memorias 


Llegamos  allá  y  entré  dentro  de  la  Narsinga;  el 
General  me  recibió  bien,  sólo  dijo  que  por  qué 
fue  menester  llamarme  tres  veces.  Díjele:  Ex- 
celente señor,  la  priesa  y  falta  de  comida  que 
llevamos  y  temerosos  de  los  temporales  lo  ha 
causado.  Allí  me  detuvo  en  razones,  y  al  cabo 
dellas  dijo  que  la  licencia  era  buena,  y  que  fue- 
se á  ver  el  General  de  la  isla,  y  que  con  lo  que 
mandase  le  avisase,  que  como  era  moro  era  muy 
contrario  de  todos  los  cristianos.  Fui  allá,  que 
sería  cerca  de  medio  día,  y  en  saltando  en  la 
galera  dijo  á  una  lengua:  Dile  á  este  perro  cris- 
tiano que  si  se  le  ha  de  rogar  que  venga  á  do  le 
llaman.  Dije:  Vuestra  señoría  sepa  que  la  nece- 
sidad hace  desear  el  remedio;  no  llevo  comida 
ni  agua  y  voy  deseoso  de  llegar  á  Goa.  Levan- 
tóse y  dijo:  Perro,  ¿desa  manera  respondes,  so- 
berbio cristiano  de  mala  casta?  Miró  al  cómitre, 
que  en  el  punto  rae  cogió  del  cuello  del  vestido 
y  me  hizo  arrodillar;  echáronme  un  pie  de  ami- 
go y  una  cadena  en  él  tan  recia  y  pesada 
que  no  pude  volverme  á  levantar,  y  con  dos 
empellones  me  pusieron  en  el  primer  bogavan- 
te, y  dijo  la  lengua:  Dice  el  señor  General  que 
á  los  desvergonzados  soberbios  cristianos  se 
castigan  así.  Yo  respondí:  Este  agravio  sabrá 
el  gran  emperador,  que  no  lo  hube  dicho  cuan- 
do el  sotacómitre  rodeó  el  pie  y  con  el  carca- 
ñal me  dio  una  coz  en  boca  y  narices  que  las 
bañó  en  sangre.  Hube  de  callar.  Quiso  Nuestro 
Señor  que  envió  un  bergantín  el  otro  General, 
y  venía  en  él  el  pajecillo,  que  también  le  dieron 
sus  bofetotes  ciertos,  con  que  le  bañaron  tam- 
bién en  sangre.  Díjele  quedo:  Cuando  salgas 
de  aquí  dile  á  Pedro  de  Lomelín  que  en  ano- 
checiendo dé  velas  y  se  vayan  á  Goa  ó  de  la  otra 
banda  de  la  punta  del  cabo  de  Comori.  No  le 
pude  decir  más,  porque  lo  cogieron  del  brazo  y 
lo  echaron  en  el  bergantín. 

A  cabo  de  rato  tornó  el  otro  bergantín  con 
un  recaudo  al  General,  diciendo  que  le  besa- 
ba las  manos  y  que  mirase  que  era  extran- 
jero y  con  salvoconduto  de  su  emperador;  que 
le  pesaba  me  tratase  mal;  que  mandase  soltar- 
me. Un  capitán  que  trajo  el  recaudo  me  dijo 
que  no  tuviese  pena,  que  me  soltarían  y  paga- 
rían aquel  agravio.  Roguéle  que  me  llevase 
aquel  mozuelo  á  mi  navio,  que  lo  habían  en- 
trado en  la  fragata  de  aquel  General.  Dijo  que 
le  placía,  y  el  muchacho  era  una  de  las  criatu- 
ras hermosas  que  se  podían  hallar.  El  capitán 
se  quedó  allí  y  el  bergantín  lo  llevó  al  navio. 
No  me  había  desayunado  en  todo  el  día;  dijé- 
ronselo  al  General  y  dijo:  Denle  un  poco  de 
senico  que  lo  lleve  luego,  y  si  no  muriese  antes 
íie  la  mañana  lo  mandaré  colgar.  No  quise 
comer  ni  beber.  El  capitán  despachó  su  bergan- 
tín á  su  General  diciéndole  lo  que  pasaba.  Tornó 
cerca  de  la  noche  y  tiró  la  capitana  una  pieza. 


con  que  todos  sus  vasos  se  recogieron,  que 
serían  como  cincuenta.  Toda  aquella  noche 
estuve  con  el  pie  de  amigo  y  cadenas  á  la  gar- 
ganta y  dos  en  los  pies  y  otras  tantas  en  las 
manos.  Encomendéme  al  estandarte  real  de 
Goa,  que  es  una  cruz  de  metal  milagrosísima, 
cuyos  prodigios  son  tales  como  diré  en  el  tra- 
tado que  prometo  hacer  de  la  santa  Cruz,  que 
me  obliga  á  ello  el  haberme  hecho  la  cruz  san- 
tísima infinitas  mercedes  y  haberme  librado  de 
muchísimos  peligros,  uno  de  los  cuales  fue 
éste  y  otros,  como  se  ha  visto  en  el  discurso  de 
la  historia  y  se  verá  también. 

Amanecido  que  fue,  envió  el  General  un 
recaudo  al  que  me  tenía  así  opreso,  y  con  esto 
me  mandó  quitar  las  prisiones  y  á  las  nueve  , 
estábamos  ya  dentro  del  puerto,  que  es  una  j 
hermosa  badía,  en  la  cual  debía  de  haber  más  ' 
de  quinientas  velas,  que  me  holgué  en  extremo 
de  verlas,  y  también  de  que  mis  navios  no  pa- 
recían. Salió  vistiéndose  un  morazo  robusto, 
como  de  edad  de  cincuenta  años;  tenía  unos 
bigotes  de  medio  palmo  que  parecía  que  con  su 
fiereza  amenazaba.  Preguntó  si  habían  venido 
mis  velas.  Dije:  Señor,  yo  no  las  he  visto. 
Dijo:  ¿De  suerte  que  el  gran  señor  ha  de  saber 
su  prisión  ?  Díjele :  Vuestra  señoría  no  se 
enoje,  que  por  allá  en  Europa,  como  los  reyes 
guardan  tanto  su  punto  y  se  hacen  tener  los 
unos  de  los  otros,  por  menos  que  esto  se  per- 
dieran reinos  y  hubiera  grandes  guerras,  y  á  do 
quiera  que  he  estado  los  reyes  de  China,  Japón, 
Cochinchina  y  otros  señores  y  virreyes,  en 
diciendo  que  soy  sacerdote,  me  han  tenido  en 
mucho,  si  no  es  vuestra  señoría.  Dijo:  Serán 
gente  sin  ley  y  que  se  deja  engañar  de  vos- 
otros; pero  yo,  que  creo  en  el  gran  profeta,  ¿en 
qué  te  he  de  tener  á  ti  ni  á  todos  los  demás 
bárbaros?  Quizá  por  eso  te  prendí.  Entonces  le  •  ; 
hice  una  grande  reverencia  y  dije:  Excelente  * 
señor,  hubiérame  vuestra  excelencia  dicho  eso 
y  lo  hubiera  yo  tenido  en  mucho  y  se  lo  hu- 
biera agradecido  y  no  hubiera  nombrado  al 
gran  Magor.  Dijo:  ¿Por  qué  dices  eso?  Dije: 
Porque  si  es  por  mi  ley  en  padecer  yo,  ¿qué 
mayor  gloria?  ¿Soy  yo  merecedor  de  tanto  bien? 
Volvió  las  espaldas  y  dijo  al  capitán:  Llévenlo; 
y  decí  al  señor  General  que  si  alguna  cosa  se 
ha  hecho,  que  él  tiene  la  culpa  en  hablar  tanto. 
Dijo  el  capitán:  Ya  se  ha  visto  por  qué  lo  pren- 
dió vuestra  señoría,  que  mi  General  no  es  bár- 
baro ni  ignorante,  como  nos  ha  tratado  vues- 
tra señoría  á  todos.  Pero  ¿qué  mayor  ignoran- 
cia que  creer  en  un  falso  profeta,  vicioso,  ambi- 
cioso y  tan  malo?  Y  este  cree  en  uno  que  á  lo 
menos  en  su  vida  fue  bueno,  y  todo  lo  que 
manda  lo  es.  Tornó  y  dijo:  Desvergonzado, 
¿delante  de  mí  de  mi  ley  habláis  así?  Anda,  y 
no  os   vea  yo  más,  que  os  colgaré  de  aquella 


PEDKO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


389 


entena.  Ya  estaba  yo  embarcado.  Fuímonos  á 
remo  y  vela  hasta  salir  de  la  badía  y  no  vimos 
las  velas,  y  en  el  camino  hacia  la  punta  estuvi- 
mos todo  aquel  día,  y  dicen  que  hay  desde 
aquella  isla  pequeña  que  está  en  aquel  golfo, 
que  se  llama  Mana,  catorce  leguas. 

Llegamos  á  Cadala,  que  es  un  pueblo  muy 
grande,  y  deste  rey  de  Narsinga;  hay  muchos 
cristianos  allí  y  en  toda  aquella  costa  desde  el 
tiempo  del  glorioso  Santo  Tomás.  Supímoslo 
porque  nos  dio  cuenta  un  padre  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús.  Son  enemigos  mortales  de  los  de 
aquella  isla,  porque  dicen  que  antiguamente 
eran  cristianos  y  se  tornaron  moros,  y  después 
volvieron  á  ser  cristianos,  y  luego  apostataron 
volviendo  á  ser  moros.  Tiénenlos  en  toda  aque- 
lla tierra  por  malos,  endurecidos,  de  malas 
entrañas,  y  pocos  de  Tierra  Firme  se  entreme- 
ten con  ellos  en  cosa  alguna. 

Hay  fama  que  en  aquella  tierra  de  Ceilón 
hay  mucho  género  de  riquezas,  plata  y  oro, 
perlas,  y  en  aquel  golfo  grande  andan  arriba  de 
cien  mil  hombres  pescándolas;  y  así  el  vasallaje 
que  se  le  da  al  de  Visnaga  es  sustentarle  allí 
ordinarios  siete  mil  hombres  que  las  pescan  de 
su  parte;  y  así  le  llaman  la  pesquería.  Hay  in- 
finitos diamantes,  topacios,  los  buenos  zafiros 
y  otras  piedras  de  gran  valor,  de  suerte  que 
dicen  ellos:  Todos  nos  han  menester,  y  nos- 
otros á  nadie.  Cógese  infinito  arroz,  trigo, 
maís  y  otras  legumbres.  Es  la  isla  de  quinien- 
tas leguas  de  boj,  y  muy  fuerte;  está  partida 
en  cinco  señores ;  los  cuatro  no  obedecen  á  na- 
die, y  el  uno,  que  cae  en  la  mejor  tierra  y  en  la 
más,  obedece  al  de  los  mogores,  y  nuestro  rey 
tiene  allí  cinco  puertos.  Estuvimos  un  día  en  el 
de  Cadala,  y  como  estaba  yo  tan  triste  me  pre- 
guntó el  capitán  que  qué  tenía.  Díjele  que 
estaba  melancólico  porque  no  sabía  de  mis  na- 
vios y  de  una  sortija  que  me  había  quitado 
aquel  General,  que  me  la  dio  el  gran  rey  de  Co- 
chinchina,  y  que  más  qiiisiera  haber  perdido 
diez  mil  ducados  que  no  ella  y  una  estampa  de 
plata  del  señor  San  Gregorio.  Pasó  así  que 
cuando  me  mandó  echar  el  pie  de  amigo  y  la 
cadena,  me  la  quitó  el  cómitre  y  se  la  dio,  y  no 
osé  hablar,  y  como  deseaba  verme  fuera  de 
aquel  demonio  no  se  me  había  acordado  hasta 
que  llegué  al  puerto.  Llegaron  aquel  día  la  ca- 
pitana y  parte  de  las  galeras.  Fui  á  besar  las 
manos  al  General,  que  me  abrazó;  contóle  lo 
que  pasaba,  y  dijo  que  no  me  diese  pena,  que 
aquel  perro,  como  era  hermano  del  reyezuelo  y 
es  moro,  con  eso  se  atreve  á  hacer  aquellos 
agravios,  que  él  daría  aviso  al  gran  emperador, 
y  que  si  yo  quería  esperar  vería  la  gran  satis- 
fación  que  me  hacía.  Yo  dije  que  no,  sino  ir 
en  busca  de  mis  navios.  Envió  otro  día  un  re- 
caudo al  General  moro  sobre  el  agravio  y  sor- 


tija, el  cual  envió  grandes  satisfaciones  y  cinco 
mil  pesos  de  oro  en  una  monedilla  muy  peque- 
ña, con  una  cara  á  la  una  parte  y  en  la  otra  una 
cruz,  que  era  moneda  antigua,  de  cuando  eran 
cristianos.  El  General  me  consoló  y  dijo  que  se 
espantaba  que  aquella  bestia  cruel  hubiese  he- 
cho aquel  fruto;  hube  de  callar;  envióme  el 
salvocondnto  y  la  estampa  de  plata  que  me 
había  quitado  del  glorioso  San  Gregoiio,  que 
es  la  que  recebí  en  Roma  de  mano  del  Pontí- 
fice (como  dicho  queda). 

Visto  que  no  parecían  mis  navios  me  dio  un 
bergantín  y  partí  de  allí  la  víspera  del  glorio- 
so San  Pedro  en  la  noche.  Caminamos  costa  á 
costa  tres  días,  hasta  que  dimos  vuelta  al  cabo. 
Fuimos  á  visitar  el  sepulcro  del  benditísimo 
Apóstol  Santo  Tomás  á  Calamina  ó  Meliapur, 
que  nos  pareció  no  perder  aquella  ocasión  tan 
buena,  y  con  confianza  sería  remedio  de  mi 
pérdida.  Vimos  allí  cosas  maravillosas,  y  en 
particular  una  cruz  milagrosísima  hecha  en 
una  piedra  por  el  santo;  es  una  de  las  cosas 
más  prodigiosas  que  hoy  hay  en  el  mundo,  y 
por  serlo  tanto  la  dejo  para  el  tratado  de  la 
cruz,  donde  á  lo  largo  lo  contaré.  Fueme  de 
tanto  provecho  la  visita  del  sepulcro  deste 
santo  y  su  cruz  bendita,  que  allí  tuve  algún 
descanso,  pues  tuve  nuevas  que  mis  navios  ha- 
bían pasado  y  que  iban  á  un  golfo  que  está  allí 
cerca,  de  ciudades  de  nuestro  rey,  y  todos  los 
más  cristianos;  llámase  el  golfo  de  Caulán;  hay 
tres  islas  en  la  boca,  que  las  dos  son  de  cuatro 
leguas  y  la  otra  es  más  pequeña.  La  primera 
ciudad  será  de  dos  mil  casas;  llámase  Porto; 
la  otra  es  mayor  y  se  llama  Caulán;  la  tercera 
será  de  cuatro  mil  y  llámase  Granganor;  la 
mayor  se  llama  Challe;  habrá  en  todas  ellas 
caatro  mil  portugueses;  hay  pesquería  de  per- 
las finas  y  pocas.  Del  cabo  de  Comori  estuvimos 
otros  tres  días ;  hallé  allí  mis  navios ;  vendimos 
y  compramos  perlas  por  ropas  más  de  diez  mil 
pesos ;  anduve  en  el  bergantín  aquellos  puertos 
y  gratifiqué  al  capitán,  que  era  por  los  extre- 
mos bueno  y  merecía  toda  cortesía.  Salimos 
de  allí  á  diez  de  julio  y  con  próspero  viaje  lle- 
gamos á  Goa,  que  es  una  hermosa  ciudad, 
grande,  rica,  de  más  de  veinte  mil  portugueses, 
y  de  la  tierra  más  de  cincuenta  mil;  tiene  más 
de  treinta  y  tantas  iglesias,  y  entre  ellas  quince 
parroquias;  ésta  es  una  isla  pequeña,  pero  es 
toda  ella  un  jardín;  hay  lindas  aguas  y  mante- 
nimientos y  muchos  y  baratos;  es  la  cabeza  de 
todo  lo  que  allí  está  de  Indias;  el  virrey  de  allí 
es  más  venerado  que  un  gran  rey:  es  ciudad 
riquísima  y  de  gran  contratación ;  está  allí  una 
casa  y  templo  de  la  Compañía  de  Jesús,  que 
es  para  ver ;  hayla  también  de  los  padres 
Santo  Domingo,  San  Francisco  y  San  Agus- 
tín. Fuera  de  la  ciudad  hay  un  convento  de 


390 


autobiografías  y  memorias 


recoletos,  devotísimo  y  muy  lindo.  Llegamos 
á  esta  ciudad  día  del  Apóstol  Santiago  al  ama- 
necer; tomamos  puerto  en  su  río,  que  sale  de 
la  tierra,  y  hace  como  puerto  hecho  á  mano, 
adonde  de  ordinario  hay  infinitos  navios,  y  en- 
tre la  isla  y  tierra  firme  hay  otro  río  ó  brazo  de 
mar  que  está  siempre  con  muchos  navios;  tie- 
ne doce  fortalezas  la  isla,  y  como  es  tan  pe- 
queña y  fuerte  tiembla  toda  aquella  comarca 
de  solo  el  nombre:  hay  infinitos  caballeros  de 
hábitos  que  han  tenido  cargoí, 

CAPÍTULO  XXVII 

De  las  cosas  notables  que  nos  pasaron 
en   la  gran  ciudad  de   Goa. 

El  propio  día  de  Santiago  salté  en  tierra, 
fui  á  la  iglesia,  y  hecha  la  obligación  cristiana 
visité  al  señor  arzobispo  y  en  breves  razones 
le  di  cuenta  de  mi  viaje;  mandóme  que  no  sa- 
liera de  Goa  sin  su  mandato.  Preguntóme  si 
había  besado  las  manos  al  virrey.  Dijele  que 
no.  A  hora  de  comer  fui  y  se  las  besé,  aunque 
harto  me  valiera  el  no  liaberlo  visto.  Recibióme 
con  decirme:  Si  á  los  reyes  amigos  de  nuestro 
rey  les  damos  pesadumbre,  ¿cómo  se  conserva- 
rá esta  tierra  tan  lejos  en  paz?  Preguntóme  lo 
que  el  arzobispo,  que  si  lo  había  visitado,  y  di- 
ciéndole  que  sí  di  jome:  Pues  vuélvalo  á  ver. 
Dile  cuenta  de  algunas  cosas  y  en  particular 
de  la  carta  que  le  traía,  y  cómo  los  reyes  de  Co- 
chiuchina  y  Coral  eran  también  amigos  de  Es- 
paña por  capitulaciones.  Pidióme  un  memorial 
lie  todo.  Torné  al  navio  bien  triste,  porque  ya 
se  me  traslucía  que  había  de  tener  en  aquella 
ciudad  grandes  trabajos.  A  la  tarde  llegó  un 
oficial  Real,  visitó  los  tres  navios  y  embarazó  las 
velas  y  todo  lo  demás,  si  no  fue  lo  necesario 
para  hi  comida  ordinaria,  y  mandó  que  no  sa- 
liese gente  de  los  navios,  so  pena  de  la  vida, 
hasta  que  diese  su  excelencia  otra  orden;  solos 
podíamos  salir  yo  y  otros  dos  á  proveer  lo  ne- 
cesario, y  con  un  memorial  preguntó  por  Pedro 
de  Lomelín  y  lo  prendió,  aunque  me  lo  dio  en 
fiado,  y  que  lo  daría  preso  so  pena  de  perdi- 
miento de  navios  y  diez  mil  ducados.  Volví  á 
casa  de  su  señoría  ilustrísima  y  estuve  dos  ho- 
ras con  él,  y  me  preguntó  cosas  que  me  quedé 
admirado.  Dile  salida  lo  mejor  que  pude  á  todo, 
y  de  continuo  fui  huyendo  de  decir  mal  de 
Diego  Veloso,  ni  hacer  mención  de  lo  que  me 
llevó;  sólo  dije  que  delante  del,  con  tormenta, 
había  echado  un  marinero  á  la  mar  una  caja  en 
que  estaba  el  cofrecillo  de  los  papeles,  cartas  y 
salvocondutns  y  otras  licencias  que  el  mismo 
Diego  Veloso  había  visto,  porque  así  lo  escri- 
bió. Di'cia  en  sus  cartas  bien  de  mí  y  de  todos, 
abonándonos  y  diciendo  la  traición  y  agravios 


contra  el  de  Camboja.  Quedó  muy  satisfecho  su 
señoría  ilustrísima  de  la  batalla  que  Pedro  de 
Lomelín  tuvo  con  el  embajador,  y  dijo  que  in- 
tercedería con  el  virrey.  Presénteles  muchos 
palos  olorosos  que  traía  del  reino  de  Champaa, 
donde  los  hay,  y  otras  cosas  ricas,  de  que  se 
dio  por  muy  satisfecho;  cené  aquella  noche  con 
su  señoría  y  dormí  en  su  casa.  Otro  día  fui  á 
visitar  al  virrey,  bésele  las  manos  j  le  presenté 
también  un  cofre  de  aquel  palo  del  águila  de 
olor,  y  otras  prendas  de  estima  y  dignas  de  un 
tal  personaje.  Díjome  después  que  leyó  la  car- 
ta que  le  di  del  General:  Buena  carta  es  ésta; 
por  ella  salva  todo  lo  de  las  informaciones; 
huélgome  que  tan  valiente  sea  ese  capitán,  y 
me  holgara  mucho  si  todas  las  cartas  de  los  re- 
yes y  demás  papeles  llegaran,  para  que  con 
mayor  brevedad  se  negociara,  mas  yo  lo  tomo 
á  mi  cargo;  anden  libres  todos  y  no  se  vaya 
nadie.  Dijele:  Excelentísimo  señor,  á  uno  de 
aquellos  navios  libré  en  el  reino  del  gran  ma- 
gor,  golfo  de  Bengala,  y  trae  gente  que  tiene 
parientes  en  esta  ciudad,  y  al  doctor  Sosa,  her- 
mano del  obispo  de  Malaca,  y  en  el  otro,  aun- 
que el  vaso  es  mío,  viene  gente  que  libré  allí. 
Vuestra  excelencia  los  mande  llamar  y  se  in- 
forme dellos  y  se  les  dé  libertad,  que  de  los 
míos  no  faltará  nadie.  Hízolo  así  como  se  lo 
supliqué;  comí  aquel  día  con  su  capellán,  que 
era  un  doctísimo  hombre,  á  quien  también  pre- 
senté de  los  palos  odoríferos  y  otras  cosillas. 
Díjome  que  el  medio  más  eficaz  que  se  había 
de  tener  para  nuestra  libertad  había  de  ser  ha- 
blar con  el  secretario  y  con  xxü.  gentilhombre  de 
la  boca  del  virrey;  fue  conmigo  á  su  aposento, 
donde  no  fui  las  manos  vacías,  porque  supuesto 
que  dádivas  quebrantan  peñas,  y  éstas  aligeran 
los  pies  más  pesados,  presénteles  por  buen  co- 
medimiento, y  en  razón  desto,  muchos  palos, 
acompañados,  no  sólo  del  buen  olor,  sino  de 
otras  cosas  ricas  y  curiosas,  y  ellas  fueron  oca- 
sión de  que  me  prometieron  muy  buen  fin  en 
el  caso.  Valióme  mucho  para  mi  negocio  el  ser 
el  secretario  sobrino  del  padre  Alfonso  de  Acos- 
ta,  que  yo  dejaba  en  Cochinchina,  y  así  me 
aseguró  que  haría  que  antes  de  seis  días,  en  lo 
que  tocaba  á  mi,  estuviese  libre,  y  así  lo 
cumplió. 

Fui  aquella  tarde  á  visitar  al  virrey  y  me 
recibió  sin  preguntarme  cómo  me  hallaba,  como 
lo  había  hecho  siempre;  mostróseme  áspero  en 
las  palabras  contra  todos.  Yo  me  quedé  espan- 
tado; díjeselo  al  capellán  y  confesor  suyo,  y  me 
respondió  con  el  mismo  espanto  y  que  no  podía 
dar  en  la  cuenta  en  qué  podía  ser,  si  ya  no  era 
que  lo  hacía  un  sobrino  suyo,  como  no  halna 
hecho  mención  del  jamás;  diome  grande  pena, 
como  no  me  lo  había  dicho,  y  así  determiné  de 
hablarle,  que  fue  aquella  noche;  y  asi  como  á 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


i91 


lo  que  está  máa  fuerte  y  inexpugnable  se  pro- 
cura dar  maj'or  batería,  así  también  yo  procuré 
echar  m¡  resto  en  servicios  que  le  hice,  y  así 
me  dijo  que  le  pesaba  de  que  no  le  hubiese  ha- 
blado primero,  y  así  me  industrió  en  lo  que  ha- 
bía de  hacer  y  rae  dijo  fuese  al  virrey  y  le  pi- 
diese que  para  más  satisfación  se  sirviese  de- 
jarme dar  informaciones  de  nuevo  en  favor  de 
Pedro  de  Lomelín,  y  que  me  diese  seis  días  de 
término,  que  prometía  fincas  de  nuevo  de  cin- 
cuenta mil  ducados,  y  pidiese  justificación,  y 
que  entretanto  él  negociaría  lo  que  pudiese; 
iiícelo  por  medio  de  una  petición  y  salió  proveí- 
do que  se  estuviese  preso  en  el  navio  con  el 
primer  embari;o  y  que  dentro  de  seis  días  diese 
la  información  dicha;  para  ello  di  memoria  de 
los  testigos,  y  juraron  en  los  seis  días.  Procuré 
con  muchas  veras  dijesen  en  favor  nuestro  mu- 
cho y  bueno,  para  así  librarnos  ya  de  tanta 
vejación;  hiciéronlo  así  y  valióle  mucho  á  Pe- 
dro de  Lomelín.  Instó  tanto  en  ello  el  sobrino 
del  virrey  que  hizo  en  breve  tiempo  los  diesen 
á  todos  por  libres,  pero  con  tal  que  dentro  de 
aquel  día  nos  habíamos  de  ir  y  que  no  dobláse- 
mos la  punta  hacia  la  China,  so  pena  de  trai- 
dores, sino  que  tomásemos  el  camino  derecho 
de  España.  Acepté  la  sentencia  y  saqué  salvo- 
conduto  para  enviar  un  navio  de  aquellos  á 
Cochinchina,  que  lo  despaché  el  propio  día  que 
nosotros  partimos,  con  cartas.  Pagué  costas  y 
despachos,  que  todo  me  costó  mucho  dinero,  y 
para  el  día  que  se  me  mandó  despaché  porque 
alcanzamos  dos  días  más  de  estada;  todo  fue 
menester  para  aderezar  todos  tres  navios.  Gasté 
en  esta  ocasión  mucho  dinero,  pues  todo  se  ne- 
gociaba con  él;  porque  si  es  verdad  (como  dijo 
un  discreto)  que  el  que  tiene  pleito  ha  menester 
tener  tres  P,  que  son:  pies,  pan  y  paciencia; 
pies  para  negociar,  paciencia  para  esperar  y 
pan,  por  quien  es  entendido  el  dinero,  para  dar, 
de  todo  esto  nos  hubimos  de  valer  en  esta  oca- 
sión, y  en  particular  de  lo  postrero. 

El  tiempo  que  tuve  desocupado,  que  fue  harto 
poco,  escribí  algunas  cartas  á  la  señora  priora, 
en  una  de  las  cuales  me  despedí  para  entonces 
de  volver  á  Cochinchina,  por  el  orden  que  dio 
el  virrey;  es  la  que  se  sigue: 

Curta  ú  la  señora  María. 

«Después  que  salí  de  los  reinos  de  Vuestra 
Majestad,  señora  María,  me  han  sucedido  tan- 
tas cosas,  que  por  una  memoria  envío  escritas, 
para  si  vuestra  clemencia  gustare  la  haga  leer, 
y  aunque  en  cosas  no  nombro  partes,  dejólas  por 
haberlas  hi'cho  personas  de  quien  me  parece  no 
se  podían  esperar  tales  agravios.  Lo  que  por 
esta  digo  es  que  en  todo  el  viaje,  desde  que  salí 
de  ahí,  no  me  han  sucedido  si  no  son  prisiones. 


hambres,  temporales  y  infinitos  naufragios, 
cumpliéndose  lo  de  San  Pablo,  que  en  todas  par- 
tes se  hallan  peligros,  en  el  mar,  en  la  tierra, 
en  los  falsos  hermanos,  etc.,  y  lo  que  más  siento 
en  medio  de  tantos  males  es  verme  imposibilita- 
do por  ahora  de  poder  ir  allá  á  ver  y  servir  á 
vuestra  clemencia,  que  es  lo  que  más  mi  alma 
desea.  Debió  de  convenir  al  servicio  del  Señor 
esto,  pues  así  se  ha  ordenado;  el  Virrey  desta 
ciudad  lo  ha  mandado,  y  así  me  es  forzoso. 
Ruego  á  vuestra  clemencia  que  en  las  oraciones 
dése  santo  convento  sea  yo  encomendado  á  su 
divina  Majestad,  á  quien  siempre,  aunque  in- 
digno, en  todos  mis  sacrificios  le  pido  la  dé  á 
vuestra  clemencia,  pues  es  tanto  para  su  servi- 
cio. No  pido  respuesta  á  las  mías  por  ahora, 
por  no  saber  á  do  verná;  ruego  yo  á  Dios  la 
vaya  yo  mismo  á  recebir  allá,  que  como  haya 
ocasión  torno  de  nuevo  á  prometerlo. 

»La  conversión  de  las  almas  encargo  á  vues- 
tra clemencia  ,  y  pues  en  el  cielo  los  mismijs 
ángeles  hacen  alegría  por  el  alma  de  un  peca- 
dor que  se  convierte  y  salva,  y  el  mismo  Dios 
Hijo  del  Eterno  Padre,  Jesucristo  nuestro  Sal- 
vador, enamorado  de  las  almas ,  para  abrirles 
las  puertas  del  cielo  vino  al  mundo  y  dio  en  la 
Santa  Cruz  toda  su  sangre,  siendo  el  mediane- 
ro entre  el  género  humano  y  el  Eterno  Padre, 
siendo  la  menor  gota  de  su  preciosa  sangre  bas- 
tante para  la  redención  de  millares  de  millares 
de  mundos.  ¡Qué  gozo,  pues,  tendrá  de  la  con- 
versión desas  almas!  ¡Qué  gran  gloria  apare- 
jada para  vuestra  clemencia,  para  en  pago  de 
los  servicios  que  le  hace! 

»Ea,  señora  mía,  grande  ánimo,  grande  cons- 
tancia en  hacer  tales  servicios  á  la  Majestad 
divina,  y  porque  sé  que  esos  santos  padres  di- 
rán á  vuestra  clemencia  lo  que  el  Señor  manda 
y  su  divina  fe,  no  me  alargo  más;  siempre  de- 
seo el  poderlo  yo  decir  en  presencia.  Al  Presi- 
dente Don  Gregorio;  á  Don  Antonio,  Virrey 
desa  ciudad;  á  Don  Gregorio,  virrey  de  la  ciu- 
dad Real;  á  Don  Jorge  y  á  los  demás  cristia- 
nos, desde  el  más  mínimo  al  mayor,  encargo  á 
vuestra  clemencia,  y  en  particular  á  los  extran- 
jeros, que  han  menester  más  consuelo. 

»Yo  escribí  en  otras,  señora  mía,  las  des- 
gracias que  me  han  acontecido,  y  cómo  el  otro 
gentil  me  echó  al  mar  la  carta  del  Virrey  y  de- 
más papeles:  y  cómo  fue  parte  para  que  yo  no 
me  tornase  allá  tan  presto  y  para  que  gastase 
todo  lo  que  traía  en  salvocondutos ,  licencias, 
pasajes  y  comida  y  excesivos  rescates  de  mí  y 
de  mi  gente,  y  en  particular  de  mi  capitán,  por 
la  Vitoria  del  de  Camboja;  todo  lo  doy  por  bien 
empleado  y  lo  llevo  por  amor  de  Dios,  con  la 
consideración  de  que  más  pasó  El  por  mi.  A  Su 
Majestad  escribo;  lo  que  faltare  supla  vuestra 
clemencia,  á  quien  el  señor  Jesús  y  la  siempre 


392 


autobiografías  y  memorias 


Virgen  María,  madre  suya,  guarde  los  años  de 
m¡  deseo. —  El  padre  Pedro.y> 

Otras  uiuchas  escribí,  y  envié  la  relación  de 
todo  el  viaje.  Escribí  á  los  padres  á  cada  uno 
en  particular,  que  todo  fue  contar  el  viaje  y 
pedirles  la  continuación  de  aquellas  almas,  la 
hermandad  entre  todos,  y  que  para  ahora  no 
tratasen  sino  de  fomentar  y  favorecerse  unos  á 
otros,  que  con  aquello  ganarían  mucho  con  la 
señora  María,  más  gracia  y  favor  con  ella,  y 
con  el  Señor  más  galardón. 

Acabadas  de  despachar  mis  cartas  y  puesto 
todo  en  orden  con  la  priesa  posible,  por  ser  tan 
breve  el  tiempo,  partimos  de  allí  con  grande 
contento  por  vernos  libres  de  tanta  vejación, 
que  prometo  fue  una  de  las  grandes  presuras 
que  he  tenido  jamás,  á  do  nos  pasaron  tantas 
cosas  que  son  mejor  para  meditadas  que  para 
escritas,  y  así  esto  sólo  bastará  acerca  de  esta 
materia. 

CAPÍTULO   XXVIII 

De  cómo  llegamos  á  Oromuz ,  y  de  otras  cosas 
diversas  que  nos  sucedieron  hasta  llegar  á 
Quito. 

Partidos  que  fuimos  de  Goa,  en  seis  días 
tomamos  tres  puertos  y  vendimos  de  lo  que 
lleYábamos;  los  nombres  dellos  son:  Carapán, 
Cintopar,  Débetele;  son  de  gentiles.  Otro  día 
después  de  salidos  dellos  venimos  á  la  boca  de 
un  gran  río,  llamado  Danda;  allí  no  nos  deja- 
ron tomar  puerto;  vinieron  barcas,  y  vendimos 
en  cuatro  días.  Llegamos  á  la  fortísima  ciudad 
de  Dio;  vide  toda  la  fortaleza,  que  cierto  es 
digna  de  ser  vista;  hícele  un  presente  de  cosi- 
tas al  General,  de  que  se  holgó  mucho.  Diome 
aviso  en  secreto  de  que  andaban  cosarios  por 
aquella  tierra,  y  que  entonces  estaba  seguro 
porque  lo  había  él  corrido  todo;  y  así  partí 
luego  y  llegué  á  Damán,  que  es  otra  bella  for- 
taleza en  el  propio  reino  de  Cambaya;  hay  pa- 
ces con  el  Sofi, 

Llegamos  á  Diul,  una  fortaleza  de  Persia 
de  un  sátrapa ;  diéronnos  salvoconduto  para 
las  guardas,  que  nos  dejaron  pasar.  Otro  día 
que  salimos  de  allí,  que  fue  á  veinte  y  tres 
de  agosto,  llegamos  á  Oromuz,  y  estuvimos 
en  ella  hasta  diez  y  nueve  de  setiembre,  que 
fue  el  día  de  nuestra  partida;  fue  de  grande 
contento  para  mí  ver  aquella  ciudad,  que  cier- 
to, aunque  pequeña  y  en  isla  que  ni  aun  hierba 
ni  agua  no  tiene,  es  la  más  rica,  de  mayor  co- 
mercio y  contratación  de  cuantas  yo  había  visto 
jamás,  y  creo  que  en  riqueza  es  la  primera  del 
mundo;  hay  de  todas  naciones  y  leyes  gente; 
solos  los  nuestros  tienen  puerto  y  fortaleza, 
porque  en  aquellas  partes  los  portugueses  os 


la  gente  más  valiente,  más  fuerte  y  de  mayor 
ventura  de  cuantas  hay,  y  juntamente  les  ayu- 
da Dios  por  ser  buenos  cristianos;  todo  lo  que 
se  come  es  de  afuera,  y  con  traerlo  de  lejos  vale 
más  barato  que  en  todo  el  mundo ;  tiene  la 
isla  oro  y  otras  piedras,  y  como  es  plaza  para 
todos  los  del  mundo,  suele  haber  dos  mil  na- 
vios en  sus  puertos;  hay  Rey  de  aquella  isla  y 
de  algunos  pueblos  de  tierra  firme,  con  sujeción 
y  parias  al  gran  Soldán,  Emperador  pérsico; 
tiene  suntuosísimos  edificios  y  una  hermosí- 
sima y  fuerte  muralla.  En  tres  días  salimos  del 
golfo  Pérsico  á  la  punta  de  Rasalgate,  y  allí 
hallamos  nueva  de  nueve  navios  de  enemigos 
que  andaban  en  corso  á  robar ;  apercebímo- 
nos  muy  bien  y  caminamos  nuestro  viaje  dos 
días  en  alta  mar;  descubrimos  las  dichas  nueve 
velas. 

íbamos  mis  dos  navios  y  otros  cuatro,  los 
dos  que  iban  á  Moagascar,  isla  del  glorioso  San 
Lorenzo,  y  los  dos  otros  á  Mataca  del  gran  río. 
Pusímonos  todos  á  punto,  y  como  mi  galeon- 
cillo  hacía  el  cargo  de  capitana,  di  nombre  y 
dije  que  si  viniesen  los  recibiésemos  hasta  lle- 
gar y  con  bombas  de  fuego  y  grandes  tiros  les 
pagásemos;  hízose  así,  con  protestación  de  no 
rendirnos  hasta  morir  todos.  Cerca  de  la  noche 
llegaron  (')  á  hablarnos,  y  dijeron  que  nos 
rindiésemos  á  ellos;  dijimos  que  sí,  y  que  vie- 
sen lo  que  mandaban  y  todo  estaba  á  punto, 
y  poca  gente  fuera;  al  pasarnos  dio  una  rocia- 
da y  carga  de  escopetazos,  que  de  mi  navio 
mató  dos  y  de  los  otros  también  algunos.  Ca- 
llamos y  respondimos  que  no  nos  tratasen  así, 
sino  que  viesen  lo  que  mandaban.  Hacía  gran 
luna,  que  con  ella  pensaron  aferrarse  y  rendir- 
nos. Dijímosles  que  no  éramos  gente  de  gue- 
rra, y  otras  cosas  en  que  mostrábamos  miedo, 
entendiendo  ellos  que  lo  teníamos.  Llegaron 
con  grande  arrogancia  y  echaron  en  mi  navio 
veinte  personas,  y  en  cada  uno  otro  tanto,  que 
fueron  tan  bien  recebidos  dentro  de  la  jareta,  y 
el  fuego  tan  bien  arrojado  y  disparadas  las  pie- 
zas, que  dos  navios  fueron  á  fondo,  y  otros  dos 
ardieron  toda  aquella  noche  y  en  toda  ella  no 
los  dejamos  hasta  que  al  amanecer  tomamos 
tres  navios,  y  de  los  otros  dos  no  supimos  ni 
vimos  lo  que  se  habían  hecho,  ni  ellos  lo  supie- 
ron tampoco.  La  capitana  suya  se  quemó,  y 
así  feneció  aquella  armada  de  ladrones;  con  ser 
á  tan  poca  costa  como  he  dicho  esta  grande  Vi- 
toria, mataron  de  mis  dos  navios  treinta  perso- 
nas y  hirieron  otros. 

Partí  los  tres  navios  que  tomamos,  el  mayor 
para  nosotros,  el  otro  di  á  los  de  la  isla  y  el 
menor  á  los  que  iban  al  imperio  de  Monomo- 
tapa,  que  aunque  no  dijeron  nada  se  agravia- 

(')  En  la  edición:  Jlegainos, 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


393 


ron  y  á  su  tiempo  lo  mostraron.  Caminamos 
por  aquella  costa  de  Arabia  sin  engolfarnos 
otros  cinco  días,  y  á  la  vista  de  la  isla  de  Ca- 
catora  descubrimos  cinco  galeras,  que  fue  otro 
el  consejo  que  no  las  dejásemos  llegar,  porque 
no  hiciesen  dafao.  Todo  aquel  día  nos  cañonea- 
mos y  á  la  noche  se  desaparecieron.  Avisé  á  los 
navios  que  se  guardasen  aquella  noche,  y  con 
todo  eso  nos  engañaron,  que  con  una  barca  se 
llegaron  á  mi  navichuelo,  y  diciendo  que  eran 
de  los  nuestros  y  hablando  on  lengua  portu- 
guesa le  rompió  una  costura  debajo  del  agua 
un  buzo,  y  como  se  fueron  á  otro  navio  de  los 
que  iban  á  Monomotapa,  que  los  conocieron  y 
tomaron  en  el  mismo  engaño  que  ellos  traían, 
diciendo  que  dijesen  al  General  que  ellos  ten- 
drían cuidado,  y  que  fuese  allá  el  alfe'rez  á  de- 
cirle cómo  se  querían  ellos  apartar  allí  al  mar 
Bermejo;  saltaron  seis  y  fue  tanta  su  fuerza  y 
determinación  que  echaron  á  la  mar  doce,  y 
solo  quedaron  cuatro,  que  descubrieron  lo  que 
habían  hecho.  A  este  tiempo  tiró  una  pieza  mi 
navio  pidiendo  socorro,  que  luego  se  lo  di,  y 
visto  que  no  tenía  remedio  saqué  la  gente, 
comida  y  armas  y  todo  lo  que  se  pudo,  que  se 
trabajó  toda  la  noche;  no  pereció  más  que  el 
vaso  del  navio,  porque  eché  toda  la  más  gente 
en  el  mío;  las  piezas  la  repartí;  quiso  Dios  que 
hubiera  buen  tiempo  y  que  no  tornaran  las 
galeras,  que  prometo  nos  habían  de  hacer  daño, 
y  fue  la  ocasión  el  no  volver  su  bergantín  ó 
barca. 

Otro  día  ya  tarde  descubrimos  veinte  y  dos 
vasos,  y  fue  Nuestro  Señor  servido  de  que 
arreciase  un  viento  que  en  dos  horas  nos  des- 
parcimos,  engolfados  en  alta  mar,  y  caminamos 
hasta  el  día  del  glorioso  San  Francisco  con 
tanta  pujanza  que  hubo  piloto  que  decía  que 
cada  silgladura  era  más  de  ciento  y  cincuenta 
leguas.  Descubrimos  tierra  y  nos  quedamos 
espantados  porque  fueron  las  postreras  islas  de 
Comoro  y  de  Don  Juan  de  Castro,  que  en 
poco  más  de  siete  días  caminamos  más  de  ocho- 
cientas leguas;  allí  se  partieron  los  dos  navios 
á  la  isla  de  San  Lorenzo  y  nosotros  con  los  seis 
nuestro  viaje,  porque  les  había  comprado  el 
otro  navio,  que  era  bueno,  y  me  lo  dieron  en 
dos  mil  ducados. 

Caminamos  con  aquel  viento  otros  siete  días, 
y  como  la  mar  estaba  ya  brava,  aunque  era  vien- 
to en  popa,  no  se  caminaba  tanto.  Tomamos 
puerto  en  Mataca,  que  es  una  buena  ciudad,  y 
el  otro  día  vino  la  justicia  y  prendió  á  Pedro  de 
Lomelín,  como  era  el  capitán,  y  fue  por  lo  de 
la  Vitoria,  para  saber  cómo  les  habíamos  dado 
lo  menos.  Yo  hablé  á  un  gobernador  por  len- 
gua de  aquellos  mercaderes,  que  saben  la  por- 
tuguesa, y  dije  que  se  hizo  porque  salió  mi 
navio  por  general  de  Oromuz  tomé  el  mayor,  y 


que  por  haber  trabajado  los  otros  más  les  di  el 
otro,  y  que  si  querían  el  mío,  que  trocásemos. 
Pues  presto,  dijo,  volverá  tu  capitán  que  á  la 
posta  camina  á  ver  al  gran  emperador,  que 
está  cerca  de  aquí;  fue  embarcado  el  río  arriba 
hasta  llegar  allá;  tornó  libre,  que  fue  harto 
para  ser  gente  tan  bárbara,  soberbia  y  arro- 
gante que  tiene  en  poco  á  todos  los  demás. 
Salimos  de  allí  á  veinte  y  ocho  del  dicho,  y 
con  el  mismo  tiempo  caminamos  hasta  tres  de 
noviembre,  y  nos  hallamos  en  el  propio  cabo 
de  Buena  Esperanza,  que  parece  que  en  todo 
el  viaje  no  habíamos  tenido  mayor  contento; 
quedáronse  con  su  navio  y  di  en  equivalencia 
una  gran  cantidad  en  ropa. 

Ya  dije  antes  cómo  los  de  la  ciudad  de  Ma- 
taca prendieron  á  Pedro  de  Lomelín  y  lo  des- 
pacharon el  río  arriba,  que  es  muy  manso  y 
apacible,  y  volaban  con  él.  Llegaron  á  tres  ciu- 
dades y  últimamsnte  á  una  do  estaba  el  em- 
perador; lo  que  le  pasó  con  él  es  lo  que  diré,  y 
es  que  lo  recibió  bien  y  le  hizo  estas  pregun- 
tas: ¿De  á  dónde  eres?  ¿Cómo  te  llamas?  ¿De 
á  dónde  vienes?  ¿A  dó  vas?  ¿Cuyos  son  los 
navios  en  que  vonís?  Respondió:  Soy  español, 
cristiano,  vasallo  del  gran  Rey  Don  Felipe  de 
España;  llamóme  Pedro  de  Lomelín;  venimos 
de  Oromuz  y  de  la  India;  vamos  á  España; 
los  navios  son  de  un  sacerdote  cristiano  que 
va  allí.  Díjole:  ¿Por  qué  tomaste  el  vaso  ma- 
yor, y  á  mi  gente,  siendo  la  más  valiente,  le 
distes  el  más  pequeño?  Respondió:  Con  licencia 
de  Vuestra  gran  Majestad  diré  á  eso  que  es 
cierto  no  concederá  tal  ningún  español  de  que 
haya  gente  que  le  haga  ventaja  en  valor,  fuerza 
y  ánimo.  Pues  si  tan  valientes  os  hacéis,  si  ven- 
ces á  uno  de  los  míos,  serás  libre  tú  y  los  tu- 
yos, y  si  no,  él  te  castigará  á  ti  y  yo  avisaré 
castiguen  á  los  demás.  Respondió:  Señor,  sea 
luego. 

Muchos  quisieran  la  empresa,  y  el  empe- 
rador señaló  á  un  negro  mozo,  jolofo,  ro- 
busto y  valiente;  fue  en  acabando  de  comer  y 
con  espadas  solas,  á  tres  heridas,  en  la  misma 
sala,  y  el  emperador  presente  y  muchos  Gran- 
des sentados  en  poyos  altos  y  descubiertos. 
Comenzóse  el  debate,  que  con  sólo  tres  idas  le 
hirió  las  tres  veces  al  negro.  El  emperador 
mandó  cesar  por  levantarse  alboroto  en  la  sala 
de  un  gran  soldado  muy  blanco  y  algo  cano  á 
quien  el  emperador  respondió  enfadado  y  hizo 
que  le  dijeran  á  Pedro  de  Lomelín  que  él  y  los 
suyos  éramos  libres,  y  que  si  él  gustaba  tener 
campo  con  aquel  soberbio,  que  se  lo  estimaría, 
y  si  no  que  se  fuese.  Dijo:  Señor,  aunque  tu- 
viera cierta  la  muerte,  por  gustar  vuestra  gran 
Majestad  lo  hiciera,  y  por  servirle;  y  así  le  pi- 
dió campo.  Salieron  los  dos,  y  en  tan  breve 
espacio  como  al  otro  le  tenía  ya  dadas  las  tres 


)U 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


heridas.  Lovautóse  el  emperador  y  dijo:  Pedro 
de  Louielín,  vaya  esa  en  la  frente,  y  cu  el  pun- 
to se  la  dio,  detiniendo  la  mano,  como  siempre 
lo  hacía,  por  no  matarlos.  iMando  entonces  ce- 
sar, y  hízole  honra,  y  dijo  que  él  tenía  preso  á 
nu  traidor  pariente  suyo,  y  que  pedía  campo; 
(jue  si  é!  se  atreviese  á  matarlo,  el  valor  de  la 
hacienda,  que  eran  mil  pesos  de  oro,  ganaría. 
Dijo  que  sí,  pero  que  había  de  ser  luego  y  sin 
armas. 

Trajeron  al  otro  y  sacáronlo  á  la  plaza,  y 
con  las  espadas  solas  les  partieron  el  sol  á  su 
modo;  púsosele  en  la  imaginación  de  darle  una 
herida  en  un  ojo,  por  desatinarle;  diósela,  mas 
no  fue  casi  nada;  tornó  á  quererle  dar  otra 
y  no  le  daba  lugar  porque  le  ganaba  los  com- 
pases en  entrando  de  presto;  reformóle  sin  sacar 
compás  y  hiriólo  en  el  mismo  ojo,  con  sólo  lo 
que  era  la  espada  mayor,  por  donde  cobró  mie- 
do para  no  entrar  tanto;  descubría  los  pechos, 
por  donde  entendió  que  debía  de  venir  con  cota 
y  quería  ejecutar  alguna  herida ;  probólo,  y 
aunque  fue  poco,  vio  que  no  entraba  la  espada, 
y  así  todo  fue  á  la  cara,  y  le  dio  en  ella  once  he- 
ridas, y  sólo  una  buena,  con  que  le  quebró  un 
ojo;  pasaron  algunos  encuentros,  pero  última- 
mente de  un  revés  corrido  le  cortó  el  gaznate 
y  cayó,  y  dentro  de  un  momento  murió.  Lle- 
varon á  Pedro  de  Lomelín  á  palacio  la  guarda, 
y  el  emperador  dijo  que  se  lo  agradecía  mucho. 
Di  jóle:  Señor,  la  merced  que  pido  es  el  tornar- 
me antes  hoy  que  mañana.  Dijo:  Embárquenlo 
luego,  y  de  mi  hacienda  denle  los  mil  pesos; 
besóle  la  mano,  y  luego  se  vino  á  la  barca,  y 
aquella  noche  caminaron  más  de  doce  leguas, 
que  como  el  río  es  bajo  se  viene  más  breve; 
llegado  que  fue  nos  partimos  y  llegamos  al 
cabo  de  Buena  Esperanza,  como  qi;eda  ya 
dicho. 

Allí  descubrimos  once  navios,  y  en  encon- 
trándonos envió  el  General  á  mandar  que  el 
señor  del  navio  y  el  Capitán  fuésemos  allá;  dio- 
me  un  dolor  en  el  corazón  grandísimo,  y  dije  á 
Pedro  de  Lomelín  si  sabía  qué  armada  era 
aquella  que  parecía.  Dijo  que  sin  duda  sería 
holandesa  ó  inglesa.  Respondimos  que  ya  era 
tarde,  y  que  otro  día  tomaríamos  puerto  y  que 
todos  iríamos  allá;  y  así  por  ser  tarde  barloven- 
teamos con  propósito  de  engolfarnos  aquella 
noche;  hicimos  grandes  pertrechos  de  guerra 
y  bombas  de  fuego  á  uso  de  Inglaterra,  porque 
llevábamos  un  inglés,  grande  maestro;  media 
hora  de  noche  nos  cercaron  y  quisieron  echar- 
nos á  fondo;  fueron  tantas  las  piezas  que  les 
disparamos  que  se  apartaron;  dionos  gran  pena 
cuando  vimos  que  arribaban  sobre  nosotros,  que 
si  fuera  de  día  no  dudo  yo  sino  que  nos  toma- 
ran; hicimos  un  grande  ardid  de  guerra,  que 
fue  echar  á  la  mar  sobre  boyas  unos  palos,  y  en 


ellos  lumbre,  y  apagar  la  nuestra  y  dar  velas  y 
huir;  y  como  ellos  veían  lumbre  y  cogido  el  bar- 
lovento, esperaron  la  mañana  y  se  hallaron 
burlados,  porque  debimos  de  amanecer  nosotros 
veinte  leguas  de  allí,  sin  ninguna  pérdida.  Su- 
cediónos el  más  próspero  viaje  que  habíamos  ja- 
más llevado;  tuvimos  viento  en  popa,  y  tan  re- 
cio que  sin  saber  ni  poder  tomar  altura  ni 
paraje,  caminamos  de  día  y  de  noche;  al  fin 
del  mes  nos  hallamos  en  Hernanbuco,  un 
puerto  de  la  isla  del  Brasil,  de  que  nos  queda- 
mos espantados  de  la  travesía  que  llevamos,  y 
certificó  el  piloto  que  habíamos  corrido  más  de 
mil  y  docientas  leguas,  que  me  pesó  grande- 
mente, porque  toda  la  gente  junta  acordó  de  no 
venir  á  España,  sino  de  allí  por  el  estrecho 
de  Magallanes  irse  al  Pirú;  y  puesto  por  la 
obra,  aunque  les  prometía  grandes  promesas  no 
pude  atraerlos  á  mi  voluntad.  Partimos  ha- 
biendo tomado  refresco,  y  con  buen  tiempo  lle- 
gamos á  la  Santísima  Trinidad,  que  es  una  ciu- 
dad en  el  río  de  la  Plata,  que  está  entre  aque- 
llas gobernaciones  del  Paraguay  y  Tucumán. 
Partimos  de  allí  con  determinación  de  pasar 
el  estrecho  de  Magallanes.  Llegamos  al  paraje 
de  la  isla  de  Puchachailgua;  tiene  unos  altísi- 
mos peñascos  pardos;  descaecimos  y  dimos  só- 
brela costa  de  Cairaixaxiilgua;  vimos  por  aquel 
mar  infinidad  de  islas,  y  una  muy  hermosa,  su 
nombre  Xaultegua.  En  tierra  de  gigantes,  isla 
enfrente  de  Tierra  alta  y  cabo  de  la  Cruz,  hay 
una  sierra  que  la  llaman  la  Campana  de  Rol- 
dan; hay  un  volcán  en  una  sierra  nevada,  que 
ni  la  nieve  apaga  el  fuego  ni  el  fuego  derrite 
la  nieve;  hay  poblaciones  con  casas,  como  en 
Europa;  y  allí  descubrimos  cinco  velas  de  ingle- 
ses, tan  destruidos  de  los  temporales  y  enfer- 
medades, que  supimos  después  que  había  navio 
que  no  le  habían  quedado  más  de  diez  y  ocho 
personas;  recogiéronse  todos  en  dos  y  pegaron 
fuego  á  los  otros  tres  navios;  íbamos  mi  galeon- 
cillo  y  otro  navichuelo;  disparamos  toda  el  arti- 
llería, y  ellos  á  nosotros;  hubo  cosas  famosas, 
porque  yo  vide  mi  galeoncillo  entrado,  y  fue 
necesario  ayudar;  Dios  nos  dio  vitoria,  con 
tanta  pérdida  que  de  nuestro  navio  murieron 
iliez  y  ocho  personas  y  todos  quedamos  con  dos 
y  tres  heridas;  prometo  jamás  me  vide  en  tanto 
trabajo;  el  Capitán  se  escapó  con  uno  de  sus 
navios;  quedamos  todos  tales  que  ni  sabíamos 
si  había  sido  vitoria,  si  pérdida,  porque  en  el 
otro  navio  que  venía  con  nosotros  de  ochenta 
personas  quedaron  treinta  y  una;  puédese  decir 
con  verdad  que  en  todo  el  viaje  no  tuvimos  día 
como  aquél,  y  más  Pedro  de  Lomelín  en  defen- 
der la  entrada  y  ser  parte  para  echar  los  que 
ya  estaban  dentro,  pues  mi  parte  me  cupo  á  mí, 
porque  tuve  una  brega  con  un  capitán  inglés 
que  fue  la  mayor  que  hasta  entonces  tuve,  y 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


395 


por  ser  notable  me  parece  no  sería  fuera  de  ra- 
ztjn  el  contalla. 

Juntóse  el  navio  grande,  capitana  del   ene- 
migo, con  el  nuestro,  y  al  pasar  saltaron  por 
popa  veinte  y  dos  ingleses  armados  todos  sus 
cuerpos,  que  era  cosa  notable;  traían  sus  rode- 
las aceradas  y  espadas  cortas  y  anchas;  í'ue  la 
contusión  tal,  que  yo  que  estaba  en  el  camarote 
de  arriba  animando  salté  á  la  popa  por  el  es- 
cotillón secreto,  ir'eleaban  los  nuestros  con  tan- 
to coraje  que  admiraba,  sino  que  como  estaban 
los  contrarios  armados  y  tenían  armas  á  prue- 
ba (le  arcabuz,  pues  uno  le  puso  á  otro  en  los 
pechos  y  con  el  ímpetu  lo  echó  á  la  mar  y  re- 
ventó el  arcabuz  y  le  mató  á  él  y  á  otro,  y  al 
caítlo  contrario   lo  cogió  una  barca  que  traía 
más  gente  y  tornó  á  pelear  á  pura  fuerza.  En- 
tró el  capitán  en  el  aposento  á  do  yo  estaba,  y 
por  estar  escuro  no   me  vido;  tornó  á  salir,  y 
cuando  iba  á  salir,  dándole  á  un  buen  soldado 
un  alzabajo  que  le  hundió  la  cabeza,  pude  co- 
gerle de  la  gola  y  con  un  traspié  y  dos  vaive- 
nes dar  con  él  en  el  suelo;  revolvió  el  pobre  he- 
rido con  el  ansia  de  la  muerte  y  le  dio  tal  gol- 
pe en  la  cabeza  que  le  hizo  saltar  el  hielmo  y 
casco,  y  tornó  con  otro,  que  si  no  cayera  muer- 
to le  matara,  y  le  hirió  en  un  lado  mal;  quise 
sacarle  la  espada  de  la  mano,  y  no  pude,  por- 
que la  tenía  asida  á  una  cadenilla;  tomé  la  de 
un  soldado  y  con  ella  le  di  otra  herida  pequeña, 
porque  se  arrodeló  y  me  tiró  de  los  faldamen- 
tos de  una  sotanilla  negra  y  me  hizo  arrodillar 
sobre  él,  y  con  la  daga  me  dio  dos  piquetes  en 
un  muslo;  yo  dejé  la  espada  y  me  así  de  la  mu- 
ñeca de  la  daga  y  peleé  un  gran  rato;  desasió- 
se y  fue  rodando  hacia  lo  bajo,  y  yo  quedé  li- 
bre y  me  levanté  antes  y  le  arrojé  dos  cajas, 
unas  petacas  y   unos   catres,  que  con  ello  se 
embarazó  y  pude  llegar  y  darle  otra  herida  en 
la  cabeza  al  tiempo  que  se  levantaba;  embrazó 
su  rodela  y  espada  y  vino  á  mí  y  me  tiró  un 
golpe  tal  que  del  me  quebró  la  espada;  con  el 
pedazo  que  me  quedó  arremetí  á  él  y  le  di  otra 
herida  en  la  cara;  asióse  de  mí,  dejando  caer  la 
espada  y  rodela;  bregamos  un  poco,  y  con  las 
armas  y  lo  que   había  trabajado  no  podía   el 
hombre  todo  lo  que  quisiera;  procuraba  poner 
la  espada  que  traía  asida  de  suerte  que  me  hi- 
riese con  ella,  y  por  mucho  que  me  guardaba 
della  se  me  entró  por  una  pierna  y  me  hizo  una 
mala  herida;  fuese  á  abajar  por  la  daga  que  es- 
taba caída  y  le  pude  dar  otra  herida  en  el  pes- 
cuezo; diomc  un  piquete  junto  á  un  ojo  y  otros 
dos  en  la  cabeza,  y  yo  le  di  uno  en  la  nariz, 
que  todo  el  pico  vino  al  suelo;  dejé  el  pedazo 
de  la  espada  y  tiré  de  la  daga  y  se  la  saqué  de 
la  mano,  y  dio  de  ojos;  torné  á  darle  otra  heri- 
da en  el  pescuezo  por  detrás,  y  me  cogió  de  las 
piernas  y  dio  conmigo  una  tan  gran  caída  que 

AUTOBIOGRAFÍAS   Y    MEMORIAS. — 3G 


me  desatentó  del  gran  golpe  que  di  con  el  ce- 
rebro; vino  sobre  mí  y  fui  á  poner  la  mano 
izquierda  delante  y  me  cogió  el  dedo  cuarto  con 
los  dientes,  y  como  si  fuera  un  cuchillo  en  la 
yema  del  me  hizo  una  herida,  y  me  asió  de  la 
daga  y  me  la  sacó  de  la  mano  con  tanto  ínqje- 
tu  que  pensé  me  había  quebrado  la  muñeca,  y 
sin  duda  entiendo  que  me  matara  si  las  fuerzas 
no  le  faltaran,  porque  dos  veces  alzó  el  brazo  y 
no  pudo  descargarlo,  y  uno  de  los  soldados  que 
peleaban  á  la  puerta  se  volvió  y  íe  dio  una  es- 
tocada en  un  ojo,  que  fue  también  su  parte 
para  desatinarlo;  yo  me  levanté  y  fui  por  el 
pedazo  de  espada  y  se  la  tiré,  y  como  la  cabeza 
estal)a  ya  con  tantas  heridas,  y  en  particular 
de  la  primera  que  le  dio  un  soldado  llamado 
Téllez,  que  aquella  sola  era  mortal,  se  levantó 
con  un  grito  y  salió  fuera  y  se  arrojó  á  la  mar 
por  entre  todos  y  se  ahogó;  solos  peleaban  seis 
de  los  armados  en  popa,  porque  los  deniás  á 
fuerza  de  brazos  habían  ido  á  la  mar,  que  desta 
manera  podían  con  ellos.  Por  el  un  lado  pelea- 
ba Pedro  de  Lomelín,  que  fue  necesario  hallar- 
se armado.  Fueron  tantas  las  cosas  que  hizo, 
y  otros  marineros  y  pasajeros,  que  se  podía 
hacer  una  grande  historia.  Fue  mucho  lo  que 
duró  el  ánimo  y  la  perseverancia  de  los  nues- 
tros; tanto  que  todos  los  contrarios  se  vinieron 
á  echar  al  mar,  y  nosotros  á  ganar  la  vitoria, 
con  tantas  nuiertes  y  heridas  como  queda  di- 
cho, y  la  capitana  huyó ;  curamos  los  heridos  y 
enterramos  los  muertos. 

Y  porque  no  nos  pasó  otra  cosa  más  que  ca- 
minar y  tornar  hasta  Buenos  Aires,  y  pasar  por 
aquellas  gobernaciones  de  Tucumán  y  Para- 
guay, que  son  más  de  trecientas  leguas,  sólo 
digo  que  pasé  harto  mal  camino,  y  también  en 
llegar  á  Potosí,  Charcas,  Ariquipa,  Lima,  Gua- 
yaquil y  Quito,  que  son  más  de  novecientas 
leguas. 

Los  soldados  cada  uno  se  desparció  por  su 
parte,  y  de  los  amigos  me  siguieron  muchos 
que  entraron  después  en  la  jornada  de  los  oma- 
guas y  quijos  (como  se  tratará  en  su  lugar).  De 
todo  este  viaje  solos  me  quedaron  diez  y  ocho 
mil  pesos,  pagada  toda  la  gente  y  lo  que  yo  de- 
bía del  navio  y  piezas  de  artillería  que  tomé  á 
la  partida  de  Acapulco.  Si  no  me  hubiera  suce- 
dido tanto  tropel  de  desgracia,  era  viaje  de  gran 
gusto,  por  haber  dado  vuelta  al  mundo,  y  donde 
se  pudieran  ganar  cien  mil  ducados.  Tardamos 
en  el  viaje  casi  tres  años,  y  computadas  las  le- 
guas que  anduvimos,  fueron  más  de  nueve  mil, 
por  el  viaje  que  lo  caminamos,  sin  más  de  cinco 
mil  en  tormenta,  como  se  dirá  en  g\  Itinerario, 
donde  se  hallará  el  cómputo  de  las  leguas  y  co- 
nocimiento de  las  tierras,  reinos  y  puertos,  que 
en  algunas  partes  no  se  ha  dado  por  no  inter- 
rumpir la  historia. 


396 


autobiografías  y  memorias 


CAPITULO  XXIX 


Donde  se  contiene  la  descripción  de  la  provin- 
cia de  los  quijos,  omaguas,  cofanes  y  demás 
naciones. 

Llegué  á  la  tierra  de  los  quijos,  donde  pensé 
descansar  de  tantos  naufragios  de  mar,  tierra 
y  enemigos,  y  allí  se  aumentaron  de  tal  suerte 
que  todos  los  que  padecí  antes  eran  una  som- 
bra en  su  comparación.  Porque  es  tierra  de  mon- 
tañas, tiene  helado  hasta  la  cinta,  pues  había 
veces  que  para  sacar  las  piernas  del  entraba  los 
brazos  hasta  los  codos  para  hacer  fuerza.  Es 
tierra  enferma,  sin  pan  ni  carnes,  si  no  es  de 
monte;  son  los  ríos  grandísimos  y  peligrosos; 
llueve  todo  el  año,  y  á  veces  no  escampa  en  todo 
un  mes.  Hay  grandes  animales,  y  ferocísimos, 
como  son:  leones,  tigres,  osos,  antas  y  otros; 
hay  también  culebras  que  llaman  allá  de  cas- 
cabel porque  suenan  como  si  lo  trajesen,  y  es 
que  en  la  cola  tienen  una  uña  como  el  águila 
y  á  los  tres  años  se  le  hace  una  cadenilla  que 
suena  como  un  cascabel  pequeño,  y  de  los  tres 
años  adelante  se  le  va  criando  en  cada  uno 
dellos  un  ñudo  de  las  cadenillas.  Es  muy  pon- 
zoñosa y  tiene  el  veneno  en  aquella  uña  de  la 
cola,  y  con  ella  muerde;  es  peligrosísima  su  he- 
rida, porque  si  no  se  pone  remedio  dentro  de 
veinte  y  cuatro  horas  mata.  Tiene  también  ví- 
boras y  escorpiones  y  caimanes,  niguas,  que  es 
un  género  de  pulga  que  se  entran  entre  uña  y 
carne,  y  se  crían  mayores  que  garbanzos,  que 
hay  personas  que  tienen  los  pies  perdidos  dellas, 
porque  se  entran  también  por  los  carcañales  y 
van  labrando,  de  suerte  que  se  ha  visto  morir 
hombre  dellas.  Críanse  unas  moscas  azules  en 
el  color  y  en  cuerpo  grandes ;  éstas  despiden  de 
sí  en  los  pajonales  unos  gusanillos,  que  á  los 
que  duermen  en  ellos,  que  casi  son  todos,  se  les 
entra  en  la  carne  y  allí  se  crían  como  un  dedo, 
que  para  sacarlos  se  padece  mucho.  Hay  de  día 
unos  mosquitos  jejenes,  y  de  noche  zancudos, 
y  son  tan  pesados  y  terribles  que  hacen  unas 
grandes  llagas  donde  hieren,  y  para  concluir 
con  esto,  hay  una  sin  fin  de  sabandijas,  unas 
que  matan  y  otras  que  causan  grandísimos  do- 
lores, y  sobre  todo,  cada  indio  de  aquellos  es 
una  muerte;  así  los  amigos  ya  convertidos,  por 
quitarles  sus  falsos  dioses,  supersticiones,  ritos, 
hechicerías,  maldades  y  embriagueces,  como  los 
aucaes,  indios  de  guerra,  que  cada  uno  dellos 
es  un  fiero  león  deseoso  de  dar  la  muerte  á  quien 
le  reprehende  y  les  trata  de  nuestra  fe  santa, 
como  se  coligará  de  la  historia. 

El  conocimiento,  descripción  y  mapa  desta 
tierra  de  los  quijos  la  tiene  escrita  con  gran- 
de elegancia  y  puntualidad  el  excelentísimo 
señor  Conde  de  Lemos,  Marqués  de  Sarria, 


Presidente  del  Consejo  Real  de  las  Indias  y 
al  presente  Virrey  de  Ñapóles  (}),  y  certifico  que 
yo  con  habella  medido  (como  dicen)  á  pies  y  á 
palmos,  no  la  podía  sacar  tan  bien,  y  por  esta 
razón  tan  solamente  tocaré  en  este  lugar  con 
brevedad  algo  dello. 

La  situación  desta  gobernación  es  de  la  otra 
parte  de  la  cordillera,  que  dista  de  Quito  á  la 
primera  ciudad,  que  es  Baeza,  veinte  leguas  de 
muy  mal  camino;  es  tierra  montuosa,  tanto 
que  llega  su  montaña  hasta  las  mismas  casas, 
y  como  es  tierra  también  de  pantanos,  para 
haberse  de  andar  las  calles  y  plazas  hay  por 
todas  ellas  portales.  Su  altura  es  medio  grado 
poco  más  á  la  parte  del  Sur;  su  longitud  has- 
ta los  indios  sujetos  cuarenta  leguas ;  su  lati- 
tud es  de  quince  leguas;  corre  con  ella  Leste 
Oeste.  Tiene  por  alendaños  por  la  una  parte  la 
gobernación  de  Yaguarsongo,  al  Sur;  por  otra 
la  gobernación  de  Popayán,  y  á  Leste,  provin- 
cias incógnitas.  Fundó  y  conquistó  esta  gober- 
nación, año  de  1559,  el  Capitán  Gil  Ramírez 
de  Abalos,  y  la  reedificó  el  Capitán  Contero,  y 
en  otra  pérdida  el  Gobernador  Melchor  Váz- 
quez de  Avila.  El  escudo  de  sus  armas  es  la 
imagen  de  Nuestra  Señora  del  Rosario,  senta- 
da, y  dos  indios  á  sus  lados  con  sus  rosarios  al 
cuello.  El  Rey  Don  Felipe  II,  de  felice  recor- 
dación, le  dio  privilegios  honrosísimos,  llamán- 
dola muy  noble  y  leal  gobernación,  y  á  los  ca- 
bildos de  las  ciudades  les  dio  señoría.  Pueden 
dar  solares  y  estancias  y  oyen  hasta  cincuenta 
ducados. 

Las  mujeres  de  los  conquistadores  pueden 
andar  en  guandos,  que  es  como  sillas  de  ma- 
nos. Tiene  esta  gobernación  cuatro  ciudades: 
Baeza,  que  es  la  cabeza,  donde  reside  el  Gober- 
nador, la  cual  tiene  cincuenta  y  dos  vecinos 
encomenderos  de  indios,  que  es  como  señores 
de  vasallos;  la  mitad  son  andaluces  y  una  par- 
te castellanos  y  extremeños  y  la  otra  de  crio- 
llos nacidos  allá,  hijos  que  son  de  españoles,  y 
algunos  mestizos,  que  son  hijos  de  españoles  y 
indias.  Hay  otros  españoles  que  habitan  allí,  á 
quien  llaman  soldados,  porque  el  nombre  de 
vecino  sólo  se  da  á  los  que  tienen  encomienda 
de  indios.  Hay  setenta  y  cuatro  mujeres  espa- 
ñolas, las  cincuenta  y  tres  casadas  y  las  demás 
solteras;  tiene  indios  dos  mil  ochocientos  y 
veinte  y  nueve,  casados  mil  ochocientos  y 
ochenta,  muchachos  docientos  y  noventa  y 
cinco;  hablan  todos  estos  la  lengua  general  del 
Inga,  que  era  Emperador  del  Pirú  que  les  im- 
puso su  lengua  general,  y  en  particular  tienen 

(')  La  Descripción  de  la  Gobernación  de  los  quijos, 
escrita  por  D.  Pedro  Fernández  Ruiz  de  Castro,  y  no 
tan  elegante  como  dice  Ordóñez,  fue  reimpresa  por  el 
Sr.  Jiménez  de  la  Espada  en  sus  Relaciones  geográ- 
jicas  de  Indias,  t.  I,  págg.  XCVII  á  CXII. 


iPEDilO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


397 


sus  lenguas  maternas  por  sus  provincias  y 
pueblos  y  todas  diferentes;  sólo  en  dos  voca- 
blos se  conforman,  que  es  padre,  que  llaman 
abba,  como  los  hebreos,  y  corazón,  que  lo  lla- 
man concepto. 

La  segunda  ciudad  es  Avila  y  la  otra  Ar- 
chidona,  que  en  vecinos  y  indios  se  diferencian 
poco  de  la  primera.  Están  estas  tres  ciudades 
en  triángulo,  que  de  una  á  otra  habrá  diez  y 
seis  leguas. 

La  cuarta  se  llama  Sevilla  del  Oro;  es  en 
todo  un  tercio  más  que  las  dichas;  dista  de  las 
otras,  si  se  ha  de  caminar  por  la  montaña  á 
pie,  porque  no  se  puede  de  otra  manera,  por 
ser  los  caminos  fragosos  y  de  pantanos,  y  así 
poco  usados,  cuarenta  leguas,  y  por  el  camino 
real  que  se  camina,  que  es  por  la  ciudad  de 
Quito,  ochenta  leguas. 

Pagan  de  tributo  á  sus  encomenderos  cada 
año  los  de  Baeza  y  Avila  un  anaco,  que  es  la 
vestidura  de  las  indias,  ydosliquillas.queescon 
lo  que  se  cobijan,  y  otras  menudencias  de  maís, 
pescado,  miel  y  otras  cosas  de  menos  importan- 
cia. Los  indios  de  Archidona  pagan  de  tributo 
sacar  oro  en  el  gran  río  de  Ñapo,  y  otros  alpar- 
gates y  algodón.  Los  de  Sevilla  del  Oro,  lien- 
zo tejido  de  algodón,  pita,  alpargates  y  tabaco 
seco  y  adobado  para  tomarle  por  las  narices  y 
boca,  y  en  todas  cuatro  ciudades  hay  el  servi- 
cio personal  de  los  indios. 

Las  provincias  de  los  omaguas  distan  de 
Avila  y  Archidona  ciento  y  treinta  leguas,  y 
son  muchas  con  este  nombre  de  omaguas  en 
general,  y  en  particular  cada  provincia  tiene  su 
nombre.  Lo  que  desta  gente  y  provincias  más  en 
general  se  puede  decir  es  que  andan  desnudos, 
sin  cubrir  sus  carnes  con  cosa  alguna,  aunque 
en  algunas  provincias  traen  las  mujeres  una 
pampanilla,  que  es  un  pedazo  de  corteza  de  ár- 
bol, que  es  una  tela  que  está  entre  la  corteza  y 
el  corazón  del  árbol,  y  con  esta  cubren  sus  par- 
tes inferiores;  tiene  esta  provincia  quinientas 
leguas  de  distancia;  han  entrado  á  quererla  po- 
blar y  conquistar  muchos  capitanes  españoles, 
y  no  han  podido. 

La  provincia  de  los  cofanes  está  del  valle 
de  la  Coca  (á  do  fui  cura  y  beneficiado)  vein- 
te leguas,  que  las  doce  dellas  son  de  montaña, 
que  todos  son  de  árboles  de  canela,  y  las  otras 
son  árboles  de  lúcumos,  que  dan  una  fruta  tan 
grande  como  la  cabeza,  de  muy  linda  sabor  y 
sustento.  Es  gente  dócil,  bien  inclinada,  y  si  la 
llevan  por  bien  es  buena  y  si  por  mal  muy  indo- 
mable y  terrible;  es  tambie'n  gente  robusta  y 
valiente;  no  los  han  podido  conquistar,  antes 
entrando  el  capitán  Contero  á  querellos  sujetar 
no  pudo,  y  mostraron  en  esta  ocasión  la  nobleza 
natural  que  tienen,  pues  teniendo  muchas  ve- 
ces en  sus  manos  á  algunos  contrarios  les  qui- 


taban las  armas  y  no  les  hacían  mal,  y  después 
se  las  volvían,  y  aun  con  comida,  y  les  decían 
que  se  fuesen  en  paz  y  los  dejasen,  porque  no 
habían  de  ser  poderosos  para  conquistallos. 

Hay  otras  naciones  y  provincias,  que,  como 
dicho  es,  son  muchas.  La  provincia  de  los  tutos 
confina  con  los  cofanes,  y  junto  á  esta,  hacia  la 
mar  del  Norte,  cae  la  provincia  de  los  pues, 
que  es  mucho  mayor  que  todas,  de  más  gente 
y  más  poblada,  y  tiene  un  pueblo  grandísimo 
que  dicen  ser  de  más  de  sesenta  mil  indios.  La 
provincia  de  los  nujas  está  de  la  otra  parte  de 
un  río  grande  de  los  cofanes,  hacia  los  omaguas; 
tienen  un  cerro  muy  grande  de  una  arena  muy 
delicada  envuelta  con  oro,  y  así  le  llaman  el 
cerro  del  Oro.  La  provincia  de  los  coronados 
cae  junto  á  ésta ;  llamárnoslos  coronados  porque 
traen  en  la  cabeza  una  corona  como  de  frailes, 
trayendo  todas  las  demás  provincias  de  indios 
los  cabellos  largos,  sólo  que  en  la  frente  traen 
una  coleta  hasta  las  cejas;  estos  coronados  es 
gente  holgazana,  y  [en]  toda  su  tierra  no  hacen 
labranzas,  y  se  sustentan  con  lo  que  hurtan  á 
sus  circunvecinos  y  de  pescar,  porque  hay  mu- 
cho en  su  tierra. 

Todos  estas  son  las  provincias  y  naciones 
que  habitan  cerca  de  las  quijos,  las  cuales  he 
querido  traer  para  que  conste  dellas,  porque 
como  hemos  de  encontrar  con  sus  nombres  eu 
lo  que  se  sigue,  me  ha  parecido  sería  bien  dar 
noticia  en  breve  dellas. 

CAPÍTULO  XXX 

Donde  se  ponen  los  alzamientos  de  los  quijos 
y  la  razón  de  mi  entrada  á  ellos. 

Esta  provincia  de  los  quijos,  después  de  su 
primera  población,  sirvió  quieta  y  pacíficamente 
á  sus  encomenderos  más  de  veinte  años,  y  por 
algunas  causas  á  ellos  mal  vistas  trataron  de 
alzarse  y  matar  á  todos  los  españoles  de  aque- 
lla gobernación;  y  para  esto  se  juntaron  todos 
los  caciques,  que  son  los  señores  de  los  indios, 
entre  ellos,  y  nombraron  por  su  general  á  un 
valiente  cacique,  llamado  Jumandi,  y  á  otro 
cacique  gran  hechicero  le  nombraron  t^ov Pendí, 
que  es  como  su  dios  ó  sumo  sacerdote,  cuyo 
oficio  es  echar  las  suertes  y  declarar  los  agüe- 
ros y  sucesos  hablando  con  el  demonio.  Junta 
toda  la  gente  habían  de  dar  sobre  Baeza,  Avila 
y  Archidona  el  día  de  año  nuevo,  que  es  cuan- 
do en  aquellas  ciudades  se  nombran  alcaldes 
ordinarios  y  justicias  españoles,  y  en  la  de  Avi- 
la y  Archidona  no  se  nombran  el  propio  día  de 
año  nuevo,  sino  el  segundo  ó  tercero  día  de  Pas- 
cua de  Navidad,  para  que  los  nombramientos 
de  las  tales  justicias  vengan  á  Baeza  y  los  con- 
firme el  Gobernador,  que  allí  reside  (como  di- 


398 


autobiografías  y  memorias 


cho  es),  y  pensando  los  indios  que  era  día  de 
año  nuevo,  que  era  el  señalado  por  tenor  á  los 
españoles  juntos  en  cabildo  y  matarlos,  dio  el 
Juuiandi  con  la  mitad  de  su  gente  en  la  ciudad 
de  Avila  y  hizo  su  hecho  matando  noventa  y 
tres  españoles,  y  el  Pendí  con  la  otra  mitad  de 
la  gente  dio  sobre  la  ciudad  de  Archidona  y 
tuvo  el  mismo  efeto;  pero  como  en  la  ciudad 
de  Bacza  aguardaban  los  indios  al  propio  día  de 
año  nu:VO  no  hubo  efeto  su  mal  intento,  por- 
que se  escapó  un  día  Inga  de  la  ciudad  de 
Avila  y  dio  aviso  á  la  de  Baeza,  y  ella  á  la 
Audiencia  Real,  que  reside  en  Quito,  que  envió 
muchísima  gente. 

Hubo  en  este  alzamiento  muchos  casos  que 
por  no  hacer  á  mi  propósito  los  dejo,  y  así  sólo 
diré  tres  dellos.  En  la  ciudad  de  Avila  estaba 
un  encomendero  que  tenía  una  hija  niña,  la 
cual  con  otra  indezucla  de  su  edad,  criada  suya, 
se  fueron  hacia  un  riachuelo  que  está  junto  al 
pueblo,  y  cuando  oyeron  las  voces  del  alza- 
miento, de  miedo  se  escondieron  entre  las  pe- 
ñas de  aquel  río  y  así  se  escapó ;  hallándola  los 
conjurados  otro  día  se  la  llevaron  al  General 
Jumandi,  y  queriéndola  matar,  una  ama  que  la 
había  criado  á  la  niña,  que  se  llamaba  Doña 
Melchora,  y  era  esta  india  muy  querida  del 
JumaTidi,  le  dijo  que  no  la  matase,  sino  que  la 
dejase  para  que  sirviese,  y  que  así  como  los 
españoles  se  servían  dellos,  de  la  misma  suerte 
era  bien  hiciesen  ellos,  y  que  aquella  niña  lo 
hiciese.  Sirviéronse  della  por  discurso  de  mu- 
chos años,  pero  guardándole  siempre  su  inte- 
gridad, hasta  que  yo  la  hallé  y  libré,  como  en 
sn  lugar  se  dirá. 

El  otro  caso  fue  en  la  propia  ciudad  de 
Avila.  Un  español  se  recogió  huyendo  de  la 
furia  de  los  indios  con  un  viejo  y  otro  enfermo 
que  tenía  en  su  casa  y  con  cinco  hijos  peque- 
ños tenidos  en  una  india  llamada  Doña  Bea- 
triz, qiie  era  cacica,  y  ella  se  fue  también  á  reco- 
ger con  ellos  á  unos  portales  de  la  plaza;  llevó 
d(js  arcabuces  con  su  munición,  y  allí  se  defen- 
Olxó  varonilmente  por  tiempo  de  cuatro  horas, 
disparando  el  uno  mientras  el  viejo  y  enfermo 
¡c!  cargaban  el  otro.  Acabósele  la  munición,  y 
cuando  los  indios  le  acometían  hacía  como  que 
les  tiraba.  Por  haberse  así  defendido  y  junta- 
mente muerto  á  muchos  dellos  lo  dejaron.  Visto 
esto  por  Doña  Beatriz,  salió  de  entie  sus  hijos 
al  medio  de  la  plaza,  y  dando  voces  á  los  indios, 
avergonzándolos  con  palabras  de  oprobio,  les 
dijo:  Gente  afeminada  y  de  poco  valor,  ¿dón- 
de os  vais?  ¿cómo  dejáis  aquellos  españoles  que 
allí  están,  mayormente  que  no  tienen  ya  muni- 
ción? Volved,  volved  en  vosotros;  llegada  ellos 
y  acabadlos.  Y  con  estas  y  otras  razones  se  ani- 
maron tanto  que  volvieron  y  les  quitaron  la 
vida  á  todos  ellos.  Que  es  uno  de  los  casos  más 


crueles  que  se  pueden  decir,  que  una  mujer 
esforzase  y  animase  al  contrario  para  que  qui- 
tasen la  vida  á  sus  cinco  hijos  y  al  que  había 
por  tanto  tiempo  querido  bien. 

Otro  semejante  á  éste  acaeció  el  mismo  año 
y  día,  y  circunstanciado  casi  de  la  misma  ma- 
nera, en  las  provincias  de  Chile,  en  la  ciudad  de 
la  Concepción.  Y  es  que  entrándola  los  indios 
ganaron  la  media  y  toda  la  plaza ;  y  no  pudiendo 
tos  españoles  resistir  su  grande  y  furioso  ímpe- 
tu, porque  eran  muchos,  se  retiraron  al  campo. 
Estaba  á  la  sazón  una  señora  española  llamada 
Doña  Beatriz  enferma,  y  oído  el  ruido  salió  á 
Lina  ventana  y  vista  la  retirada  de  los  españo- 
les, con  un  pecho  varonil  y  con  un  entrañable 
sentimiento  les  dio  voces  tratándolos  de  lebro- 
nes, y  que  cómo  degeneraban  del  valor,  biío  y 
esfuerzo  español.  Díjoles  razones  tan  fuertes  y 
valerosas,  que  con  ellas  les  hizo  cobrar  nuevos 
bríos  y  alientos  tan  animosos,  que  volviendo 
sobre  ellos  los  vencieron  á  los  indios  y  á  los  que 
tenían  ya  la  victoria  muy  por  suya  los  dejaron 
vencidos. 

El  tercero  caso  pasó  en  la  ciudad  de  Archi- 
dona, que  por  ser  de  crueldad  notable  me  lia 
parecido  ponerle  en  este  número.  Había  en 
aquella  ciudad  un  médico  español  que  tenía  en 
su  servicio  un  indio  que  había  deciséis  años  que 
lo  tenía  en  su  casa  y  á  quien  quería  mucho. 
Retirándose  con  otros  españoles  á  una  casa 
fuerte,  con  fraude  y  engaño  les  dijeron  los  in- 
dios de  guerra  que  dejadas  las  armas  se  fuesen  • 
á  la  ciudad  de  Baeza;  al  tiempo  que  lo  quiso 
hacer  subióse  en  un  caballo,  y  entonces  le  dijo 
el  indio:  Señor,  ¿cómo  me  dejas?  Respondióle: 
Hijo,  no  te  dejo,  antes  quiero  que  vayas  á  Ifts 
ancas  del  caballo  y  vengas  donde  yo  fuere,  y 
no  creas  de  mí  tal  cosa,  que  primero  perderé  la 
vida  que  dejarte.  Subió,  y  en  el  camino  sacó  un 
cuchiro  gifero  y  le  dio  con  él  de  tal  manera  que 
lo  abrió  por  las  espaldas  y  mató,  pagándole  con 
esta  traición  y  maldad  su  mucho  amor  que  le 
tenía  y  la  crianza  de  tantos  años. 

Volviendo  á  este  alzamiento  primero,  digo 
que  el  fin  que  tuvo  fue  que  como  no  pudieron 
salir  con  su  intento  los  indios  y  llevarse  la  ciu- 
dad de  Baeza,  y  como  del  socorro  que  el  Ge- 
neral Bonilla  envió  á  la  de  Archidona,  el  Capi- 
tán llegó  á  lo  alto  de  la  sierra  que  divide  los 
caminos  de  Avila  y  Archidona  y  de  allí,  sin  dar 
í'i  socorro,  por  pensar  que  ya  estarían  nmertos, 
se  volvió,  de  allí  á  pocos  días  llegó  toda  la 
gente  de  guerra  de  la  parte  de  los  indios  sobre 
la  ciudad  de  Baeza,  donde  hubo  una  sangrienta 
iiatalla,  donde  murieron  más  de  cinco  mil  in- 
dios y  ganaron  la  ciudad,  aunque  como  gente 
iiárbara  y  sin  consejo  la  volvió  á  dejar.  Y  fue 
de  notar  que  en  más  de  quinientos  españoles 
([ue  hubo  no  murió  ninguno;  sólo  el  Capitán 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


Í99 


que  llevaba  el  socorro  á  Archidona  ese  pereció, 
y  parece  que  fue  castigo  de  la  mano  de  Dios, 
pues  pudo  socorrer  á  los  otros  y  no  lo  hizo. 
Prendieron  al  General  Jumandi  y  al  hechicero 
Pendi,  y  á  otros  caciques  de  los  cuales  hicieron 
justicia  en  la  ciudad  de  Quito.  Visto  esto  por 
un  hijo  de  Jumandi,  retiróse  á  las  provincias  de 
gente  de  guerra  y  la  sustentó  muchos  años. 

A  este  se  siguió  otro,  y  fue  la  causa  que  en- 
trando un  mestizo  en  los  indios  de  la  Coca  se 
enojó  con  un  cacique  y  le  echó  un  perro  que  lo 
lastimo  mucho,  haciéndole  casi  pedazos  una 
pierna.  Este,  enojado  y  sentido  por  extremo, 
convocó  toda  la  tierra,  y  al  hijo  del  Jumandi, 
para  dar  sobre  todas  aquellas  ciudades  de  la 
gobernación.  Estando  todos  los  caciques  en  una 
pesquería  juntos,  llegó  súbitamente  una  garza 
blanca  y  se  sentó  en  medio  dellos;  levantándose 
para  cogella  se  quedaron  algunas  plumas  della 
en  la  mano,  y  dando  un  grande  vuelo  se  fue. 
Parecióles  cosa  notable  y  caso  peregrino,  y  así 
juntaron,  como  son  tan  grandes  agoreros,  á  sus 
hechiceros,  pai'a  que  les  declarasen  qué  podía 
sinificar  aquel  caso;  los  cuales  declararon  que 
la  garza  significaba  á  los  españoles,  por  ser 
blancos,  á  diferencia  dellos,  que  son  morenos. 
El  coger  las  plumas  dijeron  que  era  dar  mues- 
tra de  cómo  habían  de  matar  á  muchos  en 
aquella  cercana  y  próxima  guerra,  y  el  volarse 
y  irse  con  carso  tan  veloz  fue  declarar  cómo  se 
habían  de  ir  todos  los  demás  españoles  que 
quedaran  vivos,  dejándoles  así  su  patria  des- 
ocupada y  sus  personas  sin  servidumbre.  Con 
esta  adivinación,  aunque  bien  falsa  para  ellos, 
se  acabaron  de  animar,  y  con  la  inquietud  que 
entre  sí  llevaban  para  hacerlo  fue  sabido  de  los 
españoles;  y  así  avisaron  á  la  Real  Audiencia 
de  la  ciudad  del  Quito,  y  esto  fue  al  tiempo 
que  yo  llegaba  á  ella  bien  cansado  de  caminos 
y  fatigado  de  mis  peregrinaciones,  que  fue  oca- 
sión para  llamarme  y  mandar  que  entrase  á  esta 
pacificación,  y  así  me  nombró  el  provisor  Don 
Francisco  Garabis,  mi  amigo,  por  cura  y  benefi- 
ciado del  valle  de  la  Coca  y  demás  indios  que 
poblase,  y  la  Real  Audiencia  me  dio  poderes 
para  que  entrase  gente  conmigo  para  apaciguar- 
los y  atraer;  y  puesto  en  ejecución  sucedió  como 
se  verá  en  el  capítulo  siguiente. 

CAPÍTULO  XXXI 

De  cómo  reduje  á  los  quijos.  Las  capitulaciones 
que  con  ellos  hice,  y  de  otros  acaecimientos. 

Estando  á  mi  cargo  la  jornada  dicha,  com- 
pré todo  lo  necesario  así  de  comida  como  de 
municiones  y  otros  pertrechos  de  guerra,  que 
fue  donde  gasté  más  de  nueve  mil  pesos  de  los 
que  truje  del  viaje,  y  los  otros  nueve  mil  en  mo- 


I  ropachas,  mantas,  frazadas,  agujas,  capoteras, 
sombreros,  sal,  bizcocho  y  algodón,  para  darles 
á  los  indios  después  de  reducidos.  Junté  sesenta 
hombres  españoles,  y  por  su  caudillo  al  capitán 
Salazar.  Con  esta  gente  entré  en  la  ciudad  de 
Baeza,  y  de  allí  despaché  á  un  indio  inga  al 
valle  de  la  Coca  á  tratar  con  los  caciques  y  de- 
cirles que  se  viniesen  á  ver  conmigo,  que  solo 
partía  hacia  su  tierra,  sin  otra  gente  alguna.  Y 
así  fue,  que  por  la  banda  del  río  grande  de  la 
Coca,  que  cae  hacia  Baeza,  fui  once  leguas  á 
pie,  porque  todas  las  puentes  las  tenían  que- 
bradas los  indios  porque  no  pasasen  los  espa- 
ñoles. El  inga  y  mi  indio  Baltasar  pasaron  por 
una  puente  de  sogas  que  hicimos  atadas  en  los 
árboles  de  una  banda  á  la  otra.  Llegado  á  la 
Coca  les  habló  y  dijo  cómo  la  Real  Audiencia 
no  quería  que  los  castigase,  y  por  eso  enviaba 
un  sacei-dote  por  su  cura  y  beneficiado  y  con 
poderes  para  perdonallos.  Vinieron  oído  esto 
tres  caciques  con  él,  que  fueron  Don  Diego 
Pargata,  Don  Diego  Suca  y  Don  Francisco 
Umbaté,  á  los  cuales  recebí  benignamente  y 
abracé  mandándolos  sentar  y  cubrir,  porque 
los  indios  no  se  cubren  ni  sientan  delante  de 
los  sacerdotes.  Hincáronse  de  rodillas  y  besá- 
ronme las  manos.  Yo  les  prometí  favorecerles 
y  ayudarles  en  todo  lo  que  fuese  justo  y  razón, 
como  su  cura  y  padre.  Vestílcs  á  ellos  y  á  los 
qxie  con  ellos  venían  porque  es  gente  que  va 
encueros,  y  les  di  mucha  chaquira,  que  son 
cuentas  que  ellos  se  echan  al  cuello  y  estiman 
en  mucho.  Asenté  la  paz  con  ellos,  haciendo  las 
capitulaciones  siguientes: 

Capitulaciones  con  los  caciques  del  valle 
de  la  Coca. 

«Primeramente  se  determinó  que  el  General 
Quispa  Senacato  las  aprobase  y  pusiese  las  de- 
más que  él  quisiese. 

» Segunda,  que  á  todo  género  de  indios  de  la 
Coca  de  los  caciques  antes  sujetos  á  los  espa- 
ñoles fuesen  perdonados  generalmente,  así  de 
la  vida  como  de  otro  cualquier  castigo  merecido 
por  el  alzamiento  presente. 

«Tercera,  que  por  aquellos  dos  tributos  ve- 
nideros de  San  Juan  y  Navidad  no  les  pagasen. 

))Cuarta,  que  les  dejasen  por  dos  años  sin 
poblarse  á  do  ellos  quisiesen  morar  (*). 

»Qu¡nta,  que  para  siempre  jamás  no  les  qui- 
tasen sus  atambores. 

«Sexta,  que  por  dos  años  no  les  compeliesen 
á  hacer  puentes  de  madera. 

1) Séptima,  que  por  dos  años  no  enviasen  sus 
encomenderos  mayordomos  españoles  á  todo 
aquel  valle. 

{')  En  la  edición:  morir. 


iOO 


autobiografías  y  memorias 


i>OctaTa,  que  por  los  dos  años  no  cargasen 
indio  de  la  Coca  ens  araos  con  comida  ni  otra 
fosa. 

j^Nona,  que  al  mestizo  lo  desterrasen  de 
Baeza  por  cuatro  años  ó  castigase  la  justicia 
según  su  culpa». 

Las  capitulaciones  que  yo  les  pedí  fueron  las 
que  se  siguen: 

«Primeramente,  que  todas  las  iglesias  las 
hiciesen  luego  á  do  yo  les  mandase. 

» Segunda,  que  me  dejasen  castigar  con  solo 
azotes  y  quitar  el  cabello  á  todos  los  hechiceros 
que  les  hubiesen  aconsejado  mal. 

uTercera,  que  las  juntas  que  para  sus  comi- 
das y  bebidas  hubieren  de  hacer  fuese  con  mi 
licencia. 

íCuarta,  que  por  lo  que  tocase  á  misa  y  do- 
trina,  los  pudiese  castigar. 

3) Quinta,  que  á  los  indios  y  indias  que  tu- 
yiesen  repudiadas  (')  sus  legitimas  mujeres  y  á 
los  amancebados  los  castigase. 

D  Sexta,  que  [por]  aquellos  dos  tributos  que 
no  habían  de  pagar  á  sus  encomenderos,  en 
toda  la  tierra  se  hiciesen  decientas  liquillas  para 
pagar  el  estipendio. 

I)  Séptima,  que  me  diesen  de  comer  y  me  lle- 
vasen la  cargas. 

íOctava,  que  hiciesen  una  puente  de  sogas 
luego,  á  do  les  pareciese,  junto  á  Baeza,  para 
poder  pasar,  y  en  el  río  de  Pindollata  otra. 

sNona,  que  los  españoles  que  yo  metiese 
para  pasar  abajo  entrasen  libres  y  nos  diesen  lo 
necesario  para  ellos,  pagándoselo». 

Con  estas  capitulaciones  y  presentes  para 
Senacato  y  otros  caciques  los  despedí ;  fueron  y 
tornó  Pargata  con  todo  aquello  aprobado,  y 
otro  que  pedía  de  nuevo  de  la  manera  siguiente: 

ff  Yo  el  General  Don  Diego  Quispa  Senacato, 
señor  de  linaje  de  todos  mis  pasados,  como  ca- 
ciques que  fueron  desde  Orifagua  hasta  el  es- 
trecho y  salto  del  gran  río,  cordilleras  y  mon- 
tañas, caciques  del  gran  cerro  de  Nujay  minas, 
y  ahora  sujeto  cacique  de  la  encomienda  de  buen 
amo  Hernando  de  Araujo,  digo  que  yo  hice 
llamar  á  Juan  Ladino,  indio  del  Quito,  retirado 
á  los  cofanes  por  el  alzamiento  grande,  y  con 
e'l  vide  y  me  declaró  la  buena  venida  de  nuestro 
cura,  y  las  capitulaciones  fechas  por  él  y  por 
mis  caciques;  todas  las  cuales  deciocho  apruebo 
en  mi  nombre  y  de  todos  los  demás  caciques,  y 
pido  otras  cinco,  y  concedo  otras  cinco,  las  que 
nuestro  padre  quisiere,  y  el  dicho  Juan  Ladino 
las  escribió  y  firmó  por  mí  y  por  todos. 

»La  primera,  que  perdone  á  todos  los  indios 
deste  valle  y  de  todas  las  demás  naciones,  cua- 
lesquier  que  sean,  que  han  delinquido  en  el  al- 
zamiento grande  y  en  el  presente  y  en  otros 

(')  En  la  edición:  repudiado. 


cualesquier  que  hayan  muerto  españoles,  indio? 
y  perros  y  robado  cualesquier  cosas  á  quien 
quiera  que  sea,  en  guerra  ó  fuera  della,  ó  co- 
metido otros  cualesquiera  delitos  de  veintidós 
años  á  esta  parte. 

»La  segunda,  que  todos  sus  blasones  de  ocu- 
mares,  pomas  y  ensillos,  que  son  osos,  leones  y 
micos,  no  se  los  quitasen  por  veinte  años  de  sus 
puertas, 

»La  tercera,  que  si  se  poblasen  le  diesen  á 
cada  cacique  sus  sujetos,  compeliéndoles  á  asis- 
tir en  sus  pueblos. 

»La  cuarta,  que  todos  los  españoles  que  el 
padre  ó  otro  Capitán  entrasen  no  fuesen  á  su 
tierra;  y  si  hubiesen  de  pasar,  sola  una  noche 
estuviesen  allí,  no  obligándose  á  darles  nada 
por  dineros  ni  de  valde,  y  si  hiciesen  algún 
agravio  lo  tasase  el  padre  y  lo  hiciese  pagar. 

»La  quinta,  que  por  cuatro  años  no  compe- 
liesen á  ningún  cacique  ir  á  Baeza». 

Esto  es  lo  que  ellos  pidieron  segunda  vez,  y 
lo  que  yo,  es  lo  que  se  sigue: 

«Cuanto  á  lo  primero,  que  todos  los  atam- 
bores  de  los  altos  de  los  montes  los  quitasen  y 
los  llevasen  á  casa  de  los  caciques. 

»Lo  segundo,  que  todas  las  sierras  que  te- 
nían con  maldades  de  caminos  y  arriba  despe- 
ñaderos de  grandes  piedras  y  árboles,  antes 
que  yo  entrase  ni  la  gente,  las  despeñasen  to- 
das luego,  avisándome  de  todo  en  particular,  y 
llevasen  indio  mío  que  las  viese  despeñar. 

')Lo  tercero,  que  se  me  diesen  en  los  pueblos 
grandes  cuatro  mitayos  (como  si  dijéramos 
jornaleros)  por  días,  para  tejer,  y  en  los  peque- 
ños á  dos,  pagándoselo,  y  que  me  hilasen  y 
tiñí^sen  todo  el  algodón  y  lana  necesaria. 

»Lo  cuarto,  que  los  pudiese  compeler  á  ves- 
tirse y  dormir  en  cama,  y  á  saludarse  cuando 
se  encontrasen,  y  á  otras  pulidas  humanas. 

»Lo  quinto,  que  pudiese  criar  fiscales,  Al- 
caldes de  dotrina,  alguaciles  y  todo  lo  demás 
que  necesario  fuese  tocante  á  la  dotrina». 

Y  así  hice  todos  los  perdones  en  forma  y  \o 
firmé,  y  testigos,  y  se  lo  envié. 

Vino  luego  Quispa  á  verme  con  un  gran 
presente  de  miel,  pescado  seco  y  fresco,  micos 
y  papagayos  secos  y  vivos,  y  muchas  carnés  de 
monte  y  otras  cosas  que  entre  ellos  se  estima, 
y  me  besó  la  mano  y  me  dijo  que  para  la  gente 
me  mandaba  trecientas  fanegas  de  maís.  Yo  lo 
regalé  y  di  otras  cosas  con  que  se  fue  muy 
contento.  Quedóse  conmigo  Juan  Ladino,  que 
era  un  malísimo  indio  cruel,  y  asi  tenía  muchas 
muertes  hechas  y  infinitos  robos  perpetrados. 
Hartábase  de  llorar  y  decía:  Padre,  ¿qué,  me 
has  perdonado  y  puedo  yo  ir  libre  á  Quito  y 
salir  á  confesarme?  De  gozo  no  cabía,  y  me 
sirvió  muy  bien,  como  se  dirá. 

La  gente  española  era  ya  llegada,  y  así  fui 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


401 


a  Baeza.  A  la  partida  á  la  Coca  me  vino  Juan 
Ladino  á  decir  que  había  gran  discordia  entre 
los  caciques,  unos  con  otros,  sobre  derribar  los 
cerros  y  emboscadas  de  piedras  y  palos,  que 
decían  que  aquella  era  su  fuerza,  y  no  me  di 
por  entendido.  Partí  con  treinta  hombres.  Pasé 
el  río  grande  por  una  puente  de  guascas  que 
los  de  Baeza  habían  hecho  más  acá  de  Orifa- 
gua  á  do  solía  estar  la  de  madera,  que  como  no 
liabía  quien  lo  defendiese,  en  breve  la  hicieron, 
y  el  río  de  Pindollata  por  una  puente  de  ma- 
dera muy  buena,  que  toda  la  gente  de  la  Coca 
habían  hecho  con  muchos  corredores  y  dos  ra- 
madas de  paja  sobre  los  estribos,  que  durara 
hartos  años.  Llegué  á  Pindollata  porque  no 
hallé  indio  ni  cacique  en  Tangofa,  ni  Orifagua, 
ni  en  Condapa.  Allí  hallé  aqiiel  cacique  con 
hasta  veinte  indios,  que  dijo  no  tener  más  suje- 
tos, y  bien  triste.  Era  muy  mozo,  y  dijo  estar 
así  por  las  amenazas  que  los  demás  le  hacían. 
Yo  le  consolé  y  prometí  ayudar.  Fi]i  á  Tonta, 
y  no  hallé  persona.  Tuvimos  allí  consejo,  y 
fuimos  por  orilla  del  río  dos  leguas  de  Suca- 
nos.  Convino  subir  á  la  sierra  á  media  ladera, 
por  estar  allí  el  camino  muy  malo.  Al  subir  me 
dio  un  temor  el  corazón  y  lo  dije.  Detuve  la 
gente  y  llamé  á  Juan  Ladino  y  le  dije:  No 
irás  á  Suca,  y  llamarás  á  aquel  cacique  y  sa- 
liremos  por  qué  aquí  se  atajó  este  camino,  y 
sube  por  la  sierra,  y  así  fue  orilla  del  río,  lle- 
gó á  Suca  y  habló  á  Don  Diego,  cacique  de 
allí,  y  sólo  respondió:  Dile  á  mi  padre  que  yo 
no  puedo  ir,  que  los  caciques  se  han  de  dar 
batalla  unos  á  otros,  y  que  en  la  brevedad  de 
su  pasada  dése  mal  paso  está  el  sosegar  la  tie- 
rra. Tornó,  y  aunque  eran  las  diez  de  la  noche 
pasé  y  hice  marcha  luego. 

Pasamos  aquellas  dos  leguas  hasta  vista  de 
Suca.  Al  amanecer  hice  tomar  un  alto  con 
doce  arcabuceros  y  disparar  por  el  aire,  y  otros 
doce  por  el  río  que  respondiesen  y  marchasen 
hacia  dos  buhíos  grandes  que  estaban  allí.  Suca 
salió  y  me  besó  la  mano  y  me  dijo:  ¿Sabes, 
padre,  por  dónde  has  pasado  esta  noche?  Por 
todo  el  peligro  desta  tierra,  y  á  do  confiaban 
los  caciques  que  no  quieren  pasar  por  lo  capi 
tulado,  y  ahora  verás  como  todos  vienen.  Dió- 
melos  por  memoria.  Fue  cosa  de  ver  que  tocó 
este  cacique  Suca  en  su  casa  unos  atambores 
que  tienen  puestos  allí,  que  son  cuatro  palos 
muy  gordos  huecos,  y  con  unos  mazos  de  palo, 
atada  una  cera  que  hay  en  la  montaña  con 
unas  sogas  de  bejuco,  y  luego  derretida  se  hace 
un  betumen  blando  en  el  tiento  y  muy  dura- 
ble, y  con  aquellos  tocan  y  se  entienden  todo 
lo  que  dicen.  Tocó,  pues,  los  atambores,  y  con 
estar  de  allí  cinco  leguas  lo  oyeron  todos  los 
caciques  indios ;  y  aunque  entre  ellos  había  dis- 
cordias, porque  unos  decían  que  sirviesen  á  los 


españoles;  otros,  que  pues  habían  pasado  casi 
un  año  sin  tributos,  que  no  sirviesen  más,  an- 
tes que  al  pasar  los  españoles  por  el  peligro  los 
matasen  á  todos.  Y  para  que  se  entienda  lo 
que  es  el  peligro,  es  un  género  de  estratagema 
diabólica  de  que  usan,  y  es  que  en  los  altos  de 
los  cerros  más  encumbrados  cortan  árboles 
muy  gruesos  y  arrancan  piedras  grandísimas, 
y  todo  esto,  asido  con  bejucos  de  aquellos  ár- 
boles, lo  detienen  así  hasta  que  pasa  el  enemi- 
go, y  luego  lo  hacen  caer,  y  con  el  ímpetu  y 
fuerza  que  cae  se  lleva  tras  sí  todo  cuanto  en- 
cuentra, por  ir  siempre  el  camino  á  media  la- 
dera. 

Aquel  día  se  habían  querido  dar  batalla,  y  se 
concertaron  en  lo  que  dijesen  dos  hechiceros 
cada  uno  de  su  banda.  Así  como  oyeron  los 
atambores  desmayaron,  y  pasaron  acá,  y  á  por- 
fía por  quién  había  de  ser  el  primero  en  venir 
á  darme  la  obediencia.  El  primero  que  llegó  fue 
Laipiti  de  Obregón,  un  cacique  de  Tánger,  y 
vino  solo,  y  rae  abrazó.  Díjole  Juan  Ladino: 
¿Cómo  no  te  hincas  de  rodillas  y  besas  la  mano 
al  padre?  Hízolo  así;  mándele  sentar  en  unos 
palos  bajos  que  hay  para  esto  en  las  casas 
puertas  de  las  casas  de  los  caciques;  dile  un 
mate  de  chicha  de  mi  mano,  que  es  un  vaso  de 
vino;  una  moropacha,  que  es  para  encima,  como 
capa,  y  camiseta,  que  es  vestido;  sombrero, 
y  una  espada  vieja,  que  para  este  efeto  llevaba 
más  de  ciento  sin  guarniciones,  Dile  también 
una  caja  de  dos  cuchillos  carniceros  y  dos  cajas 
de  bohemios  y  chaquira  colorada  un  manojo 
que  le  eché  al  cuello,  y  otra  para  su  mujer  de 
chaquira  morada,  que  llaman  guaicas,  y  una 
carga  de  sal,  y  un  paño  de  agiijas  zapateras. 
Luego  llegó  Cenefa  y  su  hijo,  y  Tánger,  y  á 
todos  di  otro  tanto.  Llegó  aquella  noche  Ya- 
oofagua,  un  cacique  de  los  de  arriba  con  su  hijo 
Don  Felipe  y  su  bella  mujer  Doña  Angelina; 
Don  Juan  Quisparí,  y  Don  Juan  Sondoca,  y 
Don  Juan  su  hijo.  Sentáronse,  por  sí,  como 
contrarios  desotros  caciques.  Hice  á  cada  uno 
por  la  misma  orden  su  presente,  regalándolos 
con  palabras,  sin  tocar  á  unos  ni  á  otros  por 
más  ni  por  menos  amigos.  Llegaron  luego  Rol- 
danillo,  Don  Felipe  Quispa,  Don  Juan  Cinti, 
Don  Pedro  Yucapu,  Don  Juan  Tonta,  Don 
Andrés  Tangofa,  Don  Francisco  Orifagua  y 
Don  Pedro  Condapa,  y  tres  ó  cuatro  caciqui- 
llos  de  menos  indios,  y  á  todos  regalé  por  el 
propio  orden  y  con  unas  mismas  dádivas.  Co- 
menzaron á  tsñer  unos  f ututos,  y  pregunté 
qué  era  aquello.  Dijo  Yacofagua  en  la  lengua 
general:  Señor  padre,  viene  el  General  y  tu 
amigo  Pargata,  y  Umbate,  y  Suca;  y  así  lle- 
garon, y  besada  la  mano  se  sentaron  con  los  de 
su  bando.  La  gente  española  tenía  tomado  el 
camino  por  do  venían  la  casa  de  Suca,  y  otro 


402 


autobiografías  y  memorias 


buhío  grande  que  allí  estaba  y  hacia  el  río,  que 
es  un  paso  angosto.  Fui  avisado  que  parecía 
cruzar  indios  de  una  banda  á  otra,  y  por  los 
cerros  muchos  de  guerra,  todos  con  armas. 
Di  el  nombre  y  hice  que  estuviesen  con  aviso 
y  no  diesen  á  entender  cá  los  indios  que  los 
temían. 

Después  que  presenté  á  todos  éstos  lo  pro- 
pio que  á  los  demás  llamé  á  Pargata  y  le  dije 
que  si  los  caciques  se  quisiesen  ir  á  descansar 
que  licencia  tenían,  y  que  viniesen  otro  día  y 
les  diría  lo  que  habían  de  hacer.  Todos  se  des- 
pidieron y  los  caciques  de  abajo  se  fueron  pri- 
mero hacia  el  río,  y  luego  los  demás  se'  entra- 
ron en  la  casa  del  Suca.  Díjome  Juan  Ladino 
cómo  había  entre  ellos  discordias,  y  se  quejaban 
de  mí  que  á  todos  los  emparejaba,  y  que  si  no 
fuera  por  darme  pesadumbre,  que  había  dicho 
el  General  que  estaba  por  quitárselo  y  decirles 
sus  huchas,  que  son  los  pecados,  como  quien 
dice:  Hoy  érades  enemigos  y  decíades  que  á 
nosotros  y  á  los  españoles  era  bueno  matar,. y 
ahora  en  los  pri  sent?s  nos  igualan.  Yo  hablé  á 
Seuflcato  aquella  noche  y  le  pedí  no  tratase  en 
cosa  de  aquello,  porque  aquella  era  mi  hacienda 
y  la  daba  yo  como  quería.  Otro  día  se  juntaron. 
Lo  primero  que  me  pidieron  que  los  españoles 
bajasen  abajo  de  Tánger  á  la  tierra  de  guerra 
y  yo  se  lo  prometí  y  les  pedí  fuesen  amigos. 
Dijo  el  hijo  de  Cenefa:  Señor  padre,  mientras 
teníamos  necesidad  de  General  para  la  guerra, 
éramos  sujetos  á  Senacato;  ahora  que  de  paz 
hemos  de  servir  á  los  españoles,  decimos  todos, 
y  yo  en  su  nombre,  que  si  no  es  al  Rey  Don 
Felipe  no  reconocemos  otro  señor,  pues  cada 
uno  lo  es  de  sus  indios,  y  á  los  españoles  que 
son  nuestros  encomenderos  y  á  ti  como  á  nues- 
tro padre  y  cura,  y  así  de  aquí  adelante  no  en- 
víe á  mandarnos  cosa.  Sentóse,  y  en  un  ins- 
tante se  levantó  el  Senacato  y  le  cogió  de  los  ca- 
bellos y  le  dijo:  Perro  vil,  hijo  de  cacique  de 
ayer  acá,  ¿cómo  sin  primero  hacer  la  ceremonia 
que  se  usa  entre  nosotros  queréis  que  deje  el 
cargo?  Levantáronse  los  unos  y  los  otros  y  en 
un  instante  todos  tenían  sus  armas.  Yo  mandé 
á  los  soldados  calar  sus  mechas,  y  dije  en  la 
lengua  general:  Caciques,  abrid  los  ojos,  que 
ninguno  se  ha  de  apartar  de  adonde  están, 
aunque  sean  los  mayores  amigos,  sin  que  os 
maten,  y  si  vienen  vuestras  gentes  en  arma  no 
ha  de  quedar  indio  á  vida;  sentaos  luego.  Como 
en  el  aire,  estaban  los  demás  españoles  en  sus 
puestos.  Callaron  y  llegué,  y  á  todos  yo  y  el  La- 
dino y  Baltasar  mi  indio  les  quitamos  las  ar- 
mas, y  á  cada  uno  le  di  con  el  dardo  un  palí>, 
si  no  fue  al  Senacato,  que  le  amagué  y  no  le  di. 
Hice  luego  quebrar  todos  aquellos  dardos  que 
sin  saberlo  yo  fue  aquella  entre  ellos  una  cere- 
monia de  paz.  Luego  los  hice  amigos,  y  Sena- 


cato  dejó  con  las  ceremonias  usadas  su  cargo  y 
por  ser  ridicula  la  pondré  aquí. 

Siéntase  en  una  tianga  grande  de  palo,  que 
es  á  modo  de  una  silla,  y  allí,  cuando  lo  hacen 
General,  cada  cacique  trae  una  cosa  y  lo  ador- 
nan. Sentóse  allí  muy  galano.  Llegó  su  tenien- 
te y  hincó  la  rodilla,  y  como  por  fuerza  sin 
abrir  la  mano,  por  arriba  le  quitó  un  dardo  muy 
galano  que  teiiía  en  la  mano  derecha;  otro  una 
rodela  que  tenía  embrazada  en  la  otra;  otro 
unas  plumas  que  se  ponen  en  la  cabeza,  como 
corona;  otro  otras  que  le  cuelgan  á  las  espal- 
das ;  otro  una  patena  de  oro  que  tiene  al  cuello ; 
otro  las  narigueras  de  oro  de  las  narices;  otro 
la  patena  del  bezo  de  la  boca;  otro  las  orejas 
de  oro;  otro  toda  la  chaquira  del  cuello  y  espal- 
das ;  otro  unos  huesos  de  los  brazos  que  tiene 
atados ;  otro  otros  que  tiene  ceñidos  por  medio 
del  cuerpo,  y  unos  cascabeles;  otro  la  moropa-- 
cha  de  los  muslos;  otro  la  de  las  piernas;  de 
suerte  que  le  dejan  encueros  sin  cosa,  sino  es 
una  trenza  de  pita  que  les  atan  cuando  nacen, 
por  la  cintura,  que  se  está  allí.  Vello  primero 
es  contento,  porque  está  galano  de  más  colores 
que  un  papagayo,  y  después  para  reir  el  verle. 
Hácenle  un  razonamiento,  que  mandé  fuese  en 
la  lengua  del  Inga,  para  entenderlo.  Dícenle 
que  ha  usado  su  cargo  muy  bien,  y  que  no  ha- 
cen aquello  sino  por  su  uso  y  para  que  de  allí 
adelante  no  sea  su  General,  y  en  testimonio  de- 
que cuando  lo  nombraron  le  fueron  poniendo 
aquello,  y  besándole  la  mano,  lo  tornaban  á  qui- 
tar sin  besársela,  y  que  él  será  cacique  de  sus 
sujetos,  y  todo  aquello  que  le  quitaron  era  suyo, 
y  se  lo  ponían  sobre  aquella  silla,  y  lo  recibían 
por  amigo  y  no  por  señor,  y  le  presentaban  en 
pago  de  su  trabajo  dones  que  le  fueron  dando. 
Uno  dos  patenas  de  oro,  como  platos,  para  el 
cuello;  otros  otras  piezas  de  oro  á  su  uso,  cha- 
quira, plumas  y  un  millón  de  presentes,  que 
duró  dos  días,  y  lo  numeré  según  ellos,  y  el  La- 
dino me  dijo  que  valdría  hasta  mil  ducados.  El 
los  convidó  á  beber  á  tres  días  en  su  pueblo 
para  el  domingo  venidero.  Presentóme  á  mí 
cada  uno  una  patena  y  yo  las  iba  dando  á  los 
soldados.  Pidiéronme  licencia  para  esta  borra- 
chera; dila,  y  díjome  el  Senacato  que  pasase 
los  soldados  abajo  de  Tánger  por  los  indios  de 
guerra  y  les  tomase  un  paso  que  allí  estaba  y 
una  sierra,  y  que  todos  vendrían  á  beber,  y  á 
la  vuelta  se  irían  quietos,  porque  suelen  matar 
gente  y  después  van  ellos  á  la  venganza  y  suele 
costar  muchos  indios.  Hícelo  luego  así;  ellos 
convidaron  toda  la  tierra  de  Baeza,  y  de  las 
otras  ciudades  y  de  guerra  se  debieron  juntar 
más  de  doce  mil  indios.  Yo  me  bañaba  (como 
decimos)  en  agua  rosada  cuando  los  veía  pasar, 
y  les  iba  dando  cosas  asi  como  iban  pasando. 
Supe  del  Ladino  otro  camino  por  la  sierra  de 


PEDRO  OKDOÑEZ  DE  CEBADLOS 


403 


los  cofanes,  que  toda  es  (como  queda  dicho) 
más  de  doce  leguas  de  árboles  de  canela.  Allí 
había  un  grande  artificio,  y  todos  los  altos  los 
cogí.  Acabada  su  fiesta  ó  embriaguez,  que  duró 
quince  días,  que  era  menester  hacer  un  libro  en- 
tero dé  las  cosas  que  en  ella  pasaron  de  presen- 
tes y  amistades,  de  supersticiones  y  cosas  que  es 
lástima  cuál  está  enseñoreado  el  demonio  desta 
gente  de  montaña  (i  Dios  los  traiga  á  su  ver- 
dadero conocimiento.'),  volvíanse  todos  los  caci- 
ques cofanes  por  su  camino  de  la  sierra,  y  los 
de  la  montaña  abajo  de  la  Coca  por  el  paso. 
Los  coronados  y  tutus,  niguas,  nujas  y  otras 
naciones  por  su  camino  por  la  otra  banda 
del  río. 

CAPÍTULO  XXXII 

De  cómo  prendí  á  todos  lus  caciques  de  guerra 
y  los  envié  á  Quito.  De  la  entrada  que  hice 
á  los  cojanes. 

Había  en  el  tiempo  que  duró  la  borrachera 
avisado  á  Baeza  al  General  Don  Fernando  del 
Alcázar,  de  Sevilla,  hermano  de  Don  Francisco 
del  Alcázar,  señor  de  la  Palma,  que  como  que 
venían  á  beber  tres  á  tres,  y  sin  que  lo  enten- 
diesen, me  enviase  indios  y  españoles  embijados 
y  teñidos  con  vitos  y  con  cabelleras  (que  es  el 
traje  que  los  indios  llevan  cuando  van  y  están 
en  sus  embriagueces) ;  de  aquella  manera  tuve 
ti'ecientos  y  veinte  indios  y  cuarenta  hombres, 
y  otros  que  venían.  En  llegando  los  caciques 
los  prendían  y  echaltan  en  colleras,  y  á  los  in- 
dios los  dejaban  ir  á  sus  tierras,  que  sin  cabe- 
zas os  esta  gente  muy  humilde.  Y  así  prendí 
decisiete  cofanes,  de  los  de  abajo  treinta  y  un 
cacique,  de  los  de  guerra  de  Avila  otros  cua- 
renta. De  todos  e'stos  me  dieron  luego  la  paz 
los  cofanes,  sino  que  en  seis  años  no  habían  de 
tributar  más  de  regalos  á  su  albedrío,  y  otros 
dos  años  sólo  sembrar  algodón,  y  que  no  habían 
de  entrar  en  diez  años  más  de  un  español  solo, 
y  el  padre  y  los  mayordomos  fuesen  indios  de 
la  Coca;  y  así  hice  mis  capitulaciones  y  les  di 
un  traslado,  que  prometo  lo  guardan  bien,  aun- 
que por  casos  se  han  alzado  dos  veces.  A  Lai- 
piti,  su  cacique  principal,  le  di  presentes,  y  á 
los  otros  menos,  y  así  los  envié  libres  á  su  tie- 
rra, y  mandé  derrumbar  aquel  cerro,  que  es 
cosa  de  ver  la  destrucción  que  hace.  Quedó  de 
allí  el  camino  robado  para  siempre,  hasta  que 
yo  hallé  otro  viniendo  huyendo  que  salí  á  Sena- 
cato,  que  es  el  que  ahora  se  usa.  Los  de  abajo 
dieron  la  paz  con  sujeción  de  tributos. 

Los  caciques  que  diré,  porque  los  poblé  con 
sus  sujetos  y  hice  iglesias,  y  dotriné  de  allí 
adelante,  catequizándolos  y  baptizándolos,  el 
primero  fue  Ambocagua,   que    está  del  pos- 


trero pueblo  de  la  Coca  ventisiete  leguas.  El 
segundo  Vecho,  que  dista  deste  nueve  leguas; 
otro  Don  Alonso,  y  otro  Don  Pedro;  éstos  no 
quisieron  el  nombre  de  sus  tierras;  otro  fue 
Tanjipa;  otro  que  se  llamaba  Ducho;  otro  que 
tenía  por  nombre  Dica;  y  es  de  advertir  que 
los  pueblos  tienen  el  nombre  de  sus  señores, 
que  son  los  caciques. 

Recogí  cinco  caciquillos,  y  luego  el  pueblo 
que  yo  compré  de  indios  de  rescate,  que  bapticé 
y  poblé  como  se  dirá.  Los  demás  caciques  nin- 
guno quiso  dar  la  obediencia,  diciéndoles  que 
todos  habían  de  ir  á  Qnito  á  la  Real  Audien- 
cia. Un  cacique  de  los  Ríos  me  dijo  que  no  lo 
enviase,  que  aunque  no  me  diese  la  obediencia 
me  sería  amigo,  y  si  fuese  halla  me  favorecería 
de  todos.  A  éste  le  hice  grandes  presentes  y 
bapticé  y  puse  por  nombre  Don  Felipe.  Otros 
dos  sujetos  destus  asimismo  me  los  pidió;  bap- 
tícelos, y  tuvieron  por  nombre  Don  Gregorio  y 
Don  Fabián;  diles  dádivas  y  los  envié  á  sus 
tierras,  y  decía  que  mirasen  que  aquéllos  los 
había  de  vestir  la  Real  Audiencia  y  regalarlos. 
Otros  cinco  del  valle  de  Don  Pedro  también 
envié  sin  obediencia;  sólo  lo  juraron  al  padre 
de  la  Coca  una  vez  Cada  año,  y  al  Rey,  de  las 
cosas  que  cogía  lo  que  mandase  el  padre ;  bap- 
tícelos y  los  envié;  con  cada  uno  destos  enviaba 
un  indio  que  sabía  las  oraciones,  para  que  les 
enseñase  mientras  yo  llegase.  Los  demás  los 
despaché  á  Quito  con  doce  hombres  y  con  in- 
dios. Escribí  á  aquellos  señores  lo  que  pasaba, 
y  que  regalasen  á  aquéllos  y  vistiesen,  y  des- 
pués los  amenazasen  si  no  daban  la  obediencia 
que  se  habían  de  estar  allí,  y  otras  particulari- 
dades; que  los  llamase  cada  día  el  Presidente  y 
les  hiciese  entender  que  llegaban  cartas  mías 
rogando  por  ellos,  y  que  los  señores  Oidores  se 
enojasen  conmigo,  diciendo  que  si  no  fuera  por 
el  Rey  de  España,  que  me  quería  mucho  y  me 
había  enviado  á  ellos  para  que  me  enviasen  á 
sus  tierras,  que  los  habían  de  ahorcar  como  á 
Jumandi  y  el  Pendi,  y  les  enseñasen  la  cabezas, 
que  todavía  estaban  allí  junto  á  San  Blas  en  la 
horca;  envié  también  memorias  que  les  leyesen, 
y  los  secretarios  de  por  sí,  que  eran  del  Rey,  á 
do  los  nombraba,  y  á  sus  tierras,  minas,  cerros 
y  ríos,  y  aun  hijos  y  mujeres,  que  todo  se  hizo 
y  fue  cosa  de  admiración  la  afición  que  me  to- 
maron, y  el  tiempo  que  anduve  por  sus  tierras 
mil  veces  me  mataran  si  no  fuera  por  aquello. 
Estuviéronse  allá  los  que  menos  dos  meses,  y 
otros  cuatro  y  seis,  cómo  y  según  convenía. 

Di  una  vuelta  á  toda  la  Coca  y  dejé  nom- 
brados sitios  á  do  se  habían  de  poblar  y  hacer 
iglesias,  que  á  su  tiempo  diré;  dejé  la  traza  de 
las  iglesias,  plazas,  casas  de  caciques  y  de  fisca- 
les, que  nombré.  La  gente  caminaba  orilla  el 
río  á  los  cofanes,  que  hay  por  allí  decisiete  le- 


404 


autobiografías  y  memorias 


guas,  y  por  donde  se  va  ahora  doce.  Es  cosa  de 
grande  contento  y  camino  de  mucho  placer, 
porque  por  la  cordillera  todo  es  canela  y  por 
acá  abajo  todos  son  árboles  de  lúcumas,  que 
es  una  fruta  como  la  cabeza,  de  grandísimo  sa- 
bor y  olor.  Llegué  cerca  de  los  cofanes,  y  usé 
una  maña,  que  por  el  río  abajo  eché  cuarenta 
hombres,  pasando  aquel  famoso  río  por  el  salto 
en  la  angostura  con  unos  palos  ó  guaduas,  que 
son  unas  cañas  como  el  muslo.  Angóstase  aquí 
el  río  en  menos  de  treinta  pies,  teniendo  arriba 
antes  que  se  apriete  más  de  una  legua  de  an- 
cho, y  después  del  salto  por  partes  más  de  dos, 
y  á  la  vuelta  lo  pasamos  por  debajo  del  salto 
sin  mojarnos,  y  sale  debajo  de  aquellas  peñas 
como  un  hombre  de  agua,  tan  caliente,  que  en 
ocho  días  pedernales  y  piedras  durísimas  las 
hace  piedras  pomis.  Allí  se  ven  (^)  maderos  de 
dos  géneros,  que  es  de  admirar,  guazapilies  y  pa- 
los piedras,  que  en  echándolos  en  el  agua  se  vuel- 
ven piedras,  y  en  la  fría  se  ponen  no  muy  duras 
y  en  la  caliente  fortísimas.  Los  cuarenta  hom- 
bres con  Pedro  de  Lomelín  despaché,  y  yo  me 
detuve  once  días  una  legua  de  la  subida  de  los 
cofanes,  porque  está  un  cerro  que  se  sube  con 
palos  atados  á  mano,  y  entre  las  peñas  hay  unos 
bejucos  en  que  nos  asimos,  que  es  maravilla. 
Pareciéndome  que  llegarían  caminé,  y  me  tenía 
dos  emboscadas  Laipiti,  que  como  trajo  gente , 
y  para  haber  de  caminar  les  daban  las  armas, 
bien  pudiera  hacer  lo  que  quisiera.  A  medio  día 
dieron  gritería  y  parecieron  las  emboscadas.  El 
cacique  no  se  quitaba  de  junto  á  mí,  y  me  pasó 
con  él  lo  del  Rey  Don  Alonso  de  Toledo,  que 
como  me  alboroté  y  los  españoles  también,  rien- 
do dijo:  Espera,  que  no  os  harán  mal,  y  el  La- 
dino lo  debía  saber,  porque  aseguró  á  todos  y 
me  dijo:  Ahora,  padre,  tú  y  tus  españoles  es- 
táis en  mis  manos  y  os  podía  matar.  Ahora 
hago  las  mismas  paces  como  libre.  Yo  lo  abracé 
y  agradecí.  Llegaríamos  cerca  de  lo  alto  á  do 
habíamos  de  dormir  á  media  noche  cansados  de 
subir  escaleras;  antes  que  llegáramos  vinieron 
y  le  dijeron  cómo  otros  españoles  llegaban,  y 
preguntó  al  Ladino  si  eran  nuestros,  todo  en  su 
lengua,  y  disimularon.  Envió  á  mandar  les  die- 
sen lo  necesario,  y  después  que  me  dejó  sose- 
gado se  fue  y  el  Ladino  y  á  do  estaban;  llegó 
casi  al  amanecer  y  le  contó  á  Pedro  de  Lome- 
lín lo  que  pasaba,  y  se  espantó  que  sin  saberlo 
él  entrase  aquella  gente  en  su  tierra;  y  era  como 
todos  estaban  acá  con  cargas  más  de  trecientos, 
aderezando  los  caminos  más  de  mil,  en  las  em- 
boscadas dos  mil,  que  son  todos  los  cofanes,  y 
este  solo  cacique  tiene  mil  y  ochocientos.  Pasé 
de  allí  á  los  ríos  once  días  de  camino  y  estuve 
con  el  curaca  mi  amigo  Don  Felipe.  Vi  toda 

(')  Kn  la  edición;  sirven. 


aquella  tierra,  y  en  las  juntas  de  los  ríos  forti- 
fiqué un  palenque  en  un  cerrillo,  á  do  hay  agua, 
y  hice  entrar  gran  suma  de  maís  y  pescado  y 
carnes  de  monte,  y  hicieron  ranchos  bajos  de 
vara  en  tierra,  y  allí  dejé  la  gente  para  que  me 
corriera  toda  la  tierra,  y  yo  me  vine  por  aque- 
lla banda  siete  días  de  camino  á  Ambocagua, 
que  es  el  primer  curaca  sujeto.  En  un  llano  hice 
una  plaza  y  iglesia,  cuatro  buhíos  largos  de  an- 
tinales, y  junté  allí  toda  su  gente.  Fue  víspera 
de  la  limpísima  Concepción  de  la  Virgen,  y  así 
le  puse  este  nombre  de  Ambocagua.  Despaché 
á  los  demás  para  que  tuviesen  madera  y  paja 
junta  con  tiempo,  para  cuando  yo  llegase.  Fue- 
ron los  sujetos  á  éste  setenta  y  tres  indios,  y 
con  mujeres  y  muchachos  docientos,  qxie  á  mu- 
chos bapticé,  porque  los  indios  ladinos  en  len- 
guaje general  que  yo  envié  los  tenían  catequi- 
zados y  enseñadas  las  oraciones,  y  á  otros  vie- 
jos que  lo  pedían  con  grande  encarecimiento. 
Vecho  tendrá  en  todos  ciento  y  setenta  almas; 
Don  Alonso  y  Don  Felipe,  á  ciento  y  cincuenta 
más  á  menos;  Tangipa,  otros  tantos;  Don  Pe- 
dro, ciento  y  veinte.  Habrá  en  aquel  gran  valle 
quinientos  indios,  y  serán  entre  todos  dos  mil 
y  quinientas  almas.  Destos  contaré  por  sí,  por- 
que se  podrían  gastar  muchos  pliegos  desta 
gente  y  desta  tierra  y  valle.  Bajé  al  río.  Ducho 
y  Dica  tendrán  entre  ambos  trecientas  y  cin- 
cuenta almas.  Poblé  todos  estos  pueblos,  que 
son  ocho,  y  bapticé  más  de  cuatro  mil  almas. 
Tardéme  en  todo  esto  dos  meses  y  veinte  días. 
Salí  á  la  Coca,  y  ya  todos  daban  priesa  para  los 
pueblos.  Señalé  los  lugares  y  pasé  á  Baeza  y 
de  allí  á  Quito. 

Llegado  á  Quito  fui  á  besar  las  manos  de  su 
señoría  el  señor  Obispo  ])on  Fray  Luis  Ló- 
pez de  Solis,  un  gran  cristiano,  que  era  recién 
llegado.  Recibióme  con  tantas  muestras  de 
amor  que  no  le  faltó  sino  salir  hasta  acá  afue- 
ra. Díjome  que  cuando  le  decían  tantas  cosas 
de  mí,  que  le  parecía  que  debía  de  ser  algún 
viejo,  y  me  animó  tanto  y  dijo  tantas  cosas 
cual  puede  y  sabe  decir  un  tan  gran  teólogo 
como  él  era,  y  tan  amigo  de  Dios,  que  era  en 
la  virtud  señaladísimo.  Fui  á  ver  al  Presidente. 
Tratamos  grandes  cosas  acerca  de  aquellos  ca- 
ciques, y  lo  que  estimaba  mucho  era  que  sin 
guerra  hubiese  de  aquellos  bárbaros  tantos  su- 
jetos y  cristianos.  Pidióme  les  favoreciese  mu- 
cho. Quedó  tratado  lo  que  se  había  hacer,  que 
conforme  diré  y  se  verá.  Otro  día  los  prendió 
á  los  caciques,  y  yo  fui  á  verlos  y  me  pidie- 
ron los  sacase  de  allí.  Guárdeme  del  Ladino; 
antes  le  dije  que  por  que  no  hiciesen  justicia 
dellos,  venía.  Metí  petición  sobre  ellos  y  me 
hallé  en  la  Audiencia  y  hablé  y  dije  muchas 
cosas.  Sacáronlos  con  grillos,  y  el  Ladino 
les  decía  lo  que  mandaban   aquellos   señores. 


PEDRO  ORDOfJEZ  i)E  CEBALLOS 


405 


Un  cacique  dijo  en  su  lengua  sólo  estas  pa- 
labras: IDios,  Jesús,  María,  Rey  Felipe,  Au- 
diencia, obispo,  padre;  señaló  dando  de  manos. 
Lo  demás  no  quiero;  corta  la  cabeza.  Entendié- 
ronse sus  razones,  que  por  ellas  daba  la  obedien- 
cia al  Rey,  y  en  su  nombre  á  la  Audiencia  y  al 
obispo,  y  al  padre  que  allá  los  visitase;  y  que 
no  querían  otra  cosa,  aunque  les  cortasen  las 
cabezas.  Yo  los  pedí  y  volví  por  ellos,  y  el  La- 
dino fue  luego  y  se  lo  dijo.  Y  como  el  Presi- 
dente decía:  Ahorcarlos  es  mejor,  y  enviar  aho- 
ra mil  hombres  á  su  tierra,  y  que  pueblen  y  pa- 
guen doblados  los  tributos,  éntreme  con  ellos 
en  la  cárcel  y  envié  á  decir  con  el  Ladino  á  su 
señoría  que  no  había  de  salir  de  allí  si  no  me  los 
daba ;  y  así  los  mandó  llevar  ante  sí  y  les  dijo 
mil  cosas  con  el  Ladino,  y  que  me  agradeciesen 
las  vidas,  y  que  mirasen  lo  que  hacían,  que  ya 
veían  los  españoles  que  había,  que  los  había  de 
enviar  allá,  y  luego  los  regaló  y  todos  amedren- 
tados le  decían  que  sí.  Salimos  fuera  y  estaba 
por  mandado  del  licenciado  Cabezas  el  alcalde 
mayor  de  los  indios  de  Quito,  Don  Diego  de 
Figueroa,  y  dijo  que  él  venía  con  aquellos  al- 
guaciles para  ahorcar  aquellos  perros,  que  ¿cómo 
habían  de  servir  ellos  á  los  españoles  y  aque- 
llos no?  Todos  callaban;  yo  le  regué  por  ellos. 
Fuimos  en  casa  del  Oidor  y  les  hizo  otra  pláti- 
ca. Luego  fui  en  casa  su  señoría,  y  como  había 
en  el  pueblo  aquella  fama  que  los  habían  de 
ahorcar,  los  salían  á  mirar  como  á  resucitados. 
Su  señoría  les  dio  á  todos  de  comer,  y  yo  comí 
con  su  señoría,  y  me  despedí  del  con  grande 
admiración  suya  de  ver  cuan  en  breve  me  que- 
ría volver.  Con  todo  eso  me  detuve  otros  dos 
días,  y  convino  que  cinco  caciques  de  aquellos 
quedasen  en  Quito,  por  lo  que  entre  ellos  habla- 
ron, y  presos.  Mandáronme  dar  aquellos  seño- 
res mil  pesos  de  la  caja,  y  yo  los  pedí  emplea- 
dos en  cosas  necesarias.  Su  señoría  dio  quinien- 
tas camisetas;  otro  caballero  docientas  moro- 
pachas,  y  otros  dieron  otras  limosnas,  que  se- 
ría todo  otros  mil  pesos.  Su  señoría  predicó  y 
dijo  la  limosna  que  era,  y  cómo  gastaba  yo  solo 
en  lo  que  ahora  llevaba  cinco  mil  pesos,  y  que 
eran  necesarias  para  sacar  aquella  gente  mu- 
chas dádivas,  y  á  cada  peso  echó  cuarenta  días 
de  perdón.  Dejé  á  Ortiz  allí,  y  compradas  dos 
rail  arrobas  de  algodón  y  dos  mil  frazadas,  y 
muchas  camisetas  y  mantas  blancas,  y  moropa- 
chas  y  liquillas  chicas  para  cubrir  las  indias, 
que  de  cada  manta  hacía  cuatro,  y  las  daba  á 
señoras  para  que  las  repulgasen,  que  lo  hacían 
con  muchísimo  gusto,  sin  muchas  que  dieron 
ellas.  Compré  también  bizcocho  y  otra»  muni- 
ciones, en  que  gasté  los  cinco  mil  pesos,  sin 
diez  mil  en  que  me  empeñé.  En  el  camino  y  de 
allí  á  Tumbaco  salían  indios  con  cusmas  viejas 
y  indias  con  liquillas,  y  llevé  de  aquello  solo 


cinco  caballos  cargados.  Fue  cosa  para  dar  in- 
finitas alabanzas  al  Señor,  pues  eu  divina  Ma- 
jestad lo  hace  todo,  que  cuando  fue  Ortiz  y  con- 
té todo  lo  que  se  había  hecho  y  dado  de  limos- 
na con  viejo  y  nuevo,  eran  más  de  once  mil  pie- 
zas. Llevé  doce  arrobas  de  chaquira,  que  envié 
á  los  llanos  por  ella,  y  me  estuvo  la  libra  pues- 
ta allá  á  seis  reales  una  con  otra,  que  fue 
gran  cosa. 

Solos  dos  días  estuve  en  Baeza.  Hallé  allí 
más  de  trecientos  indios  que  me  esperaban  de 
la  Coca,  y  como  ellos  llevaban  las  cargas,  dá- 
bamosles  á  dos  arrobas  á  cada  uno.  Llegué  á 
Tánger,  que  en  cada  lugar  no  me  estaba  más 
de  dos  días,  baptizando  á  muchos  niños ;  dába- 
les algodón,  y  lo  dejé  repartido  para  ellos  y 
que  lo  labrasen.  A  los  impedidos  á  anaco  y  á 
los  más  recios  á  dos  liquillas,  que  es  lo  que 
ellos  pagan  de  tributo.  Pasé  abajo  de  Tánger 
y  recogí  aquellos  caciquillos,  y  de  todos  cinco 
hice  un  pueblo,  cada  uno  de  por  sí,  y  la  iglesia 
en  medio.  Hasta  allí  no  despedí  á  ningún  caci- 
que, y  era  cosa  admirable  lo  que  me  querían. 
Allí  llamé  á  los  nujas  y  les  pedi  tres  cosas: 
que  fuesen  cristianos,  que  se  poblasen  y  que 
se  vistiesen,  y  que  para  pagar  á  aquellos  espa- 
ñoles quería  ir  al  cerro  de  Nuja  tres  semanas  á 
sacar  oro.  Todo  se  me  concedió.  Avisé  á  Pedro 
de  LomeHn  y  al  capitán  Salazar,  que  hacían 
los  oficios  de  caudillos,  que  se  quedasen  en  el 
fuerte  Salazar  con  venticinco  hombres,  y  su- 
biesen los  demás  hacia  el  cerro  de  Nuja,  y  en 
lugar  de  cada  hombre  viniese  un  indio  para  sa- 
car oro.  Fuimos  y  sacamos  algunos  días,  y  en- 
fermó toda  la  gente,  y  así  lo  hubimos  de  dejar. 

CAPÍTULO  XXXIII 

De  la  prosecución  destas  naciones  en  hacerlas 
cristianas,  hasta  que  envié  todos  los  espa- 
ñoles. 

Tardé  en  dar  vuelta  y  convertir  los  más  des- 
tos  indios  un  año  y  siete  meses,  en  que  me 
pasaron  cosas  notables  y  mxiy  largas  para  es- 
critas ;  y  así  sólo  dejo  á  la  consideración  que  lo 
vaya  advirtiendo  y  mirando  que  es  lo  que  se 
podía  pasar  en  convertir  once  naciones  de  in- 
dios en  tanto  distrito ,  predicar  á  los  unos,  ca- 
tequizar á  los  otros,  baptizar  y  casar  y  minis- 
trar los  demás  Sacramentos.  Particularmente 
que  era  gente  tan  nueva  en  esto  que  para  cada 
cosa  era  necesario  un  nuevo  favor  del  cielo. 
Allí  me  mataban,  si  así  decirse  puede,  con  sus 
maldades  y  supersticiones;  acullá  con  sus  em- 
briagueces; en  otra  parte  con  infinitas  hechice- 
rías, y  en  algunas  algunos  malos  lo  quisieron 
poner  por  obra,  como  en  un  capítulo  por  sí  lo 
diré.  Cuando  estaba  en  los  cofanes  me  llamaban 


406 


autobiografías  y  memorias 


los  niguas  y  nujas;  cuando  allá,  los  tutos;  no 
podía  estar  en  cada  parte  más  de  tres  días,  por 
ser  muchas  las  que  había  donde  tenía  obliga- 
ción de  acudir. 

Cuando  llegó  el  año  que  había  entrado  en 
esta  tierra,  tenía  molidas  las  entrañas,  y  debía 
de  haber  caminado  de  unas  partes  en  otras  mil 
leguas  en  idas  y  vueltas.  La  Real  Audiencia 
me  escribió  le  enviase  todas  las  cOfpitulaciones, 
y  que  con  la  nación  que  no  se  hubiesen  hecho 
les  notificase  la  guerra  dentro  de  seis  meses; 
las  envié  luego,  que  fueron  las  siguientes:  Que 
los  visitase  el  padre  de  la  Coca  clcs  veces  cada 
año,  y  todos  querían  ser  cristianos,  y  ya  lo  eran 
más  de  cuatro  mil  (como  queda  dicho).  Servi- 
rían á  sus  encomenderos  de  sembrarles  algo- 
dón, y  una  vez  en  el  año  llevarles  miel,  pájaros 
secos  y  pescados,  monos  y  papagayos  y  en 
diez  años  no  les  habían  de  enviar  mayordomo 
español,  sino  indio.  Cada  cacique  daría  para 
ayuda  al  padre  dos  arrobas  de  algodón  cada  un 
año,  que  venían  á  ser  cien  pesos.  Los  tutos, 
que  querían  ser  de  Cristóbal  de  Miño,  vecino 
de  Baeza,  que  era  un  honradísimo  hombre,  y  le 
darían  cada  un  año  presentes  de  cosas,  como 
las  ya  dichas,  y  que  los  visitase  un  dotrinero 
español,  y  para  ayuda  darían  en  vitos,  pescado 
y  pájaros  secos  y  miel,  cincuenta  liquillas,  que 
son  cien  pesos,  y  acudirían  á  baptizarse  á  do 
estuviese  el  padre  de  la  Coca,  si  no  pudiese  ve- 
nir á  su  tierra ;  y  que  por  diez  años  no  habían 
de  dar  nada,  sino  es  al  padre,  cada  vez  que  los 
visitase,  tres  patenas  de  oro  que  pesasen  cin- 
cuenta pesos;  y  si  fuese  dotrinero  lego  la  mi- 
tad, dos  veces  cada  un  año,  y  que  no  querían 
encomenderos,  sino  ser  del  Rey. 

Otras  dos  ó  tres  naciones  que  había  más  ha- 
cia los  pastos  dijeron  que  no  querían  cosa,  por- 
que ellos  salían  á  los  padres  mercenarios,  que 
los  tenían  cerca,  y  que  tenían  allí  en  un  valle 
un  padre  mercenario,  de  quien  me  dieron  car- 
tas, y  vide  la  gran  diligencia  que  ponía  en  la 
conversión  de  la  gente  hacia  la  mar  y  de 
aquellas  provincias.  Di  gracias  á  Dios  por  ver 
que  daba  ánimo  á  los  sacerdotes  para  es-tas 
jornadas,  porque  es  la  cosa  más  trabajosa  del 
mundo. 

Los  maguas,  que  es  la  más  gente,  capitula- 
ron ser  del  rey  en  el  nombre,  y  que  no  tenían 
que  dar,  y  que  serían  cristianos,  y  que  querían 
padre  ó  padres,  y  que  pedían  á  su  rey  se  los 
diese  pagados,  y  que  ellos  los  sustentarían  de 
comer.  Había  al  año  más  de  cinco  mil  almas 
cristianas. 

Los  coronados,  que  serían  del  rey,  y  que 
querían  padre  de  por  sí,  con  el  valle  de  Nues- 
tra Señora,  á  do  había  de  residir,  y  de  allí  visi- 
tarlos, y  que  le  sustentarían  y  darían  del  valle 
la  mitad,  y  ellos  también  el  medio  en  algodón ; 


y  por  ser  pobrísimos  no  tenían  que  dar  al  rey. 
Habría  al  año  dellos  mil  cristianos,  y  dos  mil 
del  valle,  que  siempre  estos  malos  se  hacían  con 
estos  otros  buenos.  Los  niguas  de  aquella  tie- 
rra son  retirados,  y  así  habitan  en  las  cumbres 
de  las  cordilleras;  es  gente  pobrísima,  qu3  que- 
rían ser  cristianos  y  pedían  á  su  rey  les  sus- 
tentase un  dotrinero  de  salario  y  comida,  que 
ellos  no  lo  tenían.  Habría  al  año  ochocientas 
almas  cristianas. 

Los  nujas,  que  el  que  quisiese  ser  cristiano 
lo  fuese,  y  que  el  que  no  no  lo  compeliesen  á  ello, 
y  que  viniese  un  padre  ó  dos,  y  cada  año  entra- 
se dos  veces  en  sus  tierras  sin  español  de  nin- 
gún género,  y  habían  de  estar  dos  meses,  y 
luego  irse,  y  que  estuviesen  en  Baeza  ó  en  las 
otras  naciones,  y  les  darían  á  cada  uno  docien- 
tos  pesos  de  aquel  oro  y  otros  docientos  par.i 
el  rey.  Sacaron  mil  condiciones  que  no  les  ha- 
bían de  mandar  jamás  sacar  oro,  ni  quitar  ta- 
les y  tales  cosas,  que  por  ser  de  supersticiones 
no  las  digo.  Habría  en  todos  ellos  al  año  tres 
mil  almas  cristianas. 

Otros  indios  que  están  más  abajo,  con  nom- 
bre de  omaguas,  que  serían  del  rey  y  cuando 
viniesen  los  padres  los  baptizarían  y  casarían ; 
no  tenían  que  dar.  Habría  en  éstos  docientos 
cristianos,  pocos  más  ó  menos. 

Todas  estas  capitulaciones  hice  y  despedí 
los  soldados;  sólo  quedaron  Pedro  de  Lomelín, 
Salazar,  Matoso  y  Ortiz.  Todas  las  naciones  so 
juntaron  y  me  hicieron  presentes  en  agradeci- 
miento que  los  enviaba,  y  todo  lo  que  me  die- 
ron lo  repartí  entre  ellos,  sin  quedarme  cosa,  y 
los  envié  contentos,  y  pesándoles  porque  se 
ban,  que  se  holgaran,  según  decían,  estarse  de 
valde.  Nombré  cuatro  dotrineros  legos  para 
que  fuesen  de  nación  en  nación  enseñándoles  á 
rezar,  y  catequizándolos;  anduvieron  siete  me- 
ses, que  se  trabajó  lo  que  fue  bueno.  Bapticé 
tres  mil  de  todos.  En  este  tiempo  hice  una  cosa 
que  entiendo  fue  de  las  más  graves  y  de  peso 
que  hice,  que  fue  pedir  á  los  caciques  que  todas 
las  piezas  cautivas  que  tenían  unos  de  otros 
me  las  diesen  para  librarlos  y  dellos  poblar  un 
pu(blo,  y  que  les  pagarían  lo  que  les  habían 
costado,  y  éstos  estarían  por  sus  naciones  jun- 
to á  Tánger.  A  todos  les  pareció  bien,  y  más 
dándoles  lo  que  les  costó.  Escribílo  á  su  seño- 
ría del  Obispo  y  á  la  Real  Audiencia,  y  lo  tuvie- 
ron por  bien.  Envié  por  hachas  y  machetes,  es- 
padas, moropachas  y  chaquira  y  fui  rescatando, 
que  en  siete  meses  rescaté  trecientos.  Como  los 
iba  rescatando  los  iba  enviando  á  aquel  vallo, 
que  es  muy  bueno  y  grande,  y  junto  á  él  otro 
pueblo  de  los  cinco  caciques.  Señalé  á  cada  na- 
ción su  parte  de  tierra  para  hacer  sus  labranzas, 
y  no  se  ocupaban  en  otra  cosa  sino  en  sembrar. 
'   Hícelos  libres  de  tributo  para  siempre,  y  que 


PEDRO  ORDONEZ  DE  CEBALLOS 


407 


el  dotrinero  de  la  Coca  los  visitase;  y  todos 
aquellos  acuden  cuando  el  padre  está  en  Tán- 
ger allí  á  misa.  Fui  allá  y  hice  en  cada  nación 
su  principalillo.  De  los  omaguas  eran  los  más, 
que  como  todos  son  sus  enemigos,  por  ser  tan- 
tos, los  cautivan  á  ellos  más  que  á  otras  nacio- 
nes. Costáronme  tres  mil  ducados.  Los  cofa- 
nes,  que  no  tenían  allí  ningunos,  enviaron  de- 
cioclio  indios  con  sus  mujeres  y  hijos.  Los  de 
Pu  enviaron  seis;  de  suerte  que  se  hizo  allí  un 
pueblo  de  más  de  cuarenta  casas,  y  los  caciqui- 
llos  tenían  cinco  casas  grandes,  porque,  como 
dicho  tengo,  en  una  casa  de  aquellas  viven 
muchos. 

Como  está  allí  este  gran  río  y  es  tan  pode- 
roso y  de  tanto  pescado,  y  luego  las  comidas 
son  muchas,  como  son  patatas,  yucas,  maís, 
otras  raíces  y  infinitas  frutas,  era  pueblo  rega- 
lado, [por]  y  aquel  respeto  y  agradecimiento  de 
haberles  quitado  de  una  tan  gran  servidumbre, 
que  se  tratan  unos  á  otros  más  que  esclavos,  y 
el  hacerlos  libres  de  tributo,  siempre  los  tenía 
pai'a  cargarlos  y  para  t(jdo  lo  que  era  menes- 
ter. Hícelos  hilar  y  hacer  mantas  para  ellos,  y 
con  lo  que  hacían  enriquecían  de  tal  manera 
que  en  tres  años  tenían  machetes,  hachas  y  sus 
ollas  y  canoas  para  la  chicha,  que  es  su  mayor 
riqueza ,  y  vestidos  y  grandes  cocales ,  que  era 
una  cosa  de  maravilla. 

CAPÍTULO  XXXIV 

De  las  veces  que  estuve  en  grandes  riesgos,  en 
todos  los  seis  años  y  siete  meses  que  esture 
por  estas  provincias. 

Aunque  en  sus  lugares  no  he  dicho  las  ve- 
ces que  tuve  riesgo  de  muerte  en  estas  provin- 
cias, ha  sido  por  ir  abreviando,  porque  si  á  lo 
largo  hubiera  de  contar  todo  lo  que  me  pasó, 
fuera  no  acabar.  Paso  en  silencio  las  salidas 
que  hicieron  los  españoles,  y  yo  con  algunos 
dellos,  que  fueron  peligrosísimas.  Estas  y  otras 
cosas  dejo,  como  digo,  por  ser  tantos  los  casos, 
tan  grandes  los  peligros,  tan  continuos  los  so- 
bresaltos, tan  terribles  las  insidias  de  aquella 
gente,  que  no  son  decibles.  Sólo,  pues,  diré  al- 
gunos notables  peligros  que  tuve  de  la  vida;  de 
los  cuales  el  primero  fue  cuando  vine  á  hablar 
á  Pargata  y  demás  caciques;  porque  los  conda- 
paes  y  orifaguas  me  pusieron  dos  emboscadas, 
y  saliendo  á  mí  un  indio  ladino,  en  lengua  ge- 
neral de  Inga  me  dijo:  Padre,  ¿á  dó  vas?  Vuél- 
vete, que  vas  á  morir.  Yo  lo  abracé  y  le  dije: 
Hijo,  holgárame  conocerte  para  agradecerte 
siempre  este  aviso ;  pero  mira,  yo  no  vengo  á 
dar  pena  á  estos  indios,  sino  á  salvarles  las 
almas,  y  les  tengo  de  dar  mi  hacienda  y  defen- 
derlos de  todos  los  españoles,  como  verás  si 


eres  desta  tierra;  y  si  me  mataren,  ellos  me 
perderán  y  Dios  los  castigará,  y  vendrán  dos 
mil  hombres  de  Quito  que  no  dejen  indio  ni 
india  ni  muchacho  con  vida;  y  si  ellos  me  re- 
ciben, yo  les  perdonaré  todos  los  males  hechos 
y  serán  todos  mis  hijos.  Al  pasar  una  quebra- 
dita  se  quedó,  y  fue  y  dijo  á  los  caciques  lo  que 
yo  le  había  respondido,  y  certificó  á  Condapa 
que  era  el  padre  sin  doblez,  y  que  cuando  le 
decía  aquello  le  parecía  que  me  veía  hablar  con 
el  corazón.  Fue  después  grande  amigo  mío;  y 
aunque  se  poblaron  aquellos  dos  pueblos,  y 
eran  de  frailes  dominicos  que  los  dotrinaban 
después,  siempre  acudía  este  cacique  á  mí.  Qui- 
taron las  emboscadas. 

Dos  indios  de  Orifagua  me  esperaron  al  pa- 
sar de  una  c-[uebrada  y  acaeció  un  caso  notable: 
que  estaban  concertados  cada  uno  de  su  lado 
pai'a  en  pasando  fijarme  los  dardos,  y  al  punto 
que  el  uno  me  descubrió  me  lo  tiró  y  lo  clavó 
en  un  árbol;  el  otro  esperó  más  cerca  y  me 
tiró  el  suyo  cara  á  cara ;  abájeme  yo  y  hincólo 
en  tierra,  y  ambos  echaron  á  huir,  y  no  consentí 
ir  tras  dellos,  ni  hacer  alboroto,  antes  me  reí 
y  dije:  Esto  me  decía  aquel  indio,  y  pues  el 
Señor  me  libró,  yo  allanaré  esta  tierra. 

Otra  vez  fue  cuando,  agraviándose  Pargata 
por  haberlos  hecho  á  todos  parejos  en  las  dádi- 
vas, pasamos  el  río  de  Senacato;  llevaban  la 
canoa  horadada,  y  quitándole  el  tarugo  entraba 
infinita  agua;  echáronse  todos  al  río  y  el  capi- 
tán Mateo  Sánchez  se  arrojó  con  la  espada  en 
la  boca.  Yo  arremetí  al  agujero  y  con  algodón 
lo  tapé  y  tomé  el  canalete  y  goberné  á  tierra, 
y  la  misma  corriente  nos  echó,  y  solos  queda- 
mos Baltasar,  mi  Anacona  y  yo,  y  como  llegó 
tan  presto  la  canoa  saltamos  mojados  hasta 
arriba  de  las  rodillas,  y  la  canoa  sin  gobierno 
tornó  hacia  el  río  y  se  hundió,  y  aunque  sos- 
peché ser  maldad  la  disimulé. 

Cuando  la  borrachera  grande  de  Senacato  se 
trató  en  ella  que  nos  mataran.  Dijeron  los  de 
guerra  que  sólo  á  mí,  y  que  sin  cabeza  fácil  se- 
ría acabar  con  los  otros.  Enviaron  un  indio  que 
se  ofreció  á  ello,  y  éste  me  vido  sólo  tres  veces, 
y  habló  conmigo,  y  estándole  sacando  bizcocho 
para  darle,  dice  que  tres  veces  alzó  la  mano 
para  fijarme  el  dardo  por  las  espaldas  y  tantas 
dijo:  ¡Que  con  tan  buen  corazón  me  trate  éste 
y  me  dé  su  hacienda  y  yo  le  mate!  No  lo  he 
de  hacer;  y  así  acabado  de  darle  bizcocho  y  sal 
me  lo  dijo,  y  que  me  guardase.  Yo  lo  acaricié, 
y  con  grandes  palabras  de  mi  deseo  y  de  apro- 
vecharlos le  satisfice,  y  le  rogué  que  aquello  no 
lo  dijese  á  nadie,  que  yo  tampoco  lo  diría. 

La  otra  fue  á  la  entrada  de  los  cofanes,  aque- 
lla noche  que  se  fue  Laipiti  y  el  Ladino;  al 
amanecer  llegó  un  cacique;  yo  me  levantaba  y 
se  arrodilló  y  besó  la  mano.  Traía  un   medio 


408 


Autobiografías  y  memorias 


machete,  y  caaudo  se  levantó  lo  alzó;  y  como 
lo  vide  mudado  el  color,  le  dije:  Cacique,  daca 
ese  machete,  que  es  viejo,  y  te  daré'  uno  nuevo, 
y  alargué  la  mano  y  me  lo  dio.  Pedí  con  disi- 
mulación otro  y  se  lo  di,  y  aquel  á  un  indio 
suyo.  Díjele  que  siempre  acudiese  á  mí,  que  yo 
lo  regalaría;  y  después  supe  á  lo  que  había  ve- 
nido del  mismo,  pidiéndome  perdón. 

Otra  vez,  pasando  por  debajo  el  gran  salto 
del  río,  puse  el  pie  en  una  piedra  de  aquéllas, 
y  con  el  tiempo  estaba  quemada  del  agua  ca- 
liente, y  caí.  Con  una  gran  voz  dije:  ¡Cruz 
santa,  váleme!  ¡Animas  de  Purgatorio,  rogad 
por  mí!  y  di  de  manos  sobre  esta  piedra  del 
palo  que  se  torna  piedra  en  el  agua,  y  una 
rodilla  metí  en  el  agua,  que  los  calzoncillos  se 
me  quemaron  y  en  la  rodilla  tuve  unas  vejigas, 
y  si  doy  todo  dentro  del  agua  me  abraso. 

Otro  día  viniendo  yo  solo,  cuando  poblé  á 
Ambocagua  y  los  demás  pueblos,  me  esperaban 
los  coronados,  y  viendo  armas  en  la  montaña 
dije  en  lengua  general:  Ladino,  decí  á  esos 
españoles  que  no  les  tiren,  y  á  esos  indios  que 
se  vayan,  y  él  dio  voces  como  que  lo  mandaba 
yo,  y  huyeron  los  indios;  y  estos  mesmos  coro- 
nados, mientras  más  bienes  les  hacía,  peor  lo 
hacían,  y  otras  dos  veces  me  quisieron  matar,  y 
la  una  se  emborrachó  tanto  el  que  lo  había  de 
hacer,  que  se  durmió,  y  yo  pasé,  y  la  otra,  yendo 
yo  á  su  tierra,  me  avisó  una  india  ladina  de 
Quito,  mujer  de  un  cacique,  en  lengua  españo- 
la, que  no  pasase  abajo,  que  había  una  embos- 
cada. 

Otro  día  me  volví  al  valle  de  Nuestra  Seño- 
ra, cuando  fuimos  al  cerro  de  Nuza,  por  mi 
poca  codicia,  y  quedarme  media  legua  más  acá 
y  solas  dos  veces  lo  fui  á  ver;  si  llegara  me 
confesaron  los  indios  que  me  mataran  y  que 
tres  veces  hubo  consejo  sobre  ello  determinado, 
y  como  me  venían  á  hablar,  y  yo  era  contra  los 
españoles  y  en  su  favor,  lo  dejaron. 

Otra  vez  fue  cuando  fui  al  pueblo  de  Pu;  hubo 
tres  consejos  de  que  me  matasen,  y  una  noche, 
yendo  un  cacique  á  matarme,  me  oyó  aconsejar 
á  una  india  que  venía  á  quejarse  de  un  herma- 
no deste  cacique  (quizá  con  industria  echada 
para  ello,  por  ser  tan  hermosa,  que  lo  era  en 
extremo) ;  y  como  vido  los  grandes  consejos  que 
le  daba  y  que  no  la  apetecía,  y  éstos  tenían  que 
los  padres  comían  carne  humana,  y  me  dijo  que 
mataría  á  su  marido  y  yo  me  lo  comería;  y 
como  le  di  á  entender  cuan  fuera  caminábamos 
de  todo  aquello,  y  cómo  por  solo  aquella  pala- 
bra merecía  la  muerte;  y  que  se  fuese,  que  yo 
como  padre  en  confesión  recebía  aquel  secreto, 
y  que  sirviese  á  su  marido  y  otras  cosas  de 
imestra  santa  fe  católica,  y  que  lo  que  comían 
los  padres  era  á  Dios  vivo  en  la  sacratísima 
hostia,  y  que  siempre  rogaban  á  Dios  por  ellos, 


díjome  éste  después  que  lloró  tanto  y  que  qui- 
siera irse  á  echar  á  mis  pies  y  pedirme  perdón. 

Otra  vez  en  los  tutos  fue  necesario  castigar 
á  una  india  que  dejaba  á  su  marido  por  otro,  y 
este  maldito,  estando  rezando  mis  horas,  me 
tiró  un  dardo  y  una  piedra,  y  con  la  piedra  me 
dio  en  el  lado  derecho,  que  me  puso  en  grande 
peligro,  y  el  dardo  quedó  hincado,  que  me  le- 
vanté y  aparté  á  un  lado,  dando  gracias  á  Dios, 
y  me  hinqué  de  rodillas,  pensando  eran  más  los 
que  me  venían  á  matar,  para  ofrecer  mi  vida  en 
parte  de  mis  muchos  pecados;  estaba  solo,  y 
así  no  segundó,  antes  huyó,  y  después  se  supo 
era  él,  y  por  entonces  lo  callé. 

Otro  día,  subiendo  á  las  cordilleras  de  los 
niguas,  me  esperaban  en  un  cerrillo  pai'a  des- 
peñarme en  él,  que  estaba  armado,  como  ellos 
hacen;  había  avisado  iría  para  el  lunes,  y  me 
dio  gana  de  ir  el  domingo  después  de  misa;  un 
indio  que  estaba  en  el  cerrillo  para  hacer  el  he- 
cho se  vino  al  valle,  y  aquel  domingo  bebió 
tanto  que  se  quedó  borracho  hasta  otro  día;  yo 
pasé  otro  día  á  las  ocho,  y  vimos  el  cerrillo  ar- 
mado y  lo  derrumbé  y  pasé,  y  les  di  á  entender 
que  los  coronados  harían  aquello  para  ellos  por 
ser  tan  enemigos.  Díjome  después  un  cacique 
que  le  parecía  cuando  decía  aquello  que  los  re- 
prendía su  ingratitud  con  decir  de  los  otros. 
Levantóse  y  díjome:  Padre,  siempre  te  querré 
mucho  y  te  avisaré  de  todo  lo  que  yo  supiere. 
Abrácelo  entonces,  hícele  muchas  caricias  y  le 
dije:  Hijo  mío,  vosotros  sois  buenos,  y  yo  os 
quiero  como  á  hijos,  y  le  di  hartas  cosas. 

Pues  por  quitarles  aquellas  juntas  que  ha- 
cen de  sus  borracheras,  ¡qué  de  veces  pretendie- 
ron matarme!  tantas  cuantas  lo  procuraba  es- 
torbar, que  son  infinitas.  Los  hechiceros,  á 
quien  perseguía  terriblemente,  porque  á  éstos 
tienen  como  por  sus  dioses  y  no  se  menearán  á 
hacer  cosa  sin  su  consejo,  éstos  cada  momento 
aconsejaban  y  les  persuadían  que  me  quitasen 
la  vida,  y  muchas  veces  lo  quisieron  ellos  ha- 
cer con  hierbas  y  hechizos,  y  decían  que  tenía 
yo  el  corazón  tan  inquieto  que  no  me  podían 
hacer  mal,  porque  jamás  estaba  quedo. 

En  otra  ocasión,  en  los  omaguas,  abajo  de 
los  nujas,  se  juntaban  para  dar  sobre  los  coro- 
nados ;  súpelo  y  fui  volando  más  de  ciiarenta 
leguas  y  les  quité  la  ida.  Amotináronse  todos 
contra  mí  diciendo  que  les  quitaba  su  hacienda 
de  tantas  piezas  qne  habían  de  traer  cautivas, 
y  que  me  habían  de  matar  si  no  me  iba;  y  con 
buenas  palabras  los  aplaqué  y  me  concerté  con 
ellos  como  si  las  hubieran  cogido,  y  se  las  pagué 
en  chaquira,  moropachas,  camisetas,  sal  y  agu- 
jas, y  con  esto  me  libré.  Supiéronlo  los  corona- 
dos y  me  dijeron  que  yo  les  había  pagado  las 
piezas  que  decían  robarles,  y  que  ellos  iban  á 
la  venganza  si  no  les  daba  otro  tanto;  y  así 


PEDRO  ORDOÑÉZ  DÉ  CÉBALLOS 


409 


se  lo  hube  de  dar,  y  desta  manera,  con  pagarles 
las  salidas,  los  detuve  más  de  dos  años  á  todas 
estas  naciones  hasta  que  fueron  entendiendo  la 
ley  de  Dios. 

En  Sanacato  se  juntó  una  vez  mucha  gente 
á  beber;  ocurrí  yo  á  estorbarlo  y  me  vide  en 
punto  de  muerte,  porque  más  de  cien  indios,  las 
espadas  enastadas  y  las  rodelas  embrazadas, 
con  una  tonadilla  que  ellos  tienen,  decían: 
¡Muera!  [muera!  y  me  llevaron  arrinconándo- 
me hasta  la  iglesia,  y  me  encerraron,  y  sin  comer 
ni  beber  ni  cama  estuve  treinta  horas,  y  me  pica- 
ron en  los  pechos  en  once  partes,  y  no  lo  di  á 
entender  porque  no  apretasen.  Aquella  noche 
determinaron  de  matarme,  y  llegó  un  niño  sa- 
cristanillo  y  por  la  puerta  me  lo  dijo,  y  le  dije 
que  les  dijese  que  ya  me  había  ido,  que  él  me  ha- 
bía abierto,  y  me  subí  en  un  antinal,  y  cuando 
vinieron  dijo  el  muchacho  cómo  ya  me  había  ido. 
Ellos  entraron,  y  como  no  me  vieron  y  venían 
borrachos,  tornaron  á  salir  en  busca  del  mucha- 
cho; llegaron  á  casa  del  padre  y  no  había  nadie, 
que  yo  no  traje  más  de  aquel  muchacho,  y  lo 
que  hallaron  se  lo  llevaron,  y  un  caballo  casta- 
ño que  había  traído  lo  adardearon  y  mataron,  y 
allí  acabó  su  furia.  Senacato  dormía  y  recordó 
otro  día  á  la  noche,  y  se  lo  dijo  Doña  Isabel  su 
hija,  y  él  se  enojó  y  prendió  los  indios,  echó  en 
un  cepo  á  unos  y  azotó  á  otros  y  deshizo  la 
borrachera  y  vino  á  la  iglesia,  que  yo  pensaba 
era  para  lo  que  habían  venido  la  noche  pasada; 
dio  voces  en  lenguaje  general:  ¡Padre  mío,  pa- 
dre mío!  y  decía  palabras  en  que  mostraba  el 
sentimiento  que  tenía  de  que  hubiesen  hecho 
aquello  conmigo.  Como  yo  me  enteré  de  las  ra- 
zones que  decía  hablé  y  bajé,  y  por  tener  el  pe- 
cho hinchado  le  pedí  me  curase.  Salí  de  allí  y 
todo  lo  apacigüé  y  perdoné  los  indios,  y  man- 
dé que  no  se  supiese,  y  que  el  indio  que  lo  di- 
jese fuese  ahorcado;  buscamos  al  muchacho,  y 
lo  hallamos  otro  día  escondido  en  una  labranza. 

Estas  y  otras  cosas  me  acontecieron,  que  por 
no  ser  más  largo  lo  dejo;  sólo  diré  una  por  ser 
tan  notable.  Cuando  se  levantaron  estos  qui- 
jos (como  está  dicho),  mataron  toda  la  gente 
de  Avila.  Ya  dije  allá  que  solamente  había  es- 
capado una  niña,  que  con  otra  india  chiquita 
se  habían  escondido.  Esta,  pues,  la  cogió  un 
hijo  de  Jumandi,  que  se  retiró  la  tierra  adentro 
con  más  de  docientos  indios.  Después  de  idos 
los  españoles  bajé  yo  á  los  omaguas  muchos  al 
pueblo  del  cacique  Don  Felipe,  mi  amigo;  jun- 
tábase allí  la  gente  por  canoas  el  río  arriba,  por 
no  ir  yo  allá,  y  allí  los  baptizaba  y  casaba.  Es- 
taba Ortiz  allá  abajo,  que  me  los  enviaba.  Te- 
nían concertado  estos  demonios  con  aquel  Ju- 
mandi de  que  viniese  y  me  matase  y  luego  ma- 
tarían los  dotrineros;  juntáronse  allí  más  de 
cuatro  mil  almas.  Una   noche,  estando  yo  al 


fuego  con  mi  amigo,  entraban  y  salían  indios, 
y  el  cacique  no  me  respondía  á  derechas ;  yo  me 
levanté  y  vide  entrar  cinco  indios  embijados. 
Pregunté  para  qué  se  paraban  así,  y  que  ya  les 
había  dicho  que  era  pecado.  Entraron  en  un 
cercado  que  había  á  un  lado  de  la  casa  de  cañas, 
y  oí  una  voz  española,  como  de  mujer,  que  me 
dijo:  Mira,  padre,  que  te  matan.  Yo  tenía  una 
macana  grande  en  la  mano  y  acudí  á  do  salió 
la  voz,  y  vide  una  muchacha  española  como  un 
serafín,  encueros,  atada  á  un  palo.  Arrimé  la 
macana  y  tomé  un  palo  de  la  leña  del  fuego 
con  aquel  coraje,  y  di  tres  ó  cuatro  palos  al  ca- 
cique mi  amigo  diciéndole:  Mal  cristiano,  ¿esto 
se  sufre  en  tu  casa?  El  se  levantó  enojado  y  me 
sacó  el  palo  de  la  mano,  y  dio  tras  los  indios 
embijados  y  les  dio  hasta  salir  de  la  puerta  mu- 
chos palos,  y  al  uno  le  abrió  la  cabeza,  y  á  otro 
quebró  el  brazo,  y  dio  voces  á  su  gente.  Ya  ve- 
nía Jumandi  con  más  de  veinte  indios ;  cogió  la 
puerta  con  la  macana  y  me  dijo:  Éntrate  en 
ese  cercado;  yo  lo  hice,  y  desaté  luego,  cortan- 
do las  ataduras  con  un  cuchillo,  á  la  bella  Doña 
Melchora,  que  era  la  niña  que  dije,  que  en  toda 
la  vida  no  había  visto  yo  semejante  hermosura 
de  cuerpo;  temblaba  la  pobre  señora  y  lloraba; 
dile  mi  ropa  y  consoléla.  Di  jome  que  otro  día 
la  habían  de  comer  á  ella  y  beber  en  mi  calave- 
ra, que  así  estaba  concertado,  y  luego  dar  sobre 
Baeza  y  Quito  y  matar  todos  los  españoles; 
andaba  un  alboroto  del  demonio.  Los  indios 
deste  cacique  cogieron  la  casa  con  sus  armas,  y 
otros  caciques  amigos  la  plaza  y  iglesia,  á  do 
yo  posaba  en  la  sacristía.  Los  más  culpados  se 
retiraron  aquella  noche.  En  efeto.  Otro  día  pedí 
perdón  á  Don  Felipe,  y  él  me  abrazaba  muchas 
veces,  diciendo:  Padre,  ¿cómo  es  Dios  tan  bue- 
no? La  santa  Cruz  y  estas  animas  de  Purga- 
torio, ¿cómo  te  libran  siempre?  Señalaba  los 
dedos  de  las  manos  y  pies,  diciendo  que  tantas 
veces  me  iban  á  matar  y  todas  me  libraba.  Yo 
llamé  á  los  culpados  y  al  Jumandi  y  los  per- 
doné, y  concerté  casar  á  esta  dama  con  el  capi- 
tán Salazar,  y  toda  la  gente  deste  Jumandi  se 
le  dio  de  encomienda,  y  se  pobló  á  do  solía  es- 
tar, con  otros  más  cien  indios  que  se  le  llegaron, 
y  es  de  las  buenas  encomiendas  de  Avila. 

CAPÍTULO  XXXV 

De  lo  que  me  pasó  en  los  cofanes  y  de  un 
monstruo  que  vide  extraño. 

Acudiendo  á  mis  obligaciones  fui  hasta  el 
pueblo  de  Vecho,  la  tierra  dentro,  y  no  sabía 
del  alzamiento  de  los  cofanes  hasta  que  fui 
avisado  que  un  mulato  los  había  agraviado. 

Juntó  Laipi  su  gente  y  vino  en  su  segui- 
miento, y  como  ya  traído,  tomó  atrás  y  pasó 


410 


autobiografías  y  memorias 


el  río  por  el  salto  y  allí  recogió  toda  su  gente, 
determinado  de  dar  sobre  todos  aquellos  pue- 
blos y  matarme.  Súpolo  el  General  indio,  que  á 
la  sazón  iba  conmigo,  porque  lo  saqué  desde  la 
Coca  con  sesenta  indios,  y  un  día  jueves  me 
dijo:  Padre,  mira  por  ti,  que  estás  cercado  de 
enemigos;  los  cofaues  están  alzados  media  le- 
gua de  aquí,  y  toda  la  tierra  convocada  hasta 
los  de  la  Coca  y  Baeza,  y  estos  indios  que  traes 
en  tu  favor  pienso  que  son  los  que  te  han  de 
matar;  yo  haré  todo  lo  que  pudiere  en  tu  de- 
fensa, y  mis  dos  tíos  y  otros  cuatro  indios  que 
te  queremos  como  padre,  y  será  mañana  á  la 
hora  que  den  sobre  ti  acudiremos  todos  y  mo- 
riremos contigo;  no  des  á  sentir  nada  á  nadie 
porque  estos  indios  no  abrevien  esta  noche;  y 
con  aquello  me  dejó  sentado  en  una  barranca,  á 
do  estaba  rezando.  Hice  todo  aquel  día  examen 
de  mi  conciencia  y  pedí  al  Señor  solo  de  vida 
hasta  otro  día,  que  yo  pudiese  recebirlo  dicien- 
do misa.  Como  á  las  cuatro  recebí  una  carta  de 
Baeza,  en  que  me  dice  que  no  vaya  la  tierra  á 
dentro,  porque  allá  había  ya  ocho  días  que  ve- 
laban y  habían  cogido  á  los  caciques  de  allá 
porque  todos  se  querían  alzar.  Cerca  de  la 
noche  llegó  un  indio  de  la  Coca,  con  nuevas 
de  Avila,  en  que  decía  lo  propio.  Aquella  no- 
che me  compuse  con  Dios  lo  mejor  que  pude, 
y  como  á  las  tres  de  la  mañana  oí  fotutos  y 
responderse  en  los  ceri'os  cercanos;  todo  seña- 
les de  guerra.  Amaneció  y  dije  luego  misa,  y 
en  acabándola,  confiado  en  la  misericordiosa 
condición  de  Dios,  dije:  Nunc  dimittis  servum 
tuiím,  Domine.  Díjome  el  que  me  ayudó  á 
misa:  Padre,  ¿por  qué  no  te  desnudas?  Res- 
pondíle:  Hijo,  porque  quiero  esperar  desta  ma- 
nera á  que  lleguen  esos  indios  y  morir  con  es- 
tas santas  vestiduras.  Quédeme  hincado  de  ro- 
dillas en  la  peana  del  altar  y  recé  mis  horas, 
y  siete  veces  los  Psalmos  de  la  penitencia,  con 
sus  letanías  y  preces,  y  hice  otras  devociones, 
encomendándome  con  muchas  veras  á  la  Cruz 
santísima  y  á  las  almas  de  Purgatorio.  Visto 
que  era  medio  día  y  no  llegaban,  me  desnudé, 
por  no  dar  á  entender  á  los  indios  mi  flaqueza; 
vine  á  casa  y  comí,  y  sabe  el  Señor  con  qué 
gusto;  al  fin,  como  quien  aguarda  la  muerte. 
En  habiendo  comido  luego  me  volví  á  la  puer- 
ta de  la  iglesia  y  me  senté  allí.  Algunos  indios 
llegaron  á  tratar  algunas  cosas,  y  con  buenas 
razones  los  despedí  hiego.  Llegaron  también 
el  cacique  Tangipa  y  Vecho,  y  me  preguntaron 
qué  tenía.  Yo  les  dije  que  me  sentía  con  gran 
dolor  de  cabeza.  Dijo  un  indio:  Debe  de  sentir 
el  azua,  que  es  como  si  dijera:  Siente  ya  el 
vino  que  le  han  de  echar  en  ella.  Callé  y  dije 
entre  mí:  Sea  luego  y  recíbalo  el  Señor.  Díjo- 
me Francisco:  Padre,  mira  que  conviene,  como 
estás  rezando  aquí,  que  te  vayas  á  la  puerta  de 


nuestro  buhío,  porque  llega  ya  Laipiti,  y  si  te 
han  de  matar  no  importa  la  iglesia,  y  podrá 
ser,  como  te  vean  con  ánimo  y  que  le  hablas,  n^ 
te  hará  nada;  los  indios  que  vienen  contigo  es- 
tán determinados  en  morir  ó  defenderte.  A  su 
persuasión  fui,  y  acabado  de  llegar  subía  á  la 
plaza  con  ochenta  indios  todos  embijados  y  em- 
plumados,  y  sus  espadas  enastadas  y  sus  ro- 
delas embrazadas;  llegó  do  estaba  yo   sin  ha- 
cer comedimiento  y  comenzó  á  hablar  sin  en- 
tenderlo yo  en  su  lengua,  y  significar  lo  mal 
que  el  mulato  y  otros  de  aquellos  mestizos  lo 
hacían,  y  otras   cosas.   Pregunté  á  Francisco 
(que  es  el  General   indio  que  traía  conmigo, 
como  queda  dicho) ,  que  estaba   junto  á  mí : 
¿Qué  dice  este  cacique?  Díjomelo,  y  sin  esperar 
respuesta  dejó  una  moropacha  que  tenía  cobi- 
jada y   le  dieron  una  espada  enastada  y  una 
rodela,  y  debajo  tenía  ya  sus  plumas  y  sus  hue- 
sos, y  le  pusieron  en  un  instante  sus  plumas 
en  la  cabeza,  y  lo  embijaron  (que  es  teñirlo  de 
colores,   y  en  particular  colorado,   amarillo  y 
negro),  y  salieron  todos  los  sesenta  indios  de 
aquella  manera  y  tomaron  la  casa  por  de  fue- 
ra; él  se  fue  hacia  el  Laipiti  y  me  dijo  en  es- 
pañol: Calla,  padre;  siéntate  y  ten  ánimo,  que 
no  habrá  guerra.  Díjole  en  su  lengua  mil  co- 
sas, y  les  mandó  á  todos  de  mi  parte  se  hinca- 
sen de  rodillas,  y  le  quitó  la  espada  y  la  rodela, 
y  los  demás  indios  á  los  otros,  que  todos  se 
abatieron,  y  á  cada  uno  les  iba  dando  un  palo 
sobre  los  hombros  con  tanto  brío  y  denuedo 
como  si  fuera  un  Cid.  Luego  le  dijo:  ¿Qué  cosa 
es  que  llegue  un  cacique  delante  del  padre  5'  no 
se  arrodille  y  le  bese  la  mano?  Hízolo  el  cofán, 
y  luego  todos  los  indios,  y  me  dijo  Francisco 
que  les  riñese,  y  yo  les  dije  algo,  y  él  como 
lengua  ponía  lo  que  quería  y  les  dijo  muchas 
cosas  de  reprehensión.  Pregúntele  á  dó  estaba 
toda   su  gente  y  los  demás  caciques  cofanes. 
Dijo  que  cerca  estaban.  Mándele  que  los  en- 
viase á  llamar,  y  así  se  sentó  allí  como  preso. 
Dijo  Francisco  en  lengua  castellana  á  voces  á 
un  indio  que  iba  hacia  donde  estaban  los  de- 
más: Mira  que  manda  el  señor  Vicario  que  na- 
die venga  con   armas.   Díjele  yo:    Francisco, 
vuélveles  á  éstos  las  armas.  Díjome:  Padre,  ¿ya 
no  lo  sabes?  ¿eres  chapetón  en  esta  tierra?  si 
les  volvemos  las  armas,  la  guerra  entre  nos- 
otros y  ellos  queda  armada.  Levantóse  y  pre- 
guntó en  su  lengua  á  Laipiti:  Lo  que  hice,  el 
padre  me  lo  mandó;  y  tú,  ¿quieres  paz  ó  gue- 
rra? Dijo  Laipiti:  Paz,  y  se  levantó  también  y 
lo  abrazó,  y  él  fue  quebrando  todos  los  dardos, 
y  después  les  tornó  las  rodelas,  y  aquella  noche 
bebieron,  que  se  hundía  el  buhío  á  voces.  Des- 
pués les  volvió  las  espadas  enastadas  en  otras 
astas,  y  con  sus  borlas  de  lana  y  algodón,  que 
es  grandeza  aquella  entre  ellos,  que  es  como  si 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


411 


por  las  paces  les  hubieran  dado  gajes.  Otro  día 
llegaron  los  demás  caciques  cofanes  sin  armas, 
y  con  presentes  de  miel  y  vitos  y  otras  cosas. 
Dile  á  cada  uno  una  carga  de  sal,  y  á  los  indios 
puñados  de  bizcocho,  sal  y  agujas  capoteras. 
Llegó  mi  amigo  Don  Felipe  Omagua  y  entro 
solo  con  su  rodela  y  espada,  y  me  dijo:  Padre, 
yo  y  mi  gente  estamos  de  guerra,  que  teníamos 
nuevas  que  los  cofanes  te  venían  á  matar;  ven- 
go con  doce  caciques  y  todos  estos  indios  á  ver 
lo  que  es  menester  en  tu  servicio.  Yo  se  lo 
agradecí,  y  Laipiti  salió  y  le  dijo:  Yo  con  mi 
padre  de  paz  estoy.  ¿Tú  quieres  guerra  ó  paz? 
Díjele:  Don  Felipe,  los  cristianos  siempre  han 
de  amar  la  paz;  y  así  dijo:  Paz;  y  extendió  la 
mano  y  le  dio  la  espada  enastada,  y  la  rodela, 
que  luego  la  quebró;  y  con  presente  le  tornó  su 
rodela,  y  después  la  espada  con  su  ceremonia. 
Tuvimos  nuevas  aquel  día  cómo  en  Tangipa, 
que  era  más  atrás,  habían  llegado  los  niguas  y 
coronados  de  guerra  y  los  nujas  en  mi  favor,  y 
por  abajo  de  mi  pueblo  habían  llegado  los  tu- 
tos, y  que  la  Coca  estaba  partida,  unos  en  mi 
favor  y  otros  en  contra,  y  me  trajeron  las  so- 
guillas de  pita,  como  trenzas,  y  atados  los  con- 
trarios, que  eran  más  de  doce  mil  indios.  Envió- 
les á  mandar  que  sin  armas,  si  no  eran  los  ca- 
ciques, viniesen,  y  despidiesen  toda  la  gente. 
Dentro  de  dos  días  se  juntaron  allí  todos  los 
caciques  de  toda  la  tierra,  sin  faltar  ninguno,  y 
entre  ellos  hacían  sus  ceremonias,  dando  y  que- 
brandos  dardos  y  haciendo  presentes  unos  á 
otros,  y  trayéndome  á  mí  de  las  cosas  de  sus 
tierras,  y  yo  también  los  regalaba  y  presentaba 
cosas  de  que  ellos  carecen,  y  senté  para  siem- 
pre la  paz,  y  que  si  algo  hubiese  acudiesen  al 
padre  vicario,  si  lo  hubiese  allí,  ó  al  de  Baeza 
y  justicia  dellas,  luego  por  chasques,  para  que 
prendiesen  y  castigasen  al  que  les  hiciese  mal. 
Llegó  otro  día  Pedro  de  Lomelín,  Matoso  y 
Ortiz,  que  habían  ido  á  Quito,  y  con  la  mala 
nueva  abreviaron  y  me  pidieron  que  les  pusie- 
se aquellos  por  dotrineros  y  tuviese  conmigo 
un  padre,  para  enviarlo  á  lo  necesario,  porque 
algunos  se  enojaban  mucho  y  los  azotaban; 
aunque  como  los  padres  los  azoten  por  sus  ma- 
nos no  era  entre  los  caciques  deshonra,  sino  un 
cierto  modo  de  honor,  y  por  eso  me  querían 
mucho,  porque  yo  los  azotaba  y  luego  les  de- 
cía el  por  qué.  Costáronme  las  paces  en  presen- 
tes y  dádivas  más  de  mil  ducados,  y  á  todos 
los  caciques  contrarios  azoté  dándoles  tres  azo- 
tes, y  luego  echándoles  una  manta  blanca  en- 
cima y  abrazándolos.  Estuve  allí  otros  ocho 
días,  y  de  allí  torné  á  la  Coca,  despaché  al  La- 
dino á  Quito,  que  había  llegado  con  mis  cama- 
radas  con  cartas  de  las  paces,  y  á  Baeza,  de 
que  se  quedaron  espantados,  porque  vinieron 
dos  indios  de  Quito  y  un  español  en  hábito  de 

AUTOBIOaRAFÍAS  Y  MEMORIAS. — 37 


indio  y  vieron  junto  á  Tánger  todos  aquellos 
llanos  de  indios  de  guerra,  que  con  el  miedo  les 
parecieron  treinta  mil,  y  como  los  que  encontra- 
ban en  la  Coca  desde  Orifagua  todos  eran  con 
armas;  y  más  que  al  pasar  del  río  de  Senacato, 
queriendo  á  la  vuelta  tomar  una  canoa  para  pa- 
sar, embistió  con  ellos  y  les  dio  con  el  dardo  de 
palos,  y  luego  llamó  gente,  y  como  vieron  que 
venía  tanta  se  echaron  á  nado  y  pasaron,  y  todo 
aquello  lo  ponderaron  en  Baeza  y  lo  escribieron 
á  Quito  y  preguntando  en  Tánger  por  el  padre, 
dijeron:  Ya  está  bebido  en  chicha;  y  desde  la 
primera  nueva  había  escrito  yo  á  Baeza  que  co- 
giesen la  puente  de  Orifagua,  con  todos  los  de- 
más soldados  que  pudiesen,  porque  aquella  es  la 
fuerza  de  Baeza,  porque  en  no  pasando  allá  los 
de  guerra  no  se  osará  levantar  indio  de  Baeza;  y 
así  se  guardaba  con  cincuenta  hombres  arcabu- 
ceros desta  banda  y  de  la  de  Baeza  diez.  Ha- 
bía ya  en  Baeza  más  de  otros  tantos  hombres, 
y  en  Quito  ya  me  contaban  por  muerto,  y  como 
llegaron  mis  nuevas  y  la  fe  cómo  había  azotado 
los  caciques  y  las  paces,  se  quedaban  como  fue-' 
ra  de  sí. 

Escribióme  el  licenciado  Pedro  de  Zorrilla, 
Oidor  de  la  Real  Audiencia,  fuese  allá,  porque 
con  la  fuerza  que  hacía  el  Virrey  y  sobre  las  al- 
cabalas tenían  malas  nuevas.  Escribióme  tam- 
bién el  Provisor,  el  Arcediano  Galabis,  que  por 
haber  ido  su  señoría  á  Lima,  al  Concilio,  lo 
dejó  por  Provisor  y  Gobernador  de  todo  su 
obispado  y  Vicario  general.  Dejé  los  dos  ami- 
gos, y  de  Baeza  envié  al  padre  Manuel  Fernán- 
dez, que  quedase  en  mi  lugar.  Llegado  yo  del 
pueblo  de  Vecho  al  de  Tangipa,  como  todos  los 
caciques  me  habían  traído  presentes,  y  Laipiti 
Cofan  no,  dijo  Francisco  cómo  allí  había  de  ve- 
nir; me  detuve  un  día  y  despaché  á  este  Fran- 
cisco con  ocho  indios  de  cada  nación,  bien 
armados,  á  descubrir  toda  la  tierra  del  río  del 
Marañón,  que  fue  y  lo  vido  y  volvió  á  darme 
relación.  A  este  tiempo  llegó  Laipiti  con  todos 
los  ochenta  indios  que  llevó  á  Vecho  de  guerra, 
cargado  de  regalos,  porque  á  éstos  y  al  cacique 
no  les  había  dado  cosa  hasta  que  hiciesen  aque- 
llo; diles  muchas  cosas.  Traía  este  Laipiti  una 
india  cargada  con  un  cataure  de  su  chicha  de 
yucas,  que  es  una  bebida  de  las  raíces  que  en 
Cartagena  hacen  [de]  cazabe,  y  á  la  tornada  se 
sustentan  las  flotas  y  galeones  con  ello.  Traía 
un  monstruo,  que  era  una  india,  que  me  quedé 
fuera  de  mí  de  ver  tal  cosa,  porque  era  de  la 
manera  siguiente:  Era  una  mujer  muy  alta, 
tanto  como  el  hombre  de  mejor  estatura;  era 
muy  gorda;  los  pies  anchos  y  largos,  las  piernas 
también  muy  gordas  y  muy  estevadas,  con  un 
vello  grandísimo,  cosa  jamás  vista  en  india, 
porque  de  ningún  género  les  sale  pelo,  si  no  es 
en   la  cabeza  y  cejas;  los  muslos  tan  gordos 


412 


AÜTOBiOGUAFIAS  Y  MEMORIAS 


como  un  hombre  que  lo  está  mucho  lo  puede 
ser  por  la  cintura;  tenía  detrás  una  cola  de 
carne  de  seis  dedos,  y  muchos  cabellos,  y  eran 
tantos  que  dos  manos  de  las  mayores  que  allí 
estábamos  no  los  podíamos  coger;  éstos  los 
tenía  cogidos  y  trenzados  de  manera  que  le  iban 
la  mitad  por  el  un  lado  y  la  otra  mitad  por  el 
otro,  y  le  servían  de  pampanilla  hasta  abajo  de 
las  rodillas,  que  la  cubrían  por  delante  y  por 
detrás;  su  cabeza  era  como  de  dos  hombres,  con 
mucho  cabello  y  largo,  que  le  daba  abajo  de  la 
cintura;  K  frente  era  ancha  de  más  de  un  coto 
de  mano;  los  ojos  tan  grandes  y  redondos  que 
parecían  de  carnero  de  aquella  tierra,  que  son 
como  un  real  de  á  ocho;  Ja  nariz  tenía  chata  y 
grande,  y  mayor  que  la  del  negro  más  leo  de 
Etiopía;  los  carrillos  por  cena  de  la  nariz  hun- 
didos, y  en  el  hueso  muy  altos;  la  boca  era  dis- 
forme y  muy  panda;  barba  como  una  paletilla, 
y  salida  afuera;  horadado  el  labio  de  abajo  y  en 
él  un  caracoli  de  oro  á  su  uso,  y  en  la  nariz  otro, 
que  para  llenar  aquel  lugar,  según  estaba  de 
apartado,  lo  había  bien  menester;  la  garganta 
era  grosísima  y  no  muy  alta;  los  pechos  de 
tanto  grandor  y  dureza  que  era  particular 
monstruosidad;  los  pezones  eran  cada  uno  ma- 
yor que  el  dedo  gordo  de  la  mano,  de  gruesos, 
largos  y  derechos;  sentaban  estas  dos  rodelas 
de  las  tetas  sobre  una  barriga  tan  grande  y 
dura,  que  medidas  por  el  ombligo  y  cadera 
tres  indias  las  más  gordas  que  allí  estaban  ha- 
cían harto  en  llegar;  la  espalda  era  grandísima 
y  acanalada,  con  dos  asentaderas  con  la  propor- 
ción de  lo  demás  dicho;  una  voz  y  habla  de  un 
hombre  fiero;  brazos  y  manos  tan  largos  y  gor- 
dos, que  no  es  imaginable;  era  tan  ágil  en  su 
andar,  y  el  servicio  que  hacía  era  tan  presto  y 
bueno  como  puedan  iiacerlo  dos  personas,  y  así 
comía  y  bebía  cliicha  como  para  dos.  Era  pieza 
para  rey  y  sin  serlo  se  la  pedí  al  cacique,  y  con 
intento  de  darle  todo  lo  que  por  ella  me  pidie- 
ra, como  fuera  posible;  al  principio  me  dijo  que 
no,  y  como  me  vio  tan  aficionado  me  engañó  y 
dijo  que  sí,  y  el  otro  día  echó  nueva  que  se  ha- 
bía huido,  y  prometo  si  yo  llegara  á  tomar 
posesión  della,  me  viniera  á  España  con  ella  y 
pensara  traía  una  cosa  de  mucha  estima.  Había 
fama  que  en  una  p  ovincia  de  los  omaguas  la 
parió  una  grandísima  osa,  que  sería  hija  de  al- 
gún indio;  es  uno  de  los  monstruos  mayores  de 
naturaleza  que  yo  he  visto.  Mucho  he  visto, 
así  de  animales  como  pescados  y  aves,  que  si 
no  se  ven  no  se  creerán,  como  es  el  águila  de 
Cochinchina,  de  tsnta  grandeza  que  se  lleva  á 
un  oso  ó  elefante  por  el  aire;  la  abada,  que  por 
haberla  visto  muchos  no  diré  della;  la  ballena 
y  sierpe  y  culebra  de  la  mar.  ¡Sea  alabada  en 
todo  la  divina  sabiduría! 


CAPITULO  XXXVi 

Donde  se  comienza  á  tratar  del  levantamiento 
de  Quito  y  de  lo  que  me  pasó  en  él. 

Fui  llamado  á  Quito,  como  ya  tengo  dicho, 
por  el  licenciado  Pedro  de  Zorrilla,  y  por  el 
Provisor  el  licenciado  Don  Francisco  Galavis, 
Vicario  general  ;  llegué  y  posé  en  su  casa, 
donde  me  dijo  grandes  cosas  acerca  de  las  alca- 
balas, y  cuan  odiadas  eran  de  todo  género  de 
gente,  y  cómo  el  Virrey,  Don  García  de  Men- 
doza, Marqués  de  Cañete,  por  mandado  expre- 
so, envió  á  mandar  que  se  recibiesen  en  Quito; 
y  como  el  pueblo  estaba  alterado,  habían  nom- 
brado por  Procurador  general  al  depositario 
Bellido,  y  éste  fue  á  la  Audiencia  con  algunas 
peticiones,  pidiendo  le  concediesen  apelación 
para  España,  con  fianzas  que  si  Su  Majestad 
mandase  otra  cosa  las  recebiría  y  pagaría  desde 
aquel  día  el  tiempo  que  fuesen  según  se  cogie- 
sen el  primer  año,  no  concediéndose,  antes  lo 
mandó  prender  y  entrar  en  un  aposento  de  los 
de  la  Casa  Real.  Juntáronse  una  noche  todas 
las  nmjeres  de  la  ciudad  de  todas  calidades,  y 
se  fueron  atapadas,  sin  consentir  fui  se  hombre 
con  ellas,  y  entraron  en  las  casas  Reales,  y  des- 
pués de  pasados  muchos  razonamientos  y  chis- 
tes, sacaron  al  Procurador  Bellido,  á  pesar  del 
Presidente,  que  no  le  aprovechó  decir  que  no 
era  por  las  alcabalas  la  prisión,  sino  por  otras 
cosas,  á  lo  cual  respondían  que  después  lo  pren- 
derían, y  otras  razones  rn.iy  pesadas.  Todo  esto 
escribió  la  Real  Audiencia  al  Virrey,  y  junto 
con  ello  lo  que  me  contó  el  Oidor,  el  licenciado 
Pedro  de  Zorrilla,  que  por  ser  casos  tan  graves 
los  pongo,  aunque  alguno  sea  fuera  de  la  histo- 
ria, que  pasó  así: 

Juntáronse  quince  hombres  principales  en 
un  convite,  y  allí  cada  uno  prometió  su  día; 
acabada  la  huelga  de  la  espléndida  comida,  or- 
denaron un  juego,  y  para  que  uno  mandase  y 
los  demás  le  obedeciesen,  salió  por  Rey  el  de- 
positario Bellido,  que  según  su  nombre  le  de- 
bió de  parecer  que  era  verdad;  nombrólos  en 
cargos,  al  uno  Príncipe  de  la  Libertad,  al  otro 
Duque  de  Popayán  y  á  otro  de  las  Charcas,  y 
desta  manera  á  todos  los  demás;  el  secretario 
de  su  Real  persona  era  un  guerrero  sayago, 
hombre  muy  valiente  y  que  había  sido,  muy 
rico  y  con  sus  inquietudes  estaba  pobre;  como 
no  le  dieron  título  de  Grande,  como  á  los  de- 
más, juntó  á  los  otros  convites,  que  llamaban 
Cortes;  á  la  cuarta  vez,  á  algunos  dellos  les 
pareció  mal,  ó  por  ganar  gracias  fueron  y  de- 
clararon en  la  Real  Audiencia  loque  pasaba; 
el  Presidente  de  la  envió  á  pedir  al  Virrey  gente 
y  mosquetes  y  arcabuces,  por  lo  que  podía  su- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


413 


ceder.  Envió  por  General  al  que  lo  era  del  Ca- 
llao, que  era  un  astuto  varón,  que  su  nombre 
era  Pedro  de  Arana,  y  por  capitán  y  sargento 
mayor  al  valiente  y  gran  SDldado  Francisco  Za- 
pata Vicente,  y  por  capitán  de  á  caballo  á  Don 
Francisco  Proaño. 

Al  quinto  convite  trató  el  secretario  que  él 
iría  por  Buenos  Aires  á  Inglaterra  y  traería 
socorro  de  gente,  y  entonces  dijeron  todos  que 
ya  parecía  traición,  y  que  se  quedase  allí  y  no 
se  descubriese,  para  lo  cual  buscaron  un  sacer- 
dote, que  con  una  hostia  los  comulgó  á  todos. 
En  los  demás  convites,  hasta  Ins  quince,  aun- 
que se  trataba,  no  era  sino  risa  y  haciendo 
burla  de  lo  q  le  se  había  tratado.  Pasados  al- 
gunos días  desembarcó  la  gente  en  Guayaquil, 
que  venía  de  Lima,  y  con  secreto  caminaron 
hasta  Chimbo  p(/r  un  río  arriba  veinte  días  y 
otros  cuatro  de  montaña.  Llegado  á  la  zábana 
vido  un  mestizo  ja  gente  y  mosquetes,  y  co- 
rriendo la  posta  llegó  á  Quito  v.  ía  de  Santa 
Bárbara,  y  dio  la  nueva.  Juntóse  el  cabildo,  y 
fue  acordado  entre  ellos  que  fuesen  y  pregun- 
tasen á  la  Real  Audiencia  qué  gente  era,  y  nom- 
braron oficiales  de  guerra,  y  pedían  los  confir- 
mase la  Audiencia.  Y  respondió  que  no  Sdbía 
qué  gente  era,  y  confirmó  todos  los  oficiales, 
salvo  al  General,  que  éste  dijo  que  había  de  ser 
el  licenciado  Pedro  de  Zorrilla,  y  su  valeroso  y 
prudente  hijo  el  licenciado  Diego  de  Zorrilla 
su  teniente  y  coadjutor,  porque  era  muy  que- 
rido de  toda  la  ciudad;  fue  maese  de  campo  el 
depositario  Bellido;  capitán  de  á  caballo  el  li- 
cenciado Martín  Jimeno,  alcalde  ordinario  que 
entonces  era;  capitanes  de  infantería  Juan  de 
la  Vega,  Francisco  de  Olmos  y  Pedro  de  Le- 
rena;  Contador  de  la  Real  Caja  y  sargento  ma- 
yor el  capitán  Calderón,  un  gran  soldado  de 
Flandes,  y  otros  oficiales;  tocaron  pílanos  y  ca 
jas  y  se  juntaron  más  de  dos  mil  hombres  es- 
pañoles. 

Fui  á  ver  al  Presidente  y  me  recibió  pregun- 
tándome qué  era  lo  que  me  parecía  del  nom- 
bramiento del  General  y  oficiales,  en  que  res- 
pondí: Que  á  un  cuerpo  que  parecía  que  sus 
miembros  se  querían  corromper  fue  justa  cosa 
ponerle  cabeza  tan  leal  y  sana,  porque  real- 
mente el  General  y  su  hijo  eran  grandísimos 
servidores  del  Rey.  Querer  contar  por  menudo 
todas  las  cosas  que  pasaron  en  estos  alborotos 
sería  comenzar  historia  nueva;  tocaré  algunas 
cosas  y  sea  la  primera. 

Que  sobre  estar  el  estandarte  Real  en  las 
casas  Reales,  donde  se  había  pasado,  como  Ge- 
neral, el  licenciado  Zorri.la,  las  banderas  y 
cuerpo  de  guardia  estaban  en  la  plaza,  junto  á 
las  puertas  de  Cabildo;  tuvieron  su  consejo  y 
se  determinó  que  trajesen  allí  el  estandarte;  sa- 
lieron tocando  al  arma  y  fueron  á  la  Audien- 


cia, y  después  de  grandes  cosas  bajaron  el  es- 
tand.irte;  asióse  dé!  el  licenciado  Cabezas,  Oidor 
de  aquella  Audiencia,  y  diciendo :  «Aquí  del 
Rey»,  acudió  toda  la  gente;  puesto  á  caballo 
marcharon  á  la  plaza,  y  de  allí  á  la  iglesia,  que 
cierto  era  de  ver  tcjdc^s  los  del  pueblo  cómo  en 
diciendo:  «Aquí  del  Rey»,  aunque  fuese  una 
criatura,  acudían  todos,  porque  es  lealísima 
aquella  ciudad  y  provincia.  No  quiso  el  Oidor 
llevar  el  estandarte  á  las  casas  de  Cabildo,  sino 
á  las  suyas,  que  eran  una  esquina  de  la  plaza 
y  sul)id  '  en  su  ventana  pidió  que  callasen  todos 
que  así  se  hizo,  como  si  fuera  en  un  sermón,  y 
dijo:  ¿Creéis  que  el  Rey  Don  Felipe  nuestro 
Señor  es  nuestro  Rey  y  señor  natural?  Todos 
respondieron:  Lo  creemos;  y  con  ésta  otras 
nnichas  preguntas,  que  á  todas  respondieron: 
Creemos;  y  así  le  quedo  nombre  del  día  del 
símbolo  de  Cabezas.  Quedóse  allí  el  estandarte 
algunos  días. 

Pasados  algunos  días,  en  otro  consejo  y  jun- 
ta determinaron  que,  pues  eran  tan  fieles,  que 
saliese  el  General  con  ellos  á  pasearse.  Fueron 
todos,  y  estaban  en  acuerdo,  y  pidiéndoselo  y 
diciendo  que  no  era  justo  ni  tiempo,  se  asieron 
de  la  ropa  dos  cuñados,  Ortiz  y  Ribas,  y  se  la 
quitaron,  y  á  su  pesar,  dando  voces  que  eran 
íieles  y  que  sobre  sus  hombros  lo  llevarían, 
como  á  su  General  y  cabeza.  Pusiéronlo  sobre 
un  caballo  y  le  dieron  un  bastón,  coraoá  Gene- 
ral, y  lo  pasearon  por  todas  las  calles  con  gran 
regocijo,  y  á  este  día  llaman  la  prisión  del 
acuerdo.  Y  á  estos  dos  tristes  que  no  supieron 
lo  que  se  hicieron,  les  mandó  dar  garrote  des- 
pués el  A'calde  ordinario  García  de  Vargas. 
Despacharon  al  capitán  Arcos  con  provisio- 
nes y  mandatos  que  no  pasase  á  Quito,  y  hizo 
alto  en  Chimbo.  El  Gen  ral  Pedro  de  Arana 
y  su  gente  y  Arcos  se  quedó  en  la  Atacunga  y 
mandó  hacer  pólvora,  que  sabido  por  el  Gene- 
ral Pedro  de  Arana  le  envió  á  mandar,  so  pena 
de  la  vida  y  traidor,  que  no  la  hiciera.  Enojóse 
el  viejo  y  escribióle  una  carta  deste  tenor: 

Carta  al  General  Pedro  de  Arana. 

«Pedro  de  Arana:  Bien  sabéis  que  fuisteis 
mi  criado  y  que  se  dice  en  todo  el  Pirú  mis 
grandes  servicios  á  nuestro  Rey,  y  mis  hazañas 
os  constan  que  he  igualado  con  los  mejores  ca- 
pitanes y  soldados  destos  reinos;  noventa  y 
tres  años  tengo,  y  vos  no  tenéis  cumplidos 
sesenta;  os  desalío  y  reto;  vení  si  os  parece, 
veréis  quién  es  el  capitán  Arcos,  y  si  no  venís, 
no  hago  caso  de  cobardes;  vos  sois  el  traidor». 

El  Alcalde  Martín  Jimeno  escribió  otra  car- 
ta al  Virrey  de  parte  de  la  ciudad  que  se  come- 
tió á  él,  y  en  toda  ella,  con  ir  bien  criada,  no  le 
dice  de  merced,  ni  señoría,  ni  excelencia.  Por 


414 


autobiografías  y  memorias 


las  cuales  cartas  les  quitaron  las  vidas,  como 
después  se  dirá. 

Un  día  hicieron  alarde,  como  lo  hacían  todos 
los  domingos  y  fiestas;  pasaron  por  la  Audien- 
cia y  porque  cerraron  las  puertas  la  cercaron,  y 
?1  capitán  Olmos  tomó  un  arcabuz  de  un  sol- 
dado y  por  arriba  de  su  hombro  lo  disparó, 
que  entrando  la  bala  por  una  ventana  dio  en 
un  cuadro  de  Abrahán,  y  dijo:  No  debe  más  un 
buen  capitán.  Fue  gran  milagro  no  disparar 
todos  y  perderse  aquella  ciudad.  A  este  día  le 
llaman  el  cerco  chico. 

Otra  vez  fueron  tocando  al  arma  y  cercaron 
las  casas  Reales;  todoá  no  más  de  decir  que  no 
las  cerrasen,  y  que  saliesen  y  no  los  hiciesen 
traidores,  y  un  soldado,  visto  que  por  una  ven- 
tana descubría  una  cabeza  á  mirar,  le  tiró,  y 
pasó  la  bala  por  la  frente  y  mató  á  un  honra- 
dísimo mozo  llamado  Hernando  Lagarto,  so- 
brino del  Oidor  general.  A  este  día  llaman  el 
cerco  desgraciado.  En  este  tiempo  dieron  un 
arcabuzazo  á  el  maese  de  campo  Bellido  y  le 
quebraron  una  pierna,  y  como  no  murió  quiso 
curarlo  un  médico  portugués  y  lo  acabó  con 
una  purga.  Di  jóse  que  todo  había  sido  por 
mandado  del  General  Pedro  de  Arana,  y  que 
fue  su  grande  amigo  Olmos  el  que  se  la  tiró, 
porque  de  secreto  hacía  grandes  servicios  y 
para  lo  público  se  halló  después  con  cartas  del 
Pedro  de  Arana,  en  que  decía  él  se  lo  mandaba, 
y  por  eso  se  libró. 

Otro  día,  que  llaman  del  cerco  grande,  que 
fue  un  día  de  juicio  y  pasaron  cosas  maravillo- 
sas y  que  parece  que  la  divina  Providencia 
acude  con  sus  misericoi'dias  á  manos  llenas, 
que  vide  milagros,  si  así  se  puede  nombrar.  En 
todos  los  días  acudí  á  la  Real  Audiencia  y 
hice  todo  aquello  que  un  fiel  capellán  pudiera 
hacer,  porque  con  recaudos  del  General  Oidor 
iba  al  Provisor,  y  lo  atraje,  que  no  fue  poco, 
porque  iba  con  el  vulgo  de  que  no  se  recibie- 
sen alcabalas  hasta  que  se  diese  aviso  á  Su 
Majestad  y  los  oyese,  aunque  en  lo  demás  era 
un  excelente  varón,  como  se  verá  en  el  hecho 
deste  día  del  cerco  grande.  Llamóme  el  Gene- 
ral en  secreto  y  me  dijo  que  la  noche  antes  su 
cristianísima  mujer  Doña  Francisca  Sanguino, 
que  certifico  como  sacerdote  que  era  una  santa 
y  que  le  revelaba  Dios  muchas  cosas,  que  le 
parecía  que  otro  día  se  habían  de  ver  en  grande 
agonía  y  estrecho,  y  que  me  llamase  y  pregun- 
tase qué  sabía  y  qué  había  oído  aquella  noche 
en  el  cuerpo  de  guardia  del  cabildo  (porque 
muchas  noches  me  disfrazaba  y  ponía  un  cuello 
de  seglar  y  me  iba  á  escuchar,  y  otras  veces, 
como  amigo  de  los  capitanes  Juan  de  la  Vega 
y  Martín  Jimeno,  iba  como  clérigo).  Respon- 
dile:  Yo  lo  que  sé  es  que  mañana  hay  reseña, 
y  vernán  á  esta  plaza  de  las  casas  Reales  á  ar- 


mar escuadrón.  Entré  dentro  y  me  dijo  aquella 
santa  mujer:  Padre  mío,  ¿qué  juicio  será  el  de 
mañana?  Si  no  nos  libra  el  Santísimo  Sacra- 
mento todos   moriremos;    vaya    y   reduzca   al 
Provisor  y  diga  que  traiga  al  Señor  y  venga  á 
librarnos,  que  su  divina  Majestad  se  lo  pagará, 
y  el  Rey  nuestro  señor  se  lo  gratificará.  Salí 
de  allí  sin  responderle  cosa,  que  como  la  mira- 
ba con  ojos  de  santa  me  pareció  hablaba  con 
espíritu  profético.  Fui  pensando  lo  que  le  diría 
al  Provisor,  y  fue  que  si  veía  alboroto  llevase  el 
Santísimo  Sacramento  para  que  con  su  respeto 
se  refrenasen  todos;   y  así  lo  hizo.  Tocan  de 
improviso  las  cajas  al  arma  y  en  un  instante 
las  campanas,  que  parecía  hundirse  el  pueblo. 
Acudieron  dos  mil  y  ochocientos  hombres,  mar- 
chando hacia  las  casas  Reales  con  voz  de  que 
los   Oidores  se  encerraban,   y  los   hacían  con 
aquello  traidores;  llegados  piden  que  abran  las 
puertas.  Hubo  grandes  demandas  y  respuestas. 
Tenía  hecho  dentro   grandes  prevenciones  de 
guerra,  que  todo  era  poco  para  contra  tanta 
gente,  que  no  había  dentro  más  de  cien  perso- 
nas, hombres  y  mujeres.  Acordéme  del  Arce- 
diano y  Provisor,  y  salgo  por  un  postigo  con 
Juan  de  Aldaz,  un  vizcaíno  que  sirvió  mucho 
en  estos  negocios.  El  Provisor  estaba  ya  aper- 
cebido  y  hubiera  ido  á  la  iglesia  por  el  Señor, 
sino  que  estaban  las  calles  de  la  plaza  toma- 
das. Dije  en  entrando:  Ea,  señor  Provisor,  por 
Dios,  por  su  Rey  y  su  ciudad,  acuda  á  lo  tra- 
tado. Dijo:  ¿A  dónde  iremos,  que  todos  los 
conventos  y  iglesias  están  cerradas?  Dije:  A  la 
Compañía  de  Jesús,  que  para  servir  á  Dios  y  al 
Rey  siempre  está  abierta;  y  era  la  verdad,  por- 
que aunque  todos  acudieron,  estos  santos  reli- 
giosos  se  aventajaron.   Fuimos   allá   y  luego 
abrieron  y  salió  el  Padre  retor,  y  con  la  santa 
custodia  escondida  venimos  á  tiempo,  que  si 
nos  tardáramos  un  rato  más  fuera  imposible 
entrar,  porque  ya  cercaban  todas  las  casas  Rea- 
les á  la  redonda,  que  son  de  cuatro  esquinas; 
entramos  por  el  postigo,  que   fue   por  donde 
habíamos  salido;  pedían  vigas  para  echar  las 
puertas  principales  abajo,  y  el  que  más  hacía 
era  el  sargento  mayor  Calderón,  que  como  sol- 
dado viandante  no  miraba  lo  que  los  honrados 
capitanes  le  decían.  Visto  que  si  más  se  tarda- 
ba fenecería  todo,  puse  las  gentes  en  sus  pues- 
tos, que  aunque  de  rigor  era  aquel  oficio  de  los 
soldados  que  estaban  dentro,  ninguno  sabía  lo 
que  se  había  de  hacer,  aunque  por  el  postigo 
entró  á  aquel  tiempo  Diarto  Marroquín  y  otros 
que  ayudaron.  Era  la  vocería  tanta,  que  no  se 
entendían,  y  todo  era  pedir  que  abriesen  las 
puertas  ó  que  las  echarían  abajo  y  los  matarían. 
Sobre  las  puertas  principales  estaba  una  venta- 
na grande.  Mandó  el  General  Zorrilla  que  las 
abrieran,  y  el  Provisor  sacó  el  Santísimo  Sa- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


415 


cramento,  que  fue  cosa  milagrosa  que  fuera  ni 
dentro  no  chistó  persona,  ni  habló  más,  sino 
que  arrodillados  lo  adoraron  un  grande  rato 
con  lágrimas  de  alegría;  y  el  General  dijo:  Ea, 
acompañemos  á  Dios,  y  dio  de  mano  que  se 
pusiesen  en  orden  de  marchar,  y  al  momento 
se  obedeció,  y  fueron  en  procesión  á  la  iglesia 
mayor.  Acudieron  los  cantores  y  música,  que 
pareció  una  procesión  del  cielo.  El  Provisor  lo 
colocó  en  el  Sagrario,  y  el  retor  hizo  una  plá- 
tica de  la  veneración  del  Santísimo  Sacramen- 
to, y  acabado  acompañaron  al  General  hasta 
las  casas  Reales,  sin  haber  soldado  que  entrase 
de  las  puertas,  antes  cuando  pasaba  le  hacían 
reverencia  hasta  el  suelo  y  decían  que  á  un  tan 
buen  cristiano  y  esposo  de  una  santa,  y  su  Ge- 
neral, todo  aquello  y  más  se  le  debía. 

De  allí  adelante  no  hubo  más  cercos  ni  con- 
tiendas, y  porque  era  cerca  de  Semana  Santa 
se  le  escribió  á  Pedro  de  Arana  que  viniese,  y 
llegó  víspera  de  Ramos,  y  el  domingo  no  hubo 
oficios;  prendió  hasta  veinte  personas.  Aquel 
lunes  Santo  amaneció  colgado  el  buen  viejo  Ar- 
cos y  Martín  Jimeno,  por  las  cartas  arriba  refe- 
ridas ,  que  fue  un  espectáculo  grandísimo  ver 
un  viejo  con  una  coleta  como  la  nieve,  de  no- 
venta y  tres  años,  y  que  tanto  había  servido  al 
Rey,  y  un  mozo  gentilhombre,  muy  galanamente 
vestido,  y  de  lo  más  granado  de  la  ciudad,  y  lu- 
nes Santo,  amanecer  así. 

CAPÍTULO  XXXVII 

Donde  se  concluye  la  historia  y  se  trata 
de   los   castigos  que  se  dieran. 

Entre  lunes  y  martes  Santo  se  miraron  las 
causas  que  algunos  tenían  en  esta  revolución, 
y  miércoles  Santo  el  Contador  Pedro  de  Lerena 
y  el  soldado  que  mató  á  Hernando  Lagarto,  y 
el  otro  sobre  cuyo  hombro  disparó  el  arcabuz  el 
capitán  cuando  pedía  la  venganza  el  Presidente 
de  haber  rompido  á  Abrahán  con  la  bala,  y  al 
sargento  mayor  Calderón,  y  á  otros  tres  compa- 
ñeros suyos  que  llaman  de  los  Yumbos,  porque 
salieron  por  una  provincia  que  la  gente  tiene 
este  nombre,  y  escaparon  siete  de  un  navio  que 
se  perdió  en  aquel  mar  del  Sur,  que  vinieron  á 
morir  por  solo  hablar  y  decir  dichos  como  dicen 
los  necios:  Diga  yo  esto  y  cuésteme  la  vida.  Lle- 
garían hasta  veinte  todos  los  justiciados;  y  con 
esto  cesó,  porque  le  oi  decir  al  General  Oidor  y 
al  General  Pedro  Arana  la  poca  culpa  que  toda 
aquella  ciudad  tenía,  fuera  de  haber  tomado  las 
armas ;  y  así  envió  perdón  general  el  Virrey,  y 
dice  en  él:  Para  si  por  ventura  alguno  hubiere 
hablado,  que  en  todo  lo  demás  bien  se  sabe  la 
lealtad  desa  ciudad. 

Y  por  ser  á  propósito  acabaré  estos  alza- 


mientos de  las  Indias  con  decir  que  hubo  mu- 
chas ciudades,  como  fue  la  de  Santa  Fe  y  Tun- 
ja,  nuevo  reino  de  Granada,  que  juntándose  en 
cabildo  los  veinte  y  cuatro  Regidores  y  propo- 
niendo el  Oidor  las  alcabalas,  se  vestían  sus  ca- 
puces de  luto  y  sobre  un  bufete  sacaban  una 
fuente  y  un  cuchillo,  y  no  respondían  cosa,  y  al 
fin  recibieron  á  dos  por  ciento,  y  aun  de  aque- 
llo quitó  nuestro  cristianismo  y  católico  Rey 
Don  Felipe  III  una  gran  parte,  que  en  todas 
las  provincias  no  quiere  más  que  las  pagas  de 
justicias  y  oficiales  Reales.  A  muchos  hicieron 
en  aquella  ocasión  grandes  mercedes,  y  yo  tam- 
bién fui  gratificado  en  el  beneficio  del  pueblo  de 
Pimampiro,  donde  lo  fui  ocho  años,  como  lo 
diré. 

Acabadas  las  cosas  de  Quito  llegó  su  señoría 
Don  Fray  Luis  de  Solís,  que  venía  de  Lima. 
Agradecióme  mucho  el  trabajo  pasado,  porque 
le  dijo  el  Oidor  general  lo  que  había  hecho,  que 
eran  íntimos  amigos,  porque  los  buenos  y  san- 
tos suelen  tener  entre  sí  siempre  unión  y  vínculo 
de  amistad.  Puedo  decir  cierto  cosas  rarísimas 
deste  santo  obispo,  y  pregoneras  de  su  virtud,  y 
no  solo  de  oídas,  pero  de  vista,  que  hacen  más  fe; 
pero  por  no  ser  desta  historia  las  dejaré,  y  por 
pagar  en  algo  la  deuda  que  á  los  buenos  debe- 
mos, diré  sola  una,  yes  que  un  día  de  viernes  me 
dijo:  Hijo,  estas  noches  vamos  á  Guápulo,  que 
es  una  legua  del  pueblo,  donde  está  una  imagen 
con  la  invocación  de  Nuestra  Señora  de  Gua- 
dalupe, y  vine  á  la  oración,  y  disimulados  nos 
salimos  á  pie  del  pueblo.  En  llegando  á  la  cruz 
de  la  entrada  se  quitó  la  capa  de  San  Agustín, 
que  había  sido  fraile  de  aquella  sagrada  religión, 
y  me  la  dio,  y  ya  venían  las  espaldas  puestas 
en  orden  para  su  disciplina ;  se  descalzó  y  sacó 
una  cadena  de  hierro  con  tres  ramales  y  una 
carrucha  grande,  que  es  á  modo  de  la  disciplina 
del  glorioso  Santo  Domingo,  y  con  ella  se  fue 
azotando  con  grandísima  fuerza,  que  yo  me  es- 
panté de  ver  tanta  perfeción  en  un  viejo,  y  el 
ver,  cuando  llegaba  á  las  cruces  que  hay  en  el 
camino,  cómo  se  postraba  y  lloraba,  que  me  pa- 
recía que  veía  á  su  padre  San  Agustín  ó  San 
Nicolás  de  Tolentino ;  y  cierto  que  en  todas 
aquellas  cruces  donde  hacía  aquellos  actos  be- 
saba yo  sus  zapatos  y  capa,  como  reliquias  de 
santo.  Llegados  á  Guápulo  lo  curé  con  agua 
de  altamisa  y  polvos  de  arrayán.  Aquella  noche 
durmió  allí  y  muy  de  mañana  dijo  cantada  la 
misa  á  la  Virgen,  y  luego  en  su  muía  so  volvió 
á  la  ciudad,  y  esto  hacía  muchos  sábados,  y  por 
esto  se  podrá  pensar  la  gran  penitencia  deste 
santo  obispo,  el  cual  aquel  sábado  me  dijo  que 
la  mejor  dotrina  de  su  obispado  era  Pimam- 
piro, y  que  me  fuese  á  ella,  pues  yo  estaba  malo, 
que  había  dos  años  que  de  los  grandes  y  excesi- 
vos trabajos  de  los  quijos  tenía  abiertas  las  iii- 


416 


AUTOBIOGEAFÍAS  Y  MEMORIAS 


gles  y  la  barriga  y  piernas  con  llagas  de  los 
mos  quitos,  y  las  espaldas  con  mil  señales  de  los 
gusanos,  que  me  duró  esta  prolija  enfermedad 
cinco  años. 

Tuve  cartas  de  Baeza  de  la  necesidad  que 
había  de  mí  entre  la  gente  de  guerra  de  los 
cofanes  y  omaguas,  y  cómo  resucitaban  los 
hechiceros  los  pronósticos  de  la  garza;  y  así 
hube  de  partir  luego,  y  en  otros  seis  meses  que 
me  detuve  allá  fue  andar  por  todas  aquellas 
naciones  apaciguándolas  con  hartas  dádivas, 
que  es  el  mayor  medio  para  rendirlos,  y  hice  la 
mayor  cosa  que  jamás  habla  hecho,  que  fue  la 
principal  pacificación  de  todas  aquellas  provin- 
cias, y  fue  juntar  todos  los  hechiceros  en  sus  pro- 
vincias y  tierras,  y  regalarlos  y  vestirlos  para 
atraerlos,  á  los  cuales  pedí  se  viniesen  á  la  Coca 
para  la  Pascua  de  Navidad,  y  que  juntos  allí 
les  enseñaría  lo  que  significaba  la  garza  y  plu- 
mas que  se  les  quedaron  en  las  manos,  y  que 
allí  los  convidaría  y  regalaría,  y  así  lo  hicieron, 
y  algunos  se  iban  conmigo,  porque  el  interés 
de  lo  que  cada  día  les  iba  dando  les  ponía  es- 
puelas para  dejar  sus  tierras,  con  la  esprranza 
de  tornar  ricos.  Usé  un  estilo  extraordinario 
con  ellos,  que  era  decirles  adevinanzas  y  signi- 
ficar querer  aprender  dellos  sus  ceremonias 
para  venir  á  hablar  con  el  diablo,  dándoles  á 
entender  lo  contrario  que  yo  tenía  en  mi  pecho 
por  engañarlos  y  irlos  reduciendo  á  la  verdad; 
y  como  la  gente  es  bárbara,  les  enseñaba  mil 
modos  de  engaños  para  que  ellos  hiciesen  en  las 
suertes  con  los  indios  para  que  los  estimasen  y 
pagasen  mejor,  y  al  gustillo  de  enseñar  y  ser 
maestros  del  padre  y  al  de  ser  ensoñados,  y  todo 
en  tanto  secreto,  y  de  la  gran  honra  que  Jes  ha- 
cía en  público,  los  iba  encadenando  para  hacer 
el  mejor  hecho  que  en  mi  vida  hice.  Llegados  á 
la  Coca  junté  treinta  y  un  hechiceros.  Tuve  la 
noche  de  Navidad  en  Tánger,  que  es  el  postrero 
pueblo  de  la  Coca,  y  comí  aquel  día  con  ellos. 
Había  avisado  á  Don  Diego  Suca  que  llegase 
aquel  día  á  la  tarde  y  me  convidase  para  su 
pueblo,  que  es  ocho  leguas  más  arriba,  y  que  con- 
vidase á  aquellos  hechiceros  para  beber  cuatro 
días;  y  á  Don  Andrés  T.ingofa,  otro  cacique 
que  es  ocho  leguas  también  hacia  arriba,  seis 
leguas  de  Baeza,  y  que  me  convidase,  y  á  ellos 
pan  otros  cuatro  días,  y  les  di  seis  botijas  de 
vino  á  cada  uno,  y  otras  seis  á  Senacato  para 
otro  convite  á  la  postre,  que  es  por  el  otro  ca- 
mino hacia  abajo  casi  enfrente  de  Tánger,  que 
con  esto,  aunque  los  llegaba  á  Baeza,  como 
habían  de  volver  al  postrero  convite  hacia  sus 
tierras  y  vieron  pasar  el  vino  á  Senacato  y  sa- 
bían que  jamás  mentía  ni  había  engañado  á 
ninguno,  estaban  más  seguros  que  en  sus  tie- 
rras. El  segundo  día  de  Pascua  dije  misa  en 
Pargata,  y  de  allí  pasé  á  dormir  á  Suca,  y  aquel 


día  llegó  por  mí  llamado  un  mestizo  que  lo  en- 
vié á  Tangipa,  que  es  un  pueblo  cinco  leguas 
del  postrero  de  la  Coca,  y  avisé  á  Ortiz  que 
estaba  allá  que  para  cierto  día  se  hallase  en 
Tangofa,  que  (como  dicho  es)  está  de  Baeza 
seis  leguas.  Un  día,  el  tercero  de  la  borrachera 
en  Suca,  disputé  con  los  caciques  hechiceros, 
que  pasó  así: 

Aquel  Don  Diego  Suca,  en  cuyo  pueblo  y 
casa  estábamos,  con  el  alegría  de  tener  convi- 
dado al  padre  y  á  tantos  mohanes,  me  preguntó 
en  público  delante  de  todos  los  caciques  y 
mohanes:  Padre,  deseo  saber  algunas  cosas  de 
Dios,  que  me  hacen  alguna  vez  tanta  confusión 
que  me  quitan  el  discurso  de  la  razón.  Díjele 
que  preguntase  y  le  respondería,  y  vería  que  en 
todas  las  cosas  era  Dios  perfetisimo.  Pregun- 
tó: Vuestra  merced  ha  dicho  que  Dios  crió  el 
cielo  y  la  tierra  y  lo  demás  que  en  ella  está, 
como  en  el  catecismo  nos  enseñan,  que  para 
ser  Dios  todo  es  razón  sea  criado  por  él.  Pues 
antes  que  lo  criase  ¿dónde  estaba  Dios?  Díjele 
que  en  sí  mismo,  como  en  todo  bien,  y  como 
ahora  decimos  que  Dios  está  en  el  cielo,  y  en  la 
tierra,  y  en  todo  lugar  y  todo  lo  hinche,  y  otros 
diez  mil  mundos  que  hubiera;  así,  no  habién- 
dolos, se  ha  de  entender  que  está  en  sí  mismo. 
Dijo  un  mohán:  Padre,  parece  que  decir  en  sí 
mismo  es  signifi  ar  que  está  una  cosa  en  otra, 
y  parecen  dos  dioses;  si  no  es,  cómo  dices  que 
son  tres  personas,  que  estaba  la  una  en  la  otra. 
Respondí:  Las  personas,  en  razón  de  personas, 
son  distintas,  mas  un  solo  Dios  verdadero,  im- 
partible, incomprehensible,  por  ser  Dios  y  nos- 
otros criaturas  que  no  lo  podemos  investigar  ni 
comprehender,  y  sólo  Dios  se  conoce  y  compre- 
hende  á  sí  mismo,  y  desta  manera  estaba  en  sí 
mismo  antes  de  la  creación  tan  inmenso  como 
ahora  y  para  siempre. 

Dijo  otro  mohán  que  no  era  cristiano:  Yo 
no  ignoro  eso,  que  con  mi  saber  alcanzo  que 
Dios,  la  primera  causa,  puede  y  sabe  cuanto 
quiere,  pues  crió  al  demonio  que  sabe  tanto,  y 
crió  al  hombre,  que  alcanza  también  á  saber 
mucho;  lo  que  me  espanta  es  que  habiendo  yo 
declarado  lo  de  la  garza  del  río  Condapa,  quie- 
ras tú  decir  á  estos  bárbaros  caciques  que  los 
mohanes  los  engañamos  y  que  no  sabemos  de- 
clarar lo  dudoso  y  por  venir.  Dije:  Hijos,  oidme 
todos  y  sentaos,  porque  se  habían  levantado 
como  se  levantó  aquel  que  todos  tenían  por 
dios;  y  así  se  sentaron.  Yo  me  levanté  y  dije: 
En  L>  que  toca  á  la  garza,  fue  acaso  el  venir  en 
aquel  tiempo  y  no  tenía  nocesidad  de  interpre- 
tación, y  por  reducirlos  dije  algunas  otras  inter- 
pretaciones acomodadas  á  su  barbaridad.  Para 
que  entendáis  que  el  diablo  os  engaña  digo  que 
la  garza  significa,  los  españoles  y  vuestro  le- 
vantamiento, y  las  plumas  que  se  os  quedaron 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


417 


en  la  mano  los  que  en  él  mnrieren  á  las  vuestras; 
mas  el  volarse  la  garza  y  no  acabarla  de  pelar 
es  la  mucha  cantidad  que  hay  de  españoles,  con- 
forme vistes,  que  le  quedaron  más  de  cien  par- 
tes de  plumas  más  que  las  que  le  quilastes,  y 
no  matarla  en  la  tierra,  sino  volar  hacia  el  cielo, 
es  daros  á  entender  que  Dios  Favorece  á  los  es- 
pañoles; y  en  fin,  no  me  negaréis  que  la  garza 
no  se  quedó  en  vuestra  tierra,  y  lo  está  consi- 
derándola viva.  Otra  interpretación  le  doy  yo 
y  es  que  venir  la  garza  significó  todos  los  espa- 
ñoles que  conmigo  entraron,  los  cuales  envié  y 
yo  me  quedé  con  alguno  entre  vosotros,  ense- 
ñándoos la  fe  verdadera  seis  años  y  medio.  Sig- 
nifica también  la  garza  y  el  volarse  hacia  el 
cielo  las  almas  de  los  cristianos  que  de  vosotros, 
baptizándose  y  haciendo  buenas  obras,  blancas 
en  puridad,  se  han  de  ir  al  cielo,  que  no  me  ne- 
garéis tantas  almas  como  he  enviado  á  gozar 
de  Dios,  aunque  no  sean  más  de  los  niños  que 
han  muerto  baptizados.  Dejaos,  hijos,  de  inter- 
pretaciones del  demonio;  deja  sus  abusiones  y 
abominaciones,  mira  que  anda  por  llevaros. 
¿Qué  resultó,  me  decid,  de  las  guerras  de  Ju- 
niandi,  smo  acabarse  los  dos  tercios  de  los  in- 
dios? Las  verdades  y  adivinanz  is  del  Pendi 
¿en  qué  pararon?  Todos  vinieron  á  acabar  sus 
miserables  vidas  en  el  rollo  de  Quito,  de  que 
son  testigos  los  caciques  que  han  ido  allá  y  los 
han  visto.  ¿Y  qué  les  aprovechó  elliaber  muerto 
á  todos  los  españoles  de  Avila  y  Archidona? 
¿Faltaron  otros  para  tornarlas  á  poblar?  Y  en 
Quito  ¿cuántos  millares  están  aguardando  las 
guerras?  y  les  nombré  otras  ciudades,  y  luego  á 
España,  dándoles  á  entender  que  había  más  es- 
pañoles que  hojas  en  aquellas  montañas;  y  lla- 
mando al  Ladinoy  á  Baltasar,mis  indios,  saqué 
cuarenta  guaicas,  que  son  (como  he  dicho)  colla- 
res de  cuenta  [s].  y  le  di  á  cada  uno  de  los  mo- 
hanes una  que  valía  á  cuatro  ducados  cada  una, 
y  á  los  caciques  asimismo,  con  que  quedamos 
muy  amigos,  y  luego  pedí  vasos  de  vino  y  les  di 
á  beber,  que  gasté  cuatro  botijas.  Pidiéronme 
nueve  moliane-!  que  los  baptizase,  que  yo  lo  hice 
el  día  siguiente  con  harto  gusto  de  mi  alma. 

Partimos  de  alli  al  convite  de  TangoFa,  que 
fue  como  el  pasido;  era  alcalde  ordinario  el 
capitán  Jerónimo  de  Cisneros,  encomendero 
deste  puel)lo  y  de  Condapa,  y  el  captan  Her- 
nando de  Araujo,  encomendero  de  Senacato  y 
Sondoca,  á  los  cuales  avisé  muy  de  secreto,  y 
como  que  venían  á  juntar  sus  tributos  el  uno 
allí  á  su  pueblo  y  el  otro  á  pasar  adelante  á  los 
suyos,  y  dos  mestizos  criados  con  ellos.  Aquel 
díii  cargué  la  mano  en  darles  vino  á  los  moha- 
nes, que  cuando  llegó  la  oración  ya  estaban  to- 
dos muy  caídos.  Llegó  Ortiz  y  el  otro  mestizo 
y  cuatro  españoles  más,  y  amenazando  en  se- 
creto al  cacique  Don  Andrés  Tangofa,  y  pro- 


metiéndole muchas  dádivas  porque  no  escapase 
ningún  hechicero,  los  atamos  á  todos,  que  eran 
treinta  y  uno,  sin  que  se  escapase  alguno,  y  so- 
bre caballos  que  hasta  allí  habían  entrado  con 
algodón  y  sobre  los  nuestros,  los  pusimos  muy 
bien  atados  y  partimos  á  Baeza,  y  otro  día  á  las 
ocho  estábamos  allá,  y  luego  en  cadenas  y  co- 
lleras partí  con  ellos  á  Quito,  donde  llegué  en 
dos  días,  porque  en  el  camino  iba  mudando  ca- 
ballos, y  los  entré  en  la  cárcel  de  la  Real  Au- 
diencia. Y  para  que  concluyamos  con  esta  gente 
diabólica,  de  allí  repartieron  en  los  conventos 
de  las  ciudades  de  Quito,  Pasto,  Cuenca  (*) 
y  Loja,  con  mandato  que  no  saliesen  ni  á  la 
puerta;  los  que  aun  no  eran  cristianos  se  die- 
ron á  los  conventos  de  la  Compañía  de  Jesús, 
que  es  cosa  para  alabar  á  Dios  el  ver  lo  que  ve- 
lan sobre  ellos.  Los  indios  de  la  Coca  y  los  de- 
más de  guerra  que  había  en  TangoFa,  visto  lo 
sucedido,  tomaron  las  armas  y  se  vengaron  en 
la  ropa  del  padre,  haciendo  pedazos  todo  lo  que 
no  era  de  importancia  para  ellos  y  llevándose 
lo  demás.  Acudieron  los  alcaldes  dichos  con 
gente  y  hicieron  allí  alto  más  de  dos  meses, 
perdonando  á  todos  los  culpados  y  dejándoles 
lo  que  habían  llevado,  que  de  acuerdo  había  he- 
cho llevar  mucho  algodón  y  mantas  y  chaquira, 
y  como  gente  sin  cabeza,  que  en  faltándoles  sus 
agoreros  no  saben  menearse,  se  apaciguó,  y  lo 
ha  estado  todo  este  tiempo,  y  tengo  confianza 
en  el  Señor  lo  estará  muchos  años  ó  para  siem- 
pre. ¡Su  divina  Majestad  lo  haga  como  puede, 
porque  esta  canalla  es  la  perturbadora  de  la  paz 
y  la  que  inquieta  los  ánimos  de  los  demás 
indios! 

CAPÍTULO  ÚLTIMO 

Del  tiempo  que  estuve  en  Plmampiro  y  de  mi 
venida  á  España. 

Acabadas  todas  estas  cosas  ya  dichas,  y  con- 
cluido este  último  hecho,  que  fue  el  de  mayor 
provecho  que  en  aquellas  partes  pude  hacer, 
salí  de  Quito  para  el  pueblo  de  Pimanipiro, 
que  fue  el  que  me  dio  por  mejora  el  señor 
Obispo  el  tiempo  que  allí  estuve.  Los  indios 
quijos  es  gen  ti  agradecida  y  que  reconocen  lo 
que  por  ellos  se  hace,  y  así  me  venían  á  visitar 
más  de  cuatro  años  después  que  salí  de  entre 
ellos,  y  no  se  coni'ntaiían  con  la  vista,  sino  que 
me  traían  muchos  regalos  de  micos  y  papaga- 
yos vivos  y  socos,  y  pescado  seco,  y  pue  eos  de 
monte,  y  granadillas  de  los  quijos,  y  destas  dos 
cosas  diré  dos  maravillas  singularísimas.  Los 
puercos  del  monte  son  como  los  de  acá,  sólo  que 
tienen  la  barriga  arriba  y  el  ombligo,  y  en  ma- 

(')  El  la  ediciÓD:  Crunea. 


418 


autobiografías  y  memorias 


tándolos  se  lo  han  de  sacar  luego,  porque  si  no 
es  tanto  el  mal  olor  que  de  sí  despiden  y  es 
tan  malo  el  sabor  de  la  carne,  que  no  se  puede 
comer. 

De  las  granadillas  digo  que  absolutamente 
es  la  mejor  fruta  del  mundo,  y  comiéndose  sale 
un  olor  por  las  narices  de  almizque  y  un  sabor 
mejor  qtie  de  nuestras  granadas.  La  hechura 
de  la  fruta  es  á  modo  de  una  cidra  pequeña,  del 
grandor  de  una  mano,  sin  punta  ó  pezón,  y  en 
medio  algo  más  gorda  que  en  los  extremos,  y 
el  de  abajo  un  poco  más  grueso;  la  cascara  es 
gruesa  como  el  dedo,  y  deíla  se  hace  conserva; 
los  granos  son  á  modo  de  nuestras  granadas 
no  muy  maduras,  y  todos  están  juntos  sin  re- 
partimiento, dentro  de  una  tela  muy  delgada; 
la  flor  desta  fruta  es  misteriosísima,  porque 
contiene  en  sí  todos  los  misterios  y  pasos  de  la 
pasión  de  Cristo;  es  de  la  manera  de  una  azu- 
cena, como  una  campana  blanca  por  de  fuera  y 
pintas  leonadas;  por  dentro  de  color  de  rosa; 
contiene  dentro  de  sí  toda  la  Pasión.  En  el  cír- 
culo bajo  salen  unos  ramales  de  color  de  san- 
gre, que  parecen  azotes;  en  medio  del  centro 
inferior  se  levanta  una  coluna  verde,  y  al  pie 
della  tres  hojas  que  hacen  hechura  de  tres  cla- 
vos, y  la  misma  campana  de  la  flor  es  á  modo 
de  corona  con  espinas;  dentro  de  sí  las  venas 
están  dispuestas  de  tal  manera  que  vienen  á 
hacer  á  la  vista  lanza,  caña  con  esponja,  esca- 
lera y  cruz. 

Cuando  me  venían  á  visitar  y  me  traían  es- 
tas cosas,  en  correspondencia  les  daba  yo  gran- 
des dádivas  y  les  enviaba  muchas  cargas  de  al- 
godón para  que  se  hiciesen  de  vestir,  que  era  lo 
que  más  habían  menester,  que  hubo  año  que  les 
envié  docientas  arrobas  de  algodón,  y  en  par- 
ticular á  los  indios  que  yo  rescaté  y  los  dejé  li- 
bres y  poblados,  como  dije.  Y  para  que  se  sepa 
este  rescate  y  cautiverio  lo  diré  en  breves  razo- 
nes. Todas  las  provincias  referidas  y  otras  mu- 
chas naciones  que  hay,  porque  hay  provincias 
que  tienen  debajo  de  un  nombre  tres  y  cuatro 
lenguas,  y  estos,  son  todos  enemigos  unos  de 
otros,  y  así  están  en  los  altos  ó  en  las  quebra- 
das muy  fuertes  y  se  guerrean  y  cautivan  y  se 
sirven  dellos  de  noche  y  de  día,  con  excesivos 
trabajos  y  malos  tratamientos  de  obras  y  pala- 
bras, como  lo  vide  por  mis  ojos,  y  que  era  una 
obra  de  gran  caridad.  Traté  con  estos  indios 
que  de  cada  provincia  me  diesen  tantos  escla- 
vos ,  y  éstos  los  más  maltratados ;  y  así  rescaté  á 
los  dichos  y  los  catequicé,  bapticé  y  poblé,  como 
dicho  es,  y  de  todos  hasta  que  me  vine  á  Es- 
paña, salían  á  verme,  y  les  daba,  y  casi  todos 
me  traían  los  hijos  para  que  me  sirviese  dellos, 
y  destos  rescatados  llevé  ocho  á  Pimampiro  y 
casé  allí  algunos. 

El  pueblo  de   Pimampiro  cae   distante  de 


Quito  veinte  leguas;  es  tierra  templada,  porque 
pasa  cinco  leguas  de  allí  la  línea  equinocial,  y 
por  ser  más  caliente  que  fría  y  no  haber  invier- 
no ni  verano,  todo  el  año  hay  frutas,  así  de  las 
de  Castilla  como  de  la  tierra,  en  tanta  abundan- 
cia y  tan  buenas  como  las  de  España;  es  tierra 
muy  rica  porque  tiene  infinidad  de  cocales,  que 
es  una  hierba  como  lentisco,  que  los  indios  co- 
men, y  para  el  trabajo  les  ayuda,  según  su  uso, 
y  sin  esta  coca  no  trabajarían;  con  sólo  mas- 
carla y  tenerla  en  la  boca  les  sustenta;  conser- 
va la  dentadura  de  manera  que  aunque  sean 
muy  viejos  jamás  les  falta,  y  dicen  los  natura- 
les que  con  esta  coca  y  con  la  chicha  que  beben, 
que  es  hecha  de  maís,  como  cerveza,  jamás  les 
da  piedra  ni  mal  de  orina. 

Tiene  esta  tierra  tantas  hierbas  medicinales, 
que  casi  todas  lo  son.  Hay  unos  arbolitos  que 
tienen  unas  hojas  pequeñas  y  muy  blandas  y  de 
suave  gusto,  que  el  purgarse  está  en  la  mano 
de  quien  las  come  saber  los  cursos  que  ha  de 
hacer,  porque  con  cada  una  es  uno.  Hay  otra 
purga  que  llaman  de  Mosquera,  que  es  de  otros 
arbolillos,  y  es  con  la  cascara  de  la  raíz,  que  es 
extremo. 

Es  tierra  abundantísima  de  comidas,  porque 
el  trigo  de  España  se  da  á  tres  reales  la  hane- 
ga; las  carnes  son  extremo  y  muchas,  porque 
hay  infinito  ganado;  las  vacas  valen  á  veinte 
reales;  un  gran  carnero  vale  cuatro;  un  cebón 
muy  bueno,  veinticuatro;  una  gallina  ó  capón, 
tres  cuartillos;  conejos  ó  perdices  dan  tres  por 
un  real,  y  todo  lo  demás  desta  manera;  y  por 
esta  causa  y  ser  tierra  de  tantos  tratos,  acu- 
den de  ordinario  muchos  españoles  y  indios,  y 
con  ser  pueblo  de  ochocientos  vecinos  parece 
de  más  de  dos  mil. 

Había  en  aquel  pueblo  falta  de  agua  y  así 
estaban  perdidos  grandes  campos,  y  como  los 
sacerdotes  pueden  tanto  con  los  naturales  que 
por  ellos  se  gobiernan,  así  en  lo  espiritual  como 
en  lo  temporal,  junté  al  Gobernador  y  caciques 
y  les  dije  que  con  deseo  de  remediar  la  falta  de 
aquel  pueblo,  yo  y  el  maestro  Pedro  Ferrer 
(que  era  aquel  genovés  gran  artillero  que  fue 
en  el  viaje  á  Cochinchina)  habíamos  ido  por 
aquellos  altos  á  buscar  agua  y  descubrimos 
unas  acequias  de  los  tiempos  de  Inga,  y  vimos 
cómo  podía  venir  gra¡n  golpe  de  agua;  que  yo 
daría  el  gasto  y  que  pusiesen  ellos  el  trabajo, 
y  así  se  hizo,  y  gasté  cien  ducados  en  herra- 
mientas y  compré  una  manada  de  cuatrocien- 
tas ovejas,  y  docientas  hanegas  de  maís,  y  acu- 
dieron tantos  indios  que  en  quince  días  hicie- 
ron cinco  leguas  [de]  una  acequia  de  vara  y 
media  de  hondor  y  otro  tanto  de  ancho,  que 
vinieron  dos  bueyes  de  agua,  que  fue  de  tanto 
valor  y  riqueza  para  los  indios  cual  no  se  puede 
numerar. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


419 


Juntos  todos  estos  caciques  y  indios  ladinos 
rae  hicieron  una  pregunta:  Padre,  queremos  sa- 
ber de  ti  por  qué  gastaste  más  de  cuatrocientos 
pesos  y  tanto  trabajo  y  solicitud  por  esta  agua, 
y  sobre  esto  otras  muchas  razones.  A  los  cua- 
les respondí:  Hijos,  sola  una  razón  tengo,  y 
ésta  lo  veréis  que  es  así;  pues  no  hay  otra  de 
lui  interés,  que  fue  por  vosotros  y  por  el  bien 
común  deste  pueblo.  Y  cierto  podré  decir  que 
fue  una  grande  obra  y  muy  agradecida  de  todo 
este  pueblo  en  tiempo  de  ocho  años  que  estuve 
en  él.  Y  para  persuadirles  cualquiera  obra  de 
la  iglesia,  con  sólo  decirles  que  era  para  ellos 
lo  hacían  con  mucho  gusto,  tanto  que  se  acre- 
centó la  iglesia  en  más  de  seis  mil  pesos.  Y 
por  ser  notorio  el  dicho  de  los  caciques  indios 
de  Pimampiro,  lo  diré.  Vino  un  Oidor  á  visitar 
(como  es  de  costumbre  cada  tantos  años),  y 
porque  hay  mandato  no  se  les  haga  reparti- 
miento á  los  indios  para  cosa,  visto  un  reta- 
blo nuevo  que  costó  dos  mil  ducados  preguntó 
al  cacique  principal  cuánto  había  costado,  y 
respondió  con  juramento  que  cinco  pesos;  y 
llamados  á  los  demás  dijeron  que  tres,  y  á  los 
postreros  que  uno  y  medio;  y  con  hacer  gran- 
des diligencias  no  se  pudo  sacar  otra  palabra 
de  ninguno,  que  sólo  cada  uno  decía  lo  que  ha- 
bía dado. 

Hice  á  los  caciques  no  hiciesen  agravios  á 
sus  indios,  y  á  ellos  que  obedeciesen  á  sus  ca- 
ciques, con  que  los  sustenté  en  paz  y  fui  muy 
querido  dellos.  No  consentí  que  español  ningu- 
no fuese  en  casa  de  los  indios,  y  así  tenía  to- 
dos los  días  cincuenta  y  sesenta  de  mesa,  en 
que  gasté  muchos  ducados  y  evité  infinidad  de 
agravios  y  pecados.  Catequicé  muchos  viejos  y 
viejas.  Entablé  las  confesiones,  que  no  había  re- 
medio, con  penas  y  castigos  y  con  dádivas,  que 
había  Cuaresma  que  les  repartía  ciento  y  cin- 
cuenta hanegas  de  pan  y  cien  paños  de  agu- 
jas. Curaba  por  mis  manos  los  enfermos,  y  to- 
dos los  españoles  chapetones,  que  son  los  re- 
cién llegados  á  aquella  tierra,  tenían  allí  hospi- 


tal para  curarse.  Con  ser  este  pueblo  de  Pi- 
mampiro de  los  mejores  y  más  provechosos  de 
todo  el  distrito  del  obispado  de  Quito,  gané  de 
provechos  y  salarios  por  cuenta  en  los  ocho 
años  sesenta  mil  reales  de  á  ocho;  cuando  me 
vine  á  España  sólo  me  quedaban  veinte  mil,  y 
siempre  pedía  á  Dios  lo  que  el  rey  Salomón : 
que  no  me  diese  riqueza  ni  pobreza  y  me  deja- 
se volver  á  Jaén  y  estar  en  un  rincón  sin  que 
me  conociesen  los  prelados  y  en  compañía  de 
una  santa  beata  llamada  Ana  Gutiérrez  (que 
por  ser  una  sierva  de  Dios  digo  su  nombre), 
que  me  crió  siendo  niño.  Su  divina  Majestad 
me  lo  ha  concedido.  Diez  años  ha  que  llegué  á 
esta  ciudad,  y  por  huir  la  ociosidad  me  he  ocu- 
pado en  el  trabajo  destos  tratados,  con  confian- 
za de  que  sólo  mi  blanco  y  deseo  ha  sido  acer- 
tar en  algo  del  servicio  de  Dios  y  provecho  de 
mis  prójimos. 

La  tercera  cosa  que  pedí  al  Señor  es  que  en 
falleciendo  sea  mi  cuerpo  enterrado  en  la  igle- 
sia del  señor  San  Pedro,  y  tengo  confianza  en 
su  divina  misericordia,  pues  ha  sido  servido 
que  en  la  tierra  haya  peregrinado  tanto  y  dado 
vuelta  al  mundo,  se  ha  de  dignar  de  perdonar- 
me y  llevar  mi  alma  á  que  goce  de  su  santa 
gloria. 

Desde  que  salí  de  Pimampiro  caminé  nueve 
meses  hasta  llegar  á  Sevilla,  y  de  todo  el  viaje 
no  tengo  cosa  que  escribir;  sólo  la  entrada  de 
la  Habana,  que  fue  milagrosa,  y  tanto  como  se 
verá  en  la  vida  del  famoso  General  Don  Jeró- 
nimo de  Torres  y  Portugal,  y  los  trabajos  de 
tanto  viaje  del  mar  y  tierra,  como  se  habrá 
visto  y  por  experiencia  los  que  los  pasan  los 
veen;  y  á  los  que  no  lo  han  visto,  la  razón  les 
dará  conocimiento  dellos;  y  con  razón  puedo 
decir  muy  de  corazón  á  Dios  que  soy  el  clérigo 
agradecido,  y  darle  infinitas  gracias  y  ponerlo 
en  memoria  de  las  gentes  para  que  todos  como 
criaturas  suyas  se  las  den. 

(ttt) 


LIBRO  TERCERO 


EN     QUE     SE     CONTIENE     EL    ITINERARIO     Y     CAMINO     DE    TODO     EL     MUNDO, 

Y   NAVEGACIÓN    DE    TODO    ÉL 


HECHO  POR  EL  LICENCIADO  PEDRO  OIIDÓKEZ  DE  CEBALLOS  Y  COMPUESTO  POR  EL  MISMO 


PEÓLOGO 

Para  más  declaración  de  lo  que  tengo  escrito 
en  estos  dos  libros,  y  para  que  el  cnrioso  en 
breve  pueda  ver  la  diversidad  del  mundo,  me 
ha  parecido  con  resolución  hacer  este  tratado, 
donde  se  verán  las  tierras  que  en  él  hay,  y  jun- 
tamente algunas  cosas  notables  dellas.  Repar- 
tirse ha  este  itinerario  y  viaje  desta  manera, 
que  primeramente  pondré  el  camino  derecho 
por  donde  se  ha  de  andar  y  después  por  donde 
lo  anduve  yo.  Todo  s  rá  con  la  curiosidad  y 
brevedad  que  pudiere.  Dando  de  todo  la  honra 
y  gloria  á  Dios,  hacedor  de  todo. 

CAPÍTULO  PRIMERO 

Donde  se  comienza  á  tratar  del  camino  hacia 
el  Oriente  y  de  sus  descubridores. 

Un  Infante  de  Portugal,  llamado  Don  En- 
rique, con  deseo  de  saber  la  habitación  de  las 
partes  de  África,  por  ser  muy  dado  a  las  cien- 
cias y  en  particular  á  la  Geografía,  y  haber  te- 
nido noticia  de  un  grande  marinero  que  acaso 
había  bajado  y  pasado  el  Cabo  Bojador  (que 
por  él  se  llamó  deste  nombre),  y  como  se  decía 
que  toda  aquella  parte  de  África  era  desierta, 
si  no  eran  los  reinos  que  estaban  á  la  mar.  Y 
habiendo  ganado  el  Rey  Don  Juan,  primero 
deste  nombre  de  Portugal,  padre  del  dicho  In- 
fante, á  Ceuta,  año  de  mil  y  cuatrocientos  y 
quince,  se  tuvo  noticia  de  los  alárabes,  cerca- 
nos á  los  desiertos  ile  Sahara,  cómo  de  la  otra 
banda  había  gente  que  se  nombraba  azenegues, 
y  que  éstos  confinaban  con  negros  joloFos.  Y 
así  este  famoso  Infante  envió  á  descubrir  las 
costas  de  Guinea  y  que  le  trajesen  razón  de 
todo,  y  así  en  el  primero  viaje  sólo  llegaron  á 
Cabo  Bojador,  que  está  en  ventisiete  grados  de 
la  banda  del  Norte,  Leste  Oeste  de  la  Gran  Ca- 
naria, treinta  leguas  de  travesía,  y  pasado  aquel 
cabo  corren  las  aguas  junto  á  tierra,  de  suerte 
que  parecen  bajíos.  Y  así  al  ir  y  volver  las 
naos  que  van  á  la  India  se  apartan  y  engolfan 


de  manera  que  las  corrientes  no  les  dañen  y  de- 
tengan, en  particular  cuando  es  la  navegación 
contra  ellas. 

Descubriéronse  allí  á  los  tres  viajes  las  is- 
las de  la  Madera  y  Puerto  Santo,  que  están  en 
treinta  y  tres  grados  de  altura,  que  distan  de  la 
Gran  Canaria  sesenta  y  siete  leguas  Nornueste 
Susueste,  y  están  de  Lisboa  poco  más  de  ciento 
y  cincuenta  leguas.  Otro  viaje  hizo  Gil  Yáñez, 
natural  de  Lagos,  y  pasó  Cabo  Bojador,  y  éste 
y  otríjs  llegaron  al  río  del  Oro,  que  le  pusieron 
este  nombre  porque  lo  sacaron  en  él.  Está  este 
río  en  ventitrés  grados  y  medio  debajo  del  sig- 
no de  Cancro,  El  Cabo  Blanco,  islas  de  Arguin, 
por  llamarse  así  el  descubridor.  En  este  ca'uo 
hay  una  bravata  fortaleza  que  dicen  mandó 
hacer  el  Rey  Don  Alonso.  Más  adelante  está 
otro  río,  que  lo  llamamos  Sanaga,  y  los  de  la 
tierra  lo  llaman  Obedec.  Hasta  aquí  son  moros, 
y  los  llamamos  los  acenebes,  y  de  la  otra  par- 
te comienza  el  reino  de  Jolofo.  De  allí  se  des- 
cubre Cabo  Verde,  que  está  en  quince  grados; 
y  deste  cabo  están  unas  islas  que  llamamos  las 
Enricas,  por  el  nombre  r'el  dicho  señor  Infante. 
Estarán  cien  leguas  al  Oeste,  y  sesenta  leguas 
deste  Cabo  Verde  está  el  río  Grande,  que  se  le 
puso  este  nombre  por  ser  el  mayor  que  basta 
allí  se  había  visto.  Ochenta  más  adelante  está 
el  río  de  Ñuño,  que  fue  su  descubridor  al  quinto 
viaje,  y  de  allí  está  la  sierra  muy  alta,  que  así 
es  su  nombre  Lioa,  que  significa  altura;  está 
en  siete  grados  y  dos  tercios,  y  se  dice  que  ésta 
se  descubrió  en  la  vida  del  valeroso  Infante  di- 
cho, á  quien  se  le  puede  dar  el  lauro  de  todo 
este  camino,  como  el  primero  que  lo  mandó  des- 
cubrir. De  á  do  se  han  descubierto  tantos,  tan 
grandes  y  tan  extendidos  reinos  y  ensanchado 
nuestra  santa  fe  católica  y  ganado  tantos  reirios 
y  otros  que  con  tributo  reconocen  á  nuestra  Es- 
paña, que  son  más  de  ventiséis  Reyi  s  con  cetro 
y  corona,  y  algunos  dellos  tan  poderosos  que 
ponen  en  campo  docientos  y  trecientos  mil 
hombres  de  pelea,  y  reconocen  vasallaje  á  nues- 
tro católico  Rey,  como  en  sus  lugares  tocaré. 

El  Rey  Don  Alonso  de  Portugal  nombró 


PEDRO  ORDONEZ  T)E  CEBALLOS 


421 


por  descubridor  á  Juau  Góaiez,  tratante,  veci- 
no de  Lisboa,  y  este  famoso  hombre,  que  de 
mercader  se  le  puede  decir  famoso  capitán, 
descubrió  desde  la  sierra  de  Lioa  hasta  Cabo 
de  Buena  Esperanza  y  de  la  sierra  corren  las 
costas  de  la  mina  del  Este  Oeste  hasta  el  Cabo 
de  Santa  Caterina,  que  está  en  dos  grados  y 
medio  de  altura  de  la  banda  del  Sur.  Descu- 
brió las  islas  del  Príncipe  y  de  Fernando  y  de 
Santo  Tomé,  que  casi  están  debajo  de  la  equi- 
nocial.  Hasta  aquí  se  descubrió  en  t|empo  del 
Rey  Don  Alonso,  año  de  1481. 

En  tiempo  del  Rey  Don  Juan  el  II  envió  al 
capitán  Diego  de  Acambuja  con  una  grande 
armada  á  esta  conquista;  éste  edificó  el  castillo 
de  San  Jorge,  con  consentimiento  del  Príncipe 
de  aquella  tierra,  llamado  Caraniansa,  y  descu- 
brió el  reino  de  Congo  y  de  Beiii  y  todos  los 
demás  hasta  el  Cabo  de  Buena  Esperanza,  y  el 
primero  que  bojó  este  cabo  fue  Bartolomé  Díaz, 
escudero,  y  éste  llevó  á  Portugal  todos  los  más 
de  los  Príncipes  negros,  y  se  tuvo  noticia  de  un 
gran  señor  cristiano  á  quien  todos  reconocían 
vasallaje,  que  luego  se  entendió  ser  el  Preste 
Juan;  y  para  este  descubrimiento  envió  este 
cristianísimo  Rey  por  tierra  por  Italia  dos  fa- 
mosos hombres,  llamados  Pedro  Cabillana  y 
Alonso  de  Paiba.  Y  aunque  sea  fuera  de  nues- 
tro itinerario  y  camino  del  mar  y  puertos,  en 
razón  de  ser  descubrimiento  y  gran  parte  para 
descubrirse  este  camino  lo  pondré  aquí. 

Estos  dos  fueron  á  Ñapóles;  de  allí  á  Rodas; 
de  allí  á  Alejandría  y  al  gran  Cairo,  que  en- 
tonces era  la  ciudad  Real  de  los  Soldanes  de 
Egipto,  señores  de  aquellos  reinos,  que  después 
se  los  quitó  Selín,  Gran  Turco,  venciendo  en 
una  batalla  junto  á  Damasco  al  Soldán  Camp- 
son  Gaurio,  y  se  hizo  señor  de  todos  aquellos 
reinos  por  nuestros  pecados  y  secretos  de  Dios. 
Del  Cairo  fueron  á  la  ciudad  de  Aden,  puesta 
en  la  entrada  del  Seno  Arábico,  mar  Bermejo, 
en  la  parte  de  Arabia  Feliz,  y  de  allí  se  partie- 
ron el  Paiba  hacia  la  tierra  del  Preste  Juan, 
que  es  hacia  esta  parte  del  mar  Bermejo,  y  Co- 
billana  hacia  la  India,  y  se  habían  de  tornar  á 
ver  en  el  Cairo  dentro  de  dos  años.  Fue  este 
Cohillana  por  mar  hasta  Cananor,  Calicut  y 
á  Goa,  y  en  estos  famosos  puertos  se  informó 
del  comercio,  riqueza  y  de  todo  lo  demás  que 
fue  necesario.  Y  de  allí  se  tornó  y  vino  á  dar 
á  Lamina  de  Zofala,  que  es  en  la  Etiopía,  rei- 
no del  Preste  Juan,  sobre  Egipto,  en  decinueve 
grados  de  altura  en  la  banda  del  Sur,  y  entre 
Mozambique  y  Cabo  de  Buena  Esperanza;  de 
la  otra  banda  hacia  la  India  y  de  allí  por  el  di- 
cho golfo  se  tornó  á  Üem,  y  de  allí  al  Cairo, 
y  tuvo  nueva  que  el  Paiba  era  muerto  en  aque- 
lla ciudad.  Allí  topó  dos  judios  que  le  enviaba 
el  Rey  Don  Juan  con  su  orden;  y  así  envió  el 


uno  á  Portugal  con  todas  las  nuevas  y  con  el 
otro  se  tornó  á  Dem,  y  de  allí  al  Seno  Pérsico, 
y  descubrió  la  isla  de  Oromuz,  que  estaba  en  la 
entrada  del,  que  es  una  ciudadica  de  las  más 
ricas  del  mundo  (como  en  su  lugar  queda  di- 
cho ;  de  allí  envió  al  judio  por  tierra,  que  vino 
á  Portugal  y  de  todo  dio  noticia,  y  él  se  fue  y 
desembarcó  en  puerto  del  Rey  Preste  Juan,  y 
fue  hasta  su  corte  y  le  dio  la  embajada,  y  vol- 
viera este  famoso  hombre,  sino  que  murió  el 
Emperador  Alejandro  y  le  sucedió  Naut  su 
hermano,  que  jamás  lo  dejó  volver  á  Portugal; 
aunque  desde  allí  envió  grandes  avisos  y  rela- 
ciones, que  están  en  Portugal,  que  por  no  ha- 
cer á  mi  propósito  no  los  diré. 

CAPÍTULO  II 

A  do  se  prosigue  el  itinerario  hasta  la  gran 
ciudad  de  Goa  y  Malaca. 

La  navegación  que  se  hace  hasta  Cabo  de 
Buena  Esperanza,  que  el  tiempo  ha  descubierto 
por  la  experiencia  es:  salidos  de  Lisboa  corren  al 
Sadueste  hasta  pasar  las  islas  de  Puerto  Santo 
y  la  Madera,  y  de  allí  al  Susueste  á  vista  de  las 
Canarias,  y  al  Sueste  pasan  entre  Tierra  Firme 
y  islas  de  Cabo  Verde,  y  al  Sur,cuartaal  Sueste, 
hasta  ponerse  en  la  altura  de  la  hnea;  y  aunque 
pudieran  ir  derechos  al  Sueste,  por  estar  el  Cabo 
de  Buena  Esperanza  hacia  él,  no  es  posible  ha- 
cer aquella  derrota  por  los  Levantes  tan  recios 
que  hay  en  aquel  mar,  como  yo  vide  por  mis 
ojos,  que  viniendo  á  España  me  echaron  sobre 
el  Brasil,  y  así  suele  acaecer  á  los  que  van  de 
acá.  Y  con  estos  mesmos  Levantes  descubrieron 
los  portugueses  el  Brasil,  derrotándose  unos 
navios  que  iban  á  este  descubrimiento.  Y  así  se 
ha  de  ir  por  bolina,  corriendo  al  Susueste,  Sur 
Susudueste  según  los  vientos,  hasta  36  grados, 
y  [á]  veces  se  ve  en  las  islas  de  Tristán  de  Acu- 
ña, que  están  distantes  del  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza 450  leguas  de  la  banda  del  Oeste,  y  otras 
veces  toman  de  altura,  alargándose  cuarenta  ó 
cuarenta  y  cinco  grados,  y  esto  es  hasta  hallar 
ponientes,  para  caer  al  Este  Les-Nordeste, 
para  mejor  tramontar  el  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza, y  se  ha  visto  tardar  por  otro  rumbo  á  las 
costas  de  Guinea,  desde  Lisboa  al  Cabo,  cinco 
meses,  y  ahora  se  ha  visto  tramontado  en  un 
mes,  y  á  lo  más  largo  hasta  cuarenta  y  cinco 
días. 

Ahora  de  allí  adelante  digo  que  el  año  de 
mil  y  cuatrocientos  y  noventa  y  cinco  el  Rey 
Don  Manuel  de  Portugal  envió  una  gruesa  ar- 
mada, y  por  General  á  Don  Vasco  de  Gama. 
Llegados  al  Cabo  de  Buena  Esperanza  corrió 
al  Nordeste  costa  á  costa,  y  haciéndose  á  la 
mar  desde  Cabo  de  Corrientes,  no  pudo  ver  el 


422 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


reino  de  Záfala,  y  pasó  por  entre  la  isla  de  San 
Lorenzo  y  Tierra  Firme  hasta  llegar  á  Mazam- 
bique,  en  quince  grados,  seiscientas  legnas  de 
aquel  Cabo  del  de  Buena  Esperanza,  y  es  una 
importante  fuerza  y  plaza  de  contratación  para 
nuestro  Rey.  De  allí  costa  á  costa  hacia  el  mar 
Bermejo  está  Morabaza  y  Melinde;  y  allí  tomó 
marineros  prá ticos  de  aquel  golfo  y  atravesó 
setecientas  leguas  hasta  el  puerto  de  Calicut, 
que  se  suele  tardar  [en]  esta  travesía  veinte 
días,  poco  más  ó  menos.  Está  de  Calicut  esta 
ciudad  en  once  grados  y  un  cuarto  de  la  banda 
del  Norte.  De  allí  se  fue  á  Capocate,  un  famoso 
y  seguro  puerto.  Y  por  que  no  toca  á  mi  camino 
decir  lo  que  pasó  sólo  digo  que  después  de  gran- 
des cosas  vino  este  Don  Vasco  de  Gama  á  asen- 
tar paces  con  el  Rey  de  Canicut  y  con  otros,  y 
á  hacer  estancias  y  factorías  que  ahora  son  fuer- 
tes famosos  que  oprimen  toda  la  India. 

Y  porque  toqué  este  punto,  es  de  sal»er  que 
hay  dos  ríos  famosos,  que  son  el  Indo  y  Ganges; 
del  Indo  toma  toda  esta  tierra  el  renombre  de 
India  Oriental.  Nacen  entre  los  dos  montes  de 
Dalanguer  y  Nangracor,  y  aun  dicen  algunos 
que  de  una  fuente.  Entra  el  Indo  en  la  mar  en 
el  reino  de  Camboja,  en  el  mar  Océano  Orien- 
tal en  la  parte  de  Poniente,  y  el  Ganges  en  el 
golfo  de  Bengala  en  la  parte  del  Oriente,  tre- 
cientas y  tantas  leguas  el  uno  del  otro  por  el 
aire,  porque  allí  hace  una  punta  la  tierra  que 
se  remata  en  Cabo  de  Camori,  y  desta  banda  del 
Poniente  están  los  puertos  dichos  y  la  gran  ciu- 
dad de  Goa  en  una  como  isla;  y  para  ir  derecho 
de  Cabo  de  Buena  Esperanza  se  va  á  vista  de 
la  gran  isla  de  San  Lorenzo  y  de  otras  islas  pe- 
queñas, como  son  las  de  Samoso,  á  vista  de  la 
de  Don  Juan  de  Castro,  por  la  del  Almirante  y 
de  Siete  Hermanas,  y  derecho  á  Goa,  que  suele 
ser  viaje  de  mes  y  medio  ó  dos  meses  de  nave- 
gación, y  así  se  ha  visto  ir  todo  el  viaje  en  ti*es 
meses  y  cuatro,  porque  las  cosas  del  mar  son 
inciertas  y  no  se  cuenta  si  toman  puertos  para 
hacer  aguaje  ó  si  llegan  á  otros  reinos  á  dejar 
gente  ó  á  cosas  que  convengan,  que  entonces 
se  tardarán  más  ó  menos,  conforme  á  do  llega- 
ren y  á  do  fueren  y  los  días  que  descansaren  ó 
malos  ó  buenos  temporales. 

Si  se  va  de  la  ciudad  de  Goa  á  Malaca,  va 
costa  á  costa  hasta  Cabo  de  Camori,  y  entre  él 
y  la  isla  de  Ceilán,  y  se  atraviesa  de  allí  á  la 
de  Samatria,  y  por  entre  ella  y  Tierra  Firme  se 
va  á  la  punta  á  do  está  poblada  la  ciudad  de 
Malaca  que  los  antiguos  llaman  Áurea  Quer- 
soneso,  por  la  vecindad  de  la  isla  Samatria, 
tan  rica  de  oro  y  de  otras  cosas,  que  es  lástima 
que  sea  de  moros  como  lo  es.  Los  más  reinos 
de  aquellas  partes,  los  que  no  son  mahometa- 
nos son  idólatras  gentiles.  Y  si  hubiese  de  ha- 
cer navegación  derecha  desde  Lisboa  ó  Sevilla 


á  Malaca,  sería  mejor,  en  pasando  el  Cabo  de 
Buena  Esperanza,  tomar  derecho  como  si  no  lo 
hubiesen  pasado  y  dejar  al  lado  izquierdo  la 
isla  de  San  Lorenzo,  Madagascar,  y  á  vista  de 
la  isla  de  San  Juan  de  Lisboa,  y  á  mano  dere- 
cha dejar  la  isla  de  San  Bradaón,  y  reconocer 
la  de  la  Pólvora,  y  vía  recta  en  quince  grados 
hasta  diez  reconocer  á  Jaba  Mayor  por  su 
punta,  y  en  reconociendo  á  Samatria  guardarse 
de  los  bajíos  y  dar  en  la  ciudad  de  Malaca;  y  si 
la  navegación  es  en  verano,  bajar  á  menos  gra- 
dos hasta  la  línea  equinoeialy  buscar  la  isla  de 
Nicubar,  y  por  entre  Samatria  y  Tierra  Firme 
á  Malaca,  que  está,  como  es  dicho,  en  el  cabo 
de  Áurea  Quersoneso  (')  ó  por  la  isla  Samatria 
su  vecina. 

CAPÍTULO  III 

A  do  se  prosigue  el  viaje  hasta  Guachinchina, 
y  en  relación  hasta  la  China;  vuelta  por  Fi- 
lipinas,  islas  de  Ladrones  y  al  puerto  de 
Acapulco,  y  á  Guayaquil  y  Lima. 

Desde  la  famosa  ciudad  de  Malaca  á  su  pos- 
trera punta,  que  estará  en  tres  grados,  y  bajar 
el  cabo,  habrá  treinta  leguas  poco  más  ó  menos, 
según  se  apartan  á  la  mar,  y  en  reconociendo 
su  postrera  punta,  que  se  conoce  en  que  es  una 
sierra  alta  partida,  se  hacen  á  la  mar  por  causa 
de  los  bajíos,  y  pásase  entre  Tierra  Firme  y  la 
isla  de  Bornio,  y  á  veces  se  reconoce  la  isla,  y 
hay  un  archipiélago  de  islas  y  bajíos,  y  así  se 
tiene  por  peligrosa  navegación,  en  particular 
en  reconociendo  las  islas  de  Natuna  y  de  Aria- 
bes  y  Atiago  y  de  Santa  María,  y  de  allí  al  Cabo 
de  Cecir  y  reconocer  el  reino  de  Camboja  es 
mejor  navegación.  Apártanse  de  tierra  al  pasar 
por  causa  de  aquel  famoso  río  de  Camboja,  que 
creo  es  el  mayor  del  mundo,  que  tiene  á  la  mar 
más  de  sesenta  leguas,  y  aun  hay  quien  diga 
que  cien  leguas.  Es  tan  grande  como  el  Mara- 
ñón,  río  que  nace  á  las  espaldas  del  Cuzco,  en 
las  sierras  de  los  Andes,  á  do  se  cría  la  coca, 
que  es  la  comida  que  tienen  todos  los  natura- 
les de  aquella  tierra;  tráenla  en  la  boca  y  la 
mascan  para  poder  sustentar  el  trabajo  y  andar 
frescos  por  los  grandes  calores,  ó  por  mejor  de- 
cir por  su  mal  uso  y  abusión.  Y  también  nace 
este  río  en  la  gobernación  de  Yaguarsongo,  en 
Santiago  de  las  Montañas  y  en  la  gobernación 
de  los  Quijos,  junto  al  volcán  de  Baeza,  y  en 
las  sierras  de  Ñapo,  y  en  Mocas,  Sevilla  de  Oro 
y  Jíbaros,  y  en  Pu  que  son  cinco  nacimientos 
que  hacen  cinco  ríos,  que  cada  uno  de  por  sí, 
sin  otros  muchos,  son  un  mar,  y  hay  río  dellos 
que  cuando  entra  en  el  otro  tiene  una  legua  de 

(')  En  la  edición:  Quercones. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


423 


boca;  y  con  todo  eso  digo,  como  qnieii  los  ha 
visto,  que  este  gran  río  de  Camboja  es  el  ma- 
yor del  mundo.  Parte  este  gran  río  el  reino  de 
Camboja  con  el  de  Champaa,  que  ambos  corren 
á  la  larga.  Pasado  aquel  cabo  se  va  á  orilla 
de  Tierra  Firme,  que  el  día  que  más  se  aparta 
no  son  seis  leguas.  Pásanse  aquellas  islas,  y  las 
pesquerías  de  las  perlas,  hasta  el  golfo  de  Gua- 
chinchina,  que  es  malo  por  tantos  mogotes  y 
bajíos,  y  así  es  necesario  piloto  de  la  tierra 
para  llevar  los  navios;  y  así  está  toda  aquella 
tierra  segura  de  sus  enemigos  y  es  muy  fuer- 
te. Tiene  su  Rey  y  Emperador,  que  así  le  lla- 
man el  Gran  Tuquian,  que  es  lo  propio  que  el 
Gran  Emperador  ó  el  Gran  Señor  de  Reyes, 
por  tener  otros  sujetos  á  él.  Y  si  de  Cabo  de 
Cecir  se  ha  de  ir  derecho  á  la  China,  á  Cantón 
ó  Macao,  ciudad  de  portugueses  en  la  propia 
Tierra  Firme  de  la  China,  del  Cabo  de  Cecir  se 
toma  la  derrota  por  el  golfo  grande  de  Pracel, 
dejando  la  isla  y  bajíos  á  mano  izquierda,  hasta 
reconocer  isla  de  Omanitari,  y  por  aquel  archi- 
piélago de  islas,  hasta  reconocer  Tierra  Firme. 
Y  si  se  llega  á  Cantón,  de  allí  á  Macao  se  va 
en  breve  tiempo.  De  allí  se  suelen  engolfar 
hasta  reconocer  la  isla  alta,  que  se  llama  Min- 
dana,  y  á  mano  derecha  se  descubre  la  isla  de 
Mateo  y  otras  islas,  hasta  reconocer  las  Filipi- 
nas, islas  sujetas  á  nuestra  España,  que  son 
fértilísimas.  Tienen  Gobernador  y  Capitán  ge- 
neral, y  otras  justicias  y  grandes  capitanes  y 
valerosos  soldados  españoles,  que  los  de  la  tie- 
rra son  pusilánimes,  y  dellos  bárbaros,  como  los 
de  nuestras  Indias,  y  de  costumbres  sin  razón, 
aunque  hay  otra  gente  de  muy  grande  razón  y 
concierto,  pues  en  recibiendo  nuestra  santa  fe 
católica  son  cristianísimos  y  vigilantes  obser- 
vadores de  los  preceptos  y  ley  de  Dios.  Son  las 
mujeres  castísimas  por  extremo,  y  jamás  se  vee 
entre  ellas  género  de  lascivia  ni  deslealtad  para 
su  señor,  antes  es  muy  ordinario  ser  vírgenes  y 
las  que  son  casadas  no  conocer  otro  esposo  sino 
solo  uno,  y  con  todo  eso  los  multiplica  Dios 
mucho  por  sus  divinos  secretos;  y  se  vee  en  pue- 
blo de  mil  y  quinientos  vecinos  haber  más  de 
dos  mil  muchachos  y  niñas,  y  en  todos  no  haber 
ninguno  que  no  sea  legítimo,  antes  se  admiran 
y  espantan  que  entre  los  españoles,  cristianos 
tan  antiguos,  los  haya.  Y  porque  sólo  desta  na- 
ción se  podría  hacer  una  grande  historia  de 
vidas  y  penitencias,  como  casi  las  de  los  padres 
antiguos,  sólo  acabaré  con  que  se  ha  visto  hin- 
carse de  rodillas  gente  desta,  así  delante  de 
hombres  españoles  como  de  mujeres,  y  con  lá- 
grimas pedirles,  por  la  pasión  de  Dios,  no  le 
ofendan,  que  me  parece  es  todo  lo  que  se  puede 
decir  de  plantas  tan  nuevas,  y  muestra  muy 
grande  de  su  puridad  interior  y  de  su  virtud 
singular. 


Destas  famosas  islas  se  viene  á  reconocer  la 
isla  de  Iguán,  y  luego  la  de  Harpán,  que  son 
islas  de  Ladrones  y  distan  en  nueve  grados. 
De  allí  se  engolfan  muchos  días  y  se  viene  al 
puerto  de  Acapulco,  de  la  Nueva  España,  y  de 
allí  se  embarcan,  y  por  el  mar  del  Sur  se  va  á 
Guayaquil,  puerto  del  Pirú,  y  de  allí  á  la  gran 
ciudad  de  Lima,  que  pienso  es  de  las  más  ricas 
del  mundo.  Llegan  los  navios  á  su  puerto,  que 
se  llama  el  Callao,  y  está  desta  nobilísima  ciu- 
dad tres  leguas. 

CAPÍTULO  IV 

En  donde  se  comienza  el  itinerario  por  el  cami- 
no que  yo  lo  anduve,  y  se  van  tocando  cosas 
famosas  que  hay  en  ¡muertos,  ciudades  y  pro- 
vincias deste  camino. 

El  puerto  de  Sanlúcar  de  Barrameda  está 
de  la  ciudad  de  Cádiz  cinco  leguas.  De  uno  des- 
tos  dos  puertos  salen  las  flotas  y  galeones  para 
las  Indias  Occidentales  y  para  las  demás  islas 
de  Santo  Domingo  y  Habana,  isla  de  Cuba  y 
las  demás.  Están  en  treinta  y  siete  grados  de 
altura.  Hay  de  allí  á  las  islas  de  Canaria  do- 
cientas  y  treinta  leguas.  Es  el  rumbo  al  Su- 
dueste.  Suelen  tardarse  ocho  ó  diez  días.  El  mar 
es  muy  temido  por  su  bravosidad  y  vientos, 
que  se  altera  más  que  otros,  y  así  le  llaman, 
sin  ser  golfo,  el  de  las  Yeguas.  Son  estas  islas 
siete:  la  Gran  Canaria,  Tenerife,  la  Gomera, 
la  del  Hierro,  la  Palma,  Lanzarote  y  Fuerte- 
ventura,  y  aunque  le  llaman  la  Gran  Canaria 
no  es  porque  es  la  isla  mayor,  sino  porque  es 
la  cabeza  de  todas  ellas.  La  mayor  es  de  Tene- 
rife. Las  tres  destas  islas  son  de  señorío:  la 
Gomera,  del  Conde,  y  Lanzarote  y  Fuerteven- 
tura,  de  otro  Conde;  las  cuatro  son  del  Rey. 
Hay  en  la  Gran  Canaria  Audiencia  j  Gober- 
nador y  Capitán  general,  que  lo  es  de  las  cua- 
tro, y  Obispo  de  todas  siete.  Son  algunas  de- 
llas  fértilísimas,  y  la  más  es  Tenerife;  están  en 
ventiocho  grados  escasos.  Llamábanse  en  otro 
tiempo  las  Fortunadas. 

Y  porque  hay  en  algunas  destas  islas  cosas 
famosas  y  peregrinas,  pondré  algunas  dellas 
por  el  más  corto  y  breve  estilo  que  pueda,  pues 
sólo  voy  pasando  este  camino,  y  digo  que  la 
mayor  que  hay  en  todas  ellas  es  tener  esta  fa- 
mosa isla  fe  y  una  imagen  de  la  Sacratísima 
Reina  de  los  cielos,  que  se  llama  de  la  Cande- 
laria, monesterio  de  frailes  dominicos,  donde 
ha  hecho  y  hace  cada  día  infinitos  milagros. 
Aparecióse  esta  santa  imagen  en  tiempo  de 
gentiles,  antes  que  los  españoles  cristianos 
entraran  en  aquella  tierra;  y  fue  así  que  había 
una  cueva  á  do  se  recogían  los  pastores  que 
guardaban  cabras,  que  los  hay  innumerables,  y 


424 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


entrando  el  pastor  con  su  manada  se  le  asom- 
bró el  ganado,  y  entrando  á  ver  la  cansa  vido 
esta  imagen  santa  en  lo  postrero  de  la  cueva. 
Tomó  una  piedra  para  tirarle,  y  se  le  quedó  en 
la  mano  sin  poderla  echar  y  el  brazo  como 
muerto.  Vino  la  gente  y  visto  el  milagro  la 
reverencian,  llamándola  Madre  del  Sol,  y  cada 
un  año,  día  de  la  Candelaria,  le  hacen  gran 
fiesta,  y  fue  parte  este  milagro  para  convertir- 
se, así  como  llegaron  predicadores.  Dicen  que 
se  ven  milagros  grandes  de  procesiones  de 
candelas  y  otros.  ¡Sea  gloria  al  Señor!  En  esta 
isla  hay  una  sierra  la  más  alta  del  mundf),  que 
se  vee  setenta  leguas  á  la  mar,  y  así  es  la  pri- 
mera que  se  vee;  llámanla  pico  de  Tereire.  Está 
nevado  todo  el  año.  Es  menester  tres  y  cuatro 
días  para  llegar  á  lo  alto,  á  do  hay  una  peque- 
ña plaza,  de  adonde  se  veen  las  demás  islas, 
que  parecen  muy  pequeñas,  con  haber  isla  casi 
tan  grande  como  ésta,  que  es  la  del  Hierro. 
Desta  tierra  se  saca  todo  el  azufre  que  se  sabe 
y  es  de  los  Duques  de  Maqueda. 

En  la  ibla  del  Hierro  dicha,  con  ser  tan 
grande,  no  tiene  agua;  sólo  hay  un  árbol  no 
conocido  ni  visto  en  otra  parle  del  mundo.  So- 
bre él  está  una  nube  ordinaria,  que  es  causa  de 
que  estén  las  hojas  del  siempre  verdes,  que  son 
angostas  y  largas  y  destilan  tanta  agua  que 
hay  para  todos  los  moradores  desta  isla,  que  es 
un  milagro  ordinario.  A  la  mano  derecha  des- 
tas  islas  hay  otras  que  las  llaman  las  de  San 
Borondón.  Cosa  milagrosa  que  se  vean  por 
tiempos  y  hayan  estado  en  ellas  por  diversos 
tiempos  gente  perdida,  y  en  buscándolas  no  las 
hallan.  Debe  de  haber  gran  secreto,  sólo  deja- 
do para  Dios,  que  las  descubrirá  á  su  tiempo. 
Dicen  es  tierra  fértil  y  de  gente  cristiana. 

Todas  estas  siete  islas  son  abundantísimas, 
á  do  valen  los  mantenimientos  más  baratos  que 
en  España,  y  así  la  gente  española  y  guancha 
de  la  tierra  viven  contentos.  Hay  infinidad  de 
camellos  y  azúcar.  De  aquí  partimos  en  la  flota 
que  iba  por  General  ÍVancisco  de  Noba  y  Al- 
mirante Don  Francisco  de  Valverde,  y  camina- 
mos por  el  mesmo  rumbo  ventisiete  días,  y  se 
descubrió  la  Deseada,  que  distará  de  la  Gran 
Canaria  ochocientas  y  treinta  leguas,  y  ellas  y 
otras  muchas  que  allí  hay  están  en  qu'uce  gra- 
dos; la  Dominica  y  Matalina  y  otras  están  po- 
bladas de  indios,  que  llamamos  caribes  ó  cima- 
rrones, gente  que  come  carne  humana,  y  asi  al 
saltar  en  tierra  los  nuestros  se  guardan,  dispa- 
rando muchas  piezas  de  artillería;  al  arcabuco 
montaña  salen  soldados  de  guardia,  porque  en 
descuidándose  los  llevan. 

Nosotros  tomamos  á  Matalino  y  acaeció  un 
caso  notable,  que  hallamos  en  la  playa  un  hoyo 
grandísimo  y  en  él  dos  culebras  tan  gordas 
que  no  se  puede  contar  sin  grande  admiración; 


y  tirándoles  con  mosquetes  para  matarlas,  fue- 
ran tan  grandes  los  silbos  que  dieron  que  atro- 
naban las  islas,  y  así  acudieron  infinitos  indios, 
y  fue  necesario,  como  cuando  llegamos,  dispa- 
rar t(*da  la  artillería.  Contónos  un  hombre  que 
encontramos  de  paz  y  español  cómo  hay  en 
aquella  isla  y  en  las  otras  muchos  españoles  y 
mujeres  y  que  ya  no  los  comen  por  los  que  allá 
hay,  y  |ue  algunos  están  casados  con  indias, 
otros  con  españolas,  y  que  han  procreado  hijos, 
y  que  han  hecho  algunos  cristianos  á  sus  mu- 
jeres y  á  otros,  y  que  sería  cosa  fácil  el  con- 
vertirse todos.  Au  que  tengo  para  mí  que  no 
lo  hacen  nuestros  Católicos  Reyes,  pues  les  se- 
ría fácil  el  poblarlos  ó  mandar  los  matasen  á 
todos,  porque  no  acuda  allí  el  enemigo  hereje, 
como  lúe  en  la  Florida,  y  se  fortifique  allí,  que 
sería  gran  daño;  y  estando  de  guerra,  el  os  de- 
fenderán su  tierra  dellos.  Díjonos  también  que 
había  mucho  tiempo  que  no  comían  ya  frailes 
ni  mujeres:  las  mujeres  porque  las  querían 
para  aprovecharse  dellas  para  hacer  valientes 
hijos,  p  rque  lo  veían  por  experiencia,  y  los 
frailes  porque  cogieron  uno  y  comiéndolo  se 
hincharon  y  reventaron  los  que  comieron  del. 

Destas  islas  se  va  en  ocho  ó  diez  días  á  la 
ciudad  de  Cartagena,  puerto  á  do  llegan  los  ga- 
leones J  flotas  de  Tierra  Firme,  cabeza  de  go- 
bernación que  lo  es  de  muchas  provincias  de 
indios.  Es  una  ciudad  de  gran  trato  J  comercio, 
por  los  muchos  navios  que  á  ella  llegan  y  por 
el  nuevo  reino  de  Granada.  Tiene  sujetas  la  ciu- 
dad de  Mompox,  la  de  Tenerife  y  la  de  Tolú,  de 
españoles,  y  solía  tener  también  las  ciudades  de 
María,  la  de  la  Concepción,  la  de  Santiago  de 
los  Calialleros,  que  se  despoblaron  por  alzarse 
los  indios  y  matar  á  los  españoles  por  malos 
tratamientos  que  les  hacen. 

Hay  desde  las  islas  Dominicas  á  Cartagena 
más  de  trecientas  leguas  en  el  camino.  Antes 
de  llegar  á  la  boca  del  río  grande  de  la  Mada- 
lena  se  guardan  del  más  de  tres  leguas  á  la  mar, 
y  se  siente  la  rápida  corriente  que  lleva,  y  se 
han  visto  dar  grandes  vaivenes  los  navios,  y  se 
dice  que  más  de  dos  leguas  á  la  mar  se  ha  co- 
gido agua  dulce.  Tendrá  esta  gobernación  más 
de  docientas  leguas  de  largo  y  en  boj  cerca  de 
quinientas.  Tiene  gran  tierra  por  conquistar,  y 
riquísima,  y  de  infinita  gente,  á  la  espalda  de 
Tolú,  Urava  y  Carivana  y  otras  nueve  provin- 
cias, tierra  riquísima  de  oro.  En  la  ciudad  de 
Tolú  hay  montañas  de  muchas  leguas,  que  to- 
dos son  ár.oles  de  bálsamo  riquísimo.  Los  in- 
dios, muy  sujetos  y  provechosas  para  sus  enco- 
menderos. La  ciudad  de  Mompox  tiene  los  in- 
dios, que  dan  de  tributo  la  comida  y  las  canoas, 
que  hay  indio  que  vale  á  un  encomendero  cada 
año,  sin  darle  cosa  de  su  casa,  cincuenta  duca- 
dos horros.  Los  carares  del  río  grande  se  alza- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


425 


rou ,  y  salen  al  camino  cu  el  río  enfrente  de 
Tamalame,  que  es  una  ciudad  de  españoles  de 
la  gobernación  de  Santa  Marta;  eran  sujetos  á 
Mompox.  Para  caminar  este  río  grande  se  jun- 
tan canoas  de  españoles  mercaderes,  y  con  sus 
escopetas  pasan  en  vía  de  armadilla.  Han  hech) 
grandes  daños  en  canoas  solas,  y  aquella  Real 
audiencia  y  gobernación  de  Cartagena  no  se  les 
da  nada  por  lo  que  ellos  se  saben.  ¡  Remedíelo 
Dios! 

CAPÍTULO  V 

En  donde  se  da  relación  de  las  provincias  de 
Santa  Marta,  miero  re.no  de  Granada,  go- 
bernación de  Popayán  y  distrito  del  Quito 
por  sus  obispjdos. 

Aunque  es  verdad  que  el  viaje  y  camino  para 
dar  vuelta  al  mundo  no  hay  necesidad  de  ir  á 
Cartagena  de  las  Indias,  porque  la  vía  recta  es 
desde  las  Dominicas,  por  liaber  llegado  en  mi 
viaje  por  este  camino  y  dado  vuelta  al  Pirú,  iré 
con  relación  dando  cuenta  de  cosas.  Y  como 
dije  de  la  gobernación  y  obispado  de  Carta- 
gena diré  de  los  demás  cómo  los  anduve ;  de 
Cartagena  partí  á  la  gobernación  de  Santa 
Marta,  que  es  la  cabeza,  y  allí  en  aquella  ciu- 
dad hay  Gobernador  y  Obispo,  que  lo  es  de 
cinco  ciudades:  Santa  Marta,  Salamanca,  la 
Ramada,  que  casi  todo  es  uno,  el  valle  de  Upar 
y  Tanialameque.  Salamanca  y  Ramada  es  la 
ciudad  á  do  están  los  vecinos  dueños  de  los  ne- 
gros que  sacan  las  perlas,  y  la  Ramada  son  las 
rancherías;  es  una  de  las  mayores  riquezas  del 
mundo,  porque  hay  años  que  se  saca  una  gran 
cantidad  de  ducados  de  perlas,  las  cuales  se  sa- 
can de  la  manera  que  ahora  diié.  Van  los  ne- 
gros en  sus  canoas,  que  es  un  género  de  barcos 
todo  de  un  madero,  y  llevan  su  capitaneja.  Son 
buzos  que  se  arrojan  á  la  agua  y  van  hasta  el 
suelo  de  la  mar,  y  llevan  unas  mochilas  y  las 
hinchen  de  ostras  (•),  y  con  ellas  se  salen  á  las 
canoas,  y  allí  las  abren,  y  tienen  debajo  dellas 
aquellas  perlas  que  suele  haber  de  gran  valor, 
y  las  tornan  á  arrojar  al  agua,  y  mientras  me- 
jores buzos  que  más  adentro  del  mar  se  arro- 
jan, que  son  los  que  más  sustentan  el  resuello, 
mejiires  perlas  sacan.  Torno  á  decir  que  e^^  gran 
riqueza  si  se  acierta,  pues  estaba  allí  el  Maris- 
cal, un  gran  soldado  español,  encomendero  de 
indios,  y  el  señor  Obispo  Don  Fray  Sebastián 
de  Oquendo,  que  les  sacaron  año  de  cien  mil 
ducados  de  perlas. 

Tiene  esta  gobernación  gran  cantidad  de  in- 
dios sin  conquistar,  y  la  más  valiente  nación 
de  todas  las  Indias,  que  son  taironas,  y  son  tan 

(*)  En  la  edición:  hostias. 


valerosos  como  los  de  Chile,  y  gente  de  gran 
verdad.  Tiene  de  boj  este  obispado,  con  la  la- 
guna de  Maracaibo,  más  de  seiscientas  leguas. 

El  nuevo  reino  de  Granada  es  arzobispado; 
la  cabeza  es  la  ciudad  de  Santa  Fe  de  Bogotá. 
Hay  Audiencia,  y  es  su  distrito  todo  este  reino 
y  las  gobernaciones  de  Cartagena,  Santa  Mar- 
ta y  Popayán,  y  corregimiento  de  Tunja  y  otro 
de  Mariquita  y  gobernación  de  los  musos.  Es 
una  ciudad  muy  abastecida  de  pan,  carnes  y 
frutas.  El  vino  se  lleva  de  España.  Hay  plata 
y  gran  cantidad  de  oro,  como  se  dirá  en  sus 
ciudades.  La  gobernación  de  los  musos  tiene 
dos  ciudades:  la  de  Muso,  á  do  se  sacan  todas 
las  esmeraldas  finas  que  se  veen  por  todo  el 
mundo,  y  así  de  las  cuatro  partes  del  mundo,  á 
do  se  sarán  las  mejores  son  las  de  aquí,  y  más 
que  en  las  otras  tres,  que  son  las  islas  de  Ceilán 
y  Umatria  y  Vicipuri  de  Cochinchina.  Es  de 
grande  estima,  porque  si  se  acierta  con  una 
grande  y  muy  fina,  vale  mucho.  Hay  un  cerro 
tan  grande  que  no  se  acabará  hasta  el  fin  del 
mundo,  aunque  tuviese  diez  tanta  más  gente; 
que  si  la  hubiera  de  negros,  pues  los  naturales 
faltan,  valiera  de  quintos  á  Su  Majestad  gran 
suma.  Halló  allí  un  indio  de  un  encomendero 
una  famosa  piedra,  que  es  la  que  está  puesta 
en  el  cofre  del  Santísimo  Sacramento  del  Es- 
curial,  que  la  dio  el  Rey  Don  Felipe  II  y  la  se- 
ñora Princesa  Doña  Clara  Eugenia  de  Austria, 
hija  suya,  que  se  la  envió  presentada;  y  que- 
riendo Su  Majestad  que  se  la  preciasen,  todos 
los  lapidarios  no  hallaron  precio,  y  cierto  pienso 
es  la  mejor  del  mundo,  y  así  le  dio  libertades  y 
le  hizo  otras  mercedes. 

La  otra  ciudad  es  la  de  La  Palma,  á  do  se 
saca  gran  cantidad  de  pita  de  toda  suerte.  El 
corregimiento  de  Tunja  tiene  esta  ciudad,  que 
es  muy  buena.  Tienen  por  excelencia  las  tapias, 
que  hechas  y  dejadas  pasar  un  invierno  que  les 
llueva  encima  y  enlucidas,  en  acabando  de  llo- 
ver, con  planas,  sin  otra  cosa,  son  tan  fuertes 
que  no  les  entra  un  clavo,  y  así  á  poca  costa 
hay  famosos  edificios.  La  ciudad  de  Vélez,  la 
de  Pamplona,  Ocaña,  Mérida,  la  Grita,  la  de 
Santiago,  y  las  villas  de  San  Cristóbal  y  Leiva, 
y  la  villa  del  puerto  de  Ocaña,  es  toda  esta 
muy  buena  tierra,  y  en  muchas  partes  destas 
se  saca  oro,  y  en  las  demás  dan  los  indios  de 
tributo  mantas,  y  acuden  á  las  sementeras  de 
los  encomenderos  y  ganados,  que  es  gran  can- 
tidad. Hay  encomenderos  de  veinte  mil  cabezas 
de  vacas  y  otras  tantas  de  ganado  menor.  El 
corregimiento  de  Mariquita  tiene  la  ciudad  de 
Tocaima,  la  de  Ibague,  la  Santa  Águeda,  á  do 
hay  grandes  minas  de  plata;  toda  la  que  hay 
en  el  nuevo  reino  no  se  saca  allí.  En  la  ciudad 
de  los  Remedios,  la  de  Zaragoza,  en  estas  dos 
se  saca  gran  cantidad  de  oro,  porque  hay  cua- 


42  0 


autobiografías  y  memorias 


drillas  de  negros  en  gran  cantidad,  porque  son 
ellos  más  de  catorce  mil  los  que  están  sacando 
oro,  quo  es  cosa  para  admirarse.  Tiene  el  puer- 
to de  Onda,  que  es  á  do  llegan  todas  las  canoas 
y  fragatas  que  suben  de  Cartagena  por  el  río 
grande  de  la  Madalena,  y  baja  tanta  cantidad 
de  comida  de  harina,  jamones,  quesos,  conser- 
vas, confituras,  pita,  mantas,  jarcias,  alparga- 
tes, sogas,  lazos  y  sobrecargas,  plata  y  oro  y 
esmeraldas,  que  vale  un  gran  tesoro,  y  de  re- 
torno llevan  vino  y  todo  lo  demás  que  va  de 
España,  en  tanta  cantidad  que  hay  por  todo 
aquel  reino  en  sus  ciudades  tiendas  de  cien  mil 
y  docientos  mil  ducados. 

La  ciudad  de  Santa  Fe  es  (como  queda  dicho) 
la  cabeza;  tiene  otras  dos  ciudades,  que  son  la 
de  Suma  Paz  y  San  Juan  de  los  Llanos.  Hay 
en  esta  ciudad  una  generación  de  gente  tan 
blanca  que  no  vee  de  tan  blanca  como  es.  Hay 
en  todo  este  reino  muchísimos  pueblos  de  in- 
dios á  legua  y  á  dos  leguas  de  distancia,  que 
por  tantos  indios  como  había  los  llamaron  mos- 
cas. Tiene  más  de  seiscientas  leguas  de  boj. 

La  gobernación  de  Popayán  tiene  esta  ciu- 
dad, que  es  la  cabeza;  tiene  las  de  Pasto,  la  de 
Almague,  Neiva,  Calocoto,  Cali,  Buga,  Toro, 
Cartago,  Ancerma,  Arma,  Caramauta,  Mocoa; 
en  todos  los  pueblos  desta  gobernación  se  saca 
grandísima  cantidad  de  oro.  Hay  pocos  indios 
que  lo  saquen,  ni  hay  negros,  que  si  los  hu- 
biera se  sacara  diez  tanto  más.  Y  si  Su  Majes- 
tad mandara  que  llevaran  á  aquella  goberna- 
ción y  á  la  de  Antioquía,  que  luego  diré,  seis  ó 
ocho  mil  negros  y  se  los  fueran  fiando  á  cada 
vecino,  según  viera  la  Justicia  que  convenía, 
fuera  de  mucho  provecho.  Este  obispado  de 
Popayán  tiene  asimesmo  otra  gobernación  de 
Santa  Fe  de  Antioquía,  que  confina  á  un  lado 
con  ella  y  con  el  corregimiento  de  Mariquita,  y 
con  la  gobernación  de  Cartagena.  Tiene  la  ciu- 
dad de  Antioquía,  ]a  de  Rodas  y  la  de  San 
Juan.  Es  la  tierra  muy  montuosa,  y  hay  en 
ella  mucho  que  poblar;  tiene  mucho  oro,  y  la 
I  falta  de  gente  que  tiene  la  de  Popayán ;  ten- 
drá este  obispado  más  de  cuatrocientas  leguas 
de  boj. 

La  gran  provincia  de  San  Francisco  del  Quito 
es  la  mayor  parte  de  tierra  muy  buena,  porque 
lo  es  la  de  Quito  de  las  buenas  del  mundo.  Es  el 
temple  como  en  setiembre  en  España  todo  el  año, 
y  todos  los  días  iguales,  que  amanece  á  las  seis 
y  anochece  á  las  seis.  La  principal  ciudad  es  San 
Francisco  del  Quito,  do  hay  Real  Audiencia  y 
Corregidor  y  Obispo;  tiene  las  gobernaciones  y 
corregimientos  que  diré.  La  gobernación  de  Sa- 
linas, que  por  otro  nombre  la  llaman  Yagaai*- 
songo;  es  su  cabeza  Santiago  de  las  Montañas; 
Valladolid,  Zamora  y  Saña;  tiene  mucho  oro. 
La  gobernación  de  Loja  tiene  esta  ciudad  y  la 


de  Piura  y  Puerto  de  Santa.  La  gobernación 
de  los  Quijos  la  ciudad  de  Baeza,  la  de  Avila, 
la  de  Archidona,  la  de  Sevilla  del  Oro  y  la  de 
Loxibaros.  El  corregimiento  de  Guayaquil,  esta 
ciudad,  los  puertos  de  Manta,  la  Puna,  la  ciu- 
dad de  Puerto  Viejo.  En  la  Puna  hay  un  gran 
río,  mayor  que  el  de  la  Madalena,  por  donde  sube 
toda  la  ropa  que  va  de  España  á  Panamá  y  de 
allí  á  Guayaquil  y  á  Quito,  y  á  todas  las  de- 
más gobernaciones  y  corregimientos,  que  es 
gran  cantidad,  y  de  allá  baja  oro  y  plata  y  co- 
mida y  otras  cosas,  como  dije  del  nuevo  reino, 
con  que  se  trajina  y  gana  mucha  riqueza.  El 
corregimiento  de  Merica  de  Río  Bamba ,  la  vi- 
lla del  Villar  Don  Pardo.  El  corregimiento  de 
Cuenca,  que  es  ciudad.  El  corregimiento  de  la 
villa  de  Tacunga  y  otro  gran  número  de  corre- 
gimientos de  pueblos  de  indios  de  veinte  y 
treinta  pueblos  cada  uno,  que  son  de  gran  va- 
lor y  en  donde  enriquecen  muchos  españoles. 
En  los  pueblos  de  los  indios  hay  poblados 
muchos  españoles  con  grandes  haciendas  de 
campo,  cortijos  y  ganados  mayores  y  menores 
en  gran  cantidad ;  y  así  vale  un  carnero  cuatro 
reales,  una  vaca  venticuatro  y  un  marrano 
muy  grueso  otro  tanto ;  una  yegua  treinta  y 
dos,  un  potro  deciséis,  un  macho  para  las  pieles 
á  diez;  y  se  matan  tantos  que  en  Otobalo,  un 
corregimiento  de  indios,  se  obligó  un  español 
de  que  cada  año  pasaran  de  sesenta  mil,  y  la 
carne  se  queda  perdida  en  aquellos  campos. 
Hay  grandes  obrajes  de  paños  á  do  se  labra 
de  todo  género  de  paño,  rajas,  rajetillas,  freza- 
das, jergas,  y  vale  á  precio  muy  acomodado, 
Llévanse  desta  provincia  grandes  empleos  de 
todo  lo  dicho  á  Lima,  Cuzco  y  Charcas;  vale 
todo  muy  barato,  por  la  gran  cantidad  que  hay. 
Ocho  panes  de  á  libra  se  dan  por  un  real,  una 
gallina  vale  lo  mesmo,  y  un  capón,  dos  conejos, 
y  tres  también,  no  valen  más  que  un  real,  y 
otras  cosas  hay  tan  baratas;  solas  dos  tienen 
valor,  que  son  el  vino  de  España,  que  del  que 
viene  de  la  provincia  de  Lima  vale  ocho  reales 
un  cuartillo  y  del  que  va  de  España  doce ;  la 
otra  cosa  que  tiene  precio  alto  son  los  jumentos, 
porque  suele  valer  uno  quinientos  y  mil  pesos, 
si  es  bueno,  por  la  gran  cantidad  de  yeguas  que 
hay.  Y  así  dicen  de  ordinario:  ¿Qué  es  lo  que 
tiene  más  valor  en  Quito?  Y  se  responde:  Los 
jumentos. 

CAPÍTULO  VI 

De  los  obispados  y  provincias  de  Lima,  Cuzco 
y  Charcas  y  demás  provincias  del  Pirú. 

El  Pirú  contiene  en  sí  muchas  provincias  y 
algunas  tan  grandes  que  pueden  ser  reinos,  y 
así  se  tiene  y  nombra  desde  la  ciudad  de  Pasto 


PEDRO  ORDOÑEZ   DE  CET.ALLOS 


427 


hasta  Chile  todo  Pirú,  oomo  decir  acá  España, 
que  en  sí  incluye  muchos  reinos,  y  así  dijimos 
en  el  capítulo  pasado  de  la  provincia  y  obispa- 
do de  San  Francisco  del  Quito.  Y  para  pasar 
adelante,  digo  que  la  cabeza  de  todo  el  Pirú  es 
la  ciudad  de  los  Reyes,  por  otro  nombre  llama- 
da Lima.  Hay  Virrey,  y  es  uno  de  los  más  Fa- 
mosos cargos  que  nuestro  Rey  provee,  por  lo 
mucho  que  tiene  que  proveer  de  encomiendas 
de  indios,  desde  Quito  hasta  Chile;  lanzas  y  ar- 
cabuces; corregimientos  y  gobernaciones;  admi- 
nistrazgos  de  comunidades  de  indios  y  de  obra- 
jes; protectorías  de  indios  y  otras  varas  de  al- 
guaciles mayores  y  escribanos,  jueces  y  sobres- 
tantes; beneficios,  curatos  y  otras  capellanías; 
gente  de  guerra  de  mar  y  tierra,  desde  General 
de  armada.  Almirante,  capitanes  y  demás  ofi- 
ciales y  soldados,  y  todos  los  oficios  de  los  ga- 
leones que  bajan  la  plata;  General  de  las  gale- 
ras y  demás  oficiales;  General  del  Callao,  capi- 
tanes y  demás  oficiales,  que  todo  es  una  gran 
máquina;  y  sobre  todo  provee  y  da  los  indios 
de  las  minas,  que  es  la  mayor  cosa,  adonde  ha- 
bía bien  que  decir  y  aun  harto  que  advertir  si 
los  Virreyes  son  algo  codiciosos.  Aunque  por 
la  misericordia  del  Señor,  casi  todos  los  más 
príncipes  que  allí  van  son  buenos  cristianos,  y 
si  hay  alguno  que  haya  entrado  las  manos  en 
esto  para  henchir  los  baúles  de  barras,  luego  lo 
saben  nuestros  católicos  Reyes  y  lo  remedian. 
y  la  Majestad  del  cielo  es  servida  que  vayan 
allí  Virreyes  tan  santos  y  buenos  cristianos 
i'omo  Don  Luis  de  Velasen,  de  quien  he  dicho 
de  paso  algo,  que  pudiera  de  su  gran  vida  es- 
cribir un  largo  tratado ;  y  Don  Fernando  de 
Torres  y  Portugal,  Conde  del  Villar  Don  Par- 
do, natural  de  Jaén,  de  aquella  famosa  casa  y 
prosapia  tan  antigua,  decendiente  por  línea  rec- 
ta de  los  Reyes  de  Portugal;  pues  tenía  tan 
gran  derecho  á  aquellos  reinos  y  señoríos,  pues 
fue  uno  de  los  citados  para  ellos;  y  como  tan 
gran  cristiano,  tan  prudente  y  sabio  y  tan  leal 
vasallo  de  su  Rey,  hizo  dejación  de  su  derecho 
en  Su  Majestad  del  Rey  Filipo  sin  segundo,  y 
con  su  gran  prudencia  decía  que  cuando  pose- 
yera estos  reinos  de  Portugal  los  dejara  en  un 
tan  sabio  y  católico  Rey.  Y  porque  en  otra 
parte  digo  las  grandezas  deste  gran  caballero, 
las  dejaré  agora,  prosiguiendo  con  mi  historia. 
Tiene  la  ciudad  de  Lima  Arzobispo,  Inquisi- 
ción, Audiencia,  Chancillería  y  Corregidor,  que 
siempre  lo  es  un  gran  caballero.  Hay  Universi- 
dad, y  tan  famosa  cuanto  es  público,  y  doy  fee  de 
haber  oído  decir  á  grandísimos  letrados,  así  teó- 
logos como  de  otras  facultades,  que  es  de  las  bue- 
nas que  tiene  hoy  el  mundo.  Tiene  esta  ciudad 
una  cosa  notable,  que  en  toda  ella  no  hay  teja  con 
haber  famosos  edificios,  porque  no  es  necesaria, 
y  es  la  razón  que  no  llueve  jamás.  Es  una  ciu- 

AÜTOBIOGRAFIAS    Y    MEMORIAS. — 38 


dad  de  la  mayor  riqueza  de  todas  las  del  univer- 
so. Tiene  este  arzobispado  la  ciudad  de  Trujillo 
en  los  llanos,  que  ahora  la  hacen  obispado  de 
por  sí  con  otras;  tiene  á  Chachapoyas,  Guanca- 
valica,  á  do  se  saca  todo  el  azogue  necesario 
para  las  minas  de  Potosí,  que  es  una  riqueza 
grande;  Guamanga,  á  quien  hacen  asimesmo 
cabeza  de  obispado  y  le  dan  otras  ciudades  y  vi- 
llas circunvecinas  de  españoles  y  muchos  pue- 
de naturales  indios. 

El  obispado  del  Cuzco  es  ahora  el  mejor  del 
Pirú;  tiene  esta  famosa  ciudad  una  cosa,  que 
aunque  no  es  muy  grande  es  muy  rica  por  la 
gran  fertilidad  de  tierras  y  provincias  que  tiene. 
Parten  asimismo  ahora  deste  obispado  otro,  que 
es  su  cabeza,  Ariquipa.  Tiene  asimismo  otras 
ciudades  y  villas  de  españoles  y  pueblos  de  na- 
turales circunvecinos,  que  con  partirlos,  como 
está  referido,  estos  tres  obispados  de  Trujillo, 
Guamanga  y  Ariquipa,  de  Lima,  Cuzco  y  Quito, 
quedan  todos  con  suficiente  renta. 

Las  Charcas  es  ahora  arzDbispado,  y  solía 
ser  obispado  el  más  rico  del  mundo  y  se  hizo 
arzobispado;  y  del  se  hicieron  dos  obispados, 
el  de  la  Paz  y  el  de  la  Sierra,  y  tan  bueno  el 
de  la  Paz  y  de  tanta  renta  que  por  gran  mejo- 
ría mudaron  al  Arzobispo  de  Santo  Domingo 
á  él.  Hay  en  las  Charcas  Audiencia  Real,  que 
coge  desde  el  Cuzco  arriba  hasta  Chile  y  Río 
de  la  Plata,  que  es  una  infinidad  de  tierra. 
Tiene  á  Potosí  deciocho  legi;as  de  allí,  que  es 
la  monstruosidad  del  mundo,  y  si  no  díganlo 
todos  los  años  las  flotas  y  ahora  los  galeones 
que  vienen  cargados  de  plata ,  toda  la  más 
sacada  de  aquel  famoso  cerro;  y  para  que  se 
sepa  una  grandeza  y  maravilla  de  la  divina 
Providencia  que  pusiese  sobre  aquel  cerro  una 
nube,  que  existe  siempre  y  se  vee  en  días  sere- 
nos muchísimas  leguas  de  allí,  que  parece  que 
está  diciendo :  Aquí  es  la  riqueza.  Es  este 
cerro  á  manera  de  un  pan  de  azúcar,  y  tan 
alto  que  subirá  su  cumbre  por  donde  se  puede 
subir  tres  leguas.  Es  muy  frío;  al  pie  está  la 
villa  del  Potosí,  que  de  ordinario  tiene  veinte 
mil  hombres  españoles,  ocho  ó  diez  mil  muje- 
res, otros  tantos  negros  y  negras  y  más  de  cua- 
trocientos mil  indios.  Es  una  máquina  muy 
grande,  que  se  puede  decir  mundo  abreviado; 
tierra  que  en  sí  no  hay  cosa  por  ser  minerales. 
Seis  leguas  alrededor  no  hay  hierba,  sino  todo 
está  quemado;  y  es  tanto  lo  que  en  ella  entra 
que  suele  valer  á  veces  tan  barato  como  en  la 
tierra  de  á  do  lo  traen,  y  se  ha  vi'Sto  un  día  va- 
ler doce  y  deciséis  reales  una  hanega  de  harina, 
y  luego  otro  cien  reales,  y  al  otro  volver  á  valer 
como  en  el  primero,  y  así  es  de  las  demás  cosas ; 
falta  la  leña,  y  suele  valer  á  veces  que  es  para 
espantar  y  otras  baratísima.  Gana  un  mitayo 
de  los  que  se  reparten  de  quinto  dos  reules  y 


428 


autobiografías  y  memorias 


medio  cada  día,  y  estos  se  llevan  de  ciento  y 
cincuenta  leguas.  Hay  veces  que  antes  que  los 
lleven  hacen  sus  honras  y  dicen  sus  misas, 
como  si  fueran  á  morir,  porque  á  veces  vuelven 
pocos.  Aunque  hay  un  gran  mandato  que  hizo 
el  conde  del  Villar,  que  todos  los  indios  que  se 
quisiesen  quedar  poblados  en  Potosí  se  queda- 
sen, y  que  ganasen  cada  día  á  cuatro  reales  y 
cinco  los  de  de  noche,  aunque  en  las  minas, 
como  son  tan  hondas,  siempre  es  de  noche,  que 
con  lumbres  se  trabaja;  y  con  esto  y  con  lo  que 
hurtan  hay  tantos  poblados  y  que  trabajen,  que 
ha  valido  el  poderse  sustentar  el  cerro  y  toda 
aquella  máquina,  y  los  indios  hacerse  á  la  tierra 
y  no  morirse  tantos,  y  los  que  son  de  lejos  y 
no  quieren  ir,  suplen  otros  por  ellos,  pagándo- 
les aquél  real  y  medio  más  cada  día,  con  que 
ahorran  por  cuarenta  y  cinco  reales  un  tan  ex- 
cesivo trabajo  y  gasto  de  ida  y  vuelta,  y  hijo 
que  se  morían,  y  que  no  cese  de  sacarse  cada 
año  tanta  plata,  que  deben  ser  ocho  ó  diez  mi- 
llones, á  do  interesa  la  corona  de  España  tan- 
tos quintos  y  tantos  derechos  de  las  mercade- 
rías que  sumado  es  una  gran  cosa.  De  que  fue 
tanta  causa  Don  Fernando  de  Torres  y  Portu- 
gal, hijo  de  la  noble  y  insigne  ciudad  de  Jaén. 
Hay  en  la  provincia  de  Chile  dos  obispados, 
el  de  Chile  y  el  de  Santiago;  es  la  tierra  más 
fértil  de  las  que  se  saben  en  el  mundo,  pues 
las  frutas  de  España  que  en  ella  hay  son  tan 
grandes  que  se  ha  de  ver  para  creerse.  Tiene 
toda  esta  tierra  y  provincia  tantas  minas  de 
oro  que  si  se  pudiera  sacar  fuera  una  gran 
suma;  y  si  Su  Majestad  mandase  acabar  toda 
aquella  generación  de  los  valientes  indios  de 
Arauco,  que  tanto  mal  ha  hecho  y  hace,  lo  cual 
sería  fácil,  sería  de  gran  consideración  y  bien 
podría  decir  las  causas,  mas  dejólas  para  su  lu- 
gar. Hay  otros  dos  obispados,  que  dicen  del 
Tucuraán  y  del  Paraguay;  es  parte  de  aquella 
tierra  montañosa  y  de  trabajo,  aunque  de  mu- 
cho sustento  y  medianamente  rica,  y  de  trato 
en  ropa  de  la  tierra  de  algodón,  mantas  y  ves- 
tidos de  mujeres,  de  liquillas  y  anacos,  que  son 
los  vestidos,  y  galanísimos  chumbes,  que  son  las 
fajas   con  que  se  los  ciñen.  Hay  minas  de  oro. 

CAPÍTULO  VII 

De  la  embarcación  que  hice  á  las  islas  de  Cuba, 
la  descripción  della  y  de  las  demás  hasta 
Acapulco,  y  principio  de  viaje  en  el  mar  del 
Sur. 

Como  queda  referido  en  los  dos  capítulos 
pasados,  mi  viaje  fue  por  esta  tierra  del  Pirú 
hasta  Ciiile,  y  tornada  á  la  provincia  del  Qui- 
to, de  á  do  salí  para  tornar  á  España  y  llegué 
á  Cartagena,  á  do  me  embarqué,  y  caminando 


en  demanda  del  Cabo  de  San  Antón  me  perdí, 
como  queda  dicho  en  la  histeria  en  su  lugar. 
I^ui  á  la  de  Cuba,  que  es  ésta,  y  tornando  á  las 
islas  Deseada,  Matalino  y  Dominica,  de  á  do 
partí  para  Cartagena,  digo  que  á  un  lado  y  á 
otro  hoy  muchas  islas,  de  las  cuales  diré  des- 
pués y  por  haber  llegado  á  esta  de  Cuba,  y  á 
su  famoso  puerto,  que  es  el  mejor  del  mundo, 
pues  están  dentro  los  navios  seguros  de  todo 
género  de  riesgos  de  mar  y  enemigos;  porque 
tiene  un  fuerte  á  la  entrada,  que  se  llama  el 
Morro,  que  pienso,  así  lo  dicen  grandes  capica- 
nes  y  soldados,  que  es  de  los  más  buenos  que 
se  pueden  hablar  por  su  gran  sitio,  y  cada  día 
van  haciendo  en  él  baluartes  y  plantando  arti- 
llería, y  por  la  parte  de  tierra  un  foso,  que  aca- 
bado, con  trecientos  hombres  dentro  y  mante- 
nimiento (porque  agua  tiene  toda  la  que  ha 
menester),  no  hay  poder  que  la  pueda  rendir. 
Tiene  esta  isla  docientas  y  venticinco  leguas  de 
largo,  y  de  ancho  treinta  y  siete.  Tiene  Obispo, 
que  es  Cuba  la  cabeza.  Hay  Gobernador  y  Ca- 
pitán general,  que  reside  en  la  ciudad  de  San 
Cristóbal  de  la  Habana,  porque  es  la  mayor,  y 
á  do  llegan  á  la  ida  las  flotas  de  Nueva.  España 
y  á  la  vuelta  todas  las  flotas  y  galeones,  y  la 
de  Nueva  España  deja  allí  en  el  puerto,  en  una 
casa  fuerte  que  tiene  en  el  fuerte  del  Morro,  el 
oro.  plata,  cochinilla  y  añil,  y  los  galeones  que 
van  hasta  Cartagena  y  Puerto  Velo  de  Tierra 
Firme,  de  vuelta  reciben  todo  aquello,  y  con  la 
riqueza  que  ellos  traen  vienen  á  España.  Es 
isla  fértilísima  de  frutas  de  la  tierra  y  maís  y 
otras  raíces,  y  de  harinas  y  otras  cosas  que  de 
fuera  vienen.  Hay  mucha  madera  muy  fina 
guachapil,  que  no  se  corrompe  en  el  agua,  y  el 
clavazón  suyo  es  mejor  que  de  hierro  porque 
se  encorpora  y  no  hace  agua.  Hay  mucha  carne 
de  vacas,  pues  se  matan  solo  por  los  cueros. 
Hay  grande  cantidad  dií  marranos,  y  es  extre- 
mada su  carne,  pues  se  da  á  enfermos. 

El  Cabo  de  San  Antón  está  en  veinte  gra- 
dos y  la  Habana  en  ventitrés.  Hay  por  toda 
esta  mar  infinidad  de  ballenas,  y  suele  hallarse 
gran  cantidad  de  ámbar,  que  dicen  es  la  esco- 
ria y  excremento  de  las  ballenas. 

La  isla  de  Puerto  Rico  está  de  la  Dominica 
venticinco  leguas  en  deciocho  grados.  Tiene  de 
largo  cuarenta  leguas  y  de  ancho  veinte,  y  de 
contorno  más  de  ciento  y  cincuenta.  Tiene  mu- 
cho ganado  y  azúcar,  y  arboleda  de  naranjas, 
cidras  y  limas  de  todo  género.  Dase  en  ella 
trigo  y  todas  las  cosas  de  España,  y  hay  gran 
cantidad  de  oro,  y  )io  hay  quien  lo  saque,  que 
tiene  la  falta  de  todas  las  demás  islas,  que  se 
han  quedado  sin  naturales,  habiendo  tenido  al 
descubrirse  grandísima  cantidad,  y  como  ellos 
dicen,  sólo  el  baho  de  los  españoles  los  mata, 
y  yo  digo  que  los  malos  tratamientos  y  excesi^ 


í»EDRO  ORDÓÑtíZ  DE  CEBALLOS 


m 


ros  trabajos  por  el  oro,  lo  que  se  verá  por  un 
ejemplo. 

Un  cacique  y  reyezuelo  de  una  destas  islas, 
sabiendo  que  iban  los  españoles  juntó  toda  su 
gente  y  les  hizo  una  plática,  diciendo  que  el 
dios  de  los  españoles  era  el  oro,  y  que  así  lo 
juntasCii  y  lo  echasen  en  el  río,  como  lo  echa- 
ron en  el  de  la  Habana,  y  conjuró  toda  su  gente 
este  reyezuelo  Hantuy,  que  así  se  llamaba,  de 
que  aunque  muriesen  todos  no  dijesen  que  lo 
había,  pues  por  buscar  su  dios  luibían  acabado 
todos  los  naturales  del  reino  de  Aitim,  que  es 
la  isla  de  Santo  Domingo.  Tiene  esta  isla  de 
Puerto  Rico  cuatro  ciudades  y  Obispo;  cógese 
mucho  ajenjibre;  es  toda  ella  una  huerta,  y 
della  á  la  de  Santo  Domingo  hay  de  punta  á 
punta  doce  leguas  y  de  puerto  á  puerto  ochen- 
ta; ésta  de  Santo  Domingo  es  muy  grande; 
está  en  diez  y  ocho  grados;  fue  la  primera  que 
se  descubrió  en  todas  las  Indias,  y  así  la  lla- 
maron la  Española,  y  de  aquí  se  ha  descubierto 
tanto  mundo;  es  fértil  en  cosas  de  la  tierra; 
ganado  vacuno  hay  una  inmensidad  dello;  no 
ha  quedado  natural,  y  había  cuatro  millones  de 
gente;  son  muchos  los  ríos  que  tiene  y  grandí- 
simos ,  y  tiene  más  de  seiscientas  leguas  de 
boj,  y  todos  los  demás  ríos  son  de  oro,  y  dicen 
se  halló  pedazo  tan  fino  que  no  fue  menester 
fundirse  y  pesó  más  de  tres  mil  ducados;  hay 
infinita  caña  dulce,  de  que  se  hace  azúcar  mu- 
cho; hay  ajenjibre  y  caña  fistola,  mucho  ganado 
de  cerda;  si  esta  isla  tuviera  gente  se  sacara 
mucha  cantidad  de  oro  y  perlas.  El  pan  de  la 
tierra  es  de  yuca,  que  nosotros  llamamos  caza- 
be, y  se  trae  pan  de  Tierra  Firme,  de  la  gober- 
nación de  Venezuela;  es  tierra  cálida,  y  así  es 
buena  para  negros,  que  es  la  gente  que  ahora 
sirve  en  aquella  isla,  que  habrá  ahora  más  de 
veinte  mil.  Hay  en  la  ciudad  de  Santo  Domin- 
go Arzobispo  y  Audiencia  Real.  Hay  en  aque- 
lla mar  ballenas  y  grandísimos  tiburones.  De 
allí  se  descubre  á  dos  días  la  isla  de  Navaza, 
isla  pequeña,  en  diez  y  siete  grados,  y  junto  á 
ésta  está  la  isla  de  Jamaica;  procúrase  pasar 
desta  isla  por  tiempos,  porque  hay  infinitos 
huracanes,  y  casi  en  este  paraje  está  la  dicha 
isla  de  Cuba  ó  Habana,  que  ya  dije,  y  en  des- 
cubriendo punta  de  San  Antón  se  va  camino 
derecho  hasta  descubrir  la  isla  de  Campeche, 
que  está  cerca  de  Tierra  Firme;  es  de  trecien- 
tas leguas  de  boj;  todos  los  naturales  son  ya 
cristianos;  hay  Ojispo  y  Gobernador;  es  tierra 
fértilísima;  á  pocos  días  se  descubre  y  llega  á 
San  Juan  de  Lúa,  que  es  el  puerto  de  la  Nue- 
va España;  hay  muchos  bajíos  en  él,  y  así  hay 
pilotos  que  entran  los  navios.  Hay  un  famoso 
puerto  en  la  mar.  La  tierra  adentro  está  la 
ciudad  de  la  Veracruz,  á  do  es  todo  el  contra- 
to,  aunque   es   tierra   muy  cálida:  desde  este 


puerto  á  la  gran  ciudad  de  Méjico,  que  con 
justo  título  se  le  puede  decir  gran  ciudad,  pues 
es  muy  mayor  que  Sevilla,  y  tiene  treinta  mil 
españoles  y  más  mujeres,  y  docieutos  mil  indios 
y  más  indias,  y  veinte  mil  negros.  Es  la  cabeza 
de  todos  estos  extendidos  reinos,  á  do  hay  Ar- 
zobispo, Virrey  y  Audiencia  Real,  Inquisición 
y  muchos  conventos  famosos  y  iglesias,  como 
en  la  más  principal  ciudad  del  mundo;  el  tem- 
ple y  abundancia  como  el  del  Pirú  (como  queda 
dicho) ;  es  tierra  tan  famosa  y  de  naturales  tan 
dóciles  que  diré  algunas  particularidades. 

La  primera  es  que  hacen  tanta  honra  á  los 
sacerdotes,  así  frailes  como  clérigos,  que  acaeció 
llegar  á  muchos  pueblos  y  oir  repicar  las  cam- 
panas antes  que  llegase,  y  veía  correr  de  una 
parte  á  otra  los  muchachos  y  algunos  indios,  y 
cogen  una  cruz,  y  en  piocesión,  rezando  las  ora- 
ciones, llegan  hasta  casi  la  salida  del  pueblo,  y 
de  aquella  manera,  bajas  las  cabezas,  dicen: 
¡Loado  sea  Nuestro  Señor  Jesucristo  y  su  ben- 
dita Madre  Santa  María!  Dice  el  sacerdote: 
Por  siempre;  y  ellos:  Amén;  y  así  lo  acompa- 
ñan hasta  la  iglesia,  á  do  rezan  y  le  sirven  en 
todo  lo  que  pide  y  le  dan  grandes  limosnas, 
que  hay  veces  que  me  valía  pueblo  para  misas 
cien  ducados,  y  de  todo  esto  fue  la  causa  aquel 
gran  cristiano  Don  Martín  Cortés,  Marqués  del 
Valle,  que  mandó  en  toda  aquella  tierra  esto,  y 
deste  excelente  y  gran  soldado  de  Cristo  se  dice 
que  en  viendo  á  un  sacerdote,  malo  ó  bueno,  se 
detenía  en  la  calle  y  no  se  cubría  hasta  que  pa- 
saba, y  á  veces  se  apeaba  y  hincaba  una  rodilla 
y  le  besaba  la  mano,  y  á  su  imitación  lo  hacen 
los  naturales,  los  cuales  dicen  que,  pues  lo  ha- 
cía el  Virrey  inmortal  (que  así  lo  llamaban  por 
su  gran  valentía),  que  no  es  mucho  lo  hagan 
ellos;  y  cieito  es  cosa  maravillosa  oir  á  los  na- 
turales de  aquella  tierra  las  cosas  que  sus  pasa- 
dos les  dejaron  por  tradición  de  las  grandezas 
deste  magnánimo  y  cristianísimo  Príucii)e,  y  es 
de  ver  cuando  hacen  algunas  cosas,  si  les  pre- 
guntan ¿quién  os  enseñó  esto?  dicen:  El  gran 
capitán  Martín  Cortés  lo  mandó  así;  y  aunque 
algunos  Virreyes  han  querido  quitar  algunas 
cosas,  no  han  podido,  si  fueron  de  las  que  dejó 
mandadas  el  buen  Marqués,  particularmente  sí 
son  como  el  acudir  al  servicio  de  los  sacerdotes, 
á  las  iglesias  y  en  gastar  sus  haciendas  en  la 
sumptuosidad  de  los  templos. 

Hacen  hermosísima  imagenería  de  pluma, 
que  en  algunas  que  de  allá  han  venido  se  han 
visto  cosas  tan  delicadas  que  muestran  muy 
bien  su  ingenio,  pues  de  plumas  de  pajarillos 
hacen  una  imagen  del  Rosario  con  todos  sus 
quince  misterios,  tan  pequeños  que  para  pinta- 
dos fuera  pintura  delicadísima,  y  hacen  otros 
rostros  y  cuerpos  y  ropajes  tan  acabados,  que 
si  no  es  quien  los  ha  visto,  no  lo  podrá  creer. 


-13Ü 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Es  la  Nueva  España  muy  gran  tierra  lo  des- 
cubierto, y  se  dice  que  queda  por  descubrir  seis 
tanto,  pues  en  nuestro  tiempo  descubrió  Anto- 
nio Espejo,  un  famoso  capitán,  quince  provin- 
cias, que  tenían  de  tierra  como  dos  Españas; 
halló  en  ellas  gente  política  y  poblaciones  gran- 
des, con  casas  de  piedra  de  tres  y  cuatro  altos, 
y  hacia  cualquier  parte  se  halla  tierra  y  gente 
por  descubrir,  y  con  todo  eso  tiene  descubier- 
tas diez  provincias,  que  algunas  dellas  son  tan 
grandes  como  toda  España,  y  otras  como  todo 
Portugal  ó  otro  reino,  que  tendrán  todas  tanta 
tierra  como  tres  veces  toda  España;  son  sus 
nombres:  Méjico,  Honduras,  Guatimala,  Cam- 
peche, Chiapa,  Guayaca  .  Muchoacán ,  Nueva 
Galicia,  Nueva  Vizcaya  y  Guadiana,  y  debajo 
destas  hay  otras  once,  y  el  Nuevo  Méjico  y 
Nueva  Francia,  que  siendo  Dios  servido  se  po- 
l)larán  de  españoles  como  lo  están  las  demás. 
Hay  tres  Audiencias  Reales  y  Gobernadores  y 
Corregidores,  todos  españoles,  y  en  otros  pue- 
blos hay  Alcaldes  mayores,  y  en  los  pueblos  de 
los  indios  hay  en  distritos  Alcaldes  mayores. 
Es  toda  la  más  tierra  muy  sana,  por  ser  de  tan 
buen  temple,  y  es  la  causa  el  llover  de  ordina- 
rio en  los  meses  de  junio,  julio,  agosto  y  septiem- 
bre, y  correr  siempre  una  marca  de  un  vente- 
cilio  tan  fresco,  que  apartándose  del  sol,  aun- 
que sea  en  tierra  muy  cálida,  no  se  siente  el 
calor,  y  las  noches  son  muy  frescas  por  la  pro- 
pia causa,  por  la  falta  del  sol  y  por  las  marcas. 

Es  tierra  riquísima  de  oro  y  plata,  por  tener 
muchas  minas,  y  de  cochinilla  y  añil;  lábrase 
gran  cantidad  de  seda  traída  de  la  China;  tie- 
nen los  españoles  grandes  tratos  y  trajinan  de 
una  parte  en  otra  llevando  á  cada  una  lo  que 
falta  y  lo  que  sobra  en  la  otra,  á  do  enriquecen 
en  breve  tiempo,  así  en  esta  tierra  como  en  el 
Pirú,  por  ser  las  ganancias  grandes,  el  gasto 
mucho,  la  comida  barata  y  sobre  todo  ser  la 
gente  de  gran  verdad  y  tener  los  unos  á  los 
otros  mucha  fidelidad,  y  se  ha  visto  ir  de  acá 
hombres  muy  malos  y  trocarse  allá,  como  de 
ladrones  volverse  fieles,  y  no  sólo  no  hurtar, 
porque  no  se  i;sa  rn  aquella  tierra,  mas  aborre- 
cer en  sumo  grado  tal  vicio,  y  todos  los  demás 
por  consiguiente;  y  esto  se  ha  de  entender  que 
pasa  de  unos  españoles  con  otros,  porque  para 
con  los  indios,  como  conquistadores,  siempre 
los  ranchean  y  quitan  lo  que  tienen,  aunque 
ellos  propios  se  lo  dan  de  puro  miedo  ó  de  li- 
berales, y  porque  ven  que  si  no  se  lo  dan  se  lo 
han  d'í  quitar,  y  así  quieren  ganar  gracias  con 
su  hacienda.  Y  diré  un  caso  que  le  pasó  á  un 
cacique  llamado  Don  Gabriel  de  Caravajal,  de 
Carangue,  que  es  un  pueblo  de  la  provincia  de 
Otábalo.  Preguntó  en  presencia  del  guardián 
de  aquel  pueblo  y  de  mí  y  de  otras  personas, 
sacerdotes  y  legos,  al  capitán  Pedro  do  Lo- 


melín:  Señor,  en  las  mayores  ciudades  y  pro- 
vincias que  se  han  conquistado  en  el  mundo, 
¿qué  duraría  el  saco?  Respondióle:  Cacique,  en 
cada  ciudad,  por  grande  que  sea,  durará  ocho  ó 
diez  días.  Tornó  á  repetir:  Pues  si  tan  poco  dura 
por  allá,  que  sólo  es  saco  de  ocho  ó  diez  días, 
en  estos  miserables  indios,  ¿para  qué  dura,  c<jn 
nombre  de  ranchear,  más  [de]  cien  años? 

Hay  en  esta  tierra  tanto  ganado  que  es  ya 
sabido  que  hay  hombre  que  mata  diez  mil  ca- 
bezas de  ganado  vacuno  y  otro  tanto  de  cabras, 
sólo  para  enviar  los  cueros  á  España,  y  es  por 
haber  tanta  tierra  y  de  continuo  los  pastos  ver- 
des. Hay  mucho  trigo  de  España  y  maís  y  fru- 
tas, así  las  de  España  llevadas  de  acá  como  de 
la  tierra  muy  sabrosas.  Hay  un  arbolillo  llama- 
do maguey  ó  cabuya,  tan  provechoso  que  In- 
visto yo  hacer  del  cosas  para  espantar:  vino, 
vinagre,  miel,  hilo,  mantas,  y  coserlas  con  las 
puntas  de  las  hojas;  lonas,  jarcias,  alpargates, 
y  servir  casi  para  toda  una  casa  de  estantes, 
vigas,  tablas  y  sogas,  para  atarlo  todo,  y  las 
hojas  de  tejas,  y  otras  cosas  de  medicinas,  que 
he  visto  curas  notables  con  sus  cogollos.  Y  por- 
que se  podía  hacer  de  las  grandes  cosas  deste 
reino  de  Nueva  España  una  historia  tan  glande 
cuanto  la  mayor  que  hasta  hoy  se  ha  impreso, 
lo  dejaré,  por  ser  imposible  poderlo  yo  decir 
todo,  mayormente  no  siendo  de  mi  historia,  aca- 
bando con  que  de  la  gran  ciudad  de  Méjico 
hasta  el  puerto  de  Acapulco  hay  noventa  leguas 
de  tierra  toda  poblada  y  apacible,  y  este  puerto 
es  en  el  mar  del  Sur  como  es  San  Juan  de  Lúa 
en  el  del  Norte  en  diez  y  nueve  grados;  tómase 
aquí  la  estrella  Sur,  porque  no  se  ve  al  Norte. 

CxiPÍTULO  VIII 

Dd  n'iije  del  jiuerto  de  Acapulco  hasta  llegar 
á   Cantón  de  la   China. 

Dije  en  el  capitulo  pasado  cómo  el  puerto  de 
Acapulco  está  en  diez  y  nueve  grados  de  eleva- 
ción del  polo  en  el  mar  del  Sur;  es  una  villa; 
está  poblada  de  españoles  y  indios;  hay  en  ella 
alcalde  mayor  y  capitán  del  puerto.  Mi  viaje, 
como  queda  dicho  en  la  historia,  fue  salir  del 
Pirú  para  España  con  mis  papeles  y  pretensio- 
nes y  perderme  en  Cabo  de  San  Antón  y  cami- 
nar á  este  puerto  de  Acapulco,  habiendo  dado 
primero  vuelta  á  la  mayor  parte  de  la  Nueva 
España  y  querer  volverme  á  Guayaquil,  ciudad 
en  el  Piri'i  y  puerto  por  donde  se  va  á  la  pro- 
vincia y  ciudad  del  Quito,  y  codio  no  hallase 
allí  pasaje  por  no  haber  navio  para  conseguir 
aquel  viaje,  me  fue  fuerza  comprar  allí  uno  que 
se  decía  el  galeón  San  Pedro,  el  cual  se  puso 
en  orden  de  marineros  y  soldados  de  infantería, 
como  queda  referido.  Salimos  de  allí  la  derrota 


PEÜRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


431 


dicha  de  Guayaquil,  y  con  temporales  nos  de- 
rrotamos y  tuvimos  grandes  tormentas  y  gran- 
des refriegas  con  enemigos.  Fuimos  por  dife- 
rentes alturas,  pues  llegamos  á  cincuenta  y  tres 
grados,  con  tanto  frío  que  se  nos  caían  las  en- 
cías á  pedazos  y  se  nos  pudrieron  los  bastimen- 
tos (como  queda  referido),  y  así  el  viaje  fue  di- 
ferente del  que  se  toma  para  el  camino  derecho, 
pues  se  ha  de  abajar  hasta  doce  grados  y  medio 
para  las  islas  de  las  Velas  ó  de  Ladrones,  que 
todo  es  uno,  y  se  camina  al  Sudueste,  y  porque 
descubrimos  otras  islas  que  no  eran  conocidas, 
que  les  llamamos  de  Españoles  p<>r  hallar  gene- 
ración en  ellas  procedidas  de  españoles,  de  allí 
tomamos  la  derrota  para  islas  de  Ladrones,  y 
nuestro  viaje  fue  muy  largo,  de  más  de  tres  mil 
leguas,  hasta  llegar  á  reconocer  la  isla  llamada 
Charpáii,  que  es  la  primera  de  acá;  son  siete 
ó  ocho;  la  gente  es  blanca,  y  toda  desnuda  en- 
cueros  y  muy  membruda  y  de  grandes  fuerzas ; 
dícese  que  no  tienen  sino  caciquillos,  y  entre 
ellos  se  guerrean  y  son  gentiles,  sacrificando  al 
demonio;  sus  armas  son  hondas,  dardos  y  lan- 
zas y  rodelas  de  cueros  muy  duros;  son  muy 
grandes  ladrones,  y  por  ellos  se  llaman  así 
las  islas.  La  postrera  dellas,  que  fue  á  la  que 
llegamos,  se  llama  Iguam.  Paréceme  serían  fá- 
ciles de  conquistar,  por  parecerme  la  gente 
sin  ley,  y  porque  temen  las  escopetas  mucho, 
aunque  es  gente  muy  valiente  y  de  grandes 
cuerpos,  que  parecen  gigantes. 

De  allí  caminamos  otr<is  diez  y  ocho  días  y 
descubrimos  las  islas  Filipinas,  y  por  tempo- 
rales jamás  pudimos  tomarlas,  porque  se  ca- 
mina al  Ueste,  y  jamás  podimos  ir  camino  de- 
recho, y  habrá  docientas  leguas  hasta  boca  de 
Espíritu  Santo,  que  se  ha  visto  descubrirse  en 
seis  días,  y  estuvimos  diez  y  ocho.  Hay  allí 
tantas  islas  que  es  uno  de  los  grandes  Archi- 
piélagos de  islas  que  hay  en  todo  el  mar,  todas 
pobladas  de  gente  y  casi  conquistadas  más  de 
la  mitad  de  españoles;  llámasela  principal  isla 
Luconia  ó  Luzón,  y  todas  ellas  están  por  nues- 
tro católico  Rey  Don  Felipe  IIL  De  la  boca 
del  Espíritu  Santo  á  Manila,  que  es  la  ciudad 
principal,  hay  más  de  ochenta  leguas;  hay  allí 
ÍTobernador  y  Obispo  y  Dignidades  y  Canóni- 
gos. Está  esta  isla  en  catorce  grados  y  un  cuar- 
to, y  hay  tantas  islas  junto  á  ésta  que  de  unas 
á  otras  casi  parecen  ríos  en  poco  trecho  ó  peda- 
zos de  lagunas,  y  son  tantas  que  llegan  hasta 
cerca  de  Malaca  junto  al  estrecho  de  Sincapu- 
ra,  y  por  allá  á  las  islas  Malucas. 

Estas  islas  dicen  las  descubrió  Magallanes,  y 
en  una  isla  llamada  Cabú,  en  un  convite,  le 
mataron  á  él  y  á  otros  cuarenta,  y  el  piloto 
mayor,  Sebastián  de  Guetaria,  se  vino  con  la 
gente  á  España  habiendo  dado  vuelta  al  mun- 
do. Tornó  segunda  vez  este  dicho,  y  después 


tercera  Pedro  de  Villalobos,  que  fue  á  dar 
á  Terrenate  y  á  islas  Malucas,  que  entonces 
estaban  empeñadas  por  nuestro  católico  Empe- 
rador Carlos  V  al  Rey  de  Portugal,  y  allí 
prendieron  muchos  castellanos,  que  fue  causa 
de  tornarse  los  demás.  Cuarta  vez  fue  por 
mandado  del  Rey  Don  Felipe  II  nuestro  se- 
ñor Miguel  López  de  Legaspi,  con  cédula  para 
el  Virrey  Don  Luis  de  Velasco,  que  entonces 
lo  era  de  la  Nueva  España,  y  después  del  Pirú, 
y  otra  vez  de  la  Nueva  España,  y  es  encomen- 
dero de  indios,  un  gran  caballero  y  excelente 
cristiano,  pues  ha  gobernado  aquellos  dos  gran- 
des reinos  cerca  de  treinta  años,  muy  bienquisto 
y  tan  prósperamente  y  con  [tanta]  quietud  que 
todos  los  españoles  y  indios  dicen:  El  gran  cris- 
tiano; y  ahora  es  Presidente  del  Consejo  Real 
de  las  Indias  y  primero  Marqués  de  Salinas. 

Y  volviendo  al  dicho  Legaspi,  fue  el  que 
conquistó  y  pobló  estas  islas  Filipinas  con  faci- 
lidad, porque  no  tenían  señor,  que  desde  la  deja- 
ción que  dellas  hizo  el  gran  Chino  y  de  otros 
reinos,  se  gobernaban  por  reyezuelos  y  señorci- 
llos,  y  había  en  ellas  tantos  esclavos  que  he- 
cha la  cuenta  eran  casi  la  mitad,  porque  se  gue- 
rreaban de  ordinario  y  todos  los  que  cogían  eran 
esclavos;  y  por  ser  ridicula  una  mala  ley  que 
había  en  aquellas  islas,  la  pondré,  y  es  que  pres- 
taban uno  á  otro  en  cosas  valor  de  un  real,  por 
ocho  ó  diez  días,  y  en  llegando  el  plazo  se  lo 
pedía  delante  de  testigos,  y  si  no  se  lo  daba  se 
doblaba,  y  el  otro  día  en  cuatro  y  el  otro  en 
ocho,  y  desta  manera  cada  día,  y  en  llegando  á 
gran  suma  se  entregaba  por  esclavo,  y  por  esta 
causa  y  las  continuas  guerras  había  en  aque- 
llas islas  tantos  esclavos.  Todos  los  destas  islas 
eran  gentiles,  y  ya  comenzaban  de  otras  islas 
comarcanas,  que  son  de  moros,  como  Borneo  y 
Venatria,  á  venir  á  enseñarles  su  falsa  ley,  y 
ahora  casi  todos  son  cristianos.  ¡  Sea  la  gloria 
á  Dios! 

Son  estas  islas  todas  ellas,  con  ser  tantas, 
muy  fértiles  de  comida  y  ricas  de  oro  y  merca- 
durías, y  todo  muy  barato,  y  sólo  quiero  decir 
de  un  árbol  que  hay,  que  se  llama  palma  de 
cocos,  que  es  la  cosa  más  notable  que  se  puede 
decir,  pues  del  se  hacen  tantas  cosas  casi  increí- 
bles, pues  se  ha  visto  navio  que  todo  él  y  la 
comida  y  bebida  y  vestidos  y  calzados  todo  era 
deste  árbol,  y  hay  pueblos  que  las  casas  y  todo 
lo  demás,  como  he  dicho,  es  deste  árbol,  por- 
que del  madero  se  hacen  tablas  y  todos  los 
demás  menesteres  para  un  navio,  y  la  clavazón 
es  del  mismo  palo;  de  las  hojas  se  saca  una 
pita,  que  de  la  gorda  se  hacen  lonas  para  velas 
y  de  la  de  en  medio  mantas  para  vestirse  y  cuer- 
da y  alpargates,  y  de  la  más  delgada  lienzo 
para  camisas  y  cuellos  y  hilo  para  coserlas,  y 
de  aquellas  hojas  majadas  jabón  para  lavar,  y 


432 


del  árbol,  dándole  barrenos,  sacan  agua  para 
beber,  y  la  fruta,  que  son  cocos,  muy  gran 
comida' y  de  sustento  y  sabrosa,  y  de  aquella 
agua  cocida  hacen  vino,  A'inagre,  arrope,  miel, 
y  del  meollo  del  coco,  que  es  de  sabor  de  avella- 
nas verdes,  se  saca  aceite  medicinal  y  leche  tan 
sabrosa  como  de  almendras  muy  dulces,  y  si  la 
cuecen  se  hace  miel  y  azúcar  muy  sabroso.  En 
la  isla  de  Maldivia  no  hay  otra  agua,  ni  comida, 
ni  vestido,  si  no  es  destas  palmas,  y  todas  las 
casas  son  deste  árbol,  porque  los  troncos  hin- 
cados y  las  tablas  por  los  lados  son  las  paredes, 
y  de  un  palo  la  cumbrera,  y  de  los  propios  las 
tirantes  y  sogas  con  que  los  atan,  y  las  hojas  son 
la  cubierta,  y  la  leña  que  queman,  y  casi  todas 
las  medicinas  con  que  se  curan,  y  las  barcas  y 
remos  con  que  navegan,  y  las  camas  en  que 
duermen:  de  suerte  que  les  es  todo  el  menester 
de  la  vida  humana,  y  aun  el  ataúd  y  depósito  de 
los  cuerpos  cuando  mueren,  pues  en  ellos  se 
entierran;  hacen  también  armas  ofensivas  y 
defensivas,  como  son  lanzas,  dardos  y  macanas 
y  rodelas,  hondas  y  lo  que  en  ellas  tiran. 

Hay  en  islas  de  Luzón  muchos  chinos  cris- 
tianos y  pueblos  dellos,  y  si  reciben  la  fe  los 
della  se  espera  serán  todos  muy  buenos,  por- 
que es  gente  de  buen  entendimiento.  Una  des- 
tas  islas  de  Luzón  es  la  del  nombre  de  Jesús  de 
Pintados,  que  la  ciudad  se  llama  Cebú:  es  fér- 
tilísima y  tiene  continuas  guerras  con  Minda- 
naes,  como  se  tratará  en  el  libro  de  las  grande- 
zas de  Jaén,  en  la  vida  del  famoso  Almirante 
Cristóbal  de  Espinosa  de  los  Monteros,  natu- 
ral de  Jaén.  De  allí  á  vista  de  aquellas  islas, 
sin  poderlas  tomar,  ó  por  ser  parecer  de  todos, 
porque  no  llevábamos  licencia,  pasai^os  en  de- 
manda de  la  China;  descúbrense  muchas  islas, 
y  una  de  grandísima  altura,  llnmada  Mindana, 
y  otra  isla  de  Mateo,  y  un  archipiélago  dellas, 
que  en  aquellas  ciento  y  treinta  leguas,  si  se  qui- 
siese tomar  puerto  podrían  cada  día.  y  á  lo  más 
á  dos  días  descubrimos  tierra  de  la  China,  y 
como  sabíamos  los  malos  tratamientos  que  en 
aquellas  provincias  hacen  á  los  extranjeros  fue 
acordado  que  no  tomásemos  puerto  en  ninguna 
parte  hasta  Macao,  ciudad  de  portuerueses,  po- 
blada en  propia  tierra  firme  de  la  China,  y  fue 
la  Majestad  del  Señor  servido  que  al  calió  de 
tanta  inmensidad  de  trabajos,  tormentas  y  ham- 
V)res,  que  es  lo  peor,  la  descubriésemos  y  tomá- 
semos un  miércoles  puerto  en  su  bahía,  que  es 
muy  buena  y  capaz  para  muchos  navios.  Fui- 
mos bien  recebidos  del  capitán  portugués,  que 
es  la  justicia  mayor  de  aquella  ciudad,  y  nos 
visitaron  el  navio,  y  aparté  á  un  lado  al  capitán 
y  le  conté  mi  venida  y  la  verdad  della,  que  la 
creyó  y  me  prometió  salvoconduto,  y  yo  lo  re- 
galé con  algunas  cosas.  Fui  el  dicho  día  á  besar 
las  manos  á  su  señoría  del  señor  Obispo,  que 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

era  un  santo,  que  era  de  la  orden  de  Cristo  y 
un  gran  caballero ;  prometióme  hacer  mucha 
merced,  y  después  la  cumplió  tan  colmaiamen- 
te  que  decía  que  me  quedase  allí,  y  si  fuera  ne- 
cesario partir  su  renta  conmigo  lo  hiciera.  Era  el 
Príncipe  más  bien  quisto  de  todas  las  naciones 
que  jamás  se  vio  en  aquella  tierra,  y  la  mayor 
merced  que  yo  pude  recebir  fue  que  un  día  se 
fue  de  su  casa  solo  conmigo  á  casa  de  aquel 
buen  capitán  y  le  pidió  me  diese  salvoconduto 
y  la  brevedad  de  mi  despacho;  y  sin  salir  de 
allí  me  lo  dio  del  Virrey  de  Goa,  que  los  tiene 
allí  con  los  nombres  en  blanco  de  navios  y  gente, 
y  así  otro  día  dijo  misa  y  luego  yo,  y  se  fue 
conmigo  hasta  el  navio  y  nos  bendijo  y  salió 
en  él  d?l  puerto,  y  de  allí  se  tornó,  y  engolfa- 
dos en  muy  breve  tiempo  reconocimos  la  gran 
bahía  de  Cantón,  y  sin  tomarla  envié  el  salvo- 
conduto y  nos  enviaron  licencia  para  tomar 
puerto . 


CA.PITULO  IX 

En  donde  se  cuenta  lo  que  pasó  en  Cantón  y 
en  suma  algunas  cosns  de  aquellos  extendidos 
reinos,  y  viaje  hasta  Cochinchina. 

Por  haber  tratado  tan  á  la  larga  en  la  histo- 
ria de  las  cosas  deste  gran  reine  de  la  China, 
sólo  tocaré  ahora  algunas  que  allá  no  dije  y 
otras  que  allí  pasaron,  y  sea  la  primera  que  en 
dos  meses  y  veinte  y  dos  días  que  estuvo  nues- 
tro galeón  en  aquel  puerto,  no  pude  alcanzar 
licencia  para  saltar  en  tierra,  aunque  prometía 
mil  reales  de  á  ocho.  Luego  que  llegamos  bar- 
loventeamos una  tarde  martes,  por  dos  cosas. 
La  primera,  porque  no  se  puede  saltar  sin  li- 
cejicia,  y  en  un  bergantín  que  salió  á  nosotros 
envié  el  salvoconduto  y  setecientos  reales  de  á 
ocho  para  su  despacho,  que  dentro  de  tres  horas 
vino  luego  despachado  y  el  juez  de  extranjeros 
á  visitarnos,  que  se  holgó  de  ver  nuestro  navio 
tan  fuerte  y  tan  artillado;  ^^  resentéle  algunas 
cosas  y  le  di  dos  mil  patacones  para  emplear, 
porque  no  traía  más  licencia,  y  de  la  gente  y 
navio  otros  dos  mil,  y  otro  día  miércoles  tomé 
su  puerto  hacia  la  parte  de  la  mar,  que  nos  pa- 
reció no  entrar  en  el  río  por  más  seguro,  como 
son  tan  malos  los  naturales  desta  tierra  para 
los  extranjeros;  y  esta  fue  la  otra  cosa,  tomar 
puerto  en  miércoles,  á  ocho  días  que  habíamos 
partido  de  Macao. 

Hay  allí  un  muelle  la  cosa  más  grandiosa 
que  se  puede  ver,  como  queda  dicho,  y  en  todo 
el  tiempo  que  allí  estuvimos,  con  ver  tanta  sol- 
dadesca y  gente,  no  vide  mujer,  sino  alguna 
silla  á  do  decían  que  iban  algunas  atapadas, 
p.orque  las  mujeres  de  allí  por  excelencia  son 
I  las  más  castas  del  mundo  y  recogidas,  que  se 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


433 


guarda  muy  de  veras  el  refrán  que  la  mujer  y 
la  hormiga  por  las  alas  se  pierden.  Tuve  allí 
noticia  de  grandes  cosas,  particularmente  de 
algunas  ciu'lades  grandísimas  que  hay  en  aque- 
lla provincia,  cuyo  número  de  vecinos  es  tan 
grandioso  que  parece  casi  imposible.  Díjome  el 
que  me  informaba  de  todo,  que  era  un  chino, 
que  todas  las  villas  y  lugares  eran  cercadas  de 
murallas  y  baluartes  á  trechos,  y  con  su  guar- 
da, y  sobre  todas  las  puertas  mucha  artillería 
y  soldadesca,  y  en  to  lo  grande  orden  y  limpie- 
za en  las  armas,  porque  castigaban  con  gran 
rigor  á  los  descuidados  que  sobre  esto  había,  y 
cada  mes  había  reseña  y  paga.  Yo  hice  traer  la 
paga  de  un  soldado,  que  mientras  allí  estuve 
se  hicieron  dos  reseñas  y  pagas,  y  lo  pesé,  y 
sería  un  real  y  veinte  y  uu  maravedís  de  valor 
de  España,  en  pedacitos  de  plata,  y  me  dijeron 
que  bastaba  aquella  moneda  de  plata  para  co- 
mer y  vestir  cada  mes,  según  iban  las  cosas  ba- 
ratas, y  lo  que  crece  la  moneda  de  plata  tro- 
cada, que  es  más  que  en  España  cinco  ducados. 
Vide  allí  en  Cantón  casi  todos  los  géneros  de 
armas  de  España  y  de  todo  el  mundo;  vide  las 
comidas  también  más  baratas  que  se  puede  en- 
carecer, pues  con  ocho  reales  de  plata  sobraba 
comida  de  carne,  pan,  fruta,  pescados  y  de  la 
cerveza  de  la  tierra;  de  toda  conn'a  la  gente  del 
navio,  que  eran  más  de  cien  personas,  por  los 
ocho  reales  de  plata,  y  debía  de  ser  la  razón 
que  me  dio  el  chino,  que  trocada  la  plata  en  la 
moneda  menor  de  la  tierra,  subía  en  tanta  can- 
tidad como  queda  dicho,  según  la  paga  se  les 
hacía  á  los  soldados  de  la  tierra;  y  las  merca- 
durías son  tan  baratas  como  dije  en  la  historia 
en  su  lugar  y  referiré  aquí  con  brevedad,  pues 
di  dos  mil  reales  de  á  ocho  para  emplear  y  se 
llevaron  los  mil  y  docientos  de  derechos  Reales 
y  se  emplearon  ochocientos  y  se  sacaron  dellos 
más  de  doce  mil,  que  es  de  cada  mil  reales  de  á 
ocho,  con  derechos  y  todo,  más  de  cinco  rail 
horros,  y  prometo,  si  fuera  tierra  segura  y  de 
gente  cristiana  ellos  y  los  reinos  circunvecinos 
á  do  se  lleva  y  por  donde  se  pasa,  en  el  mundo 
no  había  tierra  de  más  ganancia  y  á  donde  se 
podían  aventurar  seis  años  y  llevar  cuatro  mil 
ducados  de  plata  y  traer  cien  mil  de  oro;  mas 
son  tantos  los  riesgos  y  el  viaje  tan  largo,  leyes 
y  sectas  tan  contrarias,  que  pone  espanto.  Y 
porque  he  tocado  de  leyes  diré  después  la  que 
tienen  todos  estos  extendidos  reinos,  que  es  la- 
mentable cosa,  que  tendrá  la  China  tanto  como 
doce  veces  España  ;  Coray  será  tan  grande 
como  España;  Cochinchina  como  cuatro  veces; 
Camboja,  Pegú,  Siam,  los  Laos  y  otros  reinos 
cada  r.no  dellos  como  España:  la  tierra  del 
Gran  Mogor  más  que  doce  Españas;  las  tierras 
y  reinos  de  los  tártaros,  fuera  del  Gran  Tetay 
ó  Gran  Catay,  que  estos  dos  nombres  tiene,  que 


es  de  cristianos,  y  dicen  era  en  los  tiempos  pa- 
sados el  señor  universal  de  todos  los  demás  reyes 
tártaros  y  ahora  serán  sus  reinos  sólo  como  tres 
veces  España,  y  liay  muchos  cristianos  y  lo  es 
el  Rey;  todos  los  demás  reinos  doce  ó  catorce 
Españas,  y  todos  los  reinos  de  la  India,  que 
serán  otras  cuatro  Españas;  todos  éstos  y  las 
islas,  que  son  las  descubiertas  un  número  infi- 
nito, más  de  mil  y  quinientas  islas,  que  no  me 
atrevo  á  decir  cuántas  Españas  ternán. 

Toda  esta  gente  es  gentil,  idólatra  y  mora, 
á  do  cada  día  de  todo  género  de  gente  moría 
una  gran  cantidad,  que  todos  se  condenan.  ¡La 
Majestad  del  cielo,  como  padre  piadoso  y  de 
misericordia,  la  tenga  dellos,  para  traerlos  á  su 
santa  fe  católica,  que  muchos  de  aquellos  rei- 
nos lo  serían  si  tuvieran  predicadores!  ¡Dios 
inspire  á  quien  lo  puede  remediar  que  lo  haga, 
porque  son  muchos  dellos  muy  dóciles,  como 
el  de  la  Cochinchina,  Champaa,  Camboja  y 
otros! 

En  aquella  tierra  guardan  muy  mal  sus  le- 
yes; tienen  y  adoran  muchos  dioses  y  hacen 
ceremonias  y  suertes  en  sus  viajes  y  principio 
de  las  cosas  que  comienzan,  y  en  sus  enferme- 
dades tienen  abusos,  y  asimismo  en  sus  entie- 
rros, porque  creen  la  inmortalidad  del  alma; 
no  tienen  templos  ni  culto,  aunque  tienen  bon- 
zos  que  les  sirven  de  las  suertes  y  enterrarlos, 
que  lo  hacen  en  el  campo.  Otros  hacen  que  los 
quemen  y  guarden  aquellos  polvos.  Y  para  de- 
cir en  breves  palabras  que  son  sumamente  ma- 
los, digo  que  adoran  al  diablo,  conociendo  que 
es  malo;  y  preguntándole  la  razón  al  chino  me 
dijo  que  lo  hacen  porque  allá  á  do  tiene  más 
podeiío  no  les  haga  nial;i..y  así  pintado  muy 
feo  y  con  cuernos  y  pies  de  animal  se  lo  ense- 
ñan al  que  quiere  morir,  para  que  sea  su  amigo 
y  lo  conozca  allá  en  la  otra  vida  y  no  le  haga 
mal,  y  se  lo  ruegan  con  grandes  ceremonias, 
que  si  fuera  con  el  conocimiento  de  nuestra 
santa  fe  presto  recibirían  el  ser  su  enemigo. 

De  lo  demás  ya  se  tiene  por  sabido  la  bon- 
dad deste  gran  reino  y  de  sus  quince  provin- 
cias, por  su  fertilidad  en  todo  y  su  buen  tempe- 
ramento y  su  gran  riqueza  de  metales,  oro,  plata 
y  los  demás  en  grandísima  cantidad,  y  así  es  la 
tierra  más  abastecida  de  todo  lo  necesario  á  la 
vida  humana  de  todas  las  que  se  saben,  y  por 
esto  muy  llena  de  gente,  más  que  nuestra  Es- 
paña. Toda  la  mar  se  ganaba  por  los  grandes 
ríos  y  laííunas  que  en  ella  hay;  y  así  se  puede 
decir  que  hay  más  suma  de  navios  que  eri  todo 
el  mundo  y  de  diferentes  hechuras,  que  uno 
nuestro  se  conocerá  entre  quinientos  suyos. 

Hay  infinito  pescado  y  bueno,  muchas  aves, 
gallinas  y  gansos  y  ánades,  que  valen,  como 
acá  se  dice,  todo  á  huevo.  Hay  infinitos  ani- 
males y  gran  cantidad  de  gatos  de  almizque  y 


434 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


de  algalia.  Y  para  concluir  digo  que  tiene  esta 
tierra  por  blasón  que  nada  les  falta  y  todo  les 
sobra. 

CAPÍTULO  X 

De  lo  que  me  pasó  en  el  viaje  y  de  las  cosas 
famosas  del  reino  de  Cochinchina. 

Porque  en  la  historia  dejo  declarado  todo  lo 
que  me  pasó  en  este  gran  reino  de  Guacliinclii- 
na,  seré  breve  y  diré'  aquí  de  algunas  cosas  que 
allá  no  traté.  Salidos  que  luimos  de  la  ciudad 
de  Cantón,  que  dentro  de  dos  meses  y  veinte 
días  despachamos  y  nos  mandaron  salir  de  aquel 
puerto  porque  en  él  se  aprestaba  parte  de  la 
armada  y  máquina  de  guerra  que  se  hacía,  que 
por  esta  causa  no  nos  dieron  licencia  para  sal- 
tar en  tierra,  puesto  el  navio  á  punto  se  nos  dio 
el  salvoconduto  para  otro  puerto  en  la  provin- 
cia de  Chianchin,  islas  del  archipiélago,  y  nos 
avisaron  nos  guardásemos  del  cochinchino.  A 
cabo  de  pocos  días,  sin  poder  tomar  los  dichos 
puertos  dimos  en  la  guarda  de  Cochinchina, 
y  no  se  me  dio  nada,  que  con  guardar  el  salvo- 
conduto de  lo  China  y  enseñar  el  del  capitán 
de  Macao  me  pareció  bastaba.  Con  todo  eso 
fuimos  llevados  con  pilotos  suyos  por  aquella 
ensenada,  que  es  de  grandes  bajíos,  y  llegados 
al  puerto  de  Quinbenhu  nos  mandaron  saltar 
en  tierra  y  salí  como  señor  que  era  del  navio  y 
secerdote,  como  en  su  lugar  se  dice  y  da  cuen- 
ta en  la  historia,  y  por  no  hacer  reverencia  hasta 
el  suelo  al  juez  de  extranjeros  ante  quien  fui- 
mos llevados,  nos  secrestaron  los  bienes  y  me 
prendieron  y  fui  detenido  en  aquella  tierra 
más  de  cinco  meses ;  lo  que  resultó  de  mi  esta- 
da, por  estar  en  la  historia,  no  me  detendré  en 
escribillo;  y  por  ser  este  reino  de  los  grandes  y 
mejores  de  aquellas  partes  diré  aquí  en  suma 
algunas  cosas,  y  lo  primero  sea  que  es  gente 
que  si  hubiese  predicadores  sería  fácil  de  redu- 
cirse á  nuestra  santa  fe,  porque  les  parecía  bien 
y  tienen  la  inmortalidad  de  las  almas,  y  se  pre- 
cian de  lo  bueno  y  dan  premio  por  ello  y  abo- 
rrecen lo  malo  y  castigan,  que  son  dos  cosas 
que  á  do  quiera  que  las  haya  están  cerca  de 
salvación,  como  se  verá  por  este  caso  siguiente: 

En  la  ciudad  de  Champaa  estaba  el  Virrey 
Don  Gregorio  Andononita,  como  queda  referi- 
do, en  una  casa  donde  estábamos  alojados,  y 
mi  gente  estaban  jugando  á  los  dados  sobre  los 
atambores,  entre  los  cuale*  jugaba  un  soldado 
italiano  y  perdía,  y,  como  suelen,  decía  muchos 
juramentos  mal  sonantes;  llamó  la  lengua  por- 
tuguesa el  dicho  Virrey,  y  preguntó  lo  que  ju- 
raba aquel  s^oldado,  y  díchoselo,  se  enojó  mu- 
chísimo, y  yo  lo  vide,  que  estaba  hablando  con 
el  capitán  Lomelín  y  se  lo  dije  que  fuorn  y  que 


lo  castigara.  Vínose  para  mí  el  Virrey  y  me 
dijo  con  la  lengua:  Di  á  este  padre  que  el  cora- 
zón me  llora  sangre;  y  preguntándole:  ¿Por 
qué?  Dijo:  Porque  tan  buena  ley  la  tenga  gen- 
te tan  mala  como  vosotros;  mira  cómo  blasfema 
aquel  soldado.  Yo  le  dije  que  también  había  al- 
gunos malos  entre  nosotros,  y  que  mirase  Su 
Excelencia  cómo  le  castigaba  el  capitán,  que 
mirándolo,  y  visto  que  le  daba  de  empellones  y 
le  ponía  una  mordaza,  se  holgó  y  dijo  que  era 
bien  hecho.  De  donde  se  verá,  si  recibiesen  la 
fe,  que  serían  buenos.  Es  gente  dócil  y  muy 
hál)il,  que  para  aprender  cualquier  oficio,  por 
dificultoso  que  sea,  con  ocho  meses  ó  un  año 
les  basta.  Hay  sólo  cinco  dioses  que  adoran, 
habiendo  tenido  todos  los  que  en  la  China  y 
otros  más,  que  todos  eran  ciento  y  diez  y  ocho, 
y  la  Reina  María,  muy  antes  de  su  conversión, 
siendo  Gobernadora  de  los  Estados  de  su  her- 
mano, los  quitó  todos,  y  dejó  solos  estos  cinco; 
y  si  entonces  tuviera  alguna  noticia,  sólo  dejara 
el  verdadero  Dios,  porque  así  lo  decía,  y  que  no 
tenía  otro  dolor  sino  de  no  haber  oído  nuestra 
ley  y  dejar  en  lugar  de  los  que  ella  dio  los  man- 
damientos de  Dios  para  que  los  guardasen,  y 
los  artículos  de  la  fe  para  que  creyesen,  como 
más  largo  lo  refiero  en  el  libro  de  los  Triunfos 
de  la  Santísima  Cruz.  Es  tierra  muy  poblada 
y  de  grandísimas  ciudades;  parte  el  reino  del 
de  la  China  un  río,  y  en  él  hay  una  ciudad 
enfrente  de  otra,  que  tiene  cuarenta  mil  casas  y 
dicen  son  ambas  de  unas  calles  y  fortalezas,  y 
tan  parecidas  que  todo  es  una  misma  cosa,  y 
aun  en  el  nombre,  pues  tiene  el  mismo  la  una 
que  la  otra,  que  se  llama  Inquenhu.  Solía  ha- 
ber grandes  guerras,  y  han  quedado  en  grande 
paz  por  sólo  evitar  tantos  daños.  Tiene  otra 
gran  ciudad  en  la  ensenada  de  un  brazo  de 
mar,  que  tiene  cincuenta  mil  casas ;  llámase 
Sansín;  dicen  es  la  llave  deste  reino  contra  la 
China.  La  ciudad  Real  dicen  es  la  mayor  de 
todo  este  reino;  llámese  Hilan,  y  cuentan  tan- 
tas cosas  della  que  bastarían  hacer  historia, 
porque  la  ciudad  de  Guanci  es  tan  grande  y 
mayor  que  Cantón,  y  admirándome  yo  me  di- 
jeron que  era  Hilan  tres  veces  mayor,  que  es 
tan  grande  que  es  temeridad  decirlo,  pues 
Guanci  es  más  que  tres  veces  Sevilla,  y  no  hay 
de  qué  espantarse,  pues  tantos  nos  han  dadt> 
relación  de  ciudades  de  más  de  un  día  de  cami- 
no de  puerta  á  puerta  y  lo  tienen  escrito  per- 
sonas fidedignas.  Tendrá  este  reino  como  tres 
veces  España,  porque  son  tres  reinos;  pártese 
por  las  partes  altas  del  de  la  China,  con  unas 
montañas  muy  grandes  á  do  los  montañeses 
bastan  á  defenderse;  es  muy  poblado  á  la  parte 
del  mar  y  de  tanta  gente  que  certifico  que  para 
la  guerra  de  la  liga  contra  el  Chino  y  el  de  Co- 
ray,  el  de  Sián  y  Camboja  juntó  docientos  y 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


435 


cincuenta  mil  hombres,  y  tantos  vasos  y  géne- 
ros de  navios  qne  era  cosa  de  extremo;  sus  nom- 
bres soncaracora,  como  barcas  grandes  ó  zabras 
para  pasar;  lanchazas,  lauy  grandes  como  ga- 
leazas y  mayores  y  de  gran  fuerza,  para  pelear; 
leños,  que  son  como  galeras  ó  fustas;  jeluas, 
que  es  lo  propio,  aunque  difieren  en  algo;  cala- 
luces,  como  navios  grandes;  manchuas,  otros 
más  pequeños,  y  éstos  piden  poca  agua ;  herra- 
das, que  son  como  carabelas;  catures,  que  tiran 
á  galeones;  cambucos,  como  patages;  celotas, 
son  casi  como  éstas  y  más  redondas  ;  man- 
chuas, como  grandes  barcas;  manciba,  otros 
pequeños.  Hay  otras  que  dicen  jangadas,  que 
es  con  remos  y  parece  grande  galeón  y  calie 
mucho;  y  así  hay  algunas  destas  que  pasan  de 
seiscientas  toneladas  y  trecientas  en  las  ordi- 
narias, que  es  mucho  para  tener  remos. 

Hay  otra  gran  cantidad  de  nombres  de  bar- 
quillas, de  que  no  hago  cuenta;  sólo  de  las  di- 
chas se  juntaron  más  de  mil  y  quinientos  vasos, 
que  todo  aqxiel  archipiélago  era  de  ver  y  ad- 
mirar. 

Es  tierra  muy  barata  y  hay  todo  lo  necesario 
para  la  vida  humana  de  comer  y  vestir,  y  tan 
barato  y  más  que  en  la  China,  y  hay  más  plata 
y  tanto  oro  y  otros  metales  y  azogue,  gran 
pesquería  de  perlas.  En  aquellas  islas  es  la 
gente  más  piadosa  y  caritativa  que  los  chinos, 
y  gente  más  dispuesta,  mejor  traje  y  más  va- 
liente. En  cabo  de  Cochinchina  y  isla  de  Hainán 
y  Pracel  se  pescan  perlas;  dicen  que  junto  á  la 
ciudad  Real  hay  tres  cosas  de  grande  excelencia: 
una  laguna  que  solos  los  juncos  marinos  della 
valen  una  gran  cantidad  cada  año  y  dellos  se 
hacen  navios.  La  otra  es  un  cerro,  que  á  la  parte 
de  á  do  sale  el  sol  se  sacan  los  zafiros  riquísi- 
mos, que  compiten  en  dureza  con  los  diamantes, 
y  la  parte  donde  se  pone,  esmeraldas  no  muy 
finas  por  ser  blandas.  La  otra  un  río  que  vie- 
ne de  las  montañas  muy  grande  en  veinte  le- 
guas; se  saca  tanto  oro  en  él  que  basta  para 
hacer  rico  al  Rey,  y  allí  i'ione  gran  cantidad 
de  esclavos  suyos  que  lo  sacan,  y  en  otros  ria- 
chuelos saca  el  común,  y  por  toda  esta  tierra 
desde  cinco  leguas  de  la  ciudad  no  hay  pobla- 
ción fundada,  sino  caseríos  y  cortijos  del  Rey, 
á  do  se  coge  el  sustento  de  toda  esta  gente, 
que  es  gran  cantidad,  y  suele  halier  grandísi- 
mos depósitos  de  todas  sen)illas  para  cuando  la 
«íindad  tuviese  necesidad  y  para  guerras,  que 
como  hay  tantos  ríos  y  tan  navegables,  en  bre- 
ve espacio  lo  llevan  á  do  es  menester:  de  suerte 
que  se  puede  decir  desta  tierra  que  es  de  las 
más  fértiles  y  abundantes  del  mundo  y  de  las 
más  ricas,  y  todo  lo  del  ujundo  le  sobra,  aun- 
que le  falta  lo  mejor,  que  es  nuestra  santa  fe, 
que  si  la  recibiesen  en  común  seria  toda  dieho- 
sísima,  y  sólo  digo  que  no  está  para  recebirla 


en  más  de  haber  quien  la  predique  y  enseñe. 
¡Nuestro  Señor  sea  servido  de  enviar  quien  lo 
haga,  que  confio  si  viene  á  efeto  se  cogerá 
grandísimo  fruto! 

Hay  en  aquellos  mares  un  pescado  muy 
grande  que  se  llama  gunda,  que  es  á  manera 
del  pescado  que  nosotros  llamamos  aguja;  tiene 
el  hocico  largo  como  espada;  dicen  que  rompe 
los  navios  y  aun  el  hierro;  en  Cabo  de  Cicir  y 
de  Buena  Esperanza  también  dicen  los  hay. 
Hay  otro  que  se  llama  sombrero;  es  muy  largo, 
que  de  ordinario  es  de  cien  palmos,  y  detiene 
un  navio  si  se  ase  del  y  le  hace  temblar;  tiene 
la  cabeza  muy  grande  y  hiende  que  no  hay 
quien  lo  aguarde. 

Tiene  este  Emperador  otro  reino  sujeto  que 
se  llama  Champaa,  que  corre  desde  la  ensenada 
de  Cochinchina  hasta  Cabo  de  Cicir,  que  son 
más  de  quinientas  leguas  de  costa,  y  todas 
aquellas  islas,  que  son  muchas:  éste  era  de  su 
hermana,  y  como  dejó  el  mundo  lo  renunció  y 
se  lo  dio  á  su  hermano,  y  escogió  un  convento 
que  fundó  para  ella  y  sus  damas,  dejando  este 
reino  mundano  y  sus  pompas  por  ganar  el 
eterno. 

Es  este  reino  muy  rico,  tanto  que  tiene  una 
ciudad  que  dicen  le  da  más  de  un  millón  de 
renta  cada  año,  y  este  horro.  Tiene  también  la 
ciudad  de  Abarela  y  la  gran  ciudad  de  Cham- 
paa, y  otra  famosa;  es  gente  menos  cavilosa  y 
entiendo  no  tan  valiente  como  la  de  Cochin- 
china, aunque  muy  ingeniosa.  Gobiernan  esta 
provincia  deste  reino  tres  Virreyes  y  otros  Go- 
bernadores; hay  mucha  guarda  y  soldadesca 
así  de  la  tierra  como  de  los  cochinchinos;  es 
tierra  más  caliente  y  de  más  frutas,  y  algo  en- 
ferma; confina  este  reino  con  el  de  Camboja, 
que  los  parte  aquel  gran  rio  que  es  el  mayor 
del  mundo,  tan  grande  como  el  Marañón,  que 
es  un  mar,  pues  certifican  que  tiene  cien  leguas 
de  boca;  dicen  que  hay  orilla  del  mucha  pobla- 
ción, aunque  no  grande,  como  la  de  la  costa  de 
la  mar,  pues  Abarela  tiene  cuarenta  mil  casas 
y  Sinoa  treinta  mil,  Ampelo  veinte  mil.  Catán 
veinte  y  cinco  mil;  Parcel,  que  es  ranchería  de 
minas  y  de  casas  pequeñas,  una  gran  cantidad; 
Cambir  tiene  doce  mil,  y  otro  Cambir  ocho  mil; 
Calanta  veinte  mil,  y  otras  que  pudiera  decir. 
Ha  habido  entre  este  reino  y  el  de  Camboja 
y  Sián  guerras;  tiene  los  Laos,  que  es  gente 
montañesa,  que  les  dan  tributos  de  madera,  y 
en  aquellas  grandes  montañas  se  defienden  de 
los  de  Sián  y  Pegú.  Tiene  este  reino  sujetas 
diez  y  siete  islas,  que  llega  su  sujeción  casi  á 
islas  de  Ladrones,  y  todos  le  pagan  tributo,  j 
las  pesquerías  de  perlas  de  Catán  y  Pracel,  y 
para  ochar  el  sello  á  este  reino  digo  que  todos 
desean  reccbir  la  verdadera  l^y  de  Nuestro  Se- 
ñor, y  que  cuando  estuve  allí  no  podía  catcqtii- 


436 


AUTOBIOGEAFÍAS  Y  MEMORIAS 


zar  los  que  acndian,  como  se  verá  en  la  historia 
por  el  gran  número  de  gente  que  bapticé,  y  los 
que  pedían  el  baptismo  santo  eran  infinitos. 
¡Dios  les  envíe  su  remedio! 

CAPÍTULO  XI 

A  do  se  prosigue  el  itinerario,  tocando  los  reinos 
por  donde  se  pasa  y  algunas  cosas  en  suma 
dellos. 

El  viaje  y  pasos  que  yo  anduve  voy  refiriendo, 
y  así,  pues  he  contado  de  los  riñnos  de  Cochin- 
china  y  Champaa,  digo  que  camino  derecho  de 
Cabo  de  Cecir  se  engolfan;  tomé  una  isla  á  do 
fui  preso  y  de  allí  me  llevaron  casi  á  reconocer 
el  puerto  de  Camboja;  decíase  que  estaba  en  este 
reino  un  fraile  del  glorioso  Santo  Domingo, 
fray  Sebastián  de  Guzmáu  y  Fuentes,  natural 
de  Sevilla,  y  aun  dicen  que  pariente  del  señor 
de  Fuentes,  que  mandaba  aquellos  reinos  como 
Josef  en  Egipto,  siendo  la  segunda  persona  del 
Rey.  En  nna  punta  deste  reino  tenía  su  morada 
un  caballero  portugués,  Don  Diego  Veloso,  que 
era  General  por  este  rey  de  Camboja  de  todos 
aquellos  mares  suyos,  y  le  había  dado  licencia 
para  hacer  un  fuerte  en  la  punta  deste  gran  río, 
en  una  ensenada  muy  guardada,  y  le  dio  una 
isla  para  que  allí  se  recogiese  con  tres  galeon- 
cillos  suyos  que  traía,  con  que  volaba  su  fama 
de  gran  Capitán  y  valiente  soldado;  que  aun- 
que fue  el  que  me  prendió  y  que  tanto  mal  me 
hizo,  digo  que  se  decían  hechos  y  hazañas  suyas 
que  eran  dignas  de  nna  grande  historia.  De 
allí  vine  á  la  punta  de  Malaca,  que  es  puerto  y 
ciudad,  aunque  no  grande,  pero  muy  estremo 
de  buena,  y  es  en  su  fundación  hecha  á  la  larga; 
hay  allí  Obispo  y  dignidades;  éralo  entonces 
Don  Juan  Ribero  Gayo,  hermano  ó  muy  pa- 
riente deste  caballero  dicho.  Deste  reino  de 
Malaca  trata  á  lo  largo  la  historia  de  la  India, 
y  de  cómo  se  ganó  y  lo  mucho  que  importa  el 
sustentarlo  por  ser  la  llave  de  aquellos  reinos 
y  una  de  las  plazas  y  fuertes  más  importantes 
á  nuestro  Rey  para  el  aumento  de  aquellos 
reinos  y  extender  por  allí  nuestra  santa  fe 
católica.  Tiene  en  contorno  muchos  enemigos 
que  están  siempre,  como  dicen,  mirándolo  á  la 
cara  y  boca  como  canes  rabiosos,  para  si  se  cae 
algo  cogerlo.  Tiene  el  descendiente  del  Rey 
cuyo  era  aquel  reino  vecino  en  unas  islas  suyas, 
deseoso  de  volver  á  su  antigua  posesión,  y  con 
esto  incitando  á  todos  contra  esta  nación  de  los 
portugueses  nuestros  españoles,  venturosos  y 
valerosos  que  tanto  han  hecho  en  aquellas  par- 
tes, particularmente  entre  gente  tan  poderosa 
como  aquella,  pues  hay  Reyes  y  Emperadores 
de  tanta  grandeza  que  se  dice  por  muy  cierto 
que  en  una  guerra  á  do  iba  uno  contra  otro  el 


uno  llevaba  treinta  y  cuatro  mil  y  ochocientos 
caballos  y  setecientos  y  treinta  y  tres  mil  infan- 
tes, doce  mil  gastadores,  veinte  mil  mujeres, 
quinientos  y  ochenta  y  seis  elefantes,  y  el  que 
lo  guardaba  tenía  diez  y  ocho  mil  caballos, 
ciento  y  veinte  mil  infantes,  ciento  y  cincuenta 
elefantes;  y  con  todo  hay  otros  mayores  señores 
que  éstos,  como  es  el  de  la  China,  el  Tetay  y 
sobre  todo  el  Gran  Mogor,  y  en  tierra  de  todos 
han  ganado  por  bien  ó  por  fuerza  los  cristianí- 
simos portugueses  fuertes,  y  hecho  paguen  más 
de  diez  y  ocho  Reyes  parias  y  tributo  á  nues- 
tro Rey,  y  yo  considero  que  es,  como  son  tan 
celosos  de  la  honra  de  Dios,  les  ayuda  su  Divi- 
na Majestad  contra  tantos  monarcas  y  tantas 
leyes  y  sectas  y  tan  entabladas,  como  son  mo- 
ros, gentiles,  idólatras.  A  los  castellanos  les  dio 
el  descubrimiento  de  las  Indias  del  Pirú  y 
Nueva  España,  y  otras  islas,  tan  extendidas 
tierras,  pero  de  gente  pusilánime  y  más  sujeta: 
de  suerte  que  ha  repartido  en  estas  dos  nacio- 
nes la  poderosa  mano  del  Señor  todas  estas  con- 
quistas á  su  modo  y  voluntad,  dando  á  cada 
uno  el  talento  como  á  él  le  ha  parecido. 

Es  esta  ciudad  de  Malaca  de  gran  trato  y 
comercio  y  casi  escala  franca  para  la  contrata- 
ción de  aquellos  reinos.  ¡Dios  la  sustente  en  el 
punto  que  ahora  está,  por  su  infinita  bondad  y 
clemencia!  Hay  desde  Cochinchina,  desde  el 
cabo  de  la  ensenada  afuera  hasta  Malaca,  ca- 
mino derecho,  trecientas  y  ochenta  leguas,  y 
por  donde  yo  lo  caminé  más  de  quinientas,  has- 
ta el  estrecho  de  Malaca,  y  está  debajo  la  equi- 
nocial,  y  de  allí  está  menos  de  treinta  leguas 
la  ciudad  de  Malaca,  que  me  parece,  según  es 
de  importante  á  aquellos  reinos,  no.  quisiera 
dejar  cosa  della  por  decir;  está  en  nuestro  polo 
Ártico  un  grado  sólo  del  Ecuador  y  se  tiene 
por  tradición  que  era  una  gran  ciudad  y  que  es 
muy  antigua,  y  se  dice  que  en  las  guerras  que 
los  cristianísimos  portugueses  tuvieron  para  ga- 
narla se  ha  [quedado  en]  poco  más  de  la  mitad. 
Es  la  catedral  un  famoso  templo  que  antes  era 
mezquita.  Es  tierra  muy  caliente  y  tan  templa- 
da, que  es  maravilla,  y  lo  hace  el  llover  de  or- 
dinario dos  ó  tres  veces  cada  semana  todo  el 
año.  Es  tierra  de  mucha  fruta,  y  hay  todo  al 
año  los  duriones  que  hay  en  Cochinchina,  y 
son  tantos  que  se  dice  que  los  campos  los  pro- 
ducen, y  es  nna  fruta  bonísima  á  modo  de  las 
guabanas  del  Pirú,  como  melones  de  agua,  con 
unas  pepitas  negras  entre  la  carne  blanca, 
como  manjar  blanco,  y  en  Malaca  es  espinoso 
por  de  fuera  y  allá  no.  Hay  infinidad  de  drogas 
y  cañafístola  muy  gruesa.  Hay  una  cosa  muy 
notable  y  digna  de  saberse,  que  es  un  árbol 
que  las  raíces  de  la  parte  del  Poniente  son 
ponzoña  y  con  ellas  se  podía  matar,  y  las  del 
Oriente  son  la  contrahierba,  v  tan  medicinales 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


437 


que  aprovechan  para  muy  peligro  sas  enferme- 
dades; y  asi  diremos  que  la  naturaleza  hace  en 
un  sujeto  diversos  contrarios,  que  casi  no  es 
creíble  por  la  cercanía  dellas,  aunque  en  dife- 
rentes partes,  que  casi  es  como  la  hierba  y  con- 
trahierba de  los  omaguas.  Los  mercados  y 
ferias  que  en  ella  se  hacen  son  afamadas,  por- 
que se  juntan  los  de  Humatria  ó  Trapobana, 
moros,  con  cantidad  de  oro  y  pedrería,  y  los  de 
Ceilón,  los  de  las  Malucas  y  Borneo  con  mucha 
especería;  los  de  Cochinchina,  Champaa  y  Can- 
tón con  gran  cantidad  de  seda  y  otras  cosas, 
como  ya  se  sabe  por  la  larga  experiencia  de 
los  que  vienen  destos  reinos;  los  japones  traen 
plata  y  vestidos;  los  jabas  y  otras  islas  palo  del 
águila  y  sándalos  y  nuez  moficada  ;  del  gran 
reino  de  Mengala  y  Coromandel,  tocas  y  otros 
lienzos,  y  de  Lugor  y  Parane,  de  Paon  y  Yor, 
que  son  cuatro  reinos  vcí.'inos  y  de  la  tierra 
adentro,  infinita  comida;  de  suerte  qne  de  todo 
sobra,  y  á  tan  cortos  precios,  que  empleado  allí 
se  gana  á  do  quiera.  Torno  á  decir  que  es  una 
de  las  ciudades  mejores  que  hoy  tiene  el  orbe. 

En  Humatria,  que  ahora  se  dice,  y  en  otro 
tiempo  Trapobana,  hay  gran  cantidad  de  oro  y 
diamantes  y  otras  piedras  preciosas  y  drogas, 
y  así  es  de  las  más  ricas  del  mundo;  hay  poca 
travesía  de  Malaca  á  ella.  Solía  ser  esta  isla  de 
muchos  reyes,  y  ahora  tiene  gran  parte  della  el 
Gran  Mogor;  dicen  tiene  de  largo  más  de  do- 
cientas  leguas  y  de  ancho  casi  ochenta,  debajo 
la  equinocial  prolongada  del  polo  Ártico  al 
Antartico.  Había  nueva  que  el  Gran  Mogor 
mandaba  que  de  moros  se  tornasen  gentiles, 
que  sería  de  grande  bien  para  poder  entrar  en 
ella  la  fe  cristiana. 

Quieren  decir  algunos  que  esta  es  la  isla  de 
(.)fir  adonde  Salomón  envió  por  el  oro;  mas  yo 
digo  que  se  descubrieron  las  islas  de  Salomón 
jior  el  gran  Magallanes  y  por  otros  enfrente  de 
las  nuevas  Guineas,  cerca  de  la  tierra  incógni- 
ta, y  por  la  mucha  noticia  que  hay  de  cosas  y 
gran  cantidad  de  oro  que  hay  en  ellas  y  palos 
olorosos  se  entiende  son  éstas,  ó  se  podría  de- 
cir que  serían  unas  y  otras  adonde  fueron,  pues 
t'u  viaje  de  tres  años,  como  consta  de  la  Sagra- 
da Escritura  (III  Regum,  cap.  X,  núm.  22), 
por  muchas  partes  pasarían,  y  me  parece  algu- 
na destas  se  diría  entonces  Ofir,  y  como  de  allí 
traían  mucho  oro  ó  les  habrían  hecho  mejor 
acogimiento,  nombrarían  aquélla.  Lo  que  yo  sé 
decir  es  que  la  gente  della  es  por  extremo  mala 
y  aborrece  á  los  cristianos  con  el  colmo  de  su 
maldad  y  han  martirizado  muchos  santos  por- 
tugueses por  la  confesión  de  la  fe,  y  á  lo  menos 
nos  quitan  gran  parte  de  las  haciendas.  ¡Nues- 
tro Señor  los  convierta! 

Desta  isla  tomé  puerto  en  una  grande  ense- 
nada que  era  del  Rey  del  Pegú,  y  en  otras  is- 


las. Hallé  la  tierra  alborotada  de  guerra,  que 
decían  que  el  Gran  Mogor  quería  venir  sobre 
ellos,  y  que  pedía  el  elefante  blanco,  animal  en- 
tonces de  particular  estima,  porque  no  se  halla 
desta  especie  deste  color,  y  como  era  tradición 
que  había  sido  de  tres  reyes  que  sobre  él  y  el 
quitarlo  al  que  lo  tenía  los  habían  destruido 
como  lo  había  hecho  este  Rey  de  Pegú  al  de 
Sián,  que  se  lo  quitó  y  destruyó,  y  así  había 
permitido  Dios  hagan  á  él.  Es  un  gran  reino 
y  muy  abastecido  y  de  gran  contratación,  que 
dijo  xvñ.  capitán  de  esta  nación  que  entendía  no 
vendría  el  Mogor  porque  le  daba  este  reino 
tanto  provecho  como  si  fuera  suyo  y  sin  costa. 
De  allí  fui  al  golfo  de  Mengala,  como  diré  en 
el  siguiente  capítulo. 

CAPÍTULO  XIÍ 

A  do  se  tocan  las  cosas  famosas  del  Gran 
Mogor  y  sus  reinos. 

Dejo  dicho  en  el  capítulo  pasado  cómo  el 
Rey  del  Pegú  hacía  gente  para  guardar  sus 
reinos  de  la  ruina  que  le  amenazaba  por  las 
nuevas  de  la  venida  del  Gran  Mogor;  y  pre- 
guntando qué  gente  tenía  para  tan  poderoso 
enemigo  me  dijeron  que  le  saldrían  al  encuen- 
tro seiscientos  elefantes,  treinta  mil  caballos  y 
millón  y  medio  de  infantes,  que  quedé  tan  es- 
pantado que  no  lo  sabré  decir,  y  me  dio  causa 
de  preguntar  que  con  tanta  gente  cómo  se  po- 
día temer  todo  el  poder  del  mundo;  y  me  res- 
pondió el  dicho  capitán  que  traería  el  Gran 
Señor  casi  tanta  gente,  y  que  no  se  temía  tan- 
to de  todos  los  demás  como  de  cien  mil  mogo- 
res,  que  valían  más  que  todos ;  y  así  es  verdad, 
que  es  una  de  la  gente  más  valiente  del  mun- 
do; y  así  me  atrevo  á  decir  son  mejores  que 
ios  turcos,  y  tan  buenos  y  de  tanto  ánimo 
como  nosotros,  y  si  fueran  tan  sagaces  y  fueran 
cristianos,  tengo  para  mí  que  fueran  los  mejores 
soldados  del  mundo. 

Con  este  reino  de  Pegú  confina  el  de  Arra- 
cón,  que  es  del  Mogor  y  es  más  pequeño  y  no 
de  tan  buena  gente;  no  tiene  oro  ni  otro  metal, 
y  tiene  drogas  y  ropaa  de  lencería  y  vestidos. 
Luego  entra  el  reino  de  Mengala  ó  Bengala. 
Este  reino  es  de  muy  buena  gente  y  valiente, 
que  casi  son  mogores,  ó  patos  ó  patanes.  Todos 
estos  reinos,  dentro  y  fuera  del  gran  río  Gan- 
ges, son  del  Gran  Mogor.  Nacen  de  una  sierra 
los  cuatro  ríos  famosos,  y  otros  me  dijeron  que 
nacían  de  una  laguna,  y  que  eran  siete,  y  está 
en  la  Tartana,  de  que  tiene  este  gran  Príncipe 
mucha  parte  ganado;  y  se  decía  por  muy  cierto 
que  el  Rey  que  lo  era  era  tan  valeroso  y  gue- 
rrero que  había  ganado  doce  reinos  y  tres  im- 
perios, sin  lo  heredado  de  sus  pasados  desde  el 


438 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Gran  Taborlán,  cuyo  sexto  nieto  era,  y  sabemos 
que  el  Taborlán  tuvo  gente  para  vencer  á  Ba- 
yaceto,  Gran  Turco,  y  traerle  en  una  jaula; 
<;uando  subía  á  caballo  subía  en  la  jaula;  ha- 
biendo sido  su  primer  estado  un  pobre  pastor, 
que  haciendo  unos  juegos  lo  eligieron  por  Rey 
y  de  allí  lo  vino  á  ser  de  veras  con  gente  que  se 
le  llegó;  y  desde  la  Trapisonda  y  otros  Solda- 
natos  ganó  y  es  suya  la  mayor  parte  de  la  Per- 
sia  y  Tartaria  y  todos  los  más  reinos  de  la  In- 
dia, hasta  el  de  Pegú,  como  queda  dicho,  y 
así  certifico  que  es  el  mayor  señor  del  mundo 
y  el  que  más  gente  puede  juntar,  y  casi  toda 
buena. 

Dícese  que  el  abuelo  dcste  Rey,  cuarto  nieto 
del  Taborlán,  hizo  aquella  grande  experiencia 
de  buscar  el  Paraíso  terrenal,  y  subiendo  por 
el  Ganges,  llegando  á  una  gran  laguna,  no  pu- 
dieron ir  más  adelante.  Y  yo  digo  que  debió  de 
ser  no  hallar  boca  de  otro  río  por  donde  salir 
ó  no  osarse  apartar.  Dicen  que  los  olores  y  aires 
eran  muy  diferentes  de  los  del  río  y  debían  de 
ser  montañas  de  palos  odoríferos,  y  los  aires  de 
las  lagunas  son  más  delicados  y  fríos.  Otras  co- 
sas dicen  que  vieron.  Y  yo  digo  que  los  padres 
franciscos  que  vinieron  por  aquella  tierra  des- 
de Gonstantinopla  dicen  verdad,  como  personas 
de  vista,  que  uno  de  su  orden  muy  santo  me 
dijo  en  las  Indias  que  estuvo  hablando  con  uno 
de  ellos  y  le  dijo  esto  dicho,  y  que  á  esto  lo 
atribuía.  Yo  he  andado  por  muchas  lagunas,  y 
en  entrando  en  ellas  parece  una  cosa  temerosa 
y  de  otro  temple  y  aires;  y  he  visto  en  diversas 
partfs,  como  es  desde  los  quijos  á  los  cofanes, 
un  monte  de  más  de  doce  leguas  que  todos  son 
árboles  de  canelas,  que  huele  tanto  que  en  par- 
tes eleva  .los  sentidos;  será  el  Paraíso  terrenal 
do  Dios  sabe  por  sus  divinos  secretos.  Lo  que 
sé  decir  que  cerca  del  Ganges  está  Eufrates  y 
Tigris,  y  asimismo  el  Indo,  pues  entra  en  Cam- 
lioja  cerca  de  Dio,  y  por  este  río  se  llama  aque- 
lla tierra  la  India,  y  no  son  ninguno  dellos  tan 
grandes  como  el  gran  rio  de  Camboja  y  como 
ei  Marañón  y  otros;  alguno  será  como  Guadal- 
quivir y  otros  menos;  sólo  digo  que  fertilizan 
tanto  la  tierra  por  donde  pasan  que  se  puede 
llamar  muy  venturosa,  y  casi  toda  es  deste  gran 
Monarca  el  Gran  Mogor. 

Tie'nese  por  muy  cierto  que  los  mogores  son 
godos  como  los  de  nuestra  España,  y  como  lo 
son  los  turcos  y  algunos  de  Italia  y  Alemania, 
que  debe  de  ser  lo  mejor  del  mundo.  Lo  que  sé 
decir,  con  que  acabo,  que  este  Rey  y  gran  parte 
de  sus  reinos  está  muy  propincuo  á  recebir  nues- 
tra santa  fe,  y  la  falta  de  obreros  debe  de  ser 
parte  de  no  haberla  recebido,  como  otros  mu- 
chos reinos  de  gentiles  idólatras  de  aquellas  par- 
tas, que  los  que  son  de  moros  no  hay  quo  tra- 
tar; y  así  dije  gran  parte  de  sus  reinos,  j)orquc 


tiene  muchos  de  moros,  y  con  todo  eso  no  lo 
es  él. 

Entre  las  cosas  famosas  deste  Príncipe  es 
una  de  un  rosario  que  tiene,  que  me  afirmó  un 
Virrey  suyo  que  tenía  mil  y  quinientas  cuen- 
tas, que  había  diamante  en  ellas  apreciado  en 
un  millón,  y  más  de  otros  ciento  en  quinientos 
mil  ducados,  y  la  piedra  de  menos  valor  de  to- 
das ellas  tiene  de  precio  diez  mil  ducados,  y  lo 
tiene  repartido  en  doce  partes  para  los  doce 
meses  del  año,  y  reza  cada  día  aquella  parte  al 
Dios  de  los  dioses  y  primera  causa,  una  pala- 
bra ó  dos  en  cada  cuenta;  y  acabo  con  decir  que 
sabiendo  este  Rey  que  el  Emperador  su  yerno, 
que  era  el  Gran  Tunquín,  Rey  de  Cochinchina, 
había  de  hacer  que  en  llegando  su  hija  deste,  cun 
quien  se  casaba,  la  habían  de  baptizar  y  llamar 
María,  lo  tuvo  por  bien,  que  es  señal  de  alguna 
disposición,  para  que  se  entienda  el  amor  que 
tiene  á  nuestra  santa  fe  y  que  la  falta  de  pre- 
dicadores es  causa  de  que  muchos  de  aquellos 
reinos  no  la  hayan  recebido.  ¡  Dios  nuestro  Se- 
ñor sea  servido  de  enviárselos,  inspirando  á  los 
santos  de  la  Compañía  de  Jesús  les  envíen  pre- 
dicadores, pues  tengo  para  mí  que  fundó  Dios 
esta  santa  religión  en  el  fin  del  tiempo  y  en  los 
últimos  trances  para  con  ella  conquistar  y  con- 
vertir tan  gran  mundo  á  do  pasan  cada  día  y 
han  pasado  tantos  trabajos  cual  se  pueden 
ver  en  esos  libros!  Y  crean  todos  es  necesario 
ver  los  reinos  y  tierras  tan  distintas  que  han 
convertido  y  lo  que  en  ellas  pasan,  para  creerlo, 
y  como  son  dellos  propios  los  que  escriben  aque- 
llas misiones,  se  acortan  y  callan  sus  inmensos 
y  grandes  trabajos,  y  si  el  Señor  fuera  servido 
de  darme  talento  para  decir  cosas  que  dellos  en 
aquellas  partes  he  visto  y  entendido,  me  parece 
que  en  muchos  tiempos  no  pudiera  escribirlas; 
y  así  digo  que  el  Señor  que  les  ha  dado  y  da  de 
continuo  tan  ferviente  caridad,  y  escogió  para 
que  lleven  su  santo  Evangelio  á  tantos  reinos. 
les  dé  nuevo  esfuerzo  para  que  se  pasen  á  estas 
partes  y  hagan  el  fruto  que  en  otras,  pues  son 
los  apóstoles  de  aquellas  partes  tan  incausable.s 
en  este  ministerio  de  llevar  almas  á  Dios  que 
es  indecible. 

CAPÍTULO  XIII 

De  loi>  flemas  reinos  de  aquellas  costáis, 
por  el  propio  inaje  que  traje. 

En  el  capitulo  pasado  dije  cómo  el  reino  de 
Bengala  corre  en  aquel  seno  la  mayor  parte  del, 
y  con  este  reino  confina  otro  por  la  costa  ade- 
lante, que  es  casi  de  tan  grande  Emperador;  di- 
cen que  es  muy  bastecido  de  comida  y  de  buf^ns 
gente.  Tiene  muf^hos  puertos,  adonde  inviernan 
las  armadas  del  Gran  Mogor,  y  se  llama  Macu- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


439 


lapatán.  Aparta  y  divide  doste  reino  y  límites 
deste  gran  señor  unas  grandes  montañas  que 
casi  atraviesan  más  de  decientas  leguas  hacia 
Goa  en  travesía,  y  de  aquí  comienza  el  reino 
de  Coromandel,  que  es  del  Rey  de  Bisnaga  ó 
Narsinga.  Es  un  gran  señor,  aunque  se  decía 
pagaba  parias  al  Mogor;  los  deste  Emperador 
dicen  que  por  vasallaje,  y  los  deste  Rey  por 
amistad  y  porque  le  guarda  sus  reinos  con  sus 
armadas. 

Es  tierra  muy  fértil  y  está  la  ciudad  de  Ma- 
lipur,  á  do  padeció  el  glorioso  Santo  Tomás, 
que  desde  aquel  tiempo  hasta  agora  ha  halado 
cristianos  que  se  han  conservado  en  medio  de 
tanta  gentilidad  y  moros.  Muy  estragados  los 
hallaroii  los  padres  de  la  Compañía  y  los  han 
vuelto  á  la  verdad  evangélica.  Yese  en  esta  ciu- 
dad todos  los  años  un  milagro  muy  público  y 
manifiesto,  que  es  sudar  la  piedra  á  do  martiri- 
zaron al  santo,  de  tres  colores,  y  esto  es  en  la 
misa  cuando  se  dice  el  Evangelio.  Hay  con- 
vento de  los  padres  de  San  Francisco,  otro  de 
los  padres  de  la  Compañía  de  Jesús,  y  fortaleza 
de  portugueses,  y  grande  contratación,  porque 
es  muy  abundante  este  reino  de  todo  y  muy  rico 
de  oro  y  pedrería,  pues  se  dice  que  este  Rey  ven- 
dió al  Mogor  el  diamante  en  un  millón. 

Dicen  los  portugueses  que  hay  en  la  forta- 
leza de  Malipur  (de  quien  me  informé  de  las 
cosas  deste  Rey)  que  es  muy  poderoso  y  que 
tiene  tres  millones  de  oro  de  renta,  medio  de 
plata,  dos  de  arroz,  uno  de  trigo  y  otro  de  otras 
semillas,  y  de  mantas  y  de  otros  lienzos  y  men- 
galas,  millón  y  medio ,  que  son  nueve ;  destos 
hace  los  tres  de  mercedes,  los  tres  de  paga  á 
soldados  y  los  tres  se  guardan  cada  un  año  en 
su  tesoro,  que  me  certificaron  era  de  muchos 
millones  y  que  sólo  se  podían  sacar  para  las 
guerras.  Y  todas  las  demás  rentas  de  aduanas 
y  otros  portazgos,  y  salina  y  pechos  lo  tiene 
repartido  á  doce  señores,  que  son  como  Duques 
y  Capitanes  generales,  para  las  ocasiones  de 
hacia  sus  distritos,  y  éstos  de  la  renta  susten- 
tan cada  uno  un  mes  al  Rey  y  Corte,  que  gas- 
tan, con  valer  tan  barato  todo,  quinientos  mil 
ducados,  y  les  queda  cien  mil  á  cada  uno  para 
el  año;  de  suerte  que  son  otros  tres  millones,  y 
más  de  uno  que  les  queda  á  ellos;  y  los  demás 
tributos  de  las  personas  por  cabezas  que  pagan 
un  tanto  cada  año  es  para  las  limosnas  y  para 
las  justicias  y  sacerdotes  menores,  que  digo  yo 
serán  como  curas,  y  las  herencias  que  hereda 
son  para  los  Consejos  y  para  los  sacerdotes  ma- 
yores y  mercedes  de  Generales,  hasta  sargen- 
tos, y  estudios  de  sus  leyes,  cerno  Universida- 
des, que  dicen  estas  dos  cosas  ser  cada  año 
otros  seis  millones.  Es  gentil,  y  así  tiene  tre- 
cientas mujeres;  hereda  el  hijo  de  la  primera, 
que  es  como  legítima,  y  si  ésta  no  lo  tiene,  el 


mayor  de  cualquiera  de  las  demás,  para  que  no 
le  falte  heredero.  Tiene  infinita  guarda  y  gente 
de  guerra  y  todo  el  recato  posible,  y  dicen  que 
es  por  el  vecino  poderoso,  que  es  el  Gran  Mo- 
gor, que  de  todos  aquellos  Reyes  hasta  la  Per- 
sia  v  Tartaria  lo  temen. 

Este  Rey  de  Narsinga  está  muy  á  pique  de 
ser  cristiano,  y  me  certificó  un  portugués  que 
había  estado  en  su  Corte  que  era  cosa  de  ver  la 
reverencia  que  tenía  á  los  religiosos  del  Dulcí- 
simo Nombre  de  Jesús,  y  que  decía  que  era  la 
gente  más  santa  del  nmndo,  pues  todo  \u  que 
tenían  era  para  Dios  y  sólo  tomaban  el  susten- 
to, y  ellos  tan  pobres  y  tan  santos,  desviados  de 
mujeres  y  de  todos  tratos  que  no  fuesen  de 
Dios. 

Y  para  acabar  las  cosas  deste  Rey  y  de  sus 
reinos  digo  que  hay  en  su  tierra  un  templo 
en  un  monte  muy  alto,  que  se  llama  Pagode, 
y  allí  está  el  gran  Sacerdote  dellos,  como  el 
Papa,  que  le  llaman  Brama  en  su  lengua,  y 
éste  tiene  potestad  para  todo  lo  espiritual,  pa- 
gándoselo, más  por  lo  que  le  dan  que  por  ser 
razón  lo  más  de  lo  que  hace,  pues  por  sólo  que 
las  mujeres  casadas  quieran  se  descasan,  y  en 
echándole  su  sello  en  el  hombro  quedan  libres 
y  libertadas  para  lo  que  quieren.  Tienen  otras 
leyes  también  de  bárbaros  y  es  muy  ruin  gen- 
te y  pusilánime. 

A  la  mar,  muy  cerca  deste  reino,  está  una 
isla  á  donde  hay  un  puerto  de  portugueses  y 
un  convento  de  padres  de  San  Francisco  que 
casi  tienen  convertida  toda  la  gente  della,  por- 
que se  convirtió  el  Rey  della  pocos  años  había 
y  á  su  imitación  muchos  lo  siguieron.  Llámase 
esta  isla  Mana  y  el  puerto  y  fortaleza  Negapa- 
tán.  Es  tierra  fértil  y  de  gente  pusilánime.  De 
allí  se  toma  un  golfito  que  está  entre  Tierra 
Firme  y  otra  isla,  que  se  llama  Nicobar,  que 
es  de  gentiles  y  moros.  La  gente  desta  tierra 
adora  por  dioses  unos  hombres  antiguos  que 
fueron  santos  y  están  en  el  cielo.  Está  en  un 
pico  de  una  sierra  muy  alta  un  pagode,  adonde" 
estaba  el  diente  de  la  mona  que  adoraban  por 
dios,  y  una  armada  de  portugueses  le  saqueó, 
y  por  este  diente  daban  al  Virrey  Don  Pedro 
Mascareñas  gran  cantidad  de  oro  y  no  lo  dio, 
antes  se  molió  y  echó  á  la  mar,  que  hasta  hoy 
se  dice  tal  hecho  entre  los  gentiles  por  famuso, 
y  tienen  en  mucho  á  los  Arzobispos  de  Goa  y 
á  los  cristianos  por  el  tal  hecho.  Llámase  el 
pico  de  Adán,  porque  dicen  subió  de  allí  al  cié 
lo,  y  no  se  sabe  qué  Adán  sea.  Es  tierra  fértil 
y  de  minas  de  oro  y  pedrería;  de  solo  esta  isla 
se  saca  la  piedra  girasol,  que  es  allá  muy  teni- 
da. Reinaba  entonces  el  mal  Rey  Raju,  enemi- 
go del  nombre  cristiano,  que  destruyó  más  de 
cincuenta  mil  cristianos  y  catorce  conventos  de 
religiosos  franciscos  que  los  habían  convertí- 


440 


autobiografías  y  memorias 


do.  Ko  se  consiente  tomar  puerto  á  cristianos, 
y  toda  la  isla  está  llena  de  cruces,  que  las  de- 
jan por  el  provecho  que  deJlas  les  viene;  y  di- 
cen que  los  portugueses  van  con  desigaio  de 
quitarles  los  reinos,  que  es  voz  que  el  demonio 
ha  introducido  en  muchos  reinos  de  aquellas 
l^artes  para  que  no  reciban  la  fe.  De  allí  en  tra- 
vesía está  la  fortaleza  de  Cuilán,  de  portugue- 
ses, y  se  pasa  por  otro  reino  que  se  llama  Tu- 
tucurín,  de  gentiles,  y  hay  un  pagode  donde 
está  el  Gran  Dios,  que  es  un  ídolo  que  en  fies- 
tas del  año  lo  sacan  y  se  despedazan  hombres 
y  se  dejan  matar  de  las  ruedas  del  carro  por 
que  los  tengan  por  santos,  que  según  esto  se 
verá  la  gente  cuan  bárbara  es  y  mala,  de  quien 
no  es  justo  se  diga  más  por  sus  bestialidades. 
En  cabo  de  Comorín  se  pasa  por  la  famosa 
isla  de  Ceilán,  que  es  el  de  las  mejoi'cs  del  tnun- 
tlo,  y  de  allí  á  Caulán,  de  portugueses,  y  de  allí 
por  la  mesma  costa  á  Cochín,  adonde  hay  gran- 
de cristiandad  y  conventos  de  Santo  Domingo, 
de  San  Francisco  y  San  Agustín  y  de  la  Com- 
pañía de  Jesús,  y  seminarios  y  grandes  estu- 
dios en  ellos,  y  cerca  está  Santo  Tomé,  que 
desde  que  pasó  por  allí  el  Santo  son  cristianos 
y  muy  abstinentes.  Daban  la  obediencia  al  Pa- 
triarca de  Babilonia,  pero  ya  la  dan  al  Papa. 
Llámanse  todos  estos  reinos  desde  Cabo  de  Co- 
morín la  Pimienta,  por  la  mucha  que  hay.  Hay 
de  aquí  á  Goa  tres  ó  cuatro  reyezuelos;  el  más 
poderoso  es  el  de  Cochín,  y  luego  el  de  Coulán; 
en  Cananor  hay  portugueses  y  religiosos  que 
acuden  á  Tananor  y  Calicut  y  á  otros  reinezue- 
los,  que  son  Barcelor  [y]  Magalor.  Todos  és- 
tos se  convertirán  á  la  fe  con  el  tiempo,  según 
la  gran  cantidad  convertida  y  la  que  cada  día  se 
convierte.  De  aquí  se  va  á  la  gran  ciudad  de 
Goa,  que  como  della  tengo  dicho  tanto  sólo 
diré  que  como  á  cabeza  de  todos  aquellos  reinos 
se  le  debe  allá  lo  que  acá  á  nuestra  madre 
Roma,  pues  de  allí,  como  de  fuente,  sale  toda 
la  dotrina  á  toda  la  India.  Está  en  una  isla  de 
cuatro  leguas ;  tiene  un  hermoso  río  que  la  hace 
isla  de  la  tierra  y  reino  de  (')  Dialcán.  Tiene 
quince  parroquias,  quince  ermitas  y  quince 
conventos  de  frailes  y  monjas. 

CAPÍTULO  XIV 

A  do  se  prosigue  el  viaje  y  itinerario. 

Son  los  hechos  tan  famosos  y  tan  dignos  de 
perpetua  memoria  los  que  en  estas  partes  de  la 
India  de  do  vamos  tratando  han  hecho  los  pa- 
dres de  la  Compañía  de  Jesús  en  lo  espiritual 
para  las  almas,  y  los  valientes  portugueses  en 
conquistar  fortalezas  en  tantas  partes  y  tan 

(')  En  la  edición:  o. 


distintas,  que  parece  cosa  milagrosa  y  no  creí- 
ble si  no  lo  hubiéramos  visto  tantas  personas 
fidedignas  y  ser  ya  tan  manifiesto  á  todos  los 
de  por  acá,  como  si  las  hubieran  visto.  Y  así 
en  breve  trataré  en  este  capítulo  una  suma  de 
los  fuertes  que  tienen:  el  uno  es  Macao;  éste 
está  en  la  China,  treinta  y  más  leguas  de  Can- 
tón; Malaca  más  de  quinientas  leguas  por  tra- 
vesía y  por  tierra  más  de  dos  mil.  En  el  golfo 
de  Mengala  otras  Dueve  fuerzas  más  de  qui- 
nientas leguas,  y  por  tierra  más  de  mil  y  ocho- 
cientas. 

A  las  islas  deste  golfo  desde  las  del  Japón 
y  Corai,  á  do  los  padres  de  la  Compañía  de 
Jesús  han  conquistado  tanto  con  la  palabra  de 
la  predicación,  hay  una  travesía  de  mil  y  qui- 
nientas leguas,  y  destas  fortalezas  á  cabo  de 
Camorín  y  á  Cochín  y  á  Goa  hay  más  de  sete- 
cientas leguas,  que  es  cosa  de  asombro.  Desde 
Goa  por  sus  costas  hacia  la  parte  de  acá  en 
deciocho  grados  está  la  fortaleza  de  Carel;  más 
adelante  la  de  Bazain,  y  en  una  punta  del  gran 
reino  de  Camboja  está  la  fuerza  de  Damaun, 
y  más  adelante  casi  noventa  leguas  está  la  de 
Diu,  que  es  espanto  en  reino  del  mayor  señor 
del  mundo,  que  es  este  Gran  Tártaro,  ó  Gran 
Taborlán ,  ó  Gran  Mogor,  que  estos  nombres 
tiene:  Tártaro,  por  haber  ganado  tantos  rei- 
nos en  la  Tartaria  que  ya  casi  todos  son  suyos, 
ó  sus  tributarios,  fuera  del  gran  Catay  (')  y  de 
otro  Rey;  Taborlán,  porque  es  descendiente  de 
aquel  Taborlán  que  trajo  al  Gran  Turco  Baya- 
ceto  en  una  jaula;  Gran  Mogor,  porque  sus  rei- 
nos, que  están  junto  al  Ganges,  se  llaman  asi 
y  son  la  cabeza  de  sus  señoríos,  como  lo  es  Cas- 
tilla de  nuestro  católico  Rey,  y  él  es  de  aquella 
nación  Mogor,  como  si  dijésemos  á  nuestro  Rey 
el  gran  español,  ó  gran  león  de  España,  como 
le  intitulan  las  naciones.  Y  es  de  advertir  qu(} 
aunque  he  repetido  muchas  veces  que  este  Mo- 
gor es  el  mayor  señor  del  mundo,  digo  que  se 
ha  de  entender  salvo  nuestro  Rey,  que  con  la 
grande  Majestad  suya  no  iguala  nadie,  ni  aun 
este  Mogor  y  el  Chino  y  Gran  Turco  todos  tres 
juntos  no  lo  igualan.  Lo  primero,  por  la  gran 
merced  de  Dios  en  darle  su  santísima  fe,  que  es 
lo  principal,  pues  goz.irá  desús  eternidades  para 
siempre,  y  lo  otro,  porque  tiene  más  tierra  que 
todos  tres  juntos;  pues  solas  las  Indias  desde 
Cartagena  á  Chile  ó  desde  Caracas  á  Potosí, 
hay  mil  y  docientas  leguas,  todas  pobladas,  y 
la  Nueva  España  tiene  más  de  ochocientas  en 
longitud.  Tiene  tanta  parte  de  mundo  como  es 
la  América,  que  es  más  que  toda  la  Asia;  tiene 
los  reinos  de  España  y  Italia,  Flandes,  y  tan 
gran  parte  en  Alemania,  y  todas  las  islas  gran- 
des del  mar  Mediterráneo,  que  bastaba  Sicilia 

f)  En  la  edición:  Granigetai. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


Ul 


y  Cerdeña  para  llamarse  uno  justamente  Rey, 
y  los  puertos  de  la  África;  y  en  la  India  tiene 
tantos  reinos,  pues  tiene  deciooho  Reyes  vasa- 
llos, y  agora  que  le  da  Dios  la  tierra  incógnita 
por  mano  del  famoso  Capitán  Quirós,  que  es 
una  parte  del  mundo  tan  grande  como  toda  el 
Asia;  islas  de  Salomón,  Nueva  Guinea  y  tan- 
tas islas  y  tan  grandes,  que  sola  la  isla  espa- 
ñola, ó  la  de  la  Habana,  son  tan  grandes  como 
todo  el  reino  de  Francia,  y  todas  las  Filipi- 
nas, las  Malucas  y  otro  gran  número  de  islas, 
que  es  más  tierra  toda  la  diclia  que  lo  demás 
'del  mundo.  Así  que  es  señor  de  la  mitad  del 
mundo. 

Y  también  casi  se  puede  decir  que  este  gran 
señor  Mogor  es  su  tributario,  pues  lo  es  su  tie- 
rra, pues  tiene  cuatro  fortalezas  en  su  tierra 
que  le  pagan  parias;  y  con  ser  tan  potente  no 
ha  podido  quitar  á  los  portugueses  los  puerto-í, 
y  se  vido  el  propio  en  los  mares  de  Goa,  y  pi- 
diendo que  la  quería  ver  jugó  el  artillería  ven- 
ticuatro  horas,  y  con  tener  más  de  mil  velas  se 
fue  espantado  diciendo  que  gente  y  fortalezas 
no  las  había  mejores  en  el  mundo,  y  que  los 
quería  más  para  amigos  que  para  enemigos,  y 
así  no  quitó  las  parias . 

Luego  entran  los  reinos  de  la  Persia,  que  los 
que  confinan  con  Cambaya  son  del  Mogor  cin- 
co ó  seis  reinos  que  serán  casi  como  España  y 
Francia  todos  juntos;  el  mayor  y  más  rico  es 
Odialón;  éstos  confinan  con  los  reinos  del  Gran 
Sofí,  y  con  este  reino  y  otros  cuatro  de  menos 
nombre  confina  el  reino  de  Disa  Maluco,  y  á  las 
espaldas  los  reinos  tártaros  que  tiene  este  Mo- 
gor, y  hacia  Cambaya  entra  el  reino  de  Guara- 
rate,  luego  el  de  Chesimur  y  Circán  y  el  de 
Cabur,  que  es  junto  á  los  mogores,  y  hacia  los 
tártaros  está  el  de  Batriana,  y  hacia  el  mar  del 
Sur  está  el  de  Sigistán  y  el  de  Sublestán  y  el 
de  Peselbas  y  el  de  Tarabat,  que  son  los  cuatro 
de  menos  nombre  que  dije;  y  todos  éstos  están 
debajo  deste  nombre  Corasán,  que  es  como  si 
dijésemos  España,  que  contiene  en  sí  tantos 
reinos. 

Hacia  la  costa  están  unos  sátrapas  ó  re- 
yezuelos, que  como  son  señores  absolutos  y 
baten  moneda  son  [en]  sus  tierras  como  en 
Italia  el  Duque  de  Ferrara  y  el  de  Urbino. 
Llámanles  sátrapas  el  de  Guadel  y  el  de  Quir- 
man,  y  con  éstos  confinan  los  reinos  del  Gran 
Sofí,  que  es  la  Persia  y  Media,  que  debe  de 
tener  seis  6  ocho  reinos  que  serán  tanto  como 
toda  España.  Sus  nombres  son:  Lar,  lexd, 
Dedei,  Capucop,  Partia,  Casmín,  Diurgumen 
y  Mesandarán,  y  este  Gran  Sofí  es  descen- 
diente del  Soldán  de  Egipto  Campson  Gaurio, 
á  quien  ganó  toda  su  tierra  Selim,  Gran  Turco, 
el  año  de  mil  quinientos  y  deciséis. 

Llámase  este  Rey  de  Persia  que  tiene  el  £70- 


bierno  hoy  Tactamas  ó  Ismael,  y  el  nombre  de 
Sofí  dice  hereje  ó  apartado  de  los  Turco<:,  por- 
que aunque  son  moros  tienen  y  siguen  la  sec- 
ta del  Alcorán  por  otra  manera  y  con  declara- 
ciones de  otros  iíitérpretes,  y  así  trae  toca  roja; 
y  se  entenderá  como  acá  entre  los  cristianos 
los  ingleses  ó  otros  herejes,  y  por  esto  se  gue- 
rrean unos  á  otros;  y  este  Sofí  es  amigo  de  los 
cristianos,  porque  son  enemigos  del  Gran  Tur- 
co de  quien  él  es  tan  grande  enemigo. 

Luego  está  el  golfo  de  Persia,  y  á  la  entrada 
está  el  reino  de  Ororauz,  adonde  está  la  más 
famosa  fortaleza  y  más  fuerte  que  [hay]  en 
toda  la  India  que  tienen  los  portugueses,  y  esta 
ciudadica  es  la  de  más  trato  de  todas  las  que 
hasta  hoy  se  saben  del  mundo,  por  ser  escala 
franca  y  plaza  para  toda&  las  naciones.  Y  asi 
es  la  de  más  proA^echo  para  su  Rey  en  su  tanto 
que  otra,  pues  siendo  tan  pequeña  vale  cuatro 
millones.  Es  la  ciudad  de  quien  se  dice  que 
si  todo  el  mundo  fuera  un  anillo  fuera  Oromuz 
la  piedra. 

Desta  otra  parte  deste  golfo  cae  Arabia  la 
Feliz,  que  es  de  moros  y  del  Gran  Turco.  Es 
tierra  fértilísima  y  de  mucho  oro  y  fino,  pues 
se  dice  en  refrán:  el  oro  fino  de  Arabia.  En 
este  reino  está  la  casa  de  Meca,  adonde  están 
los  huesos  del  falso  y  infame  Profeta  Mahoma, 
que  es  un  edificio  muy  sumptuoso,  y  como 
tiene  esta  tierra  el  golfo  dicho  de  por  sí,  y  por 
estotra  parte  el  golfo  Arábico  ó  mar  Bermejo, 
es  tierra  de  gran  trato  y  riquísima.  Por  el  fin 
deste  golfo  pasaron  los  hijos  de  Isrrael  á  la 
Tierra  de  Promisión,  y  se  llama  el  mar  Ber- 
mejo porque  la  tierra  lo  es  en  tanta  manera 
que  hace  parezcan  las  aguas  bermejas,  aunque 
son  claras  quitadas  del.  Por  aquí  le  va  la  gran 
riqueza  al  Turco  de  todo  el  oro  desta  tierra  y 
tributos,  y  del  reino  de  Mngadojo,  que  tam- 
bién es  suyo,  y  de  otros  reyezuelos. 

Desta  otra  parte  deste  mar  Bermejo  cae  la 
tierra  del  Abasino  ó  Preste  Juan  como  acá  le 
llamamos.  Es  una  de  las  tierras  más  pobladas 
del  mundo  y  apacible,  de  cristianos  malos  que 
tienen  mil  ritos,  que  tengo  para  mí  que  por 
ellos  y  no  obedecer  á  la  Santa  Sede  Apostólica 
y  á  su  Pontífice  Romano  permite  Dios  que  el 
Turco  los  oprima  tanto,  que  con  ser  este  Rey 
tan  poderoso  y  de  tanta  tierra  y  eñ  otros  tiem- 
pos todos  los  comarcanos  y  de  otros  reinos  le 
temían,  en  éstos  está  tan  opreso  que  no  hace 
más  de  lo  que  el  gran  Turco  le  manda,  pues 
recibe  todos  los  obispados  enviados  del  Pa- 
triarca de  Babilonia,  vasallo  del  Gran  Turco, 
y  ruego  á  Dios  no  le  veng.i  á  quitar  los  reinos 
como  ha  hecho  á  otros,  con  esta  entrada  y  oca- 
sión. Los  años  pasados  se  querían  reducir  á  la 
obeiiencia  de  Su  Santidad,  y  luego  se  arrepin* 
tieron . 


ii2 


autobiografías  y  memorias 


CAPITULO  XV 


A  do  se  trata  del  Preste  Juan  y  de.  otros 
reinos  ¡/fortalezas. 

El  Rey  abasiuo  pidió  favor  á  los  portuguo- 
ses  y  fue  un  herniauo  del  Virrey  de  Goa  á  dár- 
selo, y  con  poca  gente  que  llevó  descercó  á  la 
Reina  y  socorrió  al  Rey,  que  fue  parte  para 
que  se  retiraran  los  contrarios  y  quedara  liKre; 
luego,  en  viéndose  así  se  arrepintió  de  la  pala- 
bra que  había  dado  de  dar  la  obediencia  al 
Sumo  Pontífice  y  dejar  de  rccel)ir  Obispos  de 
quien  no  es  justo  y  á  sus  tierras  y  señoríos  le 
hace  tanto  daño,  y  puso  por  excusa  que  sus  va- 
sallos lo  matarían  si  innovaba  algo,  y  todo  era 
por  solo  excusarse,  y  así  enfadados  los  portu- 
gueses lo  dejaron;  y  por  emprender  hechos  tan 
arduos  se  vinieron  á  perder  los  más  dellos,  y  á 
los  de  la  tierra  castigó  Dios  con  tornarles  á 
oprimir  con  más  azote  que  el  primero.  Era 
aquel  reino  poderosísimo  y  muy  fértil  y  el  más 
poblado  de  todos  los  del  mundo,  y  tenía  gran- 
dísima renta,  y  poco  á  poco  se  ha  menoscaba- 
do y  hay  ahora  más  de  diez  señores  libres  que 
eran  sus  vasallos.  Y  el  Turco,  después  que 
ganó  á  Egipto,  le  ha  ido  ganando  tierras,  y 
plega  á  Dios  no  les  acaezca  lo  que  á  los  grie- 
gos y  otros  malos  cristianos,  que  por  sus  peca- 
dos los  acabe  de  sujetar. 

Confina  este  reino  con  el  gran  imperio  de 
Monomatapa,  que  aunque  hay  en  medio  otros 
dos  reyezuelos  no  se  hace  caso  dellos  más  de 
sólo  para  decir  que  un  Príncipe  de  aquellos  se 
hizo  cristiano,  y  que  hay  gran  esperanza  en  el 
Señor  lo  han  de  ser  todos  sus  vasallos.  En 
toda  esta  costa  tienen  los  portugueses  dos  ó 
tres  puertos  y  fortalezas.  Entre  el  imperio  di- 
cho cae  el  reino  de  Mazambique,  adonde  están 
las  fortalezas  dichas.  Toda  esta  gente,  ó  la  más 
della,  es  negra  y  gentil,  y  la  isla  de  San  Lo- 
renzo, que  es  grandísima  y  dista  por  camino 
derecho  de  Goa  casi  mil  leguas,  y  por  donde  lo 
anduve  son  más  de  mil  y  oí^hocicntas.  Desta 
isla  á  tramontar  el  Cabo  de  Buena  Esperanza 
hay  grandísimos  riesgos,  y  así  lo  da  á  entender 
el  nombre  con  Buena  Esperanza,  porque  si  no 
la  llevasen  en  la  gran  misericordia  del  Señor 
sería  como  desesperación  atreverse  á  caminarlo. 
Desde  este  cabo  á  la  gran  ciudad  de  Lisboa  hay 
casi  mil  y  quinientas  leguas;  todo  es  la  costa 
de  Guinea  á  los  ríos  en  el  reino  de  Congo,  y  si 
quieren  [pueden]  tomar  á  Cabo  Verde  ó  engol- 
farse por  las  corrientes  y  en  altura  de  Canaria 
[ir]  á  la  gran  ciudad  de  [Lisboa],  cabeza  y 
señoría  destos  reinos  de  Oriente,  descubridora 
para  llevarles  y  enseñarles  la  santísima  fe;  y  así 
la  llamaré  maestra  de  la  mitad  del  mundo,  te- 
niendo el  debido  respeto  á  la  cabeza  principal  y 


universal  del  mundo,  que  es  Roma.  Y  también  se 
podía  venir  á  la  otra  maestra  y  cabeza  de  todo  el 
Poniente,  que  es  la  otra  mitad  del  mundo,  pues 
son  estas  dos  ciudades  las  mejores  de  todo  lo 
que  se  sabe,  y  más  ricas  que  todo  el  mundo  ('). 

Y  porque  esta  es  vuelta  á  todo  el  mundo,  y 
la  que  yo  di  fue  vuelta  y  media,  acabaré  el  via- 
je como  yo  lo  anduve,  que  de  Cabo  de  Buena 
Esperanza  se  engolfó  mi  galeón  Saii  Pedro,  y 
con  temporal  y  hartos  traliajos  descubrimos  las 
islas  del  Brasil,  y  la  gente  no  quiso  venir  á 
España;  y  así  fue  determinado  en  Hernambuco 
que  fuésemos  á  Río  de  la  Plata,  y  si  pudiése- 
mos que  entrásemos  por  el  estrecho;  y  por  no 
poder,  como  queda  referido  en  la  historia,  tor- 
namos á  Buenos  Aires  y  por  tierra  del  Para- 
guay y  Tucumán  salí  á  las  provincias  de  la.s 
Charcas  y  Potosí,  y  de  allí  vine  á  un  puerto  del 
mar  del  Sur,  como  queda  dicho;  y  vine  hasta 
el  Callao  de  Lima,  y  de  allí  al  puerto  de  Gua- 
yaquil. Dejo  el  viaje  .de  tierra,  pues  no  hace  al 
itinerario,  y  digo  que  deste  puerto  se  viene  á  la 
i.'íla  de  la  Puna,  de  allí  á  Manta,  y  con  gran 
viaje  á  Panamá,  que  su  puerto  es  Perico,  por- 
que  por  la  braveza  de  la  mar  no  lo  hay  en  el 
¡Dropio  Panamá. 

Desta  ciudad  se  viene  por  tierra  veinte  le- 
guas á  Puerto  Velo,  que  es  el  más  mal  camino 
del  mundo,  y  este  Puerto  Velo  es  en  la  mar  del 
Norte;  para  venir  á  España  hasta  este  puerto 
llegan  los  galeones  que  van  por  la  plata,  y  de  allí 
se  viene  á  Cartagena,  que  hay  ochenta  leguas, 
y  de  Cartagena  á  San  Cristóbal  de  la  Habana, 
que  es  de  los  mejores  puertos  del  mundo.  Allí 
se  da  carena  á  los  galeones  y  se  desemboca  una 
de  las  canales.  Huyendo  de  la  Bermuda  se  vie- 
ne á  reconocer  una  de  las  islas  Terceras,  que  la 
más  ordinaria  es  la  de  Santa  María.  De  allí  en 
once  ó  doce  días  se  reconoce  Sanlúcar  de  Ba- 
rrameda,  y  de  allí  á  la  gran  Sevilla,  de  adonde 
vine  á  la  ciudad  de  Jaén,  de  donde  partí  de 
nueve  años  v  gasté  treinta  y  nueve  en  estas 
peregrinaciones,  dando  vuelta  y  media  al  mun- 
do, y  habiéndole  visto  y  andado  en  mar  y  tie- 
rra sobre  treinta  y  tres  mil  leguas.  ¡Sea  á  hon- 
ra y  gloria  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  (jue 
vive  y  reina  por  siempre  jamás!  Amén. 

CAPÍTULO  XVI 

Adonde  se  ponen  las  vidas  y  muertes  de  algu- 
nos varones  santos  que  en  aquellas  partes  de 
la  India  padecieron  tormentos. 

Aunque  prometí  decir  en  cada  reino  la  cosas 
famosas  del,  de  industria  he  querido  dejar  para 
este  lugar  todos  los  varones  ilustres  que  con 

(')  J^'uta  ««/-yi/íaZ:  Lisboa  y  Sevilla. 


PEDRO  ORDO.NEZ   DE  CEBALLOS 


44?, 


intrépido  ánimo  padecieron  en  aquellas  partes 
martirio  por  manifestar  la  verdad  y  predicar 
con  los  Santos  Apóstoles  á  Cristo  crucificado; 
me  ha  parecido  ponerlos  á  todos  juntos  y  en 
un  capítulo  para  que  mirando  su  gran  espíritu 
nos  alentemos  y  esforcemos  á  emprender,  con 
el  favor  del  Señor,  empresa  tan  grandiosa 
como  la  que  ellos  emprendieron  de  propagar  el 
nombre  del  Señor,  pues  en  infinitas  partes  hay 
necesidad  de  quien  lo  haga,  que  prometo  (como 
en  algunas  partes  he  apuntado)  que  tengo  para 
mí  y  entiendo  que  si  hubiera  en  algunas  partes 
quien  lo  hiciera  hubiera  muchos  reducidos  á  la 
santa  fe.  Y  cuando  el  Señor  no  de'  á  todos  por 
ello  premio  tan  colmado  como  á  los  que  ahora 
diremos,  de  su  martirio,  en  la  otra  les  dará  su 
gloria,  que  es  el  superabundante  bien  que  pue- 
de dar. 

El  primero,  pues,  varón  apostólico  y  al  que 
hemos  de  dar  el  primer  lugar  es  al  santo  padre 
Francisco  Javier,  de  la  sagrada  religión  de  la 
Compañía  de  Jesús,  que  aunque  su  vida  está 
escrita  por  tan  buen  estilo  por  el  padre  Luis 
de  Guzmán,  religioso  de  la  misma  Compañía 
de  Jesús,  es  digna  la  vida  y  muerte  deste  glo- 
rioso varón  para  millares  de  historias,  y  por 
serle  muy  aficionado,  que  visité  casi  los  más 
lugares  donde  esturo  y  vide  su  sagrado  cuer- 
po, cumpliré  brevemente  con  mi  devoción  di- 
ciendo algo  del. 

Fue  este  santo  natural  de  Javiera,  en  el  reino 
de  Navarra,  junto  á  Pamplona;  era  de  linaje 
ilustre,  de  padre  y  madre  muy  cristianos,  pues 
en  diciéndoles  algo  de  su  linaje  decían  que  el 
limpio  y  verdadero  linaje  era  servir  á  Dios. 
Inclinai-on  siempre  desde  niño  á  este  bendito 
varón  para  la  Iglesia.  Estudió  en  París,  que 
entonces  florecía,  y  leyó  en  él.  Fue  virgen  toda 
su  vida  y  así  se  lo  prometió  á  la  Virgen  Santísi- 
ma. Vístala  santidad  del  santo  padre  San  Igna- 
cio, patriarca  de  la  religión  de  la  Compañía  de 
Jesús,  y  comunicando  con  él,  le  dijo  que  se 
dispusiese  y  anduviese  el  mundo  llevando  su 
santo  nombre  por  las  regiones  ignotas,  como 
otro  Pablo,  y  así  lo  prometió.  Fue  tan  dado  á 
la  oración  que  siempre  rezaba,  y  á  la  peniten- 
cia, que  las  hacía  tan  excesivas  como  era  estarse 
cuatro  días  sin  comer,  y  tomaba  todos  los  días 
tres  diciplinas  y  traía  en  los  muslos  y  molle- 
dos atados  unos  cordeles  con  ñudos  y  en  las 
espaldas  se  le  veía  el  espinazo.  Vino  á  ser  un 
piélago  de  caridad,  porque  todo  cuanto  tenía  lo 
daba  á  los  pobres.  Era  tan  perfeto  que  los 
naturales  de  aquellas  partes  decían  que  el  me- 
jor de  sus  dioses  no  tuvo  tantas  cosas  buenas 
como  el  maestro  Francisco  Javier.  Jamás  se 
enojó,  teniendo  grande  humildad,  sufrimiento 
y  paciencia  en  los  trabajos.  En  resolución,  oí 
decir  á  un  bonzo  de  aquellos  á  quien  había  con- 

AÜTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS.— Ü9 


vertido,  que  con  curiosidad  había  leído  y  mi- 
rado la  vida  de  los  Santos  del  Nuevo  y  Viejo 
Testamento,  que  hallaba  por  su  cuenta  que  ha- 
bía seguido  el  camino  de  todos  ellos  y  que  le 
había  dado  Dios  las  prerrogativas  que  á  todos. 
Y  dijo  bien,  porque  parece  que  fue  una  cifra  y 
epílogo  de  todos  ellos.  Fue  apóstol,  pues  en 
todo  el  mundo  predicó,  á  lo  menos  en  la  mayor 
parte  del.  Fue  evangelista,  pues  en  su  boca  no 
se  oían  otras  palabras  sino  evangelizar  al  Se- 
ñor. Fue  profeta,  pues  dijo  tantas  cosas  por 
venir;  las  apercebía,  decía  y  remediaba  antes 
que  sucediesen,  con  tanta  inmensidad  de  mi- 
lagros que  todos  sus  pasos,  sus  palabras  y  pen- 
samientos eran  milagrosos.  Fue  virgen,  como 
queda  dicho.  Fue  mártir  en  su  modo  de  vi- 
vir, pues  toda  su  vida  fue  un  perpetuo  y  pro- 
longado martirio,  y  en  su  muerte  lo  fue.  Con- 
fesor, pues  siempre  en  vida  y  en  muerte  lo  fue. 
Para  concluir  con  su  vida  digo  que  me  dijo  el 
bonzo  que  siendo  sacerdote  gentil  se  halló  en 
una  junta  dellos,  y  que  se  trató  de  hacerlo  uno 
de  los  dioses,  y  yéndole  con  este  recaudo  hizo 
extremos  como  un  San  Pablo  y  San  Bernabé 
en  Listris,  y  que  le  dijo  tales  cosas  que  las 
puso  por  escrito,  y  se  convirtió  y  fue  asombro  de 
aquellos  bonzos,  y  que  dellos  también  se  con- 
virtieron muchos;  y  á  otros  les  oyó  decir  que 
después  de  aquella  gran  respuesta  de  Javier  se 
les  había  quitado  del  pensamiento  el  deseo  de 
ser  dioses,  que  es  el  más  endiablado  pecado  de 
los  sacerdotes  y  reyes  de  aquella  tierra  querer 
ser  dioses.  Y  me  dijo  también  que  siempre  le 
oía  decir  acabada  su  oración  estas  palabras: 
Domine,  ecce  adsum,  quid  me  vis  faceré?  Se- 
ñor, aquí  estoy,  ¿qué  queréis  hacer  de  mí?  Casi 
las  propias  palabras  del  vaso  de  elección,  y  así 
lo  fue  él,  pues  predicó  en  tantas  partes  y  con 
tanto  fervor,  espíritu  y  deseo  de  ganar  almas 
para  Dios. 

El  segundo  es  el  padre  Rodulfo  Aquaviva, 
el  cual  fue  de  edad  de  treinta  y  tres  años,  y  en 
este  tiempo  anduvo  casi  dos  mil  leguas  predi- 
cando, convirtiendo  y  baptizando;  murió  már- 
tir él  y  otros  compañeros  suyos  de  cinco  heri- 
das que  le  dieron  los  gentiles  de  una  villa  que 
se  dice  Coculino,  de  la  provincia  de  Salsete.  La 
una  le  dieron  en  las  espaldas,  otra  en  las  pier- 
nas, dos  en  la  garganta  y  otra  en  los  pechos;  y 
acabó  su  vida  con  tres  palabras:  Perdonadlos, 
señor  Santo  Javier;  rogad  al  Señor  por  mí;  y 
tres  veces:  Jesús,  recibe  mi  alma. 

El  padre  Pedro  Berno  padeció  junto  con  el 
dicho,  el  cual  tuvo  espíritu  profetico,  y  así  de- 
cía que  los  gentiles  de  Salsete  no  habían  de  ser 
cristianos  hasta  que  hubiese  mártires  en  aque- 
lla provincia,  y  que  él  había  de  ser  uno,  y  así 
murió  de  una  grande  herida  en  la  cabeza  y  una 
lanzada  por  un  ojo. 


444 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


El  padre  Alonso  Pacheco  fue  asimismo  com- 
pañero destos  padres ;  salió  al  encuentro  del 
que  alanceaba  al  padre  Pedro  y  le  dijo:  A  mí, 
á  mí,  que  soy  el  que  destruí  vuestros  dioses  y 
los  hice  pedazos  y  los  pisé,  y  así  le  atravesaron 
los  pechos  y  le  dieron  otra  lanzada  en  la  gar- 
ganta; y  los  brazos  puestos  en  cruz  dijo:  Con 
otra  lanzada,  mi  Jesús,  os  pasaron  el  pecho; 
por  ella  os  pido  los  perdonéis  y  les  enviéis  pre- 
dicadores de  vuestro  santísimo  nombre;  y  con 
esto  dio  su  alma  á  Dios. 

El  padre  Francisco  Antonio,  portugués,  de 
treinta  años,  padeció  con  los  dichos  de  una 
grande  herida,  con  la  cual  le  hendieron  la  ca- 
beza, y  con  otras  muchas  feneció.  Siempre  ro- 
gaba en  todas  las  misas  al  Señor  le  hiciese  este 
bien,  de  llevarle  para  sí  por  martirio,  y  así  fue 
toda  su  vid.-i  un  martirio  y  en  la  muerte  le  cum- 
plió sus  deseos. 

El  hermano  Francisco  Arana  fue  el  qne  más 
padeció,  porque  le  hirieron  primero  de  dos  gra- 
ves heridas,  y  visto  que  todavía  decía:  Jesús, 
traeldosá  verdadero  conocimiento,  arremetieron 
á  él  y  lo  arrastraron  hasta  un  templo  de  sus 
dioses,  y  le  pidieron  que  les  ofreciese  incienso 
y  que  le  dejarían  con  la  vida,  y  otras  grandes 
promesas,  y  dijo  que  él  no  conocía  otro  Dios 
ni  lo  había  tampoco  sino  el  verdadero  qne  ado- 
raba. Hiciéronle  tantos  agravios  y  fueron  tan- 
tos los  tormentos,  que  los  mismos  gentiles  se 
espantaban  de  tanta  fortaleza,  p  «rque  le  dieron 
muchas  heridas  y  flechazos  y  lo  arrastraron  al- 
rededor del  ídolo,  que  ni  le  quedó  vestido  ni 
cuero  en  su  santa  carne,  y  cuando  más  hacían 
con  él  más  voces  daba:  Jesús  es  verdadero 
Dios.  Dejáronle  como  á  invencible  y  cansados, 
y  entonces  pidió  él  al  Señor  lo  llevase  en  paz, 
como  lo  hizo  en  efeto. 

El  padre  Antonio  Criminal  fue  varón  per- 
fetísimo,  y  así  decía  del  el  padre  Javier  que 
todos  los  varones  apostólicos  y  predicadores  de 
aquellas  partes  debían  ser  como  él.  Padeció 
junto  á  los  reinos  de  Visnagua  ó  Narsinga, 
que  todo  es  uno,  junto  á  un  pagode,  templo  de 
ídolos  que  allí  está,  y  lo  mataron  á  lanzadas 
y  le  cortaron  la  cabeza  y  la  pusieron  en  el  tem- 
plo con  la  camisa.  Es  esta  nación  crudelísima, 
q-.ie  se  dicen  los  badagas.  Y  así  se  verá  que  estos 
mismos,  en  otra  entrada  que  hicieron  en  la  pes- 
quería, mataron  al  padre  Alonso  Méndez,  que 
era  allí  cura  de  aquellos  pueblos,  y  á  otro  pa- 
dre viejo  llamado  Paulo  Valeo,  que  lo  llevaron 
en  una  estrecha  cárcel  y  le  tuvieron  hasta  que 
murió  confesando  allí  al  Señor. 

El  padre  Francisco  López  fue  preso  de  los 
moros  de  Persia  en  el  reino  de  Cambaya,  y  pro- 
metiéndole grandes  riquezas  y  cargos  si  rene- 
gaba ó  muerte  crudelísima  si  no  lo  hacía,  dijo: 
Muchos  años  ha  que  he  andado  en  este  reino 


de  Camliaya  y  en  toda  la  India,  sólo  convir- 
tiendo almas  para  Dios,  ¿cómo  ahora  perderé 
la  mía?  No  lo  dejaron  decir  casi  más  palabras, 
y  fueron  tantas  las  heridas  que  le  dieron  que 
se  dice  lo  dejaron  picado,  como  en  tajón  de 
carnicero,  que  no  le  quedó  el  más  pequeño  hue- 
so que  no  fuese  partido,  y  oí  decir  á  un  moro 
que  decían  muchos  de  los  que  se  hallaron  pre- 
sentes que  fue  porque  se  meneaba  después  que 
tenía  más  de  mil  heridas,  como  que  decía:  Dad- 
me más  y  picadme  y  seré  más  sabroso  manjar 
de  Dios;  y  este  moro  se  convirtió  por  oir  con- 
tar tanta  constancia  y  fe  como  tenía  este  (^) 
santo  varón. 

El  padre  Andrés  Hernández  fue  uno  de  los 
grandísimos  cristianos  que  pasaron  á  aquellas 
partes  y  de  más  paciencia,  y  así  padeció  tantos 
trabajos  que  cualquiera  dellos  bastab  i  para 
martirio.  Una  vez  reprehendió  á  un  tirano  de 
que  no  entrase  en  una  iglesia  á  cosas  ilícitas, 
le  temió  y  se  salió  della;  y  diciéndole  sus  vasa- 
llos que  cómo  siendo  tan  justiciero  dejaba  pa- 
sar un  atrevimiento  tan  grande,  respondió  que 
aquel  padre  tenía  algo  más  que  de  hombre, 
pues  él  lo  respetaba  y  temía.  Y  otra  vez  vino 
un  Rey  con  ejército  de  gente  á  solo  matarle,  y 
se  hincó  de  rodillas  y  hubo  tanto  temor  que 
mandó  embarcar  toda  su  gente  y  dijo  lo  pro- 
pio que  el  otro. 

El  padre  Enrique  Enríquez  y  Juan  de  Mes- 
queta  pasaron  tantos  martirios  y  prisiones  y 
heridas  por  la  confesión  de  la  fe,  que  entre  las 
cosas  más  famosas  que  tomé  en  memoria  fue 
la  vida  y  trabajos  destos  dos  famosos  varones, 
pues  los  mismos  moros  y  gentiles  los  respetan, 
diciendo  dellos  que  bastaban  para  testimonio 
de  la  fe.  Convirtieron  tantas  gentes  que  de- 
bieron de  ser  más  de  cien  mil. 

El  padre  Nicolás  puede  entrar  en  este  nú- 
mero, pues  decía  que  el  día  que  no  tenía  traba- 
jos y  no  baptizaba  y  convertía  almas  no  estaba 
contento;  y  así  anduvo  hasta  lo  postrero  de 
Asia,  que  es  toda  la  India,  China  y  Tartaria; 
todo  lo  caminó  sólo  con  este  deseo,  con  inmen- 
sidad de  fatigas  y  trabajos. 

Del  padre  Pedro  de  Mascareñas  se  cuenta  en 
aquellas  partes  que  fueron  tan  inmensos  sus 
trabajos,  y  todo  por  la  mucha  gente  que  conver- 
tía, enseñándola  y  baptizándola,  que  los  moros 
y  gentiles  traían  por  refrán  que  éste  solo  les 
había  de  quitar  más  gente  que  tudos  los  demás 
predicadores,  y  así  baptizó  tres  ó  cuatro  Reyes 
y  tanta  gente  principal  de  Príncipes  y  señores 
que  se  podía  de  sólo  esto  hacer  un  grande  tra- 
tado, y  así  lo  llaman  el  padre  de  los  milagros, 
pues  dicen  los  moros  y  gentiles  que  lo  busca- 
ban infinitas  veces  para  matarlo  y  jamás  tuvie- 

(')  Ea  la  edición:  deste. 


PEDRO  OHDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


4i5 


ron  ocasión,  aunque  lo  encontraban,  porque  les 
parecía  otra  cosa,  y  al  fin  fue  servido  el  Señor 
padeciese  martirio  con  tanta  fortaleza  cual  fue 
su  vida.  Y  los  santos  padres  Jorge  Fernández 
y  Gómez  Damaralio  padecieron  con  este  santo. 

El  padre  Gonzalo  Silveira  fue  martirizado 
por  el  Emperador  de  Monomatapa,  y  murió  sa- 
biendo el  día  y  hora  de  su  muerte,  habiendo 
primero  convertido  en  aquel  imperio  al  Empe- 
rador y  á  su  madre  y  infinita  gente;  moros  he- 
chiceros le  argüyeron  serlo  el  también  y  que  era 
espía,  y  así  lo  mató. 

El  padre  Abrahán  de  Gorgiis ,  armenio  de 
nación,  iba  en  hábito  de  turco  á  predicar  el  san- 
to Evangelio,  y  fue  conocido,  y  dicie'ndole  el 
Capitán  turco  que  confesase  á  su  gran  Mahoma, 
pues  iba  con  tal  hábito,  respondió  que  aunque 
iba  así  era  porque  su  prelado  lo  enviaba  á  pre- 
dicar y  confesar  á  aquella  tierra  á  los  que  fue- 
sen cristianos,  y  que  él  no  había  de  hacer  otra 
cosa  y  que  allí  estaba  su  cabeza  por  su  Dios 
verdadero,  y  así  se  la  qortó  el  propio  Capitán. 

Los  santos  mártires  Pedro  Correa  y  Juan  de 
Sosa,  hermanos  de  la  dicha  Compañía,  pade- 
cieron martirio  en  el  Brasil  por  la  confesión  de 
la  fe  y  por  su  santa  predicación,  y  el  padre 
Ignacio  de  Acuvedo  también  murió,  con  gran 
número  de  hermanos  por  la  confesión  de  la  fe, 
por  mano  de  herejes  en.  estas  islas,  con  tanta 
constancia  y  animando  á  los  demás  con  tanto 
ánimo  y  valentía  que  los  mismos  enemigos  de- 
cían que  no  pensaban  había  tanta  fortaleza  en 
pechos  católicos;  y  así  recibió  tantas  y  tan  gran- 
des heridas  que  parecía  cosa  imposible  poder 
estar  vivo  y  animar  á  sus  subditos  que  pade- 
ciesen por  tan  santa  confesión,  y  así  dijo  por 
últimas  palabras:  Séanme  testigos  los  ángeles 
y  los  hombres  como  muero  por  la  confesión  de 
la  verdad  y  en  la  obediencia  del  Sumo  Pontí- 
fice Romano.  Respondió  el  hermano  Benito  de 
Castro:  Padre,  y  yo  también.  Y  otro  hermano, 
Manuel  Alvarez,  á  voces  decía:  Herejes,  salid 
de  vuestra  ceguera  y  confesad  la  verdad  de  la 
fe.  Diéronle  mtichos  golpes  y  él  decía:  Quince 
años  ha  que  pido  á  mi  Dios  esta  muerte;  haced 
lo  que  quisiéredes  y  nadie  me  tenga  lástima, 
sino  envidia,  pues  recibo  muerte  de  que  soy  in- 
digno. 

Al  hermano  Blas  Ribero  y  Pedro  de  Fonse- 
ca,  porque  rezab  n  ante  una  imagen  les  dieron 
con  los  pomos  de  las  espadas  y  los  quebraron 
los  cascos,  y  al  Fonseca  le  dieron  una  puña- 
lada por  la  boca,  diciendo:  Haz  oración  á  imá- 
genes que  nosotros  tanto  aborrecemos;  y  los 
santos  dijeron:  Por  la  verdad  de  su  adoración 
morimos. 

Al  padre  Diego  de  Andrada,  visto  los  here- 
jes que  iba  confesando  á  los  demás,  le  dieron 
muchas  puñaladas,  y  acabó  diciendo:  Alegró- 


me, pues  muero  por  la  verdad  deste  Sacra- 
mento de  la  Penitencia;  y  dos  hermanos  enfer- 
mos levantáronse  diciendo:  Nosotros  confesa- 
mos lo  que  estos  santos;  y  los  herejes,  blasfe- 
mando, les  dieron  diversas  heridas  diciéndoles: 
Pues  os  pudistes  escapar  con  las  vidas  y  no 
quisistes,  andad  al  cielo,  como  vosotros  decís, 
con  vuestros  compañeros.  Otro  hermano  se  pu- 
diera escapar,  que  se  decía  Simón  de  Acosta,  y 
confesando  que  era  de  la  Compañía  de  Jesús 
y  católico  como  ellos,  lo  degollaron,  diciendo 
ellos:  Otro  necio;  como  los  enfermos  vaya  al 
cielo.  Cuarenta  mártires  murieron,  porque  á  los 
demás  mandó  el  capitán  hereje  que  por  jesuí- 
tas y  papistas  les  diesen  de  puñaladas  y  los 
echasen  á  la  mar.  Sólo  al  hermano  Juan  Sán- 
chez dejaron,  que  fue  para  que  llevase  las  nue- 
vas, y  dando  él  voces  que  lo  matasen  también, 
respondió  el  General:  Pues  no  has  de  morir, 
por  sólo  ese  gusto  que  tienes  de  ser  mártir,  A 
lo  cual  salió  del  navio  un  sobrino  del  capitán 
del,  que  se  llamaba  San  Juan,  y  había  pedido 
el  hábito  de  hermano;  se  entró  entre  ellos  di- 
ciendo: Cuarenta  coronas  han  de  ser  aunque 
pese  al  hereje,  y  así  recibió  la  corona  del  mar- 
tirio. Los   nombres  de   todos   son:   El  padre 
Provincial  Ignacio  de  Acevedo,  padre  Diego 
de  Andrada,  Antonio  Suárez,  Benito  de  Cas- 
tro, Juan  Fernández,  de  Lisboa;  Francisco  Al- 
varez Cobillo,  Domingo  Hernández,  Manuel 
Alvarez,  Juan  de  Mayorga,  aragonés;  Alonso 
de  Baena,  del  reino  de  Toledo;   Gonzalo  En- 
ríquez,  diácono;  Juan  Fernández,  de  Braga; 
Alejo  Delgado,  Luis  Correa,  Manuel   Rodrí- 
guez, de  Valconete;    Simón   López,    Manuel 
Hernández,  Alvaro  Méndez,   Pedro  Muñoz, 
Francisco  Magallanes,  Nicolás  de   Berganza, 
Gaspar  Alvarez,  Blas  Ribero,  de  Braga;  Anto- 
nio Hernández,  de  Montemayor;  Manuel  Pa- 
checo, Pedro  de  Fontaura,  Simón  de  Acosta, 
Andrés   González,   de  Viana;    Amaro    Báez, 
Diego  Pérez,  Juan  de  Vaca,  Marcos  Caldera, 
Antonio  Correa,  del  Puerto;  Hernán  Sánchez, 
de  la  provincia  de  Castilla;  Gregorio  Escriba- 
no, de  Logroño;  Francisco  Pérez  de  Godoy, 
de  Turrijos;  Juan  de  Zafra,  de  Toledo;  Juan 
de  San  Martín,  de  junto  á  Illescas;  Esteban 
Curaire,  vizcaíno,  y  el  dichoso  San  Juan,  que 
cierra  el  número  de  cuarenta.  Otros  doi-e  com- 
pañeros destos  padecieron  en  el  propio  viaje;  al 
cabo  de  quince  meses  de  tormentas  en  el  mar 
aportaron  á  la  Tercera,  y  haciendo  el  viaje  del 
Brasil  dieron  con  ellos  herejes  y  les  quitaron 
la  vida;  sus   nombres  son:   los   padres   Pedro 
Díaz  y   Francisco   de   Castro ;   los   hermanos 
Alonso  Hernández,  Gaspar  Goes,  Andrés  País, 
Juan  Alvarez,  Pedro  Díaz,  Fernando  Alvarez, 
Miguel  Aragonés,    Francisco   Paulo,    Pedro 
Hernández,  Diego  Carballo. 


44G 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMOTíTAS 


Los  santos  varones  que  se  dicen  los  mártires 
del  Japón  se  aventajaron  á  los  demás,  porque 
fue  su  martirio  en  cruz;  y  esto  después  de  ha- 
berlos traído  tantos  meses  por  aquellos  pueblos, 
con  tanta  inmensidad  de  trabajos;  fue  su  mar- 
tirio gloriosísimo,  pues  á  pregones  públicos  de- 
cían que  por  cristianos.  El  padre  Comisario  de 
los  descalzos,  en  poniéndolo  en  la  cruz,  dijo: 
Benedictus  Dominus  Deus  Israel.  Los  nom- 
bres destos  dichosos  mártires  son:  el  padre 
fray  Felipe,  fray  Francisco,  fray  Gonzalo,  fray 
Pedro  Baptista,  fray  Martín,  fray  Francisco 
Blanco;  los  hermanos  de  la  Compañía  Paulo, 
Juan  y  Diego;  los  legos,  que  fueron  quince,  se 
llamaban:  Cosme  Carasumaruleón,  Ventura, 
Tomé  Fun9ugi,  Paulos,  Gozaqui-Miguel,  Ba- 
raqui,  Paulo,  Luis,  Antonio,  Tomé  Sacaquiba- 
rajochín,  Francisco,  Guimiya,  Juan,  Gabriel  y 
el  venturoso  Matías,  el  cual  merece  este  nom- 
bre, adquiriéndolo  por  su  hecho,  porque  no 
siendo  él  el  que  había  de  padecer,  sino  un  des- 
pensero de  los  padres  descalzos  deste  nombre, 
yendo  el  tirano  á  buscarlo  y  preguntando  por 
él,  respondió  desde  su  casa:  Yo  soy  Matías  y 
cristiano,  y  cumpliré  ese  número  de  veinte  y 
cuatro,  y  así  llevadme  á  mí;  y  dejando  su  mu- 
jer, hijos  y  casa,  murió  en  el  martirio,  y  así 
como  un  Matías  llenó  allá  entre  los  santos 
Apóstoles  el  número  de  doce,  así  aquí  otro  Ma- 
tías el  de  veinte  y  cuatro  mártires. 

Concluyo  con  decir  que  es  tanto  lo  que  por 
allá  padecen  los  que  emprenden  este  ministe- 
rio, que  no  es  explicable  si  no  se  ve.  Yo  digo 
como  testigo  de  vista  que  no  es  imaginable  lo 
que  los  santos  padres  de  la  Compañía  hacen 
en  aquellas  partes  en  particular,  y  así,  á  más 
de  los  dichos,  padecieron  trabajos  inmensos  ó 
martirios  los  padres  Cosme  de  Torres,  Alejan- 
dro Organtino  y  otros  en  el  Japón.  En  la  Chi- 
na, los  padres  Miguel  Rogerio,  Mateo  Ricio, 
Alonso  Sánchez  y  Lázaro  Catanio.  En  los  rei- 
nos del  Gran  Magor,  el  santo  Aquaviva,  An- 
tonio de  Monserrate,  Francisco  Henríquez,  Je- 
rónimo Javier,  Manuel  Pineiro  y  el  hermano 
Benito  de  Gois.  En  Persia  y  Oromuz,  el  pa- 
dre maestro  Gaspar  Barceo-.  En  el  imperio  do 
Monomotapa,  el  santo  Gonzalo  Silveira.  En  el 
del  Preste  Juan,  Juan  Núñez,  Andrés  de  Ovie- 
do, Melchor  Carnero,  Gf>nzalo  Rodríguez.  En 
Goa,  cabeza  destos  reinos  del  Oriente  (que  así 
la  llamo  porque  de  allí  salen  para  las  misio- 
nes), el  padre  Vicente,  de  quien  se  cuenta,  y 
los  de  la  tierra  lo  tienen  por  blasón,  que  azo- 
tando á  un  niño  que  le  enseñaba  la  dotrina  los 
gentiles  lo  tuvieron  por  afrenta,  y  juntándose 
para  matarlo  lo  oyeron  los  hijos  de  los  que  lo 
querían  hacer  y  se  juntaron  con  piedras  y  pa- 
los para  defenderlo,  de  que  admirados  los  pa- 
dres dijeron:  Sigamos  la  luz  deste  Señor,  que 


éste  es  el  verdadero,  pues  tanto  puede.  En  la 
misma  tierra  padecieron  los  padres  Diego  Bar- 
hona,  padre  Paulo  Carmente,  el  hermano  Fran- 
cisco Mansilla,  que  por  ser  los  primeros  com- 
pañeros del  santo  Javier  los  nombro,  y  son 
innumerables  los  que  en  esta  ciudad  han  pade- 
cido de  la  Compañía  de  Jesús. 

CAPÍTULO  XVII 

De  la  diversidad  de  reinos  que  liay  en  el  mundo, 
de  sus  vasallos  y  grandeza. 

Por  ser  mi  intento  en  este  itinerario  dar  una 
universal  noticia  de  cosas  que  en  todos  mis 
viajes  me  han  acontecido,  y  juntamente  una 
breve  relación  de  lo  más  que  hoy  tenemos  des- 
cubierto del  mundo,  me  ha  parecido  no  pasar 
en  silencio  el  hacer  un  breve  compendio  de  las 
monarquías  que  en  la  mayor  parte  del  mundo 
se  contienen,  para  que  el  que  no  las  pudiere 
alcanzar  con  la  vista  á  lo  menos  con  esta  rela- 
ción vea  lo  mucho  que  encierra  el  orbe;  y  co- 
menzando, me  ha  parecido  tocar  según  he  po- 
dido alcanzar  por  los  reinos  donde  llegaba.  La 
relación  de  la  gente  de  la  China  me  enseñó  un 
chino  criado  en  las  Filipinas,  sacada  de  sus 
libros,  que  tenía  más  de  sesenta  y  dos  millones 
de  vasallos;  en  todas  quince  provincias  tribu- 
tarias los  cuarenta  y  dos  millones  y  los  demás 
libres,  que  son  loaicias,  que  diremos  los  hidal- 
gos; los  letrados  que  han  estudiado  sus  leyes  y 
caracteres,  que  son  unas  señales  como  letras  pu 
que  están  escritos  los  tributos  que  tiene  el  rey 
liorros,  porque  en  cada  provincia  se  queda  para 
las  armas,  pagas  de  soldados  de  mar  y  tierra, 
gastos  y  pagas  de  justicias  y  para  reparos  de 
muros,  caminos  y  casas,  y  un  tanto  para  el  Te- 
soro, que  en  cada  ciudad  cabeza  de  cada  pro- 
vincia se  guarda  para  si  se  ofrece  guerra.  Son 
cuatro  millones  de  oro,  tres  millones  de  plata 
fina,  dos  millones  y  medio  de  las  perlas,  de  pe- 
drería millón  y  medio,  de  alniizque  y  ámbar 
más  de  un  millón,  de  porcelana  casi  otro;  son 
trece  millones.  Demás  desto  tiene  más  de  se- 
senta millones  de  hanegas  de  arroz,  que  es  el 
más  común  mantenimiento,  y  pan  de  trigo 
como  el  de  España  más  de  treinta  y  tres  millo- 
nes, de  cebada  casi  treinta  millones,  de  maís 
como  el  de  las  Indias  veinte  millones  y  medio, 
de  mijo  veinte  y  cuatro  millones,  de  panizo  más 
de  catorce  millones,  de  otras  legumbres  y  gra- 
nos más  de  cuarenta  millones,  de  sal  más  de 
veinte  y  cinco  millones  de  hanegas,  y  es  tan 
gran  número,  que  casi  parece  increíble,  y  es 
verdad,  como  más  largo  se  declara  cuando  se 
trate  de  Cochinchina.  Tiene  de  piezas  de  seda 
de  á  catorce  y  quince  varas  docientas  y  cinco 
mil   y  seiscientas,  de  seda   en  mazo  quinien- 


PEDRO  ORDOÑP]Z  DE  CEBALLOS 


447 


tas  y  cuarenta  mil  libras,  de  algodón  trecien- 
tas mil  libras,  de  mantas  de  seda  cruda  tre- 
cientas mil  y  seiscientas,  de  mantas  de  algo- 
dón de  á  catorce  varas  seiscientas  y  setenta  y 
ocho  mil  y  ochocientas  y  setenta,  de  otras  pe- 
queñas  más  de  trecientas    y  cuatro  mil. 

El  Gran  Mogor,  que  como  se  ha  tocado 
pienso  que  es  uno  de  los  mayores  señores  del 
mundo,  pues  tiene  todo  lo  más  de  la  India  de 
una  y  otra  parte  del  Ganges,  y  más  de  los  me- 
dios reinos  de  los  tártaros,  gran  parte  de  la 
Persia,  medos  y  masagetas  y  golfo  de  Mengala, 
y  supe  en  él  que  de  los  tártaros  tiene  veinte  y 
tres  millones  de  vasallos,  y  de  los  mogores  y 
de  una  parte  y  otra  de  los  ganges  otros  tantos, 
y  de  los  demás  reinos  más  de  diez  y  nueve  mi- 
llones. 

El  reino  de  Cambaya,  que  ganó  en  aquel 
tiempo,  tiene  más  de  trece  millones,  que  son 
más  de  setenta  y  tantos  millones  de  almas.  Sus 
tributos  horros  para  su  plato  y  corte  son  ocho 
millones  de  moneda,  gran  cantidad  de  pan  y  de 
vestidos,  que  será  un  tercio  de  lo  de  la  China, 
porque  las  sobras  de  todo  se  guarda  en  el  Te- 
soro para  las  guerras,  y  supe  que  aquel  Gran 
Mogor  que  reinaba  cuando  yo  anduve  por  aque- 
llos reinos  no  había  entrado  nada  en  el  Tesoro, 
antes  para  conquistar  y  ganar  tantos  reinos 
como  había  conquistado  había  sacado  los  teso- 
ros de  sus  antepasados,  que  decían  ser  tanta 
cantidad  que  es  una  gran  suma,  pues  había 
veinte  años  que  traía  en  campo  seiscientos  mil 
hombres,  docientos  mil  caballos,  quinientos  ele- 
fantes y  gran  cantidad  de  gastadores. 

Del  Gran  Catay  (^)  me  dijo  un  vasallo  suyo 
que  tenía  treinta  millones  de  vasallos,  y  que  sus 
rentas  llegaban  á  más  de  treinta  millones,  y  que 
era  cristiano,  y  muchos  de  sus  reinos,  y  que  no 
tenía  guerras,  sólo  la  guarda  de  sus  reinos  y 
mares,  y  sus  tesoros  eran  pocos  ó  ningunos. 
Todo  lo  deste  reino  lo  tengo  por  muy  verdade- 
ro, por  haberme  dicho  otro  en  la  fortaleza  de 
Dio  que  eran  los  más  de  aqiiellos  reinos  moros 
y  gentiles,  y  tierras  míseras  y  de  gente  ladro- 
na, y  otros  males.  Otros  cinco  Reyes  tártaros 
el  que  más  tenía  no  llegaba  á  nueve  millones 
de  vasallos,  y  el  que  menos  á  tres;  las  rentas 
eran  pocas  y  las  provincias  algo  míseras. 

El  Gran  Sofí  tendrá  veinte  millones  de  va- 
sallos, y  en  sus  reinos  alcanzan  fértilísima  tie- 
rra, y  otra  muy  mísera,  y  así  sus  rentas  se  con- 
sideran de  todo.  Solían  andar  muy  alcanzados 
y  empeñados,  y  quitados  los  gastos  del  mar, 
que  no  los  tiene,  le  sobran  para  ir  guardando 
cada  año  para  las  guerras . 

El  Decán  ó  Narsinga  tiene  doce  njillonesde 
vasallos  y  grandísimos  tributos,  pues  podía  sus- 

(_')  En  la  edición:  Gctaij. 


tentar  las  guerras  contra  el  Gran  Mogor  y  traer 
quinientos  mil  infantes,  ciento  y  veinte  mil  ca- 
ballos y  otro  grande  número  de  gastadores,  y 
trecientos  elefantes,  y  con  el  mucho  dinero  que 
le  sobra,  si  fuere  necesario  hará  más  gente,  por- 
que para  tan  potente  enemigo  todo  lo  ha  me- 
nester. 

Los  Reyes  de  Pegú,  Sián  y  Camboja,  genti- 
les, en  vasallos  casi  son  iguales,  aunque  el  de 
Pegú  es  más  rico  por  ser  su  tributario  el  de 
Sián,  que  me  certificaron  tenía  de  renta  más  de 
quince  millones,  y  los  otros  dos  á  siete,  y  de 
gente  tendrá  á  siete  ó  ocho  millones. 

Hay  por  aquellas  costas  tantos  reinos  idóla- 
tras y  moros,  aunque  pequeños,  como  queda 
referido.  Y  para  acabar  con  el  Asia  y  su  tierra 
firme,  digo  que  en  la  tierra  firme  de  la  China 
está  el  gran  reino  de  Guachinchina,  que  ahora 
son  cuatro  reinos,  y  el  emperador  del  tendrá  de 
vasallos  veinte  millones  de  almas;  en  los  rei- 
nos de  Guanci,  Evanci  y  Champaa,  poco  más 
ó  menos  de  tres  millones  de  gente,  y  en  la  Co- 
chinchina  más  de  once,  sin  los  Laos  y  otras  na- 
ciones montañesas,  que  dicen  son  más  de  cinco 
millones;  tiene  de  renta  de  oro,  de  plata,  perlas 
y  piedras,  doce  millones;  gran  cantidad  de  pie- 
zas de  seda  y  mantas  y  algodón,  y  de  drogas 
y  palos  odoríficos  una  gran  cantidad;  de  trigo, 
arroz,  y  de  las  demás  semillas  es  como  los  dos 
tercios  de  la  China,  que  la  causa  es  no  tener 
en  todos  sus  reinos  ningún  señor  propietario 
ni  rentas  eclesiásticas,  y  como  son  herederos 
con  todos  los  de  sus  reinos  ya  no  hay  campos 
ni  casas,  que  todo  es  de  los  reyes,  y  esto  lo  va 
dando  á  capitanes  y  soldados  por  servicios,  y  á 
criados,  y  así  no  le  falta  que  dar,  y  de  otras 
tierras  le  pagan  un  tanto  de  lo  que  siembran, 
donde  se  viene  á  hacer  una  gran  cantidad,  como 
se  ve  en  lo  que  digo  de  la  China,  que  es  lo  pro- 
pio, y  son  gentiles. 

La  Asia  es  grandísima,  y  es  de  gentiles  y 
idólatras,  y  las  islas  que  quedan  ahora  por  es- 
cribir, quererlo  hacer  sería  nunca  acabar,  pues 
las  Malucas  solas  dicen  ser  más  de  mil,  y  otras 
dicen  un  gran  número,  y  todas  las  descubiertas 
son  ahora  de  la  gran  corona  de  España,  como 
diré'. 

Los  del  Japón,  que  son  de  cristianos  y  gen- 
tiles, contienen  treinta  y  seis  reinos  y  infinidad 
de  gente  y  grandísimos  tributos,  como  lo  tocan 
los  padres  de  la  Compañía  de  Jesús  tan  ver- 
daderamente, pues  les  cuesta  el  haberlo  visto 
tanto  trabajo  cual  si  se  viese  se  podría  creer. 

La  isla  de  Samatria,  que  antiguamente  se 
llamó  Trapobana,  es  de  las  mejores  y  más  po- 
bladas del  mundo,  y  las  idólatras  Javas  y  otra 
infinidad  dellas,  que  por  cuenta  deben  de  tener 
cien  millones  de  gente  todas  las  islas,  según  el 
cómputo  y  cuenta  con  que  me  informaban. 


448 


autobiografías  y  memorias 


CAPITULO  XVIII 

Donde  se  prosigue  la  misma  materia. 

La  mayor  parte  del  África,  que  es  la  otra  par- 
te del  mundo,  la  habitan  negros  de  infinitas  na- 
ciones, y  así  sólo  tiene  que  poder  decir  de  cuatro 
reinos,  que  el  mayor  es  el  imperio  de  Monoma- 
tapa,  y  de  la  noticia  que  del  se  tiene  se  sabe  es 
de  mucha  gente  y  no  muy  rica,  son  gentiles  y 
tendrá  más  de  veinte  millones  de  vasallos. 

El  reino  de  los  Abasinos,  que  llamamos  del 
Preste  Juan,  solía  ser  gran  monarquía;  ahora 
es  poco,  pero  lo  que  tiene  es  muy  poblado.  Los 
moros  y  otras  sectas  han  sacado  desta  corona 
las  tres  partes,  porque  solía  confinar  con  Egipto 
y  tenía  Soldán ;  ahora  es  del  Gran  Turco  (como 
se  dirá).  Tienen  por  sus  antiguallas  y  libros 
que  tenía  más  de  treinta  millones  de  almas,  y 
ahora  lo  qne  es  sujeto  al  Preste  Juan  no  son 
seis  millones. 

El  tercero  es  Berbería,  que  está  enfrente  de 
nosotros,  que  contiene  cinco  reinos,  que  todos 
tendrán  nueve  millones  de  almas;  es  tierra  mí- 
sera la  más  della;  ahora  está  toda  repartida  en 
dos  hermanos  reyes,  de  los  cuales  al  uno  favo- 
rece nuestro  católico  Rey  Felipe  III,  que  por 
esto  y  en  vía  de  vasallaje  entregó  la  gran  fuer- 
za de  Larache. 

La  otra  parte  mejor  del  mundo  es  Europa, 
de  gente  valerosísima  y  valiente  y  más  sabia; 
contiene  en  sí  al  Gran  Turco,  que  por  ser  noto- 
ria su  grandeza  pasaré  por  ella;  sólo  digo  que 
tiene  infinitos  vasallos,  pues  sólo  los  cristianos 
se  entiende  serán  más  de  doce  millones,  y  moros 
más  de  otros  tantos,  pues  tiene  á  todo  Egipto 
hasta  Argel,  la  Suria,  donde  cae  la  santa  ciu- 
dad, y  otros  reinos,  y  turcos  serán  más  de  ocho 
millones,  que  son  los  conquistadores  de  tantos 
reinos,  imperios  y  señoríos.  Compete  en  rentas 
con  cualquiera  de  los  monarcas  del  mundo. 

La  tierra  de  Alemania  es  del  Emperador  y 
otros  Reyes,  que  de  todos  hay  más  de  veinte  y 
cuatro  mi  Iones  de  vasallos,  gente  valerosa,  va- 
liente y  rica,  y  a^í  las  rentas  son  buenas. 

Italia  tiene  nueve  millones  de  vasallos  y 
grandes  rentas,  por  ser  tierra  en  extremo  rica, 
tan  barata  y  venturosa,  pues  tiene  en  sí  lo  me- 
jor que  hay  en  el  mundo,  y  la  cabeza  del  que 
es  Vicario  de  Cristo,  el  Sumo  Pontífice,  y  la 
santa  ciudad  de  Roma,  donde  reside,  y  también 
venturosa,  pues  casi  toda  ella  (digo  lo  más)  es 
del  católico  Rey  de  España,  y  tiene  aquella  an- 
tiquísima Señoría  de  Venecia,  la  cual  tiene  casi 
cuatro  millones. 

Francia  con  todos  sus  países  tiene  quince 
millones  de  vasallos,  porque  es  de  la  tierra  más 
poblada  que  se  sabe,  y  las  rentas  son  muy 
buenas. 


Inglaterra  tiene  más  de  tres  millones  de  va- 
sallos, y  Escocia  y  Bornia  casi  otros  tres;  y 
todos  aquellos  reinos  de  Dania,  Noruega  y  de 
una  parte  y  otra  de  aquel  mar  Mediterráneo 
tiene  más  de  ocho  millones  de  vasallos;  y  las 
islas  de  Islanda  y  todas  las  demás  de  Pichili- 
nes y  otras  tienen  casi  un  millón.  Flandes  y 
sus  estados,  más  de  cuatro  millones. 

Las  Españas  tienen  casi  nueve  millones  de 
vasallos,  y  por  ser  del  Católico  Rey,  gran  león 
de  España,  y  ser  un  piélago  sus  señoríos,  y 
como  he  dicho  en  la  historia,  es  mayor  señor 
del  mundo,  como  se  verá  por  lo  que  se  sigue. 

De  los  vasallos  de  los  reinos  de  Italia  tiene 
cinco  millones;  en  Cicilia,  dos  millones;  todas 
las  demás  islas  del  mar  Mediterráneo,  suyas  y 
de  su  corona,  son  dos  millones;  las  islas  de  la 
Gran  Canaria  y  Terceras,  casi  un  millón;  Flan- 
des,  tres,  con  lo  de  Alemania;  toda  la  cuarta 
parte  del  mundo,  que  es  la  América  (como  se 
ha  dicho),  que  es  tanta  tierra  como  toda  la  Asia 
y  Europa,  donde  tendrá  en  solos  los  [con]quis- 
tados  más  de  treinta  millones  de  vasallos  indios, 
sin  dos  millones  de  españoles,  y  tanto  número 
de  islas,  que  hay  algunas  mayores  que  toda  Es- 
paña; las  Filipinas,  con  todo  lo  que  son  las  islas 
de  la  Corona  de  Castilla,  tienen  más  de  ocho 
millones  de  vasallos,  y  todos  estos  indios  dan 
de  renta  unos  con  otros,  dándoles  los  materia- 
les para  hacer  la  ropa,  seis  ducados  de  tributo 
cada  año,  y  como  ellos  no  dan  de  sus  haciendas 
nada,  sino  las  manufacturas,  se  les  hace  poco. 

Las  provincias  que  pagan  dinero,  como  es  la 
tierra  tan  gruesa  y  de  tanto  oro,  plata,  perlas, 
piedras  preciosas  y  otras  cosas  de  mucho  valoi', 
monta  una  grandísima  cantidad.  Los  vasallos 
que  tiene  hoy  por  conquistar,  y  que  de  cada  día 
van  sal'endo  al  gusto  de  la  sagrada  fe,  son  más 
que  los  conquistados;  [de]  los  ya  vistos  y  des- 
cubiertos, y  de  otros  de  que  se  tiene  noticia,  hay 
casi  otro  tercio,  qne  es  cosa  maravillosa.  Pues 
si  se  entra  en  las  islas  y  tierra  Magalánica,  que 
es  la  quinta  parte  del  mundo,  ¿quién  dirá  lo  mu- 
cho que  es?  pues  se  entiende  ser  mayor  que 
América,  de  la  cual  ha  descubierto  más  de  mil 
les:uas  de  tierra  poblada  de  costas  el  gran  ca- 
pitán Quirós,  y  se  tiene  esperanza  se  poblará  y 
verná  á  sujeción  de  la  corona  de  Castilla. 

La  corona  de  Portugal  es  el  mayor  piélago 
que  se  ha  visto,  pues  tiene  vasallos  en  todas  las 
más  partes  del  mundo,  porque  tiene  en  África, 
Terceras,  Madera,  Brasil,  Guinea,  Mozambi- 
que, Oromuz,  Persia,  la  India,  Cambaya,  Co- 
chin.  Pesquerías  hasta  Cabo  de  Camorí,  Cei- 
lán,  Malipur,  Malaca,  Camboja,  Macao,  y  en 
infinidad  de  islas,  que  se  dice  que  no  hay  reino 
ni  provincia  que  toque  en  la  mar  que  en  más  de 
cuatro  mil  leguas  por  esta  parte  y  más  de  tres 
mil  por  la  otra  que  en  todos  tenga  el  gran  Rey 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


449 


de  España  tierra  y  puertos  con  pensiones  para 
ellos,  que  se  puede  decir  vasallaje,  como  en  sus 
lugares  he  tocado. 

Pues  considerados  tantos  Príncipes,  Duques, 
Marqueses,  Condes  y  otros  señores;  tanta  infi- 
nidad de  Comendadores;  tantos  Arzobispos, 
Obispos,  Patriarcas,  Cabildos  de  iglesias  y  tuda 
la  demás  clerecía;  tantos  conventos  de  frailes  y 
monjas,  la  renta  que  todos  ellos  tienen,  que  es 
la  que  este  gran  Rey  les  da,  argumento  es  fácil 
de  entender,  que  así  de  vasallos  como  de  rentas 
es  el  mayor  señor  del  mundo,  pues  desde  Espa- 
ña hasta  las  Filipinas  todo  es  suyo,  y  asimis- 
mo por  acá,  hasta  las  Malucas,  isla  de  Terre- 
nate,  que  á  nuestro  entender  es  la  postrera. 

Por  haber  tocado  esta  isla  me  ha  parecido  no 
pasar  por  alto  lo  que  hay  notable  en  ella,  y  así 
digo  que  esta  isla  y  las  demás  ganó  en  sola  una 
batalla  el  famosísimo  General  Don  Pedro  de 
Acuña,  y  en  once  días  redujo  á  la  obediencia 
de  nuestro  Rey  todas  estas  islas,  que  es  una  de 
las  mayores  hazañas  y  grandezas  que  yo  he 
leído.  Hay  en  esta  dioha  isla  de  Ternate  un 
YoUán  que  se  entiende  es  el  mayor  del  mundo; 
solíase  decir  que  estos  volcanes  eran  bocas  del 
infierno,  por  el  fuego,  humo,  ceniza  y  piedra 
zufre  que  despide,  y  lo  cierto  es  ser  quemazo- 
nes de  minerales.  Está  este  volcán  en  un  cerro 
muy  alto  y  áspero;  hace  una  boca  muy  grande, 
y  después  se  estrecha  á  modo  de  anfiteatro;  des- 
ta  boca  en  tiempo  de  equinocio,  soplando  ciertos 
vientos,  salen  con  un  bramido  espantoso  llamas 
mezcladas  con  humo  que  hinchen  los  campos 
comarcanos  de  ceniza  y  piedra  zufre. 

Y  por  haber  tocado  la  materia  de  volcanes 
diré  los  que  he  visto,  que  por  ser  cosa  notable 
me  ha  parecido  no  pasarlos  en  silencio.  En  el 
valle  de  la  Coca,  junto  al  salto  que  he  dicho  que 
hace  aquel  famoso  río,  está  un  cerro  á  modo 
del  de  Potosí,  que  todos  los  que  lo  habernos 
visto  decimos  que  le  parece  y  que  es  á  modo  de 
un  pan  de  azúcar;  en  éste  está  un  volcán  que 
en  invierno,  por  tiempo  de  junio,  julio  y  agos- 
to, que  es  cuando  allá  llueve,  echa  tanto  humo 
y  ceniza  que  en  dos  leguas  no  deja  hierba,  que 
toda  la  quema,  y  por  Navidad,  que  según  se 
cuenta  es  el  verano,  llegan  muchos  indios  hasta 
la  boca;  un  cacique  me  dijo  había  entrado  más 
de  dos  estados  por  ella;  diome  deseo  de  verla; 
y  así  fui  con  este  cacique  y  otros  dos  hombres, 
que  en  llegando  allá  n)  quisieron  entrar;  en- 
traron el  cacique  y  yo  y  hallé  un  hechicero  co- 
fán  dentro,  que  venía  á  hablar  con  el  diablo;  era 
de  ver  aquella  boca,  que  mientras  más  honda  en- 
trabaf  más  se  estrechaba, y  se  veía  más  de  treinta 
estados,  y  todo  quemado  de  dentro.  Lo  que  re- 
sultó desta  entrada  fue  el  grande  asombro  que 
recebimos  de  ver  el  mohán  dentro,  y  no  menor 
fue  el  que  recibió  en  vernos  á  nosotros;  tienen 


estos  desventurados  entendido  que  son  bocas 
de  infierno  que  tiene  el  demonio  para  castigar 
á  los  que  no  le  ofrecieren ;  traje  de  allí  algunas 
piedras. 

Junto  al  pueblo  de  Maspa,  que  es  á  la  entra- 
da de  los  quijos,  hay  otro  volcán  y  hay  unos 
baños  de  agua  caliente  muy  saludable.  Junto 
á  Quito  reventó  un  cerro,  que  llaman  de  Pinta,  y 
echó  tanta  ceniza  que  yo  vide  los  tejados  de  las 
casas  de  Quito  con  más  de  una  vara  de  alto,  y  en 
otras  partes  más,  con  estar  dos  leguas  y  media. 

Asimismo  reventó  el  volcán  de  Ariquipa, 
que  está  más  de  cuatrocientas  leguas  deste,  y 
en  todo  el  valle  que  coge  tanta  largura,  ente- 
rró la  ceniza  todas  las  viñas  y  el  jueblo  estuvo 
en  punto  de  perderse,  y  con  esto  cesaron  todos 
los  temblores  del  Pirú,  porque  solía  temblar 
toda  la  tierra  tanto  que  se  habían  caído  casas 
y  templos  y  hecho  grandes  daños  y  ruinas. 

En  Japón  hay  un  grandísimo  volcán,  y  en 
él  hay  una  nube,  y  allí  responde  el  demonio  á 
los  hechiceros  que  en  el  principio  de  los  cami- 
nos que  han  de  hacer  ó  cosas  que  han  de  em- 
prender lo  invocan.  El  anfiteatro  y  los  baños, 
que  llaman  sudatarios,  y  la  boca  de  la  cueva,  á 
la  cual  ninguno  se  puede  llegar  sin  gran  peli- 
gro de  caer  muerto,  cosa  es  maravillosa  y  tocada 
de  muchos;  y  concluyendo  digo  que  hay  tantos 
volcanes  y  baños  que  salen  dellos  en  la  diversi- 
dad del  mundo,  y  en  lo  que  he  visto,  que  el 
querello  escribir  sería  nunca  dar  fin  y  así  pro- 
seguiré á  otra  cosa. 

CAPÍTULO  XIX 

En  que  se  hace  relación  de  algunas  cosas 
maravillosas  del  mundo. 

Algunas  cosas  hay  que  como  de  ordinario 
no  son  vistas  suelen  causar  dificultad  en  creer- 
las, mayormente  los  bisónos  y  gente  que  ha 
visto  poco,  y  así  suelen  decir  que  de  longas  vías 
se  suelen  decir  grandes  mentiras;  así  es  ello,  y 
tal  confieso;  pero  para  que  se  entienda  que  no 
tan  á  carga  cerrada  se  ha  de  entender  que  todo 
es  invención,  sino  que  hay  muchas  cosas  verda- 
deras, y  que  todo  lo  puede  hacer  Dios,  y  que 
hace  algunas  por  sus  ocultos  secretos,  haré 
aquí  relación  breve  de  muchas  que  hay,  y  he 
visto  algunas  dellas,  y  ofrezco  esto,  lo  uno  para 
que  sirva  así  de  desengaño  como  de  entreteni- 
mient)  y  deleite,  lo  otro  para  que  se  vean  cuan 
grandes  son  las  maravillas  de  Dios. 

En  el  distrito  de  la  ciudad  de  Sión  hay  fuen- 
tes de  aguas  calientes  y  sa'adas;  en  la  isla  de 
Elza  hay  una  fuente  que  crece  y  mengua,  se- 
gún los  días,  y  en  la  Mocavia  otra  que  hierve 
á  borbotones;  en  Sabinier  otra  buena  para  ter- 
cianas y  otras  enfermedades,  como  la  que  hubo 


4-50 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


en  Loja  junto  á  Granada;  en  Sabaura  hay  otra 
qnc  crece  por  la  tarde  y  mañana  y  luego  se 
soca.  En  la  isla  de  Iscla,  junto  á  Ñapóles,  está 
aquel  volcán  tan  famoso,  de  quien  dicen  los  poe- 
tas la  fábula  de  Tifeo,  que  enojado  Júpiter  con 
un  rayo  lo  soterró  debajo  desta  isla;  cuando  re- 
suella lanza  aquellas  llamaradas  que  se  ven,  de 
las  cnales  la  isla  está  sujeta  á  incendios.  Y  en 
tiempo  de  Carlos  Segundo  hubo  uno  tan  espan- 
toso que  abrasó  muchos  de  la  isla  y  de  tierra 
firme  y  ahuyentó  la  comarca;  duró  el  fuego  dos 
,meses;  de  aquí  salen  unos  baños  de  agua  calien- 
te y  azufre  y  alumbre.  Otra  su  vecina,  llamada 
Prócida,  tiene  baños  muy  fuertes;  en  la  isla  de 
Cicilia  los  hay  calientes  y  saludables,  y  Mongi- 
belo  despide  de  sí  fuego.  En  la  ciudad  de  Dax, 
en  Burdeos,  hay  baños  calientes  dentro,  y  de 
fuera  salados  y  de  betún;  en  Bornia,  de  la  pro- 
vincia de  Mononia,  hay  dos  baños,  el  uno  que 
el  agua  del  vuelve  todos  los  pelos  y  cabellos 
canos  y  el  otro  quita  todas  las  canas,  y  hay  un 
lago  con  dos  islas;  en  la  una  en  entrando  hem- 
bra se  muere.  En  Ultoni  hay  otros  baños  en  la 
cumbre  de  un  monte  que  crece  y  mengua  cada 
día  tres  veces.  Hay  un  lago  que  tiene  dos  islas; 
una  tiene  boca,  y  los  que  duermen  allí  ven  vi- 
siones, y  la  otra  es  amena  y  apacible.  El  río  de 
Santiago,  el  palo  que  cae  en  él  lo  torna  piedra, 
y  en  Hungría  hay  agua  que  convierte  el  hierro 
en  azufre,  y  otras  las  piedras  en  sal,  y  otras 
son  baños  calientes  y  saludables.  En  Francia, 
junto  á  Puzol,  hay  aguas  azufradas  y  otros  di- 
versos manantiales  y  baños  de  varias  virtudes, 
que  parecen  cifra  de  todos  los  dichos,  y  la  tie- 
rra es  fresca,  amena  y  hermosísima,  que  parece 
que  la  Naturaleza  cifró  aquí  todo  lo  bueno.  En 
la  isla  de  Groelandia  hay  cuatro  meses  de  no- 
che, sin  ser  jamás  de  día;  hay  un  gran  monas- 
terio de  Dominicos  bajo  del  nombre  de  Santo 
Tomás;  hay  un  volcán  y  una  fuente  admirable 
caliente,  que  cuecen  la  comida  en  ella,  y  en 
tiempo  del  frío  calientan  las  celdas  de  los  frai- 
les; sacada  el  agua  y  dejada  algún  tiempo  se 
torna  en  betún,  que  con  e'ste  y  con  las  piedras 
que  despide  el  volcán  edifican ;  la  más  gente  de 
aquella  isla  habita  en  cuevas,  que  son  tan  pe- 
queños que  les  podemos  decir  jimios  ó  monos. 
En  Islanda  hay  tres  montes  y  tienen  volcanes, 
y  el  fuego  que  despide  el  monte  Egla  no  abra- 
sa ni  quema,  aunque  sea  estopa,  y  arde  en  el 
agua  y  la  consume;  óyense  bramidos  y  gemi- 
os y  alaridos;  dicen  los  naturales,  por  tradi- 
ción de  sus  pasados,  que  serán  almas  que  allí 
purgan  sus  pecados.  Hay  rios  de  azufre.  Hay 
dos  fuentes,  que  el  licor  de  la  una  es  comn  cera 
derretida  y  la  otra  muy  caliente,  que  todo  lo 
que  entra  en  ella  convierte  en  piedra.  Hay  días 
de  dos  meses,  y  los  moradores  estiman  sus  pe- 
rrillos como  hijos. 


En  nuestra  España  tienen  fama  los  bafios  de 
Alhama,  y  en  esta  ciudad  de  Jaén  hay  algunos 
muy  apacibles.  En  Nicaragua  hay  dos  montes, 
una  legua  el  uno  del  otro,  que  la  claridad  de 
las  llamas  se  ven  treinta  leguas  y  alumbran 
más  de  dos  con  luz  tan  clara  que  es  maravilla, 
y  jamás  se  ha  visto  humo,  ceniza  y  piedra; 
dicen  que  es  de  oro  puro.  En  Aique,  pueblo  de 
Guatimala,  hay  volcanes  y  baños  muy  saluda- 
bles, y  en  otras  partes  arden  los  peñascos,  y  las 
aguas  y  baños  son  malsanos.  Y  en  Puzol  hay 
un  campo  que  arden  los  peñascos  y  todo  es  de 
azufre,  y  de  allí  se  sacan  los  alumbres.  El  agua 
de  Boecia,  en  Negroponte,  que  crece  y  mengua 
cuatro  veces  cada  día,  es  cosa  admirable,  y  otras 
aguas  hay  que  tienen  siete  flujos  y  reflujos  en 
el  mar,  y  por  ser  tan  investigable  este  secreto 
y  no  poderlo  alcanzar  el  gran  filósofo  Aristó- 
teles, murió  de  pena;  y  así  digo  que  misterios 
tan  soberanos  como  en  este  mundo  hay,  donde 
los  sabios  no  los  alcanzan  y  los  idiotas  total- 
mente lo  ignoran,  sólo  los  miren  y  alaben  al 
Criador  de  todo  que  sólo  con  un  ^fiat  hizo  esta 
monarquía  del  universo,  la  tierra  para  los  ani- 
males, el  agua  para  los  peces  y  el  aire  para  las 
aves,  donde  crió  tanta  diversidad  que  por  ser- 
lo tocaré  de  todo  un  poco. 

Y  comenzando  por  orden  diré  de  las  aves, 
cuyo  elemento  es  el  aire  donde  se  tienen  y  na- 
dan como  los  peces  en  el  agua.  En  las  Indias 
hay  un  pajarito  tan  pequeño  que  es  como  el 
dedo  gordo,  tan  vario  en  colores  que  la  Na- 
turaleza cifró  en  él  todo  lo  que  pudo,  y  se  ma- 
nifiesta bien  por  las  imágenes  que  vienen  de 
pluma  de  la  Nueva  España,  cosa  maravillosa, 
y  como  ya  muy  vista  no  admira  como  es  razón. 
Los  papagayos,  periquitos  y  catalinicas  que 
hablan,  y  los  colores  de  las  guacamayas,  y  las 
demás  diversidades  de  aves,  que  fuera  menester 
im  gran  libro  para  contarlas;  y  hay  tierras  y 
provincias  que  los  que  en  España  son  negros, 
como  los  tordos  ó  cuervos,  allí  son  blancos.  Las 
gallinazas,  que  limpian  las  Indias  de  toda  in- 
mundicia, son  muy  de  ver  y  de  admirar,  y  pa- 
rece las  quiso  criar  Dios  de  tan  mal  olor  para 
que  así  nadie  las  tocase  ni  matase,  y  por  ese 
medio  quedasen  para  limpiar  la  tieira.  Hay  un 
panji,  que  es  como  un  pavo,  todo  el  pelo  como 
terciopelo  azul  y  morado;  tiene  un  pico  de  coto 
de  mano  de  largo,  más  [rojo]  que  un  coral,  y 
es  tan  fuerte  que  lo  que  ase  con  él  lo  corta  como 
con  navaja,  y  los  pies  de  las  plumas  abajo  es 
colorado,  y  algunos  tienen  una  piedra  en  la 
frente  mayor  que  un  huevo,  que  es  muy  de  ver. 
Otros  hay  de  tan  extraña  grandeza  como  ve- 
mos y  sabemos. 

En  la  India  Oriental  hay  una  águila  tan 
grande  que  en  las  uñas  se  lleva  un  elefante 
mayor  que  un  gran  toro,  y  los  mapas  nuevos 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


451 


la  pintan,  como  á  la  larga  trato  en  el  libro  Dt 
la  Santísima  Cruz.  El  pájaro  sin  pies  habita 
en  el  aire,  come  rocío,  porque  no  se  le  halla 
nada  en  el  buche;  dicen  ser  del  Paraíso  Terre- 
nal y  nunca  se  ha  podido  coger  vivo;  es  tan 
grande  como  una  golondrina;   las  plumas  de 
las  alas  y  de  la  cola  son  de  palmo  y  medio  y 
más  blandas  que  una  seda;  su  color  es  tornaso- 
lado, entie  dorado,  blanco  y  amarillo,  y  relum- 
bra mucho;  en  la  espalda  tiene  dos  nervecitos 
lisos  de  color  negro,  más  largos  que  las  otras 
plumas;  nacen  en  las  espaldas  del  gordor  de 
cuerdas  terceras;  entiéndese  que  les  sirven  és- 
tos como  de  pies  para  sustentarse  en  las  ra- 
mas; el  macho  tiene  una  concavidad  en  las  es- 
paldas, y  la  hembra  en  los  pechos,  las  cuales 
les  sirven  de  nidos  para  criar  los  hijuelos.  Los 
de  las  islas  de  Terrenate  y  otras  Malucas  los 
llaman  manuco  diata,  que  quiere  decir  lo  mis- 
mo que  pájaro  de  Dios,  y  con  este  nombre  les 
entraron  los  moros  [en]  algunos  reinos  de  la 
India  para  darles  á  entender  la  inmortalidad  y  de 
idólatras  tornarlos  mahometanos.  En  Pomomia 
hay  un  árbol  que  si  cae  su  fruta  en  el  agua  se 
vuelve  ave  como  ánsares;  y  Eneas  Silvio,  que 
después  fue  Pío  lí,  dice  que  en  las  islas  Orea- 
das, cerca  de  Escocia,  hay  destos  animales.  Y 
en  otras  partes  hay  un  árbol  que  se  llama  ca- 
topa,  que  caídas  las  hojas  dellos  se  hacen  aves 
que  vuelan ;  de  la  vena  de  en  medio  se  forma  el 
cuerpo  y  cabeza,  y  de  lo  demás  las  alas  y  pies. 
Lo  más  de  lo  que  he  referido  lo  he  visto,  y  lo 
que  no  en  las  mismas  provincias  y  reinos  me 
lo  han  referido  personas  de  fe  dignas. 

CAPÍTULO  XX 

De  mucha  diversidad  de  peces  que  hay  en  las 
aguas  y  de  los  animales  de  la  tierra. 

Pues  hemos  tratado  de  las  aves,  razón  será 
no  pasar  de  vuelo  las  maravillas  que  Dios  ha 
obrado  en  las  aguas  y  tierra,  y  comenzando  por 
el  agua  digo  que  á  todos  es  manifiesta  la  diver- 
sidad de  peces  que  hay,  pues  se  dice  ser  tantos 
como  las  aves  y  animales;  y  si  consideramos 
sus  hechuras,  coloi-es  y  gusto,  es  cosa  donde 
bien  se  conoce  y  ve  la  omnipotencia  del  Ha- 
cedor. 

Los  atunes  que  en  sí  tiene  el  mar  son  mu- 
chísimos; bastará  para  prueba  dello  el  ver  en 
nuestra  España  que  el  gran  Duque  de  Medina 
Sidonia  de  su  pesquería  tiene  más  de  ochenta 
mil  ducados  de  renta,  y  el  de  Arcos  más  de 
veinte  mil. 

El  pez  llamado  naval  tiene  cuarenta  brazas 
de  largo;  el  barbaler,  sesenta  brazas;  el  rolder, 
ciento  y  treinta.  Hay  también  caballos  y  bue- 
yes marinos,  que  todos  éstos  se  ven  en  las  costas 


de  Irlanda.  Los  caimanes  de  las  Indias  es  cosa 
para  ver,  pues  hay  algunos  como  un  gran  pino. 
Las  sicapes  marinas  y  su  fiereza  es  cosa  parti- 
cular. En  el  mar  de  la  isla  de  San  Lorenzo 
hay  unas  culebras  de  grande  largor,  pues  se  ha 
visto  sacar  fuera  del  agua  tanto  cuerpo  hasta 
estar  más  alta  que  un  navio  de  seiscientas  tone- 
ladas y  parecer  que  no  había  sacado  la  mitad 
del  cuerpo  del  agua.  El  peje  espada  lo  crió  Dios 
con  una  espada  en  la  frente  de  espinas,  tan 
fuerte  que  parece  el  alguacil  del  mar.  Hay  tibu- 
rón que  con  sus  colmillos  se  ha  visto  tronchar 
una  aldaba  de  las  que  tiene  el  navio  al  lado,  á 
do  está  asida  la  jarcia.  Hay  otro  que  se  llama 
dorado,  el  cual  se  sustenta  de  pájaros  volado- 
res, que  son  unos  peces  que  vuelan,  y  es  tanta 
su  ligereza  que  dando  saltos  los  caza  y  [se] 
sustenta  dellos. 

El  delfín  es  fidelísimo,  y  así  se  dicen  del  mu- 
chísimas cosas  que  hace  en  favor  del  hombre, 
que  de  tantas  son  indecibles.  Del  pez  remora 
se  dice  que  con  ser  de  cuerpo  no  más  que  un 
palmo,  en  la  mayor  velocidad  de  un  navio,  aun- 
que vaya  con  viento  en  popa  y  todas  sus  velas, 
se  ase  del  y  lo  detiene.  Entre  todos  éstos,  el  que 
se  lleva  la  gala  es  la  ostra  (')  de  las  perlas,  las 
cuales  ostras  se  sacan  en  la  Margarita  y  en  Ba- 
lada, en  el  mar  Bermejo  y  en  la  isla  de  Borno, 
en  Guachinchina  y  en  otras  partes,  como  queda 
referido. 

Hay  otro  pescado,  que  es  la  ballena,  y  es  tal 
que  á  quien  no  lo  hubiere  visto  le  parecerá  duro 
de  creer,  pues  hay  algunas  mayores  que  los  di- 
chos, y  es  tan  gruesa  que  parece  un  gran  navio, 
y  se  ha  visto  sacar  de  la  gordura  de  una  de- 
cientas arrobas  de  aceite,  y  de  sola  lengua  y 
lomos  hinchir  veinte  y  dos  pipas,  pues  su  he- 
chura espanta,  y  aquella  agua  que  arroja  por 
dos  caños  que  tiene  en  la  cabeza,  que  parece 
que  la  señaló  el  Señor  para  que  se  guarden 
della;  tiene  á  los  lados  dos  bolsas  tan  gran- 
des que  caben  muchas  arrobas  de  pescado,  y 
con  unos  como  garfios  ó  uñas  de  espinas  que 
tiene  debajo,  que  no  cesa  de  menearlos,  va  lla- 
mando á  sí  todos  los  pescados,  por  grandes  y 
fuertes  que  sean,  y  los  hace  pedazos  y  los  echa 
en  aquellas  bolsas  y  de  allí  va  comiendo,  por- 
que se  dice  que  no  puede  tragar  más  de  una 
sardina,  y  para  sustentar  tan  gran  cuerpo  le  dio 
la  divina  Sabiduría  aquellas  uñas  y  bolsas.  Yo 
he  visto  andar  un  tiburón  cebado  en  gente,  que 
se  guardaba  del,  y  venir  huyendo  hasta  dar  en  la 
orilla  casi  en  tierra,  y  de  allí  volver  con  aquel 
temor  y  llamamiento  y  entrarse  en  las  uñas  de 
la  ballena,  y  lo  despedazó  en  un  momento. 
Todas  maravillas  de  la  poderosa  mano. 

Viniendo  á  nuestra  madre  y  centro,  que  es 

O  En  la  edición:  hostia. 


452 


autobiografías  y  memorias 


la  tierra,  y  tratando  de  los  animales  della,  dejé 
para  este  lugar  una  fiera  que  vide  en  Cochin- 
china,  en  las  leoneras  del  Emperador,  que  era 
la  cabeza  y  cara,  hasta  los  pechos,  de  mujer,  y 
lo  demás  de  escorpión ;  tenía  tres  brazas  de 
largo,  y  llamábanlo  marichas ;  dícese  que  la 
trajeron  de  las  montañas  de  los  Laos,  de  la 
provincia  de  langoma,  y  que  hay  muchas.  Con- 
sideré que  el  demonio,  cuando  engañó  á  nues- 
tra madre  Eva,  fue  en  esta  forma,  y  teiigo 
para  mi  que  por  allí  cerca  debe  de  estar  el  Pa- 
raíso Terrenal,  como  diré. 

Vide  en  otro  corral  leones  grandísimos  y 
diferentes  de  otros  que  había  en  otros  aparta- 
dos, que  eran  como  los  de  acá.  En  otro  corral 
vide  onzas,  el  pelo  rojo  y  pintas  negras,  que 
era  muy  de  ver,  y  dijeron  ser  de  la  provincia  de 
Cancrilancaam.  Vide  abadas,  elefantes  y  otras 
fieras,  como  es  la  capa,  que  es  como  un  jumen- 
to, negra  y  fiera  y  sin  pelo;  el  arnata,  que  es 
como  un  lebrel  con  barbas  de  cabrón,  y  lo  de- 
más como  jimia.  Otro  animalejo  como  zorra, 
que  se  sustenta  de  hormigas,  y  es  de  ver  que 
en  llegando  al  hormiguero  saca  una  lengua  de 
media  vara  y  las  hormigas  acuden  y  él  ías  va 
tragando;  y  éstos  los  he  visto  también  en  Ve- 
nezuela, el  pescuezo,  cerro  y  las  piernas  con 
gran  pelo,  y  lo  demás  sin  él;  deste  pelo  se  ha- 
cen colchas  y  otras  cosas,  que  es  muy  bueno, 
y  para  los  colchones  de  los  reyes;  en  Quivira 
también  los  hay  y  es  toda  su  riqueza. 

Vide  cebras  del  grandor  de  una  muía,  que  se 
dice  ser  más  ligera  que  la  onza;  es  remendada 
y  muy  de  ver,  porque  tiene  listas  negras,  blan- 
cas y  leonadas  de  tres  dedos;  es  hermosísima, 
y  se  dice  que  en  campo  raso  es  como  el  elefante 
fortísima,  aunque  los  pasos  largos  del  elefante 
no  hay  animal  en  el  mando  que  los  dé;  es  tar- 
do en  dar  la  vuelta,  y  si  da  con  los  pies  enojado 
los  entra  en  la  tierra  y  así  se  dice  que  desarrai- 
ga los  árboles  con  ellos;  están  preñadas  dos 
años  y  viven  ciento  y  cincuenta;  es  manso  y  no 
hace  mal  sino  á  quien  lo  enoja.  En  el  Pirú  hay 
unos  carneros  que  los  cargan  como  jumentos 
y  son  de  la  hechura  de  camellos  pequeños,  un 
pescuezo  de  una  vara,  la  cabeza  pequeña  y  ojos 
muy  grandes.  Lo  que  es  tratar  de  culebras  y 
sierpes  sería  nunca  acabar,  mayormente  que 
ha  de  ser  casi  increíble  su  grandor  y  fiereza, 
pues  hay  serpiente  que  se  traga  un  cebón,  y 
así,  por  ser  materia  tal,  la  dejaré;  sólo  digo  que 
Isidoro  y  Plinio  dicen  que  en  mordiendo  una 
sierpe  á  la  persona  no  la  recoge  la  tierra,  como 
enojada  del  desacato  que  hizo  al  Señor  della; 
y  como  tengo  dicho,  lo  que  yo  no  he  visto  lo 
preguntaba  en  las  provincias  y  reinos  por  don- 
de pasaba  dellos  y  de  los  comarcanos,  y  si  hu- 
biera de  decir  todo  lo  que  escribía,  así  de  las 
cosas  tocadas  como  de  otras  de  leyes,  costum- 


bres, hierbas  medicinales,  minerales,  ríos,  plan- 
tas y  demás  cosas,  pudiera  hacer  otros  muchos 
libros  de  mayor  volumen,  que  todo  lo  dejo. 

CAPÍTULO  XXI 

En  el  cual  se  comienza  á  describir  el  reino  del 
Pirú,  Tierra  Firme,  Chile  y  otras  provincias. 

La  ciudad  de  los  Reyes,  por  otro  nombre  y 
apellido  la  de  Lima,  está  en  doce  grados  de  la 
Luna;  es  ésta  la  más  principal  del  reino  del 
Perú,  donde  está  la  corte,  porque  en  ella  está 
de  asiento  el  Virrey  y  allí  está  fundada  el 
Audiencia  y  Inquisición,  la  iglesia  Metrópoli, 
la  Universidad.  El  Virrey  es  Presidente  de 
aquella  Audiencia,  Gobernador  y  Capitán  gene- 
ral de  su  distrito  y  de  las  Audiencias  de  las 
Charcas  y  de  Quito  en  todo  cuanto  toca  á  go- 
bierno, guerra  y  mercedes.  Tiene  cuarenta  mil 
ducados  de  salario,  y  en  cuanto  á  guerra,  ha- 
biendo precedido  junta  de  ministros  y  oficiales 
Reales,  libra  en  la  caja  d'^  Su  Majestad;  unas 
veces  despacha  por  Don  Felipe  y  otras  por  su 
nombre;  goza  en  las  iglesias  de  las  honras  que 
la  persona  Real,  sin  faltarle  otra  cosa  más  que 
el  palio  y  la  cortina. 

En  el  Audiencia  y  Chancillería  de  Lima  hay 
Oidores,  Alcaldes  de  Corte,  dos  Fiscales,  Al- 
guacil mayor  y  oficiales,  un  Tribunal  de  Con- 
tadores mayores  y  otro  de  Jaeces  oficiales  Rea- 
les; otro  tocante  á  Cruzada,  donde  un  Comisa- 
rio que  nombra  el  de  España  provee  otros  en 
todos  los  Obispados,  quitando  la  jurisdición  á 
los  Ordinarios.  Tiene  distrito  de  la  Audiencia 
de  Lima  trecientas  leguas,  y  por  sufragáneos 
los  Obispos  del  Cuzco,  Quito,  Panamá,  dos  de 
Cliile  y  Nicaragua. 

Dos  leguas  de  Lima  de  tierra  muy  llana  está 
el  puerto  del  Callao,  que  es  el  más  principal  del 
mar  del  Sur,  donde  se  hallan  los  Virreyes  á 
despachar  las  armadillas  con  el  tesoro  que  viene 
á  España,  y  en  otras  ocasiones  de  guerras  y 
socorros  concurren  muchos  navios  de  todas 
partes  por  la  mar  del  Sur,  y  es  muy  grande  el. 
trajín,  trato  y  comercio. 

En  la  ciudad  de  la  Plata,  de  la  provincia  de 
los  Charcas,  está  la  Audiencia  y  Chancillería, 
donde  hay  Presidente  y  Oidores,  que  también 
son  Alcaldes  de  corte.  Fiscal  y  oficiales  Rea- 
les; está  allí  la  iglesia  Catedral  con  Arzobispo, 
Deán  y  Cabildo.  De  los  Charcas  á  Lima  hay 
trecientas  leguas.  Por  ser  el  obispado  de  los 
Charcas  rico  y  grande  y  tener  de  renta  treinta 
mil  pesos  y  más,  lo  dividió  Sa  Majestad, 
con  consentimiento  y  beneplácito  del  Pontífice, 
haciendo  del  tres  obispados :  las  Charcas, 
Chuquiago  y  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  divi- 
diendo también  las  rentas  desta  manera:  que 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


453 


el  de  los  Cliarcas  se  quedó  con  quince,  el  de 
Chuquiago  con  diez  y  el  de  Santa  Cruz  de  la 
Sierra  con  los  cinco  restantes.  Hásele  dado 
título  de  Arzobispo  al  de  las  Charcas;  por  su- 
fragáneos, Chuquiago,  Santa  Cruz  de  la  Sie- 
rra, el  Tecumán  y  el  Río  de  la  Plata. 

La  villa  de  Potosí  está  diez  y  ocho  leguas  de 
la  ciudad  de  la  Plata,  donde  está  aquel  cerro 
que  ha  llenado  el  mundo  de  plata  y  de  donde 
se  saca  hoy  couio  el  primer  día,  aunque  con  ma- 
yor trabajo,  porque  está  más  en  el  centro  de  la 
tierra  el  metal,  á  docientos  estado?  poco  más 
ó  menos.  Es  el  Potosí  el  lugar  de  más  gente  del 
reino,  así  de  españoles  como  naturales;  los  in- 
dios iban  antes  apremiados  y  como  de  por  fuer- 
za á  trabajar  en  aquellas  minas,  de  cuarenta, 
sesenta,  ochenta,  cien  leguas,  y  de  ciento  y  cin- 
cuenta más  y  menos ;  pero  despue's  que  el  famoso 
Conde  del  Villar  Don  Pardo  ordenó  la  libertad 
y  acrecentamiento  de  paga  á  los  indios,  está 
todo  con  ventaja,  como  se  dirá  cuando  escriba- 
mos su  memorable  vida. 

La  buena  cosecha  de  plata,  y  para  que  haya 
mucha  es  necesario  que  comiencen  las  aguas 
del  cielo  temprano  antes  de  Navidad,  porque 
con  ellas  muelen  los  ingenios  los  metales;  por 
este  tiempo  va  á  Potosí  el  Presidente  de  las 
Charcas  ó  un  Oidor  á  dar  ayuda  á  las  molien- 
das y  á  el  buen  avío  con  indios,  para  que  por 
el  mes  de  febrero  y  marzo,  que  es  cuando  se 
baja  la  plata  de  Potosí  á  Lima,  haya  buen  des- 
pacho, lo  cual  consiste  en  dos  cosas:  la  primera 
en  las  aguas  (como  ya  tengo  dicho) ;  la  segunda 
en  el  azogue,  porque  con  su  beneficio  se  saca 
mucha  plata  y  sin  e'l  hay  mucha  cortedad.  Al- 
gunas veces  ha  salido  tarde  por  falta  de  lo 
dicho,  y  con  la  buena  diligencia  por  tierra  y 
mar  ha  pasado  del  puerto  de  Ariza  al  Collao  de 
Lima,  y  de  alií  otra  navegación  á  Panamá  y 
de  Panamá  á  Puertobelo,  donde  están  los  ga- 
leones de  Su  Majestad. 

En  la  provincia  de  los  Charcas  está  la  villa 
de  San  Felipe  de  Austria,  minas  de  oro  del 
tiempo  de  Inga,  las  cuales  se  han  beneficiado 
de  seis  años  á  esta  parte  con  la  ayuda,  favor  y 
industria  de  Don  Manuel  de  Castro  y  Padilla, 
Oidor  de  los  Charcas,  que  ahora  lo  es  de  Lima, 
y  se  ha  sacado  mucha  cantidad  de  plata;  esto 
ha  ido  en  diminución  y  con  alguna  suspensión 
por  falta  de  azogues,  que  es  el  principal  fun- 
damento para  sacar  la  plata  de  los  metales. 
Otros  dicen  que  quien  había  de  fomentar  y  fa- 
vorecer esta  causa,  dando  indios  para  las  labo- 
res y  beneficio  de  minas  y  ingenios,  no  lo  hizo 
por  conservar  á  Potosí  y  que  no  se  despoblase, 
porque  la  riqueza  de  Oruro  inquietaba  á  los  de 
Potosí. 

La  villa  de  Guacavélica,  jurisdición  de  Lima, 
es  donde  están  las  minas  ricas  de  azogue  y  de 


donde  se  ha  sacado  con  gran  abundancia  más 
de  ocho  mil  quintales  por  año;  de  algunos  á 
esta  parte  han  faltado  por  haberse  derrumbado 
algunos  cerros  y  atajado  y  cegado  la  labor,  lo 
cual  ha  puesto  en  mucho  cuidado  á  todo  el 
Pirú.  El  Marque's  de  Montesclaros,  viendo  un 
daño  tan  general  y  tan  importante  sucedido 
antes  que  entrase  en  el  gobierno,  fue  á  las  di- 
chas minas  y  con  la  diligencia  que  puso  se  ha 
mejorado  la  labor  y  se  va  sacando,  con  espe- 
ranzas que  ha  de  volver  á  su  antiguo  ser. 

La  ciudad  de  San  Francisco  de  Quito  está 
debajo  de  la  línea  equinocial ;  es  muy  abun- 
dante y  de  extremado  temple;  dista  de  Lima 
trecientas  leguas;  está  fundada  en  ella  una 
Chancillería,  con  Presidente  y  Oidores  que 
también  son  Alcaldes  de  corte;  Fiscal,  Algua- 
cil mayor  y  oficialfs  Reales;  hay  iglesia  cate- 
dral, Obispo  y  Deán  y  Cabildo,  con  colegio 
seminario;  tiene  de  distrito  el  Audiencia  decien- 
tas y  sesenta  leguas;  tiene  cerca  de  la  ciudad 
muchos  volcanes  de  nieve  y  fuego,  que  están 
compitiendo  toda  la  vida;  no  se  sabe  de  hambre 
en  esta  tierra,  y  es  donde  va  en  mucho  aumento 
la  generación  de  naturales  y  donde  más  fruto 
ha  hecho  la  evangélica  predicación. 

En  la  ciudad  de  Santa  Fe  de  Bogotá,  del  nue- 
vo reino  de  Granada,  hay  Chancillería,  donde 
el  Presidente  es  Gobernador  y  Capitán  gene- 
ral, que  tiene  la  mano  en  las  mercedes,  gobier- 
no y  justicia.  Hay  también  Oidores  [que]  son 
Alcaldes  de  Corte;  Fiscal,  Alguacil  mayor  y 
oficiales.  Hay  también  un  Tribunal  de  Conta- 
dores mayores  y  otro  de  oficiales  Reales,  y  igle- 
sia Metrópoli,  Arzobispo,  Deán  y  Cabildo.  Hay 
una  «'lima  particular  que  influye  diferencias  y  di- 
sensiones entre  las  cabezas,  y  de  treinta  y  más 
años  á  esta  parte  no  se  ven  en  el  Audiencia  y 
en  los  Visitadores  sino  muertes,  prisiones  y  es- 
cándalos, y  en  todo  este  tiempo  ha  ordenado  el 
Consejo  que  se  tome  la  visita  de  aquella  Au- 
diencia, enviando  muchas  personas  á  ello,  y  no 
se  han  conseguido  por  las  dichas  muertes  y 
prisiones;  tiene  en  su  distrito  el  río  grande  de 
la  Madalena,  por  donde  bajan  á  Cartagena,  y 
por  allí  suben  las  mercaderías  y  otras  cosas ;  en 
su  distrito  hay  muchas  minas  de  oro  y  plata; 
es  tierra  barata  y  de  buen  temple,  y  en  la  pro- 
vincia de  los  Muzos  son  las  minas  de  esmeral- 
das (^),  y  tiene  por  sufragáneos  los  Obispos  de 
Popayán,  Cartagena  y  Santa  Marta.  Pobló  y 
conquistó  esta  ciudad  y  todo  este  nuevo  reino 
de  Granada  el  Adelantado  Don  Gonzalo  Jimé- 
nez de  Quesada,  natural  de  Granada. 

En  el  reino  de  Tierra  Firme  está  la  ciudad  de 
Panamá,  donde  hay  Chancillería,  y  el  Presi- 
dente es  Gobernador  y  Capitán  general.  Hay 

O  En  la  edición:  esmeraidas. 


454 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Oidores,  que  son  Alcaldes  de  corte;  Fiscal  y  ofi- 
ciales Reales.  Hay  iglesia  Catedral,  Obispo, 
Deán  y  Cabildo;  es  tierra  muy  cálida  y  húme- 
da; bate  en  el]a  la  mar  del  Sur,  y  es  donde  Alie- 
nen las  armadillas  con  el  tesoro  del  Pirú,  don- 
de se  desembarca  y  se  lleva  á  Puertobelo,  don- 
de están  los  galeones,  que  hay  diez  y  ocho  le- 
guas de  una  puente  entre  el  mar  del  Sur  y  del 
Norte  del  peor  camino  del  mundo,  y  de  Puer- 
tobelo salen  los  galeones  para  Cartagena,  y  de 
allí  hacen  su  viaje  á  la  Habana  para  España. 

La  ciudad  de  Cartagena  es  en  e!  reino  de  Tie- 
rra Firme;  es  la  primera  tierra  de  las  Indias 
donde  toman  puerto  los  galeones  que  van  de 
España  y  donde  descargan  parte  de  las  mer- 
caderías que  llevan,  asi  para  la  dicha  ciudad 
como  para  el  nuevo  reino  de  Granada,  que  se 
llevan  por  el  rio  grande  de  la  Madalena.  Hay 
Gobernador  y  Capitán  general,  con  gente  de 
guerra  y  presidios  para  la  guarda  de  la  ciudad; 
iglesia  Catedral,  Obispo,  Deán  y  Cabildo,  Jue- 
ces [y]  oficiales  Reales.  Hay  por  tierra  pobla- 
da hasta  Chile  mil  y  docientas  leguas. 

La  isla  de  la  Habana,  que  por  otro  nombre 
llaman  Santiago  de  Cuba,  tiene  trecientas  le- 
guas. Hay  Gobernador,  Capitán  general,  ofi- 
ciales Reales,  gente  de  guerra  y  de  guarnición, 
castillos  fuertes.  Hay  iglesia  Catedral,  Obispo, 
Deán  y  Cabildo.  A  este  puerto  de  la  Habana 
vienen  los  galeones  y  flotas  y  navios  de  todas 
las  Indias  á  hacer  sus  matalotajes  y  á  dar  ca- 
rena para  hacer  el  viaje  de  alli  á  España;  es 
navegación  de  dos  meses,  más  y  menos,  sin 
tomar  tierra,  si  no  es  cuando  tocan  en  las  Ter- 
ceras, porque  vienen  en  su  demanda,  y  muchas 
veces  las  pasan  y  reconocen  á  España.  A  trein- 
ta leguas  de  la  Habana  comienza  la  canal  de 
Bahama,  y  sus  grandes  corrientes,  muy  peli- 
grosa si  en  ella  hay  temporal  por  la  pi'oa;  de 
la  otra  parte  está  la  tierra  de  la  Florida,  donde 
hay  Gobernador  y  gente  de  guerra. 

La  isla  de  Santo  Domingo,  llamada  la  Es- 
pañola, tiene  una  Cliancillería;  el  Presidente  es 
Gobernador  y  Capitán  general ;  gente  de  guar- 
nición y  castillos.  Hay  Oidores,  que  son  Alcal- 
des de  Corte  ('),  oficiales  Reales  y  otros  mmis- 
tros.  Hay  iglesia  Metrópoli,  con  Arzobispo, 
Deán  y  Cabildo;  tiene  por  sufragáneos  á  los 
Obispos  de  la  Habana,  Puerto  Rico  y  Vene- 
zuela; es  tierra  cálida  y  acabada  de  todo  punto 
de  naturales;  sírvense  de  negros.  Los  ingleses 
y  flamencos  solían  ir  á  rescatar  con  la  gente 
de  la  isla,  y  en  discurso  de  muchos  años  no  se 
pudo  remediar,  hasta  que  Dios  fue  servido  de 
que  se  tomase  en  esto  resolución,  con  mudar 
unas  poblaciones,  y  se  han  excusado  muchas 
ofensas  de  Nuestro  Señor. 

(')  En  la  edición:  Cortes. 


El  reino  de  Chile  es  muy  largo  y  muy  abun- 
dante; tienen  muy  poco  en  él  los  españoles 
respeto  de  los  indios,  que  en  las  continuas  gue- 
rras de  cincuenta  años  á  esta  parte  están  tan 
platicados  como  los  soldados  de  Flandes  y  mi- 
den sus  lanzas  y  espada  con  un  español;  ayú- 
danse  de  todas  las  armas  y  de  los  mestizos  que 
se  han  pasado  con  ellos,  y  tienen  gran  suma  de 
caballos,  y  en  un  escuadrón  ponen  seis  y  ocho 
mil  hombres  de  á  caballo.  Hay  un  Presidente 
del  Audiencia,  que  es  Gobernador  y  Capitán 
general,  Oidores  y  oficiales  Reales;  todo  lo  más 
está  reducido  á  guerra.  Hay  dos  obispados,  uno 
en  la  ciudad  de  Santiago  y  otro  en  la  Concep- 
ción; la  gente  que  se  lleva  de  socorro  «^-ada  año 
á  Chile  va  de  mala  gana  y  forzada,  porque  no 
tiene  libertad  de  poder  salir  cuando  quieren,  ni 
les  dan  licencias,  y  han  pasado  gran  necesidad 
en  lo  que  toca  á  pagas  y  socorros,  y  la  tierra  es 
muy  pobre;  ni  crecen  mucho  más  los  que  aquí 
sirven  que  los  de  Flandes,  porque  son  infinitos 
los  trabajos  que  pasan,  el  riesgo  y  desnudez, 
mal  comer  y  peores  tratamientos,  más  cantidad 
de  enemigos  y  menos  defensas.  Confina  con  la 
mar  del  Sur  y  con  el  estrecho  de  Magallanes,  y 
cuando  algún  pirata  ha  entrado  por  el  estrecho 
(que  esto  es  con  mucho  riesgo  y  dificultad,  per- 
diendo mucha  gente  y  navios  por  los  trabajos 
y  temporales),  la  primera  tierra  que  reconoce 
es  la  de  Chile,  y  de  alli  bajan  al  Pirú.  Cuando 
entran  enemigos,  como  llegan  rotos  y  desbara- 
tados por  la  guarda,  navegación  é  infortunios 
del  estrecho,  van  de  paso  robando  á  quien  en- 
cuentran en  el  mar,  sin  tomar  puerto,  y  con 
sólo  sustentar  á  Chile  no  es  poderoso  el  poder 
del  mundo  contra  el  Pirú. 

En  la  provincia  de  Tucumán,que  es  distrito 
del  Audiencia  de  las  Charcas,  hay  Gobernador 
y  Capitán  general,  Obispo  y  iglesia  Catedral; 
es  tierra  pobre,  muy  llana,  y  todo  se  camina 
en  carretas;  confina  con  tierra  de  Chile,  y  por 
otra  parte  con  el  Rio  de  la  Plata  y  Buenos 
Aires. 

La  provincia  del  Rio  de  la  Plata,  por  otro 
nombre  Buenos  Aires,  tiene  un  Gobernador  y 
Capitán  general,  iglesia  Catedral,  Obispo,  ofi- 
ciales Reales.  El  puerto  del  Río  de  la  Plata  es 
en  gI  mar  del  Norte,  donde  acuden  muchos  na- 
vios de  Lisboa  y  del  Brasil;  desde  Lisboa  se 
hace  muy  buen  viaje  y  muy  breve,  y  por  no 
descomponer  la  carrera  de  Indias  no  se  da  li- 
cencia para  navios  y  mercaderías.  Del  Río  de  la 
Plata  á  Potosí  y  las  Charcas  [ha]y  cuatrocien- 
tas leguas ;  confina  con  Chile  por  tierra,  y  deste 
puerto  se  navega  para  el  estrecho  de  Magalla- 
nes, porque  por  la  parte  del  mar  del  Norte 
queda  este  rio  mucho  mayor  que  el  Nilo  y  de 
la  otra  parte  es  la  mar  del  Sur,  y  la  primera 
tierra  es  Chile,  si  bien  está  de  la  otra  parte  la 


TEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


455 


tierra  que  abraza  el  Estrecho,  que  es  tierra  de 
gigantes  y  donde  se  han  visto  nmclios. 

En  la  provincia  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra 
está  un  Gobernador  y  Capitán  general;  base 
becbo  obispado,  uno  de  los  tres  de  la  división 
de  las  Charcas;  está  en  frontera  de  indios  de 
guerra,  unos  llamados  chiriguanaes  y  otros 
mojos,  que  están  de  la  otra  parte  de  la  cordi- 
llera; el  Obispo  no  ha  ido  á  esta  tierra  ni  ha 
fundado  catedral;  es  tierra  muy  pobre  y  con 
las  guerras  se  pasa  muy  mal,  y  están  merecien- 
do mucho  los  que  aquí  sirven,  asi  las  cabezas 
como  los  subditos. 

En  la  gobernación  de  Popayán,  que  es  entre 
Quito  y  el  nuevo  reino  de  Granada,  está  un 
Gobernador  y  Capitán  general,  iglesia  Catedral 
y  Obispo;  la  tierra  tiene  minas  de  oro  y  pocos 
naturales;  está  en  frontera  de  indios  de  guerra, 
que  llamamos  los  pixaos. 


CAPITULO   XXII 

Donde  se  hace  relación  de  las  cosas  gent'rales, 
sin    tratar    en    particular . 

En  las  Indias  hay  dos  repúblicas  que  go- 
biernan la  una  muy  contraria  á  la  otra.  La  pri- 
mera la  de  los  españoles,  los  cuales  usan  del 
buen  gobierno  político  de  España  y  se  ocupan 
en  la  administración  y  beneficio'de  sus  hacien- 
das, crianzas  y  labranzas,  valiéndose  para  este 
ministerio  y  traliajo  de  naturales,  porque  los 
españoles  en  las  Indias  no  aran  ni  cavan  como 
en  España,  antes  tienen  por  presunción  no  ser- 
vir en  las  Indias,  donde  se  tratan  como  caba- 
lleros ó  hidalgos,  y  á  penas  se  hallará  un  laca- 
yo ni  paje  español,  ni  le  ha  podido  sustentar 
ningún  personaje,  sino  sólo  el  Virrey  por  el 
oficio  que  tiene.  Aplícanse  á  mercaderes  y  tra- 
tantes, y  á  tener  tiendas  de  cosas  de  comer  y 
de  ropa  de  Castilla  y  de  la  tierra,  y  á  tratar  y 
contratar  entre  naturales,  y  á  ser  mayordomos 
de  haciendas  y  estancias,  y  en  minas  de  oro, pla- 
ta y  ingenios;  y  la  razón  desto  pienso  que  es 
que  como  su  propensión  é  inclinación  los  lleva 
allá  á  enriquecer  y  á  volver  á  España  con  ha- 
cienda, aplícanse  á  los  oficios  y  ministerios  que 
más  comodidad  tienen  para  ganarla. 

La  segunda  república  es  de  los  indios,  los 
cuales  han  recebido  con  buenas  muestras  la  pre- 
dicación y  enseñanza  del  santo  evangelio,  y  con 
devoción  y  puntualidad  acuden  á  las  iglesias  á 
ser  enseñados  y  dotrinados  y  á  todo  lo  que 
toca  al  culto  divino,  en  unas  provincias  más 
que  en  otras,  conforme  al  cuidado  de  los  Obis- 
pos y  á  los  buenos  ministros  diestros  en  la  pre- 
dicación y  en  las  lenguas  maternas,  que  aunque 
hay  en  el  reino  una  general,  que  es  la  lengua 


de  Inga,  el  Rey  que  fue  de  aquellos  reinos, 
como  entre  nosotros  la  lengua  latina,  no  sólo 
han  de  sal)er  e'sta  los  dotrineros,  sino  tambie'n 
la  materna  de  cada  lugar,  para  poder  confesar 
y  administrar,  y  como  las  provincias  y  tierras 
son  muchas  y  tan  distantes,  es  un  número  in- 
finito el  que  hay  de  lenguas. 

Los  indios  es  gente  vil,  de  poco  ánimo,  poca 
autoridad  y  acción  y  más  miserables  aún  que 
los  judios;  por  maravilla  hacen  cosa  por  bien. 
En  algunas  cosas  se  señalan,  como  es  en  el  ce- 
lebrar las  fiestas  de  Corpus  Christi,  Pascuas  y 
días  de  San  Juan  con  mucha  alcsfría  de  bailes, 
danzas,  músicas  y  procesiones,  y  en  los  templos 
usan  de  todas  estas  cosas  para  más  solenizar 
la  fiesta.  El  Jueves  Santo  se  disciplinan  gene- 
ralmente; sustentan  bien  sus  cofradías,  y  el  día 
de  los  finados  hacen  general  ofrenda  de  cuantas 
cosas  tienen  en  sus  casas  y  en  los  campos.  En- 
tierran  sus  difuntos  con  ofrendas  y  misas.  Con- 
tra éstas  tienen  oti'as  muy  perjudiciales. 

Son  en  general  muy  sensuales,  mentirosos, 
y  lo  peor  que  son  muy  viciosos  en  beber  y  em- 
borracharse, sin  tener  esto  por  afrenta,  para  lo 
cual  procuran  juntarse  en  partes  ocultas,  donde 
están  un  día,  dos  y  tres,  y  una  semana  y  más 
comiendo  y  bebiendo  con  más  vicio  que  en  Flan- 
des,  teniendo  consigo  sus  mujeres  y  hijas  para 
que  lleven  las  cosas  de  comer  y  beber  y  para 
que  á  su  tiempo  los  encaminen  á  sus  casas,  y 
como  allí  están  noches  y  días  y  pierden  el  jui- 
cio, resultan  grandísimos  pecados,  y  es  en  lo 
que  más  las  justicias  procuran  poner  remedio, 
porque  á  la  traza  que  los  moros  hacen  las  zam- 
bras, asimismo  están  muchos  días  cantando  y 
bailando;  dicen  que  son  sufragios  que  hacen  por 
sus  difuntos,  y  yo  digo  que  es  sacrificio  infame 
que  hacen  á  sus  cuerpos  vivos,  donde  los  estra- 
gan y  hacen  promptos  para  toda  maldad,  como 
tengo  dicho. 

En  tiniendo  los  indios  que  comer  y  beber  no 
se  aplican  á  trabajar  hasta  que  se  les  acaba  y  la 
necesidad  les  obliga,  ó  hasta  que  son  compelidos 
y  apremiados  de  sus  mayores  para  que  cumplan 
con  los  trabajos  personales  que  tienen  obliga- 
ción .  Todos  cuantos  oficios  y  artes  hay  usan 
con  mucha  destreza,  y  el  leer  y  escribir  también; 
no  se  les  ha  consentido  estudiar.  Entre  los  in- 
dios son  muy  perjudiciales  mestizos  negros  y 
mulatos,  por  los  malos  tratamientos  que  íes  ha- 
cen ,  y  aunque  está  prohibido  todavía  son  los 
que  más  los  maltratan .  La  república  de  los  in- 
dios se  va  acabando,  particularmente  en  las  tie- 
rras cálidas  y  en  las  partes  donde  hay  minas, 
por  los  trabajos  que  pasan,  y  en  las  sierras  y 
tierras  frías  van  en  aumento. 

Los  indios  están  obligados  á  pagar  á  sus 
encomenderos  cada  un  año  cierto  tributo  de 
plata,  ropa  y  otras  cosas,  conforme  á  la  tasa 


456 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


que  hacen  las  Audiencias,  y  á  servir  la  mita  (') 
que  es  dos  meses  al  año,  en  servicio  personal 
en  la  parte  que  les  señala  el  Audiencia;  lo  uno 
y  lo  otro  pagan  desde  edad  de  diez  y  ocho  años 
iiasta  cincuenta,  porque  antes  ni  después  no 
tienen  obligación.  El  encomendero  goza  de 
la  renta  y  tributo  que  se  le  da  por  dos  vidas 
en  remuneración  de  sus  servicios,  con  cargo 
que  los  ha  de  mantener  en  dotrina  y  ha  de  pa- 
gar al  dotrinero  su  estipendio,  y  al  Corregidor 
su  salario,  y  el  diezmo  á  la  iglesia,  que  todo 
está  ordenado  y  declarado  por  las  Audiencias 
en  la  tasa  que  se  les  da. 

Los  indios  se  encomiendan  por  dos  vidas, 
porque  desta  manera  se  capituló  con  los  anti- 
guos, y  se  entiende  la  primera  vida  de  la  per- 
sona en  quien  se  encomienda  el  repartimiento 
de  los  indios  y  la  segunda  del  hijo  ó  hija  ma- 
yor que  en  él  sucede,  y  á  falta  la  mujer;  des- 
pués de  cumplidas  estas  dos  vidas  vuelve  á  Su 
Majestad,  tómase  en  su  nombre  la  posesión  y 
sj  mete  en  su  Real  caja  hasta  que  se  encomien- 
da á  otra  persona,  y  esto  toca  al  Virrey  en 
todo  lo  que  vaca  en  su  distrito  y  á  los  otros  Go- 
l)ernadores  y  Capitanes  generales  en  su  juris- 
dición,  si  ya  no  es  que  por  el  Consejo  se  enco- 
miendan, para  lo  cual  previene  en  repartimien- 
tos de  importancia  con  cédulas  de  afectación, 
con  lo  cual  el  Virrey  y  Gobernador  no  pueden 
disponer  de  aquel  repartimiento,  por  estar  afec- 
tado; Su  Majestad  y  el  Consejo  hacen  merced 
por  algunas  vidas  más  á  los  hijos  y  nietos  de 
conquistadores,  usando  en  esto  de  su  clemencia. 

Las  contrataciones  y  granjerias  de  Corregi- 
dores entre  los  indios  están  muy  prohibidas, 
por  ser  tan  contrarias  y  perjudiciales  á  su  con- 
versión y  dotrina,  porque  de  ordinario  los  ocu- 
pan en  hacer  ropa  y  en  otras  obras  y  trabajos 
personales  para  los  Corregidores,  faltándoles  el 
tiempo  para  hacer  sus  obras  y  cosechas  para 
pagar  sus  tributos,  que  es  causa  de  huirse  y 
ausentarse  de  sus  pueblos  y  de  venir  á  cargar 
en  los  que  quedan,  no  sólo  el  trabajo  personal, 
sino  también  pagar  el  tributo  por  los  ausentes. 
El  Consejo  y  los  Virreyes  han  hecho  leyes  y 
ordenanzas,  las  cuales  juran  ante  todas  cosas 
de  guardar  y  cumplir. 

Es  ordenanza  de  las  Audiencias  que  cada  un 
año  salga  un  Oidor  á  visitar  su  distrito  para 
visitar  los  repartimientos  de  indios  y  ver  cómo 
están  tasados  y  qué  tributos  pagan,  y  si  pue- 
den pagar  más  ó  menos,  conforme  á  los  frutos 
naturales  é  industriales  que  tienen,  y  también 
para  excusar  un  agravio  general,  de  que  no 
paguen  los  vivos  por  los  muertos,  ausentes  y 
impedidos  y  viejos  por  mozos,  como  para  des- 
hacer los  agravios  que  reciben  de  españoles,  y 

(')  En  la  edición:  mitad. 


para  entender  cómo  son  dotrinados  y  enseña- 
dos, y  castigar  los  pecados  públicos.  El  virrey 
por  gobierno  suele  enviar  personas  que  visiten 
los  obrajes  y  comunidades,  y  para  que  desagra- 
vien los  naturales,  y  á  la  audiencia  de  Quito 
envió  el  Marqués  de  Montes  Claros  al  capitán 
Don  Diego  Vaca  de  Vega,  persona  de  satisfa- 
ción  é  inteligencia  para  todo. 

Es  cosa  para  considerar  el  gran  número  de 
mestizos,  hijos  de  españoles  y  de  indias,  que 
hay  en  aquella  tierra,  vagamundos,  gente  per- 
dida, que  no  se  aplican  á  servir  ni  á  deprender 
oficios  mecánicos.  Supuesto  que  la  ociosidad  es 
madre  del  vicio,  sería  negocio  muy  importante 
que  fuesen  compelidos  á  que  trabajasen  y  se 
ocupasen  ó  en  la  agricultura  ó  en  usar  oficios 
públicos,  porque  demás  de  que  en  su  ocupación 
se  pueden  divertir  de  malas  inclinaciones  que 
tienen  vagamundos,  en  tierras  tan  nuevas  sería 
buen  gobierno  de  las  repúblicas  tener  más  ofi- 
cios y  oficiales,  como  para  el  acrecentamieíato 
del  reino  y  de  sus  moradores.  No  trato  de  mu- 
chos virtuosos  eclesiásticos  y  seglares  que  se 
ocupan  en  ministerios  honrados,  porque  éstos 
están  mereciendo  y  obligando. 

Tiene  Su  Majestad  ordenado  que  las  perso- 
nas de  las  Indias  que  tuvieren  pretensión,  pi- 
dan en  las  Audiencias  y  hagan  sus  probanzas 
con  citación  del  Fiscal  de  sus  méritos,  calida- 
des y  servicios,  y  que  la  Audiencia  haga  infor- 
mación de  oficio,  secreta,  con  las  personas  que 
le  pareciere  de  más  calidad  y  confianza,  para 
saber  los  servicios  de  aquellas  personas,  y  si 
han  deservido  á  Su  Majestad  en  alguna  oca- 
sión, conforme  á  lo  cual  envía  el  A  udieucia  pa- 
recer secreto  y  cerrado  al  Consejo  de  la  merced 
que  se  debe  hacer  á  las  tales  personas,  conforme 
á  lo  cual  el  Consejo  consulta  á  Su  Majestad  en 
la  forma  que  le  parece.  Los  que  vienen  de  las 
Indias  á  España  á  pretensiones  caminan  por 
tierra  y  mar  tres  mil  leguas,  mudando  muchos 
temples,  con  mucho  riesgo  de  la  vida  y  con  ex- 
cesivo gasto  de  la  hacienda. 

El  Concilio  limonse  del  año  de  ochenta  y 
tres,  action  3,  cap.  II,  que  está  confirmado  por 
Su  Santidad  y  mandado  ejecutar  por  Su  Ma- 
jestad, manda  que  donde  hubiere  docientos  in- 
dios triuutarios,  que  con  parientes,  hijos  y  mu- 
jeres son  mil  ánimas,  se  ponga  dotrina  de  un 
sacerdote,  y  esto  se  va  cumpliendo  en  algunas 
provincias,  que  es  muy  necesario. 

De  ordinario  vienen  frailes  de  las  Indias 
para  llevar  religiosos  á  costa  de  Su  Majestad, 
y  es  parecer  de  muchos  Obispos  que  el  Consejo 
haga  con  los  padres  de  la  Compañía  de  Jesús 
que  vayan  en  cada  flota  muchos,  porque  son 
grandes  obreros  de  la  viña  del  Señor  y  de 
quien  más  se  han  ayudado  los  Obispos  para  la 
predicación,  dotrina  y  enseñanza  de  los  natu- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


45; 


rales,  y  á  quien  más  siguen,  asi  los  naturales 
como  españoles,  en  sermones  yeonfe^ones,  por 
el  celo  con  que  se  aplican  á  la  conversión  de  los 
indios  y  á  la  enseñanza  y  educación  de  los  hi- 
jos de  españoles,  y  con  la  facilidad  que  depren- 
den la  lengua  y  el  fruto  copioso  que  han  hecho 
en  todas  las  partes  donde  están.  No  quiero  por 
lo  dicho  excluir  del  merecimiento  grande  que 
todas  las  demás  religiones  tienen  en  este  mi- 
nisterio de  reducir  almas  á  Dios,  pues  todas 
ellas  son  tan  provechosas  y  ha  habido  varones 
tan  perfetos  y  de  importancia. 

CAPÍTULO  XXIII 

Donde  se  trata  en  particular  de  los  obispados 
y  otras  muchas  cosas  concernientes  á  su  go- 
bierno. 

Las  rentas  eclesiásticas  de  los  obispados,  las 
decimales  se  hace  una  gruesa  y  se  reparte  en 
cuatro  partes.  La  primera  pertenece  conforme 
á  las  erecciones  al  Obispo,  y  ia  segunda  al  Deán 
y  Cabildo,  la  cual  se  reparte  por  el  orden  acos- 
tumbrado, que  al  Deán  le  tocan  al  respeto  de 
ciento  y  cincuenta,  y  á  las  dignidades  de  ciento 
y  treinta,  y  á  los  Canónigos  de  ciento.  De 
las  otras  dos  partes  de  las  dichas  cuatro  de 
la  gruesa  se  hacen  nueve  partes,  que  llaman  los 
novenos:  los  dos  primeros  pertenecen  á  Su  Ma- 
jestad, de  que  suele  hacer  merced  á  las  Cate- 
drales para  sus  obras;  tócale  noveno  y  medio  á 
la  fábrica,  y  otro  noveno  y  medio  á  los  hospi- 
tales; los  cuatro  novenos  restantes  se  gastan 
en  pagar  el  estipendio  á  los  curas  de  la  Cate- 
dral, sacristán,  músicos,  organistas,  ministros 
y  servidores  de  la  iglesia:  los  residuos  se  apli- 
can para  la  fábrica;  todo  se  piaga  por  libra- 
miento de  los  Obispos. 

Una  de  las  cosas  más  necesarias  y  importan- 
tes á  los  naturales  sería  que  hubiese  en  la  ca- 
beza de  cada  obispado  seminarios  de  hijos  de 
caciques  y  de  los  indios  más  principales,  para 
su  policía  natural  y  sobrenatural  y  para  su  con- 
versión, y  de  allí  resultará  mayor  conocimiento 
y  amor  del  santo  Evangelio,  mayormente  si  se 
encomienda  su  crianza  y  enseñanza  á  los  padres 
de  la  Compañía,  porque  tienen  particular  don 
de  Muestro  Señor  para  este  ministerio.  La  fun- 
dación y  lo  necesario  para  el  sustento  puede 
salir  de  las  haciendas  de  comunidades,  ó  de  los 
mismos  caciques,  sin  que  sea  necesaria  la  ha- 
cienda de  Su  Majestad,  pues  no  le  falta  en  qué 
gastarla. 

Los  ol)ispados  del  Cuzco,  Lima  y  Quito 
son  muy  grandes  y  están  muy  derramados  y 
esparcidos;  son  de  malísimos  caminos,  que  es 
imposible  podellos  gobernar  y  rodear  un  solo 
prelado.  El  de  Cuzco  tiene  más  de  docientas 


leguas,  y  de  ancho  más  de  setenta;  el  de  Lima 
tiene  otro  tanto;  el  de  Quito  otro  tanto  y  más, 
y  por  esta  razón  los  Obispos  de  las  Indias 
han  escrito  á  Su  Majestad  y  al  Consejo  cuán- 
to conviene  dividirlos  y  partirlos,  mayormente 
que  son  ricos,  y  á  cada  uno  les  vendrá  á  que- 
dar á  veinte  mil  pesos.  Y  por  ser  cosa  de  go- 
bierno no  me  quiero  detener  en  esto,  pues  mi 
intento  no  es  ese,  sino  dar  una  relación  de 
todo  lo  de  aquellas  partes. 

Siendo  de  derecho  divino  y  positivo  que  to- 
dos los  cristianos  paguen  diezmos  de  las  frutas 
que  Dios  les  da,  de  sus  labores  y  crianzas,  los 
indios  está  ya  en  costumbre  de  pagarlos  en  las 
más  provincias  y  obispados  los  diezmos,  ó  la 
mitad  dellos,  aunque  lo  dejan  á  su  voluntad, 
que  monta  tanto  como  decirles  ({vlq  no  los  pa- 
guen, por  ser  gente  tan  bárbara;  convenía  man- 
dar que  se  guardase  la  costumbre  y  que  gene- 
ralmente se  cobren  de  los  indios,  como  se  co- 
bran de  los  españoles,  con  lo  cual  las  cosas  de 
la  iglesia  y  el  servicio  del  culto  divino  irá  en 
mayor  crecimiento  y  aumento. 

Los  Concilios  provinciales  se  celebran  en  el 
Perú  de  siete  en  siete  años,  para  lo  cual  con- 
voca el  Metropolitano  á  los  Obispos,  y  cami- 
nan por  tierra  y  por  mar  cuatrocientas  y  seis- 
cientas leguas  de  tales  caminos,  que  no  son 
para  coches  ni  literas;  van  con  mucho  trabajo, 
costa  y  riesgo. 

De  algunas  partes  de  las  Indias  se  ha  pedido 
Universidad,  y  en  especial  por  el  Obispo  de 
Quito,  por  estar  aquella  ciudad  trecientas  le- 
guas de  la  de  Lima  y  tener  en  su  comarca  mu- 
chas tierras,  y  en  particular  las  gobernaciones 
y  provincias  desde  Quito  á  Tierra  Firme  y  el 
nuevo  reino  y  ser  tierra  muy  sana,  de  buen 
temple,  muy  á  propósito  para  estudiar  y  tra- 
bar, y  la  más  barata  del  reino  de  mantenimien- 
tos, y  cuando  no  se  fundasen  todas  las  ciencias, 
han  pt  dido  á  lo  menos  la  gramática,  artes,  teo- 
logía, casos  de  conciencia  y  la  lengua  de  los 
indios,  que  con  cuatro  ó  cinco  mil  ducados  de 
renta  en  indios  que  vacaren  en  aquella  provin- 
cia se  podría  sustentar  todo  lo  dicho. 

El  Virrey  Don  Francisco  de  Toledo,  cuando 
fue  al  reino  del  Pirú,  llevó  orden  de  Su  Majes- 
tad para  en  las  ocasiones  de  consideración,  así 
en  paz  como  en  guerra,  á  las  personas  que  lo 
merecieren  honi  arlos  con  hábitos  de  las  tres 
Ordenes,  para  que  así  los  de  aquellas  ciudades 
más  principales  de  Lima,  Quito,  Cuzco,  Char- 
cas, la  Paz  y  Potosí  y  de  todo  lo  demás  prosi- 
gan con  sus  obligaciones  y  los  demás  se  ani- 
men por  esta  honra  á  servir  y  merecer  tanto 
honor,  pues  es  cierto  que  el  premio  espolea  á  la 
virtud. 

Del  estado  eclesiástico,  así  en  frailes  como 
en  clérigos,  hay  muchos  y  buenos  sujetos  para 


458 


autobiografías  y  memorias 


todo,  donde  se  profesan  muchas  letras  y  virtu- 
des, y  aunque  de  ordinario  parece  cosa  tosca  en 
razón  de  ciencias,  en  tratando  de  Indias,  pero 
es  para  los  que  no  lo  han  visto,  porque  es  bien 
cierto  hay  muchos  letrados  insignes,  así  en  cá- 
tedra como  en  pulpito. 

CAPITULO    XXIV 

De  la  grandeza,  riqueza  y  gran  cristiandad 
de  la  Nueva  España. 

Para  tratar  ahora  de  nuevo  de  la  riqueza, 
grandiosidad  y  cristiandad  mucha  de  la  Nueva 
España  sería  necesario  alargarme  más  que  del 
Pirú,  por  ser  los  naturales  de  mayor  inclina- 
ción, más  dóciles  y  hábiles  que  los  del  Pirú, 
pues  se  ve  en  las  cosas  que  de  allá  se  traen,  y 
sean  ejemplo  las  imágenes  de  pluma  (como 
queda  dicho)  que  por  admiración  se  deben  mi- 
rar; y  tengo  para  mí  que  lo  que  es  obra  de  ma- 
nos humanas  es  la  más  subida  de  todas,  porque 
de  sólo  pluma,  sin  añadir  colores,  se  hagan  ros- 
tros, y  con  tanta  perfeción,  si  se  mirase  por 
menudo,  admiraría,  y  casi  sería  increíble  con 
verlo.  Pues  decir  que  tanta  tierra,  reinos  y 
provincias  y  tanto  número  de  gente  lo  conquis- 
tase con  tan  poca  gente  española  aquel  escla- 
recido Príncipe  Hernán  Corte's,  también  es  de 
admiración,  aunque  sabida  su  gran  cristiandad 
y  celo  del  servicio  de  Dios  y  de  su  Rey,  cosa 
es  llana,  que  el  Todopoderoso  lo  allanó  con  su 
divino  querer.  Y  así  digo  que  Méjico  es  lo  pro- 
pio que  Lima  en  todas  las  cosas  referidas  della, 
aunque  es  tres  veces  más  grande  y  sumptuosa, 
aunque  no  tan  rica.  El  Virrey  y  Audiencia  go- 
biernan su  distrito,  que  es  muy  grande.  Tiene 
otras  ciudades  de  españoles  muy  buenas,  como 
lo  es  la  Puebla  de  los  Angeles  y  otras,  que  su 
distrito  es  de  muchas  leguas  y  coge  muchas 
provincias,  como  son  esta  de  Méjico,  que  es  la 
principal;  Honduras,  Campeche,  Chiapa,  Gua- 
jaca,  Mechoacan,  Nueva  Galicia,  Nueva  Viz- 
caya, Guadiana,  Gnatimala  y  otras  muchas, 
que  por  huir  prolijidad  no  las  refiero,  mas  de 
que  todas  las  más  son  muy  pobladas  y  fértilí- 
simas y  l)aratas,  como  he  referido  en  el  capí- 
talo  V  del  segundo  libro. 

En  Gnatimala  hay  Audiencia  Real,  y  su 
Presidente  es  Gobernador  y  Capitán  general, 
y  encomienda  indios,  y  los  Oidores  son  Alcaldes 
de  Corte.  Hay  oficiales  Reales,  Obispo  y  Cate- 
dral, Deán  y  Cabildo,  y  coge  su  distrito  esta 
provincia  y  otras,  y  es  tierra  buena  y  muy  ba- 
rata, y  lo  propio  que  Méjico,  como  asimismo 
dejo  referido  en  el  segundo  libro. 

En  Gelisco  hay  Audiencia  Real,  lo  propio 
que  en  Gnatimala,  con  Presidente  y  Capitán 
general,  que  encomienda;  tiene  Oidores,  que 


asimismo  son  Alcaldes  de  Corte,  Obispo  y  Ca- 
tedral, y  todas  estas  Audiencias  y  lo  demás 
dcstas  provincias  es  como  lo  referido. 

Las  gobernaciones  de  Jamaica,  Veragua  y 
Nicaragua  y  otras  tienen  Gobernador  y  Capitán 
general,  Caja  y  oficiales  Reales,  á  modo  de  la 
gobernación  de  Popayán.  Hay  minas  en  unas 
partes  de  oro,  que  son  las  más  ordinarias,  y  en 
otras  de  plata  y  otros  metales,  como  queda  to- 
cado. Es  tan  larga  la  travesía  y  poblado  de  la 
Nueva  España  como  el  Pirú,  y  más  ancha.  Hay 
infinitos  naturales  cristianos,  y  otros  descubier- 
tos á  pique  de  conquistarlos,  como  es  el  Nuevo 
Méjico,  y  otra  infinidad  de  provincias  vistas  y 
descubiertas,  y  por  ver  y  descubrir  más  de  la 
mitad.  Digo  desta  república  de  naturales  lo 
propio  que  en  la  del  Pirú,  de  la  de  los  españo- 
les asimismo,  y  en  el  Pirú  y  Nueva  España  y 
todo  lo  demás  se  rige,  gobierna  y  sustenta  con 
siete  brazos  ó  ramos  seculares,,  que  hacen  un 
cuerpo  místico,  siendo  la  cabeza  nuestra  santa 
fe  católica,  que  son:  Estado,  guerra,  hacienda, 
gobierno,  justicia,  mercedes  y  gracias  y  patro- 
nazgo Real. 

En  el  Consejo  Real  de  las  Indias  se  trata  en 
general  y  en  particular  de  todas  las  materias 
que  distintamente  están  repartidas  en  los  otros 
Consejos  de  Su  Majestad,  porque  de  aquella 
misma  calidad  las  hay  en  los  reinos  y  provin- 
cias de  las  Indias,  cuyo  conocimiento  y  despa- 
cho está  reducido  á  este  Consejo  Real  de  las 
Indias.  Y  así  las  que  tocan  á  razón  y  consejo 
de  Estado,  como  son  la  conservación,  seguri- 
dad y  amplificación  y  acrecentamiento  de  las 
Indias,  las  nuevas  conquistas,  las  nuevas  impo- 
siciones de  derechos,  la  perpetuidad  de  las  ren- 
tas y  encomiendas  de  las  Indias,  tomando  for- 
ma y  asiento  con  los  encomenderos  que  las 
tienen  lo  que  toca  á  la  Agricultura,  el  servicio 
particular  de  los  indios,  que  es  una  de  las  cosas 
más  graves  de  aquel  reino.  Los  negocios  to- 
cantes á  la  guerra  (en  que  concurren  algunos 
del  Consejo  de  Guerra  de  Su  Majestad),  para 
proveer  ejércitos,  armadas,  presidios,  guarni- 
ciones, Generales,  Almirantes,  maestres  de 
campo.  Capitanes  y  otros  oficiales  por  la  tie- 
rra y  por  la  mar,  así  para  las  conquistas  como 
para  la  guarda  de  las  Indias  y  sus  fronteras,  y 
para  la  seguridad  de  las  navegaciones  de  ar- 
madas y  flotas  de  la  carrera  de  Indias,  y  para 
tratar  de  las  continuas  guerras  que  en  algunos 
reinos  y  provincias  están  trabadas  con  los  na- 
turales, como  son  en  el  reino  de  Chile,  en  la 
gobernación  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra  con 
los  indios  mojos  y  chiriguanaes,  y  todo  lo  que 
está  de  la  otra  parte  de  la  cordillera  que  está  por 
descubrir  y  conquistar;  en  la  provincia  de  las 
Esmeraldas  y  provincia  de  Cucumbios,  en  la 
provincia  de  Quito  y  en  los  indios  llamados  pi- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBADLOS 


459 


xaos  de  la  gobernación  de  Popayán,  y  los  que 
llaman  caribes,  del  nuevo  reino  de  Granada; 
los  enemigos  que  pueden  infestar  la  mar  y  los 
ptiertos  con  sus  armadas  y  navios. 

La  materia  de  Hacienda  bien  se  sabe  cuan 
fértil  y  abundante  es  la  cosecha,  pues  de  las 
Indias  se  traen  cada  año  diez  y  doce  millones 
para  Su  Majestad  y  particulares,  en  oro,  plata, 
perlas,  esmeraldas,  cueros,  azúcares,  cochinilla, 
palo,  zarza,  jengibre  y  otras  cosas  de  mucho 
valor . 

Los  miembros  en  que  consiste  la  renta  de  Su 
Majestad,  que  tiene  en  las  Indias,  de  que  hay 
libros  y  cuenta  en  sus  cajas  Reales,  son  diez, 
en  esta  forma :  los  quintos  de  plata  y  oro  y 
fundidor  mayor,  las  alcabalas  á  dos  por  ciento, 
las  rentas  de  tributos  de  indios,  oficios  ven- 
didos, la  Cruzada,  almojarifazgo,  los  azogues, 
las  penas  de  Cámara,  los  novenos  de  las  ren- 
tas eclesiásticas,  extraordinario.  En  los  nego- 
cios de  gobierno  tiene  el  Consejo  muy  grande 
ocupación  y  trabajo,  porque  casi  todas  las  cau- 
sas que  vienen  so)i  desta  materia,  asi  eclesiás- 
ticas como  seglares,  sobre  que  todos  escriben 
infinitamente  y  se  gasta  mucho  tiempo  en  ver 
tantas  cartas  y  en  proveer  de  remedio,  con  tan 
singular  cuidado,  con  tantas  ce'dulas,  provisio- 
nes y  ordenanzas,  que  por  ser  tantas  ha  causado 
contradición,  por  lo  cual  el  Consejo  ha  preten- 
dido hacer  una  recopilación  á  la  traza  que  en 
Castilla  la  de  las  leyes,  y  aunque  lo  comenzó 
N.  de  Encinas  y  se  imprimieron  cuatro  libros, 
después  acá  lo  ha  hecho  con  más  consideración 
é  inteligencia  y  estudio  el  licenciado  Zorrilla, 
Oidor  de  Quito. 

En  las  causas  de  justicia  vienen  al  Consejo 
las  visitas  y  residencias  que  por  su  mandado  se 
han  tomado  á  Virreyes,  Presidentes,  Oidores, 
Ministros  -y  oficiales  de  las  Audiencias,  y  á  Go- 
bernadores, Capitanes  generales,  Corregidores, 
y  de  lo  tocante  á  hacienda  Real ,  á  oficiales 
Reales,  Fatores,  Tesoreros  y  Contadores,  y  las 
causas  que  vienen  por  segunda  suplicación,  y  en 
grado  de  mil  y  quinientas,  y  otros  pleitos,  y  las 
causas  tocantes  á  encomiendas  y  repartimientos 
de  indios,  los  cuales,  conforme  á  la  ley  de  Mali- 
nas, se  comienzan  en  las  audiencias,  donde  se 
oye  á  las  partes  y  se  reciben  las  probanzas,  y  la 
causa  conclusa,  citadas  las  partes,  se  remiten 
los  originales  al  Consejo,  donde  se  determinan 
conforme  á  justicia. 

Trátase  de  todo  cuanto  toca  á  mercedes  y 
gracias,  porque  en  el  dicho  Consejo  se  proveen 
Virreyes,  Presidentes,  Oidores,  Alcaldes  de 
Corte,  oficiales  y  todos  los  ministros  y  oficia- 
les de  las  Audiencias  de  las  Indias,  Gobernado- 
res, Capitanes  generales  y  los  Corregidores  que 
en  el  Consejo  hay  costumbre  de  proveer  (por- 
que otros  tocan  á  los  Virreyes);  asimismo  las 

ADTOBIOGRAFÍAS    Y    MEMORIAS.  — 40 


administraciones  y  otros  oficios  de  justicia  y 
pluma,  y  oficiales  Reales,  las  encomiendas  y 
rentas  de  indios,  los  Arzobispos,  Obispados, 
Deanes  y  Cabildos,  y  prebendas  de  todas  las 
iglesias  Catedrales  y  otros  beneficios  de  españo- 
les y  naturales,  como  es  costumbi'e  en  el  Con- 
sejo; otras  mercedes  y  ayudas  de  costa,  como 
son  hábitos  de  las  tres  Ordenes  de  Santiago, 
Calatrava  y  Alcántara,  consultando  á  Su  Ma- 
jestad las  personas  y  méritos  de  quien  ha  ser- 
vido, y  títulos  de  Adelantados  y  Mariscales  y 
otros. 

Las  causas  tocantes  al  patronazgo  Real  se 
tratan  y  determinan  en  el  dicho  Consejo,  por 
ser  Su  Majestad  patrón  de  las  Indias  y  tocarle  el 
patronazgo  como  conquistador  dellas,  y  por  los 
breves  y  bulas  apostólicas;  y  todos  los  beneficios 
y  dotrinas  que  se  proveen  en  las  Indias,  así  en 
clérigos  como  en  regulares,  ha  de  ser  conforme 
al  patronazgo,  y  [en]  las  fundaciones  de  iglesias, 
monasterios,  parroquias  y  hospitales,  los  Obispos 
ponen  editos,  y  de  los  que  se  oponen  presentan 
á  dos  ante  el  patrón,  que  será  el  Vin-ey,  Presi- 
dente ó  Gobernador  de  cada  provincia,  para  que 
escoja  y  nombre  el  uno  amovile  ad  nutum  y  no 
en  título  perpetuo,  porque  esto  se  reserva  para 
Su  Majestad  y  el  Consejo,  y  al  nombrado  se  da 
título.  Vense  en  el  Consejo  las  bulas  y  breves 
y  todos  los  despachos  de  Roma,  y  no  se  puede 
usar  dellos  en  las  Indias  sin  que  estén  colados 
por  el  dicho  Consejo,  y  en  otra  manera  se  su- 
plica y  no  se  cumplen  hasta  informar  á  Su  San- 
tidad. 

Para  que  concluyamos  con  todo  este  itinera- 
rio, y  dando  la  vuelta  de  Indias  y  volviendo  á 
nuestra  España,  digo  que  para  ver  de  cerca  la 
grandeza  de  las  Indias  no  hay  más  que  ver  la 
Casa  de  la  contratación  de  las  Indias  que  hay  en 
Sevilla,  que  por  allí  se  verá  su  grandeza  de  ha- 
cienda, pues  en  ella  hay  Presidente,  Tesorero, 
Contador,  Fator  y  Oidores  y  Fiscal,  que  todos 
son  jueces  y  oficiales.  El  Presidente  tiene  á  su 
cargo  el  despacho  de  los  galeones,  flotas  y  ar- 
madas y  navios  de  aviso  que  van  á  Indias,  con- 
forme al  orden  que  se  le  da,  y  estando  impedido 
acude  á  esto  uno  de  los  demás  conforme  le  nom- 
bran. Hay  Contadores  de  la  avería  y  otros  mi- 
nistros y  oficiales. 

En  cada  año  se  despachan  siete  ó  ocho  ga- 
leones para  Tierra  Firme  con  algunos  pataches 
para  traer  el  Tesoro  de  las  Indias;  llevan  Gene- 
ral, Almirante  y  Capitanes  de  infantería  y  de 
mar,  y  un  tercio  de  infantería,  sin  la  gente  de 
mar,  que  esto  es  conforme  al  porte  de  cada  ga- 
león, muy  bien  armados  y  artillados. 

Cierro  nuestro  discurso  con  tres  adverten- 
cias: la  primera,  qiie  el  mejor  tiempo  para  na- 
vegar galeones  y  más  á  propósito  para  ir  y  vol- 
I  ver  es  por  febrero  ó  en  todo  marao. 


460 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


La  segunda,  que  las  flotas  para  Tierra  Firme 
el  mejor  tiempo  es  las  brisas  de  enero,  6  por  lo 
menos  un  mes  antes  que  partan  los  galeones, 
para  que  haya  tiempo  para  vender  sus  carga- 
zones para  recoger. 

Lo  tercero,  que  el  viaje  de  los  galeones  es 
salir  de  la  barra  de  Sanlúcar  ó  bahía  de  Cádiz, 
y  se  va  á  reconocer  las  islas  de  Canaria  y  de 
allí  navegan  hasta  reconocer  las  islas  de  la  Do- 
minica y  Matalino,  que  son  desiertas,  y  donde 
hay  algunos  indios  de  guerra;  allí  toman  re- 
fresco de  agua  y  se  prosigue  en  demanda  de  la 
Tierra  Firme  hasta  tomar  puerto  en  Cartage- 
na, que  es  la  primer  tierra  poblada  de  Tierra 


Firme,  y  de  allí  se  prosigue  el  viaje  á  Puerto- 
belo  y  á  las  demás  partes,  como  ya  tengo  refe- 
rido, por  haberlo  andado,  aunque  con  muchos 
peligros  y  trabajos,  que  á  todo  eso  se  pone  el 
que  navega  y  anda  por  los  mares;  pero  de  todos 
ellos  me  libró  la  Majestad  del  Señor,  como  le 
suplicaba  siempre  humildemente  por  medio  de 
su  Santísima  Cruz,  de  quien  de  ordinario  he 
sido  devotísimo,  obligándome  cada  día  con  nue- 
vos favores  y  mercedes,  en  retorno  de  lo  cual  me 
ha  parecido,  no  siéndole  ingrato,  sacrificarle  mis 
trabajos,  y  así  escribí  el  libro  de  sus  Triunfos. 
Todo  lo  cual  ruego  al  Señor  sea  para  su  santo 
servicio  y  exaltación  de  su  santísimo  nombre  (^). 


(')  De  la  edición  que  reproducimos  del  Viaje  del  mundo  hay  ejemplares  que  difieren  en  las  portadas;  éstas 
dicen  asi: 

Viage  I  del  mvndo.  ]  Hecho  y  conipvesto  por  el  |  Licenciado  Pedro  Ordoñez  de  Ceualloa,  natural  de  |  la 
insigne  ciudad  de  laen.  |  Contiene  tres  libros  |  Dirigido  a  Don  Antonio  Davila  |  y  Toledo,  sucessor  y  mayo- 
razgo en  la  casa  de  Velada.  |  (Escudo  del  mecenas.)  Con  privilegio.  |  En  Madrid,  Por  Luis  Sánchez, 
impresaor  del  Key  N.  S.  !  Ano  M.  DC.  XIIII. 

Viage  I  del  mvndo.  |  Hecho  y  compvesto  por  el  |  Licenciado  Pedro  Ordoñez  de  Ceuallos,  Canónigo  |  de  ]a 
Santa  Yglesia  de  Astorga,  natural  de  la  |  insigne  ciudad  de  laen.  |  Dirigido  a  Don  Antonio  Davila  y  |  Toledo, 
Marques  de  S.  Roma,  sucessor  en  la  casa  de  Velada.  |  (Escudo  del  mecenas.)  Con  privilegio  |  En  Madrid, 
Por  Luis  Sánchez,  impressor  del  Rey  N.  S.  |  Año  M.  DC.  XVI. 

En  ambos  ejemplares  se  lee  al  final:  En  Madrid,  |  Por  Luis  Sánchez,  impressor  del  |  Rey  nuestro  Señor.  | 
Año  M.  DC   XIIIL 

De  este  libro  se  hizo  otra  edición  en  el  año  1691,  y  es  la  siguiente: 

Historia  y  viage  |  del  mundo  |  del  Clérigo  agradecido  |  Don'Pedro  )  Ordoñez  de  |  Zevallos,  l  natural  de 
la  I  insigne  civdad  de  Jaén,  ¡  á  las  cinco  partes  de  la  Europa,  África,  |  Asia,  America  y  Magalánica,  con  j  el 
Itinerario  de  todo.  1  Contiene  tres  libros.  |  Con  licencia.  |  En  Madri.d:  Por  Jvan  Garcia  Intanzon,  |  Año  de 
1691.  I  A  costa  de  Francisco  Sazedon,  Mercader  de  libros.  — 432  págs.  en  8.°  á  dos  columnas,  mas  seis  hojas  de 
prels.  y  cuatro  de  Tabla. 


FJN 


APÉNDICES  AL  VIAJE  DEL  MUNDO 


HISTORIA  DE  LA  CIUDAD  DE  JAÉN 

POR     EL     MAESTRO 

BARTOLOMÉ   JIMÉNEZ   PATÓN   (i) 

[y  el  licenciado 

PEDRO    ORDÓÑEZ     D.E    CEBAL_L_OS] 


CAPITULO  XXXVII 

Del  Jarnotío  soldado  y  sacerdote  Don  Pedro 
Ordóñez  de  Ceballos,  primer  auctor  desta 
historia. 

En  el  prólogo  di  la  razón  por  qué  habiendo 
comenzado  esta  obra  (por  haberla  prometido 
en  otras  suyas)  el  famoso  soldado  y  sacerdote 
Don  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos,  hijo  desta 
ínclita  ciudad  de  Jaén,  no  pudo  acaballa,  y  las 
causas  que  me  obligaron  á  continualla,  llegán- 
dola á  la  perfección  que  me  fuese  posible;  paré- 
ceme  que  ninguna  terna  si  dejase  en  silencio 
algunas  cosas  de  las  deste  prodigioso,  heroico 
y  señalado  varón;  porque  aunque  en  el  Viaje 
que  del  mundo  hizo  y  compuso  dijo  lo  más  de 
su  vida,  y  otras  cosas  tocó  en  los  Triunfos  de 
la  Santísima  Cruz  y  en  el  tratado  de  las  Rela- 
ciones del  Oriente  (que  podrá  ver  el  aficionado 
á  esta  lección),  me  parece  que  estarán  muchos 
con  deseo  de  saber  el  estado  que   hoy  tienen 

O  Historia  de  la  antigua  y  continuada  nobleza  de 
la  ciudad  de  Jaén,  muy  famosa,  muy  noble  y  muy 
leal,  guarda  y  defendimiento  de  los  Reinos  de  Es- 
paña. Y  de  algunos  varones  famosos,  hijos  della. 

Dirigido  al  illustríssimo  Señor  Don  Alonso  de  la 
Cueva,  primer  Marques  de  Vedniar,  Cardenal  de  la 
Santa  Iglesia  de  Koma.  l'or  el  Maestro  Bartolomé 
Ximenes  Patón,  Secretario  del  Santo  Oficio.  — Año 
1628. —  Con  privilegio. — Imprcsso  en  Jaén,  por  Pedro 
de  la  Cuesta.  En  8.°;  249  folios,  más  12  de  prelimi- 
nares 

Este  libro  fue  empezado  á  escribir  por  Pedro  Ordó- 
ñez de  Ceballos  y  acabado  por  Jiménez  Patón. 


sus  cosas  y  algunos  sucesos  que  de  industria 
pasó  por  alto  y  sonarán  mejor  repetidos  de 
boca  y  pluma  ajena  (aunque  sea  la  mía)  que 
de  la  propia.  Y  pues  el  asunto  principal  desta 
historia  es  celebrar  la  nobleza  desta  ciudad  y 
reino,  y  los  famosos  hijos  que  en  ella  han 
nacido  y  criado,  así  eclesiásticos  como  seglares, 
¿quién  más  digno  de  celebridad  y  alabanza  que 
este  hijo  natural  della  y  de  quien  ambos  esta- 
dos pueden  hacer  estimación? 

Sumando,  pues,  lo  que  en  sus  libros  dijo,  él 
nació  en  Jaén,  de  padres  cristianos  y  principa- 
les; dende  nueve  años  hasta  diez  y  nueve  ó 
veinte  se  crió  en  Sevilla,  casa  de  un  tío  suyo, 
donde  estudió  Latinidad  y  Artes,  en  que  se 
graduó.  Por  las  causas  que  allí  dice  se  embarcó 
al  amparo  de  Don  Juan  de  Cardona,  General  de 
las  galeras  de  España  en  aquella  sazón,  el  cual 
dende  sus  principios  le  favoiTció  y  honró,  ha- 
ciéndole primero  alguacil  Real  de  las  galeras, 
y  luego  su  alférez  y  después  capitán.  En  Car- 
tagena de  las  Indias  salió  contra  negros  cima- 
rrones y  los  venció,  prendió  y  apaciguó  aquella 
tierra  y  caminos.  Fue  capitán  contra  navios 
de  la  Rochela  y  echó  uno  á  fondo.  En  la  jor- 
nada de  Uraba  (*)  y  Caribana  fue  Maese  de 
Campo,  y  llevó  treinta  y  seis  hombres  y  seis 
negros  suyos  y  socorrió  el  Real  con  comida  y 
municiones,  en  que  gastó  más  de  seis  mil  duca- 
dos. Visitó  las  guarniciones  do  Antioquía  y 
Popayán,  donde  fue  Gobernador,  y  en  el  inte- 

(')  En  el  original;  Braba. 


462 


autobiografías  y  memokias 


rin  apaciguó  aquella  tierra  de  los  indios  pijaos, 
que  la  tenían  oprimida,  y  socorrió  otro  capitán 
en  los  sutagaos,  que  lo  tenían  cercado,  y  se 
pobló  la  ciudad  de  Alta  Gracia.  Estas  hazañas 
por  mayor  y  otras  innumerables  por  menor 
hizo  en  más  de  treinta  años  que  fue  seglar 
despue's  de  salido  de  Sevilla.  Habiéndose  orde- 
nado de  sacerdote  fue  cura  y  vicario  de  la  ciu- 
dad de  Pamplona,  y  Visitador  general  en  el 
nuevo  Reino  de  Granada,  Después  hizo  un 
viaje  dende  la  Nueva  España  á  la  China,  y 
junto  á  la  isla  de  Ladrones  descubrió  una  isla 
de  españoles  perdidos,  donde  hizo  gran  servi- 
cio á  Dios.  En  los  reinos  de  Cochinchina,  donde 
fue  preso,  enseñó  y  baptizó  una  hermana  del 
Rey,  que  era  Reina  de  Champaa,  y  otros  Vi- 
rreyes, capitanes  y  otras  gentes,  y  por  ello 
estuvo  condenado  á  mueite  y  lo  desterraron. 
Rescató  navios  de  cristianos  y  les  dio  libertad, 
aunque  le  fue  mal  agradecido.  De  vuelta  peleó 
con  turcos  y  con  ingleses,  de  donde  salió 
herido.  Por  Buenos  Aires  volvió  al  Pirú,  y  en 
la  provincia  de  Quito,  por  mandado  de  la  Real 
.Vudiencia,  entró  en  la  de  los  Quijos,  que  esta- 
ban rebelados,  y  pagó  la  gente  á  su  costa  y 
los  apaciguó,  y  de  los  de  guerra,  omaguas  y 
otras  naciones  sacó  más  de  quince  mil,  y  los 
vistió  por  ser  gente  desnuda,  enseñó,  baptizó, 
pobló  doce  pueblos  dellos,  y  de  los  que  se  cau- 
tivan unos  á  otros  rescató  muchos  y  les  dio 
libertad,  enseñó,  baptizó  y  pobló.  Y  por  ser 
tierra  de  guei'ra,  montuosa  y  de  á  pie,  con  lodos 
y  aguaceros,  pasó  grandes  trabajos  y  sacó  dos 
enfermedades  que  le  duran  hasta  hoy.  En  esta 
tierra  gastó  de  su  hacienda  más  de  veinte  mil 
ducados.  Después  fue  cura  y  vicario  de  la  pro- 
vincia de  Pimampiro,  donde  enseñó  y  baptizó 
mucha  gente,  y  dio  á  las  iglesias  cantiosas 
limosnas.  Todo  lo  cual  consta  y  parece  por 
cuatro  informaciones  de  oficio  y  parte,  y  cuatro 
pareceres  de  la  Real  Audiencia,  Obispo  y  Pro- 
visor de  Quito,  Gobernador  y  Capitán  general 
de  los  Quijos,  y  los  Consejos  Reales  de  Cas- 
tilla y  de  las  Indias,  que  han  visto  sus  pape- 
les y  le  han  mandado  poner  en  el  memorial 
con  partes  y  servicios.  Ha  compuesto  tres 
libros  y  los  ha  impreso  con  privilegio  de  Su 
Majestad:  El  viaje  del  mundo;  ha  andado  (}) 
por  él  mil  y  ciento  y  treinta  mil  leguas  (f^ic); 
Los  triunfos  de  la  Santísima  Cruz,  y  Tratado 
de  las  relaciones  verdaderas  de  aquellos  reinos 
del  Oriente;  y  comenzó  esta  Historia  y  no  la 
pudo  acabar  por  sus  grandes  enfermedades, 
como  se  ha  dicho. 

Este  es  el  epílogo  abreviado,  lector  amigo, 
de  las  grandezas  que  verás  impresas,  y  así  de 
las  hazañas  del  soldado   seglar  sólo  referiré 

(')  En  el  original:  han  dado. 


una,  que  aunque  la  prometió  para  otra  ocasión 
se  ha  estado  hasta  ahora  en  silencio.  Para  lo 
cual  importará  advertir  que,  habiéndose  con- 
certado los  Gobernadores  de  Cartagena  y  Santa 
Marta  en  sus  asientos  y  conveniencias,  deter- 
minaron enviar  á  las  provincias  de  Uraba  y 
Caribana,  valles  de  Tolú,  María  y  Antona, 
trecientos  soldados  á  su  conversión  y  con- 
quista, nombrando  por  General  desta  gente  á 
Don  Diego  Carvajal,  caballero  muy  práctico, 
bien  entendido  y  ejercitado  en  la  milicia  de  las 
Indias.  Estando  las  cosas  bien  dispuestas  para 
esta  jornada,  el  Gobernador  de  Cartagena  le 
pidió  á  Don  Pedro  Ordóñez  Ceballos  con  ins- 
tancia y  encarecimiento  grande  que  no  faltase 
al  servicio  de  Su  Majestad  en  esta  ocasión, 
porque  sería  en  ella  de  grande  importancia  su 
persona,  por  la  noticia  particular  que  tenía  de 
aquella  tierra,  y  habiéndole  representado  cau- 
sas legítimas  que  entonces  tenía,  del  avío  de 
otra  jornada  á  la  Laguna  de  Maracaybo,  no 
menos  importante,  le  halló  excusado  justa- 
mente. Partió  el  General  á  lo  determinado,  en 
que  hubo  diferentes  acaecimientos,  porque  como 
la  tierra  era  poco  conocida  de  los  españoles  les 
hacían  los  indios  algunos  asaltos  en  lugares 
aventajados,  con  que  (')  muchas  veces  los  po- 
nían en  cuidado,  y  no  era  el  menor  el  de  los 
mantenimientos,  porque  los  indios  los  retiraban 
la  tierra  adentro,  de  que  tenían  aviso  los  Go- 
bernadores y  de  la  extrema  necesidad  en  que  se 
veían  por  la  falta  de  la  comida.  Esto  obligó  al 
de  Cartagena  á  pedille  á  Ordóñez  Ceballos 
más  apretadamente  que  fuese  á  este  socorro,  y 
él  viendo  consideradamente  el  gran  servicio 
que  á  Dios  y  al  rey  se  le  haría,  nombrado  (para 
más  obligalle)  Maese  de  Campo  por  el  Gober- 
nador, atropellando  algunos  inconvenientes,  se 
determinó  á  ir  á  esta  jornada,  y  deseando  hacer 
servicio  más  hxcido,  llevo  á  su  costa  treinta  y 
siete  soldados  españoles  y  seis  negros  suyos 
(como  se  repitió  en  el  epílogo)  y  los  manteni- 
mientos y  cosas  necesarias,  en  que  gastó  (como 
se  dijo)  más  de  seis  mil  ducados.  Habiendo 
llegado  con  este  socorro  á  Tolú,  donde  tuvo 
nueva  de  la  grande  necesidad  de  los  españoles, 
y  que  estaban  cercados  y  que  parecía  imposi  - 
ble  poder  pasar  por  estar  los  ejércitos  de  los 
indios  de  por  medio,  y  encomendando  el  nego- 
cio á  Dios,  por  intercesora  la  Virgen  santí- 
sima, con  invocación  de  la  Santísima  Cruz, 
ofreciendo  sufragios  prometidos  por  las  bendi- 
tas ánimas  de  Purgatorio  (cosa  á  que  fue  muy 
aficionado  y  devoto),  tomando  la  Santísima 
Cruz  por  estandarte  y  puniéndola  con  bande- 
rillas sobre  las  cargas  todas,  sucedió  el  milagro 
que  en  el  libro  del  Viaje  se  cuenta,  de  que  fue 

(';  En  el  original:  aunque. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


463 


el  efecto  acertar  por  el  mejor  camino,  que  lo 
llevó  al  real  libre,  sin  daño  ni  ofensa  alguna, 
donde  del  General  y  de  todos  fue  recebido  con 
mucho  contento  y  alegría,  alabando  la  venida 
con  el  socorro  y  diciendo  que  tal  había  de 
venir  por  tal  mano,  y  le  llamaban  el  restaura- 
dor de  aquel  ejército.  Alentados  (')  los  soldados 
con  este  socorro  comenzaron  con  nuevo  brío  á 
campear  por  la  tierra  haciendo  algunas  salidas 
con  mucho  daño  de  los  indios  y  poco  de  los 
españoles,  y  él  por  otra  parte  con  algunos  de 
los  soldados  que  había  llevado  por  su  cuenta 
y  con  los  negros  y  con  sus  camaradas  los  capi- 
tanes Pedro  de  Lomelín  y  Bartolomé  Pérez 
y  el  alférez  Don  Rafael  Mejía  (á  quienes  los 
indios  por  sus  heroicas  hazañas  llamaban  dia- 
blos inmortales)  hizo  muchas  entradas  con 
muy  prósperos  sucesos;  entre  ellos  fue  cuando 
saquearon  la  casa  del  sol,  que  era  el  santuario 
de  mayor  devoción  que  tenían,  y  le  quitaron  á 
su  dios,  que  en  ella  estaba,  alguno  de  los  rayos 
de  oro  que  le  adornaban  cercado,  cosa  que  fue 
bien  sentida  y  apesarada  de  los  indios,  y  esta 
pena  se  la  acrecentaron  con  la  prisión  del  caci- 
que barbudo  su  gran  Mohán.  Con  estos  prós- 
peros y  otros  felices  acaecimientos  que  tuvie- 
ron en  algunas  guazabaras,  comenzaron  los 
indios  á  mostrar  voluntad  de  medios  de  paz; 
pero  como  se  hallaban  en  su  tierra  y  con  innu- 
merable gente  de  aquellas  cinco  provincias  y 
de  otros  sus  valedores  y  amigos,  y  en  particu- 
lar de  los  taironas,  que  es  la  gente  más  beli- 
cosa y  valiente  de  toda  la  América,  y  con 
valerosos  caciques  que  los  acaudillasen  y  los 
más  dellos  criados  en  la  escuela  y  compañía  de 
los  españoles,  no  vinieron  en  medio  alguno  de 
provecho,  ni  querían  dejar  las  armas  si  no  era 
con  aventajadas  condiciones  que  no  convenía 
concedérselas.  Esto  fue  causa  de  venir  de  todo 
punto  en  rompimiento,  con  gran  daño  de  los 
indios  en  algunas  entradas  que  los  españoles 
hicieron.  Parecióles  ("'')  que  el  camino  que  lle- 
vaban no  era  muy  acertado,  y  ansí  trataron  de 
corregirle  y  enmendarle,  y  para  esto  los  caci- 
ques hicieron  junta,  en  que  trataron  los  incon- 
venientes y  daños  que  de  perseverar  en  esto 
se  les  seguía,  considerando  los  grandes  trances 
adversos  de  la  guerra,  y  después  de  propuesto, 
comunicado,  disputado  y  ventilado  el  pro  y  el 
contra,  se  resolvieron  en  que  (siendo  voluntad 
de  los  españoles)  se  diese  de  mano  el  batallear 
los  ejércitos,  y  que  diferiesen  el  bueno  ó  mal 
suceso  remitiendo  la  victoria  al  campal  desafío 
de  dos  personas,  una  de  cada  nna  de  las  partes, 
porque  de  la  grande  arrogancia  y  presunción 
de  los  españoles  se  podía  presumir  que  acepta- 


(*)  En  el  original:  Asentados. 
(')  En  el  original:  Pareciéndoles, 


rían  cualquier  desafio.  Determinaron  esto  ha- 
ciendo elección  de  persona  que  fuese  señalada 
con  las  partes  y  requisitos  necesarios  para 
oponerse  al  más  valiente  y  esforzado  español, 
para  lo  cual  se  ofrecieron  más  de  sesenta  caci- 
ques, pretendiendo  cada  uno  ser  el  elegido  para 
el  caso,  y  puesto,  concluirle  á  satisfación  con 
gran  gusto  y  aplauso  de  todos.  Sobre  esta  pre- 
tensión hubo  algunas  diferencias  y  encuentros 
entre  ellos,  con  tanta  pesadumbre  que  comen- 
zaron á  dividirse  en  parcialidades  (camino 
abreviado  para  su  ruina  si  no  se  remediara); 
tomaron  la  mano  al  reparo  sus  mohanes  hechi- 
ceros, y  principalmente  [el]  Barbudo,  el  cual 
con  su  venerable  presencia  y  un  muy  adornado 
razonamiento  que  les  hizo  fue  poderoso  á  que 
dejadas  las  armas  siguiesen  su  parecer  y  con- 
sejo, el  cual  se  fundó  en  la  costumbre  recebida 
y  muy  antigua  entre  ellos  en  la  elección  de  sus 
Generales,  que  la  cantó  Don  Alonso  de  Arcila, 
y  es  que  de  los  que  se  señalasen  (los  cuales 
fueron  veinte)  aquel  hiciese  la  batalla  que 
mostrase  más  gran  valentía  en  sustentar  mayor 
y  más  grande  espacio  de  tiempo  sobre  sus 
fuertes  y  robustos  hombros  un  grande  y  muy 
pesado  tronco  de  árbol.  Habiéndose  confor- 
mado en  esto  los  veinte  caciques  señalados,  y 
habiendo  traído  el  grueso  leño,  fue  notable  el 
brío  y  coraje  con  que  cada  uno  llegó  á  asirle 
primero,  con  ánimo  de  sustentarle  tanto  tiempo 
que  dejase  á  los  otros  asombrados  y  desistiesen 
de  su  intento.  No  amenazó  menor  discordia 
esta  pretensión  que  la  pasada,  si  el  Barbudo 
no  tomara  también  la  mano  á  concordalla  y 
componella,  ordenando  que  se  sortease  el  lugar 
de  cada  uno,  y  como  se  graduasen  por  la  suerte 
así  fuesen  sucediendo  en  la  prueba  de  su  valor, 
animosidad  y  fuerzas.  Comenzando,  pues,  con 
el  orden  sorteado,  sin  contradición  ni  diferen- 
cia (y  dejando  yo  de  repetir  la  gallardía,  des- 
treza y  valentía  con  que  cada  uno  acudió  á 
hacer  buena  su  presunción,  porque  fuera  alargar 
la  historia)  el  que  se  aventajó  en  sus  fuerzas  á 
todos  fue  el  cacique  Capi,  al  cual  hasta  los 
vencidos  le  dieron  el  parabién,  diciendo  todos 
que  sólo  él  podía  aventajárseles  sin  afrenta 
suya,  antes  con  honra  grande  de  haber  sido 
recebidos  en  su  competencia.  Este  cacique 
Capi  se  había  criado  entre  españoles,  y  era  de 
los  más  nobles  y  ricos,  mozo  brioso,  alentado, 
membrudo  y  ágil,  diestro  por  extremo  y  de 
corpulencia  fornida  y  que  prometía  las  fuerzas 
que  en  las  pruebas  se  habían  descubierto,  muy 
atrevido  y  de  todas  partes  valiente.  Por  su 
gallardía  y  humana  condición  entre  los  suyos 
era  muy  amado,  y  temido  cuando  enojado,  por- 
que era  fiero,  inexorable,  no  vencido  y  arris- 
cado. Por  tener  todos  conocido  este  aventajado 
valor  se  alesrraron  en  gran  manera  con  la  elec- 


464 


autobiografías  y  memorias 


ción,  raedíante  la  cual  se  prometían  con  des- 
treza la  Vitoria.  Habiendo  allanado  esta  difi- 
cultad se  les  ofreció  otra  dudosa,  y  fue  quién 
sería  la  persona  que  desafiasen  de  los  españo- 
les, pareciéndoles  que  el  General  no  aceptaría 
el  desafío  por  desigualdad  del  cacique,  que  no 
tenía  tal  título.  Mas  el  Mohán  barbudo  (que 
ellos  veneraban  y  creían  como  á  Dios)  los  sacó 
desta  duda  diciéndoles:  ¡Oh  valerosos  caciques 
y  demás  valientes  y  generosos  indios!  bien  os 
consta  muy  claro,  por  la  costosa  experiencia 
con  que  se  nos  ha  enseñado,  los  indecibles  ma- 
les, irreparables  daños  y  grandes  desafueros 
que  nos  ha  hecho  en  diferentes  ocasiones  aquel 
Zupay  ó  diablo,  padre  ó  clérigo  (y  esto  decían 
por  haberlo  visto  los  taironas  (})  en  tal  hábito 
en  su  tierra,  como  lo  dice  el  libro  del  Viaje  del 
mundo),  que  los  españoles  llaman  Ceballos  y 
Maesede  Campo;  nos  [los]  ha  causado  y  hecho 
así  en  las  guazabaras  como  en  las  emboscadas, 
quitándonos  las  vidas,  el  sosiego  y  la  comida 
con  estratagemas,  trazas,  industrias  y  mañas 
militares  que  han  sido  la  causa  principal  de 
nuestra  ruina  y  su  conservación.  Este  es  ma- 
ñoso, astuto  y  artero;  con  sus  ardides  y  sagaci- 
dad nos  ha  puesto  en  el  extremo  y  punto  que 
estamos,  pues  ha  llegado  á  saquearnos  la  casa 
del  Sol,  desmembrado  nuestro  Dios  y  haciéndolo 
piezas.  Este  tiene  mucha  noticia,  por  la  grande 
experiencia,  de  nuestro  modo  de  pelear;  sabe 
todos  los  pasos  de  nuestra  tierra,  por  haberla 
andado  mucho  tiempo  con  gran  daño  nuestro; 
conoce  los  lugares  y  partes  donde  les  podemos 
ofender,  y  en  los  que  se  pueden  defender,  y  á 
mí  me  consta  esto  con  gran  certeza,  porque  le 
comuniqué  en  la  ocasión  que  sabéis  me  tuvo 
preso.  A  éste,  pues,  es  mi  parecer  que  desafiéis, 
porque  le  tengo  por  más  astuto  que  valiente, 
por  más  mañoso  que  esforzado,  y  así  tengo 
por  fácil  el  vencimiento  de  su  persona,  y  por 
muy  cierta  la  victoria  de  nuestra  gente.  Por- 
que quitándole  á  éste  la  vida,  ó  trayéndole 
preso  (como  será  cierto),  los  demás  españoles, 
aunque  son  valientes,  perderán  el  orgullo  y 
brío  y  desmayarán  forzosamente,  porque  vos- 
otros sois  valentísimos,  y  con  otras  muchas 
ventajas  del  conocimiento  de  la  tierra,  ó  acaba- 
réis con  ellos  ó  se  huirán  dejándonos  en  ella 
en  paz  gozando  de  nuestras  haciendas.  Pare- 
cióles á  todos  este  acuerdo  (^)  muy  sesudo  y 
acertado,  y  conformando  todos  con  él  como  si 
fuera  un  gran  oráculo,  señalaron  seis  caciques 
que  fueran  á  intimar  el  desafío  al  General  espa- 
ñol. Estaba  en  esta  ocasión  nuestra  gente  en 
un  llano  junto  al  desaguadero  que  hace  aquella 
gran  laguna  en  el  mar  (adonde  habían  llegado 

(*)  Ea  el  original:  mirnmaií. 
(')  En  el  original:  rrcverdo. 


entonces  dos  galeras  con  ciento  y  ochenta  hom- 
bres, cuyo  General  era  Don  Pedro  Vique, 
enviado  por  los  Gobernadores  de  Cartagena  y 
Santa  Marta);  oyó  muy  gran  ruido  y  tropel  de 
gente,  mezclado  con  el  son  de  instrumentos 
bélicos,  voces  altas  y  desordenadas,  como  de 
ordinario  los  indios  suelen  hacer  [en]  sus  acon- 
tecimientos para  poner  terror  y  asombro  á  sus 
contrarios.  La  cual  novedad  dio  cuidado  á  los 
Generales  de  mar  y  tierra,  y  pareciendo  cosa 
desusada  en  ellos,  porque  jamás  acometen  en 
llanos  y  campañas  rasas  (como  ésta  era)  sino 
en  arcabucos,  tierras  montaraces,  fragosas  sie- 
rras y  pasos  muy  estrechos  y  dificultosos,  por 
acudir  á  lo  que  fuese  saltó  en  tierra  el  General 
de  la  mar  y  se  juntó  con  su  gente  con  la  que 
tenía  el  de  la  tierra.  Comenzaron  á  ponerse  en 
orden  para  la  batalla,  tomando  cada  uno  su 
lugar  determinado,  disponiendo  los  escuadro- 
nes por  sus  sitios  conocidos  y  ciertos,  todos 
muy  en  alerta  apercebidos,  porque  los  indios, 
según  parecía,  pasaban  de  treinta  mil.  En  esta 
distribución  y  repartimiento  les  ordenaron  al 
capitán  Don  Miguel  de  Eraso  y  á  nuestro  Or- 
dóñez  Ceballos  se  quedasen  con  sus  compañías 
para  sobresalientes  y  acudiesen  á  socorrer 
cuando  viesen  ser  necesario.  A  Pedro  Lome- 
lín,  Bartolomé  Pérez  y  Don  Rafael  Mejía  les 
ordenaron  que  asistiesen  á  lo  que  conviniese  á 
las  galeras  y  gente  de  la  mar.  Habiéndose  dis- 
puesto las  cosas  desta  suerte,  y  estando  nues- 
tros españoles  apercebidos  para  resistir  el  asalto 
y  dar  la  batalla,  en  un  instante  cesó  aque  la 
confusa  vocería  de  los  indios,  quedando  todos 
en  un  grnn  silencio,  como  si  fuera  á  la  media 
noche,  muy  suspenso[s].  Hicieron  los  caciques 
se  detuviese  todo  el  ejército  sin  pasar  adelante, 
y  los  seis  señalados  por  padrinos  del  retador  se 
adelantaron  á  su  modo  muy  bizarros  y  galanes, 
adornados  de  mucha  plumería  de  varias  plumas 
y  diversos  colores,  con  montantes  y  dagas  de 
macana  (que  es  palma  negra  muy  fortísima) 
que  hacen  muy  poca  diferencia  en  los  filos  y 
cortes  con  que  las  hacen  á  las  nuestras  de 
acero.  Venían  delante  dellos  banderillas  de 
paz  y  el  faraute  ó  lengua  que  había  de  hablar 
ó  proponer  el  intento,  y  el  último  deste  acom- 
pañamiento esta[ba]  el  cacique  Capi,  muy  co- 
nocido de  nuestros  españoles  por  su  valentía  y  > 
valor  que  había  mostrado  en  algunas  guazaba- 
ras ó  refriegas.  Habiendo  llegado  á  la  presencia 
de  los  Generales  pidió  licencia  para  hablar  }' 
decir  á  lo  que  venían;  se  les  concedió,  y  el  fa- 
raute dijo  lo  siguiente: 

¡  Valerosos  castillas,  viracochos  españoles !  Los 
caciques  de  Uraba,  Carivana,  Antuna,  Tayro- 
ñas,  Carares  y  los  demás  señores  destos  valles 
dicen  que,  aunque  es  vuestra  valentía  tan 
grande,  la  mayor  fuerza  della  es  fundada  en 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


465 


esos  instrumentos  de  fuego,  oyco<¡as  de  fuego 
que  llamáis  arcabuces,  y  á  no  tenerlos  os  fue- 
ran iguales  en  el  gran  valor.  Y  si  como  os  ala- 
báis de  amorosos,  afables  y  humanos  queréis 
serlo  excusando  las  nuiertes  de  tantos  como 
cada  día  de  ambas  partes  entre  nosotros  mueren 
y  los  robos  y  demás  crueldades  y  desafueros  que 
á  la  guerra  acompañan,  tengáis  por  bien  que 
se  determine  la  justificación  de  vuestra  causa 
(con  que  los  venís  á  inquietar  estándose  en  su 
tierra,  sin  haberos  ofendido  ni  desasosegado  en 
la  vuestra)  con  la  batalla  de  dos  solos,  uno 
de  cada  parte,  y  el  que  de  la  vuestra  ha  de 
salir  ha  de  ser  el  Maese  de  Campo  Ceballos, 
de  quien  en  ocasiones  han  recebido  muchos 
daños,  y  por  la  suya  estará  este  valeroso  caci- 
que llamado  Capi.  Ha  de  ser  la  conclusión  del 
asiento  que  si  el  vuestro  fuere  vencido  os  ha- 
béis de  salir  de  su  tierra,  dejándola  libre,  y  si 
Capi  lo  fuere,  desde  este  punto  queden  por 
vuestros  vasallos,  como  los  demás  indios  que 
habéis  conquistado;  siendo  esta  proposición  y 
demanda  tan  justa  á  la  razón,  no  debéis  excu- 
sarla; si  ya  no  es  que,  vencidos  de  la  misma 
fuerza  de  la  razón,  queréis  sin  llegar  á  esto 
dejarles  la  tierra  libre  y  desocupada,  que  en 
tal  caso  prometen  dar  á  cada  soldado  particu- 
lar diez  cañutillos  de  oro  y  á  cada  capitán 
treinta;  cincuenta  á  cada  uno  de  los  Generales. 
Y  cuando  ninguno  destos  medios  escogiéredes 
es  forzozo  que  se  libre  la  determinación  en  la 
muerte  de  todos  nosotros  ó  de  todos  los  caci- 
ques y  sus  subditos,  porque  esta  es  última 
resolución  de  nuestros  indios,  de  sus  mohanes 
y  caciques;  por  esto  miraldo  bien  y  determinad 
sobre  ello  lo  que  más  os  parezca  conveniente 
para  conseguir  la  más  importante  empresa. 

Haciendo  una  muy  cortés  reverencia  el 
faraute  y  los  seis  caciques,  puso  fin  á  su  razo- 
namiento; los  Generales  de  los  españoles  y 
demás  capitanes  por  señas  le  correspondieron, 
y  queriendo  hablar  Don  Diego  de  Caravajal, 
General  de  tierra,  antes  que  comenzase  se 
puso  delante  del  nuestro  ürdóñez  Ceballos, 
suplicándole  aceptase  el  desafío,  ofreciéndole 
que  en  encomendando  ante  todas  cosas  su  causa 
á  Dios,  pues  era  la  suya  la  que  se  defendía, 
procuraría  por  su  parte  que  no  perdiese  de  su 
punto  la  reputación  de  España,  y  que  pues 
constaba  la  buena  cuenta  que  había  dado  de 
su  persona  (m  trances  más  peligrosos,  que  no 
se  había  de  presumir  del  la  daría  menos  buena 
en  la  batalla  de  un  indio  solo,  y  que  cuando  el 
reto  y  desafío  fuera  general  y  no  tan  particu- 
larmente señalado  le  había  de  suplicar  fuera  el 
nombrado  para  salir  á  él,  no  obstante  que  había 
otros  muchos  de  quien  se  podía  confiar  aquella 
hazaña  y  otras  mayores;  mas  que  siendo  el 
señalado  por  los  indios  no  había  lugar  á  que 


otro  saliese,  y  así  con  toda  instancia  le  suplicó 
le  diese  licencia,  porque  resultaría  en  muy  gran 
desestimación  (})  de  su  persona  y  opinión 
que  otro  se  le  antepusiese.  El  General  le  res- 
pondió con  graves  y  honradas  palabras  como 
debía,  diciendo  que  cosas  más  graves  que  la 
presente,  con  serlo  tanto,  fiaría  de  sus  manos  y 
valor,  porque  por  larga  experiencia  le  constaba 
cuan  largas  las  tenía  por  lo  que  en  muchas 
ocasiones  le  había  visto  hacer.  Ño  replicó  algún 
otro,  viendo  que  él  había  sido  retado  por  su 
nombre,  que  á  no  ser  así  todos  quisieran  para 
sí  la  gloria  desta  hazaña.  Acetóse  el  desafío,  y 
para  seguridad  de  lo  prometido  en  él  se  dieron 
rehenes  de  nuestra  parte  seis  españoles  honra- 
dos y  de  la  suya  los  seis  caquiques  que  habían 
venido  acompañando  á  Capi.  En  la  gran  playa 
y  campo  raso  que  allí  había  se  puso  de  la  una 
parte  aquel  innumerable  ejército  que  había  de 
los  indios  y  de  la  otra  los  españoles,  dejando 
en  medio  desocupada  una  plaza  espaciosa  y 
capaz  para  el  intento  del  desafío.  Aquí  á  un 
mismo  tiempo,  el  uno  de  una  parte  y  el  otro 
de  otra,  salieron  Capi  y  Ordóñez.  El  indio  era 
de  gallarda  disposición,  muy  bizarro  y  galán  á 
su  modo  lo  posible,  con  una  macana  larga  muy 
aguda  de  filos,  la  cual  jugaba  como  montante, 
y  con  ella  una  valiente  daga.  El  vestido  era  el 
que  le  dio  la  Naturaleza,  madre  común  de 
todos,  sin  otra  cubierta  más  que  una  moropa- 
cha  ó  pañete  con  que  cubría  las  partes  de  la 
honestidad;  los  cabellos  muy  largos  y  muy 
levantados  para  arriba  con  arte,  á  los  cuales 
acompañaban  muy  gallardas,  varias  y  hermo- 
sas plumas,  cayendo  muchas  dellas  sobre  las 
espaldas;  todo  el  cuerpo  teñido  de  amarillo  y 
colorado  y  negro,  en  que  (á  su  parecer)  traía 
cifrada  toda  la  bizarría  y  gala  del  mundo,  loza- 
neándose  con  bizarros  contoneos  y  ademanes 
ostentativos  de  la  braveza  de  su  ánimo.  Ordó- 
ñez Ceballos  salió  con  su  vestido  ordinario,  sin 
galas  ni  armas  otras  que  daga  y  espada.  Es- 
tando en  el  sitio  señalado  por  estacada  y  palen- 
que, acercándose  el  uno  al  otro  con  ánimo  de 
hacer  cada  uno  su  posible,  antes  de  tirarse 
golpe  alguno  dijo  el  indio  Capi  por  medio  de 
su  intérprete: 

Español,  que  con  sólo  este  nombre  te  digo 
la  mayor  alabanza  que  yo  puedo,  yo  soy  el 
azaque  Capi ;  mi  valor  ya  le  habrás  experimen- 
tado; mi  estado  es  de  los  mayores  del  valle  de 
Uraba,  pues  tengo  más  de  doce  mil  vasallos; 
dende  niño  me  crié  en  Tolú  y  Cartagena  entre 
vosotros,  porque  nuestros  padrea,  con  cubierta 
de  sujetos  vuestros,  nos  envían  para  que  cuando 
los  heredemos  sepamos  que  sois  hombres  como 
nosotros  y  ansí  perdamos  el  miedo  que  aun  hoy 

(')  En  el  original:  ¡jrande  extimnoióa 


466 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


ocupa  el  ánimo  de  algunos  indios  por  no  estar 
como  nosotros  desengañados,  y  por  eso  os  están 
sujetos  y  pagan  tributo.  Aunque  no  soy  cris- 
tiano me  ha  parecido  siempre  vuestra  ley  más 
conforme  á  la  razón  que  la  nuestra;  por  esto  te 
pido  con  el  encarecimiento  que  puedo  que  si 
me  vencieres  me  baptices  antes  que  me  des 
la  muerte,  que  aquel  indio  ladino  que  ves  allí 
(señalándole  donde  estaba)  tiene  un  mate  de 
agua,  y  hecho  esto  no  dejes  de  quitarme  la  vida, 
que  en  ello  consiste  la  A'uestra  y  la  sujeción  de 
toda  esta  tierra;  y  ahora  te  defiende  con  tu 
industria  y  fuerzas  posibles  como  valiente  es- 
pañol, porque  si  te  venzo  te  tengo  de  quitar  la 
vida.  íjSto  dijo,  á  lo  ciial  respondió  Ordóñez 
Ceballos: 

Capi,  valeroso  azaque,  mucho  quisiera  y  de- 
seo hacerte  cristiano  antes  que  coraenzái-amos 
la  batalla;  y  quiriendo  alargar  su  arenga,  el  in- 
dio se  le  acercó,  y  comenzando  á  jugar  su  maca- 
na le  cortó  las  razones,  porque  levantándola 
con  increíble  presteza  descargó  sobre  Ordóñez 
nn  valentísimo  golpe,  que  á  no  huirle  con  gran- 
dísima ligereza  en  él  se  determinara  el  comba- 
te; quedando  mal  satisfecho  por  haberle  salido 
incierto,  repitió  otros  dos  muy  abreviados  con 
gran  furia  y  brío,  que  industria  humana  no  le 
pudiera  librar  si  no  fuera  con  ayuda  del  Cielo;  y 
aún  se  le  ha  oído  decir  muchas  veces  que  el  es- 
caparse desta  furia  más  fue  auxilio  divino  que 
destreza  de  hombre,  y  que  lo  atribuye  á  que  an- 
tes de  entrar  en  la  batalla  se  encomendó  muy 
de  veras  á  Dios  y  á  la  Virgen,  y  prometió  un 
gran  sufragio  á  las  ánimas  de  Purgatorio,  y  por 
esta  limosna  y  aquella  intercesión  tuvo  propi- 
cio el  favor  del  Cielo.  Destos  dos  últimos  gol- 
pes, recibió  el  primero  en  la  daga;  quedó  la  una 
guarda  rompida,  y  con  el  último  le  alcanzó  en 
el  hombro  izquierdo.  No  poco  sintió  Ordóñez 
que  fuese  primero  herido,  y  con  este  sentimiento 
honrado,  más  que  del  dolor  de  la  herida  colé- 
rico, le  tiró  con  toda  fuerza  su  daga,  la  cual  le 
acertó  á  herir  en  el  brazo,  y  aunque  la  herida 
que  recibió  Capi  fue  pequeña,  vertía  mucha  san- 
gre, que  le  aumentaba  al  indio  la  cólera.  Ordó- 
ñez no  se  descuidaba,  que  empuñando  valiente- 
mente la  espada  y  con  la  más  diestra  y  alenta- 
da postura  que  pudo  se  fue  acercando  y  le  tiró 
una  estocada,  que  á  no  huilla  Capi,  retirándose 
con  gran  ligereza  para  atrás,  le  saliera  bien  cos- 
tosa, y  de  suerte  saltaba  á  una  y  otra  parte  el 
indio  que  aunque  Ordóñez  acudía  á  todas  par- 
tes, andaba  tan  ligero  y  veloz  con  sus  pies 
como  Ordóñez  con  el  pensamiento.  Deste  modo 
se  apartó  el  indio  de  su  contrario  con  algún 
cuidado  de  la  sangre  que  le  salía  del  brazo,  y 
sacando  de  la  boca  la  contrahierba  mascada,  que 
de  industria  la  traía  para  tal  necesidad,  se  dio 
con  ella  en  la  herida,  y  tiniéndose  por  sano  por 


la  experiencia  que  de  su  medecinal  efecto  teiiía, 
con  gran  presteza  se  volvió  á  encontrar  con  Or-  J 
dóñez,  sacando  sobre  el  brazo  izquierdo  la  ma-  ' 
cana  y  le  tiró  un  revés  valiente,  aunque  le  dio 
espacio  para  huille  el  cuerpo,  y  así  lo  dio  en 
vacío,  con  que  el  indio  quedó  tan  descompuesto 
que  dio  lugar  á  que  con  un  tajo  le  hiriese  Or- 
dóñez en  un  muslo,  aunque  quiriéndole  redo- 
blar otro  ya  se  había  retirado  con  tal  velocidad 
que  parecía  imposible  poderle  alcanzar.  Habién- 
dose apartado  otra  vez  Capi  sacó  su  daga  y  de 
donde  estaba  se  la  tiró  á  Ordóñez  como  él  lo 
había  hecho;  pasóle  por  sobre  el  hombro  con 
tanto  ruido  sin  herirle  y  fue  á  parar  muy  dis- 
tante, donde  quedó  clavada  en  el  suelo.  En 
esta  ocasión  se  reportó  Ordóñez,  refrenando  su 
cólera  y  andando  sobre  sí,  siendo  dueño  de  sus 
acciones,  no  haciendo  acometimientos  que  le 
cansasen,  sino  tratando  de  defenderse  con  algu- 
nos moderados,  tiniendo  por  cierto  que  al  indio 
aquellos  movimientos  y  saltos  le  habían  de  can- 
sar; con  este  ardil  bien  considerado  le  entretuvo 
más  de  dos  horas  sin  recebir  ni  dar  herida,  con 
que  Ordóñez  descansó  y  se  alentó  como  si  no 
hubiera  combatido,  y  el  indio  quedó  muy  cau- 
sado, aunque  lo  disimulaba.  Con  este  nuevo 
aliento  acudió  Ordóñez  á  donde  estaba  clavada 
la  daga  del  indio,  y  tomándola  se  fue  con  ella 
y  su  espada  para  el  indio,  que  se  venía  contra 
él  con  la  macana  de  punta,  la  cual  le  apartó  con 
su  daga  y  le  dio  un  mandoble  en  la  cabeza,  tan 
recio  que  le  adormeció  y  desvanecido  le  obligó 
á  poner  la  una  mano  en  el  suelo,  donde  se  dejó 
parte  de  su  bizarro  plumaje;  recobrándose  como 
pudo  se  apartó  con  gran  presteza  el  indio,  aun- 
que con  pasos  no  xawy  concertados,  antes  con 
turbación  conocida,  en  que  mostró  un  notable 
desconcierto,  y  habiéndose  reparado  y  como 
vuelto  en  sí,  dio  una  voz  descompuesta  recru- 
giendo  los  dientes,  y  con  un  furioso  semblante 
se  vino  para  Ordóñez  diciendo  así:  ¡Oh,  padre 
engañador!  (dijo  esto  porque  le  había  visto  en 
hábito  de  clérigo  cuando  fue  á  los  tayronas, 
como  él  lo  cuenta  en  su  libro  de  el  Viaje  del 
JShindo  y  queda  referido),  y  apretando  la  maca- 
na con  gran  fuerza  que  pudo  con  ambas  manos 
(porque  en  aquel  tiempo  se  había  acercado  á  él 
Ordóñez  por  poderle  repetir  la  estocada),  le  dio 
un  muy  pesado  golpe  sobre  el  hombro  dei'echo, 
de  suerte  que  á  no  cogelle  á  soslayo  fuera  fin 
de  la  batalla;  mas  deslizándose  la  macana  sin 
considerable  efecto,  Ordóñez  cerró  con  él  y  de 
una  estocada  le  pasó  el  brazo  izquierdo  por  el 
molledo;  en  esta  ocasión  quiso,  valiéndose  de  su 
ligereza,  apartarse  para  curarse  con  la  contra- 
hierba, mas  no  le  dio  Ordóñez  lugar,  porque  le 
fue  siguiendo,  como  se  hallaba  más  alentado  con 
el  industrioso  reparo  que  había  tenido,  y  como 
le  fue  en  el  alcance  siempre  le  obligó  á  esperar- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


4fi7 


lo  y  aun  levantando  la  macana  le  tiro  un  golpe 
que  Ordúñez  recibió  en  la  espada  y  se  hizo 
dos  pedazos,  y  tornando  á  alzarla  para  descargar 
otro  golpe,  nuestro  Ordóñez  se  vio  en  grande 
conflito  y  peligro,  porqxxe  no  se  podía  apartar 
de'l,  y  no  halló  otro  remedio  que  tirarle  la  mitad 
de  la  espada  que  le  había  quedado  con  la  guarni- 
ción, con  la  cual  le  alcanzó  en  los  pechos  y  le 
dio  tan  recio  golpe  que  descompuso  mucho  al 
indio  Capi.  Cerró  entonces  Ordóñez  con  él,  no 
con  otras  armas  que  la  daga  del  indio  que  ha- 
bía arrancado  del  suelo,  y  tirándole  con  ella 
una  puñalada  la  quiso  reparar  con  la  mano  iz- 
quierda y  se  la  pasó.  Entonces  Capi  asió  con 
la  derecha  á  Ordóñez  tan  recio  que  le  sacó  la 
daga  de  la  mano,  y  viéndose  sin  armas  se  apar- 
tó, y  quiriendo  tomar  su  daga  que  estaba  en  el 
suelo  la  dejó  porque  vio  al  indio  que  iba  sobre 
él,  y  tuvo  con  verle  apartar  lugar  para  cogerla 
antes  y  dejar  á  nuestro  Ordóñez  sin  armas. 
Viéndose  sin  ellas,  imaginando  por  suya  la  vi- 
tona,  le  dijo:  Ahora,  español,  no  te  puedes  esca- 
par de  ser  mi  vencido.  Mas  Ordóñez,  que  no 
holgaba,  halló  á  mano  una  muy  buena  piedra  ó 
guijarro  deslavado,  la  cual  le  tiró  con  la  fuerza 
que  pudo  y  la  reparó  el  Capi  con  las  dos  dagas, 
tirándole  á  Ordóñez  la  de  la  mano  derecha,  y  sin 
herirle  fue  á  parar  muy  distante.  Alzó  la  pie- 
dra el  indio,  y  volviósela  á  tirar  á  su  contrario 
recia  como  bala  despedida  de  un  cañón  y  le  dio 
en  un  lado  á  Ordóñez  y  casi  le  quitó  el  resue- 
llo; pasó  la  daga  del  español  á  la  mano  derecha, 
y  en  dos  saltos  estuvo  con  él,  y  se  asieron  jun- 
tos y  vinieron  á  las  manos,  y  tuvo  suerte  que  Or- 
dóiiez  cogió  al  indio  con  sus  dos  manos  el  bra- 
zo derecho  y  se  lo  torció,  de  suerte  que  no  pudo 
ser  dueño  de  la  daga  y  se  le  cayó,  quedando  asi- 
dos sin  armas  ambos.  Juntó  Capi  su  rostro  al 
de  Ordóñez,  luchando,  y  Ordóñez  le  dio  un 
muy  valiente  bocado  en  el,  y  porque  no  le  die- 
se el  indio  otro,  reparó  con  la  mano  izquierda. 
Comenzóse  nueva  batalla  de  lucha  á  brazo  par- 
tido, procurando  cada  uno  mostrar  sus  fuerzas, 
anudándose  con  los  brazos,  forcejando  pecho  á 
pecho  con  traspiés  y  zancadillas,  solicitando 
cada  uno  la  vitoria  y  valiéndose  cada  uno  de 
cuanto  podía.  Ordóñez  le  agarró  al  Capi  de  sus 
vergonzosas  partes,  tirándole  dellas  con  su  po- 
sible fuerza:  le  causó  gravísimo  dolor  y  senti- 
miento, de  suerte  que  comenzó  á  dar  voces  con 
su  lengua,  y  constó  que  en  ellas  se  daba  por 
vencido  y  pedía  el  frasco  ó  mate  de  agua  para 
que  le  baptizase,  confesando  ser  el  poderoso  y 
verdadero  el  Dios  de  los  cristianos,  y  sus  ídolos 
burlería.  Salíale  mucha  sangre  de  las  heridas 
antes  recebidas,  íbase  enHaqueciendo  y  desma- 
yando; llegó  el  indio  ladino  con  el  agua  y  de- 
claró lo  que  decía  y  pedía  Capi.  Ordóñez  le  es- 
taba diciendo:  Ríndete  ó  te  mataré,  y  él  respon- 


dió: Yo  me  rindo.  Déjame,  no  me  mates  hasta 
haberme  hecho  cristiano,  porque  Dios  me  ins- 
pira con  nuevos  favores  y  auxilios;  lo  que  me 
importa  es  serlo  para  vivir  en  la  gloria,  que  con- 
fieso ser  vuestra  religión  católica  la  verdadera  y 
sin  mezcla  de  engaño  ni  falsedad.  Bautízame, 
bautízame.  En  esta  ocasión  llegaron  los  dos 
Generales,  el  español  y  el  indio,  y  el  Barbudo. 
Mas  Capi,  desmayado,  se  cayó  sobre  las  rodillas 
de  Ordóñez,  y  pidiendo  el  bautismo  muchas  ve- 
ces, Ordóñez  tomó  el  agua  y  preguntándole  si 
quería  ser  cristiano,  y  Capi  respondió  que  sí,  le 
bautizó  con  la  forma  esencial  deste  Sacramento 
en  el  nombre  del  Padre  y  del  Hijo  y  del  Espí- 
ritu Santo,  y  púsole  por  nombre  Pedro,  que  es 
el  suyo,  y  aunque  le  había  pedido  que  le  matase, 
viéndole  ya  cristiano,  no  le  quiso  obedecer,  sino 
dejalle  que  viviese  en  nuestra  ley  lo  que  le  res- 
tase de  vida,  en  lo  cual  los  Generales  españoles 
conformaron  y  lo  agradecieron  los  zaques  indios 
y  el  mohán  Barbudo,  que  ya  tenían  advertido 
cómo  se  había  de  hacer,  cómo  se  cuenta  en  el 
libro  del  Viaje  del  Mundo  en  los  sucesos  de 
Uraba.  Ambos  los  curaron  con  la  contrahierba; 
los  indios  soltaron  libres  los  rehenes  españoles, 
y  los  nuestros  no  dieron  libertad  á  los  seis  caci- 
ques, antes  prendieron  al  mohán  mozo,  y  des- 
pués de  algunos  días  vino  el  Barbudo  y  le 
prendieron,  porque  fue  traza  que  él  dio,  y  con 
esto  se  sujetaron  todos  y  se  dieron  por  vasallos 
del  Rey  de  España;  y  desta  batalla  y  victoria 
resultaron  muchas  cosas  notables  en  servicio  de 
Dios  y  del  Rey;  pobláronse  las  dos  ciudades  de 
la  Concepción  y  Santiago,  y  todas  las  demás 
cosas  que  en  el  Viaje  se  cuentan;  sólo  este  de- 
safío no  quise  se  quedara  en  silencio,  por  ser 
tan  notable  y  tan  grande  de  importancia,  prin- 
cipio de  tanto  bien  y  hazaña  tan  honrosa,  no 
sólo  para  nuestro  Ordóñez,  mas  para  su  Rey 

y  ley- 

Esta  es  una  de  las  muchas  y  notables  haza- 
ñas de  nuestro  soldado  valeroso  y  buen  cristia- 
no, que  siempre  se  precia  más  desto  que  de  va- 
liente, aunque  lo  fue  con  tanta  excelencia; 
su  modestia  fiel  jamás  atribuyó  ningún  venci- 
miento suyo  ni  felice  suceso  á  su  valentía  y 
fuerzas  humanas,  como  los  fanfarrones  vanos 
que  el  mundo  tiene;  por  esta  humildad  cristia- 
na, aunque  fuesen  los  sucesos  muy  naturales  y 
ordinarios  contingentes,  los  atribuía  casi  á  mi- 
lagro, dando  las  gracias  de  cualquiera  buena  an- 
danza (como  verdadero  católico)  á  Dios  y  á 
la  intercesión  de  la  Virgen  santísima  María,  se- 
ñora nuestra,  de  quien  fue  singularmente  de- 
voto, y  á  la  limosna  que  hacía  por  las  ánimas 
de  Purgatorio,  que  en  rezar  por  ellas  y  hacer- 
les decir  misas  y  otros  sufragios  mientras  se- 
glar tuvo  particular  cuidado,  y  después  que  es 
sacerdote  en  sus  sacrificios  y  oficios  de  difuntos 


468 


autobiografías  y  memorias 


que  con  particular  afecto  por  ellas  dice.  Cómo 
llegase  á  este  estado,  bien  lo  cuenta  en  su  his- 
toria, la  cual  considerada  y  cotejada,  y  compa- 
rada con  la  de  muy  insignes  y  muy  famosos 
varones  que  el  mundo  celebra,  no  hallo  uno  que 
se  le  haya  aventajado,  ni  digno  de  más  famoso 
y  heroico  nombre.  Si  traemos  en  coteja  los  Pi- 
tágoras,  Platones,  Apolonios  y  otros  que  la 
antigüedad  celebra,  porque  sólo  por  saber  die- 
ron vuelta  al  mundo,  sin  dejar  los  magos  de 
los  persas,  sabios  de  Egipto,  Misa  del  Sol,  ni 
otras  regiones  y  partes,  porque  no  convienen 
en  positivo,  no  admiten  comparación;  porque 
aquéllos  sólo  por  un  poco  ó  más  de  ciencia  hu- 
mana anduvieron  así  envanecidos,  mas  nuestro 
Ordóñez,  cuando  su  viaje  no  hubiera  sido  otro 
que  el  que  hizo  á  la  Tierra  Santa,  que  con  tal 
afecto  y  piadosa  devoción  visitó,  se  deja  los  de 
otros  muchos  muy  atrás,  porque  estos  pasos 
han  de  ser  de  tanta  ventaja  que  han  de  tener 
su  fin  en  la  patria  eterna  de  la  bienaventuranza, 
descanso  verdadero  y  premio  de  las  peregrina- 
ciones y  caminos  deste  destierro  y  valle  de  lá- 
grimas. Ya  me  dirá  alguno  (tomándolo  de  los 
poetas  griegos  y  latinos)  los  discursos  y  viajes 
de  Ulises  y  Eneas,  que  del  uno  canta  Homero  y 
del  otro  Marón;  mas  aunque  no  lo  considere 
con  ojos  cristianos,  ni  aquéllos  como  mentiras 
y  fie-iones  poéticas,  sino  éstos  y  aquéllos  como 
historia  humana  verdadera,  hallará  que  estas 
verdades  exceden  á  aquellas  mentiras,  y  que 
tienen  más  que  admirar  y  que  estimar  muchas 
veces.  Mas  dejando  antigüedades  y  fábulas  tan 
atrás  en  la  verdad  en  los  sucesos,  que  las  unas 
por  muy  distantes  hacen  sospechoso  el  crédito 
y  las  otras  con  su  nombre  excluyen  el  que  se 
les  había  de  dar,  vengamos  á  la  comparación  de 
los  verdaderos  y  que  han  descubierto  y  andado 
estas  regiones  y  partes.  Se  hallará  que  ninguno 
vio,  ni  anduvo  tanto,  ni  con  tan  gran  provecho 
de  la  conversión  de  las  almas  á  nuestra  fe  ca- 
tólica. No  quiero  negar,  ni  es  justo,  la  mayor 
gloria  que  se  debe  á  los  primeros  descubridores 
y  que  trasplantaron  la  fe  católica  primero  en 
una  y  otra  parte  de  la  América,  como  fueron  el 
valeroso  Fernando  Cortés  y  el  grandioso  Albur- 
querque;  mas  hasta  en  la  gloria  destos  heroicos 
varones  tiene  muy  buena  parte  OrJoñez,  sin  la 
que  á  él  sólo  se  le  debe.  Y  para  que  esto  más 
bien  conste,  hagamos  discurso  por  aquellos  de 
quienes  tenemos  verdadera  noticia,  y  sea  el  pri- 
mero aquel  famoso  y  felicemente  atrevido  Ma- 
gallanes (de  quien  nunca  el  vencido  Estrecho 
tomó  nombre  por  serlo  del) ;  fue  muy  gran  des- 
cubridor de  tierras  no  conocidas;  habiendo  sali- 
do de  España  fue  atravesando  por  regiones  ex- 
trañas, mares  inavegables,  tierras  monstruo- 
sas, hasta  entrar  por  su  estrecho  al  mar  del  Sur, 
tocando  en  el  Pirú,  Nueva  España,  Isla  de  La- 


drones, Filipinas,  China,  Malucas,  donde  acaba- 
ron sus  navegaciones  viaje  y  vida,  porque  allí 
le  dieron  muerte;  con  todo,  del  no  se  dice  que 
anduvo  más  que  la  quinta  parte  del  mundo,  y 
de  nuestro  Ordóñez  el  título  de  su  historia  afir- 
mar haber  dado  vuelta  á  todo  el  universo.  No 
se  le  niegue  á  Colón  el  famoso  nombre  que  se 
le  debe  por  el  descubrimiento  de  la  India  espa- 
ñola, mas  él  mesmo  confesara  que  su  viaje  fue 
muy  pequeña  parte  comparado  con  el  de  nues- 
tro Ordóñez.  Verdad  es  que  aquel  dragón  ali- 
mentado en  el  veneno  de  Lutero  y  Calvino, 
Francisco  Draque,  trasegó  muchos  mares,  tocó 
muchas  .islas;  mas  fue  como  ladrón  hereje,  co- 
sario, enemigo  de  Dios  [y]  de  su  santa  ley;  mas 
¿quién  será  tan  impío  que  le  compare  á  Ordóñez, 
tan  piadoso  y  celoso  de  acrecentar  la  santa  fe 
católica  y  sembrar  la  semilla  evangélica  por 
todo  el  mundo?  El  capitán  Tomás  Candi  entró 
por  el  Estrecho  y  acabó  su  vida  en  el  Pirú,  ven- 
cido de  los  españoles;  al  nuestro  le  alargó  Dios 
la  vida  sacándole  del  Estrecho  y  trayéndole  á 
Buenos  Aires  y  á  Trinidad,  y  atravesó  por  tierra 
Tucumán,  más  que  dos  estrechos,  y  pasó  hasta 
Quijos,  no  á  robar  católicos,  sino  á  traer  bárba- 
ros á  nuestra  fe  católica.  El  capitán  Sarmiento 
salió  en  seguimiento  del  Draque  (y  es  sólo  el 
que  ha  salido  hacia  acá,  y  los  tres  dichos  los  que 
le  han  pasado,  y  Jorge  Espeluergue  y  Oliver 
Vandenorte);  mas  el  viaje  y  sucesos  de  nuestro 
Ordóñez  es  seis  veces  mayor  y  más  notables. 
Mucho  descubrió  de  tierra  incógnita  el  capitán 
Quirós,  pues  fue  distancia  de  más  de  ochocien- 
tas leguas;  mas  las  de  nuestro  soldado  fueron 
más  de  treinta  mil,  y  muchas  dellas  ignoradas  y 
con  prodigiosas  aventuras.  La  JNueva  Guinea 
y  otras  muchas  islas  descubrió  y  dio  á  conocer 
el  capitán  Avendaño;  mas  comparado  al  pre- 
sente ,  ¿quién  hay  que  no  A'ea  va  muy  adelante 
en  sus  acaecimientos  y  fortunas  de  toda  condi- 
ción? Don  Vasco  de  Gama,  aventajado  capitán, 
descubridor  de  la  India  Oriental,  muy  gran- 
de gloria  merece,  mas  léase  su  historia  y  la  del 
nuestro,  y  se  conocerá  el  exceso  que  hace  ésta 
á  aquella.  Francisco  González  (sic)  y  su  her- 
mano Hernando  Pizarro  aumentaron  la  corona 
de  España  en  gran  manera  con  las  muchas  re- 
giones y  provincias  que  descubrieron ,  haciendo 
sujetas  muchas  naciones  bárbaras  á  su  monar- 
quía: nuestro  Ceballos  aumentó  la  Iglesia,  tra- 
yendo á  ella  convertidos  innumerables  gentiles, 
sabios  sacerdotes  y  muy  poderosos.  Del  grande 
Alburquerque  la  fama,  verdadera  historia,  ¿quién 
la  ignora?  Dignas  son  sus  hazañas  de  gloriosas 
alabanzas,  fama  perdurable  y  admirable  nom- 
bre; mas  no  sé  que  se  quedo  atrás  nuestro  anda- 
luz Ceballos,  pues  si  él  con  el  valor  de  su  espada 
rindió  tantos  potentados  en  el  Oriente  y  India 
que  decimos  de  Portugal,  el  nuestro  con  la  pa- 


PEDRO  ORDOXEZ  DE  CEBALLOS 


469 


labra  evangélica,  que  también  es  espada  de  dos 
filos,  sujetó  á  la  nuestra  á  los  indómitos  corazo- 
nes; pues  en  el  reino  [de]  Champaa  delante  su 
gran  Bonzo,  que  es  como  Pontífice,  y  Virreyes 
de  su  templo,  echó  del  altar  un  ídolo,  que  fue 
un  caso  tan  notable  y  fortaleza  cristiana,  y 
Dios  lo  premió,  pues  se  convirtieron  aquellos 
Virreyes  y  capitanes,  y  si  lo  permitiera  allí  lo 
hicieran  pedazos,  como  á  voces  lo  pedía  su  Pon- 
tífice mesmo. 

Y  en  el  reino  de  Cochinchina,  estando  preso 
y  condenado  á  muerte  por  haber  baptizado  á  la 
reina  María,  como  largamente  verás  en  el  libro 
del  Viaje  del  Mundo,  allí  baptizaba  á  muchos, 
y  diciéndole  los  españoles  que  le  matarían  y  con 
él  á  todos  ellos,  respondió  como  verdadero 
sacerdote  cristiano  que  no  les  diese  cuidado, 
que  no  era  él  tal  que  Dios  le  hiciese  aquella 
merced  como  era  morir  por  nuestra  santa  fe 
católica.  Pues  el  valeroso  y  muy  grande  cris- 
tiano Hernando  Cortés,  varón  prodigioso,  por- 
tentosas hazañas  dejó  que  celebrase  la  fama, 
que  admirasen  los  amigos  y  los  enemigos  invi- 
diasen,  y  deste  maestro  y  su  escuela  fue  ense- 
ñado y  criado  tal  dicípulo,  tal  soldado  como 
nuestro  Licenciado  Don  Pedro  Ordóñez  Ceba- 
llos.  Este  que  parece  que,  no  hallando  á  quien 
aventajarse,  procuró  vencerse  á  sí  mesmo  en 
muchas  ocasiones:  á  sí  mesmo  se  venció,  de- 
jando á  Sevilla,  segunda  patria,  por  excusar 
pesadumbre  en  casa  ajena,  en  la  de  su  tío,  y 
librar  de  cuidados  su  persona;  á  sí  mesmo  se 
venció  en  la  vitoria  que  venció  de  aquel  Bajá 
ó  Capitán  moro,  dándole  libertad  con  tanta 
liberalidad;  vencióse  á  sí  mesmo  en  los  desafíos 
de  Lisboa  y  más  en  los  agravios  del  Goberna- 
dor en  Indias,  y  muchísimo  en  el  sufrimiento 
que  tuvo  con  los  ingratos  á  quien  habiéndoles 
dado  libertad  le  estropearon  por  tantas  mane- 
ras; grandes  Vitorias  son  éstas;  mas  la  haza- 
ña más  gloriosa,  el  valor  que  nunca  se  aca- 
bará de  alabar  como  merece,  la  vitoria  que  no 
La  de  tener  comparación,  es  la  conversión 
dichosa  de  aquella  Reina  ya  llamada  en  nombre 
cristiano  María.  Pondera,  lector,  este  caso,  que 
no  podrás  dalle  el  peso  que  su  gravedad  y  cali- 
dad pide.  Este  es  el  principio  de  mi  atrevi- 
miento á  desear  el  conocimiento,  comunicación 
y  amistad  (dichoso  yo,  que  tal  puedo  decir) 
deste  prodigioso  varón.  Porque  si  á  conocer  á 
Tito  Livio  iban  de  España,  ¿con  cuánta  más 
razón  tiniéndole  en  ella,  á  quien  íuillares  de 
Livios  y  otros  notables  del  mundo  excede,  se 
debe  desear  su  comunicación  y  familiar  corres- 
pondencia por  muchas  causas  dignas  de  ser 
apetecidas,  estimadas  y  honradas?  Volviendo, 
pues,  á  las  circunstancias  de  la  conversión  de 
aquella  Reina,  no  e.**  razón  se  pasen  sin  particu- 
lar consideración  para  que  se  conozca  que  no 


hay  ponderación  con  exceso.  Alaben  muy  en 
hora  buena  los  historiadores  gentiles  á  Cipión 
y  Alejandro  de  la  continencia  que  usaron  con 
sus  hermosas  cautivas,  que  no  entra  en  docena 
ni  en  millares  con  la  de  nuestro  español  anda- 
luz, nacido  en  la  nmy  noble  y  muy  leal  ciudad 
de  Jaén.  Porque  aquéllos  no  fueron  persuadi- 
dos dellas,  ni  les  eran  superiores  para  tentallos 
por  amenazas,  que  sin  estas  circunstancias  se 
alaba  su  continencia.  San  Jerónimo,  ponde- 
rando la  fuerza  de  la  ocasión  que  á  solas  juntó 
un  hombre  con  una  mujer,  dice  ser  tanta  que 
deslutró  la  bondad  de  David,  [se]  burló  de  las 
fuerzas  de  Sansón  y  hizo  idolatrar  al  sabio 
Salomón.  De  aquí  se  colegirá  la  grandeza  del 
ánimo  del  que  dellas  triunfare,  y  por  eso  no 
acaban  de  alabar  los  escritores  sagrados  á 
Joseph,  y  con  mucha  razón,  que  ni  por  los  hala- 
gos, caricias  y  regalos  de  su  ama  faltó  á  sus 
obligaciones  de  fiel  á  Dios  y  á  su  amo,  ni  las 
amenazas  le  acobardaron  á  rendirse.  Por  esto 
el  tizón  de  Tomás  Angélico,  doctor  de  Aquino, 
ha  dado  tanta  luz,  porque  con  él  venció  á  un 
tan  poderoso  enemigo  como  es  la  mujer  her- 
mosa y  halagüeña.  Con  éstas  casi  se  parece  en 
algo  la  hazaña  de  nuestro  soldado,  tan  valeroso 
que  ni  la  hermosura,  amor,  regalo  y  las  demás 
circunstancias  que  la  historia  escribe  de  una 
reina  moza,  sola  y  aficionada,  pudieron  hacerle 
de&decir  de  la  rectitud  constante  y  verdadera 
fe  que  á  su  Dios  y  estado  debía.  Ni  las  amena- 
zas de  la  mesma  le  acobardaron,  ni  la  grandeza 
del  reino  que  le  ofrecía  le  hizo  mudar  de  pare- 
cer, sino  que  estando  constante  en  las  obliga- 
ciones católicas  y  en  las  particulares  de  su 
estado  de  sacerdote,  perseveró  en  su  continen- 
cia ayudado  del  favor  divino.  Dice  el  Espíritu 
Santo  que  es  mejor  la  maldad  del  varón  que  la 
mujer  cuando  hace  bien.  A  muchos  ha  hecho 
dificultad  esta  sentencia  y  muchos  me  la  han 
preguntado,  y  aunque  pudiera  responder  no 
quise  sino  ver  expositores;  habiéndolos  visto 
me  alegré,  que  me  confirmaron  mi  pensamiento, 
que  fue  dar  un  caso  como  el  presente  para  su 
interpretación.  Pregúntenle  á  nuestro  Ordóñez 
(pues  vive  y  viva  muchos  años)  si  en  todas  las 
aventuras,  trances  y  acaecimientos  en  que  se 
vido  con  amigos  falsos  y  enemigos  verdaderos 
se  vio  tan  á  peligro  de  hacer  naufragio  de  su 
salvación  como  en  el  combate  desta  reina,  que 
yo  sé  que  dirá  que  las  maldades  de  los  fingidos 
amigos  y  las  crueldades  de  los  enemigos  decla- 
rados no  tenían  que  ver  con  la  centena  parte 
del  peligro  deste  trance.  Y  para  que  se  vea 
cuan  cierta  es  la  sentencia,  uuu-ho  más  peli- 
grosa es  la  mujer  al  alma  cuando  hace  bien 
que  cuando  ella  misma  hace  mal.  No  habiendo 
.losef  por  las  caricias  de  su  ama  rendídose, 
seguro   estaba  de  temer  las  amenazas,   y   lo 


470 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Tuesmo  nuestro  soldado  sacerdote.  ¡Oh  hazaña 
divina!  ¡oh  glorioso  trance!  ¡oh  celestial  trofeo 
y  premio  digno  de  toda  celebridad  que  galar- 
donase Dios  Nuestro  Señor  tal  constancia  con 
que  ella  rendida  y  vencida  de  la  verdad  de 
nuestra  santa  fe  se  hiciese  católica  con  todas 
sus  damas,  y  no  sólo  católica  mas  religiosa,  y 
renunciase  su  reino,  y  á  su  imitación  tantos 
de  su  reino  y  tantos  del  de  su  hermano  se  bap- 
tizasen! Y  no  quiero  pasar  en  silencio  el  dicho 
de  esta  católica  reina,  pues  es  digno  de  que 
esté  escrito  en  muchos  libros;  fue  cuando  le 
dijo  á  Ordóñez  que  para  su  destierro  le  habían 
de  prender,  y  como  se  demudase  le  dijo:  Acuér- 
date cuando  te  prometía  reino  y  mujer  y  decías 
que  no  lo  estimarías  por  no  perder  el  celestial, 
y  yo  lo  dejé  por  tu  consejo,  y  si  ahora  me  lo 
volvieran  con  todos  los  del  mundo  y  á  ti  que 
yo  estimaba  tanto,  no  lo  acetara,  que  precio 
más  ser  cristiana  y  monja  que  todo  el  mundo. 
Fortaleza  de  nuestra  santa  fe  y  digna  de  pon- 
deración y  de  saberse.  Nota,  amigo  lector,  que 
parece  hay  tentaciones  que  las  hace  uno  de  los 
tres  enemigos:  á  los  vanos  tienta  y  vence  el 
mundo;  á  los  flacos,  la  carne;  á  los  astutos,  el 
demonio ;  mas  aquí  todos  tres  enemigos  se 
juntaron  y  todos  quedaron  vencidos:  el  mundo 
le  promete  reinos,  mandos  y  señoríos  de  supe- 
rioridad y  excelencia;  la  carne,  mujer  moza,  her- 
mosa y  reina,  con  millares  de  regalos;  el  demo- 
nio atiza  todo  esto  con  las  ocasiones  blandas 
y  luego  se  vale  de  las  amenazas,  mas  todo  nues- 
tro Ordóñez  lo  atropella  por  Dios,  ayudado  de 
su  divino  favor.  ¡  Alaben  os  los  ángeles.  Dios 
mío,  que  no  somos  bastante  los  hombres  por  lo 
incomprehensible  de  vuestros  juicios  y  porque 
no  se  pueden  apear  vuestros  caminos!  El  de 
Ordóñez  tuvo  tan  gran  empleo  y  premio,  y  mu- 
chas veces  me  lastimo  de  que  no  haya  dado 
lugar  el  cielo  á  que  volviese  por  allá,  antes  per- 
mitiese que  aquellos  falsos  navegantes  lo  orde- 
nasen de  suerte  que  se  le  impidió  el  volver. 
Dios  sabe  por  qué  convenía  así.  Mas  ¡bendita 
sea  su  omnipotencia  que  todavía  se  conserva 
&ine\  plantel  de  católicos,  aunque  suspirando 
por  su  hortelano  primero!  ¡Deles  Dios  apósto- 
les divinos  que  los  rieguen,  para  que  la  fe  cató- 
lica vaya  en  el  acrecentamiento  deseado! 

Paréceme,  letor  amigo,  que  si  no  sabes  de  la 
vida  y  estado  de  nuestro  sacerdote  soldado, 
estarás  con  muy  gran  deseo  de  saber  qué  ha 
hecho  Dios  del,  y  por  satisfacerte  no  quiero 
excusar  el  decírtelo.  Vino  de  Indias  á  su  patria, 
donde  habiendo  estado  algunos  años  escribien- 
do los  libros  del  Viaje  del  Mundo  y  Triunfos  de 
la  Santífu'ma  Cruz  y  Relaciones  {})  de  los  rei- 

(')  Ea  el  original:  Religiones.  La  Hi^ttoria  de  Jaén 
es  uno  de  los  libros  más  mendosos  que  he  visto. 


nos  del  Oriente,  y  dado  principio  á  éste,  se  fue 
á  Madrid  á  sacar  licencia  para  imprimillos  y  á 
presentar  sus  servicios,  con  ánimo  de  volver  á 
aquellos  reinos  con  algún  título  para  tener  oca- 
sión de  acercarse  á  Cochinchina,  que  era  lo  que 
le  tiraba,  por  haber  engendrado  en  Cristo  y  en 
el  Divino  Espíritu  Santo  hijos.  Diéronle  como 
en  principio  de  premio  un  canonicato  en  la 
santa  iglesia  de  Astorga;  no  lo  quisiera  rece-  il 
bir,  por  no  dirigirse  á  lo  que  sus  pensamientos,  \ 
que  era  volver  á  Indias  con  el  fin  dicho.  En 
estos  tiempos  vino  á  la  corte  de  España  Don 
Fray  Juan  de  la  Piedad,  Obispo  de  la  China, 
Macao  y  demás  reinos  de  gentiles  sus  circunve- 
cinos, el  cual  traía  muy  en  la  memoria  la  perso- 
na del  licenciado  Ordóñez,  clérigo  presbítero,  y 
muy  gran  noticia  del  suceso  de  la  conversión 
de  la  Reina  [de]  Cochinchina  y  Champaa,  por 
cartas  del  Gran  Tuquihan,  su  hermano,  y  de  la 
Reina,  los  cuales  le  escribieron  enviándole  rogar 
que  enviasen  sacerdotes  y  predicadores  para 
aquellos  reinos,  que  había  muchos  católicos  y 
muchos  deseosos  de  serlo.  Pues  sucedió  que 
como  todos  negociaban  en  el  Consejo  de  Indias, 
y  de  aquellas  tan  remotas  partes  había  pocos 
que  tratasen,  se  encontraron  un  día  el  Obispo  y 
el  licenciado  Ceballos,  y  por  las  conversaciones 
que  se  ofrecieron  le  conoció  el  obispo  y  recibió 
muy  gran  contento.  Comunicáronse  los  dos 
muy  familiarmente,  y  como  aquél,  que  sabía 
cuan  importante  sería  en  aquellas  regiones  la 
persona  del  licenciado  Ceballos,  dio  memorial  á 
Su  Majestad,  en  que  refería  la  historia  verda- 
dera de  la  fundación  de  la  fe  en  aquellos  rei- 
nos por  nuestro  licenciado  Don  Pedro  Ordóñez 
Ceballos,  y  que  atento  pedían  predicadores,  con- 
venía fuese  por  superior  eclesiástico  dellos  el 
dicho  licenciado,  con  autoridad  de  Juez  superior 
eclesiástico,  pues  era  aquella  parte  de  [la]  Igle- 
sia suya,  y  otras  partes  que  informó  y  dijo.  Y 
dando  principio,  usando  de  su  autoridad,  el 
Obispo  dende  luego  le  nombró  por  su  Provisor, 
Juez  y  Vicario  general  en  todos  aquellos  reinos, 
y  le  dio  sus  veces  muy  cumplidas,  como  consta 
del  título  original,  que,  como  Notario  apostólico 
rescrito  en  el  Archivo  de  la  Curia  Romana  y  de 
la  Inquisición,  doy  fe  que  he  visto  con  la  copia 
del  memorial  y  le  tengo  en  mi  poder.  Con  este 
nombramiento,  muy  alegre,  por  ver  que  se  abría 
camino  para  efetuar  sus  deseos,  concertaba  su 
viaje.  En  esta  ocasión  permitió  Dios  enfermase, 
y  tratando  de  su  salud  ordenó  venir  á  su  patria, 
Jaén  (como  diremos  en  el  capítulo  siguiente), 
adonde  trataba  de  curarse,  con  deseo  y  ánimo 
de  proseguir  su  intento  en  tiniendo  fuerzas 
para  ello.  Su  Majestad,  ó  los  de  su  Consejo, 
topando  con  sus  servicios  en  sus  papeles,  le 
enviaron  el  nombramiento  de  Chantre,  digni- 
'  dad  en  la  santa  iglesia  de  la  ciudad  de  Gua- 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


471 


manga,  en  el  Pirú.  Hanle  afligido  sus  enferme- 
dades de  suerte  que  se  le  han  pasado  más  de 
diez  años  sin  levantarse  de  la  cama,  y  así  no 
ha  ido  á  gozar  de  la  Chantría  ni  (lo  que  más 
deseaba)  ha  podido  ir  á  Cochinchina  con  el 
oficio  de  Vicario  general  á  gobernar  aquellos 
fieles,  tan  suyos  por  tantas  razones.  En  este 
estado  y  desta  suerte  vive  hoy,  y  por  ser  sus 
indisposiciones  tan  graves  no  pudo  proseguir 
esta  historia  y  me  ha  honrado  dándome  cui- 
dado della.  ¡Ruega  á  Dios,  letor.á  él  le  dé  salud 
cumplida,  enteras  fuerzas  y  larga  vida,  para  que 
lo  uno  y  lo  otro  lo  emplee  tan  en  servicio  de 
Dios,  y  á  mí  me  dé  gracia  para  que  pueda  suplir 
en  esta  historia  alguna  parte  de  la  mucha  falta 
que  su  pluma  hará,  y  para  que  acierte  (')  á  ser- 
vir más  á  su  majestad  divina  en  todas  mis 
acciones,  y  sirviéndole  en  esta  vida  para  gozarle 
en  la  eterna! 

CAPÍTULO  XXXVIII 

De  los  santuarios  de  la  ciudad  de  Jaén,  y  en 
particular  de  la  virgen  del  Bicen  Suceso. 

Estando  en  Madrid  el  licenciado  Don  Pedro 
Ordoñez  Ceballós,  presbítero,  natural  desta  ciu- 
dad de  Jaén  y  primer  autor  desta  obra.  Chantre 
de  la  ciudad  de  Guamanga,  en  el  Pirú,  Canó- 
nigo de  la  santa  iglesia  de  Astorga,  Provisor, 
Juez  y  Vicario  general  de  los  reinos  de  Cochin- 
china, Champaa,  Cicir  y  los  Laos  y  sus  circun- 
vecinos, fue  al  Escurial  el  mes  de  agosto  del 
año  de  IBl-t,  á  que  Su  Majestad  le  hiciese  mer- 
ced por  los  grandes  y  honrados  servicios  que 
había  hecho,  y  con  el  gran  calor  que  hacía  se  [le] 
llenó  todo  el  cuerpo  de  fuego  y  llagas  que  le 
afligieron,  sin  hallar  cura  hasta  el  mes  de  enero 
siguiente  de  1615.  Considerando  que  los  reme- 
dios humanos  (aunque  usó  de  muchos)  le  sa- 
lían en  vano,  uu  día,  como  pudo,  fue  con  gran- 
dísima devoción  á  la  iglesia  de  la  Virgen  del 
Buen  Suceso,  y  poniéndose  de  rodillas  ante  esta 
sagrada  imagen,  que  está  en  el  Hospital  Real, 
prometió  con  grandes  ansias  y  afecto  muy  pia- 
doso, si  le  alcanzaba  salud  mediante  su  pode- 
rosa intercesión,  haría  otra  imagen  como  la 
suya  y  con  su  nombre  la  llevaría  á  su  tierra,  y 
vistiéndola  á  su  costa  le  haría  altar  y  retablo 
en  el  Hospital  de  la  Misericordia,  en  testimo- 
nio y  memoria  de  las  que  Dios  usaba  con  él 
mediante  su  intercesión  divina.  Con  tal  me- 
dianera tuvo  presto  la  salud  que  deseaba;  de 
suerte  que  se  conoc'ó  ser  milagrosa  la  cura,  y 
él  cumplió  lo  prometido  con  gran  puntualidad 
y  hizo  labrar  la  dicha  imagen  y  vestir  y  com- 

(')  En  el  original:  acertemos. 


poner,  tocándola  á  la  milagrosa,  y  la  trujo  á  la 
ciudad  de  Jaén,  y  levantó  altar  y  labró  retablo 
en  el  Hospital  de  la  Misericordia,  donde  por  la 
de  Dios  obra  grandes  maravillas  con  los  que  se 
le  encomiendan.  Y  aunque  sean  de  las  más  pe- 
queñas diré  algunas.  La  una  es  que  la  halló 
hecha  tan  parecida  á  la   del   Hospital  de    la 
corte,  que  dijeran  era  la  misma,  y  diola  á  ves- 
tir á  una  devota  beita  que  acudía  á  esto  en 
la  corte;  aderezóla  ricamente  con  vestido  de 
tela  y  todo  buen  adorno;  faltáronle  seis  reales. 
Dijo  que  en  llegando  á  su  posada  se  los  envia- 
ría, y  que  daba  por  fiadora  de  su  palabra  á  la 
misma  Virgen.  Yendo  á  su  posada,  antes  de  en- 
trar en  ella,  llegó  un  forastero  y  le  dijo:  Vues- 
tra merced  parece  sacerdote,  ¿quiere  servirse  de 
decirme  tres  misas  en  el  altar  de  la  A^'irgen  del 
Buen   Suceso?  ve  aquí  la  limosna,  y  diole  seis 
reales,  afinería  es  para  lo  que  Dios  hace,  y  ca- 
sual parece,  mas  mucho  tiene  que  reparar  que 
fuesen  los  mismos  seis  reales  que  le  faltaban, 
y  las  misas  á  la  Virgen  del   Buen   Suceso,  y 
que  habiendo  estado  años  en  aquella  corte,  ni 
se  le  había  encomendado  misa  ni  la  había  di- 
cho por  limosna.  La  hoja  del  árbol  no  se  mueve 
sin  la  voluntad  de  Dios,  y  en  cosas  pequeñas 
obra  grandes  maravillas.  ¡Sea  bendito  y  ala- 
bado su  nombre  y  el  de  su  gloriosa  madre  que 
tanto  nos  favorece  y  ayuda  con  su  intercesión! 
Los  milagros  que  esta  santa  imagen  ha  obrado 
en  la  corte  son  sin  número,  y  no  sólo  allí,  mas 
á  donde  quiera  que  la  han  llevado  con  este  ape- 
llido de  Buen  Suceso  ha  habido  infinitos  muy 
buenos.  Como  sucedió  estando  en  Madrid  el 
dicho  licenciado  Pedro  Ordóñez  el  día  que  en 
la  huerta  del  de  Lerma  se  hicieron  las  fiestas 
y  torneos  por  los  casamientos  venturosos  de  la 
serenísima  Reina  de  Francia  y  Príncipe  nuestro 
señor;  subió  en  el  tablado,  y  fue  tanta  la  gente 
que  cargó  que  se  quebró  una  viga,  encomen- 
dándose á  esta  santa  imagen  del  Buen  Suceso, 
y  permitió  Dios  pudiese  salir,  que  era  de  los 
que  estaban  llegados  á  las  barandas,  y  los  que 
estaban  á   los  lados  de  verlo  turbado  hacían 
burla;  quebróse  gran  parte  del  tablado,  cayó 
mucha  gente,  hubo  catorce  heridos,  piernas  y 
brazos  quebrados,  y  el  uno  que  estaba  á  su  lado 
la  cabeza  y    sesos;    [todos]    quedaron  con  la 
vida,  donde  se  vio  el  milagro  manifiesto,  y  la 
gente  comenzó  á  clamar:   ¡milagro  de  la  Vir- 
gen del  Buen  Suceso!  que  fue  necesario  dar  dos 
reales  de  á  ocho  á  los  alabarderos  para  poderse 
librar,  de  que  dio  infinitas  gracias  á  Dios  y  á 
su  santísima  madre,  y  mandó  hacer  dos  cua- 
dros, uno  para  el  Hospital  Real  de  la  corte  y 
otro  para  el  de   la  Santa  Misericordia  de  la 
ciudad  de  Jaén. 


II 


RELACIONES 

ÜE    LOS    REINOS    DE    LA    CHINA,    COCHINCHINA    Y    CHAMPAA 
Y  OTRAS  COSAS  NOTABLES  Y  VARIOS  SUCESOS 

Por    PlCDJtO    01&])ÓÍX:Z    D£    €:  im  A.  T,  Jj  O  ÍÜ    (') 


CAPITULO  XIII 

De  un  epílogo  de  los  sucesos  que  me  pasaron 
con  esta  famosa  y  i-irtuosa  reina  María. 

Digo  verdad  (prudente  letor)  que  no  me 
ha  dado  cuidado  todo  lo  que  he  tratado  y  refe- 
ferido  en  este  tratadico,  y  que  este  capítulo  me 

{'1  Tratado  |  de  las  I  Relaciones  I  verdaderas  de  | 
los  Reynos  de  la  China,  |  Cochinchina  y  Champaa, 
y  otras  cosas  ¡  notables,  y  varios  sucesos,  sacad  is  |  de 
sus  originales.  |  Por  el  Licenciado  Don  Pedro  |  Or- 
doñez  de  Ceuallos  Presbitero  |  que  dio  buelta  al  mun- 
do, proui  I  sor,  luez,  y  Vicario  General  de  aquellos 
Reynos.  Chantre  de  la  1  Santa  Iglesia  de  la  Ciudad 
de  Guamanga,  en  el  Piríi,  y  canónigo  |  de  la  de 
Astorga,  natural  de  la  Muy  Noble.  Muy  I  Famosa, 
y  Muy  Leal  Ciudad  de  |  Jaén.  Dirigido  al  eloquen- 
tíssimo  I  Maestro  Bartolomé  Ximénez  Patón.  |  Con 
licencia,  |  en  laén,  por  Pedro  de  la  Cuesta,  año 
de  1628.  .52  hojas  en  4.»,  foliadas,  más  tres  de  preli- 
minares y  dos  de  Tabla. — ?ort. — Retrato  del  autor. 
— Licencia  del  Obispo  de  Jaén  Don  Baltasar  de  Mos- 
coso  y  Sandoval.  Jaén,  7  de  Junio  de  1627.  -  Al  elo- 
cuentísimo Maestro  Bartolomé  Ximenez  Patón,  Pe- 
dro Ordoíií'z  de  Ceballoí!. —  C&p.  I  Kn  que  se  da 
relación  de  lo  que  ha  de  tratar  en  este  Discurso,  y  la 
situación  de  los  reinos  de  la  China  y  (Jochinchina. 
— Cap.  IL  Don'ie  se  prosiguen  las  Relaciones,  y  como 
el  rey  chino  quiso  hacer  su  tributaria  la  gran  ciudad 
de  Hilam,  que  era  su  ciudad  sagrada,  y  de  los  muchos 
dioses  que  adoraron.  —Cap.  III.  Adonde  .se  prosiguen 
las  relaciones  y  guerras  que  hizo  el  Príncipe  cochin- 
chino.— Cap.  IV  Prosiguen  las  relaciones  y  sucesos 
de  lo  que  pasó  á  los  principes  y  princesas  con  sus  casa- 
mientos.— Cap.  V.  De  otros  reyes  famosos  en  diversos 
tiempos,  hasta  el  padre  de  la  princesa  María. — Capí- 
tulo VI.  De  algunas  relaciones  tocantes  a!  reino  de 
Champaa,  y  lo  que  duró  con  ellos  la  fe,  y  otros  varios 
sucesos.— Cap.  VII.  Donde  se  trata  todo  lo  demás 
tocante  á  este  Emperador,  padre  de  la  reina  María,  y 
Santísima  cruz  referida,  y  milagros  de  otras  cruces. — 
Cap.  VIII.  Del  principio  del  gobierno  de  la  reina 
María  en  los  reinos  de  Cochinchina,  y  algunas  rela- 
ciones.— Cap.  IX.  De  la  llegada  y  triunfo  en  la  corte 
de  Hilam  y  embajada  que  envió,  y  como  inquirió  la 
descendencia  de  sus  dioses. — Cap.  X.  De  la  embajada 
y  cartas  del  (Jbispo  de  la  China,  y  relaciones  de  las 
guerras.  — Cap.  XI.  De  lo  ([ue  p;tsó  á  la  reina  María 
con  los  Padres  clérigos,  y  triunfo  de  la  Santísima 
Cruz. — Cap.  XII.  De  las  costumbres  de  la  reina  y 
embajadas  que  le  vinieron  en  diversos  tiempos,  y  otros 
sucesos. — Cap.  XIII.  De  un  epilogo  de  los  sucesos  que 
me  pasaron  con  esta  famosa  y  virtuosa  reina  María. 


ha  puesto  alguno,  porque  el  dicho  de  Marco 
Aurelio  no  sea  verdadero  en  cuanto  á  la  mitad, 
que  dice  que  el  alabanza  propia  se  ha  de  huir. 
Y  Quintiliano:  Viciosa  es  toda  alabanza  de  sí 
mismo.  Y  Maxencio:  Alabarse  ú  sí  es  de  hom- 
bre vano.  Y  otros  dichos  que  pudiera  decir. 
Certifico  que  no  pretendo  más  de  lo  que  dije  al 
principio,  y  sólo  ser  tenido  con  la  alabanza  des- 
ta  discreta,  prudente  y  cristiana  reina,  como 
solo  un  instrumento,  siendo  ella  el  todo  de  la 
alabanza,  y  ser  yo  sólo  la  plática  que  hermosee 
la  grandeza  de  la  virtud,  ó  una  sombra  de  la 
propia  virtud,  y  como  en  plática  grave,  sería 
perjudicial  fría  alabanza.  Y  aunque  es  verdad 
que  no  hay  cosa  más  dificultosa  que  la  alaban- 
za venza  á  la  invidia,  el  otro  medio  dicho  [es]  el 
depender  la  fama  propia  de  alabanza  ajena.  Y 
[eran  tales]  las  virtudes  que  resplandecían  en 
esta  mujer  ilustre,  y  gobernó  tan  bien  los  gran- 
des reinos  que  le  quedaron  encomendados,  que 
decía  que  todo  su  blanco  había  sido  mirar  el  pro 
de  aquella  república  [antes]  que  otra  cosa;  y 
que  jamás  olvidó  la  menor  parte  della  y  que 
siempre  advertía  remediar  lo  por  venir,  como  lo 
presente,  y  huyendo  el  qué  dirán,  conservando 
su  honra  y  fama,  y  que  toda  su  vida  dio  los  car- 
gos del  gobierno  á  los  virtuosos  de  quien  tenía 
buena  alabanza  y  no  á  los  que  con  favores  los 
pretendían,  y  que  en  lo  que  más  trabajaba  era 
en  saberse  gobernar  á  sí  mesma,  por  saber  go- 
bernar á  los  demás.  Y  siendo  esta  reina  tan 
amada  de  todos,  es  cierto  ser  buena  gobernado- 
ra, pues  el  gobierno  suele  traer  odios  y  enemis- 
tades; y  decía  que  las  leyes  del  dios  rey  eran 
agras  y  rigurosas,  mas  que  ella  en  su  gobierno 
las  había  cumplido  con  misericordia  y  piedad,  y 
que  el  premio  y  la  pena  es  alivio  del  gobierno,  y 
por  ge'nero  de  satisfación  decía  á  sus  parientes 
que  comúnmente  quien  manda  el  mundo  son 
[las]  mujeres,  y  que  aunque  era  mujer,  que  de 
sí  son  vengativas,  ella  se  preciaba  de  perdonar; 
y  así  le  parecía  que  era  mayor  parte  de  miseri- 
cordia perdonar  que  dar,  y  que  la  culpa  que  no 
era  de  malicia  con  facilidad  la  perdonaba  y  que 


PEDRO  ORDOÑEZ  UE  CEBALLOS 


ns 


hallaba  por  experiencia  ser  mejor  perdonar  las 
culpas  que  castigarlas,  y  que  al  humilde  perdo- 
naba de  mejor  gana,  y  que  si  no  hubiera  culpa 
no  era  menester  perdón.  Y  diciéndole  que  Cris- 
to mandó  que  perdonásemos  á  los  enemigos, 
estuvo  un  poco  suspensa,  y  dijo:  Dos  cosas  se 
me  ofrecen :  la  una,  que  era  precepto  digno  del 
Hijo  de  Dios,  y  la  otra,  que  no  habiendo  que 
perdonar  poco  se  merecerá,  y  que  pues  nos  per- 
donaba tantas  culpas  hechas  contra  Dios,  que 
el  perdonar  al  que  nos  ofendió  es  justo;  y  advir- 
tió en  el  Padrenuestro:  Perdónanos,  así  como 
nosotros  perdonamos;  y  lo  repetía  muchas  ve- 
ces, y  decía  que  siendo  gentil  les  decía  á  los 
dioses  le  perdonasen,  pues  se  arrepentía  de  la 
culpa,  y  cuando  confederaba  sus  ciudadanos  que 
se  preciaba  desto  y  decía  que  las  dos  coronas 
postreras  le  había  traído  su  buena  suerte:  el  me- 
recer de  presto  la  de  descercar  su  ciudad,  y  que 
la  otra  era  la  más  meritoria,  por  ofrecerse  cada 
día  confederarlos;  y  que  si  era  de  menos  valor 
y  fuerzas  el  que  ofendió,  era  gran  virtud  per- 
donarle, y  si  más  poderoso,  perdónate  á  ti  el 
vengarte;  y  con  estas  dos  razones  lo  conven- 
cía. Mas  siendo  iguales,  deteníase  más  y  roga- 
báselo  por  los  dioses,  por  la  paz  de  su  ciudad  y 
por  su  vida;  y  con  esto  fue  su  gobierno  y  t'em- 
po  muy  tranquilo  y  felice,  pues  todos  decían 
que  gozaban  de  la  edad  deseada.  Era  tan  ene- 
miga de  la  mala  lengua,  que  decía  que  por  ser 
de  hechura  de  hierro  de  lanza  hacía  tan  nota- 
ble daño  que  hería  al  alma  y  descubre  todos 
los  males,  y  que  la  hallaba  buena  mientras  se 
ocupaba  en  alabar  á  Dios  y  cuando  maldecía  le 
parecía  á  un  pincel  del  demonio,  y  decía:  Ya  le 
conozco  y  sé  su  bondad  ó  maldad  en  que  co- 
nozco su  lengua;  y  á  los  Padres  Alfonso  y 
Juan  les  decía  mantenimiento  del  espíritu,  por 
su  buena  lengua  y  por  ser  doctos,  y  que  sus 
buenas  palabras  eran  sombra  de  sus  cristianísi- 
mas obras. 

Alabándole  una  vez  unos  bonzos  mozos, 
sabios  en  cosas  humanas,  dijo  á  su  tío  Ando- 
nita:  No  dices  mal,  mas  esos  los  comparo  á 
viña  nueva,  que  da  mucho  vino,  mas  mejor  la 
vieja,  y  así  son  los  padres  bonzos  cristianos, 
porque  adornan  su  verdad  más  con  sentencias 
que  con  palabras,  y  cuando  las  hablan  las  han 
pensado  bien,  y  que  tan  sabios  eran  en  callar 
como  en  hablar.  Sucedió  después  que,  dignán- 
dose la  majestad  del  cielo,  por  los  varios  suce- 
sos que  refiero  en  mi  libro  del  Viaje  del  Mundo 
y  en  los  Triunfos  treinta  y  ocho  y  treinta  y 
nueve  del  libro  de  la  Santísima  Cruz,  por  par- 
tir del  puerto  de  Acapulco  en  la  Nueva  Espa- 
ña, hacia  la  banda  del  mar  del  Sur,  donde 
compré  un  galeón  llamado  San  Pedro,  con  sus 
piezas  de  artillería  y  demás  pertrechos  de  gue- 
rra, y  cu  él  embarqué  infantería,  y  por  su  capi- 


tán aquel  valeroso  soldado  Pedro  de  Lomelín 
y  la  gente  necesaria  de  mar  y  algunos  pasaje- 
ros. Era  nuestro  disinio  ir  á  Guayaquil,  puerto 
del  Pirú,  He  la  provincia  de  San  Francisco  del 
Quito,  y  los  temporales  ser  tan  contrarios  que 
no  fue  posible  llevar  aquella  derrota.  Descubrí 
en  el  paraje  do  islas  de  Ladrones  una  que  la 
llamamos  isla  de  Españoles,  por  haber  más  de 
cuarenta  años  que  se  había  perdido  en  ella  un 
navio  de  españoles,  y  se  poblaron  en  ella,  y  con 
mujeres  de  las  isleñas  que  hurtaban  á  los  natu- 
rales procrearon  tantos,  que  fueron  sustentando 
sus  guerras,  y  había  más  de  trecientos,  y  sólo 
quedaba  un  español  y  un  negro  de  los  que  se 
perdieron,  y  servia  de  padre;  se  decía  Juan 
Barroso,  y  los  enseñaba  y  bautizaba.  Los  suce- 
sos deste  mundo  son  varios,  y  así  dice  Pitaco 
que  es  de  hombres  sabios  mirar  no  venga  el 
mal  y  fortaleza  sufrirle  cuando  venga,  Y  Tc- 
rencio,  que  es  menester  fortaleza  y  paciencia. 
Y  Publio,  que  el  religioso  oficio  de  nuestra 
vida  es  como  el  edificio,  que  si  so  cae  una  pie- 
dra, trae  otra  tras  de  sí;  nunca  una  tribulación 
deja  de  traer  otras,  y  aunque  sea  trabajo  sufrir 
un  revés  de  fortuna,  para  mí  he  hallado  por  la 
experiencia  que  es  mayor  no  poder  remediar  un 
mal  suceso  cuando  se  comienza  á  sentir.  Pues 
embarcados  para  el  viaje  de  Guayaquil,  no  pudo 
haber  prevención  ni  remedio  contra  (^)  los  vien- 
tos, tempestades  y  borrascas,  hambre  y  sed, 
hasta  llegar  á  tanta  altura  que  las  encías  se  nos 
dañaban,  y  los  mantenimientos,  hasta  venir  á 
comer  todos  los  cueros  de  vacas  y  otras  cosas 
de  menos  sustancia,  y  cuando  entendimos  ha- 
llar refrigerio  en  tierra,  hallamos  más  trabajos. 
Fue  el  buen  consuelo  hacer  en  aquella  isla  gran 
servicio  á  Dios  Nuestro  Señor  en  enseñarlos, 
confesarlos  y  dejarles  Catecismos  para  los  pe- 
queños, y  borrarles  algunas  cosas  y  dejarles  las 
verdaderas.  Barroso,  su  cura,  les  enseñaba  las 
cuatro  oraciones,  Mandamientos  y  Confesión; 
déjeles  todas  las  demás  y  artículos  de  la  Fe; 
quedóse  un  fraile  francisco  lego,  buen  cris- 
tiano, movido  de  caridad.  Dirá  alguno  que  esto 
de  islas  y  descubrimientos  es  algo  dudoso;  sólo 
bastaba  el  ejemplo  del  valle  de  ÍBatuecas  ('•')  en- 
medio  de  nuestra  España,  en  tierras  de  los  ilus- 
trísimos  Duques  de  Alba,  que  habrá  poco  más 
de  cuarenta  años  que  lo  descubrieron  unos  ca- 
zadores, y  hallaron  gente,  y  un  convento,  y 
reliquias  de  los  retirados  en  la  pérdida  de  Es- 
paña. Y  el  año  de  cincuenta  haber  tenido  noti- 
cia del  gran  Duque  de  Moscovia,  Emperador 
de  Rusia;  tiene  diez  y  siete  reinos  y  provincias, 
todas  de  cristianos,  y  ol  año  dicho  envió  á  dar 
la  obediencia  al  Sumo  Pontífice  Paulo  Tercero,  y 


("1  En  el  original:  á  q^uc. 
\^\  Fn  el  original:  Valí  ecos. 


474 


autobiografías  y  memorias 


entonces  se  tuvo  noticia  deste  Duque  de  Mos-  ' 
covia  y  de  la  isla  Amoricua,  que  está  junto  á 
otra  deste  Duque,  qive  se  dice  Laulos;  confi- 
nan con  la  isla  Iscandinavia,  donde'  están  los 
reinos  de  Gocia,  Dacia,  Noruega  y  Suecia,  de 
donde  salieron  los  godos  que  sujetaron  á  Es- 
paña y  muchos  reinos  del  mundo  en  di^-ersas 
partes;  son  todos  cristianos;  confinan  con  el 
mar  cuajado,  donde  caen  las  provincias  de  la 
Noruega,  Dinamarca,  Coacia,  Frigia,  Tisia  y 
Prusia;  pasados  unos  desiertos  están  cuatro 
provincias  de  bárbaros  que  no  se  pueden  con- 
quistar; sus  nombres  son:  Gales,  Scitas,  Oxe- 
tas  y  Tile.  Y  en  nuestras  islas  de  Canaria,  la 
octava,  aunque  en  diversos  tiempos  se  ha  visto, 
no  se  ha  podido  descubrir,  que  algunos  piensan 
son  otras  siete,  y  las  llaman  de  San  Borongón, 
y  navegando  de  Panamá  al  Pirú  se  huye  de  la 
Gorgona  por  un  mal  golfo  que  tiene;  otros 
dicen  que  por  sus  habitadores,  que  son  muje- 
res, que  corren  (como  se  dice  por  comparación) 
con  el  viento,  y  son  muy  vellosas.  Pudiera  decir 
de  muchas  en  diferentes  partes  y  cosas  que  hay 
en  ellas  muy  dificultosas  para  los  que  no  han 
dejado  el  nido  de  su  patria,  y  sólo  por  alabar 
una  islica  que  le  llaman  Santa  Elena,  que  está 
en  la  navegación  de  los  venturosos  portugue- 
ses, que  parece  la  descubrió  la  Divina  Provi- 
dencia, de  muy  buenas  aguas  y  otras  cosas  de 
comer,  aunque  despoblada,  que  es  donde  se 
recogen  y  se  avían  de  lo  necesario  á  tan  largo 
viaje  y  de  tantos  enemigos.  Y  para  mí  tengo 
que  las  islas  que  hay  en  todo  el  globo  del 
mundo  es  tanta  tierra  como  la  Tierra  Firme. 
Las  de  Barlovento,  Santo  Domingo,  Habana 
y  las  demás  que  mi  navio  descubrió  y  todas  las 
que  descubrieron  los  famosos  capitanes  Sar- 
miento y  Quirós,  que  las  nombra;  las  de  cabo 
de  Hanian,  islas  de  Salomón,  por  su  mucho  oro 
y  pedrería,  y  la  Nueva  Guinea,  junto  al  reino 
de  Quibira,  Brasil,  Hilquigua  y  Incónitas.  Las 
del  mar  Mediterráneo  que  todos  sabemos,  y  en 
ellas  la  grande  Sicilia,  que  antes  era  tierra 
firme  con  Ñapóles;  las  de  Inglaterra,  Escocia, 
Irlanda,  que  ésta  tiene  sujetas  otras  cincuenta 
islas;  Islanda,  Bacallaos,  la  de  San  Lorenzo, 
Madagascar  y  más  de  docientas  hasta  cabo  de 
Sincapura;  Quersoneso  (*),  donde  está  la  gran 
isla  de  Umatria;  las  Malucas,  que  dicen  son  más 
de  quinientas  hasta  las  Javas;  las  de  Japón, 
sesenta  y  seis;  todo  el  Arcipiélago  de  las  de 
junto  á  la  China  y  Cochinchina;  las  Mindanaes 
y  todas  las  Filipinas,  que  son  muchas,  hasta 
éstas  de  Ladrones  que  voy  tratando,  donde 
descubrí  ésta  de  españoles  perdidos,  donde  es- 
tuve algunos  días,  y  dejándolos  algo  industria- 

(')  En  el  original:  Cucreoneno.  Se  refiere  á  la  penín- 
sula de  Malaca. 


dos  en  las  cosas  de  nuestra  santa  fe,  y  muy 
obedientes  á  la  Santa  Sede  Apostólica  Romana, 
partimos  hacia  la  China.  Llegamos  á  la  isla  del 
nombre   de    Jesús    de    Pintados,   donde  hallé 
aquel  valeroso  almirante  Cristóbal  de  Espinosa 
de  los  Monteros,  y  supe  de  sus  grandes  haza- 
ñas (como  largamente  lo  referimos  en  el  Libro 
de  la  continua  nobleza  y  varones  ilustres  de  la 
muy  noble,  muy  famosa  y  muy  leal  ciudad  de 
Jaén  (*),  yo  como  primer  autor,  y  el  elocuentísi- 
mo y  prudente  varón  Maestro  Bartolomé  Jimé- 
nez Patón,  por  mi  larga  y  grave  enfermedad,  lo 
perficionó,   acabó  y  sacó  á  luz).   De  allí  pasé 
hasta  Macao,  ciudad  en  la  China,  de  la  corona 
de    Portugal,    donde    alcancé   salvoconduto  y 
fuimos  á  la  famosa  ciudad  de  Cantón.  Y  por 
las  guerras  que  había  con  el  cosario  Moreno  y 
publicarse  que  el  Gobernador  del  reino  de  Cam- 
boja  (que  era  el  príncipe  Landigno  que  gober- 
naba  por  su  hermano)   juntaba  un   poderoso 
ejército,  saliendo  de  Cantón,  á  pocos  días  fui- 
mos cogidos  por  la  armada  guarda  de  aquellos 
mares  de  la  Cochinchina  y  llevados  hasta  im 
puerto,  donde  mandó  el  juez  de  extranjeros  que 
saltase  en  tierra  el  dueño  del  navio  con  solos 
cuatro  hombres.  Fui  como  dueño  del  navio,  y 
los  dos  capitanes  de  infantería  y  navio  y  dos 
soldados.  Dijo  la  lengua  que  todos   habíamos 
de  hacer  tres  reverencias  hasta  el  suelo  al  juez 
de  aquella  tierra.  Yo  dije  á  los  compañeros  que 
las  hiciesen  y  yo  no,  porque  fuese  ocasión  de 
decir  que  era  sacerdote  cristiano,  y  decirles  y 
enseñarles    algunas    cosas    tocante    á    nuestra 
santa  fe  católica.  Parece  que  por  vía  de  Esta- 
do habían  tratado  de  que  la  reina  casase  con 
extranjero,   por  no  tener   tantos   enemigos  si 
casase  con  alguno  de  los  reyes  que  la  habían 
pedido.  Y  como  yo  no  hice  reverencia  al  juez, 
nos  remitió  á  un  virrey,  y  por  pasar  lo  propio 
de  no  hacerle  reverencias  hasta  el  suelo,  nos 
envió  al  Tuquín  y  reina,  á  donde  rae  pasaron 
los  más  fuertes  y  nunca  oídos  sucesos  que  á 
hombre,  pues  con  las  mayores  promesas,  pala- 
bras  y   razones   que   lengua  podrá   encarecer, 
pidióme  (^)  me  casase  con  la  reina  y  que  la  ga- 
naría para  mi  Dios,  y  que  ella  y  yo  haríamos 
aquellos  grandes  reinos   cristianos,  y   [yo  la] 
desengañé  (")  de  que  los  sacerdotes  cristianos 
no  se  podían  casar  sin  licencia  de  nuestro  Sumo 
Pontífice,  y  [añadí]  que  aguardando  se  le  podría 
pedir  y  alcanzar,  y  diciendo  que  todo  sería  dos 
ó  tres  años  á  lo  más  largo. 

Con  otras  mayores  persuasiones  me  pedían 

(')  Capítulo  XXII.  Del  famoso  Almirante  Cristóe 
bal  de  P^pinosa  de  los  Monteros,  señor  de  pueblos  d. 
indios  en  la  isla  de  los  Pintados,  nombre  de  Jesús 
(Folios  107  á  112.) 

O  En  el  original:  pedirme. 

(*)   En  el  original:  desengañada. 


PEDRO  ORDOÑEZ  DE  CEBALLOS 


475 


ella  y  todas  sus  mujeres,  que  eran  muchas,  que 
se  sirven  con  tanta  y  más  familia  que  nuestros 
Reyes,  todas  cercadas  de  mi  y  dos  lenguas,  un 
portugués  y  un  pajecillo  de  la  Reina,  diciendo 
que  dejase  la  fe  y  me  volviese  á  la  suya,  que 
era  muy  buena,  y  más  cuando  había  visto  á  los 
padres  Alfonso  y  Juan,  que  tratado  con  ellos 
decía  el  uno  que  la  engañásemos  y  hiciese  que 
me  casaba   con  ella,  y  que  mientras  se  podía 
enviar  las  muchas  razones  que  había  al  señor 
universal  y  decirle  la  verdad,  que  no  había  sido 
por  temor  ni  negar  la  fe,  sino  por  los  vasallos  y 
leyes  de  aquellos  reinos,  y  que  se  vería  dando  á 
Su  Santidad  la  satisfación  con  hacerla  cristia- 
na, y  que  se  entendiese  no  se  había  negado  la 
fe;  y  todos  los  compañeros  presentes  me  lo  pe- 
dían, y  los  ausentes  desde  el  navio  con  cartas; 
y  más  cuando  se  publicaron  las  amenazas  del 
Emperador,  que  me  había  de  casar  ó  que  á  to- 
dos nos  habían  de  pasar  á  cuchillo.  Favorecien- 
do el  divino  Señor  sólo  con  decirle  á  esta  sabia 
y  prudente  reina  que  si  ella  estuviera  cierta  que 
en  su  ley  se  había  de  salvar  y  ir  al  cielo  (que 
era  su  mayor  blanco  y  deseo),  ¿que  si  la  deja- 
ría? decía  que  no  por  todos  los  reinos  del  mun- 
do. Decía:  Yo  digo  lo  propio,  y  con  esto  la  de- 
tenía. Digo  verdad,  que  si  á  la  entrada  supié- 
ramos lo  que  ellos  tenían  tratado,  hiciéramos 
todos  gran  reverencia  al  capitán  y  pudiera  ser 
casarse.  Mas  como  los  caminos  de  Dios  son  ins- 
crutables  tenía  predestinada  á  esta  reina,  y  la 
dispuso  á  que  quisiese  bautizarse,  como  la  en- 
señé y  bauticé,  y  le  puse  por  nombre  María;  y 
dándole  á  entender  que  el  mejor  de  cielos  y  tie- 
rra era  el  Hijo  de  Dios  le  quiso  para  esposo,  y 
ella  y  muchas  de  sus  damas,  dueñas  y  donce- 
llas, se  recogieron  á  un  convento  que  se  hizo  en 
la  ciudad  de  Guanci  y  allí  profesaron.  Y  por- 
que se  entienda   nos  querían  matar  á  todos; 
para  aplacar  á  su  hermano  hizo  la  dejaciíjn  que 
he  referido  de  su  reino  en  mí,  y  yo  en  su  her- 
mano, y  con  todo  eso  nos  desterraron.  En  esta 
ocasión  dijo  esta  cristianísima  reina  aquel  dicho 
tan  digno  de  saberse  y  que  refiere  el  maestro 
Bartolomé  Jiménez  Patón  en  el  libro  de  Va- 
rones Ilustres,  que  fue  cuando  vino  la  sentencia 
de  Hilam,  del  Consejo  Supremo,  en  que  me  des- 
terraban por  no  haber  hecho  reverencia  al  visi- 
tador de  los  extranjeros,  ni  al  virrey  de  Qui- 
benhu,  y  por  haber  enseñado  y  bautizado  á  la 
reina  y  enseñado,  catequizado  y  bautizado  á  los 
demás  virreyes,  capitanes  y  demás  gentes,  pa- 
rientas,  damas  y  demás  mujeres,  que  me  pren- 
diesen y  á  su  usanza  me  rompiesen  los  vesti- 
dos y  me  pusiesen  un  capuz  blanco  y  tres  ca- 
denas, y  me  echasen  del  reino,  y  á  todos  los 
cristianos  españoles.  Dijomelo  la  reina,  y  como 
me  demudase  y  entristeciese,  prosiguió  dicien- 
do: Acuérdate  cuando  te  prometía  un  reino  y 

AUTOBIOGRAFÍAS    K    MlíMORlAS— 41 


una  reina  y  decías  que  no  lo  estimabas  por  no 
perder  el  celestial,  y  yo  dejé  el  reino  por  tu 
consejo,  y  si  ahora  me  lo  volvieran  con  todos 
los  demás  reinos  del  mundo,  y  á  ti  que  era  lo 
que  más  estimaba,  no  lo  acetara,  que  precio 
más  ser  cristiana  y  monja  que  á  todo  el  mun- 
do. Fortaleza  de  nuestra  santísima  fe,  digna 
de  ponderación  y  de  saberse. 

Asimismo  referiré  otro  caso  que  sucedió  des- 
pués de  este  en  el  reino  y  ciudad  de  Champaa, 
y  fue  que  estando  jugando  á  los  dados  los  sol- 
dados españoles,  uno  de  ellos  que  perdía,  hijo 
de  italiano  y  española,  echaba  muchos  juramen- 
tos al  uso  de  extranjero.  Un  Virrey,  General 
de  la  mar  y  Superintendente  de  aquellos  reinos, 
tío  de  la  reina  María,  que  yo  había  enseñado, 
catequizado  y  bautizado,  preguntó  á  la  lengua 
lo  que  decía  aquel  soldado.  Informado  le  vi  ha- 
cer algunas  señales  de  ponderación  y  admira- 
ción. Llamé  al  capitán  de  infantería  Pedro  de 
la  Torre  Lomelín,  y  le  dije:  Paréceme  que  el 
Virrey  ha  preguntado  á  la  lengua  los  juramen- 
tos de  aquel  soldado;  vaya  con  brevedad  y  dele 
unos  puntillones  y  échele  una  mordaza.  Fue  y 
lo  hizo  á  tiempo  que  el  Virrey  se  venía  hacia 
donde  yo  estaba,  que  había  disimulado  porque 
no  se  entendiese,  y  dijo  á  la  lengua:  Dile  á  este 
bonzo  que  digo  yo  que  no  los  ojos  sino  el  co- 
razón me  llora  sangre.  Hecho  mi  acatamiento 
le  pregunté  la  causa.  Respondió:  Porque  tan 
buena  ley  la  tenga  tan  mala  gente  como  vos- 
otros. Dicho  que  debíamos  todos  los  católicos 
tener  delante  los  ojos  y  en  particular  los  blas- 
femos juradores,  que  como  si  no  fueran  cristia- 
nos tienen  por  uso  el  jurar;  debiendo  saber  que 
en  casa  del  que  jura  no  le  faltará  desventura, 
cometen  un  pecado  tan  sin  provecho,  odiado  de 
los  que  lo  oyen  y  tan  aborrecido  del  mismo 
Dios.  Dame  licencia,  cristiano  letor,  á  que  diga 
algo  del  juramento.  Dice  Dios  por  San  Mateo, 
capítulo  V:  Mirad  que  os  digo  que  no  juréis. 
Dice  San  Cri«óstomo  que  la  mala  costumbre 
del  jurar  í5e  remediara  con  solo  por  la  mañana 
acordarse  deste  dicho  de  Cristo,  y  que  el  jurar 
es  de  gente  baja,  y  el  jurar  á  Dios  sin  necesi- 
dad el  gran  pecado  que  cometen;  y  si  eres 
principal,  el  juramento  no  te  da  autoridad, 
antes  te  la  quita  y  es  causa  que  no  te  crean, 
porque  juras  fácilmente  y  en  cualquier  ocasión. 
Dice  un  filósofo  que  los  juramentos  son  de 
hombres  malos  y  que  se  escriban  en  el  agua;  y 
el  que  mucho  jura  da  á  entender  que  no  tiene 
crédito,  pues  siempre  habla  alegando  testigos 
y  hace  contra  sí  y  no  le  creen  y  pierde  la  es- 
timación con  la  frecuencia  de  los  juramentos. 
Séneca  aconsejaba  á  Lucillo  que  para  ser  bueno 
siempre  se  acompañase  con  un  bueno.  El  divi- 
no Crisóstomo  dice  que  nos  acompañemos  con 
el  santo  nombre  de  Dios,  no  para  jurarle,  sino 


476 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


para  reverenciarle,  alabarle,  respetarle,  temerle 
y  amarle,  acordándonos  siempre  que  es  Dios  y 
Señor,  y  que  nos  dice:  Mirad  que  os  digo  que 
no  juréis.  Y  advierte,  jurador,  que  en  el  juicio 
universal  ese  poderoso  Dios  y  Señor  es  el  ofen- 
dido, testigo  y  juez.  Todos  los  sentidos  se  lian 
de  emplear  en  aquello  para  que  fueron  criados, 
y  faltándole  aquel  ejercicio  pai*a  que  principal- 
mente se  hicieron,  vienen  á  emplearse  en  lo 
contrario,  y  así  hace  el  blasfemo  jurador,  que 
olvidado  de  lo  que  Dios  le  manda  y  pide,  que 
es  alabarle  á  él  y  á  su  santísimo  nombre,  le 
desalaba  en  jurarle,  pecado  gravísimo  y  de 
ningún  provecho,  y  de  tanto  enfado  para  los 
buenos  que  lo  oyen,  pues  una  planta  tan  nueva 
de  un  gentil  de  pocos  días  bautizado  dijo  que 
le  lloraba  el  corazón  sangre  porque  tan  buena 
ley  la  tuviese  tan  mala  gente  como  nosotros. 
Lo  que  le  pude  y  supe  responder  fue  decirle: 
Excelente  señor,  entre  nosotros  hay  muchos 
buenos  y  algunos  malos,  y  á  los  que  lo  son  los 
castigan.  Mire  vuestra  excelencia  lo  que  hace 
el  capitán;  que  visto  los  empellones  que  le  daba 
y  la  mordaza  que  le  habían  echado,  y  que  man- 
daba le  echasen  grillos  y  cadenas  y  que  le  die- 
sen tantos  tratos  de  cuerda,  se  aplacó  y  rogó 


que  le  perdonasen  por  amor  de  Dios  y  porque 
él  lo  rogaba,  y  todo  lo  demás  que  refiero  en  su 
lugar  en  el  libro  del  Viaje  del  Mundo.  Dejé  á 
los  padres  Alfonso  y  Juan,  que  por  las  gue- 
rras referidas  no  los  habían  oído;  ayudaron, 
como  tan  grandes  cristianos  á  aquella  con- 
versión, donde  bautizamos  Virreyes,  capitanes 
y  mucha  gente  de  aquellos  reinos,  y  el  primer 
cristiano  que  murió  en  ella  fue  su  madre  de  la 
reina. 

Por  los  años  de  mil  y  seiscientos  diez  y  seis 
vino  de  China  el  reverendísimo  señor  obispo 
de  Macao  Don  Fray  Juan  de  la  Piedad.  Y  es- 
tando yo  en  Madrid  en  mis  pretensiones,  me 
envió  á  llamar  y  me  enseñó  una  carta  del  Tu- 
quín  y  dos  de  la  reina  María,  monja,  donde  le 
envía  á  pedir  predicadores;  y  en  la  una  dice: 
Mi  padre  Pedro  quedó  de  volver;  la  obediencia 
no  le  habrá  dado  lugar.  Su  señoría  le  envió  tres 
religiosos  descalzos,  y  pidió  por  un  memorial 
al  Rey  nuestro  señor  me  enviase  á  aquellos  rei- 
nos. Vine  á  esta  ciudad  de  Jaén  para  volver  á 
aquella  misión;  fue  Dios  servido,  por  no  mere- 
cerlo yo,  de  tullirme  (como  digo  al  principio), 
de  que  le  doy  infinitas  gracias  por  sus  regalos 
y  misericordia. 


III 


ALONSO  SOLETO  PERNIA 

MEMORIA  DE  LO  QUE  HAN  HECHO   MIS  PADRES   Y   YO   EN   BUSCA   DEL  DORADO, 
QUE  ANSÍ  SE  LLAMA  ESTA  CONQUISTA,  Y  DICEN  QUE  ES  EL  PAYTITI  (') 


Primeramente  vino  mi  padre  de  Paraguay, 
y  vino  en  busca  del  Dorado  con  su  Gobernador, 
y  vinieron  muchos  españoles  y  indios  y  llega- 
ron á  los  Chiquitos  y  de  allí  se  volvieron  por- 
que les  mataron  catorce  españoles  y  muchos  in- 
dios, y  de  allí  Fue  el  desbarate  que  tuvo,  y  se 
volvieron  al  Paraguay  y  otra  vez  volvieron  con 
hijos  y  mujeres  á  la  misma  conquista,  y  como 
hallaron  muchos  indios  en  Santa  Cruz  se  pobló 
ahí  para  pasar  adelante  á  su  conquista,  y  de  ahí 
vino  Don  Lorenzo,  Gobernador,  y  salimos  á 
otras,  y  fui  con  ellos  y  poblamos,  y  se  llama 
el  pueblo  Santiago  del  Puerto,  más  adelante, 
adonde  se  volvió  la  primera  gente;  y  salió  el 
Gobernador  con   gente  y   fue   atravesando   el 
monte  y  hallaron  indios   muy  caribes  y  tuvo 
grandes  rebatos  con  ellos  y  le  mataron  españo- 
les y  muchos  indios,  y  de  ahí  se  volvieron;  á 
otra  ocasión  salió  un  capitán  á  esa  parte  misma 
y  toparon  con  otros  indios  más  [que]  eran  en  el 
monte  mismo,  y  después  se  despobló  porque  no 
había  contrahierba  como  la  hay  agora:  y  después 
vine  á  San  Lorenzo;  ansí  mismo  se  pobló,  j  la 
pobló  Don  Lorenzo  con  pensamiento  de  ir  á 
ella,  adonde  había  comenzado,  y  envió  al  Pirú 
y  vino  un  maese  de  campo  suyo  que  se  llamaba 
Juan  de  Torres  Palomino,  y  con  él  ciento  y 
once  soldados  españoles ;  y  vinieron  estos  solda- 
dos del  Gobernador  á  costa  suya  y  no  se  hizo 
la  entrada  por  no  haber  contrahierba,  porque  es 
gente  qi;e  usa  hierba,  y  así  quería  hacer  su  jor- 
nada por  el  río  abajo,  y  ansí  hizo  una  chalupa 
y  dos  barcos  y  un  bergantín  y  decía  que  ((nor- 
ria ir  por  este  río  y  salir  á  España,  y  trajo  pi- 
lotos y  todo  recaudo  para  hacer  barcos,  que  fue 
maestro  para  todo,  y  ayudé  yo  en  los  barcos; 
y  murió  Don  Lorenzo  y  no  la  hizo,  y  encargó 
á  Gonzalo  de  Solís  la  jornada  y  fuimos  allá 
unos  por  tierra  y  otros  por  el  río,  y  fninie  por 
el  río  yo  por  haber  ayudado  en  los  barcos  y  ha- 
berme dicho  mi  padre  que  á  eso  sólo  había  po- 

(')  Publicamos  esta  Memoria  conforme  á  una  copia 
de  mediados  del  siglo  xvii,  estragadísima,  que  se  con- 
serva en  el  Archivo  de  Indias.  Hemos  procurado 
enmendar  sus  muchos  errores. 


blado  en  Santa  Cruz,  y  me  escribió  diciendo 
que  fuese  á  la  jornada  y  me  envió  recado  para 
la  jornada,  y  así  fui  á  ella  de  buena  gana  por 
ser  gusto  de  mi  padre,  y  él  mismo  lo  deseaba; 
y  nos  volvimos  porque  murió  el  Gobernador; 
nos  quisimos  huir  porque  nos  queríamos  volver 
otra  vez,  y  ansí  una  noche  se  nos  quedó  los 
barcos  en  tierra,  y  ansí  nos  volvimos  y  salimos 
á  la  jornada  de  los  jarayes  con  el  maese  de 
campo  Hernando  de  Lomas,  que  fue  maese  de 
campo  del  Gobernador  Don  Beltrán  de  Gue- 
vara; y  ahí  supimos  cómo  fueron  muchos  indios 
y  fueron  á  buscar,  y  traje  esa  nueva  á  mi  padre 
y  me  dijo:  «Ya  ves  lo  que  dicen  los  bárbaros; 
¿por  qué  no  hacéis  lo  que  yo  os  dije?»;  y  ansí 
[lo]  tomé  con  cuidado  y  volví  con  el  Goberna- 
dor al  castigo,  que  pasamos  por  la  provincia  de 
los  chiriguanas  y  itatines  y  nos  mataron  trece 
hombres  y  nos  volvimos,  y  salió  el  mismo  Go- 
bernador al  castigo  y  fui  con  él  y  llegamos  á  la 
provincia   [de  los]   chiriguanas,  y  de  ahí  nos 
echó  el  Gobernador  al  Norte  á  sesenta  hombres 
y  fuimos  por  unas  montañas  y  hallamos  camino 
grande,  y  llegamos  al  río  del  Dorado  y  halla- 
mos indios  que  nos  entendían,  y  nos  dij[eron]  la 
noticia;  y  quedaron  de  llevarnos,  porque  estos 
indios  habían  ido  allá  ellos  y  sus  padres  siendo 
ellos  mozos  que  podían  ya  tomar  armas,  y  ha- 
llaron la  noticia  que  buscaban,  y  que  fueron  á 
ellos  con  mano  armada  y  les  salieron  al  encuen- 
tro tanta  cantidad  de  gente  que  les  fue  fuerza 
volver  atrás  huyendo,  que  á  no  huir  que  no  sa- 
ben qué  fuera  ¿ellos;  y  lo  que  más  les  ahuyentó 
fue  lo  que  ellos  traían  puesto,  que  dicen  que 
parecían  soles  del  resplandor  que  traían,  pues- 
tos en  todo  el  cuerpo,  de  tanta  plata,  que  les 
servían  de  corona  en  la  cabeza,  y  en  las  mu- 
ñecas muy  grandes   manillas,   y  en    los  cue- 
llos muy  grandes  y  hermosas  patenas  de  muy 
rica  plata;  y  que  eso  fue  más  la  ocasión  por 
donde  estos  indios  chiriguanas  huyeron;  y  en 
esta  ocasión,  huyendo   toparon  una  india  que 
venía  de  su  chácara  con  un  carnero  de  dies- 
tro, y  también  venía  la  india  hilando  la  misma 
lana  del  carnero;  y  preguntándole  que  cómo 


478 


autobiografías  y  memorias 


seria  el  animal  que  traía  dijo  qtie  no  tenía- 
mos nosotros  animales  como  ellos,  que  eran 
de  pescuezos  largos,  y  no  como  caballos  ni 
muías,  y  ansí  que  la  dicha  india,  cuando  supo 
la  lengua  les  dijo  que  del  carnero  vestían,  por- 
que le  tresquilaban,  y  que  tenían  una  puente 
echa  de  orisneja,  que  pasaban  de  una  parte 
á  otra,  y  que  llamaban  aquel  cerro  la  Cabeza 
de  Anta,  y  nos  mostró  la  derechera  adonde 
era,  casi  al  Norte,  adonde  se  pone  el  sol;  y 
nos  pareció  estos  indios  que  loaban  á  los  espa- 
ñoles y  animábannos,  que  nos  decían:  «Acaba, 
dioses,  pues  que  habéis  venido,  vamos  allá  antes 
que  me  muera,  pues  mis  padres  vinieron  desta 
conquista  y  no  la  gozaron,  que  yo  os  guiaré,  y 
gozad  dellos  antes  que  me  muera)>.  Esto  decían 
los  bárbaros,  y  ansí  lo  decían  y  no  me  alargo 
más,  que  es  cansar  j  repetir  lo  que  el  bárbaro 
decía  desta  conquista;  y  de  allí  fuimos  más  ade- 
lante á  mano  derecha  á  unos  enemigos  que 
tenían  estos  indios,  y  dimos  en  los  caminos  su- 
yos; en  un  descansadero  suyo  hallamos  mu- 
chos árboles  arrancados ;  las  raíces  tenían  pues- 
tas hacia  arriba  como  á  manera  que,  decían, 
vean  la  fuerza  de  indios  que  en  esta  provincia 
hay  y  no  se  atreva  nadie  á  venir  á  nuestras 
tierras;  y  en  estos  árboles  arrancados  estaban 
pintados  rostros  de  demonios,  digo  labrados  con 
muy  sutiles  herramientas  de  madera,  que  me 
pareció  que  era  para  adorar  cada  vez  que  llega- 
ban ahí.  Después  fuimos  adelante  por  el  camino 
diez  hombres  con  caballos,  armados  con  lanzas 
y  adargas,  y  nos  fuimos;  y  decían  muchos 
hombres  que  sería  otro  Montezuma,  j  dijo  un 
capitán,  Alonso  de  Solís,  que  á  él  le  pertenecía 
prender  al  señor  de  aquella  tierra,  pues  prome- 
tía mucho  en  la  seña  que  veíamos;  y  después 
desto  miramos  adelante  adonde  íbamos:  vimos 
como  una  legua  una  muralla,  al  parecer:  y  dijo 
este  mismo  capitán,  que  había  estado  en  Es- 
paña y  en  esas  batallas  de  allá,  que  parecía  una 
muralla  con  el  sol  que  daba  en  ella  y  parecía 
de  cal  y  canto,  y  llegados  á  ella  era  de  un  cerco 
de  la  manera  de  un  fuerte  muy  reforzado,  y  es- 
taba en  cerco  por  amor  de  seis  enemigos  que 
tenían,  que  eran  estos  indios  chiriguanas  y  chi- 
rivianos;  era  el  fuerte  de  árboles  de  higuerones 
y  de  cedro,  plantados  un  paso  de  otro,  y  plan- 
tados alrededor  para  edificar  su  ciudad,  y  de 
estos  árboles  se  ingieren  unos  con  otros  y  viene 
á  hacerse  una  pared,  y  la  puerta  tenía  de  árbo- 
les hincados,  que  apenas  podíamos  [entrar] 
hombre  á  hombre  por  la  puerta,  y  estaba  como 
trampa;  y  como  era  hecha  trampa,  los  soldados, 
ganosos  de  ver  lo  que  podía  ser  aquello,  toma- 
mos hachas  y  cortamos  un  árbol  de  la  muralla  y 
otros  nos  fuimos  á  grande  priesa  de  los  caballos 
al  socorro  de  los  que  entraron  por  el  portillo  que 
hicieron;  entraron  quince  hombres  bravos  y  va- 


lientes y  diligentes;  fue  tanta  la  multitud  de 
bárbaros  que  les  acometieron,  [pero]  fue  el  soco- 
rro de  los  caballos  tan  breve  que  fue  grande  el 
socorro;  al  fin  les  sacamos  á  los  quince  [que] 
eran;  los  bárbaros  traían  adargas  y  arcos  y  fle- 
chas y  macanas  colgadas  en  las  muñecas,  para 
cuando  llegaren  á  manos,  para  con  las  macanas 
pelear;  son  éstos  unos  indios  que  no  saben  huir, 
sino  pelear  á  pie  quedo,  y  así  quisieron  acometer- 
nos y  se  hallaron  burlados,  y  los  otros  indios  que 
llevamos  amigos  nos  habían  dicho  que  acome- 
tiésemos, que  luego  huirían,  y  que  no  acometién- 
doles que  nos  veríamos  en  grandísimo  aprieto, 
como  fue;  mas  es  la  gente  española  gente  que 
todo  lo  abraza,  y  pasamos  adelante  y  dimos 
en  otro  pueblo  que  estaba  una  legua,  y  en- 
tramos, y  eran  los  caminos  tan  derechos  que 
casi  eran  más  anchos  que  una  calle,  por  muy  an- 
cha que  fuese,  y  estaban  estos  caminos  tan  ba- 
rridos y  tan  limpios  que  cierto  tuvimos  que 
ver,  que  fue  cosa  que  jamás  habíamos  visto;  lle- 
gamos á  este  pueblo  y  entramos  de  tropel  á 
el  y  no  hallamos  gente,  porque  ya  habían  pa- 
sado los  otros  huyendo  de  nosotros;  hallamos 
[en]  una  casa  en  el  dicho  pueblo,  que  estaba  en 
la  plaza,  trece  bultos,  todos  en  pie,  que  al  parecer 
eran  frailes,  porque  tenían  rostros  de  sacerdo- 
tes y  porque  tenían  coronas  como  si  fuesen  sacer- 
dotes, y  tenían  silicios  y  diciplinas  en  las  pre- 
tinas colgadas,  y  en  las  diciplinas  tenían  como 
á  manera  de  sangre,  y  todos  estos  bultos  se  es- 
taban mirándose  unos  á  otros;  y  otros  soldados 
entraron  en  otro  oratorio  y  dieron  voces  dicien- 
do: «¿Qué  hacen  ahí  mirando?  vengan  acá  y 
verán  aquí  más  que  allá,  que  aquí  están  todos 
juntos  los  Santos  y  Dios  Padre»;  fuimos  á  ver 
lo  que  era  y  hallamos  lo  que  ellos  decían;  la 
casa  era  como  iglesia  del  nombre  de  Jesús,  con 
muchos  bultos  todos  en  pie,  á  manera  que  esta- 
ban todos  sujetos  á  otro  que  los  cubría  con  sus 
brazos  abiertos,  á  manera  de  Dios  Padre,  y 
hubo  soldados  que  decían:  «¡Voto  á  Dios,  que 
parece  Dios  Padre  y  todos  los  Santos  juntos!»; 
y  esto  vimos  y  pasamos  adelante,  adonde  nos 
decían  por  señas  que  adelante  estaban  otros 
como  nosotros,  y  como  no  les  entendíamos  ni 
ellos  á  nosotros,  nos  volvimos  de  ahí  junto  de 
otro  pueblo;  fuera  estaba  un  bulto  como  á  mane- 
ra de  un  hombre  crucificado  desnudo,  como  [en 
una]  manera  de  cruz,  y  tenía  el  rostro  como  á 
manera  de  un  Cristo  nuestro,  y  pasamos  adelante 
y  luego  topamos  un  descansadero;  tenían  alre- 
dedor de  dicho  descansadero  los  [dichos]  árbo- 
les; tenían  en  pie  las  raíces;  estaban  vueltos 
para  arriba  como  á  manera  de  figura  de  diablos, 
porque  estaban  tan  feos  y  tan  espantosos,  y  digo 
que  todos  los  que  hallamos  dentro  de  las  casas 
tenían  rostros  muy  buenos,  que  con  un  pincel  no 
podía  ser  más,  y  todo  lo  de  fuera  feísimos;  visto 


ALONSO   SOLETO  PERNIA 


479 


esto  que  habíamos  visto,  un  Cristo,  digo  un 
bulto  como  hombre  crucificado  que  tenía  buen 
rostro,  brazos  y  piernas  y  pies  como  nosotros, 
esto  visto  pasamos  adelante  y  hallamos  un  pul- 
pito á  manera  de  olla,  y  era  de  peña  redonda  y 
tenía  su  subidero  para  subir  arriba  en  la  misma 
peña  labrada,  y  subí  á  verlo  y  comencé  á  dar 
voces  arriba  y  me  dijo  un  indio  haciendo  señas 
que  me  bajase  porque  no  se  enojase  su  Dios; 
por  señas  hacía  todo  esto;  y  por  ver  lo  que  era 
y  dando  más  voces,  apuntaba  este  indio  á  donde 
se  ponía  el  sol,  haciendo  señas  de  que  tenía  otro 
señor;  esto  vi  en  esta  provincia,  y  otras  cosas 
que  nos  pasó,  que  por  no  ser  prolijo  aquí  no 
las  refiero;  y  en  esto  tardamos  hartos  días  y 
de  ahí  nos  volvimos  á  nuestras  casas  y  tierras, 
y  esto  conté  todo  á  mi  padre  lo  que  yo  había 
visto  y  he  dicho  adelante,  y  me  dijo:  «Veslo 
cómo  Dios  os  ha  llevado  cerca  de  la  noticia  y 
del  cerro  que  hallaste»;  me  dijo  que  sabía  los 
dos  ríos  caudalosos,  que  son  el  río  del  Dorado  y 
el  de  la  Plata,  y  así  lo  hallé,  que  de  ahí  salen 
los  dos  ríos,  el  uno  para  el  Norte  y  el  otro  para 
el  Sur;  y  esto  vide  y  atravesé,  y  vide  las  cabe- 
zadas de  estos  dos  ríos  que  salen  deste  cerro 
que  lo  llaman  del  Norte;  va  adonde  apuntan  los 
indios,  que  nos  querían  llevar  los  unos  y  los 
otros;  todos  apuntan  á  una  parte. 

Despoblóse  Santa  Cruz,  y  el  Gobernador, 
como  tenía  en  memoria  lo  de  adelante,  fue  con 
gente  á  poblarlo  otra  vez,  por  ir  adelante;  y  así 
fue  que  el  Gobernador  de  San  Lorenzo  salió  y 
íbase  á  los  Chiquitos,  adonde  estaba  poblado 
[por]  los  españoles,  y  fuimos  cuarenta  hombres 
con  su  señoría;  yo,  por  ser  adonde  mi  padre  decía 
y  los  indios  me  dijeron,  que  era  hacia  el  Norte, 
fui  sin  que  nadie  me  apercebiese;  llegamos  al 
pueblo,  que  quiso  el  señor  Gobernador  hacer 
reducir  y  hubo  contradiciones,  y  dijo  el  dicho 
Gobernador  que  si  queríamos  ir  al  monte  al 
Norte  á  traer  indios  y  piezas;  por  ser  al  Norte 
fuimos  de  buena  gana;  fuimos  por  donde  el  Go- 
bernador Don  Lorenzo  fue  y  llegamos  á  estos 
indios;  como  eran  ya  mansos  nos  dijeron  que 
fuéramos  á  unos  indios  que  habían  dado  en 
ellos,  y  fuimos  con  más  voluntad,  por  ser  que 
decían  que  era  hacia  el  Norte;  porque  mi  her- 
mano y  yo,  estando  en  el  Pirú  en  un  pueblo 
llamado  Pocona,  pueblo  de  indios,  un  cacique, 
pi  eguntándome  que  cómo  no  había  parecido, 
di  jóle  mi  hermano  que  estaba  casado  en  los 
Chiquitos  adonde  estaban  poblando  los  espa- 
ñoles, y  el  indio  estaba  entonces  bueno  y  nos 
dijo:  «Sobrino,  píntanos  cómo  está  vuestra  tie- 
rra». Yo  se  la  [pinté]  adonde  nace  el  sol,  y  el 
Perú  adonde  se  pone,  y  San  Lorenzo  adonde 
se  pone  el  sol,  y  señalé  los  Chiquitos  al  Norte, 
adonde  estaba  mi  hermano  poblado,  y  le  vimos 
al  indio  alborotado  en  el  rostro;  y  entonces  dije 


á  mi  hermano  en  la  lengua  que  le  diera  de  lo 
que  tenía  en  la  mano,  y  le  brindó  y  otra  vez, 
y  ?omo  vido  que  le  íbamos  á  su  gusto  nos  dijo 
desta  manera:  «Sobrinos,  vosotros  me  habéis 
pintado  vuestra  tierra  y  los  Chiquitos  hacia  el 
Norte;  mira  que  aunque  anden  vuestros  padres, 
entran  por  el  Perú,  y  han  entrado  siempre  y 
se  han  perdido;  vosotros,  sobrinos,  estáis  cerca 
dellos  ya,  porque  por  acá  no  lo  descubrirán  por 
esta  parte  del  río,  si  no  es  por  la  otra  parte 
adonde  me  señaláis»,  que  así  lo  sabía  él;  y  este 
indio  se  llamaba  Don  Pedro,  cacique  de  Poco- 
na, muy  viejo,  que  tenía  cien  años  y  muchos 
más;  y  nos  dijo  que  allá  estaban  sus  parientes 
y  que  los  indios  de  allá  habían  venido  y  que 
estaban  muy  bien,  y  que  se  llamaba  Paytiti,  y 
esto  nos  dijo  el  indio,  y  dicen  que  los  mucha- 
chos y  los  borrachos  dicen  la  verdad;  el  indio 
estaba  aquel  día  para  hacer  mercedes  y  nos 
dijo  esto  muy  de  veras,  con  muchas  ansias,  di- 
ciendo que  allí  estaba  su  Rey  y  señor;  y  ansí 
como  nos  vimos  en  aquel  paraje  que  nos  había 
dicho,  fuimos  con  más  voluntad,  y  decían  otros: 
«¿Qué  esto  que  con  más  voluntad  van  ahora?»; 
y  es  [que]  teníamos  lo  quel  indio  nos  había 
dicho,  y  así  íbamos  alentados,  y  fuimos  y  dimos 
en  estos  indios,  que  estaban  junto  á  unas  serra- 
nías y  eran  indios  caribes  que  comían  carne  hu- 
mana, y  no  se  quisieron  sujetar  al  español,  sino 
queríannos  matar  y  no  sujetarse ;  antes  nos  hirie- 
ron ocho  soldados,  y  más  avilantados  estaban, 
hasta  que  nuestro  Capitán  dijo  que  quemasen  las 
casas  donde  estaban,  y  más  quisieron  quemarse 
que  darse  á  sujeción,  adonde  quedaron  quema- 
dos; y  hubo  más  cosas  que  no  se  refieren  aquí 
por  no  enfadar;  y  en  esto  llegó  el  Gobernador 
y  nos  alejamos,  y  después  otro  día  salió  un  her- 
mano mío  á  correr  la  tierra  y  pasó  por  donde 
habíamos  quemado  el  pueblo,  y  á  un  lado  halló 
un  indio  herido  de  un  balazo  en  una  pierna,  y 
pasó  de  largo,  que  hizo  que  no  le  había  visto, 
y  después  no  le  halló  adonde  le  había  dejado  y 
dijo  á  sus  compañeros  y  á  otro  hermano  mío 
que  se  apease,  y  luego  se  apeó,  y  díjole  que 
buscase  á  un  indio  que  habían  visto  tendido; 
pasaron  y  buscáronle  por  el  rastro  que  había 
hecho,  porque  tenía  una  pierna  quebrada  y  se 
la  arrastraba  por  irse,  y  dijo:  «Aquí  está  este 
bárbaro;  no  está  muerto»;  y  fuimos  allá  donde 
estaba  y  le  hallamos  como  muerto,  y  dijo  mi 
hermano  que  lo  trajesen  al  real,  que  otro  no  ha- 
bíamos cogido,  y  por  saber  del  lo  que  queríamos; 
y  lo  llevaron  á  cuestas  cuatro  indios  y  llega- 
mos con  él  y  con  la  lengua  que  traíamos;  fuele 
preguntado  que  cómo  no  quisieron  sujetarse, 
y  dijo  que  no  entendían  que  éramos  sino  sus 
contrarios,  que  también  usaban  armas  [como 
las  nuestras]  y  que  casi  era  el  son  que  sonaban 
como  los  destas,  y  era  de  piedra  lo  que  salía 


480 


autobiografías  y  memorias 


dellas,  y  así  entendieron  éramos  dellos,  j  nos 
dijo  questaban  cerca  de  ahí  unas  personas  como 
nosotros,  y  que  son  indios,  j  que  por  ser  indios 
como  ellos  no  se  quisieron  sujetar  á  ellos,  y  que 
ellos  y  otras  provincias  sujetaron  siete  ú  ocho 
provincias ;  [que]  fueron  de  mano  armada  á  ellos, 
y  que  dieron  la  batalla  tan  cruelmente,  y  que 
salieron  los  otros  tantos  y  tan  galanes,  con  mu- 
chas coronas  y  patenas  y  brazaletes,  que  pare- 
cían estrellas  con  aquellas  divisas  que  traían,  y 
dijo  que  era  blanco  como  lo  que  traíamos  en 
nuestros  arcabuces,  que  eran  las  virolas  y  fras- 
quillos,  que  de  aquella  misma  manera,  y  que 
fue  tal  la  batalla  que  salieron  ellos  vencidos,  y 
que  este  indio  quedó  con  los  muertos  con  una 
pedrada  que  le  quebraron  dos  costillas,  y  que 
no  huyó  porque  no  le  matasen,  y  quedó  allí 
hasta  que  fue  de  noche,  y  ansí  se  fue  adonde 
estaban  los  suyos,  y  asi  salió  desta  batalla ;  y 
esto  dijo,  que  se  volvieron  todos  juntos  y  cuan- 
do llegaron  á  sus  tierras  envió  este  señor  un  Ca- 
pitán sobre  ellos;  no  pelearon  más  sino  de  paz,  y 
así  salieron  de  paz  y  estos  serranos  no  quisie- 
ron, y  ansí  los  otros  están  mal  con  ellos  y  fue- 
ron enemigos  hasta  agora;  y  preguntándole  qué 
tan  lejos  estaban  dijo  que  subiesen  al  cerro,  y 
que  de  allí  lo  verían,  y  fue  Antonio  Sanabria 
y  subió  al  cerro  y  no  vio  nada,  y  volvió;  y  dijo 
el  indio  que  dónde  había  subido,  y  le  pregun- 
tamos adonde,  y  dijo  que  no  era  ahí,  sino  en 
este  otro  cerro,  y  que  fuesen  á  la  punta  del 
cerro,  [que]  veríamos  lo  que  él  decía,  que  era 
unos  rasos  y  pueblos;  y  así  fuimos  al  cerro  que 
decía,  y  subimos  seis  hombres,  tres  de  los  Chi- 
quitos y  otros  tres  de  San  Lorenzo,  y  entre 
ellos  fui  yo,  y  después  que  estuvimos  arriba  y 
miramos  á  una  parte  y  á  otra  dije:  «Señores, 
no  habernos  aguja »:  diéroume  la  aguja  y  tó- 
mela en  las  manos  y  cogí  el  Norte  y  el  Sur,  y 
liacia  el  Norte  vimos  un  cerro  de  Levante  á 
Poniente,  y  todo  hasta  allá  era  montañas,  y 
adonde  habíamos  venido  [también]  era  monta- 
ñas grandes;  j  mirando  adonde  se  pone  el  sol 
vimos  una  laguna  y  hacia  el  Norte  lagunitas,  y 
dije  á  mis  compañeros:  «¿Aquellas  lagunitas 
son  tres?»:  dijeron:  kSí^j;  y  dije:  «No  es  sino 
una,  porque  son  islas  que  las  apartan,  que  [allí] 
viven  los  pueblos  alrededor  de  la  laguna» ;  dije- 
ron que  no  vían  nada,  y  les  dije:  «¿Ven  los 
humos?»;  dijeron  que  sí;  «¿Venios  cómo  salen 
derecho  y  no  se  desparraman  ?  esos  son  de  ca- 
sas»; y  les  dije:  «¿Oyen  los  atambores?»;  dije- 
ron que  no,  sino  que  era  viento  que  daba  en 
aquellas  peñas;  yo  les  dije:  «Tengan  atentos 
los  oídos  y  oirán  mejor»;  y  así  lo  hicieron,  y 
lo  oyeron  todos  los  que  íbamos  cómo  eran  atam- 
bores, y  así  estuvimos  más  de  una  hora  larga, 
y  dijo  uno  de  los  seis:  «Si  como  somos  seis 
fuéramos  los  siete  de  la  paz»;  respondió  otro 


luego:  «Si  como  somos  seis  fuéramos  tres,  los 
tres  reyes  nos  llamáramos  y  conquistáramos 
todo  el  mundo» ;  y  en  esto  nos  volvimos  y  diji- 
mos: «Hermanos,  digamos  á  los  compañeros 
que  no  hemos  visto  nada;  veamos  lo  que  dicen  y 
de  qué  pie  cojean»,  y  así  fue;  cuando  llegamos 
á  los  compañeros  nos  dijeron  que  qué  habíamos 
visto;  «lo  que  siempre»,  dijimos,  y  luego  saltó 
uno  de  los  de  España:  «Vean  cómo  es  mentira 
lo  que  aquel  bárbaro  dice;  ea,  vamonos  á  San 
Lorenzo» ;  esto  que  dijo  se  me  anubló  el  corazón, 
porque  tal  hombre  tenía  tan  poco  corazón,  y  dije 
á  mi  hermano :  «¿Qué  os  parece  deste?  Mire 
qué  va  á  lo  que  dijo  el  otro,  que  tres  sólo  qui- 
siera ser  para  conquistar  todo  el  mundo»;  y  así 
nos  fuimos,  y  ellos  delante  de  nosotros  llegaron 
al  real  y  dijeron  que  no  había  nada;  todo  era 
verdonales  ;  y  les  dijo  el  Gobernador  por  mí 
«¿Aqueste?»;  dijéronle  que  yo  quedaba  atrás 
y  que  ya  venía,  y  es  que  sabía  el  disinio  que  yo 
llevaba,  que  jamás  dejé  salida  ninguna,  porque 
iba  al  propósito;  y  llegué  y  me  preguntó  que 
qué  era  esto  que  le  habían  dicho,  y  le  dije:  «Se- 
ñor, [indicios]  son  muy  grandes»;  me  dijo:  «Yo 
lo  creo,  que  esas  buenas  nuevas  me  traes»;  dije 
que  sí,  y  después  me  dijo:  «¿Qué  viste?»;  y  le 
dije:  «Señor,  vimos  el  cerro  hacia  el  Norte  y  el 
pueblo  á  la  redonda  de  una  laguna,  y  están  en 
cerro  y  en  rasos,  y  tomamos  el  aguja  y  todo 
lo  que  dice  hacia  el  Norte  á  mano  derecha  todo 
es  montaña  hasta  el  cerro,  y  lo  mismo  por  adon- 
de hemos  venido  es  montaña,  y  lo  que  es  hacia 
el  Norte  era  todo  lonjas  y  rasos»;  estas  nuevas 
le  di  porque  lo  vi,  y  el  deseo  mío  era  tan  gran- 
de que  quisiera  que  todos  fueran  como  yo  y 
tomara  alas  para  volar  y  buscar  adonde  íbamos;, 
y  luego  el  Gobernador  apercebió  al  Capitán 
Anaya  que  saliese  con  treinta  hombres  otro 
día  de  mañana,  y  salimos  y  fui  en  el  campo  de 
los  primeros,  y  mis  hermanos  y  sobrinos,  y 
toqué  mi  corneta  para  que  saliésemos,  porque 
era  [grande]  el  placer  que  tuve  de  ir  adelante 
yo  y  mis  hermanos  y  sobrinos:  no  sé  de  los  co- 
razones de  los  otros  soldados:  y  luego  se  tocó  la 
trompeta  para  salir,  y  en  esto  todos  los  indios 
bárbaros  que  llevamos  por  amigos  se  alzaron  y 
huyeron  al  monte  por  no  ir  adelante,  y  en  esto 
mi  hermano  dijo  al  Gobernador  quería  ir  al  pue- 
blo adonde  dejamos  al  padre  y  diez  soldados,  y 
di  jóle  el  Gobernador:  «Haga  lo  que  lo  más  con- 
viniere»; y  así  dijo:  «Ea,  hermanos  y  sobrinos, 
síganme  todos»;  y  ansí  lo  hicimos,  y  luego  dijo 
el  Gobernador:  «Quédese  un  Soleto  conmigo», 
y  ansí  quedó  Diego  Soleto  con  su  señoría;  y 
fuimos  adelante  al  pueblo  y  aquel  día  anduvi- 
mos tanto  que  lo  que  [antes]  se  anduvo  en  seis 
días  se  anduvo  en  uno,  y  cerca  del  real  dijo  Juan 
Soleto:  «Paremos  aquí,  y  venid,  hermanos;  id 
con  nuestro  sobrino  al    real,   y  mira  si  están 


ALONSO  SOLETO  PERNIA 


481 


vivos  los  compañeros,  y  s¡  estuvieren  avisadles 
lo  que  ha  habido  j  traedme  al  mulato;  id  con 
cuidado» ;  y  fuimos  los  dos  á  pie,  que  estábamos 
media  legua  del  real,  y  así  fuimos,  y  era  tan  os- 
curo que  como  llevamos  llave  del  rastrillo  fui- 
mos muy  secreto,  y  así  cerca  del  real  nos  salió 
un  perro,  como  á  manera  de  tigre,  á  espantar- 
nos, y  dio  un  bramido  que  nos  detuvo,  hasta 
que  lo  conocí  que  era  mi  perro  y  le  llame'  por  su 
nombre;  llamábase  Surujano,  y  vino  como  hu- 
milde y  amigo,  y  fuimos  al  real,  que  estaba  á  la 
parte  de  una  laja  grande,  y  fuimos  por  ella,  y 
la  laja  estaba  como  vuelca,  y  así  nos  sintieron 
los  indios  que  quedaron  en  el  real,  y  como  esta- 
ban con  cuidado  (por  amor  de  los  enemigos  esta- 
ban ansí)  [luego  que]  llegamos  nos  hablaron; 
dijo  un  indio  [voceando]:  «Españoles  son»,  y 
dijimos:  «Sí  somos»,  y  le  preguntamos  por  la 
gente  y  nos  dijo  que  todos  estaban  buenos,  y 
llegamos  á  los  compañeros  y  dije  al  padre  lo 
que  nos  había  pasado  con  los  bárbaros,  que  se 
nos  habían  huido  todos  por  no  pasar  adelante,  y 
díjome  el  padre  que  también  habían  estado  con 
gran  cuidado  esta  mañana,  porque  la  gente  ha- 
bían estado  muy  alborotados  y  no  habían  venido 
esta  mañana  como  solían  venir,  y  luego  les  pedí 
las  cadenas,  y  los  traje  como  mi  hermano  me 
había  dicho,  y  así  lo  hice;  después  le  dijo  que 
llevase  al  pueblo  al  mulato,  y  que  había  de  ser 
por  las  espaldas  del  pueblo,  y  así  lo  hizo  el  dicho 
mulato,  y  cogimos  los  indios  por  detrás,  que  la 
[villa]  tenían  por  delante,  y  ansí  los  cogimos ;  y 
luego  fuimos  al  otro  pueblo  y  lo  mesmo  nos  suce- 
dió, que  sólo  indios  cogimos  y  indias  no,  que  se 
habían  huido  al  monte;  y  ansí  fuimos  al  real  con 
los  indios  en  cadenas,  y  luego  envió  mi  herma- 
no para  coger  las  indias  y  fuimos  tras  ellas,  y 
luego  aquel  día  volvimos  y  no  trajimos  nada, 
y  mi  hermano  tomó  dos  indios  y  díjoles:  «Mira 
que  os  llevo  á  los  dos;  al  uno  tengo  de  ahorcar 
y  al  otro  de  empalar» ;  y  luego  nos  dijo  que  fué- 
ramos, y  fuimos  por  volvernos  adonde  el  Gober- 
nador estaba,  y  nos  dábamos  priesa  porque 
mis  hermanos  y  yo  llevábamos  la  priesa  para 
adelante;  y  así  fue  que  nosotros,  otro  día  á 
á  medio  día  trajimos  á  estas  piezas  todos,  que 
no  faltaron  ninguna;  nosotros  que  llegamos  al 
real,  oímos  la  trompeta  sonar;  dijo  mi  hermano: 
«Malo,  hermano,  que  está  ya  el  Gobernador  de 
vuelta»;  y  díjele:  «Animo,  que  Dios  es  grande; 
ha  de  querer  que  pasemos  adelante»;  y  así  lle- 
gamos al  real,  adonde  el  Gobernador  estaba,  y 
dijo  mi  hermano:  «Señor,  sea  bien  venido  aquí; 
traigo  las  reinas;  los  reyes  ellos  se  vernán»;  y 
ansí  fue,  que  luego  se  vinieron  los  caciques  y 
los  otros  indios  por  sus  mujeres,  y  después  puso 
por  plática  la  vuelta  por  donde  habíamos  co- 
menzado, y  no  quisieron  casi  todos,  sino  nos- 
otros, porque  éramos  hablados  de  nuestro  padre, 


y  le  dimos  el  sí,  aunque  era  muerto,  [y  que]  le 
habíamos  de  obedecer  lo  que  nos  mandaba,  y  así 
estábamos  todos  con  grande  dolor,  y  les  dijo  el 
Gobernador:  «Hijos  y  hermanos,  lo  voy  á  bus- 
car para  mí,  si  no  para  vosotros»:  estas  cosas 
y  otras  les  decía  y  no  querían,  hasta  que  yo  les 
dije:  «Vamos  mis  hermanos  y  mis  sobrinos», 
que  éramos  todos  diez,  y  todos  decían:  «Ade- 
lante»; y  dije:  «Señor,  aperciba  diez  hombres, 
con  el  padre  que  quede,  y  suba  en  su  caballo  y 
salga  y  diga:  «Todos  me  sigan»,  que  todos  se- 
rán fuera;  y  así  fue,  que  todos  nos  fuimos  con 
su  señoría,  y  otro  día  estuvimos  en  los  serranos 
de  donde  nos  volvimos,  y  ya  habíamos  dejado 
al  indio  que'nos  había  dicho  lo  que  habíamos  vis- 
to, y  lo  hallamos  muerto  y  quemado  y  flechado, 
que  debieron  de  entender  los  bárbaros  que  era 
de  los  otros,  y  tomando  la  india  por  guía  nos 
llevó  por  la  montaña  siempre;  dijeron:  «¿Adon- 
de vamos,  que  vamos  por  la  montaña  siempre 
y  dejamos  las  lomas  y  pampas  á  mano  izquier- 
da?»; tanto  porfié  que  me  dijo  el  Gobernador: 
«Volvamos  atrás  y  hagamos  eso  que  decís», 
y  fuimos  otra  vez  de  vuelta  atrás  y  el  real  se 
quedó  en  una  pampichuela,  y  fuimos  al  cerro 
adonde  habíamos  descubierto  los  pueblos,  y  alli 
subimos,  y  no  [lo]  dejamos  los  hermanos  por- 
que teníamos  las  ansias  de  pasar  delante,  por  ln 
que  sabíamos  y  nos  habían  dicho,  y  al  fin  todos 
apuntaban  á  una  parte,  y  subimos  á  lo  alto  con 
un  Capitán,  y  vimos  lo  que  yo  había  dicho,  y 
hubo  hombre  que  dijo:  «¿Veis  un  bárbaro  que 
veo  que  está  junto  aquella  lumbre  questá  en 
ese  campo?»;  y  le  dijimos  que  no  víamos  nada, 
y  era  cierto;  y  así  nos  volvimos  al  real  j  lo  di- 
jimos al  Gobernador,  y  entonces  me  dijo  mi  her- 
mano: «Mira  por  donde  hemos  de  ir»;  y  tomé 
cuatro  compañeros,  que  fueron  sobrinos  míos, 
y  fuimos  á  abrir  una  montaña  pequeña  que  nos 
estorvaba  la  entrada,  y  era  como  una  cuadra,  y 
machete  más  que  la  mitad,  porque  de  arriba 
habíamos  visto  el  cerro,  y  nos  volvimos,  que 
era  ya  tarde;  y  otro  día  de  mañana  volví  á  un 
camino,  y  luego  salimos  y  avisamos  á  la  gente 
y  nos  siguieron  por  la  pampa  y  nos  alojamos 
junto  á  un  río  que  va  al  pueblo,  y  allí  hallamos 
rastro  y  hicimos  una  puente  para  pasar  todo  el 
real;  y  otro  día  pasamos  todos  juntos  y  llega- 
mos adonde  dijo  este  soldado  que  había  visto 
el  indio,  y  hallamos  rastro  y  era  lo  que  el  sol- 
dado decía,  y  pasamos  adelante  por  la  pampa  y 
fuimos  todos  juntos  con  ganas  de  llegar  á  ver  á 
loque  salimos,  y  nos  dijo  el  indio:  «Ya  es»;  íba- 
mos con  tantas  ganas ;  pasado  quedaba  el  Go- 
bernador de  retaguardia  y  como  íl)amos  pasando 
dijo  entonces:  «Señores  los  Soletos.  quédese  uno 
conmigo  y  no  vayan  todos»;  y  cayóme  de  suer- 
te, que  dijo:  «Quédese,  Pernia»;  y  me  quedé 
de  retaguardia  y  fuimos  mirando  á  mis  com- 


482 


autobiografías  y  memorias 


pañeros  y  hermanos  cómo  iban  tan  ganosos  y 
blandiendo  sus  lanzas,  que  era  contento  verlos, 
y  pasaron  y  llegaron  al  río  que  se  había  de  pa- 
sar para  el  pueblo,  y  allí  se  detuvieron;  la  gente 
y  los  indios  le  resistieron,  y  como  esto  vio  Juan 
Soleto  dijo  á  los  otros:  «Hagan  lo  que  yo  hi- 
ciere y  síganme  todos» ;  y  se  arrojó  á  pasar  el 
río,  y  los  demás  le  siguieron  y  entraron  al  pue- 
blo; y  cuando  llegaron  tenían  un  bárbaro  atado 
y  decía  por  señas  con  la  boca  alargándola,  y  de- 
cía ansí  i/cu/a,  muchas  veces;  y  en  este  mismo 
pueblo  hsdlamos  batanes  para  moler  maís,  como 
los  del  Perú,  y  la  chicha  ni  más  ni  menos  como  de 
Perú,  y  sus  cántaros  como  los  del  Perú,  y  sus 
pailas,  digo,  de  barro,  que,  por  contar  de  sus 
grandezas,  eran  tan  grandes  que  cabía  yo;  en 
una  me  dormí  ocho  noches  que  estuvimos ;  ahí 
estaba  como  si  fuera  de  cobre,  que  tenía  tres 
andenes,  y  es  de  paney  y  hecho  á  mano  aquello 
para  meter  llena  para  cocer  la  chicha,  y  era  tan 
ancha  que  cabía  un  hombre  en  una  de  aquellas 
pailas,  que  era  de  siete  pies  de  largo  y  ancho. 
Y  tenían  á  manera  de  pescados  á  los  que  ora- 
ban, y  bú  jaros,  y  tenían  una  cruz  de  palma  como 
los  de  acá  tenemos  cuando  es  día  de  Ramos;  y 
preguntándole  qué  era  aquello  decía  que  el  yaya, 
y  hacía  señas  que  el  yaya  se  lo  daba;  y  otro  día 
pasamos  adelante,  y  hallamos  los  indios  sobre 
un  cuerpo  de  los  que  habían  los  soldados  muer- 
to; hallamos  como  á  manera  de  un  baile  á  la  re- 
donda del  muerto,  y  lo  tenían  al  fuego,  que 
aquella  gente  se  queman  y  se  van  en  humo; 
esto  vide,  y  todas  esas  naciones,  y  es  una  gente 
tan  limpia  que  tiene  cocina  de  por  sí,  donde 
guisan  de  comer,  por  ser  gente  limpia;  y  pa- 
samos adelante  como  una  legua,  y  hubo  dos 
caminos,  y  allí  decían  unos  que  por  aquel  ca- 
mino, otros  por  el  otro,  que  ya  andaba  el  es- 
torbador estorbando,  porque  había  hablado  al 
Capitán  que  pasásemos  adelante,  y  llevamos 
armas  de  caballos ;  y  como  el  estorbador  an- 
daba listo  entre  nosotros,  dijeron  quel  Gober- 
nador decía  que  nos  volvie'semos  á  dormir  jun- 
tos, y  fue  para  mí  desgracia  y  desmayo,  quedán- 
donos los  hermanos  tristes,  y  vimos  las  lomas 
por  donde  fuimos  y  les  decía:  «Amigos,  vamos 
hasta  aquella  punta,  porque  este  bárbaro  dice  y 
apunta  que  estamos  cerca» ;  y  esto  era  para  ani- 
marlos; no  quisieron,  porque  el  estorbador  an- 
daba entre  nosotros,  y  así  nos  volvimos  adonde 
estaba  el  Gobernador,  que  pensamos  de  volver 
otro  día  adelante,  y  antes  nos  dijo:  «Hijos,  no 
quiero  más  ver  lo  que  he  visto,  y  es  esta  lagu- 
na que  tiene  esa  piedra  en  medio,  que  este  es  el 
Paytite»;  di  la  noticia  y  tomé  unas  canoas,  ba- 
rrotadas  unas  con  otras  porque  no  volcasen,  y 
asi  fui  en  ellas  y  vi  la  peña;  parecía  hecha  á 
mano;  y  volviendo  hacia  mis  compañeros  me 
dijo  uno  dellos  á  voces:  «Aguardad  acá  á  un 


lado»;  y  vide  un  caimán  muy  grande,  y  si  le 
aguardo  no  sé  qué  fuera  de  mí,  y  me  embistió  y 
yo  di  con  unos  canaletes  á  manera  de  remos  y 
otro  [iba]  remando  y  venía  él  fiero  con  la  boca 
abierta  tras  nosotros,  y  al  fin  dimos  tanto  que 
no  nos  alcanzó  y  saltamos  en  tierra,  y  como  el 
fiero  animal  hubiera  hecho  otras  veces  aquello 
vino  hasta  donde  estaba  la  canoa  y  un  soldado 
llamado  Juan  López  le  dio  un  balazo  en  la  cabeza 
y  lo  mató,  y  era  [tan]  fiero  el  animal  que  ponía 
espanto  á  los  bárbaros;  [vimos  luego  un  indio] 
que  venía  en  su  canoa  dando  voces  como  desa- 
fiando y  él  nos  tiró  flechas,  y  venía  solo  en  pie, 
y  los  otros  asentados  y  decíamos  al  Gobernador: 
«Señor,  que  han  de  matarnos»;  y  tanta  fue  la 
importunidad  que  le  dimos,  que  nos  dijo:  «Má- 
tenlo luego»;  lo  mataron  y  cayó  en  el  agua,  y 
los  otros  luego  se  fueron  en  la  canoa,  escondi- 
dos, por  amor  de  las  pelotas;  aunque  daban  en 
ella,  nunca  los  bárbaros  la  desampararon  hasta 
que  se  alejaron,  y  mi  hermano  Diego  Soleto 
dijo  á  un  indio  que  lo  sacase  de  dentro  del  agua 
hasta  los  pechos;  le  tomó  de  los  cabellos  y  trá- 
jolo  tras  sí  adonde  estábamos,  ensangrentado 
boca  y  narices  del  balazo  que  le  habían  dado. 
Es  [allí]  la  tierra  muy  dura;  la  loza  deben  de 
mesturar  con  caracoles ;  es  tan  dura  la  tierra  que 
parece  de  metal  el  más  duro;  tenían  tanto  cara- 
col cogido,  que  así  digo  que  debían  de  mesturar 
la  loza  con  los  caracoles,  porque  tenían  tantos 
guardados  en  sus  casas;  yo  digo  que  para  la 
loza,  como  acá  se  mestura  con  arena,  porque 
tomé  un  cántaro  y  lo  quise  quebrar  con  una 
macana  y  le  di  dos  ó  tres  golpes  y  no  lo  pude 
quebrar,  y  lo  dejé;  y  me  fui  á  donde  el  Gober- 
nador estaba  y  dijonos:  «Hermanos,  ya  hemos 
visto  á  lo  que  veníamos;  ya  topamos  con  la  pie- 
dra de  la  noticia,  questo  sólo  quería  ver;  volvá- 
monos; el  año  que  viene  traeremos  mimición  y 
gente»;  y  así  nos  volvimos;  y  en  esta  tierra 
son  los  zapallos  como  los  del  Pirú,  y  el  maís 
grueso,  grande  y  blando,  y  chácaras  muy  gran- 
des; mas  vimos  pocos  indios,  mas  muchas  muje- 
res y  chusma,  y  al  parecer  no  estaban  allí  ellos, 
y  así  vinimos  por  las  chácaras  y  hallamos  árbo- 
les cortados  como  si  fueran  cortados  con  hachas, 
y  eran  con  piedras,  porque  tenían  minas  dello 
de  donde  la  sacaban  para  cortar  árboles,  y 
tenían  las  bocas  como  si  fuera  de  hierro,  y  te- 
nían [en]  seis  perchiles  el  maís,  puesto  con 
grande  curiosidad,  las  puntas  para  abajo,  y  así 
no  se  entraba  el  gorgojo;  había  mucho  en  esto 
que  ver,  y  fue  para  mí  de  grande  pesadumbre 
porque  no  fuimos  adelante,  y  quiso  Dios  que 
hallamos  Gobernador  nuevo  y  se  deshizo  todo 
lo  que  teníamos  concertado.  Hicimos  otras  jor- 
nadas á  la  cordillera  con  otro  Gobernador,  á 
los  Chiquitos,  y  [le  rogamos]  que  hiciese  la 
jornada  que  había  hecho  el  Gobernador  Gon- 


ALONSO  SOLETO  PERNIA 


483 


zalo  de  Solís  Holguín  á  los  Toros,  y  salió  por 
maese  de  campo  Antonio  Suárez,  y  llegó  al 
pueblo  y  puso  en  plática  la  jornada,  y  no  qui- 
sieron la  gente,  porque  querían  que  el  propio 
Gonzalo  de  Solís  lo  hiciese;  y  como  hallé  ahí 
mis  hermanos,  por  lo  que  sabíamos  de  esta 
entrada,  nos  holgamos  de  ir  allá,  y  nos  fuimos 
[por  la]  otra  parte;  mas  topamos  con  el  mesmo 
río  que  iba  á  los  Toros,  y  dijimos  á  otros  sol- 
dados: ((Hermanos,  este  río  parece  el  de  los 
Toros»;  y  dijeron  que  sí,  y  nos  volvimos  y 
hallamos  el  pueblo  despoblado,  y  nos  volvimos 
contentos  porque  ya  la  esperanza  teníamos 
perdida,  y  [pues]  que  Dios  trajo  el  Goberna- 
dor, será  Dios  servido  de  que  viene  á  hacer  la 
jornada;  nos  holgamos  mucho  y  fuimos  á  esa 


jornada  todos  mis  hermanos  y  sobrinos;  por  ¡r 
á  cosa  cierta  llevamos  todo  el  hato,  y  fue  llevar 
mujeres  y  hijos,  y  ansí  fuimos  con  tanta  vo- 
luntad, y  no  quiso  Dios,  que  nos  desbaratamos 
por  ir  en  tiempo  corto,  que  fue  por  agosto  y 
septiembre,  que  entonces  ha  de  estar  la  gente  ya 
parada  y  no  ha  de  ir  la  jornada  de  priesa,  por- 
que se  perderá,  si  no  es  muy  despacio;  lo  cierto 
[que]  dello  fue  el  padre  Navarro  habló,  y  su 
paternidad  dirá  lo  que  trabajamos;  y  volvimos 
todos  á  priesa  á  veces  hasta  el  río  de  Guapay, 
que  muchos  soldados  y  capitanes  vinieron  á  pie 
por  haber  sido  el  tiempo  de  aguas.  Cuando  fui- 
mos á  los  Toros  en  la  primera  vez  fue  el  padre 
Jerónimo  de  Villarnao  con  el  Gobernador  Gon- 
zalo de  Solís. — Alonso  Soleto  Pernio. 


RELACIÓN  DE  LA  VIDA 

DEL 

CAPITÁN    DOMINGO   DE  TORAL  Y    VALDÉS 

[ESCRITA    POR    ÉL        ISMO]     i') 


El  año  de  1598  nací  en  el  concejo  de  Villa- 
viciosa,  en  la  colación  de  Arguero;  fue  mi 
padre  Juan  de  Toral  y  Valdés;  mi  madre,  María 
de  Costales,  entrambos  hijosdalgo;  del  parto 
de  un  hermano  menor  murió  mi  madre  y  quedó 
mí  padre  con  tres  hijos:  dos  varones  y  una 
hembra.  Para  el  remedio  deste  cuidado  y  de 
la  pobreza  (que  obrando  con  extremos  opues- 
tos ó  anima  ó  desalienta)  se  determinó  bajar 
á  Castilla,  trayendo  consigo  á  los  dos  mayores, 
que  éramos  yo  y  mi  hermana. 

Paró  en  Madrid  y  á  mí  me  acomodó  á  ser 
paje  de  un  señor  y  le  serví  cuatro  años;  ausen- 
tándome de  su  casa,  anduve  otros  cuatro  pere- 
grinando por  España  como  otro  Lazarillo  de 
Tormes.  Volví  á  Madrid,  y  el  mismo  señor  á 
quien  había  servido,  como  me  había  criado  con 
él  afecto  amoroso  de  la  crianza,  pidió  á  mi  padre 
que  le  volviese  á  servir;  así  lo  hice  tres  años, 
haciendo  de  mí  tanto  caso  y  confianza  como  si 
la  experiencia  y  obligación  de  grandes  servicios 
ocasionara  á  ello  en  quien  no  tenía  aún  diez  y 
siete  años  cumplidos;  ¿que  parte  podía  haber 
destas,  que  obligara  á  que  se  cegase  el  enten- 
dimiento de  un  señor  que  ocupaba  un  puesto 
de  los  más  preeminentes  de  España? 

Esta  elección  ocasionó  el  destraimiento  de 
mi  vida,  mudando  el  modo  della,  porque  como 
mi  gobierno  fuese  correspondiente  á  mi  edad, 
siendo  el  empleo  que  C)  de  mí  se  había  hecho 
caudal  con  que  compraba  mis  gustos,  no  tan  lí- 
cito [s]  cuanto  era  bien,  para  evitar  alguna  queja 
de  que  las  tenían  otros  criados  que,  movidos  de 
la  envidia,  notaban  mis  menores  acciones  con 
todas  las  que  de  mí  sabían,  dieron  con  ellas  en 

(')  Aunque  publicada  en  el  tomo  LXXI  de  la  Co- 
h'vción  (le  documi'ntos  inéditos  pura  la  Historia  de 
España,  la  reproducimos  copiándola  del  ms.  S  lU  de 
la  Biblioteca  Nacional;  éste  es  una  copia  hecha  á  me- 
diados del  siglo  XVII  y  consta  de  38  hojas  en  folio. 

O  En  el  original:  de  que. 


el  rostro  de  mi  dueño,  tocándole  en  lo  que  se 
diría;  provocando  [le]  con  estas  cosas  me  pidió 
los  papeles  que  por  mi  cuenta  tenía,  que  eran 
de  consideración;  sentido  desto  propuse  la  ven- 
ganza, y  á  un  criado  y  mi  deudo,  que  había  sido 
la  principal  causa  de  mi  mudanza,  le  esperé  eñ 
parte  estrecha  y  le  di  dos  estocadas,  que  enten- 
diendo que  le  había  muerto  me  ausenté  de 
Madrid  y  paré  en  Alcalá  de  Henares. 

En  ella  estaba  levantando  compañía  Don  Cos- 
me de  Médicis,  hijo  de  Don  Pedro  de  Medi- 
éis (*);  díjele  al  Alférez  si  me  quería  asentar  la 
plaza  de  soldado;  respondióme  que  era  mucha- 
cho que  venía  huyendo  de  casa  de  mi  padre,  que 
no  sabía  lo  que  pedía,  que  lo  pensase  bien.  Res- 
pondile  que  venia  determinado ;  asentómela 
contra  su  voluntad,  que  hay  hombres  de  consi- 
deración tan  madura  que  quiei-en  más  perder  de 
su  oficio  y  derecho  que  no  que  se  siga  un  daño 
notable. 

A  dos  días  se  me  arrimaron  dos  bellacones 
que  después  de  ayudarme  á  gastar  lo  poco  que 
tenía  me  acuchillaron;  dije  en  conversación,  de 
un  soldado  que  pasaba,  que  le  había  conocido 
en  Toledo  corchete;  luego  se  lo  dijeron,  y  él  y 
ellos  me  sacaron  hacia  el  río  engañado;  allá  me 
esperaban  otros  dos,  y  de  la  pendencia  saqué 
segados  dos  dedos;  del  uno  estoy  estropeado; 
digo  esto  tan  por  menor  porque  se  conozca  el 
poco  saber  y  la  mocedad,  cuando  procede  á  su 
albedrío,  á  los  casos  que  se  sujeta.  Dos  meses 
estuvimos  esperando,  sin  socorro  ninguno,  bus- 
cando la  vida  con  los  modos  á  que  da  licencia 
la  soldadesca  cuando  no  hay  superior  que  los 
estorbe  ni  remedio  á  la  necesidad. 

Partimos  de  Alcalá,  alojados,  hasta  Lisboa; 
juntáronse  en  ella  cuarenta  y  tres  compañías; 
todas  las  metieron  en  navios  de  flete  que  esta- 
ban embargados  de  mercaderes,  socorriendo  á 

(')  Kn  el  original:  J/í'rfiír.9. 


486 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


cada  soldado  con  un  real,  que  aun  para  una 
comida  no  había,  porque  se  compraba  á  muje- 
res regatonas  que  lo  iban  á  vender  á  los  navios; 
dormíamos  sobre  las  tablas  embreadas,  que  lo 
ordinario  era  amanecer  la  cabeza  pegada  á  ellas; 
los  navios  pequeños,  la  gente  desnuda,  amon- 
tonada una  sobre  otra;  por  estar  desta  manera 
siete  semanas  y  partir  para  Flandes  sin  dar 
socorro  ninguno  para  refresco,  y  tardar  en  el 
viaje  veintiocho  días,  se  apuraron  de  8.000  en 
2.300,  que  con  tales  causas,  de  los  que  que- 
daron se  puede  tener  admiración.  Gobernaba  en 
Lisboa  Don  Antonio  de  Zúñiga,  y  gobernó  en 
la  navegación  el  Capitán  Antonio  Ferriol,  por 
más  antiguo. 

Desembarcamos  en  Dunquerque  por  el  mes 
de  noviembre,  año  de  1615,  tan  desnudos  que 
los  más  bien  vestidos  iban  sin  zapatos,  ni  me- 
dias, ni  sombrero,  y  lo  común  era  desnudos,  de 
tal  suerte,  que  las  partes  que  la  honestidad 
obliga  á  que  más  se  oculten  eran  más  patentes 
á  la  vista;  y  porque  algunos  las  tapaban  con 
las  manos  los  llamaron,  á  semejanza  de  Adán, 
Adanes.  Sabiendo  Su  Alteza  el  Archiduque 
x\lberto  tal  miseria,  la  remedió  luego,  vistiendo 
á  todos  cuantos  íbamos,  dende  los  zapatos  hasta 
el  sombrero,  y  los  repartió  por  Flandes  en  las 
guarniciones  y  tercios;  á  mi  compañía,  que 
quedó  viva,  le  tocó  ser  del  tercio  de  Don  Iñigo 
de  Borja,  que  era  Maestre  de  Campo  y  Caste- 
llano de  Araberes  en  el  castillo  desta  ciudad. 
Estuvo  mi  compañía  de  gnarnición  hasta  que 
se  acabaron  las  treguas,  sin  que  se  ofreciese 
cosa  notable. 

El  año  de  1619  se  acabaron  y  salimos  á 
campaña,  yo  agregado  á  la  compañía  de  Don 
Francisco  Lasso,  que  era  del  mismo  tercio, 
porque  mi  compañía  no  salió,  y  sacaron  della 
diez  soldados  y  yo  fui  uno. 

En  Beberé,  que  es  un  casar  dos  leguas  de 
Amberes,  hicimos  plaza  de  armas  10.000  hom- 
bres, acudiendo  por  retaguardias  á  guarnecer  el 
dique  de  Caló  y  fortificarle  (*),  deteniéndonos 
hasta  que  el  Marque's  de  Espinóla  sitiase  á 
«Tule,  con  intento  que  los  Estados,  sacando  las 
guarniciones  de  las  plazas  que  ocupaba  [n],  soco- 
rriesen ('^)  aquella  plaza,  y  habiendo  sacado  la 
que  tenia  en  la  Inclusa,  Don  Iñigo  de  Borja,  con 
la  gente  de  su  cargo,  que  eran  10.000  hombres, 
tomase  la  isla  de  Casante  que  casi  cerca  la  In- 
clusa, y  quitarle  el  socorro;  en  este  ínter  se  ha- 
bían prevenido  en  Estonde,  que  es  cinco  leguas 
de  la  Inclusa,  barcones  y  alguna  artillería  para 
que  en  carros  se  trújese  al  puesto  por  donde 
el  ejército  había  de  pasar  el  canal  de  la  Inclusa 
para  entrar  en  la  isla,  que  también  confina  con 


(')  En  el  oñgin&h  fortificándole. 
(')  En  el  original:  socorricuf. 


el  dicho  canal,  llegando  al  puesto  de  noche  á 
un  tiempo  el  ejército  y  las  barcas;  estando  el 
Marqués  sobre  Jule  le  llegó  á  Don  Iñigo  de 
Borja  orden  para  que  fuese  á  la  Inclusa;  mar- 
chó la  gente  y  se  juntaron  en  una  tarde  los 
10.000  hombres,  que  estaban  repartidos  por  di- 
versos alojamientos  en  el  país,  en  un  campo 
delante  de  las  puertas  de  Briejas,  la  mejor  gen- 
te que  se  podía  escoger,  todos  soldados  viejos 
del  tercio  de  Don  Iñigo  de  Borja;  el  de  Vallón, 
de  milaneses;  el  de  Mos  de  la  Fontana,  de  va- 
lones; dos  regimientos  de  alemanes;  compa- 
ñías de  valones  del  país  de  Certuis;  seis  com- 
pañías de  irlandeses.  Aquella  tarde  marchó  toda 
esta  gente  á  la  sorda  para  hallarse  en  el  puesto 
señalado  á  las  doce  de  la  noche,  y  á  las  mismas 
doce  habían  de  estar  los  carros  con  los  ponto- 
nes y  artillería,  que  habían  de  venir  de  Ostende 
por  la  orilla  de  la  mar;  en  el  camino  se  le  que- 
bró [á]  un  carro  en  que  venía  un  pontón  una 
rueda;  en  el  ínter  que  la  buscaron  y  acomoda- 
ron en  el  carro,  amaneció;  esperando  los  demás 
á  que  viniese  éste  con  ellos,  todos  se  detuvie- 
ron ;  el  ejército  llegó  al  puesto  adonde  se  había 
de  pasar  el  canal  para  entrar  en  la  isla  de  Ca- 
sante, y  adonde  habían  de  estar  esperando  los 
carros,  á  la  una  de  la  noche,  y  esperándolos 
también  amaneció.  Los  de  la  isla  y  barcos  que 
andaban  por  la  mar  vieron  el  ejército  que  esta- 
ba hecho  escuadrón  á  la  orilla  de  la  canal;  co- 
nocieron el  disinio,  acudieron  al  remedio  forti- 
ficando la  isla,  que  hasta  este  caso  no  habían  he- 
cho, guarneciéndola;  no  sirviendo  tanto  gasto  y 
prevención  y  gente  más  de  despertar  á  quien 
dormía.  Viendo  Don  Iñigo  que  ya  era  enten- 
dido y  que  su  interpresa,  por  ser  de  día  y  no 
haber  venido  los  carros  á  tiempo,  no  tenía  efec- 
to, se  retiró  á  ocupar  algún  puesto  allí  cerca  en 
el  ínter  que  se  avisaba  al  Marqués  que  enviase 
segunda  orden  de  lo  que  se  había  de  hacer. 

Llegó  dentro  de  ocho  días  la  orden  del  Mar- 
qués, de  que  se  tomase  puesto  á  vista  de  la  In- 
clusa y  no  se  partiese  del  sin  haber  hecho  dos 
fuertes  Reales:  uno  á  la  orilla  del  canal  en  lo 
más  estrecho  della,  enfrente  de  la  isla  de  Ca- 
sante, con  una  buena  batería  que  estorbase  el 
poder  entrar  embarcaciones  con  socorro;  otro  en 
un  dique,  con  cuatro  baluartes  quo  le  sujetase; 
tomóse  (})  puesto  en  una  pradería  que  estaba 
entre  unos  diques  que  detenían  la  creciente  de 
la  mar,  un  cuarto  de  legua  de  donde  se  habían 
de  hacer  los  fuertes;  acuartelóse  el  ejército  y 
en  esta  ocasión  fui  nombrado  por  cabo  de  seis 
soldados  que  me  dieron  de  guarda  para  reco- 
nocer las  fortificaciones  de  la  Inclusa  (cuyo  re- 
conocimiento tengo  hecho  bueno  en  mis  servi- 
cios). Fuese   continuando  el  hacer  los  fuertes 

O  En  el  original;  tomase. 


DOMINGO   DE  TORAL  Y  VALDES 


487 


con  dos  baterías  que  tiraban  á  otro  que  el  ene- 
migo había  hecho  en  la  isla  para  que  estorbase 
la  labor  de  los  fuertes,  que  duraron  nueve  me- 
ses, que  compreendieron  todo  el  invierno,  con 
los  trabajos  más  notables  que  soldados  han  pa- 
sado en  Flandes.  Como  los  cuarteles  estuvie- 
ron en  hondo,  entre  diques,  con  las  muchas 
lluvias  y  cursos  de  carros  y  gente  se  hicieron 
unos  lodazales,  entre  lodo  y  agua,  que  los  hom- 
bres se  metían  hasta  la  rodilla  y  las  cabalga- 
duras no  podían  salir.  Destos  cuarteles  se  iba 
por  un  dique  á  meter  la  guarda  á  los  fuertes 
que  se  hacían;  era  poco  más  ancho  que  un  ca- 
rro y  por  los  lados  tenía  fosos  de  agua  que  in- 
chia  la  marea;  pues  como  por  este  dique  se  con- 
dujesen (})  todos  los  pertrechos  y  bastimentos 
y  guardas  á  los  fuertes ,  estaba  tan  malo  que 
cuando  llegaba  la  gente  de  desatacarse  y  de  le- 
vantar y  caer,  las  caras,  manos  y  todo  el  cuer- 
po iban  cubiertos  de  lodo,  y  sin  aliento  ningu- 
no, y  si  iban  por  las  orillas  del  dique  tal  vez 
resbalaban  y  daban  en  los  fosos  que  estaban  á 
los  lados  del  dique;  con  el  peso  de  las  armas, 
si  era  de  noche,  se  ahogaban.  Tiniendo  el  ene- 
migo noticia  destas  cosas,  las  más  de  las  no- 
ches nos  tocaba  arma;  era  necesario  ir  dende 
los  cuarteles  hasta  los  fuertes  á  la  voz  del 
arma  la  mitad  de  la  gente  por  el  dique  que 
tengo  dicho,  en  tiempo  de  invierno,  con  gran- 
dísimas tempestades  de  agua  y  nieve,  de  suerte 
que  las  más  veces  era  ordinario  de  cuatro  ó 
seis  que  iban  de  camarada  faltar  uno,  y  vino  á 
suceder  en  general  á  la  fin  del  invierno  que  en 
las  más  de  las  baiTacas  no  había  más  que  \\n 
soldado,  habiendo  en  cada  una  seis  ó  siete,  y 
los  fríos  y  hielos  fueron  tan  grandes  que  á  mu- 
chos soldados  cortaron  los  brazos  y  piernas  de 
helados;  la  gente  toda  desnuda,  los  cuarteles 
inundados  de  agua,  que  no  se  podía  salir  de  las 
barracas  á  la  plaza  de  armas  sin  venir  hechos 
un  lodo.  Estos  trabajos  apuraron  la  gente  de 
tal  suerte,  que  se  hallaron  por  el  mes  de  abril 
los  fuertes  sin  (*)  defensa;  de  9.000  que  entra- 
ron en  el  puesto  se  apuraron  en  2.000,  sin  haber 
muerto  el  enemigo  sesenta;  más  lo  aprieta  en 
sus  certificaciones  el  maestre  de  campo  Don 
Pedro  de  Ocampo  Marino,  que  murió  Gober- 
nador de  Cádiz,  que  en  esta  ocasión  era  Sar- 
gento mayor  del  tercio  de  Don  Iñigo  de  Borja, 
diciendo  por  palabras  expresas  que  los  que  se 
hallaron  en  hacer  los  fuertes  de  la  canal  de  la 
Inclusa  hicieron  pruebas  de  valientes  y  honra- 
dos soldados,  pues  de  9.000  se  apuraron  en 
1.500.  Como  he  dicho  gobernaba  Don  Iñigo 
de  Borja,  y  aunque  era  valiente  soldado  y  en- 
tendido en  el  arte  militar  y  dicípulo  de  aquel 

(')  En  el  original:  coiidiciescn. 
(*)  En  el  original:  en. 


famoso  ingenio  Miguel  Curieto,  se  conoció  con 
evidencia  que  aquella  famosa  ciencia  del  saber 
acuartelar  un  eje'rcito,  reconocer  la  calidad  y 
circunstancias  de  un  sitio,  ó  para  alojarse  ó  dar 
batalla,  según  guerra  ofensiva  ó  defensiva,  que 
tanto  les  importó  el  sal)erla  á  Ce'sar  en  la  PVan- 
cia,  á  Carlos  V  en  Alemania  con  el  de  Lans- 
grave  y  Sajonia,  al  Duque  de  Alba  en  aquella 
famosa  batalla  que  dio  on  los  Estados  de  Flan- 
des  al  Conde  Ludovico  de  Nasao,  no  la  enseña 
Euclides  en  su  geometría,  ni  reglas  ni  precep- 
tos de  famosos  ingenieros,  mas  un  claro  natu- 
ral, curtido  en  una  larga  experiencia  de  casos 
militares;  si  en  esta  parte  se  supiera  esta  cien- 
cia no  se  hubiera  hecho  yerro  tan  costoso  y  no- 
table, pues  fueron  los  fuertes  mucha  causa  para 
que  se  consumiesen  7.500  hombres  [que]  es- 
taban por  mayor  defensa  [de]  los  fuertes.  El 
Marqués  sacó  la  poca  gente  que  había  quedado 
de  aquel  puesto  y  la  llevó  al  sitio  de  Bergas. 

Tenía  el  Marqués  hecho  trato  en  Bergas  con 
un  Sargento  mayor  que  había  de  dar  una  puer- 
ta, poniéndose  sobre  aquella  plaza;  encaminó  á 
ella  1.400  hombres  con  Don  Luis  de  Velasco, 
General  de  la  caballería,  tomando  puestos  á  lo 
largo,  sin  abrir  palmo  de  trinchea  ni  hacer  for- 
tificación de  importancia  en  catorce  ó  diez  y 
seis  días,  en  confianza  del  trato;  el  enemigo  se 
salió  fuera  de  la  plaza  y  tomó  todos  los  puer- 
tos que  pudo,  con  muy  buenas  fortificaciones, 
y  caminó  á  nosotros  con  trinchera,  que  parecía 
que  nos  quería  sitiar,  [y]  metió  socorro  dentro 
de  la  plaza.  En  este  ínter  sucedió  aquella  famosa 
batalla  que  en  Marimón,  diez  leguas  de  Bruse- 
las, dio  Don  Gonzalo  de  Córdoba  al  Conde 
Masfelte  de  Alemania.  Llegaron  las  nuevas  al 
ejército,  adonde  ya  estaba  el  Marqués;  en  al- 
bricias de  tan  dichosa  nueva,  que  era  opinión 
era  restauración  de  Flandes,  mandó  que  se  dis- 
parase la  artillería;  apuntóse  á  Bergas  y  una 
de  las  balas  que  se  dispararon  mató  al  Sargento 
mayor  que  había  hecho  el  trato  y  en  quien  se 
tenía  la  confianza;  pasados  algunos  días  se  pa- 
saron al  ejército  unos  soldados  de  la  plaza  y 
dijeron  que  era  muerto  el  Sargento  mayor;  obli- 
góle esta  nueva  al  Marqués,  haciendo  el  caso 
reputación,  hacer  de  la  necesidad  virtud;  sitió 
la  plaza  en  forma;  hizo  llamamiento  de  gente 
por  todo  el  país  hasta  32.000  hombres;  llegó 
Don  Gonzalo  de  Córdoba  con  la  gente  que  le 
había  quedado  de  la  batalla;  ocupó  el  puesto 
que  era  de  Vallón,  que  estaba  á  la  parte  de 
Oriente.  Es  Bergas  una  villa,  siete  leguas  do 
Aniberes,  en  ducado  de  Brabante,  en  el  mar  de 
Migilburx ;  tiene  una  canal  ó  ría  que  con  el 
creciente  cubre  muchos  bajíos,  hinche  el  foso  y 
entran  algunas  embarcaciones  no  muy  gran- 
des; hacia  el  Poniente  le  entra  el  canal;  arri- 
mado á  él  [hay]  un  dique  que  se  remata  en  unos 


488 


AUTGBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 


bajíos  donde  está  un  fuerte  que  sujeta  la  villa  y 
guarda  el  canal  para  que  no  se  le  pueda  quitar 
el  socorro,  que  se  llama  Bergan.  Como  el  Mar- 
qués ocupaba  lo  más  del  sitio  hacia  la  parte  del 
Norte,  cercaban  este  sitio  trincherones,  levan- 
tados á  trechos  sus  reductos  para  proveer  las 
postas  y  socorrer  los  puestos;  comenzáronse  á 
abrir  trincheas  tarde  y  mal,  porque  como  el 
enemigo  tenía  puestos  fuera  de  la  plaza  y  en 
ellos  tenía  piezas  pequeñas  que  barrían  la  haz 
de  la  tierra,  en  descuidándose  alguno  perdía  la 
vida.  A  la  parte  de  Levante,  como  he  dicho, 
estaba  Don  Gonzalo  de  Córdoba;  arrimáronse 
por  esta  parte  más  por  servirles  de  espaldas 
unas  dunas  ó  montañas  de  arena  que  estaban 
cerca  de  la  puerta  de  Amberes  en  aquella  parto; 
lio  sucedió  cosa  notable  más  de  algunas  salidas 
y  el  haber  hecho  una  batería  para  batir  la  mu- 
ralla; por  la  parte  del  Marqués  se  arrimaban 
por  dos  partes  y  se  abrieron  trincheras :  la  una, 
por  el  lado  izquierdo,  ocupaban  las  naciones 
valones  y  alemanes;  la  otra  parte  de  á  mano 
derecha  ocupaban  españoles,  que  al  principio 
gobernó  Diego  Luis  de  Olivera,  maestre  de 
campo  de  portugueses;  tuvo  un  mal  suceso;  fue 
que  el  Sargento  Rincón  y  el  Alférez  Moreno, 
entrambos  de  la  compañía  de  Don  Lorenzo 
Lasso,  quisieron  reconocer  las  trincheras  ene- 
migas, que  distaban  poco  más  de  seis  pasos  de 
las  nuestras;  levantándose  en  alto  sobre  una 
banqueta  vio  que  no  había  gente  en  ellas  y  le- 
vantaron la  voz,  diciendo:  ¡Santiago  y  á  ellos! 
que  han  desmamparado  las  trincheras;  arrojá- 
ronse á  ellos;  siguiéronlos  algunos  de  su  con- 
dición y  unos  fueron  empeñando  á  otros;  los 
que  estaban  del  enemigo  en  la  cabeza  dellas  se 
retiraron  á  una  plaza  de  armas  que  tenían  cerca 
guarnecida  con  cantidad  de  gente;  los  nues- 
tros, entendiendo  que  huían,  los  seguían,  y  al 
desembocar  en  la  plaza  de  armas,  los  del  ene- 
migo, que  ya  estaban  con  las  armas  en  las  ma- 
nos, no  los  dejaron,  haciéndolos  volver  atrás. 
Habíanse  llenado  ya  las  trincheras  del  enemigo 
de  soldados  nuestros  con  la  codicia  de  la  ac- 
ción, y  quiriendo  volver  atrás,  no  pudieron,  ni 
tampoco  pelear,  porque  la  muchedumbre  de  la 
gente  era  tanta  que  en  la  misma  trinchera  mu- 
rieron la  mayor  parte  de  ellos  sin  poder  i'etirar- 
se  ni  pelear;  murió  entre  ellos  Don  Fernando 
de  Portugal,  hermano  del  Conde  de  Vimioso, 
que  era  Capitán  de  Infantería  del  tercio  de 
Portugal.  Conoció  el  enemigo  ser  esta  acción 
precipitada,  sin  orden,  y  pareciéndole  que  esta- 
rían desguarnecidas  las  trincheas  nuestras  de 
la  batalla  ó  manguardia  por  haber  (})  ocupado 
las  suyas  la  gente  que  ocupaba  la  manguardia 
nuestra,  sacó  de  un  reduto  que  estaba  á  un  lado 

(')  En  el  urigi;ial:  ver. 


en  frente  de  las  trincheras  de  nuestra  batalla  y 
en  medio  una  pradería,  tres  compañías  que  ocu- 
pasen las  trincheras  de  la  batalla  nuestra  y  cor- 
tasen á  los  nuestros  que  estaban  en  las  suyas 
y  á  los  demás  que  los  iban  á  socorrer;  mandó 
luego  Diego  Luis  de  Olivera  que  saliesen  á  re- 
cibirlas otras  tres  compañías;  encontráronse  en 
la  pradería  y  escaramuzaron  más  de  media  hora 
lo  más  á  lo  largo,  donde  murió  gente  de  con- 
sideración de  una  y  otra  parte.  Era  una  de  las 
compañías  nuestras  la  del  Capitán  Rui,  de  quien 
[era]  sargento  Miguel  Olles,  de  nación  nava- 
rro; adelantóse  de  los  enemigos  otro  sargento; 
salióle  á  recibir  Miguel  Olles,  y  peleando  con 
el  alabarda  le  mató;  acudió  su  Capitán  á  ven- 
garle; salióle  á  recibir  otra  vez  Miguel  Olles,  y 
calando  la  pica  le  tiró  un  picazo  que  con  la 
alabarda  desvió  y  ganándole  la  entrada  le  dio 
otro  alabardazo  con  que  le  mató;  tomóle  la  pica 
con  el  alabarda  del  Sargento  que  había  muerto 
y  retiróla  hacia  las  trincheras  y  volvióle  á  salir 
al  encuentro  otro  soldado  holandés  de  alta  dis- 
posición, que  también  venía  á  buscarle;  chocó 
con  él  y  también  le  hirió  muy  mal  de  otro  ala- 
bardazo; en  esto  le  dieron  un  mosquetazo  en 
un  brazo,  que  fue  fuerza  el  haberse  de  retirar; 
después  le  cortaron  el  brazo  por  junto  al  hom- 
bro; en  premio  desta  hazaña  le  hicieron  Alférez 
y  le  dieron  cuatro  escudos  de  ventaja  sobre  cual- 
quier sueldo;  vino  con  licencia  á  España,  y  el 
Conde  de  Monterrey,  viendo  sus  honrados  ser- 
vicios, le  ayudó  para  que  fuese  Capitán ;  levantó 
en  Miranda  de  Duero,  donde  murió.  Volviendo 
al  caso,  digo  que  con  el  arma  que  se  tocó  fue 
acudiendo  gente  de  los  cuarteles  de  socorro  á 
las  compañías  que  escaramuzaban  tres  á  tres  en 
la  pradería;  después  de  muertos  algunos  de  una 
parte  y  otra  se  retiraron.  Los  que  se  habían  en- 
trado en  la  trinchera  del  enemigo,  aunque  con 
muerte  de  muchos,  trataron  de  sustentarla;  el 
enemigo  de  defenderla,  donde  se  peleó  toda  la 
tarde  hasta  la  noche ,  que  fue  fuerza  á  los  nues- 
tros retirarse;  conociendo  la  gente  que  les  ma- 
taban con  tan  poco  fruto,  tomóse  por  acuerdo, 
por  divertir  al  enemigo  de  sus  trincheras,  em- 
bestir á  una  media  luna  que  remataba  en  la 
cabeza  de  un  ramal  de  trinchera  nuestra  que 
estaba  en  la  manguardia  á  mano  derecha;  hicié- 
ronlo  dos  compañías  de  portugueses,  sin  fruto, 
porque  el  enemigo  la  defendía  valientemente,  de 
tal  manera  que  en  aquella  tarde  murieron  mucha 
gente  de  los  portugueses  y  entre  ellos  dos  Ca- 
pitanes; fue  [se]  acudiendo  al  asalto  y  socorro  y 
mudaron  aquellas  compañías,  y  en  su  lugar  en- 
tró Don  Francisco  Lasso  con  su  compañía,  de 
quien  yo  era  soldado,  que  este  día  le  tocó  estar 
de  guarda  en  la  retaguarda  de  las  trincheras; 
era  de  los  que  llaman  los  desbocados,  y  así  qui- 
so conseguir  lo  que  otros  no  pudieron;   hizo 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDE& 


4»9 


cuanta  diligencia  podía  un  valiente  soldado, 
tanto  que  en  el  puesto  le  mataron  diez  y  siete 
soldados  y  entre  ellos  los  de  más  opinión  j  al- 
gunos Alféreces  reformados,  hasta  que  cono- 
ciendo la  dificultad,  el  Marqués  le  mandó  que 
se  retirase,  haciendo  alguna  fortificación  en  la 
cabeza  de  la  trinchera.  Tenía  ésta  media  luna 
encima  de  la  muralla,  un  torno  con  unas  púas 
atravesadas  de  parte  á  parte  por  el  eje,  y  esta- 
ban ensebadas  y  andaba  muy  ligero  alrededor; 
la  muralla  estaba  baja;  los  soldados  procuraban 
subir  y  meterse  por  debajo  del  torno;  para  su- 
bir asían  de  las  púas,  y  como  estaban  enseba- 
das escurrían,  de  suerte  que  cuando  estaban  ya 
encima  de  la  muralla;  desliciaban  de  las  manos 
las  púas  y  con  la  fuerza  del  deslicio  andaba  el 
torno  alderredor,  y  el  que  subía  venía  rodando 
por  la  muralla  abajo  con  algún  picazo  ó  alca- 
buzazo,  y  con  esto  estaba  lleno  el  suelo  de  cuer- 
pos muertos;  en  esta  ocasión  tres  veces  subió 
á  la  muralla  Alonso  de  Leyte,  natural  de  Ma- 
drid, trepando  por  la  muralla  asido  de  una  pica 
del  enemigo,  y  todas  tres  vino  abajo;  servía  en- 
tre nosotros  un  tercio  de  ingleses  que  también 
se  halló  eu  todo  lo  que  se  ofreció;  dellos  y  de 
los  nuestros  estaban  las  trincheras  llenas  de 
cuerpos  muei-tos,  que  no  se  podía  poner  los 
pies  en  la  tierra,  sino  es  en  ellos,  pisándolos; 
unos  que  retirándose  murieron,  otros  que  allí 
mataron,  reputáronse  por  quinientos  los  muer- 
tos ;  amaneció  y  mandaron  que  los  retirasen  y  mi 
compañía  también  se  retiro.  Salió  Don  Fi'an- 
cisco  Lasso  y  todos  tan  otros  de  los  que  entra- 
ron, que  parecían  demonios  de  la  noche  que  ha- 
bían pasado,  negros  y  deslustrados  del  humo 
de  granadas,  pez,  alquitrán  que  echaban  y  de 
la  alcabucería,  todos  mustios  y  tristes,  que  ape- 
nas se  atrevían  á  levantar  ninguno  la  cabeza  á 
mirar  á  otro;  venía  mi  Capitán  pasados  los  cal- 
zones y  las  ligas  de  alcabuzazos  y  del  fuego  y 
cascos  de  granada;  díjele:  Parece  que  á  vuestra 
merced  le  han  picado  grajos.  Respondióme: 
Es  verdad,  mas  eran  de  plomo.  Todo  fue  sin 
orden  ni  acuerdo,  no  más  de  empeñar  uno  á 
muchos,  pareciendo  al  principio  que  era  fácil 
conseguir  alguna  cosa  de  importancia;  mudaron 
á  otro  día  á  Diego  Luis  de  Olivera  y  dieron 
las  trincheras  á  Don  Diego  Mesía,  que  al  pre- 
sente era  Maestre  de  Campo  y  Castellano  de 
Amberes. 

Fuese  continuando  el  sitio  sin  suceder  otra 
cosa  notable  más  de  los  muchos  tiros  que  el 
enemigo  tiraba  cada  día,  que  de  la  parte  del 
Marqués  se  puso  un  día  á  rayar  un  Alférez 
reformado  los  tiros  que  el  enemigo  tiraba  y  rayó 
seiscientos  sin  los  que  se  tiraban  á  la  parte  de 
Don  Gonzalu;  íbase  muy  poco  á  poco  con  las 
trincheras;  cada  palmo  que  se  adelantaba  cos- 
taba mucha  gente  y  así  se  atrasaba  más;  esta- 


ban [tan]  cerca  las  del  eneniigo  de  las  nuestras 
que  las  granadas  se  echaban  con  la  mano  de  unas 
en  otras  y  con  ellas  hacían  daño  notable,  porque 
en  cualquier  miembro  ó  parte  donde  daba  le 
hacía  pedazos.  Llegaron  á  estar  tan  cerca  las 
del  enemigo  y  las  nuestras  que  para  desembo- 
carlas no  faltaba  más  de  con  la  pala  echar  la 
tierra  que  las  dividía,  de  ¡a  una  en  la  otra,  sin 
descubrirse.  Conociendo  esto  el  Marqués  quiso 
desbocar  las  suyas  en  la  del  enemigo  y  mandó 
tomar  al  ejército  las  armas;  guarneciéronse  las 
trincheras  muy  bien  con  gente  sobresaliente; 
halláronse  en  la  plaza  de  armas  dellas  todos 
los  más  principales  soldados  y  señores  del  ejér- 
cito: el  Marqués  Don  Luis  de  Velasco;  Don 
Iñigo  de  Borja,  que  era  General  de  la  artillería; 
dos  hijos  del  Conde  de  Benavente,  Don  Manuel 
y  Don  García  Pimentel;  un  hijo  del  Marqués 
de  la  Algaba,  otro  del  Marqués  de  las  Navas, 
sin  otros  muchos  extranjeros;  guarnecidas  las 
trincheras,  puesta  toda  la  gente  en  orden  para 
cualquier  cosa  que  pudiera  suceder,  volóse  un 
hornillo  que  estaba  debajo  del  terreno  que  divi- 
día las  trincheras  nuestras  del  enemigo,  para 
en  volándole  embestir;  así  se  hizo,  mas  el  ene- 
migo tenía  otra  mina  debajo  de  nuestro  horni- 
llo; esperó  á  que  los  nuestros  embistiesen;  en- 
tonces pególe  fuego,  abrióse  la  tierra  y  al  vo- 
larle se  tragó  tres  ó  cuatro  soldados ;  los  demás 
salieron  medio  quemados;  en  este  tiempo  em- 
pezó la  artillería  y  mosquetería  de  una  y  otra 
parte,  en.  tanta  cantidad  que  la  tierra  temblaba 
con  el  estruendo,  y  el  humo  y  ruido  de  las  ba- 
las que  cubrían  el  cielo  y  cegaban  y  aturdían 
los  hombres;  peleóse  más  de  dos  horas:  nos- 
otros, por  ocupar  puesto  en  las  trincheras  del 
enemido;  él,  por  defenderlas;  al  fin  nos  hubi- 
mos de  retirar  y  volvernos  á  fortificar  de  nuevo 
en  el  mismo  puesto  que  estábamos;  murió  en 
esta  ocasión  mucha  gente  de  importancia;  entre 
los  principales  fue  Don  García  Pimentel,  uno 
de  los  hijos  del  Conde  de  Benavente;  sucedió 
el  caso  que  volando  [los]  nuestros  el  primer  hor- 
nillo había  encima  unas  cestillas  de  tierra  de  la 
forma  de  tiestos  de  albahaca  que  servían  de  cu- 
brir á  las  postas  y  tirar  por  el  hueco  que  hacían 
por  debajo;  voló  el  hornillo  algunas,  y  una  se  re- 
montó tan  alto  que  con  el  movimiento  natural 
vino  á  caer  en  la  plaza  de  armas,  donde  esta- 
ban estos  señores,  y  dio  en  la  cabeza  á  Don 
García,  que  le  torció  el  pescuezo  y  luego  cayó 
muerto  con  grande  sentimiento  de  todo  el  ejér- 
cito, porque  demás  de  ser  tan  gran  señor  ser- 
vía en  cualquier  puesto  como  un  soldado  el  más 
humilde  sujeto  á  la  obediencia  de  un  cabo  de 
escuadra,  sin  excepción  en  su  persona  ninguna 
ni  recatarse  del  peligro,  tanto  que  cubriéndonos 
una  noche  en  un  puesto  que  tomábamos,  sin 
morrión  ni  peto  acudía  á  traer  la  fagina,  á  asen- 


490 


autobiografías  y  memorias 


tarla,  á  echar  la  tierra,  con  tanto  desenfado  y 
poco  cuidado  de  sí  como  si  fuera  por  la  calle 
Mayor  de  Madrid  paseándose;  díjele:  Señor, 
¿cómo  vuestra  señoría  anda  así?  ¿no  ve  que  le 
dará  un  balazo  con  mucha  facilidad  y  le  perde- 
remos, que  importa  más  que  todo  este  sitio?  y 
me  respondió:  ¿Qué  es  lo  que  dice?  ¿Soy  yo  más 
que  un  pobre  soldado  como  vuestra  merced?  Era 
de  extrema  piedad,  visitaba  los  heridos  con  mu- 
cho cuidado  de  que  se  les  asistiese,  y  lo  que  po- 
día hacer  por  ellos  no  lo  pedía  á  nadie;  ?uando 
retiraban  algún  herido  le  salía  al  camino,  con- 
solábale y  dábale  uno  ó  más  reales  de  á  ocho, 
según  eran  las  personas  y  las  heridas. 

También  murió  en  esta  ocasión  de  un  mos- 
quetazo el  ingeniero  de  más  consideración  que 
había  en  el  ejército,  aunque  todos  eran  de  bien 
poca  falta;  notable,  no  por  la  calidad  de  la  per- 
sona, sino  por  la  falta  que  hacía  y  hace.  Con- 
tinuando el  sitio  con  poco  ó  ningún  fruto,  pa- 
sada esta  ocasión  el  enemigo  buscó  otra,  y  re- 
conociendo que  las  trincheras  que  guarnecían 
los  valones  y  borgoñones  estaban  con  algún 
descuido,  cerró  con  ellas;  ellos  se  retiraron  sin 
poder  asistir  á  la  defensa  hasta  que  el  enemigo 
llegó  á  un  ramal  de  trinchera  que  atravesaba  y 
correspondía  á  las  trincheras  de  los  españoles; 
éste  guarnecía  mi  Capitán  Don  Francisco 
Lasso  con  su  compañía,  y  con  notable  valor 
caló  la  pica  y  dijo  á  los  demás  que  le  siguiesen 
y  dando  voces  ¡Santiago!  cerramos  con  ellos 
arrojándonos  del  ramal  que  ocupábamos ;  el 
enemigo  que  oyó  españoles  entendió  que  era 
mucha  cantidad  de  ellos  al  socorro;  retiróse  y 
perdió  lo  que  había  ganado,  y  mi  Capitán  las 
volvió  á  entregar  á  quien  las  había  perdido,  de 
que  le  resultó  los  aumentos  que  hoy  tiene; 
hiciéronle  Capitán  de  caballos,  diéronle  el  há- 
bito de  Santiago  y  hoy  es  Gobernador  de  Chile. 
Al  fin  de  tres  meses,  que  en  todos  ellos  no  era 
sino  mortandad,  que  se  reputó  la  falta  de  la 
gente  por  más  de  once  mil,  sin  mejorarnos  una 
hora  más  que  otra,  se  tuvo  noticia  que  el  ene- 
migo con  todo  su  poder  venía  por  tierra  á  so- 
correr aquella  plaza,  y  antes  que  llegase  nos 
partimos;  nosotros  caminamos  á  media  noche; 
este  fue  el  fin  del  sitio  de  Bergas,  donde  se 
colige  deste  y  del  de  la  Inclusa  y  de  la  nave- 
gación de  la  Isla  que  (*)  las  cosas  de  España 
ee  consideran  [en]  su  fin  por  el  principio. 

Luego  que  se  acabó  esta  ocasión  me  vinieron 
cartas  de  favor  de  España,  con  que  saqué  licen- 
cia tan  contento,  que  ésta  me  sirvió  de  consuelo 
de  todos  los  trabajos  pasados,  dándolos  por  bien 
empleados;  dos  años  había  que  dormía  con  la 
gola  puesta,  que  con  el  asiento  de  las  armas  y 
de  la  pica  la  tenía  señalada  en  los  hombros. 

(•J  En  el  original:  á  que. 


Vine  á  España  atravesando  la  Francia  en 
treinta  días  á  pie,  porque  el  dinero  que  me  die- 
ron no  bastaba  para  comer,  qixe  eran  veinticin- 
co tollares,  que  cada  uno  es  nueve  reales  y  seis 
cuartos,  con  propósito  de  pasar  á  las  ludias. 

Llegué  á  Madrid  y  en  este  tiempo  salió  una 
grande  leva,  y  entre  ellos  salió  el  Capitán  Lá- 
zaro de  León,  de  quien  fui  Alférez;  fuimos  á 
levantar  á  Medina  del  Campo  mi  Capitán  y  yo; 
fui  á  Alaejos,  donde  me  hicieron  mucha  merced 
en  nueve  meses  que  estuve  levantando;  en  este 
tiempo  un  atambor  me  dio  una  pedrada  en  la 
frente  por  dar  á  un  Alcalde  de  los  hijosdalgo 
que  estaba  conmigo;  fue  peligrosa,  mas  con 
brevedad  sané. 

Con  la  compañía  fuimos  á  Lisboa,  hurtando 
en  el  camino,  que  en  tales  alojamientos  no  se 
hace  otra  cosa. 

Gobernaba  en  Lisboa  el  Marqués  de  Cama- 
rasa,  y  esperaba  al  inglés;  íbase  recogiendo  en 
aquella  ciudad  mucha  infantería  de  voluntarios 
y  quintados  y  soldados  viejos  de  la  armada,  que 
fueron  Tomás  de  la  Arraspur  Ribera,  con  la 
escuadra  del  estrecho;  Don  Nicolás  de  Júdice, 
con  la  de  Barcelona;  el  Almirantazgo,  la  escua- 
dra de  Maqueda,  la  de  Portugal,  la  escuadra  de 
Guipúzcua,  y  más  la  gente  suelta,  que  en  todos 
serían  (5.000  hombres,  en  cuarenta  navios  que 
estaban  en  aquella  barra;  fortificábase  aquella 
ciudad  y  todos  tomaban  las  armas,  formando 
cuatro  tercios  de  la  gente  común  de  la  ciudad; 
fue  á  Cádiz  el  inglés,  y  así  todo  esto  no  fue 
menester. 

Estuve  dos  años  y  medio  en  Lisboa;  refor- 
maron mi  compañía;  vine  á  Madrid  á  preten- 
der mi  sueldo  de  reformado,  aunque  ya  le  tenía 
para  Lisboa.  Como  no  era  parte  donde  se  me- 
rece tanto  como  en  otras,  pretendí  ir  á  otra 
parte,  á  Flandes  ó  á  la  Armada;  yendo  á  saber 
en  casa  del  Secretario  Pedro  de  Arce  de  mi 
despacho,  me  respondieron  que  estaba  detenido; 
causóme  confusión;  volví  segunda  vez;  apreté 
la  dificultad;  dijéronme  que  fuese  á  hablar  al 
señor  Juan  de  Pedroso;  lúcelo  y  di  jome  que  te- 
nía hecha  merced  de  veinte  escudos  de  sueldo 
al  mes  cerca  del  Marqués  de  Leganés;  repetí 
diciendo  que  mi  voluntad  era  servir  donde  me- 
reciese; di  jome  que  servía  á  Su  Majestad  ha- 
ciendo lo  que  me  mandaba;  obedecí;  estuve  en 
Madrid  un  año  sin  que  se  ofreciese  cosa  de  con- 
sideración, más  que  gobernando  la  Mámora 
Francisco  de  Murga,  la  sitiaron  40.000  moros; 
mandóme  el  Marqués  que  fuese  á  meterme 
dentro;  fui  con  mucha  brevedad  y  mediante  la 
orden  del  Duque  de  Medina  entré  dentro  cuan- 
do se  acababa  de  levantar  el  sitio  al  cuarto  de 
la  salud.  Estuve  en  aquella  plaza  dos  meses, 
hasta  que  me  vino  licencia  del  Marqués  para 
venir  á  España,  que  hice  con  buena  voluntad. 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDES 


491 


poi-que  aquella  plaza  es  muy  incómoda  por  el 
sitio,  que  es  malo,  porque  hay  malos  alojamien- 
tos, peores  comidas  y  tan  corto  el  divertimiento 
de  la  vista,  que  [no]  se  puede  salir  de  la  plaza  á 
la  campaña  sin  mucho  riesgo.  Es  la  barra  malí- 
sima y  estuvimos  á  pique  de  perdernos;  tarda- 
mos ocho  días  en  llegar  á  Cádiz,  y  entrando  en 
la  bahía  de  Cádiz  se  levantó  un  Leste  muy  peli- 
groso para  las  embarcaciones  que  les  coge  en 
aquella  parte;  veníamos  en  una  saetía;  dupli- 
cáronse las  áncoras  y  las  amarras;  estuvimos 
aquella  noche  con  temor  de  un  mal  (')  suceso; 
amaneció  un  poco  más  sosegado  el  viento; 
echóse  una  í'ragatilla  al  agua;  en  ella  nos  me- 
timos yo  y  el  Capitán  Don  Pedro  Jiménez  de 
Inciso,  que  veníamos  de  camarada,  y  nuestra 
ropa.  Salimos  á  tierra  de  la  parte  del  puerto,  á 
una  ermita  que  se  llama  Santa  Catalina;  de 
allí  fuimos  al  Puerto  y  á  Madrid. 

Estaba  en  esta  sazón  pretendiendo  Don  Mi- 
guel de  Noroña,  Gobernador  de  Tánger  y  Conde 
de  Linares,  ir  por  Visorrey  de  la  India  oriental; 
hízole  Su  Majestad  merced  de  lo  que  pretendía; 
pidió  se  le  diesen  algunos  entretenidos  cerca  de 
su  persona:  diéronsele  dos,  y  yo  fui  el  uno,  con 
patente  de  Capitán  y  sesenta  escudos  de  sueldo 
al  mes,  y  al  Alférez  Bartolomé  de  Egea  {^)  con 
cuarenta,  que  después  fue  Capitán.  Tocóme  en 
Lisboa  embarcarme  en  la  nao  del  Virrey;  hacía- 
me mucha  merced  á  los  principios  dende  Madrid 
hasta  que  nos  embarcamos;  después  fuese  des- 
minuyendo,  de  suerte  que,  empezando  la  linia, 
no  quedó  rastro  desta  voluntad,  si  acaso  lo  era; 
con  'todo[s]  fue  lo  mismo,  y  en  la  India  mucho 
más;  que  siendo  el  Conde  en  Castilla  y  en  Por- 
tugal, en  opinión  de  todos,  el  más  afable  y  liberal 
caballero  que  se  conocía,  le  quedó  desto  poco  en 
la  India,  porque  se  hizo  áspero  de  condición,  ha- 
ciendo muy  pocas  merccdi  s,  aunque  los  servicios 
fuesen  de   estima,   [lo]  que   experimenté  con 
notable  daño  mío,  y   fueron  la  causa  de  que 
pasase  inaccesibles   trabajos,  y  hoy   estoy  sin 
premio  de  mis  servicios,  que,  aunque  no  son  los 
de  un   gran   soldado,   pudieran  tener   alguno; 
dicen  que  los  hombres  que  pasan  de  España  á 
aquellas  partes  de  la  India  es  mudar  en  ellos  el 
natural  cosa  general,  no  atribuyéndo[lo]  á  la 
mudanza  de  estado,  mas  á  la  de  diferente  clima, 
razón  que  me  cuadra,  porque  estando  todas  las 
cosas  deste  mundo  sujetas  á  las  influencias  de 
los  cielos,  aunque  las  que  son  sensibles  en  una 
misma  parte  mudan  de  ser,  aumentándose  ó 
desminuyéndoso,  con  mucha  causa  se  mudarán 
las  que  no  lo  son  mudando  do  diferente  clima, 
donde  es  fuerza  que  el  sol  y  la  luna  y  demás 
estrellas,  por  estar  más  apartados  ó  más  cerca, 


(* )  En  el  original:  mas. 
(')  En  el  original:  Jcu. 

ALTOfUOGKAirÍAh  V  MKITOKI AS.— -IJ 


influyen  diferente  calidad  en  los  sujetos,  pues 
de  ellas  se  recibe  en  este  mundo  la  generación, 
aumento  y  corrupción  de  las  cosas  alimentadas, 
según  en  la  parte  que  se  hallan;  luego  sigúese 
que  también  los  hombres  reciben  en  sus  natu- 
rales esta  mudanza,  no  tan  sólo  por  lo  de  la 
edad,  más  por  la  del  cielo,  que  es  el  que  influye 
las  calidades  de  que  se  compone  el  hombre,  y 
por  esto  entiendo  que  los  hombres  en  aquella 
parte  no  les  queda  ser  ninguno  de  la  condición 
que  tenían  en  España.  Esto  en  mismos  términos 
sucedió  al  Conde,  y  acordándose  él  que  había 
reusado  el  venir  en  su  compañía  á  la  India,  y 
que  si  venia  era  á  pura  persuasión  suya  y  inte- 
reses de  mi  sueldo,  dijo  en  algunas  conversa- 
ciones, á  propósito  de  los  que  del  podían  espe- 
rar merced,  que  yo  no  tenía  que  esperar  ningu- 
na, que  era  muy  bastante,  aunque  hiciese  mu- 
chos servicios,  lo  que  Su  Majestad  me  había 
hecho,  y  que  entendiese  que  el  sueldo  que  llevaba 
lo  había  de  merecer  muy  bien  por  lo  mucho  en 
que  me  había  de  ocupar;  como  llegó  á  mi  noti- 
cia, me  sirvió  por  desengaño  lo  po30  que  podía 
esperar,  que  aun  no  lo  quiso  remitir  al  silencio; 
no  me  espanto,  que  es  dificultosa  virtud  de  ob- 
servar. 

Como  he  dicho,  nos  embarcamos  en  Lisboa 
y  salimos  della  á  tres  de  abril  tres  naos  grandes 
que  llaman  de  la  India  [y]  seis  galeones;  iba 
gente  muy  lucida,  hasta  3.500  hombres  solda- 
dos para  servir  en  la  India;  está  Lisboa  en  39 
grados  de  latitud;  doblamos  con  próspero  viento 
hasta  doblar  á  Cabo  Verde,  que  [es]  en  1-4  gra- 
dos del  Polo  Ártico;  como  fuimos  pasando  el 
trópico  de  Cancro,  que  es  en  23  grados  y  medio, 
y  entrando  on  la  tórrida  zona  y  llegándonos  á  la 
Equinocial,  que  es  en  la  costa  de  Guinea,  fue 
calmando  el  viento  y  con  las  grandes  calmas  y 
mudanza  de  clima  enfermó  casi  toda  la  gente; 
ayudaba  á  esto  la  poca  comodidad  con  que  so 
navegaba,  porque  en  una  nao  iban  seiscientas 
personas  todas  debajo  de  cubierta,  salvo  los  que 
se  acomodaban  en  los  castillos  de  proa  y  popa,  y 
el  calor  de  la  gente  de  unos  con  otros,  los  calo- 
res grandes  del  sol,  la  falta  de  agua  y  mal 
acondicionados  bastimentos,  como  tocino  sala- 
do, sardinas  y  jiescado  y  lo  recio  del  vino,  que 
también  abrasaba  los  hígados,  todo  fuego  y 
provocativo  para  beber  y  causar  una  sed  ina- 
cesible,  fue  todo  esto  causa  de  que  muriese  mu- 
cha gente.  Es  orditiario  en  aquellos  parajes  un 
mal  que  llaman  Loanda,  que  todos  los  dientes 
se  andan,  de  que  también  padecían  los  soldados; 
en  estíi  parte  no  me  escapé,  pues  del  mismo 
Virrey  fui  juzgado  por  muerto.  ¡Oh  qué  buenos 
que  somos  cuando  enfermos!  ¡Cómo  en  esta  oca- 
sión entré  en  cuenta  conmigo  y  conocí  cuántos 
trabajos  nos  da  quien  grandezas  nos  promete! 
¡Cómo  trocara  el  estado  en  que  me  hallaba,  no 


492 


autobiografías  y  memorias 


por  lo  que  el  Virrey  me  habia  prometido,  mas 
por  el  del  más  miserable  del  que  estaba  en  tie- 
rra! Llegó  á  enfermar  de  tal  suerte  la  gente, 
que  los  confesores  rehusaban  el  querer  llegarse 
á  ningún  enfermo  á  confesarle,  y  por  esto  mu- 
chos murieron  sin  confesión,  y  otros  se  queda- 
ban muertos  comiendo  con  el  bocado  en  la  boca; 
otros  con  un   fuego  que  les  abrasaba  morían 
rabiando  casi  como  desesperados ;  los  bordos  de 
las  embarcaciones  estaban,  de  sangre  que  por 
ellos  se  echaba,  rojos,  que  á  lo  largo  dende  otras 
embarcaciones  se  conocía  el  estar  la  tablación 
cubierta   de   sangre.   Duró   esta   calamidad  el 
tiempo  que  tardamos  en  pasar  la  tórrida  zona, 
que  son  47  grados  de  latitud  que  hay  dende  un 
trópico  á  otro  trópico,  y  en  este  paraje  murie- 
ron quinientos  hombres.  Como  llegamos  á  los  23 
del  altura  del  Polo  Antartico  y  refrescaron  los 
vientos,  lue  mejorando  el  tiempo  y  con  él  la 
gente  hallándose  de  mejor  disposición.  En  este 
viaje  el  más  pobre  era  de  provecho;  todos  tenía- 
mos los  unos  de  los  otros  necesidad;  cualquier 
socorro  era  de  mucho  alivio;  una  gallina  valía 
seis  reales  de  á  ocho,  un  vaso  de  agua  dos,  y 
nsí  por  poco  que  fuese  el  socorro  era  de  consi- 
deración. ¡  Oh,  cómo  para  nuestra  codicia  lo  mu- 
cho es  poco  y  para  nuestra  necesidad  lo  poco  es 
mucho,  pues  lo  que  en  la  mar  se  estimaba  en 
tanto  y  era  remedio  de  una  extrema  necesidad 
en  tierra  no  se  estimara  aun  para  tomar  en  las 
manos!  Pasando  de  los  23  grados  nos  fuimos 
llegando  al  Cabo  de  Buena  Esperanza,  donde 
los  vientos  eran  más  recios  y  el  mar  más  tor- 
mentoso, y  así  corrimos  con  este  extremo  opues- 
to al  pasado,  que  era  todo  calma,  otro  pedazo  de 
desventura,  que  parecía  que  el  fin  de  un  trabajo 
[era]  víspera  de  otro.  Corrían   algunas  veces 
vientos  tan  recios  que  levantaban  unas  sierras 
de  mar,  que  ellas  mismas  subían  la  nave  hasta 
los  cielos  y  luego  las  mismas  le  bajaban  á  lo 
])rofundo  de  un  valle  que  formaban  dos  sierras 
opuestas;  parecía  que  la  una,  venciendo  con  sus 
olas  á  la  otra  que  sostenía  la  nave,  la  quería 
tragar  y  caer  sobre  la  plaza  de  armas,  y  cuando 
con  violencia  venía  sobre  la  nave  la  volvía  á 
subir  al  cielo.  Con  estas  admiraciones  tan  costo- 
sas á  la  experiencia,  tan  pesadas  á  la  vista,  fui- 
mos llegando  al  Cabo  de  Buena  Esperanza,  y 
una  noche  obscura  y  tormentosa,  como  las  pasa- 
das, corrimos  tres  naves  fortuna,  porque  la  Almi- 
ranta  se  halló  por  un  costado  de  nuestra  Co])i- 
tana;  San  Gonzalo,  que  era  la  otra,  por  la  proa; 
un  galeón  por  otro  costado,  tan  cerca  que  nos 
entendíamos  los  unos  á  los  otros  lo  que  se  de- 
cía, lance  tan  terrible  que  lo  era  á  pique  de  per- 
dernos todas   cuatro   embarcaciones   chocando 
las  unas  [con  las  otras] ;  mas  Dios,  que  no  quiso 
que  aquel  fuese  nuestro  fin,  nos  socorrió,  porque 
San  Gonzalo,  conociendo  que  por  un  costiado  le 


envestía  la  Capitana,  conocida  por  el  fanal,  dio 
prisa  al  pasar  de  largo  y  la  Capitana  también  lo 
hizo  así,  quedando  la  Almiranta  y  un  galeón, que 
estaban  á  los  lados,  en  la  misma  disposición  de 
navegar,  con  que  todos  salimos  deste  trabajo;  á 
todo  se  hallaba  presente  el  Virrey,  dispuniéu- 
dolo  lo  mejor  que  pudo,  y  no  dejó  de  ser  gran 
parte  para  que  se  consiguiese  el  buen  suceso, 
porque  naturalmente  el  que  rige  tiene  más  auto- 
ridad que  el  que  es  regido,  y  ésta  hizo  en  la 
ocasión  presente  mucho  al  caso.  Con  esta  for- 
tuna y  otras  llegamos  á  35  grados  de  la  parte 
del  Sur,  que  es  en  la  que  está  al  cabo  de  Buena 
Esperanza;  iba  el  galeón  Santisteban  trabajoso, 
hacía  mucha  agua  y  ésta  tan  honda  y  cerca  de 
la  quilla,  que  aunque  el  Virrey  hizo  todas  las 
diligencias  posibles  inviando  al  galeón  calafa- 
tes, contramaestres,  marineros  y  muchos  sol- 
dados y  sus  esclavos  (^),  unos  para  que  con  su 
saber  tomasen  el  agua,  otros  para  que  con  su 
trabajo  la  menguasen,  no  aprovechó,  porque  los 
unos  no  hallaron  por  donde  la  hacía,  los  otros 
no  pudieron,  por  mucho  que  se  dio  á  la  bomba 
y  otros   artificios,  menguarla.  Como  en  esta 
altura  el  mar  está  tan  recio  el  bajel  trabajaba 
más  y  por  eso  hacía  más  agua ,  y  un  día  que 
amaneció  más  tormentoso  se  conoció  que  falta- 
ba muy  poco  para  irse  á  fondo,  y  el  capitán, 
con  intento  de  salvar  [lo],  mandó  se  diese  todo 
trapo,  sin  quedar  vela  ninguna,  por  llegar  con 
presteza  á  la  Capitana  y  abordando  con  ella 
arrojarse  dentro,  salvándose  á  sí  y  á  los  demás. 
Malo  es  desear  la  muerte,  pero  peor  es  temella; 
conocióse  en  la  presente  ocasión,  pues  iba  toda 
la  gente  colgada  de  las  jarcias.  Llegóse  el  galeón 
tan  cerca  de  la  Capitana  que  se  podía  entender 
lo  que  se  hablaba.  El  Capitán  llamó  al  Visorrey 
y  le  dijo  cómo  se  iban  á  pique  sin  remedio  nin- 
guno más  del  que  Su  Excelencia  les  diese  para 
salvar  las  vidas,  porque  el  navio  hacía  tanta 
agua  que  no  duraría  dos  horas  sin  irse  á  fondf». 
Asomóse  el  Virrey  á   los  corredores  de  popa; 
oídas  las  razones,  llamó  al  piloto  y  maestre  que 
se  asomasen  por  los  corredores  altos.  Llamá- 
base el  piloto  Jalón;  el  maestre,  Antonio  Gon- 
zález, era  del  hábito  de  Santiago;  propúsoles  el 
caso  presente,  y  ellos  que  lo  veían ;  respondió  el 
piloto  que  bien  conocía  que  se  iban  á  pique, 
mas  que  si  los  querían  salvar  podría  ser  se  per- 
diesen todos,  que   era   fuerza  que   abordando 
unos  con  otros  y  andando  la  mar  tan  como  an- 
daba, por  lo  menos  se  habían  de  desaparejar 
todo  el  velambre  y  jarcias;  preguntóle  al  con- 
tramaestre qué  respondía,  y  de  golpe  dijo:  O 
salvémonos  todos  ó  perdánionos  con  el  diablo. 
Como  oyó  esta  razón  el  piloto,  quiriendo  más 
salvarse  á  sí  y  á  su  nave  con  seguridad  que 

('}  En  el  original:  tschavug. 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDÉS 


493 


con  duda  perderse  todos,  se  asomó  á  la  escoii- 
11a  que  en  la  popa  corresponde  á  los  que  están 
en  el  leme,  que  es  el  madero  que  gobierna  el 
timón,  y  dijo  á  voces:  Cierra  (*)  todo,  cierra 
todo,  dale  á  la  banda;  y  mandó  que  mareasen  las 
velas,  y  en  un  instante  dio  la  nave  una  media 
vuelta  alrededor,  que  donde  estaba  la  popa  se 
halló  la  proa,  de  manera  que  la  proa  de  nuestra 
nave  fue  navegando  encontrándose  con  la  del 
galeón  que  se  iba  á  pique,  y  cuando  e'I  entendió 
que  estaba  cerca  de  nosotros  y  que  abordando 
se  podría  salvar  se  halló  burlado ,  viéndonos 
navegar  en  rumbo  contrario  que  el  suyo  con 
todas  las  velas,  que  no  tuvo  remedio  ninguno; 
en  la  determinación  del  piloto  se  conoció  cuánto 
muchas  veces  es  mejor  ol  consejo  osado  que  el 
madurado,  pues  si  siguiera  el  contrario,  que 
era  el  piadoso,  fuera  cierto,  como  el  mismo  piloto 
había  dicho  al  Virrey,  perdernos.  El  Capitán, 
que  vio  su  desdicha  y  la  de  su  gente,  sin  reme- 
dio alguno  á  la  salvación  á  la  vida  de  cuatro- 
cientos hombres  que  iban  en  aquel  galeón,  le 
dijo:  Señor  Visorrey,  ¿qué  haremos,  pues  vues- 
tra excelencia  nos  desampara  desa  suerte?  á 
que  le  respondió:  Cada  uno  se  salve  y  Dios  os 
salve,  que  yo  no  puedo.  Como  esto  oyó  el  Capi- 
tán, mandó  que  mareasen  á  tierra,  que  estaría 
de  allí  cincuenta  leguas,  por  ver  si  [sej  podría 
salvar  en  ella  (*),  mas  iba  tan  metido  en  el  agua 
y  las  olas  tan  altas  que  parecía  que  no  podía 
durar  sobre  la  agua  dos  horas;  casi  le  vimos 
que  se  iba  á  pique,  mas  sobre  el  agua  le  perdi- 
mos de  vista,  sin  haber  sabido  jamás  del  ni  de 
persona  que  en  él  fuese.  La  tierra  que  le  estaba 
más  cercana  era  el  Cabo  de  Buena  Esperanza, 
que  se  conocía  por  unos  pájaros  que  se  ven  en 
aquellos  parajes,  que  llaman  mangas  de  velludo. 
Quedó  nuestra  gente,  viendo  el  espectáculo, 
tan  cabizbajos,  los  ojos  en  el  suelo,  sin  mirarse 
unos  á  otros  ni  hablar  palabra  ninguna,  que 
parecía  que  nos  esperaba  otro  caso  semejante; 
[á]  un  hidalgo,  que  debía  de  ir  en  aquel  galeón 
cosa  de  su  obligación,  con  otros  que  le  acompa- 
ñaban, se  le  saltaron  las  lágrimas.  El  maestre 
le  dijo:  ¿De  qué  llora  vuestra  merced?  Kespon- 
dióle:  ¿Eso  me  pregunta?  De  lo  que  veo;  y  le 
respondió:  Este  viaje  es  tan  trabajoso  que  pri- 
mero le  faltarán  lágrimas  que  causas  para  llo- 
rarlas. 

Dende  esta  altura,  que  como  he  dicho  eran 
35  grados  de  la  parte  del  Sur,  fuimos  decli- 
nando altura  y  llegándonos  á  la  equinocial;  cos- 
teando la  África  y  pasando  la  isla  de  San  Lo- 
renzo llegamos  á  Mozambique,  que  son  16  gra- 
dos de  altura  de  la  parte  de  Sur;  allí  dimos 
fondo  y  la  más  de  la  gente  saltó  en  tierra  y 


O  En  el  original:  cinrro. 
(^)  En  el  original:  días. 


tomó  refresco  al  cabo  de  cinco  meses  de  nave- 
gación. Gobernaba  aquella  plaza  Don  Ñuño 
xVlvarez  Pereira,  que  empezó  su  vida  cuando  se 
acababa.  Era  hermano  del  Conde  de  la  Fera; 
murió  de  56  años  de  edad,  y  habiendo  sido 
persona  inquieta  en  el  discurso  de  su  vida,  se 
bautizó  á  la  hora  de  su  muerte,  de  que  se  en- 
tiende la  certeza  de  su  salvación,  porque  el  clé- 
rigo que  le  bautizí)  era  judío,  y  los  que  bauti- 
zaba no  era  con  la  intención  que  el  Sacramento 
requiere;  fue  preso  por  la  Inquisición  y  casti- 
gado por  ella,  y  entre  las  demás  culpas  que  con- 
fesó haber  cometido  fue  ésta  la  una;  luego  que 
se  supo  le  dieron  aviso  y  llegó  á  tiempo  que 
estaba  enfermo  del  mal  de  la  nuicrte,  y  así  se 
volvió  á  bautizar. 

En  los  ocho  días  que  allí  estuvimos  Corrió 
algún  temporal,  que  fue  tuerza  algunas  embar- 
caciones hacerse  á  la  mar  porque  aquel  puerto 
es  malísimo  y  lleno  de  bajíos  y  rastingas  y  casi 
la  Capitana  tocó,  y  la  presteza  del  Virrey  en 
acudirle,  que  estaba  en  tierra,  la  salvó.  Es  Mo- 
zambique casi  isla;  en  ella  hay  un  fuerte  de 
cuatro  baluartes,  que  por  naturaleza  le  hace 
más  fuerte  por  estar  fundado  sobre  una  peña 
en  que  bate  la  mar,  y  deja  de  ser  isla  el  fuerte 
por  sólo  una  cortina  franca,  y  las  cortinas  de 
los  baluartes  que  corresponden  á  esta  cortina 
las  ciñe  la  mar;  enfrente  desta  que  no  bate  la 
mar  está  el  lugar,  pocas  casas  y  de  mala  arqui- 
tectura, las  más  cubiertas  de  hoja  de  palma; 
está  en  la  tórrida  zona,  en  16  grados  del  Sur  y 
otros  tantos  apartado  de  la  equinocial .  Los 
habitantes  son  negros  que  llaman  cobres;  son 
gentiles;  el  trato  es  oro,  que  se  halla  en  polvo 
eu  la  sujx'rficie  de  la  tierra,  y  pastas  del,  llanas 
como  la  palma  de  la  mano  y  del  mismo  gran- 
dor; esto  es  en  partes  señaladas.  La  tierra 
adentro,  además  desto,  hay  mucho  marfil,  por 
la  abundancia  que  hay  de  elefantes;  esto  se 
trueca  por  ropa  y  hierro  que  se  trae  de  la 
India. 

Pasados  ocho  días  partimos  de  Mozambique 
para  la  India;  tardamos  un  mes  en  llegará  Goa, 
puerto  tan  deseado  para  todos,  al  cabo  de  seis 
meses  de  navegación  continua  de  5.500  leguas, 
pasando  dos  veces  por  la  tórrida  zona,  digo  cor- 
tando la  linia,  que  como  entramos  en  ella  no  sa- 
limos della.  Está  Goa  en  quince  grados  de  altu- 
ra de  la  parte  del  Norte  en  medio  de  la  costa  de 
la  ludia,  que  toda  ella  corre  Norte  Sur,  teniendo 
á  la  parte  de  Poniente  el  mar  Occéano.  al 
Oriente  el  Audiscán  y  otros  muchos  reinos  de 
que  se  compone  la  India,  al  Sur  el  golfo  de 
Bengala  y  la  isla  de  Ceilán,  al  Norte  el  reino 
de  Cambaya  y  el  Mogor;  tiene  una  espaciosa 
barra  con  un  buen  pozo  junto  al  baluarte  en 
que  hay  una  batería  á  la  lengua  del  agua,  que 
guarda  la  barra  y  las  naos  y  embarcaciones  que 


494 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


allí  surgen;  dos  leguas  está  Goa  grande  en  (' )  la 
tierra  adentro,  el  río  arriba,  á  la  orilla  del;  el  (^) 
sitio  en  que  está  fundada  es  llano,  la  más  parte 
entre  unos  cerros;  su  fábrica  de  templos  y  casas 
es  al  modo  de  Castill  • ;  la  más  de  la  gente  que 
la  habita  son  gentiles  naturales  de  la  tierra,  y 
los  superiores  y  mercaderes  y  gente  más  lucida 
son  portugueses;  asiste  allí  el  Virrey  y  hay  Au- 
diencia Real  para  la  determinación  de  la  justi- 
cia; está  cercada  de  isletas  y  ríos  que  las  forman, 
que  por  algunas  partes  en  baja  mar  quedan  en 
seco;  en  la  tierra  adentro  no  tiene  ninguna  cosa 
más  de  algunas  cuatro  leguas  de  circuito  y  esto 
es  empezando  de  la  mar,  porque  de  Goa  á  la  pri- 
mera tierra  de  moros  hay  poco  [más]  de  media 
legua.  Dentro  de  quince  días  como  desembar- 
camos, me  envió  el  Virrey  á  visitar  todas  las 
fortalezas  que  hay  en  la  India  á  la  parte  del 
Norte,  hasta  Dio,  que  son  Chaul,  Bazain  y  Da- 
món,  sin  los  fuertes  que  hay  de  menos  consi- 
deración. Para  hacer  la  visita  me  embarqué  en 
una  armada  que  iba  á  correr  aquella  costa,  vi- 
sité todas  las  fortalezas  según  la  orden  que  lle- 
A'aba  y  volví  por  tierra  hasta  Chaul,  y  dende  allí 
me  embarqué  para  Goa  de  vuelta;  dende  Dio 
hasta  Goa  habrá  120  leguas;  es  Dio  muy  nom- 
brada en  las  historias  portuguesas  por  los  gran- 
des sitios  que  han  puesto  y  asaltos  que  han 
dado  en  ella,  y  la  notable  defensa  que  han  hecho 
los  portugueses  y  también  su  conquista;  es  isla 
y  está  en  el  reino  de  Cambaya,  sujeto  al  Mogor, 
y  aunque  he  visto  muchas  fortalezas  inexpu- 
nables,  lo  es  ésta  muchísimo,  asi  por  arte  como 
por  naturaleza,  porque  está  fundada  en  unas 
peñas  (^),  á  las  cuales  bate  la  mar,  y  es  su  figura 
la  que  llaman  los  geómetras  (*)  porción  de 
círculo  mayor  ó  segmento  mayor,  cuya  basis 
desta  circunferencia  es  una  pequeña  linia  recta. 
El  terreno  que  cerca  este  mar  tiene  sus  mura- 
llas, y  la  linia  recta  que  corta  este  pedazo  de  cir- 
cunferencia que  mira  á  la  villa  tiene  ti-es  ba- 
luartes fundados  sobre  peñas  grandes  y  espa- 
ciosas, por  de  dentro  en  forma  de  cubos  sin 
ángulo  ninguno,  con  su  foso  y  entrada  en- 
cubierta, y  al  fin  desta  hay  otros  tres  baluartes 
que  están  en  el  altura  inferiores  á  los  de  dentro, 
que  los  cogen  de  alto  á  bajo  á  los  de  afuera, 
que  también  tienen  su  foso  y  entrada  encu- 
bierta, que  perdiendo  los  primeros  se  retiran  á 
los  segundos,  tiniendo  á  los  de  abajo,  no  tan 
sólo  á  tiro  de  arcabuz,  mas  á  tiro  de  flecha.  La 
materia  de  que  están  labrados  y  el  terreno  lo 
es  también,  y  por  eso  incapaz  de  minas  ni  de 
abrir  trincheas  ni  cubrirse  (^).   De  allí  vine  á 

(*)  En  el  original:  es. 

(')  En  el  original:  es. 

(*)  En  el  original:  una  peña. 

(*)  En  el  original:  geómetres. 

(')  Eu  el  original:  meedhrirse. 


Damón  y  á  Bazain  y  Chaul,  que  todas  tres  ciu- 
dades la  mayor  defensa  y  fortificación  que  tienen 
es  sus  murallas,  con  sus  baluartes  los  más  de- 
fectuosos, por  tener  las  defensas  condenadas  y 
por  la  materia  de  que  están  formadas,  de  mala 
condición.  Bazain  es  muy  fuerte  por  naturaleza, 
porque  todo  el  sitio  alderredor  de  las  murallas 
lo  inunda  la  marea,  dejando  en  seco  un  estrecho 
que  tiene  veinte  pasos.  Chaul  tiene  un  morro  y 
en  él  una  fortificación  que  guarda  la  barra.  Da- 
món, otro  castillo  que  también  la  guarda.  Todo 
lo  demás  no  es  de  mucha  consideración  en  esta 
parte.  Entre  Bazain  y  Chaul  hay  una  isla  que 
se  llama  Caranja,  que  también  tocó[me]  el  visi- 
tarla. En  ella  hay  un  monte  á  la  orilla  de  la  mar 
á  lo  largo,  que  parece  que  naturaleza  le  puso  allí 
para  que  la  detuviese;  tendrá  una  legua  de  su- 
bida y  en  lo  alto  hace  un  llano,  en  el  cual  está 
una  ermita  muy  bien  edificada  con  su  vivienda 
y  huerto  para  el  ermitaño  y  casas  accesorias 
para  que  posen  los  que  van  á  visitar  aquella 
santa  imagen,  que  se  llama  la  Virgen  de  Caran- 
ja. Subí  á  verla  y  fue  tanto  lo  que  me  edificó  la 
devoción  de  la  imagen,  la  conversación  del  er- 
mitaño, la  soledad  del  lugar,  la  vista  del,  que 
era  más  de  veinte  leguas  á  la  mar,  que  quise 
quedarme  allí  desnudándome  lo  que  traía  y  vis- 
tiéndome un  saco;  después  de  hecho  oración, 
hablé  al  ermitaño  en  un  huerto  que  tenía  cu- 
rioso con  muchas  aves  de  vuelo  que  se  venían 
á  la  mano.  Díjele  cuan  bien  me  había  parecido 
aquella  santa  imagen  y  en  la  parte  en  que  es- 
taba y  que  si  pudiera  me  quedara  por  su  criado. 
Respondióme:  Hijo,  esos  son  impulsos  que  trae 
consigo  la  facilidad  de  la  vista;  no  los  reprucbo 
porque  (*)  proponen  enmienda  y  es  castigo  de 
Dios  no  conocer  nuestros  males ;  veintisiete 
años  ha  que  me  retiré  á  aqueste  sitio,  y  aun  en- 
tiendo que  no  los  conozco,  y  aunque  he  pasado 
algunas  afliciones  no  me  ha  pesado.  Diversos 
casos  y  trabajos  de  que  Dios  me  libró  me  obliga- 
ron á  procurar  esta  vida,  que  si  la  podéis  obser- 
var no  será  errada  elección  y  para  70S  agora  es  el 
tiempo  más  sazonado  y  [si]  esperáis  á  viejo  es 
ya  tarde,  porque  el  que  en  mal  esiado  envejece 
primero  muere  que  se  enmienda;  alguna  dificul- 
tad tiene  opuesta  al  vivir  en  el  siglo,  porque  en 
el  procuran  ("'')  los  hombres  ser  más  discretos 
que  buenos,  y  aquí  al  contrario  más  buenos  que 
discretos;  el  no  tenerlo  por  uso  es  lo  que  más 
lo  dificulta,  que  mucho  menos  trabajo  hay  en 
vivir  bien  que  mal;  la  soledad,  la  penitencia, 
todo  es  uso  que  no  tiene,  tomado  por  costumbre, 
escalones  más  ásperos  que  los  deleites  que  allá 
con  tantos  trabajos  deseáis,  que  unos  y  otros 
por  naturaleza  siempre  andan  juntos,  y  aquí 


O  Ym  el  original:  porque  no. 
(')  En  el  oxlginoX:  procurar. 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDÉS 


495 


con  muy  poco  trabajo  se  tiene  grande  deleite 
en  servir  á  Dios;  id  con  él  y  en  los  casos  que  os 
sucedieren  acordaos  de  esta  santa  imagen  y  en- 
comendaos á  ella,  que  yo  os  prometo  en  mis 
oraciones  acordarme  de  vos  y  que  me  habéis 
parecido  de  buena  inclinación.  A  estas  razones 
se  quería  ir,  y  aunque  le  supliqué  se  estuviese 
un  poco  conmigo  no  quiso;  volvíle  á  pedir  que 
de  paso  me  dijese  alguna  cosa  de  que  en  el 
mundo  me  aprovechase;  volvió  á  mí  y  me  res- 
pondió: No  sé  qué  os  diga,  porque  es  tanta  la 
variedad  y  en  un  día  son  tantas  las  mudanzas, 
que  lo  que  se  debe  desear  ó  tonaar  no  se  sabe; 
para  mejor  acertar,  tened  á  Dios  por  objeto  en 
todas  vuestras  cosas,  usando  en  todo  la  verdad, 
que  no  hay  más  firme  cosa;  si  queréis  tener  vida 
quieta,  refrenad  vuestra  ira,  porque  palabras 
arrojadas  de  presto  no  se  pueden  recoger,  te- 
niendo en  vuestros  negocios  cuidado,  solicitud, 
porque  no  tienen  precio.  Contentaos  con  mode- 
ración, no  siendo  muy  ambicioso  de  honra,  por- 
que [es]  como  la  sombra,  que  huye  de  quien  más 
la  busca  y  muchas  veces  buscándola  se  pierde, 
mirando  al  fin  de  cualquiera  cosa  qué  es  la 
mejor  parte  della;  y  con  esto  andad  con  Dios, 
que  no  sé  otra  cosa  que  deciros.  Tornando  mi 
viaje  volví  á  Goa. 

En  este  ínter  de  mi  ausencia  había  tratado 
el  Virrey  de  tomar  una  isla  que  está  cuarenta 
leguas  de  Goa,  á  la  parte  del  Sur,  junto  á  Gá- 
nanos, que  se  llama  el  Cambulín;  habíala  per- 
dido el  enemigo  y  quería  volverla  á  recuperar; 
tenía  dificultad  la  resistencia,  y  así  como  llegué 
me  dio  orden  que  en  una  embarcación  ligera 
me  partiese.  Como  llegué  reconocí  los  puestos 
y  entradas  y  salidas;  no  tenía  más  de  una  en 
seco  de  todo  punto,  que  hacía  una  ría  á  la 
mar ;  fortificamos  aquel  puesto  y  escogimos 
otro  donde  poder  hacer  una  buena  fortaleza 
que  fuese  de  defensa  y  sujetase  á  los  que  vivían 
en  la  isla;  hubo  algunos  asomos  de  querer  em- 
bestir el  enemigo;  no  hubo  cosa  de  importancia 
y  yo  dispuse  de  que  se  hiciese  la  fortaleza  en  el 
puesto  que  pareció  más  á  propósito,  y  el  Virrey 
envió  luego  orden  de  que  me  volviese  á  Goa. 

Traía  el  Virrey  muchos  deseos,  y  no  sé  si 
tuvo  algún  empeño  con  Su  Majestad,  sobre  la 
recuperación  de  Ormuz,  plaza  tan  nombrada 
en  el  estrecho  de  Persia,  que  ha  dado  tanto  en 
qué  entender  á  la  nación  portuguesa  y  á  los 
persianos  y  naciones  septentrionales;  consul- 
tóme su  disinio  que  era  necesario  que  luego  me 
partiese  á  Arabia  la  Feliz,  que  es  la  contracosta 
de  Persia,  que  en  Máscate,  plaza  en  aquella 
parte,  estaba  Rui  Frere  de  Andrada,  Capitán 
general  de  aquella  costa,  y  que  con  él  consul- 
taría el  reconocimiento  de  aquella  plaza  y  cómo 
mejor  se  pudiese  recuperar,  y  en  esta  conformi- 
dad me  dio  la  orden  muy  apretada  y  me  encar- 


gó el  cuidado  deste  servicio  por  escrito  y  de  pa- 
labra con  notable  eficacia,  que  hoy  tengo  la 
orden  en  mi  poder.  Es  de  entender  que  en  la 
India  los  vientos  causan  las  mudanzas,  como  en 
Europa  el  sol,  porque  ellos  causan  el  invierno  y 
verano;  no  se  entiende  por  verano  la  más  conti- 
nua presencia  del  sol,  ni  por  invierno  su  ausen- 
cia; mas  el  llover  es  el  invierno  y  el  veíano 
estar  el  cielo  sin  nubes,  siendo  así  que  cuando 
llueve  el  sol  es  más  dilatada  su  presencia  y  se 
llega  al  zenit  de  aquella  parte;  mas  por  el  mes 
de  mayo,  á  24  ó  30,  entra  el  invierno,  que  es  un 
viento  Oeste  que  trae  gran  cantidad  de  nubes 
y  agua,  que  dura  lloviendo  hasta  el  mes  de  se- 
tiembre, y  en  el  tiempo  que  hay  dende  mayo  á 
setiembre  se  cierran  todas  las  barras  y  puer- 
tas y  no  se  puede  navegar,  y  este  es  invierno,  y 
no  obstante  que  el  sol  sube  más  alto  y  hace  ma- 
yor cerco.  Luego  entra  el  viento  Nordeste;  den- 
de  setiembre  hasta  el  mes  de  mayo  no  hay  una 
nube  en  el  cielo,  porque  este  viento  las  quita 
todas,  y  está  claro,  y  las  barras  están  abiertas 
y  el  mar  se  navega;  este  llaman  verano,  no  obs- 
tante que  el  sol  hace  menor  arco  y  se  aparta 
más  del  zenit. 

Pues  cuando  el  Virrey  rae  mandaba  ir  á  esta 
jornada  era  por  el  mes  de  febrero,  y  mi  viaje 
eran  450  leguas  que  hay  hasta  Máscate,  y  ha- 
ciendo los  servicios  que  iba  á  hacer,  que  era 
también  visitar  todas  las  plazas  de  Arabia  la 
Feliz ,  había  de  estar  allí  en  invierno  y  no  podía 
volver  hasta  el  mes  de  octubre  que  se  podía  na- 
vegar el  mar  con  seguridad,  pues  para  nueve 
meses  de  ausencia  y  servicio  de  tanta  conside- 
ración y  navegar  más  de  1.000  leguas  me  hizo 
merced  de  mandar  se  me  diesen  tres  meses  ade- 
lantados de  lo  que  se  me  estaba  debiendo  de  los 
nueve  meses,  con  que  diese  una  fianza  en  el  ca- 
mino, que  si  me  moría  ó  me  mataban  había  de 
volver  el  sueldo  de  los  tres  meses.  Parece  esto 
de  poca  importancia  en  mí,  mas  en  cumplimien- 
to de  lo  que  tengo  dicho  atrás,  que  por  mucho 
que  sirviese  mi  sueldo  había  de  ser  el  premio, 
así  consta  por  dos  fees,  la  una  suya  de  ocho  ser- 
vicios particulares  que  por  orden  suya  por  escri- 
to hice  y  otra  del  Secretario  de  Estado,  en  que 
certifica  que  por  todos  ocho  ni  por  el  tiempo  que 
serví  se  me  hizo  merced  ninguna,  siendo  así  que 
hay  reconocimiento  en  que  mataron  cuatro  de 
diez  que  íbamos  y  otros  hirieron  en  esta  parte; 
parece  superfino  el  decir  esto;  vínose  la  pelota  á 
las  manos  y  es  vicio  callar  cuando  liablar  convie- 
ne; si  yo  fuera  cuerdo  no  me  pagara  de  los  tra- 
bajos que  consigo  traía  el  prometer  riqr.ezas; 
hiciera  mi  confianza  segura,  no  estando  á  la  cor- 
tesía de  otro.  En  fin,  me  partí  para  Arabia  sin 
cosa  notable  que  nos  sucediese;  llegamos  á 
Máscate,  besé  las  manos  al  General  y  luego 
rae  raandó  aposentar;  dile  la  orden  que  traía, 


496 


autobiografías  y  memorias 


trató  luego  de  que  fuese  su  camarada  y  lo  fui 
nueve  meses;  recibí  del  beneficios  de  considera- 
ción, sin  el  plato  de  su  mesa  á  comida  y  cena; 
en  el  tiempo  que  asistí  cerca  de  su  persona  me 
dio  de  dádivas  más  de  seiscientos  reales  de  á 
ocho;  era  uno  de  los  soldados  más  bien  enten- 
didos (})  que  había  en  la  India;  tenía  larga  no- 
ticia y  experiencia  en  las  cosas  de  aquellas  par- 
tes; cuanto  al  gobierno,  su  razón  era  más  polí- 
tica que  cristiana;  muy  sagaz  y  astuto,  no  daba 
orden  á  sus  Capitanes  que  no  fuese  con  variedad 
de  sentido  en  la  significación  de  la  orden,  de 
suerte  que  al  bien  y  al  mal  dejaba  siempre  una 
aldaba  de  que  asirse ;  era  esto  en  manera  que  sus 
Capitanes  tenían  las  órdenes  y  muchas  veces  pe- 
dían declaración  dellas.  Con  su  modo  de  gobier- 
no le  estimaba  su  gente,  sus  enemigos  le  te- 
mían; en  la  ocasión  tenía  más  de  cruel  que  de 
piadoso;  aunque  había  en  su  ejército  y  navio 
muchos  caballeros,  con  ninguno  comunicaba  fa- 
miliarmente, ni  comía  con  él  más  que  yo  y  su 
confesor;  tenía  opinión  de  que  el  temor  hacía 
más  bien  las  cosas  que  el  amor;  decía  que  el  te- 
mor traía  consigo  miedo,  y  respecto  el  amor  fa- 
cilidad, y  que  de  estos  dos  extremos  el  temor  era 
el  mejor  para  conseguir  cosas  de  trabajo  y  difi- 
cultosas; fundábalo  en  que  ninguno  tenía  tanto 
amor  c^ue  sobrepuje  al  propio  y  que  siempre  an- 
tepone su  particular  primero;  era  enterísimo; 
solía  decir  que  cualquiera  virtud  ó  licor,  por 
precioso  que  fuese,  echado  en  el  vaso  de  la  facili- 
dad, se  corrompía  y  que  no  tenía  lucimiento  nin- 
guno. Hacía  particular  estudio  en  el  disimular, 
tanto  que  lo  que  parecía  que  amaba  aborrecía  y 
lo  que  parece  que  aborrecía  amaba;  procuraba 
no  darse  por  entendido  de  muchas  cosas;  á  este 
propósito  solía  decir  que  el  superior  que  todo 
lo  quiere  saber  mucho  se  obliga  á  perdonar; 
quería  que  sus  órdenes  tuviesen  tal  observa- 
ción que  no  faltase  un  átomo  de  lo  que  man- 
daba; envió  unos  navios  á  quemar  unos  lugares 
persianos  y  mandó  que  no  salvasen  ni  perdona- 
sen la  vida  á  persona  ni  criatura  ninguna;  iba 
entre  estos  capitanes  un  capitán  lascarín,  que 
llamaban  lascares  los  soldados  persianos  que 
sirven  al  sueldo  de  nuestro  Rey ;  deste  se  favo- 
reció una  mujer  persiana  de  hermoso  parecer  y 
él  la  perdonó  la  vida  y  trujóla  consigo;  sú- 
polo Rui  Freiré,  convidóle  á  comer  y  pregun- 
tóle si  era  verdad  que  tenía  consigo  aquella 
persiana  y  si  la  había  traído  consigo  de  la  oca- 
sión á  que  le  habían  enviado.  Había  al  presente 
muchos  testigos  delante,  y  pareciéndole  que  ha- 
bía de  ser  convencido  dijo  que  sí;  volvióle  á  pre- 
guntar que  si  sabía  la  orden  que  le  había  dado 
que  la  repitiese;  así  lo  hizo,  y  como  se  hubo 
convencido,  dejóle  acabar  de  comer  y  luego  le 

(M  En  el  original:  entendido. 


mandó  á  la  proa  y  un  negro  en  ella  sin  remi- 
sión ninguna  le  cortó  la  cabeza  por  castigo  de 
no  haber  guardado  su  orden.  Era  muy  cortés; 
ningún  soldado  le  había  de  hablar  que  no  le 
oyese  en  pie  ó  le  hiciese  asentar;  decía  que  la 
cortesía  era  muy  necesaria  en  la  guerra  y  lo 
que  más  valía  y  menos  costaba.  Por  extremo 
casto,  porque  jamás  se  le  conoció  cosa  ninguna 
que  diese  asomo  de  nota;  era  liberal;  en  materia 
de  dinero,  no  tenía  interés;  ninguno  salía  des- 
consolado de  su  petición,  y  por  esto  cuando  mu- 
rió aun  no  le  quedó  para  cumplir  su  testamen- 
to; no  tenía  por  felicidad  el  cumplimiento  de  su 
palabra;  en  satisfación  de  esto  decía  que  menos 
daño  había  en  no  cumplir  la  palabra  que  en  ha- 
cer cosa  fea.  No  tenía  ningún  amigo  íntimo; 
con  todos  tenía  casi  una  misma  igualdad;  obser- 
vaba esta  orden  por  no  tener  ocasión  de  comu- 
nicar sus  cosas  más  secretas  á  nadie;  decía  que 
los  que  más  fácilmente  pueden  destruir  á  otros 
son  los  que  más  familiar  conversación  con  ellos 
tuvieron.  Trabajaba  con  su  propia  persona  muy 
poco,  con  el  entendimiento  muchísimo  y  solía 
decir  que  el  ejercicio  corporal  por  sí  era  de  poco 
provecho.  No  recibía  presentes  ni  dádivas  de 
nadie,  aunque  fue[se]  muy  poco;  decía  que  cual- 
quiera cosa  en  un  ánimo  humano  causaba  des- 
igualdad. Tenía  por  base  y  fundamento  de  sus 
cosas  el  desear  acertar,  y  por  uso  de  ellas  obrar 
con  consideración,  y  decía  que  era  de  más  im- 
portancia que  el  pensar  con  prudencia;  era  muy 
sentencioso  en  lo  que  hablaba,  y  esto  y  mucho 
más  que  no  me  acuerdo  hay  del;  era  su  conse- 
jero, y  con  quien  gastaba  mucho  tiempo,  Cor- 
nelio  Tácito.  He  dicho  deste  General  estos  pocos 
renglones ,  porque  de  los  que  he  conocido  el 
tiempo  que  he  servido  al  Rey  era  el  que  tenía 
más  enseñanza  y  daba  más  admiración  en  el 
modo  de  gobernar. 

De  Máscate  fuimos  cincuenta  leguas  más 
abajo  á  una  tierra  que  se  llama  Julusar,  que 
los  más  della  son  pescadores  de  perlas;  cerca 
della  hicimos  á  la  boca  de  un  río  un  fuerte  de 
cuatro  medios  baluartes  y  se  le  metió  artillería; 
estando  en  esta  parte,  se  tomó  acuerdo  en  la 
manera  que  había  de  reconocer  á  Ormús,  que 
estaba  enfrente  de  nosotros  diez  y  seis  leguas, 
y  después  de  muchos  modos  que  se  propusie- 
ron, se  tuvo  por  más  acertado  el  que  Rui  Freiré 
enviase  un  presente  al  Capitán  que  gobernaba 
á  Ormús  en  correspondencia  de  cierta  cosa  que 
había  por  Rui  Freiré  hecho,  y  á  esto  fueron  dos 
navios,  y  yo  fui  en  el  uno;  como  llegamos  á 
vista  (^)  déla  fortaleza,  pusimos  una  banderilla 
blanca  y  echamos  un  arabio  en  tierra,  que  fuese 
delante,  mandándonos  acercar,  y  que  se  desem- 
barcase el  presente;  yo  salté  en  el  barco  en  que 

(')  En  eJ  original:  visita. 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDÉS 


49' 


iba,  que  llegamos  en  dos  veces  retirándonos 
con  el  barco  y  acercándonos  á  tierra;  después 
desto  rodeamos  la  fortaleza  para  surgir  de  la 
otra  parte;  en  el  tanto  que  nos  daban  respues- 
ta, se  tardó  bien  dos  iioras;  en  este  tiempo 
reconocí  á  mi  voluntad  la  fortaleza,  el  sitio 
della,  su  forma  y  fortificación  y  lo  más  dificul- 
toso que  podría  resistir  su  recuperación.  Es 
Ormús  una  isla  que  está  28  grados  de  altura 
de  la  parte  del  Norte,  metida  en  el  mar  Pérsico, 
dos  leguas  de  tierra  firme  de  la  costa  de  Persia, 
enfrente  de  un  puerto  en  la  misma  Persia  que 
llaman  el  Comorón;  su  forma  es  casi  circular; 
su  circunferencia  será  dos  leguas;  de  Levante 
á  Poniente  corre  casi  la  costa  de  Persia;  por  el 
Poniente  tiene  el  mar,  que  para  en  Basora  (*), 
y  en  él  entran  los  ríos  Tigris  (2)  y  Ufrates;  por 
el  Oriente, .  el  mar  que  desemboca  en  el  mar 
Océano;  por  Norte,  á  Persia;  por  Sur,  al  mes- 
mo  mar  Pérsico  por  lo  ancho  que  se  determina 
en  la  costa  contrapuesta,  que  es  Arabia  la  Feliz, 
que  dista  de  la  misma  isla  diez  y  seis  leguas; 
tiene  algunas  moutañuelas  ásperas  de  sal,  sin 
árbol  ninguno  más  que  algunos  espinos;  es  tan 
estéril  que  aun  agua  no  tiene,  que  la  traen  de 
Persia  en  barcos  y  la  cogen  en  la  isla,  llovediza, 
en  cisternas  ;  tiene  tanto  nombre  porque  era 
y  es  una  escala  ó  feria  donde  venían  muchos 
navios  y  mercaderes,  unos  de  la  India,  otros  de 
las  Arabias  y  Siria  y,  en  fin,  de  toda  Asia  y 
parte  de  Europa  á  contratar;  el  primero  que 
[la]  ganó  fue  Alonso  de  Alburquerque  al  Rey 
de  Ormús,  que  lo  era  desta  isla  y  de  otras  tierras 
que  tenía  en  las  costas  de  Persia  y  de  Arabia 
la  Feliz;  hizo  en  una  punta  de  ella,  donde  tenía 
un  pozo  O  algo  espacioso  para  poder  surgir, 
un  castillo  que  tenía  cuatro  baluartes  de  ángulo 
agudo  con  su  falsa  braga;  las  tres  cortinas  van 
á  la  mar  y  la  otra  tiene  un  foso  con  su  cuchillo, 
puerta  ó  inclusas,  por  donde  entra  la  marea  y 
le  hinche  de  agua,  con  una  contraescarpa  bien 
labrada  á  la  parte  del  Norte  hasta  la  isla,  y 
junto  al  castillo  la  ciudad,  á  menos  que  tiro  de 
alcabuz.  Como  las  naciones  setentrionaies  pa- 
sasen la  linia  y  tuviesen  comercio  en  Persia  y 
en  la  India  y  aquella  plaza,  y  las  armadas  que 
allí  había  de  la  nación  portuguesa  les  servía  de 
estorbo  y  también  á  los  persianos  los  derechos 
que  perdían  de  su  aduana,  se  conformaron  en 
que  los  ingleses  por  la  mar  y  el  persiano,  ocu- 
pando la  isla,  sitiasen  la  plaza;  así  lo  hicieron 
y  la  ganaron;  en  este  tiempo  en  que  yo  pasé  se 
trataba  de  su  recuperación,  y  sobre  ella  fue  en- 
viarme allí  el  Virrey,  que  dejando  guarnecidas 
las  costas  de  Arabia  y  las  plazas  más  importan- 


(')  En  el  original:  Bacora. 
{^)  En  el  original:  Tigero. 
(5)  En  el  original:  j?í>ct». 


tes,  con  el  resto  de  la  armada  viniese  á  la  ludia 
y  yo  en  su  compañía.  Salimos  de  Máscate,  atra- 
vesamos el  Estrecho  liasta  tomar  la  costa  de 
Persia,  y  costeándola  por  el  Guadel  y  el  Sindo, 
por  donde  entra  en  el  mar  por  siete  partes  el  río 
Indo,  fuimos  á  Dio,  y  costeando  la  India  [á] 
Cecurate,  que  es  en  Cambaya  puerto  de  las 
naciones  setentrionaies,  y  á  Goa;  sería  la  nave- 
gación desta  vuelta  G50  leguas.  En  este  tiempo 
estaba  el  Virrey  para  ir  á  la  parte  del  Sur  con 
una  grande  armada  que  había  prevenido,  y  co- 
municadas las  cosas  cm\  Rui  Freiré,  le  mandó 
que  fuese  á  vesitar  las  fortalezas  del  Norte  y 
yo  en  su  compañía ;  llegamos  á  Chaul,  y  porque 
la  orden  del  Virrey  que  llev[aba]  Rui  Freiré  era 
condiciona],  en  que  le  limitaba  algunas  cosas,  no 
quiso  ponella  en  ejecución,  y  sin  que  tuviese 
efecto,  él  se  fue  á  su  estrecho  de  Persia  y  yo 
volví  á  Goa,  adonde  estuve  aquel  invierno;  á  la 
salida  del  llegó  á  la  India  nueva  de  que  en  la 
costa  de  África  se  había  perdido  una  isla  de 
portugueses  que  se  llama  Bombaea,  levantán- 
dose con  ella  los  naturales,  y  un  castillo  que 
tiene  muy  bueno,  matando  al  Capitán  del  y  á 
los  soldados  que  le  defendían  y  á  todos  los  por- 
tugueses que  había  en  la  isla,  destruyendo  un 
convento  de  frailes  que  había  de  la  Orden  de 
San  Agustín  y  martirizándoles.  Tratóse  de 
volver  á  recuperarla  y  aprestóse  una  armada  de 
diez  y  seis  navios  pequeños  y  una  galera,  donde 
iban  ochocientos  portugueses  con  los  pertrechos 
y  bastimentos  necesarios  para  la  jornada,  y  por 
General  Don  Francisco  de  Mora,  Capitán  que 
al  presente  era  de  Goa.  En  31  de  diciembre  de 
1G31  llegamos  á  Bombaea;  como  he  dicho,  es 
en  la  costa  de  África  en  cuatro  grados  y  medio 
de  altura  del  polo  Antartico;  es  una  isla  que 
está  en  la  misma  tierra  firme,  de  suerte  que  la 
costa  della,  que  está  al  mar  Océano,  y  la  de 
tierra  firme  es  casi  todo  \ina  linia,  que  es  Sur 
Sueste,  y  fórmala  un  río  que  viene  de  tierra 
firme  y  se  divide  antes  de  llegar  al  mar  en  dos 
y  con  aquella  división  entra  en  la  mar,  y  la  tie- 
rra que  queda  en  medio  de  los  ríos  y  del  mar 
es  isla;  es  muy  amena  de  árboles,  como  lo  son 
torias  las  tierras  deijajo  de  la  equinocial  por  la 
demasiada  humedad  qne  en  aquella  parte  hay, 
por  estar  siempre  lloviendo  el  tiempo  que  es 
necesario.  Entraron  los  navios  por  la  l)arra  más 
segura  de  peligro,  que  en  la  otra  estaba  la  for- 
taleza; estuvo  el  Capitán  general  surto  en  ella 
ocho  días,  haciendo  fajina  y  cestones,  y  espe- 
rando á  un  Rey  de  negros  que  con  cantidad 
dellos  había  de  venir  á  ayudarnos;  en  el  ínter, 
el  enemigo  se  previno,  de  suerte  que  se  hizo 
invencible;  reconociéronse  algunos  puestos,  en 
que  se  escogió  el  que  pareció  más  conviniente, 
y  al  querer  desembarcar  en  él  era  mar  llena  y 
tan  brava  que  los  bateles  no  podían  llegar  por 


498 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


ser  todo  peñas;  por  esto  y  ser  sentidos  fuimos 
á  otro,  donde  saltó  en  tierra  la  gente,  y  en  un 
llano  se  formó  un  escuadrón  de  hasta  trescientos 
jiombres,  porque  los  demás  estaban  embistiendo 
por  otra  parte  porque  no  estorbasen  el  desem- 
ijarcar;  hízose  luego  una  fortificación  ó  reduto 
de  tierra  y  fajina,  y  como  esto  se  hace  cavando 
y  con  trabajo  y  la  nación  portuguesa  en  aquellas 
partes  no  esté  enseñada  á  este  modo  de  guerra, 
se  le  hacía  muy  de  nial  y  así  no  se  hizo  con  per- 
fección;  guarnecióse  los  traveses  con  algunas 
piezas  pequeñas,  y  la  gente  se  acuarteló  dentro. 
Deste  puesto  se  quiso  el  General  mejorar  á 
otro  más  cerca  de  la  fortaleza  que  ocuparon 
unos  Capitanes;  mandóme  que  le  fuese  á  reco- 
nocer, pa-.'ecióme  bueno  y  así  se  lo  dije  al  Ge- 
neral, aunque  peligroso,  porque  era  en  medio  de 
la  isla,  y  lo  necesario  para  la  gente  había  de  ve- 
nir de  los  navios,  y  era  necesario  gran  cuidado 
y  mucha  escolta  para  que  viniese  seguro.  Con 
todo  me  volvió  á  mandar  qué  quería  llevar,  que 
volviese  allá  y  procurase  se  fortificase  lo  mejor 
que  fuese  posible.  Así  se  hizo  en  una  tarde;  ya 
digo  que  no  con  la  perfección  que  acostumbra 
la  nación  castellana  en  Flandes  y  en  otras  par- 
tes, porque  esto  se  hace  á  puro  trabajo  perso- 
nal y  los  portugueses  en  aquella  parte  lo  remi- 
ten todo  á  pelear  y  ai  valor,  no  dejando  nada 
á  la  industria,  porque  lo  tienen  por  defecto, 
además  que  no  guardan  los  preceptos  de  las 
órdenes   con  la  puntualidad   que  requiere  la 
guerra,  teniéndose  cada  uno  por  tan  bueno  en 
todo  como  el  que  gobierna,  y  esto  causa  mu- 
chas veces  malos  efectos  y  oposiciones,  desmi- 
nuyéndose  el  acierto  de  lo  que  se  pretende  con- 
seguir, sin  entender  que  con  la  conformidad  lo 
poco  crece  y  sin  ella  lo  mucho  se  hace  nada,  y 
que  cori-e  evidente  peligro  lo  que  orden  no  tie- 
ne; por  esto  en  la  India  los  soldados  de  Rui 
Freiré  son  entre  los  otros  de  más  estimación, 
como  entre  nosotros  los  de  Flandes,  por  la  obe- 
diencia que  tienen  y  el  castigo  que  se  le  sigue 
al  que  no  la  guarda;  esto  dio  ocasión  en  este 
sitio  á   notables   desgracias,  porque   otro  día 
siguiente  quiso  el  General  irá  ver  el  puesto  en 
el  estado  en  que  estaba;  llevó  consigo  los  caba- 
lleros más  lucidos  que  había  en  el  ejército,  una 
compañía  de  alcabuceros,  sin  muchos  que  fue- 
ron sueltos,  que  serían  cerca  de  cien  soldados, 
dejándome  á   mí  gol)ernando  lo  restante  del 
ejército  que  quedaba,  con  orden  que  no  saliese 
nada  de  allí  sin  la  suya  hasta  que  avisase.  Ha- 
bía en  el  puesto  una  casa  vieja  que  estaba  for- 
tificada; luego  que  llegó  arrimaron  las  armas  y 
los  soldados  se  derramaron,  divirtiéndose  en 
árboles  frutales  que  hay,  y  el  General  se  subió 
en  un  árbol  para  descubrir  y  ver  la  fortaleza  y 
la  isla;  había  en  [el]  boscaje  alderredor,  que  era 
mucho,  una  emboscada  de  negros;  como  cono- 


cieron la  ocasión,  de  tropel  embistieron  dispa- 
rando muchas  flechas,  los  soldados  primero  que 
se  juntaron  y  volvieron  á  tomar  las  armas  y  po- 
nerse en  defensa  y  el  General  con  ellos,  mata- 
ron algunos;  encerráronse  en  la  casa  vieja,  y  en 
ella  murieron  defendiéniiose  Don  Diego  de 
Lima,  Juan  Alvarez  de  Mora,  el  Capitán  Pedro 
Alvarez  de  Castrelbranco,  el  Capitán  Juan  de 
Fonseca;  á  Don  Rodrigo  de  Acosta  hirieron, 
sin  otros  soldodos  de  menor  nombre  que  mata- 
ron y  fueron  heridos;  oyóse  este  ruido  en  los 
cuarteles  donde  estábamos  por  la  respuesta  de 
algunos  arcabuces,  y  entendí  que  el  General  pe- 
leaba, y  así,  contra  toda  buena  orden  de  mili- 
cia, desguarneciendo  el  puesto,  y  las  banderas 
y  artillería,  y  contra  la  orden,  sin  tener  aviso 
cierto,  entresaqué  alguna  gente  y  con  dos  Capi- 
tanes y  con  ellos  Don  Fernando  de  Koroña, 
hijo  del  Virrey,  le  socorrí  y  llegué  á  tiempo  del 
mayor  aprieto  en  que  estaba  la  gente;  el  ene- 
migo, viendo  el  socorro,  se  retiró  y  los  nuestros 
se  mejoraron;  era  tanto  el  temor  y  deseo  que 
tenían  de  volver  al  cuartel,  que  algunos  muer- 
tos se  echaron  en  un  pozo  que  había  junto  á  la 
casa  donde  sucedió;  en  fin,  se  retiraron  con  los 
cuerpos  muertos  de  los  más  principales,  que 
fueron  cuatro,  sin  el  capitán  Fonseca,  que  cayó, 
retirándose,  muerto  á  mis  pies  de  un  flechazo 
en  la  cabeza;  era  la  ponzoña  de  las  flechas  tan 
fuerte  y  vehemente  que  en  cualquiera  parte  del 
cuerpo  que  tocase,  si  no  le  chupaban  luego  ó 
cortaban  con  brevedad  la  carne  donde  estaba, 
penetraba  de  manera  hasta  el  corazón,  que  en 
breve  espacio  (no  duraba  una  hora  el  que  más 
duraba)  caía  muerto;  al  General  le  tocaron  siete 
heridas,  todas  mortales,  en  la  cabeza  y  brazos, 
mas  tuvo  tal  suerte  que  un  mozo  le  chupó 
luego  la  ponzoña  de  las  heridas  y  vino  á  sanar 
dellas,  y  el  mozo  murió  de  la  ponzoña  que  chu- 
pó. Fue  luego  fuerza  nombrar  persona  que  sir- 
viese el  ínter  que  el  General  sanaba;  estaba  el 
ejército  tan  otro  del  que  allí  había  desembar- 
cado dos  días  había,  que  era  extremo  opuesto 
al  valor  que  habían  mostrado:  tímidos,  desco- 
loridos, tristes,  mirando  al  suelo,  cabizbajos;  el 
que  hablaba  todo  era  en  el  modo  como  mejor 
se  podía  volver  á  los  navios;  que  la  gente  [era] 
poca,  [y]  menos  el  bastimento,  [para]  prose- 
guir aquella  impresa,  que  con  lo  florido  del 
ejército  no  se  había  conseguido  ningún  buen 
suceso  estando  en  sus  primeros  alientos;  que  al 
presente  cuando  estaba  menoscabado  y  como 
en  lo  último,  ¿cómo  se  podría  acabar  cosa 
de  consideración  [entonces]  que  todo  [eran] 
yerros?  Al  cabo  de  quince  días,  cuando  espera- 
ban estar  en  la  fortaleza,  el  General  con  siete 
heridas,  la  flor  del  ejército  muerta;  que  para  no 
consumirse  todos  mejor  era  volverse.  Forma- 
ban corrillos  sobre  el  caso,  sucediendo  lo  que  se 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDES 


499 


podía  esperar  según  el  estado  presente.  Juntá- 
ronse los  Capitanes  y  con  ellos  el  hijo  del  Vi- 
rrey; yo  no  me  hallé  presente  porque  sólo  servía 
con  un  alcabuz.  Votóse  sobre  quie'n  había  de 
gobernar  en  el  ínter  que  el  General  estaba  para 
ello;  había  Almirante,  que  era  Pedro  Botello 
y  otros  Capitanes  bien  entendidos.  Al  cabo  se 
conformaron  los  más  en  que  gobernase  yo,  y 
esto  encargaron  al  hijo  del  Virrey;  vino  á  bus- 
carme á  mi  barca  [y]  propóneme  el  caso,  á  que 
le  respondí:  Señor,  ¿cómo  podré  yo  conseguir 
lo  que  el  señor  Capitán  general  no  consiguió 
con  lo  más  y  de  mejor  condición,  siendo  quien 
yo  con  los  menos  y  en  el  estado  en  que  hoy  es- 
tán y  siendo  un  soldado  particular  castellano? 
¿es  sólo  quererme  poner  por  blanco  y  causa  de 
los  tristes  fines  que  están  prometiendo  las  co- 
sas presentes  y  que  sirva  de  poner  con  mis 
desgracias  y  malos  sucesos  deste  ejército  silen- 
cio á  los  pasados,  culpa  á  los  míos?  no,  señor,  si 
la  pretensión  es  entnendar  lo  pasado  ó  conser- 
rar lo  presente,  muchos  Capitanes  y  señores 
hay  en  el  ejército  de  más  conocimiento  que  yo 
que  se  puedan  encargar  de  lo  que  vuestra  mer- 
ced me  manda.  Respondióme  que  era  adelantar 
mucho  el  pensamiento,  mas  que  si  no  quería, 
que  le  gobernase  por  dos  ó  tres  días  en  el  ínter 
que  se  volvían  á  juntar  y  nombraban  otro.  Así 
lo  aceté  y  al  tercero  día  nombraron  á  Gonzalo 
de  Barrios,  Capitán  de  un  navio  y  Almirante 
que  había  sido  de  Rui  Freiré,  que  [lo]  sintió  por- 
que en  la  obediencia  no  se  conformaban  con  su 
rigor  á  que  [estaba]  enseñado,  y  así  le  pro- 
movieron, nombrando  al  Almirante  Pedro  Bo- 
tello. En  este  tiempo  no  se  intentó  cosa,  hasta 
que  el  General  estuvo  mejor  y  vino  al  ejército, 
que  se  estaba  curando  en  su  galera. 

Tratóse  de  ocupar  otro  puesto  en  tierra  fir- 
me enfrente  de  la  fortaleza,  el  río  en  medio, 
quiriendo  de  allí  batirla;  mandáronme  que  le 
reconociera;  hícelo;  no  me  pareció  á  propósito; 
juntóse  á  Consejo;  de  veinticinco  votos  me  si- 
guieron veintiuno;  los  demás  al  Capitán  gene- 
ral, que  era  de  parecer  que  se  ocupase,  y  así 
luego  lo  encomendó  á  Gonzalo  de  Barrios,  el 
cual  pidió  doscientos  hombres  y  seis  piezas  de 
artillería.  Francisco  de  Acosta,  su  opuesto,  pa- 
reciéndole  que  era  aumento  de  mucha  honra  la 
elección  de  Gonzalo  de  Barrios,  sabiendo  que 
se  había  de  perder  en  el  caso  y  que  el  otro  se 
había  de  ganar  en  duda,  dijo  al  General  que 
aquello  era  deshacer  el  ejército  y  quedarse  sin 
gente;  que  él  le  sustentaría  con  cien  hombres  y 
cuatro  piezas  de  artillería.  El  General,  pare- 
ciéndole  que  era  aumento  y  no  conociendo  la 
segunda  intención  con  lo  que  decía,  lo  acetó 
(¡oh  defecto  de  nuestra  naturaleza  que  nos  en- 
tristecen más  los  bienes  ajenos  que  nos  alegran 
los  nuestros!  Francisco  de  Acosta,  rico  y  con 


honra  de  otras  ocasiones,  [desechó]  el  contento 
que  debiera  [sentir,  por]  sólo  el  conjeturar  del 
buen  suceso  que  su  enemigo  podía  tener  en  el 
puesto  que  le  encargaban,  [y]  quiso  más  perder 
lo  que  tenía  seguro,  sólo  porque  su  adversario 
no  ganase  lo  que  estaba  dudoso) ;  diósele  lo  que 
pedía  y  aun  más,  y  yo  le  seguí  con  mi  alcabuz; 
ocupamos  el  puesto  y  fortificóse  de  mala  ma- 
nera, correspondiente  á  lo  de  la  gente;  púsose 
la  artillería;  tiráronse  algunos  tiros  y  conocióse 
con  evidencia  que  era  larga  la  distancia  para 
batería,  sin  otros  inconvenientes  que  enseñó  la 
experiencia;  á  la  primera  noche  nos  dieron  los 
negros  de  tierra  firme  un  asalto  que  parecía 
que  se  querían  llevar  las  piezas  y  las  malas 
trincheras  con  que  estábamos  cubiertos;  mata- 
ron algunos  seis  soldados;  quedaron  de  suerte 
que  el  Francisco  de  Acosta  conoció  que  si  que- 
dábamos allí  otra  noche  lo  perderíamos  todo, 
y  así  les  obligó  á  retirarse,  bien  que  con  la  or- 
den del  General,  habiendo  sólo  un  día  estado  en 
el  puesto  y  resultando  tan  diferente  de  lo  que 
prometió,  que  quisiera  haber  trocado  todos  sus 
buenos  sucesos  porque  le  sucediera  este  á  Gon- 
zalo de  Barrios ;  retiróse  la  gente  y  la  artillería 
á  los  navios. 

Parece  que  en  esta  ocasión  los  más  estaban 
faltos  de  la  consideración  que  era  necesario 
para  lo  que  les  convenía,  y  yo  más  que  todos. 
Invióme  el  General  con  una  orden  al  Capitán 
Andrés  Bello,  que  era  cabo  de  unos  navios  que 
estaban  surtos  junto  al  castillo  de  la  isla,  el 
cual  tenía  una  batería  de  cuatro  piezas  de  á 
ocho  y  de  á  doce  libras  de  bala,  y  este  Capitán, 
hablando  en  conversación  de  la  disposición  en 
que  estaba  esta  batería,  dijo:  para  más  claridad 
vaya  vuestra  merced  en  una  chalupa  y  reconóz- 
cala, que  así  se  lo  doy  por  orden;  yo  aceté  el 
reconocimiento  sin  orden  del  General  ni  del 
Andrés  Bello  por  escrito  ni  tener  él  juridición 
sobre  mí,  por  no  ser  de  su  tropa  y  ir  sólo  á  co- 
municar una  orden,  y  con  obediencia  ciega  me 
embarqué  en  la  chalupa,  yendo  conmigo  un  Al- 
férez que  se  llamaba  Carballo  y  cuatro  soldados 
suyos  y  seis  marineros,  y  contra  marea  pasa- 
mos por  delante  della,  y  al  pasar,  estando  el 
enemigo  atento  al  reconocimiento,  nos  apuntó 
las  piezas  y  las  tres  dieron  en  la  chalupa  y  la 
una  me  pasó  por  delante  del  pecho  llevándome 
los  cabos  de  las  agujetas  que  llevaba  colgando 
de  un  coleto,  y  el  Alférez  que  iba  sentado  en  la 
popa  pegado  conmigo  hombro  con  hombro  y 
que  yo  le  cubría  le  hizo  pedazos  los  muslos  y 
la  mano  derecha  que  llevaba  sobre  el  uno;  no 
vivió  más  de  una  hora,  y  ésta  parece  que  la  dio 
Dios  para  confesar  á  voces  un  grave  delito  que 
había  cometido  de  matar  á  una  amiga  suya  que 
había  servido  á  Gonzalo  de  Barrios  y  se  la 
había  saca  lo  de  su  casa  y  quitádola  una  cadena 


500 


autobiografías  y  memorias 


de  oro  que  liabía  Imrtado  á  su  amo,  y  matándola 
la  metió  en  un  costal  y  la  llevó  á  un  cimente- 
rio que  estaba  fuera  de  Goa,  donde  la  enterró; 
llamóse  luego  á  Gonzalo  de  Barrios  para  que 
le  perdonase  la  ofensa ;  perdonó,  mas  la  cadena 
no  quiso,  y  así  tomó  por  su  cuenta  el  hijo  del 
Virrey  el  pagarla.  Las  otras  balas  mataron  á 
dos  marineros  y  á  uno  quebró  un  muslo,  de 
suerte  que  fueron  los  muertos  cuatro;  quedé 
del  caso  dando  muchas  gracias  á  Dios,  porque 
en  aquel  punto  me  iba  encomendando  á  la  vir- 
gen de  Loreto,  que  está  en  Madrid  en  la  pla- 
zuela de  Antón  Martín,  de  quien  yo  soy  de- 
voto y  llamo  en  mis  trabajos;  túvelo  por  evi- 
dente milagro  y  lo  entendió  así  todo  el  ejército, 
por  ir  todos  pegados  el  uno  al  otro  y  cubrirle 
yo  todo  el  cuerpo.  Diciendo  después  al  Andrés 
Bello  cómo  había  dado  orden  para  que  se  hiciese 
aquel  reconocimiento,  dijo  que  tenía  orden  del 
General;  el  General  respondía  que  no  había 
tal,  porque  se  vea  con  [la]  facilidad  que  nos 
metieron  en  peligro  tan  evidente  á  diez  hom- 
bres para  que  nos  hiciesen  pedazos  como  hicie- 
ron pedazos  á  cuatro,  siendo  aquel  reconoci- 
miento sin  necesidad,  y  cuando  lo  fuera,  se  po- 
día hacer  de[sde]  tierra  firme  porque  estaba 
cerca,  sin  riesgo  ninguno  de  ciencia  cierta,  por 
estar  la  batería  á  la  lengua  del  agua  y  descu- 
bierta toda. 

Volviendo  al  caso,  juntóse  luego  á  consejo 
sobre  lo  que  se  había  de  hacer;  eran  ya  15  de 
abril  y  el  invierno  y  vientos  Oestes  entraban  y 
no  se  podían  esperar  á  más,  ó  se  habían  de 
quedar  á  invernar  en  la  isla,  y  para  esto  no 
había  bastimento,  y  así  se  acordó  de  volverse  á 
la  India  á  invernar  y  que  la  partida  fuese  luego, 
con  que  todos  se  alegraron  como  si  hubieran 
ganado  la  plaza;  hicímonos  á  la  vela  costeando 
la  África,  hasta  el  cabo  de  Guardafui,  que  está 
en  la  boca  del  mar  Rojo  en  trece  grados  de  altura 
de  la  parte  del  Norte;  de  allí  se  tomó  el  viaje 
hasta  la  India,  que  hay  algunas  400  leguas;  lle- 
gamos á  Goa  á  30  de  mayo. con  mucho  peligro, 
porque  ya  estaba  el  invierno  y  se  cerraban  los 
puertos,  y  si  se  tardaba  un  día  más  nos  perde- 
mos, porque  entró  de  todo  punto  el  invierno. 

El  Virrey  trató  de  sanear  aquella  pérdida  por 
su  partido  haciendo  cierto  el  que  había  enviado 
para  restaurar  aquella  plaza  lo  bastante  de  sol- 
dados, artillería  y  pertrechos  quién  se  los  podía 
aportar;  saneado  esto  quedábale  toda  la  carga 
al  General,  ó  por  omiso  en  la  ejecución  ó  por 
inadvertido  en  la  elección  de  lo  que  importaba. 
Era  Don  Francisco  de  Mora  muy  buen  caba- 
llero, cortés  y  bien  hablado,  amigo  de  hacer 
todo  bien,  fácil  en  la  persuasión,  muy  palatino 
y  cortesano;  había  gobernado  á  Cabo  Verde;  no 
[tenía]  bastante  experiencia  para  tales  empresas, 
diga  cada  uno  lo  que  quisiere,  que  el  arte  militar, 


compuesto  de  varios  accidentes,  y  el  gobernar 
y  sujetar  con  tanta  oprisión,  tanta  cantidad  de 
gente,  de  tan  varios  naturales,  en  una  campaña 
ó  sitio  en  oposición  de  otros  tantos  de  tanta 
importancia  como  valen  las  vidas  y  honras  de 
tantos  soldados  y  de  su  rey,  no  se  aprende  en 
una  sala  cercada  de  libros  ni  en  la  urbanidad 
de  la  corte,  mas  apréndese  en  una  campaña  y 
otra,  en  un  sitio  y  otro  sitio,  con  un  trabajo  y 
otro,  arriesgando  una  y  cien  veces  la  vida,  ya 
con  el  trabajo  personal,  ya  con  el  riesgo  de  per- 
derla, teniendo  una  sagacidad  profunda,  un  na- 
tural claro,  una  privación  de  toda  pasión,  un 
conocimiento  de  las  causas,  del  menester  que 
trae  entre  las  manos,  una  providencia  dilatada, 
que  mediante  el  discurso   en  lo  pasado,  con 
larga  experiencia  en  varios  casos,  que  es  lo  que 
más  aprensión  hace  junto  con  lo  presente,  sea 
próximo  á  la  certeza  del  efecto  que  puede  es- 
torbar para  acudir  al  remedio  del;  porque  aun 
compuesto  de  estas  partes  'y  de  otras  muchas 
más  que  son   necesarias,  aún  le  es  dudoso  el 
acierto  por  tener  en  esta  materia  de  la  guerra 
la  mayor  parte  la  fortuna .  Confieso  que  le  si- 
guió á  Don  Francisco,  mas  también  confieso, 
pues  el  sabio  la  suele  limitar,  [que]  la  ambición 
de  honra  y  de  fama  le  llevó  á  esta  jornada,  per- 
suadido del  valor  de  la  nación  portuguesa,  que 
en  esta  parte  se  promete  más  de  lo  lícito  y  que 
sus  fuerzas  pueden  alcanzar,  no  considerando 
que  es  mucho  mejor  no  perder  la  honra  que 
ganarla,  y  que  se  arrasa  la  opinión  quedando 
por  falsa,  que  es  el  mayor  mal  que  en  los  hom- 
Lires  puede  haber.  Saneado  su  partido  el  Virrey, 
quiso  que   Don   Francisco   sanease   el  suyo  ó 
diese  causas  de  los   malos   efectos   de  aquella 
jornada,  y  para  que  tuviese  más  autoridad  lo 
remitió  á  la  Audiencia  que  allí  hay  de  Oidores; 
traía  granjeados  de  allá  enemigos  y  éstos  eran 
los  más  amigos  que  había  tenido,  consultando 
sus  cosas  con  ellos,  debiendo  consultar  primero 
si  lo  eran;  si  considerara  como  debía  el  que  le 
podían  ser  enemigos,  no  llegaran  ellos  á  ser  los 
menos  cargados;  en  fin,  él  se  procuraba  descar- 
gar con  ellos,  porque  todos  eran  Capitanes  y 
personas  de  puesto,  y  ellos  con  él,  y  los  unos 
y  los  otros  me  traían  por  testigo.  El  Virrey 
deseaba  el  que  Don  Francisco  de  Mora  tuviese 
buena  salida,  y  tomó  por  luejor  modo  el  que  yo 
fuese  el  cargado  en  virtud  de  un  regimiento  que 
el  General  llevaba  en  que  siempre  tuviese  aten- 
ción á  mi  parecer,  y  confesando  yo  que  el  haber 
dicho  que  algunos  pareceres  que   había  dado 
habían  sido  en  contrario,  como  el  decir  que  el 
puesto  del  baluarte  de  los  turcos,  que  era  el  que 
ocupó  Francisco  de  Sosa,  era  bueno  para  bate- 
ría, venía  á  descargarse  el  General  conmigo  y 
que   luego  me  podía  absolver;  el   Virrey   me 
mandó  llamar  y  con  mucha  blandura  me  dijo: 


DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDES 


501 


Toral,  poco  importa  que  digáis  que  [en]  Bom- 
baca  dijistis  que  el  puesto  del  baluarte  de  los 
turcos  era  bueno;  y  como  sea  impropio  en  liom- 
bre  altivo  y  áspero  la  blandura,  y  como  conmi- 
go nunca  la  tuviese,  luego  sospeché  que  no  era 
para  hacerme  ningún  bien,  y  así  le  respondí: 
Señor,  si  delante  de  veinte  hombres  y  del  señor 
Don  Fernando  dije  lo  contrario,  y  así  lo  juran 
todos  ante  el  Oidor  general,  ¿por  qué  quiere 
vuestra  excelencia  que  habiendo  acertado  yerre 
y  diga  en  contrario  de  tanta  gente  como  estaba 
delante,  desdiciéndome  á  mí  mismo?  Bien  se 
puede  hacer  que  algunos  habrá  que  digan  lo 
mismo  que  vos.  Respondíle:  Señor,  los  que  lo 
dijeren  no  dirán  en  rigor  bien,  y  en  el  compla- 
cer á  nadie  conmigo  mismo,  primero  soy  y  mi 
honra  que  Don  Francisco  de  Mora.  A  esta 
razón,  algo  torcido  el  rostro,  me  dijo:  Andad 
con  Dios.  Y  otro  día  siguiente  me  tomaron  ju- 
ramento, juré  la  verdad,  sin  atención  particular 
ninguna,  de  que  se  escandalizó  más,  y  sin  saber 
por  qué,  dentro  de  tres  días  me  mandó  prender 
y  estuve  en  la  cárcel  sesenta  días  sin  poder  saber 
la  causa  ni  hacerme  cargo  ninguno,  por  más  me- 
moriales que  le  envié.  Ofrecióse  ocasión  en  que 
era  necesaria  mi  persona  y  mandó  á  un  algua- 
cil que  me  sacase  de  la  cárcel  y  me  llevase  á  un 
navio  de  la  armada  que  estaba  de  partida  para 
las  fortalezas  que  están  á  la  parte  del  Norte; 
iba  por  general  desta  armada  Don  Rodrigo 
d'Acosta,  un  caballero  muy  conocido  que  fue 
herido  en  Bombaca;  éste  me  llevó  á  su  navio  y 
fuimos  con  el  armada  á  reconocer  unos  islotes, 
que  era  para  lo  que  me  habían  sacado  de  la 
cárcel;  en  el  ínter  que  estuve  en  ella  dispuse 
mis  cosas;  en  este  viaje,  en  el  paraje  de  Damón 
topó  la  armada  dos  navios  de  holandeses  que 
venían  de  Cúrate;  quiso  el  General  embestir 
con  ellos,  dispararon  su  artillería,  y  estando  el 
General  en  la  popa  disponiendo  las  cosas  y  ani- 
mando á  sus  soldados,  le  llevó  una  bala  la  ca- 
beza de  los  hombros;  como  faltó,  se  cubrió  la 
popa  de  luto  y  la  gente  dejó  su  intento  y  la 
armada  volvió  á  Goa. 

Supe  la  poca  ó  ninguna  merced  que  el  Virrey 
me  hacía  y  que  me  querían  volver  á  prender 
porque  decían  que  yo  había  pedido  licencia  para 
venirme  á  España  y  que  sería  posible  que  me 
viniese  y  diese  cuenta  de  algunas  cosas,  y  que 
esto  debía  prevenir.  Conocí  que  la  prevención 
me  había  de  ser  muy  costosa,  y  así  justifiqué 
mis  servicios  y  traté  de  venirme  por  tierra,  por- 
que por  las  naos  era  dificultoso.  Dispuestas  mis 
cosas  con  unos  venecianos  me  fui  á  Raja,  por- 
que es  un  puerto  en  la  India  donde  se  flotan 
navios  para  Persia;  estuve  en  él  esperando  dos 
meses,  y  por  los  últimos  de  abril  salimos  del; 
venimos  á  Ormús  y  al  Comorón,  que,  como  tengo 
dicho,  es  un  puerto  en  Persia;  esperé  tainbién 


cáfila  que  fuese  [á]  Aspan,  que  es  la  corte  del 
Rey  de  Persia  ¡concertóme  con  un  arriero,  el  cual 
me  llevó  hasta  Lara,  que  es  ocho  días  de  camino 
de  desierto,  que  no  había  agua  más  que  cister- 
nas en  algunos  parajes,  y  el  sol  es  muy  fuerte, 
con  un  viento  que  corría  tan  caliente  que  pare- 
cía salía  del  infierno,  que  en  aquellas  partes 
llaman  Siifi  y  nosotros  Poniente;  el  trabajo  del 
camino  y  la  malicia  del  agua  causó  á  los  más 
de  la  cáfila  calentura;  yo  estuve  muy  malo  en 
Lara  y  me  sangré  cuatro  veces;  hallándome 
mejor  compré  un  caballo  y  en  él  quise  alcanzar 
la  cáfila  que  iba  caminando  delante;  iba  algu- 
nas veces  solo,  porque  un  indio  que  llevaba 
conmigo  me  dejó  y  se  fue  con  la  cáfila;  iba  con 
mucha  seguridad  y  sin  tener  los  naturales  mejor 
pasaje  que  yo,  porque  en  los  mesones,  que  son 
hechos  de  limosna  y  obras  pías,  como  entre 
nosotros  los  hospitales,  son  unos  patios  muy 
grandes  con  unos  poyos  levantados  un  estado, 
muy  anchos,  y  con  sus  portales  que  los  cubren 
con  aposentos  yermos,  como  celdas  para  meter 
ropa ;  en  esta  parte  y  en  Turquía  cada  uno  lleva 
consigo  su  cama  y  su  aderezo  de  guisar  de 
comer,  de  suerte  que  en  el  camino  no  se  compra 
más  que  el  sustento,  que  el  más  cuotidiano  es 
arroz  y  alguna  carne;  esto  comen  muy  bien 
guisado;  en  llegando  al  mesón,  que  en  persiano 
se  llama  caramuraca  y  en  turco  mancil,  procu- 
raba ocupar  el  mejor  lugar,  mas  aunque  llegasen 
mercaderes  muy  cantiosos  y  pasajeros  de  auto- 
ridad no  por  eso  me  quitaba  del  puesto  que 
había  ocupado,  ni  ellos  me  decían  que  me  qui- 
tase, antes  solían  reirse  diciendo:  Mira  el  franco 
cómo  se  ha  comodado;  llaman  francos  los  que 
de  Europa  andan  por  aquellas  partes,  derivado 
este  nombre  de  los  franceses  y  otras  naciones 
que  pasaron  con  el  Duque  Gudufre  de  Bullón, 
que  lo  era  de  la  Toringia,  á  la  conquista  de  la 
Casa  Santa  de  Jerusalén,  y  así  se  conserva  este 
nombre  hoy ;  dentro  destos  mesones  grandes 
hay  hombres  que  venden  lo  necesario  de  comida 
y  cebada,  pasando  sólo  lo  que  vale,  y  la  posada 
es  de  limosna.  En  este  viaje,  antes  de  llegar  á 
Jiras,  que  es  una  ciudad  muy  populosa  que 
está  ocho  días  de  camino,  antes  de  Aspan,  una 
tarde,  unos  mercaderes  y  yo  por  el  sol  nos  que- 
damos atrás  de  la  cáfila  y  llegamos  á  media 
noche  adonde  había  parado,  que  era  en  unas 
vegas  muy  grandes,  sin  haber,  en  dos  leguas 
alderredor,  cosa  ninguna;  como  nos  apeamos, 
cada  uno  dejó  su  caballo  atado  y  trabado;  había 
junto  un  arroyo  que  tenía  hierba;  dejé  suelto  el 
mío  para  que  paciese,  y  en  las  vegas  había  algu- 
nas yeguas  que  andaban  sueltas;  el  caballo  fuese 
á  ellas;  por  la  mañana  me  recordaron  y  avisaron 
que  mirase  mi  caballo,  que  andaba  suelto  tras 
las  yeguas,  y  fui  á  cogei'le;  las  yeguas  huían,  él 
con  ellas ;  anduve  hasta  más  de  las  dos  de  Ja 


502 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


tarde  tras  del  sin  poder  cogerle,  y  aunque  di 
dineros  á  los  arrieros  de  la  cáfila  tampoco  le 
pudieron  coger;  como  estaba  convaleciente  de 
la  enfermedad  y  en  todo  el  día  no  me  había  des- 
ayunado y  corriendo  tras  el  caballo,  las  piernas 
se  me  hincharon  de  manera  que  no  rae  podía 
menear,  y  con  el  peso  de  mucha  plata  que  lle- 
vaba ceñido  al  cuerpo  desfallecí,  cayéndome  en 
el  suelo,  donde  estaban  los  mercaderes ;  la  cáfila 
empezaba  á  cargar  para  irse;  en  este  punto  se 
me  saltaron  las  lágrimas  de  ver  que  no  me  podía 
menear,  que  mi  caballo  no  le  podía  coger,  que 
la  cáfila  se  iba  y  que  me  había  de  quedar  solo 
en  aquel  disierto,  donde  sería  posible  me  mata- 
sen ó  quitasen  lo  que  tenía;  llegúeme  á  un  mer- 
cader de  los  de  más  consideración  que  iban  en 
la  cáfila  y,  enternecido,  le  dije:  Agá,  que  es  lo 
mismo  que  «Señor»,  tened  lástima  de  mí:  había  ■ 
me  visto  correr  todo  el  día  y  en  el  estado  en  que 
estaba;  moviéndose  á  piedad,  dijo  á  los  arrieros 
que  no  se  habían  de  partir  hasta  que  hubiesen 
cogido  el  caballo  del  franco;  ellos  repitieron  que 
no  habían  de  poder  hacer  jornada  y  que  ya 
algunos  habían  hecho  la  diligencia  y  que  no  le 
habían  podido  coger;  él  les  estorbó  que  no  car- 
gasen, diciéndoles  que  no  era  bien  que  viniendo 
con  elios  me  dejasen  en  aquel  campo;  determi- 
náronse todos,  pagándoselo  yo  muy  bien,  á 
cogérmele;  ataron  muchas  sogas  unas  con  otras 
y  le  cercaron  y  cogieron,  con  que  me  vi  más  ali- 
viado de  mi  trabajo.  En  esto  se  conoce  que  en 
ninguna  parte  es  mejor  la  compañía  del  bueno 
que  en  el  camino;  en  la  ocasión  presente  me  fue 
de  tanta  importancia;  llegamos  á  Jiras,  y  por- 
que se  había  de  detener  allí  la  cáfila  partí  solo 
á  Aspan;  era  el  camino  muy  continuado  de 
gente  y  así  pude  llegar  solo  sin  riesgo  ninguno; 
en  llegando,  lo  primero  que  hice  fue  irme  á  un 
convento  de  frailes  agustinos  que  hay  de  por- 
tugueses; había  en  él  dos  frailes  que  me  cono- 
cieron en  Arabia  en  compañía  de  Rui  Freiré; 
como  me  vieron  se  alegraron  y  me  forzaron  á 
que  me  quedase  en  el  convento  el  tiempo  que 
hubiese  de  estar  en  Aspan;  ansí  lo  hice,  y  á 
tres  días  llegado  me  dieron  unas  tercianas  que 
me  pusieron  en  mal  estado;  dos  meses  estuve 
enfermo;  hallándome  mejor,  esperé  cáfila  que 
fuese  para  Babilonia,  que  era  mi  viaje;  concer- 
téme  con  un  arriero  porque,  no  sabiendo  lo  que 
me  podía  durar  la  enfermedad,  vendí  el  caballo 
por  evitar  costa,  muy  contento  de  haber  visto 
tan  buena  ciudad  y  de  gente  tan  humana  y 
llegada  á  la  razón;  los  últimos  días  estuve  en  un 
mesón,  adonde  se  juntaba  la  cáfila,  porque  el 
convento  estaba  [lejos]  y  por  no  perder  ocasión; 
el  día  que  me  quería  ir  hice  cuenta  con  el  hués- 
ped, porque  en  los  lugares  grandes  se  paga  la 
posada,  no  es  como  en  el  camino ;  pagúele,  y  al 
sacar  el  hato  llegó  otro  compañero  suyo  y  me  pi- 


dió la  posada;  díjele  cómo  la  tenía  pagada;  sobre 
esto  dimos  algunas  voces,  llegóse  gente  y  entre 
ella  un  caballero  que  pasaba  preguntó  lo  que 
era;  dijéronle:  A  este  franco  le  pide  la  posada  el 
mesonero  y  él  dice  que  ya  la  tiene  pagada  á  su 
compañero;  pareciéndole  que  era  bellaquería  del 
mesonero  le  dijo  que  se  fuese  y  no  hablase  pa- 
labra y  me  dejase  ir  mi  camino;  repitió  el  meso- 
nero y  volvió  á  decir,  que  era  conocida  maldad 
suya,  que  un  hombre  de  otra  ley  y  de  tan  remo- 
tas partes  no  había  de  venir  á  Aspan  á  quitarle 
á  él  su  dinero,  cuanto  más  que  mi  ley  me  man- 
daba que  no  hurtase,  que  ¿cómo  me  había  de  ir 
sin  pagar?  ¡Oh  señal  de  hombre  de  notable  y 
sencilla  bondad  y  ajustado  á  su  ley,  que,  aun- 
que diferente  y  mala,  la  estima  por  tener  enten- 
dido que  aquélla  que  profesa  es  buena!  Salí 
desta  ciudad  muy  contento,  porque  es  muy 
buena  y  grande;  compónese  de  tres  ciudades, 
que  son  las  otras  dos  Aspan  la  Vieja  y  Julfa, 
que  se  va  á  ella  por  una  puente  de  ladrillo  muy 
notable  que  tiene  portales  y  se  puede  ir  por 
debajo  como  por  encima,  con  escaleras  por  de 
dentro  para  bajar  y  con  sus  corredores  ó  galerías 
á  los  lados  de  la  puente.  Es  Julfa  toda  de  arme- 
nios cristianos;  guardan  los  ritos  y  estatutos  de 
la  iglesia  alejandrina  y  griega;  hay  dos  conven- 
tos, el  uno  es  de  frailes  de  la  Orden  de  San 
Basilio;  hay  tres  iglesias  muy  buenas  con  mu- 
chos y  muy  buenos  retablos  de  santos;  viven 
en  su  ley  y  libeitad  sin  opresión  ni  embarazo; 
hay  además  desto  en  Aspan  tres  conventos  de 
frailes  que  guardan  los  preceptos  y  órdenes  de 
la  Iglesia  romana:  el  uno  es  de  Agustinos  por- 
tugueses, que  sustenta  el  Rey  de  España;  otro 
de  italianos,  que  sustenta  el  Papa,  que  es  de 
Carmelitas  descalzos;  otro  de  Capuchinos,  de 
franceses,  que  sustenta  el  Rey  de  Francia;  es 
el  común  muy  grande  y  el  contrato,  porque  los 
persianos  no  tienen  otra  ganancia  ni  el  Rey 
otra  renta  que  la  del  comercio,  y  por  esto  pue- 
den pasar  por  su  tierra  de  todas  naciones  como 
anden  vestidos  á  su  uso;  la  ciudad  es  muy 
grande,  tendrá  una  legua  de  travesía  por  cual- 
quier parte;  la  fábrica  de  las  casas  es  de  tierra, 
sin  arquitectura  ninguna,  y  así  también  son  las 
del  Rey.  La  plaza  es  muy  grande  y  espaciosa, 
y  en  ella  tiene  más  de  veinte  piezas,  medios  ca- 
ñones, todos  labrados  en  España  y  llevados  á 
Ormús,  que  de  allí  sacó  cuando  la  ganó,  y  hoy 
los  tiene  por  trofeo  y  señal  de  su  grandeza,  con 
todos  sus  letreros  de  los  fundidores  y  Genera- 
les de  la  artillería  en  cuyo  tiempo  se  hicieron, 
con  las  armas  Reales,  que  yo  vi  y  leí  con  harto 
dolor  de  mi  corazón  algunas  veces;  el  común 
es  muy  grande  y  quieto  y  seguro,  porque  el 
castigo  pasa  de  justicia  y  entra  en  crueldad;  en 
hurtando  más  que  un  abad,  que  es  una  moneda 
de  plata  que  vale  tres  reales,  le  han  de  cortar  un 


DOMINGO  DK  TOBAL  Y  VALDES 


50o 


miembro,  y  si  llega  á  veinte  muere;  esto  no  es 
con  cargo  ni  descargo  por  los  términos  judicia- 
les de  España,  y  (')  es  tan  sumariamente,  que  en 
jurándolo  dos  testigos  luego  se  ejecuta  la  sen- 
tencia, y  si  juran  falso  pasan  por  la  misma  pena 
que  pasó  el  ajusticiado,  y  así  es  notable  la  segu- 
ridad que  hay  de  las  haciendas ;  el  Rey  no  estaba 
allí  en  aquel  tiempo,  mas  dicen  que  es  tan 
(ouiún  que  anda  por  las  calles  preguntando 
cómo  se  administra  !a  justicia  y  los  agravios 
que  se  hacen.  Nada  se  vende  á  ojo,  todo  se  mide 
y  pesa,  hasta  la  carne  cocida  en  los  bodegones; 
pre'cianse  mucho  de  la  verdad;  dicen  que  para 
ninguna  cosa  es  bueno  el  no  tratarla,  porque  el 
que  no  la  usa  aun  no  queda  capaz  de  poder  en- 
gañar otra  vez.  Son  herejes  en  respecto  de  los 
turcos  y  de  la  ley  de  Mahoma,  y  por  esto  son 
tan  opuestos  á  los  turcos  que  nunca  hacen 
paces  con  ellos.  No  hacen  estiuiación  de  la  pe- 
drería, diamantes,  esmeraldas  y  rubíes,  porque 
dicen  que  es  gran  neced  :d  gastar  tanto  dinero 
en  una  piedra  tan  pequeña  y  que  aprovecha 
para  tan  pocas  cosas;  lo  cierto  es  que  no  la 
estiman  por  ley  hecha,  ellos,  porque  el  Mogor, 
uno  de  los  poderosos  Reyes  de  Asia  y  que  lo  es 
de  la  India  que  confina  con  Persia  y  lindan  los 
términos,  su  mayor  riqueza  son  los  diamantes, 
y  por  no  dalle  valor  y  que  no  le  valgan  á  su 
Rey,  sacando  los  dineros  de  Persia  y  vendiendo 
su  enemigo  y  vecino  su  mercaduría,  tiene[n]  dis- 
puesto el  que  en  Persia  no  tengan  estimación 
ni  las  puedan  traer.  Las  murallas  de  Aspan 
son  de  tierra  con  algunos  cubos  huecos  á  tre- 
chos; está  en  34  grados  de  altura  de  la  parte 
del  Norte;  esto  es  Aspan. 

La  Persia,  por  la  otra  parte  de  Oriente,  con- 
fina á  lo  largo  con  el  Mogor,  que  es  Rey  de  la 
India,  y  le  tiene  tomadas  ('■*)  algunas  plazas  al 
persiano;  por  Poniente  confina  con  Asia  y  con 
Armenia.  Por  la  parte  del  Norte  confina  con 
Tartaria  y  con  el  mar  Caspio;  por  el  Sur  con- 
fina con  el  mar  Persio  y  el  mar  Océano  de  la 
India.  Su  mayor  latitud  ó  altura  de  polo  es 
43  grados,  su  menor  24;  de  suerte  que  tiene  de 
ancha  19  grados,  que  contados  cada  uno  á  17 
legua  y  media,  tendrá  de  ancho  331  leguas.  Su 
mayor  longitud,  contada  de  la  isla  de  los  Azo- 
res, que  es  en  las  Terceras,  es  127  grados;  su 
menor  es  90,  que  le  queda  de  largo  37  grados, 
que  son  637  leguas  de  largo.  Advierto  que  los 
grados  que  cuento  en  la  longitud  son  grados 
de  cosmografía  y  no  náuticos,  porque  los  náu- 
ticos son  mayores  ó  menores,  [según]  se  allegan 
al  Leste  ó  Este  empezando  por  Norte  Sur.  Su 
figura  es  casi  en  paralelogramo,  salvo  que  por 
la  parte  del  Poniente  se  desminuye  algo  al  fin 


0)  En  el  original:  ni. 

(•)  En  el  original:  tomado. 


del  mar  Pérsico.  Como  he  dicho,  me  partí  con 
la  cáfila  á  continuar  mi  viaje;  tardamos  veinti- 
ocho días  en  llegar  á  (')  Babilonia,  que  en  tur- 
co llaman  Bagadad;  con  experiencia  de  la  hu- 
manidad de  la  gente  persiana,  siempre  me  pro- 
curaba llegar  á  alguna  persona  de  las  de  más 
lucimiento  que  iban  en  la  cáfila,  y  ansí  lo  hice 
en  ésta.  Juntáronse  unos  mozos  de  la  gente 
vagamunda  que  iba  con  nosotros,  que  en  todas 
partes  el  mundo  es  uno,  y  empezáronme  á  dar 
rat/a  á  voces;  íbanlo  continuando  de  suerte  que 
yo  me  corrí,  y  como  lo  conocieron  lo  continua- 
ron con  más  eficacia;  yo  me  sentí  de  suerte  que 
quise  tirarles  un  escopetazo,  y  llegóse  á  mí  un 
gentil  de  la  India,  detiniéndome  que  mirase  lo 
que  hacía,  que  me  costaría  la  vida;  repórte- 
me ('■*)  y  procuré  buscar  la  persona  que  me  ha- 
cía merced,  que  ora  un  mercader  de  buena  pre- 
sencia y  de  más  consideración  que  iba  allí,  y 
como  pude  le  dije  que  no  me  querían  dejar  ir 
mi  camino,  diciéndome  afrentas  y  injurias;  llegó 
con  el  caballo  á  mí,  y  tomándo[me]  del  brazo 
diciéndome  que  se  los  mostrase,  yo  le  llevé  á 
donde  estaban,  y  él  preguntó  al  gentil  que  qué 
era  lo  que  hacían  conmigo;  el  gentil  so  lo  con- 
tó; llamó  á  dos  dellos  y  di  joles;  ¿Qué  queréis? 
¿por  qué  no  dejáis  ir  á  este  franco  en  paz  su 
camino?  Respondiéronle  que  se  iban  holgando 
conmigo.  Díjoles:  ¿Por  qué  no  os  holgáis  con 
los  de  vuestra  nación?  En  fin  sois  gente  ruin 
y  [á]  este  franco,  que  debe  de  ser  mucho  me- 
jor que  vosotros,  le  vais  persiguiendo.  Sintié- 
ronse y  él  les  dijo;  Si  tantas  leguas  de  su  tie- 
rra y  de  otra  ley  va  con  lucimiento,  ¿en  su 
tierra  como  irá?  y  vosotros,  que  en  la  vuestra 
vais  como  bribones  ¿en  la  suya  como  iréis?  No 
sé  qué  le  replicó  uno,  que  levantó  el  azote  con 
que  daba  al  caballo  y  le  dio  dos  azotazos  por 
la  cara,  y  buscó  al  Capitán  de  la  cáfila  y  le  hizo 
que  le  echasen  della  y  no  fuese  más  con  nos- 
otros, y  nadie  me  dijo  cosa  de  pesar,  y  siem- 
pre que  llegábamos  á  la  parte  que  había  de 
posar  hacía  que  estuviese  en  su  tienda  ó  junto 
á  ella,  porque  no  tuviese  alguna  inquietud.  ¡Sea 
Dios  alabado  que  todas  las  naciones  hizo  ca- 
paces de  razón!  ¿Qué  más  podía  hacer  un  buen 
cristiano,  con  las  obligaciones  de  hombre  no- 
ble, que  hizo  este  moro? 

En  Babilonia,  que  es  Asiría,  me  fui  á  un 
convento  de  Capuchinos  que  hay  en  ella,  que 
son  franceses,  y  en  ella  estuve  tres  días  viendo 
aquella  ciudad,  tan  antigua  y  quebradero  do 
cabeza  de  historiadores,  cuan  arruinada  está, 
que  apenas  hay  casa  que  cabalmente  esté  en- 
tera, con  ser  tan  grande  que  me  pareció  que 
tendría  de  largo  una  grande  legua;  esto  causa 


0)  En  el  original:  de. 

('>  En  el  original:  reportó-m». 


504 


autobiografías  y  memorias 


los  continuos  sitios  y  baterías  que  le  hacen  tur- 
cos y  persas,  porque  siempre  andan  peleando 
sobre  ella,  y  es  el  terreno  (')  de  toda  la  guerra 
que  ellos  traen  entre  sí.  En  este  tiempo  era  del 
persa.  Las  casas  son  de  ladrillo  cocido;  las  mu- 
rallas, anchas  y  fuertes,  de  tierra  sola,  con  su 
foso.  Baña  los  cimientos  de  las  casas  el  río 
Eufrates  ¡pásase  poruña  puente  de  barcas  como 
Sevilla  á  Guadalquivir  para  ir  á  Triana,  No  vi 
en  ella  cosa  notable  ni  tampoco  lo  pregunté,  por- 
que sólo  trataba  de  abreviar  mi  viaje.  Está  Ba- 
bilonia en  34  grados  de  altura,  190  de  longitud. 
Mi  viaje  dispuse  bien;  estaba  un  piloto,  que 
son  los  que  guían  por  el  disierto,  de  partida 
para  Alepo,  (jue  era  donde  yo  había  de  ir  á 
parar,  que  es  la  cabeza  de  Siria;  concertéme 
con  el  piloto  en  cincuenta  reales  de  á  ocho,  yo 
[y]  un  francés  que  estaba  esperando  á  hacer  el 
mismo  viaje;  compré  un  famoso  caballo  y  pre- 
víneme  de  lo  necesario  para  pasar  el  disierto; 
pocas  veces  se  ha  hecho  tal  determinación,  el 
pasar  un  hombre  solo  el  disierto,  por  estar  lleno 
de  ladrones  y  ser  muy  cierto  el  peligro;  muchas 
veces  es  nien  dejarle  la  mayor  parte  á  Dios  y 
la  fortuna,  porque  si  todas  las  queremos  guiar 
prudencialmente,  el  mucho  querer  asegurar  y 
acertar  las  yerra;  en  esta  parte  lo  dejé  á  Dios 
y  él  me  puso  en  salvamento,  porque  si  espe- 
-ra[ra]  cáfila  tardara  mucho  y  en  el  disierto  se 
suelen  juntar  compañías  de  alarbes  y  romper 
las  cáfilas;  además  que  si  la  esperaba  no  hallara 
embarcación  á  tiempo  y  fuera  posible  perder  el 
viaje,  y  aunque  hubo  estas  comodidades,  tam- 
bién el  ir  solo  me  puso  á  pique  de  perder  la  vida 
dos  ó  tres  veces:  la  una  fue  cerca  de  morir  ahor- 
cado; salí  de  Babilonia,  como  he  dicho,  con  el 
piloto  y  el  francés,  que  era  relojero  y  hugonote 
de  la  secta  de  Hugo,  y  á  mi  natural  tan  opues- 
to, lo  uno  por  la  diversidad  y  oposición  de  la 
ley,  lo  otro  porque  era  naalísimo  y  mal  inclina- 
do; sabía  la  lengua  turca  y  enteiidíase  con  el 
piloto,  y  así  me  hicieron  algunos  pesares  en  el 
camino;  salimos  de  Babilonia  y  caminamos  cinco 
días  por  la  provincia  que  llaman  Mesopotamia, 
que  está  entre  los  ríos  Tigres  y  Ufrates;  llega- 
mos á  una  ciudad  que  se  llama  Ana,  que  está 
en  la  otra  parte  del  río  Tigres,  orilla  del,  donde 
refrescamos  y  registramos  lo  que  llevábamos 
ante  el  Gobernador  de  aquella  ciudad  y  por 
derechos  llevó  una  de  las  mejores  piezas  que 
traíamos,  que  era  del  francés;  tasóse  lo  que  valía 
y  pagué  la  mitad.  Volvimos  á  hacer  matalotaje 
y  en  cuatro  días ,  caminando  siempre  orilla  del 
río  Tigres,  llegamos  á  otro  lugar  que  estaba  '.n\ 
una  eminencia,  donde  también  refrescamos  y 
nos  volvimos  á  rehacer;  aquí  nos  apartamos  del 
río,  y  caminando  cuatro  días  hasta  llegar  á  otro 

(')  En  el  original:  terrero. 


lugar  cercado,  aquí  nos  encerraron  en  una  casa, 
y  reservando  al  francés,  pegó  conmigo  el  Go- 
bernador puesto  por  el  Rey  del  disierto,  dicien- 
do que  mi  compañero  era  pobre,  que  yo  era  el 
que  llevaba  más,  que  le  había  de  dar  veinte  rea- 
les de  á  ocho;  yo  no  llevaba  conmigo  más  de 
treinta  y  seis  y  los  veinticuatro  había  escondido 
entre  el  lomo  del  caballo  y  la  silla;  yo  le  res- 
pondí que  no  los  tenía;  diérome  algunas  puña- 
das, y  echándome  una  soga  al  cuello  decíaii  que 
me  habían  de  ahorcar,  y  con  un  chuzo  que  tenía 
en  las  manos  rae  amenazaba  que  me  le  había  de 
meter  por  la  garganta.  Yo  le  respondí  que  me 
mirasen  y  que  me  tomasen  cuanto  hallasen;  así 
lo  hicieron  y  hallaron  doce  reales  de  á  ocho, 
que  tomaron  de  buena  gana;  luego  procuré  salir 
de  aquel  aprieto  y  pedí  al  piloto  que  nos  fuése- 
mos y  ansí  se  hizo. 

Caminamos  tres  días  hasta  llegar  [á]  Alepo; 
la  mitad  destos  tres  poblado,  que  en  todos  eran 
diez  y  sois  {xic);  caminamos  de  día  y  de  noche,  y 
era  muy  poco  lo  que  descansábamos.  Paréceme 
que  se  andarían  cada  día  de  diez  á  doce  leguas 
y  que  en  todas  serían  200;  entré  con  mucha 
nota  en  Alepo,  que  como  había  pasado  solo  el 
disierto  con  un  piloto  y  venía  bien  puesto  con 
un  famoso  vestido  á  lo  persiano,  un  buen  caba- 
llo y  escopeta,  se  colegía  ser  algún  hombre  prin- 
cipal; llevaba  una  letra  de  Aspan  para  los  Car- 
melitas descalzos  de  Alepo,  de  128  reales  de  á 
ocho,  que  luego  me  pagaron,  y  conociendo  que 
habían  de  hacer  anotomía  de  mí  la  metí  por  el 
pescuezo,  entre  la  camisa  y  la  espalda  luego  que 
llegué  á  la  casa  del  campo,  que  es  un  mesón  muy 
grande  donde  se  recoge  la  mayor  parte  de  la 
nación  francesa  y  vive  el  cónsul  y  está  el  con- 
vento de  los  Carmelitas  descalzos ;  me  cercaron 
muchos  judíos,  y  en  castellano  tan  cortado  como 
yo  me  dijeron  que  fuese  bien  venido,  que  si  traía 
alguna  pedrería  que  lo  registrase,  porque  si  no 
la  perdería,  que  eran  aduaneros,  y  que  me  habían 
de  mirar,  y  además  de  perderlo  me  habían  de 
castigar;  yo  les  respondí  que  no  traía  ninguna. 
Estos  tenían  arrendadas  las  rentas  de  las  adua- 
nas y  lleváronme  ante  el  cónsul  de  Francia,  que 
era  á  quien  tocaba.  Miráronme  hasta  las  partes 
más  secretas;  como  no  me  hallaron  cosa  que 
les  importase  me  enviaron  á  una  hostería  que 
está  dentro  de  la  misma  casa.  Quedaron  con- 
fusos los  turcos  y  los  judíos,  qué  persona  sería, 
y  así  me  lo  preguntaron;  yo  les  dije  que  vivía 
en  Lisboa,  y  que  por  un  caso  que  me  había 
sucedido  me  había  embarcado  en  las  naos  para 
la  India;  que  era  casado  y  tenía  cuatro  hijos, 
que  mi  mujer  me  había  escrito  que  me  fuese, 
que  mi  negocio  estaba  ya  compuesto  y  que  el 
Virrey  no  me  había  querido  dar  licencia  para 
que  me  viniese  con  las  naos,  y  que  había  toma- 
do el  camino  de  tierra,  socorriéndome  un .  pa- 


DOMINGO  DE  TORAL  YVALDES 


505 


riente  para  el  viaje.  Con  todo  no  me  dieron 
crédito,  siempre  sospechando  de  que  era  espía 
ó  alguna  persona  de  importancia,  diciendo  que 
era  necesario  que  lo  supiera  el  Sultán;  en  fin, 
se  decía  que  si  lo  sabía  me  darían  tormento  ó 
me  harían  ahorcar.  Estaba  con  este  temor,  por- 
que la  guarda  mayor  de  las  aduanas,  que  era  un 
turco  de  consideración,  había  tomado  mal  que 
pasase  el  desierto  sólo  con  un  piloto  y  que  no 
trújese  mercaduría  ninguna  trayendo  tan  buen 
hábito,  y  decía  que  si  no  era  mercader  ¿á  qué 
iba  por  allí?  mandaron  que  se  tuviese  mucha 
cuenta  conmigo.  Hay  en  Alepo  tres  cónsules: 
uno  de  ingleses,  otro  de  venecianos;  debajo  de 
la  protección  del  de  los  ingleses  están  todas  las 
naciones  setentrionales;  del  de  Venecia  todos 
los  italianos;  el  de  Francia  tiene  comprado  al 
gran  Señor  la  merced  de  que  todas  las  naciones 
que  vinieren  á  Alepo  que  no  tuvieren  allí  cón- 
sul hayan  de  estar  debajo  del  de  Francia.  Es  el 
derecho  de  los  cónsules  dos  por  ciento;  era 
agente  ó  procurador  del  cónsul  de  Francia  un 
judío,  el  más  grave  que  había  en  Alepo.  En  el 
tiempo  que  había  estado  detenido  se  había  alle- 
gado á  mí  otro  judío,  y  trabando  conversación 
conmigo  [dijo  que]  había  vivido  en  Madrid;  era 
muy  entendido,  nmy  dado  á  toda  humanidad,  así 
de  historias  como  de  poesía;  tenía  muchos  libros 
de  comedias  de  Lope  de  Vega  y  de  historias,  y 
en  topándome  solía  hablar  conmigo  en  esto  al- 
gunas veces.  Un  día  me  dijo  que  mi  negocio 
estaba  de  mala  data,  porque  la  guarda  mayor 
apretaba  mucho,  y  que  no  me  aseguraba  el  buen 
suceso;  yo  me  entristecí  y  él  me  dijo  que  no 
temiese;  ¡pecador  de  mí!  le  respondí,  ¿cómo  en 
un  aprieto  como  éste  no  he  de  temer?  Di  jome: 
Dando  la  vida  por  pasada.  Aquí  confirmé  el  que 
me  esperaba  algún  desdichado  fin  y  así  se  lo 
dije;  respondióme:  No  sois  vos  nniy  sabio,  por- 
que el  que  lo  es  (^)  no  se  deja  caer  aunque  adver- 
sidad lo  quiera;  si  queréis  que  haga  algo  por 
vos  yo  lo  haré.  Díjele  lo  mejor  que  supe  que  le 
debería  la  vida,  que  la  ponía  en  sus  manos;  res- 
pondióme que  si  tenía  dineros  con  facilidad  se 
acabaría  todo;  yo  le  respondí  que  no  los  tenía 
y  que  eso  me  tenía  con  menos  esperanza.  Te- 
néis razón,  que  no  hay  cosa  que  más  abata  los 
espíritus  que  la  pobreza;  en  fin,  quedad  con 
Dios,  que  yo  pienso  ser  vuestro  solicitador. 
Habló  al  judío  que  era  agente  del  cónsul  y  al 
cónsul  después  delante  de  mí,  y  díjoles  que  era 
caso  de  reputación  y  de  menos  valer  que  con- 
sintiese que  se  rae  hiciese  ningún  agravio  ni 
que  me  viese  el  Sultán,  porque  era  confesar  ju- 
ridición  sobre  los  suyos  y  consecuencia  para 
que  se  hiciese  cada  día  otro  tanto  con  los  que 
llegasen  allí  y  aun  con  los  de  su  misma  nación, 

(')  Ea  el  original:  tsolu. 


y  que  correría  la  fama  del  poco  amparo  que  en 
él  tenían  y  faltaría  el  comercio;  que  los  otros 
cónsules  lo  posponían,  todo  por  no  perder  un 
átomo  de  su  juridición.  Sintió  esto  el  cónsul,  y 
su  procurador  que  estaba  presente  se  conformó 
con  el  parecer  del  Rabí,  que  era  Rabí  el  ju- 
dío que  me  ayudaba.  Dijo  el  cónsul:  ¿Pues  qué 
orden  tendremos  para  que  este  español  se  es- 
cape? Dijo  el  agente  que  hablaría  sobre  el  caso 
á  la  guarda  mayor  y  que  le  daría  á  entender  la 
razón,  y  que  también  á  él  le  estaba  mal,  y  que 
no  queriendo  revenir  se  defendería  con  todas 
veras,  que  él  lo  defendería.  Dijeron  también 
que  era  necesario  darle  algo;  á  esto  dije  que 
me  quedaban  treinta  reales  de  á  ocho  que  me 
daban  por  el  caballo,  que  no  tenía  otra  cosa 
hasta  mi  tierra,  y  otros  veinte  reales  de  á  ocho 
que  me  habían  quedado.  Dijéronme  que  le  ven- 
diese; vino  la  guarda  oti'o  día  y  litigóse  con 
el  turco,  en  que  hubo  (sin  parecerme  artificio) 
voces  en  que  se  enojó;  el  judío  agente  era  de 
los  más  bien  entendidos  hombres  que  he  visto, 
y  con  su  modo  lo  dispuso  de  suerte  que  el  tur- 
co revino  en  el  caso  y  él  le  dio  veinte  reales  de  á 
ocho  por  mí  (que  yo  le  di  después),  diciendo  que 
entre  mercaderes  franceses  de  limosna  se  había 
de  allegar;  á  todo  esto  se  halló  el  Ralií  presente, 
que  también  facilitó  con  sus  razones  y  ruegos, 
y  queriéndose  ir  el  turco  le  dijo  que  si  había  de 
durar  la  prisión,  y  él  respondió  que  ¿qué  impor- 
taba? á  que  dijo  el  agente:  Hoy  que  nos  hacéis 
merced,  dejalde  sin  pesadumbre  que  vea  la  ciu- 
dad y  se  huelgue;  y  luego  dio  orden  al  Capitán 
que  con  una  compañía  de  genízaros  estaba  de 
guarda  al  cónsul,  que  me  dejase  salir  y  ir  donde 
fuese  mi  voluntad;  estuve  determinado  de  dar- 
les la  letra  de  les  128  reales  de  á  ocho  que  ha- 
bía escapado;  mas  los  Carmelitas  descalzos  que 
me  los  pagaron  me  dijeron  que  no  lo  supiese 
nadie  que  les  venía  aquella  letra;  lo  otro  por- 
que me  la  tomarían  toda  y  se  coligiría  ser  de 
más  importancia  y  que  había  reservado  algo 
escondido,  de  donde  se  tomaría  motivo  á  que 
tuviese  peor  suceso,  y  así  la  escapé  y  traspasé 
en  otra  letra  á  Marsella  de  Francia  y  con  el 
demás  dinero  me  avié  para  mi  viaje. 

Di  infinitas  gracias  á  Dios  por  el  buen  suceso 
y  á  mi  judio  Rabí  agradecí  lo  mejor  que  pude  el 
beneficio  que  me  hizo.  Estuve  en  Alepo  quince 
días;  en  los  ocho  vi  la  ciudad,  que  es  muy  buena 
y  de  buena  arquitectura.  En  medio  della,  supón- 
gomeen  Lisboa,  hay  un  cerro  redondo;  en  lo  alto 
hay  un  buen  castillo  con  su  foso  alderredor  con 
agua;  hay  sus  barrios  de  ingleses  y  de  franceses 
y  italianos  de  mucho  comercio,  porque  es  escala 
donde  paran  los  mercaderes  do  Europa  y  los  de 
Asia,  de  que  tiene  el  Gran  Señor  mucha  renta. 
Está  tres  días  de  camino  un  puerto  de  mar, 
donde  surgen  los  navios,  que  es  en  Escande- 


506. 


autobiografías  y  memorias 


roña,  y  por  otro  nombre  Alejandrita,  que  es 
en  el  último  fin  del  mar  Mediterráneo;  está 
por  la  parte  del  Korte  en  86  grados;  hay  en 
esta  ciudad  más  de  ochocientas  casas  de  judíos 
que  pagan  grandes  tributos  por  que  los  dejen 
vivir  en  su  ley;  tienen  su  barrio  aparte;  los 
más  son  renteros  de  las  rentas  Reales;  la  len- 
gua común  suya  y  casera  y  entre  ellos  es  cas- 
tellana, la  cual  conservan  desde  que  fueron 
echados  de  España  y  se  derramaron  por  diver- 
sas partes  del  mundo,  y  de  los  que  llegaron  á 
aquella  parte  de  Siria  son  éstos  sus  subcesores; 
sus  hijos  envían  á  Europa,  á  Flandes  y  España, 
y  Italia  y  Ingalaterra  y  las  islas,  y  así  no  se 
hablará  con  ninguno  que  sea  de  moderada  con- 
sideración que  no  haya  estado  en  estas  partes 
muchos  años,  y  están  tan  ladinos  y  entendidos 
en  ellas  como  los  naturales  de  Lisboa;  había  mu- 
chos, y  en  siendo  de  mayor  edad  se  retiran  á 
Alepo  y  á  otras  partes  donde  tienen  sus  casas. 
El  judio  que  me  favoreció  era  tan  sabio  en  la 
lengua  castellana,  que  en  abundancia  de  voca- 
blos y  en  estilo  y  lenguaje  pedía  enseñar  á  mu- 
chos muy  presumidos,  repitiendo  á  cada  paso 
muchos  versos  de  los  insignes  poetas  de  España, 
como  Góngora  y  Villamediana  y  otros.  El  tiem- 
po que  estuve  en  Alepo,  que  fue  quince  días, 
gastaba  lo  más  en  su  conversación;  había  vivido 
en  Madrid  en  la  parroquia  de  San  Sebastián  y 
nombraba  muchas  personas  de  puesto  que  había 
conocido.  Cuando  hubo  cáfila  se  me  dio  despa- 
cho para  que  me  dejasen  embarcar  en  Alejan- 
drita y  lo  hice  en  un  navio  france's  por  diez  rea- 
les de  á  ocho;  pasamos  por  junto  á  Chipre  y 
Candía,  que  están  casi  en  los  ¿6  grados,  y  entre 
Malta  y  Candía,  un  día  antes  de  San  Andrés 
y  otro  después  nos  dio  tan  gran  tormenta  cual 
nunca  vi  en  mi  vida  y  de  más  riesgo,  por  no 
tener  tierra  donde  correr  á  los  lados,  por  estar 
de  una  y  otra  parte  Grecia  y  África.  Acotóse  el 
leme  muy  fuertemente,  de  suerte  que  el  timón 
no  obrase;  cogiéronse  todas  las  velas  y  dejóse 
el  navio  que  corriese  á  su  voluntad  donde  Dios 
le  llevase,  y  todos  nos  encomendamos  á  él;  con 
esta  fortuna  de  piedra  y  granizo  y  temporales 
fuertes,  corrimos  tres  días  todos  tres  en  oración 
y  plegarias;  al  cabo  dellos  aplacó  la  tormenta  y 
con  buen  viento  pasamos  por  junto  á  Malta, 
dejando  á  Sicilia  á  mano  derecha;  á  vista  de 
tierra  firme,  junto  á  la  Goleta,  nos  quiso  embes- 
tir una  saetía  y  uu  navio  grande;  la  saetía  se 
halló  más  cerca  de  nosotros;  era  de  moriscos;  no 
se  atrevió  y  veníanos  siguiendo  y  llamando  al 
navio  grande  con  tiros  que  disparaba;  ya  nos 
venían  entrambos  al  alcance  y  la  saetía  nos 
había  ganado  el  barlovento,  cuando  calmó  el 
viento  de  Buerte  que  las  velas  se  pegaban  á  los 


mástiles;  apercibimonos  á  la  defensa;  púsose  en 
la  plaza  de  armas  sus  jaretas  ó  redes  que  la 
cubren  y  sus  pabesadoras;  repartiéronse  las 
armas  y  puestos;  recorrióse  la  artillería  y  sacóse 
á  la  plaza  de  armas  pan  y  vino  y  queso  para 
que  se  comiese  en  abundancia;  en  este  tiempo  se 
desapareció  el  navio  grande  con  la  corriente  del 
agua,  que  no  se  veía  sino  el  tope;  en  breve  espa- 
cio se  perdió  de  vista  de  todo  punto;  quedóse  la 
saetía,  y  no  atreviéndose  á  esperarnos,  refrescan- 
do el  viento  ella  se  fue  y  nosotros  nuestro  viaje, 
que  costeando  á  Cerdeña  llegamos  con  salva- 
mento á  Marsella  de  Francia,  [de]  donde  era  el 
navio;  cobré  mi  letra,  que  luego  me  pagaron,  y 
compré  un  vestido  y  un  caballo,  y  habiendo  des- 
cansado ocho  días  me  partí  á  Barcelona  y  de  allí 
á  Madrid;  presénteme  ante  Su  Majestad  en  su 
Consejo  de  Portugal;  hablé  al  Rey  y  al  Conde  de 
Olivares  dos  veces;  respondióme  que  ya  le  había 
escrito  al  Consejo  el  Virrey  que  venía;  presenté 
los  papeles  de  mis  servicios  y  agravios  que  me 
habían  hecho,  todos  justificados  en  Goa  y  res- 
pondidos por  él,  que  yo  guardaba  cautamente  una 
fee  suya  de  ocho  servicios  particulares  que  había 
hecho  por  ordenes  suyas;  otra  del  Consejo  de 
Estado  de  la  India,  sin  otras  de  otras  personas; 
otra  fe  de  cómo  no  me  había  hecho  en  todos 
estos  servicios  merced  ninguna,  con  que  parece 
que  el  Conde  y  el  Consejo  se  dieron  por  satisfe- 
chos y  á  mí  por  disculpado.  Estuve  un  año  en 
Madrid  descansando  de  tantos  trabajos  y  de 
viajes  tan  prolijos,  que  duró  sin  casi  descansar 
desde  3  de  abril  de  1629  hasta  3  de  mayo  de 
1034,  que  fueron  cinco  años,  habiéndome  em- 
barcado en  este  tiempo  once  veces  y  en  ellas  ha- 
ber navegado  10.000  leguas  en  servicio  del  Rey, 
sin  1.700  que  navegué  cuando  me  vine,  que  no 
cuento,  y  entre  éstas,  embarcación  de  seis  me- 
ses, como  el  viaje  de  la  India  desde  Lisboa  y  las 
demás  400  y  600  leguas  de  golfo  debajo  de  la 
tórrida  zona,  donde  los  calores  son  tan  grandes 
y  tantas  diferencias  de  climas,  que  como  la  salud 
depende  dellos  también  se  nuida.  Pudiera  alar- 
garme mucho  más  en  mi  particular,  mas  el  hom- 
bre ni  en  bien  ni  en  mal  es  bien  que  hable  mu- 
cho de  sí.  Lo  que  sé  de  cierto  con  tanta  expe- 
riencia, que  no  sé  más  que  al  principio,  y  esto 
es  evidencia,  que  pues  no  he  sabido  para  mi 
¿qué  puedo  saber  estando  hoy  más  lleno  de  tra- 
bajos y  con  más  necesidad  y  menos  fuerza  para 
poderlo  buscar?  La  salvación  se  procure,  que  es 
lo  propio,  porque  no  lo  es  lo  que  por  mucho  que 
se  tenga  perderse  puede.  ¡A  Dios  sean  dadas  las 
gracias  de  todo!  que  por  mí  se  puede  decir, 
según  tantos  trabajos  he  pasado  y  peligros  de 
la  vida,  y  al  presente  en  más  necesidad,  que  el 
día  siguiente  siempre  es  el  peor. 


RELACIONES 


EN   QUE   SE    MANIFIESTA  EL  NACIMIENTO  DE   FRAUDELIO  CARLHET 

rSEÜDO    HERMANO    DE    SULDINO    DOVALLE    (''')    Y    LA    DIFERENCIA    DE    SUS    FORTUNAS 

Y    CORRESPONDENCIAS 

[POR  DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA] 

ESCRÍBELAS,,  LIBRE  DE  PAíSlÓX,  QUIEN  LAS  DIRIGE  Á  LA  VERDAD,  VIRTUD   CATÓLICA  f  *) 

Inviius  non  inüvenda  moveo. 
Denudare  aitfeni  amici  misteria,  des¡)eratio  est  anima  infelicis. 

Ecclesiastici,  Cap.  27. 


AL  QUE  LEYERE 

Intenta  artificiosamente  mi  cuidado  persua- 
dir las  perfecciones  más  puras  de  la  virtud  con 
el  ejemplar  de  la  vida  más  escandalosa,  á  imi- 
tación de  un  pintor  excelente  que  para  copiar 
un  caballo  perfectísimo  que  había  formado  en 
la  idea,  puso  á  la  vista  un  jumento,  porque  la 
contemplación  de  aquel  bruto  no  permitiese  al 
pincel  ningún  rasgo  de  sus  hechuras  torpes.  Y 
de  paso  deseo  hacer  recuerdo  á  la  justicia  de  la 
omisión  que  se  tiene  en  castigar  semejantes  de- 
litos. Pues  siendo  cierto  que  las  calamidades 
de  las  repúblicas  y  las  ruinas  de  los  imperios 
proceden  ordinariamente  de  pecados  públicos, 
y  que  entendie'ndolo  así  los  Príncipes  piadosos 
remiten  frecuentes  decretos  á  sus  ministros  en- 
cargándoles el  remedio  dellos,  causa  maravilla 
grande  ver  que  la  ejecución  pare  siempre  en 
apartar  la  correspondencia  de  algunas  personas 
libres  ó  solteras,  cobrando  infelizmente  nom- 
bre de  pecados  públicos  los  que  se  hacen  sin 
testigos  y  sin  luz,  ni  más  perjuicio  que  de  los 
cómplices,  y  que  dejen  en  las  plazas,   en   las 
lonjas  y  conversaciones  comunes  tantos  enga- 
ñadores que  ocultan  en  las  flores  los  áspides  de 
sus  anzuelos,  y  que  habiendo  nacido  sin  patri- 
monio y  vivido  con  ocio,  la  demasía  de    sus 
gastos,  el  exceso  de  sus  ostentaciones,  son  des- 
pertadores que  continua  y  públicamente  traen 
en  la  memoria  los  medios  ilícitos  con  que  han 
adquirido  las  haciendas  y  comprado  las  casas 
en  que  todos  los  materiales  tienen  ciencia  de 
voz  que  pregona  sus  hurtos.  Si  se  lograre  al- 
gún fruto  de  mi  celo,   ofrezco  despue's   deste 
bosquejo  los  retratos  del  famoso  caballero  Sar- 


gidoro  de  Merlo  y  del  venerable  dotor  Marcelo 
Cassado  ^,  asegurando  que  se  pudieran  traer 
ejemplos  de  algunas  ciudades  que  han  sido  aso- 
ladas y  de  muchas  personas  que  se  ha  tragado 
la  tierra,  que  todas  juntas  no  cometieron  deli- 
tos tan  graves  como  el  menor  destos  hombres 
insolentes  '^,  que  á  los  ojos  de  la  corte  y,  lo  que 
más  es,  á  los  de  un  Rey  tan  católico,  de  sus 
Consejos  y  Ministros  mayores,  han  robado  en 
espacio  de  veinte  y  cuatro  años  más  de  ocho- 
cientos mil  ducados,  ocasionando  fugas  de  mer- 
caderes, quiebras  de  depositarios,  retiros  de  se- 
ñores, desconciertos   de   matrimonios,   llantos 
inumerables  de  huérfanos  y  viudas.  Y  como 
estas  palabras  con  que  limitadamente  se   ex- 
plican sus  insultos  parecerán  encarecimientos 
á  los  que  las  leyeren  sin  conocer  los  sujetos  (si 
hay  alguno  que  los  ignore)  y  los  infinitos  que 
tienen  evidencia  de  su  proceder  las   juzgarán 
por  ajustadas,  así  también  lo  que  por  demasia- 
damente extraño  pareciere  fabuloso  en  la  vida 
de  Fraudelio,  llegando  á  examinarlo  se  hallará 
digno  de  la  Verdad,  á  quien  se  dirige.  Su  nom- 
bre y  los  demás  se  han  fingido  en  respeto  de  la 
estampa;  unos  atendiendo  á  que  tengan  con- 
veniencia con  las  personas,  y  otros  que  llevan 
esta  señal  i)^  se  encubren  con  anagramas,  de- 
jando el  descifrarlas   á  la  curiosidad  del  que 
quisiere  saberlos. 

*  ^'  Annagramas:  Saldino  Dovalle,  Sargidoro  de 
Merlo,  Marcelo  Cassado. 

2  Quia  inventi  siuit  in  populo  meo  impii  insi- 
diantes quasi  aucnpes,  laqueos  ponentes  ct  pedicas  ad 
capiendos  viros.  Sicut  decipula  plena  avibus,  sic  do- 
mus  eorum  plemv  dolo:  ideo  magnificati  sunt  et  di- 
tati.  (leiem.,  cap.  .'«.) 


(*)  Latet  nomen  in  annagrania. 

(**)  Su  I  di  no  Dovalle  es  anagrama  de  Don  Luis  de  UUoa,  quien  usando  del  mismo  había  conseguido  en 
1653  licencia  para  publicar  sus  poesías. 

El  insigne  poeta  Don  Luis  de  Ulloa  Pcreira  fue  hijo  de  Don  .Tuan  de  LHloa  l'ereira  y  Doña  Lucrecia  de 

Valera,  Nació  en  Toro  y  recibió  el  bautismo  en  la  iglesia  de  la  Santísima  Trinidad  á  15  de  diciembre  de 

1584.  Su  padre  murió  á  23  de  septiembre  de  1592  y  su  madre  á  18  de  octubre  del  mismo  ano.  Don  Luis  quedó 

bajo  la  tutela  de  su  tío  carnal  Don  Antonio  de  Ulloa  Pereira,  caballero  de  Santiago.  Hacia  el  año  IGOl  con- 

ADTOBIOGKAFIAS    Y    MEMORIAS.— 43 


508  AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 

trajo  matrimonio,  y  segundas  nupcias  en  el  de  1606  con  su  prima  Doña  María  Vallejo  y  Pautoja,  hija  del 
Corregidor  de  Toro;  con  ésta  hubo  cinco  hijos.  Desde  1621  residió  en  Madrid.  Por  su  amistad  con  el  Conde 
Duque  de  Olivares  desempeñó  los  Corregimientos  ác  Logroño  y  de  León.  Viudo  otra  vez  en  1654,  casó  en  9  de 
julio  de  1656  con  Doña  Isabel  Luisa  de  Sandoval.  Cuando  en  1643  cayó  de  su  privanza  el  Conde  Duque  de 
Olivares,  Don  Luis  manifestó  su  gratitud  al  favorito  con  ocasión  de  un  viaje  que  éste  hizo  á  Toro,  donde 
residía  el  poeta.  Desde  1659  ó  antes  se  estableció  otra  vez  en  ]\Iadrid.  Pasó  los  últimos  años  de  su  vida  en 
Toro,  y  allí  falleció  á  3  de  marzo  de  1674. 

Cnf,  Traducción  en  verso  del  Salmo  Jj  de  David  (tMifterere  mei,  Deus)^,  y  noticia  de  varias  verKiones 
poéticas  que  de  dicho  Salmo  se  ha>i  hecho  en  la  lenf/ua  castellana,  y  de  sus  autores,  por  Don  Fernando  de 
!a  Vera  é  Isla.— Madrid.  Impr.  de  A.  Oómez  Fnentenebro,  1879.  Págs.  162  y  siguientes. 

Colección  hihliográlico-hioijráfica  de  noticias  referentes  á  la  provincia  de  Ziimora,  ó  materiales  para  su 
historia,  reunidos  por  Cesáreo  Fernández  Duro. — Madrid.  Impr.  de  M.  Tello,  1891.  Págs.  588  á  540. 

Catálo(/o  hihliográjícu  y  biográfico  del  Teatro  antiguo  esjjafwl,  por  Don  Cayetano  Alberto  de  la  Barrera, 
págs.  407  á  411. 

Dos  son  los  principales  personajes  de  quienes  se  trata  en  las  Relaciones:  Fraudelio  Garlliet  y  Bonifacio, 
ambos  hermanos  de  Don  Luis  de  ülloa.  Del  primero  dice  que  fue  caballero  de  Santiago;  que  asistió  como  pro- 
curador de  Toro  á  las  Cortes  que  se  celebraron  en  Madrid  durante  los  años  1632  á  1636,  en  que  fue  jurado  el 
Príncipe  Don  Baltasar,  y  que  recibió  con  tal  ocasión  la  merced  de  un  hábito  para  uno  de  sus  sobrinos.  Todas 
estas  circunstancias  se  cumplen  en  Don  Jerónimo  de  Ulloa,  á  quien  podemos  sin  género  de  duda  identificar 
con  Fraudelio  Carlhet.  Efectivamente;  según  las  pruebas  que  hizo  Don  Jerónimo  para  tomar  el  hábito  de 
Santiago  en  el  año  1626,  fueron  sus  padres  Don  .Juan  de  Ulloa  Pcreira,  comendador  del  Esparragal,  en  la 
Orden  de  Alcántara,  natural  de  Toro,  y  Doña  Lucrecia  de  Valera,  nacida  en  Fiscalona.  Sus  abuelos  paternos, 
Don  Diego  de  Ulloa  Pereira,  caballero  de  Santiago,  y  Doña  ^Magdalena  de  Bazán,  ambos  de  Toro.  Los  ma- 
ternos, Don  Juan  de  Valera,  natural  de  Escalona,  Contador  mayor  de  Don  Diego  López  Pacheco.  Marqués  de 
Villena,  y  Doña  Catalina  de  Vallejo,  madrileña,  prima  hermana  de  Fray  Ambrosio  de  Vallejo,  Obispo  de 
Popayán.  Nació  en  el  año  1589  y  no  en  el  de  1588,  como  dice  equivocadamente  Don  Luis  en  sus  Relaciones, 
y  fue  bautizado  en  la  iglesia  de  la  Santísima  Trinidad. 

«En  diez  dias  del  mes  de  otubre  de  mil  y  quinientos  i  ochenta  y  nueve  años  se  bautÍ90  Don  Gerónimo  de 
Ulloa,  i  jo  de  Don  Juan  de  Ulloa  Pereira  i  de  Doña  Lucrecia  de  Balera,sus  padres;  fueron  suspadrinos  Don  Luisdc 
Ulloa  y  Doña  Luisa  de  Ulloa,  sus  hermano?;  i  en  fe  lo  íirmé  io  el  cura  de  la  diclia iglesia. — Andrés  del  Bollos). 
Estas  noticias  de  Don  Jerónimo  comprueban  y  explican  algunos  detalles  de  las  Relaciones;  por  ejemplo, 
<iue  su  padre  se  casó  en  Madrid,  cosa  bien  probable  siendo  Doña  Lucrecia  natural  de  Escalona;  que  ésta  era 
sobrina  de  un  Príncipe  de  la  Iglesia  (el  Obispo  de  Popayán),  y  otros  que  nos  demuestran  ser  las  Relaciones 
menos  fantásticas  de  lo  que  á  primera  vista  parecen. 

Que  asistió  á  las  mencionadas  Cortes  como  procurador  de  Toro  se  prueba  con  los  documentos  que  publicó 
Don  Manuel  Danvila  en  El  poder  civil  en  España  (tomo  VI,  páginas  358  y  369),  y  acabadas  obtuvo  la  mer- 
ced de  que  tan  nial  uso  hizo,  según  afirma  Don  Luis:  «A  Don  Jerónimo  Ulloa,  procurador  de  Toro,  se  le  con- 
cedió un  hábito  para  un  sobrino,  con  fecha  13  de  octubre  [de  1636]».  (Obra  citada,  t.  VI,  pág.  390.) 

Bonifacio  es  indudablemente  Don  Diego  Andrés  de  Ulloa,  hermano  de  Don  Luis  y  nacido  también  en 
Toro,  donde  recibió  el  bautis.no  á  16  de  enero  de  1586  en  la  parroquia  de  la  Santísima  Trinidad, 

Ninguna  dificultad  ofrece  el  que  diga  Don  Luis  que  Bonifacio  nació  en  1588,  pues  se  equivocó  hasta  en  su 
nacimiento  propio;  creemos  que  estos  errores  .son  debidos  á  flaquezas  de  memoria  y  no  á  propósito  deliberado. 
Además  de  los  citados  hermanos  tuvo  una  hermana  llamada  Magdalena,  cuya  partida  bautismal  copiamos: 
«En  doce  de  enero  de  este  año  de  mili  y  quinientos  y  hochenta  y  dos  años,  yo  Vicente  líuiz,  cura  propio 
desta  yglesia  de  la  Trinidad  de  Toro,  bapticé  á  Doña  Magdalena,  hija  de  Don  .Tuan  de  Hulloa  y  de  Doña 
Lucrecia.  Fueron  sus  padrinos  el  lizeuziado  Osorio,  clérigo,  y  Doña  Guiomar  de  Hulloa,  y  por  verdad  lo  firmé 
(le  mi  nombre. —  Vicente  Ruiz». 

En  cuanto  á  la  fecha  en  que  se  escribieron  las  Rslaciones,  hay  un  dato  (jr.e  1 1  determina  bastante.  Fr.uz- 
"lelio  tenia  entonces  cincuenta  y  dos  años,  y  como  Don  Luis  afirma,  aunque  inexactamente,  en  otro  lugar,  que 
había  nacido  aquél  en  el  año  1588,  resulta  que  dicho  libro  fue  redactado  en  el  de  1040. 

A  juzgar  por  algunas  palabras  del  prólogo  Al  que  Uyi-re,  Don  Luis  quería  publicar  las  Relaciones;  pero 
creemos  que  este  propósito  no  fue  mu)'  decidido  y  qnizá  solo  una  amenaza  de  escándalo  contra  Don  Jerónimo, 
pues  nada  más  arriesgado  y  contraproducente  que  dar  á  los  cuatro  vientos  un  libelo  lleno  de  insultos  y  acaso 
de  calumnias,  pobre  de  invención  y  de  pequeño  interés  para  sus  contemporáneos,  quienes  sabían  de  memoria 
la  vida  turbulenta  de  Don  Luis  y  sus  disgustos  de  familia. 

Es  de  observar  en  las  Relaciones  el  notable  parecido  que  tienen  con  los  Recuerdo^  de  Zorrilla;  el  mismo 
tono  quejumbroso;  igual  defensa  de  una  existencia  agitada;  idéntica  apología  de  un  ingenio  que  vive  en  la 
pobreza,  mal  remunerado  por  la  sociedad  y  hasta  abandonado  de  sus  parientes. 

Publicamos  X-Añ  Relaciones  confíU'rae  al  Ms.  de  la  Biblioteca  Nacional,  ya  descrito  en  otro  lugar. 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


509 


Quis  nescit  primam  esse  hisiorke  legem  ne  quid  falsi 
dieere  mideat?  Deindc  ne  quid  veri  non  aiideai?  Xe  qiia  sus- 
pitio  gratia.  sit  in  scrihendo?  Ne  qua  simultaüs?  (Cicer.,  De 
■invent.  omt.,  lib.  2.)  [Be  oratore^  lib.  11  núm.  XY.] 


Xaciú   '    Fraudelio  Carlliet  ol   año   de  mil 
quinientos  y  ochenta  y  ocho  en  una  ciudad  no- 
ble de  la  provincia  de  los  Arévacos  y  en  la  casa 
Dovalle,  que  se  diferencia  de  las  demás  deste 
apellido  con  otro  de  un  linaje  de  los  más  ilus- 
tres de  Portugal.  Creyóse  por  engaño  que  fue- 
ron sus  padres   Prudencio  Dovalle  y  Valeria 
LxTcrecia,  su  mujer,  que  murieron  el  año  de 
quinientos  y  noventa  y  dos,  él  á  los  primeros, 
ella  en  los  últimos  días  del  mes  de  otubre  ^, 
ó  fuese  la  causa  de  tan  cercano  fin  la  pena  por 
sí  sola,  ó  junto  con  ella  la  constitución   poco 
menos  que  pestilente  que  corrió  por  entonces 
en  aquel    clima  y  con    brevedad  ocasionó    la 
muerte  á  muchas  personas  de  cuenta.  Dejaron 
otros  dos  hijos:  Suldino  y  Bonifacio:  el  mayor 
de  menos  de  siete  años,  el  segundo  de  cinco; 
llevólos  á  su  casa  Antonino  Dovalle,  hermano 
de  su  padre,  á  quien  tocó  la  tutela  por  pariente 
más  cercano.  Cuidó  de  su  educación  y  crianza 
siete  años,  hasta  que  el  de  noventa  y  nueve 
casó  en  Toledo  con  una  señora  de  condición  te- 
rrible *•,  sumamente  miserable,  de  ánimo  en- 
cogido y  desconfiado,  pasiones  que  sin  funda- 
mento la   hicieron  temer  las  cuentas  con   los 
menores;  persuadió  á  su  marido  que  se  desem- 
barazase dellos  y  lo  consiguió,  casando  al  ma- 
yor con  una  prima  suya  que  poseía  una  casa  de 
las  principales  de  aquella  tierra  y  llevando  los 
demás  á  \\\\  estudio  cercano,  donde  se  enseñan 
cuidadosamente  las  primeras  letras.  Vivió  su 
mujer  de  Suldino  menos  de  diez  meses  '*;  no 
cumplió  trece  años,  pensión  natural  de  haber 
nacido  muy  hermosa.  Quedó  él  viudo  de  me- 
nos de  quince  con  el  gobierno  de  su  casa  y  con 
el  cargo  de  amparar  la  orfandad  de  los  herma- 
nos. Hizo  con  ellos  el  oficio  de  padre  en  tales 
demostraciones,  que  para  decirlas  faltan  pala- 
bras al  encarecimiento  y  dejan  de  referirse  al- 
gunas porque  el  extremo  no  desacredite  la  ver- 

'  Non  est  tegemla  quaniquam  amara  verita?,  etora 
iiiiinicis  ipsa  clandit. 

'  Turpe  mori  post  te  solo  non  posse  dolore.  (Cor- 
nelia in  Lncann,  lib.  9,  Phar.) 

Tristitia  intcr  otnnes  anim;o  passioncs  máxime  cor- 
pori  nocet.  (1).  Tom.,  !.•'  2.''"  quivstio.  26,  art.  1.) 

"■  Quemadmodiuu  qui  ulccribus  laborant  timidisi- 
iTie  tactum  omnem  reíormidant,  slc  niale  conscii  ubi- 
(jue  prompta  laborant  suspitionc.  (Flutar.,  A2)ote.,  2, 
!':■«.) 

*  Immodicis  breuÍ8  est  ivitas  et  rara  sencctus;  quid- 
i(iiid  amas  capias  non  placuisse  nimis...  (Mart,,  lib.  G. 
epig.  2ít.) 


dad   ',   puesto  que  en   tanto  deudo  quepa  el 
mayor  cariño.  Visitóles  algunas  veces  en  aque- 
lla aldea,  asistióles  cuidadosamente  con  lo  ne- 
cesario para  el  sustento  y  con  regalos  de  su 
edad  y  profesión,   hasta  que  hallándose  con 
poca  salud  en  aquel  sitio,  los  trujo  á  su  casa, 
donde  vino  por  aquel  tiempo  un  tío  suyo  que 
se  aficionó  á  Fraudelio  2,  y  con  color  de  que 
proseguiría  mejor    los    estudios  donde    había 
universidad,  le  llevó  consigo  á  mucho  pesar  de 
Suldino,  que  antes  de  ocho  meses,  persuadido 
de  las  cartas  en  que  se  mostraba  mal  hallado, 
le  fue  á  ver  y  para  curarle  de  algunos  acha- 
ques de  niño  que  le  afligían  y  en  casa  de  su  tío 
le  hacían  embarazoso,  le  volvió  á  la  suya.  Di- 
solviéronse unas  Cortes  en  que  acpiel  caballero 
servía  una  procuración,  por  la  menor  edad  de 
Suldino,  en  oficio  suyo.  Hiciéronle  merced  de 
un  gobierno  de  importancia  y  volvió  á  pedir  el 
sobrino,  y  por  las  esperanzas  que  se   ofrecie- 
ron 3  de  sus   alimentos,   vino  en  ello  el  ma- 
yor con  más  pena  de  apartarle  de  sí  que  la  vez 
primera,  por  ser  más  lejos.  La  capital  y  mayor 
queja  de  Fraudelio  es  no  haber  sido  muy  rega- 
lado en  esta  ausencia.  Tan  de  atrás  viene  su 
rancor  en  que  la  dureza  y  la  porfía  no  parece 
que   procede    *    de    niñerías.    Llevóle   su   tío 
como  á  hermano  de  un  solo  hijo  que  tenía  á  un 
oficio  muy  cuantioso;  su  edad  era  quince  años. 
Suldino,  de  diez  y  ocho  ',  quedó  con  las  obli- 
gaciones de  sustentar  su  casa,  que  por  ser  muy 
antigua  y  haber  estado  algunos  años  sin  habi- 
tarse hacía  sentimiento  por  todas  partes,  sien- 
do la  fábrica  della  tan  grande  que  **  sólo  para 
los  reparos  ordinarios  necesita  de  toda  la  renta 

>  Qui  ex  eodem  semine  sunt  orti  et  nutriti  eadem 

matre,  et  in  eadem  domo  adoleverunt  ab  eisdem  pa- 

rentibus  amati,  eundemque  patrem  appelant  ¿quomodo 

h:  non  sunt  omnium  iuter  seconiunctissimi?;  qui  fra- 

tribus  providet  se  ipsum  curat.  (Genoph.,  lib.  8,  De 

1    Inst.  Cyri.)  ,  .     . 

I       '  Videndum  est  enim  primum  ne  obsit  benigni- 

I    tas  et  iis  ipsis  quibus  benigne  videbitur  fieri.  (Cicer., 

I    Dr  off.,  lib.  1  ) 

¡  3  Ne  quis  intemperata  quadam  benevolentia  im- 
I  pediat  magnas  utilitates  amicorum.  (Cicer.,  Lib.  de 
í    Amioi.) 

*  O  formilodosa  sententia!  Si  parva  fratribus  non 
dimittimus,  magna  nobis  adeo  non  dimittentur.  (D. 
Hier..  Siipeí'  j^laf.,  cap.  o.) 

s  Non  enim  potest  multis  iudigentibus  auxilium 
ferré  qui  ipse  multis  opas  habet.  (Plutar.  in  Parale. 
Arist.  et  Cíif.) 

«  Cum  capit  quassata  domus  subsiderc,  partes  in  pro- 
clinatas  omne  recumbit  onus.  (Ovid.,  JJe  Ir.,  lib.  2.) 


.10 


AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIxVS 


de  su  dueño.  Lo  que  se  ha  hecho  de  gastos  foi'- 
zosos  en  ella  parece  imposible,  y  A^erdadera- 
mente  es  de  las  cosas  en  que  se  halla  alcanzado 
el  discurso  humano  cuando  se  pone  á  cuentas 
con  Dios.  Porque  el  mayorazgo  de  Suldiuo  es 
de  los  antiguos  de  Castilla  y  de  los  primeros 
que  se  fundaron  con  facultades,  y  se  contenta- 
ban con  vincular  limitadas  posesiones  para  con- 
servación de  los  apellidos,  aun  no  conocidas  las 
riquezas  de  las  Indias,  y  esta  casa,  infeliz  por 
los  casamientos  de  los  que  han  sucedido  en  ella 
(que  siempre  han  sido  calificados,  nunca  ri- 
cos), poco  dichosa  en  las  mercedes  de  los  reyes, 
por  extremo  desgraciada  en  los  hijos  segundos, 
que  habiendo  sido  todos  bien  afortunados  nin- 
guno se  ha  inclinado  á  su  aumento,  no  se  ha 
acrecentado  en  hacienda  desde  su  fundación, 
antes  por  la  general  calamidad  ó  estrago  de  los 
tiempos  la  faltan  las  tres  partes,  y  quien  su- 
piere lo  que  ha  quedado  y  hubiere  visto  cómo 
trató  Suldino  su  persona,  cómo  crió  sus  hijos  y 
pagó  voluntariamente  ¡as  nuichas  deudas  de  su 
padre,  lo  que  hubiere  tenido  por  deslucimien- 
to, juzgará  por  ostentación  grande,  admirando 
su  cuidado  en  esto  por  más  que  de  ordina- 
rio ^  y  librándole  de  la  calumnia  con  que  sus 
émulos  acusaron  el  uso  de  su  entendimiento, 
atribuyendo  el  poco  lustre  de  su  porte  á  la  per- 
dición del  juego  y  otros  desórdenes.  Y  de  ca- 
mino quedará  convencida  de  falsa  una  fábula 
que,  entre  otras  muchas,  ha  referido  Fraudelio 
en  todas  las  conversaciones  desfce  propósito, 
poniendo  por  prólogo  al  libro  de  sus  beneficios 
que  tenía  ejecutoria  de  quinientos  ducados  de 
alimentos  contra  su  hermano  y  no  los  cobraba; 
burla  que  con  las  demás  puede  perdonarse, 
atendiendo  al  artificio  con  que  ha  menester 
vivir  para  disimular  sus  achaques  un  ^  caba- 
llero tan  de  fortuna.  En  medio  de  los  cuidados 
y  gastos  mayores  que  las  fuerzas,  le  acudió 
Suldino  con  algunos  socorros  y  fue  á  la  ciudad 
donde  estaba,  distante  de  su  casa  seis  jorna- 
das, sólo  á  verle,  y  le  acarició  con  obras  y  pala- 
bras mostrando  el  amor  que  le  tenía,  que  sin 
duda  era  grande  ^  y  se  gastó  á  mucha  fuerza 

*  At  vero  hic  etiam  nostris  malis  cumuhis  accedit 
quod  estimatio  pluriniorurn,  non  rerum  merita,  sed 
fortuna'  spectat  eventuní:  eaqne  tantiim  iudicat  e:-^e 
provisa  qu;v  íelicitas  commendauerit:  quo  fit  iit  esti- 
matio )icna  prima  omnium  deseret  infelices,  (pii  nniic 
popnli  rumores  quam  di.>on;t.  multiplicesqne  senten- 
tia;,  piget  reminisci;hoc  taiitiim  dixerim.  vltimam  es-e 
aduei-sse  fortutue  sarciiiam,  quoddum  miseris  aliquod 
crimen  aitingitur,  quiB  Lcrfcrunt  meruisse  credentiir. 
(Boe..  Pim.,  t.) 

'  Ad  popnlum  phalera?  cgo  te  intus  et  incute  noui. 
(^Per  .  Sai...  ?,.) 

5  Non  potest  qutevis  arbor  mite?cere  ñeque  qureli- 
bet  ferací  curari,  proinde  hoc  qnoqne  qua  possunt  in 
suum  recium  usnm:  sic  qui  ad  amicitiam  adduci  non 
possunt.  horum  odio  ad  uostrum  comniodum  ahu te- 
mar. (Pintar.,  Apotec,  142.) 


de  mal  correspondido.  Estuvo  Fraudelio  con 
el  tío  hasta  que  acabó  su  gobierno.  Volvió  el 
año  de  seiscientos  y  nueve  á  casa  de  su  her- 
mano. Hallóle  segunda  vez  casado  con  otra 
prima  suya,  señora  de  limitado  patrimonio  y 
de  prendas  tan  aventajadas  ^  que  excedieron 
al  dote  más  numeroso.  La  pureza  de  su  amor 
contenido  dentro  de  su  obligación,  limitado  á 
la  correspondencia  de  su  marido,  á  la  crianza 
de  sus  hijos,  sin  permitir  á  la  imaginación  el 
menor  desahogo  ^,  el  más  leve  divertimiento, 
su  gobierno  y  retiro  en  dilatadas  ausencias,  su 
constancia  y  conformidad  en  continuas  adver- 
sidades, sin  haber  oído  jamás  llamai  á  su  puerta 
una  dicha,  fueron  virtudes  con  que  consiguió  su 
nombre  universal  alabanza,  sin  más  oposición 
que  el  odio  singular  de  su  cuñado.  Hay  mali- 
cias de  que  no  se  libra  ninguna  inocencia  '^,  y 
desde  Caín  es  antiguo  aborrecer  los  hermanos 
sin  más  causa  que  ser  mejores.  Diose  por  pesa- 
damente sentido  en  aquel  tiempo  de  la  des- 
atención á  su  hospedaje,  señalando  algunas 
falti^s  *  de  poca  monta  en  el  aliño  de  su  apo- 
sento, en  la  curiosidad  de  su  persona,  que  des- 
de entonces  comenzaban  á  hacer  disonancia  á 
los  pronósticos  de  sus  opulencias,  y  las  notaba 
en  esta  señora  cuando  cargada  de  sus  hijos  los 
acallaba,  supliendo  las  faltas  de  las  amas  mal 
contentas  ^,  y  cuidando  de  la  orden  y  aun  de  la 
sazón  de  la  comida  de  su  marido  la  doblaba 
el  trabajo  el  verla  no  siempre  á  tiempo  preve- 
nida. Esto,  que  había  de  introducir  en  Frau- 
delio tiu  honroso  coraje  ®  para  procurar  el 
remedio  ó  el  alivio  á  costa  de  su  sangre,  sirvió 
de  desprecio  para  zaherirlo  en  sus  prosperida- 
des. Señal  no  la  menos  cierta  de  poca  nobleza 
hacer  baldón  de  los  motivos  de  lástima.  Ha- 
bíanse reducido  los  alimentos  de  Suldino  á  tal 
estrecheza,  que  no  puede  decirse  sin  agravio  de 
su  calidad.  Partiólos  con  Fraudelio  porque  no 
perdiese  tiempo  en  sus  estudios;  invióle  á  Sa- 
lamanca, donde  por  orden  del  mercader  con 
quien  tenía  hecho  un  limitado  asiento  se  los 
pagaban  con  puntualidad.  Comenzó  luego  á 
valerse  del  juego,  en  que  ha  tenido  extremada 


*  Satis  enim  dotata  A'enit  mulicr  qu;\>  pndicitiam  et 
honestos  moi'eS  secum  adfert  (Laur..  Hb.  1,  cap   4.) 

2  Sunt  domestica.^  fortitudines  non  inferiores  mili- 
taribns.  (Cicpr.,  lib   .3,  D,^  O/Ji.) 

•*  Cain  qui  e.x  maligno  erat.  oceidit  fratrem  suum; 
et  ;propter  quod  oceidit  eum?  quoniam  opera  eius 
maligna  erant;  fratris  autem  insta.  (loan.,  Ep'n'.., 
cap.  ;-5.) 

^  Pusillanimitas  enim  est  has  ob  res  indignari  et 
commoiieri  iiitensius.  (Mnson  ,  Ajmd  /■.'.itah) 

^  Oninc  quod  tibi  applicirnm  fnerit  accipe  et  in 
dolore  sustine  et  in  liuinilitate  tua  patiéntiam  liabe, 
quoniam  iu  igne  probatur  aurum  et  argentum;  ho- 
mines  vero  i-eceptibiles  in  camino  humiliationis. 
{Eccics.,  cap.  2.) 

*  Numquam  ^fficies  ut  recte  ingrcdiantnr  cancri. 


T)0^  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


511 


maña  y  felicidad  K  Era  suyo  el  caudal  de  los 
compañeros  y  el  de  los  demás  aficionados.  Ha- 
cía mucha  burla  del  socorro  de  su  casa  y  ca- 
llando el  dinero  que  traía  volvía  al  fin  del  curso 
cargado  de  galas  y  de  quejas.  Suldino,  creyen- 
do los  aprietos  que  fingía,  procuraba  siempre 
remediarlos,  y  llego  alguna  vez  á  inviarle  los 
libros  de  su  entretenimiento  para  que  los  ven- 
diese. Fineza  no  pequeña  en  su  condición  "^  y 
■  tan  deslucida  como  las  demás  que  hizo  con  él. 
Y  ofreciéndosele  ocasi(5n  de  ir  á  Madrid,  luego 
que  Fraudelio  acabó  los  estudios,  le  llevó  en 
su  compañía.  Y  entre  otros  divertimientos  cor- 
tesanos se  dieron  más  al  de  su  inclinación. 
Jugaron  los  dos;  el  mayor  se  aventajaba  en  el 
dinero  y  en  el  crédito.  Y  por  esto  también  en 
la  introducción  jamás  apartó  de  sí  al  que  tra- 
taba en  todo  como  á  hermano  y  en  una  corta 
vuelta  que  tuvo  (así  llaman  los  tahúres  á  sus 
ganancias)  le  dio  ^  larga  parte  dellas,  que  des- 
perdiciaba sin  atención,  fiado,  como  decía,  en 
que  no  podía  faltarle  mientras  tuviese  su  her- 
mano, tan  liberal  con  él  que,  entre  otras  joyas 
de  valor,  le  dio  una  cadena  de  peso  de  ocho 
mil  reales.  Este  viaje  y  las  reliquias  del  fue  el 
principio  de  todos  los  aumentos  de  Fraudelio. 
Parecióle  que  con  el  favor  de  su  tío  (que  ya 
estaba  en  oficio  de  asiento)  podría  conseguir 
una  plaza  en  Indias,  y  en  tanto  experimentar 
su  industria  en  aquel  gran  teatro  de  la  fortu- 
na, donde  valen  tanto  las  habilidades  ó  donde 
ella  hace  tanta  ostentación  de  su  poder  *,  eli- 
giendo á  los  de  menos  méritos  para  los  premios 
mayores,  porque  se  conozca  que  los  da  gracio- 
sos por  voluntad  y  no  por  paga.  Desvanecióse 
el  primer  intento;  el  segundo  tuvo  mejor  logro. 
Salió  de  la  corte  Suldino  forzado  de  negocios 
que  en  su  tierra  necesitaban  de  su  asistencia. 
Quedóse  Fraudelio,  con  qué  cantidad  de  dinero 
no  se  sabe;  su  encierro  ^,  su  sagacidad,  su 
doblez,  no  puede  encarecerse.  Valióse  de  su  tío 
como  lo  tenía  pensado.  Recibióle  gustoso  y 
ofrecióle  los  buenos  oficios  que  pudiese  hacer 

'  Fnrtus  ingeniosiis  ad  omue  qui  faceré  assuerat 
patrúv  non  (legener:isti«,  candida  de  nigris  et  de  can- 
dentibns  atra.    (}\\d.,  j\L'f..  W.) 

-  Qui  autem  obüviscitiir  beneficiis  afectus  nunquam 
ntique  esset  hic  generosas.  (Virg.,  Sophoe.  i)i  Aiace 

¡jlf'/fiS  ) 

5  Lene  ¡vs  aliennm  debitorera  facit  grane  inimi- 
cum.  (Senec.  ICpi.s-.,  19.) 

Xam  beneficia  eo  n?qne  l.^ta  sunt  dam  videntnr 
exolvi  posse:  Ubi  niuitum  ante  venere  pro  gratia 
odiuní  reditur.  (Tac,  Aun.  4.) 

*  Subibat  me  non  de  nihilo  veterif  ¡¡ripcrt-cine  doc- 
trinai  viros  fiíixisse  ac  pvoniinciassc  cu'cam  ac  prorsns 
exoculatam  es>e  fortuiiam  qiia;  seniper  8uas  opes  ad 
malos  et  indignos  conl'crat.  nec  luiquam  indicio  ([iien- 
qnam  mortalium  cligat.  (Apnlrius.  j\Jit.,  ]\h.  7.i 

'^  Ne  a-muleris  honiinem  injustnm,  nec  imiteris  vias 
eius,  quia  abominatio  Domiiii  est  oninis  illusor,  et 
cum  í^implicibns  serraocinatiu  eius,  (^Froh.,  cap.  S.) 


en  su  pretensión.  Su  unijcr,  señora  de  valor 
grande  y  de  condición  sumamente  apacible,  le 
favoreció  mucho  mostrando  que  por  la  obliga- 
ción de  deudo  de  su  marido  le  estimaba  más 
que  á  los  suyos,  y  dentro  de  lo  que  cupo  en  su 
mucha  virtud  y  bondad  tuvo  mucha  parte  en 
su  agrado.  Como  correspondió  él  al  respeto 
deste  parentesco,  al  decoro  de  la  casa  de  su  tío 
y  al  deudo  cercano  de  ciertos  asistentes  en  ella, 
ha  sido  bien  público  en  el  mundo  y  no  es  deste 
lugar  ^  Fue  de  su  dicha  hacer  amigos  y  obli- 
gados con  lo  que  otro  hubiera  solicitado  odios 
y  riesgos.  Comenzó  á  jugar  largo,  hizo  ganan- 
cias grandes  ^,  púsose  en  altura  de  mucho  cau- 
dal (la  fama  diría  algo  más).  Cincuenta  mil 
reales  de  plata  es'  cierto  que  tuvo  dados  á  su 
tío  para  que,  con  su  inteligencia  y  puesto,  le 
comprase  un  juro  de  comodidad.  Algo  le  que- 
daría en  el  depósito  de  una  prima  suya  á  quien 
con  la  llaneza  de  aquel  parentesco  hizo  muy 
partícipe  de  los  secretos  de  su  arte,  y  aunque 
por  el  total  olvido  de  su  casa  (en  orden  á  de- 
mostración de  haber  nacido  en  ella)  pudiera 
Suldino  conocer  ••  la  ponzoña  que  encerraba  en 
el  corazón  y  se  había  engendrado  de  las  livia- 
nas causas  que  quedan  apuntadas,  como  su 
simulación  es  tan  rara  que  en  todo  le  desmien- 
te *  de  castellano  y  aun  de  español,  escri- 
biendo pocas  cartas  y  brcA^es  disponía  que  aque- 
lla sequedad  se  atribuyese  á  divertimiento  cor- 
tesano, y  creyendo  que  su  introdución  y  sobra 
serían  á  propósito  para  aliviar  en  algo  la  nece- 
sidad que  apretaba  demasiadamente  á  Suldino. 
Volvió  á  Madrid  en  su  confianza,  avisóle  en 
llegando.  Tardó  tres  días  en  darse  por  enten- 
dido y  parece  que  los  gastó  en  imaginar  trazas 
con  que  abatir  al  que  llamaba  hermano  y  tenía 
por  mortal  enemigo,  con  odio  de  que  siempre 


*  Pro  supeii,  quantnm  mortalia  pectora  ca'ca-  noc- 
tis  babent!  Ipso  sceleiis  niidimine  Tercas  creditur 
esse  pius,  laudemque  a  crimine  sumit.  (üvid.,  Mit., 
lib.  f>.) 

2  Felicitas  iii  tali  ingenio  avaritiam,  superbiam, 
cetoraque  ocnlta  mala  patefecit.  (Táe.,  Hi".,  3.  | 

'■  In^trumentii  illi  explicanda'  neqnitia  defaerant; 
sic  tuto  serpens,  etiam  pestifera  tractatar;  duní  riget 
frigore,  non  desuní  tune  illi  venena,  sed  torpent. 
(Sénec,  Ejj'x  ,  42.) 

•*  Mores  hominum  regioni  respondent.  {Sentent., 
Pvoh.) 

Britanos  turbulentos  negotiatores.  Ligares  fraudu- 
lentos, agnitnm  ab  antiquis 

Vane  ligas  frustraque  animis  elate  superbia,  ne 
quidquam  patrias  tentasti  lubricas  artes,  nec  fraus  te 
incoluniem  perferet  3n\\o.(Caiiiila  Virijiliana,  lib.  ll' 

J^Jtii'id.) 

Priesumptum  enini  cst,  quosdam  sernos  bonos  esse 
quia  nationc  sunt  non  infamata;  quosdam  malos  vi- 
(Icri ,  quia  ea  natione  sunt,  quic  magis  infamis  est. 
Lc.r  (jHiid  xi  iiclit  qui  ininici /liil . 

Natunim  quidcm  mutare  dit'ficileest, nec  licet  semel 
mixta  nascentium  elementa  convortere.  (Sénec,  JJe 
ira,  lib,  11.) 


512 


autobiografías  y  memorias 


ha  hecho  tal  demostración,  que  nunca  le  ha 
sido  sabrosa  la  felicidad  sin  la  salsa  de  verle 
asolado,  y  ha  tenido  sin  zozobra  el  deleite,  por- 
que la  fortuna  le  ha  servido  continuamente  á 
su  gusto  este  plato.  Si  ha  sido  porque  algún 
día  corresponda  el  castigo  á  la  mala  intención, 
no  ha  llegado  el  tiempo  de  saberse.  Después 
de  haber  maquinado  contra  todo  lo  que  pudiera 
ser  conveniencia  de  Suldino,  vino  á  verle,  muy 
embebido  en  la  doctrina  de  políticos  infieles  que 
ignoraban  sus  estudios  y  le  enseñaba  su  natu- 
ral. Gastó  la  visita  en  ponderar  las  dificultades 
de  la  vida  cortesana,  lo  necesario  de  maña  y 
fuerza  para  medrar  en  ella,  el  trabajo  que  le 
costaba  sólo  pasar,  y  sin  hacer  otro  donativo  ni 
oferta  se  despidió,  dejándole  admirado  con  la 
extrañeza  de  aquellos  términos  en  que  parecía 
que  los  aumentos,  no  sólo  le  habían  mudado  el 
tamaño,  sino  el  género,  y  en  la  verdad  sólo  era 
nuevo  el  haberse  conocido  lo  que  estaba  encu- 
bierto, no  tanto  por  la  sagacidad  maliciosa  del 
imo  *,  como  por  la  sencilla  nobleza  del  otro. 
Publicó  Fraudelio  en  las  conversaciones  que  su 
hermano  había  venido,  y  que  ganar  en  su  pre- 
sencia era  un  imposible  que  nunca  había  ven- 
cido. Que  le  tenía  por  infalible  azar  y  no  juga- 
ría donde  estuviese,  porque  no  era  aventurar, 
sino  perder  de  conocido.  Con  esto  y  tener  pi- 
cados á  todos  los  tahúres,  por  ser  él  solo  el  ga- 
nancioso, le  excluyó  de  lo  que  pudiera  darle  la 
suerte. 

Sucedió  poco  después  im  prodigio  grande: 
suspendióse  el  arte,  durmióse  la  fortuna,  perdió 
Fraudelio,  reduciéndose  su  caudal  á  poco  más 
de  mil  escudos,  y  como  sabía  que  su  hermano 
era  bueno  para  los  aprietos  y  que  se  halla  '^ 
fácilmente  consuelo  en  los  lastimados,  se  fue  á 
él,  encubrió  lo  que  le  había  quedado  y  encare- 
ció la  gravedad  de  la  pérdida,  con  algunas  cir- 
cunstancias que  la  hacían  más  penosa.  Suldi- 
no, que  cuando  fuera  ^  suyo  propio  este  tra- 
bajo le  llevara  con  entereza,  aprendida  en  mu- 
chos cursos  de  adversidad,  le  consoló  más  ani- 
mosamente de  lo  que  pedía  su  sentimiento.  Y 
de  aquí  se  originó  otra  queja  grande  con  que 
muchas  veces  ha  sido  acusada  esta  constancia 
como  crueldad.  Tuvo  este  revés  en  Fraudelio 
breve  y  gustoso  fin.  Estaba  en  duda  para  ele- 
gir con  quién  aventuraría  el  resto  de  su  cau- 
dal; consultólo  con  aquella  dama  *,  que  tenía 

*  Satius  est  simplicitati  contemni,  quam  perpetua 
simulatione  torqueri.  (Sen.,  De  tranq.  aii.) 

*  Non  ignara  mali  miseris  sucurrere  disco.  (Dido 
Virg.,  Untiid.,  lib.  1.) 

•>  Qui  a  ratione  déficit  iis  in  rebus  quibus  pleriqup 
et  obsistere  possunt,  is  mollis  et  delicatiis  habendus 
est.  (Arist.,  Jith.,  lib.  7,  cap.  5  ) 

*  Fuella  quícdam  habens  spiritum  pythonem  qu.-rs- 
tum  magnum  príEstabat  dominis  sais  diuiuando.  {Ei- 
AcaiJOít.,  c&\)    IG.) 


algo  de  profetisa.  Resolvieron  que  con  im  gran 
señor  que  estaba  de  mucha  vuelta.  Ejecutóse  y 
on  una  noche  le  ganó  ciento  y  treinta  mil  rea- 
les en  doblones,  joyas  y  plata,  con  que  llevó  un 
coche  cargado,  y  lo  fue  mostrando  en  muchas 
veces  á  la  que  había  tenido  parte  en  el  conse- 
jo, porque  lo  penado  de  la  venida  gustosa  se  la 
hiciese  más  dulce.  Quedó  rico  y  confirmóse  su 
prosperidad  con  otros  muchos  buenos  sucesos, 
y  de  ninguno  tuvo  parte  ni  noticia  Suldino.  á 
quien  en  oposición  iba  apretando  la  desgracia 
de  manera  que  se  vio  forzado  á  pedirle  con  qué 
volverse,  porque  ya  se  hablaba  mucho  en  sus 
ganancias  y  no  era  menester  más  señal  de  ser 
ciertas  que  haberse  vuelto  á  retirar  del.  Dióle 
una  escasa  cantidad  en  cuartos,  con  que  se 
partió.  Y  no  se  detuvo  mucho  en  su  casa,  an- 
tes se  ofreció  volver  brevemente  á  dar  por  aque- 
lla ciudad  el  pésame  al  Rey  de  la  muerte  de  su 
padre  y  la  enhorabuena  de  su  sucesión.  Que- 
dóse después  desto  á  pretender  un  hábito,  de 
que  se  le  hizo  merced  para  su  hijo  mayor,  y 
también  con  ocasión  de  asistir  á  un  señor  á 
quien  con  el  título  de  marqués  se  atribuía  el 
origen  de  grandes  casas  en  España.  Habían 
merecido  mucho  en  su  favor  los  papeles  de  Sul- 
dino, y  entrellos  los  versos  que  escribió  con 
juicio  y  se  leyeron  con  estimación,  y  el  mar- 
qués los  preciaba  tanto,  que  cuando  no  hubie- 
ran tenido  otro  oyente  les  bastaba  su  atención 
por  aplauso  ^.  Perdiéronse  casi  todos  por  su 
modestia  ó  su  desconfianza  y  porque  en  unos 
escrúpulos  ó  melancolías  quemó  los  más.  Eu 
un  borrador  que  he  visto  de  algunos  muestra 
que  trataba  estas  materias  con  reconocimiento 
de  su  poca  importancia,  por  algunas  adverten- 
cias de  las  márgenes  *  y  por  unas  palabras 
latinas  que  en  el  principio  sinifican  que  se 
daba  á  este  entretenimiento  los  ratos  que  ele- 
gía para  no  hacer  nada,  y  que  tenía  por  escla- 
vo al  que  no  podía  estar  sin  hacer  algo  alguna 
vez.  Continuó  Fraudelio  su  rancor,  opuesto  en 
todo  á  los  efectos  que  suele  hacer  la  sangre 
(que  se  advierte  por  misterioso) ;  procuró  con 
extraños  medios  destruir  á  su  hermano,  y  juz- 
gando que  consistía  esto  en  estorbarle  la  intro- 
dución,  único  medio  para  sustentarse  los  que  ' 
en  las  cortes  grandes  viven  sin  mucho  cau- 
dal, juntó  á  la  primera  fábula  otra  invención 
como  suya,  y  habiendo  oído  que  desacreditar 
con  la  alabanza  es  el  arte  sumo  de  la  calumnia, 
dio  en  decir  á  sus  amigos  que  para  él  no  había 
cosa  más  amable  y  deseada  que  la^  conversa- 

'  An  erit  qui  velle  recnset  os  populi  meruisse?... 
(Pers.,  Sfit.,  1.) 

2  Faciebam  sed  cum  velim  nihil  agere. 

^lihi  enim  liber  esse  non  videtur  qui  non  aliquan- 
do  nihil  agit.  (Cicer.,  lib  2,  Be  Orat.) 

3  Qui  eget  mtu\-h&\&:BQtnv. Sententiaproverbialis. 


BO'N  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


51Í 


ción  de  su  hermano  *,  que  se  moría  por  tra- 
tarle y  reconocía  que  le  importaba  su  comuni- 
cación, porque  aprendía  mucho  en  ella,  pero 
tenía  infalibles  y  largas  experiencias  de  que 
era  ^  hombre  fatal  y  su  desdicha  extremada  y 
contagiosa,  que  nadie  que  le  tratase  se  libraría 
della  ni  jamás  alcanzaría  descanso.  Y  en  sa- 
biendo algún  mal  suceso  de  quien  hubiese  an- 
dado con  él  ó  vístole  aquel  día,  se  le  achacaba 
haciendo  cuento  dello,  y  como  en  los  tahúres, 
gente  crédula  y  agorera  por  instituto,  fácil- 
mente se  siembra  y  prende  cualquiera  supers- 
tición, y  en  creer  esto  no  se  aventuraba  nada, 
antes  se  hallaba  de  contado  el  desembarazo  de 
una  inutilidad  '^j  llegó  á  persuadirlo  á  las  per- 
sonas más  entendidas  y  más  aficionadas  á  Sul- 
dino.  De  manera  que  se  vio  solo,  sin  quedarle 
más  sagrado  quel  favor  del  marqués  (en  corta 
fortuna  por  aquel  tiempo).  Hallóse  otra  vez 
obligado  á  retirarse  y  aun  valerse  de  Fraude- 
lio  que  también  le  dio  unas  limitadas  albricias 
de  su  destierro,  y  no  se  niega  que  en  esta  oca- 
sión y  otras  le  hizo  socorros  deste  tamaño.  Pero 
es  incierto  lo  que  entre  otras  cosas  que  junta 
para  mostrarse  desobligado,  dice  de  que  ha  es- 
tado siempre  sustentando  á  su  hermano  y  so- 
brinos, sin  haber  recibido  jamás  dellos  cosa  de 
algún  valor,  porque  montó  más  lo  que  le  dio 
Suldino  los  años  de  catorce  j  quince,  con  dos 
mil  escudos  de  exceso,  que  cuanto  ha  recibido 
del  en  su  vida.  Llegó  á  su  casa  con  propósito  de 
encerrarse  en  ella,  sin  hacer  más  esfuerzo  para 
sus  aumentos  *,  reconociendo  c|ue  con  las  dili- 
gencias los  atrasaba.  Las  resoluciones  del  des- 
pecho son  más  eficaces  que  las  del  desengaño, 
no  tan  firmes.  Notábase  por  demasiada  la  so- 
ledad á  que  se  había  reducido,  y  por  esto  mis- 
mo se  tenía  por  poco  durable.  Los  cuidados  fa- 
miliares le  fatigaban  ^,  la  comunicación  de  los 
amigos  le  entristecía,  con  los  libros  se  con- 
gojaba y  en  todo  daba  ®  menos  señales  de  so- 
segado c{ue  de  mal  contento.  Sentía  mortal- 
mente  ver  en  la  fábrica  de  su  casa,  que  sin  duda 

'  Satis  est  hominis  avaritip,  lapsos  non  erigere; 
urgere  vero  iacentes,  aut  privcipitantes  impeliere,  cer- 
te  est  inhumanum.  (Cicer.,  Pro.  Rah.  Pont.) 

2  Heu!  qnain  difficile  est  crimen  non  prodere  vul- 
tu!  (Ovid.,  J/éJÍ.,  2.) 

Equum  habet  Seianum  vel  anrum  habet  Tolosa- 
num,  in  cnni  qui  magnis  ac  fatalibus  afticitur  ma- 
lis   {lícfertitv  oh  Age  ) 

'  Si  qiia  fides  miseris  hoc  me  per  numina  iuro,  non 
nieruisse  nefas.  (Ovid.,  3/íft.,  lib.  9.) 

'  In  otio  inconcusso  lacere,  non  es^t  tranquillitas, 
nialitia  est.  (Sónec,  Epis.,  67.) 

"  Neo  vero  ignoro  nonnnlla  interdum  acciderc  qui- 
l)us  ita  perturbetur  et  opprimatur  aninnis  ut  niedici- 
n;v  ret'ugiat.  ((Jiccv.,  in  Puradoj:) 

8  Quid  eniín  interest  inter  eum  qui  vinctus  abhos- 
tibus,  et  carceribus  conclusus  obsideatiir,  et  eum  qui 
dolore  captus,  suo  prorsus  careat  arbitrio?  (Cicer.,  in 
Con.  ad.  .se  //>.?.) 


persuade  más  que  medianos  principios,  la  des- 
proporción de  lo  edificado  con  grandeza  y  her- 
mosui'a,  la  fealdad  de  las  ruinas  en  lo  demás, 
que  á  toda  priesa  parece  que  tiran  por  lo  que 
ha  quedado  '.  Ver  las  imágenes  de  los  ma- 
yores arrancadas  ó  mal  fijas,  con  razón  se  tie- 
ne por  doloroso.  Fatigábase  considerando  la 
poca  hacienda  y  la  corta  dicha  con  que  se  halla- 
ba obligado  á  sustentar  tanto  peso.  En  medio 
destos  ahogos,  le  llegó  la  nueva  de  casarse  el 
Marqués  con  hija  única  del  primer  ministro 
del  reino,  del  mayor  valido  del  Rey.  Y  mu- 
dando de  propósito  '^,  con  tan  gran  accidente 
volvió  á  la  corte,  llevado  de  la  esperanza  de 
aquel  favor,  en  que  confiaba  mucho.  Fraudelio, 
que  no  lo  ignoraba  '  y  para  su  conservación 
y  aumento  todos  los  engaños  tiene  por  lícitos, 
ninguna  simulación  por  trabajosa,  entendien- 
do sacar  algún  fruto  deste  suceso,  como  lo  hizo, 
olvidó  lo  pestilente  que  recelaba  en  la  compa- 
ñía de  su  hermano,  visitóle  y  hospedóle  *,  re- 
tirando cuanto  pudo  las  señales  del  odio  que 
le  tenía.  El,  en  todo  género  de  artificio  y  mali- 
cia por  extremo  negligente,  no  atendió  á  la 
segunda  intención,  atribuyendo  aquella  dife- 
rencia al  tiempo  que  muda  los  humores  y  hace 
caer  en  la  cuenta  de  los  yerros,  mayormente 
cuando  son  tan  violentos  y  miran  á  la  falta  de 
tan  estrechas  obligaciones.  Posaba  Fraudelio 
con  su  prima,  pagaba  una  gran  casa  ^,  hacía 
toda  la  costa,  dando  para  ello  dinero  con  abun- 
dancia y  sin  cuenta.  Cuidaba  de  sus  galas  y 
joyas,  vestía  á  sus  hijos  y  autenados  (que  eran 
muchos),  todo  sin  limitación;  no  hay  pródigos 
tan  perdidos  como  los  miserables  cuando  se  de- 
jan llevar  de  alguna  pasión.  Y  como  en  estas 
demostraciones  se  envolvía  la  ordinaria  malicia 
de  ocasionar  invidia,  y  da  más  el  que  da  por 
tema  que  el  que  da  por  condición,  llegaba  á  de- 
masiado el  exceso.  Y  entre  tanta  liberalidad, 
era  mucha  la  estrecheza  de  Suldino,  que  no  te- 
nía el  menor  alivio  para  su  gasto,  fuera  de  la 
comida,  viniendo  á  tiempo.  Ni  este  papel  pre- 

*  In  qua  maiorum  imagines,  aut  non  videre  fixas, 
aut  revulsas  videre,  satis  est  lúgubre.  Lex  qva;  tu- 
tore.^  nt'c  vero.  Cod.  de  admiiiútríitume. 

Odiosum  enim  est,  eum  a  pra.'tereuntibus  dicitur, 
domus  antiqua,  beu  quam  dispari  dominaris  Domino. 
(Cicer.,  De  f ato.) 

2  Luctantem  icareis  fluctibus  Africum  mercator, 
metuens  otium,  et  oppidi  laudat  rura  sui.  Mox  re- 
ficit  rateis  quasas,  indocilis  pauperiem  pati.  (Ilorat., 
Ud.,  1.) 

^  Qiiibus  nec  ara,  nec  fides,  lucri  bonus]  est  odor, 
ex  re  qualibet. 

*  Nulhi;  sunt  ocultiores  insidijv  quam  ha>  qu;\3  la- 
tent  in  símulatione  ofíicii  aut  in  aliquo  celsitudinis 
nomine,  nan  eum  qui  palam  est  adueraarius.  facile 
cavendo  vitare  posis,  et  troianos  equus  idcirco  fefelit, 
quia  forma  misericordia'  mentitua  est.  (Séneca.) 

*  Conjtigium  in  multis  domibus  servavit  adulter. 
(Jnv.,  !S(i(.,  '.).) 


ó  14 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


sume  la  lección  pública,  ni  en  él  se  escriben 
progresos  de  alguna  monarquía,  conquista  de 
algún  imperio.  La  diferencia  de  dos  condicio- 
nes se  advierte,  las  quejas  entre  dos  particula- 
res se  cuentan.  La  razón  dellas  se  averigua 
para  noticia  privada  de  sus  deudos  y  para  pre- 
vención del  rompimiento  que  puede  haber  en- 
tre ellos.  Aun  las  cosas  grandes  tienen  peque- 
ños principios.  Esto  que  de  suyo  es  tan  limi- 
mitado,  no  puede  adornarse  con  portentos,  ni 
admite  prodigios;  de  accidentes  ordinarios  se 
ocasionan  discordias  familiares,  caserías  se  es- 
criben, menudencias  se  han  de  referir  ^. 

Despeñó  siempre  á  Suldino  la  inclinación  del 
juego;  él  decía  que  le  seguía  forzado.  Nunca  le 
falta  al  amor  propio  afeite  con  que  disimular 
la  fealdad  de  los  vicios.  Este  ha  sido  en  él  más 
culpable,  porque  le  cautivó  sin  riesgo,  le  engañó 
sin  premio.  Hizo  en  este  tiempo  una  pérdida 
grande,  y  fue  de  más  inquietud  que  las  ordina- 
rias, porque  un  caballero,  capitán  de  un  galeón 
(que  nunca  le  había  visto),  le  prestó  tres  mil 
reales  en  plata,  aficionado  á  la  modestia  con 
que  juega,  que  le  ha  solicitado  muchas  volun- 
tades y  deseos  de  buenos  sucesos.  Viose  con- 
gojado de  aquella  obligación  y  de  no  tener  me- 
dio para  satisfacerla  con  la  brevedad  que  qui- 
siera. Súpolo  Fraudelio  y  recibió  '^  dello  la  or- 
dinaria complacencia;  buscóle  y  hablóle  con 
semblante  alegre  3^  díjole  que  estuviese  de  buen 
ánimo,  y  si  quería  divertirse  le  llevaría  don- 
de viese  buen  juego.  El,  que  nunca  se  persuadía 
á  recelar  el  odio  de  aquel  ánimo  dañado,  creyó 
que  trataba  de  encaminarle  algún  desahogo  •*, 
no  que  tuviera  crueldad  para  ocasionarle  más 
lástima ;  fuéronse  juntos  á  una  casa,  donde 
Fraudelio  se  puso  á  jugar  con  un  caballero. 
Estuvo  Suldino  pensando  en  su  cuidado  y  ha- 
ciéndoles la  cuenta  hasta  el  amanecer.  Ganó 
Fraudelio  veinte  mil  reales  sobre  una  joya  de 
más  valor,  con  que  pudiera  entender  cualquiera 
de  menos  obligación  que  á  mal  librar  había 
salido  de  su  deuda.  Volviéronse  sin  hablar  pa- 
labra en  esto,  y  creyendo  el  uno  que  se  dejaba 
para  hacerlo  con  efecto,  y  el  otro  sin  pensar  en 
ello,  se  recogieron.  Son  muchas  las  ocasiones 
semejantes  en  que  Fraudelio  ha  tenido  ruin  tra- 
to con  sus  amigos,  quitando  del  juego  lo  gene- 
roso que  sólo  tiene  de  virtud,  y  saliéndose  de 
la  correspondencia  con  que  los  de  esta  profc- 

'  Omne  animi  vitium  tanto  conspectius  in  sext'imen 
habet,  qnanto  maior  qni  pecat  habetur.  ( Juv.,  Sat.,  3.) 

Inerat  tnraen  simplicitas,  píc  liberalitaa,  qna;  ni 
adsit  modus  in  exitium  venuntur.  (Tac,  H'm  ,  3  ) 

'  Erubescant  ct  rcvereantur  simul  qui  gratulantur 
malis  meis  (Ps.  34.) 

**  Cave  ne  forte  subrepat  tibi  impia  cogitatio  et 
ayertas  ocnlos  tuos  a  paupere  f  ratre  tiio,  nec  ages  quip- 
piain  calHde  in  eiiis  necesitatibus  snblevandis,  ne 
clamct  contra  te  ad  Dominiim.  (Deutrr.,  cap.  ir,.) 


sión  se  valen  unos  á  otros  cuando  están  de  ga- 
nancia, más  fácil  y  largamente  que  pudieran 
hacerlo  de  sus  haciendas  ;  siendo  él  quien  sólo 
ha  privado  este  comercio  hasta  de  lo  que  se 
llama  barato.  Y  es  bien  notable  que  cuando  se 
le  hace  cargo  dello,  responde  con  gran  impa- 
ciencia que  de  lo  que  hubiera  heredado  fuera 
muy  liberal;  de  lo  que  le  cuesta  tanto  trabajo 
siente  en  el  alma  dar  un  maravedí,  y  que  una  ley 
que  *  prohibía  en  los  hebreos  hacer  sacrificios 
de  los  bienes  adquiridos  por  malos  medios  no 
miraba  á  infamarlos,  sino  á  dar  á  entender 
que  lo  que  tiene  tanto  riesgo  ni  con  Dios  se 
ha  de  partir.  Llegó  la  hora  de  comer,  llamaron 
á  Suldino.  Respondió  que  no  se  sentía  bueno, 
ni  estaba  vestido;  volvió  otro  recaudo  dicien- 
do que  se  animase  para  ir  aquella  tarde  al  río, 
donde  tenían  prevenida  gran  holgura  y  merien- 
da. El,  juntando  esta  sequedad  á  otras  muchas 
que  había  experimentado  en  aquel  hospedaje, 
se  desengañó  de  que  no  se  dolían  en  él  de  sus 
pesares,  antes  los  recibían  con  gusto,  los  sole- 
nizaban  con  fiesta,  y  haciendo  memoria  de  la 
causa  original  de  aquel  desamor ,  advertido  de 
lo  poco  que  podía  fiarse  en  el  calor  de  la  sangre 
de  tal  hermano,  determinó  apartarse  del  para 
siempre,  y  aquella  tarde,  mientras  se  detuvieron 
en  el  campo,  hizo  sacar  sus  baúles  y  se  fue  á 
una  posada,  sin  llevar  un  real  para  comer  otro 
día.  Celebráronse  las  bodas  del  Marqués;  man- 
dó á  Suldino  que  le  fuese  acompañando  al  sitio 
de  Aranjuez,  donde,  por  ser  el  principio  del  ve- 
rano, hacía  Su  Majestad  la  jornada  ordinaria. 
Súpolo  Fraudelio,  de  quien  es  muy  repetido  el 
refrán  castellano  que  aconseja  al  que  ha  menes- 
ter á  otro  el  más  asqueroso  obsequio.  Y  háblen- 
se pasado  cuatro  meses  sin  haber  visto  á  su  her- 
mano, ni  acordádose  de  ajustar  la  razón  que  tuvo 
para  darse  por  tan  sentido,  se  entró  por  sus 
puertas,  y  sin  hablarle  en  lo  pasado  particular- 
mente le  dijo  2  que  la  invidia  hace  los  peo- 
res oficios  en  los  más  estrechos  parentescos,  que 
desde  los  primeros  hombres  es  mortal  el  odio 
de  los  hermanos.  Y  si  en  ellos  se  envejece  el 
rancor  ^,  aunque  la  suerte  en  el  fin  los  junte 
en  una  hoguera,  hace  el  fuego  las  llamas  dife- 

*  Non  offeres  mercedem  prostibuli,  nec  precium 
canis  in  domo  Domini  Dei  tui,  quidquid  illud  est 
quod  voveris,  qnia  abominatio  est  apud  Dominum 
Deiim  tuum.  (Drnt.,  cap.  24  ) 

Ex  niercede  meretricis  non  est  sacrificandum,  nec 
enini  qnidqnam  Deiim  delectat  cum  injuria  conjuuc- 
tum.  (.loseph..  Ant.,  lib  4,  cap.  S.] 

5  Fratriun  inter  se  ira'  siint  acerbissima;.  Senten- 
tia  proberuialis  et  abunde  multa  ex  historiéis  exem- 
pla.  Fraterno  primi  maduerunt  sanguino  muri.  (Lu- 
can  ,  lib.  I.) 

'•'  Ecee  iterum  fratres  primos  ut  contigit  artns, 
ignis  edax,  tremuere  rogi  et  novus  advena  bustis  pe- 
llitur  exundant,  diniso  vértice  llamma'.  (Stat.  Pap., 
I    lib.  11,  Tehaid.) 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PE  REÍ  KA 


)1; 


reates.  Pero  esto  sucede  cuando  se  compitcu 
imperiales  ó  divinas  privanzas  *,  cuando  se  con- 
tienden absolutos  dominios;  que  sus  diferen- 
cias no  merecían  nombre  de  discordias;  poca 
conformidad  de  condiciones  les  apartaba,  livia- 
nas causas  embarazaban  su  correspondencia, 
ningún  agravio  fomentaba  el  enojo.  Que  no  era 
poderoso  para  mejorar  la  fortuna  de  Suldino; 
merecer  la  mala  '^  fue  siempre  único  medio  de 
tener  la  mejor;  sus  prendas  nunca  se  conforma- 
rían con  lo  que  el  mundo  llama  ventura;  si  fuese 
necio,  lisonjero,  infiel,  grosero,  entremetido,  se- 
ría dichoso ;  á  menos  costa  no  se  concede  la 
felicidad.  Que  el  caudal  de  Fraudelio,  por  lo 
lucido  de  su  condición,  era  mucho  menor  que  la 
apariencia,  y  cuando  fuese  todo  lo  que  se  pre- 
sumía no  hubiera  en  él  para  un  mes  de  la  mala 
suerte  de  su  hermano;  verse  los  dos  pobres  nada 
aliviara  la  necesidad  del  uno  ^.  Esto  fuese  dis- 
culpa de  haberle  acudido  cortamente,  y  que 
cuando  no  bastase  para  éste  y  los  demás  cargos 
que  se  le  hiciesen,  era  forzoso  perdonárselos 
viéndole  dentro  de  su  casa  y  siendo  necesario 
arrojado  á  sus  pies.  La  edad  en  que  se  hallaba, 
la  inquietud  de  la  vida  que  traía,  el  deseo  de 
acabar  con  mejor  nombre,  eran  consideraciones 
que  continuamente  alteraban  su  sosiego.  Las 
cosas  de  España  venían  estrechas  á  su  corazón; 
fiaba  de  su  industria  el  hacerse  mil  veces  rico 
si  tantas  le  empobreciese  alguna  violencia.  Lo 
que  se  decía  de  las  Indias,  confirmaba  más  con 
su  ambición  de  los  metales  preciosos  de  aquel 
Nuevo  Mundo;  esperaba  traer  con  qué  aumentar 
su  hacienda,  con  qué  levantar  su  casa.  Para 
pasar  allá  y  mejor  disposición  de  sus  intentos, 
juzgaba  por  muy  importante  llevar  un  hábito. 
El  Rey  iba  á  Aranjuez  ^.  Suldino,  con  el 
Marqués  teniendo  mucha  parte  en  su  gracia, 
venía  á  suplicarle  tomase  á  su  cargo  esta  pre- 
tensión, y  si  la  conseguía  por  su  medio,  la  señal 
que  se  pusiese  en  sus  pechos  más  firmemente 
se  estamparía  en  su  alma  para  perpetuo  reco- 


*  Non  nos  uilitim  regnique  cupido  conpulit  ad  be- 
llum   (Ovid.,  Met.,  5.) 

2  In  labiis  suis  indulcat  inimicus,  et  in  corde  sno 
inííidiatur  iit  suhvertat  te  in  foveam :  in  oculis  suis 
lacrimatur  inimicus,  et  si  invenerit  tempus,  non  sa- 
ciabitur  sanguine,  et  si  incurrerint  tibí  mala,  invenies 
illic  priorem.  (EccIck..  cap.  12.) 

'•  Doñee  accipiant  osculantur  manus  dantis  et  in 
pvomissionibus  humiliant  vocem  suam.  (Eccles.,  ca- 
pítulo 20.) 

Non  credas  inimico  tuo  in  ii'ternnni;  sicut  enim 
ivranientum  ¡uruginat  te  neqnitia  iiliiis,  et  si  hnmi- 
liatus  vadat  cui'vus,  adjice  animum  et  custodite  ab 
illo.  {Eccles.,  cap.  12.) 

■*  Cuthañ.  vocati  Hebnvis,  Grecis,  vero  Samarit:»', 
qui  pro  pra'senti  scmper  conditione  teinporum  uiu- 
tabiles,  quoties  íeiiciter  degere  judeos  viderint,  cog- 
natos  se  eorum  appeliant  quando  veroin  rebus  adiiei- 
sis  eos  aspiciunt,  nihil  ad  se  pertinere  ajunt.  (Joscli., 
Aiit.,  lib.  9,  cap.  14  ) 


nocimiento  de  aquella  obligación,  en  que,  si  no 
pudiese  mostrarse  agradecido ,  por  lo  menos 
nunca  le  verían  ingrato.  Lo  que  restaba  decía 
con  empacho,  porque  conocía  el  espíritu  gene- 
roso de  su  hermano;  pero  por  sí  solo  no  basta 
ningún  aliento  para  sustentar  las  fiaquezas  hu- 
manas. La  vida  necesita  de  abrigo  y  de  alimen- 
tos; para  disponerlo  se  inventó  el  dinero;  él  se 
hallaba  con  cantidad  que  partirían,  y  sería  bas- 
tante para  gastar  muchos  días  más  que  media- 
namente. Bien  entendió  Suldino  que  aquella 
buena  obra  se  perdería  en  Fraudelio  como  las 
demás,  porque  habiéndole  hecho  infinitas  le  ha- 
bía oído  decir  muchas  veces  que  tenía  un  libro 
donde  escribir  lo  que  hacían  por  él  sus  parien- 
tes y  siempre  estaba  blanco  '.  Pero  como  sea 
la  mayor  gloria  de  los  ánimos  grandes  derramar 
beneficios  sin  esperanza  de  sacar  fruto  dellos, 
á  imitación  de  Dios  que  llueve  en  los  arenales  *, 
y  como  hay  obligaciones  que  no  bastan  á  romper- 
las ningunas  injurias,  respondió  en  pocas  pala- 
bras que  haría  lo  que  le  encargaba,  procurando 
con  el  efecto  pagar  su  confianza  de  manera  que 
no  le  saliese  vana;  que  le  había  obligado  con  ella, 
tanto  más  cuanto  menos  pudiera  tenerla  si  la 
regulara  con  sus  extrañezas,  cuya  memoria,  des- 
de aquel  punto  diese  por  borrada  para  siempre; 
que  sentía  en  el  nlma  confesar  flaquezas  y  qui- 
siera que  en  la  liberalidad  de  aquel  oficio  no  se 
mezclara  ningún  achaque  de  interés.  Pero  por 
las  mismas  razones  que  le  había  oído,  era  for- 
zoso confesarle  que  no  tenía  con  qué  hacer  aquel 
corto  viaje.  Dióle  Fraudelio  noventa  escudos 
sencillos  y  se  despidieron.  Partió  Suldino  á  otro 
día  y  en  llegando  dio  el  memorial  al  Marqués, 
y  le  respondió  que  por  el  gusto  que  tendría  del 
buen  suceso  le  aconsejaba  se  le  diese  á  su  mu- 
jer. Hízose  así,  y  aquella  excelente  señora,  que 
entre  otras  gloriosas  virtudes  (dignas  de  mejor 
mundo  para  su  logro,  de  mayor  elogio  para  su 
memoria),  se  preciaba  mucho  de  honrar  á  los 
favorecidos  de  su  marido,  tomó  por  su  cuenta 
esta  intercesión,  y  brevemente  dio  por  su  mano 
á  Suldino  un  decreto  del  hábito  de  Santiago. 
Abrióle  y  vio  que  estaba  con  su  nombre;  recono- 
ció el  yerro,  hallóse  embarazado  con  él,  y  para 
enmendarle  habló  al  Ministro  inmediato  del  Rey. 
Respondióle  que  ya  había  salido  así;  que  tomase 
el  hábito  de  que  necesitaba  para  la  introdución 
en  palacio  y  asistencia  del  Marqués,  y  dejase 
á  su  cargo  el  interceder  con  Su  Majestad  para 
que  luego  se  diese  otro  á  su  hermano  Replicó 
que  volvería  con  gran  vergüenza  á  los  ojos  de 
sus  amigos,  si  sabiendo  todos  que  había  venido 

'  Malus  vir  doliuní  est  períoratum  in  quod  oni- 
nes  inmitcns  grati:isin  vannm  effudisti.  (Lucian.) 

*  Sunt  autem  quedam  ofHcia,  etiam  aduersn.s  eos 
servanda,  a  quibus  injurianí  acceperis.  (Cicer..  Be 
ofU.,  lib.  1.) 


516 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


á  pretender  esta  merced  para  su  hermano  vían 
que  la  llevaba  para  sí.  Respondióle  que  dijese  lo 
que  Su  Excelencia  le  había  asegurado,  y  él  que 
no  se  lo  creerían.  Y  de  una  re'plica  en  otra  llegó 
la  fineza  (como  suele  siempre  que  excede  los 
te'rminos  ordinarios)  á  entrarse  por  los  te'rmi- 
nos  de  la  necedad.  Así  lo  juzgaron  algunos  ca- 
balleros cortesanos  y  criados  del  Rey  que  se 
hallaron  presentes  á  esta  audiencia  y  han  refe- 
rido lo  que  pasó  en  ella,  muchas  veces,  con  ad- 
miración. Hízose  la  enmienda  del  despacho, 
vino  Suldino  con  él  á  Madrid  y  recibióle  ^  con 
menos  alborozo  del  que  traía  prevenido,  des- 
cubriéndose en  este  lance  otro  notable  indicio 
de  la  incertidumbre  desta  hermandad:  los  bene- 
ficios de  los  aborrecidos  son  más  molestos  que 
las  ofensas;  no  hay  enfermedad  tan  ma'.a  como 
la  salud  que  se  recibe  de  los  enemigos.  Atribuyó 
Suldino  esta  tibieza  á  efecto  ordinario  de  de- 
seo conseguido,  y  volvióse  luego  porque  sólo 
traía  licencia  del  Marqués  para  lo  que  pudiese 
tardar  en  ir  y  venir  por  la  posta.  Con  ocasión 
desta  ausencia  no  se  vieron  en  algunos  días,  y  en 
muchos  después  no  habló  Fraudelio  palabra  '^  en 
que  mostrase  memoria  de  su  obligación  ni  de  su 
oferta.  Acordósela  Suldino,  forzado  de  muchos 
aprietos,  y  con  su  acostumbrada  cautela  volvió  á 
encarecer  la  maravilla  con  que  su  ostentación 
desmentía  su  posibilidad,  y  abriendo  un  escrito- 
rio sacó  del  una  gabeta,  y  después  de  haber  ase- 
gurado 3  con  grandes  sacramentos  que  estaba 
en  ella  cuanto  dinero  tenía  en  su  poder  y  en 
su  dominio,  echó  sobre  el  bufete  ciento  y  diez 
doblones  que  había.  Partiéronlos,  ajustando  así 
docientos  escudos  que  fue  toda  la  ayuda  de 
costa  que  Suldino  recibió  para  esta  diligencia, 
en  que  gastó  mucho  más.  Y  lo  que  se  ha  dicho 
fuera  desto  ha  sido  incierto.  Dentro  de  pocos 
días  se  le  hizo  merced  de  un  oficio  en  ciudad 
donde  el  Marqués  tenía  dependencias  y  podía 

'  Graue  tamen  tormentum  est  deberé'  cui  nolis; 
contra  jucundissimum  est  ab  eo  accepisse  benefi- 
cium,  quem  amare,  etiain  post  injurian!  possis.  (Sé- 
neca, IJe  benef.,  2.) 

Abg  quivis  hotnine,  cum  est  opus  beneficium  acci- 
pere  gaudeas,  veruin  eiiimvero,  id  demumjiubat,  si 
quem  ¡equom  est  benefacere  is  facit,  o  frater,  frater 
¿quid  ego  nunc  te  laudem?  (Terenc,  Adelph.,  act.  2, 
sceua  3.) 

Igitur  quandocumque  spiritus  Domini  malus  arri- 
piebat  Saúl,  David  toUebat  citharam  et  percutiebat 
manu  sua,  et  refocilabatur  Saúl,  recedebat  enim  ab 
eo  spiritus  malas.  Teuebatque  jSaul  lanceam  et  mi- 
sit  eam,  putans  quod  configere  posset  Dauid  cum  pa- 
ñete. {Regum,  1,  cap    7  &  18.) 

Servatus,  perire  maluit  quam  seruitorem  glorio- 
sum  redere.  (D.  Ambr.) 

*  Diogenes  quterenti  quid  apud  homines  celerius  se- 
nesceret,  benetícium,  inquit:  dici  enim  vix  potest  quan- 
taaccepti  beneficii  apud  plerosque  sit  oblivio.  (Stob.) 

^  Decernat  quodcumque  volet  de  corpore  nostro 
Isis  et  irato  feriat  mea  lumina  sistro  dummodo  vel 
ca;cus  teueam  quos  abnegó  numos.  (Juv.,  Sat.,  13.)    i 


ser  á  propósito  para  servirle  en  ellas.  Fraudelio 
se  metió  en  juegos  grandes  entre  tahúres  alum- 
brados, y  perdió  algunas  cantidades  que  des- 
cubrieron ^  la  verdad  de  sus  juramentos,  y  le 
obligaron  á  valerse,  como  siempre,  de  su  herma- 
no. Fuese  con  él  hasta  el  lugar  donde  tienen  su 
naturaleza,  y  allí  le  pidió  consentimiento  para 
renunciar  un  beneficio  que  de  su  provisión  había 
gozado  muchos  años,  en  hijo  de  un  mercader 
rico,  si  con  alguna  recompensa;  ¡ojalá  hubiera 
sido  más  el  cuidado  del  secreto  y  menos  el  des- 
precio de  el  escrúpulo! 

Volvióse  á  Madrid  con  aquel  dinero  ¡  oh  Pro- 
videncia eterna,  cómo  burlas  do  los  juicios  huma- 
nos! ¡qué  fácil  fuera  de  hallar  la  causa  si  lo  per- 
diera! ¡quién  la  sabrá  de  que  ganase  con  ello  en 
seis  meses  más  de  catorce  mil  escudos,  para  que 
se  pudiese  alabar  '■^  de  que  son  dichosos  los  sa- 
crilegios! Despacháronse  sus  pruebas;  pasó  de 
la  sotana  y  de  las  esperanzas  de  la  toga  al  pa- 
lio, y  sin  saber  nada  de  Tertuliano  defendió 
bien  los  motivos  de  su  mudanza  con  los  favores 
de  la  fortuna.  No  se  acordó  más  de  sü  hermano, 
ni  para  saber  que  fuese  vivo.  El  acabó  su  cargo 
con  la  satisf ación  que  dura  en  la  memoria  de 
todos  los  vecinos  de  aquel  reino,  y  volvió  á  Ma- 
drid tan  alcanzado  como  había  salido.  El  poco 
valor  de  aquel  oficio,  la  cortedad  de  su  hacien- 
da, el  gasto  grande  de  su  familia,  aun  en  con- 
dición menos  liberal,  no  dieran  lugar  á  so- 
bra ^.  Halló  á  Fraudelio  muy  poderoso  en  sus 
ganancias  frecuentes  y  lucidas  (bien  que  siem- 
pre de  los  perdidosos  acrecentadas) ;  se  le  con- 
taban más  de  cuarenta  mil  ducados.  Diez  mil 
escudos  se  le  coriocían  en  una  partida  dados  á 
ganancia.  Estaba  preveniendo  galas  para  ir  á 
Andalucía  á  ver  los  parientes  queridos  que  asis- 
tían entonces  en  una  ciudad  de  aquel  reino;  vi- 
sitó á  su  cuñada,  mostróla  gran  cantidad  de 
joyas  y  otras  cosas  de  gusto  que  llevaba  para 
ofrecer  *,  por  lastimar  con  envidia  á  la  que 
reconocía  con  necesidad,  y  declaró  su  grosería  el 
intento,  no  dándola  una  cinta  ^.  Ella,  que  ha 

'  Tam  facile  et  pronum  est  superes  contemnere 
testes.  (Juv.,  Sat.,  12.) 

2  Dionisius  cum  fanum  Proserpina!  Locris  expila- 
visset  navigabat  Siracusas,  isque  cum  secundissime 
cursum  teneret,  videtis  ne,  inquit,  amici,  quam  bona 
a  diis  immortalibus  nauigatio  sacrilegis  detur?  (Ci- 
cerón, De  JVatur.  Bfor.,  lib.  3.) 

»  ¡Vaj  vobis!  divitibus,  quia  habetis  consolationem 
vestram;  ¡viv  vobis!,  qui  saturati  estis,  quia  esurietis; 
¡va'  vobis!,  qui  ridetis  nunc,  quia  lugebitis  et  ñebitis. 
(Lucaí,  cap.  tí.) 

í  Audite  verbum  hoc  vaca»  pingues  qui  estis  in 
monte  Samaria,  qui  calumniam  facitis  egenis,  etcon- 
fringitis  pauperes:  iurabit  Dominus  Deus  in  sancto 
suo,  quia  ecce  dies  veuiet  super  vos.  (Amos,  7  ) 

^  Cornelia  Gracorum  mater  cum  campana  quivdam 
matrona  apud  illam  hospita,  ornamenta  sua  pulcherri- 
ma  ostendente,  traxit  eam  sermone  quousque  e  schola 
redirent  liberi,  et  ha'c,  inquit,  ornamenta  mea  sunt. 


DOIí"  LUIS  DE  ULLOA  PEIÍEIRA 


.17 


vivido  siempre  miiy  superior  á  estos  contras- 
tes, contenta  con  no  desmerecer  aquellas  alha- 
jas por  falta  de  virtud  ni  de  nobleza,  las  alabo 
cortesanamente  sin  darse  por  entendida,  como 
lo  ha  hecho  en  otros  muchos  lances  con  que 
se  ha  procurado  apurar  su  constancia  '  y  ha 
quedado  vencida  la  tentación.  Hizo  dentro  de 
pocos  días  su  romería,  y  quedó  Suldino  en  la 
asistencia  del  Marque's  (ya  Duque  después  que 
su  mujer  pasó  á  mejor  vida) ;  prosiguiéronse  ^ 
sus  adversidades,  y  entonces  más  extraordina- 
rias por  que  experimentó  algunos  sustos  de 
la  dicha,  con  que  llegó  á  lo  sumo  de  la  infeli- 
cidad, que  es  padecer  descomodidades  de  mi- 
serable y  tener  riesgos  de  poderoso.  Conside- 
rando los  progresos  de  su  vida,  cuánto  se  le 
deslucieron  los  trabajos,  la  oposición  con  que 
su  estrella  injustamente  le  contradecía,  los  au- 
mentos que  tan  sin  estorbo  facilitaba  en  otros 
la  dicha,  alguna  vez  pudiera  quejarse  de  la  Pro- 
videncia -^  si  no  lo  estorbara  la  fe.  Pasó  seis 
meses  Fraudelio  en  Andalucía,  conseguió  la 
mormuración  que  llevó  á  ella,  logrando  en  el 
descrédito  de  sus  parientes  la  nota  de  aquel  ga- 
lanteo; volvió  á  Madrid,  paró  en  una  posada,  con 
qaé  intento  no  se  sabe,  porque  la  misma  no- 
che le  dio  una  calentura  con  accidentes  penosos 
que  pronosticaban  enfermedad  de  cuidado.  Sú- 
polo Suldino  y  llevóle  á  su  casa,  donde  le  curó 
coa  todos  los  regalos  que  se  debían  al  amor  de 
hermano,  atendiendo  sólo  á  que  el  extremo  no 
pudiese  darles  color  de  lisonjas  de  heredero. 
Sanó  el  enfermo  ^  y  el  agradecimiento  de  este 
agasajo  fue  buscar  casa  sin  que  se  supiese,  irse 
á  ella  sin  despedirse,  volverse  á  su  antigua  can- 
ción ó  conseja  ■',  y  con  la  ordinaria  chanza,  en 
presencia  de  sus  amigos  y  criados,  gastar  mu- 
chas pastillas  en  perfumar  los  vestidos  y  ropa, 
para  purificarlos  del  contagio  infeliz  de  aquel 
hospital  y  alabar  con  grandes  encarecimientos 
el  ánimo  ^  con  que  se  había  metido  en  él, 
venciendo  los  recelos  de  que  gente  tan  alcan- 
zada pudiera  esforzar  la  enfermedad  para  con- 

'  Ne  spina  quidem  vuhierabit  bonos. 

2  In  prima  mea  defensione  nemo  mihi  adfuit,  sed 
omnes  me  dereliquerunt;  non  illis  imputetur  Domi- 
nus  autem  mihi  astitit  et  confortavit  me,  et  liberatus 
sum  de  ore  leonis.  (Paul,  mi  Timoth.,  cap.  4.) 

3  O  homo!,  tu  quis  es.'  Quid  respondes  Deo?  Num 
quid  dicit  tigmentum  ei  qui  se  finxit,  quid  me  fecisti 
sic?  ¿Aut  non  hahet  potestatem  íigulus  iuti,  ex  eadem 
massa  faceré  aliud  quidem  vas  in  honorem,  aliud  vero 
in  contumeliam?  [Paul,  ad  Ifom.  E¡)ix.,  cap.  9.) 

*  Sincerum  cst  nisi  vas,  quodcunique  infundís  aces- 
cit.  (Horat.,  Ub,  2,  Si'rmonnni,  epist.  2.) 

5  Nam  si  illum  obiurges  vita  qui  auxilium  tulit, 
quid  facías  illi  (jui  dederit  damnuní  aut  maluTn.'  (Te- 
rent.,  in  Aud.,  act.  í,  scena  1.) 

^  Quid  enim  censemus  superiorcm  ilhim  Dionis- 
sium,  crutiatu  timoris  angi  solitum  .'  Qui  cultros  mc- 
tuens  tonsorios,  candenti  carbone  sibi  adurebat  ca- 
pillum.'  (Cicer.,  De  o/ffif.,  lib.  2.) 


seguir  su  herencia,  como  si  en  todos  los  cora- 
zones, á  imitación  del  suyo  ',  fuera  igual  el 
desprecio  de  Dios  ^  ó  la  incredulidad  de  que 
le  hay.  En  medio  destos  baldones  reconocía 
por  importante  el  parecer  de  su  hermano  y  se 
valía  del  siempre  que  pensaba  hallarle  de  balde. 

Pidióle  consejo  para  hacer  empleo  de  su  di- 
nero, porque  la  voz  que  corría  en  descrédito  de 
los  asentistas,  donde  tenía  una  gran  parte,  lo 
obligaba  á  sacar  aquellos  depósitos.  Propúso- 
se algunas  cosas  que  parecieron  convenientes, 
y  de  todas  sólo  se  ejecutó  comprar  un  oficio  de 
cabimiento  en  Cortes,  en  que  consistió  todo  su 
remedio,  porqiie  dentro  de  tres  meses,  con  po- 
cos días  que  corrió  algún  mal  aire  do  fortuna, 
se  vio  otra  vez  baldado  de  todas  Ins  agilidades 
de  su  destreza  y  con  tanto  aprieio,  que  no  se 
apartaba  un  punto  de  su  hermano,  sin  miedo  ya 
de  que  le  pegase  la  desdicha,  y  la  suya  le  fati- 
gaba de  manera  que  con  dificultad  podía  disi- 
mularlo aunc^ue  con  estudio  lo  procuraba  ^,  c¿ue 
los  regalados  de  la  fortuna,  cuando  reciben 
golpes  de  su  mundanza,  sienten  más  los  carde- 
nales quel  dolor.  Acudióle  Suldino  con  amor 
de  amigo  y  con  liberalidad  de  pobre,  olvidando 
todos  sus  agravios  y  haciendo  tales  finezas  con 
él  que  en  muchas  ocasiones  se  las  condenaban 
sus  amigos  por  locuras  ^,  y  les  respondía  que 
la  porfía  en  las  buenas  obras  después  de  haber 
perdido  muchas  calificaba  la  generosidad . 

Duró  poco  esta  borrasca:  sosególa  aquel  go- 
bernador supremo,  aquel  omnipotente  piloto 
que  misteriosamente  ^  oculta  las  causas  de  dar 
las  más  veces  los  bienes  deste  siglo  sin  aten- 
der á  los  méritos.  Despacháronse  improvisa- 
mente convocatorias  'de  Cortes  para  jurar  el 
Príncipe.  Tocó  la  suerte  á  Fraudelio,  con  que 
resucitó  su  dicha  y  pudiera  su  reconocimien- 
to ^,  desengañándose  de  lo  poco  que  importa 

'  Sunt  in  fortun.-v  qui  casibus  omnia  ponent,  et 
nullo  credant  mundum  rectore  moveri,  natura  yol, 
vente  vices  et  lucis  et  anni,  adque  ideo  intrepidi- 
qutecumque  altaría  tangunt.  (Juv.,  Sat.,  15.) 

2  Tu  autem  Domine  Deus  noster,  suavis  et  verus 
es;  nosse  enim  te,  consummata  iustitia  est,  et  scire 
iustitianí  et  virtutem  tuam,  radix  est  inmortalitatis, 
(Sapient..  cap.  15.) 

3  Horum  qui  felices  vocantur  hilaritas  ficta  est. 
aut  gravis  et  suppnrata  tristitia;  et  quidem  grauior 
quia  interiluní  non  licet  palam  esse  miseros,  sed  Ínter 
ivrumnas,  cor  ipsum  exedentes,  necesse  est  agere  feli- 
cem.  (Sénec,  Ej/h.  80.) 

*  Non  est  magni  animi  daré  et  perderé;  hoc  est 
magni  animi  perderé  et  daré.  (Sénec,  De  Benef., 
lib.  7.) 

«  lustus  quidem  tu  es  Domine  si  disputcm  tccum: 
veruntamcni  insta  loquar  ad  te;  ¿quare  via  inipiorum 
jirosperatur.'  ,-bene  est  ómnibus  qui  preuaricantur  et 
inicpie  agunt.'  (li'rem.,  cap.  12.) 

8  Et  postquam  afllixit  ac  probavit,  ad  extremum 
misertus  est  tui.  Ne  diceris  in  corde  tuo:  fortitudo  mea 
et  robur  manus  menj,  hivc  mihi  omnia  pr;cstiteruut. 
{Deutcr.,  cap.  8.) 


;M8 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


la  industria  á  que  atribuya  toda  su  ventura.  Pa- 
recióle que  entrando  en  ejercicio  de  ministro  le 
sería  de  importancia  conocer  el  Duque.  Pidió  á 
Snldino  que  le  facilitase  su  audiencia;  ha'  lólc, 
ofreciéndose  á  servirle  si  en  algo  fuese  á  pro- 
pósito aquella  ocupación,  y  entre  otras  cosas  le 
dijo  que  se  alegraba  de  tenerla  por  resucitar  los 
servicies  de  su  hermano,  palabras  que  el  Duque 
le  agradeció  particularmente  y  quedaron  en  su 
memoria.  A  la  suerte  de  Coi-tes  '  se  siguió  otra 
de  más  importancia,  la  herencia  de  una  en- 
comienda que  se  le  dio  por  futura  á^  un  caba- 
llero más  mozo,  y  otras  infinitas  dichas  increí- 
bles y  no  imaginadas.  Llegó  la  ocasión  de  ha- 
cer merced  á  los  procuradores,  dio  sn  memorial, 
remitióse  al  Duque,  llamóle  y  díjole  cómo  su 
suegro  le  había  mandado  ajustar  con  él  las 
mercedes  que  pedía,  y  extrañaba  mucho  que  se 
hubiese  olvidado  délo  que  le  había  dicho  cuando 
le  tocó  la  suerte:  que  era  persona  de  muchas  ve- 
ras para  hablarle  de  burlas,  y  si  no  lo  habían 
sido  lo  que  le  ofreció  en  los  negocios  de  su  her- 
mano, lo  parecían  al  mejor  tiempo,  porque  en 
su  memorial  no  vía  nada  que  tocase  á  Snldi- 
no, y  le  quería  y  estimaba  mucho  para  pasar 
por  ello  sin  sentimiento  '^.  Respondió  con  su 
orgullo  y  doblez  ordinario,  que  había  dado  aquel 
memorial  suponiendo  por  hecha  la  merced  de 
su  hermano,  y  que  sin  verle  acomodado,  ni  la 
esperaba  ni  la  quería  para  sí.  Y  el  Duque  que 
lo  creía  de  tan  honrado  caballero  y  que  lo  dijese 
por  escrito. 

Llevó  el  memorial  y  trujo  otro  en  que  pidió 
un  oficio  para  Suldino,  de  que  se  le  hizo  mer- 
ced, y  esto  es  puntualmente  lo  que  obró  en  su 
despacho.  Y  la  parte  que  tuvo  en  él,  cuánta 
fuere  respecto  de  los  encarecimientos  con  que 
se  ha  solenizado  y  el  efecto  que  hubiera  teni- 
do su  intento  si  le  faltara  tan  gran  defensor, 
fácilmente  deja  entenderse.  Suldino  supo  lo  que 
había  pasado  de  gentilhombres  de  la  Cámara  que 
se  hallaron  presentes,  y  el  Duque  le  dijo  en 
cortesanía:  Yo  no  soy  amigo  de  meter  cizaña, 
pero  poca  parte  tuviérades  en  las  mercedes  de 
las  Cortes  si  se  dejara  á  la  voluntad  de  Frau- 
delio,  que  en  nada  parece  hermano  vuestro  ^. 
Quede  de  camino  advertido  que  las  personas 
que  Suldino  alega  en  todas  sus  finezas  y  sus 
quejas,  son  mayores  que  testigos;  con  las  que 

*  Dü  vostram  fidem  qnam  sivpe  forte  temeré  eve- 
uiunt  quiv  non  audeas  optare.  (Tereut.  in  Formion., 
act.  5.  pcena  1.) 

Sed  scilicet.  ultima  semper  expectanda  dies  homiiiis 
est,  dicique  heatus  anteoliitum  nemo  supremaque  fu- 
ñera dehet.  (Cvid..  Mít.  3.) 

'^  Homo  bonibylius. 

rellicullam  ve'teiam  retines  et  fronte  politus,  astu- 
tam  vapido  servas  snb  pcctore  vulpem.  (Pers.,  Sat  ,  7.) 

3  Ea  est  calumniatoris  natura,  in  crimen  vocare 
omnia,  probare  vero  uihil.  ^^Demost.,  orat.  3.). 


Fraudelio  suele  acreditar  sus  quimeras,  aun  n<i 
valen  para  serlo  '.  Y  en  las  más  se  descubre  la 
malicia  de  su  pretensión,  que  sólo  es  desacre- 
ditar á  su  hermano,  que  se  detuvo  más  de  ocho 
meses  esperando  á  que  se  tomase  medio  en  unos 
encirentros  que  su  antecesor  tenía  sobre  compe- 
tencias de  la  juridición,  y  con  los  gastos  qui' 
se  recrecieron  sobre  sus  alcances  vino  á  partir 
cuanto  fue  posible  desacomodado,  usando  Frau- 
delio en  esta  ocasión,  como  en  otras,  de  su  en- 
trañable sequedad  y  cordial  miseria.  Deseaba 
Suldino  sumamente  hacer  amigo  á  este  hombn- 
con  quien  se  hallaba  tan  empeñado  por  la  com- 
pañía, por  la  crianza  y  por  lo  que  se  entendía 
de  la  naturaleza,  y  valíase  para  esto  de  la  más 
eficaz  diligencia,  obligándole  con  sus  mismos 
beneficios,  porque  en  nuestra  naturaleza  ^  en- 
gendra más  amor  hacerlos  que  recibirlos  *.  Y 
es  el  mayor  motivo  para  emprender  nuevos  p'^- 
ligros  haberse  puesto  por  la  voluntad  en  otn  s 
riesgos.  Con  este  fin,  callando  la  verdad  que 
sabia  publicaba  en  todas  las  conversaciones 
aquel  acrecentamiento  por  gracia  de  su  herma- 
no, diciendo  que  á  su  favor  y  no  á  méritos 
propios  debía  el  puesto  en  que  se  hallaba  y  la 
esperanza  de  tenerle  mayor.  Pero  este  lance  sa- 
lió tan  vano  como  los  demás,  porque  en  aquel 
ánimo  bárbaro  no  es  cierta  ninguna  iTgla  ra- 
cional. Y  como  en  esta  ocasión  había  obrado 
involuntario,  forzado  de  la  palabra,  no  quedó 
como  gustoso  de  haber  hecho  beneficio,  sino 
como  desabrido  de  haber  pagado  deuda,  y  lo 
mostró  de  allí  adelante  en  los  pesados  desqui- 
tes que  hizo  su  arrepentimiento.  El  primero  fue 
haberle  Su  Majestad  dado  decreto  de  un  hábito 
para  un  sobrino,  y  teniendo  su  hermano  tales 
hijos  que  cualquiera  merecía  elegirse  entre  mu- 
chos, inventar  otro  supuesto  y  vendérsele  por 
mil  y  quinientos  escudos  (la  razón  de  que  no  se 
castiguen  tales  simonías  no  nos  toca  averiguar- 
la). El  otro  fue  traer  á  su  casa  un  hijo  de  aque- 
lla señora  parienta  suya,  ya  difunta  *  (mas  di- 
funto el  marido  vivo)  y  publicar  en  las  casas  de 
juego   y  partes  semejantes,  sin  propósito,  que 

*  Ad  calumnias  tacendnm  non  est,  non  nt  contradi- 
ccndo  nos  ulciscamnr;  sed  ne  niendacio  in  offensuin 
progressum  permitanius.  (D.  Basilius.,  B/nx.,  63.) 

-  Non  mentiar  si  dixero  neminem  non  amare  be- 
neficia sua,  neminem  non  ita  compositum  animo,  ut 
libentins  eiim  videat  in  quem  multa  congesit.  Cui  non 
cíiusa  sititernm  dandi  beneficii  semel  dedisse.  (Séne- 
ca, n,'  lii-nr/..  libro  4.) 

''  Vnum  oro,  iré  ad  conspectum  cari  genitoris,  et 
ora  contingat,  doceas  itcr  et  sacra  ostia  p:inda«;  illum 
ego  per  íianimas  et  mi  le  seqiientia  tela  eripui  his  hu- 
meris,  medioqne  ex  boste  recepi.  (Virg.  6,  h'/n-idox; 
Aristot.,  Be  /too  afictn  tuto.,  cap.  7,  lib.  9.;  Etic.  Vide 
j)ul>-ra.) 

■i  Doctus  spcctare  lacnnar,  doctus  et  ad  calicem  vi- 
gilanti  stertere  naso.  (Juv.,  Sat.  1.) 


DON  LUIS  DE  ÜLLOA  PEEEIRA 


519 


rM[<.\él  *  ei'a  su  singular  heredero,  añadiendo  mu- 
'  !mis  desprecios  de  los  que  el  mundo  tiene  por 
-a^  parientes,  en  que  no  se  pontlera  lo  extraordi- 
nario de  su  última  voluntad,  que  se  du  por  dis- 
'  Tilpadasi  puso  el  amor  en  aqitel  niño  imaginau- 
(Im  mayor  obligación  ó  mayor  deudo,  si  uo  que 
^  ■  haya  hecho  cuento  dello,  con  tanto  desenfa- 
d'-\  sin  necesidad  y  sin  ocasión,  teniendo  las  le- 
y<  >  para  casos  semejantes  (aun  en  los  últimos 
tcrniinos  de  la  vida)  prevenidos  los  testamentos 
Cerrados,  no  sólo  en  gracia  y  respeto.de  los  ma- 
Víires  parentescos ,  sino  en  conservación  del 
-oquito  y  correspondencias  familiares.  Y  porque 
no  vaya  tan  severa  la  relación  destos  procedi- 
mientos ^  y  se  enjugue  algo  la  sangre  que 
hace  su  memoria,  tenga  lugar  entre  tantas  ve- 
ras un  cuento  con  que  por  una  pequeña  parte  se 
conocerá  la  liberalidad  deste  Tántalo  •*,  como 
la  fiereza  del  león  por  la  uña.  Vino  á  Madrid 
un  sobrino  suyo  y  posó  en  su  casa  (sus  buenas 
prendas,  el  lugar  que  se  ha  hecho  con  ellas  y 
la  estimación  que  han  merecido  de  los  extraños, 
deja  de  decirse,  por  muy  sabido).  Detúvose  al- 
gunos días,  sin  hacerle  costa  en  más  que  lo  li- 
mitado de  la  comida,  y  una  noche,  sobre  una 
cena,  le  dijo  que  los  negocios  á  que  asistía  de 
su  padre  iban  muy  á  la  larga,  que  ya  sabría  un 
juego  que  llamaban  del  soldado;  á  quien  vestían 
con  diferentes  preseas  los  que  entraban  en  él;  si 
todo  lo  diera  uno,  el  juego  se  desbaratara  \  En 
su  casa  se  había  alojado  un  mes,  tenía  hermano 
y  hermanas  de  su  madre,  tíos  en  su  mismo  gra- 
do; que  se  valiese  dellos  otro  poco,  y  se  repar- 
tiese la  carga  de  manera  que  no  cayese  toda 
sobre  él.  ¡Poquedad  maravillosa  y  increíble!  si 
oyei'a  una  dama  de  buen  gusto  que  la  olían  á 
chinches  los  miserables  ¿que  dijera  ^  deste  ava- 
riento? El  mozo  (á  imitación  de  su  padre)  se 
fue  animosamente  otro  día  sin  dineros  á  una  po- 
sada, y  con  brevedad  se  vio  muy  mejorado  en 
el  regalo  y  en  el  trato,  y  visitaba  algunas  veces 
á  su  buen  tío,  que  se  admiraba  mucho  de  verle 
limpio  y  aliñado  ^,  pr^reciéndole  milagro  in- 
creíble todo  lo  que  no  se  obra  con  sus  conjuros, 
y  que  no  se  podía  curar  la  enfermedad  de  la  j)o- 


'  Filii  autem  ndulteroruní  in  consnmmatione  eriint, 
et  ab  iniqno  thoro  semen  exterminabitur.  Etsi  qui- 
dem  longe  vita;  eruiit  in  nihilum  coniputabuntur  et 
sine  honoie  erit  nouissinia  senectus  illiirum,  (iSa- 
picHt..  cnp   8.) 

'  Fit  etiam  snavis  orntio,  cum  aliqíiid  aut  invis- 
sum,  aut  iuauditiim,  aut  novum,  dicas;  del.ctat  enim, 
qni<lqaid  est.  (Cicer.,  Dmlof/.  Fart.   Orat  ) 

*  I  Euda,  de  vulpe  te^tatur. 

^  Is'obilitas  ciiiin  i)r()prium  cst  recta  8equi  gau- 
dere  ofíicio,  cupiditutibus  imperare,  avaritiam  coer- 
ceré. (10  ) 

"  Licet  superbns  ambules  pecunia,  fortuna  non  mu- 
tat  genus.  (Horat.,  in  Ep  .  od.,  4.) 

"  Semita  certe  tranquilla  per  virtiiteni  jiatet  única 
vitfc.  (.Tuv.,  S'it.,  10.1 


breza  con  medecina  que  no  llevase  los  ingredien- 
tes de  quel  usaba. 

Estuvo  por  este  tiempo  Snldino  en  una  en- 
fermedad, sin  esperanza  de  la  vida,  recibido  el 
último  sacramento,  prevenidos  los  lutos  y  la 
sepultura,  y  ni  en  el  aprieto,  ni  en  la  convale- 
cencia le  invió  á  visitar,  por  no  obligarse  al 
gasto  de  un  criado,  cosa  que  en  el  oficio  público 
que  tenía  se  notó  mucho,  y  más  por  el  dolor  y 
lástima  general  con  que  en  aquella  ciudad  y  su 
tierra  se  había  sentido  el  temor  de  su  pérdi- 
da '.  Estos  malos  términos  y  otros  muchos 
que  dejan  de  referirse,  unos  por  demasiada- 
mente horribles,  otros  por  no  tan  considerables, 
acabaron  de  desengañar  á  Suldino,  y  aun  de 
desesperarle  para  hacer  resolución  de  no  tratar 
ni  ver  jamás  á  Fraudelio,  haciendo  cuenta  que 
había  muerto  ó  que  no  le  había  conocido.  Aca- 
bó su  oficio,  como  el  primero,  y  por  haberse  mo- 
derado algo  más  salió  del  menos  alcanzado; 
volvió  á  la  corte  y  su  fingido  hermano,  que  sa- 
gazmente ha  sabido  siempre  remendar  con  la 
piel  de  la  zorra  lo  que  no  alcanza  á  cubrir  la 
del  león,  y  todas  las  veces  que  ha  visto  en 
salvo  su  dinero  ha  tenido  por  útil  la  compa- 
ñía de  Suldino,  entendiendo  por  los  informes 
que  tenía  que  se  hallaba  acomodado,  de  mane- 
ra que  no  le  pediría  nada  por  entonces,  le  asis- 
tió á  su  pesar  importunamente,  comunicándole 
lo  que  quiso  de  sus  sucesos.  Disolviéronse  las 
Cortes  y  convocáronse  otras  con  brevedad;  com- 
pró Fraudelio  otro  oficio  de  procurador  '^,  envió 
los  despachos  defectuosos  y  pidió  á  su  hermano 
que  se  fuese  con  él  para  hallarse  en  las  suertes. 
Cuando  llegaron  estaban  echadas,  sin  meterle 
en  ellas;  puso  pleito  á  la  nulidad,  en  que  le  ayu- 
dó Suldino  con  diligencias  más  que  ordinarias, 
arriesgando  por  su  causa  todo  lo  que  tenía  de 
bien  quisto,  con  demasiados  empeños'',  obligado 
de  las  veras  con  que  Fraudelio  se  había  dado 
por  sentido  de  aquel  agravio  y  de  los  jura- 
mentos con  que  prometía  gastar  en  su  satis- 
fación  el  postrer  maravedí  de  su  hacienda,  y 
siendo  necesario,  la  última  gota  de  su  sangre. 
Llegaron  á  Madrid,  y  al  cuarto  día  se  dejó 
el  pleito,  si  compuesto  con  los  contrarios  por 
algún  concierto  ó  solo  por  facilidad  y  mudan- 
za, él  lo  sabe.  Cuál  sería  peor,  con  dificultad 
podrá  juzgarse.  La  verdad  ignoraron  los  inte- 
resados,  y  su  hermano  más  que  nadie.   Dejó 

'  QnouHque  tándem,  Fraudelio,  abuterc  patientia 
nostra?  (Cicer.,  in  Crnt.) 

Exoriare  aliquis  nostris  ex  ossibus  ultor.  (Virg., 
Eiuid..  \.) 

Flectere  sine  quo  superoa  Acheronta  movebo. 
(Virg..  J'.'nctd.,  7.) 

2  Kn  el  ms.:  por  rahcr. 

5  Taní  s;v|)e  nostrum  decepi  Suldinum  quid  mira- 
ris.'  Seniper  bonus  bunio  tiro  ust.  (Marti.,  Ejngratii. 
51,  lib.  12.) 


10 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


situados  Suldino  los  réditos  de  su  hacienda 
para  el  sustento  de  la  familia  que  dejó  en  su 
casa,  sin  que  sobrase  uada  con  que  poder  soco- 
rrerle en  Madrid;  el  contado  que  traía  había 
de  ajustarse  con  sus  pretensiones.  Desigualóse 
este  concierto  con  el  tiempo,  creciendo  acciden- 
tes en  el  gasto  y  dilaciones  en  los  negocios. 
Comenzó  la  necesidad  á  entrar  desbaratando 
las  cosas  de  lustre  que  consisten  en  el  adorno 
y  pasó  brevemente  á  las  forzosas  '  sin  que  no 
se  puede  vivir.  Y  aunque  sea  muy  ordinario 
pasar  descomodidades  los  hombres  de  ingenio 
por  su  natural  tibieza  y  poca  solicitud,  y  desto 
se  haya  visto  y  leído  mucho  -,  no  puede  haber 
igualado  nada  á  los  aprietos  que  padeció  este 
sujeto,  á  quien  constantemente  ejercitó  la  for- 
tuna sin  levantar  la  mano  de  su  persecución 
en  todo  el  discurso  de  su  vida;  esperando  siem- 
pre alguna  mudanza  en  ella,  no  se  determinaba 
á  retirarse,  considerando  las  estrecheces  de  su 
tierra,  que  con  irse  á  ella  enterraba  la  esperanza 
que  en  la  corte  alienta  á  los  más  desvalidos. 
Crecían  con  el  tiempo  las  necesidades,  y  entre 
ellas  sólo  sentía  que  todas  se  habían  de  atribuir 
á  sus  culpas  ',  tomando  las  desdichas  nombres 
de  delitos,  como  siempre  acontece  en  las  adver- 
sidades, cuya  creciente  nunca  es  grande  si  á 
vueltas  del  descanso  de  la  vida  no  se  lleva  * 
la  reputación  del  juicio. 

Tratar  de  justificarse  un  desgraciado  es  em- 
presa imposible,  si  primero  no  deja  de  serlo. 
¿Cómo  han  de  tener  crédito  los  miserables,  si 
fundan  los  poderosos  en  negársele  la  disculpa 
de  no  socorrerlos?  Con  este  desengaño  buscaba 
el  consuelo  dentro  de  sí,  y  sin  pasar  á  querer 
1  tallarse  inocente,  se  contentaba  con  persuadir- 
se á  que  no  todos  sus  trabajos  eran  casti- 
gos *.  Dejáronle  sus  criados  y  sus  deudos.  'No 
es  nuevo  seguir  los  hombres  la  inclinación  de 
la  fortuna.  Fraudeli)  le  desamparó  el  primero, 
huyendo  de  su  desgracia  como  de  ruina''.  Ha- 

1  Non  ego  firmus  in  lioc.  non  h;\íc  patientia  nostro 
infíonio,  frangit  fortia  corda  dolor.  (Tib.,  E/í'¡/.  2.) 

-  Xudiis  existí,  omnia  perdidisti,  sed  cum  ómnibus 
perire  potnisti,  cogitas  quod  perdideris,  sed  nonquod 
cviiseris.  (Sénec.   De  Mom.  fortuit.) 

Magnum  exemplum  nisi  mala  fortuna  non  invenit. 
(Sénec.  in  Consol,  ad  jVart.) 

Vltimum  nialorum  est  ex  vivonim  numero  exire 
nutequam  moriaris.  (Sénec  ,  Consol,  ad  Mart.) 

''  Qui  nios  vulgo  fortuita  ad  culpam  trahentes. 
(Tac  ,  An.,  4.) 

*  Nil  habet  infelix  paupertas  durius  in  se  quaní 
quod  ridículos  liomines  facit.  (Juv.,  Sat.  3  ) 

Ego  autem  sum  vermis  et  non  homo,  opprobium  ho- 
ir.inum  et  abiectio  plebis;  omnes  videntes  me  derise- 
lunt  me:  locutisunt  labiis  et  moverunt  caput.  (Ps.  21.) 

^  Fratres  hominis  pauperis  oderunt  eum,  insuper 
et  ¡niiici  procul  receserunt  ab  co.  ( Prob.,  19.) 

"  Qui  in  spuriis,  aut  illegitimis  generis,  iiifamíam 
auro  redimunt,  similes  illis  qui  ligneum  nasum  tin- 
gunt,  nam  nec  hic  color  expungit  viiium,  ñeque  illic 
aurummutat  indolem.  (Erasm.,  A2)otec.,  105.) 


bía  crecido  mucho  en  hacienda,  porque  además 
de  lo  que  le  valieron  las  Cortes,  afectó  en  ellas 
el  retiro  de  el  juego,  y  en  algunas  jimtas  (que 
llaman   encierros  los  del  arte)  hizo  ganancias 
de  mucha  monta.  Y  luego  que  se  vio  desemba- 
razado, valiéndose  con  más  frecuencia  de  su  ha- 
bilidad, en  menos  de  año  y  medio  ganó  más  de 
setenta  mil  ducados   ^.   Apartóse  de   su  her- 
mano, sin  más  causa  que  verle  pobre,  y  poco  á 
poco  (por  razón  de  estado)  fue  convirtiendo  el 
retiro  en  sentimiento  '^,  dándole  color  con  al- 
gunos testimonios  pasados  en  descrédito  de  sus 
sobrinos,  hasta  que  descubiertamente  publicó 
la  enemistad  ^.  Y  poniéndose  á  mormorar  de- 
llos  y  de  su  padre  con  hombres  de  mala  vida, 
con    terceras    comunes  y   rameras  cortesanas, 
m  esciaba  en  estas  pláticas  tales  civilidades  y  tor- 
pezas, que  siendo  los  que  las  oían  destas  obliga- 
ciones, se  declaraban  por  los  mayores  fiscales 
de  su  ruindad  y  la[s]   referían  avergonzados. 
Esto  baste  para  que  se  entienda  de  la  casta 
que  serían,  cuando  faltan  términos  decentes  con 
que  explicarlas.  No  es  pequeña  maravilla  que 
tenga  desenvoltura  para  tirar  piedras  como  ino- 
cente quien  se  halla  cargado  de  tales  culpas, 
que  se  han  librado  de  castigo  por  demasiado 
atroces   *.   Tiene   sus  previlegios  el  pecar  por 
mayor,  y  los  cordeles  solo  se  hacen  para  mode- 
rados delitos  ^.   Señaláronse  algunos  que  irri- 
taran mucho  á  la  justicia,  si  no  fuera  precepto 
de  quien  permitió  escribir  este  papel,  que  sólo 
se  diga  lo  precisamente  necesario  para  verificar 
la  razón  desta  enemistad.  Alzóse,  finalmente, 
Fraudelio  con  todo  el  depósito  de  la  humani- 
dad, quebró  con  todo  ^  el  crédito  de  la  natu- 
raleza y  llegó  la  insolencia  á  tal  extremo,  que 
yendo  en  un  coche  de  cuatro  muías  con  gran 
aparato   de  criados,  encontraba   muchas  veces 
solo  y  á  pie  al  que  tenía  por  su  hermano  mayor 
y  por  cabeza  de  su  casa  y  linaje,  y  pasaba  sin 
hablarle  ni  hacerle  cortesía.  Maldad  sin  discul- 
pa, vileza  sin  ejemplo  y  juego  notable  de  la  for- 


'  Sic  multorum  opes  excludunt  amicitias  fideleis; 
non  enim  solum  ipsa  fortuna  c;\!ca  est,  sed  eos  etiam 
plCiunujue  ef ñcit  cíccos  quos  complexa  est.  (Cicer.,  De 
A  une.  I 

2  (ienus  lucri  divites  avent  iram.  Odisse  quam  do- 
nare, vilius  constat.  (Mart.,  lib  12,  epist.  IH.)' 

^  Abseiitem  qui  rodit  amicnm,  qui  non  defendit 
alio  culpante,  solutos  qui  captat  visus  hominnm  fama- 
que  dicacis,  fingere  qui  non  visa  potest,  commissa  ta- 
ceve  qui  ncquit,  hic  niger  est;hunc  tu  líomane  caveto. 
(Horat.,  Sermo..  lib.,  1,  sat.  4  ) 

•*  ¡Quam  multi  furto  non  crubescantl;  nam  sacrile- 
gia  minuta  puniuiitur,  magna  in  triumphis  í'eruntur. 

^  Tutus  eas,  lapis  iste  prius  tua  furta  loquetur. 
(Ovid.,  Met.,  2.) 

]\Iemoriam  quoque  ipsam  cum  voce  perdissemus,  si 
tam  iu  nostra  potestate  esset  oblivisci,  quam  tacere. 
(Tácit ,  in  Vit.  A(ir.) 

^  Fas  omne  abrumpit;  ¿quid  non  mortalia  pectora 
cogis  auri  sacra  fames?  ( Virg.,  Eneid.,  .3.) 


DOi^  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


521 


tuna  '  que  suele  burlarse  á  un  mismo  tiempo 
de  más  ciertas  hermandades  con  mayores  dife- 
rencias. A  vista  destas  tiranías  '■^  la  necesidad, 
gran  maestra  de  persuadir  bajezas,  representó 
ú  Suldino  que  su  modestia  ocasionaba  toda  su 
descomodidad;  que  si  las  suertes  se  trocaban,  y 
se  diera  (por  imposible)  que  sus  entrañas  se 
endureciei'an  como  las  de  Fraudelio,  no  le  va- 
liera ningún  desvío  para  desembarazarse  díú. 
Con  violencia  se  le  metiera  en  casa,  por  fuerza 
se  valiera  de  su  hacienda.  El  al  menor  ceño  se 
rendía,  con  volverle  el  rostro  se  daba  por  ven- 
cido. Aquel  hombre  terrible  y  miserable  le  tenía 
por  su  hermano.  La  opinión  en  tales  casos 
hace  los  mismo  efectos  que  la  verdad  "';  sobre 
grandes  prendas  podía  pedirle  una  nación,  una 
patria,  unos  templos,  unos  sepulcros,  y  lo  que 
más  es  (para  con  él),  un  linaje,  un  mismo  vien- 
tre estaban  de  por  medio;  en  descubrirle  sus 
aprietos  iba  á  ganar  de  conocido:  ó  conseguiría 
el  socorro  ó  esforzaría  la  razón  de  la  queja. 
Con  estas  consideraciones  llegó  á  su  casa  ^  á 
tiempo  que  se  sentaba  á  comer.  Esperó  á  que 
acabase,  viole  desde  una  ventana  y  que  le  había 
visto;  invió  á  decirlo  por  i;n  criado  que  que- 
ría hablarle;  no  volvió  con  la  respuesta;  dijo  lo 
mismo  á  una  mujer,,  y  después  de  haberse  de- 
tenido mucho  le  despidió  con  que  su  amo  ha- 
bía salido  por  otra  puerta. 

Todo  puede  suceder  en  la  vida,  dijo  él,  y  más 
cuanto  fuere  menos  breve  ^.  Novedad  tiene 
este  desprecio,  porque  no  le  hace  el  mayor,  el 
de  más  puesto,  el  de  más  valimiento  por  haber- 
se aventajado  en  el  ánimo  ó  en  el  ingenio,  sino 
por  dichoso  en  el  ocio,  por  afortunado  en  el  jue- 
go ^.  Pero  todo  lo  demás  estaba  vencido,  el 
fuego,  la  cruz,  el  veneno,  el  destierro,  el  acero 
de  Mucio,  de  Régulo,  de  Sócrates,  de  Rutilio, 
de  Catón.  Vengamos  algo  nosotros.  Y  acordán- 
dose de  otro  varón  grande  perseguido  de  su  her- 
mano '',  y  de  semejantes  bienes  con  que  se  ha- 
llaba, para  desquite  de  aquel  desaire,  salió  á  la 


'  Fortuna  impotens,  quales  ex  humanis  malis,  tibí 
ipsa  Indos  facis!  Eo  ipso  tempore  qiio  M.  Antoiiius 
civium  siiorum  vit:v;  sedebat  niortisqiie  arbiter.  M. 
Antonii  frater  duci  iubebatuv  ad  supliciura.  (Séuec, 
2,  Consola,  ad  PoHv  ) 

2  Et  male  suada  faraes  et  turpis  egestas.  (Virg.. 
Eneiil.,  6.) 

"'  Mc.gnum  est  enim  eadeni  habere  monnmenta, 
maionun  iisdeni  uti  sacris,  sepiliera  habere  communia. 
(Cicer.,  T)e  futo.) 

*  Si  fortuna  volet  fies  de  rethore  cónsul,  si  volet 
ha-s  eadem  fies  de  consulc  rethor.  Fraudelius  quid 
enim.'  Quid  Suldinua?  Aune  aliud?  Quam  sidus  et 
oculti  miranda  potentia  fati?  (.Juv  ,  Sat.  7.) 

^  Incxpectüta  plus  aggrauaut;  novitas  adijcit  ca- 
lamitiitibus  pondus.  (Sénec.,  Epin.,  88.) 

8  Existí  quíu  terribilia  videntur,  nihil  est  invic- 
tum,  (Sónec  ,  J'Jpi.s.,  í)8.) 

'  Jacobe,  cum  sis  patre  bono  et  avo  ob  suam  vir- 
tutem  celebri  prognatus,  non  debes  presentí  necessi- 


calle  suspenso,  no  postrado,  á  tiempo  que  Frau- 
delio atravesaba  por  otra  poco  distante,  des- 
compuesto, sobresaltado,  volviendo  muchas  ve- 
ces atrás  el  rostro,  á  manera  de  fugitivo  que 
deja  cometido  delito  grande.  Cosa  maravillosa 
es  que  encerrándose  en  la  avaricia  todas  las  pe- 
nas, tenga  siempre  algún  castigo  nuevo  con  que 
pagar  de  contado  cualquiera  culpa.  ¿Quién  será 
el  que  cudicie  sus  bienes  con  sus  pensiones? 
¿Cuál  juicio  entero  querrá  más  la  riqueza  de 
Dionisio  con  su  desconfianza  que  la  pobreza  de 
Arquímedes  con  su  seguridad?  Cuanto  mayor 
era  el  cargo  que  se  hacía  á  la  dureza  de  aquel 
ministro  de  la  crueldad,  monstruo  que  se  les 
fue  de  las  manos  á  las  costumbres,  como  los 
otros  á  la  naturaleza,  tanto  más  escrupuloso 
quedó  el  ofendido  de  que  fuese  creíble  cerrán- 
dole sin  testigos.  Y  para  tener  con  quien  cali- 
ficarle, se  valió  de  un  caballero  amigo  de  los 
dos,  y  le  pidió  hablase  de  su  parte  á  Fraudelio 
y  le  dijese  que  su  intento  era  darle  cuenta  de 
que  deseaba  pasar  á  Italia,  y  de  los  motivos 
que  tenía  para  esperar  acomodarse  con  aquel 
viaje,  que  Uí^varía  los  dos  hijos  con  que  se  ha- 
llaba en  Madrid,  con  que  se  quitaría  el  embara- 
zo de  su  presunción,  en  que  tantas  veces  habla- 
ba, Y  esta  convenencia  y  las  demás  se  consi- 
guirían  dándoles  alguna  ayuda  de  costa,  y  se 
contentarían  fuese  en  letra  que  hubiese  de  co- 
brarse personalmente  en  Ñapóles,  con  que  se 
satisfacían  las  dudas  y  quedal  a  prevenido  el 
temor  de  que  se  convirtiese  en  otro  uso.  Ofre- 
ció aquel  caballero  que  haría  con  veras  el  oficio 
que  se  le  encai'gaba.  Habló  á  Fraudelio,  que  des- 
pués de  haber  oído  su  embajada  respondió  '  es- 
tas palabras,  consultadas  con  su  rancor,  dicta- 
das de  su  ateísmo,  no  en  la  verdad  ajenas  de  su 
sangre:  Lo  lícito  y  lo  fiel  son  bienes  de  los  de- 
siertos; para  las  comodidades  de  la  vida  civil, 
otras  prendas  solicita  la  industria.  Quien  no 
tiene  brío  para  usurpar  lo  ajeno  nunca  será  po- 
deroso. El  que  no  se  atreve  á  ser  cruel  *  siempre 

tati  sucumbere,  sed  meliora  potins  aperare;  meo  pre- 
sidio, magna  remanet  felicitas. 

Et  propter  filiorum  virtutes  beatus  erat,  ac  conspi- 
cuus,  nihil  enim  eis  deerat,  sed  industrii  fuere  omnes 
et  generosa  quadam  fortitudine  ac  prudentia  pricditi. 
(Joseph  ,  Aiit.,  lib.,  2  ) 

Ab  hac  te  infamia  vindica,  ne  videatur  ómnibus 
plus  apud  te  valere  nnus  dolor,  quam  h;\'c  tam  multa 
solatia.  (Sénec,  Consol,  ad  JlJart.) 

Pudeat  animum  tot  miseriarum  victorem,  a^gre  fe- 
rré unum  vulnus  in  corpore  tan  cicatricoso. 

*  rrogenies  viperarum  ¿quomodo  potcstis  bona  lo- 
qui,  cum  sitis  mali?  Ex  abundantia  enim  cordis  os 
loquitur.  (Mat  ,  cap.  12.) 

Unaqua-que  enim  arbor  de  fruta  suo  cognoscitur; 
ñeque  enim  de  spinis  coUigunt  ficus,  ñeque  de  rubo 
vindemiant  uvam.  (Luca'.,  cap.  6.) 

-  líevelatur  enim  ira  Dei  de  cu'lo  super  omnem 
impietatem  et  injustitiam  hominum  eovum  qui  veri- 
tatem  Dei  in  injustitia  detinent.  (raul.,  JiJjHs.  ad 
Rom. y  cap.  1.) 


522 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


vivirá  liistimado  '.  La  misericordia  es  afecto 
femenil,  condenado  en  los  corazones  fuertes, 
no  permitido  en  los  ánimos  estoicos.  La  propia 
tutela  tiene  el  primer  lugar  en  todos  derechos. 
No  se  ordena  bien  la  caridad  sin  este  principio. 
Forzado  descubro  un  secreto  político,  no  apren- 
dido en  ninguna  lección,  hallado  en  mis  expe- 
riencias: la  mayor  materia  de  estado  para  con- 
servar la  buena  fortuna  ^  es  no  socorrer  á  los 
necesitados.  Por  este  medio  se  hacen  enemigos, 
y  tienen  los  felices  contra  sí  los  votos  de  los 
desgraciados,  cuyos  deseos  nunca  se  cumplen. 
Yo  estoy  menos  sobrado  que  parece;  mi  her- 
mano tiene  más  de  lo  que  dice,  y  es  el  verda- 
deramente rico.  Heredó  el  mayorazgo  de  mi 
padre;  ha  tenido  el  valor  de  sus  oficios  y  muy 
frecuentes  dádivas  mías,  de  que  pe  olvida 
ingrato  y  yo  me  acuerdo  arrepentido.  Si  todo 
no  basta  para  sus  perdiciones  ó  para  sus  infor- 
tunios, desengáñese  y  retírese  á  cuidar  de  la 
muerte.  Mucho  antes  fuera  tarde  para  dejar  de 
ser  niño  quien  comenzó  á  ser  hombre  tan  tem- 
prano. Casa  tiene  donde  vivirá  con  autoridad, 
aunque  pase  con  limitación.  ¿Qué  quiere  hacer 
en  la  corte  ^  afrentando  á  sus  deudos,  des- 
truyendo á  sus  hijos?  ¡Ahogarme  á  mí  con  el 
peso  de  sus  adversidades  y  tener  en  mi  estrago 
consuelo  de  su  ruina!  El,  por  la  costumbre  de 
malos  sucesos  y  con  la  filosofía  que  profesa, 
podrá  vivir  miserable;  yo,  que  siempre  he  sido 
dichoso  y  no  me  precio  de  tan  sabio,  moriré  en 
viéndome  desacomodado  ó  deslucido  *.  Esos 
mozos  mal  entretenidos  y  vagabundos,  sirvan 
al  Rey  en  la  guerra,  acaben  en  ella  ó  pasen 
adelante;  no  con  el  ocio  y  el  vicio,  con  el  sudor 
y  la  sangre  se  compren  los  aumentos.  Si  pare- 
cía conveniente  llevarlos  á  Italia,  ahora  dos 
años  pudieron  disponer  con  mucha  sobra  la 
jornada  que  quieren  hacer  á  mi  costa,  pensando 
que  siempre  he  de  estar  por  fiador  de  sus  des- 
órdenes  ^.   Todo  lo   que   tengo   he   menester 

'  Quis  ergo  nos  separabit  a  charitate  Cristi?  Tri- 
hulatio?  an  angustia?  an  fames?  an  mulitas?  an  peri- 
culum?  an  persecutio?  an  g'aiius?  Sicut  scriptum  est. 
Etc.  (L'aui.,  JiJpls  ad  Runí  ,  cap.  8.) 

*  ¡O  plene  omni  dolo  et  omni  fallatia,  fili  diaboli, 
inimice  omnis  iustiti;el,  non  desinis  subvertere  vias 
Doi;iini  rectas:  ecce  maniis  Domini  super  te,  et  eris 
cwcus,  non  videus  solem  usque  ad  tempus.  (Act.  Apont., 
cap.  13.) 

Datus  insipientis  non  erit  vtilis  tibi ;  oculi  enim 
illius  septemplices  sunt.  Exigua  dabit  et  multa  im- 
propcrabit,  odibilis  est  homo  hujusmodi.  {Eceles., 
cap.  20.) 

^  Miserere  nostri,  Domine,  miserere  nostri,  quia 
multam  repleti  sumus  despectione.  Quia  multum  re- 
pleta est  anima  nostra  opprobiuní  abundantibus  et 
despectiosuperbis.  (l's.  122,  vers   7.) 

*  Tu  autem  cum  oleastcr  esses,  insertus  es  in  illis. 
et  socius  rndicis,  et  pinguedinis  oliu:e  factus  es,  noli 
glorian  aduersus  ramos,  (l'aul.,  Ad  Ruin.,  cap.  11.) 

'  Avarus  non  implebitur  pecunia,  et  qui  amat  divi- 
tias  fructnm  non  capiet  ex  eis.  {Éreles.,  cap.  7.) 


para  mí,  y  no  me  basta.  Si  me  sobrase  algo  ' 
ha  de  ser  para  este  niño,  á  quien  amo  y  debo 
más  de  lo  que  se  entiende.  Confieso  por  razo- 
nable la  queja  de  decirlo  antes  de  tiempo,  y 
quisiera  excusarla,  pero  privárame  de  mucho 
gusto  2.  El  efecto  ha  de  ser  uno,  repitiéndolo 
se  multiplica  el  contento,  y  se  deleita  la  me- 
moria hablando  en  el  deseo  mientras  llega  la 
ejecución  ^.  Mi  hermano,  que  sabe  tanto  de 
amor  y  no  le  emplea  tan  bien,  perdone  este 
achaque  de  mi  voluntad  ó  ejecute  en  buen  hora 
las  amenazas  de  averiguar  que  no  somos  pa- 
rientes. Envolverá  en  esta  venganza  mi  mayor 
lisonja  *.  ¿Qué  principio  quisiera  yo  atribuir- 
me que  no  se  me  creyera  si  se  ignorara  mi  na- 
cimiento? Las  alas  de  mi  ingenio,  para  no 
haberse  perdido  de  vista,  ¿han  tenido  más 
peso  '  q-ie  la  humildad  de  mi  linaje?  Al  alien- 
to de  mi  ánimo  ¿quién  le  ha  puesto  ceniza,  sino 
la  cortedad  de  mis  pañales?  ^  ¿Cuál  hermano 
segundo  de  gran  señor  se  ha  tratado  tan  lus- 
trosamente por  veinte  años  continuados  en  la 
corte?  ¿Quién  puede  alabarse  en  ella  de  que 
todos  le  han  conocido  siempre  caudaloso,  siem- 
pre crecido?  Sólo  yo,  que,  como  al  Nilo,  na- 
die me  ha  visto  pequeño  '.  No  han  tenido  mis 
dichas  más  azar  que  á  mis  deudos ;  ellos 
asombrándolas  las  escurecen,  atendiéndolas  las 
aojan,  encareciéndolas  las  agüeran.  Ninguno 
de  mis  bienes  se  libra  de  su  cudicia  *;  la  sa- 
lud me  iuvidian,  el  sosiego,  los  pensamientos 
y  aun  los  sueños.  Estos  no  sin  cansa,  que  son 
los  míos  iguales  á  los  mayores  ^.  También  se 
embaraza  mi  fantasía  durmiendo  con  imágenes 
misteriosas  de  sol,  luna  y  estrellas,  y  no  las 
interpreto  esperando  la  adoración  que  pueden 

'  L't  insaniat  qui  fratris  imagine  veneretur,  cor- 
pas pulset,  ac  verberet:  itastultum  sit  amare  in  adop- 
tivis  nonien .  verum  fratrem  abdicare  aut  odisse. 
(Plutiirc.  in  Mural,  i 

2  Qui  sophistice  loquitur  odibilis  est,  in  omni  re 
defraudabitur.  {  EccIcí  ,  cap   37.) 

^  Ex  ore  fatui  reprobabitur  parábola:  non  eiiim  di- 
cit  illam  in  tempore  suo.  (Eceles.,  cap.  20.) 

•'  Abominatio  Domini  est  omnis  arrogans;  etiam 
si  manus  ad  manum  fuerit,  non  est  innocens  [Piob., 
cap.  16.) 

*  U.'^que  quo  exaltabitnr  inimicus  meus  super  me?; 
réspice  et  exaudí  me.  Domine  Deus  mens.  ( Ps.  12, 
vers.  3.) 

^  Hoc  Hcio  a  principio  ex  quo  positus  est  homo  su- 
per terram,quod  iaus  impiorum  brevis  sit,et  gaudiuui 
hipócrita'  instar  puncti;  pañis  eius  in  útero  illius  ver- 
tetur  in  fel  aspidum  intrinsecus.  Diuitias  qtias  deuo- 
ravit  evomet  et  de  ventre  illius  extrahet  eas  Deus. 
(.Job.,  cap   20  ) 

'  Expedit  magis  nrsiv  ocurrcre,  raptis  fittibus. 
quam  fatuo  confidenti  in  stultitia  sua.  (Pror., 
cap.  17.) 

'  Disperdat  Dominus  vniuersa  labia  dolosa,  et  lin- 
guam  magniloqiiam.  (Ps.  II,  vers.  4.) 

9  Odibilis  coram  Deo  est,  et  hominibus  superbia, 
et  execrabilis  omnis  iniqnitas  gentinra.  (Éreles.,  ca.' 
pítulo  10  ) 


DOÍT  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


523 


ellos  darme,  por  pareceriue  poca  ^  La  conclu- 
sión desta  plática  sea  que,  por  ley  divina  y  hu- 
mana, es  mi  primer  cuidado  mi  conservación; 
que  no  tengo  de  estragarla  i-eraediando  mise- 
rias que  destribuye  el  mayor  poder  y  son  for- 
zosas en  el  mundo  desde  la  primera  culpa.  Que 
pienso  llegarme  cuanto  pudiere  á  los  felices,  y 
huir  de  los  mal  afortunados.  Que  si  tengo 
alguna  obligación  á  mi  hermano  y  á  mis  so- 
brinos, ó  ya  sea  á  Suldino  y  á  sus  hijos,  está 
ciento  por  uno  satisfecha.  Que  e'l  ni  ellos  no 
han  de  ver  jamás  nada  de  mi  hacienda  '^.  Que 
se  valgan  de  su  induhtria  y  de  su  trabajo  si 
quieren  medrar,  ó  se  ajusten  á  vivir  dentro  de 
su  fortuna.  Que  cuanto  yo  tuviere  ha  de  ser 
para  este  verdaderamente  pariente  mío  3;  que 
lo  tengo  de  decir  muchas  veces,  por  tener  mu- 
chos gustos.  Que  desprecio  cuanto  es  posible 
sus  sentimientos  y  sus  quejas,  y  ojalá  resultase 
dellas  el  entenderse  que  tenemos  diferente  san- 
gre, con  que  se  lograría  sin  sustos  mi  felicidad. 
Atónito  quedó  el  mensajero  de  oir  la  res- 
puesta de  su  demanda,  y  ayudando  su  extrañe- 
za  á  que  se  estampase  mejor  en  su  memoria,  la 
refirió  puntualmente  á  Suldino  *,  que  despue's 
de  haberle  atendido,  con  semblante  quieto  y 
corazón  sosegado  dijo:  De  las  razones  de  Frau- 
delio  sólo  me  hace  novedad  el  concierto.  Lo 
demás  tenía  prevenido.  Esta  postrera  diligencia 
se  hizo  para  esfuerzo  de  mi  queja,  no  para  re- 
paro de  mi  necesidad.  Hase  conseguido  el  in- 
tento. Quedo  presumido  de  mi  razón  y  de  ha- 
beros hecho  testigo  y  juez  della.  Considerad, 
señor,  de  qué  alma  estará  informado  ^  quien 
saca  de  entre  los  hombres  la  justicia,  quien  in- 
fama la  misericordia,  quien  destierra  la  cari- 
dad, quien  alaba  el  hurto  ®,  quien  cifra  toda 
la  razón  de  su  estado,  los  misterios  de  su  po- 
lítica, en  el  preceto  de  no  hacer  bien.  Esta  doc- 

'  Vx  qui  dicitis  mahim  bonum  et  bonum  mahiml. 
ponentes  tenebras  lucem  et  hicem  tenebras;  ponentes 
amaram  in  dulce  et  dulce  in  amarum.  V¡\>  qui  sapien- 
tes estis  in  oculis  vestris  et  coram  vobismetipsis  pru- 
dentes! 

Propter  hoc,  aicut  devoi'at  stipulam  lingna  iguis,  et 
calor  ñammai  exnrit,  sic  radix  eorum  quasi  favilla 
eritet  germen  eorum  ut  pulvisascendet.  (Isai.,  cap.  o.) 

^  Cor  honiinis  disponit  viam  suam ;  sed  Domlni 
est  dirigere  gresus  eius, 

Sortes  mittuntur  in  sinu,  sed  a  Domino  temperan- 
tur.  [Prob  ,  cap.  16.) 

^'  Arenam  et  salem  et  massam  ferri  facilins  cst 
ferré,  quam  hominem  imprudentem  et  fatuum  et  im- 
pinm.  (Ucclc's.,  cap.  22.) 

■*  Justnm  et  tenacem  propositi  virum,  si  fractus 
illabitnr  orbis  impavidum  íerient  ruiníU.  (Horat., 
(0(/.  III,  lib.  3.) 

s  Qui  sequitur  iustitiam  et  misericordiam,  inve- 
niet  iustitiam  et  gloriam.  iPruh.,  cap.  2.) 

*■  Secundnm  autem  duritiam  tuam  thesaurizas  tibi 
iram  in  die  inc  et  revelationis  iusti  iudicii  Dei,  qui 
reddet  unicuique  secundum  opera  eius  (Paul.,  ad 
Jlom.,  cap.  2.) 

autobiografías  y  memorias.— 44 


trina  infusa  del  Lucifer,  no  pronunciada  de  nin- 
gún sectario,  pudiera  yo  haber  penetrado  en 
Fraudelio,  advirtiendo  que  en  el  mucho  tiempo 
que  anduvimos  juntos  ^,  jamás  le  vi  dar  limos- 
na. Atribuíalo  de  ordinario  á  descuido,  alguna 
vez  á  miseria,  nunca  entendí  que  tenía  la  mali- 
cia tan  honda  raíz.  Creo  que  su  hacienda  será 
menos  de  lo  que  se  entiende,  y  que  le  faltará 
mucho  para  satisfacer  á  sus  acreedores  ^. 

Con  cualquier  Dios  que  conozca,  en  cual- 
quier ley  que  profese,  se  hallará  obligado  á  la 
restitución  y  vendrá  á  parar  la  herencia  que 
soleniza  en  el  gusto  de  haber  hablado  en  ella. 
Haga  cuantas  veces  quisiere  esta  lisonja  á  su 
amor,  si  le  parece  que  agasaja  con  ella  la  ino- 
cencia del  niño,  la  memoria  de  la  madre,  la 
bondad  del  marido  ''.  Las  prendas  aventajadas 
en  que  mis  hijos  compiten  (dígase  sin  agravio 
de  la  modestia  de  padre),  no  las  puede  des- 
lustrar su  calumnia ;  los  aplausos  con  que  con- 
fiesan todos  por  el  mejor  al  que  primero  en- 
cuentran, no  los  puede  ahogar  su  cizaña.  Ko 
nacieron  en  su  confianza,  no  se  criaron  con  su 
ayuda,  vivirán  sin  el  *.  El  servicio  del  Rey  á 
que  les  incita,  ¿con  qué  socorros  se  le  ha  faci- 
litado? ¿Conque  ejemplos  se  le  ha  persuadido? 
¿Daránles  alientos  los  depósitos  que  ha  hecho 
para  cuando  se  partan,  ó  causaránles  emulación 
las  banderas  que  ha  colgado  por  testigos  de  sus 
victorias?  ^  Si  dentro  de  su  ruin  natural  se 
le  ha  parecido  la  fortuna,  si  se  ha  visto  siem- 
pre tan  grande,  tan  caudaloso  como  blasona, 
sin  haberle  costado  una  resistencia  de  su  mala 
inclinación,  ¿cómo  acusa  el  ocio  sin  empacho 
y  no  se  avergüenza  de  señalar  por  precio  de  los 
aumentos  la  sangre  y  el  sudor?  ''  ¿Qué  más 
es  esto  que  reírse  los  estropeados  de  los  ágiles? 
¿burlarse  los  etíopes  de  la  color  de  los  alema- 
nes? ¿quejarse  los  Gracos  de  la  sedición?  Yo, 

*  Elemosyna  viri  quasi  signaculum  cum  ipso  et 
gratiam  hominis  quasi  pupillam  conservabit.  {Eceles., 
cap.  17.) 

-  Nenio  qui  rapit  moriens  (si  habet  vnde  reddat) 
salvatur,  si  eos  quorum  fuit  invenire  non  potest  et 
ecclesiiv  vel  pauperibus  tribuat.  (D.  Hieron.,  in  Libro 
Leuit ) 

'"  Gentis  atque  familiiv,  non  rainns  quam  arbo- 
ris  generositas.  ex  frnctuum  probitate  cognoscitur  et 
ex  virtutis  su;v  mérito  diligitur.  (Socr  ,  Apud  títob.) 

■*  Noctu  ambulabat  in  publico  Tbemistocles,  quod 
somnum  capere  non  posse;  quivrentibusque  respon- 
debat:  Miltiadis  tropheis  se  e  somno  suscitar!.  (Cicer., 
Tuscida.  4  ) 

^  Tropter  quod  inexcusabilis  es  ¡oh  homo!  omnis 
qui  judicas;  in  quo  enim  judicas  alterum,  te  ipsum 
condemnas.  Eadem  enim  agis  quiv  indicas;  existimas 
autem  hoc,  ¡oh  homo!  omnis  qui  indicas  eos  qui  talia' 
agunt,  et  facis  ea,  quia  tu  cft'ugies  iuditium  Dei? 
(l'aul.,  íid  Rom.,  2.) 

"  Tamdiu  quis  peccata  sua,  quaj  nosse  et  tlcre 
debet  ignorat,  qnamdiu  curióse  aliena  considerat, 
quod  si  mores  suos  ad  se  ipsum  conuersus  aspiciat, 
non  requirit  quod  in  alus  reprebendat,  sed  in  se  ipso 
quod  Ingeat.  (Prob.,  de  Vita.  Com.) 


524 


autobiografías  y  memorias 


para  lo  que  me  resta  de  vida,  sabré  entender- 
me conmigo,  reconociendo  lo  que  me  va  en  acer- 
tar á  morir  bien.  No  necesito  de  sus  documen- 
tos para  mi  retiro  '  ;  primero  le  creeré  cris- 
tiano que  le  admita  consejero.  Aceto  en  duda 
la  licencia  que  me  da  para  romper  el  gran  se- 
creto que  introdujo  la  piedad  de  mi  madre  y 
yo  he  tolerado  tanto  tiempo,  de  cuya  verdad 
aun  2  viven  testigos  si  hubiera  de  reducir  á 
información;  pero  la  infalible  probanza  en  este 
caso  se  contesta  con  sus  señas,  se  fulmina  con 
sus  costumbi'es.  Ningún  Dovalle  se  ha  visto 
rubio  •\  ninguno  calvo,  ninguno  de  trabada 
pronunciación,  ninguno  mentiroso,  ninguno 
miserable,  ninguno  mal  quisto.  Ignoro  los  mo- 
tivos de  su  desvanecimiento  que  le  obligan  á 
tener  en  poco  el  origen  que  se  le  atribuye.  De 
mí  sé  que  heredé  las  casas  antiguas  de  mis  pa- 
dres, que  sucedí  en  lo  que  fueron  ellos  *,  que 
no  quiero  ser  más,  contento  con  esta  nobleza. 
El  si  no  quiere  ser  hermano  mío  diga  quién  es, 
revélenos  los  fundamentos  de  su  presunción. 
Por  aquel  tiempo.no  fue  en  nuestra  tierra 
emperador  alguno  á  quien  pueda  prohijarse"''; 
los  dioses  vanos  Júpiter  y  Marte,  de  quien  se 
presumieron  hijos  Alejandro  y  Rómulo,  tiene 
por  fabulosos  nuestra  religión.  Dentro  nació 
de  los  umbrales  de  mi  casa;  allí  no  pudo  tener 
mejores  padres  que  los  míos;  peores  ®  ya  se- 
ría posible;  esto  para  su  tiempo.  Las  demás 
vanidades  de  su  delirio,  más  merecen  risa  que 
respuesta;  desembarácese  de  la  contemplación 
de  su  dinero,  que  le  ensordece  para  no  oir  los 
silbos  del  pueblo;  líbrese  "^  de  la  ignorancia 
que  le  ciega  para  no  ver  que  cada  lucimiento 
suyo  es  una  infamia,  cada  ostentación  un  es- 
cándalo,  y  conocerá  la  invidia  que  puede  te- 

'  Nec  Cíecum  ducem  ñeque  auientem  consultorem. 

Iii  acquirendis  consiliis  plurimnra  valet  vitre  pro- 
bitas, quis  enim  in  coeno  fontem  requirat.  ¿Qwia  de 
túrbida  aqua  potuní  petat?  Quis  vtilem  iiidicet  cauB;Ví 
aliena',  quem  videt  inutilem  vit;v!  sua;.  cuius  animuin 
voluptates  ocupant,  libido  divincit,  avaritia  subiugat, 
cupiditas  perturbat.'  (1).  Amb.,  De  ojie,  lib.  2.) 

*  Qui  interfuere,  nuiíc  quoque  memorant,  post 
qurtm  nullum  mendatio  pretiuni.  (Tac,  líis  ,  5."; 

5  Non  est  ethiopis  inter  suos  insignitus  color,  nec 
rufus  apud  Britaiios.  Vtrumque  decet;  nihil  in  uno 
iudicabis  notabile,  aut  fa'dum,  quod  genti  sua;  publi- 
cum  est   (Sénec  ,  De  ira.,  lib,,  3.) 

'  Hic  egregiis  maioribus  ortus  est,  qualiscumque 
est  sub  vmbra  suoruní  lateat  (Sénec,  Bcnef.,  á.) 

Vt  loca  sórdida  rcpercussu  solis  illiistrr.ntur,  ita 
inertes  inaiorum  suorum  luce  respleudeant.  (Sénec, 
Ihid.) 

"  Non  est  quod  te  isti  decipiant  qui  cum  maiores 
suos  i-ecenserint  ubicuniqne  defecit  nomen  illustre 
illico  deum  fingunt.  (Sénec,  De  beiief.,  lib.  3  ) 

*  Ñeque  enim  ulli  niagis  abjiciunt  ánimos  quam- 
qui  improlie  tolJunt,  (Sénec.  Ihid  ) 

'  Et  collirio  inunge  oculos  tuos  ut  videas.  quia  di- 
cis,  quod  di?es  sum  et  locupletatus  et  uulliue  egeo; 
et  nescis  quia  tu  es  mieerabilis,  et  pauper,  et  Cfecus, 
et  nudus.  {Apocalip.,  cap.  3.) 


nerse  de  salud  sobre  *  cincuenta  y  dos  años, 
de  sosiego  sobre  mala  conciencia,  de  pensamien- 
tos sobre  mala  fe,  de  sueños  sobre  mala  fama. 
Yo  tengo  obligación  de  saber  y  de  haber  ense- 
ñado ,á  mis  hijos  ^  que  sólo  es  rico  el  que 
no  tiene  nada  ajeno.  Que  sólo  es  bien  aventu- 
rado el  justo.  Que  Dios  nos  desengaña  de  lo 
poco  que  montan  los  bienes  desta  vida,  dándo^ 
los  á  los  peores  ^.  Que  son  muy  infelices  los 
muy  dichosos  en  ella,  porque  no  los  favorece 
su  providencia;  desconfía  dellos  *.  Alumbrados 
destos  avisos  miramos  sus  prosperidades  como 
el  vulgo  la  representación  de  algún  tirano  cuyos . 
buenos  sucesos  atiende  gustoso,  porque  sabe 
que  á  lo  último  de  la  fábula  le  espera  en  los 
verdugos  el  tormento,  en  las  fieras  el  sepul- 
cro. Ya  él  se  halla  en  el  tercer  acto  de  la  vida. 
Aquel  gran  autor,  maestro  de  las  artes  y  de  las 
ciencias,  no  quebrará  las  leyes  de  la  tragedia  ^, 
y  en  sus  postrimerías  entenderemos  por  qué 
habían  sido  tan  largas  y  tan  prósperas  las  dos 
primeras  jornadas.  Con  esta  esperanza,  con 
esta  fe,  vea  lo  que  juzgaremos  de  su  felicidad, 
lo  que  merecerá  de  nuestra  envidia.  Hasta  aquí® 
Suldino.  Y  el  que  confuso  y  admirado  le  aten- 
día, mostrando  inclinarse  á  su  razón,  excusó  el 
peligro  de  hacer  juicio  declarado  entre  litigan- 
tes hermanos  y  se  despidió  triste  de  no  dejar- 
los amigos.  Bien  se  pudiera  con  poco  artificio 
hacer  más  verisímil  '  lo  que  resta  deste  su- 
ceso; pero  ha  sido  el  intento  de  quien  le  escri- 
be referirle  como  pasó,  sin  decir  nada  incierto, 
dejando  que  obre  por  sí  sola  la  fuerza  de  la 
verdad  sin  ningún  auxilio  del  arte  ^.  Para 
los  casos  ocultos  donde  no  puede  llegar  la  evi- 


'  Qutc  est  enin  vita  vestra?  Vapor  est  ad  modicum 
parens,  et  deinceps  exterminabitur.  (lacob.,  Epig., 
cap.  4.) 

^  Bona  est  substancia  cui  non  est  peccatum  in 
conscientia  (Ecrlex.) 

3  Bonua  tune  habebia  tuum  cum  intelliges  infeli- 
cissimos  esse  felices.  (Sénec,  Epis.,  123  ) 

*  Nemo  ex  istis  quos  purpnratos  vides  l'elix  est, 
non  niagis  quam  ex  illis  quilms  nceptrum  etclamydeni 
in  scffina  fábula;  assignant,  cum  presente  populo  elati 
inceserunt,  et  cothurnati  simul  exierunt ;  excalcean- 
turetad  staturam  suam  rederunt.  (Sénec,  E/Jix.,  76.) 

*  Ecce  ipsi  peccatores  et  abundantes  in  sa?culo 
obtinueiunt  divitias.  Existimabam  vt  cognoscerem 
hoc.  Labor  est  ante  me  doñee  intrem  in  sautnarium 
Del  et  intelligam  in  novissimis  eorum.  (Fs.,  72.) 

.  Agite  nunc  diuites,  plorate  ululantes  iu  niiseriis 
vestris  quíü  aduenient  vobis.  (lacobi,  Epi.i.,  cap.  ñ.) 

8  En  el  ms.:  Hasta  que. 

'  Maior  rerum  inihi  iiascitur  orio,  maius  opus 
moveo.  ( Virg.,  Eneid  ,  7.) 

8  Inditia  certa  quiíí  iure  non  respuniitur.  non 
minorem  probationis.  quam  instrumenta,  continent 
fidem.  {Le.v  indic.  Cod.,  De  reir/ndica/ion.e.) 

Amisfíis  instrumentis  sine  dubio  cater.i  ¡¡robatio- 
num  inditia  iure  prodita  non  habcntur  irrita.  {Lex 
cu/n  citra  fidem.  ('od.  De  rei  vindieatioiie.) 

Ubi  falsi  examen  inciderit  tum  acérrima  fiat  indago 
argumentis,  testibus,  seripturis,  aliisque  vestigiis  ve- 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


525 


dencia,  dan  paso  las  conjeturas,  que  si  se  sacan 
de  razones  fuertes  hacen  más  te  que  los  testi- 
gos, porque  persuaden  el  entendimiento,  libres 
de  las  taclias  que  puede  ocasionar  la  pasión. 
Quedan  señalados  por  indicios  para  crédito  de 
lo  que  se  ha  de  referir,  en  el  nacimiento  de 
Fraudelio,  las  señas  de  su  persona,  los  resabios 
en  sus  procedimientos  á  las  costumbres  de  In- 
galaterra  y  Genova;  el  olvido  y  desprecio  de  la 
casa  que  ha  tenido  por  de  sus  padres;  el  des- 
amor ó  el  odio  á  todos  los  de  su  apellido  y  fa- 
milia; los  tiros  y  malos  oficios  c^ue  ha  hecho  á 
Suldino;  lo  que  le  han  congojado  sus  buenas 
obras,  siendo  siempi-e  más  agradables  las  que 
se  reciben  sobre  la  obligación  del  mayor  paren- 
tesco; su  condición  diferente  y  opuesta  en  todo 
á  los  que  se  creyeron  hermanos  suyos,  siendo 
cierto  que  en  él  conocerán  todos  *  la  ignorancia 
de  cuanto  no  fuere  vulgar,  la  falsedad,  la  cudí- 
cia,  la  miseria,  la  soberbia,  la  ira  y  otros  vicios 
tan  unidos  que  apenas  dan  lugar  por  donde  pue- 
da mostrarse  luz  de  alguna  virtud.  En  Suldi- 
no confesaron  hasta  sus  enemigos  el  ingenio 
grande,  la  noticia  universal  de  todas  buenas 
letras,  la  condición  apacible,  la  intención  sen- 
cilla, el  trato  fiel  y  otras  prendas  de  estimación 
que  le  hicieron  bien  quisto  en  su  tierra  y  en  las 
demás  partes  donde  vivió  y  gobernó,  y  cjue  ven- 
cieron sin  dificultad  los  defectos  ^  forzosos  y 
vinculados  á  la  imperfección  de  nuestra  natu- 
raleza (donde  además  de  la  vecindad  y  paren- 
tesco que  tienen  los  extremos  de  las  virtudes 
con  los  principios  de  los  vicios),  en  las  calida- 
des c[ue  causan  las  inclinaciones,  se  constituye 
xma  mezcla  inseparable,  con  que  se  enlazan  el 
bien  y  el  mal;  de  manera  que  apenas  se  hallará 
liberal  sin  ambición,  moderado  sin  cudicia,  apa- 
cible que  sea  casto,  continente  que  no  sea 
cruel  '.   Motivo  grande  para  que  sin  agravio 

ritatis.  {Lex  uhifalsi.,  22  Cod.  ad  Ugeni  Jidiam  de 
falsis) 

Proprie  et  veré  res,  tantum  probantur  rationibus  et 
argumentis  necesítate  naturiv;  infalibili,  ut  positis  par- 
tibus  aequitur  votum,  testimonio  autem  non  necessa- 
rio  qviia  potest,  testia,  scriptura,  mentiri  errare,  &. 
(Dónelas.) 

Argnmentum  est  ratio  quai  rei  dubi;\í  prastat  fidem. 
(Quintil.,  Inst.  I  ib,  5.,  cap.  10.) 

'  Superbns  et  arrogans  vocatur  indoctus.  {Pro- 
verbios, 21.) 

Arrogantiam  et  superbiam  ego  detestor  {Prov.,  8.) 

*  Non  est  enim  homo  iustus  in  térra  qui  faciat 
bonnm  et  non  peccet.  {Ecclea.,  cap.  7.) 

¿Quis  potest  dicere  mundum  est  cor  meum,  puras 
sum  a  peccato?  (Pror.,  cap.  20.) 

Niliil  .simplici  in  genere  ómnibus  ex  partibus  natura 
expolinit  perfectum ,  itaqne  taniqnam  ca'teris  non 
sit  habitura  qnod  largiatur,  si  vni  cuneta  concesíerit, 
alind  alii  cominodi,  aliquo  adiuncto  in  commodo  nii- 
meratur  (Cicer.,  Tniient  Orut) 

5  Quomodo  miseretur  pater  Iilioruní,  misertus  est 
Dominas,  timentibus  se,  quoniam  ipse  cognovit  fig- 
mentum  nostrum.  (Ps.  102,  vers.  14.) 


de  la  justicia,  esté  siempre  muy  de  nuestra 
parte  la  misericordia.  Y  por  esforzar  esta  últi- 
ma presunción  y  dejar  excluido  cuanto  puede 
imaginarse  para  creer  que  naciesen  de  unos 
mismos  padres  hombres  tan  diferentes,  ha  pa- 
recido consagrar  una  parte  destas  relaciones  á 
la  memoria  de  Bonifacio  Dovalle,  digna  de  ma- 
yor monumento  '.  Fue  hv-^rmano  segundo  de 
Suldino;  nació  el  año  de  mil  y  quinientos  y 
ochenta  y  ocho,  víspera  de  San  Andrés.  Tuvo 
poca  dicha  en  el  primer  alimento;  enfermeda- 
des y  otros  accidentes  de  las  amas  que  le  die- 
ron leche,  obligaron  á  que  le  mudasen  muchas, 
de  que  resultó  criarse  desmedrado  y  enfermizo. 
No  debió  mucho  cariño  á  sus  padres,  ó  porque 
cuerdamente  se  recelaron  de  poner  el  amor  eu 
lo  que  parecía  poco  durable,  ó  porque  le  estorbó 
para  solicitarle  con  los  donaires  de  la  niñez  la 
tristeza  que  ocasionaban  sus  achaques.  Pasó 
con  ellos  la  infancia,  y  adelante  convaleció, 
dando  muestras  de  natural  robusto.  Comenzó 
el  ejercicio  de  las  primeras  letras,  á  que  se  apli- 
caba mal,  y  del  todo  se  dio  por  rendido  á  la 
entrada  de  la  lengua  latina,  pareciéndole  impo- 
sible penetrar  lo  prolijo  de  aquellos  rudimentos. 
Halláronle  muchas  veces  llorando  á  solas,  afli- 
gido de  que  no  podía  obedecer  á  su  hermano 
siguiendo  el  camino  por  donde  le  guiaba.  En 
sabiéndolo  él  se  conformó  con  que  le  mudase  ^ 
y  trató  de  que  aprendiese  todo  lo  necesario 
para  la  profesión  de  la  milicia,  en  que  se  vio 
trocada  maravillosamente  su  rudeza,  pasando 
al  mayor  extremo  de  prontitud,  porque  en  el 
manejo  de  los  caballos,  en  la  lucha,  en  el  salto, 
en  la  carrera,  ni  en  las  demás  agilidades  de 
fuerza  y  ligereza  •*,  no  le  ganó  nadie  de  mu- 
chos que  contendieron  con  él. 

Aventajóse  particularmente  en  la  destreza  de 
las  armas,  que  ejercitaba  con  bizarría  y  enten- 
día con  fundamento,  hallando  fáciles  las  más 
sutiles  proposiciones  de  la  Geometría  y  Arit- 
mética quien  se  había  embarazado  con  los  pre- 
ceptos de  la  Gramática.  ¡Tanto  puede  la  incli- 
nación! ^.  Era  grande  el  amor  que  tenía  á  su 


*  Poma  quadam  suauiter  acerba  sunt  et  in  vino 
nimium  veteri  delectat,  et  ipsa  amaritudo;  sic  ami- 
corum  defunctorum  memoria,  mordet  animnm,  sed 
non  siiie  voliiptate.  (Séneca.) 

'  Paucos  viros  fortes  natura  procreat;  bona  insti- 
tntione  piares  reddit  industria. 

Militum  quibus  arma  gerenda  sunt,  corpas  exerci- 
tatum  esse  oportet.  non  solum  atbletice.  verum  etiam 
militariter,  nam  athletiv  tantum  hoc  agunt  vt  corpore 
sint  robusto,  at  militcm  oportet  csse  corpas  habere  ex- 
peditum  et  agüe.  (Plutar.) 

■'  Fortissimus  esse  oportet  qui  fortissimus  vincit. 
(Tucid.,  ],  (i.) 

'  (^ui  íratribus  prjeteritis  alios  amicos  aciinirunt 
iis  assimilandi  vidcntur  qui  relicto  suo  agro  colunt 
alienum.  (Dion  Crysos.) 


526 


autobiografías  y  memorias 


hermano  ^  y  mayor  el  respeto.  Sólo  para  lo 
forzoso  se  sentaba  en  su  presencia;  nunca  se 
cubría;  solía  decir  que  quisiera  ser  más,  porque 
no  pareciera  mucha  la  sumisión  que  hacía  á  su 
hermano,  en  que  sólo  tenía  vanidad.  El  se  lo 
pagaba  con  igual  amor  y  estimación  '^,  y  así 
juntaban  la  fuerza  de  verdaderos  amigos  á  la 
obligación  de  buenos  hermanos  "*,  no  habien- 
do entre  los  dos  pensamiento  que  no  fuese 
común,  caudal  que  fuese  propio.  Parecíale  á 
Bonifacio  que  la  hacienda  de  su  hermano  nece- 
sitaba de  socorro  muy  relevante  para  tomar 
estado,  y  por  esto  sintió  mucho  que  se  casase 
con  su  prima  hasta  que  fue  su  cuñada.  Luego 
trocó  aquellos  nombres  en  los  de  hermano  y 
galán;  inventaba  y  prevenía  en  todas  las  oca- 
siones cuanto  podía  ser  á  propósito  para  su 
agasajo,  levantando  antojos  en  sus  preñados, 
gustos  en  sus  fiestas,  para  tener  ocasión  de 
hacer  lisonjas  á  su  regalo  y  aliño.  Bien  dife- 
rente *,  como  en  todo,  de  Fraudelio,  que  ha 
procurado  siempre  concurrir  con  las  causas  de 
los  martirios  desta  inocente  señora,  alegrándose 
de  verla  padecer;  agravio  que  si  no  alcanzare 
venganza  en  esta  vida,  tiene  en  otra  segura  la 
satisfación. 

Pasaron  con  esta  conformidad  y  gusto  hasta 
que  Bonifacio  cumplió  veinte  años  y  comenzó 
á  inquietarle  el  deseo  de  levantar  su  casa  ^,  fin 
que  hace  tolerables  los  mayores  afanes  de  la 
vida,  y  con  que  se  mueven  á  experimentar  los 
mayores  peligros  en  ella  todos  los  humanos. 
Sentía  Suldino  entrañablemente  que  se  ausen- 
tase; no  le  parecía  posible  vivir  sin  su  hermano; 
él  atropellaba  todas  las  contradiciones  del  gus- 
to, llevado  de  su  obligación  y  de  los  ejem- 
plos de  ocho  hermanos  de  su  padre  y  abuelos, 
que  murieron  sirviendo  al  Rey  en  la  guerra,  y 
todos  tuvieron  encomiendas  en  las  órdenes  mi- 
litares, que  de  aque'l  tiempo  puede  referirse  por 
calidad.  Hallábase  más  poblada  esta  provincia. 

'  Ernbescant  elati  ubi  credunt  locuní  habere  su- 
perbiam,  cum  ca'lum  et  terram  ab  liumilitate  videaiit 
occnpatani.  (Casiodor.) 

*  Non  ita  vixerunt  Strophio  atque  Agamennone 
nati;  non  ha;c  Agide,  Ferithoique  fides,  quos  prior 
est  mirata,  sequens  mirabitur  ¡utas,  in  quorum  plausus 
tota  theatra  sonant. 

5  Velle  ac  noUe  ambobus  ídem  sptiataqne  licto  mens 
aivo,  ac  parvis  di  ves  concordia  rebus.  {Sili.,  9.) 

*  Qui  despicit  pauperem  exprobrat  factori  eius,  et, 
qui  ruina  hutatur  alterius,  non.  erit  impuuitus  {Prov., 
cap.  17.) 

^  Licuit  esse  otioso  Temisthocles,  licuit  Epami- 
nondae,  sed  neacio  quo  modo  inheret  mentibus,  quasi 
síECulorum  quoddam  auguriun  futurorum;  quo  quidem 
demto,  quis  tam  esset  amens,  qui  semper  in  laboribus 
et  periculis  viveret?  (Cicor..  Tuse.,  ] .) 

Ex  ómnibus  premiis  virtutis,  amplissimum  est  pric- 
mium  gloriaj,  quai  vitas  breuitatem  posteritatis  memo- 
ria consolatnr:  qu.B  efficit  vt  absentes  adsimus,  mor- 
tui  vivamus,  eius  gradibas  etiam  homine?  in  co;lum 
videntur  ascenderé.  (Cicer.,  Pro.  Milone.') 


Eran  muchos  los  que  se  ofrecían  á  servir  volun- 
tariamente; no  tenían  los  Reyes  necesidad  de 
solicitar  soldados,  ni  era  forzoso  premiar  á  tan- 
tos. Estimábanse  más  los  honores,  porque  se 
alcanzaban  con  dificultad.  Salió  Bonifacio  de  su 
tierra  el  año  de  seiscientos  y  diez,  dejando  con 
general  sentimiento  de  su  partida  á  todos  los 
de  aquella  ciudad  donde  fue  tan  querido  v 
deseado,  como  después  en  la  corte  y  en  los 
ejércitos,  siendo  en  la  parte  de  hacer  amigos 
tan  favorable  su  estrella  que  puede  decirse  i<or 
encarecimiento  que  no  ha  solicitado  Fraudelií) 
tantos  odios  como  Bonifacio  inclinó  voluntades. 
Detúvose  en  Madrid  pretendiendo,  hasta  que 
se  le  hizo  merced  de  doce  escudos  de  ventaja  en 
consideración  de  los  servicios  de  sus  pasadas. 
Comenzó  á  servir  en  la  galeras  de  [ííápules] 
siendo  general  el  Marqués  de  Santa  Cruz,  qxie 
le  favorecía  con  reconocimiento  de  obligacio- 
nes. Hallóse  en  la  jornada  de  los  Querquenes, 
el  año  de  1612  y  en  la  resistencia  que  hicie- 
ron los  alarbes  recibió  dos  heridas  de  peligro. 
Pasó  á  Ñapóles  y  de  allí  á  Lombardía,  con  el 
tercio  de  españoles  que  llevó  Don  Pedro  Sar- 
miento. Hallóse  en  todas  las  guerras  del  Fia- 
monte,  siendo  Generales  el  Marqués  de  la  Hino- 
josa,  el  de  Villaf ranea  y  el  Duque  de  Feria.  En 
la  ocasión  que  mataron  á  Don  Sancho  de  Luna, 
le  retiraron  ^  con  muchas  heridas  por  muerto. 
En  los  sitios  de  Verseli,  Asti  y  Onella  hizo 
servicios  muy  particulares,  y  en  todo  lo  que  se 
ofreció  en  su  tiempo  fue  de  los  que  más  se  se- 
ñalaron. Los  trabajos  de  las  campañas,  las  he- 
ridas y  otros  excesos  le  gastaron  mucho  la  sa- 
lud, bien  que  nunca  se  excusó  por  los  achaques 
de  ninguna  obligación  de  su  cargo.  Estando 
alojado  en  Mortara,  encontró  en  Milán  á  xin 
capitán  de  caballos  de  su  patria,  y  muy  de  su 
obligación,  que  le  llevó  á  su  casa  y  le  tuvo  en 
ella  algunos  meses  cuidando  de  su  salud  con 
mucho  regalo.  Recibía  por  este  tiempo  conti- 
nuas cartas  de  su  hermano,  y  en  todas  iban 
grandes  quejas  de  las  sinrazones  de  Fraude  • 
lio  '"^  (de  quien  jamás  tuvo  letra,  ni  señal  de 
memoria). 

Sentía  Bonifacio  en  el  alma  leerlas  y  comu- 
nicábalas con  su  camarada,  que  procui.iba  di- 
vertirle siempre  con  palabras  oscuras  que  pro- 
metían algún  misterio. 

Hasta  que  hallándole  un  día  muy  triste,  y 
preguntándole  la  ocasión,  le  mostró  una  carta 
que  acaba [ba]  de  recibir  de  España,  en  que  su 

'  Difñcile  est  militem  invenire  cui  ad  senectaní 
vsque  omnia  bene  sucesserint,  nisi  timidus  sit.  (Apo- 
lod.,  in  Aphnn.) 

2  Oblivisci  quidem   suorum   ac  memoriam   corpo- 

ribas  ei'ferre  est  effussisiraa;  ferie;  merainisse  parcissi- 

me,  inhumani  est  animi:  sic  aues,  sic  f env  suos  dili- 

gunt,  quarum  concitatus  amor  et  pene  rapidus,  sed 

í   cum  amissis  totus  extinguitur.  (Sénec,  Epis.,  100.) 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


527 


hermano  le  encarecía  mucho  las  causas  de  senti- 
miento que  tenía  de  Fraudelio,  y  señalaba  algu- 
nas muy  notables  ^.  Parecióle  al  Capitán  que 
no  cumplía  con  las  leyes  de  la  amistad,  ni  con 
la  religión  del  hospedaje,  encubriendo  más  lo 
que  podía  ser  de  algún  alivio  á  Bonifacio.  Le 
dijo:  Paréceme,  amigo  y  señor  mío,  que  lo 
más  tívo  de  vuestro  cuidado  es  el  honroso  do- 
lor <jue  os  aflige  ^  de  que  en  vuestro  linaje  y 
de  vuestros  padres  haya  nacido  un  hombre  de 
tan  mal  proceder  que  sea  forzoso  avergonzaros 
de  llamarle  hermano,  Y  porque  os  consoléis  en 
esta  parte  ^  con  el  desengaño  de  que  Frau- 
delio hace  lo  que  debe  á  quién  es,  quiero  deci- 
ros lo  que  os  causará  maravilla.  Y  levantán- 
dose á  reconocer  si  podría  hablar  seguramente, 
echó  la  llave  á  la  puerta,  y  quedando  solos  y 
cerrados  ^  prosiguió:  Criéme,  como  sabéis,  en 
casa  de  vuestro  padre,  sirviéndole  de  paje;  lle- 
vóme á  Madrid  cuando  fue  á  servir  una  pro- 
curación de  Cortes  que  tocó  á  cierto  señor  pa- 
riente suyo,  y  se  la  dio  graciosamente  (no  va- 
lían entonces  tanto  estos  oficios ,  y  estaban 
para  poder  mostrarse  más  liberales  los  señores). 
Repartiéronle  de  aposento  la  casa  de  una  se- 
ñora principal  y  viuda,  que  tenía  una  hija  sola, 
hermosa  y  discreta,  todo  en  extremo.  Viola 
vuestro  padre,  aficionóse  á  ella,  y  por  medio  de 
la  ama  que  la  había  criado  (y  ordinariamente 
quedan  obligadas  á  semejantes  confidencias),  se 
correspondieron  y  antes  que  llegase  á  imagi- 
narse se  casaron.  Sintió  vuestro  abuelo  este 
suceso  como  fin  y  pérdida  de  sus  esperanzas. 
Hallábase  casado  muy  calificadamente;  su  mu- 
jer por  su  padre  era  sobrina  da  un  gran  señor, 
por  su  madre  de  un  Príncipe  de  la  Iglesia.  Tenía 
muy  desempeñado  su  mayorazgo,  y  una  gruesa 
encomienda  en  la  orden  de  Santiago.  Su  her- 
mano segundo  había  entrado  en  otra,  en  edad 
que  podía  esperar  gran  puesto  en  la  religión  de 
San  Juan.  Otro  hermano.  Canónigo  de  Toledo, 
con  cuantiosos  beneficios  y  muchos  dineros  aho- 
rrados. Todos  tenían  los  ojos  en  vuestro  padre, 
esperando  con  su  casamiento  adelantar  mucho 
su  casa,  no  inferior  entonces  á  ninguna  de  mu- 
chas de  su  lugar  que  brevemente  consiguieron 
títulos  y  crecieron  en  hacienda.  "No  se  atrevió 
vuestro  padre  á  ponerse  delante  del  suyo.  Que- 
dóse en  Madrid,  donde  tuvo  dos  hijos :  Antonio 

*  Cuneta  prius  tentanda  sed  immedicabile  vnlnus 
ense  recidendum  est,  ne  pars  sincera  trahatur.  (Ovid., 
Met.,  1.) 

^  Sicut  arbor  in  frutu  cognoscitur,  et  fructus  per 
arborem  demonstratur,  sic  parantes  cognoscentur  in 
filiis;  ñlii  per  parentes.  (D.  Chrysos.) 

5  Nulla  sapientia  naturalia  corporia  aut  animi 
vi  tía  deponuiitur;  quidquid  infixum  et  ingenitum  est, 
lenitur  arte,  non  vincitur.  (Sénec,  JDe  Ira.) 

*  Quaniquam  aninms  nieminiase  horret  hictuque 
refugit,  incipiam.  (Virg.,  Eneid.,  2.)  • 


y  Fernando.  Murió  el  uno  en  haciéndose  cris- 
tiano y  el  otro  antes  de  acortar  las  mantillas. 
Vivió  vuestro  abuelo  hasta  el  año  de  ochenta, 
y  en  su  mujer  se  acrecentó  la  tristeza  y  el  luto 
con  la  falta  de  Rogerio,  su  hijo  el  menor  y  el 
más  querido,  que  murió  peleando  en  las  galeras 
de  Malta  poco  después  de  haber  costado  siete 
mil  ducados  su  rescate  de  Argel,  donde  estuvo 
cautivo  en  la  ocasión  que  también  lo  fue  Don 
Antonio  de  Toledo  (después  Conde  de  Alba), 
Francisco  de  Valencia,  bailio  de  Lora  y  otros 
caballeros  de  importancia .  Invió  á  llamar  á  su 
hijo,  desengañada  de  que  su  yerro  había  sido 
solo  en  hacienda.  Prevínose  el  viaje  brevemen- 
te ;  partió  de  Madrid  con  vuestra  madre,  y  entre 
otros  criados  trujo  un  lacayo,  llamado  Amaro 
Carlhet ,  de  nacimiento  inglés,  de  profesión 
soldado,  que  tiró  sueldo  de  los  que  en  Francia 
llaman  hugonotes,  en  las  guerras  civiles  de 
aquel  reino.  Y  aunque  se  sospechaba  que  creía 
de  la  seta  de  Calvino,  las  opiniones  de  Eco- 
lampadio,  lo  disimulaba,  sin  darlo  á  entender, 
viviendo  como  católico.  Era  su  mujer  ginovesa, 
y  por  no  se  saber  su  apellido  y  haberse  valido 
de  lavar  paños  para  ganar  el  sustento,  la  lla- 
maban comúnmente  Julia  Lavandera.  Estuvo 
vuestro  padre  sin  hijos,  hasta  que  el  año  de 
ochenta  y  siete  nació  Suldino,  vos  el  siguiente, 
entrambos  malsanos  y  con  pocas  esperanzas  de 
logro.  Hallábase  quejoso  de  que  no  se  le  hubie- 
se hecho  merced  considerable  habiendo  servido 
en  dos  Cortes  continuadas,  las  referidas  y  las 
siguientes,  que  le  tocaron  por  oficio  suyo,  en 
que  fue  jurado  Filipe  III,  por  el  fin  del  año 
de  ochenta  y  cuatro .  Volvió  á  Madrid  á  solici- 
tar sus  pretensiones,  dejó  á  vuestra  madre  con 
sospechas  de  preñado;  fuele  sirviendo  Amaro 
de  repostero;  quedó  su  mujer  preñada  también, 
y  fueron  los  partos  tan  de  un  tiempo  que  sólo 
se  llevaron  seis  días,  en  que  se  anticipó  Julia, 
que  parió  dos  hijos.  Pareció  á  propósito  para 
criar  á  vuestro  hermano,  y  la  primera  noche 
que  se  le  entregaron  le  ahogó,  desgraciada- 
mente, sin  saberse  por  cuál  descuido  del  sueño. 
Comenzaba  vuestra  madre  los  extremos  de  sen- 
timiento debidos  á  este  desastre,  y  atajólos  el 
consejo  de  una  criada  muy  querida  suya  que 
la  persuadió  ^  excusase  aquella  pena  á  su  ma- 
rido, poniendo  en  lugar  del  niño  muerto  uno 
de  los  hijos  de  Julia.  Parecióla  bueno  y  posible 
el  engaño,  porque  cuando  se  trataba  ^  no  ha- 
liían  despertado  las  demás  criadas  que  dormían 
muy  aparte  y  sólo  las  tres  sabían  la  desdicha  ^. 
Trocáronse  los  niños  con  brevedad  y  silencio, 

'  Hoc  pra'texit  nomine  culpam.  (Virg.  Eneid.,  4.) 
-  Gatera  per  térras  omnes  animalia  somno  laxabant 

curas,  et  corda  oblita  laborum.  (Virg.,  Eneid.,  i.) 
5  Ule  diea  primus  leti,  priniusque  malorum  cansa 

fuit.  (Virg.,  Eneid.,  4  ) 


528 


AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


Díjose  que  había  muerto  el  mayor  de  los  hijos 
de  Amaro  (que  en  el  nacimiento  llevó  al  otro 
pocos  minutos),  y  confirmóse  en  lo  demás  la  feli- 
cidad del  secreto,  cayendo  mala  la  madre  el  mis- 
mo día  de  un  dolor  de  costado  que  la  mató  al 
seteno,  Al  hijo  que  dejó  por  suyo,  pusieron  el 
nombre  del  padre;  el  prohijado  se  llamó  Frau- 
delio.  Trasluciéronse  luego  notables  siniestros 
en  su  condición  brava  y  terrible;  achacábanse 
todos  á  la  dureza  del  ama  que  le  criaba  (si- 
guiendo la  opinión  de  los  que  piensan  que  pue- 
de algo  la  leche  en  las  inclinaciones).  Era  esta 
mujer  tan  feroz  que  por  una  ocasión  liviana 
que  le  dio  un  zapatero  oficial  de  su  marido,  le 
mató  sin  más  armas  que  las  manos. 

Apostaban  el  niño  y  ella  en  crueldad:  él  cuan- 
do tomaba  los  pechos  la  tiraba  dellos  tan  recio 
que  se  los  arrancaba;  ella  para  que  los  soltase 
le  metía  las  uñas  por  la  garganta  tan  bárbara- 
mente que  le  hizo  una  llaga,  de  que  estuvo  para 
morirse,  porque  encubriéndola  con  cuidado  tar- 
dó en  remediarse. 

Era  ya  de  seis  meses  cuando  volvió  vuestro 
padre;  alegróse  en  extremo  de  verle  tan  lucido 
y  despejado,  y  por  la  falta  de  salud  de  los  her- 
manos juzgó  que  sería  el  sucesor  de  su  casa,  sin 
advertir  la  diferencia  que  en  todo  estaba  des- 
cubriendo con  claridad  el  engaño.  En  vuestra 
madre  sostituyó  el  amor  de  su  elección  todo  el 
poder  de  la  naturaleza,  lío  se  hallaba  un  punto 
sin  Fraudelio.  Decía  que  le  quitaba  los  pesares 
y  apenas  le  dejaba  de  los  brazos;  él  la  pagaba 
los  halagos  y  los  besos  con  golpes  y  mordedu- 
ras, de  que  continuamente  andaba  señalada.  Ad- 
mirábanse todos  de  ver  tanta  fiereza  en  aquella 
niñez,  y  entre  otras  cosas  que  se  advirtieron  en 
ella  fue  notable  que  trayéndole  con  otros  jugue- 
tes (para  acallarle)  un  retrato  pequeño  de  vues- 
tro padre,  le  arrojó  en  el  suelo  con  tal  furia 
que  causó  admiración  ver  que  hubiese  tenido 
fuerza  para  tirarle  tan  lejos.  Acertó  á  estar  pre- 
sente un  Religioso,  aficionado  á  las  vanidades 
de  la  astrología,  y  dijo  ^  que  aquel  niño  había 
de  ser  causa  de  que  se  asolase  su  casa,  ó  por  el 
desamparo  ó  con  la  persecución ,  y  replicándole 
á  ello,  respondió  que  no  haber  hecho  caso  de 
un  agüero  semejante  en  la  crianza  de  Moi- 
sés ^  costó  bien  caro  á  los  gitanos,  y  con 
esta  ocasión  hizo  un  juicio  de  su  nacimiento, 
en  que  se  señalaron  grandes  felicidades  de  ri- 
queza y  manejo  de  dineros,  pero  sangriento  y 

*   Sed  non  augurio  potuit  depellere  pesteni.  (Virg  , 

Quíc  fato  nianent  quamvis  significata  non  vitan- 
tur.  (Tácit  ,  jB'/.v/;.,  ].) 

=*  Mosses  vero,  capiti  paeriliter  detractum,  pro- 
labi  in  humuní  passus,  pedibus  etiam  calcabit.  Id 
quüd  niox  oniino.-,uni  est  visiim  et  regiio  nihil  boni 
portendere;  moxque  ille  sacrorum  scriba  qui  natiui- 
tatem  ems  .áCgypto  cladem  allaturam  predixerant,  oc- 


desdichado  fin.  Este  papel,  con  otro  en  que 
vuestra  madre,  escrupulosa,  hizo  declaración  de 
los  padres  de  Fraudelio  por  si  llegase  el  caso 
de  suceder  en  el  mayorazgo  de  su  marido,  cum- 
pliendo de  su  parte  con  lo  que  pudo,  guarda 
hoy  una  Religiosa  descalza  que  fue  criada  suya. 
Entristeciéronse  mucho  vuestros  padres  con  la 
figura  del  niño,  congojándose  desde  luego  por 
el  fin  sangriento  que  le  amenazaba,  y  les  con- 
solaron personas  cuerdas  que  tienen  por  ridícu- 
los estos  pronósticos,  y  desengañóles  de  que 
no  hubo  misterio  en  tirar  el  retrato  \  ver  en 
otras  muchas  ocasiones  que  por  instinto  natu- 
ral aquel  niño  aborrecía  las  imágenes,  de  ma- 
nera que  en  llegándole  alguna  daba  gritos,  se 
tapaba  los  ojos,  la  escupía  y  la  arrojaba,  y  sien- 
do de  materia  débil  la  rompía.  Fue  creciendo, 
y  con  la  edad  el  coraje,  las  maldiciones  y  los 
i-eniegos.  Los  m.uchachos  de  su  tiempo  no  ve- 
nían á  jugar  con  él,  sino  á  verle  haciéndole  co- 
rro, como  á  las  fieras  que  se  crían  domésticas 
y  se  atan  para  seguridad.  Ninguno  le  conocía 
por  Fraudelio  ^,  y  aunque  muchos  le  pusie- 
ron Roberto  (por  haber  oído  las  diabluras  de 
otro  deste  nombre),  todos  le  llamaban  hereje, 
sin  saber  por  qué.  Lo  deaiás  de  su  crianza  y 
de  su  condición  y  proceder  después  de  adulto 
sabéis  vos,  y  no  ignora  Suldino  lo  que  yo  he 
referido,  porque  vuestra  madre,  reconociendo  lo 
que  se  adelantó  en  él  la  lumbre  natural  y  el 
nso  de  la  razón,  le  trataba  como  á  hombre,  y  le 
comunicó  este  caso  que  á  mí  me  dijo  la  secre- 
taria del,  con  quien  quise  cas.^'.-me,  y  por  su 
muerte  se  desbarató  el  intento  y  se  trocó  todo 
el  camino  de  mi  vida.  Admiróme  mucho  de  que 
vuestro  hermano  os  haya  callado  negocio  tan 
importante.  El  debe  saber  el  fin  con  que  le  ha 
hecho.  Yo  he  querido  decíroslo,  para  que  estéis 
advertido  en  lo  que  puede  suceder  y  obréis  en 
ello  desengañado. 

No  quedó  Bonifacio  con  tanta  admiración 
dcsta  noticia  como  de  la  memoria  de  su  cegue- 
dad, considerando  los  muchos  sucesos  y  seña- 
les en  que  pudiera  haber  conocido  el  caso  de  que 
tan  tarde  se  informaba.  Y  en  la  verdad,  cuan- 

cidere  puerum  volebat,  vociferana:  Rex,  puer  iste  per 
cuius  necem,  nobis  securitatem  Deus  pollicetur,  vati- 
ciniuní  iam  confirmauit  insultando  tuo  regno  et  dia- 
dema calcando;  hoc  interempto  tam  ^Egiptiis  metum 
quam  Hebrivis  spem  et  ñduciam,  adime  (Joseph.,  De 
Antiq.,  lib.  2,  6ó.) 

'  Omiiis  natura  artificiosa  est,  et  habet  quasi  vim 
quaudam,  et  sectam  quam  sequatur.  (Cicer.,  JDe  IVat. 
áfvr  ,  2.) 

— Pietate  adversus  Déos  sublata,  fides  etiam  et  so- 
cietas  humaui  generis,  et  vna  excellentisima  virtus, 
iusticia  tollatur  nccesse  est.  (Cicer.,  De  Nat.  deor., 
lib.  1.) 

'  U  clementissima  pictas !  quaj  non  sua  desinit 
largiri  beneficia  non  solum  ubi  nullum  invenit  meri- 
tum,  sed  plurimum  etiam  vbi  totum  videtur  contra- 
rium.  (D.  Greg.,  Mor.') 


DON  LUIS  DE  ÜLLOA  PEREIRA 


529 


do  no  hubiera  argumentos  n¡  testigos  para  sa- 
berse los  padres  de  Fz'audelio,  bastara  a  quitar 
toda  duda  lo  parecido  de  los  dos  hermanos,  que 
fue  cou  el  mayor  extremo  y  más  raras  y  mila- 
grosas ciiTunstancias  que  jamás  se  han  oído. 
Criáronse  y  crecieron  Amaro  y  Fraudelio,  tan 
semejantes  en  el  rostro,  en  el  cuerpo,  en  el  aire, 
en  el  habla,  en  las  acciones,  que  sólo  se  cono- 
cían por  los  vestidos,  aunque  estuviesen  juntos; 
apartados  y  desnudos,  nadie  sabía  con  cuál  ha- 
blaba. Venían  á  ver  al  uno  personas  que  de  or- 
dinario le  trataban;  metíase  por  burla  el  otro 
en  su  cama,  y  después  de  haber  estado  con  él 
gran  rato  hablando  y  respondiendo,  ni  en  la 
voz,  ni  en  los  ademanes,  ni  en  todo  lo  demás 
que  pudiera  advertirse,  nunca  hubo  quien  per- 
cibiese la  diferencia.  Estaban  tristes  ó  alegres 
á  un  mismo  tiempo,  enfermaban  y  sanaban  jun- 
tos. Averiguóse  que  reían  y  lloraban  en  corres- 
pondencia estando  ausentes,  aunque  el  uno  no 
tuviese  ocasión.  Verificóse  en  ellos,  finalmente, 
todo  lo  maravilloso  que  se  ha  dicho  de  los  her- 
manos de  un  parto,  y  fue  sobre  lo  demás  pro- 
digioso un  suceso  no  leído  en  ninguna,  magia 
natural,  no  imaginado  de  ningún  físico  (quien 
le  escribe  verdadero  con  temor,  por  increíble, 
no  tuviera  osadía  para  inventarle).  Teniendo 
estos  muchachos  doce  ó  trece  años,  se  usaban 
en  su  tierra  unas  batallas  entre  los  dé  su  edad 
que  llamaban  pedreas.  Desafiábanse  tantos  á 
tantos  los  diferentes  barrios  ó  escuelas.  Juntá- 
banse cincuenta  ó  ciento  de  cada  parte,  y  en  el 
campo  ó  en  la  calle  más  desembarazada  se  re- 
tiraban, hiriéndose  muchos  y  matándose  algu- 
no, sin  que  la  justicia  ni  la  razón  pudiese  me- 
terlos en  paz,  hasta  que  se  les  acababa  el  día  ó 
el  coraje.  En  una  guerrilla  destas  recibió  Ama- 
ro un  golpe  grande  de  una  piedra  en  el  brazo 
derecho,  y  en  aquel  instante  sintió  Fraudelio 
tan  gran  dolor  en  el  suyo  que  comenzó  á  que- 
jarse á  voces  y  no  le  pudo  alzar  ni  mover.  Fue 
mejorando  como  se  fue  curando  la  herida  del 
hermano,  y  sanaron  en  un  día.  Deste  rarísimo 
suceso  fueron  testigos  todos  los  vecinos  de  una 
ciudad;  ya  pocos  se  acordarán  del;  ninguno  le 
advirtió  entonces.  Tenerle  por  casual  hizo  me- 
nor la  maravilla  *;  la  causa  verdadera  della, 
como  los  demás  secretos  grandes  que  en  res- 
peto de  la  naturaleza  retiró  su  autor  de  la  noti- 
cia de  los  hombres,  se  ignora  aunque  se  dispu- 
ta. Y  por  la  opinión  más  razonable  se  atribuye 
á  la  conformidad  de  temperamentos  que  engen- 

'  Non  est  enim  tibí  necessarium  ea.  quoe  absóon- 
dita  sunt  vMere  ociilis  tir'.;;  iii  sapervacuis  rebus  noli 
scrutari  multipliciter,  et  in  jíluribusoperibus  eius  non 
cris  cnriosus   (h'cclcx.,  cap.  3.) 

Qiii.s  eiiim  hominum  potorit  scire  consilium  Dei? 
Aut  quis  poterit  cogitare  quid  vellit  Dens?  Cogiíatio- 
nea  enim  mortalium  timidíB  et  incerta;  providentia; 
nostriv.  {Lib.  Sap.,  cap.  9.,  v.  13  et  14.) 


dró  tal  simpatía  en  aquelloa  individuos,  que  á 
pesar  del  número,  procuraba  reducirlos  á  uni- 
dad, obrando  en  ellos  á  un  tiempo,  no  sólo  los 
accidentes  interiores,  sino  las  contingencias 
externas.  A  manera  que  en  los  instrumentos 
templados  en  un  sonido,  hiriendo  el  uno,  sue- 
nan en  el  otro  las  mismas  consonancias,  sin 
impeler  las  cuerdas,  sin  pisar  los  trastes.  Si  ya 
no  fue  más  cierto,  golpe  de  la  Providencia  ti- 
rado invisiblemente  por  otro  Laocón,  para  ad- 
vertir el  estrago  que  se  encerraba  ^  en  este  ca- 
ballo griego  y  pudieran  estorbar  entonces,  los 
asolados  por  él,  si  el  entendimiento  no  fuera 
siniestro.  El  fin  de  Amaro  no  se  ha  sabido 
cierto.  Siendo  mozo  salió  huyendo  de  su  tierra 
por  un  delito  feo.  Díjose  después  que  por  otro 
del  mismo  género  había  sido  castigado  en  Za- 
ragoza '^  con  muerte  infame.  Escribió  Boni- 
facio á  su  hermano  dándole  cuenta  de  la  noti- 
cia que  había  tenido,  y  quejándose  de  la  ofensa 
que  le  había  hecho  con  su  silencio,  y  él  se  dis- 
culpó dando  razones  que  bastaron  á  satisfacer- 
le. En  todas  las  cartas  se  esforzaban  las  que- 
jas del  ruin  trato  y  correspondencia  de  Frau- 
delio, y  en  la  última  que  escribió  Bonifacio  hay 
una  cláusula  que  contiene  puntualmente  estas 
palabras:  Tiénenme  tan  apurado  las  insolen- 
cias de  ese  inglés,  que  si  no  lo  impidiera  mi  fal- 
ta de  salud,  me  hubiera  partido  á  matarle. 
Culpo  mucho  su  blandura  de  vuesa  merced,  y 
me  espanto  de  que  dé  ocasión  con  ella  á  que  le 
pierda  el  respeto,  sabiendo  que  la  demasiada 
modestia  de  los  buenos  incita  la  superchería  de 
los  atrevidos. — Poco  después  del  recibo  desta 
carta  llegó  la  nueva  de  la  muerte  de  Bonifa- 
cio ^.  Fue  en  ííápoles,  de  enfermedad  larga. 
Acabó  con  la  paz  que  había  vivido,  en  edad  de 
treinta  y  tres  años,  dejando  mucha  lástima  de 
su   mocedad  *  y  mucha  invidia  de   su   fama. 

*  Insoniiere  cava;  gemitumque  dedere  cavernaj  et 
si  fata  denm  si  mens  non  laíva  fuisset  impulerat  fe- 
rro argolicas  fcdare  latebras.  (Virg  ,  Enpi  ,  1.) 

'  Commitunt  eadem  diverso  crimina  fato;  ille  cru- 
ccm  sceleris  pretium  tulit;  hic  diadema.  Sic  animum 
dirai  trepidum  formidine  culpa  confirmant  (Juv  , 
iSat.,  18.) 

Servat  multos  fortuna  nocentes,  et  tantum  miseris 
irasci  numina  possunt  (Luc  ,  lib.  3.) 

"^  Fuit  hoc  luctuosum  suis,  acerbum  patria\  grave 
bonis  ómnibus,  sed  casus  secuti  sunt,  vt  raihi  non 
ere])ta  a  diis  inmortalibus  vita,  sed  donata  mors  esse 
videatur.  iCicer.,  De  orat.,  3.) 

Stat  sua  cuique  dies  breue  et  irreparabile  tempus 
ómnibus  est  vita;;  sed  famam  extendere  factis,  hoc 
virtntis  opus.  (Virg ,  E'ni'i.,  10.) 

■•  Sileanius  de  istis,  ncc  augeamus  dolorem,  nam 
et  preteritorum  recordatio  e>t  acerba,  et  acerbior  ex- 
pectatiü  reliquorum.  (Cicer.,  iJi-  orat.,  I.) 

Qua-dam  enim  nulla  virtus  effujicre  potest:  admo- 
mon<;t  illam  mortalitatis  suie,  (Sénec,  Jil/jt.st.  r>7  ) 

Si  dixerimus  quoniam  peccatum  non  habemus, 
ipsi  nos  seducimus,  et  veritas  in  nobis  non  est. 
(lohan.,  Ej)ist.  1,  cap.  1.) 


530 


AUTOBIOGKAFIAS  Y  MEMORIAS 


Remitióse  á  Suldino  su  testamento,  en  que  ve- 
nían algunos  legados  á  personas  de  ol)lig-aeióu 
y  declaraciones  de  deudas  de  cantidad.  Todo 
se  cumplió  y  se  pagó  antes  de  pasar  el  año,  y 
se  le  hicieron  honras  y  sufragios,  empeñándose 
su  hermano  para  ello  en  partidas  de  considera- 
ción. Fraudelio  no  le  dijo  una  misa,  como  tam- 
poco se  la  deben  las  almas  de  los  que  turo  por 
sus  padres. 

Entre  las  muchas  virtudes  de  Bonifacio,  sólo 
se  le  conoció  un  vicio,  mejor  se  dirá  flaqueza  de 
la  humanidad,  que  no  permite  mortal  sin  acha- 
que. Era  en  extremo  inclinado  á  los  diverti- 
mientos amorosos;  continuamente  estaba  em- 
bebido en  algún  galanteo,  y  acabándose  el  uno 
parecía  el  siguiente  el  primero  y  el  mayor;  y  por 
reducirse  todo  más  á  lo  mental  que  á  lo  prá- 
tico,  imitando  mucho  en  ellos  las  finezas  anti- 
guas y  fabulosas,  con  apariencias  en  c|ue  mos- 
traba la  nobleza  de  su  alma  y  la  blandura  de  su 
natural,  le  llamaban  sus  amigos  el  derretido,  el 
Macías  ó  todo  junto.  En  Fraudelio  (todo  dife- 
rente ó  contrario  á  esta  como  á  las  demás  incli- 
naciones de  los  dos  hermanos)  ^,  jamás  se  ha 
conocido  amor  más  que  á  su  dinero.  Si  alguna 
vez  lo  ha  fingido  ha  sido,  no  sólo  con  falsedad, 
sino  con  malicia,  teniendo  por  fin  principal  ha- 
cer el  agravio,  por  acesorio  el  apetito.  Son  inu- 
merables  sus  ruindades  en  este  género.  Baste, 
pues,  [para]  cifrarlas  todas,  decir  que  hoy  se 
corresponde  con  una  mujer  de  obligaciones,  y 
siendo  sólo  lo  que  puede  disculpar  la  flaqueza  en 
la  mayor  edad  confesar  el  rendimiento  y  preve- 
nir el  recato,  dice  '■*  (permítase  la  bajeza  de  sus 
te'rminos  á  la  propiedad  de  quien  habla  por 
él),  que  ha  de  desquitar  lo  que  le  cuesta  en 
que  lo  sepan  todos  que  la  trata  sin  voluntad, 
sólo  por  capricho,  reconociendo  que  es  fea,  ne- 
gra, puerca,  roma,  y  en  su  casa  hace  que  la 
remeden  sus  criados  y  aquel  niño  bien  incli- 
nado, levantando  las  narices  como  las  tiene  la 
pobre  dama;  de  manera  que  no  hay  cosa  en  la 
Corte  más  deshonrada  y  escarnecida.  Los  hala- 
gos y  extremos  que  hace  con  el  sobrino  (ó  que 
quier  que  sea)  y  el  haberle  publicado  ^  por  su  he- 
redero, no  ha  tenido  más  fundamento  que  des- 
honrar al  padre,  á  quien  aborrece,  sólo  porque 
tiene  bondad.  De  otra  manera,  ya  se  ve  que 
pudiera  dejarle  su  hacienda  sin  hacerle  este 

_  *  Vivat  Fraudelius,  quaeso,  vel  Nestora,  totum  pos- 
sideat  quantum  rapuit  Ñero,  montibus  aurum  ex- 
ícquet,  necamet  quemquam  nec  ametur  ab  ullo.  (Juv.. 
Sut.,  12.) 

'  Quam  enim  indecorum  est  de  stillicidiis  cnm  di- 
cas  amplissimis  verbis  et  locis  uti  commnnibus.  ÍCic. 
Orat,  lib.  1.) 

Príeterea  luxuriosi  vitara  suam  esse  in  sermoni- 
bua  diim  vivunt  volunt,  nam  si  tacentur,  perderé  se 
putant  opera.  (Sénec,  Jüpin.,  122.) 

^  Itaque  male  habent  quoties  non  faciunt  quod  ex- 
citet  famam.  (Sanee,  Ib¿d.) 


tiro,  en  que  también  es  compreendida  la  madre, 
sin  haberla  valido  la  inmunidad  de  el  sepulcro. 
Y  en  su  vida  hizo  la  misma  burla  y  habló  della 
con  la  desestimación  que  de  las  demás,  afeando 
públicamente  las  faltas  de  su  persona  y  hablan- 
do en  ellas  como  pudiera  de  la  ramera  más  vil. 
Últimamente  ha  puesto  los  ojos  en  una  señora 
de  buenas  prendas  y  opinión  para  casarse,  y  en 
todas  partes  publica  que  no  se  le  da  nada  de 
que  el  padre  halle  conveniencias  para  negársela, 
ni  se  la  ha  de  pedir,  sino  obligarle  á  que  le  rue- 
gue  con  ella  ó  dejarla  infamada  con  las  exterio- 
ridades de  su  galanteo.  Con  esta  decencia  trata 
lo  que  le  toca  tan  de  cerca  ^,  no  teniendo  por 
propio  sino  lo  que  tiene  dentro  de  sí.  Excú- 
sanse más  abominables  ejemplos  por  no  cau- 
sar horror,  y  sólo  se  ha  dicho  lo  que  ha  pare- 
cido precisamente  necesario  para  mostrar  la  di- 
ferencia destas  condiciones  y  esforzar  con  este 
indicio  los  demás,  en  orden  á  deshacer  la  pre- 
sunción desta  hermandad.  El  que  le  pareciere 
dificultoso  de  creer  este  suceso,  por  lo  que 
tiene  de  inverisímil,  mire  si  creerá  más  fácil- 
mente que  haya  hombre,  hijo  de  padres  nobles, 
que  se  vea  muy  rico,  entre  muy  lucidas  alhajas, 
muy  preciosas  joyas,  inumerable  suma  de  dine- 
ros sobrados,  y  que  teniendo  en  el  mismo  lugar 
donde  vive  un  hermano  muy  necesitado  ^  (á 
quien  debe  tan  grandes  buenas  obras,  que  mu- 
chas dellas  no  pueden  decirse),  se  resuelva  á  no 
socorrerle,  se  acomode  á  lograr  el  gusto  de  la 
comida,  el  reposo  del  sueño,  sin  que  le  inquie- 
ten las  voces  de  la  humanidad  ni  el  hervor  de  la 
sangre.  Esto  solamente  es  lo  imposible,  porque 
es  contra  la  naturaleza.  Lo  que  se  ha  referido 
es  puntualmente  la  verdad,  que  basta  para  que 
su  fuerza  por  sí  sola  rompa  las  más  espesas 
tinieblas,  haciendo  que  salga  su  luz  á  pesar  de 
la  mayor  oscuridad  y  que  se  vea  con  ella  lo  más 
oculto.  ¡  Ojalá,  como  queda  bien  descubierta  la 
falsedad  deste  parentesco,  pudiéramos  librar  á 
todo  el  linaje  humano  de  haber  nacido  en  él 
sujeto  tan  escandaloso!  Pero  esto  toca  á  la  pro- 
videncia de  Dios,  que  porque  los  hombres  no  se 
desvanezcan  cuando  vieren  que  los  crió  poco 
menos  que  ángeles,  permite  que  se  conozcan 
entre  ellos  algunos  peores  que  demonios.  'No 
he  podido  conseguir  algunos  versos  de  Suldi- 
no, aunque  lo  he  deseado,  para  ponerlos  en 
estas  Relaciones  por  muestra  del  ingenio  deste 
sujeto,  á  quien  redujo  la  fortuna  en  lo  último 
de  su  vida  á  un  aposento  tan  estrecho  que  ape- 
nas cabía  en  él  una  cama  de  cordeles,  con  tan 


(')  Miraris  cum  tu  argento  post  omnia  ponas  si 
nenio  pnijstet  quem  non  merearis  amorem!  (Horat., 
Sermón,  lib.  1,  sat.  I.) 

(')  Máxima  beneficia,  probátionem  non  habent, 
sccpe  intra  tacitam  duorum  conscientiam  latent.  (Sé- 
nec, Be  Bencf.,  lib.  3.) 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 


5B1 


escasa  ropa  que  necesitaba  de  echar  en  ella  la 
capa  para  defenderse  del  frío,  y  con  tal  necesi- 
dad que  dejó  de  escribir  algunas  veces  por  falta 
de  papel,  mnchas  por  falta  de  luz.  Lo  más 
opuesto  de  nuestra  sagrada  ley  al  error  de  la 
gentilidad  es  prohibir  á  los  mortales  la  fuga 
voluntaria  de  las  miserias;  no  permitirles,  digo, 
que  puedan  romper  por  sus  manos  los  lazos  con 
que  ahogan  las  desdichas.  Por  esta  resolución 
bárbara  fue  celebrado,  entre  otros  varones 
grandes.  Catón,  cuyas  encarecidas  alabanzas 
son  inumerables  en  los  escritores  más  insignes 
de  la  antigüedad.  Basten  para  cifrarlas  todas 
Lucano  y  Se'neca;  el  primero,  justificando  la 
causa  de  Pompeyo,  pondera  que  estuvieron  ^ 
los  dioses  por  la  pai'te  vitoriosa,  pero  por  la 
vencida  Catón,  contraponiendo  su  juicio  á 
todos  los  votos  celestiales.  El  segundo  dice 
que  le  achacaron  ^  que  se  tomaba  del  vino,  y 
que  si  fue  verdad  sería  más  fácil  hallar  hones- 
tidad en  la  embriaguez  que  torpeza  en  Catón. 
Y  en  otra  parte  que  se  deleitaron  los  dioses 
tanto  viendo  el  valor  con  que  se  dio  la  muer- 
te **,  que  para  hacer  más  durable  el  gusto  con 
que  lo  miraban  no  consintieron  que  se  matase 
de  un  golpe.  Este  furor  frenético  que  los  étni- 
cos aclamaban  glorioso,  ensalzaban  divino,  ve- 
neraban con  altares,  eternizaban  con  túmulos, 
condenan  los  cristianos  por  desesperado,  dos- 
ahuciando  en  los  que  le  ejecutan  la  salvación, 
infamando  la  memoria,  confiscando  la  hacienda 

'  Magno  se  iudice  qui^^qne  tuetur,  victrix  causa 
Diis  placuit,  sed  victa  Catoni. 

2  Catoni  ebrietas  objecta  est,  at  facilius  efficiet, 
quisquís  objecerit,  hoc  crimen  honestum.  quam  tur- 
pem  Catonem.  (Sénec,  Be  Tranqui.  Anim) 

^  Non  fuit  diis  inmortalibus  satis  spectare  Catonem 
semel.  (Seuec,  De  Prorident.) 


y  prohibiendo  el  sepulcro.  Por  la  religión  desta 
dotrina,  Suldino,  guiado  de  infalible  fe,  triunfó 
de  sus  calamidades,  mostrando  ^  con  verda- 
dera fortaleza  que  podía  ser  miserable,  y  estan- 
do siempre  superior  á  sus  trabajos  hasta  la  úl- 
tima enfermedad,  en  que  no  tuvo  para  llamar 
médico  ni  pagar  medicinas;  pasáronse  algunos 
días  enteros  sin  desayunarse,  y  limitó  (para 
decirlo  de  una  vez)  aquel  desahogo  que  alienta 
los  humanos,  de  decir  que  nadie  muere  de  ham- 
bre. 2  A  tal  estrecho  pudo  llegar  un  hombre  tan 
conocido,  que  tan  bien  había  servido  al  Rey,  á 
la  vista  de  deudos  muy  obligados,  de  amigos 
en  que  había  repartido  muchos  dineros,  de  se- 
ñores que  estimaban  y  solicitaban  sus  escritos, 
y  lo  que  es  más,  de  quien  teniéndose  por  sii 
hermano  se  hallaba  con  cien  mil  escudos  gana- 
dos al  juego. 

Murió  finalmente  con  pobreza  que  dificultó 
su  entierro,  con  desengaño  que  acreditó  su  jui- 
cio y  con  arrepentimiento  que  aseguró  su  sal- 
vación. 

Quedó  ^  Fraudelio  prosiguiendo  sus  vicios  en 
sus  felicidades,  y  el  mundo  esperando  en  su  fin 
el  desempeño  de  la  divina  justicia. 

*  Rebus  in  angustis  facile  est  comtemnere  vitara, 
fortiter  ille  facit  qui  misar  esse  potest.  (Mart.,  lib.  10, 
epig.  57.) 

-  Numquid  Deum  docebit  quispiam  sentcntiam.qui 
excelsos  judicat'  Iste  moritur  robustus  et  sanus,  dives 
et  felix.  Viscera  eius  plena  suut  adipe  et  niedullis  ossa 
illius  irrigantur.  Alius  vero  moritur  iu  amaritudine 
anima?,  absque  uUis  opibus;  et  tamen  simul  in  pul- 
vere  dormient  et  vermes  operient  eos   (lob.,  cap.  21.) 

3  Revelabunt  cceli  iniquitatem  eius  et  térra  con- 
surget  aduersus  eum.  Pañis  eias  in  útero  illius  verte- 
tur  in  fel  aspidum  intrinsecns.  Divitias  quas  devora- 
vit  evomet,  et  de  ventre  illius  extrahet  eas  Deus- 
(Iob.,cap.  20.) 


RELACIÓN  DEL  RECIBIMIENTO 


DEL 


CONDE-DUOUE  DE  OLIVARES  EN  TORO 

AÑO    1643 


Jueves  diez  de  junio  llegó  á  Toro  el  Sar- 
gento mayor  Don  Mateo  de  Albear  con  aviso 
de  que  el  Conde  Duque  había  eligido  aquella 
ciudad  para  pasar  en  ella  este  verano  por  la 
templanza  y  amenidad  del  sitio,  y  como  cosa 
tan  lejos  de  imaginarse  causó  la  admiración 
que  se  deja  considerar;  tratóse  luego  de  inque- 
rir  la  causa,  y  como  faltaban  noticias  que  pu- 
diesen servir  do  fundamento,  eran  vanos  los 
discursos  en  el  modo  del  viaje,  acompañamiento 
y  casa  que  traía;  se  hablaba  con  incertidumbre 
y  variedad  hasta  que  aseguró  el  aposeiitador 
que  venían  con  él  pocos  criados  y  de  los  cono- 
cidos sólo  Don  Francisco  de  Montes  de  Oca, 
Don  Joseplí  de  Isausti  y  Simón  Rodríguez. 
Viernes  1 9  se  supo  que  entraría  el  día  siguiente 
por  la  mañana;  salióle  á  recibir  la  ciudad  por 
su  Corregidor  y  cuatro  Comisarios,  y  á  todos 
dio  los  mejores  lugares  en  su  coche,  quedán- 
dose él  en  el  estribo  izquierdo;  así  entró  por  la 
plaza  y  calles  más  principales,  y  en  una  de  ellas 
encontró  á  Don  Luis  de  UUoa,  caballero  natu- 
ral de  allí,  que  después  de  haber  servido  bien  á 
Su  Majestad  pasa  desacomodado,  y  como  si  le 
hiciera  sangre  el  parentesco  de  la  adversidad, 
paró  el  coche  y  le  mandó  entrase  con  él  en 
aquel  estribo,  y  aunque  lo  excusó  hizo  que  le 
obedeciese,  diciendo  que  si  bien  estaba  muy 
gordo  no  sería  mal  vecino,  y  después  de  ha- 
berle tratado  con  particulares  demostraciones 
de  humanidad,  hablando  en  su  retiro  le  dijo:  en 
fin,  es  necesario  buscar  los  hombres  para  ha- 
llar hombres,  que  los  que  van  á  ofrecerse  ó  no 
lo  son  ó  son  los  más  ruines;  palabras  en  que  se 
mostró  que  comenzaba  á  entrarle  la  luz  común 
y  se  iban  desatando  las  vendas  que  impedían  la 
vista  en  la  prosperidad;  llegó  á  las  casas  del 
Marqués  de  Alcañices  ',  dispuestn^^.  para  su  ha- 
bitación, y  después  de  haber  e;-*nüo  recibiendo 
visitas  muy  apacible,  se  retiró;  á  la  tarde  fue  á 
visitar  á  la  Marquesa  de  Alcañices,  y  al  salir 
dijo:  Vamos  á  dar  la  obediencia  á  nuestro  Co- 
rregidor, y  por  no  hallarle  en  casa  dejó  adver- 

*  Eu  el  original:  Alcañigas. 


tido  que  le  dijesen  había  ido  á  besarle  la  mano, 
y  después  de  haber  andado  por  el  campo  paró 
en  las  vistas  que  llaman  El  Espolón,  y  allí  llegó 
el  Corregidor  y  le  hizo  entrar  en  el  coche,  to- 
mando el  tercer  lugar,  sin  querer  otro;  en  una 
calle,  después  de  haber  pasado,  se  oyó  una  voz 
de  nn  niño  que  decía:  ¡Vítor  al  Conde  de  Oli- 
vares! y  repitiendo  el  padre  Joan  Martínez  de 
Ripalda  aquellas  palabras  del  salmo  octavo:  £]x 
ore  tnfa7it¿um,  etc.,  respondió:  No,  sino  que  esto 
es  más  estimado  cuanto  menos  merecido.  Poco 
más  adelante  salió  una  vieja  de  la  puerta  de  su 
casa  y  le  dijo:  Sea  V.  E.  muy  bien  venido  á 
esta  tierra,  y  la  recibió  gustoso,  dando  á  enten- 
der que  él  hacía  caso  de  estas  cortas  señas  de 
piedad  en  que  introduce  la  fortuna  consuelo  á 
los  que  vuelve  ^  las  espaldas,  trocando  el  amor 
en  odio  inseparable  de  los  grandes  puestos.  El 
domingo  por  la  mañana  salió  á  la  plaza  y  volvió 
temprano  á  recibir  los  que  le  habían  ido  á  verle, 
con  extremado  agrado  y  cortesía,  usando  de  los 
términos  de  particular,  como  si  no  hubiera  pa- 
sado por  veintidós  años  en  que  pudiera  tenerlos 
tan  olvidados .  Por  la  tarde  estuvo  en  la  pelota 
concertando  los  partidos  y  procediendo  como 
caballero  de  ciudad,  en  la  forma  que  si  hubiera 
criádose  y  vivido  en  ella;  siempre  llevó  en  su 
coche  los  que  cupieron,  y  agasajándoles  y  ajus- 
tando  el  tratamiento  de  todos  como  si  conociera 
la  condición  y  calidad  de  cada  uno.  El  lunes  se 
halló  en  el  Ayuntamiento  ordinario  y  tuvo  en 
él  tíl  lugar  que  le  toca,  sin  admitir  el  del  Mar- 
qués de  Malagón,  que  le  prefiere,  aunque  se  le 
ofreció  su  teniente  en  nombre  del  dueño  con 
muchas  instancias  al  bien  venido,  y  trató  de  los 
negocios  como  si  fuera  vecino,  y  en  todas  las 
ocasiones  que  pudieran  causar  perturbación  con 
el  recuerdo  de  la  diferencia  es  tal  su  tranquili- 
dad y  constancia  en  las  acciones,  en  las  palabras, 
en  el  semblante  y  en  el  modo  (imposible  de  fin- 
gir), que  ni  los  que  saben  distinguir  esto  lo  tie- 
nen por  artificioso,  aunque  les  admira  como  mi- 
lagro, y  de  todo  se  va  fabricando  un  concepto 

'  En  el  original:  mielven. 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA  533 

ocasión  en  que  mostrarse  cortés  y  agradecido  á 
los  que  se  miraban  constantes.  Viernes  á  la  ma- 
ñana acabo  de  despachar  la  estafeta  en  la  calle 
de  la  Pelota,  y  estando  sobreescribiendo  un 
pliego  llegó  un  mercader  vecino  de  Zamora  y 
le  toüió  la  muletilla,  que  estaba  arrimada  al  es- 
tribo del  coche  por  la  parte  de  adentro,  y  la  es- 
tuvo mirando  por  todas  partes  con  ignorante 
curiosidad,  y  se  detuvo  hasta  que  levantó  la  ca- 
beza el  Conde  y  reparando  en  su  atención  le 
dijo  con  risa  si  le  agradaba  la  hechura.  A  la 
tarde  bajó  al  río  y  entró  en  un  barco  á  ver 
echar  dos  lances  á  irnos  pescadores,  y  luego, que 
salió  del  se  levantó  un  torbellino  con  aire  recio 
y  tempestad  de  truenos  y  relámpagos,  que  en 
el  río  pudieran  dar  cuidado  y  memoria  al  nom- 
bre de  aquel  sitio.  Saliendo  visitó  á  la  Vizcon- 
desa de  Santa  Clara,  y  al  salir  llegó  á  besarle 
la  mano  Don  Sebastián  de  Contreras,  que  con 
ánimo  de  retirarse  ha  dejado  la  corte  por  el  so- 
siego de  su  casa,  ó  por  la  falta  de  su  salud;  re- 
cibióle con  ternura  y  demostración  del  amor  que 
le  ha  tenido  siempre  y  del  que  tuvo  á  su  padre, 
aunque  no  estuvo  privadamente  ni  se  detuvo 
Don  Sebastián  más  de  cuanto  llegó,  acompa- 
ñándole hasta  su  casa,  y  de  allí  se  volvió  á  Tor- 
desillas  sin  descansar  en  su  posada.  El  Do- 
mingo gastó  el  Conde  gran  parte  de  la  tarde 
en  casa  de  Den  Luis  de  üUoa  ^ 


con  que  se  truecan  los  corazones  de  manera  que 
no  puede  creerse  ni  decirse,  y  so  conoce  en  este 
gran  ejemplo  la  breve  facilidad  con  que  los 
accidentes  mudan  los  ánimos  humanos  y  que 
no  hay  instancia  en  nada  de  la  vida.  Este  día 
llegó  un  criado  de  la  caballeriza  á  comprar  unas 
guindas  en  la  plaza,  y  sacando  un  real  de  mo- 
neda nueva  de  los  que  no  tienen  cara,  para  pa- 
garlas, dijo  la  mujer  de  la  fruta  que  no  conocía 
aquel  dinero,  y  sobre  esto  levantaron  la  voz,  á 
que  se  llegó  mucha  gente,  diciendo  que  aquélla 
era  muy  buena  moneda,  y  cuando  no  lo  fuera 
iii  pasara,  bastaba  que  la  trajese  criado  del 
Conde  Duque  para  que  le  diese  cuanto  quisiese, 
teniéndolo  á  muy  buena  dicha,  y  todas  las  fru- 
teras se  levantaron  á  pagar  por  él  á  porfía,  tirán- 
dole de  la  capa  al  mozo  para  que  fuese  á  sus 
tiendas  sin  dinero  y  arrojándole  las  guindas; 
quedaba  muy  gustosa  la  que  de  más  cerca  se 
las  ofrecía,  y  como  los  sucesos  menudos  expli- 
can á  las  veces  las  cosas  gi'andes,  representando 
á  la  imaginación  lo  que  no  pueden  ni  bastan 
las  palabras,  ha  parecido  referir  esta  circuns- 
tancia que  envuelve  más  de  lo  que  descubrirán 
muchos  encarecimientos.  Jueves  25  se  corrie- 
ron toros  por  la  festividad  de  San  Joan,  y  se 
halló  á  ellos  en  las  casas  de  Ayuntamiento  como 
Corregidor,  y  aunque  tenía  prevenido  para  po- 
der salir  si  se  cansase,  los  vio  todos  y  dio  vuelta 
á  la  plaza  á  la  entrada  y  á  la  salida,  sin  perder 

*  Ms.  del  siglo  xvil;  dos  hojas  en  folio.  Biblioteca  Nacional;  H.  10.  Falta,  como  se  ve,  el  fiual  de  esta 
Relación. 

En  aquella  ocasión  compuso  Don  Luis  al  Conde  Duque  de  Olivares  el  siguiente  soneto: 

Este  varón,  que  de  gloriosa  rama 
Al  Duero  se  aparece  coronado, 
Después  que  de  sus  méritos  fiado 
Examinó  del  Sol  toda  la  llama. 

Asido  de  las  plumas  de  la  fama 
Vive  sobre  la  envidia  contrastado, 

Y  dentro  de  las  almas  retirado 
Logi'a  el  amor  que  universal  le  aclama. 

Siempre  con  luces  de  Uiayor  que  humano, 
Si  forzado  del  vuelo  se  suspende, 
O  no  quiere  valerse  de  las  alas, 

Y  en  entrambas  fortunas  soberano, 
Sube  cuando  parece  que  desciende, 

Y  son  de  corazones  las  escalas. 

Compuso  además  Ulloa  otros  versos  en  elogio  del  Conde  Duque  de  Olivares. 

Cnf.  Versos  \  qve  escricio  \  D.  Lvli  de  Vlloa  Pere.ira,  \  meados  de  algvnof  de  svs  \  borradores.  |  Diri- 
gidos I  a  la  Alteza  del  Señor  |  Don  Juan  de  Av.^tria.  \  Con  licencia.  |  En  Madrid.  Por  Diego  Diaz,  |  Año 
M.  DC.  L.  IX.— En  8.°;  21.5  folios,  más  ocho  hojas  de  prels.  y  cinco  al  final.  Contiene  además  la  Defema 
de  libros  fabvlosos,  y  poesias  honestas,  y  de  las  comedias  qve  ha  introducido  el  vso. 

Obras  \  de  \  Don  Lris  \  de  Vlloa  Pereira,  \  prosas,  y  versos,  |  añadidas  \  en  e-ita  vltima  impression  \ 
recogidas,  y  dadas  a  Id  estampa  \  por  D.  loan  Antonio  de  Vlloa  Pereira  |  si<  hijo,  Regidor,  y  Alguacil 
Mayor  de  la  Ciudad  de  Toro,  \  con  primera  voz,  y  voto  en  su  |  Ayuntamiento.  \  Dedicados  al  Serenissimo 
Señor  Don  lean  de  Avstria.  \  Año  1674.  ;  Con  privilegio.  |  En  Madrid.  Por  Francisco  Sanz,  En  la  Imprenta 
del  Reyno.  |  A  costa  de  Gabriel  de  León,  Mercader  de  libros.— En  S.°;  386  páginas,  más  ocho  hojas  de  prels. 


Variantes  del  raanuscrito  de  las 
que  posee  D. 


de  D.  Luis  de  Dlloa, 
enéndez  y  Pelayo. 


Soy  deudor  al  sapientísimo  Jefe  de  la  Bi- 
blioteca Kicional  de  un  pesado  y  minucioso 
cotejo  de  su  códice  con  el  texto  publicado, 
mucho  más  de  agradecer  por  haberlo  llevado 
á  cabo  ahora,  cuando  se  halla  ocupadísimo  con 
los  Prólogos  del  tomo  xiv  de  Lope  y  de  los 
Orígenes  de  la  Novela  Española. 

Estas  son  las  principales  variantes  de  dicho 
códice: 

Pág.  513,  col.  2.%  lín.  9: 

«Escribió  en  esta  ausencia  una  carta  en  ter- 
cetos al  Marque's,  mostrando  que  se  ajustaba 
con  su  retiro,  y  le  remitió  otros  versos  que  le 
había  pedido  con  encarecimiento.  Y  se  escribie- 
ron á  una  señora  que,  por  extremadamente  en- 
tendida en  los  más  ocultos  misterios  de  la 
poesía,  eligió  para  motivo  de  la  Musa,  sin  mez- 
clar en  este  intento  algún  afecto  que  pudiese 
ofender  su  decoro.  Trasladáronse  aquí  en  lison- 
ja de  quien  leyere  este  discurso». 

A  continuación  transcribe  la  epístola,  que 
comienza: 

Después  que  pudo -más  suave  Orfeo, 
Suspendiendo  el  poder  de  las  pasiones, 
Romper  los  lazos  que  formó  el  deseo... 

La  cual  se  halla  en  los  Versos  de  D.  Luis 
de  Ulloa  Fereira  (Madrid,  1659),  fols.  86  vto. 
á  88,  y  en  las  Obras  de  D.  Luis  de  Ulloa  (Ma- 
drid, 1674),  págs.  112-117,  llevando  una  y  otra 
por  encabezamiento:  «Al  señor  duque  de  las 
Torres»  (entiéndase  de  Medina  de  las  Torres), 
escrita  en  Toro».  Como  ahora  no  se  trata  de 
reimprimir  las  poesías  de  Ulloa,  dejo  de  anotar 
las  variantes. 

A  continuación  de  la  ejMstola  copia  los  si- 
guientes sonetos: 

Milagrosa  prisión  de  mi  alhedrio...  (Pág.  28  de 
la  1.^  edición;  ídem  de  la  2."). 

Cidpo  en  los  ojos  la  elocuencia  muda...  (Fol.  11 
de  la  I.''  edición;  id.  de  la  2."). 

Filis,  no  res  la  saña  del  planeta...  (Inédito). 


Del  pecho  vanamente  defendido...  (Fol.  2  vto. 
de  la  1.^  edición;  pág.  3  de  la  2.'^). 

Salid  crecidos,  áspides  que  entrastes...  (Iné- 
dito). 

Niegúenme  á  vuestras  luces  celestiales...  (Folio 
43  de  la  1.''  edición;  44  de  la  2.''). 

Este  dolor  oculto  trasladado...  (Fol.  4  vto.  de 
la  1.'"^  edición;  5  de  la  2."). 

lio?/  con  tu  arbitrio,  Filis  soberana...  (Inédito). 

Prueba  el  sueño  á  Ungir  vuestra  hermosura... 
(Inédito). 

Amamos,  Filis, porque  anima  el  viento...  (Folio 
39  vto,  de  la  1.^  edición;  40  de  la  2.^"). 

Hoil  también  niegas  á  las  ansias  mías...  (Folio 
i."  vto.  de  la  1.^  edición;  2  de  la  2.'). 

Oye,  Filis,  que  muero,  oye  que  muero...  (Falta 
en  la  l.'^  edición;  con  variantes  en  la  2.'\ 
pág.  36). 

Desta  que  admiras,  rica  de  tributos...  (Fol.  9 
vto.  de  la  1.'  edición;  10  de  la  2.^^). 

Si  al  demasiado  osar,  si  al  ardimiento...  (2."'' 
edición,  pág.  38). 

Dirás,  Filis,  que  finge  ó  que  encarece...  (Fol.  5 
de  la  l."^  y  de  la  2.^  edición). 

Filis,  los  puros  afectos...  (Décimas).  (Fol.  109 
vto.  de  la  1."  edición;  180  de  la  2.^). 

Prosigue  después  de  los  versos: 

« Ahogado  de  pesares  se  hallaba  Suldino 
cuando  se  confirmó  la  nueva  de  casarse  el 
Marqués,  etc.». 

Pág.  513,  col.  2.",  línea  última: 

«Hallábase  el  Marqués  enfermo  de  unas 
tercianas  prolijas,  que  le  tuvieron  algunos  me- 
ses en  la  cama;  asistíale  continuamente,  divir- 
tiéndole con  lo  que  más  le  parecía  de  su  gusto, 
y  en  esta  ocasión  le  escribió  una  carta  dándole 
la  norabuena  de  su  casamiento  y  advirtiéndole 
los  peligros  de  la  fortuna.  Y  hizo  muchos  so- 
netos á  diferentes  asuntos,  que  el  Marqués 
elegía,  confesando  que  oírlos  y  tomarlos  de 
memoria  era  lo  que  más  le  entretenía  y  le  ali- 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEREIRA 

viaba.  Ofrezco  á  los  aficionados  los  que  lian 
podido  haberse,  con  mucha  lástima  de  que  se 
hayan  perdido  tantos: 

Agora  que  á  los  méritos  premiados...  (Fol.  88 
de  la  l.'"^  edición;  pág.  117  de  la  2."'). 


535 


Sonetos: 
Físico  Apolo,  del  dolor  te  mueve...  (Fol.  G  vto. 
de  ¡a  i.''  edición;  pág.  6  de  la  2."). 

En  ésta  que  el  pincel  ha  trasladado...  (Fol.  7 
vto.  de  la  1.''  edición;  pág.  7  de  la  2."). 

Aquel  que  pudo,  Fahio,  aquel  que  pudo...  (Folio 
21  vto.  de  la  I.'''  edición;  pág.  22  de  la  2.''). 

Aunque  el  amor  ¡oh  Lísidal  podía,...  (Fol.  22 
de  la  1.^  edición;  pág.  22  de  la  2.''). 

Si  los  cabellos  que  al  funesto  duelo...  (Fol.  33 
de  la  1.''  edición;  pág.  3U  de  la  2.^). 

Estas  que  te  señala  de  los  ciTios...  (Fol.  21  de 
la  I.'*'  edición;  pág.  21  de  la  2.^). 

Este  es  el  templo,  Filis,  y  este  el  día...  (Fol.  41 
de  la  1.''^  edición;  pág.  42  de  la  2.^). 

La  suerte  ciega,  no,  próvido  el  hado...  (Fol.  37 


de  la  1."^  edición;  pág.  38  de  la  2, 


&\ 


En  rano,  Fabio,  los  efectos  fías...  (Pág.  47  de 
la  2.'  edición). 

Patente,  Hernando,  la  celeste  esfera...  (Fol.  20 
de  la  I.""  edición;  pág.  20  de  la  2.*). 

A  viva  fuerza  la  contraria  suerte...  (Fol.  36  de 
la  I.''  edición;  pág.  37  de  la  2."'^). 

Pág.  514,  col.  2.%  línea  25: 
üEn  el  calor  de  la  sangre  de  tales  parientes, 
determinó  apartarse  dellos». 

Pág.  516,  col.  2.%  línea  19: 

«Estando  en  aquel  cargo  se  le  ofreció  á  Sul- 
dino  volver  á  su  tierra,  y  en  el  ocio  della  escri- 
bió algunos  versos,  entre  ellos  una  elegía  al 
Marqués  cuando  por  la  temprana  y  lastimosa 
muerte  de  su  mujer  se  vio  contrastado  su  vali- 
miento; una  carta  á  un  amigo  estudioso;  una 
canción  á  una  señora  solicitando  que  se  le  abre- 
viase su  ocupación;  algunos  sonetos  y  otras 
rimas,  que  servirán  de  descanso  á  lo  prolijo  de 
este  discurso». 

A  continuación  se  insertan  las  composicio- 
nes siguientes: 

Mientras  desierta  la  silvestre  arena...  (Elegía 
en  tercetos).  (Fol.  92  de  la  1."^  edición;  pági- 
na 122  de  la  2:'). 

Cómo  conviene  mal  con  el  profano...  (Epístola 
en  tercetos).  (Fol.  69  vto.  de  la  1."  edición; 
pág.  93  de  la  2.''). 


Si  ausente,  discretísima  María...  (Canción). 
(Fol.  150  de  la  2.*  edición). 

Sonetos: 
De  tus  desdenes,  Filis  abrasada...  (Con  diverso 
principio,  al  fol.  9  de  la  1.^  edición  y  páa:.  9 
de  la  2:').  ^  "" 

A  tu  poder,  Amor,  y  á  tu  porfía...  (Fol.  8  vto. 
de  la  1.'"^  edición;  pág.  9  de  la  2.^). 

*S'/  de  mi  pluma  el  desmayado  aliento...  (Ine'- 
dito). 

Filis,  Amor  venció,  que  ni  pudiera...  (Con  di- 
verso principio,  en  la  pág.  37  de  la  2.^"  edi- 
ción). 

Once  veces  borrados  del  estío...  (Fol.  42  de  la 
1.^  edición;  pág.  43  de  la  2.''). 

La  mal  formada  machina  deshace...  (Fol.  38 
vto.  de  la  1.''  edición;  pág.  39  de  la  2.''). 

Con  lazos,  Filis,  del  papel  asidos...  (Fol.  35 
de  la  1,='  edición;  pág.  36  de  la  2.''). 

Cuantas  veces  se  recata...  (De'cimas).  (Fol  111 
de  la  I."-  edición;  pág.  183  de  la  2.='). 

¿Hasta  cuándo  ha  de  sacar?...  (Redondillas). 
(Fol.  112  de  la  1.=^  edición;  193  de  la  2."). 

De  mi  muerte  la  fábula  fingida...  (Soneto).  Fo- 
lio 39  de  la  I.'*  edición;  pág.  40  de  la  2.^). 

A  Dios,  fabuloso  dueTio...  (Redondillas).  Folio 
83  de  la  I.''  edición;  pág.  191  de  la  2.''). 

Dichosos  son  los  ojos  que  merecen...  (Soneto). 
(Fol.  40  de  la  1.''  edición;  pág.  41  de  la  2.'*). 

Pág.  516,  col.  2:\  línea  31: 

«Corría  voz  por  aquel  tiempo  de  que  Frau- 
delio  estaba  muy  poderoso». 

Pág.  517,  col.  2:\  línea  21: 

«Mucho  de  lo  que  pasaba  en  su  ánimo  por 
este  tiempo  se  trasluce  en  unos  tercetos  que 
con  otras  rimas  aliviarán  aquí  la  molestia  de 
leer  infortunios  tan  continuados. 

Aunque  en  tu  acuerdo,  Filis,  he  venido...  (Epís- 
tola). (Fol.  63  de  la  1.''  edición;  pág.  84  de 
la  2.^0- 

Próvida  Juno,  que  astros  encontrados...  (Sone- 
to). (Fol.  25  de  la  1.^'  edición;  pág.  25  de 
la  2.''^). 

Aquel  soberbio  intento  en  que  se  viera...  (Sone- 
to). (Fol.  25  de  la  1."  edición;  pág.  25  de 

la  2."). 

O  rompa  ya  el  silencio  el  dolor  mío...  (Soneto 
del  infante  D.  Carlos).  (Fol.  2io  de  la  1.''  edi- 
ción; pág.  26  de  la  2."). 


536 


AUTOBIOGKAFIAS 

27 


Rompa  en  hora  feliz  la  voz  amante...  (Fol 
de  la  1/'  edición;  pág.  27  de  la  2."). 

Era  ciudad  augusta,  imperial  era...  (Pág.  46 
de  la  2."  edición). 

Otras  armas,  señor,  otro  elemento...  (Pág.  49 
de  la  2."  fdición). 

Si  !ja  tus  sienes  oprimió  divinas...  (Pág.  292 
de  la  2."'  edición). 

'Teme,  Licio,  al  placer;  tem,e  si  tienes...  (Fol.  25 
de  la  1."  edición;  pág.  26  de  la  2.''). 

Con  esta  misma  pluma  que  fulmina...  (Fol.  40 
de  la  1.''  edición;  pág.  41  de  la  2.''). 

Vo:  de  oráculo  fue  que  se  entregara...  (Fol.  31 
de  la  1.''  edición;  pág.  32  de  la  2.''). 

Cuando  el  toro,  rebelde  d  la  obediencia...  (Pá- 
gina 49  de  la  2."  edición). 


Filis,  indicios  de  mujer?  Previno... 
de  la  2.^  edición). 


(Pág 
.(Páí 


4G 


51 


Las  rotas  alas  que  batió  siniestra. 
de  la  2."'  edición). 

Amor  para  mí  inquietud...  (Kedondillas).  (Pá- 
gina 187  de  la  2.'^  edición). 

Malogras  todo  el  rigor...  (Décimas).  Pág.  184 
de  la  2.*  edición). 

Bien  airosamente  empieza...  (Redondillas,  iné- 
ditas). 

Pág.  517,  col.  2.^  linca  9: 
«hombres  de  negocios». 

Pág.  518,  col.  2.%  línea  33: 

«defectuosos,  apresm-adamente;  no  le  im- 
portara poco  que  los  viera  su  hermano,  á  quien 
pidió». 

Pág.  518,  col.  2.^  línea  50: 

«Voy  envolviendo  pedazos  de  su  vida  en  el 
primer  intento,  por  cumplir  con  la  obligación 
que  ha  introducido  la  costumbre  en  los  que  sa- 
can á  luz  versos  ajenos,  y  no  he  querido  per- 
donarle una  flaqueza  que  se  notó  en  ella  por- 
que se  conozca  cuan  sin  pasión  escribo,  y  por- 
que ver  cuánto  pueden  rendirse  á  la  voluntad 
el  juicio  y  la  experiencia,  sirva  de  ejemplo  para 
que  huyan  sus  peligros  los  que  no  se  hallan 
tan  defendidos.  Díjose  que  dejó  llevarse  de  los 
engaños  de  una  muger,  si  no  de  las  más  co- 
munes, de  las  que  en  mediana  suerte  han  me- 
nester valerse  de  sí  mismas  para  pasar  en  las 
Cortes.  Hizo  más  pública  esta  liviandad  los 
mnchos  versos  que  escribió  en  ella,  infelices 
por  el  sujeto  y  porque  fueron  causa  de  que  con 
parte  de  ellos  se  perdiesen  los  demá?,  que  fene- 
cieron en  el  despecho  de  su  arrepentimiento,  y 


Y  MEMORIAS 

también  porque,  aborreciendo  desde  entonces 
esta  inclinación,  fueron  los  últimos  que  hizo. 
De  todos  sólo  han  podido  juntarse  los  que  se 
siguen. 

Sonetos: 
Clori,  mi  pensamiento  malogrado...  (Fol.  12 
vto.  de  la  1.''  edición;  falta  en  la  2.'"^). 

Finjo  por  divertirme  del  tormento...  (Fol.  5  de 
la  1.*^  edición;  pág.  44  de  la  2.'"^). 

¿Qué  confusión  es  ésta  en  que  me  anego? ...  (Fo- 
lio 19  de  la  1;'  edición;  pág.  19  de  la  2.''^). 

Mucho  tormento  es  ya  para  sufrido...  (Fol.  18 
de  la  1.^  edición;  pág.  18  de  la  2.''). 

Lesbia,  tu  trato  infiel  y  tu  hermosura...  (Fol.  12 
de  la  1,^  edición;  pág.  12  de  la  2.'). 

Este  penar  sin  deshacer  los  hielos...  (Fol.  17 
de  la  1.*  edición;  pág.  18  de  la  2.''). 

Ya  tu  belleza,  Gloris,  en  mi  pecho...  (Fol.  13  de 
la  I.'''  edición,  pero  con  variante  en  el  pri- 
mer verso). 

Este  desdén  con  libres  falsedades...  (Fol.  18  de 
la  I,''  edición;  pág.  19  de  la  2.''). 

De  la 2)1  aya  de  amor  menos  serena...  (Ful.  15 
de  la  I.'"'  edición;  pág.  15  de  la  2.*^). 

Llego  de  las  tinieblas  reducido...  (Fol.  17  de 
la  1.^  edición;  pág.  17  de  la  2."). 

Lesbia,  yo  te  aborrezco  arrepentido...  (Fol.  12 
de  la  I.""  edición;  pág.  14  de  la  2.*). 

Yo  fui  loco  de  Amor  en  su  cadena...  (Fol.  16 
de  la  1.^  edición;  pág.  17  de  la  2.^). 

Quédate,  L^esbia,  á  dispensar  barato...  (Fol.  19 
de  la  I.''  edición;  pág.  20  de  la  2.^). 

Mírate  retratada  de  la  ira...  (Sátira  en  terce- 
tos). (Pág.  143  de  la  2.''  edición). 

Pág.  521,  col.  1.%  línea  21: 

«o  justificaría  la  razón  del  sentimiento^) . 

En  la  misma,  línea  39: 
(cy  cerrando  la  que  tenía  poco  abierta,  le  dio 
con  ella  en  los  ojosy>. 

Pág.  521,  col.  2.%  línea  22: 
«á  besar  la  mano  al  Virrey  de  Ñapóles  y 
ampararse  de  sufarory>. 

Pág.  530,  col.  l.^  línea  47: 

«Estas  Relaciones,  infelices  en  el  argumento, 
que  no  han  permitido  á  la  pluma  más  que  lás- 
timas y  malicias,  cerrarán  unos  ü-rcotos  que  an- 
dan en  manos  de  muchos  y  son  deseados  de  más. 
Defiéndese  en  ellos  la  vida  de  la  Corte  con  la 
elegancia  y  doctrina  de  las  demás  obras.  Es- 


DON  LUIS  DE  ULLOA  PEKEIRA  537 

cribiólas  su  autor  á  un  caballero  mozo,  hijo  de 
un  señor  de  Sevilla,  que  por  la  estimación  de 
sus  papeles  solicitó  su  correspondencia». 

Dos  veces  inclinado  en  tmestra  ausencia...  (Fo- 
lio 60  de  la  1.''  edición;  pág.  77  déla  2.''). 


«Deste  linage  eran  los  versos  que  se  per- 
dieron (como  se  ha  dicho)  de  la  fábula  de  Ana- 
xarte  en  octavas,  y  de  una  égloga  de  sus  suce- 


sos en  diferentes  metros,  que  dejo  de  trasladar 
porque  no  he  podido  haber  una  copia,  aunque 
lo  he  procurado.  Los  amores  que  se  dice  tuvo 
el  Rey  Don  Alonso  Octavo  con  una  judía  en 
Toledo  escribió  en  ochenta  estancias  con  ma- 
ravillosos afectos,  y  no  permitió  que  se  sacasen 
del  borrador:  tal  fue  la  modestia  deste  ingenio 
á  quien  la  fortuna  redujo  en  lo  último  de  su 
vida,  etc.,  etc.»  (*). 


(')  A  las  obras  del  género  autobiográfico,  mencionadas  en  la  Introdiipoión,  añádanse  éstas: 

Rrlacion  de  la  jornada  que  el  Emperador  y  Rey  nuestro  .señor  hizo  á  Italia,  Alemania  y  Flandcn 
eii  este  presente  año  de  1543,  en  que  se  eontiene  la.  conquista  que  su  Mar/estad  hizo  de  los  Ducados  de 
Julies  (.Jvliers)  y  Geldres  (Gueldres)  contra  el  Dvqxie  de  Cienes,  uno  de  los  Prineipi's  del  Imperio,  y 
la  guerra  entre  el  Emperador  y  el  Bey  de  Francia.  Scriuiola  Pedro  de  Gante,  Si'cretario  del  Duqvo 
de  Nájera,  que  se  halló  presente  a  las  cosas  que  en  ella  sueed-ieran. 

Publicada  en  las  Relaciones  de  Pedro  de  Gante,  Seerttario  del  Duquf.  de  Nájera  (1520-1544).  Madrid, 
Imprenta  de  M.  Ginesta,  MDCCGLXXIII.  págs.  51  á  128. 

Joaquín  María  Sanromá,  Mis  Memorias  (1852-1868).  Madrid,  Tip.  de  los  H.  de  Hernández,  1894; 
2  vil.  en  8  "  m. 

José  Zapiola,  Recuerdos  de  treinta  años  (1810-1840).  Santiago  de  Chile,  Irapr.  Mejía,  1902;  300  pági- 
nas en  8.° 

Es  la  quinta  edición  de  este  libro,  que  no  deja  de  ofrecer  algún  interés. 

Nicolás  Estévanez,  Fragmentos  de  mis  Memorias.  Madrid,  Est.  tip.  de  los  H.  de  R.  Alvarez,  1903; 
546  págs.  en  8.0 

En  el  año  1884  descubrió  Gamurriní.  en  Arezzo,  un  interesante  códice  que  publicó  más  adelante  con  el 
título  de  Santae  Silviae  Aquitanae  2)eregrinatio  ad  Loca  Sancta,  libro  escrito  en  la  segunda  mitad  del 
siglo  IV.  Este  hallazgo  despertó  un  grande  entusiasmo  en  los  aficionados  á  la  literatura  cristiana;  la 
Peregrinatio  fue  traducida  al  ruso  y  al  inglés,  y  aun  estudiada  bajo  los  aspectos  litúrgico  y  filológico. 
Dos  nuevas  ediciones  del  texto  latino,  una  hecha  por  Gamurriní  en  los  Stvdii  e  documenti  di  Storia 
e  Diritto  (1888),  otra  en  el  Corpus  scriptorum  ecclesiasticorum,  latinorum  (tomo  XXXIX),  que  publica 
la  Academia  Imperial  de  Viena,  mejoraron  el  impreso  antes  por  aquel  erudito.  Pero  falto  del  princi- 
pio y  del  fin  el  manuscrito  de  Arezzo,  había  un  problema  que  resolver:  quién  fue  el  autor  de  ¡a  Pere- 
grinatio. Deducíase  del  mismo  libro  que  era  obra  de  una  mujer  de.  la  parte  occidental  del  Imperio 
■Romano,  y  que  no  debía  ser  de  cuna  humilde,  á  juzgar  por  las  atenciones  con  que  la  recibían  en  Oriente 
los  monjes,  los  clérigos,  los  obispos  y  aun  los  militares,  quienes  ponían  á  disposición  de  la  viajera  escoltas 
para  recorrer  algunos  lugares  peligrosos.  Gamurriní  la  identificó  con  Silvia,  hermana  del  escritor  Rufino, 
y  Kohler,  con  Gala  Placidia,  la  mujer  de  Ataúlfo.  Pijada  luego  la  época  del  viaje,  se  vio  la  imposi- 
bilidad de  haberlo  realizado  Gala  Placidia,  quien  nació  años  después.  Mas  todas  estas  suposiciones  se 
han  desvanecido  ante  la  crítica  del  P.  Férotin  *,  siendo  de  extrañar  que  ninguno  de  cuantos  han  estu- 
diado la  Pere;irinatio,  con  saber  que  se  trataba  de  un  libro  escrito  por  una  mujer  de  Occidente,  acaso 
de  España,  no  acudiese  á  nuestra  más  completa  y  autorizada  colección  de  documentos  eclesiásticos:  á 
lii  España  Sagrada.  La  luz   ardía  sobre  el  medio,   pero  los  ojos  estaban  cerrados. 

En  el  tomo  XVI  publicó  el  P  Flórez  las  Narrationes  del  monje  leonés  Valerio,  que  son  una  auto- 
biografía. Refiere  éste  que,  después  de  haber  pasado  su  juventud  en  placeres  y  en  negocios  mundanos, 
pensando  en  lo  terrible  del  Juicio  final,  se  retiró  á  un  yermo  en  las  cercanías  de  Astorga  y  allí  se 
dedicó  á  la  oración,  alteruando  sus  piadosos  ejercicios  con  la  redacción  de  un  libro  rotulado  De  lege 
Dinnini  et  Sanctorum  triumphis.  Un  mal  presbítero,  á  quien  llama  «vir  barbarus,  valde  lubricus  et 
cunctis  levitatibus  occupatus,  nomine  Flainus»,  comenzó  á  perseguir  al  ermitaño  y  aun  le  arrebató  sus 
escritos.  Bibliófilo  entusiasta,  se  dedicó  luego  á  copiar  libros;  mas  cuando  ya  tenía  una  pequeña  biblio- 
teca, ie  fue  robada  por  un  traiidor  compañero.  Acogido  luego  á  las  soledades  del  Vierzo,  se  consagró  á 
la  enseñanza,  llegando  á  reunir  buen  número  de  jóvenes  escolares,  entre  los  que  menciona  á  Donoso,  hijo 
de  una  rica  dama  llamada  Teodora. 

Una  de  las  obras  que  compuso  Valerio  fue  su  carta  á  los  solitarios  del  Vierzo,  elogiando  á  la  virgen 
Etheria,  quien  llevada  de  su  piedad  y  sin  temor  de  peligros,  viajó  por  Oriente,  visitando  las  llanuras  de 
Egipto,  los  montes  del  Sinaí  y  los   Lugares   Santos:    «summo  cum  desiderio   Thebtuorum  visitans   mona- 

♦  Le  véritable  autcur  de  la  Percgrinalio  Silviae:  la  vierge  espagnole  Eüieria,  par  Dom  M.  Fkrohn  {Revue  des 
(¡uestions  hisloriqnes;  octubre,  1903;. 


538  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 

chorum  gloriossisima  congregatiouum  ctunobia,  similiter    et  sancta  anachoretarum  ergastula Post  hiTC 

sacratissimi  montis  Domini  gratia  orationis  desiderio  denique  inüammata  egressionis  filiorum  Israel  ex 
^■lOgypto  sequens  vestigia,  iugressa  est  vastas  solitudines,  et  diverja  eremi  deserta,   qua;  ad  singula  Exodi 

libri  declarat  historia Alium  superemine«item  Tarám  valde  procerrimum,   in  cujas   summitate  erectis 

brachiis  oravit  i\Io3'ses,  pugnante  populo Necnon  et  immanissimi  montis  Tabor  supercilium,  ubi  Dorai- 

nus  cum  Moyse  et  Elias  discipulis  glorificatus  apparuit». 

Etheria,  á  quien  llama  San  Valerio  beatissima  xanctimonialú,  recorre  el  mismo  itinerario  descrito  en 
la  Peregrinatio,  libro  que  debía  tener  aquel  presente  cuando  escribía  su  epístola  (s'icvt  narvat  lUatoria ) ; 
de  donde  lógicamente  deduce  el  P.  Fórotin  que  no  la  imaginaria  Silvia  de  Aquitania  fue  la  autora  de 
dicho  libro,  sino  Etheria,  cuyo  nombre,  estropeado  por  los  copistas,  aparece  en  algunos  códices  con  las 
formas  de  Eiheria,  Echcria,  Aeiheria  y  Egeria.  La  opinión  del  P.  Férotia  se  confirma  con  la  noticia 
que  da  Mr.  Delisle  en  Le  cahinet  dea  manuscrits  de  la  Bihliotheqve  Nationale  (t.  II,  págs.  49i  y  500), 
donde  cita  un  códice  de  Limoges,  rotulado  Itinerariam  Egerxre  ahhatiiíís. 

Fuera  de  las  noticias  que  dan  San  Valerio  y  la  misma  Eteria,  poco  es  lo  que  se  sabe  acerca  de  ésta; 
su  patria  fue  Galicia;  consagróse  á  la  virginidad;  era  de  noble  linaje,  y  acaso  emparentada  con  el  Em- 
perador Teodosio,  nacido  en  la  provincia  romana  de  Galicia,  mucho  más  dilatada  que  ahora. 

La  literatura  femenil  de  España  cuenta  desde  hoy  con  un  libro  que  la  honra  como  pocos,  descubri- 
miento que  enaltece  al  sabio  benedictino  á  cuyas  vigilias  tanto  debe  nuestra  historia  patria. 


índice  general 


Introducción i 

Capítulo  I.— I.  Don  Jaime  el  Conquistador. — II.  El  Emperador  Carlos  V. — III.  Fer- 
nando VII V 

Capítulo  II. — I,  Antonio  Pérez. — II.  Don  García  de  Silva. — III.  Don  Jacobo  Fran- 
cisco Fitz  James  Stuart,  Duque  de  Liria. — JV.  Don  Manuel  Godoy. — Y.  Don  José 
García  de  León  y  Pizarro. — VI.  Don  Augusto  Conté xi 

Capítulo  III. — I.  Cristóbal  Colón. — II.  Hernán  Cortés. — III.  Alvar  Núñez  Cabeza 
de  Vaca. —IV.  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada. — V.  Pedro  de  Valdivia. — VI.  Andrés 
de  Urdaneta xxvii 

Capítulo  IV. — I.  Relaciones  de  viajeros  árabes. — II.  Benjamín  de  Tudela. — III.  Anó- 
nimo franciscano  del  siglo  xiv.— ^IV.  Ruy  González  de  Clavijo.-- V.  Pero  Tafur. — 
VI.  El  Peregrino  de   Puey  de   Monzón.  — VII.  Don  Pedro   Cubero   Sebastián. — 

VIII.  Fernán   Méndez   Pinto. -IX.    Don   Jorge  Juan   y  Don  Antonio  Ulloa. — 

X.  Don  Domingo  Badía  y  Leblich xxxix 

Capítulo  V. — I.  Diego  García  de  Paredes. — II.  Bernal  Díaz  del  Castillo. — III.  Don 
Antonio  de  Quiroga. — IV.  Domingo  de  Toral. — V.  Miguel  de  Castro. —  VI.  Alonso 
Soleto  Pernia.— VII.  Don  Félix  Nieto  de  Silva.—  VIII.  Don  Juan  Van-Halen.— 

IX.  Don  Manuel  Llauder. — X.  Don  Francisco   Espoz  y  Mina. — XI.  Don  José 

M.  Paz. — XII.  Don  Fernando  Fernández  de  Córdoba lix 

Capítulo  VI. — I.  Don  Alonso  Enríquez  de  Guzmán. — II.  Juan  Pérez  de  Saavedra. — 
III.  Bartolomé  de  Villalba  y  Estaña.— IV.  Juan  Méndez  Nieto. — V.  Don  Juan  de 
Persia. — VI.  Don  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos. — Vil.  Don  Juan  Valladares  de 
Valdelouiar. — VIII.  Diego  Galán. — IX.  Alonso  de  Contreras. — X.  Don  Juan  de 
Peralta. —  XI.  Don  Diego  Duque  de  Estrada. —  XII.  Francisco  Camacho. — 
XIII.  Don  Gómez  Arias.— XIV.  Don  Santiago  González  Mateo.—  XV.  Francisco 

Mayoral lxxv 

Capítulo  VII.  I.  Juan  del  Encina. — II.  Cristóbal  de  Villalón. — III.  Francisco  de 
Encinas. — IV.  Esteban  de  Garibay. — V.  Diego  Suárez. — VI.  Luis  de  Belmonte 
Bermúdez.  -  VII.  Don  Cristóbal  del  Hoyo,  Marqués  de  la  Villa  de  San  Andrés. — 
VIII.  Don  Diego  de  Torres  Villarroel. — IX.  Don  Leandro  Fernández  de  Moratín 
y  Don  Gaspar  Melchor  de  Jove  Llanos.  —  X.  Don  Antonio  Alcalá  Galiano. — 
XL  Don  Ramón  de  Mesonero  Romanos. — XII.  Don  José  Zorrilla. — XIII.  Don 
Emilio  Alcalá  Galiano,  Conde  de  Casa  Valencia. — XIV.  La  novela  autobiográfica..  cix 
Capítulo  VIII. — I.  Don  Pedro  Gómez  Alvarez  de  Albornoz. — II.  San  Ignacio  de 
Loyola. — III.  El  P.  Jerónimo  Nadal. — IV.  Don  Martín  Pérez  de  Ayala. — V.  Don 
Diego  de  Simancas. — Vi.  Juan  Nicolás  Sacharles. — Vil.  Fr.  Jerónimo  Gracián. — 
VIII.  El  P.  Juüé  Taiiiayo.--IX.  Fr.  Juan  del  Santísimo  Sacramento  y  Robleda. — 

X.  Don    Joaquín    Lorenzo   Villanueva. —  XI.    Don   Juan    Antonio   Llórente. — 
XÍI.  Fr.  Hipólito  Antonio  Sánchez  Rangel  de  Fayas cxli 

Capítulo  IX. — I.  Doña  Leonor  López  de  Córdoba. —  II.  Doña  Catalina  de  Erauso, 

La  Monja  Alférez clix 

AUTOBlOGRAFIiS   Y    MEMOKIAS.— 45 


540  autobiografías  Y  MEMORIAS 


VIAJE  DE  TURQUÍA,  POR  CRISTÓBAL  DE  VILLALÓN 

Dedicatoria  á  Felipe  II ' 1 

Coloquio  I:  Salen  de  paseo  Apatilo  y  Panurgo  ¡íor  el  camino  Real  ó  francés  de  Yalla- 
dolid. — Invectivas  contra  los  peregrinos  y  mendigos  que  iban  por  allí.-  Encuéntranse 
Panurgo  y  Apatilo  con  un  fraile  extranjero.  —Conversación  con  e'ste. — Les  descubre 
ser  su  antiguo  amigo  Politropo  ó  Pedro  de  ürdemalas  (Cristóbal  de  Villalón)  y  pro- 
mete referirles  sus  aventuras. — Censura  Pedru  de  ürdemalas  el  hospital  que  habían 
hecho  aquéllos. — Anochecido  entran  en  la  ciudad 3 

Coloquio  II:  Cenan  juntos  los  tres  amigos. — Pedro  censura  las  peregrinaciones  á  Jeru- 
saléu. — Embustes  y  supercherías  de  Juan  y  Mátalas;  falsas  reliquias  con  que  trafica- 
ban.— Comienza  Pedro  á  referir  su  cautividad.-  Sorpresa  de  la  Armada  española  por 
Sinán  Bajá  en  las  islas  de  Ponza. — Cae  Pedro  en  manos  de  los  turcos. — Finge  ser 
médico  por  que  no  le  destinasen  al  remo.  — Trabajos  que  sufrían  cautivos  y  galeotes. — 
Soberbia  y  pedantería  de  los  españoles  que  iban  á  países  extranjeros. — Rapacidad  de 
nuestros  capitanes. — Vida  de  los  forzados. — Regresa  por  Grecia  la  escuadra  turca  á 
Constantinopla. — Entrada  en  esta  ciudad. — Es  adjudicado  Pedro  á  Sinán. — Su  cau- 
tiverio y  enfermedad  en  Gálata 10 

Coloquio  III:  Trabajos  á  que  eran  dedicados  los  cautivos. — Mala  fe  de  sus  capataces. — 
Intrigas,  ambición  é  ignorancia  de  los  clérigos  españoles. — Comienza  Pedro  á  ejercer 
la  medicina  en  Constantinopla. — Enfermedad  de  Sinán  Baja. — Confía  éste  su  cura- 
ción á  ürdemalas.— Disputa  con  un  médico  judío. — Mejora  Sinán  y  en  recompensa 
manda  quitar  á  Pedro  la  cadena  que  llevaba.^ — -Expedición  á  las  ruinas  de  Nicomedia. 
— Pretende  Sinán  que  su  cautivo  abrace  la  ley  de  Mahoma. — Niégase  á  ello  Pedro  y 
en  castigo  es  condenado  á  trabajar  como  albañil  en  la  construcción  de  un  palacio  que 
Sinán  hacía  en  Constantinopla 25 

Coloquio  IV:  Cébase  una  pestilencia  en  los  cautivos. — Enferma  la  mujer  de  Rustan 
Bajá. — Es  llamado  Pedro  á  curarla. — Lazos  que  á  éste  ponían  sus  enemigos. — Cues- 
tiones con  los  médicos  judíos. — Sangra  á  la  Sultana,  quien  recupera  la  salud. — Obtiene 
aquél  por  esto  algunas  mercedes. — Ejerce  su  profesión  en  la  ciudad. — Nueva  enfer- 
medad de  Sinán. — Disputa  ürdemalas  otra  vez  con  los  judíos. — Pónese  el  Bajá  en 
manos  de  curanderos  supersticiosos  y  embaucadores. — Opera  el  cautivo  á  Sinán,  quien 
sana  de  la  hidropesía.— Alcanza  Pedro  su  carta  de  libertad  y  la  privanza  de  Sinán. — 
Recaída  y  muerte  de  éste. — Crueldades  que  había  cometido  con  varios  cristianos  pró- 
fugos.— Sus  funerales. — Almoneda  de  sus  bienes.  — Crecido  número  de  cautivos  que 
había  en  Constantinopla. — Resuelve  Pedro  huir  de  allí 37 

Coloquio  V:  Concierta  Pedro  su  fuga  con  un  griego  llamado  Estamati. — Sale  con  éste, 
disfrazado  de  monje,  en  compañía  de  un  cirujano  viejo. — Encuéntranse  al  poco  tiempo 
en  el  camino  con  varios  jenízaros  que  iban  en  su  persecución. — No  son  conocidos  y 
marchan  todos  juntos  algunos  días. — Peligrosas  distracciones  del  cirujano. — Embár- 
canse  Pedro  y  su  amigo  en  La  Caballa  con  rumbo  al  monte  Athos. — Llegada  á  éste 
pasando  por  la  isla  de  Skiathos. — Primera  entrevista  con  los  monjes  griegos. —  Son 
acogidos  en  un  convento. — Manifiestan  los  fugitivos  quiénes  eran  y  el  superior  del 
monasterio  se  niega  á  ocultarlos.  —  Viajes  por  el  monte  Athos. — Costumbres  y  cere- 
monias de  los  monjes Gl 

Coloquio  VI:  Salida  para  la  isla  de  Lemnos.  — Tempestad  que  sufren. — Son  arrojados  á 
la  iííla  de  Skiathos. — Trabajos  que  allí  pasaron. — Llegan  á  un  pueblo  de  la  costa 
cuyos  habitantes  ruegan  á  Pedro  que  confiese  en  la  iglesia.-^Huye  éste  y  va  á  Lem- 
nos.— Llegada  á  Chios.—  Buena  acogida  que  tuvo  allí. — Descripción  de  la  isla. — 
Navegación  por  el  Archipiélago  y  el  Adriático 75 

Coloquio  VII:  Llegada  á  Mesina.  -  Cuarentenas  con  que  allí  molestaban  á  los  viajeros 
de  Levante. — Salta.  Pedro  en  tierra,  y  con  no  seguir  por  mar  hasta  Ñapóles  se  libra  de 
caer  nuevamente  en  poder  de  los  turcos. — Viaje  por  la  Calabria. — El  j)ercacho. — 
Descripción  de  Ñapóles. — Roma  y  la  Corte  pontificia. — Noticias  de  Venecia,  Floren- 
cia, Bolonia  y  otras  ciudades  de  Italia. — Peregrinaciones  de  ürdemalas  hasta  llegar  á 
Valladolid ..."...       .S8 

Coloquio  VIII:  Levántase  Pedro  de  la  cama.— Comienza  á  referir  las  costumbres  de 
los  turcos.  — Dogmas  y  ritos  de  éstos.— Sus  mezquitas  y  oraciones.— El  .Tni'in  final 


ÍNDICE  GENERAL  5U 

según  los  turcos. — Ministros  del  ctilto. — Escuelas. — Poesía. — Ordenes  religiosas. — 
Peregrinación  á  la  Meca.  —Los  capadlos. — El  sepulcro  de  Mahoma. — Caridad  de  los 
turcos. — El  matrimonio;  sus  leyes  y  ceremonias. — Administración  de  justicia. — El 
Consejo  del  Sultán. — Palacio  y  Corte  de  éste 105 

Coloquio  IX:  Organización  militar  de  los  turcos. — Los  jenízaros. — Otros  ejércitos  del 
Sultán. — Hacienda  pública. — La  iglesia  de  Santa  Sofía. — Jinetes  y  artillería  de  los 
turcos. — Costumbres  y  condiciones  de  las  mujeres. — Los  harenes. —Indumentaria  de 
uno  y  otro  sexo. — Judíos  españoles  que  había  en  Constantinopla:  Doña  Beatriz  Mén- 
dez y  su  sobrino  Don  José  Nasi. — Fiestas  y  diversiones 118 

Coloquio  X:  Lechos  y  mobiliario  de  los  turcos. — Embajadores  cristianos  que  había  en 
Constantinopla;  noticias  de  algunos  y  especialmente  de  los  de  Venecia. — Avisos  que 
(. rbta  República  daba  al  Sultán. — El  corsario  Dragut. — Vajilla  y  comidas  de  los  turcos. 
— Sortijas  contra  los  accidentes  cardíacos. — Dos  graciosas  equivocaciones  de  ürde- 
malas l'¿2 

Coloquio  XI:  Descripción  de  Constantinopla 143 

LA  VIDA   Y    COSAS   NOTABLES    DEL    SEÑOR   OBISPO    DE  ZAMORA 
DON  DIEGO  DE  SIMANCAS 

Libro  primero 151 

LlBKO    SEGUNDO 164 

Libro  tercero 189 

Capítulo  de  carta  del  doctor  Navarro  á  cierto  amigo  suyo,  después  de  la  sentencia  del 

Arzobispo  Don  Fray  Bartolomé  de  Carranza 205 

Capítulo  de  carta  inviada  al  doctor  Navarro  por  un  amigo  suyo,  en  respuesta 20fi 

DISCURSO  DE  LA  VIDA  DEL  ILUSTRÍSIMO  Y  REVERENDÍSIMO 
SEÑOR  DON  MARTÍN  DE  AYALA 

Capitulo  I. — De  nuestra  natividad  y  padres  naturales 211 

Capítulo  IÍ. — De  la  educación 212 

Capítulo  III. — Del  estudio 213 

Capítulo  IV. — De  la  resolución  que  tuve  en  tomar  estado 214 

Capítulo  V. — De  la  asistencia  en  Salamanca 215 

Capítulo  VI. — De  la  estada  en  Jaén 216 

Capítulo  VIL — De  la  ida  al  Concilio 216 

Capítulo  VIII. — De  la  ida  á  Alemania 217 

Capítulo  IX. — De  la  ida  segunda  al  Concilio  de  Trento 218 

Capítulo  X. — Del  obispado  de  Guadix 219 

Capítulo  XI. — De  la  venida  á  España  y  posesión  dei  obispado 221 

Capítulo  XII. — De  la  ida  como  Obispo  al  Concilio  de  Trento 222 

Capítulo  XIII. — De  lo  que  pasó  en  algunas  sesiones  del  Concilio 224 

Capítulo  XIV. — De  la  vuelta  á  Guadix  por  mar 225 

Capítulo  XV. — Del  Sínodo  de  Guadix  y  visita  del  obispado  y  convento  de  Granada  .   .  227 
Capítulo  XVI. — De  la  ida  á  Uciés,  vuelta  á  Guadix,  retiro  con  dos  hebreos  y  otras  cosas.  228 
Capítulo  XVII. — De  la  visita  del  Consejo  de  las  Ordenes  y  capítulo  de  la  de  Santiago.  229 
Capítulo  XVIII. — Del  obispado  de  Segovia,  sermón  en  el  Capítulo  de  Toledo  y  con- 
sultas sobre  Concilios 230 

Capítulo  XIX.  — De  la  ida  al  Concilio  de  Trento  y  último  viaje  de  mi  vida 231 

Capítulo  XX. — De  algunas  cosas  que  pasaron  en  el  Concilio 232 

Capítulo  XXI. — De  lo  que  pasó  en  Genova  de  vuelta  para  España  y  en  Barcelona.  .   .  234 

Capítulo  XXII. — Del  arzobispado  de  Valencia 236 

Capítulo  XXIII. — De  la  visita  y  Sínodos  de  Valencia 237 

FRAGMENTOS  DE  LA  MEMORIA  DE  LO  SUCEDIDO  EN  EL  CONCILIO  DE 
TRENTO,  POR  DON  PEDRO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA,  OBISPO  DE 
SALAMANCA 239 


542  AUTOBIOGRAFÍAS  Y  MEMORIAS 


VIAJE   DEL    MUNDO,    HECHO    Y    COMPUESTO    POR    EL    LICENCIADO 
PEDRO  ORDÓÑEZ  DE  CEBALLOS 

PllELlMINAUES 271 

Prólogo  al  lectok 273 

Capítulo  I. — Donde  se  da  noticia  de  la  patria  y  crianza  del  Clérigo  agradecido 275 

Capítulo  II.— A  do  se  cuenta  lo  que  nos  pasó  en  aquel  primero  viaje 277 

Capítulo  III. — A  do  se  cuenta  todo  lo  que  pasó  en  estos  mares,  hasta  la  vuelta  á  Mesina 

y  prisión  en  Candía 278 

Capítulo  IV. — En  que  se  trata  la  partida  á  España,  con  todos  los  demás  puertos  donde 

llegamos,  y  del   principio  del  viaje  á  Jerusalén,  hasta  llegar  á  Jope  y  á  la  Santa 

Ciudad.  .  ". ■ 280 

Capítulo  V. — A  do  se  cuentan  los  Lugares  Santos  que  visitamos  y  mercedes  que  nos 

hacía  el  Bajá 282 

Capítulo  VI. — A  donde  se  prosiguen  las  estaciones  y  lo  demás  que  pasó  en  aquel  santo 

viaje  de  Jerusale'n 283 

Capítulo  VII. — Acábase  de  dar  cuenta  de  la  ida  á  la  santa  ciudad  de  Belén  y  de  la  vuelta 

á  Túnez  y  viaje  hasta  Berbería 285 

Capítulo  VIII. — De  diversas  cosas  que  pasaron  en  Sevilla,  y  la  ocasión  de  dejar  las 

galeras 287 

Capítulo  IX. — De  un  viaje  que  hice  á  Sanlúcar  y  lo  que  allí  pasó,  con  algunas  cosas  del 

rey  Don  Sebastián 288 

Capítulo  X. — Del  primer  viaje  que  hice  á  las  Indias  y  pérdida  en  la  Bermuda 288 

Capítulo  XI.—  En  que  se  acaban  de  contar  las  calamidades  de  la  isla  y  el  milagro  con 

que  el  Señor  nos  libró 290 

Capítulo  XII. — En  que  se  trata  las  cosas  que  pasaron  en  Ginebra  y  otras  partes  de 

Francia 291 

Capítulo  XIII. — De  la  vuelta  á  España  y  viaje  á  Inglaterra  y  golfo  de  Dania  y  á 

Irlanda,  y  del  viaje  que  hice  á  Guinea  y  otras  partes 298 

Capítulo  XIV.     Do  se  prosigue  la  historia  y  todo  lo  demás  que  pasó  hasta  embarcarme 

y  llegar  á  Cartagena 295 

Capítulo  XV. — De  las  cosas  que  me  pasaron  en  Cartagena  y  en  otras  partes  de  aquella 

provincia 297 

Capítulo  XVI. — A  do  se  prosigue  lo  demás  que  pasó  en  esta  jornada 299 

Capítulo  XVII. — A  do  se  cuenta  la  jornada  que  se  aprestó  para  el  Dorado,  y  cómo  me 

quedé  por  particular  merced  de  Dios 301 

Capítulo  XVIII. — Do  se  tratan  algunas  cosas  del  gran  santo  fray  Luis  Beltrán 302 

Capítulo  XIX. — De  la  jornada  de  Urava  y  Carivana,  y  de  otros  sucesos 304 

Capítulo  XX. — De  la  jornada  contra  los  roeheleses  y  socorro  de  Urava 306 

Capítulo  XXI. — Do  se  cuenta  todo  lo  demás  que  pasó  en  Urava 308 

Capítulo  XXII. — De  lo  que  sintieron  los  indios  el  haber  llegado  los  españoles  á  sus 

dioses  y  de  la  infeliz  pérdida  dellos 311 

Capítulo  XXIII. — De  todo  lo  demás  que  pasó  en  Urava  hasta  llegar  á  Santa  Fe  de 

Bogotá 312 

Capítulo  XXIV. — Donde  se  da  cuenta  de  lo  que  me  pasó   en  Santa  Fe  y  visita  de 

Antioquía  y  Gobernación  de  Popayán 314 

Capítulo  XXV. — De  la  prisión  hasta  el  puerto  de  la  Buenaventura,  viaje  de  isla  de 

Cocos  y  otros  sucesos 315 

Capítulo  XXVI. — De  la  jornada  de  los  pixaos  y  paes  y  los  grandes  casos  que  en  ella 

acaecieron 317 

Capítulo  XXVII.— A  do  se  prosigue  la  venida  de  los  pixaos  sobre  las  ciiidades  y  la 

causa  della 318 

Capítulo  XXVIII. — A  do  se  trata  cómo  se  dieron  avisos  á  todas    las  ciudades,   y  de 

otras  cosas  que  pasaron  hasta  salir  de  Popayán  con  la  gente  y  representar  la  batalla.  .  320 
Capítulo  XXIX. — -De  las  cosas  que  pasaron  antes  que  se  diese  la  batalla  y  cuan  peli- 
grosa fue 324 

Capítulo  XXX  y  último. — Donde  se  cuenta  lo  que  pasó  en  la  segunda  batalla  de  la 

noche  y  se  da  fin  á  la  historia  de  los  pijaos 326 


índice  general  543 


LIBRO  SEGUNDO 


Capítulo  T. — Do  se  trata  de  cómo  me  ordene  y  el  contento  que  recibió  el  arzobispo  de 

Santa  Fe  en  ello 328 

Capítulo  II. — De  lo  que  me  pasó  con  la  Audiencia  y  Visitador  della,  y  cómo  apacigüé 

un  grande  mal 329 

Capítulo  III. — De  la  visita  que  hice  del  arzobispado,  y  cómo  fui  cura  y  vicario  de  Pam- 
plona, y  después  de  los  pueblos  de  los  panclies,  y  otras  cosas 331 

Capítulo  IV. — De  la  llegada  á  Santa  Fe  y  tornada  á  Quito,  con  lo  demás  que  me  pasó.     331 

Capítulo  V. — De  cómo  llegué  á  Méjico,  y  de  sus  grandezas  y  de  una  tormenta  grande 

que  tuvimos  en  el  mar  del  Sur 332 

Capítulo  VI. — De  cómo  llegamos  á  Macao.  Del  gobierno  que  hay  en  Cantón,  con  otras 

cosas  que  me  sucedieron  allí 334 

Capítulo  VII. — De  las  notables  y  varias  cosas  que  me  pasaron  en  Picipuri 336 

Capítulo  VIII. — De  dos  presentes  famosos  que  hice,  uno  al  rey  de  Cochinchina  y  el  otro 

á  su  hermana  la  Int'anta,  con  grandes  coloquios  que  me  pasaron  con  los  dos 338 

Capítulo  IX.  -En  donde  se  trata  parte  de  lo  que  me  pasó  con  la  infanta  de  Cochinchina.     340 

Capítulo  X. — De  cómo  hablaba  dos  horas  cada  día  con  la  Infanta,  y  de  lo  que  se  trataba 

en  ellas 343 

Capítulo  XI. — Do  se  trata  cómo  me  dijo  la  Infanta  me  pusiese  su  banda  y  fuese  su 

esposo 345 

Capítulo  XII. — De  cómo  convidó  la  Infanta  en  palacio  á  comer  y  cenar  á  todos  mis 

compañeros,  y  de  lo  que  hubo  después  de  la  cena 348 

Capítulo  XIII. — De  un  juego  que  hubo  de  armas  en  palacio  y  cómo  se  señaló  en  ellas  el 

capitán  Pedro  de  Lomelín 350 

Capitulo  XIV. — De  las  primeras  lecciones  de  la  ley  cristiana  que  di  en  público  á  la 

Infanta  y  á  sus  damas 352 

Capítulo  XV. — De  cómo  bapticé  á  la  Infanta  y  á  otros  muchos,  y  de  la  renunciación 

que  hizo  de  su  reino  en  manos  de  su  hermano 354 

Capítulo  XVI. — En  que  se  contienen  otros  dos   memoriales  que  concedió  el   rey  de 

Cochinchina  en  provecho  y  bien  de  los  cristianos 357 

Capítulo  XVII. — De  cómo  se  pobló  el  lugar  que  dio  el  rey  para  cristianos.  Trato  en  el 

mi  destierro  y  lo  que  antes  se  hizo  conmigo 360 

Capítulo  XVIII. — A  do  trato  del  viaje  que  hice  por  la  costa  de  Champaa,  las  vistas  que 

tuve  con  el  General  y  lo  que  dellas  resultó 363 

Capítulo  XIX. — En  que  se  prosigue  la  historia  y  cómo  se  acabaron  de  hacer  cristianos 
los  demás  capitanes  y  soldados,  y  una  carta  de  los  padres  y  la  respuesta  della,  con  otras 
dos  que  escribió  el  General  y  su  hijo  á  su  mujer  y  madre,  y  cómo  se  juntaron  aquellos 
tres  reinos 366 

Capítulo  XX. — En  donde  se  trata  de  lo  que  me  pasó  con  el  General  y  Gobernador  acerca 
de  los  captivos  del  cosario,  y  de  mi  partida  de  la  isla  de  la  ensenada  de  Sinoa,  y  cómo 
llegé  á  Ampelo 369 

Capítulo  XXI. — De  las  cosas  notables  que  pasaron  en  Ampelo  y  cómo  partimos  y  llega- 
mos á  Catam,  y  de  las  cartas  que  escribió  la  señora  priora  y  los  padres,  y  sus  res- 
puestas      370 

Capítulo  XXII. — A  do  se  prosigue  la  historia  y  se  cuenta  lo  demás  que  pasó  en  Catam, 
y  de  la  nueva  que  hubo  del  cosario  china,  y  cómo  salió  en  su  busca  el  General  con  los 
demás  navios 373 

Capítulo  XXTII.  —Del  gran  recebimiento  y  fiestas  que  se  hicieron  en  la  ciudad  Real  de 

Champaa,  y  de  lo  demás  que  nos  sucedió  en  ella 376 

Capítulo  XXIV.  —  üe  cómo  nos  embarcamos  el  día  de  los  Santos  Reyes,  y  de  la  llegada 

á  Cecir 381 

Capítulo  XXV. — A  do  se  pone  mi  partida  y  lo  demás  que  me  pasó  en  el  viaje  de  Malaca 

con  los  navios  de  Diego  Veloso 384 

Capítulo  XXVI. — De  lo  que  nos  pasó  en  la  isla  de  Ceilón  y  con  la  armada 387 

Capítulo  XXVII. — De  las  cosas  notables  que  nos  pasaron  en  la  gran  ciudad  de  Goa  .   .     390 

Capítulo  XXVIII. — De  cómo  llegamos  á  Oromuz.  y  de  otras  cosas  diversas  que  nos 

sucedieron  hasta  llegar  á  Quito 392 


544  autobiografías  Y  MEMORIAS 

Capítulo  XXIX. — Donde  se  contiene  la  descripción  de  la  provincia  de  los  quijos,  oma- 
guas, cofanes  y  denjás  naciones ;ií)6 

Capítulo  XXX. — Donde  se  ponen  los  alzamientos  de  los  quijos  y  la  razón  de  mi  entrada 

á  ellos 397 

Capítulo  XXXI. — De  cómo  reduje  á  los  quijos.  Las  capitulaciones  que  con  ellos  hice,  y 

de  otros  acaecimientos ' ,399 

Capítulo  XXXII. — De  cómo  prendí  á  todos  los  caciques  de  guerra  y  los  envié  á  Quito. 

De  la  entrada  que  hice  á  los  cofanes 403 

Capítulo  XXXIII. —  De  la  prosecución  destas  naciones  en  hacerlas  cristianas,  hasta  que 

envié  todos  los  españoles 405 

Capítulo  XXX I V. — De  las  veces  que  estuve  en  grandes  riesgos,  en  todos  los  seis  años 

y  siete  meses  que  estuve  por  estas  provincias 407 

Capítulo  XXXV.  -De  lo  que  me  pasó  en  los  cofanes  y  do  un  monstruo  que  vide  extraño.     409 

Capítulo  XXXVI. — Donde  se  comienza  á  tratar  del  levantamiento  de  Quito  y  de  loque 

me  pasó  en  él , 412 

Capítulo  XXXVII. — Donde  se  concluye  la  historia  y  se  trata  de  los  castigos  que  se 

hicieron 415 

Capítulo  último. — Del  tiempo  qne  estuve  en  Pimampiro  y  de  mi  venida  á  España  .  .  .     417 


LIBRO  TERCERO 

Capítulo  I. — Donde  se  comienza  á  tratar  del  camino  hacia  el  Oriente  y  de  sus  descu- 
bridores       420 

Capítulo  II. — A  do  se  prosigue  el  itinerario  hasta  la  gran  ciudad  de  Goa  y  Malaca  ...     421 
Capítulo  III. — A  do  se  prosigue  el  viaje  hasta  Gnachinchina,  y  en   relación  hasta  la 
China;  vuelta  por  Filipinas,  islas  de  Ladrones  y  al  pnerto  de  Acapulco,  y  á  Guayaquil 

y  Lima 422 

Capítulo  IV. —En  donde  se  comienza  el  itinerario  por  el  camino  que  yo  lo  anduve,  y  se 

van  tocando  cosas  famosas  que  hay  en  puertos,  ciudades  y  provincias  deste  camino  .   .     423 
Capítulo  V. — En  donde  se  da  relación  de  las  provincias  de  Santa  Marta,  nuevo  reino  de 

Granada,  gobernación  de  Popayán  y  distrito  del  Quito  por  sus  obispados 425 

Capítulo  VI.— De  los  obispados  y  provincias  de  Lima,  Cuzco  y  Charcas  y  demás  pro- 
vincias del  Pirú 426 

Capitulo  VII. — De  la  embarcación  que  hice  á  las  islas  de  Cuba,  la  descripción  della  y  de 

las  demás  hasta  Acapulco,  y  principio  de  viaje  en  el  mar  del  Sur 428 

Capítulo  VIII. — Del  viaje  del  puerto  de  Acapulco  hasta  llegar  á  Cantón  de  la  China.  .     430 
Capítulo  IX. — En  donde  se  cuenta  lo  que  pasó  en  Cantón  y  en  suma  algunas  cosas  de 

aquellos  extendidos  reinos,  y  viaje  hasta  Cochinchina 432 

Capítulo  X.—  De  lo  que  me  pasó  en  el  viaje  y  de  las  cosas  famosas  del  reino  de  Cochinchina.     434 
Capítulo  XI. — A  do  se  prosigue  el  itinerario,  tocando  los  reinos  por  donde  se  pasa  y 

algunas  cosas  en  suma  dellos 436 

Capítulo  XII. — A  do  se  tocan  las  cosas  famosas  del  Gran  Mogor  y  sus  reinos 437 

Capítulo  XIII. — De  los  demás  reinos  de  aquellas  costas,  por  el  propio  viaje  que  traje.  .     438 

Capítulo  XIV. — A  do  se  prosigue  el  viaje  y  itinerario 440 

Capítulo  XV. — A  do  se  trata  del  Preste  Juan  y  de  otros  reinos  y  fortalezas 442 

Capítulo  XVI. — Adonde  se  ponen  las  vidas  y  muertes  de  algunos  varones  santos  que 

en  aquellas  partes  de  la  India  padecieron  tormentos 442 

Capítulo  XVII.  —De  la  diversidad  de  reinos  que  hay  en  el  mundo,  de  sus  vasallos  y 

grandeza 446 

Capítulo  XVIII. — Donde  se  prosigue  la  misma  materia 448 

Capítulo  XIX. — En  que  se  hace  relación  de  algunas  cosas  maravillosas  del  mundo  .  .   .     449 
Cai'Ítulo  XX. — De  mucha  diversidad  de  peces  que  hay  en  las  aguas  y  de  los  animales 

de  la  tierra 451 

Capítulo  XXÍ. — En  el  cual  se  comienza  á  describir  el  reino  del  Pirú,  Tierra  Firme, 

Chile  y  otras  provincias ,,      ib2 

Capítulo  XXII. — Donde  se  hace  relación  de  las  cosas  generales,  sin  tratar  en  particular.     455 
Capítulo  XXI II. — Donde  se  trata  en  particular  de  los  obispados  y  otras  muchas  cosas 

concernientes  á  su  gobierno 457 

Capítulo  XXIV.— De  la  grandeza,  riqueza  y  gran  cristiandad  de  la  Nueva  España.  .  .     458 


ÍNDICE  GENERAL  545 


APÉNDICES 

1.  HISTORIA  DE  LA  CIUDAD  DE  JAÉN,  POR  EL  MAESTRO  BARTOLOMÉ  JIMÉNEZ 
PATÓN  Y  EL  LICENCIADO  PEDRO  ORDÓÑEZ  DE  CEBALLOS 

Capítulo  XXXVII. — Del  famoso  soldado  y  sacerdote  Don  Pedro  Ordóñezde  Ceballos, 

primer  auctor  desta  historia 461 

Capítulo  XXXVIII. — De  los  santuarios  de  la  ciudad  de  Jaén,  y  en  particular  de  la  vir- 
gen del  Buen  Sucoso 471 

II.  RELACIONES  DE  LOS  REINOS  DE  LA  CHINA,  COCHINCHINA  Y  CHAMPAA 
Y  OTRAS  COSAS  NOTABLES  Y  VARIOS  SUCESOS,  POR  PEDRO  ORDÓÑEZ 
DE  CEBALLOS. 

Capítulo  XIII. — De  un  epílogo  de  los  sucesos  que  me  pasaron  con  esta  famosa  y  vir- 
tuosa reina  María 472 

III.  ALONSO  SOLETO  PERNIA 

Memoria  de  lo  que  han  hecho  mis  padres  y  yo  en  busca  del  Dorado,  que  ansí  se  llama  esta 

conquista,  y  dicen  que  es  el  Paytiti 477 

RELACIÓN  DE  LA  VIDA  DEL  CAPITÁN  DOMINGO  DE  TORAL  Y  VALDÉS.  ...     485 

RELACIONES  EN  QUE  SE  MANIFIESTA  EL  NACIMIENTO  DE  FRAUDELIO 
CARLHET,  PSEUDO  HERMANO  DE  SULDINO  DOVALLE,  Y  LA  DIFERENCIA 
DE  SUS  FORTUNAS  Y  CORRESPONDENCIAS,  POR  DON  LUIS  DE  ULLOA 
PEREIRA. 

Al  que  leyere 507 

Relaciones 508 


40010 


UC  SOUTHERN  REGIONAL  LIBRARY  FACILITY 


A     000  675  405     5 


CENTRAL  UNIVERSITY  LIBRARY 
University  of  California,  Sají  Diego 

DATE  DUE 


-^^^-^rHm 


UCSD  Libr.